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mSTORIá 6BHBBAI DB BSPAtA.
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HISTORIA GINIRU
DE ESPAM,
K8M LOS TIUPM IA8 RDÍ9T0S liSTA lllIESTRdS MAB.
POR DON MODESTO LAFÜENTE.
TOIIIO IV.
■ADRID*
«STABLECailIENTO TIPOGRÁFICO DE MBLLAM,
cill6de8iiUTenu9iii.8.
MDGGCU.
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I
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HISTORIA GENEML DE ESP&M*
SDAD MSOIA.
LIBRO 1.
CAPITULO XVU.
ESTADO ITATBEUL TUCiEAU
jm LA ESPAÑA ÁEABE T CRISTIANA.
M 910 A 970.
I. Reinos cristiaoos.— Progreso de la obra de la resUurscioo.— Lo que-
so debió á cada monarca.— Débil reinado de Garda de Uon.— Vigor
y arrojo de Ordeño II.— Tendencia de los castellanos bácia la eman-
cipación.—Obispos guerreros do aquel tiempo.— Piedad religiosa y
moralidad de los reyes.— Jaeces de Castilla.— Sistema de sucesión a/
trono.— Breves reinados deFruela I!, y de Alfonso IV.— Ramiro II. y
Fernán González.— Lo que influyó cada uno en la suerte de la España '
cristiana.— Ordeño III.: Sancbo el Gordo y Ordeño el Malo.— Manejo
de cada uno de estos príncipes: extraña suerte que tuYieron.— Ca^
tilla: Fernán González: cuándo y cómo alcanzó su independencia. —
n. Imperio árabe.— Equivocado juicio de nuestros bistoriadoros so-
bre su ilustración en esta época.— Grandeza y magnanimidad de Ab-
derrabman ni.: generosidad y abnegación de A.lmudbaflár.— Magni-
ficencia y esplendidez del Califa: prosperidad del imperio. — ^Alha-
kem II.— Cultura de los árabes enaste tiempo.— Protección á las
letras: progreso intelectual: cómo se desarrolló y á quién fué debi-
do.!—Observación sobre las historias arábigas.
L Ea la obra laboriosa y lenta de la restauración
española, cada periodo que recorremos, cada respiro
que tomamos para descansar de la fatigosa narracioa
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o ttlSTOBU DB EñTAÜa.
de los lances, alternativas y vióisitudes de una lucha
viva y perenne, nos proporciona la satisfacción de re-
gocijarnos con la aparición de algún nuevo estado
cristiano, fruto del valor y constancia de los guerre-
ros españoles, y testimonio de la marcha progresiva
de España háoia su regeneración. En el primero vi-
mos el origen y acrecimiento, la infancia y juventud
de la monarquía Asturiana: en el segundo anunciamos
el doble nacimiento del reino de/Navarra y del
condado de Barcelona: ahora hemos visto irse for-
mando otro estado cristiano independiente, la sobera-
nía de Castilla, con el modesto título de condado tam-
bién. La reconquista avanza de los extremos al centro.
Merced á la grandeza del tercer Alfonso de Astu-
rias, Navarra se emancipa de derecho, y el primo-
génito de Alfonso el Magno puede fijar ya el trono y
la corte de la monarquía madre en León: paso sólido,
firme y avanzado de la reconquista. ¡Asi hubiera he^
redado el hijo las grandes virtudes del padre, como
heredó el primer rey de León las ricas adquisiciones
del último monarca de Asturias I Pero el hijo que
conspiró siendo príncipe contra el que era padre afee- .
tuoso y monarca magnánimo, ni heredó las prendas
paternales, ni gozó sino por muy breve plazo de la he-
rencia real. A castigo de su crimen lo atribuyen nues-
tras antiguas crónicas; propio juicio de quienes escri-
bían con espíritu tan religioso.
Vínole bien al reino su muerte, porque sobre ha*
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PAftTB 11. LIBIO l« 7
berse reincorporado Galicia á León con la sucesión de
Ordoño 11.» acreditó pronto este príncipe que el cetra
leonés había pasado á manos mas robustas que las de
García su hermano. Los campos de Alange, de Méri-^
da, de Talayera, de San Esteban de Gormaz resona*
ron con los gritos de victoria de los cristianos. Sin
embargo, la batalla de Yaldejunquera demostró á
Ordeno que no so desafiaba todavía impunemente el
poder de los agarenos, y eso que pelearon unidos el
monarca navarro y el leonés. Mas nía Sancho de Na-
varra escarmentó^ aquel terrible descalabro, ni aco-
bardó á Ordoño de León. Todavía el navarro tu va
aliento para esperará los musulmanes en una angos-
tura del Pirineo y vengar su anterior desastre, y to-
davía Ordoño tuvo el arrojo de penetrar hasta una jor-
nada de Córdoba, como quien avanzaba á intimar al
príncipe de los creyentes: «Apresúrate á sofocar las
discordias de tu reino, porque te esperan las armas
cristianas ansiosas de abatir el pendón del Islam .i» Y ^
cuenta que imperaba en Córdoba Abderrahmao IILel
Grande, y que mandaba los ejércitos mahometanos
su tio el valeroso y entendido AlmudhafiEar.
La prisión y ejecución sangrienta de los cuatro
eondes castellanos ha dado ocasión á nuestros escrito^
res para zaherir ó aplaudir, según sus opuestos jui-
cios, la se vera conducta del monarca leonés. Los unos
cargan todo el peso de la culpabilidad ^obre los des-
obedientes condes para justificar el suplicio impuesto^
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S HISTORIA DB BSFAJÍA.
por el rey de León: los otros intentaa eximir de cul-
pa á aquellos ma^Dates» para hacer caer sobre el mo-
narca toda la odiosidad del duro y cruel castigo. Nos-
otros, sÍD pretender eximir á los castellanos condes
de la debida responsabilidad por la desobediencia á
un monarca de quien eran subditos todavía, y por
cuya falla de concurrencia pudo acaso perderse la
batalla de Yaldejunquera, tampoco hallamos medio
hábil de poder justificar el capcioso llamamien-
to que Ordeño les hizo, ni menos la informali-
dad del proceso (si fué tal como Sampiro lo cuenta)
para la imposición de la mayor de todas las penas, lo
cual se nos representa como una imitación de las su-
marias y arbitrarias ejecuciones de Alhakem I. y de
los despóticos emires de los primeros tiempos de la
conquista, menos indisculpables en estos que en un
monarca cristiano. Lo que descubrimos en este hecho
es la tendencia délos condes 6 gobernadores de Cas-
tilla á emanciparse de la obediencia á los reyes de
León; tendencia que mal reprimida por el escesivo
rigor y crueldad de Ordeño, habia de iBstallar no tar-
dando en rompimiento abierto y en manifiesta esci-
sión. Asi, mientras por un lado vemos con gusto es-
trecharse entre las monarquías de León y Navarra las
relaciones incoadas por Alfonso IIL y pelear ya jun-
tos sus reyes, por otro empieza á vislumbrarse el
cisma que habrá de romper la unidad de la monar-
quía leonesa.
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PAKTB II. LIBEO I. 9
Lo que acerca de los prelados y sacerdotes de es«
(a época dijimos en nuestro discurso preliminar ^^\ á
saber» que solian ceñir sobre el ropage santo del
apóstol la espada y el escudo del soldado, vióse cum-
plido en el combate de Yaldejuoquera. Los musul-
manes no debían maravillarse de esto, puesto que sus
alimes y alcatibes peleaban también, y porque es-
taban acostumbrados á ver batallar los obispos cris-
tianos desde el metropolitano Oppas. Pero no dejaría
de causarles estrañeza ver que uno de los obispos
prisioneros era el prelado de Salamanca Dulcidío,
aquel mismo Dulcidío que siendo simple presbítero de
Toledo se había presentado en Córdoba indefenso y
desarmado como apóstol de paz, encargado.de una
negociación pacífica entre el califa Mobammed y el
rey Alfonso IIL La Providencia parecía haber permi-
tido la prisión de aquellos dos venerables pastores,
como para enseñarlos que mejor estuvieran en sus
iglesias alando el pasto espiritual á los fieles de su
grey, que acompañando belicosas huestes en los cam-
pos de batalla. Pocos a ños después,^ olvidado de este
saludable aviso otro prelado, Sísnando de Gompostela,
aquel turbulento obispo que fué á reclamar del
virtuoso Rosendo la cesión de la silla episcopal con la
punta de la espada, se ajusta los arreos del guerrero
y sale á campaña, y la saeta de un normando le avisa
\i) Tona. I. pég. 8á.
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i o HISTORIA DB ESPASA^
á costa de la vida que no es el oficio de guerreador
el que compete al ministro de un Dios de paz. Tales
eran sin embargo las costumbres de aquel tiempo: y
ái los medios de defender la fé no eran los mas apos-
tólicos, el celo religioso que los impulsaba no puede
dejar de reconocerse altamente plausible, y veremos
por largos siglos á los ministros del altar creerse
obligados á blandir la lanza en defensa déla religión,
y al pueblo mirar á los sacerdotes de .Cristo como le-
gítimos capitanes de los ejércitos de la fé. ¿Y cómo
no babian de considerarlos asi, cuando se persuadian
de que los apóstoles y los santos descendían del cielo
á capitanearlos en persona y á esgrimir con propia
mano el acero contra los enemigos de la cristiandad?
Piadosísimo llaman todas nuestras historias á
Ordeño II.; y asi era natural que calificaran al que
erigió y dotó la catedral de Santa María de León, al
que cedía para templo episcopal sus propios palacios,.
y al que se desprendía de sus propias alhajas de oro
y plata para colocarlas con su misma maneen los nue-
vos altares. El palacio en que habitaban los reyes de
León era un magnífico edificio abovedado que los ro-
manos tuvieron destinado para baños termales. Hé
aqui la historia religiosa de España. Al principio era
un monje el que desbrozaba un terreno inculto para
erigir sobre él una pobre ermita, que después un
monarca piadoso convertía en catedral. Avanza la
conquista y ya los monarcas cristianos pasan á ha-
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PAmnn. libro i. II
bilar tos edificios que antiguos dominadores gentiles
habían hecho para su recreo; estos monarcas ceden
después su propia morada para hacerla morada del
Señor: las joyas de la corona van á adornar los altares
de los santos: lugares y villas del dominio real se
transfieren al de la iglesia por donación espontánea
del rey, que quita y pone obispos y demarca los lí-
mites de cada diócesis. De modo, que siendo los re-
yes los que nombraban y deponian- obispos , los que
fundaban y dotaban iglesias y monasterios , los que
mandaban los ejércitos en persona» y los que admi^
nístrabán por sí mismos la justicia, venian á reasumir
por la fuerza de las circunstancias las funciones pon-
tificales, militares , políticas y civiles, del modo que
por la organización de su código las ejercían los ca-
lifas en su imperio. Pero la organización política de
los estados cristianos no es invariable; ella se per-
feccionará y se irán deslindando los poderes: la de
los musulmanes es inmutable, y durarán los vicios
radicales de su constitución tanto como dure la obce-
cación de los hombres en la creencia de su falso
símbolo **).
Aquel Ordeno tan belicoso, aquel monarca (an
(1) La catedral de León que zor, el maguífico templo que hoy
edificó Ordooo II. en 916 no es, existe fué comenzado' en tiempo
como muchos creen, la mísúaa que del prelado don Manrique, hijo
boy por su grandeza y suntuosidad del coode don Pedro de Lara.
arrebata la admiración de las gen- Véase Risco, Esp. Sagr.: t. 34 y 33.
tes..De6trttida aquella por Almao-
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42 HiSTOElA DB ESPAÑA.
inexorable y tan severo en sus castigos, terminó su
gloriosa carrera militar pagando un tríbulo á la de-
bilidad Humana, enamorándose en su. postrera espe^
dicíon de la hija del rey de Navarra su aliado^ que
hizo su tercera muger viviendo todavía la segunda
aunque repudiada. La facilidad con que iremos vien-
do á los reyes cristianos repudiar una muger legítima,
divorciarse, casarse con otra en vida de la primera,
sin que ni el pueblo mostrara escandalizarse ni los
obispos dieran señales de oponerse, prueba el ensan-
che de las costumbres de aquel tien>po eñ esta parte
de la moral..
Fruela II. que sucede á sus dos hermanos no hace
sino desterrar á un obispo y condenar á muerte á un
hermano del prelado sin causa conocida. La lepra de
que murió el rey dio ocasión á que el pueblo atribu-
yera su pronta y asquerosa muerte á castigo del cielo
por aquella doble injusticia: juicio tal vez mas reli-
gioso que exacto, pero que prueba cómp condenaba
el pueblo de aquel tiempo las injusticias, y que im-
posibilitado de pedir cuentas al soberano que las co-
metiera, volvía naturalmente los ojos al cielo, y le
consolaba la fé de que había allí un rey de reyes que
no dejaba impunes las injusticias de las potestades de
la tierra. ¿Extrañaremos que este mismo instinto de
moralidad social los condujera á buscar también en si
mismos el remedio posible á sus males? En vista del
duro comportamiento de Ordoño y de Fruela con los
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PXRTB 11. LIBRO 1. 43
condes , obispos y magnates , no nos maravilla que
los castellanos , mas apartados del centro de acción
de los monarcas leoneses, é inclinados ya á la inde-
pendencia, trataran de proveerse de jueces propios
que les administraran justicia con mas imparcialidad,
ó por lo menos con mas formalidad en los procesos que
la que aquellos reyes habian usado; principio del ejer-
cicio, aunque imperfecto, de la soberanía, mientras no
contaran con la fuerza para llevarla á complemento*
Mientras la historia no haga evidente la no existencia
áe los jueces de Castilla, la verosimilitud está en apoyo
de la tradición y de los recuerdos históricos en que
también se funda.
Aunque Fraela IK dejaba al morir tres hijos, nin<-
guno de ellos ciñe la corona: los grandes y prelados
llaman á sucederle al hijo de Ordeno IL con el nom-
bre de Alfonso IV. ¿Como los hijos de Ordeño no ha-
bian sucedido antes á su padre? ¿Y cómo no suceden
ahora á Fruela los suyos? ¿Qué sistema de sucesión á
la corona se goardaba entre los reyes de León? Los
hechos nos lo dicen: el mismo de los reyes de Asturias,
el mismo del tiempo de los godos, y lo que es mas, casi
el mismo que el de los árabes: sucesión generalmente
consentida en la familia, libertad electiva en las per-
sonas: las exclusiones de Alfonso el Gasto en el siglo IX.
en Asturias, se ven reproducidas con Ordeño y Fruela
en León en el siglo X.
Y solo un alarde de libertad electiva pudo mover
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1 4 HISTORIA BB BSPAIÍA.
á los magnates leoneses á poaer la ooroaa en las sie-*
Desde Alfonífo IV., príncipe á quien sentaba mejoría
cogulla de monje que la diadema de rey» y mas afi^
clonado al claustro y al coro que á los campos de ba*
talla y á los ejercicios militares. Sin embargo, la salida
de Alfonso lY. del claustro de Sahagun para vestir
otra vez las insignias reales de que se había despojado
nos presenta un ejemplo práctico de lo que suelen ser
las abdicaciones de los/eyes, aun aquellas que parecen
mas espontáneas.
Nos horroriza el recuerdo del terrible castigo im*
puesto por Ramiro IL á su hermano Alfonso y á los
tres príncipes sus primo-hermanos, y duélenos consi-
derar que no ha bastado el trascurso de siglos para
hacer desaparecer la horrible pena de ceguera here-
dada de la legislación visigoda , antes la vemos apli-
cada con frecuencia y con dufeza espantosa por nues-
tros monarcas á los principes de su propia sangre y á
sus deudos mas inmediatos^ Siglos bien rudos eran es-
tos todavía.
Mas si como cruel nos estremece Ramiro IL, co-
mo guerrero nos admira y asombra; y asombrarfanos
mas , si á su lado, no viéramos al mismo tiempo, al
brioso Fernán González, á ese adalid castellano, que
con su solo esfuerzo supo ganar para sí una monar-
quía sin cetro y un trono sin corona. El ruido de los
triunfos del monarca leonés y del conde castellano
petietra en los salones del soberbio palacio de Zahara,
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PAaTB 11. Lino I. 4 5
y avisa á su ilastre huésped , el gran Miramamolin que
decían los cristianos, el mas esclarecido y poderoso
<ie los Beni-Omeyas, Abderrahman ni. , la necesidad
de abandonar aquella mansión de deleites y de em-
puñar la cimitarra si quiere volver por el honor hu-
millado del Coran. Publica entonces el aighied , y
acampa á las márgenes del Tormos el mas numeroso
ejército musulmán que jamás se congregó contra los
cristianos. Maboma y Abu Bekr no hubieran vacilado
en encomendarle la conquista del mundo , porque
menos numeroso era el que había subyugado la Per-
sia, el Egipto y el África , y una sexta parte habia
bastado para posesionarse de España dos siglos hacía.
Conducíanle Abderrahman el Magnánimo y el vetera-
no AlmadhafTar su tío, vencedores de Jaén, de Sierra
Elvira, de Alhama, de Valdejunquera, de Zaragoza
y de Toledo. ¿Cómo no habían de creerse invencibles?
Al revés que en Guadalele, donde los soldados de
Cristo eran los mas, los del Profeta los menos , en el
Duero los guerreros del cristianismo eran infinitamente
menos en número que los combatientes del Islam. Y
sin embargó el Coran y elEvangelio van á disputar»
se otra vez el triunfo en los campos de Simancas co-
mo en los campos de Jerez. No importa la desigualdad
del número á los cristianos: con las contrariedades de
dos siglos se ha enardecido su ardor bélico , y son
los vencedores de Osma y de Madrid. Antes de cru«*
zarse las armas se eclipsa el sol, como si esquivase
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W H15T0EIA DB ESPaKa.
alumbrar el sangriento espectácalo que se preparaba:
este fenómeno natural difunde el asombro en los dos
campos, y todos sacan consecuencias fatídicas temien-
do tener contra sí la ira y et en^jo del cielo , porque
iodos son supersticiosos, cristianos y musulmanes. Da-
se al fin la pelea, y la clara luz del sol de otro dia,
mas resplandeciente ya de lo qué entonces los maho-
metanos hubieran querido, enseñó á los cristianos con
admiración suya el prodigioso número de infieles que
en el campo habia dejado tendidos el filo de sus. espa-
das. La larga tregua que después hubo de ajustarse
entre Ramiro II. y Abderrahman III. prueba mas que
las relaciones de batallas la pujanza que habia alcan-
zado ya la monarquía leonesa.
Aprovechó el califa esta paz para atender á la
gimrra de África y para dotar al imperio de escuelas,
de palacios y mezquitas, aprovechóla el rey de León
para fundar monasterios y fundar iglesias ó reedifi-
carlas. Esta era la marcha de las dos religiones y de
los dos pueblos.
Ramiro IL se despidió de los moros con otra ba-
talla, de su hijo Ordeno transfiriéndole el cetro, y del
mundo vistiendo el hábito de la penitencia.
Con Ordeño III. , aunque sin culpa suya, comien-
zan á romperse los lazos que unian á los diferentes
gefes de los cristianos, y se conjuran contra el nuevo
monarca su hermano, su suegro y su tio. Comprende-
mos que á Sancho le punzara la ambición del reinar;
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PARTE II. LIBRO I. l7
(¡úe la política de Fernán González fuera debilitar la
monarquía leonesa para labrar la independencia Cas-
tellana: pero no alcanzamos loque pudo impulsar á
García de Navarra á romper la buen^ armonía en que
su padre habia vivido con tres reyes de León conse-
cutivos. Ordoño en un arranque de indignación por
la deslealtad de Fernán González su suegro se di-
vorcia de la reina: único ejeiñplar que sepamos
de una princesa que ha subido al trono en premio
de un juramento de fidelidad de su padre, y que
desciende de él en castigo de haber quebrantado su
padre aquel mismo juramento; como si mas que reina
fuese una prenda pretoria depositada en garantía de
un conti'ato.
Ocupa al fin Sancho por muerte de su hermano
Ordoño III. el trono que anticipadamente habia inten-
tado asaltar, y el conde Fernán González de Castilla
tuerce repentinamente el giro dé su política, y de
auxiliarquehasidode Sancho pretendiente, se muda
en enemigo armado de SancAo rey; y es que quiere
sentar en el trono á Urraca su hija, la repudiada de
Ordoño III., que ha pasado á ser esposa del que va á
ser Ordoño lY., todo por negociaciones de su padre
Fernán González, que parecia especular en tronos con
su bija. Es difícil bosquejar bien el complicado cuadro
de sucesos que produjo la conducta incierta del volu-
ble, ó si se quiere, del político conde. Merced á ella,
Sancho el Gordo, siendo' ya rey legitimo ^ vióse des*.
Tono IV. 2
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48 HISTORIA DB BSPARa.
tronado por el mismo que había querido hacerle rey
intruso, y forzado á buscar un asilo al amparo de su
tioGfircía de Navarra.
Para que todo sea irregular y anómalo en esta
época confusa y revuelta, Sancho el Gordo, destronado
por los suyos, pasa de Pamplona á Córdoba á curarse
de su inmoderada obesidad, y encuentra en la corte
del califa médicos musulmanes que le restituyan su
agilidad primitiva y un emperador mahometano que
le ayude á recuperar su trono. Y el rey cristiano, de-
puesto por un príncipe, un conde y un ejército cris-
tiano, es restablecido por un sucesor de Mahoma y
por soldados del Profeta. Cristianos y musulmanes
sacrifican otra vez el principio religioso ó á la ambi-
cionó á la política. Nopodia prosperar mucho la cau-
sa de la fé cuando los cetros se conquistaban al abri*-
go de los estandartes infieles»
Ordeño el intruso huye cobardemente á Asturias,
de donde le atrojan las armas victoriosas de Sancho:
busca un refugio en Burgos, y los burgaleses le ar-
rebatan su esposa y sus hijos y le envian donde su
buena ó mala ventura le valiera; y Ordeno el Malo,
rey sin trono, marido sin esposa, padre sin hijos,
lanzado de León, arrojado de Oviedo, expulsado de
Burgos, acaba sus días desastrosamente entre los
moros, sin dejar otra cosa que la memoria de algunas
tiranías que ejerció siendo rey, y el sobrenombre de
Malo que leba conservado la posteridad. A pesar de
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PAETB IL LlBftO U 19
haber reíoado mas de tres anos, ni siquiera ha oble*
nido an lugar en la cronologia.
Parecía que Sancho debería haber perdido pres-
tigio en el pueblo cristiano y devoto por haber debi-
do la recaperacidn del trono á los auxilios de un ma-
hometano. Pero Sancho obtiene del califa el permiso
de trasladar el cuerpo del santo mártir Pelaydá León,
y el pueblo leóoés entretenido con la solemne proce-
sión de las santas reliquias olvida que tiene un rey
por la gracia de Dios y del vicario de Mahoma.
La traición y el veneno pusieron fin á los días de
Sancho» y el rey cristiano que habia debido su salud
¿ médicos musulmanes en la corte mahometana, pe-
rece emponzoñado en su propio reino por un conde
cristiano subdito suyo. La nobleza y la generosidad
de los árabes correspondían entonces á la grandeza y
á las virtudes desús califas; el imperio árabe estaba
en su época de engrandecimiento. Las costumbres
de los cristianos se resentían de las pasiones de
sus príncipes y de sus magnates: el reino cristiano
iba á entrar en un período de decadencia. Todo
guardaba armonía.
Descúbrese en la conducta de Fernán González
que no se olvidaba nunca del fin á que lo encaminaba
todo. De genio altivo y ánimo arrogante, conocedor
de su propio valer, sabiendo lo que podía esperar de
su corazón y de su brazo, amante de la independen-
cia y alGrente de un piáis que pilguaba por adquirirla,
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20 aiSTOBiA DE bspaSa.
fijóse en el pensamiénlo de emaocipar á Castilla ¿ú
los reyes de León, y de fundaren ella una soberanía.
Achaque suele ser de los escritores apasionarse de los
personages eminentes que nacieron en el mismo sue-
lo que ellos y le ilustraron con hazañosos hechos y
heroicas acciones, viendo solamente en ellos lo gran-
de del héroe, nada de lo flaco dei hombre. No nos
cegará á nosotros aquella circunstancia para dejar de
reconocer que si grande fué el fio, justificado el pro-
pósito, admirable la perseverancia, mucha la destre-
za, asombrosa la actividad é indisputable el demiedo
y el brio con que el conde castellano llevó á comple-
mento su obra, no aparecen á nuestros ojos tan plau-
sibles todos los medios qué empleó para realizarla.
En su manejo con los monarcas de León Rami-
ro II., Ordeño IIL, Sancho I. y Ordooo el Malo, asi
como con el rey García de Navarra, auxiliando y
contrariando alternativamente á unos y á otros, ó
trabajando sncesivamente para entronizaré destronar
áunos mismos, ó jurando fidelidad y quebrantándola,
creemos que es n)eñester vengan muy en su auxilio
las necesidades ó conveniencias de la política para
neutralizar los juicios que pudiera inspirar la moral
severa. Notamos no obstante con orgullo, entre otras
nobles cualidades del conde Fernán González, la de
úo haberse aliado nunca con los sarracenos ni transi-
gido jamás con los enemigos de su patria y de su fé:
cualidad que desearíamos poder sacar á salvo en mas
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PARTE 11. LIBRO I. 21
de UQ luouarpa cristiano y ea mas de uq celebrado
campeón español de los que en la galería histórica
irán apareciendo.
Traigan también apasionados escritores la inde-
pendencia de Castilla de lan antiguo como quipran.
Nosotros, cíñéndonos á los datos históricos , no po-r
demos anticiparla á la mitad del siglo X. , y á la
época en que vemos al ilustre conde obrar ya de su
cuenta y sin sujeción á las leyes de León, antes bien
lanzando de aquel trono al monarca reconocido y
colocando .en su lugar, siquiera fuese sin derecho, á
un deudo suyo. No señalaremos el dia preciso en que
Castilla pudo decirse independiente, porque no hubo
dia de solemne proclamación, ni leemos ea parte al-
guna que se alzaran en determinado dia pendones en
las plazas públicas gritando : «¡Castilla por el conde
Fernán González!» Castilla y su conde fueron ganan-
do la independencia lentamente y de hecho al com-
pás y en la escala á que los esfuerzos de Fernan-
Gonzalez iban alcazando , y entre oscilaciones , al-
ternativas y contraridades , á la manera de aquel que
después de luchar con las vicisitudes de una enferme-
dad penosa llega á encontrarse en buen estado de sa-
lud sin que pueda señalar el momento preciso en que
la recobró.
Vamos ahora al imperio árabe.
II. Nos es tanto mas necesario bosquejar la fiso-
nomia del imperio musulmán en esta época, cuanto
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22 IIISTMIA DB KSrAflA,
qoe nuestros cronistas é historiadores apenas usan otro
dictado que el de bárbaros para nombrar á nuestros
dominadores árabes. Las creencias religiosas como las
opiniones políticas saeteo de tal manera cegar la ra-
zón de los hombres» qoe no les permiten ver en sus
adversarios > ni calidad buena, ni acción digna de
alabanza. Puede disculparse este apasionamiento en .
los que fueron actores ó testigos presencíales de aque-
lla lucha sangrienta, é injustamente por los estra«
ios provocada. Nosotros , hombres de otro siglo,
tan sinceramente religiosos como nuestros mayores,
pero no perturbada nuestra razón ni enardecida con
escenas qoe por fortuna no presenciamos , debemos
juzgar con mas imparcialidad á los hombres de aquel
tiempo, fuesen adversarios ó amigos. Por lo mismo
que estamos mas tranquilos , tenemos obligación de
ser mas desapasionados.
Príncipes muy esclarecidos había dado ya la ilus--
tre estirpe de los Beni-Omeyas al imperio árabe-his-
pano en el siglo y medio trascurridp desde su funda-
ción en 756 hasta la muerte de Abdallah en 91 1 . Siete
emires, ó sean califas, habian ocupado en este espa*
ció el trono musulmán de Córdoba , y á pesar de los
excesos y lunares de algunos de ellos , pocas dinastías
reinantes pudieran presentar una serie de soberanos
de tan altas dotes como lo fueron la mayor parte de
los Ommiadas. Desde el primer Abderrahman , figura
histórica bella y esbelta como la célebre palma que
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«ARTB U. LIBRO I. 23
plantó ea Córdoba por su mano, grande y colosal co^
mo.la soberbia mezquita que comenzó, pocos dejaron
de señalarse ó por su ingenio ó por sud hechos de
armas hasta Abderrahman liL, en que comienza el
período en este nuestro capítulo comprendido.
Acontecíale á Abderrahman III. de Córdoba lo
que á Alfonso III. de Asturias. A ambos los hablan
precedido dos ilustres principes de su mismo nombre
cuya gloria y fama era muy difícil igualar, cuanto
mas exceder. Pero los grandes hombres y los gran*
des, ingenios nunca haVlan agostado el campo de la
gloria, porque le fecundizan ellos mismos. Y asi como
el tercer Alfonso supo elevarse sobre los dos predece-
sores de su nombre^ asi el tercer Abderrahman halló
todavía cosecha abundante de laureles que sus ante-
cesores no hablan recogido.
Todo fué grande en la exaltación de Abderrah-
man 111. al califato, y todo hacía á los musulmanes
augurar bien de su elevación. El viejo Abdallah dio
una gran prueba de previsión y de tacto en procla-
mar sucesor del imperio á un nieto sin padre, vas-
- tago tierno cuyos frutos solo en lontananza era dado
preveer , con preferencia á un hijo reputado ya de
guerrero insigne, y con quien había compartido los
cuidados del gobierno. Grandeza de ánimo y ab-
negación admirable fué necesaria en Almudhaffar
para verse pospuesto por su padre á un joven sobrino,
hijo de un hermano rebelde , y no solo no darse por
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24 UISTO&IA DB BSPAÑA.
sentido, sino coastituirse de eotoDces para siempre ea
el mas decidido sostenedor y en el mas firme y cons-
tante auxiliar del proclamado. Y sobremanera rele-
vante debia ser el mérito precoz del oieto del califa
para ser recibido por el pueblo musulmán con tan
unánime y universal aplauso. Guando un imperio
cuenta en la familia de sus príncipes hombres de la
previsión y tacto exquisito de un Abdallah » de las
aventajadas prendas de un Abderrahman y de la ge-
nerosidad y prudencia de un AlmudhaíFar, aquel pue-
blo está en elcamíno seguro de engrandecimiento.
Tal aconteció al imperio árabe-hispano.'
Sin unidad y sin tranquilidad interior es imposi-
ble que prospef'e un pueblo, y Abderrahman y Al-
mudhañar se dedican á acabar con las anejas y enve-
jecidas rebeliones que le. tenian desgarrado. Ambos
rivalizan en energía: en el Mediodía el ano, en el
Oriente el otro, á la presencia del prudente y simpá-
tico Abderrahman, al brillo de la espada del intrépido
y fogoso Almudhaffar tiemblan y huyen los insurrec-
tos, las fortalezas enarbolan el pabellón del legiti-
mo califa, y ni en los riscos de la Alpujarra ni en las
crestas del Pirineo logran hallar abrigo seguro los re-
beldes. Zaragoza, de tanto tiempo en poder de* los
sediciosos; Toledo, segregada del imperio mas de
medio siglo hacia ; Toledo con sus altos muros teni-
dos por inexpugnables , to Jas abren sus puertas al
emir Almumenim, y el' imperio árabe-español re-
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PARTK 11. LIBRO 1. *" 25
cobra la unidad rota hacía cerca de doscientos anos^
Mayor gloria para los cristianos, mayor lauro pa-
ra Ramiro y Fernán González que han sabido humi-?
llar en mas de una lid los estandartes muslímicos
conducidos por guerreros como Abderrahman y Al-
mudhaffar en el apogeo de su poder. Y de estar en
el punto culminante de su poder daban testimonio los
alminbares de las aljamas de Almagreb que resona-
ban con el nombre de Abderrahman Alnasir Ledin
AUah, gefe de los creyentes del imperio africano:
dábanle las embajadas de los emperadores deBizancio .
y de Alemania, de multitud de soberanos de Europa;
dábanle las escuadras del califa que cruzaban los ma-
res de Levante, y dábale el soldán de Egipto que ex-
perimentó bien á su costa el poderío y pujanza del '
soberano cordobés.
Si el sobrenombre de magnánimo con que los cris-
tianos mismos apellidaban al tercer Abderrahman no
indicara bastante cuál babia sido su conducta con ellos
después de hecha la paz, publicáralo la hospitalidad
generosa otorgada á Sancho el Graso, y su reposición,
si acaso no del todo desinteresada, por lo menos con
todas las apariencias de tal, en el trono leonés. ¿Hu-
biera sido imposible que Abderrahman se enseño^
reara en todo ó en parte del reino de León , ^'si tal
entonces hubiera intentado, á vueltas de las discor-i^
días que en aquella sazón ardian entre castellanos y
leoneses? Pero fuese política > ó compasión al infor-
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S6 illSTOaiA DB 98PA1ÍA.
tunio» ó simpatía persoDal, é cuniplímienta fiel do
algún pacto hecho con su favorecido, ú otra causa
que ia historia no ha querido revelarnos todavía «^ con-
cedámosle el mérito y á los cristianos la suerte de ha-
berse contentado con el título honroso de protector,
sin pretensiones ni reclamaciones de indemnización
material.
Unia Abderrahman á la magnanimidad la pasión á
la magnificencia. Consignada la dejó en aquella ma-
ravilla de los monumentos árabes, en el palacio es-
plendoroso de Zahara, prodigioso conjunto de gran*
diosidad y de belleza , morada de delicias y de en-
cantos, que masque otra alguna parece representar
los que una imaginación fantástica acertó á reunir en
las Mil y una noches : con la diferencia que si estos
fueron inventados para dar recreo y deleite con su
lectura, los de Medina Zahara fueron una realidad
según los testimonios históricos certifican. Los már-
moles y jaspes, los artesonados y jardines de Zahara
podrían ser obra de una loca prodiga.lidad ; imposible
asociar á ella la idea de la barbarie , con que nuestros
cronistas solian regalar en cada página á sus autores.
CuandQ la Providencia quiere permitir el engran-
decimiento de un imperio , alarga prodigiosamente
los reinados de los monarcas mas ilustres. Mas de cin*
cuenta años duró el de Abderrahman III.
El de Alhakem II. su hijo fpé el reinado de las le-
tras y de la civilización , como el de su padre habia
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PAITR 11. Liimo 1. 27
sido el de la grandeza y la expleodídez. Nombre de
bellos recuerdos debió ser para los árabes este de Al*
hakem 11. ¿Y dejaremos nosotros mismos de recordar
con admiración las eminentes dotes de este esclarecido
Ommiada por que fuese musulmán y^no cristiano? Es-*
tó equivaldría á pretender neg9r el mérito de los Au*
gustos, de los Trajanos, de los Adrianos y de los
Marco-Anrelios, porque estos ilustres emperadores no
hubiesen sido cristianos y sí gentiles. A la paz de Oc-
la vioen la España romana sustituyó la paz de Alhakem
en la España árabe, pero no sin que Alhakem, como
Octavio César, diera antes pruebas de que si desea-
ba la paz no era porque no supiese guerrear y venceri
sino porque amaba mas las musas que las lides, los
libros que los alfanges, los verdes laureles de las aca-
demias que los laureles ensangrentados de las bata*
lias, y nadie con mas gusto que Alhakem II. hubiera
mandado cerrar el templo de Jano, si los hijos de
Maboma hubieran conocido las divinidades y las eos*
tumbres romanas.
Yióse» pues, al cabo de mil anos reproducido en
España bajo nueva forma el siglo de Augusto; con la
diferencia que si en el de Augusto los talentos habian
tenido además un Mecenas, en el de Alhakem cada
walí y cada jeque aspiraba á ser un Mecenas protec**
tor de los sábioi y amparador de los buenos ingenios.
A los Sénecas, los Lucanos y los Marciales reempla-
zaron los Abu Walid, los Ahmmed ben Ferag y los
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Sí8 UISTOAIA DB. BSPAAa.
Yahia beDHudbeil, y las églogas y las odas rcapare-*»
cian con el nombre de casidas, como las célebres titu-
ladas de las Flores y de los Huertos. La corte habíase
convertido en una vasta academia; era Córdoba como
la Atenas del siglo X., y la liberalidad, largueza y
munificencia con que se premiaba las obras del inge-
nio era tal que para creerla necesitamos verla por
tantos y tan contestes testimonios confirmada. Pero
compréndese bien á costa de cuántos sacrificios, de
cuánta solicitud y de cuántos dispendios hybo de ad-
quirirse aquella asombrosa colección de 400 ó 600 mil
volúmenes manuscrístos que constituian la biblioteca
del palacio de Meruan.
Hay que advertir, noobstante, que ni este riquísi^-
mo depósito de las producciones de la inteligencia, ni
la civilización que en aquel tiempo llegaron á alcanzar
ios árabes, fué obra de solo Alhakem H. ni de solo
su reinado. La preparación venia de atrás, y era una
semilla que habia ido desarrollándose y creciendo^
Desde que Abderrahman L fundó el califato español,
propúsose la dinastía de los Beni-Omeyas aventajar
asi en civilización como en material grandeza el impe-
rio de sus implacables enemigos los Abassidas de Da-
masco y de Bagdad. El primer Abderrahman habia
buscado ya las mayores celebridades literarias para
encomendarles la educación de sus hijos, los cuales
esistian á los certámenes académicos, á las au-
diencias de los cadíes y á las sesiones del dU
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PAlUTB II. LlBkO t. 29
V<an. Éi fundador del imperio masKmico de Occidente
erigió ya multitud de madrissas ó escuelas, premiaba
los doctos> y hasta nosotros han llegado los degantes
versos que él mismo escribió con su pluma. Su hijo
Hixem siguió las huellas de su padre y fomentó y
propagó la enseñanza. Alhakem I., aunque sanguina-
rio y cruel» era docto y le dieron el sobrenombre de
ei Sabio. Abdérrahman II. oia y examinaba lass pro-
ducciones literarias de sus hijos Ibam y Othman.-
Del UI. hemos visto cómo llevaba á su corte los sa-
bios de tqdas las partes del mundo y los colocaba en
los cargos y puestos mas eminentes del estado, cómo
iba siempre rodeado de un séquito numeroso de as-
trónomos, médicos, filósofos y poetas distinguidos, y
debíale Alhakem II. su esmerada educación literaria.
Este califa, ilustradísimo ya y aficionado á las letras,
alcanzó un período dichoso de paz ; y como el germen
de la civilización existia , desarrollóse al amparo de su
protección, al modo que las plantas crecen con lozanía
cuando después de mucho cultivo y de copiosas llu-
vias aparece un sol claro, radiente y vivificador.
Una observación nos suministra la lectura de las
historias arábigas. Ni un solo literato, ni un solo eru-
dito xleja de ser mencionado por sus historiadores» No
se verá que omitan jamás los nombres de los doctos
que florecieron en cada reinado , con sus respectivas
biografías y la correspondiente reseña de sus obras.
Cítase con frecuencia el fallecimiento de un profesor
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30 HUTOIU DB BftVAiU.^
distioguido como el acoutecimiento mas notable de qq
año lunar. La narración de uo combate empeñado en-
tre dos ejércitos se interrumpe jqú lo mas interesante
para dar cuenta de que alli se encontraba, ó de que
llegó á la sazón, ó de que murió á tal tiempo en cual*
quier punto que fuese tal poeta ilustre ó tal astrónomo
afamado. Conócese que estaba como encarnada en
aquellas gentes la apreciapion del mérito literario , y
asi correspoodia á un pueblo en que los califas eran
eruditos, en que los príncipes eran bibliotecarios, y en
que los guerreros soltaban el alfange con que habían
combatido para empuñar la pluma y transcribir con
ella las escenas mismas en que acababan de ser acto*
res en los campos de batalla.
Anticiparemos, sin embargo, aunque mas adelan-
te tendremos ocasión de hacerlo observar , que era
esta una ilustración mas brillante que positiva » mas
superficial que sólida y mas poética que filosófica, con
cuya prevención ya no nos maravillaremos tanto cuan-
do la veamos desaparecer.
Tal era el estado de los dos pueblos t musulmán y
cristiano, cuando murió el ilustre Alhakem Almostan*
sir Billah. Uno y otro van á sufrir grandes mudanzas
y alteraciones en su situación física y moral.
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CAPITULO XVIII.
AUIANZOB BM c6bD0BA:
BE BiM BO III. i ALFONSO V. BB LBOIT*
Be 976 * 1002.
Situación de los Iresreinos cristianos al advenimiento del califa Hizem II .
— Menoria de Ramiro 111. de Lean.— Pónesele bajo la tatela de dos
religiosas.-— Impradencias y desórdenes del monarca en sgr mayor
edad.— Irrita á los nobles y prop!aman. á Bermado II. el Gotoso.—
Almarzor primer ministro y regente del califato.-«-!mbecilidad del
tierno califa.— Obra Almaozor como coberano del imperio.— Su na-
cimiento: sos altas prendas: su conducta.— Jura eterna guerra á los
oristianos.— Sus dobles campañas anuales.— ^Sus triunfos.- Fuga de
Bermudo II. á Asturias.— *-Toma Almaozor á León y la destruye. — ^Sus
victorias en África.— Conquista á Barcelona. -^Recóbrala el conde
Borrell I|.— Descripción de las fiestas nupciales del hijo de Almanzor.
—Los Siete Infantes de Lara.— Vence Alfnanzor y bace prisionero al
conde Garda Fernandez de Castilla: su muerte.— Destruye el gran
templo de Santiago de Galicia.— Triunfos de los musulmanes espa*
Boles en Afr¡oa.-^lfuerte de Bermudo Ik de Leen.— Alfonso V.—
Calamitosa situación déla España cristiana.— Alianza de los sobera-
nos de León, Castilla y Navarra para resistir á Almanzor.— Befuer-
zos que este recibe de Africa.^Famosa batalla de Galatañazor.—
Glorioso triunfo de los cristianos.— Almtnz^ es derrotado después
de veinte y cinco años de victorias, y de cincuenta batallas felices.
— -Hueje en Medinaceli.— Epitafios de su sepulcro.
Podemos anoncíar que llegamos á uoo de los pe*
rfodos mas importantes de la domioaoioii sarracena en
España. El nombre del personage que va á la cabe»
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32 HISTORIA DB BSPAÑA»
de este capítulo lo dice también bastante al que no
sea del lodo peregrino en nuestra historia de la edad
media. En el hecho mismo de ponerle al frente, no
siendo Almanzor califa , damos ya en entender sufi-
cientemente que no va á ser el califa , sino su primer
ministro, el alma y el sosten del imperio musulmán
y el gran competidor de los cristianos en la época que
nos toca describir.
Por una rara y singular coincidencia, de los cin-
co estados independientes que se han formado en
nuestra Península, á saber, el imperio árabe, los rei-
nos de León y de Navarra, y los condados de Barce-
lona y de Castilla , en los tres primeros y mayores
reinan simultáneamente tres niños, Ramiro III. en
León, Sancho Garcés el Mayor en Navarra, Hixem II.
que ha sucedido á su padre Alhakem II. en Córdoba:
acontecimiento nuevo para los tres reinos , de donde
hasta ahora hemos visto excluidos los príncipes de
menor edad. ¿Cuál de los tres tiernos soberanos pre-
valecerá sobre los otros? Naturalmente habrá de pre-
ponderar aquel que tenga la fortuna de ver deposita-
das las riendas del estado que él no pueda manejar
en manos mas robustas y vigorosas, el que vea enco-
mendada la dirección del reino á persona de mas ta-
lento y capacidad» la de la guerra á genio mas activo
y emprendedor.
Habíase confiado la tutela y educación del tierno
monarca leonés y la regencia del reino á dos muge-»
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PAETBIl. LIBRO 1. 33
res, á dos religiosas, que lo era ya su lia Elvira
cuando subió Ramiro III. al trono, y entró también
después en el ctaustro su madre Teresa, ia viuda de
Sancho L Por fortuna á la natural flaqueza del sexo
supliá la piedad y discreción de estas dos mugere^,
en términos que no solo marchaba en prosperidad' el
estado bajo su gobierno, sino que en una asamblea
de obispos y magnates celebrada en León (974) se die-
ron gracias á Dios por los particulares beneficios que
el reino disfrutaba bajo la acertada y prudente direc-
ción de las dos piadosas princesas, y principalmente
de Elvira, que era la que ejercía mas manejo en los
negocios públicos^ hasta el punto de decir aquellos
proceres^ que si por el s^exo era muger, por sus distin*
guidos hechos merecia el nombre de varón ^*K En
principios de virtud y en máximas de sana moral edu-
caban las dos religiosas princesas á su real pupilo;
ejercitábanse en piadosas obras y fundaciones; reme-
diaban y corregían abusos, contándose entre sus me-
didas la supresión que de acuerdo con los obispos hi-
cieron de la silla episcopal creada en Simancas por
Ordeño 11. contra los sagrados cánones que prohibían
la existencia simultánea de dos cátedras episcopales er
una misma diócesi. Prosperado hubiera el reino de
León bajo el gobierno de tan virtuosas y discretas se-
0) Ét quoniam seriptum est rorum ac [mminarum^ »et
liieron aquellos ilustres ?arones) reoü credit et recle ágil eiiM
Uta wm e$l diicretía afmd Do- hio vir nuncupalur, ele. Ri
Hnum diversorum $exuum vi- Blp. Sag. iom. 34> pág. Sí83«
Tomo IV. 3
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34 HISTORIA DE ISPAÜA*
ñoras^ si por una parte el príncipe do hubiera, á me-
dida que crecía eu años, crecido también en aviesas
inclinaciones, desyiádosede los saludables consejos
de su madre y lia, y d^do rienda á sus pasiones ja*
veniles y á los instintos de su natural soberbio y al?
tivo; y si por otra parte el reino leonés hubiera podido
conservar la paz que habían respetado Abderrah*
man III. j Alhakem IL, y no se hubiera levantado
en el imperio musulmán ub genio inquietador y beli-
coso que habia de poner en turbación y conflicto todos
los estados cristianos.
Como si diera por perdido el tiempo que las dx-
rectpras de su educación habían tenido enfrenadas
sus malas tendencias y quisiera darse prisa á indem-
nizarse, asi obró Ramiro IIL tan pronto como salió
dé su menor edad. Con protesto de que no debía to-
lerar que el reino continuara gobernado por mugeres
y de querer manejar los negocios por sí mismo, eman-
cipóse de sus dos prudentes ayas, contrajo matrimo-
nio con una señora llamadaUrraca Sancha, de no co-
nocida familia y no señalada por lo prudente; y lo
que fué peor, juntando Ramiro á los caprichos y des-
arreglos de su corla edad los ímpetus de un natural
presuntuoso, despreciador de los grandes, no cum-
plidor de las palabras y desatento y acre en las res*-
puestas, ni instruido ni veraz ni discreto ^'^ de tal
(4) Tal es el rHrato que de obispo Sampiro eo el número S9
este principe dos ha dejado el de su Crónica.
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PAKTB II. LIBAO I. 35
manera disgustó y desabrió á ios condes y proceres
de Galicia, Leoo y Castilla, yá de por sí poderosos y
envalentonados, que los mas se le hicieron enemigos,
y los de Galicia abiertamente se le rebelaron procla-
mando á Bermado, hijo de Ordoño IIL y aun proce-»
diendo á consagrarle como rey en la iglesia de ^n-*
tiago (980)* Noticioso Ramiro de está novedad salió
cdh sus tropas en busca de su competidor: encontrá-
ronse ambas huestes en Pórtela de Arenas, donde se
dio una batalla, en que murieron muchos de ambas
partes, mas sin que se decidiera en favor de ninguna
la victoria. Retiróse Bermudo á Cómposteia, y Rami^
ro, que de suyo no era muy belicoso ni esforzado,
volvióse también á León* La muerte que á los dos
años sorprendió á Ramiro dejó á su rival desembara-
zado el camino del trono. Fué sepultado en San Mi-
guel de Destriana, donde yaciasu al>uelo Ramiro II. ^^K
Resonaba ya por este tiempo en toda España el
nombre de Almanzor. ¿Quién era este famoso persona-
ge que desde el principio se anunció tan terrible para
los cristianos? Dirémoslo.
(1) Suponen alguDos haber vi- rece no dejar lugar á duda los
vido todavía Ramiro dos anos, fun- testimooios contestes de Sampiro,
dados en tre» diplomas de este del Sítense, de Lucas de Tuy y de
rey hallados en el monasterio de Rodrigo de Toledo. Debemos, no
Sahagao, que llevan la fecha do obstante, advertir que asi en este
984. Dada la autenticidad de estos reinado como en el que le sigue,
documentos, resttltaria haberse re-^ se nota tal discordancia de fechas
tirado á aquel monasterio después entre los autores, qee oo hay me-
del reconocimiento de Bermudo dio fácil ni acaso posible de con-
como rey de León. Mas en cuanto cfliarlos. El haber terminado Saín-
á la duración de su reinado, pa- piro su luminosa crónica que tan-
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36 ' HISTORIA DB B9PAÑA.
Al morir el ilustrado califa Alhakem 11. había de^-
jado (cosa extraña en aquella prolíñca familia) un solo
hijo de poco mas de diez años, que á pesar de su
corta edad fué sin oposición reconocido y jurado cali-
fa por los grandes del imperio bajo el nombre de Hi^
xem^II.: primer ejemplo de una menoría en los ana-
les del califato andaluz, como lo habia sido en los del
reino de León la db Ramiro III. Hallábase á la sazón
de hagib ó primer ministro aquel Giafar que tanto se
habia distmguido en las guerras de África (976). Pero
habia entre los vazzires de la corte un hombre que
por su talento, por su afabilidad y gentileza se habia
captado el favor y la confianza de la sultana Sobheya,
la esposa favorita de Alhakem, la q^ue habia interve-
nido en todos los negocios derímperio durante los úl-
timos diez años, y' la sola muger que habia hecho un
papel . político en la historia de los Ommiadas. El
hombre que asi habia merecido la predilección de la
sultana viuda, y á quien esta habia hecho sucesivamen-
te su secretario íntimo y. su mayordomo, se llamaba
MohameJ ben Abdallah ben Abí Ahmer el Moaferi:
habia nacido en una aldea cerca de Algeciras; su pa-
ta luz uod ha dado basta aqui, la nido á aclarar macho su oroaolo-
faltado memorias dé aquel tiempo gía las historias arábigas ultima-
do que 5a un respetable historia- mente publicadas, que ñor pvdie-
dor 80 queja muy fundadamente, ron sor conocidas de aquellos res-
y los errores introducidos por el potables escritores, y de ellas y
cronista Pelayo de Oviedo, han desacote' ' /-:^--
podido ocasionar confusión tan resultan
sensible. Felizmente conviniendo sucesos d
casi todod en los hechos, han ve- mo siglo.
cronista Pelayo de Oviedo, han de su cotejo con nuestras crónicas
podido ocasionar confusión tan resultan bastante ilustrados loa
sensible. Felizmente conviniendo sucesos del último tercio del déei-
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VAftTB II. LIBRO I. 37 *
dre había sido muy particularmente hoorado por Ab-
derrahmaa HL, y su madre pertenecía á uqa de las
mas ilustres familias de España. Había venido al mun-
do en el mismo año de la famosa derrota de los mu-
sulmanes en Simancas, «como si Dios (añade un his-
toriador crítico) hubiera querido señalar y como com-
pensar aquel desastre de los muslimes con el naci-
miento del que habla de ser su vengador.»
Este hombre, que ademas del favor de la sultana
viuda, gozaba por su valor y prudencia de la consi-
deración y el respeto de los vazziresde palacio, délos
gefesde la guardia y* de los walíes de la provincias,
fué nombrado por Sobheya primer ministro de su hi-
jo sití quitar el título á Giafar, pero encomendando á
su favorito la tutela de Hixem, y la regencia y direc-
ción del imperio: ofendióse de ello Giafar, pero disi-
muló su resentimiento. Yióse desdo entonces el impe-
rio árabe en una situación nueva. La política de
Almanzor, y lo que es mas estraño, la de la sultana
madre, fué mantener al tierno califa en una ignoran-
cia y como niñez perpetua para que ni^ conociera
nunca su posición ni nunca pensara en emanciparse
de la tutela en que se propusieron tenerle. Alejaron ^
de su lado los maestros á quienes su padre tenia fiada
sQ educación, y rodeáronle de jóvenes esclavos que
le tuvieran entretenido con sus juegos en los jardines
deZahara. Ni Hixem pensaba en otra cosa que en di-
vertirse, ni sü madre y tutor le permitían hacer mas
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38 HISTORIA DE ESPAÑA.
que órecer entrQ juegos y deleites, siempre encerrado
en SQ alcázar, sin comunicar con nadie sino con los
mucháchuelos de su edad; pues si en ciertos días se
daba entrada en palacio á los vazzires, bacíaseles re-
tirar en cuanto le saludaban, como suponiéndole en
cierto estado de imbecilidad inteleotuaK De modo que
el niño Haem era, mas bien que califa, un preso
incomunicado, y solo por las monedas y oraciones se
sabía que habla un califa llamado Hixem; pero el
verdadero califa de becbo era Almanzor, que obraba
en todo como si fuese el legitimo soberano, los decre-
tos se publicaban en su nomíbre, que se esculpia tam-*
bien en las monedas, y se oraba por él en las mez*
quitas al propio tiempo que por el califa.
Aunque su elevación babia sido del gusto de la
mayoría de la$ vazzires y walíes del imperio, no fal-
taron algunos que se mostraran hostiles, y uno de
]os primeros cuidados del regente soberano fué irse
deshaciendo de sus enemigos y rivales, castigando di-
rectamente á unos, é indisponiendo mañosamente á
los otros entre sí haciendo que se destruyeran mutua-
mente. Al mismo tiempo ganaba á los poderosos con
honores, á los soldados con larguezas, á los sabios
colocándolos en altos puestos, siguiendo en esto el
sistema y la poHtica de Alhakem. Si alguna medida
odiosa se vela precisado á tomar, como la disminu-
ción de la guardia slava devota de los Ommiadas, te-
nía el ardid de hacer recaer su odiosidad sobre su
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' PARTE 11. LIBEO |. 39
compañero Giafar, deápresligiándole coa losMeruanes
mismos. Y mientras meditaba como acabar de perder
8ÍD estrépito áGiafar, tuvo la astncia de compróme-,
ter á su hijo eti la guerra de África, negándole los
auxilios que le pedia, y dando lugar á que cayera
prisionero ^*K Así llegó á adquirir ttn grado de poder
irresistible; poder que había de ser bien fatat á los
cristianos, porque á la manera que Anibai había ju-
rado sobre los altares de los dioses odio eterno é im-
placable áRoma, asi Álmanzor había jurado por el
nombre del Profeta acabar con los cristianos españoles
(41 Ei erudito ori«nUI¡sU Do^
zy, en sus investigaciones sóbrela
Historia política y literaria de
España en la edad media, hace el
siguiente retrato de Álmanzor, de
quien ciertamente no se muestra
upasióuado: #Un solo hombre lle-
gó 00 solo é hacer impotente, al
califa su señor, sino también á der-
ribar ios nobles de entonces, ya
que no la noblcia. Este hombre
(]ue uo retrocedía ante ninguna
infamia, ante ningún crimen, ante
ningún asesinato, con tal de ar-
ribar al objeto de su ambición;
-este hombre, profundo político y
el mas grande general de su tiem-
po, idoio del ejercito y del paeblo,
á quien la fortuna favorecía en to-
das las ocasiones; este hombre era
el terrible "primer ministro, el ha-
ftib de Hixem II., era Álmanzor.
Trabajando únicamente por afian-
zar su propio poder, se contentó
con asesinar sucesi Ya mente los ge-
fes poderosos y ambiciosofi do la
raza noble que lo hacían sombra,
pero no trató de destruir la «rio-
tocracia misma. Lejos do confiscar
los biooes y tierras que esta poaeia,
era por el pontrarío el amijgo de
aquellos patricios que no lé inspi-
raban temor, (pég. 2 y 3).»
Cuenta mas adelante (pág. 208),
como dos poderosos ^efes de. los
euQucos slavos concibieron y tra-
taron de realizar el proyecto do
proclamar por sucesor do Alha-
kem II. á su hermano AUMogírab,
en lugar de su hijo Hixem, aun-
que a condicioD de que aquel hu-
biera de declarar á su vez sucesor
del trono i su sobrino. Comunica-
ron el proyecto al ministro Gíafar,
el cual fingió aprobarle, pero ha-
biéndolo revelado con el nn de to-
mar medidas para conjurar ta
conspiración á varios de sus ami-
gos, y entre ellos á Mohammed
beo Abi-Amar (después Álmanzor)
éste se encargó dtr asesinar á Al- ^
Mogirah, <y estranguló al joven '
principe que aun no sabia la muer-
te de su hermano.» Do este y
otros sooseiantas hechos, que cüa
taoDbien Almakar i, no dioe OBda
Conde.
Drgitized by LjOOQ IC
y no descansar hasta conseguir el esterminio de
su raza.
^ Con este designio bizo paces con los africanos, y
' celebró con el ralímita Balkim, que tenia sitiada á
Ceuta» un tratado de aniistad» por el que el emir
africano se obligó á enviar anualmente al regente de
España cierto número de soldados y caballos berbe-
riscos; lo cual dio ocasión á que algunos murmuraran
de que teniendo enemigos declarados en África se
mostrase tan dispuesto á inquietar á los cristianos de
Galicia y de Afranc, que años hacía estaí)an siendo
fieles cumplidores délos tratos de pa^ hechos con
Alhakem. Almanzor supo acalla» todas estas murmu-
raciones» y cuando hubo recibido los primeros re-
fuerzos de África, emprendió sus primeras escursio-^
nes por los territorios cristianos (977)^ dirigiéndose
primeramente á la España oriental; dadas alli las
convenientes órdenes para las sucesivas campañas á
los walfes de aquellas fronteras, torció hacia las del
Duero, y con las huestes de Mérida y de Lusilania
hizo una incursión esploratoria en Galicia, taló campi-
ñas, saqueó pueblos y ganados, hizo cautivos, y se
volvió impuoemente á Córdoba satisfecho del éxito de
sus primeras' algaras ^'^
(4 ) Ed este mismo ano so acabó «Ed el nombro de Dios ciernen-
en Ecüa el acuedaeto qao había te y misericordioso, mandó edifi-
mandado hacer la sulüina madre, car esta acequia la sefiora, en-
y eif él se puso la inscripción sí- grandézcala Dios, madre del Prin-
gttiente: cipe de los creyentes el foToreoido^
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PABTB I». LIDBO I. 44
Y síd embargo, jio eran estas correrías sino el
preludio y como el ensayo de otras mas serías y ter-
ribles espedicionesqae meditaba. Desembarazado de
los rivales que podia iemer, á excepción de Giafar,
casi el únicq que quedaba; dueño de la confianza de .
Sobheya; reducido á la nulidad el califa Hixem;
contando con los socorros de África, y obrando ya en
fin con la autoridad de un soberano, podo dar princi-
pio á la realización de sus proyectos y de su plan de
campaña, que consistía, como después se vio, en ha-
cer por lo menos dos ii;rnpciones anuales en tierras
cristianas, invadiendo alternativamente ya el Norte,
ya el Oriente, con la velocidad del rayo, y dejándose
caer* repentinamente alli donde menos le podían es-
perar. Tocó á León y 6alici« sufrir el ímpetu de la
primera irrupción (978). En manos aquel reino de un
monarca niño y de dos piadosas mugeres, no prepar
rado por otra parte á la guerra, y acostumbrado á la
paz en que Alhakem le había dejado vivir, poca re-
sistencia podía oponer, al intr épido guerrero musul-
mán, ^el cual volvió á Córdoba llevando consigo
porción de jóvenes cautivos de uno y otro sexo, sien-
do recibido con grandes demostraciones de entosias-
mo. Entonces fué cuando, al decir de varios autores,
de Dio8, Hixem, hijo de Alhakem,^ prefecto cadl de loe pueblos de la
prolongué Dios <u permanencia, cora (coma rea) de Bcija y Carmo-
esperando por ella copiosas y na y dependencias de su gobier do,
grandes recompensas de Dios: y se Abmed ben Abdallab ben Muza»
acabó con la ayuda y socorro de en la luna de Rebie postrera del
Dios por mano do su artifice y año 307.»
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42 HISTORIA DB BSfAÍLA.
se díó á Mohammed el Ululo de Alnaanzor fEl Man^
sur)y el Valeroso, el Defensor ayudado de Dios.
O muy desinteresado ó muy político Almanzór, so
recogía para sí otro frblo de estas espedí^iones que la
gloría de haber vencido: el botin distribuíalo todo
entre los soldados, sin reservar mas que el quinto
que tocaba por la ley al califa, y la estafa ó derecho
de escoger que se dejaba ^ los caudillos. Hombre de
memoria y retentiva, conocía á todos sus soldados, y
conservaba los nombres de los que se señalaban y
distinguían: hábil en el arte de ganarse sus volunta-
des, inspeccionaba personalmente ios ranchos de to-
das las banderas, restableció la costumbre de dar
banquetes á las tropas después de cada triunfo, f
convidaba á su propia mesa á los que se habían dis-
tinguido''en él campo de batalla. \Y ay del que se
atreviera á murmurar de su liberalidad para con los
soldados! En la expedición que con arreglo á su sis-
tema hizo en la primavera de 979 á las provincias
fronterizas de la España oriental, fué tan pródigo en
la remuneración de las huestes que le siguieron, que
hubo de quejarse el hagib Giafar de lo poco que del
quinto del botín, llamado el lote de Dios^ había in-
gresado en el tesoro. Súpolo Almanzor,. y sirvióle de
buen pretesto para desembarazarse del único compe-
tidor que le quedaba, redújole á prisión, confiscóte
todos sus bienes á nombre del califa, y le despojó de
todos sus honores y empleos. Cuatro anos mas tarde
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PAETB II. LIBEO !• 43
corrió la voz de que Giáfar babia muerto de ponsun-
cion y de melancolía. Historiadores hay que suponen
haber tenido mas parte en su muerte la voluntad de
Almanzor que ninguna enfermedad.
Pero tan espléndido como era con los soldados,
tanto era de severo y rígido en la disciplina. Dice
Almákari, que cuando les pasaba revista» no solo los
hombres estaban en las filas inmóviles y conio clava-
dos, sioo qae apenas se oia un caballo relinchar.
Cuenta que habiendo visto un dia relumbrar una es-^
pada al extremo de una línea faltando á la uniformi-
dad del movimiento» hizo llevar á su presencia al
culpable, el cual interrogado por su falta, dio una
escusa que no pareció suficiente á Almanzor, y en el
acto le mandó decapitar, y que su cabeza fuera pa-
seada por delante de todas las filas para escarmiento
de los demás. Al mismo tiempo era clemente con los
vencidos y no permitía ni hacer daño ni cometer, vio-
lencias con la gente pacífica y desarmada. Su política
coní los cristianos, á quienes por otro lado deseaba
exterminar, la confiesan nuestros mismos cronistas.
«Lo que sirvió mucho á Almanzor, dice el monje de
Silos, fué su liberalidad y sus larguezas, por cuyo
medio supo atraerse gran número de soldados cris-
tianos: de tal manera hacia justicia, que según he^
mos oido de boca de nuestro mismo padre, cuando
en sus cuarteles de invierno se levantaba alguna se«
dicíon, para apagar el tumulto ordenaba primero el
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44 IIISTOBIA DB ESPAÜA.
suplicio de un bárbaro que el de un crisliano ^^^»
Este hombre singular, cada vez que volvia del
campo de batalla, hacía que al entrar en su tienda le
sacudiesen con mucho cuidado el polvo que habían
recogido sus vestidos, y- lo iba guardando en una
caja hecha al efecto, la cual constituía uno de los
muebles mas indispensables y de mas estima de su
equipage, con ánimo de que á su muerte cubriesen
en la sepultura su cuerpo con aquel polvo, sin duda
por aquello de la Sura ó capítulo IX. del Coran:
«Aquel cuyos pies se cubran de polvo en el camino
de Dios, el Señor le preservará del fuego.»
Tal era el nuevo enemigo que de repente se habia
levantado contra los cristianos. Con esto llegó á en-
tusiasmar de tal suerte á los musulmanes, que todos
á porfía pedian alistarse en sus banderas, y no eran
los menos entusiastas los africanos berberiscos, á
quienes daba una especie de preferencia /y de quie-
nes llegó á hacer el núcleo y la fuerza principal de su
ejército. Supónese que en una revista general que
pasó en Córdoba contó hasta doscientos mil ginetes y
seiscientos mil infantes: cifra prodigiosa que no pue-
de entenderse fuese toda de tropas regimentadas, sino
de lodos los hombres dispuestos á tomar las armas en .
los casos necesarios. Tenia, si, un grande ejército ac-
tivo y permanente que le acompañaba en todas las
(4) Mon. Silens. Cbron. n. 70.
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PAKTrU. UBBO I. 45
espediciones, el cual se engrosaba ademas con la
gente de la frontera por donde hací a cada invasión.
Annqnesus irrupciones eran inciertas * acometiendo
indistinta é inopinadamente ya un punto ya otro, in- .
vadia con mas frecuencia la Castilla y la Galicia que
la España oriental. Llevaba siempre consigo á su hijo
el joven Abdelmelik para acostrambrarle á los ejerci-
cios y á las fatigas déla guerra. El lector compren-
derá lo difícil que debía ser para los escritores de
aquellos tiempos dar cuenta de todas las campañas de
este hombre esencialmenVe guerrero, que sin contar
mas que las dos espediciones anuales que infalible-
mente realizó, resulla liaber hecho en veinte y seis
anos de gobierno cincuenta y dos invasiones por lo
menos en tierras cristianas. Las principales de ellas^
sin embargo, han quedado consignadas, ya en nues-
tras historias, ya en las crónicas árabes.
I^s de los primeros años no podían menos de ser
felices para el ministro regente, descuidados los cris*
tía nos, desavenidos entre sí^ y ocupando el trono de
León un rey joven, de pocCatinada conducta, y no
muy querido del pueblo. Debió, no obstante, el pe-
ligro mismo y la necesidad obligarlos á apercibirse y
fortalecerse cuando las mismas crónicas muslímicas
> nos hablan de una campaña en el año 370 de la he-
gira <*^ en que habiéndose encontrado Frente á frente
(f ) Este 8D0 árabe compren- 6 de julio de 984 del soo cristiano,
dio deade el 16 de julio de 980 al
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46 HISTOEIA DB BftPAÑl.
los dos ejércitos cristiano y sarraceno, ocurrieron
circunstancias dignas de especial mención.
Hallábase Almanzor, dicen« á la vista de una po-
derosa hueste de cristianos de Galicia y Castilla en el
año 370: trababan los campeadores de ambos ejércitos
frecuentes escaramuzas mas ó menos sangrientas y
{K)r6adas. En esta ocasión preguntó Almanzor al es-
forzado caudillo Musbafa «(¿Cuántos valientes caba-
lleros crees tú que vienen en nuestra hueste?— Tú
bien lo sabes, le respondió Mushafa.' — ^¿Te parece que
serán mil caballeros? volvió á preguntar Almanzor. —
No tantos. — ^¿Serán quinientos?— -No tantos. — ^¿Serán
ciento, ó siquiera cincuenta?— -No confío sino en tres;
respondió el caudillo.» A este tiempo salió del campo
cristiano un caballero bien armado y montado, y
avanzando hacia los muslimes, «¿Hay, gritó , al-
gún musulmán que quiera pelear conmigo?» Presen-
tóse en efecto un árabe, peleó el cristiano con él y le
mató. «¿Hay otro que venga contra mí?» volvió á
gritar el cristiano» Salió otro musulmán, comenzó el
combate, y el cristiano le mató en menos tiempo que
al primero. «¿Hay todavía, volvió á esclamar el cris-
tiano, algún otro, ó dos ó tres juntos, que quieran ba-
tirse conmigo?» Pre^ntóse otro arrogante musulmán,
y á las pocas vueltas, dice su misma crónica, le derribó
el cristiano de un bote de lanza. Aplaudían los cris-
tianos con algazara y estrépido, desesperaba el despe
cho y la indignación á los muslimes, y el cristiano
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PABTE II. LlBBOl» 47
volvió á SU campo, y al cabo de breves mocDentos
viósele reaparecer en otro caballo do menos hermoso
que el primero, cubierto con una gran piel de tigre,
cuyas manos pendían anudadas á los pechos del ca-
ballo, y cuyas uñas parecian de oro. «Que no sal-
ga nadie contra él, esclamd Almanzor.» Y llamando
á Mushafa le dijo: €¿No has visto lo que ha hecho
este cristiano todo el dia? — T^ he visto por mis ojos,
respondió Mushafa, y en ello no hay engaño, y por
Dios que el infiel es muy buen caballero, y que
nuestcos muslimes están acobardados.-^*-Mejor dirias
afrentados, repuso Almanzor.»
En esto el esforzado campeón con su feroz ca-
ballo y su prepiosa cubierta de piel se adelantó y
dijo: c¿No hay quien salga contra mí?*— Ya veo,
Mushafa, esclamó Almanzor, ser cierto lo que me
decias, que apenas tengo tres valientes caballeros en
toda la hueste: si tú no sales, irá mi hijo, y sino iré
yo, que no puedo sufrir ya tanta afrenta. — Pues ve-
rás, replicó Mushafa, que'pronto tienes á tus pies su
cabeza, y la erizada y preciosa piel que cubre su ca-
ballo»— Asi lo espero, dijo Almanzor, y desde ahora
te la cedo para que con- ella entres orgulloso en el
combate.» Salió Mushafa contra el cristiano y este lé
preguntó: «Quién eres tá y á qué clase perteneces
entre los nobles muslimes?» Mushafa blandiendo la
lanza le respondió: «Esta es mi nobleza, esta es mí
prosapia.» ^Pelearon, pues, ambos adalides con igual
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48 filSTOBIA DB BSVAHa.
brío y esfuerzo, hiriéodose de rudos botes de lanza,
revolviendo sus caballos, parando los golpes, y en-
trando y saliendo el uno contra el otro con admirable
gallardía. Pero el cristiano estaba ya cansado, y
Mashafa, jóvea y ágil, acertó á revolver su corcel
con mas presteza, y dando una mortal lanzada á sti
valiente competidor logró derribarle del caballo: saU ,
tó Mushafa del suyo, y le cortó la cabeza y despojó al
caballo déla hermosa piel, y corriendo con uno y
otro despojo A Almanzor, fué recibido de este con un
abrazo, é hizo proclamar su nombre en todas las
banderas del ejército. Dada después la señal del com-
bate, empeñáronse ambas huestes en , sangrienta ba-
talla, que vinieron á interrumpir las sombras de la
noche. Al dia siguiente los cristianos no se atrevieron
á volver á la pelea, y se retiraron al asomar el dia.
Almanzor volvió triunfante á Córdoba (*^»
' Las dos irrupciones del año siguiente (de julio
de 984 á junio de 982) fueron también sobre Castilla,
que los árabes seguian nombrando. Galicia. El fruto de
la primera fué la toma de Zamora, con otras cien for-
talezas y poblaciones, cuyas murallas hizo abatil*. Los
cautivos de ambos sexos, los ganados y despojos qne
Almanzor cogió en esta campaña fueron tantos, que
al decir de sus historiadores faltaban carros y acépi-
(4) Conde, cap. 97« iLásiima so castellano, digdo de figurar cd-
grande que do noa baya sido tras- tre loa héroes de ios tiempos ho-
mitido el nombre de aquel valere- mérieosl *
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»ARTB II. LIBRO U 49
las en que llevarlos, y cada soldado tuvo ocasión de '
saciar bien sa codicia. Dicen qae Almanzor entró en
Córdoba precedido de mas de nneve mil cautivos que
iban en cuerdas de á cincuenta hombres , y que el
walf de Toledo Abdala ben Abdelaziz llevó á aquella
ciudad cuatro mil, después de haber hecho cortar en
el camino igual número de cabezas cristianas, si bien
esta última circunstancia no la dan por tan segura , ó
al menos apareptan tener para ellos mismos el carác-
ter de rumor. No fué tan feliz el incansable eneofiígo
de los cristianos en la espedicion del* otoño de aquel
mismo año« Sin oposición ni resistencia habia pasado
el Duero el ejército musulmán y llegado á las fron-»
dosas márgenes del Esla, pero no sin que los cristia-*
nos los siguiesen y observasen desde las alturas. Alli^
creyéndose seguros los sarracenos, dejaron sus ca-
ballos forragear libremente y qué paciesen la yerba
que entre espesas alamedas viciosa crecía, y entrega^
ronse ellos también descuidadamente al solaíz en aque-
llas frescuras. Los cristianos que los atalayaban apro*
vecharon tan buena ocasión y cayeron impetuosa-»
mente sobre ellos esparciendo con sus gritos de guer-
ra el terror y el espanto en el campo enemigo. Los
mas valientes corrieron á las armas y quisieron pre-
pararse ala defensa, pero la multitud despavorida
huyendo sin dirección y sin concierto, atrepellando
los de la primera á los de la segunda hueste de las
dos en qué estaban divididos los árabes, dio ocasioa
Tomo iv. 4
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fio msrmiA db bspaüa.
á qo6 las espadas de los crístianos se cebaran en la
sangre de sus confiados enemigos. En este estado,
bramando de despecho Almanzor, arrqja ai suelo su
dorado turbante, y llama á toz en grito por sus nom«
bres á los mas esforzados caudillos:^ estos al ver la
cabeza de Almanzor desnuda y sus desesperados ade-
manes , se agrupan en derredor suyo, y tanto supo
enardecerlos con sus enérgicas palabras y con el ejem-
plo de su desesperado arrojo, que revolviendo sobre
los cristianos ios persiguieron hasta encerrarlos en
León (Medina Leyonis), y hubieran acaso penetrado en
la ciudad» si una borrasca repentina de nieve y gra*
nizo no los hubiera obligado á suspender la marcha y
á pepsar en retirarse por temor á la cruda estación del
invierno que se anunciaba ^^^
¿Cómo era posible que Almanzor en su orgullo
pudiera olvidar ni dejar sin venganza el descalabro
del Esla? Desde entonces su pensamiento, su idea
dominante fué la de destruir la corte de los crístia-
nos. Preparóse á ello como para una grande empresa
haciendo construir en Córdoba ingenios y máquinas
(1) Monach. Silens. Chrocu rey«s, ínfiriéodose qao ni uno ni
D. 71. — Coade, cap. 97.«->Gomo oiro se haUaroo proaeotes ai com-
esle suceso acaeciese el aoo en bate. Si hemos de creer ud a iodi«>
que dejó d« reinar en León Baoii- cacton dei Cronicón Iriensa (n. 42),
ro ni., y en que fué entronizado Almanzor obraba acaso de acuerdo
Bermado ll.« oo se sabe con cer- con Bermudo, á quien este parece
teza en cuál do los dos reinados había hecho ofrecimientos porque
ocurriese , y di&dase mas porque le ayudara á poteaioiiarae del rei-
ninguna crónica árabe ni crisiia- no de Leoo
na nombra é nioguno de los dos
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PAETBII. UBM 1. 84
de batir sobre el modelo de las* romanas; que eraa
los muros de Leoo altos y gruesos^ flanqoeados de
elevadas torres y defeodidospor puertas de bronce y
de hierro. Provisto ya de maquiaaría» y congregadas
las huestes de Andalucía» de Mecida y de Toledo^ y
lo que era mas sensible, acompañado dé algunos con^
des tránsfugas cristianos ^^\ partió al año siguiente A
las fronteras de León y Castilla resuelto á tomar á
toda costa la ciudad. Reinaba ya en ella Bermudo II.
llamado el Gotoso» por la enfermedad de gota .que
padecía. Si antes había hecho el hijo de Ordeño III.
algún concierto con Almanzor, debió conocer ahora
que no iba el guerrero musolman dispuesto á respe-
tar antiguas relaciones. Asi hubo de persuadírselo el
nuevo monarca leonés cuando se resolvió á abando-
nar su apetecida capital y á refugiarse á Oviedo, lle-
vando consigo las alhajas do las iglesias, las reliquias
de los santos, y los restos mortales de los reyes sua
mayores: triste y melancólica procesión, que recor-
daba los días angustiosos de la pérdida de España ^^K
Con todo eso no fué ni pronta ni fácil la toma de
la ciudad, cuya defensa habi^ quedado encomeadadiBi
al valeroso conde de Galicia Guillermo González. Eran
ya los bellos dias de la primavera de 984 cuando
Almanzor, estrechado el cerco, hizo jugar incesante-
(4} Pelagü Ovetens. Chron. agritudine nimium gravatut^
p. 468. cum nou pos$ei bárbaro obviare^
(2) Rex autem Veremundus se recepii Ovetum,
(dice LiiOBS de Tuy), podagrica
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&S HISTOUA DB BSPAÍA.
meóle todas las máquinas contra los muros y puertas
de León. Por espacio de algunos dias^ fingió el caudi-
llo mahometano atacar por la parte de Oeste para si-
mular el verdadero ataqae que babia dispuesto por
el Sar. Ya logró derruir una parte de la muralla» y
las ferradas puertas comenzaban á bambolear. El
conde Guillermo, enfermo y poslradot quebrantadas
sus/uerzas con las largas fatigas» avisado por los su«
yos del aprieto en que se vejan, hfzose ajustar suar^
madura y conducir en silla de manos desde el lecho
en que yacía á la parte mas amenazada del muro y
donde el peligro era mayor. Desde alli alentaba á los
bravos leoneses á que defendieran con brío su ciudad,
sus haciendas, sos vidas y las de sus hijos y muge-
res. A sus enérgicas exhortaciones se debió la resis^
tencia heroica de los últimos tres dias. Irritado Al-
manzor con la obstinación de aquellos valientes, ante
cuyas espadas caian diezmados en las brechas los
soldados musulmanes, fué el primero que pei^etró
dentro de la ciudad con la banderat en una mano y el
alfange en otra: siguiéronle multitud de sarracenos:
el intrépido, el brioso, >el imperturbable Guillermo
pereció en su puesto al golpe de la cimitarra de Al-
manzor. Vino la noche, y pasáronla todavía los ala«
rabes sobre las armas sin atreverse á penetrar en^ el
corazón de la ciudad. A la primera hora de la mañana
siguiente comenzó el saqueo y el degüello general,
de que no se libraron ni ancianos, ni rougeres, ni
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PAETB II. LIBIO I* S3
niños: jamás en dos siglos y medio de guerras áes^
de que habia dado priocipio la restauración había sa-
rrído ningún pueblo cristiano tragedia igual ^^K Las
bronceadas puertas fueron derribadas, y los maci*
zos muros en gran parte arrasados por orden de
Almanzor.
Astorga» la segunda ciudad de aquel reino, fué
también tomada, no sin porfiada resistencia. «Pero
sus defensores, añade el historiador árabe, trabaja*
ron en vano, pues Dios destruyó sus fuertes muros y
gruesos torreones.*» No pasó por entonces mas ade*-
lante aquel genio de la guerra; rá^^ido en sus con*^
quistas y constante en su sistema de expiediciones,
logrado su principal objeto volvióse á Córdoba, si
bien destruyendo al paso á Exlonza, Sahagun, Si-
mancas y algunas otras poblaciones ^^K Terrible en
verdad habia sido esta campana para los cristianos.
Era la primera vez desde Alfonso el Católico que et
estandarte de Mahoma ondeaba en la capital de ia
primitiva monarquía. Quedaban por alli reducidos
sus límites á los que tuvo en los primeros tiempos de
la recooquiista.
Hombre político era Almanzor al mismo tiempo
(4) . Lac. Tadeos.ChroD. p.89. testimonios de Locas de Tuy y do
-^ODde, cap. 07. Pelayo de Oriedot este último di-
{%) No' sabemos con gué fon- ceespresaneote: Aviurias, Go-
dameoto pudo decir Mariana que llmciam et Berixum non intravit,
tomó también los castillos de AWa, Lunam, Alvam, Gordonem non
Lona, Gordon y otros que res-* intravit.
guardaban á Asturias, contra los
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'54 HltmUA DB ESPAÑA.
que guerrero. Eo el tiempo que después de sos ex*
jiedicioDes descaosaba ea Córdoba, su casa era una
especie de academia á que asistían ios poetas y sá*
biost á ios cuales iodos trataba con ia mayor bene-
volencia y consideración» y sus obras iaá premiaba
con tanta liberalidad como hubieran podido hacerlo
los dos últimos califas. El estableció una especie de
universidad ó- escuela normal para la enseñanza su*
perior» en que solo entraban los hombres ya ilustres
por su erudición ó por las obras de un mérito espe*
cial y relevante, y él mismo solia concurrir á las au*
las y tomar asiento entre los alumnos, sin permitir
que se interrumpieran las lecciones ni á su entrada ni
á su salida, y muchas veces premiaba por «i mismo á
los discípulos sobresalieates. Estrana amalgama esta
que vemos en los árabes, tan dispuestos para pelear
en los campos de batalla como para discutir en las
academias, tan aptos para las letras como para la
milicia, para la pluma como para la espada.
Entretanto el imbécil califa Híxem, aunque meso
ya de diez y ocho años, continuaba betlame^te apri-
sionado en su palacio de Zahara y sus deliciosos jar-
dines, sin que nadie pudiese verle sin licencia de su
madre y del ministro soberano. Y cuando en las pas*
cuas y otras fiestas solemnes asistía por ceremonia á
la mezquita, no salia de su maksura hasta que todo
el pueblo se hubiese retirado, y entonces volvía, ó
por mejor decir ^ le volvían á su alcázar rodeado de
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PAHTB 11. UBEO 1. 55
8U guardia y de su corte sin que apeuas pudiese ser
visto del pueblo ^*K
En el mismo año de la toma de Leoa ocurrieron
en África novedades grandes para los muslimes espa-
ñoles. Aquel Alhassam, á quien vimos en 975 em-
barcarse en Almería para Túnez y Egipto, « aquel pri-
sionero africano tan generosamente recitúdo y tan es-
pléndidamente agasajado por el calif» Albakemll.,
prosiguiendo en su carrera de ingratitudes reapareció
ahora en Túnez, y ayudado de Balkiip, al frente de
tres mil caballos y algunos cabilas berberiscos, recor-
rió el Magreb y se hizo proclamar en mudias ciuda->
des. Almanzor no podia ver con serenidad este mo«
vimiento del ingrato Edrisita, é inmediatamente eA«>
comendó la guerra de África á su hermano Abu Al-
bakem Omar ben Abdallah. Pero la expedición de
Omar del*otro lado del estrecho no fué tan feliz como
lo habían sido las de su hermano en la Península. El
ejército andaluz fué deshecho en una sangrienta ba-
talla, y el emir edrisita obligó al hermano de Al-
manzor á refugiarse en Ceuta, donde le tuvo estre-
, chámente bloqueado. No era posible que el orgullo de
<4) Llamábase maksura la tri- de ellos: estos no se mbvian hasta
baña de los calibs un poco eleva- qoo do hobiesen salido todas 4as
da sobre el pavimento en la parte mugeres. Las doncellas no iban é
principal de la mezquita. La coló- ^ las mezquitas eo que no tuviesen
caoion del pueblo érala siguien- un lugar apartado, y siempre asis-
to: los jóvenes se ponían detrás tian muy tapadas oon sus velos.
<ie los ancianos^ las mugeres de- Conde, cap.
tras de los hombres y separadas
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66 HiSToaiA DB bsfaSa«
Almanzor sofriera humillación semejante: y atí envió
seguidamente á África á su mismo hijo Ábdelmelik,
joven que al lado de so padre babia sabido ganarse
en pocos anos una reputación militar aventajada. Tal
era la influencia de su nombre, que á la noticia de
su arribo á Ceuta dándose Albassam por perdido le
despachó mensageros solicitando un arreglo, y ofre«
cíéndose á pasar él mismo á Córdoba á ponerse á la
merced del califa Hixem, siempre que se le diera
seguro para él y su familia. Otorgóselo Abdelmelik, y
en sa virtud volvió á embarcarse para España el
tantas veces rebelde y tantas veces sometido 41has«
sam. Equivocóse esta vez en sus cálculos: creería sin
duda encontrar otro califa tan generoso como Álha-
kem, y lo que encontró fué un comisionado de Al-
manzor encargado de cortarle la cabeza en el camino,
coqao asi lo ejecutó, enviándola á Córdoba en testi-
monio del cumplimiento de so comisión. Asi terminó
su carrera de deslealtades el temerario Alhassam, y
con el acabó en Magreb la dinastía de los Edri^itas
que habia comenzado con la proclamación de Édris
ben Abdallah en el año arábigo de 172, y concluyó
con la muerte de Alhassam ben Eenuz en el de 375,
habiendo de este modo durado 202 años y 5 meses
lunares. El hijo de Almanzor tomó con este motivo el
titulo que tanto le lisonjeaba de Almudhafiar, ó ven*
cedor feliz.
No impidieron estas guerras ni interrumpieron las
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PARTB U. LIBIO I. 57
expediciones periódicas de Almanzor á tierras crístia*
nasw Eo el otoño del propio ano de 984 volvió á aca-
bar de arruinar el reino de León, y entonces faé sin
dada cnando tomó á Gormaz y Coyanza» hoy Valen-
cia de Don Inan. A la primavera siguiente (que las
primaveras y otoños eran siempre las estaciones que
elegia para sos rápidas y afortunadas irrupciones), la
tempestad periódica fué á descargará la regionorien-
tal. Tocóle esta vez á Cataluña. Salió, pues, Alman-
zor de Córdoba con lo mas escogido de su caballería.
Detúvose en Murcia aguardando las naves y tropas
que habían de acudir de Algarbe á proteger sus ope-
raciones militares en Cataluña. Los árabes describen
con placer el suntuosísimo hospedage que se hizo á
Almanzor y á los suyos en los veinte y tres dias que
permanecieron en Tadmir. Alojábase el regente en
casa del gobernador de la provincia Ahmed ben Al-
chatíb: los manjares mas raros y esqoisitos» las frus-
tas mas delicadas se presentaban diariamente á su
mesa : los aromas mas estimados de Oriente se der*
ramaban con prodigalidad, y todas las mañanas apa-
recía lleno de agua de rosas el baño de Almanzor y
de sus principales vazzires. A (odas sus tropas se
dieron cómodos alojamientos, y todos dormían en
camas ricamente cubiertas con telas de seda y oro.
Cuando Almanzor al tiempo de partir pidió la cuenta
de los gastos, dijéronle que todo se había hecho á
espensas del gobernador Ahmed. «En verdad, excla-
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t>8 nisTOEíA DB upaHa.
mó, que este hombre no sabe tratar gentes de guer-
ra, que DO deben tener más arreo que las armas, ni
mas descanso que el pelear, y me guardaré bien de
enviar otra vez por aquí mis tropas: mas por Alá que
un hombre tan generoso y espléndido no debe ser un
contribuyente común, y yo le relevo de todo impues*
to por toda su vida ^^Ky>
Tomó desde alli Almanzor el camino de Barcelo-
na> mientras las naves hacian su derrotero por la
costa hasta la capital del condado. El conde BorrelK,
á quien los arabos daban el título de rey de Afranc ^,
salió con numerosas tropas á hacer frente á las del
caudillo sarraceno; ¿pero quién podía resistir al ím-
petu de los aguerridos y victoríosos soldados de Al-
manzor? Los cristianos de las.moDtanas fueron arro-
llados» ybuscaron su salvación dentro de los muros
de Barcelona ; los musulmanes cercaron la ciudad con
ardor y resolución: Borrell se fugó una noche como
en otro tiempo él walí Zeid, solo que aquel lo hizo
por mar, y mas afortunado que el moro, á favor de
las tinieblas pasó sin ser visto por en medio de los
bagóles algarbes: á los dos días la ciudad se rindió
(4) Bbn Hayao, Hist. de los debía ignorar este üastrado autor
Alameries.— Abu Bekr Ahm«d bea que el feudo de los reyc^ francos
Said, en Conde, cap. 98. babia conoluido con Witredo el
(2) Es muy extraño que el iui- Velloso, y que hacia mas de un
cíoso Roseew-SamtrHilaire aiga siglo que el oondado de Barcelona
al hablar de esta expedición: «Es- constituía un estado independíen-
la ciudad (Barcelona), mandada te. Bn el mismo error incurre Ro-
por un conde Borrell^ feudatario mey, sí mal no los hemos com-
de los reyes francos » Pues no prendido.
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PAETB u. Lumo I. 59
por capitulación, y Alooianzor se encontró dueño de
las capitales de dos estados cristianos , León y Bar-
celona ^1^ En seguida se volvió á Córdoba por el in-^
terior de España» Tal era el sistema de Almanzor, in-
vadir, conquistar, volverse , y prepararse para otra
invasión (986). .
Faltaba el otoño de aquel año , y no podia dejar
de aprovecharle el incansable sarraceno. Las sierras
y montañas de Navarra fueron el campo de sus triun-
&les correrías; Sancho Garcés el Mayor probó á su
tamo cuan impetuosas eran las acometidas deV guer-
rero musulmán, el cual después de haber devastado
el país de Nájera, volvióse á invernar á Córdoba car*
gado de despojos.
Su llegada á la corte muslímica coincidió con la
de su hijo Abdelmelik, el triunfador de África , que
había ido á celebrar sus bodas con su sobrina la joven
Habiba. La descripción que hacen los árabes de estas
fiímosas bodas y de las fiestas y regocijos con que se
celebraron, nos informan de sus costumbres en estas ,
ceremonias solemnes, si bien las del hijo de Alman-
zor se hicieron con una pompa desacostumbrada. El
ministro absoluto convidó á las fiestas hasta á los cris*
tianos: distribuyó á su guardia armas y vestuarios
lujosos : dio abundaotes limosnas á ios pobres de los
hospicios, dotó un gran níúmero de doncellas menes-*
(4) Gesta Comit. BaTOiooo c celooa.— GoAde, cap. 98.
7.— Los dos CbroDioooos d^ Bar^
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60 aiSTORIA DB bspaía.
terosas, y prodigó regalos á los poetas que con me-
jores versos cantaron el mérito y las virtudes de los
dos, esposos. La novia fué paseada en triunfo por Ia9
calles principales, acompañada de todas las jóvenes
amigas de la familia , precedidas del cadí y de los
testigos, y seguidas de los principales jeques y ca-
balleros de la ciudad. Doncellas armadas de bastón^
citos Áe marfil con puño de oro guardaban el pabellón
de la novia: el novio acompañado de gran séquito de
nobles mancebos de su familia, armados de espadas
doradas, habla de conquistar el pabellón de la novia,
defendido en su entrada por la guardia de sus donce-
llas. Los jardines estaban espléndidamente ilumina-
dos: en los bosquecillos de naranjos y arrayanes, en
derredor de las fuentes, en los lagos y estanques, en
todas parjtes ondeaban vistosas banderolas, y coros de
músicos acompañaban las lindas canciones en que se
presagiaba la felicidad de los dos esposos: el pabe-
llón de la desposada fué asaltado y conquistado por
el novio después de un simulacro de combate entre
los mancebos y las doncellas: toda la noche duraron
las músicas y los conciertos» y la fiesta se repitió al
dia signiente ^^K
(1) Conde, cap. 99.— En este Eran las del famoso castellaoo Buy
tiempo colocan también algunos Velazquez, señor de Viilaren , con
de nuestros historiadores otras doña Lambra , natural de Bribies-
fiestas nupciales celebradas en ca, señora también de una gran
Burgos, con poca menos solemni- parte de la Bureba, y prima del
*dad, pero de bien mas trágicos conde de Castilla Garcí Fernán-
resultados que las de Córdoba, dez. Terrible é inolvidable me-
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PARTE II. LIBRO I. 61
Mas D¡ las bodas de su bijo, ni los sucesos de
África en que figuraba abora la familia de los Zeiríes
moria dejaron estas bodas eo Bs-
riña por la sangrienta catástrofe
que dieron ocasión, al decir de
estos autores. Hablamos de ja cé-
lebre aTentura de los Siete InfanF^
tes de Lara*
Bran estos siete hermanos hi-
jos de Gonzalo Gustios y de San-
cha Velazquez hermana dls Ray^
y nietos de Gustios González, her-
mano de Ñuño Basura, ▼ por con-
secuencia oriundos de los jueces
y condes de Caitilla. Su padre,
dicen , les había construido un so-
berbio pabcio repartido en siete
satos, de donde se llamó el pue-
blo Salae de loe Infantee. Babia
convidado Ruy Velazquez á sus
bodas á sus siete sobrinos, que en
aquel dia fueron armados caballe-
ros por el conde don Garicia. Ocur-
rió en la fiesta nupcial un lance
desagradable' entre Alvar Sán-
chez, pariente de los novios, y
Gonzalo, el menor de los siete in-
fiíntes, que uno de los romances
compuestos por Sepúlveda des-
cribe asi:
Un primo de doña Lambra,
que Alvar Sánchez es llamado,
vio que caballero alguno
no alcanzaba en el tablado.
Ninguno dio miente á ello,
que e^tán las tajólas jugando:
solo Gonzalo González,
el menor do los hermanos,
que á furto de todos ellos
espigaba en un caballo.
Alvar Sánchez con pesar
al infante ha denostado.
El respondió ¿ sus palabras,
á las manos han llegado.
Gran ferida dio el infante
á Alvar Sánchez su contrario.
Doña Lambra que lo vido
f grandes voces está dando,
eriase eo el su rostro
con las manos arañando
En su despecho la buena de
doña Lambra mandó ¿ un criado
que arrojase al rostro de Gonzalo
un cohombro empapado en san-
gre, que era la mayor afrenta que
podía hacerse á un caballero cas-
tellano. Este vengó el ultrage ma-
tanflo al osado sirviente en el re-
gazo mismo de doña Lambra á
que se habia guarecido. La señora
pidió venganza á su esposo en los
términos que expresa otro ro-
mance: ' ^
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62 HISTORU DB BSFAf A«
que había de fuadar ana nueva dÍDaslia en Almagreb»
nada eetorbaba á Almanzor para continuar sus cam-
Matároome ud cociaero
80 faldas de mi brial:
si de esto no me Teogades,
yo mora me iré á tornar.
Roy Velazgnez, deseoso de
complacerla, juró Tengarse no
^solo de Gonzalo sino de todos sos
'hermanos^ y hasta de su padre.
Al efecto envió piimeramente á
Córdoba á Gonzalo Gastios con
pretesto de que cobrase ciertos
dineros que el rey bárbaro (dice
el P. Mariana ) había prometido,
pero haciéndole portador de una
carta semejante á la de Urias en
Que encargaba al rey moro que
tan pronto como llegara le hiciese
quitar la vida. No lo hizo asi el
moro , ó por humanidad , ó por
respeto á las canas de hombre tan
principal y venerable, antes le
puso en una prisión tan poco ri-
gurosa, que la hermana del rey
moro le solia hacer frecuentes vi-
sitas, aficionándose tanto al pri-
sionero cristiano que de tales vi-
sitas vino á resultar con el. tiempo
el que dicha «eñora diera al mun-
do un Mudarra González, fruto de
sus amores , que después vino á
ser el fuodador del Image nobilí-
simo de los Manriaues de Lara.
Tal gracia debió hallar la princesa
mora en las canas del venerable
castellano.
Meditando entretanto Ituy Te-
la zquez cómo vengarse de ios sie-
te hermanos; logró ganar á los
moros de la frontera y en combi-
nación con estos les armó una ce*
lada en los campos de Araviana á
)a falda del Moncayo en que de»-
CttidaBos ios de Lara y r.o podien-
do sospechar la traición fueron
todos asesinados en unión con su
ayo Ñuño Salido, aonqoe no sin
que peleasen como buenos y der-
ramaran macha sangre de ene-
migos. Roy Velazquez envió á
Córdoba á Gonzalo Gustios el hor-
rible presente de las cabezas de
sus siete hijos, que reconoció el
desgraciado paare á pesar de lo
magulladas y desfiguradas que
llegaron. Movido á compasión el
rey de Córdoba dio libertad á
Gonzalo, y le dejó ir á Castilla,
sin que nos digan qué fué después
de este infortunado padre. Lo que
nos dicen es que cuando el mno
Mudarra, fruto do sus amores de
prisión, llegó á los catorce anos,
á persuasión de su madre pasó a
Castilla, y ayudado de loa amigos
de su familia vougó la muerte de
sus hermanos matando á Ruy Ve-
lazquez, y haciendo que doña
Lambra muriese apedreada y que-
mada; acción por la cual no solo
mereció que el conde de Castilla
le hipiese aque\ mismo día bauti-
zar y le armase caballero , sino
que su mistna madrastra dona
Sancha le adoptase por hijo y he-
redero del señorío de su padre.
Esta adopción se hizo al decir de
nuestras historias con una cere-
monia bien singular. Dicen que la
doña Sancha metió al mancebo
por la manga de una muy ancha
camisa (que bien ancha era me-
nester que fuese por delgado que
supongamos al recien cristianado
moro) , le ¿acó la cabeza por el
cuello, le dio paz en el rostro, y
con esto quedó recibido por hijo.
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PAETB lU LIBRO I.
63
pañas periódicas. Otra vez en 986 volvió sobre Casti-
lla, y tomó sia resistencia notable á S^púlveda y Za-
De aqai viene, aiiade el P. Maria-
na con admirable candidez, el
adagio vulgar: «enlra por la man-
ga y sale por el cabezón.»
Tales la famosa historia, anéc-
dota ó aventura de los Siete Infan^
tes de Lara^ tan celebrada por
rtas y romanceros, sacada de
Crónica general, desechada
como fabulosa por mochos críti-
cos^ admitida por otros como cier-
ta en su fondo, pero desestimando
\és circunstancias ó ridiculas ó in-
verosímiles, y adoptada con todos
suseprsodios por el P. Mariana.
Sus editores de la grande edición
de Valencia le ponen la siguiente
Dotat cNuestros escritores mas es-
timables tienen por aventuras ca-
ballerescas la desgraciada muerte
de los Infantes do Lara, los amo-
res do don Gonzalo Gustios con la
infanta de Córdoba, la adopción de
Mudarra González, hijo de estos
hurtos amorosos, y que este héroe
imaginario haya sido tronco nobi-
lísimo dellinage de los Manriques.
Sería detenemos demasiado ha-
cer demostración de tal fábula, y
mucho mas producir los argumen-
tos con que se desvanece, que
pueiden ver los lectores en los ca-
pítulos 11 y 4% del libro 11. de la
Historia de la Casa de Lara del
erudito Salazar; aunque por res-
peto á la antigüedad no se atreve
este excelente genealogista á ne-
Sar el ^ceso de los Siete Infantes
e Lara. Don Juan de Forreras
trató también separadamente de
este asunto en el t. XV|. cap. 14,
póg. 99 do su Hist. de Esp. ( equi-
votan la página de Perreras, pues
es la 448).»
De novela la califica tmmbien
el señor Sabau en &us ilustracio-
nes á Mariana. Pero el ilustrado
don Ángel Saavedra, duque de
liivas, en la nota tercera á la pá-
gina 488 del tomo II. de so Moro
Expósito nos hace conocer el si-
guiente documento, que existe
(dice) en el archivo del duque de
Frias, actual poseedor de los es-
tados de Salas, el cual puede dar
diferente solución á la cuestiqn de
autenticidad de esta tradición
ruidosa.
«En 4% de diciembre de 1579
se hizo una información de ofioio
por el gobernador de la villa de
Salas, con asistencia de los seño-
res don Pedro de Tovar y dona '
María de Uecalde au mnger, mar*>
quesos de Berlanga , ante Miguel
Redondo, escribano de número de
ella, de la cual resulta, que pues
al! i había en la íg}e8ia mayor de
Santa María, en la pared de lá
capilla del lado del Evangelio las
cabezas de los Siete Infantes de
la Hoz de Lara^ y la de Cus*
tios su padre^ y la de Mudarra
González su hijo bastardo, que
por haber tantos años que estaban
allí, y ser los letreros antiquísi-
mos dudaban algunas personas si
era verdad, mándese abrir las
pinturas de ellas, y armascon que
estaba cubierta dicha pared, para
saber lo que habia dentro y ente-
rarse de la verdad. Y dicho go-
bernador poniéndolo en ejecución,
mandó á un oficial que quitase
una tabla pintsda , que estaba in-
clusa en la dicha pared , la cual
tiene siete cabezas de pintura an-
ticua, al parecer de mas de cien
anos, y encima de ellas hay siete
letreros cuyos nombres dicen:
Diego González, Martin González^
Suero González f don Fernán Gon*
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64 H18T0E1A DB BSPAIÍA. ^
mora (*)• Pero el rumor de un serio movimiento hacia
los valles del Pirineo oriental obligó *á Almanzor á
volver sus pasos hacia Cataluña. No era infundado el
rumor. Muchedumbre de cristianos habian bajado de
aquellas altas montañas, llenos de fé y de resolución:
mandábalos el conde Borrell. En vano se apresuró el
%ale%, Ruy Gonzale», Gvatios Gmir
zaUz, Gonzalo González. Y al ofe-
bo de ellas, on poco mas abaio,
está otra cabeza, que dice el le-
trero que está sobre ella Ñuño
Salido. Y de la otra parte de ar-
riba de las cabezas está od casti-
llo dorado , y encima piotadordos
cuerpos de hombres de la ciota
arriba: el letrero del uno dice
Gonzalo Cwsítos, y el del otro
Mudarra González, los cuales
tienen cada tino en la mano me-
dio anillo y le esldn yanUindo. Y
qaitada la dicha tabla , pareció en
la pared otra pintura muy anti-
quísima, con los mismos nombres
que la primera, excepto que el
' nombro de la cabeza que está de
la parte de abajo en la primera
tabla dice iVuño Sabido, y en el
mas antiguo Ñuño Sabido, Y vis-
to que dichas* pinturas estaban
sobre piedra, y que no había nin-
floo oncial de cantería que rom-
piese la pared, suspendieron la
diligencia. En el día 46 de dicho
mes y año do 4570 mandé el pro-
pio gobernador á Pedro Saler,
cantero, que tentase la dicha pa-
red para saber sr estaba hueca: y
dauoo golpes con un martillo don*
de estañan las armas (que es ui
castillo dorado), sonó hueco. 1
quitando la pintura que estaba
sobre la dicha piedra, se halló
otra piedra de cerca de media va-
ra de largo y una tercia de alto,
ane se meneaba y estaba floja. T
icho cantero, .presentes muchos
Tocinos de la Tilla, la quitó, y
dentro habia on hueco grande i
manera de capilla , en la cual es-
taba un arca, clavada la cubierta
con dos clavos. Y sacada, la pu-
sieron junto á las gradas del altar,
donde se desclaTÓ, y pareció den-
tro de ella on lienzQ muy delgado
y sano, sin ninguna rotura, en el
cual estaban envueltas las dichas
cabezas, algo deshechas, desmo-
lidas y desconynntadas del largo
tiempo, aunque las quijadas y
cascos están de manera que clara-
mente se conoció ser cabezas an-
tiguas, que estaban en la dicha
arca. Y vistas por mucha parte de
los vecinos de aquella villa, v
otros, el dicho gobernador mando
al oficial tornase á clavar el arca,
y él 1q verificó con cioca ó seis
clavos en la cubierta, dejando
dentro las dichas cabezas, y vol-
viendo á poner el arca en la capi-
lla y tugar donde antes estaba.»
En vista de este documento
parece no poder dudarse del trá-
Eíco fin de tos siete hermanos de
ara: los demás episodios bao po-
dido ser inventados por los nove-
listas y romanceros.
(4) EraMXXiV.prendiderunt'
Sedpublica (Annal. Gomplut.).^
Era MXXIS, prendiderunt Zamo^
ram (Ann. Tolet.).-
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tARTI II. LIBIO U 65 I
caadillo musolman á evitar uq golpe de aquella gen-
te; coaodo llegó ya estaba dado; Borre!! había reco*
brado á Barcelona, ocupada na año hacía por losaga-
renos: Almanzor no pudo hacer sino vencer en algu-
nos reencqentros á los cristianos: á pesar del terror
que inspiraba su nombre Barcelona quedó y continuó
en poder de los catalanes i y el regente de la España
muslímica tuvo que contentarse esta vez con llevar á
Córdoba algunos despojos de su correría ^^K
Coa mas fortuna al año siguiente el hombre de las
dos campañas anuales invadió la Galicia, llegó cerca de
Santiago, tomó á Coimbra,que dejó al fin abandona-
da, y regresó ¿ Córdoba por Talavera y Toledo. Diría-
se que antes se hablan cansado los antores de escribir
que Almanzor de ejecutar sus sistematizadas irrupcio-
nes pues ni los anales cristianos ni los árabes nos dan
' noticias ciertas de las campañas que debió emprender
en los siguientes años* acaso porque no (besen de par«
ticular importancia, sí se exceptúa la que hizo en 9S9,
en que destruyó y desmanteló las ciudades fronterizas
de Castilla, Ostna, Alcoba y Atienza, que por su posi-
(4) 6«8ta CMnit. BarcíA. io bres (!• Parage ó can Solariega.
Ibrca, p. 543.— SesuD la tradición En osle tiempo acaeció eoFr a d-
y las crónicas catalanas, en esta cía la memorable revolncíon qoe
ocasión el conde Borrell II. ofreció biso pasar la corona de la familia
privilegio militar ó de nobleza be- de los Carloviogios á la de los Ga-
reditana á cuantos se preséntasela petos, de la dinastía de (^rW
con armas y caballo en las monta- Magno á la de Hago el Grande,
ñas deManresa, y de aqui, fliceo, Hugo Capoto, hijo de el Graode^
nació la clase llamada Ifomans de fué consagrado en Reims el a d«
Pwradge^ esto es, hidalgos, hota^ julio de 9S7.
Tovoiv. '5
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66 BISTOIIA DB UFAÜA.
cioQ habían sufrido ya cien veces todos los rigores de
la goerra» y habian sido á cada paso tomadas, perdi-
das y reconquistadas por cristianos y musulmanes <^^
En tanto no faltaron disgustos de otro género ni al
, conde García Fernandez de Castilla ni al rey Bermudo
4e Leoo» comenzando á dar al primero graves pesa*
dnmbres su hijo Sancho queriendo sucederle antes de
4íempo (996), y rebelándose contra el segundo algu-
nos condes de Galicia; sucesoé que aunque por enton*
ees.no pasaron adelante hubieran favorecido mucho á
Álmanzor para sus acometidas y ulteriores designios,
si él ne hubiera tenido por este tiempo otro mayor dis*
gustó de la misma índole. Y vamos á referir uq hecho
que ninguno de nuestros historiadores ha mencionado
hasta ahora.
Abatidos por Almanzor los mas poderosos nobles
del imperio, el único que quedaba , Abderrahman
ben Motarrif, walí de Zaragoza, temia que no había
de tardar eh llegarle su turno, y quiso probar si
' podia á su vez deshacerse del regente. Hallábase en
Zaragoza el hijo menor de Almanzor llamado Abda«-
llah , resentido de su padre por la preferencia que
daba á sus dos hermanos. Proyectaron , pues , Ab-
derrahman y Abdallah una revolución con el designio
de alzarse el uno con la soberanía de Zaragoza y de
todo Aragón, el otro con la de Córdoba y el resto de
(4) Ghroo. Gooimbric.—Aonal. GompkfTUed.—GoQde, cap. 99.
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PARTB II. LIBRO U 67
España* Cootaban ya con algunos generales y vazzí-
res. Súpolo Almanzor, y llamó á Córdoba á su hijo, á
quien comenzó á tratar con mucha atención y dulzu-
ra. En cuanto al de Zaragoza, supo Almanzor con su
acostumbrada astucia ganar á sus trepasen una expe •
dicion en que aquel le acompañaba, y que ellas mis--
mas le acusarán de haberse apropiado el sueldo de .
los soldados. Con eéle motivo le quitó el gobierno de
Zaragoza, pero con mucha política nombró para reem*.
plazarle al hijo tíiismo de Abderrahman. Preso éste y
procesado por malversador, hízole Almanzor decapi-
tar en su presencia. Faltábale -atraerse á su propio
hijo Abdallah , y lo intentó á fuerza ' de halagos y de
amabilidad, mas todos sus esfuerzos se estrellaron
ante el carácter obstinado y el genio sombrío de Ab*
dallah, que en. otra expedición contra Castilla se pasó
secretamente al conde García Fernandez, prometién-
dole ayudarle contra su padre. Informado de ello Al-
manzor reclamó enérgicamente al conde castellano la
entrega de su hijo. Negóse García á la intimación , y
permaneció Abdallah por espacio de un año al lado .
del conde de Castilla. Mas en el otoño de 990, perdi-
das por García las ciudades fronterizas arriba mencio-
nadas, y recelando él mismo de las pretensiones de su
propio hijo Sancho, debió convenirle desenojar á Al--
manzor y accedi6á entregarle el reclamado Abdallah,
y enviósele coobuena escolta de castellanos. De orden
de Almanzor salió el esclavo Sad á recibirle al cami-
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08 BlSTOftlA DB B9PAÍÍA.
DO,, el cual en el momento de enconlrarle besó la ma--
no á Abdallab, j no dejó de alimentarle la esperanza
de que hallaría indulgebcia en su padre. Mas al lle-
gar á las márgenes del Duero» intimáronle los solda-
dos de Sad que se dispusiera á morir: el pérfido es-
clavo que les había dado esta orden se habia quedado
algunos pasos detrás: Abdallah se apeó con resigna-
clon» y entregó sin inmutarse su cuello á la cuchilla
del verdugo. Asi pereció el ambicioso y obstinado hijo
de Almanzor á la edad de veinte y tres años ^^K
Llegó asi el año 992 ». en que falleció el conde
de Barcelona Borrell II., sucediéndole su hijo Raí*
mundo ó Ramón Borrell III. , y dejando el condado
de Urgel á otro hijo nombrado Arméngando ó Armen-
gol. Los historiadores árabes se detienen en refe«
rirnos los sucesos que á este tiempo en África acae-
cían, los cuales ocupaban no poco á Almanzor, y pre-
paraban en el Magreb la elevación de una nueva di-
nastía bajo la astuta política de Zeiri ben Atiya, pero
cuyos pormenores nos dispensamos de referir por no
pertenecer directamente á nuestra España. Repelimos
que por nada dejaba Almanzor sus dobles expediéio-
nes anuales. Muchas parece haber sido consideradas
por los escritores de aquel tiempo como acaecimientos
comunes» pues apenas dan cuenta de ella^r otras les
(I) Estebecbo, que refiere Ebn gacioDOB sobre la bistoria de la
Ahdari eo bu aWÉayano 7-mo- edad media de España» tom. 1. pá-
grib, DOS le ha dado á coDocer el gioa 19 á 24.
oríoDialista Dozy en sos laTesti-
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FAETB II. riBEO I. 69
merecían mas ateocíon por sos resallados» tal como la
que en 991 ejecutó sobre Castilla , y en que tomó á
Avila, Corana del Conde y San Esteban de Gormaz, y
la que en 995 hizo á la España Oriental con tan asom-
brosa rapidez » que antes llegó él á Calaluna que su-
piesen los cristianos su salida de Córdoba.
Tantos desaslres sufridos en los eslados cristianos
por las repetidas y rápidas invasiones del infaligable»
enérgico y valeroso Almanzor , movieron al conde
García Fernandez de Castilla, uno de los que mas
habían tenido que luchar contra las huestes del in-
trépido agareno» á iíamar en sa auxilio al rey don
Sancho de Navarra, para ver de «resistir aunados á
tan formidable poder. Asi fué que en su espedícion
de 995 encontró ya Almanzor juntas las tropas cas-
tellanas y navarras entre Alcocer y.Langa. Mas aun
no hablan acabado de reunirse ni de prepararse al
QDmbate, cuando ya se vieron atacadas por la caba*
Hería sarracena: sostúvose no obstante la lid por todo
el dia con igual arrojo y denuedo por ambas partes,
y cuando la noche separó á los dos ejércitos comba-
tientes unos y otros contaban con que al siguiente día
se renovaría la pelea con mas furor.
Cuenta Abulfeda (que también eran no poco dados
á consejas los árabes de aquel tiempo), que la noche
á que nos referimos, uno de los literatos que solían ir
en el ejército segán costumbre de los musulmanes,
llamado Said ben Alhassan Abulola, presentó á Ai"
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7o HISTORIA DB ESPAJÍA.
manzor un ciervo atado por el cuello, á cuyo ciervo
puso por nombre García, y que en unos Versos que
llevaba le pronoslicó que al dia siguiente el rey de
loscristíanosy García (que asi llamaban ellos al conde),
seria llevado al campo muslímico atado como el ciervo
de su nombre. Aceptó Almanzor el ciervo y los versos
con regocijo, y pasó una parte de la noche con sus
caudillos preparando lo conveniente parala batalla, á
fin de que se cumpliese el vaticinio del poeta ^*K
A la hora del alba comenzaron ya á sonar por el
campo muslímico los añafiles y trompetas; y la ter-^
fible algazara, y las nubes de flechas y los torbellinos
de polvo anunciaban haberse empeñado la pelea: á
poco tiempo los caudillos de la vanguardia sarracena
comenzaron á cejar: los cristianos se precipitaron co*
mo torrentes impetuosos de las cuestas y cerros con
espantosa gritería; á su llegada, parecía desordenarse
el centro del ejército musulmab y como prepararse á
huir en confusión los cristianos se internan mas
y mas ¡desgraciados! cayeron en el lazo que les
tjsndiera Almanzor: aquella retirada y aquel desorden
eran uu ardid combinado, y pronto se vieron envuel^^
tos por las dos alas y por la retaguardia de ta caba-
llería enemiga ; y por mas que sus generales y
caballeros pelearon con denuedo y ardor^ abatida la
tropa cristiana con tan imprevisto ataque, , dióse á
(I) Abulfeda, tom. 11. pág. 533.— Conde, cap. 400.
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huir coD el mayor aturdímieoto sieodo acuchillada
por los gínetes árabes. Y aun no faé este el resultado
noías funesto de la batalla; el agüero poético se había
cumplido;/ entre los caballeros castellanos que habiaa.
sido hechos prisioneros se encontró el valeroso y des-
graciado conde García , tan gravemente herido , que
aunque Almanzor encomendó su curación á los mejo-
res médicos musulmanes» sucumbió el digno hijo de
Fernán González ¿ los cinco dias. Fué esta memorable
y funesta batalla, según los datos que tenemos por mas
exactos, el 2S de mayo de 995, y la muerte de García
el 30 de dicho mes ^*K El cadáver del conde fué
trasportado á Córdoba, y depositado provisionalmente
á ruegos de los cristianos en la iglesia llamada de los
Tres Santos: los árabes añaden que Almanzor le hizo
poner en oa cofre labrado, lleno de perfumes y cu-
bierto con telas ^e escarlata y oro para enviarlo á
los cristianos, y que habiendo estos solicitado su res-
cate á precio de riquísimos presentes, Almanzor, sia
admitir los regalos, le hizo conducir hasta la frontera
con una escolta de honor. Tan caballerosamente splia
conducirse el héroe musulmán ^*^.
(4) Annal. CoiDBOst. p. 319.— emperador de Alenaoia; tuvo
Annal. Barg. p. 308. Et ductus adornas Garcia á Urraca» que eo-
fuit Cid Cordobam^ et inde ad^ tro reliaidsa en el monasterio do
duciüs ad Caradignam. CoUarrubíaa, y á Sancho que le
(2) Era el conde García Fer- sucedió en el condado,
nandez suegro de Berraudo el Go- Omitimos por fabulosos los amo-
toso, cuya seflunda muger llamada res romancescos del conde GaroU
Elvira, fué ni¡a del conde y de Fernandez con Argentina y San-
Aya su esposa, bija de Enrique, cha, y las demás aventuras nove^
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7S 01BTOEIA DE BSPAÜA.
Pero esto no le obslaba para proseguir sas acos*
lumbradas espediciones , y en el mismo año de la
muerte Je García Fernandez ejecutó otra á tierras
de León, en que también obtuvo ventajas , de cuyas
resultas el rey don Bermudo (Bermond que ellos de-
cían), envió embajadores y cartas á Almanzor solici-
tando avenencias y paz. Acompañó de regreso á los
enviados cristianos uno de los vazzires , Ayub ben
Ahmer, encargado por Almanzor de tratar con Ber--
mudo. No debió el vazzir coresponder muy cumpli-
damente ó á los deseos ó á las instrucciones del mi*
njstro cordobés, pues al regresar á Córdoba de vuelta
de su misión hízole encarcelar, y no le restituyó la li-
bertad mientras él vivió*
O no fueron notables las invasiones que hiciera
en 996, ó al menos no nos informan de ellas los do-
cumentos que conocemos. En cambio en el 997, des-
pués de una incprsion en tierras de Álava en la esta-
ción lluviosa de febrero, cuy 9 botin se distribuyó por
completo entre las tropas sin deducirse el quinto para
él califa en consideración á haberse emprendido en
medio de un temporal de frios y lluvias , verificóle la
gran gazúa á Santiago de Galicia fScharU YakubJ, la
mas célebre, si se esceplua acaso la de León , y la
cuadragésima octava de sus irrupciones periódicas.
iMcas y absurdas qa« nos cuenta rales, Yepes, Berganza, Mondejar
Mariana, evidenciadas ya de tales, y otros respetables autores.
y como tales deshecbadas por Mo-
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PARTE U. LIBRO I. 73
según Murphy ^^K El conde de Galicia Rodrigo Ye-
lazqoez , uno de lo^ que antes habian conspirado con-
tra el rey de León , por haber éste depuesto de la
silla compo^telana á su hijo el turbulento obispo Pe-
layo y reemplazádole con un virtuoso y venerable
monje, parece que puesto á la cabeza de los nobles
.descontentos, si no provocó, por lo menos auxilió esta
entrada del guerrero mahometano. Es lo cierto que
habiendo partido Almanzor de Córdoba y encamina-
dose por Coria y Ciudad Rodrigo, incorpóráronsele,
dicen, los condes gallegos en los campos de Arganin,
y juntos marcharon sobre Santiago. Almakari que nos
da el itinerario que llevó Almanzor, reñere minucio*
ss^mente las dificultades que tuvo que venper el ejér-
cito espedicionario para pasar ciertos rios y atravesar
ciertas montañas. El 1 0 de agosto se hallaba el formi-
dable caudillo del Profeta sobre la Jerusalen de los
españoles. Desierta encontró la ciudad. Sus murallas
y edificios fueron arruinados , el soberbio santuario
derruido , saqueadas las riquezas de la suntuosa ba-
sílica ; solo se detuvo el guerrero musulmán ante el
sepulcro del santo y venerado Apóstol; seatado sobre
él halló un venerable monje que le guardaba: el, re-
ligioso permaneció inalterable» y Almanzor como por
un misterioso y secreto impulso, se contuvo ante Ja
actitud del monje y respetó el depósito sagrado. •
(4) Goodepone esta espedicioa je de Silos, á Pelayo de Oviedo, y
tres afiOB anies. Segoimos a{ mon- á Almakari.
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71 HISTOAIA DB BSPAJÍA.
Destruida la grande y piadosa obra de loa Alfon*
sos, de los Ordoños y de los Ramiros, avanzó Alman-
zor con su hueste hacia la Coruña y Betanzos» recor-
riendo países , dicen sos crónicas» «nunca hollados
por planta musulmana,» hasta que llegando á terreno
en que ni los caballos podian andar, ordenó su reti*
rada. Al llegar otra yez á Ciudad Rodrigo colmó de
presentes á los condes auxiliares y los envió á sus
tierras. Añade el arzobispo doií Rodrigo » y lo con-
firma Almakari , quahizo trasportará Córdoba en
hombros de cautivos cristianos las campanas peque-
ñas de la catedral de Santiago » que mandó colgar
para que sirviesen de lámparas en la gran mezquita,
donde permanecieron largo tienpo ^^K Entró , pues,
Almanzor en Córdoba precedido de cuatro mil cauti-
vos, mancebos y doncellas, y de multitud de carros
cargados de oro y plata y de objetos preciosos reco-
gidos en esta terrible c^mp^na. Al decir de nuestros
historiadores estuvo lejos de ser tan feliz su regreso.
Cuentan que Dios en castigo del ultraje hecho á su
santo templo de Santiago envió al ejército maslímico
una epidemia de que morían á centenares y aun á
miles. Pero el Tudense, qne no menciona aquella
disenteria, dice que el rey Bermudo destacó por las
montañas de Galicia ágiles peatones , que ayudados
(4) Campanas minores in sig- dibüs eoltocavitt quce longo tem-
num victorice secum tidit et in pote ihi fuerunt. Uoder* Toiet. de
Mestquita Cordubensi pro lampa^ Beb. Hisp. I. V. c. 46.
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PARTB 11. LIMO 1 . 75
por el Santo Apóstol, perseguiaa desde los riscos á '
los moros y los cazaban como alimañas (», lo cual es
muy verosímil atendida la topografía de aquel país y
sus gargantas y desfiladeros.
Dedicóse el rey Bermudo II. después dól desastre
de Santiago á restaurar el santo templo con la magni-
ficencia posible, y á reparar las maltratadas fortale-
zas, ciudades y monasterios de sus dominios, para Id
cual pudo aprovechar el reposo que al fin de sus días
parece quiso dejarle Almanzor, pues no se sabe que
en los dos años que aun mediaron hasta la muerte de
aquel monarca, volviera á molestar el territorio
leonés el formidable guerrero musulmán. Habíasele
agravado á Bermudo la gota en términos de no per-
mitirle cabalgar, y tenia que ser conducido en hom- <
bros humanos. Al fin sucumbió de aquella enferñciedad
penosa después de un reinado no menos penoso de
diez y siete años , en uno de los últimos meses del
año 999, en un pequeño pueblo del yierzo nombrado
Viilabuena: su cuerpo fué trasladado después al mo*
nasterio de Carracedo , y de alli años adelante á la
catedral de León, donde sé conserva su epitafio y e.
de su segunda muger Elvira ^*K
(I) More pecudum trucida'- ter de prelado. Comienza por Ha- ^
bant. Luc. Tud. GhroD. p. 88. marle indiscreto y tirano en todo
{t) Bl obispo cronista Pela yo (indiscrelus et tyratmus per om^
de Oviedo se empeñó en afear la nia); atribuye á castigo de sus pe«
memoria de este rey, con una cados las calamidades que sufrió
animosidad que sienta mal á un el reino, y basta la circunstancia
historiador y desdice de su carác- de haber repudiado su primera
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76 E18T0BIA DR RSPaKa.
Debido fué sin duda el extraño reposo de que go-
zaron en estos últimos años León y Castilla á las gra-
ves turbulencias que de nuevo se suscitaron en Áfri-
ca, y á cuya guerra si bien no concurrió Almanzor
en persona , dedicó toda'su atención y esfuerzos. El
emir Zeiri ben Atiya, no pudiendo disimular mas el
moger y casádose con otra en ▼ida
de aquella, accioo tan comuo eo
aquellos tiempos como bemos ob-»
servado, la califica él de nefas ne-
fandissimum. Pero el monje de
Silos, que muy justamente es te-
nido por escritor mas veridico,
desapasionado y juicioso, nos pin-
ta á Bermudo como un principe
prudente, amante de la clemen-
cia y dado á las obras de piedad y
doTociou. Cierto que su reinado
fué calamíloso y desaraciadisimo:
a>ero qué puniera naber hecho
Bermudo contra un enemigo del
talento y del temple de un Alman-
zor? A pesar de todo y en medio de
tan azarosas circunstancias np se
olvidó de dotar al país de algunas
instituciones útiles. Restableció las
leyes del ilustre Wamba, y mandó
observar los antiguos cánones; no
los cánones pontificios, como ar-
bitrariamente interpreta Mariana
y le hacen ver sus anotadores, si-
no los de la antigua iglesia gótica.
