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Full text of "Historia general de España, desde los tiempos mas remotos hasta nuestros dias. Por Don Modesto Lafuente"

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mSTORIá  6BHBBAI  DB  BSPAtA. 


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HISTORIA  GINIRU 

DE  ESPAM, 

K8M  LOS  TIUPM  IA8  RDÍ9T0S  liSTA  lllIESTRdS  MAB. 

POR  DON  MODESTO  LAFÜENTE. 


TOIIIO  IV. 


■ADRID* 

«STABLECailIENTO  TIPOGRÁFICO  DE  MBLLAM, 

cill6de8iiUTenu9iii.8. 

MDGGCU. 


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I 


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HISTORIA  GENEML  DE  ESP&M* 

SDAD  MSOIA. 

LIBRO  1. 

CAPITULO  XVU. 

ESTADO   ITATBEUL  TUCiEAU 

jm  LA  ESPAÑA  ÁEABE   T   CRISTIANA. 

M  910  A  970. 

I.  Reinos  cristiaoos.— Progreso  de  la  obra  de  la  resUurscioo.— Lo  que- 
so debió  á  cada  monarca.— Débil  reinado  de  Garda  de  Uon.— Vigor 
y  arrojo  de  Ordeño  II.— Tendencia  de  los  castellanos  bácia  la  eman- 
cipación.—Obispos  guerreros  do  aquel  tiempo.— Piedad  religiosa  y 
moralidad  de  los  reyes.— Jaeces  de  Castilla.— Sistema  de  sucesión  a/ 
trono.— Breves  reinados  deFruela  I!,  y  de  Alfonso  IV.— Ramiro  II.  y 
Fernán  González.— Lo  que  influyó  cada  uno  en  la  suerte  de  la  España  ' 
cristiana.— Ordeño  III.:  Sancbo  el  Gordo  y  Ordeño  el  Malo.— Manejo 
de  cada  uno  de  estos  príncipes:  extraña  suerte  que  tuYieron.— Ca^ 
tilla:  Fernán  González:  cuándo  y  cómo  alcanzó  su  independencia. — 
n.  Imperio  árabe.— Equivocado  juicio  de  nuestros  bistoriadoros  so- 
bre su  ilustración  en  esta  época.— Grandeza  y  magnanimidad  de  Ab- 
derrabman  ni.:  generosidad  y  abnegación  de  A.lmudbaflár.— Magni- 
ficencia y  esplendidez  del  Califa:  prosperidad  del  imperio. — ^Alha- 
kem  II.— Cultura  de  los  árabes  enaste  tiempo.— Protección  á  las 
letras:  progreso  intelectual:  cómo  se  desarrolló  y  á  quién  fué  debi- 
do.!—Observación  sobre  las  historias  arábigas. 

L  Ea  la  obra  laboriosa  y  lenta  de  la  restauración 
española,  cada  periodo  que  recorremos,  cada  respiro 
que  tomamos  para  descansar  de  la  fatigosa  narracioa 


^f  1-2  872  Digitized  by  Google 


o  ttlSTOBU  DB  EñTAÜa. 

de  los  lances,  alternativas  y  vióisitudes  de  una  lucha 
viva  y  perenne,  nos  proporciona  la  satisfacción  de  re- 
gocijarnos con  la  aparición  de  algún  nuevo  estado 
cristiano,  fruto  del  valor  y  constancia  de  los  guerre- 
ros españoles,  y  testimonio  de  la  marcha  progresiva 
de  España  háoia  su  regeneración.  En  el  primero  vi- 
mos el  origen  y  acrecimiento,  la  infancia  y  juventud 
de  la  monarquía  Asturiana:  en  el  segundo  anunciamos 
el  doble  nacimiento  del  reino  de/Navarra  y  del 
condado  de  Barcelona:  ahora  hemos  visto  irse  for- 
mando otro  estado  cristiano  independiente,  la  sobera- 
nía de  Castilla,  con  el  modesto  título  de  condado  tam- 
bién. La  reconquista  avanza  de  los  extremos  al  centro. 

Merced  á  la  grandeza  del  tercer  Alfonso  de  Astu- 
rias, Navarra  se  emancipa  de  derecho,  y  el  primo- 
génito de  Alfonso  el  Magno  puede  fijar  ya  el  trono  y 
la  corte  de  la  monarquía  madre  en  León:  paso  sólido, 
firme  y  avanzado  de  la  reconquista.  ¡Asi  hubiera  he^ 
redado  el  hijo  las  grandes  virtudes  del  padre,  como 
heredó  el  primer  rey  de  León  las  ricas  adquisiciones 
del  último  monarca  de  Asturias  I  Pero  el  hijo  que 
conspiró  siendo  príncipe  contra  el  que  era  padre  afee- . 
tuoso  y  monarca  magnánimo,  ni  heredó  las  prendas 
paternales,  ni  gozó  sino  por  muy  breve  plazo  de  la  he- 
rencia real.  A  castigo  de  su  crimen  lo  atribuyen  nues- 
tras antiguas  crónicas;  propio  juicio  de  quienes  escri- 
bían con  espíritu   tan  religioso. 

Vínole  bien  al  reino  su  muerte,  porque  sobre  ha* 


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PAftTB  11.  LIBIO  l«  7 

berse  reincorporado  Galicia  á  León  con  la  sucesión  de 
Ordoño  11.»  acreditó  pronto  este  príncipe  que  el  cetra 
leonés  había  pasado  á  manos  mas  robustas  que  las  de 
García  su  hermano.  Los  campos  de  Alange,  de  Méri-^ 
da,  de  Talayera,  de  San  Esteban  de  Gormaz  resona* 
ron  con  los  gritos  de  victoria  de  los  cristianos.  Sin 
embargo,  la  batalla  de  Yaldejunquera  demostró  á 
Ordeno  que  no  so  desafiaba  todavía  impunemente  el 
poder  de  los  agarenos,  y  eso  que  pelearon  unidos  el 
monarca  navarro  y  el  leonés.  Mas  nía  Sancho  de  Na- 
varra escarmentó^  aquel  terrible  descalabro,  ni  aco- 
bardó á  Ordoño  de  León.  Todavía  el  navarro  tu  va 
aliento  para  esperará  los  musulmanes  en  una  angos- 
tura del  Pirineo  y  vengar  su  anterior  desastre,  y  to- 
davía Ordoño  tuvo  el  arrojo  de  penetrar  hasta  una  jor- 
nada de  Córdoba,  como  quien  avanzaba  á  intimar  al 
príncipe  de  los  creyentes:  «Apresúrate  á  sofocar  las 
discordias  de  tu  reino,  porque  te  esperan  las  armas 
cristianas  ansiosas  de  abatir  el  pendón  del  Islam .i»  Y  ^ 
cuenta  que  imperaba  en  Córdoba  Abderrahmao  IILel 
Grande,  y  que  mandaba  los  ejércitos  mahometanos 
su  tio  el  valeroso  y  entendido  AlmudhafiEar. 

La  prisión  y  ejecución  sangrienta  de  los  cuatro 
eondes  castellanos  ha  dado  ocasión  á  nuestros  escrito^ 
res  para  zaherir  ó  aplaudir,  según  sus  opuestos  jui- 
cios, la  se  vera  conducta  del  monarca  leonés.  Los  unos 
cargan  todo  el  peso  de  la  culpabilidad  ^obre  los  des- 
obedientes condes  para  justificar  el  suplicio  impuesto^ 


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S  HISTORIA   DB  BSFAJÍA. 

por  el  rey  de  León:  los  otros  intentaa  eximir  de  cul- 
pa  á  aquellos  ma^Dates»  para  hacer  caer  sobre  el  mo- 
narca toda  la  odiosidad  del  duro  y  cruel  castigo.  Nos- 
otros, sÍD  pretender  eximir  á  los  castellanos  condes 
de  la  debida  responsabilidad  por  la  desobediencia  á 
un  monarca  de  quien  eran  subditos  todavía,  y  por 
cuya  falla  de  concurrencia  pudo  acaso  perderse  la 
batalla  de  Yaldejunquera,  tampoco  hallamos  medio 
hábil  de  poder  justificar  el  capcioso  llamamien- 
to que  Ordeño  les  hizo,  ni  menos  la  informali- 
dad del  proceso  (si  fué  tal  como  Sampiro  lo  cuenta) 
para  la  imposición  de  la  mayor  de  todas  las  penas,  lo 
cual  se  nos  representa  como  una  imitación  de  las  su- 
marias y  arbitrarias  ejecuciones  de  Alhakem  I.  y  de 
los  despóticos  emires  de  los  primeros  tiempos  de  la 
conquista,  menos  indisculpables  en  estos  que  en  un 
monarca  cristiano.  Lo  que  descubrimos  en  este  hecho 
es  la  tendencia  délos  condes  6  gobernadores  de  Cas- 
tilla á  emanciparse  de  la  obediencia  á  los  reyes  de 
León;  tendencia  que  mal  reprimida  por  el  escesivo 
rigor  y  crueldad  de  Ordeño,  habia  de  iBstallar  no  tar- 
dando en  rompimiento  abierto  y  en  manifiesta  esci- 
sión. Asi,  mientras  por  un  lado  vemos  con  gusto  es- 
trecharse entre  las  monarquías  de  León  y  Navarra  las 
relaciones  incoadas  por  Alfonso  IIL  y  pelear  ya  jun- 
tos sus  reyes,  por  otro  empieza  á  vislumbrarse  el 
cisma  que  habrá  de  romper  la  unidad  de  la  monar- 
quía leonesa. 


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PAKTB  II.  LIBEO  I.  9 

Lo  que  acerca  de  los  prelados  y  sacerdotes  de  es« 
(a  época  dijimos  en  nuestro  discurso  preliminar  ^^\  á 
saber»  que  solian  ceñir  sobre  el  ropage  santo  del 
apóstol  la  espada  y  el  escudo  del  soldado,  vióse  cum- 
plido en  el  combate  de  Yaldejuoquera.  Los  musul- 
manes no  debían  maravillarse  de  esto,  puesto  que  sus 
alimes  y  alcatibes  peleaban  también,  y  porque  es- 
taban acostumbrados  á  ver  batallar  los  obispos  cris- 
tianos desde  el  metropolitano  Oppas.  Pero  no  dejaría 
de  causarles  estrañeza  ver  que  uno  de  los  obispos 
prisioneros  era  el  prelado  de  Salamanca  Dulcidío, 
aquel  mismo  Dulcidío  que  siendo  simple  presbítero  de 
Toledo  se  había  presentado  en  Córdoba  indefenso  y 
desarmado  como  apóstol  de  paz,  encargado.de  una 
negociación  pacífica  entre  el  califa  Mobammed  y  el 
rey  Alfonso  IIL  La  Providencia  parecía  haber  permi- 
tido la  prisión  de  aquellos  dos  venerables  pastores, 
como  para  enseñarlos  que  mejor  estuvieran  en  sus 
iglesias  alando  el  pasto  espiritual  á  los  fieles  de  su 
grey,  que  acompañando  belicosas  huestes  en  los  cam- 
pos de  batalla.  Pocos  a  ños  después,^  olvidado  de  este 
saludable  aviso  otro  prelado,  Sísnando  de  Gompostela, 
aquel  turbulento  obispo  que  fué  á  reclamar  del 
virtuoso  Rosendo  la  cesión  de  la  silla  episcopal  con  la 
punta  de  la  espada,  se  ajusta  los  arreos  del  guerrero 
y  sale  á  campaña,  y  la  saeta  de  un  normando  le  avisa 

\i)    Tona.  I.  pég.  8á. 


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i  o  HISTORIA    DB  ESPASA^ 

á  costa  de  la  vida  que  no  es  el  oficio  de  guerreador 
el  que  compete  al  ministro  de  un  Dios  de  paz.  Tales 
eran  sin  embargo  las  costumbres  de  aquel  tiempo:  y 
ái  los  medios  de  defender  la  fé  no  eran  los  mas  apos- 
tólicos, el  celo  religioso  que  los  impulsaba  no  puede 
dejar  de  reconocerse  altamente  plausible,  y  veremos 
por  largos  siglos  á  los  ministros  del  altar  creerse 
obligados  á  blandir  la  lanza  en  defensa  déla  religión, 
y  al  pueblo  mirar  á  los  sacerdotes  de  .Cristo  como  le- 
gítimos capitanes  de  los  ejércitos  de  la  fé.  ¿Y  cómo 
no  babian  de  considerarlos  asi,  cuando  se  persuadian 
de  que  los  apóstoles  y  los  santos  descendían  del  cielo 
á  capitanearlos  en  persona  y  á  esgrimir  con  propia 
mano  el  acero  contra  los  enemigos  de  la  cristiandad? 
Piadosísimo  llaman  todas  nuestras  historias  á 
Ordeño  II.;  y  asi  era  natural  que  calificaran  al  que 
erigió  y  dotó  la  catedral  de  Santa  María  de  León,  al 
que  cedía  para  templo  episcopal  sus  propios  palacios,. 
y  al  que  se  desprendía  de  sus  propias  alhajas  de  oro 
y  plata  para  colocarlas  con  su  misma  maneen  los  nue- 
vos altares.  El  palacio  en  que  habitaban  los  reyes  de 
León  era  un  magnífico  edificio  abovedado  que  los  ro- 
manos tuvieron  destinado  para  baños  termales.  Hé 
aqui  la  historia  religiosa  de  España.  Al  principio  era 
un  monje  el  que  desbrozaba  un  terreno  inculto  para 
erigir  sobre  él  una  pobre  ermita,  que  después  un 
monarca  piadoso  convertía  en  catedral.  Avanza  la 
conquista  y  ya  los  monarcas  cristianos  pasan  á  ha- 


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PAmnn.  libro  i.  II 

bilar  tos  edificios  que  antiguos  dominadores  gentiles 
habían  hecho  para  su  recreo;  estos  monarcas  ceden 
después  su  propia  morada  para  hacerla  morada  del 
Señor:  las  joyas  de  la  corona  van  á  adornar  los  altares 
de  los  santos:  lugares  y  villas  del  dominio  real  se 
transfieren  al  de  la  iglesia  por  donación  espontánea 
del  rey,  que  quita  y  pone  obispos  y  demarca  los  lí- 
mites de  cada  diócesis.  De  modo,  que  siendo  los  re- 
yes los  que  nombraban  y  deponian- obispos  ,  los  que 
fundaban  y  dotaban  iglesias  y  monasterios ,  los  que 
mandaban  los  ejércitos  en  persona»  y  los  que  admi^ 
nístrabán  por  sí  mismos  la  justicia,  venian  á  reasumir 
por  la  fuerza  de  las  circunstancias  las  funciones  pon- 
tificales, militares ,  políticas  y  civiles,  del  modo  que 
por  la  organización  de  su  código  las  ejercían  los  ca- 
lifas en  su  imperio.  Pero  la  organización  política  de 
los  estados  cristianos  no  es  invariable;  ella  se  per- 
feccionará y  se  irán  deslindando  los  poderes:  la  de 
los  musulmanes  es  inmutable,  y  durarán  los  vicios 
radicales  de  su  constitución  tanto  como  dure  la  obce- 
cación de  los  hombres  en  la  creencia  de  su  falso 
símbolo  **). 

Aquel  Ordeno  tan  belicoso,  aquel  monarca  (an 


(1)    La  catedral  de  León  que  zor,  el  maguífico  templo  que  hoy 

edificó  Ordooo  II.  en  916  no  es,  existe  fué  comenzado'  en  tiempo 

como  muchos  creen,  la  mísúaa  que  del  prelado  don  Manrique,  hijo 

boy  por  su  grandeza  y  suntuosidad  del  coode  don   Pedro  de  Lara. 

arrebata  la  admiración  de  las  gen-  Véase  Risco,  Esp.  Sagr.:  t.  34  y  33. 
tes..De6trttida  aquella  por  Almao- 


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42  HiSTOElA  DB  ESPAÑA. 

inexorable  y  tan  severo  en  sus  castigos,  terminó  su 
gloriosa  carrera  militar  pagando  un  tríbulo  á  la  de- 
bilidad Humana,  enamorándose  en  su.  postrera  espe^ 
dicíon  de  la  hija  del  rey  de  Navarra  su  aliado^  que 
hizo  su  tercera  muger  viviendo  todavía  la  segunda 
aunque  repudiada.  La  facilidad  con  que  iremos  vien- 
do á  los  reyes  cristianos  repudiar  una  muger  legítima, 
divorciarse,  casarse  con  otra  en  vida  de  la  primera, 
sin  que  ni  el  pueblo  mostrara  escandalizarse  ni  los 
obispos  dieran  señales  de  oponerse,  prueba  el  ensan- 
che de  las  costumbres  de  aquel  tien>po  eñ  esta  parte 
de  la  moral.. 

Fruela  II.  que  sucede  á  sus  dos  hermanos  no  hace 
sino  desterrar  á  un  obispo  y  condenar  á  muerte  á  un 
hermano  del  prelado  sin  causa  conocida.  La  lepra  de 
que  murió  el  rey  dio  ocasión  á  que  el  pueblo  atribu- 
yera su  pronta  y  asquerosa  muerte  á  castigo  del  cielo 
por  aquella  doble  injusticia:  juicio  tal  vez  mas  reli- 
gioso que  exacto,  pero  que  prueba  cómp  condenaba 
el  pueblo  de  aquel  tiempo  las  injusticias,  y  que  im- 
posibilitado de  pedir  cuentas  al  soberano  que  las  co- 
metiera, volvía  naturalmente  los  ojos  al  cielo,  y  le 
consolaba  la  fé  de  que  había  allí  un  rey  de  reyes  que 
no  dejaba  impunes  las  injusticias  de  las  potestades  de 
la  tierra.  ¿Extrañaremos  que  este  mismo  instinto  de 
moralidad  social  los  condujera  á  buscar  también  en  si 
mismos  el  remedio  posible  á  sus  males?  En  vista  del 
duro  comportamiento  de  Ordoño  y  de  Fruela  con  los 


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PXRTB  11.  LIBRO  1.  43 

condes ,  obispos  y  magnates ,  no  nos  maravilla  que 
los  castellanos ,  mas  apartados  del  centro  de  acción 
de  los  monarcas  leoneses,  é  inclinados  ya  á  la  inde- 
pendencia, trataran  de  proveerse  de  jueces  propios 
que  les  administraran  justicia  con  mas  imparcialidad, 
ó  por  lo  menos  con  mas  formalidad  en  los  procesos  que 
la  que  aquellos  reyes  habian  usado;  principio  del  ejer- 
cicio, aunque  imperfecto,  de  la  soberanía,  mientras  no 
contaran  con  la  fuerza  para  llevarla  á  complemento* 
Mientras  la  historia  no  haga  evidente  la  no  existencia 
áe  los  jueces  de  Castilla,  la  verosimilitud  está  en  apoyo 
de  la  tradición  y  de  los  recuerdos  históricos  en  que 
también  se  funda. 

Aunque  Fraela  IK  dejaba  al  morir  tres  hijos,  nin<- 
guno  de  ellos  ciñe  la  corona:  los  grandes  y  prelados 
llaman  á  sucederle  al  hijo  de  Ordeno  IL  con  el  nom- 
bre de  Alfonso  IV.  ¿Como  los  hijos  de  Ordeño  no  ha- 
bian sucedido  antes  á  su  padre?  ¿Y  cómo  no  suceden 
ahora  á  Fruela  los  suyos?  ¿Qué  sistema  de  sucesión  á 
la  corona  se  goardaba  entre  los  reyes  de  León?  Los 
hechos  nos  lo  dicen:  el  mismo  de  los  reyes  de  Asturias, 
el  mismo  del  tiempo  de  los  godos,  y  lo  que  es  mas,  casi 
el  mismo  que  el  de  los  árabes:  sucesión  generalmente 
consentida  en  la  familia,  libertad  electiva  en  las  per- 
sonas: las  exclusiones  de  Alfonso  el  Gasto  en  el  siglo  IX. 
en  Asturias,  se  ven  reproducidas  con  Ordeño  y  Fruela 
en  León  en  el  siglo  X. 

Y  solo  un  alarde  de  libertad  electiva  pudo  mover 


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1  4  HISTORIA  BB  BSPAIÍA. 

á  los  magnates  leoneses  á  poaer  la  ooroaa  en  las  sie-* 
Desde  Alfonífo  IV.,  príncipe  á  quien  sentaba  mejoría 
cogulla  de  monje  que  la  diadema  de  rey»  y  mas  afi^ 
clonado  al  claustro  y  al  coro  que  á  los  campos  de  ba* 
talla  y  á  los  ejercicios  militares.  Sin  embargo,  la  salida 
de  Alfonso  lY.  del  claustro  de  Sahagun  para  vestir 
otra  vez  las  insignias  reales  de  que  se  había  despojado 
nos  presenta  un  ejemplo  práctico  de  lo  que  suelen  ser 
las  abdicaciones  de  los/eyes,  aun  aquellas  que  parecen 
mas  espontáneas. 

Nos  horroriza  el  recuerdo  del  terrible  castigo  im* 
puesto  por  Ramiro  IL  á  su  hermano  Alfonso  y  á  los 
tres  príncipes  sus  primo-hermanos,  y  duélenos  consi- 
derar que  no  ha  bastado  el  trascurso  de  siglos  para 
hacer  desaparecer  la  horrible  pena  de  ceguera  here- 
dada de  la  legislación  visigoda ,  antes  la  vemos  apli- 
cada con  frecuencia  y  con  dufeza  espantosa  por  nues- 
tros monarcas  á  los  principes  de  su  propia  sangre  y  á 
sus  deudos  mas  inmediatos^  Siglos  bien  rudos  eran  es- 
tos todavía. 

Mas  si  como  cruel  nos  estremece  Ramiro  IL,  co- 
mo guerrero  nos  admira  y  asombra;  y  asombrarfanos 
mas ,  si  á  su  lado,  no  viéramos  al  mismo  tiempo,  al 
brioso  Fernán  González,  á  ese  adalid  castellano,  que 
con  su  solo  esfuerzo  supo  ganar  para  sí  una  monar- 
quía sin  cetro  y  un  trono  sin  corona.  El  ruido  de  los 
triunfos  del  monarca  leonés  y  del  conde  castellano 
petietra  en  los  salones  del  soberbio  palacio  de  Zahara, 


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PAaTB  11.  Lino  I.  4  5 

y  avisa  á  su  ilastre  huésped ,  el  gran  Miramamolin  que 
decían  los  cristianos,  el  mas  esclarecido  y  poderoso 
<ie  los  Beni-Omeyas,  Abderrahman  ni. ,  la  necesidad 
de  abandonar  aquella  mansión  de  deleites  y  de  em- 
puñar la  cimitarra  si  quiere  volver  por  el  honor  hu- 
millado del  Coran.  Publica  entonces  el  aighied ,  y 
acampa  á  las  márgenes  del  Tormos  el  mas  numeroso 
ejército  musulmán  que  jamás  se  congregó  contra  los 
cristianos.  Maboma  y  Abu  Bekr  no  hubieran  vacilado 
en  encomendarle  la  conquista  del  mundo  ,  porque 
menos  numeroso  era  el  que  había  subyugado  la  Per- 
sia,  el  Egipto  y  el  África ,  y  una  sexta  parte  habia 
bastado  para  posesionarse  de  España  dos  siglos  hacía. 
Conducíanle  Abderrahman  el  Magnánimo  y  el  vetera- 
no AlmadhafTar  su  tío,  vencedores  de  Jaén,  de  Sierra 
Elvira,  de  Alhama,  de  Valdejunquera,  de  Zaragoza 
y  de  Toledo.  ¿Cómo  no  habían  de  creerse  invencibles? 
Al  revés  que  en  Guadalele,  donde  los  soldados  de 
Cristo  eran  los  mas,  los  del  Profeta  los  menos ,  en  el 
Duero  los  guerreros  del  cristianismo  eran  infinitamente 
menos  en  número  que  los  combatientes  del  Islam.  Y 
sin  embargó  el  Coran  y  elEvangelio  van  á  disputar» 
se  otra  vez  el  triunfo  en  los  campos  de  Simancas  co- 
mo en  los  campos  de  Jerez.  No  importa  la  desigualdad 
del  número  á  los  cristianos:  con  las  contrariedades  de 
dos  siglos  se  ha  enardecido  su  ardor  bélico ,  y  son 
los  vencedores  de  Osma  y  de  Madrid.  Antes  de  cru«* 
zarse  las  armas  se  eclipsa  el  sol,  como  si  esquivase 


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W  H15T0EIA  DB  ESPaKa. 

alumbrar  el  sangriento  espectácalo  que  se  preparaba: 
este  fenómeno  natural  difunde  el  asombro  en  los  dos 
campos,  y  todos  sacan  consecuencias  fatídicas  temien- 
do tener  contra  sí  la  ira  y  et  en^jo  del  cielo ,  porque 
iodos  son  supersticiosos,  cristianos  y  musulmanes.  Da- 
se al  fin  la  pelea,  y  la  clara  luz  del  sol  de  otro  dia, 
mas  resplandeciente  ya  de  lo  qué  entonces  los  maho- 
metanos hubieran  querido,  enseñó  á  los  cristianos  con 
admiración  suya  el  prodigioso  número  de  infieles  que 
en  el  campo  habia  dejado  tendidos  el  filo  de  sus. espa- 
das. La  larga  tregua  que  después  hubo  de  ajustarse 
entre  Ramiro  II.  y  Abderrahman  III.  prueba  mas  que 
las  relaciones  de  batallas  la  pujanza  que  habia  alcan- 
zado ya  la  monarquía  leonesa. 

Aprovechó  el  califa  esta  paz  para  atender  á  la 
gimrra  de  África  y  para  dotar  al  imperio  de  escuelas, 
de  palacios  y  mezquitas,  aprovechóla  el  rey  de  León 
para  fundar  monasterios  y  fundar  iglesias  ó  reedifi- 
carlas. Esta  era  la  marcha  de  las  dos  religiones  y  de 
los  dos  pueblos. 

Ramiro  IL  se  despidió  de  los  moros  con  otra  ba- 
talla, de  su  hijo  Ordeno  transfiriéndole  el  cetro,  y  del 
mundo  vistiendo  el  hábito  de  la  penitencia. 

Con  Ordeño  III. ,  aunque  sin  culpa  suya,  comien- 
zan á  romperse  los  lazos  que  unian  á  los  diferentes 
gefes  de  los  cristianos,  y  se  conjuran  contra  el  nuevo 
monarca  su  hermano,  su  suegro  y  su  tio.  Comprende- 
mos que  á  Sancho  le  punzara  la  ambición  del  reinar; 


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PARTE  II.   LIBRO  I.  l7 

(¡úe  la  política  de  Fernán  González  fuera  debilitar  la 
monarquía  leonesa  para  labrar  la  independencia  Cas- 
tellana: pero  no  alcanzamos  loque  pudo  impulsar  á 
García  de  Navarra  á  romper  la  buen^  armonía  en  que 
su  padre  habia  vivido  con  tres  reyes  de  León  conse- 
cutivos. Ordoño  en  un  arranque  de  indignación  por 
la  deslealtad  de  Fernán  González  su  suegro  se  di- 
vorcia de  la  reina:  único  ejeiñplar  que  sepamos 
de  una  princesa  que  ha  subido  al  trono  en  premio 
de  un  juramento  de  fidelidad  de  su  padre,  y  que 
desciende  de  él  en  castigo  de  haber  quebrantado  su 
padre  aquel  mismo  juramento;  como  si  mas  que  reina 
fuese  una  prenda  pretoria  depositada  en  garantía  de 
un  conti'ato. 

Ocupa  al  fin  Sancho  por  muerte  de  su  hermano 
Ordoño  III.  el  trono  que  anticipadamente  habia  inten- 
tado asaltar,  y  el  conde  Fernán  González  de  Castilla 
tuerce  repentinamente  el  giro  dé  su  política,  y  de 
auxiliarquehasidode  Sancho  pretendiente,  se  muda 
en  enemigo  armado  de  SancAo  rey;  y  es  que  quiere 
sentar  en  el  trono  á  Urraca  su  hija,  la  repudiada  de 
Ordoño  III.,  que  ha  pasado  á  ser  esposa  del  que  va  á 
ser  Ordoño  lY.,  todo  por  negociaciones  de  su  padre 
Fernán  González,  que  parecia  especular  en  tronos  con 
su  bija.  Es  difícil  bosquejar  bien  el  complicado  cuadro 
de  sucesos  que  produjo  la  conducta  incierta  del  volu- 
ble, ó  si  se  quiere,  del  político  conde.  Merced  á  ella, 
Sancho  el  Gordo,  siendo' ya  rey  legitimo ^  vióse  des*. 
Tono  IV.  2 


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48  HISTORIA    DB   BSPARa. 

tronado  por  el  mismo  que  había  querido  hacerle  rey 
intruso,  y  forzado  á  buscar  un  asilo  al  amparo  de  su 
tioGfircía  de  Navarra. 

Para  que  todo  sea  irregular  y  anómalo  en  esta 
época  confusa  y  revuelta,  Sancho  el  Gordo,  destronado 
por  los  suyos,  pasa  de  Pamplona  á  Córdoba  á  curarse 
de  su  inmoderada  obesidad,  y  encuentra  en  la  corte 
del  califa  médicos  musulmanes  que  le  restituyan  su 
agilidad  primitiva  y  un  emperador  mahometano  que 
le  ayude  á  recuperar  su  trono.  Y  el  rey  cristiano,  de- 
puesto por  un  príncipe,  un  conde  y  un  ejército  cris- 
tiano, es  restablecido  por  un  sucesor  de  Mahoma  y 
por  soldados  del  Profeta.  Cristianos  y  musulmanes 
sacrifican  otra  vez  el  principio  religioso  ó  á  la  ambi- 
cionó á  la  política.  Nopodia  prosperar  mucho  la  cau- 
sa de  la  fé  cuando  los  cetros  se  conquistaban  al  abri*- 
go  de  los  estandartes  infieles» 

Ordeño  el  intruso  huye  cobardemente  á  Asturias, 
de  donde  le  atrojan  las  armas  victoriosas  de  Sancho: 
busca  un  refugio  en  Burgos,  y  los  burgaleses  le  ar- 
rebatan su  esposa  y  sus  hijos  y  le  envian  donde  su 
buena  ó  mala  ventura  le  valiera;  y  Ordeno  el  Malo, 
rey  sin  trono,  marido  sin  esposa,  padre  sin  hijos, 
lanzado  de  León,  arrojado  de  Oviedo,  expulsado  de 
Burgos,  acaba  sus  días  desastrosamente  entre  los 
moros,  sin  dejar  otra  cosa  que  la  memoria  de  algunas 
tiranías  que  ejerció  siendo  rey,  y  el  sobrenombre  de 
Malo  que  leba  conservado  la  posteridad.  A  pesar  de 


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PAETB  IL   LlBftO  U  19 

haber  reíoado  mas  de  tres  anos,  ni  siquiera  ha  oble* 
nido  an  lugar  en  la  cronologia. 

Parecía  que  Sancho  debería  haber  perdido  pres- 
tigio en  el  pueblo  cristiano  y  devoto  por  haber  debi- 
do la  recaperacidn  del  trono  á  los  auxilios  de  un  ma- 
hometano. Pero  Sancho  obtiene  del  califa  el  permiso 
de  trasladar  el  cuerpo  del  santo  mártir  Pelaydá  León, 
y  el  pueblo  leóoés  entretenido  con  la  solemne  proce- 
sión de  las  santas  reliquias  olvida  que  tiene  un  rey 
por  la  gracia  de  Dios  y  del  vicario  de  Mahoma. 

La  traición  y  el  veneno  pusieron  fin  á  los  días  de 
Sancho»  y  el  rey  cristiano  que  habia  debido  su  salud 
¿  médicos  musulmanes  en  la  corte  mahometana,  pe- 
rece emponzoñado  en  su  propio  reino  por  un  conde 
cristiano  subdito  suyo.  La  nobleza  y  la  generosidad 
de  los  árabes  correspondían  entonces  á  la  grandeza  y 
á  las  virtudes  desús  califas;  el  imperio  árabe  estaba 
en  su  época  de  engrandecimiento.  Las  costumbres 
de  los  cristianos  se  resentían  de  las  pasiones  de 
sus  príncipes  y  de  sus  magnates:  el  reino  cristiano 
iba  á  entrar  en  un  período  de  decadencia.  Todo 
guardaba  armonía. 

Descúbrese  en  la  conducta  de  Fernán  González 
que  no  se  olvidaba  nunca  del  fin  á  que  lo  encaminaba 
todo.  De  genio  altivo  y  ánimo  arrogante,  conocedor 
de  su  propio  valer,  sabiendo  lo  que  podía  esperar  de 
su  corazón  y  de  su  brazo,  amante  de  la  independen- 
cia y  alGrente  de  un  piáis  que  pilguaba  por  adquirirla, 


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20  aiSTOBiA  DE  bspaSa. 

fijóse  en  el  pensamiénlo  de  emaocipar  á  Castilla  ¿ú 
los  reyes  de  León,  y  de  fundaren  ella  una  soberanía. 
Achaque  suele  ser  de  los  escritores  apasionarse  de  los 
personages  eminentes  que  nacieron  en  el  mismo  sue- 
lo que  ellos  y  le  ilustraron  con  hazañosos  hechos  y 
heroicas  acciones,  viendo  solamente  en  ellos  lo  gran- 
de del  héroe,  nada  de  lo  flaco  dei  hombre.  No  nos 
cegará  á  nosotros  aquella  circunstancia  para  dejar  de 
reconocer  que  si  grande  fué  el  fio,  justificado  el  pro- 
pósito, admirable  la  perseverancia,  mucha  la  destre- 
za, asombrosa  la  actividad  é  indisputable  el  demiedo 
y  el  brio  con  que  el  conde  castellano  llevó  á  comple- 
mento su  obra,  no  aparecen  á  nuestros  ojos  tan  plau- 
sibles todos  los  medios  qué  empleó  para  realizarla. 
En  su  manejo  con  los  monarcas  de  León  Rami- 
ro II.,  Ordeño  IIL,  Sancho  I.  y  Ordooo  el  Malo,  asi 
como  con  el  rey  García  de  Navarra,  auxiliando  y 
contrariando  alternativamente  á  unos  y  á  otros,  ó 
trabajando  sncesivamente  para  entronizaré  destronar 
áunos  mismos,  ó  jurando  fidelidad  y  quebrantándola, 
creemos  que  es  n)eñester  vengan  muy  en  su  auxilio 
las  necesidades  ó  conveniencias  de  la  política  para 
neutralizar  los  juicios  que  pudiera  inspirar  la  moral 
severa.  Notamos  no  obstante  con  orgullo,  entre  otras 
nobles  cualidades  del  conde  Fernán  González,  la  de 
úo  haberse  aliado  nunca  con  los  sarracenos  ni  transi- 
gido jamás  con  los  enemigos  de  su  patria  y  de  su  fé: 
cualidad  que  desearíamos  poder  sacar  á  salvo  en  mas 


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PARTE  11.  LIBRO  I.  21 

de  UQ  luouarpa  cristiano  y  ea  mas  de  uq  celebrado 
campeón  español  de  los  que  en  la  galería  histórica 
irán  apareciendo. 

Traigan  también  apasionados  escritores  la  inde- 
pendencia de  Castilla  de  lan  antiguo  como  quipran. 
Nosotros,  cíñéndonos  á  los  datos  históricos ,  no  po-r 
demos  anticiparla  á  la  mitad  del  siglo  X. ,  y  á  la 
época  en  que  vemos  al  ilustre  conde  obrar  ya  de  su 
cuenta  y  sin  sujeción  á  las  leyes  de  León,  antes  bien 
lanzando  de  aquel  trono  al  monarca  reconocido  y 
colocando  .en  su  lugar,  siquiera  fuese  sin  derecho,  á 
un  deudo  suyo.  No  señalaremos  el  dia  preciso  en  que 
Castilla  pudo  decirse  independiente,  porque  no  hubo 
dia  de  solemne  proclamación,  ni  leemos  ea  parte  al- 
guna que  se  alzaran  en  determinado  dia  pendones  en 
las  plazas  públicas  gritando :  «¡Castilla  por  el  conde 
Fernán  González!»  Castilla  y  su  conde  fueron  ganan- 
do la  independencia  lentamente  y  de  hecho  al  com- 
pás y  en  la  escala  á  que  los  esfuerzos  de  Fernan- 
Gonzalez  iban  alcazando ,  y  entre  oscilaciones  ,  al- 
ternativas y  contraridades ,  á  la  manera  de  aquel  que 
después  de  luchar  con  las  vicisitudes  de  una  enferme- 
dad penosa  llega  á  encontrarse  en  buen  estado  de  sa- 
lud sin  que  pueda  señalar  el  momento  preciso  en  que 
la  recobró. 

Vamos  ahora  al  imperio  árabe. 

II.     Nos  es  tanto  mas  necesario  bosquejar  la  fiso- 
nomia  del  imperio  musulmán  en  esta  época,  cuanto 


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22  IIISTMIA   DB  KSrAflA, 

qoe  nuestros  cronistas  é  historiadores  apenas  usan  otro 
dictado  que  el  de  bárbaros  para  nombrar  á  nuestros 
dominadores  árabes.  Las  creencias  religiosas  como  las 
opiniones  políticas  saeteo  de  tal  manera  cegar  la  ra- 
zón de  los  hombres»  qoe  no  les  permiten  ver  en  sus 
adversarios >  ni  calidad  buena,  ni  acción  digna  de 
alabanza.  Puede  disculparse  este  apasionamiento  en  . 
los  que  fueron  actores  ó  testigos  presencíales  de  aque- 
lla lucha  sangrienta,  é  injustamente  por  los  estra« 
ios  provocada.  Nosotros ,  hombres  de  otro  siglo, 
tan  sinceramente  religiosos  como  nuestros  mayores, 
pero  no  perturbada  nuestra  razón  ni  enardecida  con 
escenas  qoe  por  fortuna  no  presenciamos ,  debemos 
juzgar  con  mas  imparcialidad  á  los  hombres  de  aquel 
tiempo,  fuesen  adversarios  ó  amigos.  Por  lo  mismo 
que  estamos  mas  tranquilos  ,  tenemos  obligación  de 
ser  mas  desapasionados. 

Príncipes  muy  esclarecidos  había  dado  ya  la  ilus-- 
tre  estirpe  de  los  Beni-Omeyas  al  imperio  árabe-his- 
pano en  el  siglo  y  medio  trascurridp  desde  su  funda- 
ción en  756  hasta  la  muerte  de  Abdallah  en  91 1 .  Siete 
emires,  ó  sean  califas,  habian  ocupado  en  este  espa* 
ció  el  trono  musulmán  de  Córdoba ,  y  á  pesar  de  los 
excesos  y  lunares  de  algunos  de  ellos ,  pocas  dinastías 
reinantes  pudieran  presentar  una  serie  de  soberanos 
de  tan  altas  dotes  como  lo  fueron  la  mayor  parte  de 
los  Ommiadas.  Desde  el  primer  Abderrahman ,  figura 
histórica  bella  y  esbelta  como  la  célebre  palma  que 


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«ARTB  U.  LIBRO  I.  23 

plantó  ea  Córdoba  por  su  mano,  grande  y  colosal  co^ 
mo.la  soberbia  mezquita  que  comenzó,  pocos  dejaron 
de  señalarse  ó  por  su  ingenio  ó  por  sud  hechos  de 
armas  hasta  Abderrahman  liL,  en  que  comienza  el 
período  en  este  nuestro  capítulo  comprendido. 

Acontecíale  á  Abderrahman  III.  de  Córdoba  lo 
que  á  Alfonso  III.  de  Asturias.  A  ambos  los  hablan 
precedido  dos  ilustres  principes  de  su  mismo  nombre 
cuya  gloria  y  fama  era  muy  difícil  igualar,  cuanto 
mas  exceder.  Pero  los  grandes  hombres  y  los  gran* 
des,  ingenios  nunca  haVlan  agostado  el  campo  de  la 
gloria,  porque  le  fecundizan  ellos  mismos.  Y  asi  como 
el  tercer  Alfonso  supo  elevarse  sobre  los  dos  predece- 
sores de  su  nombre^  asi  el  tercer  Abderrahman  halló 
todavía  cosecha  abundante  de  laureles  que  sus  ante- 
cesores no  hablan  recogido. 

Todo  fué  grande  en  la  exaltación  de  Abderrah- 
man 111.  al  califato,  y  todo  hacía  á  los  musulmanes 
augurar  bien  de  su  elevación.  El  viejo  Abdallah  dio 
una  gran  prueba  de  previsión  y  de  tacto  en  procla- 
mar sucesor  del  imperio  á  un  nieto  sin  padre,  vas- 
-  tago  tierno  cuyos  frutos  solo  en  lontananza  era  dado 
preveer ,  con  preferencia  á  un  hijo  reputado  ya  de 
guerrero  insigne,  y  con  quien  había  compartido  los 
cuidados  del  gobierno.  Grandeza  de  ánimo  y  ab- 
negación  admirable  fué  necesaria  en  Almudhaffar 
para  verse  pospuesto  por  su  padre  á  un  joven  sobrino, 
hijo  de  un  hermano  rebelde ,  y  no  solo  no  darse  por 


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24  UISTO&IA  DB  BSPAÑA. 

sentido,  sino  coastituirse  de  eotoDces  para  siempre  ea 
el  mas  decidido  sostenedor  y  en  el  mas  firme  y  cons- 
tante auxiliar  del  proclamado.  Y  sobremanera  rele- 
vante debia  ser  el  mérito  precoz  del  oieto  del  califa 
para  ser  recibido  por  el  pueblo  musulmán  con  tan 
unánime  y  universal  aplauso.  Guando  un  imperio 
cuenta  en  la  familia  de  sus  príncipes  hombres  de  la 
previsión  y  tacto  exquisito  de  un  Abdallah »  de  las 
aventajadas  prendas  de  un  Abderrahman  y  de  la  ge- 
nerosidad y  prudencia  de  un  AlmudhaíFar,  aquel  pue- 
blo está  en  elcamíno  seguro  de  engrandecimiento. 
Tal  aconteció  al  imperio  árabe-hispano.' 

Sin  unidad  y  sin  tranquilidad  interior  es  imposi- 
ble que  prospef'e  un  pueblo,  y  Abderrahman  y  Al- 
mudhañar  se  dedican  á  acabar  con  las  anejas  y  enve- 
jecidas rebeliones  que  le.  tenian  desgarrado.  Ambos 
rivalizan  en  energía:  en  el  Mediodía  el  ano,  en  el 
Oriente  el  otro,  á  la  presencia  del  prudente  y  simpá- 
tico Abderrahman,  al  brillo  de  la  espada  del  intrépido 
y  fogoso  Almudhaffar  tiemblan  y  huyen  los  insurrec- 
tos, las  fortalezas  enarbolan  el  pabellón  del  legiti- 
mo califa,  y  ni  en  los  riscos  de  la  Alpujarra  ni  en  las 
crestas  del  Pirineo  logran  hallar  abrigo  seguro  los  re- 
beldes. Zaragoza,  de  tanto  tiempo  en  poder  de*  los 
sediciosos;  Toledo,  segregada  del  imperio  mas  de 
medio  siglo  hacia ;  Toledo  con  sus  altos  muros  teni- 
dos por  inexpugnables ,  to  Jas  abren  sus  puertas  al 
emir  Almumenim,   y  el' imperio  árabe-español  re- 


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PARTK  11.   LIBRO  1.    *"  25 

cobra  la  unidad  rota  hacía  cerca  de  doscientos  anos^ 
Mayor  gloria  para  los  cristianos,  mayor  lauro  pa- 
ra Ramiro  y  Fernán  González  que  han  sabido  humi-? 
llar  en  mas  de  una  lid  los  estandartes  muslímicos 
conducidos  por  guerreros  como  Abderrahman  y  Al- 
mudhaffar  en  el  apogeo  de  su  poder.  Y  de  estar  en 
el  punto  culminante  de  su  poder  daban  testimonio  los 
alminbares  de  las  aljamas  de  Almagreb  que  resona- 
ban con  el  nombre  de  Abderrahman  Alnasir  Ledin 
AUah,  gefe  de  los  creyentes  del  imperio  africano: 
dábanle  las  embajadas  de  los  emperadores  deBizancio  . 
y  de  Alemania,  de  multitud  de  soberanos  de  Europa; 
dábanle  las  escuadras  del  califa  que  cruzaban  los  ma- 
res de  Levante,  y  dábale  el  soldán  de  Egipto  que  ex- 
perimentó bien  á  su  costa  el  poderío  y  pujanza  del ' 
soberano  cordobés. 

Si  el  sobrenombre  de  magnánimo  con  que  los  cris- 
tianos mismos  apellidaban  al  tercer  Abderrahman  no 
indicara  bastante  cuál  babia  sido  su  conducta  con  ellos 
después  de  hecha  la  paz,  publicáralo  la  hospitalidad 
generosa  otorgada  á  Sancho  el  Graso,  y  su  reposición, 
si  acaso  no  del  todo  desinteresada,  por  lo  menos  con 
todas  las  apariencias  de  tal,  en  el  trono  leonés.  ¿Hu- 
biera sido  imposible  que  Abderrahman  se  enseño^ 
reara  en  todo  ó  en  parte  del  reino  de  León ,  ^'si  tal 
entonces  hubiera  intentado,  á  vueltas  de  las  discor-i^ 
días  que  en  aquella  sazón  ardian  entre  castellanos  y 
leoneses?  Pero  fuese  política >  ó  compasión  al  infor- 


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S6  illSTOaiA  DB  98PA1ÍA. 

tunio»  ó  simpatía  persoDal,  é  cuniplímienta fiel  do 
algún  pacto  hecho  con  su  favorecido,  ú  otra  causa 
que  ia  historia  no  ha  querido  revelarnos  todavía «^  con- 
cedámosle el  mérito  y  á  los  cristianos  la  suerte  de  ha- 
berse contentado  con  el  título  honroso  de  protector, 
sin  pretensiones  ni  reclamaciones  de  indemnización 
material. 

Unia  Abderrahman  á  la  magnanimidad  la  pasión  á 
la  magnificencia.  Consignada  la  dejó  en  aquella  ma- 
ravilla de  los  monumentos  árabes,  en  el  palacio  es- 
plendoroso de  Zahara,  prodigioso  conjunto  de  gran* 
diosidad  y  de  belleza ,  morada  de  delicias  y  de  en- 
cantos,  que  masque  otra  alguna  parece  representar 
los  que  una  imaginación  fantástica  acertó  á  reunir  en 
las  Mil  y  una  noches :  con  la  diferencia  que  si  estos 
fueron  inventados  para  dar  recreo  y  deleite  con  su 
lectura,  los  de  Medina  Zahara  fueron  una  realidad 
según  los  testimonios  históricos  certifican.  Los  már- 
moles y  jaspes,  los  artesonados  y  jardines  de  Zahara 
podrían  ser  obra  de  una  loca  prodiga.lidad ;  imposible 
asociar  á  ella  la  idea  de  la  barbarie ,  con  que  nuestros 
cronistas  solian  regalar  en  cada  página  á  sus  autores. 

CuandQ  la  Providencia  quiere  permitir  el  engran- 
decimiento de  un  imperio ,  alarga  prodigiosamente 
los  reinados  de  los  monarcas  mas  ilustres.  Mas  de  cin* 
cuenta  años  duró  el  de  Abderrahman  III. 

El  de  Alhakem  II.  su  hijo  fpé  el  reinado  de  las  le- 
tras y  de  la  civilización ,  como  el  de  su  padre  habia 


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PAITR  11.  Liimo  1.  27 

sido  el  de  la  grandeza  y  la  expleodídez.  Nombre  de 
bellos  recuerdos  debió  ser  para  los  árabes  este  de  Al* 
hakem  11.  ¿Y  dejaremos  nosotros  mismos  de  recordar 
con  admiración  las  eminentes  dotes  de  este  esclarecido 
Ommiada  por  que  fuese  musulmán  y^no  cristiano?  Es-* 
tó  equivaldría  á  pretender  neg9r  el  mérito  de  los  Au* 
gustos,  de  los  Trajanos,  de  los  Adrianos  y  de  los 
Marco-Anrelios,  porque  estos  ilustres  emperadores  no 
hubiesen  sido  cristianos  y  sí  gentiles.  A  la  paz  de  Oc- 
la vioen  la  España  romana  sustituyó  la  paz  de  Alhakem 
en  la  España  árabe,  pero  no  sin  que  Alhakem,  como 
Octavio  César,  diera  antes  pruebas  de  que  si  desea- 
ba la  paz  no  era  porque  no  supiese  guerrear  y  venceri 
sino  porque  amaba  mas  las  musas  que  las  lides,  los 
libros  que  los  alfanges,  los  verdes  laureles  de  las  aca- 
demias que  los  laureles  ensangrentados  de  las  bata* 
lias,  y  nadie  con  mas  gusto  que  Alhakem  II.  hubiera 
mandado  cerrar  el  templo  de  Jano,  si  los  hijos  de 
Maboma  hubieran  conocido  las  divinidades  y  las  eos* 
tumbres  romanas. 

Yióse»  pues,  al  cabo  de  mil  anos  reproducido  en 
España  bajo  nueva  forma  el  siglo  de  Augusto;  con  la 
diferencia  que  si  en  el  de  Augusto  los  talentos  habian 
tenido  además  un  Mecenas,  en  el  de  Alhakem  cada 
walí  y  cada  jeque  aspiraba  á  ser  un  Mecenas  protec** 
tor  de  los  sábioi  y  amparador  de  los  buenos  ingenios. 
A  los  Sénecas,  los  Lucanos  y  los  Marciales  reempla- 
zaron los  Abu  Walid,  los  Ahmmed  ben  Ferag  y  los 


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Sí8  UISTOAIA  DB.  BSPAAa. 

Yahia  beDHudbeil,  y  las  églogas  y  las  odas  rcapare-*» 
cian  con  el  nombre  de  casidas,  como  las  célebres  titu- 
ladas de  las  Flores  y  de  los  Huertos.  La  corte  habíase 
convertido  en  una  vasta  academia;  era  Córdoba  como 
la  Atenas  del  siglo  X.,  y  la  liberalidad,  largueza  y 
munificencia  con  que  se  premiaba  las  obras  del  inge- 
nio era  tal  que  para  creerla  necesitamos  verla  por 
tantos  y  tan  contestes  testimonios  confirmada.  Pero 
compréndese  bien  á  costa  de  cuántos  sacrificios,  de 
cuánta  solicitud  y  de  cuántos  dispendios  hybo  de  ad- 
quirirse aquella  asombrosa  colección  de  400  ó  600  mil 
volúmenes  manuscrístos  que  constituian  la  biblioteca 
del  palacio  de  Meruan. 

Hay  que  advertir,  noobstante,  que  ni  este  riquísi^- 
mo  depósito  de  las  producciones  de  la  inteligencia,  ni 
la  civilización  que  en  aquel  tiempo  llegaron  á  alcanzar 
ios  árabes,  fué  obra  de  solo  Alhakem  H.  ni  de  solo 
su  reinado.  La  preparación  venia  de  atrás,  y  era  una 
semilla  que  habia  ido  desarrollándose  y  creciendo^ 
Desde  que  Abderrahman  L  fundó  el  califato  español, 
propúsose  la  dinastía  de  los  Beni-Omeyas  aventajar 
asi  en  civilización  como  en  material  grandeza  el  impe- 
rio de  sus  implacables  enemigos  los  Abassidas  de  Da- 
masco y  de  Bagdad.  El  primer  Abderrahman  habia 
buscado  ya  las  mayores  celebridades  literarias  para 
encomendarles  la  educación  de  sus  hijos,  los  cuales 
esistian  á  los  certámenes  académicos,  á  las  au- 
diencias de  los    cadíes   y  á    las  sesiones    del  dU 


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PAlUTB  II.  LlBkO  t.  29 

V<an.  Éi  fundador  del  imperio  masKmico  de  Occidente 
erigió  ya  multitud  de  madrissas  ó  escuelas,  premiaba 
los  doctos>  y  hasta  nosotros  han  llegado  los  degantes 
versos  que  él  mismo  escribió  con  su  pluma.  Su  hijo 
Hixem  siguió  las  huellas  de  su  padre  y  fomentó  y 
propagó  la  enseñanza.  Alhakem  I.,  aunque  sanguina- 
rio y  cruel»  era  docto  y  le  dieron  el  sobrenombre  de 
ei  Sabio.  Abdérrahman  II.  oia  y  examinaba  lass pro- 
ducciones literarias  de  sus  hijos  Ibam  y  Othman.- 
Del  UI.  hemos  visto  cómo  llevaba  á  su  corte  los  sa- 
bios de  tqdas  las  partes  del  mundo  y  los  colocaba  en 
los  cargos  y  puestos  mas  eminentes  del  estado,  cómo 
iba  siempre  rodeado  de  un  séquito  numeroso  de  as- 
trónomos, médicos,  filósofos  y  poetas  distinguidos,  y 
debíale  Alhakem  II.  su  esmerada  educación  literaria. 
Este  califa,  ilustradísimo  ya  y  aficionado  á  las  letras, 
alcanzó  un  período  dichoso  de  paz ;  y  como  el  germen 
de  la  civilización  existia ,  desarrollóse  al  amparo  de  su 
protección,  al  modo  que  las  plantas  crecen  con  lozanía 
cuando  después  de  mucho  cultivo  y  de  copiosas  llu- 
vias aparece  un  sol  claro,  radiente  y  vivificador. 

Una  observación  nos  suministra  la  lectura  de  las 
historias  arábigas.  Ni  un  solo  literato,  ni  un  solo  eru- 
dito xleja  de  ser  mencionado  por  sus  historiadores»  No 
se  verá  que  omitan  jamás  los  nombres  de  los  doctos 
que  florecieron  en  cada  reinado ,  con  sus  respectivas 
biografías  y  la  correspondiente  reseña  de  sus  obras. 
Cítase  con  frecuencia  el  fallecimiento  de  un  profesor 


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30  HUTOIU   DB  BftVAiU.^ 

distioguido  como  el  acoutecimiento  mas  notable  de  qq 
año  lunar.  La  narración  de  uo  combate  empeñado  en- 
tre dos  ejércitos  se  interrumpe  jqú  lo  mas  interesante 
para  dar  cuenta  de  que  alli  se  encontraba,  ó  de  que 
llegó  á  la  sazón,  ó  de  que  murió  á  tal  tiempo  en  cual* 
quier  punto  que  fuese  tal  poeta  ilustre  ó  tal  astrónomo 
afamado.  Conócese  que  estaba  como  encarnada  en 
aquellas  gentes  la  apreciapion  del  mérito  literario ,  y 
asi  correspoodia  á  un  pueblo  en  que  los  califas  eran 
eruditos,  en  que  los  príncipes  eran  bibliotecarios,  y  en 
que  los  guerreros  soltaban  el  alfange  con  que  habían 
combatido  para  empuñar  la  pluma  y  transcribir  con 
ella  las  escenas  mismas  en  que  acababan  de  ser  acto* 
res  en  los  campos  de  batalla. 

Anticiparemos,  sin  embargo,  aunque  mas  adelan- 
te tendremos  ocasión  de  hacerlo  observar ,  que  era 
esta  una  ilustración  mas  brillante  que  positiva »  mas 
superficial  que  sólida  y  mas  poética  que  filosófica,  con 
cuya  prevención  ya  no  nos  maravillaremos  tanto  cuan- 
do la  veamos  desaparecer. 

Tal  era  el  estado  de  los  dos  pueblos  t  musulmán  y 
cristiano,  cuando  murió  el  ilustre  Alhakem  Almostan* 
sir  Billah.  Uno  y  otro  van  á  sufrir  grandes  mudanzas 
y  alteraciones  en  su  situación  física  y  moral. 


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CAPITULO  XVIII. 

AUIANZOB  BM   c6bD0BA: 

BE   BiM  BO   III.    i   ALFONSO   V.    BB   LBOIT* 

Be   976   *    1002. 

Situación  de  los  Iresreinos  cristianos  al  advenimiento  del  califa  Hizem  II . 
— Menoria  de  Ramiro  111.  de  Lean.— Pónesele  bajo  la  tatela  de  dos 
religiosas.-— Impradencias  y  desórdenes  del  monarca  en  sgr  mayor 
edad.— Irrita  á  los  nobles  y  prop!aman.  á  Bermado  II.  el  Gotoso.— 
Almarzor  primer  ministro  y  regente  del  califato.-«-!mbecilidad  del 
tierno  califa.— Obra  Almaozor  como  coberano  del  imperio.— Su  na- 
cimiento: sos  altas  prendas:  su  conducta.— Jura  eterna  guerra  á  los 
oristianos.— Sus  dobles  campañas  anuales.— ^Sus  triunfos.- Fuga  de 
Bermudo  II.  á  Asturias.— *-Toma  Almaozor  á  León  y  la  destruye. — ^Sus 
victorias  en  África.— Conquista  á  Barcelona. -^Recóbrala  el  conde 
Borrell  I|.— Descripción  de  las  fiestas  nupciales  del  hijo  de  Almanzor. 
—Los  Siete  Infantes  de  Lara.— Vence  Alfnanzor  y  bace  prisionero  al 
conde  Garda  Fernandez  de  Castilla:  su  muerte.— Destruye  el  gran 
templo  de  Santiago  de  Galicia.— Triunfos  de  los  musulmanes  espa* 
Boles  en  Afr¡oa.-^lfuerte  de  Bermudo  Ik  de  Leen.— Alfonso  V.— 
Calamitosa  situación  déla  España  cristiana.— Alianza  de  los  sobera- 
nos de  León,  Castilla  y  Navarra  para  resistir  á  Almanzor.— Befuer- 
zos  que  este  recibe  de  Africa.^Famosa  batalla  de  Galatañazor.— 
Glorioso  triunfo  de  los  cristianos.— Almtnz^  es  derrotado  después 
de  veinte  y  cinco  años  de  victorias,  y  de  cincuenta  batallas  felices. 
— -Hueje  en  Medinaceli.— Epitafios  de  su  sepulcro. 

Podemos  anoncíar  que  llegamos  á  uoo  de  los  pe* 
rfodos  mas  importantes  de  la  domioaoioii  sarracena  en 
España.  El  nombre  del  personage  que  va  á  la  cabe» 


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32  HISTORIA    DB   BSPAÑA» 

de  este  capítulo  lo  dice  también  bastante  al  que  no 
sea  del  lodo  peregrino  en  nuestra  historia  de  la  edad 
media.  En  el  hecho  mismo  de  ponerle  al  frente,  no 
siendo  Almanzor  califa  ,  damos  ya  en  entender  sufi- 
cientemente que  no  va  á  ser  el  califa  ,  sino  su  primer 
ministro,  el  alma  y  el  sosten  del  imperio  musulmán 
y  el  gran  competidor  de  los  cristianos  en  la  época  que 
nos  toca  describir. 

Por  una  rara  y  singular  coincidencia,  de  los  cin- 
co estados  independientes  que  se  han  formado  en 
nuestra  Península,  á  saber,  el  imperio  árabe,  los  rei- 
nos de  León  y  de  Navarra,  y  los  condados  de  Barce- 
lona y  de  Castilla ,  en  los  tres  primeros  y  mayores 
reinan  simultáneamente  tres  niños,  Ramiro  III.  en 
León,  Sancho  Garcés  el  Mayor  en  Navarra,  Hixem  II. 
que  ha  sucedido  á  su  padre  Alhakem  II.  en  Córdoba: 
acontecimiento  nuevo  para  los  tres  reinos ,  de  donde 
hasta  ahora  hemos  visto  excluidos  los  príncipes  de 
menor  edad.  ¿Cuál  de  los  tres  tiernos  soberanos  pre- 
valecerá sobre  los  otros?  Naturalmente  habrá  de  pre- 
ponderar aquel  que  tenga  la  fortuna  de  ver  deposita- 
das las  riendas  del  estado  que  él  no  pueda  manejar 
en  manos  mas  robustas  y  vigorosas,  el  que  vea  enco- 
mendada la  dirección  del  reino  á  persona  de  mas  ta- 
lento y  capacidad»  la  de  la  guerra  á  genio  mas  activo 
y  emprendedor. 

Habíase  confiado  la  tutela  y  educación  del  tierno 
monarca  leonés  y  la  regencia  del  reino  á  dos  muge-» 


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PAETBIl.  LIBRO  1.  33 

res,  á  dos  religiosas,  que  lo  era  ya  su  lia  Elvira 
cuando  subió  Ramiro  III.  al  trono,  y  entró  también 
después  en  el  ctaustro  su  madre  Teresa,  ia  viuda  de 
Sancho  L  Por  fortuna  á  la  natural  flaqueza  del  sexo 
supliá  la  piedad  y  discreción  de  estas  dos  mugere^, 
en  términos  que  no  solo  marchaba  en  prosperidad'  el 
estado  bajo  su  gobierno,  sino  que  en  una  asamblea 
de  obispos  y  magnates  celebrada  en  León  (974)  se  die- 
ron gracias  á  Dios  por  los  particulares  beneficios  que 
el  reino  disfrutaba  bajo  la  acertada  y  prudente  direc- 
ción de  las  dos  piadosas  princesas,  y  principalmente 
de  Elvira,  que  era  la  que  ejercía  mas  manejo  en  los 
negocios  públicos^  hasta  el  punto  de  decir  aquellos 
proceres^  que  si  por  el  s^exo  era  muger,  por  sus  distin* 
guidos  hechos  merecia  el  nombre  de  varón  ^*K  En 
principios  de  virtud  y  en  máximas  de  sana  moral  edu- 
caban las  dos  religiosas  princesas  á  su  real  pupilo; 
ejercitábanse  en  piadosas  obras  y  fundaciones;  reme- 
diaban y  corregían  abusos,  contándose  entre  sus  me- 
didas la  supresión  que  de  acuerdo  con  los  obispos  hi- 
cieron de  la  silla  episcopal  creada  en  Simancas  por 
Ordeño  11.  contra  los  sagrados  cánones  que  prohibían 
la  existencia  simultánea  de  dos  cátedras  episcopales  er 
una  misma  diócesi.  Prosperado  hubiera  el  reino  de 
León  bajo  el  gobierno  de  tan  virtuosas  y  discretas  se- 


0)    Ét  quoniam  seriptum  est  rorum  ac  [mminarum^  »et 

liieron  aquellos  ilustres  ?arones)  reoü  credit  et  recle  ágil  eiiM 

Uta  wm  e$l  diicretía  afmd  Do-  hio  vir  nuncupalur,  ele.  Ri 

Hnum  diversorum  $exuum   vi-  Blp.  Sag.  iom.  34>  pág.  Sí83« 

Tomo  IV.  3 


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34  HISTORIA  DE  ISPAÜA* 

ñoras^  si  por  una  parte  el  príncipe  do  hubiera,  á  me- 
dida que  crecía  eu  años,  crecido  también  en  aviesas 
inclinaciones,  desyiádosede  los  saludables  consejos 
de  su  madre  y  lia,  y  d^do  rienda  á  sus  pasiones  ja* 
veniles  y  á  los  instintos  de  su  natural  soberbio  y  al? 
tivo;  y  si  por  otra  parte  el  reino  leonés  hubiera  podido 
conservar  la  paz  que  habían  respetado  Abderrah* 
man  III.  j  Alhakem  IL,  y  no  se  hubiera  levantado 
en  el  imperio  musulmán  ub  genio  inquietador  y  beli- 
coso que  habia  de  poner  en  turbación  y  conflicto  todos 
los  estados  cristianos. 

Como  si  diera  por  perdido  el  tiempo  que  las  dx- 
rectpras  de  su  educación  habían  tenido  enfrenadas 
sus  malas  tendencias  y  quisiera  darse  prisa  á  indem- 
nizarse, asi  obró  Ramiro  IIL  tan  pronto  como  salió 
dé  su  menor  edad.  Con  protesto  de  que  no  debía  to- 
lerar que  el  reino  continuara  gobernado  por  mugeres 
y  de  querer  manejar  los  negocios  por  sí  mismo,  eman- 
cipóse de  sus  dos  prudentes  ayas,  contrajo  matrimo- 
nio con  una  señora  llamadaUrraca  Sancha,  de  no  co- 
nocida familia  y  no  señalada  por  lo  prudente;  y  lo 
que  fué  peor,  juntando  Ramiro  á  los  caprichos  y  des- 
arreglos de  su  corla  edad  los  ímpetus  de  un  natural 
presuntuoso,  despreciador  de  los  grandes,  no  cum- 
plidor de  las  palabras  y  desatento  y  acre  en  las  res*- 
puestas,  ni  instruido  ni  veraz  ni  discreto  ^'^  de  tal 

(4)    Tal  es   el  rHrato  que  de    obispo  Sampiro  eo  el  número  S9 
este  principe    dos  ha  dejado  el    de  su  Crónica. 


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PAKTB  II.  LIBAO  I.  35 

manera  disgustó  y  desabrió  á  ios  condes  y  proceres 
de  Galicia,  Leoo  y  Castilla,  yá  de  por  sí  poderosos  y 
envalentonados,  que  los  mas  se  le  hicieron  enemigos, 
y  los  de  Galicia  abiertamente  se  le  rebelaron  procla- 
mando á  Bermado,  hijo  de  Ordoño  IIL  y  aun  proce-» 
diendo  á  consagrarle  como  rey  en  la  iglesia  de  ^n-* 
tiago  (980)*  Noticioso  Ramiro  de  está  novedad  salió 
cdh  sus  tropas  en  busca  de  su  competidor:  encontrá- 
ronse ambas  huestes  en  Pórtela  de  Arenas,  donde  se 
dio  una  batalla,  en  que  murieron  muchos  de  ambas 
partes,  mas  sin  que  se  decidiera  en  favor  de  ninguna 
la  victoria.  Retiróse  Bermudo  á  Cómposteia,  y  Rami^ 
ro,  que  de  suyo  no  era  muy  belicoso  ni  esforzado, 
volvióse  también  á  León*  La  muerte  que  á  los  dos 
años  sorprendió  á  Ramiro  dejó  á  su  rival  desembara- 
zado el  camino  del  trono.  Fué  sepultado  en  San  Mi- 
guel de  Destriana,  donde  yaciasu  al>uelo Ramiro  II.  ^^K 
Resonaba  ya  por  este  tiempo  en  toda  España  el 
nombre  de  Almanzor.  ¿Quién  era  este  famoso  persona- 
ge  que  desde  el  principio  se  anunció  tan  terrible  para 
los  cristianos?  Dirémoslo. 

(1)  Suponen  alguDos  haber  vi-  rece  no  dejar  lugar  á  duda  los 
vido  todavía  Ramiro  dos  anos,  fun-  testimooios  contestes  de  Sampiro, 
dados  en  tre»  diplomas  de  este  del  Sítense,  de  Lucas  de  Tuy  y  de 
rey  hallados  en  el  monasterio  de  Rodrigo  de  Toledo.  Debemos,  no 
Sahagao,  que  llevan  la  fecha  do  obstante,  advertir  que  asi  en  este 
984.  Dada  la  autenticidad  de  estos  reinado  como  en  el  que  le  sigue, 
documentos,  resttltaria  haberse  re-^  se  nota  tal  discordancia  de  fechas 
tirado  á  aquel  monasterio  después  entre  los  autores,  qee  oo  hay  me- 
del  reconocimiento  de  Bermudo  dio  fácil  ni  acaso  posible  de  con- 
como rey  de  León.  Mas  en  cuanto  cfliarlos.  El  haber  terminado  Saín- 
á  la  duración  de  su  reinado,  pa-  piro  su  luminosa  crónica  que  tan- 


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36  '    HISTORIA    DB    B9PAÑA. 

Al  morir  el  ilustrado  califa  Alhakem  11.  había  de^- 
jado  (cosa  extraña  en  aquella  prolíñca  familia)  un  solo 
hijo  de  poco  mas  de  diez  años,  que  á  pesar  de  su 
corta  edad  fué  sin  oposición  reconocido  y  jurado  cali- 
fa por  los  grandes  del  imperio  bajo  el  nombre  de  Hi^ 
xem^II.:  primer  ejemplo  de  una  menoría  en  los  ana- 
les del  califato  andaluz,  como  lo  habia  sido  en  los  del 
reino  de  León  la  db  Ramiro  III.  Hallábase  á  la  sazón 
de  hagib  ó  primer  ministro  aquel  Giafar  que  tanto  se 
habia  distmguido  en  las  guerras  de  África  (976).  Pero 
habia  entre  los  vazzires  de  la  corte  un  hombre  que 
por  su  talento,  por  su  afabilidad  y  gentileza  se  habia 
captado  el  favor  y  la  confianza  de  la  sultana  Sobheya, 
la  esposa  favorita  de  Alhakem,  la  q^ue  habia  interve- 
nido en  todos  los  negocios  derímperio  durante  los  úl- 
timos diez  años,  y'  la  sola  muger  que  habia  hecho  un 
papel .  político  en  la  historia  de  los  Ommiadas.  El 
hombre  que  asi  habia  merecido  la  predilección  de  la 
sultana  viuda,  y  á quien  esta  habia  hecho  sucesivamen- 
te su  secretario  íntimo  y. su  mayordomo,  se  llamaba 
MohameJ  ben  Abdallah  ben  Abí  Ahmer  el  Moaferi: 
habia  nacido  en  una  aldea  cerca  de  Algeciras;  su  pa- 


ta luz  uod  ha  dado  basta  aqui,  la  nido  á  aclarar  macho  su  oroaolo- 
faltado  memorias  dé  aquel  tiempo  gía  las  historias  arábigas  ultima- 
do que  5a  un  respetable  historia-  mente  publicadas,  que  ñor  pvdie- 
dor  80  queja  muy  fundadamente,  ron  sor  conocidas  de  aquellos  res- 


y  los  errores  introducidos  por  el  potables  escritores,  y  de  ellas  y 

cronista  Pelayo  de  Oviedo,  han  desacote' ' /-:^-- 

podido   ocasionar    confusión  tan  resultan 

sensible.  Felizmente  conviniendo  sucesos  d 

casi  todod  en  los  hechos,  han  ve-  mo  siglo. 


cronista  Pelayo  de  Oviedo,  han  de  su  cotejo  con  nuestras  crónicas 
podido  ocasionar  confusión  tan  resultan  bastante  ilustrados  loa 
sensible.  Felizmente  conviniendo    sucesos  del  último  tercio  del  déei- 


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VAftTB  II.   LIBRO  I.  37    * 

dre  había  sido  muy  particularmente  hoorado  por  Ab- 
derrahmaa  HL,  y  su  madre  pertenecía  á  uqa  de  las 
mas  ilustres  familias  de  España.  Había  venido  al  mun- 
do en  el  mismo  año  de  la  famosa  derrota  de  los  mu- 
sulmanes en  Simancas,  «como  si  Dios  (añade  un  his- 
toriador crítico)  hubiera  querido  señalar  y  como  com- 
pensar aquel  desastre  de  los  muslimes  con  el  naci- 
miento del  que  habla  de  ser  su  vengador.» 

Este  hombre,  que  ademas  del  favor  de  la  sultana 
viuda,  gozaba  por  su  valor  y  prudencia  de  la  consi- 
deración y  el  respeto  de  los  vazziresde  palacio,  délos 
gefesde  la  guardia  y*  de  los  walíes  de  la  provincias, 
fué  nombrado  por  Sobheya  primer  ministro  de  su  hi- 
jo sití  quitar  el  título  á  Giafar,  pero  encomendando  á 
su  favorito  la  tutela  de  Hixem,  y  la  regencia  y  direc- 
ción del  imperio:  ofendióse  de  ello  Giafar,  pero  disi- 
muló su  resentimiento.  Yióse  desdo  entonces  el  impe- 
rio árabe  en  una  situación  nueva.  La  política  de 
Almanzor,  y  lo  que  es  mas  estraño,  la  de  la  sultana 
madre,  fué  mantener  al  tierno  califa  en  una  ignoran- 
cia y  como  niñez  perpetua  para  que  ni^  conociera 
nunca  su  posición  ni  nunca  pensara  en  emanciparse 
de  la  tutela  en  que  se  propusieron  tenerle.  Alejaron  ^ 
de  su  lado  los  maestros  á  quienes  su  padre  tenia  fiada 
sQ  educación,  y  rodeáronle  de  jóvenes  esclavos  que 
le  tuvieran  entretenido  con  sus  juegos  en  los  jardines 
deZahara.  Ni  Hixem  pensaba  en  otra  cosa  que  en  di- 
vertirse, ni  sü  madre  y  tutor  le  permitían  hacer  mas 


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38  HISTORIA   DE  ESPAÑA. 

que  órecer  entrQ  juegos  y  deleites,  siempre  encerrado 
en  SQ  alcázar,  sin  comunicar  con  nadie  sino  con  los 
mucháchuelos  de  su  edad;  pues  si  en  ciertos  días  se 
daba  entrada  en  palacio  á  los  vazzires,  bacíaseles  re- 
tirar en  cuanto  le  saludaban,  como  suponiéndole  en 
cierto  estado  de  imbecilidad  inteleotuaK  De  modo  que 
el  niño  Haem  era,  mas  bien  que  califa,  un  preso 
incomunicado,  y  solo  por  las  monedas  y  oraciones  se 
sabía  que  habla  un  califa  llamado  Hixem;  pero  el 
verdadero  califa  de  becbo  era  Almanzor,  que  obraba 
en  todo  como  si  fuese  el  legitimo  soberano,  los  decre- 
tos se  publicaban  en  su  nomíbre,  que  se  esculpia  tam-* 
bien  en  las  monedas,  y  se  oraba  por  él  en  las  mez* 
quitas  al  propio  tiempo  que  por  el  califa. 

Aunque  su  elevación  babia  sido  del  gusto  de  la 
mayoría  de  la$  vazzires  y  walíes  del  imperio,  no  fal- 
taron algunos  que  se  mostraran  hostiles,  y  uno  de 
]os  primeros  cuidados  del  regente  soberano  fué  irse 
deshaciendo  de  sus  enemigos  y  rivales,  castigando  di- 
rectamente á  unos,  é  indisponiendo  mañosamente  á 
los  otros  entre  sí  haciendo  que  se  destruyeran  mutua- 
mente. Al  mismo  tiempo  ganaba  á  los  poderosos  con 
honores,  á  los  soldados  con  larguezas,  á  los  sabios 
colocándolos  en  altos  puestos,  siguiendo  en  esto  el 
sistema  y  la  poHtica  de  Alhakem.  Si  alguna  medida 
odiosa  se  vela  precisado  á  tomar,  como  la  disminu- 
ción de  la  guardia  slava  devota  de  los  Ommiadas,  te- 
nía el  ardid  de  hacer  recaer  su  odiosidad  sobre  su 


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'  PARTE  11.  LIBEO    |.  39 

compañero  Giafar,  deápresligiándole  coa  losMeruanes 
mismos.  Y  mientras  meditaba  como  acabar  de  perder 
8ÍD  estrépito  áGiafar,  tuvo  la  astncia  de  compróme-, 
ter  á  su  hijo  eti  la  guerra  de  África,  negándole  los 
auxilios  que  le  pedia,  y  dando  lugar  á  que  cayera 
prisionero  ^*K  Así  llegó  á  adquirir  ttn  grado  de  poder 
irresistible;  poder  que  había  de  ser  bien  fatat  á  los 
cristianos,  porque  á  la  manera  que  Anibai  había  ju- 
rado sobre  los  altares  de  los  dioses  odio  eterno  é  im- 
placable áRoma,  asi  Álmanzor  había  jurado  por  el 
nombre  del  Profeta  acabar  con  los  cristianos  españoles 


(41  Ei  erudito  ori«nUI¡sU  Do^ 
zy,  en  sus  investigaciones  sóbrela 
Historia  política  y  literaria  de 
España  en  la  edad  media,  hace  el 
siguiente  retrato  de  Álmanzor,  de 
quien  ciertamente  no  se  muestra 
upasióuado:  #Un  solo  hombre  lle- 
gó 00 solo  é  hacer  impotente,  al 
califa  su  señor,  sino  también  á  der- 
ribar ios  nobles  de  entonces,  ya 
que  no  la  noblcia.  Este  hombre 
(]ue  uo  retrocedía  ante  ninguna 
infamia,  ante  ningún  crimen,  ante 
ningún  asesinato,  con  tal  de  ar- 
ribar al  objeto  de  su  ambición; 
-este  hombre,  profundo  político  y 
el  mas  grande  general  de  su  tiem- 
po, idoio  del  ejercito  y  del  paeblo, 
á  quien  la  fortuna  favorecía  en  to- 
das las  ocasiones;  este  hombre  era 
el  terrible  "primer  ministro,  el  ha- 
ftib  de  Hixem  II.,  era  Álmanzor. 
Trabajando  únicamente  por  afian- 
zar su  propio  poder,  se  contentó 
con  asesinar  sucesi  Ya  mente  los  ge- 
fes  poderosos  y  ambiciosofi  do  la 
raza  noble  que  lo  hacían  sombra, 
pero  no  trató  de  destruir  la  «rio- 
tocracia  misma.  Lejos  do  confiscar 


los  biooes  y  tierras  que  esta  poaeia, 
era  por  el  pontrarío  el  amijgo  de 
aquellos  patricios  que  no  lé  inspi- 
raban temor,  (pég.  2  y  3).» 

Cuenta  mas  adelante  (pág.  208), 
como  dos  poderosos  ^efes  de.  los 
euQucos  slavos  concibieron  y  tra- 
taron de  realizar  el  proyecto  do 
proclamar  por  sucesor  do  Alha- 
kem  II.  á  su  hermano  AUMogírab, 
en  lugar  de  su  hijo  Hixem,  aun- 
que a  condicioD  de  que  aquel  hu- 
biera de  declarar  á  su  vez  sucesor 
del  trono  i  su  sobrino.  Comunica- 
ron el  proyecto  al  ministro  Gíafar, 
el  cual  fingió  aprobarle,  pero  ha- 
biéndolo revelado  con  el  nn  de  to- 
mar medidas  para  conjurar  ta 
conspiración  á  varios  de  sus  ami- 
gos, y  entre  ellos  á  Mohammed 
beo  Abi-Amar  (después  Álmanzor) 
éste  se  encargó  dtr  asesinar  á  Al-  ^ 
Mogirah,  <y  estranguló  al  joven  ' 
principe  que  aun  no  sabia  la  muer- 
te de  su  hermano.»  Do  este  y 
otros  sooseiantas  hechos,  que  cüa 
taoDbien  Almakar i,  no  dioe  OBda 
Conde. 


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y  no  descansar  hasta  conseguir  el  esterminio  de 
su  raza. 
^  Con  este  designio  bizo  paces  con  los  africanos,  y 
'  celebró  con  el  ralímita  Balkim,  que  tenia  sitiada  á 
Ceuta»  un  tratado  de  aniistad»  por  el  que  el  emir 
africano  se  obligó  á  enviar  anualmente  al  regente  de 
España  cierto  número  de  soldados  y  caballos  berbe- 
riscos; lo  cual  dio  ocasión  á  que  algunos  murmuraran 
de  que  teniendo  enemigos  declarados  en  África  se 
mostrase  tan  dispuesto  á  inquietar  á  los  cristianos  de 
Galicia  y  de  Afranc,  que  años  hacía  estaí)an  siendo 
fieles  cumplidores  délos  tratos  de  pa^  hechos  con 
Alhakem.  Almanzor  supo  acalla»  todas  estas  murmu- 
raciones» y  cuando  hubo  recibido  los  primeros  re- 
fuerzos de  África,  emprendió  sus  primeras  escursio-^ 
nes  por  los  territorios  cristianos  (977)^  dirigiéndose 
primeramente  á  la  España  oriental;  dadas  alli  las 
convenientes  órdenes  para  las  sucesivas  campañas  á 
los  walfes  de  aquellas  fronteras,  torció  hacia  las  del 
Duero,  y  con  las  huestes  de  Mérida  y  de  Lusilania 
hizo  una  incursión  esploratoria  en  Galicia,  taló  campi- 
ñas, saqueó  pueblos  y  ganados,  hizo  cautivos,  y  se 
volvió  impuoemente  á  Córdoba  satisfecho  del  éxito  de 
sus  primeras' algaras  ^'^ 


(4 )    Ed  este  mismo  ano  so  acabó       «Ed  el  nombro  de  Dios  ciernen- 
en  Ecüa  el  acuedaeto  qao  había    te  y  misericordioso,  mandó  edifi- 


mandado  hacer  la  sulüina  madre,  car  esta  acequia  la  sefiora,  en- 
y  eif  él  se  puso  la  inscripción  sí-  grandézcala  Dios,  madre  del  Prin- 
gttiente:  cipe  de  los  creyentes  el  foToreoido^ 


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PABTB  I».  LIDBO  I.  44 

Y  síd  embargo,  jio  eran  estas  correrías  sino  el 
preludio  y  como  el  ensayo  de  otras  mas  serías  y  ter- 
ribles espedicionesqae  meditaba.  Desembarazado  de 
los  rivales  que  podia  iemer,  á  excepción  de  Giafar, 
casi  el  únicq  que  quedaba;  dueño  de  la  confianza  de . 
Sobheya;  reducido  á  la  nulidad  el  califa  Hixem; 
contando  con  los  socorros  de  África,  y  obrando  ya  en 
fin  con  la  autoridad  de  un  soberano,  podo  dar  princi- 
pio á  la  realización  de  sus  proyectos  y  de  su  plan  de 
campaña,  que  consistía,  como  después  se  vio,  en  ha- 
cer por  lo  menos  dos  ii;rnpciones  anuales  en  tierras 
cristianas,  invadiendo  alternativamente  ya  el  Norte, 
ya  el  Oriente,  con  la  velocidad  del  rayo,  y  dejándose 
caer*  repentinamente  alli  donde  menos  le  podían  es- 
perar. Tocó  á  León  y  6alici«  sufrir  el  ímpetu  de  la 
primera  irrupción  (978).  En  manos  aquel  reino  de  un 
monarca  niño  y  de  dos  piadosas  mugeres,  no  prepar 
rado  por  otra  parte  á  la  guerra,  y  acostumbrado  á  la 
paz  en  que  Alhakem  le  había  dejado  vivir,  poca  re- 
sistencia podía  oponer,  al  intr  épido  guerrero  musul- 
mán, ^el  cual  volvió  á  Córdoba  llevando  consigo 
porción  de  jóvenes  cautivos  de  uno  y  otro  sexo,  sien- 
do recibido  con  grandes  demostraciones  de  entosias- 
mo.  Entonces  fué  cuando,  al  decir  de  varios  autores, 

de  Dio8,  Hixem,  hijo  de  Alhakem,^  prefecto  cadl  de  loe  pueblos  de  la 

prolongué  Dios  <u  permanencia,  cora  (coma  rea)  de  Bcija  y  Carmo- 

esperando  por  ella    copiosas    y  na  y  dependencias  de  su gobier do, 

grandes  recompensas  de  Dios:  y  se  Abmed  ben  Abdallab  ben  Muza» 

acabó  con  la  ayuda  y  socorro  de  en  la  luna  de  Rebie  postrera  del 

Dios  por  mano  do  su  artifice  y  año  307.» 


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42  HISTORIA  DB  BSfAÍLA. 

se  díó  á  Mohammed  el  Ululo  de  Alnaanzor  fEl  Man^ 
sur)y  el  Valeroso,  el  Defensor  ayudado  de  Dios. 

O  muy  desinteresado  ó  muy  político  Almanzór,  so 
recogía  para  sí  otro  frblo  de  estas  espedí^iones  que  la 
gloría  de  haber  vencido:  el  botin  distribuíalo  todo 
entre  los  soldados,  sin  reservar  mas  que  el  quinto 
que  tocaba  por  la  ley  al  califa,  y  la  estafa  ó  derecho 
de  escoger  que  se  dejaba  ^  los  caudillos.  Hombre  de 
memoria  y  retentiva,  conocía  á  todos  sus  soldados,  y 
conservaba  los  nombres  de  los  que  se  señalaban  y 
distinguían:  hábil  en  el  arte  de  ganarse  sus  volunta- 
des, inspeccionaba  personalmente  ios  ranchos  de  to- 
das las  banderas,  restableció  la  costumbre  de  dar 
banquetes  á  las  tropas  después  de  cada  triunfo,  f 
convidaba  á  su  propia  mesa  á  los  que  se  habían  dis- 
tinguido''en  él  campo  de  batalla.  \Y  ay  del  que  se 
atreviera  á  murmurar  de  su  liberalidad  para  con  los 
soldados!  En  la  expedición  que  con  arreglo  á  su  sis- 
tema hizo  en  la  primavera  de  979  á  las  provincias 
fronterizas  de  la  España  oriental,  fué  tan  pródigo  en 
la  remuneración  de  las  huestes  que  le  siguieron,  que 
hubo  de  quejarse  el  hagib  Giafar  de  lo  poco  que  del 
quinto  del  botín,  llamado  el  lote  de  Dios^  había  in- 
gresado en  el  tesoro.  Súpolo  Almanzor,.  y  sirvióle  de 
buen  pretesto  para  desembarazarse  del  único  compe- 
tidor que  le  quedaba,  redújole  á  prisión,  confiscóte 
todos  sus  bienes  á  nombre  del  califa,  y  le  despojó  de 
todos  sus  honores  y  empleos.  Cuatro  anos  mas  tarde 


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PAETB  II.  LIBEO  !•  43 

corrió  la  voz  de  que  Giáfar  babia  muerto  de  ponsun- 
cion  y  de  melancolía.  Historiadores  hay  que  suponen 
haber  tenido  mas  parte  en  su  muerte  la  voluntad  de 
Almanzor  que  ninguna  enfermedad. 

Pero  tan  espléndido  como  era  con  los  soldados, 
tanto  era  de  severo  y  rígido  en  la  disciplina.  Dice 
Almákari,  que  cuando  les  pasaba  revista»  no  solo  los 
hombres  estaban  en  las  filas  inmóviles  y  conio  clava- 
dos, sioo  qae  apenas  se  oia  un  caballo  relinchar. 
Cuenta  que  habiendo  visto  un  dia  relumbrar  una  es-^ 
pada  al  extremo  de  una  línea  faltando  á  la  uniformi- 
dad del  movimiento»  hizo  llevar  á  su  presencia  al 
culpable,  el  cual  interrogado  por  su  falta,  dio  una 
escusa  que  no  pareció  suficiente  á  Almanzor,  y  en  el 
acto  le  mandó  decapitar,  y  que  su  cabeza  fuera  pa- 
seada por  delante  de  todas  las  filas  para  escarmiento 
de  los  demás.  Al  mismo  tiempo  era  clemente  con  los 
vencidos  y  no  permitía  ni  hacer  daño  ni  cometer,  vio- 
lencias con  la  gente  pacífica  y  desarmada.  Su  política 
coní  los  cristianos,  á  quienes  por  otro  lado  deseaba 
exterminar,  la  confiesan  nuestros  mismos  cronistas. 
«Lo  que  sirvió  mucho  á  Almanzor,  dice  el  monje  de 
Silos,  fué  su  liberalidad  y  sus  larguezas,  por  cuyo 
medio  supo  atraerse  gran  número  de  soldados  cris- 
tianos: de  tal  manera  hacia  justicia,  que  según  he^ 
mos  oido  de  boca  de  nuestro  mismo  padre,  cuando 
en  sus  cuarteles  de  invierno  se  levantaba  alguna  se« 
dicíon,  para  apagar  el  tumulto  ordenaba  primero  el 


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44  IIISTOBIA  DB  ESPAÜA. 

suplicio  de  un  bárbaro  que  el  de  un  crisliano  ^^^» 
Este  hombre  singular,  cada  vez  que  volvia  del 
campo  de  batalla,  hacía  que  al  entrar  en  su  tienda  le 
sacudiesen  con  mucho  cuidado  el  polvo  que  habían 
recogido  sus  vestidos,  y-  lo  iba  guardando  en  una 
caja  hecha  al  efecto,  la  cual  constituía  uno  de  los 
muebles  mas  indispensables  y  de  mas  estima  de  su 
equipage,  con  ánimo  de  que  á  su  muerte  cubriesen 
en  la  sepultura  su  cuerpo  con  aquel  polvo,  sin  duda 
por  aquello  de  la  Sura  ó  capítulo  IX.  del  Coran: 
«Aquel  cuyos  pies  se  cubran  de  polvo  en  el  camino 
de  Dios,  el  Señor  le  preservará  del  fuego.» 

Tal  era  el  nuevo  enemigo  que  de  repente  se  habia 
levantado  contra  los  cristianos.  Con  esto  llegó  á  en- 
tusiasmar de  tal  suerte  á  los  musulmanes,  que  todos 
á  porfía  pedian  alistarse  en  sus  banderas,  y  no  eran 
los  menos  entusiastas  los  africanos  berberiscos,  á 
quienes  daba  una  especie  de  preferencia /y  de  quie- 
nes llegó  á  hacer  el  núcleo  y  la  fuerza  principal  de  su 
ejército.  Supónese  que  en  una  revista  general  que 
pasó  en  Córdoba  contó  hasta  doscientos  mil  ginetes  y 
seiscientos  mil  infantes:  cifra  prodigiosa  que  no  pue- 
de entenderse  fuese  toda  de  tropas  regimentadas,  sino 
de  lodos  los  hombres  dispuestos  á  tomar  las  armas  en  . 
los  casos  necesarios.  Tenia,  si,  un  grande  ejército  ac- 
tivo y  permanente  que  le  acompañaba  en  todas  las 

(4)    Mon.  Silens.  Cbron.  n.  70. 


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PAKTrU.  UBBO  I.  45 

espediciones,  el  cual  se  engrosaba  ademas  con  la 
gente  de  la  frontera  por  donde  hací  a  cada  invasión. 
Annqnesus  irrupciones  eran  inciertas  *  acometiendo 
indistinta  é  inopinadamente  ya  un  punto  ya  otro,  in- . 
vadia  con  mas  frecuencia  la  Castilla  y  la  Galicia  que 
la  España  oriental.  Llevaba  siempre  consigo  á  su  hijo 
el  joven  Abdelmelik  para  acostrambrarle  á  los  ejerci- 
cios y  á  las  fatigas  déla  guerra.  El  lector  compren- 
derá lo  difícil  que  debía  ser  para  los  escritores  de 
aquellos  tiempos  dar  cuenta  de  todas  las  campañas  de 
este  hombre  esencialmenVe  guerrero,  que  sin  contar 
mas  que  las  dos  espediciones  anuales  que  infalible- 
mente realizó,  resulla  liaber  hecho  en  veinte  y  seis 
anos  de  gobierno  cincuenta  y  dos  invasiones  por  lo 
menos  en  tierras  cristianas.  Las  principales  de  ellas^ 
sin  embargo,  han  quedado  consignadas,  ya  en  nues- 
tras historias,  ya  en  las  crónicas  árabes. 

I^s  de  los  primeros  años  no  podían  menos  de  ser 
felices  para  el  ministro  regente,  descuidados  los  cris* 
tía  nos,  desavenidos  entre  sí^  y  ocupando  el  trono  de 
León  un  rey  joven,  de  pocCatinada  conducta,  y  no 
muy  querido  del  pueblo.  Debió,  no  obstante,  el  pe- 
ligro  mismo  y  la  necesidad  obligarlos  á  apercibirse  y 
fortalecerse  cuando  las  mismas  crónicas  muslímicas 
>  nos  hablan  de  una  campaña  en  el  año  370  de  la  he- 
gira  <*^  en  que  habiéndose  encontrado  Frente  á  frente 

(f )    Este  8D0  árabe  compren-    6  de  julio  de  984  del  soo  cristiano, 
dio  deade  el  16  de  julio  de  980  al 


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46  HISTOEIA    DB    BftPAÑl. 

los  dos  ejércitos  cristiano  y  sarraceno,  ocurrieron 
circunstancias  dignas  de  especial  mención. 

Hallábase  Almanzor,  dicen«  á  la  vista  de  una  po- 
derosa hueste  de  cristianos  de  Galicia  y  Castilla  en  el 
año  370:  trababan  los  campeadores  de  ambos  ejércitos 
frecuentes  escaramuzas  mas  ó  menos  sangrientas  y 
{K)r6adas.  En  esta  ocasión  preguntó  Almanzor  al  es- 
forzado caudillo  Musbafa  «(¿Cuántos  valientes  caba- 
lleros crees  tú  que  vienen  en  nuestra  hueste?— Tú 
bien  lo  sabes,  le  respondió  Mushafa.' — ^¿Te  parece  que 
serán  mil  caballeros?  volvió  á  preguntar  Almanzor. — 
No  tantos. — ^¿Serán  quinientos?— -No  tantos. — ^¿Serán 
ciento,  ó  siquiera  cincuenta?— -No  confío  sino  en  tres; 
respondió  el  caudillo.»  A  este  tiempo  salió  del  campo 
cristiano  un  caballero  bien  armado  y  montado,  y 
avanzando  hacia  los  muslimes,  «¿Hay,  gritó ,  al- 
gún musulmán  que  quiera  pelear  conmigo?»  Presen- 
tóse en  efecto  un  árabe,  peleó  el  cristiano  con  él  y  le 
mató.  «¿Hay  otro  que  venga  contra  mí?»  volvió  á 
gritar  el  cristiano»  Salió  otro  musulmán,  comenzó  el 
combate,  y  el  cristiano  le  mató  en  menos  tiempo  que 
al  primero.  «¿Hay  todavía,  volvió  á  esclamar  el  cris- 
tiano, algún  otro,  ó  dos  ó  tres  juntos,  que  quieran  ba- 
tirse conmigo?»  Pre^ntóse  otro  arrogante  musulmán, 
y  á  las  pocas  vueltas,  dice  su  misma  crónica,  le  derribó 
el  cristiano  de  un  bote  de  lanza.  Aplaudían  los  cris- 
tianos con  algazara  y  estrépido,  desesperaba  el  despe 
cho  y  la  indignación  á  los  muslimes,  y  el  cristiano 


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PABTE  II.  LlBBOl»  47 

volvió  á  SU  campo,  y  al  cabo  de  breves  mocDentos 
viósele  reaparecer  en  otro  caballo  do  menos  hermoso 
que  el  primero,  cubierto  con  una  gran  piel  de  tigre, 
cuyas  manos  pendían  anudadas  á  los  pechos  del  ca- 
ballo, y  cuyas  uñas  parecian  de  oro.  «Que  no  sal- 
ga nadie  contra  él,  esclamd  Almanzor.»  Y  llamando 
á  Mushafa  le  dijo:  €¿No  has  visto  lo  que  ha  hecho 
este  cristiano  todo  el  dia? — T^  he  visto  por  mis  ojos, 
respondió  Mushafa,  y  en  ello  no  hay  engaño,  y  por 
Dios  que  el  infiel  es  muy  buen  caballero,  y  que 
nuestcos  muslimes  están  acobardados.-^*-Mejor  dirias 
afrentados,  repuso  Almanzor.» 

En  esto  el  esforzado  campeón  con  su  feroz  ca- 
ballo y  su  prepiosa  cubierta  de  piel  se  adelantó  y 
dijo:  c¿No  hay  quien  salga  contra  mí?*— Ya  veo, 
Mushafa,  esclamó  Almanzor,  ser  cierto  lo  que  me 
decias,  que  apenas  tengo  tres  valientes  caballeros  en 
toda  la  hueste:  si  tú  no  sales,  irá  mi  hijo,  y  sino  iré 
yo,  que  no  puedo  sufrir  ya  tanta  afrenta. — Pues  ve- 
rás, replicó  Mushafa,  que'pronto  tienes  á  tus  pies  su 
cabeza,  y  la  erizada  y  preciosa  piel  que  cubre  su  ca- 
ballo»— Asi  lo  espero,  dijo  Almanzor,  y  desde  ahora 
te  la  cedo  para  que  con- ella  entres  orgulloso  en  el 
combate.»  Salió  Mushafa  contra  el  cristiano  y  este  lé 
preguntó:  «Quién  eres  tá  y  á  qué  clase  perteneces 
entre  los  nobles  muslimes?»  Mushafa  blandiendo  la 
lanza  le  respondió:  «Esta  es  mi  nobleza,  esta  es  mí 
prosapia.»  ^Pelearon,  pues,  ambos  adalides  con  igual 


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48  filSTOBIA    DB    BSVAHa. 

brío  y  esfuerzo,  hiriéodose  de  rudos  botes  de  lanza, 
revolviendo  sus  caballos,  parando  los  golpes,  y  en- 
trando y  saliendo  el  uno  contra  el  otro  con  admirable 
gallardía.  Pero  el  cristiano  estaba  ya  cansado,  y 
Mashafa,  jóvea  y  ágil,  acertó  á  revolver  su  corcel 
con  mas  presteza,  y  dando  una  mortal  lanzada  á  sti 
valiente  competidor  logró  derribarle  del  caballo:  saU  , 
tó  Mushafa  del  suyo,  y  le  cortó  la  cabeza  y  despojó  al 
caballo  déla  hermosa  piel,  y  corriendo  con  uno  y 
otro  despojo  A  Almanzor,  fué  recibido  de  este  con  un 
abrazo,  é  hizo  proclamar  su  nombre  en  todas  las 
banderas  del  ejército.  Dada  después  la  señal  del  com- 
bate, empeñáronse  ambas  huestes  en  ,  sangrienta  ba- 
talla, que  vinieron  á  interrumpir  las  sombras  de  la 
noche.  Al  dia  siguiente  los  cristianos  no  se  atrevieron 
á  volver  á  la  pelea,  y  se  retiraron  al  asomar  el  dia. 
Almanzor  volvió  triunfante  á  Córdoba  (*^» 
'  Las  dos  irrupciones  del  año  siguiente  (de  julio 
de  984  á  junio  de  982)  fueron  también  sobre  Castilla, 
que  los  árabes  seguian  nombrando.  Galicia.  El  fruto  de 
la  primera  fué  la  toma  de  Zamora,  con  otras  cien  for- 
talezas y  poblaciones,  cuyas  murallas  hizo  abatil*.  Los 
cautivos  de  ambos  sexos,  los  ganados  y  despojos  qne 
Almanzor  cogió  en  esta  campaña  fueron  tantos,  que 
al  decir  de  sus  historiadores  faltaban  carros  y  acépi- 


(4)  Conde,  cap.  97«  iLásiima  so  castellano,  digdo  de  figurar  cd- 
grande  que  do  noa  baya  sido  tras-  tre  loa  héroes  de  ios  tiempos  ho- 
mitido  el  nombre  de  aquel  valere-    mérieosl      * 


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»ARTB  II.  LIBRO  U  49 

las  en  que  llevarlos,  y  cada  soldado  tuvo  ocasión  de  ' 
saciar  bien  sa  codicia.  Dicen  qae  Almanzor  entró  en 
Córdoba  precedido  de  mas  de  nneve  mil  cautivos  que 
iban  en  cuerdas  de  á  cincuenta  hombres ,  y  que  el 
walf  de  Toledo  Abdala  ben  Abdelaziz  llevó  á  aquella 
ciudad  cuatro  mil,  después  de  haber  hecho  cortar  en 
el  camino  igual  número  de  cabezas  cristianas,  si  bien 
esta  última  circunstancia  no  la  dan  por  tan  segura  ,  ó 
al  menos  apareptan  tener  para  ellos  mismos  el  carác- 
ter de  rumor.  No  fué  tan  feliz  el  incansable  eneofiígo 
de  los  cristianos  en  la  espedicion  del*  otoño  de  aquel 
mismo  año«  Sin  oposición  ni  resistencia  habia  pasado 
el  Duero  el  ejército  musulmán  y  llegado  á  las  fron-» 
dosas  márgenes  del  Esla,  pero  no  sin  que  los  cristia-* 
nos  los  siguiesen  y  observasen  desde  las  alturas.  Alli^ 
creyéndose  seguros  los  sarracenos,  dejaron  sus  ca- 
ballos forragear  libremente  y  qué  paciesen  la  yerba 
que  entre  espesas  alamedas  viciosa  crecía,  y  entrega^ 
ronse  ellos  también  descuidadamente  al  solaíz  en  aque- 
llas frescuras.  Los  cristianos  que  los  atalayaban  apro* 
vecharon  tan  buena  ocasión  y  cayeron  impetuosa-» 
mente  sobre  ellos  esparciendo  con  sus  gritos  de  guer- 
ra el  terror  y  el  espanto  en  el  campo  enemigo.  Los 
mas  valientes  corrieron  á  las  armas  y  quisieron  pre- 
pararse ala  defensa,  pero  la  multitud  despavorida 
huyendo  sin  dirección  y  sin  concierto,  atrepellando 
los  de  la  primera  á  los  de  la  segunda  hueste  de  las 
dos  en  qué  estaban  divididos  los  árabes,  dio  ocasioa 
Tomo  iv.  4 


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fio  msrmiA  db  bspaüa. 

á  qo6  las  espadas  de  los  crístianos  se  cebaran  en  la 
sangre  de  sus  confiados  enemigos.  En  este  estado, 
bramando  de  despecho  Almanzor,  arrqja  ai  suelo  su 
dorado  turbante,  y  llama  á  toz  en  grito  por  sus  nom« 
bres  á  los  mas  esforzados  caudillos:^  estos  al  ver  la 
cabeza  de  Almanzor  desnuda  y  sus  desesperados  ade- 
manes ,  se  agrupan  en  derredor  suyo,  y  tanto  supo 
enardecerlos  con  sus  enérgicas  palabras  y  con  el  ejem- 
plo de  su  desesperado  arrojo,  que  revolviendo  sobre 
los  cristianos  ios  persiguieron  hasta  encerrarlos  en 
León  (Medina  Leyonis),  y  hubieran  acaso  penetrado  en 
la  ciudad»  si  una  borrasca  repentina  de  nieve  y  gra* 
nizo  no  los  hubiera  obligado  á  suspender  la  marcha  y 
á  pepsar  en  retirarse  por  temor  á  la  cruda  estación  del 
invierno  que  se  anunciaba  ^^^ 

¿Cómo  era  posible  que  Almanzor  en  su  orgullo 
pudiera  olvidar  ni  dejar  sin  venganza  el  descalabro 
del  Esla?  Desde  entonces  su  pensamiento,  su  idea 
dominante  fué  la  de  destruir  la  corte  de  los  crístia- 
nos. Preparóse  á  ello  como  para  una  grande  empresa 
haciendo  construir  en  Córdoba  ingenios  y  máquinas 


(1)    Monach.     Silens.    Chrocu  rey«s,  ínfiriéodose  qao  ni  uno  ni 

D.  71. — Coade,  cap.  97.«->Gomo  oiro  se  haUaroo  proaeotes  ai  com- 

esle  suceso  acaeciese  el  aoo  en  bate.  Si  hemos  de  creer  ud a  iodi«> 

que  dejó  d«  reinar  en  León  Baoii-  cacton  dei  Cronicón  Iriensa  (n.  42), 

ro  ni.,  y  en  que  fué  entronizado  Almanzor  obraba  acaso  de  acuerdo 

Bermado  ll.«  oo  se  sabe  con  cer-  con  Bermudo,  á  quien  este  parece 

teza  en  cuál  do  los  dos  reinados  había  hecho  ofrecimientos  porque 

ocurriese ,  y  di&dase  mas  porque  le  ayudara  á  poteaioiiarae  del  rei- 


ninguna  crónica  árabe  ni  crisiia-    no  de  Leoo 
na  nombra  é  nioguno  de  los  dos 


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PAETBII.  UBM  1.  84 

de  batir  sobre  el  modelo  de  las*  romanas;  que  eraa 
los  muros  de  Leoo  altos  y  gruesos^  flanqoeados  de 
elevadas  torres  y  defeodidospor  puertas  de  bronce  y 
de  hierro.  Provisto  ya  de  maquiaaría»  y  congregadas 
las  huestes  de  Andalucía»  de  Mecida  y  de  Toledo^  y 
lo  que  era  mas  sensible,  acompañado  dé  algunos  con^ 
des  tránsfugas  cristianos  ^^\  partió  al  año  siguiente  A 
las  fronteras  de  León  y  Castilla  resuelto  á  tomar  á 
toda  costa  la  ciudad.  Reinaba  ya  en  ella  Bermudo  II. 
llamado  el  Gotoso»  por  la  enfermedad  de  gota  .que 
padecía.  Si  antes  había  hecho  el  hijo  de  Ordeño  III. 
algún  concierto  con  Almanzor,  debió  conocer  ahora 
que  no  iba  el  guerrero  musolman  dispuesto  á  respe- 
tar antiguas  relaciones.  Asi  hubo  de  persuadírselo  el 
nuevo  monarca  leonés  cuando  se  resolvió  á  abando- 
nar su  apetecida  capital  y  á  refugiarse  á  Oviedo,  lle- 
vando consigo  las  alhajas  do  las  iglesias,  las  reliquias 
de  los  santos,  y  los  restos  mortales  de  los  reyes  sua 
mayores:  triste  y  melancólica  procesión,  que  recor- 
daba los  días  angustiosos  de  la  pérdida  de  España  ^^K 
Con  todo  eso  no  fué  ni  pronta  ni  fácil  la  toma  de 
la  ciudad,  cuya  defensa  habi^  quedado  encomeadadiBi 
al  valeroso  conde  de  Galicia  Guillermo  González.  Eran 
ya  los  bellos  dias  de  la  primavera  de  984  cuando 
Almanzor,  estrechado  el  cerco,  hizo  jugar  incesante- 

(4}    Pelagü   Ovetens.    Chron.  agritudine     nimium    gravatut^ 

p.  468.  cum  nou  pos$ei  bárbaro  obviare^ 

(2)    Rex    autem    Veremundus  se  recepii  Ovetum, 
(dice  LiiOBS  de  Tuy),  podagrica 


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&S  HISTOUA  DB  BSPAÍA. 

meóle  todas  las  máquinas  contra  los  muros  y  puertas 
de  León.  Por  espacio  de  algunos  dias^  fingió  el  caudi- 
llo mahometano  atacar  por  la  parte  de  Oeste  para  si- 
mular el  verdadero  ataqae  que  babia  dispuesto  por 
el  Sar.  Ya  logró  derruir  una  parte  de  la  muralla»  y 
las  ferradas  puertas  comenzaban  á  bambolear.  El 
conde  Guillermo,  enfermo  y  poslradot  quebrantadas 
sus/uerzas  con  las  largas  fatigas»  avisado  por  los  su« 
yos  del  aprieto  en  que  se  vejan,  hfzose  ajustar  suar^ 
madura  y  conducir  en  silla  de  manos  desde  el  lecho 
en  que  yacía  á  la  parte  mas  amenazada  del  muro  y 
donde  el  peligro  era  mayor.  Desde  alli  alentaba  á  los 
bravos  leoneses  á  que  defendieran  con  brío  su  ciudad, 
sus  haciendas,  sos  vidas  y  las  de  sus  hijos  y  muge- 
res.  A  sus  enérgicas  exhortaciones  se  debió  la  resis^ 
tencia  heroica  de  los  últimos  tres  dias.  Irritado  Al- 
manzor  con  la  obstinación  de  aquellos  valientes,  ante 
cuyas  espadas  caian  diezmados  en  las  brechas  los 
soldados  musulmanes,  fué  el  primero  que  pei^etró 
dentro  de  la  ciudad  con  la  banderat  en  una  mano  y  el 
alfange  en  otra:  siguiéronle  multitud  de  sarracenos: 
el  intrépido,  el  brioso,  >el  imperturbable  Guillermo 
pereció  en  su  puesto  al  golpe  de  la  cimitarra  de  Al- 
manzor.  Vino  la  noche,  y  pasáronla  todavía  los  ala« 
rabes  sobre  las  armas  sin  atreverse  á  penetrar  en^ el 
corazón  de  la  ciudad.  A  la  primera  hora  de  la  mañana 
siguiente  comenzó  el  saqueo  y  el  degüello  general, 
de  que  no  se  libraron  ni  ancianos,   ni  rougeres,  ni 


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PAETB  II.  LIBIO  I*  S3 

niños:  jamás  en  dos  siglos  y  medio  de  guerras  áes^ 
de  que  habia  dado  priocipio  la  restauración  había  sa- 
rrído  ningún  pueblo  cristiano  tragedia  igual  ^^K  Las 
bronceadas  puertas  fueron  derribadas,  y  los  maci* 
zos  muros  en  gran  parte  arrasados  por  orden  de 
Almanzor. 

Astorga»  la  segunda  ciudad  de  aquel  reino,  fué 
también  tomada,  no  sin  porfiada  resistencia.  «Pero 
sus  defensores,  añade  el  historiador  árabe,  trabaja* 
ron  en  vano,  pues  Dios  destruyó  sus  fuertes  muros  y 
gruesos  torreones.*»  No  pasó  por  entonces  mas  ade*- 
lante  aquel  genio  de  la  guerra;  rá^^ido  en  sus  con*^ 
quistas  y  constante  en  su  sistema  de  expiediciones, 
logrado  su  principal  objeto  volvióse  á  Córdoba,  si 
bien  destruyendo  al  paso  á  Exlonza,  Sahagun,  Si- 
mancas y  algunas  otras  poblaciones  ^^K  Terrible  en 
verdad  habia  sido  esta  campana  para  los  cristianos. 
Era  la  primera  vez  desde  Alfonso  el  Católico  que  et 
estandarte  de  Mahoma  ondeaba  en  la  capital  de  ia 
primitiva  monarquía.  Quedaban  por  alli  reducidos 
sus  límites  á  los  que  tuvo  en  los  primeros  tiempos  de 
la  recooquiista. 

Hombre  político  era  Almanzor  al  mismo  tiempo 


(4)  .  Lac.  Tadeos.ChroD.  p.89.  testimonios  de  Locas  de  Tuy  y  do 

-^ODde,  cap.  07.  Pelayo  de  Oriedot  este  último  di- 

{%)    No' sabemos  con  gué  fon-  ceespresaneote:  Aviurias,  Go- 

dameoto  pudo  decir  Mariana  que  llmciam  et  Berixum  non  intravit, 

tomó  también  los  castillos  de  AWa,  Lunam,  Alvam,    Gordonem  non 

Lona,  Gordon  y  otros  que  res-*  intravit. 


guardaban  á  Asturias,  contra  los 


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'54  HltmUA   DB  ESPAÑA. 

que  guerrero.  Eo  el  tiempo  que  después  de  sos  ex* 
jiedicioDes  descaosaba  ea  Córdoba,  su  casa  era  una 
especie  de  academia  á  que  asistían  ios  poetas  y  sá* 
biost  á  ios  cuales  iodos  trataba  con  ia  mayor  bene- 
volencia y  consideración»  y  sus  obras  iaá  premiaba 
con  tanta  liberalidad  como  hubieran  podido  hacerlo 
los  dos  últimos  califas.  El  estableció  una  especie  de 
universidad  ó- escuela  normal  para  la  enseñanza  su* 
perior»  en  que  solo  entraban  los  hombres  ya  ilustres 
por  su  erudición  ó  por  las  obras  de  un  mérito  espe* 
cial  y  relevante,  y  él  mismo  solia  concurrir  á  las  au* 
las  y  tomar  asiento  entre  los  alumnos,  sin  permitir 
que  se  interrumpieran  las  lecciones  ni  á  su  entrada  ni 
á  su  salida,  y  muchas  veces  premiaba  por  «i  mismo  á 
los  discípulos  sobresalieates.  Estrana  amalgama  esta 
que  vemos  en  los  árabes,  tan  dispuestos  para  pelear 
en  los  campos  de  batalla  como  para  discutir  en  las 
academias,  tan  aptos  para  las  letras  como  para  la 
milicia,  para  la  pluma  como  para  la  espada. 

Entretanto  el  imbécil  califa  Híxem,  aunque  meso 
ya  de  diez  y  ocho  años,  continuaba  betlame^te  apri- 
sionado en  su  palacio  de  Zahara  y  sus  deliciosos  jar- 
dines, sin  que  nadie  pudiese  verle  sin  licencia  de  su 
madre  y  del  ministro  soberano.  Y  cuando  en  las  pas* 
cuas  y  otras  fiestas  solemnes  asistía  por  ceremonia  á 
la  mezquita,  no  salia  de  su  maksura  hasta  que  todo 
el  pueblo  se  hubiese  retirado,  y  entonces  volvía,  ó 
por  mejor  decir ^  le  volvían  á  su  alcázar  rodeado  de 


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PAHTB  11.  UBEO  1.  55 

8U  guardia  y  de  su  corte  sin  que  apeuas  pudiese  ser 
visto  del  pueblo  ^*K 

En  el  mismo  año  de  la  toma  de  Leoa  ocurrieron 
en  África  novedades  grandes  para  los  muslimes  espa- 
ñoles. Aquel  Alhassam,  á  quien  vimos  en  975  em- 
barcarse en  Almería  para  Túnez  y  Egipto, «  aquel  pri- 
sionero africano  tan  generosamente  recitúdo  y  tan  es- 
pléndidamente agasajado  por  el  calif»  Albakemll., 
prosiguiendo  en  su  carrera  de  ingratitudes  reapareció 
ahora  en  Túnez,  y  ayudado  de  Balkiip,  al  frente  de 
tres  mil  caballos  y  algunos  cabilas  berberiscos,  recor- 
rió el  Magreb  y  se  hizo  proclamar  en  mudias  ciuda-> 
des.  Almanzor  no  podia  ver  con  serenidad  este  mo« 
vimiento  del  ingrato  Edrisita,  é  inmediatamente  eA«> 
comendó  la  guerra  de  África  á  su  hermano  Abu  Al- 
bakem  Omar  ben  Abdallah.   Pero  la  expedición  de 
Omar  del*otro  lado  del  estrecho  no  fué  tan  feliz  como 
lo  habían  sido  las  de  su  hermano  en  la  Península.  El 
ejército  andaluz  fué  deshecho  en  una  sangrienta  ba- 
talla,  y  el  emir  edrisita  obligó  al  hermano  de  Al- 
manzor á  refugiarse  en  Ceuta,  donde  le  tuvo  estre- 
,  chámente  bloqueado.  No  era  posible  que  el  orgullo  de 


<4)  Llamábase  maksura  la  tri-  de  ellos:  estos  no  se  mbvian  hasta 
baña  de  los  calibs  un  poco  eleva-  qoo  do  hobiesen  salido  todas  4as 
da  sobre  el  pavimento  en  la  parte  mugeres.  Las  doncellas  no  iban  é 
principal  de  la  mezquita.  La  coló-  ^  las  mezquitas  eo  que  no  tuviesen 
caoion  del  pueblo  érala  siguien-  un  lugar  apartado,  y  siempre  asis- 
to: los  jóvenes  se  ponían  detrás    tian  muy  tapadas  oon  sus  velos. 


<ie  los  ancianos^  las  mugeres  de-    Conde,  cap. 
tras  de  los  hombres  y  separadas 


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66  HiSToaiA  DB  bsfaSa« 

Almanzor  sofriera  humillación  semejante:  y  atí  envió 
seguidamente  á  África  á  su  mismo  hijo  Ábdelmelik, 
joven  que  al  lado  de  so   padre  babia  sabido  ganarse 
en  pocos  anos  una  reputación  militar  aventajada.  Tal 
era  la  influencia  de  su  nombre,  que  á  la  noticia  de 
su  arribo  á  Ceuta  dándose  Albassam  por  perdido  le 
despachó  mensageros  solicitando  un  arreglo,  y  ofre« 
cíéndose  á  pasar  él  mismo  á  Córdoba  á  ponerse  á  la 
merced  del  califa  Hixem,  siempre  que  se  le  diera 
seguro  para  él  y  su  familia.  Otorgóselo  Abdelmelik,  y 
en  sa  virtud  volvió  á  embarcarse  para  España  el 
tantas  veces  rebelde  y  tantas  veces  sometido  41has« 
sam.  Equivocóse  esta  vez  en  sus  cálculos:  creería  sin 
duda  encontrar  otro  califa  tan  generoso  como  Álha- 
kem,  y  lo  que  encontró  fué  un  comisionado  de  Al- 
manzor encargado  de  cortarle  la  cabeza  en  el  camino, 
coqao  asi  lo  ejecutó,  enviándola  á  Córdoba  en  testi- 
monio del  cumplimiento  de  so  comisión.  Asi  terminó 
su  carrera  de  deslealtades  el  temerario  Alhassam,  y 
con  el  acabó  en  Magreb  la  dinastía  de  los  Edri^itas 
que  habia  comenzado  con  la   proclamación  de  Édris 
ben  Abdallah  en  el  año  arábigo  de  172,  y  concluyó 
con  la  muerte  de  Alhassam  ben  Eenuz  en  el  de  375, 
habiendo  de  este  modo  durado  202  años  y  5  meses 
lunares.  El  hijo  de  Almanzor  tomó  con  este  motivo  el 
titulo  que  tanto  le  lisonjeaba  de  Almudhafiar,  ó  ven* 
cedor  feliz. 

No  impidieron  estas  guerras  ni  interrumpieron  las 


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PARTB  U.   LIBIO  I.  57 

expediciones  periódicas  de  Almanzor  á  tierras  crístia* 
nasw  Eo  el  otoño  del  propio  ano  de  984  volvió  á  aca- 
bar de  arruinar  el  reino  de  León,  y  entonces  faé  sin 
dada  cnando  tomó  á  Gormaz  y  Coyanza»  hoy  Valen- 
cia de  Don  Inan.  A  la  primavera  siguiente  (que  las 
primaveras  y  otoños  eran  siempre  las  estaciones  que 
elegia  para  sos  rápidas  y  afortunadas  irrupciones),  la 
tempestad  periódica  fué  á  descargará  la  regionorien- 
tal.  Tocóle  esta  vez  á  Cataluña.  Salió,  pues,  Alman- 
zor de  Córdoba  con  lo  mas  escogido  de  su  caballería. 
Detúvose  en  Murcia  aguardando  las  naves  y  tropas 
que  habían  de  acudir  de  Algarbe  á  proteger  sus  ope- 
raciones militares  en  Cataluña.  Los  árabes  describen 
con  placer  el  suntuosísimo  hospedage  que  se  hizo  á 
Almanzor  y  á  los  suyos  en  los  veinte  y  tres  dias  que 
permanecieron  en  Tadmir.  Alojábase  el  regente  en 
casa  del  gobernador  de  la  provincia  Ahmed  ben  Al- 
chatíb:  los  manjares  mas  raros  y  esqoisitos»  las  frus- 
tas mas  delicadas  se  presentaban  diariamente  á  su 
mesa :  los  aromas  mas  estimados  de  Oriente  se  der* 
ramaban  con  prodigalidad,  y  todas  las  mañanas  apa- 
recía lleno  de  agua  de  rosas  el  baño  de  Almanzor  y 
de  sus  principales  vazzires.   A  (odas  sus  tropas  se 
dieron  cómodos  alojamientos,  y  todos  dormían  en 
camas  ricamente  cubiertas  con  telas  de  seda  y  oro. 
Cuando  Almanzor  al  tiempo  de  partir  pidió  la  cuenta 
de  los  gastos,  dijéronle  que  todo  se  había  hecho  á 
espensas  del  gobernador  Ahmed.  «En  verdad,  excla- 


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t>8  nisTOEíA  DB  upaHa. 

mó,  que  este  hombre  no  sabe  tratar  gentes  de  guer- 
ra, que  DO  deben  tener  más  arreo  que  las  armas,  ni 
mas  descanso  que  el  pelear,  y  me  guardaré  bien  de 
enviar  otra  vez  por  aquí  mis  tropas:  mas  por  Alá  que 
un  hombre  tan  generoso  y  espléndido  no  debe  ser  un 
contribuyente  común,  y  yo  le  relevo  de  todo  impues* 
to  por  toda  su  vida  ^^Ky> 

Tomó  desde  alli  Almanzor  el  camino  de  Barcelo- 
na>  mientras  las  naves  hacian  su  derrotero  por  la 
costa  hasta  la  capital  del  condado.  El  conde  BorrelK, 
á  quien  los  arabos  daban  el  título  de  rey  de  Afranc  ^, 
salió  con  numerosas  tropas  á  hacer  frente  á  las  del 
caudillo  sarraceno;  ¿pero  quién  podía  resistir  al  ím- 
petu de  los  aguerridos  y  victoríosos  soldados  de  Al- 
manzor? Los  cristianos  de  las.moDtanas  fueron  arro- 
llados» ybuscaron  su  salvación  dentro  de  los  muros 
de  Barcelona ;  los  musulmanes  cercaron  la  ciudad  con 
ardor  y  resolución:  Borrell  se  fugó  una  noche  como 
en  otro  tiempo  él  walí  Zeid,  solo  que  aquel  lo  hizo 
por  mar,  y  mas  afortunado  que  el  moro,  á  favor  de 
las  tinieblas  pasó  sin  ser  visto  por  en  medio  de  los 
bagóles  algarbes:  á  los  dos  días  la  ciudad   se  rindió 


(4)    Bbn  Hayao,  Hist.  de  los  debía  ignorar  este  üastrado  autor 

Alameries.— Abu  Bekr  Ahm«d  bea  que  el  feudo  de  los  reyc^  francos 

Said,  en  Conde,  cap.  98.  babia  conoluido  con  Witredo  el 

(2)  Es  muy  extraño  que  el  iui-  Velloso,  y  que  hacia  mas  de  un 
cíoso  Roseew-SamtrHilaire  aiga  siglo  que  el  oondado  de  Barcelona 
al  hablar  de  esta  expedición:  «Es-  constituía  un  estado  independíen- 
la ciudad  (Barcelona),  mandada  te.  Bn  el  mismo  error  incurre  Ro- 
por  un  conde  Borrell^  feudatario  mey,  sí  mal  no  los  hemos  com- 
de  los  reyes  francos »  Pues  no  prendido. 


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PAETB  u.  Lumo  I.  59 

por  capitulación,  y  Alooianzor  se  encontró  dueño  de 
las  capitales  de  dos  estados  cristianos ,  León  y  Bar- 
celona ^1^  En  seguida  se  volvió  á  Córdoba  por  el  in-^ 
terior  de  España»  Tal  era  el  sistema  de  Almanzor,  in- 
vadir, conquistar,  volverse ,  y  prepararse  para  otra 
invasión  (986).  . 

Faltaba  el  otoño  de  aquel  año ,  y  no  podia  dejar 
de  aprovecharle  el  incansable  sarraceno.  Las  sierras 
y  montañas  de  Navarra  fueron  el  campo  de  sus  triun- 
&les  correrías;  Sancho  Garcés  el  Mayor  probó  á  su 
tamo  cuan  impetuosas  eran  las  acometidas  deV  guer- 
rero musulmán,  el  cual  después  de  haber  devastado 
el  país  de  Nájera,  volvióse  á  invernar  á  Córdoba  car* 
gado  de  despojos. 

Su  llegada  á  la  corte  muslímica  coincidió  con  la 
de  su  hijo  Abdelmelik,  el  triunfador  de  África ,  que 
había  ido  á  celebrar  sus  bodas  con  su  sobrina  la  joven 
Habiba.  La  descripción  que  hacen  los  árabes  de  estas 
fiímosas  bodas  y  de  las  fiestas  y  regocijos  con  que  se 
celebraron,  nos  informan  de  sus  costumbres  en  estas , 
ceremonias  solemnes,  si  bien  las  del  hijo  de  Alman- 
zor  se  hicieron  con  una  pompa  desacostumbrada.  El 
ministro  absoluto  convidó  á  las  fiestas  hasta  á  los  cris* 
tianos:  distribuyó  á  su  guardia  armas  y  vestuarios 
lujosos  :  dio  abundaotes  limosnas  á  ios  pobres  de  los 
hospicios,  dotó  un  gran  níúmero  de  doncellas  menes-* 

(4)   Gesta  Comit.  BaTOiooo  c    celooa.— GoAde,  cap.  98. 
7.— Los  dos  CbroDioooos  d^  Bar^ 


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60  aiSTORIA  DB  bspaía. 

terosas,  y  prodigó  regalos  á  los  poetas  que  con  me- 
jores versos  cantaron  el  mérito  y  las  virtudes  de  los 
dos, esposos.  La  novia  fué  paseada  en  triunfo  por  Ia9 
calles  principales,  acompañada  de  todas  las  jóvenes 
amigas  de  la  familia  ,  precedidas  del  cadí  y  de  los 
testigos,  y  seguidas  de  los  principales  jeques  y  ca- 
balleros de  la  ciudad.  Doncellas  armadas  de  bastón^ 
citos  Áe  marfil  con  puño  de  oro  guardaban  el  pabellón 
de  la  novia:  el  novio  acompañado  de  gran  séquito  de 
nobles  mancebos  de  su  familia,  armados  de  espadas 
doradas,  habla  de  conquistar  el  pabellón  de  la  novia, 
defendido  en  su  entrada  por  la  guardia  de  sus  donce- 
llas. Los  jardines  estaban  espléndidamente  ilumina- 
dos: en  los  bosquecillos  de  naranjos  y  arrayanes,  en 
derredor  de  las  fuentes,  en  los  lagos  y  estanques,  en 
todas  parjtes  ondeaban  vistosas  banderolas,  y  coros  de 
músicos  acompañaban  las  lindas  canciones  en  que  se 
presagiaba  la  felicidad  de  los  dos  esposos:  el  pabe- 
llón de  la  desposada  fué  asaltado  y  conquistado  por 
el  novio  después  de  un  simulacro  de  combate  entre 
los  mancebos  y  las  doncellas:  toda  la  noche  duraron 
las  músicas  y  los  conciertos»  y  la  fiesta  se  repitió  al 
dia  signiente  ^^K 

(1)  Conde,  cap.  99.— En  este  Eran  las  del  famoso  castellaoo  Buy 
tiempo  colocan  también  algunos  Velazquez,  señor  de  Viilaren ,  con 
de  nuestros  historiadores  otras  doña  Lambra ,  natural  de  Bribies- 
fiestas  nupciales  celebradas  en  ca,  señora  también  de  una  gran 
Burgos,  con  poca  menos  solemni-  parte  de  la  Bureba,  y  prima  del 
*dad,  pero  de  bien  mas  trágicos  conde  de  Castilla  Garcí  Fernán- 
resultados  que  las  de  Córdoba,  dez.  Terrible  é  inolvidable  me- 


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PARTE  II.  LIBRO  I.  61 

Mas  D¡  las  bodas  de  su  bijo,  ni  los  sucesos  de 
África  en  que  figuraba  abora  la  familia  de  los  Zeiríes 


moria  dejaron  estas  bodas  eo  Bs- 

riña  por  la  sangrienta  catástrofe 
que  dieron  ocasión,  al  decir  de 
estos  autores.  Hablamos  de  ja  cé- 
lebre aTentura  de  los  Siete  InfanF^ 
tes  de  Lara* 

Bran  estos  siete  hermanos  hi- 
jos  de  Gonzalo  Gustios  y  de  San- 
cha Velazquez  hermana  dls  Ray^ 
y  nietos  de  Gustios  González,  her- 
mano de  Ñuño  Basura,  ▼  por  con- 
secuencia oriundos  de  los  jueces 
y  condes  de  Caitilla.  Su  padre, 
dicen ,  les  había  construido  un  so- 


berbio pabcio  repartido  en  siete 
satos,  de  donde  se  llamó  el  pue- 
blo Salae  de  loe  Infantee.  Babia 
convidado  Ruy  Velazquez  á  sus 
bodas  á  sus  siete  sobrinos,  que  en 
aquel  dia  fueron  armados  caballe- 
ros por  el  conde  don  Garicia.  Ocur- 
rió en  la  fiesta  nupcial  un  lance 
desagradable'  entre  Alvar  Sán- 
chez, pariente  de  los  novios,  y 
Gonzalo,  el  menor  de  los  siete  in- 
fiíntes,  que  uno  de  los  romances 
compuestos  por  Sepúlveda  des- 
cribe asi: 


Un  primo  de  doña  Lambra, 
que  Alvar  Sánchez  es  llamado, 
vio  que  caballero  alguno 
no  alcanzaba  en  el  tablado. 

Ninguno  dio  miente  á  ello, 
que  e^tán  las  tajólas  jugando: 
solo  Gonzalo  González, 
el  menor  do  los  hermanos, 
que  á  furto  de  todos  ellos 
espigaba  en  un  caballo. 

Alvar  Sánchez  con  pesar 
al  infante  ha  denostado. 
El  respondió  ¿  sus  palabras, 
á  las  manos  han  llegado. 
Gran  ferida  dio  el  infante 
á  Alvar  Sánchez  su  contrario. 

Doña  Lambra  que  lo  vido 

f grandes  voces  está  dando, 
eriase  eo  el  su  rostro 
con  las  manos  arañando 


En  su  despecho  la  buena  de 
doña  Lambra  mandó  ¿  un  criado 
que  arrojase  al  rostro  de  Gonzalo 
un  cohombro  empapado  en  san- 
gre, que  era  la  mayor  afrenta  que 
podía  hacerse  á  un  caballero  cas- 
tellano. Este  vengó  el  ultrage  ma- 


tanflo  al  osado  sirviente  en  el  re- 
gazo mismo  de  doña  Lambra  á 
que  se  habia  guarecido. La  señora 
pidió  venganza  á  su  esposo  en  los 
términos  que  expresa  otro  ro- 
mance:     '  ^ 


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62  HISTORU   DB   BSFAf  A« 

que  había  de  fuadar  ana  nueva  dÍDaslia  en  Almagreb» 
nada  eetorbaba  á  Almanzor  para  continuar  sus  cam- 


Matároome  ud  cociaero 
80  faldas  de  mi  brial: 
si  de  esto  no  me  Teogades, 
yo  mora  me  iré  á  tornar. 


Roy  Velazgnez,  deseoso  de 
complacerla,  juró  Tengarse   no 
^solo  de  Gonzalo  sino  de  todos  sos 
'hermanos^  y  hasta  de  su  padre. 
Al  efecto  envió  piimeramente  á 
Córdoba  á  Gonzalo  Gastios  con 
pretesto  de  que  cobrase  ciertos 
dineros  que  el  rey  bárbaro  (dice 
el  P.  Mariana )  había  prometido, 
pero  haciéndole  portador  de  una 
carta  semejante  á  la  de  Urias  en 
Que  encargaba  al  rey  moro  que 
tan  pronto  como  llegara  le  hiciese 
quitar  la  vida.  No  lo  hizo  asi  el 
moro ,  ó  por  humanidad ,  ó  por 
respeto  á  las  canas  de  hombre  tan 
principal  y  venerable,  antes  le 
puso  en  una  prisión  tan  poco  ri- 
gurosa, que  la  hermana  del  rey 
moro  le  solia  hacer  frecuentes  vi- 
sitas, aficionándose  tanto  al  pri- 
sionero cristiano  que  de  tales  vi- 
sitas vino  á  resultar  con  el. tiempo 
el  que  dicha  «eñora  diera  al  mun- 
do un  Mudarra  González,  fruto  de 
sus  amores ,  que  después  vino  á 
ser  el  fuodador  del  Image  nobilí- 
simo de  los  Manriaues  de  Lara. 
Tal  gracia  debió  hallar  la  princesa 
mora  en  las  canas  del  venerable 
castellano. 

Meditando  entretanto  Ituy  Te- 
la zquez  cómo  vengarse  de  ios  sie- 
te hermanos;  logró  ganar  á  los 
moros  de  la  frontera  y  en  combi- 
nación con  estos  les  armó  una  ce* 
lada  en  los  campos  de  Araviana  á 
)a  falda  del  Moncayo  en  que  de»- 
CttidaBos  ios  de  Lara  y  r.o  podien- 
do sospechar  la  traición  fueron 
todos  asesinados  en  unión  con  su 


ayo  Ñuño  Salido,  aonqoe  no  sin 
que  peleasen  como  buenos  y  der- 
ramaran macha  sangre  de  ene- 
migos.  Roy   Velazquez  envió  á 
Córdoba  á  Gonzalo  Gustios  el  hor- 
rible presente  de  las  cabezas  de 
sus  siete  hijos,  que  reconoció  el 
desgraciado  paare  á  pesar  de  lo 
magulladas  y  desfiguradas    que 
llegaron.  Movido  á  compasión  el 
rey  de  Córdoba  dio   libertad  á 
Gonzalo,  y  le  dejó  ir  á  Castilla, 
sin  que  nos  digan  qué  fué  después 
de  este  infortunado  padre.  Lo  que 
nos  dicen  es  que  cuando  el  mno 
Mudarra,  fruto  do  sus  amores  de 
prisión,  llegó  á  los  catorce  anos, 
á  persuasión  de  su  madre  pasó  a 
Castilla,  y  ayudado  de  loa  amigos 
de  su  familia  vougó  la  muerte  de 
sus  hermanos  matando  á  Ruy  Ve- 
lazquez,  y  haciendo  que  doña 
Lambra  muriese  apedreada  y  que- 
mada; acción  por  la  cual  no  solo 
mereció  que  el  conde  de  Castilla 
le  hipiese  aque\  mismo  día  bauti- 
zar y  le  armase  caballero ,  sino 
que  su  mistna    madrastra  dona 
Sancha  le  adoptase  por  hijo  y  he- 
redero del  señorío  de  su  padre. 
Esta  adopción  se  hizo  al  decir  de 
nuestras  historias  con  una  cere- 
monia bien  singular.  Dicen  que  la 
doña  Sancha  metió  al  mancebo 
por  la  manga  de  una  muy  ancha 
camisa  (que  bien  ancha  era  me- 
nester que  fuese  por  delgado  que 
supongamos  al  recien  cristianado 
moro) ,  le  ¿acó  la  cabeza  por  el 
cuello,  le  dio  paz  en  el  rostro,  y 
con  esto  quedó  recibido  por  hijo. 


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PAETB  lU  LIBRO  I. 


63 


pañas  periódicas.  Otra  vez  en  986  volvió  sobre  Casti- 
lla, y  tomó  sia  resistencia  notable  á  S^púlveda  y  Za- 


De  aqai  viene,  aiiade  el  P.  Maria- 
na con  admirable  candidez,  el 
adagio  vulgar:  «enlra  por  la  man- 
ga y  sale  por  el  cabezón.» 

Tales  la  famosa  historia,  anéc- 
dota ó  aventura  de  los  Siete  Infan^ 
tes  de  Lara^  tan  celebrada  por 

rtas  y  romanceros,  sacada  de 
Crónica  general,  desechada 
como  fabulosa  por  mochos  críti- 
cos^ admitida  por  otros  como  cier- 
ta en  su  fondo,  pero  desestimando 
\és  circunstancias  ó  ridiculas  ó  in- 
verosímiles, y  adoptada  con  todos 
suseprsodios  por  el  P.  Mariana. 
Sus  editores  de  la  grande  edición 
de  Valencia  le  ponen  la  siguiente 
Dotat  cNuestros  escritores  mas  es- 
timables tienen  por  aventuras  ca- 
ballerescas la  desgraciada  muerte 
de  los  Infantes  do  Lara,  los  amo- 
res do  don  Gonzalo  Gustios  con  la 
infanta  de  Córdoba,  la  adopción  de 
Mudarra  González,  hijo  de  estos 
hurtos  amorosos,  y  que  este  héroe 
imaginario  haya  sido  tronco  nobi- 
lísimo dellinage  de  los  Manriques. 
Sería  detenemos  demasiado  ha- 
cer demostración  de  tal  fábula,  y 
mucho  mas  producir  los  argumen- 
tos con  que  se  desvanece,  que 
pueiden  ver  los  lectores  en  los  ca- 
pítulos 11  y  4%  del  libro  11.  de  la 
Historia  de  la  Casa  de  Lara  del 
erudito  Salazar;  aunque  por  res- 
peto á  la  antigüedad  no  se  atreve 
este  excelente  genealogista  á  ne- 

Sar  el  ^ceso  de  los  Siete  Infantes 
e  Lara.  Don  Juan  de  Forreras 
trató  también  separadamente  de 
este  asunto  en  el  t.  XV|.  cap.  14, 
póg.  99  do  su  Hist.  de  Esp.  ( equi- 
votan  la  página  de  Perreras,  pues 
es  la  448).» 

De  novela  la  califica  tmmbien 
el  señor  Sabau  en  &us  ilustracio- 


nes á  Mariana.  Pero  el  ilustrado 
don  Ángel  Saavedra,  duque  de 
liivas,  en  la  nota  tercera  á  la  pá- 
gina 488  del  tomo  II.  de  so  Moro 
Expósito  nos  hace  conocer  el  si- 
guiente documento,  que  existe 
(dice)  en  el  archivo  del  duque  de 
Frias,  actual  poseedor  de  los  es- 
tados de  Salas,  el  cual  puede  dar 
diferente  solución  á  la  cuestiqn  de 
autenticidad  de  esta  tradición 
ruidosa. 

«En  4%  de  diciembre  de  1579 
se  hizo  una  información  de  ofioio 
por  el  gobernador  de  la  villa  de 
Salas,  con  asistencia  de  los  seño- 
res don  Pedro  de  Tovar  y  dona  ' 
María  de  Uecalde  au  mnger,  mar*> 
quesos  de  Berlanga ,  ante  Miguel 
Redondo,  escribano  de  número  de 
ella,  de  la  cual  resulta,  que  pues 
al! i  había  en  la  íg}e8ia  mayor  de 
Santa  María,  en  la  pared  de  lá 
capilla  del  lado  del  Evangelio  las 
cabezas  de  los  Siete  Infantes  de 
la  Hoz  de  Lara^  y  la  de  Cus* 
tios  su  padre^  y  la  de  Mudarra 
González  su  hijo  bastardo,  que 
por  haber  tantos  años  que  estaban 
allí,  y  ser  los  letreros  antiquísi- 
mos dudaban  algunas  personas  si 
era  verdad,  mándese  abrir  las 
pinturas  de  ellas,  y  armascon  que 
estaba  cubierta  dicha  pared,  para 
saber  lo  que  habia  dentro  y  ente- 
rarse de  la  verdad.  Y  dicho  go- 
bernador poniéndolo  en  ejecución, 
mandó  á  un  oficial  que  quitase 
una  tabla  pintsda ,  que  estaba  in- 
clusa en  la  dicha  pared ,  la  cual 
tiene  siete  cabezas  de  pintura  an- 
ticua, al  parecer  de  mas  de  cien 
anos,  y  encima  de  ellas  hay  siete 
letreros  cuyos  nombres  dicen: 
Diego  González,  Martin  González^ 
Suero  González f  don  Fernán  Gon* 


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64  H18T0E1A   DB  BSPAIÍA.  ^ 

mora  (*)•  Pero  el  rumor  de  un  serio  movimiento  hacia 
los  valles  del  Pirineo  oriental  obligó  *á  Almanzor  á 
volver  sus  pasos  hacia  Cataluña.  No  era  infundado  el 
rumor.  Muchedumbre  de  cristianos  habian  bajado  de 
aquellas  altas  montañas,  llenos  de  fé  y  de  resolución: 
mandábalos  el  conde  Borrell.  En  vano  se  apresuró  el 


%ale%,  Ruy  Gonzale»,  Gvatios  Gmir 
zaUz,  Gonzalo  González.  Y  al  ofe- 
bo  de  ellas,  on  poco  mas  abaio, 
está  otra  cabeza,  que  dice  el  le- 
trero que  está  sobre  ella  Ñuño 
Salido.  Y  de  la  otra  parte  de  ar- 
riba de  las  cabezas  está  od  casti- 
llo dorado ,  y  encima  piotadordos 
cuerpos  de  hombres  de  la  ciota 
arriba:  el  letrero  del  uno  dice 
Gonzalo  Cwsítos,  y  el  del  otro 
Mudarra  González,  los  cuales 
tienen  cada  tino  en  la  mano  me- 
dio  anillo  y  le  esldn  yanUindo.  Y 
qaitada  la  dicha  tabla ,  pareció  en 
la  pared  otra  pintura  muy  anti- 
quísima, con  los  mismos  nombres 
que  la  primera,  excepto  que  el 
'  nombro  de  la  cabeza  que  está  de 
la  parte  de  abajo  en  la  primera 
tabla  dice  iVuño  Sabido,  y  en  el 
mas  antiguo  Ñuño  Sabido,  Y  vis- 
to que  dichas*  pinturas  estaban 
sobre  piedra,  y  que  no  había  nin- 
floo  oncial  de  cantería  que  rom- 
piese la  pared,  suspendieron  la 
diligencia.  En  el  día  46  de  dicho 
mes  y  año  do  4570  mandé  el  pro- 
pio gobernador  á  Pedro  Saler, 
cantero,  que  tentase  la  dicha  pa- 
red para  saber  sr  estaba  hueca:  y 
dauoo  golpes  con  un  martillo  don* 
de  estañan  las  armas  (que  es  ui 
castillo  dorado),  sonó  hueco.  1 
quitando  la  pintura  que  estaba 
sobre  la  dicha  piedra,  se  halló 
otra  piedra  de  cerca  de  media  va- 
ra de  largo  y  una  tercia  de  alto, 


ane  se  meneaba  y  estaba  floja.  T 
icho  cantero,  .presentes  muchos 
Tocinos  de  la  Tilla,  la  quitó,  y 
dentro  habia  on  hueco  grande  i 
manera  de  capilla ,  en  la  cual  es- 
taba un  arca,  clavada  la  cubierta 
con  dos  clavos.  Y  sacada,  la  pu- 
sieron junto  á  las  gradas  del  altar, 
donde  se  desclaTÓ,  y  pareció  den- 
tro de  ella  on  lienzQ  muy  delgado 
y  sano,  sin  ninguna  rotura,  en  el 
cual  estaban  envueltas  las  dichas 
cabezas,  algo  deshechas,  desmo- 
lidas y  desconynntadas  del  largo 
tiempo,  aunque  las  quijadas  y 
cascos  están  de  manera  que  clara- 
mente se  conoció  ser  cabezas  an- 
tiguas, que  estaban  en  la  dicha 
arca.  Y  vistas  por  mucha  parte  de 
los  vecinos  de  aquella  villa,  v 
otros,  el  dicho  gobernador  mando 
al  oficial  tornase  á  clavar  el  arca, 
y  él  1q  verificó  con  cioca  ó  seis 
clavos  en  la  cubierta,  dejando 
dentro  las  dichas  cabezas,  y  vol- 
viendo á  poner  el  arca  en  la  capi- 
lla y  tugar  donde  antes  estaba.» 

En  vista  de  este  documento 
parece  no  poder  dudarse  del  trá- 

Eíco  fin  de  tos  siete  hermanos  de 
ara:  los  demás  episodios  bao  po- 
dido ser  inventados  por  los  nove- 
listas y  romanceros. 

(4)    EraMXXiV.prendiderunt' 
Sedpublica  (Annal.  Gomplut.).^ 
Era  MXXIS,  prendiderunt  Zamo^ 
ram  (Ann.  Tolet.).- 


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tARTI  II.  LIBIO  U  65  I 

caadillo  musolman  á  evitar  uq  golpe  de  aquella  gen- 
te; coaodo  llegó  ya  estaba  dado;  Borre!!  había  reco* 
brado  á  Barcelona,  ocupada  na  año  hacía  por  losaga- 
renos:  Almanzor  no  pudo  hacer  sino  vencer  en  algu- 
nos reencqentros  á  los  cristianos:  á  pesar  del  terror 
que  inspiraba  su  nombre  Barcelona  quedó  y  continuó 
en  poder  de  los  catalanes  i  y  el  regente  de  la  España 
muslímica  tuvo  que  contentarse  esta  vez  con  llevar  á 
Córdoba  algunos  despojos  de  su  correría  ^^K 

Coa  mas  fortuna  al  año  siguiente  el  hombre  de  las 
dos  campañas  anuales  invadió  la  Galicia,  llegó  cerca  de 
Santiago,  tomó  á  Coimbra,que  dejó  al  fin  abandona- 
da, y  regresó  ¿  Córdoba  por  Talavera  y  Toledo.  Diría- 
se que  antes  se  hablan  cansado  los  antores  de  escribir 
que  Almanzor  de  ejecutar  sus  sistematizadas  irrupcio- 
nes pues  ni  los  anales  cristianos  ni  los  árabes  nos  dan 
'  noticias  ciertas  de  las  campañas  que  debió  emprender 
en  los  siguientes  años*  acaso  porque  no  (besen  de  par« 
ticular  importancia,  sí  se  exceptúa  la  que  hizo  en  9S9, 
en  que  destruyó  y  desmanteló  las  ciudades  fronterizas 
de  Castilla,  Ostna,  Alcoba  y  Atienza,  que  por  su  posi- 

(4)    6«8ta   CMnit.  BarcíA.  io  bres  (!•  Parage  ó  can  Solariega. 
Ibrca,  p.  543.— SesuD  la  tradición         En  osle  tiempo  acaeció  eoFr a d- 

y  las  crónicas  catalanas,  en  esta  cía  la  memorable  revolncíon  qoe 

ocasión  el  conde  Borrell  II.  ofreció  biso  pasar  la  corona  de  la  familia 

privilegio  militar  ó  de  nobleza  be-  de  los  Carloviogios  á  la  de  los  Ga- 

reditana  á  cuantos  se  preséntasela  petos,  de  la  dinastía  de  (^rW 

con  armas  y  caballo  en  las  monta-  Magno  á  la  de  Hago  el  Grande, 

ñas  deManresa,  y  de  aqui,  fliceo,  Hugo  Capoto,  hijo  de  el  Graode^ 

nació  la  clase  llamada  Ifomans  de  fué  consagrado  en  Reims  el  a  d« 

Pwradge^  esto  es,  hidalgos,  hota^  julio  de  9S7. 

Tovoiv.  '5 


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66  BISTOIIA  DB  UFAÜA. 

cioQ  habían  sufrido  ya  cien  veces  todos  los  rigores  de 
la  goerra»  y  habian  sido  á  cada  paso  tomadas,  perdi- 
das y  reconquistadas  por  cristianos  y  musulmanes  <^^ 

En  tanto  no  faltaron  disgustos  de  otro  género  ni  al 
, conde  García  Fernandez  de  Castilla  ni  al  rey  Bermudo 
4e  Leoo»  comenzando  á  dar  al  primero  graves  pesa* 
dnmbres  su  hijo  Sancho  queriendo  sucederle  antes  de 
4íempo  (996),  y  rebelándose  contra  el  segundo  algu- 
nos condes  de  Galicia;  sucesoé  que  aunque  por  enton* 
ees.no  pasaron  adelante  hubieran  favorecido  mucho  á 
Álmanzor  para  sus  acometidas  y  ulteriores  designios, 
si  él  ne  hubiera  tenido  por  este  tiempo  otro  mayor  dis* 
gustó  de  la  misma  índole.  Y  vamos  á  referir  uq  hecho 
que  ninguno  de  nuestros  historiadores  ha  mencionado 
hasta  ahora. 

Abatidos  por  Almanzor  los  mas  poderosos  nobles 
del  imperio,  el  único  que  quedaba  ,  Abderrahman 
ben  Motarrif,  walí  de  Zaragoza,  temia  que  no  había 
de  tardar  eh  llegarle  su  turno,  y  quiso  probar  si 
'  podia  á  su  vez  deshacerse  del  regente.  Hallábase  en 
Zaragoza  el  hijo  menor  de  Almanzor  llamado  Abda«- 
llah  ,  resentido  de  su  padre  por  la  preferencia  que 
daba  á  sus  dos  hermanos.  Proyectaron  ,  pues ,  Ab- 
derrahman y  Abdallah  una  revolución  con  el  designio 
de  alzarse  el  uno  con  la  soberanía  de  Zaragoza  y  de 
todo  Aragón,  el  otro  con  la  de  Córdoba  y  el  resto  de 

(4)    Ghroo.  Gooimbric.—Aonal.  GompkfTUed.—GoQde,  cap.  99. 


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PARTB  II.  LIBRO  U  67 

España*  Cootaban  ya  con  algunos  generales  y  vazzí- 
res.  Súpolo  Almanzor,  y  llamó  á  Córdoba  á  su  hijo,  á 
quien  comenzó  á  tratar  con  mucha  atención  y  dulzu- 
ra. En  cuanto  al  de  Zaragoza,  supo  Almanzor  con  su 
acostumbrada  astucia  ganar  á  sus  trepasen  una  expe  • 
dicion  en  que  aquel  le  acompañaba,  y  que  ellas  mis-- 
mas  le  acusarán  de  haberse  apropiado  el  sueldo  de  . 
los  soldados.  Con  eéle  motivo  le  quitó  el  gobierno  de 
Zaragoza,  pero  con  mucha  política  nombró  para  reem*. 
plazarle  al  hijo  tíiismo  de  Abderrahman.  Preso  éste  y 
procesado  por  malversador,  hízole  Almanzor  decapi- 
tar  en  su  presencia.  Faltábale  -atraerse  á  su  propio 
hijo  Abdallah ,  y  lo  intentó  á  fuerza '  de  halagos  y  de 
amabilidad,  mas  todos  sus  esfuerzos  se  estrellaron 
ante  el  carácter  obstinado  y  el  genio  sombrío  de  Ab* 
dallah,  que  en. otra  expedición  contra  Castilla  se  pasó 
secretamente  al  conde  García  Fernandez,  prometién- 
dole ayudarle  contra  su  padre.  Informado  de  ello  Al- 
manzor reclamó  enérgicamente  al  conde  castellano  la 
entrega  de  su  hijo.  Negóse  García  á  la  intimación ,  y 
permaneció  Abdallah  por  espacio  de  un  año  al  lado  . 
del  conde  de  Castilla.  Mas  en  el  otoño  de  990,  perdi- 
das por  García  las  ciudades  fronterizas  arriba  mencio- 
nadas, y  recelando  él  mismo  de  las  pretensiones  de  su 
propio  hijo  Sancho,  debió  convenirle  desenojar  á  Al-- 
manzor  y  accedi6á  entregarle  el  reclamado  Abdallah, 
y  enviósele  coobuena  escolta  de  castellanos. De  orden 
de  Almanzor  salió  el  esclavo  Sad  á  recibirle  al  cami- 


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08  BlSTOftlA  DB  B9PAÍÍA. 

DO,,  el  cual  en  el  momento  de  enconlrarle  besó  la  ma-- 
no  á  Abdallab,  j  no  dejó  de  alimentarle  la  esperanza 
de  que  hallaría  indulgebcia  en  su  padre.  Mas  al  lle- 
gar á  las  márgenes  del  Duero»  intimáronle  los  solda- 
dos de  Sad  que  se  dispusiera  á  morir:  el  pérfido  es- 
clavo que  les  había  dado  esta  orden  se  habia  quedado 
algunos  pasos  detrás:  Abdallah  se  apeó  con  resigna- 
clon»  y  entregó  sin  inmutarse  su  cuello  á  la  cuchilla 
del  verdugo.  Asi  pereció  el  ambicioso  y  obstinado  hijo 
de  Almanzor  á  la  edad  de  veinte  y  tres  años  ^^K 

Llegó  asi  el  año  992 ».  en  que  falleció  el  conde 
de  Barcelona  Borrell  II.,  sucediéndole  su  hijo  Raí* 
mundo  ó  Ramón  Borrell  III. ,  y  dejando  el  condado 
de  Urgel  á  otro  hijo  nombrado  Arméngando  ó  Armen- 
gol.  Los  historiadores  árabes  se  detienen  en  refe« 
rirnos  los  sucesos  que  á  este  tiempo  en  África  acae- 
cían, los  cuales  ocupaban  no  poco  á  Almanzor,  y  pre- 
paraban en  el  Magreb  la  elevación  de  una  nueva  di- 
nastía bajo  la  astuta  política  de  Zeiri  ben  Atiya,  pero 
cuyos  pormenores  nos  dispensamos  de  referir  por  no 
pertenecer  directamente  á  nuestra  España.  Repelimos 
que  por  nada  dejaba  Almanzor  sus  dobles  expediéio- 
nes  anuales.  Muchas  parece  haber  sido  consideradas 
por  los  escritores  de  aquel  tiempo  como  acaecimientos 
comunes»  pues  apenas  dan  cuenta  de  ella^r  otras  les 

(I)    Estebecbo, que  refiere  Ebn  gacioDOB  sobre  la  bistoria  de  la 

Ahdari  eo  bu  aWÉayano  7-mo-  edad  media  de  España»  tom.  1.  pá- 

grib,  DOS  le  ha  dado  á  coDocer  el  gioa  19  á  24. 
oríoDialista  Dozy  en  sos  laTesti- 


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FAETB  II.  riBEO  I.  69 

merecían  mas  ateocíon  por  sos  resallados»  tal  como  la 
que  en  991  ejecutó  sobre  Castilla  ,  y  en  que  tomó  á 
Avila,  Corana  del  Conde  y  San  Esteban  de  Gormaz,  y 
la  que  en  995  hizo  á  la  España  Oriental  con  tan  asom- 
brosa rapidez »  que  antes  llegó  él  á  Calaluna  que  su- 
piesen los  cristianos  su  salida  de  Córdoba. 

Tantos  desaslres  sufridos  en  los  eslados  cristianos 
por  las  repetidas  y  rápidas  invasiones  del  infaligable» 
enérgico  y  valeroso  Almanzor ,  movieron  al  conde 
García  Fernandez  de  Castilla,  uno  de  los  que  mas 
habían  tenido  que  luchar  contra  las  huestes  del  in- 
trépido agareno»  á  iíamar  en  sa  auxilio  al  rey  don 
Sancho  de  Navarra,  para  ver  de  «resistir  aunados  á 
tan  formidable  poder.  Asi  fué  que  en  su  espedícion 
de  995  encontró  ya  Almanzor  juntas  las  tropas  cas- 
tellanas y  navarras  entre  Alcocer  y.Langa.  Mas  aun 
no  hablan  acabado  de  reunirse  ni  de  prepararse  al 
QDmbate,  cuando  ya  se  vieron  atacadas  por  la  caba* 
Hería  sarracena:  sostúvose  no  obstante  la  lid  por  todo 
el  dia  con  igual  arrojo  y  denuedo  por  ambas  partes, 
y  cuando  la  noche  separó  á  los  dos  ejércitos  comba- 
tientes unos  y  otros  contaban  con  que  al  siguiente  día 
se  renovaría  la  pelea  con  mas  furor. 

Cuenta  Abulfeda  (que  también  eran  no  poco  dados 
á  consejas  los  árabes  de  aquel  tiempo),  que  la  noche 
á  que  nos  referimos,  uno  de  los  literatos  que  solían  ir 
en  el  ejército  segán  costumbre  de  los  musulmanes, 
llamado  Said  ben  Alhassan  Abulola,  presentó  á  Ai" 


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7o  HISTORIA    DB  ESPAJÍA. 

manzor  un  ciervo  atado  por  el  cuello,  á  cuyo  ciervo 
puso  por  nombre  García,  y  que  en  unos  Versos  que 
llevaba  le  pronoslicó  que  al  dia  siguiente  el  rey  de 
loscristíanosy  García  (que  asi  llamaban  ellos  al  conde), 
seria  llevado  al  campo  muslímico  atado  como  el  ciervo 
de  su  nombre.  Aceptó  Almanzor  el  ciervo  y  los  versos 
con  regocijo,  y  pasó  una  parte  de  la  noche  con  sus 
caudillos  preparando  lo  conveniente  parala  batalla,  á 
fin  de  que  se  cumpliese  el  vaticinio  del  poeta  ^*K 

A  la  hora  del  alba  comenzaron  ya  á  sonar  por  el 
campo  muslímico  los  añafiles  y  trompetas;  y  la  ter-^ 
fible  algazara,  y  las  nubes  de  flechas  y  los  torbellinos 
de  polvo  anunciaban  haberse  empeñado  la  pelea:  á 
poco  tiempo  los  caudillos  de  la  vanguardia  sarracena 
comenzaron  á  cejar:  los  cristianos  se  precipitaron  co* 
mo  torrentes  impetuosos  de  las  cuestas  y  cerros  con 
espantosa  gritería;  á  su  llegada,  parecía  desordenarse 
el  centro  del  ejército  musulmab  y  como  prepararse  á 

huir  en  confusión los  cristianos  se  internan  mas 

y  mas ¡desgraciados!  cayeron  en  el  lazo  que  les 

tjsndiera  Almanzor:  aquella  retirada  y  aquel  desorden 
eran  uu  ardid  combinado,  y  pronto  se  vieron  envuel^^ 
tos  por  las  dos  alas  y  por  la  retaguardia  de  ta  caba- 
llería enemiga  ;  y  por  mas  que  sus  generales  y 
caballeros  pelearon  con  denuedo  y  ardor^  abatida  la 
tropa  cristiana  con  tan  imprevisto  ataque,  ,  dióse  á 

(I)    Abulfeda,  tom.  11.  pág.  533.— Conde,  cap.  400. 


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huir  coD  el  mayor  aturdímieoto  sieodo  acuchillada 
por  los  gínetes  árabes.  Y  aun  no  faé  este  el  resultado 
noías  funesto  de  la  batalla;  el  agüero  poético  se  había 
cumplido;/  entre  los  caballeros  castellanos  que  habiaa. 
sido  hechos  prisioneros  se  encontró  el  valeroso  y  des- 
graciado conde  García ,  tan  gravemente  herido  ,  que 
aunque  Almanzor  encomendó  su  curación  á  los  mejo- 
res  médicos  musulmanes»  sucumbió  el  digno  hijo  de 
Fernán  González  ¿  los  cinco  dias.  Fué  esta  memorable 
y  funesta  batalla,  según  los  datos  que  tenemos  por  mas 
exactos,  el  2S  de  mayo  de  995,  y  la  muerte  de  García 
el  30  de  dicho  mes  ^*K  El  cadáver  del  conde  fué 
trasportado  á  Córdoba,  y  depositado  provisionalmente 
á  ruegos  de  los  cristianos  en  la  iglesia  llamada  de  los 
Tres  Santos:  los  árabes  añaden  que  Almanzor  le  hizo 
poner  en  oa  cofre  labrado,  lleno  de  perfumes  y  cu- 
bierto con  telas  ^e  escarlata  y  oro  para  enviarlo  á 
los  cristianos,  y  que  habiendo  estos  solicitado  su  res- 
cate á  precio  de  riquísimos  presentes,  Almanzor,  sia 
admitir  los  regalos,  le  hizo  conducir  hasta  la  frontera 
con  una  escolta  de  honor.  Tan  caballerosamente  splia 
conducirse  el  héroe  musulmán  ^*^. 


(4)    Annal.  CoiDBOst.  p.  319.—  emperador    de    Alenaoia;    tuvo 

Annal.  Barg.  p.  308.  Et  ductus  adornas  Garcia  á  Urraca»  que  eo- 

fuit  Cid  Cordobam^  et  inde  ad^  tro  reliaidsa  en  el  monasterio  do 

duciüs  ad  Caradignam.  CoUarrubíaa,  y  á  Sancho  que  le 

(2)    Era  el  conde  García  Fer-  sucedió  en  el  condado, 
nandez  suegro  de  Berraudo  el  Go-  Omitimos  por  fabulosos  los  amo- 
toso,  cuya  seflunda  muger  llamada  res  romancescos  del  conde  GaroU 
Elvira,  fué  ni¡a  del  conde  y  de  Fernandez  con  Argentina  y  San- 
Aya  su  esposa,  bija  de  Enrique,  cha,  y  las  demás  aventuras  nove^ 


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7S  01BTOEIA    DE   BSPAÜA. 

Pero  esto  no  le  obslaba  para  proseguir  sas  acos* 
lumbradas  espediciones  ,  y  en  el  mismo  año  de  la 
muerte  Je  García  Fernandez  ejecutó  otra  á  tierras 
de  León,  en  que  también  obtuvo  ventajas ,  de  cuyas 
resultas  el  rey  don  Bermudo  (Bermond  que  ellos  de- 
cían), envió  embajadores  y  cartas  á  Almanzor  solici- 
tando avenencias  y  paz.  Acompañó  de  regreso  á  los 
enviados  cristianos  uno  de  los  vazzires ,  Ayub  ben 
Ahmer,  encargado  por  Almanzor  de  tratar  con  Ber-- 
mudo.  No  debió  el  vazzir  coresponder  muy  cumpli- 
damente ó  á  los  deseos  ó  á  las  instrucciones  del  mi* 
njstro  cordobés,  pues  al  regresar  á  Córdoba  de  vuelta 
de  su  misión  hízole  encarcelar,  y  no  le  restituyó  la  li- 
bertad mientras  él  vivió* 

O  no  fueron  notables  las  invasiones  que  hiciera 
en  996,  ó  al  menos  no  nos  informan  de  ellas  los  do- 
cumentos que  conocemos.  En  cambio  en  el  997,  des- 
pués de  una  incprsion  en  tierras  de  Álava  en  la  esta- 
ción lluviosa  de  febrero,  cuy 9  botin  se  distribuyó  por 
completo  entre  las  tropas  sin  deducirse  el  quinto  para 
él  califa  en  consideración  á  haberse  emprendido  en 
medio  de  un  temporal  de  frios  y  lluvias ,  verificóle  la 
gran  gazúa  á  Santiago  de  Galicia  fScharU  YakubJ,  la 
mas  célebre,  si  se  esceplua  acaso  la  de  León  ,  y  la 
cuadragésima  octava  de  sus  irrupciones  periódicas. 


iMcas  y  absurdas  qa«  nos  cuenta    rales,  Yepes,  Berganza,  Mondejar 
Mariana,  evidenciadas  ya  de  tales,    y  otros  respetables  autores. 


y  como  tales  deshecbadas  por  Mo- 


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PARTE  U.  LIBRO  I.  73 

según  Murphy  ^^K  El  conde  de  Galicia  Rodrigo  Ye- 
lazqoez ,  uno  de  lo^  que  antes  habian  conspirado  con- 
tra el  rey  de  León ,  por  haber  éste  depuesto  de  la 
silla  compo^telana  á  su  hijo  el  turbulento  obispo  Pe- 
layo  y  reemplazádole  con  un  virtuoso  y  venerable 
monje,  parece  que  puesto  á  la  cabeza  de  los  nobles 
.descontentos,  si  no  provocó,  por  lo  menos  auxilió  esta 
entrada  del  guerrero  mahometano.  Es  lo  cierto  que 
habiendo  partido  Almanzor  de  Córdoba  y  encamina- 
dose  por  Coria  y  Ciudad  Rodrigo,  incorpóráronsele, 
dicen,  los  condes  gallegos  en  los  campos  de  Arganin, 
y  juntos  marcharon  sobre  Santiago.  Almakari  que  nos 
da  el  itinerario  que  llevó  Almanzor,  reñere  minucio* 
ss^mente  las  dificultades  que  tuvo  que  venper  el  ejér- 
cito espedicionario  para  pasar  ciertos  rios  y  atravesar 
ciertas  montañas.  El  1 0  de  agosto  se  hallaba  el  formi- 
dable caudillo  del  Profeta  sobre  la  Jerusalen  de  los 
españoles.  Desierta  encontró  la  ciudad.  Sus  murallas 
y  edificios  fueron  arruinados ,  el  soberbio  santuario 
derruido  ,  saqueadas  las  riquezas  de  la  suntuosa  ba- 
sílica ;  solo  se  detuvo  el  guerrero  musulmán  ante  el 
sepulcro  del  santo  y  venerado  Apóstol;  seatado  sobre 
él  halló  un  venerable  monje  que  le  guardaba:  el, re- 
ligioso permaneció  inalterable»  y  Almanzor  como  por 
un  misterioso  y  secreto  impulso,  se  contuvo  ante  Ja 
actitud  del  monje  y  respetó  el  depósito  sagrado.  • 

(4)   Goodepone  esta  espedicioa  je  de  Silos,  á  Pelayo  de  Oviedo,  y 
tres  afiOB  anies.  Segoimos  a{  mon-   á  Almakari. 


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71  HISTOAIA  DB  BSPAJÍA. 

Destruida  la  grande  y  piadosa  obra  de  loa  Alfon* 
sos,  de  los  Ordoños  y  de  los  Ramiros,  avanzó  Alman- 
zor  con  su  hueste  hacia  la  Coruña  y  Betanzos»  recor- 
riendo países ,  dicen  sos  crónicas»  «nunca  hollados 
por  planta  musulmana,»  hasta  que  llegando  á  terreno 
en  que  ni  los  caballos  podian  andar,  ordenó  su  reti* 
rada.  Al  llegar  otra  yez  á  Ciudad  Rodrigo  colmó  de 
presentes  á  los  condes  auxiliares  y  los  envió  á  sus 
tierras.  Añade  el  arzobispo  doií  Rodrigo »  y  lo  con- 
firma Almakari ,  quahizo  trasportará  Córdoba  en 
hombros  de  cautivos  cristianos  las  campanas  peque- 
ñas de  la  catedral  de  Santiago »  que  mandó  colgar 
para  que  sirviesen  de  lámparas  en  la  gran  mezquita, 
donde  permanecieron  largo  tienpo  ^^K  Entró ,  pues, 
Almanzor  en  Córdoba  precedido  de  cuatro  mil  cauti- 
vos, mancebos  y  doncellas,  y  de  multitud  de  carros 
cargados  de  oro  y  plata  y  de  objetos  preciosos  reco- 
gidos en  esta  terrible  c^mp^na.  Al  decir  de  nuestros 
historiadores  estuvo  lejos  de  ser  tan  feliz  su  regreso. 
Cuentan  que  Dios  en  castigo  del  ultraje  hecho  á  su 
santo  templo  de  Santiago  envió  al  ejército  maslímico 
una  epidemia  de  que  morían  á  centenares  y  aun  á 
miles.  Pero  el  Tudense,  qne  no  menciona  aquella 
disenteria,  dice  que  el  rey  Bermudo  destacó  por  las 
montañas  de  Galicia  ágiles  peatones ,  que  ayudados 


(4)  Campanas  minores  in  sig-  dibüs  eoltocavitt  quce  longo  tem- 
num  victorice  secum  tidit  et  in  pote  ihi  fuerunt.  Uoder*  Toiet.  de 
Mestquita  Cordubensi  pro  lampa^    Beb.  Hisp.  I.  V.  c.  46. 


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PARTB  11.  LIMO  1 .  75 

por  el  Santo  Apóstol,  perseguiaa  desde  los  riscos  á  ' 
los  moros  y  los  cazaban  como  alimañas  (»,  lo  cual  es 
muy  verosímil  atendida  la  topografía  de  aquel  país  y 
sus  gargantas  y  desfiladeros. 

Dedicóse  el  rey  Bermudo  II.  después  dól  desastre 
de  Santiago  á  restaurar  el  santo  templo  con  la  magni- 
ficencia posible,  y  á  reparar  las  maltratadas  fortale- 
zas, ciudades  y  monasterios  de  sus  dominios,  para  Id 
cual  pudo  aprovechar  el  reposo  que  al  fin  de  sus  días 
parece  quiso  dejarle  Almanzor,  pues  no  se  sabe  que 
en  los  dos  años  que  aun  mediaron  hasta  la  muerte  de 
aquel  monarca,  volviera  á  molestar  el  territorio 
leonés  el  formidable  guerrero  musulmán.  Habíasele 
agravado  á  Bermudo  la  gota  en  términos  de  no  per- 
mitirle cabalgar,  y  tenia  que  ser  conducido  en  hom-  < 
bros  humanos.  Al  fin  sucumbió  de  aquella  enferñciedad 
penosa  después  de  un  reinado  no  menos  penoso  de 
diez  y  siete  años ,  en  uno  de  los  últimos  meses  del 
año  999,  en  un  pequeño  pueblo  del  yierzo  nombrado 
Viilabuena:  su  cuerpo  fué  trasladado  después  al  mo* 
nasterio  de  Carracedo ,  y  de  alli  años  adelante  á  la 
catedral  de  León,  donde  sé  conserva  su  epitafio  y  e. 
de  su  segunda  muger  Elvira  ^*K 

(I)    More  pecudum  trucida'-  ter  de  prelado.  Comienza  por  Ha- ^ 

bant.  Luc.  Tud.  GhroD.  p.  88.  marle  indiscreto  y  tirano  en  todo 

{t)    Bl  obispo  cronista  Pela  yo  (indiscrelus  et  tyratmus  per  om^ 

de  Oviedo  se  empeñó  en  afear  la  nia);  atribuye  á  castigo  de  sus  pe« 

memoria  de  este  rey,  con  una  cados  las  calamidades  que  sufrió 

animosidad  que  sienta  mal  á  un  el  reino,  y  basta  la  circunstancia 

historiador  y  desdice  de  su  carác-  de  haber  repudiado  su  primera 


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76  E18T0BIA  DR  RSPaKa. 

