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Full text of "Historia general de Espaäna y de sus Indias : desde los tiempos mas remotos hasta nuestros dias : tomada de las principales historias, crâonicas y anales que acerca de los sucesos ocurridos en nuestra patria se han escrito"

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http://www.archive.org/details/historiagenerald02gebh 


HISTORIA  GENERAL 

DE    ESPAÑA 

Y  DE  SUS  INDIAS. 


TOMO  SEGUNDO. 


HISTORIA  GENERAL 


E  ESPAÑA 


Y  DE  SUS  INDIAS, 


DESDE    LOS  TIEMPOS  MAS  REMOTOS  HASTA  NUESTROS  DÍAS, 


TOMADA    DE    [.AS   PRINCIPALES  HISTORIAS,  CRÓNICAS    Y   ANALES    QUE  ACERCA    DE  LOS  SUCESOS  OCURRIDOS 
EN   NUESTRA   PATRIA   SE    HAN   ESCRITO, 


por 


D.  VÍCTOR   GEBHARDT. 

Jush'tia  el  vertías. 


TOMO  SEGUNDO. 


MAJUMRIE):  I  BA.RQI-OIjOIV.A  : 

LIBRERÍA  ESPAÑOLA,  LIBRERÍA  DEL  PLUS  ULTRA, 

calle  de  Relatores,  núm.   14.  Rambla  del  Centro,   núin.  15. 

HABANA : 

LIBRERÍA   DE    LA   ENCICLOPEDIA,   CALLE    DE    O-REYLLl,  NÚM.   91. 
1864 


a 


. 


Es  propiedad  deí  Editor. 


Barcelona  — Imp.    de   Luis  Tasso,  calle  del  Arco  del  Teatro,  callejón  eatre  los  números  21  y  23.— 1864. 


HISTORIA  GENERAL 

DE 


ESPAÑA  Y  DE  SUS  INDIAS. 


PARTE  SEGUNDA. 

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ESPAÑA  GODA. 

Desde  el  año  413  hasta  el  711  de  nuestra  era. 
CAPITULO  PRIMERO. 

Procedencia  de  las  tribus  bárbaras  que  invadieron  la  Península.— Primeros  tiempos  de  la  domina- 
ción goda  en  España.— Muerte  de  Ataúlfo.— Sigerico  y  Walia.— Guerras  entre  los  invasores.— 
Teodoredo.  — Los  Romanos  intentan  reconquistar  la  España. — Estado  de  la  Península  durante  la 
invasión.— Emigración  voluntaria  de  los  Vándalos. — Engrandecimiento  de  los  Suevos. — Operacio- 
nes de  Teodoredo  en  las  Galias. — Bacaudos  españoles. 

Desde  el  año  413  hasta  el  440. 

El  mundo  romano  espiraba,  y  hemos  asistido  á  sus  últimos  momentos.  Del 
imperio  de  Occidente  no  le  quedaba  ya  sino  una  vana  soberanía,  y  haslala  misma 
capital, la  ciudad  eterna,  habia  visto  dentro  de  sus  muros  alas  hordas  de  Alarico. 
En  un  principio,  los  bárbaros  asolaron  la  Tracia,la  Mesiayla  Panonia;  devastadas 
estas  provincias,  invadieron  la  Tesalia,  Macedonia  y  Grecia;  el  Imperio,  esto  es  el 
país  habitado,  iba  estrechándose  á  cada  momento,  y  sus  fronteras  eran  la  Italia. 
Llegó,  empero,  un  tiempo  en  que  ni  aun  estas  fueron  respetadas,  y  hemos  visto  á 
los  Godos  dominar  en  Roma.  El  tiempo  de  la  conquisla  habia  terminado  porque 
nada  mas  habia  que  conquistar,  ó  por  mejor  decir,  que  devastar ;  la  época  de  es- 
tablecerse habia  llegado  ,  y  los  bárbaros  del  siglo  v,  como  hicieron  mas  tarde  los 
Normandos,  después  de  asolar  y  saquear  la  Francia,  aceptaron  y  se  establecieron 
en  los  territorios  que  habían  ocupado.  Así  fué  como  hemos  visto  á  Ataúlfo  esta- 
blecerse en  las  Galias  y  pasar  luego  los  Pirineos  para  ocupar  parte  de  la  Tarra- 
conense. 

Tenemos,  pues,  en  España  á  Godos,  Alanos,  Vándalos  y  Suevos  y  tiempo  es 
ya,  que  aunque  muy  poco,  pues  poco  es  lo  que  se  sabe,  digamos  algo  de  la  pro- 
cedencia de  los  cuatro  pueblos  invasores. 


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8  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 

No  es  ya  dudoso  que  el  movimiento  de  emigración  de  las  grandes  masas 
de  hombres  que  inundaron  el  Norie  de  Europa  para  lanzarse  desde  allí  sobre  el 
Mediodía  y  el  Occidente,  partió  del  Asia,  cuna  y  semillero  del  género  humano. 
Tiempo  hacia  que  estas  tribus  bárbaras,  empujadas  por  otras  que  sucesivamente 
iban  emigrando  del  Asia  superior,  de  la  Escitia  ó  Tartaria  ,  vivian  en  las  ne- 
vadas regiones  de  la  Escandinavia  ,  de  Dinamarca  ,  de  Rusia  y  de  Germania, 
como  escalonadas  por  la  Providencia  desde  el  extremo  septentrional  de  Europa 
hasta  las  fronteras  del  imperio  romano,  para  cumplir  un  dia  la  misión  que  habia 
de  serles  confiada.  La  superabundancia  de  población  y  la  esterilidad  y  el  ri- 
gor de  aquellos  climas  hacíales  desear  un  sol  mas  radiante  y  una  tierra  mas 
fecunda;  y  las  tribus  mas  inmediatas  al  imperio  romano,  ya  empujadas  por  los 
pueblos  queá  su  espalda  tenían,  ya  codiciosas  de  la  hermosura  y  apacibilidad 
del  país  que  á  sus  ojos  se  ofrecía,  arrojáronse  á  invadir  las  provincias  inmedia- 
tas del  imperio.  Las  márgenes  del  Danubio  eran  la  línea  divisoria  entre  la  bar- 
barie y  la  civilización,  y  una  vez  rota  esta,  empezó  la  lucha  que  hemos  descrito 
en  sus  principales  y  mas  importantes  episodios  en  el  tomo  primero  de  la  presen- 
te Historia. 

Los  Alanos,  pueblo  de  raza  escítica  y  otro  de  los  que  junto  con  los  Suevos, 
Vándalos  y  Godos,  encontramos  ahora  en  la  Península,  habían  habitado  al  prin- 
cipio entre  el  Ponto  Euxino  y  el  mar  Caspio;  extendieron  luego  sus  conquistas  des- 
de el  Volga  hasta  el  Tañáis,  y  por  un  lado  llegaron  hasta  la  Siberia  y  por  otro  has- 
ta la  Persia  y  la  India.  Invadido  su  país  por  los  Hunos,  procedentes  de  las  fron- 
teras de  China,  parte  de  ellos  se  refugiaron  en  las  montañas  del  Cáucaso,  donde 
conservaron  su  independencia  y  su  nombre,  y  otros  adelantaron  hasta  el  Báltico, 
asociándose  luego  á  las  tribus  septentrionales  de  Alemania,  con  los  Suevos,  los 
Vándalos  y  los  Burgundios,  contra  los  Godos.  Tan  agrestes  y  feroces  como  aman- 
tes de  la  libertad,  dice  D.  Modesto  Lafuente  (1),  la  guerra,  el  pillaje  y  la  destruc- 
ción eran  sus  placeres.  Su  fuerza  militar,  como  casi  la  de  lodos  los  pueblos  tár- 
taros, consistia  en  la  caballería,  y  adornaban  á  sus  caballos  con  los  cráneos  de 
sus  enemigos.  Entre  las  hordas  bárbaras  que  inundaron  el  mundo  civilizado  fue- 
ron los  Alanos  los  mas  sanguinarios  y  crueles. 

Los  Vándalos,  de  raza,  á  lo  que  se  cree,  puramente  germánica,  habían  habí- 
tado  tocio  lo  largo  de  la  costa  septentrional,  desde  la  desembocadura  del  Vístula 
hasta  el  Elba.  Habían  hecho  ya  algunas  invasiones  en  el  imperio  y  también  habían 
peleado  contra  los  Godos.  En  la  última  irrupción  venían  de  la  Panonia,  y  devas- 
tadores por  inclinación,  la  memoria  de  los  horrores  que  causaron  quedó  en  las 
tradiciones  humanas  como  la  de  los  grandes  cataclismos. 

Los  Suevos  ya  habían  habitado  cien  cantones  del  interior  de  laGermania  des- 
de el  Oder  hasta  el  Danubio.  Eran  los  mas  bravos  y  temidos  de  entre  los  Germa- 
nos, y  su  placer  era  exterminar  y  aniquilar  poblaciones  y  formar  á  su  alrededor 
grandes  desiertos.  Groseras  pieles  cubrían  algunas  partes  de  su  cuerpo,  y  alimen- 
tábanse de  caza  y  de  la  carne,  y  leche  de  sus  rebaños.  Toda  su  religión  consistia 
en  sacrificar  anualmente  un  hombre  en  medio  de  bárbaras  ceremonias  en  un  bos- 


(1J    His.  gen.  deEsp.  P.  I,  1.  IV,  c.  I. 


CAP.    I.  — ESPAÑA   GODA.  7 

que  que  llamaban  sagrado.  Distinguíanse  por  su  larga  cabellera  que  anudaban 
sobre  la  cabeza  y  recogían  en  una  bolsa  para  entrar  en  batalla. 

El  origen  y  la  procedencia  de  los  Godos,  pueblo  á  quien  mas  nos  importa  co- 
nocer ,  ha  dado  ocasión  á  grandes  debates.  Quienes,  apoyándose  en  una  expresión 
de  Tácito  colocaron  su  asiento  en  la  Germania  hacia  la  desembocadura  del  Vístula; 
quienes,  fundándose  en  ta  autoridad  de  Jornandes,  su  obispo  y  cronista,  los  hacen 
proceder  de  la  Escandinavia,  hoy  la  Suecia;  quienes  por  último  los  suponen  ve- 
nidos de  la  Escitia,  pretendiendo  que  eran  verdaderos  Tártaros,  oriundos  de  los 
dilatados  países  que  se  extienden  mas  allá  de  la  laguna  Meótides.Esta  opinión,  in- 
dicada ya  en  el  siglo  vi  por  san  Isidoro,  no  solo  parece  la  mas  probable  en  el 
dia  por  las  autoridades  que  la  recomiendan,  sino  que  es  la  única  por  donde  se 
pueden  explicar  grandes  diferencias  entre  las  costumbres  góticas  y  las  germáni- 
cas, acerca  de  las  cuales  no  cabe  ninguna  duda,  sin  subvertir  completamente  la 
historia. 

De  cualquier  modo  que  sea ,  parece  indudable  que  hacia  principios  de  la 
era  cristiana  existían  simultáneamente  dos  pueblos  de  Godos ,  semejantes  no 
solo  en  el  nombre,  sino  también  en  el  idioma  y  en  el  aspecto,  uno  de  los  cuales 
habitaba  las  costas  del  mar  Báltico  á  entrambos  lados  de  los  estrechos  que  le  unen 
con  el  del  Norte,  mientras  que  el  otro  se  extendía  entre  el  Don  y  el  Danubio,  en 
los  límites  de  Asia  y  de  Europa.  Tal  vez  eran  hermanas  estas  dos  tribus,  como 
ramas  separadas  del  mismo  tronco,  y  divididas  en  uno  de  los  movimientos  ante- 
riores de  la  humanidad;  pero  si  esto  era  así,  el  origen  común  de  una  y  otra  lo 
debieron  ser  las  regiones  del  Asia  superior  de  donde  partieron  sucesivamente,  en 
tiempos  mas  antiguos  que  nuestra  historia  ,  las  grandes  emigraciones  que  poco 
á  poco  han  ido  poblando  la  tierra.  Suponer  á  los  Godos  del  Danubio  oriundos 
de  la  Escandinavia  es  precisamente  asentar  una  contradicción,  ó  cuando  menos 
una  excepción  á  todos  los  hechos  primitivos  de  que  tenemos  noticia,  y  esto  exigi- 
ría un  cúmulo  de  pruebas  que  de  seguro  no  pueden  suministrarnos  los  que 
á  aquella  hipótesis  se  inclinan. 

Los  Godos,  pues,  en  cuanto  nos  interesan  á  nosotros,  los  Godos  que  han  re- 
presentado tan  gran  papel  en  la  agonía  y  ruina  del  imperio,  y  á  quienes  está  des- 
tinado otro  no  menos  importante  en  la  fundación  de  la  monarquía  española,  no 
son  un  pueblo  germánico,  como  los  Francos,  los  Suevos  y  los  Sajones:  son  un  pue- 
blo oriental  como  los  Escitas  y  los  Hunos.  Latinizando  su  nombre,  según  era  en- 
tre ellos  costumbre,  llamábanlos  getas  los  escritores  romanos  y  colocaban  su 
asiento  en  la  ribera  del  Ponto  Euxino,  entre  los  anchos  rios  que  antes  hemos  men- 
cionado .  Ya  por  esta  época  parece  que  se  dividía  la  nación  en  dos  grandes  tribus 
separadas  por  el  Dniéper  (Boryshtems)  ,  y  llamados  según  su  posición  Ostrogodos 
(Ost-goths),  Godos  del  Este,  y  Visigodos  {West-GothsJ ,  Godos  del  Oeste:  mas  in- 
ternados en  la  Tartaria  los  primeros,  mas  próximos  al  orbe  romano  los  segun- 
dos ;  mas  bárbaros  aquellos,  si  así  puede  decirse,  mas  cercanos  estos  á  la  civili- 
zación, por  su  roce  con  pueblos  que  la  disfrutaban. 

Qué  fuesen  los  Godos  en  sus  costumbres,  en  sus  leyes,  en  su  vida  privada 
y  nacional,  durante  el  espacio  de  tiempo  que  ocuparon  aquella  región,  primer 
alto  en  su  marcha  á  que  alcanza  y  que  refiere  la  historia,  son  puntos  mas  bien 
para  conjeturarse  que  para  afirmarse  con  certeza.  Respecto  á  esa  Germania  del 


8  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

Dniéper  no  tenemos  por  guia  al  gran  escritor  del  siglo  de  Vespasiano,  y  lejos  de 
ofrecernos  la  antigüedad  un  libro  semejante,  nos  vemos  en  la  precisión  de  adi- 
vinar algo  que  le  pueda  suplir  por  medio  de  fragmentos  esparcidos  en  multitud 
de  analistas. 

Hé  aquí  sin  embargo  una  descripción  que  nos  ha  dejado  Ammiano  Marceli- 
no de  las  tribus  alanas,  raza  evidentemente  gótica,  según  el  sentir  de  los  histo- 
riadores mas  estimados.  A  falta  de  dalos  directos,  la  crítica  y  la  filosofía  han  de 
contentarse  con  los  que  dan  origen  á  razonables  inducciones,  y  explican  lo  igual 
ó  si  se  quiere  parecido,  ya  que  no  describan  lo  que  se  busca  y  apetece.  «Jamás 
han  habitado  estos  bárbaros,  dice  aquel  historiador,  bajo  ningún  techo;  jamás  han 
empuñado  sus  manos  instrumento  alguno  con  que  labrar  la  tierra.  La  carne  y  la 
leche  de  sus  rebaños  constituyen  todo  su  alimento,  mientras  que  sentados  en  sus 
carros,  que  están  cubiertos  de  ramas  y  cortezas,  discurren  lentamente  por  aque- 
llas inmensas  soledades.  Cuando  llegan  á  un  lugar  abundante  en  pastos,  forman 
los  carros  en  círculo  y  hacen  alto,  para  que  sus  ganados  los  coman;  luego  que  los 
han  agotado,  prosiguen  su  marcha  llevando  á  otra  parte  su  errante  y  nómada 
población.  En  los  carros  es  donde  el  varón  se  une  á  la  hembra,  donde  nacen  y 
se  crian  los  hijos,  donde  eslán  colocados  los  penates,  donde  fijan  y  consideran  la 
patria.  Llevando  delante  de  sí  sus  innumerables  ganados,  puede  decirse  que  se 
apacientan  á  sí  propios,  á  la  par  con  ellos.  Cuidan  sobre  lodo  de  criar  y  de  tener 
gran  muchedumbre  de  caballos,  acostumbrándose  desde  la  juventud  á  dirigirlos, 
y  mirando  como  un  desdoro  caminar  á  pié.  Las  mujeres  y  los  viejos  incapaces  de 
batallar  permanecen  siempre  en  los  carros  dados  á  las  ocupaciones  que  su  sexo 
y  su  debilidad  les  permiten.  Tampoco  hay  entre  ellos  templos  ni  imágenes  ;  una 
espada  que  clavan  en  tierra  es  la  representación  del  dios  Marte,  y  á  él  prestan 
adoración  á  su  modo.» 

Por  escasas  que  sean  estas  noticias,  dice  Pacheco  (1),  adviértense  ya  di- 
ferencias entre  el  pueblo  que  ellas  describen  y  los  pueblos  germánicos  de  Tá- 
cito. Encontramos  aquí  un  estado  de  civilización  mas  lejano,  mas  primitivo,  mas 
oriental:  al  escucharle,  no  nos  lleva  nuestra  imaginación  á  los  bosques  del  Elba, 
sino  á  los  desiertos  de  Tartaria.  Esa  ausencia  completa  de  cultivo,  ese  carro  por 
toda  habitación,  esa  cabalgata  permanente  ,  unida  al  desprecio  con  que  se  mira 
al  hombre  de  á  pié,  esa  simplicidad  de  culto  religioso,  que  apenas  merece  este 
nombre  ;  todo  ello  nos  arroja  leguas  y  siglos  atrás  hacia  la  época  y  hacia  los  lu- 
gares donde  tuvo  su  origen  el  género  humano. 

No  eran  estos  seguramente  los  pueblos  germánicos  de  Tácito.  Estos  en  me- 
dio de  su  primitiva  sencillez  son  ya  estables  y  labran  la  tierra,  viven  en  cierto 
modo  apegados  al  suelo,  y  hacen  consistir  en  la  infantería  la  principal  fuerza  de 
sus  ejércitos.  Atrasados  unos  y  otros,  poco  distintos  aun  del  origen  y  punto  de 
partida  universal  de  todos  los  pueblos,  han  tomado  ya  distintas  vias,  y  marchan 
divergentemente  hacia  el  complemento  de  sus  deslinos  y  déla  civilización.  Los 
unos  llevan  impreso  el  carácter  europeo,  que  consiste  principalmente  en  el  culti- 
vo y  la  estabilidad,  y  los  otros  ostentan  el  asiático,  el  tártaro  por  mejor  decir, 
que  se  ha  fundado  siempre  en  el  pastoreo  y  la  vagancia. 


(1;    Discurso  de  introducción  al  Libro  de  los  Jueces  6  Fuero-Juzgo,  c.  III,  edic.  de  Madrid,  4847. 


CAP.   I. — ESPA?xA   GODA.  9 

Y  no  es  esta  la  única  diferencia  que  se  observa  en  la  vida  y  las  costum- 
bres de  los  Godos  y  de  los  Germanos.  Es  notorio  el  alto  lugar,  la  consideración 
distinguida  en  que,  según  Tácito,  tenían  estos  á  sus  mujeres.  Antes  de  la  pre- 
dicación del  cristianismo,  puede  decirse  que  este  pueblo  y  algún  otro  de  su  fa- 
milia, eran  los  únicos  que  las  habían  colocado  en  una  situación  digna  y  elevada. 
En  los  pueblos  de  origen  asiático,  la  mujer  era  la  esclava  y  no  la  compañera  del 
marido ;  en  los  pueblos  romanos  era  su  hija  de  familias,  que  casi  equivalía  á  la 
misma  condición.  Tanto  en  unos  como  en  otros  habíasela  encerrado  en  la  domes- 
ticidad,  lejos  ele  permitirla  salir  al  foro;  y  aun  en  aquella,  su  lugar  es  el  mas  ín- 
fimo. Los  Galos  y  los  Germanos ,  es  decir ,  los  pueblos  de  raza  céltica,  son  los 
únicos  que  encumbraron  á  la  mujer  levantándola  á  la  par  con  el  hombre  en  lo 
interior  de  las  familias,  los  únicos  que  la  admitieron  y  escucharon  en  los  nego- 
cios públicos,  buscando  y  creyendo  hallar  en  sus  ideas  algo  de  inspirado  que 
aprender,  algo  de  divino  y  fatídico  que  seguir.  Esta  es  una  distinción  muy  im- 
portante que  nos  revela  completamente  ,  en  cuanto  á  excepción ,  una  raza  deter- 
minada y  particular. 

Ahora  bien  :  la  mujer  entre  los  Godos  no  es  de  ninguna  suerte  lo  que  entre 
los  Germanos,  sino  lo  que  fué  siempre  entre  los  pueblos  del  Oriente  y  del  Medio- 
día. En  ella  no  hay  divinidad,  en  ella  no  se  reconoce  inspiración,  ella  está  encer- 
rada en  el  hogar  doméstico,  y  su  posición  allí  es  dependiente  y  humilde.  Falta 
toda  analogía  con  la  costumbre  germánica,  y  el  tipo  oriental  se  patentiza  en  este 
punto  como  en  laníos  otros,  al  examinar  atentamente  las  tribus  godas  que  inva- 
dieron nuestro  suelo. 

Pero  hay  mas  todavía.  Célebres  son  las  asambleas  de  los  Germanos  tenidas 
de  noche  en  medio  délos  bosques,  para  resolver  todos  los  puntos  grávese  impor- 
tantes de  la  gobernación  del  país.  Tácito  las  ha  mencionado  expresamente,  y  los 
demás  escritores  antiguos  que  han  hablado  de  aquellos  pueblos  las  han  descrito 
con  gran  copia  de  detalles.  Semejante  institución  ó  costumbre  pudo  modificarse, 
pero  no  perderse  del  todo,  cuando  aquellos  pueblos  abandonaron  su  patria  nativa 
y  buscaron  otras  que  les  fuesen  mas  agradables  á  este  lado  del  Rhin  y  del  Danu- 
bio. La  razón  nos  dice  que  un  hábito  tan  arraigado  no  podia  desvanecerse  sin  de- 
jar al  menos  por  mucho  tiempo  restos  dignos  de  consideración,  y  las  historias  de 
los  Francos,  de  ese  pueblo  que  es  una  reunión  de  tribus  germánicas,  viene  á  con- 
firmar irrecusablemente  las  mismas  ideas.  Los  campos  de  marzo  y  de  mayo  tan 
importantes,  tan  repetidos  en  su  historia,  no  son  mas  que  la  costumbre  germáni- 
ca trasladada  al  suelo  del  imperio  y  acomodada  á  la  nueva  situación  de  los  con- 
quistadores. 

Nada  de  esto  vemos  en  la  tribu  ni  veremos  en  el  imperio  godo.  No  se  sabe 
que  nunca  jamás,  ni  en  la  Tracia,ni  en  la  lliria,  ni  en  las  dos  vertientes  del  Piri- 
neo, se  hayan  reunido  en  asamblea  los  hombres  de  aquella  nación.  Sabemos  que 
eran  elegidos  los  reyes,  aunque  ignoramos  á  punto  fijo  como  esto  se  verificaba: 
de  ninguna  otra  reunión  del  género  de  las  dichas  tenemos  noticias,  y  bien  debié- 
ramos tenerlas  si  por  ventura  las  hubiese  habido. 

Resulta,  pues,  de  este  conjunto  de  observaciones,  la  no  procedencia  germá- 
nica, la  procedencia  tártara  de  los  Godos.  Resulta,  como  dijimos  antes,  que  no  te- 
nemos respecto  á  ellos,  como  respecto  á  los  pueblos  de  la  otra  parte  del  Rhin,  la 

TOMO  II.  2 


10  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  luminosa  y  segura  guia  dei  gran  historiador  romano.  Aquello  que  en  sus  inmor- 
tales escritos  es  aplicable  y  general  á  todos  los  pueblos  bárbaros  del  universo,  eso 
bien  podemos  decirlo  de  los  que  nos  ocupan  ;  pero  lo  que  es  característico  y  par- 
ticular, lo  que  no  se  puede  decir  de  una  nación  sino  cuando  de  hecho  se  ha  ob- 
servado en  ella,  lo  que  en  sus  páginas  se  lee  de  especial  á  la  germánica,  segura- 
mente no  tenemos  datos  para  atribuirlo  á  la  nación  goda,  ni  podemos  transcribir- 
lo á  la  cabeza  de  sus  anales. 

Detuviéronse  los  Godos  en  sus  incesantes  correrías  al  llegar  á  las  márgenes 
del  Danubio,  así  por  los  abundantes  pastos  que  allí  encontraron  para  sus  ganados, 
como  por  no  serles  ya  fácil  llevar  sus  excursiones  á  países  en  que  dominaban  las 
poderosas  armas  romanas.  Allí  hicieron  alto  largo  tiempo,  formando  como  la 
avanzada  del  grande  ejército  de  los  bárbaros ;  pero  engrandecidos  ellos  y  próxi- 
mos á  la  civilización,  no  tardaron,  según  en  su  lugar  hemos  visto,  en  chocar  con 
el  mundo  civilizado.  Vencidos  siempre  al  principio,  no  por  esto  desmayaban,  ni 
dejaban  de  repetir  sus  acometidas,  y  al  tiempo  que  con  ellas  iban  debilitando  al 
imperio  romano,  recibían  á  su  vez  en  sus  rudas  imaginaciones  las  primeras  im- 
presiones de  la  civilización.  Con  el  ejemplo  de  lo  que  veian  suavizábanse  sus  cos- 
tumbres ;  el  aspecto  de  las  ciudades  en  que  entraban  les  inspiraba  admiración  y 
respeto;  los  relatos  de  los  prisioneros  les  hacían  comparar  las  privaciones  de  su 
condición  agreste  y  grosera  con  las  comodidades  y  los  goces  de  ios  pueblos  civi- 
lizados ;  entre  ellos  iban  penetrando  las  artes  del  mundo  griego  y  romano,  y  has- 
ta las  ideas  del  cristianismo  pasaron  el  Danubio,  y  fueron  á  enseñarles  la  exce- 
lencia y  las  ventajas  de  una  religión  y  de  unas  costumbres  tan  distintas  de  los  há- 
bitos feroces  que  traían  ellos  de  sus  desiertos. 

Llegó  por  fin  el  caso  de  verse  estos  pueblos  oprimidos  y  como  empujados  por 
otros  mas  bárbaros  y  mas  feroces  que  detrás  de  ellos  venian.  Eran  los  Hunos, 
raza  salvaje  entre  todas,  de  horrible  aspecto  y  de  horrible  rostro,  que,  saliendo  del 
fondo  de  la  Tartaria  y  de  las  orillas  del  mar  Caspio,  habian  derramado  sus  in- 
numerables hordas  por  los  caminos  del  Occidente.  Los  Alanos,  los  Ostrogodos 
somátense  á  los  terribles  conquistadores,  y  los  Visigodos,  según  hemos  referido, 
decidiéronse  entonces  á  pasar  por  última  vez  el  Danubio,  y  pidieron  al  imperio 
tierras  que  habitar.  En  aquel  tiempo  fué  cuando  el  obispo  godo  Ulphilas  convir- 
tió á  sus  compatriotas  al  arrianismo  que  profesaba  el  emperador  Valente. 

Desde  esía  época  hasta  su  primera  entrada  en  España  hemos  seguido  pasoá 
paso  á  los  Visigodos  en  sus  relaciones  con  el  imperio  romano,  y  dejamos  también 
referido  en  el  anterior  volumen  las  conquistas  de  Alarico  (All  reich,  todo  rico),  y 
el  primer  establecimiento  de  Ataúlfo  (Atta,  padre,  Huí  fe,  socorro). 

Hemos  explicado  también  las  distintas  causas  que  señalan  los  historiadores 
á  la  invasión  goda  en  España;  pero  sea  cual  fuere  la  causa  que  lo  motivase,  está 
el  hecho  fuera  de  toda  duda.  Tampoco  están  acordes  ios  historiadores  en  lo  que 
hizo  Ataúlfo  luego  de  haber  ensanchado  así  sus  posesiones,  mas  Jornandes, 
cuyo  testimonio  no  carece  de  peso  en  lo  que  hace  referencia  á  las  cosas  góticas, 
refiere  que  aquel  caudillo  hubo  de  sostener  casi  al  llegar  á  la  Península  dura 
guerra  con  los  Vándalos,  dueños  ya  de  las  provincias  del  mediodía,  y  que  no  fué 
416.    asesinado  hasta  tres  años  después. 

Igualmente  varían  las  opiniones  acerca  de  la  muerte  de  Ataúlfo.  Los  unos, 


CAP.    I.  — ESPAÑA   GODA.  11 

y  entre  ellos  el  P.  Mariana,  dicen  que  un  hombrecillo  contrahecho  y  muy  priva- 
do del  jefe  godo,  que  tenia  por  nombre  Vernulpho,  le  mató  por  vengarse  de 
ciertas  burlas  de  que  habia  sido  objeto;  otros ,  y  entre  ellos  Olimpiodoro ,  pre- 
tenden que  fué  asesinado  por  uno  de  sus  servidores  llamado  Dobbio ,  deseoso  de 
tomar  venganza  de  la  muerte  de  su  primer  señor,  ordenada  por  Ataúlfo.  Los 
primeros  afirman  que  fué  herido  por  el  costado ,  y  los  segundos  que  fué  atacado 
de  frente  y  herido  en  el  pecho  en  ocasión  en  que  visitaba  sus  caballerizas.  Lo 
cierto  es  que  murió  asesinado ,  siendo  lo  mas  probable  que  lo  fuese  á  consecuen- 
cia de  una  conspiración.  Los  Godos  se  cansaban  de  su  inacción,  y  si  bien  Ataúl- 
fo tenia  con  Honorio  frecuentes  disensiones ,  no  hacia  á  su  modo  de  ver  á  los 
Romanos  una  guerra  tan  empeñada  como  ellos  deseaban.  Esta  es  la  causa  que  la 
mayor  parte  de  los  historiadores,  y  también  Mariana,  señalan  á  la  muerte  de 
Ataúlfo.  Cuanto  se  dice  de  aquel  primer  establecimiento  de  los  Godos  en  la  Pe- 
nínsula ha  de  ser  acogido  con  cierta  reserva ,  pues  los  distintos  relatos  que  hasta 
nosotros  han  llegado,  casi  todos  de  una  época  muy  posterior,  se  distinguen  por 
sus  dramáticos  colores  que  hacen  sospechosa  su  veracidad.  Morales  en  sus  Anti- 
güedades españolas  ha  colocado  un  supuesto  epitafio  de  Ataúlfo  que  dice  se  en- 
contró en  Barcelona,  epitafio  que  ha  sido  reconocido  como  apócrifo  por  la  mayor 
parte  de  los  críticos,  y  al  cual  el  mismo  P.  Mariana  se  negó  á  prestar  entera  fe. 
Dice  así  : 

BELLIPOTENS  VALIDA  NATVS  DE  GENTE  GOTHORVM 

HIC  CVM  SEX  NATVS  REX  ATAVLFE  JACES. 
AVSVS  ES  HISPaNIAS  PR1MVS    DESCENDERÉ  IN  ORAS 

QVEM  COM1TABANTVP,  MILLIA   MVLTA  VIRVM. 

GENS  TVA  TVNG  NATOS  ET  TE  1NVIDIOSA  PEREMIT 

QVEM  POST  AMPLEXA  EST  BARCINO  MAGNA  GEMENS. 

Según  Olimpiodoro,  Ataúlfo  dejó  el  mando  de  su  gente  ó  la  corona  á  su 
hermano,  encargándole  expresamente  que  enviara  Placidia  á  los  Romanos  y  que 
conservara  con  ellos  la  paz ;  pero  los  Godos  que  odiaban  el  nombre  de  romano  y 
suspiraban  por  la  guerra ,  rechazaron  al  jefe  designado  á  su  elección ,  y  nombra- 
ron á  Sigerico  (Siege  reich,  rico  en  victorias) ,  que  se  reputa  el  verdadero  autor 
del  asesinato  de  Ataúlfo.  Sigericus ,  de  stirpe  proprior  (ut  aiunt)  (1),  de  carác- 
ter indómito,  habíase  mostrado  gran  enemigo  de  los  Romanos  antes  de  su  ele- 
vación ;  pero  su  odio  se  desvaneció  de  repente ,  ó  á  lo  menos,  no  se  manifestó  del 
modo  que  la  nación  deseaba.  Sigerico  se  limitó  á  organizar  un  aparato  triunfal, 
haciendo  marchará  Placidia  á  pié  delante  de  su  caballo,  mezclada  éntrelos 
prisioneros;  y  tanta  crueldad,  tanto  orgullo,  unido  á  tanta  indolencia  en  dar 
principio  á  la  guerra,  disgustaron  álos  Godos  que  le  asesinaron  cuando  aun  no 
habia  reinado  un  año.  Los  Romanos  habíanles  enseñado  la  manera  de  elevar  y 
de  destituir  á  sus  caudillos,  y  eligieron  á  Walia  (Wal,  baluarte). 

Hemos  de  referir  aquí  una  serie  de  hechos  de  que  hacen  mérito  algunos 
historiadores,  y  que  en  parte  hubieron  de  suceder  durante  la  vida  de  A'aulfo. 
Entre  los  reyes  bárbaros  que  fueron  los  primeros  en  ocupar  ciertos  puntos  de  la 


(i)    Scott.,  Hisp.  lllust. 


12  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Península ,  era ,  como  hemos  dicho ,  uno  de  los  mas  poderosos  fGunderico ,  cau- 
dillo de  los  Vándalos ,  llamado  por  algunos  Godegisio  y  por  Jornancles  Giserico. 
Aquellos  reyes  ó  caudillos  de  los  pueblos  bárbaros  empleaban  la  astucia  tanto 
como  la  fuerza  para  afianzar  sus  conquistas ,  y  luego  que  lograban  poseer  un 
girón  del  imperio  ,  era  su  primer  cuidado  celebrar  la  paz  con  los  Romanos  •  y 
así  fué  como  reinando  Honorio ,  se  otorgó  la  paz  á  Gunderico  con  la  condición  de 
que  permanecería  en  España  sin  causar  perjuicio  á  los  antiguos  habitantes,  sine 
veterum  incolarum  maleficio,  según  escribe  Mariana  ;  y  como  muchos  ílispano- 
Romanos  hubiesen  sido  despojados  de  sus  tierras ,  como  hubiese  habido  conside- 
rables emigraciones  al  acercarse  aquellos  conquistadores  y  se  hallasen  en  poder 
del  vencedor  las  propiedades  abandonadas ,  estipulóse  en  el  tratado  que  los  legí- 
timos propietarios  podrían  reclamarlas  aun  cuando  hubiese  transcurrido  la  pres- 
cripción de  treinta  años. 

Esta  alianza  entre  Vándalos  y  Romanos  fué  causa  de  cruentas  guerras.  Los 
Alanos ,  cuyo  principal  carácter  era  una  ferocidad  superior  á  toda  comparación, 
atacaron  á  los  Vándalos  y  á  los  Silingos ,  pueblo  bárbaro  arrastrado  por  aquellos 
desde  la  Germania  hasta  España,  y  los  obligaron  á  abandonar  la  Bética  y  á  re- 
tirarse á  Galicia,  cerca  de  los  Suevos,  con  cuyo  auxilio  pudieron  en  breve  los 
Vándalos  rechazará  los  Alanos  y  recobrar  sus  antiguas  posesiones.  Imagínense 
ahora  los  sufrimientos  de  las  poblaciones  españolas  entre  aquel  movimiento  de 
bárbaros ,  quienes ,  después  de  destruirlo  todo  delante  de  sí,  se  agitaban  en  to- 
dos sentidos  en  España  como  en  Italia,  como  en  todo  el  mundo  romano,  y  se 
entrechocaban  antes  de  establecerse  de  un  modo  definitivo  á  semejanza  de  las 
olas  de  un  mar  tempestuoso.  Los  Alanos  volviéronse  entonces  contra  la  Celtiberia 
y  la  Carpetania ,  y  conquistaron  muchas  ciudades  y  villas ,  de  donde  los  Roma- 
nos no  habían  sido  expulsados  todavía,  sembrando  á  su  paso  la  desolación.  La 
determinación  cronológica  de  estos  hechos  ofrece  algunas  dificultades ,  pero  los 
historiadores  mas  dignos  de  crédito  los  creen  coetáneos  de  la  ocupación  de  Bar- 
celona por  Ataúlfo. 

Hasta  aquí  vemos  aun  á  los  Romanos  conservar  sobre  la  España  ocupada, 
devastada  por  los  bárbaros ,  un  imperio  nominal ,  una  soberanía  de  hecho.  Alían- 
se  con  los  Vándalos  contra  los  Alanos,  y  con  los  Godos  contra  los  Vándalos;  en 
sus  tratados  hablan  siempre  como  legítimos  poseedores  de  la  Península ;  y  en 
efecto,  mientras  el  imperio  conservará  un  resto  de  vida,  mientras  Roma  humi- 
llada, pisoteada,  espirante,  no  habrá  perdido  todo  el  prestigio  de  su  nombre 
sobre  los  mismos  bárbaros ,  veremos  á  los  emperadores  lisonjearse  con  la  espe- 
ranza de  reconstituir  su  vasta  dominación,  de  reunir  otra  vez  sus  dispersos  miem- 
bros ,  no  renunciando  ni  aun  Honorio  á  la  idea  de  contemplar  á  la  grandeza  ro- 
mana renacer  de  sus  inmensas  ruinas. 

Luego  que  obtuvo  AValia  el  mando  y  gobierno  de  los  Godos ,  manifestó  par- 
ticipar de  los  belicosos  sentimientos  de  su  nación ,  y  del  odio  y  desprecio  que  pol- 
los Romanos  sentía,  aun  cuando  verémosle  en  breve  seguir  igual  política  que  sus 
predecesores  é  inclinarse  anle  los  Romanos  después  de  haberlos  combatido.  Reu- 
nido su  ejército  y  su  armada ,  resolvió  apoderarse  de  las  tierras  que  Honorio 
poseía  en  África ,  pero  dispersados  sus  buques  por  una  tempestad  ,  á  duras  pe- 
nas pudieron  los  Godos  volver  á  las  costas  de  que  habían  salido.  Los  acontecimien- 


CAP.   I. — ESPAÑA   GODA.  13 

tos  posteriores  al  naufragio  de  la  armada  son  diversa  y  confusamente  referidos 
por  los  historiadores.  Algunos  dicen  que  Constancio,  general  de  Honorio  y  go- 
bernador de  las  Galias ,  cuya  pasión  por  Placidia  se  menciona  con  frecuencia  en 
los  escritos  de  aquella  época ,  marchó  en  aquel  entonces  contra  Walia ,  así  para 
secundar  las  miras  del  emperador  como  para  apresurar  el  enlace  que  desde  mu- 
cho tiempo  tenia  proyectado  con  la  hermana  de  este  ,  con  la  cual  se  asegura  que 
estaba  desposado  antes  de  pasar  en  poder  de  los  Godos  y  de  ser  esposa  de  Ataúl- 
fo. Al  frente  de  un  poderoso  ejército  ,  dicen  aquellos  historiadores ,  pasó  los  Pi- 
rineos ,  y  al  encontrar  á  los  Godos ,  cuando  estos  creían  la  lucha  inevitable,  pro- 
púsoles la  paz  bajo  las  solas  condiciones  de  que  le  seria  entregada  la  viuda  del 
sucesor  de  Aladeo  y  de  que  harían  la  guerra  á  los  Vándalos.  Walia  recibió  con 
gozo  la  proposición ,  pero  dudoso ,  dicen  los  mismos  historiadores ,  de  los  senti- 
mientos de.su  pueblo,  apeló  al  disimulo;  expuso  á  sus  tropas  que  los  Romanos 
no  eran  enemigos  bastante  formidables  para  juzgar  necesaria  su  pronta  destruc- 
ción, y  que  era  preferible  marchar  contramas  dignos  y  peligrosos  enemigos, 
aludiendo  con  estas  palabras  á  los  demás  pueblos  que  se  disputaban  la  Espa- 
ña (1).  Según  la  misma  relación,  celebróse  un  tratado  de  paz:  Placidia  fué  devuel- 
ta á  los  Romanos,  y  Constancio  vio  al  fin  colmados  sus  constantes  deseos.  Esto  418. 
sucedió,  alo  que  parece,  en  el  año  418.  Los  Suevos,  los  Alanos  y  los  Vándalos, 
amenazados  por  los  Godos  y  previendo  su  ruina ,  quisieron  aliarse  con  los  Roma- 
nos ,  sin  olvidar  los  necesarios  preparativos  de  guerra;  pero  Walia,  que  se  en- 
contraba ya  en  su  territorio ,  obligó  á  los  últimos  á  refugiarse  á  Galicia,  exter- 
minó á  los  Alanos ,  cuyos  escasos  restos  se  confundieron  con  los  Vándalos ,  y 
respetó  á  los  Suevos  solo  porque  se  habían  declarado  tributarios  del  imperio 
romano.  Walia,  siguiendo  siempre  la  misma  versión,  continuó  en  paz  con  el 
emperador,  respetó  las  provincias  y  los  aliados  del  imperio ,  y  obtuvo  en  recom- 
pensa la  concesión  de  toda  aquella  parte  de  las  Galias  que  se  extiende  desde  To- 
losa  hasta  el  Océano.  Walia  murió  dos  años  después  en  Tolosa ,  habiendo  rei- 
nado poco  mas  de  tres  años.  Jornandes  es  el  único  que  le  señala  mas  larga  vida. 

Por  muchos  que  sean  los  textos  en  que  pueda  apoyarse  semejante  relato,  pa- 
récenos,  y  en  esto  seguimos  la  opinión  de  Romey,  que  adolece  de  grandes  inve- 
rosimilitudes. 

Así,  es  inadmisible  que  Walia  pronunciara  el  enfático  discurso  que  se  le 


(4)  El  discurso  que  se  supone  dirigido  por  Walia  á  los  Godos  antes  de  celebrar  la  paz ,  dice 
así: 

«Invencibles  Godos,  á  todas  partes  donde  habéis  querido  dirigir  vuestros  pasos,  desde  las 
fronteras  del  norte  á  los  límites  mas  remotos  del  sur,  habéis  sabido  abriros  camino  con  las  armas 
en  la  mano,  sin  que  nada  pudiese  ser  obstáculo  á  vuestra  marcha  vencedora.  Distancias,  di- 
ferencia de  climas ,  montañas,  rios,  fieras,  numerosas  y  aguerridas  naciones,  se  han  puesto  en 
vano  delante  de  vosotros ;  mas  ahora  los  Vándalos ,  los  Alanos  y  los  Suevos  se  atreven  á  atacarnos 
por  la  espalda  mientras  los  Romanos  nos  amenazan  por  el  frente.  A  vosotros,  esforzados  guerreros, 
toca  escoger  el  enemigo  á  quien  hemos  de  combatir ,  y  sea  cual  fuere  el  partido  que  toméis ,  vues- 
tro valor  es  para  mí  segura  prenda  de  victoria  ;  en  tanto  que  mande  á  hombres  que  no  conocen  el 
temor ,  nada  puedo  yo  temer ,  y  si  el  partido  que  ha  de  abrazarse  fuese  confiado  á  mi  sola  decisión, 
me  acordaría  únicamente  de  que  soy  vuestro  rey,  no  tomaría  consejo  sino  de  mi  propio  valor  ,  y 
elegiría  al  enemigo  mas  digno  de  vosotros.  Los  Romanos  os  son  ya  bastante  conocidos ;  sus  ciuda- 
des han  experimentado  mas  de  una  vez  el  poder  de  vuestras  armas,  y  hasta  las  puertas  de  su  ca- 
pital se  han  abierto  ante  vosotros.  ¿  Por  qué  perder  un  tiempo  precioso  combatiendo  con  semejantes 
hombres  cuando  es  mas  glorioso  despreciarlos  que  vencerlos?» 


A.  deJC 


420. 


421. 


14  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

atribuye,  y  la  crítica  ha  de  considerarlo  como  otra  de  las  frias  alocuciones,  inven- 
ción de  los  historiadores  que  no  han  vacilado  en  seguir  á  Tito  Livio  en  esta  sen- 
da opuesta  á  la  de  la  verdadera  historia.  La  relación  verosímil  de  tales  hechos, 
tales  como  parecen  desprenderse  de  los  diferentes  textos  (1),  es  que  después  de 
frustrados  sus  proyectos  contra  el  África,  Walia  volvió  á  Barcelona  con  los  su- 
yos, y  ya  pidiese  la  paz,  ya  le  fuese  ofrecida,  no  tardó  en  celebrar  con  los 
Romanos  un  tratado.  Constancio  encargado  de  la  negociación,  exigió  de  los  Go- 
dos, como  condición  principal,  la  libertad  dePlacidia,  y  Walia  por  su  parte,  para 
que  el  tratado  mereciese  la  aprobación  de  ios  Godos,  estipuló  diferentes  cláusulas, 
entre  otras  la  que  obligaba  al  emperador  á  aprontarle  seiscientas  mil  medidas  de 
trigo.  La  lectura  de  este  solo  pacto,  que  manifiesta  el  estado  de  postración  de  los 
Romanos,  pudo  ser  causa  suficiente  de  la  ratificación  de  la  paz  por  ios  Godos,  que 
sin  saber  todavía  el  país  en  que  habrían  de  establecerse,  armados  siempre  y 
siempre  en  guerra,  no  se  dedicaban  á  la  agricultura,  y  carecían  por  consiguiente 
de  subsistencias,  sin  que  Walia  hubiese  de  hablarles  del  escaso  valor  de  los  Ro- 
manos y  de  sus  repetidas  victorias. 

A  lo  que  parece,  Walia  no  marchó  contra  los  Vándalos  hasta  después  del 
penúltimo  consulado  de  Honorio  y  de  Teodosio  (2),  y  luego  de  haberlos  vencido, 
recibió  en  efecto  de  los  Romanos,  ó  por  mejor  decir  de  Constancio,  entonces  arbi- 
tro supremo  en  esta  parte  de  los  Alpes,  la  concesión  de  la  segunda  y  de  la  tercera 
Aquitania,  es  decir  del  territorio  de  Burdeos  y  del  país  de  Auch  (Gascuña  fran- 
cesa), en  cambio  de  parte  de  las  provincias  conquistadas  por  él  en  España,  que 
puso  en  poder  de  los  Romanos. 

Este  rey  ó  caudillo  de  la  nación  goda  fué  el  primero  en  establecerse  en  Tolo- 
sa,  capital  de  los  Godos  en  las  Galias  durante  mucho  tiempo,  y  murió  por  los 
años  de  420,.  no  dejando  mas  que  una  hija,  esposa  del  Suevo  Ricimer,  padre  del 
famoso  Ricimer  que  llegó  á  ser  el  arbitro  de  Italia,  que  elevó  y  derribó  empera- 
dores á  su  antojo,  y  que  presidió  en  cierto  modo  á  la  total  ruina  del  imperio  de 
Occidente.  El  mismo  año  de  la  muerte  de  Walia,  Orosio,  presbítero  de  la  iglesia 
de  Tarragona,  puso  fin  á  su  historia  de  la  que  hemos  tomado  la  mayor  parte  de 
las  anteriores  noticias.  Este  sacerdote  habia  mantenido  una  correspondencia  es- 
crita, que  por  desgracia  se  ha  perdido,  con  dos  brillantes  lumbreras  del  cristia- 
nismo, los  santos  Agustín  y  Gerónimo. 

A  Walia  sucedió  Teodoredo,  llamado  por  algunos  Teodoro  y  Teodorico,  y  en 
el  segundo  año  de  su  reinado,  los  Vándalos,  que,  arrollados  por  los  Godos,  se  ha- 
bían refugiado  cerca  de  los  Suevos  establecidos  en  Galicia,  se  levantaron  contra 
sus  huéspedes,  ignórase  por  qué  causa,  é  luciéronles  terrible  guerra.  El  rey  de 
los  Suevos  se  atrincheró  en  los  montes  Ervasos,  que  algunos  creen  ser  los  lla- 
mados Arvas  entre  León  y  Oviedo,  y  rechazó  con  tanto  vigor  sus  ataques  que  los 
obligó  á  abandonar  el  territorio  que  les  sirviera  de  asilo  contra  las  armas  de  los 
Godos.  Aquellos  bárbaros  lomaron  otra  vez  el  camino  de  la  provincia  á  la  que,  se- 
gún opinión  de  muchos,  han  dejado  su  nombre  (3),  restablecieron  en  ella  su  do- 


lí)   Véase  a  Paulo  Orosio,  Idacio,  Olimpiodoro,  Jornandes,  etc. 

(2)  Arcadio,  emperador  de  Oriente,  habia  muerto  en  408  y  habíale  sucedido  Teodssio  II. 

(3)  Es  opinión  común,  y  el  P.  Mariana  parece  participar  de  ella,  que  la  parte  de  la  Bética  que 


CAP.    I. — ESPAÑA  GODA.  15 

minacion  asolaclora,  llevaron  sus  correrías  hasta  las  costas  de  Valencia,  tomaron  y  a.  de  j.  c, 
devastaron  la  ciudad  de  Cartagena,  quitada  poco  antes  á  los  Alanos  y  devuelta  al 
señorío  de  los  Romanos,  embarcáronse  y  llegaron  á  las  Baleares,  que  obedecían 
también  á  los  Romanos,  pusiéronlas  á  sangre  y  fuego,  y  pasaron  algún  tiempo 
pirateando  por  las  costas  de  la  Mauritania. 

Sin  embargo,  bajo  el  último  consulado  de  Honorio  y  de  Teodosio  lí,  el  ge- 
nio espirante  de  Roma  quiso  intentar  la  reconquista  de  sus  perdidos  dominios. 
Honorio  envió  á  Castino,  conde  de  los  domésticos  (comes  domesticorum),  ó  en  otros 
términos,  capitán  de  los  guardias  del  emperador,  á  España,  y  en  un  principio  al- 
canzó contra  los  bárbaros  algunos  triunfos  parciales ;  pero  habiendo  aceptado  en 
las  inmediaciones  de  Tarragona  una  batalla  general,  fué  vencido,  quedando  en  el 
campo  mas  de  veinte  mil  Romanos.  Esta  batalla  tuvo  lugar  pocos  meses  antes  de 
la  mueríe  de  Honorio,  acaecida  bajo  el  consulado  de  Mariniano  y  Asclepiodoro.    m 

Hemos  llegado  de  nuestra  historia  al  primer  cuarto  del  quinto  siglo,  y  vemos 
á.  la  España  ocupada  todavía  por  los  Romanos  y  por  tres  pueblos  extranjeros :  al 
mediodía  hacia  los  Pirineos,  por  los  Godos  (Godos  del  Oeste,  West-Goths  ó  Vi- 
sigodos); al  mediodía  también,  pero  hacia  las  costas  del  Océano  y  las  márgenes 
del  Betis,  por  los  Vándalos,  y  por  fin,  en  la  región  occidental,  casi  entre  el  Dou- 
ro  y  el  Miño,  por  los  Suevos.  La  provincia  de  Cartagena,  la  Carpetania,  y  casi 
todas  las  demás  partes  de  España  obedecian  aun  á  los  Romanos. 

Difícil  por  no  decir  imposible  seria  señalar  de  un  modo  exacto  los  inciertos 
y  variables  límites  de  los  varios  conquistadores.  Los  escritos  contemporáneos  y  el 
estudio  profundo  de  los  escasos  monumentos  que  han  podido  salvarse  de  aque- 
llos tiempos  calamitosos  no  nos  lo  permiten,  y  es  casi  seguro  que  ni  los  mismos 
vencedores  sabían  las  mas  de  las  veces  hasta  donde  se  extendía  su  domina- 
ción ,  efecto  natural  de  la  época  azarosa  que  estaba  el  mundo  atravesando.  El 
carácter  verdadero  de  aquellos  tiempos  era  la  movilidad  ;  todo  se  agitaba  antes 
de  fijarse ;  las  fronteras,  los  tratados,  el  derecho  de  gentes  no  existían.  La  fuer- 
za ,  el  capricho  ,  los  vicios  y  las  virtudes  de  los  hombres  eran  los  únicos  mó- 
viles de  los  acaecimientos  humanos ;  sin  leyes  escritas,  la  astucia  y  la  violencia 
lo  gobernaban  todo.  Si  los  bárbaros  se  hallaban  mal  en  un  sitio  se  dirigían  á  otro, 
talando  á  su  paso  las  tierras  y  sembrando  el  espanto  en  las  poblaciones.  De  ahí 
luchas  y  desastres  sin  número,  hasta  que  cansados  todos  de  guerra,  se  hacia  la 
paz ;  los  vencidos  la  compraban  muy  cara  las  mas  de  las  veces,  pero  no  se  le  da- 
ba sanción  alguna ;  por  lo  general  ni  siquiera  se  escribía,  y  era  violada  según  las 
necesidades  y  las  pasiones  que  solo  en  los  combates  podían  satisfacerse.  El  mun- 
do vivía  en  una  inmensa  y  continua  angustia ;  no  habia  seguridad  para  nadie  ni 
para  nada,  y  el  reposo  de  hoy  era  casi  siempre  precursor  de  la  ruina  y  matanza 
de  mañana. 

Sin  embargo,  donde  existen  los  elementos  de  un  gran  pueblo,  á  pesar  de  los 
males  y  desórdenes  inevitables  de  la  conquista,  los  veremos  reunirse,  y  tarde  ó 
temprano  constituirse  en  cuerpo  de  nación.  Esta  nacerá  en  las  convulsiones  de  la 
invasión  ó  de  la  lucha,  y  crecerá  con  los  caracteres  distintos  que  le  imprimirá 


conquistaron  se  llamó  en  un  principio  Tandaitcíc,  cuya  palabra  se  ha  convertido  en  Andalucía.  En 
otro  lugar  diremos  algo  de  esta  etimología. 


16  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  ja  providencia  Con  cualidades  y  defectos  que  serán  propios  suyos,  con  una  cons- 
titución política,  civil  y  religiosa  mas  ó  menos  buena;  pero  crecerá,  llegando  á 
ocupar  entre  los  pueblos  el  lugar  que  Dios  allá  en  sus  impenetrables  designios  le 
tiene  designado. 

Al  estudiar  la  historia  en  su  conjunto  y  en  los  acaecimientos  sucesivos  que 
la  componen,  es  imposible  no  descubrir  la  ley  secreta  que,  oculta  bajo  las  apa- 
riencias del  azar  y  también  bajo  la  realidad  de  los  infortunios,  rige  providencial- 
mente los  destinos  de  la  humanidad.  A  tan  elevado  y  filosófico  carácter  debe  la 
historia  el  amor  que  la  profesan  cuantos  hombres  sienten  en  su  pecho  la  gran- 
deza y  verdad  de  la  idea  del  progreso,  y  no  es  esto  decir  que  no  posea  otros  en- 
cantos. Muchas  veces  sucede  que  al  entregarse  á  su  estudio  en*busca  de  testi- 
monios y  de  hechos  que  sirvan  de  apoyo  á  tan  noble  creencia,  observan  los  hom- 
bres que  íes  seduce  por  lo  mismo  que  ella  es ,  como  un  cuadro  de  los  tiempos 
que  fueron,  independiente  de  toda  inducción  política  y  social.  Bajo  este  aspecto, 
como  mero  relato  de  lo  que  hombres  de  la  misma  raza  que  nosotros  hicieron  en 
la  tierra  en  que  vivimos,  la  historia  interesa  á  lodos;  considerándola  desde  aquel 
punto  de  vista,  es  el  alimento  de  las  almas  graves  y  reflexivas ;  considerando1;^ 
desde  el  último,  forma  el  deleite  de  la  masa  general  de  los  lectores. 

Volviendo  ahora  á  nuestro  asunto,  y  esperando  que  ha  de  sernos  perdonada 
esta  corta  digresión,  diremos  que  de  los  cuatro  pueblos  que  hace  poco  hemos  nom- 
brado, eran  los  Vándalos  el  que  mas  belicoso  é  inquieto  se  mostraba.  Hemos 
visto  sus  devastaciones  en  la  España  meridional,  sus  correrías  piráticas,  para  de 
nuevo  y  con  mayor  ardor  combatir  con  los  Suevos,  sus  antiguos  enemigos,  y  es- 
tablecerse por  fin  en  la  parte  de  la  Bélica  que  se  llama  ahora  Andalucía.  Allí  vi- 
vían á  su  modo,  es  decir,  como  Vándalos  que  eran,  cuando  de  pronto  la  España 
se  vio  libre  de  su  azote  por  un  acontecimiento  que  aumentó  las  calamidades  del 
imperio  y  debia  acelerar  su  ruina. 

La  causa  de  tan  singular  emigración  fué  la  siguiente: 

425>  Valentiniano  III,  hijo  de  Constancioy  de  Placidia,  acababa  de  ser  proclamado 

emperador  de  Occidente,  ocupando  su  madre  la  regencia.  El  conde  Bonifacio,  va- 
ron  muy  distinguido,  era  prefecto  de  África,  pero  á  instigación  de  Aecio,  capitán 
de  mucho  mérito,  y  de  otros  cortesanos,  la  regente  le  destituyó  de  su  mando,  le 
declaró  enemigo  del  estado,  y  envió  contra  él  á  un  Godo,  llamado  Sigisvulto,  asa- 
lariado del  imperio,  quien  logró  desde  el  primer  momento  hacerse  dueño  de  Car- 
tago.  Irritado  por  semejante  afrenta,  Bonifacio  recurrió  á  los  Vándalos,  y  les  ofre- 
ció la  tercera  parte  de  las  posesiones  romanas  en  África  con  tal  que  le  vengasen  de 
sus  enemigos.  En  tanta  manera  ciega  á  los  hombres  la  peste  de  la  ira  que  ni  el 
amor  de  la  república,  ni  la  lealtad  que  le  debia,  ni  el  celo  de  la  religión  á  que  sin- 
gularmente era  aficionado,  fueron  parte  para  enfrenar  á  un  hombre  por  lo  demás 
tan  señalado  en  bondad  para  que  no  ejecutase  su  mal  propósito  y  saña.  Los  Ván- 
dalos, sin  cesar  hostigados  en  la  Península,  y  animados  quizás  del  deseo  de  mu- 

426.  danza  ,  aceptaron  con  gozo  la  oferta,  y  acaudillados  por  su  rey  Genserico  ,  her- 
mano de  Gunderico,  muerto  el  año  anterior,  después  de  haber  tomado  á  Sevilla, 

427  embarcáronse  todos  para  el  África  en  número  de  ochenta  mil  almas,  según  algu- 
nos historiadores,  hombres,  niños  y  mujeres,  no  dejando,  según  opinión  común, 
masque  su  nombre  á  la  provincia  que  habian  conquistado  y  habitado,  como  para 


CAP.    I. — ESPAÑA   GODA.  17 

perpetuar  su  recuerdo.  Llegados  á  África,  lograron  establecerse  allí  y  constituir  A- de  J  c 
un  Estado  que  llegó  á  infundir  temor  á  los  Romanos;  el  mismo  Bonifacio,  calma- 
da su  cólera  y  reconciliado  con  Placidia,  intentó  librarse  de  tan  peligrosos  veci- 
nos prometiéndoles  una  inmensa  suma  si  consentían  en  volver  á  España,  mas  to- 
do fué  en  vano.  Al  ver  la  inutilidad  de  sus  esfuerzos  salió  á  guerrear  contra  ellos, 
pero  lo  hizo  con  desventaja,  y  tuvo  que  abondonarles  el  África  después  de  estar 
sitiado  en  Hipona  por  espacio  de  mas  de  un  año  (1).  Genserico  ocupó  entonces  la  430. 
Mauritania,  y  fundó  el  imperio  contra  el  cual  Belisario  había  de  combatir  con 
tañía  gloria  en  tiempo  de  Justiniano. 

En  tanto  Teodoredo,  rey  de  los  Visigodos,  hacia  también  la  guerra  al  impe- 
rio. Olvidado  de  los  tratados  recien  estipulados  entre  Walia  y  los  Romanos,  rei- 
vindicaba con  las  armas  en  la  mano  la  integridad  de  las  provincias  galas  cedidas 
antes  á  Ataúlfo.  M  426  puso  sitio  á  Arles ;  pero  Aecio,  ó  mejor  uno  de  sus  ca- 
pitanes, le  obligó  á  retirarse.  Cuatro  años  después  emprendió  de  nuevo  el  sitio, 
pero  también  Aecio  socorrió  á  tiempo  la  ciudad  é  hizo  que  el  sitiador  abandonase 
su  empresa.  A  Aecio  se  debe  que  el  poderío  romano,  que  á  la  muerte  de  Honorio 
■  Creció  deber  derrumbarse  al  abismo,  apareciese  por  un  momento  con  mas  es- 
plendor ;  la  honra  de  que  cubrió  las  banderas  de  Roma  produjo  el  efecto  in- 
mediato de  inspirar  alguna  mayor  confianza  á  los Hispano-Romanos,  cansados  del 
yugo  de  los  Suevos,  y  en  431,  los  Gallegos  enviaron  á  él  una  diputación,  delatjue  431 
formaba  parte  el  obispo  Idacio,  implorando  su  auxilio  contra  aquellos  extranje- 
ros. Al  propio  tiempo  los  habitantes  de  Galicia  se  sublevaron  y  atrincheraron  en 
sus  poblaciones;  pero  Aecio,  que  no  quería  abandonarlas  Galias,  teatro  de  su  po- 
der, ni  separar  de  su  ejército  las  tropas  que  habrían  sido  precisas  para  reducir  á 
los  Suevos,  limitóse  á  enviar  á  los  pueblos  oprimidos  uno  de  sus  capitanes  para 
decirles  que  los  Romanos  tomaban  parte  en  sus  males  y  querían  que  los  Suevos 
respetasen  su  vida  y  sus  bienes.  No  era  esto  lo  que  esperaban  los  Gallegos,  pero 
así  y  todo,  este  lenguaje  causó  cierta  impresión  en  los  conquistadores,  quienes 
desde  entonces  emplearon  para  con  los  vencidos  mas  humano  trato. 

Destruidos  los  Alanos  (2),  y  los  Vándalos  en  África,  solo  quedaban  en  España 
los  Godos  y  los  Suevos,  nación  esta  belicosa  y  feroz,  pero  de  carácter  menos  de- 
vastador que  los  Vándalos.  No  contentos  con  dominar  en  Galicia,  los  Suevos,  sa- 
bedores de  que  los  Vándalos  habían  abandonado  la  Bética,  quisieron  apoderarse 
de  ella,  y  Rechila,  rey  ó  caudillo  de  aquel  pueblo,  emprendió  la  conquista  de  di- 
cho territorio.  Los  Romanos  y  los  habitantes  intentaron  resistirle;  pero  los  venció  440. 
en  una  gran  batalla  á  orillas  del  Singilis,  hoy  rio  Jenil ;  ocupó  luego  por  fuerza 
de  armas  Hispalis  y  Emérita,  y  en  tres  años  logró  reunir  bajo  su  dominación  Ga- 
licia, la  Bética  y  la  Lusitania. 

En  aquella  crisis  general,  los  mismos  gobernadores  romanos  abusaban  del 
poder  en  todos  los  puntos  donde  habían  podido  conservarlo  ;  la  división  se  mos- 
traba por  todas  partes,  y  el  pueblo,  agobiado  por  los  infortunios  públicos,  busca- 
ba su  remedio  en  sublevaciones  parciales.  Entonces  tomó  origen  en  las  campiñas 


(1 )  San  Agustín  murió  aquel  mismo  año  en  la  ciudad  sitiada. 

(2)  Dice  el  P.  Mariana  que  los  Alanos,  confundidos  con  los  Suevos,  perdieron  hasta  su  nombre, 
y  no  dejaron  otra  huella  en  España  que  el  nombre  de  Alanquer,  pueblo  en  tierra  de  Lisboa,  y  el  de 
Alanin,  caserío  en  los  montes  de  Sevilla. 

TOMO  H.  3 


18  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

la  facción  de  ios  Bacaudos,  especialmente  hacia  el  Océano  galo,  en  lo  que  son 
ahora  las  provincias  vascongadas. 

Según  algunos  historiadores,  y  entre  ellos  Perreras,  eran  ios  Bacaudos  sal- 
teadores, pero  no  les  da  este  nombre  un  escritor  del  siglo  v,  Salviano,  presbí- 
tero tarraconense,  que  llegó  á  ser  obispo  en  las  Galias.  Para  él,  los  Bacaudos  son 
hombres  desgraciados,  pobres,  oprimidos,  obligados  á  buscar  en  las  reuniones 
de  que  han  tomado  su  nombre  (Bagud  significa  en  celta  junta,  asamblea),  un  asi- 
lo contra  las  exacciones  y  tiranías  de  conquistadores  que  «se  apresuraban  á  devo- 
rar su  reino  de  un  instante. »  Las  mas  de  las  veces,  los  pueblos  se  entregaban  á  los 
Godos,  los  bárbaros  mas  ilustrados  y  humanos,  y  vivían  bajo  su  dominación,  non 
cum  subjectis,  sed  cum  fratribus  cliristianis ,  dice  Orosio.  «Preferían,  según  Sal- 
viano, vivir  libres  bajo  la  apariencia  de  la  servidumbre,  que  ser  esclavos  bajo  la 
apariencia  de  la  libertad  (I).» 

«El  nombre  de  Romano,  dice  Salviano,  tan  eslimado  antes  y  comprado  á 
tan  gran  precio,  parece  cosa  vana  en  el  clia,  y  es  voluntariamente  abandonado  ; 
¿por  qué  así?  ¿Qué  induce  á  los  hombres  á  la  extremidad  de  no  querer  ya  ser  Ro- 
manos? ¿Por  qué  renuncian  á  este  nombre?  ¿por  qué  lo  abjuran?  ¿Por  qué  los  que 
no  se  pasan  á  los  bárbaros  abrazan  ellos  mismos  la  vida  bárbara  ?  Muchos  Espa- 
ñoles y  Galos  así  lo  han  practicado,  y  lo  mismo  ha  sucedido  en  todo  el  mundo 
romano  con  todos  aquellos  á  quienes  la  iniquidad  romana  ha  obligado  á  renun- 
ciar á  este  nombre  (2).  Hablo  de  los  Bacaudos,  que,  por  la  saña  de  los  malos, 
han  sido  despojados,  oprimidos  y  diezmados.  A  la  vez  han  perdido  su  libertad, 
sus  derechos  y  el  nombre  de  romano,  que  les  era  tan  caro  ;  y  nosotros  les  impu- 
tamos como  un  delito  su  desgracia  ;  consideramos  como  un  crimen  su  levanta- 
miento necesario;  les  damos  un  nombre  que  expresa  su  ignominia;  los  llamamos 
rebeldes,  perdidos  (vocamus  perdüos),  nosotros  que  ios  hemos  impulsado  á  ha- 
cerse delincuentes!  Pues,  ¿por  qué  otra  cosa  son  Bacaudos  y  desertores  de  su  pa- 
tria sino  por  nuestras  injusticias,  por  la  iniquidad  de  ios  jueces,  por  la  codicia  de 
aquellos  que  han  invertido  en  beneficio  propio  los  caudales  exigidos  bajo  pretex- 
to del  bien  público,  de  aquellos  que,  no  contentos  con  despojar  á  los  hombres, 
como  los  ladrones  practican,  los  despedazan  y,  por  decirlo  así,  se  alimentan  de 
su  sangre  (et,  ut  ita  dicam,  sanguine  pascebantur)  ?  Por  tales  tropelías,  y  por  tal 
violencia  délos  jueces,  ha  sucedido  que  los  hombres  agobiados  y  casi  muertos, 
ya  que  no  se  les  permitía  vivir  como  Romanos,  han  querido  ser  lo  que  no  eran, 
no  siéndoles  lícito  ser  lo  que  habían  sido.  Perdida  su  libertad,  han  debido  salvar 
su  vida  y  se  han  hecho  Bacaudos,  y  solo  su  debilidad  puede  impedirles  abrazar 
este  partido.  Aquellos  que  no  le  toman  están  como  cautivos  oprimidos  bajo  el  yu- 
go de  los  enemigos,  y  sufren  por  necesidad  semejante  suplicio  sin  que  su  alma 
lo  consienta  (tolerant  supplicium  necessilate,  non  voto).  Así  son  tratados  todos  los 
débiles,  todos  los  humildes  {ita  ergo  cum  ómnibus  ferme  humilioribus  agitur.)» 


(1)  Aíalunt  enim  sub  specie  caplivitatis  vivero  iiberi,  quam  sub  specie  libertatis  esse  captivi. 
¿alvian.,  d;;  Gubernatione  Doi,  1.  V. 

(2)  Hiño  est  cüam,  quod  hi,  qui  ad  barbaros  non  confugiunt,  barbari  lamen  esse  coguntur,  sci- 
licet  ut  est  pars  magna  Hispanorum,  et  non  minimaGallorum,  omnes  denique,  quos  per  universum 
romanum  orbem  fecit  romana  íniíjuitas  jam  non  esse  Romanos,  üe  Bagaudis  nunc  mihi  sermo 
est...  ■  te.  Salvian.,  id.,  1.  V. 


CAP.    I. — ESPAÑA   GODA.  19 

Salviano  continua  su  generosa  defensa  de  los  Bacaudos,  é  indícalas  verdade- 
ras causas  de  su  insurrección  y  de  la  vida  agreste  que  adoptaban;  explica  el  por- 
qué de  haberse  arrojado  á  tan  fatales  extremos,  y  revela  con  ello  una  de  las  cau- 
sas de  la  débil  resistencia  opuesta  á  los  bárbaros  y  especialmente  á  los  Godos  por 
las  poblaciones  españolas. 

Descrita  la  tiranía  y  el  desorden  que  reinaba  en  los  territorios  poseídos  por 
íos  Romanos,  Salviano  añade:  «Semejantes  sufrimientos  no  pesan  sobre  los  Godos, 
ni  sobre  los  Romanos  que  viven  bajo  su  dominación  ;  y  por  esto  es  común  senti- 
miento de  cuantos  Romanos  están  entre  ellos  que  es  preferible  su  poder  y  juris- 
dicción al  poder  y  á  la  jurisdicción  de  los  magistrados  romanos.  El  único  deseo 
de  aquellos  hombres  en  su  voluntario  destierro  es  poder  vivir  siempre  bajo  la 
dominación  de  los  bárbaros.  Y  ¿ha  de  causarnos  extrañeza  que  nuestro  partido  no 
venza  al  de  los  Godos,  cuando  vemos  que  los  Romanos  prefieren  mas  estar  entre 
los  Godos  que  entre  nosotros?  Nuestros  hermanos,  no  solo  no  quieren  abandonar- 
los para  volver  con  nosotros,  sino  que  nos  abandonan  para  marcharse  con  ellos.» 

Este  era  el  estado  de  los  ánimos  en  España  á  fines  de  la  mitad  del  siglo  v. 
El  pueblo  abandonaba  el  partido  de  íos  Romanos ,  no  para  pasar  bajo  el  yugo 
de  los  Vándalos  y  de  los  Suevos,  sino  para  entrar  en  comunidad  social  con  los 
Visigodos,  quienes  en  medio  de  las  violencias  y  atropellos  que  les  eran  como  na- 
turales, se  mostraban  empero  dispuestos  á  aliarse  con  los  habitantes  del  país,  sin 
manifestar  contra  ellos  animosidad  alguna.  Esto  contribuye  á  explicar  la  facilidad 
con  que  los  Españoles  aceptaron  la  dominación  de  los  Godos,  y  como  estos  pu- 
dieron fundar  un  reino  en  España,  mientras  los  Alanos,  los  Vándalos  y  los  Sue- 
vos, sus  primeros  conquistadores,  fueron  arrojados  sucesivamente  de  la  Penín- 
sula, ó  á  lo  menos  no  pudieron  conservar  en  ella  el  poderío  político. 

En  Salviano  vemos  también  nacer  la  servidumbre  desde  los  últimos  tiempos 
de  los  Romanos,  constituida  por  los  poderosos  á  favor  de  las  calamidades  pú- 
blicas. 

«¿Quién  no  se  aflige,  dice  Salviano,  al  considerar  que  los  poderosos  solo  pa- 
recen haber  emprendido  la  protección  de  los  débiles  para  despojarlos  y  hacerlos 
mas  infelices  ?  Bajo  el  pretexto  de  defensa,  tales  protectores  empiezan  por  apo- 
derarse de  los  bienes  de  aquellos  que  se  ponen  bajo  su  amparo,  y  los  hijos 
pierden  su  herencia  para  alcanzar  la  seguridad  de  sus  padres.  Los  poderosos,  no 
solo  no  dan  nada  á  aquellos  á  quienes  toman  bajo  su  protección,  sino  que  se  lo 
arrebatan  todo  ;  véndenles  sus  mas  pequeños  favores, y  cuando  digo  que  los  ven- 
den, quisiera  Dios  que  fuese  del  modo  ordinario  ;  quizás  así  repollarían  los  com- 
pradores algún  beneficio.  Es  una  especie  de  venta  de  un  género  nuevo  en  la 
cual  el  que  vende  no  da  cosa  alguna  ;  una  especie  de  comercio  inaudito,  en  el 
que  toda  la  ganancia  es  para  el  vendedor,  sin  que  al  comprador  le  quede  mas 
que  la  miseria  (1). 

«Despojados  de  sus  bienes,  quédales  únicamente  su  propia  persona,  y  no 
tardan  en  perder  lo  único  que  habían  salvado  ;  arriéndanse  ellos  y  sus  hijos  para 
cultivar  las  tierras  agenas,  y  venden  su  libertad  por  algunas  medidas  de  trigo  y 
un  asilo.» 


(4)    Inauditum  hoc  comercii  genus  est :  venditoribus  crescit  facultas,  emptoribus  nihil  rema- 
net,  ni  sola  mendicitas.  Salvian.,  de  Gubernatione  Dei,  1.  V, 


20  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Así,  en  la  época  en  que  la  esclavitud  se  abolía,  sin  guerra  de  esclavos,  mer- 
ced á  la  constante,  aunque  indirecta  acción  de  la  Iglesia  de  Jesucristo,  aprove- 
chando el  universal  trastorno,  nacia  la  servidumbre.  «Al  hacer  á  tantos  hombres 
esclavos  de  la  gleba,  es  decir  del  campo  á  que  iban  unidos,  dice  Montesquieu, 
los  bárbaros  nada  introdujeron  que  no  se  hubiese  practicado  antes  de  su  con- 
quista con  mayor  crueldad  todavía  (1). » 

Yernos,  pues,  en  esta  época  de  descomposición  casi  todos  los  gérmenes  de  las 
instituciones  futuras.  El  municipio  romano,  con  sus  franquicias  independientes 
del  emperador,  no  perecerá  del  todo  en  el  inmenso  naufragio.  En  los  últimos 
tiempos  del  imperio,  habíanse  formado  en  España ,  bajo  el  nombre  de  Behetrías, 
corporaciones  aun  mas  libres  que  los  municipios  romanos,  casi  al  propio  tiempo 
que  las  ciudades  armóricas ,  apartadas  de  la  alianza  de  los  Romanos ,  se  cons- 
tituyeron por  algún  tiempo  en  repúblicas,  libremente  confederadas,  bajo  el  nombre 
de  Bacaudos,  que  se  halla  con  mucha  frecuencia  en  el  último  período  de  la  de- 
cadencia imperial  (2).  Las  Behetrías  españolas  no  desaparecieron  entre  los  estra- 
gos ele  la  invasión,  y  verémoslas  conservar  su  amenazada  libertad  por  espacio  de 
largos  siglos.  «En  varios  pueblos  de  Castilla  la  Vieja,  dice  Viardot  en  su  Histo- 
ria de  los  Árabes  de  España,  se  observa  todavía  una  costumbre  muy  notable 
nacida  déla  antigua  independencia  nacional;  y  consiste  en  no  admitir  ciudada- 
no alguno  á  los  cargos  de  alcalde  ó  de  regidor  sin  probar  antes  que  no  pertenece 
á  clase  alguna  de  nobleza.  En  esto  se  reconoce  un  vestigio  de  la  elección  de  los 
antiguos  decuriones,  que  eran  nombrados  por  sus  pares  y  no  podían  ser  tomados 
sino  en  la  clase  de  los  curiales. » 

Los  Bacaudos  de  España  eran  sin  embargo  mas  que  municipios,  grupos  de 
miserables  reunidos  libremente  á  las  órdenes  de  un  jefe,  que  divagaban  por  la 
campiña  para  procurarse  el  sustento.  Pueblos  enteros  tomaron  entonces  partido 
por  los  Bacaudos,  y  no  solo  les  daban  asilo,  sino  que  se  reunían  con  ellos  para  la 
defensa  común.  Algunas  de  aquellas  reuniones  de  hombres,  nacidas  de  las  des- 
gracias de  los  tiempos,  se  defendieron  á  veces,  en  una  posición  ventajosa,  contra 
los  Romanos,  y  contra  los  bárbaros,  Vándalos,  Alanos  y  Suevos,  y  también  con- 
tra los  Visigodos;  en  un  terreno  tan  quebrado  como  el  de  nuestra  patria,  existi- 
ría sin  duda,  alguna  de  aquellas  repúblicas  en  el  fondo  de  algún  profundo  valle, 
y  allí,  ó  en  la  cima  de  un  escondido  collado,  seríales  fácil  evitar  las  pesquisas 
de  todos  en  sus  chozas  de  tierra  ó  de  madera,  merced  á  las  turbulencias  y  á  la 
ignorancia  de  la  época. 


(1)  Montesquieu,  Grand.  y  Decad.  de  los  Romanos,  c.  XVIII. 

(2)  Este  nombre  aparece  por  primera  vez  en  el  siglo  m.  San  Gerónimo,  en  la  crónica  de  Euse- 
bio,  cita  las  siguientes  palabras  tomadas  de  Eutropio  1.  IX:  '.< Diocle lianus  in  consortinm  regni  Hercu- 
líum  Maximianum  assumit;  qui,  rusticorum  mulliludin>j  oppressa,  quos  faclioni  sute  Bacaudarum 
tiOincn  iiiáidcrat,  pacm  ■iiallis  áedit...» 


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CAP.  II. — ESPAÑA   GODA, 


CAPÍTULO  II. 