En su afán de ennegrecer la fa-
ma del monarca le atribuyó el
cronista crímenes que no cometió,
y milaAroe á los obispos que tuvo
necesioad de castigar, y aun los
aplica á obispos que se sabe no
existieron. No fatig«irémos á nues-
tros lectores con él relato de estas
invenolpnes que acreditaron á Pe-
layo de poco escrupuloso y aun de
falsificaaor de la historia, de cuyo
concepto goza entre los mejores
críticos.
Con respecto á las mogeres da
Bermudo U., de las exquisitas in-
vestigaciones del erudito Plores
rosulta en efecto haber tenido dos
legítimas, ó por lo menos veladas
ambas in facie cécclesioíi la prime-
ra llamada Velasquita, de quien
tuvo á Cristina, que casada des-
pués con el infante don Ordoño,
dio origen á la familia de los con-
des de Carrion:]a seronda Elvira,
bija, como hemos dicoo, del conde
de Castilla García Pernandez, de
la cual tuvo también varias hijas
y un hijo varón, que fué el que le
sucedió en el trono con el nombre
de Alfonso V. Es también induda-
ble que se casó con Elvira vivien-
do Vplasquita, á quien habia repu-
diado, no sabemos por qué cansa,
pero que fué reconocida como le-
gítima*, y este monarca nos sumi-
nistra otro ejemplo de la facilidad
y ningún escrúpulo con que los
reyes católicos de aquellos tiem-
pos se divorciaban y contraían nue-
vos matrimonios viviendo su pri-
mera esposa. Tuvo ademas suce-
sión Bermudo de dras dos muge-
res que se cree fuerou hermanas,
á quienes el sabio Florei. llama
según su costumbre amig<u, y ios
demás cronistas nombrad con me-^
nos rebozo caneuUinas* Noticias
son todas estas que dan luz no es-
casa sobre las costumbres y la
moralidad de aquellos tiempos en
esta materia.
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PAETB II. LIBEO I. ' 77
enojo contra Almanzor que hasta entonces habia en-
, cnbierto con el velo de una amistad aparente, se re-
solvió ya á suprimir en la chotba ú oración pública el
nombre del regente de España , conservando solo el
del califa Hixem. Deshecho y destrozado por el cau-
dillo fa limita el primer ejército que envió Almanzor»
fué precisó que acudiera su hijo Abdelmelik qu& ya
habia ganado en África el título de Almudbaffar ó ven-
cedor afortunado. Con su ida mudó la guerra de as-
pecto. En una refriega recibió el emir Zeiri tres he-
ridas en la garganta, causadas por el yatagán del ne-
gro Salem, y en otro combate que duró desde la ma-
ñjina hasta la noche, sucumbió en el campo de bata-
lla. El valeroso hijo de Almanzor se posesionó i|e Fez,
donde gobernó seis meses con justicia y con pruden-
cia, y el territorio de Magreb quedó de nuevo some-
tido á la influencia de Almanzor. Tan lisonjeras
nuevas fueron solemnizadas en Córdoba dando li-
bertad á mil ochocientos cautivos cristianos de ambos
sexos, haciendo grandes distribuciones de limosnas á
los pobres , y pagando á los necesitados todas sus
deudas.
La prosperidad de las armas andaluzas al otro
lado del mar hubo de ser fatal á los cristianos de la
Península; porque desembarazado Almanzor de aquel
cuidado, volvió á sus acostumbradas espediciones. Dos
mencionan las historias arábigas en el año 1000, al
Oriente la una, al Norte la otra, que dieron por re-
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78 UISTOEIA UB BSFAiÍA.
soltado la destrucción de algunas poblaciones y la
devastación de algunas comarcas , que los naturales
mismos solian abandonar é. incendiar á la aproxima-
ción de los enemigos* Trascurrió el ano 1004 sin
notable ocurrencia , como si hubiera sido necesario
este reposo para preparar el gran suceso que iban á
pre^nciar los dos pueblos.
Había sucedido en el reino de León á Bermu-
dolí, el Gotoso, su hijo Alfonso V.» niño de cinco años
como Ramiro III. cuando entró ¿ reinar, y al cual se
puso bajo la tutela del conde de Galicia Menendo
González, y de su muger doña Mayor. Dirigíale al
mismo tiempo su tío materno el conde de Castilla,
Sancho Garcés , el hijo y sucesor de García Fer-
nandez. Reinaba en Pamplona otro gancho Garcés
el Mayor , nombrado Cuatro^Manos por su intre-
pidez y fortaleza , y estaba casado con una hija del
de Castilla , llamada Sancha ^*K Todos estos sobe-
ranos vieron en el año 4002 un movimiento univer*
sal é^ imponente por parte de los sarracenos en el
(4) El rey Sancho de Nairarra blase también de un conde Gui-
era llamado en este tiempo rey de llermo Sánchez, cuñado de Sancho
los Pirineos y de Tolosa, en razón él Mayor, que era duque de la
á que «n poder se estendia á aque- Vasconia franaesa. Todos estos pa-
lla región de la Galia, nombrada rece que suministraron tropas al
aniigaamente la Segunda Aquíta- navarro para la batalla de que va-
nía, ya por su parentesco con los mos á hablar, y asi so esplíca el
condes de aquellas tierras, ya por- número considerable de cristiaDos
que estos prefiriesen reconocer que llegaron á reunirse. Hist. des
una especia de soberanía en ol Gont. de Tol<»e, Rodolp. Glaber,
monarca navarro á someterse á la Bouquet, Briz, Martínez y Sando-
nueva dinastía de los Capeioa. Há- bal, cít. porRomey,tom.iV.c.47.
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PAITB IK LIBEQ I.< 79
mediodía y ceolrodeia España muslímica. Los walíes
de SaolaréD, de Badajoz y de Marida , allegaban
toda la gente de armas de sos respectivos territorios.
Nomerosas huestes berberiscas babiau desembarcado eD
Aigeciras y eh OcsoDoba; eran refuerzos qae MoCz»
hijo y sucesor del difunto Zeiri, se habia compróme*
tido á enviar á Almanzor para la gran gazúa que me-
ditaba contra los cristianos. Las banderas de África,
de Andalucía y de Lusitaoia se congregaban en Tole*
do. ¿Qué significan estos solemnes preparativos? Es
que Almanzor ha resuelto dar el último golpe á Cas-
tilia, á esa Castilla cuya obstinada resistencia le es ya
fatigosa f y quiere agregarla definitivamente al im*
perio musulmán. Terrible es la tormenta que amenaza
á los castellanos. Pero su mismo estruendo los des-
pierta, y en vez de amilanarse se preparan á conju-
rar^. Convidó Sancho de Castilla á los dos soberanos
sus parientes á formar una liga para resistir de'
consuno al formidable ejército musulmán. La necesi-
dad de la unión fué reconocida, cesaron las antiguas
disensiones, pactóse la alianza, y se organizó la cru-
zada contra los infieles. El punto de reunión del ejér-
cito cristiano combinado eran los campos situados por
bajo de Soria, hacia las fuentes del Duero no lejos de
las ruinas de la antigua Numancia. Conducía las bande-
ras de León, Asturias y Galicia el conde Menendo á nom-
brede Alfonso V., niño enhxices de ocho años; manda-
ban lasdeJNavarra y Castilla sus respectivos soberanos.
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80 nmoEu DB bsfaSá.
Los musulmaoes, divididos 6d dos coerpos» com^
puesto el uno de españolas, el otro de africanos, di-
rigiéronse el Duero arriba * y hallaron á los cristia-'
nos acampados en Calatañazor (Kalat^l-Nosorf altura
del buitre, ó montaña del águila) « Cuando los espío-
radores árabes (dice su crónica) descubrieron el cam-
po de los infieles tan estendido , se asombraron de su
muchedumbre y avisaron al hagib Almanzor, el cual
salió en persona á hacer un- reconocimiento y á dar
sus disposiciones para la batalla. Hubo ya aquel dia
algunas escaramuzas que interrumpió la noche. En
la corta tregua que esta les dio, añade el escritor
arábigo, no gozaron los caudillos muslimes la dulzura
del sueño; inquietos y vacilantes entre el temor y la
esperanza, miraban las estrellas y á la parte del cielo
por donde habia de asomar el dia. Al divisar el pri*
íner albor que tanto suele alegrar á los hombres, los.
tímidos sintieron como anublarse su espíritu, y el to-
que de añafiles. y trompetas estremeció á los mas ani-
mosos. Almanzor hizo su oración del alba: ocuparon
los caudillos sus puestos, y se reunieron las banderas.
Moviéronse también los cristianos y salieron con sus
haces bien ordenadas: el clamoreo de los musulmanes
se confundió con el grito de guerra de los cristianos:
las trompetas y atambores, el estruendo de las armas
y el relinoho de los caballos hacían retumbar los ve*
cinos montes y parecía hundirse el cielo.
Empeñóse la lid con furor igual por ambas parte».
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rAlTB II. LIBIO t. 81
Los cristiaoos con sus caballos cabiertos de hierro pe«
leaban como hambrientos lobos (es la espresioa del
escritor arábigo), y sos caudillos alentabaa á sus
guerreros por todas partes. Almanzor revolvía acá y
allá su fogoso corcel que semejaba á un sangriento
leopardo: metíase con su caballería andaluza por en-
tre los escuadrones de Castilla, é irritábale la resis-
tencia que encontraba «y el bárbaro valor de los in-
fieles.i» Sus caudillos peleaban también con un arrojo
que.noaolros á nuestra vez podríamos llamar bárbaro.
Con las nubes de polvo que se levantaban* se oscure-
ció el sol antes de su hora, y la noche estendió antes
de tiempo su ennegrecido manto. Separáronse con esto
los guerreadores sin que ninguno habiese cejado un
palmo de terreno : la tierra quedó empapada en san-
gre humana: la victoria no se sabia por quién.
Babia Almanzor recibido muchas heridas. Retira-
do por la noche á su tienda, y observando cuan pocos
caudillos se le presentaban, según costumbre después
de un combate , «¿Cómo no vienen mis valientes? pre-
guntó.— Señor , le respondieron , algunos se hallan
muy mal heridos, los demás han muerto en el cam-
po.» Entonces se penetró del estrago que habia su-
frido su ejército ^ y antes de romper el dia ordeñó
la retirada y repasó el Duero marchando en orden
de batalla por si le perseguían los cristianos. Sin-
tióse en el camino Almanzor abatido y desalentado :
recrudeciéronsele y se le enconaron con la agitación
Tomo iv. 6
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99 BisTOftu ra bívOA'.
las heridas de tal modo» qae no padieodo sosleoerse
á caballo^ se bizo condecir en uoa silla y en hombros
desús soldados por espacio de catorce leguas hasta
cerca de Mediaa Selim (Ifedioaceli). Alli le encontró
SQ hijo Abdelmelik (á quien no sabemos cómo no llevó
á la batalla) enviado por el califa para adquirir nue-
vas de su padre. A tiempo llegó solameqte para reco-
ger su postrer aliento, pues lUli mismo y en sus bra-
zos espiró el héroe musulmán á los tres días por an«
dar de la luna de Ramazam, año 393 de la hegira (9
de agosto de 1002), y áia edad de 63 años ^^K
Sus restos mortales fueron sepultados en Medína-
cqIl» cubriÓAdolos coa aquel polvo que, como dijimos,
se había ido depositando en una caja del que sus ves-
tidos recogían en Igs combates. Cumplióse la ley del
Coran que decía: cEnterrad á los mártires según los
»coge la muerte, con sus vestidos, sus heridas y su
» sangre. No ios lavéis, porque sus heridas en el día
>del juicio despedirán el aroma del almizcle.» So hijo
Abdelmelik AlmadhafTar que tomó el mando del ejér-
cito, le hizo también los honores fúnebres, y sobre. su
sepulcro se inscribieron sentidos versos ^^K
O ) Muchos de noestroft bÍ9to- sucmqs de los retóos orístíanos de
rieoores, y entre ellos Maridoa, aqaol tiempo. Bnconlrámosle lleoo
aoticipaa con m«QÍfiesta equivo- de iDexaotitndes y de aveoiaras fa-
oaeíOD tres afios esta memorable hulosas y hasta absurdas. Sentimos
b^taUa, y por coDsecueoma de ee- teoer queceosorar á tan respetable
te error nacen asistir á ella á Ber- escritor, poro no podemos prescin-
imio el Gotoso. Bien que oo ts po- dir da nuestie. deber histórico,
aibie formar idea por Mariana ni (%) Conde copia la traducción
<toloaboclMtdeAlHaBZOKDideloa qoe da uno de ana epitafios hito
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PAETB II. LIBBO !• 83
Asi acabé el famoso Mohammed ben Abdallah bea
Abí Ahmer, coDocido por AlmaDzor, después de vein*
te y cinco años de coiitÍDuado$ triunfos , y que basta
su muerte se habta creído invencible. Lloráronle los
soldados coa «j^argura ; <(;perdimos, esclamaban,
nuestro caudillo , nuestro defensor , nuestro padre?»
Con luto y aflicción vniTersaíl se recibió en Córdoba la
nueva de su muerte, y en mucho tiempo ni la ciudad
ni el imperio se consolaron; ó por mejor decir » no
pudieron consolarse nunca , porque la muerte del
grande hombre había de llevar tras sí la muerte del
imperio. Dice nuestro cronista el Tudense , que luego
que mnritS Almaaz0r se dejó ver á las margenes del
Guadalquivir un hombre en trage de pastor que an-
daba gritando, unas veces en árabe y otras en caste-
llano: üEn Calatañaxor Almanzor perdió el tambor. r^
Y que cuando se acercaban á preguntarle se ponía á
llorar y desaparecía á repetir las mismas palabras en
otra parte. «Creemos, añade el piadoso cronista, que
aquel hombre era el diablo en persona , que gritaba
y se desesperaba por la gran catástrofe que hablan
sufrido los moros.»
80 amigo don Leandro Fernandez de Moratio, y es como sigue:
No existe ya, pero qoeáó en el orbe
Tanta memoria de sus altos hechos,
Que podrás, admirado, conocerle
Cual si le Tíeras hoy presento y yif o:
Tal fué, que nunca en sucesión eterna
Daráa loe siglos adalid segundo,
Que así, venciendo en guerras, el imperio
Del pueblo de iBoaael acrezca y guarda.
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CAPITULO XIX,
caída t disolución del califato.
•e 4002 A 4034.
Justos temores y alarmas de los musulmaDes.— Gobierno de Abdelme-
■iik, hijo y sucesor de Almanzor» como primer roioistro del califa Hi-
xem.— Sus campañas cóoira los crisiiaoos: su muerte.— -GobierDO
de Abderrahmao, segundo hijo de AlmSinzor.— Infundado orgullo de
este hagib: su desmedida ambición: hácese nombrar sucesor del ca-
lifa.—Terrible castigo de su loca presunción.— Ministerio de Ifo-
hammed el Ommiada y del slayo Wahda.— Encierran al califia Hixem
en una prisión y publican que ha muerto.— llobammed se proclama
califa.— Le destrona Suleíman con auxilio del conde Sancho de
Castilla.— Gran batalla y triunfo de los castellanos en Gebal Quin*
tos.— Recobra Mohammed el trono con ajfuda de los cristianos cata-
lanes.—Saca Wabda al califa Hixem de la prisión» y le enseña al
pueblo que le creia muerto.— Entusiasmo en Córdoba: alboroto: Mo-
hammed muere decapitado, y su cabeza es paseada por las calles
de la ciudad. — Apodérase Suleiman otra vez del trono, y desapare-
ce misteriosamente y para siempre el califa Hixem. — ^Muere Suleí-
man asesinada por All el Edrisíta, que ¿ su Tez se proclama califa.
—Precipitase la disolución del imperio: partidos, guerras» destro*
namientos, usurpaciones, crímenes.— Últimos califas: All, Abderrah-
man IV., Alkasim, Yahia, Abderrahman V., Mohammed 01., Tahia,
segunda Tez, Hixem III.— Acaba definitivamente el imperio om-
miada.
Muy fundado era en verdad el desalíeiítQ y la
aflicción y pesadumbre que produjo en toda la Espa-
ña muslímica la nueva de la derrota de Calatañazor.
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PAETB IK tlfiliO U 85
Penelraba bien el Instinto público que todo aquel es-
plendor y grandeza» toda aquella eslension , pujanza
y unidad que habia adquiridp el califato bajo la enér-
gica y sabia dirección del ministro regente, habia de
desplomarse y venir á tierra con la pinerte de aquel
hombre privilegiado , que con tanta intrepidez como
fortuna , con tanta maña como arrojo , y con tanta
política como vigor, habia elevado el imperio musul-
mán á la mayor altura de poder que alcanzó jamás,
y reducido al pueblo cristiano casi á tanta estrechez
como en los tiempos de Muza y de Tarik. Que si los
defensores de la cruz no se vieron en tan escaso terri-
torio encerrados como en las días de Pelayo, halláron-
se al cabo descerca de tres siglos de esfuerzos casi en
la situación que tuvieron en tiempo del primer Alfon-
so, y apenas fuera de la cadena del Pirineo podían con-
tar con una fortaleza segura, y con un palmo de terre-
no al abrigo de las incursiones del gran batallador*
Temíanlos musulmanes, derribada la robusta columna
de su imperio, por la suerte de la dinastía Ommiada,
con un califa siempre en estado de pueril imbecilidad,
y sin esperanza de suc&sion. Temian también no me-
nos justamente lo que á los príncipes y guerreros cris-
tianos, antes tan abatidos, habría de alentar aquel
solemne triunfo.
Brindaba ciertamente ocasión propicia á los cris-
tíaoos el resultado glorioso de la batalla, y mas que
todo el desconcierto y descomposición á que por con-»
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86 HISTORIA DB BSPAHa.
secuencia de ella vino el imperio musnlman, no solo
para haberse recobrado de sus anteriores pérdidas,
sino para haber reducido á la impotencia á los sarra-
cenos, si los nuestros hubieran continuado unidos , y
en lugar de aprovecharse de las disensiones de los
infieles no se hubieran ellqs consumido también en
intestinas discordias y rivalidades. Achaque antiguo
de los españoles era esta falta de unión y de coucicr*
to, y causa perenne de sus desdichas y de la prolon-
gada dominación de los pueblos invasores.
El rey Alfonso V. de León, niño de ocho años,
continuaba bajo la tutela de su madre doña Elvira y
de los condes de Galicia Menendo González y su es-
posa , que educaban al rey y gobernaban el reino con
recomendable prudencia. El hijo de Almanzor , Ab-
delmelik Almudhaffar, que habia ido á Córdoba con
las destrozadas huestes del ejército sarraceno, fué
nombrado por la sultana Sóbheya (que sobrevivió un
corto tiempo á Almanzor) hagib ó primer ministro del
•califa Hixem, el ciial proseguía en su dorado alcázar,
entregado á sus juegos infantiles, contento con llevar
el nombre de califa y sin tomar parte alguna en los
negocios del imperio. Heredero Abdelmelik de la au-
toridad y de algunas de las grandes cualidades de su
padre , pero no de su fortuna , quiso proseguir tam-
bién su sistema de guerra con los cristianos , y ase-
gurado por la parte de África en cuya emirato confir-
mó á Moez ben Zeiri, comenzó sus incursiones perió*
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PAm iK Lino I. S7
dicas por el lado de Cataliifia , y alcanasó ana victoria
cerca de Lérida (1 OOS). Eo el otoño de aquel mismo
ano, después de na corto descanso en Córdoba , pas6
con grande ejército á tierras de León» y al decin^
ios historiadores árabes , venció en un encuentro á los
leoneses; se apoderó otra vez de la capital , y destru*
yó lo que habia quedado en pie en la ocupación de *
su padre: relación que está en manifiesta discordan-
cia con la que de esta espedicion nos cuenta el arzo-
bispo don Rodrigo , el cual dice expresamente que
Abdelmelik en esta tentativa fué puesto en Tergonzo*
sa fuga por los cristianos ^^K
Continuó el hijo de Almanzor sus incursiones pe-
riódicas, ni notables por su brillo ni fecundas en re-
sultados , hasta el 1 005 en que otorgó á los cristianos
una tregua, que equivalió para ellos á una paz. De*
bieron mover á los leoneses ¿ solicitar esta transac-
ción algunas desavenencias ocurridas con el conde de
Castilla I y apoyó y esforzó su instancia cí walf de To-
ledo Abdallah ben Abdelaziz » uno de los mas antiguos .
y fieles caudillos de Almanzor. Motivaba este interés
del walí toledano en favor del monarca leonés lo sh*
(4) «Venció, dicen 1ü6 escrito- Léoa, fué TergonRosanenie aiiu«
res árabes do Conde, á los cristia- yentado, y se retiró ignomifíiosa-
nos cerca de León, y ae apoderó iaente«..áeristiams twrpiiereffu'
de la ciodad, y arrasó sos muroa gatus,turJnterestreoers^$,^^ uist.
hasta el suelo, qáe ya aiRfes au Arab. b. as.*-B8tas contradiocio«»
padre los habia destruido hasta nes son frecuentes, y no es ya iácíl
la mitad.» Cap. 103.— «Habiendo apurar de parte de quién está la
congregado, dice el arzobispo don Tordad.
BodrigOy 00 grande ejército sobre
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88 mSTOftU BB ISPAftA»
guíente. Entre las <)autivas cristianas que Abdallah
tenia en su poder se hallaba una hermosa doncella,
hacía la cual concibió el walí una pasión vehemente.
Supo que aquella linda joven era hermana del rey de
León y pidiósela en matrimonio. Accedió Alfonso á
darle su hertnana como medio y condición de alcanzar
la paz de Abdelmelik. Celebráronse las paces , y tam-
bién las bodas muy contra la voluntad de Teresa , que
asi se llamaba la princesa cristiana. Cuenta la crónica
que la noche de las bodas le dijo á su mal tolerado
esposo: «Guárdate de tocarme* porque eres un prin-
cipe pagano: y si lo hicieres, el ángel del Señor te
herirá de muerte.i> Rióse de ello el musulmán» y
desatendió su intimación. Mas no tardó en arrepen-
tirse de ello» porqub á poco tiempo se cumplió el fa-
tal vaticinio» y como el walí sintiese acabársele la
vida , llamó á sus consejeros y sirvientes » mandó que
devolviesen á su hermano 1^ joven desposada , tan
bella cautiva como infausta esposa» y que fuese con-
, ducida á León, acompañando el mensage con ricos
dones de oro y plata , joyas y vestidos preciosos. Ab-
dallah falleció ai poco tiempo : Teresa profesó de re*
ligiosa en un convento» y en este estado murió en
Oviedo en el año 1039<*^
Muerto Abdallah » y espirado que hubo también el
plazo de la tregua » invadió de nuevo Abdelmelik las
(4) Mag. Ovei. ChroD. D. 3.
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rARTB II. uno I. , 89
tierras de Castilla (1007), desmanteló á Avila, Gor-
maz, Qsma y otras fortalezas que los cristiaDOs habiaa
Mo reparando: avanzó por Salamanca i Galicia y Lu*
sitanía y regresó á Córdoba , donde solo se detuvo á
preparar la campaña de la primavera siguiente. Em-
prendió esta hacia el interior de Galicia (4008), «al
frente» dicen las crónicas árabes , de cuatro mil gine-
tes escogidos , armados decoraa;as resplandecientes
como estrellas» cubiertos sus caballos con caparazones
de seda de dobles forros : seguia la caballería anda-*
luza y africana » gente aguerrida que se habia distin-
guido en las mas peiigrosasocasiones.... Acometieron
á los cristianos 4 y aunque eran los héroes de su liem*
po» que todos habiaa entrado en muchas batallas y
eran gente avezada á los horrores de las peleas, los
atropellaron y rompieron sasalmafallas, y se volvie-
ron sobre ellos como dragones , y se pusieron en des--
^ ordenada fuga, dejando el campo regado de sangre.
Siguió Abdelmelik el alcance con su caballería , y re-
parados los cristianos en unos recuestos y pasos difíci-
les, se renovó la cruel batalla. Los infieles (continúa
su crónica) pelearon como rabiosos tigres, y alli los
muslimes padecieron mucho. A favor de la oscuridad
que sobrevino se retiraron los cristianos á sus ásperos
montes, y los musulmanes viendo la horrible pérdida
que habian sufrido se volvieron á las fronteras , y de
alli por Toledo á Córdoba,» Esta fué la última campa-
na de Abdelmelik. A poco tiempo le acometió^ ona gra-
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90 RI8T0AIA DI BSTAfÍA.
ve eáfermedad , de que sucumbió en Córdoba en el
ides de Safar de 399 (octubre de 1 008) con gran sen-
timieoto de los buenos moslimes, y no sin sospechas
de que hulúese sido envenenado.
Habia muerto ya la sultana madre; sti hijo el
califa Hixem continuaba vegetando en su alcázar en*
Ire juegos y placeres, y restaba otro hijo de Alman-
sor, llamado Abderrahman, tan parecido á su padre
en el cuerpo y la fisonomía , como desemejante -ea las
cualidades del corazón y del entendimiento. Sin apti-
tud para los negocios graves'ni disposición para gober-
nar • dado al vino y á las mugeres , acostumbrado á
pasar su vida entre juegos y festines , y aficionado
á los ejercicios de caballería en que lucía su bella
figura , fué no obstante nombrado b^^gib del califa (io-
mo su padre y su hermano , por los slavos y eunucos
del palacio , conocidos coa el nombre de Alameríes,
que eran los que disponían de la voluntad del imbécil
Hixetn y de las primeras dignidades del imperio. Tan
lleno de ambición como escaso de mérito el nuevo
ministro , no se contentó con tomar el pomposo título
de Al Nasir Ledin Ailah como Abderrahman IIL el
Grande , lo cual revelaba bastante su presunción des-
medida , sino que so pretexto de la falta de sucesión
de Hixem , aunque todavía se hallaba en edad de
poder tenerla , pretendió y obtuvo del mentecato ca-
lífti qoe le declarara vn\i alhadf ó sucesor del impe-
rio. Paso tan arrojado y pretencioso , á que no se babia
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PARTfi U. LIMO I. 91
atrefvido ni ^cin el mismo Almanzor , y qne no d^ó
de traspirar aunque dado en secreto , no pedia menos
de indignar á los ilustres miembros de )á familia Om**
miada , que se consideraban , y con razón , con mas
derechos y mas títulos á la herencia del califisilo en el
supuesto de morir Hixem D. sin sucesión» y que si
habían soportado el yugo de Alman^or » habia sido
íkAo por las relevantes prendas é ináisputabie mérito
del ministro regente.
Distinguíase entre ellos el joven Mohammed , bit-
nieto de Abderrahman III., hombre de resolución y de
brío, el cual, dispuesto á atajar las orgnllosas preten-
siones de Abderrahman , pasó á las fronteras, habló,
escitó y logró reunir en torno suyo á los muchos adic-
tos á la familia de los Meruanes , y congregada una
respetable hueste marchó á su cabeza derechamente
sobre Córdoba. Informado de esta mardia Abder-
rahman , salió con la caballería africana y lá guardia
del callfe á hacer frente & su competidor; pero éste,
hurtándole la vuelta por medb de una hábil maniobra »
penetró atrevidamente en la capital , apoderóse del
res(5 de la guardia yde la persona del califo , y cuan*,
do el hijo de Almanzor revolvió sobre Córdoba , ar-
diendo en ira y en despecho , y confiado en el favor
popular oón que contaba por respetos á la memoria
de su padre , halló la plaisa de palacio ocupada por
las tropas de Mohammed: empeñóse alli un rudo y
sangriento combate: el populacho en que confiaba
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d2 BIStOElA DB BSVAÍÍA.
Abderrahman » do solo se hizo sordo á sus órdenes»
sino que se puso de parte de Mohammed ; faltóle hasta
la guardia africana, y cuando desesperado intentó
retirarse , cayó acribillado de heridas en poder de los
enemigos: poco tiempo tardó en verse clavada en un
palo ia cabeza del usurpador cortada de orden de
Mohammed (1009). Asi acabó el segundo hijo del
grande Almanzor : sus bienes fueron confiscados, y el
pueblo, versátil en sus afecciones, desahogó su fu-
ror destruyendo el magnífico palacio de Azahira que
Almanzor habia construido para sí ^*K
Comenzó el nuevo ministro por alejar del lado del
califa todas las hechuras de sus antecesores y por ro-
dearle de personas de su partido y confianza. Pero
aguijóle pronto la impaciencia de reinar: al efecto
hizo difundir primeramente la voz de que el califa
habia sido atacado de una enfermedad grave : el poco
interés que el pueblo mostró por la salud de un sobe*
rano á quien no conocía y que nada significaba , ins*
piró á Mohammed el pensamiento de atentar á su
vida , pero el slavo Wahda á quien confió su designio,
antiguo camarero de Hixem , y á quien por lo tanto
conservaba un resto de cariño , pudo disuadirle de la
idea de derramar sin necesidad una sangre inocente,
y le sugirió la de encerrarle en una estrecha prisión
y publicar su muerte, lo cual era igual para sus fines.
(i) Goiide, cap. 104.— Alma- Tolet. Hiat. Arab. c 34.
kari, en Marphy^ cap. 3.— Rodar.
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rAMti ti. uno t. 93
Accedió á ello Móhammed , y el califa foé sigilosa*
mente encerrado. Para dar mas aire de verdad á la
proyectada farsa , se discurrió y ejecutó lo siguiente.
Había en Córdoba un cristiano por su desgracia y fa^
talidad muy parecido en edad , en estatura y en fiso^*
nomia al hijo de Alhakem y de Sobheya. Este infeliz
fué de noche sorprendido y ahogado; y habiendo
colocado su cadáver en el lecho mismo de Hixem,
publicóse que el califa habia sucumbido de su enfer-
medad. Creyólo el pueblo: hiciéronse solemnes y
pomposas exequias al supuesto califa , y congregados
los walíes y vazires , fué declarado sucesor del cali-
fato el hagib, Móhammed /de la ilustre dinastía de los
Beni-Omeyas ^*\ el cual tomó el título de Mahady
Billah (el pacificador por la gracia de Dios).
No justificaron en verdad los sucesos la adopción
de tan bello título. Habiendo determinado expulsar
de Córdoba la guardia africana « aborrecid^a del pue-
blo y de ninguna confianza para él , insurreccionóse
esta á la voz de sus gefes ; los formidables zenetas y
los rudos berberiscos atacaron bruscamente el real
alcázar , y costó una lucha mortífera de dos dias el
arrojarlos de la ciudad : la cabeza de su primer cau-
dillo que cayó en la retirada herido y prisionero , fué
arrojada por encima del muro al campo africano. Un
primo suyo, nombrado Suleiman ben Alhakem , á
(i) Rodw. Totot. Hítt^ Arab) U c— Conde» ubi supra
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94 HtiÜMiH M BSmIa.
qtma aola wM^oft f&c gefe ,. juró veogtr taiaavía tfrea*
t«» y partiendo para las froDteras de Castilla « ínvooó
la a.y4Mla y proleoomi del conde Sancho García $ ofre-
ciéndole la posesión de irarias fortalezas si le prestaba
su auxilio coatra el usurf^rior Uohammed. Acogió el
conde castellaos la proposición , y un ejército cristiano
unido á kos bertieriacos de Suletman , se encaminó
hacia Córdoba» Saliólo al encuentro Mohammed con
sus andaluces , y hallándose ambas huestes en Gebaí
Quintos, trabóse una tremenda batalla (conocida ea
l« hisiCK^ia árabe por la batalla de Katdisehjf en que
las lanzas castellanas de Sandio se cebaron horrible-
mente en la sangre de los andaluces de Mohammed:
vein.te mif árabes quedaron en el campo (7 de no*
viembre de 4009), y Moliamaied ,. el Paciftcadoc por
la gracia de Dios, tuvo que refugiarse en Toledo al
abrigo de su hyo Obeidallah, walí de aquella ciudad.
Suleiman » victorioso , merced á los robustos brazos
castellanos » no se atrevió á entrar en Córdoba rec^->
so del mal efl|>Lritu del pueblo contra las razas africa*
nasi Un cues tardó en resolverse á entrar. Entmees
se hizo proclamar califa con el sobrenombre de Ai-
mostain BiUah (el protegido de Dios).
Con justa desconfianza estaba Suleiman en Córdo»
ba. Sus africanos eran aborrecidos de la^ razas árabes
que predominaban en el Mediodía de España. Esta-
llaban continuas conjuraciones que tenia que ahogar
con sangre^ y en una ocasión se vio precisado á oor-
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tMT la cabeza é im paríeole saya que iotooÉika 9a-*
pU^^arl6 m di maiodo, y á eÍDCueiita cómplices loaa.
Sia cmibargo de ser africano « no carecía SuleímaB de
elevados sentímieDlos. Habíóodole descobierlo el sla-
vo Wabda qoe el califa Hixeoí vi?ia y atrevídose á
proponerle que le repusiera en el poder ; «tWatoda, le
respondiólsío enojarse , yo lo desearía mnebOt pero*
00 es ocasión de entregarnos á manos lan débiles; sa
Ueo^po le vendrá. 1» Y como le hubiese aconsejado
alguno que permitiese á sos soldados bacer una ma-
tanza de los crislianos que le habían favorecido, á fin
de que nunca pudiesen ayudar á otro: «Jamás, con-
testó S^leiman con energía» jamás consentiré seme-
jante maldad ; han venido bajo mi fé» y cumpliré mis
Jiurament09.x> Pero temiendo algún desmán por parte
de los suyos, dio licencia á los cristianos, y los invitó
i qoe regresaran á sus tierras colmándolos de rique*
zas y preciosos dones ^^K lo cual ejecutaron ellos de
muy buen grado.
Pero Soleiman había enseñado á su competidor
Mohammed á quién había de recurrir para ganar
victorias; y á 1^ manera que aquel había acudido a)
conde Sancho de Castilla , este desde Toledo solicitó
el ani^ilio de los cendes de Afranc , Bermond y Ar-«
mengudi (Ramón Borrel , conde de Barcelona, y so
hermano Armengol, que lo era de Urgel), los coales
W Roa»r. Hbt. Arab. c. 30 el 3a.-€oade, cap. iOS»
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96 BISTOklA I^B bspa9a.
mediante tratos y convenios le asistieron con ana
hueste de nueve túil cristianos , que Mohammed in-»
corporó á treinta mil mnsnlmanes de las provincias
de Valencia , Murcia y Toledo. A la cabeza de los
catalanes venían los dos valerosos condes Ramón y
ArmengoU y en las primeras filas ondeaban las ban-
deras de los obispe» de Barcelona , Gerona y Vícb,
que personalmente quisieron compartir con sus com-
patricios los peligros de aquella guerra. Por primera
vez los estandartes de Cataluña reflejaron en las aguas
del Guadalquivir. Los ejércitos délos dos rivales
mahometanos, Suleiman y Mohammed se hallaron
frente á frente en los campos llamados de Akbatal-
bacar (la colina de los Bueyes). Lanzáronse impetuo-
samente los berberiscos sobre las huestes aun no bien
ordenadas, de el Mahady, y hubieran sucumbido si
las lanzas catalanas no hubieran inclinado la victoria
en favor de Mohammed y regado los campos con
sangre africana^ El triunfo fué tan señalado, que el
año 400 de los árabes (el 1010 de los cristianos), en
cuyo estío se dio este famoso combate, quedó seña-
lado en la historia árabe con el nombre de el año
de los Francos, que asi llamaban ellos á los catalanes.
Pero tan insigne triunfo fué comprado con noble y
preciosa sangre cristiana. Alli pereció el brioso conde
Armengol xle Urgel; alli sucumbieron los tres vene-
rables prelados , á quienes tal vez un escesivo celo
religioso hizo preferir al ejercicio pacífico de su mi-
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PAETBU. UB&Ol. 97
oislerió la vida inquieta y peligrosa de la campaña ^^K
QuedároQJe abiertas las puertas de Córdoba á
Mohámmed ; y Suleiman , que debió echar *muy de
menos el socorro de los castellauos, retiróse hacia Al-
geciras coa iotento de reclamar auxilios de África»
después d^ haber saqueado sus soldados el espléndido
palacio deZahara, llevádose las joyas y suntuosas col-
gaduras, las lámparas de oro y plata del alcázar y de
la mezquita, y destruido con bárbara y salvage mano
una gran parte de los libros de su magnífica bibliote-
ca; que asi comenzó la deliciosa mansión del magní-
fico Abderrahmau á ser destruida por Iqs vándalos
africanos. Salió Mohámmed de Córdoba en persecu-
ción de los fugitivos y dióles alcance en los campos
del Guadiaro. Pero alumbróle en este encuentro in-
fausta estrella : arremetieron su hueste los berberis-
cos con iioapetuosa furia, y hubo de retirarse á Córdo-
ba en desorden. Dedicóse á fortificar la ciudad, pero
büilian ya, asi en la capital como en toda la España
muslímica , las parcialidades y los bandos. El slavo
Wahda que tenia guardado al califa servíase del se-
creto de su depósito como de un talismán para con-
servar su influencia y dársela á los slavos sus compa-
(4) Roder.Tolet.lbid.— Coode, acaso de las heridas recibidas en
Gap. 106.— Segua algnno», elcou- ella. Conde se contradice en dos
de Armengol no murió en esta ba- páginas úo múj distantes. De to-
taUa, sino en la de Gaadíaro,y dos modos es cierto que marió en
según otros después de haber sa- esta espedicion.
i ido de Córdoba á consecuenclfi
TOHO IV.
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n aiATOUd DS BftFAfiA.
triciúSt que de este modo dominaban á liohammed.
Hubiera éste querido conaervar los auxiliares catala-
nes, pero «nieslros rumores que corrieron acerca de
atentados que contra ellos se proyectaban , movieron
al conde Ramón Borrell á volverse á Barcelona á pe-
sar de las protestas del califa. Invocó Hohammed el
apoyo de los walíes de Mérida y de Zaragoza y de los
alcaides de la frontera, y escnsáronse todos bajo dife*-
rentes protestos; y era que cada cual no pensaba ya
sino en apropiarse algún despojo de un imperio que
veian desmoronarse. Inquietábanle los africacos con
incesantes algaras; á las calamidades de la guerra ci-?
vil se agregaron las de una epidemia: faltaban enCór*
doba las provisiones; lodo el que pedia abandonaba
la ciudad y sus mismas tropas se le desertaban para ir
á incorporarse á los africanos. La situación de Moham-
méd era desesperada y no sabía qué partido tomar.
Tomóle por él el astuto Wahda. De improviso y
de su propia cuenta sacó de la prisión al desventura-
do califa Hixem á quien todos creian muerto, y le
presentó al pueblo en la maksura ó tribuna de la
grande aljama. Entusiasmado el pueblo con tan ine&-.
perada novedad, se agolpó á la mezquita, y saludó
con aclamaciones de júbilo al resucitado califa (junio
de 1012), no viendo ya en el principe imbécil sino
al legítimo soberano de una dinastía á quien amaba
entrañablemente. Asustado Mohammed con los gritos
de alegría que oia resonar por todas partes > ocultóse
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PARTS U« LUUIO I. 99
en una de las piezas mas apartadas de su alcázar:
descubrióle un slavo y le presentó al califa, que con
una energía desacostumbrada : «Ahora probarás , le
dijo, el fruio amargo de tu desmesurada ambición*»
Y en el acto le hizo cortar la cabeza , que un vazzir
paseó á caballo en la punta de su lanza por toda la
ciudad: su cuerpo fué desgarrado y hecho piezas en
la plaza pública , y la cabeza enviada al campo de
Suleiman cómo para que sirviese de lección y de es-
carmiento al caudillo africano. Mas el uso que de ella
hizo Suleiman fué embalsamarla y hacerla conducir
con diez mil milcales de oro al walí de Toledo Obei-
dallah, el hijo de Mohammed, que se preparaba á
vengar á su padre, con el mensage siguiente: «cAhf
«va la cabeza de tu padre Mohammed: asi recompon*
«sa el emir Hixem á los que le sirven y le restituyen
«el imperio: guárdate de caer en manos de este in-
«grato y cruel tirano: si buscas seguridad y vengan-
«za, Suleiman será tu compañero.»
La carta y el presente surtieron el efecto que se
apetecia. Obeidallah , antes rival y enemigo de Su*
leiman , se unió á él para combatir juntos al verdugo
de su padre, y con este fin había salido ya de Toledo.
Súpolo el slavo Wahdá y partió de Córdoba con un
cuerpo escogido de caballería en dirección de aquella
ciudad. Conocedor de la importancia y del valor del
auxilio de los cristianos, le solicitó del conde Sancho
de Castilla haciéndole ventajosas proposicioneSé Pero
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400 HISTORIA DB ESFAKa.
hablasele antícipado ]'a Suleiman, y Sancho le coo*
testó: «Seis fortalezas me ofrece ya Suleiman; si Wah-
da me promete por lo menos. otras tantas, preferiré
emplear mis armas en favor del califa Hixem.» Dué-
lenos ver á un soberano de Casulla adjudicar su po-
derosa espada y disponer de los brazos castellanos en
favor del mejor postor de entre los competidores mu-
sulmanes, pero asi era por desgracia ^^K Wahda hizo
su puja, y Sancho se decidió por él, y con ayuda de
Jos cristianos se apoderó fácilmente de Toledo. Volvió
el joven Obeidallah contra el enemigo, pero liatido en
Maqueda por musulmanes y cristianos, desbaratada
su hueste y hecho prisionero él y sus principales ofi-
ciales fué enviado á Córdoba, donde el califa Hixem,
convertido después de su resurrección de imbécil y
mentecato en déspota terrible, como si realmente hu-
biera renacido con otra naturaleza , hfzole dar una
muerte tan cruel como la de su padre, y su cuerpo
decapitado y mutilado fué arrojado al rio (101 3). De-
jó Wahda el gobierno de Toledo al poderoso y noble
jeque Abu Ismail Dilnúm» y después de haber entre-
gado á los cristianos algunas de las fortalezas contra-
tadas y despedídoios con grandes dádivas y prome-
sas í*), tomó la vuelta de Córdoba. Premióle lárga-
te) El arzobispo don Rodrigo, Corana del Conde, Osma y Gor-
Hiit. Arab. o* 37. maz, «y algunas otras casas «n
(2^ De las siete forlaleías pro- Extremadura.» Chroo. Burgens.
metidas solo se meDciooan como Anaal. Gomplut. y Gompostel.
entregadas cuatPQ »:San E^t^j^an,
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PARTB II. LIBRO 1.
104
mcDte el califa Hixem, y dio á sus slavos y alameríes
á título de perpetuidad las alcaidías y teneocias de
Murcia , Cartagena, Alicante , Almería » Denia, Játiva
y otras; costumbre y manera de premiar imprudeq-
temente introducida por Almanzor, y principio y fun-
damento de los reinos independientes que no hablan
de tardar en nacer ^^\
(1) La relación de los sacesos
de eslae guerras, que hemos toma-
do de los autores árabes do Conde
y de los historiadores latinos es-
panoles, difiere en muchos inci-
dentes de la que hace el señor Do-
zy con arreglo á otras historias
arábigas que él ha consultado. (Ae-
cherehes sur tBisMre^ 6(e. T. L
desde la pág. 238 baste la 268).
^1 autor de este obra, titulada:
Reclierches sur VHisloirepolitique
et lUteraire de VEspagne pendaat
le moyen age, comenzada á pu*
blícar en Ley den en 1 849, se mue»-
Ira en ella profundamente versa-
do en la historia de la dominación
de los árabes en España y gran
conocedor de los autores arábigos,
cuyas palabras textuales cite, co-
pia y coteja con frecuencia en sus
propíos caracteres, al mishio tiem-
po que manifieste no serle estra-
no Jo que en otras lenguas se ha
escrito anti^a y modernamente
asi en España como en otros pai-
ses, por lo menos en lo relativo al
oscuro período que so propone
examinar. Escudriñador e inves-
tigador minucioso, pero critico se-
vero, duro, inexorable, confesa-
mos que no han podido menos de
introQUCÍr en nuestro ánimo zo-
zobra, confuttion y desconfianza
Jas atrevidas proposiciones que
con aire de inCaliDle magisterio
sienta ea el brevísimo prólogo en
forma de epístola de su obra y
en^el discurso de toda ella. Ú
señor Dozy con un rigor desapia-
dado parece haberse propuesto
dar al traste con todas las ilusio-
ues de los que creíamos que des-
pués de las publicaciones de Casi-
ri, de Gonae, de Gajaogos y de
otros orientelistes nacionales y es-
trangeros, podíamos ya saber algo
de la historia de los árabes espa-
ñoles. El señor Dozy tiene la cruel-
dad de decirnos que no sabemos
nada, porque estos escritores no
lo sabían elfos mismos* Copiaremos
algunas palabras de su prólogo.
De Casiri dice, que «sus estrac-
tos dejan mucho que desear en
punto á exactitud; que no estaba
suficientemente familiarizado con
la materia que intentaba esclare-
cer, y que por otra parte no so
distingue por un juicio sólido f
claro.»— Es, sin embargo, á quien
trate con mas compasión y con me-
nos dureza.— «Conde (dice) traba-
jó sobre documentos árabes sin
conocer mucho mas de este lengua
que los caracteres en que se e^
cribe; pero supliendo con una
•imaginación en estremo fecunda
la falte de los conocimientos mas
alómenteles, con una impudencia
sin ejemplo ha forjado techas á
centenares, inTontado millares de
hechos, haciendo siempre alarde
de quien pretende traaucir fiel*
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102 mSTOKIA BK BSrAftA.
La situación de Córdoba y de toda Andalucía es«
taba bien lejos de ser lisonjera. Quejábanse amarga-
mente los nobles de la preferencia que Hixem y su
mente textos árabes.... Los histo-
riadores moderDos , sin sospechar
que eran unos simples engañados
por un falsario, han copiado muy
cándidameote todas estas menti-
ras: algunos han dejado atrás á su
mismo maestro comoioandosus in-
yenciones con los autores latinos y
españoles á auienes de e3ta ma •
ñera calomnianan » oEn
resumen (dice mas adelante), sí
contamos solo el libro de Conde,
considerado siempre como el mas
importante y el m$is completo so-
bre la historia de la España árabe,
el público de boy, y hablo aquí de
los literatos no orientalistas, no
tiene mas medios para instruirse
en esta historia que los que tenia
el público paca quien escribió Mo-
rales en el siglo XVL Es peor to-
davía: los que han leído y estudia-
do á Conde, se hallan en In nece-
sidad de hacer todo lo posible para
salir de este abominable camino en
que se los ha estra viado, de olvidar
lodo lo que habían aprendido
Porque se deberá considerar de
boy mas el libro de Conde como sí
do' existiera (comma non ave~
nü),„ etc. 9
Con muy poca mas piedad tra-
ta al seuor Gayaogos, de quien di-
ce desde Juego que «su libro no ha
reemplazado al de Conde.» Y nos
seria fácil citar muchísimas pági-
nas en que hace una critica acre
y amarga de ru traducción de Al-
^ makari, ya suponiendo que no ha
eolendidobien el original, ya no-
tando omisiones esenciales ó adi-
ciones que dice haber hecho el
tradacter de su cuenta, yá hacien-
do indicaciones no muy emboza-
das que pareoe tienden á demos-
trar que de parte de este ilustrado
traductor ha habido algo mas que
descuido ó mala inteligencia. No
se podrá en verdad argüir al señor
Dozy de indulgente en sus juicios.
De todo ello deduce, que «la
historia de España en su edad me-
dia hay que rehacerla.» «Yo creo,
añade, que se hará bien en aban-
donar la senda hasta ahora segui-
da. En lugar de hacer historia será
mejor estudiar y publicar desdé
luego los textos.»
Véase si decíamos con razón
que el señor Dozy con sus pala-
bras y su obra babia introducido
en nuestro ánimo confusión y des-
confícinza, por lo mismo que su
erudición v tos inmensos recursos
literarios áe que parece dispone
no pueden menos de dar valor y
peso á sus juicios. Dejamos, no
obstante, á los orientalistas espa •
ñoles y e>trangeros (y en ellos
comprendemos á todos los que
hasta ahora han escrito de la his-
toria de la España árabe) el cui-
dado de contestar á los gravísimos
cargos que contra ellos envuelven
sos dogmáticas y absolutas aser-
ciones, y de demostrar (como
esperamos y nos alegraremos de
que lo hagan) que ni ellos han
sido ó tan ignorantes ó tan fal-
sarios, ni los que noa hemos va-
lido de sos obras hemos sido tan
Cándidos y tan simples, ni acaso el
señor Dozy sea tan infalible como
él en sus arrogantes asertos su-
pone.
Nosotros mismos, que no nos
preciamos de orientalistas, lo hare-
mos ver fácilmente. Pongamos un
solo ejemplo. En la relación misma
de loB hechos, en que tanto corri-
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fAWn II. UBKO I.
103
ministro daban á los slavos y alamerfes. Criticábanlos
agriamente por el suplicio de Obeidallah , que al fin
había sido hecho prisionero peleando contra cristianos.
Ardia la capital en discordias y partidos , y Snlennon
que con sns correrías no dejaba un momento de re^
poso al pais y estaba informado del descontento de la
población, traspuso á Sierra Morena, visitó y escfibió
á los walíes de Calatrava, Guadalajara , Medinaceli.y
Zaragoza, ofreciéndoles la posesión hereditaria desu^^
gobiernos y reconocerlos como soberanos feudatarios
sin otra carga que un luego tributo, si le ayudaban á
ge ¿ Doestros autores y que le ha*
cen esclamar: «lAsi la pobre Es-
paña no tendrá jamás una Histo-
rial (pig. 2(6)» cuenta el critico
holandés que después de la bata-
lla de Akbataibacar, Suleiman qué
se había retirado hacia Zahara,
«en una uocbe abandonó aquella
mansión coa sus berberiscos, y se
retiró sobre Xátiva (pág. 945).»
iSabe bien el señor i>ozy dónde
está Xátifa? Pue» está a nue?e
legaas de Valencia, y á mas de
setenta ú ochenta de Córdoba y
do donde estofo Zahara, regalar
distancia para retirarse en una
noche. Por lo menos los espaSoles
no tenemos noticia de otra Xáti?a
Se la S»tabi8 de los romanos, la
ti?a de los árabes, San Felipe
de Játiva boy. Añade Dozv que
Mohammed entró en Córdoba
acompañado de los catalanes; que
los berberiscos dejaron á Xátiva y
avanzaron hasta Algeciras; que
salió Mohammed de Córdoba en
su busca, y se encontraron los dos
ejércitos cerca del Guadiaro en \m
cercanías de Algeciras, donde se
dio la segunda batalla: todo en el
espacio de cinco días que media-
ron de uno á otro combate (del 45
al ti de junio), en cuyo tiempo»
sí Suleiman ▼ sus berberiscos an«
doTieron de Zahara á Xáti?a y de
Xátiva á Algeciras, tuvieron que
andar cosa de ciento sesenta le*
goas por lo menos. El señor Doxy
enmienda (en la nota primera de
dicha página) al arzobispo don Ro«
drigo que en logar de Xáiiva non»
bra CUana, y á Conde que la nom«
bra Ciíawa. No conooemoa boy
esta ciudad, pero tenemos esto por
menos malo que hacer á SuleiaMS
V á sus africanos ir donde ni po-
dían ni debian ir^ y andar lo qoe
ni podian ni debían andar. Y no
deÜte ser otra Xátiva que la qoe
nosotros conocenaos, puesto que el
mismo Dozy, hablando del pr iocí*
pado de Almería, noe dice, qoe
«comprendía al N. E. las ciudades
de Murcia, Oribnela ▼ XéUva
(pág. 65).» De todos modos agra-
deceríamos al sabio orientalista ho
landés que con su infaübilídad nos
disipara. esU dificultad hiatórioo-
geográfica qoe nos ha ocurrido.
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1Qi BISTOEU DB ISPAfÍA.
libertar á Córdoba del tirano prptector de los slavos.
Aceptaron ellos la proposición y le asistieron con sos
personan y sus banderas. Aproximóse con este re-
fuerzo Suleiman á Córdoba, desolada simultáneamen*
te por la peste, la miseria y los partidos. Huian otra
vez las gentes de la ciudad, acosadas por la penuria»
Desd^ Medina Zabara, donde Suleiman sentó sus rea-
les, muqtenia inteligencias con algunos nobles cordo*
beses por medio de los tránsfugas que iban á su campo.
En tal conflicto el ministro Wahda creyó oportuno es*
cribir á los walíes edrisitas de Ceuta y Tánger pidién*
doles ayuda y haciéndoles grandes ofrecimientos,
mas luego mudó de parecer y guardó las cartas. No
faltó quien le denunciara al califa como uno de los
que se correspondían secretamente con Suleiman.
Faese verdad ó calumnia, vióse el ministro Wahda
preso por aquel mismo califa á quien él mismo había
tenido tanto tiempo aprisionado; hfzosele capítulo de
acusación de aquellas cartas que se hallaron en su
poder, escritas, según muchos piensan, con acuerdo
del califa y que nada revelaban menos que la inteli-
gencia que se le suponía con Suleiman, y á pesar de
todo, aquel Hixein que al cabo le era deudor de la
vida y del trono, sin consideración de ningún genero
condenó á muerte á su antiguo servidor ; que parecía
haberse propuesto aquel malhadado califa desquitarse
en pocos dias á fuerza de crueldad inflexible de la
orpe flaqueza de tantos años. Fué el desgraciado
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PARTB II. LIBIO I. 105
Wahda reemplazado por el walí de Almeríji Hairan,
slavo también , hombre disliDguidb por sa valor y
generosidad , por sa benignidad y prudencia , y «el
mas á propósito para salvar á Hixem si su fortuna no
hubiese llegado ya al último plazo ^f^>
. Apretaba ya Suleiman el cerco de Córdoba , y
Hairan se propuso cumplir con los deberes de hombre
pundonoroso y de fiel hagib. Pero de poco le sirvie-
ron ni sus nobles propósitos ni sus heroicos esfuerzos,
que no es posible, dice oportunamente el escritor
arábigo, defender una ciudad que' no quiere ser
guardada, y en vano es sacrificarse por un pueblo
que desea ser conquistado. Mientras él á la cabeza de
sus slavos rechazaba vigorosamente los enemigos que
atacaban una puerta , el populacho arrollaba la guar-
dia de la ciudad que defendía otra , y la franqueaba
á los africanos. Merced á la cooperación de los de
dentro , penetró Suleiman en la plaza : el combate fué
horrible; inundáronse las calles de noble sangre
árabe, porque los andaluces de pura raza árabe de-
feodieron el alcázar del califa hasta no quedar uno
con aliento, y entre cadáveres nobles cayó herido el
generoso Hairan que los habia alentado á todos y fué
tenida y pontado por muerto. Apoderáronse al fin los
africanos del alcázar y de todos los fuertes ; poV es-
pacio de tres dias fué entregada la ciudad á un hor-
(\) Conde, cap. jOS.^Roder. Tolet. c. 38.
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400 HISTORIA DB MfAÍiA.
roroso saqueo: muchos nobles jeques y cadíes, muchos
sabios y hombres de letras fueron pasados al filo de los
rudos alfanges africanos (1 01 3). El valeroso Hairan
era el que » tenido por muerto, respiraba todavía*
á favor de la oscuridad de la noche y de la confusión
del saqueo, habia podido refugiarse en casa de un
pobre y honrado vecino , donde sin ser conocido se
hizo la primera cura de sus heridas. Vivía Hairan , y
le veremos todavía hacer un importante papel en la
historia. Dueño Sulein^an del alcázar y del califa,
suplicáronle y le pidieron por la vida de este algunos
de sus honrados servidores : «lo que hizo de él se
ignora , dice la crónica árabe , pues nunca mas pa-
reció ni vivo ni muerto, ni dejó sucesión sino de
calamidades y discordias civiles.» A3i desapareció
definitivamente el califa Hixem 11., tan misteriosa y
oscuramente como habia vivido ^^K
Remuneró Suleiman á los walíes y caudillos sus
auxiliares , reconociéndoles , conforme á lo ofrecido,
la soberanía independiente de sus provincias, aunque
con la condición de asistirle en las guerras, especie de
feudo que ya casi ninguno se prestó á cumplir , y cuya
medida apresuró mas y mas el fraccionamiento y sub-
división de pequeños principados en que vino pronto
á ca^r el imperio. Al paso que protegia á sus africanos,
perseguía y ahuyentaba á los alameríes y slavos ^^K El
(4) Conde, ibid. que estos eran. Los árabes com-
(2) Aon no bemos espücado lo praban á los judíos gran número
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PARTB II. LIBIO I. 107
slavoHairan I Último ministro del califa » curado ya
de sos heridas , logró escaparse de Córdoba y ganar á
Almería» ciadad de su antfgoo walíalo. El wali puesto
por Soleiman quiso impedirle la entrada, y aun se
sostuvo en su alcázar por espacio de veinte dias , al
cabo de los cuales, indignado contra él el pueblo, le
arrojó por una ventana al mar con sus hijos. De Al-
mería pasó Hairan á África, donde consiguió persuadir
á AU ben Hamud , walí de Ceuta , y á su hermaüo
Alkasim, que lo era de Algeciras, que le ayudasen é
lanzar de Córdoba al usurpador Suleíman y á reponer
al legitimo soberano Hixem , á quien suponia vivo y
encarcelado por Suleiman. Sirviéronle mucho al efec-
to las cartas cogidas al desgraciado Wahda , en las
cuales el califa Ommiada'ofrecia á Ali nombrarle so
sucesor y heredero. Alentáronse con esto los herma*
nos Ben Hamud , y desembarcó Alí en Málaga con
sus huestes de Ceuta y Tánger. Uniéronsele los ala-
meríes, y diósele el mando general del ejército. Apo-
derado de Málaga , marchaba el ejército aliado hacia
Córdoba cuando salió Suleiman á su encdenlro. Vióse
este obligado muy contra su voluntad á aceptar un
combate general , en el cual llevó la peor parte y tu-
de esclavos germanos ó ftlavos» de v babian abrazado el islamismo:
lo9 cuales udos erao canucos y se los principes los maoumíiian por
servían de ellos en los harems, ser vicios particulares, y muchos
otros constituían parte de la puar- se habían hecho ricos propietarios,
día de los califas, y solían disMn- y llegaron á formar un partido po-
guirse en las batallas: iodos lleva- deroso opuesto al de los africanof
an el nombre genérico de slavos, berberiacos.
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108 aiSTOElA DS BSPAffA.
vo qoe tocar retiradaí. Cúpolc peor suerte todavía en
otro encuentro con ios confederados cerca de Sevilla^
Abandonáronle las mismas tropas andaluzas pasándose
á los africanos : abandonábale ya del todo la fortuna:
él y su hermano heridos perdieron sus caballos y
cayeron prisioneros. Entraron al día siguiente los
vencedores en Sevilla sin resistencia , y avanzando á
CkSrdoba , tampoco hallaron oposición , que no quiso
estorbarles la entrada el padre de Suleiman que go-
bernaba la ciudad , sabedor de la desgracia de sus
dos hijos y temeroso de mayores males.
Valióle poco , en verdad , al anciano aquella con-
ducta ; porque el feroz AU , haciendo que le fuesen
presentados el padre y sus dos hijos Suleiman y Ab-
derrahman ; estos ya casi exánimes de resultas de sus
heridas : «¿Qué habéis hecho de Hiiíiem , les pregun-
tó , y dónde le tenéis? — Nada sabemos de él , respon-
dió el anciano. — Vos le habéis muerto , replicó Alf. —
No , por Dios f contestó el viejo Alhakem , ni le hemos
muerto, ni sabemos si vive ni dónde está.» Entonces
sacando Alí su espada: «Yo ofrezco» dijo, estas cabezas
á la vengiainza de Hixem y cumplo su encargo.» Alzó
Suleiman los* ojos y le dijo : «Hiéreme á mí solo , Alí,
que estos no tienen culpa.» Pero Alí» desatendiendo
su ruego , los descabezó á todos tres con ferocidad
horrible con propia mano. Diéronse luego á buscar á
Hixem por todas las estancias y hasta por los subter*
ráneos de palacio, y por todas las casas de la ciudad.
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-PARTKII. LIBRO 1. 109
y no habiéndole encontrado por ninguna parte» se
anunció páblícamente su muerte en la ciudad , muer-
te en que ya no quería creer el pueblo» dando esto
ocasión al vulgo por espacio de algunos anos para mí|
flibulas y consejas (1 01 6).
Proclamado califa Alí ben Hamud el Edrisita » to-
mó los títulos de Motuakil Billah (el que confia en
Dios), y de Nassir Ledin Allah (el defensor déla ley
de Dios). Pero dábanle mucha inquietud los alameríes,
y el mismo Hairan le inspiraba recelos , porfío que,
temeroso de su influjo , le envió á su gobierno de
Almería. Habia escrito Alí á los walíesde tas provin^
cias reclamando su fidelidad y obediencia como á su-
cesor legítimo dbl califato designado por el mismo
Hixem; pero los de Sevilla , Toledo, Marida y Zara-
goza ni aun siquiera se dignaron contestar á sus
cartas. Formóse por el contrario una federación entre
los walíes emancipados, al parecer y de publicó con
el intento de colocar en el trono á algún principe Om-
miada , de secreto tal vez con el principal designio
de asegurar la independencia de sus gobiernos. Pro-
clamóse, pues, á Abderrahman ben Mohammed , lla-
mado Almortadi, de la ilustre estirpe de los Beni-
Omeyas , hombre virtuoso y rico , de ánimo esfor-
zado y muy querido de todos, al cual se dio el
nombre de Abderrahman IV. Casi todos los walíes de
la España Oriental y muchos alcaides del Mediodía,
do quiera que dominaban los alameries , se agruparon
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^^0 IllSTOEU D8 BSPAHA
COD gU8to en derredor de aquella bandera. Mas en su
misma corte y dentro de su propio alcázar tenia Alí ben '
Hamud desafectos que espiaban ocasión de deshacer-
se de él. Un dia» cuando él se preparaba á salir de
Córdoba, como ya lo habian verificado. sus tropas y
acémilas, para combatir á Abderrabman que sesos*
tenia en tierra de Jaén , quiso lomar antes un baño»
del cual no salió , porque le abogaron en él los mis-
mos slavos que le servían, tal vez ganados por los
alameríes de la capital (1017). Divulgóse su mberte
como un accidente y natural desgracia , y asi lo ere*
yeron sus guardas y familiares.
Nada aprovechó este acaecimiento á Abderrab-
man Almortadi, porque el partido africano, bas-
tante fuerte todavía en Córdoba, proclamó al walí de
Algeciras Alkasim, hermano del abogado. Condújose
Alkasim con una crueldad que hizo olvidar la de su
antecesor , y con pretexto de descubrir y castigar á
los perpetradores de la muerte de su hermano , á unos
daba tormento, á otros hacia perecer en suplicios, y
los alamerfes y las familias mas nobles de Córdoba se
vieron oprimidas ó proscriptas, y no había quien no
temiera su venganza. Pero alzóse pronto contra él un
terrible enemigo^ su propio sobrino Yahia , hijo de su
hermano Alí, que se hallaba en Ceuta, el cual pre-
tendiendo que le pertenecía el trono de Córdoba,
desembarcó en España al frente desús salvages tribus,
y trayendo consigo una hueste auxiliar compuesta de
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PAATB II* LlBftOl. 414
los feroces negros del desierto de S6s » raza belicosa
y bárbara que nunca habia pisado el suelo español.
Cuando Aikasím partió de Córdoba á su encuentroi
ya su sobrino se habia apoderado de Málaga : dieron-*
se los dos competidores algunas batallas sangrientas,
mas temeroso Alkasim de que sus discordias redan-
dasen en provecho de Abderrabman el Qauniada que
se mantenía en las Alpujarras, propuso á Yahia un
concierto , por el cual se convino en compartir entre
si el imperio. Tocóle á Yahia la ciudad de Córdoba, y
encargóse Alkasim de proseguir ia guerra contra Al-
mortadi con la gente de Sevilla , Algeciras y Málaga
que reservó para sf. Mas habiendo tenido esle último
la imprudente confianza de pasar á Ceuta con objeto
de dar solemne sepultura á los restos mortales de su
hermano, Yahia, con insigne mala fése hizo procla->
mar en su ausencia soberano único del imperio mus-
límico español. Favorecióle mucho la general odiosi-
dad que habia contra Alkasim , no solo para que aquel
fatigado pueblo no se opusiese á la usurpación , sino
para que los jeques y wazzires se alegraran del cambio
y le juraran gustosamente fidelidad y apoyo (1024).
Súpolo Alkasim en Málaga de regreso de su es-
pedición funeral , y con toda su gente marchó resuel-
tamente sobre Córdoba decidido á vengar la alevosía
de su sobrino. Faltóle á Yahia el valor cuando mas le
había menester, y á pesar de contar con el arrojo de
sos negros, y con mas partido « ó siquiera con menos
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412 aiSTORiA DB bspaSa.
antipatías en el pueblo que Alkasím , no se alrevió á
esperarle, y abandonando la ciadad, no paró hasta
Algecíras. Sin resistencia entró segunda vez Alkasim
en Córdoba , si bien la soledad , el silencio, la tristeza
que notó á su entrada le significaron bastante el dis-
gusto con que era recibido , y ique él aumentó con sus
nuevas crueldades y sañudas ejecuciones. El dX^or^r
recimienlo llegó á punto que «no podia ya dejar, de
producir un conflicto. Una noche se tocó á rebato,
y el pueblo , de antemano y secretamente armadb,
acometió furiosamente el alcázar, que á pesar de su
impetuosa arremetida no pudo tomar, porque la
guardia le defendió con bizarría. El populacho, sin
embargo , no se separó de allí , y por espacio de cin-
cuenta dias tuvo estrechamente asediado al califa y
sus guardias. Faltos ya de provisiones, determinaron
hacer una salida vigorosa: muchos perecieron clavados
en las lanzas populares : el mismo Alkasim hubiera
sido despedazado sin la generosidad de algunos ca-
balleros que le conocieron y escudaron , y le sacaron
de la ciudad , y aun le dieron escolta hasta Jerez.
Gansada la p&blacion del yugo africano, hubiera
recibido con los brazos abiertos al Ommiada Abder-
rahman Almortadi, si á tal sazón no hubiera llegado
la noticia de su muerte. ¿Cómo, fué la muerte de este
esclarecido príncipe , y qué había sido de sus aliados,
y cómo no prosperó mas su partido á través de las
disidencias entre los caudillos y califas africanoa? Hé
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PARTE 11. LIBRO I. 1 13
aqui como lo cuenta Ebn Khaldun en su capítalo sobre
los principes de Granada. Veían Uairan y Almondhir
(walí-de Almería el ano y de Zaragoza el otro, prin-
cipales fomentadores de la insurrección y del partido
de ^derrahman] que Almortadi no era el califa qué
^llos% habían propuesto buscar. Cuidábanse ellos en
él fondo muy poco de los derechos de los Omeyas , y
sí combatían por un principe de aquella familia , era
con la esperanza de reinar ellos bajo un señor débil é
impotente que hubieran impuesto como soberano le-
gitimo á los berberiscos. Pero Almortadi, que era de
natural altivo y fiero, no quiso acomodarse á seme-
jante papel ni contentarse con una sombra de sebera^
n(a. Lejos de obrar según las miras y fines de Hairan
y Almondhir, fué bastante imprudente para hacérse-
los enemigos. Un día los había prohibido entrar en su
casa. «A la verdad, se dijeron ellos entre sí, este
hombre se conduce de bien distinta manera ahora
que manda un numeroso ejército que antes. Induda-
blemente es un engañador de quien no se puede fiar.»
Para vengarse de Almortadi, que habí^ favorecido á
costa de ellos á los gefes de las tropas de Valencia y
Játiva, escribieron á Zawi (^^ excitándole á que atá-
case á Almortadi en su marcha á Córdoba, prome-
tiéndole que abandonarían al califa cuando la lid es*
~ (4) Za^i beo Zeiri era el waU y fué el que príDci palmeóte sostu-
de Granada, que, como berberisco yo la guerra coa Abdetrahman.
se había mantenido fiel á Alkasim,
Tomo iv. 8
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114 HISTOEIA DB BSPAÜA.
tuviera empeñada. La batalla duró muchos dias; en
UDO de ellos las huestes de Almondhir y de Hairan,
según su promesa» volvierou la espalda al enemigOf
quedando Abderrahman solo con los verdaderos par-
tidarios de su familia y con algunos cristianos auxi-
liares que llevaba. Fueron estos pronto puestos en
fuga por los berberiscos, quQ hicieron horrible ma-
tanza en sus contrarios « y se apoderaron de sus ri-
quezas y de las magníficas tiendas de sus príncipes y
. de sus generales.
«Esta derrota» dice Ebn Hayan» fué tan terrible»
qnehizo olvidar todas las demás: desde entonces
jamás el partido andaluz pudo reunir ya un ejército»
y él mismo confesó su decaimiento y su impotencia.»
Expiaron» pues» Hairan y Almondhir con la ruina de
su propio partido su infame traición conjra Almorladi.
Este desventurado príncipe logró no obstante poder
escapar de los berberiscos» y ya habia llegado á Gua-
dix cuando unos espía» enviados por Hairan le des-
cubrieron y asesinaron. Su cabeza fué enviada á
Almería donde Almondhir y Hairan se hallaban en-
tonces í*^
(4) Doz7,Recbercbes,etc. i. 4. derrahman, que espiró eo la mi»*
pág. 40. y Bis.*-GoDde , cayo ma hora que al rey Abderrahman
relato difiere del de Iba Khaldao, le anuDCiarou qae sus tropas y
cuenta qae cen lo mas recio de la aliados seguiaa victoriosos á sus
pelea, cuando la Tictoria sede- enemigos róap. 443].» Dozy supone
claraba por los alameries, una fa- este acaecimiento en 1018. Conde
tal saeta flechada por la mano del en 40f3. Esta última fecha con-
destino enemigo de los Omeyas, cierta mejor con los sucesos ante-
hirió tan gravemente al rey Ab- rieres y posteriores, según hasta
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fAETBIl. LIBEOI. 41&
Gran desconsuelo causó esta novedad á los alame.
ríes de Córdoba y á todos los parciales de los Omeyas«
que temían verse de nuevo envueltos en los horrores
de la guerra civil de queen un momento se lisonjearon
haberse libertado. Pero conociendo que no debian
perder el tiempo en lamentos estériles, apresuráronse
á proclamar califa á Abderrahman ben Híxem» her-
mano .de Mohammed el biznieto de Abderrahman IIL
Diéronle el título de Abderrahman V.» y el sobre-
nombre de Almostadir Billah (el que confia en el am-
paro de Dios% Joven de veinte yUres años, bella y
agradable figura, ingenio claro, erudito y elocuente,
y de costumbres severas, parecía Abderrahman Y. el
mas á propósito para reparar los males del imperio,
si los males del imperio no hubieran sido ya irrepa-
rables. Todos ambicionaban ya el trono, y su mismo
primo Mohammed ben Abderrahman fué el que mas
. sintió verse postergado y juró destronarle ó sucumbir
en la demanda. Sobre no poder contar ya ningún
califa con la sumisión de los walíes de las provincias,
perdióle á Abderrahman su propia severidad y su ce-
• lo por la reforma de los abusos. Quiso enfrenar la
licencia de la guardia africana andaluza y slava^ y
suprimir algunos privilegios odiosos que se habían
arrogado I y como no faltara quien instigase á los
ahora loa cooocemoa. Según Con- capitado por Ali en una iavasion
de, no pado Hairan tener parte en que este nizo en Almería. Dozy le
el aaeainato del califa Ommtada, nace morir despuea de maerte
pacato que refiere haber sido de* natural. ¡Notables discordanoiaa!
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116 U8T0RU DB BSPAÑA.
descontentos, á quienes tales medidas ofendian, bur-
lábanse de él diciendo que era mas cortado para su-
perior de un convento de monjes que para soberano
de un imperio. Mohammed era et que principalmente
fomentaba estas malas disposiciones. El resentimiento
estalló en rebelión abierta, y una mañana antes de
levantarse el califa, se vio asaltado por una muche-
dumbre tumultuosa , que comenzó por asesinar los
slavos que guardlaban la puerta de su departamento*
Despertó Abderrahman al ruido, y empuñando su
alfange, se defendió valerosamente un buen espacio,
hasta que sucumbió á los repetidos golpes de los ase-
sinos, que con bárbara ferocidad hicieron su cuerpo
pedazos , y se derramaron tumultuariamente por la
ciudad proclamando á desaforados gritos á Mohammed
en medio de la sorpresa y espanto de una población
intimidada.
Dueño Mohammed del apetecido y ensangrentado ,
trono y siguió el sistema opuesto al de su antecesor.
Propúsose conquistar la afección de la guardia africa-
na á quien debia su elevación, á fuerza de prodigali-
dades y larguezas. Otorgóle nuevos privilegios, daba
á los soldados espléndidos banquetes, agasajábalos de
mil maneras, y creyéndose con esto afianzado y se-
guro entregóse á una vid^ de placeres, entre músicas,
versos, juegos y festines en el palacio y jardines de
Zahara que hizo reparar. Los walíes y alcaides que le
veian tan distraído y apartado de los negocios públí-
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PARTBir. LIBEO 1. 117
eos y de gobierno obraban como señores iodependien*
tes y disponían por sí de las rentas de las provincias,
y como estas dejaron de ingresar en el tesoro y los
dispendios del califa consumian tan apresuradamente
los escasos recursos que quedaban, agotáronse estos
' pronto, y solo á fuerza de gabelas y vejaciones em-
pleadas por los recaudadores públicos podian los pue-
blos de Andalucía subvenir á las liberalidades de su
pródigo soberano. Pero era á costa de la miseria y de
la opresión del pueblo, cuyas quejas y lamentos eran
necesarios y naturales. Cuando todo se apuró, y llegó
á faltar no solo para las acostumbradas larguezas sino
basta para las atenciones indispensables, murmurá-
banle ya simultáneamente la guardia y el pueblo, este
por lo que habia dado de mas, aquella por lo que
dejaba de percibir. Pueblo y guardia al Bn se suble-
varon; comenzó la multitud amotinada por pedir la
destitución de algunos vazzires y las cabezas de otros,
y concluyó por reclamar á gritos la del califa y sus
ministros. Merced á la lealtad de algunos gineles de
la guardia africana que pudieron librarle del furor
popular, logró Mohammed salir de Zahara con su fa-
milia y refugiarse en la fortaleza de Uclés, cuyo alcai-
de le franqueó generosamente la entrada. Pero allí le
alcanzó el odio de sus perseguidores, y en aquel hos-
pitalario asilo murió á poco tiempo ín venenado, des-
pués de un corto reinado de año y medio (102&).
Córdoba suspiraba ya por un soberano capaz de
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418 HISTORIA DB BSFAÑA.
poner térmiao á la feroz anarquía que la desgarraba^
Poseía entonces el emirato de Málaga y estendia sa
gobierno á Algeciras , Ceuta y Tánger aquel Yahía
ben Alí el Edrísita, que ya habia obtenido algún tiem**
po el califato, y gozaba fama de gobernar con mo-
deración y con justicia. A invitación de sus parciales
pasó Yahia á Córdoba , donde fue recibido con de-
mostraciones públicas de alegría. Su primer cuidado
fué escribir á los walíes ordenándoles que pasaran á
la capital á jurarle obediencia, pero estos no estuvie-
ron €on él mas deferentes que con sus antecesores:
los unos ó se escusarou ó se hicieron sordos » los
otros le desobedecieron abiertamente y aun se atre-
vieron á tratarle de intruso y usurpador» De este nú-
mero fué el de Sevilla Mohammed ben Abed, llama-
do Abu al-Easim, conocido ya por su rivalidad con
Yahia. Quiso este castigar ejemplarmente su desobe-
diencia , y salió á combatirle con la caballería de
Córdoba , dando orden á los alcaides de Málaga , de
Arcos, de Jerez y de Medina Sidonia para que se le
incorporasen. Noticioso de ello el de Sevilla dispuso
una emboscada y por medio de una hábil estratagema
logró envolver el ejército del califa, que fué comple-
tamente desbaratado: el mismo Yahia recibió en la
refriega una lanzada que le clavó á la silla de su ca-
ballo: su cabeza fué enviada á Sevilla en señal de
triunfo, y las/eliquias del destrozado ejército cordo-
bés se retiraron en el mas triste abatimiento (4026).
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PARTB 11. LIBRO I. 119
Asi acabó Yahia Bea Alí, último califa eddsita, que
ea dos veces que ocupó el Ircuo do llegó á reinar año
y medio. Mobammed ¡cosa extraña I se volvió á Sevi-
lla sin aspirar al califato.
Hubieron de proceder á nueva elección los cordo-
beses, y á propuesta é ioQujo del vazzir Gehwar re-
cayó el nombramiento de califa en Hixem ben Mo*
hammed, otro biznieto del grande Abderrabman, y
hermano de aquel desgraciado Abderrahman lY. Al-
mortadi. Hallábase el eleg;ido retirado en la fortaleza
de Albonte' (acaso Alpuente) en compañía de su alcai-
de , cuando le fué anunciada ¡a nueva de su procfa-
maciou. Modesto t desinteresado y prudente Hixem,
contestó á los enviados del diván que daba las gracias
al pueblo de Córdoba por la honra que le bacía y el
afecto que le mostraba, pero que no podia resolverse
á echar sobre sus hombros el grave peso del goUerno
ni á dejar la vida quieta y pací&ca de su retiro. Pasá-
ronse algunos meses antes que pudieran vencer su
repugnancia al trono, y cuando hostigado por las ins-
tancias de losprincípales alameríes se resolvió á acop-
arle, difirió cuanto pudo su entrada en Córdoba so
pretexto de organizar un ejército en las fróüieras, en-
comendando entretanto el gobierno de la capital al
vazzir Gehwar á quien nombró su hagib. Habían los
-cristianos, á través de las discordias que también los
consumían entre sí, aprovechados® algo, aunqjie mu-
cho mas hubieran podido hacerlo, de las que destro-
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1 20 HISTOEIA DB BSPAJftA '
zabao á los musalmanes » y ensanchado considerable-
mente los límites de sus fronteras. Guerreó, pues,
Híxem IIL con ellos por espacio de tres anos con for-
tuna varia, y principalmente por la parte de Galatrava
y de Toledo. Fomentó mucho la institución de los
zahbits, especie de monjes guerreros, y como la mili-
cía sagrada de los musulmanes , que se consagraban
voluntariamente al ejercicio de las armas y á defender
constantemente las fronteras contra los almogávares
cristianos; origen , á lo que muchos creen, de las ór-
denes militares cristianas.
Pero si algo ganaba el califa sosteniendo el honor
de las armas muslímicas en las fronteras , perdia mas
por otra parte el imperio con su apartamiento de la
capital, aflojándose , ó mas propiamente desatándose
ya los escasos vínculos que le unian , ya tomando
ocasión de su misma ausencia los sediciosos para fo-
mentar en la capital hablillas y disturbios, ya decla-
rándose los walíesen completa independencia y obran-
do como reyes absolutos. De todo le dio aviso su fiel
hagib Gehwar , instándole á que con la mayor pres-r
teza y diligencia pasase á Córdoba. Hízolo asi Hi-
xem (1029), y su presencia, su afabilidad, su pru-
dente y generoso comportamiento no dejó de calmar
los ánimos de los mas revoltosos é inquietos, y de
captarse las voluntades de la mayoría de la poblaciout
visitando las escuelas , colegios y hospicios , y socor-
riendo á los huérfanos , desvalidos y eoifermos. Mas
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PARTBU. LIBRO 1. 19|f
cuando quiso persuadir á los walíes coa amistosas
cartas y prudentes razones la necesidad de la unión y
cooperación común para recuperar lo que las discor-
dias habían hecho perdei: al imperio , no obtuvo ya
sino ó negativas ó indiferencia, y no hubo manera de
recabar de ellos las contribuciones y subsidios. Con-
vencido de la ineficacia de los medios blandos y sua-
ves , apeló á los fuertes y violentos , y encomendó á
sus mas fieles caudillos la reducción de los walíes
desobedientes. [Inútiles y tardíos esfuerzos! Algunos
de los disidentes eran momentáneamente sometidos,
pero la unidad del imperio ya virtualmente disuelta
acabó de disolverse en lo material. El africano Zawi
ben Zeiri se hacia proclamar rey de Granada y de
Málaga : los de Denía y Almería , los de Zaragoza,
Badajoz» Mérida y ToledOt declaráronse independien-
tes de hecho y de derecho ; á las mismas márgenes
del Guadalquivir se le rebelaban los de Carmoaa , Se-
villa y Medina Sidonia ; y el mismo Abdelaziz á quien
habia dado el gobierno de Huelva se alzaba con ei
señorío de aquel país. ^P^nas le quedaba sino la ca-
pital, y esla no tardó en enagenársele.
Supieron que el califa en última necesidad habia
hecho pactos y transacciones con los rebeldes, y aque-
lla población, aquella raza degenerada, que, como
el mismo His^em decia , ni sabia ya mandar ni sabia
obedecer, le criticó de débil y de cobarde, le culpó
de la mala suerte de la guerra y de las calamidades
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122 - UlSTOftlA DB BSPAÑA.
del reino, y se produjo en términos y demostraciones
amenazadoras contra el califa. Aconsejábale Gehwar
que abandonara la ciudad : él , que no habia gierecido
la desafección del pueblo, no creía tampoco en su in*
gratitud, hasta que lleg(S el caso de pedir la amoti-
nada multitud á gritos por las calles la deposición del
califa y su destierro. Avisóselo el mismo Gehwar, y
entonces Hixem con resignación filosófica exclamó sin
alterarse : «Gracias sean dadas á Dios que asi lo quie-
re.» Y aquel príncipe que con repugnancia habia
aceptado un trono jamás ambicionado, salió sin pesar
de Córdoba acompañado de su familia y de algunos
principales caballeros y literatos que quisieron correr
la misma suerte que su soberano. Retiróse este pri-
meramente á Hisn Aby-Sherif (1031), mas persegui-
do alli por los cordobeses buscó un asilo cerca de Lé-
rida, donde acabó tranquilamente sus dias en 1037.
«En él, dice el historiador arábigo, feneció la dinas-
tía de los Omeyas en España, que principió en Abder*
rabman ben Moawia año 138, y acabó en este Hixem
al-Motadi año 422 (de 756 á 1031). Así pasó el esta-
do y la fortuna de ellos, añade, como si no hubiese
sido. Feliz quien bien obró, y loado sea siempre aque^
cuyo imperio jamás acabará ^*^»
•
, (4) Conde, cap. H7.
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GAPITIILO XX.
REiKOS cristianos:
BESDE ALFONSO V. ' DE LEÓN HASTA FERNANDO 1.
DE CASTILLA.
»• 40e2 4l037«
Falta de unión entre los monarcas cristianos.— Conducta de Alfonso V.
—Repnebla á León.— Sus desavenoocias con Sancho de Castilla.—
Célebre concilio de León de 4020. — Sus principales cánones ó de-
cretos.—Constituye el llamado Fuero de £eon.— Muerte de Alfon-
so V.— Fueros de Castilla otorgados por el conde don Sancho.—
Fueros en el condado de Barcelona.— Borrell II. 7 Berenguer Ra-^
mon ¡.—Fuero de Nájera por el rey Sancho el Mayor de Navarra.—
' Garcfa II de Castilla y Bermudo III. de León.— Muere el conde Gar-
da asesinado en Leoa por la familia de los Velas. — apodérase el
rey de Navarra del condado de Castilla.— Horrible castigo de los
Velas.— Gonqntsta una parte del reino de León.— Discordias entre
el leonés y el navarro. — ^Vienen ¿ acomodamiento y se pacta reco-
nocer á Fernando por rey de Castilla. — El navarro se apodera de
Astorga y se erige en rey de León.— Muerte de Sancho el Grande
de Navarra, y fomosa distribución de reinos que hizo entre sus hi-
jos.—Guerra entre Ramiro de Aragón y García de Navarra.— Guer-
ra entre Bermudo III. de León y Fernando h de Castilla.— Muere
Bermudo.— Extínguese la línea masculina de los reyes de León.—
Hácese reconocer por rey de León Fernando de Castilla.— Reunión
de las coronas de León y (¡astilla en Fernando I.
Decíamos en el^ aoteríor capítulo que el resaltado
de la batalla de Galatanazor y la descomposícioD á
que por consecuencia de ella vino el imperio musul-
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1ÍS4 HISTORIA DB ESPAÑA.
man, brindaba ocasión propicia á los cristianos, no
solo para recobrarse de sus pasadas pérdidas, sino
para haber reducido á la impotencia á los sarracenos,
si los nuestros hubieran continuado unidos y sabido
convertir en provecho propio el desconcierto á que
aquellos vinieron y las disensiones que los destroza-
l^an. Añadiremos ahora, que si después de la muerte
de Almanzor (1002) y durante los seis años del go-
bierno de su hijo Abdelmelik pudieron todavía los
estandartes que triunfaron en la cuesta de las Águilas
detenerse ante un resto de pujanza que conservaba el
imperio mahometano bajo la dirección de aquel beli-
coso caudillo, muerto este (1008), ni hallamos la ra-
zón ni podemos justificar la conducta de los príncipes
cristianos en no haber proseguido de concierto la
guerra contra los enemigos de la fé. Pronto olvidaron
que una sola vez que se habian unido habían triunfa-
do det gran capitán de los a ga renos en el apogeo de
su poder: y como si hubiera pasado para ellos todo
peligro, volvieron al sistema fatal de aislamiento y
renacieron antiguas rivalidades.
Seguían, es verdad, venciendo las armas cristia-
nas en Gebal Quintos y en Akbatalbacar, alli manda-
das por el conde Sancho de Castilla, aqui por los con-
des Ramón Borrell de Barcelona y Armengol de Ur-
geU Pero vencían, el uno para dar el trono de Cór-
doba áSuleíman el Berberisco, el otro para entronizar
á Mohammed el Ommíada. Eran solicitados como au-
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PAATB II. LIBAO I. 125
xiliares, y aparecían como mercenarios pudiendo ha-
ber obrado como señores. Contentábanse con la cesión
de algunas fortalezas y ciudades en pago de un ser-
vicio los que hubieran podido ganarlas por conquista,
y. las espadas que hubieran debido emplearse contra
los enemigos de la fé eran arrojadas en la balanza
muslímica para inclinarla con su peso alternativamente
ya en favor de uno, ya en favor de otro de los aspi-
rantes al trono musulmán. Algo los disculpa el haberse
propuesto, como creemos, debilitar de aquella manera
las fuerzas de los mahometanos y contribuir á fomen-
tar sus escisiones.
. Sin embargo, no fué por estos solos medios, ni
fué solamente el material ensanche de territorio lo
que ganaron los reinos cristianos durante la disolu-
ción del imperio Ommiada. Reparáronse y se repu-
sieron de las pérdidas y desastres causados por Al-
manzor, y lo que fué mas importante todavía, dieron
grandes y avanzados pasos hacia su reorganización
religiosa, política y civil. Alfonso Y de León , ya en
su menor edad bajo la tutela y dirección del conde
Menendo de Galicia y su esposa, y de su madre dona
Elvira ^^^ ya después de haber alcanzado la mayoría
(4 ) Usándose ya en los siglos nombres, sigatendo en esto la cos-
que históricamente recorrérnoslos lumbre generalmente recibidas
antenombres de Don j Doftaapli- Con respecto á los Alfotisos ó
cadosá los reyes y reinas y ¿otras Alonsos, que de ambas maneras
personas ilustres, los emplearemos se encuentran nombrados en núes-
nosotros también, amique no en tros autores aquellos monarcad,
todos lo) cases ni para todos los hemos preferido usar constante-
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426 UISTORU DB BSI^AÑA.
y eQlazádose en matrímoaio con la hija de los condes
sus ayos llamada Elvira iambien^(1008), en ambas
apocas con recomendable piedad » ó inspirada ó pro-
pia, se ocapó en reparar y fandar iglesias y monas-
terios, ó en dotarlos de rentas y hacerles ricas dona-
ciones. Llenos están el cartulario y tumbo de León y
todos los pergaminos de aquel tiempo de ' privilegios
de este ¿género otorgados por el joven y piadoso mo •
narca i^K
Mas no fueron solos monasterios é iglesias los que
fundó, reedificó ó restauró, el hijo del segundo Ber-
mudo. La capital misma de su reino, la ciudad de
León desde las deplorables inupciones de Almanzor
y de Abdelmelik habia quedado asolada, casi yerma,
reducida, como dijo Ambrosio de Morales, á un cadá-
ver de población'. Alfeñico V se consagró con ahinco
y ñfan á levantarla de sus ruinas, emprendió enérgi-
camente obras de reparación y construcción , dictó
oportunas medidas para atraer nnevos pobladores, y
no perdonó medio para hacerla recobrar en lo posible
su grandeza y esplendor primitivo. Aun conserva Al -
fonso V el título de repoblador de León. Qui papú-
lavit Legionetn post destructionem AlfMnzar , dice
meóte el de Alfonso^ ya por ser una narcas en saa iastromenios públi-
contraccion de Ildephonsus , ya co« se decían siempre: «Ego Áde^
porque los érabcs nunca omitían pkonsüs Dei gralía, etc.»
el sonido de la f6ph,Sueae que los (4) Pueden verse' los muchos
nombraran Alfúns, An(u8 ó Ade- que recogió el P. Risco en el to-
funs^ ya porque los mismos mo* moXXXVI. de la Espaüa Sagrada.
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PARTB II. LIBRO I. ' 4S7
todavía su epitafio: et fecit écclesiam hanc de luto eí
latere. Hasla á los maertes los hizo contribuir á dar
vida á aquella poblaciou exánime, haciendo trasladar
á la iglesia de San Juan los restos mortales de todos
los reyes que se hallaban sepultados en diferentes
iglesias del reino, entre ellos el cuerpo de su padre
que hizo conducir desde el Yierzo.
Las flesavenencias entre el rey de León y su tío
el conde Sancho de Castilla debieron comenzar de 4 01 2
en adelante, puesto que aquel año -se ve al rey don
Alfonso hablar del conde con el afecto de deudo ^*\
y en 1017 le trata de inicuo, de deslealf de enemigo*
que no piensa ni d^ dia ni de noche sino en hacerle
daño ^^K Acaso fué la causa de estas excisiones la pro-
tección qtie el castellano solia dar á los criminales que
del reino de León pasaban á sus dominios, de cuyo
comportamiento se vengó el leonés despojándole de
algunas posesiones que aquel tenia en su reino y trans-
firiéndolas á sus leales servidores. Agregóse á esto
que aquella familia de los Velas, enemiga de los con-
des de Castilla desde Fernán González , y que ex-
pulsada por 9Ste y unida á los sarracenos los habia
concitado á hostilizar la Castilla y dirigfdolos á veces
en sus invasiones, viendo mal paradas las cosas de
los musulmanes habíase acogido otra vez á Castilla,
(i) Et etiam tius et adjutor noBlroSanetianiyauidienoeUque
mius Sanctius comes, Esp. Sagr. malum perpetrapat apud noe.
tom. 35, ap. IX. Gartular. de Leoo, fol. 488.-»-Eflp.
(t) Infidelissimo et adversario Sagr. tom. 36, ap. XH.
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128' OISTORIA DB ESPAÑA.
donde los recibió el conde don Sancho. Mas como los
Velas diesen muestras de volver á sus antiguas infi-
dencias, los arrojó ignominioáamente el conde de sus
estados. Entonces el de León no solo los admitió be-
névolamente en su reino, §ino que les señaló en^ los
valles limítrofes de León y Asturias tierras y posesio-
nes con que pudiesen vivir con arreglo á su distingui-
da clase ^^\ lo cual produjo gran resentimiento en el
conde castellano, y estas* disidencias duraron hasta su
muerte.
No estorbaron al monarca leonés estas discordias
ni le sirvieron de embarazo para congregar una de
las mas Importantes asambleas que en la época de la
restauración se celebraron en España , y de las que
mas influjo ejercieron en su reorganización política y
civil. Hablamos del concilio de León del año 1020 ^^^;
asamblea político-religiosa, que nos recuerda las fa-
mosas de Toledo del tiempo de los godos, y la pri-
mera de los siglos de la reconquista en que se hizo
un código ó pequeño cuerpo de leyes escritas que nos
hayan sido conservadas después del Fuero Juzgo.
Abrióse el dia 1 .** de agosto ^^\ en presencia del rey
(1) Estos Velas eran Ires, so- primeramente nombrados,
gun testimonios auténticos, Ber- (2) Mariana con manifiesto er-
mudo, Nobuciano ó Nepociano y. rorlesupooe celebrado en Oviedo.
Rodrigo; no Rodrigo, Iñigo y Diego, (3) ¥ a no se duda de esta fe-
se(;un el arzobispo don Rodrigo á cha, con la cual conouerdan to^os
quien siguió Mariana, ni menos los códices, y que por una mala
Diego y Silvestre, según Lucas de inteligencia apareció equivocada
Tuy, que nombra solo esto9 dos. en la colección de Aguirre, t. III.,
En escrituras del archivo de León púg. 480.
aparecen las firmas de los tres
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PARTte II. LIBRO I. 429
y de su esposa doña Elvira, eQ la 'iglesia de Santa
María, con asistencia de todos los prelados, abades y
proceres del remo. cEn la Era MLVIIL (dice) , eH .*"
de agosto á presencia del rey don Alfonso y de lanci-
na Elvira SQ mager , nos hemos congregado en la
misma sede de Santa María todos los pontífices , aba*
des y grandes del reino de España, y por mandado
del mismo rey hemos ordenado los. decretos sigaíen-
tes. qae habrán de ser firmemente observados en los
tiempos fulares ^*Ky> Biciéroose en él cincuenta y ocho
decretos ó cánones, de los^cuales los siete primeros
versan sobre asuntos eclesiásticos , previniéndose en
el T."" que se trate primero de las cosas de la Iglesia,
después lo perteneciente al rey, y en último lugar
la causa de los pueblos feausa populorumj. Los otros
hasta el 20 son verdaderas leyes políticas y civiles
para el gobierno de todo el reino , y los demás son
como ordenanzas municipales de la ciudad misma de
León y su distrito: el 20.^ tiene por especial ob-
jeto la repoblación de la ciudad , «despoblada (dice)
por los sarracenos en los días de mi padre el rey
Bermudo*i>
Son notables , entre otras disposiciones de este
célebre concilio, las siguientes: «Mandamos (dice el
canon 43), que el hombre dé benefaetoria vaya libre
(4) Tenemos á la vista la Cboía Col^ion de Faerosi Manicipales .
del libro de testamentos de la igie- y Cartas-pueblas de los reinos de
sia 4e Oviedo, inserta por don Castilla, León, etc., 1847.
Tomás Muñoz en el tomo I. de su
Tomo iv. .9
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430 H19TOE1A BB ISfAÜA*
COQ todos SOS bienes y heredades á donde quisiere. >
El hombre ó paeblo de hentfacloria^ de donde se de*^
rkó la palabra behetrÁa^ era el que tenia derecho ó
facultad de sujetarse al señor que mas le acomodaba
para que le amparase» defendiese é hiciese bien, con
la libertad de mudar de señor á voluntad: «con quien
bien me hiciere con aquel me iré ('^»
«Los que han acostumbrado á ir al (omío con el
rey, con los condes ó con los merinos ('\ vayan
siempre según costumbre.» Ir al fosado era lo mismo
que ir á campaña, á lo cual por las leyes godas esta-
ban obligados todos los propietarios, llevando á la
guerra, ademas de su persona, la décima parte
de sus esclavos. Eta las nuevas monarquías hablan ido
los nobles y ricos relajándoosla obligación , y miran-
do como mera costumbre lo que había sido verdadera
ley. En algunas partes se había conmutado el serví*
ció personal en una contribución llamada fonsadera.
El citado canon tenia por objeto conservar aquella
(4] Estas béhiitiatj Xan cele- qoe se denominaba (i« mar d mar.
bres en el derecho de Castilla de (2) Los merinos (deríTacion de
la edad media, eran de diferentes la voz latina majorinus), de <\ub
clase» según su ostensión ó limita- < ya se halla mención en el Fuero
cion. A veces el señor ó benefactor de los visigodos, erap unos jueces
que se hubiera de elegir había de mayores del rey, de los cuales el
ser de determinado pueblo ó locali- sayón era el ejecutor ó ministro,
dad. A veces estaderecbo se estén* «Merino es nome antiguo de Es-
día á todo un país ó distrito, y en pafia (dice la 1. 23, t. 9, p. ty de
ocasiones nose prescribían limites, la Recopilación), que auier tanto
sino que el pueblo de beheifia te* decir como home que na mayoría
nía facaltad de eief^ir seior en para facer jnsticia sobre algoa
cualquier ponto de la Península bigar señalado» asi como villa 6
de uno á otro extremo, que era la tierra, etci
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PARTB II. LlBftO 1. tSI
ley ó costHmbre tan útil y aocesaria para la defensa
del estado.
Decretóse en el 18."^ qae en Leoa y en todas las
eiadades del reino hubiese jaeces nombrado^ por el
rey. Que también en este punto se habia relajado la
legislación visigoda, apropiándose los señoreden mo*
chos lagares este derecho de la soberanta.
En cuanto á los fueros particulares que por esto
concilio le fueron otorgadoá á la ciudad de León, ha-
bíalos también muy notables» cNiaguñ vecino de
León, clérigo ó lego, pagará rausa, fonsadera ni
mañería ('^» Goncediase por el 24/ á lá ciudad de
León el fuero de que si se cometía en ella algún ho*
micidiot huyendo el reo de su casa y estando oculto
nueve dias, pudiera volver á ella seguro de la justi**
cia y guardándose de sus enemigos ó componiéndose
con ellos, sin que el sayón leeStigi6ra <^osa alguna
por su delito. Las causas y pleitos dé todos los vecinos
de León y de su término habían de decidirse precisar
mente en la capital, y en tiempo de guerra estaban
todos obligados ¿ guardar y reparar sus muros, go«
zando el privilegio de no pagar portazgo de lo qne
alli vendieí>en (can. ^8). Todo vecino pedia vender
en su casa los frutos de su cosecha «n pena alguna
(4) T* hemos esplidado íe qn% poí el dei^eobo de testar los ftoe
era fonsadera. Rauso se llamaba morían sin hijos, del caal estaban
la multa qoe debía pagarse por príTados los esolaToe, oelonos j
las heridas y contosiones. Maniría demás personas de origen serfil.
(aanneria) era otra eootribnoíoo
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132 ' HISTORIA DB BSI»A{ÍA.
(can. 33). Las panaderas que defraudaran el peso del
pan, por la primera vez habían de ser azotadas, por
la segunda pagarían cinco sueldos al merino del rey
(can. 34). Ninguna panadera podía ser obligada á
amasar el pan del rey» como no fuese esclava suya
(can. 37).
Dos de los mas apreciables privilegios concedidos
por este concilio fueron los siguientes: «Ni merino ni
sayón pueda entrar en el huerto ó heredad de hom-
bre alguno sin su permiso, ni extraher nada de él, sí-
no fuese de siervo del rey (can. 38).» «Mandamos que
ni merino, ni sayón, ni dueño de solar, ni señor al-
guno entren en la casa de ningún vecino de León
por nenguna cahñia, ni arranque las puertas de su
casa (can 41).» Recaen estos privilegios ya sobre la
malacostumbre qne había, ó mejor dicho, abuso, que
con el nombre de fuero de sayonía se arrogaban los
jueces y sus ministros de hacer pesquisas y visitas
domiciliarias de oñcio y sin queja de parte conocida,
estafando á los pueblos á pretexto de costas judiciales,
ya sobre la corruptela de entrar por fuerza en las
casas para cobrar deudas, en cuyos casos, entre otras
vejaciones, solían arrancar y llevarse las puertas: cos-
tumbres que c<Mi razón se denominaban en algunas
escrituras malos fueros. Estas mismas gracias conce-
didas por el concilio demuestran lo oprimidos que
antes de su concesión estaban los vecinos de la ca«
pital, y de aqui puede deducirse lo tiranizados que
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PABTJS 11. LlfiAO 1* 133
vivirían los moradores de las pequeñas poblaciones.
Concluye el coneilio con una terrible comminacion
de anatema á los transgresores de aquella ley: aSi
«alguno de nuestra progenie ó de otra cualquiera
«intentase quebrantar á sabiendas esta nuestra cons-
«titucion, cortada la mano, el pie y el cuello , ar-
trancados los ojos, saqadas y derramadas las entra-
tñas ^^\ herido de lepra, juntamente con la espada
«de la excomunión, pague la pena de su delito en
«condenación eterna con el diablo y sus ángeles.)) ^
. Tales fueron las principales disposiciones del cé-
lebre concilio de León de 4020. Mantúvose este có-
digo en observancia por espacio de muchos siglos, y
recibió el nombre de Fuero de León. Como principal
título de gloria pregona, y con justicia, el epitafio de
Alfonso y. el haber dotado el reino y la ciudad de
buenos fueros fet dedit ei bonos forosK Así se iba mo-
dificando , sin abolirse por eso ni dejar de reigir el
Fuero Juzgo, la jurisprudencia heredada de los visi-
godos, coa arreglo á las nuevas condiciones en que
se iba encontrando la sociedad espsiMia.
Continuó el rey don Alfonso en los años sucesivos
promoviendo la devoción religiosa y dando de ella
personal ejemplo, protegiendo á los buenos prelados
como el docto Sampiro, aplicando frecuentemente á
(4) •£ con ñas entrañas ftiera ' digo que ex istia en él monasierio
é esparcidas por la tierra » de Beoevivere. >
Copia de la traducción de este có-
DigitizedbyCj'OOglC
4 34 UISTOUA DB BMáSA.
la& monasteiios é igleaaa los bieoes. que confiscaba á
los oríminales, y récompeosaado ios servicios de sus
mas leales sábditos á cosía de los qoeíatenlabaD re*
belarie contra la autoridad. Llególe asi el año 4026»
ea qde cod motivo de la guerra que hacia por las
fronteras cristianas el último ealiEai Ommiada Hi-
xem IIK , á semejanza del postrer esftierzo de on
moribnndot pasó e) monarca íepnés el Ehtero» y pro-
siguiendo hacia el Sqr fué á poner sitio á Yiseo en la
LusitBnta« La plaxa estaba ya casi á punto de ren-
dirse, cuando no día , ostigado el rey por et calor,
escesivo para aquella estación (5 de mayo de i 027),
pásese á hacer on reconocimiento & caballo alrededor
del muro, sin coram nt otro abrigo ni defensa que
una delgada camisa de Kno: e» esto que una flecha
lanzada de lo alio de una torre por mano de un mu-
sulmán^ vino á clavársele en el cuerpo , y cayendo
del caballo sucumbió á muy^poco tiempo de la he-
rida. Asi murió Alfmso Y. de León el de U» buenos
ftieros, á los 33 años de su edad y 2S de reinado, de-
jando dos hijos jóvenes Bermndo y Sancha, que am«
boe heredaron el reino como veremos después (^).
Sancho de C^stüla por su parte tampoco se babia
contentado con dilatar las fronteras de sus dominios^
ya reccA)rando con la espada muchas plazas perdidas
en los calamitosos tiempos de Almanzor, ya recibien*
(I) Pela^ Oret. Chroo. o. 5. Lvc. Tad. p. 89 etc.
— Mon. Silens. Chron. n. 73.—
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BAKTB II. MBHO !• 435
do, coHio antes hemos «nanciado, fortalezas y ciuda^
des á cambio y premio del auxilio que á soHoitud de
los califas ó caudillos sarracenos solía prestarles. Ganó
también Sancho , aun antes qtae el monarca leonés, .
fama y renombre de generoso y jnsticiero^ al pro«
pió tiempo que de político y de organizador, por la'
largueza con que otorgó á los pobladores de las ciu-
dades fronterizas exenciones, franquíoias y derechos
épreciables, que recibieron y conservan el nombre de
fueros: nueva forma que comenzó á recibir la juris-'
prudencia española , origen noble de* ias libertades
municipales de Castilla, y justa y^ merecida recom^
pensa con que los príncipes cristianos ó remuneraban
á los defensores de una ciudad qoe se sostenía heroica-
mente contra los rodos é incesantes ataques del ene-
piigo, ó aleotaban á los moradores de ua pueblo que
había de servir de centtoela ó vanguardia avanzada
de la cristiandad, espuesta siempre á las incursiones 6
invasiones de los musulmanes; pequeñas cartas otor-
gadas , y preciosas aunque diminutas y parciales
constituciones, especie de contrato mutuo entre los
soberanos y los pueblos , que mas de un siglo antes
que en otro país alguno de Europa sirvieron de fun-
damento á una legislación que todavía encarecen las
sociedades modernas.
Precedid, hemos dioho, el conde Sancho de Cas--
tilla al rey Alfonso Y. de León en la coocesion de
estos fueros y carias-pueblas. Nos ha quedado escrito
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436 HISTOmiA DE BSFAÑA.
el que en 4012 concedió áNavedeAibaraálamár-*
gen izquierda del Ebro ^^). Las referencias de qtros
soberanos posteriores ai confirmar los que muchos
pueblos habían obtenido del conde don Sancho » nos
certifican de la liberalidad con que otorgó esta clase
de derechos á las poblaciones de sus dominio;? el que
tuvo la gloria de pasar á la posteridad con el honroso
sobrenombre de Sancho el de lo$ Buenos Fueros. La
exención de tributos y el no hacer la guerra sin es-
tipendio^ como hasta entonces hablan acostumbrado,
fué uno de los mas notables fueros que concedió este
célebre conde de Castilla. ^Heredado é enseñoreado
^l nuestro señor conde don Sancho del condado de Cas^
tiella fizo por ley é faero que de todo home que
quisiese partir con' él á la guerra á vengar la muerte
de su padre en pelea, que á todos facia libres^ que no
pechasen el feudo ó tributo que fasta alli pagaban , é
que no fuesen de alli adelanté á la guefra sin sol-^
dada <*^» «Dio mejor nobleza á los nobles , dice el
arzobispo don Rodrigo , y templó en los plebeyos lá
. dureza de la servidumbre ^*?.»
El que precedió á su coetáneo Alfonso V. de León
en la concesión de fueros, si bien los del conde cas-
' (4) Llórente, Memorias de las poretll.Bergai]zaeDsus|Lnt¡gUc-
ProiríDcias VascoDgadaa, pari. III. dades de España, tom. II.
' —Memorias de la Academia de la (3) Nobilé^ nobiliUite potiore
Historia, tom. III., pág. 308.— Go- donavit, et in mmorihus servUu^
lección de Faeros y Cartas-pner 0$ duritiam temperaviu De Reb»
blas, tom. I. pág. 68. Hisp. lib. V.
(i) Doeumento antiguo inserto
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PART9 11. LIBRO 1. 137
tellano do formaban todavía un cuerpo de derecho es
crita como los del monarca leonés ^^\ precedióle tam-
bién en la muerte, en 1021 ^^\ dejando por stacesor
del condado á García su hijo» muy joven aun; pues
que había nacido en el mismo año que su padre hizo
a expedición á Córdoba en calidad de aliado y auxi-
iardeSuleiman.
Mientras asi obraban los soberanos de León y de
Castilla durante la disolución del imperio muslímico
cordobés, el conde Ramón Borrell de Barcelona, no
qieüos celoso de la j^rosperi^ad y engrantlecimiento
de SQ estado que los castellanos y leoneses, después
de su expedición á Córdoba como auxiliar de Moham"
med, y de regreso de las batallas de Akbatalbacar y
del Guadiaro, redobló sus. ataques contra las fronteras
musulmanas, en unión con los prelados, abades, viz*
condes, caballeros y todos los hombres de armas,
conquistando fortalezas y castillos hacia el Ebro y
el Segre, y proveyéndolos de alcaides y gobernado*
res de probado valor. Asi d^cendió él noble conde al
(4) lío ioaistimos abora mas con aquello de haberse aficionado
sobre las concesiones (orales del á ella cierto moro principal, «bom-
conde Sancbo de Castilla, puesto bre muy dado á deshonestidades y
3ue teodremos ocasión de hablar membrudo.» El mismo Mariana,
e la legislación (oral de España, tan poco escrupuloso en prohijar
yentoncesdemostraremostambien esta clase de consejas, aíiade des-
?[tte los fueros y cartas-pueblas pues do haberla referido: «ves ver*
ueron en España mas antiguos de dad que para dar este cueolo por
lo que generalmente se cree. cierto no hallo fundamentos bas-
()| Omitimos por infundado y tantea.» Mariana llama doña Oña
fiabnioso el cuento del envenena- ¿ la madre de Sancho, siendo su
miento de su madre y los amores verdadero nombre dona Aba.
de esta que. refiere el P. Mariana, *
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l38 HISTORIA DI BSPAÑA.
sepulcro (25 de febrero-de 1018), dejando por suca-*
sor del trono condal á su hijo Berenguer Ramón, jo-
ven de tierna edad, bajo la tutela de so madre la
condesa dona Ermesindis, que en las ausencias de sq
esposo había quedado, siempre gobernando el conda-
do, y de saber dirigir los negocios públicos con for* ^
taleza, discreción y buen consejo había dado multi-
plicadas pruebas. Mas esta misma intervención en el
gobierno del estado á que se acostumbró en vida del
conde su esposo, las excesivas facultades con que este
quisa dejarla favorecida en su testamento, y la corta
edad é inesperiencia de su hijo, despertaron en ia
condesa viuda un desmedida ambición de mando,
que el joven Berenguer Ramón L tuvo que luchar
después constantemente contra las exageradas pre*^
tensiones de su madre, ^origináronse disturbios gra-
ves en la familia, 2|caso las catástrofes sangrientas que
luego sobrevinieron tuvieron en estas oiscordias su
principio y causa, y el hijo tuvo por fin que pactar
con la madre sobre el imperio como se pudiera pactar
entre dos rivales y extraños poderes.
A pesar de estas flaquezas y de no haber sido el
conde Berenguer Ramón un príncipe guerrero, debió-
le el condado el haber hecho sentir la fuerza blanda
de la ley y haber comenzado á dar asiento y forma al
imperio heredado de sus mayores* «Por esto, dice un
moderno historiador de Cataluña, la historia debiera
trocar por el de Ju^lo el sobrenombre de Curvo con
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rABTB II. LIBEO I. 139
qyeidettgna ¿ Bereaguér Ramón L; y á Barcelooa le^
cumple añadirle el de Liber<^l^ ya qae á él debieron
ea 4 025 los moradores de este condado la primera
confirmación histórica de todas sos fcanquicias y de la
libertad de sus propiedades ^^Kt» Ya el conde Bor-
rell n. en 98& en su carta de. población en Cardona
había dado á esta ciudad privilegios y deréchps apre-
ciables (^^ y estas y otras exenciones eran las que
confirmaba el desgraciado hijo de Ramón y de Erme*
sindis. Asi iban los soberanos de la España crisüa*
na casi simultáneamente y como por un sentimiento
unánime fundando una nueva jurisprudencia y des-
pojándose de sus atribuciones para compartirlas con
los pueblos que 9on tan heroico y constante esfuerzo
sostenían sus tronca al mismo tiempo que la causa de
la cristiandad.
No de otra manera obraba por su parta Sancho el
Mayor de .Navarra. Aunque otro monumento no hu-
biera quedado de este gran príncipe que'el insigne y
celebrado fuero de Nájera, hubiera bastado para dar-
le renombre ^^K De esta manera , y por una coincí-
(4 ) El juicioso y malogrado se- lo sír aiente: Et si vohis major ne-
Sor Piferrer, Recverdo& y Bellezas cessitas fwsrit, omnes vos impe^
de España^ tomo de Cataluña, pá* rabitis^ ¡per vestram honam t?o-
gina 95. Itintalem^ aictit máerilis quod"
(2) Copiada por Villanueva en modo opus est vobis, ut vos de^
«1 tomo 9^/* de su Viage literario é fendatis conírcL üaimicis vestris
U» iglesias de España, ap. XXX. (sicj.
— Gokccioo de Fueros y Carta»- (3) LoadpctoresAasojMaatttl
pueblas, tom. 1. pág. 51 .—Léese atribuyerop este famoso (uero, sin
ea esta carta, eutre otras cosas, dada por equivocación de nom-
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440 HI^TOEIA DB BSPAÜA. ^
deocia singular, mieatras al raiperio mahometano de
Córdoba óaminaba apresuradamente bacía su disolu-
ción, los reinos ó estados cristianos de León, de Gas-
tilla, de Barcelona y de Navarra, sin dejar de pro-
gresar en lo material, aunc|ue no tamo como hubieran
podido si hubieran obrado de concierto contra e) ene-
migo común, se reorganizaban y recoústituian inte-
riormente sobre la base de una nueva modificación t
que sin destruir la antigua (pues ya hemos 'dicho que
el código de los visigodos no dejó por eso de conside-
rarsecomo la jurisprudencia general), daba nueva fi*
sonomía á la constitución civil ^e ios estados, suplia
á aquel en las necesidades y condiciones de nuevo
creadas en las nacientes monarquías, y ampKándose
cada dia hsibia de ser la base y principio de la legis-
lación foral que tanta celebridad ^oza en )a historia
de la edad medra de España*.
La muerde de Sancho de Castilla y la de Alfon-
so y. de León, ocurridas la primera en 1021 , la se-
gunda en 1027, diQron ocasión á enlaces de familia
entre los príncipes y princesas de las dinastías rei-
nantes, los cuales produjeron relaciones y sucesiones
que cambiaron esencialmente la condición de los esta-
bres, á loa condes <ie Castilla doD origen: lati sunt fueros quce ha-
Sancho y don García su hijo. Sem- buerunt in Naxera iñ diebus Sane-
Seré y Guarines le sapone otorga- iii regís el Garciani reijfts.— Véase
o por el re^ Alfonsoyi.de León ^ Marina, Ensayo Bi£tórico-crítico
gue lo que hizo en 4076 fué con-» sobre la antigua legislación de
nrmarle. Las palabras de este Castilla, u. 105.
mismo monarca nos descabren su
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PARTR U. fJBRO K 1 41
(]o3 cristianos en que estdba la España dividida y
complicaciones de largos y duraderos resultados.
Era, como hemos dicho, conde de Castilla el jó*
. ven García 11. hijo de Sancho, cuando sucedió en el
trono de Lcon á Alfonso Y. su hijo Qermudo, tercero
de su nombre, joven también de diez y siete á diez
y ocho años» pero esclarecido en saber , aunque pe-
queño en edad , como le califica un antigua escri-
tor ^*K Uno de los primeros actos del nu^vo monarca
leonés fué unirse en matrimonio con la hermana del
conde castellano (1028)^ llamada Gimena Teresa, en
algunos documentos también Urraca. Otra hermana
del conde de Castilla ,. doña Mayor de nombre , y
mayor también en edad, estaba casada coa don San-
cho el dé Navarra. De forma que los tres soberanos
de León , Navarra y Castilla , estaban emparentados
en igual grado de afinidad. *
Para estrechar mas todavía estos Jazos entre las
familias reinantes, loscoades de Burgos c^ebraron
consejó y acordaron enviar un mensageáBermudoIII.
de León solicitando diese en matrimonio su única her-
mana Sancha al conde García , y que con tal motivo
consintiese en que dicho conde tomara el título de rey
de Castilla. Acogió el leonés con beneplácito la emba-
jada de los caballeros burgaleses, y lea prometió ac«
ceder á ios dos extremos de su demanda. Partió, no
' <4) /n célate parvus, in stimtia claru$. AnoD. de Sahagaik.
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142 HISTOftlA DB BSrAÜA.
obstante, Bermudo á Oviedo, cuya iglesia parece ha-
bía hecho voto de visitar^ dejando en León á la reina
su esposa y á su hermana. Satisfeóhos del resultado
de su misión los nobles castellanos regresaron á Bur«
gos, é instaron al conde Garete á que pasase «por León
á Oviedo y concertase conBermadp todo lo concer-^
niente á su matrimonio y al título real. Hízoló así
García , partiendo de Burgos en los primeros dias de
mayo de 1029, con la flor "de la nobleza castellana.
Llegado que hubieron á León, pasó inmediatamente
García á visitar á la reina su hermana y á la hermana
del rey, Sancha, su prometida* Pensaba detenerse en
León solo los dias precisos para el descanso y para
cumplir con los deberes de la galantería y de la ur«
banidad* ¡Cuan ageno estaba de sospechar la catas**
trofe qae te esperaba alli!
Sabedores los Velas de la llegada de García á
León, aquellos Velas á quienes , el conde Sancho ha-
bía arrojado de Castilla y Alfonso V. habia acogido en
su reino y dádoles posesiones en las montañas de As-
turias, aquellos eternos enemigos de la familia de
Fernán González, qae vieron una ocasión de vengar
antigaos y personales agravios, aprovechándose de la
ausencia del rey Bermudo, levantaron un buen golpe
de gente de sns parciales, y marchando á su cabeza
y caminando (oda una^noche sin descanso, sorpren^
dieron al rayar el alba del otro dia la ciudad de León.
Habíase dirigido el conde castellano, sin duda con
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PÁRTB II. LIBRO 1* 143 .
objeto de cutnplir alguna devoción , al templo de Sao
Juan Bautista. A la puerta misma del templo se vio
de improviso asaltado por los conjurados» que síq
respeto á la santidad d^l lugar consumaron su borri-i*
ble proyecto, y la cabeza del joven coude de Castilla
cayó á los pies de los que habien sido subditos de sus
mayores, en los momentos en que le sonreía el mas
halagüeño porvenir. Por una coincidencia que baoé
resaltjir el horror del crimen , Rodrigo Vela, -que en
los días de reconciliación con el conde don Sancho
había tenido en la pila bautismal al niño García, fué
el que descargó ahora con mano impía el golpe mor-
tal sobre su ahijado. Varios caballeros castellanos y
leoneses que acudieron á defender al joven conde
cayeron también al golpe de los afilados aceros de lá
gente de los Velas. Mas viendo estos amotinarse ^1
pueblo para vengar la muerte dé García, abandonad-
ron la ciudad y se retiraron al castillo de Monzón.
Fué este lamentable suceso eí 43 de jnayo de 1029.
La princesa Sancha» dice la crónica , derramó abun-
dante llanto sobre el cadáver de su prometido esposo,
y le hizo enterrar con los ddñdos honores cerca del
de Alfonso su padre en la iglesia misma de San Juan
Bautista <^>.
Con la muerte^de García acababa la linea mascu-
(4) Loe. Tad. Cbron.— Puso- ota, qw venit in LegUmem til oc-
Mle «n el panteón de San Isidoro, dperetrt^vm^ 0i interfectut €tí
ames San Juan, el sigoiente sen- á fiUi$ VeU comUit,
eillo epitafios H. A. Dtm^uf Gmr-'
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4(4 HISTOaiA DB BSPAÜA*
lina de la ilustre prosapia, de Feroaa González, su
tercer abaelo> y solo restaban dos princesas casadas
ambas, la menor con Bermudo IIL de Leon> la ma-
yor con Sancho el Grande de Navarra. Asi ei impor-
tante condado de Castilla venia á qaedar expuesto á
las pretensiones^ ó del mas ambicioso de los dos mo*
Barcas, ó del mas fuerte, ó del que se creyera con
mas derecho á él. Reuníanse todas estas cualidades
en don Sancho el Mayor de Navarra, que no tardó
en hacerlas valer para alzarse con la soberanía de
Castilla, ni lardé tampoco en presentarse con pode-
roso ejército, apoderándose del pais como de una he-
rencia de que venia á posesionarse* Pero al propio
tiempo los asesinos de García vieron caer sobre sí un
venga Jor terrible, de aquellos de que á ks veces se
vale la Provídenoía para la expiación de los grandes
crímenes.
Dijimos que los Velas se habían refugiado al cas-
tillo de Monzón. Estaba esta fortaleza situada en una
colina á orilhs del rio Garrion, en tierra de Campos,
á dos leguas de Falencia, en la villa que hoy conser-
va su nombre. AUi los fué á bii3car el viejo rey de
Navarra; púsoles apretado cerco, tomó al fin el cas-
tillo por asalto, degolló á todos sus defensores , ex-
cepto á los tres hijos de Vela, á los cuales reservaba
otro género de muerte Los hijos de Vela, los
asesinos de García, fueron quemados vivos por orden
del nuevo soberano de Castilla* Después de lo cual el
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heredero .y vengador del malogrado conde pasó á
Bargos, y se hizo reconocer por los grandes y caba-
lleros castellanos como conde ó duque soberano de un
pais que lan digna y valerosamente había sabido has-
la entonces conservar su independencia desde los
tiempos de Fernán González, cerca de un siglo había ^^K
Asi don Sancho de Navarra se encontraba el mas
poderoso de los monarcas cristianos. Pero esto era
poco para satisfacer sus ambiciosas miras, que la fa*-
ciudad con que se apoderara de Castilla no hizo sino
despertar. La proximidad aL reino, de León, la corta
edad del príncipe que ocupaba aquel trono, la fuerza
de que entonces disponía, todo le excitaba á prose-
guir en la carrera de conquista que tan próspera se
le presentaba. Érale, no obstante, necesario otro pro-
testo para llevar sus armas al territorio leonés, sobre
el cual carecía absolutamente de derechos qne alegar*
Un suceso vino ¿ proporcionarle el motivo Ú ocasión^
que deseaba para romper con el rey de León. Hé
aquí como lo refieren las crónicas.
Cazaba un día el viejo monarca navarro con sus
monteros en uno de los bosques de ia comarca de
Falencia. Uu jabalí herido y acosado por los alanos se
internó en lo mas frogoso de la selva: el rey que le
perseguía con el ardor é interés de entusiasmado ca-
zador le vio entrar en una gruta, y no vaciló en ea*
(4) Roder. Tolei. DeReb.Bisp. Apend.— 'Morales, Coron. I. XVU.^
c.-HSsC8lona, Hist. Ue Sab«gao,
Tomo iv. 10
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440 HIITOMA Dt MVAIIa..
trar también en pos de la fiera con reaotacíoii de acá*
baria de matar: mas al levantare! brazo para arro-
jarla el venablo le sintió embargado é inmóvil. En*
tonces reparó en un altar que en el subterráneo había
con la imagen de San Antolin ^*\ y conociendo que
la repentina parálisis del brazo podria áer un castigo
de su desacato pidió al santo perdón y le ofreció ^edi-
ficarla allí un templo, con lo que el brazo recobró su
acción. Y habiéndole informado á don Sancho de que
aquel era el solar de la antiquísima Falencia, que el
tiempo y^ las guerras habían arruinado y c(Hivertido
en bosques de jarales, determinó reedificar la ciudad
y en ella el prometidp templó á San Antolin, enco-
meudando este cuidado al obispo Ponce de Oviedo,
de quien no sabemos pomo estuviese en tan intimas
relaciones con el monarca navarro siendo subdito del
de León. Sea lo que quiera de esta anédocta , que se
encuentra referida en udo de los privilegios del rey
don Sancho, debiósele á este rey la reedificación de
la ciudad y templo, y hállase hoy aquella santa gru-
ta en medio del cuerpo principal de la catedral, de-
dicada al santo mártir Antolin, siendo objeto de gran
veneración para los fieles palentinos, de los cuales no
hay quien ignore la aventura del rey don Sancho y
del jabalí, origen tradicional de la fundación del ve-
nerado santuario.
(4 ) No de San Aatonioo, como Antofíio, como l« lUma equ i?oct
^ le Dombo Perreras, ni de San demefiie Romey.