Debido  fué  sin  duda  el  extraño  reposo  de  que  go- 
zaron en  estos  últimos  años  León  y  Castilla  á  las  gra- 
ves turbulencias  que  de  nuevo  se  suscitaron  en  Áfri- 
ca, y  á  cuya  guerra  si  bien  no  concurrió  Almanzor 
en  persona ,  dedicó  toda'su  atención  y  esfuerzos.  El 
emir  Zeiri  ben  Atiya,  no  pudiendo  disimular  mas  el 


moger  y  casádose  con  otra  en  ▼ida 
de  aquella,  accioo  tan  comuo  eo 
aquellos  tiempos  como  bemos  ob-» 
servado,  la  califica  él  de  nefas  ne- 
fandissimum.  Pero  el  monje  de 
Silos,  que  muy  justamente  es  te- 
nido por  escritor  mas  veridico, 
desapasionado  y  juicioso,  nos  pin- 
ta á  Bermudo  como  un  principe 
prudente,  amante  de  la  clemen- 
cia y  dado  á  las  obras  de  piedad  y 
doTociou.  Cierto  que  su  reinado 
fué  calamíloso  y  desaraciadisimo: 
a>ero  qué  puniera  naber  hecho 
Bermudo  contra  un  enemigo  del 
talento  y  del  temple  de  un  Alman- 
zor? A  pesar  de  todo  y  en  medio  de 
tan  azarosas  circunstancias  np  se 
olvidó  de  dotar  al  país  de  algunas 
instituciones  útiles.  Restableció  las 
leyes  del  ilustre  Wamba,  y  mandó 
observar  los  antiguos  cánones;  no 
los  cánones  pontificios,  como  ar- 
bitrariamente interpreta  Mariana 
y  le  hacen  ver  sus  anotadores,  si- 
no los  de  la  antigua  iglesia  gótica. 
En  su  afán  de  ennegrecer  la  fa- 
ma del  monarca  le  atribuyó  el 
cronista  crímenes  que  no  cometió, 
y  milaAroe  á  los  obispos  que  tuvo 
necesioad  de  castigar,  y  aun  los 
aplica  á  obispos  que  se  sabe  no 
existieron.  No  fatig«irémos  á  nues- 
tros lectores  con  él  relato  de  estas 
invenolpnes  que  acreditaron  á  Pe- 
layo  de  poco  escrupuloso  y  aun  de 
falsificaaor  de  la  historia,  de  cuyo 
concepto  goza  entre  los  mejores 
críticos. 


Con  respecto  á  las  mogeres  da 
Bermudo  U.,  de  las  exquisitas  in- 
vestigaciones del  erudito  Plores 
rosulta  en  efecto  haber  tenido  dos 
legítimas,  ó  por  lo  menos  veladas 
ambas  in  facie  cécclesioíi  la  prime- 
ra llamada  Velasquita,  de  quien 
tuvo  á  Cristina,  que  casada  des- 
pués con  el  infante  don  Ordoño, 
dio  origen  á  la  familia  de  los  con- 
des de  Carrion:]a  seronda  Elvira, 
bija,  como  hemos  dicoo,  del  conde 
de  Castilla  García  Pernandez,  de 
la  cual  tuvo  también  varias  hijas 
y  un  hijo  varón,  que  fué  el  que  le 
sucedió  en  el  trono  con  el  nombre 
de  Alfonso  V.  Es  también  induda- 
ble que  se  casó  con  Elvira  vivien- 
do Vplasquita,  á  quien  habia  repu- 
diado, no  sabemos  por  qué  cansa, 
pero  que  fué  reconocida  como  le- 
gítima*, y  este  monarca  nos  sumi- 
nistra otro  ejemplo  de  la  facilidad 
y  ningún  escrúpulo  con  que  los 
reyes  católicos  de  aquellos  tiem- 
pos se  divorciaban  y  contraían  nue- 
vos matrimonios  viviendo  su  pri- 
mera esposa.  Tuvo  ademas  suce- 
sión Bermudo  de  dras  dos  muge- 
res  que  se  cree  fuerou  hermanas, 
á  quienes  el  sabio  Florei.  llama 
según  su  costumbre  amig<u,  y  ios 
demás  cronistas  nombrad  con  me-^ 
nos  rebozo  caneuUinas*  Noticias 
son  todas  estas  que  dan  luz  no  es- 
casa sobre  las  costumbres  y  la 
moralidad  de  aquellos  tiempos  en 
esta  materia. 


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PAETB  II.  LIBEO  I.      '  77 

enojo  contra  Almanzor  que  hasta  entonces  habia  en- 
,  cnbierto  con  el  velo  de  una  amistad  aparente,  se  re- 
solvió ya  á  suprimir  en  la  chotba  ú  oración  pública  el 
nombre  del  regente  de  España  ,  conservando  solo  el 
del  califa  Hixem.  Deshecho  y  destrozado  por  el  cau- 
dillo fa limita  el  primer  ejército  que  envió  Almanzor» 
fué  precisó  que  acudiera  su  hijo  Abdelmelik  qu&  ya 
habia  ganado  en  África  el  título  de  Almudbaffar  ó  ven- 
cedor afortunado.  Con  su  ida  mudó  la  guerra  de  as- 
pecto. En  una  refriega  recibió  el  emir  Zeiri  tres  he- 
ridas en  la  garganta,  causadas  por  el  yatagán  del  ne- 
gro Salem,  y  en  otro  combate  que  duró  desde  la  ma- 
ñjina  hasta  la  noche,  sucumbió  en  el  campo  de  bata- 
lla. El  valeroso  hijo  de  Almanzor  se  posesionó  i|e  Fez, 
donde  gobernó  seis  meses  con  justicia  y  con  pruden- 
cia, y  el  territorio  de  Magreb  quedó  de  nuevo  some- 
tido á  la  influencia  de  Almanzor.  Tan  lisonjeras 
nuevas  fueron  solemnizadas  en  Córdoba  dando  li- 
bertad á  mil  ochocientos  cautivos  cristianos  de  ambos 
sexos,  haciendo  grandes  distribuciones  de  limosnas  á 
los  pobres ,  y  pagando  á  los  necesitados  todas  sus 
deudas. 

La  prosperidad  de  las  armas  andaluzas  al  otro 
lado  del  mar  hubo  de  ser  fatal  á  los  cristianos  de  la 
Península;  porque  desembarazado  Almanzor  de  aquel 
cuidado,  volvió  á  sus  acostumbradas  espediciones.  Dos 
mencionan  las  historias  arábigas  en  el  año  1000,  al 
Oriente  la  una,  al  Norte  la  otra,  que  dieron  por  re- 


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78  UISTOEIA  UB  BSFAiÍA. 

soltado  la  destrucción  de  algunas  poblaciones  y  la 
devastación  de  algunas  comarcas ,  que  los  naturales 
mismos  solian  abandonar  é.  incendiar  á  la  aproxima- 
ción de  los  enemigos*  Trascurrió  el  ano  1004  sin 
notable  ocurrencia  ,  como  si  hubiera  sido  necesario 
este  reposo  para  preparar  el  gran  suceso  que  iban  á 
pre^nciar  los  dos  pueblos. 

Había  sucedido  en  el  reino  de  León  á  Bermu- 
dolí,  el  Gotoso,  su  hijo  Alfonso  V.»  niño  de  cinco  años 
como  Ramiro  III.  cuando  entró  ¿  reinar,  y  al  cual  se 
puso  bajo  la  tutela  del  conde  de  Galicia  Menendo 
González,  y  de  su  muger  doña  Mayor.  Dirigíale  al 
mismo  tiempo  su  tío  materno  el  conde  de  Castilla, 
Sancho  Garcés ,  el  hijo  y  sucesor  de  García  Fer- 
nandez. Reinaba  en  Pamplona  otro  gancho  Garcés 
el  Mayor ,  nombrado  Cuatro^Manos  por  su  intre- 
pidez y  fortaleza ,  y  estaba  casado  con  una  hija  del 
de  Castilla  ,  llamada  Sancha  ^*K  Todos  estos  sobe- 
ranos  vieron  en  el  año  4002  un  movimiento  univer* 
sal  é^  imponente  por  parte  de  los  sarracenos  en  el 


(4)  El  rey  Sancho  de  Nairarra  blase  también  de  un  conde  Gui- 
era  llamado  en  este  tiempo  rey  de  llermo  Sánchez,  cuñado  de  Sancho 
los  Pirineos  y  de  Tolosa,  en  razón  él  Mayor,  que  era  duque  de  la 
á  que  «n  poder  se  estendia  á  aque-  Vasconia  franaesa.  Todos  estos  pa- 
lla región  de  la  Galia,  nombrada  rece  que  suministraron  tropas  al 
aniigaamente  la  Segunda  Aquíta-  navarro  para  la  batalla  de  que  va- 
nía,  ya  por  su  parentesco  con  los  mos  á  hablar,  y  asi  so  esplíca  el 
condes  de  aquellas  tierras,  ya  por-  número  considerable  de  cristiaDos 
que  estos  prefiriesen  reconocer  que  llegaron  á  reunirse.  Hist.  des 
una  especia  de  soberanía  en  ol  Gont.  de  Tol<»e,  Rodolp.  Glaber, 
monarca  navarro  á  someterse  á  la  Bouquet,  Briz,  Martínez  y  Sando- 
nueva  dinastía  de  los  Capeioa.  Há-  bal,  cít.  porRomey,tom.iV.c.47. 


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PAITB  IK  LIBEQ  I.<  79 

mediodía  y  ceolrodeia  España  muslímica.  Los  walíes 
de  SaolaréD,  de  Badajoz  y  de  Marida  ,  allegaban 
toda  la  gente  de  armas  de  sos  respectivos  territorios. 
Nomerosas huestes  berberiscas babiau  desembarcado eD 
Aigeciras  y  eh  OcsoDoba;  eran  refuerzos  qae  MoCz» 
hijo  y  sucesor  del  difunto  Zeiri,  se  habia  compróme* 
tido  á  enviar  á  Almanzor  para  la  gran  gazúa  que  me- 
ditaba contra  los  cristianos.  Las  banderas  de  África, 
de  Andalucía  y  de  Lusitaoia  se  congregaban  en  Tole* 
do.  ¿Qué  significan  estos  solemnes  preparativos?  Es 
que  Almanzor  ha  resuelto  dar  el  último  golpe  á  Cas- 
tilia,  á  esa  Castilla  cuya  obstinada  resistencia  le  es  ya 
fatigosa  f  y  quiere  agregarla  definitivamente  al  im* 
perio  musulmán.  Terrible  es  la  tormenta  que  amenaza 
á  los  castellanos.  Pero  su  mismo  estruendo  los  des- 
pierta, y  en  vez  de  amilanarse  se  preparan  á  conju- 
rar^.  Convidó  Sancho  de  Castilla  á  los  dos  soberanos 
sus  parientes  á  formar  una  liga  para  resistir  de' 
consuno  al  formidable  ejército  musulmán.  La  necesi- 
dad de  la  unión  fué  reconocida,  cesaron  las  antiguas 
disensiones,  pactóse  la  alianza,  y  se  organizó  la  cru- 
zada contra  los  infieles.  El  punto  de  reunión  del  ejér- 
cito cristiano  combinado  eran  los  campos  situados  por 
bajo  de  Soria,  hacia  las  fuentes  del  Duero  no  lejos  de 
las  ruinas  de  la  antigua  Numancia.  Conducía  las  bande- 
ras de  León,  Asturias  y  Galicia  el  conde  Menendo  á  nom- 
brede  Alfonso  V.,  niño  enhxices  de  ocho  años;  manda- 
ban lasdeJNavarra  y  Castilla  sus  respectivos  soberanos. 


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80  nmoEu  DB  bsfaSá. 

Los  musulmaoes,  divididos  6d  dos  coerpos»  com^ 
puesto  el  uno  de  españolas,  el  otro  de  africanos,  di- 
rigiéronse el  Duero  arriba  *  y  hallaron  á  los  cristia-' 
nos  acampados  en  Calatañazor  (Kalat^l-Nosorf  altura 
del  buitre,  ó  montaña  del  águila) «  Cuando  los  espío- 
radores  árabes  (dice  su  crónica)  descubrieron  el  cam- 
po de  los  infieles  tan  estendido ,  se  asombraron  de  su 
muchedumbre  y  avisaron  al  hagib  Almanzor,  el  cual 
salió  en  persona  á  hacer  un-  reconocimiento  y  á  dar 
sus  disposiciones  para  la  batalla.  Hubo  ya  aquel  dia 
algunas  escaramuzas  que  interrumpió  la  noche.  En 
la  corta  tregua  que  esta  les  dio,  añade  el  escritor 
arábigo,  no  gozaron  los  caudillos  muslimes  la  dulzura 
del  sueño;  inquietos  y  vacilantes  entre  el  temor  y  la 
esperanza,  miraban  las  estrellas  y  á  la  parte  del  cielo 
por  donde  habia  de  asomar  el  dia.  Al  divisar  el  pri* 
íner  albor  que  tanto  suele  alegrar  á  los  hombres,  los. 
tímidos  sintieron  como  anublarse  su  espíritu,  y  el  to- 
que de  añafiles.  y  trompetas  estremeció  á  los  mas  ani- 
mosos. Almanzor  hizo  su  oración  del  alba:  ocuparon 
los  caudillos  sus  puestos,  y  se  reunieron  las  banderas. 
Moviéronse  también  los  cristianos  y  salieron  con  sus 
haces  bien  ordenadas:  el  clamoreo  de  los  musulmanes 
se  confundió  con  el  grito  de  guerra  de  los  cristianos: 
las  trompetas  y  atambores,  el  estruendo  de  las  armas 
y  el  relinoho  de  los  caballos  hacían  retumbar  los  ve* 
cinos  montes  y  parecía  hundirse  el  cielo. 

Empeñóse  la  lid  con  furor  igual  por  ambas  parte». 


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rAlTB  II.  LIBIO  t.  81 

Los  cristiaoos  con  sus  caballos  cabiertos  de  hierro  pe« 
leaban  como  hambrientos  lobos  (es  la  espresioa  del 
escritor  arábigo),  y  sos  caudillos  alentabaa  á  sus 
guerreros  por  todas  partes.  Almanzor  revolvía  acá  y 
allá  su  fogoso  corcel  que  semejaba  á  un  sangriento 
leopardo:  metíase  con  su  caballería  andaluza  por  en- 
tre los  escuadrones  de  Castilla,  é  irritábale  la  resis- 
tencia que  encontraba  «y  el  bárbaro  valor  de  los  in- 
fieles.i»  Sus  caudillos  peleaban  también  con  un  arrojo 
que.noaolros  á  nuestra  vez  podríamos  llamar  bárbaro. 
Con  las  nubes  de  polvo  que  se  levantaban*  se  oscure- 
ció el  sol  antes  de  su  hora,  y  la  noche  estendió  antes 
de  tiempo  su  ennegrecido  manto.  Separáronse  con  esto 
los  guerreadores  sin  que  ninguno  habiese  cejado  un 
palmo  de  terreno :  la  tierra  quedó  empapada  en  san- 
gre humana:  la  victoria  no  se  sabia  por  quién. 

Babia  Almanzor  recibido  muchas  heridas.  Retira- 
do por  la  noche  á  su  tienda,  y  observando  cuan  pocos 
caudillos  se  le  presentaban,  según  costumbre  después 
de  un  combate ,  «¿Cómo  no  vienen  mis  valientes?  pre- 
guntó.— Señor  ,  le  respondieron  ,  algunos  se  hallan 
muy  mal  heridos,  los  demás  han  muerto  en  el  cam- 
po.» Entonces  se  penetró  del  estrago  que  habia  su- 
frido su  ejército  ^  y  antes  de  romper  el  dia  ordeñó 
la  retirada  y  repasó  el  Duero  marchando  en  orden 
de  batalla  por  si  le  perseguían  los  cristianos.  Sin- 
tióse en  el  camino  Almanzor  abatido  y  desalentado : 
recrudeciéronsele  y  se  le  enconaron  con  la  agitación 
Tomo  iv.  6 


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99  BisTOftu  ra  bívOA'. 

las  heridas  de  tal  modo»  qae  no  padieodo  sosleoerse 
á  caballo^  se  bizo  condecir  en  uoa  silla  y  en  hombros 
desús  soldados  por  espacio  de  catorce  leguas  hasta 
cerca  de  Mediaa  Selim  (Ifedioaceli).  Alli  le  encontró 
SQ  hijo  Abdelmelik  (á  quien  no  sabemos  cómo  no  llevó 
á  la  batalla)  enviado  por  el  califa  para  adquirir  nue- 
vas de  su  padre.  A  tiempo  llegó  solameqte  para  reco- 
ger su  postrer  aliento,  pues  lUli  mismo  y  en  sus  bra- 
zos espiró  el  héroe  musulmán  á  los  tres  días  por  an« 
dar  de  la  luna  de  Ramazam,  año  393  de  la  hegira  (9 
de  agosto  de  1002),  y  áia  edad  de  63  años  ^^K 

Sus  restos  mortales  fueron  sepultados  en  Medína- 
cqIl»  cubriÓAdolos  coa  aquel  polvo  que,  como  dijimos, 
se  había  ido  depositando  en  una  caja  del  que  sus  ves- 
tidos recogían  en  Igs  combates.  Cumplióse  la  ley  del 
Coran  que  decía:  cEnterrad  á  los  mártires  según  los 
»coge  la  muerte,  con  sus  vestidos,  sus  heridas  y  su 
» sangre.  No  ios  lavéis,  porque  sus  heridas  en  el  día 
>del  juicio  despedirán  el  aroma  del  almizcle.»  So  hijo 
Abdelmelik  AlmadhafTar  que  tomó  el  mando  del  ejér- 
cito, le  hizo  también  los  honores  fúnebres,  y  sobre. su 
sepulcro  se  inscribieron  sentidos  versos  ^^K 

O )    Muchos  de  noestroft  bÍ9to-  sucmqs  de  los  retóos  orístíanos  de 

rieoores,  y  entre  ellos  Maridoa,  aqaol  tiempo.  Bnconlrámosle  lleoo 

aoticipaa  con  m«QÍfiesta  equivo-  de  iDexaotitndes  y  de  aveoiaras  fa- 

oaeíOD  tres  afios  esta  memorable  hulosas  y  hasta  absurdas.  Sentimos 

b^taUa,  y  por  coDsecueoma  de  ee-  teoer  queceosorar  á  tan  respetable 

te  error  nacen  asistir  á  ella  á  Ber-  escritor,  poro  no  podemos  prescin- 

imio  el  Gotoso.  Bien  que  oo  ts  po-  dir  da  nuestie.  deber  histórico, 

aibie  formar  idea  por  Mariana  ni  (%)    Conde  copia  la  traducción 

<toloaboclMtdeAlHaBZOKDideloa  qoe  da  uno  de  ana  epitafios  hito 


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PAETB  II.  LIBBO  !•  83 

Asi  acabé  el  famoso  Mohammed  ben  Abdallah  bea 
Abí  Ahmer,  coDocido  por  AlmaDzor,  después  de  vein* 
te  y  cinco  años  de  coiitÍDuado$  triunfos ,  y  que  basta 
su  muerte  se  habta  creído  invencible.  Lloráronle  los 
soldados  coa  «j^argura ;  <(;perdimos,  esclamaban, 
nuestro  caudillo ,  nuestro  defensor ,  nuestro  padre?» 
Con  luto  y  aflicción  vniTersaíl  se  recibió  en  Córdoba  la 
nueva  de  su  muerte,  y  en  mucho  tiempo  ni  la  ciudad 
ni  el  imperio  se  consolaron;  ó  por  mejor  decir  »  no 
pudieron  consolarse  nunca ,  porque  la  muerte  del 
grande  hombre  había  de  llevar  tras  sí  la  muerte  del 
imperio.  Dice  nuestro  cronista  el  Tudense ,  que  luego 
que  mnritS  Almaaz0r  se  dejó  ver  á  las  margenes  del 
Guadalquivir  un  hombre  en  trage  de  pastor  que  an- 
daba gritando,  unas  veces  en  árabe  y  otras  en  caste- 
llano: üEn  Calatañaxor  Almanzor  perdió  el  tambor. r^ 
Y  que  cuando  se  acercaban  á  preguntarle  se  ponía  á 
llorar  y  desaparecía  á  repetir  las  mismas  palabras  en 
otra  parte.  «Creemos,  añade  el  piadoso  cronista,  que 
aquel  hombre  era  el  diablo  en  persona  ,  que  gritaba 
y  se  desesperaba  por  la  gran  catástrofe  que  hablan 
sufrido  los  moros.» 

80  amigo  don  Leandro  Fernandez  de  Moratio,  y  es  como  sigue: 

No  existe  ya,  pero  qoeáó  en  el  orbe 
Tanta  memoria  de  sus  altos  hechos, 
Que  podrás,  admirado,  conocerle 
Cual  si  le  Tíeras  hoy  presento  y  yif  o: 
Tal  fué,  que  nunca  en  sucesión  eterna 
Daráa  loe  siglos  adalid  segundo, 
Que  así,  venciendo  en  guerras,  el  imperio 
Del  pueblo  de  iBoaael  acrezca  y  guarda. 


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CAPITULO  XIX, 

caída  t  disolución  del  califato. 

•e  4002  A  4034. 

Justos  temores  y  alarmas  de  los  musulmaDes.— Gobierno  de  Abdelme- 
■iik,  hijo  y  sucesor  de  Almanzor»  como  primer  roioistro  del  califa  Hi- 
xem.— Sus  campañas  cóoira  los  crisiiaoos:  su  muerte.— -GobierDO 
de  Abderrahmao,  segundo  hijo  de  AlmSinzor.— Infundado  orgullo  de 
este  hagib:  su  desmedida  ambición:  hácese  nombrar  sucesor  del  ca- 
lifa.—Terrible  castigo  de  su  loca  presunción.— Ministerio  de  Ifo- 
hammed  el  Ommiada  y  del  slayo  Wahda.— Encierran  al  califia  Hixem 
en  una  prisión  y  publican  que  ha  muerto.— llobammed  se  proclama 
califa.— Le  destrona  Suleíman  con  auxilio  del  conde  Sancho  de 
Castilla.— Gran  batalla  y  triunfo  de  los  castellanos  en  Gebal  Quin* 
tos.— Recobra  Mohammed  el  trono  con  ajfuda  de  los  cristianos  cata- 
lanes.—Saca  Wabda  al  califa  Hixem  de  la  prisión»  y  le  enseña  al 
pueblo  que  le  creia  muerto.— Entusiasmo  en  Córdoba:  alboroto:  Mo- 
hammed muere  decapitado,  y  su  cabeza  es  paseada  por  las  calles 
de  la  ciudad. — Apodérase  Suleiman  otra  vez  del  trono,  y  desapare- 
ce misteriosamente  y  para  siempre  el  califa  Hixem. — ^Muere  Suleí- 
man asesinada  por  All  el  Edrisíta,  que  ¿  su  Tez  se  proclama  califa. 
—Precipitase  la  disolución  del  imperio:  partidos,  guerras»  destro* 
namientos,  usurpaciones,  crímenes.— Últimos  califas:  All,  Abderrah- 
man  IV.,  Alkasim,  Yahia,  Abderrahman  V.,  Mohammed  01.,  Tahia, 
segunda  Tez,  Hixem  III.— Acaba  definitivamente  el  imperio  om- 
miada. 

Muy  fundado  era  en  verdad  el  desalíeiítQ  y  la 
aflicción  y  pesadumbre  que  produjo  en  toda  la  Espa- 
ña muslímica  la  nueva  de  la  derrota  de  Calatañazor. 


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PAETB  IK  tlfiliO  U  85 

Penelraba  bien  el  Instinto  público  que  todo  aquel  es- 
plendor y  grandeza»  toda  aquella  eslension  ,  pujanza 
y  unidad  que  habia  adquiridp  el  califato  bajo  la  enér- 
gica y  sabia  dirección  del  ministro  regente,  habia  de 
desplomarse  y  venir  á  tierra  con  la  pinerte  de  aquel 
hombre  privilegiado ,  que  con  tanta  intrepidez  como 
fortuna ,  con  tanta  maña  como  arrojo  ,  y  con  tanta 
política  como  vigor,  habia  elevado  el  imperio  musul- 
mán á  la  mayor  altura  de  poder  que  alcanzó  jamás, 
y  reducido  al  pueblo  cristiano  casi  á  tanta  estrechez 
como  en  los  tiempos  de  Muza  y  de  Tarik.  Que  si  los 
defensores  de  la  cruz  no  se  vieron  en  tan  escaso  terri- 
torio encerrados  como  en  las  días  de  Pelayo,  halláron- 
se al  cabo  descerca  de  tres  siglos  de  esfuerzos  casi  en 
la  situación  que  tuvieron  en  tiempo  del  primer  Alfon- 
so, y  apenas  fuera  de  la  cadena  del  Pirineo  podían  con- 
tar con  una  fortaleza  segura,  y  con  un  palmo  de  terre- 
no al  abrigo  de  las  incursiones  del  gran  batallador* 
Temíanlos  musulmanes,  derribada  la  robusta  columna 
de  su  imperio,  por  la  suerte  de  la  dinastía  Ommiada, 
con  un  califa  siempre  en  estado  de  pueril  imbecilidad, 
y  sin  esperanza  de  suc&sion.  Temian  también  no  me- 
nos justamente  lo  que  á  los  príncipes  y  guerreros  cris- 
tianos, antes  tan  abatidos,  habría  de  alentar  aquel 
solemne  triunfo. 

Brindaba  ciertamente  ocasión  propicia  á  los  cris- 
tíaoos  el  resultado  glorioso  de  la  batalla,  y  mas  que 
todo  el  desconcierto  y  descomposición  á  que  por  con-» 


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86  HISTORIA  DB  BSPAHa. 

secuencia  de  ella  vino  el  imperio  musnlman,  no  solo 
para  haberse  recobrado  de  sus  anteriores  pérdidas, 
sino  para  haber  reducido  á  la  impotencia  á  los  sarra- 
cenos, si  los  nuestros  hubieran  continuado  unidos ,  y 
en  lugar  de  aprovecharse  de  las  disensiones  de  los 
infieles  no  se  hubieran  ellqs  consumido  también  en 
intestinas  discordias  y  rivalidades.  Achaque  antiguo 
de  los  españoles  era  esta  falta  de  unión  y  de  coucicr* 
to,  y  causa  perenne  de  sus  desdichas  y  de  la  prolon- 
gada dominación  de  los  pueblos  invasores. 

El  rey  Alfonso  V.  de  León,  niño  de  ocho  años, 
continuaba  bajo  la  tutela  de  su  madre  doña  Elvira  y 
de  los  condes  de  Galicia  Menendo  González  y  su  es- 
posa ,  que  educaban  al  rey  y  gobernaban  el  reino  con 
recomendable  prudencia.  El  hijo  de  Almanzor ,  Ab- 
delmelik  Almudhaffar,  que  habia  ido  á  Córdoba  con 
las  destrozadas  huestes  del  ejército  sarraceno,  fué 
nombrado  por  la  sultana  Sóbheya  (que  sobrevivió  un 
corto  tiempo  á  Almanzor)  hagib  ó  primer  ministro  del 
•califa  Hixem,  el  ciial  proseguía  en  su  dorado  alcázar, 
entregado  á  sus  juegos  infantiles,  contento  con  llevar 
el  nombre  de  califa  y  sin  tomar  parte  alguna  en  los 
negocios  del  imperio.  Heredero  Abdelmelik  de  la  au- 
toridad y  de  algunas  de  las  grandes  cualidades  de  su 
padre ,  pero  no  de  su  fortuna ,  quiso  proseguir  tam- 
bién su  sistema  de  guerra  con  los  cristianos ,  y  ase- 
gurado por  la  parte  de  África  en  cuya  emirato  confir- 
mó á  Moez  ben  Zeiri,  comenzó  sus  incursiones  perió* 


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PAm  iK  Lino  I.  S7 

dicas  por  el  lado  de  Cataliifia ,  y  alcanasó  ana  victoria 
cerca  de  Lérida  (1 OOS).  Eo  el  otoño  de  aquel  mismo 
ano,  después  de  na  corto  descanso  en  Córdoba ,  pas6 
con  grande  ejército  á  tierras  de  León»  y  al  decin^ 
ios  historiadores  árabes ,  venció  en  un  encuentro  á  los 
leoneses;  se  apoderó  otra  vez  de  la  capital ,  y  destru* 
yó  lo  que  habia  quedado  en  pie  en  la  ocupación  de  * 
su  padre:  relación  que  está  en  manifiesta  discordan- 
cia con  la  que  de  esta  espedicion  nos  cuenta  el  arzo- 
bispo don  Rodrigo ,  el  cual  dice  expresamente  que 
Abdelmelik  en  esta  tentativa  fué  puesto  en  Tergonzo* 
sa  fuga  por  los  cristianos  ^^K 

Continuó  el  hijo  de  Almanzor  sus  incursiones  pe- 
riódicas, ni  notables  por  su  brillo  ni  fecundas  en  re- 
sultados ,  hasta  el  1 005  en  que  otorgó  á  los  cristianos 
una  tregua,  que  equivalió  para  ellos  á  una  paz.  De* 
bieron  mover  á  los  leoneses  ¿  solicitar  esta  transac- 
ción algunas  desavenencias  ocurridas  con  el  conde  de 
Castilla  I  y  apoyó  y  esforzó  su  instancia  cí  walf  de  To- 
ledo Abdallah  ben  Abdelaziz »  uno  de  los  mas  antiguos  . 
y  fieles  caudillos  de  Almanzor.  Motivaba  este  interés 
del  walí  toledano  en  favor  del  monarca  leonés  lo  sh* 


(4)    «Venció,  dicen  1ü6  escrito-  Léoa,  fué  TergonRosanenie  aiiu« 

res  árabes  do  Conde,  á  los  cristia-  yentado,  y  se  retiró  ignomifíiosa- 

nos  cerca  de  León,  y  ae  apoderó  iaente«..áeristiams  twrpiiereffu' 

de  la  ciodad,  y  arrasó  sos  muroa  gatus,turJnterestreoers^$,^^  uist. 

hasta  el  suelo,  qáe  ya  aiRfes  au  Arab.  b.  as.*-B8tas  contradiocio«» 

padre  los  habia  destruido  hasta  nes  son  frecuentes,  y  no  es  ya  iácíl 

la  mitad.»  Cap.  103.— «Habiendo  apurar  de  parte  de  quién  está  la 

congregado,  dice  el  arzobispo  don  Tordad. 


BodrigOy  00  grande  ejército  sobre 


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88  mSTOftU  BB  ISPAftA» 

guíente.  Entre  las  <)autivas  cristianas  que  Abdallah 
tenia  en  su  poder  se  hallaba  una  hermosa  doncella, 
hacía  la  cual  concibió  el  walí  una  pasión  vehemente. 
Supo  que  aquella  linda  joven  era  hermana  del  rey  de 
León  y  pidiósela  en  matrimonio.  Accedió  Alfonso  á 
darle  su  hertnana  como  medio  y  condición  de  alcanzar 
la  paz  de  Abdelmelik.  Celebráronse  las  paces ,  y  tam- 
bién las  bodas  muy  contra  la  voluntad  de  Teresa ,  que 
asi  se  llamaba  la  princesa  cristiana.  Cuenta  la  crónica 
que  la  noche  de  las  bodas  le  dijo  á  su  mal  tolerado 
esposo:  «Guárdate  de  tocarme*  porque  eres  un  prin- 
cipe pagano:  y  si  lo  hicieres,  el  ángel  del  Señor  te 
herirá  de  muerte.i>  Rióse  de  ello  el  musulmán»  y 
desatendió  su  intimación.  Mas  no  tardó  en  arrepen- 
tirse de  ello»  porqub  á  poco  tiempo  se  cumplió  el  fa- 
tal vaticinio»  y  como  el  walí  sintiese  acabársele  la 
vida ,  llamó  á  sus  consejeros  y  sirvientes »  mandó  que 
devolviesen  á  su  hermano  1^  joven  desposada ,  tan 
bella  cautiva  como  infausta  esposa»  y  que  fuese  con- 
,  ducida  á  León,  acompañando  el  mensage  con  ricos 
dones  de  oro  y  plata ,  joyas  y  vestidos  preciosos.  Ab- 
dallah falleció  ai  poco  tiempo :  Teresa  profesó  de  re* 
ligiosa  en  un  convento»  y  en  este  estado  murió  en 
Oviedo  en  el  año  1039<*^ 

Muerto  Abdallah »  y  espirado  que  hubo  también  el 
plazo  de  la  tregua » invadió  de  nuevo  Abdelmelik  las 

(4)   Mag.  Ovei.  ChroD.  D.  3. 


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rARTB  II.  uno  I.     ,  89 

tierras  de  Castilla  (1007),  desmanteló  á  Avila,  Gor- 
maz,  Qsma  y  otras  fortalezas  que  los  cristiaDOs  habiaa 
Mo  reparando:  avanzó  por  Salamanca  i  Galicia  y  Lu* 
sitanía  y  regresó  á  Córdoba ,  donde  solo  se  detuvo  á 
preparar  la  campaña  de  la  primavera  siguiente.  Em- 
prendió esta  hacia  el  interior  de  Galicia  (4008),  «al 
frente»  dicen  las  crónicas  árabes ,  de  cuatro  mil  gine- 
tes  escogidos ,  armados  decoraa;as  resplandecientes 
como  estrellas»  cubiertos  sus  caballos  con  caparazones 
de  seda  de  dobles  forros :  seguia  la  caballería  anda-* 
luza  y  africana »  gente  aguerrida  que  se  habia  distin- 
guido en  las  mas  peiigrosasocasiones....  Acometieron 
á  los  cristianos 4  y  aunque  eran  los  héroes  de  su  liem* 
po»  que  todos  habiaa  entrado  en  muchas  batallas  y 
eran  gente  avezada  á  los  horrores  de  las  peleas,  los 
atropellaron  y  rompieron  sasalmafallas,  y  se  volvie- 
ron sobre  ellos  como  dragones ,  y  se  pusieron  en  des-- 
^  ordenada  fuga,  dejando  el  campo  regado  de  sangre. 
Siguió  Abdelmelik  el  alcance  con  su  caballería ,  y  re- 
parados los  cristianos  en  unos  recuestos  y  pasos  difíci- 
les, se  renovó  la  cruel  batalla.  Los  infieles  (continúa 
su  crónica)  pelearon  como  rabiosos  tigres,  y  alli  los 
muslimes  padecieron  mucho.  A  favor  de  la  oscuridad 
que  sobrevino  se  retiraron  los  cristianos  á  sus  ásperos 
montes,  y  los  musulmanes  viendo  la  horrible  pérdida 
que  habian  sufrido  se  volvieron  á  las  fronteras ,  y  de 
alli  por  Toledo  á  Córdoba,»  Esta  fué  la  última  campa- 
na de  Abdelmelik.  A  poco  tiempo  le  acometió^  ona  gra- 


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90  RI8T0AIA  DI  BSTAfÍA. 

ve  eáfermedad ,  de  que  sucumbió  en  Córdoba  en  el 
ides  de  Safar  de  399  (octubre  de  1 008)  con  gran  sen- 
timieoto  de  los  buenos  moslimes,  y  no  sin  sospechas 
de  que  hulúese  sido  envenenado. 

Habia  muerto  ya  la  sultana  madre;  sti  hijo  el 
califa  Hixem  continuaba  vegetando  en  su  alcázar  en* 
Ire  juegos  y  placeres,  y  restaba  otro  hijo  de  Alman- 
sor,  llamado  Abderrahman,  tan  parecido  á  su  padre 
en  el  cuerpo  y  la  fisonomía ,  como  desemejante  -ea  las 
cualidades  del  corazón  y  del  entendimiento.  Sin  apti- 
tud para  los  negocios  graves'ni  disposición  para  gober- 
nar •  dado  al  vino  y  á  las  mugeres ,  acostumbrado  á 
pasar  su  vida  entre  juegos  y  festines ,  y  aficionado 
á  los  ejercicios  de  caballería  en  que  lucía  su  bella 
figura ,  fué  no  obstante  nombrado  b^^gib  del  califa  (io- 
mo  su  padre  y  su  hermano ,  por  los  slavos  y  eunucos 
del  palacio ,  conocidos  coa  el  nombre  de  Alameríes, 
que  eran  los  que  disponían  de  la  voluntad  del  imbécil 
Hixetn  y  de  las  primeras  dignidades  del  imperio.  Tan 
lleno  de  ambición  como  escaso  de  mérito  el  nuevo 
ministro ,  no  se  contentó  con  tomar  el  pomposo  título 
de  Al  Nasir  Ledin  Ailah  como  Abderrahman  IIL  el 
Grande ,  lo  cual  revelaba  bastante  su  presunción  des- 
medida ,  sino  que  so  pretexto  de  la  falta  de  sucesión 
de  Hixem ,  aunque  todavía  se  hallaba  en  edad  de 
poder  tenerla ,  pretendió  y  obtuvo  del  mentecato  ca- 
lífti  qoe  le  declarara  vn\i  alhadf  ó  sucesor  del  impe- 
rio. Paso  tan  arrojado  y  pretencioso ,  á  que  no  se  babia 


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PARTfi  U.  LIMO  I.  91 

atrefvido  ni  ^cin  el  mismo  Almanzor ,  y  qne  no  d^ó 
de  traspirar  aunque  dado  en  secreto ,  no  pedia  menos 
de  indignar  á  los  ilustres  miembros  de  )á  familia  Om** 
miada ,  que  se  consideraban ,  y  con  razón  ,  con  mas 
derechos  y  mas  títulos  á  la  herencia  del  califisilo  en  el 
supuesto  de  morir  Hixem  D.  sin  sucesión»  y  que  si 
habían  soportado  el  yugo  de  Alman^or »  habia  sido 
íkAo  por  las  relevantes  prendas  é  ináisputabie  mérito 
del  ministro  regente. 

Distinguíase  entre  ellos  el  joven  Mohammed ,  bit- 
nieto  de  Abderrahman  III.,  hombre  de  resolución  y  de 
brío,  el  cual,  dispuesto  á  atajar  las  orgnllosas  preten- 
siones de  Abderrahman ,  pasó  á  las  fronteras,  habló, 
escitó  y  logró  reunir  en  torno  suyo  á  los  muchos  adic- 
tos á  la  familia  de  los  Meruanes ,  y  congregada  una 
respetable  hueste  marchó  á  su  cabeza  derechamente 
sobre  Córdoba.  Informado  de  esta  mardia  Abder- 
rahman ,  salió  con  la  caballería  africana  y  lá  guardia 
del  callfe  á  hacer  frente  &  su  competidor;  pero  éste, 
hurtándole  la  vuelta  por  medb  de  una  hábil  maniobra » 
penetró  atrevidamente  en  la  capital ,  apoderóse  del 
res(5  de  la  guardia  yde  la  persona  del  califo ,  y  cuan*, 
do  el  hijo  de  Almanzor  revolvió  sobre  Córdoba ,  ar- 
diendo en  ira  y  en  despecho ,  y  confiado  en  el  favor 
popular  oón  que  contaba  por  respetos  á  la  memoria 
de  su  padre ,  halló  la  plaisa  de  palacio  ocupada  por 
las  tropas  de  Mohammed:  empeñóse  alli  un  rudo  y 
sangriento  combate:  el  populacho  en  que  confiaba 


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d2  BIStOElA  DB   BSVAÍÍA. 

Abderrahman »  do  solo  se  hizo  sordo  á  sus  órdenes» 
sino  que  se  puso  de  parte  de  Mohammed ;  faltóle  hasta 
la  guardia  africana,  y  cuando  desesperado  intentó 
retirarse ,  cayó  acribillado  de  heridas  en  poder  de  los 
enemigos:  poco  tiempo  tardó  en  verse  clavada  en  un 
palo  ia  cabeza  del  usurpador  cortada  de  orden  de 
Mohammed  (1009).  Asi  acabó  el  segundo  hijo  del 
grande  Almanzor :  sus  bienes  fueron  confiscados,  y  el 
pueblo,  versátil  en  sus  afecciones,  desahogó  su  fu- 
ror destruyendo  el  magnífico  palacio  de  Azahira  que 
Almanzor  habia  construido  para  sí  ^*K 

Comenzó  el  nuevo  ministro  por  alejar  del  lado  del 
califa  todas  las  hechuras  de  sus  antecesores  y  por  ro- 
dearle de  personas  de  su  partido  y  confianza.  Pero 
aguijóle  pronto  la  impaciencia  de  reinar:  al  efecto 
hizo  difundir  primeramente  la  voz  de  que  el  califa 
habia  sido  atacado  de  una  enfermedad  grave :  el  poco 
interés  que  el  pueblo  mostró  por  la  salud  de  un  sobe* 
rano  á  quien  no  conocía  y  que  nada  significaba ,  ins* 
piró  á  Mohammed  el  pensamiento  de  atentar  á  su 
vida ,  pero  el  slavo  Wahda  á  quien  confió  su  designio, 
antiguo  camarero  de  Hixem ,  y  á  quien  por  lo  tanto 
conservaba  un  resto  de  cariño ,  pudo  disuadirle  de  la 
idea  de  derramar  sin  necesidad  una  sangre  inocente, 
y  le  sugirió  la  de  encerrarle  en  una  estrecha  prisión 
y  publicar  su  muerte,  lo  cual  era  igual  para  sus  fines. 

(i)   Goiide,  cap.  104.— Alma-    Tolet.  Hiat.  Arab.  c  34. 
kari,  en  Marphy^  cap.  3.— Rodar. 


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rAMti  ti.  uno  t.  93 

Accedió  á  ello  Móhammed ,  y  el  califa  foé  sigilosa* 
mente  encerrado.  Para  dar  mas  aire  de  verdad  á  la 
proyectada  farsa ,  se  discurrió  y  ejecutó  lo  siguiente. 
Había  en  Córdoba  un  cristiano  por  su  desgracia  y  fa^ 
talidad  muy  parecido  en  edad ,  en  estatura  y  en  fiso^* 
nomia  al  hijo  de  Alhakem  y  de  Sobheya.  Este  infeliz 
fué  de  noche  sorprendido  y  ahogado;  y  habiendo 
colocado  su  cadáver  en  el  lecho  mismo  de  Hixem, 
publicóse  que  el  califa  habia  sucumbido  de  su  enfer- 
medad. Creyólo  el   pueblo:  hiciéronse  solemnes  y 
pomposas  exequias  al  supuesto  califa ,  y  congregados 
los  walíes  y  vazires ,  fué  declarado  sucesor  del  cali- 
fato el  hagib, Móhammed  /de  la  ilustre  dinastía  de  los 
Beni-Omeyas  ^*\  el  cual   tomó  el  título  de  Mahady 
Billah  (el  pacificador  por  la  gracia  de  Dios). 

No  justificaron  en  verdad  los  sucesos  la  adopción 
de  tan  bello  título.  Habiendo  determinado  expulsar 
de  Córdoba  la  guardia  africana «  aborrecid^a  del  pue- 
blo y  de  ninguna  confianza  para  él ,  insurreccionóse 
esta  á  la  voz  de  sus  gefes ;  los  formidables  zenetas  y 
los  rudos  berberiscos  atacaron  bruscamente  el  real 
alcázar ,  y  costó  una  lucha  mortífera  de  dos  dias  el 
arrojarlos  de  la  ciudad :  la  cabeza  de  su  primer  cau- 
dillo que  cayó  en  la  retirada  herido  y  prisionero ,  fué 
arrojada  por  encima  del  muro  al  campo  africano.  Un 
primo  suyo,  nombrado  Suleiman  ben  Alhakem ,  á 

(i)   Rodw.  Totot.  Hítt^  Arab)  U  c— Conde»  ubi  supra 


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94  HtiÜMiH  M  BSmIa. 

qtma  aola  wM^oft  f&c  gefe ,.  juró  veogtr  taiaavía  tfrea* 
t«»  y  partiendo  para  las  froDteras  de  Castilla « ínvooó 
la  a.y4Mla  y  proleoomi  del  conde  Sancho  García  $  ofre- 
ciéndole la  posesión  de  irarias  fortalezas  si  le  prestaba 
su  auxilio  coatra  el  usurf^rior  Uohammed.  Acogió  el 
conde  castellaos  la  proposición ,  y  un  ejército  cristiano 
unido  á  kos  bertieriacos  de  Suletman ,  se  encaminó 
hacia  Córdoba»  Saliólo  al  encuentro  Mohammed  con 
sus  andaluces ,  y  hallándose  ambas  huestes  en  Gebaí 
Quintos,  trabóse  una  tremenda  batalla  (conocida  ea 
l«  hisiCK^ia  árabe  por  la  batalla  de  Katdisehjf  en  que 
las  lanzas  castellanas  de  Sandio  se  cebaron  horrible- 
mente en  la  sangre  de  los  andaluces  de  Mohammed: 
vein.te  mif  árabes  quedaron  en  el  campo  (7  de  no* 
viembre  de  4009),  y  Moliamaied ,.  el  Paciftcadoc  por 
la  gracia  de  Dios,  tuvo  que  refugiarse  en  Toledo  al 
abrigo  de  su  hyo  Obeidallah,  walí  de  aquella  ciudad. 
Suleiman »  victorioso ,  merced  á  los  robustos  brazos 
castellanos »  no  se  atrevió  á  entrar  en  Córdoba  rec^-> 
so  del  mal  efl|>Lritu  del  pueblo  contra  las  razas  africa* 
nasi  Un  cues  tardó  en  resolverse  á  entrar.  Entmees 
se  hizo  proclamar  califa  con  el  sobrenombre  de  Ai- 
mostain  BiUah  (el  protegido  de  Dios). 

Con  justa  desconfianza  estaba  Suleiman  en  Córdo» 
ba.  Sus  africanos  eran  aborrecidos  de  la^  razas  árabes 
que  predominaban  en  el  Mediodía  de  España.  Esta- 
llaban continuas  conjuraciones  que  tenia  que  ahogar 
con  sangre^  y  en  una  ocasión  se  vio  precisado  á  oor- 


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tMT  la  cabeza  é  im  paríeole  saya  que  iotooÉika  9a-* 
pU^^arl6  m  di  maiodo,  y  á  eÍDCueiita  cómplices  loaa. 
Sia  cmibargo  de  ser  africano «  no  carecía  SuleímaB  de 
elevados  sentímieDlos.  Habíóodole  descobierlo  el  sla- 
vo  Wabda  qoe  el  califa  Hixeoí  vi?ia  y  atrevídose  á 
proponerle  que  le  repusiera  en  el  poder ;  «tWatoda,  le 
respondiólsío  enojarse ,  yo  lo  desearía  mnebOt  pero* 
00  es  ocasión  de  entregarnos  á  manos  lan  débiles;  sa 
Ueo^po  le  vendrá.  1»  Y  como  le  hubiese  aconsejado 
alguno  que  permitiese  á  sos  soldados  bacer  una  ma- 
tanza de  los  crislianos  que  le  habían  favorecido,  á  fin 
de  que  nunca  pudiesen  ayudar  á  otro:  «Jamás,  con- 
testó S^leiman  con  energía»  jamás  consentiré  seme- 
jante maldad  ;  han  venido  bajo  mi  fé»  y  cumpliré  mis 
Jiurament09.x>  Pero  temiendo  algún  desmán  por  parte 
de  los  suyos,  dio  licencia  á  los  cristianos,  y  los  invitó 
i  qoe  regresaran  á  sus  tierras  colmándolos  de  rique* 
zas  y  preciosos  dones  ^^K  lo  cual  ejecutaron  ellos  de 
muy  buen  grado. 

Pero  Soleiman  había  enseñado  á  su  competidor 
Mohammed  á  quién  había  de  recurrir  para  ganar 
victorias;  y  á  1^  manera  que  aquel  había  acudido  a) 
conde  Sancho  de  Castilla  ,  este  desde  Toledo  solicitó 
el  ani^ilio  de  los  cendes  de  Afranc  ,  Bermond  y  Ar-« 
mengudi  (Ramón  Borrel ,  conde  de  Barcelona,  y  so 
hermano  Armengol,  que  lo  era  de  Urgel),  los  coales 

W    Roa»r.  Hbt.  Arab.  c.  30  el  3a.-€oade,  cap.  iOS» 


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96  BISTOklA  I^B  bspa9a. 

mediante  tratos  y  convenios  le  asistieron  con  ana 
hueste  de  nueve  túil  cristianos ,  que  Mohammed  in-» 
corporó  á  treinta  mil  mnsnlmanes  de  las  provincias 
de  Valencia ,  Murcia  y  Toledo.  A  la  cabeza  de  los 
catalanes  venían  los  dos  valerosos  condes  Ramón  y 
ArmengoU  y  en  las  primeras  filas  ondeaban  las  ban- 
deras de  los  obispe»  de  Barcelona ,  Gerona  y  Vícb, 
que  personalmente  quisieron  compartir  con  sus  com- 
patricios los  peligros  de  aquella  guerra.  Por  primera 
vez  los  estandartes  de  Cataluña  reflejaron  en  las  aguas 
del  Guadalquivir.  Los  ejércitos  délos  dos  rivales 
mahometanos,  Suleiman  y  Mohammed  se  hallaron 
frente  á  frente  en  los  campos  llamados  de  Akbatal- 
bacar  (la  colina  de  los  Bueyes).  Lanzáronse  impetuo- 
samente los  berberiscos  sobre  las  huestes  aun  no  bien 
ordenadas,  de  el  Mahady,  y  hubieran  sucumbido  si 
las  lanzas  catalanas  no  hubieran  inclinado  la  victoria 
en  favor  de  Mohammed  y  regado  los  campos  con 
sangre  africana^  El  triunfo  fué  tan  señalado,  que  el 
año  400  de  los  árabes  (el  1010  de  los  cristianos),  en 
cuyo  estío  se  dio  este  famoso  combate,  quedó  seña- 
lado en  la  historia  árabe  con  el  nombre  de  el  año 
de  los  Francos,  que  asi  llamaban  ellos  á  los  catalanes. 
Pero  tan  insigne  triunfo  fué  comprado  con  noble  y 
preciosa  sangre  cristiana.  Alli  pereció  el  brioso  conde 
Armengol  xle  Urgel;  alli  sucumbieron  los  tres  vene- 
rables prelados ,  á  quienes  tal  vez  un  escesivo  celo 
religioso  hizo  preferir  al  ejercicio  pacífico  de  su  mi- 


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PAETBU.  UB&Ol.  97 

oislerió  la  vida  inquieta  y  peligrosa  de  la  campaña  ^^K 
QuedároQJe  abiertas  las  puertas  de  Córdoba  á 
Mohámmed ;  y  Suleiman ,  que  debió  echar  *muy  de 
menos  el  socorro  de  los  castellauos,  retiróse  hacia  Al- 
geciras  coa  iotento  de  reclamar  auxilios  de  África» 
después  d^  haber  saqueado  sus  soldados  el  espléndido 
palacio  deZahara,  llevádose  las  joyas  y  suntuosas  col- 
gaduras, las  lámparas  de  oro  y  plata  del  alcázar  y  de 
la  mezquita,  y  destruido  con  bárbara  y  salvage  mano 
una  gran  parte  de  los  libros  de  su  magnífica  bibliote- 
ca; que  asi  comenzó  la  deliciosa  mansión  del  magní- 
fico Abderrahmau  á  ser  destruida  por  Iqs  vándalos 
africanos.  Salió  Mohámmed  de  Córdoba  en  persecu- 
ción de  los  fugitivos  y  dióles  alcance  en  los  campos 
del  Guadiaro.  Pero  alumbróle  en  este  encuentro  in- 
fausta estrella :  arremetieron  su  hueste  los  berberis- 
cos con  iioapetuosa  furia,  y  hubo  de  retirarse  á  Córdo- 
ba en  desorden.  Dedicóse  á  fortificar  la  ciudad,  pero 
büilian  ya,  asi  en  la  capital  como  en  toda  la  España 
muslímica ,  las  parcialidades  y  los  bandos.  El  slavo 
Wahda  que  tenia  guardado  al  califa  servíase  del  se- 
creto de  su  depósito  como  de  un  talismán  para  con- 
servar su  influencia  y  dársela  á  los  slavos  sus  compa- 


(4)    Roder.Tolet.lbid.— Coode,  acaso  de  las  heridas  recibidas  en 

Gap.  106.— Segua  algnno»,  elcou-  ella.  Conde  se  contradice  en  dos 

de  Armengol  no  murió  en  esta  ba-  páginas  úo  múj  distantes.  De  to- 

taUa,  sino  en  la  de  Gaadíaro,y  dos  modos  es  cierto  que  marió  en 

según  otros  después  de  haber  sa-  esta  espedicion. 
i  ido  de  Córdoba  á  consecuenclfi 


TOHO  IV. 


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n  aiATOUd  DS  BftFAfiA. 

triciúSt  que  de  este  modo  dominaban  á  liohammed. 
Hubiera  éste  querido  conaervar  los  auxiliares  catala- 
nes, pero  «nieslros  rumores  que  corrieron  acerca  de 
atentados  que  contra  ellos  se  proyectaban ,  movieron 
al  conde  Ramón  Borrell  á  volverse  á  Barcelona  á  pe- 
sar de  las  protestas  del  califa.  Invocó  Hohammed  el 
apoyo  de  los  walíes  de  Mérida  y  de  Zaragoza  y  de  los 
alcaides  de  la  frontera,  y  escnsáronse  todos  bajo  dife*- 
rentes  protestos;  y  era  que  cada  cual  no  pensaba  ya 
sino  en  apropiarse  algún  despojo  de  un  imperio  que 
veian  desmoronarse.  Inquietábanle  los  africacos  con 
incesantes  algaras;  á  las  calamidades  de  la  guerra  ci-? 
vil  se  agregaron  las  de  una  epidemia:  faltaban  enCór* 
doba  las  provisiones;  lodo  el  que  pedia  abandonaba 
la  ciudad  y  sus  mismas  tropas  se  le  desertaban  para  ir 
á  incorporarse  á  los  africanos.  La  situación  de  Moham- 
méd  era  desesperada  y  no  sabía  qué  partido  tomar. 
Tomóle  por  él  el  astuto  Wahda.  De  improviso  y 
de  su  propia  cuenta  sacó  de  la  prisión  al  desventura- 
do califa  Hixem  á  quien  todos  creian  muerto,  y  le 
presentó  al  pueblo  en  la  maksura  ó  tribuna  de  la 
grande  aljama.  Entusiasmado  el  pueblo  con  tan  ine&-. 
perada  novedad,  se  agolpó  á  la  mezquita,  y  saludó 
con  aclamaciones  de  júbilo  al  resucitado  califa  (junio 
de  1012),  no  viendo  ya  en  el  principe  imbécil  sino 
al  legítimo  soberano  de  una  dinastía  á  quien  amaba 
entrañablemente.  Asustado  Mohammed  con  los  gritos 
de  alegría  que  oia  resonar  por  todas  partes  >  ocultóse 


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PARTS  U«   LUUIO  I.  99 

en  una  de  las  piezas  mas  apartadas  de  su  alcázar: 
descubrióle  un  slavo  y  le  presentó  al  califa,  que  con 
una  energía  desacostumbrada :  «Ahora  probarás ,  le 
dijo,  el  fruio  amargo  de  tu  desmesurada  ambición*» 
Y  en  el  acto  le  hizo  cortar  la  cabeza  ,  que  un  vazzir 
paseó  á  caballo  en  la  punta  de  su  lanza  por  toda  la 
ciudad:  su  cuerpo  fué  desgarrado  y  hecho  piezas  en 
la  plaza  pública  ,  y  la  cabeza  enviada  al  campo  de 
Suleiman  cómo  para  que  sirviese  de  lección  y  de  es- 
carmiento al  caudillo  africano.  Mas  el  uso  que  de  ella 
hizo  Suleiman  fué  embalsamarla  y  hacerla  conducir 
con  diez  mil  milcales  de  oro  al  walí  de  Toledo  Obei- 
dallah,  el  hijo  de  Mohammed,  que  se  preparaba  á 
vengar  á  su  padre,  con  el  mensage  siguiente:  «cAhf 
«va  la  cabeza  de  tu  padre  Mohammed:  asi  recompon* 
«sa  el  emir  Hixem  á  los  que  le  sirven  y  le  restituyen 
«el  imperio:  guárdate  de  caer  en  manos  de  este  in- 
«grato  y  cruel  tirano:  si  buscas  seguridad  y  vengan- 
«za,  Suleiman  será  tu  compañero.» 

La  carta  y  el  presente  surtieron  el  efecto  que  se 
apetecia.  Obeidallah ,  antes  rival  y  enemigo  de  Su* 
leiman ,  se  unió  á  él  para  combatir  juntos  al  verdugo 
de  su  padre,  y  con  este  fin  había  salido  ya  de  Toledo. 
Súpolo  el  slavo  Wahdá  y  partió  de  Córdoba  con  un 
cuerpo  escogido  de  caballería  en  dirección  de  aquella 
ciudad.  Conocedor  de  la  importancia  y  del  valor  del 
auxilio  de  los  cristianos,  le  solicitó  del  conde  Sancho 
de  Castilla  haciéndole  ventajosas  proposicioneSé  Pero 


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400  HISTORIA  DB  ESFAKa. 

hablasele  antícipado  ]'a  Suleiman,  y  Sancho  le  coo* 
testó:  «Seis fortalezas  me  ofrece  ya  Suleiman;  si  Wah- 
da  me  promete  por  lo  menos. otras  tantas,  preferiré 
emplear  mis  armas  en  favor  del  califa  Hixem.»  Dué- 
lenos ver  á  un  soberano  de  Casulla  adjudicar  su  po- 
derosa  espada  y  disponer  de  los  brazos  castellanos  en 
favor  del  mejor  postor  de  entre  los  competidores  mu- 
sulmanes, pero  asi  era  por  desgracia  ^^K  Wahda  hizo 
su  puja,  y  Sancho  se  decidió  por  él,  y  con  ayuda  de 
Jos  cristianos  se  apoderó  fácilmente  de  Toledo.  Volvió 
el  joven  Obeidallah  contra  el  enemigo,  pero  liatido  en 
Maqueda  por  musulmanes  y  cristianos,  desbaratada 
su  hueste  y  hecho  prisionero  él  y  sus  principales  ofi- 
ciales fué  enviado  á  Córdoba,  donde  el  califa  Hixem, 
convertido  después  de  su  resurrección  de  imbécil  y 
mentecato  en  déspota  terrible,  como  si  realmente  hu- 
biera renacido  con  otra  naturaleza ,  hfzole  dar  una 
muerte  tan  cruel  como  la  de  su  padre,  y  su  cuerpo 
decapitado  y  mutilado  fué  arrojado  al  rio  (101 3).  De- 
jó Wahda  el  gobierno  de  Toledo  al  poderoso  y  noble 
jeque  Abu  Ismail  Dilnúm»  y  después  de  haber  entre- 
gado á  los  cristianos  algunas  de  las  fortalezas  contra- 
tadas y  despedídoios  con  grandes  dádivas  y  prome- 
sas í*),  tomó  la  vuelta  de  Córdoba.  Premióle  lárga- 


te)   El  arzobispo  don  Rodrigo,  Corana  del  Conde,  Osma  y  Gor- 

Hiit.  Arab.  o*  37.  maz,  «y  algunas  otras  casas  «n 

(2^    De  las  siete  forlaleías  pro-  Extremadura.»  Chroo.  Burgens. 

metidas  solo  se  meDciooan  como  Anaal.  Gomplut.  y  Gompostel. 
entregadas  cuatPQ  »:San  E^t^j^an, 


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PARTB  II.  LIBRO  1. 


104 


mcDte  el  califa  Hixem,  y  dio  á  sus  slavos  y  alameríes 
á  título  de  perpetuidad  las  alcaidías  y  teneocias  de 
Murcia ,  Cartagena,  Alicante  ,  Almería »  Denia,  Játiva 
y  otras;  costumbre  y  manera  de  premiar  imprudeq- 
temente  introducida  por  Almanzor,  y  principio  y  fun- 
damento de  los  reinos  independientes  que  no  hablan 
de  tardar  en  nacer  ^^\ 


(1)  La  relación  de  los  sacesos 
de  eslae  guerras,  que  hemos  toma- 
do de  los  autores  árabes  do  Conde 
y  de  los  historiadores  latinos  es- 
panoles,  difiere  en  muchos  inci- 
dentes de  la  que  hace  el  señor  Do- 
zy  con  arreglo  á  otras  historias 
arábigas  que  él  ha  consultado.  (Ae- 
cherehes  sur  tBisMre^  6(e.  T.  L 
desde  la  pág.  238  baste  la  268). 

^1  autor  de  este  obra,  titulada: 
Reclierches  sur  VHisloirepolitique 
et  lUteraire  de  VEspagne  pendaat 
le  moyen  age,  comenzada  á  pu* 
blícar  en  Ley  den  en  1 849,  se  mue»- 
Ira  en  ella  profundamente  versa- 
do en  la  historia  de  la  dominación 
de  los  árabes  en  España  y  gran 
conocedor  de  los  autores  arábigos, 
cuyas  palabras  textuales  cite,  co- 
pia y  coteja  con  frecuencia  en  sus 
propíos  caracteres,  al  mishio  tiem- 
po que  manifieste  no  serle  estra- 
no  Jo  que  en  otras  lenguas  se  ha 
escrito  anti^a  y  modernamente 
asi  en  España  como  en  otros  pai- 
ses,  por  lo  menos  en  lo  relativo  al 
oscuro  período  que  so  propone 
examinar.  Escudriñador  e  inves- 
tigador minucioso,  pero  critico  se- 
vero, duro,  inexorable,  confesa- 
mos que  no  han  podido  menos  de 
introQUCÍr  en  nuestro  ánimo  zo- 
zobra, confuttion  y  desconfianza 
Jas  atrevidas  proposiciones  que 
con  aire  de  inCaliDle  magisterio 
sienta  ea  el  brevísimo  prólogo  en 


forma  de  epístola  de  su  obra  y 
en^el  discurso  de  toda  ella.  Ú 
señor  Dozy  con  un  rigor  desapia- 
dado parece  haberse  propuesto 
dar  al  traste  con  todas  las  ilusio- 
ues  de  los  que  creíamos  que  des- 
pués de  las  publicaciones  de  Casi- 
ri,  de  Gonae,  de  Gajaogos  y  de 
otros  orientelistes  nacionales  y  es- 
trangeros,  podíamos  ya  saber  algo 
de  la  historia  de  los  árabes  espa- 
ñoles. El  señor  Dozy  tiene  la  cruel- 
dad de  decirnos  que  no  sabemos 
nada,  porque  estos  escritores  no 
lo  sabían  elfos  mismos*  Copiaremos 
algunas  palabras  de  su  prólogo. 

De  Casiri  dice,  que  «sus  estrac- 
tos  dejan  mucho  que  desear  en 
punto  á  exactitud;  que  no  estaba 
suficientemente  familiarizado  con 
la  materia  que  intentaba  esclare- 
cer, y  que  por  otra  parte  no  so 
distingue  por  un  juicio  sólido  f 
claro.»— Es,  sin  embargo,  á  quien 
trate  con  mas  compasión  y  con  me- 
nos dureza.— «Conde  (dice)  traba- 
jó sobre  documentos  árabes  sin 
conocer  mucho  mas  de  este  lengua 
que  los  caracteres  en  que  se  e^ 
cribe;  pero  supliendo  con  una 
•imaginación  en  estremo  fecunda 
la  falte  de  los  conocimientos  mas 
alómenteles,  con  una  impudencia 
sin  ejemplo  ha  forjado  techas  á 
centenares,  inTontado  millares  de 
hechos,  haciendo  siempre  alarde 
de  quien  pretende  traaucir  fiel* 


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102  mSTOKIA  BK  BSrAftA. 

La  situación  de  Córdoba  y  de  toda  Andalucía  es« 
taba  bien  lejos  de  ser  lisonjera.  Quejábanse  amarga- 
mente los  nobles  de  la  preferencia  que  Hixem  y  su 


mente  textos  árabes....  Los  histo- 
riadores moderDos ,  sin  sospechar 
que  eran  unos  simples  engañados 
por  un  falsario,  han  copiado  muy 
cándidameote  todas  estas  menti- 
ras: algunos  han  dejado  atrás  á  su 
mismo  maestro  comoioandosus  in- 
yenciones  con  los  autores  latinos  y 
españoles  á  auienes  de  e3ta  ma  • 

ñera  calomnianan »  oEn 

resumen  (dice  mas  adelante),  sí 
contamos  solo  el  libro  de  Conde, 
considerado  siempre  como  el  mas 
importante  y  el  m$is  completo  so- 
bre la  historia  de  la  España  árabe, 
el  público  de  boy,  y  hablo  aquí  de 
los  literatos  no  orientalistas,  no 
tiene  mas  medios  para  instruirse 
en  esta  historia  que  los  que  tenia 
el  público  paca  quien  escribió  Mo- 
rales en  el  siglo  XVL  Es  peor  to- 
davía: los  que  han  leído  y  estudia- 
do á  Conde,  se  hallan  en  In  nece- 
sidad de  hacer  todo  lo  posible  para 
salir  de  este  abominable  camino  en 
que  se  los  ha  estra  viado,  de  olvidar 

lodo  lo  que  habían  aprendido 

Porque  se  deberá  considerar  de 
boy  mas  el  libro  de  Conde  como  sí 
do'  existiera  (comma  non  ave~ 
nü),„  etc.  9 

Con  muy  poca  mas  piedad  tra- 
ta al  seuor  Gayaogos,  de  quien  di- 
ce desde  Juego  que  «su  libro  no  ha 
reemplazado  al  de  Conde.»  Y  nos 
seria  fácil  citar  muchísimas  pági- 
nas en  que  hace  una  critica  acre 
y  amarga  de  ru  traducción  de  Al- 
^  makari,  ya  suponiendo  que  no  ha 
eolendidobien  el  original,  ya  no- 
tando omisiones  esenciales  ó  adi- 
ciones que  dice  haber  hecho  el 
tradacter  de  su  cuenta,  yá  hacien- 
do indicaciones  no  muy  emboza- 
das que  pareoe  tienden  á  demos- 


trar que  de  parte  de  este  ilustrado 
traductor  ha  habido  algo  mas  que 
descuido  ó  mala  inteligencia.  No 
se  podrá  en  verdad  argüir  al  señor 
Dozy  de  indulgente  en  sus  juicios. 

De  todo  ello  deduce,  que  «la 
historia  de  España  en  su  edad  me- 
dia hay  que  rehacerla.»  «Yo  creo, 
añade,  que  se  hará  bien  en  aban- 
donar la  senda  hasta  ahora  segui- 
da. En  lugar  de  hacer  historia  será 
mejor  estudiar  y  publicar  desdé 
luego  los  textos.» 

Véase  si  decíamos  con  razón 
que  el  señor  Dozy  con  sus  pala- 
bras y  su  obra  babia  introducido 
en  nuestro  ánimo  confusión  y  des- 
confícinza,  por  lo  mismo  que  su 
erudición  v  tos  inmensos  recursos 
literarios  áe  que  parece  dispone 
no  pueden  menos  de  dar  valor  y 
peso  á  sus  juicios.  Dejamos,  no 
obstante,  á  los  orientalistas  espa  • 
ñoles  y  e>trangeros  (y  en  ellos 
comprendemos  á  todos  los  que 
hasta  ahora  han  escrito  de  la  his- 
toria de  la  España  árabe)  el  cui- 
dado de  contestar  á  los  gravísimos 
cargos  que  contra  ellos  envuelven 
sos  dogmáticas  y  absolutas  aser- 
ciones, y  de  demostrar  (como 
esperamos  y  nos  alegraremos  de 
que  lo  hagan)  que  ni  ellos  han 
sido  ó  tan  ignorantes  ó  tan  fal- 
sarios, ni  los  que  noa  hemos  va- 
lido de  sos  obras  hemos  sido  tan 
Cándidos  y  tan  simples,  ni  acaso  el 
señor  Dozy  sea  tan  infalible  como 
él  en  sus  arrogantes  asertos  su- 
pone. 

Nosotros  mismos,  que  no  nos 
preciamos  de  orientalistas,  lo  hare- 
mos ver  fácilmente.  Pongamos  un 
solo  ejemplo.  En  la  relación  misma 
de  loB  hechos,  en  que  tanto  corri- 


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fAWn  II.  UBKO  I. 


103 


ministro  daban  á  los  slavos  y  alamerfes.  Criticábanlos 
agriamente  por  el  suplicio  de  Obeidallah ,  que  al  fin 
había  sido  hecho  prisionero  peleando  contra  cristianos. 
Ardia  la  capital  en  discordias  y  partidos ,  y  Snlennon 
que  con  sns  correrías  no  dejaba  un  momento  de  re^ 
poso  al  pais  y  estaba  informado  del  descontento  de  la 
población,  traspuso  á  Sierra  Morena,  visitó  y  escfibió 
á  los  walíes  de  Calatrava,  Guadalajara ,  Medinaceli.y 
Zaragoza,  ofreciéndoles  la  posesión  hereditaria  desu^^ 
gobiernos  y  reconocerlos  como  soberanos  feudatarios 
sin  otra  carga  que  un  luego  tributo,  si  le  ayudaban  á 


ge  ¿  Doestros  autores  y  que  le  ha* 
cen  esclamar:  «lAsi  la  pobre  Es- 
paña no  tendrá  jamás  una  Histo- 
rial (pig.  2(6)»  cuenta  el  critico 
holandés  que  después  de  la  bata- 
lla de  Akbataibacar,  Suleiman  qué 
se  había  retirado  hacia  Zahara, 
«en  una  uocbe  abandonó  aquella 
mansión  coa  sus  berberiscos,  y  se 
retiró  sobre  Xátiva  (pág.  945).» 
iSabe  bien  el  señor  i>ozy  dónde 
está  Xátifa?  Pue»  está  a  nue?e 
legaas  de  Valencia,  y  á  mas  de 
setenta  ú  ochenta  de  Córdoba  y 
do  donde  estofo  Zahara,  regalar 
distancia  para  retirarse  en  una 
noche.  Por  lo  menos  los  espaSoles 
no  tenemos  noticia  de  otra  Xáti?a 

Se  la  S»tabi8  de  los  romanos,  la 
ti?a  de  los  árabes,  San  Felipe 
de  Játiva  boy.  Añade  Dozv  que 
Mohammed  entró  en  Córdoba 
acompañado  de  los  catalanes;  que 
los  berberiscos  dejaron  á  Xátiva  y 
avanzaron  hasta  Algeciras;  que 
salió  Mohammed  de  Córdoba  en 
su  busca,  y  se  encontraron  los  dos 
ejércitos  cerca  del  Guadiaro  en  \m 
cercanías  de  Algeciras,  donde  se 
dio  la  segunda  batalla:  todo  en  el 


espacio  de  cinco  días  que  media- 
ron de  uno  á  otro  combate  (del  45 
al  ti  de  junio),  en  cuyo  tiempo» 
sí  Suleiman  ▼  sus  berberiscos  an« 
doTieron  de  Zahara  á  Xáti?a  y  de 
Xátiva  á  Algeciras,  tuvieron  que 
andar  cosa  de  ciento  sesenta  le* 
goas  por  lo  menos.  El  señor  Doxy 
enmienda  (en  la  nota  primera  de 
dicha  página)  al  arzobispo  don  Ro« 
drigo  que  en  logar  de  Xáiiva  non» 
bra  CUana,  y  á  Conde  que  la  nom« 
bra  Ciíawa.  No  conooemoa  boy 
esta  ciudad,  pero  tenemos  esto  por 
menos  malo  que  hacer  á  SuleiaMS 
V  á  sus  africanos  ir  donde  ni  po- 
dían ni  debian  ir^  y  andar  lo  qoe 
ni  podian  ni  debían  andar.  Y  no 
deÜte  ser  otra  Xátiva  que  la  qoe 
nosotros  conocenaos,  puesto  que  el 
mismo  Dozy,  hablando  del  pr  iocí* 
pado  de  Almería,  noe  dice,  qoe 
«comprendía  al  N.  E.  las  ciudades 
de  Murcia,  Oribnela  ▼  XéUva 
(pág.  65).»  De  todos  modos  agra- 
deceríamos al  sabio  orientalista  ho 
landés  que  con  su  infaübilídad  nos 
disipara.  esU  dificultad  hiatórioo- 
geográfica  qoe  nos  ha  ocurrido. 


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1Qi  BISTOEU  DB  ISPAfÍA. 

libertar  á  Córdoba  del  tirano  prptector  de  los  slavos. 
Aceptaron  ellos  la  proposición  y  le  asistieron  con  sos 
personan  y  sus  banderas.  Aproximóse  con  este  re- 
fuerzo Suleiman  á  Córdoba,  desolada  simultáneamen* 
te  por  la  peste,  la  miseria  y  los  partidos.  Huian  otra 
vez  las  gentes  de  la  ciudad,  acosadas  por  la  penuria» 
Desd^  Medina  Zabara,  donde  Suleiman  sentó  sus  rea- 
les, muqtenia  inteligencias  con  algunos  nobles  cordo* 
beses  por  medio  de  los  tránsfugas  que  iban  á  su  campo. 
En  tal  conflicto  el  ministro  Wahda  creyó  oportuno  es* 
cribir  á  los  walíes  edrisitas  de  Ceuta  y  Tánger  pidién* 
doles  ayuda  y  haciéndoles  grandes  ofrecimientos, 
mas  luego  mudó  de  parecer  y  guardó  las  cartas.  No 
faltó  quien  le  denunciara  al  califa  como  uno  de  los 
que  se  correspondían  secretamente  con  Suleiman. 
Faese  verdad  ó  calumnia,  vióse  el  ministro  Wahda 
preso  por  aquel  mismo  califa  á  quien  él  mismo  había 
tenido  tanto  tiempo  aprisionado;  hfzosele  capítulo  de 
acusación  de  aquellas  cartas  que  se  hallaron  en  su 
poder,  escritas,  según  muchos  piensan,  con  acuerdo 
del  califa  y  que  nada  revelaban  menos  que  la  inteli- 
gencia que  se  le  suponía  con  Suleiman,  y  á  pesar  de 
todo,  aquel  Hixein  que  al  cabo  le  era  deudor  de  la 
vida  y  del  trono,  sin  consideración  de  ningún  genero 
condenó  á  muerte  á  su  antiguo  servidor ;  que  parecía 
haberse  propuesto  aquel  malhadado  califa  desquitarse 
en  pocos  dias  á  fuerza  de  crueldad  inflexible  de  la 
orpe  flaqueza  de  tantos  años.  Fué  el  desgraciado 


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PARTB  II.  LIBIO  I.  105 

Wahda  reemplazado  por  el  walí  de  Almeríji  Hairan, 
slavo  también ,  hombre  disliDguidb  por  sa  valor  y 
generosidad ,  por  sa  benignidad  y  prudencia ,  y  «el 
mas  á  propósito  para  salvar  á  Hixem  si  su  fortuna  no 
hubiese  llegado  ya  al  último  plazo  ^f^> 

.  Apretaba  ya  Suleiman  el  cerco  de  Córdoba ,  y 
Hairan  se  propuso  cumplir  con  los  deberes  de  hombre 
pundonoroso  y  de  fiel  hagib.  Pero  de  poco  le  sirvie- 
ron ni  sus  nobles  propósitos  ni  sus  heroicos  esfuerzos, 
que  no  es  posible,  dice  oportunamente  el  escritor 
arábigo,  defender  una  ciudad  que'  no  quiere  ser 
guardada,  y  en  vano  es  sacrificarse  por  un  pueblo 
que  desea  ser  conquistado.  Mientras  él  á  la  cabeza  de 
sus  slavos  rechazaba  vigorosamente  los  enemigos  que 
atacaban  una  puerta ,  el  populacho  arrollaba  la  guar- 
dia de  la  ciudad  que  defendía  otra ,  y  la  franqueaba 
á  los  africanos.  Merced  á  la  cooperación  de  los  de 
dentro ,  penetró  Suleiman  en  la  plaza :  el  combate  fué 
horrible;  inundáronse  las  calles  de  noble  sangre 
árabe,  porque  los  andaluces  de  pura  raza  árabe  de- 
feodieron  el  alcázar  del  califa  hasta  no  quedar  uno 
con  aliento,  y  entre  cadáveres  nobles  cayó  herido  el 
generoso  Hairan  que  los  habia  alentado  á  todos  y  fué 
tenida  y  pontado  por  muerto.  Apoderáronse  al  fin  los 
africanos  del  alcázar  y  de  todos  los  fuertes ;  poV  es- 
pacio de  tres  dias  fué  entregada  la  ciudad  á  un  hor- 

(\)   Conde,  cap.  jOS.^Roder.  Tolet.  c.  38. 


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400  HISTORIA   DB  MfAÍiA. 

roroso  saqueo:  muchos  nobles  jeques  y  cadíes,  muchos 
sabios  y  hombres  de  letras  fueron  pasados  al  filo  de  los 
rudos  alfanges  africanos  (1 01 3).  El  valeroso  Hairan 
era  el  que »  tenido  por  muerto,  respiraba  todavía* 
á  favor  de  la  oscuridad  de  la  noche  y  de  la  confusión 
del  saqueo,  habia  podido  refugiarse  en  casa  de  un 
pobre  y  honrado  vecino ,  donde  sin  ser  conocido  se 
hizo  la  primera  cura  de  sus  heridas.  Vivía  Hairan ,  y 
le  veremos  todavía  hacer  un  importante  papel  en  la 
historia.  Dueño  Sulein^an  del  alcázar  y  del  califa, 
suplicáronle  y  le  pidieron  por  la  vida  de  este  algunos 
de  sus  honrados  servidores :  «lo  que  hizo  de  él  se 
ignora ,  dice  la  crónica  árabe ,  pues  nunca  mas  pa- 
reció ni  vivo  ni  muerto,  ni  dejó  sucesión  sino  de 
calamidades  y  discordias  civiles.»  A3i  desapareció 
definitivamente  el  califa  Hixem  11.,  tan  misteriosa  y 
oscuramente  como  habia  vivido  ^^K 

Remuneró  Suleiman  á  los  walíes  y  caudillos  sus 
auxiliares ,  reconociéndoles ,  conforme  á  lo  ofrecido, 
la  soberanía  independiente  de  sus  provincias,  aunque 
con  la  condición  de  asistirle  en  las  guerras,  especie  de 
feudo  que  ya  casi  ninguno  se  prestó  á  cumplir ,  y  cuya 
medida  apresuró  mas  y  mas  el  fraccionamiento  y  sub- 
división de  pequeños  principados  en  que  vino  pronto 
á  ca^r  el  imperio.  Al  paso  que  protegia  á  sus  africanos, 
perseguía  y  ahuyentaba  á  los  alameríes  y  slavos  ^^K  El 

(4)    Conde,  ibid.  que  estos  eran.  Los  árabes  com- 

(2)    Aon  no  bemos  espücado  lo   praban  á  los  judíos  gran  número 


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PARTB  II.  LIBIO  I.  107 

slavoHairan  I  Último  ministro  del  califa »  curado  ya 
de  sos  heridas ,  logró  escaparse  de  Córdoba  y  ganar  á 
Almería»  ciadad  de  su  antfgoo  walíalo.  El  wali  puesto 
por  Soleiman  quiso  impedirle  la  entrada,  y  aun  se 
sostuvo  en  su  alcázar  por  espacio  de  veinte  dias ,  al 
cabo  de  los  cuales,  indignado  contra  él  el  pueblo,  le 
arrojó  por  una  ventana  al  mar  con  sus  hijos.  De  Al- 
mería pasó  Hairan  á  África,  donde  consiguió  persuadir 
á  AU  ben  Hamud ,  walí  de  Ceuta ,  y  á  su  hermaüo 
Alkasim,  que  lo  era  de  Algeciras,  que  le  ayudasen  é 
lanzar  de  Córdoba  al  usurpador  Suleíman  y  á  reponer 
al  legitimo  soberano  Hixem ,  á  quien  suponia  vivo  y 
encarcelado  por  Suleiman.  Sirviéronle  mucho  al  efec- 
to las  cartas  cogidas  al  desgraciado  Wahda ,  en  las 
cuales  el  califa  Ommiada'ofrecia  á  Ali  nombrarle  so 
sucesor  y  heredero.  Alentáronse  con  esto  los  herma* 
nos  Ben  Hamud ,  y  desembarcó  Alí  en  Málaga  con 
sus  huestes  de  Ceuta  y  Tánger.  Uniéronsele  los  ala- 
meríes,  y  diósele  el  mando  general  del  ejército.  Apo- 
derado de  Málaga ,  marchaba  el  ejército  aliado  hacia 
Córdoba  cuando  salió  Suleiman  á  su  encdenlro.  Vióse 
este  obligado  muy  contra  su  voluntad  á  aceptar  un 
combate  general ,  en  el  cual  llevó  la  peor  parte  y  tu- 

de  esclavos  germanos  ó  ftlavos»  de  v  babian  abrazado  el  islamismo: 

lo9  cuales  udos  erao  canucos  y  se  los  principes  los  maoumíiian  por 

servían  de  ellos  en  los  harems,  ser  vicios  particulares,  y  muchos 

otros  constituían  parte  de  la  puar-  se  habían  hecho  ricos  propietarios, 

día  de  los  califas,  y  solían  disMn-  y  llegaron  á  formar  un  partido  po- 

guirse  en  las  batallas:  iodos  lleva-  deroso  opuesto  al  de  los  africanof 

an  el  nombre  genérico  de  slavos,  berberiacos. 


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108  aiSTOElA   DS   BSPAffA. 

vo  qoe  tocar  retiradaí.  Cúpolc  peor  suerte  todavía  en 
otro  encuentro  con  ios  confederados  cerca  de  Sevilla^ 
Abandonáronle  las  mismas  tropas  andaluzas  pasándose 
á  los  africanos :  abandonábale  ya  del  todo  la  fortuna: 
él  y  su  hermano  heridos  perdieron  sus  caballos  y 
cayeron  prisioneros.  Entraron  al  día  siguiente  los 
vencedores  en  Sevilla  sin  resistencia ,  y  avanzando  á 
CkSrdoba ,  tampoco  hallaron  oposición ,  que  no  quiso 
estorbarles  la  entrada  el  padre  de  Suleiman  que  go- 
bernaba la  ciudad ,  sabedor  de  la  desgracia  de  sus 
dos  hijos  y  temeroso  de  mayores  males. 

Valióle  poco ,  en  verdad ,  al  anciano  aquella  con- 
ducta ;  porque  el  feroz  AU ,  haciendo  que  le  fuesen 
presentados  el  padre  y  sus  dos  hijos  Suleiman  y  Ab- 
derrahman ;  estos  ya  casi  exánimes  de  resultas  de  sus 
heridas :  «¿Qué  habéis  hecho  de  Hiiíiem ,  les  pregun- 
tó ,  y  dónde  le  tenéis? — Nada  sabemos  de  él ,  respon- 
dió el  anciano. — Vos  le  habéis  muerto ,  replicó  Alf. — 
No ,  por  Dios  f  contestó  el  viejo  Alhakem ,  ni  le  hemos 
muerto,  ni  sabemos  si  vive  ni  dónde  está.»  Entonces 
sacando  Alí  su  espada:  «Yo  ofrezco»  dijo,  estas  cabezas 
á  la  vengiainza  de  Hixem  y  cumplo  su  encargo.»  Alzó 
Suleiman  los*  ojos  y  le  dijo :  «Hiéreme  á  mí  solo ,  Alí, 
que  estos  no  tienen  culpa.»  Pero  Alí»  desatendiendo 
su  ruego ,  los  descabezó  á  todos  tres  con  ferocidad 
horrible  con  propia  mano.  Diéronse  luego  á  buscar  á 
Hixem  por  todas  las  estancias  y  hasta  por  los  subter* 
ráneos  de  palacio,  y  por  todas  las  casas  de  la  ciudad. 


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-PARTKII.  LIBRO  1.  109 

y  no  habiéndole  encontrado  por  ninguna  parte»  se 
anunció  páblícamente  su  muerte  en  la  ciudad ,  muer- 
te en  que  ya  no  quería  creer  el  pueblo»  dando  esto 
ocasión  al  vulgo  por  espacio  de  algunos  anos  para  mí| 
flibulas  y  consejas  (1 01 6). 

Proclamado  califa  Alí  ben  Hamud  el  Edrisita »  to- 
mó los  títulos  de  Motuakil  Billah  (el  que  confia  en 
Dios),  y  de  Nassir  Ledin  Allah  (el defensor  déla  ley 
de  Dios).  Pero  dábanle  mucha  inquietud  los  alameríes, 
y  el  mismo  Hairan  le  inspiraba  recelos ,  porfío  que, 
temeroso  de  su  influjo ,   le  envió  á  su  gobierno  de 
Almería.  Habia  escrito  Alí  á  los  walíesde  tas  provin^ 
cias  reclamando  su  fidelidad  y  obediencia  como  á  su- 
cesor legítimo  dbl  califato  designado  por  el  mismo 
Hixem;  pero  los  de  Sevilla ,  Toledo,  Marida  y  Zara- 
goza ni  aun  siquiera  se  dignaron  contestar  á  sus 
cartas.  Formóse  por  el  contrario  una  federación  entre 
los  walíes  emancipados,  al  parecer  y  de  publicó  con 
el  intento  de  colocar  en  el  trono  á  algún  principe  Om- 
miada ,  de  secreto  tal  vez  con  el  principal  designio 
de  asegurar  la  independencia  de  sus  gobiernos.  Pro- 
clamóse, pues,  á  Abderrahman ben  Mohammed ,  lla- 
mado Almortadi,  de  la  ilustre  estirpe  de  los  Beni- 
Omeyas ,  hombre  virtuoso  y  rico ,  de  ánimo  esfor- 
zado y  muy  querido  de  todos,  al  cual  se  dio  el 
nombre  de  Abderrahman  IV.  Casi  todos  los  walíes  de 
la  España  Oriental  y  muchos  alcaides  del  Mediodía, 
do  quiera  que  dominaban  los  alameries ,  se  agruparon 


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^^0  IllSTOEU  D8  BSPAHA 

COD  gU8to  en  derredor  de  aquella  bandera.  Mas  en  su 
misma  corte  y  dentro  de  su  propio  alcázar  tenia  Alí  ben ' 
Hamud  desafectos  que  espiaban  ocasión  de  deshacer- 
se de  él.  Un  dia»  cuando  él  se  preparaba  á  salir  de 
Córdoba,  como  ya  lo  habian  verificado. sus  tropas  y 
acémilas,  para  combatir  á  Abderrabman  que  sesos* 
tenia  en  tierra  de  Jaén ,  quiso  lomar  antes  un  baño» 
del  cual  no  salió ,  porque  le  abogaron  en  él  los  mis- 
mos slavos  que  le  servían,  tal  vez  ganados  por  los 
alameríes  de  la  capital  (1017).  Divulgóse  su  mberte 
como  un  accidente  y  natural  desgracia ,  y  asi  lo  ere* 
yeron  sus  guardas  y  familiares. 

Nada  aprovechó  este  acaecimiento  á  Abderrab- 
man Almortadi,  porque  el  partido  africano,  bas- 
tante fuerte  todavía  en  Córdoba,  proclamó  al  walí  de 
Algeciras  Alkasim,  hermano  del  abogado.  Condújose 
Alkasim  con  una  crueldad  que  hizo  olvidar  la  de  su 
antecesor ,  y  con  pretexto  de  descubrir  y  castigar  á 
los  perpetradores  de  la  muerte  de  su  hermano ,  á  unos 
daba  tormento,  á  otros  hacia  perecer  en  suplicios,  y 
los  alamerfes  y  las  familias  mas  nobles  de  Córdoba  se 
vieron  oprimidas  ó  proscriptas,  y  no  había  quien  no 
temiera  su  venganza.  Pero  alzóse  pronto  contra  él  un 
terrible  enemigo^  su  propio  sobrino  Yahia ,  hijo  de  su 
hermano  Alí,  que  se  hallaba  en  Ceuta,  el  cual  pre- 
tendiendo que  le  pertenecía  el  trono  de  Córdoba, 
desembarcó  en  España  al  frente  desús  salvages  tribus, 
y  trayendo  consigo  una  hueste  auxiliar  compuesta  de 


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PAATB  II*  LlBftOl.  414 

los  feroces  negros  del  desierto  de  S6s »  raza  belicosa 
y  bárbara  que  nunca  habia  pisado  el  suelo  español. 
Cuando  Aikasím  partió  de  Córdoba  á  su  encuentroi 
ya  su  sobrino  se  habia  apoderado  de  Málaga :  dieron-* 
se  los  dos  competidores  algunas  batallas  sangrientas, 
mas  temeroso  Alkasim  de  que  sus  discordias  redan- 
dasen  en  provecho  de  Abderrabman  el  Qauniada  que 
se  mantenía  en  las  Alpujarras,  propuso  á  Yahia  un 
concierto ,  por  el  cual  se  convino  en  compartir  entre 
si  el  imperio.  Tocóle  á  Yahia  la  ciudad  de  Córdoba,  y 
encargóse  Alkasim  de  proseguir  ia  guerra  contra  Al- 
mortadi  con  la  gente  de  Sevilla ,  Algeciras  y  Málaga 
que  reservó  para  sf.  Mas  habiendo  tenido  esle  último 
la  imprudente  confianza  de  pasar  á  Ceuta  con  objeto 
de  dar  solemne  sepultura  á  los  restos  mortales  de  su 
hermano,  Yahia,  con  insigne  mala  fése  hizo  procla-> 
mar  en  su  ausencia  soberano  único  del  imperio  mus- 
límico español.  Favorecióle  mucho  la  general  odiosi- 
dad que  habia  contra  Alkasim ,  no  solo  para  que  aquel 
fatigado  pueblo  no  se  opusiese  á  la  usurpación ,  sino 
para  que  los  jeques  y  wazzires  se  alegraran  del  cambio 
y  le  juraran  gustosamente  fidelidad  y  apoyo  (1024). 

Súpolo  Alkasim  en  Málaga  de  regreso  de  su  es- 
pedición  funeral ,  y  con  toda  su  gente  marchó  resuel- 
tamente sobre  Córdoba  decidido  á  vengar  la  alevosía 
de  su  sobrino.  Faltóle  á  Yahia  el  valor  cuando  mas  le 
había  menester,  y  á  pesar  de  contar  con  el  arrojo  de 
sos  negros,  y  con  mas  partido «  ó  siquiera  con  menos 


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412  aiSTORiA  DB  bspaSa. 

antipatías  en  el  pueblo  que  Alkasím ,  no  se  alrevió  á 
esperarle,  y  abandonando  la  ciadad,  no  paró  hasta 
Algecíras.  Sin  resistencia  entró  segunda  vez  Alkasim 
en  Córdoba ,  si  bien  la  soledad ,  el  silencio,  la  tristeza 
que  notó  á  su  entrada  le  significaron  bastante  el  dis- 
gusto con  que  era  recibido ,  y  ique  él  aumentó  con  sus 
nuevas  crueldades  y  sañudas  ejecuciones.  El  dX^or^r 
recimienlo  llegó  á  punto  que  «no  podia  ya  dejar,  de 
producir  un  conflicto.  Una  noche  se  tocó  á  rebato, 
y  el  pueblo ,  de  antemano  y  secretamente  armadb, 
acometió  furiosamente  el  alcázar,  que  á  pesar  de  su 
impetuosa  arremetida  no  pudo  tomar,  porque  la 
guardia  le  defendió  con  bizarría.  El  populacho,  sin 
embargo ,  no  se  separó  de  allí ,  y  por  espacio  de  cin- 
cuenta dias  tuvo  estrechamente  asediado  al  califa  y 
sus  guardias.  Faltos  ya  de  provisiones,  determinaron 
hacer  una  salida  vigorosa:  muchos  perecieron  clavados 
en  las  lanzas  populares :  el  mismo  Alkasim  hubiera 
sido  despedazado  sin  la  generosidad  de  algunos  ca- 
balleros que  le  conocieron  y  escudaron ,  y  le  sacaron 
de  la  ciudad ,  y  aun  le  dieron  escolta  hasta  Jerez. 

Gansada  la  p&blacion  del  yugo  africano,  hubiera 
recibido  con  los  brazos  abiertos  al  Ommiada  Abder- 
rahman  Almortadi,  si  á  tal  sazón  no  hubiera  llegado 
la  noticia  de  su  muerte.  ¿Cómo,  fué  la  muerte  de  este 
esclarecido  príncipe ,  y  qué  había  sido  de  sus  aliados, 
y  cómo  no  prosperó  mas  su  partido  á  través  de  las 
disidencias  entre  los  caudillos  y  califas  africanoa?  Hé 


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PARTE  11.  LIBRO  I.  1  13 

aqui  como  lo  cuenta  Ebn  Khaldun  en  su  capítalo  sobre 
los  principes  de  Granada.  Veían  Uairan  y  Almondhir 
(walí-de  Almería  el  ano  y  de  Zaragoza  el  otro,  prin- 
cipales fomentadores  de  la  insurrección  y  del  partido 
de  ^derrahman]  que  Almortadi  no  era  el  califa  qué 
^llos%  habían  propuesto  buscar.  Cuidábanse  ellos  en 
él  fondo  muy  poco  de  los  derechos  de  los  Omeyas ,  y 
sí  combatían  por  un  principe  de  aquella  familia  ,  era 
con  la  esperanza  de  reinar  ellos  bajo  un  señor  débil  é 
impotente  que  hubieran  impuesto  como  soberano  le- 
gitimo á  los  berberiscos.  Pero  Almortadi,  que  era  de 
natural  altivo  y  fiero,  no  quiso  acomodarse  á  seme- 
jante papel  ni  contentarse  con  una  sombra  de  sebera^ 
n(a.  Lejos  de  obrar  según  las  miras  y  fines  de  Hairan 
y  Almondhir,  fué  bastante  imprudente  para  hacérse- 
los enemigos.  Un  día  los  había  prohibido  entrar  en  su 
casa.  «A  la  verdad,  se  dijeron  ellos  entre  sí,  este 
hombre  se  conduce  de  bien  distinta  manera  ahora 
que  manda  un  numeroso  ejército  que  antes.  Induda- 
blemente es  un  engañador  de  quien  no  se  puede  fiar.» 
Para  vengarse  de  Almortadi,  que  habí^  favorecido  á 
costa  de  ellos  á  los  gefes  de  las  tropas  de  Valencia  y 
Játiva,  escribieron  á  Zawi  (^^  excitándole  á  que  atá- 
case á  Almortadi  en  su  marcha  á  Córdoba,  prome- 
tiéndole que  abandonarían  al  califa  cuando  la  lid  es* 


~  (4)    Za^i  beo  Zeiri  era  el  waU  y  fué  el  que  príDci palmeóte  sostu- 

de  Granada,  que,  como  berberisco  yo  la  guerra  coa  Abdetrahman. 
se  había  mantenido  fiel  á  Alkasim, 

Tomo  iv.  8 


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114  HISTOEIA  DB  BSPAÜA. 

tuviera  empeñada.  La  batalla  duró  muchos  dias;  en 
UDO  de  ellos  las  huestes  de  Almondhir  y  de  Hairan, 
según  su  promesa»  volvierou  la  espalda  al  enemigOf 
quedando  Abderrahman  solo  con  los  verdaderos  par- 
tidarios de  su  familia  y  con  algunos  cristianos  auxi- 
liares que  llevaba.  Fueron  estos  pronto  puestos  en 
fuga  por  los  berberiscos,  quQ  hicieron  horrible  ma- 
tanza en  sus  contrarios «  y  se  apoderaron  de  sus  ri- 
quezas  y  de  las  magníficas  tiendas  de  sus  príncipes  y 
.  de  sus  generales. 

«Esta  derrota»  dice  Ebn  Hayan»  fué  tan  terrible» 
qnehizo  olvidar  todas  las  demás:  desde  entonces 
jamás  el  partido  andaluz  pudo  reunir  ya  un  ejército» 
y  él  mismo  confesó  su  decaimiento  y  su  impotencia.» 
Expiaron»  pues»  Hairan  y  Almondhir  con  la  ruina  de 
su  propio  partido  su  infame  traición  conjra  Almorladi. 
Este  desventurado  príncipe  logró  no  obstante  poder 
escapar  de  los  berberiscos»  y  ya  habia  llegado  á  Gua- 
dix  cuando  unos  espía»  enviados  por  Hairan  le  des- 
cubrieron y  asesinaron.  Su  cabeza  fué  enviada  á 
Almería  donde  Almondhir  y  Hairan  se  hallaban  en- 
tonces í*^ 


(4)  Doz7,Recbercbes,etc.  i.  4.  derrahman,  que  espiró  eo  la  mi»* 
pág.  40.  y  Bis.*-GoDde  ,  cayo  ma  hora  que  al  rey  Abderrahman 
relato  difiere  del  de  Iba  Khaldao,  le  anuDCiarou  qae  sus  tropas  y 
cuenta  qae  cen  lo  mas  recio  de  la  aliados  seguiaa  victoriosos  á  sus 
pelea,  cuando  la  Tictoria  sede-  enemigos róap.  443].» Dozy supone 
claraba  por  los  alameries,  una  fa-  este  acaecimiento  en  1018.  Conde 
tal  saeta  flechada  por  la  mano  del  en  40f3.  Esta  última  fecha  con- 
destino  enemigo  de  los  Omeyas,  cierta  mejor  con  los  sucesos  ante- 
hirió  tan  gravemente  al  rey  Ab-  rieres  y  posteriores,  según  hasta 


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fAETBIl.  LIBEOI.  41& 

Gran  desconsuelo  causó  esta  novedad  á  los  alame. 
ríes  de  Córdoba  y  á  todos  los  parciales  de  los  Omeyas« 
que  temían  verse  de  nuevo  envueltos  en  los  horrores 
de  la  guerra  civil  de  queen  un  momento  se  lisonjearon 
haberse  libertado.  Pero  conociendo  que  no  debian 
perder  el  tiempo  en  lamentos  estériles,  apresuráronse 
á  proclamar  califa  á  Abderrahman  ben  Híxem»  her- 
mano .de  Mohammed  el  biznieto  de  Abderrahman  IIL 
Diéronle  el  título  de  Abderrahman  V.»  y  el  sobre- 
nombre de  Almostadir  Billah  (el  que  confia  en  el  am- 
paro de  Dios%  Joven  de  veinte  yUres  años,  bella  y 
agradable  figura,  ingenio  claro,  erudito  y  elocuente, 
y  de  costumbres  severas,  parecía  Abderrahman  Y.  el 
mas  á  propósito  para  reparar  los  males  del  imperio, 
si  los  males  del  imperio  no  hubieran  sido  ya  irrepa- 
rables. Todos  ambicionaban  ya  el  trono,  y  su  mismo 
primo  Mohammed  ben  Abderrahman  fué  el  que  mas 
.  sintió  verse  postergado  y  juró  destronarle  ó  sucumbir 
en  la  demanda.  Sobre  no  poder  contar  ya  ningún 
califa  con  la  sumisión  de  los  walíes  de  las  provincias, 
perdióle  á  Abderrahman  su  propia  severidad  y  su  ce- 
•  lo  por  la  reforma  de  los  abusos.  Quiso  enfrenar  la 
licencia  de  la  guardia  africana  andaluza  y  slava^  y 
suprimir  algunos  privilegios  odiosos  que  se  habían 
arrogado  I   y  como  no  faltara  quien  instigase  á  los 

ahora  loa  cooocemoa.  Según  Con-  capitado  por  Ali  en  una  iavasion 

de,  no  pado  Hairan  tener  parte  en  que  este  nizo  en  Almería.  Dozy  le 

el  aaeainato  del  califa  Ommtada,  nace  morir  despuea  de   maerte 

pacato  que  refiere  haber  sido  de*  natural.  ¡Notables  discordanoiaa! 


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116  U8T0RU  DB  BSPAÑA. 

descontentos,  á  quienes  tales  medidas  ofendian,  bur- 
lábanse de  él  diciendo  que  era  mas  cortado  para  su- 
perior de  un  convento  de  monjes  que  para  soberano 
de  un  imperio.  Mohammed  era  et  que  principalmente 
fomentaba  estas  malas  disposiciones.  El  resentimiento 
estalló  en  rebelión  abierta,  y  una  mañana  antes  de 
levantarse  el  califa,  se  vio  asaltado  por  una  muche- 
dumbre tumultuosa ,  que  comenzó  por  asesinar  los 
slavos  que  guardlaban  la  puerta  de  su  departamento* 
Despertó  Abderrahman  al  ruido,  y  empuñando  su 
alfange,  se  defendió  valerosamente  un  buen  espacio, 
hasta  que  sucumbió  á  los  repetidos  golpes  de  los  ase- 
sinos, que  con  bárbara  ferocidad  hicieron  su  cuerpo 
pedazos ,  y  se  derramaron  tumultuariamente  por  la 
ciudad  proclamando  á  desaforados  gritos  á  Mohammed 
en  medio  de  la  sorpresa  y  espanto  de  una  población 
intimidada. 

Dueño  Mohammed  del  apetecido  y  ensangrentado  , 
trono  y  siguió  el  sistema  opuesto  al  de  su  antecesor. 
Propúsose  conquistar  la  afección  de  la  guardia  africa- 
na á  quien  debia  su  elevación,  á  fuerza  de  prodigali- 
dades y  larguezas.  Otorgóle  nuevos  privilegios,  daba 
á  los  soldados  espléndidos  banquetes,  agasajábalos  de 
mil  maneras,  y  creyéndose  con  esto  afianzado  y  se- 
guro entregóse  á  una  vid^  de  placeres,  entre  músicas, 
versos,  juegos  y  festines  en  el  palacio  y  jardines  de 
Zahara  que  hizo  reparar.  Los  walíes  y  alcaides  que  le 
veian  tan  distraído  y  apartado  de  los  negocios  públí- 


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PARTBir.  LIBEO  1.  117 

eos  y  de  gobierno  obraban  como  señores  iodependien* 
tes  y  disponían  por  sí  de  las  rentas  de  las  provincias, 
y  como  estas  dejaron  de  ingresar  en  el  tesoro  y  los 
dispendios  del  califa  consumian  tan  apresuradamente 
los  escasos  recursos  que  quedaban,  agotáronse  estos 
'  pronto,  y  solo  á  fuerza  de  gabelas  y  vejaciones  em- 
pleadas por  los  recaudadores  públicos  podian  los  pue- 
blos de  Andalucía  subvenir  á  las  liberalidades  de  su 
pródigo  soberano.  Pero  era  á  costa  de  la  miseria  y  de 
la  opresión  del  pueblo,  cuyas  quejas  y  lamentos  eran 
necesarios  y  naturales.  Cuando  todo  se  apuró,  y  llegó 
á  faltar  no  solo  para  las  acostumbradas  larguezas  sino 
basta  para  las  atenciones  indispensables,  murmurá- 
banle ya  simultáneamente  la  guardia  y  el  pueblo,  este 
por  lo  que  habia  dado  de  mas,  aquella  por  lo  que 
dejaba  de  percibir.  Pueblo  y  guardia  al  Bn  se  suble- 
varon; comenzó  la  multitud  amotinada   por  pedir  la 
destitución  de  algunos  vazzires  y  las  cabezas  de  otros, 
y  concluyó  por  reclamar    á  gritos  la  del  califa  y  sus 
ministros.  Merced  á  la  lealtad  de    algunos  gineles  de 
la  guardia  africana  que  pudieron   librarle  del  furor 
popular,  logró  Mohammed  salir  de  Zahara  con  su  fa- 
milia y  refugiarse  en  la  fortaleza  de  Uclés,  cuyo  alcai- 
de le  franqueó  generosamente  la  entrada.  Pero  allí  le 
alcanzó  el  odio  de  sus  perseguidores,  y  en  aquel  hos- 
pitalario asilo  murió  á  poco  tiempo  ín venenado,  des- 
pués de  un  corto  reinado  de  año  y  medio  (102&). 
Córdoba  suspiraba  ya  por  un  soberano  capaz  de 


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418  HISTORIA  DB  BSFAÑA. 

poner  térmiao  á  la  feroz  anarquía  que  la  desgarraba^ 
Poseía  entonces  el  emirato  de  Málaga  y  estendia  sa 
gobierno  á  Algeciras ,  Ceuta  y  Tánger  aquel  Yahía 
ben  Alí  el  Edrísita,  que  ya  habia  obtenido  algún  tiem** 
po  el  califato,  y  gozaba  fama  de  gobernar  con  mo- 
deración y  con  justicia.  A  invitación  de  sus  parciales 
pasó  Yahia  á  Córdoba ,  donde  fue  recibido  con  de- 
mostraciones públicas  de  alegría.  Su   primer  cuidado 
fué  escribir  á  los  walíes  ordenándoles  que  pasaran  á 
la  capital  á  jurarle  obediencia,  pero  estos  no  estuvie- 
ron €on  él  mas  deferentes  que  con  sus  antecesores: 
los  unos  ó  se  escusarou  ó  se  hicieron  sordos »  los 
otros  le  desobedecieron  abiertamente  y  aun  se  atre- 
vieron á  tratarle  de  intruso  y  usurpador»  De  este  nú- 
mero fué  el  de  Sevilla  Mohammed  ben  Abed,  llama- 
do Abu  al-Easim,  conocido  ya  por  su   rivalidad  con 
Yahia.  Quiso  este  castigar  ejemplarmente  su  desobe- 
diencia ,  y  salió  á  combatirle  con  la  caballería  de 
Córdoba ,  dando  orden  á  los  alcaides  de  Málaga ,  de 
Arcos,  de  Jerez  y  de  Medina  Sidonia  para  que  se  le 
incorporasen.   Noticioso  de  ello  el  de  Sevilla  dispuso 
una  emboscada  y  por  medio  de  una  hábil  estratagema 
logró  envolver  el  ejército  del  califa,  que  fué  comple- 
tamente desbaratado:  el  mismo  Yahia  recibió  en  la 
refriega  una  lanzada  que  le  clavó  á  la  silla  de  su  ca- 
ballo: su  cabeza  fué  enviada  á  Sevilla  en  señal  de 
triunfo,  y  las/eliquias  del  destrozado  ejército  cordo- 
bés se  retiraron  en  el  mas  triste  abatimiento  (4026). 


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PARTB  11.  LIBRO  I.  119 

Asi  acabó  Yahia  Bea  Alí,  último  califa  eddsita,  que 
ea  dos  veces  que  ocupó  el  Ircuo  do  llegó  á  reinar  año 
y  medio.  Mobammed  ¡cosa  extraña  I  se  volvió  á  Sevi- 
lla sin  aspirar  al  califato. 

Hubieron  de  proceder  á  nueva  elección  los  cordo- 
beses, y  á  propuesta  é  ioQujo  del  vazzir  Gehwar  re- 
cayó el  nombramiento  de  califa  en  Hixem  ben  Mo* 
hammed,  otro  biznieto  del  grande  Abderrabman,  y 
hermano  de  aquel  desgraciado  Abderrahman  lY.  Al- 
mortadi.  Hallábase  el  eleg;ido  retirado  en  la  fortaleza 
de  Albonte'  (acaso  Alpuente)  en  compañía  de  su  alcai- 
de ,  cuando  le  fué  anunciada  ¡a  nueva  de  su  procfa- 
maciou.  Modesto  t  desinteresado  y  prudente  Hixem, 
contestó  á  los  enviados  del  diván  que  daba  las  gracias 
al  pueblo  de  Córdoba  por  la  honra  que  le  bacía  y  el 
afecto  que  le  mostraba,  pero  que  no  podia  resolverse 
á  echar  sobre  sus  hombros  el  grave  peso  del  goUerno 
ni  á  dejar  la  vida  quieta  y  pací&ca  de  su  retiro.  Pasá- 
ronse algunos  meses  antes  que  pudieran  vencer  su 
repugnancia  al  trono,  y  cuando  hostigado  por  las  ins- 
tancias de  losprincípales  alameríes  se  resolvió  á  acop- 
arle, difirió  cuanto  pudo  su  entrada  en  Córdoba  so 
pretexto  de  organizar  un  ejército  en  las  fróüieras,  en- 
comendando entretanto  el  gobierno  de  la  capital  al 
vazzir  Gehwar  á  quien  nombró  su  hagib.  Habían  los 
-cristianos,  á  través  de  las  discordias  que  también  los 
consumían  entre  sí,  aprovechados®  algo,  aunqjie  mu- 
cho mas  hubieran  podido  hacerlo,  de  las  que  destro- 


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1 20  HISTOEIA  DB  BSPAJftA  ' 

zabao  á  los  musalmanes »  y  ensanchado  considerable- 
mente los  límites  de  sus  fronteras.  Guerreó,  pues, 
Híxem  IIL  con  ellos  por  espacio  de  tres  anos  con  for- 
tuna varia,  y  principalmente  por  la  parte  de  Galatrava 
y  de  Toledo.  Fomentó  mucho  la  institución  de  los 
zahbits,  especie  de  monjes  guerreros,  y  como  la  mili- 
cía  sagrada  de  los  musulmanes ,  que  se  consagraban 
voluntariamente  al  ejercicio  de  las  armas  y  á  defender 
constantemente  las  fronteras  contra  los  almogávares 
cristianos;  origen ,  á  lo  que  muchos  creen,  de  las  ór- 
denes militares  cristianas. 

Pero  si  algo  ganaba  el  califa  sosteniendo  el  honor 
de  las  armas  muslímicas  en  las  fronteras ,  perdia  mas 
por  otra  parte  el  imperio  con  su  apartamiento  de  la 
capital,  aflojándose ,  ó  mas  propiamente  desatándose 
ya  los  escasos  vínculos  que  le  unian ,  ya  tomando 
ocasión  de  su  misma  ausencia  los  sediciosos  para  fo- 
mentar en  la  capital  hablillas  y  disturbios,  ya  decla- 
rándose los  walíesen  completa  independencia  y  obran- 
do como  reyes  absolutos.  De  todo  le  dio  aviso  su  fiel 
hagib  Gehwar ,  instándole  á  que  con  la  mayor  pres-r 
teza  y  diligencia  pasase  á  Córdoba.  Hízolo  asi  Hi- 
xem  (1029),  y  su  presencia,  su  afabilidad,  su  pru- 
dente y  generoso  comportamiento  no  dejó  de  calmar 
los  ánimos  de  los  mas  revoltosos  é  inquietos,  y  de 
captarse  las  voluntades  de  la  mayoría  de  la  poblaciout 
visitando  las  escuelas ,  colegios  y  hospicios ,  y  socor- 
riendo á  los  huérfanos ,  desvalidos  y  eoifermos.  Mas 


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PARTBU.  LIBRO  1.  19|f 

cuando  quiso  persuadir  á  los  walíes  coa  amistosas 
cartas  y  prudentes  razones  la  necesidad  de  la  unión  y 
cooperación  común  para  recuperar  lo  que  las  discor- 
dias habían  hecho  perdei:  al  imperio ,  no  obtuvo  ya 
sino  ó  negativas  ó  indiferencia,  y  no  hubo  manera  de 
recabar  de  ellos  las  contribuciones  y  subsidios.  Con- 
vencido de  la  ineficacia  de  los  medios  blandos  y  sua- 
ves ,  apeló  á  los  fuertes  y  violentos ,  y  encomendó  á 
sus  mas  fieles  caudillos  la  reducción  de  los  walíes 
desobedientes.  [Inútiles  y  tardíos  esfuerzos!  Algunos 
de  los  disidentes  eran  momentáneamente  sometidos, 
pero  la  unidad  del  imperio  ya  virtualmente  disuelta 
acabó  de  disolverse  en  lo  material.  El  africano  Zawi 
ben  Zeiri  se  hacia  proclamar  rey  de  Granada  y  de 
Málaga :  los  de  Denía  y  Almería ,  los  de  Zaragoza, 
Badajoz»  Mérida  y  ToledOt  declaráronse  independien- 
tes de  hecho  y  de  derecho ;  á  las  mismas  márgenes 
del  Guadalquivir  se  le  rebelaban  los  de  Carmoaa ,  Se- 
villa y  Medina  Sidonia ;  y  el  mismo  Abdelaziz  á  quien 
habia  dado  el  gobierno  de  Huelva  se  alzaba  con  ei 
señorío  de  aquel  país.  ^P^nas  le  quedaba  sino  la  ca- 
pital, y  esla  no  tardó  en  enagenársele. 

Supieron  que  el  califa  en  última  necesidad  habia 
hecho  pactos  y  transacciones  con  los  rebeldes,  y  aque- 
lla población,  aquella  raza  degenerada,  que,  como 
el  mismo  His^em  decia ,  ni  sabia  ya  mandar  ni  sabia 
obedecer,  le  criticó  de  débil  y  de  cobarde,  le  culpó 
de  la  mala  suerte  de  la  guerra  y  de  las  calamidades 


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122  -        UlSTOftlA   DB   BSPAÑA. 

del  reino,  y  se  produjo  en  términos  y  demostraciones 
amenazadoras  contra  el  califa.  Aconsejábale  Gehwar 
que  abandonara  la  ciudad :  él ,  que  no  habia  gierecido 
la  desafección  del  pueblo,  no  creía  tampoco  en  su  in* 
gratitud,  hasta  que  lleg(S  el  caso  de  pedir  la  amoti- 
nada multitud  á  gritos  por  las  calles  la  deposición  del 
califa  y  su  destierro.  Avisóselo  el  mismo  Gehwar,  y 
entonces  Hixem  con  resignación  filosófica  exclamó  sin 
alterarse :  «Gracias  sean  dadas  á  Dios  que  asi  lo  quie- 
re.» Y  aquel  príncipe  que  con  repugnancia  habia 
aceptado  un  trono  jamás  ambicionado,  salió  sin  pesar 
de  Córdoba  acompañado  de  su  familia  y  de  algunos 
principales  caballeros  y  literatos  que  quisieron  correr 
la  misma  suerte  que  su  soberano.  Retiróse  este  pri- 
meramente á  Hisn  Aby-Sherif  (1031),  mas  persegui- 
do alli  por  los  cordobeses  buscó  un  asilo  cerca  de  Lé- 
rida, donde  acabó  tranquilamente  sus  dias  en  1037. 
«En  él,  dice  el  historiador  arábigo,  feneció  la  dinas- 
tía de  los  Omeyas  en  España,  que  principió  en  Abder* 
rabman  ben  Moawia  año  138,  y  acabó  en  este  Hixem 
al-Motadi  año  422  (de  756  á  1031).  Así  pasó  el  esta- 
do y  la  fortuna  de  ellos,  añade,  como  si  no  hubiese 
sido.  Feliz  quien  bien  obró,  y  loado  sea  siempre  aque^ 
cuyo  imperio  jamás  acabará  ^*^» 
• 

,    (4)    Conde,  cap.  H7. 


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GAPITIILO  XX. 

REiKOS  cristianos: 

BESDE   ALFONSO    V. '  DE   LEÓN   HASTA   FERNANDO   1. 
DE   CASTILLA. 

»•  40e2  4l037« 

Falta  de  unión  entre  los  monarcas  cristianos.— Conducta  de  Alfonso  V. 
—Repnebla  á  León.— Sus  desavenoocias  con  Sancho  de  Castilla.— 
Célebre  concilio  de  León  de  4020. — Sus  principales  cánones  ó  de- 
cretos.—Constituye  el  llamado  Fuero  de  £eon.— Muerte  de  Alfon- 
so V.— Fueros  de  Castilla  otorgados  por  el  conde  don  Sancho.— 
Fueros  en  el  condado  de  Barcelona.— Borrell  II.  7  Berenguer  Ra-^ 
mon  ¡.—Fuero  de  Nájera  por  el  rey  Sancho  el  Mayor  de  Navarra.— 

'  Garcfa  II  de  Castilla  y  Bermudo  III.  de  León.— Muere  el  conde  Gar- 
da asesinado  en  Leoa  por  la  familia  de  los  Velas. — apodérase  el 
rey  de  Navarra  del  condado  de  Castilla.— Horrible  castigo  de  los 
Velas.— Gonqntsta  una  parte  del  reino  de  León.— Discordias  entre 
el  leonés  y  el  navarro. — ^Vienen  ¿  acomodamiento  y  se  pacta  reco- 
nocer á  Fernando  por  rey  de  Castilla. — El  navarro  se  apodera  de 
Astorga  y  se  erige  en  rey  de  León.— Muerte  de  Sancho  el  Grande 
de  Navarra,  y  fomosa  distribución  de  reinos  que  hizo  entre  sus  hi- 
jos.—Guerra  entre  Ramiro  de  Aragón  y  García  de  Navarra.— Guer- 
ra entre  Bermudo  III.  de  León  y  Fernando  h  de  Castilla.— Muere 
Bermudo.— Extínguese  la  línea  masculina  de  los  reyes  de  León.— 
Hácese  reconocer  por  rey  de  León  Fernando  de  Castilla.— Reunión 
de  las  coronas  de  León  y  (¡astilla  en  Fernando  I. 

Decíamos  en  el^  aoteríor  capítulo  que  el  resaltado 
de  la  batalla  de  Galatanazor  y  la  descomposícioD  á 
que  por  consecuencia  de  ella  vino  el  imperio  musul- 


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1ÍS4  HISTORIA    DB   ESPAÑA. 

man,  brindaba  ocasión  propicia  á  los  cristianos,   no 
solo  para  recobrarse  de  sus  pasadas  pérdidas,  sino 
para  haber  reducido  á  la  impotencia  á  los  sarracenos, 
si  los  nuestros  hubieran  continuado  unidos  y  sabido 
convertir  en  provecho  propio  el  desconcierto  á  que 
aquellos  vinieron  y  las  disensiones  que  los  destroza- 
l^an.  Añadiremos  ahora,  que  si  después  de  la  muerte 
de  Almanzor  (1002)  y  durante  los  seis  años  del  go- 
bierno de  su  hijo  Abdelmelik  pudieron  todavía  los 
estandartes  que  triunfaron  en  la  cuesta  de  las  Águilas 
detenerse  ante  un  resto  de  pujanza  que  conservaba  el 
imperio  mahometano  bajo  la  dirección  de  aquel  beli- 
coso caudillo,  muerto  este  (1008),  ni  hallamos  la  ra- 
zón ni  podemos  justificar  la  conducta  de  los  príncipes 
cristianos  en  no  haber  proseguido  de  concierto  la 
guerra  contra  los  enemigos  de  la  fé.  Pronto  olvidaron 
que  una  sola  vez  que  se  habian  unido  habían  triunfa- 
do det  gran  capitán  de  los  a ga renos  en  el  apogeo  de 
su  poder:  y  como  si  hubiera  pasado  para  ellos  todo 
peligro,  volvieron  al  sistema  fatal  de  aislamiento  y 
renacieron  antiguas  rivalidades. 

Seguían,  es  verdad,  venciendo  las  armas  cristia- 
nas en  Gebal  Quintos  y  en  Akbatalbacar,  alli  manda- 
das por  el  conde  Sancho  de  Castilla,  aqui  por  los  con- 
des Ramón  Borrell  de  Barcelona  y  Armengol  de  Ur- 
geU  Pero  vencían,  el  uno  para  dar  el  trono  de  Cór- 
doba áSuleíman  el  Berberisco,  el  otro  para  entronizar 
á  Mohammed  el  Ommíada.  Eran  solicitados  como  au- 


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PAATB  II.  LIBAO  I.  125 

xiliares,  y  aparecían  como  mercenarios  pudiendo  ha- 
ber obrado  como  señores.  Contentábanse  con  la  cesión 
de  algunas  fortalezas  y  ciudades  en  pago  de  un  ser- 
vicio los  que  hubieran  podido  ganarlas  por  conquista, 
y.  las  espadas  que  hubieran  debido  emplearse  contra 
los  enemigos  de  la  fé  eran  arrojadas  en  la  balanza 
muslímica  para  inclinarla  con  su  peso  alternativamente 
ya  en  favor  de  uno,  ya  en  favor  de  otro  de  los  aspi- 
rantes al  trono  musulmán.  Algo  los  disculpa  el  haberse 
propuesto,  como  creemos,  debilitar  de  aquella  manera 
las  fuerzas  de  los  mahometanos  y  contribuir  á  fomen- 
tar sus  escisiones. 

.  Sin  embargo,  no  fué  por  estos  solos  medios,  ni 
fué  solamente  el  material  ensanche  de  territorio  lo 
que  ganaron  los  reinos  cristianos  durante  la  disolu- 
ción del  imperio  Ommiada.  Reparáronse  y  se  repu- 
sieron de  las  pérdidas  y  desastres  causados  por  Al- 
manzor,  y  lo  que  fué  mas  importante  todavía,  dieron 
grandes  y  avanzados  pasos  hacia  su  reorganización 
religiosa,  política  y  civil.  Alfonso  Y  de  León ,  ya  en 
su  menor  edad  bajo  la  tutela  y  dirección  del  conde 
Menendo  de  Galicia  y  su  esposa,  y  de  su  madre  dona 
Elvira  ^^^  ya  después  de  haber  alcanzado  la  mayoría 


(4 )  Usándose  ya  en  los  siglos  nombres,  sigatendo  en  esto  la  cos- 
que históricamente  recorrérnoslos  lumbre  generalmente  recibidas 
antenombres  de  Don  j  Doftaapli-  Con  respecto  á  los  Alfotisos  ó 
cadosá  los  reyes  y  reinas  y  ¿otras  Alonsos,  que  de  ambas  maneras 
personas  ilustres,  los  emplearemos  se  encuentran  nombrados  en  núes- 
nosotros  también,  amique  no  en  tros  autores  aquellos  monarcad, 
todos  lo)  cases  ni  para  todos  los  hemos  preferido  usar  constante- 


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426  UISTORU  DB  BSI^AÑA. 

y  eQlazádose  en  matrímoaio  con  la  hija  de  los  condes 
sus  ayos  llamada  Elvira  iambien^(1008),  en  ambas 
apocas  con  recomendable  piedad »  ó  inspirada  ó  pro- 
pia, se  ocapó  en  reparar  y  fandar  iglesias  y  monas- 
terios, ó  en  dotarlos  de  rentas  y  hacerles  ricas  dona- 
ciones. Llenos  están  el  cartulario  y  tumbo  de  León  y 
todos  los  pergaminos  de  aquel  tiempo  de '  privilegios 
de  este  ¿género  otorgados  por  el  joven  y  piadoso  mo  • 
narca  i^K 

Mas  no  fueron  solos  monasterios  é  iglesias  los  que 
fundó,  reedificó  ó  restauró,  el  hijo  del  segundo  Ber- 
mudo.  La  capital  misma  de  su  reino,  la  ciudad  de 
León  desde  las  deplorables  inupciones  de  Almanzor 
y  de  Abdelmelik  habia  quedado  asolada,  casi  yerma, 
reducida,  como  dijo  Ambrosio  de  Morales,  á  un  cadá- 
ver de  población'.  Alfeñico  V  se  consagró  con  ahinco 
y  ñfan  á  levantarla  de  sus  ruinas,  emprendió  enérgi- 
camente obras  de  reparación  y  construcción  ,  dictó 
oportunas  medidas  para  atraer  nnevos  pobladores,  y 
no  perdonó  medio  para  hacerla  recobrar  en  lo  posible 
su  grandeza  y  esplendor  primitivo.  Aun  conserva  Al  - 
fonso  V  el  título  de  repoblador  de  León.  Qui  papú- 
lavit  Legionetn  post  destructionem  AlfMnzar ,  dice 


meóte  el  de  Alfonso^  ya  por  ser  una  narcas  en  saa  iastromenios  públi- 

contraccion  de  Ildephonsus  ,  ya  co«  se  decían  siempre:  «Ego  Áde^ 

porque  los  érabcs  nunca  omitían  pkonsüs  Dei  gralía,  etc.» 

el  sonido  de  la  f6ph,Sueae  que  los  (4)    Pueden  verse'  los  muchos 

nombraran  Alfúns,  An(u8  ó  Ade-  que  recogió  el  P.  Risco  en  el  to- 

funs^  ya  porque  los  mismos  mo*  moXXXVI.  de  la  Espaüa  Sagrada. 


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PARTB  II.  LIBRO  I.       '  4S7 

todavía  su  epitafio:  et  fecit  écclesiam  hanc  de  luto  eí 
latere.  Hasla  á  los  maertes  los  hizo  contribuir  á  dar 
vida  á  aquella  poblaciou  exánime,  haciendo  trasladar 
á  la  iglesia  de  San  Juan  los  restos  mortales  de  todos 
los  reyes  que  se  hallaban  sepultados  en  diferentes 
iglesias  del  reino,  entre  ellos  el  cuerpo  de  su  padre 
que  hizo  conducir  desde  el  Yierzo. 

Las  flesavenencias  entre  el  rey  de  León  y  su  tío 
el  conde  Sancho  de  Castilla  debieron  comenzar  de  4  01 2 
en  adelante,  puesto  que  aquel  año -se  ve  al  rey  don 
Alfonso  hablar  del  conde  con  el  afecto  de  deudo  ^*\ 
y  en  1017  le  trata  de  inicuo,  de  deslealf  de  enemigo* 
que  no  piensa  ni  d^  dia  ni  de  noche  sino  en  hacerle 
daño  ^^K  Acaso  fué  la  causa  de  estas  excisiones  la  pro- 
tección qtie  el  castellano  solia  dar  á  los  criminales  que 
del  reino  de  León  pasaban  á  sus  dominios,  de  cuyo 
comportamiento  se  vengó  el  leonés  despojándole  de 
algunas  posesiones  que  aquel  tenia  en  su  reino  y  trans- 
firiéndolas á  sus  leales  servidores.  Agregóse  á  esto 
que  aquella  familia  de  los  Velas,  enemiga  de  los  con- 
des de  Castilla  desde  Fernán  González ,  y  que  ex- 
pulsada por  9Ste  y  unida  á  los  sarracenos  los  habia 
concitado  á  hostilizar  la  Castilla  y  dirigfdolos  á  veces 
en  sus  invasiones,  viendo  mal  paradas  las  cosas  de 
los  musulmanes  habíase  acogido  otra  vez  á  Castilla, 

(i)    Et  etiam  tius  et  adjutor  noBlroSanetianiyauidienoeUque 

mius  Sanctius  comes,  Esp.  Sagr.  malum  perpetrapat   apud  noe. 

tom.  35,  ap.  IX.  Gartular.  de  Leoo,  fol.  488.-»-Eflp. 

(t)    Infidelissimo  et  adversario  Sagr.  tom.  36,  ap.  XH. 


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128'  OISTORIA    DB   ESPAÑA. 

donde  los  recibió  el  conde  don  Sancho.  Mas  como  los 
Velas  diesen  muestras  de  volver  á  sus  antiguas  infi- 
dencias, los  arrojó  ignominioáamente  el  conde  de  sus 
estados.  Entonces  el  de  León  no  solo  los  admitió  be- 
névolamente en  su  reino,  §ino  que  les  señaló  en^  los 
valles  limítrofes  de  León  y  Asturias  tierras  y  posesio- 
nes con  que  pudiesen  vivir  con  arreglo  á  su  distingui- 
da clase  ^^\  lo  cual  produjo  gran  resentimiento  en  el 
conde  castellano,  y  estas*  disidencias  duraron  hasta  su 
muerte. 

No  estorbaron  al  monarca  leonés  estas  discordias 
ni  le  sirvieron  de  embarazo  para  congregar  una  de 
las  mas  Importantes  asambleas  que  en  la  época  de  la 
restauración  se  celebraron  en  España ,  y  de  las  que 
mas  influjo  ejercieron  en  su  reorganización  política  y 
civil.  Hablamos  del  concilio  de  León  del  año  1020  ^^^; 
asamblea  político-religiosa,  que  nos  recuerda  las  fa- 
mosas de  Toledo  del  tiempo  de  los  godos,  y  la  pri- 
mera de  los  siglos  de  la  reconquista  en  que  se  hizo 
un  código  ó  pequeño  cuerpo  de  leyes  escritas  que  nos 
hayan  sido  conservadas  después  del  Fuero  Juzgo. 
Abrióse  el  dia  1  .**  de  agosto  ^^\  en  presencia  del  rey 

(1)    Estos  Velas  eran  Ires,  so-  primeramente  nombrados, 

gun  testimonios  auténticos,  Ber-  (2)    Mariana  con  manifiesto  er- 

mudo,  Nobuciano  ó  Nepociano  y.  rorlesupooe  celebrado  en  Oviedo. 

Rodrigo;  no  Rodrigo,  Iñigo  y  Diego,  (3)    ¥  a  no  se  duda  de  esta  fe- 

se(;un  el  arzobispo  don  Rodrigo  á  cha,  con  la  cual  conouerdan  to^os 

quien  siguió  Mariana,  ni  menos  los  códices,  y  que  por  una  mala 

Diego  y  Silvestre,  según  Lucas  de  inteligencia  apareció  equivocada 

Tuy,  que  nombra  solo  esto9  dos.  en  la  colección  de  Aguirre,  t.  III., 

En  escrituras  del  archivo  de  León  púg.  480. 
aparecen  las  firmas  de  los  tres 


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PARTte  II.  LIBRO  I.  429 

y  de  su  esposa  doña  Elvira,  eQ  la  'iglesia  de  Santa 
María,  con  asistencia  de  todos  los  prelados,  abades  y 
proceres  del  remo.  cEn  la  Era  MLVIIL  (dice) ,  eH  .*" 
de  agosto  á  presencia  del  rey  don  Alfonso  y  de  lanci- 
na Elvira  SQ  mager ,  nos  hemos  congregado  en  la 
misma  sede  de  Santa  María  todos  los  pontífices ,  aba* 
des  y  grandes  del  reino  de  España,  y  por  mandado 
del  mismo  rey  hemos  ordenado  los.  decretos  sigaíen- 
tes.  qae  habrán  de  ser  firmemente  observados  en  los 
tiempos  fulares  ^*Ky>  Biciéroose  en  él  cincuenta  y  ocho 
decretos  ó  cánones,  de  los^cuales  los  siete  primeros 
versan  sobre  asuntos  eclesiásticos ,  previniéndose  en 
el  T.""  que  se  trate  primero  de  las  cosas  de  la  Iglesia, 
después  lo  perteneciente  al  rey,  y  en  último  lugar 
la  causa  de  los  pueblos  feausa  populorumj.  Los  otros 
hasta  el  20  son  verdaderas  leyes  políticas  y  civiles 
para  el  gobierno  de  todo  el  reino  ,  y  los  demás  son 
como  ordenanzas  municipales  de  la  ciudad  misma  de 
León  y  su  distrito:  el  20.^  tiene  por  especial  ob- 
jeto la  repoblación  de  la  ciudad ,  «despoblada  (dice) 
por  los  sarracenos  en  los  días  de  mi  padre  el  rey 
Bermudo*i> 

Son  notables ,  entre  otras  disposiciones  de  este 
célebre  concilio,  las  siguientes:  «Mandamos  (dice  el 
canon  43),  que  el  hombre  dé  benefaetoria  vaya  libre 

(4)    Tenemos  á  la  vista  la  Cboía  Col^ion  de  Faerosi  Manicipales . 

del  libro  de  testamentos  de  la  igie-  y  Cartas-pueblas  de  los  reinos  de 

sia  4e  Oviedo,  inserta  por  don  Castilla,  León,  etc.,  1847. 
Tomás  Muñoz  en  el  tomo  I.  de  su 

Tomo  iv.  .9 


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430  H19TOE1A  BB  ISfAÜA* 

COQ  todos  SOS  bienes  y  heredades  á  donde  quisiere.  > 
El  hombre  ó  paeblo  de  hentfacloria^  de  donde  se  de*^ 
rkó  la  palabra  behetrÁa^  era  el  que  tenia  derecho  ó 
facultad  de  sujetarse  al  señor  que  mas  le  acomodaba 
para  que  le  amparase»  defendiese  é  hiciese  bien,  con 
la  libertad  de  mudar  de  señor  á  voluntad:  «con  quien 
bien  me  hiciere  con  aquel  me  iré  ('^» 

«Los  que  han  acostumbrado  á  ir  al  (omío  con  el 
rey,  con  los  condes  ó  con  los  merinos  ('\  vayan 
siempre  según  costumbre.»  Ir  al  fosado  era  lo  mismo 
que  ir  á  campaña,  á  lo  cual  por  las  leyes  godas  esta- 
ban obligados  todos  los  propietarios,  llevando  á  la 
guerra,  ademas  de  su  persona,  la  décima  parte 
de  sus  esclavos.  Eta  las  nuevas  monarquías  hablan  ido 
los  nobles  y  ricos  relajándoosla  obligación ,  y  miran- 
do como  mera  costumbre  lo  que  había  sido  verdadera 
ley.  En  algunas  partes  se  había  conmutado  el  serví* 
ció  personal  en  una  contribución  llamada  fonsadera. 
El  citado  canon  tenia  por  objeto  conservar  aquella 


(4]  Estas  béhiitiatj  Xan  cele-  qoe  se  denominaba  (i«  mar  d  mar. 
bres  en  el  derecho  de  Castilla  de  (2)  Los  merinos  (deríTacion  de 
la  edad  media,  eran  de  diferentes  la  voz  latina  majorinus),  de  <\ub 
clase»  según  su  ostensión  ó  limita-  <  ya  se  halla  mención  en  el  Fuero 
cion.  A  veces  el  señor  ó  benefactor  de  los  visigodos,  erap  unos  jueces 
que  se  hubiera  de  elegir  había  de  mayores  del  rey,  de  los  cuales  el 
ser  de  determinado  pueblo  ó  locali-  sayón  era  el  ejecutor  ó  ministro, 
dad.  A  veces  estaderecbo  se  estén*  «Merino  es  nome  antiguo  de  Es- 
día  á  todo  un  país  ó  distrito,  y  en  pafia  (dice  la  1.  23,  t.  9,  p.  ty  de 
ocasiones  nose  prescribían  limites,  la  Recopilación),  que  auier  tanto 
sino  que  el  pueblo  de  beheifia  te*  decir  como  home  que  na  mayoría 
nía  facaltad  de  eief^ir  seior  en  para  facer  jnsticia  sobre  algoa 
cualquier  ponto  de  la  Península  bigar  señalado»  asi  como  villa  6 
de  uno  á  otro  extremo,  que  era  la  tierra,  etci 


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PARTB  II.  LlBftO  1.  tSI 

ley  ó  costHmbre  tan  útil  y  aocesaria  para  la  defensa 
del  estado. 

Decretóse  en  el  18."^  qae  en  Leoa  y  en  todas  las 
eiadades  del  reino  hubiese  jaeces  nombrado^  por  el 
rey.  Que  también  en  este  punto  se  habia  relajado  la 
legislación  visigoda,  apropiándose  los  señoreden  mo* 
chos  lagares  este  derecho  de  la  soberanta. 

En  cuanto  á  los  fueros  particulares  que  por  esto 
concilio  le  fueron  otorgadoá  á  la  ciudad  de  León,  ha- 
bíalos también  muy  notables»  cNiaguñ  vecino  de 
León,  clérigo  ó  lego,  pagará  rausa,  fonsadera  ni 
mañería  ('^»  Goncediase  por  el  24/  á  lá  ciudad  de 
León  el  fuero  de  que  si  se  cometía  en  ella  algún  ho* 
micidiot  huyendo  el  reo  de  su  casa  y  estando  oculto 
nueve  dias,  pudiera  volver  á  ella  seguro  de  la  justi** 
cia  y  guardándose  de  sus  enemigos  ó  componiéndose 
con  ellos,  sin  que  el  sayón  leeStigi6ra  <^osa  alguna 
por  su  delito.  Las  causas  y  pleitos  dé  todos  los  vecinos 
de  León  y  de  su  término  habían  de  decidirse  precisar 
mente  en  la  capital,  y  en  tiempo  de  guerra  estaban 
todos  obligados  ¿  guardar  y  reparar  sus  muros,  go« 
zando  el  privilegio  de  no  pagar  portazgo  de  lo  qne 
alli  vendieí>en  (can.  ^8).  Todo  vecino  pedia  vender 
en  su  casa  los  frutos  de  su  cosecha  «n  pena  alguna 


(4)    T*  hemos  esplidado  íe  qn%  poí  el  dei^eobo  de  testar  los  ftoe 

era  fonsadera.  Rauso  se  llamaba  morían  sin  hijos,  del  caal  estaban 

la  multa  qoe  debía  pagarse  por  príTados  los  esolaToe,  oelonos  j 

las  heridas  y  contosiones.  Maniría  demás  personas  de  origen  serfil. 


(aanneria)  era  otra  eootribnoíoo 


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132     '  HISTORIA    DB   BSI»A{ÍA. 

(can.  33).  Las  panaderas  que  defraudaran  el  peso  del 
pan,  por  la  primera  vez  habían  de  ser  azotadas,  por 
la  segunda  pagarían  cinco  sueldos  al  merino  del  rey 
(can.  34).  Ninguna  panadera  podía  ser  obligada  á 
amasar  el  pan  del  rey»  como  no  fuese  esclava  suya 
(can.  37). 

Dos  de  los  mas  apreciables  privilegios  concedidos 
por  este  concilio  fueron  los  siguientes:  «Ni  merino  ni 
sayón  pueda  entrar  en  el  huerto  ó  heredad  de  hom- 
bre alguno  sin  su  permiso,  ni  extraher  nada  de  él,  sí- 
no  fuese  de  siervo  del  rey  (can.  38).»  «Mandamos que 
ni  merino,  ni  sayón,  ni  dueño  de  solar,  ni  señor  al- 
guno entren  en  la  casa  de  ningún  vecino  de  León 
por  nenguna  cahñia,  ni  arranque  las  puertas  de  su 
casa  (can  41).»  Recaen  estos  privilegios  ya  sobre  la 
malacostumbre  qne  había,  ó  mejor  dicho,  abuso,  que 
con  el  nombre  de  fuero  de  sayonía  se  arrogaban  los 
jueces  y  sus  ministros  de  hacer  pesquisas  y  visitas 
domiciliarias  de  oñcio  y  sin  queja  de  parte  conocida, 
estafando  á  los  pueblos  á  pretexto  de  costas  judiciales, 
ya  sobre  la  corruptela  de  entrar  por  fuerza  en  las 
casas  para  cobrar  deudas,  en  cuyos  casos,  entre  otras 
vejaciones,  solían  arrancar  y  llevarse  las  puertas:  cos- 
tumbres que  c<Mi  razón  se  denominaban  en  algunas 
escrituras  malos  fueros.  Estas  mismas  gracias  conce- 
didas por  el  concilio  demuestran  lo  oprimidos  que 
antes  de  su  concesión  estaban  los  vecinos  de  la  ca« 
pital,  y  de  aqui  puede  deducirse  lo  tiranizados  que 


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PABTJS  11.  LlfiAO  1*  133 

vivirían  los  moradores  de  las  pequeñas  poblaciones. 
Concluye  el  coneilio  con  una  terrible  comminacion 
de  anatema  á  los  transgresores  de  aquella  ley:  aSi 
«alguno  de  nuestra  progenie  ó  de  otra  cualquiera 
«intentase  quebrantar  á  sabiendas  esta  nuestra  cons- 
«titucion,  cortada  la  mano,  el  pie  y  el  cuello  ,  ar- 
trancados  los  ojos,  saqadas  y  derramadas  las  entra- 
tñas  ^^\  herido  de  lepra,  juntamente  con  la  espada 
«de  la  excomunión,  pague  la  pena  de  su  delito  en 
«condenación  eterna  con  el  diablo  y  sus  ángeles.)) ^ 
.  Tales  fueron  las  principales  disposiciones  del  cé- 
lebre concilio  de  León  de  4020.  Mantúvose  este  có- 
digo en  observancia  por  espacio  de  muchos  siglos,  y 
recibió  el  nombre  de  Fuero  de  León.  Como  principal 
título  de  gloria  pregona,  y  con  justicia,  el  epitafio  de 
Alfonso  y.  el  haber  dotado  el  reino  y  la  ciudad  de 
buenos  fueros  fet  dedit  ei  bonos  forosK  Así  se  iba  mo- 
dificando ,  sin  abolirse  por  eso  ni  dejar  de  reigir  el 
Fuero  Juzgo,  la  jurisprudencia  heredada  de  los  visi- 
godos, coa  arreglo  á  las  nuevas  condiciones  en  que 
se  iba  encontrando  la  sociedad  espsiMia. 

Continuó  el  rey  don  Alfonso  en  los  años  sucesivos 
promoviendo  la  devoción  religiosa  y  dando  de  ella 
personal  ejemplo,  protegiendo  á  los  buenos  prelados 
como  el  docto  Sampiro,  aplicando  frecuentemente  á 


(4)    •£  con  ñas  entrañas  ftiera '  digo  que  ex  istia  en  él  monasierio 

é  esparcidas  por  la  tierra »    de  Beoevivere.     > 

Copia  de  la  traducción  de  este  có- 


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4  34  UISTOUA  DB  BMáSA. 

la&  monasteiios  é  igleaaa  los  bieoes.  que  confiscaba  á 
los  oríminales,  y  récompeosaado  ios  servicios  de  sus 
mas  leales  sábditos  á  cosía  de  los  qoeíatenlabaD  re* 
belarie  contra  la  autoridad.  Llególe  asi  el  año  4026» 
ea  qde  cod  motivo  de  la  guerra  que  hacia  por  las 
fronteras  cristianas  el  último  ealiEai  Ommiada  Hi- 
xem  IIK ,  á  semejanza  del  postrer  esftierzo  de  on 
moribnndot  pasó  e)  monarca  íepnés  el  Ehtero»  y  pro- 
siguiendo hacia  el  Sqr  fué  á  poner  sitio  á  Yiseo  en  la 
LusitBnta«  La  plaxa  estaba  ya  casi  á  punto  de  ren- 
dirse, cuando  no  día  ,  ostigado  el  rey  por  et  calor, 
escesivo  para  aquella  estación  (5  de  mayo  de  i  027), 
pásese  á  hacer  on  reconocimiento  &  caballo  alrededor 
del  muro,  sin  coram  nt  otro  abrigo  ni  defensa  que 
una  delgada  camisa  de  Kno:  e»  esto  que  una  flecha 
lanzada  de  lo  alio  de  una  torre  por  mano  de  un  mu- 
sulmán^ vino  á  clavársele  en  el  cuerpo ,  y  cayendo 
del  caballo  sucumbió  á  muy^poco  tiempo  de  la  he- 
rida. Asi  murió  Alfmso  Y.  de  León  el  de  U»  buenos 
ftieros,  á  los  33  años  de  su  edad  y  2S  de  reinado,  de- 
jando dos  hijos  jóvenes  Bermndo  y  Sancha,  que  am« 
boe  heredaron  el  reino  como  veremos  después  (^). 

Sancho  de  C^stüla  por  su  parte  tampoco  se  babia 
contentado  con  dilatar  las  fronteras  de  sus  dominios^ 
ya  reccA)rando  con  la  espada  muchas  plazas  perdidas 
en  los  calamitosos  tiempos  de  Almanzor,  ya  recibien* 

(I)    Pela^  Oret.  Chroo.  o.  5.    Lvc.  Tad.  p.  89  etc. 
— Mon.  Silens.  Chron.  n.  73.— 


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BAKTB  II.  MBHO  !•  435 

do,  coHio  antes  hemos  «nanciado,  fortalezas  y  ciuda^ 
des  á  cambio  y  premio  del  auxilio  que  á  soHoitud  de 
los  califas  ó  caudillos  sarracenos  solía  prestarles.  Ganó 
también  Sancho ,  aun  antes  qtae  el  monarca  leonés, . 
fama  y  renombre  de  generoso  y  jnsticiero^  al  pro« 
pió  tiempo  que  de  político  y  de  organizador,  por  la' 
largueza  con  que  otorgó  á  los  pobladores  de  las  ciu- 
dades fronterizas  exenciones,  franquíoias  y  derechos 
épreciables,  que  recibieron  y  conservan  el  nombre  de 
fueros:  nueva  forma  que  comenzó  á  recibir  la  juris-' 
prudencia  española ,  origen  noble  de*  ias  libertades 
municipales  de  Castilla,  y  justa  y^  merecida  recom^ 
pensa  con  que  los  príncipes  cristianos  ó  remuneraban 
á  los  defensores  de  una  ciudad  qoe  se  sostenía  heroica- 
mente contra  los  rodos  é  incesantes  ataques  del  ene- 
piigo,  ó  aleotaban  á  los  moradores  de  ua  pueblo  que 
había  de  servir  de  centtoela  ó  vanguardia  avanzada 
de  la  cristiandad,  espuesta  siempre  á  las  incursiones  6 
invasiones  de  los  musulmanes;  pequeñas  cartas  otor- 
gadas ,  y  preciosas  aunque  diminutas  y  parciales 
constituciones,  especie  de  contrato  mutuo  entre  los 
soberanos  y  los  pueblos ,  que  mas  de  un  siglo  antes 
que  en  otro  país  alguno  de  Europa  sirvieron  de  fun- 
damento á  una  legislación  que  todavía  encarecen  las 
sociedades  modernas. 

Precedid,  hemos  dioho,  el  conde  Sancho  de  Cas-- 
tilla  al  rey  Alfonso  Y.  de  León  en  la  coocesion  de 
estos  fueros  y  carias-pueblas.  Nos  ha  quedado  escrito 


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436  HISTOmiA   DE  BSFAÑA. 

el  que  en  4012  concedió  áNavedeAibaraálamár-* 
gen  izquierda  del  Ebro  ^^).  Las  referencias  de  qtros 
soberanos  posteriores  ai  confirmar  los  que  muchos 
pueblos  habían  obtenido  del  conde  don  Sancho  »  nos 
certifican  de  la  liberalidad  con  que  otorgó  esta  clase 
de  derechos  á  las  poblaciones  de  sus  dominio;?  el  que 
tuvo  la  gloria  de  pasar  á  la  posteridad  con  el  honroso 
sobrenombre  de  Sancho  el  de  lo$  Buenos  Fueros.  La 
exención  de  tributos  y  el  no  hacer  la  guerra  sin  es- 
tipendio^ como  hasta  entonces  hablan  acostumbrado, 
fué  uno  de  los  mas  notables  fueros  que  concedió  este 
célebre  conde  de  Castilla.  ^Heredado  é  enseñoreado 
^l  nuestro  señor  conde  don  Sancho  del  condado  de  Cas^ 

tiella fizo  por  ley  é  faero  que  de  todo  home  que 

quisiese  partir  con' él  á  la  guerra  á  vengar  la  muerte 
de  su  padre  en  pelea,  que  á  todos  facia  libres^  que  no 
pechasen  el  feudo  ó  tributo  que  fasta  alli  pagaban ,  é 
que  no  fuesen  de  alli  adelanté  á  la  guefra  sin  sol-^ 
dada  <*^»  «Dio  mejor  nobleza  á  los  nobles  ,  dice  el 
arzobispo  don  Rodrigo ,  y  templó  en  los  plebeyos  lá 
.  dureza  de  la  servidumbre  ^*?.» 

El  que  precedió  á  su  coetáneo  Alfonso  V.  de  León 
en  la  concesión  de  fueros,  si  bien  los  del  conde  cas- 

'     (4)    Llórente,  Memorias  de  las  poretll.Bergai]zaeDsus|Lnt¡gUc- 

ProiríDcias  VascoDgadaa,  pari.  III.  dades  de  España,  tom.  II. 

'  —Memorias  de  la  Academia  de  la  (3)    Nobilé^  nobiliUite  potiore 

Historia,  tom.  III.,  pág.  308.— Go-  donavit,  et  in  mmorihus  servUu^ 

lección  de  Faeros  y  Cartas-pner  0$  duritiam  temperaviu  De  Reb» 

blas,  tom.  I.  pág.  68.  Hisp.  lib.  V. 
(i)    Doeumento  antiguo  inserto 


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PART9  11.  LIBRO  1.  137 

tellano  do  formaban  todavía  un  cuerpo  de  derecho  es 
crita  como  los  del  monarca  leonés  ^^\  precedióle  tam- 
bién en  la  muerte,  en  1021  ^^\  dejando  por  stacesor 
del  condado  á  García  su  hijo»  muy  joven  aun;  pues 
que  había  nacido  en  el  mismo  año  que  su  padre  hizo 
a  expedición  á  Córdoba  en  calidad  de  aliado  y  auxi- 
iardeSuleiman. 

Mientras  asi  obraban  los  soberanos  de  León  y  de 
Castilla  durante  la  disolución  del  imperio  muslímico 
cordobés,  el  conde  Ramón  Borrell  de  Barcelona,  no 
qieüos  celoso  de  la  j^rosperi^ad  y  engrantlecimiento 
de  SQ  estado  que  los  castellanos  y  leoneses,  después 
de  su  expedición  á  Córdoba  como  auxiliar  de  Moham" 
med,  y  de  regreso  de  las  batallas  de  Akbatalbacar  y 
del  Guadiaro,  redobló  sus. ataques  contra  las  fronteras 
musulmanas,  en  unión  con  los  prelados,  abades,  viz* 
condes,  caballeros  y  todos  los  hombres  de  armas, 
conquistando  fortalezas  y  castillos  hacia  el  Ebro  y 
el  Segre,  y  proveyéndolos  de  alcaides  y  gobernado* 
res  de  probado  valor.  Asi  d^cendió  él  noble  conde  al 

(4)    lío  ioaistimos  abora  mas  con  aquello  de  haberse  aficionado 

sobre  las  concesiones  (orales  del  á  ella  cierto  moro  principal,  «bom- 

conde  Sancbo  de  Castilla,  puesto  bre  muy  dado  á  deshonestidades  y 

3ue  teodremos  ocasión  de  hablar  membrudo.»  El  mismo  Mariana, 

e  la  legislación  (oral  de  España,  tan  poco  escrupuloso  en  prohijar 

yentoncesdemostraremostambien  esta  clase  de  consejas,  aíiade  des- 

?[tte  los  fueros  y  cartas-pueblas  pues  do  haberla  referido:  «ves  ver* 

ueron  en  España  mas  antiguos  de  dad  que  para  dar  este  cueolo  por 

lo  que  generalmente  se  cree.  cierto  no  hallo  fundamentos  bas- 

()|    Omitimos  por  infundado  y  tantea.»  Mariana  llama  doña  Oña 

fiabnioso  el  cuento  del  envenena-  ¿  la  madre  de  Sancho,  siendo  su 

miento  de  su  madre  y  los  amores  verdadero  nombre  dona  Aba. 

de  esta  que.  refiere  el  P.  Mariana,  * 


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l38  HISTORIA  DI  BSPAÑA. 

sepulcro  (25  de  febrero-de  1018),  dejando  por  suca-* 
sor  del  trono  condal  á  su  hijo  Berenguer  Ramón,  jo- 
ven de  tierna  edad,  bajo  la  tutela  de  so  madre  la 
condesa  dona  Ermesindis,  que  en  las  ausencias  de  sq 
esposo  había  quedado,  siempre  gobernando  el  conda- 
do, y  de  saber  dirigir  los  negocios  públicos  con  for*  ^ 
taleza,  discreción  y  buen  consejo  había  dado  multi- 
plicadas pruebas.  Mas  esta  misma  intervención  en  el 
gobierno  del  estado  á  que  se  acostumbró  en  vida  del 
conde  su  esposo,  las  excesivas  facultades  con  que  este 
quisa  dejarla  favorecida  en  su  testamento,  y  la  corta 
edad  é  inesperiencia  de  su  hijo,  despertaron  en  ia 
condesa  viuda  un  desmedida  ambición  de  mando, 
que  el  joven  Berenguer  Ramón  L  tuvo  que  luchar 
después  constantemente  contra  las  exageradas  pre*^ 
tensiones  de  su  madre,  ^origináronse  disturbios  gra- 
ves en  la  familia,  2|caso  las  catástrofes  sangrientas  que 
luego  sobrevinieron  tuvieron  en  estas  oiscordias  su 
principio  y  causa,  y  el  hijo  tuvo  por  fin  que  pactar 
con  la  madre  sobre  el  imperio  como  se  pudiera  pactar 
entre  dos  rivales  y  extraños  poderes. 

A  pesar  de  estas  flaquezas  y  de  no  haber  sido  el 
conde  Berenguer  Ramón  un  príncipe  guerrero,  debió- 
le el  condado  el  haber  hecho  sentir  la  fuerza  blanda 
de  la  ley  y  haber  comenzado  á  dar  asiento  y  forma  al 
imperio  heredado  de  sus  mayores*  «Por  esto,  dice  un 
moderno  historiador  de  Cataluña,  la  historia  debiera 
trocar  por  el  de  Ju^lo  el  sobrenombre  de  Curvo  con 


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rABTB  II.  LIBEO  I.  139 

qyeidettgna  ¿  Bereaguér  Ramón  L;  y  á  Barcelooa  le^ 
cumple  añadirle  el  de  Liber<^l^  ya  qae  á  él  debieron 
ea  4  025  los  moradores  de  este  condado  la  primera 
confirmación  histórica  de  todas  sos  fcanquicias  y  de  la 
libertad  de  sus  propiedades  ^^Kt»  Ya  el  conde  Bor- 
rell  n.  en  98&  en  su  carta  de.  población  en  Cardona 
había  dado  á  esta  ciudad  privilegios  y  deréchps  apre- 
ciables  (^^  y  estas  y  otras  exenciones  eran  las  que 
confirmaba  el  desgraciado  hijo  de  Ramón  y  de  Erme* 
sindis.  Asi  iban  los  soberanos  de  la  España  crisüa* 
na  casi  simultáneamente  y  como  por  un  sentimiento 
unánime  fundando  una  nueva  jurisprudencia  y  des- 
pojándose de  sus  atribuciones  para  compartirlas  con 
los  pueblos  que  9on  tan  heroico  y  constante  esfuerzo 
sostenían  sus  tronca  al  mismo  tiempo  que  la  causa  de 
la  cristiandad. 

No  de  otra  manera  obraba  por  su  parta  Sancho  el 
Mayor  de  .Navarra.  Aunque  otro  monumento  no  hu- 
biera quedado  de  este  gran  príncipe  que'el  insigne  y 
celebrado  fuero  de  Nájera,  hubiera  bastado  para  dar- 
le renombre  ^^K  De  esta  manera ,  y  por  una  coincí- 


(4 )    El  juicioso  y  malogrado  se-  lo  sír aiente:  Et  si  vohis  major  ne- 

Sor  Piferrer,  Recverdo&  y  Bellezas  cessitas  fwsrit,  omnes  vos  impe^ 

de  España^  tomo  de  Cataluña,  pá*  rabitis^  ¡per  vestram  honam  t?o- 

gina  95.  Itintalem^   aictit  máerilis  quod" 

(2)    Copiada  por  Villanueva  en  modo  opus  est  vobis,  ut  vos  de^ 

«1  tomo  9^/*  de  su  Viage  literario  é  fendatis  conírcL  üaimicis  vestris 

U»  iglesias  de  España,  ap.  XXX.  (sicj. 

— Gokccioo  de  Fueros  y  Carta»-  (3)    LoadpctoresAasojMaatttl 

pueblas,  tom.  1.  pág.  51  .—Léese  atribuyerop  este  famoso  (uero,  sin 

ea  esta  carta,  eutre  otras  cosas,  dada  por  equivocación  de  nom- 


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440  HI^TOEIA    DB  BSPAÜA.  ^ 

deocia  singular,  mieatras  al  raiperio  mahometano  de 
Córdoba  óaminaba  apresuradamente  bacía  su  disolu- 
ción, los  reinos  ó  estados  cristianos  de  León,  de  Gas- 
tilla,  de  Barcelona  y  de  Navarra,  sin  dejar  de  pro- 
gresar en  lo  material,  aunc|ue  no  tamo  como  hubieran 
podido  si  hubieran  obrado  de  concierto  contra  e)  ene- 
migo común,  se  reorganizaban  y  recoústituian  inte- 
riormente sobre  la  base  de  una  nueva  modificación  t 
que  sin  destruir  la  antigua  (pues  ya  hemos  'dicho  que 
el  código  de  los  visigodos  no  dejó  por  eso  de  conside- 
rarsecomo  la  jurisprudencia  general),  daba  nueva  fi* 
sonomía  á  la  constitución  civil  ^e  ios  estados,  suplia 
á  aquel  en  las  necesidades  y  condiciones  de  nuevo 
creadas  en  las  nacientes  monarquías,  y  ampKándose 
cada  dia  hsibia  de  ser  la  base  y  principio  de  la  legis- 
lación foral  que  tanta  celebridad  ^oza  en  )a  historia 
de  la  edad  medra  de  España*. 

La  muerde  de  Sancho  de  Castilla  y  la  de  Alfon- 
so y.  de  León,  ocurridas  la  primera  en  1021 ,  la  se- 
gunda en  1027,  diQron  ocasión  á  enlaces  de  familia 
entre  los  príncipes  y  princesas  de  las  dinastías  rei- 
nantes, los  cuales  produjeron  relaciones  y  sucesiones 
que  cambiaron  esencialmente  la  condición  de  los  esta- 


bres,  á  loa  condes  <ie  Castilla  doD  origen:  lati  sunt  fueros  quce  ha- 

Sancho  y  don  García  su  hijo.  Sem-  buerunt  in  Naxera  iñ  diebus  Sane- 

Seré  y  Guarines  le  sapone  otorga-  iii  regís  el  Garciani  reijfts.— Véase 

o  por  el  re^  Alfonsoyi.de  León ^  Marina,  Ensayo  Bi£tórico-crítico 

gue  lo  que  hizo  en  4076  fué  con-»  sobre  la  antigua   legislación  de 

nrmarle.  Las  palabras   de  este  Castilla,  u.  105. 
mismo  monarca  nos  descabren  su 


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PARTR  U.   fJBRO  K  1  41 

(]o3  cristianos  en  que  estdba  la  España  dividida  y 
complicaciones  de  largos  y  duraderos  resultados. 

Era,  como  hemos  dicho,  conde  de  Castilla  el  jó* 
.  ven  García  11.  hijo  de  Sancho,  cuando  sucedió  en  el 
trono  de  Lcon  á  Alfonso  Y.  su  hijo  Qermudo,  tercero 
de  su  nombre,  joven  también  de  diez  y  siete  á  diez 
y  ocho  años»  pero  esclarecido  en  saber ,  aunque  pe- 
queño en  edad ,  como  le  califica  un  antigua  escri- 
tor ^*K  Uno  de  los  primeros  actos  del  nu^vo  monarca 
leonés  fué  unirse  en  matrimonio  con  la  hermana  del 
conde  castellano  (1028)^  llamada  Gimena  Teresa,  en 
algunos  documentos  también  Urraca.  Otra  hermana 
del  conde  de  Castilla ,.  doña  Mayor  de  nombre ,  y 
mayor  también  en  edad,  estaba  casada  coa  don  San- 
cho el  dé  Navarra.  De  forma  que  los  tres  soberanos 
de  León ,  Navarra  y  Castilla ,  estaban  emparentados 
en  igual  grado  de  afinidad.  * 

Para  estrechar  mas  todavía  estos  Jazos  entre  las 
familias  reinantes,  loscoades  de  Burgos  c^ebraron 
consejó  y  acordaron  enviar  un  mensageáBermudoIII. 
de  León  solicitando  diese  en  matrimonio  su  única  her- 
mana Sancha  al  conde  García ,  y  que  con  tal  motivo 
consintiese  en  que  dicho  conde  tomara  el  título  de  rey 
de  Castilla.  Acogió  el  leonés  con  beneplácito  la  emba- 
jada de  los  caballeros  burgaleses,  y  lea  prometió  ac« 
ceder  á  ios  dos  extremos  de  su  demanda.  Partió,  no 

'   <4)    /n  célate  parvus,  in  stimtia  claru$.  AnoD.  de  Sahagaik. 


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142  HISTOftlA    DB    BSrAÜA. 

obstante,  Bermudo  á  Oviedo,  cuya  iglesia  parece  ha- 
bía hecho  voto  de  visitar^  dejando  en  León  á  la  reina 
su  esposa  y  á  su  hermana.  Satisfeóhos  del  resultado 
de  su  misión  los  nobles  castellanos  regresaron  á  Bur« 
gos,  é  instaron  al  conde  Garete  á  que  pasase  «por  León 
á  Oviedo  y  concertase  conBermadp  todo  lo  concer-^ 
niente  á  su  matrimonio  y  al  título  real.  Hízoló  así 
García ,  partiendo  de  Burgos  en  los  primeros  dias  de 
mayo  de  1029,  con  la  flor  "de  la  nobleza  castellana. 
Llegado  que  hubieron  á  León,  pasó  inmediatamente 
García  á  visitar  á  la  reina  su  hermana  y  á  la  hermana 
del  rey,  Sancha,  su  prometida*  Pensaba  detenerse  en 
León  solo  los  dias  precisos  para  el  descanso  y  para 
cumplir  con  los  deberes  de  la  galantería  y  de  la  ur« 
banidad*  ¡Cuan  ageno  estaba  de  sospechar  la  catas** 
trofe  qae  te  esperaba  alli! 

Sabedores  los  Velas  de  la  llegada  de  García  á 
León,  aquellos  Velas  á  quienes , el  conde  Sancho  ha- 
bía arrojado  de  Castilla  y  Alfonso  V.  habia  acogido  en 
su  reino  y  dádoles  posesiones  en  las  montañas  de  As- 
turias, aquellos  eternos  enemigos  de  la  familia  de 
Fernán  González,  qae  vieron  una  ocasión  de  vengar 
antigaos  y  personales  agravios,  aprovechándose  de  la 
ausencia  del  rey  Bermudo,  levantaron  un  buen  golpe 
de  gente  de  sns  parciales,  y  marchando  á  su  cabeza 
y  caminando  (oda  una^noche  sin  descanso,  sorpren^ 
dieron  al  rayar  el  alba  del  otro  dia  la  ciudad  de  León. 
Habíase  dirigido  el  conde  castellano,  sin  duda  con 


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PÁRTB  II.  LIBRO  1*  143       . 

objeto  de  cutnplir  alguna  devoción ,  al  templo  de  Sao 
Juan  Bautista.  A  la  puerta  misma  del  templo  se  vio 
de  improviso  asaltado  por  los  conjurados»  que  síq 
respeto  á  la  santidad  d^l  lugar  consumaron  su  borri-i* 
ble  proyecto,  y  la  cabeza  del  joven  coude  de  Castilla 
cayó  á  los  pies  de  los  que  habien  sido  subditos  de  sus 
mayores,  en  los  momentos  en  que  le  sonreía  el  mas 
halagüeño  porvenir.  Por  una  coincidencia  que  baoé 
resaltjir  el  horror  del  crimen ,  Rodrigo  Vela,  -que  en 
los  días  de  reconciliación  con  el  conde  don  Sancho 
había  tenido  en  la  pila  bautismal  al  niño  García,  fué 
el  que  descargó  ahora  con  mano  impía  el  golpe  mor- 
tal sobre  su  ahijado.  Varios  caballeros  castellanos  y 
leoneses  que  acudieron  á  defender  al  joven  conde 
cayeron  también  al  golpe  de  los  afilados  aceros  de  lá 
gente  de  los  Velas.  Mas  viendo  estos  amotinarse  ^1 
pueblo  para  vengar  la  muerte  dé  García,  abandonad- 
ron  la  ciudad  y  se  retiraron  al  castillo  de  Monzón. 
Fué  este  lamentable  suceso  eí  43  de  jnayo  de  1029. 
La  princesa  Sancha»  dice  la  crónica ,  derramó  abun- 
dante llanto  sobre  el  cadáver  de  su  prometido  esposo, 
y  le  hizo  enterrar  con  los  ddñdos  honores  cerca  del 
de  Alfonso  su  padre  en  la  iglesia  misma  de  San  Juan 
Bautista  <^>. 

Con  la  muerte^de  García  acababa  la  linea  mascu- 

(4)    Loe.  Tad.  Cbron.— Puso-  ota,  qw  venit  in  LegUmem  til  oc- 

Mle  «n  el  panteón  de  San  Isidoro,  dperetrt^vm^  0i  interfectut  €tí 

ames  San  Juan,  el  sigoiente  sen-  á  fiUi$  VeU  comUit, 
eillo  epitafios  H.  A.  Dtm^uf  Gmr-' 


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4(4  HISTOaiA  DB  BSPAÜA* 

lina  de  la  ilustre  prosapia,  de  Feroaa  González,  su 
tercer  abaelo>  y  solo  restaban  dos  princesas  casadas 
ambas,  la  menor  con  Bermudo  IIL  de  Leon>  la  ma- 
yor con  Sancho  el  Grande  de  Navarra.  Asi  ei  impor- 
tante condado  de  Castilla  venia  á  qaedar  expuesto  á 
las  pretensiones^  ó  del  mas  ambicioso  de  los  dos  mo* 
Barcas,  ó  del  mas  fuerte,  ó  del  que  se  creyera  con 
mas  derecho  á  él.  Reuníanse  todas  estas  cualidades 
en  don  Sancho  el  Mayor  de  Navarra,  que  no  tardó 
en  hacerlas  valer  para  alzarse  con  la  soberanía  de 
Castilla,  ni  lardé  tampoco  en  presentarse  con  pode- 
roso ejército,  apoderándose  del  pais  como  de  una  he- 
rencia de  que  venia  á  posesionarse*  Pero  al  propio 
tiempo  los  asesinos  de  García  vieron  caer  sobre  sí  un 
venga  Jor  terrible,  de  aquellos  de  que  á  ks  veces  se 
vale  la  Provídenoía  para  la  expiación  de  los  grandes 
crímenes. 

Dijimos  que  los  Velas  se  habían  refugiado  al  cas- 
tillo de  Monzón.  Estaba  esta  fortaleza  situada  en  una 
colina  á  orilhs  del  rio  Garrion,  en  tierra  de  Campos, 
á  dos  leguas  de  Falencia,  en  la  villa  que  hoy  conser- 
va su  nombre.  AUi  los  fué  á  bii3car  el  viejo  rey  de 
Navarra;  púsoles  apretado  cerco,  tomó  al  fin  el  cas- 
tillo por  asalto,  degolló  á  todos  sus  defensores ,  ex- 
cepto á  los  tres  hijos  de  Vela,  á  los  cuales  reservaba 

otro  género  de  muerte Los  hijos  de  Vela,  los 

asesinos  de  García,  fueron  quemados  vivos  por  orden 
del  nuevo  soberano  de  Castilla*  Después  de  lo  cual  el 


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heredero  .y  vengador  del  malogrado  conde  pasó  á 
Bargos,  y  se  hizo  reconocer  por  los  grandes  y  caba- 
lleros castellanos  como  conde  ó  duque  soberano  de  un 
pais  que  lan  digna  y  valerosamente  había  sabido  has- 
la  entonces  conservar  su  independencia  desde  los 
tiempos  de  Fernán  González,  cerca  de  un  siglo  había  ^^K 

Asi  don  Sancho  de  Navarra  se  encontraba  el  mas 
poderoso  de  los  monarcas  cristianos.  Pero  esto  era 
poco  para  satisfacer  sus  ambiciosas  miras,  que  la  fa*- 
ciudad  con  que  se  apoderara  de  Castilla  no  hizo  sino 
despertar.  La  proximidad  aL  reino,  de  León,  la  corta 
edad  del  príncipe  que  ocupaba  aquel  trono,  la  fuerza 
de  que  entonces  disponía,  todo  le  excitaba  á  prose- 
guir en  la  carrera  de  conquista  que  tan  próspera  se 
le  presentaba.  Érale,  no  obstante,  necesario  otro  pro- 
testo para  llevar  sus  armas  al  territorio  leonés,  sobre 
el  cual  carecía  absolutamente  de  derechos  qne  alegar* 
Un  suceso  vino  ¿  proporcionarle  el  motivo  Ú  ocasión^ 
que  deseaba  para  romper  con  el  rey  de  León.  Hé 
aquí  como  lo  refieren  las  crónicas. 

Cazaba  un  día  el  viejo  monarca  navarro  con  sus 
monteros  en  uno  de  los  bosques  de  ia  comarca  de 
Falencia.  Uu  jabalí  herido  y  acosado  por  los  alanos  se 
internó  en  lo  mas  frogoso  de  la  selva:  el  rey  que  le 
perseguía  con  el  ardor  é  interés  de  entusiasmado  ca- 
zador le  vio  entrar  en  una  gruta,  y  no  vaciló  en  ea* 

(4)    Roder. Tolei. DeReb.Bisp.    Apend.— 'Morales,  Coron.  I.  XVU.^ 
c.-HSsC8lona,  Hist.  Ue  Sab«gao, 

Tomo  iv.  10 


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440  HIITOMA  Dt  MVAIIa.. 

trar  también  en  pos  de  la  fiera  con  reaotacíoii  de  acá* 
baria  de  matar:  mas  al  levantare!  brazo  para  arro- 
jarla el  venablo  le  sintió  embargado  é  inmóvil.  En* 
tonces  reparó  en  un  altar  que  en  el  subterráneo  había 
con  la  imagen  de  San  Antolin  ^*\  y  conociendo  que 
la  repentina  parálisis  del  brazo  podria  áer  un  castigo 
de  su  desacato  pidió  al  santo  perdón  y  le  ofreció  ^edi- 
ficarla allí  un  templo,  con  lo  que  el  brazo  recobró  su 
acción.  Y  habiéndole  informado  á  don  Sancho  de  que 
aquel  era  el  solar  de  la  antiquísima  Falencia,  que  el 
tiempo  y^  las  guerras  habían  arruinado  y  c(Hivertido 
en  bosques  de  jarales,  determinó  reedificar  la  ciudad 
y  en  ella  el  prometidp  templó  á  San  Antolin,  enco- 
meudando  este  cuidado  al  obispo  Ponce  de  Oviedo, 
de  quien  no  sabemos  pomo  estuviese  en  tan  intimas 
relaciones  con  el  monarca  navarro  siendo  subdito  del 
de  León.  Sea  lo  que  quiera  de  esta  anédocta ,  que  se 
encuentra  referida  en  udo  de  los  privilegios  del  rey 
don  Sancho,  debiósele  á  este  rey  la  reedificación  de 
la  ciudad  y  templo,  y  hállase  hoy  aquella  santa  gru- 
ta en  medio  del  cuerpo  principal  de  la  catedral,  de- 
dicada al  santo  mártir  Antolin,  siendo  objeto  de  gran 
veneración  para  los  fieles  palentinos,  de  los  cuales  no 
hay  quien  ignore  la  aventura  del  rey  don  Sancho  y 
del  jabalí,  origen  tradicional  de  la  fundación  del  ve- 
nerado santuario. 