Conquistas  de  los  Visigodos  en  las  Galias. — Movimientos  de  los  Suevos  en  España.— Estado  político 
de  los  Godos  á  la  caida  del  imperio  romano. — Atila.— Teodoredo  y  Aecio  se  unen  contra  él.— 
Batalla  de  los  campos  Cataláunicos. — Muerte  de  Teodoredo.— Turismundo.— Teodorico.— El  em- 
perador Avito. — Teodorico  en  España.— Sus  victorias  contra  los  Suevos. — Acontecimientos  en  el 
reino  godo  hasta  la  elevación  de  Eurico. 

Desde  el  año  440  hasta  el  466. 

La  posición  de  los  Godos  respecto  délos  Romanos  íenia  algo  de  singular;  hu- 
biérase  dicho  que  el  genio  de  lo  porvenir  no  se  atrevía  á  aniquilar  al  genio  de  lo 
pasado.  Desde  la  muerte  de  Alarico  y  el  enlace  deAtaulfocon  Placidia,  por  religión, 
por  interés  y  por  política  habían  renunciado  los  invasores,  no  á  hacer  la  guerra 
para  obtener  tierras  yrescates,pero  sí  á  exterminar  al  caduco  imperio.  Mas  de  un 
solemne  tratado  de  alianza  se  habia  celebrado  entre  los  emperadores  y  los  caudi- 
llos godos,  y  en  todos  ellos  se  reconocía  la  supremacía,  el  dominio  eminente  de 
los  primeros ,  según  lenguaje  de  la  edad  media.  Sin  embargo  ,  á  la  menor  difi- 
cultad se  rompia  la  paz,  y  así  es  como  en  esta  época  vemos  á  Romanos  y  Godos 
vivir  en  continuas  alternativas  de  paz  y  de  guerra,  y  tan  pronto  marchar  unidos 
contra  los  enemigos  comunes  como  volverse  unos  contra  otros  sin  que  á  la  dis- 
tancia en  que  estamos  nosotros  de  ellos  colocados,  acertemos  á  explicarnos  de 
un  modo  satisfactorio  las  causas  de  tales  mudanzas.  En  la  época  de  que  ha- 
blamos, la  rivalidad  de  Bonifacio  y  de  Aecio  habia  elegido  otro  campo  que  la 
corte  de  Placidia;  los  dos  rivales,  como  dos  emperadores,  se  disputaban  la  pree- 
minencia con  las  armas  en  la  mano.  Aecio  salió  de  las  Galias  para  Italia  con 
un  ejército  compuesto  de  soldados  de  distintas  naciones,  encontró  á  Bonifacio,  y 
en  la  batalla  que  al  momento  se  empeñó,  mató  á  su  adversario  con  su  propia 
mano,  con  una  larga  lanza  que  habia  mandado  hacer  expresamente,  según  dicen 
algunos  historiadores.  Todo  parecía  conspirar  á  la  ruina  del  coloso  romano:  un 
defensor  del  imperio  dio  muerte  á  otro  defensor  del  imperio.  Teodoredo  aprove- 
chó esta  discordia  que  acababa  de  introducir  la  división  en  las  fuerzas  romanas, 
y  puso  sitio  á  Narbona.  Litorio,  general  romano,  que  peleaba  aun  en  nombre  de 
los  dioses  del  Capitolio,  socorrió  oportunamente  la  plaza,  venció  á  los  sitiadores 
y  los  persiguió  hasta  Tolosa,  capital  ya  del  nuevo  reino  que  habia  de  formarse 
de  un  modo  definitivo  en  tiempo  del  rey  Eurico.  Envanecido  con  su  triunfo,  Li- 
torio abrigó  por  un  momento  la  esperanza  de  exterminar  á  los  Godos,  y  llevó  sus 
reales  delante  de  Tolosa.  Los  Godos,  rudamente  atacados,  solicitaban  la  paz,  mas 
el  Romano  se  la  negó.  Teodoredo  y  los  suyos  resolvieron  entonces  invocar  el 
auxilio  del  cielo  y  correr  los  azares  de  una  batalla;  y  con  las  preces  de  los  obis- 


'    §2  HISTORIA   GENERAL   RE   ESPAÑA. 

ie  J-  c'  pos  y  la  protección  de  Dios,  dicen  las  crónicas  contemporáneas,  el  cristiano  Teo- 
doredo  venció  al  gentil  Liíorio.  El  fervor  religioso  de  los  Godos  inflamó  su  valor; 
de  aquel  trance  dependia  su  fortuna  en  Occidente,  y  en  efecto,  con  la  ayuda  de 
Dios  y  de  su  espada  hicieron  maravillas,  quedando  Litorio  muerto  en  la  pelea. 

De  este  modo  iba  estableciéndose  el  reino  de  los  Visigodos  en  la  Galia  me- 
ridional, y  la  derrota  de  Litorio  extendió  sus  fronteras  hasta  el  Ródano.  Teodo- 
redo  puso  guarnición  visigoda  en  muchas  de  las  ciudades  abandonadas  por  los 
Romanos;  casi  todos  los  pueblos,  fatigados  del  desorden  y  de  los  vejámenes  del 
gobierno  romano,  los  recibieron  con  las  disposiciones  que  nos  ha  explicado  Sal- 
viano. 

Encontrábase  entonces  en  las  Galias  en  calidad  de  prefecto  del  pretorio, 
A  vito,  suegro  de  Sidonio  Apolinar,  el  obispo  poeta,  cuyos  poemas  retratan  mas 
al  vivo  y  con  mayor  verdad  aquella  azarosa  época  que  cuantas  crónicas  han  lle- 
gado hasta  nosotros.  Avito  intervino  en  la  contienda,  y  como  se  habia  granjeado 
el  afecto  así  de  los  Godos  como  de  los  Galos,  no  tardó  en  celebrarse  la  paz. 

Hemos  dicho  la  extensión  que  habia  tomado  en  España  la  dominación  de  los 
Suevos,  al  paso  que  los  Godos,  ocupados  enteramente  en  sus  asuntos  délas  Ga- 

442.  lias,  habíanse  debilitado  en  ella.  En  442,  los  Suevos  habían  llevado  sus  conquis- 
tas hasta  la  provincia  cartaginesa;  el  conde  Sebastian,  que  pasaba  al  África  para 
combatir  á  los  Vándalos,  desembarca  en  Barcelona,  é  intenta  recobrar  el  terreno 
que  los  Romanos  habían  perdido;  pero  obligado  por  el  deber,  parte  en  breve,  no 
sin  haber  obtenido  antes  de  los  Suevos  la  restitución  de  la  Garpeíania  y  de  la 
provincia  de  Cartagena.  En  algunas  obras  se  habla  de  la  sumisión  de  los  Bacau- 

443,  dos  acaecida  el  año  siguiente,  pero  hemos  ya  insinuado  las  probabilidades  de 
que  fuese  tal  sumisión  muy  ilusoria  en  un  país  como  el  nuestro.  Lo  que  parece 
sí  acreditado  es  que  durante  este  mismo  año,  Asturio,  dux  utriusque  militice,  y 
Merabaudo,  sujetaron  á  la  obediencia  romana  el  uno  á  gran  porción  de  la  Tar- 
raconense, y  el  otro  á  los  Árecelüanos,  habitantes  sublevados  de  las  montañas. 

Pásanse  tres  años:  Vito,  magister  utriusque  militice  (conviene  observar  la  di- 
ferencia que  introduce  el  tiempo  en  los  títulos  militares),  con  un  cuerpo  de  auxi- 
liares godos,  ataca  á  los  Suevos,  pero  es  rechazado  y  puesto  en  fuga.  El  imperio 
suevo  parece  consolidarse  al  mismo  tiempo  que  se  ensancha;  mas  los  pueblos  se 
resisten  todavía  y  solo  sufren  el  yugo  por  encontrarse  abandonados  y  divididos. 

Dos  años  después,  la  religión  cristiana  obra  una  revolución  entre  los  Sue- 
448.  vos  de  España.  Rechila,  que  era  gentil  como  la  mayor  parte  de  sus  compañeros, 
muere  en  Emérita,  la  ciudad  de  los  legionarios,  que  probablemente  habia  con- 
vertido en  su  capüal;  su  hijo  Recciaro,  que  le  sucede,  se  convierte  al  cristia- 
nismo, y  de  su  conversión  datan  las  alianzas  de  familia  entre  los  caudillos  suevos 
y  los  caudillos  godos.  Recciaro  obtuvo  la  mano  de  la  hija  de  Teodoredo,  la  que 
pasó  de  la  corte  de  su  padre  arriano  á  los  brazos  del  Suevo  recién  convertido. 
Recciaro  no  abandonó  por  ello  su  oficio  de  conquistado]-,  y  esta  vez  hizo  la  guer- 
ra á  los  Romanos,  no  al  sur,  sino  al  norte,  paseando  sus  tropas  por  el  territorio 
de  los  Vascones  pirenaicos  (1),  lo  cual  indica  cierto  genio  político;  parece  que 
tendía  hacia  el  reino  de  su  suegro,  que  deseaba  extender  su  dominio  hasta  los 
Pirineos,  como  si  comprendiese  que  en  ellos  habían  de  apoyarse  sus  reinos  futu- 

( i )     Yre"ase  la  crónica  de  Idacio  y  la  de  Isidoro  de  Sevilla. 


CAP.    II.—  ESPAÑA    GODA.  23 

ros.  ¿Por  qué  España  fué  goda  y  no  sueva?  Quizás  se  deba  esío  únicamente  al 
valor  de  ios  Vascones.  Estos  hicieron  al  bárbaro  la  guerra  de  emboscadas,  y  aun- 
que vencedor  en  los  llanos  y  en  algunos  valles  espaciosos,  Recciaro  no  pudo 
sostenerse  en  ei  país.  Tan  cerca  de  su  suegro,  quiso  no  obstante  visitarle,  y  de- 
jando á  los  suyos  divagando  por  las  fuentes  de!  fíbro,  pasó  los  Pirineos  y  llegó  á 
Tolosa,  donde  con  su  bárbara  rudeza  llenó  de  admiración  á  la  fcorte  bárbara 
también  del  Visigodo  Teodoredo. 

Desde  Tolosa  ¿volvióse  Recciaro  á  España?  Así  lo  afirman  ídacio  é  Isidoro  de 
Sevilla,  pero  oíros  historiadores  le  nombran  entre  los  caudillos  que  se  opusieron 
á  la  invasión  de  Atila,  y  creen  que  cooperó  á  su  derrota.  Según  ídacio  ó  Isidoro, 
tardó  poco  tiempo  en  regresar  entre  los  suyos,  y  siguiendo  el  curso  del  Ebro, 
cuyas  márgenes  devastó,  tomó  y  saqueó  á  César  Augusta  y  á  Ilerda  en  el  país  de 
los  liergetas,  que  dependían  aun  de  los  Romanos,  dejando  á  su  izquierda  el  ter- 
ritorio ocupado  por  los  Godos,  que  era  de  poca  extensión  y  solo  comprendía  el 
país  de  los  antiguos  Indigetas ,  Áusetanos,  Lacetanos  y  Laletanos,  entre  los  Piri- 
neos, el  Rubricatus  y  el  Sicoris  (elLlobregat  y  el  Segre),  siendo  de  advertir  ade- 
más que  le  ocupaban  en  nombre  de  los  Romanos  siempre  que  se  encontraban  con 
ellos  en  paz.  Desde  este  punto  de  partida,  dentro  del  cual  estaba  Barcelona,  el 
poder  de  los  Godos  debia  extenderse  progresivamente  sobre  tocia  la  Península; 
vérnosle  crecer  primero  en  las  Galias  para  desbordar  luego  sobre  España,  y 
en  poco  tiempo  establecerse  sólidamente  en  ella  desde  los  Pirineos  hasta  el 
Océano.  Por  esto  es  que  importa  no  perderle  de  vista  en  sus  progresos  y  en  su 
primitivo  modo  de  existir  en  las  Galias. 

A  mediados  del  siglo  v  ,  cuando  nacían  con  inauditos  trabajos  las  naciones 
modernas,  Teodoredo,  jefe  de  una  numerosa  familia,  poseía  con  mayor  ó  menor 
estabilidad  mas  allá  de  los  Pirineos,  una  extensión  de  territorio  bastante  dilatada 
para  que  pudiese  llamarse  un  reino.  Llevaba  el  título  de  rey,  es  decir  que  era  el 
caudillo  de  su  nación,  y  aunque  estaba  investido  de  grandes  poderes,  no  podia 
ejercerlos  sino  á  la  "vista  y  con  fiscalización  de  todos.  Junto  á  los  reyes  godos 
habíase  formado  una  especie  de  nobleza  sin  derechos  fijos,  sin  privilegios  escri- 
tos, compuesta  de  aquellos  que  mas  se  habían  distinguido  en  los  combates;  y  los 
hombres  que  la  componían,  valientes  y  animosos,  eran  respetados,  oídos  y  te- 
nían lo  que  en  el  día  llamamos  la  fuerza  moral.  Mas  generosos,  mas  aguerridos, 
mas  sagaces,  en  una  palabra,  mas  aptos  que  la  multitud,  ejercían  gran  influencia 
en  el  cuerpo  déla  nación;  rodeaban  siempre  al  soberano,  y  superiores  muchas 
veces  á  él  por  el  valor  y  el  mérito  personales,  eran  sus  consejeros,  sus  defenso- 
res y  también  sus  enemigos.  La  paz,  la  guerra  y  los  asuntos  todos  eran  debatidos 
entre  el  rey  y  sus  magnates,  que  eran  la  representación  de  la  masa  nacional.  En 
la  corte  de  los  reyes  godos  vemos  los  primeros  destellos  de  la  libertad  de  que  se 
gozó  en  Europa  durante  la  edad  media,  de  todas  las  instituciones  que  tanta  vida 
y  energía  comunicaban  al  individuo  aislado,  aun  cuando  quizás  de  ellas  se  re- 
sintiese el  todo;  en  una  palabra,  el  régimen  político  de  los  Godos  fué  el  primer 
paso  hacia  el  régimen  feudal  tan  calumniado  como  desconocido,  y  que  luego  de 
haber  degenerado,  acabó,  como  á  su  tiempo  veremos,  en  las  monarquías  absolu- 
tas del  siglo  xvi  y  en  los  gobiernos  déla  época  presente  que  parten  mas  cada  dia 
de  principios  enteramente  opuestos. 


24  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Yolvamos  á  Teodoredo  ,  de  quien  hemos  dicho  que  contaba  con  numerosa 
prole ,  seis  hijos  y  dos  hijas.  A  su  tiempo  veremos  la  fortuna  de  los  hijos ;  en 
cuanto  á  las  hijas ,  casóse  la  mayor  con  Recciario,  y  la  menor  con  Hunerico,  hijo 
del  Vándalo  Genserico.  Varios  historiadores  colocan  este  enlace  entre  las  causas 
que  llevaron  á  Atila  á  Occidente.  En  aquella  época  en  que  se  creia  haberlo  ya 
visto  todo  en  materia  de  barbarie  ,  apareció  el  azote  de  Dios.  Desde  su  reino  com- 
puesto, no  de  ciudades,  sino  de  inmensos  campos  entre  el  Tañáis  y  el  Danubio, 
habíase  mostrado  ya  una  vez  para  terror  del  mundo.  Vencedor  de  los  Persas  en 
Asia  ,  habia  sometido  á  los  bárbaros  de  Europa  ,  desde  la  Escitia  hasta  la  Es- 
candinavia.  El  Norte  todo  era  subdito  ó  aliado  suyo  ;  con  sus  hordas  habia  sem- 
brado el  espanto  en  Constantinopla  y  solo  al  precio  de  la  íliria  ,  de  seis  mil  libras 
de  oro  y  de  un  tributo  anual ,  habia  permitido  al  emperador  (1)  que  continuara 
reinando. 

Aquel  caudillo  en  su  casa  de  madera  en  la  cual  nos  lo  representa  Prisco,  se- 
ñor de  todas  las  naciones  bárbaras ,  y  en  cierta  manera  de  casi  todas  las  civili- 
zadas ,  fué  uno  de  los  mas  grandes  monarcas  de  que  jamás  haya  hablado  la  his- 
toria. 

En  su  corte  se  veian  los  embajadores  romanos  de  Oriente  y  Occidente  ,  que 
iban  á  recibir  sus  leyes  ó  á  implorar  su  clemencia.  Ya  exigia  que  le  fuesen  en- 
tregados los  Hunos  desertores,  ó  los  esclavos  romanos  que  se  habían  fugado; 
ya  que  fuese  puesto  á  disposición  suya  algún  ministro  del  emperador.  El  anual 
tributo  que  percibía  del  imperio  de  Oriente  ascendía  á  dos  mil  libras  de  oro  ;  re- 
cibía las  asignaciones  de  general  de  los  ejércitos  romanos ;  enviaba  á  Constanti- 
nopla á  aquellos  á  quienes  queria  premiar  para  que  se  les  colmase  de  bienes ;  en 
una  palabra,  hacia  continuo  y  muy  lucrativo  comercio  con  el  terror  que  habia  lo- 
grado inspirar  á  todos. 

Era  temido  de  sus  subditos ,  y  parece  que  estos  le  profesaban  amor.  Sobre- 
manera fiero  al  paso  que  astuto ;  ardiente  en  su  enojo  ,  pero  sabiendo  al  mis- 
mo tiempo  perdonar  ó  diferir  el  castigo ,  según  mejor  convenia  á  sus  intereses, 
no  hacia  la  guerra  sino  cuando  la  paz  no  le  proporcionaba  bastantes  ventajas; 
servido  fielmente  hasta  por  los  reyes  que  de  él  dependían  ,  habia  conservado  en 
su  vida  la  antigua  sencillez  de  costumbres  de  los  Hunos.  Por  lo  que  hace  á  su 
valor  no  merece  por  cierto  grandes  alabanzas  si  se  atiende  á  que  era  caudillo  de 
una  nación  en  la  cual  los  hijos  se  manifestaban  poseídos  de  bélico  ardimiento  al 
escuchar  las  brillantes  hazañas  de  sus  padres,  y  en  que  estos  derramaban  lágri- 
mas cuando  ya  no  podían  acompañar  á  sus  hijos  al  combate. 

Eran  los  Hunos ,  según  las  relaciones  contemporáneas ,  de  aspecto  aun  mas 
feroz  que  los  primeros  bárbaros  que  habían  invadido  la  Europa  ,  y  en  trato  y  co- 
mida groseros,  tanto  que  ni  de  fuego  ni  de  guisados  solían  usar,  sino  de  raices 
y  de  carnes  calentadas  entre  sus  muslos,  sustentando  á  veces  su  vida  con  la  san- 
gre de  sus  caballos ,  pues  para  esto  les  abrían  las  venas  y  los  sangraban. 

Expliquemos  ahora  como  el  enlace  de  la  hija  de  Teodoredo  pudo  influir  en  la 
resolución  del  héroe  de  la  barbarie.  Entre  Atila  y  Genserico  ,  rey  de  los  Vánda- 
los, mediaba  estrecha  alianza,  y  Prisco,  que  así  lo  afirma,  lo  funda  en  varias  cau- 


¡1)    Teodosio  II. 


CAP.   II, — ESPAÑA   GODA.  25 

sas  políticas.  Los  Vándalos  habían  quebrantado  su  pasada  amistad  con  los  Go- 
dos ,  pues  por  una  sospecha  de  envenenamiento  ,  Hunerico  habia  mandado  cor- 
jar  la  nariz  y  las  orejas  á  su  esposa ,  enviándola  luego  á  su  padre.  Semejante 
atrocidad  excitó  con  violencia  la  cólera  de  Teodoredo  ,  y  temiendo  el  Vándalo  su 
venganza  ,  impulsó  á  Atiía  á  no  retardar  la  conquista  del  Occidente  :  dueño  de 
la  Germania  ,  de  las  Galias  y  de  España ,  los  Vándalos  le  auxiliarían  en  Áfri- 
ca, y  el  mundo  hubiera  sido  su  conquista.  Habrían  estrechado  al  imperio  de  Oc- 
cidente, provincias,  reinos  y  cuanto  de  él  dependía,  entre  sus  formidables 
brazos ,  y,  como  Laoconte  y  sus  hijos  entre  los  anillos  de  la  serpiente ,  el  mundo 
romano  habría  exhalado  el  postrer  aliento  entre  espantosas  convulsiones.  Tal  era 
la  política  del  Vándalo  ,  y  el  Huno  la  comprendió  ;  armado  de  dos  ó  tres  pretex- 
tos ,  cosa  bien  inútil  para  él ,  declaró  la  guerra  al  imperio ,  reclamando  entre 
otras  coí-as  que  le  fuese  entregada  Honoria ,  hermana  del  emperador,  y  su  prome- 
tida esposa.  Atila  puso,  pues,  en  movimiento  á  todas  sus  naciones;  sus  campa- 
mentos fueron  levantados  todos  á  la  vez,  y  el  enjambre  de  sus  guerreros  empren- 
dió la  marcha  hacia  la  Germania  y  las  Galias. 

Después  de  muchas  vicisitudes ,  Aecio  habia  empuñado  otra  vez  con  mano 
firme  el  gobierno  de  las  Galias.  Hallábase  en  paz  con  Teodoredo  ,  pero  no  pudo 
impedir  que  Hlodion  ,  rey  de  los  Francos ,  que  habia  llevado  sus  armas  hasta  el 
Somma  ,  se  estableciese  en  sus  riberas.  Hlodion  tenia  dos  hijos ,  y  muerto  su  pa- 
dre ,  los  votos  de  los  Francos  se  dividieron  entre  ellos ,  recurriendo  el  uno  al  je- 
fe de  los  Hunos ,  y  el  otro  al  emperador  romano. 

Durante  la  marcha  de  Atila ,  habían  tenido  lugar  muchas  negociaciones, 
siendo  curioso  observar  que  la  diplomacia  desempeñaba  y  tenia  gran  parte,  lo  mis- 
mo que  ahora,  en  los  asuntos  de  aquella  época.  Valen tiniano  ,  Teodoredo  y  Ati- 
la enviáronse  varios  embajadores ,  al  tiempo  que  Aecio  lo  disponía  todo  para  re- 
cibir dignamente  á  las  hordas  de  los  Hunos.  Teodoredo  ,  no  sin  vacilar  mucho 
antes  de  adoptar  un  partido  ,  habia  reunido  su  ejército  con  el  de  Aecio,  y  él  mis- 
mo, acompañado  de  sus  dos  hijos  mayores,  Turismundoy  Teodorico  ,  fué  á  pres- 
tar á  los  Romanos  el  auxilio  de  su  espada. 

Aecio  y  Teodoredo  se  dirigieron  á  toda  prisa  al  encuentro  de  los  invasores, 
y  halláronlos  detenidos  por  el  Loire,  delante  de  Orleans ;  al  saber  la  llegada  de 
los  Godos  y  Romanos ,  Atila  se  retiró  á  los  campos  Gatalaunicos ,  que  algunos 
llaman  también  Mauricios  (1). 

El  rey  de  los  Hunos  detúvose  allí  con  sus  hordas ,  entre  las  que  habia  pue- 
blos de  todas  razas,  Ostrogodos ,  Gépidos ,  Hérulos ,  Rugíanos ,  Escitas ,  Bur- 
guodios ,  Francos  y  Turingios  en  número  de  quinientos  mil.  Aecio  y  Teodoredo 
no  tardaron  en  presentársele  delante,  llevando  consigo  Italianos,  Visigodos,  Ala- 
nos ,  Alemanes,  Ripuarios ,  otros  Burgundios  y  otros  Francos  á  las  órdenes  estos 
de  Meroveo  (Mere-wig.J.  Aecio  supo  interesar  en  la  causa  de  los  Romanos  á  to- 
dos aquellos  pueblos  de  origen  y  costumbres  tan  diversas:  los  Lelos ,  los  Armori- 
canos,  los  Galos,  los  Sármatas  habían  acudido  en  masa  bajo  sus  pendones.  Dos 


(1)  Convenitur  itaque  in  campos  Catalaunicos  qui  et  Mauriaci  nominantur.  Jornand.,  c.  37. — 
La  batalla  se  dio  en  las  llanuras  de  Champaña  entre  Arcis  del  Aube  y  Chalons  del  Mame.  Vése  to- 
davía el  lugar  en  que  se  empeñó ,  y  los  lumuli  que  encierran  restos  humanos  que  datan  de  catorce 
siglos. 

TOMO  II.  4 


26  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

C. 


mundos  estaban  allí  el  uno  delante  del  otro  (1),  y  cristianos ,  gentiles  é  idólatras 
iban  á  tomar  parte  en  la  horrorosa  batalla. 

Átila  manifestó  cierta  vacilación  cuyas  causas  no  se  saben,  y  dejó  pasar 
gran  parte  del  dia  sin  poner  en  movimiento  su  ejército  ,  hasta  que  por  fin  á  la 
hora  nona  del  dia  ,  según  modo  de  contar  de  los  antiguos ,  es  decir  á  las  tres  de 
45i.  la  tarde,  circa  nonam  dieihoram  (2),  ordenó  la  carga.  La  pelea  fué  terrible,  nun- 
ca vista;  ios  combatientes  se  chocaban  por  batallones  de  cien  mil  hombres.  En 
pocos  instantes  la  tierra  cambió  de  color ,  y  en  breve  desapareció  bajo  montones 
de  cadáveres ;  los  que  aun  vivian  andaban  y  peleaban  sobre  cuerpos,  sobre  cabe- 
zas ,  sobre  miembros  calientes  aun  y  palpitantes ,  y  á  cada  momento  hacían  mas 
compacta  aquella  alfombra  de  muerte,  que  manaba  sangre  y  dejaba  oir  mil  es- 
tertores de  agonía  ,  mientras  sin  cesar  se  mataban  aquellos  á  quienes  sostenía. 
Ancianos  que  habían  estado  en  la  batalla  referían  que  un  riachuelo  que  atravesa- 
ba la  inmensa  llanura  se  convirtió  en  impetuoso  torrente ,  engrosado,  no  por  las 
lluvias,  sino  por  la  sangre ;  y  que  los  heridos  se  arrastraban  hacia  él,  é  impulsa- 
dos por  su  sed  ardiente  ,  bebían  la  sangre  con  que  engrosaran  su  corriente  (3). 
La  matanza  no  cesó  hasta  llegada  la  noche  ,  y  ciento  sesenta  y  dos  mil  hombres 
yacían  amontonados  en  el  campo  ;  pocas  horas  habían  bastado  para  aquella  obra 
de  destrucción. 

Teodoredo,  que  mandaba  el  ala  derecha,  se  habia  lanzado  á  lo  mas  recio  de 
la  pelea  en  busca  de  Atila,  y  fué  muerto  de  los  primeros.  Unos  dicen  que,  arroja- 
do de  la  silla ,  habia  sido  pisoteado  por  los  suyos  en  el  ardiente  combate  ,  y  otros 
que  cayó  herido  de  un  flechazo  que  le  disparó  el  ostrogodo  Andage.  Su  cuerpo  se 
encontró  sepultado  bajo  un  gran  montón  de  cadáveres,  pero  Atila  habia  sido  ven- 
cido. Detrás  del  muro  de  carros  que  defendían  sus  reales ,  el  Huno  pasó  una  no- 
che furiosa;  golpeaba  sus  armas  y  cantaba,  como  un  león  cercado  por  los  cazado- 
res que  se  agita  rugiente  en  su  caverna  (4). 

El  hijo  primogénito  de  Teodoredo  ,  Turismundo  ,  había  sido  herido  en  la 
cabeza  y  se  salvó  á  duras  penas.  Aecio,  que  á causa  déla  noche,  no  habia  podido 
dirigir  movimiento  alguno  ,  y  que  creia  sus  pérdidas  mayores  de  las  que  fueron,, 
no  se  atrevía  á  creerse  vencedor  de  Atila  ;  pero  llegado  el  dia  pudo  convencerse 
que  de  los  muertos  que  cubrían  la  tierra  como  gavillas  hacinadas ,  el  mayor  nú- 
mero pertenecía  al  ejército  de  los  Hunos.  Atila  ,  rodeado  de  sus  carros ,  perma- 
neció tranquilo  todo  aquel  dia  ;  después  de  su  heroica,  poética  y  báquica  exalta- 
ción de  la  noche ,  el  cansancio  se  habia  apoderado  de  él  y  dormía  en  brazos  de  la 
ira  y  de  la  embriaguez.  Aecio  deliberó  si  le  atacaría  ,  y  aunque  el  genio ,  ó  por 
mejor  decir  el  patriotismo  ,  pues  Aecio  estaba  dotado  de  un  genio  superior,  así  lo 
exigía  ,  el  general  romano  vaciló  :  los  animosos  esfuerzos  de  los  Godos  en  la  ba- 


(1 )  Fit  crgo  área  innumerabilium  populorum  pars  illa  terrarum.  Jornand.,  c.  36. 

(2)  Id. ,  c.  37. 

(:¡)  Si  scnioribus  credere  fas  est ,  rivulus  memorati  campi  humili  ripa  prolabens  ,  perempto- 
rum  vulneribus  sanguino  multo  provectus  ,  non  anchis  imbribus ,  ut  solebat ,  sed  liquore  concita- 
tus  insólito,  torrens  factus  est  cruoris  augmento;  et  quos  illic  coegit  in  aridam  sitim  vulnus 
inílicturn ,  fluenta  mixta  clade  traxerunt:  ita  coustricti  sorte  miserabili  sordebant,  potantes  sangui- 
nem  ,  quem  fudere  sauciati.  Jornand. ,  c.  40. 

(i)  Strepens  armis  tubis  canebat ,  incussiouemque  minabatur :  velut  leo  venatoribus  pressus, 
speluncaj  ad  itus  obambulans.  Jornand. ,  c,  40. 


CAP.   II. — ESPAÑA  GODA.  27 

talla  hiriéronle  temer  quizás  que  una  vez  destruido  Atila,  tomasen  harto  aseen-  A.deJ.c. 
diente  en  los  negocios  del  imperio,  y  otorgó  la  vida  á  Atila  por  temor  de  sus  ene- 
migos. 

El  Huno  habia  creído  llegada  su  última  hora ,  y  se  preparó  para  ella  con 
bárbaro  heroísmo;  con  las  sillas  de  sus  caballos  habia  mandado  elevar  una  pira 
en  medio  de  su  campamento  ,  cercado  por  las  tropas  de  Aecio  ,  y  una  parle  del 
cual  habia  sido  ya  tomado.  Atila,  que  habia  sido  el  terror  de  los  Romanos,  íemia 
sobre  todo  llegar  á  ser  su  esclavo  ó  su  juguete  ;  pero  al  día  siguiente  conoció  que 
Dios  no  habia  señalado  aun  su  hora  postrera.  El  silencio  que  á  su  alrededor  rei- 
naba (1),  revelóle  que  sus  enemigos  renunciaban  á  destruirle;  ambiciosos  sueños 
halagaron  otra  vez  su  fantasía  ,  y  tomó  el  camino  de  Italia  y  de  Roma ,  á  donde 
no  llegó  por  haber  detenido  sus  pasos  León  el  Magno  que  le  salió  al  encuentro 
á  las  riberas  del  Mincio. 

¿Por  qué  Aecio,  porqué  los  dos  hijos  de  Teodoredo,  Turismundo  y  Teodo- 
rico  ,  dejaron  que  se  escapara  su  presa  ?  Ya  lo  hemos  dicho;  el  general  romano 
obedeció  auna  política  recelosa  y  mezquina;  y  como  los  Godos  en  el  entusiasmo 
de  la  victoria  proclamasen  rey  á  Turismundo  ,  pero  hubiese  esta  elección  par- 
cial de  ser  confirmada  y  sancionada  por  el  resto  de  la  nación,  persuadió  con  faci- 
lidad al  hijo  de  Teodoredo  de  que  sus  intereses  le  llamaban  á  Tolosa.  Turismun- 
do partió  en  efecto  con  su  hermano  ;  Aecio  se  retiró  también  por  otro  lado  ,  y  de 
allí  el  prolongado  silencio  que  tanto  sorprendiera  á  Atila. 

De  regreso  á  la  capital  del  reino  godo  en  las  Galias ,  Turismundo  tomó  po- 
sesión de  los  tesoros  de  su  padre ,  y  como  todo  el  ejército  ponderaba  el  valor  que 
desplegara  en  los  campos  Gataláunicos,  fué  por  todos  aclamado  rey. 

La  paz  entre  Godos  y  Romanos  no  fué  de  larga  duración  ,  y  Turismundo 
pasó  el  Ródano  con  intención  de  apoderarse  de  Arles.  La  causa  de  la  discordia 
era  quizás  la  distribución  del  botin  cogido  á  los  Hunos  ,  y  Turismundo  se  cal- 
mó y  abandonó  sus  belicosos  proyectos  después  de  enviarle  Aecio  un  gran  vaso 
de  oro  que  pesaba  quinientas  libras,  adornado  con  piedras  preciosas. 

El  reinado  de  Turismundo  fué  de  muy  corta  duración.  Soberbio  y  cruel  mas 
de  lo  que  podían  tolerarlo  los  hombres  libres  y  firmes  á  quienes  mandaba ,  atrá- 
jose  en  breve  el  odio  de  los  suyos ,  y  en  aquella  época  de  violencia,  sus  hermanos 
Teodor-ico  y  Federico  ,  recurrieron  al  asesinato  para  librarse  de  él ,  é  hiriéronle 
dar  muerte  por  uno  de  sus  oficiales  á  quienes  algunos  historiadores  llaman  As- 
calerno,  un  año  después  de  su  elevación.  Idacio  con  su  brevedad  ordinaria  ,  452. 
insinúa  que  Turismundo  abrigaba  la  idea  de  hacerlos  matar  (2). 

Los  Godos  reconocieron  por  rey  al  mayor  de  ambos  hermanos ,  bajo  el  nom- 
bre de  Teodorico.  La  paz  celebrada  con  los  Romanos  por  Turismundo  con  la 
mediación  de  Avito  ,  subsistía  aun ,  y  Teodorico ,  lejos  de  romperla ,  quiso  ma- 
nifestar á  Yalentiniano  cuan  caros  le  eran  sus  intereses ,  prestándole  el  auxilio 
de  sus  armas  para  reducir  á  un  cuerpo  de  Bacaudos  que  se  habia  hecho  dueño 


(1)  Sed  ubi  hostium  absentiá  suntlonga  silentia  consecuta  ,  erigitur  mens  ad  victoriam  ,  gau- 
dia  praasumuntur ,  atque  potentis  regis  animus  in  antiqua  fata  revertitur.  Jornand.,  c.  40. 

(2)  Thorismo,  rex  Gothorum,  spirans  hostilia  in  Theodorico  et  Frederico  fratribus  jugulatur. 
Idac.  Cr. 


"  de  parte  del  territorio  tarraconense.  Su  hermano  Federico  recibió  el  mando  de  la 


HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

do  J.  C. 
45  í. 

expedición,  y  según  los  historiadores,  obtuvo  señaladas  victorias. 

Valentiniano  III ,  de  natural  violento  y  apasionado ,  mandó  dar  muerte  por 
aquel  entonces  á  Aecio  ,  el  sosten  del  imperio,  el  vencedor  de  Atila,  ya  para 
castigarle  de  haber  dejado  con  vida  al  rey  huno  ,  según  algunos  pretenden ,  ya 
porque  su  gloria  le  importunase ,  según  dicen  otros.  En  la  corle  imperial  vivia 
Máximo ,  senador  de  la  familia  Anicia ,  célebre  por  sus  relaciones  con]  San  Ge- 
rónimo, junto  con  su  esposa  de  extremada  hermosura.  Valentiniano ,  ;  que  solo 
prestaba  oido  á  sus  pasiones ,  concibió  el  deseo  de  poseerla ,  y  con  astucia  y  fuer- 
za llegó  á  hacerla  suya,  pero  esto  le  perdió.  La  esposa  de  Máximo  murió  como 
Lucrecia,  sin  necesitar  del  puñal ;  su  vergüenza  la  mató,  y  Máximo,  que  anhelaba 
vengarse ,  excitó  á  dos  bárbaros  llamados  Trasila  y  Optila,  indignados  con  el 
455o  suplicio  de  Aecio,  á  dar  muerte  á  Valentiniano.  Así  Jo  ejecutaron  en  mitad  del 
dia  y  en  público,  y  el  pueblo,  cansado  de  los  excesos  y  de  la  crueldad  del  hijo 
de  Placidia,  aplaudió  el  crimen  que  le  libraba  del  tirano.  Máximo  tomó  entonces 
la  púrpura,  y  deseando  recoger  la  herencia  entera  del  que  le  habia  ultrajado, 
obligó  á  Eudoxia ,  viuda  del  emperador  difunto,  á  tomarle  por  esposo.  Eudoxia, 
así  violentada,  llama  en  su  auxilio  al  Vándalo  Genserico;  este  se  dirige  á  Italia, 
desembarca  en  Ostia ,  y  toma  el  camino  de  Roma.  Máximo ,  que  pretendía  fugarse, 
es  asesinado ;  Genserico  y  sus  Vándalos  permanecen  catorce  días  y  catorce  no- 
ches en  la  capital  del  pueblo  rey,  saqueando,  destruyendo  y  devastando.  Des- 
pués de  su  partida  hubo  de  borrarse  gran  parte  del  catálogo  de  los  monumentos 
y  de  las  riquezas  públicas  de  la  ciudad  eterna ,  y  en  aquella  ocasión  no  habría 
sido  tan  penosa  la  tarea  de  Víctor  que  lo  habia  formado.  Las  casas  de  recreo  si- 
tuadas desde  Ostia  hasta  el  cabo  de  Ancio  ,  fueron  visitadas  todas  por  la  solda- 
desca vándala,  que  derribaba  y  mutilaba  estatuas  y  fundía  el  oro  y  la  plata  que 
encontraba  en  los  muebles  de  los  vencidos. 

Hemos  dicho  que  los  Godos  eran  los  bárbaros  menos  inhumanos ,  y  en  efec- 
to, Alarico  no  se  hizo  reo  de  semejantes  profanaciones.  Al  saber  el  implacable 
saco  de  Roma,  indignóse  la  corte  de  Tolosa ,  y  como  muerto  Máximo  se  hallase 
el  Occidente  sin  emperador,  como  Roma  y  la  Italia  se  encontrasen  aturdidas  con 
el  golpe  que  les  descargara  el  Vándalo ,  el  rey  de  los  Visigodos  quiso  dar  un 
emperador  á  los  Romanos.  Para  ello  convocó  una  asamblea  en  Arles,  y  Avito, 
que  pertenecía  á  una  poderosa  familia  del  montañoso  país  llamado  Alvernia 
(Auvernia),  yerno  de  Sidonio  Apolinar  y  maestre  general  de  las  tropas  roma- 
nas en  las  Galias,  fué  elegido  y  elevado  al  imperio.  El  mismo  Sidonio  nos  ha  de- 
jado la  descripción  de  la  asamblea  de  ancianos  godos  reunida  al  efecto. — «Se- 
gún su  antigua  costumbre ,  dice,  sus  ancianos  se  reúnen  al  salir  el  sol ;  bajo  los 
yelos  de  la  vejez,  conservan  aun  todo  el  fuego  de  la  juventud.  Las  pieles  que 
cubren  sus  descarnados  miembros  apenas  llegan  á  sus  rodillas,  y  llevan  un  cal- 
zado de  cuero  de  caballo  que  les  sube  hasta  media  pierna ,  atado  con  un  solo  nu- 
do; la  parte  superior  de  aquella  queda  enteramente  descubierta.  »  Aquellos  an- 
cianos eran  los  soldados  que  con  Alarico  tomaron  á  Roma. 

Avito  partió  para  Italia,  donde  no  lardó  en  ser  reconocido  como  á  colega  por 
Marciano,  emperador  de  Oriente  ,  y  poco  después  Recciaro  invadió  con  su  ejér- 
cito la  provincia  de  Tarragona.  Teodorico  ,   en  nombre  de  su  aliado  Avito,  re- 


iM¡. 


CAP.    II. — ESPAÑA   GODA  29 

quiere  en  vano  al  caudillo  de  los  Suevos  para^que  se  mantenga  tranquilo  en  los  es- 
tados que  tenia  concedidos, pero  Recciaro  no  cesa  en  sus  devastaciones.  Teodorico 
pasa  entonces  los  Pirineos ,  y  Romanos  y  Godos  marchan  contra  el  invasor.  En- 
cuéntranle  en  las  márgenes  del  Urbico  (el  Orbigo) ,  á  cuatro  leguas  de  Astorga; 
unos  y  otros  se  atacan  con  violencia,  y  la  batalla  se  hace  general.  Recciaro  he- 
rido pudo  salvarse  á  duras  penas,  y  se  refugió  al  extremo  de  Galicia. 

El  vencedor  Teodorico  no  quiso  que  los  Suevos  se  rehiciesen  después  de  su 
derrota,  y  se  lanzó  en  su  persecución.  El  dia  28  de  octubre  (fecha  que  ha  lle- 
gado hasta  nosotros)  hallábase  delante  de  Bracara  ,  y  esta  ciudad  le  abrió  sus 
puertas  implorando  su  clemencia ;  sin  embargo  Teodorico  la  entregó  al  saqueo, 
y  solo  fueron  respetadas  las  personas ,  quedando  prisioneros  los  principales  Sue- 
vos que  en  ella  se  encontraron.  Algunos  escritores  han  pintado  la  toma  de  Bra- 
cara bajo  los  mas  negros  colores:  sus  habitantes,  dicen,  eran  todos  católicos,  y 
los  soldados  de  Teodorico  profanaron  las  iglesias,  robaron  cuantas  preciosidades 
en  ellas  habia  y  las  convirtieron  en  establos.  En  ellas  pusieron  sus  caballos  y 
animales  de  carga  después  de  derribar  los  altares ,  de  expulsar  á  las  vírgenes 
consagradas  á  Dios,  y  de  despojar  á  los  sacerdotes  (1). 

En  breve  cayó  Recciaro  en  poder  de  Teodorico ,  quien  mandó  darle  muerte, 
en  diciembre  de  456;  entonces  recibió  el  rey  godo  la  sumisión  de  los  Suevos,  y 
por  un  momento  pareció  su  imperio  destruido  en  España. 

Al  tiempo  que  esto  sucedía  ,  las  costas  de  Galicia  habían  sido  invadidas  pol- 
los Hérulos ,  pueblos  septentrionales  del  Océano  germánico ,  cuya  capital ,  dice 
Ferreras,  era,  á  lo  que  se  cree,  Meckleinburgo.  Embarcados  en  siete  buques,  ha- 
bían tomado  tierra  en  Galicia,  pero  los  naturales  los  obligaron  á  volver  a  su  bor- 
do. De  allí  se  dirigieron  á  Cantabria  y  asolaron  la  Vardulia,  mas  aquellos  reyes 
del  mar  se  limitaban  á  devastar  las  costas.  Una  vez  habían  cargado  sus  barcas 
de  botin,  volvían  á  sus  regiones  septentrionales,  y  mas  que  conquistadores  eran 
piratas. 

Llegada  la  primavera ,  Teodorico  salió  de  Bracara  y  pasó  á  Lusitania  para  *í>7. 
reducir  á  la  obediencia  del  emperador  Avito  las  plazas  que  los  Suevos  arrebata- 
ron al  imperio.  Los  restos  de  la  nación  sueva  se  lanzaron  á  bandadas  á  los  campos; 
otros  se  refugiaron  en  la  frontera  occidental  de  Galicia  entre  Lucum  y  Brigan- 
tium,  y  aclamaron  un  rey  á  quien  los  historiadores  llaman  Masdra,  hijo  de  Ma- 
silia.  Teodorico  se  apoderó  de  Emérita,  donde  los  Suevos  se  hallaban  en  gran 
número,  y  allí  supo  que  Avito  habia  sido  depuesto  en  Roma  por  el  Suevo  Rici- 
mer ,  quien  hacia  y  deshacía  emperadores ,  hasta  que  el  Hérulo  Odoacker ,  al 
cual  llamamos  Odoacro,  acabó  con  el  imperio  y  suprimió  la  púrpura.  A  lo  que 
puede  creerse ,  Teodorico  amaba  sinceramente  á  Avito  ,  y  el  interés  de  ambos 
era  uno  mismo:  su  política  fundada  en  sus  sentimientos  y  en  sus  designios  re- 
cíprocos, habia  de  consistir  en  robustecer  el  poder  común,  y  el  fin  que  se  pro- 
ponían no  era  otro  que  el  engrandecimiento  del  reino  godo  en  la  Galia  meridio- 
nal y  en  España,  y  la  devolución  al  imperio  de  su  gloria  y  de  la  mayor  parte 
de  sus  antiguas  posesiones.  El  rey  godo  sintió  vivamente  la  caida  del  emperador 


A.  de  J.  C 


(4)    Ferreras,  Hist.  de  Esp.,  Parte  III. 


A.  de  J.  C 


30  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

su  amigo ,  y  concibiendo  temores  por  su  propio  reino  de  allende  los  Pirineos, 
partió  con  precipitación  para  Tolosa. 

Su  ejército  no  le  siguió  todo  á  las  Galias,  sino  que  dejó  gran  parte  de  él  en 
España  para  contener  á  los  Suevos  y  conservar  las  conquistas  que  en  sus  domi- 
nios hiciera.  Para  alhagar  á  los  Suevos  que  se  le  habían  sometido  ,  Teodorico  les 
dio  j  no  un  rey,  pero  sí  un  caudillo  propio,  llamado  Acliulfo,  del  linaje  de  los 
Varnos;  mas  este  olvidando  la  gratitud  debida,  creyó  poder  proclamarse  rey  in- 
dependiente. El  ejército  visigodo  marchó  contra  él ,  y  en  esta  expedición  entre- 
góse á  actos  de  violencia  no  solo  contra  los  Suevos ,  sí  que  íambien  contra  los 
Hispano-Romanos.  Ocupó  el  país  que  se  extiende  al  norte  del  Duero  hacia  la 
sierra,  y  penetrando  en  Asturica,  bajo  pretexto  de  que  esta  era  la  orden  del  em- 
perador, saqueó  la  plaza  y  la  pasó  a  sangre  y  fuego.  Idacio  y  los  autores  ecle- 
siásticos insisten  mucho  sobre  estas  crueldades,  pero  Jornandes  no  hace  de  ellas 
mención.  De  todos  modos  no  cabe  duda  en  que  Acliulfo,  contra  quien  iba  di- 
rigida la  campaña,  fué  vencido  y  ejecutado. 

Sojuzgados  otra  vez,  los  Suevos  protestaron  de  su  obediencia  y  de  su  leal- 
tad, é  imploraron  la  paz  de  Teodorico,  quien,  además  de  concedérsela,  les  per- 
mitió que  nombrasen  de  entre  sí  un  rey.  Restablecidos  en  cierto  modo  en  su  in- 
dependencia nacional ,  se  dividieron ,  y  por  una  parte  Franta ,  y  por  otra  Mas- 
ara, antes  nombrado,  se  disputaron  el  poder.  Constituyéronse  entonces  dos  par- 
tidos; los  que  seguian  á  Franta  permanecieron  sometidos  á  los  Visigodos,  y  los 
458  que  reconocían  á  Masdra  se  negaron  á  aceptar  su  ley.  La  Lusitania  cayó  en  po- 
der de  los  últimos;  Ulisipona  les  abrió  las  puertas,  y  todo  el  litoral  hasta  el 
Duero  fué  cruelmente  devastado. 

Mayoriano ,  sucesor  de  Avito ,  aunque  emperador  elevado  por  Ricimer ,  te- 
nia corazón  romano ,  y  exigió  sin  rodeos  la  anulación  de  los  últimos  tratados. 
Teodorico ,  á  quien  estos  favorecían ,  se  negó  á  reconocer  á  Mayoriano ,  y  de  aquí 
se  originó  la  guerra,  convencido  como  estaba  Teodorico,  desde  su  expedición  á 
España ,  de  que  los  Romanos  no  podian  sostenerse  en  la  Península  sin  el  auxilio  de 
los  Godos.  Entonces  envió  dos  ejércitos  á  España;  el  primero,  al  mando  del  du- 
que (1)  Geurila,  sometió  la  Bélica  sin  tener  que  vencer  grandes  obstáculos,  y  el 
segundo,  á  las  órdenes  del  duque  Sunierico,  se  incorporó  en  breve  con  él.  Al  lle- 
gar aquí  los  textos  se  confunden ,  y  no  es  fácil  entender  las  causas  ni  la  sucesión 
de  los  hechos.  Los  historiadores  no  están  acordes  entre  sí,  alteran  nombres,  re- 
fieren los  acaecimientos  cada  uno  á  su  modo ,  y  del  caos  de  sus  relatos  solo  puede 
inferirse  que  la  lucha  se  hizo  general  y  obstinada  entre  los  Suevos  y  los  naturales. 
Parece  también  que  en  esta  lucha  los  Suevos  del  partido  de  Franta  perdieron  á 
su  jefe,  sin  que  se  sepa  el  cómo,  y  que  en  su  lugar  aclamaron  rey  á  Remis- 
mundo. 

El  historiador  Romey  inserta  aquí  las  actas  de  un  concilio  que  dice  ser  el  de 
Rracara,  celebrado,  según  él  mismo,  en  411.  La  autenticidad  del  monumento  que 
presenta  el  historiador  trances  no  es  reconocida ,  según  hemos  dicho  en  el  apéndice 
del  lomo  anterior,  pero  auténtico  ó  no,  pinta  de  un  modo  exactísimo  los  sufri- 
mientos, los  trastornos  y  las  calamidades  de  la  época,  y  por  esto  lo  continuamos 


(4)     Dux,  duque,  general  de  ejército. 


CAP.    ií. — ESPAÑA    GODA.  31 

aquí. — «Ya  sabéis,  hermanos  y  compañeros ,  dijo  el  primer  obispo  que  tomó  la 
palabra,  de  que  modo  los  pueblos  bárbaros  devastan  la  España  toda;  derriban  los 
templos,  asesinan  á  los  servidores  de  Jesucristo ;  profanan  la  memoria  de  los  san- 
tos ,  los  sepulcros ,  los  cementerios ;  aniquilan  las  fuerzas  del  imperio  ,  y  delante 
de  ellos  todo  desaparece  como  el  polvo  que  el  viento  levanta.  Excepto  la  Celtiberia 
y  la  Carpetania,  todas  las  demás  provincias  de  estaparte  de  los  Pirineos  están  some- 
tidas á  su  dominación;  y  como  el  daño  amenaza  cada  dia  mas  nuestras  cabezas ,  os 
he  llamado  á  fin  de  que  cada  uno  de  por  sí  y  todos  juntos  procuremos  remedio  á  la 
calamidad  común  de  la  Iglesia.  Consolemos  y  fortifiquemos  las  almas  por  temor 
de  que  el  exceso  de  los  males  y  de  los  sufrimientos  las  lleve  á  adoptar  los  consejos 
de  los  impíos,  á  seguirla  via  de  los  pecadores,  á  sentarse  en  la  cátedra  pestilencial 
de  las  heregías  ó  á  apostatar  de  la  verdadera  fe.  Mostremos  á  nuestro  rebaño 
nuestra  consiancia  en  sufrir  por  Jesucristo  parte  de  los  males  que  él  padeció  por 
nosotros...»  El  obispo  hizo  entonces  la  profesión  de  fe  déla  Iglesia  universal ,  y 
ácada  artículo  ,  los  obispos  conlestaban:  «Asimismo  lo  creemos. » 

«Sentado  esto ,  dijo  Pancraciano ,  resolvamos  si  os  place  lo  que  haremos  de 
las  reliquias  de  los  santos. 

»  Siga  cada  uno  la  conducta  que  mejor  le  parezca ,  dijo  Elipando  de  Colim- 
brica:  los  bárbaros  están  en  nuestro  territorio  y  sitian  á  Lisboa ;  Emérita  y  As- 
turica  es!án  en  su  poder,  y  cuanto  antes  nos  atacarán.  Yáyase  cada  uno  á  su 
sitio  para  confortar  á  los  fieles  y  esconder  las  reliquias  de  los  santos  ,  enviándo- 
nos  relación  de  los  lugares  ó  cuevas  donde  las  haya  puesto ,  á  fin  de  que  con  el 
tiempo  no  se  pierda  la  memoria  de  ellas. 

«Idos  en  paz,  dijo  Pancraciano  ;  y  quédese  únicamente  nuestro  hermano 
Pontamio  á  causa  de  estar  los  bárbaros  devastando  su  iglesia. 

«Deja  que  vaya  á  consolar  á  mis  ovejas  y  á  sufrir  con  ellas  por  Jesucristo, 
dijo  Puntamio;  no  he  recibido  el  cargo  de  obispo  para  el  descanso,  sino  para  el 
trabajo. 

«Excelentes  palabras  que  apruebo.  Dios  te  conserve.» 

Todos  los  obispos  dijeron :  «  Dios  te  conserve  en  tan  buen  propósito ,  que 
también  nosotros  aprobamos.» 

Y  todos  se  despidieron  diciendo:   «  Yayamos  con  la  paz  de  Jesucristo  (1). » 


(1)  Notum  vobisest,  fratres  et  sociimei,  quomodo  barbara  gentes  devastant  universam 
Hispaniam ,  templa  evertunt,  servos  Christi  occidunt  in  ore  gladii,  et  memorias  Sanctorum,  ossa, 
sepulchra,  csemeteria  profanant,  vires  Imperii  confringunt,  modo  commoventes  omnia  sicut  sti- 
pulam  ante  faciera  venti.  Prater  Celtiberiam  et  Carpetaniam  jam  reliqua  omnia  versus  Pyrenaeos 
sub  sua  jacent  potestate.  Et  quia  malum  hoc  jam  est  supra  capita  nostra,  volui  vos  advocare,  ut 
unusquisque  sua  provideat,  et  omnem  simul  communnem  Ecclesiae  calamitatem.  Provideamus, 
socii,  remedium  animarum,  ne  multitudo  laborum  et  aíílictiorum  compellat  eos  abire  in  consilium 
impiorum,  stare  in  via  peccatorum,  et  sedere  in  cathedrá  pestilentiae,  aut  apostatare  á  vera  Fide: 
et  ad  hoc  exempla  constantiaenostra  ponamus  ab  oculos  subditorum,  patientes  pro  Christo  aliquid 
ex  multis  tormentis  quaa  ipsepertulit  pro  nobis 

Omnes  episcopi:  Similiter  et  nos  credimus. 

Pancratianus:  Nunc  autem,  si  placet  vobis  ómnibus,  statuatur  quid  agendum  sit  de  reliquiis 
Sanctorum. 

Elipandus  Colimbriensis:  Non  poterimus  omnes  uno  modo  eis  faceré;  sed,  si  vobis  placuit, 
unusquisque  pro  temporis  opportunitate  id  faciat.  Barbari  sunt  intra  nos:  et  Ulixbonam  premunt, 
Emérita  habent,  Asturicam  similiter,  propediens  eventuri  supra  nos;  proficiscatur  unusquisque  in 
locum  suum,  et  conforte  fideles,  corporaque  Sanctorum  honesté  abscondat,  et  de  locis  et  speluncis, 
ubi  posita  fuerint,  relatorium  vobis  mittat,  ue  per  cursum  temporis  inoblivionem  veniant. 


32  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  j.  c.  para  jog  catóijcos  n0  eran  los  Godos  menos  temibles  que  los  Suevos,  pues 
si  entre  estos  habia  aun  muchos  idólatras,  aquellos  eran  todos  arríanos,  y  en  la 
guerra  recobraban  la  afición  al  saqueo  y  á  las  ruinas  que  era  natural  á  las  bor- 
das bárbaras.  España  era  en  aquella  época  un  vasto  campo  de  batalla:  Suevos, 
Godos,  Romanos  y  Españoles,  todos  peleaban  con  encarnizamiento. 

En  las  Galias ,  Teodorico  en  guerra  con  Mayoriano  ,  atacó  á  Arles  siendo 
sus  huestes  rechazadas  por  el  conde  Egidio;  algunos  historiadores  dicen  que  pasó 
armado  hasta  el  Ródano  ,  y  que  tomó  á  León  por  fuerza  de  armas  en  [regándola 
46o.  al  saqueo;  pero  es  lo  cierto  que  no  tardó  en  celebrarse  la  paz  entre  Godos  y  Ro- 
manos, y  esta  nueva  situación  cambió  el  aspecto  de  las  cosas  de  España.  La 
lucha  era  viva  y  sangrienta  en  la  Península  entre  los  Suevos  partidarios  de  Mas- 
ara y  los  naturales,  y  los  Godos  y  Romanos,  convertidos  en  aliados,  de  enemigos 
que  eran,  negociaron,  aunque  en  vano,  la  paz  con  los  Suevos  que  continuaron  sus 
devastaciones.  Muerto  Masdra  asesinado  ,  según  se  cree,  aclamaron  por  rey  á 
Frumario.  Remismundo,  que  capitaneaba  el  opuesto  partido  de  los  Suevos,  ha- 
llábase en  paz  con  los  Godos  y  Romanos,  y  los  partidarios  de  Frumario  le  ataca- 
ron al  propio  tiempo  que  á  los  Romanos,  se  apoderaron  de  Lucum  por  sorpresa 
durante  las  fiestas  de  Pascua,  y  pasaron  á  cuchillo  la  población. 

Nepociano  y  Sunierico,  encargados  de  hacerles  la  guerra,  penetraron  en 
Galicia,  los  arrojaron  de  Lucum  y  los  obligaron  á  internarse  por  las  sierras. 
Frumario  se  retiró  hacia  Áquae-Flavise,  llevando  prisionero  al  obispo  Idacio,  se- 
gún él  mismo  nos  lo  diceensu  crónica.  Sunierico  se  apoderó  de  Escalabis,  arrolló 
varias  veces  álos  Suevos,  y  por  fin  entre  Godos,  Suevos  y  Españoles,  cansados 
de  guerra,  celebróse  una  tregua,  un  armisticio  mas  que  una  verdadera  paz. 

El  nieto  de  Walia,  el  Suevo  Ricimer,  era  en  aquel  entonces  el  supremo  ar- 
bitro de  Italia.  Después  de  despojar  á  Aviío  de  la  púrpura,  habia  investido  de 
ella  á  Mayoriano,  como  ya  hemos  visto;  pero  Mayoriano  era  un  hombre  de  talento 
y  de  resolución,  que  empuñó  con  mano  firme  las  riendas  del  imperio,  y  que  se 
mostró  resuelto  á  realzar  su  honra  y  su  fortuna  (1).  Ricimer  no  le  habia  elevado 
al  imperio  para  esto,  y  así  fué  que  se  apresuró  á  frustrar  los  planes  de  Mayoria- 
m  no.  Una  sedición  excitada  por  el  Suevo  obligó  á  aquel  á  abdicar,  y  cinco  dias  des- 
pués el  emperador  depuesto  bajó  asesinado  al  sepulcro.  Vibio  Severo  ,  hombre 
vulgar  y  sin  valor,  un  hombre  en  fin,  como  deseaba  Ricimer,  se  halló  á  la  ma- 
no, y  el  Suevo  le  nombró  emperador  de  Occidente. 

Egidio,  maestre  general  de  las  tropas  romanas  en  las  Galias,  se  negó  á  re- 
conocer á  Severo,  y  como  tenia  á  sus  órdenes  fuerzas  considerables,  pensó  por  un 


l'ancratianus:  Abite  in  pace  omnes;  solus  remaneat  frater  noster  Pontamius,  propter  destruc- 
tionem  Eccle.-iae  suae  Eminiensis,  quam  barbari  vexant. 

Ponlamius:  Abeam  et  ego  ut  confortem  oves  meas,  et  simul  cuna  eis  pro  Christi  nomine  patiar 
labores  et  anxietates.  Non  enim  suscepi  munusepiscopi  in  prosperitate,  sed  in  labore. 

Pancratianus:  Optimum  verbum,  justum  consilio,  profectum  approbo.  Deus  te  conservet. 

Omnes  episcopi:  Servet  te  Deus  in  bono  consilio,  quod  nos  similiter  approbamus. 

Omnes  simul:  Abeamus  in  pace  Jesu  Christi. 

(Labb.,  Concil.,  t.  II,  p.  4508.) 

(1 )  Tenemos  de  Sidonio  Apolinar  un  panegírico  en  verso  de  Mayoriano ,  á  pesar  de  haber  su- 
cedido este  á  su  yerno  Avito.  Mayoriano  ha  dejado  notables  leyes  que  revelan  un  gran  espíritu  de 
justicia. 


GAP.   n. — ESPAÑA   GODA.  33 

momento  en  marchar  contra  la  Italia,  y  quizás  lo  habría  efectuado  á  no  detenerle  A-  de  J- c- 
Teodorico,  que  rompió  los  tratados  últimamente  estipulados  con  Mayoriano.  Una ' 
rivalidad  entre  generales  favoreció,  á  lo  que  se  dice,  la  ambición  del  rey  godo. 
Agripino,  gobernador  de  la  Galia  Narbonense,  odiaba  á  Egidio,  y  ya  defendiese 
mal  á  Narbona  ó  la  vendiese,  es  lo  cierto  que  Teodorico  se  apoderó  de  la  plaza  sin 
esfuerzo  ninguno,  quedando  dueño  desde  aquel  momento  de  toda  aquella  parte  de 
las  Galias.  El  rey  godo,  amenazado  al  noroeste  por  Egidio,  envió  contra  él  á  su 
hermano  Federico  con  un  ejército,  mientras  que  él  tomaba  posesión  de  la  costa 
meridional  de  las  Galias  hasta  el  Ródano.  Federico  encontró  á  Egidio  entre  Or- 
leans  y  Tours,  y  sus  tropas  empeñaron  batalla;  pero  vencido  y  muerto  el  caudillo  463. 
godo,  Egidio  disponíase  no  solo  á  continuar  la  guerra  contra  Teodorico,  sino 
también  á  atacar  á  Ricimer  y  á  Severo,  cuando  le  sorprendió  la  muerte.  Su  vic- 
toria no  estrechó  en  lo  mas  mínimo  los  límites  del  reino  de  los  Godos  en  Occi- 
dente, y  su  muerte  dejóles  abierto  todo  el  país  comprendido  entre  el  Ródano,  el 
Loire  y  el  Océano,  de  modo  que  el  vasto  territorio  cuyos  límites  son  el  Mediterrá- 
neo, el  Ródano,  el  Loire  y  el  Atlántico,  desde  las  fronteras  de  la  Armórica  hasta 
el  estrecho  de  Gibraltar,  quedó  sometido  á  las' correrías  de  los  Godos.  Los  Ro- 
manos solo  ejercían  en  él  una  dominación,  por  decirlo  así,  casual,  y  aunque  el 
fondo  de  las  poblaciones  españolas  y  galas  era  romano  por  las  costumbres  y  las 
ideas,  hemos  dicho  ya  cuanto  les  fatigaba  y  de  cuan  poco  les  servia  sostener  el 
gran  peso  de  un  imperio  que  espiraba  (1).  Solo  los  Suevos  contrastaban  el  pode- 
río de  los  Godos  con  la  especie  de  reino  que  ,  basado  en  la  violencia  y  el  desor- 
den, habían  fundado  en  Galicia,  y  á  no  aparecer  en  la  escena  del  mundo  un  nuevo 
pueblo  con  su  valor  guerrero  y  su  reciente  fervor  religioso,  á  no  haber  nacido 
por  aquel  entonces  Glodoveo  y  San  Remigio,  quizás  la  Galia,  en  vez  de  ser  fran- 
ca, habría  sido  para  siempre  goda. 

Teodorico  empleó  los  últimos  años  de  su  reinado  en  aumentar  y  robustecer 
el  poder  de  su  pueblo,  y  en  tomar  posesión  de  las  principales  ciudades  de  la  Galia 
meridional,  de  Nimes  entre  otras,  importante  ciudad  romana  á  la  que  dejó  sus 
franquicias  municipales  y  su  derecho  latino.  En  todas  partes  donde  fué  reconoci- 
do el  imperio  de  los  Godos,  respetó  las  libertades  y  las  costumbres  locales,  y  esta 
conducta  política  atrajo  á  su  dominación  gran  número  de  poblaciones.  Los  tri- 
butos que  percibió  en  las  Galias  fueron  mucho  mas  llevaderos  que  los  que  exi- 
gían los  Romanos,  y  un  imprevisto  acaecimiento  hizo  que  pudiese  contar  con  un 
nuevo  aliado.  La  nación  de  los  Suevos,  dividida  en  España  en  dos  bandos,  el  de 
Frumario  y  el  de  Remismundo,  como  hemos  explicado,  acababa  de  reunirse  bajo  464 
el  mando  del  segundo  por  haber  muerto  el  primero,  y  este  suceso  que  puso  fin  á 
la  sangrienta  guerra  que  desolaba  el  territorio  de  Galicia,  fué  aprovechado  por 
Remismundo  para  renovar  su  alianza  con  los  Godos.  La  leal  conducta  del  rey 
Suevo  satisfizo  á  Teodorico,  quien  dióle  por  esposa  una  de  sus  hijas;  y  como  la 
belicosa  nación  de  los  Suevos  llevaba  con  impaciencia  el  tratado  recientemente 
estipulado  con  el  Godo,  Remismundo  protestó  otra  vez  de  su  fidelidad,  y  llevó  su 

(1 )  «En  ningún  estado  hay  mas  necesidad  de  tributos,  que  en  aquellos  que  se  debilitan,  de  mo- 
do que  es  preciso  aumentar  las  cargas  á  medida  que  es  menor  la  posibilidad  de  sufrirlas.  En  las 
provincias  romanas  los  tributos  llegaron  á  ser  insoportables."  Montesquieu,  Grand.  y  Decad.  de  los 
Rom.  c.  XYIII. 

TOMO  II.  K 


34  HISTORIA   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

servilismo  hasta  el  punto  de  hacerse  amano,  creencia  que  profesaba  ya  la  hija 
de  Teodorico.  El  celo  de  los  sectarios  de  Arrio,  llegados  de  la  corte  goda  con  la 
nueva  reina,  secundó  la  apostasía  de  Remismundo,  y  gran  parte  de  la  nación 
participó  de  los  errores  de  su  rey.  Idacio  é  Isidoro  de  Sevilla,  y  después  de  ellos 
el  P.  Mariana,  atribuyen  á  cierto  Áiace  (natione  Galata),  ardiente  amano,  en- 
viado de  las  Galias  con  este  objeto,  la  conversión  de  los  Suevos  al  arrianismo. 

Sidonio  Apolinar,  á  quien  Teodorico  hizo  conde  y  que  fué  después  obispo, 
en  una  carta  que  dirige  á  Agrícola  nos  ha  dejado  del  rey  godo  y  de  las  particu- 
laridades de  su  vida  las  siguientes  noticias: 

«La  estatura  de  Teodorico,  dice,  es  mediana,  su  cabeza  redonda,  y  su  cabe- 
llera espesa  y  crespa  se  levanta  desde  la  frente  hasta  la  coronilla;  pobladas  cejas 
coronan  sus  ojos,  y  cuando  baja  los  párpados,  sus  largas  pestañas  llegan  casi  hasta 
la  mitad  de  las  mejillas.  Sus  orejas,  según  la  costumbre  de  su  nación,  están  cu- 
biertas y  como  azotadas  por  los  rizos  de  su  larga  cabellera.  Su  nariz  forma  una 
graciosa  curva.  Crécele  mucho  pelo  bajo  las  sienes,  pero  todos  los  dias  lo  afei- 
ta debajo  de  la  nariz  y  en  las  partes  inferiores  del  rostro.  Su  cuello  y  su  barba 
son  regularmente  gruesos,  y  su  tez,  de  un  blanco  de  leche,  se  colora  algunas  ve- 
ces de  un  sonrosado  juvenil.... 

«En  cuanto  á  su  método  de  vida,  Teodorico  se  levanta  antes  del  dia  y  se 
dirige  con  escasa  comitiva  á  visitar  á  sus  sacerdotes,  por  los  cuales  muestra 
graneles  atenciones,  aunque  de  sus  conversaciones  confidenciales  pueda  colegirse 
que  este  respeto  dimana  mas  que  de  la  piedad,  de  la  costumbre.  El  resto  de  la 
madrugada  está  dedicado  á  los  cuidados  del  gobierno.  Oficiales  armados  per- 
manecen en  pié  alrededor  del  trono  ,  y  si  bien  los  jefes  son  admitidos  al  consejo 
para  que  no  pueda  decirse  que  dejan  de  asistir  á  él,  se  mantienen  separados,  y 
pueden  hablar  y  discurrir  libremente  entre  las  cortinas  de  la  sala  y  una  barrera 
exterior.  En  el  interior  del  salón  penetran  los  diputados  de  los  pueblos;  el  rey 
escucha  tanto  como  le  hablan,  y  contesla  en  pocas  palabras.  Si  el  negocio  de  que 
se  trata  exige  ser  meditado,  lo  aplaza;  en  casos  sencillos  ó  urgentes  manifiesta  su 
decisión  en  el  acto. 

«A  la  hora  segunda  (las  ocho),  se  levanta  del  trono  y  se  dirige  á  inspeccio- 
nar su  tesoro  ó  sus  caballerizas.  Si  después  parle  á  la  caza,  no  lleva  al  hombro 
su  arco,  pues  lo  consideraria  indigno  de  la  majestad  real;  pero  si  mientras  andan 
ó  cazan  divisa  una  res,  tiende  la  mano  hacia  atrás,  y  un  esclavo  coloca  en  ella  un 
arco  flojo,  pues  tan  innoble  creería  cargar  con  un  arco  cuando  no  lo  necesita  co- 
mo recibirlo  tendido.  Tiéndelo,  pues,  el  mismo,  coloca  en  él  la  flecha  y  dispara. 
A  veces  antes  de  disparar  manda  á  alguien  que  le  designe  lo  que  ha  de  tocar; 
indicante  la  presa  que  ha  de  derribar  y  la  derriba,  pudiendo  darse  por  seguro 
que  si  equivocación  hay,  será  de  parte  del  indicador,  nunca  del  tirador.— Respecto 
á  sus  comidas,  las  que  hace  los  seis  dias  de  la  semana  en  nada  se  dislinguen  de 
las  de  un  mero  particular.  No  se  oye  crugir  la  mesa  bajo  el  peso  de  una  maciza 
vagilla  de  plata,  y  allí  nada  pesa  tanto  como  las  palabras;  se  calla  ó  se  habla  de 
cosas  graves.  Las  colgaduras  de  los  lechos  del  banquete  son  de  púrpura  ó  de  al- 
godón, los  manjares  se  recomiendan  mas  por  su  buen  guiso  que  por  su  extrañeza; 
la  plata  se  hace  admirar  mas  por  su  brillo  que  por  su  peso,  y  las  copas  son  pre- 
sentadas á  los  comensales  con  bastante  intervalo,  para  que  antes  la  sed  las  desee 


L  CAP.    II. — ESPAÑA   GODA.  35 

que  las  rechace  la  embriaguez.  En  una  palabra,  allí  se  encuentran  reunidas  la 
elegancia  griega,  la  abundancia  gala  y  la  presteza  italiana;  pompa  pública,  soli- 
citud privada  y  disciplina  real.  De  los  magníficos  festines  de  los  domingos  no 
hablaré,  por  ser  cosa  sabida  hasSa  de  las  personas  mas  oscuras. 

«Después  de  comer,  el  rey  hace  ó  no  la  siesta,  pero  en  todo  caso  es  muy 
corta.  Si  le  da  gana  de  jugar,  toma  vivamente  los  dados,  los  examina  con  cui- 
dado, los  agita  con  gracia,  los  arroja  con  resolución,  los  canta  con  buen  humor, 
y  espera  su  turno  con  paciencia.  Al  sacar  buen  punto  calla,  al  sacarlo  malo  rie, 
pero  jamás  se  enoja.  Deseoso  de  desquite,  no  quiere  sin  embargo  que  se  le  crea 
temeroso  de  perder.  Si  se  lo  ofrecen,  lo  rehusa  ;  si  se  lo  dispulan,  lo  renuncia. 
La  gente  se  separa  de  él  satisfecha  y  sin  turbación,  y  él  se  separa  de  todos  sin 
ceremonias.  Así  en  el  juego  como  en  la  guerra  ,  alimenta  una  sola  idea  ,  la  de 
vencer;  en  el  juego  se  despoja  por  unos  instantes  de  la  dignidad  real;  alienta,  ex- 
horta á  su  adversario  á  la  libertad,  á  la  confianza,  y  por  expresar  todo  su  pen- 
samiento, teme  infundir  temor. 

«Además,  gusta  ver  encolerizado  á  su  adversario  en  caso  de  perder,  lo  cual 
es  para  él  una  prueba  de  que  ha  hecho  lodo  lo  posible  para  ganar;  y  aunque  qui- 
zás parezca  extraño,  el  contento  dimanado  de  causa  tan  insignificante  ha  contri- 
buido á  veces  á  la  resolución  de  grandes  negocios.  En  aquellos  momentos  propi- 
cios, se  le  ha  visto  acceder  gustoso  á  demandas  que  habia  rechazado  varias  veces 
á  despecho  de  elevadas  recomendaciones.  Yo  mismo,  si  juego  con  el  rey  y  tengo 
algo  que  pedirle,  me  tengo  por  feliz  siendo  vencido  y  perdiendo  una  partida  que 
me  asegura  ganar  mi  instancia. 

«A  la  hora  novena  ( las  tres)  empiezan  de  nuevo  las  fatigas  del  gobierno; 
entonces  vuelven  los  solicitantes,  los  enjambres  de  defensores;  es  aquello  un  tu- 
multo de  pleitos  que  se  prolonga  hasta  la  noche.  El  anuncio  de  la  cena  real  pone 
fin  á  él,  y  solo  quedan  por  allí  los  patronos  de  los  litigantes  hasta  el  momento  en 
que  empiezan  las  guardias  nocturnas. 

«Durante  la  cena  se  deleita  algunas  veces,  aunque  raras  ,  con  las  burlas  de 
los  bufones  y  truhanes ,  pero  sin  que  muerdan  á  nadie.  Jamás  se  oye  allí  ór- 
gano hidráulico  ,  ni  poema  entonado  por  varios  á  la  vez.  Tampoco  son  admiti- 
dos á  cantar  liristas,  coraules,  mesocoristas,  ni  tocadoras  de  tímpano  ó  salterio; 
el  rey  solo  gusta  de  los  cantos  propios  así  para  excitar  el  valor  como  para  recrear 
el  oido.  Luego  que  se  levanta  de  la  mesa,  los  guardias  nocturnos  se  establecen 
en  el  tesoro  y  en  las  puertas  del  palacio  real  para  velar  todo  el  tiempo  del  primer 
sueno. » 

Explicado  queda  como  á  favor  de  las  circunstancias  habia  aumentado  el 
poderío  de  los  Godos,  y  como  Teodorico  supo  aprovechar  con  habilidad  las  tur- 
bulencias del  imperio.  El  Occidente  tendía  mas  y  mas  á  separarse  de  Italia; 
esta,  á  merced  de  una  aristocracia  militar  de  bárbaros,  no  tenia  otros  emperado- 
res sino  los  que  le  daba  el  capricho  de  aquellos  que,  á  sueldo  antes  de  Roma, 
habían  pasado  á  ser  sus  verdaderos  señores.  El  Suevo  Ricimer  hacia  y  deshacia 
á  su  antojo,  pero  harto  ocupado  mas  allá  de  los  Alpes,  el  Occidente  se  libraba  de 
su  dominación.  Su  protegido  Yibio  Severo  solo  era  emperador  de  nombre,  y  en 
la  universal  descomposición,  los  gobernadores  romanos  levantábanse  también  con 
un  poder  independiente  de  Roma,  de  su  sombra  de  emperador,  de  su  sombra  de 


e  J.  C. 


466. 


36  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

senado  y  de  sus  reales  dominadores  los  Hérulos,  los  Rugios  y  los  Vándalos. 
Syagrio,  hijo  de  Egidio,  habíase  fundado  una  especie  de  imperio  en  las  Galias, 
y  su  poder  se  extendia  desde  el  Ródano  hasta  el  Rhin ,  y  desde  el  Rhin  hasta  el 
Loire.  En  el  territorio  de  Soissons  se  habia  formado  un  establecimiento  de  Fran- 
cos, con  el  cual  Syagrio  se  hallaba  alternativamente  en  paz  y  en  guerra,  y  que 
iba  pendrando  en  las  Galias  en  forma  de  cuña.  De  allí  habían  de  salir  los  con- 
quistadores de  la  tierra  gala,  y  en  aquel  entonces  habia  ya  nacido  el  fundador 
de  la  monarquía  francesa.  El  África  pertenecía  á  los  Vándalos,  los  Godos  domi- 
naban en  las  Galias  desde  el  Loire  á  los  Pirineos,  y  en  España,  en  la  Bética  y  en 
parte  de  Cataluña;  muchas  ciudades  españolas  reconocían  aun  el  poder  romano 
y  comunicaban  con  la  Italia  y  Constantinopla  por  el  Mediterráneo;  la  religión  ver- 
dadera y  el  arrianismo  se  disputaban  las  conciencias.  Tal  era  el  estado  de  Occi- 
dente cuando  Eurico  se  apoderó  del  poder  en  Tolosa  por  medio  de  un  fratricidio. 


CAP.    III. — ESPAÑA   GODA.  37 


CAPÍTULO  III. 

Reinado  de  Eurico.—  Política  de  este  rey.—  Engrandecimiento  del  reino  de  los  Godos. —  Conquistas 
en  España. — Conquistas  en  las  Galias.— Fin  del  imperio  de  Occidente. —  Reinado  de  Marico.— Su 
derrota  y  su  muerte.— Rivalidad  entre  Amalarico  y  Gasaleico. — Intervención  de  Teodorico  rey  de 
Italia.—  Definitivo  establecimiento  de  la  monarquía  goda  en  España.—  Reinados  de  Teudis  ,  de 
Teudiselo,  de  Agila,  de  Atanagildo ,  de  Liuva  I  y  de  Leovigildo. 

Desde  el  año  466  hasta  el  587. 

En  tiempo  de  Eurico  (Ew  reich ,  rico  en  leyes) ,  á  quien  da  la  historia  los  a.  de  j.  e. 
nombres  de  Evarich  y  de  Eulhorick,  el  imperio  de  los  Godos  en  las  Galias  debia 
de  llegar  á  su  mas  alto  grado  de  prosperidad,  y  engrandecerse  mucho  en  España. 
Apenas  investido  del  poder  real,  gracias  á  la  maldad  cometida ,  Eurico  se  apre- 
suró á  contraer  alianzas ,  y  envió  embajadores  á  los  Vándalos  y  á  los  emperado- 
res. Su  mas  ardiente  deseo  era  la  posesión  de  las  Galias  hasta  mas  allá  del  Ró- 
dano y  la  conquista  de  las  dos  ciudades  mas  opulentas  de  la  época ,  Arles  y  Mas- 
salia  ,  y  para  intentarlo  no  tardó  en  ofrecérsele  un  pretexto. 