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FABTB II. UBBO !• 4 47
Opúsose el monarca leonés á la reedificación de
Falencia comenzada por el navarro, alegando perte-
necer aquel territorio á sus dominios y no á los de
Castilla; sostenía lo contrario el de Navarra, y la dis-
eordia produjo un rompimiento entre los dos prfnci*
pes 9 que era sin duda lo que Sancho apetecía , y
mas en aquello^ momentos en que el rey de León se
hallaba en Galicia con objeto de sofocar dos pequeñas
sediciones que eri aquel pais se habian movido. Es-
cogió, pues, el activo y experimentado Sancho oca-
sión tan oportuna para invadir resueltamente los es-
tados de su nuevo enemigo, y fuéle fácil posesionarse
del territorio comprendido entre el Pisuerga y el Cea.
Franqueó seguidamente este rio , y avanzó hasta los
llanos de León. Mas alli encontró ya á los leoneses
alzados en defensa de su reino y de su rey. Este por
su parte acudió también con su ejército de Galicia, y
ya los dos monarcas estaban para venir á las manos,
cuando los obispos de uno y otro reino se presentaron
como mediadores, haciendo ver á ambos monarcas lo
funestas que eran tales disensiones para la causa co-
mún del cristianismo. Y éranló en verdad tanto, que
en aquella sazón acababa de caer el último califa de
los Omeyas, arrastrando tras sí la disolución del im-
perio musulmán; oportunísima ocasión para arruinar
del todo el quebrantado poderío de los muslimes, si
los cristianos no se hallaran con tales discordias dis«
traídos. Lograron al fin las razones de. los prelados
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4 48 HI8T0E1A D^ BSPAf A«
traer á los dos monarcas á un acomodamiento (laégo
veremos si de buena fé por ambas partes), estable-
ciéndose por bases de ta paz el casamiento de Sancha,
la hermana del rey de León antes prometida al malo--
grado García de Castilla, con el príncipe Fernando,
hijo segundo del rey de Navarra (1032), que éste
ternaria el título de rey de Castilla ,.y que Bermudo
daría en dote á su hermana el país que Sancho al
principio de la campaqa habia conquistado entre el
Pisuerga y el Cea, quedando de esta manera cerce-
nado el reino de León. Celebráronse las bodas con la
mas suntuosa solemnidad , y Fernando quedó insta-
lado rey de Castilla ^^K
Parecia que con esto debería haber quedado sa*
tisfecha la ambición del aqciano rey de Navarra, si á
la ambición de los conquistadores se pudiera poner lí-
mites. Pero apenas habian gozado un año de paz los
leoneses, cuandQ volvió el navarro, sin pretesto que
nos sea conocido, á- llevar sus ar.mas-al territorio de
León; se apoderó de Aslorga ^*^ y procedió á gober-
nar como dueño y señor el reino de Leoo, las Astu-
rias y el Vierzo hasta las fronteras de Galicia ^^\ don-
(1) Roder.Tolet.DeReb.Úisp. la iglesia de Paleada, coya coo-
— Loe. Tud. Chron. sagracioa &lcaQZÓ ¿ ?er, y enton-
(2) Pre$itSanciu»rexA8torga. ees hizo aceso iambtea abrir el
Aon.GompIaU ouevo camioo desde Francia á
(3) Privilegio del rey doa Per- Santiago de Galicia, por Navarra,
nando 1. del uno 4 059.— Risco, Es- Brí vieica, Amaya, Carrion, Leoo,
paña Sagr. lom. XXXVI. Apead. Astorga y Lugo, para los peregri-
— Escol. Hist. deSahagon, Apead, nos que antes ibanl-odeando por
—Tal Tezeo este tiempo se acabó las montañas de AlaTa y Astunaa*
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MllTB u* Liimo t. 4 40
de se babia acogido Bermudo. De esta manera se ha-
lló Sancho el Grande de Navarra, merced á su am- '
biciOQ y á su energía, dueño de un vasto imperio
que se extendía desde mas allá de los Pirineos hasr
ta los términos de Galicia , y si él no tomó ya el
titulo de emperador, aplícáronsele después por lo
menos ^^K
Pero duróle ya poco el goce de tan vasto poder,
porque se cumplió el plazo que estaba señalado á la
vida del conquistadoi. Y bien fuese que recibiera
muerte violenta yendo á visitar las reliquias y el
templo «de Oviedo, según la Crónica general ; bien
fuese natural su muerte, como parecen indicarlo los ^
dos prelados cron¡sta:s de Toledo y de Tuy, no le co-
gió aquella desprevenido, puesto que sintiendo apro*
ximarse su fin tuvo tiempo para hacer entre sus hijos
aquella célebre distribución de reinos que tantas di$«-
cordias habia de producir y tanto había de alterar la
respectiva condición de los estados cristianos. Dejó,
pues, Sancho á su hijo mayor Qarcía el reino de Na-
varra; á Fernando el anligno. condado de Castilla,
juntamente cenias tierras conquistadas al refno de
León entre los rips Pisuefga y Cea; á Ramiro, habido
fupra de matrimonio, le señaló el territorio quehas-
ta entonces habia 'formado el condado de Aragón,
Yerra Mariana cuando atribuye reina su muger decia asi: Hie re-
esta obra al conde Sancho de Cas- quietcit famtíla Dei Dotnna Ha-
lula. yorñegina, uwor Sancii impera^
(4) El epitafio que se puso á la toris.
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450 niSTOftU 0B BSPAitA.
y por último á Gonzalo» otro de sus hijos » el sefforfo
de Sobrarve y Rivagorza.
Tal fué la famosa partición de reinoa que don
Sancho el Mayor de Navarra hizo entre sus hijos po-
co tiempo antes de su muerte» acaecida en febrero
de 1035» después de. un reinado de cerca de 65 años;
duración prodigiosa, y la mas larga que se hubiese
hasta entonces visto ^*K
En esto mismo año (26 de mayo de 1035)»j[iurió
también el conde de Barcelona Bereñguer tlamon L el
Curvo t coando solo contaba treinta años de edad, sí
bien el cielo le habia dotado de larga sucesión en dos
mugeres que faíabia tenido, doña Sancha de Gascuña
y doña Gisla de Ampurias, sucediéndole en la so-
beranía condal de Barcelona el primogénito del primer
matrimonio Rampn Bereñguer» llamado el Viejo^ aun-
que joven» por la razón que diremos después*
No conocemos bastante para poder apreciarlas de-
bidamente» ni las razones especiales que moverían á
Sancho de Navarra» ni la intención y el fin que pudo
llevar en distribuir de la manera que lo hizo entre sus
hijos la rica herencia que les legó» ni los motivos
personales que le impulsaran á dejar favorecidos á
unos mas que á otros en aquella desigual partija. In-
fiérese de las escatimadas y oscuras esplicaciones de
los escritores de aquel tiempo que inQuyeron no poco
(4) Moa.SU6iis.GhrOD.<-AnDaL pág. 308. .
Goaplul. p*3t3.— Ghroa. Barg.
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eiATBn. LIBIO j. 4BI
en ella secretos y afecciones nacidas de la vida do«
mastica de aquel gran monarca. De todos modos,
cualquiera que hubiese sido la partición» una vez rota
la obra laboriosa de ia unidad» una vez distribuido
como patrimonio de familia el, grande imperio que
Sancho había sabido concentrar en una sola corona
con les esfuerzos de su vigoroso brazo» hubiera sido
difícil poner freno á la ambición » á la codicia y á la
envidia que muy pronto se desarrolló entre los her-
manos coherederos, y evitar las sangrientas guerras
civiles que entre ellos nacieron apenas enfrió el hielo
de la muerte el cadáver de su padre.
Ramiro el Bastardo (*), á quien tocó el pequeño
reino de Aragón, fué el primero que, descontento de
su lote tomó las armas contra su hermano García
de Navarra, que de orden y acaso con alguna misión
de su padre se hallaba á la sazón en Roma. Mas no
contando Ramiro con bastantes fuerzas propias para
despojar á su hermano, llamó en su ayuda á los ré*
gulos musulmanes de Zaragoza, Huesca y Tudela, con
cuyo refuerzo penetró hasta Tafalla y puso sus tiendas
alrededoi: de esta ciudad. Pero García, que con no-
(4) Preteodeo algoQos hacer á Sanetius rex ex aíicHla quadam
Ramiro hijo legitimo. Creemos que nobilimma el pulcherrimoy que
se eauivoca el señor Cuadrado fuit de Aybari^ genuit Ranimt-
cuanao dice (Recuerdos y Bellezas rum Deinde accepU uxorem
de España, tomo de AragoD, nota legitimam reginam..,.,... /Síiam
á la pág. tZ)t «La opiaioa de que comüii Sanzio de Castella, El
Ramiro era bastardo no tiene apo- monje de Silos (Ghron. n. 75) dice
yo alguno en las crónicas anti* espresamente que le turo de una
¿uas.» En el Ordo numerüm Re- concubina: •Dedit BamirOt quem
fum PamfüQHmikm 9a lee: ew camubifiA Mm^rut » .
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4SS mstrau tt tUáHk.
ticid de la muerte de sa padre, regresaba á sod ea^
tados, informado del movimiento y proyectos ^e Ra-
miro» reunió apresuradamente un ejército de pam-
ploneses , y con la celeridad del rayo cayó sobre el
caropamento.de Tafalla, arrolló las desapercibidas
huestes, huyeron despavoridos los que quedaron con
vida» y el mismo rey de Aragón, que acaso reposaba
descuidado, para no caer en manos de García hube
de montar descalzo y casi desnudo en un cabalb
desjaezado y sin mas bridas que un tosco ronzal al
cuello , y asi huyó hasta ganar las montañas de su
reino, quedando los navarros dueños de las tiendas y
despojos de cristianos y musulmanes. Debe creerse
que no tardaron en ajustarse paces entre los dos her-
manos, pues se vió^ luego á don Ramiro en posesión
tranquila de su reino ^^K
Por su parte Bermudo de Leen, tan luego como
supo la muerte de Sancho, se preparó á recobrar sus
antiguos dominios. Ayudábale el buen espíritu de sus
-pueblos, y fácilmente se reinstaló en Leen y recuperó
las tierras del Oeste del Cea. Gomo quien ostentaba
hallarse otra vez en la plenitud de sus derechos , ex-
pidió carta de privilegio para la reedificación de la
ciudad y templo de Falencia, anulando la que habia
dado don Sancho, como emanada de un poder ilegí-
timo. Y como en su propósito de recuperar todo lo que
(1) Bod. Toltt. 1. VI.—Mon. Sil. d. 76.— Luo. Tad. p. 91 .
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»ABTB ti* UBAO l« 4iSd
obligada por la fuerza y la necesidad habia cedido al
naevo rey de Castilla avanzase sobre las modernas
fronteras de las dos reinos, don Fernando , viéndose
atacado por faerzas superiores á las suyas, acudió en
demanda de auxilio á su hermano don García el de
Navarra. No lardó éste en presentarse con un ejército
en Burgos. Reunidas las fuerzas de ambos reyes cas*
tellano y navarro, marcharon al encuentro del leonés.
Halláronle con su gente en el valle de Tamaron, ri-
bera del rio Carrion, y empeñóse una sangrienta ba-
talla, en que de un lado y otro se peleó con igual
' arrojo y esfuerzo. El rey donBermudo se mostró uno
de los mas intrépidos y de los primeros en arrostrar
los peligros: fiado en su juventud, en su valor, y en
la ligereza de su caballo, llamado Pelagiolus^ sq pre*
cipitó lanza en ristre en lo mas cerrado, y espeso de
las filas enemigas buscando y desafiando á Fernando.
Su ciega intrepidez le perdió. Fernando y García re-
sistieron firmemente el choque de su rival; tropezóse
Bermudo con la punta de sus lanzas , y cayó mor-
talmente herido del caballo. Siete de sus compañeros
de armas perecieron á su lado. El combate duró to-
davía algunos instantes, pero la noticia de la muerte
de Bermudo se difundió entre los leoneses, y se pro-
nunciaron en dispersión y retirada hacia León (1 037).
Asi pereció el joven rey don Ramiro III.^*\ con-
(4) MoD.sn.D.79.— LacTad. rey don Femando el Mamo.
«Di aap«^-SandoTal, Hiaioria del
^
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4 S4 Hinoiu DB bspíAa.
duyendo en él la línea varonil de los reyes de León,
pues an solo hijo que había tenido sobrevivió unos
pocos días no mas á su nacimiento. El monge de Silos
al dar cuenta de la muerte de aquel malogrado mo-
narca, se muestra embargado y como agobiado de
dolor* Todos los historiadores elogian las virtudes de
este príncipe. Joven, sia los vicios de la juventud, se
ocupó en reformar las costumbres, era el consuelo de
los pobres, fué justo y benéfico, y con leyes y casti-
gos oportunos llegó á corregir en.gran parte el de*-
aenfreno y la licencia que se habian introducido y
propagado en el reino.
t)espues de la batalla de Tamaron, conociendo
Fernando lo que le importaba la actividad para con-
sumar su obra, prosiguió con su. ejército victorioso
basta los muros de León. Cerráronle los leoneses las
puertas; pero reflexionando luego sobre la dificultad
de resistir al castellano, considerando por otra parte
que no habia mas heredero del trono de León que
doña Sancha su muger , y que no les conyenia
atraerse la enemistad del que un dia ú otro habia de
ser su soberano , acordaron abrirle las puertas , y
entró don Fernando en León con banderas desplega-
das, y entre las aclamaciones de su ejército y alguna
parte, aunque pequeña , del pueblo. Hizose, pues,
ungir y coronar rey de León en la iglesia catedral de
Santa María por su obispo Servando á 22 de junio-
de 4037.
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»AÍT< U. LIBIO I« ' 4S5
De este modo vinieroa á reunirse las coronas de
Castilla y de Leen» que. ambas habian recaído en
hembras; la primera en doña Mayor, hija del conde
de Castilla y muger de don Sancho de Navarra, y la
segunda en doña Sancha» hermana del rey de León
don Bermudo IIL y muger de don Fernando: <ac«
ccidente y cosa (dice el padre Mariana hablando de
«haber recaido las dos coronas en hembi'as), que to-
«dos suelen aborrecer asaz, pero diversas veces antes
«de este lieoüpo vista y usada en el reino de León: si
«(d9ñosa, si saludable, no es de este lugar disputallo
«ni determinallo* A la verdad muchas naciones del
«mundo fuera de España nunca la recibieron ni apro-
«barón de todo punto.»
De esta manera se extinguió la línea masculina de
aquella ilustre estirpe de reyes do Asturias y León
que se remontabá^ hasta Pelayo y se enlazaba con las
dinastías de los antiguos monarcas godos. La reunión
de las dos coVonas de León y de Castilla, si bien costó
sangre muy preciosa, encerraba en germen la futura
unidad de las monarquías cristianas de España* Por
desgracia esta obra de la perseverancia española tar^»
dará todavía en llevarse á feliz término:, sufrirá to*
davía interrupciones sensibles y contrariedades pe-
nosas, pero los cimientos de «tan apetecida unioo
quedaban echados*
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CAPITULO XXL
FRACaONAMIENTO DEL CALIFATO- -
GUEftlLAS BNTRB LOS MUSULMANAS.
»e 1031. 4 1080.
Cautas do la disolaoióD del imperio ommiada.— Reinos independientes
qoe se foVmaron.— Córdoba, Toledo» Badajoz, Zaragoza, Almería
' Valencia, Málaga, Granada, Serilla, etc.— Familias y dinastías.—
Alameries, Tadjibitas. Bcnt-Huditas, Beni-Al Ailhas, Edrisitas, Zei-
ritas, Abeditas, etc.— Sabio y benéfico gobierno de Gebwar en Cór-
doba.—República aristocrática. — Orden interior.— Armamento de
tocinos honrados. — Seguridad pública.— Ambición del de Seyilla.—
Sus guerras con los de Carmena, Málaga, Granada y Toledo. — El
rey de Seyilla se apodera por traición de Córdoba.— ^Fin del reino
cordobés* — ^Rey elución en Zaragoza.— Estío guese alli la dinastía de
los Tadjibi, y la reemplaza la de los Beni-Hud. —Independencia y
sucesión de los reyes de Almería.- Justo y pacífico gobierno de AI-
Motacim.— Prendas brillantes de este príncipe.— Reyes de Valencia.
Alzase con este estado el de Toledo.— Los Beni-Al Aflhas de Badajoz.
— Engrandecimientdde AlMotadbiel de Seyilla.— So muerte,— Cua-
lidades de su bijo y sucesor Al Motamid.— Su riyalídad con el de
Almería.— Necesidad de estas noticias para el conocimiento de la
historia de la España cristiana.
Dos lérmioos puede tener un imperio que se des-
compone y desquicia, combalido por las ambicionest
destrozado por las discordias» devorado por la anar-
quía» y corroído y gangrenado por la desmoraliza-
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l^ÁBTB tu LI1I&0 !• 157
»
cien y por la relajación de todos los vínculos sociales.
Este imperio, ó es absorvido por otro que se aprove-
cha de su desorden, de su debilidad y flaqueza, ó se
fracciona y divide en tantas porciones y estados cuan-
tos son los caudillos que se consideran bastante fuer-
tes para hacerse señores independientes de un terri-
torio y defenderle de los ataques de sus vecinos. No
aconteció lo primero al imperio de los Ommiadas de
España, merced á la falta de acuerdo entre los prfn*
cipes cristianos, los Alfonsos, los Sanchos , los Ber-
Ddudos y losBorrells, j& algunos de los cuales los ma-
hometanos mismos habian enseñado por dos veces el
camino de su capital. Malogróse aquella ocasión, y
España tuvo que llorarlo por siglos enteros. Sucedió,
pues, lo segundo , esto es, el fraccionamiento del
imperio musulmán en multitud * de pequeños reinos
independientes, como pedazos arrancados de un man-
to imperial.
Acostumbrados los walíes de las provincias'á ver
sucederse rápidamente dinastías y soberanos , fuertes
por la flaqueza misma del gobierno central, halaga-
dos y solicitados por califas débiles que necesitaban
de su apoyo para conservar un poder disputado, he-
chos á recibir por premio de un servicio prerogativas
que los hacian semi^soberanos en sus distritos respec-
tivos, de que fué el primero á dar ejemplo el grande
Almanzor con sus slavos y alameríes (que no com«-
prendemos como se escaparon sus funestas conaecuea-
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458 «I8T0E1A DB BSPAAa.
cias al talento de aqael grande hombre), fuéronse
emancipando de la autoridad suprema, de forma que
á la caida del último califa no tuvieron que hacer sino
cambiar los nombres de alcaides y walíes en los de
emires ó reyes. Eran entre estos los mas poderosos los
de Toledo, Zaragoza , Sevilla , Málaga, Granada y
Badajoz, y por la parte de Oriente, los de Almería,
Murcia,' Valencia, Albarra<;in, Deáia y las Baleares;
aparte de otra mult¡tu(í de pequeños soberanos, de
los cuales habíalos qoe poseían solo un reducido can-
tón , una.sola ciudad ó fortaleza. Cada cual en su es-
cala tenia su corte, sus vasallos y su ejército, levan-
taba y cobraba impuestos, muchos acuñaron moneda
con su nombre, y alguno tomó el pomposo título de
Emir Almumenin.
No es fácil determinar la época precisa en que
cada uno de estos reinos comenzó á ser ó á llamarse
independiente; pues si bien desde el año 1009 empe-
zaron, algunos walíes anegar con diferentes protestos
y escusas su obediencia á los califas ó á rebelarse de
hecho contra ello?, ó bien reconocían después á otros
que les sucediesen y fueran mas de su partido , ó
bien aquellas mismas escusas yj)retestos demuestran
que aun no se atrevían á emanciparse abiertamente
del gobierno central. Otros á quienes los califas deja-
ban en una dependencia puramente feudal, iban ar-
rogándose poco á poco los demás derechos y constitu-
yéndose en señores absolutos , relevándose del feudp
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MftTBii. unoi. 45d
mnipre qoe la debilidad der los califas lo permitía. De
modo qae desde la muerte del segundo hijo de AU
manzor basta la extincioo del califato en el tercer.Hi*
xem, puede decirse que fueron fermentando y des-
arrollándose estas pequeñas soberanías» hasta que al
nombramiento de Gehwar en Córdoba en 1031 se vio
que era escosado contar ya con los walíes, y que ca*- .
da cual gobernaba su comarca con autoridad propia
' y se apellidaba rey.
Compréndese bien que entre tantos régulos ó cau-
dillos, pertenecientes á distintas familias ó dinastías,
todos mas ó menos ambiciosos, obrando todos con in-
dependencia , dispuestos á sostener la posesión de su
territorio , con opuestos intereses , sin respeto á un
poder superior que los refrenara, la condición natural
é inevitable de esta situación babia de ser la guerra.
La España mabomeiana babia de ser teatro de cpm-
plicadas luchas, de alianzas y rompimientos infinitos
de los musulmanes entre sí y con los príncipes cris-
tianos, de variados incidentes, en que se viera á so-
beranos y pueblos desplegar todo género de afectos y
pasiones, nobles y generosas , miserables y flacas, á
que ayudábanlas costumbres á la vez bárbaras y ca-
ballerescas de las diferentes^ razas y familias que for-
maban aquellos reinos. Embarazo grande para el his-
toriador, que por largo tiempo ha de tener que ligar
los descosidos retazos de cerca de cuarenta estados,
eatre cristianos y musulmanes, que á este tiempo se
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160 mSTOElA Í)B BSi^AffA.
\
encuentran formados en el territorio de nuestra Pe«
nínsula. Dejamos, no obstante, á los historiadores de
la dominación sarracena en España el Ciargo de referir
los sucesos especiales de algunas de estas pequeñas
soberanías que pasaron sin ejercer grande influjo, tal
vez sin que llegara á sentirse su ioQuencia en la con-'
dicion social de los dos grandes pueblos, y nos con-
cretaremos á hablar de las principales dinastías y de
aquellos hechos que tuvieron alguna importancia en
la historia general de la Península.
Hemos nombrado ya los mas poderosos emiratos
que se formaron en la España musulmana á la caida
del imperio Ommiada.Casi toda la parte oriental y
mucha de la meridional quedaba en poder dé los Ala-
meríes y delosTadjibitas (llamados asi estos^últimos de
la tribu de que eran originarios), familias unidas por
la. sangre y por las*alianzas. En Zaragoza dominaba el
bravo Almondhir el Tadjibi, á quien hemos visto figu-
rar en las guerras de los últimos califas de Córdoba,
y que por su valor y sus hazañas era apellidado con el
título de Almanzor. Almondhir se habia apoderado de
Huesca, cuyo gobierno tenia su primo Mohammed ben
Ahmed, el cual tuvo que refugiarse al lado del rey
de Valencia Abdelaziz, nieto de Almanzor. Acogió
^ Abdelaziz con tanta benevolencia á su ilustre y des-
graciado huésped , que dio en matrimonio sus dos
hermanas á los dos hijos de Itfohammed. Pereció este
en el mar queriendo pasar á Oriente. Sucedió á Al-
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FAETB lU LIBmO 1. ' 461
mondhir eo el reino de Zaragoza sa hijo Yahia, que
reÍQÓ diez y seis años» y acabó cod él la dinastía de
os Beni-Hixem, apoderándose de Zaragoza Suleiman
ben Hud, aquel walí de Lérida que había dado ge-
neroso asilo al postrer califa Omnaiada Hixem III. Con
Suleiman reemplazó en Zaragoza á la familia de los
Tadjibitas la de losBeni-Hud. Era Yahia rey de Za-
ragoza cuando el primer rey de Aragón don Ramiro
nvocó el auxilio de los- musulmanes aragoneses
para hacer la guerra ^ su hermano don García de
Navarra ^*K
^n Almería sucedió á Ha irán el Alameri, muerto
en 1028, su hermano Zohair, el cual guerreó con
Badis el de Baeza, y murió en l)atalia en Aipuente en
1 038 después de un reinado de diez anos. Abdelaziz
el de Valencia intentó apoderarse de Almería después
de la muerte de Zohair, pero Mogueiz el de Denii(
atacó entretanto á Valencia, y queriendo Abdelaziz
hacer la paz con él salió de Almería dejando el go-
bierno de la ciudad á su hermano Abul Ahwaz Man,
que después se declaró independiente, y le recpno*
cieron entre otras ciudades, Lorca, Baeza y Jaén.
Murcia pertenecía á los estados del dominio de
• (I) Aqai 008 8e¡)aramo8 eo roa- é estos autores. Eo la pág. 53 y si-
choB paotos de la oarracioo de gaieotesdellom.l.de su» luve^-
Goode, y tomamos del señor Dozy iigaciottes sobre la historia de la
aquiellas noticias eo que ooaparece edad media do Espaoa pueden ter-
reottfica con mas justicia v taada* se loa -errores que oota en Good»
meotoa á Cpode, al arzobispo doa acerca de esta dmastfa do los Tad*
Rodrigo, á los qoe han aeguido. jibitas.
Tomo it. 14
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46S HISTOEIA DB BSPaAa.
Zohair, pero después de la muerte de este priocipe
pasó coa su territorio á Abdelaziz el de Valencia ^^K
Eq Castellón, Tortosa y fronteras de Cataluña domi-
naban también los Tadjibitas y Aiamerfes. Otro tanto
Acontecía en Mérida y casi todo el Portugal. Mandaba
allí Abdallah ben Al Afthas, y los Afthasidas eran tam-
bién adictos á los Alame^íes á quienes debian su reino.
Alameri era igualmente Sapor ó Sabur que se había
alzado con el gobierno independiente de Badajoz,
hasta que se apoderó de esta ciudad y reinó el mismo
Abdallah ben Al Aflhas. Y en Toledo dominaba Ismail
Dilnftm, cuya familia dio á este reino cuatro emires
6 reyes.
Por el contrario, en Málaga y Algeciras reinaban
los Edrisitas, ó sea la familia de los Ben Ali y Ben
Hámud, de aquellos emires de África que pbtuvieron
en los últimos tiempos el califato de Córdoba, y cuyo
señorío se estendia por las vertientes meridionales de
las 4lppjd>*ras, teniendo su principal fuerza y apoyo
en África. El pais de Granada y Elvira era regido por
Qtt sobrino de Zawi el Zeiri, aquel que tanto habla
favorecido á los califas africanos contra los Ommiadas
durante las guerras del imperio, y que continuaba
tan adicto como su tio al partido y familia de los
Hamuditas. Por último, el reino de Sevilla se hallaba
(4) Es may oscura la historia do consaUarao ios mannacritos do
de Mareta eo esta época. Gayan- que se valieroo Goode y Gasíri.
eos eoofiesa qae es casi imposible uozy se propone aclararla,
oecidir en eeta materia no padien-
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fARTIlI. LIBBOl. 163 V
en manos del poderoso Mohammed Ebn Abed, que
habia bastado él solo para derribar al califa Yahia ben
Ali, y acaso el mas terrible de los que aspira^ban á
recoger la herencia de los Ommiadas.
Tal era el estado de la España muslímica cuando
á consecuencia de la retirada del último califa Om-
miada fué proclamado emir de Córdoba por los jeques»
vazzires y cadíes reunidos el honradp Gehwar ben
Mohammed , hombre de relevantes dotes personales,
de ilustres ascendientes, ageno á todos los partidos,
respetado por todos los bandos y muy querido de to-*
dos. Gehwar, modelo de desinterés y de modestia en
medio de tantas ambiciones desmedidas, creó para el
gobierno del estado un diván ó consejo compuesto de
los principales gefes de las tribus, espeqie de asam-x
blea aristocrática á la cual invistió del supremo poder,
reservando para sí solamente la presidencia. El diván
era el qoe deliberaba sobre todos los negocios graves .
del estado , y si alguno se dirigia á él en particular
con alguna queja ó demanda , acostumbraba á res-
ponder: «Yo no puedo resolver por mí en este asunto:
eso pertenece al consejo, y yo no soy mas que uno
die sos individuos.» Moderación desusada en tales
tiempos, y con cuya política, á la vez qoe rehuía la
' responsabilidad de exigencias peligrosas se captaba las
vol'ttntades asi de los hombres influyentes como del
pueblo. Todb correspondía en él á esta prudente y
modesta conducta. Costó mucho trabajo hacerle ha-
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161 HISTORIA DR BSPAfiA.
bitar los regios alcázares» y cuando ya se determÍDÓ
á ello, arregló el servicio de palacio bajo el pie eco-
nómico de una casa particular, reduciendo gastos y
suprimiendo gran número de sirvientes, y fuera de
la material suntuosidad del alcázar parecia mas bien
la vivienda de un subdito honesto que la morada del
gefe de estado.
Llamamos la atención de nuestros lectores sobre
el gobierno de este ilustre musulmán. Una d^ sus
primeras medidas fué la abolición de los delatores,
que vivian como"" en otro tiempo los de Roma de las
calumnias^y litigios que ellos mismos inventaban ó
fomentaban. Estableció precuradores asalariados como
los jueces y especie de fiscales encargados de las acu-
saciones públicas. Creó proveedores, alcaldes de los
mercados, almojarifes ó recaudadores de los impues-
tos, que cada añotenian que dar cuenta de su admi-
nistración al diván. Formó un cuerpo de inspectores
de seguridad pública y *de vazzires encargados de
vigilar la ciudad de dia y de noche. Cerrábanse las
puertas y las tiendas á determinadas horas. Htzo dar
armas á los vecinos mas honrados y acomodados, los
cuales por turno rondaban las calles, y concluido sa
servicio entregaban las armas á los que habían de
reemplazarlos, dándoles cuenta de lo que habían ob-
servado. Para prevenir los excesos y crímenes que
solían cometerse de noche y que los malhechores no
pudieran evadir el castigo fugándose de un cuartel á
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PABTB 11. LIBRO I. 165
Olro, hizo construir barreras -ó verjas de hierro al
extremo de cada calle. Coa taa esmerada policía lo-
gró restablecer ia tranquilidad y seguridad pública
después de tantos desórdenes, y con las medidas para
el abastecimiento de la ciudad llegó á hacerse Córdo-
ba el granero de España > y el gran mercado á qae
concurrían gentes de todas las provincias.
Bajo un gobierno tan prudente y paternal, y ba-
jo una administración tan económica y acertada pa-
rece que hubieran debido los walíes agruparse en
derredor del único hombre que se mostraba capaz de
volver la vida al desmoronado imperio. Asi lo intentó
el mismo Gehwar escribiéndoles y exhortándolos á
que le prestaran obediencia como á gefe .superior de
estado: pero fueron ya inútiles los esfuerzos y las|
buenas intenciones de Gehwar; llegaban tarde, y* el
mal no tenia remedio. Despreciaron la excitación
unos, y recibiéronla otros con indiferencia fría y
desconsoladora. Disimuló no obstante el prudente
Gehwar, y aun volvió á escribirles aplaudiendo su
celo por el bien y la seguridad de las provincias que
les estaban encomendadas, pero rogándoles no olvi-
dasen que la unión y la concordia eran la base de la
prosperidad de los imperios.
Dirigíanse tan buenos copsejos á quienes no tenian •
voluntad dd oirlos. Estaban demasiado vivas las ri-
validades y las ambiciones, y la guerra era inevita-
ble. Fué el primero á romperla el poderoso emir de
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466 uiSTOBiA OB espaKa.
Sevilla, Mohammed Eba Abed, acometiendo al sahib
de Carmooa, cuya familia deseaba extermioar. Blo-
queado estrechamente el de Carmena « pudo no obs-
tante fugarse, y corrió á implorar el auxilio de los
de Málaga y Granada, Edrjs ben Ali y Habus ben
Zeiri, los cuales le facilitaron tropas y recursos con
el designio de atajar los ambiciosos proyectos del de
Sevilla. Este por su parte envió contra los aliados á
su hijo Ismail con un cuerpo de ejército. En un en-
cuentro que tuvieron sucumbió peleando Ismail, y ^
los soldados de Málaga enviaron su cabeza en testi-
monio de su triunfo á su rey Edris (1034)/ Este fu-
nesto golpe y el temor de que Gehwar pudies&ligarse
contra él con aquellos mismos emires movieron al de
Sevilla á discurrir un medio que le diese á él presti-
gio y- visos de justiñcacioQ á sus pretensiones. Al
efecto inventó la especie mas original y peregrina.
Publicó que el califa Hixem II. el Om miada, había
reaparecido otra vez en Calalrava, que aquel infortu-
nado califa le habia pedido su amparo, que él le ha-
()ia dado asilo en su alcázar y prometídole reponerle
en el califato. Hizolo anunciar oficialmente y escribió
' á los principales jeques y walies de España y África
interesándolos ^n favor del segunda ó tercera vez
resucitado califa. Por extravagante y absurda que
fnese la ficción, era tal el respeto y cariño que los
pueblos de Andalucía conservaban al ilustré nombre
de los Beui-Omeyas, que aunque todos los hombres
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PAKTB 11. LIBRO 1. 167
de razoD oyeron con djssden tan inverosímil fábula,
DO falló quien por credulidad 6 por política la prohi-
jase» y llegó á rezarse la chotba en las mezquitas y
á batirse lúoneda en la zeka de Sevilla á nombre de
Hilemll. (1036).
Pero entretanto el ejército aliado de Málaga, Gra*
nada y Carmena corrió las tierras de Sevilla , llevó
sus algaras hasta las puertas de la ciudad , y llegó á
entrar en el arrabal de Tríana. Logró al ñn recha-
zarlos el general déla caballería sevillana, Ayub ben
Ahmer, y los aliados , culpándose mutuamente del
mal éxito de la.espedicioo, se separaron desavenidos
y se volvió cada cual á su pais. Ayub se recompensó
á sí mismo alzándose con la soberanía de Huelva y de
Gezirah Saltis, cuyo gobierno tenia , al modo que su
hermano Ahmed ejercía un señorío absoluto en Nie* ,
bla, A este precio se salvó Sevilla.
Asi las cosas, falleció el rey de Málaga Edris ben
Ali (1039), sucediéndole con general aprobación su
hijo Yabia ben Edris, conT>cido por Hassan. Mas llega-
do que hubo la noticia de la^ muerte de Edris á Ceuta,
el slavo Nahjah que tenia aquel gobierno, vino de allí
con el proyecto de coronar en Málaga al joven Hassan
ben Yahia, á quien él habia educado, y á cuya som-
bra se prometía dominar á un tiempo en Málaga y
Ceuta. Siguióse una guerra en que el slavo llegó á
.poner en aprieto grande al de Málaga, y en la mayor
extremidad, hasta encerrarle en su propio palacio
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168 HISTORIA DB BSPASa.
como en una prisioQ. Dios sabe en qae hubierao para^
do sus proyectos ano haber acadido en socorro del
de Málaga su pariente Mohammed ben Kassin el de
Algeciras. Murió por último el ambicioso Nahjah en
una celada que el de Algeciras supo prepararle, y
desalentadas sus tropas, las unas se retiraron á África,
las otras se quedaron al servicia) del mismo Ben Kas*-
sin el tie Algeciras, el emir de Málaga fué repuesto,
y volvieron las cosas á su estado anterior.
Tales discordias, tales facciones y guerras á la
vecindad misma de Córdoba, convencieron al buen
Gehwar, con harta pesadumbre suya, de que sus
generosos planes de unión y de paz eran irrealizables,
é inútiles de todo punto sus nobles gestiones* Enton-
ces se resolvió á ir sometiendo por la fuerza á los mas
vecinos y menos poderosos de los rebeldes. Envió,
pues, un general con un cuerpo de caballería escogi-
da á ocupar la comarca de Alsahllah que tenia Hud-
bail cbm'o si fuese suya propia. Pero imploró este je- ^
que el auxilio de Ismail ben Dilnüm el de Toledo, y '
una hueste toledana penetró fácijmente en el territo--
rio ocupado por los de Gehwar y repuso á Hudbail,
á quien el país por otra parte; amaba por sus buenas
prendas y por la dulzura con que le gobernaba. A
pesar de no ser venturosos los sucesos de la guer-
ra de Gehwar contra el señor de Alsahllah y el
da Toledo, amábanle los cordobeses con justo en-
tusiasmo por su bondad y su acrisolada justicia, "y
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IPAftTB II. LIIIEO 1. ' 169
beodecíanle por la tranquilidad y la abundancia lo-
terior de que gozaban á la benéfica sombra de su sa-
bia administración y gobierno: llamábanle el padre .
del pueblo y el defensor del estado, y no habia sacri-
ficio á que por él no se prestaran gozosos. En tan
feliz estado vivieron hasta que acaeció su muerte en
el ano de la hegira 435 (1044). Acompañaron su pom«
pa funeral con llanto y sollozos todos los vecinos de
Córdoba; y hasta las retiradas doncellas, dice el es-
critor arábigo, fueron detrás de su féretro derraman-
do preciosas lágrimas. Sucedióle su hijo Mohammed
Abul Walid, tan prudente y virtuoso como su padre,
pero de salud enfermiza y quebrantada. Amigo de la
paz, mas de lo que convenia en tan revueltos tiempos,
entabló negociaciones de avenencia con el rey de To-
ledo y el señor de Alsahllah, mas habiéndole estos '
contestado con altiva aspereza, continuó á pesar suyo
la guerra por las comarcas fronterizas no con gran
rasnitado.
Entretanto el de Sevilla creyó ya oportuno dar
otro giro á la fábula de la aparición de Hixem, y
publicó que habia muerto, dejándole escritas unas
cartas en que le declaraba su heredero y vengador
de sus enemigos'. No faltaron todavía imaginaciones
que se dejaran seducir por la nueva conseja , y espe-
cialmente los'alameries y la gente sencilla del pueblo
á quienes el inextinguible apego á la dinasKa de los
Omeyas predisponía á creer todo lo que se le contara
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170 HISTORIA DB BSPAÜA.
favorable á aquella esclarecida familia. Logró , pae«*
con esto que se le mantuvieran fieles los que se le
babian adherido cuando comenzó á pregonar la pri-
mera parte de la fábula. Hilas un suceso fatídico vino
á su vez á turbar la imaginación supersticiosa del
emir. Su hijo Abed estaba casado con una hermana
de Mogueiz el rey de Denia» y dQ este matrimonio
nació en 1041 nn niño de quien auguraron los astro*
logos que al fin de sus dias y cuando su fortuna se
hallase en el pléniluuio de la prosperidad se eclipsa-
ría totalmente. Al oir Ebn Abed que su nieto estaba
sometido á las adversidades de un fatalismo irresis-
tible, devoróle la pesadumbre de saber lo poco dura-
dera que habria de ser su dinastía. Consumióle una
enfermedad de melancolía, y al poco tiempo la muer-
te, dice la cróuica, le trasladó de los alcázares de
Sevilla á los del Paraíso (1042).
Sucedióle su hijo Abed llamado Al Motadhi, prín-
pe de buen personal y de agudo ingenio, pero cruel
y por demás voluptuoso. Dícese de él que en tiempo
de su padre entretenía en su harem hasta setenta
lindas esclavas compradas á precio de oro en diferen-
tes países, y que dueño del trono aumentó el número
hasta ochocientas. Ai propio tiempo hacía servir á sos
cortesanos bebidas dulces en tazas guarnecidas da
oro y pedrería formadas de cráneos de los principales
personages cuyas cabezas habian derribado el alfange
de SQ padre y el suy6| entre los cuales se contaba el
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PAITB U. I.IBKO I» 174
del califa Yahía beo Ali. E$te hombre feroz y disolu-
to era ademas ceosarado de impío, porque en los .
veinte y cinco castillos de sos dominios solo hizo una
mezquita y un pulpito, y en las comidas y bebidas
no era tampoco mas guardador de la ley del Coran.
Hizo Al Motadhi de nuevo la guerra á los emires de
Málaga, Granada y Carmena, y logrando ganar á su
partido á Mohammed el de Algeciras, éste, aunque
primo de Edris 11. el de Málaga, á la cabeza de sus
negros mercenarios acometió la capital del Edrisita
y se apoderó de su trono. Sublevóse en favor de so'
legítimo rey el pueblo de Málaga, ios negros del de
Algeciras ó capitularon ó se fugaron descolgándose
por el muro, y abandonado Mohammed se rindió á
discreción. Edris tuvo la generosidad de perdonarle
la vida contentándose con desterrarle á Laracbe. Per-
dióle aquella misma clemencia, porque Mohammed,
nunca arrepentido, siguió desde el destierro el hilo
de sus tramas, volvió sobre Málaga, conmovió el
vpueblo, y destronó á Edris, que murió ya viejo en
una prisión.
El de Toledo que veia sus campiñas taladas por
las tropas del de Córdoba, escribió á su yerno Ab*
delmelik, hijo del rey de Valencia Abdelaziz, y al
walí de Cuenca Abu Ahmer paraque levantasen gen-
te y le acudiesen con ella. Parfi quedar mas desem*
. binrazádo hizo treguas con los cristianos de Castilla y
Galicia. Hacho esto, entróse con poderosa hueste por
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172 , BI8T0RU DB BSPAffA.
las lierras áe\ de Córdoba, tomóle machas fortalezas,
y convencido Ben Gehwar de qae no podía resistir
solo á tan terrible adversario solicitó por su parte la
alianza y ayuda de Al Motadhi el de Sevilla y de
Mohammed ben Al Aflhas el de Algarbe. En uno y otro
' halló la proposición benévola acogida, y por medio
de sus respectivos vazzires reunidos en SevHIa, des-
pués de una madura discusión á que asistieron los
arrayaces ó régulos de otros pequeños estados, se
estipuló una triple alianza entre los de Sevilla, Cór-
doba y Algarbe para el mantenimiento y recíproca
defensa de la integridad de sus dominios contra los
enemigos exteriores, pero sin mezclarse en los asun-
tos de gobierno interior del estado de cada uno. Sin
embargo, no quedaron los de Córdoba y ,el Algarbe
ihuy satisfechos de los términos del convenio, en el
cual salía aventajado el de Sevilla; pero disimularon
por entonces porque le necesitaban (4051).
En conformidad alo pactado auxilió el de Sevilla
á Ben Gehwar el de Córdoba con un cuerpo de qui-
' nieotos gineles mandados por Ben Ornar de Oksono-
ba, y otro semejante socorro le envió el de Badajoz.
Los señores de Huel va, Niebla y Santa María de ios
Algarbes, desazonados contra el de Sevilla por no
haber querido reconocerlos jndependientes, se ofre-
cieron á pasar sin so orden al servicio del cordobés;
sabido lo cnal por Ben Abed el Seyillano, despachó
contra ellos ¿ sa hijo Mohammed, que sucesivamente
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rAETB II. LIBEO I. 173
se fué apoderando de los estados y dominios de iodos
aquellos aspirantes á soberanos. Carmona, aquella
ciudad tan codiciada por los Abed, vióse también en
la triste necesidad de rendírsele, y aunque otra vez
pudo su sahib escaparse de noche é interesar de nue-
vo en su favor á su antiguo aliado el de Málaga, no
alcanzó otra cosa que poder fortalecerse en Ecija,
única ciudad que le quedaba de su pequeña soberanía.
No intimidó la triple alianza á Ismail Dilnúm el de
Toledo: sus huestes continuaron devastando las cam-
piñas de Córdoba , y por último en un sangriento
combate que duró un dia entero deshicieron ol ejér-
cito confederado cerca del rio Algodor» asi llamado
por los muchos ardides y estratagemas que usaron en
aquella lid los caudillos de ambas huestes. Golpe fué
aquel que difundió la consternación en Córdoba, é
hizo despertar al príncipe Abdelmelik, hijo de Ben
Gehwar, hast^ entonces distraído en juego^ y de-
leites con los jóvenes de su edad. Avivóle el temor
del peligro y corrió á Sevilla á implorar con urgen-
cia mayor socorro de Abed Al Motadhi. Pero este as-
tuto y artificioso emir entretúvole coni obsequios, cum-
plimientos y lisonjas, despidiéndole por último con
muchos ofrecimientos y con el escaso auxilio de dos-
cientos caballos. Guando Abdelmelik llegó á las cer-
canias de Córdoba, halló ya la ciudad estrechamente
cercada por los toledanos. Cortadas las comunicacio-
nes, apretada la plaza, enfermo el rey y consternado
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174 HISTORIA DB BSPAIIa.
el pueblo, ofreciéronse premios i qaien se atreviera
¿ llevar cartas al príocipe Abdelmelik y al rey de
Sevilla que era ya su única esperanza. No faltó quien
tuviera arrojo para atravesar el campo enemigo, y
poner las cartas en manos de los dos persooages. El
rey de Sevilla creyó llegada la ocasión oportuna para
sus secretos proyectos» y dióse prisa á enviar á su
bJjoMohammed y al caudillo Aben Ornar con toda la
fuerza que pudo reunir de á pie y de á caballo, y con
instrucciones de lo que debiera hacerse. Qué instruc*
cienes fuesen estas, nos lo van á demostrar pronto los
hechos. Grande fué la actividad que desplegaron los
gefes sevillanos y muy bien meditadas l^s disposicio-
nes que tomaron para el combate. Realizóse éste, y
la caballería valenciana auxiliar del de Toledo huyó
ante fa impetuosa acometida de las lanzas sevillanas
y cordobesas. El desorden dé aquella desconcertó á
los de Toledo, y lodos se retiraron despavoridos. Los
caballeros de Córdo1)a no quisieron presenciar inacti-
vos el triunfo de sus favorecedores, y salieron tam-
bién de la ciudad en alcance de los fugitivos.
Aqui comenzó el caudillo Aben Ornar de Sevilla á
cumplir las instrucciones de su señor. Mientras las
tropas.vencedoras corrían dando caza á los que buian,
y en tanto que los de Córdoba habían salido á reco-
ger los despojos del campo enemigo. Aben Omar,
sin que nadie pudiese sospechar de sus intenciones,
entróse con sus huestes en Córdoba, ocupó las puertas
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rAftTBll. LIBBO I. 175
y los faertes» se apoderó del alcázar, y el desgracia*
do y eofermo Abul Walid Ben Gehwar se encoDtró
castodiado, preso eo su propio palacio por una guar-
dia que se había converlido de auxiliar en señora.
Afectóle de tal manera tan inesperada maldad y trai-
ción, que la enfermedad se le agravó rápidamente, y
é los pocos dias le condujo al sepulcro. Cuando el prfn-*
cipe Abdelmelik volvió del alcance y supo la alevosía
de los sevillanos que le esperaban ya como enemigos
á las puertas de la ciudad para impedirle la entrada,
ardiendo en ira vacilaba sobre el partido que debería
tomar, pero sacóle de la incertidumbre la misma ca-
bíllerfa sevillana que le rodeó intimándole la rendi-
ción. Determinóse el desesperado príncipe á morir
matando, y peleó con heroica bravura, despreciando
las ocasiones que tuvo para huir, hasta que herido
de muchas lanzadas cayó prisionero. Encerráronle los
nuevos poseedores de Córdoba en una torre , donde
le acabó la pesadumbre mas que las heridas, y murió
maldiciendo á su falso amigo Abed Al Motadhi el de
Sevilla , pidiendo al Dios de las venganzas que diese
igual suerte al príncipe su hijo , y oyendo entre los
sollozos de la muerte las aclamaciones con que era re-
cibido en Córdoba el rey de Sevilla, el cual ^ fuera»
de mercedes y de fiestas y espectáculos de fieras ^*^
(4) Et la primera Tci, observa morías arábigas los combates de
«A eredito escritor moderno, que fieras á estilo de los romanos,
hallipios meooiooados en las me-
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176 HISTORIA DE ISPAÜA.
con que halagó y entretuvo á ios cordobeses, procuró
hacerles olvidar la memoria del sabio y benéfico go«-
bieldo de los Gehwar, cuya dinastía quedó eslingui-
da juntamente con el reino de Córdoba (1060).
Asi acabó la grandeza y la independencia de
aquella ciudad insigne, que por mas de tres siglos
habia sido la metrópoli del imperio ismaelita, da
madre de los sabios, la antorcha de la fé y la lum-
brera de Andalucía,» la corte de los ilustres y pode-
rosos catiras, el centro y emporio del comercio , del
lujo, de la riqueza y de las artes , y la envidia de 1
Oriente. El rey de Sevilla pudo vanagloriarse del me*
dio que empleó para alzarse con el mas precioso resto
del imperio y del califato!
Mientras tales sucesos acontecian en el Mediodía
y centro de la España musulmana después de la caida
del imperio Ommiada , en Ja parte oriental ocurrían
otros de no menor importancia, y cuyo conocimiento
nos es indispensable para la inteligencia de la historia
misma de los reinos cristianos, con la cual esta ínti-
mamente unido ^*K Al emir de Zaragoza Almondhír el,
(1) Para los hechos hasta aqm en machas cosas, sin dejar por.
referidos en el presente capitulo eso de consultar el corto número '
hemos consultado á Conde (part. de textos ó fuentes que est'tn i
in. desde el cap. I hasta el 6). nuestro alcance, tiles como Gasi-
tSobre las guerras civiles gue s¡r rí, Al Makarí, Ebn Abd el Halim,.
guieron á la caida del califato de etc.» Giro tanto hemos hecho
Córdoba, dice el ilustrado Homey nosotros. Mas respecto i los emi-
(tom.V.cap. 22 nota), las mejores ratos j dinastías de Zaragoza,
noticias, a unqoérecogidascoüpo- Valencia y Almería , etc., a no
co tino y criterio, se hallan en dodsr padeció Conde machas
Conde. Nosotros le hemos seguido equiTocaciones, y seguimos gene-.
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FAftTBIl. LIBEOI. 477
Tadjibi, cuyos hechos hemos contado en oiro capítulo,
sucedió en 4023 su Hijo Yahia, que reinó diez y seis
anos, y fué el que auxilió á Ramiro I. de Aragón,
aúAque con poca fortuna <*). Yabia murió en una. re-
volución que acaeció en Zaragoza en 4039, asesinado
por su primo Abdailah ben Hacam, probablemente
sobornado por Suleiman ben Hud el de Lérida, que
fué el que se ahó con el reino, puesto que el asesino
le reconoció por su soberano. Amotinóse el pueblo de
Zaragoza contra Abdailah, que tuvo que retirarse al
fuerte castillo de Rota 'l-Yeud, llevando consigo to-
dos los tesoros de la familia real. El populacho sa-
queó el palacio arrancando hasta los mármoles, y
hubiérale destruido completamente si no hubiera
acudido á toda prisa Suleiman, el cual restableció el
orden y quedó desde esta é^oca reinando en Zarago-
za, reemplazando asi á la dinastía de los Tadjibi la de
losBeni*Hud« '
raímente á Dosy que le rectifica, tom. 1. desús iovestigaciones. Tó'^
según at principio apuntamos, canos, pues, ser el primer espa-
«Reina, dice' Saiot-Hiláire (to- Sol que, guiado por este sabio
raoUl. pág. 273, nota), en la suce- orientalista, aclare los oscuros su-
siondefos emires de Zaragoza una cesos de aquellos paisas en el pe~
confusion enmarañada.... Conde, riodo que nos ocupa.
Rodrigo de Toledo y Casiri se con- (4) La familia de los Tadjibilas
tradicen á 'Cual mas sobre este ó de los Beoi-Hixem había reem-
punto.» Sobre los emires de Al- plazado en Zaragoza ¿losBeoi-
mería, punto no menos iotríocado, Lope, de quie\)es en nuestra his-
dice Lafuente Alcántara- (Hist. de toria hemos hablado. Había sido
Granada, tora. 11. p. 204 nota 3): su gefe Abderrahman el Tadjibi.
«(La historia de esta dinastía debe El primer Tadiibita que vino á
ocupar i los ingenios valencianos España M Aloúrah, seguu Ibn
y aragoneses.! Es lo que se ha Alabar,
propuesto esclarecer Dozy en el
Tauoiv. 12
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(78 iiisTOftu drhbmíIa.
Otro de los mas poderosos, y acaso el mas bello'
de todos los principados que se fundaron sobre las
ruinas del imperio fué el de Almería. Después de la
muerlede Zohair el sucesor de Hairan, cuyos hechos
hemos también referido» quiso apoderarse de Almería
Abdelaziz el .de Valencia, nieto do Almanzor/ pero ^
estórbeselo Mogueiz el de Denia acometiendo á
Valencia mientras aquel se hallaba en Almería. Con
objeto de hacer la paz con Mogueiz, salió Abdetem
de ésta ciudad dejando por gobernador de ella á sn
cuñado Abul AhwazMan (40iO). Declaróse Man íih
dependiente, reconociéronle la mayor parte de las
ciudades de aquel reino, qoe abrazaba territoríos de
Murcia» deGranada y de Jaén. Poco tiempo reinó Man,
pues mnrio en 4041 , y le sucedió su hijo Mohammed,
de edad de catorce años, durante cuya minoría
gobernó el estado su tio Abu Otbah el Zomadih. Su-
blevóse contra el nuevo príncipe el gobernador de
Lorca, y aunque acudió contra él el regente, no le
fué posible reducirle á la obediencia. El regente mu-
rió á los tres años, y Mohammed comenzó de diez y
siete á regir por sí mismo el reino (1044), y á ejemplo
de Abedel de Sevilla que hábia tomado el nombre de
Al Motadbi, este tomó el de AI Motacim con que es
conocido en la historia. ' '
La corla edad de este príncipe tentó á sus vecinos
á hacerse señores de las plazas situadas á alguna dis-
tancia de la capital, y como en realidad Al Motacim
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MftTB II. LIBIU) U 479
no 96 disttoguitíra por lo belicoso, lográroDlo aquéllos
sía dificaliad grapde hasta reducirle di recíoio de la
cuidad y de la comarca que la circunda, y aun así no
carecía de impprtaocia, porque la sola ciudad equiva*
lia á un reino. Todos los escritores árabes ponderan
su grandeza en aquella época. Contábanse en ella,
dicen, cuatro mil telares de las mas preciosas telas,
habia multitud de fábricas de utensilios de hierro,
dOr cobre y de cristal, era el puerto mas concurrido
de España, boques de Siria* de Egipto^ de Genova y
Pisa 86 surtían en él de todo género de mercancías, y
conienia cerca de mil hospederías y casas de baños.
Mas si Al Mótacim do era ni gran capitán ni pro-
fondo político (dice el autor de quien tomamos estas
noticias); si el historiador bo puede consagrarle pá*
ginas brillantes, la justicia obliga á poner en su ca-
beza la bella corona debida á un príncipe que merecia
ser llamado el bienhechor de sus subditos. No envi-
diaba á los que poseian mas vastos dominios que los
suyos; contentábase con lo que tenia: enemigo de
verter sangre, cuando la necesidad le ' forzaba á re-
chazar los ataques de sus ambiciosos vecinos, hacia la
guerra contra su voluntad: honraba la religión y los
sacerdotes, y ciertos dias de la semana reunía én una
sala de su palacio los faqufes y cortesanos, los cuales
conferenciaban alli y discutían sobre los comentarios
del Coran y sobre las tradiciones relativas al Profeta.
Era justo, bondadoso, y se complacia en perdonar
Dig¡tized,by LjOOQ IC
180 HISTORIA DB ESPAÜA.
las iojurias (O. Cieriamenie, prosigue este autor, sí
un príDcipe tan noble, tan generoso, tan justo, tan
amanto de la paz, hubiera reinado en otra época y en
un país rbas estenso, su nombre hubiera sido inscrito
entre los de los reyes que no deben su gloria á los ar-
royos de sangre vertida por ensanchar algunas leguas
los límites de su reino, sino á los beneBcíos que han
derramado sobre sus subditos y á su amor por la jus-
ticia. El carácter de AlMotacimera bien diferente del
délos demás príncipes que gobernaban entonces la Es-
paña, y su protección á las letras atrajo á Almería un
^ considerable número de los mas distinguidos ingenios
de la época. Consagrado á hacer la felicidad pacífica
de sus .gobernados, ningún acontecimiento político de
importancia caracterizó su largo reinado, que duró
hasta junio de 1 091 •
(4) CaéDtase de él la siguieDto tenemos, respondió Al Motacim,
curiosa anécdota. Después de ha* pero he querido haceros ver que
. ber colmado de favores al famoso os engasasteis cuando díiísteisque
poeta de Badajoss Abul Walid al- Ebn Man había esterroinado los
Nibli, este desde Sevilla cometió pollos de las aldeas.» Quiso el
la ingratitud de insertar en un di- poeta, abochornado, disculparse,
tirambo compuesto en honor de pero el príncipe*. «Tranquilizaos,
aquel rey, el sigui€;nte verso: Ebn le dijo; un hombre de vuestra pro-
Aoed ha destruido los berberiscos; fesioo no gana su vida sino obran-
Ebn Man (que era el de Almería), do como vos: el solo que merece
ha esterminado los pollos de las mi cólera es el que os oyó recitar
aldeas. Pasado algún tiempo vol- este versó, y sufrió que ultrajaseis
vio el poeta á Almería, olvidado á un igual suyo.» Para mas tran-
ya de la amarga sátira que había quiiizarle le hizo el principe nue-
escrito contra Al Motadm. Convi- vas dádivas, pero el poeta que no
déle este príncipe un diá á comer conocía bien toda la bondad de su
y no le presentó otra cosa qnh carácter, no se atrevió ápermane-
poUos de distintas maneras adere- cer en Almería, y dirigió á Al Mo-
cados. «Pero, señor, esclamó admi- tactm otros versos llenos de ar-
rado el poeta, ¿no hay en Almería repentimiento: el príncipe prosi-
otros manjares que pollosf— Otrps guió dispensándole mercedes.
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VARTB II. LIBftO U iSV
Habiendo muerlo en 1061 Abdelaziz el de Valen-
cia, sucedióle su hijo Abdelmelik Almudhaffar bajo
la lolela de^su pariente Al Mamun el de Toledo, que
había sucedido á Ismail Dilnúm, el coal nombró su
representante en Valencia á Abu Abdallah Ebn Abde-
laziz, perteneciente á una familia plebeya de Córdo-
ba y cuyo hijo habia de sentarse en el trono de Va^
lencia. Cuando en 1064 fué esta ciudad sitiada y ata-
cada por Fernando de Castilla, según en su lugar
diremos, Abdelmelik pudo salvarse* por la fuga. Al
Mamun el de Toledo dejó apresuradamente su capital
y pasó á Cuenca para estar mas cerca de Abdelmelik.
Pero fuese que no quisiera fiar la defensa de aquélla
ciudad á un príncipe tan débil como Abdelmelik con-
tra un monarca tan valeroso y diestro como el cris-
tiano, ó fuese solo ambición, Al Mamun despojó á su , /
deudo del trono y le tomó para sí (1066). Alzado el
sitio de Valencia por los cristianos, volvióse Al Ma-
mun S Toledo dejando encomendado el gobierno de
aquella ciudad á Abu Bekr hijo de Ebn Abdelaziz
que habia muerto. Este Abu Bekr se proclamó mas
adelante soberano independiente de Valencia, y era
el que poseia aquel reino cuando Alfonso VI. se puso
sobre aquella ciudad (*).
A Mohammed ben Aflhas el de Badajoz, llamado
Almudhaffar, sucedió en 1068 su hijo Yahía, nom-
(4) E]ita 68 la relación que hace p. 808 y sig.) coieramenle diverfui
Dozy eo sos lovcstigaciones (1. 1. de la de Ck>Qde (part. lU. c. o.)
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182 HISXOEIA OB S^rAKA.
brado AlmaDzor como sa abuelo; que este honroso
sobrenombre se hizo común entre tos emires ó reyes
de estos pequeños estados, y aplicábansete con fire*
coengia desde que le llevó con tanta gloria el gran
ministro y regente del califa Híxem. Mas como hu-
biese quedado de gobernador de Evora sp heri;nano
Ornar Al MotawakiU estallaron pronto desavenencias
entre los dos hermanos^ de que nos tocaí*^ hablar en
la historia de la Espeña cristiana, viniendo por último
i reinar en Badajoz Al . Motawakil, el postrero de ta
dinastía Aabasida (1981).
Continuaba AI Motadhi el de Sevilla engrande-
ciendo sus estados á costa de los de Málaga y Grana-
da y de ios señores de otras pequeñas comarcas veci-
nas. Ayudábale eü sus expediciones de conquista su
hijo Mohammed, aquel sobre quien había recaido el
horóscopo fatal, y como ya entonces comenzara á so-
nar la fama de los Almorávides de África, no dudaba
Al Motadhi que aquellas gentes serian las que habían
de eclipsar la estrella de su dinastía según el pronós-
tico de ios astrólogos, lo cual no dejaba de llenar su
corazón de amargura y zozobra en medio de sus
triunfos. Nuevas revoluciones estallaron en Málaga,
y el viejo rey Edris ben Yahia fué fácilmente despo-
Heido por su sobrino Mohammed ben Alcasim el de
Algeciras, que continuó la guerra contra los Beni*
Abedde Sevilla. Murió Habus el de Granada, y su
hijo Badis hen Habus, enérgico, noble y brioso como
DigitizedbydOOQlC-
PAKTB 11. uno I. 18S
stt |}adre« guerreó también valerosamente coolra el
aeviUaoo, y supo mantener la integridad de su terri-
torio. Llególe también su hora a} terrible y ambicioso
AbedAl Moladhi de Sevilla (1069). Aquel hombre
eodicioso, falso» disipado y cruel, que por ian pérfi*
dos medios se había apoderado de Córdoba» tenia el
sentimiento de la familia, y le mató la pesadumbre
' de haber perdido Á su hija querida Tairab, joven
de maravillosa y siugular hermosura* Empeñóse en
que el corteje» fúnebre habia de pasar por delante de
su< paladOt y aunque la fiebre le tenia postrado en
cama, no pudo contenerse y se levantó y asomó á una
veniana para presenciar la ceremonia funeral: causóle
él especiáculo sensación tan viva y profunda que hu-
bo que retirarle casi exánime, y á los dos dias siguió
á su hija á la tumba.
Sucedióle su hijo Abul Gasixn, el del horóscopo
fatídico, que entre otros titules tomó el de Al Mota-
, míd Billah, (el fortalecido ante Dios). Valeroso» mag-
nifico y liberal» dulce y huoiano en la victoria, lite-
rato y protector de los hombres de letras, en lo cual
rivalizaba con Al Motacim el de Almería, pero ambi-
cioso también» político y astuto» Siupo el nuevo mo-
narca ganarse el afecto do sus subditos, y restituyó á
sus hogares á todos los que la crueldad do su. padre
tenia desterrados. Criticábanle» no obstante, como á
aquel, porque también bebia vino y lo permitía beber
á sus tropas para animarlas á los combates» y ademas
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Í84 HISTORIA DB RSPAÑA.
gustaba de (a sociedad de los judíos y de los cristia-
nos. Veremos mas adelante las relaciones que con estos
últimos sostuvo, y la iotervenoion que en ellas le tocó
ejercer á su hija Zaida. Habíale recomendado su pa-
dre en et lecho de mnerle que se guardara mucho de
los Lamtunas ó Almorabitinos, (los que después co-*
noceremos hajo el nombre dé Almorávides), y que
cuidara de asegurar y bien y guardar las llaves de
España, Gibraltar y Algeciras, y sobre todo que tra-
bajara por reunir y concentrar en una sola mano el
fraccionado imperio de España, que le pertenecía co-
mo señor de la imperial Córdoba í*\
Tal era en general la situación de los pequeños
estados musulmanes formados sobre los escombros
del desmoronado imperio de los Ommiadas. Importá-
banos conocer las principales divisiones en que quedó
partida la España musulmana, las familias y dinastías
que en cada región prevalecieron, las escisiones y
guerras que tuvieron entre sí, y el poder de cada
uno de aquellos príncipes, no solo por lo, que res-
pecta á la historia muslímico-española, sino para *
comprender lo mejar posible la de la España cristiana
en este oscuro y complicadísimo período.
(1) Conde, part. III. c. 5. .
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CAPITULO XXII.
FERNANDO I. DB CASTILLA T DE LEÓN.
•«1037 4 1065.
Cómo se captó Fernando el afecto de los loooeses. — ^Eu qué empleó los
' primeros anos de su reinado.— Medidas de gobierno interior.-»
Concilio de Coyaoza en 1060.— Sos principales oánooes.— Con fir-
macioQ de ios fueros de Castilla y Lebo.— Guerra con su hermano
García de Navarra^— Batalla de Atapoerca, en que muere García. —
Noble conducta de Fernando antos y después de esta guerra. — Pri-
meras campañas do Fernando contra los sarrrcenos. — Conquistas
de Viseo, Lamegoy Goimbra.—-Su8 campañas en, el centro de la
Península.— Sitio de Alcalá de Henares.— Humilde súplica del rey
musulmán de Toledo.— Campaña contra el rey mahometano' de Se-
villa.—Humillación de Ebn Abed.— asteria de la traslación del
cuerpo de San Isidoro de Sevilla á León.— Testamento de Fernando.
Distribución de reinos.— Campaña y sitio de Valencia.— Sorpresa
de Paterna.— Enfermedad de Fernando.— Se retira á León.— Reli-
giosa y ejemplar muerte de este gran motiarca.
Dejamos eo el capítulo XX. á Fernando, prime-
ro de este nombre, hijo dé Sancho el Grande de
'Navarra, posesionado de las dos coronas de Castilla
y de León, heredada esta última por su esposa la
princesa doña Sancha, por haberse extinguido en
Bermudo IlL su hermano, la línea masculina de Al-
fonso el Católico, y adquirida la primera por extin-
ción también de la línea varonil de los condes de
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186 HISTORIA DB KSPAÑA.
Castilla y por herencia de otra priacesst castellana, es-
posa de su padce Sancho, viniendo á ser de este mo-
do dos hembras el lazó qae unió las familias de Na-
varra, Castilla y León, la base y' principio de la uni-
dad de la monarquía española, cuyo complemento, no
obstante, habrá de diferirse todavía siglos enteros.
. ^ Quedaba con esto don Fernando el mas poderoso'
de los reyes cristianos de España. Y si bien al prin-
cipio le miraban muchos leoneses con alguna desafee*
clon, nacida del natural sentimiento de faltarles la an-
tigua y gloriosa dinastía de sus reyes propios y de
considerarle de algún modo como estraogero para
ellos, dedicóse este prudente monarca, después de
conquistada la ciudad, á conquistar los corazones de
sus nuevos subditos, ya gobernando con dulzura y
con justicia, ya confirmándoles los buenos fueros que
les babia otorgado Alfonso Y., ya añadiendo otros
conformes á sus costumbres, ya también halagándo-
los con anteponer en algunos diplomas el título de
rey de León al de Castilla, aunque posterior aquel á
este respecto á su persona. A pesar de esto, avezados
algunos magnates y poderosos á revolucionarse fácil-
mente contra sus reyes y señores, no dejaron de dar-
le algunas inquietudes; hay quien señala entre aque-
llos al conde Lain Fernandez: pero la prudencia y
vigor del nuevo monarca redujeron tales conatos á
inútiles tentativas, y el orden y la subordinación se
conservaron en ambos reinos.
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PAftñ n. LiBKo I. 187
Consagróse» pues, Fernando en los primeros años
de sit reinado á moralizar las costumbres, á restau-
rar las antiguas leyes góticas, á organizar su antiguo
y nuevo estado y á cuidar del orden y la disciplina
cte la iglesia ^^K Sí la historia no nos ha trasmitido las
particulares medidas que dicta para estos objetos,
hallárnoslas como compendiadas en el concilio de
Coyanza (hoy Valencia de Don Juan), diócesis de
Oviedo,, celebrado por este monarca en unión con la
reina Sanchfi en t050, y con asistencia de todos los
obispos, abades y proceres ó magnates del reino, ad
restaurationem nostrce chrisiianitatis: asamblea á la
vez religiosa y política' como las de Toledo del tiempo
de los godos, y en que se ordenaron trece cánones ó
decretos, algunos de ellos importantísimos para la
historia, relativos unos á negocicis eclesiásticos, otros
al orden político y civil (^« Notaremos las principales
disposiciones de este conciho.
Mándase en el primer decreto [título que se dice
eh el acta), que cada obispo desempeñe conveoiente-
(4) Muchos historiadores, yeo- de Lugo y Cresconio de Compos-
tre ellos Mariana, sopouen á este tela. No siA^emos cómo pudo én-
mooaroa desde los primeros anos centrarse aqui el de Paraplooa.
en guerra con los ¡úneles. Esto no Habíalos también de ciudades ocu-
se coDforan ni con las historias padas todavía por los árabes. El
árabes ni con Iss crónicas cristia- de Huesca, nombrado en el acta
oas mas antiguas. . Visocensis, acaso por üsoensis,
(2) Los obispos que asistieron fué probablemente el que Ferre-
fueron ' loa siguientes: Froilan de ras tomó por de Viseo, deduciendo
Oviedo,Diego de Astorga, X^ipria- de aqui que el concilio de Coyanza
no de Leen, Siró de Falencia , Go- había sido posterior á la conquista
mez de Huesca, Gómez de Cala- de esta ciudad' por Fernando, que
horra, luán de Pamplona, Pedro es error manifiesto.
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188 HISTORIA DB ESPAÑA.
mente su minislerio con sus clérigos en su respectiva
diócesis.
Ordénase en el segundo que todos los abades y
abadesas, monjes y monjas se rijan por (a regla de
San Benito; y que todos con sus monasterios estén
sujetos á los obispos. *
Él tercero sujeta á todas las iglesias y clérigos á
la jurisdicción episcopal, quitando á los legos toda
potestad ó autoridad sobre ellas. Prescribe el servicio
personal, de libros y ornamentos que hap de tener
las iglesias y los altares: da reglas para el sacrificio
de la misa; designa cómo han de vestirse los clérigos»
mándales llevar siempre la corona abierta y la barba
rapada, les prohibe el uso de armas de giíbrra, y
tener en su casa otra muger que no sea madre, her-
mana, tía ó madrastra.
Preceptúa el quinto á los sacerdotes que no vayan
á las I^as á comer sino á echar su bendición; que
los clérigos y legos convidados á comer á las casas
mortuorias no coman el pan del difunto sino haciefido
alguna obra buena por su alma, y dando participa-,
cion á los pobres.
En el sexto, después de aconsejar á los cristianos
que asistan á las vísperas los sábados por la tarde y á
la misa los domingos, se manda que no andeú por los
caminos como no sea para enterrar los muertos, visi-
tar los enfernios^ ó por orden del rey , ó para resis-^
tir alguna invasión sarracena; y que los cristianos no
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PARTB U. LIBRQ l/ 189
cohabiten con judios ni coman con ellos. El noveno
exceptúa á los bienes de lab iglesias de la ley trienal
de la prescripción» y el duodécimo devuelve á los tem-
plos el derecho de asilo en conformidad á la ley gótica.
Versan los sétimo, octavo y decimotercero sobre
negocios de gobierno político y civil. Estos dos últi-
mos son de especial importancia histórica. aOrdena-
mos, dice el octavo, que en León y sus términos, en ,
Galicia, en Asturias y en PortugaUse juzgue con ar-«
r^lo á lo establecido por el rey Alfonso para los ho-
micidios, robos y todas las demás caloñas. En Cas-
tilla adminístrese la justicia de la misma manera que
en los dia^ de nuestro abuelo él duque -3ancho.v> —
cMandamos, dice el decimotercero, que todos, gran-
.des y pequeños, no solo respeten la justicia del rey,
sino que sean fieles y rectos como en los tiempos del
señor rey Alfonso y se rijan de la misma^ manera que
entonces: pero los castellanos en Castilla sean para el
rey como lo fueron para el duque. Sancho. El rey
por su parte los gobierne como el mencionado conde
Sancho. Y confirmo todos aquellos fueros que á los
moradores de León otorgó el rey Alfonso » padre de
la reina Sancha mi esposa. El que esta nuestra cons-
titución quebrantare, rey, conde, vizconde, merino ó
sayón, eclesliásticoó seglar, sea excomulgado, etc. ^^Ky^
Por lo decretado en esta asamblea, aparte de lo
(4) Agoirre, GoUect. Max. Concil.
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190 HISTORIA DB BS^AÑA.
perteneciente á la disciplina eclesiástica, se ve cómo
el monarca garantía y confirmaba á cada uno de los
dos estados retiñidos el uso y ejercicio de sos respec**
ti vos privilegios y fueros» dando, a t propio tiempo tes-
timonio del respeto que le merecían asi los píkeblos
como los reyes sus antecesores. Pasó» pues, Fernán*
, do el primer período de su reinado en afianzar la
pacificación interior de sus reinos» en sofocar las ten*
dencias de los magnates á la rebelión» en dictar re*
formas para el clero» en establecer las bases de la
legislación» renovando la de los visigodos y agregan-
do á ella la que las nuevas necesidades de sus pue^
blos exigían» y en cuidar ademas con la solicitud de
padre y con el esmero de rey dé la educación de sus
hijos. Eran estos. Urraca» á quien babia tenido tres
años antes de su advenimiento al trono de Léon; San-
cho, que nació en el mismo año de su coronación;
Elvira (en latín Geloira), Alfonso y García. A cada
uno de estos hijos procuraba darle la educación mas
adecuada á su edad y á su sexo» con arreglo á las
costumbres de la época y á lo que el estado de la ilus-
tración entonces permitía; á las hijas haciéndolas
instruir en las labores propias de mugares y en los
ejercicios de religión y de piedad, y á los varones
amaestrándolos en el manejo de armas y caballos y
en los deberes á que pudieraq ser llamados algún día.
Fatalidad fué de Fernando, cQmo lo habia sido
de los Alfonsos y de los Ordeños, y lo era para Espa-
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PA«TBII/L1UD I. 494
ña, tener que desnudar el acero antes contra sus
propios deudos y hermanos que contra los enemigos
naturales de su patria y de su fé. Por desdicha fué '
asi, y esta desdicha pers^uirá. todavía por mucho
tiempo á esta nación tan heroica como desventurada.
La partición de reinos hecha por Sancho el Grande
de Navarra, sin duda con mejor intención y fé que
con prudenda y tino, y que muy pronto habia co-
menzado á dar amargos frutos con las funestas disi-
dencias entre los hermanos coherederos de Aragón y
de Navarra, prodújolos aun mas amargos, si bien algo
mas tarde, entre los de Navarra y Castilla. Tiempo ha-
cia que estaba viendo en secreto con envidiosos ojos
el rey García de Navarra una tan bella porción como
la de los dos reinos unidos de Castilla y León en manos
de su hermano Fernando. Aunque parecia distraído d^
este pensamiento, ocupado como se hallaba en unión
con su esposa Estefanía en embellecer con grandes edi-
ficios y suntuosos templos la ciudad de Nájera, que ha*
bian hecho córte y residencia real, no por eso habian
dejado de devorarle la ambición y los celos, pasiones
de que tan difícilmente se suelen desnudar los prín-
cipes, hasta que un suceso vino á ponerle en ocasión
de revelar designios que habia tenido encubiertos y
en tentación de cometer un acto de insidiosa perfidia.
Habiendo enfermado este monarca, creyóse Fer-
nando en el deber fraternal de pasar á visitarle á
Nájera (1053). Mas no bien hubo ílegado^ sugirió su
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\%i HISTORIA DB ESPAÑA.
presencia á García tentaciones siniestras contra sa her«
mane, y aun hubo de proceder á dar órdenes para la
ejecución de su mal pensamiento. Con todo; no debie-
ron ser tan reservadas que de ellas no se apercibiese
el castellano* lo cual le movió á dejar apresurada-
mente aquella mansión y volverse á sus dominios con
la fortuna de haber prevenido y frustrado oportuna-
mente todo criminal intento contra su persona. Hizo
la casualidad que á poco tiempo enfermara á su vez
Fernando; y García» ya restablecido, quiso volverte
la visita, como el medio mas propio para disipar
cualesquiera sospecha que sobre él hubiera podido
concebir su hermano. Grandes pruebas ó gran con-
vencimiento debia tener Fernando de las desleales
intenciones de García, cuando procedió á ponerle en
prisión y á encerrarle en el castillo de Cea ^^K Mas
habiendo logrado el navarro evadirse de la prisión
sobornando á la guardia encargada de su custodia, y
ponerse en cobro en sus estados, rebosando de índíg-.
nación y de despecho ya no pensó en mas qUe en
hafter guerra abierta á su hermano. Comenzó por de-
vastar á mano armada las tierras fronterizas del de
Castilla, él cual por su parte reunió grande ejército
(1) No Coya, como escriben proTincia de Leoo/pero ha come-
Mariana, Romey y otros. Coya es- tido al mismo tiempo dos graves
té en Navarra, cerca de Pamplona, equivocaciones, la una eo suponer
El redactor de la parte histórica acaecido este hecho en iOiO, ha-
del Diccionario de Madoz ha apli- hiendo sido en 4053, y la otra en
cado con mas acierto este suceso llamar al rey prisionero Sancho
á la villa nombrada Cea, en la García, siendo García Sánchez.
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PAftTB 11. UBEO 1. 193
con el fía de castigar» ó por lo ineaosde reprimir se-
mejantes agresiones. Todavía, sin embargo , quiso
emplear los medios de la persuasión para ver de evitar
un formal rompimiento , y despachó á García perso-
nas respetables y prudentes que le recordaran la
sangre común que por las venas de ambos corria, que
le hicieran ver cuánto importaba el mantenimiento de
la paz entre hermanos , que cada cual podia vivir
tranquilo y feliz en los dominios que su padre les ha*
bia señalado, y que meditara por último que en el
caso de obstinarse no era posible que sus tropas/ in-
feriores en número como eran, pudiesen resistir á la
muchedumbre de las que Castilla tenia dispuestas
contra él. Desoyó el navarro en su ciega cólera tan
justas y racionales proposiciones, y en lugar de ve-
nirse á buenas como la razón y la conveniencia le dic-
taban , cometió el atentado de hacer prender los le-
gados, si bien mudó luego de propósito, y ponién-
dolos en libertad: «Andad, les dijo con arrogancia, id
ahora á buscar á vuestro señor, que cuando yo ven.
za á este, os volveré á traer prisioneros como ovejas
de un rebaño.»
Fiaba García en el valor de sus navarros, fiaba
en los aliados musulmanes que habia logrado atraer
á su partido, y fiaba en que él mismo era tan hábil
general como soldado valeroso. Con esta confianza
rompió con su ejército por tierra de Burgos en busca
de su hermano» y estableció su campamento en Ata--
Tomo iv. 43
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4 94 BISTOEU M UfhÜk.
puerca, á cuatro leguas de aquella ciudad, y á la
vista de las huestes castellanas que acampaban en
aquel valle. Todavía Fernando , mas , á lo que es de
creer , por* generosidad y nobleza de sentimientos
que por temor , renovó á su hermano las proposicio-
nes de paz, y aun envió á su campo á dos venerables
varones, San Ignacio, abad de Oña, y Santo Domingo
de Silos, á intento de ver si con sus santas palabras
hacian desistir de su temerario empeño &1 obstinado
García. Inútiles fueron también ios piadosos esfuerzos
de tan virtuosos prelados* El malhadado rey de Na-
varra corría desbocado á su perdición como aquellos
hombres á quienes parece arrastrar á su ruina un
destiño fatal. Frustradas todas las tentativas de ave-
nencia por parte del monarca castellano, la batalla se
hizo inevitable, y la batalta se dio.
Al prímer albor de la mañana (1 .""de setiembre de
4054), éntrela confusa gritería de ambas huestes,
mezcláronse. los peleadores y se cruzaron con Airor
las espadas. En el calor de la pelea vióse á un ancia-
no y venerable navarro arrojarse lanza en ristre,
sin casco y sin coraza, en lo mas cerrado de las filas
enemigas, como quien busca desesperado la muerte,
que' recibió con la imperturbabilidad de quien la de-
seaba. Era el ayo del rey don García, el que le habia
educado en su niñez, que después de haberle exhor-
tado con enérgicas razones ¿ que desistiese de aquella
guerra, viendo la ineficacia de sus consejos» no qoiso
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PARTB II. LIBRO I. 195
sobrevivir á la pérdida de su patria y á la muerte de
su señor que preveía , y se anticipó á morir como
buepo, Dna cohorte de caballeros leoneses, antiguos
allegados al rey Bermudo, y particularmente adictos
á la causa de su hermana la reina doña Sancha , de
los que se habian hallado en la batalla de Tamaron,
se abrieron paso con sus lanzas á través de Fos dos
ejércitos, y llegando á donde se hallaba don García
rodeado de un grupo de valientes navarros, se pre«-
cipitaron sobre ellos v los arrollaron , derribando de
su caballo al rey, que cayó al suelo acribillado de
heridas. Quedáronle al temerario monarca tan sola-
mente algunos momentos de vida, que aprovechó para
confesarse con el abad de Oña; uno de los dos santos
prelados cuya misión de paz no había querido escu-
char anles el acalorado rey ^^\
Tal fué el fruto que de su tenacidad sacó el mo-
narca navarro García Sánchez, conocido por el, de
Nájera , en los campos de Atapuerca , que la tradición
designa todavía hoy con el nombre de campos de la
Matanza. Muerto García , gritaron victoria los caste-
llanos, y desalentáronse y huyeron los navarros y sus
(4) Hemos tomado la relación poro ellos y la reina deseaban
de estos sncesos principalmente venEar con sangre la que él había
del monge de Silos, Chron. n. 82 y hecho verter á Bermudo en los
83, con la cual concuerda Lucas campos de Tamaron. El arzobispo
de Tuy. Al decir del Sileose, Fer- don Rodrigo lo cuenta con algunas
nando'de Castilla habla manifes- variantes, ríos merece en esto mas
tado á aquellos caballeros fu de- fé el Silense, por ser escritor coif-
seo de qne le entregaran vivo mas temporáneo.
bien qoe muerto i su hermano;
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496 HUTOftlA dbbspaKa.
aQxiiiares. Fernando ordenó qae se persigaíéra á los
fugitivos cristianos de modo que se les diera tiempo
para salvar sus vidas: los sarracenos auxiliares quiso
que fuesen tratados con todo el rigor de las leyes de
la guerra , y los que no fueron acuchillados quedaron
cautivos. Hizo Fernando recoger y trasportar el ca-
dáver de su hermano á Nájera , y enterróle en la igle-
sia de Santa María , edificada y dotada^por él ^^K Pudo
Fernando después de esta victoria haberse hecho
acaso sin gran dificultad dueño del reino de Navarra:
moderado anduvo en haberse contentado con Nájera
y con los pueblos de la derecha del Ebro: de todo lo
demás puso él mismo en posesión á su sobrino Sancho,
el primogénito de su desventurado hermano García.
Desembarazado de esta guerra , y deseando ya
medir sus armas con los infieles, regresado que hu«
bo el victorioso castellano á sus antiguos dominios,
preparó sus huestes para la campaña que emprendió
la primavera siguiente (1055), pasando el Duero y el
Termes , y penetrando en las provincias de la Lusita-
nia ocupadas por los musulmanes ^^K Apoderóse desde
(i) Tuvo el rey Garcia Sánchez vit. Esto unido á lo que antes ha-
ocho hijoíif cuatro varones y cua- bia dicho este cronista, que «pasó
tro hembras: Sancho, Ramiro, diez y seis anos sin salir de los lí-
Fernando y Raimundo, y Urraca, mites de su reino ni emprender
Ermesinda, Jimena y Mayor. La nada contra estrenas gentes,» de-
reina doña Estefanía sobrevivió muestra que los historiadores es-*
tres años y medio ¿ su esposo. pañoles, Mariana, Sandoval, Fer-
(2) Mortuo fratre, dice el roras y otros han puesto indebi-
monge de Silos, jam securus de damonte las campañas de Fernán-
patrta reliquum tempus in expug- do en Portugal antes a ue la guerra
nandos barbaros agere decre» con su hermano García.
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FAETB II. LIBRO I. 197
luego por asalto-de la fortaleza de Sena (hoy Cea) en
la provincia de Beira. Desde allí continaó haciendo
devastadoras correrías y tomando poblaciones, sin
darse ni dejar mas descanso qae el que el rigor de
las estaciones le obligaba á hacer , y que empleaba en
atender á los negocios interiores de su reino. Atre-
vióse ya en 1057 á poner sitio á Viseo » ante cuyos
muros una flecha fatal habia dado treinta años hacía
una muerte prematura á su suegro Alfonso V. de
León. Terrible fué la resistencia que le opusieron los
sitiados. Aquellos ballesteros musulmanes eran tan
diestros y certeros, que á mas de no errar un golpe
de saeta arrojábanlas con violencia tal , que no habia
casco ni coraza tan dura que no la traspasaran , lo
cual obligó á los sitiadores á armarse de triples cora-
zas y de escudos forrados de madera. Habíase pro-
visto también Fernando de cuerpos da honderos.
Merced á estos medios y al arrojo de los castellanos
la plaza fué entrada á viva fuerza , y sus habitantes
y defensores ó pasados á cuchillo ó hechos cautivos.
Entre estos últimos se hallaba todavía el que disparó
el mortífero venablo que puso fin á la preciosa vida
de Alfonso Y. Dicen que el rey » dfópues de sacarle
los ojoSf le hizo cortar ambas manos y un pie , ven-
ganza que querríamos no ver ejecutada por un prín-
cipe cristiano, pero que en aquellos y aun en muy
posteriores tiempos se consideraba y aplaudía como
un rasgo de celo religioso y de piadosa y jiasta se-
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498 . HISTORIA DB ESPAÜA.
veridad^^L A la toma de Viseo siguió algunos meses
después la de Lamego, oiudad situada cerca del Due-
ro , y tenida por casi inexpugnable en razón á sus
elevados muros. Nada arredró á los castellanos y
leoneses 9 y abierta brecha en aquellas altísimas mu*-
rallasy posesionáronse de la ciudad matando y cauti*
vando según costumbre. Lo mejor de los despojos fuá
de orden del piadoso monarca destinado al servicio
de las iglesias y «de los pobres de Cristo,» según la
espresion de la crónica ^^K
Alentado Fernando con estos triunfos, concibió el
proyecto de apoderarse de Coimbra. Era Coimbra la
ciudad mas importante y como la capital de todas
aquellas posesiones musulmanas. Para prepararse á
tan gloriosa empresa como cumplido y fervoroso cris-
tiano pasó el rey de Castilla á visitar el sepulcro del
santo apóstol Santiago , á quien dirigió por espacio de
tres dias y tres noches humildes y fervientes oracio-
nes implorando por su intercesión el auxilio divino en
favor de las armas españolas. Hecho esto , volvió á
poner sitio á Coimbra (enero de 1058), lleno de es-
peranza y de fé. No le fué, sin embargo, la toma de
la ciudad tan fácil como acaso se habría imaginado.
Costóle siete meses de asedio , al cabo de los cuales el
hambre y lapenuría, á lo que se cree, obligaron á
(4) Moa. Sil.ChroQ. o. 83 y 86. grada, tom. 44.-»Ribeiro, Disserl.
(2) Id. n. 87.— Gbrou. Gonim- GhroQolog. é orit. sobre la Uisto
bric. pág. 337.— 'Florez, Esp. Sa- ria de Portugal, t. IV .
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FAKTB u. uno 1. 4M
Io6 sitiados i pedir capitalacíon {%^ de julio), qoe •}
monarca cristiaDo les otorgó , fijándose en los dos días
siguientes las condiciones t reducidas á que los babi*
tantes entregarían la plaza al monarca cristiano, sa«
liendó ellos con sus mugeres y sus hijos y el dinero
necesario para su viage. Fueron , no obstante , mas
de cinco mil sarracenos entregados al vencedor en
calidad de cautivos, y el domingo 26 de julio hizo
su entrada solemne en Goimbra , acompañado de la
reina doña Sancha , de los obispos de Composlela^
Lugo, Viseo y Mondoñedo, y de otros principales
personages ^^K
Dueño Fernando de Goimbra , encomendó el go-
bierno de la ciudad y su coiparca á un tal Sisnanda^
que en su juventud habia sido hecho prisionero en
Portugal por Ebn Abed rey de Sevilla ; en cuya ciu^
dad habiajiegado por .su mérito y sus luces á obte*
ner de tal modo el favor del emir , que ademas de
haberle confiado éste importantes cargos , vino i ha*
cerle su mas íntimo consejero. Habíase puesto después
(4) Cbroo. Complut. p. 346.^ Lo cierto es que eo la escritora de
MOD. Silens. o. 89.— Florez, Enp. Lorbaon confirma el Cid, siendo
Sagr. tom. 44. p. 90 y sigaieoles. esta la primera memoria ferldi»
OtrosdifiereDÍaconquistadeCoim- qae de él so encoentra (tom. III.,
bra basta el año 4064.— Los anota- pág. 2S0 nota).! La escritura qoe
dores de Mariana en la edición de se cita es de una gratificación que
Valencia dicen: «Las antiguas eró' bizo el re? á los mongos da Lor«
nicas cuentan que en la mezquita baon por el socorro de yi? eres que
mayor de Goimbra después de su le suministraron para el sitio de
purificación fué armado caballero G3imbra, que publicó en castalia*
Rodrigo Díaz de Vivar llamado el oo Sendo? al en los Cinco Asy^s,
Cid, por el rey Fernando, y descri- p. 42.
hen el oeremoníal de esta función.
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200 BISTOEU DI BSPaAa.
Sisnando en relaciones t;on el rey de Castilla y de
León 9 y como Sisnando conocía bien la religión , las
costambres y la lengua de los árabes » parecióle al rey
á propósito para gobernar asi á los cristianos como á
los musulmanes que quedaron en la jurisdicción y dis-
trito de Coimbra , donde les permitió seguir viviendo
bajó ciertas condiciones. Sisnando gobernó sabiamen-
te aquel territorio , haciéndose respetar igualmente
de mahometanos y cristianos^ bajo el título que adop-
tó de alvasir , españolizando el vazzir de los árabes.
Bajo la administración de este singular personage fué
agrandada y embellecida Coirnbra con magníficos
monumentos.
Fernando volvió á dar gracias al apóstol Santiago
por el feliz éxito de su empresa , y regresando á León
celebró una asamblea de magnates para deliberar, al
modo que lo hizo en otro tiempo Ramiro IL , á qué
punto de los dominios mahometanos convenia llevar
la guerra. Tomado él competente acuerdo» salió el
ejército cristiano á campaña la primavera siguien-
te (1059), y tomó á San Esteban de Gormaz^ tan dis-
putada dos siglos hacía por musulmanes y cristi^inos,
á'Vadoregio, Aguílar y Berlanga. Prosiguió hacia
Medinaceli, destruyó castillos y poblaciones, derribó
las cabanas ó aduares que. tos sarracenos tenían para
proteger y gnardar los ganados , demolió la línea de
atalayas que de trecho en trecho habían construido,
pasó la frontera de Cantabria (1060), y revolviendo
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PARTB II. LIBRO 1. 201
Otra vez hacia el reioo de Toledo, traspuso á Somo-
sierra, taló los campos de Uceda y Talamanca, reco-
giendo rebaños, cautivando hombres , mugeres y ni-
ños, llevando lá devastación por todas partes, y no
dando reposo ni á los musulmanes ni á sus soldados.
Guadalajara, Alcolea, Madrid, todas las poblaciones
musulmanas situadas en los valles ó á las márgenes
del Henares, del Jarama y «del Manzanares , fueron
teatro de las terribles correrías del monarca y ejérci-
to castellano, que por último puso estrecho cerco á la
importante ciudad de AI-Kalaa*en-Nahr (altura ó for-
taleza del rio), de que le vino el nombre que hoy tie-
ne de Alcalá de Henares.
Habia ya el rey de Castilla desmantelado á hierro
y fuego los edificios esteriores , ya el ariete habia
desmoronado una parte de sus muros , cuando en ta^
aprieto despacharon los sitiados una embajadas al rey
de Toledo, que lo era entonces Al Mamun , suplicán-
dole los libertase por cualquier medio del rudo ene-
migo que en tan apretado trance los tenia, y que lo
hiciese pronto si no quería que á la pérdida de Alcalá
siguiese la de todo el reino de Toledo. Hecho cargo
Al Mamun del peligro, y escuchando los consejos de
los mas prudentes , reunió una inmensa cantidad de
oro y plata acuñada, telas y vestidos riquísimos , y
habiendo obtenido un salvoconducto del monarca
cristiano , pasó muy cortesmente en persona al cam-
po del rey , y admitido ,á su presencia le rogó que
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202 HISTORIA DB ESPaSa.
aceptase aquellos presentes y que levantara mano en
la devastación de las fronteras de su reino. Aun hizo
roas el musulmán toledano. Para mever al rey de
Castilla á que dejase mas pronto en paz sus dominios,
le dijo que él y sus estados quedaban desde aquel
momento bajo la protección y amparo del monarca
leonés. Fernando rsi bien no confiaba mucho en las
palabras del sarraceno, como que de todos modos por
ser llegada la estación fria pensaba regresar á sus
dominios • aceptó el presente y la oferta » y volvió
cargado de botin á Tierra de Campos , como en otro
tiempo Alfonso III. se habia retirado cargado de ri«
quezas de debajo de los muros de Toledo (*^
Aprovechó Fernando aquel período de reposo de-
dicándose á las mejoras interiores de su reino : res-
tauró á Zamora, arruinada como León en los calami-
tosos tiempos de Almanzor, y en esta última ciudad
reconstruyó de cal y canto la iglesia de San Juan Ban -
lista, ya reedificada de tierra cuarenta anos antes por
Alfonso V. que habia hecho colocar en ella los cuer-
pos de los reyes sus predecesores. Fernando, á rue-
gos de la reina Sancha, que tenia especial devoción á
este templo , destinóle también para panteón suyo y
(i) Este ofrecimiento de Al Ma- Castilla, ha sido sin dada el que
mun, que el mooge de Silos espre- dio ocasioo á algunos escritores é
sa eu estos términos: se el reanum suponer que Al Mamun habia
iuwn tum poteitaii eanm%sium obrado oomo aliado de Fernando
dedit^ y que parecía constituirle en las campafias sucofti? sf.
en f asalto ó tributario M rey de
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PAETE II. LIBEO I. 206
de SQ familia , y dispaso qae fuesen trasladadas á él
l^^s cenizas de su padre Sancho el Mayor y de su cu*
nado Bermudo. Terminadas estas obras » y deseando
el piadoso monarca aumentar la devoción del pueblo
á aquel privilegiado santuario, determinó enrique-
cerle con las reliquias de los santos que existían eo
las ciudades dominadas por I03 inñeles. Y como no
esperase adquirirlas de otro modo que por la fuerza
de las armas, juntó Fernando poderoso ejército , y en*
caminóse con él por fa Extremadura y Lusitania y
entróse por tierra de Andalucía esparciendo la devas-
tación y el terror. Intimidado Ebn Abed el de Sevilla,
de quien eran los estados invadidos , y á quien hemos
visto en guerra casi incesante con los de Málaga y
Granada, salió al encuentro del castellano llevando
consigo ricos presentes , que ofreció al monarca cris-
tianó rogándole los aceptase y que dejara de hostili-
zar sus tierras y subditos. Consultó Fernando con los
prelados y principales caudillos la respuesta que de-
Beria dar , y como estos le aconsejasen que usara de
mansedumbre basta con los enemigos de la fé^ aceptó
el ofrecimiento del musulmán, mas no sin exigirle
otro tributo de bien diferente índole, el que permi-
tiera trasladar el cuerpo de la santa virgen y mártir
Justa que desde la persecución de Qiocleciano yacía
en aquella ciudad. Accedió gustoso Ebn Abed á la
demanda, satisfecho de haber conjurado á tan poca
costa la tempestad que le amenazaba , y hechas laa
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S04 BISTOEU DB BAPAÜA.
paces tornóse Fernando con su victorioso ejército á
León (1062).
Desde alli despachó á Sevilla 'una solemne emba-
jada » compuesta del obispo de León Alvito , de Ordo-
ño de Astorga, del conde Munio ó Nuno, y de otros
dos nobles personages llamados Gonzalo y Fernando,
con buena escolla , para que llevasen á ejecución lo
pactado con Ebn A'bed. Presentáronse estos ilustres
comisionados al rey musulmán , el cual les dijo que
en efecto se acordaba de lo ofrecido , pero que era el
caso que el cuerpo de la mártir Justa no se encontra-
ba. Vanas fueron también las diligencias y pesquisas
que por hallarle hicieron los enviados cristianos, lo
que les dio no poco desconsuelo. Cuentan que en tal
aflicción el obispo Alvito exhortó á sus compañeros á
que por tres dias consecutivos de ayuno y oraciones
procurasen mover á Dios á que no hiciese inútil su
piadoso viage , revelándoles dónde se ocultaba el sa-
grado tesoro qu$ iban buscando. Parecióles bien el
pensamiento, y practicáronlo asi los enviados del rey.-
La crónica añade que las tres noches se le apareció en
sueños al venerable Alvito on hombre con una respe-
table cabellera blanca , ceñida su frente con la mitra
episcopal , que con gran magostad y dulzura le dijo:
«Sé que el intento con que tú y tus compañeros ha-
béis venido es el de llevar el cuerpo de la bienaventu*
rada mártir Justa. Mas ten por cierto que la voluntad
de Dios es que las reliquias de la santa queden aqui
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PAETB U. UBRO I. 205
para consuelo y amparo de esta ciudad. Sin embar-
go , no quiere la bondad divina que os volváis con las
manos vacías á vuestra patria , pues desde ahora os
concede mi propio cuerpo; tomadle pues, y llevadle
á la corte de León,» Preguntó entonces Alvito á aquel
venerable prelado quién era, y él respondió: «Yo
soy el doctor de las Espafias , Isidoro , que fui en oiro
tiempo obispo de esta ciudad.» Y dicho esto, desapa-
reció el santo anciano con toda la magostad y claridad
que traia. Dicen también que en la segunda aparición
señaló el santo obispo el lugar donde estaba su sepul-
cro hiriendo la tierra tres veces con el báculo que
llevaba , y que en conñrmacion de ser verdad cuanto
^ decia pronosticó á Alvjto que hallado el sepqlcro y
sacadas las reliquias , le atacaría una enfermedad , la
cual á los poQOs dias le enviarla á participar con él de
la corona de la gloria ^^K
Todo , dice la crónica , se verificó tal como el ve-
nerable prelado godo lo habia revelado al de León.
La caja de enebro en que reposaban los restos de San
Isidoro fué halfada en el sitio por él indicado, llenan-
do de suavísima fragancia á todos los circunstantes
como si hubiera caido sobre ellos un blando rock) de
. (4) Bt moDge de SiIo9, que fué tomen qui interfuere prolata,*
el primero. que dos trasmitió la '(Cuento, esclama otra vez, cosas
historia de este glorioso y eelraño maravillosas, pero que recuerdo
suceso, interrumpe vanas veces haber oído á los mismos que las
su narraciOQ para decir: «Hablo presenciarou: mira loquoTy ab his
cosas prodigiosas, pero contadas tamen, qui interfuere, me remir-
por los mismos que intervinieron niecor- audisse,^ Véase también
en ellas: 9tupenda loquoi-, ab hi9 Risco en la Vida de San Alvito.
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800 H19T0EIA DB ESPAÑA.
bálsamo ; el obispo Alvito murió á los siete dias en
Sevilla 9 después de recibir los santos sacramentos y
de haber encomendado la traslación del santo cuerpo
á sus compañeros. Obtenida, pues, la venía del so-
berano musulmán» fueron las sagradas reliquias del
Santo Isidoro, junto con el cuerpo del obispo Alvito,
trasladadas á León, donde el rey Fernando les tenia
ya preparado un recibimiento solemne y pomposo, y
aun él mismo con la reina y sus hijos, seguido del
clero y el pueblo salió de la ciudad en procesión á
recibir los sagrados cuerpos. El de San Isidoro fué de-
positado en la iglesia de San Juan Bautista, que des-
de aquel día tomó el nombre y advocación de aquel
santo, y el del obispo Alvíto lo fué en la de Santa
María de Regla. El dia de la ceremonia el rey agasa-
jó con un banquete á todo el clero leonés , en el cual
para dar un testimonio público de humildad y de de-
voción , él mismo, la reina y los príncipes sus hijos
sirvieron á los convidados á la mesa , haciendo los
oficios no solo de domésticos ó criados , sino los re-
servados á los esclavos de ambos sexos que se cogían
en la guerra. Acaeció el ruidoso suceso que acabamos
de referir en diciembre de 1063 ^^K
Con motivo de la ''ceremonia de la traslación de
(4) Pueden verse las Actas de y trueca á cada paso lastiraosa-
esta traslación publicadas por el mente la cronología, pone el su?
maestro Florez.— Mariana, que ceso de la traslación del cuerpo
ademas de sus muchos errores de San Isidoro antes del concilio
históricos en esta época, confunde de Coyanza celebrado en 4050.
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PAETB 11. LIBIO I. 207
las reliquias de la lumbrera de la iglesia goda San
Isidoro t habían acudido á León los principales perso-
nages de ambos reinos , y aprovechando esta ocasión
el piadoso rey don Fernando, y sintiéndose ya en
edad avanzada , reunió una asamblea mas política qae
religiosa » á fin de repartir el reino entre sus hijos,
para qae á su nraerte pudieran vivir con tranquilidad
y en buena armonía. En esta distribución, en que tal
vez se propuso imitar á su padre, no considerando
bien los males y excisiones que aquella habia ocasio-
nado entre los hermanos, adjudicó á Alfonso, que
aunque no era el mayor era á quien amaba con pre«
ferencia, todo el reino de León con los Campos Góticos
ó Tierra de C4ampos; á Sancho, que era el prímogé--
nito, le dio el reino de Castilla ; hizo rey de Galicia
á García, el mas joven de todos; á Urraca, su hija
mayor , le confirió en dominio absoluto la ciudad de
Zamora, y á Elvira la de Toro , ambas sobre el Duero,
con todos los monasterios de su reino para que pudie-
sen vivir en el celibato hasta concluir sus días ^^K
Decoró el piadoso monarca con lujo y esplendidez
ía iglesia ya dicha de San Isidoro; pasábase en ella
muchas horas en oración , y solia mezclar su voz con
las de los sacerdotes que cantaban las alabanzas divi-
nas. Cuando iba al monasterio de Sahagun asistía con
los mongos al coro , y mas de una vez tomó humilde^
(i) Mon. Si). CbroD. d. 403.— Pelag. Orel. Gbroo.
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208 H18T0EU DB BSPlftA.
mente asiento con ellos á la hora de la refección , par-
ticipando como si fuese otro monge de la vianda pre-
parada para la comunidad ^^K Su mano liberal estaba
siempre abierta para socorrer á sacerdotes y clérigos,
á las vírgenes consagradas á Dios, y en general á
iodos los pobres cristianos menesterosos.
Réstanos hablar de la última campaña contra ios
infieles con que este gran monarca terminó su glorío-
so reinado. Era, por el cotejo de las historias árabes
y españolas, el ano 1064, cuando penetró Fernando
con su ejército en la antigua provincia Celtibérica,
infundiendo nuevamente el terror en los sarracenos,
talando campiñas, saqueando lugares, incendiando y
destruyendo cuanto encontraba fuera de las ciudades
amuralladas, llegando en su escursion delante de la
ciudad de Valencia. Gobernaba éste reino el débil
Abdelmelik Almudhaffar , hijo de Abdelaziz , ó por me-
jor decir , le gobernaba en su nombre su pariente
Al Mamun el de Toledo. Sitiáronla los castellanos y
leoneses. Un dia fingieron estos levantar el sitio como
quienes se retiraban convencidos de su impotencia
para conquistar la ciudad. Cayeron los valencianos
en el lazo , y haciendo una salida , vestidos con sus
(1) Cuenta el Silense que en rompió on mil piezas. Entonces
ano de estos dias, habiendo ben- llamó á uno de sus pages, y lo
decido el abad en las ánforas el mandó llevarla copa de oro en que >
vino que se habia de serrir ala él bebía ordinariamente, y ponién-
mesa, según co'stumbre, hizo pr&- dola sobre la mesa la regaló á los
tentar al rey una copa de aguel padres en reemplazo de la que
vino. El rey la dejó caer por des- había roto,
cuido» y como «ra de cristal se
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PAETB II. LIBEO I. 209
trages de gala como si fuesea á divertirse con el ejér-
cito cristiano, dieron en la emboscada que Fernando
astutamente les había preparado cerca de Paterna » y
acometidos de improviso por los cristianos, gran n&-
mero de ellos fueron acuchillados, siendo bastante afor-
tunado su rey Abdelmelik para salvarse por la fuga ^*K
Volvió Fernando después de este triunfo á estrechar
el cerco de Valencia, y estaba á punto ya de tomarla,
cuando hizo la mala suerte que le acometiera una en-
fermedad que le obligó á retirarse otra vez á León,
donde no mucho antes habia hecho que fuese trasla -
dado el cuerpo del mártir San Vicente, hermano de las
santas Sabina y Cristeta que se hallaban en Avila.
Llegó, pues, Fernando á León un sábado, 24 de
diciembre de 1065. A pesar de su quebrantadísima
salud su primera visita fué al templo de San Isidoro,
donde arrodillado ante los sepulcros de los santos
mártires hizo fervorosa oración á Dios por su alma.
De alli pasó al palacio á reposar algunas horas. A la
(\) De ^sta sorpresa de Pater- Fernando, segan en el anterior
na de qoe no hablan nuestras capítulo expusimos. Asi, pues,
crónicas, nos ha dado noticia el según Ibn-Bassán, el escritor mas
árabe ibn-Bassftn, escritor con- iomediato á los sucesos que se co-
temporáneo, MS. de Gotba, cita- noce, Al Mamun oo fué a Valencia
do por Dozy*— A la nueva de este como aliado de Fernando, que es
desastre fué cuando acudió Al M a- lo que se babia creído hasta abo-
mun el de Toledo á Cuenca á pro- ra, sino como protector de Abdel-
teger á su pariente Abdelmelik, y melik, aunque la ambición le con-
considerándole poco hábil para virtió pronto de auxiliar en usur-
defender la ciudad contra tan po- pador de su reino. — Almakari ha-
deroso enemigo como Fernando, ola también de la batalla de Pa-
lé depuso y encerró en la fortale- terna, qne indica igualmente Bbn
za de Cuenca, alzándose con su Hayan,
reino luego que levantó el sitio
Tomo iv. i*
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240 ttlSTOElA DB BSPASa.
medía noche se hizo conducir otra vez á la ¡glesiat
donde asistió á la misa solemne de la natívidad del Se-
ñor, y después de haber comulgado hubo que llevarle
en brazos á su lecho. A la mañana siguiente al apun-
tar el didy presintiendo cercano su fín^ convocó á los
obispos, abades y religiosos de la corte para que
fortificasen su espíritu en aquel trance supremo, y
todavía otra vez se hizo trasportar al templo en com-*
pañía de aquellos venerables varones » revestido de
todas las insignias reales. Alli arrodillado ante el al-
tar de San Juan, alzando los ojos al cielo , pronunció
con voz clara y serena estas memorables palabras:
«Vuestro es el poder, Señor, vuestro es el reino, vos
sois sobre todos los reyes , y todos los imperios del
cielo y do la tierra están sujetos á vos. Yo os devuel*
vo, pues, el que de vos he recibido, y que he con-
servado todo el tiempo que ha sido vuestra divina vo-
luntad. Ruégeos, Señor, os digneis sacar mi alma de
los abismos de este mundo y recibirla en vuestro
seno.» Y dicho esto, se desnudó del manto real, se
despojó de la corona de piedras preciosas que cenia
su frente, y recibiendo el oleo santo de mano de ios
obispos, trocó el manto por el cilicio y la diadema
por la ceniza, y prosternado y con lágrimas imploró
la misericordia del Señor, á quien entregó su alma á
la hora sesta del tercer dia de pascua, fiesta de' San
Juan Evangelista* Tal fué y tan ejemplar y envidiable
la muerte del primer rey de Castilla y de León, á los
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PAaTB 11. LIBRO l«
211
28 anos y medio de haber ceñido la segunda corona,
cerca de 31 de haber llevado la primera. Fué enter-
rado en el panteón de la iglesia de San Isidoro que
él había hecho construir ^^\
Bajo el cetro vigoroso de Fernando I. adquirieron
gran preponderaucia los reinos cristianos de Castilla
y de León 9 y su reinado preparó la gloria de los
siguientes. Con justicia, pues, es llamado Fernando
el Magno el que fué uno de los príncipes mas glorio-
sos que cuenta la España ^^K
(4) Mon., Sil., CbroD. n. 106.
«-Tepes, Goron. de la orden de
San Benito. — Sandoval , Cinco
Beyes.— Floreí, Esp. Sagp. , y
mncbos otros.— La Beina doüa
Sancha, señora no menos piadosa,
prudente y amable que su marido,
le sobrevivió solo dos años, y fué
enterrada también en la misma
iglesia de San Isidoro al lado de su
esclarecido esposo, como se ve
por los epitafios grabados en sus
tnmbas. — ^Anales Complut., Com-
poste!, y Toledanos.
(i) Hemos omitido el invero-
simif é infundado suceso que
eueota la Crónica general y adop-
tó de lleno Mariana (1. IX., c. 5.),
de la reclamación que en tiempo
de este rey hicieron el papa y el
emperador de Alemania para quo
Castilla se reconociera feudataria
de aquel imperio, de las cortes
que para deliberar sobre esto ex-
traño negocio, dice, reunió el rey
Fernando, del razonamiento que
en ellas hizo el Cid, de la resolu-
ción que á consecuencia de su
discurso se lomó, del ejército de
diez mil hombres que al mando de
Rodrigo de Vivar pasó á Francia,
de la embajada que aquel recibió
en Tolosa, del asiento qee allí se
hizo para libertar á España del
pretendido feudo, etc., por eetar
ya reconocido y probado de fabu-
loso todo este conjunio de bellas
invenciones por los mejores críti-
cos. Perreras dijo ya: «Esta pre-
tensión no es mas que cuento,
porque yo no he hallado, ni en los
escritores germánicos, ni en otros
de aquella edad rastro de tal in-
tento, etc.» Los ilustradores de
la edición de Valencia dijeron
también hablaifdo de lo mismo:
cPero nuestros historiadores mas
atinados han desechado como fin-
Sida (oda esta narración.)^ T el
octor Sabau y Blanco dice con su
acostumbrado desenfado sobre es-
te capítulo de Mariana: «Todo este
cuento es tomado de la Crónica
oeneral de Espafia, que no tiene
fundamento en ningún autor que
merezca fé. Ninguno de los escri-
tores de este tiempo hace mención
de semejante suceso; y asi debe
despreciarse teda esta narración,
de Mariana como fabulosa.»
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CAPITULO XXIII.
LOS HIJOS DE FERNANDO EL MAGNO»
SANCHO, ALFONSO T GARCÍA.
Be 1066 A 1086.
Jttioto de la distribucioa de reíDOS que hizo Fernando 1. de Castilla en
fU8 tres hijos.— Guerra de Sancho de Castilla con sus primos Sancho
de Aragón y Sancho de Navarra y su resultado.^Despoja Sancho
de Castilla i sus dos hermanos Alfooso y Garcia de los reinos do
León y Galicia.— Aventuras de Alfonso VI. de León.— Su prisión**
toma el hábito religioso en Sahagun: se refugia á Toledo, y vive en
amistad con el rey musulmán.— Quita Sancho la ciudad de Toro á
su hermana Elvira.- Sitia en Zamora á su hermana Urraca. — ^Mue-
re Sancho en el cerco de Zamora.— Traición de Bellido Dolfos.— b'
Cid. — ^Es proclamado Alfonso rey de Castilla, de León y de Galicia.
—Juramento que le tomó el Cid en Burgos.— Alianza de Alfonso VL
con Al Mamun el de Toledo.— Toman juntos á Córdoba y Sevilla.—
Piérdense otra vez estas dos ciudades. — Muerto de Al Mumun.— .
Resuelve Alfonso la conquista de Toledo.— Alianza con el de Sevilla.
—Ofrece este su hija Zaida al monarca leonés y la acepta.— Rindese
Toledo al rey de Castilla.— Capitulacion.-Entrada de Alfonso en
Toledo.— Concilio.— Primer arzobispo de Toledo.— Conviértese la
mezquita mayor en basnica cristiana.— Cambio en la situación de
los dos pueblos cristiano y musulmán.
El ejemplo vivo y recieQte de lo funesta que ha-
bla sido la parlicioa de reinos hecha por Sancho el
Mayor de Navarra» ejemplo cuyas consecueacias fa*
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^AETB II. LIBEO U 213
tales había experimeotado eo sí misAo su hijo Fer-
nando, no sirvió á esle de escarmiento, é incurrió«
como hemos visto, en el propio error de su padre,
rompiendo la unidad apenas establecida, y snbdiví*
diendo las dos coronas de Castilla y León, unidas mo-
mentáneamente, en sus sienes, entre sus tres hijos
Sancho, Alfonso y García, en los términos que en el
anterior capítulo dejamos espresados. Creyó sin duda
Fernando, y tal debió ser su propósito y buen deseo
como acontecería á su padre, dejar de aquella manera
mas contentos á sus hijos, prevenir los efectos de la
envidia y de la ambición entre ellos, y acaso se per-
suadió también deque distribuido el reino en pequeños
estados, cada soberano podría regir con mas facilidad
el suyo ó sostenerlo con mas energía contra los sarra-
cenos ó dilatar cada cual con mas fuerza de acción
sus respectivas fronteras. Si tal pensamiento tuvo,
pudo mas en él el buen deseo que la lección práctica
de la esperiencia, y mostróse poco conocedor del co-
razón humano. Faltaba por otra parte todavía el co-
nocimiento y fijación de la sabia ley de la primogeni-
tura para la sucesión al trono. Lo cierto es que la
partición de reinos de Fernando encerraba, como
vamos á ver, el germen de guerras tan mortíferas
entre sus hijos como las que antes había ocasionado la
distribución de su padre Sancho de Navarra.
Bien le previeron algunos nobles leoneses, y en-
tre ellos principalmente el prudente y experimentado
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214 UISTQRIA DB ESPAlfA*
Arias Gonzalo, los coates habian intentado persuadir
al rey qoe revocase aquella división. No escuchó el
monarca el consejo, y en conformidad á su determi-
nación el mismo dia de su muerte fueron proclamados
Sancho rey de Castilla, Alfonso de León, y García de
Galicia y Portugal. Aunque descontento y quejoso
Sancho, ya porque viese mas favorecido en la par-
lija á su hermano Alfonso, ya porque como pri->
mogénilo se creyera con derecho á toda la herencia
de su padre, no hubo todavía rompimiento entre los
hermanos, ni se turbó su aparente concordia en algún
tiempo, acaso porque supo mantenerlos en respeto
su madre doña Sancha, señora de gran juicio y pru*^
dencia: por lo menos estuvo reprimida su envidia y
DO se manifestó en abierta hostilidad hasta que mu*
rió la reina madre en 1067.
Mas no estuvo etílretanto ocioso el genio turbu*
lento y activo de Sancho. Llamóle su ambición hacia
otra parle, y esto contribuyó también á que dejara
algún tiempo en paz á sus hermanos. Reinaban en
aquel lietnpo en Aragón y Navarra otros dos Sanchos,
primo-hermanos del de Castilla; el de Aragón hijo
de su tio don Ramiro, y el de Navarra hijo de su tio
don García <*> : reinando de este modo simulláneamen-
(4) A su tiempo reclíficuremos tilla, habiendo muerto aquel en
á Mariana, Romey, y otros bisto- 1063. Notaremos también enton*
fiadores, que difieren la muerte ees la grave equivocación en que
de Ramiro I. do Aragón basta el incurrió el juicioso y docto Zurita
año de 1067 y le bacon reinar al en este punto,,
mismo tiempo que Sancbo de Gas-
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PAfiTB II. LIBRO 1. 215
te tres Sanchos en Aragón, Navarra y Castilla; coin-
cidencia que ha podido dar lugar á confusión y equi«
vocaciones históricas» y sobre lo cual repelimos lo que
acerca de la identidad de nombres díjimo3 en el pri-
mer Yolámen de nuestra obra ^*K En tanto que el de
Castilla encontraba ocasión para arrancar á sus her--
manos la herencia de su padre, ensayóse en otra em«
presa, que fué la de querer privar á su primo el de
Navarra de la parte que Fernando mismo le habia Te-
conocido. Pero el navarro y el aragonés, conocedores
sin duda del genio codicioso del de Castilla, habíanse
confederado ya para impedir todo atentado que con*
tra sus dominios intentase, y cuando aquel pasó el
Ebro encontráronle los dos aliados en la llanura en
que se fundó mas adelante la ciudad de Viana, lia*
mada, dice un moderno historiador navarro ^^\ el
Campo de la verdad^ «porque de muy antiguo esta-
ba destinado para los combates.de los nobles en desa-
fio, que creian encontrar la verdad y la razón en la
fuerza ó en la destreza de las armas.» Dióse allí una
batalla entre los tres Sanchos, en la^ cual el de Cas-
tilla quedó vencido, teniendo que escapar precipita-
damente en un caballo desenjaezado, como en los cam-
pos de Tafalla habia acontecido treinta años antes á
Ramiro de Aragón. Fuéle preciso al castellano repasar
el Ebro, y regresar á sus estados, lo cual proporcio-
(4) Tomo I. pág. 376. de Navarra, pág. 69 .
9) Tanguas, uist. Gompend.
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SI 6 HISTORIA DB BSPaSa.
nó al (le Navarra el poder recuperar las plazas de
la Ríója, perdidas por su padre y ganadas por Fer-
nando á consecuencia de la victoria de este en Ata-
puerca ^^K
No pudo el rey de Castilla lomar satisfacción y
venganza de sus dos primos como hubiera deseado,
porque la muerte de su madre (1067) vino á allanar-
le el único obstáculo que parecia haber estado com-
primiendo los ímpetus de su ambición y estorbádole
atentar abiertameule contra la herencia que sus dos
hermanos habian recibido de su padre común. Vio,
pues, llegado el caso de aspirar á lo que mas codi-
ciaba y rota toda consideración y miramiento» aco-
metió primeramente á Alfonso» que era el que mas
cerca tenia, y sin dar tiempo á que el leonés recibiese
los auxilios que habia solicitado de sus primos los de
Aragón y Navarra para contener al turbulento caste-
llano ^^K dióle un combate que el de León se vio en
necesidad de aceptar en Plantaca ó Plantada (después
Llantada), á orillas del Pisuerga» en que pelearon los
dos hermanos como dos encarnizados enemigos (1 068).
La victoria quedó por los castellanos, y Alfonso ven-
cido tuvo que retirarse á León ^^K
Fuese que Alfonso (el VL de su nombre) conten-
tara por entonces á Sancho cediéndole alguna parte
(4) Moret, ADoal. de Nav. lo Mariaoa) aquella bestia fiera y
lib. 44. salvage.»
{i) «T perseguir (añade el cuW (3) Annal^ Goroplnt. p. 34 3.
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PARTB U. LIBRO I. 217
de las fronteras de su reino ó condescendiendo con
algnna de sns exigencias, ó que Sancho» debilitado
en los campos de Viana, no se considerara en aquella
sazón bastante fuerte para internarse en los dominios
leoneses teniendo enemigos á la espalda, no se vuelve
á hablar de nueva lucha entre los dos hermanos
hasta tres años mas adelante (1071)^ que reaparecen
combatiendo otra vez en Golpejar á las márgenes del
Garrion, aun mas sangrientamente que en Llantada.
Hay quien dice haber concertado antes y convenídose
en que aquel que venciese quedaría con el señorío de
ambos reinos. La fortuna favoreció esta vez á los leo-
neses, y los castellanos volvieron la espalda dejando
abandonadas sus tiendas. Condujese Alfonso con lau-
dable aunque perniciosa generosidad , prohibiendo á
sus soldados la persecución de los enemigos, á fin de
que no se vertiese mas sangre cristiana, y porque, si
fué cierta la estipulación que se supone, se creerla ya
señor de Castilla. Perdióle aquella misma generosidad.
Porque uno de los guerreros castellanos reanimó al
monarca vencido diciéndole: «Aun es tiempo, señor,
de recobrar lo perdido, porque los leoneses reposan
confiados en nuestras tiendas; caigamos sobre ellos al
despuntar el alba, y nuestro triunfo es seguro.» El ca-
ballero qne asi hablaba era Rodrigo Díaz, conocido y
célebre después bajo el nombre de el Cid Campeador,
que ya entonces tenia entre los suyos fama de gran
capitán, aunque es la prímera vez qne le hallamos
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218 HisTatiA DB ispaHa.
mencionado como tal en las antiguas hislorias ^^K
Aceptó Sancho el consejo de Rodrigo, y sin tener
én cuenta, si no un compromiso pactado, por lo menos
la noble couducta que con él había usado Alfonso,
cayó con su ejército al rayar la aurora sobre los des*
cuidados y dormidos leoneses, de los cuales muchos
sin despertar fueron degollados, los demás huyeron
despavoridos, y Alfonso buscó un asilo en la iglesia
de Santa María de Garrion, de cuyo sagrado recinto
fué arrancado y conducido desde allí al castillo de
Burgos (julio de 1071). Pasó Sancho con su ejército
victorioso á la capital del reino leonés, de la cual se
posesionó ya fácilmente. Amaba con predilección doña
Urraca á su hermano don Alfonso, y á instigación y
por consejo suyo rogó el conde Pedro Ansurez á don
Sancho sacase de la prisión á su hermano, á lo cual
accedió el de Castilla á condición y bajo la promesa
de que Alfonso tomaría el hábito monacal en el mo*^
hasterio de Sahagun* Resignóse el destronado monar-
ca á cubrir con la cogulla aquella cabeza que acababa
de llevar una corona, él y sus favorecedores con la
esperanza de que el tiempo trocaría las cosas y el
variable viento de la fortuna daría otro rumbo á su
suerte. Asi sucedió. Por arte y maña de los mismos
que habian negociado su entrada en el claustro no
tardó Alfonso en salir de él á favor de un disfraz, y
(4) LacasdeTuy,p.97 y90.— El arzobispo don Rodrigo, I. VI, c 46.
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PA&TB II. LIBRO I. SI 9
tomando el camino de Toledo acogióse al amparo del
rey Al Mamun, que no solo le recibió con beoevolen*
cia, sino que le trató como á on hijo, según la ex*
presión del arzobispo cronista. Díóle el rey n(iasulman
morada cerca de so mismo palacio , proporcionábale
todo lo que podia hacerle amena y agradable la vida,
y basta le señaló una casa de recreo fuera de muros
donde pudiese vivir apartado del tumulto de la ciu*
dad, y entretenido con sus cristianos.
Acompañábanle alli tres nobles hermanos, Pedro,
Gonzalo y Fernando Ansurez, servidores fíeles suyos
y de su hermana Urraca, que con tierna solicitud le
habia procurado esta buena compañía. Con estos y
otros cristianos no menos leales vivía Alfonso en su
deliciosa alquería, en la mas estrecha amistad con el
monarca sarraceno. Un día habiendo salido Alfonso á
oaza por aquellos bosques, llegó hasta un sitio lla-
mado Brivea, hoy Brihuega , fortaleza entonces de
poca importancia, pero cuya situación agradó mucho
al desterrado castellano. Pidiósela á Al Mamun, y es-
te se la concedió sin dificultad. Alli estableció Alfonso
una especie de colonia de cristianos sometidos á su
autoridad. Asi pasó el destronado rey de León cerca
de un año, ya auxiliando con sus cristianos al rey de
Toledo en sus guerras con otros musulmanes, ya en-
treniendo los períodos de paz en ejercicios de monte -
cía, á que se prestaba grandemente aquel sitio.