(4 )    No  de  San  Aatonioo,  como    Antofíio,  como  l«  lUma  equ i?oct 
^  le  Dombo  Perreras,  ni  de  San    demefiie  Romey. 


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FABTB  II.  UBBO  !•  4  47 

Opúsose  el  monarca  leonés  á  la  reedificación  de 
Falencia  comenzada  por  el  navarro,  alegando  perte- 
necer aquel  territorio  á  sus  dominios  y  no  á  los  de 
Castilla;  sostenía  lo  contrario  el  de  Navarra,  y  la  dis- 
eordia  produjo  un  rompimiento  entre  los  dos  prfnci* 
pes  9  que  era  sin  duda  lo  que  Sancho  apetecía ,  y 
mas  en  aquello^  momentos  en  que  el  rey  de  León  se 
hallaba  en  Galicia  con  objeto  de  sofocar  dos  pequeñas 
sediciones  que  eri  aquel  pais  se  habian  movido.  Es- 
cogió, pues,  el  activo  y  experimentado  Sancho  oca- 
sión tan  oportuna  para  invadir  resueltamente  los  es- 
tados de  su  nuevo  enemigo,  y  fuéle  fácil  posesionarse 
del  territorio  comprendido  entre  el  Pisuerga  y  el  Cea. 
Franqueó  seguidamente  este  rio  ,  y  avanzó  hasta  los 
llanos  de  León.  Mas  alli  encontró  ya  á  los  leoneses 
alzados  en  defensa  de  su  reino  y  de  su  rey.  Este  por 
su  parte  acudió  también  con  su  ejército  de  Galicia,  y 
ya  los  dos  monarcas  estaban  para  venir  á  las  manos, 
cuando  los  obispos  de  uno  y  otro  reino  se  presentaron 
como  mediadores,  haciendo  ver  á  ambos  monarcas  lo 
funestas  que  eran  tales  disensiones  para  la  causa  co- 
mún del  cristianismo.  Y  éranló  en  verdad  tanto,  que 
en  aquella  sazón  acababa  de  caer  el  último  califa  de 
los  Omeyas,  arrastrando  tras  sí  la  disolución  del  im- 
perio musulmán;  oportunísima  ocasión  para  arruinar 
del  todo  el  quebrantado  poderío  de  los  muslimes,  si 
los  cristianos  no  se  hallaran  con  tales  discordias  dis« 
traídos.  Lograron  al  fin  las  razones  de.  los  prelados 


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4  48  HI8T0E1A  D^  BSPAf  A« 

traer  á  los  dos  monarcas  á  un  acomodamiento  (laégo 
veremos  si  de  buena  fé  por  ambas  partes),  estable- 
ciéndose por  bases  de  ta  paz  el  casamiento  de  Sancha, 
la  hermana  del  rey  de  León  antes  prometida  al  malo-- 
grado  García  de  Castilla,  con  el  príncipe  Fernando, 
hijo  segundo  del  rey  de  Navarra  (1032),  que  éste 
ternaria  el  título  de  rey  de  Castilla  ,.y  que  Bermudo 
daría  en  dote  á  su  hermana  el  país  que  Sancho  al 
principio  de  la  campaqa  habia  conquistado  entre  el 
Pisuerga  y  el  Cea,  quedando  de  esta  manera  cerce- 
nado el  reino  de  León.  Celebráronse  las  bodas  con  la 
mas  suntuosa  solemnidad  ,  y  Fernando  quedó  insta- 
lado rey  de  Castilla  ^^K 

Parecia  que  con  esto  debería  haber  quedado  sa* 
tisfecha  la  ambición  del  aqciano  rey  de  Navarra,  si  á 
la  ambición  de  los  conquistadores  se  pudiera  poner  lí- 
mites. Pero  apenas  habian  gozado  un  año  de  paz  los 
leoneses,  cuandQ  volvió  el  navarro,  sin  pretesto  que 
nos  sea  conocido,  á- llevar  sus  ar.mas-al  territorio  de 
León;  se  apoderó  de  Aslorga  ^*^  y  procedió  á  gober- 
nar como  dueño  y  señor  el  reino  de  Leoo,  las  Astu- 
rias y  el  Vierzo  hasta  las  fronteras  de  Galicia  ^^\  don- 


(1)  Roder.Tolet.DeReb.Úisp.  la  iglesia  de  Paleada,  coya  coo- 
— Loe.  Tud.  Chron.  sagracioa  &lcaQZÓ  ¿  ?er,  y  enton- 

(2)  Pre$itSanciu»rexA8torga.  ees  hizo  aceso  iambtea  abrir  el 
Aon.GompIaU  ouevo  camioo  desde  Francia  á 

(3)  Privilegio  del  rey  doa  Per-  Santiago  de  Galicia,  por  Navarra, 
nando  1.  del  uno  4 059.— Risco,  Es-  Brí vieica,  Amaya,  Carrion,  Leoo, 
paña  Sagr.  lom.  XXXVI.  Apead.  Astorga  y  Lugo,  para  los  peregri- 
— Escol.  Hist.  deSahagon,  Apead,  nos  que  antes  ibanl-odeando  por 
—Tal  Tezeo  este  tiempo  se  acabó  las  montañas  de  AlaTa  y  Astunaa* 


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MllTB  u*  Liimo  t.  4  40 

de  se  babia  acogido  Bermudo.  De  esta  manera  se  ha- 
lló Sancho  el  Grande  de  Navarra,  merced  á  su  am-  ' 
biciOQ  y  á  su  energía,  dueño  de  un  vasto  imperio 
que  se  extendía  desde  mas  allá  de  los  Pirineos  hasr 
ta  los  términos  de  Galicia ,  y  si  él  no  tomó  ya  el 
titulo  de  emperador,  aplícáronsele  después  por  lo 
menos  ^^K 

Pero  duróle  ya  poco  el  goce  de  tan  vasto  poder, 
porque  se  cumplió  el  plazo  que  estaba  señalado  á  la 
vida  del  conquistadoi.  Y  bien  fuese  que  recibiera 
muerte  violenta  yendo  á  visitar  las  reliquias  y  el 
templo  «de  Oviedo,  según  la  Crónica  general ;  bien 
fuese  natural  su  muerte,  como  parecen  indicarlo  los  ^ 
dos  prelados  cron¡sta:s  de  Toledo  y  de  Tuy,  no  le  co- 
gió aquella  desprevenido,  puesto  que  sintiendo  apro* 
ximarse  su  fin  tuvo  tiempo  para  hacer  entre  sus  hijos 
aquella  célebre  distribución  de  reinos  que  tantas  di$«- 
cordias  habia  de  producir  y  tanto  había  de  alterar  la 
respectiva  condición  de  los  estados  cristianos.  Dejó, 
pues,  Sancho  á  su  hijo  mayor  Qarcía  el  reino  de  Na- 
varra; á  Fernando  el  anligno.  condado  de  Castilla, 
juntamente  cenias  tierras  conquistadas  al  refno  de 
León  entre  los  rips  Pisuefga  y  Cea;  á  Ramiro,  habido 
fupra  de  matrimonio,  le  señaló  el  territorio  quehas- 
ta  entonces  habia  'formado  el  condado  de  Aragón, 

Yerra  Mariana  cuando  atribuye  reina  su  muger  decia  asi:  Hie  re- 

esta  obra  al  conde  Sancho  de  Cas-  quietcit  famtíla  Dei  Dotnna  Ha- 

lula.  yorñegina,  uwor  Sancii  impera^ 

(4)    El  epitafio  que  se  puso  á  la  toris. 


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450  niSTOftU  0B  BSPAitA. 

y  por  último  á  Gonzalo»  otro  de  sus  hijos »  el  sefforfo 
de  Sobrarve  y  Rivagorza. 

Tal  fué  la  famosa  partición  de  reinoa  que  don 
Sancho  el  Mayor  de  Navarra  hizo  entre  sus  hijos  po- 
co tiempo  antes  de  su  muerte»  acaecida  en  febrero 
de  1035»  después  de.  un  reinado  de  cerca  de  65  años; 
duración  prodigiosa,  y  la  mas  larga  que  se  hubiese 
hasta  entonces  visto  ^*K 

En  esto  mismo  año  (26  de  mayo  de  1035)»j[iurió 
también  el  conde  de  Barcelona  Bereñguer  tlamon  L  el 
Curvo t  coando  solo  contaba  treinta  años  de  edad,  sí 
bien  el  cielo  le  habia  dotado  de  larga  sucesión  en  dos 
mugeres  que  faíabia  tenido,  doña  Sancha  de  Gascuña 
y  doña  Gisla  de  Ampurias,  sucediéndole  en  la  so- 
beranía condal  de  Barcelona  el  primogénito  del  primer 
matrimonio Rampn  Bereñguer»  llamado  el  Viejo^  aun- 
que joven»  por  la  razón  que  diremos  después* 

No  conocemos  bastante  para  poder  apreciarlas  de- 
bidamente» ni  las  razones  especiales  que  moverían  á 
Sancho  de  Navarra»  ni  la  intención  y  el  fin  que  pudo 
llevar  en  distribuir  de  la  manera  que  lo  hizo  entre  sus 
hijos  la  rica  herencia  que  les  legó»  ni  los  motivos 
personales  que  le  impulsaran  á  dejar  favorecidos  á 
unos  mas  que  á  otros  en  aquella  desigual  partija.  In- 
fiérese de  las  escatimadas  y  oscuras  esplicaciones  de 
los  escritores  de  aquel  tiempo  que  inQuyeron  no  poco 

(4)    Moa.SU6iis.GhrOD.<-AnDaL    pág.  308.  . 
Goaplul.  p*3t3.— Ghroa.  Barg. 


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eiATBn.  LIBIO  j.  4BI 

en  ella  secretos  y  afecciones  nacidas  de  la  vida  do« 
mastica  de  aquel  gran  monarca.  De  todos  modos, 
cualquiera  que  hubiese  sido  la  partición»  una  vez  rota 
la  obra  laboriosa  de  ia  unidad»  una  vez  distribuido 
como  patrimonio  de  familia  el,  grande  imperio  que 
Sancho  había  sabido  concentrar  en  una  sola  corona 
con  les  esfuerzos  de  su  vigoroso  brazo»  hubiera  sido 
difícil  poner  freno  á  la  ambición »  á  la  codicia  y  á  la 
envidia  que  muy  pronto  se  desarrolló  entre  los  her- 
manos coherederos,  y  evitar  las  sangrientas  guerras 
civiles  que  entre  ellos  nacieron  apenas  enfrió  el  hielo 
de  la  muerte  el  cadáver  de  su  padre. 

Ramiro  el  Bastardo  (*),  á  quien  tocó  el  pequeño 
reino  de  Aragón,  fué  el  primero  que,  descontento  de 
su  lote  tomó  las  armas  contra  su  hermano  García 
de  Navarra,  que  de  orden  y  acaso  con  alguna  misión 
de  su  padre  se  hallaba  á  la  sazón  en  Roma.  Mas  no 
contando  Ramiro  con  bastantes  fuerzas  propias  para 
despojar  á  su  hermano,  llamó  en  su  ayuda  á  los  ré* 
gulos  musulmanes  de  Zaragoza,  Huesca  y  Tudela,  con 
cuyo  refuerzo  penetró  hasta  Tafalla  y  puso  sus  tiendas 
alrededoi:  de  esta  ciudad.  Pero  García,  que  con  no- 

(4)    Preteodeo  algoQos  hacer  á  Sanetius  rex  ex  aíicHla  quadam 

Ramiro  hijo  legitimo.  Creemos  que  nobilimma  el  pulcherrimoy  que 

se  eauivoca  el  señor   Cuadrado  fuit  de  Aybari^  genuit  Ranimt- 

cuanao  dice  (Recuerdos  y  Bellezas    rum Deinde  accepU  uxorem 

de  España,  tomo  de  AragoD,  nota  legitimam  reginam..,.,...    /Síiam 

á  la  pág.  tZ)t  «La  opiaioa  de  que  comüii  Sanzio   de  Castella,  El 

Ramiro  era  bastardo  no  tiene  apo-  monje  de  Silos  (Ghron.  n.  75)  dice 

yo  alguno  en  las  crónicas  anti*  espresamente  que  le  turo  de  una 

¿uas.»  En  el  Ordo  numerüm  Re-  concubina:  •Dedit  BamirOt  quem 

fum  PamfüQHmikm   9a    lee:    ew  camubifiA  Mm^rut » . 


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4SS  mstrau  tt  tUáHk. 

ticid  de  la  muerte  de  sa  padre,  regresaba  á  sod  ea^ 
tados,  informado  del  movimiento  y  proyectos  ^e  Ra- 
miro» reunió  apresuradamente  un  ejército  de  pam- 
ploneses ,  y  con  la  celeridad  del  rayo  cayó  sobre  el 
caropamento.de  Tafalla,  arrolló  las  desapercibidas 
huestes,  huyeron  despavoridos  los  que  quedaron  con 
vida»  y  el  mismo  rey  de  Aragón,  que  acaso  reposaba 
descuidado,  para  no  caer  en  manos  de  García  hube 
de  montar  descalzo  y  casi  desnudo  en  un  cabalb 
desjaezado  y  sin  mas  bridas  que  un  tosco  ronzal  al 
cuello ,  y  asi  huyó  hasta  ganar  las  montañas  de  su 
reino,  quedando  los  navarros  dueños  de  las  tiendas  y 
despojos  de  cristianos  y  musulmanes.  Debe  creerse 
que  no  tardaron  en  ajustarse  paces  entre  los  dos  her- 
manos, pues  se  vió^  luego  á  don  Ramiro  en  posesión 
tranquila  de  su  reino  ^^K 

Por  su  parte  Bermudo  de  Leen,  tan  luego  como 
supo  la  muerte  de  Sancho,  se  preparó  á  recobrar  sus 
antiguos  dominios.  Ayudábale  el  buen  espíritu  de  sus 
-pueblos,  y  fácilmente  se  reinstaló  en  Leen  y  recuperó 
las  tierras  del  Oeste  del  Cea.  Gomo  quien  ostentaba 
hallarse  otra  vez  en  la  plenitud  de  sus  derechos  ,  ex- 
pidió carta  de  privilegio  para  la  reedificación  de  la 
ciudad  y  templo  de  Falencia,  anulando  la  que  habia 
dado  don  Sancho,  como  emanada  de  un  poder  ilegí- 
timo. Y  como  en  su  propósito  de  recuperar  todo  lo  que 

(1)   Bod.  Toltt.  1.  VI.—Mon.  Sil.  d.  76.— Luo.  Tad.  p.  91 . 


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»ABTB  ti*  UBAO  l«  4iSd 

obligada  por  la  fuerza  y  la  necesidad  habia  cedido  al 
naevo  rey  de  Castilla  avanzase  sobre  las  modernas 
fronteras  de  las  dos  reinos,  don  Fernando ,  viéndose 
atacado  por  faerzas  superiores  á  las  suyas,  acudió  en 
demanda  de  auxilio  á  su  hermano  don  García  el  de 
Navarra.  No  lardó  éste  en  presentarse  con  un  ejército 
en  Burgos.  Reunidas  las  fuerzas  de  ambos  reyes  cas* 
tellano  y  navarro,  marcharon  al  encuentro  del  leonés. 
Halláronle  con  su  gente  en  el  valle  de  Tamaron,  ri- 
bera del  rio  Carrion,  y  empeñóse  una  sangrienta  ba- 
talla, en  que  de  un  lado  y  otro  se  peleó  con  igual 
'  arrojo  y  esfuerzo.  El  rey  donBermudo  se  mostró  uno 
de  los  mas  intrépidos  y  de  los  primeros  en  arrostrar 
los  peligros:  fiado  en  su  juventud,  en  su  valor,  y  en 
la  ligereza  de  su  caballo,  llamado  Pelagiolus^  sq  pre* 
cipitó  lanza  en  ristre  en  lo  mas  cerrado,  y  espeso  de 
las  filas  enemigas  buscando  y  desafiando  á  Fernando. 
Su  ciega  intrepidez  le  perdió.  Fernando  y  García  re- 
sistieron firmemente  el  choque  de  su  rival;  tropezóse 
Bermudo  con  la  punta  de  sus  lanzas ,  y  cayó  mor- 
talmente  herido  del  caballo.  Siete  de  sus  compañeros 
de  armas  perecieron  á  su  lado.  El  combate  duró  to- 
davía algunos  instantes,  pero  la  noticia  de  la  muerte 
de  Bermudo  se  difundió  entre  los  leoneses,  y  se  pro- 
nunciaron en  dispersión  y  retirada  hacia  León  (1 037). 
Asi  pereció  el  joven  rey  don  Ramiro  III.^*\  con- 

(4)   MoD.sn.D.79.— LacTad.   rey  don  Femando  el  Mamo. 
«Di  aap«^-SandoTal,  Hiaioria  del 


^ 


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4  S4  Hinoiu  DB  bspíAa. 

duyendo  en  él  la  línea  varonil  de  los  reyes  de  León, 
pues  an  solo  hijo  que  había  tenido  sobrevivió  unos 
pocos  días  no  mas  á  su  nacimiento.  El  monge  de  Silos 
al  dar  cuenta  de  la  muerte  de  aquel  malogrado  mo- 
narca, se  muestra  embargado  y  como  agobiado  de 
dolor*  Todos  los  historiadores  elogian  las  virtudes  de 
este  príncipe.  Joven,  sia  los  vicios  de  la  juventud,  se 
ocupó  en  reformar  las  costumbres,  era  el  consuelo  de 
los  pobres,  fué  justo  y  benéfico,  y  con  leyes  y  casti- 
gos oportunos  llegó  á  corregir  en.gran  parte  el  de*- 
aenfreno  y  la  licencia  que  se  habian  introducido  y 
propagado  en  el  reino. 

t)espues  de  la  batalla  de  Tamaron,  conociendo 
Fernando  lo  que  le  importaba  la  actividad  para  con- 
sumar su  obra,  prosiguió  con  su.  ejército  victorioso 
basta  los  muros  de  León.  Cerráronle  los  leoneses  las 
puertas;  pero  reflexionando  luego  sobre  la  dificultad 
de  resistir  al  castellano,  considerando  por  otra  parte 
que  no  habia  mas  heredero  del  trono  de  León  que 
doña  Sancha  su  muger ,  y  que  no  les  conyenia 
atraerse  la  enemistad  del  que  un  dia  ú  otro  habia  de 
ser  su  soberano ,  acordaron  abrirle  las  puertas ,  y 
entró  don  Fernando  en  León  con  banderas  desplega- 
das, y  entre  las  aclamaciones  de  su  ejército  y  alguna 
parte,  aunque  pequeña ,  del  pueblo.  Hizose,  pues, 
ungir  y  coronar  rey  de  León  en  la  iglesia  catedral  de 
Santa  María  por  su  obispo  Servando  á  22  de  junio- 
de  4037. 


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»AÍT<  U.  LIBIO  I«  '      4S5 

De  este  modo  vinieroa  á  reunirse  las  coronas  de 
Castilla  y  de  Leen»  que. ambas  habian  recaído  en 
hembras;  la  primera  en  doña  Mayor,  hija  del  conde 
de  Castilla  y  muger  de  don  Sancho  de  Navarra,  y  la 
segunda  en  doña  Sancha»  hermana  del  rey  de  León 
don  Bermudo  IIL  y  muger  de  don  Fernando:  <ac« 
ccidente  y  cosa  (dice  el  padre  Mariana  hablando  de 
«haber  recaido  las  dos  coronas  en  hembi'as),  que  to- 
«dos  suelen  aborrecer  asaz,  pero  diversas  veces  antes 
«de  este  lieoüpo  vista  y  usada  en  el  reino  de  León:  si 
«(d9ñosa,  si  saludable,  no  es  de  este  lugar  disputallo 
«ni  determinallo*  A  la  verdad  muchas  naciones  del 
«mundo  fuera  de  España  nunca  la  recibieron  ni  apro- 
«barón  de  todo  punto.» 

De  esta  manera  se  extinguió  la  línea  masculina  de 
aquella  ilustre  estirpe  de  reyes  do  Asturias  y  León 
que  se  remontabá^  hasta  Pelayo  y  se  enlazaba  con  las 
dinastías  de  los  antiguos  monarcas  godos.  La  reunión 
de  las  dos  coVonas  de  León  y  de  Castilla,  si  bien  costó 
sangre  muy  preciosa,  encerraba  en  germen  la  futura 
unidad  de  las  monarquías  cristianas  de  España*  Por 
desgracia  esta  obra  de  la  perseverancia  española  tar^» 
dará  todavía  en  llevarse  á  feliz  término:,  sufrirá  to* 
davía  interrupciones  sensibles  y  contrariedades  pe- 
nosas, pero  los  cimientos  de  «tan  apetecida  unioo 
quedaban  echados* 


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CAPITULO  XXL 

FRACaONAMIENTO  DEL  CALIFATO-      - 

GUEftlLAS   BNTRB   LOS  MUSULMANAS. 
»e  1031.  4  1080. 

Cautas  do  la  disolaoióD  del  imperio  ommiada.— Reinos  independientes 
qoe se foVmaron.— Córdoba,  Toledo»  Badajoz,  Zaragoza,  Almería 

'  Valencia,  Málaga,  Granada,  Serilla,  etc.— Familias  y  dinastías.— 
Alameries,  Tadjibitas.  Bcnt-Huditas,  Beni-Al  Ailhas,  Edrisitas,  Zei- 
ritas,  Abeditas,  etc.— Sabio  y  benéfico  gobierno  de  Gebwar  en  Cór- 
doba.—República  aristocrática. — Orden  interior.— Armamento  de 
tocinos  honrados. — Seguridad  pública.— Ambición  del  de  Seyilla.— 
Sus  guerras  con  los  de  Carmena,  Málaga,  Granada  y  Toledo. — El 
rey  de  Seyilla  se  apodera  por  traición  de  Córdoba.— ^Fin  del  reino 
cordobés* — ^Rey elución  en  Zaragoza.— Estío guese  alli  la  dinastía  de 
los  Tadjibi,  y  la  reemplaza  la  de  los  Beni-Hud. —Independencia  y 
sucesión  de  los  reyes  de  Almería.- Justo  y  pacífico  gobierno  de  AI- 
Motacim.— Prendas  brillantes  de  este  príncipe.— Reyes  de  Valencia. 
Alzase  con  este  estado  el  de  Toledo.— Los  Beni-Al  Aflhas  de  Badajoz. 
— Engrandecimientdde  AlMotadbiel  de  Seyilla.— So  muerte,— Cua- 
lidades de  su  bijo  y  sucesor  Al  Motamid.— Su  riyalídad  con  el  de 
Almería.— Necesidad  de  estas  noticias  para  el  conocimiento  de  la 
historia  de  la  España  cristiana. 

Dos  lérmioos  puede  tener  un  imperio  que  se  des- 
compone y  desquicia,  combalido  por  las  ambicionest 
destrozado  por  las  discordias»  devorado  por  la  anar- 
quía» y  corroído  y  gangrenado  por  la  desmoraliza- 


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l^ÁBTB  tu  LI1I&0  !•  157 

» 

cien  y  por  la  relajación  de  todos  los  vínculos  sociales. 
Este  imperio,  ó  es  absorvido  por  otro  que  se  aprove- 
cha de  su  desorden,  de  su  debilidad  y  flaqueza,  ó  se 
fracciona  y  divide  en  tantas  porciones  y  estados  cuan- 
tos son  los  caudillos  que  se  consideran  bastante  fuer- 
tes para  hacerse  señores  independientes  de  un  terri- 
torio y  defenderle  de  los  ataques  de  sus  vecinos.  No 
aconteció  lo  primero  al  imperio  de  los  Ommiadas  de 
España,  merced  á  la  falta  de  acuerdo  entre  los  prfn* 
cipes  cristianos,  los  Alfonsos,  los  Sanchos ,  los  Ber- 
Ddudos  y  losBorrells,  j&  algunos  de  los  cuales  los  ma- 
hometanos mismos  habian  enseñado  por  dos  veces  el 
camino  de  su  capital.  Malogróse  aquella  ocasión,  y 
España  tuvo  que  llorarlo  por  siglos  enteros.  Sucedió, 
pues,  lo  segundo ,  esto  es,  el  fraccionamiento  del 
imperio  musulmán  en  multitud  *  de  pequeños  reinos 
independientes,  como  pedazos  arrancados  de  un  man- 
to imperial. 

Acostumbrados  los  walíes  de  las  provincias'á  ver 
sucederse  rápidamente  dinastías  y  soberanos ,  fuertes 
por  la  flaqueza  misma  del  gobierno  central,  halaga- 
dos y  solicitados  por  califas  débiles  que  necesitaban 
de  su  apoyo  para  conservar  un  poder  disputado,  he- 
chos á  recibir  por  premio  de  un  servicio  prerogativas 
que  los  hacian  semi^soberanos  en  sus  distritos  respec- 
tivos, de  que  fué  el  primero  á  dar  ejemplo  el  grande 
Almanzor  con  sus  slavos  y  alameríes  (que  no  com«- 
prendemos  como  se  escaparon  sus  funestas  conaecuea- 


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458  «I8T0E1A  DB  BSPAAa. 

cias  al  talento  de  aqael  grande  hombre),  fuéronse 
emancipando  de  la  autoridad  suprema,  de  forma  que 
á  la  caida  del  último  califa  no  tuvieron  que  hacer  sino 
cambiar  los  nombres  de  alcaides  y  walíes  en  los  de 
emires  ó  reyes.  Eran  entre  estos  los  mas  poderosos  los 
de  Toledo,  Zaragoza ,  Sevilla  ,  Málaga,  Granada  y 
Badajoz,  y  por  la  parte  de  Oriente,  los  de  Almería, 
Murcia,' Valencia,  Albarra<;in,  Deáia  y  las  Baleares; 
aparte  de  otra  mult¡tu(í  de  pequeños  soberanos,  de 
los  cuales  habíalos  qoe  poseían  solo  un  reducido  can- 
tón ,  una.sola  ciudad  ó  fortaleza.  Cada  cual  en  su  es- 
cala tenia  su  corte,  sus  vasallos  y  su  ejército,  levan- 
taba y  cobraba  impuestos,  muchos  acuñaron  moneda 
con  su  nombre,  y  alguno  tomó  el  pomposo  título  de 
Emir  Almumenin. 

No  es  fácil  determinar  la  época  precisa  en  que 
cada  uno  de  estos  reinos  comenzó  á  ser  ó  á  llamarse 
independiente;  pues  si  bien  desde  el  año  1009  empe- 
zaron, algunos  walíes  anegar  con  diferentes  protestos 
y  escusas  su  obediencia  á  los  califas  ó  á  rebelarse  de 
hecho  contra  ello?,  ó  bien  reconocían  después  á  otros 
que  les  sucediesen  y  fueran  mas  de  su  partido  ,  ó 
bien  aquellas  mismas  escusas  yj)retestos  demuestran 
que  aun  no  se  atrevían  á  emanciparse  abiertamente 
del  gobierno  central.  Otros  á  quienes  los  califas  deja- 
ban en  una  dependencia  puramente  feudal,  iban  ar- 
rogándose poco  á  poco  los  demás  derechos  y  constitu- 
yéndose en  señores  absolutos ,  relevándose  del  feudp 


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MftTBii.  unoi.  45d 

mnipre  qoe  la  debilidad  der  los  califas  lo  permitía.  De 
modo  qae  desde  la  muerte  del  segundo  hijo  de  AU 
manzor  basta  la  extincioo  del  califato  en  el  tercer.Hi* 
xem,  puede  decirse  que  fueron  fermentando  y  des- 
arrollándose estas  pequeñas  soberanías»  hasta  que  al 
nombramiento  de  Gehwar  en  Córdoba  en  1031  se  vio 
que  era  escosado  contar  ya  con  los  walíes,  y  que  ca*-  . 
da  cual  gobernaba  su  comarca  con  autoridad  propia 
'  y  se  apellidaba  rey. 

Compréndese  bien  que  entre  tantos  régulos  ó  cau- 
dillos, pertenecientes  á  distintas  familias  ó  dinastías, 
todos  mas  ó  menos  ambiciosos,  obrando  todos  con  in- 
dependencia ,  dispuestos  á  sostener  la  posesión  de  su 
territorio ,  con  opuestos  intereses ,  sin  respeto  á  un 
poder  superior  que  los  refrenara,  la  condición  natural 
é  inevitable  de  esta  situación  babia  de  ser  la  guerra. 
La  España  mabomeiana  babia  de  ser  teatro  de  cpm- 
plicadas  luchas,  de  alianzas  y  rompimientos  infinitos 
de  los  musulmanes  entre  sí  y  con  los  príncipes  cris- 
tianos, de  variados  incidentes,  en  que  se  viera  á  so- 
beranos y  pueblos  desplegar  todo  género  de  afectos  y 
pasiones,  nobles  y  generosas ,  miserables  y  flacas,  á 
que  ayudábanlas  costumbres  á  la  vez  bárbaras  y  ca- 
ballerescas de  las diferentes^  razas  y  familias  que  for- 
maban aquellos  reinos.  Embarazo  grande  para  el  his- 
toriador, que  por  largo  tiempo  ha  de  tener  que  ligar 
los  descosidos  retazos  de  cerca  de  cuarenta  estados, 
eatre  cristianos  y  musulmanes,  que  á  este  tiempo  se 


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160  mSTOElA   Í)B    BSi^AffA. 

\ 

encuentran  formados  en  el  territorio  de  nuestra  Pe« 
nínsula.  Dejamos,  no  obstante,  á  los  historiadores  de 
la  dominación  sarracena  en  España  el  Ciargo  de  referir 
los  sucesos  especiales  de  algunas  de  estas  pequeñas 
soberanías  que  pasaron  sin  ejercer  grande  influjo,  tal 
vez  sin  que  llegara  á  sentirse  su  ioQuencia  en  la  con-' 
dicion  social  de  los  dos  grandes  pueblos,  y  nos  con- 
cretaremos á  hablar  de  las  principales  dinastías  y  de 
aquellos  hechos  que  tuvieron  alguna  importancia  en 
la  historia  general  de  la  Península. 

Hemos  nombrado  ya  los  mas  poderosos  emiratos 
que  se  formaron  en  la  España  musulmana  á  la  caida 
del  imperio  Ommiada.Casi  toda  la  parte  oriental  y 
mucha  de  la  meridional  quedaba  en  poder  dé  los  Ala- 
meríes  y  delosTadjibitas  (llamados  asi  estos^últimos  de 
la  tribu  de  que  eran  originarios),  familias  unidas  por 
la. sangre  y  por  las*alianzas.  En  Zaragoza  dominaba  el 
bravo  Almondhir  el  Tadjibi,  á  quien  hemos  visto  figu- 
rar en  las  guerras  de  los  últimos  califas  de  Córdoba, 
y  que  por  su  valor  y  sus  hazañas  era  apellidado  con  el 
título  de  Almanzor.  Almondhir  se  habia  apoderado  de 
Huesca,  cuyo  gobierno  tenia  su  primo  Mohammed  ben 
Ahmed,  el  cual  tuvo  que  refugiarse  al  lado  del  rey 
de  Valencia  Abdelaziz,  nieto  de  Almanzor.  Acogió 
^  Abdelaziz  con  tanta  benevolencia  á  su  ilustre  y  des- 
graciado huésped ,  que  dio  en  matrimonio  sus  dos 
hermanas  á  los  dos  hijos  de  Itfohammed.  Pereció  este 
en  el  mar  queriendo  pasar  á  Oriente.  Sucedió  á  Al- 


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FAETB  lU  LIBmO  1.     '  461 

mondhir  eo  el  reino  de  Zaragoza  sa  hijo  Yahia,  que 
reÍQÓ  diez  y  seis  años»  y  acabó  cod  él  la  dinastía  de 
os  Beni-Hixem,  apoderándose  de  Zaragoza  Suleiman 
ben  Hud,  aquel  walí  de  Lérida  que  había  dado  ge- 
neroso asilo  al  postrer  califa  Omnaiada  Hixem  III.  Con 
Suleiman  reemplazó  en  Zaragoza  á  la  familia  de  los 
Tadjibitas  la  de  losBeni-Hud.  Era  Yahia  rey  de  Za- 
ragoza cuando  el  primer  rey  de  Aragón  don  Ramiro 
nvocó  el  auxilio  de  los-  musulmanes  aragoneses 
para  hacer  la  guerra  ^  su  hermano  don  García  de 
Navarra  ^*K 

^n  Almería  sucedió  á  Ha  irán  el  Alameri,  muerto 
en  1028,  su  hermano  Zohair,  el  cual  guerreó  con 
Badis  el  de  Baeza,  y  murió  en  l)atalia  en  Aipuente  en 
1 038  después  de  un  reinado  de  diez  anos.  Abdelaziz 
el  de  Valencia  intentó  apoderarse  de  Almería  después 
de  la  muerte  de  Zohair,  pero  Mogueiz  el  de  Denii( 
atacó  entretanto  á  Valencia,  y  queriendo  Abdelaziz 
hacer  la  paz  con  él  salió  de  Almería  dejando  el  go- 
bierno de  la  ciudad  á  su  hermano  Abul  Ahwaz  Man, 
que  después  se  declaró  independiente,  y  le  recpno* 
cieron  entre  otras  ciudades,  Lorca,  Baeza  y  Jaén. 

Murcia  pertenecía  á  los  estados  del  dominio  de 


•     (I)    Aqai  008  8e¡)aramo8  eo  roa-  é  estos  autores.  Eo  la  pág.  53  y  si- 

choB  paotos  de  la  oarracioo  de  gaieotesdellom.l.de  su»  luve^- 

Goode,  y  tomamos  del  señor  Dozy  iigaciottes  sobre  la  historia  de  la 

aquiellas  noticias  eo  que  ooaparece  edad  media  do  Espaoa  pueden  ter- 

reottfica  con  mas  justicia  v  taada*  se  loa -errores  que  oota  en  Good» 

meotoa  á  Cpode,  al  arzobispo  doa  acerca  de  esta  dmastfa  do  los  Tad* 

Rodrigo,  á  los  qoe  han  aeguido.  jibitas. 

Tomo  it.  14 


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46S  HISTOEIA    DB    BSPaAa. 

Zohair,  pero  después  de  la  muerte  de  este  priocipe 
pasó  coa  su  territorio  á  Abdelaziz  el  de  Valencia  ^^K 
Eq  Castellón,  Tortosa  y  fronteras  de  Cataluña  domi- 
naban también  los  Tadjibitas  y  Aiamerfes.  Otro  tanto 
Acontecía  en  Mérida  y  casi  todo  el  Portugal.  Mandaba 
allí  Abdallah  ben  Al  Afthas,  y  los  Afthasidas  eran  tam- 
bién adictos  á  los  Alame^íes  á  quienes  debian  su  reino. 
Alameri  era  igualmente  Sapor  ó  Sabur  que  se  había 
alzado  con  el  gobierno  independiente  de  Badajoz, 
hasta  que  se  apoderó  de  esta  ciudad  y  reinó  el  mismo 
Abdallah  ben  Al  Aflhas.  Y  en  Toledo  dominaba  Ismail 
Dilnftm,  cuya  familia  dio  á  este  reino  cuatro  emires 
6  reyes. 

Por  el  contrario,  en  Málaga  y  Algeciras  reinaban 
los  Edrisitas,  ó  sea  la  familia  de  los  Ben  Ali  y  Ben 
Hámud,  de  aquellos  emires  de  África  que  pbtuvieron 
en  los  últimos  tiempos  el  califato  de  Córdoba,  y  cuyo 
señorío  se  estendia  por  las  vertientes  meridionales  de 
las  4lppjd>*ras,  teniendo  su  principal  fuerza  y  apoyo 
en  África.  El  pais  de  Granada  y  Elvira  era  regido  por 
Qtt  sobrino  de  Zawi  el  Zeiri,  aquel  que  tanto  habla 
favorecido  á  los  califas  africanos  contra  los  Ommiadas 
durante  las  guerras  del  imperio,  y  que  continuaba 
tan  adicto  como  su  tio  al  partido  y  familia  de  los 
Hamuditas.  Por  último,  el  reino  de  Sevilla  se  hallaba 

(4)    Es  may  oscura  la  historia  do  consaUarao  ios  mannacritos  do 

de  Mareta  eo  esta  época.  Gayan-  que  se  valieroo  Goode  y  Gasíri. 

eos  eoofiesa  qae  es  casi  imposible  uozy  se  propone  aclararla, 
oecidir  en  eeta  materia  no  padien- 


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fARTIlI.  LIBBOl.  163    V 

en  manos  del  poderoso  Mohammed  Ebn  Abed,  que 
habia  bastado  él  solo  para  derribar  al  califa  Yahia  ben 
Ali,  y  acaso  el  mas  terrible  de  los  que  aspira^ban  á 
recoger  la  herencia  de  los  Ommiadas. 

Tal  era  el  estado  de  la  España  muslímica  cuando 
á  consecuencia  de  la  retirada  del  último  califa  Om- 
miada  fué  proclamado  emir  de  Córdoba  por  los  jeques» 
vazzires  y  cadíes  reunidos  el  honradp  Gehwar  ben 
Mohammed ,  hombre  de  relevantes  dotes  personales, 
de  ilustres  ascendientes,  ageno  á  todos  los  partidos, 
respetado  por  todos  los  bandos  y  muy  querido  de  to-* 
dos.  Gehwar,  modelo  de  desinterés  y  de  modestia  en 
medio  de  tantas  ambiciones  desmedidas,  creó  para  el 
gobierno  del  estado  un  diván  ó  consejo  compuesto  de 
los  principales  gefes  de  las  tribus,  espeqie  de  asam-x 
blea  aristocrática  á  la  cual  invistió  del  supremo  poder, 
reservando  para  sí  solamente  la  presidencia.  El  diván 
era  el  qoe  deliberaba  sobre  todos  los  negocios  graves  . 
del  estado ,  y  si  alguno  se  dirigia  á  él  en  particular 
con  alguna  queja  ó  demanda ,  acostumbraba  á  res- 
ponder: «Yo  no  puedo  resolver  por  mí  en  este  asunto: 
eso  pertenece  al  consejo,  y  yo  no  soy  mas  que  uno 
die  sos  individuos.»  Moderación  desusada  en  tales 
tiempos,  y  con  cuya  política,  á  la  vez  qoe  rehuía  la 
'  responsabilidad  de  exigencias  peligrosas  se  captaba  las 
vol'ttntades  asi  de  los  hombres  influyentes  como  del 
pueblo.  Todb  correspondía  en  él  á  esta  prudente  y 
modesta  conducta.  Costó  mucho  trabajo  hacerle  ha- 


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161  HISTORIA    DR    BSPAfiA. 

bitar  los  regios  alcázares»  y  cuando  ya  se  determÍDÓ 
á  ello,  arregló  el  servicio  de  palacio  bajo  el  pie  eco- 
nómico de  una  casa  particular,  reduciendo  gastos  y 
suprimiendo  gran  número  de  sirvientes,  y  fuera  de 
la  material  suntuosidad  del  alcázar  parecia  mas  bien 
la  vivienda  de  un  subdito  honesto  que  la  morada  del 
gefe  de  estado. 

Llamamos  la  atención  de  nuestros  lectores  sobre 
el  gobierno  de  este  ilustre  musulmán.  Una  d^  sus 
primeras  medidas  fué  la  abolición  de  los  delatores, 
que  vivian  como""  en  otro  tiempo  los  de  Roma  de  las 
calumnias^y  litigios  que  ellos  mismos  inventaban  ó 
fomentaban.  Estableció  precuradores  asalariados  como 
los  jueces  y  especie  de  fiscales  encargados  de  las  acu- 
saciones públicas.  Creó  proveedores,  alcaldes  de  los 
mercados,  almojarifes  ó  recaudadores  de  los  impues- 
tos, que  cada  añotenian  que  dar  cuenta  de  su  admi- 
nistración al  diván.  Formó  un  cuerpo  de  inspectores 
de  seguridad  pública  y  *de  vazzires  encargados  de 
vigilar  la  ciudad  de  dia  y  de  noche.  Cerrábanse  las 
puertas  y  las  tiendas  á  determinadas  horas.  Htzo  dar 
armas  á  los  vecinos  mas  honrados  y  acomodados,  los 
cuales  por  turno  rondaban  las  calles,  y  concluido  sa 
servicio  entregaban  las  armas  á  los  que  habían  de 
reemplazarlos,  dándoles  cuenta  de  lo  que  habían  ob- 
servado. Para  prevenir  los  excesos  y  crímenes  que 
solían  cometerse  de  noche  y  que  los  malhechores  no 
pudieran  evadir  el  castigo  fugándose  de  un  cuartel  á 


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PABTB  11.  LIBRO  I.  165 

Olro,  hizo  construir  barreras -ó  verjas  de  hierro  al 
extremo  de  cada  calle.  Coa  taa  esmerada  policía  lo- 
gró restablecer  ia  tranquilidad  y  seguridad  pública 
después  de  tantos  desórdenes,  y  con  las  medidas  para 
el  abastecimiento  de  la  ciudad  llegó  á  hacerse  Córdo- 
ba el  granero  de  España  >  y  el  gran  mercado  á  qae 
concurrían  gentes  de  todas  las  provincias. 

Bajo  un  gobierno  tan  prudente  y  paternal,  y  ba- 
jo una  administración  tan  económica  y  acertada  pa- 
rece que  hubieran  debido  los  walíes  agruparse  en 
derredor  del  único  hombre  que  se  mostraba  capaz  de 
volver  la  vida  al  desmoronado  imperio.  Asi  lo  intentó 
el  mismo  Gehwar  escribiéndoles  y  exhortándolos  á 
que  le  prestaran  obediencia  como  á  gefe  .superior  de 
estado:  pero  fueron  ya  inútiles  los  esfuerzos  y  las| 
buenas  intenciones  de  Gehwar;  llegaban  tarde,  y*  el 
mal  no  tenia  remedio.  Despreciaron  la  excitación 
unos,  y  recibiéronla  otros  con  indiferencia  fría  y 
desconsoladora.  Disimuló  no  obstante  el  prudente 
Gehwar,  y  aun  volvió  á  escribirles  aplaudiendo  su 
celo  por  el  bien  y  la  seguridad  de  las  provincias  que 
les  estaban  encomendadas,  pero  rogándoles  no  olvi- 
dasen que  la  unión  y  la  concordia  eran  la  base  de  la 
prosperidad  de  los  imperios. 

Dirigíanse  tan  buenos  copsejos  á  quienes  no  tenian  • 
voluntad  dd  oirlos.  Estaban  demasiado  vivas  las  ri- 
validades y  las  ambiciones,   y  la  guerra  era  inevita- 
ble. Fué  el  primero  á  romperla  el  poderoso  emir  de 


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466  uiSTOBiA  OB  espaKa. 

Sevilla,  Mohammed  Eba  Abed,  acometiendo  al  sahib 
de  Carmooa,  cuya  familia  deseaba  extermioar.  Blo- 
queado estrechamente  el  de  Carmena «  pudo  no  obs- 
tante fugarse,  y  corrió  á  implorar  el  auxilio  de  los 
de  Málaga  y  Granada,  Edrjs  ben  Ali  y  Habus  ben 
Zeiri,  los  cuales  le  facilitaron  tropas   y  recursos  con 
el  designio  de  atajar  los  ambiciosos  proyectos  del  de 
Sevilla.  Este  por  su  parte  envió  contra  los  aliados  á 
su  hijo  Ismail  con  un  cuerpo  de  ejército.   En  un  en- 
cuentro que  tuvieron  sucumbió  peleando  Ismail,  y  ^ 
los  soldados  de  Málaga  enviaron  su  cabeza  en  testi- 
monio de  su  triunfo  á  su  rey  Edris  (1034)/ Este  fu- 
nesto golpe  y  el  temor  de  que  Gehwar  pudies&ligarse 
contra  él  con  aquellos  mismos  emires  movieron  al  de 
Sevilla  á  discurrir  un  medio  que  le  diese  á  él  presti- 
gio y- visos  de  justiñcacioQ  á  sus  pretensiones.   Al 
efecto  inventó  la  especie   mas  original   y  peregrina. 
Publicó  que  el  califa  Hixem  II.  el  Om miada,  había 
reaparecido  otra  vez  en  Calalrava,  que  aquel  infortu- 
nado califa  le  habia  pedido  su  amparo,  que  él  le  ha- 
()ia  dado  asilo  en  su  alcázar  y  prometídole  reponerle 
en  el  califato.  Hizolo  anunciar  oficialmente  y  escribió 
'  á  los  principales  jeques  y  walies  de  España  y  África 
interesándolos  ^n  favor  del  segunda   ó  tercera  vez 
resucitado  califa.  Por  extravagante  y   absurda  que 
fnese  la  ficción,   era  tal  el  respeto  y  cariño  que  los 
pueblos  de  Andalucía  conservaban  al  ilustré  nombre 
de  los  Beui-Omeyas,  que  aunque  todos  los  hombres 


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PAKTB  11.  LIBRO  1.  167 

de  razoD  oyeron  con  djssden  tan  inverosímil  fábula, 
DO  falló  quien  por  credulidad  6  por  política  la  prohi- 
jase» y  llegó  á  rezarse  la  chotba  en  las  mezquitas  y 
á  batirse  lúoneda  en  la  zeka  de  Sevilla  á  nombre  de 
Hilemll.  (1036). 

Pero  entretanto  el  ejército  aliado  de  Málaga,  Gra* 
nada  y  Carmena  corrió  las  tierras  de  Sevilla ,  llevó 
sus  algaras  hasta  las  puertas  de  la  ciudad  ,  y  llegó  á 
entrar  en  el  arrabal  de  Tríana.  Logró  al  ñn  recha- 
zarlos el  general  déla  caballería  sevillana,  Ayub  ben 
Ahmer,  y  los  aliados ,  culpándose  mutuamente  del 
mal  éxito  de  la.espedicioo,  se  separaron  desavenidos 
y  se  volvió  cada  cual  á  su  pais.  Ayub  se  recompensó 
á  sí  mismo  alzándose  con  la  soberanía  de  Huelva  y  de 
Gezirah  Saltis,  cuyo  gobierno  tenia ,  al  modo  que  su 
hermano  Ahmed  ejercía  un  señorío  absoluto  en  Nie*  , 
bla,  A  este  precio  se  salvó  Sevilla. 

Asi  las  cosas,  falleció  el  rey  de  Málaga  Edris  ben 
Ali  (1039),  sucediéndole  con  general  aprobación  su 
hijo  Yabia  ben  Edris,  conT>cido  por  Hassan.  Mas  llega- 
do que  hubo  la  noticia  de  la^  muerte  de  Edris  á  Ceuta, 
el  slavo  Nahjah  que  tenia  aquel  gobierno,  vino  de  allí 
con  el  proyecto  de  coronar  en  Málaga  al  joven  Hassan 
ben  Yahia,  á  quien  él  habia  educado,  y  á  cuya  som- 
bra se  prometía  dominar  á  un  tiempo  en  Málaga  y 
Ceuta.  Siguióse  una  guerra  en  que  el  slavo  llegó  á 
.poner  en  aprieto  grande  al  de  Málaga,  y  en  la  mayor 
extremidad,  hasta  encerrarle  en  su  propio  palacio 


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168  HISTORIA  DB  BSPASa. 

como  en  una  prisioQ.  Dios  sabe  en  qae  hubierao  para^ 
do  sus  proyectos  ano  haber  acadido  en  socorro  del 
de  Málaga  su  pariente  Mohammed  ben  Kassin  el  de 
Algeciras.  Murió  por  último  el  ambicioso  Nahjah  en 
una  celada  que  el  de  Algeciras  supo  prepararle,  y 
desalentadas  sus  tropas,  las  unas  se  retiraron  á  África, 
las  otras  se  quedaron  al  servicia)  del  mismo  Ben  Kas*- 
sin  el  tie  Algeciras,  el  emir  de  Málaga  fué  repuesto, 
y  volvieron  las  cosas  á  su  estado  anterior. 

Tales  discordias,  tales  facciones  y  guerras  á  la 
vecindad  misma  de  Córdoba,  convencieron  al  buen 
Gehwar,  con  harta  pesadumbre  suya,  de  que  sus 
generosos  planes  de  unión  y  de  paz  eran  irrealizables, 
é  inútiles  de  todo  punto  sus  nobles  gestiones*  Enton- 
ces se  resolvió  á  ir  sometiendo  por  la  fuerza  á  los  mas 
vecinos  y  menos  poderosos  de  los  rebeldes.  Envió, 
pues,  un  general  con  un  cuerpo  de  caballería  escogi- 
da á  ocupar  la  comarca  de  Alsahllah  que  tenia  Hud- 
bail  cbm'o  si  fuese  suya  propia.  Pero  imploró  este  je-  ^ 
que  el  auxilio  de  Ismail  ben  Dilnüm  el  de  Toledo,  y ' 
una  hueste  toledana  penetró  fácijmente  en  el  territo-- 
rio  ocupado  por  los  de  Gehwar  y  repuso  á  Hudbail, 
á  quien  el  país  por  otra  parte; amaba  por  sus  buenas 
prendas  y  por  la  dulzura  con  que  le  gobernaba.  A 
pesar  de  no  ser  venturosos  los  sucesos  de  la  guer- 
ra de  Gehwar  contra  el  señor  de  Alsahllah  y  el 
da  Toledo,  amábanle  los  cordobeses  con  justo  en- 
tusiasmo por  su  bondad  y  su  acrisolada  justicia,  "y 


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IPAftTB  II.  LIIIEO  1.  '  169 

beodecíanle  por  la  tranquilidad  y  la  abundancia  lo- 
terior  de  que  gozaban  á  la  benéfica  sombra  de  su  sa- 
bia administración  y  gobierno:  llamábanle  el  padre  . 
del  pueblo  y  el  defensor  del  estado,  y  no  habia  sacri- 
ficio á  que  por  él  no  se  prestaran  gozosos.  En  tan 
feliz  estado  vivieron  hasta  que  acaeció  su  muerte  en 
el  ano  de  la  hegira  435  (1044).  Acompañaron  su  pom« 
pa  funeral  con  llanto  y  sollozos  todos  los  vecinos  de 
Córdoba;  y  hasta  las  retiradas  doncellas,  dice  el  es- 
critor arábigo,  fueron  detrás  de  su  féretro  derraman- 
do preciosas  lágrimas.  Sucedióle  su  hijo  Mohammed 
Abul  Walid,  tan  prudente  y  virtuoso  como  su  padre, 
pero  de  salud  enfermiza  y  quebrantada.  Amigo  de  la 
paz,  mas  de  lo  que  convenia  en  tan  revueltos  tiempos, 
entabló  negociaciones  de  avenencia  con  el  rey  de  To- 
ledo y  el  señor  de  Alsahllah,  mas  habiéndole  estos ' 
contestado  con  altiva  aspereza,  continuó  á  pesar  suyo 
la  guerra  por  las  comarcas  fronterizas  no  con  gran 
rasnitado. 

Entretanto  el  de  Sevilla  creyó  ya  oportuno  dar 
otro  giro  á  la  fábula  de  la  aparición  de  Hixem,  y 
publicó  que  habia  muerto,  dejándole  escritas  unas 
cartas  en  que  le  declaraba  su  heredero  y  vengador 
de  sus  enemigos'.  No  faltaron  todavía  imaginaciones 
que  se  dejaran  seducir  por  la  nueva  conseja  ,  y  espe- 
cialmente los'alameries  y  la  gente  sencilla  del  pueblo 
á  quienes  el  inextinguible  apego  á  la  dinasKa  de  los 
Omeyas  predisponía  á  creer  todo  lo  que  se  le  contara 


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170  HISTORIA  DB  BSPAÜA. 

favorable  á  aquella  esclarecida  familia.  Logró ,  pae«* 
con  esto  que  se  le  mantuvieran  fieles  los  que  se  le 
babian  adherido  cuando  comenzó  á  pregonar  la  pri- 
mera parte  de  la  fábula.  Hilas  un  suceso  fatídico  vino 
á  su  vez  á  turbar  la  imaginación  supersticiosa  del 
emir.  Su  hijo  Abed  estaba  casado  con  una  hermana 
de  Mogueiz  el  rey  de  Denia»  y  dQ  este  matrimonio 
nació  en  1041  nn  niño  de  quien  auguraron  los  astro* 
logos  que  al  fin  de  sus  dias  y  cuando  su  fortuna  se 
hallase  en  el  pléniluuio  de  la  prosperidad  se  eclipsa- 
ría totalmente.  Al  oir  Ebn  Abed  que  su  nieto  estaba 
sometido  á  las  adversidades  de  un  fatalismo  irresis- 
tible, devoróle  la  pesadumbre  de  saber  lo  poco  dura- 
dera que  habria  de  ser  su  dinastía.  Consumióle  una 
enfermedad  de  melancolía,  y  al  poco  tiempo  la  muer- 
te, dice  la  cróuica,  le  trasladó  de  los  alcázares  de 
Sevilla  á  los  del  Paraíso  (1042). 

Sucedióle  su  hijo  Abed  llamado  Al  Motadhi,  prín- 
pe  de  buen  personal  y  de  agudo  ingenio,  pero  cruel 
y  por  demás  voluptuoso.  Dícese  de  él  que  en  tiempo 
de  su  padre  entretenía  en  su  harem  hasta  setenta 
lindas  esclavas  compradas  á  precio  de  oro  en  diferen- 
tes países,  y  que  dueño  del  trono  aumentó  el  número 
hasta  ochocientas.  Ai  propio  tiempo  hacía  servir  á  sos 
cortesanos  bebidas  dulces  en  tazas  guarnecidas  da 
oro  y  pedrería  formadas  de  cráneos  de  los  principales 
personages  cuyas  cabezas  habian  derribado  el  alfange 
de  SQ  padre  y  el  suy6|  entre  los  cuales  se  contaba  el 


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PAITB  U.  I.IBKO  I»  174 

del  califa  Yahía  beo  Ali.  E$te  hombre  feroz  y  disolu- 
to era  ademas  ceosarado  de  impío,  porque  en  los  . 
veinte  y  cinco  castillos  de  sos  dominios  solo  hizo  una 
mezquita  y  un  pulpito,  y  en  las  comidas  y  bebidas 
no  era  tampoco  mas  guardador  de  la  ley  del  Coran. 
Hizo  Al  Motadhi  de  nuevo  la  guerra  á  los  emires  de 
Málaga,  Granada  y  Carmena,  y  logrando  ganar  á  su 
partido  á  Mohammed  el  de  Algeciras,  éste,  aunque 
primo  de  Edris  11.  el  de  Málaga,  á  la  cabeza  de  sus 
negros  mercenarios  acometió  la  capital  del  Edrisita 
y  se  apoderó  de  su  trono.  Sublevóse  en  favor  de  so' 
legítimo  rey  el  pueblo  de  Málaga,  ios  negros  del  de 
Algeciras  ó  capitularon  ó  se  fugaron  descolgándose 
por  el  muro,  y  abandonado  Mohammed  se  rindió  á 
discreción.  Edris  tuvo  la  generosidad  de  perdonarle 
la  vida  contentándose  con  desterrarle  á  Laracbe.  Per- 
dióle aquella  misma  clemencia,  porque  Mohammed, 
nunca  arrepentido,  siguió  desde  el  destierro  el  hilo 
de  sus  tramas,  volvió  sobre  Málaga,  conmovió  el 
vpueblo,  y  destronó  á  Edris,  que  murió  ya  viejo  en 
una  prisión. 

El  de  Toledo  que  veia  sus  campiñas  taladas  por 
las  tropas  del  de  Córdoba,  escribió  á  su  yerno  Ab* 
delmelik,  hijo  del  rey  de  Valencia  Abdelaziz,  y  al 
walí  de  Cuenca  Abu  Ahmer  paraque  levantasen  gen- 
te y  le  acudiesen  con  ella.  Parfi  quedar  mas  desem* 
.  binrazádo  hizo  treguas  con  los  cristianos  de  Castilla  y 
Galicia.  Hacho  esto,  entróse  con  poderosa  hueste  por 


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172  ,      BI8T0RU    DB    BSPAffA. 

las  lierras  áe\  de  Córdoba,  tomóle  machas  fortalezas, 
y  convencido  Ben  Gehwar  de  qae  no  podía  resistir 
solo  á  tan  terrible  adversario  solicitó  por  su  parte  la 
alianza  y  ayuda  de  Al  Motadhi  el  de  Sevilla  y  de 
Mohammed  ben  Al  Aflhas  el  de  Algarbe.  En  uno  y  otro 

'  halló  la  proposición  benévola  acogida,  y  por  medio 
de  sus  respectivos  vazzires  reunidos  en  SevHIa,  des- 
pués de  una  madura  discusión  á  que  asistieron  los 
arrayaces  ó  régulos  de  otros  pequeños  estados,  se 
estipuló  una  triple  alianza  entre  los  de  Sevilla,  Cór- 
doba y  Algarbe  para  el  mantenimiento  y  recíproca 
defensa  de  la  integridad  de  sus  dominios  contra  los 
enemigos  exteriores,  pero  sin  mezclarse  en  los  asun- 
tos de  gobierno  interior  del  estado  de  cada  uno.  Sin 
embargo,  no  quedaron  los  de  Córdoba  y  ,el  Algarbe 
ihuy  satisfechos  de  los  términos  del  convenio,  en  el 
cual  salía  aventajado  el  de  Sevilla;  pero  disimularon 
por  entonces  porque  le  necesitaban  (4051). 

En  conformidad  alo  pactado  auxilió  el  de  Sevilla 
á  Ben  Gehwar  el  de  Córdoba  con  un  cuerpo  de  qui- 

'  nieotos  gineles  mandados  por  Ben  Ornar  de  Oksono- 
ba,  y  otro  semejante  socorro  le  envió  el  de  Badajoz. 
Los  señores  de  Huel va,  Niebla  y  Santa  María  de  ios 
Algarbes,  desazonados  contra  el  de  Sevilla  por  no 
haber  querido  reconocerlos  jndependientes,  se  ofre- 
cieron á  pasar  sin  so  orden  al  servicio  del  cordobés; 
sabido  lo  cnal  por  Ben  Abed  el  Seyillano,  despachó 
contra  ellos  ¿  sa  hijo  Mohammed,  que  sucesivamente 


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rAETB  II.  LIBEO  I.  173 

se  fué  apoderando  de  los  estados  y  dominios  de  iodos 
aquellos  aspirantes  á  soberanos.  Carmona,  aquella 
ciudad  tan  codiciada  por  los  Abed,  vióse  también  en 
la  triste  necesidad  de  rendírsele,  y  aunque  otra  vez 
pudo  su  sahib  escaparse  de  noche  é  interesar  de  nue- 
vo en  su  favor  á  su  antiguo  aliado  el  de  Málaga,  no 
alcanzó  otra  cosa  que  poder  fortalecerse  en  Ecija, 
única  ciudad  que  le  quedaba  de  su  pequeña  soberanía. 
No  intimidó  la  triple  alianza  á  Ismail  Dilnúm  el  de 
Toledo:  sus  huestes  continuaron  devastando  las  cam- 
piñas de  Córdoba ,  y  por  último  en  un  sangriento 
combate  que  duró  un  dia  entero  deshicieron  ol  ejér- 
cito confederado  cerca  del  rio  Algodor»  asi  llamado 
por  los  muchos  ardides  y  estratagemas  que  usaron  en 
aquella  lid  los  caudillos  de  ambas  huestes.  Golpe  fué 
aquel  que  difundió  la  consternación  en  Córdoba,  é 
hizo  despertar  al  príncipe  Abdelmelik,  hijo  de  Ben 
Gehwar,  hast^  entonces  distraído  en  juego^  y  de- 
leites con  los  jóvenes  de  su  edad.  Avivóle  el  temor 
del  peligro  y  corrió  á  Sevilla  á  implorar  con  urgen- 
cia mayor  socorro  de  Abed  Al  Motadhi.  Pero  este  as- 
tuto y  artificioso  emir  entretúvole  coni obsequios,  cum- 
plimientos y  lisonjas,  despidiéndole  por  último  con 
muchos  ofrecimientos  y  con  el  escaso  auxilio  de  dos- 
cientos caballos.  Guando  Abdelmelik  llegó  á  las  cer- 
canias  de  Córdoba,  halló  ya  la  ciudad  estrechamente 
cercada  por  los  toledanos.  Cortadas  las  comunicacio- 
nes, apretada  la  plaza,  enfermo  el  rey  y  consternado 


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174  HISTORIA  DB  BSPAIIa. 

el  pueblo,  ofreciéronse  premios  i  qaien  se  atreviera 
¿  llevar  cartas  al  príocipe  Abdelmelik  y  al  rey  de 
Sevilla  que  era  ya  su  única  esperanza.  No  faltó  quien 
tuviera  arrojo  para  atravesar  el  campo  enemigo,  y 
poner  las  cartas  en  manos  de  los  dos  persooages.  El 
rey  de  Sevilla  creyó  llegada  la  ocasión  oportuna  para 
sus  secretos  proyectos»  y  dióse  prisa  á  enviar  á  su 
bJjoMohammed  y  al  caudillo  Aben  Ornar  con  toda  la 
fuerza  que  pudo  reunir  de  á  pie  y  de  á  caballo,  y  con 
instrucciones  de  lo  que  debiera  hacerse.  Qué  instruc* 
cienes  fuesen  estas,  nos  lo  van  á  demostrar  pronto  los 
hechos.  Grande  fué  la  actividad  que  desplegaron  los 
gefes  sevillanos  y  muy  bien  meditadas  l^s  disposicio- 
nes que  tomaron  para  el  combate.  Realizóse  éste,  y 
la  caballería  valenciana  auxiliar  del  de  Toledo  huyó 
ante  fa  impetuosa  acometida  de  las  lanzas  sevillanas 
y  cordobesas.  El  desorden  dé  aquella  desconcertó  á 
los  de  Toledo,  y  lodos  se  retiraron  despavoridos.  Los 
caballeros  de  Córdo1)a  no  quisieron  presenciar  inacti- 
vos el  triunfo  de  sus  favorecedores,  y  salieron  tam- 
bién de  la  ciudad  en  alcance  de  los  fugitivos. 

Aqui  comenzó  el  caudillo  Aben  Ornar  de  Sevilla  á 
cumplir  las  instrucciones  de  su  señor.  Mientras  las 
tropas.vencedoras  corrían  dando  caza  á  los  que  buian, 
y  en  tanto  que  los  de  Córdoba  habían  salido  á  reco- 
ger los  despojos  del  campo  enemigo.  Aben  Omar, 
sin  que  nadie  pudiese  sospechar  de  sus  intenciones, 
entróse  con  sus  huestes  en  Córdoba,  ocupó  las  puertas 


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rAftTBll.  LIBBO  I.  175 

y  los  faertes»  se  apoderó  del  alcázar,  y  el  desgracia* 
do  y  eofermo  Abul  Walid  Ben  Gehwar  se  encoDtró 
castodiado,  preso  eo  su  propio  palacio  por  una  guar- 
dia que  se  había  converlido  de  auxiliar  en  señora. 
Afectóle  de  tal  manera  tan  inesperada  maldad  y  trai- 
ción, que  la  enfermedad  se  le  agravó  rápidamente,  y 
é  los  pocos  dias  le  condujo  al  sepulcro.  Cuando  el  prfn-* 
cipe  Abdelmelik  volvió  del  alcance  y  supo  la  alevosía 
de  los  sevillanos  que  le  esperaban  ya  como  enemigos 
á  las  puertas  de  la  ciudad  para  impedirle  la  entrada, 
ardiendo  en  ira  vacilaba  sobre  el  partido  que  debería 
tomar,  pero  sacóle  de  la  incertidumbre  la  misma  ca- 
bíllerfa  sevillana  que  le  rodeó  intimándole  la  rendi- 
ción. Determinóse  el  desesperado  príncipe  á  morir 
matando,  y  peleó  con  heroica  bravura,  despreciando 
las  ocasiones  que  tuvo  para  huir,  hasta  que  herido 
de  muchas  lanzadas  cayó  prisionero.  Encerráronle  los 
nuevos  poseedores  de  Córdoba  en  una  torre ,  donde 
le  acabó  la  pesadumbre  mas  que  las  heridas,  y  murió 
maldiciendo  á  su  falso  amigo  Abed  Al  Motadhi  el  de 
Sevilla  ,  pidiendo  al  Dios  de  las  venganzas  que  diese 
igual  suerte  al  príncipe  su  hijo ,  y  oyendo  entre  los 
sollozos  de  la  muerte  las  aclamaciones  con  que  era  re- 
cibido en  Córdoba  el  rey  de  Sevilla,  el  cual  ^  fuera» 
de  mercedes  y  de  fiestas  y  espectáculos  de  fieras  ^*^ 


(4)    Et  la  primera  Tci,  observa    morías  arábigas  los  combates  de 
«A  eredito  escritor  moderno,  que    fieras  á  estilo  de  los  romanos, 
hallipios  meooiooados  en  las  me- 


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176  HISTORIA    DE   ISPAÜA. 

con  que  halagó  y  entretuvo  á  ios  cordobeses,  procuró 
hacerles  olvidar  la  memoria  del  sabio  y  benéfico  go«- 
bieldo  de  los  Gehwar,  cuya  dinastía  quedó  eslingui- 
da  juntamente  con  el  reino  de  Córdoba  (1060). 

Asi  acabó  la  grandeza  y  la  independencia  de 
aquella  ciudad  insigne,  que  por  mas  de  tres  siglos 
habia  sido  la  metrópoli  del  imperio  ismaelita,  da 
madre  de  los  sabios,  la  antorcha  de  la  fé  y  la  lum- 
brera de  Andalucía,»  la  corte  de  los  ilustres  y  pode- 
rosos catiras,  el  centro  y  emporio  del  comercio ,  del 
lujo,  de  la  riqueza  y  de  las  artes ,  y  la  envidia  de  1 
Oriente.  El  rey  de  Sevilla  pudo  vanagloriarse  del  me* 
dio  que  empleó  para  alzarse  con  el  mas  precioso  resto 
del  imperio  y  del  califato! 

Mientras  tales  sucesos  acontecian  en  el  Mediodía 
y  centro  de  la  España  musulmana  después  de  la  caida 
del  imperio  Ommiada ,  en  Ja  parte  oriental  ocurrían 
otros  de  no  menor  importancia,  y  cuyo  conocimiento 
nos  es  indispensable  para  la  inteligencia  de  la  historia 
misma  de  los  reinos  cristianos,  con  la  cual  esta  ínti- 
mamente unido  ^*K  Al  emir  de  Zaragoza  Almondhír  el, 

(1)    Para  los  hechos  hasta  aqm  en  machas  cosas,  sin  dejar  por. 

referidos  en  el  presente  capitulo  eso  de  consultar  el  corto  número  ' 

hemos  consultado  á  Conde  (part.  de  textos  ó  fuentes  que  est'tn  i 

in.  desde  el  cap.  I  hasta  el  6).  nuestro  alcance,  tiles  como  Gasi- 

tSobre  las  guerras  civiles  gue  s¡r  rí,  Al  Makarí,  Ebn  Abd  el  Halim,. 

guieron  á  la  caida  del  califato  de  etc.»  Giro  tanto   hemos    hecho 

Córdoba,  dice  el  ilustrado  Homey  nosotros.  Mas  respecto  i  los  emi- 

(tom.V.cap.  22  nota),  las  mejores  ratos  j  dinastías  de    Zaragoza, 

noticias,  a unqoérecogidascoüpo-  Valencia  y  Almería ,  etc.,  a  no 

co  tino  y  criterio,  se  hallan  en  dodsr    padeció   Conde    machas 

Conde.  Nosotros  le  hemos  seguido  equiTocaciones,  y  seguimos  gene-. 


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FAftTBIl.  LIBEOI.  477 

Tadjibi,  cuyos  hechos  hemos  contado  en  oiro  capítulo, 
sucedió  en  4023  su  Hijo  Yahia,  que  reinó  diez  y  seis 
anos,  y  fué  el  que  auxilió  á  Ramiro  I.  de  Aragón, 
aúAque  con  poca  fortuna  <*).  Yabia  murió  en  una. re- 
volución que  acaeció  en  Zaragoza  en  4039,  asesinado 
por  su  primo  Abdailah  ben  Hacam,  probablemente 
sobornado  por  Suleiman  ben  Hud  el  de  Lérida,  que 
fué  el  que  se  ahó  con  el  reino,  puesto  que  el  asesino 
le  reconoció  por  su  soberano.  Amotinóse  el  pueblo  de 
Zaragoza  contra  Abdailah,  que  tuvo  que  retirarse  al 
fuerte  castillo  de  Rota  'l-Yeud,  llevando  consigo  to- 
dos los  tesoros  de  la  familia  real.  El  populacho  sa- 
queó el  palacio  arrancando  hasta  los  mármoles,  y 
hubiérale  destruido  completamente  si  no  hubiera 
acudido  á  toda  prisa  Suleiman,  el  cual  restableció  el 
orden  y  quedó  desde  esta  é^oca  reinando  en  Zarago- 
za, reemplazando  asi  á  la  dinastía  de  los  Tadjibi  la  de 
losBeni*Hud«  ' 


raímente  á  Dosy  que  le  rectifica,  tom.  1.  desús  iovestigaciones.  Tó'^ 

según    at   principio  apuntamos,  canos,  pues,  ser  el  primer  espa- 

«Reina,  dice' Saiot-Hiláire    (to-  Sol  que,  guiado  por  este  sabio 

raoUl.  pág.  273,  nota),  en  la  suce-  orientalista,  aclare  los  oscuros su- 

siondefos  emires  de  Zaragoza  una  cesos  de  aquellos  paisas  en  el  pe~ 

confusion  enmarañada....  Conde,  riodo que  nos  ocupa. 

Rodrigo  de  Toledo  y  Casiri  se  con-  (4)   La  familia  de  los  Tadjibilas 

tradicen  á  'Cual  mas  sobre  este  ó  de  los  Beoi-Hixem  había  reem- 

punto.»   Sobre  los  emires  de  Al-  plazado  en  Zaragoza  ¿losBeoi- 

mería,  punto  no  menos  iotríocado,  Lope,  de  quie\)es  en  nuestra  his- 

dice  Lafuente  Alcántara- (Hist.  de  toria  hemos  hablado.  Había  sido 

Granada,  tora.  11.  p.  204  nota  3):  su  gefe  Abderrahman  el  Tadjibi. 

«(La  historia  de  esta  dinastía  debe  El  primer  Tadiibita  que  vino  á 

ocupar  i  los  ingenios  valencianos  España   M  Aloúrah,  seguu  Ibn 

y  aragoneses.!  Es  lo  que  se  ha  Alabar, 
propuesto  esclarecer  Dozy  en  el 

Tauoiv.  12 


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(78  iiisTOftu  drhbmíIa. 

Otro  de  los  mas  poderosos,  y  acaso  el  mas  bello' 
de  todos  los  principados  que  se  fundaron  sobre  las 
ruinas  del  imperio  fué  el  de  Almería.  Después  de  la 
muerlede  Zohair  el  sucesor  de  Hairan,  cuyos  hechos 
hemos  también  referido»  quiso  apoderarse  de  Almería 
Abdelaziz  el  .de  Valencia,  nieto  do  Almanzor/  pero  ^ 
estórbeselo  Mogueiz    el  de   Denia  acometiendo    á 
Valencia  mientras  aquel  se  hallaba  en  Almería.  Con 
objeto  de  hacer  la  paz  con  Mogueiz,  salió  Abdetem 
de  ésta  ciudad  dejando  por  gobernador  de  ella  á  sn 
cuñado  Abul  AhwazMan  (40iO).  Declaróse  Man  íih 
dependiente,  reconociéronle  la  mayor  parte  de   las 
ciudades  de  aquel  reino,  qoe  abrazaba  territoríos  de 
Murcia»  deGranada  y  de  Jaén.  Poco  tiempo  reinó  Man, 
pues  mnrio  en  4041 ,  y  le  sucedió  su  hijo  Mohammed, 
de  edad   de  catorce  años,   durante  cuya  minoría 
gobernó  el  estado  su  tio  Abu  Otbah  el  Zomadih.  Su- 
blevóse contra  el  nuevo  príncipe  el  gobernador  de 
Lorca,  y  aunque  acudió  contra  él  el  regente,  no  le 
fué  posible  reducirle  á  la  obediencia.  El  regente  mu- 
rió á  los  tres  años,  y  Mohammed  comenzó  de  diez  y 
siete  á  regir  por  sí  mismo  el  reino  (1044),  y  á  ejemplo 
de  Abedel  de  Sevilla  que  hábia  tomado  el  nombre  de 
Al  Motadbi,  este  tomó  el  de  AI  Motacim  con  que  es 
conocido  en  la  historia.  '  ' 

La  corla  edad  de  este  príncipe  tentó  á  sus  vecinos 
á  hacerse  señores  de  las  plazas  situadas  á  alguna  dis- 
tancia de  la  capital,  y  como  en  realidad  Al  Motacim 


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MftTB  II.  LIBIU)  U  479 

no  96  disttoguitíra  por  lo  belicoso,  lográroDlo  aquéllos 
sía  dificaliad  grapde  hasta  reducirle  di  recíoio  de  la 
cuidad  y  de  la  comarca  que  la  circunda,  y  aun  así  no 
carecía  de  impprtaocia,  porque  la  sola  ciudad  equiva* 
lia  á  un  reino.  Todos  los  escritores  árabes  ponderan 
su  grandeza  en  aquella  época.  Contábanse  en  ella, 
dicen,  cuatro  mil  telares  de  las  mas  preciosas  telas, 
habia  multitud  de  fábricas  de  utensilios  de  hierro, 
dOr  cobre  y  de  cristal,  era  el  puerto  mas  concurrido 
de  España,  boques  de  Siria*  de  Egipto^  de  Genova  y 
Pisa  86  surtían  en  él  de  todo  género  de  mercancías,  y 
conienia  cerca  de  mil  hospederías  y  casas  de  baños. 
Mas  si  Al  Mótacim  do  era  ni  gran  capitán  ni  pro- 
fondo político  (dice  el  autor  de  quien  tomamos  estas 
noticias);  si  el  historiador  bo  puede  consagrarle  pá* 
ginas  brillantes,  la  justicia  obliga  á  poner  en  su  ca- 
beza la  bella  corona  debida  á  un  príncipe  que  merecia 
ser  llamado  el  bienhechor  de  sus  subditos.  No  envi- 
diaba á  los  que  poseian  mas  vastos  dominios  que  los 
suyos;  contentábase  con  lo  que  tenia:  enemigo  de 
verter  sangre,  cuando  la  necesidad  le '  forzaba  á  re- 
chazar los  ataques  de  sus  ambiciosos  vecinos,  hacia  la 
guerra  contra  su  voluntad:  honraba  la  religión  y  los 
sacerdotes,  y  ciertos  dias  de  la  semana  reunía  én  una 
sala  de  su  palacio  los  faqufes  y  cortesanos,  los  cuales 
conferenciaban  alli  y  discutían  sobre  los  comentarios 
del  Coran  y  sobre  las  tradiciones  relativas  al  Profeta. 
Era  justo,  bondadoso,  y  se  complacia  en  perdonar 


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180  HISTORIA  DB  ESPAÜA. 

las  iojurias  (O.  Cieriamenie,  prosigue  este  autor,  sí 
un  príDcipe  tan  noble,  tan  generoso,  tan  justo,  tan 
amanto  de  la  paz,  hubiera  reinado  en  otra  época  y  en 
un  país  rbas  estenso,  su  nombre  hubiera  sido  inscrito 
entre  los  de  los  reyes  que  no  deben  su  gloria  á  los  ar- 
royos de  sangre  vertida  por  ensanchar  algunas  leguas 
los  límites  de  su  reino,  sino  á  los  beneBcíos  que  han 
derramado  sobre  sus  subditos  y  á  su  amor  por  la  jus- 
ticia. El  carácter  de  AlMotacimera  bien  diferente  del 
délos  demás  príncipes  que  gobernaban  entonces  la  Es- 
paña, y  su  protección  á  las  letras  atrajo  á  Almería  un 
^  considerable  número  de  los  mas  distinguidos  ingenios 
de  la  época.  Consagrado  á  hacer  la  felicidad  pacífica 
de  sus  .gobernados,  ningún  acontecimiento  político  de 
importancia  caracterizó  su  largo  reinado,  que  duró 
hasta  junio  de  1 091  • 

(4)  CaéDtase  de  él  la  siguieDto  tenemos,  respondió  Al  Motacim, 
curiosa  anécdota.  Después  de  ha*  pero  he  querido  haceros  ver  que 
.  ber  colmado  de  favores  al  famoso  os  engasasteis  cuando  díiísteisque 
poeta  de  Badajoss  Abul  Walid  al-  Ebn  Man  había  esterroinado  los 
Nibli,  este  desde  Sevilla  cometió  pollos  de  las  aldeas.»  Quiso  el 
la  ingratitud  de  insertar  en  un  di-  poeta,  abochornado,  disculparse, 
tirambo  compuesto  en  honor  de  pero  el  príncipe*.  «Tranquilizaos, 
aquel  rey,  el  sigui€;nte  verso:  Ebn  le  dijo;  un  hombre  de  vuestra  pro- 
Aoed  ha  destruido  los  berberiscos;  fesioo  no  gana  su  vida  sino  obran- 
Ebn  Man  (que  era  el  de  Almería),  do  como  vos:  el  solo  que  merece 
ha  esterminado  los  pollos  de  las  mi  cólera  es  el  que  os  oyó  recitar 
aldeas.  Pasado  algún  tiempo  vol-  este  versó,  y  sufrió  que  ultrajaseis 
vio  el  poeta  á  Almería,  olvidado  á  un  igual  suyo.»  Para  mas  tran- 
ya  de  la  amarga  sátira  que  había  quiiizarle  le  hizo  el  principe  nue- 
escrito  contra  Al  Motadm.  Convi-  vas  dádivas,  pero  el  poeta  que  no 
déle  este  príncipe  un  diá  á  comer  conocía  bien  toda  la  bondad  de  su 
y  no  le  presentó  otra  cosa  qnh  carácter,  no  se  atrevió ápermane- 
poUos  de  distintas  maneras  adere-  cer  en  Almería,  y  dirigió  á  Al  Mo- 
cados. «Pero,  señor,  esclamó  admi-  tactm  otros  versos  llenos  de  ar- 
rado  el  poeta,  ¿no  hay  en  Almería  repentimiento:  el  príncipe  prosi- 
otros  manjares  que  pollosf— Otrps  guió  dispensándole  mercedes. 


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VARTB  II.  LIBftO  U  iSV 

Habiendo  muerlo  en  1061  Abdelaziz  el  de  Valen- 
cia,  sucedióle  su  hijo  Abdelmelik  Almudhaffar  bajo 
la  lolela  de^su  pariente  Al  Mamun  el  de  Toledo,  que 
había  sucedido  á  Ismail  Dilnúm,  el  coal  nombró  su 
representante  en  Valencia  á  Abu  Abdallah  Ebn  Abde- 
laziz, perteneciente  á  una  familia  plebeya  de  Córdo- 
ba y  cuyo  hijo  habia  de  sentarse  en  el  trono  de  Va^ 
lencia.  Cuando  en  1064  fué  esta  ciudad  sitiada  y  ata- 
cada por  Fernando  de  Castilla,  según  en  su  lugar 
diremos,  Abdelmelik  pudo  salvarse*  por  la  fuga.  Al 
Mamun  el  de  Toledo  dejó  apresuradamente  su  capital 
y  pasó  á  Cuenca  para  estar  mas  cerca  de  Abdelmelik. 
Pero  fuese  que  no  quisiera  fiar  la  defensa  de  aquélla 
ciudad  á  un  príncipe  tan  débil  como  Abdelmelik  con- 
tra un  monarca  tan  valeroso  y  diestro  como  el  cris- 
tiano, ó  fuese  solo  ambición,  Al  Mamun  despojó  á  su ,  / 
deudo  del  trono  y  le  tomó  para  sí  (1066).  Alzado  el 
sitio  de  Valencia  por  los  cristianos,  volvióse  Al  Ma- 
mun S  Toledo  dejando  encomendado  el  gobierno  de 
aquella  ciudad  á  Abu  Bekr  hijo  de  Ebn  Abdelaziz 
que  habia  muerto.  Este  Abu  Bekr  se  proclamó  mas 
adelante  soberano  independiente  de  Valencia,  y  era 
el  que  poseia  aquel  reino  cuando  Alfonso  VI.  se  puso 
sobre  aquella  ciudad  (*). 

A  Mohammed  ben  Aflhas  el  de  Badajoz,  llamado 
Almudhaffar,  sucedió  en  1068  su  hijo  Yahía,  nom- 

(4)    E]ita  68  la  relación  que  hace    p.  808  y  sig.)  coieramenle  diverfui 
Dozy  eo  sos  lovcstigaciones  (1. 1.    de  la  de  Ck>Qde  (part.  lU.  c.  o.) 


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182  HISXOEIA  OB  S^rAKA. 

brado  AlmaDzor  como  sa  abuelo;  que  este  honroso 
sobrenombre  se  hizo  común  entre  tos  emires  ó  reyes 
de  estos  pequeños  estados,  y  aplicábansete  con  fire* 
coengia  desde  que  le  llevó  con  tanta  gloria  el  gran 
ministro  y  regente  del  califa  Híxem.  Mas  como  hu- 
biese quedado  de  gobernador  de  Evora  sp  heri;nano 
Ornar  Al  MotawakiU  estallaron  pronto  desavenencias 
entre  los  dos  hermanos^  de  que  nos  tocaí*^  hablar  en 
la  historia  de  la  Espeña  cristiana,  viniendo  por  último 
i  reinar  en  Badajoz  Al .  Motawakil,  el  postrero  de  ta 
dinastía  Aabasida  (1981). 

Continuaba  AI  Motadhi  el  de  Sevilla  engrande- 
ciendo sus  estados  á  costa  de  los  de  Málaga  y  Grana- 
da y  de  ios  señores  de  otras  pequeñas  comarcas  veci- 
nas. Ayudábale  eü  sus  expediciones  de  conquista  su 
hijo  Mohammed,  aquel  sobre  quien  había  recaido  el 
horóscopo  fatal,  y  como  ya  entonces  comenzara  á  so- 
nar la  fama  de  los  Almorávides  de  África,  no  dudaba 
Al  Motadhi  que  aquellas  gentes  serian  las  que  habían 
de  eclipsar  la  estrella  de  su  dinastía  según  el  pronós- 
tico de  ios  astrólogos,  lo  cual  no  dejaba  de  llenar  su 
corazón  de  amargura  y  zozobra  en  medio  de  sus 
triunfos.  Nuevas  revoluciones  estallaron  en  Málaga, 
y  el  viejo  rey  Edris  ben  Yahia  fué  fácilmente  despo- 
Heido  por  su  sobrino  Mohammed  ben  Alcasim  el  de 
Algeciras,  que  continuó  la  guerra  contra  los  Beni* 
Abedde  Sevilla.  Murió  Habus  el  de  Granada,  y  su 
hijo  Badis  hen  Habus,  enérgico,  noble  y  brioso  como 


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PAKTB  11.  uno  I.  18S 

stt  |}adre«  guerreó  también  valerosamente  coolra  el 
aeviUaoo,  y  supo  mantener  la  integridad  de  su  terri- 
torio. Llególe  también  su  hora  a}  terrible  y  ambicioso 
AbedAl  Moladhi  de  Sevilla  (1069).  Aquel  hombre 
eodicioso,  falso»  disipado  y  cruel,  que  por  ian  pérfi* 
dos  medios  se  había  apoderado  de  Córdoba»  tenia  el 
sentimiento  de  la  familia,  y  le  mató  la   pesadumbre 

'  de  haber  perdido  Á  su  hija  querida  Tairab,  joven 
de  maravillosa  y  siugular  hermosura*  Empeñóse  en 
que  el  corteje»  fúnebre  habia  de  pasar  por  delante  de 
su<  paladOt  y  aunque  la  fiebre  le  tenia  postrado  en 
cama,  no  pudo  contenerse  y  se  levantó  y  asomó  á  una 
veniana  para  presenciar  la  ceremonia  funeral:  causóle 
él  especiáculo  sensación  tan  viva  y  profunda  que  hu- 
bo que  retirarle  casi  exánime,  y  á  los  dos  dias  siguió 
á  su  hija  á  la  tumba. 

Sucedióle  su   hijo  Abul  Gasixn,  el  del  horóscopo 
fatídico,  que  entre  otros  titules  tomó  el  de  Al  Mota- 

,  míd  Billah,  (el  fortalecido  ante  Dios).  Valeroso»  mag- 
nifico y  liberal»  dulce  y  huoiano  en  la  victoria,  lite- 
rato y  protector  de  los  hombres  de  letras,  en  lo  cual 
rivalizaba  con  Al  Motacim  el  de  Almería,  pero  ambi- 
cioso también»  político  y  astuto»  Siupo  el  nuevo  mo- 
narca ganarse  el  afecto  do  sus  subditos,  y  restituyó  á 
sus  hogares  á  todos  los  que  la  crueldad  do  su.  padre 
tenia  desterrados.  Criticábanle»  no  obstante,  como  á 
aquel,  porque  también  bebia  vino  y  lo  permitía  beber 
á  sus  tropas  para  animarlas  á  los  combates»  y  ademas 


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Í84  HISTORIA  DB    RSPAÑA. 

gustaba  de  (a  sociedad  de  los  judíos  y  de  los  cristia- 
nos. Veremos  mas  adelante  las  relaciones  que  con  estos 
últimos  sostuvo,  y  la  iotervenoion  que  en  ellas  le  tocó 
ejercer  á  su  hija  Zaida.  Habíale  recomendado  su  pa- 
dre en  et  lecho  de  mnerle  que  se  guardara  mucho  de 
los  Lamtunas  ó  Almorabitinos,  (los  que  después  co-* 
noceremos  hajo  el  nombre  dé  Almorávides),  y  que 
cuidara  de  asegurar  y  bien  y  guardar  las  llaves  de 
España,  Gibraltar  y  Algeciras,  y  sobre  todo  que  tra- 
bajara por  reunir  y  concentrar  en  una  sola  mano  el 
fraccionado  imperio  de  España,  que  le  pertenecía  co- 
mo señor  de  la  imperial  Córdoba  í*\ 

Tal  era  en  general  la  situación  de  los  pequeños 
estados  musulmanes  formados  sobre  los  escombros 
del  desmoronado  imperio  de  los  Ommiadas.  Importá- 
banos conocer  las  principales  divisiones  en  que  quedó 
partida  la  España  musulmana,  las  familias  y  dinastías 
que  en  cada  región  prevalecieron,  las  escisiones  y 
guerras  que  tuvieron  entre  sí,  y  el  poder  de  cada 
uno  de  aquellos  príncipes,  no  solo  por  lo, que  res- 
pecta á  la  historia  muslímico-española,  sino  para  * 
comprender  lo  mejar  posible  la  de  la  España  cristiana 
en  este  oscuro  y  complicadísimo  período. 

(1)    Conde,  part.  III.  c.  5.  . 


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CAPITULO  XXII. 

FERNANDO   I.    DB   CASTILLA    T    DE    LEÓN. 

•«1037  4  1065. 

Cómo  se  captó  Fernando  el  afecto  de  los  loooeses. — ^Eu  qué  empleó  los 
'  primeros  anos  de  su  reinado.— Medidas  de  gobierno  interior.-» 
Concilio  de  Coyaoza  en  1060.— Sos  principales  oánooes.— Con fir- 
macioQ  de  ios  fueros  de  Castilla  y  Lebo.— Guerra  con  su  hermano 
García  de  Navarra^— Batalla  de  Atapoerca,  en  que  muere  García. — 
Noble  conducta  de  Fernando  antos  y  después  de  esta  guerra. — Pri- 
meras campañas  do  Fernando  contra  los  sarrrcenos. — Conquistas 
de  Viseo,  Lamegoy  Goimbra.—-Su8 campañas  en, el  centro  de  la 
Península.— Sitio  de  Alcalá  de  Henares.— Humilde  súplica  del  rey 
musulmán  de  Toledo.— Campaña  contra  el  rey  mahometano' de  Se- 
villa.—Humillación  de  Ebn  Abed.— asteria  de  la  traslación  del 
cuerpo  de  San  Isidoro  de  Sevilla  á  León.— Testamento  de  Fernando. 
Distribución  de  reinos.— Campaña  y  sitio  de  Valencia.— Sorpresa 
de  Paterna.— Enfermedad  de  Fernando.— Se  retira  á  León.— Reli- 
giosa y  ejemplar  muerte  de  este  gran  motiarca. 

Dejamos  eo  el  capítulo  XX.  á  Fernando,  prime- 
ro de  este  nombre,  hijo  dé  Sancho  el  Grande  de 
'Navarra,  posesionado  de  las  dos  coronas  de  Castilla 
y  de  León,  heredada  esta  última  por  su  esposa  la 
princesa  doña  Sancha,  por  haberse  extinguido  en 
Bermudo  IlL  su  hermano,  la  línea  masculina  de  Al- 
fonso el  Católico,  y  adquirida  la  primera  por  extin- 
ción también  de  la  línea  varonil  de  los  condes  de 


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186  HISTORIA    DB   KSPAÑA. 

Castilla  y  por  herencia  de  otra  priacesst  castellana,  es- 
posa de  su  padce  Sancho,  viniendo  á  ser  de  este  mo- 
do dos  hembras  el  lazó  qae  unió  las  familias  de  Na- 
varra, Castilla  y  León,  la  base  y'  principio  de  la  uni- 
dad de  la  monarquía  española,  cuyo  complemento,  no 
obstante,  habrá  de  diferirse  todavía  siglos  enteros. 
.  ^  Quedaba  con  esto  don  Fernando  el  mas  poderoso' 
de  los  reyes  cristianos  de  España.  Y  si  bien  al  prin- 
cipio le  miraban  muchos  leoneses  con  alguna  desafee* 
clon,  nacida  del  natural  sentimiento  de  faltarles  la  an- 
tigua y  gloriosa  dinastía  de  sus  reyes  propios  y  de 
considerarle  de  algún  modo  como  estraogero  para 
ellos,  dedicóse  este  prudente  monarca,  después  de 
conquistada  la  ciudad,  á  conquistar  los  corazones  de 
sus  nuevos  subditos,  ya  gobernando  con  dulzura  y 
con  justicia,  ya  confirmándoles  los  buenos  fueros  que 
les  babia  otorgado  Alfonso  Y.,  ya  añadiendo  otros 
conformes  á  sus  costumbres,  ya  también  halagándo- 
los con  anteponer  en  algunos  diplomas  el  título  de 
rey  de  León  al  de  Castilla,  aunque  posterior  aquel  á 
este  respecto  á  su  persona.  A  pesar  de  esto,  avezados 
algunos  magnates  y  poderosos  á  revolucionarse  fácil- 
mente contra  sus  reyes  y  señores,  no  dejaron  de  dar- 
le algunas  inquietudes;  hay  quien  señala  entre  aque- 
llos al  conde  Lain  Fernandez:  pero  la  prudencia  y 
vigor  del  nuevo  monarca  redujeron  tales  conatos  á 
inútiles  tentativas,  y  el  orden  y  la  subordinación  se 
conservaron  en  ambos  reinos. 


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PAftñ  n.  LiBKo  I.  187 

Consagróse»  pues,  Fernando  en  los  primeros  años 
de  sit  reinado  á  moralizar  las  costumbres,  á  restau- 
rar las  antiguas  leyes  góticas,  á  organizar  su  antiguo 
y  nuevo  estado  y  á  cuidar  del  orden  y  la  disciplina 
cte  la  iglesia  ^^K  Sí  la  historia  no  nos  ha  trasmitido  las 
particulares  medidas  que  dicta  para  estos  objetos, 
hallárnoslas  como  compendiadas  en  el  concilio  de 
Coyanza  (hoy  Valencia  de  Don  Juan),  diócesis  de 
Oviedo,,  celebrado  por  este  monarca  en  unión  con  la 
reina  Sanchfi  en  t050,  y  con  asistencia  de  todos  los 
obispos,  abades  y  proceres  ó  magnates  del  reino,  ad 
restaurationem  nostrce  chrisiianitatis:  asamblea  á  la 
vez  religiosa  y  política'  como  las  de  Toledo  del  tiempo 
de  los  godos,  y  en  que  se  ordenaron  trece  cánones  ó 
decretos,  algunos  de  ellos  importantísimos  para  la 
historia,  relativos  unos  á  negocicis  eclesiásticos,  otros 
al  orden  político  y  civil  (^«  Notaremos  las  principales 
disposiciones  de  este  conciho. 

Mándase  en  el  primer  decreto  [título  que  se  dice 
eh  el  acta),  que  cada  obispo  desempeñe  conveoiente- 


(4)  Muchos  historiadores,  yeo-  de  Lugo  y  Cresconio  de  Compos- 
tre ellos  Mariana,  sopouen  á  este  tela.  No  siA^emos cómo  pudo  én- 
mooaroa  desde  los  primeros  anos  centrarse  aqui  el  de  Paraplooa. 
en  guerra  con  los  ¡úneles.  Esto  no  Habíalos  también  de  ciudades  ocu- 
se  coDforan  ni  con  las  historias  padas  todavía  por  los  árabes.  El 
árabes  ni  con  Iss  crónicas  cristia-  de  Huesca,  nombrado  en  el  acta 
oas  mas  antiguas.  .  Visocensis,    acaso  por  üsoensis, 

(2)    Los  obispos  que  asistieron  fué  probablemente  el  que  Ferre- 

fueron '  loa  siguientes:  Froilan  de  ras  tomó  por  de  Viseo,  deduciendo 

Oviedo,Diego  de  Astorga,  X^ipria-  de  aqui  que  el  concilio  de  Coyanza 

no  de  Leen,  Siró  de  Falencia ,  Go-  había  sido  posterior  á  la  conquista 

mez  de  Huesca,  Gómez  de  Cala-  de  esta  ciudad' por  Fernando,  que 

horra,  luán  de  Pamplona,  Pedro  es  error  manifiesto. 


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188  HISTORIA   DB   ESPAÑA. 

mente  su  minislerio  con  sus  clérigos  en  su  respectiva 
diócesis. 

Ordénase  en  el  segundo  que  todos  los  abades  y 
abadesas,  monjes  y  monjas  se  rijan  por  (a  regla  de 
San  Benito;  y  que  todos  con  sus  monasterios  estén 
sujetos  á  los  obispos.  * 

Él  tercero  sujeta  á  todas  las  iglesias  y  clérigos  á 
la  jurisdicción  episcopal,  quitando  á  los  legos  toda 
potestad  ó  autoridad  sobre  ellas.  Prescribe  el  servicio 
personal,  de  libros  y  ornamentos  que  hap  de  tener 
las  iglesias  y  los  altares:  da  reglas  para  el  sacrificio 
de  la  misa;  designa  cómo  han  de  vestirse  los  clérigos» 
mándales  llevar  siempre  la  corona  abierta  y  la  barba 
rapada,  les  prohibe  el  uso  de  armas  de  giíbrra,  y 
tener  en  su  casa  otra  muger  que  no  sea  madre,  her- 
mana, tía  ó  madrastra. 

Preceptúa  el  quinto  á  los  sacerdotes  que  no  vayan 
á  las  I^as  á  comer  sino  á  echar  su  bendición;  que 
los  clérigos  y  legos  convidados  á  comer  á  las  casas 
mortuorias  no  coman  el  pan  del  difunto  sino  haciefido 
alguna  obra  buena  por  su  alma,  y  dando  participa-, 
cion  á  los  pobres. 

En  el  sexto,  después  de  aconsejar  á  los  cristianos 
que  asistan  á  las  vísperas  los  sábados  por  la  tarde  y  á 
la  misa  los  domingos,  se  manda  que  no  andeú  por  los 
caminos  como  no  sea  para  enterrar  los  muertos,  visi- 
tar los  enfernios^  ó  por  orden  del  rey ,  ó  para  resis-^ 
tir  alguna  invasión  sarracena;  y  que  los  cristianos  no 


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PARTB  U.  LIBRQ  l/  189 

cohabiten  con  judios  ni  coman  con  ellos.  El  noveno 
exceptúa  á  los  bienes  de  lab  iglesias  de  la  ley  trienal 
de  la  prescripción»  y  el  duodécimo  devuelve  á  los  tem- 
plos el  derecho  de  asilo  en  conformidad  á  la  ley  gótica. 
Versan  los  sétimo,  octavo  y  decimotercero  sobre 
negocios  de  gobierno  político  y  civil.  Estos  dos  últi- 
mos son  de  especial  importancia  histórica.  aOrdena- 
mos,  dice  el  octavo,  que  en  León  y  sus  términos,  en  , 
Galicia,  en  Asturias  y  en  PortugaUse  juzgue  con  ar-« 
r^lo  á  lo  establecido  por  el  rey  Alfonso  para  los  ho- 
micidios, robos  y  todas  las  demás  caloñas.  En  Cas- 
tilla adminístrese  la  justicia  de  la  misma  manera  que 
en  los  dia^  de  nuestro  abuelo  él  duque -3ancho.v> — 
cMandamos,  dice  el  decimotercero,  que  todos,  gran- 
.des  y  pequeños,  no  solo  respeten  la  justicia  del  rey, 
sino  que  sean  fieles  y  rectos  como  en  los  tiempos  del 
señor  rey  Alfonso  y  se  rijan  de  la  misma^  manera  que 
entonces:  pero  los  castellanos  en  Castilla  sean  para  el 
rey  como  lo  fueron  para  el  duque.  Sancho.  El  rey 
por  su  parte  los  gobierne  como  el  mencionado  conde 
Sancho.  Y  confirmo  todos  aquellos  fueros  que  á  los 
moradores  de  León  otorgó  el  rey  Alfonso »  padre  de 
la  reina  Sancha  mi  esposa.  El  que  esta  nuestra  cons- 
titución quebrantare,  rey,  conde,  vizconde,  merino  ó 
sayón,  eclesliásticoó seglar,  sea  excomulgado,  etc.  ^^Ky^ 
Por  lo  decretado  en  esta  asamblea,  aparte  de  lo 

(4)    Agoirre,  GoUect.  Max.  Concil. 


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190  HISTORIA  DB  BS^AÑA. 

perteneciente  á  la  disciplina  eclesiástica,  se  ve  cómo 
el  monarca  garantía  y  confirmaba  á  cada  uno  de  los 
dos  estados  retiñidos  el  uso  y  ejercicio  de  sos  respec** 
ti  vos  privilegios  y  fueros»  dando,  a  t  propio  tiempo  tes- 
timonio del  respeto  que  le  merecían  asi  los  píkeblos 
como  los  reyes  sus  antecesores.  Pasó»  pues,  Fernán* 
,  do  el  primer  período  de  su  reinado  en  afianzar  la 
pacificación  interior  de  sus  reinos»  en  sofocar  las  ten* 
dencias  de  los  magnates  á  la  rebelión»  en  dictar  re* 
formas  para  el  clero»  en  establecer  las  bases  de  la 
legislación»  renovando  la  de  los  visigodos  y  agregan- 
do á  ella  la  que  las  nuevas  necesidades  de  sus  pue^ 
blos  exigían»  y  en  cuidar  ademas  con  la  solicitud  de 
padre  y  con  el  esmero  de  rey  dé  la  educación  de  sus 
hijos.  Eran  estos.  Urraca»  á  quien  babia  tenido  tres 
años  antes  de  su  advenimiento  al  trono  de  Léon;  San- 
cho, que  nació  en  el  mismo  año  de  su  coronación; 
Elvira  (en  latín  Geloira),  Alfonso  y  García.  A  cada 
uno  de  estos  hijos  procuraba  darle  la  educación  mas 
adecuada  á  su  edad  y  á  su  sexo»  con  arreglo  á  las 
costumbres  de  la  época  y  á  lo  que  el  estado  de  la  ilus- 
tración entonces  permitía;  á  las  hijas  haciéndolas 
instruir  en  las  labores  propias  de  mugares  y  en  los 
ejercicios  de  religión  y  de  piedad,  y  á  los  varones 
amaestrándolos  en  el  manejo  de  armas  y  caballos  y 
en  los  deberes  á  que  pudieraq  ser  llamados  algún  día. 
Fatalidad  fué  de  Fernando,  cQmo  lo  habia  sido 
de  los  Alfonsos  y  de  los  Ordeños,  y  lo  era  para  Espa- 


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PA«TBII/L1UD  I.  494 

ña,  tener  que  desnudar  el  acero  antes  contra  sus 
propios  deudos  y  hermanos  que  contra  los  enemigos 
naturales  de  su  patria  y  de  su  fé.  Por  desdicha  fué  ' 
asi,  y  esta  desdicha  pers^uirá. todavía  por  mucho 
tiempo  á  esta  nación  tan  heroica  como  desventurada. 
La  partición  de  reinos  hecha  por  Sancho  el  Grande 
de  Navarra,  sin  duda  con  mejor  intención  y  fé  que 
con  prudenda  y  tino,   y  que  muy  pronto  habia  co- 
menzado á  dar  amargos  frutos  con  las  funestas  disi- 
dencias  entre  los  hermanos  coherederos  de  Aragón  y 
de  Navarra,  prodújolos  aun  mas  amargos,  si  bien  algo 
mas  tarde,  entre  los  de  Navarra  y  Castilla.  Tiempo  ha- 
cia que  estaba  viendo  en  secreto  con  envidiosos  ojos 
el  rey  García  de  Navarra  una  tan  bella  porción  como 
la  de  los  dos  reinos  unidos  de  Castilla  y  León  en  manos 
de  su  hermano  Fernando.  Aunque  parecia  distraído  d^ 
este  pensamiento,  ocupado  como  se  hallaba  en  unión 
con  su  esposa  Estefanía  en  embellecer  con  grandes  edi- 
ficios y  suntuosos  templos  la  ciudad  de  Nájera,  que  ha* 
bian  hecho  córte  y  residencia  real,  no  por  eso  habian 
dejado  de  devorarle  la  ambición  y  los  celos,  pasiones 
de  que  tan  difícilmente  se  suelen  desnudar  los  prín- 
cipes, hasta  que  un  suceso  vino  á  ponerle  en  ocasión 
de  revelar  designios  que  habia  tenido  encubiertos  y 
en  tentación  de  cometer  un  acto  de  insidiosa  perfidia. 
Habiendo  enfermado  este  monarca,  creyóse  Fer- 
nando en  el  deber  fraternal  de  pasar  á  visitarle  á 
Nájera  (1053).  Mas  no  bien  hubo  ílegado^  sugirió  su 


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\%i  HISTORIA  DB  ESPAÑA. 

presencia  á  García  tentaciones  siniestras  contra  sa  her« 
mane,  y  aun  hubo  de  proceder  á  dar  órdenes  para  la 
ejecución  de  su  mal  pensamiento.  Con  todo;  no  debie- 
ron ser  tan  reservadas  que  de  ellas  no  se  apercibiese 
el  castellano*  lo  cual  le  movió  á  dejar  apresurada- 
mente aquella  mansión  y  volverse  á  sus  dominios  con 
la  fortuna  de  haber  prevenido  y  frustrado  oportuna- 
mente todo  criminal  intento  contra  su  persona.  Hizo 
la  casualidad  que  á  poco  tiempo  enfermara  á  su  vez 
Fernando;  y  García»  ya  restablecido,  quiso  volverte 
la  visita,  como  el  medio   mas  propio   para  disipar 
cualesquiera  sospecha  que  sobre  él  hubiera  podido 
concebir  su  hermano.  Grandes  pruebas  ó  gran  con- 
vencimiento debia  tener  Fernando  de  las  desleales 
intenciones  de  García,  cuando  procedió  á  ponerle  en 
prisión  y  á  encerrarle  en  el  castillo  de  Cea  ^^K  Mas 
habiendo  logrado  el  navarro  evadirse  de  la  prisión 
sobornando  á  la  guardia  encargada  de  su  custodia,  y 
ponerse  en  cobro  en  sus  estados,  rebosando  de  índíg-. 
nación  y  de  despecho  ya  no  pensó  en  mas  qUe  en 
hafter  guerra  abierta  á  su  hermano.  Comenzó  por  de- 
vastar á  mano  armada  las  tierras  fronterizas  del  de 
Castilla,  él  cual  por  su  parte  reunió  grande  ejército 


(1)  No  Coya,  como  escriben  proTincia  de  Leoo/pero  ha  come- 
Mariana,  Romey  y  otros.  Coya  es-  tido  al  mismo  tiempo  dos  graves 
té  en  Navarra,  cerca  de  Pamplona,  equivocaciones,  la  una  eo  suponer 
El  redactor  de  la  parte  histórica  acaecido  este  hecho  en  iOiO,  ha- 
del  Diccionario  de  Madoz  ha  apli-  hiendo  sido  en  4053,  y  la  otra  en 
cado  con  mas  acierto  este  suceso  llamar  al  rey  prisionero  Sancho 
á  la  villa  nombrada  Cea,  en  la  García,  siendo  García  Sánchez. 


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PAftTB  11.  UBEO  1.  193 

con  el  fía  de  castigar»  ó  por  lo  ineaosde  reprimir  se- 
mejantes agresiones.  Todavía,  sin  embargo ,  quiso 
emplear  los  medios  de  la  persuasión  para  ver  de  evitar 
un  formal  rompimiento  ,  y  despachó  á  García  perso- 
nas respetables  y  prudentes  que  le  recordaran  la 
sangre  común  que  por  las  venas  de  ambos  corria,  que 
le  hicieran  ver  cuánto  importaba  el  mantenimiento  de 
la  paz  entre  hermanos  ,  que  cada  cual  podia  vivir 
tranquilo  y  feliz  en  los  dominios  que  su  padre  les  ha* 
bia  señalado,  y  que  meditara  por  último  que  en  el 
caso  de  obstinarse  no  era  posible  que  sus  tropas/  in- 
feriores en  número  como  eran,  pudiesen  resistir  á  la 
muchedumbre  de  las  que  Castilla  tenia  dispuestas 
contra  él.  Desoyó  el  navarro  en  su  ciega  cólera  tan 
justas  y  racionales  proposiciones,  y  en  lugar  de  ve- 
nirse á  buenas  como  la  razón  y  la  conveniencia  le  dic- 
taban ,  cometió  el  atentado  de  hacer  prender  los  le- 
gados, si  bien  mudó  luego  de  propósito,  y  ponién- 
dolos en  libertad:  «Andad,  les  dijo  con  arrogancia,  id 
ahora  á  buscar  á  vuestro  señor,  que  cuando  yo  ven. 
za  á  este,  os  volveré  á  traer  prisioneros  como  ovejas 
de  un  rebaño.» 

Fiaba  García  en  el  valor  de  sus  navarros,  fiaba 
en  los  aliados  musulmanes  que  habia  logrado  atraer 
á  su  partido,  y  fiaba  en  que  él  mismo  era  tan  hábil 
general  como  soldado  valeroso.  Con  esta  confianza 
rompió  con  su  ejército  por  tierra  de  Burgos  en  busca 
de  su  hermano»  y  estableció  su  campamento  en  Ata-- 
Tomo  iv.  43 


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4  94  BISTOEU  M  UfhÜk. 

puerca,  á  cuatro  leguas  de  aquella  ciudad,  y  á  la 
vista  de  las  huestes  castellanas  que  acampaban  en 
aquel  valle.  Todavía  Fernando ,  mas ,  á  lo  que  es  de 
creer ,  por*  generosidad  y  nobleza  de  sentimientos 
que  por  temor ,  renovó  á  su  hermano  las  proposicio- 
nes de  paz,  y  aun  envió  á  su  campo  á  dos  venerables 
varones,  San  Ignacio,  abad  de  Oña,  y  Santo  Domingo 
de  Silos,  á  intento  de  ver  si  con  sus  santas  palabras 
hacian  desistir  de  su  temerario  empeño  &1  obstinado 
García.  Inútiles  fueron  también  ios  piadosos  esfuerzos 
de  tan  virtuosos  prelados*  El  malhadado  rey  de  Na- 
varra corría  desbocado  á  su  perdición  como  aquellos 
hombres  á  quienes  parece  arrastrar  á  su  ruina  un 
destiño  fatal.  Frustradas  todas  las  tentativas  de  ave- 
nencia por  parte  del  monarca  castellano,  la  batalla  se 
hizo  inevitable,  y  la  batalta  se  dio. 

Al  prímer  albor  de  la  mañana  (1  .""de  setiembre  de 
4054),  éntrela  confusa  gritería  de  ambas  huestes, 
mezcláronse. los  peleadores  y  se  cruzaron  con  Airor 
las  espadas.  En  el  calor  de  la  pelea  vióse  á  un  ancia- 
no  y  venerable  navarro  arrojarse  lanza  en  ristre, 
sin  casco  y  sin  coraza,  en  lo  mas  cerrado  de  las  filas 
enemigas,  como  quien  busca  desesperado  la  muerte, 
que' recibió  con  la  imperturbabilidad  de  quien  la  de- 
seaba. Era  el  ayo  del  rey  don  García,  el  que  le  habia 
educado  en  su  niñez,  que  después  de  haberle  exhor- 
tado con  enérgicas  razones  ¿  que  desistiese  de  aquella 
guerra,  viendo  la  ineficacia  de  sus  consejos»  no  qoiso 


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PARTB  II.  LIBRO  I.  195 

sobrevivir  á  la  pérdida  de  su  patria  y  á  la  muerte  de 
su  señor  que  preveía ,  y  se  anticipó  á  morir  como 
buepo,  Dna  cohorte  de  caballeros  leoneses,  antiguos 
allegados  al  rey  Bermudo,  y  particularmente  adictos 
á  la  causa  de  su  hermana  la  reina  doña  Sancha ,  de 
los  que  se  habian  hallado  en  la  batalla  de  Tamaron, 
se  abrieron  paso  con  sus  lanzas  á  través  de  Fos  dos 
ejércitos,  y  llegando  á  donde  se  hallaba  don  García 
rodeado  de  un  grupo  de  valientes  navarros,  se  pre«- 
cipitaron  sobre  ellos  v  los  arrollaron ,  derribando  de 
su  caballo  al  rey,  que  cayó  al  suelo  acribillado  de 
heridas.  Quedáronle  al  temerario  monarca  tan  sola- 
mente algunos  momentos  de  vida,  que  aprovechó  para 
confesarse  con  el  abad  de  Oña;  uno  de  los  dos  santos 
prelados  cuya  misión  de  paz  no  había  querido  escu- 
char anles  el  acalorado  rey  ^^\ 

Tal  fué  el  fruto  que  de  su  tenacidad  sacó  el  mo- 
narca navarro  García  Sánchez,  conocido  por  el,  de 
Nájera ,  en  los  campos  de  Atapuerca ,  que  la  tradición 
designa  todavía  hoy  con  el  nombre  de  campos  de  la 
Matanza.  Muerto  García ,  gritaron  victoria  los  caste- 
llanos, y  desalentáronse  y  huyeron  los  navarros  y  sus 


(4)    Hemos  tomado  la  relación  poro  ellos  y  la  reina  deseaban 

de  estos  sncesos  principalmente  venEar  con  sangre  la  que  él  había 

del  monge  de  Silos,  Chron.  n.  82  y  hecho  verter  á  Bermudo  en  los 

83,  con  la  cual  concuerda  Lucas  campos  de  Tamaron.  El  arzobispo 

de  Tuy.  Al  decir  del  Sileose,  Fer-  don  Rodrigo  lo  cuenta  con  algunas 

nando'de  Castilla  habla  manifes-  variantes,  ríos  merece  en  esto  mas 

tado  á  aquellos  caballeros  fu  de-  fé  el  Silense,  por  ser  escritor  coif- 

seo  de  qne  le  entregaran  vivo  mas  temporáneo. 


bien  qoe  muerto  i  su  hermano; 


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496  HUTOftlA  dbbspaKa. 

aQxiiiares.  Fernando  ordenó  qae  se  persigaíéra  á  los 
fugitivos  cristianos  de  modo  que  se  les  diera  tiempo 
para  salvar  sus  vidas:  los  sarracenos  auxiliares  quiso 
que  fuesen  tratados  con  todo  el  rigor  de  las  leyes  de 
la  guerra ,  y  los  que  no  fueron  acuchillados  quedaron 
cautivos.  Hizo  Fernando  recoger  y  trasportar  el  ca- 
dáver de  su  hermano  á  Nájera ,  y  enterróle  en  la  igle- 
sia de  Santa  María ,  edificada  y  dotada^por  él  ^^K  Pudo 
Fernando  después  de  esta  victoria  haberse  hecho 
acaso  sin  gran  dificultad  dueño  del  reino  de  Navarra: 
moderado  anduvo  en  haberse  contentado  con  Nájera 
y  con  los  pueblos  de  la  derecha  del  Ebro:  de  todo  lo 
demás  puso  él  mismo  en  posesión  á  su  sobrino  Sancho, 
el  primogénito  de  su  desventurado  hermano  García. 

Desembarazado  de  esta  guerra ,  y  deseando  ya 
medir  sus  armas  con  los  infieles,  regresado  que  hu« 
bo  el  victorioso  castellano  á  sus  antiguos  dominios, 
preparó  sus  huestes  para  la  campaña  que  emprendió 
la  primavera  siguiente  (1055),  pasando  el  Duero  y  el 
Termes ,  y  penetrando  en  las  provincias  de  la  Lusita- 
nia  ocupadas  por  los  musulmanes  ^^K  Apoderóse  desde 


(i)  Tuvo  el  rey  Garcia  Sánchez  vit.  Esto  unido  á  lo  que  antes  ha- 
ocho  hijoíif  cuatro  varones  y  cua-  bia  dicho  este  cronista,  que  «pasó 
tro  hembras:  Sancho,  Ramiro,  diez  y  seis  anos  sin  salir  de  los  lí- 
Fernando  y  Raimundo,  y  Urraca,  mites  de  su  reino  ni  emprender 
Ermesinda,  Jimena  y  Mayor.  La  nada  contra  estrenas  gentes,»  de- 
reina doña  Estefanía  sobrevivió  muestra  que  los  historiadores  es-* 
tres  años  y  medio  ¿  su  esposo.  pañoles,  Mariana,  Sandoval,  Fer- 

(2)    Mortuo    fratre,    dice    el  roras  y  otros  han  puesto  indebi- 

monge  de  Silos,  jam  securus  de  damonte  las  campañas  de  Fernán- 

patrta  reliquum  tempus  in  expug-  do  en  Portugal  antes  a  ue  la  guerra 

nandos  barbaros agere  decre»  con  su  hermano  García. 


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FAETB  II.  LIBRO  I.  197 

luego  por  asalto-de  la  fortaleza  de  Sena  (hoy  Cea)  en 
la  provincia  de  Beira.  Desde  allí  continaó  haciendo 
devastadoras  correrías  y  tomando  poblaciones,  sin 
darse  ni  dejar  mas  descanso  qae  el  que  el  rigor  de 
las  estaciones  le  obligaba  á  hacer ,  y  que  empleaba  en 
atender  á  los  negocios  interiores  de  su  reino.  Atre- 
vióse ya  en  1057  á  poner  sitio  á  Viseo »  ante  cuyos 
muros  una  flecha  fatal  habia  dado  treinta  años  hacía 
una  muerte  prematura  á  su  suegro  Alfonso  V.  de 
León.  Terrible  fué  la  resistencia  que  le  opusieron  los 
sitiados.  Aquellos  ballesteros  musulmanes  eran  tan 
diestros  y  certeros,  que  á  mas  de  no  errar  un  golpe 
de  saeta  arrojábanlas  con  violencia  tal ,  que  no  habia 
casco  ni  coraza  tan  dura  que  no  la  traspasaran ,  lo 
cual  obligó  á  los  sitiadores  á  armarse  de  triples  cora- 
zas y  de  escudos  forrados  de  madera.  Habíase  pro- 
visto también  Fernando  de  cuerpos  da  honderos. 
Merced  á  estos  medios  y  al  arrojo  de  los  castellanos 
la  plaza  fué  entrada  á  viva  fuerza ,  y  sus  habitantes 
y  defensores  ó  pasados  á  cuchillo  ó  hechos  cautivos. 
Entre  estos  últimos  se  hallaba  todavía  el  que  disparó 
el  mortífero  venablo  que  puso  fin  á  la  preciosa  vida 
de  Alfonso  Y.  Dicen  que  el  rey »  dfópues  de  sacarle 
los  ojoSf  le  hizo  cortar  ambas  manos  y  un  pie ,  ven- 
ganza que  querríamos  no  ver  ejecutada  por  un  prín- 
cipe cristiano,  pero  que  en  aquellos  y  aun  en  muy 
posteriores  tiempos  se  consideraba  y  aplaudía  como 
un  rasgo  de  celo  religioso  y  de  piadosa  y  jiasta  se- 


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498     .  HISTORIA   DB   ESPAÜA. 

veridad^^L  A  la  toma  de  Viseo  siguió  algunos  meses 
después  la  de  Lamego,  oiudad  situada  cerca  del  Due- 
ro ,  y  tenida  por  casi  inexpugnable  en  razón  á  sus 
elevados  muros.  Nada  arredró  á  los  castellanos  y 
leoneses  9  y  abierta  brecha  en  aquellas  altísimas  mu*- 
rallasy  posesionáronse  de  la  ciudad  matando  y  cauti* 
vando  según  costumbre.  Lo  mejor  de  los  despojos  fuá 
de  orden  del  piadoso  monarca  destinado  al  servicio 
de  las  iglesias  y  «de  los  pobres  de  Cristo,»  según  la 
espresion  de  la  crónica  ^^K 

Alentado  Fernando  con  estos  triunfos,  concibió  el 
proyecto  de  apoderarse  de  Coimbra.  Era  Coimbra  la 
ciudad  mas  importante  y  como  la  capital  de  todas 
aquellas  posesiones  musulmanas.  Para  prepararse  á 
tan  gloriosa  empresa  como  cumplido  y  fervoroso  cris- 
tiano pasó  el  rey  de  Castilla  á  visitar  el  sepulcro  del 
santo  apóstol  Santiago ,  á  quien  dirigió  por  espacio  de 
tres  dias  y  tres  noches  humildes  y  fervientes  oracio- 
nes implorando  por  su  intercesión  el  auxilio  divino  en 
favor  de  las  armas  españolas.  Hecho  esto ,  volvió  á 
poner  sitio  á  Coimbra  (enero  de  1058),  lleno  de  es- 
peranza  y  de  fé.  No  le  fué,  sin  embargo,  la  toma  de 
la  ciudad  tan  fácil  como  acaso  se  habría  imaginado. 
Costóle  siete  meses  de  asedio ,  al  cabo  de  los  cuales  el 
hambre  y  lapenuría,  á  lo  que  se  cree,  obligaron  á 


(4)    Moa.  Sil.ChroQ.  o.  83  y  86.    grada,  tom.  44.-»Ribeiro,  Disserl. 
(2)    Id.  n.  87.— Gbrou.  Gonim-    GhroQolog.  é  orit.  sobre  la  Uisto 
bric.  pág.  337.— 'Florez,  Esp.  Sa-    ria  de  Portugal,  t.  IV . 


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FAKTB  u.  uno  1.  4M 

Io6  sitiados  i  pedir  capitalacíon  {%^  de  julio),  qoe  •} 
monarca  cristiaDo  les  otorgó ,  fijándose  en  los  dos  días 
siguientes  las  condiciones  t  reducidas  á  que  los  babi* 
tantes  entregarían  la  plaza  al  monarca  cristiano,  sa« 
liendó  ellos  con  sus  mugeres  y  sus  hijos  y  el  dinero 
necesario  para  su  viage.  Fueron ,  no  obstante ,  mas 
de  cinco  mil  sarracenos  entregados  al  vencedor  en 
calidad  de  cautivos,  y  el  domingo  26  de  julio  hizo 
su  entrada  solemne  en  Goimbra ,  acompañado  de  la 
reina  doña  Sancha ,  de  los  obispos  de  Composlela^ 
Lugo,  Viseo  y  Mondoñedo,  y  de  otros  principales 
personages  ^^K 

Dueño  Fernando  de  Goimbra ,  encomendó  el  go- 
bierno de  la  ciudad  y  su  coiparca  á  un  tal  Sisnanda^ 
que  en  su  juventud  habia  sido  hecho  prisionero  en 
Portugal  por  Ebn  Abed  rey  de  Sevilla ;  en  cuya  ciu^ 
dad  habiajiegado  por  .su  mérito  y  sus  luces  á  obte* 
ner  de  tal  modo  el  favor  del  emir ,  que  ademas  de 
haberle  confiado  éste  importantes  cargos ,  vino  i  ha* 
cerle  su  mas  íntimo  consejero.  Habíase  puesto  después 

(4)    Cbroo.  Complut.  p.  346.^  Lo  cierto  es  que  eo  la  escritora  de 

MOD.  Silens.  o.  89.— Florez,  Enp.  Lorbaon  confirma  el  Cid,  siendo 

Sagr.  tom.  44.  p.  90  y  sigaieoles.  esta  la  primera  memoria  ferldi» 

OtrosdifiereDÍaconquistadeCoim-  qae  de  él  so  encoentra  (tom.  III., 

bra  basta  el  año  4064.— Los  anota-  pág.  2S0  nota).!  La  escritura  qoe 

dores  de  Mariana  en  la  edición  de  se  cita  es  de  una  gratificación  que 

Valencia  dicen:  «Las  antiguas  eró'  bizo  el  re?  á  los  mongos  da  Lor« 

nicas  cuentan  que  en  la  mezquita  baon  por  el  socorro  de  yi? eres  que 

mayor  de  Goimbra  después  de  su  le  suministraron  para  el  sitio  de 

purificación  fué  armado  caballero  G3imbra,  que  publicó  en  castalia* 

Rodrigo  Díaz  de  Vivar  llamado  el  oo  Sendo? al  en  los  Cinco  Asy^s, 

Cid,  por  el  rey  Fernando,  y  descri-  p.  42. 
hen  el  oeremoníal  de  esta  función. 


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200  BISTOEU  DI  BSPaAa. 

Sisnando  en  relaciones  t;on  el  rey  de  Castilla  y  de 
León  9  y  como  Sisnando  conocía  bien  la  religión ,  las 
costambres  y  la  lengua  de  los  árabes »  parecióle  al  rey 
á  propósito  para  gobernar  asi  á  los  cristianos  como  á 
los  musulmanes  que  quedaron  en  la  jurisdicción  y  dis- 
trito de  Coimbra ,  donde  les  permitió  seguir  viviendo 
bajó  ciertas  condiciones.  Sisnando  gobernó  sabiamen- 
te aquel  territorio ,  haciéndose  respetar  igualmente 
de  mahometanos  y  cristianos^  bajo  el  título  que  adop- 
tó de  alvasir ,  españolizando  el  vazzir  de  los  árabes. 
Bajo  la  administración  de  este  singular  personage  fué 
agrandada  y  embellecida  Coirnbra  con  magníficos 
monumentos. 

Fernando  volvió  á  dar  gracias  al  apóstol  Santiago 
por  el  feliz  éxito  de  su  empresa ,  y  regresando  á  León 
celebró  una  asamblea  de  magnates  para  deliberar,  al 
modo  que  lo  hizo  en  otro  tiempo  Ramiro  IL ,  á  qué 
punto  de  los  dominios  mahometanos  convenia  llevar 
la  guerra.  Tomado  él  competente  acuerdo»  salió  el 
ejército  cristiano  á  campaña  la  primavera  siguien- 
te (1059),  y  tomó  á  San  Esteban  de  Gormaz^  tan  dis- 
putada dos  siglos  hacía  por  musulmanes  y  cristi^inos, 
á'Vadoregio,  Aguílar  y  Berlanga.  Prosiguió  hacia 
Medinaceli,  destruyó  castillos  y  poblaciones,  derribó 
las  cabanas  ó  aduares  que.  tos  sarracenos  tenían  para 
proteger  y  gnardar  los  ganados ,  demolió  la  línea  de 
atalayas  que  de  trecho  en  trecho  habían  construido, 
pasó  la  frontera  de  Cantabria  (1060),  y  revolviendo 


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PARTB  II.   LIBRO  1.  201 

Otra  vez  hacia  el  reioo  de  Toledo,  traspuso  á  Somo- 
sierra,  taló  los  campos  de  Uceda  y  Talamanca,  reco- 
giendo rebaños,  cautivando  hombres ,  mugeres  y  ni- 
ños, llevando  lá  devastación  por  todas  partes,  y  no 
dando  reposo  ni  á  los  musulmanes  ni  á  sus  soldados. 
Guadalajara,  Alcolea,  Madrid,  todas  las  poblaciones 
musulmanas  situadas  en  los  valles  ó  á  las  márgenes 
del  Henares,  del  Jarama  y  «del  Manzanares  ,  fueron 
teatro  de  las  terribles  correrías  del  monarca  y  ejérci- 
to castellano,  que  por  último  puso  estrecho  cerco  á  la 
importante  ciudad  de  AI-Kalaa*en-Nahr  (altura  ó  for- 
taleza del  rio),  de  que  le  vino  el  nombre  que  hoy  tie- 
ne de  Alcalá  de  Henares. 

Habia  ya  el  rey  de  Castilla  desmantelado  á  hierro 
y  fuego  los  edificios  esteriores ,  ya  el  ariete  habia 
desmoronado  una  parte  de  sus  muros ,  cuando  en  ta^ 
aprieto  despacharon  los  sitiados  una  embajadas  al  rey 
de  Toledo,  que  lo  era  entonces  Al  Mamun  ,  suplicán- 
dole los  libertase  por  cualquier  medio  del  rudo  ene- 
migo que  en  tan  apretado  trance  los  tenia,  y  que  lo 
hiciese  pronto  si  no  quería  que  á  la  pérdida  de  Alcalá 
siguiese  la  de  todo  el  reino  de  Toledo.  Hecho  cargo 
Al  Mamun  del  peligro,  y  escuchando  los  consejos  de 
los  mas  prudentes ,  reunió  una  inmensa  cantidad  de 
oro  y  plata  acuñada,  telas  y  vestidos  riquísimos  ,  y 
habiendo  obtenido  un  salvoconducto  del  monarca 
cristiano  ,  pasó  muy  cortesmente  en  persona  al  cam- 
po del  rey ,  y  admitido  ,á  su  presencia  le  rogó  que 


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202  HISTORIA  DB  ESPaSa. 

aceptase  aquellos  presentes  y  que  levantara  mano  en 
la  devastación  de  las  fronteras  de  su  reino.  Aun  hizo 
roas  el  musulmán  toledano.  Para  mever  al  rey  de 
Castilla  á  que  dejase  mas  pronto  en  paz  sus  dominios, 
le  dijo  que  él  y  sus  estados  quedaban  desde  aquel 
momento  bajo  la  protección  y  amparo  del  monarca 
leonés.  Fernando  rsi  bien  no  confiaba  mucho  en  las 
palabras  del  sarraceno,  como  que  de  todos  modos  por 
ser  llegada  la  estación  fria  pensaba  regresar  á  sus 
dominios  •  aceptó  el  presente  y  la  oferta  »  y  volvió 
cargado  de  botin  á  Tierra  de  Campos  ,  como  en  otro 
tiempo  Alfonso  III.  se  habia  retirado  cargado  de  ri« 
quezas  de  debajo  de  los  muros  de  Toledo  (*^ 

Aprovechó  Fernando  aquel  período  de  reposo  de- 
dicándose á  las  mejoras  interiores  de  su  reino :  res- 
tauró á  Zamora,  arruinada  como  León  en  los  calami- 
tosos tiempos  de  Almanzor,  y  en  esta  última  ciudad 
reconstruyó  de  cal  y  canto  la  iglesia  de  San  Juan  Ban  - 
lista,  ya  reedificada  de  tierra  cuarenta  anos  antes  por 
Alfonso  V.  que  habia  hecho  colocar  en  ella  los  cuer- 
pos de  los  reyes  sus  predecesores.  Fernando,  á  rue- 
gos de  la  reina  Sancha,  que  tenia  especial  devoción  á 
este  templo ,  destinóle  también  para  panteón  suyo  y 


(i)    Este  ofrecimiento  de  Al  Ma-  Castilla,  ha  sido  sin  dada  el  que 

mun,  que  el  mooge  de  Silos  espre-  dio  ocasioo  á  algunos  escritores  é 

sa  eu  estos  términos:  se  el  reanum  suponer   que    Al    Mamun  habia 

iuwn  tum  poteitaii   eanm%sium  obrado  oomo  aliado  de  Fernando 

dedit^  y  que  parecía  constituirle  en  las  campafias  sucofti? sf. 
en  f  asalto  ó  tributario  M  rey  de 


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PAETE  II.  LIBEO  I.  206 

de  SQ  familia ,  y  dispaso  qae  fuesen  trasladadas  á  él 
l^^s  cenizas  de  su  padre  Sancho  el  Mayor  y  de  su  cu* 
nado  Bermudo.  Terminadas  estas  obras »  y  deseando 
el  piadoso  monarca  aumentar  la  devoción  del  pueblo 
á  aquel  privilegiado  santuario,  determinó  enrique- 
cerle con  las  reliquias  de  los  santos  que  existían  eo 
las  ciudades  dominadas  por  I03  inñeles.  Y  como  no 
esperase  adquirirlas  de  otro  modo  que  por  la  fuerza 
de  las  armas,  juntó  Fernando  poderoso  ejército ,  y  en* 
caminóse  con  él  por  fa  Extremadura  y  Lusitania  y 
entróse  por  tierra  de  Andalucía  esparciendo  la  devas- 
tación y  el  terror.  Intimidado  Ebn  Abed  el  de  Sevilla, 
de  quien  eran  los  estados  invadidos ,  y  á  quien  hemos 
visto  en  guerra  casi  incesante  con  los  de  Málaga  y 
Granada,  salió  al  encuentro  del  castellano  llevando 
consigo  ricos  presentes ,  que  ofreció  al  monarca  cris- 
tianó rogándole  los  aceptase  y  que  dejara  de  hostili- 
zar sus  tierras  y  subditos.  Consultó  Fernando  con  los 
prelados  y  principales  caudillos  la  respuesta  que  de- 
Beria  dar ,  y  como  estos  le  aconsejasen  que  usara  de 
mansedumbre  basta  con  los  enemigos  de  la  fé^  aceptó 
el  ofrecimiento  del  musulmán,  mas  no  sin  exigirle 
otro  tributo  de  bien  diferente  índole,  el  que  permi- 
tiera trasladar  el  cuerpo  de  la  santa  virgen  y  mártir 
Justa  que  desde  la  persecución  de  Qiocleciano  yacía 
en  aquella  ciudad.  Accedió  gustoso  Ebn  Abed  á  la 
demanda,  satisfecho  de  haber  conjurado  á  tan  poca 
costa  la  tempestad  que  le  amenazaba ,  y  hechas  laa 


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S04  BISTOEU  DB  BAPAÜA. 

paces  tornóse  Fernando  con  su  victorioso  ejército  á 
León  (1062). 

Desde  alli  despachó  á  Sevilla 'una  solemne  emba- 
jada »  compuesta  del  obispo  de  León  Alvito ,  de  Ordo- 
ño  de  Astorga,  del  conde  Munio  ó  Nuno,  y  de  otros 
dos  nobles  personages  llamados  Gonzalo  y  Fernando, 
con  buena  escolla ,  para  que  llevasen  á  ejecución  lo 
pactado  con  Ebn  A'bed.  Presentáronse  estos  ilustres 
comisionados  al  rey  musulmán ,  el  cual  les  dijo  que 
en  efecto  se  acordaba  de  lo  ofrecido ,  pero  que  era  el 
caso  que  el  cuerpo  de  la  mártir  Justa  no  se  encontra- 
ba. Vanas  fueron  también  las  diligencias  y  pesquisas 
que  por  hallarle  hicieron  los  enviados  cristianos,  lo 
que  les  dio  no  poco  desconsuelo.  Cuentan  que  en  tal 
aflicción  el  obispo  Alvito  exhortó  á  sus  compañeros  á 
que  por  tres  dias  consecutivos  de  ayuno  y  oraciones 
procurasen  mover  á  Dios  á  que  no  hiciese  inútil  su 
piadoso  viage ,  revelándoles  dónde  se  ocultaba  el  sa- 
grado tesoro  qu$  iban  buscando.  Parecióles  bien  el 
pensamiento,  y  practicáronlo  asi  los  enviados  del  rey.- 
La  crónica  añade  que  las  tres  noches  se  le  apareció  en 
sueños  al  venerable  Alvito  on  hombre  con  una  respe- 
table cabellera  blanca ,  ceñida  su  frente  con  la  mitra 
episcopal ,  que  con  gran  magostad  y  dulzura  le  dijo: 
«Sé  que  el  intento  con  que  tú  y  tus  compañeros  ha- 
béis venido  es  el  de  llevar  el  cuerpo  de  la  bienaventu* 
rada  mártir  Justa.  Mas  ten  por  cierto  que  la  voluntad 
de  Dios  es  que  las  reliquias  de  la  santa  queden  aqui 


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PAETB  U.  UBRO  I.  205 

para  consuelo  y  amparo  de  esta  ciudad.  Sin  embar- 
go ,  no  quiere  la  bondad  divina  que  os  volváis  con  las 
manos  vacías  á  vuestra  patria ,  pues  desde  ahora  os 
concede  mi  propio  cuerpo;  tomadle  pues,  y  llevadle 
á  la  corte  de  León,»  Preguntó  entonces  Alvito  á  aquel 
venerable  prelado  quién  era,  y  él  respondió:  «Yo 
soy  el  doctor  de  las  Espafias ,  Isidoro ,  que  fui  en  oiro 
tiempo  obispo  de  esta  ciudad.»  Y  dicho  esto,  desapa- 
reció el  santo  anciano  con  toda  la  magostad  y  claridad 
que  traia.  Dicen  también  que  en  la  segunda  aparición 
señaló  el  santo  obispo  el  lugar  donde  estaba  su  sepul- 
cro hiriendo  la  tierra  tres  veces  con  el  báculo  que 
llevaba ,  y  que  en  conñrmacion  de  ser  verdad  cuanto 
^  decia  pronosticó  á  Alvjto  que  hallado  el  sepqlcro  y 
sacadas  las  reliquias ,  le  atacaría  una  enfermedad ,  la 
cual  á  los  poQOs  dias  le  enviarla  á  participar  con  él  de 
la  corona  de  la  gloria  ^^K 

Todo ,  dice  la  crónica ,  se  verificó  tal  como  el  ve- 
nerable  prelado  godo  lo  habia  revelado  al  de  León. 
La  caja  de  enebro  en  que  reposaban  los  restos  de  San 
Isidoro  fué  halfada  en  el  sitio  por  él  indicado,  llenan- 
do de  suavísima  fragancia  á  todos  los  circunstantes 
como  si  hubiera  caido  sobre  ellos  un  blando  rock)  de 

.    (4)    Bt  moDge  de  SiIo9,  que  fué  tomen  qui  interfuere  prolata,* 

el  primero. que  dos  trasmitió  la  '(Cuento,  esclama  otra  vez,  cosas 

historia  de  este  glorioso  y  eelraño  maravillosas,  pero  que  recuerdo 

suceso,  interrumpe  vanas  veces  haber  oído  á  los  mismos  que  las 

su  narraciOQ  para  decir:  «Hablo  presenciarou:  mira  loquoTy  ab  his 

cosas  prodigiosas,  pero  contadas  tamen,  qui  interfuere,  me  remir- 

por  los  mismos  que  intervinieron  niecor-  audisse,^   Véase  también 

en  ellas:  9tupenda  loquoi-,  ab  hi9  Risco  en  la  Vida  de  San  Alvito. 


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800  H19T0EIA   DB   ESPAÑA. 

bálsamo ;  el  obispo  Alvito  murió  á  los  siete  dias  en 
Sevilla  9  después  de  recibir  los  santos  sacramentos  y 
de  haber  encomendado  la  traslación  del  santo  cuerpo 
á  sus  compañeros.  Obtenida,  pues,  la  venía  del  so- 
berano musulmán»  fueron  las  sagradas  reliquias  del 
Santo  Isidoro,  junto  con  el  cuerpo  del  obispo  Alvito, 
trasladadas  á  León,  donde  el  rey  Fernando  les  tenia 
ya  preparado  un  recibimiento  solemne  y  pomposo,  y 
aun  él  mismo  con  la  reina  y  sus  hijos,  seguido  del 
clero  y  el  pueblo  salió  de  la  ciudad  en  procesión  á 
recibir  los  sagrados  cuerpos.  El  de  San  Isidoro  fué  de- 
positado en  la  iglesia  de  San  Juan  Bautista,  que  des- 
de aquel  día  tomó  el  nombre  y  advocación  de  aquel 
santo,  y  el  del  obispo  Alvíto  lo  fué  en  la  de  Santa 
María  de  Regla.  El  dia  de  la  ceremonia  el  rey  agasa- 
jó con  un  banquete  á  todo  el  clero  leonés ,  en  el  cual 
para  dar  un  testimonio  público  de  humildad  y  de  de- 
voción ,  él  mismo,  la  reina  y  los  príncipes  sus  hijos 
sirvieron  á  los  convidados  á  la  mesa ,  haciendo  los 
oficios  no  solo  de  domésticos  ó  criados ,  sino  los  re- 
servados á  los  esclavos  de  ambos  sexos  que  se  cogían 
en  la  guerra.  Acaeció  el  ruidoso  suceso  que  acabamos 
de  referir  en  diciembre  de  1063  ^^K 

Con  motivo  de  la  ''ceremonia  de  la  traslación  de 

(4)    Pueden  verse  las  Actas  de  y  trueca  á  cada  paso  lastiraosa- 

esta  traslación  publicadas  por  el  mente  la  cronología,  pone  el  su? 

maestro   Florez.— Mariana,    que  ceso  de  la  traslación  del  cuerpo 

ademas  de  sus  muchos  errores  de  San  Isidoro  antes  del  concilio 

históricos  en  esta  época,  confunde  de  Coyanza  celebrado  en  4050. 


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PAETB  11.   LIBIO  I.  207 

las  reliquias  de  la  lumbrera  de  la  iglesia  goda  San 
Isidoro  t  habían  acudido  á  León  los  principales  perso- 
nages  de  ambos  reinos ,  y  aprovechando  esta  ocasión 
el  piadoso  rey  don  Fernando,  y  sintiéndose  ya  en 
edad  avanzada ,  reunió  una  asamblea  mas  política  qae 
religiosa »  á  fin  de  repartir  el  reino  entre  sus  hijos, 
para  qae  á  su  nraerte  pudieran  vivir  con  tranquilidad 
y  en  buena  armonía.  En  esta  distribución,  en  que  tal 
vez  se  propuso  imitar  á  su  padre,  no  considerando 
bien  los  males  y  excisiones  que  aquella  habia  ocasio- 
nado entre  los  hermanos,  adjudicó  á  Alfonso,  que 
aunque  no  era  el  mayor  era  á  quien  amaba  con  pre« 
ferencia,  todo  el  reino  de  León  con  los  Campos  Góticos 
ó  Tierra  de  C4ampos;  á  Sancho,  que  era  el  prímogé-- 
nito,  le  dio  el  reino  de  Castilla ;  hizo  rey  de  Galicia 
á  García,  el  mas  joven  de  todos;  á  Urraca,  su  hija 
mayor ,  le  confirió  en  dominio  absoluto  la  ciudad  de 
Zamora,  y  á  Elvira  la  de  Toro ,  ambas  sobre  el  Duero, 
con  todos  los  monasterios  de  su  reino  para  que  pudie- 
sen vivir  en  el  celibato  hasta  concluir  sus  días  ^^K 

Decoró  el  piadoso  monarca  con  lujo  y  esplendidez 
ía  iglesia  ya  dicha  de  San  Isidoro;  pasábase  en  ella 
muchas  horas  en  oración ,  y  solia  mezclar  su  voz  con 
las  de  los  sacerdotes  que  cantaban  las  alabanzas  divi- 
nas. Cuando  iba  al  monasterio  de  Sahagun  asistía  con 
los  mongos  al  coro ,  y  mas  de  una  vez  tomó  humilde^ 

(i)    Mon.  Si).  CbroD.  d.  403.— Pelag.  Orel.  Gbroo. 


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208  H18T0EU  DB  BSPlftA. 

mente  asiento  con  ellos  á  la  hora  de  la  refección ,  par- 
ticipando como  si  fuese  otro  monge  de  la  vianda  pre- 
parada para  la  comunidad  ^^K  Su  mano  liberal  estaba 
siempre  abierta  para  socorrer  á  sacerdotes  y  clérigos, 
á  las  vírgenes  consagradas  á  Dios,  y  en  general  á 
iodos  los  pobres  cristianos  menesterosos. 

Réstanos  hablar  de  la  última  campaña  contra  ios 
infieles  con  que  este  gran  monarca  terminó  su  glorío- 
so  reinado.  Era,  por  el  cotejo  de  las  historias  árabes 
y  españolas,  el  ano  1064,  cuando  penetró  Fernando 
con  su  ejército  en  la  antigua  provincia  Celtibérica, 
infundiendo  nuevamente  el  terror  en  los  sarracenos, 
talando  campiñas,  saqueando  lugares,  incendiando  y 
destruyendo  cuanto  encontraba  fuera  de  las  ciudades 
amuralladas,  llegando  en  su  escursion  delante  de  la 
ciudad  de  Valencia.  Gobernaba  éste  reino  el  débil 
Abdelmelik  Almudhaffar ,  hijo  de  Abdelaziz ,  ó  por  me- 
jor decir ,  le  gobernaba  en  su  nombre  su  pariente 
Al  Mamun  el  de  Toledo.  Sitiáronla  los  castellanos  y 
leoneses.  Un  dia  fingieron  estos  levantar  el  sitio  como 
quienes  se  retiraban  convencidos  de  su  impotencia 
para  conquistar  la  ciudad.  Cayeron  los  valencianos 
en  el  lazo ,  y  haciendo  una  salida ,  vestidos  con  sus 

(1)    Cuenta  el  Silense  que  en  rompió  on  mil  piezas.  Entonces 

ano  de  estos  dias,  habiendo  ben-  llamó  á  uno  de  sus  pages,  y  lo 

decido  el  abad  en  las  ánforas  el  mandó  llevarla  copa  de  oro  en  que  > 

vino  que  se  habia  de  serrir  ala  él  bebía  ordinariamente,  y  ponién- 

mesa,  según  co'stumbre,  hizo  pr&-  dola  sobre  la  mesa  la  regaló  á  los 

tentar  al  rey  una  copa  de  aguel  padres  en  reemplazo  de  la  que 

vino.  El  rey  la  dejó  caer  por  des-  había  roto, 
cuido»  y  como  «ra  de  cristal  se 


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PAETB   II.  LIBEO  I.  209 

trages  de  gala  como  si  fuesea  á  divertirse  con  el  ejér- 
cito  cristiano,  dieron  en  la  emboscada  que  Fernando 
astutamente  les  había  preparado  cerca  de  Paterna »  y 
acometidos  de  improviso  por  los  cristianos,  gran  n&- 
mero  de  ellos  fueron  acuchillados,  siendo  bastante  afor- 
tunado su  rey  Abdelmelik  para  salvarse  por  la  fuga  ^*K 
Volvió  Fernando  después  de  este  triunfo  á  estrechar 
el  cerco  de  Valencia,  y  estaba  á  punto  ya  de  tomarla, 
cuando  hizo  la  mala  suerte  que  le  acometiera  una  en- 
fermedad que  le  obligó  á  retirarse  otra  vez  á  León, 
donde  no  mucho  antes  habia  hecho  que  fuese  trasla  - 
dado  el  cuerpo  del  mártir  San  Vicente,  hermano  de  las 
santas  Sabina  y  Cristeta  que  se  hallaban  en  Avila. 

Llegó,  pues,  Fernando  á  León  un  sábado,  24  de 
diciembre  de  1065.  A  pesar  de  su  quebrantadísima 
salud  su  primera  visita  fué  al  templo  de  San  Isidoro, 
donde  arrodillado  ante  los  sepulcros  de  los  santos 
mártires  hizo  fervorosa  oración  á  Dios  por  su  alma. 
De  alli  pasó  al  palacio  á  reposar  algunas  horas.  A  la 

(\)  De  ^sta  sorpresa  de  Pater-    Fernando,  segan  en  el  anterior 
na     de  qoe  no  hablan  nuestras    capítulo   expusimos.    Asi,    pues, 
crónicas,  nos  ha  dado  noticia  el    según  Ibn-Bassán,  el  escritor  mas 
árabe  ibn-Bassftn,  escritor   con-    iomediato  á  los  sucesos  que  se  co- 
temporáneo,  MS.  de  Gotba,  cita-    noce,  Al  Mamun  oo  fué  a  Valencia 
do  por  Dozy*— A  la  nueva  de  este    como  aliado  de  Fernando,  que  es 
desastre  fué  cuando  acudió  Al  M a-    lo  que  se  babia  creído  hasta  abo- 
mun  el  de  Toledo  á  Cuenca  á  pro-    ra,  sino  como  protector  de  Abdel- 
teger  á  su  pariente  Abdelmelik,  y    melik,  aunque  la  ambición  le  con- 
considerándole  poco    hábil  para    virtió  pronto  de  auxiliar  en  usur- 
defender  la  ciudad  contra  tan  po-    pador  de  su  reino. — Almakari  ha- 
deroso  enemigo  como  Fernando,    ola  también  de  la  batalla  de  Pa- 
lé depuso  y  encerró  en  la  fortale-    terna,  qne  indica  igualmente  Bbn 
za  de  Cuenca,  alzándose  con  su    Hayan, 
reino  luego  que  levantó  el  sitio 

Tomo  iv.  i* 


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240  ttlSTOElA  DB  BSPASa. 

medía  noche  se  hizo  conducir  otra  vez  á  la  ¡glesiat 
donde  asistió  á  la  misa  solemne  de  la  natívidad  del  Se- 
ñor, y  después  de  haber  comulgado  hubo  que  llevarle 
en  brazos  á  su  lecho.  A  la  mañana  siguiente  al  apun- 
tar el  didy  presintiendo  cercano  su  fín^  convocó  á  los 
obispos,  abades  y  religiosos  de  la  corte  para  que 
fortificasen  su  espíritu  en  aquel  trance  supremo,  y 
todavía  otra  vez  se  hizo  trasportar  al  templo  en  com-* 
pañía  de  aquellos  venerables  varones »  revestido  de 
todas  las  insignias  reales.  Alli  arrodillado  ante  el  al- 
tar de  San  Juan,  alzando  los  ojos  al  cielo ,  pronunció 
con  voz  clara  y  serena  estas  memorables  palabras: 
«Vuestro  es  el  poder,  Señor,  vuestro  es  el  reino,  vos 
sois  sobre  todos  los  reyes ,  y  todos  los  imperios  del 
cielo  y  do  la  tierra  están  sujetos  á  vos.  Yo  os  devuel* 
vo,  pues,  el  que  de  vos  he  recibido,  y  que  he  con- 
servado todo  el  tiempo  que  ha  sido  vuestra  divina  vo- 
luntad. Ruégeos,  Señor,  os  digneis  sacar  mi  alma  de 
los  abismos  de  este  mundo  y  recibirla  en  vuestro 
seno.»  Y  dicho  esto,  se  desnudó  del  manto  real,  se 
despojó  de  la  corona  de  piedras  preciosas  que  cenia 
su  frente,  y  recibiendo  el  oleo  santo  de  mano  de  ios 
obispos,  trocó  el  manto  por  el  cilicio  y  la  diadema 
por  la  ceniza,  y  prosternado  y  con  lágrimas  imploró 
la  misericordia  del  Señor,  á  quien  entregó  su  alma  á 
la  hora  sesta  del  tercer  dia  de  pascua,  fiesta  de'  San 
Juan  Evangelista*  Tal  fué  y  tan  ejemplar  y  envidiable 
la  muerte  del  primer  rey  de  Castilla  y  de  León,  á  los 


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PAaTB  11.  LIBRO  l« 


211 


28  anos  y  medio  de  haber  ceñido  la  segunda  corona, 
cerca  de  31  de  haber  llevado  la  primera.  Fué  enter- 
rado en  el  panteón  de  la  iglesia  de  San  Isidoro  que 
él  había  hecho  construir  ^^\ 

Bajo  el  cetro  vigoroso  de  Fernando  I.  adquirieron 
gran  preponderaucia  los  reinos  cristianos  de  Castilla 
y  de  León  9  y  su  reinado  preparó  la  gloria  de  los 
siguientes.  Con  justicia,  pues,  es  llamado  Fernando 
el  Magno  el  que  fué  uno  de  los  príncipes  mas  glorio- 
sos que  cuenta  la  España  ^^K 


(4)  Mon.,  Sil.,  CbroD.  n.  106. 
«-Tepes,  Goron.  de  la  orden  de 
San  Benito. — Sandoval ,  Cinco 
Beyes.— Floreí,  Esp.  Sagp. ,  y 
mncbos  otros.— La  Beina  doüa 
Sancha,  señora  no  menos  piadosa, 
prudente  y  amable  que  su  marido, 
le  sobrevivió  solo  dos  años,  y  fué 
enterrada  también  en  la  misma 
iglesia  de  San  Isidoro  al  lado  de  su 
esclarecido  esposo,  como  se  ve 
por  los  epitafios  grabados  en  sus 
tnmbas. — ^Anales  Complut.,  Com- 
poste!,  y  Toledanos. 

(i)  Hemos  omitido  el  invero- 
simif  é  infundado  suceso  que 
eueota  la  Crónica  general  y  adop- 
tó de  lleno  Mariana  (1.  IX.,  c.  5.), 
de  la  reclamación  que  en  tiempo 
de  este  rey  hicieron  el  papa  y  el 
emperador  de  Alemania  para  quo 
Castilla  se  reconociera  feudataria 
de  aquel  imperio,  de  las  cortes 
que  para  deliberar  sobre  esto  ex- 
traño negocio,  dice,  reunió  el  rey 
Fernando,  del  razonamiento  que 
en  ellas  hizo  el  Cid,  de  la  resolu- 
ción que  á  consecuencia  de  su 
discurso  se  lomó,  del  ejército  de 
diez  mil  hombres  que  al  mando  de 


Rodrigo  de  Vivar  pasó  á  Francia, 
de  la  embajada  que  aquel  recibió 
en  Tolosa,  del  asiento  qee  allí  se 
hizo  para  libertar  á  España  del 
pretendido  feudo,  etc.,  por  eetar 
ya  reconocido  y  probado  de  fabu- 
loso todo  este  conjunio  de  bellas 
invenciones  por  los  mejores  críti- 
cos. Perreras  dijo  ya:  «Esta  pre- 
tensión no  es  mas  que  cuento, 
porque  yo  no  he  hallado,  ni  en  los 
escritores  germánicos,  ni  en  otros 
de  aquella  edad  rastro  de  tal  in- 
tento, etc.»  Los  ilustradores  de 
la  edición  de  Valencia  dijeron 
también  hablaifdo  de  lo  mismo: 
cPero  nuestros  historiadores  mas 
atinados  han  desechado  como  fin- 

Sida  (oda  esta  narración.)^  T  el 
octor  Sabau  y  Blanco  dice  con  su 
acostumbrado  desenfado  sobre  es- 
te capítulo  de  Mariana:  «Todo  este 
cuento  es  tomado  de  la  Crónica 
oeneral  de  Espafia,  que  no  tiene 
fundamento  en  ningún  autor  que 
merezca  fé.  Ninguno  de  los  escri- 
tores de  este  tiempo  hace  mención 
de  semejante  suceso;  y  asi  debe 
despreciarse  teda  esta  narración, 
de  Mariana  como  fabulosa.» 


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CAPITULO  XXIII. 

LOS  HIJOS  DE  FERNANDO  EL  MAGNO» 

SANCHO,  ALFONSO  T  GARCÍA. 

Be  1066  A  1086. 

Jttioto  de  la  distribucioa  de  reíDOS  que  hizo  Fernando  1.  de  Castilla  en 
fU8  tres  hijos.— Guerra  de  Sancho  de  Castilla  con  sus  primos  Sancho 
de  Aragón  y  Sancho  de  Navarra  y  su  resultado.^Despoja  Sancho 
de  Castilla  i  sus  dos  hermanos  Alfooso  y  Garcia  de  los  reinos  do 
León  y  Galicia.— Aventuras  de  Alfonso  VI.  de  León.— Su  prisión** 
toma  el  hábito  religioso  en  Sahagun:  se  refugia  á  Toledo,  y  vive  en 
amistad  con  el  rey  musulmán.— Quita  Sancho  la  ciudad  de  Toro  á 
su  hermana  Elvira.- Sitia  en  Zamora  á  su  hermana  Urraca. — ^Mue- 
re Sancho  en  el  cerco  de  Zamora.— Traición  de  Bellido  Dolfos.— b' 
Cid. — ^Es  proclamado  Alfonso  rey  de  Castilla,  de  León  y  de  Galicia. 
—Juramento  que  le  tomó  el  Cid  en  Burgos.— Alianza  de  Alfonso  VL 
con  Al  Mamun  el  de  Toledo.— Toman  juntos  á  Córdoba  y  Sevilla.— 
Piérdense  otra  vez  estas  dos  ciudades. — Muerto  de  Al  Mumun.—  . 
Resuelve  Alfonso  la  conquista  de  Toledo.— Alianza  con  el  de  Sevilla. 
—Ofrece  este  su  hija  Zaida  al  monarca  leonés  y  la  acepta.— Rindese 
Toledo  al  rey  de  Castilla.— Capitulacion.-Entrada  de  Alfonso  en 
Toledo.— Concilio.— Primer  arzobispo  de  Toledo.— Conviértese  la 
mezquita  mayor  en  basnica  cristiana.— Cambio  en  la  situación  de 
los  dos  pueblos  cristiano  y  musulmán. 

El  ejemplo  vivo  y  recieQte  de  lo  funesta  que  ha- 
bla sido  la  parlicioa  de  reinos  hecha  por  Sancho  el 
Mayor  de  Navarra»  ejemplo  cuyas  consecueacias  fa* 


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^AETB  II.  LIBEO  U  213 

tales  había  experimeotado  eo  sí  misAo  su  hijo  Fer- 
nando, no  sirvió  á  esle  de  escarmiento,  é  incurrió« 
como  hemos  visto,  en  el  propio  error  de  su  padre, 
rompiendo  la  unidad  apenas  establecida,  y  snbdiví* 
diendo  las  dos  coronas  de  Castilla  y  León,  unidas  mo- 
mentáneamente, en  sus  sienes,  entre  sus  tres  hijos 
Sancho,  Alfonso  y  García,  en  los  términos  que  en  el 
anterior  capítulo  dejamos  espresados.  Creyó  sin  duda 
Fernando,  y  tal  debió  ser  su  propósito  y  buen  deseo 
como  acontecería  á  su  padre,  dejar  de  aquella  manera 
mas  contentos  á  sus  hijos,  prevenir  los  efectos  de  la 
envidia  y  de  la  ambición  entre  ellos,  y  acaso  se  per- 
suadió también  deque  distribuido  el  reino  en  pequeños 
estados,  cada  soberano  podría  regir  con  mas  facilidad 
el  suyo  ó  sostenerlo  con  mas  energía  contra  los  sarra- 
cenos ó  dilatar  cada  cual  con  mas  fuerza  de  acción 
sus  respectivas  fronteras.  Si  tal  pensamiento  tuvo, 
pudo  mas  en  él  el  buen  deseo  que  la  lección  práctica 
de  la  esperiencia,  y  mostróse  poco  conocedor  del  co- 
razón humano.  Faltaba  por  otra  parte  todavía  el  co- 
nocimiento y  fijación  de  la  sabia  ley  de  la  primogeni- 
tura  para  la  sucesión  al  trono.  Lo  cierto  es  que  la 
partición  de  reinos  de  Fernando  encerraba,  como 
vamos  á  ver,  el  germen  de  guerras  tan  mortíferas 
entre  sus  hijos  como  las  que  antes  había  ocasionado  la 
distribución  de  su  padre  Sancho  de  Navarra. 

Bien  le  previeron  algunos  nobles  leoneses,  y  en- 
tre ellos  principalmente  el  prudente  y  experimentado 


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214  UISTQRIA   DB   ESPAlfA* 

Arias  Gonzalo,  los  coates  habian  intentado  persuadir 
al  rey  qoe  revocase  aquella  división.  No  escuchó  el 
monarca  el  consejo,  y  en  conformidad  á  su  determi- 
nación el  mismo  dia  de  su  muerte  fueron  proclamados 
Sancho  rey  de  Castilla,  Alfonso  de  León,  y  García  de 
Galicia  y  Portugal.  Aunque  descontento  y  quejoso 
Sancho,  ya  porque  viese  mas  favorecido  en  la  par- 
lija  á  su  hermano  Alfonso,  ya  porque  como  pri-> 
mogénilo  se  creyera  con  derecho  á  toda  la  herencia 
de  su  padre,  no  hubo  todavía  rompimiento  entre  los 
hermanos,  ni  se  turbó  su  aparente  concordia  en  algún 
tiempo,  acaso  porque  supo  mantenerlos  en  respeto 
su  madre  doña  Sancha,  señora  de  gran  juicio  y  pru*^ 
dencia:  por  lo  menos  estuvo  reprimida  su  envidia  y 
DO  se  manifestó  en  abierta  hostilidad  hasta  que  mu* 
rió  la  reina  madre  en  1067. 

Mas  no  estuvo  etílretanto  ocioso  el  genio  turbu* 
lento  y  activo  de  Sancho.  Llamóle  su  ambición  hacia 
otra  parle,  y  esto  contribuyó  también  á  que  dejara 
algún  tiempo  en  paz  á  sus  hermanos.  Reinaban  en 
aquel  lietnpo  en  Aragón  y  Navarra  otros  dos  Sanchos, 
primo-hermanos  del  de  Castilla;  el  de  Aragón  hijo 
de  su  tio  don  Ramiro,  y  el  de  Navarra  hijo  de  su  tio 
don  García  <*> :  reinando  de  este  modo  simulláneamen- 

(4)    A  su  tiempo  reclíficuremos  tilla,  habiendo  muerto  aquel  en 

á  Mariana,  Romey,  y  otros  bisto-  1063.  Notaremos  también  enton* 

fiadores,  que  difieren  la  muerte  ees  la  grave  equivocación  en  que 

de  Ramiro  I.  do  Aragón  basta  el  incurrió  el  juicioso  y  docto  Zurita 

año  de  1067  y  le  bacon  reinar  al  en  este  punto,, 
mismo  tiempo  que  Sancbo  de  Gas- 


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PAfiTB  II.   LIBRO  1.  215 

te  tres  Sanchos  en  Aragón,  Navarra  y  Castilla;  coin- 
cidencia que  ha  podido  dar  lugar  á  confusión  y  equi« 
vocaciones  históricas»  y  sobre  lo  cual  repelimos  lo  que 
acerca  de  la  identidad  de  nombres  díjimo3  en  el  pri- 
mer Yolámen  de  nuestra  obra  ^*K  En  tanto  que  el  de 
Castilla  encontraba  ocasión  para  arrancar  á  sus  her-- 
manos  la  herencia  de  su  padre,  ensayóse  en  otra  em« 
presa,  que  fué  la  de  querer  privar  á  su  primo  el  de 
Navarra  de  la  parte  que  Fernando  mismo  le  habia  Te- 
conocido.  Pero  el  navarro  y  el  aragonés,  conocedores 
sin  duda  del  genio  codicioso  del  de  Castilla,  habíanse 
confederado  ya  para  impedir  todo  atentado  que  con* 
tra  sus  dominios  intentase,  y  cuando  aquel  pasó  el 
Ebro  encontráronle  los  dos  aliados  en  la  llanura  en 
que  se  fundó  mas  adelante  la  ciudad  de  Viana,  lia* 
mada,  dice  un  moderno  historiador  navarro  ^^\  el 
Campo  de  la  verdad^  «porque  de  muy  antiguo  esta- 
ba destinado  para  los  combates.de  los  nobles  en  desa- 
fio, que  creian  encontrar  la  verdad  y  la  razón  en  la 
fuerza  ó  en  la  destreza  de  las  armas.»  Dióse  allí  una 
batalla  entre  los  tres  Sanchos,  en  la^  cual  el  de  Cas- 
tilla quedó  vencido,  teniendo  que  escapar  precipita- 
damente en  un  caballo  desenjaezado,  como  en  los  cam- 
pos de  Tafalla  habia  acontecido  treinta  años  antes  á 
Ramiro  de  Aragón.  Fuéle  preciso  al  castellano  repasar 
el  Ebro,  y  regresar  á  sus  estados,  lo  cual  proporcio- 

(4)    Tomo  I.  pág.  376.  de  Navarra,  pág.  69 . 

9)   Tanguas,   uist.  Gompend. 


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SI 6  HISTORIA  DB  BSPaSa. 

nó  al  (le  Navarra  el  poder  recuperar  las  plazas  de 
la  Ríója,  perdidas  por  su  padre  y  ganadas  por  Fer- 
nando á  consecuencia  de  la  victoria  de  este  en  Ata- 
puerca  ^^K 

No  pudo  el  rey  de  Castilla  lomar  satisfacción  y 
venganza  de  sus  dos  primos  como  hubiera  deseado, 
porque  la  muerte  de  su  madre  (1067)  vino  á  allanar- 
le el  único  obstáculo  que  parecia  haber  estado  com- 
primiendo los  ímpetus  de  su  ambición  y  estorbádole 
atentar  abiertameule  contra  la  herencia  que  sus  dos 
hermanos  habian  recibido  de  su  padre  común.  Vio, 
pues,  llegado  el  caso  de  aspirar  á  lo  que  mas  codi- 
ciaba y  rota  toda  consideración  y  miramiento»  aco- 
metió primeramente  á  Alfonso»  que  era  el  que  mas 
cerca  tenia,  y  sin  dar  tiempo  á  que  el  leonés  recibiese 
los  auxilios  que  habia  solicitado  de  sus  primos  los  de 
Aragón  y  Navarra  para  contener  al  turbulento  caste- 
llano ^^K  dióle  un  combate  que  el  de  León  se  vio  en 
necesidad  de  aceptar  en  Plantaca  ó  Plantada  (después 
Llantada),  á  orillas  del  Pisuerga»  en  que  pelearon  los 
dos  hermanos  como  dos  encarnizados  enemigos  (1 068). 
La  victoria  quedó  por  los  castellanos,  y  Alfonso  ven- 
cido tuvo  que  retirarse  á  León  ^^K 

Fuese  que  Alfonso  (el  VL  de  su  nombre)  conten- 
tara por  entonces  á  Sancho  cediéndole  alguna  parte 


(4)    Moret,    ADoal.   de   Nav.    lo  Mariaoa)  aquella  bestia  fiera  y 
lib.  44.  salvage.» 

{i)    «T  perseguir  (añade  el  cuW       (3)    Annal^  Goroplnt.  p.  34 3. 


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PARTB  U.  LIBRO  I.  217 

de  las  fronteras  de  su  reino  ó  condescendiendo  con 
algnna  de  sns  exigencias,  ó  que  Sancho»  debilitado 
en  los  campos  de  Viana,  no  se  considerara  en  aquella 
sazón  bastante  fuerte  para  internarse  en  los  dominios 
leoneses  teniendo  enemigos  á  la  espalda,  no  se  vuelve 
á  hablar  de  nueva  lucha  entre  los  dos  hermanos 
hasta  tres  años  mas  adelante  (1071)^  que  reaparecen 
combatiendo  otra  vez  en  Golpejar  á  las  márgenes  del 
Garrion,  aun  mas  sangrientamente  que  en  Llantada. 
Hay  quien  dice  haber  concertado  antes  y  convenídose 
en  que  aquel  que  venciese  quedaría  con  el  señorío  de 
ambos  reinos.  La  fortuna  favoreció  esta  vez  á  los  leo- 
neses, y  los  castellanos  volvieron  la  espalda  dejando 
abandonadas  sus  tiendas.  Condujese  Alfonso  con  lau- 
dable aunque  perniciosa  generosidad ,  prohibiendo  á 
sus  soldados  la  persecución  de  los  enemigos,  á  fin  de 
que  no  se  vertiese  mas  sangre  cristiana,  y  porque,  si 
fué  cierta  la  estipulación  que  se  supone,  se  creerla  ya 
señor  de  Castilla.  Perdióle  aquella  misma  generosidad. 
Porque  uno  de  los  guerreros  castellanos  reanimó  al 
monarca  vencido  diciéndole:  «Aun  es  tiempo,  señor, 
de  recobrar  lo  perdido,  porque  los  leoneses  reposan 
confiados  en  nuestras  tiendas;  caigamos  sobre  ellos  al 
despuntar  el  alba,  y  nuestro  triunfo  es  seguro.»  El  ca- 
ballero qne  asi  hablaba  era  Rodrigo  Díaz,  conocido  y 
célebre  después  bajo  el  nombre  de  el  Cid  Campeador, 
que  ya  entonces  tenia  entre  los  suyos  fama  de  gran 
capitán,  aunque  es  la  prímera  vez  qne  le  hallamos 


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218  HisTatiA  DB  ispaHa. 

mencionado  como  tal  en  las  antiguas  hislorias  ^^K 
Aceptó  Sancho  el  consejo  de  Rodrigo,  y  sin  tener 
én  cuenta,  si  no  un  compromiso  pactado,  por  lo  menos 
la  noble  couducta  que  con  él  había  usado  Alfonso, 
cayó  con  su  ejército  al  rayar  la  aurora  sobre  los  des* 
cuidados  y  dormidos  leoneses,  de  los  cuales  muchos 
sin  despertar  fueron  degollados,  los  demás  huyeron 
despavoridos,  y  Alfonso  buscó  un  asilo  en  la  iglesia 
de  Santa  María  de  Garrion,  de  cuyo  sagrado  recinto 
fué  arrancado  y  conducido  desde  allí  al  castillo  de 
Burgos  (julio  de  1071).  Pasó  Sancho  con  su  ejército 
victorioso  á  la  capital  del  reino  leonés,  de  la  cual  se 
posesionó  ya  fácilmente.  Amaba  con  predilección  doña 
Urraca  á  su  hermano  don  Alfonso,  y  á  instigación  y 
por  consejo  suyo  rogó  el  conde  Pedro  Ansurez  á  don 
Sancho  sacase  de  la  prisión  á  su  hermano,  á  lo  cual 
accedió  el  de  Castilla  á  condición  y  bajo  la  promesa 
de  que  Alfonso  tomaría  el  hábito  monacal  en  el  mo*^ 
hasterio  de  Sahagun*  Resignóse  el  destronado  monar- 
ca á  cubrir  con  la  cogulla  aquella  cabeza  que  acababa 
de  llevar  una  corona,  él  y  sus  favorecedores  con  la 
esperanza  de  que  el  tiempo  trocaría  las  cosas  y  el 
variable  viento  de  la  fortuna  daría  otro  rumbo  á  su 
suerte.  Asi  sucedió.  Por  arte  y  maña  de  los  mismos 
que  habian  negociado  su  entrada  en  el  claustro  no 
tardó  Alfonso  en  salir  de  él  á  favor  de  un  disfraz,  y 

(4)    LacasdeTuy,p.97  y90.— El  arzobispo  don  Rodrigo,  I.  VI,  c  46. 


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PA&TB  II.  LIBRO  I.  SI  9 

tomando  el  camino  de  Toledo  acogióse  al  amparo  del 
rey  Al  Mamun,  que  no  solo  le  recibió  con  beoevolen* 
cia,  sino  que  le  trató  como  á  on  hijo,  según  la  ex* 
presión  del  arzobispo  cronista.  Díóle  el  rey  n(iasulman 
morada  cerca  de  so  mismo  palacio  ,  proporcionábale 
todo  lo  que  podia  hacerle  amena  y  agradable  la  vida, 
y  basta  le  señaló  una  casa  de  recreo  fuera  de  muros 
donde  pudiese  vivir  apartado  del  tumulto  de  la  ciu* 
dad,  y  entretenido  con  sus  cristianos. 