León ,  emperador  de  Oriente,  y  su  colega  Antemio  ,  sucesor  de  Vibio  Seve- 
ro, atacaron  por  tierra  y  por  mar  á  Genserico  en  sus  posesiones  africanas ,  y  Eu- 
rico ,  diciéndose  aliado  del  Vándalo  ,  invadió  las  provincias  romanas  á  ambos 
lados  de  los  Pirineos.  Sus  triunfos  fueron  rápidos  en  la  Península ,  y  los  Suevos 
le  auxiliaron  en  esta  campaña  en  la  que  sus  armas  quedaron  siempre  victoriosas. 

No  están  acordes  los  autores  acerca  de  esta  invasión ;  al  paso  que  unos 
aseguran  que  el  ejército  godo  iba  mandado  por  Eurico  en  persona ,  creen  otros 
que  lo  fué  por  sus  generales.  De  todos  modos,  es  lo  cierto  que  los  Godos  ocu- 
paron y  dejaron  guarniciones  en  todas  las  plazas  fuertes  que  habian  obedecido 
hasta  entonces  á  Roma  ,  entre  otras  Pamplona,  Zaragoza  y  Tarragona,  á  la  cual  *?i. 
maltrataron  cruelmente  á  causa  de  su  obstinada  resistencia ;  y  que  discurriendo 
hasta  el  extremo  de  España ,  despojaron  á  los  Romanos  de  todo  el  señorío  que  en 
la  Península  tenían  y  destruyeron  del  todo  el  Imperio  que  duró  en  ella  casi  sete- 
cientos años,  con  gran  descontento  de  los  Suevos ,  que  conocieron,  aunque  tarde, 
la  falta  que  cometieran  ayudando  á  los  Godos  á  anonadar  el  poder  romano. 

El  imperio  de  Occidente  continuaba  en  el  mas  gran  desorden.  Antemio  ha- 
bíase indispuesto  con  su  yerno  Ricimer  ,  y  este,  apoderándose  por  fuerza  de  ar- 
mas de  la  ciudad  de  Roma,  dio  muerte  al  emperador  siendo  investido  de  la  púr- 
pura imperial  un  senador  llamado  Olibrio.  Eurico  aprovechó  esta  coyuntura  para 
atacar  á  los  Romanos  contra  quienes  lodo  parecía  conspirar.  Muerto  Olibrio  ,  su 
sucesor  Glicerio  envió  contra  los  Visigodos  un  ejército  de  Ostrogodos  que  tenia 


A.  de  J.  C 


38  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

á  sueldo  ,  pero  llevados  estos  por  su  fanatismo  de  secta ,  se  unieron  á  los  enemi- 
gos contra  quienes  debian  combatir  ,  que  eran  como  ellos  arríanos. 

El  ejército  romano  de  las  Galias ,  bajo  las  órdenes  de  Syagrio  ,  unido  con  un 
cuerpo  de  auxiliares  francos  mandado  por  su  rey  Hilderico  ,  marchó  conlra  los 
Godos;  mas  la  precipitación  con  que  ambos  generales  presentaron  la  batalla  fué 
causa  de  su  pérdida ,  y  después  de  derrotarlos  completamente ,  Eurico  se  apode- 
ró de  Tours  y  de  Bourges.  A  pesar  de  estos  triunfos  consintió  en  hacer  la  paz  con 
el  emperador  Julio  Nepote,  sucesor  de  Glicerio,  hecho  obispo,  oyendo  Eurico  las 
exhortaciones  de  Epifanio,  obispo  de  Pavía;  pero  aquella  paz  fué  de  muy  corta  du- 
ración ,  en  cuanto  pasado  poco  tiempo  sitió  y  tomó  á  Clermonl ,  después  de  algu- 
na resistencia.  Desde  allí  marchó  á  Burdeos ,  donde  fueron  á  cumplimentarle  los 
embajadores  de  los  príncipes  vecinos ,  según  cuenta  un  antiguo  historiador. 

Oigamos  la  descripción  que  Sidonio  Apolinar ,  testigo  presencial ,  hace  de 
aquellos  embajadores. 

«  Vemos  aquí ,  dice  ,  al  Sajón  de  azulados  ojos ;  acostumbrado  á  la  mar  pa- 
rece que  le  inspira  miedo  la  tierra  ;  el  viejo  Sicambro  ,  con  el  colodrillo  pelado, 
tira  hacia  atrás ,  desde  su  vencimiento ,  su  cabellera  renacienie  en  su  enveje- 
cida cerviz ;  aquí  se  extravia  el  Herulo  de  verdoso  rostro ,  que  habita  las  profun- 
didades del  Océano  y  disputa  su  color  á  las  algas  marinas;  aquí  el  Burgundio, 
de  siete  pies  de  altura  ,  implora  suplicante  la  paz  postrado  de  hinojos  (1).» 

El  imperio  de  Occidente  se  extinguía  ;  la  Italia  rebosaba  de  Scyros,  de  Ala- 
nos, de  Rugios,  de  Hérulos,  de  Hunos  y  de  Ostrogodos,  á  sueldo  todos  del  impe- 
rio ,  y  que  figurando  defensores  de  los  Romanos ,  eran  en  realidad  sus  domina- 
dores. Ricimer  habia  muerto  poco  después  de  Antemio  ,  pero  Odoacro  habia  ocu- 
pado su  puesto.  Existia  en  aquel  entonces  un  maestro  general  de  los  ejércitos 
romanos  llamado  Orestes ,  antiguo  secretario  de  Atila  ,  y  de  la  hija  del  conde 
Rómulo ,  embajador  de  Valentiniano  cerca  del  rey  de  los  Hunos ,  habia  te- 
nido un  hijo  al  que  diera  el  doble  nombre  de  Rómulo  Augusto.  Depuesto  Nepo- 
te ,  los  bárbaros  que  capitaneaba  Orestes  en  nombre  del  pueblo  romano  quisieron 
m.  hacerle  emperador ,  y  él  aceptó  la  púrpura  ,  pero  únicamente  para  su  hijo  :  Au- 
gustulo  á  patre  Ores  te ,  in  Éavenná  imper  atore  or dinato,  dice  Jornandes.  Vul- 
garmente á  este  nuevo  emperador  llamáronle  Augustulo,  ya  le  hubiese  dado  este 
nombre  el  cariño  de  sus  padres  ,  ya  fuese  por  via  de  escarnio  porque  en  él  se 
acabó  de  todo  punto  el  imperio  de  Occidente ,  que  otro  del  mismo  nombre  ,  es 
á  saber  Octavio  Augusto  ,  habia  fundado,  á  lo  que  parecia,  para  siempre  y  para 
que  fuese  perpetuo.  «De  esta  manera,  exclama  al  llegar  aquí  el  P.  Mariana,  true- 


Istic  Saxona  cserulum  videmus 
Assuetum  ante  salo,  solum  timere: 
Hic  lonso  accipiti ,  senex  Sicamber, 
Posquam  victus  est  ,  elicit  retrórsura 
Cervicem  ad  veterem  novos  capillos : 
Hic  glaucis  Herulus  genis  vagatur, 
Irnos  Oceaní  colens  recessus  , 
Algoso  propú  concolor  profundo : 
Hic  Burgundio  scptipesfrequenter 
Flexo  poplite  supplicat  quietem. 

Apollin.  ,  1.  VIII.,  epist.  9. 


CAP.    III.— ESPAÑA    GODA.  39 

ca  y  revuelve  la  fortuna  ó  fuerza  mas  alta  las  cosas  humanas.  Caen  las  ciudades  A- de  J- c- 
y  los  imperios ,  yérmanse  los  pueblos ,  y  las  provincias  se  asuelan  ;  que  es  todo 
consideración  muy  á  propósito  para  conhortarse  cada  cual  y  llevar  en  paciencia  sus 
trabajos.  Ciudades  y  reinos  muy  nobles ,  dice  continuando  en  sus  reflexiones  el 
historiador  citado,  yacen  por  tierra  caídos  como  cuerpos  muertos;  ¿y  nos,  cuyas 
vidas  estrechó  la  naturaleza  dentro  de  pequeños  términos ,  si  alguno  de  los  nues- 
tros muere,  haremos  extremo  sentimiento  ?  Razón  es  sin  duda  y  muy  justo  nos 
acordemos  de  que  somos  hombres ,  y  no  nos  queramos  atribuir  la  inmortalidad 
de  los  que  están  en  el  cielo.» 

Los  bárbaros  que  acaudillaba  Odoacro  pidieron  la  tercera  parte  de  las  tier- 
ras de  Italia  (1) ,  y  Orestes  y  Augustulo  se  negaron  á  ello.  Odoacro  exigió  lo  que 
se  le  negaba  ,  y  sitiando  á  Orestes  en  Pavía,  mandó  darle  muerte.  Augustulo  fué 
preso  en  Ravena  ,  despojado  de  la  púrpura  y  desterrado ,  alcanzando  la  vida  por 
el  desprecio  que  inspiraba ,  y  en  23  de  agosto  Odoacro  se  proclamó  rey  de  lita-  476 
lia  (2).  El  senado  declaró  que  el  Capitolio  abdicaba  el  imperio  del  mundo,  y  Ro- 
ma volvió  al  polvo  de  la  nada  de  donde  habia  salido.  Pero  no  todo  ha  concluido 
para  la  ciudad  eterna.  Si  su  poder  temporal  ha  pasado,  hallará  rica  compensa- 
ción en  el  imperio  espiritual  de  sus  pontífices ,  y  como  dice  un  escritor  fran- 
cés (3),  Roma  será  siempre  la  capital  del  mundo  cristiano  :  Capitolio  inmovile 
saxum. 

Odoacro,  amenazado  por  Zenon,  emperador  de  Oriente,  se  apresuró  á  aliar- 
se con  Eurico,  á  quien  ofreció  cuantas  plazas  se  hallaban  todavía  sometidas  á  los 
Romanos  en  la  otra  parte  de  los  Alpes.  El  Godo  aprovechó  con  placer  la  ocasión 
de  extender  sus  conquistas,  y  puso  sitio  á  Arles  que  se  le  rindió  después  de  una 
corta  resistencia,  conducta  que  imitó  Marsella. 

El  poderío  de  Eurico  excitó  los  celos  de  los  Burgundios  ,  y  deseosos  de  li- 
mitarlo, invadieron  su  territorio  con  un  ejército  formidable.  Sin  embargo,  su  fu- 
ror se  estrelló  ante  los  aguerridos  soldados  godos  ,  y  una  sola  batalla  bastó  para 
hacerlos  huir  á  su  país  en  completa  derrota.  El  triunfante  Eurico  volvió  á  Arles, 
donde  empleó  los  últimos  años  de  su  glorioso  reinado  en  protejer  las  artes  y  en 
hacer  compilar  y  publicar  un  código  de  todas  las  leyes  suyas  y  de  sus  anteceso- 
res. León,  ministro  de  Eurico,  católico,  y  uno  de  los  mas  famosos  jurisconsultos 
de  la  época,  fué  el  principal  autor  de  este  código  que,  llamado  de  Tolosa  por  haber 
sido  publicado  en  esta  ciudad  ,  puede  ser  considerado  como  una  recopilación  de 
ordenanzas  de  la  milicia  y  de  las  costumbres  de  los  Godos  para  la  decisión  y  fa- 
llo de  sus  litigios.  Por  él  se  prueba  hasta  la  evidencia  que  en  España  ,  lo  mismo 
que  en  todos  los  dominios  godos ,  se  habia  introducido  el  derecho  personal  ó  de 
castas ,  lo  que  se  confirma  todavía  mas  si  atendemos  al  objeto  que  se  propuso 


(4)  «  El  ejército  de  Italia,  compuesto  de  extranjeros,  exigió  lo  que  se  habia  concedido  á  nacio- 
nes mas  extranjeras  aun,  y  formó,  acaudillado  por  Odoacro,  una  aristocracia  que  se  apropió  la  ter- 
cera parte  de  las  tierras  de  Italia.  Este  fué  el  golpe  de  gracia  descargado  al  imperio.»  Montesquieu, 
Grand.  y  Decad.  de  los  Rom. ,  cap.  XIX. 

(2)  Non  multum  post  Odovacer,  Turcilingum  rex,  habens  secum  Scyros ,  Hérulos  diversarum- 
que  gentium  auxiliarlos,  Italiam  occupavit,  et  Oreste  interfecto,  Augustulum  filium  ejus  de  regno  pul- 
sum ,  Lucullano  Campaniee  castello  exilii  poena  damnavit.  Jornand.,  c.  46. 

(3)  Le  Bas. 


40  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

le  J*  c'  Marico,  hijo  de  E arico,  con  la  publicación  de  la  Ley  romana,  de  todo  lo  que  ha- 
blaremos á  su  tiempo. 

Una  mancha  oscureció,  al  decir  de  algunos,  el  glorioso  reinado  de  Eurico; 
fogoso  amano,  persiguió  cruelmente  á  los  católicos;  pero  este  hecho,  sentado  por 
el  P.  Mariana  apoyado  en  Sidonio  Apolinar,  es  negado  por  el  historiador  Ro- 
mey  y  otros,  fundados  en  el  testimonio  de  Gregorio  Turonense. 

Los  historiadores  todos  están  acordes  en  considerar  el  reinado  de  Eurico  co- 
mo el  mas  importante  para  España  desde  la  invasión  de  los  Godos,  en  cuanto  á  él 
se  debió  la  definitiva  constitución  de  la  monarquía  y  la  expulsión  completa  de  los 
Romanos.  Este  rey  entendido  ,  espléndido  ,  esforzado  y  uno  de  los  hombres  mas 
políticos  de  su  época ,  gobernó  con  moderación  á  los  pueblos  que  sometió  á  sus 
m'  armas ,  y  murió  en  setiembre  del  año  que  cumplía  diez  y  ocho  de  su  elevación. 
Habíase  casado  con  Ravaquilda ,  y  de  ella  tuvo  un  hijo  llamado  Alarico ,  y  una 
hija  que  se  supone  esposa  de  Sigismer,  caudillo  franco. 

Alarico  fué  aclamado  rey  luego  de  la  muerte  de  su  padre  ,  y  reinaba  hacia 
dos  años ,  cuando  en  el  norte  se  formó  la  tempestad  de  que  debia  de  ser  víctima 
486,  mas  tarde.  Clodoveo  (Chlod-wig,  guerrero  famoso)  acababa  de  vencer  á  Syagrio, 
y  el  patricio  romano,  obligado  á  tomar  la  fuga,  presentóse  ai  rey  godo  pidiéndole 
asilo.  Alarico  le  recibió  con  gran  afecto  ,  pero  cediendo  en  breve  á  las  amenazas 
del  rey  franco,  cometió  la  vileza  de  entregar  á  Syagrio  ,  á  quien  Clodoveo  hizo 
dar  muerte. 

Algunos  años  después,  Teodorico  ,  rey  de  los  Ostrogodos  ,  penetró  en  Italia 
*93.  con  consentimiento  del  emperador  Zenon  ,  atacó  á  Odoacro  ,  le  venció  y  mató,  y 
quedó  dueño  de  sus  estados  que  gobernó  con  singular  acierto.  Alarico  solicitó 
su  alianza,  y  casó  con  su  hija  Teudigota. 

Por  aquel  entonces,  suscitóse  sangrienta  rivalidad  entre  los  hermanos  Gun- 
debaldo  y  Godegesilo,  caudillos  de  los  Burgundios  ó  Borgoñones,  tomando  Clo- 
doveo partido  por  este  y  Alarico  por  aquél.  Gundebaldo,  empero,  logra  asesinar  á 
su  hermano,  se  apodera  de  sus  estados,  y  abandona  á  Alarico  para  aliarse  con  Clo- 
doveo. Esta  fué  la  primera  causa  de  resentimiento  entreel  rey  franco  y  el  rey  godo. 

Los  pocos  años  de  paz  ,  que  para  aquella  época  eran  muchos ,  de  que  dis- 
frutaron entonces  los  Godos ,  permitieron  á  Alarico  dedicarse  á  algunos  trabajos 
legislativos  á  ejemplo  de  su  predecesor.  Hemos  indicado  que  el  derecho  perso- 
nal ó  de  castas  era  el  dominante  en  los  países  sometidos  á  las  armas  godas ,  y 
así  vemos  que  aun  los  habitantes  de  una  misma  comarca  estaban  regidos  por  di- 
versas legislaciones,  según  el  pueblo  á  que  pertenecían.  El  código  de  Tolosa,  co- 
mo ya  hemos  dicho  ,  compiló  el  derecho  de  los  conquistadores ,  y  Alarico  quiso 
hacer  lo  mismo  con  el  derecho  de  los  conquistados.  Sin  perjuicio  de  tratar  de  es- 
ta materia  y  de  otras  semejantes  en  un  capítulo  especial ,  tócanos  decir  aquí  que 
el  conde  Goyarico,  auxiliado  de  varios  obispos  y  magnates,  fué  el  encargado  por 
el  rey  de  aquel  trabajo,  que  desempeñó  compilando  y  resumiendo  las  disposicio- 
»06.  nes  del  derecho  romano  y  en  especial  las  del  código  de  Teodosio,  por  lo  cual  reci- 
bió el  nombre  de  Ley  romana,  y  que  publicó  enviando  á  cada  conde  una  copia 
suscrita  por  el  canciller  Aniano  (í). 


(1  )    Véase  el  Apéndice. 


CAP.    III. — ESPAÑA   GODA.  41 

Habíase  verificado  una  aparente  reconciliación  entre  Clodoveo  y  Aladeo,  a.  dej.c. 
y  habíanse  visitado  y  abrazado  en  un  islote  del  Loire ,  cerca  de  Amboise ;  pero 
pasado  algún  tiempo ,  el  rey  franco  dice  saber  positivamente  que  se  habia  tratado 
de  asesinarle ,  que  la  entrevista  no  habia  sido  mas  que  una  celada ,  y  que  él, 
católico  ferviente ,  no  puede  tolerar  que  posean  los  arríanos  lamas  hermosa 
parte  de  las  Gaüas.  Implorando ,  pues,  la  protección  del  cielo ,  dispone  contra 
Alarico  considerables  armamentos ;  en  vano  Teodorico ,  rey  de  Italia ,  cuñado  de 
Clodoveo  y  suegro  de  Alarico,  ofreció  su  mediación;  en  vano  amenazó  tomar 
las  armas  contra  el  agresor;  todo  ello  no  pudo  impedir  al  Franco  invadir  las 
tierras  de  los  Visigodos ,  entre  los  cuales  tenia  partidarios  que  le  abrieron  las 
puertas  de  la  ciudad  de  Tours.  Alarico  salió  á  su  encuentro  al  frente  de  un  nu- 
meroso ejército  con  intención  de  permanecer á  la  defensiva;  pero  arrastrado 
por  el  ardor  de  sus  tropas,  empeñóse  la  batalla,  y  en  ella  fué  derrotado  su  ejér- 
cito y  él  quedó  sin  vida.  Según  muchos  y  respetables  testimonios,  Alarico  fué 
muerto  por  el  mismo  Clodoveo.  Dióse  esta  batalla  á  tres  leguas  de  Poitiers,  en 
las  llanuras  de  Vouglé,  en  el  año  507,  según  el  mayor  número  de  historiadores, 
aunque  el  P.  Mariana  pretende  haberse  dado  un  año  antes. 

Los  capitanes  del  ejército  visigodo  volvieron  á  España  después  de  tan  cala- 
mitosa jornada,  llevando  consigo  á  Amalarico  (Ámal-rikJ ,  hijo  único  de  su  rey; 
y  considerando  muchos  Godos  que  Amalarico,  que  solo  contaba  cinco  años,  era 
harto  niño  para  mandar  dignamente ,  eligieron  rey  á  Gesaleico ,  hijo  natural  de 
Alarico.  A  la  cabeza  de  sus  partidarios,  atacó  Gesaleico  á  Gundebaldo  que  sitiaba 
á  Narbona,  pero  fué  vencido  y  tuvo  que  refugiarse  en  España,  donde  su  presen- 
cia causó  nuevos  movimientos  en  favor  y  contra  suya 

A  consecuencia  de  estas  dos  señaladas  victorias,  se  rindieron  á  los  vencedo- 
res muchos  pueblos  de  Francia,  como  Burdeos,  los  Yesates,  los  de  Cahors,  los 
de  Rodes  y  los  de  Alvernia,  cuyo  capitán  llamado  Apolinar ,  deudo  que  era  de 
Sidonio ,  obispo  de  la  ciudad,  pereció  en  la  batalla.  Hasta  se  rindió  la  misma  ciu- 
dad de  Tolosa,  donde  estaba  la  casa  real  y  silla  de  los  Godos,  de  suerte  que 
apenas  en  toda  Francia  les  quedó  cosa  alguna  que  no  viniese  en  poder  de  los 
Francos. 

En  breve  un  formidable  ejército  enviado  por  Teodorico  en  auxilio  de  Ama- 
larico ,  á  las  órdenes  de  ¡bbas ,  uno  de  sus  mejores  generales ,  comunicó  nuevo 
aliento  á  los  Visigodos.  Los  Burgundios  y  los  Francos  fueron  vencidos  á  su  vez, 
y  hubieron  de  abandonar  la  mayor  parte  de  sus  anteriores  conquistas. 

Después  de  su  victoria,  Ibbas  marchó  á  Barcelona,  entró  en  ella  por  fuerza 
de  armas  y  expulsó  á  Gesaleico,  quien  se  refugió  en  África  con  algunos  partida- 
rios suyos,  siendo  muy  bien  recibido  por  Trasimundo ,  rey  de  los  Vándalos. 
Teodorico  tomó  para  sí  la  Provenza  en  recompensa  de  su  auxilio ,  y  gobernó  el 
resto  de  los  estados  de  Amalarico  durante  la  menor  edad  de  este  rey,  cuya  edu- 
cación confió  á  Teudis,  Ostrogodo  de  nacimiento. 

Gesaleico,  que  habia  obtenido  del  rey  de  los  Vándalos  considerables  socorros 
en  dinero ,  volvió  á  las  Galias ,  levantó  un  ejército ,  pasó  los  Pirineos  y  se  diri- 
gió hacia  Barcelona;  pero  á  cuatro  leguas  de  esta  ciudad  encontró  á  una  parte 
del  ejército  de  Teodorico ,  y  empeñada  la  batalla ,  fué  vencido  y  puesto  en  fuga. 
Vuelto  á  las  Galias ,  fué  alcanzado  por  una  partida  de  Ostrogodos  que  le  dieron 

TOMO   II.  G 


42  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Adej.c.  muerte,  si  bien  algunos  dicen  que  murió  de  pesadumbre  por  su  mala  fortuna. 
Su  muerte  y  la  de  Clodoveo  libraron  á  los  Visigodos  de  las  calamidades  de  una 
guerra  civil  y  del  temor  de  una  invasión  extranjera. 

Aunque  Teudis  gobernase  la  España  con  gran  moderación ,  y  se  atuviese 
en  todo  á  las  instrucciones  que  de  Italia  recibía ,  las  inmensas  riquezas  que  le 
llevara  en  doíe  una  Española  con  quien  se  había  casado ,  y  además  de  esto,  su 
constante  negativa  de  volver  á  Italia  para  dar  cuenta  de  su  gestión,  inspiraron 
algunas  sospechas  á  Teodorico.  Teudis  lo  conoció ,  y  temiendo  por  su  libertad 
y  quizás  hasta  por  su  vida,  formó  para  que  le  sirviese  de  guardia  un  cuerpo  de 
dos  mil  hombres  que  mantenía  á  sus  expensas  (1).  Teodorico,  que  receló  alguna 
asechanza  contra  su  nieto,  se  apresuró  á  declararle  mayor  de  edad,  y  despojó  de 
sus  cargos  á  Teudis,  quien  volvió  desde  entonces  á  la  vida  privada. 
526.  P°co  después  murió  Teodorico,  dejando  por  sucesor  á  otro  nieto  suyo  llamado 

Atalarico,  hijo  de  Amalasiunta ,  su  hija,  ydeEuíarico,  noble  godo,  muerto 
antes  que  su  suegro.  Para  evitar  toda  disensión  entre  los  dos  jóvenes  reyes,  acor- 
dóse que  el  Ródano  seria  el  límite  de  ambos  estados ,  y  que  no  solo  no  serian  lle- 
vadas á  Italia  las  rentas  de  España ,  sino  que  Atalarico  restituiría  los  tesoros 
de  que  se  apoderara  su  abuelo. 

Fijados  así  los  intereses  y  derechos  de  cada  uno,  Amalarico  pensó  en  casar- 
se, y  pidió  y  obtuvo  la  mano  de  Clotilde,  hija  de  Clodoveo  y  hermana  de  los 
cuatro  reyes  francos  que  reinaban  en  el  norte  de  las  Galias.  Este  enlace  que  pa- 
recía prometer  á  los  dos  pueblos  una  paz  duradera,  dio  lugar  á  espléndidas  fies- 
tas (2) ,  pero  en  breve  estalló  entre  ambos  esposos  la  discordia  que  tan  funesta 
habia  de  ser  á  Amalarico  y  al  reino  de  los  Visigodos.  Amalarico ,  que  era  ar- 
riano,  quiso  que  Clotilde,  católica  fervorosa,  abrazase  su  religión,  y  de  la  obs- 
tinación y  crueldad  del  uno  y  de  la  resistencia  de  la  otra,  nacieron  rencores  y 
malos  tratamientos.  Para  sustraerse  á  ellos ,  Clotilde  escribió  á  sus  hermanos ,  y 
hasta  envió  á  Childeberto  un  lienzo  empapado  en  su  misma  sangre  (3).  Sus  cuatro 
hermanos,  reyes  de  diferentes  parles  de  las  Galias,  tomaron  al  momento  las  armas 
en  venganza  de  la  desventurada,  é  invadieron  los  estados  de  Amalarico  al  frente 
de  numerosas  tropas.  El  rey  godo  salió  á  su  encuentro,  y  vencido,  buscó  un  re- 
fugio en  sus  naves;  pero  desgraciadamente  para  él,  salió  de  allí  en  busca  de  sus 
tesoros  que  olvidara  en  Narbona ,  á  lo  que  se  cree ;  sorprendido  por  los  Fran- 
cos, un  soldado  le  atravesó  con  su  lanza  al  irse  á  amparar  del  sagrado  de  una 
iglesia  (4).  Algunos  autores  opinan  que  después  de  su  derrota  se  refugió  en  Bar- 
celona, y  que  allí  le  asesinaron  sus  propios  soldados.  Según  todas  las  aparien- 
53i.  cías ,  estos  hechos  ocurrieron  en  el  año  531.  Childeberto  y  sus  hermanos  volvié- 
ronse á  Francia  con  sus  victoriosas  tropas,  llevándose  los  tesoros  de  Amalarico, 
en  los  cuales  y  entre  los  muchos  objetos  preciosos  que  encerraban  ,  encontrában- 
se sesenta  cálices  y  quince  patenas  de  oro  finísimo  ,  que  regaló  Childeberto  á  las 
varias  iglesias  de  su  reino.  Clotilde ,  que  acompañaba  á  sus  hermanos,  murió 
durante  el  camino;  su  cuerpo  fué  llevado  á  París ,  y  sepultado  junto  al  de  su  pa- 


(\¡  Procop.,  de  Bello  Golh.,  1.  II,  c.  13. 

(2)  Id.  id.  id. 

(3)  Greg.  Turón.,  1.  III. 

(4)  Id.  id. 


CAP.    III. — ESPAÑA   GODA,  43 

dre,  en  la  iglesia  de  Santa  Genoveva,  que  esiaba  bajo  la  advocación  de  San  Pe-  A- de  J,,c 
dro  y  San  Pablo. 

Muerto  Amalarico ,  los  Visigodos  recurrieron  á  la  elección  para  tener  un  rey, 
y  el  mismo  Teudis,  á  quien  hemos  visto  gobernar  con  tanto  acierto  durante  la 
menor  edad  de  Amalarico ,  fué  proclamado  por  ia  asamblea  de  la  nación.  En 
aquel  entonces  Belisario,  general  del  emperador  Jusliniano,  invadió  con  tal  ra- 
pidez el  reino  de  los  Vándalos  en  África,  que  Teudis  no  tuvo  siquiera  tiempo 
para  decidir  si  estaba  ó  no  en  su  interés  tomar  partido  en  aquella  guerra. 

Los  Francos,  que  acababan  de  destruir  el  reino  de  los  Burgundios,  reunie-  534 
ron  todas  sus  fuerzas  contra  los  Visigodos  é  intentaron  expulsarlos  de  la  Galia, 
mas  no  pudieron  lograrlo.  Diez  años  después,  Childeberto,  que  reinaba  en  la  544. 
Isla  de  Francia,  y  Gotario,  que  reinaba  en  Soissons,  hicieron  nuevas  tentativas, 
y  pasando  los  Pirineos  con  muchas  y  aguerridas  tropas,  se  dirigieron  á  marchas 
forzadas  hacia  César-Augusta,  á  la  cual  pusieron  sitio  después  de  devastar  cuanto 
hallaron  á  su  paso.  Teudis,  que  no  habia  podido  oponerse  á  su  rápida  marcha, 
tomó  sus  medidas ,  ocupando  los  pasos  de  las  montañas  para  caer  sobre  ellos 
cuando  regresaren  á  sus  estados. 

Luego,  pues,  que  los  ejércitos  de  Childeberto  y  de  Gotario,  cargados  con 
el  botin  que  recogieron  en  la  expedición,  se  disponían  á  pasar  otra  vez  ios  Piri- 
neos, después  de  haber  levantado  por  temor  ó  prudencia  el  sitio  de  César-Au- 
gusta (algunos  autores  dicen  que  lograron  rendirla  por  capitulación) ,  Teudiselo, 
general  de  Teudis,  los  atacó  con  tal  denuedo  y  oportunidad,  que  ambos  ejérci- 
tos se  vieron  amenazados  de  una  total  ruina.  Mediante  una  crecida  suma  de  di- 
nero, Teudiselo  les  concedió  una  tregua  de  veinte  y  cuatro  horas  que  aprove- 
charon para  desbandarse  y  salvarse  por  aquellas  breñas  (1). 

Terminada  apenas  esta  guerra,  fué  preciso  marchar  contra  nuevos  enemi- 
gos. Las  tropas  de  Justiniano,  después  de  arrojar  á  los  Vándalos  de  África,  se 
habían  apoderado  de  la  plaza  de  Ceuta  antes  que  esta  hubiese  recibido  los  re- 
fuerzos mandados  por  Teudis.  Llegados  demasiado  tarde  ,  los  Visigodos  hubie- 
ron de  poner  sitio  á  la  ciudad  á  cuya  defensa  habían  sido  enviados ;  pero  apro- 
vechando los  sitiados  de  una  suspensión  de  armas  dispuesta  por  Teudis  un  do- 
mingo, de  cuya  festividad  era  rígido  observador,  le  atacaron  y  le  obligaron  á 
reembarcarse  y  á  levantar  el  sitio  (2). 

Por  aquel  entonces,  Belisario  y  luego  Narses  que  le  sucedió  en  el  cargo  de 
general  por  el  imperio,  derribaron  con  sus  esfuerzos  el  reino  ostrogodo  de  Italia, 
y  fueron  vencidos  en  batalla  ó  muertos  Teodato  ,  Vitiges,  Ildebaldo,  Ardarico, 
TotilayTega,  todos  por  orden  reyes  de  Italia  después  de  Teodorico.  ¡Efímera 
conquisla!  En  Constantínopla  se  renovaron  los  antiguos  triunfos,  que  fueron 
presagio  de  próximos  y  mayores  desastres. 

Pasado  poco  tiempo  de  su  derrota ,   Teudis  recibió  de  un  hombre  que  era    548 
ó  se  fingia  loco  una  estocada  de  la  que  murió  al  cabo  de  algunos  dias ,  con  cris- 
tiana resignación  y  prohibiendo  que  se  persiguiera  al  asesino  (3), 


(4)    Vit.  S.  Avit. 

(2)  lsidor.,  Hist.  Goth. 

(3)  Id.  id. 


44  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Muerto  Teudis,  los  grandes  eligieron  al  general  á  quien  hemos  visto  man- 
dar un  ejército  contra  Childeberto  y  Clotario ,  llamado  por  los  historiadores 
Teudiselo ,  Teodigis  y  Teudegesilo.  El  nuevo  rey  abusó  torpemente  de  su  au- 
toridad ,  y  no  reconociendo  freno  alguno  en  su  pasión  por  las  mujeres ,  todos  los 
medios,  aun  los  mas  crueles,  pareciéronle  buenos  para  satisfacerla  (1).  Tales 
escándalos  suscitaron  contra  él  la  indignación  y  el  odio  de  su  pueblo ,  y  los 
grandes ,  muchos  de  los  cuales  habian  sido  sus  víctimas,  resolvieron  poner  fin 
á  tanta  tiranía.  Para  ello  aprovecharon  una  ocasión  que  él  mismo  les  ofreció; 
invitólos  á  un  gran  banquete ,  y  luego  que  los  conjurados  vieron  á  los  comensa- 
les algo  tomados  del  vino ,  apagaron  las  luces ,  y  á  favor  del  desorden  le  dieron 
549«  de  puñaladas.  La  trágica  muerte  de  Teudiselo  tuvo  lugar  en  Sevilla  un  año  y 
cinco  meses  después  de  haber  sido  proclamado  rey  (2). 

Los  conjurados  que  asistieron  al  banquete  creyeron  que  el  asesinato  de  su  mo- 
narca les  daba  derecho  para  elegirle  un  sucesor,  y  proclamaron  sin  formalidad  al- 
guna á  Agila;pero  semejante  proceder  disgustó  á  los  grandes  que  no  habian  sido 
consultados  en  la  elección  del  nuevo  rey,  cuyas  licenciosas  costumbres  no  eran 
á  propósito  paraccnciliarle  las  voluntadas.  La  ciudad  de  Córdoba  se  negó  á  pres- 
tarle obediencia,  y  Agila,  montado  en  cólera,  púsose  al  frente  de  su  ejército  y 
marchó  contra  ¡a  ciudad  ,  con  la  firme  resolución  de  tratar  á  sus  habitantes  de 
modo  que  escarmentasen  cuantos  tratasen  de  imitar  su  ejemplo.  Los  Cordobeses, 
empero,  le  salieron  al  encuentro,  y  en  la  batalla  que  con  él  empeñaron,  encon- 
tró la  muerte  su  propio  hijo  y  sus  tropas  la  derrota. 

La  victoria  alcanzada  por  los  Cordobeses  alentó  á  los  habitantes  de  otras 
ciudades  á  sublevarse,  y  Atanagildo,  noble  godo,  tan  astuto  como  ambicioso, 
aprovechó  ia  incertidumbre  de  los  sublevados  acerca  de  la  elección  de  un  jefe, 
para  hacerse  proclamar  rey.  Con  las  tropas  que  seguían  su  bandera  habría  podi- 
do sin  duda  triunfar  de  su  competidor  ,  pero  queriendo  asegurar  su  causa,  alióse 
con  el  emperador  Justiniano  á  quien  ofreció  ceder  cierta  extensión  de  territorio 
á  lo  largo  de  las  costas  españolas  (3).  Justiniano  accedió  á  sus  deseos,  y  envió 
un  ejército  á  las  órdenes  de  Liberio,  quien  se  emposesionó  de  la  costa  desde  Gi- 
brallar  hasta  los  confines  de  la  tierra  de  Valencia. 

Los  Españoles ,  católicos  en  su  inmensa  mayoría ,  vieron  sin  pesar  aquellos 
sucesos ,  pues  preferían  la  dominación  imperial  á  la  de  los  Godos  á  causa  de  la 
conformidad  de  sus  creencias  religiosas ;  esto  hizo  que  Liberio  ,  que  no  tuvo  que 
dejar  guarnición  en  las  ciudades ,  pudiese  poner  todo  su  ejército  á  disposición  de 
Atanagildo.  Reunidos  ambos  caudillos,  sus  tropas  emprendieron  la  marcha  con- 
tra Agila,  que  parecía  querer  poner  sitio  á  Sevilla;  alcanzáronle,  prescniáronle 
batalla,  le  vencieron  y  le  obligaron  á  refugiarse  en  Emérita,  con  los  restos  de 
su  ejército. 

Agila  intentó  en  vano  reanimar  el  valor  de  los  suyos  y  reunir  nuevas  tropas. 
Temerosos  de  las  calamidades  que  atraía  sobre  España  la  guerra  civil ,  penetra- 
dos de  los  peligros  con  que  les  amenazaba  la  presencia  de  un  ejército  extranjero, 


(4)    Gre^or.  Turón. 

(2)  Id.,  Jornand.,  Isidoro. 

(3)  Isidoro;  Grcgor.  Tutod. 


CAP.   III.  — ESPAÑA  GODA.  45 

y  por  otra  parte  irritados  de  la  altivez  y  tiranía  del  rey  que  ellos  mismos  habían  \$lL 
proclamado ,  sus  partidarios  le  dieren  igual  muerte  que  á  su  predecesor.  Sabido 
el  suceso  por  las  tropas ,  aclamaron  por  rey  á  Atanagildo  (Athan-güd) ,  quien 
informado  de  lo  que  acababa  de  suceder,  se  apresuró  á  tomar  el  mando  de  los 
soldados  de  Agila  y  á  licenciarlos  después  de  darles  gracias  por  la  prueba  de  con- 
fianza que  les  habia  merecido.  Desde  aquel  momento  quedó  tranquilo  poseedor  del 
trono  de  los  Godos,  quienes,  á  no  poner  fin  á  sus  intestinas  discordias,  habrian 
vuelto  probablemente  bajo  el  yugo  romano ,  pues  no  cabe  duda  en  que  conquis- 
tadas África  é  Italia ,  Jusliniano  hubiera  intentado  enseñorearse  de  España. 

Teudis  habia  sido  el  primero  en  trasladar  la  corte  goda  de  Tolosa  á  España, 
y  así  él  como  Teudiselo  y  Agila  habian  residido  sucesivamente  en  las  principales 
ciudades  de  la  Península.  Atanagildo  fijó  su  residencia  en  Toledo,  á  cuyos  ha- 
bitantes edificó  con  el  espectáculo  de  sus  virtudes  de  familia.  De  un  carácter  afa- 
ble y  benévolo,  granjeóse  Atanagildo  el  amor  de  los  Godos. 

Sin  embargo,  los  Romanos,  á  quienes  algunos  historiadores  llaman  los  Im- 
periales, ya  fuese  que  no  se  creyesen  bastante  recompensados  por  los  servicios 
que  prestaron  á  Atanagildo  ,  ya  cediesen  á  las  instigaciones  de  los  Españoles 
que  sufrían  con  impaciencia  la  dominación  de  los  Godos  á  causa  de  su  arrianis- 
mo,  se  emposesionaron  de  varias  plazas  fuertes  que  no  les  habian  sido  cedidas. 
Los  historiadores  no  expresan  si  aquellas  ciudades  les  abrieron  sus  puertas  ó  si 
entraron  en  ellas  á  fuerza  de  armas;  pero  es  lo  cierto  que  irritados  los  Godos  por 
aquella  violación  de  los  tratados,  se  quejaron  amargamente  á  su  rey,  quien,  des- 
pués de  intentar  en  vano  cerca  de  los  Imperiales  la  via  de  las  negociaciones,  los 
despo.ó  á  la  fuerza  de  sus  nuevas  conquistas.  La  historia  no  dice  si  esta  guerra 
dio  lugar  á  otros  acaecimientos  que  los  referidos,  y  tampoco  expresa  si  tuvo  otras 
causas  además  de  las  indicadas. 

Alanagildo  tenia  de  su  esposa  Gosuinda  dos  hijas  de  rara  belleza;  la  me- 
nor, Brunequilda,  fué  solicitada  en  matrimonio  por  Sigiberio,rey  de  Austrasia,  ó 
por  mejor  decir  de  Metz,  y  nielo  de  Clodoveo.  Gogon,  primer  ministro  del  rey 
franco,  fué  enviado  á  España  al  frente  de  una  numerosa  embajada,  para  formali- 
zar la  demanda,  y  obtuvo  la  mano  de  la  joven  princesa,  la  cual  abrazó  el  catoli- 
cismo á  su  llegada  á  Melz.  Las  fiestas  del  matrimonio  fueron  cantadas  por  un 
poeta  romano  de  la  corle  del  rey  franco,  y  habla  en  su  poema  de  la  sin  par  her- 
mosura de  Brunequilda  que  compara  á  Venus.  El  nombre  de  Brunequilda  es  fa- 
moso en  la  historia  de  la  nación  franca  (1). 

Un  año  después,  Ghilperico,  rey  de  Soissons,  pidió  á  Atanagildo  la  mano  de 
su  hija  mayor  Galsuinda,  y  como  el  rey  godo  no  ignoraba  la  licenciosa  conducta 
del  franco,  como  los  nombres  de  Audovera  y  de  Fredegunda,  sus  mancebas,  cor- 
rían en  boca  de  todos,  le  concedió  la  mano  de  su  hija  con  extremada  repugnancia 
y  exigiendo  que  los  hermanos  de  Ghilperico  saliesen  fiadores  de  sus  promesas. 
Una  vez  resuelía  la  partida  de  Galsuinda,  la  separación  fué  muy  dolorosa,  como 
si  tuviesen  todos  un  presentimiento  de  los  infortunios  que  la  esperaban.  Cuénta- 
se que  cuando  estuvo  todo  dispuesto  para  la  marcha,  Gosuinda  quiso  acompañar 
algún  tiempo  á  su  hija,   y  subió  con  ella  al  carro   de   viaje  ;  llegada  al  lugar 


[\      Véase  el  Apéndice. 


46  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

x.dej.  c.  donde  habia  pensado  separarse  de  su  hija  para  volver  á  Toledo,  no  tuvo  fuerzas 
para  resolverse,  y  fué  siguiéndola  de  distancia  en  distancia  hasta  el  paso  de  los 
montes.  Los  nobles  godos  que  formaban  su  séquito,  creyeron  que  era  ne- 
cesario no  pasar  adelante,  y  efectuada  la  desgarradora  separación ,  volvieron  con 
la  reina  á  Toledo,  mientras  que  su  hija  pasaba  los  Pirineos.  Los  presentimientos 
de  la  infeliz  madre  no  fueron  vanos:  para  complacer  á  Fredegunda,  Chilperico 
mandó  estrangular  á  su  joven  esposa  (1).  Los  tres  hermanos  del  rey  de  Sois- 
sons  tomaron  las  armas  para  castigarle  de  su  crimen,  y  le  obligaron  á  ceder  á 
Brunequilda  cuantas  plazas  habia  reconocido  ser  patrimonio  de  Galsuinda. 
567.  Atanagildo  murió  después  de  un  pacííico  reinado  de  trece  años;  algunos 

historiadores  aseguran  que  abrazó  el  catolicismo  en  ios  últimos  años  de  su  vida. 

El  reinado  de  Atanagildo  fué  seguido  de  un  interregno  de  cinco  meses,  pues 
los  magnates  no  acertaban  á  ponerse  de  acuerdo  acerca  ele  la  persona  que  podia 
dignamente  reemplazarle,  originándose  de  ahí  grandes  males  para  la  nación. 
Poruña  parte  los  imperiales,  aprovechándolas  turbulencias,  extendieron  sus  con- 
quistas, y  por  otra  los  jefes  particulares  oprimieron  á  los  pueblos  de  tal  modo 
que,  como  sucede  siempre  en  semejantes  casos,  al  último  rey  habian  sucedido 
cien  tiranos.  Sin  embargo,  el  mismo  exceso  del  mal  produjo  el  restablecimiento 
del  orden  :  el  pueblo  y  sobre  todo  los  habitantes  de  las  capitales  manifestaron  su 
descontento  y  obligaron  á  los  señores  á  terminar  su  elección.  La  mayoría  de  ellos 
nombró  á  Liuva  (Leuw,  león),  gobernador  que  era  de  la  Galia  gótica. 

Liuva  se  hizo  tan  notable  por  su  piedad  y  prudencia  como  por  su  valor,  y 
creyendo  que  su  ausencia  de  la  Galia  podia  ser  fatal  á  la  causa  de  los  Godos,  lo 
ges  mismo  que  sus  ausencias  de  España  cuando  se  hallase  en  la  Galia,  representó  á 
los  grandes  la  conveniencia  de  asociar  á  la  corona  á  su  hermano  Leovigildo.  Esta 
generosa  proposición  del  rey  fué  recibida  con  muestras  de  general  aprobación  ; 
672.  hízose  como  él  deseaba,  y  Liuva  residió  casi  siempre  en  las  Galias  donde  murió 
después  de  cinco  años  de  reinado,  quedando  dueño  Leovigildo  de  todo  el  reino  de 
los  Godos.  Algunos  historiadores  no  cuentan  á  Liuva  entre  los  reyes  godos  de  Es- 
paña, lo  que  se  explica  por  la  cesión  hecha  á  su  hermano.  Además  Liuva  no  re- 
sidió casi  en  la  Península,  si  bien  reinó  por  espacio  de  un  año  antes  de  solicitar 
que  le  fuese  asociado  Leovigildo.  Muchas  medallas  existen  acuñadas  en  su  nom- 
bre, por  todo  lo  cual  creemos  que  seria  faltar  á  la  exactitud  histórica  omitirle  en 
la  enumeración  de  los  reyes  de  la  nación  hispano-gótica. 

Pocos  reyes  godos  han  dado  lugar  á  tantas  y  tan  contrarias  calificaciones 
como  Leovigildo  ;  pero  sí  es  cierto  que  la  muerte  que  mandó  dar  á  su  hijo  Her- 
menegildo y  las  persecuciones  con  que  agobió  á  los  católicos  durante  algún  tiem- 
po, son  negras  manchas  en  su  vida,  es  también  indudable  que  durante  su  go- 
bierno se  realizaron  muchas  y  grandes  cosas,  y  que  la  nación  goda  llegó  en  su 
tiempo  á  un  grado  de  poder  y  esplendor  que  jamás  habia  tenido,  como  veremos 
por  las  sucesivas  explicaciones. 

Be  su  primer  enlace  con  Teodosia,  hija  de  Severino,  duque  de  la  provincia 
de  Cartagena,  cuyo  padre  fué,  según  algunos,  Teudis,  uno  de  los  reyes  anterio- 


(1 )    Véase  el  Apéndice. 


CAP.    III. — ESPAÑA    GODA.  47 

res,  tuvo  Leovigildo  dos  hijos  llamados,  Hermenegildo  y  Recaredo.  Teodosia  ha- 
bía muerto  cuando  Leovigildo  fué  asociado  al  poder  real. 

Entonces  Leovigildo  casó  con  Gosuinda,  viuda  de  Atanagildo,  y  este  ma- 
trimonio, como  habia  previsto,  robusteció  su  autoridad.  Su  primer  cuidado  fué 
levantar  un  ejército,  y  con  él  atacó  á  los  Imperiales  y  puso  sitio  á  Asindo  (Medina 
Sidonia).  Los  sitiados  le  opusieron  una  vigorosa  resistencia,  pero  un  traidor  le 
facilitó  la  eütrada  en  la  ciudad. 

En  seguida  volvió  sus  armas  contra  Córdoba  que  no  le  opuso  menor  re- 
sistencia que  Asindo  ;  para  tomarla  valióse  de  un  medio  igual,  y  una  vez  en  po- 
sesión de  ella,  despojó  en  poco  tiempo  á  los  Imperiales  de  muchas  ciudades  y  for- 
talezas. 

Los  Romanos  ó  Griegos,  ó  para  hablar  con  mas  propiedad,  los  Imperiales, 
eran  enemigos  temibles,  no  solo  por  sus  armas.,  sino  también  por  sus  relaciones 
con  la  antigua  nación  hispano-romana  que  hallaba  en  ellos  correligionarios,  y 
además  por  ser  asilo  y  esperanza  de  todos  los  descontentos.  La  imprudencia  de 
Atanagildo  habia  permitido  al  imperio  griego  restablecer  de  un  modo  sólido  su 
dominación  en  los  territorios  de  la  Península  que  se  le  habian  cedido,  y  Leovi- 
gildo intentó  despojarlos  de  ellos.  Aquella  guerra  era  para  él  nacional  y  la  llevó 
adelante  con  indecible  ardor,  tanto  que  se  le  hacen  justos  cargos  por  haberse  mos- 
trado en  ella  inexorable  y  cruel.  La  romana  Córdoba  fué  tratada  por  él  con  ex- 
tremado rigor.  Desde  su  victoria  contra  Agila,  aquella  ciudad  se  habia  manteni- 
do independiente  de  los  Godos,  habíase  gobernado  por  sí  misma  y  restablecido 
sus  usos  municipales  del  tiempo  del  imperio;  en  una  palabra,  los  Cordobeses  veiau 
con  pesar  é  impaciencia  la  dominación  goda.  Leovigildo  tomó  cruel  venganza  de 
esta  disposición  anti— gótica  de  los  habitantes  de  Córdoba  y  sometiólos  de  nuevo 
bajo  la  obediencia  de  Toledo,  después  de  devastarlo  todo  en  la  ciudad  y  sus  al- 
rededores y  de  dar  muerte  á  gran  número  de  campesinos  que  habian  acudido  en 
auxilio  de  la  metrópoli. 

Liuva  murió  durante  esta  guerra,  que  empezada  á  fines  del  primer  año  del 
gobierno  de  su  hermano,  duró  mas  de  tres  años.  El  resultado  que  para  los  Godos 
tuvo  fué  la  adquisición  de  muchas  é  importantes  ciudades  además  délas  citadas; 
sin  embargo,  el  imperio  griego  se  conservó  en  varios  puntos,  y  Leovigildo  le  otor- 
gó una  tregua  mas  bien  que  la  paz. 

Muerto  Liuva,  Leovigildo  vióse  rodeado  por  parte  de  los  magnates  de  testi- 
monios de  sumisión  y  respeto,  disposiciones  que  el  rey  quiso  aprovechar,  á  lo 
que  suponen  muchos  historiadores,  para  hacer  la  corona  hereditaria  en  su  familia. 
Dijo  á  los  nobles  que  el  interés  del  pueblo  exigía  que  sus  dos  hijos  fuesen  decla- 
rados herederos  del  trono,  que  se  les  concediese  parte  de  la  autoridad  soberana, 
y  siendo  acogida  esta  proposición  con  gozo  por  los  unos  y  sin  oposición  por  los 
otros,  Hermenegildo  y  Recaredo  fueron  proclamados  príncipes  de  los  Godos. 

Logrado  esto,  Leovigildo  atacó  á  los  Cántabros,  pueblo  que  rechazaba  la  do- 
minación goda,  y  aun  cuando  costóle  grandes  esfuerzos  subyugar  el  indomable 
valor  de  aquellos  hombres  y  superar  los  obstáculos  que  en  aquel  país  ha  puesto 
la  naturaleza  á  las  invasiones,  acabó  por  triunfar  y  someterlos  bajo  su  domina- 
ción. 

Al  llegar  aquí  vemos  reaparecer  á  los  Suevos.  Miro,  su  rey,  ó  rey  á  lo  me- 


48  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

nos  de  Lucum,  y  vecino  por  consiguiente  de  los  Cántabros,  prestóles  auxilio  en 
su  guerra  con  los  Godos,  y  cuando  Leovigildo  se  disponia  á  atacarle,  solicitó  la 
paz.  El  rey  godo,  á  quien  llamaban  á  otra  parte  mayores  empresas,  consintió  en 
otorgársela,  no  sin  dirigirle  algunas  amenazas  para  lo  porvenir. 

Desde  Remismundo  no  hemos  hablado  de  los  Suevos,  y  en  esto  hemos  debi- 
do seguir  á  los  historiadores  todos.  En  efecto,  desde  las  turbulentas  agitaciones 
á  que  se  habían  entregado  los  Suevos  antes  de  esia  época,  se  anonadaron,  por  de- 
cirlo así,  y  nadie  hace  mención  de  ellos.  Como  habia  sucedido  á  todos  los  bárba- 
ros septentrionales  trasladados  á  un  país  fértil  y  á  un  clima  suave,  parece  haber- 
se apoderado  de  ellos  el  amor  al  reposo,  de  modo  que  no  era  ya  el  mismo  pueblo 
á  la  segunda  generación.  Es  probable  que,  obligados  á  vivir  con  los  naturales, 
habían  fraternizado  con  ellos,  según  modernamente  se  dice  ;  así  á  lo  menos  es 
permitido  inferirlo  del  silencio  que  guarda  respecto  de  ellos  la  historia  durante 
un  período  de  unos  ciento  setenta  y  seis  años.  El  curso  de  la  exisiencia  histórica 
de  los  Suevos  tiene  cierta  similitud  con  aquel  rio  que  desaparece  en  el  seno  de  la 
tierra  en  las  inmediaciones  del  mar,  y  que  solo  reaparece  para  desaparecer  de 
nuevo.  Aquella  nación  vuelve  á  figurar  en  la  historia  pocos  años  antes  del  reina- 
do de  Leovigildo  con  motivo  de  haberse  hecho  católico,  de  amano  que  era,  su 
rey  Teodomiro  por  haber  obtenido  por  intercesión  de  san  Martin  de  Tours»  la 
curación  de  su  hijo  aquejado  de  grave  enfermedad.  Por  Gregorio  Turonense,  que 
refiere  el  milagro,  sabemos  de  un  modo  cierto  la  existencia  y  algunas  particula- 
ridades del  rey  Suevo  á  quien  él  llama  Cariarico;  pero  del  reino  de  los  Suevos, 
de  su  consiilucion,  de  su  manera  de  existir  religiosa,  política  y  civil  no  se  en- 
cuentra testimonio  alguno  en  los  historiadores  contemporáneos,  y  por  lo  mismo 
tampoco  en  los  que  después  han  escrito.  ¿  Existia  una  monarquía  sueva  ?  ¿  Ha- 
bia un  solo  rey  ó  muchos?  ¿  Qué  diferencias  se  observaban  entre  los  naturales  y 
tos  conquistadores  ?  ¿Habia  entre  ellos  una  fusión  completa  ?  Se  ignora,  y  por  la 
oscuridad  y  confusión  que  en  ella  reinan  puede  decirse  que  la  historia  de  los  Sue- 
vos se  resiste  á  toda  investigación.  Isidoro  de  Sevilla,  contemporáneo  que  escribía 
en  una  provincia  limítrofe,  llama  Teodomiro  al  primer  rey  católico  de  los  Sue- 
vos, y  Gregorio  de  Tours,  que  residía  en  las  márgenes  del  Loire,  llámale,  como 
hemos  dicho,  Cariarico.  Lo  mas  verosímil  es  que  la  nación  estaba  dividida  por 
distritos,  ciudades  ó  diócesis,  teniendo  cada  una  su  rey  ó  jefe,  y  á  un  mismo 
tiempo  Miro  ó  Mirón  reinaba  en  Lucum,  y  Ariamiro  en  Bracara,  según  se  des- 
prende de  las  actas  de  un  concilio  celebrado  en  esta  última  ciudad.  Ahora  bien,  ¿son 
Ariamiro  y  Teodomiro  una  misma  persona  bajo  dos  nombres  distintos,  como  por 
algunos  se  ha  supuesto?  Quizás  sea  así,  pero  de  todos  modos  de  las  actas  del 
Concilio  1  de  Bracara,  presidido  por  Lucrecio,  se  desprende  un  dato  muy  curioso, 
acerca  de  la  inferioridad  intelectual  de  aquel  pueblo. 

«Es  necesario,  hermanos  mios,  dice  Lucrecio  en  su  discurso  inaugural,  que 
nos  pongamos  todos  de  acuerdo  y  nos  afirmemos  en  la  fe  que  debemos  de  ense- 
ñar, en  cuanto  hemos  de  hablar  á  ignorantes.  Los  pueblos  de  Galicia,  situados  en 
la  parte  extrema  de  España,  tienen  muy  excasa  idea  de  la  religión  verdadera  (1).» 


(4      Con.cil.  Omn.,  t.  V,  p.  894. 


CAP.    III.  — ESPAÑA   GODA.  49 

De  las  actas  del  concilio  de  Lugo,  reunido  en  la  misma  época  ,  puédense  to-  A>  de,c- 
mar  algunas  nociones  acerca  de  la  extensión  del  país  ocupado  por  los  Suevos;  los 
límites  religiosos  podrán  darnos  una  idea  de  sus  límites  políticos.  Uno  de  los  pri- 
meros cánones  de  dicho  concilio  erigió  la  ciudad  de  Lucum  en  metrópoli ;  Braca- 
ra  conservó  como  sufragáneos  los  obispos  de  Portus  (Porto),  de  Lameco  (Lamego), 
de  Conimbrica  (Coimbra) ,  de  Viseo  ,  de  Indonha  y  de  Dumio;  los  de  Iria-Flavia 
(el  Padrón ),  de  Aquee-Origines  (  Orense ),  de  Tyde  (  Tuy ),  de  Britonnia  (Mon- 
dofiedo ),  y  de  Asturicum  ( Astorga ),  se  hicieron  depender  del  nuevo  metropoli- 
tano de  Lugo  (1).  Estas  eran  las  diócesis  del  reino  de  los  Suevos ,  y  aquí  acaban 
nuestras  noticias. 

Volvamos  á  Leovigildo . 

Los  habitantes  del  Orospeda  (que  forma  hoy  las  sierras  de  Alcaraz  y  de  Ca- 
zorla) ,  escudados  en  la  fragosidad  de  su  suelo ,  se  habían  librado  hasla  entonces 
de  la  dominación  goda  ,  pero  fueron  atacados  á  su  vez  y  obligados  á  sufrir  la 
ley  del  vencedor  (2).  578. 

Esta  última  campaña  puso  fin  á  la  guerra,  y  Leovigildo  pensó  entonces  en 
casar  á  Hermenegildo  su  hijo  primogénito.  Siguiendo  los  consejos  de  la  reina,  so- 
licitó para  él  la  mano  de  Ingunda,  hija  de  Brunequilda,  y  obtenida  que  fué,  dio  á 
su  hijo  parte  de  sus  estados.  El  joven  príncipe  estableció  su  corte  en  Sevilla,  pe- 
ro no  fué  de  larga  duración  el  regocijo  causado  por  semejante  matrimonio.  Her- 
menegildo abjuró  el  arrianismo  y  profesó  la  religión  verdadera  por  diligencia  de 
su  esposa  y  por  las  amonestaciones  de  san  Leandro,  obispo  de  Sevilla,  y  este  fué 
el  origen  de  aquella  guerra  que  dio  un  mártir  mas  al  cielo  y  que  envenenó  con 
agudos  remordimientos  la  vicia  del  rey  godo.  El  príncipe  contaba  con  el  auxilio 
de  los  Imperiales  para  sostener  su  dignidad  de  que  le  privara  su  padre  al  saber 
su  conversión  ;  pero  el  anciano  rey  ganó  al  general  griego ,  y  estrechó  tan  de 
cerca  á  su  hijo  que  este  hubo  de  someterse.  Leovigildo  le  mandó  despojar  de  las 
insignias  reales,  y  le  envió  prisionero  á  Toledo. 

La  contienda  entre  el  padre  y  el  hijo  tuvo  fatales  consecuencias  para  los  ca- 
tólicos. Los  obispos  y  los  eclesiásticos  fueron  tratados  con  extremada  dureza ,  y 
la  persecución  acabó  por  extenderse  á  lodos  los  fieles  ,  los  cuales  fueron  acusa- 
dos de  conspirar  con  los  reyes  suevos  y  francos.  Brunequilda  intercedió  por  su 
yerno  ;  pero  sus  esfuerzos  para  que  su  padre  se  reconciliara  con  él  fueron  neu- 
tralizados por  la  influencia  de  Gosuinda  ,  que  era  fanática  arriana. 

Los  Vascones  de  Álava,  de  Navarra  y  del  territorio  de  Jaca  se  aprovecharon 
de  estas  discordias  intestinas  para  sublevarse ,  mas  Leovigildo  marchó  contra 
ellos ,  los  venció  y  se  enseñoreó  de  sus  ciudades.  En  conmemoración  de  su  triun- 
fo, fundó  en  la  provincia  de  Álava  la  ciudad  á  la  que  se  dio  y  tiene  todavía  el  nom-    581 
bre  de  Vitoria  (3). 

(4 )    Concil.  Oran. ,  t.  V,  p.  855. 

(2)  El  pasaje  de  la  crónica  de  Biclar  en  que  se  refiere  este  hecho  es  curioso  y  caraterístico : — 
Auno  ergo  I  imperii  Tiberii,  qui  est  Leovigildi  IX  annus  regni ,  Abares  Thracias  vastant,  et  regiam 
urbemk  muro  longo  obsident:  Leovigildus  rex  Orospedam  ingreditur,  etcivitatesatquecastellaejus- 
dem  provinciee  occupat,  et  suam  provinciam  facit,  et  non  multo  post  inibi  Rustici  rebellantes  á  Go- 
this  opprimuntur ,  et  post  haec  integra  á  Gothis  possidetur  Orospeda. 

^  (3)    Anno  V  Tiberii,  qui  est  Leovigildi  XIII  ann....  Leovigildus  rex  partem  Vasconise occupat,  et 
civitatem ,  qua3  Victoriacum  nuncupatur,  condidit.  Johann.  Biclar.  Chron. 

TOMO  II.  7 


50  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

El  triunfo  de  Leovigildo  no  produjo  el  resultado  que  de  él  esperaba:  su  vic- 
toria le  hizo  dueño  del  territorio  ,  pero  no  de  sus  habitantes ,  quienes  pasaron  en 
gran  número  los  Pirineos ,  y  se  refugiaron  en  aquella  parte  de  la  Aquiíania  ha- 
bitada ya  por  hombres  de  su  raza ,  á  la  que  ha  quedado  el  nombre  de  Vascuña 
ó  Gascuña. 

Mientras  Leovigildo  se  hallaba  en  las  provincias  septentrionales  de  sus  es- 
tados ,  su  hijo  se  evadió  de  Toledo  y  se  retiró  á  Andalucía.  El  rey  ,  cuya  saña 
contra  Hermenegildo  no  se  habia  aplacado  ,  marchó  en  su  persecución  ,  y  des- 
pués de  tomar  á  Mérida,  se  encaminó  á  Sevilla.  En  su  camino  supo  que  Miro,  rey 
de  los  Suevos ,  iba  en  auxilio  de  Hermenegildo  con  cuantas  tropas  habia  podido 
reunir,  pero  corlóle  toda  comunicación  con  la  Lusitania,  y  le  encerró  en  las  gar- 
gantas de  sus  montañas.  Miro,  cercado  por  todas  parles ,  tuvo  que  entrar  en  ne- 
gociaciones ,  y  no  solo  renunció  á  su  alianza  con  Hermenegildo  ,  sino  que  se  vio 
obligado  á  marchar  con  un  cuerpo  de  tropas  al  sitio  de  Sevilla.  Vivamente  ataca- 
do y  conociendo  la  imposibilidad  de  resistirse  por  mas  tiempo  ,  el  príncipe  burló 
la  vigilancia  de  los  sitiadores  y  se  refugió  en  Córdoba  ,  donde  esperaba  recibir 
socorro  del  emperador  de  Oriente.  Sin  embargo  ,  lo  esperó  en  vano  ;  el  general 
encargado  de  auxiliarle  le  vendió  por  30,000  sueldos  de  oro,  según  expresa  Gre- 
gorio Turonense.  Córdoba ,  último  asilo  de  Hermenegildo,  no  tardó  en  rendirse, 
y  desde  un  santuario  en  que  se  habia  refugiado  suplicó  á  su  padre  que  le  admi- 
tiese de  nuevo  en  su  gracia.  Recaredo  su  hermano  fué  á  verle  ,  y  persuadióle  á 
que  se  abandonase  por  completo  á  merced  de  su  señor  y  padre  ,  y  así  lo  hizo. 
De  hinojos  ante  Leovigildo ,  imploró  su  perdón  ,  y  el  anciano  rey  recibióle  con 
gran  alegría,  y  le  estrechó  contra  su  corazón.  De  pronto,  empero  ,  al  ver  que  su 
hijo  iba  revestido  aun  de  las  insignias  reales ,  se  enfurece  ,  manda  despojarle 
de  los  vestidos  que  denotan  su  dignidad  ,  y  le  envia  preso  k  Valencia  ,  si  bien 
algunos  dicen  á  Sevilla.  Leovigildo  lo  habría  perdonado  lodo  á  su  hijo:  la  guerra 
que  habia  suscitado  ,  sus  tratos  con  los  Imperiales  y  los  Suevos ;  lo  que  no  pudo 
olvidar  ,  lo  que  quería  castigar  en  Hermenegildo  era  su  conversión  á  la  fé  ;  por 
ello  le  habia  degradado  ,  y  firme  en  su  propósito  de  que  su  hijo  católico  no  de- 
bía ser  rey  ,  se  irrita  al  mirar  en  él  las  insignias  reales.  Sin  embargo  ,  el  partido 
católico  era  en  España  el  mas  numeroso  ,  y  aunque  perseguidos  y  apartados  de 
los  altos  cargos  del  Estado  ,  eran  muy  poderosos  los  hombres  que  esta  religión 
profesaban  por  su  influencia  entre  el  pueblo  ,  sobre  todo  en  las  capitales.  Todos 
vuelven  sus  ojos  á  Hermenegildo ,  todos  consideran  como  suya  la  afrenta  hecha  al 
príncipe,  cuyo  único  crimen  era  el  que  todos  habían  cometido  ,  esto  es,  profesar 
la  religión  verdadera,  y  elevan  hasta  él  los  clamores  de  sus  esperanzas.  De  nue- 
vo empiezan  las  negociaciones  con  el  emperador  griego,  que  tan  desleal  se  habia 
mostrado,  y  entran  en  la  liga  los  reyes  francos  Childeberto  y  Gontrando.  Las  po- 
blaciones inmediatas  á  Valencia  abrazan  con  ardor  la  causa  del  príncipe  despoja- 
do, y  al  frente  de  un  ejército  de  Españoles  y  de  Griegos ,  Hermenegildo  sale  otra 
vez  al  campo  en  defensa  de  sus  derechos,  y  penetra  en  la  parte  de  la  Lusitania  an- 
tigua, llamada  ahora  Extremadura.  Leovigildo,  de  carácter  iracundo,  se  enciende 
en  ira,  jura  reducir  para  siempre  al  hijo  á  quien  apellida  ingrato,  y  marcha  con- 
tra él.  Cargado  de  años ,  muestra  todo  el  ardor  de  la  juventud  ;  arroja  á  Herme- 
negildo de  Emérita  ,  le  obliga  á  retroceder  de  plaza  en  plaza  ,  y  le  arrolla  hasta 


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CAP.    III. — ESPAÑA   GODA.  51 

Valencia.  Las  tropas  del  príncipe  se  desbandan,  y  otra  vez  se  encuentra  casi  solo;  A  de  h  c> 
quiere  entonces  buscar  un  asilo  cerca  de  su  cuñado  Gontrando  ,  pero  hecho  pri- 
sionero por  los  soldados  de  su  padre  ,   es  encerrado  en  los  calabozos  de  Tarra- 
gona. 

Leovigildo  no  se  coülenía  ya  entonces  con  exigir  que  su  hijo  abandone  la 
parte  que  en  el  trono  le  diera,  quiere  que  abjure  su  religión,  mas  Hermenegildo 
persiste  en  su  fé  ;  rechaza  con  horror  las  amonestaciones  del  obispo  arriano  que 
su  padre  le  enviara  para  catequizarle  ,  é  indignado  su  padre  al  saber  el  mal  éxi- 
to de  su  tentativa  ,  expide  en  su  cólera  la  orden  fatal.  Sus  soldados  se  dirigen  á 
la  cárcel,  y  Sisberto,  su  jefe ,  cortó  la  cabeza  del  mártir  con  su  hacha  de  armas,  585. 
el  dia  14  de  Abril ,  tiesta  de  Pascua  de  Resurrección. 

Este  fué  el  fin  de  aquella  horrible  tragedia.  Algunos  autores  no  hacen  men- 
ción de  la  segunda  campaña  de  Hermenegildo  ,  y  dicen  que  su  padre  ordenó  su 
muerte  luego  después  de  hacerle  prisionero  en  Córdoba.  Los  que  tal  suponen, 
refieren  sucedido  en  la  cárcel  de  Sevilla  ,  la  triste  escena  que  nosotros  hemos  co- 
locado en  la  de  Tarragona  ,  por  considerar  esta  última  opinión  fundada  en  mas 
autorizados  testimonios. 

El  martirio  de  Hermenegildo  le  ganó  el  cielo,  y  del  príncipe  tan  desgraciado 
en  este  mundo  solo  podemos  decir  lo  que  de  él  expresa  el  P.  Mariana  ,  cuyas 
palabras  explican  muchos  de  sus  infortunios:  «Era  Hermenegildo,  dice  ,  de  con- 
dición simple  y  llana  ,  cosas  que  si  no  se  templan,  suelen  acarrear  daños  y  aun 
la  muerte.»  A  ser  mas  prudentes  sus  amigos  y  partidarios,  á  no  consentir  el  prín- 
cipe con  tanta  facilidad  en  todos  sus  proyectos  ,  quizás  no  habria  llegado  el  caso 
de  la  dura  y  cruel  exigencia  de  Leovigildo.  Así  se  desprende  de  los  hechos  rela- 
tados ,  y  así  ha  de  consignarlo  el  historiador.    • 

Su  esposa  Ingunda  y  su  hijo  ,  llamado  por  unos  Atanagildo  y  por  otros  Teo- 
dorico ,  que  se  hallaban  en  una  ciudad  dependiente  del  imperio  oriental ,  se  em- 
barcaron para  Constantinopla.  Ingunda  murió  durante  el  camino  ;  el  niño  llegó 
á  su  destino,  y  fué  educado  en  Constantinopla  cerca  del  emperador  Mauricio. 

Muerto  su  hijo  ,  Leovigildo,  aunque  en  guerra  con  los  Imperiales ,  se  limitó 
á  guarnecer  sus  fronteras  con  numerosas  tropas  para  ponerse  al  abrigo  de  cual- 
quiera intentona ;  esto  no  obstante  ,  aumentaba  su  ejército  y  llenaba  sus  almace- 
nes ,  y  temiendo  los  Griegos  que  fuesen  empleados  contra  ellos  tantos  preparati- 
vos, con  intención  de  expulsarlos  de  España,  solicitaron  la  paz,  que  les  fué  otor- 
gada. 

Antes  de  esto  ,  Leovigildo  habia  hecho  celebrar  en  Toledo  un  concilio, 
que  ,  aparentando  querer  concertar  á  los  católicos  con  los  arríanos  ,  presentó  una 
fórmula  especiosa  de  bautizar  que  envolvía  con  disimulo  la  misma  heregía  ama- 
na. Algunos  obispos  católicos  tuvieron  la  debilidad  de  suscribirla,  con  lo  que 
menguó  por  entonces  el  partido  de  Hermenegildo.  Mas  esto  no  impidió,  como  he- 
mos dicho  ,  al  iracundo  monarca  ,  enfurecido  con  las  contrariedades  que  su  hijo 
y  los  católicos  del  reino  le  suscitaban ,  dirigir  cruda  persecución  contra  los  pre- 
lados y  sacerdotes  ortodoxos ,  ya  desterrando  á  los  mas  ilustres,  entre  los  cuales 
lo  fué  á  Barcelona  Juan  ,  de  Viciara ,  autor  de  la  crónica  tantas  veces  citada ,  ya 
llenando  las  cárceles  de  católicos ,  ya  empleando  contra  ellos  los  tormentos  y  su- 
plicios ,  viéndose  á  la  heregía  reproducir  en  España  durante  el  siglo  vi  escenas 


62  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

semejantes  á  las  que  habia  ofrecido  el  paganismo  en  los  siglo  ni  y  iv. 

Oíros  sucesos  llamaron  en  breve  la  atención  del  anciano  rey.  Una  revolución 
acababa  de  cambiar  el  gobierno  de  los  Suevos :  Andeca  se  habia  apoderado  del 
poder  en  perjuicio  de  Eborico  ,  hijo  de  Miro,  aliado  y  casi  vasallo  de  Leovigildo, 
y  después  de  cortarle  el  cabello  (que,  conforme  á  la  costumbre  de  los  pueblos  de 
raza  germánica  ,  era  hacerle  inhábil  para  ser  rey),  habíale  encerrado  en  un  con- 
vento ,  obligándole  á  trocar  por  la  cogulla  las  insignias  reales.  Leovigildo  vio  en 
ello  una  ocasión  para  destruir  del  todo  el  reino  de  los  Suevos ,  como  tantas  veces 
deseara ,  y  marchó  contra  ellos.  Presa  de  intestinas  discordias ,  los  Suevos  opu- 
sieron muy  débil  resistencia  á  la  marcha  del  rey  godo,  que  no  tardó  en  poner  si- 
tio á  Bracara  ,  donde  residia  Andeca.  Dueño  de  la  plaza  y  del  usurpador  ,  man- 
dó que  á  este  le  cortasen  el  cabello  y  le  envió  á  un  monasterio  de  Beja  ,  según 
unos ,  y  de  Badajoz ,  según  otros ,  siendo  este  el  fin  del  reino  suevo,  unido  desde 
entonces  al  reino  de  los  Godos. 

Un  Suevo  llamado^Malarico  intentó  casi  al  mismo  tiempo  restablecer  en  Ga- 
licia la  pasada  dominación  ;  pero  sus  esfuerzos  fueron  vanos :  atacado  y  vencido 
por  los  generales  de  Leovigildo ,  la  nación  sueva  sufrió  el  yugo  sin  quejarse  ,  ó 
á  lo  menos  no  consta  en  la  historia  otra  tentativa  para  sacudirlo.  El  reino  suevo 
se  habia  conservado  en  los  límites  que  antes  hemos  indicado  ,  á  pesar  de  los  es- 
fuerzos combinados  de  los  Romanos  y  Godos,  por  espacio  de  ciento  setenta  y  seis 
años,  desde  409  hasta  585  (1). 

Estaba  por  este  tiempo  desposada  con  Recaredo  una  hija  del  rey  franco 
Chilperico  y  de  Fredegunda  ,  ilamada  Ringunda  ,  y  venia  á  verse  con  su  espo- 
so, según  lo  tenían  concertado.  Los  conquistadores  de  la  Galia  fundaban  los  dotes 
de  sus  hijas  sobre  los  tributos  que  imponían  á  las  propiedades  y  á  las  personas 
de  sus  subditos ,  y  Chilperico ,  especie  de  Nerón  de  los  Francos ,  arrancó  de  sus 
casas  á  cuatro  mil  habitantes  de  París  para  que  acompañasen  como  esclavos  á  la 
futura  esposa  de  Recaredo,  y  con  esto  y  con  cincuenta  carros  cargados  de  ricos  pre- 
sentes ,  dice  el  historiador  Romey  ,  púsose  en  marcha  la  joven  princesa.  Nadie 
hacia  con  gusto  aquel  viaje  ,  y  hasta  Ringunda  parecía  trisíe  y  afligida.  Quizás 
pensaba  en  aquella  princesa  goda  ,  hija  del  rey  Atanagildo ,  que  habia  llegado  de 
España  por  el  mismo  camino  que  seguía  ella  ahora,  para  morir  tan  pronto.  Al  sa- 
lir de  París,  escoltada  por  un  brillante  cortejo,  rompióse  el  eje  de  su  carruaje  ,  y 
fué  preciso  detenerse.  De  pronto  aparece  un  cuerpo  de  caballería  de  otros  Fran- 
cos ;  son  enviados  por  el  rey  Childeberlo  ,  lio  de  la  novia  ,  con  encargo  de  pro- 
testar contra  su  matrimonio  y  requerirla  que  se  volviese  á  París.  Median  expli- 
caciones entre  unos  y  otros ,  y  al  fin  permiten  á  la  princesa  continuar  el  viaje,  no 
sin  llevarse  cien  caballos  con  frenos  y  caparazones  de  oro.  Los  Francos  de  la  co- 
mitiva murmuraban  por  tan  largo  viaje ,  y  durante  todo  el  camino  experimentó 
Ringunda  infinitas  deserciones ;  sus  servidores  se  fugaban  por  centenares  ;  el 
odio  que  á  su  madre  se  profesaba  manifestábase  contra  ella  ,  y  cuanto  mas  se 
alejaba  de  París ,  menos  protegida  se  veia.  Todo  fueron  azares  en  aquella  expe- 
dición nupcial  ,  dice  Lafuente,  y  grupos  de  campesinos  armados  de  la  Galia  me- 
ridional se  opusieron  repetidas  veces  á  su  marcha.  Llega  por  fin  Ringunda  á  Tolo- 


(4)    Cron.  de  Biclar.— Greg.  Turón. 


CAP.   III. — ESPAÑA   GODA.  53 

sa,  donde  esperaba  hallar  asilo  y  protección  cerca  del  duque  Desiderio  (Didier)  que 
mandaba  por  su  padre  en  aquella  comarca;  pero  era  aquel  el  tiempo  de  la  rebelión 
de  Gundebaldo  .  hijo  natural  de  Gotario  ,  y  Desiderio ,  que  habia  abrazado  su 
partido ,  en  vez  de  defender  á  la  princesa  ,  apoderóse  de  cuantas  riquezas  le  res- 
taban. Entonces  abandonan  todos  á  la  prometida  esposa  de  Recaredo  ,  que  se  vio 
en  poder  de  los  enemigos  dé  su  familia,  á  quienes  no  diera  por  cierto  su  madre 
el  ejemplo  de  la  piedad.  Así  las  cosas,  recibióse  en  Tolosala  noticia  de  la  muer- 
te de  Chilperico,  y  la  princesa,  que  á  duras  penas  pudo  librarse  de  manos  de  Gun- 
debaldo ,  se  volvió  á  París.  Recaredo  ,  perdida  la  esperanza  de  que  aquel  matri- 
monio se  hubiese  de  efectuar  ,  casóse  poco  después  con  Baclda  ,  de  quien  solo  di- 
ce la  historia  que  era  doncella  de  sangre  goda. 