Cuenta el arzobispo don Rodrigo, que habiendo
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8S0 HISTOftU DR RSPAHa.
bajado on dia Al Mamun al jardin del castillo de
Bribacga á solazarse un ralo, y habiéndose puesto á
conrerenciar con los árabes de su corte sentados en
círculo, sobre el medio como se podría tomar una
plaza tan fuerte como la de Toledo, Alfonso se habia
recoslúdo al pie de un árbol , y aparecía profunda-
mente dormido: creyéndolo asi los árabes, continua-
ron departiendo entre si en alta voz y con toda
confianza. Preguntóles Al Mamun si creian posible
que una ciudad como aquella pudiera nunca ser con-
quistada por los cristianos. cSolo habria un medio,
contestó uno de los interlocutores, que seria talar por
espacio de siete años sus campiñas , de suerte que
llegaran á faltar absolutamente los víveres.» No fué
perdida la respuesta, dice el historiador cristiano*
para Alfonso que no dormia , y guardada la tuvo
en su memoria; como queriendo atribuir á esta re-*
velación la conquista que años adelante hizo de To«
ledo este mismo Alfonso. Nosotros, concediendo el
hecho, creemos que Alfonso no necesitaba de estas
revelaciones , teniendo como tuvo tiempo sobrado
para conocer la ciudad y calcular todos los medios
que pudieran facilitarle su grande empresa, si por
caso pensó en ella entonces ^^K
Mientras esto pasaba en Toledo , Sancho., ufano
(4) La esUiDcia de Alfonso en plomo derretido en una mano
Toledo, se ha exornado con anéc- para probar ai estaba realmente
dotas y cuentos inverosímiles, dormido, de que diz le quedó el
como aquello de haberle echado sobrenombre de el de la mano ho-
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PARTB 11. LIBaO I 221
con la victoria, y no satisfecho con el reino de León»
había continuado su marcha á Galicia, resuello á de-
poner también de aquel reino á García, su hermano
menor. García tenia exasperados los pueblos con in-
moderados tributos» y disgustados á los principales
gallegos con el ascendiente que dispensaba á uno de
sus sirvientes ó domésticos llamado Vernula, á cuyas
delaciones daba siempre oidos con una credulidad cie-
ga. Muchas veces los nobles que habian sido el blanco
de sus calumnias habian rogado al príncipe que alejase
de sí tan indigno favorito. El rey so había empeñado
en sostenerle, y haciéndose ya insoportables á los
grandes las vejaciones que les causaba, asesinaron
un dia al delator á la presencia y casi en los brazos
mismos del rey. La cólera de García no reconoció lí-
mites ni freno desde entonces, y degeneró en una
especie de demencia ó de manía de persecución con-
tra todos sus subditos de cualquiera edad ó sexo que
fuesen. Asi cuando se presentó Sancho en Galicia,
fuéle fácil la sumisión de los gallegos, harto indigna-
dos ya contra la loca dominación de su hermano. Solos
trescientos soldados seguian á García, con los cuales,
conociendo la imposibilidad de resistir á la hueste
castellana, acudió en demanda de auxilio á los sar-
racenos de Portugal, ofreciéndoles que si le ayuda-
rodada; lo de habérsele eneres- dados absurdas que el bueu sentí-
pado el cabello en términos de no do nos dispensa de refutar seria-
podérsele allanar, y otras puerili- mente.
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S22 UlSTOftlA DB BSPAÑA*
bao á hacer la guerra les darla en vasallage no solo
sa reino, sino también el de sa hermano. Contestá-
ronle los musulmanes con palabras de alto desprecio.
«¿CiOn que no has podido, le dijeron, defender la es-
tado siendo rey, y ahora que le has perdido nos
ofreces dos reinos?» Tuvo no obstante el desairado
y desatentado García la temeridad de seguir recor-
riendo el pais con su pequeña cohorte, basta que lle-
gando á la campiña de Sentaren ^^^ encontróse con su
hermano Sancho, donde vinieron á las manos. Acu*
chillada y desecha la gente de García y él prisione-
ro, quedó Sancho dueño y señor de todo el reino de
Galicia (4071). Fué el prisionero destinado aí castillo
de Luna, de donde luego le soltó Sancho sobre ho-
menage que le hizo de ser siempre vasallo suyo, y
refugióse á Sevilla ^^.
Parece que deberla haber quedado satisfecha la
ambicioa de Sancho con verse señor de los tres reinos
de Castilla, León y Galicia» Mas como ^u codicia fuese
insaciable, tan pronto como regresa á León, volvió
sus ojos hacia los pequeños dominios independientes
de sus dos hermanas Urraca y Elvira; y só pretexto
de que se interesaban demasiado en favor de Alfonso,
llevó contra ellas un ejército considerable. Elvira no
(4) Las palabras del arzobispo manuscrita del Escorial qae ci-
don Rodrigo nos descabren la eti- ta Borganza.— €hron. Gompost. é
mología de Santaren. in loco qui Iriense, pablioados por Floref ,
Santa-Hirenea <itcirtir. Eap. Sagr., iom«S0y23.
(2) Fragmento.de una crónica
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PARTE II. LIBRO I. 223
le opuso resi8lencia ea Toro. Pero Urraca, contando
con el pueblo de Zamora y con la lealtad de algunos
nobles caballeros, entre ellos el prudente y valeroso
Arias Gonzalo, á quien encomendó la defensa de la
ciudad, se dispuso á soportar con ánimo varonil todos
los azares y rigores del sitio. Estrechóle Sancho cuan-
to pudo; los ataques y los asaltos se renovaban cada
dia con mas ímpetu y corage, mas todos se estrellaban
en el valor y decisión de los valientes zamoranos,
acaudillados por el brioso y entendido Arias Gonzalo.
Ya ios sitiados iban sintiendo algunos efectos de tan
prolongado sitio, cuando salió de la ciudad un bom*
bre llamado Bellido Dolfos, que dirigiéndose á don
Sancho, y fingiendo acaso quererle informar del es-
tado de la plaza, logró que el rey, dando entera fe
á sns palabras, saliese solo con él á reconocer el mu-
ro, con cuya ocasión, cogiendo á Sancho despreve-
nido, le atravesó á traición con su lanza, y corrió á
refugiarse á la ciudad. Rodrigo Didz, el Cid, que ha-
cia parte del ejército de Sancho, sabedor de la acción '
de Bellido, lanzóse como un rayo en persecución del
traidor, á quien se abrió una de las puertas á punto
que faltaba ya poco para alcanzarle la lanza de aquel
insigne guerrero: lo que hizo sospechar á los caste-
llanos que Bellido contaba en la ciudad con partici-
pantes y favorecedores de la traición C^K
{i) Lqc. Tod. Chroú. p. 98 y Bourg. p. a09.-^Ániial. GoApOHt.,
«¡S.— GhroD. Lasii. p. 406.— Id. p. d49.-^d. Tolei. era MGX.-^La
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224 HlSTOftU DB bspaiía.
Con la muerte de Sancho difundióse en el campo
la consternación. Los leoneses y gallegos, como que
servian de mala voluntad en sus banderas, abando-
náronlas incontinenti y se desbandaron. Los castella-
nos, «como mas obligados, permanecieron firmes en
su puesto, y colocando después en un féretro el ca-
dáver del rey, le trasportaron con lúgubre aparato
al monasterio de Oña, donde le dieron sepultura y le
hicieron las correspondientes exequias. Algunos aña-
den que los de Zamora salieron de la ciudad en per-
secución de los fugitivos, y que los castellanos, cor-
respondiendo á su fidelidad proverbial, se fueron
defendiendo vigorosamente en la retirada, siendo
celosos guardadores de los inanimados restos de su
señor hasta depositarlos en la tumba.
Acaeció la muerte de Sancho IL de Castilla el 6 de
octubre de 1072. Su muger, la reina Alberta, no le
dio sucesión. Habia reinado seis años, nueve meses y
diez días en Castilla: en León un año, dos meses y
veinte y dos dias , contando desde la batalla de Gol-
pejar. Mereció por su valor el dictado de Sancho el
Fuerte. Era de arrogante y bella apostura y en el
epitafio de Oña se le compara en la figura y belleza á
PáriSf en la bravura bélica á Héctor ^K
embajada del Cid con quince ca- cerco de Zamora, no tienen fun-
balleros á la infanta dona Urraca, damento en ninguna crónica anti-
Leí desafio de Diego Ordoñez de gua, y deben ser contados en el
ra, conloa tres hijos de Arias número de los romances.
Gonzalo, con que Mariana y otros (S) Sanctius forma Pkwsetfe^
autores han amenizado el célebre rox hcctor in armU.
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PAftTB II. LIBRO I. 225
Reunidos los casteltanos en Burgos^ sin rey y sin
persona de familia real en quien pudiese recaer el
cetro» acordaron de común consentimiento elei^ir por
su rey y señor á Alfonso, á condición solamente de
que hubiera de jurar no haber tenido participación
alguna en la muerte alevosa de Sancho. Tomada la
resolución despacharon legados á Toledo, que infor-
masen secretamente al rey Alfonso de su elección. Por
su parte doña Urraca, de acuerdo con la nobleza de
León y Zamora» envióle también secretos nuncios,
recomendándoles mucho que procuraran no llegase la
nueva á oidos del rey Al Mamun, temerosa de que tal
vez retuviera á Alfonso, ó le impusiera condiciones
humillantes á trueque de la libertad que le dieraryQCon
corta diferencia de tiempo llegaron los mensageros de
Zamora y de Burgos. Encontráronse unos y otros an-
tes de entrar en Toledo con el conde Pedro Ansurez
(Peranzules)» que todos los días acostumbraba á pasear
á caballo fuera de la ciudad , al parecer por via de
distracción y de recreo, y en realidad por si trope-
zaba con quien le llevase noticias de su patria. Co-
munica el conde la alegre nueva al rey Alfonso , y
conferenciaron las dos sobre si convendría ó no infor-
mar á Al Mamón de lo que pasaba, recelando peli-
gros de hacerle la revelación , y temiéndolos no me-
nos de guardar el secreto sí por acaso lo sabía por
otro conducto el musulmán.
En tal perplejidad exclamó de repente Alfonso:
TOMO IV. 15
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S26 HISTOEIA DB BSPíAa.
«No 9 DO debo ocolUir nada á qaien taD generosa y
noblemenle se ba portado coDmigo , tratándome como
asa hijo. D Y presentándose con la franqueza propia
de un noble castellano , informó por sí mismo al ma-
solman de cuanto acababan de noticiarle los enviados
de su hermana y de los castellanos. Todo lo sabía ya
Al Mamun ; y correspondiendo á la confianza de sa
ilustre huésped, y llevando hasta el fin la generosidad
'con que desde el principio le habia tratado: «¡Gracias
doy á Dios, exclamó lleno de alegría , qoe le ha ins-
pirado tal pensamiento! El ha querido librarme á mi
de cometer una infamia, y á tí de un peligro cierto:
si hubieras intentado fugarte de aqui sin mi conoci-
miento y voluntad, no hubieras podido salvarte de la
prisión ó la muerte, porque ya habia hecho vigilar
todas las salidas de la ciodad, con orden á mis guari-
dlas de que aseguraran tu persona. Ahora vé, y toma
posesión de tu. reino; y si algo necesitas, oro, plata,
caballos, armas, ú otros recursos , de todo te podrás
servir, pues todo te será inmediatamente facilitado*»
Rasgo digno de todo encarecimiento , y cuyo relato
nos pareciera apasionada exageración si nos le hubie* '
sen trasmitido escritores árabes, y no historiadores
cristianos nada sospechosos de parcialidad en favor
de aquellos infieles (^). ,\
Semcjjante conducta afianzó y estrechó mas y mas
(4) noder. Tol«t. deReb. in ffi8p.Ge8t.-*Ln6. Tad. Ghron. obisap.
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PAETB u. Lumo I. 227
las amistosas relaciones entre Alfonso y Al Maman.
Pidióle este. al de Castilla que renovase el juramento
de respetar su reino, y de ayudarle en caso necesa-
rio contra los árabes sus vecinos; igual }uramen(b le
demandó para su hijo mayor. Hízolo asi Alfonso» obli-
gándose para con él en los propios términos Al Ma-
mun y su hijo. Otro hijo menor del de Toledo no fué
comprendido en este compromiso, sin que sepamos la
razón de ello , pero cuya circunstancia conviene
po olvidar para lo de adelante. Con esto se dispuso
Alfonso á tomar d camino de Zamora. Colmóle Al
Hamun de obsequios y presentes, y con solemne y
regia pompa le acompañó hasta la altura de una
colina, donde se hicieron el cristiano y el musulmán
una tierna despedida: prosiguió el primero con sus
caballeros castellanos hasta Zamora, donde ya su
cuidadosa hermana lo tenia todo aparejado y dispues-
to para su proclamación. Desde alli partiéronse á
Burgos á recibir el juramento de los castellanos. Ya
hemos dicho el que estos por su parte habian acorda-
do exigiral rey para prestarle su reconocimiento. Dura
en verdad era la condición^ y no poco violento para
nn rey haber de humillarse á prestar un juramento
de su inocencia é inculpabilidad en la muerte de su
hermano. Asi es que no habia caballero que osara
exigírsele, y un silencio mudo é imponente reinaba
en la iglesia de Santa Gadea. Hubo* uno al fin que se
atrevió á pedírsele, y levantando su robusta voz,
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228 HISTORIA DE ESPAf(Á.
^¿Juráis, Alfonso, le dijo, no haber tenido partici-
pación ni aun remota en la muerte de vuestro her-
mano Sancho rey de Castilla? — Lo juro, respondió
Alfonso.» Aquel arrogante castellano era Rodrigo
Diaz, el Cid^,^^ Desde entonces, por mucho que Al*
fonso lo disimulsTra, quedóle en su ánimo cierto
desabrimiento y enojo hacia el Cid. Oido el juramento
victorearon todos al monarca, y acabada la ceremonia
se alzaron los pendones de Castilla por Alfonso rey
de Castilla, de Galicia y dé León (1 073).
Creyó su hermano García, el destronado rey de
(4) Luc. Tud.,Chron. p. 99.—
Algunos historiadore^cueotaD aue
se repitió hasta Ires Tece» la for-
mula del juraaoeDto, aunque las
crónicas antiguas no hablan roas
3ue de una. El obispo don Fr. Pm-
encio de Sandoval en los Cinca
Reyes, trae lo siguiente acerca del
juramento de Alfonso VI. en Bur-
gos. «En un tablado' alto para que
todo el pueblo lo viese, se puso el
rey, y llegó Rodrigo Dia2 ¿ tomar-
Ae el juramento, abrió un misal
puesto sobre un altar y el rey pu-
so sobre ól las manos, y Roarigo
dijo asi: ^iRey don Alfonso: ¿vos
venta á jurar por la muerte del
rey don Sancho vuestro hermano,
que si U) matastes 6 fuisies en
aconsejarlo decid que si, y si no
muráis tal muerte cual murió el
rey vuestro hermano, y villanos
os maten, que no sean hidalgos,
y venga de otra tierra, que no
sea castellano^ El rey y los caba-
lleros respondían Amen. Segunda
vez ToWió Rodrigo y dijo: ¿Vos
venis á jurar por la muerte del
rey mi señor, que vos no lo ma-
tastes ni fuistes en aconstíarlo?
Respondió el Rey y los caballeros.
Amen. Si no muráis tal muerte
cual murió mi señor; villanos os
maten, no sea hidalgo, ni sea de
Castilla, sino que venga de fuera,
que no sea del reino de León; y él
respondió Amen, y mudósele el
color. Tercera vez volvió Rodrigo
Üiaz á d ecir estas mesmas pala-
bras al rey, el cual y los caballeros
dijeron Amen» Pero ya no pudo el
rey sufrirse, enojado con Rodrigo
Díaz, porque tanto le apretaba, y
djjole: Varón Rodrigo Diazy ¡por
qué me ahincM tanto que hoy me
haces jurar, y mañana me besar
rds la mano? Respondió el Cid:
Como me ficiéredes algo, que en
otras tierras sueldo dan d4os
hijosdalgo, y €tsi f aréis vos á mi
si me quisiéredes por vuestro vo-
salloi mucho le pesó al rey de
esta libertad que Rodrigo Díaz le
dijo, y jamás desde este día estu-
vo de veras en su gracia. Que los
reyes ni superiores no >quieren
subditos tan libres.»
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PAftfE U. LIBRO 1. 2¿9
Galicia, ocasión oportuna aquella para salir de su des-
tierro de Sevilla y presentarse á Alfonso, en quien
esperaba sin duda hallar mas benignidad que en San-
' cho. Engañóse por su mal el desventurado príncipe,
porque Alfonso, conociendo acaso su condición desaso-
segada, su incapacidad para gobernar, las pretensio*
nes que pudiera suscitar un dia,. y que tal vez no
tuviese del todo cabal su juicio, prendióle de nuevo,
é hizole encerrar otra vez en el castillo de Luna para
no mas salir de él, pues alli acabó sus dias al cabo de
diez y siete años de rigorosa prisión ^^K
No tardó Alfonso VI. de León y de Castilla en
acreditar á AI Mamun el de Toledo que la generosa
hospitalidad, las atenciones, agasajos y ñoezas que
le habia dispensado cuando era un príncipe destrona-
do y prófugo, no hablan sido hechas á un corazón
desagradecido: al contrario, deparósele pronto oca-
. sion de mostrarle que, soberano de un estado pode-
roso, sabia cumplir con los deberes que la gratitud
por una parte, los recientes pactos por otra le impo*
nian. Presentóle esta ocasión la guerra que el rey de
Sevilld y de Córdoba Efan Abed Al Motamid habia mo-
vido al de Toledo, invadiéndole sus posesiones. Asus-
tóse, no obstante, Al Mamun cuando observó el mo-
(4) Murió Garcia en 4090, á tationevoluitminuere se sanguine,
consecuencia de una evacu^acion et postquam sanguinem rnmut,
de sangre que se empeñó en ha- decidit in lecto^ et mortuus estt
cerse. aegun el obispo Pelayo de et sepultus estin LegianeiU&rihüH
OYíedo, autor contemporáneo, le hace morir en 4084.
(Gbron. n. 40). Et Ule tn illa cap-
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230 BISTOMA DB BSPAftA.
vimientp en que ise pasíeron las tropas castellaDas,
recelando de sa objeto, basta* que Alfonso le tranqui**
lizó manifestándole que/cumplidor fiel del juramento
con que se babia empeñado á auxiliarle en las guer-
ras que los príncipes musulmanes pudieran moverle,
como auxiliar y amigo suyo iba» no como enemigo y
contrario. Causó no poco alborozo esta manifestación
á Al Mamun, y dando las gracias á Alfonso, entrá-^
ronsé unidos por las tierras de Córdoba, llevando en
pos de sí la devastación y el incendio, «como una
terrible tempestad de truenos y relámpagos, dice un
escritor árabe, que espantaba y destruia las provincias
en pocas boras.)» Apoderáronse los toledanos de Cór-
doba, donde en una sangrienta refriega que bubo
en los patios mismos del alcázar real fué herido y
espiró de sos resultas el hijo de Ebn Abed que se ha-
llaba en la flor de su edad. «¡Venganza dé Dios, que
es terrible vengador!» gritaban loa toledanos pasean-
dp por las calles la cabeza del joven príncipe clava-
da en la punta de una lanza. Pasaron desde allí á
Sevilla, que tampoco pudo defender Ebn Abed, di-
vididas como estaban sus fuerzas para atender á otra
guerra en tierras de Jaén, Málaga y Algecíras (1076).
Seis meses estuvo Sevilla en poder de Al Mamun,
basta que repuesto Ebn Abed la cercó con todas sus
fuerzas; enfermo Al Mamuo, privado del auxilio de
' los caelellanos que habian regresado hacia sus domi-
nios» agravada la enfermedad del de Toledo, y ha-*
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PAaTB II. LlBaO I.
281
hiendo por último sucumbido de ella (1076), por mas
que sos caudillos quisierpn tener oculta su muerto
para que las tropas no se desalentaran, ya üo les. fué
posible defender la ciudad, y recobróla Ebn Abed,
que seguidamente marchó á Córdoba, y arrojó de
alli á ios toledanos y alanceó al gobernador Haríz
puesto por Al Mamun ^^K
Al morir M Mamun en* Sevilla , habia dejado su
hijo Hixem Al Kadir bajo la tutela y protección, entre
otras personas, del rey de Castilla su amigo, «de cu-
ya lealtad y amor estaba muy seguro.» Pero debió
aquel príncipe reinar muy breve tiéihpo, desposeído,
según algunos escritores, por los mismos toledanos en
un alboroto que contra él movieron, acusándole de
ser mas amigo de los cristianos que de los níusulma*
nes, y poniendo en su lugar á.su hermano menor
Yahia Al Kadir Billah, en quien concurrían opuestas
circunstancias ('^ Pera pronto debieron arrepentirse
(4 ). Conde, parte UI. o. 7 .
(8) SobremaDera embrollados
y ooofaaos bailamos fos sucesos de
este período enlas historias ará-
bigas y espaoolas. PrescíDdiendo
de aae Goode pone la muerte de
Al MamuD od 1074, Dozy coo ar-
reglo á BUS autoresárabes eu 4075,
Romey (que ee separa en esto de
Conde, á quien comunmeote sigue)
en '4077^ y otros á quienes nos-
otros seguimos en i076, aparte de
este hecho, que no pasa de una
discordancia de fechas, encouirá-
mosia mayor todavía en cuanto al
sttoesor de Al Maman. Dozy dice <
que fué su nieto Al Kadir (tom. 1.
de sus Investigaciones, p. 341).
Conde, que fué su hijo Yahia Al
Kadir (part. III., cap. 7). El arzo-
bispo don Rodrigo, que con tanta
exactitud nos ha informado de la
vida de Alfonso en Toledo» hace á
Tahia hijo segundo de Al Mamun,
y supone que otro hermano reinó
antes que él, pues habla de si se-
guía ó no lasnoellas de su padre
y hermano: qui avüs fratris el pa-
tria mhius aberrans etc. T es
el mismo que diio antes no haber
sido comprendido en el pacto de
Alfonso y Al Mamun: erat autem
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232 HISTOBIA DB JMPAÜÍA.
los toledaDos de su obra, porque era Yabia bombín
cruel» despótico, vicioso y desatentado. Abubekr bea
Abdelaziz, el gobernador de Yalencía puesto por Al
MamuD, negó su reconocimiento á la autoridad de un
soberano que no vivi2\ sino entre eunucos y mugeres.
Los toledanos, oprimidos con todo género de- vejacio-
nes, llegaron á decirle un día: «Q tratas mejor á tu
pueblo, ó buscamos otro que nos defienda y ampare.»
Mas no por eso abandonó Yahía ni su vida de disipa-
minor filim de cuyus (mdere nir-
hil dixerunt, nec Aldefonsus fuit
. ei in aliquo obligatus. Gribemos,
pues, que hubo un hijo mayor de
Al MamuD que sucedió á este y
{precedió á Yahía. De él diceso-
atncBle Romey que le destituyó el
pueblo revolucioDaríameote, pero
igDOramos de donde lo ha lomado:
parece que quiso deciflo, pues al
referirlo hace uoa llamada á nota
(Pág. 210 del tomo V. de su Histo-
ria;, mas la nota se le olvidó. Por
otra parte, de un pasage de una
crónica árabe traducido por Ga-
yaogos parece resultar que ¿con-
secuencia de un alboroto que se
yoviólde noche en Toledo pidió
Al Kadir á Alfonso un ejército cris-
tiano que le ayudara á contener
■US subditos: que Alfonso le exi-
gió por ello tan gran suma de di-
nero, que DO pudiéndola pdgar el
musulmán reunió ¿ los principales
▼ocÍDos y les intimó que de no fa-
cilitársofa entregarla á Alfonso sus
hijos y parientes en rehenes: que
entonces los toledanos acudieron á
AlMotaw^kilol de Badajoz, con cu-
ya noticia el rev de Toledo aban-
donó la ciudad de noche, y huyó á
Hueto, cuyo gobernador no quiso
darle asilo: que Al Motawakil en-
tró en Toledo, y no quede á Al
Kadir otro recurso que implorar
de nuevo el auxilio de Alronsa,
el cual le exieió en recompensa
todas las contribuciones de Tole-
do y ademas dos fortalezas; que
Al Kadir aceptó las condiciones,
Alfonso sitió la ciudad, Al Motavra-
kil huyó, la ciudad se rindió, y
Al Kadir fué repuesto en el tro-
no. Nos es imposible conciliar esta
narración con todas las demás
noticias que tenemos acerca de la
conquista do Toledo por Alfonso.
Conde, que es entre los nues-
tros el que mas de intenV> y mas
difusamente trató de las cosas de
los árabes, está tan confuso en lo
relativo á este siglo, que es dífí-
' cilisimo seguirle, y poco menos
difícil entenderte. Ta nos eonten-
lariamos con que no nos ocurrie-
ran en lo sucesivo otras dificulta-
des y do otro género que las que
ligeramente apuntamos. Nuestra
relación, no costante, irá basada
en lo que del cotejo de unos y
otrod resulto para nosotros mas
averiguado. Por lo mismo desea-
mos tanto como el señor Dozy que
baya quien nos aclare este oscuro
y complicado periodo de la histo-
ria de la edad media de España.
Digitized by LjOOQ le
9Éan 11. uBio I. S33
cioD ni sus despóticos insliatos. Entonces los vecinos
de Toledo enviaron un mensage al rey Alfonso de
Castilla, invocando su poderosa protección» é invi-
tándole á que piusiera cerco á la ciudad , que aunqne
reputada por inespugnable, confiaban en que ellos
mismos tendrían ocasión de facilitarle la entrada: re-
solución estrema, pero no estrana en quienes se veían
tan oprimidos y ajados que en expresión delarzobís-
po cronista preferían la muerte á la vida. Por otra
parte Al Motamid el de Sevilla, perpetuo enemigo y
rival de los ben DHnúm de Toledo, provocó también
á Alfonso á que rompiera la alianza <{ue le había uni-
do áv aquellos emires, y aceptara la suya que le ofre-
cía. Negoció, pues. Aben Ornaren su nombre un tra-
tado secreto con Alfonso que los escritores musulma-
nes con apasionada indignación califican de alianza
vergonzosa, pero que al sevillano le convenia mucho,
asi por abatir al de Toledo, como por quedar él des*
embarazado para estender sus dominios por Jaén y
Baeza, y por Lorca y Murcia. No desaprovechó el
monarca cristiano tan tentadoras invitaciones, y como
que no le ligaba compromiso ni pacto con Yahia, no
habiendo sido este comprendido en el juramento he-
cho entre Alfonso y Al Mamun, quedó resuelta en el
ánimo del rey de^ Castilla la empresa de conquistar á
Toledo, y comenzó á hacer gente y levantar bande-
ras, y á juntar armas, viíaallas y todo género de
bastimentos de guerra (1 078).
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S34 HISTORIA DB SfiFAÜA.
Hechos todos los aprestos, franqueó Alfonso con
sus huestes las montañas que dividen las dos CasÜ*
lias, talando campos, incendiando y destruyendo po-
blaciones, haciendo incursiones rápidas é inespera-
das, no dejando á los musulmanes, en expresión de
uno de sus historiadores, ni tiempo para alabar á Dios
ni para cumplir con sus obligaciones religiosas. Con-
taba, no obstante, el toledano, aunque aborrecido de
sus subditos, con muchos medios de defensa , la cin-^
dad era fuerte por naturaleza y por el arte, y ni po-
día ni se proponía Alfonso conquistarla desde luego,
sino irla privando de mantenimientos y recursos h^s-
ta reducirla á la estremidad. Repitiéronse los siguien-
tes años estas correrías devastadoras, sin que bastara
á impedirlas el emir de Badajoz Yahia Almanzor ben
Alaflhas, que se presentaba como protector y auxi^
liar del de Toledo, pero que se iba á la mano en lo^
de medir sus fuerzas con las huestes castellanas. El
rey de Zaragoza Al Moktadir ben Hud, que en 1076
había despojado de sus estados al de Denia, y era
uno de los mas poderosos emires de España, se pre-
paraba en 1081 á acudir en socorro del toledano,
pero 4a parca, dice la crónica muslímica, le atajó sus
gloriosos pasos, y su muerte fué un suceso feliz para
Alfonso. Hizo éste en 1082 otra entrada por las mon-
tañas de Avila, fortificó á Escalona y sef apoderó de
Tala vera. Interesado el de Sevilla en estrechar la
amistad y alianza coq el monarca cristiano, á favor
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PAETB II. LÜBHO I. ^35
de ki cual se había apoderado de Marcia en 1078^
ofrecióle en premio de ella por medio de su astuto
uegocíador Aben Ornar su misma hija la hermosa
Zaida con cierto número de ciudades por via de dote
si la aceptaba en matrimonio, proposición que adml^
tió Alfonso, aunque casado entonces en segundas nup-
. cias con Constanza de Borgoña. Prometia ademas el
de ovilla invadir por su lado el territorio de Toledo»
y.entregar al de Castilla en cumplimiento de aquel
trato las conquistas que hiciese al Nordeste de Sierra
Morena. En su virtud la b^lia Zaida pasó á poder de
Alfonso quasipro uooore, que es la espresion del obispo
cronista de Tuy. Escándalo grande fué este para Ips
muslimes» que acusaban á Ebn Abed y á su favorito'
de sacrificar los intereses del aislamismo y el decoro
de su propia familia á una alianza bochornosa, y ha-
cíanle fatídicos presagios. Pero el sevillano cumplió su
promesa, tomando á Huete, Ocaña, Mora, Alareos,
y otras importantes poblaciones de aquella comarca
que vinieron á formar la dote de su hija.
En la campaña siguiente (1083) se apoderó AU
fonso de todo el país comprendido entre Talavera y
Madrid. Al fin, después de tantas y tan devastadoras
correrías, llegó ya el caso de poner el cerco á la ciu*
dad fuerte, al baluarte principal del islamismo en
España. Está Toledo situada sobre una elevada roca,
6 mas bien sobré una eminencia cercada de barran-
cos y peñas escarpadas, por cuyas sinuosidades corre
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236^ HISTOUA DI MFAÜA.
el Tajo bañaado casi todo el recinto de la ciudad» ex-
cepto por Ifí parte de Septentrión en qae deja ana en-
trada de subida agria y difícil, formando una especie
de península. Defendianla gruesas murallas ademas de
sus naturales fortificaciones. Sus calles estrechas y tor-
tuosas contribuian también á dificultar su entrada aun
en el caso de una sorpresa. Por eso desde una época
que se pierdo en la oscuridad de los tiempos habia
sido Toledo una ciudad importante. Lo fué ya mucho
bajo la dominación de los godos, y estaba desde la
entrada de Tarik bajo el dominio de los sarracenos,,
que habían hecho de ella un centro del lujo y de las
artes, que casi podía competir con Córdoba en sus
mejores tiempos.
Tal era la ciudad que se. propuso conquistar Al- ,
fonso. Para cerrarla por todas partes, cortar todos
los pasos é impedir la entrada de vituallas y socor*
ros, fiíéle preciso emplear mucha gente y ocupar
también toda la' vega que se estiende á la falda del
monte sobre que está asentada la ciudad. Levantáron-
se torres/ y se jugaron máquinas é ingenios. Pero
la principal arma de guerra era la privación de todo
género de mantenimientos para los sitiados. El rey
Yahia, que no se atrevia á habérselas en persona con
X enemigo tan poderoso, pidió auxilio al de Badajoz»
que lo era entonces Al Motawakil, el último de los
Aflhasidas, el cual envió en efecto en su socorro al
walf de Mérida su hijo. Pero el refuerzo llegó tarde;
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PAATB U. LIBEO I. ' 237
Alfadal beo Ornar do pudo ponerse en combinación
€on ios sitiados, y tuvo que retirarse apresuradamen-
te á Marida, derrotado por las tropas de Alfonso. Los
árabes dicen que el cadí Abu Walid el Bedji profetizó
en esta ocasión la ruina del islamismo en Andalucía:
los cristianos cuentan que San Isidoro se apareció en
sueños al obispo de León y le profetizó la pronta con-
quista de Toledo. Asi los escritores de cada religión
citan su profecías.
Últimamente perdida por parte de los de la ciu-
dad toda esperanza dé socorro y apurados por el ham*
bre, la mayoría de los habitantes en unión con los
judíos y con los cristianos mozárabes* expusieron al
rey, algo tumultuariamente, la necesidad de que
entrara en negociaciones con Alfonso. Diferentes veces
salieron comisionados á tratar de paz, llegando en
una de ellas á ofrecer el de Toledo que se baria vasa-*
lio y tributario del de León, á condición de que le-^
vantára el sitio. Mantúvose firme Alfonso en no ad«
mitir ni escuchar otra proposición que la de entre-
garle la ciudad. Por fin la necesidad obligó á unos y
la conveniencia á otros á celebrar el pacto de entre-
ga bajo las bases y condiciones siguientes: Que las
puertas de la ciudad, el alcázar, los puentes, y la
huerta llamada del Rey serian entregadas á Alfonso;
que el rey musulmán podría ir libre á Valencia; que
los árabes quedarían en libertad de acompañar á so
rey, llevando consigo sus haciendas y menage; que
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840 HISTORIA DE ñS^AÜJí.
Recobrada Toledo al cristianismo, y deseando Al-
fonso volverle su antigua grandeza religiosa, con-
gregó en coDcilio los obispos y proceres del reino, en
el cual se restauró la antigua silla metropolitana y se
eligió para ella al abad de Sahagun Bernardo, de
nación francés, monje de Gluni que habia sido en su
patria^ y protegido por la reind Constanza, francesa
también (1086); varón de buen iogeoio y que gozaba
de aventajada reputación por sus doctrinas y sus cos-
tumbres, pero mas celoso por la religión que discreto
y prudente á lo que se vio luego. El rey, dotada la
iglesia con gran número de villas y aldeas, de huer-
tas, molinos y campos para la sustentación de su cul-
to y de sus . ministros, habíase partido para León,
donde le llamaban atenciones urgentes. Entretanto
el nuevo arzobispo, ó por hacer mérito de su celo, ó
porque en realidad considerase afrentoso para los
cristianos el que los infieles siguieran poseyendo el
mejor templo de la recien conquistada ciudad, una
noche de acuerdo con la reina Constanza y acompa-
ñado de operarios y gente armada hizo derribar las
puertas, despojar y purgar el templo de todo lo que
pertenecía al culto muslímico, poner altares á estilo
cristiano, y colocar en la torre una campana que man-
dó tanér para convocar al pueblo á los oficios divinos.
Indignó tanto como era natural á los musulmanes
ver tan pronto y de tal manera violada ona de las
condiciones de la capitulación, por la cual se habia
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FAKTB 11. Limo I. 244
estifíulado dejarles eí aso de aquel templo, y eomo
aun coDStiluiaQ la mayoría de la población estovo á
panto de moverse un alboroto que hubiera puesto
nuevamente en riesgo la ciudad. Contúvolos por for-
tuna la esperanza ^e que el rey anularía lo hecho
por el arrebatado arzobispo.
Irríló en efecto tanto á. Alfonso la noticia de aquella
acción, que desde Sahagun, donde se hallaba, partió
con la mayor velocidad á Toledo , resuelto á escar-
mentar al arzobispo y á la reina misma como que-
braotadores del solemne pacto celebrado' por él con
los árabes. Los principales vecinos de Toledo, sabe-
dores del enojo del rey , saliéronle al encuentro .en
procesión y cubiertos ^e luto. Los mismos musulma-
nes, calculabdo ya mas tranquilos las graves conse*
cuencias que habrían de esperimentar de llevarse
adelante el rigoroso castigo con que el rey amenazaba, -
salieron también á recibirle, y uniendo sus súplicas
á las de los cristianos, arrodillados todos intercedieron
con lágrimas y razones en favor del arzobispo yxie la
reina. Costóles trabajo ablandar el ánimo irritado de
Alfonso, pero al fin hubo de ceder á tantos ruegos, y
otorgado el perdón hizo sú entrada en Toledo, donde
con tal motivo se trocó en dia de regocijo y gozo el
que se tqmia que fuese de luto y llanto. Desde enton-
ces la que había sido por largos años mezquita de
mahometanos quedó de nue^o convertida en basílica
cristiana para no dejar de serlo jamás, y se ordenó
ToifoiY. 46
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^48 mafímiA m wBwüíA^
que en memoria de tan sepalado be9^cÁ9 #e cele-
brara cada año el 84 de enero solemne festí^idad re-
ligiosa en nombre de Nuestra Señora déla. Ppz.
Con la conquista de Toledo variará sen«^lemente
la posición de los dos pueblos beligerantes- Privado
de aquel fuerte apoyo el uno « contando el otro con
un nuevo y avanzado baluarte , el pueblo nuisulman
irá ya en declinación, y el pueblo cristiano t^wiará una
actitud impouente y vigorosa. La España cristiana su-
frirá también desde esta época modificaciones esen*
ciales, no solo en lo material, sino también en lo mo-
ral, en lo religiosa y en lo político. Desde U conquista
de Toledo comenzará una nueva era para la monarr
quía castellana: por eso la consideramos copió una de
las líneas que marcan los límites del primer período
de los tres en que hemos dividido la historia de la
edad media en España. Antea, sin embargo, de bos-
quejar el cuadro que presentaba el pstad'o social de 1^
> Península en el siglo que comprende la narración de
los sucesos que llevamos referidos en este volumen,
veamos lo que hasta esta fecha habia acontecido en los
demás reinos cristianos.
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amULG XXI?.
ARAGÓN.— NAVARRA.— CATALUÑA.
ftA]ll■4>.-^-IlO^ SANCHOS. — EAMON MEKECGiaE.
»« 4035 ¿1085.
Bamiro I. de i^ragoo.— Estrechos limites $ie su reino.-^'rastrada ten-
tativa contra su hermano García de Navarra.— Hereda lo de So*-
brarbe y Hibagorza por muerte de su hermano Gonzalo.— -Toma al-
gunas plazas á los sarracenos.— Concilio de San Juan de la Peña.—
ídem de Jaca.— lestaioentp de Raoúro 4.— ^Errores eo que nuestros
historiadores han incurrido acerca de su muerte, y cuéntase como
fué esta.— Sancho Ramírez. — Conquista á Barbastro.^Relaciones f
entre los tres Sanchos, de Aragón, Navarra y Castilla.— El carde- ^
nal legado del ¿papa» Hugo Cándido.— Cuando se abolió en Aragón el
rito gótico y se introdujo «1 romano.— Negociaciones con Roma,'—
Muere aseáinado Sancho Garcés de Navarra, y se unen Navarra y
Aragón en Sancho Ramirez.— Campañas de Sancho Ramírez con los
árabes.— Condado de Barcelona.— Bamon Bereoguer 1. 1\ Vtfjo.— .
Resultados de su prudente y sabio gobierno.— Ensancha \Óa limites
de su estado.— Reforma eclesiástica: concilio de Gerona .-«-Cortes
de Barcelona: famosas leyes llamadas U^a^f a.— Auxilia alrey ma-*
snlmao de Sevilla.— Estension qne en su tiempo adquiere el conda-
do de uno y otro lado del Pirineo.— Muere asesinada su esposa la
condesa Almodis.— Aflicción del conde y su muerte.— Heredan
el condado pro «ndttnso sus hijos. — ^Hace asesinar Berenguer á su
hermano Ramón, Uamado Caht%a de £s(opa.— Qoeda con la tutela
4e sa sobrino y con el gobierno del Estado.— Causas-porqué se sus-
pende esta narración.
En nuestro prólogo advertimos ya qne en las épocas
en que estuvo fraccionada en muchos estados inde-
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244 , msTOEíA ra ubaÍa.
pendientes nuestra Península contaríamos separada-»
mente los socesos peculiares de cada reino ó estado,
siempre que las relacionen de unos cqu otros no estu-
viesen tan íntimamente enlazadas que hicieran indis-
pensable la simultaneidad de la narración. Solo asi
nos parece que puede darse la claridad posible á la
complicadísima historia de nuestro pais» en la cual,
mas q^e en otra alguna que conozcamos, es tan fácil
caer en confusión como difícil guardar la trabazón y
unidad necesarias á la historia de un gran pueblo.
Diminuto y reducido era el territorio compren-
dido en el reino de Aragón, asi llamado del rio de
este nombre, que en la parte central dé los Pirineos
entre los valles del Roncal y de Gistain constituía él
estado que en la distribución de reinos hecha por
Sancho el Mayor de Navarra señaló á su hijo primo <-
génito Ramiro. Apenas, según varios historiadores de
aquel reino, abarcaba, entonces una. comarca como de
veinte y cuatro leguas de largo sobré la mitad de ancho
poco mas ó menos. Nadie podia imaginar en aquella
sazón que tan estrecho recinto se había de convertir
andando el tiempo en estado vasto y poderoso, y que
habia de ser uno de los reinos mas estensos y respeta-
bles no solo de España sino de Europa. Que Ramiro
intentó muy desde el principio ensancharle á costa de
los estados de su hermjiQo García de Navarra, dijí-
moslo ya en el capítulo XXII de este libro. Pero sor-
prendido y vencido en Tafalla, hubo dé agradecer el
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fAin II. LIBIO u 246
poder regresar fagilivo á guarecerse en las montañas
de sa estrecho y exiguo estado* Asi permaneció hasta
4038, en que su hermano Gonzalo, se^or de Sobrar-
be y Ribagorza, fué asesinado á traición en el puente
de Monclús por su vasallo Ramonet de Gascuña, al
volver un día de caza. Entonces los de Sobrarbe y
Ribagorza, Viéndose sin señor, eligieron por rey á
Ramiro, con lo que comenzaron á recibir los primeros
ensanches los limites de su reino.
Habia casado Ramiro en 1036 con Gísberga, hi**
ja de Bernardo Roger, conde de Bigorra, Á la cual
ihudó el nombre en el deErmesinda* Tuvo depila óua-
tro hijo^, á saber, Sancho que le sucedió en el reino;
Garqía, que fué, obispo de Jaca; Teresa y Sancha que
cas^on con los condes de Provenza y Tolosa. Bijo
natural de Ramiro fué también otro Sancho, á quien
dio el señorío de Aybar, lavierre y Latre¿ con titulo
de conde, y el de Ribagorza. Murió la reina Erme-
sinda en 4 / de setiembre de 1 049^ y fué enterrada en
el monasterio de San Juan de la P^ña.
Nótase- gran falta de documentos y noticias res*
pecto á los primeros años del reinado de Ramiro^ Los
escritores aragoneses suponen haber estendido su do-
minación al condado de Pallas, y afirman haber con»
quistado de los moros á Benabarre, lanzádolos de to-¿
dos los términos de Ribagorza, y aun hecho tributa-
rios á^los emires de Lérida, Zaragoza y Huesca, en
lo cual no están de acuerdo las crónicas arábigas. Mas
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5146 aiñoKiA db svAffA«
conocidos son sus hechos religiosos. Dos concilios
86 celebraron en el reinaído de RaAiiro L « en San Joan
de la Pena el óno, en Jaca él otro. En el primero»
qae ha llegado mutilado á nosotros» se hizo nn canon
notable por lo singalar: «Decretamos é institaimos,
dijeron los padres, qiie tos obispos de Aragón sean
nombrados y elegidos de los monjes de este monas*
terio ^^^:» .testimonio inequívoco de ia inflnencia y as-
cendiente que aquellos monjes ejercian. Pero mas im-
portante y célebre fué el de Jada, congifegíídoen 1 063.
Asistieron á él y le confirmaron, e\ rey donRarmíro»
ios dos Sanchos sus hijos» el legítimo y eA bastardo,
nueve obispos ^^\ tres abades, un conde y todos los
proceres de la corte del rey. Era por io (antoun con -
cilio mixto, como la mayor parte de los de aquel
tiempo. Después de tratar de la reforma de las cos-
tumbres y disciplina eclesiástica estragadas por las
guerras y por el comercio con los infieles, se res-
tauró en Jaca la antigua sitia episcopal de Huesca^ de-
clarando que cuando esta ciudad se recobrara del po-
der de los mahometanos, lá de Jaca le fuese subdita
(4) Hocveró est nostras insti- do lo quo se íe ^dria anticipar
tutionU deeretumi ut' spiscopi seria á esie ai o.
aragonensei ex monachis príBfati (2) Los de Aux, Urgel, Bigor-
eomobii hab^aníur et eHgantur, ra, Oloroo, Calahorra, Lectora,
Collecl. 3Aax. Cooc. Hisp. t. IH.-^ Aragón, (Jaca) , Zaragoza y Roda.
Seguo Flores (Bsp. Sagr. 1.111), Los nombres de ektas diócasis da n
este coacilio debió celebrarse idea de la circunscripción de los
en 1062. Sijb6nenie algunos cele- límites ({ue alcan2aba entonces el
bradoen 40¿'k error manifiesto, reino, si bien algunos de estos
puesto que asistió á él et rey don prelados estaban fódavia in par-
Rimiro, que no empezó á reinar tibm infid9lium^ como el de Za-
"^ ' i 103d. Por conseouenciá io* ragoza.
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y ana miarna M&éí cod ella <iy la obedeciese como hija
¿ so matrls.» Asignó el rey á esta diócesi á título de
perpetuidad diferentes tierras y monasterios con das
dependencias.
Mas Ia( deliberación trascendental qae se tomó éú
este conóilio» fué la donación que Ramiro y sn hijo * '
/Sancho hicieron á Dios y á San Pedro (al bienaventu-
rado pescador, beato piscatori) <cde todo el diezmo de
sus derechos, del oro , plata, trigo,' vina y demás co-
sas que de grado ó por fuerza les pagaban asi cristia-
nos como sarracenos, de todas las villas y castillos,
asi en las montanas como en los llanos*. ¿ de todos los
tributos que de presente ó de futuro percibieran ó pu-
dieran percibir con la ayuda de Dios.» «Y donamos,
añadieron, á dicha iglesia y obispo, la tercera parte
del diezmo de lo que recibimos de Zaragoza y de Tu-
déla.» «Y yo Sancho, hijo, del precitado rey, encen-
dido en amor divino, concedo á Dios y á San Pedro
{beqto clavigero) la casa que tengo en laca con todas
sus pertenencias.» Tal es la devoción y piedad del
primer Ramiro de Aragón, á quien por lo mismo no
estrañamos que el papa Gregorio Vil. llamara mas
adelante cristianismo principe. Ofrece este concilio la
notable singularidad de haber sido también confirma-
do por todos los moradores de Jaca, hombres y mo-
geres fcuncti habitatoresaragonensis patricB , tam vi*
ri quatá famince) que unánimemente esclamaron:
«Demos gracias al Cristo celestial, y á nuestro be-
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Si8 ^ msTOEíA DB ismSa.
DigDÍsimo y serenísimo príncipe Ramiro.. • etc.» ^^K
Dos años aDte3 de este concilio, hallándose el rey
enfermo en San Juan de la Peña (1 061 ) , hizo su tes*
tamento, qae se. conserva y cita como pieza auténtica»
en el cual, después de declarar sucesor de todas sus
tierras y señoríos á su hijo Sancho, «hijo de Erme-
sinda, cuyo ooníbre bautismal fué Gisberga,« cede al
otro Sancho, el ¡legitimo, Aybar, Javierre y Lalre con
las villas de su pertenencia para que las posea en feu-
do por su hermano Sancho como si fuese por él. Mas
«si, lo que Dios no permita, hiciese la infamia de se-
pararse de su obediencia, ó de querer levantarse con-
tra los reyes de Pamplona, que ^ea echado de estas
tierras y del señorío que le dejo, y que estas tierras
y este señorío vengan á poder de mi hijo Sancho, hi-
ja tbio y de Ermesinda.» Curiosas son algunas de las
cláusulas que siguen , asi por la idea que dan de las
costumbres, como de la modificación que estaba su-
friendo la lengua en aquel tiempo ^^^ cPero mb armas,
que pertenecen á barones y caballeros, sillas, frenos
(4) Aguirre , G0llect. Cono, et de argento, et de girea, et crts-
Hisp. talo, et macano, et roeos vestiioSf
(i) Hé aqui algunos trozos de eí acitaras ^ ei coHectras^ etal-
latín castellanizado de este docu* ^mucBllas, et sermtium de mea
mentó: De meas autom armas qui mensa^ totum Yadafc, etc... Et idos
ad varones et cavalleros perti- vassos quos Saoctius filius meus
nent, sellas de argento et frenos comparaverU^ et redemerit, peso
et brumias. et espalas^ et adar- per peso de pla^^ aut de cazeni,
cas, eigelmos, ct tertioias, et úioapretidat et io Casteilos da
ssutorioSt ai sporas^ et cavallosy fronteras de Mauros qui suntjpro
el mulos, et eqaas, et voceas^ et /focara, etc.— Publicado por bris
o?es, dimitto aa Sanctiam meam Martines* en la Bistoria de San
filiiun, etc et wusos de auro Joan de la Peña, pág. 438.
Digitized b^^CjOOglQ '
f ARTB ^1. uno I. 249
de plata, espadas, escudos» adargas, cascos, cinturo-
nes y espuelas, los caballos, muías, yeguas, vacas y
ovejas, las doy á mi bijo Sancho, al mismo á quien
dejo aquella mi tierra, para que lo posea. todo; á ex-
cepción de mis vacas y ovejas que estuvieron en Santa
Cruz y en San Cipriano, que las dejo para mi ánima,
mitad á San Juan y mitad á Santa Cruz. En cuanto á
mi moviliariot oro, plata, vasos de estos metales, de
alabastro, de cristal y de macano, mis vestidos y ser^
vicio de mesa, vaya todo con mi cuerpo á San Juan,
y quede alli en manos de los señores de aquel monas*
terio; y lo que de este moviliario quiáiere comprar ó
redimir mí hijo Sancho, cómprelo ó redímalo^ y lo
que no qui3iere comprar» véndase alli á quien mas
diere; y aquellos vasos que mi hijo Sancho comprare
ó redimiere, sea peso por peso de plata. Y el precio
de lo que mi hijo comprare ó redimiere, y el precio
de todo lo demás que fuere vendido, quede la mitad
por mi ánima á San Juan, donde he de reposar, y la
otra mitad distribuyase á voluntad de mis maestros,
al arbitrio del abac) de San Juan y del obispo que fuere
de aquella tierra, y del señor Sancho Galindez y el se-
ñor López Garcés y el señor Fortuno Sanz y de otros
mis grandes barones, por la salud de mi ánima pártase
entre los diversos monasterios del reino, y en construir
puentes, redimir cautivos, levantar fortalezas ó termi-
nar las que están construidas en fronteras de los moros
para provecho y utilidad de los cristianos, etc.»
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2S0 HttT«lA BB UfáñA.
Caentan la mayor parte de noestros bitoríadore»,
inclasos los particnlares de AragOD, qae teiñeado Ra-
miro I. paesto cerco al castillo de Graud, el Grado se-
gan otros, para arrancarle del poder de los sarrace^
nos, foé contra él con poderoso ejércllo, y como alia-»
do del rey moro de Zaragoza sn sobrino el rey San-
cbo el Fuerte de Castilla, y qne acometido y envuel-
. to por todas partes el de Aragón pereció alK con mn*
cbos de los soyos. Mas como Sancho de Castilla no
comenzara á reinar hasta 4065, en qae murió su pa-
dre Fernando el Magno, los escritores que le suponen
en guerra con Ramiro I. de Aragón han tenido que re-
currir á prolongar la vida de este monarca hasta 4067
habiendo muerto en 4063, añadiendo asi un error
cronológico para poder sostener una inexactitud his-
tórica (*'. Siendo para nosotros cosa averiguada la
muerte de Ramiro en 4 063 ^\ resulta no haber sido
posible la ida del rey Sancho de Castilla contra 61
cuando tenia asediado el Castillo de Graus, ni otA
guerra alguna entre los dos monarcaá. ¿Cómo fcre
pues la muerte de Ramiro I?
(I) El eradito Romey ba ¡d- miro acaeció ea 1063, coenia tift
corrido en este ponto en la misma embargo la goerra de este eco
equivocación de Mariaoa. Ambos, Saocbo de Castilla que no reinó
con otros muchos que nos dispon- hasta 1065. y la ida de Sancho al
aamosde citar, difieren la muerte eastillo de Oraos cercado por Ra*
de Ramiro hasta 4067, para dar miro.
lagar á la guerra con Sancho. El (t) Anal. Toledan. primero^:
docto Zurita (Anales de Aragón, cMurió el rey don Ramiro en Gra-
lib. I. cap. 18) cae en una con- dos, era MGi.»— Epitafio de San
iradiocion todavía mayor, Conri- Joan de la Peüa.^-^Blancas» Go-
Hiendo én qae la miurte de Ra- meotaríos.— td. ln¿cripcióa«¿ o4
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íAftTt u« um u ISI
ÜA lii^oriador arábigo ^^ casa contesipoTáñeo y
(|fie vitia en Zaragoza, ' tm ihtoftíá de este énteiú (te
ma manera qae basta ahora no conoefamo^ «Coatído
^A\ Moktadir Billa)»» dice, dejó á Zaragoza pdra ir coft
«SQ hueste al encnentro de} tirano Radmil (Ramiro)»
éé\ príncipe dé los^ Cristianos , habiendo ¡Reunido los
«dos reyes el mayor ejército po^ble, dfércmse vista
«musulmanes é infieles; eada uno dé los dos ejércitos
«estableció Su eán&po y se colocó en orden de batalla.
«El combate duró ona gran parte del dia; pero IdS
«musulmanes salieron derrotados. Consternóse Al
lAlokIadir ) \9t locha había sido tan encarnizada que
idos musulmanes se dispersaron acá f a)Ni. Entoncei
#At Moktadir llamó á cierto musulmán qu&aventa*
Kjaba á todo$ los demás guerreros en donocimientóS
«militares» el cual se llamaba Sadadáb. — ¿Qué pen^
«sais TOS de este dia? le preguntó Al Hoktadir.-^Dés-
«gráciado ha stdd» le respondió Sádadáh; pero áruü
€rae queda un recurso. Y dicho esto se marchó. Lle^
iyábít este tal et trage de los cristiaMs y hablaba ttray
«bien su lengua porque Vivía á sü vecindad y se mea^
«ciaba con ellos muchas veces. Penetró pues en el
«ejército de los infieles» y se acercó al tirano Radmil.
«Encontróle armado de pies á cabeza» con la visera
los reyes de AragOD.-—Mcírei, Aú- Sagr. i. HI. p'. 293.— Id. to-
nal, de Navarra, i. I.— Id. loVea^ mo XLTV. Fragm . bistor. p. 3S7.
ti^*c. bbtoric. pai;. lF9i.— Gron. (!) Al Torteéc^, éñsn Siréd^
dgBiptoft, eitada por VíllaDaoT«, jort-áoloo, c\%, pót WÉf tñ Itft
^Mj^BMrariO» pinf • MS.^BapaSá rareali p^; 489 •
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8BS ASTOHU DI KSrAftA.
«oalada de soerte que no se le veía mas que los ojos.
cSadadáh le acechó esperando una ocasión de poderle
thent. Presentósele esta, lanzóse sobre Ramiro y le
«hirió en el ojp con su lanza. Ramiro cayó boca abajo
«en tierra. Entonces Sadadáh comenzó á gritar en ro-
«mance: «El sultán ha sido muerto, ¡oh cristianosl»
«Difundida por el ejército la noticia de la muerte de
«Ramiro dispersáronse los crbtíanos y huyeron pt^*
«cipitadamente. Tal fué, por la permisión del Todo-
«poderoso, la causa de la victoria de los musul-
«manes.»
Si asi fué como lo cuenta el historiador arábigo,
aquel Sadadáh fué el Bellido Dolfos de los sarracenos.
Sin embargo el rumor dé la muerte de Ramiro babia
sido, falso: el rey estaba herido solamente; pero murió
de sus resultas el 8 del siguiente mayo (*\ dejando
por sucesor á su hijo Sancho el legítimo, quQ ya du*
rante la enfermedad de su padre habia gobernado el
reino, y á quien llamaremos Sancho Ramírez, para
distinguirle de los otros dos Sanchos que reinaron
en su tiempo en Navarra y en Castilla ^^K
(I) En San Joan dd la Pena, maba él al Breviario y Misal de
donde fué enterrado. loa godos], la cual soperaticionte-
{%) Dice MariaDa, eo el cap. 7. oía con una persuasión muy necia
del lib: IX? de la Historia, hablan- deslorobrados los entendimijentos,
do de este rey: «Del papa Grego- y que con la luz de las ceremoDÍas
• rio Vil. que gobernó la iglesia por romaoas dio un muy giaude lus-
estostiempos se baila una bula en tre á España. A la verdad este
3 ue alaba al rey don Ramiro, y príncipe fué muy devoto de la Se-
ice faé el primero délos reyes de de Apostólica, en tanto grado que
Esp^a qae dio de mano á la su* estableció por ley perpetua para
persiidon de Toledo (qae ui lia- él y sos descendientes que fuesen
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PABTB u. una I. 8S3
Joven de diez y ocixo anos Sancho Ramírez^ pero
príncipe de grande ánimo y esfuerzo, prosiguió guer-
reando contra los árabes ansioso de vengar ta muerte
de su padre» y ensanchó los términos de sus dominios
mQcl;io mas que lo eran cuando él los beredára¿ Una
de las empresas que en los primeros ano9 de su reina*
do dieron mas fama al joven principe fué la conquista
de Barbastro» que hizo en unión con el conde de Ar-
mengol de Urgel su suegro, si bien costó la vida á este
ilustre vastago de la noble familia de los Armengoles
de Urgel que tantos Jureles ganaron en las guerras
con los musulnaanes (1065). Abrió aquella conquista
á Sancho Ramírez el camino para otras no menos
importantes en las regiones fértiles y abundosas de
la tierra Uan^» en que hasta entonces habían vivido
los sarracenos con toda seguridad y regalo. Asi no le
hubiera dístraido del que debía ser su principal obje-*
to como el de todos los monarcas cristianos de aqnella
época la ambición de S^incho de Castilla, que obligó á
los dos Sanchos de Navarra y Aragón á confederarse
siempre tribatarios al samo pon* gop no dio de m^no al Bre? iario
. tifice: grande resolución y maes- gótico, ni este se abolió en Aragón
tra de piedad.» hasta 4Q74, ocho años después de
No es posible decir mas erro- baber muerto Bamiro. 4.<> El rito
res en menos palabras. 4.^ Bl pa- gótico no era una superstición que
pa Gregorio VU. no gobernaba en- con persuasión muy necia tuviese
tonces la iglesia, ni ocupó la silla deslnmbrados los entendimientos,
pootiiicia hasta diez años después sino un rito nacional muy venera-
de la muerte de Bamiro. 2.^ La do y muy legítimo, reconocido co-
bula á que se refiere no se baila mo tal no solo por la iglesia espa-
an los registros de sus cartas, ñola, sino por concilios y pootifi-
3.** El rey. don Ramiro 1. de Ara- oes. 5.<» Ramiro I. d^ Aragón no
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«rti^ 9Í9Y qm produjo la guerra y M«tatti.49 ^oa
(4066), coa todas las demás coíxsemt^cm 49 /fof
diñes ya cuenta eo el Anterior capftala tuataiKlis déla
UltaiiadeiClastílla.
Un neigocio eclesiástico, de grave iaterás por las
proporciones que llegó á tomar y por el grande ia^
flojo qjue coa el tiempo ejerció en la condición reli*
giosa y pelitica de toda Gspana, vino á ocnpar al rey
Sa^ctio Ramirez de Aragón en medio de las atancíot^
pes de la guerra. Era el tiempo eo qae ios papas y la
•órte de Roma aspiraban á esteader sn influjo y de*
miaaoíon y á sotneter á él todos los imperios y pria-
oipes cristiaaos» de cayo sistema, y de sa justicia ó
injusticia, conveniencia ó inconveniencia no jajsgare-
mes ahora. España era el pais en que menos inter-
▼encion había ejercido la Santa Sede aun en ios ne-
gocios eplesiásticos, y mucho meaos en los témpora-*
les. A' ella, pues, dirigieron su mira los romanos
poaiíflces. Ocupaba á este iiempo la silla de San Pe*
dro el pa^ Alejandro U., el cual en el ano segando
hizo Btt reino perpétaameate tri- gaerra coa bu «obrípo Saacho de
buterio de Aoma. S.® Si lo bubie- Castilla cuyo reinado oo alcanzó,
f 9 becbo, babria aido nuiestra de Poue el concilio de Jaca de 4 063 eo
^ «rail |>iedad, pero no uoa grande 1060, y bace posterior ¿ eate ^n dos
reaoiucion, sino una resolucioa años el de San Juan de la Peña,
muy peiittdicial á £apaña; y ño No haUainas pues eu Mariana ver-
. autorizada por ninguna de las le- dad ni exactitud en nada de lo
yes del reino. que cuenta de don Aamiro. ¿Ten-
Todo esto recae denpues de ha- aremos necesidad de hacer la mis-
l>er hecho Mariaaa mir á Ramiro ma adverieocia en otras ¿pocas y
basta 4067. habiendo muerto ea reinados?
tosa, j és haberle hecho morir ea
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del reiiiado jde Sancho B«wr«? {1 Q6i) envió A Ara-^
gonal cardenal legada Hugo CándidOt con la comisión
de impetrar del rey la abolición del rito y breviario
gótico y mozárabe que hasta entonces habia usado
constantemente la iglesia española, reemplazándole
con el breviario y ritual romanó. Este paso del pon-
jffic^ debió lisonjear mucho al monarca aragonés,
el cual recibió al legadoen.su corte con grande^
honras acompañado de sus hermanos, Sancho el con-
de, y García obispo de Jaca, y de varios ricos-
hombres y caballeros principales del reino* Acaso los
asuntos de la guerra impidieron al rey arreglar por
entonces la negociación apostólica relativa á la susti-
tución del rezo por favorables que^ fuesen para ello
SMS disposioiones. O mas bien se diferirla por la re-
damación que en favor del oficio gótico hicieron Cas-
tilla y Navarra, de donde pasaron tres prelados al
concilio de Mantua de 1067 á representar ante el pa-
pa y^ el sínodo la legitimidad y santidad del rito mozá-
rabe, logrando que uno y otro te reconocieran y apro-
baran como tal. A pesar de todo, fué tal el empeño
qoe en aquel negocio mostró Alejandro II., que ha-
biendo vuelto el legado Hugo Cándido á Aragón, quedó
abrogado el rito gótico en aquel reino y reemplazado
por el romano (marzo de 1074), comenzando á usarse
este en el monasterio de San Juan de la Peña; pri-
mera brecha que se abrió en España á la preponde*
rancia de la corte pontificia, preponderancia que ha-
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256 aidTouA ra ispAftA.
bía.de ir acreciendo, y qoe monarcas y pueblo? ino-
tilmente se habian de esforzar después por atajar ^*K
Deferente y respetuoso el monarca aragonés á la
silla pontificia» puso bajo su protección todos los mo^
nasterios de su señorío, y con el cardenal Hugo Cán«-
dido envió á Roma al abad de San Juan de la Peña,
Aquilino^ suplicando al papa recibieso^ bajo su amparo
aquel monasterio que sus predecesores babian funda*
do y dotado con cuantiosas rentas. A su paso por Bar-
celona lograron estos dos enviados que el conde Ra-
món Berenguer decretase la abolición del rito mozá-
rabe en sus estados y su reemplazo por el romano, al
modo de lo que acababa de ejecutarse en Aragón,
contribuyendo á ello la condesa doña Almodis, de na-
ción francesa, acostumbrada en su patria á las cere-
monias de aquella liturgia <^^ Fácil le fué á dpn San-
cbo Ramirez alcanzar del papa Alejandro II. las bu-
las que impetraban. Pero llevaba muy á mal su her-
mano García, el obispo de Jaca, la exención de los
monasterios y de las iglesias que se iban fundando y
dotando en los lugares que se ganaban á los moros:
exponia al rey que eso era derogar la jurisdicción or-
dinaria, y procedía contra todos los que pretendian
la exención. Inquietos traia á, los monjes y al rey la
(4) Sóbrela Terdadera época en el tomo HI. de la Esp. Sagrada,
de la iolroducciOD del oficio y (2) Diago,.Hi8. de los condes
rezo romano en Aragón, pue- de Barcelona.— Sandoval, Cinco
de verse la luminosa diserta- «bispos.— Florez, en la cüada di-
cíon del erudito maestro Florez, sertacion* Esp. Sagr. tom. 01*
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PARTB II. LIURO I. 257
conducta del celoso prelado. Envió Sancho con este
motivo nuevo embajador á Roma, y Gregorio VIL,
que había sucedido en 1073 en la silla de San Pedro, ^
á Alejandro IL confirmó las exenciones otorgadas por
éste. Por último, merced á la solicitud y buena maña
del abad Galindo concedió el sumo pontífice al rey la
facultad de distribuir y anexar las rentas délas iglesias,
los monasterios y capillas que en adelante se funda-
sen en su reinoó se conquistasen de los infieles (1 07 4) «
Dio esto ocasión á un hecho que nos demostrará las
ideas que en aquel tiempo dominaban
El rey habia hecho aplicación de algunas de aque-
llas rentas á los gastos y atenciones de la guerra que
sostenía contra los enemigos de la fe. A pesar de lo
sagrado del objeto, «teníase por grave, dice un histo*'
riador de Aragón, lo que el rey hacia;» él mismo en-
tró en escrúpulos; y pareciéndole que con aquello
ofendería á Dios y acaso movía escándalo en el pueblo,
hallándose con la corte en Roda hizo á presencia del
obispo de aquella diócesi penitencia pública en el
templo, y pidió perdón y satisfacción á Dios, por ha-
ber echado mano de las décimas y primicias de las
iglesias, mandando desde luego restituir á la Roda
lo que él decía haberle usurpado ^*K
Un acontecimiento imprevisto vino á poner un
nuevo CQtro en manos de Sancho Ramírez de Aragón.
El 4 de junio de 1076 hallándose entretenido en el
(i) Zurita, Anal. líb. I. cap. 35. -
Tomo iv. . 17
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258 BISTQIIA DB BSPAJiA.
ejercicio de la caza su primo Sancho Garcés de Navar*
ra ea los bosques de Peñaleo, fué alevosamente sor-
prendido por su hermano Ramón y precipitado por él
y sus amigos de lo alto de una elevada roca, de lo
. cual le quedó en la historia el nombre de Sancho el
Despeñado y de Sancho el de Peñalen. Engañóse el
fratricida si cometió el asesinato coa intención de ar-
rebatar á su hermano la corona, porque los navarros
viénd^esin rey y no creyendo digno del trono á quien
por tan criminales medios pretendía usurparle, eligie-
ron de común acuerdo al de Aragón, que asi se encon-
tró soberano de una nueva y poderosa monarquía. Mar-
chó el aragonés á Pamplona á posesionarse del reino
que tan inopinadamente le habia venido, pero al propio
tiempo Alfonso VI. de Castilla qne se consideraba con
derecho á la sucesión de aquel estado dirigióse también
con ejército á Navarra, y se apoderó ile la Rioja, de
Calahorra y de otras plazas limítrofes de Navarra y
Castilla. Un hijo de Sancho el Despeñado, llamado Ra-
miro, huyó por temor al asesino de su padre y se re-
fugió en Valencia, donde permaneció mucho tiempo y
casó con una hija del Cid. Ramón el Fratricida, ex-
pulsado por los navarros, se acogió á Zaragoza, don-
de fué bien recibido por el rey musulmán , que le did
casa y hacienda con que pudiese vivir con el decoro
correspondiente á su clase de príncipe ^^K
(4) Aaaal. Compost* p 320.— —Id. iDvest. lib. III.— Zurita,
Moret, Aoal. de Navarra, lib. XUI. Aual. lib. I. cap. 23.
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PARTB IK LIBRO I. 259
No trató por entonces el aragonés de disputar á su
primo el de Castilla la posesión de las plazas de Rioja
de que se habia apoderado. Urgíale mas pelear contra
los infieles, y con este intento pasó á Ribagorza, don-
de sitió el fuerte castillo de Muñones y le 'tomó por
asalto después de derrotar en sangrienta lid al emir
de Huesca que á defenderle había acudido. En 1078
se atrevió á pasar á la vista de Zaragoza , taló sus
campos, siguió las corrientes del Ebro y construyó
la fortaleza de Castellar, desdé la cual tenia en
respeto toda aquella comarca mahometana. En los
años siguientes obligó al rey de Zaragoza á com-
prar la paz con un tributo anual , tomó varias for-
talezas, se posesionó por asalto del castillo de Graus,
lugar que tan funesto habia sido á su padre , fortificó
á Ayerbe, conquistó á Piedra Tajada, y por último
en 1086 ganó á Monzón , que con titulo de rey dio á
su hijo don Pedro, que ya lo era de Sobrarbe y Riba-
gorza ^^K
Tal era el estado de tas cosas en- Aragón y Na*
varra cuando Toledo fué conquistada por las armas
de Castilla. Veamos lo que entretanto y en el mis-
mo período habia acontecido en el condado de Bar-
celona.
De once á doce años de edad contaba solamente
Rank)n Berenguer I. cuando en conformidad al testa-
mento de su padre Berenguer Ramón I. el Curvo,
0) Zurita, Anal. cap. VI y S9.
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260 UISTOBIA DE BSPAÍÍA.
subió al trono condal de Barcelona en 26 de mayo
de 1035^*^ Veremos no obstante la justicia con que
se aplicó al conde niño el sobrenombre de el Viejo^
por el tino , madurez y prudencia que supo desplegar
en el gobierno del estado. Eranle tanto mas necesa--
rias estas prendas y virtudes cuanto que tuvo que lu-
char muy desde el principio contra las pretensiones
de su abuela la condesa Ermesindis» cuya ambición y
afán de dominar habian dado ya harto que hacer á su
hijo, el padre del actual conde. No porque ella tu-
viese la tutela y administración del condado durante
la menor edad de su nieto , como han consignado gra-
ves autores , sino porque no queriendo renunciar á
la desapoderada sed de influencia y de mando, movió
tales desavenencias, rencores y disturbios en la fa-
milia, que llegaron á hacer ligas y confederaciones
muy enconadas unos con otros, y aunque su joven
nieto la contrariaba con la entereza de un hombre de
edad madura , no por eso dejó de llenar de amargura
sus dias: que son temibles las intrigas y manejos de
una muger ambiciosa de influjo y dada por intervenir
en los negocios de gobierno. Llegó su venganza hasta
el punto de pedir y alcanzar del gefe de la iglesia
una excomunión contra el conde su nieto , compren-
diendo en ella á sp segunda esposa Almodis y al
obispo de Narbona Wifredo. En cuanto á sus preten-
(4) De esirañar es eu verdad heredó el condado. Véase á Boft-
el error del cronista Pojados, qao rull, Condes de Barcelona, to-
da á este principe 39 anos cuando mo II. p. 3.
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PARTE II. LIBRO I. . 261
sioDos, no renunció á ellas hasta los últimos años dd
su larga vida , en que arrepentida tal vez de sus in- >
justicias , y de cierto cansada de luchar en vano con
la firmeza del conde , vino á pactos con él , como ha-
bia heqbo con Bereng«uer Ramón su hijo , y añadiendo
una prueba de interesada y desdorosa codicia á las
que habia dado de ambición, vendióle sus preten-
didos derechos á los condados de Gerona, Barcelona,
Manresa y Vich por el miserable precio de 100,000
sueldos barceloneses, osean 1,000 onzas de oro,
confesando ella misma en las escrituras su usurpa-
ción, obligándose á ser fiel á sus nietos y comprome-
tiéndose á impetrar del papa el alzamiento de la ex-
comunión que á su instancia habia contra ellos ful-
minado ^^K '
Unido en matrimonio con la princesa Isabel, hija
del conde de Bitiers, Bernardo Treucavelo , tuVo de
ella tres hijos, Berenguer, Arnaldo y Pedro Ramón,
de los cuales solo vivió el último para desgracia de
su padre y del estado, como veremos después. En los
once años que duró esta unión , de 1039 hasta 1050
en que. murió la condesa, tuvieron no pocas contes-
taciones y diferencias grandes con varios otros condes
y obispos, transacciones, convenios, alianzas, cesiones
mutuas de poblaciones y fortalezas, que demuestran
cómo los nobles catalanes esquivaban ya y rehuían la
(4) PujadeSy Feliú, CarboDell, Colección de los docameDtos sin
Masdea, Ballacio, Bofarull v otros, fecha de Ramón Berenguer 1. nú-
—Archivo de la corona de Aragón, meros 173 y 201.
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26Í HISTORU DB BSPaIÍA.
sujeción á la autoridad central, y cómo él prudente con.
de supo renovar los feudod y hacer que los principa-
les barones le rindieran homenage y le juraran lealtad
y ayuda en las guerras contra los sarracenos. Dedicóse
á estas mas principalmente después de la muerte de la
condesa Isabel su primera esposa, y la fortuna le favore-
ció lo bastante para obligar á varios régulos musulma-
nes árendirler parias. El de Zaragoza fué uno délos que
probaron* mas la fortaleza y el brio délos cristianos
catalanes. De gran auxilio sirvió para esto al de Bar-
celona el célebre pacto que hizo con el intrépido y va-
leroso Armengol de Urgel , por el cual so obligó éste
á serle amigo fiel y á ayudarle g^n fraude ni engaño en
todas sus expediciones contra los infieles, si bien re-
servando Armengol para sí la tercera parte de lo que
conquistasen, dándole el de Barcelona en feudo el
castillo de Cubells, con 100 onzas de oro barcelonesas
y 350 mancusos de oro anuales (1 (ir68). En virtud de
este pacto, que nos recuerda el que en otro tiempo
hicieron los dos hermanos Ramón Borrell de Barce-
lona y el otro Armengol de Urgel para atajar aunados
las invasiones de Almanzor, rompiíaron los desalia-
dos la guerra por el valle de Noguera Ribagorzana,
tomaron varias fortalezas á los musulmanes , y se en-
sancharon los límites del condado barcelonés por la
parte de Lérida , deTortosa y de Tarragona, estable-
ciendo el conde alcaides de frontera en los castillos y
fuertes avanzados hasta darse la mano por algunos
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PARTB U. LIBIO 1 263
puntos coa el reino de Aragón. El ardimiento bélico
del de Urgel y la circunstancia de haber dado su bija
Felicia en matrimonio al rey Sancho Ramirez de
Aragón moviéronle á ofrecer su brazo á este monarca
para ayudarlo en el sitio de Barbastro, y en esta glo-
riosa empresa le arrebató la muerte (f 065), délo
cual le quedó en la historia el sobrenombre de Ar*
mongol el de Barba^tro.
No era el conde don Ramón Berenguer I. hombre
que por atender á las empresas militares desatendiera
los negocios religiosos y políticos ilel estado. Por el
contrario, mas todavía que de guerrero supo .ganar
perdurable fama de piadoso, de legislador, de refor^
mador de las costumbres públicas. Ademas de haberle
debido Barcelona la nueva fábrica de la catedral y
otras piadosas fundaciones, quiso poner remedio á
las costumbres relajadas y un tanto rudas de los ecle-
siásticos, que mas se cuidaban de armaduras y caba-
llos y de ejercicios de guerra y de montería qoe de
los deberes de su sagrado ministerio. A este propó-
sito congregó en 1068 con aprobación del papa Ale-
jandro II. un concilio en Gerona , que presidió el le-
gado Hugo Cándido de vuelta de su primer viage á
Roma. Los catorce cánones de este concilio nos reve-
lan cuáles eran los abusos y excesos que predomina-
ban y que se creyó mas urgente corregir. Se conde-
nó la simonía, se aseguró la dotación del clero se-
cular, se excomulgó á los que no sé apartasen de los
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264 HISTORIA DE E8PAÍÍA.
matrimonios incestuosos y á los maridos que rehusa •
sen reunirse con sus mugeres legítimas, se prohibió á
ios clérigos el matrimonio y el concubinato, el uso cte
las. armas, el ejercicio de la caza y los juegos de azar,
pero no se abolió en este concilio el oQcio gótico, co-
mo muchos han creído, sino tres anos después, y de
la manera que mas arriba hemos enunciado ya ^*K
No contento con eito el celoso conde, y aspirando
al glorioso título de legislador, convocó en aquel mis-
mo año («) y congregó en Barcelona y en su mismo pala*
ció á los condes, vizcondes y barones principales de
Cataluña, y de acuerdo y conformidad con la condesa
doña Almodis, j5u segunda ó tercera esposa ^^\ mani-
festó á aquella ilustre asamblea la necesidad de jefor-
mar la legislación catalana. Habla regido hasta enton-
ces el célebre Fuero Juzgo de los godos; pero mu-
chas de sus leyes se habian alterado ó caido en des-
uso con el trascurso de los tiempos, eran otras inapli-
cables á las circunstancias de entonces , y los usos y
costumbres de los nuevos pueblos habian introducido
(1) Actas del coDcilío de Gero- doaa Almodis, hija de los condes
na. — ^Véase Florez, Esp. Sagr. to- de {a Marca .en eÍLimosiD, estuvo
mo iU. — La Canal, coDtiouacioD de don Ramón Berenguer el Viejo ca-
la misma, tom. XLIH. sado con dona Blanca, de desceñó-
te) Otrossupooen que en 4070. cida familia , á quien sin duda re-
La opinión mas común y seguida pudió por los nuevos amores con
es aue fué en 4068. doña Almodis, repudiada á su Tez
(3) Hay vehementes indicios y por Poncio, conde de Tolosa. Crée-
aun algunos datos para creer que se que este hecho fué ol que dio
después de la muerte de la conde- ocasión á la abuela doña Ermesin-
sa doña Isabel y en los tres años da para alcanzar del papa la exco-
que mediaron basta que el conde munion de que hemos hablado
contrajo nuevo matrimonio con contra 5us nietos.
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PAKTB II. LIBRO 1. 265
y arraigado costombres que habían ido adquiriendo'
fuerza de ley. Era pues necesario suprimir unas, aco-
modar otras á las nuevas condiciones sociales, y au-
torizar con la sanción lo que la esperiencia había
aconsejado como conveniente» Era menester en una
palabra variar la constitución civil y social del pue-
blo, y esto fué lo que hizo el conde don Ramón Be-
renguer el Viejo con su esposa doña Almodis y con el
auxilio de sus barones y magnates en las cortes de
Barcelona de 1068, compilando el famoso código de
los Üsages de Cataluña , sabia compilación que los
ilustrados moQges de San Mauro llamaron la com-
pilacion sistemática é integra de usos mas antigua
y auténtica que se conoce ^^K Obra fué esta la mas hon-
rosa del conde Ramón Bereuguer L , -y una de las
mas brillantes páginas de la historia del pueblo cata-
lán. Debemos advertir que aquella asamblea de Bar-
celona no fué un concilio , como equivocadamente han
querido decir Baronio , Mariana y otros autores , ni la
presidió el cardenal Hugo Cándido, ni asistió á ella
un solo obispo , sino un verdadero congreso político,
unas cortes en que no se trató una sola materia ecle-
siástica. Y lo que es mas , no se abolieron tampoco en
ella las leyes góticas, como muchos también han pre-^
tendido, sino que se mantuvieron en observancia en
la parte no reformada ó reemplazada por los Üsages
, (4) VArí de vérifier les date$ ges y otros derechos de Cataluña,
citado por Gapmany, Memorias de tom. I. *
Barcelona, tom. U.— Vives, Usa-
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266 H18T0EIA DB BSPAHA.
-basta mucho después de incorporado el condado de
Barcelona con el reino de Aragón ^^K
La fama de la grandeza y poderío de Ramón Be-
renguer había llegado á los árabes del Mediodía de
España, y cuando Ebn Abed^el de Sevilla se puso so*
bre Murcia , su negociador y caudillo Ebn Ornar , el
mismo que habia agenciado la amistad y alianza de
Alfonso VI. de Castilla y pasó también á Barcelona á
solicitar auxilios del conde , que obtuvo á precio de
diez mil doblas de oro» prometiendo otras tantas tan
pronto como la hueste auxiliar catalana llegase á Mur*
cia. El hijo del rey de Sevilla habia de ser entregado
en rehenes al conde de Barcelona, y éste envió con
igual condición un primo suyo al emir sevillano. Pi>
saron, pues, las tropas catalanas los campos de Murcia,
púsose el hijo del emir en manos del conde barcelo-
nés, mas como no viese cumplidos por parte del rey
musulmán otros artículos del convenio, apoderóse la
sospecha y la desconfianza del ejército catalán y de
su gefe , siguiéronse conflictos y choques en el cam-
po, y Ramón Berenguer tomó sin soltar sus rehenes
la vuelta de Cataluña. Retenido permaneció en su po«
der el hijo de Ebn Abed Al Molamid , hasta que su
ministro Aben Ornar volvió á pasar á Barcelona , no
ya con solo la suma estipulada, sino con treinta mil
(I) Floroz. Esp. Sag. tom. III. -^ Vives, Usag. lom. I.— Balucío
Id. tom. XXtX.— Mttsdeu, Hist. Marca Bispan. lib. IV.
Criat. tom. XIU.— Bofarull, tom. II.
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PARTE II. uno I. 267
doblas de oro, efectuándose entonces el cange del
primo del barcelonés y del hijo del sevillano ^*K
Si prudente , activo y mañoso fué el conde Ramón
Berenguer L para restablecer la quebrantada unidad
condal y dilatar las fronteras de su estado de este la-
do de los Pirineos , no lo fué menos para aumentar y
asegurar las posesiones que de la otra parte de los
montes le pertenecían por derecho, de herencia de su
abuela Ermesinda. Astucia , energía y diligencia ne-
cesitó, y esta fué una de sus mayores glorias, para
conseguir que fuesen renunciando á sus respectivas
pretensiones los gefes de aquellas casas poderosas; y
merced á su habilidad y destreza vióse por los anos
1070 á 1071 dueño de los pingües estados de Carca-
sona,Tolosa,Narbona, Cominges, Conflent y otros de
aquella parte del Rosellon. De modo que llegó este
célebre conde á concentrar en una sola mano un vas-
tísimo territorio que de uno y otro lado de los Piri-
neos comprendía los condados de Barcelona, Gerona»
Vich , Manresa , Carcasona , el Panadés, j las comar-
cas que caían en los condados de Tolosa , de Foix,
de Narbona , de Minerva y de otras regiones trans-
pirenaicas.
Pero reservado estaba á tan gran príncipe ver aci-
barados los postreros años de su gloriosa carrera con
un gravísimo disgusto doméstico , el mayor de todos
los qde habia esperímentado. Entre su esposa la con-^
(4) Conde, part. III. cap. VI.
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268 HISTORIA DB ESPAÑA.
(lesa Almodis y el hijo único que le babia quedado
de la princesa Isabel, llamado Pedro Ramón , estalla-
ron discordias que turbaron lastimosamente la paz de
la familia. Acaso el entenado sospechaba que la mar
drastra por amor á sus hijos propios instigara al pa-
dre .para que le privase de lo que le pertenecía por
derecho de primogenitura. Fuese esta ú otra la causa,
el encono y las malas pasiones del hijo de Isabel le ce-
garon y arrastraron al estremo de ensangrentar sus
manos en la prudentísima esposa de su padre, y á
mediados de noviembre de i 071 cometió el horrible
crimen de asesinar á su madrastra la condesa Al-
modis. Golpe fué este que apenó tan hondamente al
desgraciado padre y esposo , que aquel corazón que
los contratiempos no habían podido nunca consternar,
dio entrada al pesar y al abatimiento, á términos de
ir consumiendo ppcoá poco aquella vida preciosa hasta
llevarle á la tumba. Falleció, pues, el ilustre conde
don Ramón Berenguer el Viejo, el guerrero, el legis-
lador , el justo, coronado de gloria y de laureles, pe-
ro lleno de amargura , el 27 de mayo de 1076, des-
pués de un reinado de 41 años. La historia sigue de-
nominándole con el título de el Viejo ^ no por su edad,
sino por el consejo y prudencia que mostró desde su
juventud ^^K
(1) Los cuerpos de ios ilustres ñas do madera cubiertas de ter-
, condes don Ramón Berenguer 1. y ciopelo carmesí, colocadas en el
( dona Almodis se conservan en la lienzo de pared interior que me-
catedral de Barcelona, en dos ur- dia desde la puerta de la sacristía
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PAUTE 11. LIBRO I. 269 .
Era el año eo que á coasecuBDcia de la muerte
alevosa dada á otro príncipe , Sancho Garcés el de Pe-
fialen , se habían unido las dos coronad de Navarra y
de Aragón en la persona de Sancho Ramírez. Asi, al
propio tiempo que estos dos reinos parecían marchar
hacia la unidad , Ramón Berenguer el de Barcelona,
llevado del amor de padre como Sancho el Mayor de •
Navarra y Fernando el Magno de Castilla , había in-
currido en el mismo deplorable error que ellos, de-
jando el estado pro indiviso á sus dos hijos y de la con-
desa Almodis, los dos hermanos gemelos Ramón Be-
renguer II. y Berenguer Ramón 11. Parecía fatalidad
de los grandes príncipes, cuanto mayores eran des-^
conocer mas las pasiones de la naturaleza humana.
Tenían demasiado cerca los nuevos condes el incen-
tivo de la ambición para que pudiera dejar de tentar
al uno ó al otro. Una sola corona para dos cabezas,
por mas que el padre dejara dispuesto para evitar
discordias que partiesen entre sí las rentas y las go-
zasen por igual , fácilmente se había de convertir en
manzana de discordia, y asi aconteció. Ramón Beren-
guer, el primer nacido, llamado Cabeza de Estopa
fCap d'estopesj por su blonda cabellera , era de tan
gentil presencia como de índole apacible y amante de
las virtudes pacíficas : Berenguer Ramón , el menor,
que da salida al claustro, á udob fué condenada por el pontífice y
quince palmos de elevación del colegio de cardenales á una ruda
paTímento.— 'El matador de sn penitencia que duró veinte y oua-
madrastra, Pedro Ramón, parece tro anos,
qae desterrado de su paia natal
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270 HISTORIA DB BSPáSa^
era belicoso, activo, impetuoso y descontentadizo.
No tardó este último en mostrar por quién babia
de romperse la difícil armonía y concordia tan nece-
sarias para el bien de sus comunes pueblos » exigiendo
al mayor palabra pública y testimoniada de que se
efectuaría la partición de las tierras. Antojóseie luego
poco segura aquella palabra, y mas adelante, en 1 079,
ya exigió su cumplimiento, proponiendo adeudas que,
pues el gobierno debía partirse en lo posible , cada
uno de ellos morase medio año en el palacio condal,
el uno desde ocho dias antes de Pentecostés hasta
ocho antes de Navidad , y el otro el resto del año, y
que cada cual esperase su turno y retuviese como en
garantía el castillo del puerto. A todo iba accediendo
el bondadoso y candido Ramón Berenguer Cap de
Estopa^ y nada bastaba á satisfacer al exigente y des-
contentadizo hermano Berenguer Ramón. Al año si*
guíente (1080) los hallamos celebrando otro contrato,
que descubre á las claras el rencor y malquerencia
del hermano menor, pues entre otras condiciones ar-
rancó á su hermano la de entregarle en rehenes diez
desús mejores prohombres ^^K Tanta condescendencia
y tanta mansedumbre de parle de don Ramoñ Beren-
guer no hicieron sino precipitar su ruina. Dos años
después de este último convenio , el 6 de diciembre
de 1082, en un bosque solitario que había camino de
(4) Archivo de la corooa de Bereogaer II. n. 48.
Aragón , Goleccíoa de doo Ramón
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PARTB II. LIMO I. 271
Gerooa eutre San Celoní y Hostalricli se encontró el
cadáver de un hombre que se conocía haber muerto
ámanos de asesinos. Era éU el buen Berenguer Cap de
Estopa, asesinado por gentes de su hermano Beren-
guer Ramón. El desgraciado acababa de ser padre de
un niño que un mes hacia le habia dado su esposa
Mahalta, la hija del valiente capitán normando Rober-
to Guiscard ^^K
Espanto, indignación y horror causó en toda Cata-
luña la nueya del horrible crimen. Sin embargo nadie
se atrevía á tomar sobre sí la defensa y tutela de la
desventurada viuda y del ilustre huérfano, llamado
también Ramón Berenguer como su padre. Atrevióse el
primero el vizconde de Cardona Ramón Folch (1083)
á declararse vengador del Fratricida, Siguieron mas
adelante su ejemplo (1084) los Moneadas y otros baro-
nes y allegados de la casa condal, juntos con el conde
y condesa de Cerdaña y el obispo de Vich. cMas ¿qué
podia, exclama con razón un juicioso historiador ca-
talán, una junta celebrada á escondidas y á la som-
bra del misterip por unos pocos servidores contra la
habilidad y pujanza de Berenguer Ramón,)» Por otra
parte el testamento del ultimó conde favorecía al que
sobreviviese de los dos hermanos coherederos , y ya
(4) El maestro Diago ba queri- sí hubiera examinado bien los do-
do salir é la defensa del conde comentos del archivo de Barcelo-
Fratricida (qae con este infaman- na, y principalmente si hubiese
te nombro se lo conoció después): visto la sentencia que los jueces
de seguro no se hubiera oonstituí- de corte pronunciaron en Lérida
do en defensor de tan mala cansa en 4157 sobre este hecho.
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372 HISTOBIA DB BSPASa.
por respeto á esta cláusula , ya por temor al carácter
y pujanza de Berenguer Ramón, hubieron los conju-
rados de tener por prudente diferir para mejor oca-
sión sus planes de venganza , y consentir en que se
sometiese la tutela del niño y el gobierno de lo que á
este le tocaba en herencia á su tío Berenguer, el ase-
sino de su padre , de la cual se le invistió en 6 de
junio de 1085, si bien limitándola al plazo de once
años,, y basta que el niño Ramón alcanzase á los quin-
ce el derecho de reinar y de calzar las espuelas de
caballero, símbolo del mando.
Dejemos pues el conde Berenguer Ramón 11. el
. Fratricida, gobernando el condado de Barcelona por
si y á nombre de su sobrino; época que fué en Cata-
luña fecundo principio de grandes é importantes su-
cesos: y puesto que hemos trazado el cuadro de lo
que aconteció en 4os tres reinos de Aragón, Navarra
y Barcelona hasta la memorable conquista de Toledo,
que inauguró una nueva era para Castilla, cuya mar-
cha y vicisitudes hemos adoptado por norma para las
divisiones de nuestros periodos históricos, hagamos
aqui alto, y examinemos con arreglo á nuestro sistema
las modificaciones que en su vida material y moral
ha ido recibiendo cada estado de la España, asi cris-
tiana como muslímica, en el período que comprenden
los capítulos de este volumen.
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CAPITDLO XXV,
RESUMEN CRÍTICO DE LOS SUCESOS DE ESTE SIGLO.
»e 976 4 1085.
Expóoense las caoaas 3e los sacesos de este período.— Cotéjase la si-
tuación de la EspaSa crístiaoa y de la España árabe á la aparición
de Almanzor.— Retrato moral de este personage.— Lo que ocasionó
su ruina.— Crisis en el imperio musulmán.— Mudanza en la condi-
ción de los dos pueblos.— Comparaciones.— Por qué los principes
cristianos no aprovecharon el desconcierto del imperio árabe.— De-
sayenencias, escisiones, guerra entre las familias reinantes españo-
las.—Juicio del carácter y. conducta de cada monarca y y fisonomía
de cada reinado.— Paralelo entre el comportamiento de un rey ára-
be, de un rey de Castilla y del Cid Campeador con Alfonso VI.— Di-
sidencias entre los príncipes cristianos de Aragón, Navarra y Cata-
luña.— ^Importante y melancólica observación que nos sugieren es-
tos sucesos.- Por qué iba adelantando la reconquista en medio de
tantas contrariedades.— Causas de la decadencia y disolucíoo de
imperio omniada.
En los 1 09 años que bao trascurrido desde la ele-
vacioD de Almanzor , el enemigo formidable de los
cristianos» hasta la conquista de Toledo por Alfon*
so VI. de León y de Castilla, ha variado completa-
mente la situación respectiva de los dos pueblos,
el cristiano y el musulmán. Los poderosos y sober*
bios son ahora los abatidos y flacos. Los que eran dé-
biles y pobres se presentan ya pujantes y orgullosos.
ToMoiV. 18
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S7Í HISTORIA DE BSI*AÑA.
Parecía que do fallaba sino inscribir definili va mente
la palabra <tríunfo)> sobre el pendón del islam, y sin
embargo resplandece la craz sobre la .cúpula de la
grande aljama de Toledo convertida en basílica cris-
tiana. El grande imperio mahometano de Córdoba
que amenazaba absocber hasta el último rincón de la
España independiente ha caido desplomado ; extin-
guióse la ilustre estirpe de lob jBsclarecidos Beni-Ome-
yaSi y los reyezuelos que sobre las ruinas del grande
imperio han levantado sus pequeños tronos , los unos
han sido derrocados por los monarcas cristianos, los
oíros han caido á impulsos del huracán de la discor-
dia civil, los otros son tributarios de los soberanos de
Castilla, de Aragón ó de Barcelona. ¿Cómo y porqué
causas se ha obrado esta mudanza en la condición de
los dos pueblos?
Después que la traición y el veneno pusieron fin
á los días de Sancho el Gordo, la monarquía madre
de Asturias y León viene á caer en manos de un niño
de cinco años ^*^ y de dos mugeres ^^K ¿Qué se podia
esperar de la suerte de este pobre reino, fiado á ma-
nos tan débiles, precisamente cuando en el imperio
musulmán ha sucedido á Abderrahman III. el Grande
su hijo Alhakem 11. el Sabio? Por fortuna de los cris-
tianos Alhakem los deja vivir en paz , porque ama
mas los libros que las armas^ y gusta mas de letras
(4) Ramiro llt/
(9) Teresa y Eiyira, madre y tía del rey.
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PAATB U. LIBRO I. 275
que de coaquistas: y por fortuna suya tambieu la
monja Elvira que gobierna el reino , acredilá con su
prudencia y discreción que bajo la toca de la virgen
hay una cabeza que pudiera ceñir dignamente la dia-
dema real. Pero aquel niño crece, y creciendo en
cuerpo y en anos crece también en aviesas inclina--
- Clones, sacude el freno de la dirección y del buen
consejo de sus prudentes tuloras, corre desbocado
por el camino de los vicios, irrita con su desacor-
dada conduela, con su altivez y ásperos tratamientos
á los magnates de su reino, levántanse los nobles, se
alza un pretendiente al trono, corónanlé sus parcia-
les y le ungen con el oleo santo, se hacen armas por
una y otra parte , se pelea , y la discordia , y el des-
concierto y el desorden reinan en la pobre monarquía
leonesa.
¿Y cuándo acontece todo esto? Cuando en el pue*
blo enemigo , cuando en el grande imperio musulmán
aparece un genio belicoso, emprendedor y resuelto r
figura histórica colosal, gigante que desde su apari-
ción asombra, y á quien sin embargo se le ve siem-
pre creciendo; político profundo, ministro sabio,
guerrero insigne, el Alejandro, el Anibal^ el César
de los musulmanes españoles. Escusado es que nom-
bremos á este famoso personage con su verdadero
nombre: porque ¿quién conoce á Mohamed ben Ab-
dallah ben Abi Ahmer el Moaferi? Mas si le apellida-
mos con el título que le valieron sus hazañas, si le
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876 HISTOBIA DB BSPAfiA.
nombramos Almanzor^ no hay ni quien le desco-
nozca, ni quien le pronuncie sin asombro y sin
respeto.
Cuando un pueblo tiene la desgracia de ver suce-
derse una serie de príncipes , ó débiles y flacos , ó
desalentados y viciosos ; cuando ademas este pueblo
se ve destrozado por las ambiciones y las discordias;
cuando al propio tiempo en el pueblo enemigo se le-
vanta un genio de las dimensiones de Almanzort
¿quién no teme, y quién no augura la ruina pronta é
inmediata de aquel imperio? Emprende Almanzor
aquel sistema propio suyo de las dos irrupciones y
campañas anuales". Incierto como un cometa errante,
terrible como el trueno , rápido como el rayo , no se
sabe nunca dónde irá á descargar el siniestro influjo
de este astro de muerte» si al Norte, si al Este, si al
Oeste de la España cristiana. Todo lo recorre el vale-
roso musulmán, y alli se deja caer como una lluvia
de fuego donde menos se le espera. Los cristianos
pelean con valor , pero ¿quién resiste á la impetuo*
sidad del mahometano? Cada estación señala un triun-
fo para el guerrero árabe, y sus victorias se cuentan
por el número de sus campañas. Zamora , la Numan-
cia de aquellos tiempos; León, la corte de los mo-
narcas cristianos; Barcelona , la ciudad de Luis el
Pío y de los Wifredos; Pamplona , la plaza envidiada
de Carlo-Magno ; Compostela , la Jerusalen de los es-
pañoles; San Esteban de Gormaz, una de las llaves
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PARTE II. LIBRO I. 277
de Casulla, todo cae al golpe de lascimilarras sarra-
cenas, todo cede al ímpetu del alfange manejado por
el brazo irresistible de Almanzor. Bermudo el Goloso
de León s^ refugia á los riscos de Asturias con las re-
liquias de los santos y las alhajas de los templos como
en tiejnpo de Rodrigo el Godo. Borrell huye de Barce-
lona como Bermudo de León. Las campanas de la ba-
sílica del santo apóstol son llevadas á la corte musul-
mana para servir de lámparas en el gran templo de
Mahoma. El conde García de Castilla es conducido y
atado como un ciervo á los pies de Almanzor ; y mien-
tras su hijo Abdelmelik gana en África el título de Al-
mudbaffar (guerrero afortunado), los cristianos de Es-
paña se ven reducidos á la cuna de su independencia
como en tiempo de la conquista.
Una ilustre religiosa de León , la célebre abadesa
Flora, cautivada con otras compañeras eñ la catás-
trofe de aquella ciudad , nos dejó consignados en pa-
téticos lamentos los estragos de aquellos dias de tri-
bulación. «Los pecados de los cristianos, dice, atra-
jeron la gente sarracena de la estirpe de los ismaeli-
tas sobre toda la región occidental , para devorar la
tierra , pasar á todos al filo de sus aceros , ó llevar
cautivos á los que quedaran con vida. Nuestra cons-
tante acechadora la antigua serpiente les dio la victo-
ria: destruyeron las ciudades, desmantelaron sus
muros y lo conculcaron todo : los pueblds quedaron
convertidos en solares , las cabezas dé los hombres
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278 HISTORIA DB BSPAÍÍA.
cayeron IroDchadas por el alfange enemigo, y no hubo
ciudad, aldea ni castillo que se librara de la universa
devastación.)»
¿Será que baya «onado la última hora para el
pueblo fiel? ¿Habrá entrado en les decretos eternos
que sean perdidos para los cristianos los sacrificios del
cerca de tres siglos? No; el que rige la marcha de 1^
humanidad y tiene en su mano los destinos de las
naciones, volverá los ojos hacia su pueblo: pasará la
tormenta, se calmará el huracán , caerá el coloso del
Mediodía, el Nembrot de los muslimes. La Provi-
dencia envia un soplo de inspiración á los monarcas
cristianos, y los que estaban, sumidos en el abati-
miento se sienten de repente fortalecidos, y los que
hasta entonces habian sido víctimas de sus propias ri-
' validades se unen instantáneamente para hacer un vi-
goroso y desesperado esfuerzo en defensa de su fé y de
su libertad. Líganse como instintivamente Ips sobera-
nos de León, de Castilla y de Navarra, atrévense á
desafiar al hombre de las cincuenta victorias^ y se da
to memorable batalla de Galatañazor. La Providencia
que suele hacer visible su omnipotente mano en las
ocasiones solemnes, mostró alli que no abandonaba á
los que confiados en ella no se dejan abatir por los in-
fortunios. En el t^amino de Medinaceli se ven cuatro
guerreros musulmanes conduciendo en hombros un
personage moribundo entre las desordenadas filas de
un ejército consternado. Este personage exhala entre
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PARTE II. LIBIO I 279
acerbos dolores su último suspiro Conducido á
Hedinaceli, una lápida sepulcral guarda sus restos
inanimados. Era Almanzor, el grande, el guerrero, el
victorioso. «{Almanzor ha muerto! esclaman los solda-
dos de Mahoma con acento dolorido: ¡cayó la columna
del imperio!» El pueblo cristiano entona himnos de re-
gocijo, y Córdoba viste de luto después de la batalla
de Calatañazor, como Roma después de la batalla de
Cannas. El imperio musulmán que llegó al apogeo de
su engrandecimiento bajo un califa niño, comenzará
á decrecer bajo un rey cristiano niño también, porque
niño es Alfonso V. de León como Hixem II. de Córdo-
ba, que Dios quiso colocar al pueblo cristiano en cir-
cunstancias análogas á las del pueblo inñel para sus
sabios fines.
Difícilmente presentará la historia de ningún pue-
blo entre sus grandes hombres el tipo de un persona-
ge como Almanzor. Que fuese gran ministro, hábil
regente, político profundo, administrador diestro,
batallador insigne y el mayor general de su siglo,
nos causaria admiración pero no asombro: que no se
arredrara ante ningún obstáculo, ni cejara ante nin-
gún crimen, ni reparara en la calidad de los medios
para llegar á los fines de su ambición: que fuera des-
haciéndose por reprobados caminos de todos los que
creyera podían servirle de estorbo para afianzar su
omnipotencia, cualidades son en que por desgracia se
le han asemejado muchos de los que la historia deco-
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Í%0^ HISTORIA DE ESPAJtA.
ra con el título de héroes. Pero Almanzor es acaso el
único valido que colocado por el favor en la cumbre
del poder haya ejercido por espacio de veinte y cinco
años una soberanía absoluta, una omnipotencia ¡limi-
tada, sin escitar la murmuración ni la odiosidad del
pueblo, siempre propenso á aborrecer á los privados.
Almanzor, ministro, tutor y arbitro de un califa im-
bécil, dueño del favor de la sultana madre, sin riva-
les que temer porque ha cuidado de anonadarlos ó
extinguirlos, emplea su omnipotente privanza en dar
ensanche, engrandecimiento y gloria al imperio. So-
berano de hecho, querido del pueblo y adorado de
los soldados, reducido á perpetua nulidad el que de
derecho cenia la corona, Almanzor no aspira á usur-
par un título cuyas atribuciones ejercía, rara mode-
ración atendida la condición humana que asi suele
ambicionar los títulos como las cosas. Y el pueblo,
que gustaba de ver respetado el principio de sucesión
en su amada familia de los Beni-Omeyas, parecía al
propio tiempo agradecer, en vez de sentir, que su
califa viviese aislado y encerrado como un imbécil,
á trueque de ver prosperar el imperio bajo el poder
omnímodo de tan gran ministro.
El califa Hixem vegetando entre pueriles placeres
en el alcázar de Zahara represéntanos al débil empera-
dor Honorio cobijado en el palacio de Rávena en vís-
peras de desmoronarse el imperio romano; con la di-
ferencia que Estilicen, aunque ministro íiábil y guer-
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PARTE II. LIBRO !• 281
rero valeroso, no poseia niel talento ni las altas pren-
das ni el ánimo elevado de Almanzor.
¿Era en realidad imbécil el califa Hixem, ó fué
plan combinado de Almanzor y de la saltana Sobehya
mantener embotadas sus facultades intelectuales? Si
no lo era, ¿cómo la sultana madre consentía que su
hijo desempeñase un papel tan degradante y abyecto?
¿Quédase de relaciones mediaban entre la sultana y
el ministro-regente? ¿Eran solo políticas, ó se mez-
clarían afecciones de otra índole? Esto es lo que no
vemos declarado por ningún escritor musulmán, co-
mo sí se hubiesen propuesto encubrir con el velo del
silencio hasta la menor flaqueza, si la había, que pu-
diera empañar la gloria del grande hombre á quien
tanto debia el imperio.
Contrastes singulares presenta la vida de Alman-
zor. Como guerrero, hace su campaña periódica, ven-
ce, conquista, destruye, se vuelve á Córdoba, licen-
cia su ejército, y ya no es Almanzor el guerrero, el
conquistador, el victorioso: es Mohammcdelhagib,.el
primer ministro y regente del imperio, el administra-
dor celoso, el justo distribuidor de los cargos públi-
cos, el amigo de los pobres, el fundador de escuelas,
el académico, el protector de las ciencias y de los sa-
bios, el amparador y premiador de los talentos ^*\ El
u« astronomía
biblioteca for-
por Aioaicem II., no acerta-
coDoilía^ esta conducta con
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282 IIISTOEIA DB ESPAÑA.
grao perseguidor de los cristianos y el destructor de^
sus ciudades celebra las victorias de su hijo en Áfri-
ca dando libertad á dos mil esclavos cristianos, pa*
gando á los pobres sus deudas y distribuyendo entre
los necesitados abundantes limosnas^ y festeja y so-
lemniza las bodas de ese mismo hijo haciendo dona-
tivos á los hospicios y madrissas» y dotando doncellas
huérfanas. Grande debió ser este persona ge cuando
bs mismos escritores cristianos reconocieron su mérito
y no pudieron negar las altas prendas de su mas ter-
rible enemigo. Por primera y única vez que sepamos
en los fastos del mundo, se vio al gefe de un estado
compartir las estaciones entre las letras y las armas,
y esta fué una de las causas de su perdición * Era
ciertamente bello poder decir cada invierno y cada
eslío en Córdoba: csalí, vencí, conquisté y he vuelto.»
y después de cada campana consagrarse á los nego-
cios pacíficos del estado. P^ro no advertía, y esto pa-
rece incomprensible en tan gran capitán, que con ta-
les períodos, y no deteniéndose á consolidar sus ad-
quisiciones, daba lugar á los infatigables cristianos á
que se repusieran desús pérdidas, y á que mientras él
se enseñoreaba de Barcelona, los cristianos de Astu-
rias recobraran en su ausencia las ciudades de Gali-
cia ó de León, y en la primavera que Álmanzor in-
vadía de nuevo la Castilla, Borrell recuperara á Bar-
el grande amor á las lelras y coa nos dan Qoticia los mas de los bie-
las ocupaciones académicas de que toriadores.
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PARTB II. LIBRO i. 283
celona; y así les dio tiempo para rehacerse y confede-
rarse, basta recoger en Calatañazor el castigo de su
orgullo y el fruto amargo de su errado sistema.
Cuando se desenlaza y resuelve una gran crisis,
todo por lo común se trastrueca y cambia. La muerte
de Almanzor fue también la crisis de muerte para el
imperio ommiada. Era una bóveda que se sostenía en
los hombros de un Atlante: faltó el apoyo , y tenia
que desplomarse el edificio. De los dos hijos de Al-
lúanzor, el uno , Abdelmelík, fué como el último res-
plandor de una luz que se apagaba. El otro» Abder-
rahman, fué un insensato que quiso parodiar la gran-
deza de su padre, y lo que hizo fué presentar un
triste ejemplo de lo pronto que suele degenerar una
raza. Fióse en que llevaba en su fisonomía la imagen
y el recuerdo de su padre , y no advirtiendo que le
faltaba su corazón , su entendimiento, su alma, atre-
vióse á mas de lo que su padre se había atrevido.' En
el castigo que sufrió llevó la penitencia de su des-
acordada ambición y necio orgullo. Cuando el pueblo
cordobés paseaba la cabeza del hijo de Almanzpr cla-
vada en un palo, no pensaba en que aquel desfigurado
rostro se había parecido al de su padre ; tenía solo
presente que al padre había debido el imperio en-
grandecimiento y gloria, y el hijo había sido un pre-
suntuoso miserable. Desde entonces comienza la guer-
ra entre los pretendientes á un trono, coma en otra
parte dijimos , ni vacante en realidad , ni en rcali-
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S84 niSTOEU DB bspáHa.
dad ocupado. Los aspirantes solicitan el auxilio de las
arm^s cristianas, y Sancho de Castilla coloca en el
trono muslímico á Suleiman , como antes Sancho de
León liabia sido repuesto en el trono cristiano por
Abderrahman el Grande. Los papeles se han trocado.
Y es que antes el imperio musulmán se hallaba en el
período de crecimiento » ahora está en el de deca*
dencia.
¿Por qué los príncipes cristianos no llevaron esta
decadencia á completa ruinsí , aprovechando el des-
concierto de los musulmanes? Porque después de la
unión momentánea que les dio el triunfo de Galata-
ñazor volvieron á su sistema habitual de aislamiento,
herencia fatal del antiguo genio ibero-celta, y como
patrimonio inamisible de los españoles. Castellanos y
catalanes contentáronse con poner su brazo y su es-
' pada á sueldo de ^Ucitadores sarracenos\ y con de-
bilitar si se quiere al enemigo en vez de aniquilarle.
Triunfaban las huestes cristianas en Gebal Quintos y
en Acbatalbakar; ¿para qué? para recibir á precio de
su auxilio algunas plazas fronterizas, y sentar en el
Hrono de Córdoba á un enemigo de su fé. Verdad es
que se ocuparon en este tiempo los soberanos de la
España cristiana en una tarea honrosa, la de dar le-
yes , libertades y preciosos derechos á sus pueblos.
Nacieron entonces los fueros de Castilla, de León, de
Navarra y de Barcelona, y no negaremos á los San-
chos , á los Alfonsos y á los Borrelles y Berengueres
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PARTB 11. LIBRO I. 285
el merecimiento que por ello ganaroD. Lisonjero es
poder decir que nacieron las libertades de los munici-
pios en España antes que en otra nación alguna. Gloria
es no pequeña de nuestro pueblo. Pero prefiriéramos
haberla obtenido un poco mas tarde, porque hubiera
convenido mas que aquellos buenos príncipes hubieran
diferido algo mas los fueros y consagrádose á anticipar
algo mas la reconquista.
La desunión y la rivalidad, plantas indestructibles
en el suelo de España , y causas perpetuas de sus
males , vinieron también á entorpecer y diferir la
grande obra de la restauración. Alfonso Y de León y
Sancho de Castilla , antes aliados y amigos, deudos
antes y ahora, se llaman de público enemigos y du*
ran sus desavenencias hasta la muerte de Sancho. Gar.
cía su hijo que le sucede va á León á recibir por es-
posa á la hermana de Bermudo III, y en vez de arras
nupciales encuentra puñales de asesinos. El mismo
Vela que le habia tenido en la pila cuando recibió el
agua bautismal fué^el que le dio el bautismo de san-
gre. La línea varonil de la noble estirpe de Fernán
González quedó estinguida á manos de una familia
castellana que ganó una funesta celebridad por sus
deslealtades, y su extinción produjo, alteraciones y
mudanzas sin cuento en todos los, estad os cristianos do
España. .
Sancho el Mayor de Navarra fue un gran rey,
pero grandemente ambicioso. Pudo haberse presen-
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286 historia' db bs^aKa.
lado en Castilla como heredero, y se presentó cómo
conquistador. No contento con haber dado la sobera-
nía de Castilla con título de rey á su hijo Fernando,
no satisfecho con haberle casado con la hermana de
Bermudo de León, y con los derechos eventuales á
esla corona, no tiene paciencia el viejo monarca na-
varro para esperar á estas eventualidades, calcula
sobre su vitalidad, y como si temiese que el joven
monarca leonés pudiera tener mas hijos que dias
pudiese él vivir, busca un 'protesto para romper la
paz , fe invade sus estados y se titula rey de León.
¡Cuan otra hubiera sido la suerte de los reinos cris-
tianos si Sancho el Grande de Navarra hubiera em-
pleado su brazo y sus armas contra los sarracenos en
vez de emplearlas contra los príncipes sus propios
deudos y correligionarios! Un acto do justicia , de
justicia terrible, hizo Sancho en Castilla, quemando
vivos á los Velas, los asesinos del conde García, cuya
muerte le valió tan grande herencia. A veces un mis-
mo hombre es al propio tiempo perpetrador de in-
justicias y castigador de crímenes, al modo de aque-
llas plantas cuyo jugo es á las veces mortífero veneno,
á las veces medicina salvadora.
Muere el gran monarca' navarro, á quien es lás-
tima que tengamos que llamar usurpador, y Ber-
mudo IIL de León recobra fácilmente su corte y parte
de sus estados: ¿para qué? para malograrse joven en
la batalla de Tamaron, no al golpe de las cimitarras
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PARTB IK LIBRO I. 287
agareoas, sino atravesado por la lanza del esposo de
su hermana; y Fernando debe á la muerte dada al
hermano de su esposa el ceñirse las dos coronas de
León y de Castilla. ¡Triste y lamentable felicídadl
Este primer paso hacia la unidad nacional es producto
de una guerra fratricida; y la ilustre estirpe de los
reyes de Asturias y de León» de los sucesores de los
Ordeños y Ramiros, de Alfonso el Grande, del Gasto,
del Católico, de Pelayo, de Wamba y de Recaredo,
esta esclarecida dinastía godo-hispana que no han
podido acabar en mas de tres siglos de lucha todas las
fuerzas, todo el poder de losagarenos, se extingue con
Bermudo en su línea varonil, como la de los condesde
Castilla, en lid sangrienta con príncipes cristianos, con
príncipes españoles, con deudos, con hermanos suyos.
{Deplorable fatalidad de España!
¡Y si al fin hubieran terminado con esto las funes*
tas discordias! Pero el espíritu de ambición , de en*
vidia y de rivalidad estaba como encarnado en las
familias de uqestroá príncipes, y la famosa distribu-
ción de reinos de Sancho el Mayor de Navarra, bien
que la supongamos hecha con la mejor fé, no hizo
sino desarrollar aquel germen de división y de muer-
te. No bien habia descendido á la huesa aquel padre
de reyes, cuando ya dos de sus hijos, Ramiro y Gar-
cía, de Aragón y de Navarra» habían blandido sus
lanzas para combatirse y despojarse mutuamente. Ra*
miro habia llevado en su ayuda gente infiel y estran-
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288 HISTORIA DB BSPASa.
gera contra un hermano, español y cristiano cobo él-
Aquel mismo García que en la batalla de Tamaron
había lidiado en favor de su herma no Fernando de
Castilla contra el cuñado dp éste Bermudo de León,
conspira mas adelante contra Fernando, le arma ase-
chanzas, le tiende lazos, en que al fin vino á caer el
mismo que los tendía: incidit in faveam qtiam fecit.
Por último le mueve una guerra imprudente y obsti-
nada, lleva consigo auxiliares sarracenos para pelear
contra su hermano, como antes los llevó contra él su
hermano Ramiro, y se da el combate en que recibe
García el castigo de su temeraria provocación. Fernan-
do de Castilla que había visto en Tamaron caer á sus
pies al hermano de su esposa, ve en Ata puerca su-
cumbir el hijo de su mismo padre. ¡Tristes victorias
las de Fernandol La una cubre de luto á León» la otra
á Navarra: en cada una perece un hermano. ¿Necesi-
taremos ya investigar las causas por que no progresa-
ba como debía la reconquista?
Y sin embargo no es Fernando el culpable; am-
bas veces ha sido provocado: Fernando es un prín-
cipe generoso: tiene á sus pies la corona de Navarra
y no la recoge; le dice á su sobrino Sancho: «cíñetela
tú , que harto severa lección has recibido con la
muerte de tu temerario padre.» Fernando sabe á
quiénes ha de mirar como verdaderos enemigos de
su patria, y tan pronto como las turbulencias intesti-
nas se lo permiten sale á combatir los musulmanes
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»ABtB II. LlBtO té ^8d
Toma á Cea, Viseo, Lamego y Coimbra, y después de
conducirse como guerrero intrépido comienza á obrar
como gran político. Pruébalo un hecho importaotísí*
mo, en que no han parado la consideración nuestros
historiadores. Dueño Fernando, por la capitulación de
Coimbra de^ todo el territorio comprendido entre el
Mondego y el Duero, deja á los moros que habitaban
aquel distrito vivir en él tranquilos, regidos por sus
propias leyes^ aunque sujetos al monarca cristiano y
pagándole un tributo. Llamáronse mucíe/are^, como
se llamaban mozárabes los cristianos que vivían con
iguales condiciones en territorios dominados por los
árabes. Gran novedad en la historia de ambos pue-
blos, y principio de tolerancia por primera vez prac-
ticado después de tres siglos de lucha.
Igual conducta observa después con los reye^ de
Toledo y de Sevilla. Cuando lleva el teatro de la guer-
ra al primero de estos reinos, destruye, desmantela,
demuele, tala, incendia y cautiva. Es el capitán brio-
so que subyuga á fuerza de armas el pais enemigo,
es el guerrero que vence y aterra. Mas coando los
moradores de Alcalá invocan en su apurada situación
el socorro de Al Mamun, cuando el rey mahometano
se presenta en el campo del victorioso monarca de
Castilla y le ofrece tributo y le presenta cuantiosos
dones á trueque de que no hostilice mas sus pueblos^
entonces Fernando obra ya como gran político', y com-
prendiendo cuan útil podrá serle la alianza del mu«-
ToBio IV. 19
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f^ fllfTOElA D» MfAÜA.
snliiiM y cootenlo coa verle hamillado, ostenta una
geaerosidad que deja obligado y reconocido al de
Toledo. Cuando invade los estados del de Sevilla, las
huestes castellanas llevan en pos de sí la devastación,
el incendio , el esterminío. Entonces Fernando es el
conquistador terrible. Mas cuando el rey Ebn Abed
sale á encontrarle ofreciéndole dádivas y presentes,
y se resigna á darle parias y accede á entregarle los
cuerpos de dos santas mártires que los cristianos le
reclaman, entonces Fernando vuelve á ser el vence-
dor generoso y el monarca político: y sepáranse am-
bos reyes satisfechos, el de Sevilla con haber conju-
rado á costa de una humillación la tormenta que ame-
nazaba á su trono y sus dominios , el de Castilla con
la superioridad moral que parecía entrar en su sistema
con preferencia á las adquisiciones materiales , y que
le valió el titulo de par de emperador que le dan al-
gunas crónicas cristianas.
Por resultado de aquel concierto vio por segunda
vez la España mahometana , humillada y silenciosa,
la conducción pacífica de las reliquias de un santo des-
de Sevilla á León, como en tiempo del tercer Alfonso
había visto conducir las del mártir Pelayo desde Cór«
doba á Oviedo. Aquello pudo atribuirse á la condes-
cendencia de un califa, cumplidor exacto de una con-
dición de paz , pero gefe de un grande imperio que
no podin temer la guerra si se hubiera turbado la
procesión religiosa: esto era ya una concesión que la
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pAxn n. uBkú u S94
necesidad arrancaba á on príncipe mahometano para
salvar su imperio: porque ¡ay de él, si las cenizas del
santo obispo Isidoro no hubieran llegado indemnes á
la capital del reino cristiano! La traslación de aquellas ^
reliquias dio ocasión á Fernando para acreditar á sus
subditos que el vencedor de Bermudo de León y de
García de Navarra, que el conquistador dé* Viseo y de
Coimbra, que el humillador de los reyes de Toledo y
de Sevilla, que el reformador del clero en Coyanza,
era el principé religioso que reedi6caba templos, que
los dotaba con esplendidez y los enriquecía pon loa
cuerpos de ¿autos ilustres traídos de las mas populo*
sas ciudades musulmanas. Hace mas: Fernando da un
banquete al clero, y el príncipe coronado de victorias,
el rey de Castilla, de León y "de Galicia, depone es-
pontáneamente su grandeza, y sirve á la mesa á loa
convidados, apareciendo mas grande cuanto mas sé
humilla, y avasallando mas los corazones cuanto mas
parece querer nivelarse con el postrero de sus va-
sallos.
Se ve pues bajo Fernando I. el Magno al reino
unido de Castilla y de León alcanzar una inoportancia,
una solidez y una superioridad cual no habia tenido
nunca todavía. Y eso que la muerte robó ¿ España y
á la cristiandad tan insigne príncipe cuando amena-
zaba hacer tremolar el estandarte de la cruz sobre
los adarves de Valencia. Piadoso y devoto en todo el
discurso de su gloriosa vida, modelo de unción, de
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, 292 H18T0HIA DB BSPaI^A.
virtud y de huaiildad religiosa en el acto de dejar el
cetro para despedirse de este'mundo, do sabemos có-
mo la iglesia no decoró al primer Fernando de Casti-
lla y de León con el título con que honra á sus mas
esclarecidos hijos» y qee muy merecidamente aplicó
ínas adelante al tercer monarca de su nombre.
Que fué funesta la distribución de reinos que hizo
Fernando á ejemplo de la partición de su padre, lo
dijimos ya. ¿Pero le haremos por ello un cargo tan
severo como el que algunos modernos críticos preten-
den hacerle? Acaso no fué solo un esceso de amor pa-
ternal el que le movió á obrar de aquel modo: tal
vez conociendo Fernando la tendencia de cada conde
y de cada magnate á la independencia, creyó que la
mejor manera de reprimir aquel' espíritu de insubor-
dinación y de precaver una desmembración semejan-
te á la del imperio árabe, era dejar á cada uno de sus
hijos una monarquía mas limitada y que pudiera mas
fácilmente vigilar. ¿Quién sabe si se propuso, desig-
nando á cada hermano una porción casi igual de ter-
ritorio, contentar á todos, y prevenir aquellas rivali-
dades y envidias que estallaron después? No lo estra-
ñaríamós, aunque los sucesos acreditaron lo errado
del cálculo. Lo que no comprendemos es cómo i
Fernando se le ocultó el genio ambicioso y díscolo de
su hijo Sancho, y cómo no conoció la falta de capa-
cidad y de virtud para gobernar de su hijo García.
¿Pero se hubieran acallado las ambiciones y evilacjo
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PARTE II. LIBEO 1. ^ 293
las discordias sí hubiera caído toda la herencia en uno
solo? Confesemos que en aquellos tiempos era una
desgracia para el país el que un monarca muriese
dejando muchos hijos. Recordemos las conspiraciones
de fumilia que morlíGcaron á los reyes de Asturias, las
conjuraciones de hermailDs que perturbaron el sosie-
go de los monarcas de León: volvamos la vista á
Navarra y Cataluña, y veremos los mismos odios de
hermanos y las mismas catástrofes. Sí las guerras que
sobrevinieron se hubieran circunscrito á los tres hijos
de Fernando, podríamos creer que el germen de las
disidencias habia estado todo en las partijas que
aquel hizo de su reino. Mas cuando vemos á Sancho de
Castilla, no bien cubierta la hoya en que reposaban
las cenizas de su padre, en guerra ^ya con sus pri*
mos; los Sanchos de Navarra y Aragón; cuando le
vemos, después de dejarse arrastrar de la codicia
hasta llevar fas lanzas castellanas contra dos débiles
mujeres, ir á inquietar en sus limitadas posesiones de
Toro y de Zamora á sus dos hermanas Elvira y Urra-
ca, ¿cómo no hemos de atribuir estos males, masque
á culpa del padre, al natural turbulento, codicioso,
avieso y desnaturalizado del hijo?
Este despojador de reinos, azote de su familia,
que había desenvainado su espada contra dos primos
y cuatro hermanos, cuando ya no le faltaba sino una
hermana & quien despojar, se estrelló ante la cons-
tancia de una muger fuerte, y en el cerco de Zamora
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294 mSTOftlA DB BSPAftA.
halló el condigno castigo de sa desmesurada codicia*
El venablo de un traidor puso fin á sus días al pie de
los muros de la única ciudad que le restaba para re-
dondear el despojo de toda su familia» sin que leva*
liera estar mandando un poderoso ejército ni tener á
su lado al tipo del valor y de la intrepidez, Rodrigo
el Campeador. No pretenderemos indagar por qué la
Providencia se vale á veces de los criminales como
instrumento para castigar á los que se desvian de la
senda de la humanidad y de la justicia, pero es lo
cierto que suele emplearlos para sus altos fines. ¿Tuvo
Urraca alguna participación en el tcágíco término de
su hermano? Asi lo espresaba uno de los epitafios que
se dedicaron á la memoria de Sancho el Bravo (*>
Nosotros no hallamos bastante justificadf tan grave in
culpación, pero tampoco nos atreveríamos á salir ga-
rantes de su inocencia, ni estraña riamos no hallarla
pura, atendido su justó resentimiento y lo mal para-
dos que en aquel siglo andaban los afectos de la
sangre.