Acompañábanle  alli  tres  nobles  hermanos,  Pedro, 
Gonzalo  y  Fernando  Ansurez,  servidores  fíeles  suyos 
y  de  su  hermana  Urraca,  que  con  tierna  solicitud  le 
habia  procurado  esta  buena  compañía.  Con  estos  y 
otros  cristianos  no  menos  leales  vivía  Alfonso  en  su 
deliciosa  alquería,  en  la  mas  estrecha  amistad  con  el 
monarca  sarraceno.  Un  día  habiendo  salido  Alfonso  á 
oaza  por  aquellos  bosques,  llegó  hasta  un  sitio  lla- 
mado Brivea,  hoy  Brihuega  ,  fortaleza  entonces  de 
poca  importancia,  pero  cuya  situación  agradó  mucho 
al  desterrado  castellano.  Pidiósela  á  Al  Mamun,  y  es- 
te se  la  concedió  sin  dificultad.  Alli  estableció  Alfonso 
una  especie  de  colonia  de  cristianos  sometidos  á  su 
autoridad.  Asi  pasó  el  destronado  rey  de  León  cerca 
de  un  año,  ya  auxiliando  con  sus  cristianos  al  rey  de 
Toledo  en  sus  guerras  con  otros  musulmanes,  ya  en- 
treniendo  los  períodos  de  paz  en  ejercicios  de  monte  - 
cía,  á  que  se  prestaba  grandemente  aquel  sitio. 

Cuenta  el  arzobispo  don  Rodrigo,  que  habiendo 


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8S0  HISTOftU    DR  RSPAHa. 

bajado  on  dia  Al  Mamun  al  jardin  del  castillo  de 
Bribacga  á  solazarse  un  ralo,  y  habiéndose  puesto  á 
conrerenciar  con  los  árabes  de  su  corte  sentados  en 
círculo,  sobre  el  medio  como  se  podría  tomar  una 
plaza  tan  fuerte  como  la  de  Toledo,  Alfonso  se  habia 
recoslúdo  al  pie  de  un  árbol ,  y  aparecía  profunda- 
mente dormido:  creyéndolo  asi  los  árabes,  continua- 
ron departiendo  entre  si  en  alta  voz   y  con  toda 
confianza.  Preguntóles  Al  Mamun  si  creian  posible 
que  una  ciudad  como  aquella  pudiera  nunca  ser  con- 
quistada por  los  cristianos.    cSolo  habria  un  medio, 
contestó  uno  de  los  interlocutores,  que  seria  talar  por 
espacio  de  siete  años  sus  campiñas  ,   de  suerte  que 
llegaran  á  faltar  absolutamente  los  víveres.»  No  fué 
perdida  la  respuesta,  dice  el  historiador  cristiano* 
para  Alfonso  que  no  dormia ,  y  guardada  la  tuvo 
en  su  memoria;  como  queriendo  atribuir  á  esta  re-* 
velación  la  conquista  que  años  adelante  hizo  de  To« 
ledo  este  mismo  Alfonso.  Nosotros,  concediendo  el 
hecho,  creemos  que  Alfonso  no  necesitaba  de  estas 
revelaciones ,   teniendo  como  tuvo  tiempo  sobrado 
para  conocer  la  ciudad   y  calcular  todos  los  medios 
que  pudieran  facilitarle  su  grande  empresa,  si  por 
caso  pensó  en  ella  entonces  ^^K 

Mientras  esto  pasaba  en  Toledo ,  Sancho.,  ufano 

(4)    La  esUiDcia  de  Alfonso  en  plomo   derretido  en  una   mano 

Toledo,  se  ha  exornado  con  anéc-  para  probar  ai  estaba  realmente 

dotas    y    cuentos    inverosímiles,  dormido,  de  que  diz  le  quedó  el 

como  aquello  de  haberle  echado  sobrenombre  de  el  de  la  mano  ho- 


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PARTB  11.    LIBaO  I  221 

con  la  victoria,  y  no  satisfecho  con  el  reino  de  León» 
había  continuado  su  marcha  á  Galicia,  resuello  á  de- 
poner también  de  aquel  reino  á  García,  su  hermano 
menor.  García  tenia  exasperados  los  pueblos  con  in- 
moderados tributos»  y  disgustados  á  los  principales 
gallegos  con  el  ascendiente  que  dispensaba  á  uno  de 
sus  sirvientes  ó  domésticos  llamado  Vernula,  á  cuyas 
delaciones  daba  siempre  oidos  con  una  credulidad  cie- 
ga. Muchas  veces  los  nobles  que  habian  sido  el  blanco 
de  sus  calumnias  habian  rogado  al  príncipe  que  alejase 
de  sí  tan  indigno  favorito.  El  rey  so  había  empeñado 
en  sostenerle,  y  haciéndose  ya  insoportables  á  los 
grandes  las  vejaciones  que  les  causaba,  asesinaron 
un  dia  al  delator  á  la  presencia  y  casi  en  los  brazos 
mismos  del  rey.  La  cólera  de  García  no  reconoció  lí- 
mites ni  freno  desde  entonces,  y  degeneró  en  una 
especie  de  demencia  ó  de  manía  de  persecución  con- 
tra todos  sus  subditos  de  cualquiera  edad  ó  sexo  que 
fuesen.  Asi  cuando  se  presentó  Sancho  en  Galicia, 
fuéle  fácil  la  sumisión  de  los  gallegos,  harto  indigna- 
dos ya  contra  la  loca  dominación  de  su  hermano.  Solos 
trescientos  soldados  seguian  á  García,  con  los  cuales, 
conociendo  la  imposibilidad  de  resistir  á  la  hueste 
castellana,  acudió  en  demanda  de  auxilio  á  los  sar- 
racenos de  Portugal,  ofreciéndoles  que  si  le  ayuda- 


rodada;  lo  de  habérsele  eneres-  dados  absurdas  que  el  bueu  sentí- 
pado  el  cabello  en  términos  de  no  do  nos  dispensa  de  refutar  seria- 
podérsele  allanar,  y  otras  puerili-    mente. 


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S22  UlSTOftlA  DB  BSPAÑA* 

bao  á  hacer  la  guerra  les  darla  en  vasallage  no  solo 
sa  reino,  sino  también  el  de  sa  hermano.  Contestá- 
ronle los  musulmanes  con  palabras  de  alto  desprecio. 
«¿CiOn  que  no  has  podido,  le  dijeron,  defender  la  es- 
tado siendo  rey,  y  ahora  que  le  has  perdido  nos 
ofreces  dos  reinos?»  Tuvo  no  obstante  el  desairado 
y  desatentado  García  la  temeridad  de  seguir  recor- 
riendo el  pais  con  su  pequeña  cohorte,  basta  que  lle- 
gando á  la  campiña  de  Sentaren  ^^^  encontróse  con  su 
hermano  Sancho,  donde  vinieron  á  las  manos.  Acu* 
chillada  y  desecha  la  gente  de  García  y  él  prisione- 
ro, quedó  Sancho  dueño  y  señor  de  todo  el  reino  de 
Galicia  (4071).  Fué  el  prisionero  destinado  aí  castillo 
de  Luna,  de  donde  luego  le  soltó  Sancho  sobre  ho- 
menage  que  le  hizo  de  ser  siempre  vasallo  suyo,  y 
refugióse  á  Sevilla  ^^. 

Parece  que  deberla  haber  quedado  satisfecha  la 
ambicioa  de  Sancho  con  verse  señor  de  los  tres  reinos 
de  Castilla,  León  y  Galicia»  Mas  como  ^u  codicia  fuese 
insaciable,  tan  pronto  como  regresa  á  León,  volvió 
sus  ojos  hacia  los  pequeños  dominios  independientes 
de  sus  dos  hermanas  Urraca  y  Elvira;  y  só  pretexto 
de  que  se  interesaban  demasiado  en  favor  de  Alfonso, 
llevó  contra  ellas  un  ejército  considerable.  Elvira  no 


(4)    Las  palabras  del  arzobispo  manuscrita  del  Escorial  qae  ci- 

don  Rodrigo  nos  descabren  la  eti-  ta  Borganza.— €hron.  Gompost.  é 

mología  de  Santaren.  in  loco  qui  Iriense,    pablioados  por  Floref , 

Santa-Hirenea  <itcirtir.  Eap.  Sagr.,  iom«S0y23. 


(2)    Fragmento.de  una  crónica 


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PARTE  II.   LIBRO  I.  223 

le  opuso  resi8lencia  ea  Toro.  Pero  Urraca,  contando 
con  el  pueblo  de  Zamora  y  con  la  lealtad  de  algunos 
nobles  caballeros,  entre  ellos  el  prudente  y  valeroso 
Arias  Gonzalo,  á  quien  encomendó  la  defensa  de  la 
ciudad,  se  dispuso  á  soportar  con  ánimo  varonil  todos 
los  azares  y  rigores  del  sitio.  Estrechóle  Sancho  cuan- 
to pudo;  los  ataques  y  los  asaltos  se  renovaban  cada 
dia  con  mas  ímpetu  y  corage,  mas  todos  se  estrellaban 
en  el  valor  y  decisión  de  los  valientes  zamoranos, 
acaudillados  por  el  brioso  y  entendido  Arias  Gonzalo. 
Ya  ios  sitiados  iban  sintiendo  algunos  efectos  de  tan 
prolongado  sitio,  cuando  salió  de  la  ciudad  un  bom* 
bre  llamado  Bellido  Dolfos,  que  dirigiéndose  á  don 
Sancho,  y  fingiendo  acaso  quererle  informar  del  es- 
tado de  la  plaza,  logró  que  el  rey,  dando  entera  fe 
á  sns  palabras,  saliese  solo  con  él  á  reconocer  el  mu- 
ro, con  cuya  ocasión,  cogiendo  á  Sancho  despreve- 
nido, le  atravesó  á  traición  con  su  lanza,  y  corrió  á 
refugiarse  á  la  ciudad.  Rodrigo  Didz,  el  Cid,  que  ha- 
cia parte  del  ejército  de  Sancho,  sabedor  de  la  acción  ' 
de  Bellido,  lanzóse  como  un  rayo  en  persecución  del 
traidor,  á  quien  se  abrió  una  de  las  puertas  á  punto 
que  faltaba  ya  poco  para  alcanzarle  la  lanza  de  aquel 
insigne  guerrero:  lo  que  hizo  sospechar  á  los  caste- 
llanos que  Bellido  contaba  en  la  ciudad  con  partici- 
pantes y  favorecedores  de  la  traición  C^K 

{i)    Lqc.  Tod.  Chroú.  p.  98  y    Bourg.  p.  a09.-^Ániial.  GoApOHt., 
«¡S.— GhroD.  Lasii.  p.  406.— Id.    p.  d49.-^d.  Tolei.  era  MGX.-^La 


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224  HlSTOftU   DB  bspaiía. 

Con  la  muerte  de  Sancho  difundióse  en  el  campo 
la  consternación.  Los  leoneses  y  gallegos,  como  que 
servian  de  mala  voluntad  en  sus  banderas,  abando- 
náronlas incontinenti  y  se  desbandaron.  Los  castella- 
nos, «como  mas  obligados,  permanecieron  firmes  en 
su  puesto,  y  colocando  después  en  un  féretro  el  ca- 
dáver del  rey,  le  trasportaron  con  lúgubre  aparato 
al  monasterio  de  Oña,  donde  le  dieron  sepultura  y  le 
hicieron  las  correspondientes  exequias.  Algunos  aña- 
den que  los  de  Zamora  salieron  de  la  ciudad  en  per- 
secución de  los  fugitivos,  y  que  los  castellanos,  cor- 
respondiendo á  su  fidelidad  proverbial,  se  fueron 
defendiendo  vigorosamente  en  la  retirada,  siendo 
celosos  guardadores  de  los  inanimados  restos  de  su 
señor  hasta  depositarlos  en  la  tumba. 

Acaeció  la  muerte  de  Sancho  IL  de  Castilla  el  6  de 
octubre  de  1072.  Su  muger,  la  reina  Alberta,  no  le 
dio  sucesión.  Habia  reinado  seis  años,  nueve  meses  y 
diez  días  en  Castilla:  en  León  un  año,  dos  meses  y 
veinte  y  dos  dias  ,  contando  desde  la  batalla  de  Gol- 
pejar.  Mereció  por  su  valor  el  dictado  de  Sancho  el 
Fuerte.  Era  de  arrogante  y  bella  apostura  y  en  el 
epitafio  de  Oña  se  le  compara  en  la  figura  y  belleza  á 
PáriSf  en  la  bravura  bélica  á  Héctor  ^K 

embajada  del  Cid  con  quince  ca-  cerco  de  Zamora,  no  tienen  fun- 

balleros  á  la  infanta  dona  Urraca,  damento  en  ninguna  crónica  anti- 

Leí  desafio  de  Diego  Ordoñez  de  gua,  y  deben  ser  contados  en  el 

ra,  conloa  tres  hijos  de  Arias  número  de  los  romances. 

Gonzalo,  con  que  Mariana  y  otros  (S)    Sanctius  forma  Pkwsetfe^ 

autores  han  amenizado  el  célebre  rox  hcctor  in  armU. 


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PAftTB  II.  LIBRO  I.  225 

Reunidos  los  casteltanos  en  Burgos^  sin  rey  y  sin 
persona  de  familia  real  en  quien  pudiese  recaer  el 
cetro»  acordaron  de  común  consentimiento  elei^ir  por 
su  rey  y  señor  á  Alfonso,  á  condición  solamente  de 
que  hubiera  de  jurar  no  haber  tenido  participación 
alguna  en  la  muerte  alevosa  de  Sancho.  Tomada  la 
resolución  despacharon  legados  á  Toledo,  que  infor- 
masen secretamente  al  rey  Alfonso  de  su  elección.  Por 
su  parte  doña  Urraca,  de  acuerdo  con  la  nobleza  de 
León  y  Zamora»  envióle  también  secretos  nuncios, 
recomendándoles  mucho  que  procuraran  no  llegase  la 
nueva  á  oidos  del  rey  Al  Mamun,  temerosa  de  que  tal 
vez  retuviera  á  Alfonso,  ó  le  impusiera  condiciones 
humillantes  á  trueque  de  la  libertad  que  le  dieraryQCon 
corta  diferencia  de  tiempo  llegaron  los  mensageros  de 
Zamora  y  de  Burgos.  Encontráronse  unos  y  otros  an- 
tes de  entrar  en  Toledo  con  el  conde  Pedro  Ansurez 
(Peranzules)»  que  todos  los  días  acostumbraba  á  pasear 
á  caballo  fuera  de  la  ciudad  ,  al  parecer  por  via  de 
distracción  y  de  recreo,  y  en  realidad  por  si  trope- 
zaba con  quien  le  llevase  noticias  de  su  patria.  Co- 
munica el  conde  la  alegre  nueva  al  rey  Alfonso  ,  y 
conferenciaron  las  dos  sobre  si  convendría  ó  no  infor- 
mar á  Al  Mamón  de  lo  que  pasaba,  recelando  peli- 
gros de  hacerle  la  revelación ,  y  temiéndolos  no  me- 
nos de  guardar  el  secreto  sí  por  acaso  lo  sabía  por 
otro  conducto  el  musulmán. 

En  tal  perplejidad  exclamó  de  repente  Alfonso: 
TOMO  IV.  15 


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S26  HISTOEIA  DB  BSPíAa. 

«No  9  DO  debo  ocolUir  nada  á  qaien  taD  generosa  y 
noblemenle  se  ba  portado  coDmigo ,  tratándome  como 
asa  hijo.  D  Y  presentándose  con  la  franqueza  propia 
de  un  noble  castellano  ,  informó  por  sí  mismo  al  ma- 
solman  de  cuanto  acababan  de  noticiarle  los  enviados 
de  su  hermana  y  de  los  castellanos.  Todo  lo  sabía  ya 
Al  Mamun ;  y  correspondiendo  á  la  confianza  de  sa 
ilustre  huésped,  y  llevando  hasta  el  fin  la  generosidad 
'con  que  desde  el  principio  le  habia  tratado:  «¡Gracias 
doy  á  Dios,  exclamó  lleno  de  alegría ,  qoe  le  ha  ins- 
pirado tal  pensamiento!  El  ha  querido  librarme  á  mi 
de  cometer  una  infamia,  y  á  tí  de  un  peligro  cierto: 
si  hubieras  intentado  fugarte  de  aqui  sin  mi  conoci- 
miento y  voluntad,  no  hubieras  podido  salvarte  de  la 
prisión  ó  la  muerte,  porque  ya  habia  hecho  vigilar 
todas  las  salidas  de  la  ciodad,  con  orden  á  mis  guari- 
dlas de  que  aseguraran  tu  persona.  Ahora  vé,  y  toma 
posesión  de  tu. reino;  y  si  algo  necesitas,  oro,  plata, 
caballos,  armas,  ú  otros  recursos ,  de  todo  te  podrás 
servir,  pues  todo  te  será  inmediatamente  facilitado*» 
Rasgo  digno  de  todo  encarecimiento ,  y  cuyo  relato 
nos  pareciera  apasionada  exageración  si  nos  le  hubie*  ' 
sen  trasmitido  escritores  árabes,  y  no  historiadores 
cristianos  nada  sospechosos  de  parcialidad  en  favor 
de  aquellos  infieles  (^).  ,\ 

Semcjjante  conducta  afianzó  y  estrechó  mas  y  mas 

(4)    noder.  Tol«t.  deReb.  in  ffi8p.Ge8t.-*Ln6.  Tad.  Ghron.  obisap. 


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PAETB  u.  Lumo  I.  227 

las  amistosas  relaciones  entre  Alfonso  y  Al  Maman. 
Pidióle  este. al  de  Castilla  que  renovase  el  juramento 
de  respetar  su  reino,  y  de  ayudarle  en  caso  necesa- 
rio contra  los  árabes  sus  vecinos;  igual  }uramen(b  le 
demandó  para  su  hijo  mayor.  Hízolo  asi  Alfonso»  obli- 
gándose para  con  él  en  los  propios  términos  Al  Ma- 
mun  y  su  hijo.  Otro  hijo  menor  del  de  Toledo  no  fué 
comprendido  en  este  compromiso,  sin  que  sepamos  la 
razón  de  ello  ,  pero  cuya  circunstancia  conviene 
po  olvidar  para  lo  de  adelante.  Con  esto  se  dispuso 
Alfonso  á  tomar  d  camino  de  Zamora.  Colmóle  Al 
Hamun  de  obsequios  y  presentes,  y  con  solemne  y 
regia  pompa  le  acompañó  hasta  la  altura  de  una 
colina,  donde  se  hicieron  el  cristiano  y  el  musulmán 
una  tierna  despedida:  prosiguió  el  primero  con  sus 
caballeros  castellanos  hasta  Zamora,  donde  ya  su 
cuidadosa  hermana  lo  tenia  todo  aparejado  y  dispues- 
to para  su  proclamación.  Desde  alli  partiéronse  á 
Burgos  á  recibir  el  juramento  de  los  castellanos.  Ya 
hemos  dicho  el  que  estos  por  su  parte  habian  acorda- 
do exigiral  rey  para  prestarle  su  reconocimiento.  Dura 
en  verdad  era  la  condición^  y  no  poco  violento  para 
nn  rey  haber  de  humillarse  á  prestar  un  juramento 
de  su  inocencia  é  inculpabilidad  en  la  muerte  de  su 
hermano.  Asi  es  que  no  habia  caballero  que  osara 
exigírsele,  y  un  silencio  mudo  é  imponente  reinaba 
en  la  iglesia  de  Santa  Gadea.  Hubo* uno  al  fin  que  se 
atrevió  á  pedírsele,  y  levantando  su  robusta  voz, 


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228  HISTORIA   DE   ESPAf(Á. 

^¿Juráis,  Alfonso,  le  dijo,  no  haber  tenido  partici- 
pación ni  aun  remota  en  la  muerte  de  vuestro  her- 
mano Sancho  rey  de  Castilla? — Lo  juro,  respondió 
Alfonso.»  Aquel  arrogante  castellano  era  Rodrigo 
Diaz,  el  Cid^,^^  Desde  entonces,  por  mucho  que  Al* 
fonso  lo  disimulsTra,  quedóle  en  su  ánimo  cierto 
desabrimiento  y  enojo  hacia  el  Cid.  Oido  el  juramento 
victorearon  todos  al  monarca,  y  acabada  la  ceremonia 
se  alzaron  los  pendones  de  Castilla  por  Alfonso  rey 
de  Castilla,  de  Galicia  y  dé  León  (1 073). 

Creyó  su  hermano  García,  el  destronado  rey  de 


(4)  Luc.  Tud.,Chron.  p.  99.— 
Algunos  historiadore^cueotaD  aue 
se  repitió  hasta  Ires  Tece»  la  for- 
mula del  juraaoeDto,  aunque  las 
crónicas  antiguas  no  hablan  roas 

3ue  de  una.  El  obispo  don  Fr.  Pm- 
encio  de  Sandoval  en  los  Cinca 
Reyes,  trae  lo  siguiente  acerca  del 
juramento  de  Alfonso  VI.  en  Bur- 
gos. «En  un  tablado' alto  para  que 
todo  el  pueblo  lo  viese,  se  puso  el 
rey,  y  llegó  Rodrigo  Dia2  ¿  tomar- 
Ae  el  juramento,  abrió  un  misal 
puesto  sobre  un  altar  y  el  rey  pu- 
so sobre  ól  las  manos,  y  Roarigo 
dijo  asi:  ^iRey  don  Alfonso:  ¿vos 
venta  á  jurar  por  la  muerte  del 
rey  don  Sancho  vuestro  hermano, 
que  si  U)  matastes  6  fuisies  en 
aconsejarlo  decid  que  si,  y  si  no 
muráis  tal  muerte  cual  murió  el 
rey  vuestro  hermano,  y  villanos 
os  maten,  que  no  sean  hidalgos, 
y  venga  de  otra  tierra,  que  no 
sea  castellano^  El  rey  y  los  caba- 
lleros respondían  Amen.  Segunda 
vez  ToWió  Rodrigo  y  dijo:  ¿Vos 
venis  á  jurar  por  la  muerte  del 
rey  mi  señor,  que  vos  no  lo  ma- 


tastes ni  fuistes  en  aconstíarlo? 
Respondió  el  Rey  y  los  caballeros. 
Amen.  Si  no  muráis  tal  muerte 
cual  murió  mi  señor;  villanos  os 
maten,  no  sea  hidalgo,  ni  sea  de 
Castilla,  sino  que  venga  de  fuera, 
que  no  sea  del  reino  de  León;  y  él 
respondió  Amen,  y  mudósele  el 
color.  Tercera  vez  volvió  Rodrigo 
Üiaz  á  d ecir  estas  mesmas  pala- 
bras al  rey,  el  cual  y  los  caballeros 
dijeron  Amen»  Pero  ya  no  pudo  el 
rey  sufrirse,  enojado  con  Rodrigo 
Díaz,  porque  tanto  le  apretaba,  y 
djjole:  Varón  Rodrigo  Diazy  ¡por 
qué  me  ahincM  tanto  que  hoy  me 
haces  jurar,  y  mañana  me  besar 
rds  la  mano?  Respondió  el  Cid: 
Como  me  ficiéredes  algo,  que  en 
otras  tierras  sueldo  dan  d4os 
hijosdalgo,  y  €tsi  f aréis  vos  á  mi 
si  me  quisiéredes  por  vuestro  vo- 
salloi  mucho  le  pesó  al  rey  de 
esta  libertad  que  Rodrigo  Díaz  le 
dijo,  y  jamás  desde  este  día  estu- 
vo de  veras  en  su  gracia.  Que  los 
reyes  ni  superiores  no  >quieren 
subditos  tan  libres.» 


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PAftfE  U.  LIBRO  1.  2¿9 

Galicia,  ocasión  oportuna  aquella  para  salir  de  su  des- 
tierro de  Sevilla  y  presentarse  á  Alfonso,  en  quien 
esperaba  sin  duda  hallar  mas  benignidad  que  en  San- 

'  cho.  Engañóse  por  su  mal  el  desventurado  príncipe, 
porque  Alfonso,  conociendo  acaso  su  condición  desaso- 
segada, su  incapacidad  para  gobernar,  las  pretensio* 
nes  que  pudiera  suscitar  un  dia,.  y  que  tal  vez  no 
tuviese  del  todo  cabal  su  juicio,  prendióle  de  nuevo, 
é  hizole  encerrar  otra  vez  en  el  castillo  de  Luna  para 
no  mas  salir  de  él,  pues  alli  acabó  sus  dias  al  cabo  de 
diez  y  siete  años  de  rigorosa  prisión  ^^K 

No  tardó  Alfonso  VI.  de  León  y  de  Castilla  en 
acreditar  á  AI  Mamun  el  de  Toledo  que  la  generosa 
hospitalidad,  las  atenciones,  agasajos  y  ñoezas  que 
le  habia  dispensado  cuando  era  un  príncipe  destrona- 
do y  prófugo,  no  hablan  sido  hechas  á  un  corazón 
desagradecido:  al  contrario,  deparósele   pronto  oca- 

.  sion  de  mostrarle  que,  soberano  de  un  estado  pode- 
roso, sabia  cumplir  con  los  deberes  que  la  gratitud 
por  una  parte,  los  recientes  pactos  por  otra  le  impo* 
nian.  Presentóle  esta  ocasión  la  guerra  que  el  rey  de 
Sevilld  y  de  Córdoba  Efan  Abed  Al  Motamid  habia  mo- 
vido al  de  Toledo,  invadiéndole  sus  posesiones.  Asus- 
tóse, no  obstante,  Al  Mamun  cuando  observó  el   mo- 

(4)    Murió  Garcia  en  4090,  á  tationevoluitminuere  se  sanguine, 

consecuencia  de  una  evacu^acion  et   postquam  sanguinem  rnmut, 

de  sangre  que  se  empeñó  en  ha-  decidit  in  lecto^  et  mortuus  estt 

cerse.  aegun  el  obispo  Pelayo  de  et  sepultus estin  LegianeiU&rihüH 

OYíedo,    autor   contemporáneo,  le  hace  morir  en  4084. 
(Gbron.  n.  40).  Et  Ule  tn  illa  cap- 


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230  BISTOMA   DB   BSPAftA. 

vimientp  en  que  ise  pasíeron  las  tropas  castellaDas, 
recelando  de  sa  objeto,  basta*  que  Alfonso  le  tranqui** 
lizó  manifestándole  que/cumplidor  fiel  del  juramento 
con  que  se  babia  empeñado  á  auxiliarle  en  las  guer- 
ras que  los  príncipes  musulmanes  pudieran  moverle, 
como  auxiliar  y  amigo  suyo  iba»  no  como  enemigo  y 
contrario.  Causó  no  poco  alborozo  esta  manifestación 
á  Al  Mamun,  y  dando  las  gracias  á  Alfonso,  entrá-^ 
ronsé  unidos  por  las  tierras  de  Córdoba,  llevando  en 
pos  de  sí  la  devastación  y  el  incendio,  «como  una 
terrible  tempestad  de  truenos  y  relámpagos,  dice  un 
escritor  árabe,  que  espantaba  y  destruia  las  provincias 
en  pocas  boras.)»  Apoderáronse  los  toledanos  de  Cór- 
doba, donde  en  una  sangrienta  refriega  que  bubo 
en  los  patios  mismos  del  alcázar  real  fué  herido  y 
espiró  de  sos  resultas  el  hijo  de  Ebn  Abed  que  se  ha- 
llaba en  la  flor  de  su  edad.  «¡Venganza  dé  Dios,  que 
es  terrible  vengador!»  gritaban  loa  toledanos  pasean- 
dp  por  las  calles  la  cabeza  del  joven  príncipe  clava- 
da en  la  punta  de  una  lanza.  Pasaron  desde  allí  á 
Sevilla,  que  tampoco  pudo  defender  Ebn  Abed,  di- 
vididas como  estaban  sus  fuerzas  para  atender  á  otra 
guerra  en  tierras  de  Jaén,  Málaga  y  Algecíras  (1076). 
Seis  meses  estuvo  Sevilla  en  poder  de  Al  Mamun, 
basta  que  repuesto  Ebn  Abed  la  cercó  con  todas  sus 
fuerzas;  enfermo  Al  Mamuo,  privado  del  auxilio  de 
'  los  caelellanos  que  habian  regresado  hacia  sus  domi- 
nios» agravada  la  enfermedad  del  de  Toledo,  y  ha-* 


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PAaTB  II.  LlBaO  I. 


281 


hiendo  por  último  sucumbido  de  ella  (1076),  por  mas 
que  sos  caudillos  quisierpn  tener  oculta  su  muerto 
para  que  las  tropas  no  se  desalentaran,  ya  üo  les.  fué 
posible  defender  la  ciudad,  y  recobróla  Ebn  Abed, 
que  seguidamente  marchó  á  Córdoba,  y  arrojó  de 
alli  á  ios  toledanos  y  alanceó  al  gobernador  Haríz 
puesto  por  Al  Mamun  ^^K 

Al  morir  M  Mamun  en*  Sevilla ,  habia  dejado  su 
hijo  Hixem  Al  Kadir  bajo  la  tutela  y  protección,  entre 
otras  personas,  del  rey  de  Castilla  su  amigo,  «de  cu- 
ya lealtad  y  amor  estaba  muy  seguro.»  Pero  debió 
aquel  príncipe  reinar  muy  breve  tiéihpo,  desposeído, 
según  algunos  escritores,  por  los  mismos  toledanos  en 
un  alboroto  que  contra  él  movieron,  acusándole  de 
ser  mas  amigo  de  los  cristianos  que  de  los  níusulma* 
nes,  y  poniendo  en  su  lugar  á.su  hermano  menor 
Yahia  Al  Kadir  Billah,  en  quien  concurrían  opuestas 
circunstancias  ('^  Pera  pronto  debieron  arrepentirse 


(4 ).   Conde,  parte  UI.  o.  7 . 

(8)  SobremaDera  embrollados 
y  ooofaaos  bailamos  fos  sucesos  de 
este  período  enlas  historias  ará- 
bigas y  espaoolas.  PrescíDdiendo 
de  aae  Goode  pone  la  muerte  de 
Al  MamuD  od  1074,  Dozy  coo  ar- 
reglo á  BUS  autoresárabes  eu  4075, 
Romey  (que  ee  separa  en  esto  de 
Conde,  á  quien  comunmeote  sigue) 
en  '4077^  y  otros  á  quienes  nos- 
otros seguimos  en  i076,  aparte  de 
este  hecho,  que  no  pasa  de  una 
discordancia  de  fechas,  encouirá- 
mosia  mayor  todavía  en  cuanto  al 
sttoesor  de  Al  Maman.  Dozy  dice  < 


que  fué  su  nieto  Al  Kadir  (tom.  1. 
de  sus  Investigaciones,  p.  341). 
Conde,  que  fué  su  hijo  Yahia  Al 
Kadir  (part.  III.,  cap.  7).  El  arzo- 
bispo don  Rodrigo,  que  con  tanta 
exactitud  nos  ha  informado  de  la 
vida  de  Alfonso  en  Toledo»  hace  á 
Tahia  hijo  segundo  de  Al  Mamun, 
y  supone  que  otro  hermano  reinó 
antes  que  él,  pues  habla  de  si  se- 
guía ó  no  lasnoellas  de  su  padre 
y  hermano:  qui  avüs  fratris  el  pa- 
tria mhius  aberrans etc.  T  es 

el  mismo  que  diio  antes  no  haber 
sido  comprendido  en  el  pacto  de 
Alfonso  y  Al  Mamun:  erat  autem 


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232  HISTOBIA  DB  JMPAÜÍA. 

los  toledaDos  de  su  obra,  porque  era  Yabia  bombín 
cruel»  despótico,  vicioso  y  desatentado.  Abubekr  bea 
Abdelaziz,  el  gobernador  de  Yalencía  puesto  por  Al 
MamuD,  negó  su  reconocimiento  á  la  autoridad  de  un 
soberano  que  no  vivi2\  sino  entre  eunucos  y  mugeres. 
Los  toledanos,  oprimidos  con  todo  género  de-  vejacio- 
nes, llegaron  á  decirle  un  día:  «Q  tratas  mejor  á  tu 
pueblo,  ó  buscamos  otro  que  nos  defienda  y  ampare.» 
Mas  no  por  eso  abandonó  Yahía  ni  su  vida  de  disipa- 


minor  filim  de  cuyus  (mdere  nir- 
hil  dixerunt,  nec  Aldefonsus  fuit 
.  ei  in  aliquo  obligatus.  Gribemos, 
pues,  que  hubo  un  hijo  mayor  de 
Al  MamuD  que  sucedió  á  este  y 

{precedió  á  Yahía.  De  él  diceso- 
atncBle  Romey  que  le  destituyó  el 
pueblo  revolucioDaríameote,  pero 
igDOramos  de  donde  lo  ha  lomado: 
parece  que  quiso  deciflo,  pues  al 
referirlo  hace  uoa  llamada  á  nota 
(Pág.  210  del  tomo  V.  de  su  Histo- 
ria;, mas  la  nota  se  le  olvidó.  Por 
otra  parte,  de  un  pasage  de  una 
crónica  árabe  traducido  por  Ga- 
yaogos  parece  resultar  que  ¿con- 
secuencia de  un  alboroto  que  se 
yoviólde  noche  en  Toledo  pidió 
Al  Kadir  á  Alfonso  un  ejército  cris- 
tiano que  le  ayudara  á  contener 
■US  subditos:  que  Alfonso  le  exi- 
gió por  ello  tan  gran  suma  de  di- 
nero, que  DO  pudiéndola  pdgar  el 
musulmán  reunió  ¿  los  principales 
▼ocÍDos  y  les  intimó  que  de  no  fa- 
cilitársofa  entregarla  á  Alfonso  sus 
hijos  y  parientes  en  rehenes:  que 
entonces  los  toledanos  acudieron  á 
AlMotaw^kilol  de  Badajoz,  con  cu- 
ya noticia  el  rev  de  Toledo  aban- 
donó la  ciudad  de  noche,  y  huyó  á 
Hueto,  cuyo  gobernador  no  quiso 
darle  asilo:  que  Al  Motawakil  en- 


tró en  Toledo,  y  no  quede  á  Al 
Kadir  otro  recurso  que  implorar 
de  nuevo  el  auxilio  de  Alronsa, 
el  cual  le  exieió  en  recompensa 
todas  las  contribuciones  de  Tole- 
do y  ademas  dos  fortalezas;  que 
Al  Kadir  aceptó  las  condiciones, 
Alfonso  sitió  la  ciudad,  Al  Motavra- 
kil  huyó,  la  ciudad  se  rindió,  y 
Al  Kadir  fué  repuesto  en  el  tro- 
no. Nos  es  imposible  conciliar  esta 
narración  con  todas  las  demás 
noticias  que  tenemos  acerca  de  la 
conquista  do  Toledo  por  Alfonso. 
Conde,  que  es  entre  los  nues- 
tros el  que  mas  de  intenV>  y  mas 
difusamente  trató  de  las  cosas  de 
los  árabes,  está  tan  confuso  en  lo 
relativo  á  este  siglo,  que  es  dífí- 
'  cilisimo  seguirle,  y  poco  menos 
difícil  entenderte.  Ta  nos  eonten- 
lariamos  con  que  no  nos  ocurrie- 
ran en  lo  sucesivo  otras  dificulta- 
des y  do  otro  género  que  las  que 
ligeramente  apuntamos.  Nuestra 
relación,  no  costante,  irá  basada 
en  lo  que  del  cotejo  de  unos  y 
otrod  resulto  para  nosotros  mas 
averiguado.  Por  lo  mismo  desea- 
mos tanto  como  el  señor  Dozy  que 
baya  quien  nos  aclare  este  oscuro 
y  complicado  periodo  de  la  histo- 
ria de  la  edad  media  de  España. 


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9Éan  11.  uBio  I.  S33 

cioD  ni  sus  despóticos  insliatos.  Entonces  los  vecinos 
de  Toledo  enviaron  un  mensage  al  rey  Alfonso  de 
Castilla,  invocando  su  poderosa  protección»  é  invi- 
tándole á  que  piusiera  cerco  á  la  ciudad ,  que  aunqne 
reputada  por  inespugnable,  confiaban  en  que  ellos 
mismos  tendrían  ocasión  de  facilitarle  la  entrada:  re- 
solución  estrema,  pero  no  estrana  en  quienes  se  veían 
tan  oprimidos  y  ajados  que  en  expresión  delarzobís- 
po  cronista  preferían  la  muerte  á  la  vida.  Por  otra 
parte  Al  Motamid  el  de  Sevilla,  perpetuo  enemigo  y 
rival  de  los  ben  DHnúm  de  Toledo,  provocó  también 
á  Alfonso  á  que  rompiera  la  alianza  <{ue  le  había  uni- 
do áv  aquellos  emires,  y  aceptara  la  suya  que  le  ofre- 
cía. Negoció,  pues.  Aben  Ornaren  su  nombre  un  tra- 
tado secreto  con  Alfonso  que  los  escritores  musulma- 
nes con  apasionada  indignación  califican  de  alianza 
vergonzosa,  pero  que  al  sevillano  le  convenia  mucho, 
asi  por  abatir  al  de  Toledo,  como  por  quedar  él  des* 
embarazado  para  estender  sus  dominios  por  Jaén  y 
Baeza,  y  por  Lorca  y  Murcia.  No  desaprovechó  el 
monarca  cristiano  tan  tentadoras  invitaciones,  y  como 
que  no  le  ligaba  compromiso  ni  pacto  con  Yahia,  no 
habiendo  sido  este  comprendido  en  el  juramento  he- 
cho entre  Alfonso  y  Al  Mamun,  quedó  resuelta  en  el 
ánimo  del  rey  de^ Castilla  la  empresa  de  conquistar  á 
Toledo,  y  comenzó  á  hacer  gente  y  levantar  bande- 
ras, y  á  juntar  armas,  viíaallas  y  todo  género  de 
bastimentos  de  guerra  (1 078). 


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S34  HISTORIA    DB   SfiFAÜA. 

Hechos  todos  los  aprestos,  franqueó  Alfonso  con 
sus  huestes  las  montañas  que  dividen  las  dos  CasÜ* 
lias,  talando  campos,  incendiando  y  destruyendo  po- 
blaciones, haciendo  incursiones  rápidas  é  inespera- 
das, no  dejando  á  los  musulmanes,  en  expresión  de 
uno  de  sus  historiadores,  ni  tiempo  para  alabar  á  Dios 
ni  para  cumplir  con  sus  obligaciones  religiosas.  Con- 
taba, no  obstante,  el  toledano,  aunque  aborrecido  de 
sus  subditos,  con  muchos  medios  de  defensa ,  la  cin-^ 
dad  era  fuerte  por  naturaleza  y  por  el  arte,  y  ni  po- 
día ni  se  proponía  Alfonso  conquistarla  desde  luego, 
sino  irla  privando  de  mantenimientos  y  recursos  h^s- 
ta  reducirla  á  la  estremidad.  Repitiéronse  los  siguien- 
tes años  estas  correrías  devastadoras,  sin  que  bastara 
á  impedirlas  el  emir  de  Badajoz  Yahia  Almanzor  ben 
Alaflhas,  que  se  presentaba  como  protector  y  auxi^ 
liar  del  de  Toledo,  pero  que  se  iba  á  la  mano  en  lo^ 
de  medir  sus  fuerzas  con  las  huestes  castellanas.  El 
rey  de  Zaragoza  Al  Moktadir  ben  Hud,  que  en  1076 
había  despojado  de  sus  estados  al  de  Denia,  y  era 
uno  de  los  mas  poderosos  emires  de  España,  se  pre- 
paraba en  1081  á  acudir  en  socorro  del  toledano, 
pero  4a  parca,  dice  la  crónica  muslímica,  le  atajó  sus 
gloriosos  pasos,  y  su  muerte  fué  un  suceso  feliz  para 
Alfonso.  Hizo  éste  en  1082  otra  entrada  por  las  mon- 
tañas de  Avila,  fortificó  á  Escalona  y  sef  apoderó  de 
Tala  vera.  Interesado  el  de  Sevilla  en  estrechar  la 
amistad  y  alianza  coq  el  monarca  cristiano,  á  favor 


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PAETB  II.  LÜBHO  I.  ^35 

de  ki  cual  se  había  apoderado  de  Marcia  en  1078^ 
ofrecióle  en  premio  de  ella  por  medio  de  su  astuto 
uegocíador  Aben  Ornar  su  misma  hija  la  hermosa 
Zaida  con  cierto  número  de  ciudades  por  via  de  dote 
si  la  aceptaba  en  matrimonio,  proposición  que  adml^ 
tió  Alfonso,  aunque  casado  entonces  en  segundas  nup- 
.  cias  con  Constanza  de  Borgoña.  Prometia  ademas  el 
de  ovilla  invadir  por  su  lado  el  territorio  de  Toledo» 
y.entregar  al  de  Castilla  en  cumplimiento  de  aquel 
trato  las  conquistas  que  hiciese  al  Nordeste  de  Sierra 
Morena.  En  su  virtud  la  b^lia  Zaida  pasó  á  poder  de 
Alfonso  quasipro  uooore,  que  es  la  espresion  del  obispo 
cronista  de  Tuy.  Escándalo  grande  fué  este  para  Ips 
muslimes»  que  acusaban  á  Ebn  Abed  y  á  su  favorito' 
de  sacrificar  los  intereses  del  aislamismo  y  el  decoro 
de  su  propia  familia  á  una  alianza  bochornosa,  y  ha- 
cíanle fatídicos  presagios.  Pero  el  sevillano  cumplió  su 
promesa,  tomando  á  Huete,  Ocaña,  Mora,  Alareos, 
y  otras  importantes  poblaciones  de  aquella  comarca 
que  vinieron  á  formar  la  dote  de  su  hija. 

En  la  campaña  siguiente  (1083)  se  apoderó  AU 
fonso  de  todo  el  país  comprendido  entre  Talavera  y 
Madrid.  Al  fin,  después  de  tantas  y  tan  devastadoras 
correrías,  llegó  ya  el  caso  de  poner  el  cerco  á  la  ciu* 
dad  fuerte,  al  baluarte  principal  del  islamismo  en 
España.  Está  Toledo  situada  sobre  una  elevada  roca, 
6  mas  bien  sobré  una  eminencia  cercada  de  barran- 
cos y  peñas  escarpadas,  por  cuyas  sinuosidades  corre 


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236^  HISTOUA    DI   MFAÜA. 

el  Tajo  bañaado  casi  todo  el  recinto  de  la  ciudad»  ex- 
cepto por  Ifí  parte  de  Septentrión  en  qae  deja  ana  en- 
trada de  subida  agria  y  difícil,  formando  una  especie 
de  península.  Defendianla  gruesas  murallas  ademas  de 
sus  naturales  fortificaciones.  Sus  calles  estrechas  y  tor- 
tuosas contribuian  también  á  dificultar  su  entrada  aun 
en  el  caso  de  una  sorpresa.  Por  eso  desde  una  época 
que  se  pierdo  en  la  oscuridad  de  los  tiempos  habia 
sido  Toledo  una  ciudad  importante.  Lo  fué  ya  mucho 
bajo  la  dominación  de  los  godos,  y  estaba  desde  la 
entrada  de  Tarik  bajo  el  dominio  de  los  sarracenos,, 
que  habían  hecho  de  ella  un  centro  del  lujo  y  de  las 
artes,  que  casi  podía  competir  con  Córdoba  en  sus 
mejores  tiempos. 

Tal  era  la  ciudad  que  se. propuso  conquistar  Al-  , 
fonso.  Para  cerrarla  por  todas  partes,  cortar  todos 
los  pasos  é  impedir  la  entrada  de  vituallas  y  socor* 
ros,  fiíéle  preciso  emplear  mucha  gente  y  ocupar 
también  toda  la'  vega  que  se  estiende  á  la  falda  del 
monte  sobre  que  está  asentada  la  ciudad.  Levantáron- 
se torres/  y  se  jugaron  máquinas  é  ingenios.  Pero 
la  principal  arma  de  guerra  era  la  privación  de  todo 
género  de  mantenimientos  para  los  sitiados.  El  rey 
Yahia,  que  no  se  atrevia  á  habérselas  en  persona  con 
X  enemigo  tan  poderoso,  pidió  auxilio  al  de  Badajoz» 
que  lo  era  entonces  Al  Motawakil,  el  último  de  los 
Aflhasidas,  el  cual  envió  en  efecto  en  su  socorro  al 
walf  de  Mérida  su  hijo.  Pero  el  refuerzo  llegó  tarde; 


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PAATB  U.  LIBEO  I.  '  237 

Alfadal  beo  Ornar  do  pudo  ponerse  en  combinación 
€on  ios  sitiados,  y  tuvo  que  retirarse  apresuradamen- 
te á  Marida,  derrotado  por  las  tropas  de  Alfonso.  Los 
árabes  dicen  que  el  cadí  Abu  Walid  el  Bedji  profetizó 
en  esta  ocasión  la  ruina  del  islamismo  en  Andalucía: 
los  cristianos  cuentan  que  San  Isidoro  se  apareció  en 
sueños  al  obispo  de  León  y  le  profetizó  la  pronta  con- 
quista de  Toledo.  Asi  los  escritores  de  cada  religión 
citan  su  profecías. 

Últimamente  perdida  por  parte  de  los  de  la  ciu- 
dad toda  esperanza  dé  socorro  y  apurados  por  el  ham* 
bre,  la  mayoría  de  los  habitantes  en  unión  con  los 
judíos  y  con  los  cristianos  mozárabes*  expusieron  al 
rey,  algo  tumultuariamente,  la  necesidad  de  que 
entrara  en  negociaciones  con  Alfonso.  Diferentes  veces 
salieron  comisionados  á  tratar  de  paz,  llegando  en 
una  de  ellas  á  ofrecer  el  de  Toledo  que  se  baria  vasa-* 
lio  y  tributario  del  de  León,  á  condición  de  que  le-^ 
vantára  el  sitio.  Mantúvose  firme  Alfonso  en  no  ad« 
mitir  ni  escuchar  otra  proposición  que  la  de  entre- 
garle la  ciudad.  Por  fin  la  necesidad  obligó  á  unos  y 
la  conveniencia  á  otros  á  celebrar  el  pacto  de  entre- 
ga bajo  las  bases  y  condiciones  siguientes:  Que  las 
puertas  de  la  ciudad,  el  alcázar,  los  puentes,  y  la 
huerta  llamada  del  Rey  serian  entregadas  á  Alfonso; 
que  el  rey  musulmán  podría  ir  libre  á  Valencia;  que 
los  árabes  quedarían  en  libertad  de  acompañar  á  so 
rey,  llevando  consigo  sus  haciendas  y  menage;  que 


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840  HISTORIA   DE   ñS^AÜJí. 

Recobrada  Toledo  al  cristianismo,  y  deseando  Al- 
fonso volverle  su  antigua  grandeza  religiosa,  con- 
gregó en  coDcilio  los  obispos  y  proceres  del  reino,  en 
el  cual  se  restauró  la  antigua  silla  metropolitana  y  se 
eligió  para  ella  al  abad  de  Sahagun  Bernardo,  de 
nación  francés,  monje  de  Gluni  que  habia  sido  en  su 
patria^  y  protegido  por  la  reind  Constanza,  francesa 
también  (1086);  varón  de  buen  iogeoio  y  que  gozaba 
de  aventajada  reputación  por  sus  doctrinas  y  sus  cos- 
tumbres, pero  mas  celoso  por  la  religión  que  discreto 
y  prudente  á  lo  que  se  vio  luego.  El  rey,  dotada  la 
iglesia  con  gran  número  de  villas  y  aldeas,  de  huer- 
tas, molinos  y  campos  para  la  sustentación  de  su  cul- 
to y  de  sus  .  ministros,  habíase  partido  para  León, 
donde  le  llamaban  atenciones  urgentes.  Entretanto 
el  nuevo  arzobispo,  ó  por  hacer  mérito  de  su  celo,  ó 
porque  en  realidad  considerase  afrentoso  para  los 
cristianos  el  que  los  infieles  siguieran  poseyendo  el 
mejor  templo  de  la  recien  conquistada  ciudad,  una 
noche  de  acuerdo  con  la  reina  Constanza  y  acompa- 
ñado de  operarios  y  gente  armada  hizo  derribar  las 
puertas,  despojar  y  purgar  el  templo  de  todo  lo  que 
pertenecía  al  culto  muslímico,  poner  altares  á  estilo 
cristiano,  y  colocar  en  la  torre  una  campana  que  man- 
dó tanér  para  convocar  al  pueblo  á  los  oficios  divinos. 
Indignó  tanto  como  era  natural  á  los  musulmanes 
ver  tan  pronto  y  de  tal  manera  violada  ona  de  las 
condiciones  de  la  capitulación,  por  la  cual  se  habia 


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FAKTB  11.  Limo  I.  244 

estifíulado  dejarles  eí  aso  de  aquel  templo,  y  eomo 
aun  coDStiluiaQ  la  mayoría  de  la  población  estovo  á 
panto  de  moverse  un  alboroto  que  hubiera  puesto 
nuevamente  en  riesgo  la  ciudad.  Contúvolos  por  for- 
tuna la  esperanza  ^e  que  el  rey  anularía  lo  hecho 
por  el  arrebatado  arzobispo. 

Irríló  en  efecto  tanto  á. Alfonso  la  noticia  de  aquella 
acción,  que  desde  Sahagun,  donde  se  hallaba,  partió 
con  la  mayor  velocidad  á  Toledo ,  resuelto  á  escar- 
mentar al  arzobispo  y  á  la  reina  misma  como  que- 
braotadores  del  solemne  pacto  celebrado'  por  él  con 
los  árabes.  Los  principales  vecinos  de  Toledo,  sabe- 
dores del  enojo  del  rey ,  saliéronle  al  encuentro  .en 
procesión  y  cubiertos  ^e  luto.  Los  mismos  musulma- 
nes, calculabdo  ya  mas  tranquilos  las  graves  conse* 
cuencias  que  habrían  de  esperimentar  de  llevarse 
adelante  el  rigoroso  castigo  con  que  el  rey  amenazaba,  - 
salieron  también  á  recibirle,  y  uniendo  sus  súplicas 
á  las  de  los  cristianos,  arrodillados  todos  intercedieron 
con  lágrimas  y  razones  en  favor  del  arzobispo  yxie  la 
reina.  Costóles  trabajo  ablandar  el  ánimo  irritado  de 
Alfonso,  pero  al  fin  hubo  de  ceder  á  tantos  ruegos,  y 
otorgado  el  perdón  hizo  sú  entrada  en  Toledo,  donde 
con  tal  motivo  se  trocó  en  dia  de  regocijo  y  gozo  el 
que  se  tqmia  que  fuese  de  luto  y  llanto.  Desde  enton- 
ces la  que  había  sido  por  largos  años  mezquita  de 
mahometanos  quedó  de  nue^o  convertida  en  basílica 
cristiana  para  no  dejar  de  serlo  jamás,  y  se  ordenó 
ToifoiY.  46 


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^48  mafímiA  m  wBwüíA^ 

que  en  memoria  de  tan  sepalado  be9^cÁ9  #e  cele- 
brara cada  año  el  84  de  enero  solemne  festí^idad  re- 
ligiosa en  nombre  de  Nuestra  Señora  déla. Ppz. 

Con  la  conquista  de  Toledo  variará  sen«^lemente 
la  posición  de  los  dos  pueblos  beligerantes-  Privado 
de  aquel  fuerte  apoyo  el  uno «  contando  el  otro  con 
un  nuevo  y  avanzado  baluarte  ,  el  pueblo  nuisulman 
irá  ya  en  declinación,  y  el  pueblo  cristiano  t^wiará  una 
actitud  impouente  y  vigorosa.  La  España  cristiana  su- 
frirá también  desde  esta  época  modificaciones  esen* 
ciales,  no  solo  en  lo  material,  sino  también  en  lo  mo- 
ral, en  lo  religiosa  y  en  lo  político.  Desde  U  conquista 
de  Toledo  comenzará  una  nueva  era  para  la  monarr 
quía  castellana:  por  eso  la  consideramos  copió  una  de 
las  líneas  que  marcan  los  límites  del  primer  período 
de  los  tres  en  que  hemos  dividido  la  historia  de  la 
edad  media  en  España.  Antea,  sin  embargo,  de  bos- 
quejar el  cuadro  que  presentaba  el  pstad'o  social  de  1^ 
>  Península  en  el  siglo  que  comprende  la  narración  de 
los  sucesos  que  llevamos  referidos  en  este  volumen, 
veamos  lo  que  hasta  esta  fecha  habia  acontecido  en  los 
demás  reinos  cristianos. 


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amULG  XXI?. 

ARAGÓN.— NAVARRA.— CATALUÑA. 

ftA]ll■4>.-^-IlO^   SANCHOS. — EAMON  MEKECGiaE. 

»«  4035  ¿1085. 

Bamiro  I.  de  i^ragoo.— Estrechos  limites  $ie  su  reino.-^'rastrada  ten- 
tativa contra  su  hermano  García  de  Navarra.— Hereda  lo  de  So*- 
brarbe  y  Hibagorza  por  muerte  de  su  hermano  Gonzalo.— -Toma  al- 
gunas plazas  á  los  sarracenos.— Concilio  de  San  Juan  de  la  Peña.— 
ídem  de  Jaca.— lestaioentp  de  Raoúro  4.— ^Errores  eo  que  nuestros 
historiadores  han  incurrido  acerca  de  su  muerte,  y  cuéntase  como 
fué  esta.— Sancho  Ramírez. — Conquista  á  Barbastro.^Relaciones  f 
entre  los  tres  Sanchos,  de  Aragón,  Navarra  y  Castilla.— El  carde-  ^ 
nal  legado  del  ¿papa»  Hugo  Cándido.— Cuando  se  abolió  en  Aragón  el 
rito  gótico  y  se  introdujo  «1  romano.— Negociaciones  con  Roma,'— 
Muere  aseáinado  Sancho  Garcés  de  Navarra,  y  se  unen  Navarra  y 
Aragón  en  Sancho  Ramirez.— Campañas  de  Sancho  Ramírez  con  los 
árabes.— Condado  de  Barcelona.— Bamon  Bereoguer  1. 1\  Vtfjo.—  . 
Resultados  de  su  prudente  y  sabio  gobierno.— Ensancha  \Óa  limites 
de  su  estado.— Reforma  eclesiástica:  concilio  de  Gerona  .-«-Cortes 
de  Barcelona:  famosas  leyes  llamadas  U^a^f a.— Auxilia  alrey  ma-* 
snlmao  de  Sevilla.— Estension  qne  en  su  tiempo  adquiere  el  conda- 
do de  uno  y  otro  lado  del  Pirineo.— Muere  asesinada  su  esposa  la 
condesa  Almodis.— Aflicción  del  conde  y  su  muerte.— Heredan 
el  condado  pro  «ndttnso  sus  hijos. — ^Hace  asesinar  Berenguer  á  su 
hermano  Ramón,  Uamado  Caht%a  de  £s(opa.— Qoeda  con  la  tutela 
4e  sa  sobrino  y  con  el  gobierno  del  Estado.— Causas-porqué  se  sus- 
pende esta  narración. 

En  nuestro  prólogo  advertimos  ya  qne  en  las  épocas 
en  que  estuvo  fraccionada  en  muchos  estados  inde- 


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244  ,  msTOEíA  ra  ubaÍa. 

pendientes  nuestra  Península  contaríamos  separada-» 
mente  los  socesos  peculiares  de  cada  reino  ó  estado, 
siempre  que  las  relacionen  de  unos  cqu  otros  no  estu- 
viesen tan  íntimamente  enlazadas  que  hicieran  indis- 
pensable la  simultaneidad  de  la  narración.  Solo  asi 
nos  parece  que  puede  darse  la  claridad  posible  á  la 
complicadísima  historia  de  nuestro  pais»  en  la  cual, 
mas  q^e  en  otra  alguna  que  conozcamos,  es  tan  fácil 
caer  en  confusión  como  difícil  guardar  la  trabazón  y 
unidad  necesarias  á  la  historia  de  un  gran  pueblo. 

Diminuto  y  reducido  era  el  territorio  compren- 
dido en  el  reino  de  Aragón,  asi  llamado  del  rio  de 
este  nombre,  que  en  la  parte  central  dé  los  Pirineos 
entre  los  valles  del  Roncal  y  de  Gistain  constituía  él 
estado  que  en  la  distribución  de  reinos  hecha  por 
Sancho  el  Mayor  de  Navarra  señaló  á  su  hijo  primo <- 
génito  Ramiro.  Apenas,  según  varios  historiadores  de 
aquel  reino,  abarcaba,  entonces  una.  comarca  como  de 
veinte  y  cuatro  leguas  de  largo  sobré  la  mitad  de  ancho 
poco  mas  ó  menos.  Nadie  podia  imaginar  en  aquella 
sazón  que  tan  estrecho  recinto  se  había  de  convertir 
andando  el  tiempo  en  estado  vasto  y  poderoso,  y  que 
habia  de  ser  uno  de  los  reinos  mas  estensos  y  respeta- 
bles no  solo  de  España  sino  de  Europa.  Que  Ramiro 
intentó  muy  desde  el  principio  ensancharle  á  costa  de 
los  estados  de  su  hermjiQo  García  de  Navarra,  dijí- 
moslo  ya  en  el  capítulo  XXII  de  este  libro.  Pero  sor- 
prendido y  vencido  en  Tafalla,  hubo  dé  agradecer  el 


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fAin  II.  LIBIO  u  246 

poder  regresar  fagilivo  á  guarecerse  en  las  montañas 
de  sa  estrecho  y  exiguo  estado*  Asi  permaneció  hasta 
4038,  en  que  su  hermano  Gonzalo,  se^or  de  Sobrar- 
be  y  Ribagorza,  fué  asesinado  á  traición  en  el  puente 
de  Monclús  por  su  vasallo  Ramonet  de  Gascuña,  al 
volver  un  día  de  caza.  Entonces  los  de  Sobrarbe  y 
Ribagorza,  Viéndose  sin  señor,  eligieron  por  rey  á 
Ramiro,  con  lo  que  comenzaron  á  recibir  los  primeros 
ensanches  los  limites  de  su  reino. 

Habia  casado  Ramiro  en  1036  con  Gísberga,  hi** 
ja  de  Bernardo  Roger,  conde  de  Bigorra,  Á  la  cual 
ihudó  el  nombre  en  el  deErmesinda*  Tuvo  depila  óua- 
tro  hijo^,  á  saber,  Sancho  que  le  sucedió  en  el  reino; 
Garqía,  que  fué, obispo  de  Jaca;  Teresa  y  Sancha  que 
cas^on  con  los  condes  de  Provenza  y  Tolosa.  Bijo 
natural  de  Ramiro  fué  también  otro  Sancho,  á  quien 
dio  el  señorío  de  Aybar,  lavierre  y  Latre¿  con  titulo 
de  conde,  y  el  de  Ribagorza.  Murió  la  reina  Erme- 
sinda  en  4  /  de  setiembre  de  1 049^  y  fué  enterrada  en 
el  monasterio  de  San  Juan  de  la  P^ña. 

Nótase- gran  falta  de  documentos  y  noticias  res* 
pecto  á  los  primeros  años  del  reinado  de  Ramiro^  Los 
escritores  aragoneses  suponen  haber  estendido  su  do- 
minación al  condado  de  Pallas,  y  afirman  haber  con» 
quistado  de  los  moros  á  Benabarre,  lanzádolos  de  to-¿ 
dos  los  términos  de  Ribagorza,  y  aun  hecho  tributa- 
rios á^los  emires  de  Lérida,  Zaragoza  y  Huesca,  en 
lo  cual  no  están  de  acuerdo  las  crónicas  arábigas.  Mas 


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5146  aiñoKiA  db  svAffA« 

conocidos  son  sus  hechos  religiosos.  Dos  concilios 
86  celebraron  en  el  reinaído  de  RaAiiro  L «  en  San  Joan 
de  la  Pena  el  óno,  en  Jaca  él  otro.  En  el  primero» 
qae  ha  llegado  mutilado  á  nosotros»  se  hizo  nn  canon 
notable  por  lo  singalar:  «Decretamos  é  institaimos, 
dijeron  los  padres,  qiie  tos  obispos  de  Aragón  sean 
nombrados  y  elegidos  de  los  monjes  de  este  monas* 
terio  ^^^:»  .testimonio  inequívoco  de  ia  inflnencia  y  as- 
cendiente que  aquellos  monjes  ejercian.  Pero  mas  im- 
portante y  célebre  fué  el  de  Jada,  congifegíídoen  1 063. 
Asistieron  á  él  y  le  confirmaron,  e\  rey  donRarmíro» 
ios  dos  Sanchos  sus  hijos»  el  legítimo  y  eA  bastardo, 
nueve  obispos  ^^\  tres  abades,  un  conde  y  todos  los 
proceres  de  la  corte  del  rey.  Era  por  io  (antoun  con  - 
cilio  mixto,  como  la  mayor  parte  de  los  de  aquel 
tiempo.  Después  de  tratar  de  la  reforma  de  las  cos- 
tumbres y  disciplina  eclesiástica  estragadas  por  las 
guerras  y  por  el  comercio  con  los  infieles,  se  res- 
tauró en  Jaca  la  antigua  sitia  episcopal  de  Huesca^  de- 
clarando que  cuando  esta  ciudad  se  recobrara  del  po- 
der de  los  mahometanos,  lá  de  Jaca  le  fuese  subdita 

(4)    Hocveró  est  nostras  insti-  do  lo  quo  se  íe  ^dria  anticipar 

tutionU  deeretumi   ut'  spiscopi  seria  á  esie  ai  o. 

aragonensei  ex  monachis  príBfati  (2)    Los  de  Aux,  Urgel,  Bigor- 

eomobii  hab^aníur  et  eHgantur,  ra,  Oloroo,  Calahorra,  Lectora, 

Collecl.  3Aax.  Cooc.  Hisp.  t.  IH.-^  Aragón,  (Jaca) ,  Zaragoza  y  Roda. 

Seguo  Flores  (Bsp.  Sagr.  1.111),  Los  nombres  de  ektas  diócasis  da  n 

este    coacilio   debió    celebrarse  idea  de  la  circunscripción  de  los 

en  1062.  Sijb6nenie  algunos  cele-  límites  ({ue  alcan2aba  entonces  el 

bradoen  40¿'k  error  manifiesto,  reino,  si  bien  algunos  de  estos 

puesto  que  asistió  á  él  et  rey  don  prelados  estaban  fódavia  in  par- 

Rimiro,  que  no  empezó  á  reinar  tibm  infid9lium^  como  el  de  Za- 

"^    '  i  103d.  Por  conseouenciá  io*  ragoza. 


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y  ana  miarna  M&éí  cod  ella  <iy  la  obedeciese  como  hija 
¿  so  matrls.»  Asignó  el  rey  á  esta  diócesi  á  título  de 
perpetuidad  diferentes  tierras  y  monasterios  con  das 
dependencias. 

Mas  Ia(  deliberación  trascendental  qae  se  tomó  éú 
este  conóilio»  fué  la  donación  que  Ramiro  y  sn  hijo  * ' 
/Sancho  hicieron  á  Dios  y  á  San  Pedro  (al  bienaventu- 
rado pescador,  beato  piscatori)  <cde  todo  el  diezmo  de 
sus  derechos,  del  oro ,  plata,  trigo,'  vina  y  demás  co- 
sas que  de  grado  ó  por  fuerza  les  pagaban  asi  cristia- 
nos como  sarracenos,  de  todas  las  villas  y  castillos, 
asi  en  las  montanas  como  en  los  llanos*. ¿  de  todos  los 
tributos  que  de  presente  ó  de  futuro  percibieran  ó  pu- 
dieran percibir  con  la  ayuda  de  Dios.»  «Y  donamos, 
añadieron,  á  dicha  iglesia  y  obispo,  la  tercera  parte 
del  diezmo  de  lo  que  recibimos  de  Zaragoza  y  de  Tu- 
déla.»  «Y  yo  Sancho,  hijo, del  precitado  rey,  encen- 
dido en  amor  divino,  concedo  á  Dios  y  á  San  Pedro 
{beqto  clavigero)  la  casa  que  tengo  en  laca  con  todas 
sus  pertenencias.»  Tal  es  la  devoción  y  piedad  del 
primer  Ramiro  de  Aragón,  á  quien  por  lo  mismo  no 
estrañamos  que  el  papa  Gregorio  Vil.  llamara  mas 
adelante  cristianismo  principe.  Ofrece  este  concilio  la 
notable  singularidad  de  haber  sido  también  confirma- 
do por  todos  los  moradores  de  Jaca,  hombres  y  mo- 
geres  fcuncti  habitatoresaragonensis  patricB ,  tam  vi* 
ri  quatá  famince)  que  unánimemente  esclamaron: 
«Demos  gracias  al  Cristo  celestial,  y  á  nuestro    be- 


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Si8  ^  msTOEíA  DB  ismSa. 

DigDÍsimo  y  serenísimo  príncipe  Ramiro.. •  etc.»  ^^K 
Dos  años  aDte3  de  este  concilio,  hallándose  el  rey 
enfermo  en  San  Juan  de  la  Peña  (1 061 ) ,  hizo  su  tes* 
tamento,  qae  se.  conserva  y  cita  como  pieza  auténtica» 
en  el  cual,  después  de  declarar  sucesor  de  todas  sus 
tierras  y  señoríos  á  su  hijo  Sancho,    «hijo  de  Erme- 
sinda,  cuyo  ooníbre  bautismal  fué  Gisberga,«  cede  al 
otro  Sancho,  el  ¡legitimo,  Aybar,  Javierre  y  Lalre  con 
las  villas  de  su  pertenencia  para  que  las  posea  en  feu- 
do por  su  hermano  Sancho  como  si  fuese  por  él.  Mas 
«si,  lo  que  Dios  no  permita,  hiciese  la  infamia  de  se- 
pararse de  su  obediencia,  ó  de  querer  levantarse  con- 
tra los  reyes  de  Pamplona,  que  ^ea  echado  de  estas 
tierras  y  del  señorío  que  le  dejo,  y  que  estas  tierras 
y  este  señorío  vengan  á  poder  de  mi  hijo  Sancho,  hi- 
ja tbio  y  de  Ermesinda.»  Curiosas  son  algunas  de  las 
cláusulas  que  siguen ,  asi  por  la  idea  que  dan  de  las 
costumbres,  como  de  la  modificación  que  estaba  su- 
friendo la  lengua  en  aquel  tiempo ^^^  cPero  mb  armas, 
que  pertenecen  á  barones  y  caballeros,  sillas,  frenos 


(4)    Aguirre ,    G0llect.   Cono,  et  de  argento,  et de  girea,  et crts- 

Hisp.  talo,  et  macano,  et  roeos  vestiioSf 

(i)    Hé  aqui  algunos  trozos  de  eí  acitaras  ^  ei  coHectras^  etal- 

latín  castellanizado  de  este  docu*  ^mucBllas,  et  sermtium   de  mea 

mentó:  De  meas  autom  armas  qui  mensa^  totum  Yadafc,  etc...  Et  idos 

ad  varones  et  cavalleros  perti-  vassos  quos  Saoctius  filius  meus 

nent,  sellas  de  argento  et  frenos  comparaverU^  et  redemerit,  peso 

et  brumias.  et  espalas^  et  adar-  per  peso  de  pla^^  aut  de  cazeni, 

cas,  eigelmos,  ct  tertioias,  et    úioapretidat et  io  Casteilos  da 

ssutorioSt  ai  sporas^  et  cavallosy  fronteras  de  Mauros  qui  suntjpro 

el  mulos,  et  eqaas,  et  voceas^  et  /focara,  etc.— Publicado  por  bris 

o?es,  dimitto  aa  Sanctiam  meam  Martines*  en  la  Bistoria  de  San 

filiiun,  etc et  wusos  de  auro  Joan  de  la  Peña,  pág.  438. 


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f  ARTB  ^1.  uno  I.  249 

de  plata,  espadas,  escudos»  adargas,  cascos,  cinturo- 
nes  y  espuelas,  los  caballos,  muías,  yeguas,  vacas  y 
ovejas,  las  doy  á  mi  bijo  Sancho,  al  mismo  á  quien 
dejo  aquella  mi  tierra,  para  que  lo  posea. todo;  á  ex- 
cepción de  mis  vacas  y  ovejas  que  estuvieron  en  Santa 
Cruz  y  en  San  Cipriano,  que  las  dejo  para  mi  ánima, 
mitad  á  San  Juan  y  mitad  á  Santa  Cruz.  En  cuanto  á 
mi  moviliariot  oro,  plata,  vasos  de  estos  metales,  de 
alabastro,  de  cristal  y  de  macano,  mis  vestidos  y  ser^ 
vicio  de  mesa,  vaya  todo  con  mi  cuerpo  á  San  Juan, 
y  quede  alli  en  manos  de  los  señores  de  aquel  monas* 
terio;  y  lo  que  de  este  moviliario  quiáiere  comprar  ó 
redimir  mí  hijo  Sancho,  cómprelo  ó  redímalo^  y  lo 
que  no  qui3iere  comprar»  véndase  alli  á  quien  mas 
diere;  y  aquellos  vasos  que  mi  hijo  Sancho  comprare 
ó  redimiere,  sea  peso  por  peso  de  plata.  Y  el  precio 
de  lo  que  mi  hijo  comprare  ó  redimiere,  y  el  precio 
de  todo  lo  demás  que  fuere  vendido,  quede  la  mitad 
por  mi  ánima  á  San  Juan,  donde  he  de  reposar,  y  la 
otra  mitad  distribuyase  á  voluntad  de  mis  maestros, 
al  arbitrio  del  abac)  de  San  Juan  y  del  obispo  que  fuere 
de  aquella  tierra,  y  del  señor  Sancho  Galindez  y  el  se- 
ñor López  Garcés  y  el  señor  Fortuno  Sanz  y  de  otros 
mis  grandes  barones,  por  la  salud  de  mi  ánima  pártase 
entre  los  diversos  monasterios  del  reino,  y  en  construir 
puentes,  redimir  cautivos,  levantar  fortalezas  ó  termi- 
nar las  que  están  construidas  en  fronteras  de  los  moros 
para  provecho  y  utilidad  de  los  cristianos,  etc.» 


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2S0  HttT«lA  BB  UfáñA. 

Caentan  la  mayor  parte  de  noestros  bitoríadore», 
inclasos  los  particnlares  de  AragOD,  qae  teiñeado  Ra- 
miro I.  paesto  cerco  al  castillo  de  Graud,  el  Grado  se- 
gan  otros,  para  arrancarle  del  poder  de  los  sarrace^ 
nos,  foé  contra  él  con  poderoso  ejércllo,  y  como  alia-» 
do  del  rey  moro  de  Zaragoza  sn  sobrino  el  rey  San- 
cbo  el  Fuerte  de  Castilla,  y  qne  acometido  y  envuel- 
.  to  por  todas  partes  el  de  Aragón  pereció  alK  con  mn* 
cbos  de  los  soyos.  Mas  como  Sancho  de  Castilla  no 
comenzara  á  reinar  hasta  4065,  en  qae  murió  su  pa- 
dre Fernando  el  Magno,  los  escritores  que  le  suponen 
en  guerra  con  Ramiro  I.  de  Aragón  han  tenido  que  re- 
currir á  prolongar  la  vida  de  este  monarca  hasta  4067 
habiendo  muerto  en  4063,  añadiendo  asi  un  error 
cronológico  para  poder  sostener  una  inexactitud  his- 
tórica (*'.  Siendo  para  nosotros  cosa  averiguada  la 
muerte  de  Ramiro  en  4  063  ^\  resulta  no  haber  sido 
posible  la  ida  del  rey  Sancho  de  Castilla  contra  61 
cuando  tenia  asediado  el  Castillo  de  Graus,  ni  otA 
guerra  alguna  entre  los  dos  monarcaá.  ¿Cómo  fcre 
pues  la  muerte  de  Ramiro  I? 

(I)    El  eradito  Romey  ba  ¡d-  miro  acaeció  ea  1063,  coenia  tift 

corrido  en  este  ponto  en  la  misma  embargo  la  goerra  de  este  eco 

equivocación  de  Mariaoa.  Ambos,  Saocbo  de  Castilla  que  no  reinó 

con  otros  muchos  que  nos  dispon-  hasta  1065.  y  la  ida  de  Sancho  al 

aamosde  citar,  difieren  la  muerte  eastillo  de  Oraos  cercado  por  Ra* 

de  Ramiro  hasta  4067,  para  dar  miro. 

lagar  á  la  guerra  con  Sancho.  El  (t)    Anal.  Toledan.  primero^: 

docto  Zurita  (Anales  de  Aragón,  cMurió  el  rey  don  Ramiro  en  Gra- 

lib.  I.  cap.  18)  cae  en  una  con-  dos,  era  MGi.»— Epitafio  de  San 

iradiocion  todavía  mayor,  Conri-  Joan  de  la  Peüa.^-^Blancas»  Go- 

Hiendo  én  qae  la  miurte  de  Ra-  meotaríos.— td.  ln¿cripcióa«¿  o4 


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íAftTt  u«  um  u  ISI 

ÜA  lii^oriador  arábigo  ^^  casa  contesipoTáñeo  y 
(|fie  vitia  en  Zaragoza, '  tm  ihtoftíá  de  este  énteiú  (te 
ma  manera  qae  basta  ahora  no  conoefamo^  «Coatído 
^A\  Moktadir  Billa)»»  dice,  dejó  á  Zaragoza  pdra  ir  coft 
«SQ  hueste  al  encnentro  de}  tirano  Radmil  (Ramiro)» 
éé\  príncipe  dé  los^  Cristianos ,  habiendo  ¡Reunido  los 
«dos  reyes  el  mayor  ejército  po^ble,  dfércmse  vista 
«musulmanes  é  infieles;  eada  uno  dé  los  dos  ejércitos 
«estableció  Su  eán&po  y  se  colocó  en  orden  de  batalla. 
«El  combate  duró  ona  gran  parte  del  dia;  pero  IdS 
«musulmanes  salieron  derrotados.  Consternóse  Al 
lAlokIadir )  \9t  locha  había  sido  tan  encarnizada  que 
idos  musulmanes  se  dispersaron  acá  f  a)Ni.  Entoncei 
#At  Moktadir  llamó  á  cierto  musulmán  qu&aventa* 
Kjaba  á  todo$  los  demás  guerreros  en  donocimientóS 
«militares»  el  cual  se  llamaba  Sadadáb. — ¿Qué  pen^ 
«sais  TOS  de  este  dia?  le  preguntó  Al  Hoktadir.-^Dés- 
«gráciado  ha  stdd»  le  respondió  Sádadáh;  pero  áruü 
€rae  queda  un  recurso.  Y  dicho  esto  se  marchó.  Lle^ 
iyábít  este  tal  et  trage  de  los  cristiaMs  y  hablaba  ttray 
«bien  su  lengua  porque  Vivía  á  sü  vecindad  y  se  mea^ 
«ciaba  con  ellos  muchas  veces.  Penetró  pues  en  el 
«ejército  de  los  infieles»  y  se  acercó  al  tirano  Radmil. 
«Encontróle  armado  de  pies  á  cabeza»  con  la  visera 


los  reyes  de  AragOD.-—Mcírei,  Aú-  Sagr.  i.  HI.  p'.  293.— Id.  to- 
nal, de  Navarra,  i.  I.— Id.  loVea^  mo  XLTV.  Fragm .  bistor.  p.  3S7. 
ti^*c.  bbtoric.  pai;.  lF9i.— Gron.  (!)  Al  Torteéc^,  éñsn  Siréd^ 
dgBiptoft,  eitada  por  VíllaDaoT«,  jort-áoloo,  c\%,  pót  WÉf  tñ  Itft 
^Mj^BMrariO»  pinf •  MS.^BapaSá  rareali  p^;  489  • 


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8BS  ASTOHU  DI  KSrAftA. 

«oalada  de  soerte  que  no  se  le  veía  mas  que  los  ojos. 
cSadadáh  le  acechó  esperando  una  ocasión  de  poderle 
thent.  Presentósele  esta,  lanzóse  sobre  Ramiro  y  le 
«hirió  en  el  ojp  con  su  lanza.  Ramiro  cayó  boca  abajo 
«en  tierra.  Entonces  Sadadáh  comenzó  á  gritar  en  ro- 
«mance:  «El  sultán  ha  sido  muerto,  ¡oh  cristianosl» 
«Difundida  por  el  ejército  la  noticia  de  la  muerte  de 
«Ramiro  dispersáronse  los  crbtíanos  y  huyeron  pt^* 
«cipitadamente.  Tal  fué,  por  la  permisión  del  Todo- 
«poderoso,  la  causa  de  la  victoria  de  los  musul- 
«manes.» 

Si  asi  fué  como  lo  cuenta  el  historiador  arábigo, 
aquel  Sadadáh  fué  el  Bellido  Dolfos  de  los  sarracenos. 
Sin  embargo  el  rumor  dé  la  muerte  de  Ramiro  babia 
sido,  falso:  el  rey  estaba  herido  solamente;  pero  murió 
de  sus  resultas  el  8  del  siguiente  mayo  (*\  dejando 
por  sucesor  á  su  hijo  Sancho  el  legítimo,  quQ  ya  du* 
rante  la  enfermedad  de  su  padre  habia  gobernado  el 
reino,  y  á  quien  llamaremos  Sancho  Ramírez,  para 
distinguirle  de  los  otros  dos  Sanchos  que  reinaron 
en  su  tiempo  en  Navarra  y  en  Castilla  ^^K 

(I)    En  San  Joan  dd  la  Pena,  maba  él  al  Breviario  y  Misal  de 

donde  fué  enterrado.  loa  godos],  la  cual  soperaticionte- 

{%)    Dice  MariaDa,  eo  el  cap.  7.  oía  con  una  persuasión  muy  necia 

del  lib:  IX?  de  la  Historia,  hablan-  deslorobrados  los  entendimijentos, 

do  de  este  rey:  «Del  papa  Grego-  y  que  con  la  luz  de  las  ceremoDÍas 

•  rio  Vil.  que  gobernó  la  iglesia  por  romaoas  dio  un  muy  giaude  lus- 

estostiempos  se  baila  una  bula  en  tre  á  España.  A  la  verdad  este 

3 ue  alaba  al  rey  don  Ramiro,  y  príncipe  fué  muy  devoto  de  la  Se- 

ice  faé  el  primero  délos  reyes  de  de  Apostólica,  en  tanto  grado  que 

Esp^a  qae  dio  de  mano  á  la  su*  estableció  por  ley  perpetua  para 

persiidon  de  Toledo  (qae  ui  lia-  él  y  sos  descendientes  que  fuesen 


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PABTB  u.  una  I.  8S3 

Joven  de  diez  y  ocixo  anos  Sancho  Ramírez^  pero 
príncipe  de  grande  ánimo  y  esfuerzo,  prosiguió  guer- 
reando contra  los  árabes  ansioso  de  vengar  ta  muerte 
de  su  padre»  y  ensanchó  los  términos  de  sus  dominios 
mQcl;io  mas  que  lo  eran  cuando  él  los  beredára¿  Una 
de  las  empresas  que  en  los  primeros  ano9  de  su  reina* 
do  dieron  mas  fama  al  joven  principe  fué  la  conquista 
de  Barbastro»  que  hizo  en  unión  con  el  conde  de  Ar- 
mengol  de  Urgel  su  suegro,  si  bien  costó  la  vida  á  este 
ilustre  vastago  de  la  noble  familia  de  los  Armengoles 
de  Urgel  que  tantos  Jureles  ganaron  en  las  guerras 
con  los  musulnaanes  (1065).  Abrió  aquella  conquista 
á  Sancho  Ramírez  el  camino  para  otras  no  menos 
importantes  en  las  regiones  fértiles  y  abundosas  de 
la  tierra  Uan^»  en  que  hasta  entonces  habían  vivido 
los  sarracenos  con  toda  seguridad  y  regalo.  Asi  no  le 
hubiera  dístraido  del  que  debía  ser  su  principal  obje-* 
to  como  el  de  todos  los  monarcas  cristianos  de  aqnella 
época  la  ambición  de  S^incho  de  Castilla,  que  obligó  á 
los  dos  Sanchos  de  Navarra  y  Aragón  á  confederarse 


siempre  tribatarios  al  samo  pon*  gop  no  dio  de  m^no  al  Bre? iario 
.  tifice:  grande  resolución  y  maes-  gótico,  ni  este  se  abolió  en  Aragón 
tra  de  piedad.»  hasta  4Q74,  ocho  años  después  de 
No  es  posible  decir  mas  erro-  baber  muerto  Bamiro.  4.<>  El  rito 
res  en  menos  palabras.  4.^  Bl  pa-  gótico  no  era  una  superstición  que 
pa  Gregorio  VU.  no  gobernaba  en-  con  persuasión  muy  necia  tuviese 
tonces  la  iglesia,  ni  ocupó  la  silla  deslnmbrados  los  entendimientos, 
pootiiicia  hasta  diez  años  después  sino  un  rito  nacional  muy  venera- 
de  la  muerte  de  Bamiro.  2.^  La  do  y  muy  legítimo,  reconocido  co- 
bula  á  que  se  refiere  no  se  baila  mo  tal  no  solo  por  la  iglesia  espa- 
an  los  registros  de  sus  cartas,  ñola,  sino  por  concilios  y  pootifi- 
3.**  El  rey.  don  Ramiro  1.  de  Ara-  oes.  5.<»  Ramiro  I.  d^  Aragón  no 


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«rti^  9Í9Y  qm  produjo  la  guerra  y  M«tatti.49  ^oa 
(4066),  coa  todas  las  demás  coíxsemt^cm  49  /fof 
diñes  ya  cuenta  eo  el  Anterior  capftala  tuataiKlis  déla 
UltaiiadeiClastílla. 

Un  neigocio  eclesiástico,  de  grave  iaterás  por  las 
proporciones  que  llegó  á  tomar  y  por  el  grande  ia^ 
flojo  qjue  coa  el  tiempo  ejerció  en  la  condición  reli* 
giosa  y  pelitica  de  toda  Gspana,  vino  á  ocnpar  al  rey 
Sa^ctio  Ramirez  de  Aragón  en  medio  de  las  atancíot^ 
pes  de  la  guerra.  Era  el  tiempo  eo  qae  ios  papas  y  la 
•órte  de  Roma  aspiraban  á  esteader  sn  influjo  y  de* 
miaaoíon  y  á  sotneter  á  él  todos  los  imperios  y  pria- 
oipes  cristiaaos»  de  cayo  sistema,  y  de  sa  justicia  ó 
injusticia,  conveniencia  ó  inconveniencia  no  jajsgare- 
mes  ahora.  España  era  el  pais  en  que  menos  inter- 
▼encion  había  ejercido  la  Santa  Sede  aun  en  ios  ne- 
gocios eplesiásticos,  y  mucho  meaos  en  los  témpora-* 
les.  A'  ella,  pues,  dirigieron  su  mira  los  romanos 
poaiíflces.  Ocupaba  á  este  iiempo  la  silla  de  San  Pe* 
dro  el  pa^  Alejandro  U.,  el  cual  en  el  ano  segando 


hizo  Btt  reino  perpétaameate  tri-  gaerra  coa  bu  «obrípo  Saacho  de 
buterio  de  Aoma.  S.®  Si  lo  bubie-  Castilla  cuyo  reinado  oo  alcanzó, 
f  9  becbo,  babria  aido  nuiestra  de  Poue  el  concilio  de  Jaca  de  4  063  eo 
^  «rail  |>iedad,  pero  no  uoa  grande  1060,  y  bace  posterior  ¿  eate  ^n  dos 
reaoiucion,  sino  una  resolucioa  años  el  de  San  Juan  de  la  Peña, 
muy  peiittdicial  á  £apaña;  y  ño  No  haUainas  pues  eu  Mariana  ver- 
.  autorizada  por  ninguna  de  las  le-  dad  ni  exactitud  en  nada  de  lo 
yes  del  reino.  que  cuenta  de  don  Aamiro.  ¿Ten- 
Todo  esto  recae  denpues  de  ha-  aremos  necesidad  de  hacer  la  mis- 
l>er  hecho  Mariaaa  mir  á  Ramiro  ma  adverieocia  en  otras  ¿pocas  y 
basta  4067.  habiendo  muerto  ea  reinados? 
tosa,  j  és  haberle  hecho  morir  ea 


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del  reiiiado  jde  Sancho  B«wr«?  {1  Q6i)  envió  A  Ara-^ 
gonal  cardenal  legada  Hugo  CándidOt  con  la  comisión 
de  impetrar  del  rey  la  abolición  del  rito  y  breviario 
gótico  y  mozárabe  que  hasta  entonces  habia  usado 
constantemente  la  iglesia  española,  reemplazándole 
con  el  breviario  y  ritual  romanó.  Este  paso  del  pon- 
jffic^  debió  lisonjear  mucho  al  monarca  aragonés, 
el  cual  recibió  al  legadoen.su  corte  con  grande^ 
honras  acompañado  de  sus  hermanos,  Sancho  el  con- 
de, y  García  obispo  de  Jaca,  y  de  varios  ricos- 
hombres  y  caballeros  principales  del  reino*  Acaso  los 
asuntos  de  la  guerra  impidieron  al  rey  arreglar  por 
entonces  la  negociación  apostólica  relativa  á  la  susti- 
tución del  rezo  por  favorables  que^  fuesen  para  ello 
SMS  disposioiones.  O  mas  bien  se  diferirla  por  la  re- 
damación que  en  favor  del  oficio  gótico  hicieron  Cas- 
tilla y  Navarra,  de  donde  pasaron  tres  prelados  al 
concilio  de  Mantua  de  1067  á  representar  ante  el  pa- 
pa y^  el  sínodo  la  legitimidad  y  santidad  del  rito  mozá- 
rabe, logrando  que  uno  y  otro  te  reconocieran  y  apro- 
baran como  tal.  A  pesar  de  todo,  fué  tal  el  empeño 
qoe  en  aquel  negocio  mostró  Alejandro  II.,  que  ha- 
biendo vuelto  el  legado  Hugo  Cándido  á  Aragón,  quedó 
abrogado  el  rito  gótico  en  aquel  reino  y  reemplazado 
por  el  romano  (marzo  de  1074),  comenzando  á  usarse 
este  en  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña;  pri- 
mera brecha  que  se  abrió  en  España  á  la  preponde* 
rancia  de  la  corte  pontificia,  preponderancia  que  ha- 


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256  aidTouA  ra  ispAftA. 

bía.de  ir  acreciendo,  y  qoe  monarcas  y  pueblo?  ino- 
tilmente  se  habian  de  esforzar  después  por  atajar  ^*K 
Deferente  y  respetuoso  el  monarca  aragonés  á  la 
silla  pontificia»  puso  bajo  su  protección  todos  los  mo^ 
nasterios  de  su  señorío,  y  con  el  cardenal  Hugo  Cán«- 
dido  envió  á  Roma  al  abad  de  San  Juan  de  la  Peña, 
Aquilino^  suplicando  al  papa  recibieso^  bajo  su  amparo 
aquel  monasterio  que  sus  predecesores  babian  funda* 
do  y  dotado  con  cuantiosas  rentas.  A  su  paso  por  Bar- 
celona lograron  estos  dos  enviados  que  el  conde  Ra- 
món Berenguer  decretase  la  abolición  del  rito  mozá- 
rabe en  sus  estados  y  su  reemplazo  por  el  romano,  al 
modo  de  lo  que  acababa  de  ejecutarse  en  Aragón, 
contribuyendo  á  ello  la  condesa  doña  Almodis,  de  na- 
ción francesa,  acostumbrada  en  su  patria  á  las  cere- 
monias de  aquella  liturgia  <^^  Fácil  le  fué  á  dpn  San- 
cbo  Ramirez  alcanzar  del  papa  Alejandro  II.  las  bu- 
las que  impetraban.  Pero  llevaba  muy  á  mal  su  her- 
mano García,  el  obispo  de  Jaca,  la  exención  de  los 
monasterios  y  de  las  iglesias  que  se  iban  fundando  y 
dotando  en  los  lugares  que  se  ganaban  á  los  moros: 
exponia  al  rey  que  eso  era  derogar  la  jurisdicción  or- 
dinaria, y  procedía  contra  todos  los  que  pretendian 
la  exención.  Inquietos  traia  á,  los  monjes  y  al  rey   la 


(4)    Sóbrela  Terdadera  época  en  el  tomo  HI.  de  la  Esp.  Sagrada, 

de  la  iolroducciOD  del  oficio  y  (2)    Diago,.Hi8.  de  los  condes 

rezo  romano  en    Aragón,    pue-  de  Barcelona.— Sandoval,  Cinco 

de   verse   la   luminosa   diserta-  «bispos.— Florez,  en  la  cüada  di- 

cíon  del  erudito  maestro  Florez,  sertacion*  Esp.  Sagr.  tom.  01* 


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PARTB  II.  LIURO  I.  257 

conducta  del  celoso  prelado.  Envió  Sancho  con  este 
motivo  nuevo  embajador  á  Roma,  y  Gregorio  VIL, 
que  había  sucedido  en  1073  en  la  silla  de  San  Pedro,   ^ 
á  Alejandro  IL  confirmó  las  exenciones  otorgadas  por 
éste.  Por  último,  merced  á  la  solicitud  y  buena  maña 
del  abad  Galindo  concedió  el  sumo  pontífice  al  rey  la 
facultad  de  distribuir  y  anexar  las  rentas  délas  iglesias, 
los  monasterios  y  capillas  que  en  adelante  se  funda- 
sen en  su  reinoó  se  conquistasen  de  los  infieles  (1 07 4) « 
Dio  esto  ocasión  á  un  hecho  que  nos  demostrará  las 
ideas  que  en  aquel  tiempo  dominaban 

El  rey  habia  hecho  aplicación  de  algunas  de  aque- 
llas rentas  á  los  gastos  y  atenciones  de  la  guerra  que 
sostenía  contra  los  enemigos  de  la  fe.  A  pesar  de  lo 
sagrado  del  objeto,  «teníase  por  grave,  dice  un  histo*' 
riador  de  Aragón,  lo  que  el  rey  hacia;»  él  mismo  en- 
tró en  escrúpulos;  y  pareciéndole  que  con  aquello 
ofendería  á  Dios  y  acaso  movía  escándalo  en  el  pueblo, 
hallándose  con  la  corte  en  Roda  hizo  á  presencia  del 
obispo  de  aquella  diócesi  penitencia  pública  en  el 
templo,  y  pidió  perdón  y  satisfacción  á  Dios,  por  ha- 
ber echado  mano  de  las  décimas  y  primicias  de  las 
iglesias,  mandando  desde  luego  restituir  á  la  Roda 
lo  que  él  decía  haberle  usurpado  ^*K 

Un  acontecimiento  imprevisto  vino  á  poner  un 
nuevo  CQtro  en  manos  de  Sancho  Ramírez  de  Aragón. 
El  4  de  junio  de  1076  hallándose  entretenido  en  el 

(i)    Zurita,  Anal.  líb.  I.  cap.  35.      - 

Tomo  iv.  .  17 


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258  BISTQIIA  DB  BSPAJiA. 

ejercicio  de  la  caza  su  primo  Sancho  Garcés  de  Navar* 
ra  ea  los  bosques  de  Peñaleo,  fué  alevosamente  sor- 
prendido por  su  hermano  Ramón  y  precipitado  por  él 
y  sus  amigos  de  lo  alto  de  una  elevada  roca,  de  lo 
.  cual  le  quedó  en  la  historia  el  nombre  de  Sancho  el 
Despeñado  y  de  Sancho  el  de  Peñalen.  Engañóse  el 
fratricida  si  cometió  el  asesinato  coa  intención  de  ar- 
rebatar á  su  hermano  la  corona,  porque  los  navarros 
viénd^esin  rey  y  no  creyendo  digno  del  trono  á  quien 
por  tan  criminales  medios  pretendía  usurparle,  eligie- 
ron de  común  acuerdo  al  de  Aragón,  que  asi  se  encon- 
tró soberano  de  una  nueva  y  poderosa  monarquía. Mar- 
chó el  aragonés  á  Pamplona  á  posesionarse  del  reino 
que  tan  inopinadamente  le  habia  venido,  pero  al  propio 
tiempo  Alfonso  VI.  de  Castilla  qne  se  consideraba  con 
derecho  á  la  sucesión  de  aquel  estado  dirigióse  también 
con  ejército  á  Navarra,  y  se  apoderó  ile  la  Rioja,  de 
Calahorra  y  de  otras  plazas  limítrofes  de  Navarra  y 
Castilla.  Un  hijo  de  Sancho  el  Despeñado,  llamado  Ra- 
miro, huyó  por  temor  al  asesino  de  su  padre  y  se  re- 
fugió en  Valencia,  donde  permaneció  mucho  tiempo  y 
casó  con  una  hija  del  Cid.  Ramón  el  Fratricida,  ex- 
pulsado por  los  navarros,  se  acogió  á  Zaragoza,  don- 
de fué  bien  recibido  por  el  rey  musulmán ,  que  le  did 
casa  y  hacienda  con  que  pudiese  vivir  con  el  decoro 
correspondiente  á  su  clase  de  príncipe  ^^K 

(4)    Aaaal.  Compost*  p  320.—    —Id.    iDvest.    lib.    III.— Zurita, 
Moret,  Aoal.  de  Navarra,  lib.  XUI.    Aual.  lib.  I.  cap.  23. 


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PARTB  IK  LIBRO  I.  259 

No  trató  por  entonces  el  aragonés  de  disputar  á  su 
primo  el  de  Castilla  la  posesión  de  las  plazas  de  Rioja 
de  que  se  habia  apoderado.  Urgíale  mas  pelear  contra 
los  infieles,  y  con  este  intento  pasó  á  Ribagorza,  don- 
de sitió  el  fuerte  castillo  de  Muñones  y  le  'tomó  por 
asalto  después  de  derrotar  en  sangrienta  lid  al  emir 
de  Huesca  que  á  defenderle  había  acudido.  En  1078 
se  atrevió  á  pasar  á  la  vista  de  Zaragoza  ,  taló  sus 
campos,  siguió  las  corrientes  del  Ebro  y  construyó 
la  fortaleza  de  Castellar,  desdé  la  cual  tenia  en 
respeto  toda  aquella  comarca  mahometana.  En  los 
años  siguientes  obligó  al  rey  de  Zaragoza  á  com- 
prar la  paz  con  un  tributo  anual ,  tomó  varias  for- 
talezas, se  posesionó  por  asalto  del  castillo  de  Graus, 
lugar  que  tan  funesto  habia  sido  á  su  padre ,  fortificó 
á  Ayerbe,  conquistó  á  Piedra  Tajada,  y  por  último 
en  1086  ganó  á  Monzón  ,  que  con  titulo  de  rey  dio  á 
su  hijo  don  Pedro,  que  ya  lo  era  de  Sobrarbe  y  Riba- 
gorza  ^^K 

Tal  era  el  estado  de  tas  cosas  en- Aragón  y  Na* 
varra  cuando  Toledo  fué  conquistada  por  las  armas 
de  Castilla.  Veamos  lo  que  entretanto  y  en  el  mis- 
mo período  habia  acontecido  en  el  condado  de  Bar- 
celona. 

De  once  á  doce  años  de  edad  contaba  solamente 
Rank)n  Berenguer  I.  cuando  en  conformidad  al  testa- 
mento de  su  padre  Berenguer  Ramón  I.  el  Curvo, 

0)    Zurita,  Anal.  cap.  VI  y  S9. 


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260  UISTOBIA   DE  BSPAÍÍA. 

subió  al  trono  condal  de  Barcelona  en  26  de  mayo 
de  1035^*^  Veremos  no  obstante  la  justicia  con  que 
se  aplicó  al  conde  niño  el  sobrenombre  de  el  Viejo^ 
por  el  tino ,  madurez  y  prudencia  que  supo  desplegar 
en  el  gobierno  del  estado.  Eranle  tanto  mas  necesa-- 
rias  estas  prendas  y  virtudes  cuanto  que  tuvo  que  lu- 
char muy  desde  el  principio  contra  las  pretensiones 
de  su  abuela  la  condesa  Ermesindis»  cuya  ambición  y 
afán  de  dominar  habian  dado  ya  harto  que  hacer  á  su 
hijo,  el  padre  del  actual  conde.  No  porque  ella  tu- 
viese la  tutela  y  administración  del  condado  durante 
la  menor  edad  de  su  nieto ,  como  han  consignado  gra- 
ves autores ,  sino  porque  no  queriendo  renunciar  á 
la  desapoderada  sed  de  influencia  y  de  mando,  movió 
tales  desavenencias,  rencores  y  disturbios  en  la  fa- 
milia, que  llegaron  á  hacer  ligas  y  confederaciones 
muy  enconadas  unos  con  otros,  y  aunque  su  joven 
nieto  la  contrariaba  con  la  entereza  de  un  hombre  de 
edad  madura ,  no  por  eso  dejó  de  llenar  de  amargura 
sus  dias:  que  son  temibles  las  intrigas  y  manejos  de 
una  muger  ambiciosa  de  influjo  y  dada  por  intervenir 
en  los  negocios  de  gobierno.  Llegó  su  venganza  hasta 
el  punto  de  pedir  y  alcanzar  del  gefe  de  la  iglesia 
una  excomunión  contra  el  conde  su  nieto ,  compren- 
diendo en  ella  á  sp  segunda  esposa  Almodis  y  al 
obispo  de  Narbona  Wifredo.  En  cuanto  á  sus  preten- 

(4)  De  esirañar  es  eu  verdad  heredó  el  condado.  Véase  á  Boft- 
el  error  del  cronista  Pojados,  qao  rull,  Condes  de  Barcelona,  to- 
da á  este  principe  39  anos  cuando    mo  II.  p.  3. 


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PARTE  II.  LIBRO  I.    .  261 

sioDos,  no  renunció  á  ellas  hasta  los  últimos  años  dd 
su  larga  vida ,  en  que  arrepentida  tal  vez  de  sus  in-  > 
justicias ,  y  de  cierto  cansada  de  luchar  en  vano  con 
la  firmeza  del  conde ,  vino  á  pactos  con  él ,  como  ha- 
bia  heqbo  con  Bereng«uer  Ramón  su  hijo ,  y  añadiendo 
una  prueba  de  interesada  y  desdorosa  codicia  á  las 
que  habia  dado  de  ambición,  vendióle  sus  preten- 
didos derechos  á  los  condados  de  Gerona,  Barcelona, 
Manresa  y  Vich  por  el  miserable  precio  de  100,000 
sueldos  barceloneses,  osean  1,000  onzas  de  oro, 
confesando  ella  misma  en  las  escrituras  su  usurpa- 
ción, obligándose  á  ser  fiel  á  sus  nietos  y  comprome- 
tiéndose á  impetrar  del  papa  el  alzamiento  de  la  ex- 
comunión que  á  su  instancia  habia  contra  ellos  ful- 
minado ^^K   ' 

Unido  en  matrimonio  con  la  princesa  Isabel,  hija 
del  conde  de  Bitiers,  Bernardo  Treucavelo ,  tuVo  de 
ella  tres  hijos,  Berenguer,  Arnaldo  y  Pedro  Ramón, 
de  los  cuales  solo  vivió  el  último  para  desgracia  de 
su  padre  y  del  estado,  como  veremos  después.  En  los 
once  años  que  duró  esta  unión ,  de  1039  hasta  1050 
en  que. murió  la  condesa,  tuvieron  no  pocas  contes- 
taciones y  diferencias  grandes  con  varios  otros  condes 
y  obispos,  transacciones,  convenios,  alianzas,  cesiones 
mutuas  de  poblaciones  y  fortalezas,  que  demuestran 
cómo  los  nobles  catalanes  esquivaban  ya  y  rehuían  la 

(4)  PujadeSy  Feliú,  CarboDell,  Colección  de  los  docameDtos  sin 
Masdea,  Ballacio,  Bofarull  v  otros,  fecha  de  Ramón  Berenguer  1.  nú- 
—Archivo  de  la  corona  de  Aragón,    meros  173  y  201. 


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26Í  HISTORU  DB  BSPaIÍA. 

sujeción  á  la  autoridad  central,  y  cómo  él  prudente  con. 
de  supo  renovar  los  feudod  y  hacer  que  los  principa- 
les barones  le  rindieran  homenage  y  le  juraran  lealtad 
y  ayuda  en  las  guerras  contra  los  sarracenos.  Dedicóse 
á  estas  mas  principalmente  después  de  la  muerte  de  la 
condesa  Isabel  su  primera  esposa,  y  la  fortuna  le  favore- 
ció lo  bastante  para  obligar  á  varios  régulos  musulma- 
nes árendirler  parias.  El  de  Zaragoza  fué  uno  délos  que 
probaron* mas  la  fortaleza  y  el  brio  délos  cristianos 
catalanes.  De  gran  auxilio  sirvió  para  esto  al  de  Bar- 
celona el  célebre  pacto  que  hizo  con  el  intrépido  y  va- 
leroso Armengol  de  Urgel ,  por  el  cual  so  obligó  éste 
á  serle  amigo  fiel  y  á  ayudarle  g^n  fraude  ni  engaño  en 
todas  sus  expediciones  contra  los  infieles,  si  bien  re- 
servando Armengol  para  sí  la  tercera  parte  de  lo  que 
conquistasen,  dándole  el  de  Barcelona  en  feudo  el 
castillo  de  Cubells,  con  100  onzas  de  oro  barcelonesas 
y  350  mancusos  de  oro  anuales  (1  (ir68).  En  virtud  de 
este  pacto,  que  nos  recuerda  el  que  en  otro  tiempo 
hicieron  los  dos  hermanos  Ramón  Borrell  de  Barce- 
lona y  el  otro  Armengol  de  Urgel  para  atajar  aunados 
las  invasiones  de  Almanzor,  rompiíaron  los  desalia- 
dos la  guerra  por  el  valle  de  Noguera  Ribagorzana, 
tomaron  varias  fortalezas  á  los  musulmanes ,  y  se  en- 
sancharon los  límites  del  condado  barcelonés  por  la 
parte  de  Lérida ,  deTortosa  y  de  Tarragona,  estable- 
ciendo el  conde  alcaides  de  frontera  en  los  castillos  y 
fuertes  avanzados  hasta  darse  la  mano  por  algunos 


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PARTB  U.   LIBIO  1  263 

puntos  coa  el  reino  de  Aragón.  El  ardimiento  bélico 
del  de  Urgel  y  la  circunstancia  de  haber  dado  su  bija 
Felicia  en  matrimonio  al  rey  Sancho  Ramirez  de 
Aragón  moviéronle  á  ofrecer  su  brazo  á  este  monarca 
para  ayudarlo  en  el  sitio  de  Barbastro,  y  en  esta  glo- 
riosa empresa  le  arrebató  la  muerte  (f  065),  délo 
cual  le  quedó  en  la  historia  el  sobrenombre  de  Ar* 
mongol  el  de  Barba^tro. 

No  era  el  conde  don  Ramón  Berenguer  I.  hombre 
que  por  atender  á  las  empresas  militares  desatendiera 
los  negocios  religiosos  y  políticos  ilel  estado.  Por  el 
contrario,  mas  todavía  que  de  guerrero  supo  .ganar 
perdurable  fama  de  piadoso,  de  legislador,  de  refor^ 
mador  de  las  costumbres  públicas.  Ademas  de  haberle 
debido  Barcelona  la  nueva  fábrica  de  la  catedral  y 
otras  piadosas  fundaciones,  quiso  poner  remedio  á 
las  costumbres  relajadas  y  un  tanto  rudas  de  los  ecle- 
siásticos, que  mas  se  cuidaban  de  armaduras  y  caba- 
llos y  de  ejercicios  de  guerra  y  de  montería  qoe  de 
los  deberes  de  su  sagrado  ministerio.  A  este  propó- 
sito congregó  en  1068  con  aprobación  del  papa  Ale- 
jandro II.  un  concilio  en  Gerona ,  que  presidió  el  le- 
gado Hugo  Cándido  de  vuelta  de  su  primer  viage  á 
Roma.  Los  catorce  cánones  de  este  concilio  nos  reve- 
lan cuáles  eran  los  abusos  y  excesos  que  predomina- 
ban y  que  se  creyó  mas  urgente  corregir.  Se  conde- 
nó la  simonía,  se  aseguró  la  dotación  del  clero  se- 
cular, se  excomulgó  á  los  que  no  sé  apartasen  de  los 


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264  HISTORIA  DE  E8PAÍÍA. 

matrimonios  incestuosos  y  á  los  maridos  que  rehusa  • 
sen  reunirse  con  sus  mugeres  legítimas,  se  prohibió  á 
ios  clérigos  el  matrimonio  y  el  concubinato,  el  uso  cte 
las. armas,  el  ejercicio  de  la  caza  y  los  juegos  de  azar, 
pero  no  se  abolió  en  este  concilio  el  oQcio  gótico,  co- 
mo muchos  han  creído,  sino  tres  anos  después,  y  de 
la  manera  que  mas  arriba  hemos  enunciado  ya  ^*K 

No  contento  con  eito  el  celoso  conde,  y  aspirando 
al  glorioso  título  de  legislador,  convocó  en  aquel  mis- 
mo año  («)  y  congregó  en  Barcelona  y  en  su  mismo  pala* 
ció  á  los  condes,  vizcondes  y  barones  principales  de 
Cataluña,  y  de  acuerdo  y  conformidad  con  la  condesa 
doña  Almodis,  j5u  segunda  ó  tercera  esposa  ^^\  mani- 
festó á  aquella  ilustre  asamblea  la  necesidad  de  jefor- 
mar  la  legislación  catalana.  Habla  regido  hasta  enton- 
ces el  célebre  Fuero  Juzgo  de  los  godos;  pero  mu- 
chas de  sus  leyes  se  habian  alterado  ó  caido  en  des- 
uso con  el  trascurso  de  los  tiempos,  eran  otras  inapli- 
cables á  las  circunstancias  de  entonces  ,  y  los  usos  y 
costumbres  de  los  nuevos  pueblos  habian  introducido 


(1)  Actas  del  coDcilío  de  Gero-  doaa  Almodis,  hija  de  los  condes 
na. — ^Véase  Florez,  Esp.  Sagr.  to-  de  {a  Marca  .en  eÍLimosiD,  estuvo 
mo  iU. — La  Canal,  coDtiouacioD  de  don  Ramón  Berenguer  el  Viejo  ca- 
la misma,  tom.  XLIH.  sado  con  dona  Blanca,  de  desceñó- 
te) Otrossupooen  que  en  4070.  cida  familia  ,  á  quien  sin  duda  re- 
La  opinión  mas  común  y  seguida  pudió  por  los  nuevos  amores  con 
es  aue  fué  en  4068.  doña  Almodis,  repudiada  á  su  Tez 
(3)  Hay  vehementes  indicios  y  por  Poncio,  conde  de  Tolosa.  Crée- 
aun  algunos  datos  para  creer  que  se  que  este  hecho  fué  ol  que  dio 
después  de  la  muerte  de  la  conde-  ocasión  á  la  abuela  doña  Ermesin- 
sa  doña  Isabel  y  en  los  tres  años  da  para  alcanzar  del  papa  la  exco- 
que mediaron  basta  que  el  conde  munion  de  que  hemos  hablado 
contrajo  nuevo   matrimonio  con  contra  5us  nietos. 


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PAKTB  II.  LIBRO  1.  265 

y  arraigado  costombres  que  habían  ido  adquiriendo' 
fuerza  de  ley.  Era  pues  necesario  suprimir  unas,  aco- 
modar otras  á  las  nuevas  condiciones  sociales,  y  au- 
torizar con  la   sanción   lo  que  la  esperiencia  había 
aconsejado  como  conveniente»   Era   menester  en  una 
palabra  variar  la  constitución  civil  y  social  del  pue- 
blo, y  esto  fué  lo  que  hizo  el  conde  don  Ramón  Be- 
renguer  el  Viejo  con  su  esposa  doña  Almodis  y  con  el 
auxilio  de  sus  barones  y  magnates  en  las  cortes  de 
Barcelona  de  1068,  compilando  el  famoso  código  de 
los  Üsages  de  Cataluña ,  sabia  compilación  que  los 
ilustrados  moQges  de  San  Mauro  llamaron  la  com- 
pilacion  sistemática   é  integra  de  usos  mas  antigua 
y  auténtica  que  se  conoce  ^^K  Obra  fué  esta  la  mas  hon- 
rosa del  conde  Ramón  Bereuguer  L ,  -y  una  de  las 
mas  brillantes  páginas  de  la  historia  del  pueblo  cata- 
lán. Debemos  advertir  que  aquella  asamblea  de  Bar- 
celona no  fué  un  concilio ,  como  equivocadamente  han 
querido  decir  Baronio ,  Mariana  y  otros  autores ,  ni  la 
presidió  el  cardenal  Hugo  Cándido,  ni  asistió  á  ella 
un  solo  obispo ,  sino  un  verdadero  congreso  político, 
unas  cortes  en  que  no  se  trató  una  sola  materia  ecle- 
siástica. Y  lo  que  es  mas ,  no  se  abolieron  tampoco  en 
ella  las  leyes  góticas,  como  muchos  también  han  pre-^ 
tendido,  sino  que  se  mantuvieron  en  observancia  en 
la  parte  no  reformada  ó  reemplazada  por  los  Üsages 

,      (4)    VArí  de  vérifier  les  date$    ges  y  otros  derechos  de  Cataluña, 
citado  por  Gapmany,  Memorias  de    tom.  I.  * 

Barcelona,  tom.  U.— Vives,  Usa- 


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266  H18T0EIA    DB    BSPAHA. 

-basta  mucho  después  de  incorporado  el  condado  de 
Barcelona  con  el  reino  de  Aragón  ^^K 

La  fama  de  la  grandeza  y  poderío  de  Ramón  Be- 
renguer  había  llegado  á  los  árabes  del  Mediodía  de 
España,  y  cuando  Ebn  Abed^el  de  Sevilla  se  puso  so* 
bre  Murcia ,  su  negociador  y  caudillo  Ebn  Ornar ,  el 
mismo  que  habia  agenciado  la  amistad  y  alianza  de 
Alfonso  VI.  de  Castilla  y  pasó  también  á  Barcelona  á 
solicitar  auxilios  del  conde ,  que  obtuvo  á  precio  de 
diez  mil  doblas  de  oro»  prometiendo  otras  tantas  tan 
pronto  como  la  hueste  auxiliar  catalana  llegase  á  Mur* 
cia.  El  hijo  del  rey  de  Sevilla  habia  de  ser  entregado 
en  rehenes  al  conde  de  Barcelona,  y  éste  envió  con 
igual  condición  un  primo  suyo  al  emir  sevillano.  Pi> 
saron,  pues,  las  tropas  catalanas  los  campos  de  Murcia, 
púsose  el  hijo  del  emir  en  manos  del  conde  barcelo- 
nés, mas  como  no  viese  cumplidos  por  parte  del  rey 
musulmán  otros  artículos  del  convenio,  apoderóse  la 
sospecha  y  la  desconfianza  del  ejército  catalán  y  de 
su  gefe ,  siguiéronse  conflictos  y  choques  en  el  cam- 
po, y  Ramón  Berenguer  tomó  sin  soltar  sus  rehenes 
la  vuelta  de  Cataluña.  Retenido  permaneció  en  su  po« 
der  el  hijo  de  Ebn  Abed  Al  Molamid ,  hasta  que  su 
ministro  Aben  Ornar  volvió  á  pasar  á  Barcelona ,  no 
ya  con  solo  la  suma  estipulada,  sino  con  treinta  mil 

(I)    Floroz.  Esp.  Sag.  tom.  III.    -^ Vives,  Usag.   lom.  I.— Balucío 
Id.  tom.   XXtX.— Mttsdeu,  Hist.    Marca  Bispan.  lib.  IV. 
Criat.  tom.  XIU.— Bofarull,  tom.  II. 


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PARTE  II.  uno  I.  267 

doblas  de  oro,  efectuándose  entonces  el  cange  del 
primo  del  barcelonés  y  del  hijo  del  sevillano  ^*K 

Si  prudente ,  activo  y  mañoso  fué  el  conde  Ramón 
Berenguer  L  para  restablecer  la  quebrantada  unidad 
condal  y  dilatar  las  fronteras  de  su  estado  de  este  la- 
do de  los  Pirineos ,  no  lo  fué  menos  para  aumentar  y 
asegurar  las  posesiones  que  de  la  otra  parte  de  los 
montes  le  pertenecían  por  derecho,  de  herencia  de  su 
abuela  Ermesinda.  Astucia ,  energía  y  diligencia  ne- 
cesitó, y  esta  fué  una  de  sus  mayores  glorias,  para 
conseguir  que  fuesen  renunciando  á  sus  respectivas 
pretensiones  los  gefes  de  aquellas  casas  poderosas;  y 
merced  á  su  habilidad  y  destreza  vióse  por  los  anos 
1070  á  1071  dueño  de  los  pingües  estados  de  Carca- 
sona,Tolosa,Narbona,  Cominges,  Conflent  y  otros  de 
aquella  parte  del  Rosellon.  De  modo  que  llegó  este 
célebre  conde  á  concentrar  en  una  sola  mano  un  vas- 
tísimo territorio  que  de  uno  y  otro  lado  de  los  Piri- 
neos comprendía  los  condados  de  Barcelona,  Gerona» 
Vich ,  Manresa ,  Carcasona ,  el  Panadés,  j  las  comar- 
cas que  caían  en  los  condados  de  Tolosa ,  de  Foix, 
de  Narbona ,  de  Minerva  y  de  otras  regiones  trans- 
pirenaicas. 

Pero  reservado  estaba  á  tan  gran  príncipe  ver  aci- 
barados los  postreros  años  de  su  gloriosa  carrera  con 
un  gravísimo  disgusto  doméstico ,  el  mayor  de  todos 
los  qde  habia  esperímentado.  Entre  su  esposa  la  con-^ 

(4)    Conde,  part.  III.  cap.  VI. 


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268  HISTORIA  DB  ESPAÑA. 

(lesa  Almodis  y  el  hijo  único  que  le  babia  quedado 
de  la  princesa  Isabel,  llamado  Pedro  Ramón ,  estalla- 
ron discordias  que  turbaron  lastimosamente  la  paz  de 
la  familia.  Acaso  el  entenado  sospechaba  que  la  mar 
drastra  por  amor  á  sus  hijos  propios  instigara  al  pa- 
dre .para  que  le  privase  de  lo  que  le  pertenecía  por 
derecho  de  primogenitura.  Fuese  esta  ú  otra  la  causa, 
el  encono  y  las  malas  pasiones  del  hijo  de  Isabel  le  ce- 
garon y  arrastraron  al  estremo  de  ensangrentar  sus 
manos  en  la  prudentísima  esposa  de  su  padre,  y  á 
mediados  de  noviembre  de  i  071  cometió  el  horrible 
crimen  de  asesinar  á  su  madrastra  la  condesa  Al- 
modis. Golpe  fué  este  que  apenó  tan  hondamente  al 
desgraciado  padre  y  esposo ,  que  aquel  corazón  que 
los  contratiempos  no  habían  podido  nunca  consternar, 
dio  entrada  al  pesar  y  al  abatimiento,  á  términos  de 
ir  consumiendo  ppcoá  poco  aquella  vida  preciosa  hasta 
llevarle  á  la  tumba.  Falleció,  pues,  el  ilustre  conde 
don  Ramón  Berenguer  el  Viejo,  el  guerrero,  el  legis- 
lador ,  el  justo,  coronado  de  gloria  y  de  laureles,  pe- 
ro lleno  de  amargura  ,  el  27  de  mayo  de  1076,  des- 
pués de  un  reinado  de  41  años.  La  historia  sigue  de- 
nominándole con  el  título  de  el  Viejo  ^  no  por  su  edad, 
sino  por  el  consejo  y  prudencia  que  mostró  desde  su 
juventud  ^^K 

(1)    Los  cuerpos  de  ios  ilustres  ñas  do  madera  cubiertas  de  ter- 

,  condes  don  Ramón  Berenguer  1.  y  ciopelo  carmesí,  colocadas  en  el 

(  dona  Almodis  se  conservan  en  la  lienzo  de  pared  interior  que  me- 

catedral  de  Barcelona,  en  dos  ur-  dia  desde  la  puerta  de  la  sacristía 


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PAUTE  11.  LIBRO  I.  269     . 

Era  el  año  eo  que  á  coasecuBDcia  de  la  muerte 
alevosa  dada  á  otro  príncipe ,  Sancho  Garcés  el  de  Pe- 
fialen ,  se  habían  unido  las  dos  coronad  de  Navarra  y 
de  Aragón  en  la  persona  de  Sancho  Ramírez.  Asi,  al 
propio  tiempo  que  estos  dos  reinos  parecían  marchar 
hacia  la  unidad ,  Ramón  Berenguer  el  de  Barcelona, 
llevado  del  amor  de  padre  como  Sancho  el  Mayor  de  • 
Navarra  y  Fernando  el  Magno  de  Castilla ,  había  in- 
currido en  el  mismo  deplorable  error  que  ellos,  de- 
jando el  estado  pro  indiviso  á  sus  dos  hijos  y  de  la  con- 
desa Almodis,  los  dos  hermanos  gemelos  Ramón  Be- 
renguer II.  y  Berenguer  Ramón  11.  Parecía  fatalidad 
de  los  grandes  príncipes,  cuanto  mayores  eran  des-^ 
conocer  mas  las  pasiones  de  la  naturaleza  humana. 
Tenían  demasiado  cerca  los  nuevos  condes  el  incen- 
tivo de  la  ambición  para  que  pudiera  dejar  de  tentar 
al  uno  ó  al  otro.  Una  sola  corona  para  dos  cabezas, 
por  mas  que  el  padre  dejara  dispuesto  para  evitar 
discordias  que  partiesen  entre  sí  las  rentas  y  las  go- 
zasen por  igual ,  fácilmente  se  había  de  convertir  en 
manzana  de  discordia,  y  asi  aconteció.  Ramón  Beren- 
guer, el  primer  nacido,  llamado  Cabeza  de  Estopa 
fCap  d'estopesj  por  su  blonda  cabellera ,  era  de  tan 
gentil  presencia  como  de  índole  apacible  y  amante  de 
las  virtudes  pacíficas :  Berenguer  Ramón ,  el  menor, 

que  da  salida  al  claustro,  á  udob  fué  condenada  por  el  pontífice  y 

quince  palmos  de  elevación  del  colegio  de  cardenales  á  una  ruda 

paTímento.— 'El   matador  de   sn  penitencia  que  duró  veinte  y  oua- 

madrastra,  Pedro  Ramón,  parece  tro  anos, 
qae  desterrado  de  su  paia  natal 


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270  HISTORIA  DB  BSPáSa^ 

era  belicoso,  activo,  impetuoso  y  descontentadizo. 
No  tardó  este  último  en  mostrar  por  quién  babia 
de  romperse  la  difícil  armonía  y  concordia  tan  nece- 
sarias para  el  bien  de  sus  comunes  pueblos »  exigiendo 
al  mayor  palabra  pública  y  testimoniada  de  que  se 
efectuaría  la  partición  de  las  tierras.  Antojóseie  luego 
poco  segura  aquella  palabra,  y  mas  adelante,  en  1 079, 
ya  exigió  su  cumplimiento,  proponiendo  adeudas  que, 
pues  el  gobierno  debía  partirse  en  lo  posible ,  cada 
uno  de  ellos  morase  medio  año  en  el  palacio  condal, 
el  uno  desde  ocho  dias  antes  de  Pentecostés  hasta 
ocho  antes  de  Navidad ,  y  el  otro  el  resto  del  año,  y 
que  cada  cual  esperase  su  turno  y  retuviese  como  en 
garantía  el  castillo  del  puerto.  A  todo  iba  accediendo 
el  bondadoso  y  candido  Ramón  Berenguer  Cap  de 
Estopa^  y  nada  bastaba  á  satisfacer  al  exigente  y  des- 
contentadizo hermano  Berenguer  Ramón.  Al  año  si* 
guíente  (1080)  los  hallamos  celebrando  otro  contrato, 
que  descubre  á  las  claras  el  rencor  y  malquerencia 
del  hermano  menor,  pues  entre  otras  condiciones  ar- 
rancó á  su  hermano  la  de  entregarle  en  rehenes  diez 
desús  mejores  prohombres  ^^K  Tanta  condescendencia 
y  tanta  mansedumbre  de  parle  de  don  Ramoñ  Beren- 
guer no  hicieron  sino  precipitar  su  ruina.  Dos  años 
después  de  este  último  convenio ,  el  6  de  diciembre 
de  1082,  en  un  bosque  solitario  que  había  camino  de 

(4)    Archivo  de  la  corooa  de    Bereogaer  II.  n.  48. 
Aragón ,  Goleccíoa  de  doo  Ramón 


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PARTB  II.    LIMO  I.  271 

Gerooa  eutre  San  Celoní  y  Hostalricli  se  encontró  el 
cadáver  de  un  hombre  que  se  conocía  haber  muerto 
ámanos  de  asesinos.  Era  éU  el  buen  Berenguer  Cap  de 
Estopa,  asesinado  por  gentes  de  su  hermano  Beren- 
guer Ramón.  El  desgraciado  acababa  de  ser  padre  de 
un  niño  que  un  mes  hacia  le  habia  dado  su  esposa 
Mahalta,  la  hija  del  valiente  capitán  normando  Rober- 
to Guiscard  ^^K 

Espanto,  indignación  y  horror  causó  en  toda  Cata- 
luña la  nueya  del  horrible  crimen.  Sin  embargo  nadie 
se  atrevía  á  tomar  sobre  sí  la  defensa  y  tutela  de  la 
desventurada  viuda  y  del  ilustre  huérfano,  llamado 
también  Ramón  Berenguer  como  su  padre.  Atrevióse  el 
primero  el  vizconde  de  Cardona  Ramón  Folch  (1083) 
á  declararse  vengador  del  Fratricida,  Siguieron  mas 
adelante  su  ejemplo  (1084)  los  Moneadas  y  otros  baro- 
nes y  allegados  de  la  casa  condal,  juntos  con  el  conde 
y  condesa  de  Cerdaña  y  el  obispo  de  Vich.  cMas  ¿qué 
podia,  exclama  con  razón  un  juicioso  historiador  ca- 
talán, una  junta  celebrada  á  escondidas  y  á  la  som- 
bra del  misterip  por  unos  pocos  servidores  contra  la 
habilidad  y  pujanza  de  Berenguer  Ramón,)»  Por  otra 
parte  el  testamento  del  ultimó  conde  favorecía  al  que 
sobreviviese  de  los  dos  hermanos  coherederos ,  y  ya 

(4)  El  maestro  Diago  ba  queri-  sí  hubiera  examinado  bien  los  do- 
do  salir  é  la  defensa  del  conde  comentos  del  archivo  de  Barcelo- 
Fratricida  (qae  con  este  infaman-  na,  y  principalmente  si  hubiese 
te  nombro  se  lo  conoció  después):  visto  la  sentencia  que  los  jueces 
de  seguro  no  se  hubiera  oonstituí-  de  corte  pronunciaron  en  Lérida 
do  en  defensor  de  tan  mala  cansa  en  4157  sobre  este  hecho. 


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372  HISTOBIA    DB   BSPASa. 

por  respeto  á  esta  cláusula ,  ya  por  temor  al  carácter 
y  pujanza  de  Berenguer  Ramón,  hubieron  los  conju- 
rados de  tener  por  prudente  diferir  para  mejor  oca- 
sión sus  planes  de  venganza  ,  y  consentir  en  que  se 
sometiese  la  tutela  del  niño  y  el  gobierno  de  lo  que  á 
este  le  tocaba  en  herencia  á  su  tío  Berenguer,  el  ase- 
sino de  su  padre ,  de  la  cual  se  le  invistió  en  6  de 
junio  de  1085,  si  bien  limitándola  al  plazo  de  once 
años,,  y  basta  que  el  niño  Ramón  alcanzase  á  los  quin- 
ce el  derecho  de  reinar  y  de  calzar  las  espuelas  de 
caballero,  símbolo  del  mando. 

Dejemos  pues  el  conde  Berenguer  Ramón  11.  el 
.  Fratricida,  gobernando  el  condado  de  Barcelona  por 
si  y  á  nombre  de  su  sobrino;  época  que  fué  en  Cata- 
luña fecundo  principio  de  grandes  é  importantes  su- 
cesos: y  puesto  que  hemos  trazado  el  cuadro  de  lo 
que  aconteció  en  4os  tres  reinos  de  Aragón,  Navarra 
y  Barcelona  hasta  la  memorable  conquista  de  Toledo, 
que  inauguró  una  nueva  era  para  Castilla,  cuya  mar- 
cha y  vicisitudes  hemos  adoptado  por  norma  para  las 
divisiones  de  nuestros  periodos  históricos,   hagamos 
aqui  alto,  y  examinemos  con  arreglo  á  nuestro  sistema 
las  modificaciones  que  en  su  vida  material  y  moral 
ha  ido  recibiendo  cada  estado  de  la  España,  asi  cris- 
tiana como  muslímica,  en  el  período  que  comprenden 
los  capítulos  de  este  volumen. 


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CAPITDLO  XXV, 

RESUMEN   CRÍTICO   DE   LOS   SUCESOS   DE   ESTE    SIGLO. 
»e  976   4    1085. 

Expóoense  las  caoaas  3e  los  sacesos  de  este  período.— Cotéjase  la  si- 
tuación de  la  EspaSa  crístiaoa  y  de  la  España  árabe  á  la  aparición 
de  Almanzor.— Retrato  moral  de  este  personage.— Lo  que  ocasionó 
su  ruina.— Crisis  en  el  imperio  musulmán.— Mudanza  en  la  condi- 
ción de  los  dos  pueblos.— Comparaciones.— Por  qué  los  principes 
cristianos  no  aprovecharon  el  desconcierto  del  imperio  árabe.— De- 
sayenencias,  escisiones,  guerra  entre  las  familias  reinantes  españo- 
las.—Juicio  del  carácter  y. conducta  de  cada  monarca  y  y  fisonomía 
de  cada  reinado.— Paralelo  entre  el  comportamiento  de  un  rey  ára- 
be, de  un  rey  de  Castilla  y  del  Cid  Campeador  con  Alfonso  VI.— Di- 
sidencias entre  los  príncipes  cristianos  de  Aragón,  Navarra  y  Cata- 
luña.— ^Importante  y  melancólica  observación  que  nos  sugieren  es- 
tos sucesos.- Por  qué  iba  adelantando  la  reconquista  en  medio  de 
tantas  contrariedades.— Causas  de  la  decadencia  y  disolucíoo  de 
imperio  omniada. 

En  los  1 09  años  que  bao  trascurrido  desde  la  ele- 
vacioD  de  Almanzor ,  el  enemigo  formidable  de  los 
cristianos»  hasta  la  conquista  de  Toledo  por  Alfon* 
so  VI.  de  León  y  de  Castilla,  ha  variado  completa- 
mente la  situación  respectiva  de  los  dos  pueblos, 
el  cristiano  y  el  musulmán.  Los  poderosos  y  sober* 
bios  son  ahora  los  abatidos  y  flacos.  Los  que  eran  dé- 
biles y  pobres  se  presentan  ya  pujantes  y  orgullosos. 
ToMoiV.  18 


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S7Í  HISTORIA    DE    BSI*AÑA. 

Parecía  que  do  fallaba  sino  inscribir  definili  va  mente 
la  palabra  <tríunfo)>  sobre  el  pendón  del  islam,  y  sin 
embargo  resplandece  la  craz  sobre  la  .cúpula  de  la 
grande  aljama  de  Toledo  convertida  en  basílica  cris- 
tiana. El  grande  imperio  mahometano  de  Córdoba 
que  amenazaba  absocber  hasta  el  último  rincón  de  la 
España  independiente  ha  caido  desplomado ;  extin- 
guióse la  ilustre  estirpe  de  lob  jBsclarecidos  Beni-Ome- 
yaSi  y  los  reyezuelos  que  sobre  las  ruinas  del  grande 
imperio  han  levantado  sus  pequeños  tronos ,  los  unos 
han  sido  derrocados  por  los  monarcas  cristianos,  los 
oíros  han  caido  á  impulsos  del  huracán  de  la  discor- 
dia civil,  los  otros  son  tributarios  de  los  soberanos  de 
Castilla,  de  Aragón  ó  de  Barcelona.  ¿Cómo  y  porqué 
causas  se  ha  obrado  esta  mudanza  en  la  condición  de 
los  dos  pueblos? 

Después  que  la  traición  y  el  veneno  pusieron  fin 
á  los  días  de  Sancho  el  Gordo,  la  monarquía  madre 
de  Asturias  y  León  viene  á  caer  en  manos  de  un  niño 
de  cinco  años  ^*^  y  de  dos  mugeres  ^^K  ¿Qué  se  podia 
esperar  de  la  suerte  de  este  pobre  reino,  fiado  á  ma- 
nos tan  débiles,  precisamente  cuando  en  el  imperio 
musulmán  ha  sucedido  á  Abderrahman  III.  el  Grande 
su  hijo  Alhakem  11.  el  Sabio?  Por  fortuna  de  los  cris- 
tianos Alhakem  los  deja  vivir  en  paz ,  porque  ama 
mas  los  libros  que  las  armas^  y  gusta   mas  de  letras 

(4)    Ramiro  llt/ 

(9)    Teresa  y  Eiyira,  madre  y  tía  del  rey. 


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PAATB  U.  LIBRO  I.  275 

que  de  coaquistas:  y  por  fortuna  suya  tambieu  la 
monja  Elvira  que  gobierna  el  reino ,  acredilá  con  su 
prudencia  y  discreción  que  bajo  la  toca  de  la  virgen 
hay  una  cabeza  que  pudiera  ceñir  dignamente  la  dia- 
dema real.  Pero  aquel  niño  crece,  y  creciendo  en 
cuerpo  y  en  anos  crece  también  en  aviesas  inclina-- 
-  Clones,  sacude  el  freno  de  la  dirección  y  del  buen 
consejo  de  sus  prudentes  tuloras,  corre  desbocado 
por  el  camino  de  los  vicios,  irrita  con  su  desacor- 
dada conduela,  con  su  altivez  y  ásperos  tratamientos 
á  los  magnates  de  su  reino,  levántanse  los  nobles,  se 
alza  un  pretendiente  al  trono,  corónanlé  sus  parcia- 
les y  le  ungen  con  el  oleo  santo,  se  hacen  armas  por 
una  y  otra  parte ,  se  pelea ,  y  la  discordia ,  y  el  des- 
concierto y  el  desorden  reinan  en  la  pobre  monarquía 
leonesa. 

¿Y  cuándo  acontece  todo  esto?  Cuando  en  el  pue* 
blo  enemigo ,  cuando  en  el  grande  imperio  musulmán 
aparece  un  genio  belicoso,  emprendedor  y  resuelto r 
figura  histórica  colosal,  gigante  que  desde  su  apari- 
ción asombra,  y  á  quien  sin  embargo  se  le  ve  siem- 
pre creciendo;  político  profundo,  ministro  sabio, 
guerrero  insigne,  el  Alejandro,  el  Anibal^  el  César 
de  los  musulmanes  españoles.  Escusado  es  que  nom- 
bremos á  este  famoso  personage  con  su  verdadero 
nombre:  porque  ¿quién  conoce  á  Mohamed  ben  Ab- 
dallah  ben  Abi  Ahmer  el  Moaferi?  Mas  si  le  apellida- 
mos con  el  título  que  le  valieron  sus  hazañas,  si  le 


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876  HISTOBIA  DB  BSPAfiA. 

nombramos  Almanzor^  no  hay  ni  quien  le  desco- 
nozca, ni  quien  le  pronuncie  sin  asombro  y  sin 
respeto. 

Cuando  un  pueblo  tiene  la  desgracia  de  ver  suce- 
derse  una  serie  de  príncipes ,  ó  débiles  y  flacos ,  ó 
desalentados  y  viciosos ;  cuando  ademas  este  pueblo 
se  ve  destrozado  por  las  ambiciones  y  las  discordias; 
cuando  al  propio  tiempo  en  el  pueblo  enemigo  se  le- 
vanta un  genio  de  las  dimensiones  de  Almanzort 
¿quién  no  teme,  y  quién  no  augura  la  ruina  pronta  é 
inmediata  de  aquel  imperio?  Emprende  Almanzor 
aquel  sistema  propio  suyo  de  las  dos  irrupciones  y 
campañas  anuales".  Incierto  como  un  cometa  errante, 
terrible  como  el  trueno ,  rápido  como  el  rayo ,  no  se 
sabe  nunca  dónde  irá  á  descargar  el  siniestro  influjo 
de  este  astro  de  muerte»  si  al  Norte,  si  al  Este,  si  al 
Oeste  de  la  España  cristiana.  Todo  lo  recorre  el  vale- 
roso  musulmán,  y  alli  se  deja  caer  como  una  lluvia 
de  fuego  donde  menos  se  le  espera.  Los  cristianos 
pelean  con  valor ,  pero  ¿quién  resiste  á  la  impetuo* 
sidad  del  mahometano?  Cada  estación  señala  un  triun- 
fo para  el  guerrero  árabe,  y  sus  victorias  se  cuentan 
por  el  número  de  sus  campañas.  Zamora ,  la  Numan- 
cia  de  aquellos  tiempos;  León,  la  corte  de  los  mo- 
narcas cristianos;  Barcelona ,  la  ciudad  de  Luis  el 
Pío  y  de  los  Wifredos;  Pamplona ,  la  plaza  envidiada 
de  Carlo-Magno ;  Compostela ,  la  Jerusalen  de  los  es- 
pañoles; San  Esteban  de  Gormaz,  una  de  las  llaves 


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PARTE  II.  LIBRO  I.  277 

de  Casulla,  todo  cae  al  golpe  de  lascimilarras  sarra- 
cenas, todo  cede  al  ímpetu  del  alfange  manejado  por 
el  brazo  irresistible  de  Almanzor.  Bermudo  el  Goloso 
de  León  s^  refugia  á  los  riscos  de  Asturias  con  las  re- 
liquias de  los  santos  y  las  alhajas  de  los  templos  como 
en  tiejnpo  de  Rodrigo  el  Godo.  Borrell  huye  de  Barce- 
lona como  Bermudo  de  León.  Las  campanas  de  la  ba- 
sílica del  santo  apóstol  son  llevadas  á  la  corte  musul- 
mana para  servir  de  lámparas  en  el  gran  templo  de 
Mahoma.  El  conde  García  de  Castilla  es  conducido  y 
atado  como  un  ciervo  á  los  pies  de  Almanzor ;  y  mien- 
tras su  hijo  Abdelmelik  gana  en  África  el  título  de  Al- 
mudbaffar  (guerrero  afortunado),  los  cristianos  de  Es- 
paña se  ven  reducidos  á  la  cuna  de  su  independencia 
como  en  tiempo  de  la  conquista. 

Una  ilustre  religiosa  de  León ,  la  célebre  abadesa 
Flora,  cautivada  con  otras  compañeras  eñ  la  catás- 
trofe de  aquella  ciudad  ,  nos  dejó  consignados  en  pa- 
téticos lamentos  los  estragos  de  aquellos  dias  de  tri- 
bulación. «Los  pecados  de  los  cristianos,  dice,  atra- 
jeron la  gente  sarracena  de  la  estirpe  de  los  ismaeli- 
tas sobre  toda  la  región  occidental ,  para  devorar  la 
tierra ,  pasar  á  todos  al  filo  de  sus  aceros ,  ó  llevar 
cautivos  á  los  que  quedaran  con  vida.  Nuestra  cons- 
tante acechadora  la  antigua  serpiente  les  dio  la  victo- 
ria: destruyeron  las  ciudades,  desmantelaron  sus 
muros  y  lo  conculcaron  todo :  los  pueblds  quedaron 
convertidos  en  solares ,  las  cabezas  dé  los  hombres 


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278  HISTORIA    DB   BSPAÍÍA. 

cayeron  IroDchadas  por  el  alfange  enemigo,  y  no  hubo 
ciudad,  aldea  ni  castillo  que  se  librara  de  la  universa 
devastación.)» 

¿Será  que    baya  «onado  la  última  hora  para  el 
pueblo  fiel?   ¿Habrá  entrado  en  les  decretos  eternos 
que  sean  perdidos  para  los  cristianos  los  sacrificios  del 
cerca  de  tres  siglos?  No;  el  que  rige  la  marcha  de  1^ 
humanidad  y  tiene  en  su  mano  los  destinos  de  las 
naciones,  volverá  los  ojos  hacia  su  pueblo:   pasará  la 
tormenta,  se  calmará  el  huracán  ,  caerá  el  coloso  del 
Mediodía,  el  Nembrot  de  los  muslimes.  La  Provi- 
dencia envia  un  soplo  de  inspiración  á  los  monarcas 
cristianos,   y  los  que  estaban,  sumidos  en  el  abati- 
miento se  sienten  de  repente  fortalecidos,  y  los  que 
hasta  entonces  habian  sido  víctimas  de  sus  propias  ri- 
'  validades  se  unen  instantáneamente  para  hacer  un  vi- 
goroso y  desesperado  esfuerzo  en  defensa  de  su  fé  y  de 
su  libertad.  Líganse  como  instintivamente  Ips  sobera- 
nos de  León,  de  Castilla  y  de  Navarra,  atrévense  á 
desafiar  al  hombre  de  las  cincuenta  victorias^  y  se  da 
to  memorable  batalla  de  Galatañazor.  La  Providencia 
que  suele  hacer  visible  su  omnipotente  mano  en  las 
ocasiones  solemnes,  mostró  alli  que  no  abandonaba  á 
los  que  confiados  en  ella  no  se  dejan  abatir  por  los  in- 
fortunios. En  el  t^amino  de  Medinaceli  se  ven  cuatro 
guerreros  musulmanes  conduciendo  en  hombros  un 
personage  moribundo  entre  las  desordenadas  filas  de 
un  ejército  consternado.  Este  personage  exhala  entre 


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PARTE  II.    LIBIO  I  279 

acerbos  dolores  su  último  suspiro Conducido  á 

Hedinaceli,  una  lápida  sepulcral  guarda  sus  restos 
inanimados.  Era  Almanzor,  el  grande,  el  guerrero,  el 
victorioso.  «{Almanzor  ha  muerto!  esclaman  los  solda- 
dos de  Mahoma  con  acento  dolorido:  ¡cayó  la  columna 
del  imperio!»  El  pueblo  cristiano  entona  himnos  de  re- 
gocijo, y  Córdoba  viste  de  luto  después  de  la  batalla 
de  Calatañazor,  como  Roma  después  de  la  batalla  de 
Cannas.  El  imperio  musulmán  que  llegó  al  apogeo  de 
su  engrandecimiento  bajo  un  califa  niño,  comenzará 
á  decrecer  bajo  un  rey  cristiano  niño  también,  porque 
niño  es  Alfonso  V.  de  León  como  Hixem  II.  de  Córdo- 
ba, que  Dios  quiso  colocar  al  pueblo  cristiano  en  cir- 
cunstancias análogas  á  las  del  pueblo  inñel  para  sus 
sabios  fines. 

Difícilmente  presentará  la  historia  de  ningún  pue- 
blo entre  sus  grandes  hombres  el  tipo  de  un  persona- 
ge  como  Almanzor.  Que  fuese  gran  ministro,  hábil 
regente,  político  profundo,  administrador  diestro, 
batallador  insigne  y  el  mayor  general  de  su  siglo, 
nos  causaria  admiración  pero  no  asombro:  que  no  se 
arredrara  ante  ningún  obstáculo,  ni  cejara  ante  nin- 
gún crimen,  ni  reparara  en  la  calidad  de  los  medios 
para  llegar  á  los  fines  de  su  ambición:  que  fuera  des- 
haciéndose por  reprobados  caminos  de  todos  los  que 
creyera  podían  servirle  de  estorbo  para  afianzar  su 
omnipotencia,  cualidades  son  en  que  por  desgracia  se 
le  han  asemejado  muchos  de  los  que  la  historia  deco- 


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Í%0^  HISTORIA   DE   ESPAJtA. 

ra  con  el  título  de  héroes.  Pero  Almanzor  es  acaso  el 
único  valido  que  colocado  por  el  favor  en  la  cumbre 
del  poder  haya  ejercido  por  espacio  de  veinte  y  cinco 
años  una  soberanía  absoluta,  una  omnipotencia  ¡limi- 
tada, sin  escitar  la  murmuración  ni  la  odiosidad  del 
pueblo,  siempre  propenso  á  aborrecer  á  los  privados. 
Almanzor,  ministro,  tutor  y  arbitro  de  un  califa  im- 
bécil, dueño  del  favor  de  la  sultana  madre,  sin  riva- 
les que  temer  porque  ha   cuidado  de  anonadarlos  ó 
extinguirlos,  emplea  su  omnipotente  privanza  en  dar 
ensanche,  engrandecimiento  y  gloria  al  imperio.  So- 
berano de  hecho,  querido  del  pueblo  y  adorado   de 
los  soldados,  reducido  á  perpetua  nulidad  el  que  de 
derecho  cenia  la  corona,  Almanzor  no  aspira  á  usur- 
par un  título  cuyas  atribuciones  ejercía,  rara  mode- 
ración atendida  la  condición  humana  que  asi  suele 
ambicionar  los  títulos  como  las  cosas.   Y  el  pueblo, 
que  gustaba  de  ver  respetado  el  principio  de  sucesión 
en  su  amada  familia  de  los  Beni-Omeyas,  parecía  al 
propio  tiempo  agradecer,  en  vez  de  sentir,  que  su 
califa  viviese  aislado  y  encerrado  como  un  imbécil, 
á  trueque  de  ver  prosperar  el  imperio  bajo  el  poder 
omnímodo  de  tan  gran  ministro. 

El  califa  Hixem  vegetando  entre  pueriles  placeres 
en  el  alcázar  de  Zahara  represéntanos  al  débil  empera- 
dor Honorio  cobijado  en  el  palacio  de  Rávena  en  vís- 
peras de  desmoronarse  el  imperio  romano;  con  la  di- 
ferencia que  Estilicen,  aunque  ministro  íiábil  y  guer- 


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PARTE  II.  LIBRO  !•  281 

rero  valeroso,  no  poseia  niel  talento  ni  las  altas  pren- 
das ni  el  ánimo  elevado  de  Almanzor. 

¿Era  en  realidad  imbécil  el  califa  Hixem,  ó  fué 
plan  combinado  de  Almanzor  y  de  la  saltana  Sobehya 
mantener  embotadas  sus  facultades  intelectuales?  Si 
no  lo  era,  ¿cómo  la  sultana  madre  consentía  que  su 
hijo  desempeñase  un  papel  tan  degradante  y  abyecto? 
¿Quédase  de  relaciones  mediaban  entre  la  sultana  y 
el  ministro-regente?  ¿Eran  solo  políticas,  ó  se  mez- 
clarían afecciones  de  otra  índole?  Esto  es  lo  que  no 
vemos  declarado  por  ningún  escritor  musulmán,  co- 
mo sí  se  hubiesen  propuesto  encubrir  con  el  velo  del 
silencio  hasta  la  menor  flaqueza,  si  la  había,  que  pu- 
diera empañar  la  gloria  del  grande  hombre  á  quien 
tanto  debia  el  imperio. 

Contrastes  singulares  presenta  la  vida  de  Alman- 
zor. Como  guerrero,  hace  su  campaña  periódica,  ven- 
ce, conquista,  destruye,  se  vuelve  á  Córdoba,  licen- 
cia su  ejército,  y  ya  no  es  Almanzor  el  guerrero,  el 
conquistador,  el  victorioso:  es  Mohammcdelhagib,.el 
primer  ministro  y  regente  del  imperio,  el  administra- 
dor celoso,  el  justo  distribuidor  de  los  cargos  públi- 
cos, el  amigo  de  los  pobres,  el  fundador  de  escuelas, 
el  académico,  el  protector  de  las  ciencias  y  de  los  sa- 
bios, el  amparador  y  premiador  de  los  talentos  ^*\  El 

u«  astronomía 

biblioteca  for- 

por  Aioaicem  II.,  no  acerta- 

coDoilía^  esta  conducta  con 


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282  IIISTOEIA    DB  ESPAÑA. 

grao  perseguidor  de  los  cristianos  y  el  destructor  de^ 
sus  ciudades  celebra  las  victorias  de  su  hijo  en  Áfri- 
ca dando  libertad  á  dos  mil  esclavos  cristianos,  pa* 
gando  á  los  pobres  sus  deudas  y  distribuyendo  entre 
los  necesitados  abundantes  limosnas^  y  festeja  y  so- 
lemniza las  bodas  de  ese  mismo  hijo  haciendo  dona- 
tivos á  los  hospicios  y  madrissas»  y  dotando  doncellas 
huérfanas.  Grande  debió  ser  este  persona  ge  cuando 
bs  mismos  escritores  cristianos  reconocieron  su  mérito 
y  no  pudieron  negar  las  altas  prendas  de  su  mas  ter- 
rible enemigo.  Por  primera  y  única  vez  que  sepamos 
en  los  fastos  del  mundo,  se  vio  al  gefe  de  un  estado 
compartir  las  estaciones  entre  las  letras  y  las  armas, 
y  esta  fué  una  de  las  causas  de  su  perdición  *  Era 
ciertamente  bello  poder  decir  cada  invierno  y  cada 
eslío  en  Córdoba:  csalí,  vencí,  conquisté  y  he  vuelto.» 
y  después  de  cada  campana  consagrarse  á  los  nego- 
cios pacíficos  del  estado.  P^ro  no  advertía,  y  esto  pa- 
rece incomprensible  en  tan  gran  capitán,  que  con  ta- 
les períodos,  y  no  deteniéndose  á  consolidar  sus  ad- 
quisiciones, daba  lugar  á  los  infatigables  cristianos  á 
que  se  repusieran  desús  pérdidas,  y  á  que  mientras  él 
se  enseñoreaba  de  Barcelona,  los  cristianos  de  Astu- 
rias recobraran  en  su  ausencia  las  ciudades  de  Gali- 
cia ó  de  León,  y  en  la  primavera  que  Álmanzor  in- 
vadía de  nuevo  la  Castilla,  Borrell  recuperara  á  Bar- 

el  grande  amor  á  las  lelras  y  coa    nos  dan  Qoticia  los  mas  de  los  bie- 
las ocupaciones  académicas  de  que    toriadores. 


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PARTB  II.    LIBRO  i.  283 

celona;  y  así  les  dio  tiempo  para  rehacerse  y  confede- 
rarse, basta  recoger  en  Calatañazor  el  castigo  de  su 
orgullo  y  el  fruto  amargo  de  su  errado  sistema. 

Cuando  se  desenlaza  y  resuelve  una  gran  crisis, 
todo  por  lo  común  se  trastrueca  y  cambia.  La  muerte 
de  Almanzor  fue  también  la  crisis  de  muerte  para  el 
imperio  ommiada.  Era  una  bóveda  que  se  sostenía  en 
los  hombros  de  un  Atlante:  faltó  el  apoyo ,  y  tenia 
que  desplomarse  el  edificio.  De  los  dos  hijos  de  Al- 
lúanzor,  el  uno ,  Abdelmelík,  fué  como  el  último  res- 
plandor de  una  luz  que  se  apagaba.  El  otro»  Abder- 
rahman,  fué  un  insensato  que  quiso  parodiar  la  gran- 
deza de  su  padre,  y  lo  que  hizo  fué  presentar  un 
triste  ejemplo  de  lo  pronto  que  suele  degenerar  una 
raza.  Fióse  en  que  llevaba  en  su  fisonomía  la  imagen 
y  el  recuerdo  de  su  padre  ,  y  no  advirtiendo  que  le 
faltaba  su  corazón ,  su  entendimiento,  su  alma,  atre- 
vióse á  mas  de  lo  que  su  padre  se  había  atrevido.'  En 
el  castigo  que  sufrió  llevó  la  penitencia  de  su  des- 
acordada ambición  y  necio  orgullo.  Cuando  el  pueblo 
cordobés  paseaba  la  cabeza  del  hijo  de  Almanzpr  cla- 
vada en  un  palo,  no  pensaba  en  que  aquel  desfigurado 
rostro  se  había  parecido  al  de  su  padre ;  tenía  solo 
presente  que  al  padre  había  debido  el  imperio  en- 
grandecimiento y  gloria,  y  el  hijo  había  sido  un  pre- 
suntuoso miserable.  Desde  entonces  comienza  la  guer- 
ra entre  los  pretendientes  á  un  trono,  coma  en  otra 
parte  dijimos ,  ni  vacante  en  realidad ,  ni  en  rcali- 


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S84  niSTOEU  DB  bspáHa. 

dad  ocupado.  Los  aspirantes  solicitan  el  auxilio  de  las 
arm^s  cristianas,  y  Sancho  de  Castilla  coloca  en  el 
trono  muslímico  á  Suleiman ,  como  antes  Sancho  de 
León  liabia  sido  repuesto  en  el  trono  cristiano  por 
Abderrahman  el  Grande.  Los  papeles  se  han  trocado. 
Y  es  que  antes  el  imperio  musulmán  se  hallaba  en  el 
período  de  crecimiento »  ahora  está  en  el  de  deca* 
dencia. 

¿Por  qué  los  príncipes  cristianos  no  llevaron  esta 
decadencia  á  completa  ruinsí ,  aprovechando  el  des- 
concierto de  los  musulmanes?  Porque  después  de  la 
unión  momentánea  que  les  dio  el  triunfo  de  Galata- 
ñazor  volvieron  á  su  sistema  habitual  de  aislamiento, 
herencia  fatal  del  antiguo  genio  ibero-celta,  y  como 
patrimonio  inamisible  de  los  españoles.  Castellanos  y 
catalanes  contentáronse  con  poner  su  brazo  y  su  es- 

'  pada  á  sueldo  de  ^Ucitadores  sarracenos\  y  con  de- 
bilitar si  se  quiere  al  enemigo  en  vez  de  aniquilarle. 
Triunfaban  las  huestes  cristianas  en  Gebal  Quintos  y 
en  Acbatalbakar;  ¿para  qué?  para  recibir  á  precio  de 
su  auxilio  algunas  plazas  fronterizas,  y  sentar  en  el 

Hrono  de  Córdoba  á  un  enemigo  de  su  fé.  Verdad  es 
que  se  ocuparon  en  este  tiempo  los  soberanos  de  la 
España  cristiana  en  una  tarea  honrosa,  la  de  dar  le- 
yes ,  libertades  y  preciosos  derechos  á  sus  pueblos. 
Nacieron  entonces  los  fueros  de  Castilla,  de  León,  de 
Navarra  y  de  Barcelona,  y  no  negaremos  á  los  San- 
chos ,  á  los  Alfonsos  y  á  los  Borrelles  y  Berengueres 


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PARTB  11.    LIBRO  I.  285 

el  merecimiento  que  por  ello  ganaroD.  Lisonjero  es 
poder  decir  que  nacieron  las  libertades  de  los  munici- 
pios en  España  antes  que  en  otra  nación  alguna.  Gloria 
es  no  pequeña  de  nuestro  pueblo.  Pero  prefiriéramos 
haberla  obtenido  un  poco  mas  tarde,  porque  hubiera 
convenido  mas  que  aquellos  buenos  príncipes  hubieran 
diferido  algo  mas  los  fueros  y  consagrádose  á  anticipar 
algo  mas  la  reconquista. 

La  desunión  y  la  rivalidad,  plantas  indestructibles 
en  el  suelo  de  España ,  y  causas  perpetuas  de  sus 
males ,  vinieron  también  á  entorpecer  y  diferir  la 
grande  obra  de  la  restauración.  Alfonso  Y  de  León  y 
Sancho  de  Castilla ,  antes  aliados  y  amigos,  deudos 
antes  y  ahora,  se  llaman  de  público  enemigos  y  du* 
ran  sus  desavenencias  hasta  la  muerte  de  Sancho.  Gar. 
cía  su  hijo  que  le  sucede  va  á  León  á  recibir  por  es- 
posa á  la  hermana  de  Bermudo  III,  y  en  vez  de  arras 
nupciales  encuentra  puñales  de  asesinos.  El  mismo 
Vela  que  le  habia  tenido  en  la  pila  cuando  recibió  el 
agua  bautismal  fué^el  que  le  dio  el  bautismo  de  san- 
gre. La  línea  varonil  de  la  noble  estirpe  de  Fernán 
González  quedó  estinguida  á  manos  de  una  familia 
castellana  que  ganó  una  funesta  celebridad  por  sus 
deslealtades,  y  su  extinción  produjo,  alteraciones  y 
mudanzas  sin  cuento  en  todos  los, estad  os  cristianos  do 
España.  . 

Sancho  el  Mayor  de  Navarra  fue  un  gran  rey, 
pero  grandemente  ambicioso.  Pudo  haberse  presen- 


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286  historia'  db  bs^aKa. 

lado  en  Castilla  como  heredero,  y  se  presentó  cómo 
conquistador.  No  contento  con  haber  dado  la  sobera- 
nía de  Castilla  con  título  de  rey  á  su  hijo  Fernando, 
no  satisfecho  con  haberle  casado  con  la  hermana  de 
Bermudo  de  León,  y  con  los  derechos  eventuales  á 
esla  corona,  no  tiene  paciencia  el  viejo  monarca  na- 
varro para  esperar  á  estas  eventualidades,  calcula 
sobre  su  vitalidad,  y  como  si  temiese  que  el  joven 
monarca  leonés  pudiera  tener  mas  hijos  que  dias 
pudiese  él  vivir,  busca  un  'protesto  para  romper  la 
paz  ,  fe  invade  sus  estados  y  se  titula  rey  de  León. 
¡Cuan  otra  hubiera  sido  la  suerte  de  los  reinos  cris- 
tianos  si  Sancho  el  Grande  de  Navarra  hubiera  em- 
pleado su  brazo  y  sus  armas  contra  los  sarracenos  en 
vez  de  emplearlas  contra  los  príncipes  sus  propios 
deudos  y  correligionarios!  Un  acto  do  justicia ,  de 
justicia  terrible,  hizo  Sancho  en  Castilla,  quemando 
vivos  á  los  Velas,  los  asesinos  del  conde  García,  cuya 
muerte  le  valió  tan  grande  herencia.  A  veces  un  mis- 
mo hombre  es  al  propio  tiempo  perpetrador  de  in- 
justicias y  castigador  de  crímenes,  al  modo  de  aque- 
llas plantas  cuyo  jugo  es  á  las  veces  mortífero  veneno, 
á  las  veces  medicina  salvadora. 

Muere  el  gran  monarca'  navarro,  á  quien  es  lás- 
tima que  tengamos  que  llamar  usurpador,  y  Ber- 
mudo IIL  de  León  recobra  fácilmente  su  corte  y  parte 
de  sus  estados:  ¿para  qué?  para  malograrse  joven  en 
la  batalla  de  Tamaron,  no  al  golpe  de  las  cimitarras 


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PARTB  IK  LIBRO  I.  287 

agareoas,  sino  atravesado  por  la  lanza  del  esposo  de 
su  hermana;  y  Fernando  debe  á  la  muerte  dada  al 
hermano  de  su  esposa  el  ceñirse  las  dos  coronas  de 
León  y  de  Castilla.  ¡Triste  y  lamentable  felicídadl 
Este  primer  paso  hacia  la  unidad  nacional  es  producto 
de  una  guerra  fratricida;  y  la  ilustre  estirpe  de  los 
reyes  de  Asturias  y  de  León»  de  los  sucesores  de  los 
Ordeños  y  Ramiros,  de  Alfonso  el  Grande,  del  Gasto, 
del  Católico,  de  Pelayo,  de  Wamba  y  de  Recaredo, 
esta  esclarecida  dinastía  godo-hispana  que  no  han 
podido  acabar  en  mas  de  tres  siglos  de  lucha  todas  las 
fuerzas,  todo  el  poder  de  losagarenos,  se  extingue  con 
Bermudo  en  su  línea  varonil,  como  la  de  los  condesde 
Castilla,  en  lid  sangrienta  con  príncipes  cristianos,  con 
príncipes  españoles,  con  deudos,  con  hermanos  suyos. 
{Deplorable  fatalidad  de  España! 

¡Y  si  al  fin  hubieran  terminado  con  esto  las  funes* 
tas  discordias!  Pero  el  espíritu  de  ambición ,  de  en* 
vidia  y  de  rivalidad  estaba  como  encarnado  en  las 
familias  de  uqestroá  príncipes,  y  la  famosa  distribu- 
ción de  reinos  de  Sancho  el  Mayor  de  Navarra,  bien 
que  la  supongamos  hecha  con  la  mejor  fé,  no  hizo 
sino  desarrollar  aquel  germen  de  división  y  de  muer- 
te. No  bien  habia  descendido  á  la  huesa  aquel  padre 
de  reyes,  cuando  ya  dos  de  sus  hijos,  Ramiro  y  Gar- 
cía, de  Aragón  y  de  Navarra»  habían  blandido  sus 
lanzas  para  combatirse  y  despojarse  mutuamente.  Ra* 
miro  habia  llevado  en  su  ayuda  gente  infiel  y  estran- 


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288  HISTORIA    DB    BSPASa. 

gera  contra  un  hermano,  español  y  cristiano  cobo  él- 
Aquel  mismo  García  que  en  la  batalla  de  Tamaron 
había  lidiado  en  favor  de  su  herma  no  Fernando  de 
Castilla  contra  el  cuñado  dp  éste  Bermudo  de  León, 
conspira  mas  adelante  contra  Fernando,  le  arma  ase- 
chanzas, le  tiende  lazos,  en  que  al  fin  vino  á  caer  el 
mismo  que  los  tendía:  incidit  in  faveam  qtiam  fecit. 
Por  último  le  mueve  una  guerra  imprudente  y  obsti- 
nada, lleva  consigo  auxiliares  sarracenos  para  pelear 
contra  su  hermano,  como  antes  los  llevó  contra  él  su 
hermano  Ramiro,  y  se  da  el  combate  en  que  recibe 
García  el  castigo  de  su  temeraria  provocación.  Fernan- 
do de  Castilla  que  había  visto  en  Tamaron  caer  á  sus 
pies  al  hermano  de  su  esposa,  ve  en  Ata  puerca  su- 
cumbir el  hijo  de  su  mismo  padre.  ¡Tristes  victorias 
las  de  Fernandol  La  una  cubre  de  luto  á  León»  la  otra 
á  Navarra:  en  cada  una  perece  un  hermano.  ¿Necesi- 
taremos ya  investigar  las  causas  por  que  no  progresa- 
ba como  debía  la  reconquista? 

Y  sin  embargo  no  es  Fernando  el  culpable;  am- 
bas veces  ha  sido  provocado:  Fernando  es  un  prín- 
cipe generoso:  tiene  á  sus  pies  la  corona  de  Navarra 
y  no  la  recoge;  le  dice  á  su  sobrino  Sancho:  «cíñetela 
tú ,  que  harto  severa  lección  has  recibido  con  la 
muerte  de  tu  temerario  padre.»  Fernando  sabe  á 
quiénes  ha  de  mirar  como  verdaderos  enemigos  de 
su  patria,  y  tan  pronto  como  las  turbulencias  intesti- 
nas se  lo  permiten  sale  á  combatir  los  musulmanes 


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»ABtB  II.  LlBtO  té  ^8d 

Toma  á  Cea,  Viseo,  Lamego  y  Coimbra,  y  después  de 
conducirse  como  guerrero  intrépido  comienza  á  obrar 
como  gran  político.  Pruébalo  un  hecho  importaotísí* 
mo,  en  que  no  han  parado  la  consideración  nuestros 
historiadores.  Dueño  Fernando,  por  la  capitulación  de 
Coimbra  de^  todo  el  territorio  comprendido  entre  el 
Mondego  y  el  Duero,  deja  á  los  moros  que  habitaban 
aquel  distrito  vivir  en  él  tranquilos,  regidos  por  sus 
propias  leyes^  aunque  sujetos  al  monarca  cristiano  y 
pagándole  un  tributo.  Llamáronse  mucíe/are^,  como 
se  llamaban  mozárabes  los  cristianos  que  vivían  con 
iguales  condiciones  en  territorios  dominados  por  los 
árabes.  Gran  novedad  en  la  historia  de  ambos  pue- 
blos, y  principio  de  tolerancia  por  primera  vez  prac- 
ticado después  de  tres  siglos  de  lucha. 

Igual  conducta  observa  después  con  los  reye^  de 
Toledo  y  de  Sevilla.  Cuando  lleva  el  teatro  de  la  guer- 
ra al  primero  de  estos  reinos,  destruye,  desmantela, 
demuele,  tala,  incendia  y  cautiva.  Es  el  capitán  brio- 
so que  subyuga  á  fuerza  de  armas  el  pais  enemigo, 
es  el  guerrero  que  vence  y  aterra.  Mas  coando  los 
moradores  de  Alcalá  invocan  en  su  apurada  situación 
el  socorro  de  Al  Mamun,  cuando  el  rey  mahometano 
se  presenta  en  el  campo  del  victorioso  monarca  de 
Castilla  y  le  ofrece  tributo  y  le  presenta  cuantiosos 
dones  á  trueque  de  que  no  hostilice  mas  sus  pueblos^ 
entonces  Fernando  obra  ya  como  gran  político',  y  com- 
prendiendo cuan  útil  podrá  serle  la  alianza  del  mu«- 
ToBio  IV.  19 


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f^  fllfTOElA   D»  MfAÜA. 

snliiiM  y  cootenlo  coa  verle  hamillado,  ostenta  una 
geaerosidad  que  deja  obligado  y  reconocido  al  de 
Toledo.  Cuando  invade  los  estados  del  de  Sevilla,  las 
huestes  castellanas  llevan  en  pos  de  sí  la  devastación, 
el  incendio ,  el  esterminío.  Entonces  Fernando  es  el 
conquistador  terrible.  Mas  cuando  el  rey  Ebn  Abed 
sale  á  encontrarle  ofreciéndole  dádivas  y  presentes, 
y  se  resigna  á  darle  parias  y  accede  á  entregarle  los 
cuerpos  de  dos  santas  mártires  que  los  cristianos  le 
reclaman,  entonces  Fernando  vuelve  á  ser  el  vence- 
dor generoso  y  el  monarca  político:  y  sepáranse  am- 
bos reyes  satisfechos,  el  de  Sevilla  con  haber  conju- 
rado á  costa  de  una  humillación  la  tormenta  que  ame- 
nazaba á  su  trono  y  sus  dominios ,  el  de  Castilla  con 
la  superioridad  moral  que  parecía  entrar  en  su  sistema 
con  preferencia  á  las  adquisiciones  materiales  ,  y  que 
le  valió  el  titulo  de  par  de  emperador  que  le  dan  al- 
gunas crónicas  cristianas. 

Por  resultado  de  aquel  concierto  vio  por  segunda 
vez  la  España  mahometana ,  humillada  y  silenciosa, 
la  conducción  pacífica  de  las  reliquias  de  un  santo  des- 
de Sevilla  á  León,  como  en  tiempo  del  tercer  Alfonso 
había  visto  conducir  las  del  mártir  Pelayo  desde  Cór« 
doba  á  Oviedo.  Aquello  pudo  atribuirse  á  la  condes- 
cendencia de  un  califa,  cumplidor  exacto  de  una  con- 
dición de  paz  ,  pero  gefe  de  un  grande  imperio  que 
no  podin  temer  la  guerra  si  se  hubiera  turbado  la 
procesión  religiosa:  esto  era  ya  una  concesión  que  la 


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pAxn  n.  uBkú  u  S94 

necesidad  arrancaba  á  on  príncipe  mahometano  para 
salvar  su  imperio:  porque  ¡ay  de  él,  si  las  cenizas  del 
santo  obispo  Isidoro  no  hubieran  llegado  indemnes  á 
la  capital  del  reino  cristiano!  La  traslación  de  aquellas  ^ 
reliquias  dio  ocasión  á  Fernando  para  acreditar  á  sus 
subditos  que  el  vencedor  de  Bermudo  de  León  y  de 
García  de  Navarra,  que  el  conquistador  dé* Viseo  y  de 
Coimbra,  que  el  humillador  de  los  reyes  de  Toledo  y 
de  Sevilla,  que  el  reformador  del  clero  en  Coyanza, 
era  el  principé  religioso  que  reedi6caba  templos,  que 
los  dotaba  con  esplendidez  y  los  enriquecía  pon  loa 
cuerpos  de  ¿autos  ilustres  traídos  de  las  mas  populo* 
sas  ciudades  musulmanas.  Hace  mas:  Fernando  da  un 
banquete  al  clero,  y  el  príncipe  coronado  de  victorias, 
el  rey  de  Castilla,  de  León  y  "de  Galicia,  depone  es- 
pontáneamente su  grandeza,  y  sirve  á  la  mesa  á  loa 
convidados,  apareciendo  mas  grande  cuanto  mas  sé 
humilla,  y  avasallando  mas  los  corazones  cuanto  mas 
parece  querer  nivelarse  con  el  postrero  de  sus  va- 
sallos. 

Se  ve  pues  bajo  Fernando  I.  el  Magno  al  reino 
unido  de  Castilla  y  de  León  alcanzar  una  inoportancia, 
una  solidez  y  una  superioridad  cual  no  habia  tenido 
nunca  todavía.  Y  eso  que  la  muerte  robó  ¿  España  y 
á  la  cristiandad  tan  insigne  príncipe  cuando  amena- 
zaba hacer  tremolar  el  estandarte  de  la  cruz  sobre 
los  adarves  de  Valencia.  Piadoso  y  devoto  en  todo  el 
discurso  de  su  gloriosa  vida,  modelo  de  unción,  de 


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,  292  H18T0HIA  DB  BSPaI^A. 

virtud  y  de  huaiildad  religiosa  en  el  acto  de  dejar  el 
cetro  para  despedirse  de  este'mundo,  do  sabemos  có- 
mo la  iglesia  no  decoró  al  primer  Fernando  de  Casti- 
lla y  de  León  con  el  título  con  que  honra  á  sus  mas 
esclarecidos  hijos»  y  qee  muy  merecidamente  aplicó 
ínas  adelante  al  tercer  monarca  de  su  nombre. 

Que  fué  funesta  la  distribución  de  reinos  que  hizo 
Fernando  á  ejemplo  de  la  partición  de  su  padre,  lo 
dijimos  ya.  ¿Pero  le  haremos  por  ello  un  cargo  tan 
severo  como  el  que  algunos  modernos  críticos  preten- 
den hacerle?  Acaso  no  fué  solo  un  esceso  de  amor  pa- 
ternal el  que  le  movió  á  obrar  de  aquel  modo:  tal 
vez  conociendo  Fernando  la  tendencia  de  cada  conde 
y  de  cada  magnate  á  la  independencia,  creyó  que  la 
mejor  manera  de  reprimir  aquel' espíritu  de  insubor- 
dinación y  de  precaver  una  desmembración  semejan- 
te á  la  del  imperio  árabe,  era  dejar  á  cada  uno  de  sus 
hijos  una  monarquía  mas  limitada  y  que  pudiera  mas 
fácilmente  vigilar.  ¿Quién  sabe  si  se  propuso,  desig- 
nando á  cada  hermano  una  porción  casi  igual  de  ter- 
ritorio, contentar  á  todos,  y  prevenir  aquellas  rivali- 
dades y  envidias  que  estallaron  después?  No  lo  estra- 
ñaríamós,  aunque  los  sucesos  acreditaron  lo  errado 
del  cálculo.  Lo  que  no  comprendemos  es  cómo  i 
Fernando  se  le  ocultó  el  genio  ambicioso  y  díscolo  de 
su  hijo  Sancho,  y  cómo  no  conoció  la  falta  de  capa- 
cidad y  de  virtud  para  gobernar  de  su  hijo  García. 
¿Pero  se  hubieran  acallado  las  ambiciones  y  evilacjo 


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PARTE  II.  LIBEO  1.  ^       293 

las  discordias  sí  hubiera  caído  toda  la  herencia  en  uno 
solo?  Confesemos  que  en  aquellos  tiempos  era  una 
desgracia  para  el  país  el  que  un  monarca  muriese 
dejando  muchos  hijos.  Recordemos  las  conspiraciones 
de  fumilia  que  morlíGcaron  á  los  reyes  de  Asturias,  las 
conjuraciones  de  hermailDs  que  perturbaron  el  sosie- 
go de  los  monarcas  de  León:  volvamos  la  vista  á 
Navarra  y  Cataluña,  y  veremos  los  mismos  odios  de 
hermanos  y  las  mismas  catástrofes.  Sí  las  guerras  que 
sobrevinieron  se  hubieran  circunscrito  á  los  tres  hijos 
de  Fernando,  podríamos  creer  que  el  germen  de  las 
disidencias  habia  estado  todo  en  las  partijas  que 
aquel  hizo  de  su  reino.  Mas  cuando  vemos  á  Sancho  de 
Castilla,  no  bien  cubierta  la  hoya  en  que  reposaban 
las  cenizas  de  su  padre,  en  guerra  ^ya  con  sus  pri* 
mos;  los  Sanchos  de  Navarra  y  Aragón;  cuando  le 
vemos,  después  de  dejarse  arrastrar  de  la  codicia 
hasta  llevar  fas  lanzas  castellanas  contra  dos  débiles 
mujeres,  ir  á  inquietar  en  sus  limitadas  posesiones  de 
Toro  y  de  Zamora  á  sus  dos  hermanas  Elvira  y  Urra- 
ca, ¿cómo  no  hemos  de  atribuir  estos  males,  masque 
á  culpa  del  padre,  al  natural  turbulento,  codicioso, 
avieso  y  desnaturalizado  del  hijo? 