Los  Francos  continuaban  codiciando  la  Septimania  (1) ,  y  además  Gontran- 
do  y  Childeberto  alimentaban  un  odio  personal  contra  los  Godos,  irritados  por 
el  suplicio  de  Hermenegildo  ,  su  aliado  católico  y  pariente  (era  cuñado  del  uno  y 
sobrino  del  otro  ),  quieren  tomar  de  él  venganza.  Childeberto,  detenido  en  Italia, 
donde  combalía  contra  los  Longobardos  ,  confiere  sus  poderes  á  Gontrando  ,  y 
este  toma  sobre  sí  todo  el  peso  de  la  expedición.  Un  ejército  considerable  invade 
la  Septimania ,  con  orden  de  llegar  en  caso  de  triunfo  hasta  el  corazón  de  Espa- 
ña ,  proponiéndose  cuando  menos  despojar  á  los  Visigodos  de  las  bellas  provin- 
cias que  poseian  todavía  en  las  Galias  (2).  Abierta  la  campaña  ,  el  ejército  de  los 
reyes  francos,  dividido  en  dos  cuerpos ,  bajo  las  órdenes  de  experimentados  ge- 
nerales ,  se  dirige  á  la  Septimania  por  dos  puntos  diferentes;  uno  de  dichos  cuer- 
pos ,  compuesto  de  soldados  reclutados  en  las  provincias  inmediatas  al  Sena ,  al 
Loire  y  al  Ródano  ,  marcha  contra  Nimes ;  el  segundo,  formado  por  los  naturales 
de  las  dos  Aquítanias ,  se  dirige  contra  Carcasona.  De  este  modo  era  atacada  la 
Galia  gótica  por  sus  dos  extremos. 

La  invasión  se  hizo  con  gran  rapidez.  Carcasona  ha  abierto  ya  sus  puertas 
á  Terenliolo  ,  general  del  ejército  franco  del  Oeste;  pero  la  brutalidad  de  sus  sol- 
dados subleva  á  los  habitantes,  que  logran  arrojar  de  sus  muros  á  Terentiolo  y  á 
sus  tropas.  El  general  franco  pone  sitio  'á  la  plaza  y  sube  al  asalto  al  frente  de 
sus  soldados ,  pero  le  derriba  y  mata  una  piedra  lanzada  desde  la  muralla.  Los 
sitiados  verifican  una  salida  en  masa  ,  dispersan  á  los  sitiadores  y  vuelven  á 
la  ciudad  con  la  cabeza  del  general  enemigo  ,  que  clavada  en  una  lanza ,  fué 
expuesta  en  lo  alto  del  muro.  La  retirada  del  ejército  franco  fué  un  verdadero 
desastre  ,  y  los  campesinos,  que  veian  ocasión  de  vengarse  de  cuanto  les  habían 
hecho  sufrir  los  hombres  de  armas  de  los  reyes  francos ,  no  la  desperdiciaron,  y 
dieron  muerte  á  cuantos  fugitivos  alcanzaron. 

En  tanto  Recaredo ,  que  recibiera  de  su  padre  la  orden  de  rechazar  la  inva- 


(1)  Desde  la  batalla  de  Vouglé,  dábase  este  nombre  á  la  parte  de  la  primera  Narbotiesa  que 
quedó  en  poder  de  los  Visigodos  ,  por  comprender  siete  ciudades  ó  diócesis,  incluso  la  metrópoli, 
á  saber:  Narbona ,  Carcasona  ,  Lodeva  ,  Beziers ,  Nimes  ,  Maguelona  y  Adge.-  Los  escritores  fran  - 
ceses  son  los  que  mas  usan  el  nombre  de  Septimania ;  los  autores  godos  ó  españoles  llaman  á  aquel 
territorio  la  provincia  de  las  Galias  ó  la  Galia  gótica. 

(2)  El  odio  de  Gontrando  se  expresó  entonces  con  una  energía  singular. —  Igitur  Guntchram- 
nus  rex  commoveri  exercitum  in  Hispanias  pnecipit,  dicens  :  Prius  Septimaniam  provinciam  diüoni 
noslrm  subdüe,  quee  Galliis  est  propinqua  :  indignumesl  ut  horrendorum  Gotthorum  terminus  usque  in 
Gailias  sit  exlensus.  Tune  commoto  omni  exercitu  regni  sui,  illuc  dirigit.  Greg.  Turón.,  1.  VIII.  c.  30. 


54  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

sion  de  los  Francos ,  habia  pasado  los  Pirineos ,  y  no  encontrando  enemigos  á 
quienes  combatir  por  la  parte  del  Ande ,  se  dirigió  hacia  el  Gard. 

Nicecio,  gobernador  de  la  Auvernia  por  Childeberto,  después  de  reunirse 
con  los  generales  burgundios ,  habia  penetrado  en  los  estados  de  los  Visigodos, 
y  ambos  ejércitos  asolaron  cruelmente  el  país  que  recorrieron  hasta  Nimes,  co- 
metieron horribles  devastaciones  en  los  alrededores  de  aquella  ciudad ,  incendia- 
ron las  casas  de  campo  y  arrancaron  las  cepas  y  los  olivos ,  pues  tal  era  el  ca- 
rácter ordinario  de  las  expediciones  délos  Francos.  Nicecio  y  sus  compañeros 
pusieron  luego  sitio  á  Nimes;  pero  el  aspecto  de  aquella  plaza  fuerte  y  la  actitud 
de  los' sitiados  íes  hicieron  desesperar  del  triunfo,  y  dividiéronse  en  varios 
cuerpos  con  objeto  de  emprender  el  sitio  de  ciudades  de  menos  importancia.  Esta 
campaña  hace  muy  poco  honor  á  los  Francos  (1):  rechazados  casi  siempre,  se 
entregaban  á  atroces  violencias  contra  los  habitantes,  hasta  que,  sabiendo  la 
proximidad  de  Recaredo  ,  se  resolvieron  á  emprender  la  retirada,  lomando  el  ca- 
mino de  Auvernia.  La  mayor  parte  perecieron  en  su  marcha  de  hambre  y  de 
miseria. 

Libre  de  sus  enemigos  por  su  sola  presencia ,  Recaredo  entró  por  tierra  de 
los  Francos,  les  tomó  dos  fortalezas,  sitió  el  importante  castillo  de  Ugerno,  si- 
tuado á  orillas  del  Ródano,  se  apoderó  de  él,  hizo  prisionera  á  su  guarnición, 
y  se  retiró  triunfante  a  Nimes.  Gontrando ,  que  supo  las  victorias  de  Recaredo 
en  Autun  ,  donde  se  hallaba  para  celebrar  la  fiesta  de  San  Sinforiano  ,  concibió 
por  ellas  violenta  ira ;  pero  no  sintiéndose  con  fuerzas  para  tomar  el  desquite-,  se 
limitó  á  deshacerse  en  quejas  é  injurias  contra  los  generales  vencidos,  atribu- 
yendo sus  últimas  derrotas  á  la  poca  religiosidad  de  los  Francos  (2). 

La  guerra  habia  cambiado  de  aspecto;  los  agresores  permanecían  ahora  en 
la  defensiva.  Gontrando  destituyó  al  gobernador  de  la  provincia  de  Arles ,  lla- 
mado Calumnioso  y  conocido  por  Ágila  ,  por  no  haber  defendido  el  castillo  de 
Ugerno,  nombrando  en  su  lugar  al  duque  Leudigisilo.  Este  destinó  cuatro  mil 
hombres  á  la  defensa  de  sus  fronteras ,  mientras  que  Nicecio  cubria  con  sus  tro- 
pas las  de  Auvernia ,  de  Rouergue  y  del  país  de  Usez.  El  invierno  habia  llegado, 
y  como  no  podia  abrigarse  temor  alguno  de  una  invasión  franca  ,  Recaredo  pasó 
otra  vez  los  Pirineos. 

En  España,  no  era  Leovigildo  menos  afortunado  contra  su  enemigo.  El  Bor- 
goñon ,  que  no  habia  de  ser  mal  político ,  envió  una  armada  á  Galicia  para  sor- 
prender las  costas  y  provocar  una  sublevación  de  los  Suevos  contra  el  dominador 
de  su  reino ;  mas  Leovigildo,  avisado  á  tiempo,  opuso  sus  naves  á  las  del  ene- 
migo, y  la  armada  del  rey  franco  se  dispersó ,  cayendo  en  poder  de  los  Godos 
casi  lodos  los  buques  que  la  componían. 

A  pesar  de  tan  importantes  victorias ,  Leovigildo ,  cargado  de  años  y  deseoso 
de  aplicar  loda  su  atención  á  los  asuntos  de  su  reino ,  ofreció  la  paz  á  Gontrando; 
pero  era  tal  el  odio  que  profesaba  este  á  los  Godos  y  sobre  lodo  á  la  familia  de 
Leovigildo,  que  no  quiso  entrar  en  negociación  alguna.  Recaredo,  que  al  volver 
de  su  expedición  á  las  Galias,   habia  sido  admitido  á  compartir  con  su  padre  el 


(4,)     Romey,  p.  f.«  c.  XIV. 

(2)    Véase  en  Greg.  Tur.  la  difusa  y  característica  alocución  de  Gontrando. 


CAP.    III. — ESPAÑA   GODA.  55 

ejercicio  del  poder  real,  unió  sus  instancias  á  las  de  Leovigildo,  pero  lodo  en  va-  a.  de  j.  c. 
no  (1).  Tanta  obstinación  irritó  al  monarca  godo,  y  á  principios  de  aquel  mismo  s86- 
año,  Recaredo  volvió  á  Septimania,  con  ánimo  esta  vez  de  no  mantenerse  á  la  de- 
fensiva; pero  cuando  habia  pasado  ya  las  fronteras  francas  y  hecho  algunas  cor- 
rerías por  el  país  de  Usez,  á  cuyos  habitantes  encontró  muy  bien  dispuestos  en 
favor  de  los  Godos,  llegó  á  él  la  noticia  de  la  enfermedad  de  su  padre.  Sin  pér- 
dida de  momento  dejó  el  mando  del  ejército  y  dio  la  vuelta  á  Toledo ,  hallando  á 
Leovigildo  moribundo  ,  según  unos,  y  muerto  ya  ,  según  otros. 

Dícese  que  Leovigildo  se  convirtió  al  catolicismo  antes  de  espirar,  que  man- 
dó alzar  el  destierro  de  Leandro  y  de  Fulgencio  ,  y  que  encargó  á  su  hijo  Recare- 
do que  siguiese  los  consejos  de  ambos  varones,  así  en  las  cosas  de  su  casa  en 
particular,  como  en  el  gobierno  del  reino  ;  pero  de  estos  hechos  que  el  P.  Ma- 
riana sienta,  fundado  en  lo  que  dicen  Gregorio  Turonense  y  Gregorio  Magno  en 
sus  diálogos  (2) ,  no  hacen  mención  Juan  Bicl árense  ni  Isidoro  de  Sevilla  ,  y  esto 
parece  que  ha  de  hacerlos  poner  en  duda.  Los  sucesos  que  hemos  relatado  dan  á 
conocer  á  Leovigildo  como  guerrero,  y  tócanos  ahora  decir  algo  de  su  gobierno. 
Nadie  como  él  iuvo  la  habilidad  de  aprovecharse  de  las  circunstancias  y  del  ca- 
rácter de  los  Godos ,  y  así  le  hemos  visto  establecer  una  severa  disciplina  en  su 
ejército  al  que  mantuvo  siempre  en  movimiento ,  halagar  á  sus  enemigos,  sem- 
brar la  disensión  entre  ellos  y  reducir  á  sus  jefes :  jamás  los  atacaba  sino  á  uno 
después  de  otro ,  y  á  veces  se  le  vio  hacer  grandes  preparativos  contra  una  na- 
ción ,  celebrar  con  ella  la  paz  de  un  modo  inesperado ,  y  lanzarse  contra  otra  que 
no  sospechaba  ni  remotamente  el  ataque. 

Leovigildo  mostró  en  la  paz  tan  eminentes  cualidades  como  en  la  guerra. 
Empuñando  con  mano  firme  el  cetro ,  fué  el  primero  en  extender  á  casi  toda  Es- 
paña la  dominación  goda  ,  conservando  únicamente  su  antigua  libertad  algunos 
pueblos  que  habitaban  en  los  inaccesibles  montes  del  norte  de  la  Península,  y 
los  Greco-Romanos  las  plazas  que  ocupaban  desde  el  reinado  de  Atanagildo. 
Legislador  inteligente  ,  débense  á  él  muchas  disposiciones  justas  y  acertadas,  y 
se  esforzó  en  introducir  en  el  estado  un  sistema  completo  de  rentas.  Este  rey  fué 
el  primero  que  sentó  la  monarquía  hispano-gótica  sobre  las  bases  de  una  buena 
administración  y  que  constituyó  el  poder  de  un  modo  sólido  y  estable.  Leovigil- 
do, de  quien  se  sospecha  que  abrigó  la  idea  de  hacer  la  corona  hereditaria  en  su 
familia ,  fué  un  gran  rey  y  tuvo  todas  las  buenas  cualidades  y  quizás  todos  los 
defectos  de  tal.  El  fué  el  primero  en  distinguirse  por  el  traje  de  los  demás  Godos, 
y  aunque  no  tomó  la  púrpura  como  Teodorico  en  Italia ,  revistióse  del  manto 
real,  y  adoptó  las  insignias  usadas  en  oíros  países ,  esto  es ,  el  cetro  y  la  corona. 


(1)  Gontrando  parece  haberse  indignado  masque  todo  por  la  derrota  de  su  armada  en  las 
aguas  de  Galicia. —  Legatí  de  Hispaniis  ad  regem  Guntchramnum  venerunt  cum  multis  muneribus, 
pacem  petentes,  sed  nihil  certi  accipiuntin  responsis.  Nam  anno  pretérito,  cum  exercitus  Septima- 
niam  debellasset,  naves  quaedeGalliisenGalleciam  abicerant,  exjussuLeuvichildiregis  vastataesunt 
res  ablatee,  homines  ccesi  atque  inlerfecti,  nonnulti  captivi  abducti  sunt.  Ex  quibus  pauci  quodam- 
modo  scaphis  crepti,  patriae  quai  acta  fuerant  nuntiaverunt.  Greg.  Turón.,  1.  VIII,  c.  35. 

(2)  Greg.  Turón.,  1.  VIII,  c.  46;  Greg.  Magn.,  dial.  3.  -  Post  hoc  Leuvichildus  agrotare  ccepit, 
dice  Gregorio  Turonense,  sed,  ut  quidam  adserunt,  poenitentiam  pro  errore  herético  agens,  et  obs- 
taas  ne  hinchceresi  reperiretur  quisquan  consentaneus,  in  legem  catholicam  transiit;  ac  per  septena 
dies  infletu  perdurans,  pro  his  quae  contra  Deum  inique  molitus  est,  spiritum  exhalavit. 


56  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Con  general  sorpresa,  presentóse  en  una  asamblea  pública  ceñida  la  frente  con  la 
diadema,  que  solo  se  encuentra  en  las  medallas  godas  á  contar  desde  Leovigil- 
do  (1).  El  P.  Mariana,  al  mencionar  estos  hechos,  lo  hace  con  las  siguientes  pala- 
bras ,  que  consideramos  muy  acertadas:  «Leovigildo  fué  el  primero  de  los  reyes 
godos  que  usó  de  vestidura  diferente  de  la  del  pueblo,  y  el  primero  que  trajo 
insignias  reales ,  y  usó  de  aparato  y  atuendo  de  príncipe,  cetro  y  corona  y  vesti- 
dos extraordinarios :  cosas  que  cada  uno  conforme  á  su  ingenio  podrá  reprender 
ó  alabar ,  por  razones  que  para  lo  uno  y  para  lo  otro  se  podrían  representar.» 

Este  fué  Leovigildo ;  el  bien  y  el  mal  se  mezclan  y  compensan  en  su  vida, 
como  en  la  de  la  mayor  parte  ele  los  personajes  históricos.  Mucho  hubo  que  cen- 
surar en  él ,  y  la  pasión  de  mando ,  de  extender  su  poderío ,  de  no  sufrir  com- 
petidor ,  ni  aun  asomo  de  contradicción ,  fué  la  cualidad  dominante  en  él ;  tuvo  sin 
duda  muchos  vicios  de  aquellos  que  por  lo  regular  fomenta  y  agrava  el  ejercicio 
de  la  soberanía ,  pero  fué  también  grande  en  muchos  puntos ,  y  considerado  todo, 
uno  de  los  mas  grandes  reyes  de  aquellos  tiempos  de  barbarie  en  que  se  rehacía  el 
mundo  sobre  las  ruinas  de  la  sociedad  antigua.  Su  arrianismo  perseguidor  du- 
rante cierta  época,  la  muerte  de  su  hijo,  que  pesó  siempre  en  su  corazón  como 
una  pena  desgarradora ,  las  deposiciones  y  los  destierros  de  muchos  obispos  cató- 
licos y  su  sustitución  por  obispos  arríanos ,  fueron  actos  de  tiranía  que  han  en- 
negrecido su  nombre  á  los  ojos  del  historiador  y  que  han  hecho  que  le  fuera 
disputado  por  muchos  el  dictado  de  gran  rey  que  nosotros  le  hemos  dado. 

Antes  de  la  muerte  de  Hermenegildo  y  aun  después,  fundáronse  varios  mo- 
nasterios, entre  oíros  el  Servifano  de  Játiva,  cuyo  fundador  fué  Donato,  llegado 
de  África  con  setenta  compañeros  y  una  rica  biblioteca.  El  de  Yalbanera  en  So- 
ria es  de  la  misma  época. 

Bajo  este  reinado  empezó  á  escribir  Juan ,  abad  Biclarense,  cuya  crónica  es 
una  fuente  preciosa  para  la  historia  de  aquella  época.  Juan  era  natural  de  San- 
larem  en  Portugal,  y  pasó  diez  y  siete  años  en  Constantinopla  estudiando  las  le- 
tras griegas  y  latinas.  De  regreso  á  su  patria  y  desterrado  á  Barcelona ,  según 
hemos  dicho ,  por  haber  abrazado  la  causa  del  príncipe  Hermenegildo ,  fundó  en 
las  vertientes  de  los  Pirineos  el  monasterio  Biclarense  ó  de  Valclara,  que  sometió 
á  la  regla  de  san  Benito,  y  en  él  escribió  la  historia  de  los  sucesos  contemporáneos. 
Reinando  Recaredo  fué  hecho  obispo  de  Gerunda ,  y  murió  en  el  reinado  de  Suin- 
tila.  Además  de  san  Leandro ,  fervoroso  y  sabio  prelado ,  la  iglesia  ortodoxa  con- 
tó en  tiempo  de  Leovigildo  varios  miembros  muy  distinguidos ,  empezando  á 
florecer  entonces  Isidoro  de  Sevilla ,  hermano  de  san  Leandro  ,  que  se  hizo  céle- 
bre como  escritor  y  del  cual  poseemos  una  crónica  no  menos  preciosa  que  la  Bi- 
clarense. 


(4)    Flores,  Medallas  de  España,  t.  III 


CAP.    IY.— ESPAÑA   GODA.  57 


CAPÍTULO  IY. 

Reinado  de  Recaredo. —  Su  conversión  al  catolicismo. — Conspiraciones. —  Movimientos  en  la  Sep- 
timania. — Rebelión  de  Athaloco  en  Narbona. —  Empresas  de  los  Francos  contra  la  Septimania. — 
Ratalla  de  Garcasona. — Tercer  concilio  de  Toledo. — Reinado  de  Liuva  II.— Usurpación  de  Vite- 
rico. —  Reinado  de  Gundemaro. —  Reinado  de  Sisebuto.— Sus  victorias  contra  los  Imperiales. — 
Edicto  de  proscripción  contra  los  Judíos. —  Reinado  de  Suintila. —  Definitiva  expulsión  de  los  Im- 
periales.—  Elevación  de  Sisenando  é  intervención  del  rey  franco  Dagoberto.— Cuarto  concilio  de 
Toledo. — Reinado  de  Chintila. — Concilios  quinto  y  sexto  de  Toledo. —  Reinado  de  Tulga. — Reinado 
de  Chindasvinto  y  Recesvinto. 

Desde  el  año  587  hasta  el  672. 

Muerto  Leovigildo,  Recaredo  (Reke,  venganza,  riele,  palabra),  á  quien  las  A  de 
victorias  que  obtuviera  en  sus  dos  campañas  en  la  Galia  gótica  hicieron  muy 
querido  á  la  nación ,  fué  reconocido  mas  bien  que  elegido  rey.  Su  primer  cui- 
dado fué  continuar  las  negociaciones  entabladas  por  su  padre  para  celebrar  con 
los  Francos  una  paz  duradera;  con  este  objeto,  pues,  envió  embajadores  á  Gon- 
trando ,  quien  no  quiso  recibirlos  á  pesar  de  sus  anteriores  derrotas  (I).  Mas 
afortunado  fué  con  Childeberto ,  pues  este  consintió  en  firmar  la  paz  en  virtud  de 
haberle  manifestado  Recaredo  que  ,  lejos  de  haber  tenido  parte  alguna  en  el  su- 
plicio de  Hermenegildo  ,  habíale  dolido  en  el  alma  el  desastre  de  su  hermano. 

Gonírando  ,  empero ,  no  abrió  inmediatamente  las  hostilidades ,  y  se  limitó 
á  estar  pronto  para  aprovechar  la  primera  ocasión  favorable ;  y  así  fué  como 
Recaredo,  que  no  tuvo  que  sostener  guerra  ninguna  durante  los  primeros  años  de 
su  reinado ,  pudo  fijar  toda  su  atención  en  los  asuntos  interiores  de  su  pueblo.  Su 
conversión  al  catolicismo  fué  el  gran  acontecimiento  de  este  reinado.  Convertido 
hacia  algún  tiempo ,  según  se  dice,  por  las  amonestaciones  de  Leandro  ,  y  profe- 
sando en  secreto  el  símbolo  de  Nicea ,  fué  preparándolo  todo  para  hacer  pública 
su  creencia.  Empezó  por  manifestar  dudas  acerca  de  los  principios  opuestos  á  los 
católicos  por  los  amaños ,  dijo  que  quería  fijar  su  incertidumbre  respecto  á  los 
dogmas  que  eran  objeto  habitual  de  las  controversias  de  ambas  religiones ,  y  á  los  ü87í 
diez  meses  de  reinado  llamó  junto  á  sí  á  varios  obispos  así  artodoxos  como  arria- 
nos,  á  quienes  escuchó  con  grandísima  atención.  Al  mismo  tiempo  habia  enviado 
emisarios  á  las  provincias  para  preparar  al  pueblo ,  al  cual  hallaron  en  todas  par- 
tes muy  bien  dispuesto  para  el  cambio  que  se  meditaba.  Las  poblaciones  indígenas 
eran  católicas;  gran  parte  délos  Godos,  guerreros  rudos  é  ignorantes,  profesaban 
la  religión  de  sus  jefes  sin  examen  y  casi  á  ciegas ,  y  el  arrianismo  solo  contaba 
con  algunos  ardientes  partidarios  entre  los  obispos  y  la  aristocracia  militar  de 


(4)    Véase  el  Apéndice. 

TOMO  II. 


58  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

palacio.  El  catolicismo,  por  el  contrario,  era  defendido  con  energía  y  talento  por 
un  clero  numeroso ,  que  ejercia  gran  influencia  en  las  poblaciones,  ó' en  oíros  tér- 
minos, el  talento  y  el  número  estaban  por  él.  La  política,  pues,  si  es  lícito  ha- 
blar de  ella  en  presencia  de  intereses  !an  elevados  como  los  religiosos ,  de  una 
esfera  muy  superior,  no  se  oponia  en  nada  al  cambio  resuelto  por  el  soberano. 

Cierto  dia  Recaredo  reunió  á  los  obispos  y  á  los  grandes  y  les  manifestó  su 
resolución  ;  confesó  la  igualdad  de  las  tres  personas  de  la  Santísima  Trinidad  ,  y 
abjuró  toda  creencia  coniraria  al  dogma  que  acababa  de  reconocer ,  manifestan- 
do además  el  deseo  de  que  la  Iglesia  fuese  una  en  todos  sus  Estados. 

«  Sucedió  todo  como  podía  desear,  dice  el  P.  Mariana,  ca  sabida  la  volun- 
tad del  rey,  bien  así  los  grandes  como  los  menudos  se  rindieron  á  ella,  y  vinieron 
de  buena  gana  en  lo  que  al  principio  pareció  tan  dificultoso  (1). »  Esto  no  obs- 
tante ,  cierto  número  de  Godos  permanecieron  obstinados  en  sus  antiguos  erro- 
res ,  y  no  sufrieron  el  cambio  introducido  sin  viva  oposición.  Dos  conspiraciones 
estallaron  casi  á  un  tiempo.  Sisberto,  capitán  de  los  guardias  de  Leovigildo,  el 
mismo  que  ,  según  hemos  referido ,  decapitó  á  Hermenegildo ,  urdió  una  trama 
contra  Recaredo;  pero  descubierta,  fué  su  autor  castigado  con  la  muerte. 

La  segunda  se  dirigió  mas  que  contra  el  rey  ,  contra  Mausona,  metropoli- 
tano de  Emérita,  y  Claudio,  gobernador  de  la  Lusitania.  Al  frente  de  la  conjura- 
ción se  hallaban  Sunna ,  obispo  arriano  de  la  misma  ciudad ,  y  dos  condes  lla- 
mados Segga  y  Yiterico.  Su  plan  consistía  en  dar  muerte  á  Mausona  y  á  Claudio, 
en  apoderarse  de  la  ciudad  y  en  sublevar  la  provincia  entera  contra  Recaredo. 
Convínose,  pues,  en  que  Sunna  solicitaría  de  Mausona  una  conferencia  bajo  pre- 
texto de  quererse  convertir,  que  Claudio  seria  invitado  á  ella,  que  Yiterico  se 
colocaría  de  modo  que  pudiese  herir  á  ambos  mientras  Sunna  les  dirigiría  un  dis- 
curso, y  que  Segga  por  su  parte  reuniría  á  los  arríanos  y  se  apoderaría  de  la 
ciudad.  Preparado  todo  según  lo  decidido ,  Yiterico  ,  llegado  el  momento  fatal, 
no  pudo  arrancar  su  puñal  de  la  vaina -/.entonces,  sin  apartarse  los  conjurados  de 
su  mal  propósito,  resolvieron  dar  el  golpe  durante  una  procesión  pública  que  por 
aquellos  dias  había  de  verificarse;  mas  ya  fuese  por  horror  á  la  maldad  proyec- 
tada, ya  por  falta  de  valor,  Yiterico  lo  reveló  todo  a  Claudio,  quien  redujo  á 
prisión  á  los  conjurados.  El  rey  se  limitó  á  castigarlos  con  el  destierro  y  la  con- 
fiscación de  sus  bienes. 

En  la  Galia  gótica,  Athaloco,  obispo  arriano  de  Narbona,  formó  una  liga 
con  dos  poderosos  condes  llamados  Granista  y  Yildigerno;  los  arríanos  partida- 
rios de  Athaloco  tomaron  las  armas,  corrió  la  sangre,  y  aun  cuando  carezcamos 
de  detalles  acerca  de  lo  que  sucedió  entonces  en  la  Galia  gótica,  consta  que  el 
obispo  y  los  dos  condes  se  entregaron  á  graves  violencias:  muchos  católicos,  y  en 
especial  eclesiásticos,  fueron  cruelmente  asesinados. 

Recaredo  tomó  las  convenientes  disposiciones  para  reprimir  la  sedición,  y 
entonces  fué  cuando  Athaloco,  Granista  y  Yildigerno,  que  querian  á  toda  costa 
sacudir  la  soberanía  del  nuevo  rey,  llamaron  en  su  auxilio  a  los  Francos ;  hicie- 


(\)  Recaredus,  dice  la  crónica  Hiclarense,  primo  regni  sui  anno,  mease  X,  catholicus,  Deoju- 
vantc,  ellicitur,  et  sacerdotes  sect;e  arian;e  sapienti  colloquio  aggressus,  ratione  potius  quam  impe- 
rio convertí  ad  catholícam  íidem  facit,  gentemque  omnium  Gothorum  et  Suevorum.... 


CAP.    IV. — ESPAÑA   GODA.  59 

ron  mas,  ofrecieron  la  Septimania  á  Gontrando  con  tal  que  la  ocupara  con  sus 
tropas.  Desiderio,  duque  de  la  provincia  de  Tolosa,  recibió  orden  de  avan- 
zar hacia  el  Aude  ;  Austrovaldo,  otro  general  franco,  fué  enviado  hacia  el  mis- 
mo punió,  y  reunidas  las  tropas  de  ambos,  marcharon  contra  Garcasona.  Los 
habitantes,  aunque  vivamente  atacados,  se  defendieron  bien,  y  en  tanto  pasaron 
los  Pirineos  las  tropas  enviadas  por  Recaredo  para  sujetar  á  los  rebeldes.  Atha- 
loco,  el  ardiente  y  ambicioso  prelado  que  mereció  el  dictado  de  nuevo  Arrio,  ha- 
bía muerto  de  pesar  y  de  desesperación,  según  Gregorio  Turonense  y  Mariana, 
si  bien  es  mas  probable  que  fuese  de  enfermedad,  puesto  que  entonces  no  era 
la  partida  desesperada  aun.  El  ejército  godo  ocupó  en  poco  tiempo  toda  la 
provincia,  excepto  la  parte  occidental,  ocupada  por  Desiderio  y  Austrovaldo ;  Gra- 
nista  y  Vildigerno  habian  muerto  en  un  combate  ;  los  Godos  volvieron  entonces 
sus  armas  contra  los  Francos,  y  llegaron  ai  pié  de  los  muros  de  Garcasona  cuan- 
do la  ciudad  se  resistía  aun.  Desiderio,  engañado  por  un  ardid  de  guerra  y  ata- 
cado á  la  vez  por  los  Godos  y  los  sitiados,  fué  derrotado  con  gran  pérdida  de  los 
suyos.  Solo  Austrovaldo  con  algunos  de  sus  soldados  pudo  librarse  de  la  espada 
délos  Visigodos. 

A  pesar  de  esta  victoria,  Recaredo  no  creyó  deber  retirar  sus  tropas  de  la 
Septimania,  y  en  tanto  que  el  obstinado  Gontrando  no  accediese  á  celebrar  con  él 
un  tratado  de  alianza,  resolvió  tomar  la  ofensiva.  Sus  generales  entraron  por  la 
provincia  de  Arles,  y  recorrieron  en  todas  direcciones  el  territorio  que  se  extien- 
de desde  el  Ródano  hasta  el  Duranzo  ;  no  dejaron  guarnición  en  las  ciudades  que 
tomaron,  pero  recogieron  un  botin  considerable  y  difundieron  á  lo  lejos  el  terror 
de  sus  armas.  Recaredo,  que  ya  una  vez  habia  tomado  y  devuelto  el  castillo  de 
Ugerno,  en  las  márgenes  del  Ródano,  se  apoderó  de  él  y  lo  conservó  como  un 
punto  estratégico  excelente  ,  clave  de  las  posesiones  de  Gontrando  mas  allá  de 
aquel  rio. 

Según  Gregorio  de  Tours  (1),  Recaredo  pidió  aquel  mismo  año  la  mano  de 
Clodosinda,  hija  de  Rrunequilda,  y  á  ser  esto  cierto,  y  á  serlo  también  que  lue- 
go de  su  rompimiento  con  Ringunda,  celebrase  matrimonio  con  Radda,  como  en 
su  lugar  hemos  dicho,  resultaría  que  no  habria  podido  solicitar  por  esposa  á  la 
hermana  de  Childeberlo,  sino  ofreciendo  repudiar  á  Radda,  abuso  que  existia  en 
las  costumbres  de  la  época.  Sin  embargo,  algunos  historiadores  y  entre  ellos  Ma- 
riana, sostienen  que  Recaredo  no  hizo  semejante  demanda  hasta  algunos  años 
después  del  concilio  toledano  tercero,  después  de  fallecida  Badda  ;  pero  sea  como 
fuere,  en  una  época  ó  en  otra,  es  indudable  que  mediaron  negociaciones  para  un 
enlace  entre  Recaredo  y  Clodosinda  ,  enlace  que  ,  á  pesar  de  lo  que  asegura  el 
P.  Mariana,  es  muy  dudoso  que  llegase  jamás  á  efectuarse. 

Lo  que  no  es  dudoso,  lo  que  atestiguan  numerosos  monumentos,  es  el  odio 
inveterado  de  Gontrando  á  Recaredo,  y  la  longanimidad  y  mansedumbre  con  que 
este  no  cesaba  de  brindar  con  la  paz  á  su  mortal  enemigo.  Instado  de  nuevo  pa- 
ra que  celebrase  un  tratado  con  el  rey  de  los  Visigodos,  Gontrando  se  negó  á  ello; 
en  vano  se  le  representó  la  reciente  ó  sincera  conversión  de  su  rival,  pues  con- 
testó que  en  nada  entraba  la  religión  en  sus  cuestiones  de  familia.  Rrunequilda  y 


il)     Greg.  Turón.,  l.IX,  c.  46. 


60  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

e  J  c.  Childeberlo  se  hallaban  en  mejores  relaciones  con  Recaredo  con  motivo  del  pro- 
yectado enlace,  y  eslo  fué  otra  causa  de  discordia  entre  los  reyes  francos.  Bru- 
nequilcla  envió  ricos  presentes  á  Recaredo  con  aquel  motivo,  y  no  satisfecho  Con- 
tando con  manifestar  el  disgusto  que  esto  le  causaba,  mandó  prender  al  mensa- 
jero portador  de  los  regalos,  á  su  paso  por  París  (1).  Quizás  estas  interminables 
cuestiones  acabaron  por  disgustar  á  Recaredo  ,  y  quizás  renunció  á  la  mano  de 
Clodosinda  como  antes  habia  renunciado  á  la  de  Ringunda.  Casado  con  Badda 
hacia  algún  tiempo,  es  posible  que  entonces  abandonara  por  completo  la  idea  de 
repudiarla  y  que  juzgase  conveniente  elevarla  al  rango  de  reina.  Esta  explicación, 
aunque  no  fundada  en  testimonios  irrecusables,  desvanece  las  dificultades  que 
presenta  este  punto  de  la  historia  de  Recaredo. 

6íil8-  A  principios  del  siguiente  año,  Gontrando  resolvió  hacer  un  gran  esfuerzo 

para  despojar  á  Recaredo  de  la  Septímania,  y  reunir  esta  provincia  á  sus  domi- 
nios. Para  ello  convoca  á  todos  los  hombres  de  armas  de  su  reino,  y  los  coloca, 
junto  con  los  restos  del  ejército  de  Austrovaldo,  y  también  á  este,  aunque  hecho 
duque  de  Tolosa  desde  la  muerte  de  Desiderio,  bajo  las  órdenes  de  Boson,  quien 
iba  acompañado  de  Antestio,  guerrero  entendido  y  astuto.  El  ejército  de  Austro- 
valdo fué  el  primero  en  ponerse  en  marcha  para  la  conquista  de  la  Galia  gótica, 
y  llegó  delante  de  Carcasona  que  esta  vez  abrió  sus  puertas  al  enemigo  y  prestó 
juramento  de  fidelidad  al  rey  Gontrando  en  manos  de  su  lugarteniente  Austroval- 
do. Boson  y  Antestio  llegan  poco  después;  el  general  en  jefe  se  irrita  de  que  se 
hayan  llevado  las  cosas  tan  adelante  sin  su  intervención  superior,  pero  se  dispone 
á  continuar  la  conquista  tan  felizmente  empezada. 

Recaredo  comprende  la  necesidad  de  oponer  á  semejante  ataque  un  guerrero 
experimentado  ,  y  elige  á  Claudio  ,  gobernador  de  la  Lusitania,  de  quien  hemos 
hablado  hace  poco.  Claudio,  de  origen  romano,  habia  llegado  por  su  mérito,  aun 
cuando  no  fuese  de  la  sangre  goda  (2) ,  á  uno  de  los  puestos  mas  elevados  de  la 
gerarquía  militar.  Godos  y  Españoles  se  arman  contra  los  invasores,  y  pasan  los 
Pirineos  con  dirección  al  punto  invadido.  Llegado  á  los  campos  de  Carcasona, 
Claudio  manda  hacer  alto  á  su  ejército,  reconoce  la  posición  del  enemigo,  y  se 
prepara  para  una  acción  decisiva. 

El  ejército  de  Boson  contaba  unos  sesenta  mil  combatientes,  según  los  his- 
toriadores contemporáneos  de  ambas  partes.  Al  saber  la  llegada  de  los  Godos,  cu- 
yas fuerzas,  á  lo  que  parece,  eran  de  mucho  inferiores,  Boson  le  sale  al  encuentro, 
y  acampado  en  las  márgenes  del  Aude,  parece  desafiar  á  su  adversario.  Claudio 
finge  teme]"  una  batalla,  maniobra  como  si  quisiere  retirarse,  y  al  mismo  tiempo 
coloca  el  grueso  de  su  ejército  en  emboscada.  Boson  es  sorprendido  en  su  campa- 
mento cuando  menos  lo  esperaba  por  un  cuerpo  de  trescientos  hombres  de  armas 
los  mas  esforzados  del  ejército  godo ;  después  de  un  corto  combate,  los  Godos  to- 
man la  fuga;  los  Francos  prorumpen  en  su  grito  de  guerra,  persíguenlos,  arras- 
tran á  la  mayor  parte  del  ejército  y  se  precipitan  en  un  valle,  donde  los  esperaba 
Claudio.  De  repente  suena  el  terrible  cuerno  de  los  Godos,  y  por  todas  partes 


(1)  Greg.  Turón.,  l.IX,  c.  28. 

(2)  A  su  tiempo  veremos  la  distinción  establecida  por  el  código  de  los  Visigodos  entre  los  hom- 
bres de  las  dos  razas. 


CAP.   IV. — ESPAÑA   GODA.  61 

aparecen  las  hachas,  las  espadas  y  las  pesadas  picas  de  los  soldados  de  Claudio, 
que  envuelven  al  ejército  de  Boson,  el  cual  amontonado  en  el  estrecho  valle  no  pue- 
de casi  moverse,  y  está  á  merced  del  enemigo.  La  historia  no  dice  cuantas  horas 
duró  la  matanza,  que  fué  espantosa. 

En  tanto  Claudio,  con  otra  parte  de  su  ejército,  se  hallaba  ocupado  en  com- 
batir con  las  tropas  que  habian  quedado  en  el  campamento  de  Boson,  y  su  triunfo 
correspondió  al  que  reportaran  sus  generales  en  el  valle.  Después  de  una  lucha 
encarnizada  alcanzó  por  fin  la  victoria  en  una  verdadera  batalla  en  campo  raso  ; 
dispersó  y  persiguió  á  los  Francos  hasta  gran  distancia,  y  todos  sus  bagajes  caye- 
ron en  su  poder. 

Tal  fué  esta  batalla,  la  que  mayor  gloria  reportó  á  los  Godos  desde  la  céle- 
bre de  los  campos  Caíaláunicos.  La  derrota  de  Boson  ha  sido  referida  con  circuns- 
tancias milagrosas  por  ios  piadosos  cronistas  contemporáneos,  y  Juan  Biclarense, 
al  considerar  que  Claudio  con  solo  trescientos  hombres,  se  atrevió  á  atacar  en  un 
principio  á  los  Francos,  compara  la  batalla  á  la  de  Gedeon.  San  Isidoro  habla  de 
esta  victoria  como  de  la  mas  señalada  que  los  Godos  hubiesen  alcanzado  en  las 
Españas  (1). 

Los  numerosos  prisioneros  que  quedaron  en  poder  de  Claudio  fueron  pues- 
tos en  libertad.  De  los  generales  Boson,  Austrovaldo  y  Antestio,  nada  dice  la 
historia  después  de  la  batalla,  y  es  probable  que  cayeran  bajo  los  golpes  de  los 
vencedores. 

Desde  aquel  momento,  Gontrando  se  consideró  vencido;  en  un  principio  cre- 
yó en  una  traición  de  Childeberto  y  de  Brunequilda,  pero  una  reunión  de  clérigos 
y  letrados  declaró  que  la  derrota  de  Carcasona  solo  debia  de  ser  atribuida  al  va- 
lor de  los  Godos  y  de  su  general. 

Por  aquel  entonces,  la  viuda  de  Atanagildo  y  de  Leovigildo,  la  madre  de 
Brunequilda,  la  arriana  Gosuinda,  conspiró  con  un  obispo  de  su  secta-  llamado 
Uldila,  contra  la  vida  de  Recaredo,  aunque  algunos  historiadores  dudan  de  que 
fuese  su  objeto  atreverse  á  tanto.  De  todos  modos,  la  trama  fué  descubierta,  y  Ul- 
dila desterrado.  «De  Gosuinda,  dice  el  P.  Mariana,  era  dificultoso  determinar  lo 
que  se  debia  hacer;  acudió  nuestro  Señor,  ga  á  la  sazón  la  sacó  desta  vida,  y  con 
la  muerte  pagó  aquella  impiedad. »  La  crónica  de  Juan  Biclarense  dice  que  ella 
misma  puso  térmiuo  á  sus  dias  (2). 

Desde  la  victoria  de  Claudio,  Gontrando  nada  mas  emprendió  contra  Reca- 
redo, y  cesó  en  todas  sus  correrías  por  la  Galia  gótica.  Los  reyes  francos  sus  su- 
cesores renunciaron  á  conquistarla,  y  los  Godos  la  tuvieron  en  tranquila  posesión 
hasta  la  invasión  sarracena.  Entre  Recaredo  y  Gontrando  no  se  firmó  tratado  al- 
guno, pero  hasta  la  muerte  de  ambos  se  pasó  todo  como  si  entre  los  dos  se  hubie- 
se pactado  la  paz. 

En  ocho  de  mayo  del  siguiente  año,  Recaredo,  deseoso  de  abjurar  solemne- 
mente el  arrianismo  y  de  confirmar  con  público  consentimiento  de  sus  vasallos, 
y  con  aprobación  de  toda  la  Iglesia,  la  religión  católica  que  habia  abrazado,  así 
como  también  de  que  se  reformase  y  restituyese  en  todo  su  vigor  la  disciplina 


A.deJ.  c. 


(4!    Nulla  unquaní  in  Hispaniis  Gothorum  vel  major  vel  similis  extitit.  Isid.  Hispal.,  Hist.  Goth. 
(2;    Gosvintha  vero,  catholicis  sem per  infesta,  vitae  tune  terrniaum  dedit  Carón.  Biclar. 


62  HISTORIA   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

eclesiástica,  relajada,  como  era  forzoso,  por  la  revuelta  de  los  tiempos,  convocó 
un  concilio  que  fué  el  famoso  tercero  toledano,  al  que  asistieron  cinco  metropo- 
litanos y  sesenta  y  dos  obispos. 

El  rey  renovó  en  él  con  toda  solemnidad  su  abjuración  y  su  profesión  de  fe, 
lo  mismo  que  la  reina  Badda.  Uno  de  los  obispos  preguntó  á  los  eclesiásticos  y  á 
los  magnates  présenles  que,  dejada  la  secta  arriana,querian  seguir  el  ejemplo  de 
su  rey,  si  en  aquella  profesión  y  abjuración  les  descontentaba  alguna  cosa,  dando 
todos  por  respuesta  que  aprobaban  y  abrazaban  cuanto  la  iglesia  católica  profesa. 
Entre  los  personajes  de  importancia  que  abjuraron  solemnemente  el  arrianismo,se 
contaron  cinco  magnates  y  ocho  obispos,  entre  estos  los  de  Valencia,  de  Viseo,  de 
Tuy,  de  Porto  y  de  Tortosa.En  las  juntas  sucesivas  se  entró  en  discusión  general, 
y  redactáronse  veinte  y  tres  cánones,  dirigidos  á  reformar  las  costumbres  y  la  dis- 
ciplina eclesiástica.  Entre  ellos  hay  uno  que  puede  servir  de  mucho  para  el  estu- 
dio de  la  sociedad  española  en  aquella  época,  tal  es  el  que  prescribe  á  los  obispos 
y  magistrados  emplear  toda  su  auíoridad  para  abolir  los  restos  de  la  idolatría 
que  subsistían  aun  en  España  y  en  la  Galia  gótica. 

Las  disposiciones  de  este  concilio,  lo  mismo  que  las  dictadas  por  los  sucesi- 
vos concilios  de  Toledo,  fueron  sometidas  á  la  sanción  real,  y  Recaredo  los  con- 
firmó con  estas  palabras :  «Flavio  Recaredo  rey,  esta  deliberación  que  determi- 
namos con  el  santo  concilio  ,  confirmándola,  firmo. »  Esta  anomalía  que  se  obser- 
va en  los  concilios  toledanos,  esto  es,  que  la  autoridad  real  sancionaba  sus  dis- 
posiciones, siendo  así  que  jamás  los  emperadores  habían  hecho  á  lo  mas  otra  co- 
sa que  consentir  en  los  decretos  de  los  Padres,  ha  hecho  acreditar  la  opi- 
nión de  que  además  de  asambleas  eclesiásticas  eran  los  concilios  de  Toledo  como 
grandes  juntas  políticas,  como  una  especie  de  cortes  déla  nación,  y  bajo  este  con- 
cepto sus  decisiones  en  aquello  que  no  era  meramente  eclesiástico,  necesitaban 
para  su  validez  de  la  sanción,  de  la  confirmación  del  rey.  A  no  ser  así,  como  es 
en  el  dia  opinión  muy  válida,  en  la  que  acaba  casi  por  convenir  el  historiador 
Lafuente,  á  pesar  de  refutarla  en  un  principio,  la  iglesia,  que  tan  celosa  se  ha 
mostrado  siempre  de  su  independencia  y  mas  en  aquellas  épocas  en  que  era  ella 
sola  el  arca  salvadora  de  los  principios  sociales,  habría  estado  supeditada  en  de- 
masía á  la  autoridad  del  rey. 

El  descontento  de  los  arríanos  aumentó  con  lo  sucedido  en  Toledo,  y  Argi- 
mundo,  que  desempeñaba  en  palacio  uno  de  los  cargos  principales,  tramó  una 
conspiración  contra  la  vida  del  rey ;  el  gran  número  de  los  conjurados  causó  su 
pérdida  ;  la  conjuración  fué  descubierta,  y  á  Argimundo  le  corlaron  el  cabello  y 
la  mano  derecha,  paseándole  luego  con  gran  pompa  por  las  calles  de  Toledo  mon- 
tado en  un  asno,  para  que  sirviera  de  ejemplo  á  los  grandes  y  álos  pequeños  (1). 
Una  embajada  llevó  al  papa  Gregorio  la  noticia  de  tan  grandes  cambios,  y 
al  mismo  tiempo  rogó  Recaredo  al  papa  que  le  enviase  copia  del  tratado  celebra- 
do entre  Atanagildo  y  Justiniano,  relativo  á  las  tierras  que  los  Imperiales  poseían 
en  España.  Después  de  lamuerle  de  Leovigildo,  estos  se  habían  permitido  varias 
excursiones  por  las  tierras  de  los  Visigodos,  y  Recaredo  habia  debido  trabar  con 


4)  Turpiter  decalvatus,  post  hít;c  dextra  ampútala,  exemplum  ómnibus  ¡n  Toletana  urbe  asi- 
no  sedens  pompizondodedit,  et  docuit  fámulos  dominiinon  essesuperbos.  Así  acaba  la  crónica  Bi- 
clarense  una  de  las  mas  preciosas  antorchas  para  la  historia  de  España  en  aquella  época  de  tinieblas. 


(1)  Una  quia  Chartophylacium,  praedicti  pise  memoriaa  Justlniani  principis  tempore,  ita  sur- 
ripíente  súbito  ílamma  incensum  est,  ut  omnino  ex  ejus  temporibus  pene  nulla  carta  remaneret. 
Alea  autem  quia  (quocl  nulli  dicendum  est)  ea  quee  contra  te  suntapud  temetipsum  debes  requirere, 
atque  ha3c  per  me  in  médium  proferre.  Sanct.  Greg.  ad  Recharedum  regem,  epist.  II.  (Véase  el 
Apéndice.) 

(2)  Recaredus  regno  est  coronatus,  cultis  prseditus  religionis,  et  paternis  moribus  longe  dissi- 
milis.  Namque  ille  irreiigiosus,  et  bello  promptissimus;  hic  fide  pius  et  pace  praeclarus:  ille  armo- 
rum  artibus  gentis  imperium  dilatans  :  bic  gloriosus  eamdem  gentem  fidei  trophaeo  sublimans. 
Isid.  Hispal.  Hist.  Goth. 

(3)  Ignobili  quidem  matre  progenitus,  sed  virtutum  índole  insignitus.  Hist.  Goth.  in  sera 
DCXXXIX. 


601. 


CAP.    1Y.— ESPAÑA    GODA.  G3 

ellos  diferentes  combates  para  hacerlos  volverá  sus  fronteras.  Gomo  no  pretendía 
despojarlos  del  territorio  que  poseían  legítimamente,  no  habia  pasado  mas  ade- 
lante, movido  por  su  amor  á  la  justicia,  pero  deseaba  saber  á  punto  fijo  hasta  don- 
de llegaban  sus  propios  derechos  y  los  de  los  Imperiales.  Por  esto  solicitó  del  Pa- 
pa copia  del  tratado  en  cuestión,  pero  Gregorio  no  se  la  envió  por  dos  razones, 
según  expresa  en  la  carta  que  de  su  propio  puño  le  escribió:  1.a  porque  un  incen- 
dio habia  destruido  los  archivos  que  contenian  el  tratado  pedido,  y  2.a  porque 
dicho  tratado  no  era  favorable  á  los  Godos  (1). 

Recaredo  consagró  á  las  reformas  los  restantes  años  de  su  reinado  ;  los  últi- 
mos los  ocupó  en  revisar  y  adicionar  las  leyes  civiles,  sorprendiéndole  en  tan  útil 
trabajo  la  enfermedad  que  le  llevó  al  sepulcro,  después  de  quince  años  de  ce- 
ñir la  corona. 

El  reinado  de  Recaredo  fué  uno  de  los  mas  gloriosos  de  la  época  goda,  y  de 
él  data  la  unidad  religiosa  que  aun  hoy  es  para  España  una  de  sus  áncoras  sal- 
vadoras. De  buena  condición,  de  suaves  costumbres,  de  gentil  disposición  y  de 
rostro  agraciado,  ganó  Recaredo  el  amor  de  todos  sus  subditos.  Liberal  por  na- 
turaleza, piadoso  casi  siempre,  severo  cuando  la  necesidad  lo  exigía,  esforzado 
guerrero,  gobernante  inteligente,  acabó  y  perfeccionó  la  obra  de  su  padre,  hacien- 
do del  pueblo  godo  la  nación  mas  poderosa  y  temida  de  esta  parte  de  Europa,  co- 
mo también  la  mejor  administrada  (2). 

Dejó  Recaredo  tres  hijos,  según  dice  Mariana,  llamados  Liuva,  Suintila  y  Gei- 
la.  El  citado  historiador  dice  que  á  Liuva  lo  tuvo  de  su  primera  mujer,  esto  es  de 
Badda  (Mariana  cree,  como  hemos  dicho,  que  llegó  á  verificarse  el  matrimonio 
de  Recaredo  con  Glodosinda) ,  y  que  los  dos  postreros  no  se  sabe  que  madre  tu- 
vieron. Otros  historiadores,  fundados  en  la  crónica  de  Isidoro  (3),  dicen  que  Liu- 
va fué  un  hijo  natural  que  tuvo  cinco  años  antes  de  subir  al  trono,  y  que  los  otros 
dos  nacieron  de  la  reina  Badda. 

Liuva,  que  contaba  apenas  veinte  años,  fué  elegido  por  los  grandes,  pero  su 
reinado  fué  de  corla  duración.  Viterico,  á  quien  hemos  visto  conspirar  contra  Re- 
caredo, logró  persuadir  al  joven  rey  que  declarara  la  guerra  á  los  Imperiales,  y  se 
hizo  confiar  el  mando  de  las  tropas  destinadas  á  esta  expedición.  Abusó,  empero, 
de  la  confianza  en  él  depositada,  y  valiéndose  de  la  fuerza  que  le  daba  su  empleo, 
se  apoderó  de  la  persona  del  rey  y  le  dio  muerte.  Liuva  tuvo  el  reino  solo  dos  603. 
años,  en  los  que  no  obró  cosa  que  de  contar  sea,  salvo  que  con  la  hermosura  de 
su  rostro  y  con  su  gentileza  tenia  granjeadas  las  voluntades  de  todos,  y  por  ser 
muerto  en  la  flor  de  su  edad  dejó  un  increíble  deseo  de  sí,  y  una  lástima  extraor- 


A.  de  J.  C, 


64  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

a.  dej.  c.  diñaría  en  el  ánimo  de  sus  vasallos,  segun  lo  acreditan  los  escritos  contempo- 
ráneos. 

Viterico  (Vitt-Rich),  aclamado  rey  por  las  tropas,  atacó  á  los  Imperiales  y 
consiguió  conlra  ellos  algunos  triunfos,  apoderándose  entre  otras  de  una  ciudad 
llamada  Sagontia,  que  Mariana  dice  ser  Sigüenza  (1). 
e07  Teodorico  ó  Thierry,  rey  de  los  Burgundios,  pidió  la  mano  de  Ermenber- 

ga,  hija  de  Viterico,  y  manifestó  el  deseo  de  que  fuese  este  enlace  prenda  de  du- 
radera paz  entre  ambos  pueblos  (2).  Viterico,  que  no  dejaba  de  abrigar  alguna 
inquietud  acerca  del  modo  como  sus  vecinos  habian  visto  su  elevación,  acogió  so- 
lícito una  proposición  que  tanto  halagaba  su  vanidad,  y  se  apresuró  á  contestar 
satisfactoriamente.  Ermenberga  partió  para  Borgoña  con  los  embajadores  del 
Borgoñon,  llevando  un  magnífico  séquito,  pero  poco  tiempo  habia  de  permanecer 
al  lado  de  su  marido. 

«Los  embajadores  presentaron  la  princesa  al  rey,  en  Chalons  del  Saona,  y 
fué  recibida  con  grandes  honores  y  testimonios  particulares  de  afecto  y  de  cariño; 
mas  Brunequilda,  que  no  habia  podido  impedir  esta  negociación,  halló  medio  de 
neutralizar  su  efecto  en  un  tiempo  en  que  todos,  á  no  ser  ella,  lo  habrian  creído 
imposible.  Ante  todo  hizo  nacer  incidentes  que  retardaron  la  celebración  de  las 
bodas,  y  luego  atrayendo  á  sus  miras  á  la  hermana  del  rey,  Teudelana,  que  te- 
nia gran  influencia  en  su  hermano,  sirvióse  de  ella  para  disgustar  al  rey  de  la 
princesa.  Ya  fuese,  pues,  que  Ermenberga  careciese  de  belleza,  ya  tuviese  algún 
defecto  físico  ó  moral  exagerado  sin  cesar,  es  lo  cierto  que  Brunequilda  y  Teu- 
delana cambiaron  de  tal  modo  el  ánimo  del  rey  respecto  de  ella,  que  por  espacio 
de  un  año  fué  retardando  el  matrimonio,  hasta  que  por  fin  la  envió  otra  vez  á  Es- 
paña, cometiendo  además  la  indignidad  de  no  restituirle  su  dote  (3).» 

Indignado  Viterico  por  semejante  afrenta,  alióse  con  Clotario,  rey  de  Sois- 
sons,  con  Teodoberto,  rey  de  Auslrasia  y  con  Agilulfo,  rey  de  los  Longobardos ; 
sus  ejércitos  combinados  habian  de  apoderarse  de  Borgoña  que  ellos  habrian  di- 
vidido entre  sí  ;  pero  Teodorico  logró  apartar  á  su  hermano  Teodoberto  de  la 
coalición  ofreciéndole  mejores  condiciones  que  las  que  el  tratado  le  procuraba. 
La  defección  de  Teodoberto  originó  desconfianza  entre  los  demás  príncipes,  y  la, 
coalición  quedó  sin  efecto  (4). 

Desde  aquel  momento,  fué  Viterico  objeto  de  desprecio  por  parte  de  los  suyos 


(1)  Adversus  Romanum  militem  bella  ssepe  molitus,  nil  satis  gloriae  gessit,  praeter  quod  mili- 
tes quosdam  Sagontia  per  duces  obtinuit,  dice  Isidoro  de  Sevilla,  quien  por  otra  parte  reconoce  el 
valor  personal  de  Viterico :  Vir  quidem  strenuus  in  armorum  arle,  sed  tamen  expers  victoriae. 

(2)  Eodem  anno  (607)  Theudericus  Aridium  episcopum  lugdunensem,Rocconem  et  .¿Epporinum 
comestabulum  ad  Bettericum  regem  Spaniae  direxit,  qui  exinde  Ermenbergam  filiam  ejus  Theude- 
rico  matrimonio  sociandam  tdducerent.  Ibique  datis  sacramentis,  ut  a  Theuderico  Cabiilono  pras- 
sentant,  quam  ¡lie  gaudiens  diligenter  suscepit. 

(3)  Daniel,  t.  I,  1.  V. 

(4)  Bettericus  hiecindignans,  legationem  ad  Chlotarium  direxit:  legatus  Chlotarii  cum  Betteri- 
ci  légate  ad  Theudebertum  perrexit.  Iterum  Theudebcrli  legali  cum  Chlotarii  et  Betterici  le^atariis 
ad  Agonem  (is  est  Agilulfus  rex  Longobardorum)  regem  ltalice  acceserunt :  et  unanimiter  hi  qua- 
tor  reges  cum  exercitu  undique  super  Theudericum  inruerunt,  ut  regnum  ejus  auferrent,  et  eum 
morte  damnarent,  eo  quod  tantum  de  ipso  reverentiam  ducebant,  legatus  vero  Gothorum  evec- 
tu  navali  de  Italia  per  mare  in  Spaniam  reverlitur :  sed  hoc  consilium  divino  nutu  non  sortitur 
effectum.  Quod  cum  Theudonco  compertum  fuisset  fortissime  ab  eodem  despicitur.  Fredeg. 


A.  deJ 


CAP.   IV. — ESPAÑA   GODA.  65 

que  atribuyeron  á  sus  maldades  la  afrenta  inferida  á  su  hija.  Odiado  por  gran 
parte  del  pueblo  por  atribuírsele  la  idea  de  restablecer  en  Españala  secta  arriana, 
cansados  de  él  los  magnates  y  grandes  de  palacio,  le  mataron  en  medio  de  un  6io 
banquete.  Entronizado  por  el  hierro,  murió  á  hierro,  dice  san  Isidoro,  y  la  muerte 
del  inocente  quedó  vengada ;  el  cuerpo  de  Viterico  fué  arrastrado  por  las  calles  y 
sepultado  ignominiosamente  fuera  de  los  muros  de  Toledo  (1). 

Gundemaro  (Gund-mar)  fué  proclamado  rey,  según  parece,  por  los  mismos 
asesinos  de  Viíerico.  Esto  no  obstante  continuó  la  polííicade  su  antecesor  respec- 
to de  los  reyes  francos,  y  se  ligó,  á  lo  que  puede  comprenderse,  mediante  una 
suma  de  dinero,  dice  Romey,  con  Teodoberto,  rey  de  Austrasia,  contra  el  her- 
mano de  este,  Teodorico,  rey  de  los  Burgundios.  ¿Hízolo  para  vengar  el  ultraje 
inferido  á  los  Godos  en  la  persona  de  Ermenberga  ?  Se  ignora,  pero  es  positivo 
que  hubo  alianza  entre  Gundemaro  y  Teodoberto  de  Austrasia  contra  Teodori- 
co de  Borgoña;  que  el  rey  auslrasiano  debia  facilitar  al  Visigodo  cierto  número 
de  hombres,  por  el  mérito  de  una  gracia  pecuniaria ;  que  llegando  á  faltar  esta 
gracia,  ó  por  otra  causa,  sobrevino  entre  ellos  un  rompimiento,  agriándose  sus 
relaciones  hasta  el  punió  de  que  Teodoberto  detuvo  como  prisioneros  á  los  emba- 
jadores de  Gundemaro,  Totila  y  Gundrimiro  ;  que  Gundemaro  hizo  que  los  re- 
clamara el  conde  obispo  Balgarano,  que  gobernaba  en  su  nombre  la  Galia  góti- 
ca, quien  escribió  tres  cartas  á  un  obispo  franco  del  reino  de  Teodoberto  para 
obtener  satisfacción  de  la  ofensa,  y  acabó  por  romper  por  tierra  franca  apode- 
rándose de  las  ciudades  de  Jubiniano  y  Corneliano,  cedidas  antes  por  Recaí  edo  á 
la  reina  Brunequilda  (2).  Sin  embargo  de  la  vivacidad  de  este  altercado,  de  este 


[\ )  Quia  gladio  operatus  fuerat,  gladio  periit.  Mors  quippe  innocentis  inulta  in  illo  non  fuit,  Ín- 
ter epulus  emm  prandii  conjuratione  suorum  et  interfectus  ;  Corpus  vero  ejus  viliter  est  exporta- 
tum  atque  sepultum.  Isid.  Hispal.,  Hist.  Goth. 

(2)    Estos  hechos  resultan  de  las  tres  cartas  de  Bolgarano,  conservadas  en  el  archivo  de  Alcalá 
de  Henares,  las  cuales  han  dado  motivo  á  Mariana,  aunque  infundadamente,  según  los  mas  acredita- 
dos historiadores,  para  dirigir  contra  Gundemaro  la  acusación  de  que  pagaba  parias  á  los  Franceses. 
— Los  pasages  de  dichas  cartas  de  que  se  desprenden  los  hechos  referidos,  dicen  así :  Ut  si  scripta, 
quse  paulo  ante  glorioso  Theudiberto  regi  directa  sicut  polliciti  estis,  destinare  procurastis  ;  aut  si 
missi  vestri  jam  revertí  sunt,  vel  quod  reciperetis  responsum,  vel  si  usque  hic  placita  deportantes, 
aut  certe  siad  praesentiam  gloriosissimi  domini  mei  Gundemari  regis  praeparaturi  advenerint,  cer- 
tius  sciamus,  quomodo  autubiopecunia  praeparetur.  Epist.I  Bulgaraniad  episc.  franc  — Et  qualate- 
re  Beatitudinem  vestram  non  arbitror,  quod  filius  vester  dominus  Theutibertus  cum  gente  Gotho- 
rum  a  decidentibus  velut  olim  existit  colligata  principibus  ;  nunc  per  pactorum  allegatione  pacem 
per  legatis  ejusdem  gentis  devovit  roborare  perpetuam.  Ex  quo  aliquod  grato  mérito  pecunias,  nu- 
merum  gentis  pollicitus  est  impertiré Francorum.  Unde  jam  me  constat,  memorato  vestrofilio  Theu- 
tiberto  pervenerabilem  fratrem  vestrum....  Verum  episcopum  destinasse  scripta,  per  qua  innotui 
quod  jam  ipsa  pecunia  a  filio  vestro  domino  meo  Gundemaro  rege  directa...  Obinde  tuam  tanctita- 
tem  debita  humilitate  deposco,  et  si  agnoscitiseam  quam  direximusad  dominumTheutibertumpa- 
ginam  pervenisse;  aut  si  ea'  quae  per  legatis  Gothorum  sunt  sub  definitione  inita,  si  manebunt  vera- 
citer  adlegata,  vel  quantum  praedictus  filius  vester  in  Avarorum  bellica  triumphatus  est  acie,  ves- 
tris  mereamur  adfectibus  informan.  Epist.  III...— Manet  enim  filio  vestro  glorioso  domno  meo 
Gundemaro  Regi  cunctaeque  genti  Gothorum  non  exigua,  sed  magna  pecunias  repetitio,  ut  nobiles 
ejusdem  gentis  legatos  vestra  magnificentissime  cum  consolato  veritatis  gratia  discurrentes  ab  ves- 
tro  injuste  principe  capti...  Pateat  vero  Totilonum  et  Gundrimirum  viros  illustres  a  serenissimo  do- 
mino meo  Gundemaro  rege  directos,  in  finibus  vestris  in  locum  Irapinas  post  iüatam  eorum  dispec- 
tionem  ínter  praeceptione  clausistis,  et  ad  vos  usque  succedereloculenteraditumdenegastis.  Dignum 
est  vestri  ut  primum  in  sua  dignitate  Gothorum  restituantur  legati;  et  inter  affinem  sanguinemgen- 
tem  servantem  pacem,  domino  adjuvante,  vestrorum  si  necesse  est,  ad  praesentiam  gloriosi  domi- 
ni mei  libertas  maneat  itinerislegatorum.  Nam  de  loca  unde  intimastis  Jubiniano  et  Corneliano,  qua 
TOMO  II.  9 


A.  de  J.  C; 


66  HISTORIA   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

principio  de  hostilidades  por  parte  de  los  Godos,  parece  que  las  cosas  no  pasaron 
adelante,  y  que  ambos  pueblos  continuaron  en  paz. 

En  España,  hizo  Gundemaro  una  campaña  contra  los  Vascones,  á  quienes 
venció  y  rechazó  á  sus  montañas. 

En  esto,  hicieron  los  imperiales  algunas  irrupciones  por  territorio  de  los  Go- 
dos, y  Gundemaro  marchó  contra  ellos ;  estos  que  no  se  sintieron  con  fuerzas  pa- 
ra aguardarle  en  campo  raso,  se  fortificaron  en  su  campamento,  pero  los  Godos  los 
atacaron,  é  hicieron  en  sus  filas  gran  matanza  que  les  quitó  por  mucho  tiempo  el 
deseo  de  salir  de  sus  fronteras. 

En  tiempo  de  Gundemaro  se  reunió  en  Toledo  un  concilio  que  no  tiene  nú- 
mero determinado  entre  los  Toledanos,  para  declarar  la  metrópoli  de  dicha  ciu- 
dad sobre  los  obispos  todos  de  la  provincia  cartaginense  de  los  cuales  algunos  se 
negaban  á  reconocerle  portal,  alegando  que  solo  lo  era  en  la  provincia  carpetana. 

De  regreso  de  su  expedición  contra  los  Imperiales,  Gundemaro  cayó  enfer- 
612.    mo  y  murió  después  de  un  año  y  algunos  meses  de  reinado. 

Sucedióle  Sisebuto,  y  empezó  por  hacer  la  guerra  á  los  Ásturos  y  á  los  Ru- 
cones  (habilantes  de  la  Rioja);  contra  los  primeros  envió  un  ejército  á  las  órde- 
nes de  Rechila,  y  contra  los  segundos  a  otras  tropas  bajo  el  mando  de  Suintila. 
Los  Ásturos  y  los  Rucones,  que  por  la  aspereza  de  su  tierra  andaban  alborotados 
y  sin  querer  reconocer  obediencia  al  nuevo  rey,  fueron  vencidos  y  sosegados. 

Sisebuto  aprovechó  el  entusiasmo  que  excitaron  estas  victorias  para  intentar 
la  expulsión  de  los  Imperiales  que  ocupaban  aun  la  costa  mediterránea  desde  el 
estrecho  deGibraltar  hasta  el  reino  de  Valencia,  y  al  occidente  parte  da  Portugal, 
sin  contar  muchas  plazas  fuertes  fronterizas.  El  patricio  Cesáreo,  gobernador 
griego,  salió  al  encuentro  del  numeroso  ejército  godo,  presentóle  batalla,  fué  ven- 
cido, y  tuvo  que  retirarse  con  gran  pérdida.  Sisebuto  persiguió  á  ios  Imperiales, 
y  se  apoderó  en  su  camino  de  varias  fortalezas.  Cesáreo  entretanto  levantó  un 
segundo  ejército  y  probó  la  suerte  de  una  nueva  batalla,  en  la  que  sufrió  mayo- 
res pérdidas  aun  que  en  la  pasada.  La  mayor  parte  de  los  suyos  fueron  muer  tos  ó 
hechos  prisioneros,  y  entonces  fué  cuando  se  manifestó  la  piedad  yel  magnánimo 
corazón  de  Sisebuto,  quien  mandó  prodigar  á  los  heridos  toda  clase  de  cuidados, 
y  hasta  rescató  de  sus  soldados  los  prisioneros  que  habian  cogido  para  darles 
libertad  (1). 

La  conducta  de  Sisebuto  produjo  el  doble  resultado  de  poner  á  Cesáreo  en 
la  imposibilidad  de  reunir  otro  ejército  y  de  atraer  á  la  causa  de  los  Godos  las 
guarniciones  de  las  fortalezas,  que  casi  todas  se  rindieron.  Solo  un  partido  que- 


in  provincia  Gothorum  noscitur  domna  Brumgildes  possedisse,  ut  a  suis  post  ejus  jure  aditum  tri- 
buamus  hominibus;  ordinandam  miramur  tuam  sicnos  hortare  Beatitudinem,  ut  loca  qua  prosta- 
bilitate  concordise  sanclae  memoria;  dominus  noster  Richarredus  rex  in  jure  memórate  contradidit 
domna;  ut  a  partibus  vestris  scandalum  nutrientibus  foedus  sit  charitatis  disruptum,  et  pars  jura 
qua;  stimukcm  illicite  suscitat,  possessiones  debeat  gentis  possidere  Gothorum. 

(1)  De  Romanis  quoque  pnesens  íeliciter  triumphavit,  et  quasdam  eorum  urfces  pugnando 
subegit...  Adeo  post  victoriam  clemens,  ut  pene  omnes  ab  exercitu  suo  boslili  prnsda  in  servitutem 
redados  pretio  dato  absolveret,  ejusque  thesaurus  redemptio  captivorum  existeret...  Isid.  Hispal. 
Hist.  Goth. — Sisebodus  dicebat  pietate  plenus :  Heu  me  miserum  cujus  tempore  tanta  sanguinis  ef- 
fusio  íitur!  Cuicumque  poterat  occurrere,  de  morte  liberabat.  Fredeg.  c.  30. 


CAP.    IV.—  ESPAÑA    GODA.  67 

daba  á  Cesáreo  para  salvar  lo  que  restaba  de  las  posesiones  del  imperio  griego ;     a.  de  j. 
solicitar  la  paz,  y  á  él  se  atuvo. 

Cecilio,  obispo  Mentesano,  se  habia  retirado  para  vivir  lejos  del  mundo  á 
un  monasterio  situado  en  tierra  de  los  Imperiales,  y  como  Sisebuto  lo  ha- 
bia reclamado  en  vano  al  principio  de  las  hostilidades,  Cesáreo  aprovechó  esta 
circunstancia,  é  hízole  conducir  á  la  corte  del  rey  godo,  acompañado  de  un  emba- 
jador que  llevaba  una  carta  para  el  rey,  en  la  que  pedia  que  le  indicase  las  con- 
diciones bajo  las  cuales  consentiría  en  la  paz.  Sisebuto  recibió  muy  bien  al  emba- 
jador, y  le  comunicó  sus  condiciones.  El  patricio  las  aceptó  con  la  reserva  de  que 
fueren  aprobadas  por  el  emperador  que  era  entonces  Heraclio,  y  este  ratificó  el 
tratado,  con  la  condición,  que  algunos  historiadores  rebajan  á  la  categoría  de 
consejo,  de  que  el  rey  de  ios  Visigodos  expulsase  de  su  reino  á  los  Judíos.  Dícese 
que  la  aversión  de  Heraclio  para  con  los  Judíos  dimanaba  de  que  este  inepto  em- 
perador, muy  dado  á  lo  que  llamaban  astrología  judiciaria,  les  aplicaba  un  vati- 
cinio que  se  le  habia  hecho,  consistente  en  que  el  imperio  seria  destruido  por  una 
nación  errante  y  circuncisa,  enemiga  de  la  fe  cristiana.  Los  Imperiales  evacuaron 
casi  todas  las  plazas  que  poseían  en  las  costas  meridionales,  y  se  retiraron  al  ter- 
ritorio que  se  ha  llamado  después  reino  de  los  Algarbes  (1). 

Así  pues,  si  Sisebuto  proscribió  á  los  Judíos  fué  mas  que  por  impulso  propio 
á  excitación  del  emperador  de  Oriente,  y  en  cierto  modo  en  virtud  de  un  tratado. 
Publicóse  un  edicto  mandando  á  los  Judíos  recibir  el  bautismo  dentro  del  término  616. 
de  un  año  bajólas  penas  mas  severas,  no  quedándoles  otroarbitrio  queconfesará 
Jesucristo  ó  ver  rapados  sus  cabellos,  sus  bienes  confiscados  y  serellos  puestos  en 
servidumbre,  cosa  ilícita  y  vedada  entre  los  cristianos,  dice  el  P.  Mariana,  que  á 
ninguno  se  haga  fuerza  para  que  lo  sea  contra  su  voluntad.  Para  dar  una  idea 
del  número  de  Judíos  que  se  encontraban  entonces  en  España,  bastará  decir  que 
mas  de  noventa  mil  recibieron  el  bautismo,  y  fueron  la  menor  parte.  Los  mas  hu- 
yeron, y  fueron  despojados  de  sus  bienes  y  condenados  en  rebeldía.  Los  que  no 
quisieron  recibir  el  bautismo  ni  abandonar  su  patria  adoptiva,  fueron  tratados 
con  extremado  rigor.  Muchos  pasaron  los  Pirineos,  y  buscaron  un  asilo  en  las  dos 
Aquitanias  y  en  la  provincia  narbonense,  de  donde  algún  tiempo  después  habia  de 
expulsarlos  también  el  rey  franco  Dagoberto,  á  excitación  del  mismo  Heraclio.  Las 
márgenes  del  Loire,  el  país  délos  Arvernos,  la  Sepíimania,  y  hasta  los  Alpes  ma- 
rítimos vieron  pasar  numerosas  familias  de  la  raza  hebrea,  y  el  pueblo  judío  sufrió 
como  una  nueva  dispersión.  El  clero  fué  el  primero  en  condenar  semejantes  dis- 
posiciones,y  los  obispos  casi  unánimemente  reprobaron  estos  rigores  (2).  Los  dos 
edictos  promulgados  por  Sisebuto  contra  los  Judíos,  ambos  en  el  año  cuarto  de  su 
reinado,  se  encuentran  en  la  recopilación  que  se  hizo  después  délas  leyes  visigo- 
das, que  ahora  se  llama  Fuero  Juzgo  (3). 

Temeroso  de  que  los  Imperiales  no  se  mostrasen  fieles  observadores  del  tra- 
tado, Sisebuto  mandó  rodear  la  ciudad  de  Ebora  de  fuertes  murallas  flanqueadas 
por  altas  torres,  é  igualmente  hizo  fortificar  otras  muchas  ciudades  fronterizas. 


1 1 )    Véa?e  acerca  de  esta  guerra  y  del  tratado  que  la  siguió  la  correspondencia  original  de  Sise- 
buto con  el  patricio  Cesáreo  en  la  España  Sagrada,  de  Flores,  t.  III,  p.  320  y  sig. 
(2:     Isid.  Hispal.  Hist.  Goth. 
¡3)    Cod.  Leg.  Visig.,  lib.  XII,  t.  III,  1.  3. 


68  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

l  *e  j.  c.  Tomadas  estas  precauciones,  tuvo  que  combatir  con  un  nuevo  enemigo.  Los  habi- 
tantes de  la  costa  de  África  infestaban  el  Mediterráneo,  y  llevaban  la  desolación  y 
la  muerte  á  todos  los  pueblos  de  la  España  meridional.  Sisebuto  se  embarcó  con 
sus  mejores  tropas,  abordó  en  la  Mauritania  Tingitana,  se  apoderó  de  Tingis, 
de  Septa,  y  de  los  territorios  inmediatos,  dejó  guarnición  en  las  plazas  fuertes,  y 
puso  fin  de  un  golpe  á  las  tropelías  de  los  piratas.  Obsérvese  aquí  que  solo  el  cro- 
nista Rodrigo  de  Toledo  habla  de  esta  expedición,  y  que  Masdeu  y  otros  histo- 
riadores modernos  la  ponen  muy  en  duda, 
sai.  Sisebuto  murió  casi  repentinamente  á  los  ocho  años  y  seis  meses  de  reinado, 

de  muerte  natural,  según  unos,  de  veneno,  según  otros,  aunque  no  es  lo  proba- 
ble, como  dice  Mariana,  y  no  faltó  tampoco  escritor  contemporáneo  que  achacó  su 
fallecimiento  á  castigo  del  cielo  por  haber  traspasado  los  límites  de  su  autoridad 
en  materia  eclesiástica  en  la  circunstancia  siguiente:  El  obispo  de  Barcelona  Eu- 
sebio  permitió  que  los  cómicos  representasen  en  el  teatro  de  aquella  ciudad  co- 
medias sacadas  de  las  ceremonias  gentiles;  el  metropolitano  de  Tarragona  re- 
prendióle por  su  conducta,  y  el  rey  se  permitió  deponer  al  obispo  y  mandar  que 
se  consagrase  á  otro  en  lugar  suyo . 

Sisebuto  fué  señalado  en  prudencia  en  las  cosas  de  la  paz  y  de  la  guerra, 
ferviente,  á  veces  hasta  el  exceso,  en  el  celo  de  la  religión  católica,  y  lo  que  en 
aquellos  tiempos  rayaba  en  prodigioso,  enseñado  en  los  estudios  de  las  letras  y 
muy  versado  en  la  lengua  latina. 

En  tiempo  de  este  rey  y  en  el  séptimo  año  de  su  reinado,  juntóse  un  concilio 
en  Sevilla,  presidido  por  san  Isidoro,  para  condenar  la  secta  de  los  acéfalos,  he- 
regía  reprobada  ya  en  Oriente,  pero  que  comenzaba  á  brotar  en  España. 

Por  muerte  de  Sisebuto  sucedió  en  el  reino  su  hijo,  que  tomó  el  nombre  de 
Recaredo  II,  mozo  de  poca  edad  y  de  fuerzas  no  bastantes  para  peso  tan  grande. 
Reinó  solo  cuatro  meses,  y  pasados  falleció  sin  que  de  él  se  sepa  otra  cosa  (1). 

A  Recaredo  II  sucedió  Suintila  (Swinthü),k  quien  el  P.  Mariana  y  otros  his- 
toriadores suponen  hijo  de  Recaredo  I ,  hecho  que  Perreras  niega ,  y  del  cual  en 
efecto  nada  dicen  los  escritores  contemporáneos. 