La muerte de Sancho el Bravo valió á su hermano
Alfonso tres coronas por una que aquel le babia ar-
rancado. Las vicisitudes dramáticas de Alfonso VI. soá
como el trasunto de la fisonomía de su época. Rey de
León, inquietado por un hermano codicioso, vencedor
(i) EnuDodelosáDgalosJesa ürraem apvd Numanliam cioi-
sepulcro en Ofia se leia el epitafio taíem per manwn BellUi Ádolphif
•igoiente: R$x i$te oedsut fidi^ magniirad^torii.
proOUon eontiUo tan>ri9 iuct
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MftTB II. UlM 1. 898
y vencido en lus márgenes del Carríon y del Pisoerga,
despojado del trono» acogido ¿ un templo» preso en
un castillo de Burgos, monje de Sahaguo» fygado del
claustro , prófugo en Toledo » agasajado por an rey
musulmán » brindado en su destierro por leoneses»'
gallegos y castellanos con las coronas de los tres rei-
nos » aliado y auxiliar de un rey mahometano (el de
Toledo) para destronar á otro rey mahometano (el de
Sevilla), en amistad después y en alianza con el de
Sevilla para destronar al de Toledo: favorecido y ob-
sequiado del padre (Al Mamun), y derrocando del tro<^
no al hijo (Yahia), dueño y señor de la antigua corte
de los godos donde antes habia recibido hospitalidad
de un árabe, Alfonso YL representa y compendia ea
este primer período de su dramática historia ta vida,
las costumbres , el manejo ,^ las condiciones de exis-
tencia de hombres y pueblos en aquella época turbu-
lenta y crítica.
;Qué contraste tan desconsolador forma la noble
y generosa conducta de Al Mamun el de Toledo con
la de Sancho de Castilla para con Alfonsol El uno ar-
ranca el cetro á su hermano, el otro, siendo un in-
fiel, acoge y trata al príncipe destronado como á un
hijo; el hermano encierra al hermano en un castílle»
el mahometano le da palacios y jardines para so re*
creo: cuando por la muerte de Sancho quedó vacante
el triple trono de Castilla, León y Galicia, AlMamua
tenia en su poder el única príncipe llamado á ocupar -
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296 HiáTOHiA DB esfaSa.
le, y síd embargo en vez de retenerle, en vez de
aprovechar para si aquella horfandad de los reinos
cristianos para acometer cualquiera do ellos, ayuda á
Alfonso con todo género de medios para que vaya á
ceñir sus sienes con las coronas que le esperan; en
cambio de tanta protección solo le pide su amistad.
Este proceder de Al Mamun, que nos recuerda el de
Abderrahnian el Grande con Sancho el Gordo, reve-
la los instintos generosos de aquella noble raza árabe»
que se iba á extinguir en España, al propio tiempo
que la tolerancia que habia ya entre árabes y espa-
ñoles, que aparte de la religión llegaban á rivalizar
en hidalguía. Alfonso VI. como monarca español y
cristiano hizo un bien inmenso á España y á la cris-
tiandad con la conquista de Toledo: como amigo ju-
rado de Al Mamun parece que deberían haber alcan-
zado al hijo las consideraciones de que era deudor al
padre: aquel hijo no obstante no habia sido compren-
dido en el asiento de alianza , los toledanos mismos
reclamaron ser libertados de su opresión por el mo-
narca de Castilla, y A'íí^dso pudo, sin romper jura-
mento hacer aquel servicio inmensurable al cristia-
nismo y á la libertad^española, y redimir al propio
tiempo á los musulmanes que le invocaban.
El célebre juramento tomado á Alfonso en el tem-
plo de Santa Gadea de Burgos patentiza toda la arro-
gancia de la nobleza castellana. Sin embargo solo se
encontró un caballero que se atreviera á tomársele,
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PARTE II. LIBHO I. 297
Rodrigo Diazi'seha ensalzado á coro este hecho del
Cid como un rasgo de heroico valor cívico; lo fué; y
con ello dio el Campeador un testimonio de la gran-
deza de su alma; pero también fué un rasgo de au-
dacia insigne el humillar á un monarca haciéndole
que jurase por tres veces no haber tenido participa-
ción en la muerte de su hermano: audacia que el
Cid, menos acaso que otro caballero alguno, hubiera
debido permitirse: porque Alfonso pudo haberle de-
mandado á su vez: «¿Y juráis vos, Rodrigo, no haber
tenido parte en la alevosía de Carrion, en aquella
funesta noche en que mi hermano Sancho» por con^
sejo vuestro, después de vencido pagó mí generosidad
degollando á mis soldados desapercibidos , haciéndo-
me prisionero y apoderándosQ de mi trono? ¿Juráis
vos estar inocente de aquella negra ingratitud que
costó tan noble sangre leonesa, y que me hizo .cam-
biar mi trono por una prisión, mi corte por un claus-
tro, y mi libertad por el destierro de que vengo aho-
ra?» No sabemos qué hubiera podido contestar el Cid»
si de esta manera se hubiera visto apostrofado por el
mismo á quien tan arrogantemente juramentaba. No
lo hizo Alfonsp , contentándose con guardar secreto
enojo á Rodrigo Diaz , enojo que hallamos fundado,
si bien sentamos que le llevara/como en otra parte he-
mos dicho (*\ mas allá de lo que reclamaba el inte-
(4) Discono prelimíDar.
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298 HISTORIA DS ESPAÑA.
res de la cansa cristiana, y de lo que á él mismo le
convenia para no ser lachado de rencoroso.
Mientras tan íastimosas y mortales excisiones agi*
' taban los tronos y los pueblos de Castilla y de León,
¿reinaba más armonía entre los príncipes soberano»
de Aragón, de Navarra y de Cataluña? Mencionado
hemos ya las guerras entre los hermanos Ramiro de
Aragón y García de Navarra: entre este y su herma-
no Fernando de Castilla, y entre los tres Sanchos de
Castilla, Navarra y Aragón. ¿A qué se debió la unión
de estas dos últimas coronasen lassíenes del aragonés?
á un fratricidiof á la muerte alevosa del navarro por
su hermano Ramón de Peñalen, como la unión de las
corDnas de León y Castilla en Fernando se había de«
bido á la muerte de Bermudo peleando con el esposo
de su hermana enlamaron. ¡Triste fatalidad de nues-
tra España! Aquel suceso, sin embargo, nos suminis*
tra una observación importantísima. El trono de
Navarra pasa de repente de hereditario á electivo. Al
menos los navarros prescinden del derecho de los hi-
jos del último monarca: huye el uno por temor, y
desechan al otro por tirano y fratricida, y entregan
de libre y espontánea voluntad el reino á un prínci-
pe, que aunque de la dinastía de sus reyes, era con«
siderado ya como extraño, qué tal debia ser para ellos
Sancho Ramirez de Arágoa. Este ejercicio de la sot^e*
ranía en los casos estraordinarios ie hallamos lo mis-
mo en ios pueblos cristianos que en los nyusulmanest
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PAÁTB IK UBEO I. S99
En el condado de Barcelona el gran príncipe Ra-
món Berenguer el Viejo, el autor de los famosos Usa-
ges, trabajando siempre por someter á los díscolos
condes, víctima de discor<jlias domésticas » herido de
^ excomunión por arte y manejo de una abuela intri^
gante y codiciosa, sufre la amargura de ver á un hijo
ambicioso y desnaturalizado teñir sus manos en la
sangre de la esposa de su padre, y ^baja al sepulcro
prematuramente agoviado de pena y de dolor. Tam-
bién el príncipe catalán, como los de Casulla, Ara-
gón y Navarra, hizo alianzas con los árabes; y los
campos de Murcia se vieron inundados de hi^estes ca-
talanas y andaluzas, cristianas y muslímicas, mezcla-
das y confundidas en defeiísa de una misma causa y
en contra de otros cristianos y de otros in6eles, como
en otros. tiempos se habian réubido en los campos de
Acbatalbakar y del Guadíaro.
Una fatalidad tan lamentable como indefinible pa-
recia presidir á los testamentos de los principes cris-
tianos españoles. Apenas se concentraba en una mano
una vasta extensión de territorio á fuerza de apagar
interiores disturbios y de vencer enemigos exteriores,
volvian las disposiciones testamentarias de los prínci-
pes á legar á sus hijos y á sus reinos una herencia de
discordias y una semilla de ambiciones, de envidias,
de turbulencias y de crímenes. Ramón Berenguer el
Viejo de Barcelona, siguiendo el camino opuesto al
de Sancho el Mayor de Navarra y de Femando el
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300 HISTORIA OB BSPAÍA.
MagDO de Castilla, dejó en el testamento el gérmeo
de r^ultados igualmente desastrosos. Desconociendo
como aquellos la índole de sus hijos y las ventajas de
la unidad en el gobierno de un estado, y como si la
soberanía consintiese partifCÍpaQÍones y su sola volün*
tad bastase á enmendar la naturaleza humana y á des-
pojarla de las pasiones de la ambición y de la envidia,
quiso ceñir con una sola corona las sienes áe sus dos
hijos, lo que equivalía á Icfgarles una manzana de
discordia y un incentivo perenne de desavenencias.
Desarrolláronse pronto por parte del mas desconten-
tadizo y díscolo, del mas cpdicioso y avaro, y el ge-
nio maléfico de la envidia arrastró á Berenguer Ra-
món IL al estremo ^e teñir su mano en la inocente
sangre del a preciable Ramón Berenguer Cap deEstopes^
y de darle una muerte alevosa. Otro fratricidio.
Cpncluiremos este cuadro con una observación^
bien triste, pero exacta por desgracia. Los príncipes
que han regido los diferentes estacaos de la España
cristiana por el período que examinamos, todos á su
vez han peleado entre sí, y casi todos cuando han
blandido sus lanzas contra los soberanos de sus mis-
mas creencias y de sus misma sangre han llevado con-
sigo auxiliares musulmanes, ó comprados á sueldo, ó
ligados con ellos en amistosas alianzas. De ellos los
siete han muerto, ó en guerra con sus parientes, ó
asesinados por sus propios hermanos. García de Cas*
tilla bajo las alevosas espadas de los Velas: Bermu*
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I^AttTK 11 ; LIBRO I. - 304
do 10. de León y García Sánchez de Navarra comba-
tiendo contra su hermano Femando de Castilla: San-
cho de Castilla sitiando en Zamora á sa hermana
Urraca: García de Galicia en unn prisión en que le
encerraron sucesivamente sus dos hermanos Sancho
y Alfonso: Sancho Garcés de Navarra traidoramente
asesinado por su hermano Ramón en Peñalen: Ramón
Berenguer II. de Barcelona bajo el puñal fratricida de
Berenguer Ramón.
A vista de tan aflictivo cuadro de miseria y de
crímenes, que hacian interminable la obra gloriosa
de la restauración española, nuestro corazón se lle-
naría de horror y desesperaría del triunfo de la buena
causa, si no se elevara á otra mas alta esfera, allá
donde hay un ser superior que lleva magestuosa-
mente las naciones y los pueblos á su destino al tra-
vés de todas las miserias de la humanidad. A pesar
de tantas rivalidades y malquerencias de familia, á
pesar de tantas discordias interiores y tantas alianzas
con los mahometanos, conservábase siempre vivo
el sentimiento de la independencia y el principio re-
ligioso como el instinto de la propia conservación. Y
á la manera que en otro tiempo aunque se aliaran los
españoles alternativamente con cartagineses y roma-
nos se mantenía un fondo de espíritu nacional y on
deseo innato de arrojar á romanos y cartagineses del
suelo español, del mismo modo ahora subsistía, á
vueltas de las flaquezas y aberraciones que hemos la->
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^ 302 nisToiíA DI «spaHa.
mentado» el espíritu religioso y nacional, que puesto
en acción por algunos grandes príncipes como Sancho
el Mayor de Navarra, Fernando el Magno de Castilla,
Sancho Ramírez de Aragón, Ramón Berenguer el
Viejo de Barcelona, hacía que fuese marchando siem-
pre la obra de la reconquista. Debióse á esta causa
el que aquellas contrariedades no impidieran el acre*
cimiento y ensanche que recibieron las fronteras cri»-
. tianas en «León y Castilla, en Navarra, Aragón y Cata-
luña, desde )a recuperación de León hasla la con-
quista de Toledo, el acaecimiento mas importante y
glorioso de la España cristiana desde el levantamiento
y triunfo de Pela yo.
¿Cómo no aprovecharon los árabes aquellas dis-
cordias de los cristianos para consumar su conquista?
Porque ellos estaban á su vez ip£|s divididos que los
españoles. Por fortuna suya los cristianos se consu-
mían en excisiones domésticas cuando mas útil les hu-
biera sido la unión. Por fortuna de los españoles los
sarracenos en las ocasiones mas críticas se enflaque^
cían y destrozaban entre sí y dejaban á los cristianos
en paz. Iguales miserias en ambos pueblos. De aquí
haber durado la lucha cerca de ochocientos años.
El imperio árabe en su decadencia corrió la suerte
de los imperios destinados á fenecer, no por conquistas
sino por una de esas enfermedades interiores lentas
y penosas, que del mismo modo que á los individuos
van consumiendo los cuerpos social^ y corroyéndolos
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PARTB IK Llimo K . 303
hasta producir una completa disolución. Era ya an
fenómeno que con una cabeza tan flaca como la de
Hixem II. se hubiera robustecido en vez de enflaque-
cerse el cuerpo del imperio; pero este fenómeno era
debido á las altas y privilegiadas prendas de Alman*
zor, y los fenómenos no se repiten cada dia. Muerto
el hombre prodigioso, la marcha del estado siguió su
natural orden y curso. Faltaba la cabeza y todos que-
rían serlo. Despertáronse las ambiciones que la supe-
rioridad de un solo hombre habia tenido reprimidas,
y comenzó aquella cadena de convulsiones violentas,
de sacudimientos, de crímenes, de confuMon y de
anarquía , que acompañan siempre al desmorona-
miento de un estado. Todos los imperios que pereceo
por disolución se asemejan en el período que precede
á su muerte. Conjuraciones, turbulencias, guerras de
razas, relajación de los vínculos de la sangre, extin-
ción de los afectos de familia, regicidios, hermanos
que asesinan á hermanos , hijos que siegan la gar-
ganta de su padre, temiendo no sucederle si se pro-
longa unos dias mas su existencia , caudillos feroces
que capitaneando turbas tan feroces como ellos con-
quistan un trono por el puñal y la espada para des-
cender de él por la espada y el puñal, soldados que
quitan y ponen emperadores, pueblos que pasean hoy
con regocijo la cabeza ensangrentada del que proclama-
ron ayer con entusiasmo, soberanos de un dia, casi á
la vez sacrificadores y sacrificados, grandes crímenes
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30i IllSTOtllA DtE RS^aSa.
y grandes criminales , horribles y trágicos dramas^
entre los cuales se deja ver de período en período
alguna virtud heroica y sublime , como el Fulgor de
una estrella en noche tempestuosa y oscura. Ha-
biendo visto los escesos que acompañaron la agonía
del imperio romano', no nos sorprenden los q\ie
señalaron la caida del imperio ommiada: co6 la dife-
rj^ncia que la ruina de este fué mas rápida, porque
debido su engrandecimiento á las prendas personales
de sus califas , faltando estos tenia que desplomarse
casi de repente el edificio.
Ademas del elemento de disolución que en su
seno encerraba el imperio con tantas razas y tribus
rivales y enemigas que ansiaban y espiaban la ocasión
de destruirse, Almaúzoren medio de su gran talento
. cometió errores que ayudaron no poco á la explosión
de estos odios y rivalidades, ya con la protección que
dispensó á las huestes africanas que llegaron á cons-
tituir la mayoría del ejército musulmán, ya con la
influencia que dio á la raza slava, á aquellos estran-
geros quede la clase de esclavos do otros- esclavos
subieron á la de príncipes y emperadores. Abrió tam-
bién Almanzor ancha brecha á la unidad del imperio
con los gobiernos perpetuos que por premio de mo-
mentáneos servicios confirió á los alcaides y walíes.
Este paso cuyas consecuencias no se conocieron du-
rante su vigorosa administración, fué un ejemplo funes-
to para el porvenir , para cuando el imperio cayese
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»A&TS IK LIBRO I. 30S
en manos mas débiles que las suyas. Los califas que
siguieron á Hixem, así como lo? aspirantes al cali-^
fato, todos á imitación de Almdnzor para ganar elapo-
yo de los walíes apelaban al recurso dehalagarlosi in-
vistiéndolos con aquella especie de soberanía feudal)
y ellos, harto propensos ya á la independencia, ó se
emancipaban abiertamente del gobierno central, ó les
negaban los subsidios de sus provincias y se hacian
sordos á sus excitaciones y llamamientos; la impu-
nidad en que los débiles califas dejaban á los walfear
desobedientes alentaba á otros á seguir s6 ejemplo, y
Córdoba, la metrópoli del imperio muslímico de Occi«^
denle, que se dilataba por casi toda España y por in-
mensos territorios africanos, llegó á encontrarse com*
pletamente aislada, constituido cada walí en soberano
independiente del distrito de su mando. De aqui la
multitud de régulos y pequeños monarcas que se al-
zaron sobre las ruinas del califato, y de que hemos
dado cuenta en nuestra historia, y cuyas guerras en-
tre sí y con los cristianos hemos raferido«
Expuestas las causas principales de los aconte^
cimientos, veamos la fisonomía política y social que
presentaban los diferentes estados de la España crís^
tiana en este período.
Tono iv« 80
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CAPITULO XXVI.
«OBIEBUO, LBTBSy GOSTUMBBBS DE LA ESPAÑA GBISTIANA
BN ESTE PEBIODO.
I. Los reyes.— Atribuciones de la Corona.— Cómo se desprendían de
algnnos derechos.— Conservahanel alto j sopremo dominío.-^Fim-
cionarios del rey.— 'Sistema de sucesión. —Impoestos.— II. Mudanza
en la legislación. — Jurisprudencia foral.— Examen del fuero f con-
cilio de León.— Lo§ siervos: cómo se fué modificando y suavizando
la servidumbre.— Behetrías: qué eran: susdiferenles especies.— ^i^
licia.— Jueces.— Diversas claseü de señoríos. — Si hubo feudalismo
en Castilla. — ^Fuerosde Scpúlveda, Nájera, Jaca, Logroño y Tole«
do. — ^Sistemn feudal en Cataluña.- Los Usages.— 111. Gran mudanza
en el rito eclesiástico.— Historia de ta abolición del misal gótico^
mozárabe é introducción de la liturgia roma na .•^Empeño délos pa-
pas 7 del rey.— Resistencia del clero y del pueblo.— Pretensiones
del papa (íregorio VIL— Carácter de este poutifice.— Monjes de Clu-
ni.— Comienza á sentirse |a influencia y predominio de Roma en Es-
paña.— IV. Estado intelectual de la sooiedad oristiana. — ^Ignorancia
y desmoralización general del clero en toda Europa en esta época.
—El clero español era el menos ignorante y el menos corrompido. —
V* Costumbres pdblicas.— Espíritu caballeresco.--El duelo como
lance de honor y como prueb» vulgar.— 4)tras pruebas vulgares.*-*
Respeto al juramento. — Formalidades de los matrimonios.— Fies-
tas populares.
I. Al paso que en lo material avanzaba la recon-
quista por los esfuerzos parciales de los príncipes y
de los pueblos» progresaba también, aunque lenta y
gradualmente, la organización política, religiosa y ci-
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PAITE II. LIBEO 1. 307
vil de cada sociedad ó de cada estado, no de un mo-
do oniforme, sino coB arreglo á las circansiancias de
localidad, á las tendencias y costumbres y ai origen
y procedencia de cada reino, que es lo que constitu-
yó la diferencia de fisonomía que distinguió los diver-
sos estados en que entonces se dividió la España, di-
ferencia qoe subsistió por muchos siglos, y que á pe-
sar del trascurso de los tiempos no ha acabado de
borrarse todavía. Dio no obstante la organización so-
cial de la España cristiana pasos avanzados en el pe-
ríodo que nos ocupa.
Continuaban los reyes ejerciendo la autoridad su-
prema en la plenitud de su poder, aun sin aquel con-
sejo áulico de que se rodeaban los monarcas godos; si
bien la necesidad por una parte, el espíritu religioso
por otra, los hacian desprenderse diariamente de una
parle de aquel poder y de aquella autoridad con las
donaciones de territorios, rentas, derechos y jurisdic-
ciones que hacian á iglesias ó monasterios, á obispos ó
particulares, bien como actos de piedad y devoción,
bien como remuneración y recompensa de servicios
prestados al monarca, con lo que iba débil itándqse el
poder de estos y robusteciéndose el del clero y la no-
' bleza. Seguian no obstante los reye^ considerándose y
. 4>brando como dueños y supremos señores de los ter-
ritorios que se ganaban á los infieles, proveían á las
iglesias, nombraban y trasladaban obispos, mandaban
los ejércitos y administraban la justicia. Représenla-
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3^8 HiSTeaiA db ebtaSju,
ban SQ autoridad eaias provincias ó (jlislritos los coa»
des, y ejercían en los pueblos ¿ su nombre las fun*
cienes judiciales los merinos (majoríni), que tenian
bajo su dependencia los ejecutores ó ministros inferio-
res nombrados sayones ^\K
La costumbre y el^ consentimiento hablan ido ha-
ciendo mirar como hereditaria la corola; sin embar*
go, ni babia todavía una ley de sucesión al trono, n¡
menos estaba establecido el principio de la primoge-
nitura. Sancho el Mayor de Navarra y Feírnando el
Magno de Castilla dispusieron de sus reinos como de
un patrimonio de familia, y en la adjuáicacion de las
partijas á sus hijos atendieron mas al cariño que al
orden del nacimiento. Los prelados y magnates se
amoldaban en esto á la voluntad de los monarcas, y
la falta de una ley fija de sucesión produjo las dis-
cordias en las familias reinantes, y las turbaciones en
los reinos, que tanto hemos lamentado. Pero ningan
príncipe se sentaba en el trono sin la aprobación y el
(4) Concilio de León de 1090. libro I.)* la memoria mas antigua
-—El señor Morón, en sa Historia qae se halla de este oficio es en el
de la cÍTÍlizaciop de España (to- reinado de Bermudo I^. Los había
mo III, p. 296), sienta oon grande mayores j Bubaltemoa, El Merino
3|oivocacion 9ue el nombre de
¿riño apareció por primera vez
en el año 4090 en una escritura
se empeló á llamar alguacil ma-
yor antes de Enrique U. (SanU-
yana, Magistrados y Tribunales de
de donación hecha por Alfonso VI. España, lib. IIL cap. 2.)- D^ Meri-
é la iglesia de Patencia- Error no- no se denominaron las merinda-^
table en un historiador, que no des, que se distinguiaií en anti-
pedia ignorar cuántas Teces se goas y modernas. El conde Fernán
nombraban dichos foncionarioB en González dividió las siete merin-
el mencionado concilio ó sean Cor- dades de Burgos, ValdÍTieso, To-
tes, como autoridad existente y Talina, Manianedo, Valdeporro,
ya conocida. Según Salazar de Losa y Montija. (Berganza, lib. IH,
Ifondoia (Dignidades de Gaitilla, cap. 44.)
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PABTB II. uno I. 309
reeoDOchnÍ6D(o de los obigjpos y proceres, y cuando
la aplicación del principio Jiereditario era peligrosa,
apelaban los pueblos á la elección, como aconteció en
Navarra después de la muerte de Sancho el de Pena-
len. Alfonso YL de Castilla subió la segunda vez al
trono por la voluntad de los castellanos. Las hembras
en Castilla y León no estaban excluidas de la suce-
ñon al trono como eñ Cataluña; y habia caído en
desuso la ley de los godos que condenaba á reclnsion
á las, viudas de los reyes; por el contrario, solían ser
tuloras^e sus hijos y regentes del reino como la ma-
dre de Ramiro III.
No hubo en los primeros siglos un sistema gene*
ral de impuestos. Las rentas reales se componían de
los dominios particulares del rey, del quinto de los
despojos ganados en la guerra, uso que los cristianos
tomaron de los árabes, de las prestaciones señoriales,
que consistían en servicios personales de trabajo, en
frutos, que alguna vez eran el diezmcr, y en las mul-
tas y penas pecuniarias, que eran el arbitrio de mas
consideración^ atendido el sistema de redimir las pe*
ñas y sentencias judiciales por dinero^ á lo cual S9
agregó después del siglo X. los tributos conocidos
con los nombres de moneda forera, de rauso, yantar,
fonsadera, martíniega, etc., que en otro lugar hemos
mencionado y esplicado ^^>.
n. La legislación sufre en este tiempo tina mo*
(4) Cap. fio do 68te libro.
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. 31 o HiflTOEIÁ BS BSPAÑA.
difiícacion esencial. El célebre código de leyes faere-*
^ dado de los visigodos, el Faero JuzgOt único cuerpo
legal que h^bía regida» aanqae imperfectamente, en
la Espina de la restauración, no podía ya ser apli-
cado en (odas sus partes á un pueblo cuyas condicio-
nes de oKistencia habian variado tanto. Las circuns^
tanciaseran otras, otras las costumbres, distinta la
posición social, y era menester atemperar á ellas las
leyes, era necesario no abolir las antiguas, sino su-
plir á las que no podían tener conveiviente apticacíon
con otras mas aoálogas y conformes á lo que exigian
las nuevas necesidades de los pueblos y de los indi-*
* viduos. Nacieron, pues, los Fueros de León y de Cas-
tilla, de Navarra, Aragón y Cataluña, y gloria eterna
será de los Alfonsos, de los Sanchos, de los Fernan-
dos y de los Berengueres de España, haber prece*»
dido en mas de un siglo á todos los príncipes de Eu-*
ropa en dotar á sus pueblos de derechos, franquicias
y libertades comunales, tanto mas meritorio en élíos
cuanto que las continuas y desastrosas luchas domés-
ticas y exteriores en que andaban envueltos no les
impidieron ñjar su atención en la organización interior
de sus estados.
El concilio de León de 1020, asamblea político^
religiosa, testimonio insigne de) encadenamiento y
enlace de las épocas y de las sociedades, porque re-
vela la herencia que la España de la restauración ha-
bla recibido de la España gótica, causó una verda-
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PABTB lU UBRO U S1 1
dera revolución social en el pais» introdujo un .nuevo
orden de irosas en lo civil y en lo político, y mejoró
notablemente ia condición de los hombres de aquella
sociedad. Un ligero exornen de sus leyes (que nu^-
tra cualidad de historiador general no nos permite
hacerle mas detenido) nos^ dará una idea clara del
estado de aquella sociedad y del mejoramiento que
recjbió ^^K
«Nadie, dice el canon 1.^, compre heredad del*
siervo de la iglesia, ó del rey, ó de cualquiera hom-
bre, y el que la comprare, pierda la heredad y el
precio.» Este^decreto expresa las tres clases de sier-
vos que habia. Los del rey eran lo^ mas coosid^ados
y lenian otros siervos bajo su dependencia. Los si^r*^
vos de la iglesia eran los destinad os al servicio de los
templos y al culto de las heredades del clero: los
de particulares eran todos los demás que estaban ba-
jo el dominio de los nobles ó de los simplemente in--
génuos, y se destinaban á los oñcios mecánicos y ser*
viles y á las labores del campo. La servidumbre se
habia trasmitido de generación en generación, y los
descendientes de siervos eran los que constituian las
(4) Nos fijamos en el concilio y docomento solemne escrito, eo
jaero de León, no porque fuese el que se contienen ordenanzas y le-
mas antiguo fuero que se conoce, yes civilos y criminales encamina-
como dice Marina (Ensayo bistóri- das á establecer sólidameote las
co Grit. lib. IV. u. 6), puesto qué municipalidades ; comunes de ua
hubo antes que él otros fueros de reino, y afianzar en ellas un go-
localidad, como los de Caatrojeriz biorno acomodado ¿ las circuní^
y Melgar de Laso, los de Paleozoe- tancias de los pueblos.
Id, Sepúl^eda, etc^, sino por ser el
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312 HlflTORU DB ESPAKa»
familias de creacim. Pocoá poco había ido modifi- '
candóse esta servidumbre^ y los siervos fueron con*
virtiéndose lenta y sucesivamente en solariegos, y
estos en vasallos. Contribuyeron al mejoramiento pro-
agresivo de la condición de esta clase, por una parte
Jas ideas civilizadoras del cristianismo, por. otra el
interés personal de los señores, que convencidos de
que el cultivo d^ sus tierras prosperaba mas con el
^trabajo de personas libres que con el de esclavos^ los
elevaban á la clase de solariegos, y por otra la nece-f
sidad de repoblar las villas y ciudades fronterizas de
los moros para que sirviesen de valladar contra las
invasiones enemigas. Los siervos que acudían á po^
blarlas obtenían su libertad, y adquirían tierras que
labrar y derechos vecinales.>.Los particulares, teme-
rosos de que sus siervos se acogieran á las nuevas
poblaciones y los abandonaran, se apresuraban á dul-
ciBcar su condición, dándoles solares para sí y para
sus hijos, imponiéndoles solo un tributo mas ó menos
grande. Esto había sido un verdadero progreso so«
cial. Nada prueba mejor nuestro principio del. mejo-
ramiento progresivo de la humanidad, que ver cómo
ha ido pasando la cíase de esclavos á la de siervos,
la de estos á ia de solariegos, después á la de vasa<-
líos, en cuya marcha se podía haber augurado en
aquella misma edad que todos los hombres habían de
ser libres con el tiempo (*).
(i) Sobre t\ origen, clases y difereiicias de solariegos y vusar^
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PARTE lU UBRO I« 31 S
En el cáDon 9.^ de dicho concilio se habla ya de
behetrías, cuya palabra nos conduce & dístingair las
cnatro especies de señoríos que en este tiempo habia
eh León y Castilla» á saber: el Realengo; en que los
vasallos no reconocían otro señor qoe el rey: el Aba ^
dengo, qoe era una porción del señorío y jurisdicción
real, de que los reyes se desprendían A favor de al-
gunas iglesias, monasterios ó prelados: el Solariego,
que tenian los señores sobre los colonos que habita-
ban en sus solares y labraban sus tierras , pagando
una renta ó censo, que. se llamaba infurcion : y el de
Behetría, el mas favorable de lodos á los vasallas,
por la gran preeminencia de mudar de señor á su vo-
luntad y dejarle cuando querían (*>•
Fué una institución hija de la necesidad y de las
circunstancias en que se hallaban los pueblos ó indi--
viduos en los primeros siglos de la reconquista. Los
débiles y pobres necesitaban del apoyo de losí pode-
rosos y ricos, y buscaban su protección y se sometían
á una especie de vasallage mediante algunas pequeñas
prestaciones en señal de reconocimiento, obligándose
por su parte los señores á protegerlos y ampararlos,
^^, puede Terse á Ambrosio de derivada del griego» como dice
Morales, á Berganxa en sos anti^ Ifariana (lib. XVI. cap. 17), sino
gUedades, Asso y Manael en las de 6«fi0/'a€(oria,qae se corrompió
notas al Fuero Viejo de Castilla, doipueseo ^íen^etria, y mas ade-
Pidal eo las adiciones al mismo, laote en behetria^ que significaba
Mo&oz en las Notas á los Fueros que los pueblos escogian sefiores
latinos de León» etc. para bienhechores 6 omefactore$
(4) La palabra behetría no es sayos.
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314 HiSTOUA BB bípaJIa.
pero quedando aquellos en libertad de dejarlos y de
mudar de señor tan pronto como cesasen de. ser prote-
gidos en sus bienes , personas ó familias. Todos han
seguido la definición que de las behetrías y sos dife-
rencias hape el canciller Pedro López de Ayala en su
Chrónica del Rey Don Pedro cuando dice: «Debedea
csaber que Villas é Lugares ay en Castilla, que son
«llamados behetrías de mar á mar^ que quiere decir
«que los moradores, é vecinos en los tales lugares
«pueden tomar señor á quien sírvanle acojan en ello$,
«quienes ellos querrán» y de cualquier libage que sea,
«é por esto son llamados bdietrfas de mar á mar^
«que quiere decir, como que toman señor, si quieren
«de Sevilla, si quieren de Vizcaya, ó de otra parte,
<E los lugares de las behetrías son unos qye toman
«señor cierto,, de cierto linage^ y de parientes suyos
«entre sí, é otras behetrías ay que non han naturaleza
«con linages, que serán naturales de ellos, é estas ta-
«les loman señor de linages, qualse pagan, é dicen
«que todas estas behetrías pueden tomar y mudar
«señor siete veces al día , y esto se entiende cuantas
uveces les placerá^ y entendieren que los agravia el
«que los tiene... ^^K»
Necesitábase para la constitución de las behetrías
el beneplácito del rey en virtud del superior dominio
. (4) Equivocóle gravemente el zaron á llamarse behetrías por la
P. Sota.((;broD. de los Prlacipes de libertad que t^niaa los señores de
Asturias, lib. Ul.) al decir que los elegir un juez que eoteodiese ea
solares de los iafauzones comea* los pleitos de sus vasallos.
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PABTB U. LIBBO I. 316
que tema sobre todos loa pueblos de la corona, y su
organización y oondicíoneB variabao notablemente ea
cada pueblo según los pactos que se estipulaban entre
los señores y los vasallos, fuesen pueblos ó personas.
De aqui I09 tributos y prestaciones llamadas devisa,
naturaleza^ servicio personal, etc. y los diferentes
medios por que se adquiría el derecho de behetría.
Subsistieron estas hasta los tiempos de don Juan II.,
que con sabia política trastornó su constitución pri-
mitiva ^*K
Prescribíase en el cándn ó decreto 1 «^del concilio
y fuero que examinamos la obligación de ir al fosado
(á la guerra) con el rey, con los condes y los merinos,
según costumbre. Supone este capítulo una fuerza
pública, una milicia armada que tenia que acudir al
llamamiento del rey, ya fuesen moradores de los
pueblos de realengo, ya de los de señorío, que á costa
de esta obligación solían concederse y adquirirse los
derechos señoriales. Pero aquella milicia no era una
milicia regimentada y á sueldo. Cuando el rey pro-*
yectaba una conquista ó una irrupción, convocaba los
nobles, los obispos, y el pueblo, y cada señor y á ve-
ces cada obispo que ejercía derechos dominicales,
<1) Los que deieeo ma^noU- morías del ficoal don AdIodío Ro*
cías aobre esta materia, paedeo bles Vives, el tratado que dejó es-
CttDf uUar taa leyei doi tiU YIU. 1 i* crito don Rafael de Floranes sobro
bro I. del Fuero Viejo de Castilla, esta materia, y otros muchos do-
coD las Notas de los doctores Arso cumeatos que seria largo eniune-
yMaunel, las deltít. III. lib. VI. rar.
de la Nueva Recopilación, las Me-
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316 iiisTOEu DB bspaJIa.
acudían con su respectiva gente y susbanderasi igual-
menie que los vasallos de los pueblos de realengo. ^
Ninguno habia disfrutado de sueldo de campaña hasta
el fuero que hemos mencionado del conde don San-
cho de Casulla: hasta ese tiempo los gefes de las
tropas asi congregadas subsistían de lo que llevaba
cada cual, y mas principalmente de lo que tomaban
al enemigo; Terminada la campaña, volvíanse los sol-
dados á sus hogares, y las plazas recuperadas ó con»
quistadas pertenecían al rey, que solía darlas á los
condes ó señores en premio de sus servicios, con el
cargo de fortificarlas y defenderlas, y concediendo
privilegios á los soldados, vasallos ó siervos que qui-
sieren establecerse en ellas y repoblarlas, origen de
los señoríos y de las cartas de población.
Establécense en dicho concilio jueces nombrados
por el rey par^ que juzguen «las causas de todo el
pueblo ¡2f^ y 86 concede á los copcejos ó ayuntad-
mientes atribuciones administrativas, y algunas ve-
ces también judiciales ^^K Se decreta la abolición del
odioso y terribie fuero de sayonía ^^'; preciosa garan-
tía otorgada á los individuos y á los pueblos contra
las arbitrariedades de los delegados del poder, y
progreso relativamente grande en la civilización,
pero se confirmaban las absurdas pruebas vulgares
por juramento, por agua caliente^ por pesquisa y por
(I) Can. 48.
(8) Can. 35, 45 y 47.
(3) Can. 44.
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FARTBn. Lmou 317
daelo 6 combate personal '^^ triste testimonio de la
ignorancia y grosería y del atraso intelectual en qne
estaba todavía nuestra España, y del cfirácter supers-^
ticioso de nna época, en qoe aun se creia que velan-
do Dios sobre la inocencia y el crimen no podía per-
mitir la impunidad del reo ni la condenación del ino-
cente, y suponíase que Dios habla de hacer en cada
caso un mílagrq suspendiendo el efecto de las causas
naturales. Sin embargo esta manera tan ineficaz y
tan absurda de justificar é investigar la verdad en los
juicios, heredada de los pueblos del Norte, era co-
munmente usada en toda Europa.
A pesar de las diferentes especies de señoríos que
hemos apuntado como existentes en Castilla en la
época que examinamos, y que parecía tener cierto
tinte de ^udalídad, estuvo lejos de aclimatarse en
estaparte de España el sistema feudal qne regía en
otros estados de Europa. Ni la nobleza leonesa y cas-
tellana alcanzó aqui la independencia y el poder que
obtuvo en Alemania, Francia é Inglaterra, ni se co-
noció aqui la rigorosa organización gerárquica del
feudalismo, ni los condes y señores de Castilla tu-
vieron el derecho de batir moneda, ni el tribunal de
los pares, ni las ayudas pecuniarias, ni otros que cods-
- titulan el sistema de iofendacion. A« pesar de los de-
rechos dominicales y jurisdiccionales que los reyes de
León y Castilla otorgaban á los proceres y nobles y á
(4) Can. 40.
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31 8 HunroBiA de mspaía.
los obispos y abades, á pesar de que unos y otros
tenian sos vasallos especiales, naoca los monarcas se
despreadieroD de la suprema aotorídad sobretodos
sus subditos, de cualquier gerarqoía que fuesen, con-
vocaban y presidian las cortes ó concilios, administrá-
base en su nombre la justicia, conservaron el dere-
cho inalterable dé apoderarse en caso necesario de
los castillos y fortalezas de los señores, y todos tenian
obligación de asistirles á la guerra. Las circunstancias
especiales de estepais le colocaron en un. caso excep*
cional al en que se encontraban en lo geoeral/los
demás estados y naciones de Europa ^^K La guerra
continua con los árabes obligaba á los cristianos es-
pañoles á reunirse á una sola cabeza, ^á agruparse en
derredor de un poder central, para dar mas unidad
á las operaciones militares, y los señores tampoco po-^
dian vivir mucho tiempo encastillados como ios ba-
rones feudales, ni el desarrollo del régimen muni*
. (1) El ilustrado Rob^rtson en
9U4;8C«leDte y erudita Introducción
á la Historia del reinado de Car-
los V., ó no tuvo presentero pade-
ció el descuido de no distinguir
esta situación escepcional de la
roonarauia castellana en lo relati-
vo al leuda iismo: omisión indis-
culpable en quien tenia aue tratar
del estado político y civil ae Espafia
anterior al gran reinado cuya his-
toria se proponía escribir. — ^Mon-
Bieur Gnizot,. en su Historia de la
civilización europea, describe los
caracteres del feudalismo y enu-
mera las atribuciones de los po-
seedores de feudos, y ninguna de
ellas es aplicable d los SQuores de
León y Castilla.— Véase también á
Mondejar, en las M emprias histó-
ricas del rey don Alfonso el Sabio.
Marina, Ensayo hist. crit, núm. 63*
«cEl único señorío feudal, dice Ta-
pia (Historia de la civilización es-
pañola, tom. I. pág. 66;, conocido
en loa reinos de Castilla y Leoo,
según el testimonio de los histo-
riadores espadóles, fué el de Por-
tugal, que con título de condado
dio el re V don Alfonso VI. á don
Enrigue de Besanzon, casado con
su hija natural dona . Teresa, para
si y sus sucesores.»
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^ÁHTB U. LIBRO I. 319
cipal les pertAitia arrc^arse la iodepend^ücia y la so-
beranía qae en otros paises; y si los condes y nobles
de Castilla se insubordinaban muchas reces contra
sas monarcas, nt aqael desorden era habitual y per-^
manente, ni aqaella resistencia al poder monárquico
era legal; era el resultado del estado todavía incierto
de la sociedad, y de que faltaban aun al poder sn^
pnemo medios para asegurarse cqntra las agresiones
de los genios turbulentos y contra la desobediencia
índividuaU No hubo pues en España verdaderos feu^
dos sino en el condado de Barcelona, donde introdu-
jeron los francos, fundadores de aquel estado, sus
leyes, usos y costumbres; pues aunque en Aragón
existió una especie de feudo con el nombre de honor,
los magnates de aquel reino y del de Navarra nó
eran tampoco aquellos señores feudales que hacían la
guerra á los monarcas como iguales suyos, y que ejer«
Cian en sus estados ana autoridad sin límites, como
pequeños soberanos con sn ci5rte, sus tribunales, sus
casas de moneda y su gobierno privativo.
Ya dijimos que aunque el Fuero de León habia
sido el mas solemne por la forma con que se otorgó y
el primero que se escribió y cuyas leyes se dieron
para que rigieran todo el reino, existian antes y des-
de el siglo X, otros fieros en Castilla otorgados p6r
sus condes soberanos, y principalmente por don San*
cho, llamado el de los buenos fueros^ qne confirmó el
primer rey de Castilla y de León Fernando el Magno
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380 HUTOBU ra bsmSa.
en el concilio de Coyanza de 4050. Goza entre ellos
de justa nombradla el de Sepúlveda* de grande estima
en la edad media por las franquicias y libertades que
dispensaba á sus pobladores, y cuya legislación, aun-
que diminuta, se estendió á otros muchos pueblos*
Redújole por primera vez á escritura en 1076 el rey
. don Alfonso VI., confirjnando los primitivos usos y
costumbres autorizados por los antiguos condes. «Yo
Alfonso, rey^ dijo, y mi esposa Inés confirmamos á
Sepúlveda su fuero, que tuto en tiempo de mi abue-
lo, y en tiempo de los condes Fernán González y Gar*
cía Fernandez y del conde don Sancho, de sus térmi-
, nos, ele. ^*>.»
Un mismo espíritu animaba en este siglo á los so-
beranos* de León y de Castilla, de Aragón y de Na-
varra. El fueio concedido á Nájera por Sancho el Ma-
yor, el otorgado á Jaca por. Sancho Ramírez, no fue-
ron ni menos amplios ni menos célebres que el <le
Sepúlveda; y Alfonso VI. de León y de Castilla con-
afirmó los de sus antecesores, estendió la legislación
feral á muchos pueblos, y los dio de nuevo á Toledo,
Logroño, Miranda de Ebro, y otras poblaciones que
fuera largo enumerar. Semejábanse todos, á pesar de
su variedad aparente, en los puntos principales, re-
(4) Marina, eD tu ED8ayohÍ8t6- derecho de Castílla. don BaEsel
rico crit. números 4 07 á 4 42, recti- Floranes en la aaya a la copk del
fíca varios errores en que acerca de Fuero de Sepúlveda y oiros, y da
este célebre fuero incurrieron los noticia del que existe en el archi-
doctores Asso y Manuel en su In-> to de aquella ^lla^ discorriendo
trodttocion á las Instituciones del acerca de su autenticidad.
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PAmXB II. LlBftO I. 321
dacidos á mejorar la coodioíon civil de las personas y
de los pueblos^ á dismioair los derechos dominicales,
y á amplificar las franquicias y libertades del estado
general. Era la nación qae se constituía en lo político
y en lo civil por esfuerzos parciales^ del mismo modo
que se constituía en lo material. Convendremos con el
erudito Marina en que todos estos cuadernos de leyes
no formaban un cuerpo de derecho general y com-
pacto. Sin embargo* esta jurisprudencia foral conté*
nia un sistema de leyes políticas, civiles y adminis-
trativas, local por una parte, pues que muchas de
estad cartas se daban á ciudades y villas particulares,
y general por otra, atendida la poca variedad en las
exenciones, y el espíritu igualmente popular y demo-
crático que dominaba en todas, en cuyo sentido llega-
ban á constituir los fueros un sistema general de le-
gislación que venia á reducirse á tres principales pun-
tos: régimen municipal, disminución de prestaciones
señoriales, y concesión de franquicias y garantías al
estado llano, para alentarle á poblar y defender del
enemigo las ciudades fronterizas, ponerle á cubierto
de las violencias de las magnates y establecer mas in-
mediatas relaciones entre los pueblos y el rey ^^^ Lo
(4) Daremos uoa muestra de dos y el duplo de las prendas: si ei
las franauícias de los priucipales sefior ó gobernador de Sepúlveda
fueros. I.^^Oel de Septiiveda. Nía- iojoriaba á algon vecino, debía
gona persona podía .prendar á^ acusarle al concejo y obligarle á
oirá por deuda, ni en Sepúlveda dar satisfacción al agraviado : el
ni en sus aldeas, sin decreto judi- alcalde, merino y arcipreste de-
cial, bajo la pena de sesenta suel- bian ser precisamente naturales
Tono IV. SI
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322
HISTORIA M BSPAfÍA.
que la autoridad real perdía por ooa parte reaun*
ciando derechos y prerogativas y concediendo hnnn*
nidadas y privilegios locales, ganábalo por otra eo
prestigio con los pueblos, que recibian agradecidos
aquellos beneficios, neutralizaban asi los monarcas el
poderío peligroso de la nobleza , creando un nuevo
poder en el estado, y estimulaban á la población y
conservacioo de las fronteras con* el aliciente de las
franquicias que concedían á sus moradores y defeft-
fe
dt a<|tte1l« YÍlla : el jaez debía ser
eíegido anualmente de sus colla'
cioñBB ó parroquias : eximióse á
los vecinos del tributo de maSeria,
Ír al fonsado del rey solo debían ir
08 caballeros, como no fuera es-
tando cercado ó para batalla cam-
pal : cuando el rey iba ¿ la Tilia,
no se habia de forzar á ningún
vecino á dar alojamiento á su co-
mitiva : todo el. que quisiera mu-
dar de señor podía hacerlo , sin
perder su casa ni heredad , como
el señor nnaTO no fuera enemigo
del rey, etc.— S.^ Del de Ndjera,
El jpoeblo de Nájera no estaba
obligado á ir al fonsado sino una
vez al año y para batalla campal:
ni el infioinzon ni el villano debían
dar al rey el quinto de lo que ga-
naran en la guerra, como era cos-
tumbre generad en otras parles:
se eximio ¿ los vecinos del yantar,
ó sea obligación del suministro de
víveres al rey como no fuera pa-
gándolos por su justo precio : los
delincuentes no podían ser presos
dando fiadores: ios reos de cual-
quier delito, menos de hurto, re-
fugiados en Is casa de algún veci-
no de Nájera, no podían ser ex-
traídos por fuerza, bajo la pena de
doscientos cincuenta sveldos sieor
do de noble, y de ciento siendo de
villano : quien pusiese una quere-
lla ante los alcaides, y oo la con-
cluyera dentro de un año y dia,
K»rdia su derecho: los vecinos de
ajera no debían dar escoaadera
ni otro pecho mas que el de traba-
jar el alfoz (término de la juríadic-
cion) ó pago de su castillo: su con-
cejo debía nombrar todos los años
dos sayones: todos los vecinos po-
dían comprar las tierras, viñas y
heredades que quisiesen, sin las
restricciones y maios fuerot qne
había en otras partes, y construir
todo ffénero de artefactos y ven-
der libremente sus fincas, etc.—
5.0 Del de Logroño, Se concedie-
ron franquicias á todos bs qae
gutsiesen establecerse en Logro-
no, fuesen españoles, franceses ó
de cualquier otra nación: se pr<H
hibió á los gobernadores hacerles
violencia ni injusticia: ni el meri-
no ni el sayón podían entrar en
las casas á 6acar prendas por fuer-
za ni tomarles cosa atenna contra
su voluntad : se los extinió de las
pruebas de hierro y agua calien-
te, de batalla y posqnrsa: el señor
ó gobernador de la Tilla no habia
de nombrar para merino, alcalde
óaayoD sino á naturales de ella: se
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rAftTI II. LIUKO I.
323
sores. De est? manera la concesioa de fueros era en
los reyes símaltáneameate una conveniencia y una
neceffldad, y redundaba en reciproca ventaja de los
pueblos y de la corona.
Grandemente progresó también la constitución de
Cataluña en el siglo XI, con la promulgación de los
Usages. Pero diferente este estado de los^demas de
España asi por su procedencia como por su organiza-
ción y sus costumbres, su división en condados de*
mostraba ya el carácter feudal que habia recibido.
concedió á los vecinos libertad de ,
eompra» y vender heredades, uso
libre de agpas^ pastos, lefia, de
ocupar y labrar las tierras baldias,
etc.— 4.0 Del do Jaca, Se le quita-
red los malos foer os que antes tenia,
y se elevó la villa á la categoría de
ciudad: todo vecino podia ediScar
casas con la comodidad que mas
gustase; comprar y vender libre-
mente, probibióoaoles donar oí
. vender los honores ¿ la iglesia ni
á ios nobles: no se les obligaba á
la fonsadera sino por tres días, y
esto para batalla campal ó estando
el rey cercado por los enemigos:
ninguno podia ser preso dando
fianzas: se tasaron laspensjs de los
bomicidios y heridas como en otros
fueros, etc. — ^Pueden verse mas
pormenores sobre estos fueros en
Sempere y Guarinos, Hist. del De-
recho español, tom. 1. cap. 40, y
en Marina. Ensavo Histórico Criti-
co ya citado.— Merece por último
emcial mención el Fuero de To^
ledo, por la especialisima situación
en que se halló aquella ciudad
cuando fué conquistada. Gompo-
nian su vecindario cinco clases de
moradores: i.o los mozárabes: 8.<>
los castellanos, asi llamados por
aoe constituían el mayor número
cíe V)s que habían contribuido á ia
conquista: 3.® los francos ó estran-
tferos que airaidos de so riqueza
fijaron en ella su domicilio: 4.** los
árabes y moros, y 5.<» los ^udioo» á
quienes se permitió vivir en su
ley. A cada una de estas clases
concedió Alfonso VI. prívilegina y
fueros muy a preciables, v el go-
bierno municipal de Toleoo sirvió
después de modelo para otras ciu-
dades y villas. Es potable la dis^
posición de que todos los pleitos se
decidieran por un alcalde, asocia-
do de diez personas de las mejo-
res y mas nobles con arreglo á las
leyes del Fuero Juzgo. A los la-
bradores, pagando al rey un diez-
mo de sus frutos, no se los habia
de exifiir otra contribución, ni ser-
vicio ce jornales forzados, fonsa-
dera, etc., concediéndoles ademas
que cualquiera de ellos que qui-
siese cabalgar pudiera hacerlo y
entrar en las costumbres de los
caballeros. Sempere j (vuarinos,
nbi aup. cap. 44. Marina, Ensayo
y Teoría de las Cortes, Ortiz do
Zúfiiga, Anales do Sevilla, y Mem.
para la vida de San Fernando.
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324 IllSTORU DB ISPAÜA.
La nobleza calalaDa, organizada gerárquicamente
como la francesa , y dividida en condes (ó potestades^
según los Usages), vizcondes, barones, varvesores,
y simples caballeros, tenian una jurisdicción privile-
giada para sus causas, administrando justicia por sí ó
por sus bailes: existian para ellos los juicios de loa
pares; los barones eran juzgados en su corte por los
barones, los caballeros de un escudó por caballeros
de un escudo, y asi los demás. Y aunque los dere-
chos del príncipe fueron en Cataluña mayores que en
otros paises feudales, los de cada señor sobre sus va-
sallos, plebeyos ó payeses, eran absolutos, y algunos
hasta inmorales y repugnantes, como el de servirse
de los hijos é hijas de los payeses contra. su voluntad,
y el de tomar para sí con las desposadas las primicias
de los derechos, del matrimonio. El vasallo no podia
repartir ^1 feudo entre sus hijos, sin permiso del se-
ñor. El payés que recibiese daño en su cuerpo, honor
ó haber, debia reclamar al señor y estar del todo á
su justicia. Aquel mismo orden gerárquico constituía
á unos mismos á la vez en vasallos de los que ocupa-
ban una gerarquía mas alta y en señores de los que
tenian debajo de sí. No podia, pues, existir en Cata-
luña un poder público central como en Castilla, y si
los condes de Barcelona conservaron su superioridad
fué por lo Qxtenso de sus dominios, y porque solian
concentrar en sí diferentes condados. Tuvo, pues, el
condado de Barcelona todos los caracteres de la or-
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PABTB 11. LIBBO I. 325
ganizacion feudal que en su fundación y origen le
había sido comunicada y trasmitida , si bien no ad-
quirió desde el principio sino 'con el trascurso del
tiempo su completo desarrollo.
Tales fueron en resumen las alteraciones y nove-
dades que sufrió cada uno de los estados cristianos de
España en el periodo que abarca nuestro examen,
relativamente á su organización política y civil, y á
la respectiva posición social de los reyes para con el
pueblo, de este para con los monarcas y los nobles, y
de todos entre sí.
III. Una novedad importantísima , un suceso de
consecuencias inmensas para el porvenir de nuestra
nación en el orden moral se realizó en el último ter-
cie del siglo Xl^en España, innova óion cuyo influjo se
esperímenta todavía después del trascurso de cerca de
nueve siglos. Hablamos de la abolición del oficio gó-
tico ó breviario mozárabe, y su reemplazo por la \i^
turgia romana á instancia y gestión de los romanos pon^
tífices, y de la intervención que desde esta época co-
menzaron á ejercer los papas, no ya solo en los asun-
tos pertenecienCes al gobierno de la iglesia española,
sino también en lo tocante al poder temporal de sus
príncipes y soberapos. Jamás monarca alguno español
(y habia habido desde Recaredo hasta Fernando el Mag-
no de Castilla multitud de piadosísimos y cristianísi-
mos reyes) habia sometido y subordinado su autori-
dad al poder pontificio: contaba ya el cristianismo cer-
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326 HISTORU DE BSPAfÍA.
ca de once siglos de existencia, y la iglesia española,
sin dejar de reconocer la suprema y universal jnrisdic*
cion espiHtnal de los sucesores de San Pedro sobre to-
dos los fieles de la cristiandad, habíase gobernado
á sí misma, bajo la protección de sus católicos monar-
cas, con una independencia en que no la aventajó otra
alguna de las ^naciones cristianas , como en ninguna
bfílló tan gran número de sabios, virtuosos' y (dscla-«
cidos obispos , y ninguna acaso suministró tan largo-
y glorioso catálogo de insignes mártires y de varones
santos. Una lucha heroica en que se hallaba empeña-
da bacía ya cerca de cuatro siglos para sostener la
pureza de su fé, y á la cual se debió sin duda que el
pendón de Mahoma no llegara á tremolar en la cúpu-
la del Vaticano, había acreditado á la faz del munda
que España era la nación esencialmente católica y re-
ligiosa. ¿Cómo, pues, se introdujo en su culto esa
gran novedad que hemos anunciado contra la volun*
tad del pueblo y de la iglesia española? Esplicarémos*
lo con la severa imparcialidad de historiadores.
Venia de muy atrás, y principalmente desde la
coronación del emperador Carlo-Magno por el pap» ^
León lil., el pensamiento de ensanchar los límites dé-
la autoridad pontificia, y algunos papas habían aspira*
do ya á someter el poder temporal de los príncipes al^
dominio del gefe de la iglesia y á subordmar y sujetar
las coronas á la tiara y los cetros de los imperios de
la tierra á Igs llaves de los sucesores de Sen Pedro.
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PAATB 11. LIBRO 1.
327
Las pretensiones de los papas Zacarias, Gregorio IL y
Nicolás I. habián producido ya vehementes y acalora-
das cuestiones» choques peligrosos y serios conflictos
en los imperios. Mas en el estado de barbarie» deigno*
rancia y de corropecion y desorganización social en
que generalmente llegó á encontrarse la Europa en
los, primeros siglos de la edad media, á vista de las
calamidades y desgracias que afligian la humanidad»
de las rudas y feroces pasiones que agitaban hombres
y pueblos en aquellos infortunados siglos, volvíanse
naturalmente los ojos como en busca de remedio hacia
la única institución que por su antigüedad, por su es-
pecial y sagrado origen» y por su universal influencia
parecía reunir en sí las condiciones propias para mo-
ralizar la sociedad y dar unidad al mundo» á saber,
á la institución del pontificado. Cundió pues la idea
de que el mundo no podía ser reformado sino por la
iglesia que estaba á su cabeza. Has» desmoralizada
también la iglesia ^^\ oponíanse los obispos y el clero
(4) l!i.m¡8iB0 Gregorio Vil. de-
oia: «Apenas deacobro algosos sa-
oardoies qao hayan llegado por
las vías eanÓDÍoas al episoopado,
que TWaQCQouk comple é su clase,
qae gobienen so rebafio con es-
piriin de earídad, no oon el des-
pótico offgvllo de loo poderosos do
falierra. Eaire los priocipes se-*
cubres noeacoeotro nÍDgttiioqoe
prefiera la gloria de Dios á la su-
Ía propia , la justicia al interés.
*eores son que judíos y geotiles
los romaoos, los lombardos, los
Borman^desy eotre quienes viro
(Bpi^. II. 49).»— Pero á su tos la
corte romana era acusada de sór-
dida codicia. El monje Raoul Gta-
ber, qao atribuía al papa el dere-
cho de dar el impeno de Italia á
quien le parecieae, censuraba
acremente la corrupción de la cor-
te pontificia. (Coleocion de bisto*
riadores originales de Guizot, to-
mó Vi. pág. d96). Y coando el
conde Foulques, célebre por sus
maldades y robos , logró i fuerza
de oro que el papa Juanen?ia-
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328
HISTOtlA PB BSPaKa.
á las reformas; la medida de preseribiries la observan*
cia del celibato bailó una resistencia desesperada, si
bien el puebla cansado de presenciar la incontinencia,
el lujo y la disipación de los sacerdotes, se puso en este
punto del lado y á favor de los pontífices reformado-
res ^^\ Comenzó por' otra parte la Incba entre los pa-
pas y los gefes de los imperios, sosteniendo estos y
disputándoles aquellos el poder temporal: deponían-
se unos á otros, valíanse de todo género y linage de
armas y de medios, guerreaban en persona, sufrían
las alternativas y vicisitudes de la vida de las armas^
y los pueblos padecían turbaciones y conmociones
violentas. Sinea¿)argo, en medio de la lucha mas vi-
va y continuada con los monarcas y con los obispos,
la iglesia romana fué ensanchando su autoridad en
progresión ascendente preparándose el camino para la
86 OD cardenal para la coDsa-
graoioode su iglesia, á qae se
oponía el virtaoso arzobispo de
Toors» decía el citado monje: tLos
prelados de las Calías reconocie-
ron qae e&ta orden sacrilega no
habia podido ser dictada sino por
una ciega codicia, y que las rapi-
ñas del ano recogidas por la ava-
ricia del otro acababan de man-
char la iglesia romana con este
naovo escándalo, etc. (ib. p. 810.
¿ 813).» Fueiies son las espresiones
del monje, pero los escritores mas
religiosos las citan como prueba
de qae todo en aquel tiempo había
llegado á contammarse. Én parte
no estrenamos este lenguage cuan-
do al hablar de Juan XIX. que
ocupó la silla romana en 1084, di-
cen los jaioiosos monjes de San
Mauro, cque compró la tiara á
precio de oro.» Puede verse á Ge->
sar Cantó, llíst. Uniy. Bpoc. X.
cap. 47. Morón» Hist. de laGiviliz.
de Esp. tom. IV. lecc, 32.
(1) Un escritor de aquellos si-
glos de tinieblas pinta con las
siguientes ingeniosa& palabras la
vida de los eclesiásticos de su
tiempo: tPotiw d&düi quUb quam
gloása: potius colligunt libras
qu€tm legxmi libros: libmtiusit^
tuerUur Martham quam Marcum:
malunt legere in Salmone quam
in Salomone: Alan« de Art. praadi-
cat. apud Le Bieor, Dissert. t. II.
Ci t. por Robertson, Hist. de Cari . V.
tom. 1. not. X.
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PAITB II. LIBRO 1. 329
domifiacioD universal á que aspiraba, y á la cual ía^
voreciael espíritu religioso de la época» y la circuns-
tancia de que los pontífices á vueltas de su sistema
de invasión temporal llevaban el noble y laudable
objeto de conservar la pureza del dogma y de oponer
á la anarquía en que se agitaba la sociedad la uni«-
dad de un poder central venerable, sagrado y de
prestigio como era la Santa Sede.
En esta solemne lucha del gefe de la iglesia con
los poderes temporales, en esta guerra de conquista
de la tiara sobre las coronas, en que el influjo de
aquella llegó á hacerse sentir en la mayor parte de
los estados europeos, natural era que aspirara á es-
tenderse también á nuestra España, que era la que se
habia conservado mas independiente. ^1 campo que
se escogió para infiltrar este influjo en España fué la
pretensión de abolir el rito y misal gótico ó mozárabe
tan justamente venerado de los españoles, como que
era su culto nacional, inalterablemente conservado
desde los primeros tiempos de la iglesia gótica y de
reemplazarle con el oficio romano que se observabji
en Italia, en Francia y en otras iglesias de Europa.
Esta fué la misión especial que en nombre del papa -
Alejandro II. trajo á Aragón en 1 064 el cardenal le-
gado Hugo Cándido cerca del rey don Sancho Ramí-
rez. Las negociaciones llevaron los trámites que en
otro lugar dejamos referidos ^^K Ma^ á pesar de haber
(1) En el cap. S4d« este libro.
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izo HÍ8TMU DB BSVAlIjk.
sido aprobado el rilo gótico español ea Roma en
9S3 (^^ á pesar de haber sido de nuevo reconocido y
aprobado como legitimo y católico en el concilio de
Mantua de 1067 ^\ el papa redobló su empeño, y las
nuevas gestiones del cardenal legado lograron al fin
recabar del rey de Aragón en 4074 que decretase
en su reiQo la abolición del rito mozárabe y su reem-
plazo por el romano» y lo mismo obtuvieron en el
propio año del conde Ramón Berenguer deBarcelona,
aili coii mayor facilidad, por las razones que en nues-
tra historia ya espusimos.
Conservábase sin embargo el rito gótico*mozára-
be en los reinos de León, Castilla y Navarra, no obs*
tante algunas tentativas de Roma y de los monjes
cluniacenses. Pero en 4073 subió al solio pontificio
un hombre de alma apasionada, de temperamento
fuerte, de genio activo, severo, inflexible y osado.
El mas ardiente defensor del sistema de dominación
omnímoda y universal, era también el mas á propósi*
to para Realizarle sin cejar ante ninguna crasidera-
cion, ante ninguna contrariedad ni obstáculo, y desde
luego alzó su voz tremenda como para autorizar á
los principes y soberanos de los pueblos. Pero al pro-
pio tiempo austero y rígido en sus costumbres, era
inexorable contra los vicios y desórdenes del clero, é
(i) Florez» Esp. Sagr. iom. 11L Mantoa y asislieron á dipho con-
numero 447. cilio algunos obispos españoles»
(9) Con cuyo objeto pasaron á Id. ib. n. 434.
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wAxn n. uno i. 33<
iDfetígable en el alan de reformar y corregir sos cos-
tumbres y mejorar la relajada disciplina de la iglesia.
Este per^onage colosal» ¿ quien Bayle ha comparado
con los Alcgandros y Césares, por el principio de que
las conquistas de la iglesia no exigen ni menos talen-
to ni menos corazón que las conquistas de los impe-
rios, era el monje cluniacense Hildebrando, que su-
bió al pontificado con el nombre de Gregorio VIL y
que por su influjo puede decirse que haUa sido el
verdadero pontífice bajo Alejandro IL En su gran
proyecto de regenerar la sociedad con ayuda del
cristianismo, y no creyendo poder realizar sus desig-
nios sin que la cátedra de San Pedro se sobrepusiera
en lo temporal como en lo espiritual á los tronos de
los reyes, proclamó ya' atrevida y desembozadamente
el principio de la soberanía universal del pontificado.
Volúmenes enteros han escrito, asi los panegiristas
como los detractores de este célebre papa, pai^ ca-
lificar sus pensamientos; nosotros dejaremos al mismo
Gregorio Vil. exponer sus propias ideas.
«La iglesia debe ser Ubre ó llegar á serlo por me-
«dio de su gefe, por el sol de la té, el papa. Este '
«ocupa el lugar de Dios, cuyo reino gobierna sobre
cía tierra...» Convime, pues, que éste arranque á los
«ministros del altar de los lazos con que el poder
«temporal.los tiene encadenados.. .. Hállase el mundo
«alumbrado por dos luminares, el sol, que es el ma-
«yor, y la luna mas pequeña. La autoridad apostólica
D'igitizecíby Google
332 HISTORIA BB BSPAKa.
ese asemeja al spl» el poder real á la luna. Gomóla
«luna DO alambra sino por influjo del sol, asi los
«emperadores, I9S reyes, los príncipes no subsisten
«sino por el papa, porque esteeniana de Dios
cEmanando el papa de Dios todo le está subordinado:
cante su tribunal deben Ser llevados todos los asuntos
«espirituales y temporales. •• La iglesia romana como
«madre manda á todas las iglesias y á todos los miem-
«bros que les pertenecen, y tales son losemperado-
«res, reyes, príncipes etc <*^»
Todas sus cartas están llenas de estas máximas.
Con arreglo á ellas quiso someter á su autoridad á
todos los príncipes de la tierra, constituir á la Santa
Sede arbitra de los destinos del universo, y conside-
rar el mundo como una gran monarquía cuya cabeza
era el romano pontífice. Asi apenas bubo príncipe á
quien no disputara la soberanía ni reino que no pre-
tendiera pertenecerle: él sostenía que la Sajonia ha-
bía sido dada á San Pedro por Garlo-Magno: él invo-
caba un diploma de este emperador, que decia poseer
en sos archivos, para exigir tributos de la Francia:
él amenazaba á los soberanos de Gerdeña con dar su
isla á los conquistadores que se la pidiesen, si per-
sistían en negarle el denario de San Pedro: él escri-
bió á los dos reyes que se disputaban la Hungría inti-
mándoles que se sometieran uno y otro al juicio y
decisión de la Santa Sede: él alegaba derechos sobre
(I) Epist. de San Greg. VII.
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fÁMTIt II. LllttO I. 333
la Dalmacia, y habiendo el heredero del trono de
Rasia ido á Roma ¿ visitar los sepulcros de los santos
apóstoles, le hizo recibir la óorona de sas manos co-
mo un don de la iglesia romané; y sabidas son las
guerras, los disturbios, las conmociones y los escán-
dalos que produjeron sus contestaciones y disputas
con Enrique IV. de Alemania, á quien excomulgó y
depuso relajando á sus subditos el juramento de fide*
lidad y aboliendo el derecho de investidura ^^K No
menos aspiró al señorío en propiedad de toda Español,
alegando que pertenecía á la silla apostólica antes de
l)aber sido de los sarracenos, y diciendo que prefe-
riría verla en poder de estos mejor que en el de cris-
tianos que no rindieran el debido homenage á la San*
ta Sede.
En su carta á los principes de España les decía:
«Creo no ignorareis que desde lo antiguo era el reino
«de España propio del patrimonio d» San Pedro, y
«aunque le tengan ocupado los paganos, como no
«faltó el derecho, pertenece al mismo dueño* Por
«tanto el conde Ebolo de Roceyo, cuya.foma no íg-
«norareis, va ¿ conquistar esa tierra en nombre de
«San Pedro, bajo las condiciones que hemos estipula-
(1) Este derecho de investi- produjo entre los emperadores de
dura consistía en que el empera- Alemania y los papas, duró hasta
dor debía consentir en la elección el concordato de Calixto II. en
de los preladoa^ quienes le juraban 1429, por el cual el emperador
fidelidad y recibían de él por me- re8ia¡nó toda pretensión de in¥es*
dio del báculo y el anillo los seno- tir a los obispos del báculo y el
ríoe y derecho^ reales. El derecho anillo, y reconoció la libertad de
de infcslidura, que tantas luchas las eleooieues.
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334 HiSTomu de ssníía^
«do. Y si alguno de vosotros emprendiese lo mismo^
«observará el trato ígaal de pagar á San Pedro el
«derecho de lo adquirido; y no de otra manera <*^»
Jamás se hablan visto tan audaces pretensiones ni
tanta actividad ni perseverancia, unidas á ún celo y
á una severidad de costumbres* c[ue hacen perdonar
á Gregorio YII., dice un escritor contemporáneo^ las
innovaciones peligrosas que alentó con su ejemplo, y
que se extendieron y perpetuaren después con poco
provecho para la iglesia y con grave daño para los
estados.
Gomo la pretensión del señorío y dominio tempo*
ral, lejos de hallar eco, fué rechazada en España,
quiso que el reino le estuviese por lo menos moral-
mente supeditado. El medio, escogido para Ue^rá
este fin era la adopción del rito romano, y tan pron-
to como Gregorio VIL ocupó la silla pontificia escribió
al rey Sancho Kamirez de Aragón (4074) tributándole
muchos elogios y llamándole rey piadosísimo y cris-
(I) Sobre esta carta qae copia qué el miimo San Gregorio «ha-
elnaeBlroPlorezeDeltoiii.XXV. «biendo llegado é reoonocer el
de la España Sagrada, pág. 439, «mal informe en que le interesó la
dice aquel erudito y religioso es- «fraudulencia, no toItíó á tocar
critor:c(¿Dóode están las constitu- «semejante propuesta en las cjb-
«ciones, por donde se dice haber «versascartas que escribió áEspa-
«sido entregado el reino de Espa- «na después de 1077, siendo asi
«na al derecho y propiedad de la «Que sobrevivió ocho años, cuya .
«iglesia romana....^ ¿Qué empera-. «desistencia éebe atrüMirae al
«oor cristiano, qué rey, berege «desengaño del mal íatforaM, etc.»
«ó católico, hizo cesión de su do- Pág« 442«— ^ conde da£bolo Ro-
«minio?» Estiéndese en fvobar cayo era bermaDO de (a reina da
con aolidiaimas razones lo> infon- Aragón Felicia^ mnger de Sancho
dado y absurdo del pretendí*- Raraírec.
do derecho , y maoüesta luego
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rABTB 11. LIBIO u 335
tianisiaio porqoe habia abrogado en sus dominios el
oficio mozárabe ^), y en el pro(>io ano escribió á Al-
fonso VL de León y de Castilla para que practícase lo
mismo en sos estados ^*\ sin omitir por eso otras
gestiones ni dejar de »víar legacías, qae basta én-
totees en Castilla solo habian producido disturbios.
Pero Alfonso VI, , príncipe á qnien por otra parte tanto
debió la España, tenia la cualidad de ser adicto á to-
do lo qne fuese francés; y el que tan afecto ae mos-
traba á los monjes de Clani» á cuya orden babia per-
tenecido el papa Gregorio, el que casó consecutiva-
mente con dos princesas de Francia, el que dio después
sus dos hijas en matrimonio á dos^ condes franceses,
el que nombró primer prelado de Toledo á un francés'
y monje cluniacense y trajo de Francia monjes de
Cluni para sentarlos en las primeras sillas episcopales
de Castilla, no pedia dejar de estar dispuesto á admi-
tir él rito romano, que se denominaba también rito
galicano ó rito francés. En 4077 manifestó ya á las
claras su Tolnntad de suprimir la liturgia mozárabe ó
toledana, mas como hallase una lenaz y obstinada
resistencia en el clero y en el pueblo á dejar su anti-
guo rito nacional, remitióse la decisión á la prueba
del duelo. Pelearon, pues, dos campeones, el uno.
en defensa del oficio romano, el otro en favor del rito
mozárabe. Tenció éste á su adversario; la historia nos
(4) Epist. 63 del líb. 1. de San Gregorio. .
(9) Epist. 64 de id.
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336 H18T0EIA DB U^jJkk.
ha conservado el uombre de este adalid de la causa
del clero y del pueblo: era un castellaoo viejo llama-
do Juan Ruiz de Matanzas ^^K
No sirvió este solemne triunfo. Empeñado el rey^
siempre obsecuente á los deseos del papa, en que se
adoptara el oficio romano, consiguió al fin en 1078,
con ayuda del cardenal Ricardo que á petición 3uya
le envió el pontífice, que se comenzara á introducir
aquel rito en Castilla (^. Creyóse, no obstante, nece-
sario (que tal era la repugnancia y mala voluntad
con que era admitido el nuevo rezo) celebrar un con-
cilio en Burgos, que presidió el mismo cardenal Ri-
cardo, legado del papa, en que se decretó ya solem-
nemente (108£) la abolición d6l rito mozárabe tan
querido y venerado de los españoles ^K Todavía no
bastó esto á vencer el disgusto con que era mirada en
el reino esta innovación. Cuando se trató de estable-
cerla en Toledo renováronse las disidencias entre el
pueblo y el monarca. Este no desistia, y aquel se
obstinaba en no querer desprenderse de un rito que
habia tenido la gloria de conservar por siglos ente-
ros en medio de la dominación musulmana. Temíanse
grandes disturbios y se apeló á pedir al cielo nueva-
(4) Chron. Barg. Era 4445.— (3) Florez, ubi sup. n. fSe.-
Anal. Gompostel.— GhroD. ftaUea* Mariana pone muy eauiyocada-
€608.— Floree, Eap. Sagr. t. III. mente este concilio en 1076, cuan-
p. 473. do ni siquiera habia Tenido á Es-
(5) Era^^ü entró la ley romor paña el legado pontificio que lo
na en Esj¡aña. Memorias antiguas presidió*
de Cárdena.— Flores, ibid. n. 175.
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PABTB u. Lumo 1. 337
sentencia. Convínose en que se echasen al foego los
dos misales , y en que prevaleciera el que no se que-
mara y saliera ileso de las llamas. También triunfó en
esta prueba el breviario toledano , saliendo sin lesión
de la hoguera ^^K En vano se regocijaron el pueblo y
clero con el doble triunfo de su causa en las dos prue-
bas del duelo y el fuego, decisivas en aquella edad.
Contra la voluntad de los españoles y á riesgo de que
se alterara la tranquilidad de sus reinos , mandó el
rey que se desterrara de las iglesias de Castilla el ve-
nerado oficio gótico y que se recibiera el romano. El
papa habia triunfado; el predominio de Roma queda-
ba establecido en España ; la cuestión de los dos ritos
fué la que le abrió la* puerta. Desde Gregorio Vil. los
legados del papa presidei^ nuestros concilios: el pri-
mer arzobispo de Toledo después de la conquista se
nombra á gusto de Roma , y el pontífice designa un
estrangero , un francés , un monge de Cluni ^^: los
legados que enviaba eran también cluníacenses y fran-
ceses: el rey adicto al papa y á los monjes de Cluni,
francesa la reina , franceses los condes y obispos á
^ quienes los monarcas favorecieron mas, lodo cooperaba
á arraigar en España la influencia pontificia, la influen.
cia francesa y la influencia cluniacense , que venian á
ser una misma, y todo cooperó al cambio radical que
(4) Roder. Tolei.— Véase Fio- trangero y de humilde sangre, con
rez, ubi sap. n. 204. tal que sea idóneo para el gobier-
(5) «No te importe, decía el no de la iglesia.» Agoirre, üollect.
papa al rey Alfonso, que sea es- Max. GoDoil. tom. til. p. 2)7.
ToAio iT. 22
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338 HISTORIA DE BSPAAa.
safrió en este tiempo la iglesia espaoola» y con ella
el estado social de la monarquía, cuyos resultados y
consecuencias habremos de ver después ^^K
IV. El estado intelectual de la sociedad cristiana
en este siglo no podia ser todavía muy aventajado.
Reducida la Bspaña desde el siglo VIH. hasta el XI. á
la triste condición de un país conquistado» abrumada
por enemigos poderosos , ahogados como en un dilu-
, vio los restos de la cultura goda» teniendo que recon-
quistarse palmo á palmo» en lucha incesante y per-
petua con los dominadores , y casi siempre ademas
trabajada con guerras civiles, precisados todos los
españoles» inclusos clérigos» mongesy obispos» áen-,
rístrar la lanza y embrazar el escudo para dar al pais
la existencia material » sin la cual es imposible la vi-
da civil» ¿qué literatura, qué artes» qué comercio»
qué industria , qué escuelas , qué civilización podia
tener la pobre España » ni qué cultura podía haber
en una sociedad puramente guerrera? Gradas si del
retirado fondo de algún claustro , ó como de. de-
bajo de la bóveda de alguna catedral» salia un cro-
nicón descarnado y seco» escrito en mal latin, ó al-
guna leyenda piadosa» con que se entretenía y fo-
mentaba el espirita religioso en aquellos malhadados
(í) Es s'mgolar coincidencia licia, Ramón Bereogoer do Barco -
9tto la liturgia romana so ¡ntroda"» lona con Almodia, y Alfonso do
jera en Bspaña en tiempo de tres. Castilla con Inés primero y oon
principes casados todos con fran- Constanza después » todas fran*
cesas; Sancho de Aragón con Fe^ cesas.
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PARTB II. LIBIO I. 339
tiempos. Apenas siquiera en las cróoicas y documen-*
tos de aquella época, calamitosa por una parte y glo*
riosa por otra, se encuentra noticia de las escuelas,
que no dudamos babia ya en algunas igle^as y mo-
nasterios. Pero concentrado el escaso saber de aque-
llos siglos en los obispos y sacerdotes, encontrándose
apenas entre los legos quien supiese estender y menos
redactar ana escritura , los clérigos tenian que hacer
oficios de notarios, y, sin embargo, el clero hizo un
señalado servicio á la Espafia y aun á Europa , con*
servando en medio de su escasa instrucción los últi-
mos restos del saber humano.
En este estado vino el siglo XI., al cual por las
razones ya indicadas y por otras que iremos expo-
niendo , miramos como el siglo divisorio , como el
eslabón que une la antigua rudeza con el renacimien-
to de un estado social mas culto, ó por lo menos mas
apartado de la ignorancia que babia señalado á los
anteriores. Porque con las conquistas materiales, con
la posesión ya mas pacífica y segara de grandes po«-
blaciones y de territorios extensos y fértiles , con el
mayor trato y comunicación con los árabes, y con la
nueva organización de la sociedad que obraron la le-
gislación foral y los concilios , aquella nación antes
tan pobre y atrasada no podia menos de entrar con la
reunión de todos estos elementos en una carrera de
adelantos progresivos , aunque mas lentos de lo que
fuera de apetecer. Asi es excusado buscar todavía en
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340 HISTORIA DB BSPAKa.
el siglo XL qí obras científicas 9 ni esmerados arte-
factos, ni edificios suntuosos. En nuestra visita al ar-
chivo general de la Corona de Aragón hemos encon-
trado un documento que prueba bien el atraso litera*
rio de aquel pais en el siglo que examinamos. Es una
escritura, en que consta que Giliberto obispo de Bar-
celona y los canónigos de Santa Cruz, por la gran
falta y necesidad que tenian de libros, compraron en
las calendas de diciembre del año 1 4 de Enrique ^^^ á
Raimundo Seniofredo dos libros de gramática por
precio de un casal sito en el Cali de Barcelona, y una
pieza de tierra sita en Mogoria, y firmaron la escritu-
ra de contrato cuatro obispos y varios eclesiásticos de
dignidad, con el juez de Ausona ^^\ Todos estos re-
quisitos y formalidades se emplearon para la adquisi-*
cion de dos libros de gramática.
¿Pero era solo en España^ donde se padecia esta
escasez de elementos de instrucción? General era y
acaso mayor en otros paises de Europa á pesar de ha-
llarse en circunstancias menos desfavorables que el
nuestro. Un ejemplar de las Homilías de Haimon obis-
po de Halberstad , costó á la condesa de Anjou dos-
cientos carneros, cinco cuarteras de trigo y otras tan-
(4) Qae corresponde al 1044. lugar de la era qae regia en el re»-
•»£n Cataluña siguieron por mu- to de España,
cbísímo tiempo rigiéndose en su (2) Pergamino, n. 75 del 8.®
sistema cronológico por los reina- conde de Barcelona don Ramón
dos de los reyes de Francia,* en Berenguer I.
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PAETB II. LIBRO I. 341
tas de centeno y de mijo ^*K Cuando se regalaba algún
libro á alguna iglesia ó monasterio , el donador le
ofrecia en persona delante del altar por el remedio de
su alma ^^^ Motivábalo en gran parte la falta de ma«
teríales en que escribir. Escribíase solo en pergami-
no, y era muy común tener que borrar un libro de
Tito Livio ó de Tácito para reemplazarle con la vida
de un santo ó con las oraciones de un misal. Reme-
dióse mucho este mal en el siglo XI. con la invención
del papel debida á los árabes, que favoreció extraor-
dinariamente el estudio de las ciencias con la multi-
plicación de los manuscritos.
Asi no es maravilla que el clero" español fuese
poco ilustrado: y á pesar de todo éralo mas que el
de otras partes. Lamentábase Alfredo el Grande de
que desde el río Humber hasta el Támesis no se en-
contrase un sacerdote que entendiese la liturgia Qn su
idioma natural, ó que fuese capaz de traducir el mas
fácil trozo de latin. Entre las preguntas que los ca-
ñones prescribían hacer á los que aspiraban á ser or-
denados , era una si sabían leer el evangelio y las
epístolas, y si á lo menos literalmente podían expo-
ner su sentido; y muchos eclesiásticos constituidos en
dignidad no pudieron firmar los cánones de los con-
cilios á que asistían como miembros ^^K General era la
ignorancia entre los legos de mas alta gerarquía : y
(4) Uist. lit. de France, par (3) Nouveau Traite de Diplo-
de» relie, benedict. tom. 7, p. 3. mal. yol 2.
(9) Mural, vol. 3. p. 836.
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342 HISTOIU DB ISPAKa.
en esa Francia, después tan ilustrada , se cita, ya en
el siglo XIYm el ejemplo del gran condestable Du-
guesclin , uno de los mas ilustres personages de su
época, que no sabia leer ni escribir ^*K La irrupción de
la milicia de Gluni en España, de esa milicia que pro-
ducía los varones mas doctos de su tiempo , fué favo-
rable bajo el aspecto literario al clero españoU si bien
parecía llevar en ello la doble mira de monopolizar
las letras en el clero y de convertirla España en una
nación puramente teocrática, pues á muy poco vemos
al obispo Diego Gelmirez en un concilio de Santiago
prohibir que los clérigos ensenasen á.los legos ^^K
En cuanto á la grosería y corrupción de costum-
bres, no negaremos que fuese lamentable la de una
gran par,te de nuestro clero, á juzgar por las medidas
que para corregirla se tomaron en los concilios de
Goyanza, Jaca, Gerona y otros de este siglo. Duélenos
leer en la Historia Gompostelana que los canónigos
de la iglesia de Santiago avivían como animales , y
se presentaban en coro sin cortarse jamás las barbas,
con capas rolas y cada una de su color , habiendo tal
desorden, que mientras unos canónigos comian con
la mayor esplendidez otros se morían de hambre.»
¿Pero eran mas cultos ó menos corrompidos los ecle^
[\) Saiale-Pelaye, Mem. sur de Robertson á la Hist. de Gár-
TaDC. chev. los V.
Puede verse sobre este asunlo (2) Aguirre, Collect. max. coa»
toda la nota X del discurso prelim. cil. tom. III.
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PAITB II. LIBRO 1. 343
siásticos del resto de Europa? Desconsuela leer los es-
critos deBaroDÍo y de Pedro Damiauo, y los cuadros
de desmoralízacioQ que en ellos nos presentan. Rather,
arzobispo de Yerona, que habiendo congregado un
concilio bailó que muchos de los asistentes ni aun sa-
bian el Credo , declamaba enérgicamente contra el
clero de Italia, que «excitaba con el vino y los ali-
mentos sus apetitos lividinosos.» El bienaventurado
Andrés, abad de Vallombrosa, exclamaba: <(EI mi-
nisterio eclesiástico estaba seducido por tantos erro-
res, que apenas se hallaba un sacerdote en su igle-
sia: corriendo los eclesiásticos por aquellas comarcas
con gavilanes y perros» perdian su tiempo en la caza;
unos tenian tabernas, otros eran usureros : todos pa*
saban escandalosamente su vida con meretrices: todos
estaban gangrenados de simonía hasta tal estremo,
que ninguna categoría , ningún puesto desde el mas
ínfimo hasta el mas elevado podía ser obtenido, si no
se compraba del mismo modo que se compra el ga-
nado. Los pastores, á quienes hubiera correspondido
poner remedio á esta corrupción, eran hambrientos
lobos ^^^» «Tienen hambre de oro, exclama Pedro
Damlano hablando de los prelados... (^^» Pero no re-
cargaremos mas este cuadro, y solo diremos con un
erudito escritor de nuestros días • «Tanta deprava-
ción atestiguan las crónicas, las invectivas de los hom-
(1) Ap. Purioellí de San Aríaldo, U.
(2) Op. XXXLc. 69.
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344 HISTORIA DB BSPaKa.
bres honrados y de los concilios, que en esto misma
se ve una prueba mas de la ínstiUicion divina de la
iglesia , pues si hubiera sido una institución humana,
de cierto hubiera sucumbido ^^^»
Infiérese de, todo, que el clero español en e^ie si-
glo, en medio del estado de perturbación en que se
hallaba la España, y á pesar de sus desarreglos par-
ciales, era el menos corrompido y acaso el menos ig-
norante de Europa.
V. Difícil es siempre reducir á un cuadro las
costumbres públicas que retratan ó constituyen la
fisonomía de un pueblo y de un período, y mas de
una época de que quédate tan escasos documentos.
Indicaremos no obstante algunas de ellas.
El espíritu caballeresco toma gran desarrollo en
este siglo. Aunque mezclados muchos hechos con las
fábulas introducidas por los romances; aunque con-
temos entre las invenciones el reto del príncipe don
Ramiro de Navarra á todos sus hermanos por defen-
der el honor de su madre acusada de adulterio; el
de don Diego Ordoñez de Lara á don Arias Gonzalo y
á sus hijos y á todos los za mora nos, y como dice la
crónica general, «á los grandes como á los pequeños»
<é al vivo, é al que es por nascer, asi como al que es
<cnascido, é á las aguas que bebieren, é á los paños que
ccvestieren, é aun á las piedras del muro;» el del Cid
con el caballero aragonés Martin Gómez por la pose-
(0 César Cantú, Hist. Univ. épooa X.
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PARTB II. LIBRO !• 345
sioD de Calahorra, y otros semejaDtes que se le atri-
buyen y de que está llena la historia romancesca de
este siglo, encuéntranse en él tipos, ^ rasgos y accio-
nes caballerescas en abundancia , asi en Castilla como
en Aragón y Cataluña y en todos los estados cristia-
nos. El caballero castellano que retó solemnemente
á los moros del ejército de Almanzor , Gonzalo de
Lara el vengador de sus hermanos, el conde Armen-
gol de Urgel, el mismo Cid, que aun despojado de los
arreos con que le revistiera después la fábula, se pre-
sentaba ya como el genio y tipo de la caballería, da-
ban ya á esta época aquel tinte que babia de distin-
guir el carácter español en los siglos sucesivos de la
edad media.
De que no era el combate personal usado' tan so-
lamente como lance de honor , sino también como
prueba jurídica , hemos presentado ya hartos testi-
monios, y ése no obstante en el siglo XI. comenzar la
lucha entre una costumbre generalizada y el conven-
cimiento de su monstruosidad. Pues por una parte la
cuestión de los oBcios gótico y romano se remite de
público á la prueba del duelo , y el antiguo fuero de
Sahagun prescribe la lid para que los acusados de
homicidio oculto pudiesen justificarse con esta prueba:
por otra don Alfonso YL liberta al clero de Astorga
de esta prueba judicial coma de un mal fuero ; el de
Sepúlveda exime á sus habitantes de la prueba de ba-
talla , y* en el de Jaca se manda que no estén oblí-
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346 H18T011A DB BSPAÍÍA.
gados al duelo sino de coDseQtimieDto de las partes,
y precediendo para los desafios con personas de fuera
el conseQtimieDto déla ciudad. Asi nuestros monarcas»
si no quisieron ó no pudieron desterrar de la sociedad
este abuso monstruoso, procuraron por lo menos con-
tenerle , sujetando los duelos « lides , rieptos y desa-
fios á un prolijo formulario, estableciendo leyes opor-
tunas para precaver la frecuencia y evitar el furor y
crueldad con que antes se practicaban.
Otro tanto decimos de las demás pruebas llama-
das vulgares, tales como la caldaria , ó -del agua hir- '
viendo y la del fuego ó hierro encendido. Horroriza
leer el difuso ceremonial de este género de pruebas
en el antiguo libro de fueros de San Juan de la Peña.
«El agua, dice, debe ser fervient et sea tanta
«en la caldera que él pueda cobrir al que ha de sa«
«car las gleras de la muineca de la mano fata la
<y untura del cobdo; pues que hobiere sacado las gle-
«ras el acusado, átenle la mano con un paino de lino
«que sean la^ dos partes del cobdo. Et sea atado en la
«mano con que sacó las gleras en IX dias, et seyei-
«líenle la mano en el nudo de la cuerda con que está
«atado con seello sabido , en manera que no se suel-
«te fata que Jos fieles lo suelten. Acabo de IX dias lo^
«fieles cátenle la mano, et si le fallairen quemadura
«p^che la pérdida con las calonias. Et es á saber que
«en el fuego con el'que se ha de calentar el agoa en
«que meten las gleras , deben haber de los ramos
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PARTB II. LIB&O I. 347
«que soD benedichos en el dia de Ramos eo la egle-
«sia ^^Kj> «Muger que á sabiendas fijo abortare, decía
«el Fuero do Plasencia, quémenla viva si manifiesto
«fore, si non sálvese por fierro. i> aCausa ciertamente
admiración, dice con justicia á este propósito uno
de nuestros mas sabios jurisconsultos, cómo nuestros
mayores pudieron consentir que los intereses, fortu-
na, honor, y vida de los hombres pendiese de cosas
tan casuales y tan inconexas con la inocencia y con
el crimen como las pruebas llamadas comunmente
vulgares.» Ya hemos dicho las causas, y por fortuna
también se iba conociendo la monstruosidad y ponien-
do el remedio.
Conócese que el juramento era muy sagrado y
respetado en aquel tiempo, y el perjurio uno de los
delitos que se miraba con mas hoiTor. Imponíase en-
tre otras penas á los testigos falsos la de destruir sus
casas hasta los cimientos, y la espiritual y terrible de
la excomunión/'^ Y si las leyes son el reflejo de las
costumbres generales de un pueblo, las noticias que
de la legislación conciliar y foral hemos apuntado no
dejan de dar luz sobre el estado social y moral de la
España de aquel siglo. Podemos no obstante añadir,
que si es cierto, cotnono duda afirmarlo el cronista don
Pelayo de Oviedo,, que en los últimos años de Alfon-
so VI. de Castilla podia una muger cruzar sola de un
H) Al fol. 83. De traber Rieras de la culdera.
, [1) Cao. 49. del GoDcil. de León.
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348 HISTORIA DEIBSPAfÍA..
estremo á otro de España cod el oro en la mano sin
temor de ser robada, ÍDquietada ni ofendida, do ha-
bía sido iooporluQo el derecho penal ni infructuosa su
aplicación, al menos en cuanto á la seguridad de las
personas y de las propiedades, moralización prodi-
giosa en una época en que el continuo guer-
rear parecía deberla traerlo todo en turbación y de-
sorden.
La alta idea que sé tenia del matrimonio hacia
que se mirara un día de boda como de júbilo para el
pueblo, y las leyes mismas establecian severas penas
contra los perturbadores de la pública alegría, y
principalmente contra los que en tales días Injuriasen
á los desposados. Los juegos con que se festejaban
solían ser ya las danzas, las justas y torneos ^^K Y en-
tre las formalidades de los matrimonios, figuraba
siempre la trasmisión de arras, ceremonia que ha-
llamos solemnemente practicada en los contratos ma-
trimoniales de Sancho eí Mayor de Navarra, de Ro-
drigo Díaz el Cid, de Ansur Gómez y de otros caba-
lleros castellanos, navarros y catalanes.
(4) El P. Fr. Luis de Ariz oo su con sos moras. Suceso que maní-
historia de Avila , describe las fiesta lo admitida qpe estaba ya
fiestas que en 4 107 hubo en aqoe- esta clase de fiestas populares, la
lia ciudad cod motivo de las bodas mezcla de Árabes y cristianos en
de Blasco Muñoz con Sancha Diaz, los regocijos públicos, y la modifi-
y dice que hubo en ellas corridas cacion que en esta parte hablan
de toros , torneos y bofardeos, ido. sufriendo las costumbres, á
añadiendo que la infanta doña Ur- que debió contribuir mucho el
rica danzó con el gallardo moro ejemplo del enlace de Alfonso VI.
Fermín Hiaya á la usanza de la con la mora Zaida, la hija de Ebn
morería; y los demás cada cual Abed de Sevilla.
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PARTB II. LIBRO I. 349
» No damos mas estensioD á esta ligera reseña del
estado social de la España crisliaDa, asi por la escasez
de los documeDtos de este tiempo, como porque la
variación misma' que mas adelante con mas copia de
datos iremos notando, nos habrá de informar mejor de
lo que existia, por la mudanza do lo que en lo ecle-
siástico, en lo político, en lo civil y en lo moral es*-
perimentaron los reinos cristianos desde los fueros,
desde la alteración del rito , y desde la conquista de
Toledo.
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PARTE SEGUNDA.
BDADMEDIA.
LIBRO II.
CAPITULO I.
ALFONSO VI. — LOS ALMORÁVIDES.
»e 1086 é 4094.
Apurada situación de los musulmanes.— DesaTiéneDse el rey Alfonso
y el rey árabe de Sevilla. — Arrogante y agria correspondencia que '
medió entre los dos.— El de Sevilla y los demás reyes mahometanos
de España llaman en su auxilio ¿ loa almorávides de África.— Quié-
nes eran los almorávides.— Retrato de su rey Tussuf ben Tachfin,
fundador y emperador de Marruecos.— Vienen los almorávides á
España: nueva y formidable irrupción do mahometanos: úñense con
Jos musolmanes españolea.— Salen á combatirlos Alfonse y los de-
más príncipes cristianos.— Célebre batalla de Zalaes: solemne der-
rota y horrible mortandad del ejército cristiano: logra salvarse el
rey Alfonso y se refugia en Toledo. — Ausencia de Tussuf. — ^Reanf-
manae los cristianos.— Resuelve Tosauf hacerse dueño de toda la Es-
paña musulmana.— Apodéranse los almorávides sucesivamente de
Granada, Córdoba, Sevilla, Almoria, Valencia, Badajoz y las Balea-
res.—Desastrosa suerte de los emires de estas ciudades.— Conside*
raekmes con el de Zaragoza.— Dominan los almorávides en España.
Parecía que con la disolucioQ del imperio om-*
miada , con las ventajas que en todas parles las ar-
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352 HISTO&IA DB BSPAftA.
mas cristianas habian obtenido, y con el desconcierto,
los disturbios^ las guerras que los reyezuelos musul-
manes tenian entre si/ debería haberse decidido en
favor de España la gran lucha entre los dos pueblos
y las dos creencias que se disputaban su señorío. Y
hubiera sucedido asi, si por una parte el común peligro
no hubiera inspirado á los mahometanos el pensa-
miento de apelar como en otra ocasión , á un reme-
dio heroico, y si por otra parte no hubieran tenido
una África á que acudir, sumillero inagotable de ene-
migos del pueblo español y del nombre cristiano ,. y
á la cual volvían los ojos en sus mayores conflictos y
tribulaciones.
Pesábale ya al mismo Ebn Abed de Sevilla haber
contribuido tanto con sus alianzas al engrandecimiento
del poder de Alfonso. Advertíanselo también las sen-
tidas quejas y murmuraciones que llegaban á sus oí-
dos y el disgusto general de los musulmanes. Meditó
pues, á pesar de los lazos que con él le unian , cómo
cooperar á abatir al orgulloso cristiano, que dueño
de Toledo, y después de haber corrido y devastado
los emiratos de Zaragoza y Badajoz, tuvo el atrevi-
miento de penetrar con un cuerpo de caballería por
tierras del de Sevilla con pretesto de protegerle con-
tra sus rivales de la costa meridional, y avanzando
hasta Tarifa metió su caballo hiasta el pecho en las
aguas del mar como en otro tiempo Okba, y exclamó:
«|He llegado á los últimos términos de la tierra de
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PARTB 11. LIBRO U* 3S3
Andalucía!» Y regresó' tranquila y orgullosamente á
Toledo. Acabó de mortificar el amor propio* de Ebn
Abed aquella audacia del castellano y aquella ines-
perada aparición so color de un auxilio simulado y no
pedido. Todavía sin embargo no estalló la oculta ri-
validad de los dos monarcas, hasta que con motivo
de haber apuñalado los sevillanos á un judío, tesorero
y privado del rey Alfonso, que éste habia enviaáo á
cobrar el tributo que le pagaba Ebn Abed, le des*
pacho el rey de Castilla nueva embajada pidiendo sa- .
tisfaccion del agravio y reclamando varias fortalezas
de su reino que le pertenecían. Arrogante y agria era
la carta que Alfonso envió con el mensage; decía así:
«De parte del emperador y señor de las dos le-
yes y de las dos naciones, el excelente y poderoso
rey don Alfonso hijo de Fernando ^*\ al rey Al Mota-
mid Billah Ebn Abed (ilumine Dios su entendimiento
para que se determine á seguir el buen camino): sa-
lud y buena voluntad de parte de un rey engrande-
. cedor de sus reinos y amparador de sus pueblos, cu-
yos cabellos han encanecido en el conocimiento de los
negocios y en el ejercicio de las armas en
cuyas banderas se asienta la victoria, que hace á
sus caballeros blandir las lanzas con esforzadas
manos, que hace ceñir las aspadas en las cin-
(1) Ed esta conreapondencia, á Alfonso^ hijo de I^Dcho, cayo
que íDserta Conde en los cap. 49 y error copió Viardot al trascribirla
1 3 de la tercera parte de su Bis- en la nota 4.* á so Historia de loa
toria, se llama embocadamente árabes y moros.
Tono IV. 23
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I
354 HISTMÍÁ Di bsfjJá.
turas de sus campeadores, que hace vestir de luto las
esposas* y las hijas de los mosulmanes y llenar vues-
tras ciudades de lamentos' y alaridos. Bien sabéis lo
que ha pasado en Toledo, cabeza de España, y loque
ha sucedido á sus moradores y á los de su comarca eo
el cerco y entrada de la ciudad ; y que si vos y los
vuestros habéis escapado basta ahora , ya os llega
vuestro plazo, que solo se ha diferido por mi volun-
tad Y si no mirara á los conciertos que hay entre
nosotros, ya hubiera invadido vuestra tierra y eché-
doos á sangre y fuego de España sin dar lugar á de«
mandas ni respuestas, y no habría entre nosotros mas
embajador que el ruido y tropel de las armas , y el
relinchar de los caballos, y el estruendo de los alam-
bores y trompetas de batalla >
Aunque muchos vazzires, en vista de esta carta
aconsejaban al rey de Sevilla que viniese á un acó- -
modamieoto coa Alfonso y le pagara el tributo , él le
contestó con otra no menos soberbia y altiva , conce-
bida en estos términos: «Del rey victorioso y grande,
el amparado con la misericordia de Dios y confiado
en su divina bondad, Mohammed Ben Abed, al sober-
bio enemigo de Allah, Alfonso, hijo de Fernando, que
se intitula rey de reyes y señor de las dos leyes y na-
ciones (quebrante Dios sus vanos títulos) : salud á los
que siguen el camino recto. En cuanto á llamarte
señor de las dos aaciones, mas derecho tienen los
muslimes para preciarse de esosiílulos que tú, por lo
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PAETv 11. uno u. 36S
qae han poseído y poseen de las tierras de los cris*
tianos, y por la multUad de sus vasallos y riquezas,
que nunca Hegará á ser comparable tu poder con ^
nuestro, ni puede alcanzarlo toda tu ley y tus secua-
ces... Hasta ahora pensábamos pagarte tributo, y tú
no te contentas con él y quieres ocupar nuestras ciu--
dades y ifortalezas: pero ¿cómo no te avergüenzas de
tales, peticiones, y quieres que se entreguen á los tu-
yos y nos mandas como si fuéramos tus vasaUo3? Mará-*
víllome muclio de la manera con que nos estrechas á
que cumplamos tu vana y soberbia voluntad. Te has
envanecido con la conquista de Toledo, sin mirar que
eso no lo debes á. tu poder^ sino á la fuerza y volun^
tad divina que asi lo había determinado en sus eter-
nos decretos, y en eso te has engañado á tí mismo tor-
pemente. Bien sabes que también nosotros tenemos
armas* caballos y gente esforzada que no se asusta
«del estruendo de las batallas, ni vuelve el rostVo á la
horrorosa muerte, y que metidos en la pele^ nuestros
caballeros saben salir de ella «lirosos. Nuestros caudillos
saben ordenar las haces, guiar los escuadrones, ar-
mar celadas, y no temen entrar por entre los filos de
vuestras espadas, ni los estremecen las lanzas ases-
tadas á sus pechos. Sabemos dormir en la dura tierra
sobre el albornoz, rondar y hacer la vela de la no-
che... y porque veas que es asi como te lo digo, ya
te tienen preparada la respuesta á tu demanda, y de
común acuerdo te esperan con sus' al fangos limpios y^
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356 HIATOEU DB ESfkHk.
acerados y con sus gruesas y agudas lanzas. ••• Es
verdad que hubo entre nosotros conciertos y capitula-
ciones para que no moviésemos nuestras sírmas el nno
contra el otro, porqne yo no ayudase á los de Toledo
con mis fuerzas y consejo, de lo que pido perdón á
Dios, y de no haberme opuesto antes á tus intentos
y conquistas, aunque gracias á Dios toda la pena de
nuestra culpa consiste en las palabras vanas con que
nos insultas: pero como estas no acaban la vida, con-
fio en Dios i^ue con su ayoda me amparará contra ti,
y sin tardanza verás entrar mis tropas por tus tier-
ras ^%
Después de estas cartas era imposible ya tod6
acomodamiento, y ambos se prepararon á la guerra.
£1 de Sevilla llamó á su hijo Raschid y le comunicó el
pensamiento de implorar el auxilio de los Almorávides
de Arríca contra el poderoso rey de Toledo. Disuadió-
selo el príncipe diciéndole que si tal hacía, aquellos
(1) Dice el attlor arábigo, que en vereo le anadia lo sisuieate:
Abatimienlo de animo y vileía
En generoao pecho no se anida,
El miedo es torpe y vil, de vil canalla ,
Es ei pavor, y si por mal nn dia
Parias forzadas te ofrecí, no esperas
Bn adelante sino para guerra.
Cruda batalla, sanguinoso asalto,
De noche y dia sin cesar un punto,
Talas, desolación á sangre y fuego.
Ármate, pues, prevente á la batalla,
Que con baldón te reto y desaOo.
Traduc. de Conde, Part.IU. c. 43.
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PAETBll. LIBEOII. 367
bárbaros acabartaa por arrojarlos de su patria. Obs-
tinóse en ello el padre y le replicó: «Prerer iré, hijo
mió, guardar los camellos del rey de Marruecos á
ser tributario y vasallo de estos perros cristianos. —
Pues hágase, contestó Rascbid, lo qne Dios te inspi-
re.» Entonces el rey de Sevilla, tan arrogante con
Alfonso, escribió al geré de los Almorávides de África
la siguiente humilde carta, en que se pinta bien el
abatimiento á que habían venido los mahometanos
españoles: «A la presencia del príncipe de los mu-
«sulmanes» amparador dé la fé, propagador de la ver-
«dadora secta del califa, al imán d& los musUmes^y rey
cde los fieles Abu YacobYussuf beaTachfin,el (noli-
«to y engrandecido con la grandeza de sus nobles,
calabador de la magostad divina, y de la potencia del
«Altísimo, venerador de Dios y del cielo; que no se
«envanece de su honra y grandeza, salud cnmplida
tde Dios, como conviene á tu soberana y alta perso-
4na, con la misericordia de. Díob y su bendición. Te
«envia la presente el que abandonándolo todo se di-
«rige á tu generosa magostad desde Medina-Sevilla
«en el Interlunio de Giumada primera del año 479
«(1 086), persuadido, oh rey de los muslimes, de que
«Dios se sirve de tí para ensalzar y sostener su ley.
«Los árabes de Andalucía no conservamos en España
«separadas nuestras kabílas ilustres, sino mezcladas
«unas con otras, de suerte que nuestras generaciones
«y familias poca ó ninguna comunicación tienen con
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358 iusToau db bspaKa.
«nuestras kabilas que moran en África: y esta Taita de
«qnioQ ha dividido también nuestros intereses, y de
€la desunión procedió ia discordia, y apartamiento, y
«la fuerza del estado se debilitó, y prevalecen contra
«nosotros nuestros naturales enemigos, y estamos en
«tal estado que no tenemos quien nos ayude y varga
«sino quien nos baldone y destruya; siendo cad^ dia
«mas insufrible el encono y rabia del rey Alfonso, que
«como perro rabioso con sus gentes nos entra las tiér-
«ras, conquista las fortalezas, cautiva los muslimes y
«nos atrepella y pisa sin que ningún emir de España
«se haya levantado á defender á los oprimidos
«que ya no son los que solian, pues el regalo, elsua-
«ve ambiente de Andalucía, los recreos', los delicados
«baños de aguas olorosas, las frescas fuentes y esqui-
«sitos manjares los han epQaquecido y han sido causa
«de que teman entrar en guerra y padecer fatigas. ...
«asi es que ya no osamos alzar cabeza; y pues vos,
«señor^ sois el descendiente de Homair, nuestro pre-
«decesor, dueño poderoso de los pueblos y dilatadas
«regionest á vos acudo y corro con entera esperanza,
«pidiendo á Dios^y á vos amparo, suplicándoos que
«sin tardanza paséis á España para pelear contra este
«enemigo, que infiel y pérfido se levanta <3ontra
«nosotros procurando destruir nuestra - ley. Ve-
«nid pronto y suscitad en Andalucía el celo del ca-
«mino de Dios que no hay fuerza ni poder sino
«en Dios alto y poderoso, cuya salud y divina mi*
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PAKTB 11. LIBIO IK 359
«sericordía y bendición sea con vuestra alteza.»
Juntó ademas eñ Sevilla una asamblea de lo; je-
ques, cadíes y príncipes mas amenazados del poder de
Alfonso, y les espaso la necesidad de llamar con or-
gencia al principe de los morabitas de África para que
viniera á ayudarlos en su santa empresa. Todos con-
vinieron en ello, á escepcion de Abdallah ben Yussuf,
gobernador de Málaga, que tuvo el valor de oponerse
al común dictamen en un vigoroso discurso que con-
cluía: «Unios y venceréis. No sufráis que {os habitan-
«tes de los abráisados arenales de África vengan á
c posarse sobre nuestras tierras como enjambres de de-
«cvoradoras langostas, y á pasear sus camellos por los
«deliciosos campos de n,uestra Andalucía.» En mal
hora hizo tan patriótica exhortación el previsor walf.
Irritáronse todos contra él, llamáronle mal musul-
. man, traidor y enemigo de la fé, y hay quien añade
que le condenaron á muerte. Tan obcecados estaban
y tan abatidos se veian aquellos-prócéres del islamis-
mo, tan soberbios en otro tiempo. Decretóse pues en-
viar un mensage de llamamiento al príncipe de los
Almorávides de África, como allá en 756 en uoa
asamblea de la misma índole se habia decretado otro
igual para llamar al príncipe Abderrahmsin el Bení-
Omeya. Omar ben Alafihas el de Badajoz, que ya an- .
tes habia escrito por sí al rey Yussuf ben Tachfin una'
carta en que le pintaba con tristes colores la situación
apurada y angustiosa de los musulmanes españoles.
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860 HI8T0EU DB B8PASa«
fué el encargado de redactar elpeosage, que los em-
bajadores nombrados habían de llevar personalmente.
Era el principio del año 1 086. Mas antes de anunciar
su resultado, digamos quiénes eran esos poderosos
estrangeros que los árabes de España llamaban en su
ayuda.
. Un historiador moderno ha compendiado las no-
ticias que acerca del origen y progresos de aquellas
gentes pueden interesarnos para la inteligencia de
nuestra historia ^^\ «Mientras que asi destrozaban las
discordias intestinas la España árabe» levantábase del
otro lado de la cadena del Atlas, en los desiertos de
la antigua Gelulia, un hombre que había de recons-
tituir un dia y dar unidad á los elementos entonces
disidentes de la dominación musulmana, asi en Es-
paña coíuo en África» y apuntalar con su mano po-
derosa el bamboleante edificio de^sq imperio. Este
hombre era el berberiscoYussufbenTachfin, déla tri-
bu de Zanaga. Los lamtunas, fracción de esta gran
tribu» ^ la cual pertenecía Yussuf» bien que hubieran
aceptado con los primeros conquistadores la religión
del Islam, habían quedado casi del todo estraños á la
inteligencia de su moral y de sus dogmas, cuando
llegó entre ellos Abdallah ben Yasidí, morabíla de
Sñz, afamado por su ciencia y su santidad (41 4 de la
(4) Ro8eewSaínt-Hilaíre,queá llena con los antecodeotes de loi
to vei las ha lomado de Walsin Almoravidos cerca de cincuenta
Eaterhaz?. Conde destina á esto largas páginas.— Tussuf es el Ja-
iras capítulos enteros, y Romey zefde Conde» y elYusofdeDozy.
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PARTB II. LIBRO tí. 364
begira, 4026 de J. C). Abdallah, hombre entendida
y hábil, esplicando los preceptos de una religioa qae
prescríbia el proselilismo por la conquista, despertó'
fácilmente el instinto guerrero de aquellas incultas y
groseras poblaciones, y esplotando mañosamente el
entustomo que en ellas habia producido una fé vivi-
ficada y rejuvenecida, las lanzó contra algunas tribus
berberiscas que se habian mantenido fieles á sns anti-
guas creencias. En el fervor de una convicción nue«
va, los lamtunas soportaron con admirable constancia
fatigas inauditas, y alcanzaron en sus ásperas guari-
das á aquellos montañeses, á quienes forzaron á ad-
mitir la religión del profeta guerrero, y entonces fué
cuando para recompensar el valor de que habian da-
do tantas pruebas los llamó los hombres de Dios (Al
morabith), y les profetizó la conquista del Magreb so-
bre los musulmanes degenerados.
cNo tardó Abdallah, aprovechando el entusiasmo
de los recién convertidos, en conducirlos de la otra
partedel desierto, y pasó con ellos el Atlas. La con-
quista de Sijilmesa y de todo el pais de Darah fué el
fruto de sus primeras victorias; sentaron los vence-
dores sus tiendas en el Sahel, entre la montaña y el
. mar, en medio de las llanuras de Agmat, y ocuparon
la pequeña ciudad de este nombre. Algún tiempo
después murió Abdallah, dejando á Abu Bekr ben
Omar el cuidado deilirigir la regeneración religiosa
que él habia comenzado. Supo Abu Bekr correspbn*
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362 niSTOUA DB BSPAftA.
der á la importancia de su difícil misión (460 de la
hegira» 4068 de J. C.)* Consolidó su poder en el pais
tanto por la dulzura y el ascendiente de la opinión
4;omo porcia fueraa de las armas. Agmat se hizo el
centro á que acudian de todas partes las poblaciones
atraídas por la reputación de la justicia y por la fama
de la santidad de las Almorávides. El número de pro*
sélitos se hizo tan considerable que fué menester fun*
dar una nueva ciudad y dar una capital al nuevo im^
perio. Escogió para ello Ábu Bekr una vasta y fértil
planicie, llamada en el pais Eylana. Mas en el mo^
mentó de comenzar á edificar, los lamtunas que ha-^
bian quedado del otrp lado del Alias, viéndose ame-
nazados por sus vecinos» reclamaron la asistencia de
sus jeques, y Abu Bekr, sacrificando su naciente im-
perio á las exigencias de su antigua patria, volvió á
tomar el camino del desierto dejando el cargo depro-
seguir su obra á Yussuf ben Tachfin» que ya se habia
hecho conocer en las últimas guerras de los lamtunas
contra los berberiscos.
<iYussuf no pertenecia á las familias nobles de los
lamtunas, y debió á su solo mérito y á la estimación
de que gozaba entre los suyos el honor de continuar la
ardua misión de conquistador religioso, bien qae
inaugurada por Abdallah y por Abu Bekr. Nacido de
pobre cuna, no podia aspirar á tan alto honor. Su pa-
dre era alfarero, y andaba de tribu en tribu ven-
diendo las obras de arcilla, producto de su industria.)»
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PAETE II. LIBEO II. 863 .
Caenta aquí el historíador como había anunciado el
horóscopo á Yussuf que sería señor de un grande ¡m*
perio: describe su carácter generoso, emprendedor,
afiíble y digno. aReunia, dice, todas las gracias que
atraen á la multitud y entusiasman á las masas. Asi no
tardó en captarse numerosos parciales en las pobla-
ciones de Agmat. Para afirmar su autoridad, que era
solo provisional y meditaba hacer definitiva, resolvió
sancionarla por la gloria de las armas. Comenzó pues
por llevar la guerra á algunas tribus árabes de la co-
mardá no sometidas aun, y les dio la ley. Después de
este fácil triunfo proyectó la invasión de la antigua
herencia de los Edris del reino de Fez. Convocó todas
las tribus que reconociansu autoridad Mas de
ochenta mil ginetes armados respondieron á su lia-
mamiento. A la cabeza de esta formidable masa de
guerreros invadió como un huracán lá provincia de
Fez, y se apoderó de la capital, después de haber ba«
tido cerca de ¡a montaña de Onegui, á doce leguasrde
Hequinez, ¿ los descendientes de Zeiri que mandaban
alli con independencia de España. De allí avanzó á
TIemcem, de donde arrojó á los Zenetas; se hizo due-
ño de toda la provincia de este nombre basta Argel,
y volvió triunfante al pais de Agmat á comenzar la
construcción de su capital proyectada, á la cual se dio
mas tarde el nombre de Marruecos.
<A este tiempo Abu Qekr, sofocados los disturbios
de los lamtunas, regresaba sobre el Tell. Pronto tuvo
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364 RlSTOUl DB BSPAÜA.
conocimiento de las bríllaoles hazañas de Yussuf. De-
masiado débil para pretender disputar con las armas
un imperio que éste habia conquistado casi entero/
cedió á la opinión y tuvo la prudencia de renunciar á
todas sus pretensiones: mas. como antes de partir^ de-
sease ver al feliz conquistador, pidióle una entrevista
que se verificó entre Agmat y Fez, en un bosque que
se denominó después el. bosque de los Albornoces,
porque Yussuf tendió en el suelo su manto para que
sirviese de alfombra al que habia sido su señor.- Abu
Békr le felicitó por sus victorias, díjole que solo habia
dejado sus desiertos por venir á regocijarse en las
glorias de su discípulo, la honra y el mas firme apoyo
de los Almorávides; que en cuanto á él, su misión ,
estaba cumplida, y que no deseaba mas que el re-
poso de una vida apacible en medio de los suyos.
«Sometidas las provincias del Magreb, dueño de
Ceuta y de las ciudades de la costa, líevó Yussuf sus .
armas hacia Oriente, haciendo guerra^ implacable á
. los árabes rebeldes á su dominación. En vano los an-
tiguos conquistadores intentaron rechazar un yugo,
tanto mas odioso 'Cuanto que se le imponían aquellos
mismos á quienes sus mayores hablan antes subyuga-
do; en vano forcejaron bajo la mano poderosa del
berberisco: no les quedó mas alternativa que ó do-
blegarse á sus leyes ó ir á vivir bajo la de los callifas
Fatimitas, porque en breve las fronteras de Egipto
fueron los solos términos de su poder.' Apode: ose de
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PARTE II* LIBRO II. 366 ^
Bugfa y (le Túnez, hizo á sos príaci(>es tributaríost y
regresó victorioso á so capital de Marruecos, donde
se hizo proclamar emir de los musulmanes y defensor
de la religión. (*) .»
Algunos*escrilores árabes hacen el siiguiente re*
trato .físico y moral de Yussuf. <Era, dicen, de color
moreno lustroso, buena estatura, aunque delgado,
poca barba, voz clara, ojos negros, cejas arqueadas^
nariz aguileña, cabellos largos: valeroso en la guer-
ra, prudente en el gobierno, en estremo liberal» áns*
tero y grave, modesto y decente en el vestir, mode-
rado en tos placeres, afable éh sus maneras y en su
trató, jamás vistió sino de lana, ni comia otra cosa
que pan de cebada, carne de camello y fleche de ca--
mella, aun en el colmo de su grandeza y de su for-
tuna, y en todo se mostraba digno del gran destino
que Dios le tenia deparado.»
Tal era el hombre cuyo auxilio invocaron los mu-
sulmanes españoles. Guando recibió el mensage de
estos consultó á su alkatib lo que debería hacer; res-
pondióle aquél que mirara bien lo que hacía con pa-
sar á España; «porque has de saber, oh emir de los
muslimes, le dijo, que España es como una isla cor-
tada y ceñida de mar por todas partes; es como uoa
Qárcel donde el que entra difícilmente vuelve á salir,
y si una vez pones allá los pies, no estará en tu ma«
(4) Accedió á tomar este titulo cuales, sin embargo, no pudieroa
á instancias de todos los, jeqaes, vencer su modestia ni reducirle á
walíeft, alcaides y alkatÍTes, tos que tomara el de califa.
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366 HISTOIIA DE ESPAÑA.
no la vuelta. 1» A peaar de este consejo Yussnf contes-
ta á los embajadores y áAl Motamid el de Sevilla^
que le daría su ayuda» pero que no podria hacerlo si
antes no ponia en su poder la Isla Verde (Aigeciras),
para poder entrar y salir de España cuando fuese su
voluntad. Inútilmente espuso al sevillano su prudente
hijo Raschid el peligro de acceder á la proposición de
Yussuf> Obcecado Al Motamid, hizo solemne dona«
cion de la plaza de Algeciras al emperador do Mar-
ruecos para sí, sus hijos y descendientes. Un .vértigo
fatal le arrastraba hacia su ruina; y no contento con
entregarla llave desús dominios á su formidable alia-
do, determinó pasar á África para informarle perso-
nalmente de su desesperada situación. Encontróle en-
tre Ceuta y Tánger; hízole una pintura sombría de
la angustia en que tenia á los muslimes de España la
pujanza y soberbia del rey Alfonso, y le instó á que
no tardasQ en venir á socorrerlos. «Anda, le dijo Yus-
suf, toma luego á tu tierra y cuida de tus negocios,
que allá iré yo, siDios quiere, y seré vuestro caudillo
y venceremos: yo iré en pos dé tí.» Volvióse Ebn
Abed á España, y Yussuf entró en Ceuta, y previ-»
niendo sus naves y allegando sus banderas^ niandó
que pasase el ejército á España, y fué tanta la gente
que pasó, dice la crónica, que solo su criador ¡nAede
contarla.
Desembarcó esta ioñnita muchedumbre en Algeci-
ras y acampó en sus playas. Cuando Yussuf entró en
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PAITB II. LIBEO II. 367
SO nave dicen que extendió sos manes al cielo y ex-
clamó: «Oh Dios mió, si este mi tránsito ha de ser
para bien de los muslimes, aplaca y sosiega este mar,
y si no ha de ser de provecho, embravécele para qoe
no pueda hacer la travesía.» Dicen que Dios sosegó
el mar, y la nave de Yussuf arribó con admirable
velocidad á Algeciras (30 de junio de 4086), á cuyas
puertas le esperaban ya el rey de Sevilla y los prin^
cipales emires de España, y en aquella misma tarde
hubo consejo para deliberar sobre el mejor medio de
ejecutar la expedición. Yussuf hizo reparar los muros
de la ciudad, levantar torres y abrir fosos. Bbn Abed
partió para Sevilla á disponer alojamientos, provisio-
nes y regalos para el ejército auxiliar. Siguió detrás
Yussuf con su innumerable muchedupibre.
Sobre el campo de Zaragoza ^e hallaba el rey Al-
fonso YL cuando le llegó la nueva de la irrupción de
los africanos. Alzó apresuradamente el sitio de aque-
lla ciudad, celebró consejo con sus generales, llamó
en su auxilio á Sancho de Aragón y á Berenguer de
Barcelona^ de los cuales el uno sitiaba á Tortosa y el
otro corría el pais de Yalencia, y «los tres príncipes
unieron sus banderas para resistir al nuevo y terrible
enemigo: á las tropas de Castilla y Galicia se agrega-
ron muchos caballeros franceses, con deseo de defen-
der la cristiandad contra e\ mas formidable adversa-
rio que se había presentado después de Almanzor.
«También acudieron á Sevilla todos los emires musul-^
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368 IIISTOUA DB BSPAÜA.
inaDéí con sas^raspQcUvas banderas. Ebn Abed el de
Sevilla mandaba todos ios mahometanos españoles;
Yussur conducía el ejército africano. Pastáronse en
marcha desde aqaella ciudad en dirección de Bada-
joz. Ebn Abed iba delante, y el lugar en que este
acampaba por la mañana le ocupaba poi^ la tarde Yus*
suf con sus Almorávides (^). Los dos grandes ejérci-
tos cristianos y musulmanes se encontraron no lejos de
Badajoz en las llanuras llamadas de Zaláca. Separaba^
' los un río, de cuyas aguas unos y otros bebian. Dé
un lado resplandecían las brillantes cruces de las
' banderas de Castilla y León: del otro ondeaban los
estandartes de Hahoma-en que se veían inscritos ver-
sos del Coran. Llamaban la. atención de los cristianos
las enormes espadas, los groseros sacos y agrestes
píeles de los morabitas que les daban un aspecto lú-
guj)re: miraban estos con admiración las armaduras
de los cristianos, sus manoplas y sus caballos cubier-
tos de hierro. Las crónicas árabes y cristianas, todas
refieren sueños misteriosos que dicen haber tenido asi
Alfonso como Yussuf, y presagios fatídicos, como
(1) La Gróuíca lusitana dice qae á ochenta mil caballos, de los
también aquí que «eras tantos cuales cuarenta mil cubiertos de
que ni su rey ni hombre alguno hierro, y los demás árabes, que era
era oapat de contarlos, sino solo la caballería ligera. El Homaidi
Dios.» 61 arzobispo don Rodrigo supone que.Üevaba cien milpeo-
dice que cubrían la tierna como nes y cuarenta mil caballos. En lo
liáoste s: 9% effuii $unt $uper ier^ que convienen todos es en a ue le
rmJttciem mIx toeusto. En cambio acompañaba mucha caballería ara*
la ntstoria arábiga hace subir el be como auxiliar,
ejército de Alfonso nada menos
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PARTB II. LIBIO II. 369
acostambran á contar siempre que se iba á decidir
qoa gran contienda. / .
Con arreglo á lo que prescribe el Coran, Yussuf
habia intimado á Alfonso , ó que le pagara tributo y
se reconociera vasallo suyo, ó que abandonara la fé
de Cristo y se hiciera musulmán. Y luego anadia: «He
sabido, oh rey Alfonso, que deseabas tener naves para
pasar á buscarme á mi tierra. Hé aqui que te he
ahorrado esta molestia viniendo yo en persona á en-
contrarte en la tuya. Dios nos ha reunido en este cam*
po para qne veas el fin de tu presunción y de tu de«
seo. — ^Vé y di á tu emir* contestó Alfonso al mensa-
gero, que procure no ocultarse, que nos veremos en
la batalla.)»