Este  despojador  de  reinos,  azote  de  su  familia, 
que  había  desenvainado  su  espada  contra  dos  primos 
y  cuatro  hermanos,  cuando  ya  no  le  faltaba  sino  una 
hermana  &  quien  despojar,  se  estrelló  ante  la  cons- 
tancia de  una  muger  fuerte,  y  en  el  cerco  de  Zamora 


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294  mSTOftlA  DB  BSPAftA. 

halló  el  condigno  castigo  de  sa  desmesurada  codicia* 
El  venablo  de  un  traidor  puso  fin  á  sus  días  al  pie  de 
los  muros  de  la  única  ciudad  que  le  restaba  para  re- 
dondear el  despojo  de  toda  su  familia»  sin  que  leva* 
liera  estar  mandando  un  poderoso  ejército  ni  tener  á 
su  lado  al  tipo  del  valor  y  de  la  intrepidez,  Rodrigo 
el  Campeador.  No  pretenderemos  indagar  por  qué  la 
Providencia  se  vale  á  veces  de  los  criminales  como 
instrumento  para  castigar  á  los  que  se  desvian  de  la 
senda  de  la  humanidad  y  de  la  justicia,  pero  es  lo 
cierto  que  suele  emplearlos  para  sus  altos  fines.  ¿Tuvo 
Urraca  alguna  participación  en  el  tcágíco  término  de 
su  hermano?  Asi  lo  espresaba  uno  de  los  epitafios  que 
se  dedicaron  á  la  memoria  de  Sancho  el  Bravo  (*> 
Nosotros  no  hallamos  bastante  justificadf  tan  grave  in 
culpación,  pero  tampoco  nos  atreveríamos  á  salir  ga- 
rantes de  su  inocencia,  ni  estraña riamos  no  hallarla 
pura,  atendido  su  justó  resentimiento  y  lo  mal  para- 
dos que  en  aquel  siglo  andaban  los  afectos  de  la 
sangre. 

La  muerte  de  Sancho  el  Bravo  valió  á  su  hermano 
Alfonso  tres  coronas  por  una  que  aquel  le  babia  ar- 
rancado. Las  vicisitudes  dramáticas  de  Alfonso  VI.  soá 
como  el  trasunto  de  la  fisonomía  de  su  época.  Rey  de 
León,  inquietado  por  un  hermano  codicioso,  vencedor 

(i)    EnuDodelosáDgalosJesa  ürraem  apvd  Numanliam  cioi- 

sepulcro  en  Ofia  se  leia  el  epitafio  taíem  per  manwn  BellUi  Ádolphif 

•igoiente:  R$x  i$te  oedsut  fidi^  magniirad^torii. 
proOUon  eontiUo  tan>ri9  iuct 


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MftTB  II.  UlM  1.  898 

y  vencido  en  lus  márgenes  del  Carríon  y  del  Pisoerga, 
despojado  del  trono»  acogido  ¿  un  templo»  preso  en 
un  castillo  de  Burgos,  monje  de  Sahaguo»  fygado  del 
claustro ,  prófugo  en  Toledo »  agasajado  por  an  rey 
musulmán »  brindado  en  su  destierro  por  leoneses»' 
gallegos  y  castellanos  con  las  coronas  de  los  tres  rei- 
nos »  aliado  y  auxiliar  de  un  rey  mahometano  (el  de 
Toledo)  para  destronar  á  otro  rey  mahometano  (el  de 
Sevilla),  en  amistad  después  y  en  alianza  con  el  de 
Sevilla  para  destronar  al  de  Toledo:  favorecido  y  ob- 
sequiado del  padre  (Al  Mamun),  y  derrocando  del  tro<^ 
no  al  hijo  (Yahia),  dueño  y  señor  de  la  antigua  corte 
de  los  godos  donde  antes  habia  recibido  hospitalidad 
de  un  árabe,  Alfonso  YL  representa  y  compendia  ea 
este  primer  período  de  su  dramática  historia  ta  vida, 
las  costumbres ,  el  manejo  ,^  las  condiciones  de  exis- 
tencia de  hombres  y  pueblos  en  aquella  época  turbu- 
lenta y  crítica. 

;Qué  contraste  tan  desconsolador  forma  la  noble 
y  generosa  conducta  de  Al  Mamun  el  de  Toledo  con 
la  de  Sancho  de  Castilla  para  con  Alfonsol  El  uno  ar- 
ranca el  cetro  á  su  hermano,  el  otro,  siendo  un  in- 
fiel, acoge  y  trata  al  príncipe  destronado  como  á  un 
hijo;  el  hermano  encierra  al  hermano  en  un  castílle» 
el  mahometano  le  da  palacios  y  jardines  para  so  re* 
creo:  cuando  por  la  muerte  de  Sancho  quedó  vacante 
el  triple  trono  de  Castilla,  León  y  Galicia,  AlMamua 
tenia  en  su  poder  el  única  príncipe  llamado  á  ocupar - 


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296  HiáTOHiA  DB  esfaSa. 

le,  y  síd  embargo  en  vez  de  retenerle,  en  vez  de 
aprovechar  para  si  aquella  horfandad  de  los  reinos 
cristianos  para  acometer  cualquiera  do  ellos,  ayuda  á 
Alfonso  con  todo  género  de  medios  para  que  vaya  á 
ceñir  sus  sienes  con  las  coronas  que  le  esperan;  en 
cambio  de  tanta  protección  solo  le  pide  su  amistad. 
Este  proceder  de  Al  Mamun,  que  nos  recuerda  el  de 
Abderrahnian  el  Grande  con  Sancho  el  Gordo,  reve- 
la los  instintos  generosos  de  aquella  noble  raza  árabe» 
que  se  iba  á  extinguir  en  España,  al  propio  tiempo 
que  la  tolerancia  que  habia  ya  entre  árabes  y  espa- 
ñoles, que  aparte  de  la  religión  llegaban  á  rivalizar 
en  hidalguía.  Alfonso  VI.  como  monarca  español  y 
cristiano  hizo  un  bien  inmenso  á  España  y  á  la  cris- 
tiandad con  la  conquista  de  Toledo:  como  amigo  ju- 
rado de  Al  Mamun  parece  que  deberían  haber  alcan- 
zado al  hijo  las  consideraciones  de  que  era  deudor  al 
padre:  aquel  hijo  no  obstante  no  habia  sido  compren- 
dido en  el  asiento  de  alianza ,  los  toledanos  mismos 
reclamaron  ser  libertados  de  su  opresión  por  el  mo- 
narca de  Castilla,  y  A'íí^dso  pudo,  sin  romper  jura- 
mento hacer  aquel  servicio  inmensurable  al  cristia- 
nismo y  á  la  libertad^española,  y  redimir  al  propio 
tiempo  á  los  musulmanes  que  le  invocaban. 

El  célebre  juramento  tomado  á  Alfonso  en  el  tem- 
plo de  Santa  Gadea  de  Burgos  patentiza  toda  la  arro- 
gancia de  la  nobleza  castellana.  Sin  embargo  solo  se 
encontró  un  caballero  que  se  atreviera  á  tomársele, 


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PARTE  II.  LIBHO  I.  297 

Rodrigo  Diazi'seha  ensalzado  á  coro  este  hecho  del 
Cid  como  un  rasgo  de  heroico  valor  cívico;  lo  fué;  y 
con  ello  dio  el  Campeador  un  testimonio  de  la  gran- 
deza de  su  alma;  pero  también  fué  un  rasgo  de  au- 
dacia insigne  el  humillar  á  un  monarca  haciéndole 
que  jurase  por  tres  veces  no  haber  tenido  participa- 
ción en  la  muerte  de  su  hermano:  audacia  que  el 
Cid,  menos  acaso  que  otro  caballero  alguno,  hubiera 
debido  permitirse:  porque  Alfonso  pudo  haberle  de- 
mandado á  su  vez:  «¿Y  juráis  vos,  Rodrigo,  no  haber 
tenido  parte  en  la  alevosía  de  Carrion,  en  aquella 
funesta  noche  en  que  mi  hermano  Sancho»  por  con^ 
sejo  vuestro,  después  de  vencido  pagó  mí  generosidad 
degollando  á  mis  soldados  desapercibidos  ,  haciéndo- 
me prisionero  y  apoderándosQ  de  mi  trono?  ¿Juráis 
vos  estar  inocente  de  aquella  negra  ingratitud  que 
costó  tan  noble  sangre  leonesa,  y  que  me  hizo  .cam- 
biar mi  trono  por  una  prisión,  mi  corte  por  un  claus- 
tro, y  mi  libertad  por  el  destierro  de  que  vengo  aho- 
ra?» No  sabemos  qué  hubiera  podido  contestar  el  Cid» 
si  de  esta  manera  se  hubiera  visto  apostrofado  por  el 
mismo  á  quien  tan  arrogantemente  juramentaba.  No 
lo  hizo  Alfonsp  ,  contentándose  con  guardar  secreto 
enojo  á  Rodrigo  Diaz ,  enojo  que  hallamos  fundado, 
si  bien  sentamos  que  le  llevara/como  en  otra  parte  he- 
mos dicho  (*\  mas  allá  de  lo  que  reclamaba  el  inte- 

(4)    Discono  prelimíDar. 


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298  HISTORIA  DS  ESPAÑA. 

res  de  la  cansa  cristiana,  y  de  lo  que  á  él  mismo  le 
convenia  para  no  ser  lachado  de  rencoroso. 

Mientras  tan  íastimosas  y  mortales  excisiones  agi* 
'  taban  los  tronos  y  los  pueblos  de  Castilla  y  de  León, 
¿reinaba  más  armonía  entre  los  príncipes  soberano» 
de  Aragón,  de  Navarra  y  de  Cataluña?  Mencionado 
hemos  ya  las  guerras  entre  los  hermanos  Ramiro  de 
Aragón  y  García  de  Navarra:  entre  este  y  su  herma- 
no Fernando  de  Castilla,  y  entre  los  tres  Sanchos  de 
Castilla,  Navarra  y  Aragón.  ¿A  qué  se  debió  la  unión 
de  estas  dos  últimas  coronasen  lassíenes  del  aragonés? 
á  un  fratricidiof  á  la  muerte  alevosa  del  navarro  por 
su  hermano  Ramón  de  Peñalen,  como  la  unión  de  las 
corDnas  de  León  y  Castilla  en  Fernando  se  había  de« 
bido  á  la  muerte  de  Bermudo  peleando  con  el  esposo 
de  su  hermana  enlamaron.  ¡Triste  fatalidad  de  nues- 
tra España!  Aquel  suceso,  sin  embargo,  nos  suminis* 
tra  una  observación  importantísima.  El  trono  de 
Navarra  pasa  de  repente  de  hereditario  á  electivo.  Al 
menos  los  navarros  prescinden  del  derecho  de  los  hi- 
jos del  último  monarca:  huye  el  uno  por  temor,  y 
desechan  al  otro  por  tirano  y  fratricida,  y  entregan 
de  libre  y  espontánea  voluntad  el  reino  á  un  prínci- 
pe, que  aunque  de  la  dinastía  de  sus  reyes,  era  con« 
siderado  ya  como  extraño,  qué  tal  debia  ser  para  ellos 
Sancho  Ramirez  de  Arágoa.  Este  ejercicio  de  la  sot^e* 
ranía  en  los  casos  estraordinarios  ie  hallamos  lo  mis- 
mo en  ios  pueblos  cristianos  que  en  los  nyusulmanest 


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PAÁTB  IK  UBEO  I.  S99 

En  el  condado  de  Barcelona  el  gran  príncipe  Ra- 
món Berenguer  el  Viejo,  el  autor  de  los  famosos  Usa- 
ges,  trabajando  siempre  por  someter  á  los  díscolos 
condes,  víctima  de  discor<jlias  domésticas »  herido  de 
^  excomunión  por  arte  y  manejo  de  una  abuela  intri^ 
gante  y  codiciosa,  sufre  la  amargura  de  ver  á  un  hijo 
ambicioso  y  desnaturalizado  teñir  sus  manos  en  la 
sangre  de  la  esposa  de  su  padre,  y  ^baja  al  sepulcro 
prematuramente  agoviado  de  pena  y  de  dolor.  Tam- 
bién el  príncipe  catalán,  como  los  de  Casulla,  Ara- 
gón y  Navarra,  hizo  alianzas  con  los  árabes;  y  los 
campos  de  Murcia  se  vieron  inundados  de  hi^estes  ca- 
talanas y  andaluzas,  cristianas  y  muslímicas,  mezcla- 
das y  confundidas  en  defeiísa  de  una  misma  causa  y 
en  contra  de  otros  cristianos  y  de  otros  in6eles,  como 
en  otros. tiempos  se  habian  réubido  en  los  campos  de 
Acbatalbakar  y  del  Guadíaro. 

Una  fatalidad  tan  lamentable  como  indefinible  pa- 
recia  presidir  á  los  testamentos  de  los  principes  cris- 
tianos españoles.  Apenas  se  concentraba  en  una  mano 
una  vasta  extensión  de  territorio  á  fuerza  de  apagar 
interiores  disturbios  y  de  vencer  enemigos  exteriores, 
volvian  las  disposiciones  testamentarias  de  los  prínci- 
pes á  legar  á  sus  hijos  y  á  sus  reinos  una  herencia  de 
discordias  y  una  semilla  de  ambiciones,  de  envidias, 
de  turbulencias  y  de  crímenes.  Ramón  Berenguer  el 
Viejo  de  Barcelona,  siguiendo  el  camino  opuesto  al 
de  Sancho  el  Mayor  de  Navarra  y  de  Femando  el 


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300  HISTORIA    OB    BSPAÍA. 

MagDO  de  Castilla,  dejó  en  el  testamento  el  gérmeo 
de  r^ultados  igualmente  desastrosos.  Desconociendo 
como  aquellos  la  índole  de  sus  hijos  y  las  ventajas  de 
la  unidad  en  el  gobierno  de  un  estado,  y  como  si  la 
soberanía  consintiese  partifCÍpaQÍones  y  su  sola  volün* 
tad  bastase  á  enmendar  la  naturaleza  humana  y  á  des- 
pojarla de  las  pasiones  de  la  ambición  y  de  la  envidia, 
quiso  ceñir  con  una  sola  corona  las  sienes  áe  sus  dos 
hijos,  lo  que  equivalía  á  Icfgarles  una  manzana  de 
discordia  y  un  incentivo  perenne  de  desavenencias. 
Desarrolláronse  pronto  por  parte  del  mas  desconten- 
tadizo y  díscolo,  del  mas  cpdicioso  y  avaro,  y  el  ge- 
nio maléfico  de  la  envidia  arrastró  á  Berenguer  Ra- 
món IL  al  estremo  ^e  teñir  su  mano  en  la  inocente 
sangre  del  a  preciable  Ramón  Berenguer  Cap  deEstopes^ 
y  de  darle  una  muerte  alevosa.  Otro  fratricidio. 

Cpncluiremos  este  cuadro  con  una  observación^ 
bien  triste,  pero  exacta  por  desgracia.  Los  príncipes 
que  han  regido  los  diferentes  estacaos  de  la  España 
cristiana  por  el  período  que  examinamos,  todos  á  su 
vez  han  peleado  entre  sí,  y  casi  todos  cuando  han 
blandido  sus  lanzas  contra  los  soberanos  de  sus  mis- 
mas creencias  y  de  sus  misma  sangre  han  llevado  con- 
sigo auxiliares  musulmanes,  ó  comprados  á  sueldo,  ó 
ligados  con  ellos  en  amistosas  alianzas.  De  ellos  los 
siete  han  muerto,  ó  en  guerra  con  sus  parientes,  ó 
asesinados  por  sus  propios  hermanos.  García  de  Cas* 
tilla  bajo  las  alevosas  espadas  de  los  Velas:  Bermu* 


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I^AttTK  11 ;  LIBRO  I.     -  304 

do  10.  de  León  y  García  Sánchez  de  Navarra  comba- 
tiendo contra  su  hermano  Femando  de  Castilla:  San- 
cho de  Castilla  sitiando  en  Zamora  á  sa  hermana 
Urraca:  García  de  Galicia  en  unn  prisión  en  que  le 
encerraron  sucesivamente  sus  dos  hermanos  Sancho 
y  Alfonso:  Sancho  Garcés  de  Navarra  traidoramente 
asesinado  por  su  hermano  Ramón  en  Peñalen:  Ramón 
Berenguer  II.  de  Barcelona  bajo  el  puñal  fratricida  de 
Berenguer  Ramón. 

A  vista  de  tan  aflictivo  cuadro  de  miseria  y  de 
crímenes,  que  hacian  interminable  la  obra  gloriosa 
de  la  restauración  española,  nuestro  corazón  se  lle- 
naría de  horror  y  desesperaría  del  triunfo  de  la  buena 
causa,  si  no  se  elevara  á  otra  mas  alta  esfera,  allá 
donde  hay  un  ser  superior  que  lleva  magestuosa- 
mente  las  naciones  y  los  pueblos  á  su  destino  al  tra- 
vés de  todas  las  miserias  de  la  humanidad.  A  pesar 
de  tantas  rivalidades  y  malquerencias  de  familia,  á 
pesar  de  tantas  discordias  interiores  y  tantas  alianzas 
con  los  mahometanos,  conservábase  siempre  vivo 
el  sentimiento  de  la  independencia  y  el  principio  re- 
ligioso como  el  instinto  de  la  propia  conservación.  Y 
á  la  manera  que  en  otro  tiempo  aunque  se  aliaran  los 
españoles  alternativamente  con  cartagineses  y  roma- 
nos se  mantenía  un  fondo  de  espíritu  nacional  y  on 
deseo  innato  de  arrojar  á  romanos  y  cartagineses  del 
suelo  español,  del  mismo  modo  ahora  subsistía,  á 
vueltas  de  las  flaquezas  y  aberraciones  que  hemos  la-> 


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^    302  nisToiíA  DI  «spaHa. 

mentado»  el  espíritu  religioso  y  nacional,  que  puesto 
en  acción  por  algunos  grandes  príncipes  como  Sancho 
el  Mayor  de  Navarra,  Fernando  el  Magno  de  Castilla, 
Sancho  Ramírez  de  Aragón,  Ramón  Berenguer  el 
Viejo  de  Barcelona,  hacía  que  fuese  marchando  siem- 
pre la  obra  de  la  reconquista.  Debióse  á  esta  causa 
el  que  aquellas  contrariedades  no  impidieran  el  acre* 
cimiento  y  ensanche  que  recibieron  las  fronteras  cri»- 
.  tianas  en  «León  y  Castilla,  en  Navarra,  Aragón  y  Cata- 
luña, desde  )a  recuperación  de  León  hasla  la  con- 
quista de  Toledo,  el  acaecimiento  mas  importante  y 
glorioso  de  la  España  cristiana  desde  el  levantamiento 
y  triunfo  de  Pela  yo. 

¿Cómo  no  aprovecharon  los  árabes  aquellas  dis- 
cordias de  los  cristianos  para  consumar  su  conquista? 
Porque  ellos  estaban  á  su  vez  ip£|s  divididos  que  los 
españoles.  Por  fortuna  suya  los  cristianos  se  consu- 
mían en  excisiones  domésticas  cuando  mas  útil  les  hu- 
biera sido  la  unión.  Por  fortuna  de  los  españoles  los 
sarracenos  en  las  ocasiones  mas  críticas  se  enflaque^ 
cían  y  destrozaban  entre  sí  y  dejaban  á  los  cristianos 
en  paz.  Iguales  miserias  en  ambos  pueblos.  De  aquí 
haber  durado  la  lucha  cerca  de  ochocientos  años. 

El  imperio  árabe  en  su  decadencia  corrió  la  suerte 
de  los  imperios  destinados  á  fenecer,  no  por  conquistas 
sino  por  una  de  esas  enfermedades  interiores  lentas 
y  penosas,  que  del  mismo  modo  que  á  los  individuos 
van  consumiendo  los  cuerpos  social^  y  corroyéndolos 


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PARTB  IK   Llimo  K    .  303 

hasta  producir  una  completa  disolución.  Era  ya  an 
fenómeno  que  con  una  cabeza  tan  flaca  como  la  de 
Hixem  II.  se  hubiera  robustecido  en  vez  de  enflaque- 
cerse el  cuerpo  del  imperio;  pero  este  fenómeno  era 
debido  á  las  altas  y  privilegiadas  prendas  de  Alman* 
zor,  y  los  fenómenos  no  se  repiten  cada  dia.  Muerto 
el  hombre  prodigioso,  la  marcha  del  estado  siguió  su 
natural  orden  y  curso.  Faltaba  la  cabeza  y  todos  que- 
rían serlo.  Despertáronse  las  ambiciones  que  la  supe- 
rioridad de  un  solo  hombre  habia  tenido  reprimidas, 
y  comenzó  aquella  cadena  de  convulsiones  violentas, 
de  sacudimientos,  de  crímenes,  de  confuMon  y  de 
anarquía  ,  que  acompañan  siempre  al  desmorona- 
miento de  un  estado.  Todos  los  imperios  que  pereceo 
por  disolución  se  asemejan  en  el  período  que  precede 
á  su  muerte.  Conjuraciones,  turbulencias,  guerras  de 
razas,  relajación  de  los  vínculos  de  la  sangre,  extin- 
ción de  los  afectos  de  familia,  regicidios,  hermanos 
que  asesinan  á  hermanos ,  hijos  que  siegan  la  gar- 
ganta de  su  padre,  temiendo  no  sucederle  si  se  pro- 
longa unos  dias  mas  su  existencia ,  caudillos  feroces 
que  capitaneando  turbas  tan  feroces  como  ellos  con- 
quistan un  trono  por  el  puñal  y  la  espada  para  des- 
cender de  él  por  la  espada  y  el  puñal,  soldados  que 
quitan  y  ponen  emperadores,  pueblos  que  pasean  hoy 
con  regocijo  la  cabeza  ensangrentada  del  que  proclama- 
ron ayer  con  entusiasmo,  soberanos  de  un  dia,  casi  á 
la  vez  sacrificadores  y  sacrificados,  grandes  crímenes 


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30i  IllSTOtllA  DtE  RS^aSa. 

y  grandes  criminales ,  horribles  y  trágicos  dramas^ 
entre  los  cuales  se  deja  ver  de  período  en  período 
alguna  virtud  heroica  y  sublime ,  como  el  Fulgor  de 
una  estrella  en  noche  tempestuosa  y  oscura.  Ha- 
biendo visto  los  escesos  que  acompañaron  la  agonía 
del  imperio  romano',  no  nos  sorprenden  los  q\ie 
señalaron  la  caida  del  imperio  ommiada:  co6  la  dife- 
rj^ncia  que  la  ruina  de  este  fué  mas  rápida,  porque 
debido  su  engrandecimiento  á  las  prendas  personales 
de  sus  califas  ,  faltando  estos  tenia  que  desplomarse 
casi  de  repente  el  edificio. 

Ademas  del  elemento  de  disolución  que  en  su 
seno  encerraba  el  imperio  con  tantas  razas  y  tribus 
rivales  y  enemigas  que  ansiaban  y  espiaban  la  ocasión 
de  destruirse,  Almaúzoren  medio  de  su  gran  talento 
.  cometió  errores  que  ayudaron  no  poco  á  la  explosión 
de  estos  odios  y  rivalidades,  ya  con  la  protección  que 
dispensó  á  las  huestes  africanas  que  llegaron  á  cons- 
tituir la  mayoría  del  ejército  musulmán,  ya  con  la 
influencia  que  dio  á  la  raza  slava,  á  aquellos  estran- 
geros  quede  la  clase  de  esclavos  do  otros-  esclavos 
subieron  á  la  de  príncipes  y  emperadores.  Abrió  tam- 
bién Almanzor  ancha  brecha  á  la  unidad  del  imperio 
con  los  gobiernos  perpetuos  que  por  premio  de  mo- 
mentáneos servicios  confirió  á  los  alcaides  y  walíes. 
Este  paso  cuyas  consecuencias  no  se  conocieron  du- 
rante su  vigorosa  administración,  fué  un  ejemplo  funes- 
to para  el  porvenir ,  para  cuando  el  imperio  cayese 


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»A&TS  IK  LIBRO  I.  30S 

en  manos  mas  débiles  que  las  suyas.  Los  califas  que 
siguieron  á  Hixem,  así  como  lo?  aspirantes  al  cali-^ 
fato,  todos  á  imitación  de  Almdnzor  para  ganar  elapo- 
yo  de  los  walíes  apelaban  al  recurso  dehalagarlosi  in- 
vistiéndolos con  aquella  especie  de  soberanía  feudal) 
y  ellos,  harto  propensos  ya  á  la  independencia,  ó  se 
emancipaban  abiertamente  del  gobierno  central,  ó  les 
negaban  los  subsidios  de  sus  provincias  y  se  hacian 
sordos  á  sus  excitaciones  y  llamamientos;  la  impu- 
nidad en  que  los  débiles  califas  dejaban  á  los  walfear 
desobedientes  alentaba  á  otros  á  seguir  s6  ejemplo,  y 
Córdoba,  la  metrópoli  del  imperio  muslímico  de  Occi«^ 
denle,  que  se  dilataba  por  casi  toda  España  y  por  in- 
mensos territorios  africanos,  llegó  á  encontrarse  com* 
pletamente  aislada,  constituido  cada  walí  en  soberano 
independiente  del  distrito  de  su  mando.  De  aqui  la 
multitud  de  régulos  y  pequeños  monarcas  que  se  al- 
zaron sobre  las  ruinas  del  califato,  y  de  que  hemos 
dado  cuenta  en  nuestra  historia,  y  cuyas  guerras  en- 
tre sí  y  con  los  cristianos  hemos  raferido« 

Expuestas  las  causas  principales  de  los  aconte^ 
cimientos,  veamos  la  fisonomía  política  y  social  que 
presentaban  los  diferentes  estados  de  la  España  crís^ 
tiana  en  este  período. 


Tono  iv«  80 


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CAPITULO  XXVI. 

«OBIEBUO,    LBTBSy    GOSTUMBBBS   DE  LA  ESPAÑA  GBISTIANA 
BN    ESTE   PEBIODO. 

I.  Los  reyes.— Atribuciones  de  la  Corona.— Cómo  se  desprendían  de 
algnnos derechos.— Conservahanel  alto  j  sopremo dominío.-^Fim- 
cionarios  del  rey.— 'Sistema  de  sucesión. —Impoestos.— II.  Mudanza 
en  la  legislación. — Jurisprudencia  foral.— Examen  del  fuero  f  con- 
cilio de  León.— Lo§  siervos:  cómo  se  fué  modificando  y  suavizando 
la  servidumbre.— Behetrías:  qué  eran:  susdiferenles  especies.— ^i^ 
licia.— Jueces.— Diversas  claseü  de  señoríos. — Si  hubo  feudalismo 
en  Castilla. — ^Fuerosde  Scpúlveda,  Nájera,  Jaca,  Logroño  y  Tole« 
do. — ^Sistemn  feudal  en  Cataluña.- Los  Usages.— 111.  Gran  mudanza 
en  el  rito  eclesiástico.— Historia  de  ta  abolición  del  misal  gótico^ 
mozárabe  é  introducción  de  la  liturgia  roma  na  .•^Empeño  délos  pa- 
pas 7  del  rey.— Resistencia  del  clero  y  del  pueblo.— Pretensiones 
del  papa  (íregorio  VIL— Carácter  de  este  poutifice.— Monjes  de  Clu- 
ni.— Comienza  á  sentirse  |a  influencia  y  predominio  de  Roma  en  Es- 
paña.— IV.  Estado  intelectual  de  la  sooiedad  oristiana. — ^Ignorancia 
y  desmoralización  general  del  clero  en  toda  Europa  en  esta  época. 
—El  clero  español  era  el  menos  ignorante  y  el  menos  corrompido. — 
V*  Costumbres  pdblicas.— Espíritu  caballeresco.--El  duelo  como 
lance  de  honor  y  como  prueb»  vulgar.— 4)tras  pruebas  vulgares.*-* 
Respeto  al  juramento. — Formalidades  de  los  matrimonios.— Fies- 
tas populares. 

I.  Al  paso  que  en  lo  material  avanzaba  la  recon- 
quista por  los  esfuerzos  parciales  de  los  príncipes  y 
de  los  pueblos»  progresaba  también,  aunque  lenta  y 
gradualmente,  la  organización  política,  religiosa  y  ci- 


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PAITE  II.  LIBEO  1.  307 

vil  de  cada  sociedad  ó  de  cada  estado,  no  de  un  mo- 
do oniforme,  sino  coB  arreglo  á  las  circansiancias  de 
localidad,  á  las  tendencias  y  costumbres  y  ai  origen 
y  procedencia  de  cada  reino,  que  es  lo  que  constitu- 
yó la  diferencia  de  fisonomía  que  distinguió  los  diver- 
sos estados  en  que  entonces  se  dividió  la  España,  di- 
ferencia qoe  subsistió  por  muchos  siglos,  y  que  á  pe- 
sar del  trascurso  de  los  tiempos  no  ha  acabado  de 
borrarse  todavía.  Dio  no  obstante  la  organización  so- 
cial de  la  España  cristiana  pasos  avanzados  en  el  pe- 
ríodo que  nos  ocupa. 

Continuaban  los  reyes  ejerciendo  la  autoridad  su- 
prema en  la  plenitud  de  su  poder,  aun  sin  aquel  con- 
sejo áulico  de  que  se  rodeaban  los  monarcas  godos;  si 
bien  la  necesidad  por  una  parte,  el  espíritu  religioso 
por  otra,  los  hacian  desprenderse  diariamente  de  una 
parle  de  aquel  poder  y  de  aquella  autoridad  con  las 
donaciones  de  territorios,  rentas,  derechos  y  jurisdic- 
ciones que  hacian  á  iglesias  ó  monasterios,  á  obispos  ó 
particulares,  bien  como  actos  de  piedad  y  devoción, 
bien  como  remuneración  y  recompensa  de  servicios 
prestados  al  monarca,  con  lo  que  iba  débil itándqse  el 
poder  de  estos  y  robusteciéndose  el  del  clero  y  la  no- 
'  bleza.  Seguian  no  obstante  los  reye^  considerándose  y 
.  4>brando  como  dueños  y  supremos  señores  de  los  ter- 
ritorios que  se  ganaban  á  los  infieles,  proveían  á  las 
iglesias,  nombraban  y  trasladaban  obispos,  mandaban 
los  ejércitos  y  administraban  la  justicia.  Représenla- 


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3^8  HiSTeaiA  db  ebtaSju, 

ban  SQ  autoridad  eaias  provincias  ó  (jlislritos  los  coa» 
des,  y  ejercían  en  los  pueblos  ¿  su  nombre  las  fun* 
cienes  judiciales  los  merinos  (majoríni),  que  tenian 
bajo  su  dependencia  los  ejecutores  ó  ministros  inferio- 
res nombrados  sayones  ^\K 

La  costumbre  y  el^  consentimiento  hablan  ido  ha- 
ciendo mirar  como  hereditaria  la  corola;  sin  embar* 
go,  ni  babia  todavía  una  ley  de  sucesión  al  trono,  n¡ 
menos  estaba  establecido  el  principio  de  la  primoge- 
nitura.  Sancho  el  Mayor  de  Navarra  y  Feírnando  el 
Magno  de  Castilla  dispusieron  de  sus  reinos  como  de 
un  patrimonio  de  familia,  y  en  la  adjuáicacion  de  las 
partijas  á  sus  hijos  atendieron  mas  al  cariño  que  al 
orden  del  nacimiento.  Los  prelados  y  magnates  se 
amoldaban  en  esto  á  la  voluntad  de  los  monarcas,  y 
la  falta  de  una  ley  fija  de  sucesión  produjo  las  dis- 
cordias en  las  familias  reinantes,  y  las  turbaciones  en 
los  reinos,  que  tanto  hemos  lamentado.  Pero  ningan 
príncipe  se  sentaba  en  el  trono  sin  la  aprobación  y  el 

(4)    Concilio  de  León  de  1090.  libro  I.)*  la  memoria  mas  antigua 

-—El  señor  Morón,  en  sa  Historia  qae  se  halla  de  este  oficio  es  en  el 

de  la  cÍTÍlizaciop  de  España  (to-  reinado  de  Bermudo  I^.  Los  había 

mo  III,  p.  296),  sienta  oon  grande  mayores  j  Bubaltemoa,  El  Merino 


3|oivocacion  9ue  el  nombre  de 
¿riño  apareció  por  primera  vez 
en  el  año  4090  en  una  escritura 


se  empeló  á  llamar  alguacil  ma- 
yor  antes  de  Enrique  U.  (SanU- 


yana,  Magistrados  y  Tribunales  de 
de  donación  hecha  por  Alfonso  VI.  España,  lib.  IIL  cap.  2.)-  D^  Meri- 
é  la  iglesia  de  Patencia-  Error  no-  no  se  denominaron  las  merinda-^ 
table  en  un  historiador,  que  no  des,  que  se  distinguiaií  en  anti- 
pedia  ignorar  cuántas  Teces  se  goas  y  modernas.  El  conde  Fernán 
nombraban  dichos  foncionarioB  en  González  dividió  las  siete  merin- 
el  mencionado  concilio  ó  sean  Cor-  dades  de  Burgos,  ValdÍTieso,  To- 
tes, como  autoridad  existente  y  Talina,  Manianedo,  Valdeporro, 
ya  conocida.  Según  Salazar  de  Losa  y  Montija.  (Berganza,  lib.  IH, 
Ifondoia  (Dignidades  de  Gaitilla,  cap.  44.) 


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PABTB  II.  uno  I.  309 

reeoDOchnÍ6D(o  de  los  obigjpos  y  proceres,  y  cuando 
la  aplicación  del  principio  Jiereditario  era  peligrosa, 
apelaban  los  pueblos  á  la  elección,  como  aconteció  en 
Navarra  después  de  la  muerte  de  Sancho  el  de  Pena- 
len.  Alfonso  YL  de  Castilla  subió  la  segunda  vez  al 
trono  por  la  voluntad  de  los  castellanos.  Las  hembras 
en  Castilla  y  León  no  estaban  excluidas  de  la  suce- 
ñon  al  trono  como  eñ  Cataluña;  y  habia  caído  en 
desuso  la  ley  de  los  godos  que  condenaba  á  reclnsion 
á  las,  viudas  de  los  reyes;  por  el  contrario,  solían  ser 
tuloras^e  sus  hijos  y  regentes  del  reino  como  la  ma- 
dre de  Ramiro  III. 

No  hubo  en  los  primeros  siglos  un  sistema  gene* 
ral  de  impuestos.  Las  rentas  reales  se  componían  de 
los  dominios  particulares  del  rey,  del  quinto  de  los 
despojos  ganados  en  la  guerra,  uso  que  los  cristianos 
tomaron  de  los  árabes,  de  las  prestaciones  señoriales, 
que  consistían  en  servicios  personales  de  trabajo,  en 
frutos,  que  alguna  vez  eran  el  diezmcr,  y  en  las  mul- 
tas y  penas  pecuniarias,  que  eran  el  arbitrio  de  mas 
consideración^  atendido  el  sistema  de  redimir  las  pe* 
ñas  y  sentencias  judiciales  por  dinero^  á  lo  cual  S9 
agregó  después  del  siglo  X.  los  tributos  conocidos 
con  los  nombres  de  moneda  forera,  de  rauso,  yantar, 
fonsadera,  martíniega,  etc.,  que  en  otro  lugar  hemos 
mencionado  y  esplicado  ^^>. 

n.    La  legislación  sufre  en  este  tiempo  tina  mo* 

(4)    Cap.  fio  do  68te  libro. 


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.     31  o  HiflTOEIÁ  BS  BSPAÑA. 

difiícacion  esencial.  El  célebre  código  de  leyes  faere-* 
^  dado  de  los  visigodos,  el  Faero  JuzgOt  único  cuerpo 
legal  que  h^bía  regida»  aanqae  imperfectamente,  en 
la  Espina  de  la  restauración,  no  podía  ya  ser  apli- 
cado en  (odas  sus  partes  á  un  pueblo  cuyas  condicio- 
nes de  oKistencia  habian  variado  tanto.  Las  circuns^ 
tanciaseran  otras,  otras  las  costumbres,  distinta  la 
posición  social,  y  era  menester  atemperar  á  ellas  las 
leyes,  era  necesario  no  abolir  las  antiguas,  sino  su- 
plir á  las  que  no  podían  tener  conveiviente  apticacíon 
con  otras  mas  aoálogas  y  conformes  á  lo  que  exigian 
las  nuevas  necesidades  de  los  pueblos  y  de  los  indi-* 
*  viduos.  Nacieron,  pues,  los  Fueros  de  León  y  de  Cas- 
tilla, de  Navarra,  Aragón  y  Cataluña,  y  gloria  eterna 
será  de  los  Alfonsos,  de  los  Sanchos,  de  los  Fernan- 
dos y  de  los  Berengueres  de  España,  haber  prece*» 
dido  en  mas  de  un  siglo  á  todos  los  príncipes  de  Eu-* 
ropa  en  dotar  á  sus  pueblos  de  derechos,  franquicias 
y  libertades  comunales,  tanto  mas  meritorio  en  élíos 
cuanto  que  las  continuas  y  desastrosas  luchas  domés- 
ticas y  exteriores  en  que  andaban  envueltos  no  les 
impidieron  ñjar  su  atención  en  la  organización  interior 
de  sus  estados. 

El  concilio  de  León  de  1020,  asamblea  político^ 
religiosa,  testimonio  insigne  de)  encadenamiento  y 
enlace  de  las  épocas  y  de  las  sociedades,  porque  re- 
vela la  herencia  que  la  España  de  la  restauración  ha- 
bla recibido  de  la  España  gótica,  causó  una  verda- 


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PABTB  lU  UBRO    U  S1 1 

dera  revolución  social  en  el  pais»  introdujo  un  .nuevo 
orden  de  irosas  en  lo  civil  y  en  lo  político,  y  mejoró 
notablemente  ia  condición  de  los  hombres  de  aquella 
sociedad.  Un  ligero  exornen  de  sus  leyes  (que  nu^- 
tra  cualidad  de  historiador  general  no  nos  permite 
hacerle  mas  detenido)  nos^  dará  una  idea  clara  del 
estado  de  aquella  sociedad  y  del  mejoramiento  que 
recjbió  ^^K 

«Nadie,  dice  el  canon  1.^,  compre  heredad  del* 
siervo  de  la  iglesia,  ó  del  rey,  ó  de  cualquiera  hom- 
bre, y  el  que  la  comprare,  pierda  la  heredad  y  el 
precio.»  Este^decreto  expresa  las  tres  clases  de  sier- 
vos que  habia.  Los  del  rey  eran  lo^  mas  coosid^ados 
y  lenian  otros  siervos  bajo  su  dependencia.  Los  si^r*^ 
vos  de  la  iglesia  eran  los  destinad  os  al  servicio  de  los 
templos  y  al  culto  de  las  heredades  del  clero:  los 
de  particulares  eran  todos  los  demás  que  estaban  ba- 
jo el  dominio  de  los  nobles  ó  de  los  simplemente  in-- 
génuos,  y  se  destinaban  á  los  oñcios  mecánicos  y  ser* 
viles  y  á  las  labores  del  campo.  La  servidumbre  se 
habia  trasmitido  de  generación  en  generación,  y  los 
descendientes  de  siervos  eran  los  que  constituian  las 

(4)  Nos  fijamos  en  el  concilio  y  docomento  solemne  escrito,  eo 
jaero  de  León,  no  porque  fuese  el  que  se  contienen  ordenanzas  y  le- 
mas antiguo  fuero  que  se  conoce,  yes  civilos  y  criminales  encamina- 
como  dice  Marina  (Ensayo  bistóri-  das  á  establecer  sólidameote  las 
co  Grit.  lib.  IV.  u.  6),  puesto  qué  municipalidades  ;  comunes  de  ua 
hubo  antes  que  él  otros  fueros  de  reino,  y  afianzar  en  ellas  un  go- 
localidad,  como  los  de  Caatrojeriz  biorno  acomodado  ¿  las  circuní^ 
y  Melgar  de  Laso,  los  de  Paleozoe-  tancias  de  los  pueblos. 
Id,  Sepúl^eda,  etc^,  sino  por  ser  el 


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312  HlflTORU  DB  ESPAKa» 

familias  de  creacim.  Pocoá  poco  había  ido  modifi-  ' 
candóse  esta  servidumbre^  y  los  siervos  fueron  con* 
virtiéndose  lenta  y  sucesivamente  en  solariegos,  y 
estos  en  vasallos.  Contribuyeron  al  mejoramiento  pro- 
agresivo  de  la  condición  de  esta  clase,  por  una  parte 
Jas  ideas  civilizadoras  del  cristianismo,  por. otra  el 
interés  personal  de  los  señores,  que  convencidos  de 
que  el  cultivo  d^  sus  tierras  prosperaba  mas  con  el 
^trabajo  de  personas  libres  que  con  el  de  esclavos^  los 
elevaban  á  la  clase  de  solariegos,  y  por  otra  la  nece-f 
sidad  de  repoblar  las  villas  y  ciudades  fronterizas  de 
los  moros  para  que  sirviesen  de  valladar  contra  las 
invasiones  enemigas.  Los  siervos  que  acudían  á  po^ 
blarlas  obtenían  su  libertad,  y  adquirían  tierras  que 
labrar  y  derechos  vecinales.>.Los  particulares,  teme- 
rosos de  que  sus  siervos  se  acogieran  á  las  nuevas 
poblaciones  y  los  abandonaran,  se  apresuraban  á  dul- 
ciBcar  su  condición,  dándoles  solares  para  sí  y  para 
sus  hijos,  imponiéndoles  solo  un  tributo  mas  ó  menos 
grande.  Esto  había  sido  un  verdadero  progreso  so« 
cial.  Nada  prueba  mejor  nuestro  principio  del. mejo- 
ramiento progresivo  de  la  humanidad,  que  ver  cómo 
ha  ido  pasando  la  cíase  de  esclavos  á  la  de  siervos, 
la  de  estos  á  ia  de  solariegos,  después  á  la  de  vasa<- 
líos,  en  cuya  marcha  se  podía  haber  augurado  en 
aquella  misma  edad  que  todos  los  hombres  habían  de 
ser  libres  con  el  tiempo  (*). 

(i)    Sobre  t\  origen,  clases  y  difereiicias  de  solariegos  y  vusar^ 


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PARTE  lU  UBRO  I«  31 S 

En  el  cáDon  9.^  de  dicho  concilio  se  habla  ya  de 
behetrías,  cuya  palabra  nos  conduce  &  dístingair  las 
cnatro  especies  de  señoríos  que  en  este  tiempo  habia 
eh  León  y  Castilla»  á  saber:  el  Realengo;  en  que  los 
vasallos  no  reconocían  otro  señor  qoe  el  rey:  el  Aba  ^ 
dengo,  qoe  era  una  porción  del  señorío  y  jurisdicción 
real,  de  que  los  reyes  se  desprendían  A  favor  de  al- 
gunas iglesias,  monasterios  ó  prelados:  el  Solariego, 
que  tenian  los  señores  sobre  los  colonos  que  habita- 
ban en  sus  solares  y  labraban  sus  tierras ,  pagando 
una  renta  ó  censo,  que.  se  llamaba  infurcion :  y  el  de 
Behetría,  el  mas  favorable  de  lodos  á  los  vasallas, 
por  la  gran  preeminencia  de  mudar  de  señor  á  su  vo- 
luntad y  dejarle  cuando  querían  (*>• 

Fué  una  institución  hija  de  la  necesidad  y  de  las 
circunstancias  en  que  se  hallaban  los  pueblos  ó  indi-- 
viduos  en  los  primeros  siglos  de  la  reconquista.  Los 
débiles  y  pobres  necesitaban  del  apoyo  de  losí  pode- 
rosos y  ricos,  y  buscaban  su  protección  y  se  sometían 
á  una  especie  de  vasallage  mediante  algunas  pequeñas 
prestaciones  en  señal  de  reconocimiento,  obligándose 
por  su  parte  los  señores  á  protegerlos  y  ampararlos, 

^^,  puede  Terse  á  Ambrosio  de  derivada  del  griego»   como  dice 

Morales,  á  Berganxa  en  sos  anti^  Ifariana  (lib.  XVI.  cap.  17),  sino 

gUedades,  Asso  y  Manael  en  las  de  6«fi0/'a€(oria,qae  se  corrompió 

notas  al  Fuero  Viejo  de  Castilla,  doipueseo  ^íen^etria,  y  mas  ade- 

Pidal  eo  las  adiciones  al  mismo,  laote  en  behetria^  que  significaba 

Mo&oz  en  las  Notas  á  los  Fueros  que  los  pueblos  escogian  sefiores 

latinos  de  León»  etc.  para  bienhechores  6  omefactore$ 

(4)    La  palabra  behetría  no  es  sayos. 


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314  HiSTOUA  BB  bípaJIa. 

pero  quedando  aquellos  en  libertad  de  dejarlos  y  de 
mudar  de  señor  tan  pronto  como  cesasen  de. ser  prote- 
gidos en  sus  bienes ,  personas  ó  familias.  Todos  han 
seguido  la  definición  que  de  las  behetrías  y  sos  dife- 
rencias hape  el  canciller  Pedro  López  de  Ayala  en  su 
Chrónica  del  Rey  Don  Pedro  cuando  dice:  «Debedea 
csaber  que  Villas  é  Lugares  ay  en  Castilla,  que  son 
«llamados  behetrías  de  mar  á  mar^  que  quiere  decir 
«que  los  moradores,  é  vecinos  en  los  tales  lugares 
«pueden  tomar  señor  á  quien  sírvanle  acojan  en  ello$, 
«quienes  ellos  querrán»  y  de  cualquier  libage  que  sea, 
«é  por  esto  son  llamados  bdietrfas  de  mar  á  mar^ 
«que  quiere  decir,  como  que  toman  señor,  si  quieren 
«de  Sevilla,  si  quieren  de  Vizcaya,  ó  de  otra  parte, 
<E  los  lugares  de  las  behetrías  son  unos  qye  toman 
«señor  cierto,,  de  cierto  linage^  y  de  parientes  suyos 
«entre  sí,  é  otras  behetrías  ay  que  non  han  naturaleza 
«con  linages,  que  serán  naturales  de  ellos,  é  estas  ta- 
«les  loman  señor  de  linages,  qualse  pagan,  é  dicen 
«que  todas  estas  behetrías  pueden  tomar  y  mudar 
«señor  siete  veces  al  día  ,  y  esto  se  entiende  cuantas 
uveces  les  placerá^  y  entendieren  que  los  agravia  el 
«que  los  tiene...  ^^K» 

Necesitábase  para  la  constitución  de  las  behetrías 
el  beneplácito  del  rey  en  virtud  del  superior  dominio 

.    (4)    Equivocóle  gravemente  el  zaron  á  llamarse  behetrías  por  la 

P.  Sota.((;broD.  de  los  Prlacipes  de  libertad  que  t^niaa  los  señores  de 

Asturias,  lib.  Ul.)  al  decir  que  los  elegir  un  juez  que  eoteodiese  ea 

solares  de  los  iafauzones  comea*  los  pleitos  de  sus  vasallos. 


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PABTB  U.  LIBBO  I.  316 

que  tema  sobre  todos  loa  pueblos  de  la  corona,  y  su 
organización  y  oondicíoneB  variabao  notablemente  ea 
cada  pueblo  según  los  pactos  que  se  estipulaban  entre 
los  señores  y  los  vasallos,  fuesen  pueblos  ó  personas. 
De  aqui  I09  tributos  y  prestaciones  llamadas  devisa, 
naturaleza^  servicio  personal,  etc.  y  los  diferentes 
medios  por  que  se  adquiría  el  derecho  de  behetría. 
Subsistieron  estas  hasta  los  tiempos  de  don  Juan  II., 
que  con  sabia  política  trastornó  su  constitución  pri- 
mitiva ^*K 

Prescribíase  en  el  cándn  ó  decreto  1  «^del  concilio 
y  fuero  que  examinamos  la  obligación  de  ir  al  fosado 
(á  la  guerra)  con  el  rey,  con  los  condes  y  los  merinos, 
según  costumbre.  Supone  este  capítulo  una  fuerza 
pública,  una  milicia  armada  que  tenia  que  acudir  al 
llamamiento  del  rey,  ya  fuesen  moradores  de  los 
pueblos  de  realengo,  ya  de  los  de  señorío,  que  á  costa 
de  esta  obligación  solían  concederse  y  adquirirse  los 
derechos  señoriales.  Pero  aquella  milicia  no  era  una 
milicia  regimentada  y  á  sueldo.  Cuando  el  rey  pro-* 
yectaba  una  conquista  ó  una  irrupción,  convocaba  los 
nobles,  los  obispos,  y  el  pueblo,  y  cada  señor  y  á  ve- 
ces cada  obispo  que  ejercía  derechos  dominicales, 


<1)    Los  que  deieeo  ma^noU-  morías  del  ficoal  don  AdIodío  Ro* 

cías  aobre  esta  materia,  paedeo  bles  Vives,  el  tratado  que  dejó  es- 

CttDf  uUar  taa  leyei  doi  tiU  YIU.  1  i*  crito  don  Rafael  de  Floranes  sobro 

bro  I.  del  Fuero  Viejo  de  Castilla,  esta  materia,  y  otros  muchos  do- 

coD  las  Notas  de  los  doctores  Arso  cumeatos  que  seria  largo  eniune- 

yMaunel,  las  deltít.  III.  lib.  VI.  rar. 


de  la  Nueva  Recopilación,  las  Me- 


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316  iiisTOEu  DB  bspaJIa. 

acudían  con  su  respectiva  gente  y  susbanderasi  igual- 
menie  que  los  vasallos  de  los  pueblos  de  realengo.  ^ 
Ninguno  habia  disfrutado  de  sueldo  de  campaña  hasta 
el  fuero  que  hemos  mencionado  del  conde  don  San- 
cho de  Casulla:  hasta  ese  tiempo  los  gefes  de  las 
tropas  asi  congregadas  subsistían  de  lo  que  llevaba 
cada  cual,  y  mas  principalmente  de  lo  que  tomaban 
al  enemigo;  Terminada  la  campaña,  volvíanse  los  sol- 
dados á  sus  hogares,  y  las  plazas  recuperadas  ó  con» 
quistadas  pertenecían  al  rey,  que  solía  darlas  á  los 
condes  ó  señores  en  premio  de  sus  servicios,  con  el 
cargo  de  fortificarlas  y  defenderlas,  y  concediendo 
privilegios  á  los  soldados,  vasallos  ó  siervos  que  qui- 
sieren establecerse  en  ellas  y  repoblarlas,  origen  de 
los  señoríos  y  de  las  cartas  de  población. 

Establécense  en  dicho  concilio  jueces  nombrados 
por  el  rey  par^  que  juzguen  «las  causas  de  todo  el 
pueblo  ¡2f^  y  86  concede  á  los  copcejos  ó  ayuntad- 
mientes  atribuciones  administrativas,  y  algunas  ve- 
ces también  judiciales  ^^K  Se  decreta  la  abolición  del 
odioso  y  terribie  fuero  de  sayonía  ^^';  preciosa  garan- 
tía otorgada  á  los  individuos  y  á  los  pueblos  contra 
las  arbitrariedades  de  los  delegados  del  poder,  y 
progreso  relativamente  grande  en  la  civilización, 
pero  se  confirmaban  las  absurdas  pruebas  vulgares 
por  juramento,  por  agua  caliente^  por  pesquisa  y  por 

(I)    Can.  48. 

(8)    Can.  35,  45  y  47. 

(3)    Can.  44. 


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FARTBn.  Lmou  317 

daelo  6  combate  personal  '^^  triste  testimonio  de  la 
ignorancia  y  grosería  y  del  atraso  intelectual  en  qne 
estaba  todavía  nuestra  España,  y  del  cfirácter  supers-^ 
ticioso  de  nna  época,  en  qoe  aun  se  creia  que  velan- 
do Dios  sobre  la  inocencia  y  el  crimen  no  podía  per- 
mitir la  impunidad  del  reo  ni  la  condenación  del  ino- 
cente, y  suponíase  que  Dios  habla  de  hacer  en  cada 
caso  un  mílagrq  suspendiendo  el  efecto  de  las  causas 
naturales.  Sin  embargo  esta  manera  tan  ineficaz  y 
tan  absurda  de  justificar  é  investigar  la  verdad  en  los 
juicios,  heredada  de  los  pueblos  del  Norte,  era  co- 
munmente usada  en  toda  Europa. 

A  pesar  de  las  diferentes  especies  de  señoríos  que 
hemos  apuntado  como  existentes  en  Castilla  en  la 
época  que  examinamos,  y  que  parecía  tener  cierto 
tinte  de  ^udalídad,  estuvo  lejos  de  aclimatarse  en 
estaparte  de  España  el  sistema  feudal  qne  regía  en 
otros  estados  de  Europa.  Ni  la  nobleza  leonesa  y  cas- 
tellana alcanzó  aqui  la  independencia  y  el  poder  que 
obtuvo  en  Alemania,  Francia  é  Inglaterra,  ni  se  co- 
noció aqui  la  rigorosa  organización  gerárquica  del 
feudalismo,  ni  los  condes  y  señores  de  Castilla  tu- 
vieron el  derecho  de  batir  moneda,  ni  el  tribunal  de 
los  pares,  ni  las  ayudas  pecuniarias,  ni  otros  que  cods- 
-  titulan  el  sistema  de  iofendacion.  A« pesar  de  los  de- 
rechos dominicales  y  jurisdiccionales  que  los  reyes  de 
León  y  Castilla  otorgaban  á  los  proceres  y  nobles  y  á 

(4)   Can.  40. 


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31 8  HunroBiA  de  mspaía. 

los  obispos  y  abades,  á  pesar  de  que  unos  y  otros 
tenian  sos  vasallos  especiales,  naoca  los  monarcas  se 
despreadieroD  de  la  suprema  aotorídad  sobretodos 
sus  subditos,  de  cualquier  gerarqoía  que  fuesen,  con- 
vocaban y  presidian  las  cortes  ó  concilios,  administrá- 
base en  su  nombre  la  justicia,  conservaron  el  dere- 
cho inalterable  dé  apoderarse  en  caso  necesario  de 
los  castillos  y  fortalezas  de  los  señores,  y  todos  tenian 
obligación  de  asistirles  á  la  guerra.  Las  circunstancias 
especiales  de  estepais  le  colocaron  en  un.  caso  excep* 
cional  al  en  que  se  encontraban  en  lo  geoeral/los 
demás  estados  y  naciones  de  Europa  ^^K  La  guerra 
continua  con  los  árabes  obligaba  á  los  cristianos  es- 
pañoles á  reunirse  á  una  sola  cabeza,  ^á  agruparse  en 
derredor  de  un  poder  central,  para  dar  mas  unidad 
á  las  operaciones  militares,  y  los  señores  tampoco  po-^ 
dian  vivir  mucho  tiempo  encastillados  como  ios  ba- 
rones feudales,  ni  el  desarrollo  del  régimen  muni* 


.  (1)  El  ilustrado  Rob^rtson  en 
9U4;8C«leDte  y  erudita  Introducción 
á  la  Historia  del  reinado  de  Car- 
los V.,  ó  no  tuvo  presentero  pade- 
ció el  descuido  de  no  distinguir 
esta  situación  escepcional  de  la 
roonarauia  castellana  en  lo  relati- 
vo al  leuda iismo:  omisión  indis- 
culpable en  quien  tenia  aue  tratar 
del  estado  político  y  civil  ae  Espafia 
anterior  al  gran  reinado  cuya  his- 
toria se  proponía  escribir. — ^Mon- 
Bieur  Gnizot,.  en  su  Historia  de  la 
civilización  europea,  describe  los 
caracteres  del  feudalismo  y  enu- 
mera las  atribuciones  de  los  po- 
seedores de  feudos,  y  ninguna  de 


ellas  es  aplicable  d  los  SQuores  de 
León  y  Castilla.— Véase  también  á 
Mondejar,  en  las  M emprias  histó- 
ricas del  rey  don  Alfonso  el  Sabio. 
Marina,  Ensayo  hist.  crit,  núm.  63* 
«cEl  único  señorío  feudal,  dice  Ta- 
pia (Historia  de  la  civilización  es- 
pañola, tom.  I.  pág.  66;,  conocido 
en  loa  reinos  de  Castilla  y  Leoo, 
según  el  testimonio  de  los  histo- 
riadores espadóles,  fué  el  de  Por- 
tugal, que  con  título  de  condado 
dio  el  re V  don  Alfonso  VI.  á  don 
Enrigue  de  Besanzon,  casado  con 
su  hija  natural  dona .  Teresa,  para 
si  y  sus  sucesores.» 


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^ÁHTB  U.  LIBRO  I.  319 

cipal  les  pertAitia  arrc^arse  la  iodepend^ücia  y  la  so- 
beranía qae  en  otros  paises;  y  si  los  condes  y  nobles 
de  Castilla  se  insubordinaban  muchas  reces  contra 
sas  monarcas,  nt  aqael  desorden  era  habitual  y  per-^ 
manente,  ni  aqaella  resistencia  al  poder  monárquico 
era  legal;  era  el  resultado  del  estado  todavía  incierto 
de  la  sociedad,  y  de  que  faltaban  aun  al  poder  sn^ 
pnemo  medios  para  asegurarse  cqntra  las  agresiones 
de  los  genios  turbulentos  y  contra  la  desobediencia 
índividuaU  No  hubo  pues  en  España  verdaderos  feu^ 
dos  sino  en  el  condado  de  Barcelona,  donde  introdu- 
jeron los  francos,  fundadores  de  aquel  estado,  sus 
leyes,  usos  y  costumbres;  pues  aunque  en  Aragón 
existió  una  especie  de  feudo  con  el  nombre  de  honor, 
los  magnates  de  aquel  reino  y  del  de  Navarra  nó 
eran  tampoco  aquellos  señores  feudales  que  hacían  la 
guerra  á  los  monarcas  como  iguales  suyos,  y  que  ejer« 
Cian  en  sus  estados  ana  autoridad  sin  límites,  como 
pequeños  soberanos  con  sn  ci5rte,  sus  tribunales,  sus 
casas  de  moneda  y  su  gobierno  privativo. 

Ya  dijimos  que  aunque  el  Fuero  de  León  habia 
sido  el  mas  solemne  por  la  forma  con  que  se  otorgó  y 
el  primero  que  se  escribió  y  cuyas  leyes  se  dieron 
para  que  rigieran  todo  el  reino,  existian  antes  y  des- 
de el  siglo  X,  otros  fieros  en  Castilla  otorgados  p6r 
sus  condes  soberanos,  y  principalmente  por  don  San* 
cho,  llamado  el  de  los  buenos  fueros^  qne  confirmó  el 
primer  rey  de  Castilla  y  de  León  Fernando  el  Magno 


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380  HUTOBU  ra  bsmSa. 

en  el  concilio  de  Coyanza  de  4050.  Goza  entre  ellos 
de  justa  nombradla  el  de  Sepúlveda*  de  grande  estima 
en  la  edad  media  por  las  franquicias  y  libertades  que 
dispensaba  á  sus  pobladores,  y  cuya  legislación,  aun- 
que diminuta,  se  estendió  á  otros  muchos  pueblos* 
Redújole  por  primera  vez  á  escritura  en  1076  el  rey 

.  don  Alfonso  VI.,  confirjnando  los  primitivos  usos  y 
costumbres  autorizados  por  los  antiguos  condes.  «Yo 
Alfonso,  rey^  dijo,  y  mi  esposa  Inés  confirmamos  á 
Sepúlveda  su  fuero,  que  tuto  en  tiempo  de  mi  abue- 
lo, y  en  tiempo  de  los  condes  Fernán  González  y  Gar* 
cía  Fernandez  y  del  conde  don  Sancho,  de  sus  térmi- 
,  nos,  ele.  ^*>.» 

Un  mismo  espíritu  animaba  en  este  siglo  á  los  so- 
beranos* de  León  y  de  Castilla,  de  Aragón  y  de  Na- 
varra. El  fueio  concedido  á  Nájera  por  Sancho  el  Ma- 
yor, el  otorgado  á  Jaca  por.  Sancho  Ramírez,  no  fue- 
ron ni  menos  amplios  ni  menos  célebres  que  el  <le 
Sepúlveda;  y  Alfonso  VI.  de  León  y  de  Castilla  con- 

afirmó  los  de  sus  antecesores,  estendió  la  legislación 
feral  á  muchos  pueblos,  y  los  dio  de  nuevo  á  Toledo, 
Logroño,  Miranda  de  Ebro,  y  otras  poblaciones  que 
fuera  largo  enumerar.  Semejábanse  todos,  á  pesar  de 
su  variedad  aparente,  en  los  puntos  principales,  re- 

(4)    Marina,  eD  tu  ED8ayohÍ8t6-  derecho  de  Castílla.  don  BaEsel 

rico  crit.  números  4  07  á  4  42,  recti-  Floranes  en  la  aaya  a  la  copk  del 

fíca  varios  errores  en  que  acerca  de  Fuero  de  Sepúlveda  y  oiros,  y  da 

este  célebre  fuero  incurrieron  los  noticia  del  que  existe  en  el  archi- 

doctores  Asso  y  Manuel  en  su  In->  to  de  aquella  ^lla^  discorriendo 

trodttocion  á  las  Instituciones  del  acerca  de  su  autenticidad. 


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PAmXB  II.  LlBftO  I.  321 

dacidos  á  mejorar  la  coodioíon  civil  de  las  personas  y 
de  los  pueblos^  á  dismioair  los  derechos  dominicales, 
y  á  amplificar  las  franquicias  y  libertades  del  estado 
general.  Era  la  nación  qae  se  constituía  en  lo  político 
y  en  lo  civil  por  esfuerzos  parciales^  del  mismo  modo 
que  se  constituía  en  lo  material.  Convendremos  con  el 
erudito  Marina  en  que  todos  estos  cuadernos  de  leyes 
no  formaban  un  cuerpo  de  derecho  general  y  com- 
pacto. Sin  embargo*  esta  jurisprudencia  foral  conté* 
nia  un  sistema  de  leyes  políticas,  civiles  y  adminis- 
trativas, local  por  una  parte,  pues  que  muchas  de 
estad  cartas  se  daban  á  ciudades  y  villas  particulares, 
y  general  por  otra,  atendida  la  poca  variedad  en  las 
exenciones,  y  el  espíritu  igualmente  popular  y  demo- 
crático que  dominaba  en  todas,  en  cuyo  sentido  llega- 
ban á  constituir  los  fueros  un  sistema  general  de  le- 
gislación que  venia  á  reducirse  á  tres  principales  pun- 
tos: régimen  municipal,  disminución  de  prestaciones 
señoriales,  y  concesión  de  franquicias  y  garantías  al 
estado  llano,  para  alentarle  á  poblar  y  defender  del 
enemigo  las  ciudades  fronterizas,  ponerle  á  cubierto 
de  las  violencias  de  las  magnates  y  establecer  mas  in- 
mediatas relaciones  entre  los  pueblos  y  el  rey  ^^^  Lo 


(4)    Daremos  uoa  muestra  de  dos  y  el  duplo  de  las  prendas:  si  ei 

las  franauícias  de  los  priucipales  sefior  ó  gobernador  de  Sepúlveda 

fueros.  I.^^Oel  de Septiiveda.  Nía-  iojoriaba  á  algon  vecino,  debía 

gona  persona    podía  .prendar  á^  acusarle  al  concejo  y  obligarle  á 

oirá  por  deuda,  ni  en  Sepúlveda  dar  satisfacción  al  agraviado :  el 

ni  en  sus  aldeas,  sin  decreto  judi-  alcalde,  merino  y  arcipreste  de- 

cial,  bajo  la  pena  de  sesenta  suel-  bian  ser  precisamente  naturales 

Tono  IV.  SI 


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322 


HISTORIA   M   BSPAfÍA. 


que  la  autoridad  real  perdía  por  ooa  parte  reaun* 
ciando  derechos  y  prerogativas  y  concediendo  hnnn* 
nidadas  y  privilegios  locales,  ganábalo  por  otra  eo 
prestigio  con  los  pueblos,  que  recibian  agradecidos 
aquellos  beneficios,  neutralizaban  asi  los  monarcas  el 
poderío  peligroso  de  la  nobleza ,  creando  un  nuevo 
poder  en  el  estado,  y  estimulaban  á  la  población  y 
conservacioo  de  las  fronteras  con*  el  aliciente  de  las 
franquicias  que  concedían  á  sus  moradores  y  defeft- 


fe 


dt  a<|tte1l«  YÍlla :  el  jaez  debía  ser 
eíegido  anualmente  de  sus  colla' 
cioñBB  ó  parroquias :  eximióse  á 
los  vecinos  del  tributo  de  maSeria, 

Ír  al  fonsado  del  rey  solo  debían  ir 
08  caballeros,  como  no  fuera  es- 
tando cercado  ó  para  batalla  cam- 
pal :  cuando  el  rey  iba  ¿  la  Tilia, 
no  se  habia  de  forzar  á  ningún 
vecino  á  dar  alojamiento  á  su  co- 
mitiva :  todo  el.  que  quisiera  mu- 
dar de  señor  podía  hacerlo ,  sin 
perder  su  casa  ni  heredad ,  como 
el  señor  nnaTO  no  fuera  enemigo 
del  rey,  etc.— S.^  Del  de  Ndjera, 
El  jpoeblo  de  Nájera  no  estaba 
obligado  á  ir  al  fonsado  sino  una 
vez  al  año  y  para  batalla  campal: 
ni  el  infioinzon  ni  el  villano  debían 
dar  al  rey  el  quinto  de  lo  que  ga- 
naran en  la  guerra,  como  era  cos- 
tumbre generad  en  otras  parles: 
se  eximio  ¿  los  vecinos  del  yantar, 
ó  sea  obligación  del  suministro  de 
víveres  al  rey  como  no  fuera  pa- 
gándolos por  su  justo  precio :  los 
delincuentes  no  podían  ser  presos 
dando  fiadores:  ios  reos  de  cual- 
quier delito,  menos  de  hurto,  re- 
fugiados en  Is  casa  de  algún  veci- 
no de  Nájera,  no  podían  ser  ex- 
traídos por  fuerza,  bajo  la  pena  de 
doscientos  cincuenta  sveldos  sieor 


do  de  noble,  y  de  ciento  siendo  de 
villano :  quien  pusiese  una  quere- 
lla ante  los  alcaides,  y  oo  la  con- 
cluyera dentro  de  un  año  y  dia, 
K»rdia  su  derecho:  los  vecinos  de 
ajera  no  debían  dar  escoaadera 
ni  otro  pecho  mas  que  el  de  traba- 
jar el  alfoz  (término  de  la  juríadic- 
cion)  ó  pago  de  su  castillo:  su  con- 
cejo debía  nombrar  todos  los  años 
dos  sayones:  todos  los  vecinos  po- 
dían comprar  las  tierras,  viñas  y 
heredades  que  quisiesen,  sin  las 
restricciones  y  maios  fuerot  qne 
había  en  otras  partes,  y  construir 
todo  ffénero  de  artefactos  y  ven- 
der libremente  sus  fincas,  etc.— 
5.0  Del  de  Logroño,  Se  concedie- 
ron franquicias  á  todos  bs  qae 
gutsiesen  establecerse  en  Logro- 
no,  fuesen  españoles,  franceses  ó 
de  cualquier  otra  nación:  se  pr<H 
hibió  á  los  gobernadores  hacerles 
violencia  ni  injusticia:  ni  el  meri- 
no ni  el  sayón  podían  entrar  en 
las  casas  á  6acar  prendas  por  fuer- 
za ni  tomarles  cosa  atenna  contra 
su  voluntad :  se  los  extinió  de  las 
pruebas  de  hierro  y  agua  calien- 
te, de  batalla  y  posqnrsa:  el  señor 
ó  gobernador  de  la  Tilla  no  habia 
de  nombrar  para  merino,  alcalde 
óaayoD  sino  á  naturales  de  ella:  se 


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rAftTI  II.  LIUKO  I. 


323 


sores.  De  est?  manera  la  concesioa  de  fueros  era  en 
los  reyes  símaltáneameate  una  conveniencia  y  una 
neceffldad,  y  redundaba  en  reciproca  ventaja  de  los 
pueblos  y  de  la  corona. 

Grandemente  progresó  también  la  constitución  de 
Cataluña  en  el  siglo  XI,  con  la  promulgación  de  los 
Usages.  Pero  diferente  este  estado  de  los^demas  de 
España  asi  por  su  procedencia  como  por  su  organiza- 
ción y  sus  costumbres,  su  división  en  condados  de* 
mostraba  ya  el  carácter  feudal  que  habia  recibido. 


concedió  á  los  vecinos  libertad  de , 
eompra»  y  vender  heredades,  uso 
libre  de  agpas^  pastos,  lefia,  de 
ocupar  y  labrar  las  tierras  baldias, 
etc.— 4.0  Del  do  Jaca,  Se  le  quita- 
red  los  malos  foer  os  que  antes  tenia, 
y  se  elevó  la  villa  á  la  categoría  de 
ciudad:  todo  vecino  podia  ediScar 
casas  con  la  comodidad  que  mas 
gustase;  comprar  y  vender  libre- 
mente, probibióoaoles  donar  oí 
.  vender  los  honores  ¿  la  iglesia  ni 
á  ios  nobles:  no  se  les  obligaba  á 
la  fonsadera  sino  por  tres  días,  y 
esto  para  batalla  campal  ó  estando 
el  rey  cercado  por  los  enemigos: 
ninguno  podia  ser  preso  dando 
fianzas:  se  tasaron  laspensjs  de  los 
bomicidios  y  heridas  como  en  otros 
fueros,  etc. — ^Pueden  verse  mas 
pormenores  sobre  estos  fueros  en 
Sempere  y  Guarinos,  Hist.  del  De- 
recho español,  tom.  1.  cap.  40,  y 
en  Marina.  Ensavo  Histórico  Criti- 
co ya  citado.— Merece  por  último 
emcial  mención  el  Fuero  de  To^ 
ledo,  por  la  especialisima  situación 
en  que  se  halló  aquella  ciudad 
cuando  fué  conquistada.  Gompo- 
nian  su  vecindario  cinco  clases  de 
moradores:  i.o  los  mozárabes:  8.<> 
los  castellanos,  asi  llamados  por 


aoe  constituían  el  mayor  número 
cíe  V)s  que  habían  contribuido  á  ia 
conquista:  3.®  los  francos  ó  estran- 
tferos  que  airaidos  de  so  riqueza 
fijaron  en  ella  su  domicilio:  4.**  los 
árabes  y  moros,  y  5.<»  los  ^udioo»  á 
quienes  se  permitió  vivir  en  su 
ley.  A  cada  una  de  estas  clases 
concedió  Alfonso  VI.  prívilegina  y 
fueros  muy  a  preciables,  v  el  go- 
bierno municipal  de  Toleoo  sirvió 
después  de  modelo  para  otras  ciu- 
dades y  villas.  Es  potable  la  dis^ 
posición  de  que  todos  los  pleitos  se 
decidieran  por  un  alcalde,  asocia- 
do de  diez  personas  de  las  mejo- 
res y  mas  nobles  con  arreglo  á  las 
leyes  del  Fuero  Juzgo.  A  los  la- 
bradores, pagando  al  rey  un  diez- 
mo de  sus  frutos,  no  se  los  habia 
de  exifiir  otra  contribución,  ni  ser- 
vicio ce  jornales  forzados,  fonsa- 
dera, etc.,  concediéndoles  ademas 
que  cualquiera  de  ellos  que  qui- 
siese cabalgar  pudiera  hacerlo  y 
entrar  en  las  costumbres  de  los 
caballeros.  Sempere  j  (vuarinos, 
nbi  aup.  cap.  44.  Marina,  Ensayo 
y  Teoría  de  las  Cortes,  Ortiz  do 
Zúfiiga,  Anales  do  Sevilla,  y  Mem. 
para  la  vida  de  San  Fernando. 


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324  IllSTORU  DB  ISPAÜA. 

La  nobleza  calalaDa,  organizada  gerárquicamente 
como  la  francesa ,  y  dividida  en  condes  (ó  potestades^ 
según  los  Usages),  vizcondes,  barones,  varvesores, 
y  simples  caballeros,  tenian  una  jurisdicción  privile- 
giada para  sus  causas,  administrando  justicia  por  sí  ó 
por  sus  bailes:  existian  para  ellos  los  juicios  de  loa 
pares;  los  barones  eran  juzgados  en  su  corte  por  los 
barones,  los  caballeros  de  un  escudó  por  caballeros 
de  un  escudo,  y  asi  los  demás.  Y  aunque  los  dere- 
chos del  príncipe  fueron  en  Cataluña  mayores  que  en 
otros  paises  feudales,  los  de  cada  señor  sobre  sus  va- 
sallos, plebeyos  ó  payeses,  eran  absolutos,  y  algunos 
hasta  inmorales  y  repugnantes,  como  el  de  servirse 
de  los  hijos  é  hijas  de  los  payeses  contra. su  voluntad, 
y  el  de  tomar  para  sí  con  las  desposadas  las  primicias 
de  los  derechos,  del  matrimonio.  El  vasallo  no  podia 
repartir  ^1  feudo  entre  sus  hijos,  sin  permiso  del  se- 
ñor. El  payés  que  recibiese  daño  en  su  cuerpo,  honor 
ó  haber,  debia  reclamar  al  señor  y  estar  del  todo  á 
su  justicia.  Aquel  mismo  orden  gerárquico  constituía 
á  unos  mismos  á  la  vez  en  vasallos  de  los  que  ocupa- 
ban una  gerarquía  mas  alta  y  en  señores  de  los  que 
tenian  debajo  de  sí.  No  podia,  pues,  existir  en  Cata- 
luña un  poder  público  central  como  en  Castilla,  y  si 
los  condes  de  Barcelona  conservaron  su  superioridad 
fué  por  lo  Qxtenso  de  sus  dominios,  y  porque  solian 
concentrar  en  sí  diferentes  condados.  Tuvo,  pues,  el 
condado  de  Barcelona  todos  los  caracteres  de  la  or- 


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PABTB   11.  LIBBO  I.  325 

ganizacion  feudal  que  en  su  fundación  y  origen  le 
había  sido  comunicada  y  trasmitida ,  si  bien  no  ad- 
quirió desde  el  principio  sino  'con  el  trascurso  del 
tiempo  su  completo  desarrollo. 

Tales  fueron  en  resumen  las  alteraciones  y  nove- 
dades que  sufrió  cada  uno  de  los  estados  cristianos  de 
España  en  el  periodo  que  abarca  nuestro  examen, 
relativamente  á  su  organización  política  y  civil,  y  á 
la  respectiva  posición  social  de  los  reyes  para  con  el 
pueblo,  de  este  para  con  los  monarcas  y  los  nobles,  y 
de  todos  entre  sí. 

III.  Una  novedad  importantísima ,  un  suceso  de 
consecuencias  inmensas  para  el  porvenir  de  nuestra 
nación  en  el  orden  moral  se  realizó  en  el  último  ter- 
cie del  siglo  Xl^en  España,  innova óion  cuyo  influjo  se 
esperímenta  todavía  después  del  trascurso  de  cerca  de 
nueve  siglos.  Hablamos  de  la  abolición  del  oficio  gó- 
tico ó  breviario  mozárabe,  y  su  reemplazo  por  la  \i^ 
turgia  romana  á  instancia  y  gestión  de  los  romanos  pon^ 
tífices,  y  de  la  intervención  que  desde  esta  época  co- 
menzaron á  ejercer  los  papas,  no  ya  solo  en  los  asun- 
tos pertenecienCes  al  gobierno  de  la  iglesia  española, 
sino  también  en  lo  tocante  al  poder  temporal  de  sus 
príncipes  y  soberapos.  Jamás  monarca  alguno  español 
(y  habia  habido  desde  Recaredo  hasta  Fernando  el  Mag- 
no de  Castilla  multitud  de  piadosísimos  y  cristianísi- 
mos reyes)  habia  sometido  y  subordinado  su  autori- 
dad al  poder  pontificio:  contaba  ya  el  cristianismo  cer- 


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326  HISTORU  DE  BSPAfÍA. 

ca  de  once  siglos  de  existencia,  y  la  iglesia  española, 
sin  dejar  de  reconocer  la  suprema  y  universal  jnrisdic* 
cion  espiHtnal  de  los  sucesores  de  San  Pedro  sobre  to- 
dos los  fieles  de  la  cristiandad,  habíase  gobernado 
á  sí  misma,  bajo  la  protección  de  sus  católicos  monar- 
cas, con  una  independencia  en  que  no  la  aventajó  otra 
alguna  de  las  ^naciones  cristianas  ,  como  en  ninguna 
bfílló  tan  gran  número  de  sabios,  virtuosos'  y  (dscla-« 
cidos  obispos ,  y  ninguna  acaso  suministró  tan  largo- 
y  glorioso  catálogo  de  insignes  mártires  y  de  varones 
santos.  Una  lucha  heroica  en  que  se  hallaba  empeña- 
da bacía  ya  cerca  de  cuatro  siglos  para  sostener  la 
pureza  de  su  fé,  y  á  la  cual  se  debió  sin  duda  que  el 
pendón  de  Mahoma  no  llegara  á  tremolar  en  la  cúpu- 
la del  Vaticano,  había  acreditado  á  la  faz  del  munda 
que  España  era  la  nación  esencialmente  católica  y  re- 
ligiosa. ¿Cómo,  pues,  se  introdujo  en  su  culto  esa 
gran  novedad  que  hemos  anunciado  contra  la  volun* 
tad  del  pueblo  y  de  la  iglesia  española?  Esplicarémos* 
lo  con  la  severa  imparcialidad  de  historiadores. 

Venia  de  muy  atrás,  y  principalmente  desde  la 
coronación  del  emperador  Carlo-Magno  por  el  pap»  ^ 
León  lil.,  el  pensamiento  de  ensanchar  los  límites  dé- 
la autoridad  pontificia,  y  algunos  papas  habían  aspira* 
do  ya  á  someter  el  poder  temporal  de  los  príncipes  al^ 
dominio  del  gefe  de  la  iglesia  y  á  subordmar  y  sujetar 
las  coronas  á  la  tiara  y  los  cetros  de  los  imperios  de 
la  tierra  á  Igs  llaves  de  los  sucesores  de  Sen  Pedro. 


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PAATB  11.  LIBRO  1. 


327 


Las  pretensiones  de  los  papas  Zacarias,  Gregorio  IL  y 
Nicolás  I.  habián  producido  ya  vehementes  y  acalora- 
das cuestiones»  choques  peligrosos  y  serios  conflictos 
en  los  imperios.  Mas  en  el  estado  de  barbarie»  deigno* 
rancia  y  de  corropecion  y  desorganización  social  en 
que  generalmente  llegó  á  encontrarse  la  Europa  en 
los,  primeros  siglos  de  la  edad  media,  á  vista  de  las 
calamidades  y  desgracias  que  afligian  la  humanidad» 
de  las  rudas  y  feroces  pasiones  que  agitaban  hombres 
y  pueblos  en  aquellos  infortunados  siglos,  volvíanse 
naturalmente  los  ojos  como  en  busca  de  remedio  hacia 
la  única  institución  que  por  su  antigüedad,  por  su  es- 
pecial y  sagrado  origen»  y  por  su  universal  influencia 
parecía  reunir  en  sí  las  condiciones  propias  para  mo- 
ralizar la  sociedad  y  dar  unidad  al  mundo»  á  saber, 
á  la  institución  del  pontificado.  Cundió  pues  la  idea 
de  que  el  mundo  no  podía  ser  reformado  sino  por  la 
iglesia  que  estaba  á  su  cabeza.  Has»  desmoralizada 
también  la  iglesia  ^^\  oponíanse  los  obispos  y  el  clero 


(4)  l!i.m¡8iB0  Gregorio  Vil.  de- 
oia:  «Apenas  deacobro  algosos  sa- 
oardoies  qao  hayan  llegado  por 
las  vías  eanÓDÍoas  al  episoopado, 
que  TWaQCQouk  comple  é  su  clase, 
qae  gobienen  so  rebafio  con  es- 
piriin  de  earídad,  no  oon  el  des- 
pótico offgvllo  de  loo  poderosos  do 
falierra.  Eaire  los  priocipes  se-* 
cubres  noeacoeotro  nÍDgttiioqoe 
prefiera  la  gloria  de  Dios  á  la  su- 

Ía  propia ,  la  justicia  al  interés. 
*eores  son  que  judíos  y  geotiles 
los  romaoos,  los  lombardos,  los 


Borman^desy  eotre  quienes  viro 
(Bpi^.  II.  49).»— Pero  á  su  tos  la 
corte  romana  era  acusada  de  sór- 
dida codicia.  El  monje  Raoul  Gta- 
ber,  qao  atribuía  al  papa  el  dere- 
cho de  dar  el  impeno  de  Italia  á 
quien  le  parecieae,  censuraba 
acremente  la  corrupción  de  la  cor- 
te pontificia.  (Coleocion  de  bisto* 
riadores  originales  de  Guizot,  to- 
mó Vi.  pág.  d96).  Y  coando  el 
conde  Foulques,  célebre  por  sus 
maldades  y  robos ,  logró  i  fuerza 
de  oro  que  el  papa  Juanen?ia- 


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328 


HISTOtlA    PB  BSPaKa. 


á  las  reformas;  la  medida  de  preseribiries  la  observan* 
cia  del  celibato  bailó  una  resistencia  desesperada,  si 
bien  el  puebla  cansado  de  presenciar  la  incontinencia, 
el  lujo  y  la  disipación  de  los  sacerdotes,  se  puso  en  este 
punto  del  lado  y  á  favor  de  los  pontífices  reformado- 
res ^^\  Comenzó  por'  otra  parte  la  Incba  entre  los  pa- 
pas y  los  gefes  de  los  imperios,  sosteniendo  estos  y 
disputándoles  aquellos  el  poder  temporal:  deponían- 
se unos  á  otros,  valíanse  de  todo  género  y  linage  de 
armas  y  de  medios,  guerreaban  en  persona,  sufrían 
las  alternativas  y  vicisitudes  de  la  vida  de  las  armas^ 
y  los  pueblos  padecían  turbaciones  y  conmociones 
violentas.  Sinea¿)argo,  en  medio  de  la  lucha  mas  vi- 
va y  continuada  con  los  monarcas  y  con  los  obispos, 
la  iglesia  romana  fué  ensanchando  su  autoridad  en 
progresión  ascendente  preparándose  el  camino  para  la 


86  OD  cardenal  para  la  coDsa- 
graoioode  su  iglesia,  á  qae  se 
oponía  el  virtaoso  arzobispo  de 
Toors»  decía  el  citado  monje:  tLos 
prelados  de  las  Calías  reconocie- 
ron qae  e&ta  orden  sacrilega  no 
habia  podido  ser  dictada  sino  por 
una  ciega  codicia,  y  que  las  rapi- 
ñas del  ano  recogidas  por  la  ava- 
ricia del  otro  acababan  de  man- 
char la  iglesia  romana  con  este 
naovo  escándalo,  etc.  (ib.  p.  810. 
¿  813).»  Fueiies  son  las  espresiones 
del  monje,  pero  los  escritores  mas 
religiosos  las  citan  como  prueba 
de  qae  todo  en  aquel  tiempo  había 
llegado  á  contammarse.  Én  parte 
no  estrenamos  este  lenguage  cuan- 
do al  hablar  de  Juan  XIX.  que 
ocupó  la  silla  romana  en  1084,  di- 


cen los  jaioiosos  monjes  de  San 
Mauro,  cque  compró  la  tiara  á 
precio  de  oro.»  Puede  verse  á  Ge-> 
sar  Cantó,  llíst.  Uniy.  Bpoc.  X. 
cap.  47.  Morón»  Hist.  de  laGiviliz. 
de  Esp.  tom.  IV.  lecc,  32. 

(1)  Un  escritor  de  aquellos  si- 
glos de  tinieblas  pinta  con  las 
siguientes  ingeniosa&  palabras  la 
vida  de  los  eclesiásticos  de  su 
tiempo:  tPotiw  d&düi  quUb  quam 
gloása:  potius  colligunt  libras 
qu€tm  legxmi  libros:  libmtiusit^ 
tuerUur  Martham  quam  Marcum: 
malunt  legere  in  Salmone  quam 
in  Salomone:  Alan«  de  Art.  praadi- 
cat.  apud  Le  Bieor,  Dissert.  t.  II. 
Ci t.  por  Robertson,  Hist.  de  Cari .  V. 
tom.  1.  not.  X. 


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PAITB  II.  LIBRO  1.  329 

domifiacioD  universal  á  que  aspiraba,  y  á  la  cual  ía^ 
voreciael  espíritu  religioso  de  la  época»  y  la  circuns- 
tancia de  que  los  pontífices  á  vueltas  de  su  sistema 
de  invasión  temporal  llevaban  el  noble  y  laudable 
objeto  de  conservar  la  pureza  del  dogma  y  de  oponer 
á  la  anarquía  en  que  se  agitaba  la  sociedad  la  uni«- 
dad  de  un  poder  central  venerable,  sagrado  y  de 
prestigio  como  era  la  Santa  Sede. 

En  esta  solemne  lucha  del  gefe  de  la  iglesia  con 
los  poderes  temporales,  en  esta  guerra  de  conquista 
de  la  tiara  sobre  las  coronas,  en  que  el  influjo  de 
aquella  llegó  á  hacerse  sentir  en  la  mayor  parte  de 
los  estados  europeos,  natural  era  que  aspirara  á  es- 
tenderse también  á  nuestra  España,  que  era  la  que  se 
habia  conservado  mas  independiente.  ^1  campo  que 
se  escogió  para  infiltrar  este  influjo  en  España  fué  la 
pretensión  de  abolir  el  rito  y  misal  gótico  ó  mozárabe 
tan  justamente  venerado  de  los  españoles,  como  que 
era  su  culto  nacional,  inalterablemente  conservado 
desde  los  primeros  tiempos  de  la  iglesia  gótica  y  de 
reemplazarle  con  el  oficio  romano  que  se  observabji 
en  Italia,  en  Francia  y  en  otras  iglesias  de  Europa. 
Esta  fué  la  misión  especial  que  en  nombre  del  papa  - 
Alejandro  II.  trajo  á  Aragón  en  1 064  el  cardenal  le- 
gado Hugo  Cándido  cerca  del  rey  don  Sancho  Ramí- 
rez. Las  negociaciones  llevaron  los  trámites  que  en 
otro  lugar  dejamos  referidos  ^^K  Ma^  á  pesar  de  haber 

(1)    En  el  cap.  S4d«  este  libro. 


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izo  HÍ8TMU  DB  BSVAlIjk. 

sido  aprobado  el  rilo  gótico  español  ea  Roma  en 
9S3  (^^  á  pesar  de  haber  sido  de  nuevo  reconocido  y 
aprobado  como  legitimo  y  católico  en  el  concilio  de 
Mantua  de  1067  ^\  el  papa  redobló  su  empeño,  y  las 
nuevas  gestiones  del  cardenal  legado  lograron  al  fin 
recabar  del  rey  de  Aragón  en  4074  que  decretase 
en  su  reiQo  la  abolición  del  rito  mozárabe  y  su  reem- 
plazo por  el  romano»  y  lo  mismo  obtuvieron  en  el 
propio  año  del  conde  Ramón  Berenguer  deBarcelona, 
aili  coii  mayor  facilidad,  por  las  razones  que  en  nues- 
tra historia  ya  espusimos. 

Conservábase  sin  embargo  el  rito  gótico*mozára- 
be  en  los  reinos  de  León,  Castilla  y  Navarra,  no  obs* 
tante  algunas  tentativas  de  Roma  y  de  los  monjes 
cluniacenses.  Pero  en  4073  subió  al  solio  pontificio 
un  hombre  de  alma  apasionada,  de  temperamento 
fuerte,  de  genio  activo,  severo,  inflexible  y  osado. 
El  mas  ardiente  defensor  del  sistema  de  dominación 
omnímoda  y  universal,  era  también  el  mas  á  propósi* 
to  para  Realizarle  sin  cejar  ante  ninguna  crasidera- 
cion,  ante  ninguna  contrariedad  ni  obstáculo,  y  desde 
luego  alzó  su  voz  tremenda  como  para  autorizar  á 
los  principes  y  soberanos  de  los  pueblos.  Pero  al  pro- 
pio tiempo  austero  y  rígido  en  sus  costumbres,  era 
inexorable  contra  los  vicios  y  desórdenes  del  clero,  é 


(i)    Florez»  Esp.  Sagr.  iom.  11L    Mantoa  y  asislieron  á  dipho  con- 
numero 447.  cilio  algunos  obispos  españoles» 
(9)   Con  cuyo  objeto  pasaron  á   Id.  ib.  n.  434. 


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wAxn  n.  uno  i.  33< 

iDfetígable  en  el  alan  de  reformar  y  corregir  sos  cos- 
tumbres y  mejorar  la  relajada  disciplina  de  la  iglesia. 
Este  per^onage  colosal»  ¿  quien  Bayle  ha  comparado 
con  los  Alcgandros  y  Césares,  por  el  principio  de  que 
las  conquistas  de  la  iglesia  no  exigen  ni  menos  talen- 
to ni  menos  corazón  que  las  conquistas  de  los  impe- 
rios, era  el  monje  cluniacense  Hildebrando,  que  su- 
bió al  pontificado  con  el  nombre  de  Gregorio  VIL  y 
que  por  su  influjo  puede  decirse  que  haUa  sido  el 
verdadero  pontífice  bajo  Alejandro  IL  En  su  gran 
proyecto  de  regenerar  la  sociedad  con  ayuda  del 
cristianismo,  y  no  creyendo  poder  realizar  sus  desig- 
nios sin  que  la  cátedra  de  San  Pedro  se  sobrepusiera 
en  lo  temporal  como  en  lo  espiritual  á  los  tronos  de 
los  reyes,  proclamó  ya' atrevida  y  desembozadamente 
el  principio  de  la  soberanía  universal  del  pontificado. 
Volúmenes  enteros  han  escrito,  asi  los  panegiristas 
como  los  detractores  de  este  célebre  papa,  pai^  ca- 
lificar sus  pensamientos;  nosotros  dejaremos  al  mismo 
Gregorio  Vil.  exponer  sus  propias  ideas. 

«La  iglesia  debe  ser  Ubre  ó  llegar  á  serlo  por  me- 
«dio  de  su  gefe,  por  el  sol  de  la  té,  el  papa.  Este  ' 
«ocupa  el  lugar  de  Dios,  cuyo  reino  gobierna  sobre 
cía  tierra...»  Convime,  pues,  que  éste  arranque  á  los 
«ministros  del  altar  de  los  lazos  con  que  el  poder 
«temporal.los  tiene  encadenados.. ..  Hállase  el  mundo 
«alumbrado  por  dos  luminares,  el  sol,  que  es  el  ma- 
«yor,  y  la  luna  mas  pequeña.  La  autoridad  apostólica 


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332  HISTORIA  BB  BSPAKa. 

ese  asemeja  al  spl»  el  poder  real  á  la  luna.  Gomóla 
«luna  DO  alambra  sino  por  influjo  del  sol,  asi  los 
«emperadores,  I9S  reyes,  los  príncipes  no  subsisten 

«sino  por  el  papa,  porque  esteeniana  de  Dios 

cEmanando  el  papa  de  Dios  todo  le  está  subordinado: 
cante  su  tribunal  deben  Ser  llevados  todos  los  asuntos 
«espirituales  y  temporales.  ••  La  iglesia  romana  como 
«madre  manda  á  todas  las  iglesias  y  á  todos  los  miem- 
«bros  que  les  pertenecen,  y  tales  son  losemperado- 
«res,  reyes,  príncipes  etc  <*^» 

Todas  sus  cartas  están  llenas  de  estas  máximas. 
Con  arreglo  á  ellas  quiso  someter  á  su  autoridad  á 
todos  los  príncipes  de  la  tierra,  constituir  á  la  Santa 
Sede  arbitra  de  los  destinos  del  universo,  y  conside- 
rar el  mundo  como  una  gran  monarquía  cuya  cabeza 
era  el  romano  pontífice.  Asi  apenas  bubo  príncipe  á 
quien  no  disputara  la  soberanía  ni  reino  que  no  pre- 
tendiera pertenecerle:  él  sostenía  que  la  Sajonia  ha- 
bía sido  dada  á  San  Pedro  por  Garlo-Magno:  él  invo- 
caba un  diploma  de  este  emperador,  que  decia  poseer 
en  sos  archivos,  para  exigir  tributos  de  la  Francia: 
él  amenazaba  á  los  soberanos  de  Gerdeña  con  dar  su 
isla  á  los  conquistadores  que  se  la  pidiesen,  si  per- 
sistían en  negarle  el  denario  de  San  Pedro:  él  escri- 
bió á  los  dos  reyes  que  se  disputaban  la  Hungría  inti- 
mándoles que  se  sometieran  uno  y  otro  al  juicio  y 
decisión  de  la  Santa  Sede:  él  alegaba  derechos  sobre 

(I)    Epist.  de  San  Greg.  VII. 


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fÁMTIt  II.  LllttO  I.  333 

la  Dalmacia,  y  habiendo  el  heredero  del  trono  de 
Rasia  ido  á  Roma  ¿  visitar  los  sepulcros  de  los  santos 
apóstoles,  le  hizo  recibir  la  óorona  de  sas  manos  co- 
mo un  don  de  la  iglesia  romané;  y  sabidas  son  las 
guerras,  los  disturbios,  las  conmociones  y  los  escán- 
dalos que  produjeron  sus  contestaciones  y  disputas 
con  Enrique  IV.  de  Alemania,  á  quien  excomulgó  y 
depuso  relajando  á  sus  subditos  el  juramento  de  fide* 
lidad  y  aboliendo  el  derecho  de  investidura  ^^K  No 
menos  aspiró  al  señorío  en  propiedad  de  toda  Español, 
alegando  que  pertenecía  á  la  silla  apostólica  antes  de 
l)aber  sido  de  los  sarracenos,  y  diciendo  que  prefe- 
riría verla  en  poder  de  estos  mejor  que  en  el  de  cris- 
tianos que  no  rindieran  el  debido  homenage  á  la  San* 
ta  Sede. 

En  su  carta  á  los  principes  de  España  les  decía: 
«Creo  no  ignorareis  que  desde  lo  antiguo  era  el  reino 
«de  España  propio  del  patrimonio  d»  San  Pedro,  y 
«aunque  le  tengan  ocupado  los  paganos,  como  no 
«faltó  el  derecho,  pertenece  al  mismo  dueño*  Por 
«tanto  el  conde  Ebolo  de  Roceyo,  cuya.foma  no  íg- 
«norareis,  va  ¿  conquistar  esa  tierra  en  nombre  de 
«San  Pedro,  bajo  las  condiciones  que  hemos  estipula- 

(1)    Este   derecho  de  investi-  produjo  entre  los  emperadores  de 

dura  consistía  en  que  el  empera-  Alemania  y  los  papas,  duró  hasta 

dor  debía  consentir  en  la  elección  el  concordato  de  Calixto  II.  en 

de  los  preladoa^  quienes  le  juraban  1429,  por  el  cual  el  emperador 

fidelidad  y  recibían  de  él  por  me-  re8ia¡nó  toda  pretensión  de  in¥es* 

dio  del  báculo  y  el  anillo  los  seno-  tir  a  los  obispos  del  báculo  y  el 

ríoe y  derecho^  reales.  El  derecho  anillo,  y  reconoció  la  libertad  de 

de  infcslidura,  que  tantas  luchas  las  eleooieues. 


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334  HiSTomu  de  ssníía^ 

«do.  Y  si  alguno  de  vosotros  emprendiese  lo  mismo^ 
«observará  el  trato  ígaal  de  pagar  á  San  Pedro  el 
«derecho  de  lo  adquirido;  y  no  de  otra  manera  <*^» 

Jamás  se  hablan  visto  tan  audaces  pretensiones  ni 
tanta  actividad  ni  perseverancia,  unidas  á  ún  celo  y 
á  una  severidad  de  costumbres*  c[ue  hacen  perdonar 
á  Gregorio  YII.,  dice  un  escritor  contemporáneo^  las 
innovaciones  peligrosas  que  alentó  con  su  ejemplo,  y 
que  se  extendieron  y  perpetuaren  después  con  poco 
provecho  para  la  iglesia  y  con  grave  daño  para  los 
estados. 

Gomo  la  pretensión  del  señorío  y  dominio  tempo* 
ral,  lejos  de  hallar  eco,  fué  rechazada  en  España, 
quiso  que  el  reino  le  estuviese  por  lo  menos  moral- 
mente  supeditado.  El  medio,  escogido  para  Ue^rá 
este  fin  era  la  adopción  del  rito  romano,  y  tan  pron- 
to como  Gregorio  VIL  ocupó  la  silla  pontificia  escribió 
al  rey  Sancho  Kamirez  de  Aragón  (4074)  tributándole 
muchos  elogios  y  llamándole  rey  piadosísimo  y  cris- 

(I)    Sobre  esta  carta  qae  copia  qué  el  miimo  San  Gregorio  «ha- 

elnaeBlroPlorezeDeltoiii.XXV.  «biendo  llegado  é  reoonocer  el 

de  la  España  Sagrada,  pág.  439,  «mal  informe  en  que  le  interesó  la 

dice  aquel  erudito  y  religioso  es-  «fraudulencia,  no  toItíó  á  tocar 

critor:c(¿Dóode  están  las  constitu-  «semejante  propuesta  en  las  cjb- 

«ciones,  por  donde  se  dice  haber  «versascartas  que  escribió  áEspa- 

«sido  entregado  el  reino  de  Espa-  «na  después  de  1077,  siendo  asi 

«na  al  derecho  y  propiedad  de  la  «Que  sobrevivió  ocho  años,  cuya  . 

«iglesia  romana....^  ¿Qué  empera-.  «desistencia   éebe  atrüMirae  al 

«oor  cristiano,  qué  rey,  berege  «desengaño  del  mal  íatforaM,  etc.» 

«ó  católico,  hizo  cesión  de  su  do-  Pág«  442«— ^  conde  da£bolo  Ro- 

«minio?»    Estiéndese  en  fvobar  cayo  era  bermaDO  de  (a  reina  da 

con  aolidiaimas  razones  lo>  infon-  Aragón  Felicia^  mnger  de  Sancho 

dado    y  absurdo   del    pretendí*-  Raraírec. 
do  derecho ,  y  maoüesta  luego 


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rABTB  11.  LIBIO  u  335 

tianisiaio  porqoe  habia  abrogado  en  sus  dominios  el 
oficio  mozárabe  ^),  y  en  el  pro(>io  ano  escribió  á  Al- 
fonso VL  de  León  y  de  Castilla  para  que  practícase  lo 
mismo  en  sos  estados  ^*\  sin  omitir  por  eso  otras 
gestiones  ni  dejar  de  »víar  legacías,  qae  basta  én- 
totees  en  Castilla  solo  habian  producido  disturbios. 
Pero  Alfonso  VI, ,  príncipe  á  qnien  por  otra  parte  tanto 
debió  la  España,  tenia  la  cualidad  de  ser  adicto  á  to- 
do lo  qne  fuese  francés;  y  el  que  tan  afecto  ae  mos- 
traba á  los  monjes  de  Clani»  á  cuya  orden  babia  per- 
tenecido el  papa  Gregorio,  el  que  casó  consecutiva- 
mente con  dos  princesas  de  Francia,  el  que  dio  después 
sus  dos  hijas  en  matrimonio  á  dos^  condes  franceses, 
el  que  nombró  primer  prelado  de  Toledo  á  un  francés' 
y  monje  cluniacense  y  trajo  de  Francia  monjes  de 
Cluni  para  sentarlos  en  las  primeras  sillas  episcopales 
de  Castilla,  no  pedia  dejar  de  estar  dispuesto  á  admi- 
tir él  rito  romano,  que  se  denominaba  también  rito 
galicano  ó  rito  francés.  En  4077  manifestó  ya  á  las 
claras  su  Tolnntad  de  suprimir  la  liturgia  mozárabe  ó 
toledana,  mas  como  hallase  una  lenaz  y  obstinada 
resistencia  en  el  clero  y  en  el  pueblo  á  dejar  su  anti- 
guo rito  nacional,  remitióse  la  decisión  á  la  prueba 
del  duelo.  Pelearon,  pues,  dos  campeones,  el  uno. 
en  defensa  del  oficio  romano,  el  otro  en  favor  del  rito 
mozárabe.  Tenció  éste  á  su  adversario;  la  historia  nos 

(4)   Epist.  63  del  líb.  1.  de  San  Gregorio.    . 
(9)    Epist.  64  de  id. 


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336  H18T0EIA  DB  U^jJkk. 

ha  conservado  el  uombre  de  este  adalid  de  la  causa 
del  clero  y  del  pueblo:  era  un  castellaoo  viejo  llama- 
do Juan  Ruiz  de  Matanzas  ^^K 

No  sirvió  este  solemne  triunfo.  Empeñado  el  rey^ 
siempre  obsecuente  á  los  deseos  del  papa,  en  que  se 
adoptara  el  oficio  romano,  consiguió  al  fin  en  1078, 
con  ayuda  del  cardenal  Ricardo  que  á  petición  3uya 
le  envió  el  pontífice,  que  se  comenzara  á  introducir 
aquel  rito  en  Castilla  (^.  Creyóse,  no  obstante,  nece- 
sario (que  tal  era  la  repugnancia  y  mala  voluntad 
con  que  era  admitido  el  nuevo  rezo)  celebrar  un  con- 
cilio en  Burgos,  que  presidió  el  mismo  cardenal  Ri- 
cardo, legado  del  papa,  en  que  se  decretó  ya  solem- 
nemente (108£)  la  abolición  d6l  rito  mozárabe  tan 
querido  y  venerado  de  los  españoles  ^K  Todavía  no 
bastó  esto  á  vencer  el  disgusto  con  que  era  mirada  en 
el  reino  esta  innovación.  Cuando  se  trató  de  estable- 
cerla en  Toledo  renováronse  las  disidencias  entre  el 
pueblo  y  el  monarca.  Este  no  desistia,  y  aquel  se 
obstinaba  en  no  querer  desprenderse  de  un  rito  que 
habia  tenido  la  gloria  de  conservar  por  siglos  ente- 
ros en  medio  de  la  dominación  musulmana.  Temíanse 
grandes  disturbios  y  se  apeló  á  pedir  al  cielo  nueva- 


(4)  Chron.  Barg.  Era  4445.—  (3)  Florez,  ubi  sup.  n.  fSe.- 
Anal.  Gompostel.— GhroD.  ftaUea*  Mariana  pone  muy  eauiyocada- 
€608.— Floree,  Eap.  Sagr.  t.  III.  mente  este  concilio  en  1076,  cuan- 
p.  473.  do  ni  siquiera  habia  Tenido  á  Es- 

(5)  Era^^ü  entró  la  ley  romor  paña  el  legado  pontificio  que  lo 
na  en  Esj¡aña.  Memorias  antiguas  presidió* 

de  Cárdena.— Flores,  ibid.  n.  175. 


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PABTB  u.  Lumo  1.  337 

sentencia.  Convínose  en  que  se  echasen  al  foego  los 
dos  misales ,  y  en  que  prevaleciera  el  que  no  se  que- 
mara y  saliera  ileso  de  las  llamas.  También  triunfó  en 
esta  prueba  el  breviario  toledano ,  saliendo  sin  lesión 
de  la  hoguera  ^^K  En  vano  se  regocijaron  el  pueblo  y 
clero  con  el  doble  triunfo  de  su  causa  en  las  dos  prue- 
bas del  duelo  y  el  fuego,  decisivas  en  aquella  edad. 
Contra  la  voluntad  de  los  españoles  y  á  riesgo  de  que 
se  alterara  la  tranquilidad  de  sus  reinos ,  mandó  el 
rey  que  se  desterrara  de  las  iglesias  de  Castilla  el  ve- 
nerado oficio  gótico  y  que  se  recibiera  el  romano.  El 
papa  habia  triunfado;  el  predominio  de  Roma  queda- 
ba establecido  en  España ;  la  cuestión  de  los  dos  ritos 
fué  la  que  le  abrió  la*  puerta.  Desde  Gregorio  Vil.  los 
legados  del  papa  presidei^ nuestros  concilios:  el  pri- 
mer arzobispo  de  Toledo  después  de  la  conquista  se 
nombra  á  gusto  de  Roma ,  y  el  pontífice  designa  un 
estrangero ,   un  francés ,  un   monge  de  Cluni  ^^:  los 
legados  que  enviaba  eran  también  cluníacenses  y  fran- 
ceses: el  rey  adicto  al  papa  y  á  los  monjes  de  Cluni, 
francesa  la  reina ,  franceses  los  condes  y  obispos  á 
^  quienes  los  monarcas  favorecieron  mas,  lodo  cooperaba 
á  arraigar  en  España  la  influencia  pontificia,  la  influen. 
cia  francesa  y  la  influencia  cluniacense ,  que  venian  á 
ser  una  misma,  y  todo  cooperó  al  cambio  radical  que 

(4)  Roder.  Tolei.— Véase  Fio-  trangero  y  de  humilde  sangre,  con 
rez,  ubi  sap.  n.  204.  tal  que  sea  idóneo  para  el  gobier- 

(5)  «No  te  importe,  decía  el  no  de  la  iglesia.»  Agoirre,  üollect. 
papa  al  rey  Alfonso,  que  sea  es-  Max.  GoDoil.  tom.  til.  p.  2)7. 

ToAio  iT.  22 


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338  HISTORIA   DE  BSPAAa. 

safrió  en  este  tiempo  la  iglesia  espaoola»  y  con  ella 
el  estado  social  de  la  monarquía,  cuyos  resultados  y 
consecuencias  habremos  de  ver  después  ^^K 

IV.  El  estado  intelectual  de  la  sociedad  cristiana 
en  este  siglo  no  podia  ser  todavía  muy  aventajado. 
Reducida  la  Bspaña  desde  el  siglo  VIH.  hasta  el  XI.  á 
la  triste  condición  de  un  país  conquistado»  abrumada 
por  enemigos  poderosos ,  ahogados  como  en  un  dilu- 
,  vio  los  restos  de  la  cultura  goda»  teniendo  que  recon- 
quistarse palmo  á  palmo»  en  lucha  incesante  y  per- 
petua con  los  dominadores ,  y  casi  siempre  ademas 
trabajada  con  guerras  civiles,  precisados  todos  los 
españoles»  inclusos  clérigos»  mongesy  obispos»  áen-, 
rístrar  la  lanza  y  embrazar  el  escudo  para  dar  al  pais 
la  existencia  material »  sin  la  cual  es  imposible  la  vi- 
da civil»  ¿qué  literatura,  qué  artes»  qué  comercio» 
qué  industria ,  qué  escuelas ,  qué  civilización  podia 
tener  la  pobre  España »  ni  qué  cultura  podía  haber 
en  una  sociedad  puramente  guerrera?  Gradas  si  del 
retirado  fondo  de  algún  claustro ,  ó  como  de.  de- 
bajo de  la  bóveda  de  alguna  catedral»  salia  un  cro- 
nicón descarnado  y  seco»  escrito  en  mal  latin,  ó  al- 
guna leyenda  piadosa»  con  que  se  entretenía  y  fo- 
mentaba el  espirita  religioso  en  aquellos  malhadados 


(í)  Es  s'mgolar  coincidencia  licia,  Ramón  Bereogoer  do  Barco  - 
9tto  la  liturgia  romana  so  ¡ntroda"»  lona  con  Almodia,  y  Alfonso  do 
jera  en  Bspaña  en  tiempo  de  tres.  Castilla  con  Inés  primero  y  oon 
principes  casados  todos  con  fran-    Constanza  después »  todas  fran* 


cesas;  Sancho  de  Aragón  con  Fe^    cesas. 


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PARTB  II.  LIBIO  I.  339 

tiempos.  Apenas  siquiera  en  las  cróoicas  y  documen-* 
tos  de  aquella  época,  calamitosa  por  una  parte  y  glo* 
riosa  por  otra,  se  encuentra  noticia  de  las  escuelas, 
que  no  dudamos  babia  ya  en  algunas  igle^as  y  mo- 
nasterios.  Pero  concentrado  el  escaso  saber  de  aque- 
llos siglos  en  los  obispos  y  sacerdotes,  encontrándose 
apenas  entre  los  legos  quien  supiese  estender  y  menos 
redactar  ana  escritura ,  los  clérigos  tenian  que  hacer 
oficios  de  notarios,  y,  sin  embargo,  el  clero  hizo  un 
señalado  servicio  á  la  Espafia  y  aun  á  Europa ,  con* 
servando  en  medio  de  su  escasa  instrucción  los  últi- 
mos restos  del  saber  humano. 

En  este  estado  vino  el  siglo  XI.,  al  cual  por  las 
razones  ya  indicadas  y  por  otras  que  iremos  expo- 
niendo ,  miramos  como  el  siglo  divisorio ,  como  el 
eslabón  que  une  la  antigua  rudeza  con  el  renacimien- 
to de  un  estado  social  mas  culto,  ó  por  lo  menos  mas 
apartado  de  la  ignorancia  que  babia  señalado  á  los 
anteriores.  Porque  con  las  conquistas  materiales,  con 
la  posesión  ya  mas  pacífica  y  segara  de  grandes  po«- 
blaciones  y  de  territorios  extensos  y  fértiles ,  con  el 
mayor  trato  y  comunicación  con  los  árabes,  y  con  la 
nueva  organización  de  la  sociedad  que  obraron  la  le- 
gislación foral  y  los  concilios ,  aquella  nación  antes 
tan  pobre  y  atrasada  no  podia  menos  de  entrar  con  la 
reunión  de  todos  estos  elementos  en  una  carrera  de 
adelantos  progresivos ,  aunque  mas  lentos  de  lo  que 
fuera  de  apetecer.  Asi  es  excusado  buscar  todavía  en 


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340  HISTORIA  DB  BSPAKa. 

el  siglo  XL  qí  obras  científicas  9  ni  esmerados  arte- 
factos, ni  edificios  suntuosos.  En  nuestra  visita  al  ar- 
chivo general  de  la  Corona  de  Aragón  hemos  encon- 
trado un  documento  que  prueba  bien  el  atraso  litera* 
rio  de  aquel  pais  en  el  siglo  que  examinamos.  Es  una 
escritura,  en  que  consta  que  Giliberto  obispo  de  Bar- 
celona y  los  canónigos  de  Santa  Cruz,  por  la  gran 
falta  y  necesidad  que  tenian  de  libros,  compraron  en 
las  calendas  de  diciembre  del  año  1 4  de  Enrique  ^^^  á 
Raimundo  Seniofredo  dos  libros  de  gramática  por 
precio  de  un  casal  sito  en  el  Cali  de  Barcelona,  y  una 
pieza  de  tierra  sita  en  Mogoria,  y  firmaron  la  escritu- 
ra de  contrato  cuatro  obispos  y  varios  eclesiásticos  de 
dignidad,  con  el  juez  de  Ausona  ^^\  Todos  estos  re- 
quisitos y  formalidades  se  emplearon  para  la  adquisi-* 
cion  de  dos  libros  de  gramática. 

¿Pero  era  solo  en  España^  donde  se  padecia  esta 
escasez  de  elementos  de  instrucción?  General  era  y 
acaso  mayor  en  otros  paises  de  Europa  á  pesar  de  ha- 
llarse en  circunstancias  menos  desfavorables  que  el 
nuestro.  Un  ejemplar  de  las  Homilías  de  Haimon  obis- 
po de  Halberstad ,  costó  á  la  condesa  de  Anjou  dos- 
cientos carneros,  cinco  cuarteras  de  trigo  y  otras  tan- 


(4)    Qae  corresponde  al  1044.  lugar  de  la  era  qae  regia  en  el  re»- 

•»£n  Cataluña  siguieron  por  mu-  to  de  España, 
cbísímo  tiempo  rigiéndose  en  su       (2)    Pergamino,  n.  75  del  8.® 

sistema  cronológico  por  los  reina-  conde  de  Barcelona  don  Ramón 

dos  de  los  reyes  de  Francia,* en  Berenguer  I. 


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PAETB  II.   LIBRO   I.  341 

tas  de  centeno  y  de  mijo  ^*K  Cuando  se  regalaba  algún 
libro  á  alguna  iglesia  ó  monasterio ,  el  donador  le 
ofrecia  en  persona  delante  del  altar  por  el  remedio  de 
su  alma  ^^^  Motivábalo  en  gran  parte  la  falta  de  ma« 
teríales  en  que  escribir.  Escribíase  solo  en  pergami- 
no, y  era  muy  común  tener  que  borrar  un  libro  de 
Tito  Livio  ó  de  Tácito  para  reemplazarle  con  la  vida 
de  un  santo  ó  con  las  oraciones  de  un  misal.  Reme- 
dióse mucho  este  mal  en  el  siglo  XI.  con  la  invención 
del  papel  debida  á  los  árabes,  que  favoreció  extraor- 
dinariamente el  estudio  de  las  ciencias  con  la  multi- 
plicación de  los  manuscritos. 

Asi  no  es  maravilla  que  el  clero"  español  fuese 
poco  ilustrado:  y  á  pesar  de  todo  éralo  mas  que  el 
de  otras  partes.  Lamentábase  Alfredo  el  Grande  de 
que  desde  el  río  Humber  hasta  el  Támesis  no  se  en- 
contrase un  sacerdote  que  entendiese  la  liturgia  Qn  su 
idioma  natural,  ó  que  fuese  capaz  de  traducir  el  mas 
fácil  trozo  de  latin.  Entre  las  preguntas  que  los  ca- 
ñones prescribían  hacer  á  los  que  aspiraban  á  ser  or- 
denados ,  era  una  si  sabían  leer  el  evangelio  y  las 
epístolas,  y  si  á  lo  menos  literalmente  podían  expo- 
ner su  sentido;  y  muchos  eclesiásticos  constituidos  en 
dignidad  no  pudieron  firmar  los  cánones  de  los  con- 
cilios á  que  asistían  como  miembros  ^^K  General  era  la 
ignorancia  entre  los  legos  de  mas  alta  gerarquía :  y 

(4)    Uist.  lit.  de  France,  par       (3)    Nouveau  Traite  de  Diplo- 
de»  relie,  benedict.  tom.  7,  p.  3.    mal.  yol  2. 
(9)    Mural,  vol.  3.  p.  836. 


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342  HISTOIU    DB    ISPAKa. 

en  esa  Francia,  después  tan  ilustrada ,  se  cita,  ya  en 
el  siglo  XIYm  el  ejemplo  del  gran  condestable  Du- 
guesclin ,  uno  de  los  mas  ilustres  personages  de  su 
época,  que  no  sabia  leer  ni  escribir  ^*K  La  irrupción  de 
la  milicia  de  Gluni  en  España,  de  esa  milicia  que  pro- 
ducía los  varones  mas  doctos  de  su  tiempo ,  fué  favo- 
rable bajo  el  aspecto  literario  al  clero  españoU  si  bien 
parecía  llevar  en  ello  la  doble  mira  de  monopolizar 
las  letras  en  el  clero  y  de  convertirla  España  en  una 
nación  puramente  teocrática,  pues  á  muy  poco  vemos 
al  obispo  Diego  Gelmirez  en  un  concilio  de  Santiago 
prohibir  que  los  clérigos  ensenasen  á.los  legos  ^^K 

En  cuanto  á  la  grosería  y  corrupción  de  costum- 
bres, no  negaremos  que  fuese  lamentable  la  de  una 
gran  par,te  de  nuestro  clero,  á  juzgar  por  las  medidas 
que  para  corregirla  se  tomaron  en  los  concilios  de 
Goyanza,  Jaca,  Gerona  y  otros  de  este  siglo.  Duélenos 
leer  en  la  Historia  Gompostelana  que  los  canónigos 
de  la  iglesia  de  Santiago  avivían  como  animales  ,  y 
se  presentaban  en  coro  sin  cortarse  jamás  las  barbas, 
con  capas  rolas  y  cada  una  de  su  color ,  habiendo  tal 
desorden,  que  mientras  unos  canónigos  comian  con 
la  mayor  esplendidez  otros  se  morían  de  hambre.» 
¿Pero  eran  mas  cultos  ó  menos  corrompidos  los  ecle^ 


[\)    Saiale-Pelaye,   Mem.  sur  de  Robertson  á  la  Hist.  de  Gár- 

TaDC.  chev.  los  V. 

Puede  verse  sobre  este  asunlo  (2)    Aguirre,  Collect.  max.  coa» 

toda  la  nota  X  del  discurso  prelim.  cil.  tom.  III. 


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PAITB  II.  LIBRO  1.  343 

siásticos  del  resto  de  Europa?  Desconsuela  leer  los  es- 
critos deBaroDÍo  y  de  Pedro  Damiauo,  y  los  cuadros 
de  desmoralízacioQ  que  en  ellos  nos  presentan.  Rather, 
arzobispo  de  Yerona,  que  habiendo  congregado  un 
concilio  bailó  que  muchos  de  los  asistentes  ni  aun  sa- 
bian  el  Credo ,  declamaba  enérgicamente  contra  el 
clero  de  Italia,  que  «excitaba  con  el  vino  y  los  ali- 
mentos sus  apetitos  lividinosos.»  El  bienaventurado 
Andrés,  abad  de  Vallombrosa,  exclamaba:  <(EI  mi- 
nisterio eclesiástico  estaba  seducido  por  tantos  erro- 
res, que  apenas  se  hallaba  un  sacerdote  en  su  igle- 
sia: corriendo  los  eclesiásticos  por  aquellas  comarcas 
con  gavilanes  y  perros»  perdian  su  tiempo  en  la  caza; 
unos  tenian  tabernas,  otros  eran  usureros :  todos  pa* 
saban  escandalosamente  su  vida  con  meretrices:  todos 
estaban  gangrenados  de  simonía  hasta  tal  estremo, 
que  ninguna  categoría ,  ningún  puesto  desde  el  mas 
ínfimo  hasta  el  mas  elevado  podía  ser  obtenido,  si  no 
se  compraba  del  mismo  modo  que  se  compra  el  ga- 
nado. Los  pastores,  á  quienes  hubiera  correspondido 
poner  remedio  á  esta  corrupción,  eran  hambrientos 
lobos  ^^^»  «Tienen  hambre  de  oro,  exclama  Pedro 
Damlano  hablando  de  los  prelados...  (^^»  Pero  no  re- 
cargaremos mas  este  cuadro,  y  solo  diremos  con  un 
erudito  escritor  de  nuestros  días  •  «Tanta  deprava- 
ción atestiguan  las  crónicas,  las  invectivas  de  los  hom- 

(1)  Ap.  Purioellí  de  San  Aríaldo,  U. 

(2)  Op.  XXXLc.  69. 


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344  HISTORIA   DB    BSPaKa. 

bres  honrados  y  de  los  concilios,  que  en  esto  misma 
se  ve  una  prueba  mas  de  la  ínstiUicion  divina  de  la 
iglesia ,  pues  si  hubiera  sido  una  institución  humana, 
de  cierto  hubiera  sucumbido  ^^^» 

Infiérese  de, todo,  que  el  clero  español  en  e^ie  si- 
glo, en  medio  del  estado  de  perturbación  en  que  se 
hallaba  la  España,  y  á  pesar  de  sus  desarreglos  par- 
ciales, era  el  menos  corrompido  y  acaso  el  menos  ig- 
norante de  Europa. 

V.  Difícil  es  siempre  reducir  á  un  cuadro  las 
costumbres  públicas  que  retratan  ó  constituyen  la 
fisonomía  de  un  pueblo  y  de  un  período,  y  mas  de 
una  época  de  que  quédate  tan  escasos  documentos. 
Indicaremos  no  obstante  algunas  de  ellas. 

El  espíritu  caballeresco   toma  gran  desarrollo  en 
este  siglo.  Aunque  mezclados  muchos  hechos  con  las 
fábulas  introducidas  por  los  romances;  aunque  con- 
temos entre  las  invenciones  el  reto  del  príncipe  don 
Ramiro  de  Navarra  á  todos  sus  hermanos  por  defen- 
der el  honor  de  su  madre  acusada  de  adulterio;  el 
de  don  Diego  Ordoñez  de  Lara  á  don  Arias  Gonzalo  y 
á  sus  hijos  y  á  todos  los  za  mora  nos,  y  como  dice  la 
crónica  general,  «á  los  grandes  como  á  los  pequeños» 
<é  al  vivo,  é  al  que  es  por  nascer,  asi  como  al  que  es 
<cnascido,  é  á  las  aguas  que  bebieren,  é  á  los  paños  que 
ccvestieren,  é  aun  á  las  piedras  del  muro;»  el  del  Cid 
con  el  caballero  aragonés  Martin  Gómez  por  la  pose- 

(0    César  Cantú,  Hist.  Univ.  épooa  X. 


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PARTB  II.  LIBRO  !•  345 

sioD  de  Calahorra,  y  otros  semejaDtes  que  se  le  atri- 
buyen  y  de  que  está  llena  la  historia  romancesca  de 
este  siglo,  encuéntranse  en  él  tipos,  ^ rasgos  y  accio- 
nes caballerescas  en  abundancia ,  asi  en  Castilla  como 
en  Aragón  y  Cataluña  y  en  todos  los  estados  cristia- 
nos. El  caballero  castellano  que  retó  solemnemente 
á  los  moros  del  ejército  de  Almanzor ,  Gonzalo  de 
Lara  el  vengador  de  sus  hermanos,  el  conde  Armen- 
gol  de  Urgel,  el  mismo  Cid,  que  aun  despojado  de  los 
arreos  con  que  le  revistiera  después  la  fábula,  se  pre- 
sentaba ya  como  el  genio  y  tipo  de  la  caballería,  da- 
ban ya  á  esta  época  aquel  tinte  que  babia  de  distin- 
guir el  carácter  español  en  los  siglos  sucesivos  de  la 
edad  media. 

De  que  no  era  el  combate  personal  usado'  tan  so- 
lamente como  lance  de  honor ,  sino  también  como 
prueba  jurídica ,  hemos  presentado  ya  hartos  testi- 
monios, y  ése  no  obstante  en  el  siglo  XI.  comenzar  la 
lucha  entre  una  costumbre  generalizada  y  el  conven- 
cimiento de  su  monstruosidad.  Pues  por  una  parte  la 
cuestión  de  los  oBcios  gótico  y  romano  se  remite  de 
público  á  la  prueba  del  duelo ,  y  el  antiguo  fuero  de 
Sahagun  prescribe  la  lid  para  que  los  acusados  de 
homicidio  oculto  pudiesen  justificarse  con  esta  prueba: 
por  otra  don  Alfonso  YL  liberta  al  clero  de  Astorga 
de  esta  prueba  judicial  coma  de  un  mal  fuero ;  el  de 
Sepúlveda  exime  á  sus  habitantes  de  la  prueba  de  ba- 
talla ,  y*  en  el  de  Jaca  se  manda  que  no  estén  oblí- 


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346  H18T011A  DB  BSPAÍÍA. 

gados  al  duelo  sino  de  coDseQtimieDto  de  las  partes, 
y  precediendo  para  los  desafios  con  personas  de  fuera 
el  conseQtimieDto  déla  ciudad.  Asi  nuestros  monarcas» 
si  no  quisieron  ó  no  pudieron  desterrar  de  la  sociedad 
este  abuso  monstruoso,  procuraron  por  lo  menos  con- 
tenerle ,  sujetando  los  duelos «  lides  ,  rieptos  y  desa- 
fios á  un  prolijo  formulario,  estableciendo  leyes  opor- 
tunas para  precaver  la  frecuencia  y  evitar  el  furor  y 
crueldad  con  que  antes  se  practicaban. 

Otro  tanto  decimos  de  las  demás  pruebas  llama- 
das vulgares,  tales  como  la  caldaria ,  ó  -del  agua  hir- ' 
viendo  y  la  del  fuego  ó  hierro  encendido.  Horroriza 
leer  el  difuso  ceremonial  de  este  género  de  pruebas 
en  el  antiguo  libro  de  fueros  de  San  Juan  de  la  Peña. 

«El  agua,  dice,  debe  ser  fervient et  sea  tanta 

«en  la  caldera  que  él  pueda  cobrir  al  que  ha  de  sa« 
«car  las  gleras  de  la  muineca  de  la  mano  fata  la 
<y untura  del  cobdo;  pues  que  hobiere  sacado  las  gle- 
«ras  el  acusado,  átenle  la  mano  con  un  paino  de  lino 
«que  sean  la^  dos  partes  del  cobdo.  Et  sea  atado  en  la 
«mano  con  que  sacó  las  gleras  en  IX  dias,  et  seyei- 
«líenle  la  mano  en  el  nudo  de  la  cuerda  con  que  está 
«atado  con  seello  sabido ,  en  manera  que  no  se  suel- 
«te  fata  que  Jos  fieles  lo  suelten.  Acabo  de  IX  dias  lo^ 
«fieles  cátenle  la  mano,  et  si  le  fallairen  quemadura 
«p^che  la  pérdida  con  las  calonias.  Et  es  á  saber  que 
«en  el  fuego  con  el'que  se  ha  de  calentar  el  agoa  en 
«que  meten  las  gleras ,  deben  haber  de  los  ramos 


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PARTB  II.  LIB&O  I.  347 

«que  soD  benedichos  en  el  dia  de  Ramos  eo  la  egle- 
«sia  ^^Kj>  «Muger  que  á  sabiendas  fijo  abortare,  decía 
«el  Fuero  do  Plasencia,  quémenla  viva  si  manifiesto 
«fore,  si  non  sálvese  por  fierro. i>  aCausa  ciertamente 
admiración,  dice  con  justicia  á  este  propósito  uno 
de  nuestros  mas  sabios  jurisconsultos,  cómo  nuestros 
mayores  pudieron  consentir  que  los  intereses,  fortu- 
na, honor,  y  vida  de  los  hombres  pendiese  de  cosas 
tan  casuales  y  tan  inconexas  con  la  inocencia  y  con 
el  crimen  como  las  pruebas  llamadas  comunmente 
vulgares.»  Ya  hemos  dicho  las  causas,  y  por  fortuna 
también  se  iba  conociendo  la  monstruosidad  y  ponien- 
do el  remedio. 

Conócese  que  el  juramento  era  muy  sagrado  y 
respetado  en  aquel  tiempo,  y  el  perjurio  uno  de  los 
delitos  que  se  miraba  con  mas  hoiTor.  Imponíase  en- 
tre otras  penas  á  los  testigos  falsos  la  de  destruir  sus 
casas  hasta  los  cimientos,  y  la  espiritual  y  terrible  de 
la  excomunión/'^  Y  si  las  leyes  son  el  reflejo  de  las 
costumbres  generales  de  un  pueblo,  las  noticias  que 
de  la  legislación  conciliar  y  foral  hemos  apuntado  no 
dejan  de  dar  luz  sobre  el  estado  social  y  moral  de  la 
España  de  aquel  siglo.  Podemos  no  obstante  añadir, 
que  si  es  cierto,  cotnono  duda  afirmarlo  el  cronista  don 
Pelayo  de  Oviedo,,  que  en  los  últimos  años  de  Alfon- 
so VI.  de  Castilla  podia  una  muger  cruzar  sola  de  un 

H)    Al  fol.  83.  De  traber  Rieras  de  la  culdera. 
,     [1)    Cao.  49.  del  GoDcil.  de  León. 


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348  HISTORIA  DEIBSPAfÍA.. 

estremo  á  otro  de  España  cod  el  oro  en  la  mano  sin 
temor  de  ser  robada,  ÍDquietada  ni  ofendida,  do  ha- 
bía sido  iooporluQo  el  derecho  penal  ni  infructuosa  su 
aplicación,  al  menos  en  cuanto  á  la  seguridad  de  las 
personas  y  de  las  propiedades,  moralización  prodi- 
giosa en  una  época  en  que  el  continuo  guer- 
rear parecía  deberla  traerlo  todo  en  turbación  y  de- 
sorden. 

La  alta  idea  que  sé  tenia  del  matrimonio  hacia 
que  se  mirara  un  día  de  boda  como  de  júbilo  para  el 
pueblo,  y  las  leyes  mismas  establecian  severas  penas 
contra  los  perturbadores  de  la  pública  alegría,  y 
principalmente  contra  los  que  en  tales  días  Injuriasen 
á  los  desposados.  Los  juegos  con  que  se  festejaban 
solían  ser  ya  las  danzas,  las  justas  y  torneos  ^^K  Y  en- 
tre las  formalidades  de  los  matrimonios,  figuraba 
siempre  la  trasmisión  de  arras,  ceremonia  que  ha- 
llamos solemnemente  practicada  en  los  contratos  ma- 
trimoniales de  Sancho  eí  Mayor  de  Navarra,  de  Ro- 
drigo Díaz  el  Cid,  de  Ansur  Gómez  y  de  otros  caba- 
lleros castellanos,  navarros  y  catalanes. 


(4)    El  P.  Fr.  Luis  de  Ariz  oo  su  con  sos  moras.  Suceso  que  maní- 

historia  de  Avila  ,  describe  las  fiesta  lo  admitida  qpe  estaba  ya 

fiestas  que  en  4 107  hubo  en  aqoe-  esta  clase  de  fiestas  populares,  la 

lia  ciudad  cod  motivo  de  las  bodas  mezcla  de  Árabes  y  cristianos  en 

de  Blasco  Muñoz  con  Sancha  Diaz,  los  regocijos  públicos,  y  la  modifi- 

y  dice  que  hubo  en  ellas  corridas  cacion  que  en  esta  parte  hablan 

de  toros  ,   torneos  y  bofardeos,  ido.  sufriendo  las  costumbres,  á 

añadiendo  que  la  infanta  doña  Ur-  que  debió   contribuir    mucho  el 

rica  danzó  con  el  gallardo  moro  ejemplo  del  enlace  de  Alfonso  VI. 

Fermín  Hiaya  á  la  usanza  de  la  con  la  mora  Zaida,  la  hija  de  Ebn 

morería;  y  los  demás  cada  cual  Abed  de  Sevilla. 


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PARTB  II.  LIBRO  I.  349 

»  No  damos  mas  estensioD  á  esta  ligera  reseña  del 
estado  social  de  la  España  crisliaDa,  asi  por  la  escasez 
de  los  documeDtos  de  este  tiempo,  como  porque  la 
variación  misma'  que  mas  adelante  con  mas  copia  de 
datos  iremos  notando,  nos  habrá  de  informar  mejor  de 
lo  que  existia,  por  la  mudanza  do  lo  que  en  lo  ecle- 
siástico, en  lo  político,  en  lo  civil  y  en  lo  moral  es*- 
perimentaron  los  reinos  cristianos  desde  los  fueros, 
desde  la  alteración  del  rito ,  y  desde  la  conquista  de 
Toledo. 


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PARTE  SEGUNDA. 

BDADMEDIA. 

LIBRO  II. 
CAPITULO  I. 

ALFONSO   VI. — LOS   ALMORÁVIDES. 

»e  1086  é  4094. 

Apurada  situación  de  los  musulmanes.— DesaTiéneDse  el  rey  Alfonso 
y  el  rey  árabe  de  Sevilla. — Arrogante  y  agria  correspondencia  que  ' 
medió  entre  los  dos.— El  de  Sevilla  y  los  demás  reyes  mahometanos 
de  España  llaman  en  su  auxilio  ¿  loa  almorávides  de  África.— Quié- 
nes eran  los  almorávides.— Retrato  de  su  rey  Tussuf  ben  Tachfin, 
fundador  y  emperador  de  Marruecos.— Vienen  los  almorávides  á 
España:  nueva  y  formidable  irrupción  do  mahometanos:  úñense  con 
Jos  musolmanes  españolea.— Salen  á  combatirlos  Alfonse  y  los  de- 
más príncipes  cristianos.— Célebre  batalla  de  Zalaes:  solemne  der- 
rota y  horrible  mortandad  del  ejército  cristiano:  logra  salvarse  el 
rey  Alfonso  y  se  refugia  en  Toledo. — Ausencia  de  Tussuf. — ^Reanf- 
manae  los  cristianos.— Resuelve  Tosauf  hacerse  dueño  de  toda  la  Es- 
paña musulmana.— Apodéranse  los  almorávides  sucesivamente  de 
Granada,  Córdoba,  Sevilla,  Almoria,  Valencia,  Badajoz  y  las  Balea- 
res.—Desastrosa  suerte  de  los  emires  de  estas  ciudades.— Conside* 
raekmes  con  el  de  Zaragoza.— Dominan  los  almorávides  en  España. 

Parecía  que  con  la  disolucioQ  del  imperio  om-* 
miada ,  con  las  ventajas  que  en  todas  parles  las  ar- 


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352  HISTO&IA  DB  BSPAftA. 

mas  cristianas  habian  obtenido,  y  con  el  desconcierto, 
los  disturbios^  las  guerras  que  los  reyezuelos  musul- 
manes tenian  entre  si/  debería  haberse  decidido  en 
favor  de  España  la  gran  lucha  entre  los  dos  pueblos 
y  las  dos  creencias  que  se  disputaban  su  señorío.  Y 
hubiera  sucedido  asi,  si  por  una  parte  el  común  peligro 
no  hubiera  inspirado  á  los  mahometanos  el  pensa- 
miento de  apelar  como  en  otra  ocasión  ,  á  un  reme- 
dio heroico,  y  si  por  otra  parte  no  hubieran  tenido 
una  África  á  que  acudir,  sumillero  inagotable  de  ene- 
migos del  pueblo  español  y  del  nombre  cristiano  ,.  y 
á  la  cual  volvían  los  ojos  en  sus  mayores  conflictos  y 
tribulaciones. 

Pesábale  ya  al  mismo  Ebn  Abed  de  Sevilla  haber 
contribuido  tanto  con  sus  alianzas  al  engrandecimiento 
del  poder  de  Alfonso.  Advertíanselo  también  las  sen- 
tidas quejas  y  murmuraciones  que  llegaban  á  sus  oí- 
dos y  el  disgusto  general  de  los  musulmanes.  Meditó 
pues,  á  pesar  de  los  lazos  que  con  él  le  unian ,  cómo 
cooperar  á  abatir  al  orgulloso  cristiano,  que  dueño 
de  Toledo,  y  después  de  haber  corrido  y  devastado 
los  emiratos  de  Zaragoza  y  Badajoz,  tuvo  el  atrevi- 
miento de  penetrar  con  un  cuerpo  de  caballería  por 
tierras  del  de  Sevilla  con  pretesto  de  protegerle  con- 
tra sus  rivales  de  la  costa  meridional,  y  avanzando 
hasta  Tarifa  metió  su  caballo  hiasta  el  pecho  en  las 
aguas  del  mar  como  en  otro  tiempo  Okba,  y  exclamó: 
«|He  llegado  á  los  últimos  términos  de  la  tierra  de 


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PARTB  11.  LIBRO  U*  3S3 

Andalucía!»  Y  regresó'  tranquila  y  orgullosamente  á 
Toledo.  Acabó  de  mortificar  el  amor  propio* de  Ebn 
Abed  aquella  audacia  del  castellano  y  aquella  ines- 
perada aparición  so  color  de  un  auxilio  simulado  y  no 
pedido.  Todavía  sin  embargo  no  estalló  la  oculta  ri- 
validad de  los  dos  monarcas,  hasta  que  con  motivo 
de  haber  apuñalado  los  sevillanos  á  un  judío,  tesorero 
y  privado  del  rey  Alfonso,  que  éste  habia  enviaáo  á 
cobrar  el  tributo  que  le  pagaba  Ebn  Abed,  le  des* 
pacho  el  rey  de  Castilla  nueva  embajada  pidiendo  sa- . 
tisfaccion  del  agravio  y  reclamando  varias  fortalezas 
de  su  reino  que  le  pertenecían.  Arrogante  y  agria  era 
la  carta  que  Alfonso  envió  con  el  mensage;  decía  así: 
«De  parte  del  emperador  y  señor  de  las  dos  le- 
yes y  de  las  dos  naciones,  el  excelente  y  poderoso 
rey  don  Alfonso  hijo  de  Fernando  ^*\  al  rey  Al  Mota- 
mid  Billah  Ebn  Abed  (ilumine  Dios  su  entendimiento 
para  que  se  determine  á  seguir  el  buen  camino):  sa- 
lud y  buena  voluntad  de  parte  de  un  rey  engrande- 
.  cedor  de  sus  reinos  y  amparador  de  sus  pueblos,  cu- 
yos cabellos  han  encanecido  en  el  conocimiento  de  los 

negocios  y  en  el  ejercicio  de  las  armas en 

cuyas  banderas  se  asienta  la  victoria,  que  hace  á 
sus  caballeros  blandir  las  lanzas  con  esforzadas 
manos,   que  hace  ceñir  las   aspadas  en   las  cin- 


(1)    Ed   esta  conreapondencia,  á  Alfonso^  hijo  de  I^Dcho,  cayo 

que  íDserta  Conde  en  los  cap.  49  y  error  copió  Viardot  al  trascribirla 

1 3  de  la  tercera  parte  de  su  Bis-  en  la  nota  4.*  á  so  Historia  de  loa 

toria,  se  llama  embocadamente  árabes  y  moros. 

Tono  IV.  23 


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I 


354  HISTMÍÁ  Di  bsfjJá. 

turas  de  sus  campeadores,  que  hace  vestir  de  luto  las 
esposas*  y  las  hijas  de  los  mosulmanes  y  llenar  vues- 
tras ciudades  de  lamentos'  y  alaridos.  Bien  sabéis  lo 
que  ha  pasado  en  Toledo,  cabeza  de  España,  y  loque 
ha  sucedido  á  sus  moradores  y  á  los  de  su  comarca  eo 
el  cerco  y  entrada  de  la  ciudad  ;  y  que  si  vos  y  los 
vuestros  habéis  escapado  basta  ahora ,  ya  os  llega 
vuestro  plazo,  que  solo  se  ha  diferido  por  mi  volun- 
tad  Y  si  no  mirara  á  los  conciertos  que  hay  entre 

nosotros,  ya  hubiera  invadido  vuestra  tierra  y  eché- 
doos  á  sangre  y  fuego  de  España  sin  dar  lugar  á  de« 
mandas  ni  respuestas,  y  no  habría  entre  nosotros  mas 
embajador  que  el  ruido  y  tropel  de  las  armas ,  y  el 
relinchar  de  los  caballos,  y  el  estruendo  de  los  alam- 
bores y  trompetas  de  batalla > 

Aunque  muchos  vazzires,  en  vista  de  esta  carta 
aconsejaban  al  rey  de  Sevilla  que  viniese  á  un  acó-  - 
modamieoto  coa  Alfonso  y  le  pagara  el  tributo ,  él  le 
contestó  con  otra  no  menos  soberbia  y  altiva ,  conce- 
bida en  estos  términos:  «Del  rey  victorioso  y  grande, 
el  amparado  con  la  misericordia  de  Dios  y  confiado 
en  su  divina  bondad,  Mohammed  Ben  Abed,  al  sober- 
bio enemigo  de  Allah,  Alfonso,  hijo  de  Fernando,  que 
se  intitula  rey  de  reyes  y  señor  de  las  dos  leyes  y  na- 
ciones (quebrante  Dios  sus  vanos  títulos) :  salud  á  los 
que  siguen  el  camino  recto.  En  cuanto  á  llamarte 
señor  de  las  dos  aaciones,  mas  derecho  tienen  los 
muslimes  para  preciarse  de  esosiílulos  que  tú,  por  lo 


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PAETv  11.  uno  u.  36S 

qae  han  poseído  y  poseen  de  las  tierras  de  los  cris* 
tianos,  y  por  la  multUad  de  sus  vasallos  y  riquezas, 
que  nunca  Hegará  á  ser  comparable  tu  poder  con  ^ 
nuestro,  ni  puede  alcanzarlo  toda  tu  ley  y  tus  secua- 
ces... Hasta  ahora  pensábamos  pagarte  tributo,  y  tú 
no  te  contentas  con  él  y  quieres  ocupar  nuestras  ciu-- 
dades  y  ifortalezas:  pero  ¿cómo  no  te  avergüenzas  de 
tales,  peticiones,  y  quieres  que  se  entreguen  á  los  tu- 
yos y  nos  mandas  como  si  fuéramos  tus  vasaUo3?  Mará-* 
víllome  muclio  de  la  manera  con  que  nos  estrechas  á 
que  cumplamos  tu  vana  y  soberbia  voluntad.  Te  has 
envanecido  con  la  conquista  de  Toledo,  sin  mirar  que 
eso  no  lo  debes  á.  tu  poder^  sino  á  la  fuerza  y  volun^ 
tad  divina  que  asi  lo  había  determinado  en  sus  eter- 
nos decretos,  y  en  eso  te  has  engañado  á  tí  mismo  tor- 
pemente. Bien  sabes  que  también  nosotros  tenemos 
armas*  caballos  y  gente  esforzada  que  no  se  asusta 
«del  estruendo  de  las  batallas,  ni  vuelve  el  rostVo  á  la 
horrorosa  muerte,  y  que  metidos  en  la  pele^  nuestros 
caballeros  saben  salir  de  ella  «lirosos.  Nuestros  caudillos 
saben  ordenar  las  haces,  guiar  los  escuadrones,  ar- 
mar celadas,  y  no  temen  entrar  por  entre  los  filos  de 
vuestras  espadas,  ni  los  estremecen  las  lanzas  ases- 
tadas á  sus  pechos.  Sabemos  dormir  en  la  dura  tierra 
sobre  el  albornoz,  rondar  y  hacer  la  vela  de  la  no- 
che...  y  porque  veas  que  es  asi  como  te  lo  digo,  ya 
te  tienen  preparada  la  respuesta  á  tu  demanda,  y  de 
común  acuerdo  te  esperan  con  sus' al  fangos  limpios  y^ 


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356  HIATOEU  DB  ESfkHk. 

acerados  y  con  sus  gruesas  y  agudas  lanzas. •••  Es 
verdad  que  hubo  entre  nosotros  conciertos  y  capitula- 
ciones para  que  no  moviésemos  nuestras  sírmas  el  nno 
contra  el  otro,  porqne  yo  no  ayudase  á  los  de  Toledo 
con  mis  fuerzas  y  consejo,  de  lo  que  pido  perdón  á 
Dios,  y  de  no  haberme  opuesto  antes  á  tus  intentos 
y  conquistas,  aunque  gracias  á  Dios  toda  la  pena  de 
nuestra  culpa  consiste  en  las  palabras  vanas  con  que 
nos  insultas:  pero  como  estas  no  acaban  la  vida,  con- 
fio en  Dios  i^ue  con  su  ayoda  me  amparará  contra  ti, 
y  sin  tardanza  verás  entrar  mis  tropas  por  tus  tier- 
ras  ^% 

Después  de  estas  cartas  era  imposible  ya  tod6 
acomodamiento,  y  ambos  se  prepararon  á  la  guerra. 
£1  de  Sevilla  llamó  á  su  hijo  Raschid  y  le  comunicó  el 
pensamiento  de  implorar  el  auxilio  de  los  Almorávides 
de  Arríca  contra  el  poderoso  rey  de  Toledo.  Disuadió- 
selo  el  príncipe  diciéndole  que  si  tal  hacía,  aquellos 


(1)    Dice  el  attlor  arábigo,  que  en  vereo  le  anadia  lo  sisuieate: 
Abatimienlo  de  animo  y  vileía 
En  generoao  pecho  no  se  anida, 

El  miedo  es  torpe  y  vil,  de  vil  canalla        , 
Es  ei  pavor,  y  si  por  mal  nn  dia 
Parias  forzadas  te  ofrecí,  no  esperas 
Bn  adelante  sino  para  guerra. 
Cruda  batalla,  sanguinoso  asalto, 
De  noche  y  dia  sin  cesar  un  punto, 
Talas,  desolación  á  sangre  y  fuego. 


Ármate,  pues,  prevente  á  la  batalla, 
Que  con  baldón  te  reto  y  desaOo. 


Traduc.  de  Conde,  Part.IU.  c.  43. 


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PAETBll.  LIBEOII.  367 

bárbaros  acabartaa  por  arrojarlos  de  su  patria.  Obs- 
tinóse en  ello  el  padre  y  le  replicó:  «Prerer iré,  hijo 
mió,  guardar  los  camellos  del  rey  de  Marruecos  á 
ser  tributario  y  vasallo  de  estos  perros  cristianos. — 
Pues  hágase,  contestó  Rascbid,  lo  qne  Dios  te  inspi- 
re.» Entonces  el  rey  de  Sevilla,  tan  arrogante  con 
Alfonso,  escribió  al  geré  de  los  Almorávides  de  África 
la  siguiente  humilde  carta,  en  que  se  pinta  bien  el 
abatimiento  á  que  habían  venido  los  mahometanos 
españoles:  «A  la  presencia  del  príncipe  de  los  mu- 
«sulmanes»  amparador  dé  la  fé,  propagador  de  la  ver- 
«dadora  secta  del  califa,  al  imán  d&  los  musUmes^y  rey 
cde  los  fieles  Abu  YacobYussuf  beaTachfin,el  (noli- 
«to  y  engrandecido  con  la  grandeza  de  sus  nobles, 
calabador  de  la  magostad  divina,  y  de  la  potencia  del 
«Altísimo,  venerador  de  Dios  y  del  cielo;  que  no  se 
«envanece  de  su  honra  y  grandeza,  salud  cnmplida 
tde  Dios,  como  conviene  á  tu  soberana  y  alta  perso- 
4na,  con  la  misericordia  de. Díob  y  su  bendición.  Te 
«envia  la  presente  el  que  abandonándolo  todo  se  di- 
«rige  á  tu  generosa  magostad  desde  Medina-Sevilla 
«en  el  Interlunio  de  Giumada  primera  del  año  479 
«(1 086),  persuadido,  oh  rey  de  los  muslimes,  de  que 
«Dios  se  sirve  de  tí  para  ensalzar  y  sostener  su  ley. 
«Los  árabes  de  Andalucía  no  conservamos  en  España 
«separadas  nuestras  kabílas  ilustres,  sino  mezcladas 
«unas  con  otras,  de  suerte  que  nuestras  generaciones 
«y  familias  poca  ó  ninguna  comunicación  tienen  con 


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358  iusToau  db  bspaKa. 

«nuestras  kabilas  que  moran  en  África:  y  esta  Taita  de 
«qnioQ  ha  dividido  también  nuestros  intereses,  y  de 
€la  desunión  procedió  ia  discordia,  y  apartamiento,  y 
«la  fuerza  del  estado  se  debilitó,  y  prevalecen  contra 
«nosotros  nuestros  naturales  enemigos,  y  estamos  en 
«tal  estado  que  no  tenemos  quien  nos  ayude  y  varga 
«sino  quien  nos  baldone  y  destruya;  siendo  cad^  dia 
«mas  insufrible  el  encono  y  rabia  del  rey  Alfonso,  que 
«como  perro  rabioso  con  sus  gentes  nos  entra  las  tiér- 
«ras,  conquista  las  fortalezas,  cautiva  los  muslimes  y 
«nos  atrepella  y  pisa  sin  que  ningún  emir  de  España 

«se  haya  levantado  á  defender  á  los  oprimidos 

«que  ya  no  son  los  que  solian,  pues  el  regalo,  elsua- 
«ve  ambiente  de  Andalucía,  los  recreos',  los  delicados 
«baños  de  aguas  olorosas,  las  frescas  fuentes  y  esqui- 
«sitos  manjares  los  han  epQaquecido  y  han  sido  causa 
«de  que  teman  entrar  en  guerra  y  padecer  fatigas. ... 
«asi  es  que  ya  no  osamos  alzar  cabeza;  y  pues  vos, 
«señor^  sois  el  descendiente  de  Homair,  nuestro  pre- 
«decesor,  dueño  poderoso  de  los  pueblos  y  dilatadas 
«regionest  á  vos  acudo  y  corro  con  entera  esperanza, 
«pidiendo  á  Dios^y  á  vos  amparo,  suplicándoos  que 
«sin  tardanza  paséis  á  España  para  pelear  contra  este 
«enemigo,  que  infiel  y  pérfido  se  levanta  <3ontra 
«nosotros  procurando  destruir  nuestra  -  ley.  Ve- 
«nid  pronto  y  suscitad  en  Andalucía  el  celo  del  ca- 

«mino  de  Dios que  no  hay  fuerza  ni  poder  sino 

«en  Dios  alto  y  poderoso,   cuya  salud  y  divina  mi* 


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PAKTB  11.  LIBIO  IK  359 

«sericordía  y   bendición  sea  con  vuestra  alteza.» 
Juntó  ademas  eñ  Sevilla  una  asamblea  de  lo;  je- 
ques, cadíes  y  príncipes  mas  amenazados  del  poder  de 
Alfonso,  y  les  espaso  la  necesidad  de  llamar  con  or- 
gencia  al  principe  de  los  morabitas  de  África  para  que 
viniera  á  ayudarlos  en  su  santa  empresa.  Todos  con- 
vinieron en  ello,  á  escepcion  de  Abdallah  ben  Yussuf, 
gobernador  de  Málaga,  que  tuvo  el  valor  de  oponerse 
al  común  dictamen  en  un  vigoroso  discurso  que  con- 
cluía: «Unios  y  venceréis.  No  sufráis  que  {os  habitan- 
«tes  de  los  abráisados  arenales  de  África  vengan  á 
c  posarse  sobre  nuestras  tierras  como  enjambres  de  de- 
«cvoradoras  langostas,  y  á  pasear  sus  camellos  por  los 
«deliciosos  campos  de  n,uestra  Andalucía.»  En   mal 
hora  hizo  tan  patriótica  exhortación  el  previsor  walf. 
Irritáronse  todos  contra  él,  llamáronle   mal  musul- 
.  man,  traidor  y  enemigo  de  la  fé,  y  hay  quien  añade 
que  le  condenaron  á  muerte.  Tan  obcecados  estaban 
y  tan  abatidos  se  veian  aquellos-prócéres  del  islamis- 
mo, tan  soberbios  en  otro  tiempo.  Decretóse  pues  en- 
viar un  mensage  de  llamamiento  al  príncipe  de  los 
Almorávides  de  África,  como  allá  en   756  en  uoa 
asamblea  de  la  misma  índole  se  habia  decretado  otro 
igual  para  llamar  al  príncipe  Abderrahmsin  el  Bení- 
Omeya.  Omar  ben  Alafihas  el  de  Badajoz,  que  ya  an-  . 
tes  habia  escrito  por  sí  al  rey  Yussuf  ben  Tachfin  una' 
carta  en  que  le  pintaba  con  tristes  colores  la  situación 
apurada  y  angustiosa  de  los  musulmanes  españoles. 


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860  HI8T0EU    DB    B8PASa« 

fué  el  encargado  de  redactar  elpeosage,  que  los  em- 
bajadores nombrados  habían  de  llevar  personalmente. 
Era  el  principio  del  año  1 086.  Mas  antes  de  anunciar 
su  resultado,  digamos  quiénes  eran  esos  poderosos 
estrangeros  que  los  árabes  de  España  llamaban  en  su 
ayuda. 

.  Un  historiador  moderno  ha  compendiado  las  no- 
ticias que  acerca  del  origen  y  progresos  de  aquellas 
gentes  pueden  interesarnos  para  la  inteligencia  de 
nuestra  historia  ^^\  «Mientras  que  asi  destrozaban  las 
discordias  intestinas  la  España  árabe»  levantábase  del 
otro  lado  de  la  cadena  del  Atlas,  en  los  desiertos  de 
la  antigua  Gelulia,  un  hombre  que  había  de  recons- 
tituir un  dia  y  dar  unidad  á  los  elementos  entonces 
disidentes  de  la  dominación  musulmana,  asi  en  Es- 
paña coíuo  en  África»  y  apuntalar  con  su  mano  po- 
derosa el  bamboleante  edificio  de^sq  imperio.  Este 
hombre  era  el  berberiscoYussufbenTachfin,  déla  tri- 
bu de  Zanaga.  Los  lamtunas,  fracción  de  esta  gran 
tribu»  ^  la  cual  pertenecía  Yussuf»  bien  que  hubieran 
aceptado  con  los  primeros  conquistadores  la  religión 
del  Islam,  habían  quedado  casi  del  todo  estraños  á  la 
inteligencia  de  su  moral  y  de  sus  dogmas,  cuando 
llegó  entre  ellos  Abdallah  ben  Yasidí,  morabíla  de 
Sñz,  afamado  por  su  ciencia  y  su  santidad  (41 4  de  la 

(4)  Ro8eewSaínt-Hilaíre,queá  llena  con  los  antecodeotes  de  loi 
to  vei  las  ha  lomado  de  Walsin  Almoravidos  cerca  de  cincuenta 
Eaterhaz?.  Conde  destina  á  esto  largas  páginas.— Tussuf  es  el  Ja- 
iras capítulos  enteros,  y  Romey  zefde  Conde»  y  elYusofdeDozy. 


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PARTB  II.  LIBRO  tí.  364 

begira,  4026  de  J.  C).  Abdallah,  hombre  entendida 
y  hábil,  esplicando  los  preceptos  de  una  religioa  qae 
prescríbia  el  proselilismo  por  la  conquista,  despertó' 
fácilmente  el  instinto  guerrero  de  aquellas  incultas  y 
groseras  poblaciones,  y  esplotando  mañosamente  el 
entustomo  que  en  ellas  habia  producido  una  fé  vivi- 
ficada y  rejuvenecida,  las  lanzó  contra  algunas  tribus 
berberiscas  que  se  habian  mantenido  fieles  á  sns  anti- 
guas creencias.  En  el  fervor  de  una  convicción  nue« 
va,  los  lamtunas  soportaron  con  admirable  constancia 
fatigas  inauditas,  y  alcanzaron  en  sus  ásperas  guari- 
das á  aquellos  montañeses,  á  quienes  forzaron  á  ad- 
mitir la  religión  del  profeta  guerrero,  y  entonces  fué 
cuando  para  recompensar  el  valor  de  que  habian  da- 
do tantas  pruebas  los  llamó  los  hombres  de  Dios  (Al 
morabith),  y  les  profetizó  la  conquista  del  Magreb  so- 
bre los  musulmanes  degenerados. 

cNo  tardó  Abdallah,  aprovechando  el  entusiasmo 
de  los  recién  convertidos,  en  conducirlos  de  la  otra 
partedel  desierto,  y  pasó  con  ellos  el  Atlas.  La  con- 
quista de  Sijilmesa  y  de  todo  el  pais  de  Darah  fué  el 
fruto  de  sus  primeras  victorias;  sentaron  los  vence- 
dores sus  tiendas  en  el  Sahel,  entre  la  montaña  y  el 
.  mar,  en  medio  de  las  llanuras  de  Agmat,  y  ocuparon 
la  pequeña  ciudad  de  este  nombre.  Algún  tiempo 
después  murió  Abdallah,  dejando  á  Abu  Bekr  ben 
Omar  el  cuidado  deilirigir  la  regeneración  religiosa 
que  él  habia  comenzado.  Supo  Abu  Bekr  correspbn* 


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362  niSTOUA  DB  BSPAftA. 

der  á  la  importancia  de  su  difícil  misión  (460  de  la 
hegira»  4068  de  J.  C.)*  Consolidó  su  poder  en  el  pais 
tanto  por  la  dulzura  y  el  ascendiente  de  la  opinión 
4;omo  porcia  fueraa  de  las  armas.  Agmat  se  hizo  el 
centro  á  que  acudian  de  todas  partes  las  poblaciones 
atraídas  por  la  reputación  de  la  justicia  y  por  la  fama 
de  la  santidad  de  las  Almorávides.  El  número  de  pro* 
sélitos  se  hizo  tan  considerable  que  fué  menester  fun* 
dar  una  nueva  ciudad  y  dar  una  capital  al  nuevo  im^ 
perio.  Escogió  para  ello  Ábu  Bekr  una  vasta  y  fértil 
planicie,  llamada  en  el  pais  Eylana.  Mas  en  el  mo^ 
mentó  de  comenzar  á  edificar,  los  lamtunas  que  ha-^ 
bian  quedado  del  otrp  lado  del  Alias,  viéndose  ame- 
nazados por  sus  vecinos»  reclamaron  la  asistencia  de 
sus  jeques,  y  Abu  Bekr,  sacrificando  su  naciente  im- 
perio á  las  exigencias  de  su  antigua  patria,  volvió  á 
tomar  el  camino  del  desierto  dejando  el  cargo  depro- 
seguir  su  obra  á  Yussuf  ben  Tachfin»  que  ya  se  habia 
hecho  conocer  en  las  últimas  guerras  de  los  lamtunas 
contra  los  berberiscos. 

<iYussuf  no  pertenecia  á  las  familias  nobles  de  los 
lamtunas,  y  debió  á  su  solo  mérito  y  á  la  estimación 
de  que  gozaba  entre  los  suyos  el  honor  de  continuar  la 
ardua  misión  de  conquistador  religioso,  bien  qae 
inaugurada  por  Abdallah  y  por  Abu  Bekr.  Nacido  de 
pobre  cuna,  no  podia  aspirar  á  tan  alto  honor.  Su  pa- 
dre era  alfarero,  y  andaba  de  tribu  en  tribu  ven- 
diendo las  obras  de  arcilla,  producto  de  su  industria.)» 


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PAETE  II.  LIBEO  II.  863  . 

Caenta  aquí  el  historíador  como  había  anunciado  el 
horóscopo  á  Yussuf  que  sería  señor  de  un  grande  ¡m* 
perio:  describe  su  carácter  generoso,  emprendedor, 
afiíble  y  digno.  aReunia,  dice,  todas  las  gracias  que 
atraen  á  la  multitud  y  entusiasman  á  las  masas.  Asi  no 
tardó  en  captarse  numerosos  parciales  en  las  pobla- 
ciones de  Agmat.  Para  afirmar  su  autoridad,  que  era 
solo  provisional  y  meditaba  hacer  definitiva,  resolvió 
sancionarla  por  la  gloria  de  las  armas.  Comenzó  pues 
por  llevar  la  guerra  á  algunas  tribus  árabes  de  la  co- 
mardá  no  sometidas  aun,  y  les  dio  la  ley.  Después  de 
este  fácil  triunfo  proyectó  la  invasión  de  la  antigua 
herencia  de  los  Edris  del  reino  de  Fez.  Convocó  todas 

las  tribus  que  reconociansu  autoridad Mas  de 

ochenta  mil  ginetes  armados  respondieron  á  su  lia- 
mamiento.  A  la  cabeza  de  esta  formidable  masa  de 
guerreros  invadió  como  un  huracán  lá  provincia  de 
Fez,  y  se  apoderó  de  la  capital,  después  de  haber  ba« 
tido  cerca  de  ¡a  montaña  de  Onegui,  á  doce  leguasrde 
Hequinez,  ¿  los  descendientes  de  Zeiri  que  mandaban 
alli  con  independencia  de  España.  De  allí  avanzó  á 
TIemcem,  de  donde  arrojó  á  los  Zenetas;  se  hizo  due- 
ño de  toda  la  provincia  de  este  nombre  basta  Argel, 
y  volvió  triunfante  al  pais  de  Agmat  á  comenzar  la 
construcción  de  su  capital  proyectada,  á  la  cual  se  dio 
mas  tarde  el  nombre  de  Marruecos. 

<A  este  tiempo  Abu  Qekr,  sofocados  los  disturbios 
de  los  lamtunas,  regresaba  sobre  el  Tell.  Pronto  tuvo 


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364  RlSTOUl  DB  BSPAÜA. 

conocimiento  de  las  bríllaoles  hazañas  de  Yussuf.  De- 
masiado débil  para  pretender  disputar  con  las  armas 
un  imperio  que  éste  habia  conquistado  casi  entero/ 
cedió  á  la  opinión  y  tuvo  la  prudencia  de  renunciar  á 
todas  sus  pretensiones:  mas.  como  antes  de  partir^  de- 
sease ver  al  feliz  conquistador,  pidióle  una  entrevista 
que  se  verificó  entre  Agmat  y  Fez,  en  un  bosque  que 
se  denominó  después  el.  bosque  de  los  Albornoces, 
porque  Yussuf  tendió  en  el  suelo  su  manto  para  que 
sirviese  de  alfombra  al  que  habia  sido  su  señor.-  Abu 
Békr  le  felicitó  por  sus  victorias,  díjole  que  solo  habia 
dejado  sus  desiertos  por  venir  á  regocijarse  en  las 
glorias  de  su  discípulo,  la  honra  y  el  mas  firme  apoyo 
de  los  Almorávides;  que  en  cuanto  á  él,  su  misión  , 
estaba  cumplida,  y  que  no  deseaba  mas  que  el  re- 
poso de  una  vida  apacible  en  medio  de  los  suyos. 

«Sometidas  las  provincias  del  Magreb,  dueño  de 
Ceuta  y  de  las  ciudades  de  la  costa,  líevó  Yussuf  sus  . 
armas  hacia  Oriente,  haciendo  guerra^  implacable  á 
.  los  árabes  rebeldes  á  su  dominación.  En  vano  los  an- 
tiguos conquistadores  intentaron  rechazar  un  yugo, 
tanto  mas  odioso 'Cuanto  que  se  le  imponían  aquellos 
mismos  á  quienes  sus  mayores  hablan  antes  subyuga- 
do; en  vano  forcejaron  bajo  la  mano  poderosa  del 
berberisco:  no  les  quedó  mas  alternativa  que  ó  do- 
blegarse á  sus  leyes  ó  ir  á  vivir  bajo  la  de  los  callifas 
Fatimitas,  porque  en  breve  las  fronteras  de  Egipto 
fueron  los  solos  términos  de  su  poder.' Apode: ose  de 


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PARTE  II*  LIBRO  II.  366  ^ 

Bugfa  y  (le  Túnez,  hizo  á  sos  príaci(>es  tributaríost  y 
regresó  victorioso  á  so  capital  de  Marruecos,  donde 
se  hizo  proclamar  emir  de  los  musulmanes  y  defensor 
de  la  religión.  (*) .» 

Algunos*escrilores  árabes  hacen  el  siiguiente  re* 
trato  .físico  y  moral  de  Yussuf.  <Era,  dicen,  de  color 
moreno  lustroso,  buena  estatura,  aunque  delgado, 
poca  barba,  voz  clara,  ojos  negros,  cejas  arqueadas^ 
nariz  aguileña,  cabellos  largos:  valeroso  en  la  guer- 
ra, prudente  en  el  gobierno,  en  estremo  liberal»  áns* 
tero  y  grave,  modesto  y  decente  en  el  vestir,  mode- 
rado en  tos  placeres,  afable  éh  sus  maneras  y  en  su 
trató,  jamás  vistió  sino  de  lana,  ni  comia  otra  cosa 
que  pan  de  cebada,  carne  de  camello  y  fleche  de  ca-- 
mella,  aun  en  el  colmo  de  su  grandeza  y  de  su  for- 
tuna, y  en  todo  se  mostraba  digno  del  gran  destino 
que  Dios  le  tenia  deparado.» 

Tal  era  el  hombre  cuyo  auxilio  invocaron  los  mu- 
sulmanes españoles.  Guando  recibió  el  mensage  de 
estos  consultó  á  su  alkatib  lo  que  debería  hacer;  res- 
pondióle aquél  que  mirara  bien  lo  que  hacía  con  pa- 
sar á  España;  «porque  has  de  saber,  oh  emir  de  los 
muslimes,  le  dijo,  que  España  es  como  una  isla  cor- 
tada y  ceñida  de  mar  por  todas  partes;  es  como  uoa 
Qárcel  donde  el  que  entra  difícilmente  vuelve  á  salir, 
y  si  una  vez  pones  allá  los  pies,  no  estará  en  tu  ma« 

(4)  Accedió  á  tomar  este  titulo  cuales,  sin  embargo,  no  pudieroa 
á  instancias  de  todos  los,  jeqaes,  vencer  su  modestia  ni  reducirle  á 
walíeft,  alcaides  y  alkatÍTes,  tos   que  tomara  el  de  califa. 


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366  HISTOIIA    DE  ESPAÑA. 

no  la  vuelta.  1»  A  peaar  de  este  consejo  Yussnf  contes- 
ta á  los  embajadores  y  áAl  Motamid  el  de  Sevilla^ 
que  le  daría  su  ayuda»  pero  que  no  podria  hacerlo  si 
antes  no  ponia  en  su  poder  la  Isla  Verde  (Aigeciras), 
para  poder  entrar  y  salir  de  España  cuando  fuese  su 
voluntad.  Inútilmente  espuso  al  sevillano  su  prudente 
hijo  Raschid  el  peligro  de  acceder  á  la  proposición  de 
Yussuf>  Obcecado  Al  Motamid,  hizo  solemne  dona« 
cion  de  la  plaza  de  Algeciras  al  emperador  do  Mar- 
ruecos para  sí,  sus  hijos  y  descendientes.  Un  .vértigo 
fatal  le  arrastraba  hacia  su  ruina;  y  no  contento  con 
entregarla  llave  desús  dominios  á  su  formidable  alia- 
do, determinó  pasar  á  África  para  informarle  perso- 
nalmente de  su  desesperada  situación.  Encontróle  en- 
tre Ceuta  y  Tánger;  hízole  una  pintura  sombría  de 
la  angustia  en  que  tenia  á  los  muslimes  de  España  la 
pujanza  y  soberbia  del  rey  Alfonso,  y  le  instó  á  que 
no  tardasQ  en  venir  á  socorrerlos.  «Anda,  le  dijo  Yus- 
suf,  toma  luego  á  tu  tierra  y  cuida  de  tus  negocios, 
que  allá  iré  yo,  siDios  quiere,  y  seré  vuestro  caudillo 
y  venceremos:  yo  iré  en  pos  dé  tí.»  Volvióse  Ebn 
Abed  á  España,  y  Yussuf  entró  en  Ceuta,  y  previ-» 
niendo  sus  naves  y  allegando  sus  banderas^  niandó 
que  pasase  el  ejército  á  España,  y  fué  tanta  la  gente 
que  pasó,  dice  la  crónica,  que  solo  su  criador  ¡nAede 
contarla. 

Desembarcó  esta  ioñnita  muchedumbre  en  Algeci- 
ras y  acampó  en  sus  playas.  Cuando  Yussuf  entró  en 


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PAITB  II.  LIBEO  II.  367 

SO  nave  dicen  que  extendió  sos  manes  al  cielo  y  ex- 
clamó: «Oh  Dios  mió,  si  este  mi  tránsito  ha  de  ser 
para  bien  de  los  muslimes,  aplaca  y  sosiega  este  mar, 
y  si  no  ha  de  ser  de  provecho,  embravécele  para  qoe 
no  pueda  hacer  la  travesía.»  Dicen  que  Dios  sosegó 
el  mar,  y  la  nave  de  Yussuf  arribó  con  admirable 
velocidad  á  Algeciras  (30  de  junio  de  4086),  á  cuyas 
puertas  le  esperaban  ya  el  rey  de  Sevilla  y  los  prin^ 
cipales  emires  de  España,  y  en  aquella  misma  tarde 
hubo  consejo  para  deliberar  sobre  el  mejor  medio  de 
ejecutar  la  expedición.  Yussuf  hizo  reparar  los  muros 
de  la  ciudad,  levantar  torres  y  abrir  fosos.  Bbn  Abed 
partió  para  Sevilla  á  disponer  alojamientos,  provisio- 
nes y  regalos  para  el  ejército  auxiliar.  Siguió  detrás 
Yussuf  con  su  innumerable  muchedupibre. 