Al  principio  de  su  reinado,  Suintila  formó  varios  reglamentos  para  la  bue- 
na administración  de  justicia;  dispuso  que  se  distribuyesen  socorros  á  las  clases 
necesitadas,  y  de  estas  pacíficas  ocupaciones  le  distrajo  una  sublevación  de  los 
Vascones.  Suintila  dio  orden  á  los  gobernadores  de  las  provincias  de  marchar 
con  tropas  á  cortar  la  retirada  á  las  fuerzas  sublevadas ,  mientras  que  él  las  ata- 
caria  por  el  frente.  Este  plan  tuvo  un  éxito  satisfactorio:  los  Vascones  que  se  vie- 
ron envueltos;  se  sometieron,  y  el  rey  se  limitó  á  quitarles  el  bolin  que  habían 
recogido  y  á  obligarlos  á  que  aprontasen  cierto  número  de  trabajadores  para  la 
construcción  de  una  ciudad  nueva,  ala  que  se  dio  el  nombre  de  Ologilis,  que  al- 
gunos suponen  ser  Olite,  de  Navarra  (2). 

Los  Imperiales  no  poseían  mas  territorio  que  el  ángulo  que  forma  el  cabo  de 


(4,    Hujus  vit;jj  brevitas  nihil  dignum  praíuotat.  Isid.  Pac.  Chr.,  c.  7. 

(2  Ubi  adeo  montivagi  populi  terroreadvenlusejus  perculsi  sunt,  ut  confestim,  quasi  debita 
jura  nosccntes  remissis  tellis  et  expeditis  ad  prccem  manibus  supplicis  ei  colla  submitterent,  obsides 
darent,  Ologitin,civitatemGothorum,  stipendiis  suis  et  laboribus  conderent,  poliicentes  ejus  regno 
ditionique  parere,  o  t  quidquid  imperaretur,  efficere.  Isid.  Hispa!.,  Hist.  Goth  ,  c.  65. 


CAP.    IV.— ESPAÑA   GODA.  69 

San  Vicente,  y  Suintila  resolvió  arrojarlos  de  allí.  Dice  el  P.  Mariana  que  dos  pa-  A,6^ J- c- 
tridos  gobernaban  el  débil  resto  de  las  posesiones  del  imperio  griego  en  la  Penín- 
sula, y  que  el  rey,  logrando  dividirlos,  hizo  mas  fácil  la  realización  de  su  proyec- 
to. Sin  embargo,  no  es  probable  que  el  emperador  Heraclio  tuviera  dos  goberna- 
dores por  tan  corta  extensión  de  territorio.  Oíros  historiadores  refieren,  y  esto  pa- 
rece lo  mas  probable,  que  el  único  patricio  que  allí  mandaba  salió  al  encuentro 
de  Suintila,  le  presentó  batalla,  y  la  perdió  con  la  vida.  Entonces  un  oficial  tomó 
el  título  de  patricio  y  el  mando  de  las  tropas  mientras  se  esperaban  de  Constanti- 
nopla  otro  gobernador  y  refuerzos. 

De  todos  modos,  parece  acreditado  que  hubo  una  batalla  en  la  que  mu- 
rió un  patricio,  y  que  Heraclio,  que  no  pudo  enviar  refuerzos,  se  limitó  á  nom- 
brar un  nuevo  gobernador  con  plenos  poderes  para  hacer  cuanto  le  pareciese  con- 
veniente según  las  circunstancias.  Suintila  en  tanto  estrechaba  al  enemigo  muy 
de  cerca,  y  el  patricio  encontró  á  su  llegada  fuerzas  insuficientes.  Vivamente 
atacado  ,  concentró  su  gente  y  lo  dispuso  todo  para  hacer  comprar  cara  la  vic- 
toria á  los  Godos,  quienes,  no  queriendo  reducir  á  sus  enemigos  á  la  desespera- 
ción, consintieron  en  entrar  en  negociaciones.  Los  Imperiales  abandonaron  cuan- 
tas plazas  poseían  aun  en  España  en  nombre  del  emperador,  bajo  la  condición  de 
quepodrian  retirarse  con  los  honores  de  la  guerra,  y  Suintila  reunió  la  Península 
toda  bajo  la  dominación  goda  (1). 

Cubierto  de  gloria  por  la  completa  expulsión  de  los  Imperiales,  Suintila  in- 
tentó vincular  la  corona  en  su  familia,  y  asocióse  en  el  poder  su  hijo  Reeimiro. 
Sin  embargo,  no  todos  sus  subditos  vieron  con  buenos  ojos  semejante  elevación, 
que  pareció  un  alentado  contraías  prerogativas nacionales.  Desde  aquel  momento, 
Suintila  vino  á  ser  tenido  en  poco  por  los  Godos,  y  si  hemos  de  dar  fe  á  muchos 
historiadores  y  entre  ellos  al  P.  Mariana,  desde  aquel  momento  perdió  también 
sus  virtudes.  Los  vicios,  los  deleites  le  dominaron;  hízose  déspota,  violó  las  leyes 
fundamentales  de  la  nación,  y  en  poco  tiempo  hízose  objeto  del  odio  universal. 
Conspiróse  contra  él,  y  el  rigor  con  que  castigó  á  los  conspiradores  envenenó  la 
contienda  ;  el  número  de  sus  enemigos  aumentó,  y  Sisenando,  gobernador  de  la 
Galia  Gótica,  se  puso  á  su  cabeza.  El  magnate  comprendió  que  la  corona  sehalla- 
ba  al  fin  de  su  camino,  y  para  recorrerlo  mas  pronto,  llamó  en  su  auxilio  al  rey 
franco  Dagoberto.  Este  hizo  suya  su  causa;  pero  solo  en  cambio  del  famoso  vaso 
de  oro,  adornado  de  piedras  preciosas,  la  joya  mas  rica  del  tesoro  visigodo,  con- 
sintió en  prestarle  sus  hombres  de  armas  (2).  Sisenando  lo  prometió  todo,  y  pa- 
só los  Pirineos  no  solo  con  las  tropas  de  su  gobierno,  sino  también  con  un  cuerpo 
de  auxiliares  francos,  mandados  por  los  dos  mejores  capitanes  de  Dagoberto, 
Abundancio  y  Venerando. 

Al  saber  los  proyectos  de  Sisenando,  Suintila  se  apresuró  á  salirle  al  en- 
cuentro, y  llegó  delante  de  César  Augusta  en  el  preciso  momento  en  que  los  su- 
blevados acababan  de  penetrar  en  la  ciudad.  El  rey  tomó  las  necesarias  disposi- 
ciones para  una  batalla  ó  para  un  sitio,  pero  su  ejército  aclamó  á  Sisenando,  y    «si. 


(i)    Totius  Hispanise  infra  Oceani  fretum  monarchia  regni  primus  ídem  potitus,  quod  nulli  re- 
tro principumest  collatum.  Isid.  Hispal.,  Hist.  Goth. 
(2;    Romey,  P.  1  .tt  c.  XV. 


70  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

a.  dej.c  Suintila  con  su  familia  hubo  de  buscar  su  salvación  en  la  fuga.  Pocas  horas 
después  de  su  partida,  presentóse  Si  señando  en  el  campamento  donde  fué  recibido 
con  grandes  muestras  de  entusiasmo,  y  después  de  festejar  espléndidamente  á 
los  generales  francos,  á  quienes  colmó  de  presentes,  tomó  el  camino  de  Toledo, 
cuyos  habitantes  le  recibieron  en  triunfo  y  le  proclamaron  rey. 

La  conducta  de  Dagoberto  prestando  sus  tropas  como  un  jefe  aventurero,  se 
explica  por  la  inmoderada  afición  que  la  historia  le  atribuye  al  fausto  y  á  las  jo- 
yas (1).  Una  vez  en  al  trono,  Sisenando  fué  instado  por  el  rey  franco  para  que 
cumpliese  su  palabra,  y  en  efecto  entregó  á  los  enviados  de  Dagoberto  el  precioso 
vaso.  Los  Godos,  empero,  no  quisieron  consentir  en  perder  aquel  tesoro  al  que  iba 
unido  para  ellos  un  glorioso  é  histórico  recuerdo,  y  colocándose  algunos  en  embos- 
cada, arrebatáronlo  á  los  embajadores.  Sisenando  se  apresuró  entonces á manifes- 
tar á  Dagoberto  la  imposibilidad  en  que  se  hallaba  de  cumplir  su  promesa,  y  ofre- 
ció lealmente  en  dinero  el  valor  de  lo  pactado.  ¡Dagoberto  aceptó  la  propuesta  del 
rey  godo,  y  recibió  como  indemnización  doscientos  mi!  sueldos  (solidi),  que  apli- 
có á  la  fábrica  de  la  abadía  de  San  Dionisio  (2). 

En  el  tercer  año  de  reinado,  Sisenando  convocó  el  cuarto  concilio  de  Toledo, 
que  se  reunió  en  5  de  diciembre,  presidido  por  San  Isidoro,  con  asistencia  de  se- 
senta y  nueve  prelados,  ya  por  sí,  ya  representados  por  sus  vicarios.  Las  deci- 
siones de  la  augusta  asamblea  no  dejan  duda  alguna  acerca  del  carácter  que  á  los 
concilios  toledanos  hemos  atribuido,  y  son  y  serán  eterno  monumento  de  latutelar 
y  digna  protección  que  la  Iglesia  católica  ha  dispensado  siempre  á  los  oprimidos. 
Los  Padres  de  Toledo  no  se  limitan,  como  indicamos  en  el  tercer  concilio,  á  de- 
liberar y  á  legislar  sobre  materias  eclesiásticas;  ellos,  que  eran  la  parte  mas  ilus- 
trada y,  casi  estamos  por  decir,  la  única  ilustrada  de  la  nación;  ellos,  solos  depo- 
sitarios en  aquella  época ,  de  las  claras  y  distintas  nociones  que  sobre  el  poder  y 
su  ejercicio  ha  tenido  siempre  la  sociedad  modelo  de  la  Iglesia;  ellos,  verdaderos 
amantes  de  la  libertad,  de  la  dignidad  del  hombre,  fijan  los  primeros  en  la  Espa- 
ña goda  los  límites  del  poder  del  rey,  los  límites  de  los  derechos  sociales.  En  los 
cánones  del  cuarto  concilio  de  Toledo,  concisos  y  sin  aparentar  la  pomposa  forma 
doctrinaria,  se  encierra  toda  una  constitución;  ellos  contienen  todo  aquel  derecho 
que  así  vigorizó  y  comunicó  el  sentimiento  de  su  dignidad  á  los  individuos  como 
contuvo  y  elevó  á  los  reyes,  alta  expresión  de  la  sociedad,  haciendo  de  nuestra  Es- 
paña durante  el  principio  de  la  edad  media  el  país  mejor  gobernado  de  Europa, 
en  lo  que  podían  consentirlo  las  incesantes  guerras,  los  excasos  mediosde  produc- 
ción y  el  estado  violento  del  mundo  al  sacudir  la  tiranía  de  Roma. 

«A  tí,  rey,  que  estás  presente,  dicen  los  Padres  en  el  canon  LXXV,  y  á  vo- 
sotros todos,  príncipes  de  las  edades  futuras,  pedimos  con  la  humildad  que  á 
cristianos  conviene,  que  seáis  suaves  y  moderados  para  con  vuestros  subditos; 
os  pedimos  que  rijáis  con  justicia  y  piedad  los  pueblos  que  por  Dios  os  han  sido 
confiados  (3)  » 

(i)    Romey,  p.  i.'c.  XV. 

(2)  Considerando  Masdeu  el  sueldo  de  oro  como  una  fracción  de  la  libra,  deduce  que  la  suma 
pagada  á  Dagoberto  fué  de  2,777  libras  de  oro.  Mariana  dice  que  solamente  se  le  dieron  diez  libras. 

(3)  Te  quoque  pr;i:sentem  regem,  futurosque  sequentium  aetatum  príncipes,  humilitate,  qua 
debemus,  deposcimus,  ut  moderati  et  mites  erga  subjectos  existentes  cum  justitia  et  pietale  a  Deo 
volis  créditos  regatis.  Concil.  Act.,  Conc.  Tolet.  IV,  t.  V. 


CAP.    IV.— ESPAÑA   GODA.  71 

Y  luego  añaden:  a.  dey.c, 

«En  cuanto  á  los  reyes  de  las  edades  futuras,  promulgamos  en  toda  verdad 
esta  sentencia:  Si  alguno  de  ellos,  con  menosprecio  délas  leyes,  con  orgulloso  des- 
potismo, cegado  por  el  fausto  real,  hace  pesar  sobre  los  pueblos  una  dominación 
cruel,  para  saciar  su  ambición,  su  avaricia  ó  sus  apetitos,  sea  anatematizado  en 
nombre  de  Jesucristo,  sea  separado  de  Dios  por  su  santo  jucio  (1).» 

Esto  en  cuanto  á  los  reyes,  al  poder.  El  hombre  que  abusa  de  él,  de  la  ema- 
nación de  su  potestad  que  ha  puesto  Dios  en  la  tierra  para  que  sea  posible  el 
estado  social,  sea  anatematizado;  y  uniendo  el  ejemplo  á  las  palabras,  el  concilio 
escomulgó  á  Suintila,  á  su  mujer  y  á  su  hermano  por  los  males  que  cometieron 
en  el  tiempo  de  su  dominación,  y  declaróle  á  él  y  á  sus  hijos  incapaces  para  ejer- 
cer cargos  públicos.  Sisenando  podia  estar  satisfecho:  el  monarca  á  quien  destro- 
nara era  objeto  de  las  iras  divinas  y  humanas;  mas  los  Padres,  ante  él,  rebelde 
ásu  rey,  después  de  establecer  con  tan  terribles  palabras  y  tan  riguroso  ejemplo 
las  obligaciones  de  los  soberanos,  anatematizan  por  tres  veces  á  los  que  quebran- 
tan el  juramento  prestado  al  Soberano.  Tres  veces  anatematizan  también  á  cuan- 
tos conspiren  contra  el  poder,  y  ahí  está  toda  la  doctrina  del  gobierno,  la  verda- 
dera, la  única  que  puede  evitar  á  las  naciones  los  cataclismos,  la  infelicidad  y 
la  ruina. 

El  rey  asistió  á  este  concilio  ,  pero  no  lo  presidió;  en  la  sesión  primera  hin- 
có la  rodilla  en  tierra,  y,  con  tono  humilde  y  suplicante,  pidió  á  la  asamblea  que 
reformara  y  pusiera  en  orden  los  asuntos  del  Estado.  Las  reglas  que  habian  de 
observarse  en  la  celebración  de  los  concilios  sucesivos  llamaron  primeramente  la 
atención  de  los  Padres,  y ,  fijadas  estas,  pasaron  á  determinar  varios  puntos  de 
disciplina  eclesiástica.  Los  mas  notables ,  y  que  pueden  tener  interés  para  el  his- 
toriador profano ,  fueron  que  ninguno  pudiera  ordenarse  de  obispo  ni  de  presbí- 
tero que  no  contase  treinta  años  de  edad,  debiendo  tener  la  aprobación  del  pueblo; 
que  los  obispos  mandasen  separar  de  sus  barraganas  á  los  clérigos  que  las  tuvie- 
sen, que  á  nadie  se  administrase  por  fuerza  el  bautismo,  y  por  lo  mismo  que  en 
adelante  no  se  obligase  á  los  Judíos  á  recibirlo. 

El  concilio  ocupóse  en  seguida  en  los  asuntos  del  gobierno  ;  dictó  los  cáno- 
nes y  las  disposiciones  que  hemos  citado  y  mencionado  ,  que  figuran  todas  en  el 
preámbulo  del  libro  de  los  Visigodos ,  y  estableció  por  fin  el  modo  y  las  circuns- 
tancias de  la  elección  de  los  reyes.  «Muerto  el  rey,  dijeron  los  Padres  para  poner 
á  raya  las  ambiciones  turbulentas,  nadie  tendrá  derecho  para  gobernar  el  Estado 
hasta  que  se  haya  llenado  la  vacante  del  trono  por  los  grandes  y  prelados  (2).» 

El  destronado  Suintila  habia  vuelto  á  España  y  á  la  vida  privada ,  y  fa- 
lleció en  la  oscuridad  ,  siendo  el  primer  rey  godo  que  al  perder  el  trono  no  habia    635- 
perdido  la  vida.  Poco  después,  en  enero  ,  á  los  cuatro  años  de  reinado  ,   murió    636 
en  Toledo  el  rey  Sisenando,  á  lo  que  se  cree,  de  muerte  natural  (3). 

^)  Sane  de  futuris  regibus  hanc  sententiam  promulgamus,  ut  si  quis  ex  eis  contra  reverentiam 
legum  superbá  domina  tione  et  faste  regio  in  flagitiis  et  facinore  si  ve  cupiditate  crudelissimam  po- 
testatem  in  populis  exercuerit,  anathematis  sententia  á  Christo  Domino  condemnetur,  et  habeat  a 
Deo  separationem  atquejudicium.  Cont.  Act.,  Conc.  Tolet.  IV,  t.  V. 

(2)  Nemo  meditetur  interitus  regem,  sed  defuncto  in  pace  principe,  primates  totius  gentes 
cum  sacerdotibus  successorem  regni  concilio  communi,  constituant. 

(3)  Isid.  Pac,  Chr.,c.  9.— Sisenandus  reg.  n.  an.  IV.  men.  XI,  dies  XVI.  Chr.  Vulsae ,  c.  76. 


72  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  j.  c  Conforme  á  lo  dispuesto  en  el  úllimo  concilio  ,  acudieron  los  grandes  y  pre- 

lados para  elegir  sucesor,  y  después  de  ligeras  disidencias,  proclamóse  á  Chintila 
en  abril  del  mismo  año.  Los  dos  únicos  sucesos  notables  que  en  su  reinado  ocur- 
rieron fueron  los  concilios  de  Toledo  V y  VI;  al  primero,  convocado  luego  que  el 
nuevo  rey  se  encargó  del  gobierno,  asistieron  veinte  y  cuatro  obispos,  y  después 
de  un  canon  relativo  á  la  disciplina  eclesiástica ,  confirmaron  los  Padres  la  elec- 
ción de  Chintila.  Sus  restantes  disposiciones  se  encaminaron  á  amparar  á  los  hi- 
jos del  monarca,  mandando  que  aun  después  de  la  muerte  de  su  padre  nadie  se 
atreva  á  hacerles  agravio  ni  demasía.  Para  poner  freno  á  la  ambición,  se  ratificó 
el  canon  del  concilio  anterior  que  conminaba  severas  penas  contra  los  que  se  apo- 
derasen del  reino  sin  ser  elegidos  por  votos  libres.  Prohibióse  expresamente  que 
en  vida  del  rey  y  contra  su  voluntad  se  manifestasen  deseos  de  ser  elegido  para 
sucederle  ;  consideróse  como  gran  delito  consultar  á  los  adivinos  para  saber  la 
época  de  la  muerte  del  rey  ,  lo  mismo  que  negociar  los  votos  antes  de  haberse 
esta  verificado,  y  establecióse  que  solamente  podian  ceñir  la  corona  los  que  per- 
tenecieren á  la  nobleza  de  los  Godos. 

Chintila  suscribió  á  estas  disposiciones,  y  por  un  edicto  de  1.°  de  julio  orde- 
nó á  todos  los  empleados  de  la  corona  que  las  hiciesen  cumplir  y  ejecutar  ,  y  al 
pueblo  que  se  conformase  religiosamente  á  ellas. 
837  Para  que  estos  decretos  tuviesen  mas  fuerza  ,  y  fuesen  recibidos  de  todo  el 

reino ,  dice  el  P.  Mariana,  el  año  siguiente  á  nueve  de  enero,  juntáronse  en  To- 
ledo mas  de  cincuenta  obispos,  siendo  el  fruto  de  su  reunión  diez  y  nueve  cáno- 
nes enderezados  parte  á  reformar  la  disciplina  eclesiástica  ,  parte  á  confirmar  lo 
que  acerca  del  rey  y  de  sus  hijos  se  decretó  en  el  concilio  pasado.  Además  de 
esto,  celosos  los  Padres  de  la  unidad  religiosa,  dispusieron  por  decreto  particular 
que  no  se  daria  la  posesión  del  reino  á  ninguno  antes  que  expresamente  jurase 
que  no  prestaría  favor  en  manera  alguna  á  los  Judíos,  ni  aun  permitida  que  algu- 
no que  no  fuese  cristiano  pudiese  vivir  en  el  reino  libremente. 

Chintila  parece  haber  reinado  después  pacíficamente  \  á  lo  menos  nada  mas 
64o.  se  encuentra  acerca  de  él  en  la  historia.  Verificada  su  muerte  á  los  tres  años  y  me- 
ses de  haber  subido  al  trono,  Tulga,  su  hijo,  fué  elegido  rey,  influyendo  no  poco 
en  la  elección  el  amor  que  habia  sabido  granjearse  el  último  monarca.  Las  opi- 
niones de  los  historiadores  no  están  acordes  sobre  las  cualidades  personales  de 
este  rey,  ni  sobre  el  fin  que  él  mismo  tuvo.  Tulga,  dicen  unos,  no  tenia  vicios  ni 
virtudes ;  era  un  niño  amable  que  dejaba  concebir  lisonjeras  esperanzas ;  pero 
la  turbulenta  y  guerrera  nación  goda  no  tardó  en  cansarse  de  tener  por  rey  á  un 
niño.  Además,  celosos  los  nobles  de  su  derecho  de  elección  ,  miraban  con  repug- 
nancia al  soberano  cuya  elevación  sedebia,  según  ellos,  únicamente  á  su  cuna.  La 
administración  pública,  los  negocios  del  Estado  empeoraban  cada  dia;  los  gober- 
nadores de  las  provincias  abusaban  de  sus  poderes ;  por  todas  partes  se  elevaban 
quejas  ,  y  gran  parle  del  pueblo  se  levantó  contra  Tulga.  Los  principales  de  la 
nación  se  pusieron  de  acuerdo  ,  y  Chindasvinto ,  guerrero  eslimado  ,  de  enér- 
gico carácter,  á  pesar  de  sus  años ,  reunió  los  votos  de  todos.  Tulga  debió  de 
abandonarle  su  puesto,  y  privado  de  su  cabellera  y  relegado  á  un  convento,  cam- 
bió las  insignias  reales  por  el  hábito  de  monge. 

Así  lo  refieren  unos ,  apoyados  en  el  testimonio  de  Sigiberto  Gemblacense, 


cap.  iv. — espaKa  goda,  73 

al  paso  que  otros,  mas  fundadamente,  á  nuestro  modo  de  ver,  puesto  que  por  Ade  J 
ellos  está  el  relato  de  san  Ildefonso  ,  testigo  de  vista  ,  aseguran  que  Tulga 
era  mozo  en  la  edad,  pero  en  las  virtudes  viejo  ,  señalándose  en  la  justicia,  en  la 
prudencia ,  en  el  gobierno  y  la  destreza  en  las  cosas  de  la  guerra.  Dicen  que  fué 
muy  liberal  para  con  los  necesitados ,  virtudes  todas  que  no  impidieron  á  Chin- 
dasvinto  ,  que  tenia  á  su  cargo  la  gente  de  armas ,  rebelarse  contra  él  solo  á 
causa  de  su  juventud.  Tulga  ,  añaden  ,  iba  de  estos  principios  en  aumento  y  pa- 
recía haber  de  subir  á  la  cumbre  de  toda  virtud  y  valor  cuando  la  muerte  le  ata- 
jó los  pasos ,  falleciendo  de  enfermedad  en  Toledo  á  los  dos  años  y  meses  de  rei- 
nado. 

De  todos  modos  es  cierto  que  durante  el  reinado  de  Tulga  no  sucedió  cosa 
notable  que  digna  de  contar  sea ,  que  bajó  del  trono  después  de  un  corlo  reina-    6*2. 
do,  y  que  Chindasvinto  ,  (Kind-swinih ,  poderoso  en  hijos),  ya  por  la  libre  vo- 
luntad de  los  grandes,  ya  porque  nadie  se  atreviese  á  resistirle,  ciñó  la  corona  de 
los  Godos. 

Es  cierto  también  ,  y  esto  parece  dar  razón  á  los  historiadores  primero  cita- 
dos, que  Chindasvinto  encontró  el  reino  presa  del  desorden  y  de  la  anarquía.  Va- 
rios gobernadores  de  provincia  negaban  la  obediencia  al  monarca  y  se  habian 
acostumbrado  á  mandar  sin  reconocer  superior.  Chindasvinto  debiapor  precisión 
encontrar  en  ellos  adversarios ,  y  tuvo  que  hacerles  la  guerra  para  despojarlos 
de  sus  gobiernos  (1). 

Así  pues,  el  principio  de  su  reinado  hubo  de  ser  muy  borrascoso,  y  no  logró 
que  le  reconociese  como  rey  la  España  entera  hasta  después  de  una  serie  de 
combates,  cuyos  detalles  no  nos  ha  transmitido  la  historia.  Su  triunfo  fué  pre- 
cursor de  grandes  rigores ,  y  por  su  orden  fueron  ejecutados  doscientos  nobles 
visigodos  y  desterrados  otros  muchos,  si  hemos  de  creer  á  Fredegario.  Tanta 
severidad  sembró  por  todas  partes  el  terror  ,  y  de  buen  ó  mal  grado  fué  acatada 
en  todo  la  voluntad  del  nuevo  rey.  Poco  á  poco,  empero,  esta  severidad  fué  sus- 
tituida por  la  mansedumbre  y  el  buen  gobierno ,  y  Chindasvinto,  con  la  bondad 
de  sus  costumbres,  prudencia  y  esfuerzo,  logró  atraerse  el  amor  de  todo  su  pue- 
blo. A  medida  que  su  autoridad  se  robustecía,  mostrábase  también  mas  exacto  ob- 
servador de  las  leyes  y  costumbres  visigodas,  y  en  el  quinto  año  de  su  reinado  6*6. 
reunió  en  Toledo  un  concilio,  que  fué  el  VII,  para  dar  nuevo  vigor  á  la  constitu- 
ción nacional.  Los  cánones  de  este  concilio  ratificaron  las  rigurosas  penas  esta- 
blecidas por  los  anteriores  contra  aquellos  que  se  pasaren  al  enemigo  ó  recurrie- 
ren á  los  extranjeros  para  triunfar  en  sus  rebeliones  ,  y  después  de  confirmar  la 
autoridad  en  manos  de  Chindasvinto,  sancionó  todos  sus  actos  anteriores  (2).  Sin 
embargo,  el  rey  era  muy  anciano,  y  temíanse  por  algunos  las  turbulencias  de  una 
elección  precipitada  ;  él  mismo  habia  concebido  la  idea  de  tener  por  sucesor  á  su 
hijo  Recesvinto  ,  que  habia  dado  pruebas  de  capacidad  así  en  la  guerra  como  en 
la  administración  pública  ,  y  manifestólo  así  á  algunos  íntimos  amigos ;  mas  co- 
mo esta  clase  de  asociaciones  habian  casi  siempre  producido  funestos  resultados 
á  los  reyes  visigodos ,  convínose  en  que  se  pediría  oficialmente  al  rey  que  eli- 


(1)    Demollens  Gothos...  regnat ,  dice  Isidoro  de  Beja  (Isid.  Pac.  Chr.,  c.  43 ). 
2)    Concil.  Toletv  VII,  in  Prsefat.  et  in  canon.  I. 

TOMO  II.  10 


74  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  j.  c.  gjere  sucesor  designando  á  Recesvinlo  á  su  elección  ,  como  el  mas  digno  de  la 
649.  corona.  El  rey  hizo  mas :  no  solo  compartió  ,  sino  que  abandonó  el  poder.  Pro- 
cedióse en  22  de  enero  á  una  verdadera  elección,  y  Recesvinto  (Mek-swinth,  fuer- 
te en  la  venganza ) ,  fué  llamado  segun  todas  las  reglas  á  gobernar  junto  con  su 
padre.  Desde  aquel  momento,  Chindasvinto  depositó  en  sus  manos  lodo  el  cui- 
dado de  los  negocios  públicos,  y  puede  decirse  que  solo  se  ocupó  en  asuntos  age- 
nos  al  gobierno.  Las  letras ,  á  las  que  siempre  mostrara  singular  aprecio,  así 
en  Iré  el  tumulto  de  los  campamentos  ,  como  en  las  agitaciones  de  los  primeros 
tiempos  de  su  gobierno  ,  fueron  la  ocupación  de  sus  últimos  años,  y  él  fué  quien 
envió  á  Roma  el  obispo  Tajón  en  busca  de  las  obras  de  Gregorio  Magno.  Chin- 
653.  dasvinto  murió  cubierto  con  el  hábito  de  penitente  en  1.°  de  octubre,  de  enferme- 
dad ,  segun  unos ,  y  de  veneno  ,  segun  oíros  ,  á  los  noventa  años  de  edad  y  á  los 
diez  meses  ele  reinado. 

Sin  embargo  ,  no  todos  los  grandes  habían  visto  con  placer  la  elevación  de 
Recesvinto  al  trono.  Froya  ,  uno  de  ellos,  que  tenia  grandes  riquezas  y  muchos 
y  poderosos  parientes  y  amigos  pasó  á  la  tierra  de  los  Vascones  de  Aquitania 
para  formarse  un  partido.  Hemos  dicho  que  en  tiempo  de  Leovigildo  ,  parte  del 
pueblo  vascon  habia  pasado  á  la  otra  parte  de  los  Pirineos,  donde  sus  frecuentes 
excursiones  por  la  Novempopulania  habían  terminado  con  la  conquista  de  una  por- 
ción de  aquella  provincia  hasta  cerca  de  Tolosa:  el  Bearné,  Bigorra  y  el  territorio 
que  baña  el  Adour,  formaban  parte  desús  posesiones,  y  allí  vivían  independientes, 
hablando  su  antiguo  idioma  y  constituyendo  una  nación  aparte  ,  valerosa  y  em- 
prendedora, confederada  en  pequeñas  repúblicas  unidas  entre  sí  por  los  únicoslazos 
de  un  origen  y  de  un  lenguaje  comunes.  Desde  su  nuevo  territorio,  que  comunica- 
ba con  el  que  su  raza  había  conservado  en  esta  parte  de  los  Pirineos,  tenían,  por 
decirlo  así,  un  pié  en  España  y  otro  en  las  Galias,  y  bajo  el  menor  pretexto,  empren- 
dían correrías  por  las  tierras  de  sus  vecinos  de  una  y  otra  parte,  por  poca  que  fuese 
su  esperanza  de  volver  cargados  de  botin.  Aliábanse  además  con  quien  lo  solici- 
taba ,  con  tal  que  redundase  en  su  provecho  y  no  sufriesen  menoscabo  sus  fran 
quicias  ,  de  modo  es  que  Froya  los  hizo  entrar  con  facilidad  en  su  contienda  ,  y 
pasó  con  ellos  las  fronteras  españolas.  Los  invasores  se  entregaron  á  sus  acos- 
tumbrados excesos,  y  devastaron  campos  y  aldeas  hasta  llegar  á  Zaragoza.  Allí 
habia  de  detenerse  tan  terrible  agresión ;  el  ejército  enviado  por  Recesvinto  con- 
tra los  Vascones  .los  atacó  de  improviso,  é  hizo  en  ellos  espantosa  matanza  ;  los 
que  pudieron  librarse  de  la  espada  goda,  buscaron  la  salvación  en  los  montes  in- 
mediatos ,  y  Froya  ,  hecho  prisionero  ,  dícese  que  fué  castigado  con  la  muer- 
te (1).  Sin  embargo  ,  muchas  ciudades  dieron  asilo  á  los  Godos  rebeldes  que  si- 
guieron el  partido  de  Froya ,  y  se  negaron  á  entregarlos  al  rey;  amenazadas  por 
las  victoriosas  armas  de  Recesvinto  ,  no  se  intimidaron  ,  y  manifestaron  estar 
prontas  á  rechazar  la  fuerza  con  la  fuerza.  No  obstante,  no  se  declararon  en  plena 
rebelión  ,  y  se  limitaron  á  exponer  sus  quejas  y  á  reclamar  contra  los  infinitos 
abusos  deque  eran  víctimas,  versando  principalmente  sus  representaciones  acer- 
ca de  los  tributos  que  las  agobiaban.  Recesvinlo  usó  de  su  victoria  con  modera- 
ción, prestó  oidos  á  las  quejas  délas  ciudades,  y  prometióles  justicia  y  reparación . 

(1)    Tajón,  ad  Quiric,  Esp.  Sagr.  f.  XXX,  p.  M\ 


CAR.    IV.—  ESPAÑA  GODA  75 

En  cuanto  á  los  rebeldes,  ofreció  convocar  un  concilio  para  decidir  de  su  suerte,  A-  de  JG 
y  usar  para  con  ellos  de  clemencia  en  caso  de  obtener  el  consentimiento  de  la 
asamblea  Esta  promesa  determinó  la  sumisión  de  las  ciudades  sublevadas ,  y 
el  orden  quedó  restablecido. 

Fiel  á  su  palabra,  Recesvinlo  convocó  un  concilio  en  Toledo,  que  fué  el  VIII  y  633- 
el  primero  á  que  asistieron  yen  que  firmaron  los  magnates.  Reunido  el  concilio  á, 
16  de  diciembre,  presentóle  el  rey  un  memorial  en  cinco  artículos  (1),  en  el  cual, 
después  de  hacer  en  primer  lugar  la  profesión  de  la  fé  católica,  amonestaba  y 
rogaba  á  los  prelados  que  no  solo  determinaren  lo  que  concernía  á  las  cosas  sa- 
gradas, sino  también  dieren  orden  en  el  estado  del  reino  ;  entre  otras  cosas,  pi- 
dió ser  investido  del  derecho  de  gracia  y  amnistía  para  los  delitos  contra  el  rey, 
y  la  asamblea  discutió  y  votó  acerca  de  todos  los  puntos  que  le  fueron  some- 
tidos, con  la  independencia  y  libertad  que  caracterizaba  á  aquella  época  ,  mezcla 
singular,  como  todas,  de  bien  y  de  mal ;  pero  á  la  que  no  puede  negarse  la  con- 
ciencia del  derecho  y  de  la  dignidad  individual ,  si  bien  la  conculcaba  muchas 
veces.  La  elección  de  los  reyes  ofrecía  en  la  práctica  grandes  dificultades  ,  y  el 
concilio  dedicó  á  ella  una  ley  expresa  ,  mandando  que  al  morir  el  rey  se  proce- 
diere á  la  elección  de  su  sucesor  en  el  mismo  lugar  de  su  muerte  por  los  obispos 
y  los  grandes  del  palacio  reunidos ,  y  no  por  la  conspiración  de  un  corlo  núme- 
ro ó  por  medio  de  un  movimiento  sedicioso  (2).  Establecióse  también  que  cuan- 
tos bienes  adquiriesen  los  reyes  después  de  su  elevación  pertenecerían  á  la  co- 
rona, sin  que  por  pretexto  alguno  pudiesen  pasar  á  sus  herederos,  quienes  solo 
podrían  heredar  el  patrimonio  que  en  la  época  de  su  elevación  poseyese  el  rey, 
saludable  disposición  que  fué  acompañada  de  una  rebaja  general  de  los  tributos. 
Recesvinlo  procuró  igualmente  no  hacer  mas  que  un  pueblo  de  los  Romanos  ó 
Españoles  y  de  los  Godos;  hasta  entonces  el  derecho  civil  romano  ,  consignado 
en  la  ley  de  Alarico  ,  habia  sido  el  único  seguido  por  los  Españoles,  y  los  Godos 
reconocían  por  norma  el  código  de  Eurico.  Semejante  diferencia  desapareció  en  la 
época  de  que  venimos  tratando ,  y  el  código  visigodo,  es  decir  el  de  Eurico,  con 
las  leyes  de  sus  sucesores  que  á  él  fueron  añadiéndose  ,  de  lo  cual  se  formó  en 
tiempo  de  Recesvinto  el  libro  de  las  leyes ,  el  libro  de  los  jueces  ó  el  libro  de  los 
Godos  ,  conocido  después  con  el  nombre  de  Fuero  Juzgo  ,  hízose  la  ley  general 
de  ambas  naciones.  Las  disposiciones  que  prohibían  el  matrimonio  entre  los  in- 
dividuos de  ambas  razas  fueron  abolidas  (3) ,  medidas  fundamentales  que  fue- 
ron deliberadas  y  acordadas  todas  ellas  en  los  varios  concilios  ( VIII ,  IX  y  X 
de  Toledo )  que  se  reunieron  durante  el  presente  reinado  ,  uno  de  los  mas  dila- 
tados de  la  época  goda.  En  aquel  cuyos  principales  cánones  hemos  examinado 
(el  VIII)  fué  concedido  á  los  reyes  el  mas  hermoso  derecho  de  la  corona  ,  el 
de  hacer  gracia  en  materia  de  delitos  de  Estado  ,  del  cual  no  parece  que  los 
monarcas  godos  hubiesen  gozado  hasta  entonces.  Los  Judíos  admitidos  en  la  co- 


(4)    Concil.,  tom.  VI,  p.  394.  Concil.  Hisp. ,  t.  IV.  p.  538. 

.  (2)  Ab  hinc  ergo  et  deinceps  ita  erunt  in  regni  glorian)  praeficiendi  rectores,  ut  aut  in  urbe  regia 
aut  in  loco  ubi  princeps  decesserit,cum  pontificum  majorumque  palatii  omnímodo  eligantur  assen- 
su ;  non  forinsecus ,  aut  conspiratione  paucorum  ,  aut  rusticarum  plebium  seditioso  tumullu.  Con- 
cil. Tolet.  VIII,  c.  4  o. 

(3)    Leg.  I  dedispos.  nup.,  de^'udic.  et  judicat.  God.  Leg.  Visig. 


A   de  J.  C 


76  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 

munion  católica  fueron  por  un  momento  objeto  de  su  severidad  ;  cierlas  costum- 
bres conservadas ,  una  repugnancia  invencible  hacia  la  carne  de  cerdo  les  hicie- 
ron acusar  de  apostasía  ;  pero  confesada  por  los  Judíos  esta  repugnancia  ,  acom- 
pañada de  la  protesta  de  que  en  todo  vivían  como  buenos  y  verdaderos  cristia- 
nos, cesó  la  persecución,  y  el  concilio  se  limitó  á  redaclar  nuevos  reglamentos, 
que  forman  parte  del  Código  de  los  Visigodos  (1).  Este  reinado  parece  haber  si- 
do destinado  todo  él  á  úiiles  trabajos,  y  lo  que,  según  algunos,  se  realizó  defini- 
tivamente en  el  reinado  de  Wamba,  tuvo  al  parecer,  un  principio  de  ejecución  en 
tiempo  de  Recesvinto:  hablamos  de  la  división  y  del  deslinde  de  las  diócesis.  Las 
turbulencias ,  los  desórdenes ,  las  guerras  habian  confundido  mucho  las  juris- 
dicciones metropolitanas ,  y  una  en  particular  ,  la  de  Emérita  ,  habia  sido  redu- 
cido á  la  nada.  En  tiempo  de  su  poder  y  de  sus  conquistas,  los  Suevos  habian 
hecho  dependientes  de  Braga  las  diócesis  de  que  en  Lusilania  se  apoderaron  ,  y 
luego  no  se  habia  introducido  modificación  alguna  en  semejante  estado  de  cosas. 

66t>.  Oroncio,  metropolitano  de  Emérita  ,  reclamó  cerca  de  Recesvinto  ,  y  reunido  un 
concilio  en  aquella  ciudad ,  devolviéronse  á  su  metropolitano  las  diócesis  que 
eran  antes  sufragáneas  suyas.  Es  notable  en  el  hijo  de  Cliindasvinto  el  aleja- 
miento en  que  tuvo  de  los  altos  cargos  del  Estado  á  sus  hermanos  y  parientes. 
Lucas  de  Tuy  y  Rodrigo  de  Toledo  mencionan  en  sus  crónicas  los  planes  con- 
cebidos por  sus  hermanos  para  que  la  corona  quedase  en  un  miembro  de  su 
familia  ,  planes  á  que  Recesvinto  jamás  se  prestó  ,  dicen  los  mismos  cronistas, 
por  respeto  al  derecho  nacional  de  elección.  Por  espacio  de  mas  de  veinte  y  tres 
años,  á  contar  desde  el  dia  en  que  fué  admitido  en  el  trono  en  vida  de  su  padre, 

672,  gobernó  este  rey  con  prudencia  y  firmeza,  muriendo  por  último  á  1.°  de  setiembre 
en  Gérticos ,  pueblo  situado  á  cuarenta  leguas  de  Toledo  ,  en  medio  de  los  tes- 
timonios de  amor  y  desconsuelo  de  los  obispos  y  magnates. 


(1)    Fuero  Juzgo,  lib.  XU,  t,  II,  I.,  16. 


«-~-^><r^5i)T6^^^3^» 


Iññl 
Eñ¡=a 


CAP.    Y.—  ESPAÑA    GODA 


77 


CAPITULO  Y. 

Elección  de  Wamba.— Insurrección  de  los  Vascones.— Rebelión  del  conde  Hilderico  en  la  Galia 
Narbonense.— Traición  de  Paulo. — Sumisión  de  los  Vascones.— Campaña  de  Wamba  contra  Pau- 
lo.—Toma  de  Narbona  y  de  Nimes. — Castigo  de  los  conjurados. — Triunfo  de  Wamba. — Influen- 
cia civilizadora  de  la  Iglesia. — Circunstancias  particulares  de  este  reinado. — Primera  invasión  y 
derrota  délos  Sarracenos  de  África. — Traición  de  Ervigio  y  abdicación  de  Wamba. — Conci- 
lios XII,  XIII  y  XIV  de  Toledo.— Egica.- Concilios  XV,  XVI  y  XVII  de  Toledo.— Conjuraciones.— 
Asociación  de  Witiza  en  el  reino. 

Desde  el  año  672  hasta  el  701. 

Aun  descartada  de  cuantas  fábulas  se  ha  querido  rodearla ,  la  elección  de 
Wamba  no  deja  de  ofrecer  un  carácter  extraordinario.  La  natural  turbulencia 
de  los  hombres  de  aquella  raza  goda ,  siempre  ruda  é  indócil  á  la  ley ,  se  ma- 
nifestó también  en  aquella  circunstancia ,  y  á  pesar  de  las  formalidades 
solemnemente  establecidas  por  los  concilios  de  Toledo  para  la  elección  de  los 
reyes,  procedíase  siempre  á  ella  algo  tumultuosamente.  Esta  vez  la  elección  fué 
acertada,  y  el  sucesor  de  Recesvinto  puede  clasificarse  entre  los  mejores  reyes 
que  tuvo  España  durante  el  período  godo.  Al  morir  aquel  monarca ,  Wamba  se 
encontraba  en  Gérticos  con  los  principales  dignatarios  civiles ,  militares  y  eclesiás- 
ticos del  reino ,  y  fijando  todos  los  ojos  .en  él ,  se  reúnen  y  le  aclaman  sobera- 
no (1).  Wamba,  á  quien  el  brillo  de  una  corona  deslumhraba  muy  poco,  rehusa 
la  honra  que  se  le  hacia;  en  vano  se  le  ruega  ,  se  le  insta;  en  vano  se  le  repre- 
senta que  el  interés  de  la  nación  exige  un  rey  experimentado  y  prudente;  Wam- 
ba persiste  en  su  negativa,  hasta  que  uno  de  los  presentes  desenvaina  su  espada 
y  amenazándole  con  ella ,  cuéntase  que  dijo  estas  palabras :  «Serás  rey.  Te  he- 
mos elegido,  y  debes  aceptar.  Serás  rey,  ó  morirás  á  mis  manos  (2).»  Los  gran- 


(1)  ....Eligieron  al  rey  Bamba,  que  desde  antes  en  los  corazones  de  las  gentes  estaba  destina- 
do 6  imaginado  por  futuro  rey.  Garibay,  lib.  VIII,  de  los  Reyes  godos  que  reinaron  en  España, 
c.  XXXIX,  p.  351  .—Sebastian  de  Salamanca  explica  del  modo  siguiente  la  muerte  de  Recesvinto  y  la 
elección  de  su  sucesor  :  —  Igitur  Recesvindus  Gothorum  rex  ab  urbe  Toleto  egrediens  in  villam  pro- 
priam  venit,  cui  nomen  erat  Gérticos ,  qui  nunc  in  monte  Caurae  dignoscitur  esse,  ibique  proprio 
morbo  decessit.  Cumque  rex  vitam  finisset,  et  in  eodem  loco  sepultus  fuisset,  Wamba  ab  ómnibus 
praeclectus  est  in  regno  era  DCCX.  Sed  ille  renuens  et  adipisci  regnum  nolens,  tamenaccepit  invitus, 
quod  postulabat  exercitus:  statimque  Toletum  advectus  in  ecclesiam  metrópolis  Sanctae-Marise  est 
in  regno  perunctus.  Sebast.  Salmant.,  c.  2. 

(2)  Cui  acriter  reluctanti  unus  ex  officio  ducum  audacter  in  médium  prosiliit,  et  minaci  con- 
tra eum  vultu,  educto  gladio,  prospiciens  dixit:  Nisi  consensurum  te  nobis  promittas,  gladii  hujus 
mucrone  modo  truncandum  te  scias...— Julián  de  Toledo,  contemporáneo  y  sucesor  de  Quirico  en  la 
dignidad  de  metropolitano  de  Toledo,  nos  ha  conservado  estas  palabras  en  el  principio  de  su  Hist. 
de  la  esped.  de  Wamba  contra  Paulo. 


78i  HISTORIA   GENERAL  I>E.  ESPAÑA. 

des  apartaron  la  espada,  y  otra  vez  rogaron  á  Wamba  que  aceptase,  y  entonces 
el  elegido  cedió  á  sus  instancias,  no  sin  manifestar  cuan  grande  sacrificio  era 
para  sus  años  y  sus  aficiones  encargarse  del  gobierno  del  Estado.  El  pueblo  todo 
aplaudió  la  elección  ,  y  veinte  y  nueve  dias  después  de  la  muerte  de  Recesvinto, 
Wamba,  de  regreso  á  Toledo,  fué  ungido  y  coronado  en  la  iglesia  de  Santa  María, 
entre  las  aclamaciones  de  la  muchedumbre ,  por  manos  del  metropolitano  Quirico. 
— La  crónica  añade  que  en  aquel  momento  una  abeja ,  que  fué  vista  por  todos 
los  circunstantes,  se  levantó  de  la  cabeza  del  rey  y  voló  á  lo  alto,  como  señal  de 
la  futura  felicidad  de  aquel  reinado  (1). 

Wamba,  que  habia  sido  hecho  rey  á  pesar  suyo ,  era  muy  digno  de  gober- 
nar á  ios  hombres ,  y  el  mismo  año  de  su  elevación  hubo  de  hacer  frente  á  dos 
enemigos :  los  Vascones  ó  Navarros  se  sublevaron ,  no  precisamente  contra 
Wamba ,  sino  contra  la  dominación  visigoda;  tal  era  su  costumbre  á  cada  va- 
riación que  en  el  gobierno  ocurría;  muerto  el  rey,  daban  el  grito  de  insurrec- 
ción, y  por  lo  regular  cada  reinado  empezaba  por  una  guerra  mas  ó  menos  feliz 
contra  los  Vascones.  Wamba  reunió  un  ejército  para  dirigirse  á  la  Yasconia,  y 
estaba  ya  muy  cerca  de  ella  cuando  recibió  la  noticia  de  una  insurrección  quizás 
mas  grave  aun.  Hilderico ,  conde  de  Nimes,  aprovechando  la  ocasión  que  le  pa- 
recía favorable  para  hacerse  señor  independiente  de  la  Galia  gótica ,  acababa  de 
levantar  contra  Wamba  la  enseña  de  la  rebelión.  Gumildo,  obispo  de  Magalona, 
y  un  joven  ambicioso ,  llamado  Raximiro  ó  Remigio ,  abad  de  un  monasterio  de 
la  diócesis  de  Nimes ,  los  cuales  no  carecían  de  cierta  influencia,  se  unieron  á 
él ,  y  por  su  mediación  abrazaron  su  causa  los  pueblos  y  las  ciudades  inmedia- 
tas ,  en  tanto  que  Hilderico,  rodeado  de  sus  hombres  de  armas,  hacia  y  deshacía 
á  su  voluntad.  Aregio  ,  obispo  de  Nimes,  que  se  negó  á  tomar  partido  por  él, 
habia  sido  cargado  de  cadenas  y  conducido  mas  allá  de  las  fronteras  francas.  Al 
propio  tiempo,  Hilderíeo  habia  dispuesto  del  obispado  de  Nimes  «como  habria  he- 
cho con  su  propio  patrimonio,  »  dice  el  autor  de  la  historia  de  Languedoc ,  y  lo 
habia  dado  á  Remigio.  Cada  día  tomaba  la  insurrección  mas  pronunciado  carác- 
ter ,  siendo  urgente  no  dejar  que  se  extendiese  y  propagase  por  toda  la  Galia  gó- 
tica, y  entonces  fué  cuando  Wamba  ,  entre  sus  capitanes  mas  experimentados, 
escogió  á  Paulo,  de  origen  griego ,  dice  Julián  de  Toledo  (2),  para  marchar 
contra  Hilderico  con  parte  de  sus  mejores  tropas.  Paulo ,  que  bajo  su  exterior 
frivolo  ocultaba  una  ambición  profunda,  y  que  habia  soñado  en  ceñir  una  corona, 
vio  en  el  cargo  que  Wamba  le  habia  confiado  un  medio  para  aumentar  su  propia 
grandeza ;  llegado  á  la  provincia  de  Tarragona,  ganó  las  voluntades  del  duque 
Ranosindo  y  del  gardingo  Hildigiso,  y  los  sedujo  por  medio  de  magníficas  pro- 
mesas (3).  Entre  ellos  se  convino  en  que  se  confiaría  la  custodia  de  las  principales 
plazas  de  esta  parte  de  la  Tarraconense  que  forma  hoy  la  provincia  de  Cataluña, 
á  oficiales  adictos  y  de  confianza;  que  bajo  pretexto  de  que  así  lo  habia  manda- 
do el  rey,  Ranosindo  é  Hildegiso  reunirian  sus  tropas  con  las  de  Paulo;que  pasa- 


(1)  Ea  hora  pr;csentibus  cunctis  visa  est  apis  do  ejusca pite  exilire,  et  adeoelum  volitare,  ethoc 
signum  facturo  est  á  Domino,  ut  futuras  victorias  nuntiaret,  quod  postea  probavit  Cventus.  Sebast. 
Salmant.,  Ghr. 

(2)  Paulus...  qui  erat  de  Gra>corum  nobili  nalione,  in  Gallias  destinavit. 

(3)  Julián.  Tolct.,  Hist.  Wambne  regis  Toletani,  c.  7. 


CAP.    V.— ESPAÑA    GODA.  19 

rian  los  Pirineos  ,  y  que  no  arrojarían  la  máscara  hasta  encontrarse  dueños  de 
Narbona.  Los  conjurados  se  pusieron  de  acuerdo  hasta  en  el  modo  como  se  daria 
la  corona  á  Paulo. 

Tales  maquinaciones  no  pudieron  quedar  tan  secretas  que  no  transpirase 
de  ellas  algo,  yArgebaldo,  arzobispo  de  Narbona,  que  llegó  á  sospecharlas, 
disponíase  á  impedir  á  Paulo  la  entrada  en  la  ciudad ;  mas  como  los  rebeldes  lle- 
garon de  improviso ,  antes  que  hubiese  podido  poner  á  la  ciudad  en  estado  de 
defensa ,  fuerza  ie  fué  acomodarse  al  tiempo  ,  y  Paulo  la  ocupó  con  su  ejército, 
enseñoreándose  de  ella  como  de  plaza  conquistada.  Poco  después  reunió  á  los 
oficiales  de  su  ejército  y  á  los  principales  habitantes,  mandó  comparecer  afe-arzo- 
bispo,  y  luego  de  haber  reconvenido  á  este  ásperamente  por  haber  hecho  prepa- 
rativos de  guerra  contra  el  enviado  de  Wamba ,  encargado  de  pacificar  la  pro- 
vincia de  las  Galias,  añadió  ser  cosa  manifiesta  el  descontento  que  á  los  Narbo- 
neses  causara  la  elección  de  Wamba,  que  por  nadie  era  ignorada  la  fueraa  que 
había  debido  hacérsele  para  que  aceptara  la  corona ,  peso  superior  al  que  él 
podía  sostener.  Pintó  á  Wamba  como  un  anciano  sin  carácter  ni  energía  ,  bajo 
cuyo  gobierno  era  imposible  gozar  de  tranquilidad  y  bienandanza ,  é  insinuó  que 
se  haria  un  gran  servicio  al  estado  y  aun  al  mismo  Wamba  nombrando  á  olro  rey 
digno  de  empuñar  el  cetro  y  capaz  de  gobernar  con  mano  varonil  y  firme.  La 
farsa  necesitaba  de  un  desenlace ,  y  Ranosindo ,  que  estaba  en  el  secreto ,  manifes- 
tó ser  este  mismo  el  pensamiento  de  todo  el  ejército,  que  muchas  provincias  ha- 
bían cesado  de  reconocer  la  autoridad  del  nuevo  rey,  y  que  nadie,  según  él,  era 
mas  digno  de  mandar  á  los  Visigodos  que  Paulo ,  que  acababa  de  usar  tan  firme 
y  modesto  lenguaje.  La  turba  aplaudió ;  aclamaciones  de  antemano  preparadas 
salieron  de  varios  puntos  de  la  asamblea ,  y  Paulo  fué  proclamado  rey.  Los  con- 
jurados, queriendo  que  nada  faltara  á  la  usurpación,  propusieron  que  se  coronase 
al  momento  al  nuevo  rey  ,  y  así  se  hizo.  La  corona  estaba  dispuesta  ,  pues  á  su 
paso  por  Gerona ,  Ranosindo  habia  despojado  al  mártir  san  Félix  de  la  corona  de 
oro  que  al  santo  ofreció  el  católico  Recaredo.  Hilderico  ,  Gumildo  y  Remigio 
aprobaron  tan  singular  elección ,  y  Paulo  ,  de  grado  ó  por  fuerza  logró  reunir 
bajo  su  dominación  toda  la  Galia  gótica  y  gran  parte  de  la  actual  Cataluña.  Al- 
gunos gobernadores  francos  le  prometieron,  mediante  estipendio ,  el  auxilio  de 
sus  armas ,  y  el  rebelde  nada  omitió ,  no  solo  para  defenderse  en  la  Septimania 
de  cualquiera  agresión  por  parte  de  Wamba ,  sino  también  para  prepararse  y 
abrirse  el  camino  de  Toledo. 

Wamba  se  hallaba  ocupado  en  reducir  á  los  Vascones  sublevados  cuando 
supo  la  traición  de  Paulo  y  la  singular  escena  ocurrida  en  Narbona  (1).  En  tan 


(4)  Refieren  algunos  historiadores,  y  entre  ellos  Mariana,  quejsupo  estas  cosas  por  una  carta 
del  mismo  Paulo,  que  es  un  curioso  monumento  de  insultos  y  amenazas.  Otros  escritores  ponen  ea 
duda  su  autenticidad,  pero  nada  tiene  de  inverosímil  que  Paulo),  hombre  jactancioso  y  deslenguado, 
que  pretendía  acreditarse  con  el  vulgo  y  la  muchedumbre  que  suele  á  las  veces  cebarse  y  hacer 
caso  de  tales  desmanes,  la  escribiese  y  enviase.  Dice  asi: 

EPÍSTOLA  PACU  PERF1DI  WAMBAHO  REGÍ. 

In  nom.  Dom. 
Flavius  Paulus  summus  rex  Orientalis  Wainbae  regí  Austri. 
Si  jam  ásperas  et  inhabitabiles  montium  rupes  percurristi,  si  si  jam  fertosa  et  sylvarum  nemo- 
ra,  utleofortissimus,  pectore  confregisti:  si  jam  caprearum  cursum  cervorumque  saltum,  apro- 


80  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

grave  peligro,  llamó  á  sus  capitanes  y  pidióles  consejo;  unos  opinaron  que  el  rey 
no  se  hallaba  en  estado  de  entrar  al  momento  en  campaña  contra  los  rebeldes ,  y 
que  era  prudente  dar  vuelta  á  Toledo  para  reunir  fuerzas ,  y  otros  en  mayor  nú- 
mero dijeron  que  convenia  reprimir  sin  pérdida  de  tiempo  la  indigna  rebelión 
de  Paulo  y  de  sus  partidarios.  Wamba  dio  la  razón  á  los  últimos ,  pero  declaró 
que  encontrándose  allí  para  combatir  con  los  Vascones,  importaba  ante  todo 
vencerlos.  El  ejército  godo,  poseído  de  indecible  ardor,  persiguió  á  los  Navarros 
basta  sus  inexpugnables  baluartes;  los  soldados  de  Wamba  llegaron  á  las  cum- 
bres mas  elevadas  de  sus  temidas  montañas ,  destruyeron  sus  fortalezas ,  y  ocu- 
paron sus  pueblos  y  ciudades.  Esta  expedición  fué  llevada  con  tal  ardor  que, 
según  se  dice ,  bastaron  siete  dias  para  volver  á  la  obediencia  todo  el  país  de  los 
Vascones;  Wamba  aceptó  los  acostumbrados  tributos,  dice  Julián  de  Toledo,  y 
celebrada  la  paz ,  se  encaminó  á  las  Calías  (1).  Ante  todo,  empero ,  quiso  que 
volvieran  á  la  senda  del  deber  los  habitantes  de  aquella  parte  de  la  Tarraconense 
que  habia  entregado  á  Paulo  la  traición  de  Ranosindo  y  de  Hildigiso ,  y  se  enca- 
minó hacia  el  Ebro,  recobrando  en  pocos  dias  varias  plazas,  y  entre  ellas  Bar- 
celona y  Gerona.  El  obispo  de  esta  última  ciudad ,  por  nombre  Amador ,  salió  á 
su  encuentro  y  le  presentó  una  carta  de  Paulo,  en  la  que  decía  al  obispo  que  no 
se  alarmara  por  las  noticias  de  la  expedición  de  Wamba ,  que  este  no  había  de  rea- 
lizarla nunca,  y  que  en  tan  poco  tenía  sus  amenazas,  anadia,  que  le  autorizaba 
para  abrir  las  puertas  de  su  ciudad  episcopal  á  aquel  de  ambos  reyes  que  prime- 
ro se  presentase.  Cuéntase  que  Wamba  se  sonrió  al  recibir  la  carta ,  y  en  efecto, 
Paulo  habia  tomado  sobre  sí  el  cuidado  de  allanarle  el  camino. 

Wamba  dividió  su  ejército  en  tres  cuerpos :  el  primero  marchó  por  Castrum 
Libyse  (2) ,  capital  de  los  Ceretanos ;  el  rey  tomó  el  mando  del  segundo ,  que  ha- 
bia de  operar  en  el  centro ,  y  el  tercero  penetró  en  el  Rosellon  por  el  camino  de 
la  costa,  apoyado  por  la  armada  que  cruzaba  por  aquellas  aguas.  Paulo  habia 
tomado  sus  disposiciones  para  disputar  á  su  adversario  los  pasos  de  los  Pirineos, 
y  el  fuerte  de  Clausura  (3) ,  construido  para  la  defensa  de  uno  de  los  principales 


rum  ursorumque  edacitates  radicitus  edomuisti:  si  jam  serpentum  vel  viperarum  venenum  evo- 
muisti;  indica  nobis,  armiger,  indica  nobis,  domine  sylvarum  et  petrarum  amice.  Nam  si  hsec 
omnia  accubuerunt,  et  tu  festina  ad  nos  venire,  ut  nobis  abundanter  Philomelae  vocem  retexas.  Et 
ideo,   magnifico  vir,  ascendit  cor  tuum  ad  confortationem:  descende  usque  ad  clausoras.  Nam  ibi 
invenies  Oppopumbeum  (sic)  grandem  cum  quo  legitime  possis  concertare. 
Carta  de  Paulo  al  pérfido  rey  Wamba. 
En  nombre  del  Señor. 
Flavio  Paulo,  supremo  rey  del  Oriente,  á  Wamba  rey  del  Mediodía. 
Dime,  ó  guerrero,  dime  en  hora  buena,  ó  Señor  de  los  bosques,  y  amigo  de  las  peñas,  si  has 
penetrado  por  las  asperezas  de  los  montes  inhabitables;  si  has  roto  con  tu  pecho  como  fuerte  león, 
las  espesuras  y  troncos  de  las  selvas,  si  has  vencido  á  los  ciervos  y  venados  en  ligereza;  si  has  do- 
mado á  los  jabalíes,  y  acabado  con  los  osos  devoradores;  si  vomitaste  por  fin  el  veneno  chupado  á 
las  víboras  y  serpientes.   Si  has  cumplido  ya  todas  estas  hazañas,  ven,  ó  cantor  gilguerillo,  á  re- 
crear nuestros  campos;  ven,  ó  hombre  grande  y  de  gran  pecho,  hasta  las  bocas  de  los  Pirineos,  que 
aquí  está  el  terrible  destructor  de  todos  los  males,  con  quien  podrás  pelear  sin  desdoro  de  tus  fuer- 
zas.—Esp.  Sagr.,  t.  VI,  p.  533. 

(1)  Acceptis  obsidibus  tributisque  solitis,  et  pace  composita,  directo  itinere  in  Gallias  profec- 
turi  accedunt 

(2)  Puigcerdá. 

(3)  Dábase  por  lo  general  el  nombro  de  Clausura;  á  las  fortalezas  levantadas  en  los  puertos  ó 
pasos  de  los  Pirineos,  pero  llamábase  por  excelencia  Caslrum  Clausura;  un  castillo  muy  fuerte 


CAP.    Y. — ESPAÑA   GODA.  81 

puertos ,  le  habia  parecido  de  importancia  tal  que  encargó  su  custodia  á  Rano- 
sindo  é  Hildigiso.  En  él  estaban  encerrados  con  fuerzas  considerables  al  atacar- 
le las  tropas  de  Wamba ,  y  á  pesar  de  su  presencia,  fué  la  plaza  tomada  muy  en 
breve.  Ranosindo,  Hildigiso  y  otros  rebeldes  de  nota,  hechos  prisioneros,  fue- 
ron enviados  al  rey  con  las  manos  atadas  á  la  espalda.  Caucoliberes ,  Yul turaría 
yCastrum  Livise  cayeron  igualmente  en  poder  de  Wamba,  y  Yitimiroen  íin,  ge- 
neral de  Paulo,  que  se  hallaba  con  guarnición  de  soldados  en  Sordonia,  otra  for- 
taleza en  el  territorio  de  los  Ceretanos ,  creyó  no  deber  esperar  al  enemigo ,  y 
partió  en  secreto  para  llevar  á  Paulo  noticia  de  lo  que  pasaba.  Sordonia  se  rindió 
poco  después  (1). 

Dueño  Wamba  de  cuantas  plazas  habían  abrazado  la  causa  de  Paulo  en 
esta  parte  de  los  Pirineos,  pasó  aquellos  montes  sin  obstáculo  ,  bajó  á  los  valles 
del  Rosellon,  y  acampó  en  ellos  durante  dos  dias  esperando  á  las  dos  restantes 
divisiones  de  su  ejército,  que  se  reunieron  con  él  en  la  tarde  del  segundo  dia, 
después  de  apoderarse  también  de  las  plazas  que  habian  encontrado  á  su  paso. 

Aquella  noche  fué  consagrada  al  reposo  ,  de  que  tanto  necesitaban  los  sol- 
dados ,  y  á  la  mañana  siguiente  ,  el  ejército  emprendió  la  marcha  con  dirección 
á  Narbona.  Allí  esperaba  Wamba  encontrar  á  Paulo  y  castigarle  de  su  traición, 
mas  Paulo  se  habia  retirado  á  Nimes  con  Gumildo,  confiando  á  Yitimiro  el  cui- 
dado de  defender  á  Narbona.  Una  numerosa  división  del  ejército  godo  se  presen- 
tó ante  los  muros  de  esta  plaza  é  intimó  la  rendición  á  su  gobernador  ,  quien  se 
negó  á  ello  con  arrogantes  palabras.  Entonces ,  y  sin  pérdida  de  momento  ,  los 
capitanes  de  Wamba  ordenan  el  asalto;  los  soldados  se  lanzan  á  los  fosos;  Vite- 
rico  sostiene  con  valor  el  ataque,  y  durante  tres  horas  logra  rechazar  de  todos  los 
puntos  á  los  enemigos.  Los  Godos  redoblan  sus  esfuerzos,  ponen  fuego  á  las 
puertas ,  arriman  escalas  al  adarve,  y  penetran  en  la  plaza.  Yitimiro  y  los  suyos 
no  se  dan  aun  por  vencidos ,  y  enciéndese  de  nuevo  la  pelea  en  las  calles  de  la 
ciudad ;  los  soldados  de  Wamba  se  abren  paso  ,  dispersan  y  matan  cuanto  les 
resiste.  Yitimiro  se  acoge  á  una  iglesia  con  algunos  de  los  suyos  ;  pero,  perse- 
guido y  descubierto,  cae  en  poder  de  los  soldados  que  le  hacen  prisionero.  Arge- 
baldo  y  el  primicerio  Galtricio  cayeron  también  en  poder  de  la  tropa,  y  en  el  fu- 
ror que  á  esta  animaba  recibieron  maltratos ,  á  pesar  de  la  leal  conducta  que 
habia  observado  el  primero  ,  que  solo  contra  su  voluntad  se  hallaba  comprome- 
tido en  la  rebelión  (2). 

Siguieron  los  leales  la  victoria ,  y  con  la  misma  facilidad  entraron  por  fuer- 
za las  ciudades  de  Agde  ,  Beziers  y  Magalona,  en  que  fueron  presos  algunos  de 
los  principales  rebeldes,  y  en  particular  Remigio,  obispo  de  Nimes.  Solo  esta  pla- 
za, en  que  Paulo  habia  reunido  sus  mas  ardientes  partidarios,  estaba  aun  por  el 
usurpador.  Wamba  envió  una  división  compuesta  de  sus  mejores  tropas  para 


construido  á  poca  distancia  del  trofeo  de  Pompeyo  en  el  Pertus.  Este  sitio  conserva  aun  su  antiguo 
nombre,  y  se  llama  Puerto  de  Clusas. 

(*)  Uvittimirus  tamen  unus  ex  conjuratis,  qui  se  in  Sordoniam  constitutus  clauserat,  nostros, 
irrupisse  persentiens,  statim  aufugit,  et  tantae  cladis  nuntium  Paulo  in  Narbonam  perlaturus  ac- 
cessit.  Julián.  Tolet.,  Hist.Wambfe,  etc. 

(2)  Así  lo  dice  Rodrigo  de  Toledo;  pero  Julián,  el  historiador  contemporáneo  de  estos  sucesos, 
dice  terminantemente  que  Argebaldo  era  tan  culpado  como  Paulo  y  sus  cómplices,  y  que  merecía  la 
muerte. 

TOMO  II.  11 


82  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Ie  JC'  rendirla ,  y  él  estableció  sus  reales  á  cuatro  ó  cinco  leguas  de  la  ciudad  hacia  el 
norte,  con  todo  el  grueso  de  sus  fuerzas ,  como  si  temiera  una  invasión  por  parte 
de  los  Francos,  con  la  cual  en  efecto  se  le  habia  amenazado.  Las  tropas  enviadas 
673.  contra  Nimes  llegaron  á  su  destino  al  despuntar  del  alba  del  último  dia  del  mes 
de  agosto,  y  al  momento  tomáronse  las  convenientes  disposiciones  para  el  ataque. 
Los  de  la  plaza  ,  que  creían  tener  que  combatir  con  fuerzas  más  considerables, 
cobraron  ánimo,  y  pidieron  marchar  al  enemigo;  mas  Paulo,  que  temia  una  em- 
boscada, moderó  su  ardor,  y  los  contuvo  detrás  de  los  muros.  A  poco  rato  de  ha- 
ber salido  el  sol,  los  Godos  dan  la  señal  del  combate  y  acometen  las  fortificacio- 
nes ;  los  soldados  de  Paulo  no  cejan  ,  antes  bien  llegada  la  tarde  rechazan  á  los 
Godos  con  pérdida,  quedando  por  ellos  toda  la  ventaja.  La  noche  puso  fin  á  la  pe- 
lea, y  convencidos  los  generales  de  Wamba  de  que  sus  soldados  no  eran  bastante 
numerosos  para  ganar  la  plaza  por  asalto,  envían  al  instante  mensajeros  al  rey 
solicitando  socorro.  Wamba  con  igual  diligencia  les  envió  diez  mil  hombres  que 
llegaron  al  pié  de  ios  muros  de  Nimes  al  salir  el  sol  del  dia  siguiente  l.8  de  se- 
tiembre, y  al  momento  dióse  orden  de  intentar  un  segundo  asalto. 

Informado  Paulo  de  que  los  sitiadores  acababan  de  recibir  considerables 
refuerzos ,  empezó  á  desmayar,  si  bien,  procurando  disimular  sus  temores,  fingió 
alegrarse  de  la  noticia  recibida.  Dijo  á  los  suyos  que  tenían  ya  á  lodos  sus  ene- 
migos delante  ;  que  allí  estaba  todo  el  ejército  de  Wamba  ,  y  que  una  vez  ven- 
cido, no  le  quedaría  ni  un  soldado  ;  según  él,  los  Godos  habían  de  volver  las  es- 
paldas al  primer  encuentro,  y  no  habia  que  hacer  mas  sino  rechazar  con  vigor  y 
sin  miedo  su  primer  empuje.  En  tanto  las  tropas  de  Wamba  se  habían  adelantado 
hasta  el  pié  de  los  muros,  provistos  de  todos  los  instrumentos  bélicos  empleados 
entonces  en  los  asaltos  de  las  plazas;  sus  cuernos  habían  dado  la  señal.  Los  sitia- 
dos corren  á  las  murallas,  y  son  recibidos  con  una  lluvia  de  flechas  y  de  piedras; 
á  su  vez  hacen  jugar  sus  ballestas  y  sus  hondas,  y  el  combate  se  hace  general. 
Peleábase  desde  la  salida  del  sol,  y  á  la  hora  quinta,  es  decir,  á  las  once  de  la 
mañana,  los  cercados,  cansados  y  enflaquecidos  con  la  gran  carga  y  priesa  que  de 
fuera  les  daban,  abandonan  el  muro.  Los  del  rey  redoblan  sus  esfuerzos :  unos 
ponen  fuego  á  las  puertas,  otros  con  picas  y  palancas  arrancan  las  piedras  de  los 
adarves,  y  ábrense  al  fin  camino  hasta  el  interior  de  la  ciudad;  rompen  entonces 
por  las  primeras  calles  que  encuentran  ,  matando  y  destrozando  á  cuantos  se  les 
oponen,  y  quedan  por  fin  dueños  de  la  plaza.  Era  miserable  espectáculo  ,  dice  el 
P.  Mariana,  ver  á  la  gente  de  Paulo  acometida  y  apretada  por  frente  y  por  las  es- 
paldas de  los  suyos  y  de  los  contrarios  con  tanto  estrago  y  matanza,  que  las  ca- 
lles y  plazas  se  cubrían  de  cuerpos  muertos  y  estaban  alagadas  de  sangre.  Los 
gemidos  de  los  que  morían,  los  ahullidos  de  las  mujeres  y  niños,  la  gritería  y  el 
estruendo  de  los  que  peleaban  resonaban  por  todas  partes. 

Sean  cuales  fueren  las  causas  déla  guerra,  estas  son  sus  consecuencias :  el 
buen  derecho  mata  lo  mismo  que  la  iniquidad,  exclama  el  historiador  Romey,  de 
quien  hemos  tomado  la  presente  relación  de  la  campaña  de  Wamba,  que  á  su 
vez  tradujo  él  teslualmente  del  relato  de  Julián  de  Toledo  ,  citado  varias  veces. 

Los  partidarios  mas  ardientes  de  Paulo  corren  con  él  á  refugiarse  en  el  Circo, 
y  se  fortifican  en  su  recinto  (1),  y  solo  la  noche  pone  fin  á  la  matanza  de  los  re- 

(1 )    El  anfiteatro  de  Nimes,  llamado  las  Arenas,  era  uua  verda  dera  fortaleza.  La  puerta  oriental 


CAP.    V. — ESPAÑA    GODA.  83 

beldes  que  no  fueron  bastante  afortunados  para  retirarse  al  último  asilo  que  abri- 
gaba á  sus  jefes.  Los  vencedores  godos  se  enseñorearon  de  la  ciudad,  y  colocaron 
centinelas  en  todos  los  puntos  abandonados  por  los  vencidos;  Paulo  continuaba  en- 
cerrado en  el  magnífico  anfiteatro  romano  que  se  conserva  aun  en  Nimes,  y  por 
una  singular  coincidencia  aquel  dia  cumplia  un  año  de  la  elección  de  Wamba. 
Paulo,  insultado  por  el  pueblo  y  maltratado  por  los  Francos  y  Galos  de  los  paí- 
ses inmediatos  á  quienes  atragera  á  su  partido  mediante  salario,  despojóse  aquel 
mismo  dia  voluntariamente  del  manto  real  y  de  todas  las  insignias  de  la  sobera- 
nía, que  hasta  entonces  habia  llevado  con  cierta  afectación.  Nimes  pasó  aquella 
noche  sumida  en  la  desolación  de  una  ciudad  saqueada. 

Paulo  tenia  á  su  lado  gran  número  de  compañeros,  pero  á  pesar  de  sus  dos 
torres  y  de  su  fuerte  construcción,  el  anfiteatro  no  podía  servirles  de  asilo  duran- 
te mucho  tiempo.  Además  carecían  de  víveres,  y  habiéndose  gran  parte  de  los 
habitantes  declarado  contra  ellos,  no  les  era  fácil  procurárselos.  En  tan  crudo 
trance,  deliberaron  acerca  de  lo  que  debian  hacer,  y  resolvieron  que  lo  mas  segu- 
ro era  implorar  el  perdón  del  rey.  Los  vencedores  en  tanto  se  entregaban  al  des- 
canso con  intento  de  aguardar  al  monarca  para  que  se  le  atribuyese  la  gloria  de 
poner  fin  á  la  guerra  ,  y  además  pretendían  alcanzar  perdón  para  los  culpa- 
dos, que  es  cosa  natural,  dice  Mariana,  tener  compasión  de  los  caídos,  principal- 
mente cuando  son  deudos  de  una  misma  nación  como  eran  los  vencidos  en  gran 
parte.  El  obispo  de  Narbona,  Argebaldo,  fué  elegido  entre  los  cautivos  y  co- 
misionado por  todos  para  salir  al  encuentro  del  rey.  Partió  en  efecto  revestido 
de  sus  hábitos  episcopales  y  acompañado  de  una  reducida  escolta,  y  encontró  á 
Wamba  á  unas  cuatro  leguas  de  Nimes,  poco  después  de  haber  salido  de  su  cam- 
pamento para  dirijirse  á  la  ciudad  conquistada,  rodeado  de  sus  capitanes  cubier- 
tos de  ricas  armaduras.  El  rey  montaba  á  caballo,  y  al  verle  Argebaldo  se  apeó 
del  suyo,  se  dirigió  á  él,  le  saludó  é  hincóse  de  rodillas,  despidiendo  en  abundan- 
cia de  sus  ojos  y  su  pecho  lágrimas  y  sollozos.  Wamba  le  mandó  levantarse  (1), 
y  Argebaldo  le  explicó  entonces  el  objeto  de  su  misión.  Conmovido  por  sus  pala- 
bras, el  rey  perdonó  la  vida  á  todos  los  culpables,  pero  como  el  obispo  insistiese 
para  obtener  gracia  cumplida,  Wamba  le  interrumpió  con  enojo,  diciendo:  «Note 
toca  imponerme  leyes ;  ¿  no'es  bastante  haberte  hecho  gracia  de  la  vida  ?  A  tí 
solo  concedo  perdón  cumplido,  añadió  ;  para  los  demás  nada  prometo  (2) . »  En 
seguida  envió  á  Nimes  algunos  caballeros  para  que  hicieran  cesar  los  atropellos 
y  las  violencias  de  cualquiera  parte  que  procedieren,  y  pregonaran  su  próxima 
llegada  ;  y  trascurridas  pocas  horas,  la  polvareda  que  los  caballos  levantaban 
anunciaron  la  presencia  de  Wamba  y  de  sus  Godos.  Sus  armaduras,  sus  espadas 
desnudas  que  reflejaban  los  rayos  del  sol  en  una  hermosa  mañana  de  setiembre, 
despedían  fulgores  tales  que  se  creyó  ver  á  una  legión  de  ángeles  guiando  al 
ejército  de  Wamba  (3).  Gran  multitud  esperaba  al  rey  á  las  puertas  de  la  ciudad; 

del  anfiteatro  romano  habia  sido  en  los  primeros  tiempos  de  la  dominación  visigoda,  flanqueada  de 
dos  .torres,  llamadas  Torres  de  los  Visigodos,  que  existían  aun  á  principios  de  este  siglo. 

(1 )  Ut  erat  misericordiae  visceribus  affluens,  et  ipse  illachrymans,  sublevan  episcopum  a  térra 
praecepit.  Julián.  Tolet.  Hist.  Vambae. 

(2)  Tibi  ergo  soli  me  ex  toto  peperci&se  sufficiat,  pro  reliquis  vero  nlbil  promitto.  Id.  id. 