Señalóse dia para el combate; combale horrible»
caal no habían visto otro los hombres , dicen los es-
critores arábigos. Era un viernes, 23 de octubre
de 4086. No nos detendremos á referir los pormeno-
res de aquella lucha sangrienta , de aqaella terrible
lid en que se derramó tanta sangre cristiana. Nuestros
cronistas la mencionan con un laconismo qne parece
significar que quisieran no les mortificase su recuer-
do ^^K En cambio los poetas árabes la celebraron á
competencia, como si hubiese sido el triunfo definiti-
vo del Coran sobre el Evangelio. El parte que dio
(4) «Arraocaroa moros al rey les Gomplotens. y Gompoaiel. Don
don Alfonso en Zagalla,» dicen so- Rodrigo la refiere con macha bre-
lamente los Anal. Toledan. H.— vedad. La Groo. Lusitana es la
La Crónica Borgento es iguala que se detiene algo mas en ella.
mente sucinta. Lo mismo los Ana-
Tomo it. 84
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'370 II18T01U 0B BBVAJÍA.
Yu8suf el gefe de los Almpravides al mejuar de Mar-
ruecos, demuestra lo que envaaeció á los musuhna-
nes aquella victoria.
«cLuego que nos acercamos (ledecia) a[ campo del
« tí rdDO' nuestro enemigo (maldígale Dios), le dimos á
cescoger entre el islam, el tributo y la guerra , y él
«preñrió la guerra. Habíamos convenido en que la
«batalla se diese el lunes 15 de Regeb» pues él nos
«dijo: «el viernes es la fiesta de los musulmanes* el
«sábado la de los judíos, de que hay muchos en nuea-
«tro ejército , y el domingo es la de los cristianos.)»
«Convenimos, pues, en el dia: pero este tirano y sos
«gentes faltaron como acostumbran á las palabras y
«conciertos, lo cual acrecentó nuestra saña para la
«pelea, y les pusimos campeadorcfd y espías que otea*
«sen sus movimientos y nos avisasen de ellos. Así
«fué que á la hora del alba del viernes 12 de regeb
«nos vino nueva de cómo el enemigo ya movía sa
«campo contra nosotros...» Refiere luego algunas cir-
cunstancias de la batalla y continúa: «Sopló entonces
«el ibrbellino impetuoso del combate, y la sangre que
«las espadas y las lanzas sacaban de las profundas
«heridas que abrian formaba copiosos ríos.... y cada
«uno de nuestros valientes campeadores ofrecía al de
«Afranc y al maldito Alfonso raudales que les podían
«servir para hartarse y nadar en ella los quinientos
«caballeros que de ochenta mil y de cien mjl peonen
«le quedaron, gentío que trajo Dios ala Almara para
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Pijcri 11. I.1BB0 II. 374
«molerlos y expráBÍrios, y quiso Dios librar á uoos
«pocos malditos eu uq monte para que desdé allí
«viesen su calamidad.. •• aia quedar mas que el vano
«recurso y miserable del 6uaí de Alfonso, q«e no
«halló mas remedio en su desventura que ocultarse *
«en las tinieblas de la oscura y atezada nocbe. El
«emir de los muslimes, el defensor de la santa guer**
«ra, el numerador y destructor de los ejércitos ene-
«migos, dadas gracias á Dios con bendita seguridad,
«acampaba sobre el carro del triunfo y de las victo*
«rias y á la sombra de las vencedoras banderas^ in-
«signias del amparo y de la gloria. Ya tos caudalosos
«ríos, el Nilo de las algaras arrebata impetuoso sus
' «edificios y fortalezas, tala sus campos y encadena
«sus cautivos, y mira esto con ojos^ de comphtcenoia
«y de alegría^ y Alfonso ^leno de rabia con desmaya-*
<do9 y tristes y vertiginosos ojos. De los emires da
«España solo Ebn Abed rey de Sevilla no volvió la
«carnal temor de la cruel matanza, y se mantuvo
«peleando como el mas esforzado y valiente campen--
«dor, como el principal caudillo de los mudimes, y
«salió de la batalla con una leve herida en un muslo
«para gloriosa reliquia de la maravillosa acción eo
«que la, recibió. Alfonso amparado de las sonikbras da
«la oscura noche se salvó bpyendo sin camino cierto
«ni dirección, y sin dar sus tristes ojos al sueno, y
tde loa quinientos eaballeros que con él escaparon,
«los euaftroeientos perecieron en el oamino> y no ea-
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372 H18T01IA DB BSPIAa.
«iró en Toledo sino coa ciento. Gracias á Dios (>or to*
tdo esto.»
Mandó Amir Amamiain, añade el autor arábigo,
corlar las cabezas á los cadáveres cristíaDOs, é hicie-
ron á sa presencia montones de ellas como torres, que
cubrían la lanza mas larga que habia en el campo
puesta en píe. Abu Merüan que se halló en la batalla
escribe que por curiosidad se contaron delante del rey
de Sevilla hasta veinte y cuatro mil. Y Abdel Halim
refiere (cosa que parece increible, exclama el mismo
autor musulmán), que de aquellas cabezas envió
Yussufdiez mil á Sevilla, diez mil á Córdoba, diez
mil á Valencia, y otras tantas á Zaragoza y Murcia,
quedando ademas cuarenta mil para repartir por las
ciudades de África ^*), «que con tan prodigiosa victo-
ria humilló Dios la soberbia de los infieles en Es-
pañaW.»
Aun rebajada la parte hiperbólica de las relacio-
nes de los árabes, no hay duda de que el triunfo de
los Almorávides en Zalaca , fué grande y solemne, y
tal vez el combate que costó mas sangre española y
cristiana desde que los soldados de Mahoma habían
pisado nuestro suelo. Habia reunido Alfonso el mayor
y mas noble ejército que se habia visto en España, y
(4) Conde; párt. III. cap. 46 y envió ¿ Sevilla, y q«e ai ver lie-
47. gar el ave mensagera toda la cia-
(t) Cuentan loa árabes qne Al dad fluctuaba entre el temor y la
Motamid el de Sevi]la escribió el eaperanxa. baata que llegó, y dea-
retnltado de la batalla á su hijo atado y aesenvuelto «I papel ae
en doe dedos de papel que ató ba- saludó la nueva del triunfo coa
j o las alas de una paloma, la cual trasportes de alegría.
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?ÁMtE II. usao II. 373
lodo pereció en on solo dia en Zalaca como en Gaa-
dalete.
De temer era qae España hubiera voelto á sucam-
bir como entonces bajo la ley del Profeta , si Yossof
hubiera proseguido la conquista como Tarik. Pero
Dios determinó no abandonar á los suyos, y no
dar á los vencedores dicha cumplida. En la noche
misma del triunfo recibió Yussuf la triste nueva
de haber fallecido en África su hijo mgs querido^
y no pudiendo resistir á un sentimiento de ternura,
partió el héroe africano á presenciar los funerales de
su hijo en lugar de asistir á las fiestas triunfales que
en España se preparaban , dejando el mando del
ejército á Abu Bekr, uno de 'sus mejores caudillos.
Con la ausencia de tan insigne gefe cobraron aliento
los cristianos , y no tardó en volver á introducirse
la desunión entre los musulmanes» obrando otra vez
cada cual por su cuenta. Abu Bekr con los africanos
y con Ben Alaftas el de Badajoz corrió las fronteras
de Castilla y Galicia recobrando ^pueblos y forta-
lezas ocupadas por los cristianos. El de Sevilla 30 en-
tró por tierra de Toledo y^ tomó las plazas que en
virtud de anteriores tratos habia cedido á Alfonso.
Pasó luego al pais de Murcia , donde encontró una
partida de esforzados españoles que desesperadamenr
te le arremetieron y destrozaron la mitad de su hueste,
forzándole á buscar asilo al lado del gobernador de
lorca. Acaudillaba estos españoles Rodrigo Díaz el
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374 HiSTomiÁ M b8paSa«
Cid, qi6 coü este motivo mlvió á la gracia del rey
Alfonso. Envió el monarca algunos refuerzos al casü-
lio de Aledó (Alib ó Lebit entre lo6 árabes) de que el
, Cid se habia apoderado, y desde donde molestaba
sin cesar las, fronteras del sevHIano. Disgastado éste
del mal éxito de sos operaciones en lo de Morcia y
Lorca , retiróse á Sevilla, y escribió á Ynssnf infor-
mándola de los estragos que los cristianos bacian en
sos tierras , y ponderándole sobre todo lo qne el Cid
hacia por la parte de Valencia. Decíale que los Almo-
rávides no tenian gefe que supiera mandarlos m en-
tendiera la guerra que convenía hacer en España: que
si las atenciones de su gobierno no le permitían ve-
nir, él se encargaria de conducir las banderas muslí-
micas en la península. La impaciencia no le permitió
esperar la respuesta á esta carta, y pasó á Marruecos
con el fin de expóuer de palabra á Yussuf la situación
de España. Esperaba Ebn Abed que le daría el mando
en gefe de los Almorávides, pero Yussuf penetró su
pensamiento y sus intenciones, y después de recibirle
con mucho agasajo le dijo como ia vez primera: «cAlIft
iré yo pronto , y pondré remedio á todos los malea
firrancando de raiz lascau^s que los producen.» Con
eaio Al Motatnid se volvió á España mas apesarado
que satisfecho.
Ea efigcto, al poco tiempo desembarcó Yusauf por
segunda vez en Algeciras (10^8),* donde ya tempe-
raba Ebn Abed con multitud de acémilas y carroSf y
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PAftTB II. uBao 11. 375
mil camellos cargados de provisiones. Escribió desde
alli Yussuf á todos los emires españoles invitándolos á
concarrir á la guerra santa, y señalándoles por punto
de reunión la fortaleza da AlQdo, ó mas bien los cam-
pos que la rodeaban. Concurrieron á esta expedición
los granadinos acaudillados por su rey Abdallah bou
Balkin; los malagueños, por Themin, .hermano de
éñie: los de Almería por Mohammed Al Motacim ; los
de Murcia por Abdelaziz ; los walíes de Jaén» Baza y
Lorca; Ebn Abed el de Sevilla con todos los suyos, y
por últia)0 Yussuf con sus Almorávides. Atacaron los
musulmanes la plazade Aledo con vigor, y Yussuf la
hizo bloquear y batir por todas partes ; en vano se
repitieron los ataques dia y noche por espacio de cuá*
tro meses. La bizarría con que se defendieron los
cristianos hizo inútil toda tentativa, yYusisufyEbQ
Abed fueron de opinión de que se levantara el cerco, ^
y que sería mas ventajoso correr las fronteras de los .
cristianos y hacer incursiones en sus dominios. Túvo-r
se consejo para deliberar; los pareceres fueron diver-»
sos; agrióse la discusión, y Ebn Abed echó en cara á
Abdelaziz el de Murcia, que estaba en inteligencia
con los cristianos ; Abdelaziz , joven acalorado y fo**
goso, echó mano á su alfange para herir á Ebn Abed;
Yussuf hizo prender al agresor y se le entregó á Ebn
Abed con grillos á los pies. Las tropas de Abdelaziz
se amotinaron, y no solo abandonaron el campo, sino
que acantonados en los confines de la provincia interr
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376 HiSTomu ds mpjlHa.
ceptabao las comonicaciones y víveres al mismo ejér-
cito musulmán, haciendo cundir en él el hambre y
la miseria.
Noticioso de estas desavenencias el rey de Castii-
Ha, juntó un ejército y marchó al socorro del castillo.
Al propio tiempo cundió en el campo de Ynssuf lá
nueva de que los de Afranc se dirigían al mismo punto
en auxilio de Alfonso, y todo junto le movió á levan-
tar sus tiendas, y dándose repentinamente á la vela
en Almería, pasó otra veza la Mauritania. Los de-
mas capitanes retiráronse también cada cualá sus
dominios. Alfonso entonces corrió la tierra de Mur-
cia, y convencido de los peligros y dificultades de
conservar una fortaleza enclavada en territorio ene-
migo, hizo desmantelar el castillo de Aledo, donde
tantos intrépidos defensores habian recibido nnamuer*
. te gloriosa, y volvió satisfecho á Toledo.
Pasó Yussuf todo el año siguiente en África, aten-
diendo á los negocios de su vasto imperio. Mas llegó
el año 1090 (483 de los árabes), y las cartas apre-
miantes de Seir Ben Abu Bekr, su lugarteniente en
España , revelándole las intrigas y discordias de los
andaluces^ é informándole de las continuas hostili-
dades de los cristianos en las fronteras musulmana»,,
le movieron á Venir por tercera Vez á España. Ahora
no venia Hbmado por los reyes árabes de Andalucía»
ahora traia Yussuf otras intenciones, y pronto iban á
recoger los mismos que antes reclamaron su auxilio
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FAftTB II. LIBBO II. 377
el froto de su improdente llacnamiento. Desembarcó
Yossof en su ciodad de Algeciras, y á marchas for-
zadas se ppsó sobre Toledo, obligando á Alfonso á en-
cerrarse en la ciudad, devastando las campiñas y po-»
blaciones de sus contornos, y aterrando á las gentes
de la comarca. Pero el hecho de no haberle acompa-
ñado á esta espedicion ningún príncipe andaluz, le
hizo sospechosos los emirea españoles, y estos por su
parte conocieron que no eran ya solo los cristianos
contra quienes iba á desenvainarse la espada del po-
deroso morabita. Eí primero que penetró sus inten-
ciones fué el rey de Granada Abdailah Ben Balkio, y
el primero también contra cuya ciudad se encaminó
Yussuf desde los xampos de Toledo, acompañado de
formidable hueste de moros zenetas, mazamudes, gó-
meles y gazules. Unos dicen que el rey de Granada
le cerró al pronto las puertas^ otros que disimuló y
le recibió como amigo. Es lo cierto que Yussuf, se po-
sesionó de Granada, y que habiendo hecho prender á
Abdailah y á su hermano el gobernador de Málaga
Themin, los envió aprisionados con sus hijos y servi-
dumbre á Agmat de Marruecos, donde les señaló una
pensión para vivir que satisBzo religiosamenle, aca-
bando asi la dinastía de los Zeiritas en Granada, que
babia dominado ochenta años.
^ Fijó Yussuf por alguñ tiempo su residencia en es-
ta ciudad, encantado de sus bosques, sus jardines,
sus aguas, su espaciosa vega, sus aires puros, subri-
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378 HUTOIU DB BStlÜA.
liante sol, y las altas oumbres de aquella sierra cu-
bierta de perpetua nieve. 411i le enviaron los reyes
de Sevilla y Badajoz sus emisarios para felicitarle por
la adquisición de su nuevo estado, que el miedo á
los poderosos conduce casi siempre á la adulación yá
la bajeza. El príncipe africano no permitió á los adu-^
ladoresqoe pisasen los umbrales de su alcázar y los
despidió con enérgica dignidad, harto bochornosa pa-
ra ellos. Esto acabó de descorrer el velo que hasta
entonces hubiera podido encubrir sus intenciones, y
los emires desairados, reconociendo, aupque tarde, su
ftilta y la posición comprometida en que iban á verse,
comenzaron á prepararse á la propia defensa,- y mas
el de Sevilla, á quien principalmente amenazaba la
tempestad (^K
Resuelto habia venido Yussuf á apoderarse de to-
da la España mahometana, arrancándola de manos
que creía impotentes para defenderla, y haciéndola,
como en otro tiempo Muza, una provincia del im«-
perio africano. Con este pensamiento y el de levantar
nuevas huestes de las tribus berberiscas, pasó otra
vez á Ceuta y Tánger, dejando las convenientes ins-
trucciones á Seir Abu Bekr sobre el modo como habia
de manejarse en la ejecución de la empresa. Reuni*
dos pues los africanos que de nuevo envió Yussuf cob
(1) De si en este tienipo hicí^ desavinieron otra vez, hablaremos
ron ílfonso y el Cid uoa incarsion laeso cuando contemos los hechos
hasta la Vega de Granada y allí se del Cid.
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FAftTt if. libmu. 879
los qoe exíaltiaii ya en Espafia, diyidiéroDse los Almo,
ravides en caatro ¿oerpos para operar simoltánea-»
meóte al Este y al Oeste de Granada. El ge&eral en
gefo Aba Bekr marchó en persona al frente de la
mas foerte de estas divisiones contra el rey de Se-*
villa, como el mas poderoso y temible ebemigo. Por-
fiada y tenaz resistencia opuso Ebn Abed; no tanto
por el número de sos fuerzas, que eran inferiores á
las del moro, como por los recursos de su talento.
Pero poco á poco fué perdiendo las plazas de su reino;
Jaén, que fué tomada por capitulación; Córdoba, en
que los afrícaaos hicieron gran carnicería, y en qoe
filé pérfidamente asexuado un hijo de Ebn Abed;
Rondad en que pereció también el mas joven desmi
hijos á manos del mismo ejecutor; Baeza, Ubeda, AU
modovar, Segura, Galatravjai, y por último Carmena,
tomada al asalto por el mismo Seir ^u Bekr y que
acabó de quitar toda esperanza de resistencia á Al
Hotamid reducido ya á los solos muros deSevilla.
Entonces viéndose perdido esteeinir, se humi-
lló á solicitar de nuevo el auxilio de^ rey cristiano
Alfonso, contra quien antes habia llamado á Yussaf
y á sus Almorávides, ofreciendo al rey de Castilia
entregarle las plazas en otro tiempo' conquistadas pa-^
ra dote desn hija Záida, asi como todo lo que en lo
sncesivü con so aynda adquiriese. Y Alfonso, biea^
fuese por consideración y obsequio á Zaida, bien por
que le asustasen ios progresos de los Almorávides^
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380 nimmu d« BSPAftA»
todavía accedió á enviar al inconstante Al Motamid,
olvidando tantos perjuicios y males como por causa
suya había sufrido, un ejército de cuarenta mil in*
fantes y veinte mil caballos, á las órdenes probable»
mente del conde Gormaz <*). Pero habiendo escogida
Ben Abú Bekr sus mejores tropas lamtunas, zenetas y
mazamudesi para que saliesen á batir álos cristianos,
quedaron estos derrotados cerca de Almodovar des-
pués de rudos y sangrientos combates en que pere-
cieron multitud delamtunas ó almorávides.
Privado Ebn Abed de este postrer recurso, estre-
chado mas y mas por él activo representante de Yus-
suf, y acosado por las instancias de los sevillanos que
reducidos al último extremo le aconsejaban la capi-
tulación, consintió en solicitarla, y la obtuvo alcan-
zando seguridad para sí, sus hijos, mugéres y escla-
vos, y para todos los habitantes. Tomó pues posesión
de Sevilla Seir Abo Bekr en la luna de Regeb (setiem-
bre de 1091), é hizo embarcar á Ebn Abed con toda
su familia con destino á la fortaleza de Agmat. Gnan-
do por última vez desde la nave que los conducia por
el Guadalquivir volvieron los ojos hacia la bella ciu*
dad de Sevilla, abierta como una rosa, dice un autor
árabe, en medio de la florida llanura, y vieron des-
aparecer las torres de su alcázar nativo, como un sue-
no de su ' grandeza pasada, todas sus mugeres, sos
(1) 'El conde Gumis, dicen las historias arábigas. ,
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tAATB Ú. LIBEO II. ^ 384
hijúsuipe cambiabaD iipa vida de placeres por las mi-
serias del destierro, saludaron con destrozadores la-
mentos aquella patria qae no habían de ver mas. En
sa cautiverio estuvo siempre Ebn Abed jodeado de
sus hijas» vestidas de pobres y andrajosas telas; pero
bajo aquellos humildes vestidos se descubría su deli*
cadeza y hermosura, y resplandecía en sus rostros la
regía magestad, siendo como un sol eclipsado y cu-
bierto de nubes. Dicen que era tan estremada su po-
breza que llevaban los pies descalzos y ganaban hilan-
do su sustento. Murió Ebn Abed Al Motamid, el mas
poderoso de los emires de España después del imperio,
en su destierro de Agmat miserable y desastrosamente:
triste remate á que le condujo el llamamiento de auxi-
liares extrangeros.
Dueños los Almorávides de Granada, de Górdbba
y de Sevilla, fácil les fué enseñorearse de toda la Es*
pana musulmana. Poco tardó en caer en su poder
Almería, donde tan gloriosamente habia reinado, el
erudito y generoso Al Motacim, teniendo su hijo Izzod-
haula (qué solo reinó después de so padre tres meses)
que buscar un asilo enBugfa (1091). Aun cupo mas
desventurada suerte ¿ Otnar ben Alafias el de Bada-
joz,'' que hecho prisionero con sus dos hijos Fahdil y
Alabbás después de tomada por asalto la ciudad, fue-
ron inhumanamente degollados por orden de Seir Abu
Bekr ^^K Valencia, donde reinaba el antiguo emir de
(4) Doxy, Recberches, iom. I. p. 4tt y 136» qae refiere estot su*
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3S8 UflTOEU M BfllfAiA.
Toledo Alkadir bea INlaúm qajB destronó el rey AU
fooso, Faé toínada también por los Aimoravktes.
Abandonada por los cristianos qae sostenían á Ben
Dilnüm» el cadí de Valencia Ahmed ben Gehaf la en-
tregó á Iqs africanos, y Yahla AJJcadir sacuoibió de-
sabrosamente (1092). Cayeron luego las Baleares en
poder de los naevos conquistadores de África. De esta
manera en menos de tres años tuvo Ynssuf el orgullo
de someter una en pos de otra todas las soberanías
de la España musulmana.
Solo Zaragoza se habia salvado de la universal
conquista. Razones de alta política y de mutuo iote*
res mediaron para que fuese respetada esta parte de
España. Su rey era un príncipe rico, afable ademas
y muy humaiio, querido de sus pueblos y respetado
de los vecinos: sostenia con heroico valor una gran
parte de la España Oriental» en que se comprendian
las importantes ciudades de Medinaceli, Galatayud,
Daroca, Huesca, Tudela, Barbastro, Lérida y Fraga:
dueño del Ebro bajo, de los Alfaques y Tarragona,
enviaba sus naves cargadas de frutos españoles á los
mares y puertos de África, y redbia en retorno mer-*
cederías de Oriente, de la India, de la Persia y de la
Arabia. Yussuf no se atrevió á enojar á tan poderoso
r^y» y Abu Giabr temía por su parte tener por ene-
migo á quien tan multiplicadas victorias y conquistas
cesos con arrezo á los textos de ganas variantes de como los ctten-
B«n Alabar y Ben Alkaüb» CQQ al- ta Conde.
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. VARTB U. UUMO U. 383
iba haciendo. Para coDJarar, pues, la tempestad en-
vió á Yussof presentes de gran valor, qae Aloodaihace
consistir en catorce arrobas de plata, acompañados de
una carta en que solicitaba su alianza y amistad,
y en la cual entre otras cosas le decia: «Es mi reino
«el baluarte que media entre tí y el enemigo de núes-
«tra ley: este antemural es el amparo y defensa de
«los muslimes, desde que reinaron en esta tierra mi»
«abuelos, que siempre velaron en esta frontera para
«que los cristianos no entrasen á las demás provincias
«de España. Será mí mas cumplida satisfacción lase*
«guridad y confianza de tu amistad, y que estés cier*
«to de que soy tu buen amigo y aliado. Mi hijo Ab-
«delmelik te manifestará las disposiciones de nuestro
«corazón, y nuestros buenos deseos de servir á la de-
«fensa y propagación del Islam.» A esta tarta con*
testó Yussttf con otra no menos atenta y expresiva,
ofreciéndole todas las seguridades de ana amistad
sincera y estrecha, con que quedaron ambos reyes
satisfechos y contentos.
Oportunamente hizo esta alianza el rey mahom^
taño de Zaragoza, y falta le hacian los auxilios que
le suministraran los Almorávides, por mas que los
historiadores árabes exageren su poder, porque desde
4088, asi el rey don Sancho Ramirez de Aragón co-
mo don Pedro su hijo no hablan cesado de hostilizar
y talar sus fronteras, le habían toipado á Monzón y á
Huesca, y haciendo por último una violenta irrupción
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384 U8T01IA DB BSFAfÍA.
eo tierras de Zaragoza, se había apoderado el últíma
de estos mooarcas de Barbastro^ babieodo sucumbi-
do mas de cuarenta mil musulmanes en esta guerra
al filo de las espadas cristianáis. Pero con la ayuda «
que recibió de los Almorávides, y gracias ¿ su opor-
tuna alian2;a, no dejó de mejorar su posición y de va«
riar el aspecto de la guerra» como habremos de ver
en la historia de aquel reino.
Quedaba, pues, posesionada de la España maslí-
.Biica una nueva raza de hombres^ los Almorávides
africanos, conquistadores de los mismos qae antes
los habían conquistado á ellos: nuevos, cartagineses
llamados por sus hermanos y convertidos en domina-*
dores y tiranos de los mismos que los habían invo-
cado como protectores y salvadores. Cumplióse la pro-
fecía del walí de Málaga y del hijo de EbnAbed cuando
dyeron: «Ellos nos atarán con sus cadenas y nos
arrojarán de nuestra patria.» Terribles fueron sus
primeros Ímpetus y arremetidas contra los cristianos:
vecemo9 como se desenvuelven de estos nuevos y for-»
midables enemigos.
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CAPITULO 11.
EL aD gaupeador.
Enojo del rey de Castilla con Rodrigo. — Destié^ralo del reino.-^AUanza
del Cid con el rey Al Matamin de Zaragoza. — Saa campafias contra
Al Mondhíf de Tortosa, Sancho Ramírez de Aragón y Eeren-
guer do Barcelona.— Vence y hace prisionero al conde Berengaer:
restituyele Ja libertad. — Acorre al rey de Castilla en un conflicto: se-
párase de nuevo de él.— Correrías y triunfos del Cid en Aragón.—
Sus primeras campafias en Valencia. — Política y mana de Rodrigo
con diferentes soberanos cristianos y m usa Imanes^— Reconcilíase de «
nsevo con el rey de Castilla^ y vuelve á indisponerse k y separar-
se.—Vence segunda vez y hace prisionero á Berenguer de Barcelo-
na.—Tributos que cobraba el Campeador de diferentes principes
y señores.— Sus conquistas en la Rioja.— Pone sitio á Valencia.—
Muerte del rey Alkadir.— Apuros de los valencianos.— Hambre hor-
rorosa en la ciudad.— Tratos y negociaciones.- Proezas del Cid.—
Rendición de Valencia*— Comportamiento de Rodrigo.— Sus discur-
sos á los valencianos. — ^Horrible castigo que ejecutó en el cadi Ben
Gehaf.-»Recbaza y derrota á los almorávides.— Conquista á Mur-
viedro.— Mqerte del Cid Campeador.— Sostiénese en Valencia su es-
posa Jimena. — ^Pasa á Valencia el rey de Castilla, la quema y la
abandona.— Posesiónanse los almorávides de la ciudad.— Aventu-
ras romancescas del Cid.
Resonaba por este tiempo en España la fama de las
proezas y brillaDtes hechos de armas de un caballero
castellano» cuyo nombre gozará de perpetua celebri-
dad, no solo en España y en Europa sino en el mundo»
y que ha alcanzado el privilegio de oscurecer y eclíp-
Toaio lY. 25
' Digitized byLjOOQlC
386 HISTORIA DE ESPAÑA.
sar á tantos héroes como produjo la España de la
edad media. Este famoso caballero era Rodrigo Diaz
de Vivar , llamado luego el Cid Campeador í*\ de
quien ya hemos contado en nuestra historia algunos
hechos, pero cuyas principales hazañas nos propone-
mos referir en este capítulo ^^K ¿Mas cómo adquirió
este personage tan singular prestigio? ¿Cómo se hizo
el Cid el tipo de todas las virtudes caballerescas de la
edad media española? ¿Cómo ha venido á ser el héroe
de las leyendas y de los cantos populares? ¿Es el mis-
mo el Cid de la historia que el Cid de los romances y
de los dramas?
Que desde el siglo XII. hasta el XVI. se mezcla-
ron á las verdaderas hazañas de Rodrigo el Campea-
dor multitud de aventuras fabulosas que inventaron y
añadieron los romanceros , es cosa de que no duda
(1) El Cid, de el Seid, señor.—
El Campeador; equivalente á re*
tador, peleador i de la palabra teu-
tónica champh, duelo y pelea: al-
gunos le hacen síDÓnimo de cam»
peón: entre los árabes cambitor,
camhiatur; los latinos solían lla-
marle campidocttM.-rNombré bá-
sele también Ruy Dias, síncope
de Rodrigo Diaz.
[i) Seria por consiguiente casi
supérfluoadvertir que rechazamos
completamente los desacertados
asertos do Masdeu,que dedicó ca-
si un volumen á^ poner en duda to-
do lo relativo al Cid, y concluyó
con estas temerarias palabras:
aResuita por consecuencia legití*
«ma, que no tenemos del famoso
«Cid ni <]na sola oolicia que sea se-
«f^ura ó fundada, ú merezca lugar
«en las memorias de nuestra na-
ación. Algunas cosas dije de él en
«mi historiado la España árabe....
«pero habiendo ahora examinado
tía materia mas prolijamente, juz-
cgo deberme retractar aun de lo
apoco que dije, y confesar con la
«debida ingenuidad, que de Ro-
«drigo Diaz el Campeador (pues
«hubo otros castellanos con el mis-
«mo nombre y apellido) nada ab-
csolutamcnte sabemos con proba-
«bilidad, ni aun su mismo ser ó
«existencia.» (Refotaciorí* critica
de la historia leonesa del Cid, pá-
gina 370.)— Sentimos que tales
palabras hayan sido estampadas
por un español, y mas por un es-
panol erudito, v amaiíte por otra
parte de las glorias españolas» á
veces hasta la exageración.
Digitizedby Google '
PAm II. LIBBO II.
387
ya ningan crflicoi El deslindar la parte verdadera y
derla de la ioventada y fabulosa» ha sido trabajo qae
ha ocupado por mucho tiempo á los críticos mas era-
ditos, sin que hasta ahora haya sido posible fijar con
exactitud la línea divisoria entre la verdad y la fá<^
bula. Felizmente los modernos descubrimientos, espe-
cialmente de memorias y manuscritos árabes , y su
cotejo y confrontación con los documentos latinos y
castellanos debidos á celosos escudriñadores de nues-
tras bibliotecas y archivos» permiten ya descifrar con
mas claridad, si no con entera luz , lo que acerca
de este célebre personage puede con certeza ó con
probabilidad adoptar la historia y lo que debe quedar
al dominio de la poesía. No vamos sin embargo á ha-
cer una biografía del Cid » sino á referir la parte de
sus hechos que tiene alguna importancia histórica,
por los documentos arábigos y españoles que hasta
ahora han llegado á nuestra noticia ^^K
(I) TomamosL,
gaiaen esta materia a) doctor
zy, que en sus in? estigacioDes so-
bre ia historia literaria y política
de España en la edad media, dos
Sorece babor reunido mas copia
e datos sobr^ el Cid que niogUD
otro eserTCdrque conozcamos, y en
locualcreemds ba hecbo uo nota-
ble servicio ata literatura históri-
ca espafiola. Las últimas cuatro-
cientas páginas de su primer tomo
en4.o las dedica á hablar del Cid.
Loa documentos mas antiguos
que dan noticia del Cid son: un
manosccito árabe de Ibo Bassáo,
escrito en 4 4 09, que copia el refe-
rido autor: elPoama del Cid. que
suponen machos compuesto bacía
la mitad del siglo XII: una crónica
escrita^eo el Mediodía de la Fran-
cia bácíá el año 4 U4 : del siglo XUl
son la crónica de Burgos, los Ana-
les toledanos primerofi, el Liber
Begum, los Anales compostela-
nos, las Crónicas de Lucas de Tay
y del arzobispo don Rodrigo, que
dan escasas noticias sobre ei Cam-
Epador:la Crónica general atri-
uida ¿ don Alfonso el Sabio, y las
crónicas é historias de los siglos
siguientes, quo adoptaron las no-
ticias de lasqoelas babiao prece-
dido. En 479Í publicó el ilustrado
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388 HISTOBIA PE BSPAÑA.
Hémosle visto ya distíngoirse como gaerrero bajo
las banderas del rey don Sancho él Fuerte de Castilla
en los combates de Llantada y Golpejares y en el
cerco de Zamora. Hémosle visto en el templo de Santa
Gadea de Burgos tomar al rey Alfonso aquel célebre
juramento que tanto debió herir el amor propio del
monarca castellano. Bien que éste disimulara al pronto
su enojo, es lo cierto que no le perdonó la ofensa, y
que mas adelante le desterró de su reino, á cuyo acto
P. Risco un libro con el tjlulo de
La Castilla y el mas famoso caste-
llano, de un manuscrito latino en
4.0 que halló en la Biblioteca de
San Isidro de León, y que conte-
nia entre otras cosas una antigua
historia del Cid que llevaba por tí-
tulo; Hic incipit gestada Roderíci
Campidocli. El célebre historiador
déla confoderucion suiza, Juan de
MuUer, que publicó en 1805 eo
alemán una historia del Cid, admi-
tió como auténtica la latina y tomó
como buena fuente histórica el
Poema del Cid. Masen aquel mis-
mo año publicó Masdeu el volu-
men 20 do su Historia sritica de
España^ en que se propuso probar
que el manuscrito de Leoo era
apócrifo, concluyendo por negar,
ó al menos por poner en duda bas-
ta la existencia del Cid. Huber, eo
su historia del Cid publicada en
4829, cree en la autenticidad de la
de Risco. La muerte impidió á e-;te
contestar á Masdeu. El ¡lastrado
P. La Canal, continuador como
Risco déla España Sagrada, habia
escrito una refutación ¿ la critica
de Masdeu, que no se publicó, en-
tre otras razones, por haber muer-
to el crítico jesuíta. El señor Quin-
tana escribió la vida del Cid. Ha-
blan de él ademas no pocos histo-
riadores árabes citados ó traduci-
dos por Conde, Gayangos y Dozy.
El primer instrumento público
en que sepamos pusiera su firma
el Cid es el privilegio de Fernan-
do el Magno dado á los monjes de
Lorbaon cuando conquistóá Goim-
bra, cuya copia tenemos á la
vista, y que citamos en nuestro
capitulo 33 del anterior libro: há-
llase ademas en varios documen-
tos del rey don Sancho de los anos
1068, 4069, 4070 y 4072: en la
Carta de Arras para su contrato
de matrimonio con doña Jímena en
4074, que publicó Sandoval en los
Cinco Reyes: se ve también la ñr-
ma de Rodrigo Diaz en el Fuero
de Sepúlveda de 1076, y en otros
muchos instrumentos de aquel
tiempo. Su carta de arras es uu
documento-notable.
«En el nombre de la ^anta ó
indivisible Trinidad, Padre, Hijo y
Espirito Santo, Criador de todas
las cosas visibles ó invisibles, un
solo Dios admirable y rey eterno,
como saben muchos y pocos pue-
den declarar. Yo, pu^, Rodrigo
Diaz recibí por muger á Ximena,
hija de Diego, Duque de Asturias.
Quando nos desposamos prometi
dar á dicha Xímena las villas aquí
nombradas, hacer de ellaa eacri-
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?AETB II. LIBRO II. 389
acaso DO fué agena la familia de Gareía Ordoñez, ene-
migo de Rodrigo. Pasó entonces el de Vivar á tierras
de' Barcelona y Zaragoza y comenzó á guerrear por
su cuenta. El rey mahometano de Zaragoza Al Mok*
tadir babia dividido sus estados entre sus dos hijos
Al Mulamín y Al Mondbir» llamado también Alfagib:
el primero obtuvo ¿ Zaragoza , el segundo á Lérida»
Tortosa y Denia. Habiendo estallado la guerra entre
los dos hermanos, Al Mondhir hizo alianza con Sancho
tara y señalar por fiadores al Con-
de doQ Pedro Ássurez y al Coade
don García Ordoñez de que son
ciertas las herencias que ten^o en
Castilla. Es á saber la hacienda
que tenso on Cavia y la porción de
la otra Gavia, que fué de Diego
Velazquez, con las que tengo en
MazuUo, en Villayzan de Gande*
muüio, en Madrigal, en Villasan-
ces. en Escobar, en vGriialva, en
Luaego, en Quintanilla de Mora-
les, en Boada, euManciles,eo Vi-
llágalo, en Villayzan de Trevino,
en Villamayor, en Villahernando,
en Vallecillo, en Melgosa y otra
parte de Boada, en Alcedo, en
Fueoterevilla, en Santa Cecilia, en
Espinosa, en Villanuez y la Nuez,
en Quintana Laynez, en Víllanue-
▼a, euCerdmos,eoBivar, en Quin-
tana Hortuño, en Huseras, en Per-
quorino,enUbieroa, en Quintana-
montana, en Moradilto con el mo-
nasterio de San Cebrian de Val-
decañas, en Laimbistia.Doyte to-
das estas villas, en que no se cuen-
tan las que sacaron Alvar Fañez y
Alvaro Alvarez mis sobrinos, con
todar* sus tierras, viñas, árboles,
prados, fuentes, dehesas y molinos
con sus entradas y salidas. Todo
esto os doy y otorgo en arras á
Tosmimuger Xímena, conforme
al fuero de León, y según hemos
acordado entre nosotros, con titu-
lo de filiación y prohijación. Ade- .
mas de esto te doy todas las de-
mas villas y heredades fuera de
las aqui espresadas , en donde
quiera que yo las tenga, y tú las
puedes haber enteramente, asi las
que al presente tenemos, como las
que pudiésemos adquirir por ra-
zón de esta prohijación, i si yo
Rodrigo Diaz muriese &ntes que
vos mi muger Ximena Diaz, y
permanecieres en estado de viu-
da goces de dichas villas en titu-
lo y prohijación, como arras pro-
pias, con lo demás que dejare y
quedare en mi casa de bienes,
pueblos, ganado, cavallos, cava-
Uerias, armas y ajuares de casa:
de modo que sip tu voluntad no se
dé cosa alguna, ni á hijos ni á
otra persona: y después que mu-
rieses lo hereden los hijos que na-
ciesen de nuestro matrimonio. St
sucediere que ^o Ximena Diaz to-
mare otro mando pierda el dere-
cho á todos los bienes, que por es-
ta prohijación y arras reciño y la
hereden los hijos gue nacieren de
nuestro matrimonio. Asimismo yo
Ximena Diaz prohijo á vos Rodri-
go Diaz mi marido de estas mis
arras, de todos mis muebles y
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890
BI8TMIA ra BSVAftA.
RamireZt rey de Aragón y de Navarra » y con Beren-
guer Ramón IL de Barcelona ; peleaba Rodrigo Diaz
en favor de Al Mutamin. Entró el Cid en Monzón á la
vista del ejército de los aliados» por mas que Sancho
hubiera jurado que nadie tendría la audacia de ha-
cerlo. Después de lo cual dedicóse con Al Mutamin á
reedificar y fortificar el viejo castillo de Almenara,
entre Lérida y Tamariz. Acudió á sitiar esta fortaleza
el conde Berenguer» junto con los de Gerdana y Urgel,
y con los señores de Vicb, del Ampurdan, del Rose*
cuaDto heredare* esto es, villas,
oro, plata, heredados, cavallerías»
armas y alhajas de casa. T si su-
cediere que yo Ximooa Diaz mu-
riere aotes que yos Rodrigo Diaz
mi marido, es mi voluntad here-
déis toda mi hacienda como qaeda
dicho y seáis duefio de toda ella y
la podáis dar é quien gustaseis
después de mi muerte y después
la hereden los hijos que de noso-
tros hayan nacido, lo cual otorgo ^
prometo yo Rodrigo Díaz á vos mi
esposa, por el decoro de vuestra
hermosura y pacto de matrimonio
Tírginal. También nosotros los di-
chos condes Pedro hijo de Assur y
García hijo de Ordeño fuimos y se-
remos fiadores. Por tanto yo el
dicho Rodrigo Diaz otorgo esta
carta á vos Ximena Diaz, y quiero
que sea firme sobre toda la ha-
cienda nombrada y prohijación,
que entre nosotros hacemos para
que la gocéis y disponíais de ella
a vuestra voluntad. Si alguno en
adelante, asi por mi como por mis
parientes, hijos, nietos, estrenos ó
herederos, oontra viniere á esta es-
critura, rompieren ó instaren á
romperla, el tal quede obligado á
pagar dos ó tres veces doblado; y
lo qu4 ae hubiese mejorado; y pa-
gue al fisco real dos talentos de
oro y vos lo gocéis perpetuamen-
te. Fué hecha esta carta de dona-
ción y prohijación en 49 de julio
deiaera44%2,queesteañode4074.
Nosotros Pedro Conde y García
Conde, que fuimos fiadores, oimoa
leer estacarte, la confirmamos con
nuestras manos. En nombre de
Cristo, Alfonso rey por la gracia
deDios, Urraca Fernandez Elvira,
hija de Fernando juntamente con
mis hermanos, Conde Nudo Gon-
zález, conf. conde Gonzalo Salva-
dores coof. Diego Alvarez, Diego
González, Alvaro González, Alva-
ro Salvadores, Bermudo Rodrí-
guez, Alvaro Rodríguez, Gutierre
Rodríguez, Rodrigo González, paje
de lanza del rey, Munio Diaz, Gu«
tierre Nuñiz, Froyla Mufiiz, Fer-
nando Pérez, Sebastian Pérez, Al-
varo Añiz, Alvaro Alvarez, Pedro
Gutiérrez, Diego Gutiérrez, Diego
Maurel, Sancha Rodriguez, Tere-
sa Rodríjguez. Fueron Testigos
Anaya, Diego y Galiodo.»
Era Rodri(;o hijo de Diego Lai-
nez, descendiente de Lain Calvo,
uno de ios jueces de Caatilla; y
Ximena lo era de DiegOi conde do
Asturias.
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PARTB U. UBEO II. 391
IIoD y de Garcasona. Sancho Ramírez de Aragoa aa-
daba por otra parle ocupado. Prolongábase el cerco,- ^^^^^
y comenzaba á faltar el agua á los sitiados (1081).
Notició Al Mutamin áRodrigo, que se hallaba entonces
en la fortaleza de Escarpa, en la confluencia delSegre
ydelGinca, la apurada situación en que se veía ia
guarnicionde Almenara. Quería el musulmán que Ro
drigo atacara á los sitiadores, mas el castellano pre*
fírió ofrecer á los condes catalanes cierta suma de di-
nero á condición de que levantaran el asedio, propues-
ta que rechazaron los catalanes con indignación. Irri-
tado con este desaire el Cid, los atacó, acuchilló gran
número de ellos, ahuyentó á los demás, hizo prisionero
al conde Berenguer de Barcelona, y partió con el or-
gullo del triunfo á Tamariz, donde presentó su ilus-
tre prisionero á Al Mutamin, y de alli á Zaragoza, si
bien á los cinco dias de retenerle en su poder le de*
volvió, al decir de la crónica, su libertad ^^K Premió
Al Mulamin al Campeador con muchos y ricos do*
nes y alhajas, y le dio mas autoridad que á su pro-
pio hijo, de suerte que era el Cid como el señor de
(4) Gesta Gomit. Barcío.p. 20. desaveneDcias entre el castellano
—Según el Poema del Cid^ Ro- y el barcelonés que el poeta ia-
drigo había estado antes en Bar- dicó en los siguientes versos, pues-
celona, donde debieron sobrevenir tos en boca del conde:
Grandes tuertos me tione mío Cid el de Bibar:
Dentro en mi Cort tuerto me tobo arant:
Firiom* el sobrino é non lo enmenaó roas.
Y hablando de la batalla añade:
Hy ganó á Colada, que mas vale de mili marcos de plata.
Frisólo al conde, para su tierra lo lebaba:
A stts creenderos mandarlo guardaba....
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392 oíSTouA BB espaKa.
todas las tierras pertenecientes al reino de Zaragoza.
Cuando en 1083 el gobernador de Roda Albofalac
se rebeló contra Al Mutamin y proclamó soberano á su
tío Almudhaffar, este pidió ayuda al rey don Alfonso,
que le envió á su primo el príncipe Ramiro de Navarra
con el conde Gonzalo Salvadores de Castilla y muchos*
otros nobles que conduelan una respetable hueste. No
contento con esto Almudhaffar, suplicó al rey de Cas-
tilla que fuese en persona. También le complació en
esto Alfonso y permaneció algunos dias en Roda. Mas
como después de su partida hubiese muerto Almudha-
fTar, trató Albofalac con el infante Ramiro» y ofrecién-
dole entregar la plaza á Alfonso rogó á este que pa-
sase personalmente á posesionarse de ella. Por fortuna
receló el monarea de tan generoso ofrecimiento y dis-
puso que entraran sus generales delante de él. La sos-
pecha era harto fundada. Al entrarlas tropas de Castilla
una lluvia de piedras descargó de improviso sobre los
cristianos; muchossucumbieron victimas de aquella trai-
cio, y entre ellos el conde Gonzalo Salvadores, nom-
brado Cuatro-Manos , cuyo cadáver fué trasportado á
Oña (1084). Triste y apesadumbrado se hallaba en su
campo el rey Alfonso, cuando noticioso el Cid de aquel
desastre pasó á unírsele desde Tudela. Recibióle be-
névolamente el monarca , y le manifestó su deseo de
que le siguiera y acompañara á Castilla. Hízolo asi
Rodrigo. Mas como no tardase en penetrar que no se
habia extingido aun la desfavorable prevencioa del
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PAETB n. UBRO n. 303
rey hacia su persona , separóse otra vez de él y se
volvió á Zaragoza.
EDComendóie entoaces Al Matamin que hiciese
algunas incursiones por tierras de Aragón. Rápidas
como el relámpago y abrasadoras como el rayo eran
estas correrías que el Campeador hacia con sus han*
das» y antes regresaba él cargado de prisioneros y de
botín que tuvieran tiempo sua enemigos para aperci-
birse de ello cuanto mas para . prepararse á resistir
sus acometidas. Entróse después por los dominios de
Al Mondhir Alfagib, taló y devastó sus campos, puso
sitio á Morella , y reedificó y fortificó el castillo de
Alcalá de Ghivert. Invocó Al Mondhir el auxilio de su
aliado Sancho Ramírez: asentaron los dos príncipes
sus reales en los campos del Ebro, desde donde in-
timó Sancho á Rodrigo Diaz que evacuara el ternto-
rio de Al Mondhir. ^ venis, contestó el arrogante
castellano» con intenciones pacíficas, os dejaré el paso
libre, y aun os daré ciento de mis guerreros para qae
os escolten y acompañen : pero yo no me moveré de
donde estoy.>lCon esta respuesta marcharon Sancho
y Al Mondhir ¿ontra Rodrigo que los esperó á pié fir*
me. Empeñóse el combate: larga y reñida foé la
pelea : pero el guerrero castellano derrotó al fin y
deshizo las huestes de los dos monarcas , cristiano y
musulmán , que ambos se salvaron por la fuga. Per-
siguiólos el Campeador y logró hacer prisioneros dos
oüi soldados con multitud de nobles aragoneses : con
V
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394 BtfTOEU 0B UFAÜA.
estos y con un iomenso botín se volvió á Zaragossat
donde Al Mutamin le colmó nuevamente de honores.
Otro campo se abrió después al hazañoso castella-
no* El nuevo teatro de sus proezas había de ser Va-
lencia. Reinaba intranquilamente en esta ciudad el
desgraciado Yahia Aikadír ben Dilnüm , á quien Al-
fonso había arrojado de Toledo. Gracias á las tro-
pas castellanas que guarnecían á Valencia manda-
das por Alvar Fañez, aunque costeadas por Alka-»
dir^ había podido este irse sosteniendo contra pro-
pios y estraños enemigos. Sin embargo habia perdido
á Játiva que su gobernador entregó á Al Mondhir , el
rey de Lérida, de Tortosa y de Dehia, hermano del de
Zaragoza. Al Mondhir habia hecho ya algunas tenta-
tivas para apoderarse de la mi^ma capital, y aunque
infructuosas, los valencianos tenían el triste presen-
timiento de que Valencia se habría de perder por Al-
kadír como Toledo. En tal estado ocurrió la famosa
irrupción de los Almorávides y la terrible y funesta
derrota de Alfonso VL en Zalaca que dejamos referi-
da en el anterior capitulo. Alfonso habia llamado i
Alvar Fañez de Valencia» y privado Alkadirde su
único sosten y apoyo hizo allana con Yussuf el gefe
de los Almorávides, emancipándose del soberano de
Castilla. Mas como Ynssuf volviese á África y el Cid
hubiera ahuyentado á los Almorávides de Hnrcia»
encontróse otra vez el de Valencia abandonado y solo:
sn rival Al Mondhir se presentó con poderosa hues-
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rim u. uno ii* 305
te al pie de los muros de la ciudad: en tal apuro vol-
vió otra vez Alkadir los ojos hacia Alfonso de Castilla,
cuyo auxilio reclamó, como igualrneute el de Almos*
, tain de Zaragoza » que babia sucedido á su padre Al
Mutamin, y coa quieo el Campeador cootinuaba en la
misma amistad y alianza que con su padre. Concerta-
ron entonces Almostaín y Rodrigo ayudarse recípro**
camente para conquistar á Valencia, á condición da
que la ciudad habría de ser para Almostaín , el botío
para Rodrigo todo»
Noticioso de esta confederación y de este proyec**
to Al Mondhir apresuróse á levantar el sitio, y los
dos aliados se presentaron delante de Valencia. Dié*
les Alkadir cumplidas gracias, considerándolos como
atentos auxiliares é ignorante de sus ulteriores desig*
nios. Mas cuando el de Zaragoza recordó al Cid so
promesa de ayudarle á conquistar á Valencia, res-
pondióle el castellano que aquel proyecto era irreali-
zable porque Alkadir era on vasallo del rey de Cas-
tilla, y que quitársela á Alkadir equivalía á quitar*-
sela á Alfonso, so soberano , á quien él no pedia fal*^
tar: contestación que dio al traste con todas las ilu-
siones de Aimostain , el cual se retiró desazonado á
Zaragoza. Manejóse entonces el Cid con la maña y
astucia de un gran político. Mientras con buenas pa-
labras entretenía por un lado á Alkadir el de Valen^
cia, por otro á Al Mondhir el de Lérida, y por otro á
Aimostain el de Zaragoza , hablando i cada cual en
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396 msTORU bb bspaKa.
el sentido que halagaba mas sos intereses, aseguraba
y protestaba ai rey de Castilla que, vasallo sayo ca«
mo era, ni obraba ni guerreaba sino en el interés de
su soberano: que su objeto en enflaquecer y debilitar
á los moros; que la hueste que mandaba la sostenía á
costa de los infieles y nada le costaba al rey, á quien
pensaba hacer pronto dueño de todo aquel país. Sa-
tisfecho con esto Alfonso permitióle retener bajo sa
mando aquel ejército, y comenzó el Cid á hacer por
la comarca de Valencia aquellas atrevidas excursio-
nes que al propio tiempo que le proporcionaban pro-
veer al mantenimiento de su gente, difundían el es-
panto y el terror entre los mahometanos (1089).
Convencido ya el de Zaragoza de que para tomar
á Valencia no podia contar con el Cid, trató confieren-
guer de Barcelona, á quien halló mas propicio, tanto
que seguidamente vino el barcelonés á poner cerco á
aquella ciudad tan codiciada de todos. Era esto á la
sazón que Rodrigo habia pasado á Castilta á confe-
renciar con el rey Alfonso sobre sus proyectos y ope-
raciones» Recibióle bien el monarca y le dio el domi-
nio y sefiorío de todos los pueblos y fortalezas que
conquistara á los musulmanes. Guando regresó hacia
Valencia el Campeador con una hueste de siete mil
hombres que entonces acaudillaba , no se atrevió el
conde Berenguer á esperarle , y levantando el cerco
tomó la vuelta de Barcelona, contentándose sus sol-
dados C(m dirigir amenazas é insultar á los del Cid,
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PARTE IK LIBEO II. 397
el cual no quiso atacarlos por cousideracíoo al pareo-
tesco que unía á Berenguer de Barcelona con Alfonso
dé Castilla su soberano ^*). Prometió á Alkadir el de
Valencia que le protegería contra todos sus enemigos,
moros ó cristianos , y pactó con él que llevaria á la
ciudad el botin que recogiera en sus «espediciones, y
en cambio el de Valencia le asistiría á él con mil di-
nares mensuales. Emprendió de nuevo Rodrigo sus
correrías por el pais , y obligó á los alcaides de las
fortalezas á pagar á Alkadir el tributo que acostum-*
braban.
Una nueva complicación vino á indisponer otra
vez al Cid con su soberano. Guando en 1090 Yussuf
con sus Almorávides y con los árabes andaluces fué
á atacar el castillo de Aledo, Alfonso avisó ¿ Rodrigo
para que acudiera al socorro de los sitiados. Por una
fatal combinación de circunstancias , y acaso mas por
culpa de Alfonso que de Rodrigo, no pudo este incor-
porarse oportunamente al ejército cristiano. Valiéron-
se de esta ocasión sus enemigos para acusar al Cid de
traidor á su rey, imputando su retraso á intención de
comprometer el ejército de Castilla y de proporcionar
un triunfo á los sarracenos. Por inverosímil é injusti-
ficable que fuese la acusación, el monarca, siempre
prevenido contra Rodrigo Diaz, ó dio ó aparentó dar
Qrédito ¿ los denunciadores, revocó el derecho de se-
(4) Sin duda por alguna de las oriundas de Francia como las con
osposas do este último, casi todas desas de Barcelona.
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398 aiSTMIA DB BSrAKA.
norfo que le babia dado sobre las forlaleays qae con-
quistara, le privó hasta de las posesiones de su pro-
piedad» é hizo poner en prisión á sa esposa y sos hi-
jos. Noticioso de tan doras medidas» despachó el Cid
uno de sos caballeros para qae le justificara ante el
rey Alfonso ofreciendo probar sd inocencia en duelo
judicial. Desoyó el monarca la proposición. Devolvió-
le, no obstante, la esposa y los hijos prisioneros» mas
no satisfecho con esto el Cid» le envió cuatro justifica-
ciones» cada una en términos diferentes: nada baa-
tó á ablandar el ánimo del injustamente enojado
monarca.
Volvió entonces el Campeador á guerrear por su
cuenta. Desde Elche donde se hallaba partió siguien-
do la costa. En pocos días rindió la guarnición de Po-
lop» donde se apoderó de una cueva en que babia
custodiado un tesoro de inmensas riquezas en dinero
y en telas preciosísimas. Pasó el invierno en las in-
mediaciones de Denla. Desde Orihuela hasta Jáliva no
dejó un solo muro en pie. El botín vendíalo en Valen-
cia con arreglo al tralo hecho con Alkadír. Marchó
después con todo su ejército contra Tortosa» taló la
comarca y se apoderó de Mora. Su antiguo enemigo
Al Hondhir» rey de aquella tierra, acudió de nuevo á
Berenguer de Barcelona » suplicándole le ayudara á
desembarazarse del importuno guerrero castellano.
Berenguer que deseaba también vengar las humilla-
ciones que habia recibido del Cid» púsose cod grande
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PARTB 11. LIBIO n. 399
ejército sobre Calamocha , y aun l(^ó hacer entrar
en la confederación al rey de Zaragoza Almostain.
Eran ya tres principes, dos mosalmanes y uno cristia-
no, conjurados contra Rodrigo solo, y sin embargo,
todaría quisieron comprometer al rey de Castilla á que
los ayudara á humillar al altivo y formidable castella*
no, lo cual no consiguieron.
Hallábase el Cid acampado en un valle circunda-
do de altas montañas, coando Almostain, que sin du-
da quería congraciarse con Rodrigo, le avisó que iba
á ser atacado por el barcelonés* «Pues bien, le con-
testó en una carta el de Vivar, aquí le esperaré, y os
ruego que le ensenéis esta carta.n Vivamente picado
el de Barcelona escribióle á sa vez diciendo'que espe«
rara su venganza; que si creia que él y los suyos eran
mugeres, pronto le haría ver lo contrarío ; que si se
atrevia al dia siguiente á dejar sus montañas y com-
batir en el llano, entonces le tendría por Rodrigo el
guerrero, el Campeador, mas si lo rehusaba ó esquí*
vaba le tendria solo por traidor y alevoso. A tales
denuestos contestó sobre la marcha Rodrigo, hacién-
dole ver que no le intimidaban sus bravatas, y que si
hasta entonces no le h^bia atacado agradeciéralo á la
consideración que habia querido guardar al rey Al-
fonso su soberano; pereque en la llanura le encon-
traría í*J. En su consecuencia , hizo el conde Beren-
0) Gesta Comit. Barcín.— La f^íoa 4S$.
Gasllila y el iiMiafiffloao oaaUllano,
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400 flUTOEU DB BSPAfÍA.
gaer ocupar de noche y con sigilo las montañas que
se levantaban á espalda de los reales del Cid, y al
rayar el alba se precipitaron los catalanes en el va-
lle. El de Vivar que no estaba desprevenido, salió im-
petuosamente á su encuentro y arrolló la vanguardia
de Berenguer, si bien el Cid cayó herido del caballo
en términos de no poder pelear. Pero sus intrépidos y
leales castellanos prosiguieron combatiendo tan brío*
sámente, que después de hacer grande mortandad en
los catalanes condujeron prisionero al pabellón de
Rodrigo al conde Berenguer con varios otros nobles
catalanes y cinco mil soldados mas.
Humillado y confuso él condOt fué al principio
duro y ásperamente tratado por su vencedor , que ni
siquiera le permitió tomar asiento á su lado en la
tienda* Mandó^que le tuvieran bien custodiado fuera
del recinto de los reales , pero que ni al ilustre pri-
sionero ni á los suyos les escasearan la despensa.
Inútil era el obsequio para quien con el disgusto y el
bochorno de la derrota estaba mas para pensar en lo
amargo y desabrido de su suerte que en lo sabroso y
dulce de la vianda ^^^ Dolióse al fin el Cid de la pe-
: (4) Esta esceoa de la comida pió tiempo qae con una vivacidad
está pintada en el Poema con una sumamente dramática,
senoulezrada y enérgica, al4)ro-
k Mío Cid non Rodrigo grant cocinal adobaban:
El Conde Don Remont non golopresia nada.
Adiscenle los comeres, delante selos paraban:
El non lo quiere comer, á todos los rasooaba.
«No combré on bocado por quanto ha en toda España:
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PARTE \U LIBRO II. ' 404 '
Badumbre del barcelonés, y díóle libertad á los pocos
dias^ como ya en otra ocasión lo habia hecho, no sin
recibir ahora por premio del rescate lá enorme suma
de ochenta mil marcos de oro de Valencia. Los demás
prisioneros ofrecieron también por el sayo crecidas
cantidades, y bajo palabra de aprontarlas se les per-
mitió ir á sos tierras: cnmpliéronlo ellos, volviendo
cada cual con lá suma, que le correspondía , y como
algunos no hubiesen ppdido reuniría, llevaban sus
hijos ó «as padres en rehenes hasta salisfacer.el resto.
Admirado el Cid y aun enternecido de tanta lealtad,
quiso corresponder á ella generosamente y declaró á
todos libres sin rescate alguno.
Despoes de esta victoria, llamada de Tobar del
Pinar, el Cid estuvo algún tiempo enfermo en Daro -
ca, desde cuyo punto envió mensageros al rey de
Zaragoza Almostaín, y como se hallase con él en esta
ciudad el vencido y rescatado conde de Barcelona,
envió á decir á Rodrigo por los mismos mensageros
Antes perderé el caerDO é dexaré el alma,
' * calzad
e^ deste pan é beoed deste vino:
Si lo qué digo ncióredes, saldredes de cative:
Puea que tales malcalzados me vencieron de batalla.»
Mió Cid Ruy- Diaz odredes lo que dixo;
Sinon en todos vuestros dias non veredes Gbristianismo yt
Quando esté oyó el conde yes iba alebrando:
«Si lo ficiéredes, Cid, lo que avades fablado.
Tanto quanto yo viva dend seré maravilIado.j>
—«Pues comed, conde, ó quando fueres yantada,
A vos é á otros dos darvos be de mano....»
Alegre es el ponde, ó pidió agua alas manos....
tDel día que fui Conde, non yantó tan de buen grado, .
El sabor que dend' be non será olvidado....»
Dánle tres palafrés muy bien ensellados.... etc.
Tomo it. ' 26
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402 HISTOEIA DE ESFAÜA.
que deseaba ser su amigo y valedor. Despreció al
pronto el Cid rudamente la oferta, y solo á instancias
de sus compañeros de armas que le expusieron tao
ser acreedor á tan tenaz encono quien tanto se humi-*-
liaba después de vencido y despojado, consintió en
aceptar la alianza de Berenguer, el cuál pasó alegre
y contento á darle las gracias^ y poniendo una parte
de sus dominios bajo la protección del de Vivar^ baja-
ron juntos hacia la costa, y acampando el Cid enBur-
riana, tomó Berenguer la vuelta de Barcelona.
La derrota del conde Berenguer causó tal pesa-
dumbre á su aliado Al Mondbir el de Tortosa, que de
ella enfermó y murió af poco tiempo, dejando un hijo
de corta edad bajo la tutela de los Beni-Bétyr, de los
cuales el uno gobernó á Tortosa, el otro á Játiva y el
tercero á Denía. Comprendieron estos la necesidad de
aliarse con el Cid, y obtuviéronlo á costa de un tri-
buto anual de cíncaenta mil dinares. De modo que en
aquel tiempo cobraba el Campeador, ademas de estos .
cincuenta mil dinares, y de los doce mil que le pa-
gaba el de Valencia, otros diez mil del señor de Al-
barracin^ diez mil del de Alpuente, seis mil del de
Marvíedro, seis mil del de Segorbe, cuatro mil del de
léríca, y tres mil del de Almenara. Con tales rique-
zas y tales tributos no.debia apesadumbrarle mucho
que Alfonso le hubiera despojado de sus estados y
bienes:
Sitiaba Rodrigo á Liria .en 1099li cuando recibió
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PAATB II. U9E0 II. 4t)3
cartas de la reina Constanza de Castilla y de $as anoii-
g08 en qae le rogaban diese ayuda y mano á Alfonso
en la expedición que preparaba á Andalncia contra
los Almorávides, asegurándole que asi volvería á
entrar ea la gracia de su rey. Galante el Cid y obse-
cuente á la voz de su soberana, dejó á Uria cuando
estaba á punto de rendirse y se incorporó al ejército
expedícionarío de Castilla. Mas como Alfonso sentase
su campo en las montañas de Granada, y el Cid para
protegerle avanzara al llano de la vega, vio en esto
el monarca castellano, siempre receloso del Qd, un
rasgo de personal presunción, que los envidiosos cor-
tesanos no se descuidaron tampoco en representar
como tal; asi cuando volvían á Toledo, no bien tra-
tados por los africados, al paso por Ubeda dirigió el
rey á Rodrigo palabras ásperas y de enojo, y aun
dejó entrever sa intención de arrestarle. Calló el Cid
y disimuló; mas durante la Boclie levantó su campo
y se volvió á tierra de Valencia. Muchos de los suyos
se quedaron entonces en las banderas de Alfonso.
Nada, sin embargo, arredraba, al Campeador.
Cuando llegó á Valencia, el rey Alkadir padecía una
grave enfermedad, y el Cid era quien de hacho do*^
minaba alli. Pero hallábase mal Rodrigo conel reposo.
Salió, pues, para Morella, y cuando de aqui se díri*
gia á atacar á Borja, recibió aviso de Almostain el de
Zaragoza que le rogaba le amparase contra Sancho
Ramírez de Aragón que se iba appderando de sus
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404 HI8T0RU DB BSPAÍIa*
dominios. Mudó el Cid de rambo y se faé á Zaragoza 4
Costóle al aragonés, sí quiso evitar el venir á las ma-
nos con el Campeador» solicitar un acomodamiento con
él, que el Cid aceptó á condición de que no molesta-
ra mas á Almostain. Sancho regresó á sus estados, y
el Cid se quedó ^n Zaragoza.
^Habia aprovechado el rey Alfonso la ausencia de
Rodrigo para sitiar á Valencia, de acuerdo con los
genoveses y pisapos que con sus naves le habían de
apoyar por la parte del mar. Desgraciadamente ocur-
rieron entre los sitiadores desavenencias que obliga-
ron á Alfonsea volverse á Castilla. El Cid 'en tanto
habíase dirigido á la Rioja, y apoderádose de Alberi-
te, de Logroño y de Alfaro. Hallábase en ésta última
fortaleza» cuando el conde gobernador de Nájera
García Ordoñez le envió unos mensageros para inti-
marle que permaneciera allí siete días solamente^ al
cabo de los cuales se vería con él en batalla. Contes-
tóle el Cid que quedaba esperándole; pero en vano
aguardó los siete diasque su retador deseaba. Eicon*
de Ordoñez» después que hubo juntado su ejército»
volvióse desde el camino sin atreverse á medir sus
armas con las del Campeador» el cual acabando de
talar aquellos campos» tomó otra vez la vuelta de
Zaragoza.
Entreta\ito habían ocurrido en Valencia sucesos
de la mayor gravedad. los Almorávides se habían
apoderado de Murcia, de Denla» y después de Alci-
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PAETB II. LIBEO 11. 405
ra. Esto y la ausencia del Cid babiao alenlado al trai-
dor cadí de Valencia Ben Gehaf para intentar sentarse
en el trono del débil Alkadír: movió un alboroto en
el paeblo, y facíliló la entrada á lo3 Almorávides. E|
desventurado Alkadir, invadido su palacio, salió ves-
tido de muger y se cobijó en una casita entre sus
mismas concubinas. Alli le alcanzó el puñal de un.
asesino, y apoderado de^ su cadáver el cadí revolu-
cionario Beo GehaC, cortóle la cabeza que arrojó á un.
^.'stanque» y el tronco de su inanimado cuerpo fué al
dia siguiente- enterrado en un foso fuera de la ciudad,
sin un lienzo siquiera que le cubriese. Tal fué el
desastroso fin (noviembre de 1092) del desgraciado
Alkadir ben Dilnúmt á quien Alfonso VL babia lan*r
zado en 1085 de Toledo, donde tantos beneficios
babia recibida de su padre cuando era un principe
desterrado y prófugo. El usurpador cad,í. paseá-
base orgulloso por las calles de Valencia con toda la
pompa y aparato de un rey. Sin embargo, nadie le
daba el título de tal, y Valencia se gobernaba á mo-
do de república por un senado compuesto de los ciu-
dadanos mas respetables, del mismo modo que Cór-
doba cuando se extinguió la dinastía de k)s Benir
Omeyas.
Los partidarios del monarca asesinado avisaron de
todo al Cid Campeador, que desde Zaragoza acudió
presuroso á las inmediaciones de Valencia. Uniéronr
sele lodos los fugitivos y descontentos de la ciudad.
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106 BMTORIA DB UfáfíA
Escribió Rodrigo al rebelde cadt reprendiéndole sa
comporta míenlo y reclamando imperiosamente el tri-
go que había dejado en los graneros de Yalencía.
Contestóle Ben Gehaf que el trigo había sido robado,,
y que la ciudad se hallaba en poder de los Almora-
Tides. Indignó al altivo castellano aquella carta , trá^
ló al cadi de malvado y de imbécil, y le conminó con
constitoirse^n vengador del asesinado Alkadír. Escri-
. bió á todos los gobernadores comarcanos , y á todos
los hizo ó tributarios, ó vasallos, á auxiliares. Dos ve-
ces al día enviaba el Cid sus algaras al territorio va-
lenciano: hombres, ganados, todo lo arrebataban loe
soldados de Rodrigo, respetando solo á los labradores
y habitantes de la Huerta , á quienes mandaba respe-
ta i;* y aun tratar con dulzura para que se dedicaran li-
bremente á sus faenas* Ya en lugar de dos, hacía tres
algaras diarias, una á la mañana, otra al medio día y
otra á la tarde, no dejando un instante de reposo á los
valencianos. Incapaces de rechazar sus ataques los
trescientos ginetes que fien Gehaf mantenía con el tri-
go que había pertenecido al Cid, iban menguando cada
día diezmados por las espadaa castellanas. Una part&
de los tesoros de Aflcadír que Ben Gehaf enviaba at
general almoravide que se hallaba en Denla, cayó en.
manos^ de Rodrigo.
Dueño ya éste de todos los fuertes de la comarca,
avanzó con todo su ejército á estrechar de cerca la
QÍudad. I)izo quemar todos )os pueblos de la circua-
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PAETB 11. LIBftO II* 407
fercDcia» los molinos « las barcas del Guadalaviar, las
tórresi las casas y las mieses d.e la campiña. A los poi-
cos días atacó y tomó el arrabal de Yilianueva , con
graa mortaadad de moros y Almorávides. Al siguien-
te se posesionó de la Alcadia, y las tropas cristianas
escalaron ana parte del muro de la ciudad. Acudió,
innumerable morisn^a eh su defensa, y empeñóse lar-
go y recio combate hasta que los moros pidieron á.
voz en grito la paz. Otorgósela el Cid á.los del arra**
bal ¿ condición de que mantuvieran sus tropas, y
quedó tranquilo poseedor de la Alcudia encargajido.
mucho á sus soldados que, respetaran las personas y
las propiedades de sus moradores. Cada vez mas es-
trechados loa valencianos, ya no sabian qué partido
tomar. Congregados por último valencianos y Almo*
ravides acordaron pedir la pa2^al Campeador con las
condiciones que él quisiera dictarles. Respondióles eV
Cid que las pusieran ellos^ con tal que entrara ea la
estipulación que se atojasen los Almorávides. Cuando,
se les comonicó esta respuesta exclamaron los afri-
canos: clamas hemos tei)ido un dia mas íeMi.p Cour
certóse, pues, que los Almorávides saldrían de la
ciudad; que Ben Gehaf pagaría á Rpdrigo el valor del
trigo de que se habia apoderado, con mas diez mil
dinares mensuales y todo, lo atrasado i y que éste po-
dría tener su ejército en Cebolla, fortaleza que él
había conquistado y puesto en formidable estado d^
defensa. A ella se retiró el Cid con arreglo al tratado.
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408 U^SlOUlA DB BS^Aá^-
si bien^ eoDservando los arrabales, /londe dejó un sU
iDOxarile encargado de cobrar el tributo.
Nuevas complicaciones vinieron á- poner á prueba
el* valor, la serenidad, la astucia y la política^ del
Cid. Los Almorávides , vencedores en el resto de Es-
pana», se aproximaban á Valencia. Eran la única es-*
^panza de los valencianos, y contando ya con su
apoyo, hicieron que el mismo Ben Gebaf, antes tan
humillado y abatido» declarara la guerra al GaBnpea-
dor, pues de otro modo lo hubieran hecho los Beni-
Tahir sus rivales que dominaban en Valencia* Llega-
ron una noche los valencianos á divisar desde las
torres de la ciudad las hojgueras del campamento de
los Almorávides que ávaq^aban por la parte de Játi-
va, y regoóijábalos ya la esperanza de Verlos al si-
guiente día atacar las tropas de Rodrigo, cuyo mo-
mento aguardaban para salir ellos y consumar lader •
rota. I Vanas ilusiones ! El de Vivar que los esperaíba
á pie firme, habia hecho destruir los puentes del
Guadalaviar é inundar la planicie, de suerte que solo
por una estrecha garganta se podia entrar en su cam-
po. Los elementos vinieron también en su ayuda:
aquella noche se desgajó á. torrentes el agua del cie-
lo ; los hombres no recordaban una lluvia, tan copio-
sa: los caminos se pusieron intransitables: á las nue-
ve de la mañana un mensagero llegó á Valencia á
anunciar que los Almorávides habían retrocedido*.
Los que se aproximarop fueron los cristianos, quo^
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rABTB If. LIBRO IN 409
ÚGsáe et pie de la muralla se burlabas de los de la
ciudad; el Cid la hizo cercar por todas partes; las
subsistencias iban escaseando dentro y subian de pre-^
ció cada día, mientras los sitiadores tenían vlv/sres
en abundancia* Anuncióse que los Almorávides ha-
bían tomado la vuelta de África, y los gobernadores .
délos castillos se apresuraban á implorar humilde-
mente la alianza y la protección del Cid (4093). Un
poeta valenciano de los sitiados espresó entonces la
angustia de su situación en la siguiente elegía que
traducida del árabe nos conseryó la Crónica general»
I Valencia, Valencia ! vinieron sobre ti macnos quebrantos, é
eslás en hora de morir: pues si ventura fuere ^ue tú escapes, es- ,
to será gran maravilla á quien quiec qde te viere. — E si Dios fi-
zo merced á algún logar, tenga por bien de lo facer á ti, ca fues-
te nombrada alegría é solaz en que todos los moros folgaban, é
avien sabor é placer. — ^E si Dios quisier que de todo en todo te
hayas de perder desla vez, será por los tus grandes pecados ó
por los tus grandes atrevimientos que oviste con tu soberbia.—
Las primeras cuatro piedras caudales sobre qué tu foeste forma-
da, quiérense ayuntar por fiícer gran duelo por (i é non pueden.
—El tu muy nobre muroi que sobre estas cuatro piedras fué le-
vantado, ya se estremece todo, é quiere caer, ca perdido ha la
fuerza que avie.— Las tus muy altas torres, é muy fermosas, que
de lejos parescien é confortaban los corazones del puebro, poco á
poco se van cayendo.— Las tus brancas almenas, que de lejos
muy bien relumbraban , perdido han la su lealtad con que bien
parescien al rayo del sol.— £1 tu muy nobre rio caudal Guadala-
viar, con todas las otras aguas de que te tú muy bien servios, sa-
lido es de madre é va onde non debe.— Las lu muy nobres é vi«-
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410 BMTOaiA M ESPAik.
ciosas kuerUs que en deredor de ti so»» el lobo rabiosa lee cavó
las raices é non pueden dar fructo.^LostustaQy nobres prados en
que muy fermosas flores é nuichas avie« con que tomaba el tu pue-
bro muy grande alegría, todos son ya secos. -
-— Et lu gran término, de que lá te llamavas Sefiora, los fue-
gos lo ban quemado, é á ti llegan los grandes fumos.--A la ta
gran enfermedad non le puedo fallar melezina, é los físicos spo
ya desesperados de te nunca poder sanar. — Valencia, Yalenciii,
todas estas cosas que to he dichas de ti, con gran quebranto que
yo tengo en el mi corazón, las dixe éias razoné. . . s .
Culpábanse los de dentro unos á otros, y el pue->
blo, inconstante en sus pasiones, tan pronto acrími-
naba á Ben Gehaf^ tan pronto se irritaba contra ios
Beni-Tahir« El hambre comenzaba á hacer estragos:
hacíalos también la discordia* El furor popular des-
cargó entonces sobre los BenUlahir; púsose fuego á
la casa en que se habían ocultado ; prendiéronlos y
los entregaron al Cid. Indignáronse sus partidarios, y
ardían en deseos de venganza. Ben Gehaf solicitó una
entrevista con Rodrigo; concediósela éste, y entre
otras humillantes condiciones á qpe accedió el apu-
rado cadí, fué una que entregarla en rehenes al cas-
tellano su propio hijo. Mas por la noche reflexionó so-
bre su imprudencia, y al día siguiente escribió al Cid
diciéndole que antes perdería la vida que entregar su
hijo. Contestóle el Cid con una carta amenazadora, y
las hostilidades se renovaron. Estaban los cristianos
tan cerca de la ciudad, que arrojaban piedras á mano
sobre ella* El hambre hacía cada día mas estragos: ya
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rAAmi. LiBaoii. 411
■o se veodia el trigo por cahíces ni por fanegas, sino
por libras y-por onzas: las bestias de carga se censa*
mían, y se devoraban los anímales inmundos ^^K
Se registraban los sumideros para buscar el desperdi-
cio y el rampojo de la uva. Las mageres y los mucha-
chos atisvaban el momento en que se abría una puerta
de la ciudad para lanzarse fuera y entregarse á los cris-
tianos, los cuales solían venderlos á los moros de la
Alcudia por . un pan ó un jarro de vino, y aquellos^
desgraciados estaban tan transidos d^ hambre, que
luego que tomaban alimento se morían.
En tal estremidad, Ben Gebaf y las personas aco-
modadas que aun no querían rendirse, acordaron im-
plorar el auxilio del rey de Zaragoza Almostain, el
cual no atreviéndose á romper con el Cid , no hacia
^ sino entretener con moratorias y buenas palabras á
los de Valencia, y enviar alternativamente mensages
¿ Rodriga y .á Ben Gehaf, Entretanto se habían ido
consumiendo los poqu(sinu>8 víveres que queda-
ban ('>. Alimentábase ya de cadáveres la gente por
bre: llegaba la «stenuadon en rbuchos al punto de
caerse muertos andando: ya no tenían fuerzas para
precipitase de las murallas y entregarse á los cristía-
(4) «E tornáronse á comer los (2) La Crónica general da cuen-
perros ó los gatos é los mores.i ¡a de las tarifas qae iban teniendo
-El autor árabe del Küábo^ l-iklifá los artículos de consumo se^n
asegura que un ratón costaba un que se iba prolongando el sitio,
diñar (p. 25). Ibn Bassan dice tam- Baste decir que la medida de tri->
bien que cel hambre y la miseria so fué subiendo desde un diñar
obligaron ¿ los valencianos á co- nasta 400, y asilo demás.
Qier animales inmundos.»
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412 H19T0EIA DB. BSPAÍIa.
nos como antes habian hecho otros. Viendoel cadt que
no podía aliviarlos padecimientos del pueblo» indig-^
nado ya contra él, condescendió en entregar el mando
at fakih AI Wattán, el cual envió un mensagero á Ro-
drigo para arreglar nn ttatado en los siguientes tér-
minos: los valencianos pedirían socorro al rey de Za-
ragoza y al general de los Almorávides, que se ha-
llaba en Murcia: si estos no les auxiliaban en el tér-
mino de quince dias, Valencia se rendiría al Cid con
las siguientes condiciones: Ben Gehaf conservaría la
misma autoridad que antes, con seguridad para su
persona, familia y bienes: Ben Abdus (el almoxarife
del Cid) seria inspector de impuestos: Muza (que se-
guía su partido) tendría el mando militar: la guarní-
cíoQ se compondría de cristianos mozárabes: el Cid
residiría en Cebolla, y no alteraría ni las leyes ni las
contribuciones, ni la moneda de Valencia. La estipu-
lación fué firmada por ambas partes.
Al día siguiente partieron cinco patricios (bornes
mayorales, dice la Chrónica) para Zaragoza, y otros
tantos para Murcia. Rodrigo había puesto por condi*
cíon que cada embajador podría llevar consigo cin-
cuenta dinares solamente. En su virtud pasó en per<*
sona á reconocer á los que iban á embarcarse para
Denia, y de alli continuar por tierra á Murcia. Hfzolos
registrar, y se halló que llevaban gran cantidad de
oro y plata, de perlas y piedras preciosas, parte.de
su propiedad, parte de los comerciantes de Valencia,
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>1>AttTB II. LIIIRO II. 413
que querían poner á salvo sus tesoros. El Cid conñscó
iodo esto, y dejó á los embajadores los cincuenta di-
nares convenidos.
Trascurrieron los quince dias, y los embajadores
no regresaban. El Campeador intimó á Ben Gebaf
que si pasaba un momento mas del plazo estipu-
lado se consideraría relevado de observar la capi-
tulación. Sin embargo, aun trascurrió un día sin que
le abrieran las puertas, y cuando los negociadores del
tratado se presentaron al Cid, éste los hizo entender
que no estaba obligado á nsida, porque el plazo ha-
bía pasado. Respondiéronle ellos que se ponian en
sus manos y se encomendaban á su generosidad y
prudencia. Al siguiente día se presentó Ben Gehaf al
Cid, y ambos con los principales caudillos cristianos
y musulmanes firmaron los artículos de la ya citada
capitulación. Ben Geb^f regresó á la ciudad, y al
medio día se abrieron las puertas al ejército cristiano.
Verificóse la entrada del Cid Ruy IHaz el Campeador
en Valencia, el jueves 1 5 de junio de 1094 ^*K
Subió Rodrigo á la torre mas alta del muro para
contemplar la ciudad de que acababa de enseñorearse.
Recibía con mucha afabilidad á los moros que iban á
besarle la mano, y encargaba á sus guerreros que
los saludaran y aun les hicieran lado coando pasa-*
ban« Agradecidos á tan generoso comportamiento los
(I) Iba Alabbary la Crónica primeros dicen también: «Prisó
general están contestes en señalar Mío Cid Valencia, Era, 4 4 3li.»
«ste día. Los Anales Toledanos
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41 4 H18T0E1A DE ESPAÍIa.
iofieles, pregoRabap á voz ea grito qoeoo habían vis-
to jamás un hombre mas honrado ni que acau-*
(lillára una tropa mas disciplinada. BenGehafieofre*
ció una gran parte del dinero que había tomado á los
monopolistas del trigo durante el sitios pero el Cid»
que sabía de que manera lo había adquirido, rehusó
el presente.
Después por medio de un heraldo hizo' una invi-
tación á todos los patricios deL territorio valenciano
para que se reunieran en el jardinde Villanueva; lue-
go que se hubieron congregado, subió á un estrado
cubierto de estera y tapiz, mandó á los magnates que
se sentaran enfrente de él, y les habló de esta ma-
nera: «Yo soy un hombre que nunca he poseído nin-
«gnn reino, pero soy de linage de reyes ^^^c el dia que
tví esta ciudad me agradó y la envidié, y pedí á Dios
(ique me hiciera dueño de ella: ved cuánto es el poder
«del Señorl el dia que puse cerco á Juballa (Cebolla),
«no tenia mas que cuatro panes, y ahora Dios me ha
«hecho merced de darme á Valencia, y me encoen-
«tro señor dé la ciudad. Si hago en ella justicia. Dios
«me la dejará; si no hiciere derecho, sé bien que me
. «la volverá á quitar. Así, que recobre cada cual su
€ hacienda y la disfrute como antes: el que encueo-
«tre su campo labrado, que entre al instante en él;
«el que le halle sembrado y cultivado, pague su tra-
{i) La Chrónica: «mas 00 de «y nadie de mi linage le ha te*
Jioage de reys.»— Dozy traduce: nido.»
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^ «bajo y h simiente al cultivador y poséale. Quiero
I «tambiea que los colectores de impuestos en la ciudad
í cno tomen mas que el diezmo, según vuestra eos-
i «tumbre: he determinado oíros en jnício dos dias
í «cada semana, los lunes y jueves; mas si tenéis aU
I «gun negocio urgente, venid cuando queráis, y os
coiré, que no soy yo hombre que me encierre con las
f «mügeres para beber y yantar como vuestros señores
I «á quienes nunca lográis ver (^); quiero arreglar vnes-
«tros negocios por mí mismo, ser como un compa-
«ñero vuestro, protegeros como un amigo y como un
«padre: yo seré muestro alcalde y vuestro alguacil;
«y siempre que tengáis que querellaros uuqs de otros,
«os haré justicia. »^Luego anadien: «Hánme dicho que
«Ben Gehaf ha hecho muchos males á algunos de
«vosotros, tomando vuestros haberes para hacerme'
«con ellos un presente: yo me he negadp á admitir-
«le, que si codiciara yo vuestra hacienda sabría to-
«marlá sin pedirla ni é él ni áotro; pero líbreme Dios
«de hacer violencia á nadie por adquirir lo que no me
«pertenece. Haga buen provecho, si Dios lo permite,
«á los que han traficado con sus bienes; y lo que
«Ben Gehaf haya tomado, iñando que lo tome lue-
ngo sin otro alongamiento ninguno. ... • • •
«Quiero que me juréis que habéis de cumplir lo que
«os diré y que no os desviareis de ello. Obedeoedme,
•
(4) Dozy traáace: «beber y mandoandodacinlar por yantar.
cantQr:pawr boire el ehañter\i» to-
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41 & UISTOEIA DB BSPiÜA.
«y DO quebrantéis jaipas los pactos que hagamos: ob-
«servad lo que os ordene «ca me pesa mucho de
«quanta lazeria é de cuanto mal pasastes comprando
<xet cai7 de trigo á mi4 maravedís de plata, mas fio yo
cen Dios que yo lo tornaré á maravedí:» en fin,
«ahora estad tranquilos y seguros, porque he prohi-
«bido á mis gentes que entren en vuestra ciudad á
«traficar: he designado para mercado suyo la Al-
( Kcodia: lo he hecho por consideración á vosotros.,
«^e mandado que no se prenda á nadie en ia ciudad:
«si alguno contraviene á esta orden, matadle sin
«miedo alguno.»— «No quiero, anadió todavía, entrar
«en Valencia, no quiero vivir en ella, quiero esta-
«blecer sobre el puente de Alcántara una casa de
«recreo, un logar en qite vaya á folgar á la$ veces.^
Con gran contento oyeron los moros esté discurso.
Sin embargo al querer tomar posesión de sus tierras
hallaron mil dificultades de parte de los cristianos que
las poseian^^ Esperaron pues á que el Cid les hiciera
justicia el primer dia de tribunal que era un jueves.
Admiráronse y se desconsolaron dé oir al conquista-
dor espresarse en aquella audiencia en términos bien
desemejantes á los que en la anterior asamblea había
usado, diciendo qoe él necesitaba sus soldados como
(4 aCa de quantas heredades de sus soldadas: é los moros ve-
los christianostenian labradas, no yendo esto, atendieron fasta el
les quisieron dejar ninguna; como jueves que el Cid habla de salif á
quier lesdejaban [as;qae non eran oir los pleitos asi como dijiera.9
labradas; ca decíanque elCidque Gbroniqa, c. S06^
les diera por este anno en cuenta
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PARTB II. LIBRO II. 417
SU brazo derecho; y qae no podía enojarlos. Díjoles
ademas que él era el único señor de Valencia, y si
querían obtener su favor era menester que le entre-
garan la persona de Ben Gehaf, á quien quería casti»
gar por la traición cometida contra su rey, y por las
miserias y padecimientos que á ellos y á él mismo
babia ocasionado. Pidiéronle ellos tiempo para deli-
berar. ¿Pero quién se atrevía entonces á contrariar la
voluntad del Cid? Ben Gehaf fué preso^ y entregado.
Hízole Rodrigo poner una nota\le todo lo que poseía,
y que jurase ante lo» principales moros y dristiaifos
no poseer otra cosa que lo que en la lista constaba,
reconociendo al Cid el derecho de condenarle á muerte
si otro haber se le encontrara. Obraba de esta manera
Rodrigo porque sabia que Ben Gehaf babia tomado
para sí y conservaba ocultos los tesoros del asesinado
Alkadir. Mandó, pues, reconocer las casas de los ami*
gofi de Ben Gehaf imponiendo pena de la vida á los
que ocultaran las riquezas que este les hubiera con-
fiado: el miedo hizo que todos le fueran entregando los
tesoros que guardaban. Hizo igualmente registrar la
casa de Ben Gohaf, y por revelación de un esclavo se
hallaron en ella inmensas riquezas en oro y pedrería.
Habíase trasladado ya el Cid al palacio de Yalen-
cía, contra los términos de la capitulación que no
creía obligarle, y reunidos allí los principales de la
ciudad, les habló ptra vez de esta suerte: «Bien sa-
abeis, prohombres de la aljama de Yalenciai cuanto
Tumo iv. 27
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418 HISTOAU DB B8»aSa.
«he servido y ayudado á vuestro rey, y cuáatos Ira-^
«bajos he soportado anl^s de ganar esta ciudad. Ahora
«que Dios me ha hecho duefio de ella, la quiero para
umí y para los que me han ayudado á ganarla» salva la
«soberanía de mi señor el rey don Alfonso. Vosotros
«estáis en mí presencia para ejecutar lo que fuere de
ami voluntad y bien me pareciere. Yo podría tomar
atodo lo que poseéis en el mundo, vuestras personas,
«vuestros hijos, vuestras mugeres; pero no lo haré.
«Pláceme y ordeno que los hombres honrados do
«entre vosotros, los qne se han conducida siempre
«con lealtad, vivan en Valencia en sus casas con sus
ttfamilias; mas no habéis de tener cada uno sino una
«muía y un, criado, ni podréis usar ni conservar ar^
«mas sino. en caso de necesidad y con mi autoriza-
ación: los demás desocuparán la ciudad y vivirán en
ala Alcudia, donde yo estaba ante&. Tendréis mez-
«quitas en Valencia y en la Alcudia: tendréis también
«vuestras alfaqules: viviréis con arreglo á vuestra |ey;
<y con vuestros alcaldes y alguaciles que nombraré
«yo: poseeréis vuestras heredades, pero me daréis
«el señorío sobre todas las rentas, administraré la
«justicia, y haré batir moneda mia. Los que quieraa
«quedar conmigo bajo mi gobierno, que queden; los
«que no, vayan á la buena ventura, pero solo sus per^
«sonast sin llevar nada consigo: yo les daré sal vo-
cconducto.D
Dejó tan contristados á los moros este discurso
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P4>TB U. UBKO H. 419
como satisfechos habidn quedado con los aDteriores.
Pero la voluntad del Cid era entonces la ley, y tenia
(fue ser cumplida. Ensn virtud salieron los moros con
sus mugeres y sqs hijos de Valencia á ocupar el arra*
hal, y los cristianos de la Alcudia entraron á reem-
plazarlos en la ciudad. Los que salieron eran tantos,
dicen» que tardaron en desfilar dos dias enteros.
Creyó el Cid llegado el caso de ejecutar en el
usurpador Ben Gebaf an castigo ejemplar y terrible.
En medio de la plaza hizo ahondar un hoyo, en el
cual dispuso fuese metido el antiguo cadí de modo
que quedaran solamente descubiertas la cabeza y las
manos. En derredor de esta fosa se pusieron haces de
lena á los cuales se les prendió fuego. Aquel desven-
turado mostró una serenidad horriblemente heroica.
Pronunciando las palabras* sacramentales de los árabes:
«En el nombre de Dios clemente y misericordioso, n
á fin de s^breviar su suplicio con su propia mano se
aplicaba las ascuas y los tizones encendidos, y asi ex-
piró entre tormentos horrorosos. El Cid quería que-
mar también á la familia y parientes de Ben Gehaf,
pero musulmanes y crisüanos se interesaron é inter-
cedieron por ellos, y lograron, aunque con trabajo,
ablandaf $. Rodrigo y salvarlos de tan ruda sentencia.
Sin embargo ejecutó el, mismo castigo en algunos
otros personages. Con esto Ben Gehaf, antes tan abor-
recido , fué mirado como un mártir entre los musul-
manes. Sus mismos enemigos ensalzaban después
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420 HISTORIA DE BSPANA.
aquella desgt aciada víctima. Iba Bassáo , el escritor
mas inmediato á los sucesos, decid: «Quiera Dios es-
crjbír esta acción meritoria en el libro en que ha re-
gistrado las buenas aecionés del cadí; que le sirva
para borrar los pecados^que antes hubiese cometido.»
Fué el suplicio de Ben Gehaf en mayo ó principios de
junio dé 4095. ^
€(EI poder de esle tirano (continúa el citado escri-
tor árabe hablando del Cid) fué siempre creciendo,
de modo que pesó sobre las altas y las bajas comar-
cas, y llenó de terror á nobles y á plebeyos. Uno me
ha contado haberle oido decii^ en un momento de vi-
vos deseos y de estremada avidez: Un Rodrigo perdió
á España^ y otro Rodrigo la rescatará. Palabra que
inruúdió el pavor en los corazones, y que^hizo pensar
á los hombres que sucediera pronto lo que recelaban
y temían. Sin embargo, este hombre, la plaga de su
tiempo, era por su amor á la gloria, por la prudente
firmeza de su carácter, y por su valor heroico, uno
de los prodigios del Señor.» Elogio grande en la
pluma de un musulmán contemporáneo.
Propúsose Yussuf ben Tachfin, el emperador de los
Almorávides, reconquistar á toda costa á Valencia.
Era Valencia paraél/dicé^'el'CitadO'gscríiQrv una aris-
ta en el ojo. Un numeroso ejército mandado por su
lugarteniente Ben Aixa fué á ponerle sitjo. Al undé-
cimo dia hizo el Cid una salida impetuosa, derrotó los
enemigos y se apoderó de su campo (4096).
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MKTE II. LIBftO II. i21
Después de la batalla de Alcoraz ganada por Pe*
dro I. de Aragón, de que daremos cuenta qd las cosas
de este reino, los nobles aragoneses aconsejaron á su
rey que hiciera alianza con el Cid. Gustosos vinieron
en ello el aragonés y el castellano , y habiendo tenido
una entrevista marcharon reunidos hacia Valencia.
Cerca.de Jáliva salió á su encuentro el general almora-
vide Ben Aixa coa treinta mil hombres; poro lo me-
ditó^mejor, y tuvo por prudente evHar el combate.
Prosiguiendo después por la costa hacia el Sur ,> vié-
ronse acometidos por los Almorávides favorecidos
por una escuadra. Comenzaban á desfallecer los cris-^
tianos viéndose acosados por mar y por tierra. El Cid
recorrió las«.filas á caballo, los realentó , lanzaron el
ejército almoravide de sus ventajosas posiciones, apo-
derándose de los efectos de so campo , y volvieron á
entraren Valencia. El de Aragón regresó á sus esta-
dos, el castellano se preparó á tomar á Murviedro,
donde mandaba el senór de Albarracin, que aliado
suyo antes, le habia sido infiel durante el sitio de Va-
lencia (1097).
Primeramente quiso recobrar á Almenara , que
cayó en su poder á los tres meses. Púsose después so-
bre Murviedro. Pidiéronle los sitiados un plazo de
treinta dias, á condición de rendírsele si no eran en
este intervalo socorridos. El Cid se le* concedió. El
señor de Murviedro y de Albarracin se dirigió suce-
sivamente en deman Ja de auxilio á Alfonso de Castir
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' 422 UISTOBIA BB BSPAÜA.
Ha, á Almostain de Zaragoza, á los AlmoraTides y al
conde de Barcelona • Alfonso contestó quemas le agra-
darla ver á Murviedro en poder de Rodrigo qae en
el de un pripcipe sarraceno. Negósele Almostain in-
limidado por las amenazas del Campeador. Los Alma-
ravides no quisieron moverse sin que el emperador
Yussuf se pusiera á su cabeza. Y el de Barcelona, que
sitiaba á Oropesa, se retiró con solo el rumor de que
se aproximaba el<lid. Pasados los treinta dias intimó
Rodrigóla rendición á los sitiados. Disculpáronse ellos
con que los mensageros no habían regresado aun , y
el Cid les dio espontáneamente un nuevo plioo de
doce dias. Pasaron estos, y todavía le suplicaron que
prórogará aquel bastir la pascua do Pentecostés : el
Cid les concedió generosamente hasta San Juan : tal
era la confianza que tenia de que nadie sjsría osado
á, socorrerlos; y aun les permitió poner en seguridad
sus mugeres, sus hijos y sus bienes. En vano espe-
raron este largo tiempo los sitiados, nadie se atrevió á
acudir en su ayuda, é hizo el Cid so entrada en
Murviedro el 24 de junio de 1098. Pidióles entonces
el equivalente al dinero que habían enviado á los Al-
morávides para empeñarlos á qae fuerana combatirle,
y como no les fuese posible aprontarlo fueroi> los mo-
ros de Murviedro, encadenados y conducidos á Va-
lencia.
Pero Castilla iba á verse bien pronto privada 'del
robusto brazo del mas ilustre de sus guerreros. Los Al-
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^ PAftTB 11« LlBftO II. 423
moravides mandados por Beo Aixa derrotaron á Alvar
Fañez, pariente y compañero del Cid, en las inmedia-
ciones de Cuenca. Avanzaron hacia Alcíra, y habiendo
encontrado alli una parle del ejército de Rodrigo le
derrotaron también. Cuando los soldados que escapa^
ron con vida le llevaron tan triste nueva , el Cid, ja-;
más vencido cuando él capitaneaba sus guerreros» mu-
rió de pesar (julio de 1099). «¡Que Dios no use dé
misericordia con él!» añade el escritor arábigo.
Todavía después de la muerte de Rodrigo su e^
posa Jimena , digna consorte de tan grande héroe,
continuó defendieqdo á Valencia contra los reiterados
ataques de los Almorávides. Mas de dos años sostuvo
la ilustre viuda el honor de las armas castellanas en
aquella ciudad ya famosa, hasta que en octubrede 1101
le puso cerco el general almoravíde Mazdali con po-
derorisimo ejército. Aun asi se sostuvieron firmemen- .
te los sitiados por espacio de siete meses, al cabo de los
cuales, envió Jimena al obispo de la ciudad, Geróni-
mo, francéscomola mayor parte de los que Alfonso ha-
bía colocado, á suplicar al rey de Castilla que acu-
diera en su socorro. Hizolo asi Alfonso VI., entrando
con sa ejército en Valencia sin que el de los Almorá-
vides fuera capaz á estorbárselo. Mas conociendo Al-
fonao que sin él brazo y la espada del Cid seria diR-
cil sostener una ciudad tan apartada del centro de
sus astados, deterihinó abandonarla , y después de
haberla puesto fuego salió con toda la guamicioii
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4¿4 UISTOaiA DB EBPA&A.
cristiana en procesión solemoe, llevando limeña con^
sigo el cadáver de su ilustre esposo. Entró , pues,
Mazdalí con sus Almorávides en la ciudad el 5 de ma-
yo de 4102. «¡Que Dios le asigne, dice el escritor
musulmán» un lugar en el sétimo cielo, y se digne re-
compensar su celo y sus combales por la santa causa
otorgándole las mas bellas recompensas reservadas á
los que han practicado la virtud!».
En aquellos momentos mismos escribia Abu Ab-
derrahman ben Tahér al vazzir Abu Abdelmelik: «Os
escribo á mediados del mes bendito (Ramadan): he-
mos triunfado, porque los musulmanes han entrado
en Valencia (restituyale Dios su vigor), después de
haberse visto cubierta de oprobio. El enemigo ha in-
cendiado la mayor parte, dejándola en estado tal que
asusta al que la contempla y le hace caer en silencio-
sa y sombría meditación. La ha cubierto de 4iegros
ropages, como el luto que llevaba cuando se encon-
traba en elfa: un velo cubre todavía su mirada , y su
corazón que se agita sobre carbones encendidos lanza
suspiros profundos. Pero quédale su cuerpo delicioso:
quédale su terreno elevado semejante al oloroso mus-
go y al oro esplendente t sus jardines cubiertos de
árboles, su rio de limpias aguas: y gracias á la bue-
na estrella del emir de ios musulmaneá y á los cui-
dados que le consagrará , sé disiparán las tinieblas
que la cubren; recobrará su ornato y sus joyas ; por
la tarde se adornará de nuevo con sus magníficos ves-
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. PAHTB II. Liúao II. 42S
tídos; se mostrará en todo su brillo, y se asemejará al
sol cuando ha entrado en el primer signo del Zodia-
co. Alabanza á Dios, ney del reino eterno, que la ha
purgado de los que adoran muchos dioses. Ahora que
ba sido recobrada al Islam, el consuelo ha venido á
dulcificar los dolores que el destino y la voluntad de
Dios tíos habian causado. »
El cuerpo del Cid fué sepultado en el claustro del
monasterio de Cárdena. Jimena su esposa murió en
1104, y fué también sepultada en aquel ilustre mo-
nasterio al lado de su esposo. El Cid tuvo un hijo lla-
mado Diego Rodríguez, que fué muerto por los mo'
ros en Consuegra. De las dos hijas de Rodrigo y de
Jimena, la mayor llamada Cristina casó con Ramiro,
infante de Nayarra y señor de Monzón , de cuyo ma-
trimonio nació García Ramírez, el restaurador del rei-
no de Navarra, ta otra, nombrada María, tuvo por
esposo á Ramón .Berenguer III., conde de Barcelona,
los cuales hubieron uoa hija que casó con Bernard,
último conde de Besalú ^^\ ,
Tales son los hechos históricos mas importantes
del Cid Campeador ó por lo menos los que del coteja
de las historias y crónicas arábigas y latinas que co-
nocemos y gozan de alguna autoridad , resultan más
probados y averiguados ^^K Objeto y argumento el
(i) Bergan2a,Antigi]ed.lom.I. (2) Ademas de las obras ciia-
pégina 553.— Haber, Hist. del Cid, das en las primeras notas de es-
pégioa 245.— Bofarull, Condes, te capítulo, poco nos habrá que-
lomo 11, p. 457. dado por consultar de lo muchí*
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426 UISTOBIA DB ESPaSa.
£id del mas antiguo moaumenlo de la poesía caste-
llana, tema perpetuo de los cantos populares de la
edad media, y héroe predilecto de las leyendas y ro-
mancest cada poeta y cada romancero fué añadiendo
á la vida del Campeador alguna hazaña , algún retó,
alguna batalla, alguna aventura amorosa ó caballe-
resca, mas ó menos verosímiles, hasta hacerle el tipo
ideal de los héroes y de los caballeros de la edad me-
dia; de todo lo 'cual , sin admitirlo como historiado-
&imo que delCidse ha escrito des^
de el Poema ha^ta las Vida$ "de
españoles ilustres de Quinuina,
Í hasta los artícuios de Pidal y
artzembueh ea la Revista de
Madrid y el Ghbo^ y hasta \a? no-
tas de Galiano á la historia de Es-
pada del inglés Dunham.
Por lo mismo estrafiamos y la-
mentamos, y ca^ no concebimos
cómo un espafiol de nuestros dias
tan ilustrado como el señor Alddá
Galiaoo, se atreyará decir en la
nota del apéndice U. del tom. II.
. de dicha Historia , lo siguiente:
Soín-B si ha existido ó no el Cid
está pendiente todavía la disputa:
siendo imposible determinar de
un modo que no deje lugar á la
duda por faltar para elto las óom-
pétenles autoridades»
Según eso, no son autoridades
competentes parael sefior Galiano
ni los escritores árabes de Conde^.
ni Ibn Bassán, ni Ibn Alabbar» ni
Ibn Kaldhun , ni otros que cita y
copia Dozy, algunos dolos cuales
vivieron y escribieron en tiempo
del Cid, ó por lo menos cuando to-
davta estahao, por decirlo asi, ca-
lientes sus cenizas. Sogun eso, no
son autoridades competentes para
el señor Galiano ni los Anales To-
ledanos, ni los Gompostelanos, ni
Lucas de Tuy, ni Rodrigo de To-
ledo, ni la Crónica seneral , ni )a
de Burgos, ni la de León, ni nin-
guna otra crónica. Bien que pa-
rece no haber visto ninguno de
estos documentos, puesto que mas
abajo dice: «fn verdad, el stlsn-
cio de los escritores mas antiguos
tocante al Cid i^o d^a de tener
peso.» Y en seguida: cO(ro st/en-
eiq heay no menos inexplicable f
muy poderoso para probar que
era poco conocido et Cid en los
tiempos en que florecióy yi es fca-
ber cartas pueblas del tiempo de
don Alfonso el VL, firmadas por
varios de los principales magna''
tes del reino , entre las cwdes no
está el nombre de RodriaQ Dias»*
Remitimos al señor Gaiiano á las
escrituras que hemos citado en
nuestro capítulo, y aun podríamos
añadir algunas mas sitúese nece-
sario» No nos sorprenderían tales
asertos en Dunhamy en Southey,
á quiones sigue; pero los estrafia-
mos en Galiano aun mas que en
Masdeu.
En nuestra relación de los he-
chos del Cid hemos seguido en
mucho te Crónica genercU de don
Alfonso el Sabio. Deremos la rt-
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FAMTB II. LIBIO II.
427
res, nos haremos, cargo cuando juzguemos al Cid y
su época bajo el punto de vista critico y filosóGco ^^.
zon. Esta crónica había sido mi-
rada como un tejido de leyendas
popaterea y de tradiciones íabv^
losas. Tiénelas, en efecto , y hay
épocasengue es menester mocho
discernimiento para distinguir ]a
verdadera historia por entre la
multitud de fábulas y roinances
que se le han agregado. Pero en lo
relativo al Cid, que ocupa mas de
la mitad de su parte cuarta » el
sefior Dozy en susinvestigaciones
ha hecho ver que la Chronica del
rey Sabio es la que está mas de
acuerdo con las de los árabes aue
gozan d^ mas crédito y autoridad
y mas inmediatas á ios sucesos,
escepto en lo que evidentemente
ha sido tomaoo de la desacredi-
tada crónica de Cárdena^ £1 doc-
tor Dozy cita muchas palabras»
fraaesy ideas y locuciones que le
hacen creer que la Chroniica g^
nmral en este punto no solo está
basada sobre autores árabes, sino
que en muchasocasionesse revela
habar sido traducidos pasages en-
teros de ellos. Sospecha que el
autor dequien principalmente to-
mó su re lato el cronista fué Ahmed
ben Giafor AlBaUi» que residia
on Valencia dorante el sitió del
Cid, el cual escribió una historia
de Valencia desde la conQuistade
Toledo por Alfonso VI. hasta la
prisión de Ben Gehaf. El susodi-
cho autor parece que fué una de
Jas personas que el Cid^hízo qoe«- ,
mar. En el Diccionario Biográfico
de los gramáticos y lexic^rafos
por Al Soyutf, se halla el artículo
Siguiente sobre el dicho Ahmed
AlBattí: «habia estudiado lashe-
lias letras, escribió liltros de gra.
mática, etc. El Campeador (maU
dígale Dios), después que se apa-
deró de Valencia le hizo que-
mar.... etc.» Por eso, observa Do-
zy» el autor de la Chronica gene-
ral deja de ser exacto desde que
llega a la muerte de Ben Gehaf, y
haciéndole morir apedreado se
pone en contradicción con Ibn
Bassán, valenciano y cdnlempo- ^
raneo, y con Ibn Alabbar» valen-
ciano también y uno de los mas
exactos y verídicos de los árabes.
Sea de esto lo que quiera^ el crí-
tico holandés ha hecho un servi-
cio grande á la historia con de-
mostrar el acuerdo en que está la
Chronica general con lasarábigas,
facilitando asi el conocimiento do '
los hechos verdaderos é históri-
cos del Cid.
(1) Ni nos compete, ni es fácil
dar cuenta de todas las aventuras
que los dramas, lasieyendas y ro-
mances han atribuido al Cid. Men-
cionaremos algunas» siquiera sea
solo como muestra del carácter de
la época en que so inventaron.
Desde muy mancebo, dicen,
comenzó Rodrigo á mostrar su tra-
vesura y su ^n corazón; y cuen-
tan que habiendo recibido su pa^
dre una afrenta del conde Gor-
maz, el buen anciano ni comia, ni
bebia ni descansaba. Movido de su
pena Rodrigo » salió á desafiar al
coode, le mató, le cortó la cabeza,
L coleándola de la silla de su ca-
klloTué á presentársela á su pa-
dre, en ocasión que este sehallaba
sentado á la mesa sin tocar los
manjares que delante tenia. En-
tonces el níio llamó la atención
del padre hacia aquel sangriento
trofeo, y le dijo: cMirad la yerba
aue 06 na de volver el apetito: la
lengua que os insultó ya no hace
oficio iie lengua , ni ia mano que
osafrentó hace ^ oficiode mano.i
£1 buen viejo se levantó y abrazó
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i28
HISTORIA DB BSPAÜA.
ó su hijo, diciéfldole, qae qnien
había llevado á su casa aquella
cabeza debía serlo de la easa de
Lain Calvo. Lo singular fué que la
hija del conde, enamorada del
Cid, se presentó en la corte de
León, y puesta de hinojos ante el
rey le pidió por esposo á Rodrigo,
poniéndole en la alternativa ó de
concederle su mano ó de quitarle
la vida. Otor^da tan estrafia mer-
ced, y obtenida la mano de Ro-
drigo, este la llevó á su casa; pero
hizo voto de no conocer^ hasta
haber ganado cinco batallas cam-
pales. Dióse entonces á correr por
las tierras coma roanas de los mo-
ros, é hizo en efecto cautivbscinco
reyes mahometanos.
Yendo en peregrinación á San-
tiago de Gompostela , al llegar á
un yado encontró un leproso, que
metido en un barranco rogaba, á
los transeúntes le pasaran por ca-
ridad. Los demás caballeros hu-
yeron de tocar aquel desgraciado;
solo Rodrigo tuvo compasión de
él, le tomo por su mano, le envol-
vió en su capa, le colocó en su mu-
la y le llevó al lugar á aue iba á
dormir. Por la noche le hizo sen-
tar á su lado y comer con él en
la misma escudilla. La repug-
nancia de los compafieros de Ro-
drigo fué tal, que se imagina-
ban que la lepra habia contami-
nado sus platos, y salieron de la
pieza á toda prisa. Rodrigo se
acostó con el leproso , envueltos
ambos en la misma cajpa! A media
noche, cuando Rodrigo se habia
dormido, sintió en sus espaldas
un soplo fuerte que le despertó.
Buscó al leproso, le Mamó, y viendo
que no respondía, se levantó, en-
cendió una bugía.... el leproso ha-
bía desaparecido. Volvióse Rodrt-
goá acostar con la luz encendida;
en esto que sale apareció un hom-
bre vestido de blanco: a¿Dnermes,
Rodrigo? le preguntó.— No duer-
mo; ¿pero quién erestú que tanta
claridad y tan suare olor difundes?
—Soy San Lázaro. Y bas de saber
que el leproso á quien has hecho
tanto bien y tanta honra por amor
de Dios, era yo: y en recompensa
de ello es la voluntad de Dios que
cada vez Que sientas un soplo co-
mo el que has sentido esta noche,
sea señal de que llevarás á feliz
Iremate las cosas aue emprendas.
Tu fama crecerá de día en día, te
temerán moros y cristianos, serás
invencible, y cuando mueras mo-
rirás con honra.»
Son muchas las proezas y he-
chos marayilloaos que suponen
ejecutó ya en los reinados de Fer-
nando y de Sancho; pero comienza
á aparecer mas novelesco desde
3ue desterradQ por Alfonso VI.
eia la casa paterna. Pintan con
colores vivos y tiernos la aflicción
de Rodrigo cuando al disponerse
á salir de Vivar vio las salas de-
siertas, las perchas sin capas, sin
asientos el pórtico, y sin halcones
los sitios donde estar solian. A su
paso por Burgos con su lucida co-
mitiva, hombres y mugeres se aso-
maban á las ventanas á^erlb pa-
sar, y nadie se atrevía á recibirle
en su casa por temor al rey Al-
fonso, que había prohibido seve-
ramente que le diesen albergue.
Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entraba.
En su compañía LX pendones llevaba.
Convidar le yen de grado, mas ninguno non osaba:
El Rey don Alfonso tanto avie la grand'saña.
Antes de la noche en Burgos del entró su carta.
Con grand'recabdo é fuertemente sellada:
Que a mío Cid Ruy Diazt]ue nadi nol'die^en posada;
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( riETB II. UBIO 11.
E aqu^l que ge U diese sóplese yera palabra
Que perderíe los a veres é mas los oyos de la cara,
E aun demás los cuerpos é las almas.
Grande duelo avien las gentes christianas:
Ascóndense de mió Cid ca noi'osan decir nada.
429
I
Entonces sin duda debió decir
el Cid de su barba aquellas céle-
bres palabras: «Por causa del rey
don Alfonso que me ha desterrado
de su reino no tocarán tijeras á
estos pelos, ni de ellos caerá uno
solo, y de esto tendrán que hablar
moros y cristianos*»
Multiplicáronse los prodigios
en la conquista de Valencia, y so-
bre todo cuando los Almorávides
mandados por el rey Bocar (Seir
Abu Bekr) fueron a acometer ia
ciudad. Entonces no solo el Cid,
sino el obispo don Gerónimo, ar-
mado de lanza y e^ada, mató tan«
ios moros que no nubo quien le
igualara en matar sino el mismo
&mpeador; rompióseleel asta de
su lanza al prelado guerrero, y
echando mano á la espada, no se
sabe cuantos infieles murieron á
sus golpes. Rodrigo buscaba al rey
Bucar, que á todo correr de su ca-
ballo huía del Campeador. «¿Por
qué asi hoyes, le gritaba, tú que
¿as venido de allende el mará ver
al Cid dé la luenga barba? Vuelve
y nos saludaremos uno á otro.»
Pero por mas que el Cid espoleó á
su Babieca, el rey moro ganó la
orilla del mar; entonces Rodrigo
le arrojó soJQiuma y le hirió entre
ambos hombros , y el rey Bucar
malamente herido se entró en el
mar y ganó nn barquichuelo: el
-Cid se apeó del caballo y recogió
su jespacía. Asombra el número de
moros que según las leyendas mu-
rieron aquel dia.
Volvió mas adelante el rey Bu-
car sobre Valencia con numerosí-
simo ejército. El Cid reposaba en
su leQho cuando se le apaieció un
personaste, despidiendo un olor
u^gantísimo y vestido de un re-
pago blanco como la nieve. Esta
vez era San Pedro: «Vengo á anun-
ciarte, le dijo, que no te restan
sino treinta días de vida. Pero es
la voluntad de Dios que tus gen-
tes venzan al rey Bucar, y que tú
mismo después de muerto seas el
2ue des el triunfo en esta batalla.
1 apóstol Santiago te ayudará,
pero antes has de arrepentirte
delante de Dios de todos tus pe-
cados. Por el amor que me profe-
sas y por el respeto que siempre
has tenido á mi iglesia de San
Pedro de Arlanza, el hijo de Dios
3uiere que te suceda lo que te he
icho.» Al dia siguiente refirió el
Cid á sus caballeros la vi&ion que
había tenido, juntamente con
otras que hacia siete noches le
perseguian, y les anunció qtie
venceriaU/al rey Bucar y á los
treinta y seis reyes moros que le
acompañaban. Después de aquel
discurso se sintió malo y se con-
fesó con el obispo don Gerónimo. «
Los pocos días que aun vivió no
tomo mas alimento en cada uno
que una cucharada del bálsamo y
la mirra que el soldán de Persia>
noticioso de sus hazafias, le habia
enviado de regalo, mezclado con
agua rosada. Las fuerzas se le
acababan, pero su tez se conser-
vaba sonrosada y fresca. La vís-
pera de morir llamó á dofia Jime-
na, al obispo don Gerónimo, á Al-
var Fañez, á Pero Bermudez y á
Gil Díaz, y les dijo cómo habían
de embalsamar su cadáver, y lo
que después habían de hacer de
él. bicto al fin su testamento y
murió cristianamente.
A los tres dias de su muerte,
el rey Bucar y los treinta y seis
reyes moros pusieron sus quince
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430
HlSTOtlA DB BSPAMA.
mi) tiendas delante de las pierias
. de Valenoia. Había en el campo
moro una negra que capitaneaba
otras doscientas negras, con las
cabezas rapadas, á esoepcion de
un mechón de pelo, porque iban
cumpliendo nna peregnnacion:
sos armas eran áreos torcos. A I09
doce días de sitio, después de ha-
ber hecho todo lo que el Cid ha«
bia ordenado, determinaron los
cristianos salir de Valencia. El oa*
d¿?er embalsamado del Cid iba
montado en su fiel Babieca, sujeto
por medio de una máquina de ma*
dera que habia fabricado Gil Díaz.
Oomo se mantenía derecho, y el
Cid lleyaba los ojos abiertos, la
barba peinada, escudo 7 yelmo de
Ser&amiüo pintado, que parecía
e fierro^ y en la mano su formí**
dable tizona, semejaba perfecta-^
mente estar tí vo. Salieron, pues,
de la ciudad. Iba Pero Bermnde^
de vanguardia: escoltaban á dofia
Jimena seiscientos caballeros; de«
tras iba el cadáver del Cid con es-
colta de ciencaballeros, y el obispo
y<>il Díaz á sus lados. Alvar Paftez
prepafóelutaque. De las doscien-
tas negras las ciento fueron al ins«
tante derrotadas, las otras ciento
hicieron no poco estrado en iosori»-
tianos, hasta que habiendo moer*
to so capitana huyeron todas.
Entonces los cristianos atacaron
el grueso del ejército musulmán*
Los moroaque vieron uo caballero
mas alto que los otros, montado
en un caballo blanco, en la izquier-
da un estandarte blanco como la
nieve, y en la derecha una espada
que parecía de fuego, huían des-
pavoridos; hicieron en ellos los
fieles horrible matanza, y conti-
nuaron victoriosos camino de Cas-
tilla.
Llegado que hubieron á San
Pedro de Cardefta, colocaron el
cadáver del Campeadora la dere-
cha del altar, en una silla de mar**
fil, con4iHa mano descansando so«
bre su Tizona.Bn una ocaaíon en-
tró un jod/o en la iolesia del mo-
nasterio á ver el cadáver del Cid*
y como se hallase soiOy díio para
sí: «He aquí el cadáver del famoso
Ruy Díaz de Vivar, cuya barba
nadie fué osado á tocar en vida:
ahora vov á tocarla yo á ver qué
me sttoeae.» T alargó el brazo, y
en el momento envió Dios su es-
píritu al Cid. el cual con la mano
derecha asió el pomo de su Tizona
y la sacó un palmo de la vaina.
El judío cayó trastornado y co*
menzó á dar espantosos gritos. El
abad del monasterio, qne predi- '
caba en la plaza, oyó loslamentoá,
suspendió el sermón y acodió coa
el pueblo á la iglesia. El judío ya
no RríUba, nareoía difunto; el
abaa le rocío con unas gotas de
agua y le volvió á la vida. El y^
dio conté el milagro, se convirtió
á la fé de Cristo, se bautizó, reci
bió el nombre de liiego Gil, y ea«
tro al servicio de GilDiai.
Fuera largo enumerarlos pro-
digios que los romanceros y poe-
tas, y ya no solo poetas y román-
ceros, sino los venerablea monjes
de Cardefia aplicaron al Cid en
vida y en muerte, y no tan sola-
mente á la persona del héroe, sino
á su cadáver, á su féretro, á su
cofre, á su tizona , y hasta á sn
caballo Babieca, que Gil Diaz en-
terró á la derocha del pórtico del
convento, plantando sobre sa
tumba dos alamos que crecieron
eiiormemente. La historia ro*
mancesca del Cid llegó á hacer
olvidar su historia verdadera, y
ha costado no poco trabajo des-
lindar la una de latitra, y aun no
está de todo punto determinada.
Í clara la línea que las separa y
ivide. Sucede ademas que al
través de las aventuras bélicas,
religiosas, amorosas y caballeres-
cas que los poemas y los cantares
han atribuido al Cid, se revela el
genio de la edad media: á vueltas
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PAKTS U. LIBtO 11.
431
de estafl bellas fiocíones, se des-
cubren importantes realidades;
los poetas y los monjes habrán in* *
ventado las anédotas, pero las
anécdotas están basadas sobre el
espíritu de la época. Demodoc^ue
si IOS anales y las crónicas contie-
nen la historia de los verdaderos
sucesos, los poemas, las leyen-
das, los cantares y las tradiciones
desarrollan á nuestra vista el
cuadro moral de las pasiones, de
^ las creencias, de les amorest de
las Inchas pouticas, de las cos-
tumbres, en fin, que constituían
Ja índole y el genio de la edad
media castellana.
Terminaremos esta nota óapén-
dice con la célebre aventura de
los infantes de Garrion, que tanta
popularidad adquirid en España,
a pesar de no hallarse apocada en
fundamento alguno histórico que
merezca lé. Cuando el Cid con-
quistó á Valencia, dos caballeros
castellanos solicitaron la mano de
sus dos hijas Estos dos caballeros
eran los condes de Garrion. Omi-
tiendo las negociaciones que al
decir del poeta mediaron entre
los pretendientes, fil rey Alfonso
y el Cid, el doble enlace se ve-
rileó, aunque con harta repug-
nancia de este, y los infantes per-
manecieron durante dos afios en
Valencia. Estando alli sus yernos,
le sucedió al Cid la famosa aven-
tura del león que se salió de la
jaula y puso 'en consternación á
todos sos caballeros, habiendo si-
do los de Cerrión los que se con-
dujeronmascobardemente. Cuan*
do el Cid, agarrando al león por
la melena le Volvió á encerraren
su jaula, los infantes de Cerrión,
que se habían escondido, el uno
debajo de nna cama, el otro tras
^^^ del huso de un lagar, salieron de
^^ 8us*esc5intftes, pero tuvieron que
sufrir la burla y el sarcasmo de
los demás caballeros, lo cual los
llenó de cólera, y no pensaron
sino en vengar aquella afrenta»
aunque sobradamente merecida*
Después de la victoria del Cid so~
bre el rey Bocar, los infantes de
Carríon, á quienes tocó una gran
Ssrte del botin, manifestaron su
eseo de volverse á Cerrión con
sus esposas» El Cid accedió á ello,
y mandó á Felez que los acom-
pañara.
En Molina fueron rooy cortes-
mente recibidos por el rey Aben-
galvon^ aliado del Cid, el cual en
la coonanza de amigoá tuvo la de-
bilidad de enseñar sus tesoros á
sus huéspedes. Ellos, correspon-
diéndole con ingratitud, proyec-
taron quitarle la vida y riquezas.
On moro que entendia el latin les
oyó lo que hablaban, y los denun-
ció á su rey. Abengálvon les afeó
suindignoprocederyalevososde-
sijgnios, mas por consideración al
Cid los dejó partir libremente. Al
llegar á los montes de Corpa, me-
ditaron ejecutar otro proyecto to-
davía mas horrible que desde Va-
lencia traian. A las orillas de un
limpioarroyuelo,queen el bosque
hallaron, levantaron sus tiendas,
y alli pasaron la noche en brazos
de sus esposas. Al amanecer orde-
naron á la comitiva que se pusiera
en marcha y se fuera delante. Lue-
go que quedaron solos eon doña
Elvira y doña Sol (que así llama la
leyenda á lashiías del Cid), les in-
timaron que iban á vengar en
ellas los insultos recibidos de los
compañeros de su padre cuando
la aventura del león: y desnudán-
dolas de sus vestidos se prepara-
ron á azotarlas con las correas de
sus espuelas. Expusiéronles las
desgraciadas hermanas que pre-
ferirían les cortasen las cabezas
con las espadas Colada y Tizona
que el Cid íes había dado. Inexo-
rables estuvieron los bárbaros es-
posos: azotáronlas con correas y
espuelas, la sangre corrió de sus
cuerpos, y cuando ya el dolor les
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432
mSTORfA BB BSPAflA,
embargó la voz y no podían gri-
Ur, jas abandonaron á los buitres
y á las fieras del bosque.
Lleno de cuidado esperaba Fe-
lez Mufioz á la ladera de una mon-
taña, y cuando tío llegar los in-
. fantes sin sus esposas^ sospechó
alguna catástrofe y se volvió al
monte, donde halló á sus desven-
turadas primas casi moribundas.
Las llamo por sus nombres, abrie-
ron ellas los ojos, doña Sol le pi-
dió agua, que él le llevó en su
sombrero; puso á las dos damas
sobre su caballo» las cubrió cen su
capa^-tomando el caballo de la
fonda las condujo á la torre de
doña Urraca. Guando este desagui-
sado llegó á noticia del Cid, llevó
la mano á la barba, y exclamó:
«Por esta barba aue nadie jamás
tocó, los infantes de Cerrión no se
holgarán de lo que han hecho: en
cuanto á mis hijas yo sabré ca-
sarlas bien.» Llegaron sus hijas á
Valencia, el padre las abrazó tier-
namente y. volvió á jurar que las
casaría bien y que sabría tomar
venganza de los de Garrion. En-
vió, pues, á Muño Gustios á pedir
justioia ai rey Alfonso de Castilla
contra los infantes. Alfonso con-
vocó cortes en Toledo. Los de Car-
rion pidieron al rey les permitiera
no asistir; pero el monarca los
obligó á ello. Para intimidar al Cid
se presentaron los infantes con
gran comitiva y acompañados de
García Ordoñez, el mortal enemi-
go de Ruy Díaz. Alfonso nombró
arbitros á los dos condes Enrique
y Ramón. El Cid presentó su qae-
rella. y reclamó sus dos espadas
Colada y Tizona. Los arbitros
aprobaron su demanda, y las dos
espadas fueron devueltas al Cid.