Sobre  el  campo  de  Zaragoza  ^e  hallaba  el  rey  Al- 
fonso YL  cuando  le  llegó  la  nueva  de  la  irrupción  de 
los  africanos.  Alzó  apresuradamente  el  sitio  de  aque- 
lla ciudad,  celebró  consejo  con  sus  generales,  llamó 
en  su  auxilio  á  Sancho  de  Aragón  y  á  Berenguer  de 
Barcelona^  de  los  cuales  el  uno  sitiaba  á  Tortosa  y  el 
otro  corría  el  pais  de  Yalencia,  y  «los  tres  príncipes 
unieron  sus  banderas  para  resistir  al  nuevo  y  terrible 
enemigo:  á  las  tropas  de  Castilla  y  Galicia  se  agrega- 
ron muchos  caballeros  franceses,  con  deseo  de  defen- 
der la  cristiandad  contra  e\  mas  formidable  adversa- 
rio que  se  había  presentado  después  de  Almanzor. 
«También  acudieron  á  Sevilla  todos  los  emires  musul-^ 


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368  IIISTOUA    DB    BSPAÜA. 

inaDéí  con  sas^raspQcUvas  banderas.  Ebn  Abed  el  de 
Sevilla  mandaba  todos  ios  mahometanos  españoles; 
Yussur  conducía  el  ejército  africano.  Pastáronse  en 
marcha  desde  aqaella  ciudad  en  dirección  de  Bada- 
joz. Ebn  Abed  iba  delante,  y  el  lugar  en  que  este 
acampaba  por  la  mañana  le  ocupaba  poi^  la  tarde  Yus* 
suf  con  sus  Almorávides  (^).  Los  dos  grandes  ejérci- 
tos cristianos  y  musulmanes  se  encontraron  no  lejos  de 
Badajoz  en  las  llanuras  llamadas  de  Zaláca.  Separaba^ 

'  los  un  río,  de  cuyas  aguas  unos  y  otros  bebian.  Dé 
un  lado  resplandecían  las  brillantes  cruces  de  las 

'  banderas  de  Castilla  y  León:  del  otro  ondeaban  los 
estandartes  de  Hahoma-en  que  se  veían  inscritos  ver- 
sos del  Coran.  Llamaban  la. atención  de  los  cristianos 
las  enormes  espadas,  los  groseros  sacos  y  agrestes 
píeles  de  los  morabitas  que  les  daban  un  aspecto  lú- 
guj)re:  miraban  estos  con  admiración  las  armaduras 
de  los  cristianos,  sus  manoplas  y  sus  caballos  cubier- 
tos de  hierro.  Las  crónicas  árabes  y  cristianas,  todas 
refieren  sueños  misteriosos  que  dicen  haber  tenido  asi 
Alfonso  como  Yussuf,   y  presagios  fatídicos,  como 


(1)    La  Gróuíca  lusitana  dice  qae  á  ochenta  mil  caballos,  de  los 

también  aquí  que  «eras  tantos  cuales  cuarenta  mil  cubiertos  de 

que  ni  su  rey  ni  hombre  alguno  hierro,  y  los  demás  árabes,  que  era 

era  oapat  de  contarlos,  sino  solo  la  caballería   ligera.  El  Homaidi 

Dios.»  61  arzobispo  don  Rodrigo  supone que.Üevaba  cien  milpeo- 

dice  que  cubrían  la  tierna  como  nes  y  cuarenta  mil  caballos.  En  lo 

liáoste s:  9%  effuii  $unt  $uper  ier^  que  convienen  todos  es  en  a ue  le 

rmJttciem  mIx  toeusto.  En  cambio  acompañaba  mucha  caballería  ara* 

la  ntstoria  arábiga  hace  subir  el  be  como  auxiliar, 
ejército  de  Alfonso  nada  menos 


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PARTB  II.  LIBIO  II.  369 

acostambran  á  contar  siempre  que  se  iba  á  decidir 
qoa  gran  contienda.         /  . 

Con  arreglo  á  lo  que  prescribe  el  Coran,  Yussuf 
habia  intimado  á  Alfonso ,  ó  que  le  pagara  tributo  y 
se  reconociera  vasallo  suyo,  ó  que  abandonara  la  fé 
de  Cristo  y  se  hiciera  musulmán.  Y  luego  anadia:  «He 
sabido,  oh  rey  Alfonso,  que  deseabas  tener  naves  para 
pasar  á  buscarme  á  mi  tierra.  Hé  aqui  que  te  he 
ahorrado  esta  molestia  viniendo  yo  en  persona  á  en- 
contrarte en  la  tuya.  Dios  nos  ha  reunido  en  este  cam* 
po  para  qne  veas  el  fin  de  tu  presunción  y  de  tu  de« 
seo. — ^Vé  y  di  á  tu  emir*  contestó  Alfonso  al  mensa- 
gero,  que  procure  no  ocultarse,  que  nos  veremos  en 
la  batalla.)» 

Señalóse  dia  para  el  combate;  combale  horrible» 
caal  no  habían  visto  otro  los  hombres ,  dicen  los  es- 
critores arábigos.  Era  un  viernes,  23  de  octubre 
de  4086.  No  nos  detendremos  á  referir  los  pormeno- 
res de  aquella  lucha  sangrienta ,  de  aqaella  terrible 
lid  en  que  se  derramó  tanta  sangre  cristiana.  Nuestros 
cronistas  la  mencionan  con  un  laconismo  qne  parece 
significar  que  quisieran  no  les  mortificase  su  recuer- 
do ^^K  En  cambio  los  poetas  árabes  la  celebraron  á 
competencia,  como  si  hubiese  sido  el  triunfo  definiti- 
vo del  Coran  sobre  el  Evangelio.  El  parte  que  dio 

(4)    «Arraocaroa  moros  al  rey  les  Gomplotens.  y  Gompoaiel.  Don 

don  Alfonso  en  Zagalla,»  dicen  so-  Rodrigo  la  refiere  con  macha  bre- 

lamente  los  Anal.  Toledan.  H.—  vedad.  La  Groo.  Lusitana  es  la 

La  Crónica  Borgento  es  iguala  que  se  detiene  algo  mas  en  ella. 
mente  sucinta.  Lo  mismo  los  Ana- 

Tomo  it.  84 


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'370  II18T01U  0B  BBVAJÍA. 

Yu8suf  el  gefe  de  los  Almpravides  al  mejuar  de  Mar- 
ruecos, demuestra  lo  que  envaaeció  á  los  musuhna- 
nes  aquella  victoria. 

«cLuego  que  nos  acercamos  (ledecia)  a[  campo  del 
« tí rdDO' nuestro  enemigo  (maldígale  Dios),  le  dimos  á 
cescoger  entre  el  islam,  el  tributo  y  la  guerra  ,  y  él 
«preñrió  la  guerra.  Habíamos  convenido  en  que  la 
«batalla  se  diese  el  lunes  15  de  Regeb»  pues  él  nos 
«dijo:  «el  viernes  es  la  fiesta  de  los  musulmanes*  el 
«sábado  la  de  los  judíos,  de  que  hay  muchos  en  nuea- 
«tro  ejército  ,  y  el  domingo  es  la  de  los  cristianos.)» 
«Convenimos,  pues,  en  el  dia:  pero  este  tirano  y  sos 
«gentes  faltaron  como  acostumbran  á  las  palabras  y 
«conciertos,  lo  cual  acrecentó  nuestra  saña  para  la 
«pelea,  y  les  pusimos  campeadorcfd  y  espías  que  otea* 
«sen  sus  movimientos  y  nos  avisasen  de  ellos.  Así 
«fué  que  á  la  hora  del  alba  del  viernes  12  de  regeb 
«nos  vino  nueva  de  cómo  el  enemigo  ya  movía  sa 
«campo  contra  nosotros...»  Refiere  luego  algunas  cir- 
cunstancias de  la  batalla  y  continúa:  «Sopló  entonces 
«el  ibrbellino  impetuoso  del  combate,  y  la  sangre  que 
«las  espadas  y  las  lanzas  sacaban  de  las  profundas 
«heridas  que  abrian  formaba  copiosos  ríos....  y  cada 
«uno  de  nuestros  valientes  campeadores  ofrecía  al  de 
«Afranc  y  al  maldito  Alfonso  raudales  que  les  podían 
«servir  para  hartarse  y  nadar  en  ella  los  quinientos 
«caballeros  que  de  ochenta  mil  y  de  cien  mjl  peonen 
«le  quedaron,  gentío  que  trajo  Dios  ala  Almara  para 


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Pijcri  11.  I.1BB0  II.  374 

«molerlos  y  expráBÍrios,  y  quiso  Dios  librar  á  uoos 
«pocos  malditos  eu  uq  monte  para  que  desdé  allí 
«viesen  su  calamidad.. ••  aia  quedar  mas  que  el  vano 
«recurso  y  miserable  del  6uaí  de  Alfonso,  q«e  no 
«halló  mas  remedio  en  su  desventura  que  ocultarse  * 
«en  las  tinieblas  de  la  oscura  y  atezada  nocbe.  El 
«emir  de  los  muslimes,  el  defensor  de  la  santa  guer** 
«ra,  el  numerador  y  destructor  de  los  ejércitos  ene- 
«migos,  dadas  gracias  á  Dios  con  bendita  seguridad, 
«acampaba  sobre  el  carro  del  triunfo  y  de  las  victo* 
«rias  y  á  la  sombra  de  las  vencedoras  banderas^  in- 
«signias  del  amparo  y  de  la  gloria.  Ya  tos  caudalosos 
«ríos,  el  Nilo  de  las  algaras  arrebata  impetuoso  sus 
'  «edificios  y  fortalezas,  tala  sus  campos  y  encadena 
«sus  cautivos,  y  mira  esto  con  ojos^  de  comphtcenoia 
«y  de  alegría^  y  Alfonso  ^leno  de  rabia  con  desmaya-* 
<do9  y  tristes  y  vertiginosos  ojos.  De  los  emires  da 
«España  solo  Ebn  Abed  rey  de  Sevilla  no  volvió  la 
«carnal  temor  de  la  cruel  matanza,  y  se  mantuvo 
«peleando  como  el  mas  esforzado  y  valiente  campen-- 
«dor,  como  el  principal  caudillo  de  los  mudimes,  y 
«salió  de  la  batalla  con  una  leve  herida  en  un  muslo 
«para  gloriosa  reliquia  de  la  maravillosa  acción  eo 
«que  la,  recibió.  Alfonso  amparado  de  las  sonikbras  da 
«la  oscura  noche  se  salvó  bpyendo  sin  camino  cierto 
«ni  dirección,  y  sin  dar  sus  tristes  ojos  al  sueno,  y 
tde  loa  quinientos  eaballeros  que  con  él  escaparon, 
«los  euaftroeientos  perecieron  en  el  oamino>  y  no  ea- 


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372  H18T01IA  DB  BSPIAa. 

«iró  en  Toledo  sino  coa  ciento.  Gracias  á  Dios  (>or  to* 

tdo  esto.» 

Mandó  Amir  Amamiain,  añade  el  autor  arábigo, 

corlar  las  cabezas  á  los  cadáveres  cristíaDOs,  é  hicie- 
ron á  sa  presencia  montones  de  ellas  como  torres,  que 
cubrían  la  lanza  mas  larga  que  habia  en  el  campo 
puesta  en  píe.  Abu  Merüan  que  se  halló  en  la  batalla 
escribe  que  por  curiosidad  se  contaron  delante  del  rey 
de  Sevilla  hasta  veinte  y  cuatro  mil.  Y  Abdel  Halim 
refiere  (cosa  que  parece  increible,  exclama  el  mismo 
autor  musulmán),  que  de  aquellas  cabezas  envió 
Yussufdiez  mil  á  Sevilla,  diez  mil  á  Córdoba,  diez 
mil  á  Valencia,  y  otras  tantas  á  Zaragoza  y  Murcia, 
quedando  ademas  cuarenta  mil  para  repartir  por  las 
ciudades  de  África  ^*),  «que  con  tan  prodigiosa  victo- 
ria humilló  Dios  la  soberbia  de  los  infieles  en  Es- 
pañaW.» 

Aun  rebajada  la  parte  hiperbólica  de  las  relacio- 
nes de  los  árabes,  no  hay  duda  de  que  el  triunfo  de 
los  Almorávides  en  Zalaca ,  fué  grande  y  solemne,  y 
tal  vez  el  combate  que  costó  mas  sangre  española  y 
cristiana  desde  que  los  soldados  de  Mahoma  habían 
pisado  nuestro  suelo.  Habia  reunido  Alfonso  el  mayor 
y  mas  noble  ejército  que  se  habia  visto  en  España,  y 

(4)    Conde;  párt.  III.  cap.  46  y  envió  ¿  Sevilla,  y  q«e  ai  ver  lie- 

47.  gar  el  ave  mensagera  toda  la  cia- 

(t)    Cuentan  loa  árabes  qne  Al  dad  fluctuaba  entre  el  temor  y  la 

Motamid  el  de  Sevi]la  escribió  el  eaperanxa.  baata  que  llegó,  y  dea- 

retnltado  de  la  batalla  á  su  hijo  atado  y  aesenvuelto  «I  papel  ae 

en  doe  dedos  de  papel  que  ató  ba-  saludó  la  nueva  del  triunfo  coa 

j  o  las  alas  de  una  paloma,  la  cual  trasportes  de  alegría. 


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?ÁMtE  II.  usao  II.  373 

lodo  pereció  en  on  solo  dia  en  Zalaca  como  en  Gaa- 
dalete. 

De  temer  era  qae  España  hubiera  voelto  á  sucam- 
bir  como  entonces  bajo  la  ley  del  Profeta  ,  si  Yossof 
hubiera  proseguido  la  conquista  como  Tarik.  Pero 
Dios  determinó  no  abandonar  á  los  suyos,  y  no 
dar  á  los  vencedores  dicha  cumplida.  En  la  noche 
misma  del  triunfo  recibió  Yussuf  la  triste  nueva 
de  haber  fallecido  en  África  su  hijo  mgs  querido^ 
y  no  pudiendo  resistir  á  un  sentimiento  de  ternura, 
partió  el  héroe  africano  á  presenciar  los  funerales  de 
su  hijo  en  lugar  de  asistir  á  las  fiestas  triunfales  que 
en  España  se  preparaban ,  dejando  el  mando  del 
ejército  á  Abu  Bekr,  uno  de 'sus  mejores  caudillos. 
Con  la  ausencia  de  tan  insigne  gefe  cobraron  aliento 
los  cristianos ,  y  no  tardó  en  volver  á  introducirse 
la  desunión  entre  los  musulmanes»  obrando  otra  vez 
cada  cual  por  su  cuenta.  Abu  Bekr  con  los  africanos 
y  con  Ben  Alaftas  el  de  Badajoz  corrió  las  fronteras 
de  Castilla  y  Galicia  recobrando  ^pueblos  y  forta- 
lezas ocupadas  por  los  cristianos.  El  de  Sevilla  30  en- 
tró por  tierra  de  Toledo  y^  tomó  las  plazas  que  en 
virtud  de  anteriores  tratos  habia  cedido  á  Alfonso. 
Pasó  luego  al  pais  de  Murcia  ,  donde  encontró  una 
partida  de  esforzados  españoles  que  desesperadamenr 
te  le  arremetieron  y  destrozaron  la  mitad  de  su  hueste, 
forzándole  á  buscar  asilo  al  lado  del  gobernador  de 
lorca.  Acaudillaba  estos  españoles  Rodrigo  Díaz  el 


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374  HiSTomiÁ  M  b8paSa« 

Cid,  qi6  coü  este  motivo  mlvió  á  la  gracia  del  rey 
Alfonso.  Envió  el  monarca  algunos  refuerzos  al  casü- 
lio  de  Aledó  (Alib  ó  Lebit  entre  lo6  árabes)  de  que  el 
,  Cid  se  habia  apoderado,  y  desde  donde  molestaba 
sin  cesar  las,  fronteras  del  sevHIano.  Disgastado  éste 
del  mal  éxito  de  sos  operaciones  en  lo  de  Morcia  y 
Lorca  ,  retiróse  á  Sevilla,  y  escribió  á  Ynssnf  infor- 
mándola de  los  estragos  que  los  cristianos  bacian  en 
sos  tierras ,  y  ponderándole  sobre  todo  lo  qne  el  Cid 
hacia  por  la  parte  de  Valencia.  Decíale  que  los  Almo- 
rávides no  tenian  gefe  que  supiera  mandarlos  m  en- 
tendiera la  guerra  que  convenía  hacer  en  España:  que 
si  las  atenciones  de  su  gobierno  no  le  permitían  ve- 
nir, él  se  encargaria  de  conducir  las  banderas  muslí- 
micas en  la  península.  La  impaciencia  no  le  permitió 
esperar  la  respuesta  á  esta  carta,  y  pasó  á  Marruecos 
con  el  fin  de  expóuer  de  palabra  á  Yussuf  la  situación 
de  España.  Esperaba Ebn  Abed  que  le  daría  el  mando 
en  gefe  de  los  Almorávides,  pero  Yussuf  penetró  su 
pensamiento  y  sus  intenciones,  y  después  de  recibirle 
con  mucho  agasajo  le  dijo  como  ia  vez  primera:  «cAlIft 
iré  yo  pronto ,  y  pondré  remedio  á  todos  los  malea 
firrancando  de  raiz  lascau^s  que  los  producen.»  Con 
eaio  Al  Motatnid  se  volvió  á  España  mas  apesarado 
que  satisfecho. 

Ea  efigcto,  al  poco  tiempo  desembarcó  Yusauf  por 
segunda  vez  en  Algeciras  (10^8),* donde  ya  tempe- 
raba Ebn  Abed  con  multitud  de  acémilas  y  carroSf  y 


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PAftTB  II.  uBao  11.  375 

mil  camellos  cargados  de  provisiones.  Escribió  desde 
alli  Yussuf  á  todos  los  emires  españoles  invitándolos  á 
concarrir  á  la  guerra  santa,  y  señalándoles  por  punto 
de  reunión  la  fortaleza  da  AlQdo,  ó  mas  bien  los  cam- 
pos que  la  rodeaban.  Concurrieron  á  esta  expedición 
los  granadinos  acaudillados  por  su  rey  Abdallah  bou 
Balkin;  los  malagueños,  por  Themin,  .hermano  de 
éñie:  los  de  Almería  por  Mohammed  Al  Motacim ;  los 
de  Murcia  por  Abdelaziz ;  los  walíes  de  Jaén»  Baza  y 
Lorca;  Ebn  Abed  el  de  Sevilla  con  todos  los  suyos,  y 
por  últia)0  Yussuf  con  sus  Almorávides.  Atacaron  los 
musulmanes  la  plazade  Aledo  con  vigor,  y  Yussuf  la 
hizo  bloquear  y  batir  por  todas  partes ;  en  vano  se 
repitieron  los  ataques  dia  y  noche  por  espacio  de  cuá* 
tro  meses.   La  bizarría  con  que  se  defendieron  los 
cristianos  hizo  inútil  toda  tentativa,  yYusisufyEbQ 
Abed  fueron  de  opinión  de  que  se  levantara  el  cerco,    ^ 
y  que  sería  mas  ventajoso  correr  las  fronteras  de  los . 
cristianos  y  hacer  incursiones  en  sus  dominios.  Túvo-r 
se  consejo  para  deliberar;  los  pareceres  fueron  diver-» 
sos;  agrióse  la  discusión,  y  Ebn  Abed  echó  en  cara  á 
Abdelaziz  el  de  Murcia,  que  estaba  en  inteligencia 
con  los  cristianos ;  Abdelaziz ,  joven  acalorado  y  fo** 
goso,  echó  mano  á  su  alfange  para  herir  á  Ebn  Abed; 
Yussuf  hizo  prender  al  agresor  y  se  le  entregó  á  Ebn 
Abed  con  grillos  á  los  pies.  Las  tropas  de  Abdelaziz 
se  amotinaron,  y  no  solo  abandonaron  el  campo,  sino 
que  acantonados  en  los  confines  de  la  provincia  interr 


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376  HiSTomu  ds  mpjlHa. 

ceptabao  las  comonicaciones  y  víveres  al  mismo  ejér- 
cito musulmán,  haciendo  cundir  en  él  el  hambre  y 
la  miseria. 

Noticioso  de  estas  desavenencias  el  rey  de  Castii- 
Ha,  juntó  un  ejército  y  marchó  al  socorro  del  castillo. 
Al  propio  tiempo  cundió  en  el  campo  de  Ynssuf  lá 
nueva  de  que  los  de  Afranc  se  dirigían  al  mismo  punto 
en  auxilio  de  Alfonso,  y  todo  junto  le  movió  á  levan- 
tar sus  tiendas,  y  dándose  repentinamente  á  la  vela 
en  Almería,  pasó  otra  veza  la  Mauritania.  Los  de- 
mas  capitanes  retiráronse  también  cada  cualá  sus 
dominios.  Alfonso  entonces  corrió  la  tierra  de  Mur- 
cia, y  convencido  de  los  peligros  y  dificultades  de 
conservar  una  fortaleza  enclavada  en  territorio  ene- 
migo, hizo  desmantelar  el  castillo  de  Aledo,  donde 
tantos  intrépidos  defensores habian  recibido  nnamuer* 
.  te  gloriosa,  y  volvió  satisfecho  á  Toledo. 

Pasó  Yussuf  todo  el  año  siguiente  en  África,  aten- 
diendo á  los  negocios  de  su  vasto  imperio.  Mas  llegó 
el  año  1090  (483  de  los  árabes),  y  las  cartas  apre- 
miantes de  Seir  Ben  Abu  Bekr,  su  lugarteniente  en 
España ,  revelándole  las  intrigas  y  discordias  de  los 
andaluces^  é  informándole  de  las  continuas  hostili- 
dades de  los  cristianos  en  las  fronteras  musulmana»,, 
le  movieron  á  Venir  por  tercera  Vez  á  España.  Ahora 
no  venia  Hbmado  por  los  reyes  árabes  de  Andalucía» 
ahora  traia  Yussuf  otras  intenciones,  y  pronto  iban  á 
recoger  los  mismos  que  antes  reclamaron  su  auxilio 


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FAftTB  II.  LIBBO  II.  377 

el  froto  de  su  improdente  llacnamiento.  Desembarcó 
Yossof  en  su  ciodad  de  Algeciras,  y  á  marchas  for- 
zadas se  ppsó  sobre  Toledo,  obligando  á  Alfonso  á  en- 
cerrarse en  la  ciudad,  devastando  las  campiñas  y  po-» 
blaciones  de  sus  contornos,  y  aterrando  á  las  gentes 
de  la  comarca.  Pero  el  hecho  de  no  haberle  acompa- 
ñado á  esta  espedicion  ningún  príncipe  andaluz,  le 
hizo  sospechosos  los  emirea  españoles,  y  estos  por  su 
parte  conocieron  que  no  eran  ya  solo  los  cristianos 
contra  quienes  iba  á  desenvainarse  la  espada  del  po- 
deroso morabita.  Eí  primero  que  penetró  sus  inten- 
ciones fué  el  rey  de  Granada  Abdailah  Ben  Balkio,  y 
el  primero  también  contra  cuya  ciudad  se  encaminó 
Yussuf  desde  los  xampos  de  Toledo,  acompañado  de 
formidable  hueste  de  moros  zenetas,  mazamudes,  gó- 
meles y  gazules.  Unos  dicen  que  el  rey  de  Granada 
le  cerró  al  pronto  las  puertas^  otros  que  disimuló  y 
le  recibió  como  amigo.  Es  lo  cierto  que  Yussuf, se  po- 
sesionó de  Granada,  y  que  habiendo  hecho  prender  á 
Abdailah  y  á  su  hermano  el  gobernador  de  Málaga 
Themin,  los  envió  aprisionados  con  sus  hijos  y  servi- 
dumbre á  Agmat  de  Marruecos,  donde  les  señaló  una 
pensión  para  vivir  que  satisBzo  religiosamenle,  aca- 
bando asi  la  dinastía  de  los  Zeiritas  en  Granada,  que 
babia  dominado  ochenta  años. 
^    Fijó  Yussuf  por  alguñ  tiempo  su  residencia  en  es- 
ta ciudad,  encantado  de  sus  bosques,  sus  jardines, 
sus  aguas,  su  espaciosa  vega,  sus  aires  puros,  subri- 


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378  HUTOIU    DB    BStlÜA. 

liante  sol,  y  las  altas  oumbres  de  aquella  sierra  cu- 
bierta de  perpetua  nieve.  411i  le  enviaron  los  reyes 
de  Sevilla  y  Badajoz  sus  emisarios  para  felicitarle  por 
la  adquisición  de  su  nuevo  estado,  que  el  miedo  á 
los  poderosos  conduce  casi  siempre  á  la  adulación  yá 
la  bajeza.  El  príncipe  africano  no  permitió  á  los  adu-^ 
ladoresqoe  pisasen  los  umbrales  de  su  alcázar  y  los 
despidió  con  enérgica  dignidad,  harto  bochornosa  pa- 
ra ellos.  Esto  acabó  de  descorrer  el  velo  que  hasta 
entonces  hubiera  podido  encubrir  sus  intenciones,  y 
los  emires  desairados,  reconociendo,  aupque  tarde,  su 
ftilta  y  la  posición  comprometida  en  que  iban  á  verse, 
comenzaron  á  prepararse  á  la  propia  defensa,- y  mas 
el  de  Sevilla,  á  quien  principalmente  amenazaba  la 
tempestad  (^K 

Resuelto  habia  venido  Yussuf  á  apoderarse  de  to- 
da la  España  mahometana,  arrancándola  de  manos 
que  creía  impotentes  para  defenderla,  y  haciéndola, 
como  en  otro  tiempo  Muza,  una  provincia  del  im«- 
perio  africano.  Con  este  pensamiento  y  el  de  levantar 
nuevas  huestes  de  las  tribus  berberiscas,  pasó  otra 
vez  á  Ceuta  y  Tánger,  dejando  las  convenientes  ins- 
trucciones á  Seir  Abu  Bekr  sobre  el  modo  como  habia 
de  manejarse  en  la  ejecución  de  la  empresa.  Reuni* 
dos  pues  los  africanos  que  de  nuevo  envió  Yussuf  cob 


(1)    De  si  en  este  tienipo  hicí^    desavinieron  otra  vez,  hablaremos 
ron  ílfonso  y  el  Cid  uoa  incarsion    laeso  cuando  contemos  los  hechos 


hasta  la  Vega  de  Granada  y  allí  se    del  Cid. 


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FAftTt  if.  libmu.  879 

los  qoe  exíaltiaii  ya  en  Espafia,  diyidiéroDse  los  Almo, 
ravides  en  caatro  ¿oerpos  para  operar  simoltánea-» 
meóte  al  Este  y  al  Oeste  de  Granada.  El  ge&eral  en 
gefo  Aba  Bekr  marchó  en  persona  al  frente  de  la 
mas  foerte  de  estas  divisiones  contra  el  rey  de  Se-* 
villa,  como  el  mas  poderoso  y  temible  ebemigo.  Por- 
fiada y  tenaz  resistencia  opuso  Ebn  Abed;  no  tanto 
por  el  número  de  sos  fuerzas,  que  eran  inferiores  á 
las  del  moro,  como  por  los  recursos  de  su  talento. 
Pero  poco  á  poco  fué  perdiendo  las  plazas  de  su  reino; 
Jaén,  que  fué  tomada  por  capitulación;  Córdoba,  en 
que  los  afrícaaos  hicieron  gran  carnicería,  y  en  qoe 
filé  pérfidamente  asexuado  un  hijo  de  Ebn  Abed; 
Rondad  en  que  pereció  también  el  mas  joven  desmi 
hijos  á  manos  del  mismo  ejecutor;  Baeza,  Ubeda,  AU 
modovar,  Segura,  Galatravjai,  y  por  último  Carmena, 
tomada  al  asalto  por  el  mismo  Seir  ^u  Bekr  y  que 
acabó  de  quitar  toda  esperanza  de  resistencia  á  Al 
Hotamid  reducido  ya  á  los  solos  muros  deSevilla. 

Entonces  viéndose  perdido  esteeinir,  se  humi- 
lló á  solicitar  de  nuevo  el  auxilio  de^  rey  cristiano 
Alfonso,  contra  quien  antes  habia  llamado  á  Yussaf 
y  á  sus  Almorávides,  ofreciendo  al  rey  de  Castilia 
entregarle  las  plazas  en  otro  tiempo'  conquistadas  pa-^ 
ra  dote  desn  hija  Záida,  asi  como  todo  lo  que  en  lo 
sncesivü  con  so  aynda  adquiriese.  Y  Alfonso,  biea^ 
fuese  por  consideración  y  obsequio  á  Zaida,  bien  por 
que  le  asustasen  ios  progresos  de  los  Almorávides^ 


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380  nimmu  d«  BSPAftA» 

todavía  accedió  á  enviar  al  inconstante  Al  Motamid, 
olvidando  tantos  perjuicios  y  males  como  por  causa 
suya  había  sufrido,  un  ejército  de  cuarenta  mil  in* 
fantes  y  veinte  mil  caballos,  á  las  órdenes  probable» 
mente  del  conde  Gormaz  <*).  Pero  habiendo  escogida 
Ben  Abú  Bekr  sus  mejores  tropas  lamtunas,  zenetas  y 
mazamudesi  para  que  saliesen  á  batir  álos  cristianos, 
quedaron  estos  derrotados  cerca  de  Almodovar  des- 
pués de  rudos  y  sangrientos  combates  en  que  pere- 
cieron multitud  delamtunas  ó  almorávides. 

Privado  Ebn  Abed  de  este  postrer  recurso,  estre- 
chado mas  y  mas  por  él  activo  representante  de  Yus- 
suf,  y  acosado  por  las  instancias  de  los  sevillanos  que 
reducidos  al  último  extremo  le  aconsejaban  la  capi- 
tulación, consintió  en  solicitarla,  y  la  obtuvo  alcan- 
zando seguridad  para  sí,  sus  hijos,  mugéres  y  escla- 
vos, y  para  todos  los  habitantes.  Tomó  pues  posesión 
de  Sevilla  Seir  Abo  Bekr  en  la  luna  de  Regeb  (setiem- 
bre de  1091),  é  hizo  embarcar  á  Ebn  Abed  con  toda 
su  familia  con  destino  á  la  fortaleza  de  Agmat.  Gnan- 
do  por  última  vez  desde  la  nave  que  los  conducia  por 
el  Guadalquivir  volvieron  los  ojos  hacia  la  bella  ciu* 
dad  de  Sevilla,  abierta  como  una  rosa,  dice  un  autor 
árabe,  en  medio  de  la  florida  llanura,  y  vieron  des- 
aparecer las  torres  de  su  alcázar  nativo,  como  un  sue- 
no de  su '  grandeza  pasada,  todas  sus  mugeres,  sos 

(1)  'El  conde  Gumis,  dicen  las  historias  arábigas.  , 


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tAATB  Ú.  LIBEO  II.  ^      384 

hijúsuipe  cambiabaD  iipa  vida  de  placeres  por  las  mi- 
serias del  destierro,  saludaron  con  destrozadores  la- 
mentos aquella  patria  qae  no  habían  de  ver  mas.  En 
sa  cautiverio  estuvo  siempre  Ebn  Abed  jodeado  de 
sus  hijas»  vestidas  de  pobres  y  andrajosas  telas;  pero 
bajo  aquellos  humildes  vestidos  se  descubría  su  deli* 
cadeza  y  hermosura,  y  resplandecía  en  sus  rostros  la 
regía  magestad,  siendo  como  un  sol  eclipsado  y  cu- 
bierto de  nubes.  Dicen  que  era  tan  estremada  su  po- 
breza que  llevaban  los  pies  descalzos  y  ganaban  hilan- 
do su  sustento.  Murió  Ebn  Abed  Al  Motamid,  el  mas 
poderoso  de  los  emires  de  España  después  del  imperio, 
en  su  destierro  de  Agmat  miserable  y  desastrosamente: 
triste  remate  á  que  le  condujo  el  llamamiento  de  auxi- 
liares extrangeros. 

Dueños  los  Almorávides  de  Granada,  de  Górdbba 
y  de  Sevilla,  fácil  les  fué  enseñorearse  de  toda  la  Es* 
pana  musulmana.  Poco  tardó  en  caer  en  su  poder 
Almería,  donde  tan  gloriosamente  habia  reinado,  el 
erudito  y  generoso  Al  Motacim,  teniendo  su  hijo  Izzod- 
haula  (qué  solo  reinó  después  de  so  padre  tres  meses) 
que  buscar  un  asilo  enBugfa  (1091).  Aun  cupo  mas 
desventurada  suerte  ¿  Otnar  ben  Alafias  el  de  Bada- 
joz,'' que  hecho  prisionero  con  sus  dos  hijos  Fahdil  y 
Alabbás  después  de  tomada  por  asalto  la  ciudad,  fue- 
ron inhumanamente  degollados  por  orden  de  Seir  Abu 
Bekr  ^^K  Valencia,  donde  reinaba  el  antiguo  emir  de 

(4)    Doxy,  Recberches,  iom.  I.  p.  4tt  y  136»  qae  refiere  estot  su* 


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3S8  UflTOEU  M  BfllfAiA. 

Toledo  Alkadir  bea  INlaúm  qajB  destronó  el  rey  AU 
fooso,  Faé  toínada  también  por  los  Aimoravktes. 
Abandonada  por  los  cristianos  qae  sostenían  á  Ben 
Dilnüm»  el  cadí  de  Valencia  Ahmed  ben  Gehaf  la  en- 
tregó á  Iqs  africanos,  y  Yahla  AJJcadir  sacuoibió  de- 
sabrosamente  (1092).  Cayeron  luego  las  Baleares  en 
poder  de  los  naevos  conquistadores  de  África.  De  esta 
manera  en  menos  de  tres  años  tuvo  Ynssuf  el  orgullo 
de  someter  una  en  pos  de  otra  todas  las  soberanías 
de  la  España  musulmana. 

Solo  Zaragoza  se  habia  salvado  de  la  universal 
conquista.  Razones  de  alta  política  y  de  mutuo  iote* 
res  mediaron  para  que  fuese  respetada  esta  parte  de 
España.  Su  rey  era  un  príncipe  rico,  afable  ademas 
y  muy  humaiio,  querido  de  sus  pueblos  y  respetado 
de  los  vecinos:  sostenia  con  heroico  valor  una  gran 
parte  de  la  España  Oriental»  en  que  se  comprendian 
las  importantes  ciudades  de  Medinaceli,  Galatayud, 
Daroca,  Huesca,  Tudela,  Barbastro,  Lérida  y  Fraga: 
dueño  del  Ebro  bajo,  de  los  Alfaques  y  Tarragona, 
enviaba  sus  naves  cargadas  de  frutos  españoles  á  los 
mares  y  puertos  de  África,  y  redbia  en  retorno  mer-* 
cederías  de  Oriente,  de  la  India,  de  la  Persia  y  de  la 
Arabia.  Yussuf  no  se  atrevió  á  enojar  á  tan  poderoso 
r^y»  y  Abu  Giabr  temía  por  su  parte  tener  por  ene- 
migo á  quien  tan  multiplicadas  victorias  y  conquistas 

cesos  con  arrezo  á  los  textos  de    ganas  variantes  de  como  los  ctten- 
B«n  Alabar  y  Ben  Alkaüb»  CQQ  al-   ta  Conde. 


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.  VARTB  U.  UUMO  U.  383 

iba  haciendo.  Para  coDJarar,  pues,  la  tempestad  en- 
vió á  Yussof  presentes  de  gran  valor,  qae  Aloodaihace 
consistir  en  catorce  arrobas  de  plata,  acompañados  de 
una  carta  en  que  solicitaba  su  alianza  y  amistad, 
y  en  la  cual  entre  otras  cosas  le  decia:  «Es  mi  reino 
«el  baluarte  que  media  entre  tí  y  el  enemigo  de  núes- 
«tra  ley:  este  antemural  es  el  amparo  y  defensa  de 
«los  muslimes,  desde  que  reinaron  en  esta  tierra  mi» 
«abuelos,  que  siempre  velaron  en  esta  frontera  para 
«que  los  cristianos  no  entrasen  á  las  demás  provincias 
«de  España.  Será  mí  mas  cumplida  satisfacción  lase* 
«guridad  y  confianza  de  tu  amistad,  y  que  estés  cier* 
«to  de  que  soy  tu  buen  amigo  y  aliado.  Mi  hijo  Ab- 
«delmelik  te  manifestará  las  disposiciones  de  nuestro 
«corazón,  y  nuestros  buenos  deseos  de  servir  á  la  de- 
«fensa  y  propagación  del  Islam.»  A  esta  tarta  con* 
testó  Yussttf  con  otra  no  menos  atenta  y  expresiva, 
ofreciéndole  todas  las  seguridades  de  ana  amistad 
sincera  y  estrecha,  con  que  quedaron  ambos  reyes 
satisfechos  y  contentos. 

Oportunamente  hizo  esta  alianza  el  rey  mahom^ 
taño  de  Zaragoza,  y  falta  le  hacian  los  auxilios  que 
le  suministraran  los  Almorávides,  por  mas  que  los 
historiadores  árabes  exageren  su  poder,  porque  desde 
4088,  asi  el  rey  don  Sancho  Ramirez  de  Aragón  co- 
mo don  Pedro  su  hijo  no  hablan  cesado  de  hostilizar 
y  talar  sus  fronteras,  le  habían  toipado  á  Monzón  y  á 
Huesca,  y  haciendo  por  último  una  violenta  irrupción 


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384  U8T01IA    DB  BSFAfÍA. 

eo  tierras  de  Zaragoza,  se  había  apoderado  el  últíma 
de  estos  mooarcas  de  Barbastro^  babieodo  sucumbi- 
do mas  de  cuarenta  mil  musulmanes  en  esta  guerra 
al  filo  de  las  espadas  cristianáis.  Pero  con  la  ayuda « 
que  recibió  de  los  Almorávides,  y  gracias  ¿  su  opor- 
tuna alian2;a,  no  dejó  de  mejorar  su  posición  y  de  va« 
riar  el  aspecto  de  la  guerra»  como  habremos  de  ver 
en  la  historia  de  aquel  reino. 

Quedaba,  pues,  posesionada  de  la  España  maslí- 
.Biica  una  nueva  raza  de  hombres^  los  Almorávides 
africanos,  conquistadores  de  los  mismos  qae  antes 
los  habían  conquistado  á  ellos:  nuevos,  cartagineses 
llamados  por  sus  hermanos  y  convertidos  en  domina-* 
dores  y  tiranos  de  los  mismos  que  los  habían  invo- 
cado como  protectores  y  salvadores.  Cumplióse  la  pro- 
fecía del  walí  de  Málaga  y  del  hijo  de  EbnAbed  cuando 
dyeron:  «Ellos  nos  atarán  con  sus  cadenas  y  nos 
arrojarán  de  nuestra  patria.»  Terribles  fueron  sus 
primeros  Ímpetus  y  arremetidas  contra  los  cristianos: 
vecemo9  como  se  desenvuelven  de  estos  nuevos  y  for-» 
midables  enemigos. 


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CAPITULO  11. 

EL  aD  gaupeador. 

Enojo  del  rey  de  Castilla  con  Rodrigo. — Destié^ralo  del  reino.-^AUanza 
del  Cid  con  el  rey  Al  Matamin  de  Zaragoza. — Saa  campafias  contra 
Al  Mondhíf  de  Tortosa,  Sancho  Ramírez  de  Aragón  y  Eeren- 
guer  do  Barcelona.— Vence  y  hace  prisionero  al  conde  Berengaer: 
restituyele  Ja  libertad. — Acorre  al  rey  de  Castilla  en  un  conflicto:  se- 
párase de  nuevo  de  él.— Correrías  y  triunfos  del  Cid  en  Aragón.— 
Sus  primeras  campafias  en  Valencia. — Política  y  mana  de  Rodrigo 
con  diferentes  soberanos  cristianos  y  m  usa  Imanes^— Reconcilíase  de  « 
nsevo  con  el  rey  de  Castilla^  y  vuelve  á  indisponerse  k  y  separar- 
se.—Vence  segunda  vez  y  hace  prisionero  á  Berenguer  de  Barcelo- 
na.—Tributos  que  cobraba  el  Campeador  de  diferentes  principes 
y  señores.— Sus  conquistas  en  la  Rioja.— Pone  sitio  á  Valencia.— 
Muerte  del  rey  Alkadir.— Apuros  de  los  valencianos.— Hambre  hor- 
rorosa en  la  ciudad.— Tratos  y  negociaciones.- Proezas  del  Cid.— 
Rendición  de  Valencia*— Comportamiento  de  Rodrigo.— Sus  discur- 
sos á  los  valencianos. — ^Horrible  castigo  que  ejecutó  en  el  cadi  Ben 
Gehaf.-»Recbaza  y  derrota  á  los  almorávides.— Conquista  á  Mur- 
viedro.— Mqerte  del  Cid  Campeador.— Sostiénese  en  Valencia  su  es- 
posa Jimena. — ^Pasa  á  Valencia  el  rey  de  Castilla,  la  quema  y  la 
abandona.— Posesiónanse  los  almorávides  de  la  ciudad.— Aventu- 
ras romancescas  del  Cid. 

Resonaba  por  este  tiempo  en  España  la  fama  de  las 
proezas  y  brillaDtes  hechos  de  armas  de  un  caballero 
castellano»  cuyo  nombre  gozará  de  perpetua  celebri- 
dad, no  solo  en  España  y  en  Europa  sino  en  el  mundo» 
y  que  ha  alcanzado  el  privilegio  de  oscurecer  y  eclíp- 
Toaio  lY.  25 


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386  HISTORIA   DE   ESPAÑA. 

sar  á  tantos  héroes  como  produjo  la  España  de  la 
edad  media.  Este  famoso  caballero  era  Rodrigo  Diaz 
de  Vivar ,  llamado  luego  el  Cid  Campeador  í*\  de 
quien  ya  hemos  contado  en  nuestra  historia  algunos 
hechos,  pero  cuyas  principales  hazañas  nos  propone- 
mos referir  en  este  capítulo  ^^K  ¿Mas  cómo  adquirió 
este  personage  tan  singular  prestigio?  ¿Cómo  se  hizo 
el  Cid  el  tipo  de  todas  las  virtudes  caballerescas  de  la 
edad  media  española?  ¿Cómo  ha  venido  á  ser  el  héroe 
de  las  leyendas  y  de  los  cantos  populares?  ¿Es  el  mis- 
mo el  Cid  de  la  historia  que  el  Cid  de  los  romances  y 
de  los  dramas? 

Que  desde  el  siglo  XII.  hasta  el  XVI.  se  mezcla- 
ron á  las  verdaderas  hazañas  de  Rodrigo  el  Campea- 
dor multitud  de  aventuras  fabulosas  que  inventaron  y 
añadieron  los  romanceros ,  es  cosa  de  que  no  duda 


(1)  El  Cid,  de  el  Seid,  señor.— 
El  Campeador;  equivalente  á  re* 
tador,  peleador  i  de  la  palabra  teu- 
tónica champh,  duelo  y  pelea:  al- 
gunos le  hacen  síDÓnimo  de  cam» 
peón:  entre  los  árabes  cambitor, 
camhiatur;  los  latinos  solían  lla- 
marle campidocttM.-rNombré  bá- 
sele también  Ruy  Dias,  síncope 
de  Rodrigo  Diaz. 

[i)  Seria  por  consiguiente  casi 
supérfluoadvertir  que  rechazamos 
completamente  los  desacertados 
asertos  do  Masdeu,que  dedicó  ca- 
si un  volumen  á^  poner  en  duda  to- 
do lo  relativo  al  Cid,  y  concluyó 
con  estas  temerarias  palabras: 
aResuita  por  consecuencia  legití* 
«ma,  que  no  tenemos  del  famoso 
«Cid  ni  <]na  sola  oolicia  que  sea  se- 
«f^ura  ó  fundada,  ú  merezca  lugar 


«en  las  memorias  de  nuestra  na- 
ación.  Algunas  cosas  dije  de  él  en 
«mi  historiado  la  España  árabe.... 
«pero  habiendo  ahora  examinado 
tía  materia  mas  prolijamente,  juz- 
cgo  deberme  retractar  aun  de  lo 
apoco  que  dije,  y  confesar  con  la 
«debida  ingenuidad,  que  de  Ro- 
«drigo  Diaz  el  Campeador  (pues 
«hubo  otros  castellanos  con  el  mis- 
«mo  nombre  y  apellido)  nada  ab- 
csolutamcnte  sabemos  con  proba- 
«bilidad,  ni  aun  su  mismo  ser  ó 
«existencia.»  (Refotaciorí*  critica 
de  la  historia  leonesa  del  Cid,  pá- 
gina 370.)— Sentimos  que  tales 
palabras  hayan  sido  estampadas 
por  un  español,  y  mas  por  un  es- 
panol  erudito,  v  amaiíte  por  otra 
parte  de  las  glorias  españolas»  á 
veces  hasta  la  exageración. 


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PAm  II.  LIBBO  II. 


387 


ya  ningan  crflicoi  El  deslindar  la  parte  verdadera  y 
derla  de  la  ioventada  y  fabulosa»  ha  sido  trabajo  qae 
ha  ocupado  por  mucho  tiempo  á  los  críticos  mas  era- 
ditos,  sin  que  hasta  ahora  haya  sido  posible  fijar  con 
exactitud  la  línea  divisoria  entre  la  verdad  y  la  fá<^ 
bula.  Felizmente  los  modernos  descubrimientos,  espe- 
cialmente de  memorias  y  manuscritos  árabes ,  y  su 
cotejo  y  confrontación  con  los  documentos  latinos  y 
castellanos  debidos  á  celosos  escudriñadores  de  nues- 
tras bibliotecas  y  archivos»  permiten  ya  descifrar  con 
mas  claridad,  si  no  con  entera  luz ,  lo  que  acerca 
de  este  célebre  personage  puede  con  certeza  ó  con 
probabilidad  adoptar  la  historia  y  lo  que  debe  quedar 
al  dominio  de  la  poesía.  No  vamos  sin  embargo  á  ha- 
cer una  biografía  del  Cid »  sino  á  referir  la  parte  de 
sus  hechos  que  tiene  alguna  importancia  histórica, 
por  los  documentos  arábigos  y  españoles  que  hasta 
ahora  han  llegado  á  nuestra  noticia  ^^K 


(I)  TomamosL, 
gaiaen  esta  materia  a)  doctor 
zy,  que  en  sus  in? estigacioDes  so- 
bre ia  historia  literaria  y  política 
de  España  en  la  edad  media,  dos 

Sorece  babor  reunido  mas  copia 
e  datos  sobr^  el  Cid  que  niogUD 
otro  eserTCdrque  conozcamos,  y  en 
locualcreemds  ba  hecbo  uo  nota- 
ble servicio  ata  literatura  históri- 
ca espafiola.  Las  últimas  cuatro- 
cientas páginas  de  su  primer  tomo 
en4.o  las  dedica  á  hablar  del  Cid. 
Loa  documentos  mas  antiguos 
que  dan  noticia  del  Cid  son:  un 
manosccito  árabe  de  Ibo  Bassáo, 
escrito  en  4  4  09,  que  copia  el  refe- 


rido autor:  elPoama  del  Cid.  que 
suponen  machos  compuesto  bacía 
la  mitad  del  siglo  XII:  una  crónica 
escrita^eo  el  Mediodía  de  la  Fran- 
cia bácíá  el  año  4  U4 :  del  siglo  XUl 
son  la  crónica  de  Burgos,  los  Ana- 
les toledanos  primerofi,  el  Liber 
Begum,  los  Anales  compostela- 
nos,  las  Crónicas  de  Lucas  de  Tay 
y  del  arzobispo  don  Rodrigo,  que 
dan  escasas  noticias  sobre  ei  Cam- 

Epador:la  Crónica  general  atri- 
uida  ¿  don  Alfonso  el  Sabio,  y  las 
crónicas  é  historias  de  los  siglos 
siguientes,  quo  adoptaron  las  no- 
ticias de  lasqoelas  babiao  prece- 
dido. En  479Í  publicó  el  ilustrado 


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388  HISTOBIA   PE  BSPAÑA. 

Hémosle  visto  ya  distíngoirse  como  gaerrero  bajo 
las  banderas  del  rey  don  Sancho  él  Fuerte  de  Castilla 
en  los  combates  de  Llantada  y  Golpejares  y  en  el 
cerco  de  Zamora.  Hémosle  visto  en  el  templo  de  Santa 
Gadea  de  Burgos  tomar  al  rey  Alfonso  aquel  célebre 
juramento  que  tanto  debió  herir  el  amor  propio  del 
monarca  castellano.  Bien  que  éste  disimulara  al  pronto 
su  enojo,  es  lo  cierto  que  no  le  perdonó  la  ofensa,  y 
que  mas  adelante  le  desterró  de  su  reino,  á  cuyo  acto 


P.  Risco  un  libro  con  el  tjlulo  de 
La  Castilla  y  el  mas  famoso  caste- 
llano, de  un  manuscrito  latino  en 
4.0  que  halló  en  la  Biblioteca  de 
San  Isidro  de  León,  y  que  conte- 
nia entre  otras  cosas  una  antigua 
historia  del  Cid  que  llevaba  por  tí- 
tulo; Hic  incipit  gestada  Roderíci 
Campidocli.  El  célebre  historiador 
déla  confoderucion  suiza,  Juan  de 
MuUer,  que  publicó  en  1805  eo 
alemán  una  historia  del  Cid,  admi- 
tió como  auténtica  la  latina  y  tomó 
como  buena  fuente  histórica  el 
Poema  del  Cid.  Masen  aquel  mis- 
mo año  publicó  Masdeu  el  volu- 
men 20  do  su  Historia  sritica  de 
España^  en  que  se  propuso  probar 
que  el  manuscrito  de  Leoo  era 
apócrifo,  concluyendo  por  negar, 
ó  al  menos  por  poner  en  duda  bas- 
ta la  existencia  del  Cid.  Huber,  eo 
su  historia  del  Cid  publicada  en 
4829,  cree  en  la  autenticidad  de  la 
de  Risco.  La  muerte  impidió  á  e-;te 
contestar  á  Masdeu.  El  ¡lastrado 
P.  La  Canal,  continuador  como 
Risco  déla  España  Sagrada,  habia 
escrito  una  refutación  ¿  la  critica 
de  Masdeu,  que  no  se  publicó,  en- 
tre otras  razones,  por  haber  muer- 
to el  crítico  jesuíta.  El  señor  Quin- 
tana escribió  la  vida  del  Cid.  Ha- 
blan de  él  ademas  no  pocos  histo- 


riadores árabes  citados  ó  traduci- 
dos por  Conde,  Gayangos  y  Dozy. 
El  primer  instrumento  público 
en  que  sepamos  pusiera  su  firma 
el  Cid  es  el  privilegio  de  Fernan- 
do el  Magno  dado  á  los  monjes  de 
Lorbaon  cuando  conquistóá  Goim- 
bra,  cuya  copia  tenemos  á  la 
vista,  y  que  citamos  en  nuestro 
capitulo  33  del  anterior  libro:  há- 
llase ademas  en  varios  documen- 
tos del  rey  don  Sancho  de  los  anos 
1068,  4069,  4070  y  4072:  en  la 
Carta  de  Arras  para  su  contrato 
de  matrimonio  con  doña  Jímena  en 
4074,  que  publicó  Sandoval  en  los 
Cinco  Reyes:  se  ve  también  la  ñr- 
ma  de  Rodrigo  Diaz  en  el  Fuero 
de  Sepúlveda  de  1076,  y  en  otros 
muchos  instrumentos  de  aquel 
tiempo.  Su  carta  de  arras  es  uu 
documento-notable. 

«En  el  nombre  de  la  ^anta  ó 
indivisible  Trinidad,  Padre,  Hijo  y 
Espirito  Santo,  Criador  de  todas 
las  cosas  visibles  ó  invisibles,  un 
solo  Dios  admirable  y  rey  eterno, 
como  saben  muchos  y  pocos  pue- 
den declarar.  Yo,  pu^,  Rodrigo 
Diaz  recibí  por  muger  á  Ximena, 
hija  de  Diego,  Duque  de  Asturias. 
Quando  nos  desposamos  prometi 
dar  á  dicha  Xímena  las  villas  aquí 
nombradas,  hacer  de  ellaa  eacri- 


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?AETB  II.  LIBRO  II.  389 

acaso  DO  fué  agena  la  familia  de  Gareía  Ordoñez,  ene- 
migo de  Rodrigo.  Pasó  entonces  el  de  Vivar  á  tierras 
de'  Barcelona  y  Zaragoza  y  comenzó  á  guerrear  por 
su  cuenta.  El  rey  mahometano  de  Zaragoza  Al  Mok* 
tadir  babia  dividido  sus  estados  entre  sus  dos  hijos 
Al  Mulamín  y  Al  Mondbir»  llamado  también  Alfagib: 
el  primero  obtuvo  ¿  Zaragoza ,  el  segundo  á  Lérida» 
Tortosa  y  Denia.  Habiendo  estallado  la  guerra  entre 
los  dos  hermanos,  Al  Mondhir  hizo  alianza  con  Sancho 


tara  y  señalar  por  fiadores  al  Con- 
de doQ  Pedro  Ássurez  y  al  Coade 
don  García  Ordoñez  de  que  son 
ciertas  las  herencias  que  ten^o  en 
Castilla.  Es  á  saber  la  hacienda 
que  tenso  on  Cavia  y  la  porción  de 
la  otra  Gavia,  que  fué  de  Diego 
Velazquez,  con  las  que  tengo  en 
MazuUo,  en  Villayzan  de  Gande* 
muüio,  en  Madrigal,  en  Villasan- 
ces.  en  Escobar,  en  vGriialva,  en 
Luaego,  en  Quintanilla  de  Mora- 
les, en  Boada,  euManciles,eo  Vi- 
llágalo,  en  Villayzan  de  Trevino, 
en  Villamayor,  en  Villahernando, 
en  Vallecillo,  en  Melgosa  y  otra 
parte  de  Boada,  en  Alcedo,  en 
Fueoterevilla,  en  Santa  Cecilia,  en 
Espinosa,  en  Villanuez  y  la  Nuez, 
en  Quintana  Laynez,  en  Víllanue- 
▼a,  euCerdmos,eoBivar,  en  Quin- 
tana Hortuño,  en  Huseras,  en  Per- 
quorino,enUbieroa,  en  Quintana- 
montana,  en  Moradilto  con  el  mo- 
nasterio de  San  Cebrian  de  Val- 
decañas,  en  Laimbistia.Doyte  to- 
das estas  villas,  en  que  no  se  cuen- 
tan las  que  sacaron  Alvar  Fañez  y 
Alvaro  Alvarez  mis  sobrinos,  con 
todar*  sus  tierras,  viñas,  árboles, 
prados,  fuentes,  dehesas  y  molinos 
con  sus  entradas  y  salidas.  Todo 
esto  os  doy  y  otorgo  en  arras  á 
Tosmimuger  Xímena,  conforme 


al  fuero  de  León,  y  según  hemos 
acordado  entre  nosotros,  con  titu- 
lo de  filiación  y  prohijación.  Ade-  . 
mas  de  esto  te  doy  todas  las  de- 
mas  villas  y  heredades  fuera  de 
las  aqui  espresadas ,  en  donde 
quiera  que  yo  las  tenga,  y  tú  las 
puedes  haber  enteramente,  asi  las 
que  al  presente  tenemos,  como  las 
que  pudiésemos  adquirir  por  ra- 
zón de  esta  prohijación,  i  si  yo 
Rodrigo  Diaz  muriese  &ntes  que 
vos  mi  muger  Ximena  Diaz,  y 
permanecieres  en  estado  de  viu- 
da goces  de  dichas  villas  en  titu- 
lo y  prohijación,  como  arras  pro- 
pias, con  lo  demás  que  dejare  y 
quedare  en  mi  casa  de  bienes, 
pueblos,  ganado,  cavallos,  cava- 
Uerias,  armas  y  ajuares  de  casa: 
de  modo  que  sip  tu  voluntad  no  se 
dé  cosa  alguna,  ni  á  hijos  ni  á 
otra  persona:  y  después  que  mu- 
rieses lo  hereden  los  hijos  que  na- 
ciesen de  nuestro  matrimonio.  St 
sucediere  que  ^o  Ximena  Diaz  to- 
mare otro  mando  pierda  el  dere- 
cho á  todos  los  bienes,  que  por  es- 
ta prohijación  y  arras  reciño  y  la 
hereden  los  hijos  gue  nacieren  de 
nuestro  matrimonio.  Asimismo  yo 
Ximena  Diaz  prohijo  á  vos  Rodri- 
go Diaz  mi  marido  de  estas  mis 
arras,  de  todos  mis    muebles  y 


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890 


BI8TMIA  ra  BSVAftA. 


RamireZt  rey  de  Aragón  y  de  Navarra »  y  con  Beren- 
guer  Ramón  IL  de  Barcelona ;  peleaba  Rodrigo  Diaz 
en  favor  de  Al  Mutamin.  Entró  el  Cid  en  Monzón  á  la 
vista  del  ejército  de  los  aliados»  por  mas  que  Sancho 
hubiera  jurado  que  nadie  tendría  la  audacia  de  ha- 
cerlo. Después  de  lo  cual  dedicóse  con  Al  Mutamin  á 
reedificar  y  fortificar  el  viejo  castillo  de  Almenara, 
entre  Lérida  y  Tamariz.  Acudió  á  sitiar  esta  fortaleza 
el  conde  Berenguer»  junto  con  los  de  Gerdana  y  Urgel, 
y  con  los  señores  de  Vicb,  del  Ampurdan,  del  Rose* 

cuaDto  heredare*  esto  es,  villas, 
oro,  plata,  heredados,  cavallerías» 
armas  y  alhajas  de  casa.  T  si  su- 
cediere que  yo  Ximooa  Diaz  mu- 
riere aotes  que  yos  Rodrigo  Diaz 
mi  marido,  es  mi  voluntad  here- 
déis toda  mi  hacienda  como  qaeda 
dicho  y  seáis  duefio  de  toda  ella  y 
la  podáis  dar  é  quien  gustaseis 
después  de  mi  muerte  y  después 
la  hereden  los  hijos  que  de  noso- 
tros hayan  nacido,  lo  cual  otorgo  ^ 
prometo  yo  Rodrigo  Díaz  á  vos  mi 
esposa,  por  el  decoro  de  vuestra 


hermosura  y  pacto  de  matrimonio 
Tírginal.  También  nosotros  los  di- 
chos condes  Pedro  hijo  de  Assur  y 
García  hijo  de  Ordeño  fuimos  y  se- 
remos fiadores.  Por  tanto  yo  el 
dicho  Rodrigo  Diaz  otorgo  esta 
carta  á  vos  Ximena  Diaz,  y  quiero 
que  sea  firme  sobre  toda  la  ha- 
cienda nombrada  y  prohijación, 
que  entre  nosotros  hacemos  para 
que  la  gocéis  y  disponíais  de  ella 
a  vuestra  voluntad.  Si  alguno  en 
adelante,  asi  por  mi  como  por  mis 
parientes,  hijos,  nietos,  estrenos  ó 
herederos,  oontra  viniere  á  esta  es- 
critura, rompieren  ó  instaren  á 
romperla,  el  tal  quede  obligado  á 
pagar  dos  ó  tres  veces  doblado;  y 
lo  qu4  ae  hubiese  mejorado;  y  pa- 


gue al  fisco  real  dos  talentos  de 
oro  y  vos  lo  gocéis  perpetuamen- 
te. Fué  hecha  esta  carta  de  dona- 
ción y  prohijación  en  49  de  julio 
deiaera44%2,queesteañode4074. 
Nosotros  Pedro  Conde  y  García 
Conde,  que  fuimos  fiadores,  oimoa 
leer  estacarte,  la  confirmamos  con 
nuestras  manos.  En  nombre  de 
Cristo,  Alfonso  rey  por  la  gracia 
deDios,  Urraca  Fernandez  Elvira, 
hija  de  Fernando  juntamente  con 
mis  hermanos,  Conde  Nudo  Gon- 
zález, conf.  conde  Gonzalo  Salva- 
dores coof.  Diego  Alvarez,  Diego 
González,  Alvaro  González,  Alva- 
ro Salvadores,  Bermudo  Rodrí- 
guez, Alvaro  Rodríguez,  Gutierre 
Rodríguez,  Rodrigo  González,  paje 
de  lanza  del  rey,  Munio  Diaz,  Gu« 
tierre  Nuñiz,  Froyla  Mufiiz,  Fer- 
nando Pérez,  Sebastian  Pérez,  Al- 
varo Añiz,  Alvaro  Alvarez,  Pedro 
Gutiérrez,  Diego  Gutiérrez,  Diego 
Maurel,  Sancha  Rodriguez,  Tere- 
sa Rodríjguez.  Fueron  Testigos 
Anaya,  Diego  y  Galiodo.» 

Era  Rodri(;o  hijo  de  Diego  Lai- 
nez,  descendiente  de  Lain  Calvo, 
uno  de  ios  jueces  de  Caatilla;  y 
Ximena  lo  era  de  DiegOi  conde  do 
Asturias. 


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PARTB  U.  UBEO  II.  391 

IIoD  y  de  Garcasona.  Sancho  Ramírez  de  Aragoa  aa- 
daba  por  otra  parle  ocupado.  Prolongábase  el  cerco,-  ^^^^^ 
y  comenzaba  á  faltar  el  agua  á  los  sitiados  (1081). 
Notició  Al  Mutamin  áRodrigo,  que  se  hallaba  entonces 
en  la  fortaleza  de  Escarpa,  en  la  confluencia  delSegre 
ydelGinca,  la  apurada  situación  en  que  se  veía  ia 
guarnicionde  Almenara.  Quería  el  musulmán  que  Ro 
drigo  atacara  á  los  sitiadores,  mas  el  castellano  pre* 
fírió  ofrecer  á  los  condes  catalanes  cierta  suma  de  di- 
nero á  condición  de  que  levantaran  el  asedio,  propues- 
ta que  rechazaron  los  catalanes  con  indignación.  Irri- 
tado con  este  desaire  el  Cid,  los  atacó,  acuchilló  gran 
número  de  ellos,  ahuyentó  á  los  demás,  hizo  prisionero 
al  conde  Berenguer  de  Barcelona,  y  partió  con  el  or- 
gullo del  triunfo  á  Tamariz,  donde  presentó  su  ilus- 
tre prisionero  á  Al  Mutamin,  y  de  alli  á  Zaragoza,  si 
bien  á  los  cinco  dias  de  retenerle  en  su  poder  le  de* 
volvió,  al  decir  de  la  crónica,  su  libertad  ^^K  Premió 
Al  Mulamin  al  Campeador  con  muchos  y  ricos  do* 
nes  y  alhajas,  y  le  dio  mas  autoridad  que  á  su  pro- 
pio hijo,  de  suerte  que  era  el  Cid  como  el  señor  de 

(4)    Gesta  Gomit.  Barcío.p.  20.  desaveneDcias  entre  el  castellano 

—Según  el  Poema  del  Cid^  Ro-  y  el  barcelonés  que  el  poeta  ia- 

drigo  había  estado  antes  en  Bar-  dicó  en  los  siguientes  versos,  pues- 

celona,  donde  debieron  sobrevenir  tos  en  boca  del  conde: 

Grandes  tuertos  me  tione  mío  Cid  el  de  Bibar: 

Dentro  en  mi  Cort  tuerto  me  tobo  arant: 

Firiom*  el  sobrino  é  non  lo  enmenaó  roas. 
Y  hablando  de  la  batalla  añade: 

Hy  ganó  á  Colada,  que  mas  vale  de  mili  marcos  de  plata. 
Frisólo  al  conde,  para  su  tierra  lo  lebaba: 
A  stts  creenderos  mandarlo  guardaba.... 


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392  oíSTouA  BB  espaKa. 

todas  las  tierras  pertenecientes  al  reino  de  Zaragoza. 
Cuando  en  1083  el  gobernador  de  Roda  Albofalac 
se  rebeló  contra  Al  Mutamin  y  proclamó  soberano  á  su 
tío  Almudhaffar,  este  pidió  ayuda  al  rey  don  Alfonso, 
que  le  envió  á  su  primo  el  príncipe  Ramiro  de  Navarra 
con  el  conde  Gonzalo  Salvadores  de  Castilla  y  muchos* 
otros  nobles  que  conduelan  una  respetable  hueste.  No 
contento  con  esto  Almudhaffar,  suplicó  al  rey  de  Cas- 
tilla que  fuese  en  persona.  También  le  complació  en 
esto  Alfonso  y  permaneció  algunos  dias  en  Roda.  Mas 
como  después  de  su  partida  hubiese  muerto  Almudha- 
fTar,  trató  Albofalac  con  el  infante  Ramiro»  y  ofrecién- 
dole entregar  la  plaza  á  Alfonso  rogó  á  este  que  pa- 
sase personalmente  á  posesionarse  de  ella.  Por  fortuna 
receló  el  monarea  de  tan  generoso  ofrecimiento  y  dis- 
puso que  entraran  sus  generales  delante  de  él.  La  sos- 
pecha era  harto  fundada.  Al  entrarlas  tropas  de  Castilla 
una  lluvia  de  piedras  descargó  de  improviso  sobre  los 
cristianos;  muchossucumbieron  victimas  de  aquella  trai- 
cio,  y  entre  ellos  el  conde  Gonzalo  Salvadores,  nom- 
brado Cuatro-Manos ,  cuyo  cadáver  fué  trasportado  á 
Oña  (1084).  Triste  y  apesadumbrado  se  hallaba  en  su 
campo  el  rey  Alfonso,  cuando  noticioso  el  Cid  de  aquel 
desastre  pasó  á  unírsele  desde  Tudela.  Recibióle  be- 
névolamente el  monarca ,  y  le  manifestó  su  deseo  de 
que  le  siguiera  y  acompañara  á  Castilla.  Hízolo  asi 
Rodrigo.  Mas  como  no  tardase  en  penetrar  que  no  se 
habia  extingido  aun  la  desfavorable  prevencioa  del 


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PAETB  n.  UBRO  n.  303 

rey  hacia  su  persona ,  separóse  otra  vez  de  él  y  se 
volvió  á  Zaragoza. 

EDComendóie  entoaces  Al  Matamin  que  hiciese 
algunas  incursiones  por  tierras  de  Aragón.  Rápidas 
como  el  relámpago  y  abrasadoras  como  el  rayo  eran 
estas  correrías  que  el  Campeador  hacia  con  sus  han* 
das»  y  antes  regresaba  él  cargado  de  prisioneros  y  de 
botín  que  tuvieran  tiempo  sua  enemigos  para  aperci- 
birse de  ello  cuanto  mas  para .  prepararse  á  resistir 
sus  acometidas.  Entróse  después  por  los  dominios  de 
Al  Mondhir  Alfagib,  taló  y  devastó  sus  campos,  puso 
sitio  á  Morella ,  y  reedificó  y  fortificó  el  castillo  de 
Alcalá  de  Ghivert.  Invocó  Al  Mondhir  el  auxilio  de  su 
aliado  Sancho  Ramírez:  asentaron  los  dos  príncipes 
sus  reales  en  los  campos  del  Ebro,  desde  donde  in- 
timó Sancho  á  Rodrigo  Diaz  que  evacuara  el  ternto- 
rio  de  Al  Mondhir.  ^  venis,  contestó  el  arrogante 
castellano»  con  intenciones  pacíficas,  os  dejaré  el  paso 
libre,  y  aun  os  daré  ciento  de  mis  guerreros  para  qae 
os  escolten  y  acompañen :  pero  yo  no  me  moveré  de 
donde  estoy.>lCon  esta  respuesta  marcharon  Sancho 
y  Al  Mondhir  ¿ontra  Rodrigo  que  los  esperó  á  pié  fir* 
me.  Empeñóse  el  combate:  larga  y  reñida  foé  la 
pelea :  pero  el  guerrero  castellano  derrotó  al  fin  y 
deshizo  las  huestes  de  los  dos  monarcas ,  cristiano  y 
musulmán ,  que  ambos  se  salvaron  por  la  fuga.  Per- 
siguiólos el  Campeador  y  logró  hacer  prisioneros  dos 
oüi  soldados  con  multitud  de  nobles  aragoneses :  con 


V 


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394  BtfTOEU  0B  UFAÜA. 

estos  y  con  un  iomenso  botín  se  volvió  á  Zaragossat 
donde  Al  Mutamin  le  colmó  nuevamente  de  honores. 
Otro  campo  se  abrió  después  al  hazañoso  castella- 
no* El  nuevo  teatro  de  sus  proezas  había  de  ser  Va- 
lencia. Reinaba  intranquilamente  en  esta  ciudad  el 
desgraciado  Yahia  Aikadír  ben  Dilnüm ,  á  quien  Al- 
fonso había  arrojado  de  Toledo.  Gracias  á  las  tro- 
pas castellanas  que  guarnecían  á  Valencia  manda- 
das por  Alvar  Fañez,  aunque  costeadas  por  Alka-» 
dir^  había  podido  este  irse  sosteniendo  contra  pro- 
pios y  estraños  enemigos.  Sin  embargo  habia  perdido 
á  Játiva  que  su  gobernador  entregó  á  Al  Mondhir ,  el 
rey  de  Lérida,  de  Tortosa  y  de  Dehia,  hermano  del  de 
Zaragoza.  Al  Mondhir  habia  hecho  ya  algunas  tenta- 
tivas para  apoderarse  de  la  mi^ma  capital,  y  aunque 
infructuosas,  los  valencianos  tenían  el  triste  presen- 
timiento de  que  Valencia  se  habría  de  perder  por  Al- 
kadír  como  Toledo.  En  tal  estado  ocurrió  la  famosa 
irrupción  de  los  Almorávides  y  la  terrible  y  funesta 
derrota  de  Alfonso  VL  en  Zalaca  que  dejamos  referi- 
da en  el  anterior  capitulo.  Alfonso  habia  llamado  i 
Alvar Fañez de  Valencia»  y  privado  Alkadirde  su 
único  sosten  y  apoyo  hizo  allana  con  Yussuf  el  gefe 
de  los  Almorávides,  emancipándose  del  soberano  de 
Castilla.  Mas  como  Ynssuf  volviese  á  África  y  el  Cid 
hubiera  ahuyentado  á  los  Almorávides  de  Hnrcia» 
encontróse  otra  vez  el  de  Valencia  abandonado  y  solo: 
sn  rival  Al  Mondhir  se  presentó  con  poderosa  hues- 


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rim  u.  uno  ii*  305 

te  al  pie  de  los  muros  de  la  ciudad:  en  tal  apuro  vol- 
vió otra  vez  Alkadir  los  ojos  hacia  Alfonso  de  Castilla, 
cuyo  auxilio  reclamó,  como  igualrneute  el  de  Almos* 
,  tain  de  Zaragoza »  que  babia  sucedido  á  su  padre  Al 
Mutamin,  y  coa  quieo  el  Campeador  cootinuaba  en  la 
misma  amistad  y  alianza  que  con  su  padre.  Concerta- 
ron entonces  Almostaín  y  Rodrigo  ayudarse  recípro** 
camente  para  conquistar  á  Valencia,  á  condición  da 
que  la  ciudad  habría  de  ser  para  Almostaín ,  el  botío 
para  Rodrigo  todo» 

Noticioso  de  esta  confederación  y  de  este  proyec** 
to  Al  Mondhir  apresuróse  á  levantar  el  sitio,  y  los 
dos  aliados  se  presentaron  delante  de  Valencia.  Dié* 
les  Alkadir  cumplidas  gracias,  considerándolos  como 
atentos  auxiliares  é  ignorante  de  sus  ulteriores  desig* 
nios.  Mas  cuando  el  de  Zaragoza  recordó  al  Cid  so 
promesa  de  ayudarle  á  conquistar  á  Valencia,  res- 
pondióle el  castellano  que  aquel  proyecto  era  irreali- 
zable porque  Alkadir  era  on  vasallo  del  rey  de  Cas- 
tilla, y  que  quitársela  á  Alkadir  equivalía  á  quitar*- 
sela  á  Alfonso,  so  soberano ,  á  quien  él  no  pedia  fal*^ 
tar:  contestación  que  dio  al  traste  con  todas  las  ilu- 
siones de  Aimostain  ,  el  cual  se  retiró  desazonado  á 
Zaragoza.  Manejóse  entonces  el  Cid  con  la  maña  y 
astucia  de  un  gran  político.  Mientras  con  buenas  pa- 
labras entretenía  por  un  lado  á  Alkadir  el  de  Valen^ 
cia,  por  otro  á  Al  Mondhir  el  de  Lérida,  y  por  otro  á 
Aimostain  el  de  Zaragoza  ,  hablando  i  cada  cual  en 


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396  msTORU  bb  bspaKa. 

el  sentido  que  halagaba  mas  sos  intereses,  aseguraba 
y  protestaba  ai  rey  de  Castilla  que,  vasallo  sayo  ca« 
mo  era,  ni  obraba  ni  guerreaba  sino  en  el  interés  de 
su  soberano:  que  su  objeto  en  enflaquecer  y  debilitar 
á  los  moros;  que  la  hueste  que  mandaba  la  sostenía  á 
costa  de  los  infieles  y  nada  le  costaba  al  rey,  á  quien 
pensaba  hacer  pronto  dueño  de  todo  aquel  país.  Sa- 
tisfecho con  esto  Alfonso  permitióle  retener  bajo  sa 
mando  aquel  ejército,  y  comenzó  el  Cid  á  hacer  por 
la  comarca  de  Valencia  aquellas  atrevidas  excursio- 
nes que  al  propio  tiempo  que  le  proporcionaban  pro- 
veer al  mantenimiento  de  su  gente,  difundían  el  es- 
panto y  el  terror  entre  los  mahometanos  (1089). 

Convencido  ya  el  de  Zaragoza  de  que  para  tomar 
á  Valencia  no  podia  contar  con  el  Cid,  trató  confieren- 
guer  de  Barcelona,  á  quien  halló  mas  propicio,  tanto 
que  seguidamente  vino  el  barcelonés  á  poner  cerco  á 
aquella  ciudad  tan  codiciada  de  todos.  Era  esto  á  la 
sazón  que  Rodrigo  habia  pasado  á  Castilta  á  confe- 
renciar con  el  rey  Alfonso  sobre  sus  proyectos  y  ope- 
raciones» Recibióle  bien  el  monarca  y  le  dio  el  domi- 
nio y  sefiorío  de  todos  los  pueblos  y  fortalezas  que 
conquistara  á  los  musulmanes.  Guando  regresó  hacia 
Valencia  el  Campeador  con  una  hueste  de  siete  mil 
hombres  que  entonces  acaudillaba ,  no  se  atrevió  el 
conde  Berenguer  á  esperarle ,  y  levantando  el  cerco 
tomó  la  vuelta  de  Barcelona,  contentándose  sus  sol- 
dados C(m  dirigir  amenazas  é  insultar  á  los  del  Cid, 


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PARTE  IK  LIBEO  II.  397 

el  cual  no  quiso  atacarlos  por  cousideracíoo  al  pareo- 
tesco  que  unía  á  Berenguer  de  Barcelona  con  Alfonso 
dé  Castilla  su  soberano  ^*).  Prometió  á  Alkadir  el  de 
Valencia  que  le  protegería  contra  todos  sus  enemigos, 
moros  ó  cristianos ,  y  pactó  con  él  que  llevaria  á  la 
ciudad  el  botin  que  recogiera  en  sus  «espediciones,  y 
en  cambio  el  de  Valencia  le  asistiría  á  él  con  mil  di- 
nares mensuales.  Emprendió  de  nuevo  Rodrigo  sus 
correrías  por  el  pais ,  y  obligó  á  los  alcaides  de  las 
fortalezas  á  pagar  á  Alkadir  el  tributo  que  acostum-* 
braban. 

Una  nueva  complicación  vino  á  indisponer  otra 
vez  al  Cid  con  su  soberano.  Guando  en  1090  Yussuf 
con  sus  Almorávides  y  con  los  árabes  andaluces  fué 
á  atacar  el  castillo  de  Aledo,  Alfonso  avisó  ¿  Rodrigo 
para  que  acudiera  al  socorro  de  los  sitiados.  Por  una 
fatal  combinación  de  circunstancias ,  y  acaso  mas  por 
culpa  de  Alfonso  que  de  Rodrigo,  no  pudo  este  incor- 
porarse oportunamente  al  ejército  cristiano.  Valiéron- 
se de  esta  ocasión  sus  enemigos  para  acusar  al  Cid  de 
traidor  á  su  rey,  imputando  su  retraso  á  intención  de 
comprometer  el  ejército  de  Castilla  y  de  proporcionar 
un  triunfo  á  los  sarracenos.  Por  inverosímil  é  injusti- 
ficable que  fuese  la  acusación,  el  monarca,  siempre 
prevenido  contra  Rodrigo  Diaz,  ó  dio  ó  aparentó  dar 
Qrédito  ¿  los  denunciadores,  revocó  el  derecho  de  se- 

(4)    Sin  duda  por  alguna  de  las   oriundas  de  Francia  como  las  con 
osposas  do  este  último,  casi  todas   desas  de  Barcelona. 


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398  aiSTMIA  DB  BSrAKA. 

norfo  que  le  babia  dado  sobre  las  forlaleays  qae  con- 
quistara,  le  privó  hasta  de  las  posesiones  de  su  pro- 
piedad» é  hizo  poner  en  prisión  á  sa  esposa  y  sos  hi- 
jos. Noticioso  de  tan  doras  medidas»  despachó  el  Cid 
uno  de  sos  caballeros  para  qae  le  justificara  ante  el 
rey  Alfonso  ofreciendo  probar  sd  inocencia  en  duelo 
judicial.  Desoyó  el  monarca  la  proposición.  Devolvió- 
le, no  obstante,  la  esposa  y  los  hijos  prisioneros»  mas 
no  satisfecho  con  esto  el  Cid»  le  envió  cuatro  justifica- 
ciones» cada  una  en  términos  diferentes:  nada  baa- 
tó  á  ablandar  el  ánimo  del  injustamente  enojado 
monarca. 

Volvió  entonces  el  Campeador  á  guerrear  por  su 
cuenta.  Desde  Elche  donde  se  hallaba  partió  siguien- 
do la  costa.  En  pocos  días  rindió  la  guarnición  de  Po- 
lop»  donde  se  apoderó  de  una  cueva  en  que  babia 
custodiado  un  tesoro  de  inmensas  riquezas  en  dinero 
y  en  telas  preciosísimas.  Pasó  el  invierno  en  las  in- 
mediaciones de  Denla.  Desde  Orihuela  hasta  Jáliva  no 
dejó  un  solo  muro  en  pie.  El  botín  vendíalo  en  Valen- 
cia con  arreglo  al  tralo  hecho  con  Alkadír.  Marchó 
después  con  todo  su  ejército  contra  Tortosa»  taló  la 
comarca  y  se  apoderó  de  Mora.  Su  antiguo  enemigo 
Al  Hondhir»  rey  de  aquella  tierra,  acudió  de  nuevo  á 
Berenguer  de  Barcelona »  suplicándole  le  ayudara  á 
desembarazarse  del  importuno  guerrero  castellano. 
Berenguer  que  deseaba  también  vengar  las  humilla- 
ciones que  habia  recibido  del  Cid»  púsose  cod  grande 


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PARTB  11.  LIBIO  n.  399 

ejército  sobre  Calamocha ,  y  aun  l(^ó  hacer  entrar 
en  la  confederación  al  rey  de  Zaragoza  Almostain. 
Eran  ya  tres  principes,  dos  mosalmanes  y  uno  cristia- 
no, conjurados  contra  Rodrigo  solo,  y  sin  embargo, 
todaría  quisieron  comprometer  al  rey  de  Castilla  á  que 
los  ayudara  á  humillar  al  altivo  y  formidable  castella* 
no,  lo  cual  no  consiguieron. 

Hallábase  el  Cid  acampado  en  un  valle  circunda- 
do de  altas  montañas,  coando  Almostain,  que  sin  du- 
da quería  congraciarse  con  Rodrigo,  le  avisó  que  iba 
á  ser  atacado  por  el  barcelonés*  «Pues  bien,  le  con- 
testó en  una  carta  el  de  Vivar,  aquí  le  esperaré,  y  os 
ruego  que  le  ensenéis  esta  carta.n  Vivamente  picado 
el  de  Barcelona  escribióle  á  sa  vez  diciendo'que  espe« 
rara  su  venganza;  que  si  creia  que  él  y  los  suyos  eran 
mugeres,  pronto  le  haría  ver  lo  contrarío ;  que  si  se 
atrevia  al  dia  siguiente  á  dejar  sus  montañas  y  com- 
batir en  el  llano,  entonces  le  tendría  por  Rodrigo  el 
guerrero,  el  Campeador,  mas  si  lo  rehusaba  ó  esquí* 
vaba  le  tendria  solo  por  traidor  y  alevoso.  A  tales 
denuestos  contestó  sobre  la  marcha  Rodrigo,  hacién- 
dole ver  que  no  le  intimidaban  sus  bravatas,  y  que  si 
hasta  entonces  no  le  h^bia  atacado  agradeciéralo  á  la 
consideración  que  habia  querido  guardar  al  rey  Al- 
fonso su  soberano;  pereque  en  la  llanura  le  encon- 
traría í*J.  En  su  consecuencia ,  hizo  el  conde  Beren- 

0)    Gesta  Comit.  Barcín.— La    f^íoa  4S$. 
Gasllila  y  el  iiMiafiffloao  oaaUllano, 


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400  flUTOEU  DB  BSPAfÍA. 

gaer  ocupar  de  noche  y  con  sigilo  las  montañas  que 
se  levantaban  á  espalda  de  los  reales  del  Cid,  y  al 
rayar  el  alba  se  precipitaron  los  catalanes  en  el  va- 
lle. El  de  Vivar  que  no  estaba  desprevenido,  salió  im- 
petuosamente á  su  encuentro  y  arrolló  la  vanguardia 
de  Berenguer,  si  bien  el  Cid  cayó  herido  del  caballo 
en  términos  de  no  poder  pelear.  Pero  sus  intrépidos  y 
leales  castellanos  prosiguieron  combatiendo  tan  brío* 
sámente,  que  después  de  hacer  grande  mortandad  en 
los  catalanes  condujeron  prisionero  al  pabellón  de 
Rodrigo  al  conde  Berenguer  con  varios  otros  nobles 
catalanes  y  cinco  mil  soldados  mas. 

Humillado  y  confuso  él  condOt  fué  al  principio 
duro  y  ásperamente  tratado  por  su  vencedor  ,  que  ni 
siquiera  le  permitió  tomar  asiento  á  su  lado  en  la 
tienda*  Mandó^que  le  tuvieran  bien  custodiado  fuera 
del  recinto  de  los  reales  ,  pero  que  ni  al  ilustre  pri- 
sionero ni  á  los  suyos  les  escasearan  la  despensa. 
Inútil  era  el  obsequio  para  quien  con  el  disgusto  y  el 
bochorno  de  la  derrota  estaba  mas  para  pensar  en  lo 
amargo  y  desabrido  de  su  suerte  que  en  lo  sabroso  y 
dulce  de  la  vianda  ^^^  Dolióse  al  fin  el  Cid  de  la  pe- 


:  (4)    Esta  esceoa  de  la  comida    pió  tiempo  qae  con  una  vivacidad 
está  pintada  en  el  Poema  con  una    sumamente  dramática, 
senoulezrada  y  enérgica,  al4)ro- 

k  Mío  Cid  non  Rodrigo  grant  cocinal  adobaban: 
El  Conde  Don  Remont  non  golopresia  nada. 
Adiscenle  los  comeres,  delante  selos  paraban: 
El  non  lo  quiere  comer,  á  todos  los  rasooaba. 
«No  combré  on  bocado  por  quanto  ha  en  toda  España: 


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PARTE  \U  LIBRO  II.         '  404  ' 

Badumbre  del  barcelonés,  y  díóle  libertad  á  los  pocos 
dias^  como  ya  en  otra  ocasión  lo  habia  hecho,  no  sin 
recibir  ahora  por  premio  del  rescate  lá  enorme  suma 
de  ochenta  mil  marcos  de  oro  de  Valencia.  Los  demás 
prisioneros  ofrecieron  también  por  el  sayo  crecidas 
cantidades,  y  bajo  palabra  de  aprontarlas  se  les  per- 
mitió ir  á  sos  tierras:  cnmpliéronlo  ellos,  volviendo 
cada  cual  con  lá  suma, que  le  correspondía ,  y  como 
algunos  no  hubiesen  ppdido  reuniría,  llevaban  sus 
hijos  ó  «as  padres  en  rehenes  hasta  salisfacer.el  resto. 
Admirado  el  Cid  y  aun  enternecido  de  tanta  lealtad, 
quiso  corresponder  á  ella  generosamente  y  declaró  á 
todos  libres  sin  rescate  alguno. 

Despoes  de  esta  victoria,  llamada  de  Tobar  del 
Pinar,  el  Cid  estuvo  algún  tiempo  enfermo  en  Daro  - 
ca,  desde  cuyo  punto  envió  mensageros  al  rey  de 
Zaragoza  Almostaín,  y  como  se  hallase  con  él  en  esta 
ciudad  el  vencido  y  rescatado  conde  de  Barcelona, 
envió  á  decir  á  Rodrigo  por  los  mismos  mensageros 


Antes  perderé  el  caerDO  é  dexaré  el  alma, 
'  *  calzad 

e^  deste  pan  é  beoed  deste  vino: 
Si  lo  qué  digo  ncióredes,  saldredes  de  cative: 


Puea  que  tales  malcalzados  me  vencieron  de  batalla.» 
Mió  Cid  Ruy-  Diaz  odredes  lo  que  dixo; 


Sinon  en  todos  vuestros  dias  non  veredes  Gbristianismo yt 

Quando  esté  oyó  el  conde  yes  iba  alebrando: 
«Si  lo  ficiéredes,  Cid,  lo  que  avades  fablado. 
Tanto  quanto  yo  viva  dend  seré  maravilIado.j> 

—«Pues  comed,  conde,  ó  quando  fueres  yantada, 
A  vos  é  á  otros  dos  darvos  be  de  mano....» 

Alegre  es  el  ponde,  ó  pidió  agua  alas  manos.... 
tDel  día  que  fui  Conde,  non  yantó  tan  de  buen  grado,  . 
El  sabor  que  dend'  be  non  será  olvidado....» 

Dánle  tres  palafrés  muy  bien  ensellados....  etc. 

Tomo  it.  '  26 


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402  HISTOEIA  DE  ESFAÜA. 

que  deseaba  ser  su  amigo  y  valedor.  Despreció  al 
pronto  el  Cid  rudamente  la  oferta,  y  solo  á  instancias 
de  sus  compañeros  de  armas  que  le  expusieron  tao 
ser  acreedor  á  tan  tenaz  encono  quien  tanto  se  humi-*- 
liaba  después  de  vencido  y  despojado,  consintió  en 
aceptar  la  alianza  de  Berenguer,  el  cuál  pasó  alegre 
y  contento  á  darle  las  gracias^  y  poniendo  una  parte 
de  sus  dominios  bajo  la  protección  del  de  Vivar^  baja- 
ron juntos  hacia  la  costa,  y  acampando  el  Cid  enBur- 
riana,  tomó  Berenguer  la  vuelta  de  Barcelona. 

La  derrota  del  conde  Berenguer  causó  tal  pesa- 
dumbre á  su  aliado  Al  Mondbir  el  de  Tortosa,  que  de 
ella  enfermó  y  murió  af  poco  tiempo,  dejando  un  hijo 
de  corta  edad  bajo  la  tutela  de  los  Beni-Bétyr,  de  los 
cuales  el  uno  gobernó  á  Tortosa,  el  otro  á  Játiva  y  el 
tercero  á  Denía.  Comprendieron  estos  la  necesidad  de 
aliarse  con  el  Cid,  y  obtuviéronlo  á  costa  de  un  tri- 
buto anual  de  cíncaenta  mil  dinares.  De  modo  que  en 
aquel  tiempo  cobraba  el  Campeador,  ademas  de  estos . 
cincuenta  mil  dinares,  y  de  los  doce  mil  que  le  pa- 
gaba el  de  Valencia,  otros  diez  mil  del  señor  de  Al- 
barracin^  diez  mil  del  de  Alpuente,  seis  mil  del  de 
Marvíedro,  seis  mil  del  de  Segorbe,  cuatro  mil  del  de 
léríca,  y  tres  mil  del  de  Almenara.  Con  tales  rique- 
zas y  tales  tributos  no.debia  apesadumbrarle  mucho 
que  Alfonso  le  hubiera  despojado  de  sus  estados  y 
bienes: 

Sitiaba  Rodrigo  á  Liria  .en  1099li  cuando  recibió 


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PAATB  II.  U9E0  II.  4t)3 

cartas  de  la  reina  Constanza  de  Castilla  y  de  $as  anoii- 
g08  en  qae  le  rogaban  diese  ayuda  y  mano  á  Alfonso 
en  la  expedición  que  preparaba  á  Andalncia  contra 
los  Almorávides,  asegurándole  que  asi  volvería  á 
entrar  ea  la  gracia  de  su  rey.  Galante  el  Cid  y  obse- 
cuente á  la  voz  de  su  soberana,  dejó  á  Uria  cuando 
estaba  á  punto  de  rendirse  y  se  incorporó  al  ejército 
expedícionarío  de  Castilla.  Mas  como  Alfonso  sentase 
su  campo  en  las  montañas  de  Granada,  y  el  Cid  para 
protegerle  avanzara  al  llano  de  la  vega,  vio  en  esto 
el  monarca  castellano,  siempre  receloso  del  Qd,  un 
rasgo  de  personal  presunción,  que  los  envidiosos  cor- 
tesanos no  se  descuidaron  tampoco  en  representar 
como  tal;  asi  cuando  volvían  á  Toledo,  no  bien  tra- 
tados por  los  africados,  al  paso  por  Ubeda  dirigió  el 
rey  á  Rodrigo  palabras  ásperas  y  de  enojo,  y  aun 
dejó  entrever  sa  intención  de  arrestarle.  Calló  el  Cid 
y  disimuló;  mas  durante  la  Boclie  levantó  su  campo 
y  se  volvió  á  tierra  de  Valencia.  Muchos  de  los  suyos 
se  quedaron  entonces  en  las  banderas  de  Alfonso. 

Nada,  sin  embargo,  arredraba,  al  Campeador. 
Cuando  llegó  á  Valencia,  el  rey  Alkadir  padecía  una 
grave  enfermedad,  y  el  Cid  era  quien  de  hacho  do*^ 
minaba  alli.  Pero  hallábase  mal  Rodrigo  conel  reposo. 
Salió,  pues,  para  Morella,  y  cuando  de  aqui  se  díri* 
gia  á  atacar  á  Borja,  recibió  aviso  de  Almostain  el  de 
Zaragoza  que  le  rogaba  le  amparase  contra  Sancho 
Ramírez  de  Aragón  que  se  iba  appderando  de  sus 


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404  HI8T0RU  DB  BSPAÍIa* 

dominios.  Mudó  el  Cid  de  rambo  y  se  faé  á  Zaragoza 4 
Costóle  al  aragonés,  sí  quiso  evitar  el  venir  á  las  ma- 
nos con  el  Campeador»  solicitar  un  acomodamiento  con 
él,  que  el  Cid  aceptó  á  condición  de  que  no  molesta- 
ra mas  á  Almostain.  Sancho  regresó  á  sus  estados,  y 
el  Cid  se  quedó  ^n  Zaragoza. 

^Habia  aprovechado  el  rey  Alfonso  la  ausencia  de 
Rodrigo  para  sitiar  á  Valencia,  de  acuerdo  con  los 
genoveses  y  pisapos  que  con  sus  naves  le  habían  de 
apoyar  por  la  parte  del  mar.  Desgraciadamente  ocur- 
rieron entre  los  sitiadores  desavenencias  que  obliga- 
ron á  Alfonsea  volverse  á  Castilla.  El  Cid 'en  tanto 
habíase  dirigido  á  la  Rioja,  y  apoderádose  de  Alberi- 
te,  de  Logroño  y  de  Alfaro.  Hallábase  en  ésta  última 
fortaleza»  cuando  el  conde  gobernador  de  Nájera 
García  Ordoñez  le  envió  unos  mensageros  para  inti- 
marle que  permaneciera  allí  siete  días  solamente^  al 
cabo  de  los  cuales  se  vería  con  él  en  batalla.  Contes- 
tóle el  Cid  que  quedaba  esperándole;  pero  en  vano 
aguardó  los  siete  diasque  su  retador  deseaba.  Eicon* 
de  Ordoñez»  después  que  hubo  juntado  su  ejército» 
volvióse  desde  el  camino  sin  atreverse  á  medir  sus 
armas  con  las  del  Campeador»  el  cual  acabando  de 
talar  aquellos  campos»  tomó  otra  vez  la  vuelta  de 
Zaragoza. 

Entreta\ito  habían  ocurrido  en  Valencia  sucesos 
de  la  mayor  gravedad.  los  Almorávides  se  habían 
apoderado  de  Murcia,  de  Denla»  y  después  de  Alci- 


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PAETB  II.   LIBEO  11.  405 

ra.  Esto  y  la  ausencia  del  Cid  babiao  alenlado  al  trai- 
dor cadí  de  Valencia  Ben  Gehaf  para  intentar  sentarse 
en  el  trono  del  débil  Alkadír:  movió  un  alboroto  en 
el  paeblo,  y  facíliló  la  entrada  á  lo3  Almorávides.  E| 
desventurado  Alkadir,  invadido  su  palacio,  salió  ves- 
tido de  muger  y  se  cobijó  en  una  casita  entre  sus 
mismas  concubinas.  Alli  le  alcanzó  el  puñal  de  un. 
asesino,  y  apoderado  de^  su  cadáver  el  cadí  revolu- 
cionario Beo  GehaC,  cortóle  la  cabeza  que  arrojó  á  un. 
^.'stanque»  y  el  tronco  de  su  inanimado  cuerpo  fué  al 
dia  siguiente-  enterrado  en  un  foso  fuera  de  la  ciudad, 
sin  un  lienzo  siquiera  que  le  cubriese.  Tal  fué  el 
desastroso  fin  (noviembre  de  1092)  del  desgraciado 
Alkadir  ben  Dilnúmt  á  quien  Alfonso  VL  babia  lan*r 
zado  en  1085  de  Toledo,  donde  tantos  beneficios 
babia  recibida  de  su  padre  cuando  era  un  principe 
desterrado  y  prófugo.  El  usurpador  cad,í.  paseá- 
base orgulloso  por  las  calles  de  Valencia  con  toda  la 
pompa  y  aparato  de  un  rey.  Sin  embargo,  nadie  le 
daba  el  título  de  tal,  y  Valencia  se  gobernaba  á  mo- 
do de  república  por  un  senado  compuesto  de  los  ciu- 
dadanos mas  respetables,  del  mismo  modo  que  Cór- 
doba cuando  se  extinguió  la  dinastía  de  k)s  Benir 
Omeyas. 

Los  partidarios  del  monarca  asesinado  avisaron  de 
todo  al  Cid  Campeador,  que  desde  Zaragoza  acudió 
presuroso  á  las  inmediaciones  de  Valencia.  Uniéronr 
sele  lodos  los  fugitivos  y  descontentos  de  la  ciudad. 


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106  BMTORIA    DB   UfáfíA 

Escribió  Rodrigo  al  rebelde  cadt  reprendiéndole  sa 
comporta  míenlo  y  reclamando  imperiosamente  el  tri- 
go que  había  dejado  en  los  graneros  de  Yalencía. 
Contestóle  Ben  Gehaf  que  el  trigo  había  sido  robado,, 
y  que  la  ciudad  se  hallaba  en  poder  de  los  Almora- 
Tides.  Indignó  al  altivo  castellano  aquella  carta ,  trá^ 
ló  al  cadi  de  malvado  y  de  imbécil,  y  le  conminó  con 
constitoirse^n  vengador  del  asesinado  Alkadír.  Escri- 
.  bió  á  todos  los  gobernadores  comarcanos ,  y  á  todos 
los  hizo  ó  tributarios,  ó  vasallos,  á  auxiliares.  Dos  ve- 
ces al  día  enviaba  el  Cid  sus  algaras  al  territorio  va- 
lenciano: hombres,  ganados,  todo  lo  arrebataban  loe 
soldados  de  Rodrigo,  respetando  solo  á  los  labradores 
y  habitantes  de  la  Huerta ,  á  quienes  mandaba  respe- 
ta i;*  y  aun  tratar  con  dulzura  para  que  se  dedicaran  li- 
bremente á  sus  faenas*  Ya  en  lugar  de  dos,  hacía  tres 
algaras  diarias,  una  á  la  mañana,  otra  al  medio  día  y 
otra  á  la  tarde,  no  dejando  un  instante  de  reposo  á  los 
valencianos.  Incapaces  de  rechazar  sus  ataques  los 
trescientos  ginetes  que  fien  Gehaf  mantenía  con  el  tri- 
go que  había  pertenecido  al  Cid,  iban  menguando  cada 
día  diezmados  por  las  espadaa  castellanas.  Una  part& 
de  los  tesoros  de  Aflcadír  que  Ben  Gehaf  enviaba  at 
general  almoravide  que  se  hallaba  en  Denla,  cayó  en. 
manos^  de  Rodrigo. 

Dueño  ya  éste  de  todos  los  fuertes  de  la  comarca, 
avanzó  con  todo  su  ejército  á  estrechar  de  cerca  la 
QÍudad.  I)izo  quemar  todos  )os  pueblos  de  la  circua- 


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PAETB  11.  LIBftO  II*  407 

fercDcia»  los  molinos «  las  barcas  del  Guadalaviar,  las 
tórresi  las  casas  y  las  mieses  d.e  la  campiña.  A  los  poi- 
cos días  atacó  y  tomó  el  arrabal  de  Yilianueva ,  con 
graa  mortaadad  de  moros  y  Almorávides.  Al  siguien- 
te se  posesionó  de  la  Alcadia,  y  las  tropas  cristianas 
escalaron  ana  parte  del  muro  de  la  ciudad.  Acudió, 
innumerable  morisn^a  eh  su  defensa,  y  empeñóse  lar- 
go y  recio  combate  hasta  que  los  moros  pidieron  á. 
voz  en  grito  la  paz.  Otorgósela  el  Cid  á.los  del  arra** 
bal  ¿  condición  de  que  mantuvieran  sus  tropas,  y 
quedó  tranquilo  poseedor  de  la  Alcudia  encargajido. 
mucho  á  sus  soldados  que,  respetaran  las  personas  y 
las  propiedades  de  sus  moradores.  Cada  vez  mas  es- 
trechados loa  valencianos,  ya  no  sabian  qué  partido 
tomar.  Congregados  por  último  valencianos  y  Almo* 
ravides  acordaron  pedir  la  pa2^al  Campeador  con  las 
condiciones  que  él  quisiera  dictarles.  Respondióles  eV 
Cid  que  las  pusieran  ellos^  con  tal  que  entrara  ea  la 
estipulación  que  se  atojasen  los  Almorávides.  Cuando, 
se  les  comonicó  esta  respuesta  exclamaron  los  afri- 
canos: clamas  hemos  tei)ido  un  dia  mas  íeMi.p  Cour 
certóse,  pues,  que  los  Almorávides  saldrían  de  la 
ciudad;  que  Ben  Gehaf  pagaría  á  Rpdrigo  el  valor  del 
trigo  de  que  se  habia  apoderado,  con  mas  diez  mil 
dinares  mensuales  y  todo,  lo  atrasado  i  y  que  éste  po- 
dría tener  su  ejército  en  Cebolla,  fortaleza  que  él 
había  conquistado  y  puesto  en  formidable  estado  d^ 
defensa.  A  ella  se  retiró  el  Cid  con  arreglo  al  tratado. 


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408  U^SlOUlA  DB  BS^Aá^- 

si  bien^  eoDservando  los  arrabales,  /londe  dejó  un  sU 
iDOxarile  encargado  de  cobrar  el  tributo. 

Nuevas  complicaciones  vinieron  á-  poner  á  prueba 
el*  valor,  la  serenidad,  la  astucia  y  la  política^  del 
Cid.  Los  Almorávides ,  vencedores  en  el  resto  de  Es- 
pana»,  se  aproximaban  á  Valencia.  Eran  la  única  es-* 
^panza  de  los  valencianos,  y  contando  ya  con  su 
apoyo,  hicieron  que  el  mismo  Ben  Gebaf,  antes  tan 
humillado  y  abatido»  declarara  la  guerra  al  GaBnpea- 
dor,  pues  de  otro  modo  lo  hubieran  hecho  los  Beni- 
Tahir  sus  rivales  que  dominaban  en  Valencia*  Llega- 
ron una  noche  los  valencianos  á  divisar  desde  las 
torres  de  la  ciudad  las  hojgueras  del  campamento  de 
los  Almorávides  que  ávaq^aban  por  la  parte  de  Játi- 
va,  y  regoóijábalos  ya  la  esperanza  de  Verlos  al  si- 
guiente día  atacar  las  tropas  de  Rodrigo,  cuyo  mo- 
mento aguardaban  para  salir  ellos  y  consumar  lader  • 
rota.  I  Vanas  ilusiones !  El  de  Vivar  que  los  esperaíba 
á  pie  firme,  habia  hecho  destruir  los  puentes  del 
Guadalaviar  é  inundar  la  planicie,  de  suerte  que  solo 
por  una  estrecha  garganta  se  podia  entrar  en  su  cam- 
po. Los  elementos  vinieron  también  en  su  ayuda: 
aquella  noche  se  desgajó  á.  torrentes  el  agua  del  cie- 
lo ;  los  hombres  no  recordaban  una  lluvia,  tan  copio- 
sa: los  caminos  se  pusieron  intransitables:  á  las  nue- 
ve de  la  mañana  un  mensagero  llegó  á  Valencia  á 
anunciar  que  los  Almorávides  habían  retrocedido*. 
Los  que  se  aproximarop  fueron  los  cristianos,  quo^ 


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rABTB  If.  LIBRO  IN  409 

ÚGsáe  et  pie  de  la  muralla  se  burlabas  de  los  de  la 
ciudad;  el  Cid  la  hizo  cercar  por  todas  partes;  las 
subsistencias  iban  escaseando  dentro  y  subian  de  pre-^ 
ció  cada  día,  mientras  los  sitiadores  tenían  vlv/sres 
en  abundancia*  Anuncióse  que  los  Almorávides  ha- 
bían tomado  la  vuelta  de  África,  y  los  gobernadores  . 
délos  castillos  se  apresuraban  á  implorar  humilde- 
mente la  alianza  y  la  protección  del  Cid  (4093).  Un 
poeta  valenciano  de  los  sitiados  espresó  entonces  la 
angustia  de  su  situación  en  la  siguiente  elegía  que 
traducida  del  árabe  nos  conseryó  la  Crónica  general» 

I  Valencia,  Valencia !  vinieron  sobre  ti  macnos  quebrantos,  é 
eslás  en  hora  de  morir:  pues  si  ventura  fuere  ^ue  tú  escapes,  es-  , 
to  será  gran  maravilla  á  quien  quiec  qde  te  viere. — E  si  Dios  fi- 
zo merced  á  algún  logar,  tenga  por  bien  de  lo  facer  á  ti,  ca  fues- 
te  nombrada  alegría  é  solaz  en  que  todos  los  moros  folgaban,  é 
avien  sabor  é  placer. — ^E  si  Dios  quisier  que  de  todo  en  todo  te 
hayas  de  perder  desla  vez,  será  por  los  tus  grandes  pecados  ó 
por  los  tus  grandes  atrevimientos  que  oviste  con  tu  soberbia.— 
Las  primeras  cuatro  piedras  caudales  sobre  qué  tu  foeste  forma- 
da, quiérense  ayuntar  por  fiícer  gran  duelo  por  (i  é  non  pueden. 
—El  tu  muy  nobre  muroi  que  sobre  estas  cuatro  piedras  fué  le- 
vantado, ya  se  estremece  todo,  é  quiere  caer,  ca  perdido  ha  la 
fuerza  que  avie.— Las  tus  muy  altas  torres,  é  muy  fermosas,  que 
de  lejos  parescien  é  confortaban  los  corazones  del  puebro,  poco  á 
poco  se  van  cayendo.— Las  tus  brancas  almenas,  que  de  lejos 
muy  bien  relumbraban ,  perdido  han  la  su  lealtad  con  que  bien 
parescien  al  rayo  del  sol.— £1  tu  muy  nobre  rio  caudal  Guadala- 
viar,  con  todas  las  otras  aguas  de  que  te  tú  muy  bien  servios,  sa- 
lido es  de  madre  é  va  onde  non  debe.— Las  lu  muy  nobres  é  vi«- 


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410  BMTOaiA  M  ESPAik. 

ciosas  kuerUs  que  en  deredor  de  ti  so»»  el  lobo  rabiosa  lee  cavó 
las  raices  é  non  pueden  dar  fructo.^LostustaQy  nobres  prados  en 
que  muy  fermosas  flores  é  nuichas  avie«  con  que  tomaba  el  tu  pue- 

bro  muy  grande  alegría,  todos  son  ya  secos.  - 

-— Et  lu  gran  término,  de  que  lá  te  llamavas  Sefiora,  los  fue- 
gos lo  ban  quemado,  é  á  ti  llegan  los  grandes  fumos.--A  la  ta 
gran  enfermedad  non  le  puedo  fallar  melezina,  é  los  físicos  spo 
ya  desesperados  de  te  nunca  poder  sanar. — Valencia,  Yalenciii, 
todas  estas  cosas  que  to  he  dichas  de  ti,  con  gran  quebranto  que 
yo  tengo  en  el  mi  corazón,  las  dixe  éias  razoné.    .     .    s    . 

Culpábanse  los  de  dentro  unos  á  otros,  y  el  pue-> 
blo,  inconstante  en  sus  pasiones,  tan  pronto  acrími- 
naba  á  Ben  Gehaf^  tan  pronto  se  irritaba  contra  ios 
Beni-Tahir«  El  hambre  comenzaba  á  hacer  estragos: 
hacíalos  también  la  discordia*  El  furor  popular  des- 
cargó entonces  sobre  los  BenUlahir;  púsose  fuego  á 
la  casa  en  que  se  habían  ocultado ;  prendiéronlos  y 
los  entregaron  al  Cid.  Indignáronse  sus  partidarios,  y 
ardían  en  deseos  de  venganza.  Ben  Gehaf  solicitó  una 
entrevista  con  Rodrigo;  concediósela  éste,  y  entre 
otras  humillantes  condiciones  á  qpe  accedió  el  apu- 
rado cadí,  fué  una  que  entregarla  en  rehenes  al  cas- 
tellano su  propio  hijo.  Mas  por  la  noche  reflexionó  so- 
bre su  imprudencia,  y  al  día  siguiente  escribió  al  Cid 
diciéndole  que  antes  perdería  la  vida  que  entregar  su 
hijo.  Contestóle  el  Cid  con  una  carta  amenazadora,  y 
las  hostilidades  se  renovaron.  Estaban  los  cristianos 
tan  cerca  de  la  ciudad,  que  arrojaban  piedras  á  mano 
sobre  ella*  El  hambre  hacía  cada  día  mas  estragos:  ya 


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rAAmi.  LiBaoii.  411 

■o  se  veodia  el  trigo  por  cahíces  ni  por  fanegas,  sino 
por  libras  y-por  onzas:  las  bestias  de  carga  se  censa* 
mían,  y  se  devoraban  los  anímales  inmundos  ^^K 
Se  registraban  los  sumideros  para  buscar  el  desperdi- 
cio y  el  rampojo  de  la  uva.  Las  mageres  y  los  mucha- 
chos atisvaban  el  momento  en  que  se  abría  una  puerta 
de  la  ciudad  para  lanzarse  fuera  y  entregarse  á  los  cris- 
tianos,  los  cuales  solían  venderlos  á  los  moros  de  la 
Alcudia  por .  un  pan  ó  un  jarro  de  vino,  y  aquellos^ 
desgraciados  estaban  tan  transidos  d^  hambre,  que 
luego  que  tomaban  alimento  se  morían. 

En  tal  estremidad,  Ben  Gebaf  y  las  personas  aco- 
modadas que  aun  no  querían  rendirse,  acordaron  im- 
plorar el  auxilio  del  rey  de  Zaragoza  Almostain,  el 
cual  no  atreviéndose  á  romper  con  el  Cid ,  no  hacia 
^  sino  entretener  con  moratorias  y  buenas  palabras  á 
los  de  Valencia,  y  enviar  alternativamente  mensages 
¿  Rodriga  y  .á  Ben  Gehaf,  Entretanto  se  habían  ido 
consumiendo  los  poqu(sinu>8  víveres  que  queda- 
ban ('>.  Alimentábase  ya  de  cadáveres  la  gente  por 
bre:  llegaba  la  «stenuadon  en  rbuchos  al  punto  de 
caerse  muertos  andando:  ya  no  tenían  fuerzas  para 
precipitase  de  las  murallas  y  entregarse  á  los  cristía- 

(4)    «E  tornáronse  á  comer  los  (2)  La  Crónica  general  da  cuen- 

perros  ó  los  gatos  é  los  mores.i  ¡a  de  las  tarifas  qae  iban  teniendo 

-El  autor  árabe  del  Küábo^  l-iklifá  los  artículos  de  consumo  se^n 

asegura  que  un  ratón  costaba  un  que  se  iba  prolongando  el  sitio, 

diñar  (p.  25).  Ibn  Bassan  dice  tam-  Baste  decir  que  la  medida  de  tri-> 

bien  que  cel  hambre  y  la  miseria  so  fué  subiendo  desde  un  diñar 

obligaron  ¿  los  valencianos  á  co-  nasta  400,  y  asilo  demás. 
Qier  animales  inmundos.» 


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412  H19T0EIA    DB.  BSPAÍIa. 

nos  como  antes  habian hecho  otros.  Viendoel  cadt  que 
no  podía  aliviarlos  padecimientos  del  pueblo»  indig-^ 
nado  ya  contra  él,  condescendió  en  entregar  el  mando 
at  fakih  AI  Wattán,  el  cual  envió  un  mensagero  á  Ro- 
drigo para  arreglar  nn  ttatado  en  los  siguientes  tér- 
minos: los  valencianos  pedirían  socorro  al  rey  de  Za- 
ragoza y  al  general  de  los  Almorávides,  que  se  ha- 
llaba en  Murcia:  si  estos  no  les  auxiliaban  en  el  tér- 
mino de  quince  dias,  Valencia  se  rendiría  al  Cid  con 
las  siguientes  condiciones:  Ben  Gehaf  conservaría  la 
misma  autoridad  que  antes,  con  seguridad  para  su 
persona,  familia  y  bienes:  Ben  Abdus  (el  almoxarife 
del  Cid)  seria  inspector  de  impuestos:  Muza  (que  se- 
guía su  partido)  tendría  el  mando  militar:  la  guarní- 
cíoQ  se  compondría  de  cristianos  mozárabes:  el  Cid 
residiría  en  Cebolla,  y  no  alteraría  ni  las  leyes  ni  las 
contribuciones,  ni  la  moneda  de  Valencia.  La  estipu- 
lación fué  firmada  por  ambas  partes. 

Al  día  siguiente  partieron  cinco  patricios  (bornes 
mayorales,  dice  la  Chrónica)  para  Zaragoza,  y  otros 
tantos  para  Murcia.  Rodrigo  había  puesto  por  condi* 
cíon  que  cada  embajador  podría  llevar  consigo  cin- 
cuenta dinares  solamente.  En  su  virtud  pasó  en  per<* 
sona  á  reconocer  á  los  que  iban  á  embarcarse  para 
Denia,  y  de  alli  continuar  por  tierra  á  Murcia.  Hfzolos 
registrar,  y  se  halló  que  llevaban  gran  cantidad  de 
oro  y  plata,  de  perlas  y  piedras  preciosas,  parte.de 
su  propiedad,  parte  de  los  comerciantes  de  Valencia, 


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>1>AttTB  II.  LIIIRO  II.  413 

que  querían  poner  á  salvo  sus  tesoros.  El  Cid  conñscó 
iodo  esto,  y  dejó  á  los  embajadores  los  cincuenta  di- 
nares convenidos. 

Trascurrieron  los  quince  dias,  y  los  embajadores 
no  regresaban.  El  Campeador  intimó  á  Ben  Gebaf 
que  si  pasaba  un  momento  mas  del  plazo  estipu- 
lado se  consideraría  relevado  de  observar  la  capi- 
tulación. Sin  embargo,  aun  trascurrió  un  día  sin  que 
le  abrieran  las  puertas,  y  cuando  los  negociadores  del 
tratado  se  presentaron  al  Cid,  éste  los  hizo  entender 
que  no  estaba  obligado  á  nsida,  porque  el  plazo  ha- 
bía pasado.  Respondiéronle  ellos  que  se  ponian  en 
sus  manos  y  se  encomendaban  á  su  generosidad  y 
prudencia.  Al  siguiente  día  se  presentó  Ben  Gehaf  al 
Cid,  y  ambos  con  los  principales  caudillos  cristianos 
y  musulmanes  firmaron  los  artículos  de  la  ya  citada 
capitulación.  Ben  Geb^f  regresó  á  la  ciudad,  y  al 
medio  día  se  abrieron  las  puertas  al  ejército  cristiano. 
Verificóse  la  entrada  del  Cid  Ruy  IHaz  el  Campeador 
en  Valencia,  el  jueves  1 5  de  junio  de  1094  ^*K 

Subió  Rodrigo  á  la  torre  mas  alta  del  muro  para 
contemplar  la  ciudad  de  que  acababa  de  enseñorearse. 
Recibía  con  mucha  afabilidad  á  los  moros  que  iban  á 
besarle  la  mano,  y  encargaba  á  sus  guerreros  que 
los  saludaran  y  aun  les  hicieran  lado  coando  pasa-* 
ban«  Agradecidos  á  tan  generoso  comportamiento  los 

(I)    Iba  Alabbary  la  Crónica    primeros  dicen  también:  «Prisó 
general  están  contestes  en  señalar    Mío  Cid  Valencia,  Era,  4  4  3li.» 
«ste  día.  Los  Anales  Toledanos 


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41  4  H18T0E1A  DE  ESPAÍIa. 

iofieles,  pregoRabap  á  voz  ea  grito  qoeoo  habían  vis- 
to jamás  un  hombre  mas  honrado  ni  que  acau-* 
(lillára  una  tropa  mas  disciplinada.  BenGehafieofre* 
ció  una  gran  parte  del  dinero  que  había  tomado  á  los 
monopolistas  del  trigo  durante  el  sitios  pero  el  Cid» 
que  sabía  de  que  manera  lo  había  adquirido,  rehusó 
el  presente. 

Después  por  medio  de  un  heraldo  hizo'  una  invi- 
tación á  todos  los  patricios  deL  territorio  valenciano 
para  que  se  reunieran  en  el  jardinde  Villanueva;  lue- 
go que  se  hubieron  congregado,  subió  á  un  estrado 
cubierto  de  estera  y  tapiz,  mandó  á  los  magnates  que 
se  sentaran  enfrente  de  él,  y  les  habló  de  esta  ma- 
nera: «Yo  soy  un  hombre  que  nunca  he  poseído  nin- 
«gnn  reino,  pero  soy  de  linage  de  reyes  ^^^c  el  dia  que 
tví  esta  ciudad  me  agradó  y  la  envidié,  y  pedí  á  Dios 
(ique  me  hiciera  dueño  de  ella:  ved  cuánto  es  el  poder 
«del  Señorl  el  dia  que  puse  cerco  á  Juballa  (Cebolla), 
«no  tenia  mas  que  cuatro  panes,  y  ahora  Dios  me  ha 
«hecho  merced  de  darme  á  Valencia,  y  me  encoen- 
«tro  señor  dé  la  ciudad.  Si  hago  en  ella  justicia.  Dios 
«me  la  dejará;  si  no  hiciere  derecho,  sé  bien  que  me 
.  «la  volverá  á  quitar.  Así,  que  recobre  cada  cual  su 
€  hacienda  y  la  disfrute  como  antes:  el  que  encueo- 
«tre  su  campo  labrado,  que  entre  al  instante  en  él; 
«el  que  le  halle  sembrado  y  cultivado,  pague  su  tra- 

{i)  La  Chrónica:  «mas  00  de    «y  nadie  de  mi  linage  le  ha  te* 
Jioage  de  reys.»— Dozy  traduce:    nido.» 


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^  «bajo  y  h  simiente  al  cultivador  y  poséale.  Quiero 

I  «tambiea  que  los  colectores  de  impuestos  en  la  ciudad 

í  cno  tomen  mas  que  el  diezmo,  según  vuestra  eos- 

i  «tumbre:  he  determinado  oíros  en  jnício  dos  dias 

í  «cada  semana,  los  lunes  y  jueves;  mas  si  tenéis  aU 

I  «gun  negocio  urgente,  venid  cuando  queráis,  y  os 

coiré,  que  no  soy  yo  hombre  que  me  encierre  con  las 
f  «mügeres  para  beber  y  yantar  como  vuestros  señores 

I  «á quienes  nunca  lográis  ver  (^);  quiero  arreglar  vnes- 

«tros  negocios  por  mí  mismo,  ser  como  un  compa- 
«ñero  vuestro,  protegeros  como  un  amigo  y  como  un 
«padre:  yo  seré  muestro  alcalde  y  vuestro  alguacil; 
«y  siempre  que  tengáis  que  querellaros  uuqs  de  otros, 
«os  haré  justicia.  »^Luego  anadien:  «Hánme  dicho  que 
«Ben  Gehaf  ha  hecho  muchos  males  á  algunos  de 
«vosotros,  tomando  vuestros  haberes  para  hacerme' 
«con  ellos  un  presente:  yo  me  he  negadp  á  admitir- 
«le,  que  si  codiciara  yo  vuestra  hacienda  sabría  to- 
«marlá  sin  pedirla  ni  é  él  ni  áotro;  pero  líbreme  Dios 
«de  hacer  violencia  á  nadie  por  adquirir  lo  que  no  me 
«pertenece.  Haga  buen  provecho,  si  Dios  lo  permite, 
«á  los  que  han  traficado  con  sus  bienes;  y  lo  que 
«Ben  Gehaf  haya  tomado,  iñando  que  lo  tome  lue- 
ngo sin  otro  alongamiento  ninguno.  ...  •  •  • 
«Quiero  que  me  juréis  que  habéis  de  cumplir  lo  que 
«os  diré  y  que  no  os  desviareis  de  ello.  Obedeoedme, 

• 
(4)    Dozy  traáace:  «beber  y    mandoandodacinlar  por  yantar. 
cantQr:pawr  boire  el  ehañter\i»  to- 


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41  &  UISTOEIA  DB  BSPiÜA. 

«y  DO  quebrantéis  jaipas  los  pactos  que  hagamos:  ob- 
«servad  lo  que  os  ordene  «ca  me  pesa  mucho  de 
«quanta  lazeria  é  de  cuanto  mal  pasastes  comprando 
<xet  cai7  de  trigo  á  mi4  maravedís  de  plata,  mas  fio  yo 
cen  Dios  que  yo  lo  tornaré  á  maravedí:»  en  fin, 
«ahora  estad  tranquilos  y  seguros,  porque  he  prohi- 
«bido  á  mis  gentes  que  entren  en  vuestra  ciudad  á 
«traficar:  he  designado  para  mercado  suyo  la  Al- 
(  Kcodia:  lo  he  hecho  por  consideración  á  vosotros., 
«^e  mandado  que  no  se  prenda  á  nadie  en  ia  ciudad: 
«si  alguno  contraviene  á  esta  orden,  matadle  sin 
«miedo  alguno.»— «No quiero,  anadió  todavía,  entrar 
«en  Valencia,  no  quiero  vivir  en  ella,  quiero  esta- 
«blecer  sobre  el  puente  de  Alcántara  una  casa  de 
«recreo,  un  logar  en  qite  vaya  á  folgar  á  la$  veces.^ 
Con  gran  contento  oyeron  los  moros  esté  discurso. 
Sin  embargo  al  querer  tomar  posesión  de  sus  tierras 
hallaron  mil  dificultades  de  parte  de  los  cristianos  que 
las  poseian^^  Esperaron  pues  á  que  el  Cid  les  hiciera 
justicia  el  primer  dia  de  tribunal  que  era  un  jueves. 
Admiráronse  y  se  desconsolaron  dé  oir  al  conquista- 
dor espresarse  en  aquella  audiencia  en  términos  bien 
desemejantes  á  los  que  en  la  anterior  asamblea  había 
usado,  diciendo  qoe  él  necesitaba  sus  soldados  como 

(4  aCa  de  quantas  heredades  de  sus  soldadas:  é  los  moros  ve- 
los christianostenian  labradas,  no  yendo  esto,  atendieron  fasta  el 
les  quisieron  dejar  ninguna;  como  jueves  que  el  Cid  habla  de  salif  á 
quier  lesdejaban  [as;qae non  eran  oir  los  pleitos  asi  como  dijiera.9 
labradas;  ca  decíanque  elCidque  Gbroniqa,  c.  S06^ 
les  diera  por  este  anno  en  cuenta 


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PARTB  II.  LIBRO  II.  417 

SU  brazo  derecho;  y  qae  no  podía  enojarlos.  Díjoles 
ademas  que  él  era  el  único  señor  de  Valencia,  y  si 
querían  obtener  su  favor  era  menester  que  le  entre- 
garan la  persona  de  Ben  Gehaf,  á  quien  quería  casti» 
gar  por  la  traición  cometida  contra  su  rey,  y  por  las 
miserias  y  padecimientos  que  á  ellos  y  á  él  mismo 
babia  ocasionado.  Pidiéronle  ellos  tiempo  para  deli- 
berar. ¿Pero  quién  se  atrevía  entonces  á  contrariar  la 
voluntad  del  Cid?  Ben  Gehaf  fué  preso^  y  entregado. 
Hízole  Rodrigo  poner  una  nota\le  todo  lo  que  poseía, 
y  que  jurase  ante  lo»  principales  moros  y  dristiaifos 
no  poseer  otra  cosa  que  lo  que  en  la  lista  constaba, 
reconociendo  al  Cid  el  derecho  de  condenarle  á  muerte 
si  otro  haber  se  le  encontrara.  Obraba  de  esta  manera 
Rodrigo  porque  sabia  que  Ben  Gehaf  babia  tomado 
para  sí  y  conservaba  ocultos  los  tesoros  del  asesinado 
Alkadir.  Mandó,  pues,  reconocer  las  casas  de  los  ami* 
gofi  de  Ben  Gehaf  imponiendo  pena  de  la  vida  á  los 
que  ocultaran  las  riquezas  que  este  les  hubiera  con- 
fiado: el  miedo  hizo  que  todos  le  fueran  entregando  los 
tesoros  que  guardaban.  Hizo  igualmente  registrar  la 
casa  de  Ben  Gohaf,  y  por  revelación  de  un  esclavo  se 
hallaron  en  ella  inmensas  riquezas  en  oro  y  pedrería. 
Habíase  trasladado  ya  el  Cid  al  palacio  de  Yalen- 
cía,  contra  los  términos  de  la  capitulación  que  no 
creía  obligarle,  y  reunidos  allí  los  principales  de  la 
ciudad,  les  habló  ptra  vez  de  esta  suerte:  «Bien  sa- 

abeis,  prohombres  de  la  aljama  de  Yalenciai  cuanto 
Tumo  iv.  27 


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418  HISTOAU  DB  B8»aSa. 

«he  servido  y  ayudado  á  vuestro  rey,  y  cuáatos  Ira-^ 
«bajos  he  soportado  anl^s  de  ganar  esta  ciudad.  Ahora 
«que  Dios  me  ha  hecho  duefio  de  ella,  la  quiero  para 
umí  y  para  los  que  me  han  ayudado  á  ganarla»  salva  la 
«soberanía  de  mi  señor  el  rey  don  Alfonso.  Vosotros 
«estáis  en  mí  presencia  para  ejecutar  lo  que  fuere  de 
ami  voluntad  y  bien  me  pareciere.  Yo  podría  tomar 
atodo  lo  que  poseéis  en  el  mundo,  vuestras  personas, 
«vuestros  hijos,  vuestras  mugeres;  pero  no  lo  haré. 
«Pláceme  y  ordeno  que  los  hombres  honrados  do 
«entre  vosotros,  los  qne  se  han  conducida  siempre 
«con  lealtad,  vivan  en  Valencia  en  sus  casas  con  sus 
ttfamilias;  mas  no  habéis  de  tener  cada  uno  sino  una 
«muía  y  un,  criado,  ni  podréis  usar  ni  conservar  ar^ 
«mas  sino. en  caso  de  necesidad  y  con  mi  autoriza- 
ación:  los  demás  desocuparán  la  ciudad  y  vivirán  en 
ala  Alcudia,  donde  yo  estaba  ante&.  Tendréis  mez- 
«quitas  en  Valencia  y  en  la  Alcudia:  tendréis  también 
«vuestras  alfaqules:  viviréis  con  arreglo  á  vuestra  |ey; 
<y  con  vuestros  alcaldes  y  alguaciles  que  nombraré 
«yo:  poseeréis  vuestras  heredades,  pero  me  daréis 
«el  señorío  sobre  todas  las  rentas,  administraré  la 
«justicia,  y  haré  batir  moneda  mia.  Los  que  quieraa 
«quedar  conmigo  bajo  mi  gobierno,  que  queden;  los 
«que  no,  vayan  á  la  buena  ventura,  pero  solo  sus  per^ 
«sonast  sin  llevar  nada  consigo:  yo  les  daré  sal vo- 
cconducto.D 

Dejó  tan  contristados  á  los  moros  este  discurso 


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P4>TB  U.  UBKO  H.  419 

como  satisfechos  habidn  quedado  con  los  aDteriores. 
Pero  la  voluntad  del  Cid  era  entonces  la  ley,  y  tenia 
(fue  ser  cumplida.  Ensn  virtud  salieron  los  moros  con 
sus  mugeres  y  sqs  hijos  de  Valencia  á  ocupar  el  arra* 
hal,  y  los  cristianos  de  la  Alcudia  entraron  á  reem- 
plazarlos en  la  ciudad.  Los  que  salieron  eran  tantos, 
dicen»  que  tardaron  en  desfilar  dos  dias  enteros. 

Creyó  el  Cid  llegado  el  caso  de  ejecutar  en  el 
usurpador  Ben  Gebaf  an  castigo  ejemplar  y  terrible. 
En  medio  de  la  plaza  hizo  ahondar  un  hoyo,  en  el 
cual  dispuso  fuese  metido  el  antiguo  cadí  de  modo 
que  quedaran  solamente  descubiertas  la  cabeza  y  las 
manos.  En  derredor  de  esta  fosa  se  pusieron  haces  de 
lena  á  los  cuales  se  les  prendió  fuego.  Aquel  desven- 
turado mostró  una  serenidad  horriblemente  heroica. 
Pronunciando  las  palabras*  sacramentales  de  los  árabes: 
«En  el  nombre  de  Dios  clemente  y  misericordioso,  n 
á  fin  de  s^breviar  su  suplicio  con  su  propia  mano  se 
aplicaba  las  ascuas  y  los  tizones  encendidos,  y  asi  ex- 
piró entre  tormentos  horrorosos.  El  Cid  quería  que- 
mar también  á  la  familia  y  parientes  de  Ben  Gehaf, 
pero  musulmanes  y  crisüanos  se  interesaron  é  inter- 
cedieron por  ellos,  y  lograron,  aunque  con  trabajo, 
ablandaf  $. Rodrigo  y  salvarlos  de  tan  ruda  sentencia. 
Sin  embargo  ejecutó  el, mismo  castigo  en  algunos 
otros  personages.  Con  esto  Ben  Gehaf,  antes  tan  abor- 
recido ,  fué  mirado  como  un  mártir  entre  los  musul- 
manes. Sus  mismos  enemigos  ensalzaban  después 


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420  HISTORIA  DE  BSPANA. 

aquella  desgt  aciada  víctima.  Iba  Bassáo ,  el  escritor 
mas  inmediato  á  los  sucesos,  decid:  «Quiera  Dios  es- 
crjbír  esta  acción  meritoria  en  el  libro  en  que  ha  re- 
gistrado las  buenas  aecionés  del  cadí;  que  le  sirva 
para  borrar  los  pecados^que  antes  hubiese  cometido.» 
Fué  el  suplicio  de  Ben  Gehaf  en  mayo  ó  principios  de 
junio  dé  4095.     ^ 

€(EI  poder  de  esle  tirano  (continúa  el  citado  escri- 
tor árabe  hablando  del  Cid)  fué  siempre  creciendo, 
de  modo  que  pesó  sobre  las  altas  y  las  bajas  comar- 
cas, y  llenó  de  terror  á  nobles  y  á  plebeyos.  Uno  me 
ha  contado  haberle  oido  decii^  en  un  momento  de  vi- 
vos deseos  y  de  estremada  avidez:  Un  Rodrigo  perdió 
á  España^  y  otro  Rodrigo  la  rescatará.  Palabra  que 
inruúdió  el  pavor  en  los  corazones,  y  que^hizo  pensar 
á  los  hombres  que  sucediera  pronto  lo  que  recelaban 
y  temían.  Sin  embargo,  este  hombre,  la  plaga  de  su 
tiempo,  era  por  su  amor  á  la  gloria,  por  la  prudente 
firmeza  de  su  carácter,  y  por  su  valor  heroico,  uno 
de  los  prodigios  del  Señor.»  Elogio  grande  en  la 
pluma  de  un  musulmán  contemporáneo. 

Propúsose  Yussuf  ben  Tachfin,  el  emperador  de  los 
Almorávides,  reconquistar  á  toda  costa  á  Valencia. 
Era  Valencia  paraél/dicé^'el'CitadO'gscríiQrv  una  aris- 
ta en  el  ojo.  Un  numeroso  ejército  mandado  por  su 
lugarteniente  Ben  Aixa  fué  á  ponerle  sitjo.  Al  undé- 
cimo dia  hizo  el  Cid  una  salida  impetuosa,  derrotó  los 
enemigos  y  se  apoderó  de  su  campo  (4096). 


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MKTE  II.  LIBftO  II.  i21 

Después  de  la  batalla  de  Alcoraz  ganada  por  Pe* 
dro  I.  de  Aragón,  de  que  daremos  cuenta  qd  las  cosas 
de  este  reino,  los  nobles  aragoneses  aconsejaron  á  su 
rey  que  hiciera  alianza  con  el  Cid.  Gustosos  vinieron 
en  ello  el  aragonés  y  el  castellano ,  y  habiendo  tenido 
una  entrevista  marcharon  reunidos  hacia  Valencia. 
Cerca.de  Jáliva  salió  á  su  encuentro  el  general  almora- 
vide  Ben  Aixa  coa  treinta  mil  hombres;  poro  lo  me- 
ditó^mejor,  y  tuvo  por  prudente  evHar  el  combate. 
Prosiguiendo  después  por  la  costa  hacia  el  Sur  ,>  vié- 
ronse  acometidos  por  los  Almorávides  favorecidos 
por  una  escuadra.  Comenzaban  á  desfallecer  los  cris-^ 
tianos  viéndose  acosados  por  mar  y  por  tierra.  El  Cid 
recorrió  las«.filas  á  caballo,  los  realentó ,  lanzaron  el 
ejército  almoravide  de  sus  ventajosas  posiciones,  apo- 
derándose de  los  efectos  de  so  campo ,  y  volvieron  á 
entraren  Valencia.  El  de  Aragón  regresó  á  sus  esta- 
dos, el  castellano  se  preparó  á  tomar  á  Murviedro, 
donde  mandaba  el  senór  de  Albarracin,  que  aliado 
suyo  antes,  le  habia  sido  infiel  durante  el  sitio  de  Va- 
lencia (1097). 

Primeramente  quiso  recobrar  á  Almenara ,  que 
cayó  en  su  poder  á  los  tres  meses.  Púsose  después  so- 
bre Murviedro.  Pidiéronle  los  sitiados  un  plazo  de 
treinta  dias,  á  condición  de  rendírsele  si  no  eran  en 
este  intervalo  socorridos.  El  Cid  se  le*  concedió.  El 
señor  de  Murviedro  y  de  Albarracin  se  dirigió  suce- 
sivamente en  deman  Ja  de  auxilio  á  Alfonso  de  Castir 


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'  422  UISTOBIA  BB  BSPAÜA. 

Ha,  á  Almostain  de  Zaragoza,  á  los  AlmoraTides  y  al 
conde  de  Barcelona  •  Alfonso  contestó  quemas  le  agra- 
darla ver  á  Murviedro  en  poder  de  Rodrigo  qae  en 
el  de  un  pripcipe  sarraceno.  Negósele  Almostain  in- 
limidado  por  las  amenazas  del  Campeador.  Los  Alma- 
ravides  no  quisieron  moverse  sin  que  el  emperador 
Yussuf  se  pusiera  á  su  cabeza.  Y  el  de  Barcelona,  que 
sitiaba  á  Oropesa,  se  retiró  con  solo  el  rumor  de  que 
se  aproximaba  el<lid.  Pasados  los  treinta  dias intimó 
Rodrigóla  rendición  á  los  sitiados.  Disculpáronse  ellos 
con  que  los  mensageros  no  habían  regresado  aun ,  y 
el  Cid  les  dio  espontáneamente  un  nuevo  plioo  de 
doce  dias.  Pasaron  estos,  y  todavía  le  suplicaron  que 
prórogará  aquel  bastir  la  pascua  do  Pentecostés :  el 
Cid  les  concedió  generosamente  hasta  San  Juan :  tal 
era  la  confianza  que  tenia  de  que  nadie  sjsría  osado 
á, socorrerlos;  y  aun  les  permitió  poner  en  seguridad 
sus  mugeres,  sus  hijos  y  sus  bienes.  En  vano  espe- 
raron este  largo  tiempo  los  sitiados,  nadie  se  atrevió  á 
acudir  en  su  ayuda,  é  hizo  el  Cid  so  entrada  en 
Murviedro  el  24  de  junio  de  1098.  Pidióles  entonces 
el  equivalente  al  dinero  que  habían  enviado  á  los  Al- 
morávides para  empeñarlos  á  qae  fuerana  combatirle, 
y  como  no  les  fuese  posible  aprontarlo  fueroi>  los  mo- 
ros de  Murviedro,  encadenados  y  conducidos  á  Va- 
lencia. 

Pero  Castilla  iba  á  verse  bien  pronto  privada  'del 
robusto  brazo  del  mas  ilustre  de  sus  guerreros.  Los  Al- 


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^  PAftTB  11«   LlBftO  II.  423 

moravides  mandados  por  Beo  Aixa  derrotaron  á  Alvar 
Fañez,  pariente  y  compañero  del  Cid,  en  las  inmedia- 
ciones de  Cuenca.  Avanzaron  hacia  Alcíra,  y  habiendo 
encontrado  alli  una  parle  del  ejército  de  Rodrigo  le 
derrotaron  también.  Cuando  los  soldados  que  escapa^ 
ron  con  vida  le  llevaron  tan  triste  nueva ,  el  Cid,  ja-; 
más  vencido  cuando  él  capitaneaba  sus  guerreros»  mu- 
rió de  pesar  (julio  de  1099).  «¡Que  Dios  no  use  dé 
misericordia  con  él!»  añade  el  escritor  arábigo. 

Todavía  después  de  la  muerte  de  Rodrigo  su  e^ 
posa  Jimena ,  digna  consorte  de  tan  grande  héroe, 
continuó  defendieqdo  á  Valencia  contra  los  reiterados 
ataques  de  los  Almorávides.  Mas  de  dos  años  sostuvo 
la  ilustre  viuda  el  honor  de  las  armas  castellanas  en 
aquella  ciudad  ya  famosa,  hasta  que  en  octubrede  1101 
le  puso  cerco  el  general  almoravíde  Mazdali  con  po- 
derorisimo  ejército.  Aun  asi  se  sostuvieron  firmemen-  . 
te  los  sitiados  por  espacio  de  siete  meses,  al  cabo  de  los 
cuales,  envió  Jimena  al  obispo  de  la  ciudad,  Geróni- 
mo, francéscomola  mayor  parte  de  los  que  Alfonso  ha- 
bía colocado,  á  suplicar  al  rey  de  Castilla  que  acu- 
diera en  su  socorro.  Hizolo  asi  Alfonso  VI.,  entrando 
con  sa  ejército  en  Valencia  sin  que  el  de  los  Almorá- 
vides fuera  capaz  á  estorbárselo.  Mas  conociendo  Al- 
fonao  que  sin  él  brazo  y  la  espada  del  Cid  seria  diR- 
cil  sostener  una  ciudad  tan  apartada  del  centro  de 
sus  astados,  deterihinó  abandonarla ,  y  después  de 
haberla  puesto  fuego  salió  con  toda  la  guamicioii 


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4¿4  UISTOaiA    DB  EBPA&A. 

cristiana  en  procesión  solemoe,  llevando  limeña  con^ 
sigo  el  cadáver  de  su  ilustre  esposo.  Entró ,  pues, 
Mazdalí  con  sus  Almorávides  en  la  ciudad  el  5  de  ma- 
yo de  4102.  «¡Que  Dios  le  asigne,  dice  el  escritor 
musulmán»  un  lugar  en  el  sétimo  cielo,  y  se  digne  re- 
compensar su  celo  y  sus  combales  por  la  santa  causa 
otorgándole  las  mas  bellas  recompensas  reservadas  á 
los  que  han  practicado  la  virtud!». 

En  aquellos  momentos  mismos  escribia  Abu  Ab- 
derrahman  ben  Tahér  al  vazzir  Abu  Abdelmelik:  «Os 
escribo  á  mediados  del  mes  bendito  (Ramadan):  he- 
mos triunfado,  porque  los  musulmanes  han  entrado 
en  Valencia  (restituyale  Dios  su  vigor),  después  de 
haberse  visto  cubierta  de  oprobio.  El  enemigo  ha  in- 
cendiado la  mayor  parte,  dejándola  en  estado  tal  que 
asusta  al  que  la  contempla  y  le  hace  caer  en  silencio- 
sa y  sombría  meditación.  La  ha  cubierto  de  4iegros 
ropages,  como  el  luto  que  llevaba  cuando  se  encon- 
traba en  elfa:  un  velo  cubre  todavía  su  mirada ,  y  su 
corazón  que  se  agita  sobre  carbones  encendidos  lanza 
suspiros  profundos.  Pero  quédale  su  cuerpo  delicioso: 
quédale  su  terreno  elevado  semejante  al  oloroso  mus- 
go y  al  oro  esplendente  t  sus  jardines  cubiertos  de 
árboles,  su  rio  de  limpias  aguas:  y  gracias  á  la  bue- 
na estrella  del  emir  de  ios  musulmaneá  y  á  los  cui- 
dados que  le  consagrará ,  sé  disiparán  las  tinieblas 
que  la  cubren;  recobrará  su  ornato  y  sus  joyas ;  por 
la  tarde  se  adornará  de  nuevo  con  sus  magníficos  ves- 


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.  PAHTB  II.  Liúao  II.  42S 

tídos;  se  mostrará  en  todo  su  brillo,  y  se  asemejará  al 
sol  cuando  ha  entrado  en  el  primer  signo  del  Zodia- 
co. Alabanza  á  Dios,  ney  del  reino  eterno,  que  la  ha 
purgado  de  los  que  adoran  muchos  dioses.  Ahora  que 
ba  sido  recobrada  al  Islam,  el  consuelo  ha  venido  á 
dulcificar  los  dolores  que  el  destino  y  la  voluntad  de 
Dios  tíos  habian  causado. » 

El  cuerpo  del  Cid  fué  sepultado  en  el  claustro  del 
monasterio  de  Cárdena.  Jimena  su  esposa  murió  en 
1104,  y  fué  también  sepultada  en  aquel  ilustre  mo- 
nasterio al  lado  de  su  esposo.  El  Cid  tuvo  un  hijo  lla- 
mado Diego  Rodríguez,  que  fué  muerto  por  los  mo' 
ros  en  Consuegra.  De  las  dos  hijas  de  Rodrigo  y  de 
Jimena,  la  mayor  llamada  Cristina  casó  con  Ramiro, 
infante  de  Nayarra  y  señor  de  Monzón ,  de  cuyo  ma- 
trimonio nació  García  Ramírez,  el  restaurador  del  rei- 
no de  Navarra,  ta  otra,  nombrada  María,  tuvo  por 
esposo  á  Ramón  .Berenguer  III.,  conde  de  Barcelona, 
los  cuales  hubieron  uoa  hija  que  casó  con  Bernard, 
último  conde  de  Besalú  ^^\     , 

Tales  son  los  hechos  históricos  mas  importantes 
del  Cid  Campeador  ó  por  lo  menos  los  que  del  coteja 
de  las  historias  y  crónicas  arábigas  y  latinas  que  co- 
nocemos y  gozan  de  alguna  autoridad ,  resultan  más 
probados  y  averiguados  ^^K   Objeto  y  argumento  el 

(i)  Bergan2a,Antigi]ed.lom.I.  (2)    Ademas  de  las  obras  ciia- 

pégina  553.— Haber, Hist.  del  Cid,  das  en  las  primeras  notas  de  es- 

pégioa  245.— Bofarull,  Condes,  te  capítulo,  poco  nos  habrá  que- 

lomo  11,  p.  457.  dado  por  consultar  de  lo  muchí* 


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426  UISTOBIA  DB  ESPaSa. 

£id  del  mas  antiguo  moaumenlo  de  la  poesía  caste- 
llana, tema  perpetuo  de  los  cantos  populares  de  la 
edad  media,  y  héroe  predilecto  de  las  leyendas  y  ro- 
mancest  cada  poeta  y  cada  romancero  fué  añadiendo 
á  la  vida  del  Campeador  alguna  hazaña ,  algún  retó, 
alguna  batalla,  alguna  aventura  amorosa  ó  caballe- 
resca, mas  ó  menos  verosímiles,  hasta  hacerle  el  tipo 
ideal  de  los  héroes  y  de  los  caballeros  de  la  edad  me- 
dia; de  todo  lo  'cual ,  sin  admitirlo  como  historiado- 


&imo  que  delCidse  ha  escrito  des^ 
de  el  Poema  ha^ta  las  Vida$  "de 
españoles  ilustres  de  Quinuina, 

Í hasta  los  artícuios  de  Pidal  y 
artzembueh  ea  la  Revista  de 
Madrid  y  el  Ghbo^  y  hasta  \a?  no- 
tas de  Galiano  á  la  historia  de  Es- 
pada del  inglés  Dunham. 

Por  lo  mismo  estrafiamos  y  la- 
mentamos, y  ca^  no  concebimos 
cómo  un  espafiol  de  nuestros  dias 
tan  ilustrado  como  el  señor  Alddá 
Galiaoo,  se  atreyará  decir  en  la 
nota  del  apéndice  U.  del  tom.  II. 
.  de  dicha  Historia ,  lo  siguiente: 
Soín-B  si  ha  existido  ó  no  el  Cid 
está  pendiente  todavía  la  disputa: 
siendo  imposible  determinar  de 
un  modo  que  no  deje  lugar  á  la 
duda  por  faltar  para  elto  las  óom- 
pétenles  autoridades» 

Según  eso,  no  son  autoridades 
competentes  parael  sefior  Galiano 
ni  los  escritores  árabes  de  Conde^. 
ni  Ibn  Bassán,  ni  Ibn  Alabbar»  ni 
Ibn  Kaldhun  ,  ni  otros  que  cita  y 
copia  Dozy,  algunos  dolos  cuales 
vivieron  y  escribieron  en  tiempo 
del  Cid, ó  por  lo  menos  cuando  to- 
davta  estahao,  por  decirlo  asi,  ca- 
lientes sus  cenizas.  Sogun  eso,  no 
son  autoridades  competentes  para 
el  señor  Galiano  ni  los  Anales  To- 


ledanos, ni  los  Gompostelanos,  ni 
Lucas  de  Tuy,  ni  Rodrigo  de  To- 
ledo, ni  la  Crónica  seneral ,  ni  )a 
de  Burgos,  ni  la  de  León,  ni  nin- 
guna otra  crónica.  Bien  que  pa- 
rece no  haber  visto  ninguno  de 
estos  documentos,  puesto  que  mas 
abajo  dice:  «fn  verdad,  el  stlsn- 
cio  de  los  escritores  mas  antiguos 
tocante  al  Cid  i^o  d^a  de  tener 
peso.»  Y  en  seguida:  cO(ro  st/en- 
eiq  heay  no  menos  inexplicable  f 
muy  poderoso  para  probar  que 
era  poco  conocido  et  Cid  en  los 
tiempos  en  que  florecióy  yi  es  fca- 
ber  cartas  pueblas  del  tiempo  de 
don  Alfonso  el  VL,  firmadas  por 
varios  de  los  principales  magna'' 
tes  del  reino ,  entre  las  cwdes  no 
está  el  nombre  de  RodriaQ  Dias»* 
Remitimos  al  señor  Gaiiano  á  las 
escrituras  que  hemos  citado  en 
nuestro  capítulo,  y  aun  podríamos 
añadir  algunas  mas  sitúese  nece- 
sario» No  nos  sorprenderían  tales 
asertos  en  Dunhamy  en  Southey, 
á  quiones  sigue;  pero  los  estrafia- 
mos en  Galiano  aun  mas  que  en 
Masdeu. 

En  nuestra  relación  de  los  he- 
chos del  Cid  hemos  seguido  en 
mucho  te  Crónica  genercU  de  don 
Alfonso  el  Sabio.  Deremos  la  rt- 


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FAMTB  II.  LIBIO  II. 


427 


res,  nos  haremos, cargo  cuando  juzguemos  al  Cid  y 
su  época  bajo  el  punto  de  vista  critico  y  filosóGco  ^^. 


zon.  Esta  crónica  había  sido  mi- 
rada como  un  tejido  de  leyendas 
popaterea  y  de  tradiciones  íabv^ 
losas.  Tiénelas,  en  efecto ,  y  hay 
épocasengue  es  menester  mocho 
discernimiento  para  distinguir  ]a 
verdadera  historia  por  entre  la 
multitud  de  fábulas  y  roinances 
que  se  le  han  agregado.  Pero  en  lo 
relativo  al  Cid,  que  ocupa  mas  de 
la  mitad  de  su  parte  cuarta » el 
sefior  Dozy  en  susinvestigaciones 
ha  hecho  ver  que  la  Chronica  del 
rey  Sabio  es  la  que  está  mas  de 
acuerdo  con  las  de  los  árabes  aue 
gozan  d^  mas  crédito  y  autoridad 
y  mas  inmediatas  á  ios  sucesos, 
escepto  en  lo  que  evidentemente 
ha  sido  tomaoo  de  la  desacredi- 
tada crónica  de  Cárdena^  £1  doc- 
tor Dozy  cita  muchas  palabras» 
fraaesy  ideas  y  locuciones  que  le 
hacen  creer  que  la  Chroniica  g^ 
nmral  en  este  punto  no  solo  está 
basada  sobre  autores  árabes,  sino 
que  en  muchasocasionesse  revela 
habar  sido  traducidos  pasages  en- 
teros de  ellos.  Sospecha  que  el 
autor  dequien  principalmente  to- 
mó su  re  lato  el  cronista  fué  Ahmed 
ben  Giafor  AlBaUi»  que  residia 
on  Valencia  dorante  el  sitió  del 
Cid,  el  cual  escribió  una  historia 
de  Valencia  desde  la  conQuistade 
Toledo  por  Alfonso  VI.  hasta  la 
prisión  de  Ben  Gehaf.  El  susodi- 
cho autor  parece  que  fué  una  de 
Jas  personas  que  el  Cid^hízo  qoe«- , 
mar.  En  el  Diccionario  Biográfico 
de  los  gramáticos  y  lexic^rafos 
por  Al  Soyutf,  se  halla  el  artículo 
Siguiente  sobre  el  dicho  Ahmed 
AlBattí:  «habia  estudiado  lashe- 
lias  letras,  escribió  liltros  de  gra. 
mática,  etc.  El  Campeador  (maU 
dígale  Dios),  después  que  se  apa- 
deró  de  Valencia  le  hizo  que- 


mar.... etc.»  Por  eso,  observa  Do- 
zy» el  autor  de  la  Chronica  gene- 
ral deja  de  ser  exacto  desde  que 
llega  a  la  muerte  de  Ben  Gehaf,  y 
haciéndole  morir  apedreado  se 
pone  en  contradicción  con  Ibn 
Bassán,  valenciano  y  cdnlempo-  ^ 
raneo,  y  con  Ibn  Alabbar»  valen- 
ciano también  y  uno  de  los  mas 
exactos  y  verídicos  de  los  árabes. 
Sea  de  esto  lo  que  quiera^  el  crí- 
tico holandés  ha  hecho  un  servi- 
cio grande  á  la  historia  con  de- 
mostrar el  acuerdo  en  que  está  la 
Chronica  general  con  lasarábigas, 
facilitando  asi  el  conocimiento  do  ' 
los  hechos  verdaderos  é  históri- 
cos del  Cid. 

(1)  Ni  nos  compete,  ni  es  fácil 
dar  cuenta  de  todas  las  aventuras 
que  los  dramas,  lasieyendas  y  ro- 
mances han  atribuido  al  Cid.  Men- 
cionaremos algunas»  siquiera  sea 
solo  como  muestra  del  carácter  de 
la  época  en  que  so  inventaron. 

Desde  muy  mancebo,  dicen, 
comenzó  Rodrigo  á  mostrar  su  tra- 
vesura  y  su  ^n  corazón;  y  cuen- 
tan que  habiendo  recibido  su  pa^ 
dre  una  afrenta  del  conde  Gor- 
maz,  el  buen  anciano  ni  comia,  ni 
bebia  ni  descansaba.  Movido  de  su 
pena  Rodrigo » salió  á  desafiar  al 
coode,  le  mató,  le  cortó  la  cabeza, 

L coleándola  de  la  silla  de  su  ca- 
klloTué  á  presentársela  á  su  pa- 
dre, en  ocasión  que  este  sehallaba 
sentado  á  la  mesa  sin  tocar  los 
manjares  que  delante  tenia.  En- 
tonces el  níio  llamó  la  atención 
del  padre  hacia  aquel  sangriento 
trofeo,  y  le  dijo:  cMirad  la  yerba 
aue  06  na  de  volver  el  apetito:  la 
lengua  que  os  insultó  ya  no  hace 
oficio  iie  lengua ,  ni  ia  mano  que 
osafrentó  hace  ^  oficiode  mano.i 
£1  buen  viejo  se  levantó  y  abrazó 


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i28 


HISTORIA   DB  BSPAÜA. 


ó  su  hijo,  diciéfldole,  qae  qnien 
había  llevado  á  su  casa  aquella 
cabeza  debía  serlo  de  la  easa  de 
Lain  Calvo.  Lo  singular  fué  que  la 
hija  del  conde,  enamorada  del 
Cid,  se  presentó  en  la  corte  de 
León,  y  puesta  de  hinojos  ante  el 
rey  le  pidió  por  esposo  á  Rodrigo, 
poniéndole  en  la  alternativa  ó  de 
concederle  su  mano  ó  de  quitarle 
la  vida.  Otor^da  tan  estrafia  mer- 
ced, y  obtenida  la  mano  de  Ro- 
drigo, este  la  llevó  á su  casa;  pero 
hizo  voto  de  no  conocer^  hasta 
haber  ganado  cinco  batallas  cam- 
pales. Dióse  entonces  á  correr  por 
las  tierras  coma  roanas  de  los  mo- 
ros, é  hizo  en  efecto  cautivbscinco 
reyes  mahometanos. 

Yendo  en  peregrinación  á  San- 
tiago de  Gompostela ,  al  llegar  á 
un  yado  encontró  un  leproso,  que 
metido  en  un  barranco  rogaba,  á 
los  transeúntes  le  pasaran  por  ca- 
ridad. Los  demás  caballeros  hu- 
yeron de  tocar  aquel  desgraciado; 
solo  Rodrigo  tuvo  compasión  de 
él,  le  tomo  por  su  mano,  le  envol- 
vió en  su  capa,  le  colocó  en  su  mu- 
la  y  le  llevó  al  lugar  á  aue  iba  á 
dormir.  Por  la  noche  le  hizo  sen- 
tar á  su  lado  y  comer  con  él  en 
la  misma  escudilla.  La  repug- 
nancia de  los  compafieros  de  Ro- 
drigo fué  tal,  que  se  imagina- 
ban que  la  lepra  habia  contami- 
nado sus  platos,  y  salieron  de  la 
pieza  á  toda  prisa.  Rodrigo  se 
acostó  con  el  leproso ,  envueltos 
ambos  en  la  misma  cajpa!  A  media 
noche,  cuando  Rodrigo  se  habia 
dormido,  sintió  en  sus  espaldas 
un  soplo  fuerte  que  le  despertó. 


Buscó  al  leproso,  le  Mamó,  y  viendo 
que  no  respondía,  se  levantó,  en- 
cendió una  bugía....  el  leproso  ha- 
bía desaparecido.  Volvióse  Rodrt- 
goá  acostar  con  la  luz  encendida; 
en  esto  que  sale  apareció  un  hom- 
bre vestido  de  blanco:  a¿Dnermes, 
Rodrigo?  le  preguntó.— No  duer- 
mo; ¿pero  quién  erestú  que  tanta 
claridad  y  tan  suare  olor  difundes? 
—Soy  San  Lázaro.  Y  bas  de  saber 
que  el  leproso  á  quien  has  hecho 
tanto  bien  y  tanta  honra  por  amor 
de  Dios,  era  yo:  y  en  recompensa 
de  ello  es  la  voluntad  de  Dios  que 
cada  vez  Que  sientas  un  soplo  co- 
mo el  que  has  sentido  esta  noche, 
sea  señal  de  que  llevarás  á  feliz 
Iremate  las  cosas  aue  emprendas. 
Tu  fama  crecerá  de  día  en  día,  te 
temerán  moros  y  cristianos,  serás 
invencible,  y  cuando  mueras  mo- 
rirás con  honra.» 

Son  muchas  las  proezas  y  he- 
chos marayilloaos  que  suponen 
ejecutó  ya  en  los  reinados  de  Fer- 
nando y  de  Sancho;  pero  comienza 
á  aparecer  mas  novelesco  desde 

3ue  desterradQ  por  Alfonso  VI. 
eia  la  casa  paterna.  Pintan  con 
colores  vivos  y  tiernos  la  aflicción 
de  Rodrigo  cuando  al  disponerse 
á  salir  de  Vivar  vio  las  salas  de- 
siertas, las  perchas  sin  capas,  sin 
asientos  el  pórtico,  y  sin  halcones 
los  sitios  donde  estar  solian.  A  su 
paso  por  Burgos  con  su  lucida  co- 
mitiva, hombres  y  mugeres  se  aso- 
maban á  las  ventanas  á^erlb  pa- 
sar, y  nadie  se  atrevía  á  recibirle 
en  su  casa  por  temor  al  rey  Al- 
fonso, que  había  prohibido  seve- 
ramente que  le  diesen  albergue. 


Mío  Cid  Ruy  Díaz  por  Burgos  entraba. 
En  su  compañía  LX  pendones  llevaba. 

Convidar  le  yen  de  grado,  mas  ninguno  non  osaba: 
El  Rey  don  Alfonso  tanto  avie  la  grand'saña. 
Antes  de  la  noche  en  Burgos  del  entró  su  carta. 
Con  grand'recabdo  é  fuertemente  sellada: 
Que  a  mío  Cid  Ruy  Diazt]ue  nadi  nol'die^en  posada; 


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(  riETB  II.  UBIO  11. 

E  aqu^l  que  ge  U  diese  sóplese  yera  palabra 
Que  perderíe  los  a  veres  é  mas  los  oyos  de  la  cara, 
E  aun  demás  los  cuerpos  é  las  almas. 
Grande  duelo  avien  las  gentes  christianas: 
Ascóndense  de  mió  Cid  ca  noi'osan  decir  nada. 


429 


I 


Entonces  sin  duda  debió  decir 
el  Cid  de  su  barba  aquellas  céle- 
bres palabras:  «Por  causa  del  rey 
don  Alfonso  que  me  ha  desterrado 
de  su  reino  no  tocarán  tijeras  á 
estos  pelos,  ni  de  ellos  caerá  uno 
solo,  y  de  esto  tendrán  que  hablar 
moros  y  cristianos*» 

Multiplicáronse  los  prodigios 
en  la  conquista  de  Valencia,  y  so- 
bre todo  cuando  los  Almorávides 
mandados  por  el  rey  Bocar  (Seir 
Abu  Bekr)  fueron  a  acometer  ia 
ciudad.  Entonces  no  solo  el  Cid, 
sino  el  obispo  don  Gerónimo,  ar- 
mado de  lanza  y  e^ada,  mató  tan« 
ios  moros  que  no  nubo  quien  le 
igualara  en  matar  sino  el  mismo 
&mpeador;  rompióseleel  asta  de 
su  lanza  al  prelado  guerrero,  y 
echando  mano  á  la  espada,  no  se 
sabe  cuantos  infieles  murieron  á 
sus  golpes.  Rodrigo  buscaba  al  rey 
Bucar,  que  á  todo  correr  de  su  ca- 
ballo huía  del  Campeador.  «¿Por 
qué  asi  hoyes,  le  gritaba,  tú  que 
¿as  venido  de  allende  el  mará  ver 
al  Cid  dé  la  luenga  barba?  Vuelve 
y  nos  saludaremos  uno  á  otro.» 
Pero  por  mas  que  el  Cid  espoleó  á 
su  Babieca,  el  rey  moro  ganó  la 
orilla  del  mar;  entonces  Rodrigo 
le  arrojó  soJQiuma  y  le  hirió  entre 
ambos  hombros ,  y  el  rey  Bucar 
malamente  herido  se  entró  en  el 
mar  y  ganó  nn  barquichuelo:  el 
-Cid  se  apeó  del  caballo  y  recogió 
su  jespacía.  Asombra  el  número  de 
moros  que  según  las  leyendas  mu- 
rieron aquel  dia. 

Volvió  mas  adelante  el  rey  Bu- 
car sobre  Valencia  con  numerosí- 
simo ejército.  El  Cid  reposaba  en 
su  leQho  cuando  se  le  apaieció  un 
personaste,  despidiendo  un  olor 
u^gantísimo  y  vestido  de  un  re- 


pago blanco  como  la  nieve.  Esta 
vez  era  San  Pedro:  «Vengo  á anun- 
ciarte, le  dijo,  que  no  te  restan 
sino  treinta  días  de  vida.  Pero  es 
la  voluntad  de  Dios  que  tus  gen- 
tes venzan  al  rey  Bucar,  y  que  tú 
mismo  después  de  muerto  seas  el 

2ue  des  el  triunfo  en  esta  batalla. 
1  apóstol  Santiago  te  ayudará, 
pero  antes  has  de  arrepentirte 
delante  de  Dios  de  todos  tus  pe- 
cados. Por  el  amor  que  me  profe- 
sas y  por  el  respeto  que  siempre 
has  tenido  á  mi  iglesia  de  San 
Pedro  de  Arlanza,  el  hijo  de  Dios 

3uiere  que  te  suceda  lo  que  te  he 
icho.»  Al  dia  siguiente  refirió  el 
Cid  á  sus  caballeros  la  vi&ion  que 
había  tenido,  juntamente  con 
otras  que  hacia  siete  noches  le 
perseguian,  y  les  anunció  qtie 
venceriaU/al  rey  Bucar  y  á  los 
treinta  y  seis  reyes  moros  que  le 
acompañaban.  Después  de  aquel 
discurso  se  sintió  malo  y  se  con- 
fesó con  el  obispo  don  Gerónimo. « 
Los  pocos  días  que  aun  vivió  no 
tomo  mas  alimento  en  cada  uno 
que  una  cucharada  del  bálsamo  y 
la  mirra  que  el  soldán  de  Persia> 
noticioso  de  sus  hazafias,  le  habia 
enviado  de  regalo,  mezclado  con 
agua  rosada.  Las  fuerzas  se  le 
acababan,  pero  su  tez  se  conser- 
vaba sonrosada  y  fresca.  La  vís- 
pera de  morir  llamó  á  dofia  Jime- 
na,  al  obispo  don  Gerónimo,  á  Al- 
var Fañez,  á  Pero  Bermudez  y  á 
Gil  Díaz,  y  les  dijo  cómo  habían 
de  embalsamar  su  cadáver,  y  lo 
que  después  habían  de  hacer  de 
él.  bicto  al  fin  su  testamento  y 
murió  cristianamente. 

A  los  tres  dias  de  su  muerte, 
el  rey  Bucar  y  los  treinta  y  seis 
reyes  moros  pusieron  sus  quince 


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430 


HlSTOtlA  DB  BSPAMA. 


mi)  tiendas  delante  de  las  pierias 
.  de  Valenoia.  Había  en  el  campo 
moro  una  negra  que  capitaneaba 
otras  doscientas  negras,  con  las 
cabezas  rapadas,  á  esoepcion  de 
un  mechón  de  pelo,  porque  iban 
cumpliendo  nna  peregnnacion: 
sos  armas  eran  áreos  torcos.  A I09 
doce  días  de  sitio,  después  de  ha- 
ber hecho  todo  lo  que  el  Cid  ha« 
bia  ordenado,  determinaron  los 
cristianos  salir  de  Valencia.  El  oa* 
d¿?er  embalsamado  del  Cid  iba 
montado  en  su  fiel  Babieca,  sujeto 
por  medio  de  una  máquina  de  ma* 
dera  que  habia  fabricado  Gil  Díaz. 
Oomo  se  mantenía  derecho,  y  el 
Cid  lleyaba  los  ojos  abiertos,  la 
barba  peinada,  escudo 7  yelmo  de 

Ser&amiüo  pintado,  que  parecía 
e  fierro^  y  en  la  mano  su  formí** 
dable  tizona,  semejaba  perfecta-^ 
mente  estar  tí vo.  Salieron,  pues, 
de  la  ciudad.  Iba  Pero  Bermnde^ 
de  vanguardia:  escoltaban  á  dofia 
Jimena  seiscientos  caballeros;  de« 
tras  iba  el  cadáver  del  Cid  con  es- 
colta de  ciencaballeros,  y  el  obispo 
y<>il  Díaz  á  sus  lados.  Alvar  Paftez 
prepafóelutaque.  De  las  doscien- 
tas negras  las  ciento  fueron  al  ins« 
tante  derrotadas,  las  otras  ciento 
hicieron  no  poco  estrado  en  iosori»- 
tianos,  hasta  que  habiendo  moer* 
to  so  capitana  huyeron  todas. 
Entonces  los  cristianos  atacaron 
el  grueso  del  ejército  musulmán* 
Los  moroaque  vieron  uo  caballero 
mas  alto  que  los  otros,  montado 
en  un  caballo  blanco,  en  la  izquier- 
da un  estandarte  blanco  como  la 
nieve,  y  en  la  derecha  una  espada 
que  parecía  de  fuego,  huían  des- 
pavoridos; hicieron  en  ellos  los 
fieles  horrible  matanza,  y  conti- 
nuaron victoriosos  camino  de  Cas- 
tilla. 

Llegado  que  hubieron  á  San 
Pedro  de  Cardefta,  colocaron  el 
cadáver  del  Campeadora  la  dere- 
cha del  altar,  en  una  silla  de  mar** 
fil,  con4iHa  mano  descansando  so« 


bre  su  Tizona.Bn  una  ocaaíon  en- 
tró un  jod/o  en  la  iolesia  del  mo- 
nasterio á  ver  el  cadáver  del  Cid* 
y  como  se  hallase  soiOy  díio  para 
sí:  «He  aquí  el  cadáver  del  famoso 
Ruy  Díaz  de  Vivar,  cuya  barba 
nadie  fué  osado  á  tocar  en  vida: 
ahora  vov  á  tocarla  yo  á  ver  qué 
me  sttoeae.»  T  alargó  el  brazo,  y 
en  el  momento  envió  Dios  su  es- 
píritu al  Cid.  el  cual  con  la  mano 
derecha  asió  el  pomo  de  su  Tizona 
y  la  sacó  un  palmo  de  la  vaina. 
El  judío  cayó  trastornado  y  co* 
menzó  á  dar  espantosos  gritos.  El 
abad  del  monasterio,  qne  predi- ' 
caba  en  la  plaza,  oyó  loslamentoá, 
suspendió  el  sermón  y  acodió  coa 
el  pueblo  á  la  iglesia.  El  judío  ya 
no  RríUba,  nareoía  difunto;  el 
abaa  le  rocío  con  unas  gotas  de 
agua  y  le  volvió  á  la  vida.  El  y^ 
dio  conté  el  milagro,  se  convirtió 
á  la  fé  de  Cristo,  se  bautizó,  reci 
bió  el  nombre  de  liiego  Gil,  y  ea« 
tro  al  servicio  de  GilDiai. 

Fuera  largo  enumerarlos  pro- 
digios que  los  romanceros  y  poe- 
tas, y  ya  no  solo  poetas  y  román- 
ceros,  sino  los  venerablea  monjes 
de  Cardefia  aplicaron  al  Cid  en 
vida  y  en  muerte,  y  no  tan  sola- 
mente á  la  persona  del  héroe,  sino 
á  su  cadáver,  á  su  féretro,  á  su 
cofre,  á  su  tizona ,  y  hasta  á  sn 
caballo  Babieca,  que  Gil  Diaz  en- 
terró á  la  derocha  del  pórtico  del 
convento,  plantando  sobre  sa 
tumba  dos  alamos  que  crecieron 
eiiormemente.  La  historia  ro* 
mancesca  del  Cid  llegó  á  hacer 
olvidar  su  historia  verdadera,  y 
ha  costado  no  poco  trabajo  des- 
lindar la  una  de  latitra,  y  aun  no 
está  de  todo  punto  determinada. 

Í  clara  la  línea  que  las  separa  y 
ivide.  Sucede  ademas  que  al 
través  de  las  aventuras  bélicas, 
religiosas,  amorosas  y  caballeres- 
cas que  los  poemas  y  los  cantares 
han  atribuido  al  Cid,  se  revela  el 
genio  de  la  edad  media:  á  vueltas 


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PAKTS  U.  LIBtO    11. 


431 


de  estafl  bellas  fiocíones,  se  des- 
cubren importantes  realidades; 
los  poetas  y  los  monjes  habrán  in*  * 
ventado  las  anédotas,  pero  las 
anécdotas  están  basadas  sobre  el 
espíritu  de  la  época.  Demodoc^ue 
si  IOS  anales  y  las  crónicas  contie- 
nen la  historia  de  los  verdaderos 
sucesos,  los  poemas,  las  leyen- 
das, los  cantares  y  las  tradiciones 
desarrollan  á  nuestra  vista  el 
cuadro  moral  de  las  pasiones,  de 
^  las  creencias,  de  les  amorest  de 
las  Inchas  pouticas,  de  las  cos- 
tumbres, en  fin,  que  constituían 
Ja  índole  y  el  genio  de  la  edad 
media  castellana. 

Terminaremos  esta  nota  óapén- 
dice  con  la  célebre  aventura  de 
los  infantes  de  Garrion,  que  tanta 
popularidad  adquirid  en  España, 
a  pesar  de  no  hallarse  apocada  en 
fundamento  alguno  histórico  que 
merezca  lé.  Cuando  el  Cid  con- 
quistó á  Valencia,  dos  caballeros 
castellanos  solicitaron  la  mano  de 
sus  dos  hijas  Estos  dos  caballeros 
eran  los  condes  de  Garrion.  Omi- 
tiendo las  negociaciones  que  al 
decir  del  poeta  mediaron  entre 
los  pretendientes,  fil  rey  Alfonso 
y  el  Cid,  el  doble  enlace  se  ve- 
rileó, aunque  con  harta  repug- 
nancia de  este,  y  los  infantes  per- 
manecieron durante  dos  afios  en 
Valencia.  Estando  alli  sus  yernos, 
le  sucedió  al  Cid  la  famosa  aven- 
tura del  león  que  se  salió  de  la 
jaula  y  puso 'en  consternación  á 
todos  sos  caballeros,  habiendo  si- 
do los  de  Cerrión  los  que  se  con- 
dujeronmascobardemente.  Cuan* 
do  el  Cid,  agarrando  al  león  por 
la  melena  le  Volvió  á  encerraren 
su  jaula,  los  infantes  de  Cerrión, 
que  se  habían  escondido,  el  uno 
debajo  de  nna  cama,  el  otro  tras 
^^^  del  huso  de  un  lagar,  salieron  de 
^^  8us*esc5intftes,  pero  tuvieron  que 
sufrir  la  burla  y  el  sarcasmo  de 
los  demás  caballeros,  lo  cual  los 
llenó  de  cólera,  y  no  pensaron 


sino  en  vengar  aquella  afrenta» 
aunque  sobradamente  merecida* 
Después  de  la  victoria  del  Cid  so~ 
bre el  rey  Bocar,  los  infantes  de 
Carríon,  á  quienes  tocó  una  gran 

Ssrte  del  botin,  manifestaron  su 
eseo  de  volverse  á  Cerrión  con 
sus  esposas»  El  Cid  accedió  á  ello, 
y  mandó  á  Felez  que  los  acom- 
pañara. 