(3)  Cumque  sol  refulsisset  in  clypeis,  gemino  térra  ipsa  lumine  coruscabat:  ipsa  quoque  ra- 


84  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

soldados  y  ciudadanos  habían  acudido  á  saludarle,  y  algunas  órdenes  que  dio 
públicamente,  y  que  revelaban  su  solicitud  en  favor  de  la  población,  concilláronle  . 
desde  el  primer  momento  el  amor  de  los  habitantes.  Faltaba  apoderarse  de  Paulo 
y  de  sus  cómplices,  que  continuaban  encerrados  en  el  anfiteatro,  y  algunos  caba- 
lleros de  Wamba,  al  frente  de  un  destacamento  de  caballería,  se  dirigen  á  aquel 
lugar,  derriban  sus  puertas,  y  penetran  en  él  sin  que  se  les  oponga  la  me- 
nor resistencia.  Los  Francos  y  los  Sajones  á  sueldo  de  los  conspirados  se  rindie- 
ron sin  condición  alguna,  y  Paulo  y  los  demás  caudillos  de  la  rebelión  fue- 
ron hallados  á  duras  penas  en  las  cuevas  que  habitaron  en  otro  tiempo  los  ti- 
gres y  leones  destinados  á  los  juegos  del  circo.  Sacados  de  su  escondrijo  para  ser 
presentados  á  Wamba,  Paulo,  pálido  y  con  el  rostro  demudado,  andaba  á  pié  en-  . 
tre  dos  caballeros  que  le  sujetaban  cada  uno  por  un  mechón  de  su  gótica  cabelle- 
ra (1).  Llegado  ante  su  vencedor,  Paulo  se  prosternó,  «humilde  conducta,  dice 
un  historiador,  que  contrastaba  con  la  arrogancia  que  afectara  durante  su  prospe- 
ridad pasajera,»  y  desciñóse  el  cinluron  militar,  como  degradándose  á  sí  mismo. 
El  rey  dirigióle  algunas  reconvenciones  (2),  lo  mismo  que  á  los  demás  promove- 
dores de  la  rebelión  que  sucesivamente  le  fueron  presentados ,  y  mandó  luego 
encarcelarlos  fijando  el  día  en  que  serian  juzgados  por  sus  pares  en  presencia 
del  ejército.  Los  Francos  y  los  Sajones  prisioneros  fueron  puestos  inmediatamen- 
te en  libertad  (3);  perdonóse  también  á  los  Galos,  Españoles  y  Godos  que  habian 
tomado  en  la  rebelión  una  parte  secundaria,  y  guardóse  toda  la  severidad  para  los 
principales  traidores.  El  rey  dedicó  sus  primeros  cuidados  al  restablecimiento 
del  orden,  mandó  atender  á  los  heridos,  enterrar  á  los  muertos,  reparar  los  mu- 
ros, reponer  las  puertas,  y  devolver  á  los  habitantes  el  botín  cogido  en  el  saqueo 
de  los  dias  anteriores.  Los  objetos  tomados  á  los  rebeldes  fueron  por  orden  suya 
llevados  á  su  presencia,  y  entre  ellos  escogió  y  devolvió  á  las  iglesias  los  orna- 
mentos y  vasos  sagrados  deque  Paulo  se  apoderara,  recobrando  el  mártir  san  Fé- 
lix su  corona  que,  según  expresión  del  historiador Lafuente,  fué  para  Paulo  verda- 
dera corona  de  martirio.  Todo  lo  demás  lo  abandonó  á  los  soldados,  y  no  solo  no 
se  quedó  cosa  alguna  para  él,  sino  que  Jos  obsequió  y  regaló  con  dinero  suyo 
propio. 

El  dia  tercero  de  su  entrada  en  la  ciudad  (5  de  setiembre),  Wamba  se  cons- 
tituyó en  tribunal  en  compañía  de  sus  caballeros  y  capitanes,  y  allí,  en  presencia 
del  ejército  formado  en  batalla  á  ambos  lados  de  los  jueces,  mandó  comparecer  á 


diantia  arma  fulgorcm  solis  sólito  plus  augebant.  Sed  quid  dicam?...  Ubi  divina  protectio  evidentis 
signi ostensione  monstrata  est.¡Visum  estenim...  angelosqueipsos,etc.  Julián.  Tolet.  Hist.  Wambfe. 
(4)  Dúo  e  ducibus  uostris  equis  insidentes,  protensis  manibus  hinc  inde  Paulum  in  medio  sui 
constilutum  innexascapillis  ejus  manus  lenentes,  pedissequa  illum  profectione  oblaturi  principi 
deferunt.  Id.  id. 

(2)  Cum  jam  ante  equum  principis  Paulus  ipse,  vel  Cfeteri  hujusmodi  factionis  capti,  perduc- 
tiquc  consisterent :  Cum  in  tanto,  ait,  malo  vesanias  prorupistis,  ut  pro  bonis  mala  milii  responde- 
réis ?  Sed  quid  immorabor?  ite  et  estote  sub  custodiis  deputati,  quousque  censura  de  vobis  agitetur 
judicii.  Id.  id. 

(3)  Estos  Francos  y  Sajones  eran  aventureros  atraídos  á  la  Galia  gótica  por  su  amor  á  la  guer- 
ra y  al  pillaje.  Wamba  estaba  entonces  en  paz  con  el  rey  de  Austrasia ;  pero  los  gobernadores  fran- 
cos vecinos  de  la  Galia  gótica  eran  en  gran  parte  independientes,  y  sin  haber  guerra  declarada  en- 
tre los  reyes  de  ambas  naciones,  estos  gobernadores  se  permitían  á  veces  guerrear  por  su  cuenta 
por  la  tierra  de  los  Visigodos.  Romey,  P.  1  .a  c.  XVI. 


CAP.    V. — ESPAÑA    GODA.  "  85 

Paulo  y  á  sus  compañeros  (1).  Intimó  al  primero  que  dijese  si  le  habia  ofendido, 
si  le  habia  irrogado  injusticia,  si  le  habia  dado  motivo  alguno  de  queja.  «Conju- 
róte en  nombre  de  Dios  omnipotente ,  que  en  esta  asamblea  de  hermanos, 
entres  conmigo  en  juicio,  y  me  digas  delante  de  ellos  si  en  algo  te  he  ofendido,  ó 
si  te  he  dado  jamás  ocasión  que  te  pudiera  excitar  á  tomar  las  armas  contra  mí  y 
á  erigirte  en  tirano  (2).»  Paulo  contestó  que,  lejos  de  abrigar  queja  alguna  con- 
tra Wamba,  la  confianza  que  el  rey  depositara  en  él  habíale  proporcionado  los 
medios  de  venderle,  y  que  reconocía  no  tener  su  traición  disculpa  alguna.  Igual 
preguntase  dirigió  á  los  demás  conjurados ,  y  sus  respuestas  fueron  análogas. 
Leyóse  enseguida  el  juramento  de  fidelidad  prestado  por  cada  uno  de  ellos  á 
Wamba,  y  á  continuación  el  juramento  que  á  Paulo  prestaran  de  no  deponer  las 
armas  hasta  despojar  á  Wamba  de  la  soberanía  ;  y  la  asamblea,  aplicando  á  los 
reos  los  cánones  de  los  últimos  concilios  relativos  álos  atentados  contra  los  reyes, 
los  condenó  á  muerte  y  á  la  confiscación  de  bienes.  Julián  de  Toledo  nombra  ade- 
más de  Paulo  á  veinte  y  siete  condenados,  entre  los  cuales  figura  en  primer  lu- 
gar Gulmido,  obispo  de  Magalona  La  mayor  parte  de  los  nombres  parecen  ser 
godos,  y  entre  ellos  no  se  encuentra  el  de  Hilderico,  conde  de  Nimes,  causa 
primera  de  la  guerra,  que  sin  duda  habría  muerto.  Wamba,  dueño  de  la  existen- 
cia de  sus  enemigos ,  usó  de  la  prerogaliva  que  los  concilios  dieran  á  los  monar- 
cas, é  hizo  á  todos  gracia  de  la  vida,  limitándose  á  condenarlos  á  cárcel  perpetua 
y  á  perder  sus  cabelleras. 

Vino  á  la  sazón  aviso  de  que  el  rey  franco  Ghilperico  se  acercaba  con  sus 
huestes  para  pelear  contra  los  Godos,  y  Wamba  salió  á  campaña,  esperando  al 
enemigo  por  espacio  de  cuatro  dias;  no  quiso,  empero,  romper  por  las  tierras  de 
Francia  á  pesar  de  que  en  el  relato  de  Julián  de  Toledo  se  dice  que  así  lo  desea- 
ban él  y  sus  capitanes,  porque  no  pareciese  que  era  el  primero  en  quebrantar  las 
paces  que  tenia  asentadas,  y  para  evitar  al  país  inútiles  calamidades .  Sin  embargo, 
recibida  nueva  de  que  un  capitán  franco,  llamado,  á  lo  que  parece,  Lupo,  gober- 
nador por  el  rey  de  Neustria  de  la  Aquitania  austrasiana,  colindante  con  la  Sep- 
timania,  corría  los  campos  de  Beziers,  talando,  quemando  y  robando  cuanto  se  le 
ponia  delante,  salióle  el  rey  al  encuentro  con  parte  de  su  gente  ;  en  poco  estuvo 
sorprender  á  los  Francos  en  Aspiran,  entre  Pezenas  y  Lodeva;  pero,  desconfiado 
Lupo  de  sus  fuerzas,  se  retiró  á  lo  mas  alto  de  los  montes  inmediatos,  dejando 
abandonados  sus  bagajes  para  huir  con  mas  presteza  (7  de  setiembre). 

Victorioso  Wamba  de  sus  enemigos,  detúvose  algunos  dias  mas  en  las  Ga- 
lias,  con  objeto  de  restablecer  las  cosas  al  estado  que  tenían  antes  de  los  últimos 
acaecimientos.  Toda  la  Seplimania  habia  sufrido  mas  ó  menos  bajo  la  dominación 
del  usurpador  que  acababa  de  ser  derrocado,  y  nombró  nuevos  jueces,  destituyó 
á  algunos  gobernadores  odiados  por  las  poblaciones,  proveyó,  alo  que  parece,  al- 


(4)  Hic  igitur  sceleratissimus  Paulus,  dum  convocatis,adunatisque  ómnibus  nobis  idest  senio- 
ribus  cunctis  palatii,  gardingis  ómnibus,  omnique  Palatino  Officio,  seu  etiam  adstante  exercita 
universo  in  conspectu  gloriosissimi  nostri  domini,  cum  praedictis  sociis  suis  judicandus  adsisteret... 
Judicium  in  tyrannorum  perfidia  promulgatum.  Julián.  Tolet.  c.  35. 

(2)  Conjuro  te  per  nomen  Omnipotentis  Dei,  ut,  iu  hoc  conventu  fratrum  meorum,  contendas 
mecum  judicio,  si  aut  te  in  aliquo  lsesi,  aut  occasione  qualibet  malitiae  nutriyi,  per  quod  excitatw 
hanc  tyranidem  sumeres,  vel  hujus  regni suscipere  attentares.Id.  id. 


86  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

gunos  obispados  vacantes  por  la  rebelión  de  aquellos  que  los  ocupaban,  en  una 
palabra,  antes  de  pasar  los  Pirineos,  piso  en  orden  iodos  los  asuntos  de  la  pro- 
vincia. En  Elna  ó  Cañaba,  dio  las  gracias  y  despidió  al  ejército  godo,  según  el 
uso  de  la  época,  y  con  su  comitiva  tomó  el  camino  de  Toledo,  á  donde  deseaba 
volver  después  de  seis  meses  largos  de  ausencia.  En  pocos  dias  se  halló  á  las 
puertas  déla  real  ciudad. 

Su  entrada  fué  un  verdadero  triunfo  (1).  Los  rebeldes  cabalgaban  en  flacos 
rocines  y  vestían  trajes  oscuros  y  humildes ,  iban  descalzos ,  con  una  cuerda  ce- 
ñida al  cuerpo  ,  y  llevaban  rapado  el  cráneo,  las  cejas  y  la  barba.  Paulo  se  dis- 
tinguía entre  ellos  por  la  corona  de  cuero  negro  que  llevaba  en  las  sienes,  signo 
irrisorio  de  la  que  habia  querido  usurpar  (2).  Venia  luego  el  rey  ,  rodeado  de 
nobles  y  caballeros  ,  con  limpias  armaduras ,  y  así  atravesó  la  ciudad  sin  cesar 
ni  un  punto  las  aclamaciones  de  la  muchedumbre.  Paulo  y  sus  cómplices  fueron 
llevados  á  la  prisión  que  les  estaba  destinada  ;  entre  ellos  habia  algunos  ecle- 
siásticos ,  como  eran  un  diácono  de  Barcelona  ,  los  obispos  de  Livia  ,  de  Agde  y 
de  Magnelona ,  el  abad  Remigio  y  otro  abad  de  Beziers.  Entre  los  seglares  lla- 
maba la  atención  Vitimiro  por  su  arrogante  continente. 

Desde  aquel  momento,  Wamba  pudo  dedicar  toda  su  atención  al  gobierno 
civil  4e  España.  Toledo  fué  engrandecida  y  embellecida;  ordenáronse  obras 
públicas  en  varios  lugares ,  y  las  vias  romanas  y  los  acueductos  reparados ,  re- 
velan la  solicitud  de  Wamba  en  pro  del  bien  público.  Decidido  protector  de  la 
paz,  no  deja  de  ser  singular  que,  después  de  una  guerra  civil  en  que  habia  triun- 
fado, y  cuando  los  Godos  no  se  hallaban  en  hostilidad  con  nadie  ,  creyera  nece- 
sario luego  de  su  llegada  á  Toledo,  m  1.°  de  noviembre,  publicar  la  ley  De  his 
qui  ad  bellum  non  vadunt  (3) ,  ya  fuese  que  hubiese  experimentado  dificultades 
para  reunir  un  número  suficiente  de  soldados  en  su  pasada  campaña,  ya  que  te- 
miese para  la  patria  próximos  peligros.  Por  dicha  ley  se  dispuso  que  así  los  se- 
glares como  los  eclesiásticos  habían  de  tomar  las  armas  al  primer  llamamiento 
de  los  condes  ú  otros  oficiales  encargados  del  gobierno  de  las  provincias ,  y  se 
conminaron  contra  los  que  á»  ella  faltaren  severos  castigos  como  el  destierro, 
la  confiscación  de  bienes  ,  y  aun  penas  corporales  para  los  miembros  de  la  na- 
ción de  un  rango  inferior.  Esta  ley  hizo  para  los  obispos  y  eclesiásticos  todos  una 


(4 )    Véase  á  Julián  de  Toledo  ,  e.  29  y  30. 

(í)  Rex  ipse  proditionis  prsehibat  w  capite  omni  confusionis  ignominia  dignus,  et  picea  ex 
coriis  laurea  coronatus.  Id.  Id. 

(3)  E  por  ende  establecemos  en  esta  ley ,  que  deste  dia  adelante,  quando  que  quier  que  los 
enemigos  se  levantaren  contra  nuestro  regno ,  si  quier  sea  obispo  ,  si  quier  clérigo  ,  si  quier  conde, 
si  quier  duc ,  si  quier  ricombre  ,  si  quier  infanzón  ,  ó  qual  que  quier  omne  que  sea  en  la  comarca  de 
los  enemigos,  ó  si  fuera  legado  déla  frontera  acerca  dellos,  ó  si  llegar  allí  á  ellos  por  aventura  de 
dotra  tierra ,  todo  que  sea  cerca  de  la  frontera  fasta  C,  millas  da  quel  logarose  faz  la  lid,  depuesque 
ge  lo  dixiere  el  rey  ó  su  omne,  ó  pues  que  él  lo  sabe  por  sí  en  qual  manera  se  quier,  si  man  á  mano 
n«n  fuere  presto  con  todo  su  poder  para  defender  el  regno ,  é  si  se  quisiere  escusar  en  alguna  mane- 
ra, é  non  quisiere  ayudar  á  los  otros  man  á  mano  por  amparar  la  tierra,  si  los  enemigos  ficieren  al- 
gún damno,  oca  tivaren  algún  omne  de  nuestro  pueblo,  ó  de  nuestro  regno,  aquel  que  non  quiso  salir 
contra  lo-,  enemigos  por  algún  sniedo  ,  ó  por  cscusacion  ,  6  porenganno ,  6  no  quiso  seer  presto  por 
amparar  la  tierra,  si  es  obispo  ó.clérigo  é  non  oviere  onde  faga  enmienda  del  damno  que  ficieren  los 
enemigos  en  la  tierra ,  sea  cebado  fora  de  la  tierra  conio  mandare  el  príncipe,.  Y  esta  pena  mandamos 
que  ayan  los  obispos  ,  é  los  sacerdotes,  é  Jos  diáconos  é  los  clérigos  que  non  an  dignidad...  E  délos 
otros  legos  establecemos  ,  etc.  Fuero  Juzgo ,    li.b.  IX,  1.  II.,  1.  9. 


CAP.    V-  — ESPAÑA   GODA.  87 

obligación  de  lo  que  hasla  entonces  solo  habia  sido  costumbre ,  y  esto  aun  en  A- de  J- G- 
ciertas  localidades ,  y  los  redujo  á  llevar  las  armas  como  los  demás  ciudadanos. 
Para  comprender  bien  esta  ley ,  para  no  deducir  de  elía  consecuencias  muy 
falsas  ,  y  no  caer  en  apreciaciones  erróneas  acerca  del  espíritu  que  á  la  misma 
presidió,  es  necesario  atender  que  en  la  época  de  que  estamos  tratando,  en  laEuro- 
pa  toda  y  mas  aun  en  España ,   como  tendremos  ocasión  de  explicar  mejor  en  la 
ojeada  que  nos  proponemos  á  su  tiempo  dirigir  sobre  la  edad  media  ,  la  Iglesia, 
los  eclesiásticos  se  hallaban  mezclados  en  todo,  así  en  las  artes  de  la  paz  como  en 
las  artes  de  la  guerra  :  en  todas  partes  se  encontraban  ,   y  el  espíriiu  de  la  igle- 
sia ,  la  ilustración  prodigiosa  de  sus  miembros  comparada  con  la  de  los  demás 
hombres ,  vivificaba  y  suavizaba  la  existencia  social.  En  beneficio  de  la  socie- 
dad, que  según  un  publicista,  es  muy  posible  que  hubiese  entonces  perecido  á  no 
salvarla  laíglesia,  esta  se  seculariza,  por  decirlo  así,  é  interviene  en  todos  losasun- 
tos  así  del  Estado  como  de  los  particulares.  Legisladora,  filósofa  ,  sabia,  artista, 
guerrera,  así  se  encuenlra  en  los  palacios,  en  las  asambleas ,  en  las  escasas  bi- 
bliotecas salvadas  del  cataclismo,  en  los  campamentos,  como  en  los  templos  y  mo- 
nasterios. La  edad  media  es  el  gran  canto  de  la  epopeya  eterna  de  la  Iglesia.  De 
esta  parlicipacion  ,  dirección  casi,  diremos  mejor  ,  del  clero  en  el  movimiento  y 
en  la  vida  general  del  pueblo,  de  la  lucha  que  sin  cesar  habia  de  sostener  contra 
los  instintos  bárbaros  y  la  crasa  ignorancia  de  los  nuevos  pobladores  de  Occi- 
dente, resultaron  sin  duda  algunos  vicios;  la  ambición  ,  el  amor  al  mundo  y  sus 
deleites  se  desarrollaron  quizás  mas  de  lo  debido  en  algunos  miembros  de  la  ge- 
rarquía  religiosa;  algunos,  sin  dejar  de  ser  los  menos  bárbaros  y  los  mas  inteligen- 
tes de  la  nación  ,  se  dejaron  arrastrar  por  la  corriente  ;  la  Iglesia  quizás  perdía 
en  independencia  algo  de  lo  que  ganaba  en  acción,  mas  el  bien  se  hacia  y  el  ge- 
nio civilizador  de  la  Iglesia  salía  por  todos  los  caminos  al   encuentro  de  la  bar- 
barie invasora.  Soldado  con  el  soldado  ,  pueblo  con  el  pueblo  ,  magnate  con  el 
magnate,  de  nuevo  reprodujo  la  misión  social  de  propaganda  que  habia  realizado 
durante  el  imperio  romano.  Antes  hizoá  los  hombres  cristianos,  ahora  hacia  á  los 
bárbaros  hombres,  ¿quién  se  maravillará  de  su  preeminencia  ?  «A  esta  su  inter- 
vención eonlínua  en  las  disensiones,  en  las  guerras ,  en  los  reglamentos  civiles, 
dice  un  escritor  nada  sospechoso  de  parcialidad  (1),  debe  la  España  las  fuerzas 
que  la  sostuvieron  en  su  lucha  contra  el  islamismo  ;  á  ella  debe  su  nacionalidad. 
A  sus  concilios ,  al  espíritu  belicoso  de  su  clero  ,   al  entusiasmo  religioso,  ala 
mezcla  de  superstición  y  de  sentimientos  caballerescos  que  nació  en  los  siglos 
siguientes  ,  cuando  el  cristianismo  y  la  religión  de  Mahoma  lucharon  cuerpo  á 
cuerpo;  al  espíritu  y  al  sentimiento  religioso,  productos  naturales  de  la  época  gó- 
tica-bárbara-eclesiáslica  ,  debe  la  España  el  ser  de  que  disfruta.  » 

Varios  concilios  se  celebraron  en  tiempo  de  Wamba  ,  y  en  un  mismo  año  se  675. 
reunieron  dos,  uno  en  Braga  y  otro  en  Toledo  (el  XI),  al  que  concurrieron  diez  y 
siete  obispos  casi  todos  de  la  provincia  cartaginense.  El  estudio  de  las  actas  de 
los  concilios  puede  parecer  inútil  á  ciertos  hombres  obcecados  por  su  repugnancia 
á  cuanto  es  eclesiástico;  mas  para  aquellos  que  quieren  conocer  bien  una  época, 
que  desean  comprender  cual  era  su  pensamiento  ,  y  sentir  cual  era  su  vida;  pa- 


(1)    Romey,  Hist.  de  Esp.  P.  1 ."  c.  XVr. 


88  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ra  aquellos  que  están  persuadidos  de  que  solo  es  verdadera  ciencia  histórica  la 
que  muestra  á  los  hombres  y  á  la  sociedad  de  un  tiempo  dado  con  todas  sus  di- 
ferencias características,  y  si  así  puede  decirse  pintorescas,  para  estos  es  á  buen 
seguro  mas  instructivo  este  estudio  que  el  de  las  crónicas  meras  narradoras  de 
sucesos ,  en  cuanto  bajo  aquel  polvo  sepulcral  hay  todavía  algo  que  se  mueve  y 
vive.  El  concilio  de  Braga  nos  hace  saber  curiosas  particularidades;  dispúsose  en 
él  que  en  el  sacrificio  de  la  misa  no  se  usare  de  leche  ni  de  racimos  de  uva,  sino 
solo  de  pan  y  vino,  mezclándose  agua  en  el  cáliz  conforme  ala  antigua  tradición. 
Prohibióse  á  los  presbíteros  tener  en  su  compañía  otra  mujer  que  su  madre;  man- 
dóse que  los  obispos  fueren  á  pié  á  las  procesiones  y  no  llevados  en  silla  por  los 
diáconos ,  é  impúsose  excomunión  y  destierro  á  los  obispos  que  mandaren  azotar 
álos  presbíteros ,  abades  ó  diáconos  subditos  suyos.  El  primer  canon  del  concilio 
de  Toledo  ,  cuya  abertura  se  fija  en  7  de  noviembre  ,  establece  las  reglas  que 
cada  uno  ha  de  observar  en  los  concilios ,  y  no  deja  de  ser  singular  que 
se  creyese  necesario  determinar  lo  siguiente  :  « En  las  sesiones  del  conci- 
lio ,  dice  el  expresado  canon  ,  se  observará  una  gran  modestia  en  las  acciones 
y  palabras,  un  gran  silencio  y  un  gran  respeto.  Siempre  que  se  tenga  que  ha- 
blar se  haráen  términos  mesurados,  sin  encolerizarse,  sin  chanzas  y  sin  injurias.» 
El  canon  tercero  priva  de  su  dignidad  á  los  eclesiásticos  que  intervengan  en  jui- 
cios que  pueden  producir  sentencia  de  muerte  ó  mutilación  de  miembros,  é  insís- 
tese  en  el  último  en  la  celebración  anual ,  tantas  veces  mandada,  de  los  concilios 
provinciales. 

Ignórase  si  fué  en  este  concilio  ó  en  otro  convocado  poco  tiempo  después,  que 
á  instancia  de  Wamba  se  señalaron  los  límites  y  distritos  de  los  obispados  del  reino, 
esto  en  el  dudoso  supuesto  de  que  no  sea  este  hecho  invención  de  algunos  histo- 
riadores. De  cada  silla  metropolitana,  capital  política  al  mismo  tiempo  de  una  de 
las  seis  provincias  que  formaban  el  reino  de  los  Visigodos ,  dependían  cierto  nú- 
mero de  diócesis ;  la  división  en  seis  grandes  provincias  era  ya  muy  antigua,  y 
el  nuevo  decreto  ,  sin  variar  en  lo  mas  mínimo  esta  división  general,  se  limitó 
á  cambiar  los  límites  de  algunas  diócesis  y  la  extensión  de  las  metrópolis. 
Las  seis  sillas  metropolitanas  eran  Toledo  ,  Sevilla  ,  Mérida  ,  Braga  ,  Tarragona 
y  Narbona  ;  de  Toledo  dependían  diez  y  nueve  diócesis  ,  ocho  de  Sevilla  ,  trece 
de  Mérida  ,  ocho  de  Braga  ,  quince  de  Tarragona  y  ocho  de  Narbona.  Ignórase 
por  qué  razón  fueron  dejadas  dos  diócesis,  las  de  Legio  y  Lucum,  fuera  de  la  nue- 
va constitución.  De  esto  se  deduce  que  el  reino  de  los  Visigodos  contaba,  ademas 
de  los  seis  centros  principales  que  hemos  nombrado  ,  setenta  y  cuatro  ciudades 
ó  diócesis. 

El  hecho  de  la  división  de  diócesis  atribuida  á  Wamba  es  calificado  de  fá- 
bula por  algunos  escritores  .  entre  los  cuales  se  cuentan  los  eruditos  Flores  y 
Masdeu,y  el  mas  moderno  historiador  Lafuente.  Para  sentarlo  así,  se  apoyan  en 
muy  sabias  investigaciones  y  en  datos  muy  convincentes  (1) ,  pero  los  au- 
tores antiguos ,  y  después  de  ellos  Mariana  ,  hablan  todos  de  esta  división, 
y  por  esto  hemos  creído  deber  dar  cuando  menos  una  sucinta  noticia  de  la 
misma. 


(4)    Véase á  Floros,  Esp.  S'ayr.,  t.  IV.  y  í  Masdeu.ffist.  crít.deEsp.,  t.lX,  p.485,edic.  dalW*. 


CAP.    Y. — ESPAÑA    GODA.  89 

También  en  dicho  concilio  toledano  ó  en  olro  se  crearon  á  instancia  del  rey  A  de  J-  c« 
nuevos  obispados  en  pueblos  pequeños  y  aldeas ,  y  aun  en  iglesias  particulares, 
«que fué  ,  dice  Mariana  (1),  un  celo  piadoso,  pero  indiscreto  en  el  rey  ,  y  en 
los  obispos  una  disimulación  y  deseo  demasiado  de  agradaíle  ,  sin  tener  respeto 
á  las  leyes  eclesiásticas  que  vedan  así  bien  hacer  dos  obispos  en  una  misma  ciu- 
dad ,  como  poner  obispos  en  lugares  pequeños.  » 

El  cuidado  que  puso  Wamba  en  la  disciplina  militar  de  sus  ejércitos ,  le 
fué  de  mucho  provecho  para  impedir  una  irrupción  de  los  Sarracenos ,  que  ya 
enlonces  eran  dueños  del  África  ,  y  no  conten  los  con  anchas  tierras ,  deseaban 
todavía  mas  dilatadas  conquistas.  Acometieron  por  el  estrecho  de  Gibraltar  con 
una  armada  naval  de  doscientos  sesenta  buques ,  que  por  pequeños  que  fuesen, 
dice  Masdeu  ,  debían  llevar  gran  número  de  combatienies.  Los  autores  que  ha- 
blan de  este  armamento  no  cuentan  qué  batallas  hubo,  solo  dicen  en  general  que 
por  el  valor  de  los  nuestros  fueron  vencidos  en  tierra  los  enemigos,  y  perecieron 
en  la  mar  todas  sus  naves,  unas  quemadas  y  oirás  echadas  á  pique  (2).  Ignórase 
la  fecha  precisa  de  este  acontecimiento  ,  pero  es  probable  que  se  verificara  á  fi- 
nes del  reinado  de  Wamba.  Yasco  le  coloca  en  el  año  675  y  Perreras  dos  años 
después. 

El  P.  Mariana  (3)  y  oíros  escritores ,  siguiendo  á  los  dos  cronistas  del  si- 
glo IX  Salmaticense  y  Albeldense,  sientan  que  Ervigio  ,  hijo  de  Ardobasto  (4), 
admilido  en  la  privanza  de  Wamba  ,  fué  el  instigador  de  esla  invasión  sarrace- 
na ,  con  la  esperanza  de  que  obtendría  el  mando  del  ejército  para  combatirla,  y 
que  esto  le  proporcionaría  ocasión  para  escalar  el  trono.  Frustradas  sus  espe- 
ranzas ,  no  se  extinguió  su  ambición  de  reinar  ,  y  al  ver  la  corona  en  la  frente 
de  un  anciano  robusto  aun  y  lleno  de  vida ,  al  considerar  que  una  elección  libre 
le  ofrecía  pocas  probabilidades  de  buen  éxito,  pues  Teodofredo,  hermano  de  Re- 
cesvinto,  se  hallaba  á  la  cabeza  de  un  partido  poderoso,  recurrió  para  asegurar- 
se la  corona  auna  traza  que  tuvo  mas  de  lo  depravado  que  de  lo  ingenioso.  Dio  m 
á  beber  al  rey  un  brevaje  que  le  hizo  caer  en  tan  profundo  letargo  que  se  le  cre- 
yó muerto  ó  á  lo  menos  agonizante  ( 14  de  octubre  ,  domingo  ),  y  apresuróse 
entonces  á  hacerle  cortar  el  cabello  y  á  revestirle  con  un  hábito  de  penitente, 
según  costumbre  de  la  época.  Al  recobrarse  ,  admiróse  el  rey  de  encontrarse  sin 
cabello  y  en  hábito  de  monge  ,  y  haciendo  ,  como  dice  Masdeu  ,  de  la  necesidad 
virtud  ,  no  trató  de  violar  las  leyes  que  privaban  de  la  corona  á  los  tonsurados, 
y  en  dos  escritos  firmados  de  su  mano  manifestó  el  deseo  de  tener  á  Ervigio  por 
sucesor,  y  encargó  á  Julián,  metropolitano  de  Toledo  ,  que  le  ungiese  según  cos- 
tumbre. El  que  habia  aceptado  la  corona  de  rey  como  un  sacrificio  ,  la  dejó  sin 


(1)  Hist.  gen.de  Esp.l.  VI,  c.  44. 

(2)  CCLXX  naves  Sarracenorum ,  Hispaniae  littus  agressse,  occurrentibus  ejusexercitibus,  om- 
nes  ibid  deletae  sunt,  et  ignibus  concrematíe.  Luc.  Tud.  Chron.  Mundi. 

(3)  Mariana  ,  Hist.  gen.  de  Esp.,  1.  VI ,  c.  14. 

(i)  En  tiempo  de  Chindasvvinto ,  un  joven  griego  llamado  Ardobasto ,  desterrado,  á  lo  que  se 
dice  de  Constantinopla  ,  vino  á  España  en  busca  de  un  asilo.  Según  algunos ,  Ardobasto  era  hijo  de 
Atanagildo ,  nieto  de  Hermenegildo  ,  y  por  este  y  por  su  abuela  Ingunda  ,  era  el  Griego  de  sangre 
goda  y  franca.  Bien  recibido  por  Chindasvvinto,  adelantó  tanto  en  su  privanza  que  casó  algún  tiem- 
po después  con  una  prima  carnal  del  rey,  y  de  este  matrimonio  nació  Ervigio  de  que  aquí  trata- 
mos. Los  escritores  antiguos  le  llaman  Ervigio  ,  Eringio  y  Ervicio. 

tomou.  12 


90  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  violencia  y  con  el  mismo  desprendimiento  y  desinterés  con  que  la  habia  tomado. 
Antes  por  evitar  los  males  de  una  guerra  civil  que,  en  el  caso  de  empeñarse  en 
conservarla,  veia  ya  inminente ,  se  inmoló  por  segunda  vez  á  la  tranquilidad  pú- 
blica ,  y  descendió  gustoso  de  un  trono  á  que  habia  subido  con  repugnancia,  re- 
tirándose á  hacer  vida  de  monje  en  el  monasterio  de  Pampliega  ( cerca  de  Bur- 
gos), donde  vivió  ejemplarmeníe  el  resto  de  sus  días,  siete  años  y  tres  meses  (1), 
aunque  algunos  dicen  mas,  y  otros  un  año  solo.  Su  cuerpo  estuvo  en  dicho  mo- 
nasterio hasta  que  Alonso  el  Sabio  lo  hizo  trasladar  á  Toledo,  á  la  iglesia  de 
santa  Leocadia. 

Ervigio  (Erwig),  proclamado  rey  en  virtud  del  deseo  expresado  por  Wam- 
ba  y  del  consentimiento  de  los  prelados  y  grandes  de  palacio  ,  al  dia  siguiente 
de  haber  aquel  recibido  la  tonsura ,  fué  ungido  el  domingo  22  del  mismo 
mes  por  Julián  metropolitano  de  Toledo,  y  desde  aquel  momento  empezó  para  él 
la  existencia  agitada  y  atormentada  de  remordimientos  que  no  acabó  sino  con 
su  reinado.  En  un  principio  conoció  la  necesidad  de  acallar  las  sospechas  que 
abrigaba  el  pueblo  contra  él  ,  así  como  de  robustecer  su  autoridad  ,  y  para  ello 
681>  convocó  un  concilio  nacional  en  Toledo  (el  XII)  á  los  tres  meses  de  haber  ceñido 
la  corona.  Presentóse  á  la  asamblea  con  la  mayor  humildad  y  veneración,  y  en- 
trególe tres  importantes  documentos:  el  primero,  firmado  por  los  grandes  palati- 
nos ,  atestiguaba  que  Wamba  en  peligro  de  muerte  habia  recibido  la  tonsura  y 
el  hábito  religioso  ;  era  el  segundo  la  abdicación  del  mismo  Wamba  ,  en  que 
significaba  su  deseo  de  que  le  sucediera  Ervigio,  y  el  tercero  una  carta  del  propio 
Wamba  al  metropolitano  Julián  ,  recomedándole  que  ungiese  al  nuevo  rey  con 
las  formalidades  de  costumbre.  Los  obispos  examinaron  estos  papeles ,  y  decla- 
raron legítima  y  regular  la  elección  de  Ervigio  ,  como  acredita  el  primer  canon 
del  concilio  ,  á  propósito  del  cual  se  pretende  por  algunos  poner  en  mal  lugar  á 
los  Padres  del  concilio.  «  En  vista  de  dichos  documentos,  dice  el  historiador  La- 
fuente  (2)  ,  los  Padres  del  concilio  ,  que  tantas  leyes  habían  hecho  sobre  la  forma 
de  elección ,  declararon  legítima  la  de  Ervigio.»  Pues  qué  !  ¿es  acaso  probable 
que  fuese  tan  pública  ,  y  sobre  todo  tan  probada  la  traición  de  Ervigio  ,  para  que 
el  concilio  echase  sobre  sí  el  peso  de  sumir  á  la  nación  en  los  horrores  de  una 
guerra  civil? ¿No  estaba  allí  la  abdicación  de  Wamba,  su  deseo  de  que  le  sucedie- 
ra Ervigio ,  que  parece  apartar  hasta  la  sombra  de  la  duda?  «  Aun  cuando  Ervi- 
gio hubiese  tenido  alguna  parte  en  la  enfermedad  y  tonsura  del  antecesor  ,  dice 
Masdeu  (3),  pudieron  los  Padres  de  Toledo  confirmarle  en  el  reino  ,  ó  porque  ya 
no  habia  remedio  para  deshacer  lo  hecho,  ó  porque  era  muy  grande  en  la  corte  el 
partido  del  nuevo  rey.»  Téngase  además  en  cuenta  que  si  bien  la  trama  de  Ervi- 
gio ha  adquirido  grandes  probabilidades  de  positiva,  no  lo  es  tanto  que  no  haya 
autores  que  no  la  pongan  muy  en  duda  ,  entre  otros  el  mismo  Masdeu  ya  citado. 
Los  que  no  vacilan  en  echar  sobre  el  concilio  XII  de  Toledo  el  cargo  de  servilismo 
y  hasta  de  abyección  ante  la  potestad  real ,  aun  adquirida  por  un  delito  ,  vean  y 
atiendan  al  canon  segundo  ,  en  el  que  en  presencia  de  Ervigio  ,  el  presunto  usur- 
pador de  la  corona  ,  así  en  bien  del  pueblo  ,  para  desvanecer  todo  peligro  de 

(1 )  Masdeu ,  Hist.  erit  de  Esp.  t.  X,  p.  242. 

(2)  Lafuente,  P.  4  a  I.  IV.  c.  VII. 

(3)  Hist.  crit.  de  Esp.  t.  X ,  p.  24  2. 


CAP.    Y.— ESPAÑA   GODA.  91 

guerra  eivil ,  como  en  vergüenza  del  delincuente,  en  caso  de  que  el  delito  se  hu- 
biese cometido,  se  dice:  « Los  que  han  recibido  la  penitencia  estando  enfer- 
mos ,  aun  que  estén  privados  de  sentido  y  no  la  hubiesen  pedido  antes ,  lleven 
siempre  el  hábito  penitencial;»  y  á  continuación  se  añade  :  «  Pero  los  presbíte- 
ros no  la  impongan  sino  á  los  que  la  pidan ,  y  si  alguno  la  da  á  los  que  están 
privados  de  conocimiento  ,  quede  excomulgado.» 

El  concilio  declaró  contraria  á  los  cánones  la  creación  que  hiciera  Wamba 
délos  pequeños  obispados,  de  que  antes  hemos  hablado,  y  templó  el  rigor  de  la 
ley  De  his  qui  ad  bellum  non  vadunt,  quitando  como  injusta  la  pena  de  infamia 
impuesta  por  dicho  rey  á  los  que  no  acudieren  á  la  guerra  cuando  fueren  llama- 
dos. «Con  esto,  dice  Lafuente,  acabó  de  extinguirse  en  el  pueblo  godo  el  espíritu 
y  la  energía  militar  que  Wamba  habia  logrado  hacer  revivir  en  su  reinado.» 
Confirmáronse  además  las  leyes  contra  los  Judíos  que  el  mismo  Ervigio  habia  pu- 
blicado, y  á  fin  de  que  las  iglesias  no  estuviesen  por  mucho  tiempo  vacantes, 
facultóse  al  metropolitano  de  Toledo  para  consagrar  á  los  obispos  de  las  que  vaca- 
ren en  ausencia  del  rey  (1),  «que  fué,  dice  Mariana,  una  prerogativa  de  gran  im- 
portancia, y  como  abrir  las  zanjas  y  echar  los  cimientos  de  la  primacía  que  esta 
iglesia  tiene  sobre  las  demás  de  España.» 

Innegable  es,  sin  que  esto  haya  de  entenderse  en  la  mas  mínima  contradic- 
ción con  lo  sentado,  que  en  las  disposiciones  de  este  concilio  se  trasluce  cierto 
espíritu  de  animosidad  contra  el  rey  anterior,  y  esto  hace  suponer  á  un  historia- 
dor (2)  que  Wamba,  después  de  su  victoria  contra  Paulo,  gobernó  quizás  con 
cierta  aspereza  que  hubo  de  lastimar  la  altivez  de  la  oligarquía  gótica,  que  era  el 
primero,  ó  por  mejor  decir  el  único  elemento  de  aquel  gobierno,  elemento  per- 
nicioso es  verdad,  en  el  mero  hecho  de  ser  oligárquico,  y  que  á  fuerza  de  que- 
rer dar  la  preeminencia  á  la  sangre  goda,  se  encontró  impotente  para  rechazar  la 
invasión  sarracena.  Sin  embargo,  todo  en  el  mundo  se  compensa;  si  España  du- 
rante los  siglos  de  que  venimos  tratando  era,  como  otras  veces  hemos  tenido  oca- 
sión de  decir,  el  pueblo  mejor  gobernado  de  Europa,  si  su  código  de  leyes  no  re- 
conocía rival,  si  sus  costumbres  eran  las  mas  suaves  de  Occidente,  si  no  pre- 
senció los  excesos  y  las  devastaciones  con  que  afligió  á  Francia  el  establecimiento 
de  sus  monarquías,  si,  en  una  palabra,  era  la  nación  mas  civilizada  entre  todas, 
debíalo  á  su  oligarquía  mucho  mas  ilustrada  de  la  que  los  tiempos  comportaban. 
El  pueblo  perdia  quizás  en  fuerzas  lo  que  en  bienestar  y  en  civilización  ganaba. 
Esta  era  España. 

No  produjo  el  concilio  toledano  XII  los  resultados  que  de  él  esperaba  Ervi- 
gio, y  el  pueblo  no  recibió  las  disposiciones  dadas  por  la  asamblea  como  el  rey  ha- 
bría deseado.  La  masa  de  la  nación  conservaba  al  penitente  dePampliega  indes- 
tructible afecto,  y  Ervigio  pudo  conocer  por  la  frialdad  que  por  él  se  mostraba  que 
eran  vanas  todas  sus  diligencias.  Habria  querido  borrar  hasta  el  recuerdo  de  la 
gloria  de  Wamba,  que  no  le  dejaba  un  momento  de  reposo;  habria  querido  apar- 
tar de  sí  una  preocupación  que  tenia  todos  los  caracteres  del  remordimiento,  y 
agitado,  atormentado,  acudió  de  nuevo  al  concilio  para  que  procurará  con  él  el 


(1)  Conc.  Tolet.  XII,  c.  I. 

(2)  Romey,  Hist.  de  Esp.  P.  1  .a  c.  XVI. 


92  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

leJ' c  afianzamiento  de  su  autoridad.  Para  ello,  pues  ,  en  el  cuarloaño  de  su  reinado 
683.  (domingo  1."  de  noviembre)  reunió  un  concilio  que  fué  el  XIII  de  los  Toledanos, 
y  el  mas  numeroso  de  todos  ,  pues  firmaron  en  él  setenta  y  cinco  obispos  (  pre- 
sentes ó  representados  por  vicarios),  cinco  abades,  tres  dignidades  y  veinte  y  seis 
grandes  (1). 

Los  setenta  y  cinco  obispos,  según  se  desprende  de  las  actas  del  conci- 
lio, eran  (2) :  De  la  jurisdicción  de  Toledo,  Julián,  metropolitano,  presidente 
del  concilio,  y  sus  sufragáneos,  los  obispos :  Leandro  de  Elche ;  Palmacio,  de 
Urci ;  Concordio,  de  Palencia ;  Antoniano,  de  Barti ;  Gregorio,,  de  Oreto;  Agricio 
de  Alcalá  ;  Próculo,  de  Bigastro  ;  Ella,  de  Sigüenza ;  Sonna,  de  Osma;  Sempro- 
nio,  de  Arcavica  ;  Asturio,  de  Játiva  ;  Deodorato,  de  Segovia  ;  Sármata,  de  Va- 
lencia ;  Floro,  de  Mentesa  ;  Olipa,  de  Segorbe,  y  Riccilano,  de  Acci ;  Gaudencio, 
de  Valeria;  Rogato,  de  Beacia,  y  Félix,  de  Denia,  estaban  representados  por  sus 
vicarios  : 

De  la  jurisdicción  de  Braga,  Liuba,  metropolitano  ;  Froarich  (nombre  sue- 
vo al  parecer),  obispo  de  Porto  ;  Hilario,  de  Orense ;  Félix,  de  Iria ;  Eufrasio, 
de Lucum  ;  Oppas,  de  Tuy;  Atula,  de  Cauria,  y  Aurelio,  de  Astúrica,  represen- 
tado este  por  su  vicario : 

De  la  jurisdicción  de  Emérita,  Esteban,  metropolitano  ;  Monofonso,  obispo 
de  Indaña  ;  Mirón,  de  Conimbrica  ;  Reparato,  de  Viseo  ;  Gundulfo,  de  Lamego; 
Unigiro,  de  Avila  ;  Ilolemundo,  de  Salamanca  ;  Tractemundo,  de  Ebora  ;  Juan, 
de  Beja  ;  Bellito,  de  Faro,  y  Ara,  de  Lisboa  : 

Déla  jurisdicción  de  Sevilla,  Floresindo,  metropolitano  ;  Cuniuldo,  de  Itá- 
lica ;  Mumulo,  de  Córdoba  ;  Teuderac,  de  Sidonia  ;  Geta,  de  Ilipla ;  Teodul- 
fo,  de  Ecija  ;  Gratino,  de  Egabro ;  Sigebaldo,  de  Tucci,  y  representados  por  sus 
vicarios,  Argebado,  de  Illíberis,  y  Samuel,  de  Malaca: 

De  la  jurisdicción  de  Tarragona,  Cipriano,  metropolitano,  representado  por 
su  vicario  Spasando ;  Stercoreo,  obispo  de  Auca  ;  Cicilio,  de  Tortosa ;  Eusendo, 
de  Lérida,  y  representados  por  sus  vicarios,  Idalio  de  Barcelona ;  Valdered,  de 
César  Augusta  ;  Juan,  de  Egara  ;  Eufrasio,  de  Calagurris;  Atilano,  de  Pam- 
plona ;  Gadiscaklo,  de  Osea ;  Leuberich,  de  Urgellum;  Gaudilano,  de  Ampurias; 
Jaime,  de  Gerona;  Austerio,  de  Tarazona,  y  Wisefredo,  de  Vique  : 

De  la  jurisdicción  de  Narbona,  Sunifredo,  metropolitano,  representado  por 
su  vicario  Pacato  ;  Crescitaro,  obispo  de  Beziers;  Vicente,  de  Maguelona,  y  re- 
presentados por  sus  vicarios,  Ausemundo,  de  Lodeva  ;  Claro,  de  Elna;  Esteban, 
de  Carcasona,  y  Primo,  de  Agde.  Brandila,  y  dos  llamados  Potencio  firmaron, 
el  primero  Laniobrensis ,  y  los  otros  dos  Uticensis  y  Verecemis,  diócesis  descono- 
cidas, dice  Ferreras,  en  España  y  en  la  Galia  gótica.  Finalmente  un  Reginicio, 
de  Auca,  lo  mismo  que  Stercoreo,  firmó  representado  por  un  vicario.  Los  grandes 
eran:  Ostulfo,  que  firmó  el  primero  (3),  Teudila  (4),  Audemundo,  Trasimiro  y 


(1)  Viri  ¡Ilustres  Offici  Palatini. 

(2)  Concil.  Omn.,  p.  123o.  Aguirre  Collect.  Max.  Conc.  Hisp.,  %,  II,  p.  694.— Como  Romey,  he- 
mos creído  curioso  dar  por  una  vez  una  nomenclatura  completa  de  un  concilio  déla  época.  Losnom  • 
bres  en  los  diferentes  pueblos  tienen  un  carácter  que  les  es  propio  digno  de  ser  observado. 

(3)  Ostulphus,  comes,  h«c  instituía  ubi  interfui,  annuens  subscripsi. 

(4)  Tlieudila  procer  similiter. 


CAP.    V.— ESPAÑA   GODA.  93 

Recaulfo,  proceres ;  Ubadamiro,  Recaredo,  Egica,  Sisebuto,  Suniefredo,  Adeliab, 
y  Salamiro,  condes  todos  de  la  cava  y  duques  (1);  los  condes  palatinos  Argemiro  y 
Ataúlfo  (2);  los  condes  y  capitanes  de  guardias  Guiliango,  Alterico,  Nilaco,  Seve- 
rino,  Traserico,  Sisimiro  y  Terresario  (3) ;  Isidoro,  conde  de  los  tesoreros  (4) ; 
Valderico,  conde  de  Toledo  (5)  ;  Vítulo,  conde  del  patrimonio  (6) ;  Cixila,  con- 
de de  los  notarios  (7),  y  por  fin  Gisclamundo,  conde  de  las  caballerizas  (8).  Es- 
tos títulos  no  eran  puramente  honoríficos ,  ni  se  transmitían  de  padres  á  hijos; 
expresaban  el  cargo,  no  la  nobleza  hereditaria.  Por  nobleza  solo  entendían  los  Go- 
dos la  limpieza  de  raza,  y  si  bien  de  ahí  ha  nacido  la  actual  nobleza,  si  este  es  sin 
duda  su  origen,  conviene  consignar  aquí  que  en  la  época  de  que  estamos  tratando 
un  conde,  un  duque,  eran  hombres  que  desempeñaban  los  altos  cargos  públicos, 
llevando  consigo  la  investidura  y  el  ejercicio. 

Abierto  el  concilio  con  todas  las  ceremonias  de  estilo  en  la  iglesia  pre  loríen- 
se (9)  de  san  Pedro  y  san  Pablo,  Ervigio  se  presentó  á  él,  pronunció  un  corto 
discurso,  entregó  al  presidente  de  la  asamblea  un  extenso  memorial  sobre  los  pun- 
tos que  deseaba  someter  á  sus  deliberaciones,  y  se  retiró.  Una  de  las  cosas  que 
con  mas  insistencia  solicitaba  en  su  memorial  era  una  general  amnisíía  para  los 
rebeldes  que  fueron  condenados  en  tiempo  de  Wamba,  y  aunque  alegaba  en  apo- 
yo de  su  petición  muchas  y  poderosas  razones  de  humanidad,  era  fácil  compren- 
der que  la  política  no  era  agena  á  su  pretensión,  en  cuanto  con  ello  adquiría 
nuevos  partidarios  y  aumentaba  en  otros  tantos  el  número  de  los  enemigos  del 
rey  despojado.  En  otro  artículo  exponía  á  los  miembros  del  concilio  sus  temores 
para  el  porvenir  de  su  familia,  y  les  suplicaba  que  fuese  puesta  al  abrigo  de  to- 
do fatal  evento.  La  asamblea  satisfizo  al  rey  en  todos  los  puntos:  decretó  que  fue- 
sen puestos  en  libertad  y  reintegrados  en  la  posesión  de  sus  bienes  los  cómplices 
de  la  rebelión  de  Paulo,  é  igual  favor  se  concedió  á  cuantos  desde  el  tiempo  de 
Chintila  habian  sido  privados  de  su  libertad  y  fortuna  por  delito  de  rebelión.— 
«Atendiendo  á  las  grandes  obligaciones  que  debemos  al  rey,  quien  se  esfuerza  en 
dar  pruebas  de  su  piedad,  y  en  hacer  experimentar  á  los  pueblos  que  le  eslán  so- 
metidos los  dulces  efectos  de  su  clemencia  y  de  su  celo  en  pro  de  sus  intereses, 
dice  el  canon  cuarto,  prohíbese  á  todos  bajo  pena  de  excomunión,  á  los  prínci- 
pes, obispos,  grandes  y  á  cualquiera  otra  persona,  causar  mal  á  la  reina  Liubigo- 
tona,  su  esposa,  á  sus  hijos,  yernos,  etc.,  en  sus  personas,  en  sus  dignidades,  ni 
en  sus  bienes  (10).» — El  canon  segundo  revela  cuan  celosos  estaban  los  Godos  de 
sus  franquicias  y  privilegios;  en  él  se  dispone,  que  por  cuanto  los  reyes,  sin  justi- 
ficación, habian  privado  á  algunos  del  honor  de  palatinos,  y  condenádolos  á  muer- 
te y  á  infamia  perpetua,  ningún  palatino  ni  obispo  pudiera  ser  privado  de  su  ho- 


ll)  Comités  scantiarum  etduces.  Uno  de  estos  condes,  Egica,  fué  después  rey. 

(2)  Corniles  cubiculi  seu  cubiculariorum. 

(3)  í-patharii  et  comités,  seu  comités  spathariorum. 

(4)  Comes  thesaurorum. 

5)  Comes  civitatis  Toletana?. 

(6)  Comes  patrimonii. 

(7)  Comes  notariorum. 

(8)  Comes  stabuli. 

(9)  Pretcriense,  por  hallarse  fuera  de  los  muros,  de  pretorium ,  que  es  casa  de  campo. 
(40)    Aguirre,  Collect.  Max.  Concil.  Hisp.,  Concil.  Tolet.  XIII;  c.  4, 1. II,  p.  «97. 


A.  de  J.  C, 


94  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ñor  ni  hacienda,  ni  puesto  á  cuestión  de  tormento,  ni  encarcelado,  ni  castigado  á 
azotes,  sin  que  se  conozca  de  su  culpa  en  junta  de  prelados,  grandes  y  gardin- 
gos ;  que  si  se  hallase  culpado,  se  le  castigue  conforme  á  las  leyes,  y  el  que  lo 
contrario  hiciere,  sea  escomulgado. 

El  canon  tercero  manifiesta  el  ahinco  con  que  procuraba  el  monarca  al  soli- 
citarlo captarse  el  afecto  de  sus  pueblos  que  se  obstinaban  en  no  concedérselo, 
por  amor  al  rey  penitente  y  por  odio  á  la  trama  de  que  fué  víctima.  «Por  cuan- 
to se  deben  al  erario  público  crecidos  tributos  con  que  están  oprimidos  los  pue- 
blos, dice,  se  da  por  firme  y  valedera  la  condonación  propuesta  por  el  rey  de  to- 
do lo  que  deben  hasta  el  primer  año  de  su  reinado.» 

El  canon  quinto  dispone  «que  ninguno  se  case  con  la  viuda  del  rey,  ni  trate 
torpemente  con  ella  ;  y  el  que  lo  contrario  hiciere,  sea  su  nombre  borrado  del 
libro  de  la  vida,  aunque  sea  el  rey  (1).» 

El  sex!o,  celoso  del  explendor  de  la  sangre  goda,  preocupación  constante  de 
los  dominadores  de  España,  prohibe  conferir  los  cargos  de  la  corte  á  siervos  y  li- 
bertos, para  que  la  sangre  de  la  nobleza  no  se  confunda  con  la  de  estas  personas 


En  aquel  mismo  año,  y  apenas  disuelto  el  concilio  de  que  acabamos  de  tra- 
tar, llegó  á  España  Pedro,  legado  del  pontífice  León  II,  con  cartas  para  el  rey  y 
para  algunos  obispos,  y  con  la  misión  de  que  la  iglesia  española,  que  no  habia 
asistido  al  concilio  de  Constantinopla,  VI  entre  los  generales,  aprobase  las  actas 
del  mismo,  en  las  que  fué  condenada,  ademásde  otros  errores,  la  heregía  de  los 
monotelitas  (hereges  que  negaban  en  Jesucristo  la  existencia  de  dos  voluntades, 
divina  la  una  y  la  otra  humana),  á  fin  de  que  en  decisión  tan  grave  no  faltase  el 
voto  de  ninguna  iglesia.  No  era  fácil  volver  á  reunir  un  sínodo  nacional  en  tan 
rigurosa  estación,  y  mas  cuando  acababa  otro  de  disolverse,  y  así  fué,  diceMas- 
deu  (2),  que  se  tuvieron  cinco  concilios  provinciales  en  Sevilla,  Mérida,  Braga, 
684.    Tarragona  y  Narbona,  y  luego  en  noviembre  del  siguiente  año,  con  los   diputa- 
dos de  ellos,  se  juntaron  los  votos  en  Toledo  (concilio  XIV),   firmando  todos  la 
adhesión  al  concilio  ecuménico  mencionado.  «Así,  dice  Lafuente  (3),  se  iba  reco- 
nociendo prácticamente  en  la  iglesia  de  España  la  supremacía  de  la  silla  de  Ro- 
ma. »  Con  estas  palabras  revela   el  historiador  citado  participar  de  la  opinión 
que  tanto  ha  cundido  durante  algún  tiempo,  cuando  las  impugnaciones  y  los  ti- 
ros de  toda  clase  contra  la  sede  de  Pedro,  parecían  estar  en  moda,  fatales  res- 
tos de  la  sistemática  y  mezquina  oposición  del  pasado   siglo:  opinión,  según  la 
cual  la  iglesia  gótica  y  las  demás  vivían  del  lodo  independientes  del  Sumo  Pontí- 
fice, al  cual  se  da  únicamente  el  título  de  obispo  de  Roma.  Hoy  que  ,  gracias  al 
cielo,  la  generalidad  de  hombres  que  á  las  letras  y  en  particular  al  estudio  de  la 
historia  se  dedican,  están  libres  de  las  pequeñas  preocupaciones  que  sobre  este 
punto  cegaron  á  nuestros  padres,  hoy  que  la  ciencia  histórica  ha  dado  tan  gran 
paso,  es  evidente,  y  por  nadie  puede  ponerse  en  duda,  que  la  iglesia  de  España 
nunca  se  consideró  independiente  de  Roma ;  que  no  habia   de  ir  reconociendo 


(4)  Sit  nomen  ejus  abrasum  et  deletum  de  libro  vita?,  ut  tartáreas  judicii  poenas  excipiat,  qui 
hace  decreta  honestatis  devoverit  violanda.  Aguirre,  Collect.  Max.  Cono.  Hisp.,  p.  698. 

(5)  Hist  crít  de  Esp.,  t.  XI,  p.  244. 

(3)    Hist.  gen.  de  Esp.  P.  1.a,  1.  IV,  c.  VII. 


CAP.    V. — ESPAÑA   GODA.  95 

prácticamente,  como  supone  el  historiador  citado,  la  supremacía  de  la  sede  apos-  A' de  J* c' 
tólica  porque  la  ha  reconocido  siempre,  uniéndose  en  este  punto  al  concierto  uni- 
versal de  todas  las  demás  iglesias  del  orbe,  que  reunidas  en  el  centro  de  unidad 
establecido  por  el  mismo  Jesucristo,  forman,  desde  el  primer  momento  de  su  ins- 
titución, una  sola  iglesia  católica.  Todo  ello  lo  demostraremos  á  su  tiempo,  pero 
hemos  creído  no  deber  dejar  pasar  sin  este  correctivo  las  palabras  que  sobre  el 
concilio  XIV  de  Toledo  deja  escapar  D.  Modesto  Lafuente,  palabras  que  á  mu- 
chos habrían  podido  inducir  en  error  por  la  autoridad  de  que  justamente  goza  el 
historiador  que  las  ha  proferido. 

Nada  bastaba  para  devolver  la  quietud  al  ánimo  desosegado  de  Ervigio, 
que  vivía  siempre  temeroso  de  que  el  partido  de  su  antecesor  pudiese  algún  dia 
denigrar  su  memoria  y  oscurecer  el  lustre  de  su  casa.  Llamó,  pues,áEgica, 
primo  hermano  de  Wamba,  y  le  ofreció  la  mano  de  su  hija  Gixilona  con  promesa 
de  hacer  lo  posible  para  asegurarle  la  sucesión  al  trono ,  con  tal  que  se  obli- 
gase con  juramento  á  proteger  y  amparar  á  su  familia  después  de  su  muerte. 
Egica  escuchó  con  mucho  placer  estas  proposiciones ,  juró  lo  que  el  rey  quería,  y 
se  casó  con  Cixilona.  Ferreras  fija  este  enlace  á  principios  del  reinado  de  Ervigio, 
en  681 ;  pero  careciendo  como  carecemos  de  todo  documento  positivo  que  pueda 
ilustrar  este  punto ,  parece  mas  verosímil  creer  que  hubo  de  celebrarse  á  fines 
de  este  reinado,  en  686  ó  687. 

Sin  otro  hecho  notable  que  la  reparación  del  puente  y  murallas  de  Mérida, 
que  se  hizo  durante  su  reinado,  el  receloso  monarca  cayó  gravemente  enfermo 
en  Toledo.  El  dia  antes  de  morir  reunió  á  los  obispos  y  grandes  de  palacio  ,  y 
relevándolos  del  juramento  de  fidelidad,  abdicó  la  corona  en  favor  de  Egica,  que 
fué  al  momento  aclamado  rey. 

Ervigio  habia  reinado  siete  años  y  algunos  días ,  y  á  no  ser  por  las  circuns- 
tancias especiales  que  le  rodearon ,  por  el  desamor  del  pueblo  que  no  pudo  olvi- 
dar, ó  su  delito ,  ó  la  memoria  de  su  antecesor ,  habría  sin  duda  dejado  fama  de 
buen  rey  y  entendido  gobernante.  Esto  es  lo  que  hizo  decir  al  P.  Mariana  hablan- 
do de  Ervigio  estas  palabras  que  encierran  al  parecer  una  contradicción ,  como 
la  encierran  los  grandes  esfuerzos  de  Ervigio  para  hacerse  amar  y  consolidar  su 
poder ,  y  la  leal  insistencia  del  pueblo  godo  en  no  rodear  su  trono  del  afecto  que 
le  merecieran  sus  antecesores :  «  Su  memoria  y  fama ,  dice  el  mencionado  histo- 
riador al  terminar  la  explicación  del  reinado  de  Ervigio  ,  fué  grande ,  aunque  ni 
agradable  ni  honrosa. » 

Antes  de  la  ceremonia  que  elevó  al  trono  á  su  yerno ,  Ervigio  se  hizo  ton- 
surar  y  tomó  el  hábito  de  penitente,  á  fin  de  hacer  su  resolución  irrevocable. 
Wamba,  á  lo  que  se  cree,  vivía  aun  en  su  monasterio,  y  pudo  ver  el  triste  fin 
del  hombre  que  le  usurpara  traidoramente  la  corona,  así  como  la  elección  de  un 
sobrino  á  quien  siempre  habia  querido  y  á  quien  abrigara  un  dia  la  esperanza 
de  tener  por  sucesor.  Ervigio  sobrevivió  muy  pocos  dias  á  su  abdicación ,  y  mu-  m. 
rió  en  15  de  noviembre.  Por  aquel  tiempo  debió  de  fallecer  también  Wamba, 
ignorándose  la  época  fija  de  su  muerte ;  solo  se  sabe  que  tuvo  el  consuelo  de 
morir  á  tiempo,  dice  con  nobleza  un  historiador  inglés  (1),   para  no  ser  testigo 


(4)    Universal  History,  etc. 


96  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Adej.c.  de  la  venganza  ejercida  por  su  sobrino  en  la  familia  de  Ervigio  y  en  cuantos  sos- 
pechaba que  le  habían  ayudado  en  su  traición. 

Reconocido  como  rey ,  Egica  entró  desde  aquel  momento  en  el  ejercicio  de 
la  soberanía.  « Todo  el  afán  que  puso  el  rey  difunto  ,  dice  Masdeu ,  y  todo  el 
cuidado  que  tomó  para  asegurar  su  honra  y  la  de  su  familia,  de  nada  le  apro- 
vecharon ,  pues  como  él  habia  traíado  al  antecesor ,  así  le  trató  el  sucesor,  aunque 
yerno,  tomando  los  mismos  caminos  é  instrumentos ,  de  que  él  se  habia  valido: 
¡tan  loca  es  la  presunción  de  algunos ,  que  sin  tener  respeto  á  los  demás,  juz- 
gan que  han  de  ser  respetados ,  y  no  temen  que  se  les  pueda  hacer  lo  que  ellos 
hacen  á  otros  (1)!  » 

68s.  En. efecto,  en  11  de  mayo ,  Egica  ,   por  el  deseo  de  tener  contenta  á  la  na- 

ción ,  convocó  en  la  corte  un  concilio  que  fué  el  XV  de  Toledo ,  y  entre  otras  co- 
sas sometió  á  la  deliberación  de  los  Padres  la  cuesüon  siguiente:  Al  casarse  con 
Cixilona  habia  prometido  amparar  á  la  esposa ,  á  los  hijos ,  á  los  yernos,  en  una 
palabra,  á  la  familia  toda  de  su  predecesor ,  y  al  ceñir  la  corona  habia  jurado 
hacer  justicia  por  igual  á  todos  sus  subditos.  Era  el  caso  que  Ervigio  habia  des- 
pojado injustamente  á  muchos  grandes  de  sus  títulos  y  bienes  en  favor  de  los 
miembros  de  su  familia ;  los  despojados  los  reclamaban  ,  y  el  rey  tenia  que  hacer- 
les justicia  en  virtud  del  segundo  juramento  ,  mas  en  este  caso  faltaba  contra  la 
familia  de  Ervigio  ,  á  quien  jurara  protección.  ¿Cuál  de  ambos  juramentos  le 
obligaba  mas  fuertemente?— Después  de  una  atenta  deliberación,  la  asamblea  de- 
claró no  obligatorio  el  primer  juramento  en  circunstancias  contrarias  á  la  justicia, 
y  estableció  que  dicho  juramento  solo  obligaba  al  rey  á  amparar  á  la  familia  de 
Ervigio  contra  pretensiones  injustas  (2).  «Así  consignó  solemnemente  el  décimo 
quinío  concilio  Toledano  el  gran  principio  de  que  la  justicia  es  el  gran  deber  de 
los  reyes ,  y  que  ante  él  deben  callar  los  intereses  privados  de  familia,  »  exclama 
el  historiador  Lafuente,  como  si  anteponer  lo  justo  á  todo  y  enlodo  no  fuese  una 
obligación  común  á  grandes  y  á  pequeños. 

Lo  cierto  es  que  Egica  usó  ó  abusó  de  este  canon  ,  de  esta  especie  de  liber- 
tad que  se  le  daba  respecto  de  la  familia  de  su  suegro  ,  para  tender  la  mano  al 
partido  oprimido ,  y  vengar  á  la  vez  las  injurias  de  los  ofendidos  y  las  que  sufrie- 
ra Wamba.  En  su  consecuencia,  abatió  y  persiguió  á  la  familia  de  Ervigio,  cas- 
tigó á  cuantos  grandes  le  eran  sospechosos  de  haber  sido  cómplices  en  la  trama 
de  que  fué  víctima  su  tio  ,  y  aun  algunos  dicen  que  repudió  á  Cixilona  de  quien 
tenia  ya  un  hijo. 

Curioso  es  observar  el  espíritu  y  la  tendencia  que  dominaba  en  los  concilios 
de  la  época  en  que  nos  hallamos ,  celosos  hasta  lo  sumo  de  la  dignidad  real.  Ha- 
bíase prohibido  en  el  décimo  tercero  de  Toledo  á  las  viudas  de  los  reyes  contraer 
nuevo  matrimoniólo  mismo  que  mantener  torpes  tratos,  y  como  no  pareciese  sin 

69i.  .  duda  suficiente  esta  precaución,  en  otro  concilio  celebrado  en  Zaragoza  en  1.°  de 
noviembre ,  concilio  que,  al  parecer  ,  ha  de  contarse  entre  los  nacionales,  se  or- 
denó que  las  viudas  de  los  reyes ,  para  mayor  seguridad  y  decencia  ,  tomaran  en 
adelante  el  hábito  religioso  en  algún  monasterio  de  vírgenes. 


(4)    Masdeu,  t.  X,  p.  244 


(2)    Sic  ergo  ab  illis  vinculis  juramenti  quibus  socero  ante  juravit,  principem  Egicanem  Regem 
sancta  synodus  absolvendum  elegit Conc.  Tolet.  XV,  c.  33. 


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CAP.   V. — ESPAÑA  GODA.  97 

Gobernó  Egica  tranquilamente  hasta  el  sexto  año  de  su  reinado  en  que  Sise-  A,693.ÍC' 
berto ,  metropolitano  de  Toledo ,  sucesor  del  piadoso  y  sabio  Julián ,  tramó  con- 
tra él  una  terrible  conspiración.  No  solo  el  rey ,  sino  todos  los  suyos  y  cinco 
principales  palatinos ,  habían  de  caer  á  los  golpes  de  los  conjurados ;  pero  descu- 
bierta la  trama ,  el  castigo  del  metropolitano  ,  autor  principal  de  ella ,  se  dejó  por 
orden  del  rey  á  disposición  del  concilio  Toledano  XVI,  que  se  tuvo  por  aquellos 
dias  (2  de  mayo) ,  y  los  Padres  en  pena  de  tan  grave  delito ,  le  depusieron  de  la 
¡silla  metropolitana ,  le  desterraron ,  le  privaron  de  todas  sus  dignidades  y  honores, 
y  excomulgaron  juntamente  con  él  á  los  demás  cómplices  de  la  rebelión  y  á  todos 
los  que  en  adelante  imitasen  tan  escandaloso  ejemplo  (1).  En  este  concilio  se  es- 
tableció por  primera  vez  que  en  todas  las  iglesias  de  España  se  rogase  diaria- 
mente en  la  misa  por  la  vida  y  prosperidad  del  rey  y  de  la  real  familia :  costum- 
bre ó  rito  que  dura  en  nuestros  dias  con  poca  alteración  en  las  palabras. 

Ignórase  la  causa  de  la  criminal  conjuración ,  aunque  se  supone  que  llevaría 
por  objeto  colocar  en  el  trono  á  alguno  de  los  parientes  ó  parciales  del  prelado, 
y  de  ella  no  se  sabe  otra  cosa  particular,  además  de  lo  dicho ,  sino  que  causó  mu- 
chos alborotos  é  inquietudes ,  atribuyéndose  por  algunos  (2)  á  efecto  de  la  misma 
la  guerra  que  por  aquel  entonces  hubieron  de  sostener  los  Godos  contra  los  Fran- 
cos. También  es  muy  poco  lo  que  de  esta  guerra  sabemos ,  y  la  historia  se  limita 
á  decir  que  se  dieron  tres  batallas ,  sin  ventaja  decisiva  por  ninguna  de  las  par- 
tes (3).  Ño  expresa  de  un  modo  positivo  el  origen  de  la  guerra,  ni  como  se  ter- 
minó ,  ni  en  qué  sitios  se  trabaron  las  batallas  mencionadas ,  y  lo  mas  probable 
parece  ser  que  Eudo ,  que  por  aquel  tiempo  se  habia  declarado  duque  indepen- 
diente de  Aquitania,  obrando  de  acuerdo  ó  sin  relación  alguna  con  Siseberto,  lle- 
vó sus  tropas  por  tierras  de  los  Visigodos ,  inmediatas  á  sus  posesiones.  El  sabio 
autor  de  la  historia  del  Langüedoc  presenta  el  hecho  como  cierto.  «  Sus  correrías, 
dice,  que  podían  considerarse  como  una  guerra  declarada ,  duraron  por  espacio 
de  tres  años ,  y  fueron ,  á  lo  que  parece ,  consecuencia  de  la  conquista  que  Eudo 
hizo  entonces  de  la  Aquitania  austrasiana ,  situada  en  la  frontera  de  los  estados  vi- 
sigodos (4).  »  De  ahí  sin  duda  las  tres  batallas  dichas ;  Mariana  sienta  que  en  las 
tres  fueron  desbaratados  los  Godos ,  pero  Masdeu  ,  apoyado  en  el  texto  ya  citado 
de  Lucas  de  Tuy  y  en  la  crónica  de  Sebastian  Salmaticense ,  impugna  el  hecho 
que  dice  no  tener  mas  autoridad  que  la  de  la  palabra  del  erudito  jesuíta  (5). 

Los  concilios  se  celebraban  casi  anualmente ,  y  mas  que  nunca  pudo  decirse 
de  los  de  este  reinado  haber  sido  verdaderas  asambleas  legislativas,  según  las 
ideas  y  las  circunstancias  de  la  época;  y  ya  fuese,  como  dicen  unos,  que  descubrie- 
se el  rey  otra  sedición  mas  peligrosa  todavía  que  la  pasada ,  tramada  por  los 
Judíos  de  España  con  sus  correligionarios  de  África  para  conjurarse  contra  el  rei- 


(4)  Ut  quia  necem  Egicae  manchinatus  esset,  honore,  dignitate,  rebus  ómnibus  priva  tus,  perpe- 
tuum  mittatur  inexilium,  inexitu  vitaetantum  conmunionem  suscepturus.-CoI.-Max.  Concil.Hisp., 
t.  U,  p.  743. 

(2)  Mariana,  Hist.  gen.  de  Esp.,  1.  VI,  c.  XVIII;  Masdeu,  Hist.  crít.  de  Esp.,  t.  X,  p.  216. 

(3)  Cum  Francis  ter  bellum  gessit:  sed  nullum  triumphum  habuit,  nec  quidem  victus  fuit. 
Luc.  Tud.,  Chr. 

(4)  Hist.  del  Lang.,  1. 1,  p.  374. 

(5)  Masdeu,  Hist,  crít.  de  Esp.,  1.  c. 

TOMO  II.  13 


98  HISTORIA   GENERAL  DE    ESPAÑA. 

A.deJ.  c.  nQ  ^j.  ^  p0r  eSpíri|;U  ¿e  animadversión  é  intolerancia  del  siglo,  dicen  otros  (2), 
que  todo  pudo  ser,  si  se  atiende  á  que  los  Judíos ,  á  quienes  no  contenia  el  amor 
de  la  patria,  habían  de  estar  deseosos  de  sacudir  el  yugo  que  sufrían ,  y  al  odio 
encarnizado  que  en  aquellos  tiempos  se  profesaba  á  la  infeliz  y  maldita  raza ,  el 
rey  convocó  un  concilio  en  la  corte  (el  X  VII  Toledano) ,  á  ios  7  días  de  noviembre 
694.  del  siguiente  año ,  y  en  el  memorial  con  que  inauguró  sus  sesiones ,  solicitó  nue- 
vas y  severas  penas  contra  los  Judíos  (3) ,  exceptuando  á  los  que  vivían  en  las 
gargantas  de  los  Pirineos  (4),  á  los^que,  por  considerarlos  inocentes  de  la  trai- 
ción expresada,  colócalos  de  un  modo  especial  bajo  la  protección  del  gobernador 
de  la  provincia  (5).  Recargóse ,  pues ,  mas  y  mas  la  legislación  contra  la  proscrita 
raza;  mandóse  que  todos  los  Judíos  que  habiendo  sido  recibidos  en  la  comunión 
cristiana,  hubiesen  judaizado  ó  conspirado  contra  el  Estado,  fuesen  despojados 
de  sus  bienes  y  reducidos  á  esclavitud  (6) ,  y  que  á  la  edad  de  siete  años  se  apar- 
tasen de  su  lado  sus  hijos  de  uno  y  otro  sexo ,  á  fin  de  que,  entregados  á  los  fieles, 
fuesen  educados  en  la  religión  verdadera  (7).  La  historia  no  dice  si  fueron  estos 
decretos  ejecutados  rigurosamente. 

Según  algunos  historiadores ,  los  Sarracenos  intentaron  por  aquel  tiempo 
un  desembarco  en  las  costas  de  España ,  pero  fueron  rechazados  con  pérdida ,  y 
la  Península  se  vio  libre  otra  vez  de  sus  agresiones.  Las  nolicias  que  de  este  su- 
ceso se  tienen  son  pocas  é  inciertas  (8) ;  pero  este  hecho ,  lo  mismo  que  otros 
análogos  que  en  el  presente  relato  hemos  tenido  ocasión  de  consignar ,  manifies- 
tan que  la  invasión  árabe  del  siglo  Yílí ,  coronada  por  desgracia  de  mejor  fortu- 
na que  las  anteriores ,  no  es  un  acaecimiento  extraordinario  que  deba  de  sorpren- 
de? al  historiador ,  obligándole  á  buscar  causas  extraordinarias  también  para 
explicarlo ;  fué  por  el  contrario  lógico  resultado  de  la  natural  tendencia  de  los 
Árabes,  dominadores  del  África,  á  ensanchar  sus  conquistas  y  á  pasar  á  la  tier- 
ra de  que  les  separaba  un  estrecho  brazo  de  mar. 

Egica  contaba  ya  una  edad  muy  avanzada  ,  y  deseoso  de  transmitir  la  co- 
rona á  su  hijo ,  le  encomendó,  aunque  mozo ,  los  mas  altos  cargos  del  Estado  ,  y 
697.    compartió  por  fin  con  él  la  autoridad  real.  La  fecha  en  que  fué  sancionada  esta  elec- 


(1)  Masdeu,Hist.  crít.  de  Esp.  p.  217;  Mariana,  Hist.  gen.  de  Esp.,  1.  VI,  c.  XVIII. 

(2)  Romey,  Hist.  de  Esp.,  P.  1.a  c.  XVI;  Lafuente,  Hist.  gen.'de  Esp.,  P.  1.a,  1.  IV,  c.  VIL 

(3)  ...Praesertim  quia  nuper  manifestis  confessionibus  indubie  pervenimus,  hos  in  transma- 
rinis  partibus  Hebraeos  alios  consuluisse,  ut  unanimiter  contra  genus  christianum  agerent,  praes- 
tolantes  perditionis  suse  tempus:  qualiter  ipsius  christianae  fidei  regulam  depravarent.  Quod  et  per 
easdern  professiones,  quae  vestris  auribussuntreserandae,  patebit.  Collect.  Max.  Conc.  Hisp.,  p.  753. 

(4  ...lilis  tantundem  Hebrseis  ad  praesens  reservatis,  quae  Galliae  (Galliae  gotichee)  provincise 
videlicet  intra  clausuras  (in  vallibus,  montibus  circumseptis)  noscuntur  habitatores  existere,  vel  ad 
ducatum  regionis  ipsius  pertinere...  Collect.  Max.  Conc.  Hisp.,  1.  c. 

(5)  ...Cum  ómnibus  rebus  suis  in  sud'ragio  ducis  terrseipsius  existant...  Id. 

(6)  ...Suis  ómnibus  rebus  nudati...  perpetuas  subjectse  servituti,  his  quibus  eos  jusserit  servi- 
turos  largitae,  maneant  usquequaque  dispersa?.  Id. 

(7)  Sed  et  filios  eorum  utncusque  sexus  decernimus,  ut  á  séptimo  anno  eorum  nullam  cum 
parentibus  suis  habitationem  aut  societatem  habentes...  Id. 

(8)  Ferreras  en  su  Historia,  t.  II,  1.  IV,  p.  422,  dice  que  en  una  copia  manuscrita  de  Isidoro  Pa- 
cense, en  lugar  de  ingressis  (Arabibus)  se  lee  in  Groecis;  pero  él  mismo  lo  tiene  por  error  del  copista, 
y  así  parece  sin  duda,  diceMasdeu,  porque  en  los  autores  antiguos  no  se  halla  noticia  de  Griegos  que 
vinieran  á  nuestras  costas,  y  en  aquella  época  no  le  era  posible  al  imperio  griego  emprender  expe- 
dición alguna  á  tanta  distancia. 