Después reclamó las riquezas que
había dado á los infantes al partir
de Valencia. Hubo algunas difi-
cultades por parte de ios de Car-
rioB. pero al fin las restituyeroa
también . Por último, pidió Vengar
en combate la afrenta que habían
hecho á sus hijas. Realizóse el
duelo, y los tres campeones del
Cid, Pero Bermudez, Martin An-
tolinez y Muño Gustios vencieron
á los dos infantes y á Asur Gonzá-
lez, y las hijas del Cid se casaron
con los infantes de Navarra y
Aragón. »
El autor de esta leyenda (que
no se halla en historia alguna fi-
dedigna) parece se propuso infa-
mar la familia de los tondes de
Garrion, aborrecida acaso en Cas-
tilla, los Vani Gómez del poema.
Ademas, el conde que hubo en
Garrion desde i088 hasta 4147.
fué Pedro Ansurez, que no era de
la familia de los Gómez, como pue-
de verse en Sandovai, Sota, Blo-
ret, Llórente y otros. De la misma
manera pudiéramos evidenciar de
apócrifas otras muchas anécdotas
, del Cid, con que no queremos ya
fatigar á nuestros lectores, y que
puede ver el que guste en el Poe-
ma, en los dramas y en las colec-
ciones de romances de Sánchez^
de Duran y deDepping.
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€APITDLO m.
FIN DE ALFONSO VI. DE CASTILLA.
SANCHO EAMIRBZ T PBDRO I. EN ARAGÓN:
SBRÚeOBR RAMÓN II. Y RAMÓN BBRBNQUBR III. BN
GATALüffA.
Me 1094 é 1109.
Gasa AlfoDflo sos dos l^jaa urraca y Teresa coa dos condes franceses.
—Dales en dolé los condados de Galicia y PortoKal.— Muerte de
la reina Constanza, y matrimonios socesiYOs de Alfonso.— La mora
Zaida abraza el cridti&nismo, y se hace reina de Castilla con el nom-
bre de Isabel.— Gontíni&an las guerras de Alfonso con los Almorá-
vides.—Muere Tussuf y su bqo Ali es proclamado emperador de
Marrae^ y emir de Espafia.— Funesta batalla de Udés: derrota
* del ejército castellano, y muerte del príncipe Sancho, único hijo
varón de Alfonso.— Sentidos lamentos de este.— Enferma y muere
Alfonso VI. de Castilla.— Su elogio— Sobre Jas diferentes esposas
de este monarca.— Aragón.— Campañas de Sancho Ramírez.— Mue-
re herido de flecha en el sitio de Hnesca.-^roclamacion de su hijo
don Pedro.— Prosigue el sitio de Huesca.— Oran triunfo de los ara-
goneses en Alcoráz.— Conquista de Huesca.- Muerte de don Pedro,
y sucesión de su hermano don Alfonso. — Catalufia.— Hechos de Be- '
renguer II. el Fratr¡cida.«^us guerras con el Cid.— Importante
conquista de Tarragona.— Acusación y ireto por el fratricidio: su re-
sultado.—Auséntase Berenguer de Catalufia.— Entra á regir el con-
dado Ramón Berenguer III. el Grande.
No había hecho poco Alfonso de Castilla ea irse re*
poniendo del desastre de Zalaca, hasta eli panto de
Tomo iv. 88
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434 HISTOEIA DB BSPA^A.
triunfar al poco tiempo de los Almorávides en Aledo^
y de poder en 1 093 hacer uua gloriosa expedición
por Extremadura y Portugal, apoderándoi^e sucesiva-
mente de Santaren, Lisboa y Cintra ^^K Tanto en Aledo
como en la campaña del Algarbe haiyían faeobo impor-
tantes servicios al monarca casteHano aquellos condes
franceses que dijimos habían venido i España con el
(leseo de lomar ptorte len la soteome tocha <f«e et
nuestra península se sostenía con tanto heroísmo eñ
favor de la cristiandad. Habíanle merecido parti-
cular predilección dos caballeros' dé la ilustre casa de
Borgoña, Ramón y Enrique, primo hermanos, y pa*
rientes de la reina de Castilla, Constaba, segynda
muger de Alfonso VI. ^'^ De tal modo ganaron estos
condes el afecto y la privanza del rey, que en 1092
les dio en matrimonio sus dos hijas Urraca y Teresa.
Obtuvo el conde Kamon la mano de Urraca, hija le^
gHima de Alfonso , habida de su matrimonio con
Constanza. Fuele dada á Enrique la otra hija de Al-
. fonso llamada Teresa, nacida de la únion declarada
ilegitima del rey coa Jimena Nnaez. A Urraca y Rai.
mundo les dio el condado de Galicia, á Teresa y En-
rique el del territorio que de los moros había ganado
en la Lusitania. Principio fué este de grandes socesos,
(i) ChroD.Losit. adaon. 4093. HermodeBorgoo», y Enrique lo
— Id. Conimbric. p.-330. era de otro Enrique, hermano de
(t) La reina CoDBlanza era hi- aquel, y iodos descendientes de
ja de Itoberto, duque de Borgeüe, Roberto, hermeoo del rey Bnrí-
y viuda del conde de Chalons. Ra- que 11 do Francia,
mon ó Raimmido ere hijo dé Oifi*
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rARTB 11. LIBRO 1I« 435
orfgea del nueyo reino que habia de erigirse en Por-
tugal, y fundamento que habia de servir para que
dos estrangeros fuesen tronco y raiz de dos dinastías
reales en España, como lo habremos pronto de ver.
De esta manera tomaron los franceses en Castilla en el
reinado de Alfonso VI. igual influjo y preponderancia
en lo polftico y en lo militar al que anunciamos ha-
bían tomado en lo eclesiástico j lo religioso los pre-
lados y monjes de aquella nación de que aquel mo-
narca llenó las iglesias españolas.
Las invasiones de los Almorávides en el Algarbe y
la conquista de Badajoz con la muerte del último emir
Ornar ben Alafias que. en otro lugar dejamos indi-
cada, hicieron que Alfonso volviera á perder una
parte de aquellas adquisiciones, abrieron ^us puertas
á los africanos Evora, Sil ves, la misma Lisboa y otras
importantes poblaciones de Occidente. Mas distraídas
después las Aierzas musulmanas á la parte de Valen-
cia por el Cid Campeador, y habiendo los dos condes
fk^anceses sostenido algunos encuentros y combates con
los tropas muslímicas que^ en Portugal y en 3us fron-
teras habían quedado, hallamos en i 097 á Enrique
de Borgona dominando el territorio comprendido en-
tre él Miño y el Tajo, y á Raimundo en posesión de
lo que hoy abraea la moderna Galicia, después de
haber ayudado á Alfonso á repoblar las ciudades de
Casilla, Avila, Salamanca, Almazan y Segovia (^>.
(i) SaodoY, Cinco Reyes, Alfonso VI.
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436 HISTORIA DB BSPAÍKa.
Habiendo fallecido en 1093 la reina Constanza,
el monarca castellano contrajo nuevas nupcias con
Bertha , repudiada de Enrique IV. de (jermania, qué
á los dos años dejó otra vez vacante con la muerte el
tálamo de Alfonso. Una princesa mora fué entonces
llamada ¿ compartir con el rey de Castilla el lecho y
el trono. Era la b.ella Zaida, la hija del rey árabe
Ebn Abed de Sevilla, que en los tiempos en que su
padre habia hecho alianza con el monarca cristiano la
habia entregado á este como prenda de amistad y á
título de esposa futura, juntamente con los pueblos
de Vilches, de Alarcos, de Mora, de Conáuegra^ de
Ocana y otros del reino de Toledo, en calidad de dote.
"Muy joven en aquel tiempo la hermosa Zaida, habia
continuado en poder de Alfonso, según unos como
consorte, según otros en concepto mas equívoco y
menos honroso. Ni lo uno ni lo otro creemos fundado.
Ni las crónicas insinúan que Alfonso quebrantara la
ley de los cristianos que prohibe la bigamia, ni hay
documento que indique que tuviera con la bella mu-
sulmana relaciones de naturaleza de producir escán-
dalo. Pero Alfonso amaba tiernamente aja joven mora,
y el corazón de la hija de Ebn Abed se habia pren*
dado de la grandeza y generosidad del monarca cas-,
tellano. Amibos desea^ban unirse con legítimos lazos,
pero la diferencia de religipn establecía entre ellos
un abismo. Acaso el afecto y la convicción obraron de
concierto en el corazón de Zaida, y Zaída renunció á
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rAlTBU. L1BE0 1I. 437
la fé de sus padres y abrazó la religión de Alfonso;
hfzose cristiana, y tomó en el baatisma el nombre de
María Isabel (con el segundo la nombraba siempre
Alfonso y es conocida en los documentos). Entonces el
rey, libre de todo compromiso por las muertes suce-
sivas de Constanza y de Bertha, realizó solemnemente
su deseado enlace con Isabel Zaida (1095), de la <n)al
tuvo al año sij$uiente el ansiado placer de ver nacer
un príncipe, fruto de su amor y heredero de su trono,
puesto que Samcho, que asi se llamó el bijo de Zaida,
era el único varón que Alfonso babia logrado tener
en sus diferentes consorcios ^^K
Pasáronse los años siguientes atendiendo Alfonso
á las cosas de su reino, y acudiendo, ya á la parte de
Extremadura, ya á la de Aragón ó Andalucía, segbn
que la necesidad y sus relaciones con los reyes mu-
sulmanes y cristianos lo reclamaban, sin que otros su-
cesos importantes ocurrieran en Castilla que los que
en anteriores- capítulos dejamos referidos. Así las co-
sas, volvió Yussuf el emperador de Marruecos por
cuarta vez á España, trayendo en su compañía sus dos
hijos Abu Tahir Temim y Alí Abul Hassan. Aunque el
menor este último, tenia mas talento y mas valor que
(1) babel comienza á aparecer iglesia de Astorga. En un privile-
como reina en las cartas y privile- gio de 25 de enero de 1103 da el
Sioe del rey Alfonso desdíe 4095, y rey don Alfonso á su esposa Isabel
apenas hay año aue no le hallemos los epítetos de diUctissima, ama^
inscrito en algún documento basta tiasima: y eu otro se lee: Elisa»
el i407, en que murió; como pue- beth Regina divina. Sota, cit. por
de Terse eu el libro becerro de la Romey.
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438 HISTOEU 1>B bspaIU.
su hermano, y era el predilcxHo de su padre* Con
ellos recorrió las provincias, y hablando de la díspo-
»cioD y naturaleza del país comparaba su conjunto á
un águila, y decia que la cabeza era Toledo, Caíatrava
el pico, el pecho Jaén, las uñas Granada, el ala de-
recha la Algarbia, y la Axarkia el ala izquierda ^^^
Terminada su ví«ta, convocó los jeques y principales
caudillos Almorávides, y concertó con ellos declarar
I futuro sucesor de todos sus estados de África y España
á su hijo All, cuya carta y paóto de sucesión comen-
zaba en los siguientes términos: cAlabanza á Dios
que usa de misericordia con los que le sirven en las
herendas y sucesiones; que hizo á los reyes cabezas
de los estados para la paz y concordia de los pue^
blos.... etc;» Estendída y leida la carta^ prestado por
Alí el juramento de gobernar el iiñperio en conformi-
dad á las condiciones que su padre le imponía, y por
los jeques y vazzires el dé aceptar gustosos y conten*
tos la sucesión, firmóse el acta en Córdoba en setiem-
bre de 4 4 03. Entre las condiciones que Yussuf impuso
¿ su hijo relativamente al gobierno de España se ha-
llaban las de que habria de encomendar las magis-
traturas y gobiernos superiores militares á los mora-
bitas de Lamtuna: que la guerra contra los cristianos
y la guarda de las fronteras la hiciese con los musul-
manes andaluces como mas prácticos y entendidos en
(1) Conde, part. 111. c. 23.
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PAIITK 11. LJUHO II. 43ft
la oaanera de pelear que con veoíi^ para España: que
mantaviere oonsUateineDle en la Península uo ejér-*'
cito biea pagado die 1 7,000 gine tes Almorávides, di&-
tribuidos de esta maaera; 7,00<> en Sevilla, 1 ,000 eu
Córdoba» 3,000 ea Granada, i,000 en el Este y 2,000
en el Oeste: que honrara siempre á los musulmanes
andalocos y evitara toda coVsion con los de Zaragoza ,
que eran el baluarte del Islam.
Dadas estas disposiciones , partió Yussuf otra vez
para Cetila, donde retirado de los negocios comenzó al
poco tiempo, á enfermar ó mas bien á seulir la debili-
dad de la vejezp pues contaba ya cerca de cien años.
Lleváronle ¿ Marruecos; pero de cada dia« dice el ^utqr
árabe, era mayor su debilidad, tauto que sus fuerzas
del todo desaparecieron, «y asi murió (Dios haya .
míseríeordia de él) á la salida de la luna de Mubar-
ran entrado el año &00 (1 1 07), habiendo vivido cien
años y' reinado cerca de cuarenta.» Llamáronle el ex-
oeleiite, la; estrella de la religión , el defensor de la
ley de Dios, y dábaale otros pomposos nombres. Su
imperio llegó á ser el mas vasto que*se había conoci-
do y fué el que hizo predominar en España la raza
africana sóbrela raza árabe. Su hijo Alí Abul Hassan,
que habia ido á recoger sus iitlimos alientos y á re-^
cibir sqs postreras instruecionesi, fué inmediatamente
proclamado emperador en Marruecos.
En aquel mismo año vino Alí á España. En Algo-
Ciras recibió á lodos los cadíos de las aljamas, á los
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440 HI8T01U DB BSrAlÍA.
walíes^y gobernadores de las ciodades, á los sabios y
principales caballeros de! pueblo, que fueron á vÍ8Í«-
tarle« y arregladas las cosas de Andalucía se volvió
á Africa/desde donde envió á su hermano Temim,
walí que habia sido de Almagreb • confiriéndole el
gobierno de Valeaeia. Des eoso Temim de ejecutar al-
guna empresa que acreditara su mando en España,
propúsose tomar la ciudad y castillo de Uclés , que
. defendía una fuerte guarnición castellana. Un nume-
roso ejército africano asedió la población y la comba*
tió con tal ímpetu que la tomó á viva fuerza. Los
cristianos se atrincheraron en el castillo. El rey AU
fonso.con noticia'de este suceso, aunque anciano ya y
achacoso de salud, se disponía á partir para socorrer
en persona á los defensores de Uclés. Pero impidió-
selo, al decir de algunos autores, una herida recibida
en otra anterior batalla ^\ y en su lugar envió á los
principales de sus condes, y quiso ademas que fuese
en su compañía su hijo Sailcho, que aunque de solos
once anos de edad habia sido ya armado caballero
(4 ) Sandoval (en sus Cinco Re- da» á Dios qw los clérigos hacen
yes, de quien sin duda la h» adop- lo que habían de hacer los cabo-'
lado Dozy> supone esta batalla en lleros, y los caballeros se han
4 406, T dada en un pueblo de Bx- vuelto clérigos por los mios peco*
tremadora nombrado Salatrices. dos:» aludiendo á Garda Ordoñez,
En ella, dice, salió derrotadO/Cl el enemigo del Cid, y á los condes
rey don Aironso y herido, en una de Cerrión, que «fea y cobarde-
pierifa. Retirado á Coria, añade, mente se hablan retirado y falta-
vio con alegría llegar algunos de do en la batalla.» Dice también
sus cotodes que tenia por perdi* que sentido de aquellas palabras
dos, y como entre ellos fuese el el conde Garda Ordofiez» se pasó
obispo don Pedro de León con el á los moros y fué cansa de gran-
roquete salpicado de sangre sobre des males en Castilla .
las armas, exclamó el rey: «Oa-
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, PAlTJtlt. LIBIO II. 444
por so padre y sabia manejar un caballo. Iba el jó^
ven principe encomendado* á sa ayo el conde García
de Cabra. Encontráronse ambos ejércitos y pelearon
con ánimos encarnizados. El triunfo se declaró por los
mnsolmanes. Sobre veinte mil cristianos quedaron *en
el campo, entre ellos el tiernp infante don Sancho, el
heredero del trono y el ídolo de su padre (4108). En
ío mas recio de la pelea , dice el arzobispo don Ro-
drigo, el joven príncipe sintió so caballo gravemente he-
rido, y dirigiéndose ásu ayo esclamó: «(Padre, padre!
]mí cabalio está herido!» A estas voces acudió el con-
de y presenció la caída simultánea del caballo y del
infente. Apeóse el conde del suyo , y cubriendo con
su escodo á Sancho, se defendió, por buen espacio
rechazando valerosamente los golpes de multitud de
musulmanes que le rodeaban, hasta que enflaquecido
por las muchas heridas cayó sobre el cuerpo de
Sancho, como para mojir antes que ^u protegido, y
alli sucumbieron los dos. Los otros magua tes quisie-
ron sustraerse^'á la muerte con la huida; pero alcan-
zados por un destacamento de caballería musulmana
fueron los mas degollados. Los que escaparon con
vida llevaron la triste nueva al rey don Alfonso, el
cual traspasado de dolor y amargura^ dicen que es-
clamó en el lenguageque se supono de su tiempo, en
medio dé suspiros que parecía arrancarle el corazón:
*¡Ay meu fillol ¡ay meu filio! alegría de mt corazón é
lume dos meos ollos^ solaz de miña vellez: ¡ay meu es^
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44S HISTOMA^DB EB^áAh.
piülo^ en que yo me soya t)er» é can qfub^ tomaba moy
^ran praeer ¡ay mw heredero mayor I Caballem, ¿hu
míe lo k^es? Dadme meu filio, cpfufeci A lo otial el
conde Gómez de Gaadespiím respoodié: «Señor, el ki-
jo que Bos pides, ao dos le confiaste, á nosotros.» A
esto repljkxS el rey: tSi se lé confié ¿ oíros , vosíEitres
eraia^ sosi compañeros para el combate y para la de-
fensa; y cuando aquel á quien yo le di murió ampa-
ráadole» ¿qué buscáis aquí los que le habéis aba^do-
nado? — Señor, le respondió Alvar Paáez» pareciónos .
que no podíamos vencer aquel campo» que seria ma-
yor daño vuestro procer allí lodos en vano, y que do
08 quedara con quien poder defender la tierra, y las
ciudades, fortalezas y castillos que con tanto trabajo
habéis ganado; esto nos hizo venir aqui, señor, para
que con la falta del príncipe y con la nuestra ne que-
darais de todo punto sin arrimo*» Mas no bastaban ra-r
zooes á consolar al rey, que cada vez lanzaba mas
hondos suspiros. .
Llamóse esta batalla de Uclés la batalla de los
Siete Condest por el núoiero de los que en ella pere-^
cieiroD, y á esta lamentable derrota se siguió la pérdi-
da de Cuenca, Huete, Ocaña, Consuegra, y otras po-
blaciones de las que habían formado el dote de Zaida,
la cual para mayoi^ desconsuefo del monarca hacia
poco tiempo le había dejado en triste viudez. Había
muerto también en 1 1 07 su yerno el conde Ramón de
'Galicia, el marido de su única hija legitima Urraca,
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rARTB 11. LIBRO II. 443
de la cual dejaba un oiño de cuatro años llamado Al*
fonao, nacido en ud lagar de la costa de Galicia nom-
bnido Caldas, qoe de esto se dijo masadelante Caldas,
de Rey. Esto tierno nieto era el úoico varen que des-
púe9 del malogrado Sancho le quedaba de sus dife-
rentes matrimonios al anciano y afligido monarca de
Castilla. Tal vez el ansia de lograr todavía sucesión
inmediata varonil fué la que pudo determinarle , á
pesar de su provecta edad , de sus achaques y de sus
amarguras» á contraer aun nuevas nupcias eon una se*
Bora nombrada Beatriz, cuyo consorcio le proporcio-
naría en sus últimos diaa algunos consuelos ; pero (a
naturaleza le negó ya el de la sucesión que tanto ape-
tecía y que tao conveniente hubiera podido ser para
la tranquilidad del reino, qqe harto turbado se vio
por aquella falta, como luego hemos de ver.
Tantas y tan hondas penas no podian dejar de
abreviar los dias de un príncipe que tantos trabajos y
. vicisitudes habia sufrido, y á quien por otra parte
acpiejaban materiales y físicos padecimientos. La en-
fermedad y las penas le iban símnltáneamente consu-
miendo la vida, que al decir del arzobispo cronista se
iba sosteniendo con el ejercicio á caballo qoe por con-
sejo de los mádicos hacia diariamente , como el mas
provechoso para quien estaba acostumbrado á las du-
ras fatigas de la campana (n. Al. fin sintiéndote ya es-
(4) Roder. Tolei. iib. Vi. c 3K.
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444 BISTOEIA DB BSPAftA.
tremadarneúle débil , llamó cerca de sí al arzobispo
don Bernardo y á los monjes de San Benito , y con
ellos pasó los postreros días. Por último en la noche
del 30 de junio de 1 109 pasó á gozar del eterno des-
canso el gran conquistador de Toledo, á los setenta y
nueve años d^su edad yá los cuarenta y tres y medio
de un reinado tan lleno de glorias como de azares y
vicisitudes, sostenido don ánimo constante en lodas
las mudanzas de la fortuna ^^K Lloráronle los toleda-
nos» y esclamaban: c¿Cómo asi» oh pastor» abandonas
tus ovejas? Ahora los 'sarracenos y los malhechores
acometerán el rebaño que estaba encomendado á tu
guarda!»
El arzobispo don Rodrigo nos^ dejó un magnífico
elogio' de este monarca. «Fué (dice la traducción an-
utigaa) de gran bondad é muy noble, alto en virtud» y
«de gran gloria, y en los sus dias nunca menguó jus-
«ticia, y el duro servicio ovo cabo é fin, y las lágrí-
«mas lo ovieron, y la fé ovo crecimiento, y la tierra y
<xel reino ovo ensalzamiento, y el pueblo atrevimien-
«to, y el enemigo ovo confondimiento. Amansó el cu -
'«chillo, quedó. el alárabe, ovo miedo el de África.
«El lloro y el llanto de España nunca ovo consolador
«fasta que éste reynó.l..*. La grandía del su corazón»
«virtud de los fijosdalgo, no se tuvo por entero de
«vivir entre las angosturas de las. Asturias, y escogió
(4) Peiag. Ovet. n. 15.— Anal. Toled. primeros; p. 386.
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PAATB n. LIBIO II. 445
«el afán y el trabajo por compañero en su vida. El
«deleite y el vicio tovo mezquindad, é probar las dub-
«dosas lides le fué placer é alegría Rey crecido/
«recio, fuerte el su coraizon , fiando en nuestro Señor
«falló gracia ante los ojos de nuestro Señor del cielo
«é de la tierra.»
Sd cuerpo estuvo esipueslo por espacio de veinte
dias/al cabo de los cuales con gran solemnidad y
acompañamiento de obispos, sacerdotes, magnates,
guerreros, nobles, plebeyos, hombres y mugeres,
cubiertos de ceniza, con los vestidos desaliñados, y
dando gritos de dolor , fué trasladado , según él lo
babia dispuesto, al monasterio de Sabagun , de que
^babia sido gran proteclor y devoto , donde al de-
cir de algunos bistoriadores tuvo impulsos de tomar
el bábito monacal, donde le babia tomado provisional-
mente algún tiempo en dias de desventura , y donde
yacian las cenizas de sus [mugeres ^*K
Antes de entrar en las graves alteraciones que á
poco de la muerte de este gran príncipe agitaron y
conmovieron los reiúos cristianos, menester es que
(4) <E1 tratado de laa mogerotf aun oyéndolos no se Tencen las
del rey don Alfonso VI. (dice el dudas, antes parece qae mientras
investigador y erudito Florez en mas hablan menos nos entende-
su obra dé las Reinas Católtcos), mos.
es una especie de laberinto, dob'- «Cinco mugares le señalan ce-
de se entra con facilidad, pero es munmeote los autores. Algunos
muy dificultoso acertar á salir añaden mas; otros quitan; y como
ipientras no se descubra alguna si no bastara la incertidumbre del
guia, que hasta hoy no hemos vi»- número, se nos acrecienta la del
lo, siendo asi que han entrado orden, ignorándose cuál fué pri-
m«chos*á reconocer el terreno; y mero, cuál después. Los escrito*
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446 HinOElA DB BS»Aft4.
volvamps uü momento ia Tista hada lo ifue eatretanlo
en Aragoft y Cataluña había aoonMctdo » y mas ha*^
res aotiguás ofrecían an camino
algo suave; pefo loa Modernos le
han aembrado de espinai, aña-
diendo tanto número de aendaa
qae es difícil discernir cuál sea la
legítima.»
Bn efecto, no bay sino leer el
tratado mismo del ilustrado Plo-
res .para verlsl caos que los es-
critores han introducido en el
ponte retatiTO á las mogeresdo
Alfonso VI., á su orden, y ¿ la dis-
tinden entre legitimas yconca*
binas. Creemos, no obstante, que
pesadas impaVcialmente las razo-
aes de unos y otros, el caos des-
Éparece en gran parte, y solo
quedan algunas diferencias que
tampoco Temos imposible concer-
tar. Nosotros DOS hemos tomado
•1 trabajo de leerlos casi todos y
ezamtoar los datos en que cada
cual apoya su opinión, con arra-
lólo á los «Males faemos formado te
nuestra, dispuestos á dar razón
00 too lundameaVM que nos ben
servido para formarla » aunque la
naturaleza de una historia gene-'
pal no nos permita ahora dete-
ttemos á esplanarnos.
Para nosotros es fuera de du-
da que la primera muger de Al«
ionao fué Inés» hija de Guido Gui-
llermo, duque de Aquitania y
sonde de Poitou: quo casó con eila
hacia 4074, y duró el matrimonio
haota I07S. Esta reina no turo sii-
oesion. (Ghron MaUeac.«*-Bsorit.
do 8an Miilan.— Fnero de Sepúlr .)
Sígnese Jimena Nunez ó Mu-
ios (según que al padiv nombran
■neo Ñuño Y otros Manió), do la
ooal tuvo Aliboso dos hijas, Birira
y Teresa, (¡ue fttoron las que ca*
ioron la primera con Rannundo de
Tolosa, y la segunda con Enriquo
d« Bosenson. Do esta Jimooa es do
la que se cuestiona si fué muger
legíUnia é fué soto ooooobina. Pa-
ra nosotros ni fué concubina ni
muger legitima, sino moger ile-
gítima, con la cual no podia c«-
sarse por ser parienta en tercer
grado de consanguinidad, en que
no se dispensaba entonces, y ade-
mas por afinidad; y que esto fué
lo que debió escitar la cólera del
papa Gregorio VII. para hacer «1
rey separarse de ella. Mas es io-
dudable que tirio con ella oomo
muger desde el 4078 al 4080, en
que casó con su segunda legftíaia
mufter Constanza.
Bra GonManza hija de BOberto
duque de Borftoña, y riuda de
Bugo n., conoe dé Gbalons. De
ella toro ¿ Urraca, la que casó
con Raimundo ó Bamon de Borgo-
na^ conde do Galicia, y que fmé
despuea reina de Castilla. Vi?ió
eata reina, que so llamé Empara*^
triz desde la conquista de Toledo,
hasta el a&o 409t, 6 principios
del 4093. (Sandor.-<7epes.— Ga-
riray y otros.)
En este año de 4093 casó con
Bertba, repudiada de Enrique IV.
reydeGermania en 4060. (Crónicas
de Francia). Tenemos con Ploresi
por mas auténticas las escrituras
que suponen haber fallecido Bertba
en 1090. en cuyo año mencionan
ya á Isabel. Tampoco tuvo Alfonso
sttotoion de esta reina, y el deseo
de tener oft heredero fegítímo y
varón era sin duda una de las
causea de nraltiplcar tantos ma-
trimonios.
Convienen jtodos en que Alfon-
so tuvo uns coarta muger legiti-
ma pombrada Isabel, y están to-
dos i^hnente de acuerdo en que
el hijo único del rey, Sancho, tA
que murió en la oattUa de Ocles»
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PAiTB 11. Lino n. 147
bí«Dd6 de eDlazarse tanto después tos sucesos de unos
y otrosestados.
Hemos visto oomo lasfrontéras del reino de Aragón
se iban dítatando bajo el ee^gico y activo Sancho
ie había tañido <le ZaMa, hüade
Sbn Abed el rey árabe de Sevi-
lla, la oaal para imirae á AlfoDse
se babia hecho cristiana y 'tomado
por nombre bauiimnal liaría Isa*
bel. aangiie el rey la nombraba
ttabel Bolamente, y era el solo qae
usaba en laa escritaras. Hé aquí
)Bil parecer dos Isabeles, qae han
sidfo cauaa de las mas debatidas
cuestiones entre los historiadores,
f en lo qoe eatá lo mas compKcado
del laberinto de las mugores de
Alfonso VI» Poes loa qoe admilen
his dos como maseres legitimas no
aaben cuándo ni dónde colocar la
ana que no estorbe á la otra v que
no trastórnela crdnologfa. Y los
que hacen á Isabel Zaida concubi-
na solamente, no aciertan á espli-
car ni el ser tenido su hijo Sancho
por heredero legitimo del irooo.
de Castilla, ni laa escritoras en qae
se nombra ana Isabel como muger
legitima despoea qoe soponon
muerta la otra, ni saben de qaién
podo ser b^ la primera. Y sobre
esto han armado ana madeja de
coeationes'qQe eb el sopoestode
las dos Isabeles no es fácil des-
enredar.
Nosotros tenemos por cierta la
inexistencia de la que se supone
primera Isabel , á quien Lacas de
Tuy, y otro¿ escritores posterio-
res, y hasta un epitafio que. le
pusieron en León, la hacen hija ile
Lois, rey de Francia, ▼ es cierto y
averiguado por todas las historias
de aquella nación que el rey de
Francia á que alude el Tudense do
iuYO ninguna hija que se llamara
Isabel. CreemoB paos qoe tto bobo
mas Isabel que Zaida, la bija del rey
moro de Sevilla, que tomó aquel -
nombre al hacerse cristiana, que
fué muger legitima de Alfonso, que
estuvo casada con él desde 4095 ó
96 hasta 4 4 07 en que murió, que de
este matrimonio nació Sauohb, el
que pereció en Ucléa, heredero le-
f;ítimo que era del reino, y qmo
uego to vieron á Sancha y Elvira,
qoe casaron despoes la una con el
conde Rodrigo Gonaalez de Lara,
y la otra con Rogerio I. rey de Si-
cilia. Ademas de los datos que hay
para creer esta opinión la masase*
gura, es la única que puede <^n-*
oiliar el orden y las lechas de to-
dos los matrimonios de este rey, y
las edades de cada uno de su hi-
jos, sin embarazo ni confusión.
Poco feliz el rey en la sucesión
varonil que tanto deseaba, y^ sus-
pirando todavía por ella, casó
000, á pesar de so edad y «os acha-
ques, en 1408, c6n Beatriz á quien
el arzobispo don Rodrigo baoo
también francesa, y la cual le so-
brevivió, ba1>ieodo muerto el
rey^ como hemos dicho, en 1409.
De Beatriz no se sabe mas sino
que luego que enviudó se volvió á
sa patria. (Pelag. Ovet. Ghron.
número If).
Tales fueron las mugares de
Alfonso VI. según los documentos
que tenemos por roas fehacientes.
En 1101 habían moerto las dos
hermanas del rey dona Urraca y
doña Elvira, las quo habían tenido
las ciudades de Zamora y de Toro.
(Sandov. Cinco Reyes).
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448 HISTORIA DB BSPAfÍA.
Ramírez, rey también de Navarra , que cada dia to«
maba alguna población» alguna fortaleza, algún en-
riscado castillo á los sarracenos » acosándolos y redu-
ciéndolos por las riberas del Ebro y del Gallego , de'
Ginca y del Alcanadre ^*K Enemigo terrible de los dos
reye^ mahometanos de Zaragoza Al Mutamin y Aimos-
taín, hemos visto en cuan apretados conflictos llegó á
ponerlos muchas veces, aliándose al efecto con Beren-
guer de Barcelona y con el emir de Tortosa y Denia
Al Mondhir Alfagib, si bien por desgracia contrariada
en muchas ocasiones y teniendo que medir sus armas
con las del Cid Campeador ^^K A pesar de estas con-^
trariedades llegó el caso de considerarse bastante
fuerte para poner en ejercicio el proyecto que cons-
tituía el blanco de sus mas vehementes deseos, el
de la conquista de Huesca, uno de los mas fuertes ba-
luartes de los infieles y su principal escudo de defensa
contraías armas cristianas de Aragón. Habia ido San-
, cho Ramírez preparando muy diestramente el terreno
para esta importante conquista, y cuando se deter-
minó ya á ponerle sitio llevó consigo respetable hues-
te de aragoneses y navarros que distribuyó en los co-
llados de alrededor.
Sentó el rey sus reales en un moniecillo ó repecho
de donde podía ofender grandemente á los sitiados,
y que desde entonces tomó el nombre de el Pueyo de
(41 Véase el cap. 24 del anterior libro.
. (2) Cap. l.<> de esieiibro.
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PARTB 11. LlBEOll. 449
Sancho. El cerco no obstante continuaba coolentítod^
porque los sitiados se defendían con bizarría. Impa*
cíente el monarca aragonés púsose un día á' reconocer
el muro, y habiendo hallado en él una parte más fl&ca
que las otras, y por donde le parecía que sé podridí
fácilmente combatir, levantó el brazo derecho paní
señalar aquel sitio á sus compañeros de armas : en
esto una flecha arrojada desde el adarve vino á herir
al rey debajo del brazo en la parte que dejó descu«-
bierta el escote de la loriga. La fatal saeta llevaba en
su punta la muerte, como la que atravesó á Alfonso V»
en el sitio de Viseo. Conociólo asi Sancho , y convo-
cando á tódps los ricos-hombres y caballeros hizo ju-
rar ante ellos á sus dos hijos don Pedro y don Al«
fonso, que no levantarían el cerco hasta tener ga«
nada la ciudad y puesta bajo su dominio y poder.
Hecho esto y consolando con animoso esfuerzo á
los príncipes y á sus caudiHos , murió este aguer*
TÍdo y valeroso monarca el día 4 de junio del
año 4 094. Su cuerpo fué llev,ado al monasterio de
Monte-aragon fundado por él , donde estuvo depo-
ÍBitado hasta que ganada la ciudad le trasladaron al
de San Juan de la Peña , donde le dieron honrosa
sepultura í*^.
Muerto don Sancho, y aclamado y reconocido por
rey su hijo don Pedro, continuó éste el sitio de Hyesca
(4) AnaU Compostol.^Roder. critores de Aragoa.
Tolet.— Zurita, AbiBiroat y otros es- *
Tono IV. ^ 29
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4S0 HisroEíA DS bspaSa.
coD el mismo áaimo» perseverancia y empeño con que
hubiera podido hacerlo, su padre. Mas considerando
también el de Zaragoza que de la conservación ó pér-
dida de Huesca dependía la posesión de toda la tierra
llana» hizo un llamamiento general ¿ los musulmanes
de su reino, y aun invocó la cooperación de dos condes
cristianos sus amigos, González y García Ordoñez de
Nájera^*^; «caen aquella revuelta de tiempos yestra-
«cgo.de costumbres, dice un historiador, no se tenia por
aescrúpulo que cristianos ayudasen ^ los moros contra
«otros cristianos.» Púsose en marcha el ejército infiel»
sin que su número arredrara al nuevo rey^don Pedro;
antes salió á encontrarle, marchando delante de todos
el príncipe Alfonso su hermano, que ya anunciaba lo
que babia de ser mas adelante esté insigne guerrero.
Acompañábanle los principales caballeros y ricos hom-
bres de Aragón, los Gastón de Biel, los Lizanas , los
Bacallas, los Lunas, y aquel Fortuno, que dicen traía
de Gascuña trescientos peones armados de mazas,' de
que tomó el nombre ^e Fortuno Maza quo dejó á sus -
nobles descendientes.
Los agarenos eran en tan gran número que cubrían
todo el camino desde las riberas del Ebro hasta Jas
del Gallego. El conde García envió na atento mensage
al rey don Pedro aconsejándole que levaptáta el sitio,
(4) EstQ Garda Ordonez, qae moros, es un peraonage misto-
aparece unas Teces peleando eo rioso é ¡Dcomprensible, coya bio«-
las 61as de Alfooso de Castilla, gráfta seria dificilisimo esoribir.
otras gacrreando en favor de los
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G(fogle
fARTBtl. UBEO II. 451
porque do era posible que escapara oiogon crísiraoo.
La respuesta del rc^y fué avanzar á los campos de Al-
coráz« donde se eacoutrarou las dos bqestes. El pría--
dpe don Alfonso fué el que comenzó el combate ha-
ciendo terrible daño á los infieles. La pelea se fué
generalizando y embraveciendo; convienen todos en
que fué de las mayores y mas sangrientas batallas que
se hablan dado entre musulmanes y cristianos: doró
hasta lá noche, y el arrogante don García, auxiliar de
los moros, el que dbcia que no podía escapar píngun
cristiano, fué uno de los prisioneros ^^K Agaardabán
los aragoneses que. al dia siguiente se renovara la pe--
lea, y lo que al dia siguiente sucedió fué ver diofiam-
parádos los reales de los infieles, que con pérdida
de treinta á cuarenta mil muertos se hablan retirado
de prisa con su i:ey á. Zaragoza. Ganada la batalla»
volvió el rey don Pedro sobre Huesca, que á los ocho
dias se rindió, y entró en ella tóunfante el 2& de
noviembre de 4 096. Esto es lo que refieren las cró-
nicas cristianas; veamos como la cuentan los árabes.
cE3 rey de Zaragoza Almostain Bíllah Abu Giafar,
«cuando creia descansar, y qae los cristianos escar-
«mentados' en Zalaca le dejarían go2ar de la fe-
«licidad de aquella victoria, se vio acometido de
cmuchedumbre de infieles que acaddiUah^ el tirano
( I ) Debió ser pronto puesto en ñando á Alfonso de Castilla en ana
libertad, porqoo en 49 de mayo ospedicion hácit Zaragoaa.
de 4 097 aparece otra Tes toompa-
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4S2- UlSTOniA 1)B ESPAÑA. ,
«Aben Radiuir ^^^ Salió contra él con cuanta geute
«pudo allegar, que serian veinte mil hombres entre
«ginetesy peones, gente muy esforzada, y robusta co*
(dumna del Islam. Encontráronse estas tropas cen las
udel tirano Aben Radmír, que eran igual número en-
ttre caballos y peones. Fué el encdentro de estas dos
«ihuestes, dice Ben Hudeil, cerca de Medina Huesca ,
«(fronteras de España^Orienlal (fortifíquelas Dios y ani^
«párelas). Estaban ambos ejércitos muy confiados cada
«uno en su poder y en el valor y destreza de sus
«caudillos, hijos de la guerra, leones embravecidos.
«Presentáronse la batalla, y al principio de ella dijo
aAbenRadmir (destruyale Dios) á sus principales cam.
apeadores: <Ea, mis amigos» señalemos con pie-
adra blanca este dia; ánimo y á ellos.» En i^ste
«punto se trabaron las dos contrarias huestes con igual
«denuedo y valor, y fué la batalla muy reñida y san-
«grienta, que ninguno tornó la cara á la espantosa
"«muerte, ni quería ceder ni perder su puesto ni fila,
4 y mucho menos el campo: cada uno quería que su
«caudillo le viese peleando como bravo león, hasta que
«fatigados ambos ejércitos que no podían menear las
«af mas suspendieron* la cruel matanza á la hora de
«atahzar. Estuviéronse mirando unos á otros como
<qna hora, y luego haciendo señal ellos cqn sus bo-
«ciñas y trompetas, y nosotros con nuestros -a tambó-
la Esto esy el bijo deRimiro; Sancho Ramírez.
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PARTB 11. LIBRO 11 iS3
«res, se trabó cod nuevo {mpetu la pernada y san-
cgrícDla lid: acometieron los cristiaDos con tal pu-
«tjaüza que de tropel entraron dividiendo nuestra
«hueste, y así hendida aquella fortaleza que so man-
utenía, se siguió la confusión y desordenada fuga, y la
xi'espada del vencedor se cebó en las gargantas musli-
ütnicas hasta la venida de la noche, y el rey Almos-
ataim el Zagir Aben Hud y los suyos se acogieron ,á la
«ciudad de Huesca.
«Luego los cristianos cercaron la ciudad y la com-
«batian con máquinas é ingenios; y los valientes musr
«limes salian y daban rebatos, y se los destruían, }
«en uno de estos fué herido y muerto de sáfela Aben
«Radmir, el rey de los cristianos: pero no por eso
«levantaron el sitio, antes-bien con nuevas tropas vi-
«nieron á la conquista. Estaban los muslimes muy
tapurados, y como Almoslain hubiese logrado salir de
«la ciudad allegó muchas gentes,^ y pidió auxilio á los
«emires de Albarracin y de Játiva y Denia, que luego
«fueron en su ayuda. Con la fama de la venida de
«este socorro los cristianos levantaron su campo de
«Huesca, y salieron con poderosa hueste al encuentro
<fde los muslimes. Fué. el encuentro en cercanías de
«la fortaleza de Alcoraza, acometiéronse^ con grande^
«ánimo y la pelea fué muy reñida y sangrienta que'
«duró hasta la venida de la noche: en ella los mus-
«limes recibieron grave daño, y muchos principales, '
«asi que como fuesen gentes diversas , culpando los
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454 uiSTOKiA ]>E bspaKa.
• «unos á los oíros del sacesoí no qoisieron esperar al
€dia siguiente la suerte de nuevo combate» y^unos
«por ana parte y otros por otra se retiraron aquella
«noche dejando machos muertos y heridos en moü-
4 tes y valles para agradable pasto de las fieras y de
«lias aves carnívoras. El rey Almostain se retiró á Za«-
«ragoza perdiendo la esperanza de mantener aquella
«ciodad» y pocos dias después se entregó Huesca á
«dos crislianos^^^))
De esta victoria data el haber tomado Ips reyes de
Aragón por armas la cruz de San Jorge en campo de
plata (pues los historiadores aficionados á apariciones
dicen que San Jorge anduvo á caballo en aquella bsK
taUa)i y en los cuadros del escudo cuatro cabezas ro-
jas qae dicen representan cuatro reyes ó caodiHos
moros que én aquella jornada murieron.
Doeño doa Pedro de Huesca, hizo convertir la
mezquita principal en templo cristiano, que se dio la
obispo de Jaca para establecer en ella la silla episco-
pal como habia estado antes de la entrada de los mo-
ros* y el obispo de Jaca volvió á intitularse de Hues-
ca. Y el papa Urbano D. con noticia de esta victoria,
confirmó al rey la facultad que Alejandro U y Gre-
gorio VIL hablan concedido á su padre para que los
reyes de Aragón pudiesen distribuir las rentas de las
(4 ) Goihle, part. DI. oop. iS«— conviene eo todo lo susta^oial coa
DoKV Qopia la relación de Al-Tor- la de Ben Uiudei!^
ofouíy autor contemporáneo, <)ae
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PARTB 11. LlltRO II. 4SK
jglesias que se ganasen de los moros, y de las qoe de
nuevo se edificasen, á escepcion de las catedrales;
dando también facultad á los ricos hombres para que
pudiesen anejar á cualquier monasterio, ó reservarse
para sí y sus herederos cualesquiera iglesias de lu- .
gares de moros que ganasen en la guerra, ó las que
se fundasen en sus pi^pios heredamientos, con las
décimas y primicias, ^á condición de hacer celebrar
los oficios divinos por personas convenientes con lo
demás necesario al culto ^*K
0
Siguió á la conquista de Huesca la aliantadel
aragonés con el Cid y su espedicioná Valencia, segGn
en el capítulo II lo dejamos referido. De regreso ásus
estados prosiguió el rey don Pedro a tacando denodada-
mente los castillos y fortalezas de los moros, entre ellos
el formidable de Calasanz, el dePertusa, con que
terminó la campaña de 1099, y por último la impor-
tante plaza de Barbastro (1100), con los castillos de
Ballovdr y Velíliay últimas reliqaras del reino de
Huesca. Viósele en 1102 correr las fronteras de Ca-
taluña, donde habían quedado á los moros algunos
asilos que les quitó sin dificultad, y en 1104 entrar
atrevidamente por tierfas de Zaragoza hasta poner d
pie cerca de sus muros, talar y destruir su. campiña,
y retirarse á Huesca, donde pronto iban á verse ma««
logradas las esperanzas que á los aragoneses habia
(1) Zurita, Anal. part. I. c. 32.— Bula de Urbano II.
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l'Se HISTOIIA DB BSPAiíá.
¡nfundido la repatacioQ de su joven inonar(;a. La pér-^
dida de un tierno príncipe de su mismo nombre que
habia tenido de su esposa Berta acibaró los dias de
aquel ilustre soberano en términos que sobrevivió
muy poco tiempo á la prematura muerte de su hijo.
Ni sus glorías de conquistador fueron bastantes á con-
solarle, ni la robjistez de la edad, qaé contaba enton-
ces treinta y cinco años, pudo neutralizar b\ estrago
que en su naturaleza produjo, el dolor de aquel in-
fortunio, y el 2^ de setiembre de aquel mismo año
(1 1 04) lloraron los aragoneses el fallecimiento del
conquistador de Huesca y de Barbastro. Mucho en
verdad los consoló el haber recaidQ la sucesión del
reino en su hermano Alfonso, príncipe animoso y
fuerte, que habia de merecer mas adelante el sobre^
nombre de Batallador; pero cuyos hechos nos reser-
vamos referir en otro capítulo por el íntimo enlace
qne tuvieron con los sucesos de Castilla que siguieron,
á la muerte de Alfonso VL
Dejamos en Cataluña al conde de Barcelona Be-
renguer Ramón I(. el Fratricida rigiendo el estado por
sí y como tnUyf del tierno príncipe Ramón Berenguer,
el hijo de su hermano Cap d€ Estopa el asesinado ^*K
si bien cpn la condición impuesta por los condes y-
barones de que la tutela no hubiese de durar sino
hasta que el huérfano niño cumpliese los qijipce años
[4) Cap. %k del anterior libro.
\
t
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PAKTB 11. LIBRO II. 457
y con ellos adquiriese el derecha de reioar c^lzanda
las espuelas de caballero» Ocupado tijajerop al Fratri-
cida en los siguientes anos las guerras en que le he-
mos visto envuelto con el Cid Campeador^ tan funes^
tas para la causa de la cristiandad como las alian-
zas del conde catalán con el irey de Tortosa y Deniá
Al Mondbir Alfagib, que dejamos en otra parte refe-
ridas í*^
En medio de estas lamentables escisiones entre el
conde barcelonés y el guerrero castellano, una empre-
sa grande, noble, digna, vino á ocupar la aten-
ción del primero con gran contentamiento de los ca-
talanes: tal fué el prefecto de reconquistar la antigua
metrópoli de la España Gterior, la célebre Tarrago-
na, punto avanzado que ios musulmanes poseian
en el Oriente de España y cuya ventajosa posi-
cion para el tráfico de, mar les bacía cuidar con par-
ticular interés de su conservación. Ya ^n el anterior
condado el clero catalán, ansioso de recobrar su anti-
gua metrópoli, ba\)ia hecho oscitaciones para que se^
acometiera una empresa á la vez patriótica y religio-
sa; ya habia preocupado este pensamiento á don Ra-
món Berenguer el Viejo; y ahora él hijo, mal seguro
de la sumisión de los condes y barones, menos seguro
todavía del cariño del pueblo, temeroso de ver recaer
sobrQ sí las penas y censuras de la Iglesia y acosado
tal vez de remordimientos, no podía menos de aco-
(4) Capitulo 1.0 de oste libro.
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4S8 HISTORIA DR SUPAÜA.
ger con ahinco un proyecto cuya ejecncioD habría de
borcar en gran parle el hoüdo disgusto que en todo el
páis y en todo&los ánimos había prodiicido el fratri-
cidio. Por otra parte el obispo de Vich, cabeza de la
asamblea de los vengadores de aquel ci^fmeo, tenia el
mayor interés en la realización de una conquista que
habiade valerle la posesión de aquella silla metropo-
litana» por haberlo ofrecido asi la Santa Sede para
cnando llegara el caso de la apetecida restauración.
Asi mientras el conde soberano se aparejaba para una ^
empresa de que esperaba habría de resultar su reha-
bilitación en el aprecio público, el prelado Auao^
nense partía á Roma á implorar tos auxilios del gefé
de la cristiandad. ^
Ocupaba eqtonces la silla de San Pedro el papa
Urbano II., el gran promovedor de las cruzadas á la
Tierra Santa qoe á la sazón absorbían el pensamiento
y el entusiasmo del mnudo cristiaoo. £1 pontífice vio
en el proyecto de recobrar y restaurar la iglesia Tar-
raconense nn motivo de cruzada no menos digno de
los apóstoles y de los guerreros de la fé que el <ie
recuperar los santos lugares; por lo cual no solo aco-
gió con gasto la demanda del prelado catalán, siaoqne
eximió del voto de cruzarse para la Palestina á citano-
tos quisiesen acudir á la reconquista de Tarragona,
«futuro antemural, decia, del pneblo orístíano;» eos*
cedió jubileo plenísimo á los que personalmente aooiá-
pañasen la espedicion, otorgó otras muchas gracias,
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espiritoales, eonfirmó al obispo de Yieh la futura pre-
lacia de aquella metrópoli» y escitó eficazmente á to-
dos los príncipes» barones y caballeros, eclesiásticos y
seglares de los países limítrofes, á que concurrieran
á la santa empresa. Con tales elementos activáronse
los preparativos, alistáronse en gran námero los guer-
reros, y abrióse la campana. Prósperas y felices mar*
charon las primeras operaciones; fueron los sarrace-
nos perdiendo sus castillos; la ciudad de las antiguas
murallas ciclópeas fué con impetuoso vigor acometi-
da, y los pendones del cristianismo tremolaron en los
muros en que tiempos atrás resplandecieron las águi-^
lasromanas y en que después había ondeado orgulloso
el estandarte de Mahoma (4090)» Lanzados los infieles
de la Cíodad y campo de Tarragona, y forzados á in-
ternarse en lo mas áspero de' las montañas de Prados
al abrigo de Ciurana y de Tortosa» limpio de sarra-
cenos el territorio comprendido entre el llano de Tar-
ragona y de Urgel, qnedó allanado el camino para los
fiíturos ataques de Tortosa y de Lérida. Restaurada y
purificada solemnemente aquella insigne iglesia, y ar-*
reglado lo conveniente al gobierno de la ciodad , el con-
de Berenguer hizo donación de su conquista al após-
tol San Pedro, y á los pontífices sucesores suyos: «con
lo cual, añade un ilustrado escritor catalán, acaba de
ser notorio que vino en la empresa movido de peniten-
cia y cnanto ansiaba detener el rayo del Vaticano ('^>
(4) Piferrer, necuerdos y Detleías, tom. de Cataluña, p. 147.
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460 HISTOBIA DE BSPAÜA.
De incalculables y felicísimas coDsecuencias hn*
biera podido ser para todo el Oriente He España la
gloriosa conquista de Tarragona, si seguidamente no
hubieran embarazado de nuevo al conde Berengaer
y á los catalanes las guerras con el Cid, su? descafa*,
bros y contratiempos en Calamocba y Tobar del Pi-
nar (1 092) que en otra parte dejamos referidos, so
estancia en Zaragoza y sus correrías por tierras de
Valencia después de avenido con el Campeador, hasta
la conquista de Murviedro' por el de Vivar y el sitio
dé Oropesa por el barcelonés (1095). La misma Tor-
tosa habiasido ya objeto de algunas teütalivas de
parte de Berenguer II. en 409ó, cuando de repente
se ve vacar la corona con(]|al, y al año siguiente se
encuentra á su joven sobrino rigiendo por sí el es-
tado. ¿Qué fué lo que motivó tan repentina desapa-
rición?
Las expediciones militares del conde Berengaer
Ramón IL pudieron acaso suspender, pero no haceq
desistir á los magnates barceloneses de su empeño en
descubrir y castigar al perpetrador de la muerte de
Ramón Cap de Estopa; y aunque la asamblea de 1085
no tuvo el resultado que entonces se propusieron, no
pararon los coligados,, especialmente Bernardo Guíller-
mp deQueralt, Ramón Folch de Cardona y Araaldo Mi-
ron, hasta retar como buenos al fratricida, al uso de
aquellos tiempos, y 'obligarle á fuer de caballero á
presentarse al reto en la corte do Alfonso VI. de Cas-
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PAKTB 11. 1.1BE0 II. 461
tilla, donde ai fia fué convencido de su traición y ale-
vosía judicialmente ó per batallam ^^K Este srngular
juicio debió verificarse entre el 1096 y el 1097, que
es la fecha que media entre las últimas esprituras que
se halUn firmadas por este conde y su desaparición,
del condado de Barcelonaii Convencido pues y des-
honrado el Fratricida, lomó la única resolución que
era ya compatible con erdcscrédito en que la prae*
ba de su delito le ponía á los ojos de los catalanes: la
de partir á Ja Tierra Santa. Asi y por tan misteriosos
caminos conduce muchas veces la Providencia á los
hombres á la expiación de sus crímenes. Allá en aque-
llos apartados lugares murió batallando en defensa de
la cruz el matador de su hermano, con cuya peni-
tencia pudo acaso aplacar al eterno juez, ya que acá
sus hazañas no fueron bastantes á desenojar á los ven*
gadores del fratricidio í*^
Cómo ya en aquel tiempo el jóv«n Ramón Beren-
guer, hijo del asesinado y sobrino del Fratricida, el de-
fendido y amparado en su niñez por la fidelidad de
los catalanes en medio de aquellas turbaciones y guei"-
ras, se hallase en la edad de los quince años> en que.
podía ser armado caballero, fué proclamado conde y
(1) Este hecho ha pasado des- d'Arc, Hístoire des conquéles des
conocido de Duestros historiadores Normaofls, etc-Muchos catalanes
hasta que nos le ha descubierto el iban ya entonces ¿ la conauista
investigador é ilustrado señor Bo- de la Tierra Santa, creciendo el
farnU en sos Condes vindicados, furor de cruzarse para la Palestina
(2) Necroloftio dé Ripoll.^Zu- al paso que menguaba el temor
rita, Anal. p»L c. Iil6.«^auttier por la seguridad de Cataluña.
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462 HISTORIA DE BSPAÑA»
sucesor de su padre con arreglo al testamento de su
abuelo. Acas» ya entonces se había enlazado el joven
p^íncipe^con María, la hija segunda del Cid y de dona
limeña, de quien hablamos arriba, y de la cual solo
tuvo una hija cuyo nombre se ignora ^^^ Muerta ésta,
casóse háciá mediados de 4406 con Almodis, de la
cual no tuvo sucesión, y últimamente de terceras
nupcias en 4412 con Dulcía, condesa de Provenga,
de quien tuvo tres hijos y cuatro hijas', de los cuales
hablaremos mas adelante.
Fué este conde el conocido con el nombre de Ra-
món Berenguer III. el Grande, príncipe valeroso y
esfor^do caballero, como tendremos ocasión de ver
en otro lugar: puesto que los sucesos del reinado de
don Ramón Berenguer IIL serán ya objeto y materia
de otro capítulo.
(1) Archivo de la corona de de.— Apend. á la Marca Hia¡Miaa
AragOD, Golecc. del andécimacoa- números 337 al 339.
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€AIMTIILO IV.
DOÑA URRACA EN CASTILLA:
I
DON ALFONSO I. EN ARAGON«
W 1409 A 1134.
Dificaltades de este reinado. Opueatos jaicios de loa biatoriadorea.-^
MatrimoDío de doña Urraca coa don Alfooao 1. de Aragón*— Deaa-
Teoeocias conyugales.— Disiorbíoa, guerras, calamídadoa que o^-
síonan en el reíno.-^La reina presa por su eapoao.— Índole y carác-
ie^ dtolosdoH consortes. —Alternativas de ayeneDCias y discordias.
•—Guerras entre caatellanos y aragooeses.-^atalla8do Gan^eapina y
Villadangos.— Proclamación de Alfonso Raimundez en Galicia.—
Gaerrean entre sí la reina y el rey, la madre y el hijo, Enriqurde
Portugal, el obispo Gelmirez, doña Urraca y su hermana dona Te-
resa.—Declárase la nulidad del matrimonio.— Retírase don Alfonso
á Aragon.-oNuevas turbulencias en Castilla, Galicia y Portugal.— *
Gran motin en Santiago: los sublevados incendian la catedral , mal-
tratan á la reina ó intentan matar al obispo: paz momentáne»—
Nuevos disturbios y guerras.— Amorosas relaciones de doSa Urraca:
. au muerte: proclamación de Alfonso VH. su hijo.— Entradas de los
sarracenos en Castilla.- Sucesos de Aragón.— Triunfos y proezas de
Alfonso I.al Balaiiacior.— Importante conquista de Zaragoza.— Atre-
. vida espcdicion de Alfonso á Andalucía.— Nuevas invasiones en
Castilla: autérminc-^Franquea el Batallador por segunda vez loa
Pirineos y tome á Bayona.— Sitio de Fraga: su muerte.— Célebre y
singular testamento en que cede au reino á tres órdenes religiosaa^
Turbolento, aciago» calaMitoso, y tristemente cé-
lebre fué el reinado de dona Urraca: «episodio funesto
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464 niSTORu db rspaüa. - v
dijimos yaí en nuestro discurso preliminary q«i6 borra-
ríamos de buen grado de las páginas históricas de
nuestra patria.» Y no somos solos á decirlo: díjolo
ya antes que nosotros el autor del prólogo á la histo-
ria de doña Urraca por el obispo Sandoval coo estas
palabras: «Deberíamos descartar tales reinados de
ia serie de los que constituyen nuestra historia nacio-
nal ^*).v> Y como si fuese poco embarazo para el histo-
riador haber de dar algún órdeñ y claridad ^1 caos
de turbulencias y agitaciones, de desconcierto y de
anarquía que distinguió este desastroso período, vie-
ne á darle nuevo tormento la mas lamentable dis-
cordancia entre los escritores que nos han ti^asmitido
los sucesos y la divergencia mas lastimosa en ios jui-
cios y caliGcaciones de- los persoi^iges que en ellos in-
tervinieron. ' ^ '
Los unos, como por ejemplo, Lucas de Túy y el
arzobispo de Toledo, á quienes siguen Mariana y
(4) Mas no nos es posible á
nosotros, historiadores espafio-
los, seguir el partídq qae ha
adoptado Romey, qae ha sido pa-
sar casi en blanco el reinado de
•dofia Urraca, supliendo di Yació con
unA.estensisima relación de los he-
chos de los árabes en aquel tiempo;
como si aquel erudito faistoriaaor
S9 hubiera arredrado ante las in-
mensas dificultades y complica-
ciones que este reinado ofrece^ ,
cosa que sin embarao estrañamos '
en tan laborioso y discrelo inves-
tigador.
Conociendo estas mismas difi-
cultades el ilustrado señor Hercu-
laño, moderno historiador de Bor-
tugal, dice hablando de este rei-
nado: «En la falta absoluta ^e no-^
tas cronológicas que se encuentra
en las crónicas contemporáneas,
el historiador n^oddrno que desea
atinar con la verdad se ve muchas
veces perplejo para señalar el óf-
den y el. "enlace, do los aconteci-
mientos. Cuando la España tenga
nna historia escrita con sinceridad
y conciencia, el periodo del go-^
bierno de doña Urraca seii uno
do los que pongan á mas dura
prueba el discernimiento del his-
toriador.! Hist. de Portugal. to<-
mol. p. 347.
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PARTE II. CIBRO II. 465
Otros, hacen recaer toda la culpabilidad de los desas-
tres y de las discordias en la reina de Castilla » á la "
cual llaman «rauger recia de condición y brava;)» ba^
blando sus «mal encubiertas deshonestidades;» dicen
que «con mengua suya y de su marido andaba mas
suelta de lo que sufria el estado de su persona;» y
suponen que el haberse separado del rey «fué porque
este prudentísimo varón procuraba refrenar y corre-
gir sus liviandades.» Mientras otros; como Berganza y
Perer, y mas especialmente los maestros Florez y
Risco, rechazan como calumniosas todas las flaque-
zas que le han sido atribuidas , y echan toda la odío^
sidad de las desavenencias y disturbios sobre el rey
don Alfonso, suponiéndole las intenciones mas avie-
sas y los hechos mas sacrilegos , llápaándole rudo
maltratador de su esposa, tiránico perseguidor de sa-
cerdotes y obispos, profanador y destructor de tem-
plos , robador de haciendas y de vasos sagrados , y
atentadot* á la vida del tierno príncipe. No hay mal-
dad que los unos no atribuyan al rey; no hay estra-
vlo que los otros no achaquen á la reina.
Juicios mas.encontrados y opuestos, si en lo posi-
ble cabe, hallamos acerca del prelado de Compostela
Gelmirez, personage importante de esta época. Al de-
cir de la Historia Compostelana, el obispo Gelmirez fué
un dechado de santidad y de virtud , como apóstol,
como guerrero, como consejero del niño Alfonso, y
como tal favorecido singularmente de Dios por una
Tomo IV. ^ 30
I
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I6G HISTOEU DB BSPASa.
larga serie de extraordinarios favores. El aator de la
España Sagrada le coloca en el número de los héroes
evangélicos, y le encomia y le ensalza eomo varón
doctísimo como moralizador de la Iglesia, como ge-
neroso y fiel á su reina : mientras el critico Masdea
hace de él el siguiente horrible retrato: «El arzobis-
po, dice, ciego por Francia , aborrece á España ; se
dedicó á la milicia mas que á la Iglesia ; fué codicioso
y usurpador de lo ageno; fué inquieto y litigioso ; in«
fiel á sus dos reyes Alfonsos y á su reina, doña Ur-
raca ; traidoV y vengativo ; famoso por su excesiva
ambición; insigne por sus sacrilegas simonías. •• re*
galaba dinero por no obedecer al papa; obligaba á
sus penitentes á darle regalos en pena de sus culpas. ..
consiguió á peso de oro las dignidades de arzobispo
y nuncio, ..•• etc.» ¿Quién será capaz de reconocer A
un personage por dos tan opuestos retratos?
Mas fácil es conocer las influencias y los fines que
guiaron las plumas de escritores tan antagonistas , y
licito será sospechar que panegiristas y detractores
escribieron con apasionamiento, y fueron extremados
los unos en sus alabanzas, los otros en sus vituperios.
Nosotros emitiremos con desapasionada imparcialidad
lo que del cotejo de unos y otros autores creemos re-
sulta mas conforme á las leyes y reglas de la verdad
histórica.
Poco antes de morir Alfonso VI. de Castilla declaró
heredera de sus reinos á su hija legítima doña Urraca,
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FAATB II. LIBRO lU 467
viuda de Ramón de Borgona, conde de Galicia, que
habiá fallecido en 1107 en Grajal de Campos, y del
cnal tenia dos tiernos niños, Alfonso y Sancha. Ya en
vida de aquel iqonarca se habla tratado de las se-
gunda nupcias de la heredera de Castilla; mas aun-
que su padre se manifestó inclinado á que se enlazara
con Alfonso de Aragón, acaso con el laudable designio
de que llegaran á reunirse asi la dos coronas de Ara*
gon y de Castilla, no se realizó entonces el consorcio,
' antes bien recomendó el anciano monarca á su hija que
en este como en otros graves negocios enx]ue se inte*,
resára el bien del reino siguiera los consejos de los
grandes y nobles castellanos (*). Recayó pues el go-
bierno de Castiga en las débiles manos de una mu-
ger, cuando tanta falta hacia un brazo vigoroso
que le reparara de los desastres sufridos y enfrenara
la osadia de los africanos vencedores. en Zalaca y en
Uclés* Contenió no obstante doña Urraca á leoneses y
castellanos ea los primeros meses de su reinado, con-
firmando (setiembre de 1100) los fueros de León y
de Carrion, aquellos en la forma que los habia otor-
(4) Ed ^stóconvieoenla Hifl- dona urraca aoaente de Castilla,
toria oompoatalana. Lacas de Tuy, «on su marido caando falleció so
el ADÓniroo de Sabagoo y los do- padre: de haber venido entonces
camentoa y escritoras qoe citan doña Urraca y despojado de sos
Bersaoia, Aotigued. tom. \U y estados al conde Pedro Ansorez,
Bís^. Bi- 1. de León, tom. I. En etc. La réioa no se casó hasta a1-
Gonsecoeocia debe desecharse co- gunos meses despoes del falleci-
mo falso lo que, siguiendo al arzo- miento de so fiadre, y el conde
bispo- dbo Rodrigo, cuentan San- Pedro Aosiirez aparece firmando
doval, Mariana y otros, de h^ber- con ella la confirmación de los
se efectuado las bodas tiviendo fueros de León y de Carrion.
Alfonso VL: de bailarse la reina
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468 ' ~ HISTORIA DB BSVAftA.
gado su ilustre bisabuelo Alfonso Y., firmando coi> ella
los obispos de Leou, Oviedo y Falencia, y el famoso
conde don Pedro Ansurez, su ayo y tutor y síu prin-
cipal consejero en el gobierno del reino.
Amenazaba ya en este tiempo los estados de Cas-
lilla el rey Alfonso I. dé Aragón, príncipe belicoso y
atrevido, que se hallaba en la flor de su edad y goza*
. ba ya fama de gran guerrero. La nobleza castellana,
temiendo por una pártela audacia del aragonés, con-
,siderando por otra la necesidad de confiar la de-
fensa del reino á un príncipe cuyo nombre y cuya
espada pudiera tener á raya á los mahometanos,
resolvió casar Á la reina con el hijo de Sancho Rami-
rez, sin reparar entonces ni en las cualidades de
los futuros consortes, ni en los inconveniehtes del pa-
fcntasco en tercer grado que los unia como descendien*
les ambos de Sancho el Mayor de Navarra. Condes-
cendió la reina, aunque muy contra su gusto, con la
voluntad de los grandes, asi por cumplir lo que su
padre le tenia recopaendado, como por no exponer sus
estados á riesgo de ser poseídos por un príncipe és-
trangero, que como tal era considerado el aragonés
entonces ^^K Reunidos pues los condes y magnates en
(4) La repugnancia con que seguir la disposición y arbitno de
doña Urraca accedió á esle ma- ' los grandes, casándome con el
trimonio la manifestó ella misma cruento, fan tánico y tirano rey de
bien esplícilamente mas adelante Aragón, juntándome con él para
caando decia al conde don Fer- mi desgracia por medio de oa
nando: «En esta conformidad vino matrimonio nefando y execrable.»
á suceder que habiendo muerto Anón, de Sabagun.— Risco, Hís-
mi piadoso padre me tí forzada á toría 4o León.
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PABTB 11. LIBEO II. 469
el castillo de Muñón en octubre de 1109, <alU casa-
ron é ayuntaron, dicte un escritor contemporáneo,
á la dicha doña Urraca con el rey de Aragón í*^»
Matrimonio Tata!, que llevaba en sí el germen de las
calamidades é infortunios que po habian de tardar en
afligir y consternar el reino.
Todavía sin embargo al año siguiente (1110)
acompañó la reina con el ejército castellano á su es-
poso por fierras de Nájera y Zaragoza, con el fin sin
duda de ayudarle á conquistar por aquel lado algunas
poblaciones de los moros, señalándose este viage de
doña Urraca por las donaciones y mercedes que iba
haciendo á los pueblos, iglesias y monasterios. Pero
la discordia entre los regios consortes no tardó en es-
tallar. Unidos sin cariño; mas dotado el aragonés de
las rudas cualidades del soldado que de las prendas
que hacen amable un esposo; no muy severa la reina
en sus costumbres, ó por lo menos no muy cuida-
dosa de guardar recato en ciertos 'actos exteriores,
llegó el rey no solo á perder todo miramiento para
con su esposa, sino á maltratarla, ya no de palabra
sino de obra, poniéndola las manos en el rostro y
los pies en el cuerpo ^^K Los prelados y el clefo que
siempre habian desaprobado este matrimonio, por el
parentesco en grado prohibido que entre ellos mediaba,
(4) AnÓDiroo de Sahagun. eise, pede suo me percusisse omni
{% Faciemmram suis moni- doletúam es^nobilitati : HiUoria
bus sordUiis muUolies turbntam Goaipost. L. f. cap. 64.
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479 UI8T0EU DB BSPAftÁ.
proponian á la reina el divorcio como el mejor medía
de salir de la disgustosa situación en que se enóon--
traba* Prestaba ella gustosamente oidos á esta especie,
según unos porque ademas del mal trato que su-
fría^ abrigaba escrúpulos sobre la legitimidad y va-*
lidez de su matrimonio, según otros pprque asi la ani-
maba la esperanza de poder unirse con el noble conde
door Gómez de Gandespina, que ya en vida de su pa-
dre dicen habia aspirado. á su mano, y con quioD
inantenia aun relaciones no muy desinteresadas. Tale»
discordias y hablillas fueron dando margen al descaro
conque los partidarios de el de' Aragón desacreditaban
á la reina y á sus parciales, llegando los burgeses de
Sahagun á llamarla sin rebozo merefriz pública y en-
ganadora, y á todos los suyos «hombres sin ley,
mentirosos, engañadores y perjjuros ^*K^
Alarmado don Alfonso cotí estas disposiciones y
proyectos, y con pretesto de ocurrir á la defensa de
Toledo amenazada por los africanos, puso en las prin-
cipales ciudades y fortalezas de GastUla guarnicione»
de aragoneses, y lo que fué mas significativo toda-
vía, encerró á la reina en el fuerte de Gastellar (1414 )^
Para la debida inteligencia de los importantes su-
cesos á que estas disensiones dieron lugar y que va-
mos á referir, menester es dar idea del estado en que
se encontraban Portugal y Galicia, cuyos príncipes»
magnates y prelados van á tomar una parle activa en
(i) ' AnoD. de Sabaguo, cap- 48.
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PAETB U. UBEO II. 471
ellos. Ya en vida dé Alfonso VI. los dos condes fran*
ceses yernos del monarca, correspondiendo con in-
gratitud á sus beneficiost babian hécbo entre si on
pacto secreto de sucesión para repartirse el reino á la
mperte del soberano de Castilla ^^K La del conde Ramón
de Galicia, primer esposo de doña Urraca, frustró la
alianza y concierto de los dos primos, perp al propio
tiempo avivó la ambición de Enrique el de Portugal,
que llevando mas lejos que antes sus miras concibió
la atrevida idea de hacerse señor, no ya de una parte.,
sino de toda la monarquía castellana. Frustradas sus
pretensiones con el llamamiento de doña Urraca á la
sucesión del trono leonés, pero no cediendo en sus
audaces proyectos, pasó á Francia á reclutar gente
con que hacer la guerra á la hermana de su espasa.
Prendiéronle en aquel país, acaso por suponerle otros
fines de los que aparentaba; pera fugado de la pri«
sion> y habiendo regresado á Españ» por los estados
del aragonés, ligóse con Alfonso para acometer uni-
dos las tierras de León y Castilla y repartírselas lue-
go entre sí (1111).
Entretanto criábase en Galicia en la pequeña al-
dea de Caldas y bajo la tutela y dirección del conde
Pedro de Trava, el tierno príncipe Alfonso Raímun-
dez, hijo do doña Urraca y de su primer esposo dqp
Ramón de Borgoña* Luego que su- madre pasó á so-
lí) De este documeoto • que tratemos del prÍDcipio del reíDO
IHibUcó por primera vez D' Acbe- do Porto(^L
ry, daremos mas Dotícias cuando *
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472 BI9T0EU OB BSFAilA.
gandas nupcias con el de Aragón, el conde Pedro
trató de hacer proclamar rey de Galicia al infante doo
Alfonso, con arreglo, según varios escritores, á las
disposiciones testamentarias de su ilustre abuelo para
el caso del segundo matrimonio de doña Urraoa.
Cuando esta.sefk>ra se hallaba retenida en la fortale*
za de Castellar, el resentimiento contra su marido la
hizo naturalmente volver su pensamiento hacia su
hijo, y envid mensageros á Galicia escitando á los
nobles á que le proclamaran en aquellos estados.
Una repentina reconciliación del rey y la reina detuvo
en su propósito á los condes gallegos parciales del
príncipe, temiendo la venganza del impetuosa ara-
gonés, de cuya violenta índole tenían ya pruebas en
su primera espedicion á Castilla y Galicia. Mas aquella
reconciliación cambiaba al propio tiempo la situa-
ción de Enrique de Portugal, el cual considerándose
ya desobligado del concierto hecho con el aragonés,
púsose de parte del conde de Ira va, y le. instigó á
que llevara adelante ei pensamiento de elevar al
tieriio príncipe su pupilo al trono de Galicia. Descu-
brióse entonces, al decir de la Historia Compostelana,
el proyecto que habia formado el monarca aragonés
de atentar á la vida del infante y de su ayo;
Pero la conducta del conde Frolaz de Travá hizo
estallar una guerra, civil en Galicia^ Algunos hidalgos
enemigos suyos, y especialmente los hermanos Pedro
Arias y Arias Pérez, atacaron á fuerza armada la
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PARTE ll« LIBEO II. 473
fortaleza de Sania María dé Castrelio donde la con-
desa de Trava custodiaba al tierno infante: defendióse
aquella señora valerosamente y pidió auxilio al obis-
po de Composlela Diego Gelmirez, que habiendo se-
guido basta entonces una política vacilante, s^ decla-
ró protector del joven príncipe. AcAdió el prelado,
mas al tiempo 4e abrirle la puerta del castillo, entró-
se tras él la gente de Arias Pérez, que intentó arraur
car al niño Alfonso de los brazos de la condesa; to-
móle en los suyos el obispo; pero los sediciosos arre-'
batáronsele con violencia, y príncipe, condesa y pre-
lado todos quedaron prisioneros. Viendo después
Arias Pérez y sus parciales que la ciudad de Santiago
y toda la tierra se ponian en armas en favor del obis-
po, púsole en libertad, logrando después 'el prelado
pacificar la Galicia, y aun atraer al partido del infan- •
te á los nobles que se le habían mostrado mas ad-
versos.
De repente mudaron otra vez de aspecto las co-
sas. El genio dominante y brusco del rey de Aragón y
el ligero proceder de la reina de Castilla no eran para
hacer ni sincera ni durable la concordia, y añadía le-
ña al mal apagado fuego de la disensión conyugal la
preferencia que doña Urraca parece seguía dando al
conde Gómez González, y. que los amigos de don Al -
fonso traducían de criminal. x\griáronse pues, de nuevo
los regios consortes, y llegó el desabrimiento á produ-
cir pública y formal separación. Agrupái^onse en tor-
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474 HISTQRU DB EBP^A^
uo de la reina los condes castellaDos* y muy especial*
mente su anciano ayo Pedro Aosurez, don Gómez
GoDzalez de Gandespina y don Pedro González de La-
ra, estos dos últimos esperando tal vez cada cu^i qae
el divorcio les abriera el camino del trono, pues am-
bos blasooaban en su íntimo valimiento. En cambio
Enrique de Portugal, que por ambición y personal
iaterés se arrimaba siempre al bando enemigo de la
reina de Castilla, volvióse otra vez al lado del de
Aragón renovando su antigua alianza con Alfonso,
que durante su pasagera reconciliación con la reina
se habia apoderado de Toledo donde gobernaba Al*
var Fañez^*^. Llegadas las cosas á estado de rompí*
miento y de material hostilidad, encontráronse leone-
ses y castellanos con el de Aragón y el de Portugal
en el Campo de Espina, cerca de Sepúlveda, distrito
de Segovia. Mandaba la vanguardia de los de Castilla
el conde don Pedro de Lara: cargó sobre ella el ara*
gonés con tal brio que el de Lara hubo de abandonar
el campo y^ retirarse de huida á Burgos. Quedaba para
sostener el combate el conde don Gómez, que se de*
fendió mas tiempo, pero arrollado también por los
aragoneses, declaróse por estos la victoria (noviem-.
bre de 4 1 1 1), contándose entre los muertos el mismo
conde con no pocos magnates y muchos soldados ^^*
(1) Anoal. Toled. primoros.— let. I. 7.— Florez, siguiendo la
Berganza, Aotígaed. tomo II. Historia Gompostel., anticipa la
(2) Anoal. Cotnplut. ad aon. fecha de esta batalla.
4 Hl.— Lucas Tiid.— Roder. To-
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PAiTi II. Linoii. 475
Orgulloso quedó con este triunfo el aragonés; la
destrucción y el pillage señalaban la marcha de su
ejército por los pueblos de Castilla; los obispos parti-
darios de la reina ó eran desterrados ó abandonaban
asustados sus sillas, y los templos sufrían las depre*
daciones ^e la soldadesca. La reina <^oo?ocaba á sus
parciales; y los proceres gallegos, temerosos de la
impetuosidad y pujanza del de Aragón, olvidando al
parecer antiguas discordias y agravios, de acuerdo
también con doña Urraca, realizaron la aclamacipndé
su hijo el niño Alfonso Raimundez por rey de Galicia,
ungiéndole por su mano en la catedral de Gompostela
el obispo Diego Gelmirez: después de lo cual, deter-
minaron llevarle á su madre á Castilla , acompañán-
dole el prelado, el conde de Trava y otros muchos
señores gallegos con toda la gente armada que pu-
dieron allegar. Noticioso de este suceso el aragonés,
^lió á encontrar la comitiva del príncipe su entenado,
á la cual halló ya del lado de acá de Astorga, en el
camino de esta ciudad á León. En un pueblo nom-
brado Viadangos (hoy Villadangos) se trabó un re-
ñido combate entre aragoneses por uoa parte y Ico*
neses y gallegos por otra. Pugnaron aquellos feroz-
mente por apoderarse del rey niño, estos por defen-
derle y ampararle. Vencieron aquellos otra vez, pero
en medio de la batalla cogió al tierno monarca el
obispo Gelmirez y le salvó llevándole al castillo de
Orcillon donde se hallaba su madre. Los dcma§) so
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476 H18T0EIA US BSPAlfA*
refugiaron á Astorga, donde se hicieron fuertes. La
reina y el obispo se faeron por las asperezas de Astu-
rias á Santiago, huyendo de encontrarse con las ven-
cedoras tropas de Aragón^ y sufriendo los rigores de
un crudísimo invierno ^*\
Hecho en Galicia un llamamiento á todo% los que
se les conservaran fieles, pronto pudieron la reina y
el obispo salir de nuevo á campaña con mayores fuer-
zas, marchando en auxilio de los de Astorga, á quie-
nes sitiaba ya el aragonés. Venia ahora como auxiliar
de los castellanos y gallegos capitaneando las tropas,
el copde Enrique de Portugal que otra vez habia
mudado de partido y arrimádose al d^ la reina de
Castilla. Temió Alfonso de Aragón este poderoso re-
fuerzo, levantó el cerco de Astorga y se retiró al cas-
tillo de Peñafiel í*^ á la parte de Valladolid. Cercá-
ronle alli los castellanos, portugueses y gallegos (1 1 1 2).
Durante este sitio ocurrieron graves desavenencias
entre. doña Urraca, don Enrique de Portugal y su es-
posa doña Teresa, la hermana c|e la de Castilla, que
habia acudido aíli, y que produjeron entre ellos nue-
vas y serias escisiones, y la retirada del portugués ^^K
(i) Pergravia Hiñera et labo^ á pasarse eco tanta frecuencia de
riosos montes, frigidoaque ntvi- uno á otro bando, y que habia
huB el glacie prosteritOB kiemis. ocurrido para que levedmos tan
Hist. Gompost. I. 7.C. 73. pronto de auiiliar como de ene-
{%) Anal de Sahaguo, c. Hl. roigo, ya del rey de Aragón, ya
— ^La ^Composte'iaua dice á Car- del de Galicia, ya déla reina de
rion. Seguimos en esto al de 8a- CastilHd?^ En esta complicadisima
hai^un, que escribía mas cerca madeja de sucesos no es fácil dar
dei teatro de los sucLSo-^. cuufila de todo^ los episodios é
<3^ 4Q|ié.n)avi% al üo Portugal incidentes si no se ha de interrutn-
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PARTB TI. LIBRÓ II.
477
^9.
131
«i
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P
«I
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Oí
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Por otra parte ia llegada de un legado del papa en-
'viado para poner término á tantos males y. llevar á
efecto la definitiva separación de Alfonso y Urraca,
dio nuevo rumbo á Iqs negocios, celebrándose por
intervención de los principales señores de Leen y de
Castilla una especie de concordia, en que se acordó se
hiciese distribución de castillos y lugares entre el rey
y la reina, á condición de que si el rey perjudicase á
la reina y faltase á los pactos la defenderían todos,
mas si esta traspasase la convención, todos favorcce-
rian al rey.
Pronto mostró el aragonés la mala fé con que ha-
bía hecho aquel asiento y capitulación. Apoderábase
pir á cada paso ol hilo do la nar-
ración principal. Pero veamos co-
mo esptica \^ vefsétil conducta dé
este importante y revoltoso por-
sonage un moderno historiador de
PortugHl, que ha estudiado bien
este periodo, como principio que
fué de aquel reino.
Después del triunfo de Alfonso
y Enrique en Campo do Espina,
el ejército do los dos aliados entró
en Sepúlveda. Algunos nobles cas-
tellanos á quienes unian lazos de
antigua amistad con el portugués,
representáronle cuánto mas digno
sería de su persona quo hiciera
causa común con ellos que con el
enemigo de León y de Castilla;
dijéronle que si tal hiciera le nom-
brarían gefe de sus tropas é in-
ducirían á la reimí á que repar-
tióse con él fraternalmente ana
parte de los estados de Alfonso VI.
Halagaron al ambicioso é incons-
tanté'Enrique aquellas razones, y
abandonando otra vez el partido
del de Aragón, fué á presentarse
á dona Urraca, la cual confirmó
Jas ^romeras hechas por los baro-
nes. Juntos, pues, caminaron á
Galicia, y unidos hicieron laespe-
dícion de Astorga y Pe ñafiel. Si-
tiando estaban esta villa, cuando
llegó al campamento la condesa
de Portugal, Teresa, hermana de
Urraca y esposa de Enrique, que
venia é unirse con su marido. Es-
t? señora, que noH^edia ni enami
bicion nieu espíritu de intriga a-
mismo conde, instigóle á que an-
tes de todo exigiese á so hermana
la realización de la prometida par-
tición de estados, espooiéndole
que era una locura estar arries-
gando su vida y las áp sus solda-
dos en provecho ageno. Diólo En-
rique oídos, y comenzó á instar
por qu&se le cumpliese lo pacta-
do. Agregábase Ó estoque loa por-
tugueses nombraban á dona Tere-
sa con el titulo de reina, todo lo
cual ofendía el amor propio do
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478 HISTORIA DB espaSa.
de tos castillos y lagares que en la concordia babian
tocado á la reina, y propasóse basta querer lanzarla
del reino. Ofendidos de esto los castellanos, y acor-
dándose de que doña Urraca, á vaeltas de sus fla-
quezas y defectos, era su reina legítima, y conside-
rando ademas que don Alfonso era el quebrantador
del pacto, declaráronse en favor de ella, y obligavoQ
al aragonés á abandonar la Tierra de Campos, y refu-
giarse en el castillo de Burgos. Alentada la reina, y
protegida por fuerzas de Galicia, marchó alia en per-
sona contra don Alfonso , y con tan feliz éxito que se
▼ió este forzado á rendir el castillo y á retirarse á sus
estados. Todavía desde alli se atrevió á enviar emban
dona Urraca como reina y como
mager/y en sa reseotimieato pú-
sose eo secretas iaioligeDcias coa
Alfonso, y levantando el cerco con
pretesU) do satisfacer las pretjpn-
siones de Enrique y de Teresa, se
encaminó con ellos á Paleqcia.
Hlzose alli, por lo menos nomi-
nalmente, la partición prometida.
Solo se ie entregó el castillo (|e
Cea, y con respecto á Zamora,
que era una de las ciudades ma^
importantes que tocaban á Enri-
que, determinóse que fuera á re-
cobrarla con tropas de la reina.
Pero esta previno secretamente á
sus caballeros que, tomada quo
fuese la ciudad, no se la entrega-
sen. Con esto se encaminaron las
dos hermanas á Sahagun, cuyos
habitantes eran parciales del ara-
§0008. Dona Urraca se separó aili
e su hermana, dejándola en el
monasterio, contra cuyos monjes,
como señores de la villa, abriga-
ban odio grande los del pueblo, y
ella se fuó á Leoo.Fácilea de imaí-
ginar cuál seria la indignación de
don Enrique cuando supo el desleal
comportamiento de la reina de
Castilla, sa cunada, y cuando vio
de esta manera fallidos lodos sus
proyectos. Entonces resolvió ha-
cer á un tiempo la guerra á los
dos reyes. Guanao después se jun-
taron Alfonso y Urraca en Garrion,
Enrique fué á pon^r sitio a la vi-
lla; mas por causas que la historia
no declara, acaso porque viese
malparada la suya, retiróse el
portugués C0n los nobles que le
seguían. Todavía continuó por al-
gún tiempo en su política incierta
y versátil este conde, sin renun-
ciar nunca á sus ambiciosos pla-
nes y ¿sus sueños de dominación
en Castilla, basta que la muerte
atajó unos y otros en 4.** de mavo
de 4444 en Astorga.— Anónimo de
Sahagun.— Hercul. Bist. de Por-
tugal, lib. I
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FAITE U. LIBIO IU« 479
I jadores á CasiUIa, solicitando volver á anírse con la
I reina y prometiendo ser fiel cumplidor délos paclps, y
t todavía los castellanos se inclinaban á complacerle en
I obsequio á la paz, que tal era el ansia de quietud que te-
nían. Merced á la enérgica oposición que hizo el obispo
I de Santiago 4 que reanudara un matrimonio declara-
do ya por el papa incestuoso y nulo, fué desechada la
propuesta de Alfonso. Tan obcecados estaban algunos
que la oposición de Gelmirez le puso á riesgo de per-
der la vida después de ser insultado. La reina fué la
que se le mostró ihas agradecida, y en su virtud hizo
con el prelado un pactó de estrechísima alianza
(junio de 1 1 4 3.) Sin embargo la declaración solemne
y formal de la nulidad del matrimonio solo se hizo ,
algunos meses mas adelante en un concilio celebrado
en Falencia, promovido por el arzobispo de Toledo
don Bernardo y presidido {)or el legado del pontffi'ce
Pascual 11. . '
Muy lejos estuvieron de terminar por esto los dis-
turbios, las calamidades, las intrigas, las miserias,
las ambiciones, los atentados, ias deslealtades, incon-
secuencias, excesos, venganzas y desmanes de todo gé-
nero á que estaba destinada la monarquía caste-
llano-leonesa en este malhadado período. Aparte de
no haber cesado las pretensiones del de Aragón, da
haber quedado ocupadas muchas plazas por guarni-
ciones aragonesas y de alzarse todavía bandos y suble-
vaciones en favor de aquel monarca, ó tomándole al
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480 HI8T0E1A DB ESPaKa.
menos por pretesto, quedaban dentro de Castilla ele*
meatos sobrados de turbaciones y revueltas, cornea^
zando por la reina y acabando por" los últimos burge-
ses, que envolvieron al reino en un laberinto de in-
testinas luchas mas fácil de lamentar que de describir.
Desprestigiaban á doña Urraca» ademas de sus ante-
' rieres flaquezas, las intimidades, por lo menos sos-
pechosas, con don Pedro González de Lara, de
quien confiesan sus mismos defensores que «estaba
unido con ella en lazo muy estrecho de amor^*),» y
de cuyas* comunicaciones existía una prenda en e(
hijo de ambos don Fernando Pérez Hurtado, si bien/
los esci;itores que salen á la defensa del honor de la
reina intentan legitimar el nacimiento de este hijo con
el matrimonio que dicen mas ó menos públícfimen-
te celebrado entre doña Urraca y el de Lara. Por
otra parte como barruntase que el obispo Gelmi-
rez movia tramas en Galicia á favor del infante Al-
fonso indispeniendo los ánimos contra la reina, pasó
allá doña Urraca, iotentó prender al prelado sin tener
en cuenta la reciente alianza, resistió él con resolu-
ción, é interviniendo los nobles gallegos, reconciliá-
ronse otra vez la reina y el obispo (111 4).
. Nada mas distante qac la buena fé en estas con-
cordias, y todo lo habría en ellas menos sinceridad.
Apenas la reina se habia retirado de Galicia tuvo aviso
(1) Hist.Gompost. lib.U.— Fio- gina 257. ^
rezi, Reinas Católicas, iom. I. pá-
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PAftTB lli llBftO li. ' 481
de que 6l conde de 1?ra va en ccDnivencia con di obispo
de-Santiago sq amigo ínlímo, pretendía despojarla de
su autoridad , ó por lo menos desmembrar su reino
para* formar nn estado grande é independiente para sn
pupilo. Los autores de la Historia Compostelana que
escribían por encargo de Gelmirez procuran justificar
al prelado del cargo de infidelidad á su ^berana, di-
ciendo que Qran calumniosas imputaciones que los
malévolos inventaban para malquistarle con la rei-
na, pero la índole del prelado , mal encubierta por
sus mismos panegiristas , hace demasiado veresimiles
los ocultos manejos que le' atribuían. Ello es que la
reina volvió nuevamente á .Galicia (1446), resuelta
otra vez á prender al mañoso y artero obispo, el cual
resistió ya á mano armada, en términos de obligar á
la reina po solo á ceder débilmente de sus intentos,
sino'á desenojarle con humillaciones indignas de, la
magestad , jurándole que no daría oidos á sus émulos
- é instigadores, y que antes perdería el reino que vol-
verá ofenderle. Estos propósitos no fueron demás
duración que los anteriores. Fuesen ó no ciertas
las maquinaciones á que dicen volvió el turbulento
prelado, por tercera vez intentó la reina su prisión;,
entonces Gelmirez arrojó la máscara y se declaró
abiertamente en favor del príncipe, y con él muchos
barones de Galicia, con lo cual el de Trava-que figu-
raba á la cabeza del partido^ se encaminó<:on su re-
gio pupilo á Santiago* La reina, á quien en medió de
Touo lY. 31
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482 HUTOftlA DB ES»AÍA*
la ligereza de su carácter no faltaba acltridad tn re-
solución, marchó derecha y precipitadameateá aque-
lla ciudad coa cuaatbd caballet^os pudo reunir de los
que seguian su baado» procurando al propio tiempo
ganar al obispo Gelmirez erreciéndole satisfliGciones j
escitando su codicia con mercedes y liesioaes de cas-
tillos que haeia á su iglesia para tenerte favorable.
Prdsignió á pesar de todo el prelado favoreciendo el
partido del príncipe, declarando perjuros á todos- los
gallegos que le fuesen infieles (4446).
No pensaba asi el pueblo de Santiago; qne abor-
reciendo á su obispo, después^ de haber hecho sáKr
al niño rey con la condesa dé TraVa su tnlora , ^ábrió
á la reina de Castilla las puertas de la ciudad. Re-
fugióse él revoltoso prelado con su gente de armas i las
torres de la iglesia: los burgeses entraron á saco el
palacio epificopal, proclamándole rebelde y enemigo y
pedian su deposición; los soldados del de Treva se pa*
eaban á las filas de la reina, y por último á mediación
de algunos nobles vínose el aparado Qbispo á buenas y
compúsose con dofia Urraca asentando otra paz se^
mejanle á las anteriores. Con esto la rema dé Castilla
salió en persecución de los partidarios^ de su hijo , y
especialmente del conde Gómez Ñoñez que tenia por
él algunos castillos. Sitiado se hallaba ya el (iondé
gallego, cuando la reina se vio á su vez inopinada-^
mente sitiada por un nuevo enemigo. Este nuevo ene-
migo, ¡triste y lamentable cQmglicacion de guerras
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PAITE II. uno u. 483
domésticasl era $ju misma hermana doña Teresa de
PortogaU lA vioda de Enrique, qoe disimnlada y as-
tota, después dé haber Vivido en aparente armonía
con stt hermana, mas sin renunciar á sos pretensio-
nes, habíase ligado secretamente con los partidar
rios de so sobrino, el conde Frolaz de Trava y el
obispo Diego Gelmirez. Hallábase poes la reina de
CastiHa en Soberoso cuando se vio cercada por las
tropas del de Trava y de so hermana Teresa. Necesitó
de todo el esfuerzo de sos castellanos para salir á
salvo d9 aquel conflicto, mas al fin, á Cavor de una
salida impetuosa que desconcertó á los' rebeldes pudo
doña Urraca retirarse á Corapostela y de alli á
Leon<*)«
Ubres el de Trava y la condesa de Fúrtogal con
la ausencia de la reina, avanzaron hacia Santiago
matando y cautivando hombres y recogiendo gana-
dos. La alianzfl^ de la de Portogal con el ayo del
príncipe su sobrino no era por d^to desinteresada.
Valióle primeramente dilatar sus dominios por los
distritos de Tny y de Orense, donde ejerció por largo
tiempo actos de señorío. Valióle ademas otra relación
que comenzó en(onoes y habiade hacerse en lodo
adelante ruidosa y Tunesta, con harto menoscabo de
su honra. Acompañaban al conde de Trava sos dos
hijos Bermudo y Femando. Entre este último y lia
condesa vioda de Portogal despertáronse, en medio de
(4) HÍ8t.lC0IDp08t. 1.1. C. 444. .
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484 HISTORIA DB BSVAftA.
lasfatígas y riesgos de aquella vida procelosai aficiones
que DO, eran políticas y que habían de producir en
Portugal escándalos y perturbaciones harto. mayores
que las que en Castilla babian movido las amis*
tades y tratos de dona Urraca. Permaneció dona Te-
resa en Galicia hasta que los peligros con que los
sarracenos amenazaban las fronteras de sus estados
la obligaron á^ regresar á Portugal para acudir á su
defensa.
Quedaba el obispo en Santiago para hacer fren-
te á las hostilidades del conde en virtud del ál*
timo pacto con la reina. Mas apenas ésta se había au-
sentado, estallaron de nuevo los odios de los compos-
télanos contra su obispo, al cual trataban con menos-
precio insultante, tanto que tuvo que acogerse al
^ amparo de la reina, á quien fué á buscar á Castilla.
Recibióle doña Urraca con benevolencia, contraías
esperanzas y cálculos de los gallegos: y tanta confian-
za puso en él esta vez, que después de haberle re-
galado la cabeza del apóstol Santiago el Menor que
había traído de Jerusalen el obispo Mauricio de Bra-
ga, le dio la importante* misión de negociar paced'y
restablecer la armonía entre la reina y su hijo y los
condes de su parcialidad. Feliz el prelado en estas
negociaciones que tanto interesaban á lápazdel reino,
á las cuales le ayudaron varios condes de Castilla con
arreglo á lo que ^n una reunión celebrada en Saha-
gun habían acordado, ajustóse un pacto de reconcí-
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PAKth 11. LIBEO II. 48S
Ilación entre la madre y el hijo, que firmaron treinlá.
nobles por cada parte, jurándose mutua amistad, fide-
lidad y apoyo por espacio de tres años (1117).
¿Quién diria que «el reino leonés no había de reco-
brar con esto el sosiego que tanto necesitaba? Y sin
embargo en lugar de bonanza comenzaron aqui las
borrascas ínas tempestuosas. La reina parlíó otra veza
Calida con deseo de abrazar á su hijo, que también
la recibió con muestras del mayor contento; y des-
pués de este acto de tierna « expansión dirigióse doña
Urraca á Santiago con ánimo de castigar á los revoU
toses enemigos del obispo. Tumultuárouse estos de
nuevQ, y tomando las armas híciéronse fuertes en la
catedral del Santo Apóstol. La nueva de que la reina
y el obispo intentaban desarmarlos acrecentó su furor.
Los que fueron á mandarles deponer las armas hu«
biéron de perecer á manos de los sediciosos. Dentro
del templo mismo se combatía con lanzas, saetas, pie-
dras y todo género de proyectiles. Pasóse fuego á las
puertas y á los altares, y las llamas subían hasta la
cúpula de la gran basílica. La reina y el obispo, no
creyéndose seguros en él palacio episcopal, refugiá-
ronse á la torre llamada de ilas Señales ^^\ con su
corte y sus mas fieles defensores y allegados. No tar^
daron en verdad los populares en invadir el palacio
destruyendo cuantos objetos á su \\Áia se 6frecian.
(4) Confngiuni ad turrem sig- Hisi. Coffipostel. I. i. c, 4 U.
norum una ctim comitatu suo.
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486 niBTOAiA »B upaIU.
Acometieron segoldaineote la terrecen que la reiM y
el prelado de hallaban, y como las piedras y las ar-
mas arrojadizas no bastasen á hacerse rendir á los
ilustres refugiados, introdojeron foego y malerías
combustibles por una de las ventanas bajas de la
torre. El fuego, et humo^ la gritería feroz Üe loa
amotinados pusieron tal pavor á los de dentro que
creyendo Negado el término de su vida preparárcHise
á morir cristianamente confesándose tpdos con él
prelado. La reina instaba a) obispó i que saliese.
«SaHd TOS que podéis, oh reina, contestó Gehnirez^
puesto que yo y los míos somos él blanco principal
del encono de esa furiosa gente.» Y era así que de
fuera gritaban: «Que salga la reina si quiere; muera
el obispo con todos sus secuaces ^*^» Deténnínóse
con esto la reina á salir, mas la ciega y frenética mu-
chedumbre, perdido iodo pudor y respeto, taa^óse
sobre ella, y entre improperios y baldones maltratóla
brutalmente basta rasgar sus vestiduras^ mesar sos
^bellos y dejarla deshonestamente tendida en tierra.^
A poco rato salió también el obispo, disfrazado con la
capa de un pobre que le proporcionó el abad de Sao
Martin, y tuvo la fortuna de atravesar de incógnito
por entre las furiosas turbas hasta ganar el templo de
Santa Haria. Allí se acogió también la maltratada
mna.
(1) Begkia si vuU eye^Suk- p0reanl.Ead.Ibid.
liir... ctUiri arms et wcendio
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9AKí% u. Lwao u. 487
Losa^oes de la. torre prostguieroa: precipita*
haose aiK>s4e lo alto de eliatioyeodo de las llamas»
perecáaa ptrM abrasados» cooláodose entre las v(c-
tknas ua hermaoo y im aobrioo del ol^ispo. Buscábase
¿ éste por todas partes; andaba el prelado de templo
eo leíoplo y de casa en casa, escalando tapias» ven-
tfSpas y tejados como uo miserable ó como un crinií-
nal á quien persignea los satélites de la justicia» bus-
ando un asUo seguro y no hallando lugar en que pu-
diese reposar tranquilo, basta q«ie á vueltas de mil
aprietos» de repetidos sustos y dramáUcos lances en que
fireciienlementese vióá riesgi^de perder la vida» logró
ser trasportado á unconve^tode las, afueras de la ciu-
dad ^*K La reina no consiguió verse libre sinoé costa de
un pacto jurado coi^ los disidentes» ofreciéndoles que les
dariaotro obispo y que todo segoberna ría en la ciudad
á satisbtcdon suya, y prometiéndoles que ratificarían
aquel concierto el príncipe su bi^o» el conde su ayo,
y todos los magnates de su corte» Duró este pacto
ij^puesto por la violencia» el solp tiempo que tardó
la reina en ipoorpoiurse con las tropas do su hijo y
del conde de Trava^ que apostados á las afueras solo
(4) Lq0 autores <le la Historia nuestos mas injoriosos, llamándo-
Goiiiposielaiia» amigos persooales le liraao y opresor del pueblo, m-
del obispo Oéunirez, ponderan la digno del episcopado, etc. Horrori-
sana y el encono con que le per- za leer la relación que de este
«egnían k>^ foblet ados» buscáis inmnlto hacen los referidos escrt-
time basta detrás do los altares de toros, que eran dos canónigos de
los temples, en los rincones y só- la catedral, testigos oculares de
taños de las casas, profiriendCo las Jos sucesos.
amenazas mas horribles y los de-
Digitized bfLjOOQlC
ilS8 lUSTORI^ DB BSPAl^A* , *
esperaban saber que la reina estaba libre para ea»«
besiir la iciadad, no baciéndolo anies por el iemor de
que aquella señora fuera sacrificada al furor popular.^
Luego que se vieron reunidos» la reina madre, el
joven Alfonso su bija, el prelado, el conde de Trava
y todos sus parciales y seguidores, dispusiéronse á
acometer la población y á hacer expiar su audacia
y sus excesos á los revoltosos. En vista de tan impo-
nente actitud y j^asada la primera efervescencia det
tumulto, salierc^i les principales déla población, ca-
nónigos y ciudadanos, los unos á implorarla indulgen-*,
eia de la reina, los otro» á suplicar al obispo alzara
ta excomunión que contra ellos habia fulminado. Me-
nester fué pa:ra templar el grande enojo de los ofen-
didos lo humilde y lo porfiado de los ruegos: mas ai
fin, convenidos h>s insurrectos á influjo de los princi-
pales comppstelanos en deponer las armas y disolver
lo que ñamaban su germania ó hermandad <*>, en jurar
fidelidad á' la reina y al obispo y dar en rehenes cin-
cuenta jóvenes de las familias mas distinguidas, ac-
cedió por su parte te reina á indultarles de la pena
de muerte, limitándose á desterrar y confiscar sus bie^
nes á ciento de los principales fautores de la^ rebelión,
canónigos y ciudadanos, y á imponer á la ciudad una
multa metálica. Entraron^ pues, la reina y el obispo
en Santiago; don Diego Gelmirez fué repuesto en su
(i) Germaniiatem stiam, scí- truere.
' licet Gonspiraiioaem» omaino de^
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PArrB ir. libeo n* Í8d
silla apostólica: ordenóse la restitución de las alhajad
robadas, y la iglesia del apóstol y el palacio «pisco-*
pal fueron reparados á costa de los insurgentes.
Mas prósperamente marcharon en los stguieQtes
años los sucesos para el obispo Gelmirez que para la
reina de- Castilla y para el rey su hijo. Tiempo hacia
. que el ambicioso prelado andaba negociando elevar
^su siHa á la categoría de metropolitana. Inútiles* sin
embargo, habían sido sus gestiones con los papas
Pasdval y G^lasio. Vino en esto á alentaf sus esperan-
zas la acupacion de I» sede pontificia por Calixto II.
hermano que era* del di&mto Ramón de Borgoña,
padre del tierno rey don Alfonso Raimundez. No
desaproii^ech6 el prelado de Gompostela tan favora-
bles ckcunsta netas y relaciones para activar su pre-
tensión, valiéndose para elb no solo del influjo de
los monjes franceses de Gloní , sus amigos » del*
' obispo de Porto y de canónigos de Santiago que en-
viaba á Roma para gestionar su demanda, sino de
otros medios menos evangélicos que sus mismos pa*
negiristas nos han revelado^ cuáles eran las remesas
metálicas que por conducto de los canónigos de San-
tiago^dirigia á la curta romana, no sin graves dificul-
tades á causa de tener el rey de Aragón interceptados
los pasos del Pirineo» <x¿Quién, podrá decir, esclaman
con candida ingenuidad los autores de la Historia
Cbmpostelana , cuánto ha gastado del tesoro del após-
tol, y aun de su propio bolsillo» para ver finalmente
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/
490 HinroáiA di sarAÍA.
realizado so deeeo <*>?» Podo el Duevo poDltfbe oo
poca resistencia al otorgaimeoto de la inerced que cod
tantos ruegos se le pedia, mas al fin vencido ¡lor las
inslanqías de jos negociadores, expidió las letras
apostólicas trasladando la metrópoli de Mérída á Sai^
tiago, y dando idemas al nuevo arzobispo la -legacía
apostólica sobre Jos obispados de Herida y de Bra-
ga (1 120), desde en ya época goza de tan insigne pri-
vilegio la iglesia Gomposteiana.
Había hecho valer el obispo como mérito para im-
l^etrar aquel honor Jos servicids ,enteriormeftle pres-
tados al sobrino del pepa, ei priodpe Alfonso Raí-
mundez, y el papa- á su vez debió poner por. condi-
ción al prdado que siguiera fiavorecieodo la causa
del hijo de su hermano* Ello es que en la bula de
erección de^la nueva oaetrópoli se declara expUcita-
mente lo que habian contribuido á aquella concesión
los ruegos de Alfonso. Los compromisos que coa cales
tratos adquiriera Gelmirez en favor del hijo y en
dotrimeiito de les derechos de la madre, aunque
ocultos y tenebrosos, no debieron ser ian secretos que
(1) Lo0 canónicos autores do la, y que uo bastando todo eeto
dicba Historia, escrita por encaroo para completar dosoíentosciiKxi^en-
del propio obispo, dos mforman de ta marcos de píate, añadió elot>ia-
lo que Je costó la gracia del arzo- po cuarenta oarcos de.so propio
bispado. Ademas de las grandes i)ecoíio. Hist. Gompostel. lib.U;
i en metálico, refieran ba- cap. 44. A^i no estrafiamos qiM
berse eoTiado éBoma una mesa diera el crítico Masdeu at. obispo
redonda de plata que había sido Gelmirez las calificaoioaes de si-
del rey moro Almostain, una cruz rooniaco y otras no menos dures,
de oro que babía regalado el rey como bemos indicado en t\ prín*
Ordoñoa) templo de Santiago, y cipio de este capítulo,
otras varias alhajas de oro y pla-
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PAB/TE tu LIBRO II « 491
16 IM tradtetera dona Urraca. Acaso ealoa maiiqoa
■lóvíeroD á la reíafr^ de suyo dada á ia movilidad^ á
partir por coarta ó qniata ves á Galicia (4121), sir-
▼iéodole ahora de aparente motivo el recobrar los
estados de Tay qee su hermana doña Teresa le tenia
«surpados. Cond^jose tan mañosamente .la reina en
esta ocasión qoe comprometió al prelado á que la
ayudara en aquella empresa, no solo con su persona,
sino con sos hoaabreís de armas, y hasta con los
caballeros de Gomposlela que por fuero oo estaban
ebKgados 4 avanzar h^ista el distrito de Toy. La cam-
paña foé tan feliz^ queá pesar de las dificultades
que ofrecía el Miño» las tropas gallegas penetraron
basta el territorio portugués, incendiando, ta)ando y
asolando campiñas y poblaciones. Rápida avaneaba ia
conquista de Portugal, y aunque doña Teresa se re«
tiraba presurosa al distrito oriental de Braga, llegó
su hermana doña Urraca á tenerla sitiada en el ca&*
tillo de Lamoso. Debió la condesa de Portugal so sal*
vadon á un desenhiee inopinado qoe nos revela, ó
la inconsecuencia y veleidad, ó la artería y la doblez
con qoe obraban todos los personages que figuran en
esta inlertaaÍDable madeja de intrigas y de enredos.
El arzobispo, á qoien sin doda ligaban compro*
misos con la infanta de Portugal, viendo la demasiada
prosperidad de doña Urraca manifestó su deseo de re-
gresar ¿ Santiago con preteslo de atender á los ne-
gocios de su diócesi. La reina que sospex^haba de su
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49S HISTORIA DB W^kt^H.
lealtad y qoe meditaba vengarse del prelado le suplicó
qué no la privara de su presencia en tales circons*
tanciás y cuando tan bliles podian serle sus prudentes
consejos. Solo por este maquiavélico designio po(ie-
mos (sspiicar el tratado de paz y amistad que apareció
de repente celebrado entre las dos hermanas, por el
cual la de bastilla cedía á la de Portugal el dominio de
muchas tierras y lugares en ios distritos de Zamora,
Toro, Salamanca y otros, y la de Portugal juraba de-
fender y amparar á la de Castilla contra todos sus ene-
migos, moros ó cristianos, y no acoger, ni permitir ea
sus dominios á ningún vasallo que fuererebelde á la
reina. Hecho este concierto, retiróse el ejército in-
vasor hacia Galicia. Llegado que hubieron todos á la
margen izquierjla del Miño, dispuso la reina que pa-
saran el río ios primeros los caballeros y hombres de
armas del arzobispo Gelmirez. Tan pronto como le
faltó al prelado su gente, la reina le mandó prender
y encerrar en un castillo, sin que le quedara otro re-
curso que protestar contra tan estraño y desleal pro-
cedimiento ^^K
Por uno de esos fenómenos que se observan en
' las revoluciones, los compostelanos antes tan enemigos
del prelado y que tan sañosamente le habían perse-
guido, se aunaron ahora para defenderle y gestionar
(1) Goavienen lodos eD qae do- querido creerle. Prueba esto las
ña Teresa babia dado aviso confi- buenas inierigencías que babia eo-
deocial á Gelmiroz del s atentado iré el arzobispo y la de Portugal,
que su hermana proyectaba con- y que todos obraban con falsía y
ira él, y que el prelado no había con doblez.
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MBflt II. LlBftO II. 493
i por todos los medios su libertad. Guando la reina vol-
I vio á Santiago noencontró sino descontento y enojo.
I £1 cabildo juró libertar á su arzobispo aunque le
\ C03tara consumir para ello todas las rentas de la igle- r
I sia. £i hecho de la prisión no hizo sino apresurar el
■ desarrollo de la trama que contra la reina había. Se-
I paróse de ella su hijo, y con él el conde Frolaz de
[ Trava y los principales hidalgos gallegos, que con sus
tropas acamparon á orillas del Tambre al Norte de ,
Santiago; conmovióse la ciudad, y vióse forzada la
reina á poner en libertad al arzobispo, el cual^ no con-
tento con esto, reclamó enérgicamente la devolución de
las rentas, castillos^y posesiones de que la reina se habia
apoderado, cuestión capital para Gelmirez,^ y en que
^ halló todavía renitente á doña Urraca. Ofensa era esta ^
qne perdonaba el arzobispo menos que la de la pri-
sion^ y asi juró no apartarse de la liga ni dejar las
armas hasta que le fuesen restituidos á su iglesia sus
honores, esto es, sus castillos y tierras. No cedió la
reina en esto, y se salió al campo con sus tropas; salió
también con las suyas el arzobispo y se unió con las
de don Alfonso y los confederados: unos y otros
acampaban cerca de Monsacro, y estaban para venir
¿ las manos ambos ejércitos, cuando, á propues-
ta del arzobispo , dicen sus' parciales , se enta-
blaron negociaciones de paz entre el rey y la reina,
de qne resultó un tratado de avenencia' que la reina
garantizó, dando en rehenes sesenta caballeros de su
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494 nisvoRiA i« vspaña.
comitiva/ y de que ^1 arzobispo sacó el partido que
se proponía» que era el recobro de sus rentas y pose-
siones. Según los actores de la Compostelana^ babia
mandado ya el papa Calixto á los prelados de Espada
qua celebraran-concilio y exoomulgaran á^ la reina sa
cuñada si no daba libertad á don Diego Gelmirez y
no restituia sus bienes á la iglesia de Santiago.
¿Seria duradera y sólida la paz ajustada en Moa«
sacro ebire el rey, la reina, el arzobispo y ks condes
y caudillos.de uno y otro campo? Imposible en aquella
anarquía de partidos y de encontrados intereses. No
faltaron todavía desazones y disturbios» que omili*
remos por menos importantes y menos ruidosos. Un
legado enviado espresamente por el papa Calixto pa-
rece logró por fio mantener por lámenos en aparente
armonía á la madre y al hijo, y niuchas veces apare-
cen en las escrituras firmando uoa¿ veces dona Urraca
y don Alfonso» otras, la reina SOI0, y otras también
solo el rey; prueba do lo poco deslindados que se ha-
llaban sus derechos y dominios, y de que tampoco
en realidad conreinaban. Era una situación anómala en
la que se hallaba el reino de Castilla, pues lo que en ^
rigor habia era una. reina madre tolerada por un hijo,
también rey, y un monarca hijo tolerado por una
madre también reina. Sin embargo, la cojiducta
po^o hábil de la reina para el gobierno del estado á
pesar de la energía de su carácter, sus inconsecueo-
cías y humillaciones, sus intimidades con don Pedro
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FAftTB 11. une II. 495
de Lara que tráiao agriados á los caballeros castella-
nos y qiie la po^ieroia en conflictos y situaciones
desdorosas para la mágestad, el partido qae habia
ido ganando su hijo don Alfonso, anos hacía rey np^
mina! de Galicia, única bandera inocente y^ para que
' se había enarbolado entre tantos manchados estan-
dartes, la esperanza qtíe á todos infundían las cuali^
dadeádeeste principe que se encontraba ya man-
cebo, lodo contribuyó á que eú ios últimos años
adquiriera el hijo una verdadera supremada en los
estadosde la madre. Así continuó esta situación tan
difícil de definir baM marzo de 4426, en que des--
pues de una vida tan tempestuosa falleció la, reina
dona Urraca en tierra de Campos, 6 segon comun^
mente ae Cfee, en Satdafia. Lleváronla á sepultar á
San Isidro de León, donde se conserva su cuerpo y
su epitafio ^>.
A las torbuleneias intestinas que hicieron tan de-
sastroso el reinado de doña Urraca,* se babian agre*
' gado las invasiones y entrada de los musulmanes
qutf vinieroQ á acabar de perturbar el pobre reino de
0) Hasta ta moorúi de esta se- esto lo hallamos apoyado en fas-
Bomba sidp contada por alganos daoaeoto digno de fé« Lo qae no
de nna manera bien desfovora- tiene doda ea qae dejó doa bijos
ble á aa repntackm y himeatidady del oonde de Lara, Peroaódo j El-
aopomiendo nnoa beber fallecido vira. Loa maestros Floréz y Kiaco,
en el acto de dar nueva aoceaioii, se eafaertan por probar que loa
ooaa mveroaimil ensa edad, y que legitimó casándoee con el mencio«
no hallamos jnstiBoadia, otroa ha- nado conde: pero este matrimonio
ber quedado muerta de repente á no recibió por lo menos las aolem-
fa pverta de San Isidro oe León nídadea ordinariaa. Florez, Rein.
coandosalia de deapojar el temple Catol. tom. T. Risco, Hist. de León ,
de las alhajas sagradas: tampoco tom. L
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496 BISTOAIA .DE BSPaSa.
Castilla, haMo agitado ya en lo interior. El. empera-
dor de Marruecos Alí ben Yussuf habia venido de
África nada menos que con cien mil caballos, al decir
de los árabes ^*^ . y después de haberse detenido un
mes en CkSrdoba se encaminó á tierra deTole(ío'(1 1 09)
^ talando y destruyendo sin misericordia cuanto en-
contraba; los hombres huían espantados á los mon-
tes,, y. el pais quedó asolado y como yernio. Algún
tiempo mas adelante (41 1Q) puso^itioá la insigne
ciudad^ que defendia y gobernaba c^ valeroso Alvar
fanez,. apoderándose los africanos de los bellos jardi--
nes de la derecha del Tajo. Aproximaron los Almora*-
vides sus máquinas á los muros d^ la ciudad y co-
menzaron el ataque, que por espacio de siete dias re-
chazaron vigorosamente los castellanos. Una noche ar-
rojaron los de África multitud de proyectiles incen-
diarios á una de las mas fuertes torres del muro, que
comenzó á ser devorada por las llamas. Los cristianos
que se hallaban. en ella lograron apagar el fuego ver-
tiendo sobre los combustibles gran cantidad de vina-
gre; Los asaltos que después intentaron los africanos
fueron tan infructuosos como el fuego. Al sétimo dia
dispuso Alvar Fañez una salida impetuosa que des-
concertó á los sitiadores y les obligó Si levantar el cerd-
eo quemando todas sus máquinas ^^K Pasaron estos ú
desahogar su rabia sobre Tala vera, de que se apode-
' (4) Conde, ^rt. III. c. !25.— (2) Anal. Tolet. primeros.—
Al-Karláa.— GhroD.Adef.Imperat. Ghron. Adef.— Ai Kartás.
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PAKTB II. UBIO 11. 497
raroa, y volvieroD sobre Madrid, Olmos yGaadalaja-»
ra, eiFcaya situacioa se declaró la peste éa el ejército
de AU, lo cual le forzó á regresar á Córdoba, y de alti
á África ^^K Pero otro caerpo de Almorávides manda-*
do por Seir Abu Bekr recorría el Algarbe y qaitaba á
los cristianos muchas de las ciudades ganadas por lá
espada de Alfonso VI.
Libre Alvar Fañez de aquella innumerable tno^
rísma, tomó después la ofensiva, y haciendo con sus
toledanos una atrevida escursion á Cuenca la arrancó^
aunque por poco tiempo, del poder de los Almorávi-
des (1111). Mas no dejaban á su vez los sarracenos
de aprovecharse de las disensiones que agitaban la
Castilla, y dos años mas adelante (1113) la comarca
de Toledo se bailó de nuevo invadida por otro ejérci-
to africano mandado por Mazdali ^'^ .que devastó á
sangre y fuego el pais,*tomó la fortaleza de Oreja, de-^
golló sus defensores, cautivó mugares y niños, y pu-
so otra vez sitio á Toledo (1114). Libertóse también
esta vez la biudad, gracias á la intrepidez de Alvar
Fañez, si bien á costa de haber perdido en un comba^
te setecientos de sus valientes soldados. Este insigne
capitán, el mas famoso de los guerreros castellanos de
la época de Alfonso VL, si se esceptua el Cid, después
(1) Ed esta ocasión secreefaé en este ataquo por el ejército me-
cuando te deacobrió la imagen de ro. Chron. Adei.— Al-Kariáa*
Naeaira Señora de la Almudena, (2) El que machos de noestroi
tan Tenerada en Madrid, en ano hisloriadores llaman Amaxaldi<'
de los liemos de la muralla rotos
Tomo !▼• '^ 82 .
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498
niS'TMU DE BSrAÍA.
de baber combatido taa brava y heróicameote á los
sarracenos, murió á manos de sus mismos compalrio*
tas, víctima de las discordias civiles qae destrozaban
el reioo castellano. Contábasele entre los partidarios
del rey de Aragón, y en una espedicion que hizo á
Segovia, asesináronle en esta ciudad los parciales da
Castilla ^^K Dióse el gobierno db Toledo al capitán Ro-
drigo Nuñez; y en las vicisitudes y oscilaciones que
en este agitado período sufrió la monarquía castellano-
leonesa, Toledo pasaba alternativamente al poder del
mooarca de Aragón, ó de la reina de Castilla^ ó del
joven rey Alfonso Raimundez su hijo, según que las
circuoslancias baciim momentáueamente mas podero-
sa cada bando por aquella parte ^^K
< (4) En la octava de la pascaa
de 4H4. Anal. Toled. primeros.
Era 115).— Croo, de Cárdena. —
Id. Burg60se.^IbaRhalduiD.
(2) A este tiempo se peñere, al
decir dol obispo Saodoval, un su-
ceso tan ruidoso como dramático,
que se cuenta haber ocurrido en-
tre el rey de Aragón y loe vecinos
]f defensores de la ciudad de Avi-
a. Con noticia, dicen, que tuvo el
aragonés de que e^ infante don
Alfonso, á quien él vivamente an-
daba persiguiendo, iba i ser lle-
vado por loscastellanos de Siman-
cas á Avila, envió ^un mensage á
esta ciudacl donde contaba con al-
gunos parciales, diciendo espera-
ba te acogcrian llanamente y co-
mo obedientes subditos cuando A
ella viniese. Contesté al de Ara-
gón Blasoo Jimeno que gobernaba
f>rovisiooalmente la «iadad, que
os. caballeros de Avila estaban
prontos á recibirle y aun á aj^u-
4arte en' las guerras que biciese
contra los moros, pero que ai lle-
vaba intenciones contra el niño
Alfonso,' no solo no le recibíHao^
si naque serian sus enemigos mas
declarados. Indignó al aragooéi
contestación tan resuelta e ines-
perada) y juró vengarse» A poco
de baber sido entrado el tierno
nieto de Alfonso V[ en Avila, don-
de fué alzado y reconocido por
rey, acampó Alfonso de Aragón
con su ejército al Oriente del^
ciudad. Desde allí despachó un
mensage á Blasoo Jimeno* dicien-
do que si era cierto qpe había
muerto el nuevo rey de Gaatillt
(pues se había divulgado esta voz)
le recibiesen á él, prometiendo
otorgar mil privilegios y merce-
des al concejo y vecinos de la
oittdad; y si fuese vivo se le mos-
trasen, empeñando su fe y pNsla-
bra real de gao una vei eatisfo-
cho de que vivía, alaría ei can,.
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PARTB II. LIBIO lU . 499
Desventurada suerte hubiera sido ia de .Castilla •
devorada por las discordias, si los musulmanes
hubieran conÜDuado haciendo en ella sus terribles
irrupciones. Mas por fortuna suya limitáronse desde
1 1 H á rápidas y pasagera» entradas, gracias á que
el rey de Aragón los traia por allá entretenidos y no
poco maltratados. Porque este monarca, desde que
desechado por los castellanos, lanzado de Burgos y
DO y se retiraría á Aragón. Con-
icKBfo Blasco Jiineoo que el rev de
Castilla, su señor, se Dallaba den-
tro sano y baeino, y iodos ios ca-
balleros y fecinos do Avila dis-
puestos a defbnderle yá morir
por él. Respecto al otro estremo,
después de consultado y tratado
el punto, se contino en satisfacer
al rey de Aragón bajo las condi-
ciones siguientes: que el eragenétf
entrarla en la ciudad aooinpaMh-
do solo de s^is caballeros, todos
desarmados, para ver por , sus
propios ojos «1 nue?o soberano do
Castilla, y loa de Avila por su par-
te darían en reboñes nido Aragón
sesenta personas de las principa-
les bmiJias, que quedanan rete-
nidas en su campo mientras se ve-
rificaba la visita, después de lo
cual se obligaba^ <«M>peoa de per-
juró y fementido,» é devolverlas
sin lesión ni agravio* Hecho por
an^bas partes juramento de ciwiü-
plir lo pactado, el rey de Ara^oa
se acercó al muro y puerta de le
ciudad con sus seis caballeros, y
de ella salieron los rebooes par^
et campamento aragonés* Reci-
bido el de Aragop por Blasco Ji-
meno y varios otros nobles de
Avila, tyo creo, buen Blasco, le
dijo, que en verdad vuestro rey
es vivo y sano, y asi no es menes-
ter aue yo entre en la ciudad, y
me bastará y daré por satisfecho
con que me le mostréis aqni á la
Suerte, ó aunque sea en lo alto
el muro.» Recelando, no obs-
tante, los de Avila sí tan genero-
sas palabras encerrarían alguna
traición, subieron al niño rey al
cimborio de la iglesia, que está
junto á la puerta, y desde^allí se
le mostraron. Hlzole el de Aragón •
desde su caballo una muy urbana
cortesía, á que contestó el tierno
príncipe con otra, y satisfecho al
parecer el aragonés se volvió á
su campo sin permitir que de la
ciudad fe acompañara nadie.