En  Molina  fueron  rooy  cortes- 
mente  recibidos  por  el  rey  Aben- 
galvon^  aliado  del  Cid,  el  cual  en 
la  coonanza  de  amigoá  tuvo  la  de- 
bilidad de  enseñar  sus  tesoros  á 
sus  huéspedes.  Ellos,  correspon- 
diéndole  con  ingratitud,  proyec- 
taron quitarle  la  vida  y  riquezas. 
On  moro  que  entendia  el  latin  les 
oyó  lo  que  hablaban,  y  los  denun- 
ció á  su  rey.  Abengálvon  les  afeó 
suindignoprocederyalevososde- 
sijgnios,  mas  por  consideración  al 
Cid  los  dejó  partir  libremente.  Al 
llegar  á  los  montes  de  Corpa,  me- 
ditaron ejecutar  otro  proyecto  to- 
davía mas  horrible  que  desde  Va- 
lencia traian.  A  las  orillas  de  un 
limpioarroyuelo,queen  el  bosque 
hallaron,  levantaron  sus  tiendas, 
y  alli  pasaron  la  noche  en  brazos 
de  sus  esposas.  Al  amanecer  orde- 
naron á  la  comitiva  que  se  pusiera 
en  marcha  y  se  fuera  delante.  Lue- 
go que  quedaron  solos  eon  doña 
Elvira  y  doña  Sol  (que  así  llama  la 
leyenda  á  lashiías  del  Cid),  les  in- 
timaron que  iban  á  vengar  en 
ellas  los  insultos  recibidos  de  los 
compañeros  de  su  padre  cuando 
la  aventura  del  león:  y  desnudán- 
dolas de  sus  vestidos  se  prepara- 
ron á  azotarlas  con  las  correas  de 
sus  espuelas.  Expusiéronles  las 
desgraciadas  hermanas  que  pre- 
ferirían les  cortasen  las  cabezas 
con  las  espadas  Colada  y  Tizona 
que  el  Cid  íes  había  dado.  Inexo- 
rables estuvieron  los  bárbaros  es- 
posos: azotáronlas  con  correas  y 
espuelas,  la  sangre  corrió  de  sus 
cuerpos,  y  cuando  ya  el  dolor  les 


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432 


mSTORfA  BB  BSPAflA, 


embargó  la  voz  y  no  podían  gri- 
Ur,  jas  abandonaron  á  los  buitres 
y  á  las  fieras  del  bosque. 

Lleno  de  cuidado  esperaba  Fe- 
lez  Mufioz  á  la  ladera  de  una  mon- 
taña, y  cuando  tío  llegar  los  in- 
.  fantes  sin  sus  esposas^  sospechó 
alguna  catástrofe  y  se  volvió  al 
monte,  donde  halló  á  sus  desven- 
turadas primas  casi  moribundas. 
Las  llamo  por  sus  nombres,  abrie- 
ron ellas  los  ojos,  doña  Sol  le  pi- 
dió agua,  que  él  le  llevó  en  su 
sombrero;  puso  á  las  dos  damas 
sobre  su  caballo»  las  cubrió  cen  su 
capa^-tomando  el  caballo  de  la 
fonda  las  condujo  á  la  torre  de 
doña  Urraca.  Guando  este  desagui- 
sado llegó  á  noticia  del  Cid,  llevó 
la  mano  á  la  barba,  y  exclamó: 
«Por  esta  barba  aue  nadie  jamás 
tocó,  los  infantes  de  Cerrión  no  se 
holgarán  de  lo  que  han  hecho:  en 
cuanto  á  mis  hijas  yo  sabré  ca- 
sarlas bien.»  Llegaron  sus  hijas  á 
Valencia,  el  padre  las  abrazó  tier- 
namente y.  volvió  á  jurar  que  las 
casaría  bien  y  que  sabría  tomar 
venganza  de  los  de  Garrion.  En- 
vió, pues,  á  Muño  Gustios  á  pedir 
justioia  ai  rey  Alfonso  de  Castilla 
contra  los  infantes.  Alfonso  con- 
vocó cortes  en  Toledo.  Los  de  Car- 
rion  pidieron  al  rey  les  permitiera 
no  asistir;  pero  el  monarca  los 
obligó  á  ello.  Para  intimidar  al  Cid 
se  presentaron  los  infantes  con 
gran  comitiva  y  acompañados  de 
García  Ordoñez,  el  mortal  enemi- 
go de  Ruy  Díaz.  Alfonso  nombró 
arbitros  á  los  dos  condes  Enrique 


y  Ramón.  El  Cid  presentó  su  qae- 
rella.  y  reclamó  sus  dos  espadas 
Colada  y  Tizona.  Los  arbitros 
aprobaron  su  demanda,  y  las  dos 
espadas  fueron  devueltas  al  Cid. 
Después  reclamó  las  riquezas  que 
había  dado  á  los  infantes  al  partir 
de  Valencia.  Hubo  algunas  difi- 
cultades por  parte  de  ios  de  Car- 
rioB.  pero  al  fin  las  restituyeroa 
también .  Por  último,  pidió  Vengar 
en  combate  la  afrenta  que  habían 
hecho  á  sus  hijas.  Realizóse  el 
duelo,  y  los  tres  campeones  del 
Cid,  Pero  Bermudez,  Martin  An- 
tolinez  y  Muño  Gustios  vencieron 
á  los  dos  infantes  y  á  Asur  Gonzá- 
lez, y  las  hijas  del  Cid  se  casaron 
con  los  infantes  de  Navarra  y 
Aragón.  » 

El  autor  de  esta  leyenda  (que 
no  se  halla  en  historia  alguna  fi- 
dedigna) parece  se  propuso  infa- 
mar la  familia  de  los  tondes  de 
Garrion,  aborrecida  acaso  en  Cas- 
tilla, los  Vani  Gómez  del  poema. 
Ademas,  el  conde  que  hubo  en 
Garrion  desde  i088  hasta  4147. 
fué  Pedro  Ansurez,  que  no  era  de 
la  familia  de  los  Gómez,  como  pue- 
de verse  en  Sandovai,  Sota,  Blo- 
ret,  Llórente  y  otros.  De  la  misma 
manera  pudiéramos  evidenciar  de 
apócrifas  otras  muchas  anécdotas 
,  del  Cid,  con  que  no  queremos  ya 
fatigar  á  nuestros  lectores,  y  que 
puede  ver  el  que  guste  en  el  Poe- 
ma, en  los  dramas  y  en  las  colec- 
ciones de  romances  de  Sánchez^ 
de  Duran  y  deDepping. 


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€APITDLO  m. 

FIN  DE  ALFONSO  VI.  DE  CASTILLA. 

SANCHO  EAMIRBZ   T   PBDRO   I.    EN   ARAGÓN: 

SBRÚeOBR    RAMÓN    II.     Y    RAMÓN     BBRBNQUBR     III.    BN 

GATALüffA. 

Me    1094    é    1109. 

Gasa  AlfoDflo  sos  dos  l^jaa  urraca  y  Teresa  coa  dos  condes  franceses. 
—Dales  en  dolé  los  condados  de  Galicia  y  PortoKal.— Muerte  de 
la  reina  Constanza,  y  matrimonios  socesiYOs  de  Alfonso.— La  mora 
Zaida  abraza  el  cridti&nismo,  y  se  hace  reina  de  Castilla  con  el  nom- 
bre de  Isabel.— Gontíni&an  las  guerras  de  Alfonso  con  los  Almorá- 
vides.—Muere  Tussuf  y  su  bqo  Ali  es  proclamado  emperador  de 
Marrae^  y  emir  de  Espafia.— Funesta  batalla  de  Udés:  derrota 

*  del  ejército  castellano,  y  muerte  del  príncipe  Sancho,  único  hijo 
varón  de  Alfonso.— Sentidos  lamentos  de  este.— Enferma  y  muere 
Alfonso  VI.  de  Castilla.— Su  elogio— Sobre  Jas  diferentes  esposas 
de  este  monarca.— Aragón.— Campañas  de  Sancho  Ramírez.— Mue- 
re herido  de  flecha  en  el  sitio  de  Hnesca.-^roclamacion  de  su  hijo 
don  Pedro.— Prosigue  el  sitio  de  Huesca.— Oran  triunfo  de  los  ara- 
goneses en  Alcoráz.— Conquista  de  Huesca.- Muerte  de  don  Pedro, 
y  sucesión  de  su  hermano  don  Alfonso. — Catalufia.— Hechos  de  Be-  ' 
renguer  II.  el  Fratr¡cida.«^us  guerras  con  el  Cid.— Importante 
conquista  de  Tarragona.— Acusación  y  ireto  por  el  fratricidio:  su  re- 
sultado.—Auséntase  Berenguer  de  Catalufia.— Entra  á  regir  el  con- 
dado Ramón  Berenguer  III.  el  Grande. 

No  había  hecho  poco  Alfonso  de  Castilla  ea  irse  re* 

poniendo  del  desastre  de  Zalaca,  hasta  eli  panto  de 
Tomo  iv.  88 


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434  HISTOEIA    DB   BSPA^A. 

triunfar  al  poco  tiempo  de  los  Almorávides  en  Aledo^ 
y  de  poder  en  1 093  hacer  uua  gloriosa  expedición 
por  Extremadura  y  Portugal,  apoderándoi^e  sucesiva- 
mente de  Santaren,  Lisboa  y  Cintra  ^^K  Tanto  en  Aledo 
como  en  la  campaña  del  Algarbe  haiyían  faeobo  impor- 
tantes servicios  al  monarca  casteHano  aquellos  condes 
franceses  que  dijimos  habían  venido  i  España  con  el 
(leseo  de  lomar  ptorte  len  la  soteome  tocha  <f«e  et 
nuestra  península  se  sostenía  con  tanto  heroísmo  eñ 
favor  de  la  cristiandad.  Habíanle  merecido  parti- 
cular predilección  dos  caballeros' dé  la  ilustre  casa  de 
Borgoña,  Ramón  y  Enrique,  primo  hermanos,  y  pa* 
rientes  de  la  reina  de  Castilla,  Constaba,  segynda 
muger  de  Alfonso  VI.  ^'^  De  tal  modo  ganaron  estos 
condes  el  afecto  y  la  privanza  del  rey,  que  en  1092 
les  dio  en  matrimonio  sus  dos  hijas  Urraca  y  Teresa. 
Obtuvo  el  conde  Kamon  la  mano  de  Urraca,  hija  le^ 
gHima  de  Alfonso ,  habida  de  su  matrimonio  con 
Constanza.  Fuele  dada  á  Enrique  la  otra  hija  de  Al- 
.  fonso  llamada  Teresa,  nacida  de  la  únion  declarada 
ilegitima  del  rey  coa  Jimena  Nnaez.  A  Urraca  y  Rai. 
mundo  les  dio  el  condado  de  Galicia,  á  Teresa  y  En- 
rique el  del  territorio  que  de  los  moros  había  ganado 
en  la  Lusitania.  Principio  fué  este  de  grandes  socesos, 

(i)    ChroD.Losit.  adaon.  4093.  HermodeBorgoo»,  y  Enrique  lo 

— Id.  Conimbric.  p.-330.  era  de  otro  Enrique,  hermano  de 

(t)    La  reina  CoDBlanza  era  hi-  aquel,  y  iodos  descendientes  de 

ja  de  Itoberto,  duque  de  Borgeüe,  Roberto,  hermeoo  del  rey  Bnrí- 

y  viuda  del  conde  de Chalons.  Ra-  que  11  do  Francia, 
mon  ó  Raimmido  ere  hijo  dé  Oifi* 


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rARTB  11.  LIBRO  1I«  435 

orfgea  del  nueyo  reino  que  habia  de  erigirse  en  Por- 
tugal, y  fundamento  que  habia  de  servir  para  que 
dos  estrangeros  fuesen  tronco  y  raiz  de  dos  dinastías 
reales  en  España,  como  lo  habremos  pronto  de  ver. 
De  esta  manera  tomaron  los  franceses  en  Castilla  en  el 
reinado  de  Alfonso  VI.  igual  influjo  y  preponderancia 
en  lo  polftico  y  en  lo  militar  al  que  anunciamos  ha- 
bían tomado  en  lo  eclesiástico  j  lo  religioso  los  pre- 
lados y  monjes  de  aquella  nación  de  que  aquel  mo- 
narca llenó  las  iglesias  españolas. 

Las  invasiones  de  los  Almorávides  en  el  Algarbe  y 
la  conquista  de  Badajoz  con  la  muerte  del  último  emir 
Ornar  ben  Alafias  que.  en  otro  lugar  dejamos  indi- 
cada, hicieron  que  Alfonso  volviera  á  perder  una 
parte  de  aquellas  adquisiciones,  abrieron  ^us  puertas 
á  los  africanos  Evora,  Sil  ves,  la  misma  Lisboa  y  otras 
importantes  poblaciones  de  Occidente.  Mas  distraídas 
después  las  Aierzas  musulmanas  á  la  parte  de  Valen- 
cia por  el  Cid  Campeador,  y  habiendo  los  dos  condes 
fk^anceses  sostenido  algunos  encuentros  y  combates  con 
los  tropas  muslímicas  que^  en  Portugal  y  en  3us  fron- 
teras habían  quedado,  hallamos  en  i  097  á  Enrique 
de  Borgona  dominando  el  territorio  comprendido  en- 
tre él  Miño  y  el  Tajo,  y  á  Raimundo  en  posesión  de 
lo  que  hoy  abraea  la  moderna  Galicia,  después  de 
haber  ayudado  á  Alfonso  á  repoblar  las  ciudades  de 
Casilla,  Avila,  Salamanca,  Almazan  y  Segovia  (^>. 

(i)    SaodoY,  Cinco  Reyes,  Alfonso  VI. 


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436  HISTORIA  DB  BSPAÍKa. 

Habiendo  fallecido  en  1093  la  reina  Constanza, 
el  monarca  castellano  contrajo  nuevas  nupcias  con 
Bertha ,  repudiada  de  Enrique  IV.  de  (jermania,  qué 
á  los  dos  años  dejó  otra  vez  vacante  con  la  muerte  el 
tálamo  de  Alfonso.  Una  princesa  mora  fué  entonces 
llamada  ¿  compartir  con  el  rey  de  Castilla  el  lecho  y 
el  trono.  Era  la  b.ella  Zaida,  la  hija  del  rey  árabe 
Ebn  Abed  de  Sevilla,  que  en  los  tiempos  en  que  su 
padre  habia  hecho  alianza  con  el  monarca  cristiano  la 
habia  entregado  á  este  como  prenda  de  amistad  y  á 
título  de  esposa  futura,  juntamente  con  los  pueblos 
de  Vilches,  de  Alarcos,  de  Mora,  de  Conáuegra^  de 
Ocana  y  otros  del  reino  de  Toledo,  en  calidad  de  dote. 
"Muy  joven  en  aquel  tiempo  la  hermosa  Zaida,  habia 
continuado  en  poder  de  Alfonso,  según  unos  como 
consorte,  según  otros  en  concepto  mas  equívoco  y 
menos  honroso.  Ni  lo  uno  ni  lo  otro  creemos  fundado. 
Ni  las  crónicas  insinúan  que  Alfonso  quebrantara  la 
ley  de  los  cristianos  que  prohibe  la  bigamia,  ni  hay 
documento  que  indique  que  tuviera  con  la  bella  mu- 
sulmana relaciones  de  naturaleza  de  producir  escán- 
dalo. Pero  Alfonso  amaba  tiernamente  aja  joven  mora, 
y  el  corazón  de  la  hija  de  Ebn  Abed  se  habia  pren* 
dado  de  la  grandeza  y  generosidad  del  monarca  cas-, 
tellano.  Amibos  desea^ban  unirse  con  legítimos  lazos, 
pero  la  diferencia  de  religipn  establecía  entre  ellos 
un  abismo.  Acaso  el  afecto  y  la  convicción  obraron  de 
concierto  en  el  corazón  de  Zaida,  y  Zaída  renunció  á 


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rAlTBU.  L1BE0  1I.  437 

la  fé  de  sus  padres  y  abrazó  la  religión  de  Alfonso; 
hfzose  cristiana,  y  tomó  en  el  baatisma  el  nombre  de 
María  Isabel  (con  el  segundo  la  nombraba  siempre 
Alfonso  y  es  conocida  en  los  documentos).  Entonces  el 
rey,  libre  de  todo  compromiso  por  las  muertes  suce- 
sivas de  Constanza  y  de  Bertha,  realizó  solemnemente 
su  deseado  enlace  con  Isabel  Zaida  (1095),  de  la  <n)al 
tuvo  al  año  sij$uiente  el  ansiado  placer  de  ver  nacer 
un  príncipe,  fruto  de  su  amor  y  heredero  de  su  trono, 
puesto  que  Samcho,  que  asi  se  llamó  el  bijo  de  Zaida, 
era  el  único  varón  que  Alfonso  babia  logrado  tener 
en  sus  diferentes  consorcios  ^^K 

Pasáronse  los  años  siguientes  atendiendo  Alfonso 
á  las  cosas  de  su  reino,  y  acudiendo,  ya  á  la  parte  de 
Extremadura,  ya  á  la  de  Aragón  ó  Andalucía,  segbn 
que  la  necesidad  y  sus  relaciones  con  los  reyes  mu- 
sulmanes y  cristianos  lo  reclamaban,  sin  que  otros  su- 
cesos importantes  ocurrieran  en  Castilla  que  los  que 
en  anteriores- capítulos  dejamos  referidos.  Así  las  co- 
sas, volvió  Yussuf  el  emperador  de  Marruecos  por 
cuarta  vez  á  España,  trayendo  en  su  compañía  sus  dos 
hijos  Abu  Tahir  Temim  y  Alí  Abul  Hassan.  Aunque  el 
menor  este  último,  tenia  mas  talento  y  mas  valor  que 


(1)    babel  comienza  á  aparecer  iglesia  de  Astorga.  En  un  privile- 

como  reina  en  las  cartas  y  privile-  gio  de  25  de  enero  de  1103  da  el 

Sioe  del  rey  Alfonso  desdíe  4095,  y  rey  don  Alfonso  á  su  esposa  Isabel 

apenas  hay  año  aue  no  le  hallemos  los  epítetos  de  diUctissima,  ama^ 

inscrito  en  algún  documento  basta  tiasima:  y  eu  otro  se  lee:  Elisa» 

el  i407,  en  que  murió;  como  pue-  beth  Regina  divina.  Sota,  cit.  por 


de  Terse  eu  el  libro  becerro  de  la    Romey. 


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438  HISTOEU  1>B  bspaIU. 

su  hermano,  y  era  el  predilcxHo  de  su  padre*  Con 
ellos  recorrió  las  provincias,  y  hablando  de  la  díspo- 
»cioD  y  naturaleza  del  país  comparaba  su  conjunto  á 
un  águila,  y  decia  que  la  cabeza  era  Toledo,  Caíatrava 
el  pico,  el  pecho  Jaén,  las  uñas  Granada,  el  ala  de- 
recha la  Algarbia,  y  la  Axarkia  el  ala  izquierda  ^^^ 
Terminada  su  ví«ta,  convocó  los  jeques  y  principales 
caudillos  Almorávides,  y  concertó  con  ellos  declarar 
I  futuro  sucesor  de  todos  sus  estados  de  África  y  España 
á  su  hijo  All,  cuya  carta  y  paóto  de  sucesión  comen- 
zaba en  los  siguientes  términos:  cAlabanza  á  Dios 
que  usa  de  misericordia  con  los  que  le  sirven  en  las 
herendas  y  sucesiones;  que  hizo  á  los  reyes  cabezas 
de  los  estados  para  la  paz  y  concordia  de  los  pue^ 
blos....  etc;»  Estendída  y  leida  la  carta^  prestado  por 
Alí  el  juramento  de  gobernar  el  iiñperio  en  conformi- 
dad á  las  condiciones  que  su  padre  le  imponía,  y  por 
los  jeques  y  vazzires  el  dé  aceptar  gustosos  y  conten* 
tos  la  sucesión,  firmóse  el  acta  en  Córdoba  en  setiem- 
bre de  4  4  03.  Entre  las  condiciones  que  Yussuf  impuso 
¿  su  hijo  relativamente  al  gobierno  de  España  se  ha- 
llaban las  de  que  habria  de  encomendar  las  magis- 
traturas y  gobiernos  superiores  militares  á  los  mora- 
bitas  de  Lamtuna:  que  la  guerra  contra  los  cristianos 
y  la  guarda  de  las  fronteras  la  hiciese  con  los  musul- 
manes andaluces  como  mas  prácticos  y  entendidos  en 

(1)    Conde,  part.  111.  c.  23. 


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PAIITK  11.  LJUHO  II.  43ft 

la  oaanera  de  pelear  que  con veoíi^ para  España:  que 
mantaviere  oonsUateineDle  en  la  Península  uo  ejér-*' 
cito  biea  pagado  die  1 7,000  gine tes  Almorávides,  di&- 
tribuidos  de  esta  maaera;  7,00<>  en  Sevilla,  1 ,000  eu 
Córdoba»  3,000 ea Granada,  i,000  en  el  Este  y  2,000 
en  el  Oeste:  que  honrara  siempre  á  los  musulmanes 
andalocos  y  evitara  toda  coVsion  con  los  de  Zaragoza  , 
que  eran  el  baluarte  del  Islam. 

Dadas  estas  disposiciones ,  partió  Yussuf  otra  vez 
para  Cetila,  donde  retirado  de  los  negocios  comenzó  al 
poco  tiempo,  á  enfermar  ó  mas  bien  á  seulir  la  debili- 
dad de  la  vejezp  pues  contaba  ya  cerca  de  cien  años. 
Lleváronle  ¿  Marruecos;  pero  de  cada  dia«  dice  el  ^utqr 
árabe,  era  mayor  su  debilidad,  tauto  que  sus  fuerzas 
del  todo  desaparecieron,   «y  asi  murió  (Dios  haya  . 
míseríeordia  de  él)  á  la  salida  de  la  luna  de  Mubar- 
ran  entrado  el  año  &00  (1 1 07),  habiendo  vivido  cien 
años  y' reinado  cerca  de  cuarenta.»  Llamáronle  el  ex- 
oeleiite,  la;  estrella  de  la  religión  ,  el  defensor  de  la 
ley  de  Dios,  y  dábaale  otros  pomposos  nombres.  Su 
imperio  llegó  á  ser  el  mas  vasto  que*se  había  conoci- 
do y  fué  el  que  hizo  predominar  en  España  la  raza 
africana  sóbrela  raza  árabe.  Su  hijo  Alí  Abul  Hassan, 
que  habia  ido  á  recoger  sus  iitlimos  alientos  y  á  re-^ 
cibir  sqs  postreras  instruecionesi,  fué  inmediatamente 
proclamado  emperador  en  Marruecos. 

En  aquel  mismo  año  vino  Alí  á  España.  En  Algo- 
Ciras  recibió  á  lodos  los  cadíos  de  las  aljamas,   á  los 


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440  HI8T01U  DB  BSrAlÍA. 

walíes^y  gobernadores  de  las  ciodades,  á  los  sabios  y 
principales  caballeros  de!  pueblo,  que  fueron  á  vÍ8Í«- 
tarle«  y  arregladas  las  cosas  de  Andalucía  se  volvió 
á  Africa/desde  donde  envió  á  su  hermano  Temim, 
walí  que  habia  sido  de  Almagreb  •  confiriéndole  el 
gobierno  de  Valeaeia.  Des  eoso  Temim  de  ejecutar  al- 
guna empresa  que  acreditara  su  mando  en  España, 
propúsose  tomar  la  ciudad  y  castillo  de  Uclés ,  que 
.  defendía  una  fuerte  guarnición  castellana.  Un  nume- 
roso ejército  africano  asedió  la  población  y  la  comba* 
tió  con  tal  ímpetu  que  la  tomó  á  viva  fuerza.  Los 
cristianos  se  atrincheraron  en  el  castillo.  El  rey  AU 
fonso.con  noticia'de  este  suceso,  aunque  anciano  ya  y 
achacoso  de  salud,  se  disponía  á  partir  para  socorrer 
en  persona  á  los  defensores  de  Uclés.  Pero  impidió- 
selo,  al  decir  de  algunos  autores,  una  herida  recibida 
en  otra  anterior  batalla  ^\  y  en  su  lugar  envió  á  los 
principales  de  sus  condes,  y  quiso  ademas  que  fuese 
en  su  compañía  su  hijo  Sailcho,  que  aunque  de  solos 
once  anos  de  edad  habia  sido  ya  armado  caballero 

(4 )    Sandoval  (en  sus  Cinco  Re-  da»  á  Dios  qw  los  clérigos  hacen 

yes,  de  quien  sin  duda  la  h»  adop-  lo  que  habían  de  hacer  los  cabo-' 

lado  Dozy>  supone  esta  batalla  en  lleros,  y  los  caballeros  se  han 

4  406,  T  dada  en  un  pueblo  de  Bx-  vuelto  clérigos  por  los  mios  peco* 

tremadora  nombrado  Salatrices.  dos:»  aludiendo  á  Garda  Ordoñez, 

En  ella,  dice,  salió  derrotadO/Cl  el  enemigo  del  Cid,  y  á  los  condes 

rey  don  Aironso  y  herido,  en  una  de  Cerrión,  que  «fea  y  cobarde- 

pierifa.  Retirado  á  Coria,  añade,  mente  se  hablan  retirado  y  falta- 

vio  con  alegría  llegar  algunos  de  do  en  la  batalla.»  Dice  también 

sus  cotodes  que  tenia  por  perdi*  que  sentido  de  aquellas  palabras 

dos,  y  como  entre  ellos  fuese  el  el  conde  Garda  Ordofiez»  se  pasó 

obispo  don  Pedro  de  León  con  el  á  los  moros  y  fué  cansa  de  gran- 

roquete  salpicado  de  sangre  sobre  des  males  en  Castilla . 
las  armas,  exclamó  el  rey:  «Oa- 


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,      PAlTJtlt.  LIBIO  II.  444 

por  so  padre  y  sabia  manejar  un  caballo.  Iba  el  jó^ 
ven  principe  encomendado* á  sa  ayo  el  conde  García 
de  Cabra.  Encontráronse  ambos  ejércitos  y  pelearon 
con  ánimos  encarnizados.  El  triunfo  se  declaró  por  los 
mnsolmanes.  Sobre  veinte  mil  cristianos  quedaron *en 
el  campo,  entre  ellos  el  tiernp  infante  don  Sancho,  el 
heredero  del  trono  y  el  ídolo  de  su  padre  (4108).  En 
ío  mas  recio  de  la  pelea  ,  dice  el  arzobispo  don  Ro- 
drigo, el  joven  príncipe  sintió  so  caballo  gravemente  he- 
rido, y  dirigiéndose  ásu  ayo  esclamó:  «(Padre,  padre! 
]mí  cabalio  está  herido!»  A  estas  voces  acudió  el  con- 
de y  presenció  la  caída  simultánea  del  caballo  y  del 
infente.  Apeóse  el  conde  del  suyo ,  y  cubriendo  con 
su  escodo  á  Sancho,  se  defendió,  por  buen  espacio 
rechazando  valerosamente  los  golpes  de  multitud  de 
musulmanes  que  le  rodeaban,  hasta  que  enflaquecido 
por  las  muchas  heridas  cayó  sobre  el  cuerpo  de 
Sancho,  como  para  mojir  antes  que  ^u  protegido,  y 
alli  sucumbieron  los  dos.  Los  otros  magua  tes  quisie- 
ron sustraerse^'á  la  muerte  con  la  huida;  pero  alcan- 
zados por  un  destacamento  de  caballería  musulmana 
fueron  los  mas  degollados.  Los  que  escaparon  con 
vida  llevaron  la  triste  nueva  al  rey  don  Alfonso,  el 
cual  traspasado  de  dolor  y  amargura^  dicen  que  es- 
clamó  en  el  lenguageque  se  supono  de  su  tiempo,  en 
medio  dé  suspiros  que  parecía  arrancarle  el  corazón: 
*¡Ay  meu  fillol  ¡ay  meu  filio!  alegría  de  mt  corazón  é 
lume  dos  meos  ollos^  solaz  de  miña  vellez:  ¡ay  meu  es^ 


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44S  HISTOMA^DB  EB^áAh. 

piülo^  en  que  yo  me  soya  t)er»  é  can  qfub^  tomaba  moy 
^ran  praeer  ¡ay  mw  heredero  mayor  I  Caballem,  ¿hu 
míe  lo  k^es?  Dadme  meu  filio,  cpfufeci  A  lo  otial  el 
conde  Gómez  de  Gaadespiím  respoodié:  «Señor,  el  ki- 
jo  que  Bos  pides,  ao  dos  le  confiaste,  á  nosotros.»  A 
esto  repljkxS  el  rey:  tSi  se  lé  confié  ¿  oíros ,  vosíEitres 
eraia^  sosi  compañeros  para  el  combate  y  para  la  de- 
fensa; y  cuando  aquel  á  quien  yo  le  di  murió  ampa- 
ráadole»  ¿qué  buscáis  aquí  los  que  le  habéis  aba^do- 
nado? — Señor,  le  respondió  Alvar  Paáez»  pareciónos . 
que  no  podíamos  vencer  aquel  campo»  que  seria  ma- 
yor daño  vuestro  procer  allí  lodos  en  vano,  y  que  do 
08  quedara  con  quien  poder  defender  la  tierra,  y  las 
ciudades,  fortalezas  y  castillos  que  con  tanto  trabajo 
habéis  ganado;  esto  nos  hizo  venir  aqui,  señor,  para 
que  con  la  falta  del  príncipe  y  con  la  nuestra  ne que- 
darais de  todo  punto  sin  arrimo*»  Mas  no  bastaban  ra-r 
zooes  á  consolar  al  rey,  que  cada  vez  lanzaba  mas 
hondos  suspiros.  . 

Llamóse  esta  batalla  de  Uclés  la  batalla  de  los 
Siete  Condest  por  el  núoiero  de  los  que  en  ella  pere-^ 
cieiroD,  y  á  esta  lamentable  derrota  se  siguió  la  pérdi- 
da de  Cuenca,  Huete,  Ocaña,  Consuegra,  y  otras  po- 
blaciones de  las  que  habían  formado  el  dote  de  Zaida, 
la  cual  para  mayoi^  desconsuefo  del  monarca  hacia 
poco  tiempo  le  había  dejado  en  triste  viudez.  Había 
muerto  también  en  1 1 07  su  yerno  el  conde  Ramón  de 
'Galicia,  el  marido  de  su  única  hija  legitima  Urraca, 


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rARTB  11.  LIBRO  II.  443 

de  la  cual  dejaba  un  oiño  de  cuatro  años  llamado  Al* 
fonao,  nacido  en  ud  lagar  de  la  costa  de  Galicia  nom- 
bnido  Caldas,  qoe  de  esto  se  dijo  masadelante  Caldas, 
de  Rey.  Esto  tierno  nieto  era  el  úoico  varen  que  des- 
púe9  del  malogrado  Sancho  le  quedaba  de  sus  dife- 
rentes matrimonios  al  anciano  y  afligido  monarca  de 
Castilla.  Tal  vez  el  ansia  de  lograr  todavía  sucesión 
inmediata  varonil  fué  la  que  pudo  determinarle ,  á 
pesar  de  su  provecta  edad ,  de  sus  achaques  y  de  sus 
amarguras»  á  contraer  aun  nuevas  nupcias eon  una  se* 
Bora  nombrada  Beatriz,  cuyo  consorcio  le  proporcio- 
naría en  sus  últimos  diaa  algunos  consuelos ;  pero  (a 
naturaleza  le  negó  ya  el  de  la  sucesión  que  tanto  ape- 
tecía y  que  tao  conveniente  hubiera  podido  ser  para 
la  tranquilidad  del  reino,  qqe  harto  turbado  se  vio 
por  aquella  falta,  como  luego  hemos  de  ver. 

Tantas  y  tan  hondas  penas  no  podian  dejar  de 
abreviar  los  dias  de  un  príncipe  que  tantos  trabajos  y 
.  vicisitudes  habia  sufrido,  y  á  quien  por  otra  parte 
acpiejaban  materiales  y  físicos  padecimientos.  La  en- 
fermedad y  las  penas  le  iban  símnltáneamente  consu- 
miendo la  vida,  que  al  decir  del  arzobispo  cronista  se 
iba  sosteniendo  con  el  ejercicio  á  caballo  qoe  por  con- 
sejo de  los  mádicos  hacia  diariamente ,  como  el  mas 
provechoso  para  quien  estaba  acostumbrado  á  las  du- 
ras fatigas  de  la  campana  (n.  Al. fin  sintiéndote  ya  es- 

(4)    Roder.  Tolei.  iib.  Vi.  c  3K. 


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444  BISTOEIA    DB    BSPAftA. 

tremadarneúle  débil ,  llamó  cerca  de  sí  al  arzobispo 
don  Bernardo  y  á  los  monjes  de  San  Benito  ,  y  con 
ellos  pasó  los  postreros  días.  Por  último  en  la  noche 
del  30  de  junio  de  1 109  pasó  á  gozar  del  eterno  des- 
canso el  gran  conquistador  de  Toledo,  á  los  setenta  y 
nueve  años  d^su  edad  yá  los  cuarenta  y  tres  y  medio 
de  un  reinado  tan  lleno  de  glorias  como  de  azares  y 
vicisitudes,  sostenido  don  ánimo  constante  en  lodas 
las  mudanzas  de  la  fortuna  ^^K  Lloráronle  los  toleda- 
nos» y  esclamaban:  c¿Cómo  asi»  oh  pastor»  abandonas 
tus  ovejas?  Ahora  los 'sarracenos  y  los  malhechores 
acometerán  el  rebaño  que  estaba  encomendado  á  tu 
guarda!» 

El  arzobispo  don  Rodrigo  nos^  dejó  un  magnífico 
elogio' de  este  monarca.  «Fué  (dice  la  traducción  an- 
utigaa)  de  gran  bondad  é  muy  noble,  alto  en  virtud»  y 
«de  gran  gloria,  y  en  los  sus  dias  nunca  menguó  jus- 
«ticia,  y  el  duro  servicio  ovo  cabo  é  fin,  y  las  lágrí- 
«mas  lo  ovieron,  y  la  fé  ovo  crecimiento,  y  la  tierra  y 
<xel  reino  ovo  ensalzamiento,  y  el  pueblo  atrevimien- 
«to,  y  el  enemigo  ovo  confondimiento.  Amansó  el  cu  - 
'«chillo,  quedó. el  alárabe,  ovo  miedo  el  de  África. 
«El  lloro  y  el  llanto  de  España  nunca  ovo  consolador 
«fasta  que  éste  reynó.l..*.  La  grandía  del  su  corazón» 
«virtud  de  los  fijosdalgo,  no  se  tuvo  por  entero  de 
«vivir  entre  las  angosturas  de  las.  Asturias,  y  escogió 

(4)   Peiag.  Ovet.  n.  15.— Anal.  Toled.  primeros;  p.  386. 


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PAATB  n.  LIBIO  II.  445 

«el  afán  y  el  trabajo  por  compañero  en  su  vida.  El 
«deleite  y  el  vicio  tovo  mezquindad,  é  probar  las  dub- 

«dosas  lides  le  fué  placer  é  alegría Rey  crecido/ 

«recio,  fuerte  el  su  coraizon  ,  fiando  en  nuestro  Señor 
«falló  gracia  ante  los  ojos  de  nuestro  Señor  del  cielo 
«é  de  la  tierra.» 

Sd  cuerpo  estuvo  esipueslo  por  espacio  de  veinte 
dias/al  cabo  de  los  cuales  con  gran  solemnidad  y 
acompañamiento  de  obispos,  sacerdotes,  magnates, 
guerreros,  nobles,  plebeyos,  hombres  y  mugeres, 
cubiertos  de  ceniza,  con  los  vestidos  desaliñados,  y 
dando  gritos  de  dolor  ,  fué  trasladado  ,  según  él  lo 
babia  dispuesto,  al  monasterio  de  Sabagun ,  de  que 
^babia  sido  gran  proteclor  y  devoto ,  donde  al  de- 
cir de  algunos  bistoriadores  tuvo  impulsos  de  tomar 
el  bábito  monacal,  donde  le  babia  tomado  provisional- 
mente algún  tiempo  en  dias  de  desventura ,  y  donde 
yacian  las  cenizas  de  sus  [mugeres  ^*K 

Antes  de  entrar  en  las  graves  alteraciones  que  á 
poco  de  la  muerte  de  este  gran  príncipe  agitaron  y 
conmovieron  los  reiúos  cristianos,  menester  es  que 


(4)    <E1  tratado  de  laa  mogerotf  aun  oyéndolos  no  se  Tencen  las 

del  rey  don  Alfonso  VI.  (dice  el  dudas,  antes  parece  qae  mientras 

investigador  y  erudito  Florez  en  mas  hablan  menos  nos  entende- 

su  obra  dé  las  Reinas  Católtcos),  mos. 

es  una  especie  de  laberinto,  dob'-  «Cinco  mugares  le  señalan  ce- 
de se  entra  con  facilidad,  pero  es  munmeote  los  autores.  Algunos 
muy  dificultoso  acertar  á  salir  añaden  mas;  otros  quitan;  y  como 
ipientras  no  se  descubra  alguna  si  no  bastara  la  incertidumbre  del 
guia,  que  hasta  hoy  no  hemos  vi»-  número,  se  nos  acrecienta  la  del 
lo,  siendo  asi  que  han  entrado  orden,  ignorándose  cuál  fué  pri- 
m«chos*á  reconocer  el  terreno;  y  mero,  cuál  después.  Los  escrito* 


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446  HinOElA  DB  BS»Aft4. 

volvamps  uü  momento  ia  Tista  hada  lo  ifue  eatretanlo 
en  Aragoft  y  Cataluña  había  aoonMctdo »  y  mas  ha*^ 


res  aotiguás  ofrecían  an  camino 
algo  suave;  pefo  loa  Modernos  le 
han  aembrado  de  espinai,  aña- 
diendo tanto  número  de  aendaa 
qae  es  difícil  discernir  cuál  sea  la 
legítima.» 

Bn  efecto,  no  bay  sino  leer  el 
tratado  mismo  del  ilustrado  Plo- 
res .para  verlsl  caos  que  los  es- 
critores han  introducido  en  el 
ponte  retatiTO  á  las  mogeresdo 
Alfonso  VI.,  á  su  orden,  y  ¿  la  dis- 
tinden  entre  legitimas  yconca* 
binas.  Creemos,  no  obstante,  que 
pesadas  impaVcialmente  las  razo- 
aes  de  unos  y  otros,  el  caos  des- 
Éparece  en  gran  parte,  y  solo 
quedan  algunas  diferencias  que 
tampoco  Temos  imposible  concer- 
tar. Nosotros  DOS  hemos  tomado 
•1  trabajo  de  leerlos  casi  todos  y 
ezamtoar  los  datos  en  que  cada 
cual  apoya  su  opinión,  con  arra- 
lólo á  los  «Males  faemos  formado  te 
nuestra,  dispuestos  á  dar  razón 
00  too  lundameaVM  que  nos  ben 
servido  para  formarla »  aunque  la 
naturaleza  de  una  historia  gene-' 
pal  no  nos  permita  ahora  dete- 
ttemos  á  esplanarnos. 

Para  nosotros  es  fuera  de  du- 
da que  la  primera  muger  de  Al« 
ionao  fué  Inés»  hija  de  Guido  Gui- 
llermo, duque  de  Aquitania  y 
sonde  de  Poitou:  quo  casó  con  eila 
hacia  4074,  y  duró  el  matrimonio 
haota  I07S.  Esta  reina  no  turo  sii- 
oesion.  (Ghron  MaUeac.«*-Bsorit. 
do  8an  Miilan.— Fnero  de  Sepúlr .) 

Sígnese  Jimena  Nunez  ó  Mu- 
ios (según  que  al  padiv  nombran 
■neo  Ñuño  Y  otros  Manió),  do  la 
ooal  tuvo  Aliboso  dos  hijas,  Birira 
y  Teresa,  (¡ue  fttoron  las  que  ca* 
ioron  la  primera  con  Rannundo  de 
Tolosa,  y  la  segunda  con  Enriquo 
d«  Bosenson.  Do  esta  Jimooa  es  do 


la  que  se  cuestiona  si  fué  muger 
legíUnia  é  fué  soto  ooooobina.  Pa- 
ra nosotros  ni  fué  concubina  ni 
muger  legitima,  sino  moger  ile- 
gítima, con  la  cual  no  podia  c«- 
sarse  por  ser  parienta  en  tercer 
grado  de  consanguinidad,  en  que 
no  se  dispensaba  entonces,  y  ade- 
mas por  afinidad;  y  que  esto  fué 
lo  que  debió  escitar  la  cólera  del 
papa  Gregorio  VII.  para  hacer  «1 
rey  separarse  de  ella.  Mas  es  io- 
dudable  que  tirio  con  ella  oomo 
muger  desde  el  4078  al  4080,  en 
que  casó  con  su  segunda  legftíaia 
mufter  Constanza. 

Bra  GonManza  hija  de  BOberto 
duque  de  Borftoña,  y  riuda  de 
Bugo  n.,  conoe  dé  Gbalons.  De 
ella  toro  ¿  Urraca,  la  que  casó 
con  Raimundo  ó  Bamon  de  Borgo- 
na^  conde  do  Galicia,  y  que  fmé 
despuea  reina  de  Castilla.  Vi?ió 
eata  reina,  que  so  llamé  Empara*^ 
triz  desde  la  conquista  de  Toledo, 
hasta  el  a&o  409t,  6  principios 
del  4093.  (Sandor.-<7epes.— Ga- 
riray  y  otros.) 

En  este  año  de  4093  casó  con 
Bertba,  repudiada  de  Enrique  IV. 
reydeGermania  en  4060.  (Crónicas 
de  Francia).  Tenemos  con  Ploresi 
por  mas  auténticas  las  escrituras 
que  suponen  haber  fallecido  Bertba 
en  1090.  en  cuyo  año  mencionan 
ya  á  Isabel.  Tampoco  tuvo  Alfonso 
sttotoion  de  esta  reina,  y  el  deseo 
de  tener  oft  heredero  fegítímo  y 
varón  era  sin  duda  una  de  las 
causea  de  nraltiplcar  tantos  ma- 
trimonios. 

Convienen  jtodos  en  que  Alfon- 
so tuvo  uns  coarta  muger  legiti- 
ma pombrada  Isabel,  y  están  to- 
dos i^hnente  de  acuerdo  en  que 
el  hijo  único  del  rey,  Sancho,  tA 
que  murió  en  la  oattUa  de  Ocles» 


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PAiTB  11.  Lino  n.  147 

bí«Dd6  de  eDlazarse  tanto  después  tos  sucesos  de  unos 
y  otrosestados. 

Hemos  visto  oomo  lasfrontéras  del  reino  de  Aragón 
se  iban  dítatando  bajo  el  ee^gico  y  activo  Sancho 


ie  había  tañido  <le  ZaMa,  hüade 
Sbn  Abed  el  rey  árabe  de  Sevi- 
lla, la  oaal  para  imirae  á  AlfoDse 
se  babia  hecho  cristiana  y 'tomado 
por  nombre  bauiimnal  liaría  Isa* 
bel.  aangiie  el  rey  la  nombraba 
ttabel  Bolamente,  y  era  el  solo  qae 
usaba  en  laa  escritaras.  Hé  aquí 
)Bil  parecer  dos  Isabeles,  qae  han 
sidfo  cauaa  de  las  mas  debatidas 
cuestiones  entre  los  historiadores, 
f  en  lo  qoe  eatá  lo  mas  compKcado 
del  laberinto  de  las  mugores  de 
Alfonso  VI»  Poes  loa  qoe  admilen 
his  dos  como  maseres  legitimas  no 
aaben  cuándo  ni  dónde  colocar  la 
ana  que  no  estorbe  á  la  otra  v  que 
no  trastórnela  crdnologfa.  Y  los 
que  hacen  á  Isabel  Zaida  concubi- 
na solamente,  no  aciertan  á  espli- 
car  ni  el  ser  tenido  su  hijo  Sancho 
por  heredero  legitimo  del  irooo. 
de  Castilla,  ni  laa  escritoras  en  qae 
se  nombra  ana  Isabel  como  muger 
legitima   despoea  qoe   soponon 
muerta  la  otra,  ni  saben  de  qaién 
podo  ser  b^  la  primera.  Y  sobre 
esto  han  armado  ana  madeja  de 
coeationes'qQe  eb  el  sopoestode 
las  dos  Isabeles  no  es  fácil  des- 
enredar. 

Nosotros  tenemos  por  cierta  la 
inexistencia  de  la  que  se  supone 
primera  Isabel ,  á  quien  Lacas  de 
Tuy,  y  otro¿  escritores  posterio- 
res, y  hasta  un  epitafio  que. le 
pusieron  en  León,  la  hacen  hija  ile 
Lois,  rey  de  Francia,  ▼  es  cierto  y 
averiguado  por  todas  las  historias 
de  aquella  nación  que  el  rey  de 
Francia  á  que  alude  el  Tudense  do 
iuYO  ninguna  hija  que  se  llamara 


Isabel.  CreemoB  paos  qoe  tto  bobo 
mas  Isabel  que  Zaida,  la  bija  del  rey 
moro  de  Sevilla,  que  tomó  aquel  - 
nombre  al  hacerse  cristiana,  que 
fué  muger  legitima  de  Alfonso,  que 
estuvo  casada  con  él  desde  4095  ó 
96  hasta  4  4  07  en  que  murió,  que  de 
este  matrimonio  nació  Sauohb,  el 
que  pereció  en  Ucléa,  heredero  le- 

f;ítimo  que  era  del  reino,  y  qmo 
uego  to vieron  á  Sancha  y  Elvira, 
qoe  casaron  despoes  la  una  con  el 
conde  Rodrigo  Gonaalez  de  Lara, 
y  la  otra  con  Rogerio  I.  rey  de  Si- 
cilia. Ademas  de  los  datos  que  hay 
para  creer  esta  opinión  la  masase* 
gura,  es  la  única  que  puede  <^n-* 
oiliar  el  orden  y  las  lechas  de  to- 
dos los  matrimonios  de  este  rey,  y 
las  edades  de  cada  uno  de  su  hi- 
jos, sin  embarazo  ni  confusión. 

Poco  feliz  el  rey  en  la  sucesión 
varonil  que  tanto  deseaba,  y^ sus- 
pirando todavía  por  ella,  casó 
000,  á  pesar  de  so  edad  y  «os  acha- 
ques, en  1408,  c6n  Beatriz  á  quien 
el  arzobispo  don  Rodrigo  baoo 
también  francesa,  y  la  cual  le  so- 
brevivió, ba1>ieodo  muerto  el 
rey^  como  hemos  dicho,  en  1409. 
De  Beatriz  no  se  sabe  mas  sino 
que  luego  que  enviudó  se  volvió  á 
sa  patria.  (Pelag.  Ovet.  Ghron. 
número  If). 

Tales  fueron  las  mugares  de 
Alfonso  VI.  según  los  documentos 
que  tenemos  por  roas  fehacientes. 
En  1101  habían  moerto  las  dos 
hermanas  del  rey  dona  Urraca  y 
doña  Elvira,  las  quo  habían  tenido 
las  ciudades  de  Zamora  y  de  Toro. 
(Sandov.  Cinco  Reyes). 


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448  HISTORIA   DB    BSPAfÍA. 

Ramírez,  rey  también  de  Navarra ,  que  cada  dia  to« 
maba  alguna  población»  alguna  fortaleza,  algún  en- 
riscado castillo  á  los  sarracenos »  acosándolos  y  redu- 
ciéndolos por  las  riberas  del  Ebro  y  del  Gallego ,  de' 
Ginca  y  del  Alcanadre  ^*K  Enemigo  terrible  de  los  dos 
reye^  mahometanos  de  Zaragoza  Al  Mutamin  y  Aimos- 
taín,  hemos  visto  en  cuan  apretados  conflictos  llegó  á 
ponerlos  muchas  veces,  aliándose  al  efecto  con  Beren- 
guer  de  Barcelona  y  con  el  emir  de  Tortosa  y  Denia 
Al  Mondhir  Alfagib,  si  bien  por  desgracia  contrariada 
en  muchas  ocasiones  y  teniendo  que  medir  sus  armas 
con  las  del  Cid  Campeador  ^^K  A  pesar  de  estas  con-^ 
trariedades  llegó  el  caso  de  considerarse  bastante 
fuerte  para  poner  en  ejercicio  el  proyecto  que  cons- 
tituía el  blanco  de  sus  mas  vehementes  deseos,  el 
de  la  conquista  de  Huesca,  uno  de  los  mas  fuertes  ba- 
luartes de  los  infieles  y  su  principal  escudo  de  defensa 
contraías  armas  cristianas  de  Aragón.  Habia  ido  San- 
,  cho  Ramírez  preparando  muy  diestramente  el  terreno 
para  esta  importante  conquista,  y  cuando  se  deter- 
minó ya  á  ponerle  sitio  llevó  consigo  respetable  hues- 
te de  aragoneses  y  navarros  que  distribuyó  en  los  co- 
llados de  alrededor. 

Sentó  el  rey  sus  reales  en  un  moniecillo  ó  repecho 
de  donde  podía  ofender  grandemente  á  los  sitiados, 
y  que  desde  entonces  tomó  el  nombre  de  el  Pueyo  de 

(41    Véase  el  cap.  24  del  anterior  libro. 
.  (2)    Cap.  l.<>  de  esieiibro. 


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PARTB  11.  LlBEOll.  449 

Sancho.  El  cerco  no  obstante  continuaba  coolentítod^ 
porque  los  sitiados  se  defendían  con  bizarría.  Impa* 
cíente  el  monarca  aragonés  púsose  un  día  á' reconocer 
el  muro,  y  habiendo  hallado  en  él  una  parte  más  fl&ca 
que  las  otras,  y  por  donde  le  parecía  que  sé  podridí 
fácilmente  combatir,  levantó  el  brazo  derecho  paní 
señalar  aquel  sitio  á  sus  compañeros  de  armas :  en 
esto  una  flecha  arrojada  desde  el  adarve  vino  á  herir 
al  rey  debajo  del  brazo  en  la  parte  que  dejó  descu«- 
bierta  el  escote  de  la  loriga.  La  fatal  saeta  llevaba  en 
su  punta  la  muerte,  como  la  que  atravesó  á  Alfonso  V» 
en  el  sitio  de  Viseo.  Conociólo  asi  Sancho ,  y  convo- 
cando á  tódps  los  ricos-hombres  y  caballeros  hizo  ju- 
rar ante  ellos  á  sus  dos  hijos  don  Pedro  y  don  Al« 
fonso,  que  no  levantarían  el  cerco  hasta  tener  ga« 
nada  la  ciudad  y  puesta  bajo  su  dominio  y  poder. 
Hecho  esto  y  consolando  con  animoso  esfuerzo  á 
los  príncipes  y  á  sus  caudiHos ,  murió  este  aguer* 
TÍdo  y  valeroso  monarca  el  día  4  de  junio  del 
año  4  094.  Su  cuerpo  fué  llev,ado  al  monasterio  de 
Monte-aragon  fundado  por  él ,  donde  estuvo  depo- 
ÍBitado  hasta  que  ganada  la  ciudad  le  trasladaron  al 
de  San  Juan  de  la  Peña ,  donde  le  dieron  honrosa 
sepultura  í*^. 

Muerto  don  Sancho,  y  aclamado  y  reconocido  por 
rey  su  hijo  don  Pedro,  continuó  éste  el  sitio  de  Hyesca 

(4)    AnaU  Compostol.^Roder.    critores  de  Aragoa. 
Tolet.— Zurita,  AbiBiroat  y  otros  es-      * 

Tono  IV.  ^  29 


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4S0  HisroEíA  DS  bspaSa. 

coD  el  mismo  áaimo»  perseverancia  y  empeño  con  que 
hubiera  podido  hacerlo,  su  padre.  Mas  considerando 
también  el  de  Zaragoza  que  de  la  conservación  ó  pér- 
dida de  Huesca  dependía  la  posesión  de  toda  la  tierra 
llana»  hizo  un  llamamiento  general  ¿  los  musulmanes 
de  su  reino,  y  aun  invocó  la  cooperación  de  dos  condes 
cristianos  sus  amigos,  González  y  García  Ordoñez  de 
Nájera^*^;  «caen  aquella  revuelta  de  tiempos  yestra- 
«cgo.de  costumbres,  dice  un  historiador,  no  se  tenia  por 
aescrúpulo  que  cristianos  ayudasen  ^  los  moros  contra 
«otros  cristianos.»  Púsose  en  marcha  el  ejército  infiel» 
sin  que  su  número  arredrara  al  nuevo  rey^don  Pedro; 
antes  salió  á  encontrarle,  marchando  delante  de  todos 
el  príncipe  Alfonso  su  hermano,  que  ya  anunciaba  lo 
que  babia  de  ser  mas  adelante  esté  insigne  guerrero. 
Acompañábanle  los  principales  caballeros  y  ricos  hom- 
bres de  Aragón,  los  Gastón  de  Biel,  los  Lizanas ,  los 
Bacallas,  los  Lunas,  y  aquel  Fortuno,  que  dicen  traía 
de  Gascuña  trescientos  peones  armados  de  mazas,' de 
que  tomó  el  nombre  ^e  Fortuno  Maza  quo  dejó  á  sus  - 
nobles  descendientes. 

Los  agarenos  eran  en  tan  gran  número  que  cubrían 
todo  el  camino  desde  las  riberas  del  Ebro  hasta  Jas 
del  Gallego.  El  conde  García  envió  na  atento  mensage 
al  rey  don  Pedro  aconsejándole  que  levaptáta  el  sitio, 

(4)  EstQ  Garda  Ordonez,  qae  moros,  es  un  peraonage  misto- 
aparece  unas  Teces  peleando  eo  rioso  é  ¡Dcomprensible,  coya  bio«- 
las  61as  de  Alfooso  de  Castilla,  gráfta  seria  dificilisimo  esoribir. 
otras  gacrreando  en  favor  de  los 


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G(fogle 


fARTBtl.  UBEO  II.  451 

porque  do  era  posible  que  escapara  oiogon  crísiraoo. 
La  respuesta  del  rc^y  fué  avanzar  á  los  campos  de  Al- 
coráz«  donde  se  eacoutrarou  las  dos  bqestes.  El  pría-- 
dpe  don  Alfonso  fué  el  que  comenzó  el  combate  ha- 
ciendo terrible  daño  á  los  infieles.  La  pelea  se  fué 
generalizando  y  embraveciendo;  convienen  todos  en 
que  fué  de  las  mayores  y  mas  sangrientas  batallas  que 
se  hablan  dado  entre  musulmanes  y  cristianos:  doró 
hasta  lá  noche,  y  el  arrogante  don  García,  auxiliar  de 
los  moros,  el  que  dbcia  que  no  podía  escapar  píngun 
cristiano,  fué  uno  de  los  prisioneros  ^^K  Agaardabán 
los  aragoneses  que.  al  dia  siguiente  se  renovara  la  pe-- 
lea,  y  lo  que  al  dia  siguiente  sucedió  fué  ver  diofiam- 
parádos  los  reales  de  los  infieles,  que  con  pérdida 
de  treinta  á  cuarenta  mil  muertos  se  hablan  retirado 
de  prisa  con  su  i:ey  á. Zaragoza.  Ganada  la  batalla» 
volvió  el  rey  don  Pedro  sobre  Huesca,  que  á  los  ocho 
dias  se  rindió,  y  entró  en  ella  tóunfante  el  2&  de 
noviembre  de  4  096.  Esto  es  lo  que  refieren  las  cró- 
nicas cristianas;  veamos  como  la  cuentan  los  árabes. 
cE3  rey  de  Zaragoza  Almostain  Bíllah  Abu  Giafar, 
«cuando  creia  descansar,  y  qae  los  cristianos  escar- 
«mentados'  en  Zalaca  le  dejarían  go2ar  de  la  fe- 
«licidad  de  aquella  victoria,  se  vio  acometido  de 
cmuchedumbre  de  infieles  que  acaddiUah^  el  tirano 


( I )    Debió  ser  pronto  puesto  en    ñando  á  Alfonso  de  Castilla  en  ana 
libertad,  porqoo  en  49  de  mayo    ospedicion  hácit  Zaragoaa. 
de  4  097  aparece  otra  Tes  toompa- 


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4S2-  UlSTOniA  1)B  ESPAÑA.      , 

«Aben  Radiuir  ^^^  Salió  contra  él  con  cuanta  geute 
«pudo  allegar,  que  serian  veinte  mil  hombres  entre 
«ginetesy  peones,  gente  muy  esforzada,  y  robusta co* 
(dumna  del  Islam.  Encontráronse  estas  tropas  cen  las 
udel  tirano  Aben  Radmír,  que  eran  igual  número  en- 
ttre  caballos  y  peones.  Fué  el  encdentro  de  estas  dos 
«ihuestes,  dice  Ben  Hudeil,  cerca  de  Medina  Huesca , 
«(fronteras  de  España^Orienlal  (fortifíquelas  Dios  y  ani^ 
«párelas).  Estaban  ambos  ejércitos  muy  confiados  cada 
«uno  en  su  poder  y  en  el  valor  y  destreza  de  sus 
«caudillos,  hijos  de  la  guerra,  leones  embravecidos. 
«Presentáronse  la  batalla,  y  al  principio  de  ella  dijo 
aAbenRadmir  (destruyale  Dios)  á  sus  principales  cam. 
apeadores:  <Ea,  mis  amigos»  señalemos  con  pie- 
adra  blanca  este  dia;  ánimo  y  á  ellos.»  En  i^ste 
«punto  se  trabaron  las  dos  contrarias  huestes  con  igual 
«denuedo  y  valor,  y  fué  la  batalla  muy  reñida  y  san- 
«grienta,  que  ninguno  tornó  la  cara  á  la  espantosa 
"«muerte,  ni  quería  ceder  ni  perder  su  puesto  ni  fila, 
4  y  mucho  menos  el  campo:  cada  uno  quería  que  su 
«caudillo  le  viese  peleando  como  bravo  león,  hasta  que 
«fatigados  ambos  ejércitos  que  no  podían  menear  las 
«af  mas  suspendieron*  la  cruel  matanza  á  la  hora  de 
«atahzar.  Estuviéronse  mirando  unos  á  otros  como 
<qna  hora,  y  luego  haciendo  señal  ellos  cqn  sus  bo- 
«ciñas  y  trompetas,  y  nosotros  con  nuestros  -a tambó- 
la   Esto  esy  el  bijo  deRimiro;  Sancho  Ramírez. 


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PARTB  11.  LIBRO  11  iS3 

«res,  se  trabó  cod  nuevo  {mpetu  la  pernada  y  san- 
cgrícDla  lid:  acometieron  los  cristiaDos  con  tal  pu- 
«tjaüza  que  de  tropel  entraron  dividiendo  nuestra 
«hueste,  y  así  hendida  aquella  fortaleza  que  so  man- 
utenía, se  siguió  la  confusión  y  desordenada  fuga,  y  la 
xi'espada  del  vencedor  se  cebó  en  las  gargantas  musli- 
ütnicas  hasta  la  venida  de  la  noche,  y  el  rey  Almos- 
ataim  el  Zagir  Aben  Hud  y  los  suyos  se  acogieron  ,á  la 
«ciudad  de  Huesca. 

«Luego  los  cristianos  cercaron  la  ciudad  y  la  com- 
«batian  con  máquinas  é  ingenios;  y  los  valientes  musr 
«limes  salian  y  daban  rebatos,  y  se  los  destruían,  } 
«en  uno  de  estos  fué  herido  y  muerto  de  sáfela  Aben 
«Radmir,  el  rey  de  los  cristianos:  pero  no  por  eso 
«levantaron  el  sitio,  antes-bien  con  nuevas  tropas  vi- 
«nieron  á  la  conquista.  Estaban  los  muslimes  muy 
tapurados,  y  como  Almoslain  hubiese  logrado  salir  de 
«la  ciudad  allegó  muchas  gentes,^  y  pidió  auxilio  á  los 
«emires  de  Albarracin  y  de  Játiva  y  Denia,  que  luego 
«fueron  en  su  ayuda.  Con  la  fama  de  la  venida  de 
«este  socorro  los  cristianos  levantaron  su  campo  de 
«Huesca,  y  salieron  con  poderosa  hueste  al  encuentro 
<fde  los  muslimes.  Fué.  el  encuentro  en  cercanías  de 
«la  fortaleza  de  Alcoraza,  acometiéronse^  con  grande^ 
«ánimo  y  la  pelea  fué  muy  reñida  y  sangrienta  que' 
«duró  hasta  la  venida  de  la  noche:  en  ella  los  mus- 
«limes  recibieron  grave  daño,  y  muchos  principales,  ' 
«asi  que  como  fuesen  gentes  diversas ,  culpando  los 


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454  uiSTOKiA  ]>E  bspaKa. 

•  «unos  á  los  oíros  del  sacesoí  no  qoisieron  esperar  al 
€dia  siguiente  la  suerte  de  nuevo  combate»  y^unos 
«por  ana  parte  y  otros  por  otra  se  retiraron  aquella 
«noche  dejando  machos  muertos  y  heridos  en  moü- 
4  tes  y  valles  para  agradable  pasto  de  las  fieras  y  de 
«lias  aves  carnívoras.  El  rey  Almostain  se  retiró  á  Za«- 
«ragoza  perdiendo  la  esperanza  de  mantener  aquella 
«ciodad»  y  pocos  dias  después  se  entregó  Huesca  á 
«dos  crislianos^^^)) 

De  esta  victoria  data  el  haber  tomado  Ips  reyes  de 
Aragón  por  armas  la  cruz  de  San  Jorge  en  campo  de 
plata  (pues  los  historiadores  aficionados  á  apariciones 
dicen  que  San  Jorge  anduvo  á  caballo  en  aquella  bsK 
taUa)i  y  en  los  cuadros  del  escudo  cuatro  cabezas  ro- 
jas qae  dicen  representan  cuatro  reyes  ó  caodiHos 
moros  que  én  aquella  jornada  murieron. 

Doeño  doa  Pedro  de  Huesca,  hizo  convertir  la 
mezquita  principal  en  templo  cristiano,  que  se  dio  la 
obispo  de  Jaca  para  establecer  en  ella  la  silla  episco- 
pal como  habia  estado  antes  de  la  entrada  de  los  mo- 
ros* y  el  obispo  de  Jaca  volvió  á  intitularse  de  Hues- 
ca. Y  el  papa  Urbano  D.  con  noticia  de  esta  victoria, 
confirmó  al  rey  la  facultad  que  Alejandro  U  y  Gre- 
gorio VIL  hablan  concedido  á  su  padre  para  que  los 
reyes  de  Aragón  pudiesen  distribuir  las  rentas  de  las 


(4 )    Goihle,  part.  DI.  oop.  iS«—   conviene  eo  todo  lo  susta^oial  coa 
DoKV  Qopia  la  relación  de  Al-Tor-    la  de  Ben  Uiudei!^ 


ofouíy  autor  contemporáneo,  <)ae 


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PARTB  11.  LlltRO  II.  4SK 

jglesias  que  se  ganasen  de  los  moros,  y  de  las  qoe  de 
nuevo  se  edificasen,  á  escepcion  de  las  catedrales; 
dando  también  facultad  á  los  ricos  hombres  para  que 
pudiesen  anejar  á  cualquier  monasterio,  ó  reservarse 
para  sí  y  sus  herederos  cualesquiera  iglesias  de  lu-  . 
gares  de  moros  que  ganasen  en  la  guerra,  ó  las  que 
se  fundasen  en  sus  pi^pios  heredamientos,  con  las 
décimas  y  primicias,  ^á  condición  de  hacer  celebrar 
los  oficios  divinos  por  personas  convenientes  con  lo 
demás  necesario  al  culto  ^*K 

0 

Siguió  á  la  conquista  de  Huesca  la  aliantadel 
aragonés  con  el  Cid  y  su  espedicioná  Valencia,  segGn 
en  el  capítulo  II  lo  dejamos  referido.  De  regreso  ásus 
estados  prosiguió  el  rey  don  Pedro  a  tacando  denodada- 
mente los  castillos  y  fortalezas  de  los  moros,  entre  ellos 
el  formidable  de  Calasanz,  el  dePertusa,  con  que 
terminó  la  campaña  de  1099,  y  por  último  la  impor- 
tante plaza  de  Barbastro  (1100),  con  los  castillos  de 
Ballovdr  y  Velíliay  últimas  reliqaras  del  reino  de 
Huesca.  Viósele  en  1102  correr  las  fronteras  de  Ca- 
taluña, donde  habían  quedado  á  los  moros  algunos 
asilos  que  les  quitó  sin  dificultad,  y  en  1104  entrar 
atrevidamente  por  tierfas  de  Zaragoza  hasta  poner  d 
pie  cerca  de  sus  muros,  talar  y  destruir  su.  campiña, 
y  retirarse  á  Huesca,  donde  pronto  iban  á  verse  ma«« 
logradas  las  esperanzas  que  á  los  aragoneses  habia 

(1)    Zurita,  Anal.  part.  I.  c.  32.— Bula  de  Urbano  II. 


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l'Se  HISTOIIA  DB  BSPAiíá. 

¡nfundido  la  repatacioQ  de  su  joven  inonar(;a.  La  pér-^ 
dida  de  un  tierno  príncipe  de  su  mismo  nombre  que 
habia  tenido  de  su  esposa  Berta  acibaró  los  dias  de 
aquel  ilustre  soberano  en  términos  que  sobrevivió 
muy  poco  tiempo  á  la  prematura  muerte  de  su  hijo. 
Ni  sus  glorías  de  conquistador  fueron  bastantes  á  con- 
solarle, ni  la  robjistez  de  la  edad,  qaé  contaba  enton- 
ces treinta  y  cinco  años,  pudo  neutralizar  b\  estrago 
que  en  su  naturaleza  produjo,  el  dolor  de  aquel  in- 
fortunio, y  el  2^  de  setiembre  de  aquel  mismo  año 
(1 1 04)  lloraron  los  aragoneses  el  fallecimiento  del 
conquistador  de  Huesca  y  de  Barbastro.  Mucho  en 
verdad  los  consoló  el  haber  recaidQ  la  sucesión  del 
reino  en  su  hermano  Alfonso,  príncipe  animoso  y 
fuerte,  que  habia  de  merecer  mas  adelante  el  sobre^ 
nombre  de  Batallador;  pero  cuyos  hechos  nos  reser- 
vamos referir  en  otro  capítulo  por  el  íntimo  enlace 
qne  tuvieron  con  los  sucesos  de  Castilla  que  siguieron, 
á  la  muerte  de  Alfonso  VL 

Dejamos  en  Cataluña  al  conde  de  Barcelona  Be- 
renguer  Ramón  I(.  el  Fratricida  rigiendo  el  estado  por 
sí  y  como  tnUyf  del  tierno  príncipe  Ramón  Berenguer, 
el  hijo  de  su  hermano  Cap  d€  Estopa  el  asesinado  ^*K 
si  bien  cpn  la  condición  impuesta  por  los  condes  y- 
barones  de  que  la  tutela  no  hubiese  de  durar  sino 
hasta  que  el  huérfano  niño  cumpliese  los  qijipce  años 

[4)    Cap.  %k  del  anterior  libro. 


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PAKTB  11.    LIBRO  II.  457 

y  con  ellos  adquiriese  el  derecha  de  reioar  c^lzanda 
las  espuelas  de  caballero»  Ocupado  tijajerop  al  Fratri- 
cida en  los  siguientes  anos  las  guerras  en  que  le  he- 
mos visto  envuelto  con  el  Cid  Campeador^  tan  funes^ 
tas  para  la  causa  de  la  cristiandad  como  las  alian- 
zas  del  conde  catalán  con  el  irey  de  Tortosa  y  Deniá 
Al  Mondbir  Alfagib,  que  dejamos  en  otra  parte  refe- 
ridas í*^ 

En  medio  de  estas  lamentables  escisiones  entre  el 
conde  barcelonés  y  el  guerrero  castellano,  una  empre- 
sa grande,  noble,  digna,  vino  á  ocupar  la  aten- 
ción del  primero  con  gran  contentamiento  de  los  ca- 
talanes: tal  fué  el  prefecto  de  reconquistar  la  antigua 
metrópoli  de  la  España  Gterior,  la  célebre  Tarrago- 
na, punto  avanzado  que  ios  musulmanes  poseian 
en  el  Oriente  de  España  y  cuya  ventajosa  posi- 
cion  para  el  tráfico  de, mar  les  bacía  cuidar  con  par- 
ticular interés  de  su  conservación.  Ya  ^n  el  anterior 
condado  el  clero  catalán,  ansioso  de  recobrar  su  anti- 
gua metrópoli,  ba\)ia  hecho  oscitaciones  para  que  se^ 
acometiera  una  empresa  á  la  vez  patriótica  y  religio- 
sa; ya  habia  preocupado  este  pensamiento  á  don  Ra- 
món Berenguer  el  Viejo;  y  ahora  él  hijo,  mal  seguro 
de  la  sumisión  de  los  condes  y  barones,  menos  seguro 
todavía  del  cariño  del  pueblo,  temeroso  de  ver  recaer 
sobrQ  sí  las  penas  y  censuras  de  la  Iglesia  y  acosado 
tal  vez  de  remordimientos,  no  podía  menos  de  aco- 

(4)    Capitulo  1.0  de  oste  libro. 


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4S8  HISTORIA  DR  SUPAÜA. 

ger  con  ahinco  un  proyecto  cuya  ejecncioD  habría  de 
borcar  en  gran  parle  el  hoüdo  disgusto  que  en  todo  el 
páis  y  en  todo&los  ánimos  había  prodiicido  el  fratri- 
cidio. Por  otra  parte  el  obispo  de  Vich,  cabeza  de  la 
asamblea  de  los  vengadores  de  aquel  ci^fmeo,  tenia  el 
mayor  interés  en  la  realización  de  una  conquista  que 
habiade  valerle  la  posesión  de  aquella  silla  metropo- 
litana» por  haberlo  ofrecido  asi  la  Santa  Sede  para 
cnando  llegara  el  caso  de  la  apetecida  restauración. 
Asi  mientras  el  conde  soberano  se  aparejaba  para  una  ^ 
empresa  de  que  esperaba  habría  de  resultar  su  reha- 
bilitación en  el  aprecio  público,  el  prelado  Auao^ 
nense  partía  á  Roma  á  implorar  tos  auxilios  del  gefé 
de  la  cristiandad.  ^ 

Ocupaba  eqtonces  la  silla  de  San  Pedro  el  papa 
Urbano  II.,  el  gran  promovedor  de  las  cruzadas  á  la 
Tierra  Santa  qoe  á  la  sazón  absorbían  el  pensamiento 
y  el  entusiasmo  del  mnudo  cristiaoo.  £1  pontífice  vio 
en  el  proyecto  de  recobrar  y  restaurar  la  iglesia  Tar- 
raconense nn  motivo  de  cruzada  no  menos  digno  de 
los  apóstoles  y  de  los  guerreros  de  la  fé  que  el  <ie 
recuperar  los  santos  lugares;  por  lo  cual  no  solo  aco- 
gió con  gasto  la  demanda  del  prelado  catalán,  siaoqne 
eximió  del  voto  de  cruzarse  para  la  Palestina á  citano- 
tos  quisiesen  acudir  á  la  reconquista  de  Tarragona, 
«futuro  antemural,  decia,  del  pneblo  orístíano;»  eos* 
cedió  jubileo  plenísimo  á  los  que  personalmente  aooiá- 
pañasen  la  espedicion,  otorgó  otras  muchas  gracias, 


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espiritoales,  eonfirmó  al  obispo  de  Yieh  la  futura  pre- 
lacia de  aquella  metrópoli»  y  escitó  eficazmente  á  to- 
dos los  príncipes»  barones  y  caballeros,  eclesiásticos  y 
seglares  de  los  países  limítrofes,  á  que  concurrieran 
á  la  santa  empresa.  Con  tales  elementos  activáronse 
los  preparativos,  alistáronse  en  gran  námero  los  guer- 
reros, y  abrióse  la  campana.  Prósperas  y  felices  mar* 
charon  las  primeras  operaciones;  fueron  los  sarrace- 
nos perdiendo  sus  castillos;  la  ciudad  de  las  antiguas 
murallas  ciclópeas  fué  con  impetuoso  vigor  acometi- 
da, y  los  pendones  del  cristianismo  tremolaron  en  los 
muros  en  que  tiempos  atrás  resplandecieron  las  águi-^ 
lasromanas  y  en  que  después  había  ondeado  orgulloso 
el  estandarte  de  Mahoma  (4090)»  Lanzados  los  infieles 
de  la  Cíodad  y  campo  de  Tarragona,  y  forzados  á  in- 
ternarse en  lo  mas  áspero  de'  las  montañas  de  Prados 
al  abrigo  de  Ciurana  y  de  Tortosa»  limpio  de  sarra- 
cenos el  territorio  comprendido  entre  el  llano  de  Tar- 
ragona y  de  Urgel,  qnedó  allanado  el  camino  para  los 
fiíturos  ataques  de  Tortosa  y  de  Lérida.  Restaurada  y 
purificada  solemnemente  aquella  insigne  iglesia,  y  ar-* 
reglado  lo  conveniente  al  gobierno  de  la  ciodad ,  el  con- 
de Berenguer  hizo  donación  de  su  conquista  al  após- 
tol San  Pedro,  y  á  los  pontífices  sucesores  suyos:  «con 
lo  cual,  añade  un  ilustrado  escritor  catalán,  acaba  de 
ser  notorio  que  vino  en  la  empresa  movido  de  peniten- 
cia y  cnanto  ansiaba  detener  el  rayo  del  Vaticano  ('^> 

(4)    Piferrer,  necuerdos  y  Detleías,  tom.  de  Cataluña,  p.  147. 


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460  HISTOBIA   DE  BSPAÜA. 

De  incalculables  y  felicísimas  coDsecuencias  hn* 
biera  podido  ser  para  todo  el  Oriente  He  España  la 
gloriosa  conquista  de  Tarragona,  si  seguidamente  no 
hubieran  embarazado  de  nuevo  al  conde  Berengaer 
y  á  los  catalanes  las  guerras  con  el  Cid,  su?  descafa*, 
bros  y  contratiempos  en  Calamocba  y  Tobar  del  Pi- 
nar  (1 092)  que  en  otra  parte  dejamos  referidos,  so 
estancia  en  Zaragoza  y  sus  correrías  por  tierras  de 
Valencia  después  de  avenido  con  el  Campeador,  hasta 
la  conquista  de  Murviedro' por  el  de  Vivar  y  el  sitio 
dé  Oropesa  por  el  barcelonés  (1095).  La  misma  Tor- 
tosa  habiasido  ya  objeto  de  algunas  teütalivas  de 
parte  de  Berenguer  II.  en  409ó,  cuando  de  repente 
se  ve  vacar  la  corona  con(]|al,  y  al  año  siguiente  se 
encuentra  á  su  joven  sobrino  rigiendo  por  sí  el  es- 
tado. ¿Qué  fué  lo  que  motivó  tan  repentina  desapa- 
rición? 

Las  expediciones  militares  del  conde  Berengaer 
Ramón  IL  pudieron  acaso  suspender,  pero  no  haceq 
desistir  á  los  magnates  barceloneses  de  su  empeño  en 
descubrir  y  castigar  al  perpetrador  de  la  muerte  de 
Ramón  Cap  de  Estopa;  y  aunque  la  asamblea  de  1085 
no  tuvo  el  resultado  que  entonces  se  propusieron,  no 
pararon  los  coligados,,  especialmente  Bernardo  Guíller- 
mp  deQueralt,  Ramón  Folch  de  Cardona  y  Araaldo  Mi- 
ron,  hasta  retar  como  buenos  al  fratricida,  al  uso  de 
aquellos  tiempos,  y 'obligarle  á  fuer  de  caballero  á 
presentarse  al  reto  en  la  corte  do  Alfonso  VI.  de  Cas- 


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PAKTB  11.  1.1BE0  II.  461 

tilla,  donde  ai  fia  fué  convencido  de  su  traición  y  ale- 
vosía judicialmente  ó  per  batallam  ^^K  Este  srngular 
juicio  debió  verificarse  entre  el  1096  y  el  1097,  que 
es  la  fecha  que  media  entre  las  últimas  esprituras  que 
se  halUn  firmadas  por  este  conde  y  su  desaparición, 
del  condado  de  Barcelonaii  Convencido  pues  y  des- 
honrado el  Fratricida,  lomó  la  única  resolución  que 
era  ya  compatible  con  erdcscrédito  en  que  la  prae* 
ba  de  su  delito  le  ponía  á  los  ojos  de  los  catalanes:  la 
de  partir  á  Ja  Tierra  Santa.  Asi  y  por  tan  misteriosos 
caminos  conduce  muchas  veces  la  Providencia  á  los 
hombres  á  la  expiación  de  sus  crímenes.  Allá  en  aque- 
llos apartados  lugares  murió  batallando  en  defensa  de 
la  cruz  el  matador  de  su  hermano,  con  cuya  peni- 
tencia pudo  acaso  aplacar  al  eterno  juez,  ya  que  acá 
sus  hazañas  no  fueron  bastantes  á  desenojar  á  los  ven* 
gadores  del  fratricidio  í*^ 

Cómo  ya  en  aquel  tiempo  el  jóv«n  Ramón  Beren- 
guer,  hijo  del  asesinado  y  sobrino  del  Fratricida,  el  de- 
fendido y  amparado  en  su  niñez  por  la  fidelidad  de 
los  catalanes  en  medio  de  aquellas  turbaciones  y  guei"- 
ras,  se  hallase  en  la  edad  de  los  quince  años>  en  que. 
podía  ser  armado  caballero,  fué  proclamado  conde  y 


(1)  Este  hecho  ha  pasado  des-  d'Arc,  Hístoire  des  conquéles  des 
conocido  de  Duestros  historiadores  Normaofls,  etc-Muchos  catalanes 
hasta  que  nos  le  ha  descubierto  el  iban  ya  entonces  ¿  la  conauista 
investigador  é  ilustrado  señor  Bo-  de  la  Tierra  Santa,  creciendo  el 
farnU  en  sos  Condes  vindicados,  furor  de  cruzarse  para  la  Palestina 

(2)  Necroloftio  dé  Ripoll.^Zu-  al  paso  que  menguaba  el  temor 
rita,  Anal.  p»L  c.  Iil6.«^auttier  por  la  seguridad  de  Cataluña. 


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462  HISTORIA  DE  BSPAÑA» 

sucesor  de  su  padre  con  arreglo  al  testamento  de  su 
abuelo.  Acas»  ya  entonces  se  había  enlazado  el  joven 
p^íncipe^con  María,  la  hija  segunda  del  Cid  y  de  dona 
limeña,  de  quien  hablamos  arriba,  y  de  la  cual  solo 
tuvo  una  hija  cuyo  nombre  se  ignora ^^^  Muerta  ésta, 
casóse  háciá  mediados  de  4406  con  Almodis,  de  la 
cual  no  tuvo  sucesión,  y  últimamente  de  terceras 
nupcias  en  4412  con  Dulcía,  condesa  de  Provenga, 
de  quien  tuvo  tres  hijos  y  cuatro  hijas',  de  los  cuales 
hablaremos  mas  adelante. 

Fué  este  conde  el  conocido  con  el  nombre  de  Ra- 
món Berenguer  III.  el  Grande,  príncipe  valeroso  y 
esfor^do  caballero,  como  tendremos  ocasión  de  ver 
en  otro  lugar:  puesto  que  los  sucesos  del  reinado  de 
don  Ramón  Berenguer  IIL  serán  ya  objeto  y  materia 
de  otro  capítulo. 

(1)    Archivo  de  la  corona  de    de.— Apend.  á  la  Marca  Hia¡Miaa 
AragOD,  Golecc.  del  andécimacoa-    números  337  al  339. 


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€AIMTIILO  IV. 

DOÑA  URRACA  EN  CASTILLA: 

I 

DON  ALFONSO  I.  EN  ARAGON« 
W  1409  A  1134. 

Dificaltades  de  este  reinado.  Opueatos  jaicios  de  loa  biatoriadorea.-^ 
MatrimoDío  de  doña  Urraca  coa  don  Alfooao  1.  de  Aragón*— Deaa- 
Teoeocias  conyugales.— Disiorbíoa,  guerras,  calamídadoa  que  o^- 
síonan  en  el  reíno.-^La  reina  presa  por  su  eapoao.— Índole  y  carác- 
ie^  dtolosdoH  consortes. —Alternativas  de  ayeneDCias  y  discordias. 
•—Guerras  entre  caatellanos  y  aragooeses.-^atalla8do  Gan^eapina  y 
Villadangos.— Proclamación  de  Alfonso  Raimundez  en  Galicia.— 
Gaerrean  entre  sí  la  reina  y  el  rey,  la  madre  y  el  hijo,  Enriqurde 
Portugal,  el  obispo  Gelmirez,  doña  Urraca  y  su  hermana  dona  Te- 
resa.—Declárase  la  nulidad  del  matrimonio.— Retírase  don  Alfonso 
á  Aragon.-oNuevas  turbulencias  en  Castilla,  Galicia  y  Portugal.— * 
Gran  motin  en  Santiago:  los  sublevados  incendian  la  catedral ,  mal- 
tratan á  la  reina  ó  intentan  matar  al  obispo:  paz  momentáne»— 
Nuevos  disturbios  y  guerras.— Amorosas  relaciones  de  doSa  Urraca: 

.  au  muerte:  proclamación  de  Alfonso  VH.  su  hijo.— Entradas  de  los 
sarracenos  en  Castilla.- Sucesos  de  Aragón.— Triunfos  y  proezas  de 
Alfonso  I.al  Balaiiacior.— Importante  conquista  de  Zaragoza.— Atre- 

.  vida  espcdicion  de  Alfonso  á  Andalucía.— Nuevas  invasiones  en 
Castilla:  autérminc-^Franquea  el  Batallador  por  segunda  vez  loa 
Pirineos  y  tome  á  Bayona.— Sitio  de  Fraga:  su  muerte.— Célebre  y 
singular  testamento  en  que  cede  au  reino  á  tres  órdenes  religiosaa^ 

Turbolento,  aciago»  calaMitoso,  y  tristemente  cé- 
lebre fué  el  reinado  de  dona  Urraca:  «episodio  funesto 


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464  niSTORu  db  rspaüa.  -  v 

dijimos  yaí  en  nuestro  discurso  preliminary  q«i6  borra- 
ríamos de  buen  grado  de  las  páginas  históricas  de 
nuestra  patria.»  Y  no  somos  solos  á  decirlo:  díjolo 
ya  antes  que  nosotros  el  autor  del  prólogo  á  la  histo- 
ria de  doña  Urraca  por  el  obispo  Sandoval  coo  estas 
palabras:  «Deberíamos  descartar  tales  reinados  de 
ia  serie  de  los  que  constituyen  nuestra  historia  nacio- 
nal ^*).v>  Y  como  si  fuese  poco  embarazo  para  el  histo- 
riador haber  de  dar  algún  órdeñ  y  claridad  ^1  caos 
de  turbulencias  y  agitaciones,  de  desconcierto  y  de 
anarquía  que  distinguió  este  desastroso  período,  vie- 
ne á  darle  nuevo  tormento  la  mas  lamentable  dis- 
cordancia entre  los  escritores  que  nos  han  ti^asmitido 
los  sucesos  y  la  divergencia  mas  lastimosa  en  ios  jui- 
cios y  caliGcaciones  de-  los  persoi^iges  que  en  ellos  in- 
tervinieron. '        ^         ' 

Los  unos,  como  por  ejemplo,  Lucas  de  Túy  y  el 
arzobispo  de  Toledo,  á  quienes  siguen  Mariana  y 


(4)  Mas  no  nos  es  posible  á 
nosotros,  historiadores  espafio- 
los,  seguir  el  partídq  qae  ha 
adoptado  Romey,  qae  ha  sido  pa- 
sar casi  en  blanco  el  reinado  de 
•dofia  Urraca,  supliendo  di  Yació  con 
unA.estensisima  relación  de  los  he- 
chos de  los  árabes  en  aquel  tiempo; 
como  si  aquel  erudito  faistoriaaor 
S9  hubiera  arredrado  ante  las  in- 
mensas dificultades  y  complica- 
ciones que  este  reinado  ofrece^ , 
cosa  que  sin  embarao  estrañamos ' 
en  tan  laborioso  y  discrelo  inves- 
tigador. 

Conociendo  estas  mismas  difi- 
cultades el  ilustrado  señor  Hercu- 


laño,  moderno  historiador  de  Bor- 
tugal,  dice  hablando  de  este  rei- 
nado: «En  la  falta  absoluta  ^e  no-^ 
tas  cronológicas  que  se  encuentra 
en  las  crónicas  contemporáneas, 
el  historiador  n^oddrno  que  desea 
atinar  con  la  verdad  se  ve  muchas 
veces  perplejo  para  señalar  el  óf- 
den  y  el. "enlace,  do  los  aconteci- 
mientos. Cuando  la  España  tenga 
nna  historia  escrita  con  sinceridad 
y  conciencia,  el  periodo  del  go-^ 
bierno  de  doña  Urraca  seii  uno 
do  los  que  pongan  á  mas  dura 
prueba  el  discernimiento  del  his- 
toriador.! Hist.  de  Portugal.  to<- 
mol.  p.  347. 


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PARTE  II.  CIBRO  II.  465 

Otros,  hacen  recaer  toda  la  culpabilidad  de  los  desas- 
tres y  de  las  discordias  en  la  reina  de  Castilla »  á  la  " 
cual  llaman  «rauger  recia  de  condición  y  brava;)»  ba^ 
blando  sus  «mal  encubiertas  deshonestidades;»  dicen 
que  «con  mengua  suya  y  de  su  marido  andaba  mas 
suelta  de  lo  que  sufria  el  estado  de  su  persona;»  y 
suponen  que  el  haberse  separado  del  rey  «fué  porque 
este  prudentísimo  varón  procuraba  refrenar  y  corre- 
gir sus  liviandades.»  Mientras  otros;  como  Berganza  y 
Perer,  y  mas  especialmente  los  maestros  Florez  y 
Risco,  rechazan  como  calumniosas  todas  las  flaque- 
zas que  le  han  sido  atribuidas  ,  y  echan  toda  la  odío^ 
sidad  de  las  desavenencias  y  disturbios  sobre  el  rey 
don  Alfonso,  suponiéndole  las  intenciones  mas  avie- 
sas y  los  hechos  mas  sacrilegos  ,  llápaándole  rudo 
maltratador  de  su  esposa,  tiránico  perseguidor  de  sa- 
cerdotes y  obispos,  profanador  y  destructor  de  tem- 
plos ,  robador  de  haciendas  y  de  vasos  sagrados ,  y 
atentadot*  á  la  vida  del  tierno  príncipe.  No  hay  mal- 
dad que  los  unos  no  atribuyan  al  rey;  no  hay  estra- 
vlo  que  los  otros  no  achaquen  á  la  reina. 

Juicios  mas.encontrados  y  opuestos,  si  en  lo  posi- 
ble cabe,  hallamos  acerca  del  prelado  de  Compostela 
Gelmirez,  personage  importante  de  esta  época.  Al  de- 
cir de  la  Historia  Compostelana,  el  obispo  Gelmirez  fué 
un  dechado  de  santidad  y  de  virtud  ,  como  apóstol, 
como  guerrero,  como  consejero  del  niño  Alfonso,  y 
como  tal  favorecido  singularmente  de  Dios  por  una 
Tomo  IV.  ^  30 

I 

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I6G  HISTOEU  DB   BSPASa. 

larga  serie  de  extraordinarios  favores.  El  aator  de  la 
España  Sagrada  le  coloca  en  el  número  de  los  héroes 
evangélicos,  y  le  encomia  y  le  ensalza  eomo  varón 
doctísimo  como  moralizador  de  la  Iglesia,  como  ge- 
neroso y  fiel  á  su  reina  :  mientras  el  critico  Masdea 
hace  de  él  el  siguiente  horrible  retrato:  «El  arzobis- 
po, dice,  ciego  por  Francia  ,  aborrece  á  España  ;  se 
dedicó  á  la  milicia  mas  que  á  la  Iglesia ;  fué  codicioso 
y  usurpador  de  lo  ageno;  fué  inquieto  y  litigioso ;  in« 
fiel  á  sus  dos  reyes  Alfonsos  y  á  su  reina,  doña  Ur- 
raca ;  traidoV  y  vengativo  ;  famoso  por  su  excesiva 
ambición;  insigne  por  sus  sacrilegas  simonías. ••  re* 
galaba  dinero  por  no  obedecer  al  papa;  obligaba  á 
sus  penitentes  á  darle  regalos  en  pena  de  sus  culpas. .. 
consiguió  á  peso  de  oro  las  dignidades  de  arzobispo 
y  nuncio, ..••  etc.»  ¿Quién  será  capaz  de  reconocer  A 
un  personage  por  dos  tan  opuestos  retratos? 

Mas  fácil  es  conocer  las  influencias  y  los  fines  que 
guiaron  las  plumas  de  escritores  tan  antagonistas ,  y 
licito  será  sospechar  que  panegiristas  y  detractores 
escribieron  con  apasionamiento,  y  fueron  extremados 
los  unos  en  sus  alabanzas,  los  otros  en  sus  vituperios. 
Nosotros  emitiremos  con  desapasionada  imparcialidad 
lo  que  del  cotejo  de  unos  y  otros  autores  creemos  re- 
sulta mas  conforme  á  las  leyes  y  reglas  de  la  verdad 
histórica. 

Poco  antes  de  morir  Alfonso  VI.  de  Castilla  declaró 
heredera  de  sus  reinos  á  su  hija  legítima  doña  Urraca, 


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FAATB  II.  LIBRO  lU  467 

viuda  de  Ramón  de  Borgona,  conde  de  Galicia,  que 
habiá  fallecido  en  1107  en  Grajal  de  Campos,  y  del 
cnal  tenia  dos  tiernos  niños,  Alfonso  y  Sancha.  Ya  en 
vida  de  aquel  iqonarca  se  habla  tratado  de  las  se- 
gunda nupcias  de  la  heredera  de  Castilla;  mas  aun- 
que su  padre  se  manifestó  inclinado  á  que  se  enlazara 
con  Alfonso  de  Aragón,  acaso  con  el  laudable  designio 
de  que  llegaran  á  reunirse  asi  la  dos  coronas  de  Ara* 
gon  y  de  Castilla,  no  se  realizó  entonces  el  consorcio, 
'  antes  bien  recomendó  el  anciano  monarca  á  su  hija  que 
en  este  como  en  otros  graves  negocios  enx]ue  se  inte*, 
resára  el  bien  del  reino  siguiera  los  consejos  de  los 
grandes  y  nobles  castellanos  (*).  Recayó  pues  el  go- 
bierno de  Castiga  en  las  débiles  manos  de  una  mu- 
ger,  cuando  tanta  falta  hacia  un  brazo  vigoroso 
que  le  reparara  de  los  desastres  sufridos  y  enfrenara 
la  osadia  de  los  africanos  vencedores. en  Zalaca  y  en 
Uclés*  Contenió  no  obstante  doña  Urraca  á  leoneses  y 
castellanos  ea  los  primeros  meses  de  su  reinado,  con- 
firmando (setiembre  de  1100)  los  fueros  de  León  y 
de  Carrion,  aquellos  en  la  forma  que  los  habia  otor- 

(4)    Ed  ^stóconvieoenla  Hifl-  dona  urraca  aoaente  de  Castilla, 

toria  oompoatalana.  Lacas  de  Tuy,  «on  su  marido  caando  falleció  so 

el  ADÓniroo  de  Sabagoo  y  los  do-  padre:  de  haber  venido  entonces 

camentoa  y  escritoras  qoe  citan  doña  Urraca  y  despojado  de  sos 

Bersaoia,  Aotigued.  tom.  \U  y  estados  al  conde  Pedro  Ansorez, 

Bís^.  Bi- 1.  de  León,  tom.  I.  En  etc.  La  réioa  no  se  casó  hasta  a1- 

Gonsecoeocia  debe  desecharse  co-  gunos  meses  despoes  del  falleci- 

mo  falso  lo  que,  siguiendo  al  arzo-  miento  de  so  fiadre,  y  el  conde 

bispo-  dbo  Rodrigo,  cuentan  San-  Pedro  Aosiirez  aparece  firmando 

doval,  Mariana  y  otros,  de  h^ber-  con  ella  la  confirmación  de  los 

se  efectuado  las  bodas  tiviendo  fueros  de  León  y  de  Carrion. 
Alfonso  VL:  de  bailarse  la  reina 


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468  '  ~  HISTORIA    DB    BSVAftA. 

gado  su  ilustre  bisabuelo  Alfonso  Y.,  firmando  coi>  ella 
los  obispos  de  Leou,  Oviedo  y  Falencia,  y  el  famoso 
conde  don  Pedro  Ansurez,  su  ayo  y  tutor  y  síu  prin- 
cipal consejero  en  el  gobierno  del  reino. 

Amenazaba  ya  en  este  tiempo  los  estados  de  Cas- 
lilla  el  rey  Alfonso  I.  dé  Aragón,  príncipe  belicoso  y 
atrevido,  que  se  hallaba  en  la  flor  de  su  edad  y  goza* 
.  ba  ya  fama  de  gran  guerrero.  La  nobleza  castellana, 
temiendo  por  una  pártela  audacia  del  aragonés,  con- 
,siderando  por  otra  la  necesidad  de  confiar  la  de- 
fensa del  reino  á  un  príncipe  cuyo  nombre  y  cuya 
espada  pudiera  tener  á  raya  á  los  mahometanos, 
resolvió  casar  Á  la  reina  con  el  hijo  de  Sancho  Rami- 
rez,  sin  reparar  entonces  ni  en  las  cualidades  de 
los  futuros  consortes,  ni  en  los  inconveniehtes  del  pa- 
fcntasco  en  tercer  grado  que  los  unia  como  descendien* 
les  ambos  de  Sancho  el  Mayor  de  Navarra.  Condes- 
cendió la  reina,  aunque  muy  contra  su  gusto,  con  la 
voluntad  de  los  grandes,  asi  por  cumplir  lo  que  su 
padre  le  tenia  recopaendado,  como  por  no  exponer  sus 
estados  á  riesgo  de  ser  poseídos  por  un  príncipe  és- 
trangero,  que  como  tal  era  considerado  el  aragonés 
entonces  ^^K  Reunidos  pues  los  condes  y  magnates  en 

(4)    La  repugnancia  con  que  seguir  la  disposición  y  arbitno  de 
doña  Urraca  accedió  á  esle  ma- '  los  grandes,  casándome  con   el 

trimonio  la  manifestó  ella  misma  cruento,  fan tánico  y  tirano  rey  de 

bien  esplícilamente  mas  adelante  Aragón,  juntándome  con  él  para 

caando  decia  al  conde  don  Fer-  mi  desgracia  por  medio  de    oa 

nando:  «En  esta  conformidad  vino  matrimonio  nefando  y  execrable.» 

á  suceder  que  habiendo  muerto  Anón,  de  Sabagun.— Risco,  Hís- 

mi  piadoso  padre  me  tí  forzada  á  toría  4o  León. 


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PABTB   11.   LIBEO  II.  469 

el  castillo  de  Muñón  en  octubre  de  1109,  <alU  casa- 
ron é  ayuntaron,  dicte  un  escritor  contemporáneo, 
á  la  dicha  doña  Urraca  con  el  rey  de  Aragón  í*^» 
Matrimonio  Tata!,  que  llevaba  en  sí  el  germen  de  las 
calamidades  é  infortunios  que  po  habian  de  tardar  en 
afligir  y  consternar  el  reino. 

Todavía  sin  embargo  al  año  siguiente  (1110) 
acompañó  la  reina  con  el  ejército  castellano  á  su  es- 
poso por  fierras  de  Nájera  y  Zaragoza,  con  el  fin  sin 
duda  de  ayudarle  á  conquistar  por  aquel  lado  algunas 
poblaciones  de  los  moros,  señalándose  este  viage  de 
doña  Urraca  por  las  donaciones  y  mercedes  que  iba 
haciendo  á  los  pueblos,  iglesias  y  monasterios.  Pero 
la  discordia  entre  los  regios  consortes  no  tardó  en  es- 
tallar.  Unidos  sin  cariño;  mas  dotado  el  aragonés  de 
las  rudas  cualidades  del  soldado  que  de  las  prendas 
que  hacen  amable  un  esposo;  no  muy  severa  la  reina 
en  sus  costumbres,  ó  por  lo  menos  no  muy  cuida- 
dosa de  guardar  recato  en  ciertos  'actos  exteriores, 
llegó  el  rey  no  solo  á  perder  todo  miramiento  para 
con  su  esposa,  sino  á  maltratarla,  ya  no  de  palabra 
sino  de  obra,  poniéndola  las  manos  en  el  rostro  y 
los  pies  en  el  cuerpo  ^^K  Los  prelados  y  el  clefo  que 
siempre  habian  desaprobado  este  matrimonio,  por  el 
parentesco  en  grado  prohibido  que  entre  ellos  mediaba, 


(4)    AnÓDiroo  de  Sahagun.  eise,  pede  suo  me  percusisse  omni 

{%    Faciemmram  suis  moni-    doletúam  es^nobilitati :  HiUoria 
bus  sordUiis  muUolies  turbntam    Goaipost.  L.  f.  cap.  64. 


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479  UI8T0EU  DB  BSPAftÁ. 

proponian  á  la  reina  el  divorcio  como  el  mejor  medía 
de  salir  de  la  disgustosa  situación  en  que  se  enóon-- 
traba*  Prestaba  ella  gustosamente  oidos  á  esta  especie, 
según  unos  porque  ademas  del  mal  trato  que  su- 
fría^ abrigaba  escrúpulos  sobre  la  legitimidad  y  va-* 
lidez  de  su  matrimonio,  según  otros  pprque  asi  la  ani- 
maba la  esperanza  de  poder  unirse  con  el  noble  conde 
door Gómez  de  Gandespina,  que  ya  en  vida  de  su  pa- 
dre dicen  habia  aspirado. á  su  mano,  y  con  quioD 
inantenia  aun  relaciones  no  muy  desinteresadas.  Tale» 
discordias  y  hablillas  fueron  dando  margen  al  descaro 
conque  los  partidarios  de  el  de'  Aragón  desacreditaban 
á  la  reina  y  á  sus  parciales,  llegando  los  burgeses  de 
Sahagun  á  llamarla  sin  rebozo  merefriz  pública  y  en- 
ganadora,  y  á  todos  los  suyos  «hombres  sin  ley, 
mentirosos,  engañadores  y  perjjuros  ^*K^ 

Alarmado  don  Alfonso  cotí  estas  disposiciones  y 
proyectos,  y  con  pretesto  de  ocurrir  á  la  defensa  de 
Toledo  amenazada  por  los  africanos,  puso  en  las  prin- 
cipales ciudades  y  fortalezas  de  GastUla  guarnicione» 
de  aragoneses,  y  lo  que  fué  mas  significativo  toda- 
vía, encerró  á  la  reina  en  el  fuerte  de  Gastellar  (1414  )^ 

Para  la  debida  inteligencia  de  los  importantes  su- 
cesos á  que  estas  disensiones  dieron  lugar  y  que  va- 
mos á  referir,  menester  es  dar  idea  del  estado  en  que 
se  encontraban  Portugal  y  Galicia,  cuyos  príncipes» 
magnates  y  prelados  van  á  tomar  una  parle  activa  en 

(i)  '  AnoD.  de  Sabaguo,  cap-  48. 


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PAETB  U.  UBEO  II.  471 

ellos.  Ya  en  vida  dé  Alfonso  VI.  los  dos  condes  fran* 
ceses  yernos  del  monarca,  correspondiendo  con  in- 
gratitud á  sus  beneficiost  babian  hécbo  entre  si  on 
pacto  secreto  de  sucesión  para  repartirse  el  reino  á  la 
mperte  del  soberano  de  Castilla  ^^K  La  del  conde  Ramón 
de  Galicia,  primer  esposo  de  doña  Urraca,  frustró  la 
alianza  y  concierto  de  los  dos  primos,  perp  al  propio 
tiempo  avivó  la  ambición  de  Enrique  el  de  Portugal, 
que  llevando  mas  lejos  que  antes  sus  miras  concibió 
la  atrevida  idea  de  hacerse  señor,  no  ya  de  una  parte., 
sino  de  toda  la  monarquía  castellana.  Frustradas  sus 
pretensiones  con  el  llamamiento  de  doña  Urraca  á  la 
sucesión  del  trono  leonés,  pero  no  cediendo  en  sus 
audaces  proyectos,  pasó  á  Francia  á  reclutar  gente 
con  que  hacer  la  guerra  á  la  hermana  de  su  espasa. 
Prendiéronle  en  aquel  país,  acaso  por  suponerle  otros 
fines  de  los  que  aparentaba;  pera  fugado  de  la  pri« 
sion>  y  habiendo  regresado  á  Españ»  por  los  estados 
del  aragonés,  ligóse  con  Alfonso  para  acometer  uni- 
dos las  tierras  de  León  y  Castilla  y  repartírselas  lue- 
go entre  sí  (1111). 

Entretanto  criábase  en  Galicia  en  la  pequeña  al- 
dea de  Caldas  y  bajo  la  tutela  y  dirección  del  conde 
Pedro  de  Trava,  el  tierno  príncipe  Alfonso  Raímun- 
dez,  hijo  do  doña  Urraca  y  de  su  primer  esposo  dqp 
Ramón  de  Borgoña*  Luego  que  su-  madre  pasó  á  so- 
lí) De  este  documeoto  •  que  tratemos  del  prÍDcipio  del  reíDO 
IHibUcó  por  primera  vez  D'  Acbe-  do  Porto(^L 
ry,  daremos  mas  Dotícias  cuando  * 


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472  BI9T0EU  OB  BSFAilA. 

gandas  nupcias  con  el  de  Aragón,  el  conde  Pedro 
trató  de  hacer  proclamar  rey  de  Galicia  al  infante  doo 
Alfonso,  con  arreglo,  según  varios  escritores,  á  las 
disposiciones  testamentarias  de  su  ilustre  abuelo  para 
el  caso  del  segundo  matrimonio  de  doña  Urraoa. 
Cuando  esta.sefk>ra  se  hallaba  retenida  en  la  fortale* 
za  de  Castellar,  el  resentimiento  contra  su  marido  la 
hizo  naturalmente  volver  su  pensamiento  hacia  su 
hijo,  y  envid  mensageros  á  Galicia  escitando  á  los 
nobles  á  que  le  proclamaran  en  aquellos  estados. 
Una  repentina  reconciliación  del  rey  y  la  reina  detuvo 
en  su  propósito  á  los  condes  gallegos  parciales  del 
príncipe,  temiendo  la  venganza  del  impetuosa  ara- 
gonés, de  cuya  violenta  índole  tenían  ya  pruebas  en 
su  primera  espedicion  á  Castilla  y  Galicia.  Mas  aquella 
reconciliación  cambiaba  al  propio  tiempo  la  situa- 
ción de  Enrique  de  Portugal,  el  cual  considerándose 
ya  desobligado  del  concierto  hecho  con  el  aragonés, 
púsose  de  parte  del  conde  de  Ira  va,  y  le.  instigó  á 
que  llevara  adelante  ei  pensamiento  de  elevar  al 
tieriio  príncipe  su  pupilo  al  trono  de  Galicia.  Descu- 
brióse entonces,  al  decir  de  la  Historia  Compostelana, 
el  proyecto  que  habia  formado  el  monarca  aragonés 
de  atentar  á  la  vida  del  infante  y  de  su  ayo; 

Pero  la  conducta  del  conde  Frolaz  de  Travá  hizo 
estallar  una  guerra,  civil  en  Galicia^  Algunos  hidalgos 
enemigos  suyos,  y  especialmente  los  hermanos  Pedro 
Arias  y  Arias  Pérez,  atacaron  á  fuerza  armada  la 


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PARTE  ll«  LIBEO  II.  473 

fortaleza  de  Sania  María  dé  Castrelio  donde  la  con- 
desa de  Trava  custodiaba  al  tierno  infante:  defendióse 
aquella  señora  valerosamente  y  pidió  auxilio  al  obis- 
po de  Composlela  Diego  Gelmirez,  que  habiendo  se- 
guido basta  entonces  una  política  vacilante,  s^  decla- 
ró protector  del  joven  príncipe.  AcAdió  el  prelado, 
mas  al  tiempo  4e  abrirle  la  puerta  del  castillo,  entró- 
se tras  él  la  gente  de  Arias  Pérez,  que  intentó  arraur 
car  al  niño  Alfonso  de  los  brazos  de  la  condesa;  to- 
móle en  los  suyos  el  obispo;  pero  los  sediciosos  arre-' 
batáronsele  con  violencia,  y  príncipe,  condesa  y  pre- 
lado todos  quedaron  prisioneros.  Viendo  después 
Arias  Pérez  y  sus  parciales  que  la  ciudad  de  Santiago 
y  toda  la  tierra  se  ponian  en  armas  en  favor  del  obis- 
po, púsole  en  libertad,  logrando  después 'el  prelado 
pacificar  la  Galicia,  y  aun  atraer  al  partido  del  infan-  • 
te  á  los  nobles  que  se  le  habían  mostrado  mas  ad- 
versos. 

De  repente  mudaron  otra  vez  de  aspecto  las  co- 
sas. El  genio  dominante  y  brusco  del  rey  de  Aragón  y 
el  ligero  proceder  de  la  reina  de  Castilla  no  eran  para 
hacer  ni  sincera  ni  durable  la  concordia,  y  añadía  le- 
ña al  mal  apagado  fuego  de  la  disensión  conyugal  la 
preferencia  que  doña  Urraca  parece  seguía  dando  al 
conde  Gómez  González,  y. que  los  amigos  de  don  Al  - 
fonso  traducían  de  criminal.  x\griáronse  pues,  de  nuevo 
los  regios  consortes,  y  llegó  el  desabrimiento  á  produ- 
cir pública  y  formal  separación.  Agrupái^onse  en  tor- 


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474  HISTQRU  DB  EBP^A^ 

uo  de  la  reina  los  condes  castellaDos*  y  muy  especial* 
mente  su  anciano  ayo  Pedro  Aosurez,  don  Gómez 
GoDzalez  de  Gandespina  y  don  Pedro  González  de  La- 
ra,  estos  dos  últimos  esperando  tal  vez  cada  cu^i  qae 
el  divorcio  les  abriera  el  camino  del  trono,  pues  am- 
bos blasooaban  en  su  íntimo  valimiento.  En  cambio 
Enrique  de  Portugal,  que  por  ambición  y  personal 
iaterés  se  arrimaba  siempre  al  bando  enemigo  de  la 
reina  de  Castilla,  volvióse  otra  vez  al  lado  del  de 
Aragón  renovando  su  antigua  alianza  con  Alfonso, 
que  durante  su  pasagera  reconciliación  con  la  reina 
se  habia  apoderado  de  Toledo  donde  gobernaba  Al* 
var  Fañez^*^.  Llegadas  las  cosas  á  estado  de  rompí* 
miento  y  de  material  hostilidad,  encontráronse  leone- 
ses y  castellanos  con  el  de  Aragón  y  el  de  Portugal 
en  el  Campo  de  Espina,  cerca  de  Sepúlveda,  distrito 
de  Segovia.  Mandaba  la  vanguardia  de  los  de  Castilla 
el  conde  don  Pedro  de  Lara:  cargó  sobre  ella  el  ara* 
gonés  con  tal  brio  que  el  de  Lara  hubo  de  abandonar 
el  campo  y^  retirarse  de  huida  á  Burgos.  Quedaba  para 
sostener  el  combate  el  conde  don  Gómez,  que  se  de* 
fendió  mas  tiempo,  pero  arrollado  también  por  los 
aragoneses,  declaróse  por  estos  la  victoria  (noviem-. 
bre  de  4 1 1 1),  contándose  entre  los  muertos  el  mismo 
conde  con  no  pocos  magnates  y  muchos  soldados  ^^* 

(1)  Anoal.  Toled.  primoros.—  let.  I.    7.— Florez,  siguiendo   la 
Berganza,  Aotígaed.  tomo  II.  Historia  Gompostel.,  anticipa   la 

(2)  Anoal.  Cotnplut.  ad  aon.  fecha  de  esta  batalla. 
4 Hl.— Lucas  Tiid.— Roder.  To- 


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PAiTi  II.  Linoii.  475 

Orgulloso  quedó  con  este  triunfo  el  aragonés;  la 
destrucción  y  el  pillage  señalaban  la  marcha  de  su 
ejército  por  los  pueblos  de  Castilla;  los  obispos  parti- 
darios de  la  reina  ó  eran  desterrados  ó  abandonaban 
asustados  sus  sillas,  y  los  templos  sufrían  las  depre* 
daciones  ^e  la  soldadesca.  La  reina  <^oo?ocaba  á  sus 
parciales;  y  los  proceres  gallegos,  temerosos  de  la 
impetuosidad  y  pujanza  del  de  Aragón,  olvidando  al 
parecer  antiguas  discordias  y  agravios,  de  acuerdo 
también  con  doña  Urraca,  realizaron  la  aclamacipndé 
su  hijo  el  niño  Alfonso  Raimundez  por  rey  de  Galicia, 
ungiéndole  por  su  mano  en  la  catedral  de  Gompostela 
el  obispo  Diego  Gelmirez:  después  de  lo  cual,  deter- 
minaron llevarle  á  su  madre  á  Castilla ,  acompañán- 
dole el  prelado,  el  conde  de  Trava  y  otros  muchos 
señores  gallegos  con  toda  la  gente  armada  que  pu- 
dieron allegar.  Noticioso  de  este  suceso  el  aragonés, 
^lió  á  encontrar  la  comitiva  del  príncipe  su  entenado, 
á  la  cual  halló  ya  del  lado  de  acá  de  Astorga,  en  el 
camino  de  esta  ciudad  á  León.  En  un  pueblo  nom- 
brado Viadangos  (hoy  Villadangos)  se  trabó  un  re- 
ñido combate  entre  aragoneses  por  uoa  parte  y  Ico* 
neses  y  gallegos  por  otra.  Pugnaron  aquellos  feroz- 
mente por  apoderarse  del  rey  niño,  estos  por  defen- 
derle y  ampararle.  Vencieron  aquellos  otra  vez,  pero 
en  medio  de  la  batalla  cogió  al  tierno  monarca  el 
obispo  Gelmirez  y  le  salvó  llevándole  al  castillo  de 
Orcillon  donde  se  hallaba  su  madre.  Los  dcma§)  so 


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476  H18T0EIA    US   BSPAlfA* 

refugiaron  á  Astorga,  donde  se  hicieron  fuertes.  La 
reina  y  el  obispo  se  faeron  por  las  asperezas  de  Astu- 
rias á  Santiago,  huyendo  de  encontrarse  con  las  ven- 
cedoras tropas  de  Aragón^  y  sufriendo  los  rigores  de 
un  crudísimo  invierno  ^*\ 

Hecho  en  Galicia  un  llamamiento  á  todo%  los  que 
se  les  conservaran  fieles,  pronto  pudieron  la  reina  y 
el  obispo  salir  de  nuevo  á  campaña  con  mayores  fuer- 
zas, marchando  en  auxilio  de  los  de  Astorga,  á  quie- 
nes sitiaba  ya  el  aragonés.  Venia  ahora  como  auxiliar 
de  los  castellanos  y  gallegos  capitaneando  las  tropas, 
el  copde  Enrique  de  Portugal  que  otra  vez  habia 
mudado  de  partido  y  arrimádose  al  d^  la  reina  de 
Castilla.  Temió  Alfonso  de  Aragón  este  poderoso  re- 
fuerzo, levantó  el  cerco  de  Astorga  y  se  retiró  al  cas- 
tillo de  Peñafiel  í*^  á  la  parte  de  Valladolid.  Cercá- 
ronle alli  los  castellanos,  portugueses  y  gallegos  (1 1 1 2). 
Durante  este  sitio  ocurrieron  graves  desavenencias 
entre. doña  Urraca,  don  Enrique  de  Portugal  y  su  es- 
posa doña  Teresa,  la  hermana  c|e  la  de  Castilla,  que 
habia  acudido  aíli,  y  que  produjeron  entre  ellos  nue- 
vas y  serias  escisiones,  y  la  retirada  del  portugués  ^^K 

(i)    Pergravia  Hiñera  et  labo^  á  pasarse  eco  tanta  frecuencia  de 

riosos  montes,  frigidoaque  ntvi-  uno  á  otro  bando,  y  que  habia 

huB  el  glacie  prosteritOB  kiemis.  ocurrido  para  que  levedmos  tan 

Hist.  Gompost.  I.  7.C.  73.  pronto  de  auiiliar  como  de  ene- 

{%)    Anal  de  Sahaguo,  c.  Hl.  roigo,  ya  del  rey  de  Aragón,  ya 

— ^La  ^Composte'iaua  dice  á  Car-  del  de  Galicia,  ya  déla  reina  de 

rion.  Seguimos  en  esto  al  de  8a-  CastilHd?^  En  esta  complicadisima 

hai^un,  que  escribía    mas  cerca  madeja  de  sucesos  no  es  fácil  dar 

dei  teatro  de  los  sucLSo-^.  cuufila  de  todo^  los  episodios  é 

<3^  4Q|ié.n)avi%  al  üo  Portugal  incidentes  si  no  se  ha  de  interrutn- 


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PARTB  TI.  LIBRÓ  II. 


477 


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Por  otra  parte  ia  llegada  de  un  legado  del  papa  en- 
'viado  para  poner  término  á  tantos  males  y.  llevar  á 
efecto  la  definitiva  separación  de  Alfonso  y  Urraca, 
dio  nuevo  rumbo  á  Iqs  negocios,  celebrándose  por 
intervención  de  los  principales  señores  de  Leen  y  de 
Castilla  una  especie  de  concordia,  en  que  se  acordó  se 
hiciese  distribución  de  castillos  y  lugares  entre  el  rey 
y  la  reina,  á  condición  de  que  si  el  rey  perjudicase  á 
la  reina  y  faltase  á  los  pactos  la  defenderían  todos, 
mas  si  esta  traspasase  la  convención,  todos  favorcce- 
rian  al  rey. 

Pronto  mostró  el  aragonés  la  mala  fé  con  que  ha- 
bía hecho  aquel  asiento  y  capitulación.  Apoderábase 


pir  á  cada  paso  ol  hilo  do  la  nar- 
ración principal.  Pero  veamos  co- 
mo esptica  \^  vefsétil  conducta  dé 
este  importante  y  revoltoso  por- 
sonage  un  moderno  historiador  de 
PortugHl,  que  ha  estudiado  bien 
este  periodo,  como  principio  que 
fué  de  aquel  reino. 

Después  del  triunfo  de  Alfonso 
y  Enrique  en  Campo  do  Espina, 
el  ejército  do  los  dos  aliados  entró 
en  Sepúlveda.  Algunos  nobles  cas- 
tellanos á  quienes  unian  lazos  de 
antigua  amistad  con  el  portugués, 
representáronle  cuánto  mas  digno 
sería  de  su  persona  quo  hiciera 
causa  común  con  ellos  que  con  el 
enemigo  de  León  y  de  Castilla; 
dijéronle  que  si  tal  hiciera  le  nom- 
brarían gefe  de  sus  tropas  é  in- 
ducirían á  la  reimí  á  que  repar- 
tióse con  él  fraternalmente  ana 
parte  de  los  estados  de  Alfonso  VI. 
Halagaron  al  ambicioso  é  incons- 
tanté'Enrique  aquellas  razones,  y 
abandonando  otra  vez  el  partido 


del  de  Aragón,  fué  á  presentarse 
á  dona  Urraca,  la  cual  confirmó 
Jas  ^romeras  hechas  por  los  baro- 
nes. Juntos,  pues,  caminaron  á 
Galicia,  y  unidos  hicieron  laespe- 
dícion  de  Astorga  y  Pe ñafiel.  Si- 
tiando estaban  esta  villa,  cuando 
llegó  al  campamento  la  condesa 
de  Portugal,  Teresa,  hermana  de 
Urraca  y  esposa  de  Enrique,  que 
venia  é  unirse  con  su  marido.  Es- 
t?  señora,  que  noH^edia  ni  enami 
bicion  nieu  espíritu  de  intriga  a- 
mismo  conde,  instigóle  á  que  an- 
tes de  todo  exigiese  á  so  hermana 
la  realización  de  la  prometida  par- 
tición de  estados,  espooiéndole 
que  era  una  locura  estar  arries- 
gando su  vida  y  las  áp  sus  solda- 
dos en  provecho  ageno.  Diólo  En- 
rique oídos,  y  comenzó  á  instar 
por  qu&se  le  cumpliese  lo  pacta- 
do. Agregábase  Ó  estoque  loa  por- 
tugueses nombraban  á  dona  Tere- 
sa con  el  titulo  de  reina,  todo  lo 
cual  ofendía  el  amor    propio  do 


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478  HISTORIA  DB  espaSa. 

de  tos  castillos  y  lagares  que  en  la  concordia  babian 
tocado  á  la  reina,  y  propasóse  basta  querer  lanzarla 
del  reino.  Ofendidos  de  esto  los  castellanos,  y  acor- 
dándose de  que  doña  Urraca,  á  vaeltas  de  sus  fla- 
quezas y  defectos,  era  su  reina  legítima,  y  conside- 
rando ademas  que  don  Alfonso  era  el  quebrantador 
del  pacto,  declaráronse  en  favor  de  ella,  y  obligavoQ 
al  aragonés  á  abandonar  la  Tierra  de  Campos,  y  refu- 
giarse en  el  castillo  de  Burgos.  Alentada  la  reina,  y 
protegida  por  fuerzas  de  Galicia,  marchó  alia  en  per- 
sona contra  don  Alfonso  ,  y  con  tan  feliz  éxito  que  se 
▼ió  este  forzado  á  rendir  el  castillo  y  á  retirarse  á  sus 
estados.  Todavía  desde  alli  se  atrevió  á  enviar  emban 


dona  Urraca  como  reina  y  como 
mager/y  en  sa  reseotimieato  pú- 
sose eo  secretas  iaioligeDcias  coa 
Alfonso,  y  levantando  el  cerco  con 
pretesU)  do  satisfacer  las  pretjpn- 
siones  de  Enrique  y  de  Teresa,  se 
encaminó  con  ellos  á  Paleqcia. 
Hlzose  alli,  por  lo  menos  nomi- 
nalmente,  la  partición  prometida. 
Solo  se  ie  entregó  el  castillo  (|e 
Cea,  y  con  respecto  á  Zamora, 
que  era  una  de  las  ciudades  ma^ 
importantes  que  tocaban  á  Enri- 
que, determinóse  que  fuera  á  re- 
cobrarla con  tropas  de  la  reina. 
Pero  esta  previno  secretamente  á 
sus  caballeros  que,  tomada  quo 
fuese  la  ciudad,  no  se  la  entrega- 
sen. Con  esto  se  encaminaron  las 
dos  hermanas  á  Sahagun,  cuyos 
habitantes  eran  parciales  del  ara- 

§0008.  Dona  Urraca  se  separó  aili 
e  su  hermana,  dejándola  en  el 
monasterio,  contra  cuyos  monjes, 
como  señores  de  la  villa,  abriga- 
ban odio  grande  los  del  pueblo,  y 


ella  se  fuó  á  Leoo.Fácilea  de  imaí- 
ginar  cuál  seria  la  indignación  de 
don  Enrique  cuando  supo  el  desleal 
comportamiento  de  la  reina  de 
Castilla,  sa  cunada,  y  cuando  vio 
de  esta  manera  fallidos  lodos  sus 
proyectos.  Entonces  resolvió  ha- 
cer á  un  tiempo  la  guerra  á  los 
dos  reyes.  Guanao  después  se  jun- 
taron Alfonso  y  Urraca  en  Garrion, 
Enrique  fué  á  pon^r  sitio  a  la  vi- 
lla; mas  por  causas  que  la  historia 
no  declara,  acaso  porque  viese 
malparada  la  suya,  retiróse  el 
portugués  C0n  los  nobles  que  le 
seguían.  Todavía  continuó  por  al- 
gún tiempo  en  su  política  incierta 
y  versátil  este  conde,  sin  renun- 
ciar nunca  á  sus  ambiciosos  pla- 
nes y  ¿sus  sueños  de  dominación 
en  Castilla,  basta  que  la  muerte 
atajó  unos  y  otros  en  4.**  de  mavo 
de  4444  en  Astorga.— Anónimo  de 
Sahagun.— Hercul.  Bist.  de  Por- 
tugal, lib.  I 


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FAITE  U.  LIBIO    IU«  479 

I  jadores  á  CasiUIa,  solicitando  volver  á  anírse  con  la 

I  reina  y  prometiendo  ser  fiel  cumplidor  délos  paclps,  y 

t  todavía  los  castellanos  se  inclinaban  á  complacerle  en 

I  obsequio  á  la  paz,  que  tal  era  el  ansia  de  quietud  que  te- 

nían. Merced  á  la  enérgica  oposición  que  hizo  el  obispo 
I  de  Santiago  4  que  reanudara  un  matrimonio  declara- 

do  ya  por  el  papa  incestuoso  y  nulo,  fué  desechada  la 
propuesta  de  Alfonso.  Tan  obcecados  estaban  algunos 
que  la  oposición  de  Gelmirez  le  puso  á  riesgo  de  per- 
der la  vida  después  de  ser  insultado.  La  reina  fué  la 
que  se  le  mostró  ihas  agradecida,  y  en  su  virtud  hizo 
con  el  prelado  un  pactó  de  estrechísima  alianza 
(junio  de  1 1 4  3.)  Sin  embargo  la  declaración  solemne 
y  formal  de  la  nulidad  del  matrimonio  solo  se  hizo  , 
algunos  meses  mas  adelante  en  un  concilio  celebrado 
en  Falencia,  promovido  por  el  arzobispo  de  Toledo 
don  Bernardo  y  presidido  {)or  el  legado  del  pontffi'ce 
Pascual  11.     .  ' 

Muy  lejos  estuvieron  de  terminar  por  esto  los  dis- 
turbios, las  calamidades,  las  intrigas,  las  miserias, 
las  ambiciones,  los  atentados,  ias  deslealtades,  incon- 
secuencias, excesos,  venganzas  y  desmanes  de  todo  gé- 
nero á  que  estaba  destinada  la  monarquía  caste- 
llano-leonesa en  este  malhadado  período.  Aparte  de 
no  haber  cesado  las  pretensiones  del  de  Aragón,  da 
haber  quedado  ocupadas  muchas  plazas  por  guarni- 
ciones aragonesas  y  de  alzarse  todavía  bandos  y  suble- 
vaciones en  favor  de  aquel  monarca,  ó  tomándole  al 


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480  HI8T0E1A   DB  ESPaKa. 

menos  por  pretesto,  quedaban  dentro  de  Castilla  ele* 
meatos  sobrados  de  turbaciones  y  revueltas,  cornea^ 
zando  por  la  reina  y  acabando  por"  los  últimos  burge- 
ses,  que  envolvieron  al  reino  en  un  laberinto  de  in- 
testinas luchas  mas  fácil  de  lamentar  que  de  describir. 
Desprestigiaban  á  doña  Urraca»  ademas  de  sus  ante- 
'  rieres  flaquezas,  las  intimidades,  por  lo  menos  sos- 
pechosas,   con  don    Pedro  González  de  Lara,  de 
quien  confiesan  sus  mismos  defensores  que   «estaba 
unido  con  ella  en  lazo  muy  estrecho  de  amor^*),»  y 
de  cuyas*  comunicaciones  existía  una  prenda    en  e( 
hijo  de  ambos  don  Fernando  Pérez  Hurtado,  si  bien/ 
los  esci;itores  que  salen  á  la  defensa  del  honor  de  la 
reina  intentan  legitimar  el  nacimiento  de  este  hijo  con 
el  matrimonio  que  dicen   mas  ó  menos  públícfimen- 
te  celebrado  entre  doña  Urraca  y  el  de  Lara.  Por 
otra  parte  como  barruntase   que  el  obispo  Gelmi- 
rez  movia  tramas  en  Galicia   á  favor  del  infante  Al- 
fonso indispeniendo  los  ánimos  contra   la   reina,  pasó 
allá  doña  Urraca,  iotentó  prender  al  prelado  sin  tener 
en  cuenta  la  reciente  alianza,  resistió  él  con  resolu- 
ción, é  interviniendo  los  nobles  gallegos,   reconciliá- 
ronse otra  vez  la  reina  y  el  obispo  (111 4). 
.    Nada  mas  distante  qac  la  buena  fé  en  estas  con- 
cordias, y  todo  lo  habría  en  ellas  menos   sinceridad. 
Apenas  la  reina  se  habia  retirado  de  Galicia  tuvo  aviso 

(1)    Hist.Gompost.  lib.U.— Fio-    gina  257.  ^ 

rezi,  Reinas  Católicas,  iom.  I.  pá- 


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PAftTB  lli  llBftO  li.  '  481 

de  que  6l  conde  de  1?ra  va  en  ccDnivencia  con  di  obispo 
de-Santiago  sq  amigo  ínlímo,  pretendía  despojarla  de 
su  autoridad ,  ó  por  lo  menos  desmembrar  su  reino 
para*  formar  nn  estado  grande  é  independiente  para  sn 
pupilo.  Los  autores  de  la  Historia  Compostelana  que 
escribían  por  encargo  de  Gelmirez  procuran  justificar 
al  prelado  del  cargo  de  infidelidad  á  su  ^berana,  di- 
ciendo que  Qran  calumniosas  imputaciones  que  los 
malévolos  inventaban  para  malquistarle  con  la  rei- 
na, pero  la  índole  del  prelado ,  mal  encubierta  por 
sus  mismos  panegiristas ,  hace  demasiado  veresimiles 
los  ocultos  manejos  que  le'  atribuían.  Ello  es  que  la 
reina  volvió  nuevamente  á  .Galicia  (1446),  resuelta 
otra  vez  á  prender  al  mañoso  y  artero  obispo,  el  cual 
resistió  ya  á  mano  armada,  en  términos  de  obligar  á 
la  reina  po  solo  á  ceder  débilmente  de  sus  intentos, 
sino'á  desenojarle  con  humillaciones  indignas  de,  la 
magestad ,  jurándole  que  no  daría  oidos  á  sus  émulos 
-  é  instigadores,  y  que  antes  perdería  el  reino  que  vol- 
verá ofenderle.  Estos  propósitos  no  fueron  demás 
duración  que  los  anteriores.  Fuesen  ó  no  ciertas 
las  maquinaciones  á  que  dicen  volvió  el  turbulento 
prelado,  por  tercera  vez  intentó  la  reina  su  prisión;, 
entonces  Gelmirez  arrojó  la  máscara  y  se  declaró 
abiertamente  en  favor  del  príncipe,  y  con  él  muchos 
barones  de  Galicia,  con  lo  cual  el  de  Trava-que  figu- 
raba á  la  cabeza  del  partido^  se  encaminó<:on  su  re- 
gio pupilo  á  Santiago*  La  reina,  á  quien  en  medió  de 
Touo  lY.  31 


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482  HUTOftlA   DB  ES»AÍA* 

la  ligereza  de  su  carácter  no  faltaba  acltridad  tn  re- 
solución, marchó  derecha  y  precipitadameateá  aque- 
lla ciudad  coa  cuaatbd  caballet^os  pudo  reunir  de  los 
que  seguian  su  baado»  procurando  al  propio  tiempo 
ganar  al  obispo  Gelmirez  erreciéndole  satisfliGciones  j 
escitando  su  codicia  con  mercedes  y  liesioaes  de  cas- 
tillos que  haeia  á  su  iglesia  para  tenerte  favorable. 
Prdsignió  á  pesar  de  todo  el  prelado  favoreciendo  el 
partido  del  príncipe,  declarando  perjuros  á  todos- los 
gallegos  que  le  fuesen  infieles  (4446). 

No  pensaba  asi  el  pueblo  de  Santiago;  qne  abor- 
reciendo á  su  obispo,  después^  de  haber  hecho  sáKr 
al  niño  rey  con  la  condesa  dé  TraVa  su  tnlora ,  ^ábrió 
á  la  reina  de  Castilla  las  puertas  de  la  ciudad.  Re- 
fugióse él  revoltoso  prelado  con  su  gente  de  armas  i  las 
torres  de  la  iglesia:  los  burgeses  entraron  á  saco  el 
palacio  epificopal,  proclamándole  rebelde  y  enemigo  y 
pedian  su  deposición;  los  soldados  del  de  Treva  se  pa* 
eaban  á  las  filas  de  la  reina,  y  por  último  á  mediación 
de  algunos  nobles  vínose  el  aparado  Qbispo  á  buenas  y 
compúsose  con  dofia  Urraca  asentando  otra  paz  se^ 
mejanle  á  las  anteriores.  Con  esto  la  rema  dé  Castilla 
salió  en  persecución  de  los  partidarios^  de  su  hijo ,  y 
especialmente  del  conde  Gómez  Ñoñez  que  tenia  por 
él  algunos  castillos.  Sitiado  se  hallaba  ya  el  (iondé 
gallego,  cuando  la  reina  se  vio  á  su  vez  inopinada-^ 
mente  sitiada  por  un  nuevo  enemigo.  Este  nuevo  ene- 
migo, ¡triste  y  lamentable  cQmglicacion  de  guerras 


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PAITE  II.  uno  u.  483 

domésticasl  era  $ju  misma  hermana  doña  Teresa  de 
PortogaU  lA  vioda  de  Enrique,  qoe  disimnlada  y  as- 
tota,  después  dé  haber  Vivido  en  aparente  armonía 
con  stt  hermana,  mas  sin  renunciar  á  sos  pretensio- 
nes, habíase  ligado  secretamente  con  los  partidar 
rios  de  so  sobrino,  el  conde  Frolaz  de  Trava  y  el 
obispo  Diego  Gelmirez.  Hallábase  poes  la  reina  de 
CastiHa  en  Soberoso  cuando  se  vio  cercada  por  las 
tropas  del  de  Trava  y  de  so  hermana  Teresa.  Necesitó 
de  todo  el  esfuerzo  de  sos  castellanos  para  salir  á 
salvo  d9  aquel  conflicto,  mas  al  fin,  á  Cavor  de  una 
salida  impetuosa  que  desconcertó  á  los'  rebeldes  pudo 
doña  Urraca  retirarse  á  Corapostela  y  de  alli  á 
Leon<*)« 

Ubres  el  de  Trava  y  la  condesa  de  Fúrtogal  con 
la  ausencia  de  la  reina,  avanzaron  hacia  Santiago 
matando  y  cautivando  hombres  y  recogiendo  gana- 
dos. La  alianzfl^  de  la  de  Portogal  con  el  ayo  del 
príncipe  su  sobrino  no  era  por  d^to  desinteresada. 
Valióle  primeramente  dilatar  sus  dominios  por  los 
distritos  de  Tny  y  de  Orense,  donde  ejerció  por  largo 
tiempo  actos  de  señorío.  Valióle  ademas  otra  relación 
que  comenzó  en(onoes  y  habiade  hacerse  en  lodo 
adelante  ruidosa  y  Tunesta,  con  harto  menoscabo  de 
su  honra.  Acompañaban  al  conde  de  Trava  sos  dos 
hijos  Bermudo  y  Femando.  Entre  este  último  y  lia 
condesa  vioda  de  Portogal  despertáronse,  en  medio  de 

(4)     HÍ8t.lC0IDp08t.  1.1.  C.  444.     . 


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484  HISTORIA  DB    BSVAftA. 

lasfatígas  y  riesgos  de  aquella  vida  procelosai  aficiones 
que  DO,  eran  políticas  y  que  habían  de  producir  en 
Portugal  escándalos  y  perturbaciones  harto. mayores 
que  las  que  en  Castilla  babian  movido  las  amis* 
tades  y  tratos  de  dona  Urraca.  Permaneció  dona  Te- 
resa en  Galicia  hasta  que  los  peligros  con  que  los 
sarracenos  amenazaban  las  fronteras  de  sus  estados 
la  obligaron  á^  regresar  á  Portugal  para  acudir  á  su 
defensa. 

Quedaba  el  obispo  en  Santiago  para  hacer  fren- 
te á  las  hostilidades  del  conde  en  virtud  del  ál* 
timo  pacto  con  la  reina.  Mas  apenas  ésta  se  había  au- 
sentado, estallaron  de  nuevo  los  odios  de  los  compos- 
télanos  contra  su  obispo,  al  cual  trataban  con  menos- 
precio insultante,  tanto  que  tuvo  que  acogerse  al 
^  amparo  de  la  reina,  á  quien  fué  á  buscar  á  Castilla. 
Recibióle  doña  Urraca  con  benevolencia,  contraías 
esperanzas  y  cálculos  de  los  gallegos:  y  tanta  confian- 
za puso  en  él  esta  vez,  que  después  de  haberle  re- 
galado la  cabeza  del  apóstol  Santiago  el  Menor  que 
había  traído  de  Jerusalen  el  obispo  Mauricio  de  Bra- 
ga, le  dio  la  importante*  misión  de  negociar  paced'y 
restablecer  la  armonía  entre  la  reina  y  su  hijo  y  los 
condes  de  su  parcialidad.  Feliz  el  prelado  en  estas 
negociaciones  que  tanto  interesaban  á  lápazdel  reino, 
á  las  cuales  le  ayudaron  varios  condes  de  Castilla  con 
arreglo  á  lo  que  ^n  una  reunión  celebrada  en  Saha- 
gun  habían  acordado,  ajustóse  un  pacto  de  reconcí- 


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PAKth  11.  LIBEO  II.  48S 

Ilación  entre  la  madre  y  el  hijo,  que  firmaron  treinlá. 
nobles  por  cada  parte,  jurándose  mutua  amistad,  fide- 
lidad y  apoyo  por  espacio  de  tres  años  (1117). 

¿Quién  diria  que  «el  reino  leonés  no  había  de  reco- 
brar con  esto  el  sosiego  que  tanto  necesitaba?  Y  sin 
embargo  en  lugar  de  bonanza  comenzaron  aqui  las 
borrascas  ínas  tempestuosas.  La  reina  parlíó  otra  veza 
Calida  con  deseo  de  abrazar  á  su  hijo,  que  también 
la  recibió  con  muestras  del  mayor  contento;  y  des- 
pués de  este  acto  de  tierna « expansión  dirigióse  doña 
Urraca  á  Santiago  con  ánimo  de  castigar  á  los  revoU 
toses  enemigos  del  obispo.  Tumultuárouse  estos  de 
nuevQ,  y  tomando  las  armas  híciéronse  fuertes  en  la 
catedral  del  Santo  Apóstol.  La  nueva  de  que  la  reina 
y  el  obispo  intentaban  desarmarlos  acrecentó  su  furor. 
Los  que  fueron  á  mandarles  deponer  las  armas  hu« 
biéron  de  perecer  á  manos  de  los  sediciosos.  Dentro 
del  templo  mismo  se  combatía  con  lanzas,  saetas,  pie- 
dras y  todo  género  de  proyectiles.  Pasóse  fuego  á  las 
puertas  y  á  los  altares,  y  las  llamas  subían  hasta  la 
cúpula  de  la  gran  basílica.  La  reina  y  el  obispo,  no 
creyéndose  seguros  en  él  palacio  episcopal,  refugiá- 
ronse á  la  torre  llamada  de  ilas  Señales  ^^\  con  su 
corte  y  sus  mas  fieles  defensores  y  allegados.  No  tar^ 
daron  en  verdad  los  populares  en  invadir  el  palacio 
destruyendo  cuantos  objetos  á  su  \\Áia  se  6frecian. 

(4)    Confngiuni  ad  turrem  sig-    Hisi.  Coffipostel.  I.  i.  c,  4 U. 
norum  una   ctim  comitatu  suo. 


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486  niBTOAiA  »B  upaIU. 

Acometieron  segoldaineote  la  terrecen  que  la  reiM  y 
el  prelado  de  hallaban,  y  como  las  piedras  y  las  ar- 
mas arrojadizas  no  bastasen  á  hacerse  rendir  á  los 
ilustres  refugiados,  introdojeron  foego  y  malerías 
combustibles  por  una  de  las  ventanas  bajas  de  la 
torre.  El  fuego,  et  humo^  la  gritería  feroz  Üe  loa 
amotinados  pusieron  tal  pavor  á  los  de  dentro  que 
creyendo  Negado  el  término  de  su  vida  preparárcHise 
á  morir  cristianamente  confesándose  tpdos  con  él 
prelado.  La  reina  instaba  a)  obispó  i  que  saliese. 
«SaHd  TOS  que  podéis,  oh  reina,  contestó  Gehnirez^ 
puesto  que  yo  y  los  míos  somos  él  blanco  principal 
del  encono  de  esa  furiosa  gente.»  Y  era  así  que  de 
fuera  gritaban:  «Que  salga  la  reina  si  quiere;  muera 
el  obispo  con  todos  sus  secuaces  ^*^»  Deténnínóse 
con  esto  la  reina  á  salir,  mas  la  ciega  y  frenética  mu- 
chedumbre, perdido  iodo  pudor  y  respeto,  taa^óse 
sobre  ella,  y  entre  improperios  y  baldones  maltratóla 
brutalmente  basta  rasgar  sus  vestiduras^  mesar  sos 
^bellos  y  dejarla  deshonestamente  tendida  en  tierra.^ 
A  poco  rato  salió  también  el  obispo,  disfrazado  con  la 
capa  de  un  pobre  que  le  proporcionó  el  abad  de  Sao 
Martin,  y  tuvo  la  fortuna  de  atravesar  de  incógnito 
por  entre  las  furiosas  turbas  hasta  ganar  el  templo  de 
Santa  Haria.  Allí  se  acogió  también  la  maltratada 
mna. 

(1)    Begkia    si  vuU  eye^Suk-    p0reanl.Ead.Ibid. 
liir...  ctUiri  arms  et  wcendio 


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9AKí%  u.  Lwao  u.  487 

Losa^oes  de  la. torre  prostguieroa:  precipita* 
haose  aiK>s4e  lo  alto  de  eliatioyeodo  de  las  llamas» 
perecáaa  ptrM  abrasados»  cooláodose  entre  las  v(c- 
tknas  ua  hermaoo  y  im  aobrioo  del  ol^ispo.  Buscábase 
¿  éste  por  todas  partes;  andaba  el  prelado  de  templo 
eo  leíoplo  y  de  casa  en  casa,  escalando  tapias»  ven- 
tfSpas  y  tejados  como  uo  miserable  ó  como  un  crinií- 
nal  á  quien  persignea  los  satélites  de  la  justicia»  bus- 
ando  un  asUo  seguro  y  no  hallando  lugar  en  que  pu- 
diese reposar  tranquilo,  basta  q«ie  á  vueltas  de  mil 
aprietos»  de  repetidos  sustos  y  dramáUcos  lances  en  que 
fireciienlementese  vióá  riesgi^de  perder  la  vida» logró 
ser  trasportado á  unconve^tode  las, afueras  de  la  ciu- 
dad ^*K  La  reina  no  consiguió  verse  libre  sinoé  costa  de 
un  pacto  jurado  coi^  los  disidentes»  ofreciéndoles  que  les 
dariaotro  obispo  y  que  todo  segoberna  ría  en  la  ciudad 
á  satisbtcdon  suya,  y  prometiéndoles  que  ratificarían 
aquel  concierto  el  príncipe  su  bi^o»  el  conde  su  ayo, 
y  todos  los  magnates  de  su  corte»  Duró  este  pacto 
ij^puesto  por  la  violencia»  el  solp  tiempo  que  tardó 
la  reina  en  ipoorpoiurse  con  las  tropas  do  su  hijo  y 
del  conde  de  Trava^  que  apostados  á  las  afueras  solo 


(4)    Lq0  autores <le  la  Historia  nuestos  mas  injoriosos,  llamándo- 

Goiiiposielaiia»  amigos  persooales  le  liraao  y  opresor  del  pueblo,  m- 

del  obispo  Oéunirez,  ponderan  la  digno  del  episcopado,  etc.  Horrori- 

sana  y  el  encono  con  que  le  per-  za  leer  la  relación  que  de  este 

«egnían  k>^  foblet ados»  buscáis  inmnlto  hacen  los  referidos  escrt- 

time  basta  detrás  do  los  altares  de  toros,  que  eran  dos  canónigos  de 

los  temples,  en  los  rincones  y  só-  la  catedral,  testigos  oculares  de 

taños  de  las  casas,  profiriendCo  las  Jos  sucesos. 


amenazas  mas  horribles  y  los  de- 


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ilS8  lUSTORI^   DB   BSPAl^A*     ,  * 

esperaban  saber  que  la  reina  estaba  libre  para  ea»« 
besiir  la  iciadad,  no  baciéndolo  anies  por  el  iemor  de 
que  aquella  señora  fuera  sacrificada  al  furor  popular.^ 
Luego  que  se  vieron  reunidos»  la  reina  madre,  el 
joven  Alfonso  su  bija,  el  prelado,  el  conde  de  Trava 
y  todos  sus  parciales  y  seguidores,  dispusiéronse  á 
acometer  la  población  y  á  hacer  expiar  su  audacia 
y  sus  excesos  á  los  revoltosos.  En  vista  de  tan  impo- 
nente actitud  y  j^asada  la  primera  efervescencia  det 
tumulto,  salierc^i  les  principales  déla  población,  ca- 
nónigos y  ciudadanos,  los  unos  á  implorarla  indulgen-*, 
eia  de  la  reina,  los  otro»  á  suplicar  al  obispo  alzara 
ta  excomunión  que  contra  ellos  habia  fulminado.  Me- 
nester fué  pa:ra  templar  el  grande  enojo  de  los  ofen- 
didos lo  humilde  y  lo  porfiado  de  los  ruegos:  mas  ai 
fin,  convenidos  h>s  insurrectos  á  influjo  de  los  princi- 
pales comppstelanos  en  deponer  las  armas  y  disolver 
lo  que  ñamaban  su  germania  ó  hermandad  <*>,  en  jurar 
fidelidad  á'  la  reina  y  al  obispo  y  dar  en  rehenes  cin- 
cuenta jóvenes  de  las  familias  mas  distinguidas,  ac- 
cedió por  su  parte  te  reina  á  indultarles  de  la  pena 
de  muerte,  limitándose  á  desterrar  y  confiscar  sus  bie^ 
nes  á  ciento  de  los  principales  fautores  de  la^  rebelión, 
canónigos  y  ciudadanos,  y  á  imponer  á  la  ciudad  una 
multa  metálica.  Entraron^  pues,  la  reina  y  el  obispo 
en  Santiago;  don  Diego  Gelmirez  fué  repuesto  en  su 

(i)    Germaniiatem  stiam,   scí-    truere. 
'  licet  Gonspiraiioaem»  omaino  de^ 


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PArrB  ir.  libeo  n*  Í8d 

silla  apostólica:  ordenóse  la  restitución  de  las  alhajad 
robadas,  y  la  iglesia  del  apóstol  y  el  palacio  «pisco-* 
pal  fueron  reparados  á  costa  de  los  insurgentes. 

Mas  prósperamente  marcharon  en  los  stguieQtes 
años  los  sucesos  para  el  obispo  Gelmirez  que  para  la 
reina  de- Castilla  y  para  el  rey  su  hijo.  Tiempo  hacia 
.  que  el  ambicioso  prelado  andaba  negociando  elevar 
^su  siHa  á  la  categoría  de  metropolitana.  Inútiles*  sin 
embargo,  habían  sido  sus  gestiones  con  los  papas 
Pasdval  y  G^lasio.  Vino  en  esto  á  alentaf  sus  esperan- 
zas la  acupacion  de  I»  sede  pontificia  por  Calixto  II. 
hermano  que  era*  del  di&mto  Ramón  de  Borgoña, 
padre  del  tierno  rey  don  Alfonso  Raimundez.  No 
desaproii^ech6  el  prelado  de  Gompostela  tan  favora- 
bles ckcunsta  netas  y  relaciones  para  activar  su  pre- 
tensión, valiéndose  para  elb  no  solo  del  influjo  de 
los  monjes  franceses  de  Gloní ,  sus  amigos »  del* 
'  obispo  de  Porto  y  de  canónigos  de  Santiago  que  en- 
viaba á  Roma  para  gestionar  su  demanda,  sino  de 
otros  medios  menos  evangélicos  que  sus  mismos  pa* 
negiristas  nos  han  revelado^  cuáles  eran  las  remesas 
metálicas  que  por  conducto  de  los  canónigos  de  San- 
tiago^dirigia  á  la  curta  romana,  no  sin  graves  dificul- 
tades á  causa  de  tener  el  rey  de  Aragón  interceptados 
los  pasos  del  Pirineo»  <x¿Quién,  podrá  decir,  esclaman 
con  candida  ingenuidad  los  autores  de  la  Historia 
Cbmpostelana ,  cuánto  ha  gastado  del  tesoro  del  após- 
tol, y  aun  de  su  propio  bolsillo»  para  ver  finalmente 


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/ 


490  HinroáiA  di  sarAÍA. 

realizado  so  deeeo  <*>?»  Podo  el  Duevo  poDltfbe  oo 
poca  resistencia  al  otorgaimeoto  de  la  inerced  que  cod 
tantos  ruegos  se  le  pedia,  mas  al  fin  vencido  ¡lor  las 
inslanqías  de  jos  negociadores,  expidió  las  letras 
apostólicas  trasladando  la  metrópoli  de  Mérída  á  Sai^ 
tiago,  y  dando  idemas  al  nuevo  arzobispo  la  -legacía 
apostólica  sobre  Jos  obispados  de  Herida  y  de  Bra- 
ga (1 120),  desde  en  ya  época  goza  de  tan  insigne  pri- 
vilegio la  iglesia  Gomposteiana. 

Había  hecho  valer  el  obispo  como  mérito  para  im- 
l^etrar  aquel  honor  Jos  servicids  ,enteriormeftle  pres- 
tados al  sobrino  del  pepa,  ei  priodpe  Alfonso  Raí- 
mundez,  y  el  papa-  á  su  vez  debió  poner  por.  condi- 
ción al  prdado  que  siguiera  fiavorecieodo  la  causa 
del  hijo  de  su  hermano*  Ello  es  que  en  la  bula  de 
erección  de^la  nueva  oaetrópoli  se  declara  expUcita- 
mente  lo  que  habian  contribuido  á  aquella  concesión 
los  ruegos  de  Alfonso.  Los  compromisos  que  coa  cales 
tratos  adquiriera  Gelmirez  en  favor  del  hijo  y  en 
dotrimeiito  de  les  derechos  de  la  madre,  aunque 
ocultos  y  tenebrosos,  no  debieron  ser  ian  secretos  que 

(1)    Lo0  canónicos  autores  do  la,  y  que  uo  bastando  todo  eeto 

dicba  Historia,  escrita  por  encaroo  para  completar  dosoíentosciiKxi^en- 

del  propio  obispo,  dos  mforman  de  ta  marcos  de  píate,  añadió  elot>ia- 

lo  que  Je  costó  la  gracia  del  arzo-  po  cuarenta  oarcos  de.so  propio 

bispado.  Ademas  de  las  grandes  i)ecoíio.  Hist.  Gompostel.  lib.U; 


i  en  metálico,  refieran  ba-  cap.  44.  A^i  no  estrafiamos  qiM 

berse  eoTiado  éBoma  una  mesa  diera  el  crítico  Masdeu  at. obispo 

redonda  de  plata  que  había  sido  Gelmirez  las  calificaoioaes  de  si- 

del  rey  moro  Almostain,  una  cruz  rooniaco  y  otras  no  menos  dures, 

de  oro  que  babía  regalado  el  rey  como  bemos  indicado  en  t\  prín* 

Ordoñoa)  templo  de  Santiago,  y  cipio  de  este  capítulo, 
otras  varias  alhajas  de  oro  y  pla- 


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PAB/TE  tu  LIBRO  II «  491 

16 IM  tradtetera  dona  Urraca.  Acaso  ealoa  maiiqoa 
■lóvíeroD  á  la  reíafr^  de  suyo  dada  á  ia  movilidad^  á 
partir  por  coarta  ó  qniata  ves  á  Galicia  (4121),  sir- 
▼iéodole  ahora  de  aparente  motivo  el  recobrar  los 
estados  de  Tay  qee  su  hermana  doña  Teresa  le  tenia 
«surpados.  Cond^jose  tan  mañosamente  .la  reina  en 
esta  ocasión  qoe  comprometió  al  prelado  á  que  la 
ayudara  en  aquella  empresa,  no  solo  con  su  persona, 
sino  con  sos  hoaabreís  de  armas,  y  hasta  con  los 
caballeros  de  Gomposlela  que  por  fuero  oo  estaban 
ebKgados  4  avanzar  h^ista  el  distrito  de  Toy.  La  cam- 
paña foé  tan  feliz^  queá  pesar  de  las  dificultades 
que  ofrecía  el  Miño»  las  tropas  gallegas  penetraron 
basta  el  territorio  portugués,  incendiando,  ta)ando  y 
asolando  campiñas  y  poblaciones.  Rápida  avaneaba  ia 
conquista  de  Portugal,  y  aunque  doña  Teresa  se  re« 
tiraba  presurosa  al  distrito  oriental  de  Braga,  llegó 
su  hermana  doña  Urraca  á  tenerla  sitiada  en  el  ca&* 
tillo  de  Lamoso.  Debió  la  condesa  de  Portugal  so  sal* 
vadon  á  un  desenhiee  inopinado  qoe  nos  revela,  ó 
la  inconsecuencia  y  veleidad,  ó  la  artería  y  la  doblez 
con  qoe  obraban  todos  los  personages  que  figuran  en 
esta  inlertaaÍDable  madeja  de  intrigas  y  de  enredos. 
El  arzobispo,  á  qoien  sin  doda  ligaban  compro* 
misos  con  la  infanta  de  Portugal,  viendo  la  demasiada 
prosperidad  de  doña  Urraca  manifestó  su  deseo  de  re- 
gresar ¿  Santiago  con  preteslo  de  atender  á  los  ne- 
gocios de  su  diócesi.  La  reina  que  sospex^haba  de  su 


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49S  HISTORIA    DB  W^kt^H. 

lealtad  y  qoe  meditaba  vengarse  del  prelado  le  suplicó 
qué  no  la  privara  de  su  presencia  en  tales  circons* 
tanciás  y  cuando  tan  bliles  podian  serle  sus  prudentes 
consejos.  Solo  por  este  maquiavélico  designio  po(ie- 
mos  (sspiicar  el  tratado  de  paz  y  amistad  que  apareció 
de  repente  celebrado  entre  las  dos  hermanas,  por  el 
cual  la  de  bastilla  cedía  á  la  de  Portugal  el  dominio  de 
muchas  tierras  y  lugares  en  ios  distritos  de  Zamora, 
Toro,  Salamanca  y  otros,  y  la  de  Portugal  juraba  de- 
fender y  amparar  á  la  de  Castilla  contra  todos  sus  ene- 
migos, moros  ó  cristianos,  y  no  acoger,  ni  permitir  ea 
sus  dominios  á  ningún  vasallo  que  fuererebelde  á  la 
reina.  Hecho  este  concierto,  retiróse  el  ejército  in- 
vasor hacia  Galicia.  Llegado  que  hubieron  todos  á  la 
margen  izquierjla  del  Miño,  dispuso  la  reina  que  pa- 
saran el  río  ios  primeros  los  caballeros  y  hombres  de 
armas  del  arzobispo  Gelmirez.  Tan  pronto  como  le 
faltó  al  prelado  su  gente,  la  reina  le  mandó  prender 
y  encerrar  en  un  castillo,  sin  que  le  quedara  otro  re- 
curso que  protestar  contra  tan  estraño  y  desleal  pro- 
cedimiento ^^K 

Por  uno  de  esos  fenómenos  que  se  observan  en 
'  las  revoluciones,  los  compostelanos  antes  tan  enemigos 
del  prelado  y  que  tan  sañosamente  le  habían  perse- 
guido, se  aunaron  ahora  para  defenderle  y  gestionar 

(1)    Goavienen  lodos  eD  qae  do-  querido  creerle.  Prueba  esto  las 

ña  Teresa  babia  dado  aviso  confi-  buenas  inierigencías  que  babia  eo- 

deocial  á  Gelmiroz  del  s  atentado  iré  el  arzobispo  y  la  de  Portugal, 

que  su  hermana  proyectaba  con-  y  que  todos  obraban  con  falsía  y 

ira  él,  y  que  el  prelado  no  había  con  doblez. 


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MBflt  II.  LlBftO  II.  493 

i  por  todos  los  medios  su  libertad.  Guando  la  reina  vol- 

I  vio  á  Santiago  noencontró  sino  descontento  y  enojo. 

I  £1  cabildo  juró  libertar  á  su  arzobispo  aunque  le 

\  C03tara  consumir  para  ello  todas  las  rentas  de  la  igle-  r 

I  sia.  £i  hecho  de  la  prisión  no  hizo  sino  apresurar  el 

■  desarrollo  de  la  trama  que  contra  la  reina  había.  Se- 

I  paróse  de  ella  su  hijo,  y  con  él  el  conde  Frolaz  de 

[  Trava  y  los  principales  hidalgos  gallegos,  que  con  sus 

tropas  acamparon  á  orillas  del  Tambre  al  Norte  de  , 
Santiago;  conmovióse  la  ciudad,  y  vióse  forzada  la 
reina  á  poner  en  libertad  al  arzobispo,  el  cual^  no  con- 
tento con  esto,  reclamó  enérgicamente  la  devolución  de 
las  rentas,  castillos^y  posesiones  de  que  la  reina  se  habia 
apoderado,  cuestión  capital  para  Gelmirez,^  y  en  que 
^  halló  todavía  renitente  á  doña  Urraca.  Ofensa  era  esta  ^ 
qne  perdonaba  el  arzobispo  menos  que  la  de  la  pri- 
sion^  y  asi  juró  no  apartarse  de  la  liga  ni  dejar  las 
armas  hasta  que  le  fuesen  restituidos  á  su  iglesia  sus 
honores,  esto  es,  sus  castillos  y  tierras.  No  cedió  la 
reina  en  esto,  y  se  salió  al  campo  con  sus  tropas;  salió 
también  con  las  suyas  el  arzobispo  y  se  unió  con  las 
de  don  Alfonso  y  los  confederados:  unos  y  otros 
acampaban  cerca  de  Monsacro,  y  estaban  para  venir 
¿  las  manos  ambos  ejércitos,  cuando,  á  propues- 
ta del  arzobispo ,   dicen  sus'  parciales  ,   se   enta- 
blaron negociaciones  de  paz  entre  el  rey  y  la  reina, 
de  qne  resultó  un  tratado  de  avenencia'  que  la  reina 
garantizó,  dando  en  rehenes  sesenta  caballeros  de  su 


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494  nisvoRiA  i«  vspaña. 

comitiva/  y  de  que  ^1  arzobispo  sacó  el  partido  que 
se  proponía»  que  era  el  recobro  de  sus  rentas  y  pose- 
siones. Según  los  actores  de  la  Compostelana^  babia 
mandado  ya  el  papa  Calixto  á  los  prelados  de  Espada 
qua celebraran-concilio  y  exoomulgaran  á^  la  reina  sa 
cuñada  si  no  daba  libertad  á  don  Diego  Gelmirez  y 
no  restituia  sus  bienes  á  la  iglesia  de  Santiago. 

¿Seria  duradera  y  sólida  la  paz  ajustada  en  Moa« 
sacro  ebire  el  rey,  la  reina,  el  arzobispo  y  ks  condes 
y  caudillos.de  uno  y  otro  campo?  Imposible  en  aquella 
anarquía  de  partidos  y  de  encontrados  intereses.  No 
faltaron  todavía  desazones  y  disturbios»  que  omili* 
remos  por  menos  importantes  y  menos  ruidosos.  Un 
legado  enviado  espresamente  por  el  papa  Calixto  pa- 
rece logró  por  fio  mantener  por  lámenos  en  aparente 
armonía  á  la  madre  y  al  hijo,  y  niuchas  veces  apare- 
cen en  las  escrituras  firmando  uoa¿  veces  dona  Urraca 
y  don  Alfonso»  otras,  la  reina  SOI0,  y  otras  también 
solo  el  rey;  prueba  do  lo  poco  deslindados  que  se  ha- 
llaban sus  derechos  y  dominios,  y  de  que  tampoco 
en  realidad  conreinaban.  Era  una  situación  anómala  en 
la  que  se  hallaba  el  reino  de  Castilla,  pues  lo  que  en  ^ 
rigor  habia  era  una. reina  madre  tolerada  por  un  hijo, 
también  rey,  y  un  monarca  hijo  tolerado  por  una 
madre  también  reina.   Sin  embargo,   la  cojiducta 
po^o  hábil  de  la  reina  para  el  gobierno  del  estado  á 
pesar  de  la  energía  de  su  carácter,  sus  inconsecueo- 
cías  y  humillaciones,  sus  intimidades  con  don  Pedro 


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FAftTB  11.  une  II.  495 

de  Lara  que  tráiao  agriados  á  los  caballeros  castella- 
nos y  qiie  la  po^ieroia  en  conflictos  y  situaciones 
desdorosas  para  la  mágestad,  el  partido  qae  habia 
ido  ganando  su  hijo  don  Alfonso,  anos  hacía  rey  np^ 
mina!  de  Galicia,  única  bandera  inocente  y^  para  que 

'  se  había  enarbolado  entre  tantos  manchados  estan- 
dartes, la  esperanza  qtíe  á  todos  infundían  las  cuali^ 
dadeádeeste  principe  que  se  encontraba  ya  man- 
cebo, lodo  contribuyó  á  que  eú  ios  últimos  años 
adquiriera  el  hijo  una  verdadera  supremada  en  los 
estadosde  la  madre.  Así  continuó  esta  situación  tan 
difícil  de  definir  baM  marzo  de  4426,  en  que  des-- 
pues  de  una  vida  tan  tempestuosa  falleció  la, reina 
dona  Urraca  en  tierra  de  Campos,  6  segon  comun^ 
mente  ae  Cfee,  en  Satdafia.  Lleváronla  á  sepultar  á 
San  Isidro  de  León,  donde  se  conserva  su  cuerpo  y 
su  epitafio  ^>. 

A  las  torbuleneias  intestinas  que  hicieron  tan  de- 
sastroso el  reinado  de  doña  Urraca,*  se  babian  agre* 

'  gado  las  invasiones  y  entrada  de  los  musulmanes 
qutf  vinieroQ  á  acabar  de  perturbar  el  pobre  reino  de 

0)    Hasta  ta  moorúi  de  esta  se-  esto  lo  hallamos  apoyado  en  fas- 

Bomba  sidp  contada  por  alganos  daoaeoto  digno  de  fé«  Lo  qae  no 

de  nna  manera  bien  desfovora-  tiene  doda  ea  qae  dejó  doa  bijos 

ble  á  aa  repntackm  y  himeatidady  del  oonde  de  Lara,  Peroaódo  j  El- 

aopomiendo  nnoa  beber  fallecido  vira.  Loa  maestros Floréz  y  Kiaco, 

en  el  acto  de  dar  nueva  aoceaioii,  se  eafaertan  por  probar  que  loa 

ooaa  mveroaimil  ensa  edad,  y  que  legitimó  casándoee  con  el  mencio« 

no  hallamos  jnstiBoadia,  otroa  ha-  nado  conde:  pero  este  matrimonio 

ber  quedado  muerta  de  repente  á  no  recibió  por  lo  menos  las  aolem- 

fa  pverta  de  San  Isidro  oe  León  nídadea  ordinariaa.  Florez,  Rein. 

coandosalia  de  deapojar  el  temple  Catol.  tom.  T.  Risco,  Hist.  de  León , 

de  las  alhajas  sagradas:  tampoco  tom.  L 


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496  BISTOAIA .DE  BSPaSa. 

Castilla,  haMo  agitado  ya  en  lo  interior.  El.  empera- 
dor de  Marruecos  Alí  ben  Yussuf  habia  venido  de 
África  nada  menos  que  con  cien  mil  caballos,  al  decir 
de  los  árabes  ^*^ .  y  después  de  haberse  detenido  un 
mes  en  CkSrdoba  se  encaminó  á  tierra  deTole(ío'(1 1 09) 
^  talando  y  destruyendo  sin  misericordia  cuanto  en- 
contraba; los  hombres  huían  espantados  á  los  mon- 
tes,, y.  el  pais  quedó  asolado  y  como  yernio.  Algún 
tiempo  mas  adelante  (41 1Q)  puso^itioá  la  insigne 
ciudad^  que  defendia  y  gobernaba  c^  valeroso  Alvar 
fanez,. apoderándose  los  africanos  de  los  bellos  jardi-- 
nes  de  la  derecha  del  Tajo.  Aproximaron  los  Almora*- 
vides  sus  máquinas  á  los  muros  d^  la  ciudad  y  co- 
menzaron el  ataque,  que  por  espacio  de  siete  dias  re- 
chazaron vigorosamente  los  castellanos.  Una  noche  ar- 
rojaron los  de  África  multitud  de  proyectiles  incen- 
diarios á  una  de  las  mas  fuertes  torres  del  muro,  que 
comenzó  á  ser  devorada  por  las  llamas.  Los  cristianos 
que  se  hallaban. en  ella  lograron  apagar  el  fuego  ver- 
tiendo sobre  los  combustibles  gran  cantidad  de  vina- 
gre; Los  asaltos  que  después  intentaron  los  africanos 
fueron   tan  infructuosos  como  el  fuego.  Al  sétimo  dia 
dispuso  Alvar  Fañez  una  salida  impetuosa  que  des- 
concertó á  los  sitiadores  y  les  obligó  Si  levantar  el  cerd- 
eo quemando  todas  sus  máquinas  ^^K  Pasaron  estos  ú 
desahogar  su  rabia  sobre  Tala  vera,  de  que  se  apode- 

'    (4)    Conde,  ^rt.  III.  c.  !25.—       (2)    Anal.  Tolet.  primeros.— 
Al-Karláa.— GhroD.Adef.Imperat.    Ghron.  Adef.— Ai  Kartás. 


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PAKTB  II.  UBIO  11.  497 

raroa,  y  volvieroD  sobre  Madrid,  Olmos  yGaadalaja-» 
ra,  eiFcaya  situacioa  se  declaró  la  peste  éa  el  ejército 
de  AU,  lo  cual  le  forzó  á  regresar  á  Córdoba,  y  de  alti 
á  África  ^^K  Pero  otro  caerpo  de  Almorávides  manda-* 
do  por  Seir  Abu  Bekr  recorría  el  Algarbe  y  qaitaba  á 
los  cristianos  muchas  de  las  ciudades  ganadas  por  lá 
espada  de  Alfonso  VI. 

Libre  Alvar  Fañez  de  aquella  innumerable  tno^ 
rísma,  tomó  después  la  ofensiva,  y  haciendo  con  sus 
toledanos  una  atrevida  escursion  á  Cuenca  la  arrancó^ 
aunque  por  poco  tiempo,  del  poder  de  los  Almorávi- 
des (1111).  Mas  no  dejaban  á  su  vez  los  sarracenos 
de  aprovecharse  de  las  disensiones  que  agitaban  la 
Castilla,  y  dos  años  mas  adelante  (1113)  la  comarca 
de  Toledo  se  bailó  de  nuevo  invadida  por  otro  ejérci- 
to africano  mandado  por  Mazdali  ^'^  .que  devastó  á 
sangre  y  fuego  el  pais,*tomó  la  fortaleza  de  Oreja,  de-^ 
golló  sus  defensores,  cautivó  mugares  y  niños,  y  pu- 
so otra  vez  sitio  á  Toledo  (1114).  Libertóse  también 
esta  vez  la  biudad,  gracias  á  la  intrepidez  de  Alvar 
Fañez,  si  bien  á  costa  de  haber  perdido  en  un  comba^ 
te  setecientos  de  sus  valientes  soldados.  Este  insigne 
capitán,  el  mas  famoso  de  los  guerreros  castellanos  de 
la  época  de  Alfonso  VL,  si  se  esceptua  el  Cid,  después 


(1)    Ed  esta  ocasión  secreefaé  en  este  ataquo  por  el  ejército  me- 

cuando  te  deacobrió  la  imagen  de  ro.  Chron.  Adei.— Al-Kariáa* 

Naeaira  Señora  de  la  Almudena,  (2)    El  que  machos  de  noestroi 

tan  Tenerada  en  Madrid,  en  ano  hisloriadores  llaman  Amaxaldi<' 
de  los  liemos  de  la  muralla  rotos 

Tomo  !▼•             '^  82            . 


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498 


niS'TMU    DE   BSrAÍA. 


de  baber  combatido  taa  brava  y  heróicameote  á  los 
sarracenos,  murió  á  manos  de  sus  mismos  compalrio* 
tas,  víctima  de  las  discordias  civiles  qae  destrozaban 
el  reioo  castellano.  Contábasele  entre  los  partidarios 
del  rey  de  Aragón,  y  en  una  espedicion  que  hizo  á 
Segovia,  asesináronle  en  esta  ciudad  los  parciales  da 
Castilla  ^^K  Dióse  el  gobierno  db  Toledo  al  capitán  Ro- 
drigo Nuñez;  y  en  las  vicisitudes  y  oscilaciones  que 
en  este  agitado  período  sufrió  la  monarquía  castellano- 
leonesa,  Toledo  pasaba  alternativamente  al  poder  del 
mooarca  de  Aragón,  ó  de  la  reina  de  Castilla^  ó  del 
joven  rey  Alfonso  Raimundez  su  hijo,  según  que  las 
circuoslancias  baciim  momentáueamente  mas  podero- 
sa cada  bando  por  aquella  parte  ^^K 


<  (4)  En  la  octava  de  la  pascaa 
de  4H4.  Anal.  Toled.  primeros. 
Era  115).— Croo,  de  Cárdena. — 
Id.  Burg60se.^IbaRhalduiD. 

(2)  A  este  tiempo  se  peñere,  al 
decir  dol  obispo  Saodoval,  un  su- 
ceso tan  ruidoso  como  dramático, 
que  se  cuenta  haber  ocurrido  en- 
tre el  rey  de  Aragón  y  loe  vecinos 
]f  defensores  de  la  ciudad  de  Avi- 
a.  Con  noticia,  dicen,  que  tuvo  el 
aragonés  de  que  e^  infante  don 
Alfonso,  á  quien  él  vivamente  an- 
daba persiguiendo,  iba  i  ser  lle- 
vado por  loscastellanos  de  Siman- 
cas á  Avila,  envió  ^un  mensage  á 
esta  ciudacl  donde  contaba  con  al- 
gunos parciales,  diciendo  espera- 
ba te  acogcrian  llanamente  y  co- 
mo obedientes  subditos  cuando  A 
ella  viniese.  Contesté  al  de  Ara- 
gón Blasoo  Jimeno  que  gobernaba 
f>rovisiooalmente  la  «iadad,  que 
os.  caballeros  de  Avila  estaban 
prontos  á  recibirle  y  aun  á  aj^u- 


4arte  en'  las  guerras  que  biciese 
contra  los  moros,  pero  que  ai  lle- 
vaba intenciones  contra  el  niño 
Alfonso,'  no  solo  no  le  recibíHao^ 
si  naque  serian  sus  enemigos  mas 
declarados.  Indignó  al  aragooéi 
contestación  tan  resuelta  e  ines- 
perada) y  juró  vengarse»  A  poco 
de  baber  sido  entrado  el  tierno 
nieto  de  Alfonso  V[  en  Avila,  don- 
de fué  alzado  y  reconocido  por 
rey,  acampó  Alfonso  de  Aragón 
con  su  ejército  al  Oriente  del^ 
ciudad.  Desde  allí  despachó  un 
mensage  á  Blasoo  Jimeno*  dicien- 
do que  si  era  cierto  qpe  había 
muerto  el  nuevo  rey  de  Gaatillt 
(pues  se  había  divulgado  esta  voz) 
le  recibiesen  á  él,  prometiendo 
otorgar  mil  privilegios  y  merce- 
des al  concejo  y  vecinos  de  la 
oittdad;  y  si  fuese  vivo  se  le  mos- 
trasen, empeñando  su  fe  y  pNsla- 
bra  real  de  gao  una  vei  eatisfo- 
cho  de  que  vivía,  alaría  ei  can,. 