CAP.    V. — ESPAÑA   GODA.  99 

cion  es  incierta ,  y  autor  hay  de  los  que  tenemos  á  la  vista  (1)  que  dice  haberlo  A- de  J* C: 
sido  por  el  concilio  Toledano  XVIII,  reunido  bajo  la  presidencia  del  metropolita- 
no Félix ,  sucesor  de  Sisberto ,  en  una  época  que  se  ignora ,  pero  que  el  mismo 
historiador  conjetura  haber  sido  en  698  ó  699.  Lasadas  de  este  concilio  se  han 
perdido,  así  es  que  cuanto  se  diga  acerca  de  él  es  dudoso.  Mariana  y  otros  his- 
toriadores dicen  haberse  celebrado  cuando  Witiza  reinaba  solo ,  y  haber  sido 
destruidas  sus  disposiciones  por  ser  contrarias  á  todos  los  cánones  y  leyes  ecle- 
siásticas ;  otros  indican  que  los  cánones  eran  buenos  y  que  por  ello  los  destruyó 
el  rey;  pero  los  que  opinan  haberse  celebrado  en  la  época  antes  indicada,  y  ser 
injusto  el  cargo  que  á  los  Padres  del  mismo  se  dirigen ,  se  apoyan  en  un  pasaje  de 
la  crónica  de  Isidoro  de  Beja ,  que  dice  así :  «  En  este  tiempo  floreció  por  grave- 
dad y  prudencia  Félix ,  obispo  de  Toledo ,  que  celebró  en  la  corte  muy  buenos 
concilios ,  aun  cuando  reinaban  juntos  Witiza  y  Egica. » 

Los  lectores  pensarán  lo  que  quieran  sobre  este  punto  histórico ,  para  la  ge- 
neralidad de  ellos  poco  interesante,  y  es  lo  cierto  que  Witiza,  asociado  al  trono 
por  su  padre ,  ya  confirmase  ó  no  esta  elección  el  concilio  Toledano  XVIII,  reci- 
bió el  gobierno  de  todo  el  país  de  Galicia  que  habia  constituido  el  antiguo  reino 
de  los  Suevos ,  convirtiendo  á  la  ciudad  de  Tuy  en  una  especie  de  corte  ó  resi- 
dencia real ,  desde  donde  gobernaba  por  sí  aquella  porción  de  la  monarquía. 
Existen  varias  medallas  de  aquel  tiempo ,  en  las  que  se  consagra  la  memoria  de 
la  unión  de  ambos  reyes,  viéndose  en  ellas  grabados  sus  atributos  y  nombres.  A 
los  dos  se  les  da  el  título  de  rey :  egica  rex  ,  witiza  rex  ,  y  en  algunas  se  lee 
abreviado  el  lema  regni  concordia. 

Después  de  la  elevación  de  su  hijo ,  Egica  reinó  aun  en  su  corte  de  Toledo 
unos  cinco  años ,  y  murió  á  principios  del  mes  de  noviembre ,  habiendo  reinado  701. 
en  todo  catorce  años  (2).  Acerca  del  carácter  de  este  príncipe  han  hablado  los 
autores  modernos  con  mucha  diversidad,  unos  alabándole  como  rey  excelente ,  y 
otros  pintándole  con  horribles  colores  como  tirano  detestabilísimo.  Si  hemos  de 
creerá  Isidoro  Pacense  y  á  Rodrigo  de  Toledo,  historiador  del  siglo  XIII, 
Egica  en  los  primeros  años  de  su  reinado  se  mostró  amante  de  la  justicia,  y  me- 
reció los  elogios  que  le  prodigó  el  XYI  concilio  de  Toledo ;  pero  cambiando  luego 
de  carácter  é  inclinaciones ,  agobió  á  sus  subditos  con  injustos  pechos  para  sa- 
tisfacer su  codicia ,  siendo  tal  su  tiranía  que  hasta  le  llaman  el  perseguidor  de 
los  Godos.  Esta  opinión  concilia  todos  los  extremos ,  así  que  no  ha  de  causarnos 
sorpresa  ver  al  P.  Mariana  hacer  de  este  rey  el  siguiente  juicio :«  En  virtudes, 
justicia  y  piedad  se  puede  comparar  con  cualquiera  de  los  reyes  pasados ;  seña- 
lóse igualmente  en  las  artes  de  la  paz  y  de  la  guerra ,  y  fué  colmado  y  alabado 
de  prudencia  y  de  mansedumbre.  » 

Durante  su  reinado  y  en  el  concilio  XVI  de  Toledo  se  terminó  el  código  de 
los  Visigodos,  en  el  cual  aparecen  varias  leyes  de  este  monarca. 


(<)    Romey,  Hist.  de  Esp.,  P.  4 .",  c.  XVI. 

(2)  No  están  acordes  los  autores  en  la  época  precisa  de  la  muerte  de  Egica.  La  crónica  de  Vulsa 
la  fija  en  octubre  del  año  700.  Rodrigo  de  Toledo  un  año  después,  y  Ferreras  sigue  la  cronología 
de  Vulsa.  Isidoro  Pacense  en  su  crónica  y  Aguirre  en  su  cronología  de  los  reyes  godos,  señalan  la 
muerte  de  Egica  en  701 ,  y  esta  opinión  han  adoptado  Mariana,  Masdeu  y  el  mas  moderno  historia- 
dor Lafuente. 


100  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Egica  dejó  en  pronunciada  decadencia  la  monarquía.  El  imperio  de  los  Go- 
dos toca  á  su  fin,  y  todo  parece  oscurecerse  á  la  vez.  Las  crónicas  enmudecen ; 
los  hechos  y  las  genealogías  se  confunden  mas  y  mas;  hasta  las  actas  de  los  con- 
cilios desaparecen.  Los  acaecimientos  de  aquella  época  desafortunada  no  han  sido 
referidos  por  testigo  alguno  contemporáneo,  y  fuerza  le  es  al  historiador  acu- 
dir y  buscar  auxilio  en  las  concisas  ó  fabulosas  crónicas  de  las  edades  sucesivas. 


CAP.    VI. — ESPAÑA  GODA.  101 


CAPÍTULO  VI. 


Reinado  de  Witiza. — Contraria  opinión  de  los  historiadores  acerca  de  este  rey.— Relato  del  P.  Maria- 
na.—Disensiones  civiles. — Término  del  reinado  de  Witiza. — Rodrigo.— Bandos  y  discordias  qtra 
dividían  el  reino.— Causas  que  fueron  preparando  la  ruina  de  la  monarquía.— Situación  de  le* 
Árabes  en  África  á  principios  del  siglo  VIII.— Los  hijos  de  Witiza  y  el  conde  Julián.— Tradiciona- 
les amores  de  Rodrigo  y  Florinda.— Los  partidarios  de  Witiza  y  los  Judíos  instigan  á  los  Sarrace- 
nos para  que  invadan  á  España.— Conducta  de  Muza.— Invasión  de  los  Sarracenos  á  las  órdenes 
de  Tarik.— Batalla  del  Guadalete.— Muerte  de  Rodrigo. — Finis  Hispania?. 

Desde  el  año  701  hasta  el  711. 

Al  llegar  al  importante  reinado  de  Witiza,  sentimos  la  falta  de  documentos 
auténticos  contemporáneos:  hasta  los  concilios,  repetimos,  que  supliendo  la  esca- 
sez de  historias  de  aquella  época  apartada,  nos  han  servido  de  guia  y  suministra- 
do una  luz  preciosa  para  seguir  la  marcha  de  la  sociedad  godo-hispana  al  través 
de  los  últimos  siglos,  nos  abandonan  también,  no  habiendo  llegado  á  nosotros,  co- 
mo hemos  dicho,  las  actas  del  concilio  que  mas  tarde  ó  temprano  celebró  el  mo- 
narca que  acababa  de  ocupar  el  solio  gótico.  El  código  de  sus  leyes  se  da  igual- 
mente por  terminado,  y  solo  nos  quedan  algunas  sucintas  crónicas  escritas  des- 
pués de  la  invasión  sarracena  y  bajo  la  impresión  de  aquel  triste  suceso,  que 
otros  escritores  modernos  han  amplificado  según  sus  ideas  y  las  de  la  época  en 
que  han  escrito. 

¿Serán  ciertos  todos  los  desórdenes,  todos  los  excesos,  todos  los  delitos  que 
á  Witiza  se  atribuyen  ?  ¿  Merecerá  este  rey  los  deshonrosos  epitetos  que  le  pro- 
diga la  historia  ?  ¿Debió  España  su  perdición  y  la  monarquía  goda  su  ruina  á 
la  licencia,  á  la  crueldad,  al  desenfreno  y  á  la  relajación  de  todo  género  de  este 
rey  ?  Esto  por  siglos  enteros  se  ha  creído  en  España  constantemente  y  sin  contra- 
dicción, y  esto  niegan  ó  hacen  cuestionable  ahora  los  modernos  historiadores.  La 
memoria  de  Witiza,  sobre  la  que  pesaba  una  especie  de  anatema  histórico,  ha  en- 
contrado al  cabo  de  tantos  siglos  quien  la  defienda  de  muchas  acusaciones.  Y  no 
porque  se  hayan  descubierto  documentos  auténticos  contemporáneos  que  alum- 
bren convenientemente  un  período  que  empiezan  á  rodear  nuevas  y  espesas  ti- 
nieblas, según  dice  con  gran  exactitud  D.  Modesto  Lafuente  al  tratar  de  esta  ma- 
teria, sino  porque  de  distinta  manera  se  juzga  en  épocas  distintas  de  unos  mis- 
mos hombres  y  de  unos  mismos  hechos. 

El  sabio  Mayans  fué  de  los  primeros  á  mediados  del  pasado  siglo  en  vindicar 
la  memoria  del  rey,  é  imitado  después  por  el  no  menos  crítico  y  concienzudo 


102  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Masdeu,  y  en  nuestros  tiempos  por  Romey  y  otros,  han  hecho  todos  que,  si  no  se 
han  desvanecido  enteramente  los  cargos  que  la  tradición  constante  habia  acumu- 
lado contra  el  penúltimo  rey  godo,  quedasen  á  lo  menos  reducidos  á  la  clase  de 
sospechas,  habiendo  perdido  el  grado  de  certeza  que  por  tantos  siglos  habian  te- 
nido. 

El  cronicón  Moissiacense,  compuesto  á  principios  del  siglo  ix,  unos  cien  años 
después  de  la  muerte  de  Witiza,  dio  principio  á  los  infinitos  capítulos  de  acusación 
que  habian  de  formalizarse  después  contra  aquel  rey,  de  quien  se  dice  por  pri- 
mera vez  haber  sido  muy  dado  á  la  lascivia  y  haber  excitado  con  su  ejemplo  al 
clero  y  al  pueblo  para  que  le  imitasen  (1).  Algún  tiempo  después,  Sebastian 
Salmaticense,  que  escribía  á  fines  del  siglo  ix,  ennegreció  mas  el  cuadro,  y  pintó 
á  Witiza  encenagado  en  las  mas  escandalosas  torpezas,  rodeado  de  mujeres  y  de 
concubinas ;  retratóle  como  un  cristiano  rebelde  que,  aborreciendo  toda  clase  de 
amonestaciones,  y  temiendo  sobre  todo  las  del  clero,  prohibió  las  asambleas  de 
obispos ,  y  hasta  se  atrevió  a  mandar  que  estos  y  los  presbíteros  contrajeren 
matrimonio.  «Estas  impiedades,  dice  al  terminar  el  cronista,  fueron  causa  de  la 
ruina  de  los  Godos  (2).» 

A  medida  que  transcurre  el  tiempo,  aumentan  también  los  cargos.  La  cró- 
nica Albendense  (3),  escrita  igualmente  á  fines  del  siglo  ix,  es  la  primera  en  ha- 
blar del  asesinato  del  padre  de  Pelayo,  en  Tuy,  por  Witiza,  y  no  falta  quien  diga 
que  semejante  pasage  fué  interpolado  allí,  en  cuanto  solo  se  encuentra  en  el  ma- 
nuscrito de  esta  misma  crónica  llamado  de  san  Millan.  La  crónica  Silense  en  el 
siglo  xi,  la  de  Lucas  de  Tuy,  y  la  de  Rodrigo  de  Toledo  en  el  xm  han  añadido  suce- 
sivamente nueva  hiél  á  la  historia  de  este  reinado.  La  primera  dice  que  temeroso 
Witiza  de  la  ambición  de  Teodofredo,  que  era  de  estirpe  real,  mandó  sacarle  los 
ojos  ;  la  segunda  asegura  que  Witiza  mandó  destruir  los  muros  de  todas  las  ciu- 
dades de  España,  excepto  de  tres ;  é  incurriendo  indudablemente  en  error,  sien- 
ta que  despojó  al  metropolitano  de  Toledo  Julián  (este,  muerto  en  tiempo  de  Egi- 
ca,  habia  tenido  ya  por  sucesores  á  Siseberto,  á  Félix,  á  Gunderico  y  á  Sinde- 
redo)  para  colocar  en  su  lugar  á  Oppas,  á  quien  supone  hijo  suyo.  Por  fin,  Ro- 
drigo de  Toledo  adopta  en  su  mayor  parte  los  relatos  anteriores,  é  insiste  so- 
bre todo  en  la  impiedad  de  Witiza,  pareciendo  en  el  fondo  muy  bien  informado 
de  ciertos  detalles. 

Así  las  cosas,  el  P.  Mariana,  al  escribir  su  historia,  dio  cuerpo  á  estas  noti- 
cias esparcidas,  las  compiló,  procuró  armonizarlas  con  los  pocos  elogios  que  de 
Witiza  habian  llegado  hasta  él,  é  hizo  de  este  reinado  una  relación  completa  que, 
por  ser  la  recapitulación  de  cuantos  cargos  se  han  fulminado  por  la  España  toda 
contra  el  hijo  de  Egica,  nos  ha  parecido  conveniente  continuarla  aquí  en  sus 
principales  pasages. 

«El  reinado  de  Witiza,  dice  el  historiador  citado,  fué  desbaratado  y  torpe  de 


(4)  His  temporibus  in  Spania  super  Gothos  regnabat  Witicha,  qui  regnavitannos  VII  et  men- 
ses  III.  Iste  deditus  feminis,  exemplo  suo  sacerdotes  ac  populum  lujurióse  vivere  docuit,  irritan» 
furorem  Domini. 

(2)  Sebast.  Salmant.  Chr  ,  c.  6. 

(3)  Cronicón  Albeldense  ó  Emilianense,  en  el  t.  XUI  de  la  Esp.  Sag. ,  Madrid,  4785. 


CAP.   VI.—  ESPAÑA  GODA.  103 

todas  maneras,  señalado  principalmente  en  crueldad,  impiedad  y  menosprecio  de 
las  leyes  eclesiásticas.  Los  grandes  pecados  y  desórdenes  de  España  la  llevaban 
de  caida,  y  á  grandes  jornadas  la  encaminaban  al  despeñadero.   Y  es  cosa  muy 
natural  y  muy  usada  que  cuando  los  reinos  y  provincias  se  hallan  mas  encum- 
brados en  toda  prosperidad,  entonces  perezcan  y  se  deshagan:  todo  lo  de  acá  aba- 
jo, á  la  manera  del  tiempo  y  conforme  al  movimiento  de  los  cielos,  tiene  su  pe- 
ríodo y  fin,  y  al  cabo  se  trueca  y  trastorna,  ciudades,  leyes,  costumbres.  Verdad 
es  que  al  principio  Wítiza  dio  muestra  de  buen  príncipe,  de  querer  volver  por  la 
inocencia  y  reprimir  la  maldad.  Alzó  el  destierro  á  los  que  su  padre  tenia  fuera 
de  sus  casas ;  y  para  que  el  beneficio  fuese  mas  colmado,  los  restituyó  en  todas 
sus  haciendas,  honras  y  cargos.  Demás  desto,  hizo  quemar  los  papeles  y  procesos 
para  que  no  quedase  memoria  de  los  delitos  y  infamias  que  les  achacaron,  y  por 
los  cuales  fueron  condenados  en  aquella  revuelta  de  tiempos  (1).  Buenos  princi- 
pios eran  estos  si  continuara  y  adelante  no  se  trocara  del  todo  y  mudara. ...   El 
primer  escalón  para  desbaratarse  fué  entregarse  á  los  aduladores,  que  los  hay  de 
ordinario  y  de  muchas  maneras  en  las  casas  de  los   príncipes :  relea  perjudicial 
y  abominable.  Por  este  camino  se  despeñó  en  todo  género  de  deshonestidades : 
enfermedad  antigua  suya,  pero  reprimida  en  alguna  manera  los  años  pasados  por 
respeto  de  su  padre  (2).  Tuvo  gran  número  de  concubinas  con  el  tratamiento  y 
estado  como  si  fueran  reinas  y  sus  mujeres  legítimas.  Para  dar  algún  color  y  ex- 
cusa á  este  desorden,  hizo  otra  mayor  maldad:  ordenó  una  ley  en  que  concedió  á 
todos  que  hiciesen  lo  mismo,  y  en  particular  dio  licencia  á  las  personas  ecle- 
siásticas y  consagradas  á  Dios  para  que  se  casasen. ...  Hízose  Otrosí  una  ley  en 
que  negaron  la  obediencia  al  Padre  Santo,  que  fué  quitar  el  freno  del  todo  y  la 
máscara,  y  el  camino  derecho  para  que  todo  se  acabase  y  se  destruyese  el  reino 
hasta  entonces  de  bienes  colmado  por  obedecer  á  Roma,  y  de  toda  prosperidad  y 
buena  andanza.  Para  que  estas  leyes  tuviesen  mas  fuerza,  se  juntaron  en  Toledo 
los  obispos  á  concilio  que  fué  el  décimo  octavo  de  los  Toledanos.  La  junta  fué  en  la 
iglesia  de  san  Pedro  y  san  Pablo  del  arrabal,  donde  á  la  sazón  estaba  un  monas- 
terio de  monjas  de  san  Benito.  Era  Gunderico  arzobispo  de  Toledo.  Los  decretos 
deste  concilio  no  se  ponen  ni  andan  entre  los  demás  concilios,  ni  era  razón 
por  ser  del  todo  contrarios  á  las  leyes  y  cánones  eclesiásticos.  En  particular  con- 
tra lo  que  por  leyes  antiguas  estaba  dispuesto,  se  dio  libertad  á  los  Judíos  para 
que  volviesen  y  morasen  en  España.  Desde  entonces  se  comenzó  á  revolver  todo  y 
á  despeñarse...  y  muchos  volvieron  los  ojos  al  linaje  y  sucecion  del  rey  Chindas- 
vinto  para  les  volver  la  corona  y  poner  remedio  por  este  camino  á  tantos  males. 
No  se  le  encubrió  esto  á  Witiza,  que  fué  ocasión  de  embravecerse  contra  los  de 
aquella  casa,  y  lo>que  comenzó  en  vida  de  su  padre,  que  fué  ensangrentar  sus 
manos  en  aquel  linaje,  continuarlo  como  podia  y  llevarlo  á  cabo.  Yivian  dos  hijos 
de  Chindasvinto,  hermanos  del  rey  Recesvinto,  que  se  llamaban  el  uno  Teodo- 
fredoy  el  otro  Favila  (3).  Teodofredo  era  duque  de  Córdoba...  Favila  era  duque 

(1)  Según  otros  historiadores,  mandó  quemar  los  registros  en  que  constaba  lo  que  debia  el  pue- 
blo por  tributos  atrasados,  á  fin  de  que  nunca  pudiese  hacerse  reclamación  alguna. 

(2)  Ferreras,  huyendo  de  juzgar  las  intenciones,  dice :  «Los  fondos  del  corazón  humano  solo 
Dios  los  puede  penetrar,  y  siendo  los  hombres  capaces  de  mudarse  de  la  virtud  al  vicio,  los  vicios 
posteriores  no  prueban  que  sean  hijos  de  ellos  las  acciones  primeras.» 

(3)  Rodrigo  de  Toledo  dice  que  eran  hijos  de  Recesvinto  y  esto  es  mas  probable. 


104  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  Cantabria  ó  Vizcaya,  y  en  el  tiempo  que  Witiza  en  vida  de  su  padre  residía  en 
Galicia  anduvo  en  su  compañía  con  cargo  de  capitán  de  guardias,  al  cual  los  Godos 
en  aquel  tiempo  llamaban  protospatario.  Matóle  á  tuerto  Witiza  con  el  golpe  de 
un  bastón,  y  aun  algunos  sospechan  para  gozar  mas  libremente  de  su  mujer  en 
quien  tenia  puestos  los  ojos.  Quedó  de  Favila  un  hijo  llamado  don  Pelayo,  el  que 
adelante  comenzó  á  reparar  los  daños  y  caida  de  España  (1),  y  entonces  acerca 
de  Witiza  hacia  como  teniente  el  oficio  de  su  padre.  Mas  por  su  muerte,  se  retiró 
á  su  estado  de  Cantabria,  y  el  conde  don  Julián,  casado  con  la  hermana  de  Witiza, 
fué  puesto  en  el  cargo  de  protospatario.  Estas  fueron  las  primeras  muestras  queWi- 
tiza  en  vida  de  su  padre  dio  de  su  fiereza,  y  de  la  enemiga  que  tenia  contra  aquel 
nobilísimo  linaje.  Hecho  rey,  pasó  adelante,  y  volvió  su  rabia  contra  don  Pelayo 
y  su  tio  Teodofredo  ;  al  tio,  maguer  que  retirado  en  su  casa,  privó  de  la  vista,  y 
le  cegó;  á  don  Pelayo  no  pudo  haber  á  las  manos,  dado  que  lo  procuró  con  todo 
cuidado,  como  también  se  le  escapó  don  Rodrigo,  hijo  de  Teodofredo,  que  des- 
pués vino  á  ser  rey.  Don  Pelayo,  por  no  asegurarse  en  España,  dicen  se  ausentó, 
y  con  muestra  de  devoción  pasó  á  Jerusalen  en  romería.  En  confirmación  desto 
por  largo  tiempo  mostraban  en  Arratia,  pueblo  de  Vizcaya,  los  bordones  de  don 
Pelayo  y  su  compañero,  de  que  usaron  en  aquella  larga  peregrinación.  Resultó 
destas  crueldades  y  de  las  demás  torpezas  y  desórdenes  deste  rey  que  se  hizo 
muy  odioso  á  sus  vasallos.  Él,  perdida  la  esperanza  de  apaciguarles  por  buenos 
medios,  acordó  de  enfrenarlos  con  temor,  y  quitarles  la  manera  de  poderse  le- 
vantar y  hacer  fuertes.  Para  esto  mandó  abatir  las  fortalezas  y  las  murallas  de 
casi  todas  las  ciudades  de  España:  digo  casi  todas,  porque  algunas  fueron  exemp- 
ías  deste  mandato,  como  Toledo,  León  y  Astorga,  sea  por  no  querer  aceptalle,  ó 
porque  el  rey  se  fiaba  mas  dellas  que  de  las  demás  (2).  Ultra  desto  por  las  mis- 
mas causas  deshizo  las  armas  del  reino,  en  que  consiste  la  salud  pública  y  la  li- 
bertad.... Era  por  este  tiempo  arzobispo  de  Toledo  Gunderico,  sucesor  de  Feliz, 
persona  de  grandes  prendas  y  partes,  si  tuviera  valor  y  ánimo  para  contrastar  á 
males  tan  grandes...  Quedaban  otrosí  algunos  sacerdotes  que,  como  por  la  memo- 
ria del  tiempo  pasado  se  mantuviesen  en  su  puridad,  no  aprobaban  los  desórdenes 
de  Witiza :  á  estos  él  persiguió  y  afligió  de  todas  maneras  hasta  rendillos  á  su 
voluntad,  como  lo  hizo  Sinderedo,  sucesor  de  Gunderico,  que  se  acomodó  con  los 
tiempos  y  se  sujetó  al  rey  en  tanto  grado,  que  vino  en  que  Oppas,  hermano  de 
Witiza,  ó  como  otros  dicen  hijo,  de  la  iglesia  de  Sevilla,  cuyo  arzobispo  era,  fue- 
se trasladado  á  Toledo.  De  que  resultó  otro  nuevo  desorden  encadenado  de  los 
demás,  que  hobiese  juntamente  dos  prelados  de  aquella  ciudad  contra  lo  que  dis- 
ponen las  leyes  eclesiásticas.» 


(1)  Entroncar  estos  dos  personages  (Favila  y  Pelayo),  dice  Ferreras,  con  los  reyes  anteriores 
no  es  fácil  por  los  monumentos  de  los  tres  siglos  posteriores;  y  así  lo  han  hecho  de  diverso  modo 
los  autores,  después  de  algunos  siglos,  entre  quienes,  á  mi  juicio,  es  el  primero  Pelayo,  obispo  de 
Oviedo,  en  unas  genealogías  que  de  esto  dejó  escritas,  cuya  copia  sacó  Ambrosio  de  Morales,  y  está 
en  mi  poder.  Ferreras,  Hist.  de  Esp.,  t.  IV. 

(2)  «Algunos  dicen  :  que  temeroso  Witiza  de  las  solevaciones,  mandó  demoler  las  murallas  de 
todas  las  ciudades  de  su  reino,  fuera  de  las  de  Tuy,  Astorga  y  Toledo  ;  pero  esto  es  falso;  íporque 
cuando  los  Sarracenos  entraron  en  España,  hallaron  muchas  ciudades  con  sus  murallas,  que  de- 
molieron en  castigo  de  su  resistencia,  como  se  verá  en  el  decurso  de  la  Historia.»  Ferreras,  Hist.  de 
Esp  ,  t.  IV,  p.  4,  edic.  de  4726. 


CAP.   VI.— ESPAÑA   GODA.  105 

Tal  es  el  famoso  proceso  de  culpas  que  la  mayor  parte  de  los  historiado- 
res españoles  han  formado  al  rey  Witiza,  y  con  que  por  espacio  de  muchos  siglos 
ha  aparecido  ennegrecida  su  memoria,  atribuyendo  á  su  relajación  y  desenfreno, 
tanto  como  al  de  su  sucesor  Rodrigo,  la  pérdida  de  la  monarquía  goda,  y  hacién- 
dole causa  de  que  esta  cayese  bajo  el  dominio  y  poder  de  los  Moros.  Los  autores 
que  defienden  á  Witiza,  que  han  querido  rehabilitar  su  memoria  niegan  la  mayor 
parte  de  sus  capítulos,  convierten  otros  en  objeto  de  alabanza,  y  como  Mayans, 
preséntanle  como  un  monarca  justo  y  benéfico.  El  crítico  Masdeu  califica  de  lo- 
curas, fábulas  y  falsedades  la  mayor  parte  de  los  excesos  que  á  Witiza  se  atribu- 
yen. «Añaden  á  esto  los  modernos,  dice  (1),  un  largo  tejido  de  fábulas  que  son  di- 
rectamente injuriosas  no  solo  á  la  memoria  de  este  príncipe,  sino  también  al 
buen  nombre  de  la  Iglesia  española,  y  á  los  derechos  y  regalías  de  nuestros  sobe- 
ranos. »  Y  todo  esto  lo  sientan  alegando  que  ningún  escritor  contemporáneo  ex- 
plica tales  hechos  con  las  circunstancias  que  detallan  los  antecesores  de  Mariana 
y  sobre  todo  el  mismo  Mariana,  y  apoyándose  por  el  contrario  en  el  testimonio  de 
Isidoro  Pacense  (2),  que  escribió  á  mediados  del  siglo  vm  y  en  el  del  continua- 
dor de  la  crónica  Biclarense(3),  que  termina  su  reíalo  en  el  año  721.  Vitiza  reinó 
quince  años  clementísimamente,  dice  Isidoro  de  Beja,  y  de  ahí  y  del  pasage  del 
mismo  cronista  que  hemos  citado  al  fin  del  capítulo  anterior  relativo  á  los  bue- 
nos concilios  celebrados  durante  su  reinado,  deducen  mil  consecuencias  favora- 
bles todas  al  penúltimo  rey  godo. 

¿  Qué  podremos  sacar  en  claro  de  tanta  contradicción  ?  ¿  A  qué  lado  nos 
inclinaremos  en  vista  de  tanto  como  se  dice  por  una  y  otra  parte  ?  ¿  Qué  podrá 
decir  el  historiador  de  buena  fé  que  sin  pasión  ni  plan  preconcebido  quiera  dar 
una  idea  del  rey  objeto  de  tan  encontrados  pareceres  ?  Muy  pocas  palabras,  pues 
repetimos  que  faltan  documentos,  datos  y  escritos  fehacientes,  y  con  todo  cuanto 
dijese  en  pro  de  unos  ó  de  otros,  no  hariamasque  aumentarlas  conjeturas,  ya  tan 
abundantes.  Lo  que  sí  parece  cierto ,  lo  que  hallamos  confirmado  en  todas  las 
crónicas  desde  la  Moissiacense ,  y  el  mismo  Masdeu  se  ve  obligado  á  recono- 
cer, es  que  Witiza  fué  muy  dado  á  una  vida  licenciosa  dejándose  arrastrar  de 
la  lujuria  con  gravísimo  escándalo.  Parece  cierto  también  que  revocó  las  leyes 
antes  promulgadas  contra  los  Judíos ,  y  por  fin  parécelo  igualmente  que  tuvo  un 
altercado  con  el  papa  Constantino  á  cuyas  pretensiones  ,  justas  ó  injustas ,  pues 
se  ignora  cuales  fueren  ,  se  opuso.  Esta  es  quizá  la  clave  de  todo  el  misterio; 
la  resistencia  de  Witiza  hubo  de  causar  grave  escándalo  en  aquellos  siglos  de 
fé  y  veneración  en  que  se  escribieron  las  crónicas  que  le  acusan  ,  al  paso  que 
era  un  motivo  de  alabanza  para  muchos  autores  del  siglo  pasado  y  también  para 
algunos  del  presente.  De  ahí  los  negros  colores  con  que  cargaron  su  paleta  los 
primeros ,  y  el  concierto  de  elogios  que  los  segundos  entonaron.  Por  desgracia, 
el  hombre  que  la  historia  escribe  es  siempre  de  su  época,y  su  amor  á  la  verdad, 
y  la  antorcha  con  que  ilumina  los  pasados  tiempos  no  bastan  casi  nunca  para  des- 
vanecer las  preocupaciones  y  las  ideas  dominantes  de  la  época  en  que  vive. 


(1)  Hist.  crít.  de  Esp.,  t.  X,  p.  220. 

(2)  Cr.  c   29  y  30. 

(3)  Additio  adJoannte  Biclarensis  ckronicon.  en  e'  tomo  VI  de  la  Esp.  Sag.,  Madrid,  4763. 

TOMO  II.  *  * 


106  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

a.  de  J.  c.  £g  jn(|u(jable  también  que  en  su  tiempo  tuvo  Wiliza  muchos  enemigos  en 
España ,  ya  fuese  entre  los  Godos ,  ya  entre  los  Españoles  llamados  también  Ro- 
manos ;  á  lo  menos  parece  cierto  que  fué  lanzado  del  trono  por  una  especie  de 
revolución.  ¿Cuál  fué  el  carácter,  cuales  las  causas  y  circunstancias  de  este  suce- 
so? A  la  escasa  luz  con  que  miramos esla  época  funesta,  solo  nos  es  lícito  entrever- 
lo ;  mas  dos  palabras  del  cronista  mas  antiguo  que  nos  es  dable  consultar  sobre 
este  reinado  parecen  indicar  que  esta  revolución  fué  en  cierto  modo  nacional,  y  se 
hizo  por  una  asamblea  de  los  principales  entre  los  grandes  de  origen  romano  ó 
español  ( senatu  romano)  (1).  La  raza  indígena,  aunque  no  era  oprimida  ni  mal- 
tratada por  los  Godos,  lejos  de  esto,  estaba  sin  embargo  excluida  de  toda  partici- 
pación en  el  gobierno,  y  á  lo  mas  tomaba  indirectamente  parte  en  él  por  cierto 
número  de  obispos  salidos  de  su  seno ,  y  aun  esto  en  calidad  de  prelados ,  no  de 
Españoles.  De  modo  que,  aunque  regida  con  blandura,  no  dejaba  de  estar  en  una 
inferioridad  política  real ,  y  de  ahí  una  rivalidad  sorda  y  permanente  entre  am- 
bas clases.  Las  grandes  familias  de  las  que  se  elegían  los  reyes  eran  mas  ó  menos 
adictas  á  las  ideas  góticas ,  estaban  mas  ó  menos  dispuestas  á  borrar  ó  á  mante- 
ner la  línea  divisoria  establecida  entre  Godos  y  Españoles ,  á  pesar  de  las  inevi- 
tables alianzas ,  y  estas  familias ,  según  sus  sentimientos  acerca  de  tan  impor- 
tante cuestión  ,  eran  odiadas  ó  queridas  por  la  población  indígena.  A  lo  que 
parece  ,  Witiza  pertenecía  á  una  de  aquellas  familias  detestadas  por  el  pueblo  á 
causa  de  su  exclusivismo  en  favor  de  los  principios  góticos ,  y  Rodrigo  por  el  con 
trario  era  amado  por  el  recuerdo  de  su  abuelo  ,  cuyas  leyes  habian  establecido  la 
igualdad  de  derechos  para  Españoles  y  Godos ,  si  es  cierto  ,  como  se  cree  ,  que 
fuese  nieto  de  Recesvinto  por  su  padre  Teodofredo.  De  todos  modos,  es  indudable 
que  tenia  gran  partido  entre  los  naturales  ó  Romanos ,  en  quienes  halló  podero- 
sos auxiliares ;  ellos  le  elevaron  al  trono,  y  muchos,  aunque  vagos  indicios,  ha- 
cen creer  que  no  obtuvo  con  igual  facilidad  los  sufragios  de  los  Godos.  Las 
circunstancias  de  esta  revolución  son  completamente  ignoradas ,  y  carecemos  de 
todo  monumento  que  pueda  guiarnos.  ¿Murió  Witiza  en  una  batalla?  ¿falleció  de 
muerte  natural  ?  ¿  fué  asesinado?  ¿  se  refugió  en  un  monasterio  ?  Ningún  docu- 
mento auténtico  lo  manifiesta  de  un  modo  explícito,  y  solo  se  sabe  que  hubo  un 
709.  levantamiento  ,  ignórase  en  que  parle  del  reino  ,  y  que  Rodrigo  fué  proclamado 
rey  con  el  apoyo  de  una  asamblea  de  ílispano-Romanos ,  de  un  modo  distinto  de 
lo  que  se  verificaba  ordinariamente  con  los  reyes  godos,  tumultuóse,  como  dice  Isi- 
doro de  Beja.  Los  demás  cronistas  refieren  el  mismo  hecho  con  extremada  con- 
cisión. «  Rodrigo  ,  por  ardides  mas  que  por  virtud  ,  dice  el  continuador  de  Juan 
Biclarense,  se  apoderó  del  reino  de  los  Godos  el  año  nono  (2).  »  —  «  Muerto  Wi- 
tiza, dice  la  crónica  de  Sebastian  Salmaticense,  Rodrigo  fué  elegido  rey  de  los  Go- 
dos (3). »  El  cronicón  de  Moissac  no  es  mas  extenso  (4) ,  y  solo  el  arzobispo  Ro- 
drigo explica  que  prisionero  Wiliza  del  vencedor  Rodrigo  ,  este,  en  venganza  de 
lo  que  con  su  padre  hiciera,  mandó  sacarle  los  ojos ,  muriendo  por  fin  en  Górdo- 


(i )    Rudericus  tumultuóse  regnum ,  hortante  senatu  romano ,  invadit.  Isid.  Pacens.  Chr.  c.  34 

(2)  Rudericus  furtum  magis  quam  virlute  Gothorum  invadit  regnum  anno  nono.  Joan.  Biclar 
continuatio;  Flores,  Esp.  Sagr.,  t.  VI,  p.  430. 

(3)  Vitizane  defuncto,  Rudericus  a  Gothis  eligitur  in  regnum.  Sebast.  Salmant.  Ch.,  c.  7. 

(4)  Gothi  super  so  Rudericum  regem  constituunt^  Chron.  Moiss.,  1.  c. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   GODA.  107 

bael  rey  infeliz,  bajo  el  peso  de  sus  iniquidades  (1).  Téngase  en  cuenta  sin  em- 
bargo que  Rodrigo  escribió  en  el  siglo  xm  ,  y  que  por  lo  mismo  su  autoridad 
en  este  punto  es  cuando  menos  sospechosa. 

También  reina  gran  incertidumbre  acerca  del  tiempo  en  que  estos  sucesos  se 
verificaroo.  Unos  afirman  que  Witiza  reinó  doce  años ,  siendo  destronado  á  prin- 
cipios de  711 ,  al  paso  que  otros ,  y  estos  parecen  estar  en  lo  justo  ,  fundados  en 
el  texto  del  cronicón  Moissiacense  ,  que  dice  haber  sido  de  siete  años  y  tres  me- 
ses el  reinado  de  Witiza ,  fijan  su  destronamiento  en  febrero  del  año  709.  Esta 
opinión,  que  es  también  la  de  Masdeu  ,  hemos  adoptado  nosotros. 

En  esta  parte  de  la  historia  de  España,  de  palpitante  interés,  todo  yace  en- 
vuelto entre  tinieblas ;  diríase  que  en  la  agitación  de  aquella  crisis  funesta  no 
hubo  nadie  que  pudiera  disponer  del  tiempo  necesario  para  relatar  detallada- 
mente los  principales  sucesos.  La  tradición  con  sus  exageraciones  ó  puerilidades 
fué  la  única  que  los  reveló  á  los  siglos  sucesivos ,  é  inútil  es  decir  que  si  bien 
el  historiador  ha  de  apreciarla  siempre  y  compararla  con  otros  relatos  menos  ex- 
puestos á  alteraciones  y  á  inexactidudes,  no  debe  de  prestarla  entera  fé  cuando 
va  sola.  Por  esto  nos  hemos  mostrado  tan  circunspectos  en  sentar  hechos  durante 
el  reinado  que  termina  ,  y  por  esto  observaremos  también  igual  conducta  en  el 
reinado  que  empieza. 

En  efecto  ,  elevado  Rodrigo  (Buderich)  (2)  como  acabamos  de  ver,  ¿  qué 
hizo?  ¿qué  luchas  interiores  tuvo  que  sostener  ?  ¿  Cuál  fué  su  conducta?  ¿su  ca- 
rácter privado  ?  ¿  cuáles  las  verdaderas  causas  que  irritaron  al  gobernador  de 
Ceuta  contra  él?  Poco  ó  casi  nada  sabemos  acerca  de  ello  ;  y  por  cierto  que  gran 
necesidad  tendríamos  de  muchos  y  auténticos  monumentos  para  dibujar  comple- 
tamente el  cuadro  de  uno  de  los  acaecimientos  mas  graves ,  de  una  de  las  catas - 


(1)  Igitur  ,  Rudericus  filius  Theodofredi ,  quem  Vitiza,  ut  patrem  privare  oculis  visus  fuit ,  fa- 
vore  romani  senatus ,  qui  eum  ob  Recensuindi  gratiam  diligebat ,  contra  Vitizam  decrevit  publico 
rebellare  ,  qui  viribus  praeeminens  cepit  eum,  et  quod  patri  suo  fceerat  fecitei ,  et  regno  expulsum, 
sibi  regnum  electione  Gothorum  et  senatus  auxilio  vindicavit.  Vitiza  itaqueplenus  abominationibus, 
vacuus  regno,  orbus  oculis,  propriá  morte  Cordubse  ,  quo  Tbeodofredum  relegaverat  exul ,  et  ex 
rex,  vitam  finivit.  iEra  DCCLI. 

(2)  o  No  sabemos  porque  nuestros  historiadores  comienzan  á  dar  al  último  rey  godo  el  título 
de  honor  Don  ,  con  que  no  han  nombrado  á  ninguno  de  sus  predecesores.  Aplicante  ya  no  solo  á 
Don  Rodriqo,  sino  también  á  Don  Oppas  ,  á  Don  Julián ,  á  Don  Pclayo,  etc.,  sin  que  podamos  expli- 
carnos la  razón  de  esta  novedad.  Un  historiador  antiguo ,  Trelles  ,  dice  haberle  sido  dado  este  tra- 
tamiento a  Pelayo  por  primera  vez  cuando  reunió  sus  gentes  para  resistir  á  los  Sarracenos.  Cree- 
mos no  obstante  que  no  tuvo  uso  en  España  por  lo  menos  hasta  el  siglo  x.  El  antenombre  Dom, 
contracción  del  Dominus ,  comenzaron  á  usarle  los  papas  por  humildad  ,  reservando  á  Dios  el  ape- 
lativo entero.  De  los  papas  pasó  á  los  obispos  ,  abades  y  otros  dignatarios  de  la  Iglesia ,  de  los  cua- 
les descendió  á  los  monjes.  En  Francia  lo  usaron  los  cartujos  y  benedictinos,  y  así  son  conocidas  las 
obras  de  Dora  Poiner ,  Dom  Bouquet,  Dom  Calmet,  etc.  Afirman  varios  autores  haber  comenzado 
á  aplicarse  en  España  el  Don  á  los  Judíos ,  de  donde  vino  á  hacerse  en  algún  tiempo  dictado  de  hu- 
millación y  afrenta.  Mas  luego  lo  fué  de  nobleza  y  gerarquía  ,  y  aun  sé  elevó  á  los  santos  y  al  mis- 
mo Jesucristo.  Así  hallamos  en  el  poeta  Gonzalo  de  Berceo: 

En  el  nomne  del  Padre  que  fizo  toda  cosa  , 
et  de  Don  Jesuchristo,  fijo  de  la  Gloriosa. 
Y  también  se  aplicó  á  las  divinidades  paganas:  como  se  vé  en  el  Arcipreste  de  Hita: 
Señora  Doña  Venus  ,  muger  de  Don  Amor, 
Noble  dueña  ,  omillome  yo  vuestro  servidor. 
De  lodos  modos  creemos  haberse  aplicado  inoportunamente  al  rey  Rodrigo ,  así  como  á  los  de- 
más personajes  que  figuran  en  su  época.  Lafuente,  Hist.  gen.  de  Esp.,P.  1.°  1.  IV,  c.  VIII,  Nota. 


108  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

trofes  mas  terribles  ,  de  una  de  las  revoluciones  mas  espanlosas,  acaso  la  mayor 
que  ha  sufrido  España ,  siendo  difícil  leer  otra  mas  grande  y  repentina  en 
los  anales  de  la  humanidad.  Porque ,  como  dice  Lafuenle  ,  «caer  derrumba- 
da en  un  solo  dia  una  monarquía  de  tres  siglos ,  verse  de  repente  invadido  un 
gran  pueblo,  vencido  ,  subyugado  por  extrañas  gentes  ,  que  hablaban  otra  len- 
gua ,  que  traian  otra  religión  ,  que  vestían  otro  traje;  venir  unos  hombres  des- 
conocidos ,  de  improviso  y  sin  anunciarse  ,  casi  sin  preparación,  apoderarse 
de  un  antiguo  imperio,  pelear  un  dia  para  dominar  ocho  siglos ,  desaparecer  co- 
mo por  encanto  todo  lo  que  existia  ,  y  sorprender  la  muerte  á  una  nación  casi 
tan  de  repente  como  puede  sorprender  á  un  individuo  ,  es  cierlamente  un  su- 
ceso prodigioso  de  los  que  rarísima  vez  acontecen  en  el  transcurso  de  los  si- 
glos (1).» 

Por  la  lógica  natural  de  los  hechos  y  por  lo  que  se  desprende  de  los  relatos 
de  los  historiadores  todos  ,  el  reino  godo  quedó  presa  de  bandos  y  parcialidades 
intestinas,  defendiendo  unos  al  monarca  reinante,  trabajando  otros  y  conspiran- 
do en  favor  del  monarca  destronado.  Los  jóvenes  hijos  de  Witiza  ,  llamados  Si- 
sebuto  y  Ebas ,  y  su  lio  Oppas ,  metropolitano  de  Sevilla,  hombre,  según  le  pin- 
tan las  historias  ,  activo,  revoltoso  y  enérgico ,  apenas  podían  contener  los  ímpe- 
tus de  su  ira  el  contemplar  el  cetro  godo  en  manos  de  un  enemigo  de  su  lina- 
je y  partido  ,  y  aun  cuando  no  podían  alegar  en  favor  de  sus  pretensiones  el 
derecho  de  herencia  que  la  nación  goda  no  reconocía  ,  andaban  desvelados  y 
furiosos  por  el  recuerdo  del  ultraje  á  su  padre  y  hermano  inferido  y  con  el  de- 
seo de  venganza.  No  les  faltaban  partidarios ,  que  para  todo  los  hay  entre  los 
amigos  de  mudanzas  que  esperan  mejorar  su  partido  si  la  feria  se  revuelve,  y  to- 
do esto  hacia  que  ai-diera  la  nación  en  discordias ,  que  hirvieran  las  ambiciones, 
y  las  maquinaciones  y  conjuras,  trajeran  revuelto  al  reino  é  inquieto  y  desasose- 
gado al  rey.  Ayudaba  no  poco  al  general  desconcierto  la  relajación  de  cosiumbres 
que  en  los  últimos  tiempos  había  cundido  ,  y  ciertamente  que  Rodrigo,  á  pesar 
de  sus  cualidades  buenas ,  pues  los  historiadores  eslán  unánimes  en  concederle 
algunas ,  no  la  curaba  con  su  prudencia  ni  la  corregía  con  su  ejemplo. 

En  efeclo,  á  lo  que  parece,  tenia  el  nuevo  rey  partes  aventajadas  y  prendas 
de  cuerpo  y  alma  que  daban  claras  muestras  de  señaladas  virludes.  El  cuerpo 
endurecido  en  los  trabajos  ;  de  corazón  osado,  se  lanzaba  á  cualquiera  hazaña 
por  temeraria  que  fuese;  su  liberalidad  era  grande,  y  extraordinaria  la  destreza 
para  granjear  las  voluntades  y  atraer  los  corazones ;  pero  á  estas  prendas  unía 
una  eterna  memoria  de  las  injurias,  la  soltura  en  las  deshonestidades ,  y  la  im- 
prudencia en  todo  lo  que  emprendía.  Así  á  lo  menos  nos  lo  pintan  leyendas  y  ro- 
mances ,  único  guia  ,  aunque  no  muy  fiel,  que  por  este  nuestro  camino  nos  con- 
duce. Y  no  era  á  buen  seguro  este  rey  valiente  sin  tino ,  generoso  y  noble  cuanto 
ligero  y  casquivano  y  amante  del  deleite,  propio  para  levantarla  la  nación  go- 
da de  la  postración  en  que  habia  caído.  Los  decretos  de  los  últimos  concilios  ma- 
nifiestan á  las  claras  la  depravación  de  cosiumbres  del  pueblo  hispano  godo  así 
por  parte  de  los  eclesiásticos  como  délos  seglares,  y  habría  sido  necesario  un  bra- 
zo varonil  y  una  cabeza  privilegiada  para  encaminarle  otra  vez  por  la  senda  de 


[i)    Hist.gen.dcEsp.,P.  1.=>J.  IV,  c.  VIII. 


CAP.    VI — ESPAÑA   GODA.  109 

las  sencillas  y  puras  costumbres ,  del  honor  y  de  la  fuerza.  Los  decretos  sinoda- 
les, aunque  severos,  no  bastaban  á  reprimir  la  incontinencia  ,  el  fausto  y  la  pro- 
fusión en  que  parte  del  clero  vivia  ,  y  de  aquí  puede  colegirse  cuales  serian  las 
costumbres  de  los  seglares :  tolerábase  el  concubinato  público,  y  la  fé  conyugal, 
rodeada  de  tanta  veneración  por  los  antiguos  Bárbaros ,  era  ya  sin  recalo  que- 
brantada. El  lujo ,  la  sensualidad  ,  que  es  innegable  haber  tomado  grandes  creces 
durante  el  reinado  de  Witiza,  habían  contribuido  á  que  el  pueblo  corriera  desbo- 
cado á  la  ruina  de  la  moralidad  y  de  la  honra,  y  Rodrigo,  lejos  de  detenerle  en  su 
carrera,  empujábale  mas  y  mas  con  sus  liviandades  ydesórdens.  «Todo  eran  con- 
vites, manjares  delicados  y  vino ,  con  que  tenían  estragadas  las  fuerzas ,  dice  el 
P.Mariana,  explicando  los  excesos  de  aquel  pueblo  tan  poderoso  ayer  y  tan  mise- 
rable hoy,  y  con  las  deshonestidades  de  todo  punto  perdidas,  y  á  ejemplo  de  los 
principales  los  mas  del  pueblo  hacían  una  vida  torpe  é  infame.  Eran  muy  á  pro- 
pósito para  levantar  bullicios,  para  hacer  fieros  y  desgarros ,  pero  muy  inhábiles 
para  acudir  á  las  armas  y  venir  á  las  puñadas  con  los  enemigos.  Finalmente  el 
imperio  y  señorío  ganado  por  valor  y  esfuerzo  ,  se  perdió  por  la  abundancia  y 
deleites  quede  ordinario  le  acompasan.  Todo  aquel  vigor  y  esfuerzo  con  que  tan 
grandes  cosas  en  guerra  y  en  paz  acabaron,  los  vicios  le  apagaron  ,  y  juntamen- 
te desbarataron  toda  la  disciplina  militar  ,  de  suerte  que  no  se  pudiera  hallar 
cosa  en  aquel  tiempo  mas  estragada  que  las  costumbres  de  España ,  ni  gen- 
te mas  curiosa  en  buscar  todo  género  de  regalo.»  En  vano  Chindasvinto  y 
Wamba  habían  logrado  reanimar  por  un  momento  el  vigor  varonil  de  los 
antiguos  Godos ;  como  un  cadáver  aplicado  á  la  pila  ,  solo  pudieron  imprimir  en 
el  cuerpo  social  una  vida  ficticia  que  se  extinguió  luego  de  cesar  el  agente  que 
la  producía.  Y  forluna  fué  quizás  para  los  Visigodos  y  para  la  nación  española 
unida  ya  á  su  suerte,  la  invasión  sarracena  ;  á  no  ser  esta  ,  á  no  haberse  encon- 
trado frente  á  frente  con  un  enemigo  en  religión,  en  leyes,  en  costumbres,  en  to- 
do ;  á  no  haber  podido  invocar  en  la  lucha  el  sentimiento  religioso  ,  á  no  haber 
vuelto  de  su  letargo  por  aquel  rudo  y  casi  mortal  golpe  ,  quizás  el  pueblo  visigo- 
do estaba  destinado  á  pasar  por  la  historia  como  pasaron  los  Suevos,  los  Vándalos 
y  tantos  oíros  que ,  fuertes  en  un  principio  é  invencibles  con  las  armas ,  fueron 
luego  destruidos  por  las  delicias  de  una  vida  deleitosa  en  las  regiones  del  Medio- 
día. Quizás  otro  pueblo  procedente  de  la  Germánia,  bullidora  aun,  ó  de  las  Galias, 
habría  acabado  con  la  nacionalidad  española. 

Así  estaban  las  cosas  de  España  á  principios  del  siglo  vm ,  en  ocasión  en 
que  el  inmediato  continente  africano  habia  pasado  bajo  la  dominación  délos  Ara- 
bes.  Estos,  después  de  pasear  sus  pendones  victoriosos,  como  á  su  tiempo  expli- 
caremos ,  por  la  Persia ,  la  Siria  y  el  Egipto  ,  hallábanse  en  posesión  de  la  Mau- 
ritania ,  subyugada  por  las  armas  del  profeta,  como  aquellas  otras  regiones.  Ha- 
bíanse detenido  sus  estandartes  ante  las  olas  del  mar  que  los  separaba  de  España, 
pero  no  se  habia  extinguido  el  ardor  bélico,  ni  el  afán  de  la  conquista  ,  como  lo 
habían  probado  las  varias  escursiones  que  hasta  las  costas  españolas  habían 
practicado  en  diferentes  épocas.  Conquistadores  del  África  ,  desde  la  cual  podían 
divisar  las  playas  de  España,  esta  era  para  los  Árabes  una  tentación  continua,  una 
presa  que  espiaban  y  codiciaban  siempre.  Sin  excitaciones  de  ninguna  clase,  va- 
rias veces  habían  intentado  invadirla  ó  á  lo  menos  asolar  sus  costas ;  juzgúese  lo 


110  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

que  seria  cuando  los  mismos  Españoles  acudieron  á  ellos  invitándolos  á  acome- 
ter la  empresa. 

En  aquel  tiempo ,  refiere  un  cronista  árabe ,  algunos  cristianos  de  Djezirah- 
al-Andalos  (1),  que  es  la  Península  de  España,  ultrajados  por  su  rey  Ruderich, 
que  era  señor  de  toda  España  desde  la  Galia  Narbonense  hasta  dentro  de  la  Mau- 
ritania ó  tierra  de  Thandjeh,  se  presentaron  á  Muza-ben-Noseir,  que  gobernaba 
en  África  en  nombre  del  califa  de  Damasco ,  y  le  incitaron  á  pasar  con  tropas  á 
España,  apartada  de  África  por  un  estrecho  de  mar  llamado  Bab-el-Zoqaq  (la 
Puerta  de  las  angosturas);  representáronle  la  empresa  como  fácil  y  segura  ,  y 
ofrecieron  que  le  ayudarian  en  ella  con  todas  sus  fuerzas :  tanto  puede  el  deseo 
inconsiderado  de  venganza  (2). 

Era  Muza  emprendedor  y  ambicioso ,  pero  tan  prudente  como  amante  de  con- 
quistas y  de  gloria;  no  despreció  pues  la  propuesta,  pues  disimuló  con  ellos  algún 
tiempo  sus  intenciones;  informóse  en  secreto  del  estado  de  España, de  su  gente  y 
calidad  de  la  tierra,  de  las  divisiones  de  su  gobierno,  del  poder  del  rey,  y  de  los 
bandos  y  desavenencias  que  á  la  sazón  habia  entre  sus  señores.  Se  cuenta  que 
un  principal  cristiano  de  Tanja  le  refirió  con  mucha  verdad  cuanto  convenia  sa- 
ber de  la  condición  y  estado  de  los  pueblos,  del  mal  gobierno  del  rey  Rodrigo, 
y  del  escaso  amor  que  le  profesaban  los  Godos. 

¿Quiénes  eran  aquellos  cristianos  que  así  vendían  la  patria?  ¿quiénes  eran 
aquellos  hombres  desnaturalizados  que  necesitaban  de  la  sangre  de  una  nación 
entera  para  vengar  sus  propias  afrentas?  Todos  los  Españoles  lo  saben:  eran  los 
hijos  de  Wiliza  y  el  conde  Julián,  de  funesta  memoria. 

La  conducta  de  Julián ,  del  hombre  que  es  reputado  el  principal  instigador  de 
la  invasión ,  ha  sido  explicada  de  distintos  modos :  unos  pretenden  que  el  gober- 
nador de  Ceuta  se  pasó  por  dinero  á  los  Sarracenos ;  otros ,  y  estos  son  los  mas ,  que 
quiso  tomar  venganza  de  un  ultraje  personal.  Estos  dicen  que  Rodrigo  habia  violado 
á  su  hija  Florinda,  aquellos  que  á  su  esposa,  y  autores  hay  en  fin  que,  fundán- 
dose en  que  crónica  alguna  contemporánea  (3) ,  ni  árabe ,  ni  cristiana ,  habla  de 
semejante  violación,  niegan  toda  Ja  historia  y  hasta  la  misma  existencia  del 
conde,  en  lo  cual  se  han  dejado  arrastrar  harto  lejos  por  su  espíritu  de  crítica, 
puesto  que  el  silencio  de  escritores  contemporáneos  no  puede  destruir  el  testimo- 
nio de  tantos  cronistas  árabes,  que  nos  hablan  todos  de  Julián.  Estos  historiado- 
res atribuyen  la  traición  del  conde  á  un  gran  ultraje  recibido  en  España  mientras 
estaba  él  defendiendo  en  África  el  último  baluarte  de  los  Godos.  Pero  ¿cuál  fué 
este  ultraje?  No  lo  dicen. 

Es  indudable  sin  embargo  que  los  hijos  y  partidarios  de  Wiliza  tomaron  una 
parte  real  y  activa  en  la  invasión  de  España  ;  así  lo  consigna  de  un  modo  irrecu- 


(4)  Por  este  nombre  designaban  los  Árabes  á  la  Península  toda:  (V.  la  Geogr.  de  Nubia.  p.  451). 
ElSiro-Maronita  Casiri  (t.  II,  p.  327  y  sig.)  dice  que  el  nombre  de  Andalucía  se  deriva  de  la  palabra 
árabe  B ándalos  que  traduce  por  región  vespertina,  región  del  Occidente.  Es  lo  cierto  que  el  nombre 
de  Andalucía  no  se  encuentra  en  documento  alguno  anterior  á  la  conquista  árabe.  Los  autores  ára- 
bes lo  hacen  derivar  de  Ándalos  (hijo  de  Tubal,  hijo  de  Jafet,  hijo  de  Noé),  que,  según  ellos,  fué  el 
primero  en  llegar  á  la  Península.  Ebn  Khalkan,  Vida  de  Muza  ben  Noseir. 

(2)  Conde,  Hist.  de  la  dom.  de  los  Árabes  en  Esp.,  1. 1,  c.  XIII. 

(3)  El  monge  de  Silos  que  escribió  cuatro  siglos  después  de  aquella  época,  es  el  primero  entre 
los  Españoles  que  habla  del  conde  Julián  y  de  la  violación  de  Florinda. 


CAP.    VI.— ESPAÑA   GODA.  111 

sable  un  contemporáneo  ,  por  lo  regular  muy  conciso  en  todos  sus  relatos ,  Isi- 
doro de  Beja  (1).  Sebastian  de  Salamanca  (2)  y  la  crónica  Albeldense,  que  son 
posteriores  de  un  siglo,  lo  dicen  también  terminantemente,  y  en  este  punto  la 
crítica  solo  puede  encontrar  razones  en  apoyo  de  su  dicho.  En  efecto,  los  hijos 
de  Witiza,  cuyos  padre  y  abuelo  habian  ceñido  la  corona,  podian  muy  bien  haber 
alimentado  la  idea  de  ceñirla  también  un  dia.  Rodrigo  habia  triunfado,  y  Ebas  y 
Sisebuto  habian  de  ver  en  él  al  perseguidor  de  su  padre  y  al  hombre  que  frus- 
trara sus  halagüeñas  esperanzas.  El  despecho ,  el  odio  y  la  venganza  pueden  ar- 
rastrar muy  lejos,  y  en  esta  explicación  de  la  conducta  observada  por  los  hijos 
de  Witiza  nada  se  encuentra  que  no  sea  muy  racional. 

En  cuanto  á  Julián,  era  de  su  familia  y  esto  lo  explica  todo.  No  hizo  mas 
que  lo  que  hicieron  los  hijos  de  Witiza  y  su  lio  Oppas,  metropolitano  de  Sevilla. 
Para  entronizar  á  su  familia,  llamaron  á  los  Sarracenos  en  clase  de  auxiliares, 
y  quedaron  envueltos  en  la  común  ruina. 

Esto  dice  la  historia,  y  estas  son  las  deducciones  fundadas  que  de  ella  se 
desprenden ;  sin  embargo ,  la  tradición ,  que  no  sabemos  si  es  anterior  ó  posterior 
al  siglo  xni ,  esto  es  á  la  época  en  que  por  primera  vez  se  habla  en  las  crónicas 
de  Julián  y  de  su  hija,  y  por  lo  mismo  si  es  hija  de  estos  relatos,  ó  estos  son 
hijos  de  aquella ,  no  se  limita  á  tan  poco ,  y  cuenta  en  romances  y  leyendas  la 
circunstanciada  historia  por  pocos  ignorada  de  los  funestos  amores  de  Rodrigo  y 
la  Cava  (3). 

Dícese  que  entre  las  doncellas  principales  que,  según  costumbre,  se  educa- 
ban en  la  corte  sirviendo  á  la  reina  Egilona ,  habia  una  de  extremada  belleza  y 
no  menor  recato ,  hija  del  conde  Julián ,  quien  se  hallaba  en  aquel  entonces  en 
África ,  en  clase  de  gobernador  de  Ceuta ,  según  unos ,  y  enviado  en  embajada 
sobre  negocios  de  gran  importancia,  según  otros.  El  rey  licencioso  y  apasionado, 
amó  á  la  doncella ,  y  su  fatal  deseo  creció  mas  y  mas  en  sus  entrañas  desde  que 
cierto  dia  contempló  á  Florinda  que  con  sus  compañeras  se  bañaba ,  mostrando 
al  rey  mas  de  lo  que  su  honestidad  habría  consentido  á  saber  que  la  acechaban, 
y  de  lo  que  era  necesario  para  transportar  al  enamorado  Rodrigo.  « Desde  aquel 
momento ,  dice  la  crónica ,  no  era  dia  que  el  monarca  no  requebrase  á  la  Cava 
una  vez  ó  dos ,  y  ella  se  defendía  con  buena  razón.  Pero  á  la  cima,  como  el  rey 
no  pensaba  tanto  como  en  esto ,  un  clia ,  en  la  fiesta  envió  con  un  doncel  por  la 
Cava,  y  ella  vino  ;  y  como  no  se  dejase  vencer  con  halagos ,  ni  con  amenazas, 
ni  miedos ,  llegó  su  desatino  á  tanto  que  le  hizo  fuerza ,  con  que  se  despeñó  á  sí  y 
á  su  reino  en  su  perdición. »  Desolada  Florinda,  participó  á  su  padre  en  una  carta 
su  desventura ,  y  Julián  juró  saciar  su  venganza  en  la  sangre  del  infame.  Al  mo- 
mento marchó  á  Toledo ,  é  interrogado  por  el  rey  acerca  del  motivo  de  su  ines- 
perado viaje ,  díjole  el  conde  venir  en  busca  de  su  hija  para  llevarla  á  su  madre 
que ,  enferma ,  deseaba  abrazarla.  Dióle  Rodrigo  la  licencia  pedida  ,  y  el  conde  y 
su  hija  salieron  de  la  corte  dirigiéndose  á  Ceuta,  y  en  Málaga,   dice  Mariana, 


(4)    Isid.  Pacens.  Cr.,  c.  36. 

(2)  Seb.  Salmant.  Cr.,  c.  7. 

(3)  Cava  en  idioma  árabe  significa  mujer  de  mala  vida,  lo  cual  se  aviene  mal  con  la  virtud 
que  en  Florinda  se  supone.  Esto  ha  hecho  creer  que  le  fué  dado  por  los  enemigos  de  su  padre.  Lucas 
de  Tuy,  autor  del  siglo  xm,  lo  explica  así:  Cava  quam  pro  concubina  utebaíur. 


112  HISTORIA    GENERAL  DE   ESPAÑA. 

existe  aun  una  puerta  llamada  de  la  Cava ,  por  donde  es  tradición  que  salió  esta 
señora  para  embarcarse. 

También  es  tradicional  y  cuenta  Mariana  el  nuevo  desacierto  que  cometió  el 
rey,  empeñándose  en  penetrar  en  un  palacio  encantado  que  exisiia  en  Toledo, 
cerrado  con  grandes  cerrojos  y  fuertes  candados  para  que  nadie  pudiese  en  él 
entrar ,  ca  estaban  persuadidos ,  así  el  pueblo  como  los  principales,  dice  el  his- 
toriador citado  con  su  acostumbrada  buena  fe,  queá  la  hora  que  fuese  abierto, 
seria  destruida  España.  En  él  no  encontró  el  monarca  godo  sino  un  arcon ,  y  en 
este  un  lienzo  en  que  habia  pintados  hombres  de  rostros  y  hábitos  extraordina- 
rios ,  con  un  letrero  en  latin  que  decia :  Por  esta  gente  será  en  breve  destruida 
España. 

Tal  es  el  suceso  que ,  al  decir  de  nuestros  antiguos  cronistas ,  desde  el  monge 
de  Silos  y  el  arzobispo  Rodrigo  hasta  Mariana  y  Ferreras ,  dio  motivo  al  ultrajado 
Julián  y  á  los  deudos  de  Witiza,  sus  parientes ,  para  llamar  á  los  Árabes  de 
África  y  traerlos  á  España.  Los  críticos  modernos ,  por  el  contrario ,  desechan 
la  anécdota  por  apócrifa  y  fabulosa  ,  fundados  en  la  razón  antes  expresada,  y 
por  lo  tanto  nosotros,  sin  constituirnos  en  impugnadores  ni  en  defensores  de  la 
tradición ,  nos  limitaremos  á  decir  con  el  historiador  Lafuente  « que  si  la  historia 
ñola  ha  hecho  evidente,  la  razón  por  lo  menos  la  hace  verosímil,  y  que  lejos  de  re- 
pugnar al  buen  sentido  como  muchas  que  se  mezclan  en  las  historias  de  todos  los 
pueblos,  el  hecho  no  habria  estado  en  disonancia  con  la  conducta  y  costumbres 
que  la  generalidad  de  los  historiadores  atribuyen  á  Rodrigo.  » 

Así  pues  los  hijos  de  Witiza,  sus  parientes  y  Julián  incitaban  sin  cesar  al 
Moro  para  que  realizase  la  expedición  proyectada,  y  á  sus  instancias  parece  que 
se  unieron  otras  por  parle  de  una  raza  maldita  y  oprimida.  Los  Judíos  de  España, 
duramente  tratados,  esclavizados,  proscritos  desde  el  reinado  de  Sisebuto,  habían- 
se en  gran  número  refugiado  en  África,  huyendo  de  la  persecución  y  del  bautismo 
forzoso.  Este  pueblo,  tan  obstinado  en  sus  rencores  como  en  sus  creencias,  habia 
ido  aglomerando  en  su  pecho  gran  depósito  de  odio  contra  los  monarcas  godos, 
que  tan  sin  compasión  le  trataban.  Ya  en  el  reinado  de  Egica  díjose,  según  en 
su  lugar  hemos  visto ,  que  los  Judíos  conspiraban  para  entregar  España  á  los 
Árabes,  y  fulmináronse  nuevos  rigores  contra  su  pueblo.  Witiza,  empero,  habia 
alzado,  según  algunos,  el  anatema  que  sobre  ellos  pesaba,  y  habíales  dado,  sino 
su  protección,  seguridades  y  consideraciones  al  menos;  y  con  facilidad  se  com- 
prende que  destronado  Witiza,  y  temerosos  de  nuevas  calamidades  y  rigores  por 
parte  de  su  sucesor,  concerláranse  otra  vez  con  los  Musulmanes  para  derrocar  el 
poder  de  los  Godos.  La  confianza  que  los  invasores  hicieron  de  ellos  al  tiempo  de 
la  conquista,  es  un  indicio  del  acuerdo  que  reinaba  entre  Moros  y  Judíos. 

Excitaban  también  el  ánimo  de  Muza  para  emprender  esta  conquista  las 
apacibles  descripciones  que  hacían  de  España  los  moradores  de  Tanja  y  otros 
Africanos:  hablaban  de  su  delicioso  temperamento,  de  su  claro  y  sereno  cielo, 
de  sus  muchas  riquezas,  de  la  calidad  y  virtud  maravillosa  de  sus  plantas  y  fru- 
tos, déla  sucesiva  bondad  del  tiempo  en  todas  las  estaciones;  de  sus  oportunas 
lluvias,  de  sus  rios  y  copiosas  fuentes,  de  los  magníficos  restos  de  sus  antiguos 
monumentos,  de  sus  vastas  provincias  y  muchas  ricas  ciudades.  En  suma,  decían 
que  las  amenidades  de  España  no  las  puede  igualar  ni  expresar  el  mas  elegante 


CAP.    VI.— ESPAÑA   GODA.  113 

discurso ,  ni  en  la  carrera  de  sus  excelencias  hay  quien  se  le  adelante  que  en  esta  A' de  J' c* 
eompetencia  aventaja  á  todas  las  regiones  de  Oriente  y  Occidente  (1). 

Que  la  empresa  era  fácil,  que  el  monarca  godo  era  inexperto  y  odiado,  que 
los  bandos  y  facciones  dividían  el  reino ,  que  la  disciplina  militar  se  habia  rela- 
jado en  España,  repetíanle  los  conjurados ,  ¿qué  faltaba  á  este  cuadro  tentador? 
Muza,  que  acaso  llevaba  ya  en  su  cabeza  el  pensamiento  de  la  conquista,  se  dejó 
convencer ,  y  prometió  enviar  sus  tropas  á  España  en  caso  de  que  le  diese  para 
ello  licencia  Walid,  califa  de  Damasco.  Para  conseguirlo  le  escribió  una  carta, 
y  le  pintó  como  tierra  de  maravillas  la  región  que  intentaba  conquistar  y  someter 
á  la  ley  del  profeta.  «Es,  le  decia,  Siria  en  bondad  de  cielo  y  tierra,  Yemen  en 
su  temperamento ,  India  en  sus  aromas  y  flores ,  Hegiaz  en  sus  frutos  y  produc- 
ciones ,  Catay  en  sus  preciosas  y  abundantes  minas ,  Aden  en  las  utilidades  de 
sus  costas.  »  Walid  otorgó  sin  dificultad  á  Muza  los  poderes  que  solicitaba ,  encar- 
gándole sin  embargo  que  no  se  aventurara  demasiado  en  el  proceloso  Océano  (2), 
y  Muza  se  apresuró  á  tranquilizarle  informándole  de  que  el  mar  que  divide  á 
África  de  España,  era  un  estrecho  cuya  anchura  podia  medir  la  vista  (3).  Desde 
aquel  momento ,  preparólo  todo  para  su  expedición ;  mas ,  circunspecto  y  cauto, 
quiso  asegurarse  de  la  exactitud  de  los  informes  recibidos ,  y  encargó  á  Tarif, 
hijo  de  Malek-el-Ma'  afery  (4) ,  que  con  cien  Árabes  y  cuatrocientos  Berberiscos 
(en  la  misma  proporción  entraron  mas  tarde  unos  y  otros  en  la  formación  de  los 
ejércitos  invasores)  practicase  un  reconocimiento  por  las  costas  españolas.  Salió 
la  expedición  de  Tánger  en  cuatro  barcazas  y  desembarcó  en  el  sitio  que  ocupa 
hoy  Tarifa,  llamada  así  del  nombre  del  jefe  africano.  Abdelmelek  el  Muferi,  que 
luego  se  estableció  en  Al  Djesirah  al  Haclra,  El  Mudar  ben  Meassemai,  Zaid  ben 
Kesid  el  Sekseki ,  y  otros  señalados  caudillos  formaron  parte  de  esta  primera  ex- 
pedición que  tuvo  lugar  en  la  luna  de  ramadan  del  año  91  de  la  hegira  (julio). 
Los  soldados  de  Tarif  corrieron  las  costas  de  Andalucía ,  tomaron  algunos  gana-  710' 
dos  y  gente  sin  que  nadie  se  les  opusiese,  y  con  esta  presa  y  feliz  suceso  tornó 
Tarif  á  Tánger,  siendo  recibido  con  general  contento. 

Muza  consideró  esta  expedición  como  de  feliz  agüero ,  pero  como  prudente 
capitán,  aplazó  para  la  primavera  la  segunda  expedición.  En  los  primeros dias 
del  siguiente  año  92  de  la  hegira ,  nombró  á  Tarik  ben  Zeyad ,  general  del  ejército,  7n„ 
mas  numeroso  esta  vez ,  que  quería  enviar  á  la  Península ,  dejando  en  su  lugar 
en  el  presidio  de  Tánger  á  su  propio  hijo  Meruan  ben  Muza.  Todos  los  Árabes 
querian  pasar  á  la  expedición  y  ver  con  sus  propios  ojos  un  país  del  que  tantas 
maravillas  se  contaban,  y  el  ejército ,  compuesto  de  doce  mil  Berberiscos  y  algunos 
centenares  de  Árabes ,  embarcóse  y  se  dirigió  de  Tánger  á  Ceuta  y  de  Ceuta  á  la 
costa  opuesta.  Según  parece ,  Julián  fué  su  guia.  Los  Sarracenos  desembarcaron 
en  una  península  que  de  lejos  les  habia  parecido  cubierta  de  verdura  y  á  la  que 


(1)  Conde,  Hist.  de  la  dom.  de  los  Árabes  en  Esp.,  1. 1,  c.  VIII. 

(2)  Manuscritos  árabes  de  Oxford.  Esto  prueba  cuan  poco  difundidos  se  hallaban  entre  los 
Orientales  los  conocimientos  geográficos. 

(3)  Manuscritos  árabes  de  Oxford. 

(4)  Algunos  autores  por  la  semejanza  de  nombre  ó  por  creerlo  así  no  hacen  diferencia  entre  el 
jefe  de  la  expedición  exploradora  y  el  del  ejército  que  invadió  después  á  España,  llamando  á  los  dos 
Tarik.  Nosotros,  además  de  haberlos  visto  distinguidos  en  muchas  crónicas  árabes,  creemos  que  lo 
natural,  atendida  la  diferente  importancia  de  su  misión,  era  que  fuesen  dos  guerreros  distintos. 

tomo  n.  13 


114  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

llamaron  por  esto  Djezirah  al  Hadra  (isla  verde ,  hoy  Algeciras) ;  el  monte  inme- 
diato (Calpe),  pareció  á  Tarikuna  posesión  admirable,  y  se  fortificó  en  él.  Esta 
montaña  se  llamó  en  un  principio  Álfeth  (monte  de  la  Conquista  ó  de  la  Entra- 
da) ;  pero  poco  después  tomó  el  nombre  del  conquistador  y  se  llamó  Gebal  Tarik 
(montaña  de  Tarik),  en  el  dia  Gibraltar.  Los  cristianos  de  la  costa  quisieron  opo- 
ner alguna  resistencia  al  desembarco ,  pero  acuchillados ,  se  dispersaron  presa  de 
indecible  terror. 

El  desembarco  de  Tarik  en  Al  Djezirah  al  Hadra  (1)  se  fija  en  jueves  quinto 
dia  de  la  luna  de  rejeb  del  año  92  de  la  hegira  (28  de  abril).  Cuenta  un  autor 
árabe  (2) ,  sin  que  otro  alguno  lo  confirme ,  que  una  vez  desembarcado ,  mandó 
Tarik  quemar  sus  naves  para  quitará  los  soldados  toda  esperanza  de  fuga. 
Teodomiro ,  jefe  superior  de  Andalucía ,  acudió  con  sus  fuerzas  (mil  doscientos  ó 
mil  setecientos  ginetes)  para  rechazar  al  enemigo ,  pero  sus  tropas  fueron  disper- 
sadas en  sangrientas  escaramuzas ,  y  no  se  atrevieron  á  presentarse  otra  vez  con- 
tra los  Musulmanes, 

Refiérese  que  entonces  escribió  Teodomiro  al  rey  Rodrigo,  diciéndole:  «Se- 
ñor ,  aquí  han  llegado  gentes  enemigas  de  la  parte  de  África ,  yo  no  sé  si  del  cielo 
ó  de  la  tierra :  yo  me  hallé  acometido  de  ellos  de  improviso ;  resistí  con  todas  mis 
fuerzas  para  defender  la  entrada ,  pero  me  fué  preciso  ceder  á  la  muchedumbre 
y  al  ímpetu  suyo ;  ahora  á  mi  pesar  acampan  en  nuestra  tierra:  ruégoos,  señor, 
pues  ianto  os  cumple ,  que  vengáis  á  socorrernos  con  la  mayor  diligencia  y  con 
cuanta  gente  se  pueda  allegar  :  venid  vos ,  señor,  en  persona ,  que  será  lo  me- 
jor (3). » 

Llenó  de  espanto  á  Rodrigo  la  inesperada  nueva,  y  mandó  llamar  sus  gentes  de 
consejo  y  guerra,  enviando  delante  de  sí  la  flor  de  la  caballería  de  los  Godos :  partió 
esta  hueste  con  mucha  presteza  y  se  reunió  á  la  que  mandaba  el  caudillo  Teodo- 
miro. Adelantáronse  contra  los  Muslimes,  y  hubo  entre  ambas  huestes  sangrientas 
escaramuzas,  pero  siempre  con  notable  pérdida  y  grave  daño  de  los  Godos.  En 
tanto  Rodrigo  allegaba  sus  gentes  de  todas  las  provincias  y  marchaba  con  todo  su 
poder  contra  los  invasores,  y  hasta  parece  que  se  le  unieron  los  hijos  de  Witiza 
y  su  tio  Oppas,  fingiendo  deponer  sus  rivalidades  y  querellas  para  resistir  al  pe- 
ligro común.  No  puede  creerse  en  verdad,  como  en  otra  parte  hemos  indicado,  que 
los  enemigos  de  Rodrigo  llevaran  su  saña  hasta  el  extremo  de  querer  entregar  la 
patria  á  los  Musulmanes,  envolviéndola  en  luto  y  ruinas  que  también  á  ellos  ha- 
bían de  alcanzarlos ;  quizás  pensaban  que  una  vez  destronado  el  rey,  se  retira- 
rían los  invasores  mediante  un  tributo  ó  una  cesión  de  territorio,  y  mientras  otra 
cosa  no  se  pruebe,  consolémonos,  como  dice  el  historiador  Lafuente,  con  fijar  lí- 
mites al  encono  y  á  la  traición,  que  también  suelen  tenerlos. 

Mientras  esto  sucedia,  Tarik  corría  las  tierras  de  Al  Djezirah  y  Sidonia,  y 
llegaba  hasta  las  riberas  del  Anas  (4),  difundiendo   terror  y  espanto  en  aquellos 


(4)  Según  Ebn  Hayan,  el  ejército  de  Tarik  pasó  en  diferentes  viajes  de  África  á  Andalucía  en 
barcos  cuyo  número  se  ignora.  Rodrigo  de  Toledo  dice  sencillamente  in  navibus  mercatorum.  Estas 
naves  serian  sin  duda  grandes  barcas,  que,  equipadas  por  Julián,  pasaron  y  repasaron  el  estrecho 
hasta  que  todas  las  tropas  hubieron  llegado  á  su  destino. 

(2)  Jerif  El  Edris. 

(3)  Conde,  Hist.  de  ladom.  de  los  Árabes  en  Esp.,  t. 1,  c.  IX. 

(4)  Llamado  por  los  Árabes  Guady-Anas  (rio  Anas). 


CAP.    YI.— ESPAÑA   GODA.  115 

pueblos  que  ni  tiempo  ni  ánimo  tenían  para  la  defensa.  Por  todas  partes  vagaban 
tropas  de  caballería  que  atemorizaban  los  pueblos,  talaban  y  quemaban  los  cam- 
pos. 

Rodrigo  se  apresuró  á  llamar  á  Godos  y  Romanos  á  la  defensa  de  la  patria 
amenazada,  y  llegó  á  los  campos  de  Sidonia  con  un  ejército  numeroso,  pero  poco 
aguerrido.  ¿De  qué  elementos  estaba  formado  el  ejército  de  Rodrigo  ?  ¿Cuál  era 
su  verdadera  fuerza  ?  Imposible  es  fijarlo  con  exactitud,  en  medio  de  la  diversi- 
dad de  los  autores  que  sobre  esto  han  discurrido.  Unos  hablan  de  setenta  mil 
hombres,  otros  de  cuarenta  mil,  otros  de  cien  mil,  y  otros,  por  fin,  entre  los  cua- 
les ha  de  contarse  Conde,  de  noventa  mil.  Es  lo  cierto  sí  que  Rodrigo  llevaba  á  la 
defensa  de  su  tierra  una  multitud  considerable,  pero  poco  dispuesta  para  la  guer- 
ra, de  difícil  dirección  en  el  combate,  aunque  valerosa,  en  una  palabra,  un  ejér- 
cito reclutado  á  toda  prisa.  Conde  dice  que  venían  los  cristianos  armados  de  cora- 
zas y  de  perpuntes  en  la  primera  y  postrera  gente,  y  los  otros  sin  estas  defensas, 
pero  armados  de  lanzas,  escudos  y  espadas,  y  la  otra  gente  ligera  con  arcos,  sae- 
tas, hondas  y  otras  armas,  según  su  costumbre,  hachas  y  mazas  y  guadañas  cor- 
tantes. 