Tan pronto como llegó á sus
reales, mandó á sos gentes que
allí mismo ó su presencia degolla-
ran todos los rehenes, como asi se
ejecutó, llegando su ferocidad al
estremo de nacer hervir y cocer
en calderas las cabezas de aque-
llos nobles é inocentes ciudada-
nos, de lo cual, dice la traiiícíon^.
le quedó á aquel lugar el nombré
de loa Fwiíeictai, A la nueva de
tan horrorosa y aleve ejecución,
todos los abuleoses ardían en de-
seos de tomar venganza; pero
encargóse de ella el mismo Blasco
limeño, que salió á retar perso-
nalmente al rey de Aragón, al
cual alcahzó^ cerca de Ontiveros,
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500
UlSTOaiA DK B9PAMA.
declarada soiemoemente la nulidad de su malrimonio
coQ dofia Urraca, se retiró á sus estados, si bien no
renunció á sus pretensiones sobre Castilla y dejó eo
varias de sus plazas guarniciones aragonesas para te-
nerla siempre en respeto y poder hacer la guerra ó
por sí ó por sus capitanes, dedicóse desde entonces á
guerrear activamente contra los moros fronterizos de
sus dominios, que ojalá á esto se hubiera concretado
siempre para gloria suya y bien de toda España. Des-»
-tnarcbando con sa hueste camino
de Zamora. Htzole detener el de
Avila RO pretesto de ser portador
de una embajada de su concejo,
y cuando se vio enfrente del rey,
con entera voz y severo continen- .
te le echó en cara su felonía,
y concluyó diciendo: «E como
cmal alevoso é perjuro, non mo-
«recedor de haber corona ó nom-
rbre de rey, non cumpliste lo ju-
«rado, antes como alevoso matas-
ctea los nobles de los rehenes,
«que fiados de vuestra palabra
«ó juramento eran en el vuestro
«poderlo. E por lo tal vos repto
«en nombre del concejo de Avila,
«é digo que vos f.iré conocer den-
«tro de una estacada ser alevoso,
«é traidor, é perjuro.»» El rey en-
cendido en cólera, mandó á gran-
des voces á los suyos que casti-
garen el desacato y osadía de
aquel hombre, y que le hicieran
pedazos. Reliáronse sobre él ios
de la comitiva del rey, defendióse
Blasco valecosamento, roas los ba-
llesteros le arrojaron tantas lanzas
y dardos, que al fin cayó muerto
después de haber herido él á mu-
chos. En el sitio donde esto acae-
ció se puso una piedra que llama-
ron eí Hito del reptOy y alli se eri-
gió una eroñta, donde dicen está
sepultado Blasco Jimeno. En pre-
mio de tan insigne lealtad conce-
dió el rey don Alfonso Vil. á la
ciudad de Avila grandes exencio-
nes y privilegios, y les dio por
armas un escudo en qae se vé un'
rey asomado á una almena.-rSaiH
doval. Cinco reyes.^yil Goaza»
lez Dávila eif su Monarquía de
España, tom. 1. líb. 2., hace ana
referencia, aunque ligera y rápi-
da, de esto hecho. No sabemos da
donde lo hayan podido tomar, ni
comprendemos como pudiera acae-
cer en la época que Sandoval de-
termina, que fue después de ' la
batalla de Villadangos,,caando el
niño Alfonso fué llevado f^or el
obispo Geimirez al castillo de Or-
cíllon, ni entendemos cómo aa
madre y el prelado pudieron de-
iar allí al tierno principe, contra
10 que insinúan las crónicas mas
antiguas, ni cómo ni con qoé ob-
jeto pudieron traerle entences loa
castellanos á Simancas y á Avila,
ni cómo pudo estar el de Aragón
en Avila cuando todos lo suponen
sitiando á Astorga. Dejamos todo
esto á cargo del prelado historia-
dor, ya que no nos espresa ni las
crónicas ni los monumentos de
donde haya podido sacarlo.
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PARTE II. UBEO II. 501
de entonces comenzó á aparecer Alfonso I. de Ara gon
príncipe ilustre y guerrero hazañoso y grande. Mos-
tróse otro hombre el aragonés desde que suspendió
por lo menos, ya que'no renunciara á so porfia y ter-
quedad de dominar en Castilla, y bien le indicaron
losr sucesos que no era el pelear con cristianos sino
con moros la empresa áque estaba llamado.
Ya antes habia hecho probar á los sarracenos el
vigor de su corazón, la fuerza de su brazo, el temple
de sus armas y el brío de las tropas aragonesas. Ha-
bíalesganado á Ejea, á cuyos pobladores otorgógrandes
franquicias, y denominó de los Caballeros en honor
de los queá conquistarla le ayudaron; Tauste, sobre las
riberas del Ebró, en cuyo triunfo debió mucho á la va-
lentía y esfuerzo del intrépido don Bacalla; Castellar,
en que tuvo presa á la reina de^Caslilla, y en que pu.
so una guarnición de aquellos terribles Almogávares,
que tan formidables se hicieron á los moros ^*); y por
último Tudela, á las márgenes del Ebro, donde pere-
ció el rey de Zaragoza Almostain Abu Giafar, aquel
célebre emir que hasta entonces habia sabido mante-
nerse independiente entre ios cristianos y los Almora-
(i) Bran los Almogávares una solo de io qu6 cogían ^ los caro-
iro|rá ó espeoíede milicia franca pos ó arrebataban á los enerDigos.
Saese formó de los montañeses Iban vestidos de pieles, calzabaa
e Navarra y Aragón, gente ro- abarcas de cuero, y en la cabeza
basta, feroz, acostumbrada á la llevaban una red de bierro á mo-
fatiga y á las privacioues, que do de casco: sus armas eran es-
. mandados por sus propios candi- ' pada, cbuzo y tres ó cuatro^ vena-
líos hacían incesantes correrías bios: llevaban consigo sus hijos y
por las tierras de tos moros cuan- mugeros para que fuesen testij^QS
do no servían á sus reyes, viviendo do su gloria ó de su afrenta^
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I
solí HISTORIA DB BSPAÜA. ,
vides. El árabe Abdallah ben Aita que se halló pre-
leote en la batalla de lúdela coa el sabio Asafir, la
caenta de este modo. «El virtuoso y esforzado rey de
Zaragoza Abu Giafar Almostain Billah salió contra los
cristianos que tenian puesto cerco á Tudila, y con es-
cogida caballería fué á socorrer á los suyos.... y pe*
loando el rey Abu Giafar valerosamente por su perso-
na^ le pasafon el pecho de una lanzada y cayó muer-
to de su caballo. Con esto tos muslimes cedieron el
campo, y la ciudad fué entrada por los cristianos
Llevaron los musulmanes el cuerpo de su rey á Za-
ragoza y le enterraron con sus propias vestiduras y
armas.... y luego fué en ella proclamado su hijo Ab-
delmelik, llamado Amad-Dola, que yá habia dado
iñdestras de su valor en la jbatalla de Huesca y en las
algaras de Tauste y de Lérida ^^'.)» La ciudad con-
quistada se dio en feudo de honor al conde de Alper-^
che, á quien principalmente se debió la victoria; se*
ñaláronse á sus moradores grandes términos, y se les
concedió que fuesen juzgados por el antiguo Fuero de
Sobrarbe.
Pero el gran pensamiento del monarca aragon^,
el proyecto que ocupaba su ánimo desde que ciñó la
corona de sus mayores, y de que le tuvieron dístrai-
do sus campañas de Castilla, era la conquista de Za-
(4) Conde, part. IIL c. S5.-^ que haIYamos mas conforme á la
Pero el autor árabe flupooe la con- marcha de las operaciones do Al-
buislade Tudelaen 1440. Zarita fonso^
(Anal. c. tí) la bace en 4144, )o
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' ráBTi II. Llll«o^ n* SOS
ragoza. I^ra preparar su grande enopresa comenzó
una activa persecución contra los reyes y caudillo»
moros de Zaragoza , de Lérida, de ^Fraga, y contra
los fronteros de Valenci» y otros comarcanos. La fama
de SQ9 proezas volaba por todas partes. Un ilustre
f^incipe estrangero vino en 1116 á aumentar el ea^
ploqdor de so ya brillante corte y comitiva, y á acre»
eer los términos de sus estados ^*K Fué este el distin-
guido don Beltran de Tolosa, hijo del conde don Ra-
món de Tolosaque casó con doña Elvira, bija de Al-
fonso VL dé Castilla. Era de consiguiente don Del-
iran deudo del mismo rey de Aragón <. Habíase distin-
guidasu padre y ganado gran prez en las guerras^de
la Tierra Santa, y el misma don Beltmn eon retenta
galeras genovesas y con ayuda del rey de Jerusalen,
habiaconqoistadoá Trípoli, y béchose señor de aquella
ciudad. Esté valeroso príncipe vino á haeerse vasallo
del rey de Aragón , y á ofrecerle no soto el condado
de Tolosa» sino ios señoríos de Rodes, Narbona, Car-
casona, oon otros honores pertenecientes al condado.
Don Alfonso dejó todos estos estados al conde don
Beliran para que los poseyese á título de feudo y con
reconocímieato de vasallage. Asi iban engrandecrén-
dose tos limites del reino de Aragón , parte por tos
(4) L06 principales caballeros rvs, Anger de Miramoot, AroAldo
' estraogeros que le acompañabao de Cabadaov coa otroa nobles de
eran (ademas de Rotroo, conde Bearne y de Gascuña. Agregá-
de Alpercbe): Gastón de Bearne, baose ¿ estos los ricos boBibres
el conde CentuUo de Bigorra, el de Aragón y de Navana en gran
conde de Gominges, el vizconde nómere.
de Gabartet, el obispo de Lasca-
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M% HISTORIA DB BSPAAa. '
triunfos de las armas^ parle por resaltado de la gran
ÜLíoa y reputaeioQ de su valeroso príncipe.
Zaragoza se hallaba ya cercada en estetismo año
de 1116, con cuya noticia el emperador de los Almo-
ravidesi Alí, envió desdeGranada en su socorro un cre-
cido número de tropas de caballería al mando de Aba
Mohamed Abdallah, que obligaron á Alfonso á levan-
tar el cerco. Pero sucedió que desconfiando el rey de
Zaragoza, Amad-Dola,()el caudillo de los Almoravi--
des, se salió déla ciudad con su familia y tomó el par-
tido de ofrecer á los cristianos su alianza y amistad
contra los moros de África. Gran arrimo Xué este para
el rey de Aragón* Disgustados los zaragozanos con
esta alianza llamaron al walí de Valencia, Temim, her-
mano de Al(, y toda la comarca se declaró por los
Almorávides. Las tropas africanas de Andalucía vinie-
ron en socorro de la siempre amenazada Zaragoza:
mandábalas el valiente Temim , y llevaba consigo los
mejores gefes almorávides y lamtuoas: inútil fué to-
da esta afluencia de guerreros, mahometanos; Alfonso
los fué derrotando en multitud de batallas, que fuera
largo enumerar, y que justificaron bien el dictado de
Batallador con que se le apellida. Engreido óon estos
triunfos, despreció ya Alfonso la alianza y amistad de
Amad-Dola, y le exigió que le entregase la ciudad.
Vióse Amad'Dola mas comprometido de le que espe-
raba, y no sabiendo qué partido tomar, sedecídió por
fortificar y defender á Zaragoza^
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rjjín II. UBEO II. 506
Reanióse entonces toda la gente de armas do los
cristianos, y en el mes de mayo de 4 1 4 8 se puso e?
movimiento an' numeroso ejército de francos y aragb-
neses, qtie fueron tomando á Aimudevar, Saríñena,
Gurrea y otros pueblos, y pasadas las riberas del Ebró
y del Gallego avanzaron sobre Zaragoza. A los ocho
dias eran ya dueños de las aldeas del contorno y aun
dé los arrabales que habia fuera de muros. Acudió el
rey en el mismo mea de mayo con sus ricos*hombres
y toda su gente de guerra, y comenzó á apretar el
cerco tK>n mayor actividad. Defendíanse los de dentro
con desesperado brío; y como hubiese pasado el mes
'de junio sin poder rendir la plaza, desconfiados ya
los franceses de poderla tomar, y por otra parte nada
lisonjeados por el rey, según ellos escriben, volvié-
ronse á Fcancia sin que^el rey hiciera la menor de-
mostración de estorbárselo, quedando solo los condes
y vizcondes. El aragonés perseveró con su gente en
el cerco, estrechándole mas cada dia, y combatiendo
la ciudad con máquinas y torres de madera. Faltáron-
les á los sitiados los víveres; perecían ya de hambre y
cansábanse de esperar socorro, y como dice uno de
sus historiadores, «ya no le aguardaban sino del cie-
lo.» Alfonso les ofreció seguridad én sus vidas y ha-
ciendas, y que podrían morar libremente en la ciu-
dad ó donde quisiesen; con cuyas condiciones entre-
garon lap]a2a, y entró en ella triunfante e( Batalla-
dor, y se alojó en el palacio real que llamaban la
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Azuda, jauto ¿ la puerta de Toledo* Muchos nobies^
muslimes pasaroa á Valeacia; Amad^Dola se relír6
GOD (oda su fomilia á la fortaleza de Rota *l*Yahad.
Asi se recuperó para el' cristiano la astígoa y
famosa .César Augusta de los romanos» la ciudad de
mas consideración que conservaban ahora loe sarra*
ceños en el centro de España, y que habian poseída
sin interrupción cuatrocientos años cumplidos* Terri-
ble golpe fué este para los musulmanes, tanto coma
de gloria y prez para el monarca cristiana de Aragón.
El cu«l en remuneración al señalado esfuerzo y comK
tancia que en esta empresa babia mostrado el conde
Gastón de Bearne,,le hizo merced de la parte de la
ciudad que habitaban los mozárabes, que eran ciertos
barrios de la parroquia de Santa María la Mayor, pa-
ra que los tuviese en feudo de honor, y asLse tnstitu--
laba señor de la ciudad de Zaragoza, como era C06«-
tombre. Al conde de Alperche le dio otro barrio y
parte de la ciudad que está entre la iglesia mayor y
San Nicolás. A los pobladores y vecinos concedió
grandes privilegios é inmunidades, entre ellos ía
exención de tributos, declarándolos infanzones^ y do-
tándolos de otras franquicias que explanaremos en
otro lugar. La mezquita mayor fué convertida en ba-
sílica cristiana, y nombrado su primer obispo el ve-
nerable varón don Pedro Librana,*á qnien consagró
el papa Gelasio II. ^K
(O conde, cap. 2l.^Zunta> cap. 44.
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rAETB II. LIBIO II. 607
I Uftino el rey don Alfonso cod tan señalada con*
i quista, y conociendo la importancia de aprovechar el
I desánimo y terror de los mahometanos, juntó de nue«
I vo sus tropas, y dirigiéndose hacia el Moncayo tomó
I varios lugares de las riberas del Ebro; ganó á Tara-
i zona, donde restableció su antigua silla episcopal; y
I Borja, Álagon, Mallen, Hagallon, Epila y otros pue-
i bios de aquella comarca, pasaron en aquella expedi-
r cion al dominio de las armas aragonesas. Encaminóse
I luego hacia Calatayud, ciudad importante por hacer
I frontera de los reinos de Aragón y Castilla. Rindióse
I también Calatayud á las triunfantes armas del rey
f Alfonso (H 20), que doló á sus nuevos pobladores de
I fueros y leyes para su gobierno, y fuéronse entregan^
I doBubíerca, Albama,-Aríza y otros muchos lugares
^ de la comarca que riega el Jalón. Púsose después so-
^ bre Daroca, lugar fortfsimo entonces, y como la llave
para el reino de Valencia y tierras de Cuenca y de
Molina. El africano Temim, un tanto recobrado de sus
, anteriores derrotas, habia enviado contra Alfonso una
florida hueste de infantería y caballería. Encontróse
el ejército moro con el aragonés en un pueblo cerca
de Daroca llamado Cutanda; trabóse allí una reñida
pelea, en que los cristianos dejaron tendidos en el
campo á veinte mil voluntarios muslimes, sin expe-
^ rimentar por su parte pérdida alguna: triunfa que
por extraordinario nos parecería increible, si no hu*^
biéramos lomado esta noticia de los mismos historia^
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508 HlflTOftlA DB BSPAÜA.
dores árabes. Murieron « dicen estos mismos, en esta
terrible batalla Abu Bekr bea Alari, %el alfaqui
Ahmed bea Ibrabim, y otros caudillos y personas de
cueuta; el resto del ejército huyó desbaratado á Va-
lencia ^*K El rey don Alfonso escogió un lugar en las
fuentes del rio Jíloca, que hizo poblar y fortificar,
por ser sitio á propósito para enfrenar las correrías y
' cabalgadas de los moros de Valencia y Murcia, al que
puso por nombre Monreal, y fué de gran servido
para la defensa y conservación de sus dominios por
aquella parte.
, El genio emprendedor de Alfonso no se satisfacía
con ir dando tan buena cuenta del emirato de Zara-
goza» ni se contentaba con ensanchar sus estados por
las fronteras de Valencia y de Castilla.. En 1 122 vio-
sele atravesar el Pirineo y penetrar en la Gascuña
francesa, sin que las memorias antiguas nos expliquen
la verdadera causa de esta expedición extraordinaria.-
tal vez quisiera resucitar antiguas pretensiones de los
reyes de Aragón á aquellos estados. Ello* es que el
conde Centullo de Bigorra, uno de los que se hablan
retirado del sitio de Zaragoza, presentósele á rendir-
le pleito-homenage y á dársele por vasallo, prome*
tiéndole tener en sü nombre aquel pais, y cuanto en
adelante pudiese conquistar. Entonces el rey de Ara-
(4) Zarita y los historiadores qaista de Zaragoza. Los Anales
modernos de Aragón ponen equi- Toledanos ooncaerdan cqd et bis-
' Tocadamente la victoria de Cu- toriador árabe,
tanda en el mismo año de la con-
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PABTB II. UBAO II. 609
gOD quiso pagar, ó su hamillacion ó su generosidad ,
haciéodole merced de la villa de Roda alas riberas del
Jalón, de la mitad de Tarazona con su término, de
Santa María de Albarracin con su territorio, cuando la
ganase de los moros, con otras rentas y heredamien-
tos ouanto bastaje para el mantenimiento de doscien-
tos caballeros que babian de servir en la guerra, con
dos mil sueldos ademas de moneda jaquesa en. cada
un año. Ya antes hemos visto empleado por el rey don
Alfonso este mismo sistema de recompensas, que lla-
maremos honores ó feudos, especialmente con los con-
des francos que ó le rendían vasallage ó le auxiliaban
en la guerra.
Infotigable don Alfonso, y no pudiendo tener ocio-
sa su espada, todos los paises hallaba buenos para
guerrear contra los infieles. Asi de vuelta de su espe-
dicion á Gascuña entró talando y destruyendo las ve-
gas y campos que los moros tenian á las riberas del
^gre y del Cinca. Ganó á orillas de este último rio
el pueblo y castillo de Alcoléa, cuyo señorío dio á uno
de sus ricos -hombres por servicios que le habia pres-
tado; batió después en muchos reencuentros á los
moros de Lérida y Fraga; entróse por el reino de Va-
lencia^ quemando campiñas y demoliendo las forta-
lezas y lugares que querían defenderse; avanzó de
la otra parte del Júcar; taló la vega de Denia; prosi-
guió por el reino de Murcia camino de Almería, y
asentó sus reales sobre Alcaráz al pie de una món-
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540 HI8TOEU^0S iSFAltA.
tana. Paro no se detiene aquí el torrente. Los mozá^
rabes de Andaltícfa, noticiosos de las proezas del
aragonés, han reclamado secretamente su socorro* y
excitádole á que invada el territorio andaluz, ofre*
ciéndole incorporarse á sus banderas. Esperante como
al gran libertador de los cristianos, y Alfonso aranza
intrépidamente con una hueste de escogidos guerre- '
ros, y el estandarte de Aragón se ve ondear en la
fértil vega de Granada y en la^ risueñas márgenes
del Genil (14 25). Acude la población mozárabe á en-
grosar las filas de sus hermanos; tien^blan los musul-
manes granadinos, á quienes gobernaba entonces
Temim, el hermano del emperador, y rezan la azala
del miedo ^^K Amenaza la hueste cristiana á la ciudad,
pero las nieves y las lluvias vienen á contrariar los
esfuerzos de Alfonso» que por espacio de diez y siete
días que tiene que luchar contra los elementos mas que
contra los enemigos"; al cabo de los cuales se decide
á levantar el campo y se pone en marcha, no en re-
tirada hacia Aragón, sino avanzando hacia el mar.
Franquea audazmente los difíciles pasos de la Al-
pujarra , cubiertos desnieve, llega á Motril, des-*
cubre la bella y templada campiña de Velez Má-
laga, gana la playa de aquel mar que tanto ansiaba
ver, y tomando una barquilla penetra en aquellas
(I) La oración gao rezaban en asisüeiida á ba mezquilaa con ar-
los trances aparados, abreviando mas. Condoy c. 29.
laa^postraoiones y eeromontat, y
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PABn II. UBBO it. SI 4
das que bañan las dos cosías española y africana <*K
Salisfecfao con haberse dado este placer, retro-
cede casi por los fnismos paisas, atraviesa hondos va-
lles y empinados riscos; desde las cumbres da Sierra
Nevada dirige una mirada hacia las lejanas costas del
continente africano, desenvuélvese á costa de mil di-
ficaltades de los embarazos que á su marcha oponen,
ya las nieves, ya las bandadas de musulmanes que
por todas partes le cercan y acosan; á la ida y á la
vuelta no han ceéado de molestarle los sarracenos;
algunos valientes ha perdido, la fatiga y los combates
han diezmado sos filas, pero él ha logrado triunfar
hasta de once régulos mahometanos, y por último,
después de mil riesgos y cualidades logra el audaz
aragonés volver á las tierras de sus dominios, seguido
de mas dé diez mil mozárabes andaluces á quienes
proporciona una nueva patria, y con indecible con-^
tentó de los cristianos aragoneses que con razón tem-
blaban por la suerte de sus hermanos'y por la vida
de su rey (4426).
Tal fué la famosa y arriesgada expedición de Al-
fonso el Batallador, una de las mas atrevidas de que
hacen mención las historias, y que si no dio por fruto
ninguna ocupación sólida de ciudades y' territorios
enemigos, fué de uo efecto moral inmenso, descon-
(4) Al decir de los árabes de hubiese hecho para cuando llegase
Conde» cogió por si mismo un pee- é aquella playa, ó por el orgullo
cado, ó por cumplir un yoto que de oonkirlo en Zaragoza.
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512 HUTOBU DB BSPAHa«
certó á los ¡afieles» hízoles ver á dónde llegaba el va-
lor y la intrepidez de un monarca cristiano, libertó
millares de familias mozárabes y dejó sembrada la
desconfianza entre los infieles y los cristianos qae
antes les hablan estado sumisos. Lo peor fué para los
que tuvieron la desgracia de no poder seguir sos ban-
deras , pues recelosos ya los musuímanes, y con el
fin de prevenir nuevas defecciones, tomaron la dará
medida de trasportar multitud de mozárabes anda-
luces al suelo africano, donde los mas murieron víc-
timas de la miseria y de los malos tratamientos ^^K
La muerte de la reina doña Urraca de Castilla,
acaecida en 1126, y la proclamación solemne de su
hijo don Alfonso Raimundez en León bajo el nombre
de Alfonso VII., convirtió de nuevo la atención y las
miras del monarca aragonés hacia aquella Castilla en
otro tiempo por él tan codiciada, y á lo que parece
no olvidada nunc^. Pero la posición de este reino va-
riaba de todo punto con la elevación del hijo de dona
Urraca. Al desconcepto en que la veleidad y la poco
asentada conducta de la madre la hablan colocado,
sustituía el universal contentamiento y beneplácito con
que los magnates castellanos y ios nobles leoíieses re-
cibían y aclamaban al hijo , iris de paz y anuncio de
t4) LoB porDÍenores de esta fa- go diferentes de las de los árabes
mosa algara del Batallador se bar de Conde. Algunos la conCdoden
lian en «1 cap. S9, pari. HI. de con la que poco mas adelante hiio
Conde. Las crónicas cristianas no Alfonso Vil. de Castilla á oiro
bablan de ella: Zorita la mencio- punto de Andalucía,
na, aunque con circunstaDcias al-
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rABTB II. Lino n. 513
sosiego después de tantas y tan deshechas borrascas.
Las ciudades y plazas en qoe se conservaban gaar*
ntciones aragonesas iban sometiéndose al nuevo sobe-
rano, ó eran expulsados por los habitantes mismos
de las poblaciones. Mas no era el Batallador hombre
que consintiera verse impánemente despojado de lo
que todavía 4>retendia pertenecerle. Ambos Alfonsos
estaban resueltos á sostener lo que cada cual llamaba
sos derechos; el de Castilla con el ímpetu y ardor de
un joven ávido de gloría y convencido de asistirle la
justicia; el de Aragón con la confianza y el orgullo
de un conquistador' avezado á las lides y á las vic-
torias, y prevalido del ascendiente que creía darle
la edad y los títulos de antiguo esposo de la madre
del castellano: ambos junta ron y prepararon sus hues-
tes; el de Aragón, fué el primero que rompió portier-
ras de Castilla avanzado hasta el valle de Támara
(4 leguas de Patencia). Encontráronse alli los dos ejér-
citos; mas afortunadamente cuando amenazaban á
Castilla nuevos males y estragos, cualquiera qu^ hu-
biese sido el vencedor, ni el de Aragón se atrevió á
atacar, ni el conde de Lara que guiaba la vanguardia
del de Castilla mostró deseo de pelear con los arago-
neses (que no era el de Lara afecto á su nuevo sobe-
rano), y como interviniesen ademas los prelados de
ambos reinos en favor de la paz, concertóse es-
ta dejando al aragonés regresar libremente á sus
estados» y obligándose á entregar en un plazo da-
Tomo iv. 33
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514 HISTORIA 0B BSPAÍA.
do las plazas que auo coDservab^ en Castilla (1 427).
Ni el Batallador se mostró escrupuloso en el cum-
plimiento de las condiciones de la paz, ni dejó por
eso de devastar el pais castellano que atravesó, y la paz
de Támara fué. mas bien una mal observada tregua»
puesto que á los dos años volvió otra vez el aragonesa
inquietar la Castilla poniéndose con su ejército sobre
la fortaleza de Morón. Acudió presurosamente el hijo
de doña Urraca á la cabeza de todos sus vasallos, á
escepcion de los Laras que rehusaron ya seguirle, y
halláronse otra vez castellanps y aragoneses cerca de
Almazan prontos á combatirse. Pero otra vez media*
ron los prelados, y tampoco fueron infructuosas sus
pacíficas amonestaciones y consejos. El de Aragón
quiso que se guardara consideración á su edad , y
que la propuesta de concordia partiera del de Casti-
lla como mas joven y como entenado suyo que había
sido. Condescendió el castellano con un deseo que le
pareció justo, y entonces el aragonés mostróse gene-
roso diciendo: «Gracias á Dios que ha inspirado ta!
pensamiento á mi hijo: si hubiera, obrado asi antes,
no me habría tenido por enemigo: ahora ya no quiero
conservar nada de lo que le pertenece.» Y ordenando
que le fueran restituidas las fortalezas que aun rete-
nía en Castilla (4129), retiróse á Aragón, «y nunca
«mas entró en Castilla, dice el cronista obispo de
cPamplona, si bien por eso no faltaron^ guerras y
«muertes entre castellanos y aragoneses, que por mu*
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9ÁMJE II. UBEOIl. 545
«chos años se hicieron todo el mal y daño que pu-
«dieron como craeles enemigos ^^'.x>
El Batallador, cuyo genio activo no podia sufrir el
reposo, sin dejar de atender al gobierno de su reino
ocupóse también en acabar de sujetar las comarcas de
Molina y Cuenca. Con esto y con haber dado á poblar
á los condes y auxiliares franceses un bbrrio de Pam-
plona concediéndoles los mismos fueros que á los mo-
radores de Jaca, juntó de nuevo síis tropas en Navar-
ra; franqueó otra vez los Pirineos, y puso sitio á Ba-
yona ^'^ no sabemos con qué título. Acaso le movieron
á esta nueva empresa agravios que el conde deBigor-
ra y otros sus aliados hubieran recibido del duque de
Aquitania. Ello es que consiguió enseñorearse de Ba-
yona (1431). Mas como la ausencia del centro de su
reino realentára á los mahometanos de Lérida » Tor-
tosa y Yalenciat causando algunos descalabros á los
aragoneses, apresuróse Alfonso á repasar el PirineOt
y otra vez los escudos dé Aragón volvíbron á reflejar
en las aguas del Ebro, del Cinca y del Segre. Mequi-
nenza, importante fortaleza mahometana situada en
los confines de Cataluña, se rindió al Batallador en
junio de M 33. Los estandartes aragoneses fueron
loego paseados por las. riberas de aquellos ríos, y
por último acometió don Alfonso la difícil empresa de
(I) SandoT. Gron. do Alfon- error de Mariana, qae pone esta
fo VI.— Son, sin embargo, inexac- paz en 4 4 32 .
taa las fechas qoe da á estos snce- (3) No á Bárdeos^ eomo dioe
sos.— Aun es mas manifiesto el erradamente el inglés Oanham.
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K4 6 UISTOAU 1}E BSPAÜA*
apoderarse de Fraga, fuerte por su natural posición,
en estrecho lugar colocada en un recuesto de tan an-
gosta subida que muy pocos bastaban á defenderla,
cuanto mas que todo aquello lo tenían los moros
grandemente fortificado* Asi fué que por dos veces
se vio obligado don Alfonso á levantar sus reales.
Pero esta misma resistencia y dificultad le empeñaba
mas y mas y comprometía á no cejar en su empresa,
y juró por las santas reliquias no desistir hasta no
verla coronada con buen éxito. Asegárase qoe ya los
sitiados se allanaban á rendirse por capitulación, y
que el aragonés desechó con indignación su oferta,
agriado con la anterior tenacidad de los moros. En -
tonces estos se pre,pararon á hacer un esfuerzo de-
sesperado, y llamando en su ayuda con instancia á
Aben Ganya, walí de Lérida, y acudiendo estocaudi-
lio con un refuerzo de diez mil Almorávides que aca-
baba de recibir de África, trabóse un recio y fiero
combate, en que los cristianos fueron atropellados y
rotos, sufriendo tal mprtandad, que millares de ara-
goneses quedaron tendidos en las llanuras. Alli pere-
ció también el heroico monarca» Alfonso el Batalla-
dor (*), con otros valientes nobles aragoneses y fráng-
eos, entre ellos los hijos del de Bearne, Centullo de Bl-
(4) Enesto coDYieDen ios Ana- fooso I. La que nosotros hallamos .
les Toledanos, el Anónimo de Rí- mas confirmada es la que hemod
poU 7 el arzobispo don Rodrigo consignaiiio. Convenimos en esto
con los historiadores árabes. Zu- con el moderno historiador de
ritai Traggia y otros cuentan con Aragón, el Sr. Foz, tom. I. p. 263,
alguna variación la muerte de Ai-
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FABTB II. LIBBO II. 517
gorra, los obispos de Rosas y Jaca y muchos otros se-
ñores principales. Fué esta desgraciada batalla en ju-
lio de 4434. «El famoso dia de Fraga, dicen los es-
critores árabes» na le olvidarán nunca los cristianos.»
Asi acabó el conquistador de Tudela, de Zarago-
za, de Tarazona, de Galatayud, de Daroca, de Ba-
yona, de Mequinenza, y de mil plazas y ciudades; el
vencedor de cien batallas, la gloria de Aragón, y el
terror de los moros. Dod Alfonso I. de Aragón fué un
rey cual convenia en aquellos tiempos, batallador,
activo, incansable; jamás hizo alianza, ni transigió
con los infielea.
Réstanos dar noticia del extraño é inconcebible
testamento de este principe , que tanto hizo cambiar
la situación no solo de Aragón sino de toda España.
Hallándose este monarca en octubre de 1 1 34 con su
ejército sobre Bayona, y viéndose sin hijos que pu^
dieran sucederle en el reino > otorgó su célebre y
ruidoso testamento que ratificó dos años después en
el fuerte de Sariñena. Después de dejar multitud de
ciudades, villas, lugares, castillos, términos y rentas
á otras tantas iglesias y monasterios que señalaba,
declaró herederos y sucesores de sus reinos y seño-
ríos por partes iguales al Santo Sepulcro, y á los ca-
balleros del Templo y los Hospitalarios de Jerusalen»
de tal manera que le sucediesen en todos sus dere-
chos sobre sus subditos y vasallos, prelados y ecle-
siásticos, ricos-bombres y caballeros, abades, canóni-
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518 HISTOAIA DB BSrjJtA.
g06, moDjeSt militares y burgeses, hombres y muge-
res, grandes y pequeños, ricos y pobres , con la mis-
ma ley y condiciou que su padre , su hermano y él
habian poseído el reino. «Doy también, anadia, á la
milicia del Templo mi caballo y todas mis^ armas, y
si Dios me diere á mí á Tortosa, sea para el hospital
de Jerusalen.^... De esta manera todo mi reino, toda
mi tierra, cuanto poseo y heredé de mis antecesores
y cuanto yo be adquirido y en lo sucesifo con el au-
xilio de Dios adquiriere y cuanto al presente doy y
pudiere dar en adelante, todo sea para el Sepulcro
de Cristo y el hospital de los pobres y el templo del
Señor, para que lo tengan y posean por tres justas é
iguales partes con la facultad de dar y qui-
tar, etc. ^*^i>
Veremos mas adelante las novedades y alteracio-
nes á que dio lugar este famoso y singular testamento.
(1) Archivo do la corona de Aragoo, Reg. I. fol. 5.
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GAPITVLO V.
ALFONSO EL EMPERADOR EN CASTILLA:
RAXIEO BL MONJB EN ABAOON: GARCÍA RAMÍREZ W MA-
YARE A.
»e 4426 a 4137.
Goneraí aplauso coa que faé aclamado Alíonso VII. de GastiUa.— Vistas
y tratos de su tia dona Teresa.— Sujeta algunos condes rebeldes.— •
Sus triunfos en Galicia y Portugal.— Rindensele las plazas ocupadas
por los aragoneses.— Pasa á su seryicio el emir Safad-Dola.— Glo-
riosa incursión de Alfonso en Andalucía.— Elección de Eamiro el
Monje en Aragón, y de García Ramírez en Navarra: sepárense otra
▼ez estos dos reinos.— Entrada del castellano en Zaragoza.-*Rín-
denle homenaje los reyes de Aragón y de Nayarra. El conde de Bar-
celona y los de Gascuña en Zara.^oza.— Proclámase solemnemente
Alfonso Vn. emperador de España.— Diferencias entre aragoneses y
nayarros.— Tratado deVaddaeogo.— PreparatÍTOsde rompimiento.
—Conducta de don Ramiro oí Monje.— Célebre anécdota de la Cam-
pana de ffuesea.— Abdicación de don Ramiro.— Desposa 'á su bija
' con el conde de Barcelona y le cede el reino.— Cataluña.— Ramón
Bereguer III. el Grande.— Sus guerras con los moros. — ^Ensanches
y agregaciones (|oe recibe el condado. — Conquista de las Baleares.
— Espedicion del conde á Genova y Pisa.— Sus alianzas con el de
Aragón. — Profesa de Templario y muere.— Ramón Bereoguer IV.—
Establece el orden de Templarios en Cataluña.— Casa con la hija de
Bamiro el Monje de Aragón.— Úñense Aragón y Cataluña y forman
un solo estado.
Ensánchase el ánimo del historiador como debió
dilatarse el de los castellanos al pasar del calamitoso
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620 HI8T0E1A M ESPáKa.
y mísero reinado de doña Urraca, al espléndido y
próspero de don Alfonso VIL su hijo. Joven de 21
años cuando murió ^u madre (1126), educado en la
escuela práctica de los infortunios, juguete inocente
desde su infancia de las rivalidades de los magnates,
de los rudos procedimientos de su padrastro y de
la desacordada ligereza de su misma madre , for-
zado á actuar sin intención ni voluntad propia en to-
dos los enredos de aquel perpetuo drama, único astro
que brillaba puro en medio de las tinieblas de aqoei
turbio horizonte, destinado por su nacimiento á ocu<->
par el trono castellano , apreciado por las prendas y
virtudes que habia tenido tantas ocasiones de descu-
brir en su temprana carrera de vicisitudes y de vai-
venes, proclamado años bacía rey en Galicia, monar-
ca nominal primero, compartfcipe después eael reí-
no de Castilla con su madre, y el verdadero sebera-
no de hecho en los últimos ^ños de doña Urraca, fué
á los dos dias del fallecimiento de esta solemnemente
aclamado y coronado el joven Alfonso rey de Castilla
y de León en la iglesia catedral de ésta ciudad cen
universal aplauso y contentamiento. Apresuráronse á
reconocerle y rendirle homenaje los condes y señores
de Asturias, León y Castilla, y habiendo pasado loe"
go á Zamora, donde se hallaba su tia doña Teresa de
Portugal, y donde un año antes se habia, armrado ca-
ballero su primo don Alfonso Enriquez (tan célebre
luego como fundador del reino de Portugal), allí fue^
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FA&TBU. UBIOll* 52 1
^ ron ajorarle obediencia los condes é hidalgos de Es-
tremadara y de Galicia. Ed ao pueblecito de la co«
i marca de Zamora, nombrado Ricobayo, celebraron
i una entrevista el noevo monarca castellano y sa tía
[ la condesa de Portugal, y estipulóse entre los dos una
paz por un determinado período de tiempo.
No te fisiltaron sin embargo al joven Alfonso algu-
nas chispas y aun llamaradas que apagar, restos del
I fuego que en los diez y siete años del reinado de su
I madre habia devorado la monarquía. Negáronse á
obedecerle algunos condes, ya resistiendo entregarle
I las fortalezas que poseían, ya alzando bandera de re-
belión en Castilla y en las Asturias de Santillana, bien
como parciales del rey de Aragón, bien como anti-
guos favorecidos de doña Urraca, que acostumbrados
á las preferencias de la madre, y aun á la especie de
soberanía que á la sombra de aquella privanza hablan
ejercido en el reino, no sufrían tener que someterse
como otros cualesquiera subditos al hijo. Eran los
principales entre estos el íntimo valido, y al decir de
algunos, oculto esposo de la reina, don Pedro Gonzá-
lez deLara, y su hermano don Rodrigo González. Fué
el joven monarca apagando estos parciales incendios,
sometiendo los rebeldes, ocupando sus fortalezas, y
tranquilizando el reino, usando para con los sedicio-
sos de más geoerososidad de la que ellos podían
esperar y acaso merecían. Habian logrado los de La-
ra apoderarse de Patencia á la voz del rey de Aragón
i
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8SS BlfflOEU DB BSPAHa.
y ayudándolos los cabaireros de Burgos y de Castroje-
riz que estaban por el aragonés. Acudió con presteza
don Alfonso, y recobrada la ciudad y cayendo en su
poder los díscolos condes, escepto don Rodrigo Gon-
zález que pudo fugarse á Asturias, hízolds encerrar
en, las torres de León; mas á poco tiempo, por inter-
cesión de sus parientes púsolos en libertad eh magná-
nimo príncipe^omo quien no temia á tan impotentes
enemigos. Despojado de sus feudos el conde de Lara,
y no pndiendó sufrir la abatida y humilde situación á
que después de su pasada grandeza se veía reducido,
allá se fué á buscar al rey de Aragón, y cuando este
príncipe tenia sitiada á Bayona murió de resultas de
heridas recibidas en un desafio con don Alfonso Jor-
dán, el hijo de don Ramón de Tolosa, pariente del
rey. Asi acabó el célebre favorito y amante de la rei-
na dona Urraca, objeto de tantas murmuraciones y
celos en Castilla <*).
Quedaba todavía su hermano don Rodrigo el fu-
gado de Falencia. Mas toda aquella tenacidad hubo
de ceder ante la actitud imponente del rey, que entró
devastando á sangre y fuego las tierras y castillos ea
que aquel se habia hecho fuerte. El término de esta
expedición, omitiendo las circunstancias menos impor-
tantes que refieren algunos cronistas, fué que arre-
pentido de su rebeldía el deLara pidió humildemente
«
(4) SandOT. ChroD. del Emperador Alfoiiso Vil.
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PARTB 11. LIBEO II. B28
perdoo á au soberano, jurando que de alli adelante
seria su mas fiel y leal servidor. Correspondió el rey á
sa humillación con tal generosidad» que para tener*
le mas obligado por la grQtitud, no solamente le voU
vio á su gracia, sino que le confió la tenencia de Toledo,
la mas importante de Castilla. Y no le pesó de ello en
verdad, porque el honrado castellano fué después uno
de los caballeros que hicieron al rey mfls útiles servi-
cios y le dieron mas leal ayuda en las guerras contra
los infieles.
Estas contrariedades, y las que por otra parte le
suscitaba el rey de Aragón y dejamos referidas en el
anterior capítulo, no fueron las solas que tuvo que
arrostrar y vencer el joven monarca de Castilla y de
León en los primeros años de su reinado. Sostenien-
do su tia doña Teresa de Portugal con admirable per-
severancia las* pretensiones de independencia que no
logró ver realizadas don Enrique su marido, conti-
nuaba en Galicia después de la concordia de Zamora,
no solo fortificando y guarneciendo sus castillos del
Miño,, sino levantando otros nuevos, como quien se
preparaba, y no con mucho disimulo, á resistir la domi-
nación de su sobrino. Fiaba lá de Portugal en el va-
limiento de don Fernando Pérez, el hijo del conde de
Trava, antiguo ayo del príncipe, y en los barones y
caballeros portugueses y gallegos con quienes aquel
tenia relaciones de parentesqoó de amistad. Intimas
eran las de doña Teresa y don Fernanda, y mas de lo
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624 msTomu db bspaSa.
que al baeo nombre y al decoro de una princesa cod-
venía, y que llevadas á términos todavía mas estre-
mosos que las familiaridades que tanto en Castilla se ha-
blan murmurado entre doña Urraca y el de Lara, ha-
blan de producir no tardando en Portugal disgustos
y explosiones mas estruendosas que las que habían
conmovido la monarquía castellana. La actitud, paes»
de dona Teresa movió á Alfonso VII., su sobrino, á
ponerse con numeroso ejército sobre Galicia y Portin-
gaL La suerte de las armas favoreció, coak> era
lo natural, al mas poderoso, y vióse doña Teresa obli-
gada á reconocer la supremacía del monarca castella-
no. Ya en aquel tiempo se hablan alzado algunos no^
bles portugueses contra la privanza del amante de do-
na Teresa, don Fernando Pérez, y en favor del hijo
de la condesa, el joven don Alfonso Raimundez, qoe
acababa de ceñir el cinturon de caballero en la igle-
sia de San Salvador de Zamora, y á quien su madre
habia tenido hasta entonces en vergonzosa oscuridad
y apartamiento de los negocios del Estado y sin con-
sideración alguna en la corte. Hallábanse los parcia-*
les del joven Alfonseen Guimaranes, cuando llegó el
ejército de Castilla á poner cerco á la ciudad. Conven-
cidos los sitiados de la debilidad de sus fuerzas, de-
clararon en nombre del joven Alfonso Enriquez que se
consideraba y consideria en adelante vasallo de la
corona leonesa. Un poderoso y honrado hidalgo del
pais, llamado Egas Moniz, salió por fiador de aquel
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PARTB 11. UBAO H. 58&
reconocimiento^ y confiado en su palabra Alfonso de
Castilla, volvióse para Gompostela con el arzobispo
Gelmirez que le babia acompañado con sus hombres
de armas en esta espedicion, y que intervino no poco
en aquel ajuste de paz ^*K
Ityi de esta manera el nieto de Alfonso VI. alla-
nando dificultades, aquietando su reino y haciendo
respetar su nombre. Su matrimonio con doña Beren*
guela, hija del conde don Ramón Berenguer IIL de
Barcelona, celebrado en 1428 en Saldafia, fué princi-
pio de la amistad que después tuvo con el conde bar-
celonés ; y la belleza, la dulzura, el talento y las vir-
tudes de esta princesa le dieron pronto un saludable
ascendiente en el ánimo de su joven esposo, que nun-
ca tuvo que arrepentirse de seguir los prudentes con-
sejos de la reina. Esta señora y la hermana del rey
doña Sancha, á quien tuvo siempre en su compañía, no
menos distinguida é ilustre por su ingenio y altas pren-
das, eran consultadas por el monarca en los casos mas
(4) Hisi. Compo9t. lib. II. c. 85 gíó, llevando consigo sa mager y
—Cuenta la tradición portoguef a, aaa hijos, á la corte del monarca,
y jantamente algunas historias, al cual se presentó con los pies
que cuando los sucesos de 4428 descalzos y una soga al cuello, co-
(de que nosotros hablaremos mas mo quien prefería entregarse á la
adelante) pusieron el Portugal en muerte antes que dejar de com-
manos de Alfonso Bnriquez, y esta plir una palabra empeñada. Gran-
principe y los barones portugoe- demente irritado estaba AifoD-
ses eludieron la promesa y com- so VII, mas desarmó su ira aque-
premiso de Guimaranes con el rey lia prueba inaudita de lealtad, ▼.
de Castilla, solo el honrado Bgas le dejó ir libre, quedando para ei
Monis sostuvo lo que babia jura- en el concepto de un noble ceba-
do. T aSaden que para dar un llero. Hercul. Hist. de Portogal,
testimonio de su lealtad se diri« tom. I., p. 188, y not. XII.
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BS6 HISTORIA DB ÍbSPAIÍA.
difíciles y en los mas árdaos negocios del Estado, y
goíábaole por lo común con tino y con madnrez, y no
sin merecimiento y sin justicia dio y mapdó dar á so
hermana el título honorario de reina, nunca hasta en-
tonces aplicado á las hermanas de los reyes ^^K
La retirada de don Alfonso de Aragón el Batalla-
dor á consecuencia de la concordia de Almazan , de
que dimos cuenta en el precedente capítulo» desistien-
do de sus pretensiones sobre Castilla (1129), fué un
suceso feliz que dejó desembarazado al castellano pa-
ra atender á las cosas del gobierno interior de su reí-
no, como lo hizo ya en las cortes ó concilio de Falen-
cia celebrado aquel mismo año, y para poderse de-
dicar á guerrear contra los infieles» siguiendo en es*
to las huellas de su ilustre abuelo. Inquietábale no
obstante ver la fortaleza de*Castrojeríz ocupada toda-
vía por algunos pertinaces aragoneses» y no descansó
hasta ponerle tan apretado cerco que forzó á sus de-
fensores á rendírsele (4430). Era ya grande con esto
el respeto que á los sarracenos inspiraba el nombre
de Alfonso VIL de Castilla : y como en aquel tiempo
hubiese muerto el antiguo emir de Zaragoza Abdel-
melek AmadrOola en su fortaleza de Rota'l-Yehud,
último asilo en su desgracia» su hijo Abu Giafar Ah-
med» apellidado Safad-Dola » cansado del humillante
(i) Luc. Tadens. Gbroo. pá- Saodoval equívoca la fecha del
gina 403.— Ghroo. Adef. Imperat. matrimonio de Alfonso Vil. con
«Mar. Condes de Barcelona.— • muobaa oirás.
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PA&TB U. UBAO n. 527
protectorado del rey de Aragón en que vivia» y temieo-
do el disgusto cod que sus propios subditos llevaban
su alianza con un rey cristianot tomó la resolución de
reconocerse vasallo del rey de Castilla, cediéndole á
Rota 'l*Yebud con otras plazas fuertes de su ya re-
ducido emirato. Recibióle benévolamente el monarca
leonés, y agradecido al servicio que en esto le hacia,
dióle á su vez varios señoríos en Castilla y León, des-
apareciendo de este modo los últimos restos del cé-
lebre emirato de los Beni-Hud de Zaragoza (1132),
de aquellos belicosos príncipes que tanto y tan heroi-
camente hablan luchado con los reyes cristianos de
Aragón ^^K
Los cristianos de Toledo y los musulmanes de An-
dalucía se hostilizaban mutuamente haciendo repeti-
das irrupciones en sus respectivos territorios. Tachfin
ben Alí era el general que sostenía la guerra en Es-
paña á nombre de su padre el emperador de los Al-
morávides. Alfonso Vil. desplegó en la guerra contra
los infieles igual energía á la que habia mostrado pa-
ra la pacificación interior del reino. Una noche se
vieron los moros tan de improviso atacados en su
campo y con tal ímpetu y bravura, que por confesión
de los mismos historiadores árabes «muy pocos Almo-
rávides escaparon de su vengadora espada •>» El esfor-
(4) Condo, part. III. c. 33.-^ méate qae Rota 'UTebud, ó Ro-
El obisfK) Sandoval comete Tarias da de los Judíos, que perteuecia
inexactitudes al dar cuenta de es- á Aragón, era una Rueda que dice
te suceso, y supone muy errada- esta cáia entrada de Andalucía.»
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5S8 flUTOAU DB BSPAJk.
zado Tachfio se mantuvo coa irnos pocos safríendo
coD admirable coostaDcia las mas peligrosas arreme-
tidas de la caballería castellana, basta que él mismo
herido en una pierna, de que quedó ya imperfecto
siempre, dio gracias de poder escapar con vida. El
fequí Zakarya, su alcatib, escribió con ocasión de esta
batalla una casida de elegantes versos en que le con-
solaba de su derrota, describía lo horroroso del com-
bate y le daba oportunos avisos y consejos milita-
res (*».
Orgulloso con este triunfo el de Castilla, juntó S
las márgenes del Tajo un numeroso ejército y resol-
vió hacer una atrevida invasión en Andalucía, á seme-
janza de la que ocho años antes habia hecho su padras-
tro el rey de Aragón. Su nuevo vasallo el árabe Sa-
fad-Dola se ofreció á servirle de guía en su marcha^
Dividió el rey su ejército en dos cuerpos para pro-
veerse con mas facilidad de subsistencias; á la cabeza
de uno marchaba él mismo; guiaban el otro el ex-emir
(4 ) Hó aqai algunos de los yer- cío de aquella batalla:
808 con que el poeta pinta lo re-
Trábase Dueya lid, espesos golpes
Se multiplícaD, recio martilleo
Estremece la tierra, y con las lanzas
Cortasse embisten, las espadas hieren,
T hacen saltar las aceradas piezas
De los armados, y al aangríento lago
Entran como si fuesen los guerreros
Camellos que U ardiente sed agita,
Cual si esperasen abrevarse en sangre
Que á borbollón^ las heridas brotan,
Fuentes abiertas con las crudas lanzas...
Trad. de Conde, part. Hl. c. 3Ü.
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PARTE II. LIBRO II. ' 529
Safad-Ddía y aquel don Rodrigo González de Lara, el
antígao rebelde de León, Falencia y Asturias, que tal
era la confianza que le inspiraban y ia fidelidad con
que le servían el musulmán recién allegado y el
cristiano antes enemigo. Por dos distintos puntos
atravesaron la sierra , y juntáronse allá en el suelo
andaluz donde los mantenimientos abundaban.
«(Era la estación de la siega , dice la crónica de
don Alfonso, y el rey mandó incendiar las mieses, las
viñas, los olivares y las higueras. Consternó el terror
á los MaraUtas (los Almorávides) y á las hijos de
Agar (los musulmanes andaluces). Abandonaban los
infieles las plazas que no podían defender, y se reti-
raban á los castillos fuertes, á las cuevas de los mon-
tes y á las islas del mar. Plantó el ejército cristiano
sus tiendas cerca de Sevilla, quemando los pueblos y
fortalezas abandonadas: llenaron su campamento de
cautivos, de ganado, de aceite y de trigo. El fuego
devoraba las mezquitas con sus impíos libros , y los
doctores de su ley eran pasados al filo de la espada.
De alli pasó el rey á Jerez, que destruyó, y avanzó
hasta Cádiz. A vista de esto los príncipes andaluces
enviaron á decir secretamente al emir Safad-Dola:
«Habla al rey de los cristianos para que nos libre de
los Almorávides; y le serviremos contigo, y reinarás
sobre nosotros tú y tus hijos. > Safad-Dola , después de
haber consultado con el rey, les respondió: «Andad y
decid á mis hermanos los príncipes de Andalucía que
Tomo iv. 34
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530 HISTOKIA DB BSI^AÜA.
se apoderen de todas las plazas fuertes» y hagan la
guerra á los Almorávides, y el rey de Leoa y yo vea-
d remos á socorreros.» Pero el rey determinó retroce^
der en seguida, que no era para contarse todavía se^
guro en aquellas tierras, y regresó sin descalabro á la
comarca de Toledo ^^^
Después de esta famosa algara tuvo el rey que so-
focar algunas alteraciones y revueltas que habían mo*
vido en Asturias los condes don Gonzalo Pelaez y don
Rodrigo Gómez, que al fin tuvieron que darse á partí-
do, contribuyendo no poco á la feliz terminación de
estas sublevaciones los consejos que don Alfonso se-
guía recibiendo» asi de su esposa doña Berenguela co-
mo de su hermana doña Sancha (1 1 33). Y eso que no
se mostró el rey el mas celoso guardador de la fideli-
dad conyugal, pues en una de estas expediciones á
Asturias aficionóse á una dama llamada Gontroda» hija
del conde don Pedro Díaz, «y húbola (dice el obispo
cronista) en su poder, y de ella una hija que se llamó
doña Urraca , y dio para que la criase á su hei^mana
la infanta doña Sancha ^^Kn
En tal estado se hallaban las cosas de Castilla
en 1134 cuando acaeció la muerte de don Alfonso el
(1) GroD. de Álíoaso Vil.— daba el segundo oaerpo no era
Conde no babla de esia espedí- don Rodrigo González el de Lara,
cion. Algunos la confunden oon la sino don^odrigo Maritnei Osorio.
de Alfonso el Batallador, aun (t) La misma que Teremos des-
siendo tan distintos los pantos á pues casarse oon el rey de Nafar»
<|ae se dirigieron. Según Sendo- ra don García Ramírez.
taly el conde castellano que man*
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PlBtB II. LIBRO 1!. 531
Batallador ea los campos de Fraga, qué vino á oca*
sionar grandes mudanzas en todos los reinos crístia*
nos españoles, y á acrecentar el poder del monarca y
de la monarquía castellana. Tan luego como se supo
el fallecimiento, juntáronse aragoneses y navarros en
Borja, donde celebraron cortes, á que asistieron ya
no solo los ricos-hombres y caballeros , sino también
procuradores de las ciudades y villas, ó sea de las
universiiadeif como alli se denominaban (primer caso
en que hallamos mencionada la asistencia del brazo
popular á las cortes del reino), para tratar de la elec-
ción de sucesor, sin tener en cuenta para nada el tes-
tamento de don Alfonso en que legaba el reino á
las tres órdenes religiosas del Templo, del Sepulcro y
de San Juan de Jerusalen ; que ni siquiera se cues-
tionó entre los aragoneses ni les ocurrió poner en tela
de duda la ilegalidad de tan extravagante testamento.
Tenía gran partido entre ellos un rico-hombre nom-
brado don Pedro de Atares, señor de Borja, á quien
algunos hacen biznieto, aunque bastardo, de Ramiro I.:
mas dos caballeros aragoneses que conocían bien
ciertos vicios de su carácter, y á quien tachaban
principalmente de arrogante y presuntuoso , tuvieron
bastante persuasiva para torcer las voluntades de los
unos y bastante maña para agriar é indisponer con él
á los otros, y ya no se pensó mas en don Pedro de
Ataros* Fijáronse entonoes los aragoneses en don Ra-
miro, hermano del Batallador , monje del monasterio
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532 BISTORU DB ESPAÑA.
de SaÍDl PoDS de Thomieres, cerca de Narbona. f^are^-
cióles á los navarros desacordada proposición la de
elegir para rey á un monje, y asi por esto como por
aprovechar la ocasión de recobrar su independencia y
darse otra vez un rey propio, acordaron retirarse á
Pamplona, y allí por sí y sin contar con los de Aragón
alzaron por rey de Navarra á don García Ramírez,
hijo del infante don Ramiro el que casó con la hija
del Cid, y nieto de don Sancho, aquel á quien mató
en Roda su hermano don Ramón. De esta manera vol-
vieron á separarse Aragón y Navarra después de faa-
ber formado por cerca de medio siglo un mismo reioo.
Con esto los aragoneses resolvieron definitivamen-
te en las cortes de Monzón colocar la corona de sa
reino en las sieaes del monjlB Ramiro , y obtenida
del pontífice la doble dispensa de la profesión monás-
tica y del sacerdocio, el buen monje no tuvo reparo
en trocar el sayal y el báculo por el cetro y la diade-
ma, y en prestarse á añadir el sacramento del matri-
monio al del orden, casándose, á pesar de los cua-
renta años de hábito, con doña Inés, hija de los coa-
des det Poitiers y hermana del duque de Aquitaaia^
En octubre de aquel año (1 1 34) se hallaba el monje*
rey ejerciendo la potestad real en Barbas tro (*>. .
(4) Mariana y otros autores historiador de Sao Jaan de la Pe-
dicen haberle concedido la dis- ña, suponen que don. Ramiro ha-
pensa el papa Inocencio U. Sabau, bia sido abad de Sabagun y de»-
sigttiendo á Perreras, afirma ha- pues obispo electo de Burgos, áñ
berlo hecho el antipapa Anacleto. Pamplona, de Roda y Barbastro.
Mariana^ Zurita y Traggia, con el Hay quien le niega el orden sa-
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t>l
páetb 11. LiBao II. 533
Mas el de Castilla que aspiraba á alzarse con una
' buena parte de la herencia del de AragoD;, alegando
' el derecho que á ello tenia como biznieto de Sancho
^ el Mayor de Navarra, que se habia ido apoderando
' ' ya de Nájera y de las plazas de la Rioja que babian
' poseido los monarcas castellanos sus mayores, con
^ pretesto también de socorrer á Zaragoza, contra los
^ ataques de los Almorávides, iban acercándose á esta
|{ ciudad con poderoso ejército. Ni el de Aragón ni el
B- de Navarra contaban con fuerzas para resistirle, ni tal
tf era su intención tampoco; antes bien conveníales á
\i uno y á otro ganar la amistad del castellano, temien-
K* do cada cual por su parte la guerra que la separación
^e> de Navarra amenazaba producir entre navarros y
é aragoneses. Asi no solamente entró Alfonso. Vil. sin
if resistencia en Zaragoza, donde se bailaba el reymon*
]9) je en el mes de diciembre, sino que este le cedió la
¿if ciudad de Zaragoza con toda la parte del reino de
1$ Aragón de este lado del Ebro, reconociéndose. feuda-
¡t tario del de Castilla y rindiéndole pleito-homenage.
^) Confirmó don Alfonso como rey^ á las iglesias de Zara-
li^^ goza los privilegios que les habia otorgado el Bata-
.^ llador, y don Ramiro se retiró á Huesca contentándo-
la se con titularse rey de Aragón, de Sobrarbe y Riba-
I gorza, y suponiendo en los documentos vasallo suyo
^,r cerdoial. Véase á Traggia, Memo- cortes de Borja y de Monzón, tan
% rías de la Academia de l.i Uisto- admitido por todos los historia-
¡^1 cía, iom. lU. el cual niega lo de las dores.
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K34 HisTouA M bwaHa.
á García Ramírez, rey de Pamplona <*>. Babia coa-
eurrido también á Zaragoza el hermano déla reina de
Castilla Ramón Berenguer lY. de Barcelona « los con-
des de Urgel» de Fox, de Pallas» de C!ominges, el se-
ñor de Mompeller, con varios otros condes y seño-
res de Francia y de Gascuña^ y todos hicieron conre-r
deracion y amistad con el monarca de Castilla. Satis-
fecho este con el resultado de so espedicion, y dejan-
do en Zaragoza guarnición de tropas castellanas, vol-
vióse á León, donde vino á encontrarle el nuevo rey
de Navarra, que deseando tenerle de su parte en las
diferencias que preveía con el de Aragón, se hizo tam-
bién vasallo suyo.
Parecióle á Alfonso VIL qoe quien tenia debajo de
sí á tan poderosos principes bien podia ceñirse ya la
corona imperial. Con este pensamiento convocó cor-
tes en León para la pascua del Espkitu ^nto (4435).
Celebráronse estas con toda solemnidad en la iglesia
mayor, asistiendo á ellas la reina doña Berenguela,
la hermana del rey doña Sanch?, don García, rey de
Navarra, don Raimundo, arzobispo de Toledo, que ha*
bia sucedido á don Bernardo, con todos los demás
prelados, abades y grandes del reino. Tratóse el pri-
mer día de negocios peiitenecientes al buen régimea
eclesiástico y político del Estado. Verificóse en el se-
gundo la solepme ceremonia de la proclamación. Ror
(I ) Carta de donación de la era tarios, p. 4 48.
4 4 73, citada por Blancas, Comen-
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PAETB II. LIBEO U. . 535
deado de numeroso y brillante cortejo fué conducido
el rey del palacio á la iglesia de Santa María: espe-
rábanle allí los prelados, magnates y clero: desde la «
entrada hasta el altar mayor fué llevado en proce-
sión, marchando el monarca entre el obispo de León
y el rey de Navarra; pusiéronle con toda pompa el
manto y la corona imperial; y las bóvedas del templó
resonaron con los cantos de los himnos sagrados y coa
las aclamaciones de Viva el Emperador. Terminada
la augusta ceremonia, acompañaron todos á Alfonso al
real palacia, donde el nuevo emperador agasajó á la
comitiva con un suntuoso banquete. Al siguiente dia
volviéronse á congregar los grandes y prelados, y
acordaron varias disposiciones sobre asuntos religio*
sos y políticos, siendo el primero y mas importante la
confirmación de los fueros y leyes otorgadas por los
monarcas anteriores ^^K
i Mientras esta superioridad alcanzaba el de Casli*
I Ha, no era posible que hubiese paz ni concordia entre
' aragoneses y navarros con sus dos reinos y sus dos
i reyes, uno y otro precisados á ampararse de la pro-
^ lección del emperador. Miraban los aragoneses la
(4) Gbron. Adef. ImperaU— meatos y epitafios á mas de im
Sandotal , Cinco Reyes.— Risco, rey de León y de Castilla, y los
Hist. de León. En este último pue- escritores aragoneses le dan á su
de verse la refutación de los ar- monarca Alfonso I. el Batallador;
{jumentos de Moret, para negar mas ningún principe oristiuno ha-
a asistencia del rey de Navarra, bia recibido en España solemne -
á la coronación imperial de Al- mente Is investidura y la dtade-
fonso VII.— El título de empera- ma imperial hasta Alfonso Vil. de
dor se había aplicado ya en doca- Castilla.
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m I
536 BlSTOtlA DB BSIaKa.
Navarra como una parte integrante de su monarquía;
consideraban los navarros á don Ramiro como inhábil
para llevar la corona ppr su profesión, estado y edad;
la guerra amenazaba, y hacíanse ya grandesdaños en
los lugares de las mal deslindadas fronteras. Para po-
ner remedio á estos males acordóse, á instancia y di-
ligencia de los prelados y algunos ricos-hombres
amantes de la paz, que se nombraran tres jueces por
cada uno de los reinos, que decidiesen como arbitros
la querella. Juntáronse estos seis jurados en Vado^
luengo: el arbitrio qne tomaron fué que cada ouo de
los dos monarcas gobernase su reino, pero que don
Ramiro fuese considerado como padre y don García
como hijo, y que los términos de Aragón y Navarra
serian los mismos que en otro tiempo habia señalado
don Sancho el Mayor, á lo cual añaden algunos la in-
calificable cláusula de que don Ramiro hubiera de
mandar sobre todo el pueblo, don García sobre el.
ejército y los nobles. Por mas que esta sentencia, da*
da sin duda con mejor intención que acierto, dejara
vivo el germen de la discordia entre los dos monar-
cas, ambos manifestaron conformarse con el fallo, y
en su virtud pasó el de Aragón á Pamplona como á
dar seguridad y firmeza al convenio. Recibióle el na^
varro con toda pompa y solemnidad; mas de la sia-
.ceridad y buena fé con que en esto procediera, tuvo
muy pronto motivo de recelar don Ramiro, puesto
que un caballero fué á avisarle confidencialmente d^
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. PAUTE u. Uno u. 53^7
que aquella misma noche trataba don García de apo-
derarse de su persona. Fuese ó no verdad el proyec-
to, el rey-monje le creyó, y de noche, de prisa , d¡3-
firazado y con solos cinco de á caballo que le acom-
pañaran salió de Pamplona como un fugitivo, y cami-
nando toda la noche llegó al monasterio de San Sal-
vador deLeire, y desde alli con poca detención pasó
á Huesca ^^K
Con tal proceder era ya imposible toda reconcilia-
ción entre el aragonés y el navarro, y se hizo aun mas
inminente que antes nn rompimiento entre ambos rei-
nos. Don García comenzó á disponer sus gentes para
la guerra: con objeto de tener á su devoción los caba-
lleros y ricos-hombres , hizoles grandes donaciones y
mercedes, y el obispo y cabido de Pamplona anduvie-
ron con él tan generosos que le franquearon el tesoro
de la iglesia para las atenciones de la campaña. Don
Ramiro hacía iguales preparativos en Huesca (1 136),
pero sus excesivas larguezas y liberalidades con los
magnates y ricos-hombres á quienes pródigamente
habia ido dándolos lugares y castillos de su reino, lo
mismo que sus indiscretas donaciones á los monaste^
rios é iglesias, habían debilitado su autoridad y po-
der ^n términos que ni le guarbaban consideración los
grandes ni respeto el pueblo. Llamábanle, dicen, por
menosprecio el Rey-cogulla , y aun cuando se haya
(4) ZariU. Anal. lib. 1. c. 59.
á I
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B8S HUTOaiA DB BSrAÜA.
exagerado su ineptitud basta el puoto de suponer que
cuando cabalgaba , embarazado con la lanza y el es-
cudo, tenia que sujetar y regit con la boca las bridas
del caballo (lo cual está en contradicción con los an-
tecedentes que de su vida activa/ aun después de moo*
je, tenemos ^l})^ es no obstante cierto que carecía de
valor para las cosas de la guerra y no tenia mas ha-
bilidad para gobernar un Estado. Por lo mismo no es
de ettrañar en tan débil monarca que apelase á la pro-
tección y amistad del de Castilla para que leí auxilia-
se contra el navarro, y que en la entrevista que con
aquel tuvo en Alagon le cediese á Calatayud y demás
pueblos que su hermano el Batallador habia oonquis*
tado en esta parte del Ebro , conviniendo no obstante
en que Zaragoza fuese restituida al señorío de Ara-
gón. Tampoco extrañamos diese en rehenes al empe-
rador, según algunos historiadores afirman, ó por lo
menos le prometiese para mayor seguridad del asien*
to, sd hija Petronila, con quien el castellano se propo->
nia casar á Sancho.su hijo mayor: que el rey-monje
(1) Traggia, Memorias de la entre él y sus caballeros al entrar
Academia, tom. lIl.-<-Hé aqai có- en el primer combate en qae an.
mo cuenta el romance lo que pasó encontró:
Las riendas tomad, señor,
con aquesta mano misma
con que asidos el escudo,
y ferid en la morisma.
El rey, como sabe poco,
luego alli les responaía:
—Con esa tengo el escudo,
Teoellas yo no podría,
ponédmelas en la boca,
que sin embarazo iba....
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PAETB U. LIBRO II. 529
habia burlado los cálcalos públicos, logrando, á pesar
de 8Q8 años verse reproducido en una bija, destinada
4 causar grandes novedades en Aragón y en toda
España.
Repugna ciertamente asi al genio apocado de don
Ramiro como á la resolución que luego tomó de abdi-
car el cetro y volver á la vida religiosa, el hecho rui-
doso y la sangrienta ejecución que algunos autores le
han atribuido, conocida con el nombre simbólico de la
Campana de Huesca. Cuentan, pues, que habiendo
enviado un mensagero á consultar con el abad de su
antiguo monasterio de Saint Pons de Thomíeres cómo
debería conducirse para tener tranquilo el reino y su-
misos á los magnates que le menospreciaban , el buen
abad hizo entrar consijD;o en la huerta del convento al
enviado del rey, y á su presencia, á imitación y ejem-
plo de Tarquino en Roma, fué derribando y descabe-
zando las mas altas coles y lozanas plantas que en el
huerto habia , advirtiéndole que por toda respuesta
contase al rey lo que habia visto y presenciado. Con
esto don Ramiro convocó (4 1 36) á todos los ríeos-hom-
bres, caballeros y procuradores de las villas y luga-
res de Aragón para que se juntasen en cortes en la
ciudad de Huesca. Congregados que fueron, espúsoles
la peregrína especie de que queria fundir una campa*
na cuya voz habia de oirse y resonar en todo el ret-*
no, á fin de^sonvocar la gente siempre que fuera me-
il^ester. El proyecto escitó la burla de los magnates
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ft49 HISTORIA. DB BSIU^A.
aragoneses» pero nadie penetró la oculta y misteriosa
significación que envolvía. Desapercibidos fueron. con-
curriendo un did los grandes al palacio del rey , eL
cual habia colocado en una pieza personas de.su con-
fianza que ejecutaran su atroz designio. De esta mane-
ca, en cumplimiento de sus instrucciones, fueron uno
á uno degollados hasta quince ricos-hombres de los
mas principales,, cuyas cabezas hizo colgar en una bó-
veda subterránea que aun se conserva.' El sangriento
espectáculo, manifestado al público^ hi^o, dicen, ma^
moderados y contenidos á los grandes. La anécdota,
aun cuando no se apoya en documento alguno históri-
co fehaciente , podría ser creible si se tratara de un
príncipe mas cruel ó severo que don Ramiro, ó de mas
ánimo y resolución que él ; pero aplicada al rey-mon-
je, y no confirmada por la historia , nos parece inve-
rosímil é inadmisible ^^K
Lo que hizo don Ramiro en aquellas cortes fué
anunciar su pensamiento y resolución de despren-
derse de una corona tan erizada para él de espinas y
(I) El jaicioso Zarita caeota Rodrigo, dí el cronista de Alfon-
este suceso coa duda j descon- so VII., ni el Anónimo de Saha-
flanza. Traggia en sn citada Me- gan y su interpolador, que fueron
moría supone con Ganbay, Briz, ios escritores mas inmediatos al
Martínez y Abarca, cque este fué suceso que se supone, hablan .ana
nn cuento fonado para dar color palabra de un hecho tan ruidoso
¿ la ínutiiidaa de don Ramiro, so- y gue tan honda impresión -ha-
bré el verdadero castigo ó justicia bna causado en los ánimos. El
ejecutada en 4 136 en algunos re- ilustre académico citado espone
henes gue se hallaban en Huesca, otras varias razones, que nos pa-
segon los anales ó memorias de recen concluyentes, para pronar
Cataluña que alesa Zurita.» Lo la.Calsedad de la Campana, ó mas
cierto es que ni el arzobispo don bien de la Campanada de Huesca*
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PAUTE ^1. LlBllO íí. S'41
át dificülladed, y de retirarse otra vez á la vida reli-
giosa y privada » paesto que tenia ya una hija en
gúieü recayese la sucesión del reino. Tratóse en su
virtud del casamiento de la infanta, aunque era á la
sazón una niña de dos años. Hubiérala dado acaso el
débil don Ramón al emperador don Alfonso que la
destinaba para su hijo primogénito, si los aragoneses,
que ni olvidaban sus recientes dí^ordias y antipatías
con los castellanos, ni querian de modo alguno que el
reino de Aragón se incorporase con el de Castilla, no
le hubieran persuadido á que la desposara con el
conde don Ramón Berenguer IV. de Barcelona, qtie
por su valor y sus virtudes, por la inmediación de los
dos estados y por la mayor analogía de costumbres
entre los naturales de uno y otro reino , les ofrecia
mayores ventajas, suponiendo que asi. no tendrían
tampoco por enemigo al de Castilla atendiendo el es-
trecho deudo y amistad que lexinia con el barcelonés,
como hermano que este era de la emperatriz. Ayudó .
á estas negociaciones Guillen Ramón de Moneada,
senescal de Cataluña y uno de los magnates de mas
inflojo. Decidió, pues, don Ramiro dar su hija en es-
ponsales al conde de Barcelona, y hallándose ell 1 de
agosto de 4 4 37 en Barbastro se concertó el matrimo-
nio de la infanta doña Petronila con don Ramón Be-
renguer, dándole con ella todo el reino de Aragón,
cuanto se extendía y habia sido posoido y adquirido
por el rey don Sancho su padre y por don Pedro y
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5Í2 HISTOAU DB BSPAÜA.
don Alfonso sus hermanost salvos los usos y costom-
bres qae en tiempo de sas antecesores tavíeron los
aragoneses» y reservándose el honor y título de rey ^*\
En SQ consecuencia todos los burgeses de Huesca
hicieron juramento de obediencia y fidelidad (24 de
agosto) al conde de Barcelona y nuevo rey de Ara-
gón ^^\ Y mas adelante en 2? de agosto y 4 3 de no-*
viembre, hallándose don Ramiro en Zaragoza, con-
firmó de nuevo á presencia de los ricos-hombres de
Aragón su abdicación absoluta del reino á favor de
don Ramón Berenguer, y para que no hubiese duda
en ello le hizo cesión de cuanto le hubiera retenido ó
reservado cuando le entregó su hija ^^K Hecha esta
solemne renuncia, sé retiró don Ramiro á San Pedro
el Viejo de Huesca, donde principalmente pasó el resto
de sus dias, no volviendo á tomar parte en los nego-
cios públicos, y haciendo nna vida retirada y oseara
hasta mas de mediado el siglo XIL en que falleció W.
De esta manera aquel reino que en tiempo de
Alfonso el Batallador parecia que iba á absorber en
8Í todos los estados cristianos de España , cornizo
por sufrir con Ramiro el Monje la desmembración de
Navarra, continuó por hacerse feudatario del de Cas-
(i) Ai'ehíf o de la corona de montos qoe prueban haber estado
AfaaoD, pergam. d. 86* también en San Jaan de la Peñ8|
(9) Ibid. pergam. n. 76. Borja y otros pantos. Se cree que
i3) n>id. pergam. námerosSS tívió basta 4454. De aa esposa
y 87. doña Inés apenas quedó memoria
(4) No estuTO siempre después alguna; infiérese quo sa redujo
de su renuncia en Huesca, como también á la vida priyada.
algunos han escrito. Hay docu*
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' ^ lilla ycoúclúyópor iocorporarseal coüdádodeBar-
* celóna, acabando así la linea masculina de los vigo-
> rosos monarcas aragoneses, á los ciento y cuatro años
• dé haber comenzado á reinar el primer Ramiro; todo
por haber puesto la corona en la cabeza de ún monje»
\ que en el espacio de tres años trocó el sayal y la co-
\ güila- por el manto y la diadema» cambió el sacer*
docio por el matrimonio, tuvo una hija, la desposó,
I enagenó el reino y se volvió á un retiro de donde no
debió haber salido nunca,
i Gran novedad fué para España la reunión de es*
I tos dos estadosbajo el cetro de un solo príncipe, y
uno de los pasos mas avanzados que en aquellos si*
I glos se dieron hacia la unidad de la monarquía. Mas
I por lo mismo que en adelante habitemos de conside^
I rar ya á Cataluña y Aragón como un solo reino» ne-
, cesitamos exponer cual era la situación de Cataluña
antes y al tiempo de verificarse este importante su-
ceso.
Dejamos en el capítulo IIL de este libro posesio-
nado del condado de Barcelona á don Ramón Beren*-
guer IIL, llamado el Grande, hijo del Asesinado y so-
brina del Fratricida. Indicamos también los felices
auspicios con que se habia inaugurado el gobierno
del joven príncipe, cuyos primeros años se habiaa
I pasado entre sobresaltos y agitaciones. Educado en la
escuela de las campañas; animoso de corazón y re--
suelto, aliado y amigo de los belicosos y denodados
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544 HISTOai A DB ESPAfÍA •
condes de Pallars y de Urgel, hízose pronto temible
á los mabometaDOS y contribuyó no poco á derribar
el emirato de Zaragoza tan tenazmente sostenido par
k)steriáblesBeni-Hud. El caudillo Mohammed ben Al-
hag que de orden de Temim habia hecho una algara
devastadora á tierras de Cataluña (1109), se vio á
su regreso sorprendido por los montañeses catalanes
en las fragosidades de las brefias, y allí pereció coa
multitud de almorávides y la mayor parte de los ca-
balleros de Lamtuna que le acompañaban ^*K Envía-
do luego contra el barcelonés con mas poderosa hues-
te el waM de Murcia Abu Bekr ben Ibrahim, taló los
campos catalanes, incendió alquerías, robó ganados y
frutos, y devastó de nuevo las comarcas; mas ha*
biéndose jimtado catalanes y aragoneses para cerrarle
el paso en su retirada, vióse empeñado en un serio
combate, en que si no fué del todo desbaratado, por
lo menos setecientos musulmanes lograron^ al decir
de los historiadores árabes, «la corona del martirio.»
Un suceso doméstico vino en este tiempo á afli-
gir el corazón del animoso conde barcelonés, á saber,
la muerte de su segunda esposa doña Almodis, que
le dejó sin darle sucesión. Mas aquello mismo que le
afectó como esposo fué ocasión de engrandecimiento
para el pais y de agregarse nuevas joyas á la corona
condal; puesto que quedando en aptitud de contraer
(4)" Conde, part. III. cap. 24.
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PAKTB lU LIBBO II. 645
terceras nupcias , enlazóse en 4112 condona Dulcía*
heredera de los condes de Provenza, que le trajo
aquellas ricas y *cultas posesiones* y agregó á Cataluña
el célebre país de la gaya ciencia que tan buenos imi-
tadores encontró en los catalanes y cuyo contacto tanto
influyó en el desarrollo de la literatura y de la civili-^
zacion catalana. Coincidió coa este suceso la incorpo-
ración del condado de Besalú al de Barcelona por
muerte sin sueesion de su último conde Bernardo, en
conformidad á un pacto anterior. Con esto y con ha-
berse visto forzados el vizconde Aton de Carcasona y^
8tt feroz hijo Roger á reconocerse feudatarios del de
Barcelona c^ligáúdose á servirle y valerle como va-
sallosi veia don Ramón Berenguer el Grande ensan-
charse sus dominios con la agregación de pingües es-
tados, y quedaba en disposición de acometer empre-
sas que habián de elevar muy alto su nombre y su
fama. Una feliz casualidad vino á abrirle un nuevo
camino de gloria^
La república de Pisa, cansada de sufrir las conti-
nuas y molestas incursiones con que la fatigaban lo.s
sarracenos de las islas Baleares , resolvió al fin tomar
venganza de sus importunos enemigos, y armó una
flota para ir á buscarlos á las mismas islas en que se
guarecían. El papa Pascual IL concedió á esta em-
presa los honores de cruzada, y en agosto de 4113
se dio á la vela aquella escuadra de voluntarios ita-t-
llanos que de todas parles, como á una guerra santa»
Xqmo IV. 3S
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SiC HISTORIA 1>K ESPAÑA.
hablan acudido. Una tempestad los arrojó á primeros
de setiembre á la cost^ oriental de Gataluñat que ellos
creyeron ya ser Mallorca. Difundióse entre los cata-
lanes la nueva del desembarco de aquella gente, y
del objeto de su empresa. Ellos también habian e^
perimentado vejaciones da parte de los árabes isle-
ños, y pidieron concurrir á la venganza y ser iiQCor-f
porados en la expedición. El conde accedió á la pe-
tición de sus pueblos, y conferenció con los písanos, los
cuales no solo admitieron por compañeros ¿ los cata-
lanes, sino que dieron á don Ramón Berenguer el
mando supremo de las fuerzas. Pasóse aquel invíenao
en preparativos, y en junio de 4114 tomó la armada
el rumbo de las islas. La primera que sucumbió á las
armas cristianas fué Ibiza. EMO de agosto se apo-
deraron los cruzados del último baluarte, y demoli-
das las fortificaciones y repartido el botin, izóla es«
cuadra para Mallorca. J)esembarcado que hubo el
ejército aliado, dirigióse á embestir la capital. Largo
fué el cerco, los combates muchos, varios los azares,
disputados los asaltos, y sensibles las pérdidas ; pero
fué mayor la constancia t y el conde tuvo buenas y
muchas ocasiones de mostrar allí su denuedo y lo que
valia su espada. Al ñn, después de pasar muchos* tra-
' bajos y aun enfermedades en la cruda estación del
invierno, á principios de febrero del año 111S se or-
denó el' general asalto por tres partes del muro si-
multáneamente ; hasta diez veces fueron rechazados
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PAftTC fl. L1B&0 11. 547
los cristianos, pero ni por eso se entibió su ardor im-
petuoso; apoderáronse del primer recinto , los demás
cedieron ya pronto á su furia; todo fué desde enton-
ces mortandad y estrago, y al través de la ruina y
desolación, y de los ayes y lamentos, y de aquel cua-
dro de horror y de muerte,. uu espectáculo consola-
dor y tierno se ofrecia á los ojos de los cristianos, el
de Iqs cautivos cuyas cadenas rompían, y queise ava«
lanzaban á llenar de bendiciones y abrazos á sus li-
bertadores ^^\
Grande fué aquella expedición y conquista, yapa-
rece mayor cuanto mas se consideran las dificultades
de aquel tiempo. Mucha gloria recogió en ella el
conde don Ramón Berenguer , no tanto por la parle
real de adquisición de un territorio que por entonces
no habia de poder conservar, como por el inflfijo mo-
ral que adquiría su nombre, por el prestigio que
aquel triunfo daba á las armas catalanas, por el im-«
pulso y desarrollo que habia de tomar su marina y
por la comunicación y tráfico en que habian de que*-
dar con aquellos italianos. Por lo demás ni estos po-*
dían mantener lo conquistado , ni la naturaleza de
(1) Nnestro malogrado «ihigo en 4413 en San Felió de Gaizoles
el sefior Pi^errer, en sos Reeuer^ entre el conde don Ramón Beren-
do» y bellezas de Bgpaña (tomos gaer III. y los písanos, y otros
de Mallorca y Catalafia), insertó qae connrma la crónica Gesta
cariosos documentos y pormeno- triumphalia per Fisanos faC"
res acerca de esta famosa esper ia, etc, de Muratori. En esta in-*
dicion de písanos y catalanes á teresante obra hallará el C[oe las
las Baleares, sacados del Archivo desee circanstancia&é incidentes
general de fa corona de Aragón, en que no le es dado detenerse i
tale^ como el convenio celebrado un historiador general.
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54S^ H19T0tIA DB B^PAIÍA.
aquel ejército allegado de tan diversas gentes lo per^
tnitia , ni lo consentían tampoco las circunstancias de
Cataluña acometida en sp ausencia y bosligada por
multitud de taifas muslímicas. Ademas que Yussuf no
se habia descuidado en enviar sus naves al socorrode
aquellas islas; y por todas estas razones los cristianos
obraron con. prudencia en dejar á Mallorca y regre-
sar á sus respectivos países, llenos de gloria, de ri«
quezas y de cautivos moros. Y no por eso fué in--
fructuosa aquella empresa: el orgullo musulmán que-
daba abatido; ya no podían infestar los mares con
sus piraterías tan á mansalva como antes; los catala-
nes comprendieron toda la utilidad que podía pres-
tarles la marina asi, para las oonquistas como para el
comercio, y se dieron á fomentarla, y sirvióles no
poco para la seguridad de sus costas y para el tráfico'
mercantil en que habian de ser luego tan afamados.
Supónese el regocijo con que al regreso de tan
gloriosa Jornada serian recibidos los catalanes expe«
dicionarios. Tenia ya entonces Alfonso el Batallador
harto entretenidos á los moros de todas aquellas par-
tes, lo que debió proporcionar al conde de Barcelona
tiempo y desahogo para acrecentar sus fuerzas nava-
les, á que le ayudaron sus subditos con prodigiosa
actividad, particularmente los barceloneses. Ello es
que á poco tiempo vióse una numerosa flota catalana
surcar atrevidamente las aguas del Mediterráneo.
En ella iba el conde don Ramón con bastantes pre-
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PAATK 11. UBftO 11. 549
lados y barones, y la competeate dotacioa de, hombres
de armas. No tardó la escuadra en arribar á Genova i,
donde bailó honroso recibimiento^ De allí tomó el rum-
bo á pisa: de esperar era que el gefe de la ei^pedícion
aliada de catalanes y pisanos á Msijlorca recibiese
allí mayores obsequios. Y en efecto, cuentan las cró-
nicas que al tomar tierra fué recibido en procesión
solemne, y que á esta primera acogidsi correspon-
dieron los ulteriores agasajos. Renovada allí y e&-
trecliada la alianza y la amistad con los que una feliz
casualidad habia hecho antes amagos, eayió el conde
don Ramón desde Pisa una embajada al pontífice
Pascual IL solicitando otorgase los honores de cruza^
da á los que le ayudasen á la guerra que pensabii
emprender contra los moros de Cataluña. El papa
condescendió gustoso con los deseos del conde, y
t^ascual 11. no hizo mas que expedir una bula mas de
este género; que casi le iban haciendo los pontífices
el medio ordinario de alentar los cristianos 4 la
guerra. •
Contento el barcelonés con el buen éxito de sus
negociaciones, emprendió el regreso á su patria. A
su paso por Provenza halló que la fortaleza de Fossis
ó Castellfoix se habia rebelado, y separádose de sq
obediencia. Dispuso saltar á tierra con su gente« y de
tal modo fué cercada y batida la ciudad por los bar-
celoneses, que tomándola á viva fuerza pudieron pro*
seguir con la satisfacción de no dejar á sus espaldas
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550 HISTORIA DE BSPAÑA.
pla:^ alguna enemiga. En esle tiempo se había enri-*
quecido el condado de Barcelona con otra nueva he-*
rencía semejante á la del condado de Besalu. Bernar-
do Guillermo conde de Cerdaña había muerto sin hi-
jos, y con arreglo á la condición con que su hermano
Guillermo Jordán le habia instituido heredero, pasa-
ba su condado al de Barcelona. Asi iban reuniéndose
én Ramón Berenguer III. los diferentes estados en que
desde el tiempo de los Wifredos andaba dividida la
Cataluña (de 1116 á 1120).
Aunque el norte fijo de los pensamientos del con-
de don RdnK)n había sido siempre la reconquista de
ta importante plaza de Tortosa, dedicóse primero»
por lo mismo que habia tenido mas de una ocasión
de conocer las dificultades de aquella empresa, á
asegurar los puntos comarcanos. Fué uno de estos la
célebre Tarragona, que aunque recobrada por su lio^
el Fratricida^ continuaba arruinada y desierta* ex-
puesta siempre á los rudos ataques de los Al mora vi-*
des. Ayudóle á su restauración el santo obispo Ola-
guer, á quien el conde nombró para aquella silla ar-^
¿obispal, reiterando la donación que á aquella iglesia
habia hecho su tio de la ciudad y su territorio,
añadiéndole á Tortosa, ccuandd la divina clemen-
cia quisiera volverla at pueblo cristiano*» El olnspo
Oiáguer pasó á Roma, obtuvo la confirmación del ar-
zobispado, los honores de legado pontificio, y una
bula promoviendo la cruzada para libertar las iglesias
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fARTB II. LIDtO II. 5Sf
españolas. La veoída de Olagucr, y la aliaoza con Ge-
nova y Pisa alentaron al conde á llevar sos estandartes
por las campiñas de Tortosa hasta el pie de las murallas
de Lérida. El resultado de este atrevido luovimienio
fué poner al wali de Lérida en la precisión de cele
brar un convenio por el que se le hacia tributario de
ambas ciudades, y le entregaba los mejores castillos
de aquella ribera: en cambio el barcelonés le concedió
algunos honores en Barcelona y Gerona, y le prome-
tió l(enerle prontas para el verano siguiente veinte ga- .
leras y los barcos necesarios para trasportar á Mallorca
doscientos caballos y su servidumbre ^^K,
No fué tan próspera la suerte de las armas al
conde don Ramón Berenguer en los anos que media-
ron del 1120 al 1125. Dtstraido en este tiempo don
Alfonso el Batallador con sus osadas escursiones á Va«-
lencia, Murcia y Andalucía, quedó solo el barcelonés
para resistir á los Almorávides que con el grueso de
sus Cuerzas se arrojaron otra vez á vengar stis ultrages
en Lérida y Tortosa. Las historias hablando una desas-
trosa derrota que sufrieron los catalanes delante del
castillo de Gorbins entre Lérida y Balaguer, en que
de tal modo fueron deshechos los crísliañQs, qye solo
(1) Enel Archivo de Barcelona Roimundum barchinonensem, co-
(OoleccioD de escrituras rolladas milem ti marchÁonem: qtwd de
del conde Ramón Berenguer lU., uta hora in antea sint amici in-
numero 129) hemos visto original ter se et fideles, sine ullo malo
el convenio celebrado en setienv- ingenio et enganno, etc.* Y apa-
bre de 41520, que empieza dsí: rece firmado por el conde don Ra-
ntíocesl convemenlia que est facía mon, á cuva firma sigue la do
ÍMíer Akhaid Aviplel rt dominum Avifilf»! en árabe.
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6^2 tflSTOElA üK ESPAÑA.
quedaron de so ejército cortas y despedazadas reli'*
quias. A este estrago se añadió la guerra que á doo
Ramón le fué movida por don Alfonso Jordán de To-
bosa sobre el condado de Provenza, y en que tuvo que
venir á una transacción, por la que se convino en que
se partiesen en iguales porciones la Provenza y Avi**
non, quedando por dotí Alfonso el castillo de Belcaire
y la tierra de Argencia , concertándose ademas que
cualquiera de las dos condesas que muriese sm hijos
fuese devuelta su porción á la. que sobreviviera* Hf-
zose este pacto á 1 5 de setiembre de 41 35.
Conocieron ambos príncipes, el de Aragón y el
de Barcelona , la conveniencia y aun necesidad de
aunar sus esfuerzos para mejor resistir al enemigo
común, y al efecto tuvieron una entrevistar ea que
quedó acordada una unión, que no era sino el prín^
cipio y auuncio de la que en breves años había de es-
trechar los dos t*eino6 hasta refundirse las dos coro-
nas. Mutuas eran, sino iguales las ventajas de esta
alianza» El de Aragón , cuyo poder era mayor por
tierra, aseguraba sus posesiones y q^iedaba desem-
barazado para atender á la parte de Castilla por donde
Alfonso Vil. en aquella saíoa sé presentaba amena-
zante. El de Barcelona,, mas poderoso por mar,, que-
daba apto para atender ét sus aprestos navales y
para dar ensanche á la contratación y al tPáñco»
que se hacía de^ cada día mas^ activo. Así se^' en*^
contró bastante fuerte hasta para imponer leyes á. la
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fftftn iK UBRa iu 558
fepúbKea de CíéDova, que ya se hallaba en goerra con
la de Pisa. Y en 4127 celebró un convenio con
Roger, príncipe de la Polla y de Sicilia « en que le
prometió enviarle para el próximo verano una escua*
dra de cincuenta galeras; argumento grande del poder
marítimo que alcanzaba ya Cataluña y del rápido pro*
greso que en corto tiempo había tomado, al cual se
conoce bien lo que ayudaba el genio y disposición de
sus naturales. Eo aquel mismo año, no descuidando
los negocios del interior, humilló al conde de Ampu-
rias Hugo Ponce, cuyas demasías y altivez obligaron
á don Ramón Berenguer á apelar á las armas, y ha-
ciéndole pa^ar por la mengua de ver derribadas las
fortalezas que habia erigido de nuevo, le forzó á no
conservlBr sino las que la ley le permitia como depen-
diente del conde de Barcelona.
En la historia de Castilla hemos hablado del enlace
que en 1128 celebró don Alfonso Vil. ^n doña Be-
rengúela, bija del conde dan Ramón Berenguer, cuyo
casainiento robusteció también el poder del catalán,
y echó los cimientos de las relaciones y alianzas que
habían de medrar después entre aquellos dos distan-
tes estados. ^
Mas á poco tiempo, debilitado ya el conde por la
edad y por las fatigas, enflaquecidas sus manos y fal-
tas de robustez para seguir manejando la espada,
muerta ya su tercera cfsposa doña Dulcia> y presin-
tiendo acaso que se le aproximaba la hora de dejar ó'
'c
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bai HIStORIA DE ESPAÑA.
también los trabajos de la tierra, en julio de 1129
hizo profesión de hermano- Templario en manos del
caballero Hugo Rigal, que con su compañero Bernar-
do habla venido á aclimatar en Cataluña la orden y
milicia del Templo, acompañando la profesión con la
donación del castillo y territorio de Grañena, como
punto avanzado de la frontera , para que pudiese
aquella milicia lener parte en la conquista de la im-
portante plaza de Lérida. Cuando sintió que iba á
sonar pronto la hora de bajar al sepulcro, se hizo con-
ducir en una pobre cania al hospital de Santa Eula-
lia, y en aquel humilde trage y sitio le cogió la muer-
te en 49 de julio de 1 131 , al año justo de haber pro-
Tesado de Templario.
Tal fuéi^l fin del conde don Ramón BerenguerlII.
el Grande, el conquistador de Mallorca, el que echó
los cimientos de la marina catalaYia y dio el primer
impulso al desarrollo de 3U industria y su comercio,
el que en tan revueltos ttempos se había hecho res«
•petar de las naciones estrangeras^ é impuesto duras
condiciones á sus naves, el que habia traido á Cata-
luña un tráfico, 'una literatura y una civilización que
habia de producir ún cambio benéfico en su estado so-
cial. A su muerte componíase su estado de los condados
de Barcelona, Tarragona, Vich, Manresa, Gerona, Pe-
relada, Bésalú, Cerdaña, Conflent, Vallespin, Fono-
llet, Porapertusa, Carcasona, Redes, Provenza y nu-
merosas pososiorics hacia el Noguera Ribagorzat\a.
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»AATB II. LlBttp 11. S5^
Heredólo todo su hijo mayor doD Ramoo Berea-'
guer IV.» ^cepto lá Provenza» que dejó á su segundo
hijo dóQ Berengoer Ramón. Comenzó el nuevo conde
de Barcelona muy pronto á acreditar que era digno
sucesor de Berenguer el Grande^ y mostró su respeto
y amor é la justicia, remitiendo, siendo el soberano,
á la decisión de un tribunal, presidido por el arzobis-
po Olaguer, un litigio que traia con la famflia llamada
de los Castellet, cuyo pleito, atendidas circunspecta-
mente todas las pruebas, se falló en su favor.
Don Ramón Berenguer IV. quisó dar cima al pen-
samiento de su padre, sancionando el definitivo esta-^
blecimiento de los Templarios en Cataluña. Y habien-
do promovido el arzobispo Olaguer una de esas asam-
bleas mixtas de religiosas y pol(licds> llamadas con-
cilios, determinóse en eila la admisión solemne de la
milicia del Templo en 1133^, que sancionó el conde
don Ramón como soberano, dando á los caballeros el
castillo de Barbera, en las ásperas montañas de Pra-
dos, frontero de Lérida y Tortosa, la mas fuerte gua-
rida qpe conservaban todavía los infieles.
Sucedió al año siguiente la desastrosa batalla dé
Fraga, en que murió don Alfonso el Batallador, y
cuya muerte vino á cambiar la (ai de todos los esta-
dos cristianos españoles. Desde la elección de don
Ramiro el Monje hemos apuntado ya iás relaciones
del conde de Barcelona con el monarca de Castilla, la
ida de aquel á Zaragoza, sus tratos con Alfonso VIL^.
M I
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&d6 HUTOBU M BSPAÑA
y cuanto medió hasta el casamiento de futuro de la
infanta doña Petronila con el conde de Barcelona don
Ramón Berengaer IV., y la incorporación de Aragón
^ con Cataluña por la cesión que de sus estados hizo
don Ramiro, que es basta donde en el presente capí*
tulo nos propusimos llegar. Desde ahora la historia de
Cataluña es la historia de Aragón, porque ya constitu*
yen un sote estado.
/
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APfiNDICS.
CONTINUA EL CATÁLOGO DE LOS REinES DE ESPANA.
CALIFAS OMMIADAS.
Año en que
Año en que
«■ifezaron.
' Nombres.
97e
Hixem IL
1091
1016
Ali ben Hamud el Edrisila.
1017
1017
Allunim
lOIS
Abdemhman IT.
1013
Abdemhman V. '
]«I3
Mohammed III. ,
lOSS <
Yahia ben Ali
lOM
Hixem III.
1031
CONDES BE CASTILLA.
970
995
Mil
Teman Gonulez.
García Fernandez.
Sancho Garóes.
García 11.
BETES DE LEÓN.
970
99S
lOtl
10S9
m
999
10«7
4037
BamiroIU.
Bemrado II.
Alfonso V.
Bermodo IIL
Oofa Sancha.
98S
999
1017
1037
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REYES DE CASTILLA T DE LEOK.
Fernando 1.
1065
Sancho 11.
1073
Alfonso Vi
1109
Uoila Urraca.
1126
Alfonso VII.
1065
107t
1109
tH6
CONDES DB BARCELONA.
Borrell 11.
993 1
992
Ramón Borrell III.
1018 1
1018
Berengaer Ramón I.
1035 1
4035
Ramón Berengaer I.
1076
107fi
Ramón Berengoer II.
Berenguer Ramón II.
108S
M.V lU
1»»S
1096
Ramón Berengaer III.
1131
1131
Ramón Berengaer lY.
RBTBS DE ARAGO^.
103»
Ramiro i.
1963
106.1
Sancho Ramírez.
1094
1094
Pedro I.
1194
4104
Alfonso I. el Batallador.
1134
1134
Ramiro II. el Monje.
1137
1137 .
Ramón Berengaer IV., príncipe de Ara
gon y conde de Barcelona.
■•
DE NAVARRA.
Sancho García II. ó Sancho el
Mayor.
lOSS
1035
García Sánchez II.
10S4
1054
Sancho III. Garcés.
1076
1076
Sancho IV. Ramírez. (Union con Aragón^
.
-
HUEVA SEPABAGWN.
1134
García Ramírez.
nw
11 M
1194
Sancho V. el Sabio.
-Sancho VI., el Foerte.
1194
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índice del tono IV.
PAUTE SEGUNDA.
CAPITULO XVIL
ESTADO MATERIAL Y MORAL
DE LA ESPAÑA ÁRABE T CRISTIANA.
*e910 * 970.
PAGINAS.
1. Reinos cristianos.— Progreso dé la obra de la restanra-
cion. — ^Lo qae se debió a cada monarca. — Débil reinado
de Garcia de León. — Vigor y arrojo de Ordeño IL — ^Ten-
dencia de los castellanos hacia la emancipación. — Obis-
pos guerreros do aquel tiempo.— Piedad religiosa y mo-
ralidad de los reyes. — Jueces de Castilla. — Sistema de
sucesión al trono. — Breves reinados de Fruela II. y de
Alfonso IV. — Ramiro II* y Fernán González. — Lo que in-
flujo cada uno en la suerte de la Esgaña cristiana.-— Or-
deno III.: Sancho el Gordo y Ordeno el Malo.— Manejo
de cada uno, de estos principes: extraña suerte que tu-
vieron.— Castilla: Fernán González: cuándo y cómo al-^
canzó su independencia.— II. Imperio árabe.- Equivo-
cado juicio de nuestros historiadores sobresu ilnstracion ^
en esta época. — Grandeza y magnanimidad de Abderrah- ^
man ni.: generosidad y abnegación de Almiydbaffar.— «
Magnificencia y esplendidez del califa: prosperidad dol
imperio.— Alhakem II.— Cultura do los árabes en este
tiempo.— Proieccioa á lae letras; projgreso intelectual:
cómo se desarrolló y á quién fué debido.— Observación
sobre las b(8ioria& arábigas. < ^ á <^0
j
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CAPITULO xvin.
ALMANZOIt EN CÓRDO0A:
, l»B BAM.ro III. Á ALFONSO V. BN LEONt
»e 976 4 1002.
ftituacioo de Im tres reinos cristiaDos al advenimíeDio del
califa Hixem II.— Menoría de Ramiro III. de León.— Pó-
nesele bajo la tatela de dos religiosas.— Impradenciaa v
desórdenes del monarca en sa mayor edad. —Irrita a
lo^ nobles j proclaman i Bermodo II. el Goloso. — ^Al-
XAiizoK primer ministro y regente del califato. — ^Imbe-
cilidad del tierno califa.— Obra Almanzor como soberano
del imperio.-*-Su nacimiento: sus altas prendas: su con-
ducta.— Jura eterna guerra á los cristianos. — Sus dobles
campañas anuales. — Sus triunfos.— Fdga de Berqipdo Ii.
á Asturias.— ^Toma Almanzor á León y la destruye. — Sus
victorias en África.— Conquista á Baroelona.^Recóbra-
1a el conde Borrell II.— Descripción de las fiestas nup-
ciales del biio de Almanzor.— Los Siete Infantes de Le-
ra.— ^Vence Almanzor y hace prisionero al conde Gfarcla
Fernandez de Castilla: su muerte.-^Dostruye el gran
templo de Santiago de Galicia.— Triunfos de los musul-
manes espafioles en África.— Muerte de Bermudo n. de
León.— Alfonso V.— Calamitosa situación de la España
cristiana.— Alianza de los soberanos de León , Castilla y
Navarra para resistir á Almanzor^ — ^Refuerzos ^ue este
recibe de África.— >Famosa batalla de Calatanazor.—
Glorioso triunfo de los cristianos.— Almanzor es derro-
tado después de veinte y cinco años de victorias, y de
cincuenti^ batallas felices.-r-Muere en Medinaceli.— Epi-
tafios destt sepulcro. *34 i B3
CAPITULO XIX.
caída T DISOLUCIÓN DEL CALIFATO.
•elOOSé 1031.
Justos temores y alarmas de los musulmanes.— Gobierno
de Abdelmelik, biio y sucesor de Almanzor, como primer
ministro del califaüixem.— Sus campañas contra los cris»
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INDIGR. 561
pXoinas.
líanos: gu muerte.— Gobieroo de AbderrahmaD, segun-
do bíjo de Almaozor. — Infundado orgullo de este bagib:
su desmedida ambición: bácese nombrar sucesor del ca-
lifa.—Terrible castigo de su loca presunción.— Minisifr-
rio de Mobammed el Ommiada y del slavo Wabda.— En*
cierran al califa Híxem en una prisión y publican que ha
muerto.— Mobammed se proclama califa.— Le destrona
Soleiman con auxilio del conde Sancho de Castilla.-^
Gran batalla y triunfo de los castellanos en Oebal Quin*
tos.— Recobra Mobammed el trono con ayuda de los cris-
tianos catalanes.— Saca Wabda al califa Hixem de la
prisión, y le enseña al pueblo que le creía muerto.— En-
tusiasmo en Córdoba; alboroto*. Mobammed muere deca-
pitado, y su cabeza es paseada por las callos de la ciu-
dad.— Apodérase Suleiman otra vez del trono, y desapa-
rece misteriosamoDte y para siempre ej califa Hixem. —
Muere Suleiman asesinado por AH el Edrisita, que á su
vez se proclama califa.— Precipitasa la disolución del
imperio: partidos, guerras, destronamientos, usurpacio-
nes, crímenes.— Últimos califas: All, Abderrabman IV.,
Alkasim, Tabia. Abderrabman V., Mobammed III., Tabia,
segunda vez, Hixem III.— Acaba definitivamente el im-
perio ommiada ', 84 á 122
CAPITULO XX.
REINOS gristiaÍios:
DESDE ALFONSO ▼. D£ LEÓN HASTA FERNANDO 1.
DE CASTILLA.
me 4002*1037.
Falta de unión entre los monarcas cristianos.— Conducta de
Alfonso V. — Repnebla á León*— Sus desavenencias con
Sancho de Castilla.— Célebre concilio de León de40iO.
—Sus principóles cánones 6 decretos.— Constituye el
llamado Fu$ro d§ ¿son^— Muerte de Alfonso V.— Fueros
de Castilla otoroados por el oonde don Sancbo.-^Fue-
ros en el condaoo de Barcelona.— Borrell U. y Bereu'-
guer Ramón I.— Fuero de Nájera por el rey Sancho el
Mayor de Navarra.— Garcia II. de Castilla y Bermudo III.
de León.— Ifoere el conde Garcia asesinado en León por
lafiamiliadeloe Velas.— Anodérase el rey de Havarra
del condado de Castilla.- Horrible castigo de los Velas.
—Conquista una parte del reino de León.— Discordias
Tomo iv. 36
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562 HISTORIA DB ESPAKa.
pXqinas.
I
entre el leonés y el n aterro. — Vienen é acomodamiento
so pacta reconocer á Fernando por rey de Castilla. —
11 navarro se apodera de Astorga y se erige en rey de
León.— Haerte de Sancho el Grande de Navarra, y fa-
mosa distribución de reinos que hizo entre sos oijos.— •
Guerra entre Ramiro de Aragón y Garcia de Navarra. —
Guerra entre Bermudo IIL de León y Fernando I. de
Castilla. — Muere Bermudo.— Extínguese la linca mascu-
lina de los reyes de León.— Hácese reconocer por rey
de León Fernando de Castilla.— Reunión de las coronas
de León y Castilla en Fernando T 4i3 á 455
CAPITULO XXI.
FRACCIONAMIENTO DEL CALIFATO.
GUERRAS ENTRE LOS M0SULMANE8 .
1031 A 1080.
Causas de la disolución del imperio ommiada .-Reinos in-
dependientes que se formaron. — Córdoba, Toledo, Bada-
joz, Zaragoza, Almería, Valencia, Málaga, Granada,
Sevilla, etc.— Familias y dinastías.- Alameries, Tadjibi-
tas. Boni^uditas, Boni-Al Afthas, Edrisitas, Zeintas,
Abeditasy etc.— Sabio y benéfico gobierno de Gebvrar en
Córdoba.— República aristocrática.— Orden interior.-
Armamento de vecinos honrados.- Seguridad pública.—
Ambición del de Sevilla.— Sus guerras con los de Car-
mona, Málaga, Granada y Toledo.— El rey de Sevilla se
apodera por traición de Córdoba*— Fin del reino cordo-
^ bes.— Revolución en Zaragoza.— Estínguese alli la dinas*
tía de los Tadjibi, y la reemolaza la de los Beni-Hud.—
Independencia y sucesión ae los reyes de Almería.-—
Justo y pacífico gobierno de Al Motacim.— ^Prendas bri-
llantes de este príncipe.— Reyes de Valencia. Alzase
con este estado el de Toledo.— Los Beni-AI Afthas de Ba-
dajoz.— ^Engrandecimiento de K\ Motadhi el de Sevilla. —
Su muerte.— Cualidades de su hijo y suoesor Al Mota-
mid.— Su rivalidad con el de Almería.— Necesidad de
estas noticias para el conocimiento de la historia de
la España cristiana 156 á 484
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CAPITULO XXII.
FERNANDO I. DB CASTILLA Y DE LEÓN.
•e
4037*1065.
PiÍQINAS.
Cómo 86 captó Fernando el afecto de los leoneses.— En qué
empleó los primeros anos de su reinado.— Medidas de
gobierno interior.— Concilio de Goyanza en 1050. — Sus
principales cánones.— Con fírmacioa de los fueros de Cas-
tilla y León.— Guerra con su hermano García de Na-
varra.—Batalla de Aiapaerca, en que muere García. —
Noble conducta do Fernando antes y después de esta
guerra. — ^Primeras campañas de Fernando contra los
sarrrcenos. — Conquistas de Viseo, Lamego y Goimbra.—
Sus campanas en el centro de la Península. — ^Sitio de
Alcalá de Henares. — Humilde súplica del rey musulmán
de Toledo. — Campaña contra el rey mahometano de Se-
villa —Humillación de Ebn Abed. — ^Historia de la tras-
lación del cuerpo de San Isidoro de Sevilla á León. —
Testamento de Fernando. Distribución de reinos. — Cam-
paña y sitio de Valencia. — Sorpresa de Paterna.— En-
fermedad de Fernando. — Se retira á León. — Religiosa y
ejemplar muerte de este gran monarca 485 á 241
CAPITULO XXIII.
LOS HIJOS DE FERNANDO EL MAGNO,
SANCHO, ALFONSO Y GARCÍA.
Juicio de la distribución de reinos que hizo Fernando I. de
Castilla en sos tres hijos.- Guerra de Sancho de Castilla
con 808 primos Sancho de Aragón y Sancho de Navarra
Ísa resultado.— Despoja Sancho de Castilla á sus dos
ármanos Alfonso y Garda de los reinos do León y Ga-
licia.—Aventuras de Alfonso VI. de León.— Su prisión:
toma el hábito religioso en Sahagan: se refugia á Tu-
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56 Í> IllSTOaiA DB ESPAÑA.
PÁGniAd.
ledo, 7 vive en amistad con el rey musulmán. — Quita
Sancho la ciudad de Toro á su hermana EWira. — Sitia
en Zamora á su hermana Urraoa.^Muere Sancho ea el
cerco de Zamora. —Traición do Bellido Dolfos. — El Cid. —
Es proclamado Alfonso rey de Castilla, de León y de Ga-
licia.— ^Juramento que le tomo el Cid en Burgos. — Alianza
de Alfonso VI. con Al Mamun el de Toledo. — Toman jun-
tos á Córdoba y Sevilla. — Piérdense otra vez estas dos
ciudades. — Muerto de Al Mamun. — ^Resuelve Alfonso la
conquista de Toledo, — Alianza con el de Sevilla. — Ofrece
este su hija Zaida al monarca leonés y la acepta. — Rín-
dese Toledo al rey de Castilla.— Capitulación.— Entrada
de Alfonso en Toledo.— Concilio.— Primer arzobispo de
Toledo.— Conviértese la mezquita mayor en basílica
cristiana.— Cambio en la situación de los dos pueblos
cristiano y musulmán 24i á 243
CAPITULO XXIV.
ARAGÓN.— NAVARRA,— CATALUÑA.
RAIURO. LOS SANCHOS. — BAMON BBEEHGUBR.
Ramiro 1. de Aragón.— Estrechos limites de su reino.—
Frustrada tentativa contra su hermano García de Na-
varra .-Qer-eda lo de Sobrarbe y Bibagorza por muerte
de su hermano Gonzalo. — Toma algunas plazas á los sar-
racenos.-'Concilio de San Juan do la Peña. — Ídem de
Jaca.— Testamento de Ramiro 1.— Errores eo que nues-
tros historiadores han incurrido acerca de su muerte, y
cuéntase como fué esta.— Sancho Ramírez.— Conquista
á Barbastro.— Relaciones entre los tres Sanchos, de Ara-
l^on, Navarra y Castilla.— El cardenal losado del papa,
Hugo Cándido.— Cuando se abolió en Aragón el rito gó-
tico y se introdujo el romane— Negociaciones con Ro-
ma.—Muere asesinado Sancho Garcés de Navarra, y se
unen Navarra y Aragón en Sancho Ramírez.— Campañas
de Sancho Ramírez con los árabes.— Condado de Barce-
lona •— Ramón Berenguer I. el Vú^'o.— Resultados de sa
prudente y sabio gobierno. — Ensancha los limites de su
estado.— Reforma edeeiásiica: concilio de Gerona.—-
Cortes de BaFcelooa: famosas teyes llamadas Vsage^.^-*
Auxilia al rey musulmán de Sevilla. --Esteasioa que ea
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iHDlcá. S65
PAOlItA^.
sa tiempo adquiere el condedo de uoo y oiro lado del
Pirineo.— Maere aseeinada au esposa la condesa Almo-
djs.— Aflicción del conde y su maerte.— Heredan el con«
dado pro üuUviio sos bijos.— Hace asesinar BerenAuer
á sn hermano Ramón, llamado Cabesadé JEstopa.— Qoe-
da con la Uitela de su sobrino y con el gobierno del Et-
iado.— Causas por qué se suspende esta narración. • < . M3áS73
CAPITULO XXV.
EBSÜMBII GRiTlOO DB LOS SÜGB80S DB B8TB 8I0L0.
»e 976 A 1i>86.
Expónense las cansas de loa siiceaos ó» este período.— Go- '
tejase la situación de la EapaSa crtsiiana y de la EsnaSa
árabe á la aparición de Aunanzor.-^Retrato moral de
este personaje.— Lo que ocasionó sa ruina.— Crisis en
el imperio musulmán.— Mudanza en la condición de los
dos pueblos.— Comparaciones.— Por qué los principes
cristianos no aproyecbaron el desconcierto del imperio
árabe.— DesoYenencias. escisiones, guerra entre las fa-
milias reinantes espa&oías.-- Juicio delcavácter y oondoo-
ta de cada monarca, y fisonomía de cada reinado.— Pa-
ralelo entre el comportamiento de un rey árabe, de un
rey de Castilla y del Cid Campeador con Alfonso VI.—
Disidencias entre los príncipes cristianos de Aragón,
Nayarra y Cataluña.— Importante y melancólica obser^
▼ación que nos sugieren estos sucesos.— Por qué iba
adelantando la reconquista en medio de tantas contra-
riedades.—Causas de la deoadeneia y disolución del
imperio omniada 37.1 á 305
CAPITULO XXVI.
GOBIBBNO, LBTBS, GOtTOniEBS DB LA BSPAÑ A CBISTIAN A
BN BSTB PEE10D0.
I. Los reyes.^Atribuciones de la Corona.— Cómo se dea-
prendian de algunos derechos.— Gonaenaban el alto y
supremo dominio.— Fuaaionarioa del rey.^-Siftleina de
sucesión.— ImpttestOft.r-U. Uwium tü la legiiXaonn.-*
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666 UISTORIA DB BSPAffA.
PAGINAS.
Jurisprudencia foral.— Exámeo del faero y concilio de
León.— Los siervos: cómo se fué modificando y suavi-
zando la servidumbre.— Behetrías: qué eran: sus dife-
rentes especies. — ^Milicia. — Jueces.— Diversas clase.^ de
señor ios.---^i hubo feudalismo en Castilla. — ^Fueros de
Sepúlveda^ Nájera, Jaca, Logroño y Toledo.— Sistema
feudal en Cataluña.— Los Usajes.— III. Gran mudanza
en el rito eclesiástico.— Historia de la abolición del mi-
sal gótico-mozárabe é introducción de la liturgia roma-
na.— ^Empeño de los papas j del rey.— Resistencia del
clero y del pueblo.— Pretensiones del papa Gregorio VII.
—Carácter de este pontífice.— Monjes de Cluni,— Co-
mienza á sentirse la influencia y predominio de Roma en
España.— IV. Estado intelectual de la sociedad cristiana.
— ^Ignorancia y desmoralización general del clero en to-
da Europa en esta época.— ^1 clero español era el menos
ignorante y el menos corrompido.— V. Costumbres pú-
biicas.- Espíritu caballeresco.— El duelo como lance de
honor y como prueba vulgar •-4>tr88 pruebas vulgares.
-Respeto al juramento.— Formalidades de los matrimo-
nios.—Fiestas populares 306 á 34!)
PARTE SEGUNDA.
EOAD MEDIA.
LIBRO II.
CAPITULO I.
ALFONSO TI. LOS ALMORÁVIDES.
»• 1086 4 4094.
Apurada situación de los musulmanes. — ^Desaviénense el-
rey Alfonso y el rey árabe de Sevilla .—Arrogante y agria
correspondencia que medió entre los dos.— El de Sevi*
Ha y los demás reyes mahometanos de España llaman en
su auxilio á los almorávides de África.— Quiénes eran los
almorávides.— Retrato de su rey Tussuf ben Tachfin,
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índice. 567
PAOIWAS.
fundador y emperador de Harraecos— Vienen los al-
morávides á España: nueva y formidable irrupción do
mahometanos: úñense con los musulmanes españoles. —
Salen á combatir los Alfonso y los demás principes cris-
tianos.«-Gélebre batalla de Zalaes: solemne derrota y
horrible mortandad del ejército cristiano: logra salvar-
se el rey Alfonso y se refugia en Toledo.— Ausencia de
Tnssuf. — ^Reanimanse los cristianos. — ^Resuelve Yussuf
hacerse dueño de toda la España musulmana.— Apodé-
ranse los Almorávides sucesivamente de Granada, Cór-
doba, Sevilla, Almería, Valencia, Badajoz y las Balea-
res.— ^Desastrosa suerte de los emires de estas ciudades.
—Consideraciones con el de Zaragoza.— Dominan los Al-
morávides en España 361 á 384
CAPITULO II.
BL CID CAMPEADOR.
Enojo del rey de Castilla con Rodrigo. — Destiérrale del rei-
no.—Alianza del Cid con el rey Al Mutamin de Zarago-
za.—Sus campañas contra Al Hondbir de Tortosa, San-
cho Ramírez de Aragón y Berenguer do Barcelona.
—Vence y hace prisionero al conde Berenguer: restitu-
yele la libertad. — Acorre al rey de Castilla en un conflic-
to: sepárase de nuevo de él.— Correrías y triunfos del
Cid en Aragón. — Sus primeras campañas en Valencia.
— ^Política y maña de Rodrigo con diferentes soberanos
cristianos y musulmanes. — Reconciliase de nuevo con el
rey de Castilla, y vuelve á indisponerse y á soparar-
se.— Vence segunda vez y hace prisionero á Berenguer
de Barcelona.- Tributos que cobraba el Campeador de
diferentes príncipes y señores. — Sus conquistas en la
Ríoja. — Pone sitio á Valencia.— Muerte del rey Alkadír.
— Apuros de los valencianos.— Hambre horrorosa en la
ciudad.— Tratos y negociaciones. — Proezas del Cid. —
Rendición de Valencia.— Comportamiento de Rodrigo. —
Sus discursos á los valencianos. — Horrible castigo que
ejecutó en el cadi Ron Ge haf.— Rechaza y derrota á los
Almorávides.— <^onquista ¿ Hurviedro.— Muerte del Cid
Campeador.— Sostiénese en Valencia su esposa Jimena.
— Pasa á Valencia el rey de Castilla, la quema y la
abandona. — Posesiónanse los Almorávides de la ciudad.
—Aventuras romancescas del Cid ... 385 á 432
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CAPITULO III.
FIN DE ALFONSO VI. DE CASTILLA.
SANCHO KAMIEBZ Y PBDBO 1. BH AEAOOH:
beebmcbr ramón ii. t ramón bbrbvchjbr ui. mr
gatalüíIa.
•• 4094 A 440».
PÍ€IlfiS.
Casa AlfoDSO sos dos hijas Urraca y Teresa coa dos condea
fraoceses.— Dales en dote los coodados de Galicia y Por-
tugal.—Muerte de la^reioa Constanza, y matrimonios
sucesÍTOs de Alfonso.— La mora Zaida abraza el cristia-
nismo, y se hace reina de Castilla con el nombre de Isa*
bel.— Continúan las guerras de Alfonso con los Almora*
vides.— Muere Yussuf y su hijo Ali es proclamado em-
perador de Marruecos y emir de Espafia.— Funesta ba-
talla de Uclés: derrota del ejército castellano, v moer-
te del príncipe Sancho, único híio yaron de Alfonso.-»
Sentidos lamentos de éste. — Enrecma y . muere Alfon-
so VI. de Castilla.— Su elogio.— Sobre las diferentes
esposas de este monarca.— Aragón.— Gampafias de San-
cho Ramírez.- Muere herido de flecha en el sitio de
Huesca.— Proclamación de su hijo don Pedro.— Prosigue
el sitio de Huesca.— Gran triunlo de los aragoneses en
Alcoráz.— Conquista de Huesca.— Muerte de don Pedro,
y sucesión dé su hermano don Alfonso.— Catalufia.—He-
chos de Berenguer 11. el Fratricida.— Sus guerras con
el Cid.— Importante conquista de Tarragona.— Acusa-
ción y reto por el fratricidio: su resultado.— Auséntase
Berenguer de Cataluña.— Entra á regir el condado Ra-
món Berenguer III. el Grande . 433ái6S
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CAPITULO IV.
DOÑA URRACA EN CASTILLA.
DON ALFONSO I. EN ARAGÓN.
••4109 4 1434.
pXooias
Dificaltadei de esto reinado. Ofaestos jaicioa de los histo-
riadores.—Matrimonio de dona Urraca con don Alfonso I.
de Aragón.— DesaTunencias conyugales— Disturbios,
guerras, calamidades que ocasionan en el reino.— La
reina presa por su esposo.— Índole y caráctor de los dos
consortes.— Alternatifas de avenencias y discordias.
Guerras entre oastollanoa y arasoneses.— Batallas de
Gandespina y Villadangos.«^ProcIamacion de Alfonso
Raimondezen Galicia.— Guerrean entre si la reina y
el rey» la madre y el hijo, Enrique de PortujaU el obis-
E) Gelmirez, doña Urraca y su hermana dona Teresa. —
eclárase la nulidad del matrimonio.— Retirase don Al-
fonso á Aragón. — ^Nuevas turbulencias en Castilla, Gali-
, cía y Portugal. — Gran motín en Santiago: los sublevados
incendian la catedral, maltratan á la reina é intentan
matar ahobispo: paz momentánea.— Nuevos disturbios ,
y guerras. — ^Amorosas relaciones de do2a Urraca: su
muerte: proclamación de Alfonso Vil. su hijo.— Entra-
das de los sarracenos en Castilla. — Sucesos de Aragón.
— Triimfos y proezas de Alfonso I. el Batoüodor.— Im-
portante (conquista de Zaragoza.— Atrevida espedicion de
Alfonso á Andalucía.— Nuevas invasiones en Castilla:
su término. — ^Franquea el Batallador por segunda vez
los Pirioeos y toma á Bayona.— Sitio de Fraga: su muer-
to.—Célebre y singular testamento en que cede su reino
á tres órdenes religiosas. ^ . . 463 á 518
CAPITULO V.
ALFONSO EL EMPERADOR EN CASTILLA:
RAMIRO EL MONJE EN ARAGÓN: GARCÍA RAMÍREZ EN NA*
VARRA.
•e 4126 a 1137.
General aplauso con que fué aclamado Alfooso VII. de Cas-
tilla.—Vistas y tratos de su tia doña Teresa.— Sojeta
algunos condes rebeldes.— Sus triunfos en Galicia y Por-
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570 HISTORIA DB BSPAAa.
tagal.^Rindensele las plaza§ ocapadas por loa arago-
neses.—Pesa á sa servicio el emir Satad-Dola.— Glo-
ríosa iocursion de Alfonso en Andalucía .—Elección de
Ramiro el Monje en Aragón, y de García Ramírez en Na-
varra*, sepáranse otra vez estos dos reinos.— Jotrada
FÍ6IHAS.
del castellano en Zaragoza.— Ríndenle homenaje los re-
yes de Aragón y de Navarra. El conde de Barcelona y los
de Gascuña en Zaragoza.— Proclámase solemnemente
Alfonso VIL emperador de España.— Diferencias entre
aragoneses y navarros.— Trataao de'Vadoluengo.— Pre-
parativos de rompimiento.— Conducta de don Ramiro el
Monje.— Célebre anécdota de la Campana de Huesca, —
Abdicación de don Ramiro.— Desposa á su bija con el
conde de Barcelona y le cede el reino. — Cataluña. —
Ramón Bereguer III. el Grande.— Sus guerras con los
moros.— Ensanches y agregaciones que recibe el conda-
do.—Conquista de las Baleares. — ^^pedicion del conde
á Genova y Pisa.— Sus alianzas con^el de Aragón. — Pro-
Tesa de Templario y muere.— Ramón Berensuer IV. —
Establece el orden de Templarios en Cataluña. — Casa
con la hija de Ramiro el Monje de Aragón.— Úñense Ara-
gón y Cataluña y forman un solo estado 5«)r¿566
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