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PARTB  II.  LIBIO  lU  .  499 

Desventurada  suerte  hubiera  sido  ia  de  .Castilla • 
devorada  por  las  discordias,  si  los  musulmanes 
hubieran  conÜDuado  haciendo  en  ella  sus  terribles 
irrupciones.  Mas  por  fortuna  suya  limitáronse  desde 
1 1 H  á  rápidas  y  pasagera»  entradas,  gracias  á  que 
el  rey  de  Aragón  los  traia  por  allá  entretenidos  y  no 
poco  maltratados.  Porque  este  monarca,  desde  que 
desechado  por  los  castellanos,  lanzado  de  Burgos  y 


DO  y  se  retiraría  á  Aragón.  Con- 
icKBfo  Blasco  Jiineoo  que  el  rev  de 
Castilla,  su  señor,  se  Dallaba  den- 
tro sano  y  baeino,  y  iodos  ios  ca- 
balleros y  fecinos  do  Avila  dis- 
puestos a  defbnderle  yá  morir 
por  él.  Respecto  al  otro  estremo, 
después  de  consultado  y  tratado 
el  punto,  se  contino  en  satisfacer 
al  rey  de  Aragón  bajo  las  condi- 
ciones siguientes:  que  el  eragenétf 
entrarla  en  la  ciudad  aooinpaMh- 
do  solo  de  s^is  caballeros,  todos 
desarmados,  para  ver  por ,  sus 
propios  ojos  «1  nue?o  soberano  do 
Castilla,  y  loa  de  Avila  por  su  par- 
te darían  en  reboñes  nido  Aragón 
sesenta  personas  de  las  principa- 
les bmiJias,  que  quedanan  rete- 
nidas en  su  campo  mientras  se  ve- 
rificaba la  visita,  después  de  lo 
cual  se  obligaba^  <«M>peoa  de  per- 
juró y  fementido,»  é  devolverlas 
sin  lesión  ni  agravio*  Hecho  por 
an^bas  partes  juramento  de  ciwiü- 
plir  lo  pactado,  el  rey  de  Ara^oa 
se  acercó  al  muro  y  puerta  de  le 
ciudad  con  sus  seis  caballeros,  y 
de  ella  salieron  los  rebooes  par^ 
et  campamento  aragonés*  Reci- 
bido el  de  Aragop  por  Blasco  Ji- 
meno  y  varios  otros  nobles  de 
Avila,  tyo  creo,  buen  Blasco,  le 
dijo,  que  en  verdad  vuestro  rey 
es  vivo  y  sano,  y  asi  no  es  menes- 


ter aue  yo  entre  en  la  ciudad,  y 
me  bastará  y  daré  por  satisfecho 
con  que  me  le  mostréis  aqni  á  la 

Suerte,  ó  aunque  sea  en  lo  alto 
el  muro.»  Recelando,  no  obs- 
tante, los  de  Avila  sí  tan  genero- 
sas palabras  encerrarían  alguna 
traición,  subieron  al  niño  rey  al 
cimborio  de  la  iglesia,  que  está 
junto  á  la  puerta,  y  desde^allí  se 
le  mostraron.  Hlzole  el  de  Aragón  • 
desde  su  caballo  una  muy  urbana 
cortesía,  á  que  contestó  el  tierno 
príncipe  con  otra,  y  satisfecho  al 
parecer  el  aragonés  se  volvió  á 
su  campo  sin  permitir  que  de  la 
ciudad  fe  acompañara  nadie. 

Tan  pronto  como  llegó  á  sus 
reales,  mandó  á  sos  gentes  que 
allí  mismo  ó  su  presencia  degolla- 
ran todos  los  rehenes,  como  asi  se 
ejecutó,  llegando  su  ferocidad  al 
estremo  de  nacer  hervir  y  cocer 
en  calderas  las  cabezas  de  aque- 
llos nobles  é  inocentes  ciudada- 
nos, de  lo  cual,  dice  la  traiiícíon^. 
le  quedó  á  aquel  lugar  el  nombré 
de  loa  Fwiíeictai,  A  la  nueva  de 
tan  horrorosa  y  aleve  ejecución, 
todos  los  abuleoses  ardían  en  de- 
seos de  tomar  venganza;  pero 
encargóse  de  ella  el  mismo  Blasco 
limeño,  que  salió  á  retar  perso- 
nalmente al  rey  de  Aragón,  al 
cual  alcahzó^  cerca  de  Ontiveros, 


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500 


UlSTOaiA  DK  B9PAMA. 


declarada  soiemoemente  la  nulidad  de  su  malrimonio 
coQ  dofia  Urraca,  se  retiró  á  sus  estados,  si  bien  no 
renunció  á  sus  pretensiones  sobre  Castilla  y  dejó  eo 
varias  de  sus  plazas  guarniciones  aragonesas  para  te- 
nerla siempre  en  respeto  y  poder  hacer  la  guerra  ó 
por  sí  ó  por  sus  capitanes,  dedicóse  desde  entonces  á 
guerrear  activamente  contra  los  moros  fronterizos  de 
sus  dominios,  que  ojalá  á  esto  se  hubiera  concretado 
siempre  para  gloria  suya  y  bien  de  toda  España.  Des-» 


-tnarcbando  con  sa  hueste  camino 
de  Zamora.  Htzole  detener  el  de 
Avila  RO  pretesto  de  ser  portador 
de  una  embajada  de  su  concejo, 
y  cuando  se  vio  enfrente  del  rey, 
con  entera  voz  y  severo  continen- . 
te  le  echó  en  cara  su  felonía, 
y  concluyó  diciendo:  «E  como 
cmal  alevoso  é  perjuro,  non  mo- 
«recedor  de  haber  corona  ó  nom- 
rbre  de  rey,  non  cumpliste  lo  ju- 
«rado,  antes  como  alevoso  matas- 
ctea  los  nobles  de  los  rehenes, 
«que  fiados  de  vuestra  palabra 
«ó  juramento  eran  en  el  vuestro 
«poderlo.  E  por  lo  tal  vos  repto 
«en  nombre  del  concejo  de  Avila, 
«é  digo  que  vos  f.iré  conocer  den- 
«tro  de  una  estacada  ser  alevoso, 
«é  traidor,  é  perjuro.»»  El  rey  en- 
cendido en  cólera,  mandó  á  gran- 
des voces  á  los  suyos  que  casti- 
garen el  desacato  y  osadía  de 
aquel  hombre,  y  que  le  hicieran 
pedazos.  Reliáronse  sobre  él  ios 
de  la  comitiva  del  rey,  defendióse 
Blasco  valecosamento,  roas  los  ba- 
llesteros le  arrojaron  tantas  lanzas 
y  dardos,  que  al  fin  cayó  muerto 
después  de  haber  herido  él  á  mu- 
chos. En  el  sitio  donde  esto  acae- 
ció se  puso  una  piedra  que  llama- 
ron eí  Hito  del  reptOy  y  alli  se  eri- 
gió una  eroñta,  donde  dicen  está 


sepultado  Blasco  Jimeno.  En  pre- 
mio de  tan  insigne  lealtad  conce- 
dió el  rey  don  Alfonso  Vil.  á  la 
ciudad  de  Avila  grandes  exencio- 
nes y  privilegios,  y  les  dio  por 
armas  un  escudo  en  qae  se  vé  un' 
rey  asomado  á  una  almena.-rSaiH 
doval.  Cinco  reyes.^yil  Goaza» 
lez  Dávila  eif  su  Monarquía  de 
España,  tom.  1.  líb.  2.,  hace  ana 
referencia,  aunque  ligera  y  rápi- 
da, de  esto  hecho.  No  sabemos  da 
donde  lo  hayan  podido  tomar,  ni 
comprendemos  como  pudiera  acae- 
cer en  la  época  que  Sandoval  de- 
termina, que  fue  después  de  '  la 
batalla  de  Villadangos,,caando  el 
niño  Alfonso  fué  llevado  f^or  el 
obispo  Geimirez  al  castillo  de  Or- 
cíllon,  ni  entendemos  cómo  aa 
madre  y  el  prelado  pudieron  de- 
iar  allí  al  tierno  principe,  contra 
10  que  insinúan  las  crónicas  mas 
antiguas,  ni  cómo  ni  con  qoé  ob- 
jeto pudieron  traerle  entences  loa 
castellanos  á  Simancas  y  á  Avila, 
ni  cómo  pudo  estar  el  de  Aragón 
en  Avila  cuando  todos  lo  suponen 
sitiando  á  Astorga.  Dejamos  todo 
esto  á  cargo  del  prelado  historia- 
dor, ya  que  no  nos  espresa  ni  las 
crónicas  ni  los  monumentos  de 
donde  haya  podido  sacarlo. 


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PARTE  II.   UBEO  II.  501 

de  entonces  comenzó  á  aparecer  Alfonso  I.  de  Ara  gon 
príncipe  ilustre  y  guerrero  hazañoso  y  grande.  Mos- 
tróse otro  hombre  el  aragonés  desde  que  suspendió 
por  lo  menos,  ya  que'no  renunciara  á  so  porfia  y  ter- 
quedad de  dominar  en  Castilla,  y  bien  le  indicaron 
losr sucesos  que  no  era  el  pelear  con  cristianos  sino 
con  moros  la  empresa  áque  estaba  llamado. 

Ya  antes  habia  hecho  probar  á  los  sarracenos  el 
vigor  de  su  corazón,  la  fuerza  de  su  brazo,  el  temple 
de  sus  armas  y  el  brío  de  las  tropas  aragonesas.  Ha- 
bíalesganado  á  Ejea,  á  cuyos  pobladores  otorgógrandes 
franquicias,  y  denominó  de  los  Caballeros  en  honor 
de  los  queá  conquistarla  le  ayudaron;  Tauste,  sobre  las 
riberas  del  Ebró,  en  cuyo  triunfo  debió  mucho  á  la  va- 
lentía y  esfuerzo  del  intrépido  don  Bacalla;  Castellar, 
en  que  tuvo  presa  á  la  reina  de^Caslilla,  y  en  que  pu. 
so  una  guarnición  de  aquellos  terribles  Almogávares, 
que  tan  formidables  se  hicieron  á  los  moros  ^*);  y  por 
último  Tudela,  á  las  márgenes  del  Ebro,  donde  pere- 
ció el  rey  de  Zaragoza  Almostain  Abu  Giafar,  aquel 
célebre  emir  que  hasta  entonces  habia  sabido  mante- 
nerse independiente  entre  ios  cristianos  y  los  Almora- 

(i)    Bran  los  Almogávares  una  solo  de  io  qu6  cogían  ^  los  caro- 

iro|rá  ó  espeoíede  milicia  franca  pos  ó  arrebataban  á  los  enerDigos. 

Saese  formó  de  los  montañeses  Iban  vestidos  de  pieles,  calzabaa 

e  Navarra  y  Aragón,  gente  ro-  abarcas  de  cuero,  y  en  la  cabeza 

basta,  feroz,  acostumbrada  á  la  llevaban  una  red  de  bierro  á  mo- 

fatiga  y  á  las    privacioues,  que  do  de  casco:  sus  armas  eran  es- 

.  mandados  por  sus  propios  candi-  '  pada,  cbuzo  y  tres  ó  cuatro^  vena- 

líos  hacían    incesantes  correrías  bios:  llevaban  consigo  sus  hijos  y 

por  las  tierras  de  tos  moros  cuan-  mugeros  para  que  fuesen  testij^QS 

do  no  servían  á  sus  reyes,  viviendo  do  su  gloria  ó  de  su  afrenta^ 


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I 


solí  HISTORIA   DB  BSPAÜA.     , 

vides.  El  árabe  Abdallah  ben  Aita  que  se  halló  pre- 
leote  en  la  batalla  de  lúdela  coa  el  sabio  Asafir,  la 
caenta  de  este  modo.  «El  virtuoso  y  esforzado  rey  de 
Zaragoza  Abu  Giafar  Almostain  Billah  salió  contra  los 
cristianos  que  tenian  puesto  cerco  á  Tudila,  y  con  es- 
cogida caballería  fué  á  socorrer  á  los  suyos....  y  pe* 
loando  el  rey  Abu  Giafar  valerosamente  por  su  perso- 
na^ le  pasafon  el  pecho  de  una  lanzada  y  cayó  muer- 
to de  su  caballo.  Con  esto  tos  muslimes  cedieron  el 

campo,  y  la  ciudad  fué  entrada  por  los  cristianos 

Llevaron  los  musulmanes  el  cuerpo  de  su  rey  á  Za- 
ragoza y  le  enterraron  con  sus  propias  vestiduras  y 
armas....  y  luego  fué  en  ella  proclamado  su  hijo  Ab- 
delmelik,  llamado  Amad-Dola,  que  yá  habia  dado 
iñdestras  de  su  valor  en  la  jbatalla  de  Huesca  y  en  las 
algaras  de  Tauste  y  de  Lérida  ^^'.)»  La  ciudad  con- 
quistada se  dio  en  feudo  de  honor  al  conde  de  Alper-^ 
che,  á  quien  principalmente  se  debió  la  victoria;  se* 
ñaláronse  á  sus  moradores  grandes  términos,  y  se  les 
concedió  que  fuesen  juzgados  por  el  antiguo  Fuero  de 
Sobrarbe. 

Pero  el  gran  pensamiento  del  monarca  aragon^, 
el  proyecto  que  ocupaba  su  ánimo  desde  que  ciñó  la 
corona  de  sus  mayores,  y  de  que  le  tuvieron  dístrai- 
do  sus  campañas  de  Castilla,  era  la  conquista  de  Za- 

(4)    Conde,  part.  IIL  c.  S5.-^  que  haIYamos  mas  conforme  á  la 

Pero  el  autor  árabe  flupooe  la  con-  marcha  de  las  operaciones  do  Al- 

buislade  Tudelaen  1440.  Zarita  fonso^ 
(Anal.  c.  tí)  la  bace  en  4144,  )o 


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'   ráBTi  II.  Llll«o^  n*  SOS 

ragoza.  I^ra  preparar  su  grande  enopresa  comenzó 
una  activa  persecución  contra  los  reyes  y  caudillo» 
moros  de  Zaragoza  ,  de  Lérida,  de  ^Fraga,  y  contra 
los  fronteros  de  Valenci»  y  otros  comarcanos.  La  fama 
de  SQ9  proezas  volaba  por  todas  partes.  Un  ilustre 
f^incipe  estrangero  vino  en  1116  á  aumentar  el  ea^ 
ploqdor  de  so  ya  brillante  corte  y  comitiva,  y  á  acre» 
eer  los  términos  de  sus  estados  ^*K  Fué  este  el  distin- 
guido don  Beltran  de  Tolosa,  hijo  del  conde  don  Ra- 
món de  Tolosaque  casó  con  doña  Elvira,  bija  de  Al- 
fonso VL  dé  Castilla.  Era  de  consiguiente  don  Del- 
iran deudo  del  mismo  rey  de  Aragón <.  Habíase  distin- 
guidasu  padre  y  ganado  gran  prez  en  las  guerras^de 
la  Tierra  Santa,  y  el  misma  don  Beltmn  eon  retenta 
galeras  genovesas  y  con  ayuda  del  rey  de  Jerusalen, 
habiaconqoistadoá  Trípoli,  y  béchose  señor  de  aquella 
ciudad.  Esté  valeroso  príncipe  vino  á  haeerse  vasallo 
del  rey  de  Aragón ,  y  á  ofrecerle  no  soto  el  condado 
de  Tolosa»  sino  ios  señoríos  de  Rodes,  Narbona,  Car- 
casona,  oon  otros  honores  pertenecientes  al  condado. 
Don  Alfonso  dejó  todos  estos  estados  al  conde  don 
Beliran  para  que  los  poseyese  á  título  de  feudo  y  con 
reconocímieato  de  vasallage.  Asi  iban  engrandecrén- 
dose  tos  limites  del  reino  de  Aragón ,  parte  por  tos 

(4)    L06  principales  caballeros  rvs,  Anger  de  Miramoot,  AroAldo 

'  estraogeros  que  le  acompañabao  de  Cabadaov  coa  otroa  nobles  de 

eran  (ademas  de  Rotroo,  conde  Bearne   y  de  Gascuña.  Agregá- 

de  Alpercbe):  Gastón  de  Bearne,  baose  ¿  estos  los  ricos  boBibres 

el  conde  CentuUo  de  Bigorra,  el  de  Aragón  y  de  Navana  en  gran 

conde  de  Gominges,  el  vizconde  nómere. 
de  Gabartet,  el  obispo  de  Lasca- 


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M%  HISTORIA    DB  BSPAAa.    ' 

triunfos  de  las  armas^  parle  por  resaltado  de  la  gran 
ÜLíoa  y  reputaeioQ  de  su  valeroso  príncipe. 

Zaragoza  se  hallaba  ya  cercada  en  estetismo  año 
de  1116,  con  cuya  noticia  el  emperador  de  los  Almo- 
ravidesi  Alí,  envió  desdeGranada  en  su  socorro  un  cre- 
cido número  de  tropas  de  caballería  al  mando  de  Aba 
Mohamed  Abdallah,  que  obligaron  á  Alfonso  á  levan- 
tar el  cerco.  Pero  sucedió  que  desconfiando  el  rey  de 
Zaragoza,  Amad-Dola,()el  caudillo  de  los  Almoravi-- 
des,  se  salió  déla  ciudad  con  su  familia  y  tomó  el  par- 
tido de  ofrecer  á  los  cristianos  su  alianza  y  amistad 
contra  los  moros  de  África.  Gran  arrimo Xué  este  para 
el  rey  de  Aragón*  Disgustados  los  zaragozanos  con 
esta  alianza  llamaron  al  walí  de  Valencia,  Temim,  her- 
mano de  Al(,  y  toda  la  comarca  se  declaró  por  los 
Almorávides.  Las  tropas  africanas  de  Andalucía  vinie- 
ron en  socorro  de  la  siempre  amenazada  Zaragoza: 
mandábalas  el  valiente  Temim ,  y  llevaba  consigo  los 
mejores  gefes  almorávides  y  lamtuoas:  inútil  fué  to- 
da esta  afluencia  de  guerreros,  mahometanos;  Alfonso 
los  fué  derrotando  en  multitud  de  batallas,  que  fuera 
largo  enumerar,  y  que  justificaron  bien  el  dictado  de 
Batallador  con  que  se  le  apellida.  Engreido  óon  estos 
triunfos,  despreció  ya  Alfonso  la  alianza  y  amistad  de 
Amad-Dola,  y  le  exigió  que  le  entregase  la  ciudad. 
Vióse  Amad'Dola  mas  comprometido  de  le  que  espe- 
raba, y  no  sabiendo  qué  partido  tomar,  sedecídió  por 
fortificar  y  defender  á  Zaragoza^ 


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rjjín  II.  UBEO  II.  506 

Reanióse  entonces  toda  la  gente  de  armas  do  los 
cristianos,  y  en  el  mes  de  mayo  de  4 1 4  8  se  puso  e? 
movimiento  an'  numeroso  ejército  de  francos  y  aragb- 
neses,  qtie  fueron  tomando  á  Aimudevar,  Saríñena, 
Gurrea  y  otros  pueblos,  y  pasadas  las  riberas  del  Ebró 
y  del  Gallego  avanzaron  sobre  Zaragoza.  A  los  ocho 
dias  eran  ya  dueños  de  las  aldeas  del  contorno  y  aun 
dé  los  arrabales  que  habia  fuera  de  muros.  Acudió  el 
rey  en  el  mismo  mea  de  mayo  con  sus  ricos*hombres 
y  toda  su  gente  de  guerra,  y  comenzó  á  apretar  el 
cerco  tK>n  mayor  actividad.  Defendíanse  los  de  dentro 
con  desesperado  brío;  y  como  hubiese  pasado  el  mes 
'de  junio  sin  poder  rendir  la  plaza,  desconfiados  ya 
los  franceses  de  poderla  tomar,  y  por  otra  parte  nada 
lisonjeados  por  el  rey,  según  ellos  escriben,  volvié- 
ronse á  Fcancia  sin  que^el  rey  hiciera  la  menor  de- 
mostración de  estorbárselo,  quedando  solo  los  condes 
y  vizcondes.  El  aragonés  perseveró  con  su  gente  en 
el  cerco,  estrechándole  mas  cada  dia,  y  combatiendo 
la  ciudad  con  máquinas  y  torres  de  madera.  Faltáron- 
les á  los  sitiados  los  víveres;  perecían  ya  de  hambre  y 
cansábanse  de  esperar  socorro,   y  como  dice  uno  de 
sus  historiadores,  «ya  no  le  aguardaban  sino  del  cie- 
lo.» Alfonso  les  ofreció  seguridad  én  sus  vidas  y  ha- 
ciendas, y  que  podrían  morar  libremente  en  la  ciu- 
dad ó  donde  quisiesen;  con  cuyas  condiciones  entre- 
garon lap]a2a,  y  entró  en  ella  triunfante  e(  Batalla- 
dor,  y  se  alojó  en  el  palacio  real  que  llamaban  la 


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Azuda,  jauto  ¿  la  puerta  de  Toledo*  Muchos  nobies^ 
muslimes  pasaroa  á  Valeacia;  Amad^Dola  se  relír6 
GOD  (oda  su  fomilia  á  la  fortaleza  de  Rota  *l*Yahad. 
Asi  se  recuperó  para  el'  cristiano  la  astígoa  y 
famosa  .César  Augusta  de  los  romanos»  la  ciudad  de 
mas  consideración  que  conservaban  ahora  loe  sarra* 
ceños  en  el  centro  de  España,  y  que  habian  poseída 
sin  interrupción  cuatrocientos  años  cumplidos*  Terri- 
ble golpe  fué  este  para  los  musulmanes,  tanto  coma 
de  gloria  y  prez  para  el  monarca  cristiana  de  Aragón. 
El  cu«l  en  remuneración  al  señalado  esfuerzo  y  comK 
tancia  que  en  esta  empresa  babia  mostrado  el  conde 
Gastón  de  Bearne,,le  hizo  merced  de  la  parte  de  la 
ciudad  que  habitaban  los  mozárabes,  que  eran  ciertos 
barrios  de  la  parroquia  de  Santa  María  la  Mayor,  pa- 
ra que  los  tuviese  en  feudo  de  honor,  y  asLse  tnstitu-- 
laba  señor  de  la  ciudad  de  Zaragoza,  como  era  C06«- 
tombre.  Al  conde  de  Alperche  le  dio  otro  barrio  y 
parte  de  la  ciudad  que  está  entre  la  iglesia  mayor  y 
San  Nicolás.  A  los  pobladores  y  vecinos  concedió 
grandes  privilegios  é  inmunidades,  entre  ellos  ía 
exención  de  tributos,  declarándolos  infanzones^  y  do- 
tándolos de  otras  franquicias  que  explanaremos  en 
otro  lugar.  La  mezquita  mayor  fué  convertida  en  ba- 
sílica cristiana,  y  nombrado  su  primer  obispo  el  ve- 
nerable varón  don  Pedro  Librana,*á  qnien  consagró 
el  papa  Gelasio  II.  ^K 

(O   conde,  cap.  2l.^Zunta>  cap.  44. 


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rAETB  II.  LIBIO  II.  607 

I  Uftino  el  rey  don  Alfonso  cod  tan  señalada  con* 

i  quista,  y  conociendo  la  importancia  de  aprovechar  el 

I  desánimo  y  terror  de  los  mahometanos,  juntó  de  nue« 

I  vo  sus  tropas,  y  dirigiéndose  hacia  el  Moncayo  tomó 

I  varios  lugares  de  las  riberas  del  Ebro;  ganó  á  Tara- 

i  zona,  donde  restableció  su  antigua  silla  episcopal;  y 

I  Borja,  Álagon,  Mallen,  Hagallon,  Epila  y  otros  pue- 

i  bios  de  aquella  comarca,  pasaron  en  aquella  expedi- 

r  cion  al  dominio  de  las  armas  aragonesas.  Encaminóse 

I  luego  hacia  Calatayud,  ciudad  importante  por  hacer 

I  frontera  de  los  reinos  de  Aragón  y  Castilla.  Rindióse 

I  también  Calatayud  á  las  triunfantes  armas  del  rey 

f  Alfonso  (H  20),  que  doló  á  sus  nuevos  pobladores  de 

I  fueros  y  leyes  para  su  gobierno,  y  fuéronse  entregan^ 

I  doBubíerca,  Albama,-Aríza  y  otros  muchos  lugares 

^  de  la  comarca  que  riega  el  Jalón.  Púsose  después  so- 

^  bre  Daroca,  lugar  fortfsimo  entonces,  y  como  la  llave 

para  el  reino  de  Valencia  y  tierras  de  Cuenca  y  de 

Molina.  El  africano  Temim,  un  tanto  recobrado  de  sus 

,  anteriores  derrotas,  habia  enviado  contra  Alfonso  una 

florida  hueste  de  infantería  y  caballería.  Encontróse 

el  ejército  moro  con  el  aragonés  en  un  pueblo  cerca 

de  Daroca  llamado  Cutanda;  trabóse  allí  una  reñida 

pelea,  en  que  los  cristianos  dejaron  tendidos  en  el 

campo  á  veinte  mil  voluntarios  muslimes,  sin  expe- 

^  rimentar  por  su  parte  pérdida  alguna:  triunfa  que 

por  extraordinario  nos  parecería  increible,  si  no  hu*^ 

biéramos  lomado  esta  noticia  de  los  mismos  historia^ 


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508  HlflTOftlA  DB  BSPAÜA. 

dores  árabes.  Murieron «  dicen  estos  mismos,  en  esta 
terrible   batalla   Abu  Bekr  bea  Alari,  %el  alfaqui 
Ahmed  bea  Ibrabim,  y  otros  caudillos  y  personas  de 
cueuta;  el  resto  del  ejército  huyó  desbaratado  á  Va- 
lencia ^*K  El  rey  don  Alfonso  escogió  un  lugar  en  las 
fuentes  del  rio  Jíloca,  que  hizo  poblar  y  fortificar, 
por  ser  sitio  á  propósito  para  enfrenar  las  correrías  y 
'  cabalgadas  de  los  moros  de  Valencia  y  Murcia,  al  que 
puso  por  nombre  Monreal,   y  fué  de  gran  servido 
para  la  defensa  y  conservación  de  sus  dominios  por 
aquella  parte. 

,  El  genio  emprendedor  de  Alfonso  no  se  satisfacía 
con  ir  dando  tan  buena  cuenta  del  emirato  de  Zara- 
goza» ni  se  contentaba  con  ensanchar  sus  estados  por 
las  fronteras  de  Valencia  y  de  Castilla..  En  1 122  vio- 
sele  atravesar  el  Pirineo  y  penetrar  en  la  Gascuña 
francesa,  sin  que  las  memorias  antiguas  nos  expliquen 
la  verdadera  causa  de  esta  expedición  extraordinaria.- 
tal  vez  quisiera  resucitar  antiguas  pretensiones  de  los 
reyes  de  Aragón  á  aquellos  estados.  Ello*  es  que  el 
conde  Centullo  de  Bigorra,  uno  de  los  que  se  hablan 
retirado  del  sitio  de  Zaragoza,  presentósele  á  rendir- 
le pleito-homenage  y  á  dársele  por  vasallo,  prome* 
tiéndole  tener  en  sü  nombre  aquel  pais,  y  cuanto  en 
adelante  pudiese  conquistar.  Entonces  el  rey  de  Ara- 

(4)    Zarita  y  los  historiadores  qaista   de  Zaragoza.  Los  Anales 

modernos  de  Aragón  ponen  equi-  Toledanos  ooncaerdan  cqd  et  bis- 

'  Tocadamente  la  victoria  de  Cu-  toriador  árabe, 
tanda  en  el  mismo  año  de  la  con- 


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PABTB  II.  UBAO  II.  609 

gOD  quiso  pagar,  ó  su  hamillacion  ó  su  generosidad , 
haciéodole  merced  de  la  villa  de  Roda  alas  riberas  del 
Jalón,  de  la  mitad  de  Tarazona  con  su  término,  de 
Santa  María  de  Albarracin  con  su  territorio,  cuando  la 
ganase  de  los  moros,  con  otras  rentas  y  heredamien- 
tos ouanto  bastaje  para  el  mantenimiento  de  doscien- 
tos caballeros  que  babian  de  servir  en  la  guerra,  con 
dos  mil  sueldos  ademas  de  moneda  jaquesa  en.  cada 
un  año.  Ya  antes  hemos  visto  empleado  por  el  rey  don 
Alfonso  este  mismo  sistema  de  recompensas,  que  lla- 
maremos honores  ó  feudos,  especialmente  con  los  con- 
des francos  que  ó  le  rendían  vasallage  ó  le  auxiliaban 
en  la  guerra. 

Infotigable  don  Alfonso,  y  no  pudiendo  tener  ocio- 
sa su  espada,  todos  los  paises  hallaba  buenos  para 
guerrear  contra  los  infieles.  Asi  de  vuelta  de  su  espe- 
dicion  á  Gascuña  entró  talando  y  destruyendo  las  ve- 
gas y  campos  que  los  moros  tenian  á  las  riberas  del 
^gre  y  del  Cinca.  Ganó  á  orillas  de  este  último  rio 
el  pueblo  y  castillo  de  Alcoléa,  cuyo  señorío  dio  á  uno 
de  sus  ricos  -hombres  por  servicios  que  le  habia  pres- 
tado; batió  después  en  muchos  reencuentros  á  los 
moros  de  Lérida  y  Fraga;  entróse  por  el  reino  de  Va- 
lencia^ quemando  campiñas  y  demoliendo  las  forta- 
lezas y  lugares  que  querían  defenderse;  avanzó  de 
la  otra  parte  del  Júcar;  taló  la  vega  de  Denia;  prosi- 
guió por  el  reino  de  Murcia  camino  de  Almería,  y 
asentó  sus  reales  sobre  Alcaráz  al  pie  de  una  món- 


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540  HI8TOEU^0S  iSFAltA. 

tana.  Paro  no  se  detiene  aquí  el  torrente.  Los  mozá^ 
rabes  de  Andaltícfa,  noticiosos  de  las  proezas  del 
aragonés,  han  reclamado  secretamente  su  socorro*    y 
excitádole  á  que  invada  el  territorio  andaluz,  ofre* 
ciéndole  incorporarse  á  sus  banderas.  Esperante  como 
al  gran  libertador  de  los  cristianos,  y  Alfonso  aranza 
intrépidamente  con  una  hueste  de  escogidos  guerre- ' 
ros,  y  el  estandarte  de  Aragón  se  ve  ondear  en   la 
fértil  vega  de  Granada  y  en  la^  risueñas  márgenes 
del  Genil  (14  25).  Acude  la  población  mozárabe  á  en- 
grosar las  filas  de  sus  hermanos;  tien^blan  los  musul- 
manes granadinos,  á  quienes   gobernaba  entonces 
Temim,  el  hermano  del  emperador,  y  rezan  la  azala 
del  miedo  ^^K  Amenaza  la  hueste  cristiana  á  la  ciudad, 
pero  las  nieves  y  las  lluvias  vienen  á  contrariar  los 
esfuerzos  de  Alfonso»  que  por  espacio  de  diez  y  siete 
días  que  tiene  que  luchar  contra  los  elementos  mas  que 
contra  los  enemigos";  al  cabo  de  los  cuales  se  decide 
á  levantar  el  campo  y  se  pone  en  marcha,  no  en  re- 
tirada hacia  Aragón,  sino  avanzando  hacia  el  mar. 
Franquea  audazmente  los  difíciles  pasos  de  la  Al- 
pujarra ,  cubiertos  desnieve,  llega  á  Motril,  des-* 
cubre  la  bella  y  templada  campiña  de  Velez  Má- 
laga, gana  la  playa  de  aquel  mar  que  tanto  ansiaba 
ver,  y  tomando  una  barquilla  penetra  en  aquellas 


(I)    La  oración  gao  rezaban  en   asisüeiida  á  ba  mezquilaa  con  ar- 
los trances  aparados,  abreviando    mas.  Condoy  c.  29. 


laa^postraoiones  y  eeromontat,  y 


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PABn  II.  UBBO  it.  SI  4 

das  que  bañan  las  dos  cosías  española  y  africana  <*K 
Salisfecfao  con  haberse  dado  este  placer,  retro- 
cede casi  por  los  fnismos  paisas,  atraviesa  hondos  va- 
lles y  empinados  riscos;  desde  las  cumbres  da  Sierra 
Nevada  dirige  una  mirada  hacia  las  lejanas  costas  del 
continente  africano,  desenvuélvese  á  costa  de  mil  di- 
ficaltades  de  los  embarazos  que  á  su  marcha  oponen, 
ya  las  nieves,  ya  las  bandadas  de  musulmanes  que 
por  todas  partes  le  cercan  y  acosan;  á  la  ida  y  á  la 
vuelta  no  han  ceéado  de  molestarle  los  sarracenos; 
algunos  valientes  ha  perdido,  la  fatiga  y  los  combates 
han  diezmado  sos  filas,  pero  él  ha  logrado  triunfar 
hasta  de  once  régulos  mahometanos,  y  por  último, 
después  de  mil  riesgos  y  cualidades  logra  el  audaz 
aragonés  volver  á  las  tierras  de  sus  dominios,  seguido 
de  mas  dé  diez  mil  mozárabes  andaluces  á  quienes 
proporciona  una  nueva  patria,  y  con  indecible  con-^ 
tentó  de  los  cristianos  aragoneses  que  con  razón  tem- 
blaban por  la  suerte  de  sus  hermanos'y  por  la  vida 
de  su  rey  (4426). 

Tal  fué  la  famosa  y  arriesgada  expedición  de  Al- 
fonso el  Batallador,  una  de  las  mas  atrevidas  de  que 
hacen  mención  las  historias,  y  que  si  no  dio  por  fruto 
ninguna  ocupación  sólida  de  ciudades  y'  territorios 
enemigos,  fué  de  uo  efecto  moral  inmenso,  descon- 


(4)  Al  decir  de  los  árabes  de  hubiese  hecho  para  cuando  llegase 
Conde»  cogió  por  si  mismo  un  pee-  é  aquella  playa,  ó  por  el  orgullo 
cado,  ó  por  cumplir  un  yoto  que    de  oonkirlo  en  Zaragoza. 


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512  HUTOBU   DB    BSPAHa« 

certó  á  los  ¡afieles»  hízoles  ver  á  dónde  llegaba  el  va- 
lor y  la  intrepidez  de  un  monarca  cristiano,  libertó 
millares  de  familias  mozárabes  y  dejó  sembrada  la 
desconfianza  entre  los  infieles  y  los  cristianos  qae 
antes  les  hablan  estado  sumisos.  Lo  peor  fué  para  los 
que  tuvieron  la  desgracia  de  no  poder  seguir  sos  ban- 
deras ,  pues  recelosos  ya  los  musuímanes,  y  con  el 
fin  de  prevenir  nuevas  defecciones,  tomaron  la  dará 
medida  de  trasportar  multitud  de  mozárabes  anda- 
luces al  suelo  africano,  donde  los  mas  murieron  víc- 
timas de  la  miseria  y  de  los  malos  tratamientos  ^^K 

La  muerte  de  la  reina  doña  Urraca  de  Castilla, 
acaecida  en  1126,  y  la  proclamación  solemne  de  su 
hijo  don  Alfonso  Raimundez  en  León  bajo  el  nombre 
de  Alfonso  VII.,  convirtió  de  nuevo  la  atención  y  las 
miras  del  monarca  aragonés  hacia  aquella  Castilla  en 
otro  tiempo  por  él  tan  codiciada,  y  á  lo  que  parece 
no  olvidada  nunc^.  Pero  la  posición  de  este  reino  va- 
riaba de  todo  punto  con  la  elevación  del  hijo  de  dona 
Urraca.  Al  desconcepto  en  que  la  veleidad  y  la  poco 
asentada  conducta  de  la  madre  la  hablan  colocado, 
sustituía  el  universal  contentamiento  y  beneplácito  con 
que  los  magnates  castellanos  y  ios  nobles  leoíieses  re- 
cibían y  aclamaban  al  hijo ,  iris  de  paz  y  anuncio  de 

t4)    LoB  porDÍenores  de  esta  fa-  go  diferentes  de  las  de  los  árabes 

mosa  algara  del  Batallador  se  bar  de  Conde.  Algunos  la  conCdoden 

lian  en  «1  cap.  S9,  pari.  HI.  de  con  la  que  poco  mas  adelante  hiio 

Conde.  Las  crónicas  cristianas  no  Alfonso  Vil.    de  Castilla  á  oiro 

bablan  de  ella:  Zorita  la  mencio-  punto  de  Andalucía, 
na,  aunque  con  circunstaDcias  al- 


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rABTB  II.  Lino  n.  513 

sosiego  después  de  tantas  y  tan  deshechas  borrascas. 
Las  ciudades  y  plazas  en  qoe  se  conservaban  gaar* 
ntciones  aragonesas  iban  sometiéndose  al  nuevo  sobe- 
rano, ó  eran  expulsados  por  los  habitantes  mismos 
de  las  poblaciones.  Mas  no  era  el  Batallador  hombre 
que  consintiera  verse  impánemente  despojado  de  lo 
que  todavía  4>retendia  pertenecerle.  Ambos  Alfonsos 
estaban  resueltos  á  sostener  lo  que  cada  cual  llamaba 
sos  derechos;  el  de  Castilla  con  el  ímpetu  y  ardor  de 
un  joven  ávido  de  gloría  y  convencido  de  asistirle  la 
justicia;  el  de  Aragón  con  la  confianza  y  el  orgullo 
de  un  conquistador'  avezado  á  las  lides  y  á  las  vic- 
torias, y  prevalido  del  ascendiente  que  creía  darle 
la  edad  y  los  títulos  de  antiguo  esposo  de  la  madre 
del  castellano:  ambos  junta  ron  y  prepararon  sus  hues- 
tes; el  de  Aragón,  fué  el  primero  que  rompió  portier- 
ras  de  Castilla  avanzado  hasta  el  valle  de  Támara 
(4  leguas  de  Patencia).  Encontráronse alli  los  dos  ejér- 
citos; mas  afortunadamente  cuando  amenazaban  á 
Castilla  nuevos  males  y  estragos,  cualquiera  qu^  hu- 
biese sido  el  vencedor,  ni  el  de  Aragón  se  atrevió  á 
atacar,  ni  el  conde  de  Lara  que  guiaba  la  vanguardia 
del  de  Castilla  mostró  deseo  de  pelear  con  los  arago- 
neses (que  no  era  el  de  Lara  afecto  á  su  nuevo  sobe- 
rano), y  como  interviniesen  ademas  los  prelados  de 
ambos  reinos  en  favor  de  la  paz,  concertóse  es- 
ta dejando  al  aragonés  regresar  libremente  á  sus 
estados»  y  obligándose  á  entregar  en  un  plazo  da- 
Tomo  iv.  33 


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514  HISTORIA  0B  BSPAÍA. 

do  las  plazas  que  auo  coDservab^  en  Castilla  (1 427). 
Ni  el  Batallador  se  mostró  escrupuloso  en  el  cum- 
plimiento de  las  condiciones  de  la  paz,  ni  dejó  por 
eso  de  devastar  el  pais  castellano  que  atravesó,  y  la  paz 
de  Támara  fué. mas  bien  una  mal  observada  tregua» 
puesto  que  á  los  dos  años  volvió  otra  vez  el  aragonesa 
inquietar  la  Castilla  poniéndose  con  su  ejército  sobre 
la  fortaleza  de  Morón.  Acudió  presurosamente  el  hijo 
de  doña  Urraca  á  la  cabeza  de  todos  sus  vasallos,  á 
escepcion  de  los  Laras  que  rehusaron  ya  seguirle,  y 
halláronse  otra  vez  castellanps  y  aragoneses  cerca  de 
Almazan  prontos  á  combatirse.  Pero  otra  vez  media* 
ron  los  prelados,  y  tampoco  fueron  infructuosas  sus 
pacíficas  amonestaciones  y  consejos.  El  de  Aragón 
quiso  que  se  guardara  consideración  á  su  edad ,  y 
que  la  propuesta  de  concordia  partiera  del  de  Casti- 
lla como  mas  joven  y  como  entenado  suyo  que  había 
sido.  Condescendió  el  castellano  con  un  deseo  que  le 
pareció  justo,  y  entonces  el  aragonés  mostróse  gene- 
roso diciendo:  «Gracias  á  Dios  que  ha  inspirado  ta! 
pensamiento  á  mi  hijo:  si  hubiera,  obrado  asi  antes, 
no  me  habría  tenido  por  enemigo:  ahora  ya  no  quiero 
conservar  nada  de  lo  que  le  pertenece.»  Y  ordenando 
que  le  fueran  restituidas  las  fortalezas  que  aun  rete- 
nía en  Castilla  (4129),  retiróse  á  Aragón,  «y  nunca 
«mas  entró  en  Castilla,  dice  el  cronista  obispo  de 
cPamplona,  si  bien  por  eso  no  faltaron^  guerras  y 
«muertes  entre  castellanos  y  aragoneses,  que  por  mu* 


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9ÁMJE  II.  UBEOIl.  545 

«chos  años  se  hicieron  todo  el  mal  y  daño  que  pu- 
«dieron  como  craeles  enemigos  ^^'.x> 

El  Batallador,  cuyo  genio  activo  no  podia  sufrir  el 
reposo,  sin  dejar  de  atender  al  gobierno  de  su  reino 
ocupóse  también  en  acabar  de  sujetar  las  comarcas  de 
Molina  y  Cuenca.  Con  esto  y  con  haber  dado  á  poblar 
á  los  condes  y  auxiliares  franceses  un  bbrrio  de  Pam- 
plona concediéndoles  los  mismos  fueros  que  á  los  mo- 
radores de  Jaca,  juntó  de  nuevo  síis  tropas  en  Navar- 
ra; franqueó  otra  vez  los  Pirineos,  y  puso  sitio  á  Ba- 
yona ^'^  no  sabemos  con  qué  título.  Acaso  le  movieron 
á  esta  nueva  empresa  agravios  que  el  conde  deBigor- 
ra  y  otros  sus  aliados  hubieran  recibido  del  duque  de 
Aquitania.  Ello  es  que  consiguió  enseñorearse  de  Ba- 
yona (1431).  Mas  como  la  ausencia  del  centro  de  su 
reino  realentára  á  los  mahometanos  de  Lérida »  Tor- 
tosa  y  Yalenciat  causando  algunos  descalabros  á  los 
aragoneses,  apresuróse  Alfonso  á  repasar  el  PirineOt 
y  otra  vez  los  escudos  dé  Aragón  volvíbron  á  reflejar 
en  las  aguas  del  Ebro,  del  Cinca  y  del  Segre.  Mequi- 
nenza,  importante  fortaleza  mahometana  situada  en 
los  confines  de  Cataluña,  se  rindió  al  Batallador  en 
junio  de  M  33.  Los  estandartes  aragoneses  fueron 
loego  paseados  por  las.  riberas  de  aquellos  ríos,  y 
por  último  acometió  don  Alfonso  la  difícil  empresa  de 

(I)    SandoT.  Gron.  do  Alfon-  error  de  Mariana,  qae  pone  esta 

fo  VI.— Son,  sin  embargo,  inexac-  paz  en  4  4  32 . 
taa  las  fechas  qoe  da  á  estos  snce-       (3)    No  á  Bárdeos^  eomo  dioe 

sos.— Aun  es  mas  manifiesto  el  erradamente  el  inglés  Oanham. 


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K4  6  UISTOAU  1}E  BSPAÜA* 

apoderarse  de  Fraga,  fuerte  por  su  natural  posición, 
en  estrecho  lugar  colocada  en  un  recuesto  de  tan  an- 
gosta subida  que  muy  pocos  bastaban  á  defenderla, 
cuanto  mas  que  todo  aquello  lo  tenían  los  moros 
grandemente  fortificado*  Asi  fué  que  por  dos  veces 
se  vio  obligado  don  Alfonso  á  levantar  sus  reales. 
Pero  esta  misma  resistencia  y  dificultad  le  empeñaba 
mas  y  mas  y  comprometía  á  no  cejar  en  su  empresa, 
y  juró  por  las  santas  reliquias  no  desistir  hasta  no 
verla  coronada  con  buen  éxito.  Asegárase  qoe  ya  los 
sitiados  se  allanaban  á  rendirse  por  capitulación,  y 
que  el  aragonés  desechó  con  indignación  su  oferta, 
agriado  con  la  anterior  tenacidad  de  los  moros.  En  - 
tonces  estos  se  pre,pararon  á  hacer  un  esfuerzo  de- 
sesperado, y  llamando  en  su  ayuda  con  instancia  á 
Aben  Ganya,  walí  de  Lérida,  y  acudiendo  estocaudi- 
lio  con  un  refuerzo  de  diez  mil  Almorávides  que  aca- 
baba de  recibir  de  África,  trabóse  un  recio  y  fiero 
combate,  en  que  los  cristianos  fueron  atropellados  y 
rotos,  sufriendo  tal  mprtandad,  que  millares  de  ara- 
goneses quedaron  tendidos  en  las  llanuras.  Alli  pere- 
ció también  el  heroico  monarca»  Alfonso  el  Batalla- 
dor (*),  con  otros  valientes  nobles  aragoneses  y  fráng- 
eos, entre  ellos  los  hijos  del  de  Bearne,  Centullo  de  Bl- 

(4)    Enesto  coDYieDen  ios  Ana-  fooso  I.  La  que  nosotros  hallamos . 

les  Toledanos,  el  Anónimo  de  Rí-  mas  confirmada  es  la  que  hemod 

poU  7  el  arzobispo   don  Rodrigo  consignaiiio.  Convenimos  en  esto 

con  los  historiadores  árabes.  Zu-  con  el   moderno  historiador  de 

ritai  Traggia  y  otros  cuentan  con  Aragón,  el  Sr.  Foz,  tom.  I.  p.  263, 
alguna  variación  la  muerte  de  Ai- 


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FABTB  II.  LIBBO  II.  517 

gorra,  los  obispos  de  Rosas  y  Jaca  y  muchos  otros  se- 
ñores principales.  Fué  esta  desgraciada  batalla  en  ju- 
lio de  4434.  «El  famoso  dia  de  Fraga,  dicen  los  es- 
critores árabes»  na  le  olvidarán  nunca  los  cristianos.» 

Asi  acabó  el  conquistador  de  Tudela,  de  Zarago- 
za, de  Tarazona,  de  Galatayud,  de  Daroca,  de  Ba- 
yona, de  Mequinenza,  y  de  mil  plazas  y  ciudades;  el 
vencedor  de  cien  batallas,  la  gloria  de  Aragón,  y  el 
terror  de  los  moros.  Dod  Alfonso  I.  de  Aragón  fué  un 
rey  cual  convenia  en  aquellos  tiempos,  batallador, 
activo,  incansable;  jamás  hizo  alianza,  ni  transigió 
con  los  infielea. 

Réstanos  dar  noticia  del  extraño  é  inconcebible 
testamento  de  este  principe ,  que  tanto  hizo  cambiar 
la  situación  no  solo  de  Aragón  sino  de  toda  España. 
Hallándose  este  monarca  en  octubre  de  1 1 34  con  su 
ejército  sobre  Bayona,  y  viéndose  sin  hijos  que  pu^ 
dieran  sucederle  en  el  reino >  otorgó  su  célebre  y 
ruidoso  testamento  que  ratificó  dos  años  después  en 
el  fuerte  de  Sariñena.  Después  de  dejar  multitud  de 
ciudades,  villas,  lugares,  castillos,  términos  y  rentas 
á  otras  tantas  iglesias  y  monasterios  que  señalaba, 
declaró  herederos  y  sucesores  de  sus  reinos  y  seño- 
ríos por  partes  iguales  al  Santo  Sepulcro,  y  á  los  ca- 
balleros del  Templo  y  los  Hospitalarios  de  Jerusalen» 
de  tal  manera  que  le  sucediesen  en  todos  sus  dere- 
chos sobre  sus  subditos  y  vasallos,  prelados  y  ecle- 
siásticos, ricos-bombres  y  caballeros,  abades,  canóni- 


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518  HISTOAIA   DB  BSrjJtA. 

g06,  moDjeSt  militares  y  burgeses,  hombres  y  muge- 
res,  grandes  y  pequeños,  ricos  y  pobres ,  con  la  mis- 
ma ley  y  condiciou  que  su  padre ,  su  hermano  y  él 
habian  poseído  el  reino.  «Doy  también,  anadia,  á  la 
milicia  del  Templo  mi  caballo  y  todas  mis^  armas,  y 
si  Dios  me  diere  á  mí  á  Tortosa,  sea  para  el  hospital 
de  Jerusalen.^...  De  esta  manera  todo  mi  reino,  toda 
mi  tierra,  cuanto  poseo  y  heredé  de  mis  antecesores 
y  cuanto  yo  be  adquirido  y  en  lo  sucesifo  con  el  au- 
xilio de  Dios  adquiriere  y  cuanto  al  presente  doy  y 
pudiere  dar  en  adelante,  todo  sea  para  el  Sepulcro 
de  Cristo  y  el  hospital  de  los  pobres  y  el  templo  del 
Señor,  para  que  lo  tengan  y  posean  por  tres  justas  é 
iguales  partes con  la  facultad  de  dar  y  qui- 
tar, etc.  ^*^i> 

Veremos  mas  adelante  las  novedades  y  alteracio- 
nes á  que  dio  lugar  este  famoso  y  singular  testamento. 

(1)  Archivo  do  la  corona  de  Aragoo,  Reg.  I.  fol.  5. 


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GAPITVLO  V. 

ALFONSO  EL  EMPERADOR  EN  CASTILLA: 

RAXIEO  BL   MONJB  EN   ABAOON:  GARCÍA   RAMÍREZ   W  MA- 
YARE A. 

»e  4426  a  4137. 

Goneraí  aplauso  coa  que  faé  aclamado  Alíonso  VII.  de  GastiUa.— Vistas 
y  tratos  de  su  tia  dona  Teresa.— Sujeta  algunos  condes  rebeldes.— • 
Sus  triunfos  en  Galicia  y  Portugal.— Rindensele  las  plazas  ocupadas 
por  los  aragoneses.— Pasa  á  su  seryicio  el  emir  Safad-Dola.— Glo- 
riosa incursión  de  Alfonso  en  Andalucía.— Elección  de  Eamiro  el 
Monje  en  Aragón,  y  de  García  Ramírez  en  Navarra:  sepárense  otra 
▼ez  estos  dos  reinos.— Entrada  del  castellano  en  Zaragoza.-*Rín- 
denle  homenaje  los  reyes  de  Aragón  y  de  Nayarra.  El  conde  de  Bar- 
celona y  los  de  Gascuña  en  Zara.^oza.— Proclámase  solemnemente 
Alfonso  Vn.  emperador  de  España.— Diferencias  entre  aragoneses  y 
nayarros.— Tratado  deVaddaeogo.— PreparatÍTOsde  rompimiento. 
—Conducta  de  don  Ramiro  oí  Monje.— Célebre  anécdota  de  la  Cam- 
pana de  ffuesea.— Abdicación  de  don  Ramiro.— Desposa  'á  su  bija 

'  con  el  conde  de  Barcelona  y  le  cede  el  reino.— Cataluña.— Ramón 
Bereguer  III.  el  Grande.— Sus  guerras  con  los  moros. — ^Ensanches 
y  agregaciones  (|oe  recibe  el  condado. — Conquista  de  las  Baleares. 
— Espedicion  del  conde  á  Genova  y  Pisa.— Sus  alianzas  con  el  de 
Aragón. — Profesa  de  Templario  y  muere.— Ramón  Bereoguer  IV.— 
Establece  el  orden  de  Templarios  en  Cataluña.— Casa  con  la  hija  de 
Bamiro  el  Monje  de  Aragón.— Úñense  Aragón  y  Cataluña  y  forman 
un  solo  estado. 

Ensánchase  el  ánimo  del  historiador  como  debió 
dilatarse  el  de  los  castellanos  al  pasar  del  calamitoso 


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620  HI8T0E1A   M  ESPáKa. 

y  mísero  reinado  de  doña  Urraca,  al  espléndido  y 
próspero  de  don  Alfonso  VIL  su  hijo.  Joven  de  21 
años  cuando  murió  ^u  madre  (1126),  educado  en  la 
escuela  práctica  de  los  infortunios,  juguete  inocente 
desde  su  infancia  de  las  rivalidades  de  los  magnates, 
de  los  rudos  procedimientos  de  su  padrastro  y  de 
la  desacordada  ligereza  de  su  misma  madre ,  for- 
zado á  actuar  sin  intención  ni  voluntad  propia  en  to- 
dos los  enredos  de  aquel  perpetuo  drama,  único  astro 
que  brillaba  puro  en  medio  de  las  tinieblas  de  aqoei 
turbio  horizonte,  destinado  por  su  nacimiento  á  ocu<-> 
par  el  trono  castellano ,  apreciado  por  las  prendas  y 
virtudes  que  habia  tenido  tantas  ocasiones  de  descu- 
brir en  su  temprana  carrera  de  vicisitudes  y  de  vai- 
venes, proclamado  años  bacía  rey  en  Galicia,  monar- 
ca nominal  primero,  compartfcipe  después  eael  reí- 
no  de  Castilla  con  su  madre,  y  el  verdadero  sebera- 
no  de  hecho  en  los  últimos  ^ños  de  doña  Urraca,  fué 
á  los  dos  dias  del  fallecimiento  de  esta  solemnemente 
aclamado  y  coronado  el  joven  Alfonso  rey  de  Castilla 
y  de  León  en  la  iglesia  catedral  de  ésta  ciudad  cen 
universal  aplauso  y  contentamiento.  Apresuráronse  á 
reconocerle  y  rendirle  homenaje  los  condes  y  señores 
de  Asturias,  León  y  Castilla,  y  habiendo  pasado  loe" 
go  á  Zamora,  donde  se  hallaba  su  tia  doña  Teresa  de 
Portugal,  y  donde  un  año  antes  se  habia,  armrado  ca- 
ballero su  primo  don  Alfonso  Enriquez  (tan  célebre 
luego  como  fundador  del  reino  de  Portugal),  allí  fue^ 


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FA&TBU.  UBIOll*  52 1 

^  ron  ajorarle  obediencia  los  condes  é  hidalgos  de  Es- 

tremadara  y  de  Galicia.  Ed  ao  pueblecito  de  la  co« 
i  marca  de  Zamora,  nombrado  Ricobayo,  celebraron 

i  una  entrevista  el  noevo  monarca  castellano  y  sa  tía 

[  la  condesa  de  Portugal,  y  estipulóse  entre  los  dos  una 

paz  por  un  determinado  período  de  tiempo. 

No  te  fisiltaron  sin  embargo  al  joven  Alfonso  algu- 
nas chispas  y  aun  llamaradas  que  apagar,  restos  del 
I  fuego  que  en  los  diez  y  siete  años  del  reinado  de  su 

I  madre  habia  devorado  la  monarquía.  Negáronse  á 

obedecerle  algunos  condes,  ya  resistiendo  entregarle 
I  las  fortalezas  que  poseían,  ya  alzando  bandera  de  re- 

belión en  Castilla  y  en  las  Asturias  de  Santillana,  bien 
como  parciales  del  rey  de  Aragón,  bien  como  anti- 
guos favorecidos  de  doña  Urraca,  que  acostumbrados 
á  las  preferencias  de  la  madre,  y  aun  á  la  especie  de 
soberanía  que  á  la  sombra  de  aquella  privanza  hablan 
ejercido  en  el  reino,  no  sufrían  tener  que  someterse 
como  otros  cualesquiera  subditos  al  hijo.  Eran  los 
principales  entre  estos  el  íntimo  valido,  y  al  decir  de 
algunos,  oculto  esposo  de  la  reina,  don  Pedro  Gonzá- 
lez deLara,  y  su  hermano  don  Rodrigo  González.  Fué 
el  joven  monarca  apagando  estos  parciales  incendios, 
sometiendo  los  rebeldes,  ocupando  sus  fortalezas,  y 
tranquilizando  el  reino,  usando  para  con  los  sedicio- 
sos de  más  geoerososidad  de  la  que  ellos  podían 
esperar  y  acaso  merecían.  Habian  logrado  los  de  La- 
ra  apoderarse  de  Patencia  á  la  voz  del  rey  de  Aragón 


i 


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8SS  BlfflOEU  DB  BSPAHa. 

y  ayudándolos  los  cabaireros  de  Burgos  y  de  Castroje- 
riz  que  estaban  por  el  aragonés.  Acudió  con  presteza 
don  Alfonso,  y  recobrada  la  ciudad  y  cayendo  en  su 
poder  los  díscolos  condes,  escepto  don  Rodrigo  Gon- 
zález que  pudo  fugarse  á  Asturias,  hízolds  encerrar 
en, las  torres  de  León;  mas  á  poco  tiempo,  por  inter- 
cesión de  sus  parientes  púsolos  en  libertad  eh  magná- 
nimo príncipe^omo  quien  no  temia  á  tan  impotentes 
enemigos.  Despojado  de  sus  feudos  el  conde  de  Lara, 
y  no  pndiendó  sufrir  la  abatida  y  humilde  situación  á 
que  después  de  su  pasada  grandeza  se  veía  reducido, 
allá  se  fué  á  buscar  al  rey  de  Aragón,  y  cuando  este 
príncipe  tenia  sitiada  á  Bayona  murió  de  resultas  de 
heridas  recibidas  en  un  desafio  con  don  Alfonso  Jor- 
dán, el  hijo  de  don  Ramón  de  Tolosa,  pariente  del 
rey.  Asi  acabó  el  célebre  favorito  y  amante  de  la  rei- 
na dona  Urraca,  objeto  de  tantas  murmuraciones  y 
celos  en  Castilla  <*). 

Quedaba  todavía  su  hermano  don  Rodrigo  el  fu- 
gado de  Falencia.  Mas  toda  aquella  tenacidad  hubo 
de  ceder  ante  la  actitud  imponente  del  rey,  que  entró 
devastando  á  sangre  y  fuego  las  tierras  y  castillos  ea 
que  aquel  se  habia  hecho  fuerte.  El  término  de  esta 
expedición,  omitiendo  las  circunstancias  menos  impor- 
tantes que  refieren  algunos  cronistas,  fué  que  arre- 
pentido de  su  rebeldía  el  deLara  pidió  humildemente 
« 

(4)    SandOT.  ChroD.  del  Emperador  Alfoiiso  Vil. 


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PARTB  11.  LIBEO  II.  B28 

perdoo  á  au  soberano,  jurando  que  de  alli  adelante 
seria  su  mas  fiel  y  leal  servidor.  Correspondió  el  rey  á 
sa  humillación  con  tal  generosidad»  que  para  tener* 
le  mas  obligado  por  la  grQtitud,  no  solamente  le  voU 
vio  á  su  gracia,  sino  que  le  confió  la  tenencia  de  Toledo, 
la  mas  importante  de  Castilla.  Y  no  le  pesó  de  ello  en 
verdad,  porque  el  honrado  castellano  fué  después  uno 
de  los  caballeros  que  hicieron  al  rey  mfls  útiles  servi- 
cios y  le  dieron  mas  leal  ayuda  en  las  guerras  contra 
los  infieles. 

Estas  contrariedades,  y  las  que  por  otra  parte  le 
suscitaba  el  rey  de  Aragón  y  dejamos  referidas  en  el 
anterior  capítulo,  no  fueron  las  solas  que  tuvo  que 
arrostrar  y  vencer  el  joven  monarca  de  Castilla  y  de 
León  en  los  primeros  años  de  su  reinado.  Sostenien- 
do su  tia  doña  Teresa  de  Portugal  con  admirable  per- 
severancia las*  pretensiones  de  independencia  que  no 
logró  ver  realizadas  don  Enrique  su  marido,  conti- 
nuaba en  Galicia  después  de  la  concordia  de  Zamora, 
no  solo  fortificando  y  guarneciendo  sus  castillos  del 
Miño,,  sino  levantando  otros  nuevos,  como  quien  se 
preparaba,  y  no  con  mucho  disimulo,  á  resistir  la  domi- 
nación de  su  sobrino.  Fiaba  lá  de  Portugal  en  el  va- 
limiento de  don  Fernando  Pérez,  el  hijo  del  conde  de 
Trava,  antiguo  ayo  del  príncipe,  y  en  los  barones  y 
caballeros  portugueses  y  gallegos  con  quienes  aquel 
tenia  relaciones  de  parentesqoó  de  amistad.  Intimas 
eran  las  de  doña  Teresa  y  don  Fernanda,  y  mas  de  lo 


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624  msTomu  db  bspaSa. 

que  al  baeo  nombre  y  al  decoro  de  una  princesa  cod- 
venía,  y  que  llevadas  á  términos  todavía  mas  estre- 
mosos  que  las  familiaridades  que  tanto  en  Castilla  se  ha- 
blan murmurado  entre  doña  Urraca  y  el  de  Lara,  ha- 
blan de  producir  no  tardando  en  Portugal  disgustos 
y  explosiones  mas  estruendosas  que  las  que  habían 
conmovido  la  monarquía  castellana.  La  actitud,  paes» 
de  dona  Teresa  movió  á  Alfonso  VII.,  su  sobrino,  á 
ponerse  con  numeroso  ejército  sobre  Galicia  y  Portin- 
gaL  La  suerte  de  las  armas  favoreció,  coak>  era 
lo  natural,  al  mas  poderoso,  y  vióse  doña  Teresa  obli- 
gada á  reconocer  la  supremacía  del  monarca  castella- 
no. Ya  en  aquel  tiempo  se  hablan  alzado  algunos  no^ 
bles  portugueses  contra  la  privanza  del  amante  de  do- 
na Teresa,  don  Fernando  Pérez,  y  en  favor  del  hijo 
de  la  condesa,  el  joven  don  Alfonso  Raimundez,  qoe 
acababa  de  ceñir  el  cinturon  de  caballero  en  la  igle- 
sia de  San  Salvador  de  Zamora,  y  á  quien  su  madre 
habia  tenido  hasta  entonces  en  vergonzosa  oscuridad 
y  apartamiento  de  los  negocios  del  Estado  y  sin  con- 
sideración alguna  en  la  corte.  Hallábanse  los  parcia-* 
les  del  joven  Alfonseen  Guimaranes,  cuando  llegó  el 
ejército  de  Castilla  á  poner  cerco  á  la  ciudad.  Conven- 
cidos los  sitiados  de  la  debilidad  de  sus  fuerzas,  de- 
clararon en  nombre  del  joven  Alfonso  Enriquez  que  se 
consideraba  y  consideria  en  adelante  vasallo  de  la 
corona  leonesa.  Un  poderoso  y  honrado  hidalgo  del 
pais,  llamado  Egas  Moniz,  salió  por  fiador  de  aquel 


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PARTB  11.  UBAO  H.  58& 

reconocimiento^  y  confiado  en  su  palabra  Alfonso  de 
Castilla,  volvióse  para  Gompostela  con  el  arzobispo 
Gelmirez  que  le  babia  acompañado  con  sus  hombres 
de  armas  en  esta  espedicion,  y  que  intervino  no  poco 
en  aquel  ajuste  de  paz  ^*K 

Ityi  de  esta  manera  el  nieto  de  Alfonso  VI.  alla- 
nando dificultades,  aquietando  su  reino  y  haciendo 
respetar  su  nombre.  Su  matrimonio  con  doña  Beren* 
guela,  hija  del  conde  don  Ramón  Berenguer  IIL  de 
Barcelona,  celebrado  en  1428  en  Saldafia,  fué  princi- 
pio de  la  amistad  que  después  tuvo  con  el  conde  bar- 
celonés ;  y  la  belleza,  la  dulzura,  el  talento  y  las  vir- 
tudes de  esta  princesa  le  dieron  pronto  un  saludable 
ascendiente  en  el  ánimo  de  su  joven  esposo,  que  nun- 
ca tuvo  que  arrepentirse  de  seguir  los  prudentes  con- 
sejos de  la  reina.  Esta  señora  y  la  hermana  del  rey 
doña  Sancha,  á  quien  tuvo  siempre  en  su  compañía,  no 
menos  distinguida  é  ilustre  por  su  ingenio  y  altas  pren- 
das, eran  consultadas  por  el  monarca  en  los  casos  mas 


(4)  Hisi.  Compo9t.  lib.  II.  c.  85  gíó,  llevando  consigo  sa  mager  y 
—Cuenta  la  tradición  portoguef  a,  aaa  hijos,  á  la  corte  del  monarca, 
y  jantamente  algunas  historias,  al  cual  se  presentó  con  los  pies 
que  cuando  los  sucesos  de  4428  descalzos  y  una  soga  al  cuello,  co- 
(de  que  nosotros  hablaremos  mas  mo  quien  prefería  entregarse  á  la 
adelante)  pusieron  el  Portugal  en  muerte  antes  que  dejar  de  com- 
manos  de  Alfonso  Bnriquez,  y  esta  plir  una  palabra  empeñada.  Gran- 
principe  y  los  barones  portugoe-  demente  irritado  estaba  AifoD- 
ses  eludieron  la  promesa  y  com-  so  VII,  mas  desarmó  su  ira  aque- 
premiso  de  Guimaranes  con  el  rey  lia  prueba  inaudita  de  lealtad,  ▼. 
de  Castilla,  solo  el  honrado  Bgas  le  dejó  ir  libre,  quedando  para  ei 
Monis  sostuvo  lo  que  babia  jura-  en  el  concepto  de  un  noble  ceba- 
do. T  aSaden  que  para  dar  un  llero.  Hercul.  Hist.  de  Portogal, 
testimonio  de  su  lealtad  se  diri«  tom.  I.,  p.  188,  y  not.  XII. 


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BS6  HISTORIA  DB  ÍbSPAIÍA. 

difíciles  y  en  los  mas  árdaos  negocios  del  Estado,  y 
goíábaole  por  lo  común  con  tino  y  con  madnrez,  y  no 
sin  merecimiento  y  sin  justicia  dio  y  mapdó  dar  á  so 
hermana  el  título  honorario  de  reina,  nunca  hasta  en- 
tonces aplicado  á  las  hermanas  de  los  reyes  ^^K 

La  retirada  de  don  Alfonso  de  Aragón  el  Batalla- 
dor á  consecuencia  de  la  concordia  de  Almazan ,  de 
que  dimos  cuenta  en  el  precedente  capítulo»  desistien- 
do de  sus  pretensiones  sobre  Castilla  (1129),  fué  un 
suceso  feliz  que  dejó  desembarazado  al  castellano  pa- 
ra atender  á  las  cosas  del  gobierno  interior  de  su  reí- 
no,  como  lo  hizo  ya  en  las  cortes  ó  concilio  de  Falen- 
cia celebrado  aquel  mismo  año,  y  para  poderse  de- 
dicar á  guerrear  contra  los  infieles»  siguiendo  en  es* 
to  las  huellas  de  su  ilustre  abuelo.  Inquietábale  no 
obstante  ver  la  fortaleza  de*Castrojeríz  ocupada  toda- 
vía por  algunos  pertinaces  aragoneses»  y  no  descansó 
hasta  ponerle  tan  apretado  cerco  que  forzó  á  sus  de- 
fensores á  rendírsele  (4430).  Era  ya  grande  con  esto 
el  respeto  que  á  los  sarracenos  inspiraba  el  nombre 
de  Alfonso  VIL  de  Castilla :  y  como  en  aquel  tiempo 
hubiese  muerto  el  antiguo  emir  de  Zaragoza  Abdel- 
melek  AmadrOola  en  su  fortaleza  de  Rota'l-Yehud, 
último  asilo  en  su  desgracia»  su  hijo  Abu  Giafar  Ah- 
med»  apellidado  Safad-Dola »  cansado  del  humillante 


(i)  Luc.  Tadens.  Gbroo.  pá-  Saodoval  equívoca  la  fecha  del 
gina  403.— Ghroo.  Adef.  Imperat.  matrimonio  de  Alfonso  Vil.  con 
«Mar.  Condes  de  Barcelona.— •    muobaa  oirás. 


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PA&TB  U.  UBAO  n.  527 

protectorado  del  rey  de  Aragón  en  que  vivia»  y  temieo- 
do  el  disgusto  cod  que  sus  propios  subditos  llevaban 
su  alianza  con  un  rey  cristianot  tomó  la  resolución  de 
reconocerse  vasallo  del  rey  de  Castilla,  cediéndole  á 
Rota  'l*Yebud  con  otras  plazas  fuertes  de  su  ya  re- 
ducido emirato.  Recibióle  benévolamente  el  monarca 
leonés,  y  agradecido  al  servicio  que  en  esto  le  hacia, 
dióle  á  su  vez  varios  señoríos  en  Castilla  y  León,  des- 
apareciendo de  este  modo  los  últimos  restos  del  cé- 
lebre emirato  de  los  Beni-Hud  de  Zaragoza  (1132), 
de  aquellos  belicosos  príncipes  que  tanto  y  tan  heroi- 
camente hablan  luchado  con  los  reyes  cristianos  de 
Aragón  ^^K 

Los  cristianos  de  Toledo  y  los  musulmanes  de  An- 
dalucía se  hostilizaban  mutuamente  haciendo  repeti- 
das irrupciones  en  sus  respectivos  territorios.  Tachfin 
ben  Alí  era  el  general  que  sostenía  la  guerra  en  Es- 
paña á  nombre  de  su  padre  el  emperador  de  los  Al- 
morávides. Alfonso  Vil.  desplegó  en  la  guerra  contra 
los  infieles  igual  energía  á  la  que  habia  mostrado  pa- 
ra la  pacificación  interior  del  reino.  Una  noche  se 
vieron  los  moros  tan  de  improviso  atacados  en  su 
campo  y  con  tal  ímpetu  y  bravura,  que  por  confesión 
de  los  mismos  historiadores  árabes  «muy  pocos  Almo- 
rávides escaparon  de  su  vengadora  espada  •>»  El  esfor- 

(4)    Condo,  part.  III.  c.  33.-^  méate  qae  Rota  'UTebud,  ó  Ro- 

El  obisfK)  Sandoval  comete  Tarias  da  de  los  Judíos,  que  perteuecia 

inexactitudes  al  dar  cuenta  de  es-  á  Aragón,  era  una  Rueda  que  dice 

te  suceso,  y  supone  muy  errada-  esta  cáia  entrada  de  Andalucía.» 


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5S8  flUTOAU   DB   BSPAJk. 

zado  Tachfio  se  mantuvo  coa  irnos  pocos  safríendo 
coD  admirable  coostaDcia  las  mas  peligrosas  arreme- 
tidas de  la  caballería  castellana,  basta  que  él  mismo 
herido  en  una  pierna,  de  que  quedó  ya  imperfecto 
siempre,  dio  gracias  de  poder  escapar  con  vida.  El 
fequí  Zakarya,  su  alcatib,  escribió  con  ocasión  de  esta 
batalla  una  casida  de  elegantes  versos  en  que  le  con- 
solaba de  su  derrota,  describía  lo  horroroso  del  com- 
bate y  le  daba  oportunos  avisos  y  consejos  milita- 
res (*». 

Orgulloso  con  este  triunfo  el  de  Castilla,  juntó  S 
las  márgenes  del  Tajo  un  numeroso  ejército  y  resol- 
vió hacer  una  atrevida  invasión  en  Andalucía,  á  seme- 
janza de  la  que  ocho  años  antes  habia  hecho  su  padras- 
tro el  rey  de  Aragón.  Su  nuevo  vasallo  el  árabe  Sa- 
fad-Dola  se  ofreció  á  servirle  de  guía  en  su  marcha^ 
Dividió  el  rey  su  ejército  en  dos  cuerpos  para  pro- 
veerse con  mas  facilidad  de  subsistencias;  á  la  cabeza 
de  uno  marchaba  él  mismo;  guiaban  el  otro  el  ex-emir 


(4 )    Hó  aqai  algunos  de  los  yer-    cío  de  aquella  batalla: 
808  con  que  el  poeta  pinta  lo  re- 
Trábase  Dueya  lid,  espesos  golpes 
Se  multiplícaD,  recio  martilleo 
Estremece  la  tierra,  y  con  las  lanzas 
Cortasse  embisten,  las  espadas  hieren, 
T  hacen  saltar  las  aceradas  piezas 
De  los  armados,  y  al  aangríento  lago 
Entran  como  si  fuesen  los  guerreros 
Camellos  que  U  ardiente  sed  agita, 
Cual  si  esperasen  abrevarse  en  sangre 
Que  á  borbollón^  las  heridas  brotan, 
Fuentes  abiertas  con  las  crudas  lanzas... 
Trad.  de  Conde,  part.  Hl.  c.  3Ü. 


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PARTE  II.  LIBRO  II.    '  529 

Safad-Ddía  y  aquel  don  Rodrigo  González  de  Lara,  el 
antígao  rebelde  de  León,  Falencia  y  Asturias,  que  tal 
era  la  confianza  que  le  inspiraban  y  ia  fidelidad  con 
que  le  servían  el  musulmán  recién  allegado  y  el 
cristiano  antes  enemigo.  Por  dos  distintos  puntos 
atravesaron  la  sierra ,  y  juntáronse  allá  en  el  suelo 
andaluz  donde  los  mantenimientos  abundaban. 

«(Era  la  estación  de  la  siega ,  dice  la  crónica  de 
don  Alfonso,  y  el  rey  mandó  incendiar  las  mieses,  las 
viñas,  los  olivares  y  las  higueras.  Consternó  el  terror 
á  los  MaraUtas  (los  Almorávides)  y  á  las  hijos  de 
Agar  (los  musulmanes  andaluces).  Abandonaban  los 
infieles  las  plazas  que  no  podían  defender,  y  se  reti- 
raban á  los  castillos  fuertes,  á  las  cuevas  de  los  mon- 
tes y  á  las  islas  del  mar.  Plantó  el  ejército  cristiano 
sus  tiendas  cerca  de  Sevilla,  quemando  los  pueblos  y 
fortalezas  abandonadas:  llenaron  su  campamento  de 
cautivos,  de  ganado,  de  aceite  y  de  trigo.  El  fuego 
devoraba  las  mezquitas  con  sus  impíos  libros ,  y  los 
doctores  de  su  ley  eran  pasados  al  filo  de  la  espada. 
De  alli  pasó  el  rey  á  Jerez,  que  destruyó,  y  avanzó 
hasta  Cádiz.  A  vista  de  esto  los  príncipes  andaluces 
enviaron  á  decir  secretamente  al  emir  Safad-Dola: 
«Habla  al  rey  de  los  cristianos  para  que  nos  libre  de 
los  Almorávides;  y  le  serviremos  contigo,  y  reinarás 
sobre  nosotros  tú  y  tus  hijos.  >  Safad-Dola ,  después  de 
haber  consultado  con  el  rey,  les  respondió:  «Andad  y 
decid  á  mis  hermanos  los  príncipes  de  Andalucía  que 
Tomo  iv.  34 


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530  HISTOKIA  DB  BSI^AÜA. 

se  apoderen  de  todas  las  plazas  fuertes»  y  hagan  la 
guerra  á  los  Almorávides,  y  el  rey  de  Leoa  y  yo  vea- 
d remos  á  socorreros.»  Pero  el  rey  determinó  retroce^ 
der  en  seguida,  que  no  era  para  contarse  todavía  se^ 
guro  en  aquellas  tierras,  y  regresó  sin  descalabro  á  la 
comarca  de  Toledo  ^^^ 

Después  de  esta  famosa  algara  tuvo  el  rey  que  so- 
focar algunas  alteraciones  y  revueltas  que  habían  mo* 
vido  en  Asturias  los  condes  don  Gonzalo  Pelaez  y  don 
Rodrigo  Gómez,  que  al  fin  tuvieron  que  darse  á  partí- 
do,  contribuyendo  no  poco  á  la  feliz  terminación  de 
estas  sublevaciones  los  consejos  que  don  Alfonso  se- 
guía recibiendo»  asi  de  su  esposa  doña  Berenguela  co- 
mo de  su  hermana  doña  Sancha  (1 1 33).  Y  eso  que  no 
se  mostró  el  rey  el  mas  celoso  guardador  de  la  fideli- 
dad conyugal,  pues  en  una  de  estas  expediciones  á 
Asturias  aficionóse  á  una  dama  llamada  Gontroda»  hija 
del  conde  don  Pedro  Díaz,  «y  húbola  (dice  el  obispo 
cronista)  en  su  poder,  y  de  ella  una  hija  que  se  llamó 
doña  Urraca ,  y  dio  para  que  la  criase  á  su  hei^mana 
la  infanta  doña  Sancha  ^^Kn 

En  tal  estado  se  hallaban  las  cosas  de  Castilla 
en  1134  cuando  acaeció  la  muerte  de  don  Alfonso  el 


(1)  GroD.  de  Álíoaso  Vil.—  daba  el  segundo  oaerpo  no  era 
Conde  no  babla  de  esia  espedí-  don  Rodrigo  González  el  de  Lara, 
cion.  Algunos  la  confunden  oon  la  sino  don^odrigo  Maritnei  Osorio. 
de  Alfonso  el  Batallador,  aun  (t)  La  misma  que  Teremos  des- 
siendo tan  distintos  los  pantos  á  pues  casarse  oon  el  rey  de  Nafar» 
<|ae  se  dirigieron.  Según  Sendo-  ra  don  García  Ramírez. 


taly  el  conde  castellano  que  man* 


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PlBtB  II.  LIBRO  1!.  531 

Batallador  ea  los  campos  de  Fraga,  qué  vino  á  oca* 
sionar  grandes  mudanzas  en  todos  los  reinos  crístia* 
nos  españoles,  y  á  acrecentar  el  poder  del  monarca  y 
de  la  monarquía  castellana.  Tan  luego  como  se  supo 
el  fallecimiento,  juntáronse  aragoneses  y  navarros  en 
Borja,  donde  celebraron  cortes,  á  que  asistieron  ya 
no  solo  los  ricos-hombres  y  caballeros ,  sino  también 
procuradores  de  las  ciudades  y  villas,   ó  sea  de  las 
universiiadeif  como  alli  se  denominaban  (primer  caso 
en  que  hallamos  mencionada  la  asistencia  del  brazo 
popular  á  las  cortes  del  reino),  para  tratar  de  la  elec- 
ción de  sucesor,  sin  tener  en  cuenta  para  nada  el  tes- 
tamento de  don  Alfonso  en  que  legaba  el  reino  á 
las  tres  órdenes  religiosas  del  Templo,  del  Sepulcro  y 
de  San  Juan  de  Jerusalen ;  que  ni  siquiera  se  cues- 
tionó entre  los  aragoneses  ni  les  ocurrió  poner  en  tela 
de  duda  la  ilegalidad  de  tan  extravagante  testamento. 
Tenía  gran  partido  entre  ellos  un  rico-hombre  nom- 
brado don  Pedro  de  Atares,  señor  de  Borja,  á  quien 
algunos  hacen  biznieto,  aunque  bastardo,  de  Ramiro  I.: 
mas  dos  caballeros  aragoneses  que  conocían  bien 
ciertos  vicios  de  su  carácter,  y  á  quien  tachaban 
principalmente  de  arrogante  y  presuntuoso ,  tuvieron 
bastante  persuasiva  para  torcer  las  voluntades  de  los 
unos  y  bastante  maña  para  agriar  é  indisponer  con  él 
á  los  otros,  y  ya  no  se  pensó  mas  en  don  Pedro  de 
Ataros*  Fijáronse  entonoes  los  aragoneses  en  don  Ra- 
miro, hermano  del  Batallador ,  monje  del  monasterio 


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532  BISTORU    DB    ESPAÑA. 

de  SaÍDl  PoDS  de  Thomieres,  cerca  de  Narbona.  f^are^- 
cióles  á  los  navarros  desacordada  proposición  la  de 
elegir  para  rey  á  un  monje,  y  asi  por  esto  como  por 
aprovechar  la  ocasión  de  recobrar  su  independencia  y 
darse  otra  vez  un  rey  propio,  acordaron  retirarse  á 
Pamplona,  y  allí  por  sí  y  sin  contar  con  los  de  Aragón 
alzaron  por  rey  de  Navarra  á  don  García  Ramírez, 
hijo  del  infante  don  Ramiro  el  que  casó  con  la  hija 
del  Cid,  y  nieto  de  don  Sancho,  aquel  á  quien  mató 
en  Roda  su  hermano  don  Ramón.  De  esta  manera  vol- 
vieron á  separarse  Aragón  y  Navarra  después  de  faa- 
ber  formado  por  cerca  de  medio  siglo  un  mismo  reioo. 
Con  esto  los  aragoneses  resolvieron  definitivamen- 
te en  las  cortes  de  Monzón  colocar  la  corona  de  sa 
reino  en  las  sieaes  del  monjlB  Ramiro ,  y  obtenida 
del  pontífice  la  doble  dispensa  de  la  profesión  monás- 
tica y  del  sacerdocio,  el  buen  monje  no  tuvo  reparo 
en  trocar  el  sayal  y  el  báculo  por  el  cetro  y  la  diade- 
ma, y  en  prestarse  á  añadir  el  sacramento  del  matri- 
monio al  del  orden,  casándose,  á  pesar  de  los  cua- 
renta años  de  hábito,  con  doña  Inés,  hija  de  los  coa- 
des  det  Poitiers  y  hermana  del  duque  de  Aquitaaia^ 
En  octubre  de  aquel  año  (1 1 34)  se  hallaba  el  monje* 
rey  ejerciendo  la  potestad  real  en  Barbas  tro  (*>.     . 

(4)  Mariana  y  otros  autores  historiador  de  Sao  Jaan  de  la  Pe- 
dicen  haberle  concedido  la  dis-  ña,  suponen  que  don. Ramiro  ha- 
pensa  el  papa  Inocencio  U.  Sabau,  bia  sido  abad  de  Sabagun  y  de»- 
sigttiendo  á  Perreras,  afirma  ha-  pues  obispo  electo  de  Burgos,  áñ 
berlo  hecho  el  antipapa  Anacleto.  Pamplona,  de  Roda  y  Barbastro. 
Mariana^  Zurita  y  Traggia,  con  el  Hay  quien  le  niega  el  orden  sa- 


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t>l 


páetb  11.  LiBao  II.  533 

Mas  el  de  Castilla  que  aspiraba  á  alzarse  con  una 
'  buena  parte  de  la  herencia  del  de  AragoD;,  alegando 
'  el  derecho  que  á  ello  tenia  como  biznieto  de  Sancho 
^  el  Mayor  de  Navarra,  que  se  habia  ido  apoderando 
'  '  ya  de  Nájera  y  de  las  plazas  de  la  Rioja  que  babian 
'  poseido  los  monarcas  castellanos  sus  mayores,  con 
^  pretesto  también  de  socorrer  á  Zaragoza,  contra  los 
^  ataques  de  los  Almorávides,  iban  acercándose  á  esta 
|{  ciudad  con  poderoso  ejército.  Ni  el  de  Aragón  ni  el 
B-  de  Navarra  contaban  con  fuerzas  para  resistirle,  ni  tal 
tf  era  su  intención  tampoco;  antes  bien  conveníales  á 
\i  uno  y  á  otro  ganar  la  amistad  del  castellano,  temien- 
K*  do  cada  cual  por  su  parte  la  guerra  que  la  separación 
^e>  de  Navarra  amenazaba  producir  entre  navarros  y 
é  aragoneses.  Asi  no  solamente  entró  Alfonso.  Vil.  sin 
if  resistencia  en  Zaragoza,  donde  se  bailaba  el  reymon* 
]9)  je  en  el  mes  de  diciembre,  sino  que  este  le  cedió  la 
¿if  ciudad  de  Zaragoza  con  toda  la  parte  del  reino  de 
1$  Aragón  de  este  lado  del  Ebro,  reconociéndose. feuda- 
¡t  tario  del  de  Castilla  y  rindiéndole  pleito-homenage. 
^)  Confirmó  don  Alfonso  como  rey^  á  las  iglesias  de  Zara- 
li^^  goza  los  privilegios  que  les  habia  otorgado  el  Bata- 
.^  llador,  y  don  Ramiro  se  retiró  á  Huesca  contentándo- 
la se  con  titularse  rey  de  Aragón,  de  Sobrarbe  y  Riba- 
I  gorza,  y  suponiendo  en  los  documentos  vasallo  suyo 

^,r  cerdoial.  Véase  á  Traggia,  Memo-    cortes  de  Borja  y  de  Monzón,  tan 

%  rías  de  la  Academia  de  l.i  Uisto-    admitido  por  todos  los  historia- 

¡^1  cía,  iom.  lU.  el  cual  niega  lo  de  las    dores. 


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K34  HisTouA  M  bwaHa. 

á  García  Ramírez,  rey  de  Pamplona  <*>.  Babia  coa- 
eurrido  también  á  Zaragoza  el  hermano  déla  reina  de 
Castilla  Ramón  Berenguer  lY.  de  Barcelona «  los  con- 
des de  Urgel»  de  Fox,  de  Pallas»  de  C!ominges,  el  se- 
ñor de  Mompeller,  con  varios  otros  condes  y  seño- 
res de  Francia  y  de  Gascuña^  y  todos  hicieron  conre-r 
deracion  y  amistad  con  el  monarca  de  Castilla.  Satis- 
fecho este  con  el  resultado  de  so  espedicion,  y  dejan- 
do en  Zaragoza  guarnición  de  tropas  castellanas,  vol- 
vióse á  León,  donde  vino  á  encontrarle  el  nuevo  rey 
de  Navarra,  que  deseando  tenerle  de  su  parte  en  las 
diferencias  que  preveía  con  el  de  Aragón,  se  hizo  tam- 
bién vasallo  suyo. 

Parecióle  á  Alfonso  VIL  qoe  quien  tenia  debajo  de 
sí  á  tan  poderosos  principes  bien  podia  ceñirse  ya  la 
corona  imperial.  Con  este  pensamiento  convocó  cor- 
tes en  León  para  la  pascua  del  Espkitu  ^nto  (4435). 
Celebráronse  estas  con  toda  solemnidad  en  la  iglesia 
mayor,  asistiendo  á  ellas  la  reina  doña  Berenguela, 
la  hermana  del  rey  doña  Sanch?,  don  García,  rey  de 
Navarra,  don  Raimundo,  arzobispo  de  Toledo,  que  ha* 
bia  sucedido  á  don  Bernardo,  con  todos  los  demás 
prelados,  abades  y  grandes  del  reino.  Tratóse  el  pri- 
mer día  de  negocios  peiitenecientes  al  buen  régimea 
eclesiástico  y  político  del  Estado.  Verificóse  en  el  se- 
gundo la  solepme  ceremonia  de  la  proclamación.  Ror 

(I )    Carta  de  donación  de  la  era  tarios,  p.  4  48. 
4  4  73,  citada  por  Blancas,  Comen- 


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PAETB  II.  LIBEO  U.     .  535 

deado  de  numeroso  y  brillante  cortejo  fué  conducido 
el  rey  del  palacio  á  la  iglesia  de  Santa  María:  espe- 
rábanle allí  los  prelados,  magnates  y  clero:  desde  la  « 
entrada  hasta  el  altar  mayor  fué  llevado  en  proce- 
sión, marchando  el  monarca  entre  el  obispo  de  León 
y  el  rey  de  Navarra;  pusiéronle  con  toda  pompa  el 
manto  y  la  corona  imperial;  y  las  bóvedas  del  templó 
resonaron  con  los  cantos  de  los  himnos  sagrados  y  coa 
las  aclamaciones  de  Viva  el  Emperador.  Terminada 
la  augusta  ceremonia,  acompañaron  todos á  Alfonso  al 
real  palacia,  donde  el  nuevo  emperador  agasajó  á  la 
comitiva  con  un  suntuoso  banquete.  Al  siguiente  dia 
volviéronse  á  congregar  los  grandes  y  prelados,  y 
acordaron  varias  disposiciones  sobre  asuntos  religio* 
sos  y  políticos,  siendo  el  primero  y  mas  importante  la 
confirmación  de  los  fueros  y  leyes  otorgadas  por  los 
monarcas  anteriores  ^^K 
i  Mientras  esta  superioridad  alcanzaba  el  de  Casli* 

I  Ha,  no  era  posible  que  hubiese  paz  ni  concordia  entre 

'  aragoneses  y  navarros  con  sus  dos  reinos  y  sus  dos 

i  reyes,  uno  y  otro  precisados  á  ampararse  de  la  pro- 

^  lección  del  emperador.   Miraban  los  aragoneses  la 

(4)    Gbron.  Adef.  ImperaU—  meatos  y  epitafios  á  mas  de  im 

Sandotal ,  Cinco  Reyes.— Risco,  rey  de  León  y  de  Castilla,  y  los 

Hist.  de  León.  En  este  último  pue-  escritores  aragoneses  le  dan  á  su 

de  verse  la  refutación  de  los  ar-  monarca  Alfonso  I.  el  Batallador; 

{jumentos  de  Moret,  para  negar  mas  ningún  principe  oristiuno  ha- 

a  asistencia  del  rey  de  Navarra,  bia  recibido  en  España  solemne  - 

á  la  coronación  imperial  de  Al-  mente  Is  investidura  y  la  dtade- 

fonso  VII.— El  título  de  empera-  ma  imperial  hasta  Alfonso  Vil.  de 

dor  se  había  aplicado  ya  en  doca-  Castilla. 


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m    I 


536  BlSTOtlA   DB  BSIaKa. 

Navarra  como  una  parte  integrante  de  su  monarquía; 
consideraban  los  navarros  á  don  Ramiro  como  inhábil 
para  llevar  la  corona  ppr  su  profesión,  estado  y  edad; 
la  guerra  amenazaba,  y  hacíanse  ya  grandesdaños  en 
los  lugares  de  las  mal  deslindadas  fronteras.  Para  po- 
ner remedio  á  estos  males  acordóse,  á  instancia  y  di- 
ligencia de  los  prelados  y  algunos  ricos-hombres 
amantes  de  la  paz,  que  se  nombraran  tres  jueces  por 
cada  uno  de  los  reinos,  que  decidiesen  como  arbitros 
la  querella.  Juntáronse  estos  seis  jurados  en  Vado^ 
luengo:  el  arbitrio  qne  tomaron  fué  que  cada  ouo  de 
los  dos  monarcas  gobernase  su  reino,  pero  que  don 
Ramiro  fuese  considerado  como  padre  y  don  García 
como  hijo,  y  que  los  términos  de  Aragón  y  Navarra 
serian  los  mismos  que  en  otro  tiempo  habia  señalado 
don  Sancho  el  Mayor,  á  lo  cual  añaden  algunos  la  in- 
calificable cláusula  de  que  don  Ramiro  hubiera  de 
mandar  sobre  todo  el  pueblo,  don  García  sobre  el. 
ejército  y  los  nobles.  Por  mas  que  esta  sentencia,  da* 
da  sin  duda  con  mejor  intención  que  acierto,  dejara 
vivo  el  germen  de  la  discordia  entre  los  dos  monar- 
cas, ambos  manifestaron  conformarse  con  el  fallo,  y 
en  su  virtud  pasó  el  de  Aragón  á  Pamplona  como  á 
dar  seguridad  y  firmeza  al  convenio.  Recibióle  el  na^ 
varro  con  toda  pompa  y  solemnidad;  mas  de  la  sia- 
.ceridad  y  buena  fé  con  que  en  esto  procediera,  tuvo 
muy  pronto  motivo  de  recelar  don  Ramiro,  puesto 
que  un  caballero  fué  á  avisarle  confidencialmente  d^ 


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.  PAUTE  u.  Uno  u.  53^7 

que  aquella  misma  noche  trataba  don  García  de  apo- 
derarse de  su  persona.  Fuese  ó  no  verdad  el  proyec- 
to, el  rey-monje  le  creyó,  y  de  noche,  de  prisa ,  d¡3- 
firazado  y  con  solos  cinco  de  á  caballo  que  le  acom- 
pañaran salió  de  Pamplona  como  un  fugitivo,  y  cami- 
nando toda  la  noche  llegó  al  monasterio  de  San  Sal- 
vador deLeire,  y  desde  alli  con  poca  detención  pasó 
á  Huesca  ^^K 

Con  tal  proceder  era  ya  imposible  toda  reconcilia- 
ción entre  el  aragonés  y  el  navarro,  y  se  hizo  aun  mas 
inminente  que  antes  nn  rompimiento  entre  ambos  rei- 
nos. Don  García  comenzó  á  disponer  sus  gentes  para 
la  guerra:  con  objeto  de  tener  á  su  devoción  los  caba- 
lleros y  ricos-hombres ,  hizoles  grandes  donaciones  y 
mercedes,  y  el  obispo  y  cabido  de  Pamplona  anduvie- 
ron con  él  tan  generosos  que  le  franquearon  el  tesoro 
de  la  iglesia  para  las  atenciones  de  la  campaña.  Don 
Ramiro  hacía  iguales  preparativos  en  Huesca  (1 136), 
pero  sus  excesivas  larguezas  y  liberalidades  con  los 
magnates  y  ricos-hombres  á  quienes  pródigamente 
habia  ido  dándolos  lugares  y  castillos  de  su  reino,  lo 
mismo  que  sus  indiscretas  donaciones  á  los  monaste^ 
rios  é  iglesias,  habían  debilitado  su  autoridad  y  po- 
der ^n  términos  que  ni  le  guarbaban  consideración  los 
grandes  ni  respeto  el  pueblo.  Llamábanle,  dicen,  por 
menosprecio  el  Rey-cogulla ,  y  aun  cuando  se  haya 

(4)    ZariU.  Anal.  lib.  1.  c.  59. 


á  I 


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B8S  HUTOaiA  DB  BSrAÜA. 

exagerado  su  ineptitud  basta  el  puoto  de  suponer  que 
cuando  cabalgaba ,  embarazado  con  la  lanza  y  el  es- 
cudo, tenia  que  sujetar  y  regit  con  la  boca  las  bridas 
del  caballo  (lo  cual  está  en  contradicción  con  los  an- 
tecedentes que  de  su  vida  activa/ aun  después  de  moo* 
je,  tenemos  ^l})^  es  no  obstante  cierto  que  carecía  de 
valor  para  las  cosas  de  la  guerra  y  no  tenia  mas  ha- 
bilidad para  gobernar  un  Estado.  Por  lo  mismo  no  es 
de  ettrañar  en  tan  débil  monarca  que  apelase  á  la  pro- 
tección y  amistad  del  de  Castilla  para  que  leí  auxilia- 
se contra  el  navarro,  y  que  en  la  entrevista  que  con 
aquel  tuvo  en  Alagon  le  cediese  á  Calatayud  y  demás 
pueblos  que  su  hermano  el  Batallador  habia  oonquis* 
tado  en  esta  parte  del  Ebro ,  conviniendo  no  obstante 
en  que  Zaragoza  fuese  restituida  al  señorío  de  Ara- 
gón. Tampoco  extrañamos  diese  en  rehenes  al  empe- 
rador, según  algunos  historiadores  afirman,  ó  por  lo 
menos  le  prometiese  para  mayor  seguridad  del  asien* 
to,  sd  hija  Petronila,  con  quien  el  castellano  se  propo-> 
nia  casar  á  Sancho.su  hijo  mayor:  que  el  rey-monje 

(1)  Traggia,  Memorias  de  la  entre  él  y  sus  caballeros  al  entrar 
Academia,  tom.  lIl.-<-Hé  aqai  có-  en  el  primer  combate  en  qae  an. 
mo  cuenta  el  romance  lo  que  pasó    encontró: 

Las  riendas  tomad,  señor, 
con  aquesta  mano  misma 
con  que  asidos  el  escudo, 
y  ferid  en  la  morisma. 

El  rey,  como  sabe  poco, 
luego  alli  les  responaía: 
—Con  esa  tengo  el  escudo, 
Teoellas  yo  no  podría, 
ponédmelas  en  la  boca, 
que  sin  embarazo  iba.... 


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PAETB  U.  LIBRO  II.  529 

habia  burlado  los  cálcalos  públicos,  logrando,  á  pesar 
de  8Q8  años  verse  reproducido  en  una  bija,  destinada 
4  causar  grandes  novedades  en  Aragón  y  en  toda 
España. 

Repugna  ciertamente  asi  al  genio  apocado  de  don 
Ramiro  como  á  la  resolución  que  luego  tomó  de  abdi- 
car el  cetro  y  volver  á  la  vida  religiosa,  el  hecho  rui- 
doso y  la  sangrienta  ejecución  que  algunos  autores  le 
han  atribuido,  conocida  con  el  nombre  simbólico  de  la 
Campana  de  Huesca.   Cuentan,  pues,  que  habiendo 
enviado  un  mensagero  á  consultar  con  el  abad  de  su 
antiguo  monasterio  de  Saint  Pons  de  Thomíeres  cómo 
debería  conducirse  para  tener  tranquilo  el  reino  y  su- 
misos á  los  magnates  que  le  menospreciaban ,  el  buen 
abad  hizo  entrar  consijD;o  en  la  huerta  del  convento  al 
enviado  del  rey,  y  á  su  presencia,  á  imitación  y  ejem- 
plo de  Tarquino  en  Roma,  fué  derribando  y  descabe- 
zando las  mas  altas  coles  y  lozanas  plantas  que  en  el 
huerto  habia ,  advirtiéndole  que  por  toda  respuesta 
contase  al  rey  lo  que  habia  visto  y  presenciado.  Con 
esto  don  Ramiro  convocó  (4 1 36)  á  todos  los  ríeos-hom- 
bres, caballeros  y  procuradores  de  las  villas  y  luga- 
res de  Aragón  para  que  se  juntasen  en  cortes  en  la 
ciudad  de  Huesca.  Congregados  que  fueron,  espúsoles 
la  peregrína  especie  de  que  queria  fundir  una  campa* 
na  cuya  voz  habia  de  oirse  y  resonar  en  todo  el  ret-* 
no,  á  fin  de^sonvocar  la  gente  siempre  que  fuera  me- 
il^ester.  El  proyecto  escitó  la  burla  de  los  magnates 


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ft49  HISTORIA.  DB  BSIU^A. 

aragoneses»  pero  nadie  penetró  la  oculta  y  misteriosa 
significación  que  envolvía.  Desapercibidos  fueron. con- 
curriendo un  did  los  grandes  al  palacio  del  rey ,  eL 
cual  habia  colocado  en  una  pieza  personas  de.su  con- 
fianza que  ejecutaran  su  atroz  designio.  De  esta  mane- 
ca,  en  cumplimiento  de  sus  instrucciones,  fueron  uno 
á  uno  degollados  hasta  quince  ricos-hombres  de  los 
mas  principales,,  cuyas  cabezas  hizo  colgar  en  una  bó- 
veda subterránea  que  aun  se  conserva.' El  sangriento 
espectáculo,  manifestado  al  público^  hi^o,  dicen,  ma^ 
moderados  y  contenidos  á  los  grandes.  La  anécdota, 
aun  cuando  no  se  apoya  en  documento  alguno  históri- 
co fehaciente ,  podría  ser  creible  si  se  tratara  de  un 
príncipe  mas  cruel  ó  severo  que  don  Ramiro,  ó  de  mas 
ánimo  y  resolución  que  él ;  pero  aplicada  al  rey-mon- 
je, y  no  confirmada  por  la  historia ,  nos  parece  inve- 
rosímil é  inadmisible  ^^K 

Lo  que  hizo  don  Ramiro  en  aquellas  cortes  fué 
anunciar  su  pensamiento  y  resolución  de  despren- 
derse de  una  corona  tan  erizada  para  él  de  espinas  y 


(I)  El  jaicioso  Zarita  caeota  Rodrigo,  dí  el  cronista  de  Alfon- 
este  suceso  coa  duda  j  descon-  so  VII.,  ni  el  Anónimo  de  Saha- 
flanza.  Traggia  en  sn  citada  Me-  gan  y  su  interpolador,  que  fueron 
moría  supone  con  Ganbay,  Briz,  ios  escritores  mas  inmediatos  al 
Martínez  y  Abarca,  cque  este  fué  suceso  que  se  supone,  hablan  .ana 
nn  cuento  fonado  para  dar  color  palabra  de  un  hecho  tan  ruidoso 
¿  la  ínutiiidaa  de  don  Ramiro,  so-  y  gue  tan  honda  impresión -ha- 
bré el  verdadero  castigo  ó  justicia  bna  causado  en  los  ánimos.  El 
ejecutada  en  4 136  en  algunos  re-  ilustre  académico  citado  espone 
henes  gue  se  hallaban  en  Huesca,  otras  varias  razones,  que  nos  pa- 
segon  los  anales  ó  memorias  de  recen  concluyentes,  para  pronar 
Cataluña  que  alesa  Zurita.»  Lo  la.Calsedad  de  la  Campana,  ó  mas 
cierto  es  que  ni  el  arzobispo  don  bien  de  la  Campanada  de  Huesca* 


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PAUTE  ^1.  LlBllO  íí.  S'41 

át  dificülladed,  y  de  retirarse  otra  vez  á  la  vida  reli- 
giosa y  privada »  paesto  que  tenia  ya  una  hija  en 
gúieü  recayese  la  sucesión  del  reino.  Tratóse  en  su 
virtud  del  casamiento  de  la  infanta,  aunque  era  á  la 
sazón  una  niña  de  dos  años.  Hubiérala  dado  acaso  el 
débil  don  Ramón  al  emperador  don  Alfonso  que  la 
destinaba  para  su  hijo  primogénito,  si  los  aragoneses, 
que  ni  olvidaban  sus  recientes  dí^ordias  y  antipatías 
con  los  castellanos,  ni  querian  de  modo  alguno  que  el 
reino  de  Aragón  se  incorporase  con  el  de  Castilla,  no 
le  hubieran  persuadido  á  que  la  desposara  con  el 
conde  don  Ramón  Berenguer  IV.  de  Barcelona,  qtie 
por  su  valor  y  sus  virtudes,  por  la  inmediación  de  los 
dos  estados  y  por  la  mayor  analogía  de  costumbres 
entre  los  naturales  de  uno  y  otro  reino ,  les  ofrecia 
mayores  ventajas,  suponiendo  que  asi.  no  tendrían 
tampoco  por  enemigo  al  de  Castilla  atendiendo  el  es- 
trecho deudo  y  amistad  que  lexinia  con  el  barcelonés, 
como  hermano  que  este  era  de  la  emperatriz.  Ayudó  . 
á  estas  negociaciones  Guillen  Ramón  de  Moneada, 
senescal  de  Cataluña  y  uno  de  los  magnates  de  mas 
inflojo.  Decidió,  pues,  don  Ramiro  dar  su  hija  en  es- 
ponsales al  conde  de  Barcelona,  y  hallándose  ell  1  de 
agosto  de  4  4  37  en  Barbastro  se  concertó  el  matrimo- 
nio de  la  infanta  doña  Petronila  con  don  Ramón  Be- 
renguer, dándole  con  ella  todo  el  reino  de  Aragón, 
cuanto  se  extendía  y  habia  sido  posoido  y  adquirido 
por  el  rey  don  Sancho  su  padre  y  por  don  Pedro  y 


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5Í2  HISTOAU  DB  BSPAÜA. 

don  Alfonso  sus  hermanost  salvos  los  usos  y  costom- 
bres  qae  en  tiempo  de  sas  antecesores  tavíeron  los 
aragoneses»  y  reservándose  el  honor  y  título  de  rey  ^*\ 
En  SQ  consecuencia  todos  los  burgeses  de  Huesca 
hicieron  juramento  de  obediencia  y  fidelidad  (24  de 
agosto)  al  conde  de  Barcelona  y  nuevo  rey  de  Ara- 
gón ^^\  Y  mas  adelante  en  2?  de  agosto  y  4  3  de  no-* 
viembre,  hallándose  don  Ramiro  en  Zaragoza,  con- 
firmó de  nuevo  á  presencia  de  los  ricos-hombres  de 
Aragón  su  abdicación  absoluta  del  reino  á  favor  de 
don  Ramón  Berenguer,  y  para  que  no  hubiese  duda 
en  ello  le  hizo  cesión  de  cuanto  le  hubiera  retenido  ó 
reservado  cuando  le  entregó  su  hija  ^^K  Hecha  esta 
solemne  renuncia,  sé  retiró  don  Ramiro  á  San  Pedro 
el  Viejo  de  Huesca,  donde  principalmente  pasó  el  resto 
de  sus  dias,  no  volviendo  á  tomar  parte  en  los  nego- 
cios públicos,  y  haciendo  nna  vida  retirada  y  oseara 
hasta  mas  de  mediado  el  siglo  XIL  en  que  falleció  W. 
De  esta  manera  aquel  reino  que  en  tiempo  de 
Alfonso  el  Batallador  parecia  que  iba  á  absorber  en 
8Í  todos  los  estados  cristianos  de  España ,  cornizo 
por  sufrir  con  Ramiro  el  Monje  la  desmembración  de 
Navarra,  continuó  por  hacerse  feudatario  del  de  Cas- 

(i)    Ai'ehíf  o  de  la  corona  de  montos  qoe  prueban  haber  estado 

AfaaoD,  pergam.  d.  86*  también  en  San  Jaan  de  la  Peñ8| 

(9)    Ibid.  pergam.  n.  76.  Borja  y  otros  pantos.  Se  cree  que 

i3)    n>id.  pergam.  námerosSS  tívió  basta  4454.  De  aa  esposa 

y  87.  doña  Inés  apenas  quedó  memoria 

(4)    No  estuTO  siempre  después  alguna;  infiérese  quo  sa  redujo 

de  su  renuncia  en  Huesca,  como  también  á  la  vida  priyada. 
algunos  han  escrito.  Hay  docu* 


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'  ^  lilla  ycoúclúyópor  iocorporarseal  coüdádodeBar- 

*  celóna,  acabando  así  la  linea  masculina  de  los  vigo- 
>  rosos  monarcas  aragoneses,  á  los  ciento  y  cuatro  años 

•  dé  haber  comenzado  á  reinar  el  primer  Ramiro;  todo 
por  haber  puesto  la  corona  en  la  cabeza  de  ún  monje» 

\  que  en  el  espacio  de  tres  años  trocó  el  sayal  y  la  co- 

\  güila- por  el  manto  y  la  diadema»  cambió  el  sacer* 

docio  por  el  matrimonio,  tuvo  una  hija,  la  desposó, 

I  enagenó  el  reino  y  se  volvió  á  un  retiro  de  donde  no 

debió  haber  salido  nunca, 
i  Gran  novedad  fué  para  España  la  reunión  de  es* 

I  tos  dos  estadosbajo  el  cetro  de  un  solo  príncipe,  y 

uno  de  los  pasos  mas  avanzados  que  en  aquellos  si* 
I  glos  se  dieron  hacia  la  unidad  de  la  monarquía.  Mas 

I  por  lo  mismo  que  en  adelante  habitemos  de  conside^ 

I  rar  ya  á  Cataluña  y  Aragón  como  un  solo  reino»  ne- 

,  cesitamos  exponer  cual  era  la  situación  de  Cataluña 

antes  y  al  tiempo  de  verificarse  este  importante  su- 
ceso. 

Dejamos  en  el  capítulo  IIL  de  este  libro  posesio- 
nado del  condado  de  Barcelona  á  don  Ramón  Beren*- 
guer  IIL,  llamado  el  Grande,  hijo  del  Asesinado  y  so- 
brina del  Fratricida.  Indicamos  también  los  felices 
auspicios  con  que  se  habia  inaugurado  el  gobierno 
del  joven  príncipe,  cuyos  primeros  años  se  habiaa 
I  pasado  entre  sobresaltos  y  agitaciones.  Educado  en  la 

escuela  de  las  campañas;  animoso  de  corazón  y  re-- 
suelto,  aliado  y  amigo  de  los  belicosos  y  denodados 


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544  HISTOai A  DB  ESPAfÍA • 

condes  de  Pallars  y  de  Urgel,  hízose  pronto  temible 
á  los  mabometaDOS  y  contribuyó  no  poco  á  derribar 
el  emirato  de  Zaragoza  tan  tenazmente  sostenido  par 
k)steriáblesBeni-Hud.  El  caudillo  Mohammed  ben  Al- 
hag  que  de  orden  de  Temim  habia  hecho  una  algara 
devastadora  á  tierras  de  Cataluña  (1109),  se  vio  á 
su  regreso  sorprendido  por  los  montañeses  catalanes 
en  las  fragosidades  de  las  brefias,  y  allí  pereció  coa 
multitud  de  almorávides  y  la  mayor  parte  de  los  ca- 
balleros de  Lamtuna  que  le  acompañaban  ^*K  Envía- 
do  luego  contra  el  barcelonés  con  mas  poderosa  hues- 
te el  waM  de  Murcia  Abu  Bekr  ben  Ibrahim,  taló  los 
campos  catalanes,  incendió  alquerías,  robó  ganados  y 
frutos,  y  devastó  de  nuevo  las  comarcas;  mas  ha* 
biéndose  jimtado  catalanes  y  aragoneses  para  cerrarle 
el  paso  en  su  retirada,  vióse  empeñado  en  un  serio 
combate,  en  que  si  no  fué  del  todo  desbaratado,  por 
lo  menos  setecientos  musulmanes  lograron^  al  decir 
de  los  historiadores  árabes,  «la  corona  del  martirio.» 
Un  suceso  doméstico  vino  en  este  tiempo  á  afli- 
gir el  corazón  del  animoso  conde  barcelonés,  á  saber, 
la  muerte  de  su  segunda  esposa  doña  Almodis,  que 
le  dejó  sin  darle  sucesión.  Mas  aquello  mismo  que  le 
afectó  como  esposo  fué  ocasión  de  engrandecimiento 
para  el  pais  y  de  agregarse  nuevas  joyas  á  la  corona 
condal;  puesto  que  quedando  en  aptitud  de  contraer 

(4)"  Conde,  part.  III.  cap.  24. 


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PAKTB  lU  LIBBO  II.  645 

terceras  nupcias ,  enlazóse  en  4112  condona  Dulcía* 
heredera  de  los  condes  de  Provenza,  que  le  trajo 
aquellas  ricas  y  *cultas  posesiones*  y  agregó  á  Cataluña 
el  célebre  país  de  la  gaya  ciencia  que  tan  buenos  imi- 
tadores encontró  en  los  catalanes  y  cuyo  contacto  tanto 
influyó  en  el  desarrollo  de  la  literatura  y  de  la  civili-^ 
zacion  catalana.  Coincidió  coa  este  suceso  la  incorpo- 
ración del  condado  de  Besalú  al  de  Barcelona  por 
muerte  sin  sueesion  de  su  último  conde  Bernardo,  en 
conformidad  á  un  pacto  anterior.  Con  esto  y  con  ha- 
berse visto  forzados  el  vizconde  Aton  de  Carcasona  y^ 
8tt  feroz  hijo  Roger  á  reconocerse  feudatarios  del  de 
Barcelona  c^ligáúdose  á  servirle  y  valerle  como  va- 
sallosi  veia  don  Ramón  Berenguer  el  Grande  ensan- 
charse sus  dominios  con  la  agregación  de  pingües  es- 
tados, y  quedaba  en  disposición  de  acometer  empre- 
sas que  habián  de  elevar  muy  alto  su  nombre  y  su 
fama.  Una  feliz  casualidad  vino  á  abrirle  un  nuevo 
camino  de  gloria^ 

La  república  de  Pisa,  cansada  de  sufrir  las  conti- 
nuas y  molestas  incursiones  con  que  la  fatigaban  lo.s 
sarracenos  de  las  islas  Baleares ,  resolvió  al  fin  tomar 
venganza  de  sus  importunos  enemigos,  y  armó  una 
flota  para  ir  á  buscarlos  á  las  mismas  islas  en  que  se 
guarecían.  El  papa  Pascual  IL  concedió  á  esta  em- 
presa los  honores  de  cruzada,  y  en  agosto  de  4113 
se  dio  á  la  vela  aquella  escuadra  de  voluntarios  ita-t- 

llanos  que  de  todas  parles,  como  á  una  guerra  santa» 
Xqmo  IV.  3S 


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SiC  HISTORIA  1>K  ESPAÑA. 

hablan  acudido.  Una  tempestad  los  arrojó  á  primeros 
de  setiembre  á  la  cost^  oriental  de  Gataluñat  que  ellos 
creyeron  ya  ser  Mallorca.  Difundióse  entre  los  cata- 
lanes la  nueva  del  desembarco  de  aquella  gente,  y 
del  objeto  de  su  empresa.  Ellos  también  habian  e^ 
perimentado  vejaciones  da  parte  de  los  árabes  isle- 
ños, y  pidieron  concurrir  á  la  venganza  y  ser  iiQCor-f 
porados  en  la  expedición.  El  conde  accedió  á  la  pe- 
tición de  sus  pueblos,  y  conferenció  con  los  písanos,  los 
cuales  no  solo  admitieron  por  compañeros  ¿  los  cata- 
lanes, sino  que  dieron  á  don  Ramón  Berenguer  el 
mando  supremo  de  las  fuerzas.  Pasóse  aquel  invíenao 
en  preparativos,  y  en  junio  de  4114  tomó  la  armada 
el  rumbo  de  las  islas.  La  primera  que  sucumbió  á  las 
armas  cristianas  fué  Ibiza.  EMO  de  agosto  se  apo- 
deraron los  cruzados  del  último  baluarte,  y  demoli- 
das las  fortificaciones  y  repartido  el  botin,  izóla  es« 
cuadra  para  Mallorca.  J)esembarcado  que  hubo  el 
ejército  aliado,  dirigióse  á  embestir  la  capital.  Largo 
fué  el  cerco,  los  combates  muchos,  varios  los  azares, 
disputados  los  asaltos,  y  sensibles  las  pérdidas ;  pero 
fué  mayor  la  constancia  t  y  el  conde  tuvo  buenas  y 
muchas  ocasiones  de  mostrar  allí  su  denuedo  y  lo  que 
valia  su  espada.  Al  ñn,  después  de  pasar  muchos*  tra- 
'  bajos  y  aun  enfermedades  en  la  cruda  estación  del 
invierno,  á  principios  de  febrero  del  año  111S  se  or- 
denó el'  general  asalto  por  tres  partes  del  muro  si- 
multáneamente ;  hasta  diez  veces  fueron  rechazados 


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PAftTC  fl.  L1B&0  11.  547 

los  cristianos,  pero  ni  por  eso  se  entibió  su  ardor  im- 
petuoso;  apoderáronse  del  primer  recinto ,  los  demás 
cedieron  ya  pronto  á  su  furia;  todo  fué  desde  enton- 
ces mortandad  y  estrago,  y  al  través  de  la  ruina  y 
desolación,  y  de  los  ayes  y  lamentos,  y  de  aquel  cua- 
dro de  horror  y  de  muerte,. uu  espectáculo  consola- 
dor y  tierno  se  ofrecia  á  los  ojos  de  los  cristianos,  el 
de  Iqs  cautivos  cuyas  cadenas  rompían,  y  queise  ava« 
lanzaban  á  llenar  de  bendiciones  y  abrazos  á  sus  li- 
bertadores ^^\ 

Grande  fué  aquella  expedición  y  conquista,  yapa- 
rece  mayor  cuanto  mas  se  consideran  las  dificultades 
de  aquel  tiempo.  Mucha  gloria  recogió  en  ella  el 
conde  don  Ramón  Berenguer ,  no  tanto  por  la  parle 
real  de  adquisición  de  un  territorio  que  por  entonces 
no  habia  de  poder  conservar,  como  por  el  inflfijo  mo- 
ral que  adquiría  su  nombre,  por  el  prestigio  que 
aquel  triunfo  daba  á  las  armas  catalanas,  por  el  im-« 
pulso  y  desarrollo  que  habia  de  tomar  su  marina  y 
por  la  comunicación  y  tráfico  en  que  habian  de  que*- 
dar  con  aquellos  italianos.  Por  lo  demás  ni  estos  po-* 
dían  mantener  lo  conquistado ,  ni  la  naturaleza  de 

(1)    Nnestro  malogrado  «ihigo  en  4413  en  San  Felió  de  Gaizoles 

el  sefior  Pi^errer,  en  sos  Reeuer^  entre  el  conde  don  Ramón  Beren- 

do»  y  bellezas  de  Bgpaña  (tomos  gaer  III.  y  los  písanos,  y  otros 

de  Mallorca  y  Catalafia),  insertó  qae   connrma  la  crónica  Gesta 

cariosos  documentos  y  pormeno-  triumphalia  per   Fisanos  faC" 

res  acerca  de  esta  famosa  esper  ia,  etc,  de  Muratori.  En  esta  in-* 

dicion  de  písanos  y  catalanes  á  teresante  obra  hallará  el  C[oe  las 

las  Baleares,  sacados  del  Archivo  desee  circanstancia&é  incidentes 

general  de  fa  corona  de  Aragón,  en  que  no  le  es  dado  detenerse  i 

tale^  como  el  convenio  celebrado  un  historiador  general. 


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54S^  H19T0tIA  DB  B^PAIÍA. 

aquel  ejército  allegado  de  tan  diversas  gentes  lo  per^ 
tnitia ,  ni  lo  consentían  tampoco  las  circunstancias  de 
Cataluña  acometida  en  sp  ausencia  y  bosligada  por 
multitud  de  taifas  muslímicas.  Ademas  que  Yussuf  no 
se  habia  descuidado  en  enviar  sus  naves  al  socorrode 
aquellas  islas;  y  por  todas  estas  razones  los  cristianos 
obraron  con. prudencia  en  dejar  á  Mallorca  y  regre- 
sar á  sus  respectivos  países,  llenos  de  gloria,  de  ri« 
quezas  y  de  cautivos  moros.  Y  no  por  eso  fué  in-- 
fructuosa  aquella  empresa:  el  orgullo  musulmán  que- 
daba abatido;  ya  no  podían  infestar  los  mares  con 
sus  piraterías  tan  á  mansalva  como  antes;  los  catala- 
nes comprendieron  toda  la  utilidad  que  podía  pres- 
tarles la  marina  asi,  para  las  oonquistas  como  para  el 
comercio,  y  se  dieron  á  fomentarla,  y  sirvióles  no 
poco  para  la  seguridad  de  sus  costas  y  para  el  tráfico' 
mercantil  en  que  habian  de  ser  luego  tan  afamados. 
Supónese  el  regocijo  con  que  al  regreso  de  tan 
gloriosa  Jornada  serian  recibidos  los  catalanes  expe« 
dicionarios.  Tenia  ya  entonces  Alfonso  el  Batallador 
harto  entretenidos  á  los  moros  de  todas  aquellas  par- 
tes, lo  que  debió  proporcionar  al  conde  de  Barcelona 
tiempo  y  desahogo  para  acrecentar  sus  fuerzas  nava- 
les, á  que  le  ayudaron  sus  subditos  con  prodigiosa 
actividad,  particularmente  los  barceloneses.  Ello  es 
que  á  poco  tiempo  vióse  una  numerosa  flota  catalana 
surcar  atrevidamente  las  aguas  del  Mediterráneo. 
En  ella  iba  el  conde  don  Ramón  con  bastantes  pre- 


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PAATK  11.  UBftO  11.  549 

lados  y  barones,  y  la  competeate  dotacioa  de,  hombres 
de  armas.  No  tardó  la  escuadra  en  arribar  á  Genova  i, 
donde  bailó  honroso  recibimiento^  De  allí  tomó  el  rum- 
bo á  pisa:  de  esperar  era  que  el  gefe  de  la  ei^pedícion 
aliada  de  catalanes  y  pisanos  á  Msijlorca  recibiese 
allí  mayores  obsequios.  Y  en  efecto,  cuentan  las  cró- 
nicas que  al  tomar  tierra  fué  recibido  en  procesión 
solemne,  y  que  á  esta  primera  acogidsi  correspon- 
dieron los  ulteriores  agasajos.  Renovada  allí  y  e&- 
trecliada  la  alianza  y  la  amistad  con  los  que  una  feliz 
casualidad  habia  hecho  antes  amagos,  eayió  el  conde 
don  Ramón  desde  Pisa  una  embajada  al  pontífice 
Pascual  IL  solicitando  otorgase  los  honores  de  cruza^ 
da  á  los  que  le  ayudasen  á  la  guerra  que  pensabii 
emprender  contra  los  moros  de  Cataluña.  El  papa 
condescendió  gustoso  con  los  deseos  del  conde,  y 
t^ascual  11.  no  hizo  mas  que  expedir  una  bula  mas  de 
este  género;  que  casi  le  iban  haciendo  los  pontífices 
el  medio  ordinario  de  alentar  los  cristianos  4  la 
guerra.  • 

Contento  el  barcelonés  con  el  buen  éxito  de  sus 
negociaciones,  emprendió  el  regreso  á  su  patria.  A 
su  paso  por  Provenza  halló  que  la  fortaleza  de  Fossis 
ó  Castellfoix  se  habia  rebelado,  y  separádose  de  sq 
obediencia.  Dispuso  saltar  á  tierra  con  su  gente«  y  de 
tal  modo  fué  cercada  y  batida  la  ciudad  por  los  bar- 
celoneses, que  tomándola  á  viva  fuerza  pudieron  pro* 
seguir  con  la  satisfacción  de  no  dejar  á  sus  espaldas 


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550  HISTORIA  DE  BSPAÑA. 

pla:^  alguna  enemiga.  En  esle  tiempo  se  había  enri-* 
quecido  el  condado  de  Barcelona  con  otra  nueva  he-* 
rencía  semejante  á  la  del  condado  de  Besalu.  Bernar- 
do Guillermo  conde  de  Cerdaña  había  muerto  sin  hi- 
jos, y  con  arreglo  á  la  condición  con  que  su  hermano 
Guillermo  Jordán  le  habia  instituido  heredero,  pasa- 
ba su  condado  al  de  Barcelona.  Asi  iban  reuniéndose 
én  Ramón  Berenguer  III.  los  diferentes  estados  en  que 
desde  el  tiempo  de  los  Wifredos  andaba  dividida  la 
Cataluña  (de  1116  á  1120). 

Aunque  el  norte  fijo  de  los  pensamientos  del  con- 
de don  RdnK)n  había  sido  siempre  la  reconquista  de 
ta  importante  plaza  de  Tortosa,  dedicóse  primero» 
por  lo  mismo  que  habia  tenido  mas  de  una  ocasión 
de  conocer  las  dificultades  de  aquella  empresa,  á 
asegurar  los  puntos  comarcanos.  Fué  uno  de  estos  la 
célebre  Tarragona,  que  aunque  recobrada  por  su  lio^ 
el  Fratricida^  continuaba  arruinada  y  desierta*  ex- 
puesta siempre  á  los  rudos  ataques  de  los  Al  mora  vi-* 
des.  Ayudóle  á  su  restauración  el  santo  obispo  Ola- 
guer,  á  quien  el  conde  nombró  para  aquella  silla  ar-^ 
¿obispal,  reiterando  la  donación  que  á  aquella  iglesia 
habia  hecho  su  tio  de  la  ciudad  y  su  territorio, 
añadiéndole  á  Tortosa,  ccuandd  la  divina  clemen- 
cia quisiera  volverla  at  pueblo  cristiano*»  El  olnspo 
Oiáguer  pasó  á  Roma,  obtuvo  la  confirmación  del  ar- 
zobispado, los  honores  de  legado  pontificio,  y  una 
bula  promoviendo  la  cruzada  para  libertar  las  iglesias 


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fARTB  II.  LIDtO    II.  5Sf 

españolas.  La  veoída  de  Olagucr,  y  la  aliaoza  con  Ge- 
nova y  Pisa  alentaron  al  conde  á  llevar  sos  estandartes 
por  las  campiñas  de  Tortosa  hasta  el  pie  de  las  murallas 
de  Lérida.  El  resultado  de  este  atrevido  luovimienio 
fué  poner  al  wali  de  Lérida  en  la  precisión  de  cele 
brar  un  convenio  por  el  que  se  le  hacia  tributario  de 
ambas  ciudades,  y  le  entregaba  los  mejores  castillos 
de  aquella  ribera:  en  cambio  el  barcelonés  le  concedió 
algunos  honores  en  Barcelona  y  Gerona,  y  le  prome- 
tió l(enerle  prontas  para  el  verano  siguiente  veinte  ga-  . 
leras  y  los  barcos  necesarios  para  trasportar  á  Mallorca 
doscientos  caballos  y  su  servidumbre  ^^K, 

No  fué  tan  próspera  la  suerte  de  las  armas  al 
conde  don  Ramón  Berenguer  en  los  anos  que  media- 
ron del  1120  al  1125.  Dtstraido  en  este  tiempo  don 
Alfonso  el  Batallador  con  sus  osadas  escursiones  á  Va«- 
lencia,  Murcia  y  Andalucía,  quedó  solo  el  barcelonés 
para  resistir  á  los  Almorávides  que  con  el  grueso  de 
sus  Cuerzas  se  arrojaron  otra  vez  á  vengar  stis  ultrages 
en  Lérida  y  Tortosa.  Las  historias  hablando  una  desas- 
trosa derrota  que  sufrieron  los  catalanes  delante  del 
castillo  de  Gorbins  entre  Lérida  y  Balaguer,  en  que 
de  tal  modo  fueron  deshechos  los  crísliañQs,  qye  solo 

(1)    Enel  Archivo  de  Barcelona  Roimundum  barchinonensem,  co- 

(OoleccioD  de  escrituras  rolladas  milem  ti  marchÁonem:  qtwd  de 

del  conde  Ramón  Berenguer  lU.,  uta  hora  in  antea  sint  amici  in- 

numero  129)  hemos  visto  original  ter  se  et  fideles,  sine  ullo  malo 

el  convenio  celebrado  en  setienv-  ingenio  et  enganno,  etc.*  Y  apa- 

bre  de  41520,  que  empieza  dsí:  rece  firmado  por  el  conde  don  Ra- 

ntíocesl  convemenlia que est  facía  mon,  á  cuva  firma  sigue  la  do 

ÍMíer  Akhaid  Aviplel  rt  dominum  Avifilf»!  en  árabe. 


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6^2  tflSTOElA  üK  ESPAÑA. 

quedaron  de  so  ejército  cortas  y  despedazadas  reli'* 
quias.  A  este  estrago  se  añadió  la  guerra  que  á  doo 
Ramón  le  fué  movida  por  don  Alfonso  Jordán  de  To- 
bosa sobre  el  condado  de  Provenza,  y  en  que  tuvo  que 
venir  á  una  transacción,  por  la  que  se  convino  en  que 
se  partiesen  en  iguales  porciones  la  Provenza  y  Avi** 
non,  quedando  por  dotí  Alfonso  el  castillo  de  Belcaire 
y  la  tierra  de  Argencia ,  concertándose  ademas  que 
cualquiera  de  las  dos  condesas  que  muriese  sm  hijos 
fuese  devuelta  su  porción  á  la.  que  sobreviviera*  Hf- 
zose  este  pacto  á  1 5  de  setiembre  de  41 35. 

Conocieron  ambos  príncipes,  el  de  Aragón  y  el 
de  Barcelona ,  la  conveniencia  y  aun  necesidad  de 
aunar  sus  esfuerzos  para  mejor  resistir  al  enemigo 
común,  y  al  efecto  tuvieron  una  entrevistar  ea  que 
quedó  acordada  una  unión,  que  no  era  sino  el  prín^ 
cipio  y  auuncio  de  la  que  en  breves  años  había  de  es- 
trechar los  dos  t*eino6  hasta  refundirse  las  dos  coro- 
nas. Mutuas  eran,  sino  iguales  las  ventajas  de  esta 
alianza»  El  de  Aragón ,  cuyo  poder  era  mayor  por 
tierra,  aseguraba  sus  posesiones  y  q^iedaba  desem- 
barazado para  atender  á  la  parte  de  Castilla  por  donde 
Alfonso  Vil.  en  aquella  saíoa  sé  presentaba  amena- 
zante. El  de  Barcelona,,  mas  poderoso  por  mar,,  que- 
daba apto  para  atender  ét  sus  aprestos  navales  y 
para  dar  ensanche  á  la  contratación  y  al  tPáñco» 
que  se  hacía  de^  cada  día  mas^  activo.  Así  se^'  en*^ 
contró  bastante  fuerte  hasta  para  imponer  leyes  á.  la 


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fftftn  iK  UBRa  iu  558 

fepúbKea  de  CíéDova,  que  ya  se  hallaba  en  goerra  con 
la  de  Pisa.  Y  en  4127  celebró  un  convenio  con 
Roger,  príncipe  de  la  Polla  y  de  Sicilia «  en  que  le 
prometió  enviarle  para  el  próximo  verano  una  escua* 
dra  de  cincuenta  galeras;  argumento  grande  del  poder 
marítimo  que  alcanzaba  ya  Cataluña  y  del  rápido  pro* 
greso  que  en  corto  tiempo  había  tomado,  al  cual  se 
conoce  bien  lo  que  ayudaba  el  genio  y  disposición  de 
sus  naturales.  Eo  aquel  mismo  año,  no  descuidando 
los  negocios  del  interior,  humilló  al  conde  de  Ampu- 
rias  Hugo  Ponce,  cuyas  demasías  y  altivez  obligaron 
á  don  Ramón  Berenguer  á  apelar  á  las  armas,  y  ha- 
ciéndole pa^ar  por  la  mengua  de  ver  derribadas  las 
fortalezas  que  habia  erigido  de  nuevo,  le  forzó  á  no 
conservlBr  sino  las  que  la  ley  le  permitia  como  depen- 
diente del  conde  de  Barcelona. 

En  la  historia  de  Castilla  hemos  hablado  del  enlace 
que  en  1128  celebró  don  Alfonso  Vil.  ^n  doña  Be- 
rengúela,  bija  del  conde  dan  Ramón  Berenguer,  cuyo 
casainiento  robusteció  también  el  poder  del  catalán, 
y  echó  los  cimientos  de  las  relaciones  y  alianzas  que 
habían  de  medrar  después  entre  aquellos  dos  distan- 
tes estados.  ^ 

Mas  á  poco  tiempo,  debilitado  ya  el  conde  por  la 
edad  y  por  las  fatigas,  enflaquecidas  sus  manos  y  fal- 
tas de  robustez  para  seguir  manejando  la  espada, 
muerta  ya  su  tercera  cfsposa  doña  Dulcia>  y  presin- 
tiendo acaso  que  se  le  aproximaba  la  hora  de  dejar  ó' 


'c 

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bai  HIStORIA  DE  ESPAÑA. 

también  los  trabajos  de  la  tierra,  en  julio  de  1129 
hizo  profesión  de  hermano-  Templario  en  manos  del 
caballero  Hugo  Rigal,  que  con  su  compañero  Bernar- 
do habla  venido  á  aclimatar  en  Cataluña  la  orden  y 
milicia  del  Templo,  acompañando  la  profesión  con  la 
donación  del  castillo  y  territorio  de  Grañena,  como 
punto  avanzado  de  la  frontera ,  para  que  pudiese 
aquella  milicia  lener  parte  en  la  conquista  de  la  im- 
portante plaza  de  Lérida.  Cuando  sintió  que  iba  á 
sonar  pronto  la  hora  de  bajar  al  sepulcro,  se  hizo  con- 
ducir en  una  pobre  cania  al  hospital  de  Santa  Eula- 
lia, y  en  aquel  humilde  trage  y  sitio  le  cogió  la  muer- 
te en  49  de  julio  de  1 131 ,  al  año  justo  de  haber  pro- 
Tesado  de  Templario. 

Tal  fuéi^l  fin  del  conde  don  Ramón  BerenguerlII. 
el  Grande,  el  conquistador  de  Mallorca,  el  que  echó 
los  cimientos  de  la  marina  catalaYia  y  dio  el  primer 
impulso  al  desarrollo  de  3U  industria  y  su  comercio, 
el  que  en  tan  revueltos  ttempos  se  había  hecho  res« 
•petar  de  las  naciones  estrangeras^  é  impuesto  duras 
condiciones  á  sus  naves,  el  que  habia  traido  á  Cata- 
luña un  tráfico, 'una  literatura  y  una  civilización  que 
habia  de  producir  ún  cambio  benéfico  en  su  estado  so- 
cial. A  su  muerte  componíase  su  estado  de  los  condados 
de  Barcelona,  Tarragona,  Vich,  Manresa,  Gerona,  Pe- 
relada,  Bésalú,  Cerdaña,  Conflent,  Vallespin,  Fono- 
llet,  Porapertusa,  Carcasona,  Redes,  Provenza  y  nu- 
merosas pososiorics  hacia  el  Noguera  Ribagorzat\a. 


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»AATB  II.  LlBttp  11.  S5^ 

Heredólo  todo  su  hijo  mayor  doD  Ramoo  Berea-' 
guer  IV.»  ^cepto  lá  Provenza»  que  dejó  á  su  segundo 
hijo  dóQ  Berengoer  Ramón.  Comenzó  el  nuevo  conde 
de  Barcelona  muy  pronto  á  acreditar  que  era  digno 
sucesor  de  Berenguer  el  Grande^  y  mostró  su  respeto 
y  amor  é  la  justicia,  remitiendo,  siendo  el  soberano, 
á  la  decisión  de  un  tribunal,  presidido  por  el  arzobis- 
po Olaguer,  un  litigio  que  traia  con  la  famflia  llamada 
de  los  Castellet,  cuyo  pleito,  atendidas  circunspecta- 
mente todas  las  pruebas,  se  falló  en  su  favor. 

Don  Ramón  Berenguer  IV.  quisó  dar  cima  al  pen- 
samiento de  su  padre,  sancionando  el  definitivo  esta-^ 
blecimiento  de  los  Templarios  en  Cataluña.  Y  habien- 
do promovido  el  arzobispo  Olaguer  una  de  esas  asam- 
bleas mixtas  de  religiosas  y  pol(licds>  llamadas  con- 
cilios, determinóse  en  eila  la  admisión  solemne  de  la 
milicia  del  Templo  en  1133^,  que  sancionó  el  conde 
don  Ramón  como  soberano,  dando  á  los  caballeros  el 
castillo  de  Barbera,  en  las  ásperas  montañas  de  Pra- 
dos, frontero  de  Lérida  y  Tortosa,  la  mas  fuerte  gua- 
rida qpe  conservaban  todavía  los  infieles. 

Sucedió  al  año  siguiente  la  desastrosa  batalla  dé 
Fraga,  en  que  murió  don  Alfonso  el  Batallador,  y 
cuya  muerte  vino  á  cambiar  la  (ai  de  todos  los  esta- 
dos cristianos  españoles.  Desde  la  elección  de  don 
Ramiro  el  Monje  hemos  apuntado  ya  iás  relaciones 
del  conde  de  Barcelona  con  el  monarca  de  Castilla,  la 
ida  de  aquel  á  Zaragoza,  sus  tratos  con  Alfonso  VIL^. 


M  I 


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&d6  HUTOBU   M   BSPAÑA 

y  cuanto  medió  hasta  el  casamiento  de  futuro  de  la 
infanta  doña  Petronila  con  el  conde  de  Barcelona  don 
Ramón  Berengaer  IV.,  y  la  incorporación  de  Aragón 
^  con  Cataluña  por  la  cesión  que  de  sus  estados  hizo 
don  Ramiro,  que  es  basta  donde  en  el  presente  capí* 
tulo  nos  propusimos  llegar.  Desde  ahora  la  historia  de 
Cataluña  es  la  historia  de  Aragón,  porque  ya  constitu* 
yen  un  sote  estado. 


/ 


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APfiNDICS. 

CONTINUA  EL  CATÁLOGO  DE  LOS  REinES  DE  ESPANA. 


CALIFAS  OMMIADAS. 


Año  en  que 

Año  en  que 

«■ifezaron. 

'     Nombres. 

97e 

Hixem  IL 

1091 

1016 

Ali  ben  Hamud  el  Edrisila. 

1017 

1017 

Allunim 

lOIS 

Abdemhman  IT. 

1013 

Abdemhman  V. ' 

]«I3 

Mohammed  III.      , 

lOSS    < 

Yahia  ben  Ali 

lOM 

Hixem  III. 

1031 

CONDES  BE  CASTILLA. 


970 

995 

Mil 

Teman  Gonulez. 
García  Fernandez. 
Sancho  Garóes. 
García  11. 

BETES  DE  LEÓN. 

970 

99S 

lOtl 

10S9 

m 

999 
10«7 
4037 

BamiroIU. 
Bemrado  II. 
Alfonso  V. 
Bermodo  IIL 
Oofa  Sancha. 

98S 

999 

1017 

1037 

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REYES  DE  CASTILLA  T  DE  LEOK. 


Fernando  1. 

1065 

Sancho  11. 

1073 

Alfonso  Vi 

1109 

Uoila  Urraca. 

1126 

Alfonso  VII. 

1065 
107t 
1109 
tH6 


CONDES    DB  BARCELONA. 


Borrell  11. 

993                1 

992 

Ramón  Borrell  III. 

1018               1 

1018 

Berengaer  Ramón  I. 

1035               1 

4035 

Ramón  Berengaer  I. 

1076 

107fi 

Ramón  Berengoer  II. 
Berenguer  Ramón  II. 

108S 

M.V  lU 

1»»S 

1096 

Ramón  Berengaer  III. 

1131 

1131 

Ramón  Berengaer  lY. 

RBTBS   DE  ARAGO^. 

103» 

Ramiro  i. 

1963 

106.1 

Sancho  Ramírez. 

1094 

1094 

Pedro  I. 

1194 

4104 

Alfonso  I.  el  Batallador. 

1134 

1134 

Ramiro  II.  el  Monje. 

1137 

1137  . 

Ramón  Berengaer  IV.,  príncipe  de  Ara 
gon  y  conde  de  Barcelona. 

■• 

DE   NAVARRA. 

Sancho  García  II.  ó  Sancho  el 

Mayor. 

lOSS 

1035 

García  Sánchez  II. 

10S4 

1054 

Sancho  III.  Garcés. 

1076 

1076 

Sancho  IV.  Ramírez.  (Union  con  Aragón^ 

. 

- 

HUEVA  SEPABAGWN. 

1134 

García  Ramírez. 

nw 

11 M 
1194 

Sancho  V.  el  Sabio. 
-Sancho  VI.,  el  Foerte. 

1194 

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índice  del  tono  IV. 


PAUTE  SEGUNDA. 


CAPITULO  XVIL 

ESTADO   MATERIAL    Y    MORAL 

DE    LA    ESPAÑA   ÁRABE   T    CRISTIANA. 

*e910  *   970. 


PAGINAS. 


1.  Reinos  cristianos.— Progreso  dé  la  obra  de  la  restanra- 
cion. — ^Lo  qae  se  debió  a  cada  monarca. — Débil  reinado 
de  Garcia  de  León. — Vigor  y  arrojo  de  Ordeño  IL — ^Ten- 
dencia de  los  castellanos  hacia  la  emancipación. — Obis- 
pos guerreros  do  aquel  tiempo.— Piedad  religiosa  y  mo- 
ralidad de  los  reyes. — Jueces  de  Castilla. — Sistema  de 
sucesión  al  trono. — Breves  reinados  de  Fruela  II.  y  de 
Alfonso  IV. — Ramiro  II*  y  Fernán  González. — Lo  que  in- 
flujo cada  uno  en  la  suerte  de  la  Esgaña  cristiana.-— Or- 
deno III.:  Sancho  el  Gordo  y  Ordeno  el  Malo.— Manejo 
de  cada  uno,  de  estos  principes:  extraña  suerte  que  tu- 
vieron.— Castilla:  Fernán  González:  cuándo  y  cómo  al-^ 
canzó  su  independencia.— II.  Imperio  árabe.- Equivo- 
cado juicio  de  nuestros  historiadores  sobresu  ilnstracion  ^ 
en  esta  época. — Grandeza  y  magnanimidad  de  Abderrah-  ^ 
man  ni.:  generosidad  y  abnegación  de  Almiydbaffar.—  « 

Magnificencia  y  esplendidez  del  califa:  prosperidad  dol 
imperio.— Alhakem  II.— Cultura  do  los  árabes  en  este 
tiempo.— Proieccioa  á  lae  letras;  projgreso  intelectual: 
cómo  se  desarrolló  y  á  quién  fué  debido.— Observación 
sobre  las  b(8ioria&  arábigas.  < ^  á  <^0 


j 

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CAPITULO  xvin. 

ALMANZOIt   EN   CÓRDO0A: 
,  l»B   BAM.ro   III.    Á   ALFONSO    V.   BN    LEONt 
»e   976  4    1002. 

ftituacioo  de  Im  tres  reinos  cristiaDos  al  advenimíeDio  del 
califa  Hixem  II.— Menoría  de  Ramiro  III.  de  León.— Pó- 
nesele  bajo  la  tatela  de  dos  religiosas.— Impradenciaa  v 
desórdenes  del  monarca  en  sa  mayor  edad. —Irrita  a 
lo^  nobles  j  proclaman  i  Bermodo  II.  el  Goloso. — ^Al- 
XAiizoK  primer  ministro  y  regente  del  califato. — ^Imbe- 
cilidad del  tierno  califa.— Obra  Almanzor  como  soberano 
del  imperio.-*-Su  nacimiento:  sus  altas  prendas:  su  con- 
ducta.— Jura  eterna  guerra  á  los  cristianos. — Sus  dobles 
campañas  anuales. — Sus  triunfos.— Fdga  de  Berqipdo  Ii. 
á  Asturias.— ^Toma  Almanzor  á  León  y  la  destruye. — Sus 
victorias  en  África.— Conquista  á  Baroelona.^Recóbra- 
1a  el  conde  Borrell  II.— Descripción  de  las  fiestas  nup- 
ciales del  biio  de  Almanzor.— Los  Siete  Infantes  de  Le- 
ra.— ^Vence  Almanzor  y  hace  prisionero  al  conde  Gfarcla 
Fernandez  de  Castilla:  su  muerte.-^Dostruye  el  gran 
templo  de  Santiago  de  Galicia.— Triunfos  de  los  musul- 
manes espafioles  en  África.— Muerte  de  Bermudo  n.  de 
León.— Alfonso  V.— Calamitosa  situación  de  la  España 
cristiana.— Alianza  de  los  soberanos  de  León ,  Castilla  y 
Navarra  para  resistir  á  Almanzor^ — ^Refuerzos  ^ue  este 
recibe  de  África.— >Famosa  batalla  de  Calatanazor.— 
Glorioso  triunfo  de  los  cristianos.— Almanzor  es  derro- 
tado después  de  veinte  y  cinco  años  de  victorias,  y  de 
cincuenti^  batallas  felices.-r-Muere  en  Medinaceli.— Epi- 
tafios destt sepulcro. *34  i  B3 

CAPITULO  XIX. 

caída   T   DISOLUCIÓN   DEL   CALIFATO. 
•elOOSé  1031. 


Justos  temores  y  alarmas  de  los  musulmanes.— Gobierno 
de  Abdelmelik,  biio  y  sucesor  de  Almanzor,  como  primer 
ministro  del  califaüixem.— Sus  campañas  contra  los  cris» 


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INDIGR.  561 

pXoinas. 


líanos:  gu  muerte.— Gobieroo  de  AbderrahmaD,  segun- 
do bíjo  de  Almaozor. — Infundado  orgullo  de  este  bagib: 
su  desmedida  ambición:  bácese  nombrar  sucesor  del  ca- 
lifa.—Terrible  castigo  de  su  loca  presunción.— Minisifr- 
rio  de  Mobammed  el  Ommiada  y  del  slavo  Wabda.— En* 
cierran  al  califa  Híxem  en  una  prisión  y  publican  que  ha 
muerto.— Mobammed  se  proclama  califa.— Le  destrona 
Soleiman  con  auxilio  del  conde  Sancho  de  Castilla.-^ 
Gran  batalla  y  triunfo  de  los  castellanos  en  Oebal  Quin* 
tos.— Recobra  Mobammed  el  trono  con  ayuda  de  los  cris- 
tianos catalanes.— Saca  Wabda  al  califa  Hixem  de  la 
prisión,  y  le  enseña  al  pueblo  que  le  creía  muerto.— En- 
tusiasmo en  Córdoba;  alboroto*.  Mobammed  muere  deca- 
pitado, y  su  cabeza  es  paseada  por  las  callos  de  la  ciu- 
dad.— Apodérase  Suleiman  otra  vez  del  trono,  y  desapa- 
rece misteriosamoDte  y  para  siempre  ej  califa  Hixem. — 
Muere  Suleiman  asesinado  por  AH  el  Edrisita,  que  á  su 
vez  se  proclama  califa.— Precipitasa  la  disolución  del 
imperio:  partidos,  guerras,  destronamientos,  usurpacio- 
nes, crímenes.— Últimos  califas:  All,  Abderrabman  IV., 
Alkasim,  Tabia.  Abderrabman  V.,  Mobammed  III.,  Tabia, 
segunda  vez,  Hixem  III.— Acaba  definitivamente  el  im- 
perio ommiada ', 84  á  122 

CAPITULO  XX. 
REINOS   gristiaÍios: 

DESDE   ALFONSO   ▼.    D£  LEÓN   HASTA   FERNANDO   1. 
DE  CASTILLA. 

me   4002*1037. 

Falta  de  unión  entre  los  monarcas  cristianos.— Conducta  de 
Alfonso  V.  — Repnebla  á  León*— Sus  desavenencias  con 
Sancho  de  Castilla.— Célebre  concilio  de  León  de40iO. 
—Sus  principóles  cánones  6  decretos.— Constituye  el 
llamado  Fu$ro  d§  ¿son^— Muerte  de  Alfonso  V.— Fueros 
de  Castilla  otoroados  por  el  oonde  don  Sancbo.-^Fue- 
ros  en  el  condaoo  de  Barcelona.— Borrell  U.  y  Bereu'- 
guer  Ramón  I.— Fuero  de  Nájera  por  el  rey  Sancho  el 
Mayor  de  Navarra.— Garcia  II.  de  Castilla  y  Bermudo  III. 
de  León.— Ifoere  el  conde  Garcia  asesinado  en  León  por 
lafiamiliadeloe  Velas.— Anodérase  el  rey  de  Havarra 
del  condado  de  Castilla.- Horrible  castigo  de  los  Velas. 
—Conquista  una  parte  del  reino  de  León.— Discordias 
Tomo  iv.  36 


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562  HISTORIA  DB  ESPAKa. 

pXqinas. 


I 


entre  el  leonés  y  el  n aterro. — Vienen  é  acomodamiento 
so  pacta  reconocer  á  Fernando  por  rey  de  Castilla. — 
11  navarro  se  apodera  de  Astorga  y  se  erige  en  rey  de 
León.— Haerte  de  Sancho  el  Grande  de  Navarra,  y  fa- 
mosa distribución  de  reinos  que  hizo  entre  sos  oijos.— • 
Guerra  entre  Ramiro  de  Aragón  y  Garcia  de  Navarra. — 
Guerra  entre  Bermudo  IIL  de  León  y  Fernando  I.  de 
Castilla. — Muere  Bermudo.— Extínguese  la  linca  mascu- 
lina de  los  reyes  de  León.— Hácese  reconocer  por  rey 
de  León  Fernando  de  Castilla.— Reunión  de  las  coronas 
de  León  y  Castilla  en  Fernando  T 4i3  á  455 


CAPITULO  XXI. 
FRACCIONAMIENTO  DEL  CALIFATO. 

GUERRAS   ENTRE    LOS   M0SULMANE8 . 


1031    A  1080. 


Causas  de  la  disolución  del  imperio  ommiada .-Reinos  in- 
dependientes que  se  formaron. — Córdoba,  Toledo,  Bada- 
joz, Zaragoza,  Almería,  Valencia,  Málaga,  Granada, 
Sevilla,  etc.— Familias  y  dinastías.- Alameries,  Tadjibi- 
tas.  Boni^uditas,  Boni-Al  Afthas,  Edrisitas,  Zeintas, 
Abeditasy  etc.— Sabio  y  benéfico  gobierno  de  Gebvrar  en 
Córdoba.— República  aristocrática.— Orden  interior.- 
Armamento  de  vecinos  honrados.- Seguridad  pública.— 
Ambición  del  de  Sevilla.— Sus  guerras  con  los  de  Car- 
mona,  Málaga,  Granada  y  Toledo.— El  rey  de  Sevilla  se 
apodera  por  traición  de  Córdoba*— Fin  del  reino  cordo- 

^  bes.— Revolución  en  Zaragoza.— Estínguese  alli  la  dinas* 
tía  de  los  Tadjibi,  y  la  reemolaza  la  de  los  Beni-Hud.— 
Independencia  y  sucesión  ae  los  reyes  de  Almería.-— 
Justo  y  pacífico  gobierno  de  Al  Motacim.— ^Prendas  bri- 
llantes de  este  príncipe.— Reyes  de  Valencia.  Alzase 
con  este  estado  el  de  Toledo.— Los  Beni-AI  Afthas  de  Ba- 
dajoz.— ^Engrandecimiento  de  K\  Motadhi  el  de  Sevilla. — 
Su  muerte.— Cualidades  de  su  hijo  y  suoesor  Al  Mota- 
mid.— Su  rivalidad  con  el  de  Almería.— Necesidad  de 
estas  noticias  para  el  conocimiento  de  la  historia  de 
la  España  cristiana 156  á  484 


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CAPITULO  XXII. 


FERNANDO    I.    DB    CASTILLA    Y    DE    LEÓN. 


•e 


4037*1065. 


PiÍQINAS. 


Cómo  86  captó  Fernando  el  afecto  de  los  leoneses.— En  qué 
empleó  los  primeros  anos  de  su  reinado.— Medidas  de 
gobierno  interior.— Concilio  de  Goyanza  en  1050. — Sus 
principales  cánones.— Con fírmacioa  de  los  fueros  de  Cas- 
tilla y  León.— Guerra  con  su  hermano  García  de  Na- 
varra.—Batalla  de  Aiapaerca,  en  que  muere  García. — 
Noble  conducta  do  Fernando  antes  y  después  de  esta 
guerra. — ^Primeras  campañas  de  Fernando  contra  los 
sarrrcenos. — Conquistas  de  Viseo,  Lamego  y  Goimbra.— 
Sus  campanas  en  el  centro  de  la  Península. — ^Sitio  de 
Alcalá  de  Henares. — Humilde  súplica  del  rey  musulmán 
de  Toledo. — Campaña  contra  el  rey  mahometano  de  Se- 
villa —Humillación  de  Ebn  Abed. — ^Historia  de  la  tras- 
lación del  cuerpo  de  San  Isidoro  de  Sevilla  á  León. — 
Testamento  de  Fernando.  Distribución  de  reinos. — Cam- 
paña y  sitio  de  Valencia. — Sorpresa  de  Paterna.— En- 
fermedad de  Fernando. — Se  retira  á  León. — Religiosa  y 
ejemplar  muerte  de  este  gran  monarca 485  á  241 


CAPITULO  XXIII. 
LOS  HIJOS  DE  FERNANDO  EL  MAGNO, 

SANCHO,    ALFONSO    Y    GARCÍA. 


Juicio  de  la  distribución  de  reinos  que  hizo  Fernando  I.  de 
Castilla  en  sos  tres  hijos.- Guerra  de  Sancho  de  Castilla 
con  808  primos  Sancho  de  Aragón  y  Sancho  de  Navarra 

Ísa  resultado.— Despoja  Sancho  de  Castilla  á  sus  dos 
ármanos  Alfonso  y  Garda  de  los  reinos  do  León  y  Ga- 
licia.—Aventuras  de  Alfonso  VI.  de  León.— Su  prisión: 
toma  el  hábito  religioso  en  Sahagan:  se  refugia  á  Tu- 


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56  Í>  IllSTOaiA  DB  ESPAÑA. 

PÁGniAd. 


ledo,  7  vive  en  amistad  con  el  rey  musulmán. — Quita 
Sancho  la  ciudad  de  Toro  á  su  hermana  EWira. — Sitia 
en  Zamora  á  su  hermana  Urraoa.^Muere  Sancho  ea  el 
cerco  de  Zamora. —Traición  do  Bellido  Dolfos. — El  Cid. — 
Es  proclamado  Alfonso  rey  de  Castilla,  de  León  y  de  Ga- 
licia.— ^Juramento  que  le  tomo  el  Cid  en  Burgos. — Alianza 
de  Alfonso  VI.  con  Al  Mamun  el  de  Toledo. — Toman  jun- 
tos á  Córdoba  y  Sevilla. — Piérdense  otra  vez  estas  dos 
ciudades. — Muerto  de  Al  Mamun. — ^Resuelve  Alfonso  la 
conquista  de  Toledo, — Alianza  con  el  de  Sevilla. — Ofrece 
este  su  hija  Zaida  al  monarca  leonés  y  la  acepta. — Rín- 
dese Toledo  al  rey  de  Castilla.— Capitulación.— Entrada 
de  Alfonso  en  Toledo.— Concilio.— Primer  arzobispo  de 
Toledo.— Conviértese  la  mezquita  mayor  en  basílica 
cristiana.— Cambio  en  la  situación  de  los  dos  pueblos 
cristiano  y  musulmán 24i  á  243 

CAPITULO  XXIV. 
ARAGÓN.— NAVARRA,— CATALUÑA. 

RAIURO. LOS   SANCHOS. — BAMON   BBEEHGUBR. 

Ramiro  1.  de  Aragón.— Estrechos  limites  de  su  reino.— 
Frustrada  tentativa  contra  su  hermano  García  de  Na- 
varra .-Qer-eda  lo  de  Sobrarbe  y  Bibagorza  por  muerte 
de  su  hermano  Gonzalo. — Toma  algunas  plazas  á  los  sar- 
racenos.-'Concilio  de  San  Juan  do  la  Peña. — Ídem  de 
Jaca.— Testamento  de  Ramiro  1.— Errores  eo  que  nues- 
tros historiadores  han  incurrido  acerca  de  su  muerte,  y 
cuéntase  como  fué  esta.— Sancho  Ramírez.— Conquista 
á  Barbastro.— Relaciones  entre  los  tres  Sanchos,  de  Ara- 
l^on,  Navarra  y  Castilla.— El  cardenal  losado  del  papa, 
Hugo  Cándido.— Cuando  se  abolió  en  Aragón  el  rito  gó- 
tico y  se  introdujo  el  romane— Negociaciones  con  Ro- 
ma.—Muere  asesinado  Sancho  Garcés  de  Navarra,  y  se 
unen  Navarra  y  Aragón  en  Sancho  Ramírez.— Campañas 
de  Sancho  Ramírez  con  los  árabes.— Condado  de  Barce- 
lona •— Ramón  Berenguer  I.  el  Vú^'o.— Resultados  de  sa 
prudente  y  sabio  gobierno. — Ensancha  los  limites  de  su 
estado.— Reforma    edeeiásiica:    concilio  de  Gerona.—- 
Cortes  de  BaFcelooa:  famosas  teyes  llamadas  Vsage^.^-* 
Auxilia  al  rey  musulmán  de  Sevilla. --Esteasioa  que  ea 


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iHDlcá.  S65 

PAOlItA^. 

sa  tiempo  adquiere  el  condedo  de  uoo  y  oiro  lado  del 
Pirineo.— Maere  aseeinada  au  esposa  la  condesa  Almo- 
djs.— Aflicción  del  conde  y  su  maerte.— Heredan  el  con« 
dado  pro  üuUviio  sos  bijos.— Hace  asesinar  BerenAuer 
á  sn  hermano  Ramón,  llamado  Cabesadé  JEstopa.— Qoe- 
da  con  la  Uitela  de  su  sobrino  y  con  el  gobierno  del  Et- 
iado.— Causas  por  qué  se  suspende  esta  narración.  •  <  .    M3áS73 

CAPITULO  XXV. 

EBSÜMBII  GRiTlOO  DB  LOS  SÜGB80S  DB  B8TB  8I0L0. 

»e  976  A  1i>86. 

Expónense  las  cansas  de  loa  siiceaos  ó»  este  período.— Go- ' 
tejase  la  situación  de  la  EapaSa  crtsiiana  y  de  la  EsnaSa 
árabe  á  la  aparición  de  Aunanzor.-^Retrato  moral  de 
este  personaje.— Lo  que  ocasionó  sa  ruina.— Crisis  en 
el  imperio  musulmán.— Mudanza  en  la  condición  de  los 
dos  pueblos.— Comparaciones.— Por  qué  los  principes 
cristianos  no  aproyecbaron  el  desconcierto  del  imperio 
árabe.— DesoYenencias.  escisiones,  guerra  entre  las  fa- 
milias reinantes  espa&oías.-- Juicio  delcavácter  y  oondoo- 
ta  de  cada  monarca,  y  fisonomía  de  cada  reinado.— Pa- 
ralelo entre  el  comportamiento  de  un  rey  árabe,  de  un 
rey  de  Castilla  y  del  Cid  Campeador  con  Alfonso  VI.— 
Disidencias  entre  los  príncipes  cristianos  de  Aragón, 
Nayarra  y  Cataluña.— Importante  y  melancólica  obser^ 
▼ación  que  nos  sugieren  estos  sucesos.— Por  qué  iba 
adelantando  la  reconquista  en  medio  de  tantas  contra- 
riedades.—Causas  de  la  deoadeneia  y  disolución  del 
imperio  omniada 37.1  á  305 

CAPITULO  XXVI. 

GOBIBBNO,   LBTBS,   GOtTOniEBS  DB  LA  BSPAÑ A  CBISTIAN A 
BN   BSTB   PEE10D0. 

I.  Los  reyes.^Atribuciones  de  la  Corona.— Cómo  se  dea- 
prendian  de  algunos  derechos.— Gonaenaban  el  alto  y 
supremo  dominio.— Fuaaionarioa  del  rey.^-Siftleina  de 
sucesión.— ImpttestOft.r-U.  Uwium  tü  la  legiiXaonn.-* 


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666  UISTORIA  DB  BSPAffA. 

PAGINAS. 


Jurisprudencia  foral.— Exámeo  del  faero  y  concilio  de 
León.— Los  siervos:  cómo  se  fué  modificando  y  suavi- 
zando la  servidumbre.— Behetrías:  qué  eran:  sus  dife- 
rentes especies. — ^Milicia. — Jueces.— Diversas  clase.^  de 
señor ios.---^i  hubo  feudalismo  en  Castilla. — ^Fueros  de 
Sepúlveda^  Nájera,  Jaca,  Logroño  y  Toledo.— Sistema 
feudal  en  Cataluña.— Los  Usajes.— III.  Gran  mudanza 
en  el  rito  eclesiástico.— Historia  de  la  abolición  del  mi- 
sal gótico-mozárabe  é  introducción  de  la  liturgia  roma- 
na.— ^Empeño  de  los  papas  j  del  rey.— Resistencia  del 
clero  y  del  pueblo.— Pretensiones  del  papa  Gregorio  VII. 
—Carácter  de  este  pontífice.— Monjes  de  Cluni,— Co- 
mienza á  sentirse  la  influencia  y  predominio  de  Roma  en 
España.— IV.  Estado  intelectual  de  la  sociedad  cristiana. 
— ^Ignorancia  y  desmoralización  general  del  clero  en  to- 
da Europa  en  esta  época.— ^1  clero  español  era  el  menos 
ignorante  y  el  menos  corrompido.— V.  Costumbres  pú- 
biicas.- Espíritu  caballeresco.— El  duelo  como  lance  de 
honor  y  como  prueba  vulgar •-4>tr88  pruebas  vulgares. 
-Respeto  al  juramento.— Formalidades  de  los  matrimo- 
nios.—Fiestas  populares 306  á  34!) 


PARTE  SEGUNDA. 

EOAD  MEDIA. 
LIBRO  II. 

CAPITULO  I. 

ALFONSO  TI. LOS   ALMORÁVIDES. 

»•  1086  4  4094. 


Apurada  situación  de  los  musulmanes. — ^Desaviénense  el- 
rey  Alfonso  y  el  rey  árabe  de  Sevilla  .—Arrogante  y  agria 
correspondencia  que  medió  entre  los  dos.— El  de  Sevi* 
Ha  y  los  demás  reyes  mahometanos  de  España  llaman  en 
su  auxilio  á  los  almorávides  de  África.— Quiénes  eran  los 
almorávides.— Retrato  de  su  rey  Tussuf  ben  Tachfin, 


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índice.  567 

PAOIWAS. 

fundador  y  emperador  de  Harraecos— Vienen  los  al- 
morávides á  España:  nueva  y  formidable  irrupción  do 
mahometanos:  úñense  con  los  musulmanes  españoles. — 
Salen  á  combatir  los  Alfonso  y  los  demás  principes  cris- 
tianos.«-Gélebre  batalla  de  Zalaes:  solemne  derrota  y 
horrible  mortandad  del  ejército  cristiano:  logra  salvar- 
se el  rey  Alfonso  y  se  refugia  en  Toledo.— Ausencia  de 
Tnssuf. — ^Reanimanse  los  cristianos. — ^Resuelve  Yussuf 
hacerse  dueño  de  toda  la  España  musulmana.— Apodé- 
ranse  los  Almorávides  sucesivamente  de  Granada,  Cór- 
doba, Sevilla,  Almería,  Valencia,  Badajoz  y  las  Balea- 
res.— ^Desastrosa  suerte  de  los  emires  de  estas  ciudades. 
—Consideraciones  con  el  de  Zaragoza.— Dominan  los  Al- 
morávides en  España 361  á  384 


CAPITULO  II. 


BL    CID    CAMPEADOR. 


Enojo  del  rey  de  Castilla  con  Rodrigo. — Destiérrale  del  rei- 
no.—Alianza  del  Cid  con  el  rey  Al  Mutamin  de  Zarago- 
za.—Sus  campañas  contra  Al  Hondbir  de  Tortosa,  San- 
cho Ramírez  de  Aragón  y  Berenguer  do  Barcelona. 
—Vence  y  hace  prisionero  al  conde  Berenguer:  restitu- 
yele la  libertad. — Acorre  al  rey  de  Castilla  en  un  conflic- 
to: sepárase  de  nuevo  de  él.— Correrías  y  triunfos  del 
Cid  en  Aragón. — Sus  primeras  campañas  en  Valencia. 
— ^Política  y  maña  de  Rodrigo  con  diferentes  soberanos 
cristianos  y  musulmanes. — Reconciliase  de  nuevo  con  el 
rey  de  Castilla,  y  vuelve  á  indisponerse  y  á  soparar- 
se.— Vence  segunda  vez  y  hace  prisionero  á  Berenguer 
de  Barcelona.- Tributos  que  cobraba  el  Campeador  de 
diferentes  príncipes  y  señores. — Sus  conquistas  en  la 
Ríoja. — Pone  sitio  á  Valencia.— Muerte  del  rey  Alkadír. 
— Apuros  de  los  valencianos.— Hambre  horrorosa  en  la 
ciudad.— Tratos  y  negociaciones. — Proezas  del  Cid. — 
Rendición  de  Valencia.— Comportamiento  de  Rodrigo. — 
Sus  discursos  á  los  valencianos. — Horrible  castigo  que 
ejecutó  en  el  cadi  Ron  Ge haf.— Rechaza  y  derrota  á  los 
Almorávides.— <^onquista  ¿  Hurviedro.— Muerte  del  Cid 
Campeador.— Sostiénese  en  Valencia  su  esposa  Jimena. 
— Pasa  á  Valencia  el  rey  de  Castilla,  la  quema  y  la 
abandona. — Posesiónanse  los  Almorávides  de  la  ciudad. 
—Aventuras  romancescas  del  Cid ...    385  á  432 


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CAPITULO  III. 
FIN  DE  ALFONSO  VI.  DE  CASTILLA. 

SANCHO  KAMIEBZ  Y    PBDBO  1.   BH  AEAOOH: 

beebmcbr  ramón  ii.   t   ramón   bbrbvchjbr   ui.  mr 
gatalüíIa. 

••  4094  A  440». 

PÍ€IlfiS. 


Casa  AlfoDSO  sos  dos  hijas  Urraca  y  Teresa  coa  dos  condea 
fraoceses.— Dales  en  dote  los  coodados  de  Galicia  y  Por- 
tugal.—Muerte  de  la^reioa  Constanza,  y  matrimonios 
sucesÍTOs  de  Alfonso.— La  mora  Zaida  abraza  el  cristia- 
nismo, y  se  hace  reina  de  Castilla  con  el  nombre  de  Isa* 
bel.— Continúan  las  guerras  de  Alfonso  con  los  Almora* 
vides.— Muere  Yussuf  y  su  hijo  Ali  es  proclamado  em- 
perador de  Marruecos  y  emir  de  Espafia.— Funesta  ba- 
talla de  Uclés:  derrota  del  ejército  castellano,  v  moer- 
te  del  príncipe  Sancho,  único  híio  yaron  de  Alfonso.-» 
Sentidos  lamentos  de  éste. — Enrecma  y .  muere  Alfon- 
so VI.  de  Castilla.— Su  elogio.— Sobre  las  diferentes 
esposas  de  este  monarca.— Aragón.— Gampafias  de  San- 
cho Ramírez.- Muere  herido  de  flecha  en  el  sitio  de 
Huesca.— Proclamación  de  su  hijo  don  Pedro.— Prosigue 
el  sitio  de  Huesca.— Gran  triunlo  de  los  aragoneses  en 
Alcoráz.— Conquista  de  Huesca.— Muerte  de  don  Pedro, 
y  sucesión  dé  su  hermano  don  Alfonso.— Catalufia.—He- 
chos  de  Berenguer  11.  el  Fratricida.— Sus  guerras  con 
el  Cid.— Importante  conquista  de  Tarragona.— Acusa- 
ción y  reto  por  el  fratricidio:  su  resultado.— Auséntase 
Berenguer  de  Cataluña.— Entra  á  regir  el  condado  Ra- 
món Berenguer  III.  el  Grande .    433ái6S 


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CAPITULO  IV. 
DOÑA  URRACA  EN  CASTILLA. 

DON  ALFONSO  I.   EN  ARAGÓN. 
••4109  4  1434. 


pXooias 


Dificaltadei  de  esto  reinado.  Ofaestos  jaicioa  de  los  histo- 
riadores.—Matrimonio  de  dona  Urraca  con  don  Alfonso  I. 
de  Aragón.— DesaTunencias  conyugales— Disturbios, 
guerras,  calamidades  que  ocasionan  en  el  reino.— La 
reina  presa  por  su  esposo.— Índole  y  caráctor  de  los  dos 
consortes.— Alternatifas  de  avenencias  y  discordias. 
Guerras  entre  oastollanoa  y  arasoneses.— Batallas  de 
Gandespina  y  Villadangos.«^ProcIamacion  de  Alfonso 
Raimondezen  Galicia.— Guerrean  entre  si  la  reina  y 
el  rey»  la  madre  y  el  hijo,  Enrique  de  PortujaU  el  obis- 

E)  Gelmirez,  doña  Urraca  y  su  hermana  dona  Teresa. — 
eclárase  la  nulidad  del  matrimonio.— Retirase  don  Al- 
fonso á  Aragón. — ^Nuevas  turbulencias  en  Castilla,  Gali- 
,  cía  y  Portugal. — Gran  motín  en  Santiago:  los  sublevados 
incendian  la  catedral,  maltratan  á  la  reina  é  intentan 
matar  ahobispo:  paz  momentánea.— Nuevos  disturbios  , 
y  guerras. — ^Amorosas  relaciones  de  do2a  Urraca:  su 
muerte:  proclamación  de  Alfonso  Vil.  su  hijo.— Entra- 
das de  los  sarracenos  en  Castilla. — Sucesos  de  Aragón. 
— Triimfos  y  proezas  de  Alfonso  I.  el  Batoüodor.— Im- 
portante (conquista  de  Zaragoza.— Atrevida  espedicion  de 
Alfonso  á  Andalucía.— Nuevas  invasiones  en  Castilla: 
su  término. — ^Franquea  el  Batallador  por  segunda  vez 
los  Pirioeos  y  toma  á  Bayona.— Sitio  de  Fraga:  su  muer- 
to.—Célebre  y  singular  testamento  en  que  cede  su  reino 
á  tres  órdenes  religiosas. ^  .  .    463  á  518 

CAPITULO  V. 
ALFONSO  EL  EMPERADOR  EN  CASTILLA: 

RAMIRO  EL  MONJE   EN   ARAGÓN:  GARCÍA   RAMÍREZ   EN  NA* 
VARRA. 

•e  4126  a  1137. 

General  aplauso  con  que  fué  aclamado  Alfooso  VII.  de  Cas- 
tilla.—Vistas  y  tratos  de  su  tia  doña  Teresa.— Sojeta 
algunos  condes  rebeldes.— Sus  triunfos  en  Galicia  y  Por- 


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570  HISTORIA    DB   BSPAAa. 


tagal.^Rindensele  las  plaza§  ocapadas  por  loa  arago- 
neses.—Pesa  á  sa  servicio  el  emir  Satad-Dola.— Glo- 
ríosa  iocursion  de  Alfonso  en  Andalucía  .—Elección  de 
Ramiro  el  Monje  en  Aragón,  y  de  García  Ramírez  en  Na- 
varra*, sepáranse  otra  vez  estos  dos  reinos.— Jotrada 


FÍ6IHAS. 


del  castellano  en  Zaragoza.— Ríndenle  homenaje  los  re- 
yes de  Aragón  y  de  Navarra.  El  conde  de  Barcelona  y  los 
de  Gascuña  en  Zaragoza.— Proclámase  solemnemente 


Alfonso  VIL  emperador  de  España.— Diferencias  entre 
aragoneses  y  navarros.— Trataao  de'Vadoluengo.— Pre- 
parativos de  rompimiento.— Conducta  de  don  Ramiro  el 
Monje.— Célebre  anécdota  de  la  Campana  de  Huesca, — 
Abdicación  de  don  Ramiro.— Desposa  á  su  bija  con  el 
conde  de  Barcelona  y  le  cede  el  reino. — Cataluña. — 
Ramón  Bereguer  III.  el  Grande.— Sus  guerras  con  los 
moros.— Ensanches  y  agregaciones  que  recibe  el  conda- 
do.—Conquista  de  las  Baleares. — ^^pedicion  del  conde 
á  Genova  y  Pisa.— Sus  alianzas  con^el  de  Aragón. — Pro- 
Tesa  de  Templario  y  muere.— Ramón  Berensuer  IV. — 
Establece  el  orden  de  Templarios  en  Cataluña. — Casa 
con  la  hija  de  Ramiro  el  Monje  de  Aragón.— Úñense  Ara- 
gón y  Cataluña  y  forman  un  solo  estado 5«)r¿566 


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