Noticioso  Tarik  de  las  disposiciones  de  Rodrigo,  expidió  mensajeros  á  Muza 
pidiéndole  refuerzos ,  y  fuéronle  enviados  cinco  mil  ginetes  berberiscos ;  los  cau- 
dillos árabes  reunieron  sus  banderas,  congregáronse  las  tropas  de  caballería  que 
coman  la  tierra,  y  á  pesar  de  la  inferioridad  desús  fuerzas,  Tarik  salió  sin  mie- 
do al  encuentro  del  ejército  hispano-godo. 

Avistáronse  ambas  enemigas  huestes  en  los  campos  que  riega  el  Guadalete, 
no  lejos  de  la  antigua  Asindo,  y  del  lugar  que  ocupa  hoy  Jerez  de  la  Frontera. 
Allí  iba  á  decidirse  entre  rios  de  sangre  la  suerte  de  España. 

Era  un  domingo,  y  corrían  los  últimos  dias  de  julio.  Godos  y  Musulmanes 
se  hallaban  por  fin  frente  á  frente  :  los  Musulmanes,  á  quienes  Mahoma  prome- 
tiera el  imperio  del  mundo  (1),  impulsados  á  la  pelea  por  el  entusiasmo  religioso 
y  por  la  codicia  del  botin ;  los  Godos,  por  la  necesidad  de  defender  sus  hogares, 
su  fe  y  su  patria  amenazadas,  mas  poco  preparados  para  la  guerra  ,  cogidos,  por 
decirlo  así,  de  sorpresa,  divididos  entre  sí  y  degenerados  de  sus  pasados  brios  mi- 
litares ;  los  Árabes  montados  en  veloces  caballos,  en  la  cabeza  el  blanco  turban- 
te, el  arco  en  la  mano,  el  alfange  colgado  al  cuello,  la  lanza  al  costado,  tropa  ad- 
mirable, entre  la  cual  formaban  los  macizos  y  terribles  escuadrones  berberiscos, 
de  blancos,  rojos  y  negros  albornoces,  de  las  tribus  de  Zenete,  de  Gomeráh  y  de 
Masmudah,  fieles  compañeros  de  Tarik,  para  quienes  una  batalla  era  una  fiesta; 
los  Godos,  casi  sin  caballería,  bien  armados  sus  cuerpos  escogidos,  pero  el  resto 
del  ejército,  gente  allegadiza  y  mal  armada. 

Tarik  llevaba  consigo  doce  mil  hombres,  á  los  cuales  se  habia  reunido  un 
refuerzo  de  cinco  mil  ginetes;  sin  embargo,  no  se  limitaban  á  esto  las  fuerzas  del 
general  árabe.  Muchos  Judíos,  y  también  algunos  cristianos  descontentos  habían 
engrosado  las  filas  de  su  ejército,  que  á  lo  menos  aseen dia  á  veinte  y  cinco  mil 


(4)    «Escrito  está_en  los  salmos  que  los  santos  sus  servidores  tendrán  la  tierra  por  herencia.» 
Alcorán,  24-105. 


116  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

hombres.  El  de  los  cristianos  era,  según  los  autores  árabes ,  cuatro  veces  mas 
numeroso.  Habia  cuatro  cristianos  para  cada  muslim. 

Principió  la  batalla  al  despuntar  de  la  aurora,  y  sin  ventaja  alguna  duró  la 
matanza  hasta  que  la  venida  de  la  noche  puso  tregua  á  los  sangrientos  horrores. 
Pasáronla  ambas  huestes  en  el  campo  de  batalla,  y  esperaban  con  impaciencia  el 
punto  del  alba  para  renovar  la  atroz  pelea.  Llegado  el  dia,  con  enemigo  furor 
principió  la  batalla,  y  para  servirnos  de  la  expresión  de  un  cronista  musulmán, 
el  horno  del  combate  permaneció  encendido  desde  la  aurora  hasta  la  noche,  sin 
que  ninguna  de  ambas  huestes  ganase  un  palmo  de  terreno. 

Al  tercer  dia  decaía  el  ánimo  de  los  Muslimes  que  cejaban  por  todas  partes, 
cuando  Tarik  alzándose  sobre  los  estribos  y  dando  aliento  á  su  caballo,  les  dijo  : 
« ¡  Oh  Muslimes,  vencedores  de  Almagreb  !  ¿á  dónde  vais  ?  ¿  á  dónde  vuestra  tor- 
pe é  inconsiderada  fuga?  El  mar  tenéis  alas  espaldas,  y  los  enemigos  delante;  no 
hay  mas  remedio  que  en  vuestro  valor  y  en  la  ayuda  de  Dios;  haced,  caballeros, 
como  veréis  que  haré.  Guallah  (1)!  Acometeré  á  su  rey,  y  si  no  logro  quitarle  la 
vida,  moriré  á  sus  manos.»  Y  arrastrando  á  sus  tropas  en  pos  de  sí,  introdujo 
el  desorden  en  las  filas  de  los  Godos,  que  desde  aquel  momento  pelearon  con 
constante  desventaja,  y  sostuvieron  mal  el  choque  de  la  caballería  berberisca.  Ro- 
drigo, á  quien  conoció  Tarik  por  sus  insignias  y  caballo,  hízose  el  blanco  de  to- 
dos los  golpes,  y  arremetiendo  con  él  en  medio  de  sus  caballeros,  el  caudillo  ára- 
be le  atravesó  con  su  lanza.  El  triste  Rodrigo  cayó  sin  vida,  y  privados  los  Godos 
de  su  monarca,  se  dispersaron  por  todos  lados  (2).  Los  Árabes  y  Berberiscos 
de  Tarik  siguieron  el  alcance  con  su  caballería ;  la  espada  muslímica  se  cebó  en 
ellos  por  mucho  espacio,  y  murieron  tantos,  dice  un  autor  árabe,  que  solo  sabe 
cuantos  Dios  que  los  crió,  quedando  toda  aquella  tierra  cubierta  de  cadáveres  y 
miembros  destrozados  para  pasto  de  los  lobos. 

Esta  es  la  versión  de  los  cronistas  árabes,  añadiendo  que  Tarik  tomó  la  ca- 
beza del  rey  Rodrigo  y  la  envió  á  Muza,  quien  á  su  vez  la  remitió  á  Walid  con 
un  relato  de  la  batalla.  La  rica  imaginación  árabe  ha  adornado  luego  esta  rela- 
ción con  mil  episodios,  y  nuestros  romanceros  y  escritores  de  la  edad  media  no  les 
fueron  en  zaga  ;  según  unos,  Rodrigo  asistió  á  !a  pelea  como  un  verdadero  sá- 
trapa, en  un  magnífico  carro  de  marfil  con  ruedas  de  plata,  tirado  por  dos  muías 
blancas,  ceñida  en  su  frente  la  corona  y  llevando  en  los  hombros  clámide  de  púr- 
pura y  oro.  Un  moderno  autor  inglés  (3)  llega  á  decir  que  Rodrigo  iba  bajo  un  do- 
sel resplandeciente  de  pedrería  con  las  armas  de  su  linaje;  y  sin  insistir  en  demos- 
trar toda  la  falsedad  de  semejantes  descripciones,  todo  induce  á  creer  por  el  con- 
trario que,  si  bien  dados  los  Godos  á  los  placeres  y  al  lujo,  como  antes  hemos  ex- 
plicado, estaban  aun  muy  lejos  de  tanta  magnificencia  y  que  Rodrigo  distaba 
mucho  de  ser  un  sátrapa  asiático  (4).  La  concisión  y  oscuridad  de  las  memorias 
de  la  época  ha  favorecido  los  extravíos  é  inventos  de  la  imaginación,  y  al  último 


(1 1     Guallah  ó  valluh !  exclamación  que  equivale  á  por  Dios ! 

(2)  Según  varios  autores  árabes,  la  batalla  duró  ocho  dias. 

(3)  M.  Washington  Irwing.  Lejends  of  the  Conques t  of  Spain. 

(4)  Erat  autem  Kudericus  durus  in  bellis  et  ad  negotia  expeditus,  sed  in  moribus  non  disimi- 
lis  Vitiza;.  Rod.  Tolet.  Chr. 


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CAP.    VI.— ESPAÑA   GODA.  117 

rey  godo  y  á  los  principales  personajes  de  su  tiempo  se  ha  dado  un  carácter  que 
jamás  fué  el  suyo. 

Según  otros  autores,  no  decidió  de  la  suerte  de  la  batalla  la  intrepidez  de 
Tarik  y  de  sus  Berberiscos.  Al  día  tercero,  sus  batallones  habían  cejado  en  efecto 
y  ya  empezaba  el  general  musulmán  á  desesperar  de  la  victoria,  cuando  un  secreto 
emisario  le  advirtió  durante  la  noche  que  los  hijos  de  Tfitiza  y  su  tio  Oppas  se 
hallaban  prontos  á  pasarse  á  su  partido,  con  tal  que  en  caso  de  quedar  vencedor 
les  dejara  reinar  sobre  los  Godos  como  hicieron  su  padre  y  abuelo,  y  se  contenta- 
ra con  un  tributo  y  una  porción  del  territorio  español.  Según  esta  versión,  Tarik, 
que  habia  agotado  ya  todo  su  esfuerzoy  valor,  se  apresuró  á  aceptar  la  proposi- 
ción con  las  condiciones  dichas,  reservándose  infringirlas  después  de  la  victoria^ 
y  al  dia  siguiente,  cuando  sus  soldados  recejaban  delante  de  los  Godos,  el  obispo 
Oppas  y  los  dos  hijos  de  Witiza  se  pasaron  á  los  Sarracenos  con  las  tropas  que 
mandaban.  La  partida  hecha  menos  desigual  por  la  traición  de  los  tres  capitanes, 
fué  aun  vivamente  disputada,  y  no  quedaron  triunfantes  los  Árabes  hasta  pasados 
oíros  tres  dias  de  pelea  y  matanza. 

El-Dhobi,  autor  árabe,  atribuye  el  vencimiento  délos  Godos  á  su  falta  de 
caballería  ;  y  en  efecto,  parece  que  los  Godos  miraron  con  gran  descuido  la  cria 
de  caballos.  Servíanse  de  ellos  muy  poco  en  la  guerra,  y  los  caballos  de  la  Béti- 
ca,  tan  famosos  en  tiempo  de  los  Romanos  y  tan  celebrados  por  sus  poetas  (1), 
habían  decaído  entonces  de  su  antigua  reputación,  siendo  preciso  para  regene- 
rarlos la  conquista  árabe.  El  autor  á  quien  hemos  citado  no  habla  tampoco  de  la 
traición  de  los  hijos  de  Witiza. 

Los  documentos  contemporáneos  dicen  que  Rodrigo  murió  en  la  batalla,  ya 
pereciese  oscuramente  en  la  refriega,  ya  le  matase  Tarik  por  su  propia  mano. 
Refieren  otros  que  el  rey  al  ver  á  su  ejército  en  completa  derrota  buscó  su  salva- 
ción en  la  fuga  y  que  la  debió  á  la  velocidad  de  su  caballo  Orelia,  tan  célebre  en 
nuestros  romances;  desaparecido  de  la  vista  de  todos,  jamás  se  supo  su  paradero, 
si  bien  su  corona,  su  manto  real  y  sus  borceguíes  hallados  en  las  márgenes  del 
Guadalete,  hicieron  creer  que  se  habia  ahogado  en  sus  aguas.  Otros  en  fin  cuen- 
tan que  llegó  á  Lusitania,  donde  murió  mucho  tiempo  después  haciendo  peniten- 
cia ;  en  apoyo  de  esta  tradición  cítase  el  sepulcro  hallado  muchos  años  mas  tar- 
de en  Yiseo,  con  esta  inscripción: 

H1C  REQVIESCIT  RVDERICVS 
VLTIMVS  REX  GOTHORVM. 

Sin  embargo,  aunque  transcrita  por  Sebastian  de  Salamanca,  los  mejores  críti- 
cos no  han  vacilado  en  considerarla  apócrifa,      i 

Los  historiadores  tampoco  andan  acordes  sobre  la  importante  fecha  de  la 
batalla  del  Guadalete;  los  mejores  autores  árabes  y  los  primeros  cronistas 
cristianos  la  fijan  en  el  año  nonagésimo  segundo  de  lahegira,  y  admitiendo  la 
fecha  precisa  dada  por  el  autor  empleado  por  Conde  (5  de  jawal  del  año  92  de 


Illustret  circum  sonipes  quicumque  superbo 
Perstrepit  hinnitu  Bsetim,  qui  splendida  potat 
Stagna  Tagi,  madidoque  jubas  adspergitur  auro. 

(Claudias,  de  Cons.  3. 


118  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

lahegira),  resulta  que  tuvo  lugar  en  ios  últimos  dias  de  julio  del  25  al  31  del 
año  749  de  la  era  de  España. 

También  se  han  suscitado  dudas  acerca  de  la  duración  de  la  batalla,  pero  en 
las  costumbres  guerreras  de  los  Árabes,  y  sin  duda  ha  de  decirse  lo  mismo  de 
los  Berberiscos,  estaba  guerrear  no  por  medio  de  grandes  masas,  sino  escaramu- 
zando hasta  que  juzgaban  la  ocasión  favorable  para  el  acometimiento  decisivo. 
«La  arremetida  de  los  Árabes,  dice  Gibbon,  no  era,  como  la  de  los  Griegos  y  Ro- 
manos, el  esfuerzo  de  una  línea  compacta  de  infantería;  ginetes  y  arqueros  com- 
ponían la  mayor  parte  de  sus  fuerzas,  y  una  batalla  con  frecuencia  interrumpida 
y  con  frecuencia  renovada  por  combates  parciales  y  escaramuzas  de  fugitivos, 
podia  prolongarse  muchos  dias  sin  resultado  decisivo  (1).» 

Tarik  se  aprovechó  de  la  victoria,  y  persiguió  á  los  vencidos  hasta  el  Gua- 
diana. En  su  marcha  sitió  y  se  apoderó  de  Astigis,  donde  se  habían  refugia- 
do gran  número  de  Godos,  escapados  de  la  matanza  del  Guadalete,  y  escribió  á 
Muza,  pidiéndole  refuerzos  para  pasar  adelante. 

La  monarquía  goda  habia  caído  derrumbada  al  soplo  del  viento  africano ;  el 
Guadalete  se  llevó  en  sus  aguas  la  gloria  y  libertad  de  España.  Allí,  dice  Maria- 
na, pereció  el  nombre  ínclito  de  los  Godos ;  allí  el  esfuerzo  militar ,  allí  la  fama 
del  tiempo  pasado,  allí  la  esperanza  del  venidero  se  acabaron  ;  y  el  imperio,-  que 
mas  de  trescientos  años  habia  durado,  quedó  abatido  por  esta  gente  feroz  y  cruel. 
«¿E  quién  daria  á  mí  agua,  con  que  toda  mi  cabeza  fuese  bañada,  exclama  el 
bueno  de  Alfonso  X  en  su  crónica,  é  mis  ojos  fuentes,  que  siempre  manasen  lá- 
grimas, porque  llorasen  é  plañiesen  la  pérdida,  é  la  muerte  de  los  de  España,  ó 
la  mezquindad,  é  el  terramiento  de  los  Godos?  Aquí  se  remató  la  santidad  é  re- 
ligión de  los  obispos  é  de  los  sacerdotes  ;  aquí  quedó  é  menguó  el  ahondamiento 
de  los  clérigos  que  servían  las  igresias ;  aquí  peresció  el  entendimiento,  é  el  en- 
señamiento de  las  leyes  de  la  santa  fe, é  los. padres  é  los  señores  todos  perescieron 
en  uno...  Toda  la  tierra  astragaron  los  enemigos,  é  las  casas  hermaron,  los  ornes 
mataron,  las  cibdades  robaron  é  tomaron....  Cuanto  mal  sufrió  aquella  Ba- 
bilonia, que  fué  la  primera  y  mayoral  en  todos  los  reinos  del  mundo,  cuando  fué 
destroida  del  rey  Ciro  é  del  rey  Dario...  é  cuanto  mal  sufrió  Roma,  que  era  se- 
ñora de  todas  las  tierras,  cuando  la  tomó  é  la  destroyó  Alarico,  é  después  Ataúl- 
fo, rey  de  los  Godos,  é  después  Genserico,  rey  de  los  Vándalos ;  é  cuanto  mal 
sufrió  Jerusalen,  que,  según  la  profecía  de  nuestro  Señor  Jesucristo  fué  derriba- 
da é  quemada,  que  non  fincó  piedra  sobre  piedra;  é  cuanto  mal  sufrió  aquella 
nombre  de  Cartago,  cuando  la  lomó  y  la  quemó  Scipion,  cónsul  de  Roma  ;  dos 
lanío  mal,  é  mas  que  aquesto  sufrió  la  mezquina  de  España,  desamparada,  ca  en 
ella  se  ayuntaron  todas  estas  coitas  é  tribulaciones...» 

Finís  Hispanice  !  podían  exclamar  también  los  valerosos  Godos,  como  mu- 
cho después  han  exclamado  los  guerreros  de  otra  nación  no  menos  esforzada  y 
no  menos  infeliz.  España  resucitó  ;  mas  el  pueblo,  cuyas  desventuras  nos  ha  re- 
ferido últimamente  M.  de  Montalembert,  continua  envuelto  aun  en  sus  ropajes  de 
luto,  y  para  él  es  todavía  una  verdad  el  terrible  grito  de  Finís  PolonioB  ! 

Antes  de  empezar  el  reíalo  de  la  grandiosa  epopeya  de  ocho  siglos  que  de- 


(1)    Hist.  of  tne  decline  aud  Fall,  of  the  Román  Empirc,  o.  51. 


CAP.    VI.— ESPAÑA   GODA.     '  119 

volvió  á  España  su  ser,  tócanos  detenernos  algún  tiempo,  como  hemos  practicado 
á  la  caida  del  imperio  romano,  para  dirigir  una  mirada  á  las  instituciones,  á  las 
costumbres,  á  las  leyes  del  pueblo  que'sucumoe,  y  examinar  el  estado  religioso, 
político  y  civil  de  España  antes  que  los  Sarracenos  llevasen  á  ella  sus  armas  y  el 
influjo  de  sus  ideas.  España  ha  recorrido  otra  gran  jornada  de  las  cinco  en  que 
dividiremos  el  camino  que  en  el  mundo  ha  andado,  y  como  hicimos  al  fin  de  la 
primera,  veamos  ahora  su  organización,  su  modo  de  existir,  su  verdadera  historia 
al  fin  de  la  segunda.  Y  no  se  extrañe  que  nos  detengamos  en  este  estudio  tanto  ó 
mas  quizás  de  lo  que  en  la  relación  de  los  sucesos  nos  hemos  detenido:  la  verdadera 
historia  de  un  pueblo,  repetimos,  mas  que  en  la  sucesión  de  sus  reyes,  en  la  se- 
rie de  sus  guerras,  con  la  explicación  de  las  calamidades  que  le  han  afligido, 
mas  que  en  la  relación  de  su  vida  pública,  digámoslo  así,  hechos  mudos  casi 
siempre  para  gran  número  de  lectores,  existe  en  el  detenido  examen  de  sus  leyes, 
de  sus  usos,  de  su  vida  íntima.  El  estudio  de  las  varias  épocas  en  que  puede  di- 
vidirse la  existencia  de  España,  la  comparación  de  la  época  romana  con  la  goda, 
de  esta  con  la  dominación  árabe,  de  la  época  en  que  bajo  la  dinastía  austríaca 
era  nuestra  patria  el  mundo  con  la  que  se  inauguró  reinando  la  dinastía  borbóni- 
ca, y  la  comparación  de  todas  ellas  entre  sí,  para  ver  que  frutos  ha  recogido  nues- 
tra patria  en  el  camino  andado  ;  lo  que  fué  antes  de  cada  jornada  y  lo  que  fué 
después ;  que  enseñanza,  que  sufrimientos,  que  adelanto,  que  retroceso  ha  expe- 
rimentado en  ellas;  que  ha  perdido,  que  conserva  de  cada  una;  en  una  palabra, 
discurrir  y  explicar  el  encadenamiento  de  causas  y  de  efectos  que  han  hecho  de 
la  España  antigua,  la  España  media  y  la  España  moderna  ,  considerar  desde  lo 
alto  la  larga  senda  recorrida  así  como  ahora  la  recorremos  á  nuestra  vez,  es  una 
obra  que  creemos  nueva  en  nuestra  nación,  que  habría  de  ser  el  indispensable 
corolario  del  conocimiento  de  la  vida  histórica  de  España  época  por  época,  como 
aquí  la  explicamos,  y  que  aun  cuando  en  fuerzas  pobres,  sí  en  deseos  y  aspira- 
ciones ricos,  quizás  emprendamos  y  bosquejemos  algún  dia. 


HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 


CAPÍTULO  VIL 


Carácter  moral  de  los  Godos.— Su  estado  político.— Monarquía  electiva  antes  y  después  de  Recaredo. 
—Títulos  y  honores  de  los  reyes.— Los  hijos  del  rey  no  heredaban. — Concilios  de  Toledo. — Su  in- 
fluencia.—Inconvenientes  de  la  intervención  directa  del  clero  en  el  gobierno  del  Estado.— Opinión 
del  autor  sobre  esta  materia.— Oficio  palatino. — Duques,  condes,  gardingos  y  vicarios.— Régimen 
municipal.— División  de  clases. — Nobles  y  plebeyos. 

¡  Qué  revolución  tan  grande  ha  sufrido  España  en  el  período  que  acabamos 
de  recorrer  !  Gobierno,  religión,  leyes,  costumbres,  todo  ha  variado.  Lo  maravi- 
lloso de  esta  transformación  es  que  unos  pueblos  designados  con  el  nombre  ater- 
rador de  bárbaros;  que  una  horda  cuya  planta  salvaje  iba  dejando  tras  sí  la  hue- 
lla de  la  devastación  y  de  la  ruina ;  que  unas  tribus  que  iban  arrasando  la 
tierra  como  una  lengua  de  fuego  ;  que  unas  razas  desprendidas  de  las  regiones 
ásperas  y  Mas  del  Norte  á  los  suaves  y  abundosos  climas  del  Mediodía  y  Occi- 
dente como  manadas  de  lobos  hambrientos  en  busca  de  presas  que  devorar ;  que 
unos  hombres  que  en  su  marcha  de  destrucción  mezclaban  los  despojos  de  las 
ciudades  destruidas  con  los  insepultos  cadáveres  amasados  con  la  misma  sangre, 
como  la  uva  de  un  horrible  lagar  (1) ;  que  unas  gentes  que  parecían  ser  el  azote 
enviado  por  la  Providencia  para  castigar  á  la  humanidad  de  un  modo  que  reso- 
nara por  los  espacios  de  los  siglos  futuros,  hayan  sido  los  que  fundieron  y  reor- 
ganizaron la  sociedad  humana,  los  que  reedificaron  sobre  ruinas  y  lagos  de  san- 
gre imperios  que  aun  duran,  los  que  fundaron  en  España  una  nación,  los  que 
declararon  culto  del  Estado  el  mismo  que  hoy  subsiste,  los  que  dieron  á  los  pue- 
blos leyes  que  aun  se  veneran,  los  que  celebraron  asambleas  religioso-políticas 
que  se  admirarán  y  respetarán  siempre,  los  mismos  en  fin  que  legaron  á  los  reyes 
de  España  su  título  mas  glorioso,  de  quienes  la  mas  alta  nobleza  española  se 
envanece  de  hacer  derivar  su  genealogía,  y  cuya  sangre  corre  acaso  todavía  por 
las  venas  de  los  actuales  Españoles  (2). 

Sin  embargo,  ¿eran  tan  bárbaros  los  Godos  como  los  Francos,  los  Hunos, 
los  Alanos,  los  Vándalos,  y  el  enjambre  de  pueblos  que  vomitó  el  Norte?  Sirvan 
de  contestación  á  esta  pregunta  las  siguientes  noticias  y  reflexiones  que  vamos  á 
consagrar  al  estudio  de  su  carácter  moral,  que  sin  duda  merece  el  primer  lugar 
en  la  historia  política  y  religiosa  de  la  España  goda  (3).  Sin  hacer  caso  de  Jor- 

(1)  Velut  in  quodam  horrendo  torculari  mixta...  Hist.  Gild. 

(2)  Lamente,  Hist.  gen.  deEsp.,  P.  1,  l.  IV,  c.  VI. 

(3)  En  este  capítulo  y  en  los  sucesivos  sobre  la  España  Goda,  nos  hemos  servido  principalmen- 
te de  la  excelente  Historia  critica  da  España,  de  Masdeu  ;  de  los  pasages  que  á  la  sociedad  visigoda 


CAP.    VIL— ESPAÑA   GODA.  1S1 

nandes ,  que  pudo  dejarse  arrastrar  del  amor  nacional ,  nuestro  Paulo  Orosio , 
Salviano,  presbítero  de  Marsella,  Sazomeno  de  Salamina,  San  Isidoro  de  Sevi- 
llanos autores  de  la  historia  Miscela  (1),  y  los  demás  escritores  de  aquella  edad, 
nos  han  comunicado  tales  retratos  de  los  Godos,  que  sin  tenerlos  por  doctos  ni 
letrados ,  lejos  de  esto,  hemos  de  reconocer  en  ellos  humanidad,  buen  trato,  y 
una  política  y  filosofía  notables  para  regla  del  gobierno  y  de  las  costumbres.  Son 
acreedores  principalmente  á  los  mayores  elogios ,  así  por  la  moderación  de  que 
dieron  repetidos  ejemplos  en  sus  guerras ,  virtud  muy  extraordinaria  en  los  con- 
quistadores, aun  entre  pueblos  cultísimos,  como  también  por  la  piedad  en  que  se 
esmeraron,  templando  en  sus  conquistas  el  furor  de  la  victoria  con  el  mayor 
respeto  á  los  templos  y  á  la  religión.  Alarico  en  el  saco  de  Roma  mostró  una 
mansedumbre  y  una  piedad  admirables  en  un  guerrero  de  la  sangre  de  los  Bal- 
tos  (2).  Ataúlfo  se  portó  con  su  ilustre  cautiva,  la  hermana  de  Honorio,  con  una 
templanza  que  no  desmerece  de  la  tan  encomiada  conducta  de  Escipion  con  la 
desposada  de  Alucio.  Si  el  cónsul  romano  hubiera  amado  á  la  joven  de  Cartage- 
na, como  el  rey  godo  amaba  á  la  princesa  romana,  y  aquella  hubiera  estado  libre 
como  esta,  no  habría  podido  tratarla  con  mas  nobleza  que  haciéndola  su  esposa, 
como  lo  hizo  Ataúlfo,  guardándole  todas  las  consideraciones  debidas  á  la  prin- 
cesa imperial  y  á  la  esposa  de  un  rey.  Ataúlfo  tuvo  además  el  pensamiento  de 
sustituir  al  imperio  de  los  Césares  un  imperio  gótico  ;  conociendo  luego  la  impo- 
sibilidad de  realizarlo  por  la  poca  aptitud  de  su  pueblo,  varió  de  designio,  y  se 
propuso  ser  el  restaurador  del  imperio  romano.  En  aquel  pensamiento ,  que  en 
gran  parte  hubo  de  ser  el  de  Alarico,  y  que  explica  Orosio  (3),  se  descubre  ya 
el  desarrollo  de  la  inteligencia,  se  revelan  ideas  de  civilización.  Hasta  el  terrible 
Atila  abrigó  planes  de  recomposición  social ;  pero  su  misión  no  era  entonces  edi- 
ficar, sino  destruir. 

Tomaron  asiento  los  Godos  en  Italia,  Francia  y  España,  y  con  el  cotejo  de 
estas  naciones,  en  que  estaban  entonces  los  vicios  en  la  mayor  pujanza  por  la  fla- 
queza del  gobierno  romano,  sobresalían  mas  las  virtudes  morales  en  que  venían 
envueltas  las  armas  de  los  nuevos  conquistadores.  Los  Españoles,  por  relación 
de  Salviano  de  Marsella  (4),  eran  ardientes  y  lujuriosos :  en  Francia,  dice  Pro- 
copio  (5) ,  reinaba  mas  que  en  otra  parte  del  mundo  la  falta  de  honor  y  de  pala- 


dedica  M.  Guizot  en  su  obra  Origine  du  gouvernement  repfesentatif  en  Europe,  y  de  la  moderna  His- 
toria general  de  España,  por  don  Modesto  Lafuente. 

(1)  Hist.  miscella  ap.  Murator.,  Script.  rerum  Italia,  t.  I. 

(2)  La  familia  de  los  Baltos  (los  Atrevidos),  á  la  que  pertenecía  Alarico,  era  de  las  mas  distin- 
guidas entre  los  Godos. 

(3)  Nam  ego  quoqueipsevirum  quemdam  Narbonensem,  illustris  sub  Theodosio  militiae,  ethm 
religiosum  prudentemque  et  gravem  apud  Bethleemoppidum  Palestina;,  beatissimoHieronimo  pres. 
bytero  referente,  audivisse  familiarissimum  Ataulpho  apud  Narbonam  fuisse:  ac  de  eo  ssepe  sub  tes- 
tificatione  didicisse  quod  ille,  quam  esset  animo,  viribus  ingenioquenimius,  referre  solitus  esset  se  in 
primis  ardenter  inhiase,  ut,  obliterato  romano  nomine,  romanum  omnesolum  Gotborum  imperium 
etfaceret  vocaret;  essetque,  ut  vulgariter,  Gothia  quod  Romanía  fuisset...  At  ubi  multa  experientia 
probavisset,  ñeque  Gothos  ullo  modo  pareie  legibus  posse  propter  eífrenatam  barbariem,  ñeque 
reipublicee  interdici  leges  oportere,  elegisse  se  saltem,  ut  gloriam  sibi  et  restituendo  in  integrum  au- 
gendoque  Romano  nomine  Gothorum  viribus  quaeret,  habereturque  apud  posteros  romanee  restitu- 
tionis  auctor,  postquam  esse  non  poterat  immutator.  Orossi  Histor.,  1.  VII,  c.  43. 

(4)  Salvian.,  De  gubernatione  Dei,  1.  V,  p.  142. 

(5)  Procop.,  De  bello  Goth.,1  II,  p.  111. 

TOMO  II.  ' 


122  HISTORIA   GENEHAL  DE   ESPAÑA. 

bra  :  entre  los  Romanos,  por  testimonio  de  todas  las  naciones,  la  deshonestidad, 
la  crueldad,  la  impiedad,  la  avaricia,  la  traición,  todos  los  vicios  juntos  tenían 
su  asiento  y  dominio.  Los  Godos,  al  contrario,  eran  castos  y  fieles  á  sus  mujeres; 
defendían  al  paciente  y  al  amigo  como  á  sí  mismos ;  no  eran  pródigos,  pero  tam- 
poco avaros ;  se  compadecían  del  pobre ,  y  cargaban  el  peso  de  los  tributos  sobre 
la  gente  rica  ;  respetaban  sumamente  á  los  sacerdotes  católicos,  aunque  fuesen 
de  religión  extraña ;  fiaban  en  Dios  vivamente  y  le  recomendaban  todas  sus  guer- 
ras y  negocios.  Así  pintan  á  los  Godos  las  historias  escritas  al  tiempo  de  su  irrup- 
ción en  Occidente,  y  sin  tomar  al  pié  de  la  letra  este  retrato  quizás  un  poco  car- 
gado, es  un  error  imaginar  que  los  Godos  fuesen  del  todo  bárbaros  y  salvajes 
cuando  aparecieron  mas  acá  de  los  Alpes.  Los  escritores  que  así  los  han  descrito, 
al  mismo  tiempo  que  prorumpian  en  elogios  de  las  naciones  subyugadas,  han  in- 
currido en  gran  exageración ,  y  es  evidente  que  los  Septentrionales,  dice  Mas- 
deudor  muchos  que  fuesen  y  muy  feroces,  no  se  hubieran  apoderado  en  tan  poco 
tiempo  de  las  provincias  romanas,  si  hubiesen  sido  tan  incultos  y  rudos  como 
suele  pintarlos  nuestra  soberbia,  y  si  Roma  por  otra  parte  no  hubiese  ya  perdi- 
do miserablemente  el  esplendor  de  las  ciencias  y  bellas  artes ,  que  habían  dado 
en  otro  tiempo  el  mayor  impulso  á  su  elevación  y  fortuna  (1). 

Traían  los  Godos  consigo  el  sentimiento  de  la  dignidad  personal ,  de  la  li- 
bertad individual,  del  horror  á  la  esclavitud,  de  la  frugalidad  y  la  templanza, 
del  respeto  á  la  mujer  y  de  la  fidelidad  conyugal,  sentimientos  conformes  k  la 
índole  del  cristianismo,  que  habían  de  servir  de  base  á  la  sociedad  que  se  recons- 
truía en  reemplazo  de  la  esclavitud,  de  las  bacanales  y  del  desenfreno  romano. 
Pero  en  cambio  íraian  también  el  respeto  y  el  gusto  á  la  legislación  de  los  Ro- 
manos y  la  religión  que  de  ellos  habían  aprendido,  dos  principios  que  habían  de 
entrar  en  la  vida  de  la  nueva  sociedad  como  legados  de  la  sociedad  antigua,  y 
que  habían  de  acabar  por  identificarlos  con  los  pueblos  conquistados.  Esta  fusión 
empero,  no  podia  ser  repentina;  necesitaba  hacerse  poco  á  poco  y  con  el  concurso 
lento  de  los  años. 

Superiores  en  realidad  por  el  carácter,  los  Godos,  en  sus  relaciones  con  los 
pueblos  indígenas,  difirieron  esencialmente  de  los  demás  bárbaros,  y  en  especial 
de  los  Francos.  Los  conquistadores  de  la  Galia  septentrional  se  mostraron  im- 
placables en  la  explotación  de  los  vencidos,  y  no  habría  de  sernos  difícil  acumu- 
lar pruebas  y  testimonios  de  la  ferocidad  que  caracterizó  entre  todas  la  domina- 
ción de  los  cabelludos  compañeros  de  Glodoveo. 

«La  conquista  de  las  provincias  meridionales  y  orientales  de  la  Galia  por  los 
Visigodos  y  Burgundios,  dice  Agustín  Thierry,  distó  mucho  de  ser  tan  violenta 
cerno  la  del  Norte  por  los  Francos.  Extraños  á  la  religión  que  los  Escandinavos 
propagaban  á  su  alrededor,  aquellos  pueblos  habían  emigrado  por  necesidad  con 
sus  mujeres  é  hijos  al  territorio  romano,  y  mas  que  por  la  fuerza  de  las  armas, 
habian  obtenido  su  nueva  residencia  por  medio  de  reiteradas  negociaciones.  A  su 
entrada  en  las  Galias  eran  cristianos  como  los  Galos,  aunque  de  secta  amana,  y 
en  general  se  mostraban  tolerantes,  sobre  todo  los  Burgundios. 

«Dejando  aparte  cierto  fanatismo  arriano,  los  Visigodos,  dueños  del  país  si- 


(l)    Hist.  crit.  de  España,  t.  XI,  p.  7. 


CAP.    VIL— ESPAÑA   GODA.  123 

tuado  entre  el  Ródano,  el  Loire  y  los  dos  mares,  unían  á  un  espíritu  equüativo  de 
justicia  mas  inteligencia  y  gusto  para  la  civilización.  Largas  expediciones  milita- 
res á  través  de  Grecia  y  de  Italia  habían  inspirado  á  sus  caudillos  el  deseo  de  so- 
brepujar, ó  de  continuar  á  lo  menos  en  sus  establecimientos  la  administración 
romana... 

«La  irrupción  de  los  pueblos  bárbaros  fué  violenta  y  acompañada  de  gran- 
des estragos ;  pero  el  amor  al  reposo  se  apoderó  de  ellos  muy  pronto,  y  cada  dia 
se  asimilaban  mas  á  los  indígenas.  Los  Godos  en  especial  mostraban  gran  incli- 
nación por  las  costumbres  romanas,  que  eran  las  de  todas  las  ciudades  galas; 
sus  caudillos  se  envanecían  de  amar  las  artes  y  afectaban  la  cultura  de  Roma,  y 
así  se  cicatrizaban  por  grados  las  heridas  de  la  conquista;  las  ciudades  reedifica- 
ban sus  muros,  la  industria  y  la  ciencia  volvían  á  emprender  su  vuelo,  y  el  ge- 
nio romano  reaparecía  en  un  país  cuyos  vencedores  parecían  abjurar  de  su  con- 
quista.» 

Tal  era  el  carácter  y  espíritu  de  aquella  nación  que  saliera  medio  desnuda 
de  los  pantanos  del  Danubio.  Habíase  formado,  había  crecido,  y  nosotros  que  la 
hemos  visto  en  tiempo  de  Decio  (249-251),  bárbara  aun,  aterrorizar  al  mundo 
romano,  vérnosla  en  tiempo  de  Eurico  (466-484),  hablar  solo  en  latin  y  negociar 
con  Roma,  una  vez  la  hubo  sometido  á  sus  armas.  Su  monarca  Eurico  tenia  una 
corte  ;  en  Tolosa ,  en  Burdeos ,  recibia  diputaciones  de  los  pueblos  que  se  forma- 
ban con  los  despojos  del  gran  imperio  ;  y  aunque  no  llevaba  el  manto  real,  era 
príncipe  que  daba  gran  precio  á  las  cosas  que  suelen  no  ser  eslimadas  sino  por 
los  pueblos  cultivados.  Gustaba  de  la  cultura  y  las  artes,  y  tenia  un  placer  en 
que  le  fuesen  atribuidas  y  se  aplaudiesen  en  Italia  las  cartas  escritas  en  su  nom- 
bre á  Honorio,  en  excelente  latin,  por  su  secretario  León,  hombre  erudito  que  ha- 
bía puesto  al  servicio  del  rey  bárbaro  toda  la  amenidad  latina  de  los  mejores 
tiempos  de  la  literatura  romana  (1). 

Casi  al  mismo  tiempo,  el  caudillo  de  otro  pueblo  de  Godos,  el  rey  de  los  Os- 
trogodos, el  gran  Teodorico,  decía  en  Italia  que  si  entraba  en  sus  miras  producir 
muchas  cosas  nuevas,  se  proponía  sobre  todo  conservar  las  antiguas  (2). 

Una  nación  cuyos  jefes  abrigaban  tales  ideas  á  su  primer  paso  en  la  carrera 
del  gobierno,  llevaba  seguramente  consigo  gérmenes  de  civilización  que  no  po- 
dían quedar  estériles. 

Si  es  cierto  que  un  pueblo  sea  tanto  mas  civilizado  en  cuanto  se  profese  en  él 
mayor  respeto  á  la  humanidad,  en  cuanto  se  vean  menor  número  de  suplicios  atro- 
ces, de  penas  horribles,  en  cuanto  se  practiquen  mas  los  principios  de  la  frater- 
nidad humana,  el  pueblo  godo  merece  un  lugar  muy  distinguido  entre  los  pue- 
blos bárbaros  conquistadores  de  Occidente.  Considerada  bajo  este  punto  de  vista, 
la  España  en  tiempo  de  los  Godos  aventaja  en  mucho  á  la  España  romana.  Las 
guerras  fueron  menos  mortíferas ;  no  se  veian  aquellos  grandes  holocaustos  de 
pueblos  enteros  ordenados  á  sangre  fria  por  un  jefe  militar,  como  los  hemos  pre- 


(1)  Se  pone  pauxillum  conclamatissimas  declamationes,  quas  oris  regii  vice  confiéis,  quibus 
ipse  rexinclytus...  per  permotae limitem  sortis,  ut  populos  sub  armis,  sic  franat  arma  sub  legibus. 
Apoll.  Sidon.,  1.  VIII,  epist.  ad  Leonem  Eurici  conciliarium,  Scrip.  rerum  Franc.,  1. 1,  p.  800. 

(2)  Proposito  nostri  est  nova  construere,  sed  amplius  vetusta  servare. 


121  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

senciado  en  los  primeros  tiempos  de  la  dominación  romana ;  el  historiador  no  ha 
de  estremecerse  ante  el  espectáculo  de  poblaciones  entregadas  á  las  llamas  y  á  la 
espada  de  los  conquistadores.  Igual  suavidad  observamos  en  la  administración 
interior.  Los  suplicios  crueles  son  tan  raros  como  las  violencias  militares,  aun 
respecto  á  los  rebeldes  y  regicidas.  No  vemos  hombres  quemados  vivos,  empala- 
dos, descuartizados,  expuestos  á  las  fieras  del  circo  ó  arrastrados  á  la  cola  de  un 
caballo.  La  legislación  goda,  es  cierto,  consagra  castigos  crueles;  pero  ¿qué  nación 
moderna  no  ha  tenido  por  mucho  tiempo  en  su  código  penas  semejantes?  En  el  pe- 
ríodo que  acabamos  de  recorrer,  hemos  tenido  que  referir  pocas  crueldades,  pocos 
asesinatos;  únicamente  en  los  primeros  tiempos  bañáronse  repetidas  veces  en  san- 
gre las  gradas  del  solio.  Sin  embargo,  á  contar  desde  Recaredo,  desde  la  conversión 
de  los  Godos  al  catolicismo,  desde  que  la  Iglesia  puede  dejar  sentir  su  acción  mas 
directamente  en  el  Estado,  aquel  pueblo  tan  violento  antes  ,  se  suaviza,  sus  cos- 
tumbres cambian,  yla  vida  del  hombre  se  hace  casi  sagrada  á  lo  menos  en  las  altas 
regiones.  Nada  tan  moderado  como  la  pena  aplicada  por  Wamba  á  Paulo  y  á  sus 
compañeros.  Dos  fratricidios  en  la  familia  de  Turismundo,  un  padre  que  condena 
á  muerte  á  su  hijo,  por  un  cúmulo  fatal  de  circunstancias ,  es  de  cuanto  pued^ 
acusarse  á  las  familias  reales  en  este  período  de  trescientos  años,  desde  Ataúlfo 
hasta  Rodrigo.  Y  ¿qué  es  esto  comparado  con  la  serie  de  asesinatos,  de  cruelda- 
des, de  atroces  maquinaciones,  de  fratricidios  innumerables,  de  horribles  ejecu- 
ciones militares  con  que  se  inauguró  en  las  Galias  el  establecimiento  de  la  mo- 
narquía franca  de  los  Merovingios?  El  suplicio  de  Brunequilda  es  mas  espantoso 
él  solo  que  cuanto  hemos  visto  en  la  historia  de  los  reyes  godos. 

Al  llegar  á  las  Galias  y  á  España ,  hallaron  los  Godos  establecida  la  escla- 
vitud ,  y  aunque  no  la  abolieron,  cambiaron  sus  condiciones,  la  modificaron  su- 
cesivamente y  la  suavizaron  ,  de  modo  que  hablando  con  propiedad  cesó  de  seí* 
esclavitud :  los  esclavos  se  hicieron  siervos ,  y  esto  por  triste  que  sea  fué  un  gran 
progreso.  Como  hemos  dicho  ,  el  principio  de  la  esclavitud  era  entre  los  Roma- 
nos ,  absoluto  ;  el  esclavo  era  la  cosa  del  dueño  ,  quien  podia  disponer  de  ella  á 
su  capricho.  Entre  los  Godos  era  mas  que  todo  un  sistema  moral  sobre  la  divi- 
sión de  las  clases  y  de  las  condiciones ;  y  si  en  algunos  puntos  sus  leyes  en  la 
materia  se  acercan  á  las  de  los  Romanos ,  apártanse  sensiblemente  de  ellas  en 
otros  muchos ,  según  á  su  tiempo  tendremos  ocasión  de  indicar. 

Ha  de  hacerse  además  otra  observación  en  honor  de  los  Godos  ,  y  es  que  al 
suceder  á  los  Romanos ,  para  quienes  eran  los  juegos  del  circo  una  pasión,  en  un 
pueblo  que  había  llevado  hasta  el  fanatismo  el  gusto  de  sus  antiguos  señores, 
dejaron  caer  en  desuso  tan  bárbaros  espectáculos.  Sus  cronistas ,  muy  minucio- 
sos á  veces  en  la  descripción  de  sus  fiestas  públicas,  no  hablan  jamás  de  correr 
toros,  ni  de  combates  de  fieras  ni  de  gladiadores ,  en  una  palabra,  de  nada  que 
recuerde  las  sangrientas  diversiones  usadas  entre  los  Romanos ,  y  después  entre 
los  mismos  Españoles. 

Examinemos,  pues,  de  cerca  la  sociedad  que  formaron  ;  consideremos  con 
detención  sus  instituciones ,  su  vida;  con  mas  detención  y  escrupulosidad  si  cabe 
de  lo  que  lo  hemos  practicado  con  la  sociedad  romana ,  mucho  mas  conocida; 
y  empecemos  por  dirijir  una  mirada  general  á  su  gobierno,  á  su  estado  político. 

El  espíritu  humano  ,  inclinado  por  naturaleza  á  juzgar  de  la  índole  de  las 


CAP.    VII.— ESPAÑA   GODA.  125 

cosas  y  á  clasificarlas  por  sus  formas  exteriores ,  ha  distinguido  casi  siempre 
los  gobiernos  por  caracteres  que  no  son  de  su  esencia.  Allí  donde  no  se  ha  en- 
contrado ninguna  de  las  instituciones  positivas  que,  según  nuestras  ideas  actua- 
les, representan  y  afianzan  la  libertad  política  ,  se  ha  creído  que  no  podia  existir 
libertad  alguna ,  que  el  poder  era  absoluto.  Sin  embargo,  todo  anda  mezclado  en 
las  cosas  humanas;  nada  en  ellas  es  simple  y  puro  ,  y  así  como  existe  algo  del 
poder  absoluto  en  el  fondo  de  los  gobiernos  libres,  existe  también  libertad  en  los 
gobiernos  en  apariencia  absolutos.  No  hay  forma  alguna  de  sociedad  completa- 
mente desprovista  de  razón  y  de  justicia ,  pues  si  la  razón  y  la  justicia  se  retira- 
sen de  ella,  la  sociedad  perecería.  Los  gobiernos  en  apariencia  mas  opuestos 
producen  efectos  semejantes ,  y  aun  cuando  no  sea  esto  decir  que  hayan  de  mi- 
rarse como  indiferentes  las  formas  de  gobierno  y  que  sus  resultados  sean  iguales, 
manifiesta  que  no  han  de  ser  apreciados  por  algunos  efectos  ó  signos  exteriores. 
Para  examinar  como  se  debe  a  un  gobierno,  es  preciso  remontarse  á  sus  principios 
esenciales  y  constitutivos,  y  entonces  se  viene  en  conocimiento  de  que  muchos, 
cuyas  formas  son  distintas,  se  derivan  de  un  mismo  principio,  y  de  que  otros  que 
parecen  semejantes  por  sus  formas,  son  esencialmente  distintos.  ¿Cuál  es  la  fuen- 
te del  poder  soberano?  ¿de  dónde  procede  ?  En  la  contestación  que  se  dé  á  estas 
preguntas  reside  el  principio  de  los  gobiernos.  ¿Dónde  existe  este  principio?  ¿es 
anterior  á  la  existencia  de  las  sociedades  ?  ¿reside  en  una  mera  convención  hu- 
mana? 

Esto  es,  repetimos,  lo  que  ha  de  examinarse  en  un  gobierno  para  conocer  su 
verdadera  índole,  y  esto  es  lo  que  consideraremos  en  el  gobierno  de  los  Visigo- 
dos antes  de  descender  á  la  explicación  de  sus  instituciones  particulares. 

«La  ley,  dice  el  Líber  Judicum ,  es  por  demostrar  las  cosas  de  Dios  ,  é  que 
demuestra  bien  bevir,  y  es  fuente  de  disciplina  ,  é  que  muestra  el  derecho,  é  que 
faze,  é  que  ordena  las  buenas  costumbres ,  é  govierna  la  cibdad ,  é  ama  iusticia, 
y  es  maestra  de  vertudes ,  é  vida  de  tod  el  pueblo. 

«La  ley  govierna  la  cibdad,  é  govierna  á  omne  en  toda  su  vida,  é  asi  es  da- 
da á  los  barones  cuerno  á  las  mugeres ,  é  á  los  grandes  cuerno  á  los  pequennos,  é 
asi  á  los  sabios  cuerno  á  los  non  sabios ,  é  asi  á  los  fiios  dalgo  cuerno  á  los  vi- 
llanos :  é  que  es  dada  sobre  todas  las  otras  cosas  por  la  salud  del  príncipe  é  del 
pueblo,  é  reluce  cuerno  el  sol  en  defendiendo  á  lodos. 

«  La  ley  deve  seer  manifiesta  ,  é  non  deve  ninguno  seer  engannado  por  ella. 
Et  deve  seer  guardada  segund  la  costumbre  de  la  cibdad,  é  deve  seer  convenible 
al  logar ,  é  al  tiempo  ,  é  deve  tener  derecho  ,  y  egualdad  ,  é  deve  seer  honesta  é 
digna  ,  é  provechosa  é  necesaria  (1).» 


(1 1  Lex  est  aemula  divinitatis,  antistes  religionis,  fons  discipünarum,  artifex  iuris,  bonos  mores 
inveniens  atque  componens ,  gubernaculum  civitatis  ,  iustitiae  nuncia  ,  magistra  vitee ,  anima  totius 
corporis  popularis. 

Lex  regit  omnem  civitatis  ordinem ,  omnem  hominis  eetatem ,  quae  sic  fenimis  datur  ut  mari  - 
bus,  iuventutem  complectitur  et  senectutem  ,  tam  prudentibus  quam  indoctis,  tam  urbanis  quam 
rusticis  fertur.  Quse  summum  salutis  principum  ac  populorum  culmen  obtinet,  et  cum  manifes- 
tó prseclaroque  praeconio  in  modum  lucidissimi  solis  effulgit. 

Lex  erit  manifesta  ,  nec  quemquam  in  captione  civicum  devocabit.  Erit  secundum  naturam, 
secundum  consuetudinem  civitatis,  loco  temporique  conveniens,  iusta  et  sequabili  prsescribens,  con- 
gruens,  honesta  et  digna,  utilis  ,  necessaria.  lib.  iud.,  lib.  I,  t.  II.  1.  2,  3  y  4. 


126  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

En  estas  ideas ,  tan  eminentemente  filosóficas  sobre  la  naturaleza  y  el  objeto 
de  la  ley  escrita,  se  revela  la  idea  fundamental  de  la  teoría.  Existe  una  ley  no  es- 
crita ,  eterna ,  universal ,  solo  de  Dios  plenamente  conocida,  objeto  de  las  investi- 
gaciones y  fin  que  ha  de  proponerse  el  legislador  humano.  La  ley  humana  no  es 
buena,  no  es  ley  sino  en  cuanto  es  émula  y  mensagera  de  la  ley  divina.  Luego  no 
se  encuentra  en  la  tierra  el  origen  de  la  legitimidad  de  las  leyes,  y  esta  legitimi- 
dad se  deriva,  no  de  la  voluntad  de  aquel  ó  de  aquellos  que  hacen  las  leyes,  sean 
quienes  fueren  ,  sino  de  la  conformidad  de  las  mismas  leyes  con  la  verdad  ,  con 
la  razón  ,  con  la  justicia  que  son  la  ley  verdadera. 

Quizás  no  alcanzaron  los  legisladores  españoles  de  la  época  goda  todas  las 
consecuencias  de  esta  teoría ;  pero  es  innegable  que  sentaron  la  base.  De  ella 
dedujeron  otro  gran  principio  ,  desconocido  entonces  en  Europa  ,  á  saber  que 
el  carácter  de  la  ley  es  ser  universal ,  igual  para  todos ,  agena  á  todo  interés 
particular ,  dada  únicamente  en  interés  común  ,  al  contrario  de  lo  que  sucedía 
con  las  demás  leyes  bárbaras  concebidas  todas  en  favor  de  intereses  privados,  ya 
de  individuos ,  ya  de  clases.  Los  legisladores  de  España  ,  los  concilios  de  Toledo 
fueron  los  primeros  en  proclamar  en  el  orden  político  el  principio  de  igualdad 
ante  la  ley ,  que  les  era  inspirado  por  la  idea  cristiana  de  la  igualdad  ante 
Dios. 

De  esta  teoría  sobre  la  naturaleza  de  la  ley,  habia  de  nacer  la  teoría  siguien- 
te sobre  la  naturaleza  del  poder. 

1.°  El  poder  solo  es  legítimo  mientras  es  justo,  mientras  gobierna  y  es  go- 
bernado á  su  vez  por  la  verdadera  ley,  por  la  ley  de  justicia  y  de  verdad.  No  hay 
voluntad  humana  ,  no  hay  fuerza  terrestre  que  pueda  dar  al  poder  una  legitimi- 
dad exterior  y  prestada';  el  principio  de  su  legitimidad  está  en  él  y  solo  en  él,  en 
su  moralidad  y  en  su  razón. 

2.°  Todo  poder  legítimo  procede  de  lo  alto.  Aquel  que  lo  posee  y  lo  ejerce 
lo  tiene  únicamente  de  su  propia  superioridad  intelectual  y  moral ,  y  esta  supe- 
rioridad la  tiene  de  Dios.  No  recibe,  pues,  el  poder  de  la  voluntad  de  los  hombres 
sobre  quienes  lo  ejerce  ,  y  ejércelo  legítimamente,  no  porque  lo  ha  recibido,  sino 
porque  en  sí  mismo  lo  posee.  No  es  un  mandatario ,  un  servidor ,  sino  un  supe- 
rior ,  un  jefe. 

Y  en  efecto,  estas  dos  consecuencias  se  hallan  consignadas  en  la  legislación 
visigoda. 

«El  rey  ye  dicho  de  regnar  piadosamentre;  mes  aquel  non  regnapiadosamen- 
tre,  quien  non  a  misericordia.  Doñeas  faciendo  derecho  el  rey,  deve  aver  nomne 
de  rey;  el  faciendo  torto,  pierde  nomne  de  rey.  Onde  los  antiguos  dicen  tal  prover- 
bio :  Rey  serás  si  federes  derecho  ,  et  si  non  federes  derecho  non  serás  rey. 
Onde  el  re  deve  aver  duas  virtudes  en  sí,  mayormientre  iusticia  et  verdat  (1).» 

«  Et  por  ende  nos  que  queremos  guardar  los  comendamientos  de  Dios,  da- 
mos leyes  en  semble  pora  nos,  é  pora  nuestros  sometidos  á  que  obedezcamos  nos, 


(4  Reí  íi  moderamine  pie  regendo  vocatur.  Non  autem  pie  regit  qui  non  misericorditer  corrí- 
git;  recU;  igilur  faciendo  regis  nomen  benigne  tenetur ,  peccando  vero  miseriter  amititur;  undeet 
apud  veteres  tale  crat  proverbium:  Ilex  ejus  eris  si  recta  facis  ,  si  autem  non  facisnon  eris.  Regias 
igitur  virtutes,  prrecipuje  duae  sunt,  justitia  ot  veritas.  lib  iüd.  Primus  titulus. 


CAP.    YII.— ESPAÑA   GODA.  127 

é  todos  los  reyes  que  vinieren  después  de  nos  ,  é  tod  el  pueblo  que  es  de  nuestro 
regno  generalmentre  (1).» 

«  Dios  que  fizo  todas  las  cosas ,  ordenó  con  derecho  la  cabesza  en  el  cuerpo 
del  omne  de  suso ,  é  fizo  nascer  de  la  cabesza  todas  las  otras  partidas  de  los 
miembros  del  cuerpo  del  omne.  Onde  por  eso  es  dicha  cabesza  ,  porque  los  otros 
miembros  comieszan  á  naszer  de  ella.  E  formó  en  la  cabesza  lumbre  de  los  oíos, 
porque  pudiese  omne  veer  las  cosas,  quel  pueden  empeezer,  é  metió  en  ella  la  me- 
moria de  entender  ,  porque  pudiese  ordenar ,  é  goviernar  los  otros  miembros 
quel  son  sometidos...  Por  ende  de  vemos  primeramentre  ordenar  los  fechos  de 
los  príncipes ,  porque  son  nuestras  cabeszas ,  é  defender  su  vida ,  é  su  salud,  ó 
después  desto  ordenar  las  cosas  del  pueblo,  que  mientre  que  el  rey  es  con  salud, 
que  pueda  mas  firme  mientre  defender  sus  pueblos  (2). » 

Después  de  establecer  que  solo  es  legítimo  el  poder  que  obra  según  la  justi- 
cia y  la  verdad  ,  que  observa  y  dicta  la  verdadera  ley ;  que  todo  poder  legítimo 
procede  de  lo  alto  y  toma  su  legitimidad  en  sí  mismo,  no  en  voluntad  alguna  ter- 
restre ,  la  teoría  de  los  concilios  de  Toledo  no  pasa  mas  allá.  Esta  teoría ,  dice  M. 
Guizot  en  la  obra  antes  citada,  conoce  y  sienta  los  verdaderos  principios  del  po- 
der, pero  olvida  sus  garantías.  Los  buenos  preceptos  abundan;  las  garantías  rea- 
les ,  esta  cuestión  que  trae  aun  dividido  y  agitado  al  siglo  xix,  no  existen. 

En  la  monarquía  visigoda  observamos  las  consecuencias  todas  de  estos  prin- 
cipios ,  como  de  ello  nos  convenceremos  si  desde  el  punto  de  vista  general  en  que 
hasta  ahora  nos  hemos  colocado,  descendemos  al  examen  particular  de  sus  insti- 
tuciones. 

Su  monarquía  era  electiva.  En  un  principio  el  rey  era  nombrado  por  aclama- 
ción :  los  principales  caudillos  militares  hacian  oir  su  voz  y  el  resto  de  la  nación 
se  dejaba  arrastrar  por  ellos.  Como  habia  de  suceder,  eran  estas  elecciones  algo 
tumultuosas  ;  elevábase  al  electo  sobre  el  pavés  ,  y  la  multitud  reunida  le  acla- 
maba rey. 

Poco  á  poco  la  elección  se  regularizó,  mas  hasta  el  reinado  de  Recaredo  pue- 
de decirse  que  fué  casi  exclusivamente  militar. 

Desde  aquel  momento,  la  nación  goda  entró  política,  religiosa  y  civilmente  en 
una  nueva  senda.  La  Iglesia  católica,  que  hasta  entonces  habia  debido  limitarse  á 
una  acción  indirecta  sobre  los  vencedores,  fué  en  adelante  la  religión  del  Estado; 
sus  principios ,  sus  máximas  hubieron  de  pasar  al  gobierno  de  los  recien  conver- 
tidos ;  su  espíritu  de  libertad  al  propio  tiempo  que  de  orden  ,  de  respeto  é  invio- 
labilidad del  poder,  hubo  de  infiltrarse  en  la  nueva  sociedad  ,  y  los  obispos ,  los 
eclesiásticos,  que  á  su  natural  influjo  sobre  aquellas  naturalezas  primitivas  unian 


(4)  Gratanter  ergo  iussa  ccelestia  amplectentes,  damus  modestas  simul  nobiset  subditis  leges, 
quibus  ita  et  nostri  culminis  clementia  et  succedentium  regum  no  vitas  ad  futura,  una  cum  regimo- 
niinostri  generali  multitudine  universa obedire  decernitur  id.,  lib,  II,  1. 1,  1.  II. 

(2)  Bene  Deus  conditor  rerum  disponens  humani  corporis  formam,  in  sublime  caput  erexit,  at- 
que  ex  illo  cunetas  membrorum  fibras  exoriri  decrevit.  ünde  hoc  etiam  á  capiendis  initiis  caput 
vocitari  percensuit ,  formans  in  illo  et  fulgorem  luminum  ,  ex  quo  prospici  possent  quaecumque  no- 
xia  concurrissent ;  constituens  in  eo  et  intelligendi  vigorem  ,  per  quem  conexa  et  subdita  membra 
vel  dispositio  regeret,  vel  providentia  ordinaret...  Ordinanda  ergo  sunt  primum  negotia  principum, 
tutanda  salus,  defendenda  vita,  sicque  in  statu  et  negotiis  plebium  ordinatio  dirigenda,  ut  dum  sa- 
lus  competens  prospicitur  regum,  fida  valentius  teneatur  salvatio  populorum.  id.  lib.  II,  1. 1, 1.  IV. 


128  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

ser  los  hombres  mas  ilustrados  y  doctos  de  su  tiempo  ,  debieron  de  intervenir  en 
los  negocios  públicos. 

Su  constante  cuidado,  todos  sus  esfuerzos  se  dirigieron  á  regularizar  la  elec- 
ción de  los  reyes ,  que  si  podia  ser  garantía  de  libertad  ,  regularmente  hecha, 
se  converüa  en  tiranía  de  unos  pocos ,  en  ocasión  de  disturbios  y  rencores  lleva- 
da á  cabo  por  la  multitud  ciega  ó  por  unos  cuantos  atrevidos.  Por  esto  las  repe- 
tidas leyes  sobre  la  elección  de  los  reyes  de  que  hemos  hecho  mención  en  el  cur- 
so de  esta  historia,  por  esto  las  severas  penas  fulminadas  contra  las  tentativas  de 
usurpación. 

«  Por  ende  establecemos  que  daqui  adelantre  los  reys  deven  seer  esleídos 
enna  cibdat  ele  Roma  ( la  ciudad  real ) ,  ó  en  aquel  logar  hu  murió  el  otro  rey, 
et  deve  ser  esleído  con  concello  de  los  obispos ,  ó  de  los  ricos  omnes  de  la  cor- 
te ,  ó  del  pobló ,  et  non  deve  ser  esleído  de  fora  de  la  cibdat ,  nen  de  concello  de 
pocos ,  nen  de  villanos  de  pobló  (1).» 

Y  no  es  extraño  que  los  obispos  y  magnates  godos  se  mostrasen  tan  celosos 
del  principio  electivo  de  su  monarquía  ,  que  trataran  de  rodearle  de  todas  las 
prendas  de  solemnidad  y  acierto  para  que  no  pereciera  entre  los  abusos  y  los 
atropellos.  La  elección  del  monarca  ó  la  necesidad  de  su  confirmación  es,  sentada 
la  teoría  antes  expuesta  ,  la  única  garantía  política  ,  la  sola  limitación  al  ejercicio 
del  poder  de  hecho. 

Sin  embargo  ,  necesario  es  decir  que  raras  veces  consiguieron  el  resultado 
apetecido;  pocas  fueron  las  elecciones  verdaderas,  hechas  libres  y  espontáneamen- 
te ;  y  entonces  la  asamblea  goda  se  veia  obligada  á  cerrar  los  ojos  sobre  la  usur- 
pación, á  sancionarla  á  fin  de  evitar  mayores  males,  si  bien  nunca  olvidaba  ful- 
minar nuevas  penas  para  prevenir  la  reproducción  de  semejante  abuso.  Gobernar 
á  hombres  ambiciosos  y  rudos ,  pretender  cimentar  la  legalidad ,  el  orden  ,  el 
buen  gobierno  entre  los  Godos  que  recordaban  aun  la  vida  nómada  de  sus  an- 
tepasados ,  no  era  fácil  empresa ,  y  de  ello  pudieron  convencerse  mas  de  una  vez 
los  concilios  de  Toledo. 

Es  pues  infundado,  á  nuestro  modo  de  ver,  el  cargo  que  dirigen  algunos  á 
los  prelados  y  magnates  godos  de  haberse  opuesto  siempre  al  principio  hereditario 
para  sus  fines  particulares ,  para  amenguar  la  dignidad  real  y  dictarle  la  ley  en 
beneficio  de  sus  prerogalivas.  Creemos  que  no  ha  de  buscarse  la  explicación  de 
este  hecho  en  causa  tan  mezquina  ,  y  que  mejor  ha  de  reconocerse  en  un  alto  in- 
terés político. 

«  Aunque  la  monarquía  de  los  Godos  en  España  ,  á  que  Eurico  dio  princi- 
pio, dice  Ferreras,  fué  hereditaria  para  Alarico  su  hijo,  y  para  Amalarico  su  nie- 
to (2) ,  hízose  luego  electiva.  Entonces  solo  los  señores  palatinos  y  los  principales 
del  reino  podian  hacer  la  elección;  mas,  desde  el  católico  Recaredo ,  fueron 
también  electores  los  metropolitanos  y  los  obispos.  Por  consiguiente,   aunque 


(4)    Cod.  de  los  Visig.  T.  prelim. 

2)  «A  nuestro  modo  de  ver  ,  no  habia  de  decir  Ferreras  que  la  monarquía  goda  fué  heredita- 
ria después  de  Eurico  para  Alarico  su  hijo  y  su  nieto  Amalarico ,  sino  sencillamente  que  Alarico 
sucedió  á  su  padre  y  Amalarico  al  suyo  con  consentimiento  de  la  nación.  Esta  y  otras  veces  inten- 
tóse establecer  el  derecho  hereditario ,  pero  siempre  se  opusieron  á  ello  el  pueblo  y  los  magnates.» 
Uomey ,  Hist.  de  Esp.,  P.  4.»  c.  XVIII. 


CAP.    VII.— ESPAÑA   GODA  129 

los  hijos  subieran  á  veces  al  trono  de  sus  padres ,  no  fué  por  derecho  de  he- 
rencia, sino  porque  sus  padres  solicitaban  este  favor  de  los  prelados  y  palatinos, 
como  ha  podido  verse  en  el  decurso  de  esta  historia  (1). 

La  elección  podia  recaer  en  cualquiera  individuo  con  tal  que  fuese  honrado 
y  famoso,  que  perteneciese  á  la  raza  goda  y  no  hubiese  recibido  la  tonsura  ni  el 
hábito  religioso ,  á  cuyas  condiciones  se  añadió  después  de  Recaredo  la  de  ser 
católico.  El  que  era  nombrado  rey  habia  de  jurar  á  sus  subditos  la  observancia 
de  las  leyes  y  la  intolerancia  de  toda  religión  fuera  de  la  católica ,  y  recibía  de 
ellos  el  juramento  de  fidelidad  y  obediencia.  Pasaba  después  á  la  catedral  en 
el  primer  dia  de  domingo  ,  y  allí  le  consagraba  el  obispo  de  Toledo  ó  de  otra 
ciudad  en  que  estuviese  la  corte ,  ungiéndole  la  cabeza  con  el  sagrado  óleo.  La 
primera  noticia  que  de  esta  costumbre,  tomada  de  los  reyes  de  Judea,  se  tiene 
en  España,  data  del  reinado  de  Wamba ,  y  se  conservó  hasta  el  fin  de  la  monar- 
quía goda. 

Los  reyes  godos  cuando  entraron  en  España  no  usaban  trono,  ni  corona,  ni 
vestidura  propia  que  los  distinguiese  de  los  demás ;  y  en  la  época  de  la  conquista, 
en  tiempo  de  Siclonio  Apollinar ,  iban  vestidos  de  pieles  que  preferían  á  la  púr- 
pura y  á  la  seda  (2).  A  mediados  del  siglo  vi,  Leovigildo,  según  cuenta  Isidoro 
de  Sevilla ,  fué  el  primero  que  mandó  erigir  un  trono  en  su  palacio  de  Toledo  y 
se  cubrió  de  vestidos  suntuosos ,  para  conciliarse  respeto  y  veneración  ,  dicen  los 
historiadores,  y  sus  monedas,  como  á  su  tiempo  manifestamos,  son  las  primeras 
que  representan  al  rey  con  corona.  Mucho  antes  de  Leovigildo  dábase  á  los  reyes 
godos  el  título  de  dominus  noster,  según  lo  demuestran  un  decreto  de  Alarico  pu- 
blicado en  Tolosa  en  505  y  una  inscripción  de  Narbona  de  541.  Grandes  imitado- 
res de  los  Romanos ,  los  Godos  les  tomaron  las  pomposas  denominaciones  que 
prodigaban  á  sus  emperadores.  Los  monarcas  godos  recibían  comunmente  los  tí- 
tulos de  Píos,  de  Gloriosos,  de  Vencedores,  de  Serenísimos,  y  Recaredo  fué  el 
primero  en  tomar  el  sobrenombre  de  Flavio ,  ó  porque  se  llamase  así,  y  quisie- 
ran sus  sucesores  conservar  su  nombre,  ó  porque  Flavius  en  lengua  gótica,  se- 
gún algunos  escritores,  (interpretación  muy  dudosa)  significaba  resplandeciente,  es- 
pléndido. En  pocos  años  creció  muchísimoel  lujode  los  reyes  godos,  estando  ya  en 
uso  en  tiempo  de  Ghindasvinto  los  vestidos  de  púrpura,  los  tronos  de  plata,  y  los  ce- 
tros y  coronas  de  oro  con  engastes  de  esmeralda  y  otras  piedras  preciosas.  Aña- 
den algunos  modernos  que  nuestros  reyes  usaban  escudos  de  armas,  y  aun  lo 
especifican  menudamente  diciendo  que  era  cuartelado,  y  que  en  los  dos  cuartos 
superiores  habia  tres  barras  negras  en  campo  de  oro ,  y  una  corona  de  oro  en 
campo  colorado ;  y  en  los  de  abajo  dos  leones  rojos ,  el  de  la  derecha  sobre  plata, 
y  el  otro  sobre  oro.  Sin  embargo,  esto  no  tiene  fundamento  alguno  y  no  puede 
sostenerse,  en  cuanto  el  origen  del  blasón  no  va  mas  allá  del  siglo  x.  Nació  en  una 
pequeña  corte  de  Alemania ,  y  las  primeras  ordenanzas  reglamentando  su  uso 
datan  del  reinado  de  Enrique  I ,  duque  de  Sajonia  y  luego  emperador  de  Alema- 
nia, en  el  año  919. 

Gomo  los  hijos  del  rey  no  sucedían  á  su  padre  en  el  reino ,  estaba  prevenido 


(<)    Hist.  gen.  de  Esp.,  t.  III,  siglo  vil,  reflex.  gen 
(2)    Sidon.  Apoll.  Carm.  VII,  v,  49  y  349. 

TOMO  II.  17 


130  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

en  el  Código  Visigodo,  que  el  Príncipe  no  pudiese  disponerá  favor  desús  hijos  ó 
deudos,  sino  de  los  bienes  de  su  casa  paterna,  ó  que  personalmente  le  tocasen  por 
herencia  ó  por  otro  derecho  legítimo;  y  que  todo  lo  demás  que  adquiriese  desde  el 
dia  de  su  coronación,  hubiera  de  pasar  sin  otra  manda  al  sucesor  de  la  corona. 
EsSa  ley  que  faeno  solo  propuesta,  sino  casi  redactada  por  Reces  vinto,  dice:  «Man- 
damos que  después  de  la  muerte  del  Soberano  queden  á  favor  del  reino ,  no  solo 
los  estados  y  dominios  de  la  corona ,  sino  también  todo  lo  que  el  rey  hubiese 
acaudalado ;  pues  habiendo  el  reino  con  su  gloria  honrado  al  príncipe ,  no  es  ra- 
zón que  este  menosprecie  la  gloria  del  mismo  reino.  Tengan  presentes  mis  suce- 
sores que  les  obliga  estrechamente  su  dignidad  á  gobernar  con  solicitud  ,  á  obrar 
con  moderación,  á  juzgar  con  justicia,  á  perdonar  con  facilidad ,  á  exigir  con 
parsimonia  y  á  observar  con  fidelidad...  Como  algunos  de  los  que  nos  han  prece- 
dido en  el  trono,  dejándose  arrastrar  de  la  codicia  ,  han  aumentado  las  rentas  de 
sus  familias  con  el  llanto  público ,  nos  hemos  determinado  á  seguir  los  impulsos 
de  la  divina  inspiración  ,  disponiendo  leyes  que  refrenen  á  los  Príncipes ,  como 
ya  se  dispusieron  para  los  subditos;  y  así  mandamos  en  nombre  de  Dios  á  noso- 
tros mismos  y  á  todos  nuestros  sucesores,  que  todo  lo  que  ahora  ordenamos  é  in- 
timamos se  observe  en  adelante  con  mayor  veneración  y  respeto.» 

Ilimitada  y  absoluta  la  monarquía  goda  en  sus  dos  primeros  siglos,  hasta 
Recaredo.,  se  modifica  ó  restringe  desde  este  príncipe  por  influencias  ó  poderes 
que  hasta  entonces  no  habia  conocido.  No  obstante,  aun  en  los  primeros  tiempos, 
si  bien  el  rey  era  el  jefe  superior  del  ejército,  el  que  extendía  su  autoridad  á  to- 
das las  clases  del  estado,  estaba  sugeto  á  las  leyes  del  mismo  modo  que  el  pueblo 
en  cuanto  á  la  administración  de  justicia  y  no  podia  fallar  sino  con  arreglo  á 
ellas,  salva  la  prerogativa  de  dispensar  en  algunos  casos  ó  mitigar  el  rigor  de 
las  leyes  concediendo  indultos,  en  lo  cual  obraba  por  su  sola  autoridad  y  en  el 
lleno  de  la  soberanía  (1). 

«Mientras  que  la  monarquía  fué  nómada,  diceD.  Joaquín  Francisco  Pache- 
co (2),  desde  Atanarico  hasta  Walia,  mientras  que  fué  arriana,  aun  que  estable  y 
permanente,  los  reyes  ejercieron  un  completo  y  omnímodo  poder,  sin  mas  correc- 
tivo que  los  movimientos  anárquicos  y  el  puñal  de  las  conjuraciones.» 

En  tiempo  de  Recaredo  se  inicia  la  obra  de  la  fusión  y  amalgama  de  las 
dos  naciones.  La  unidad  de  religión  le  habia  dado  principio:  la  unidad  de  legis- 
lación y  la  mezcla  real  de  las  familias  debían  venir  á  completarla.  Entonces  em- 
pezaron á  tomar  cuerpo,  á  solidarse  por  decirlo  así,  en  cuanto  la  época  lo  permi- 
tía, las  instituciones  godas;  desde  aquel  momento  hubo  una  asamblea  que  de 
hecho,  si  no  de  derecho,  limitó  el  antes  omnímodo  poder  de  los  reyes,  y  que  pro- 
clamó los  principios  de  justicia,  de  igualdad,  de  buen  gobierno  que  hace  poco 
hemos  mencionado. 

Las  asambleas  eclesiásticas  habían  sido  desde  muy  antiguo  tan  frecuentes 
como  célebres  en  nuestro  suelo.  Aun  antes  de  que  se  tuviese  el  concilio  de  Ni- 
cea,  en  los  primeros  albores  de  esta  costumbre,  cuyos  resultados  habian  de  ser 


(4)    Siempre  se  ha  considerado,  dice  Masdeu,  como  regalía  proplsima  del  soberano  la  graciosa 
dispensa  del  rigor  de  las  leyes. 

(2)    Discurso  de  introducción  al  Fuero  Juzgo,  en  la  edición  de  los  Códigos  Españoles. 


CAP.    VII.  —  ESPAÑA   GODA.  131 

tan  importantes,  encontramos  ya  un  sínodo  illiberitano,  reunión  de  los  obispos 
de  España  para  ocuparse  en  la  fe  y  en  los  intereses  de  la  religión.  Después  de 
sancionada  esta  práctica  por  la  aquiescencia  y  el  uso  de  la  Iglesia  universal,  los 
Españoles  no  la  dejaron  por  su  parte  decaer;  y  Sevilla,  y  Braga,  y  Zaragoza,  y 
Barcelona,  y  Toledo,  y  otras  ciudades,  son  sucesiva  y  reiteradamente  centro  de 
estas  reuniones  religiosas,  que  ganan  una  inmensa  autoridad  en  el  ánimopiadoso 
de  un  pueblo  eminentemente  cristiano.  Los  sínodos  católicos,  empero,  limitábanse 
á  asuntos  puramente  eclesiásticos;  la  religión  del  pueblo  vencido,  lo  mismo  que  la 
del  pueblo  dominante  ninguna  influencia  directa  ejercía  en  las  esferas  del  gobier- 
no; y  los  obispos  de  la  comunión  de  los  monarcas,  sacados  del  pueblo  godo,  hi- 
jos de  sus  proceres,  no  tenían  mas  voz  en  los  negocios  públicos  que  los  obispos  de 
la  comunión  popular,  los  hijos  de  los  Romanos  sojuzgados. 

Recaredo  se  convierte  al  catolicismo,  unifica  la  religión  de  la  monarquía,  y 
llevado  ya  por  su  ardor  de  neófito,  ó  lo  que  es  mas  probable,  necesitando  de  apoyo 
y  consejo  para  la  gobernación  de  sus  subditos,  y  no  teniendo  en  la  raza  goda 
ninguna  gran  institución  que  rodeara  el  solio,  apartó  á  los  concilios  de  su  primi- 
tivo y  especial  instituto,  convirtiólos  en  cortes  del  reino,  si  no  por  las  personas 
que  á  ellos  concurrían  y  la  regularidad  de  su  convocación  por'las  materias  de  que 
trataban,  llevó  á  ellos  los  negocios  del  Estado,  y  les  hizo  tomar  una  parte,  no  bien 
definida,  no  permanente,  pero  sin  duda  alguna  real  y  verdadera  en  las  mas  ar- 
duas atribuciones  de  la  soberanía.  Los  concilios,  en  los  que  luego  se  sentaron  los 
proceres,  comenzaron  á  hacerse  políticos,  la  monarquía  de  ilimitada  que  era  vi- 
no á  ser  el  gobierno  basado  en  los  principios  que  antes  hemos  expuesto,  siéndole 
necesario,  repetimos,  de  hecho,  si  no  de  derecho,  la  aprobación  de  todos  sus 
actos  por  aquellas  asambleas  mixtas  tan  célebres  en  nuestros  antiguos  anales. 

Al  llegar  aquí,  fuerza  nos  es  apartarnos  de  muchos  de  los  autores  que  tene- 
mos á  la  vista  y  expresar  un  sentimiento  contrario  al  suyo,  á  pesar  del  respeto 
que  por  precisión  han  de  inspirarnos  sus  reputados  nombres.  ¿Cómo  calificare- 
mos el  nuevo  estado  de  cosas  que  inauguró  Recaredo  y  que  se  prolongó  hasta 
Rodrigo?  ¿Qué  diremos  de  esos  reyes  que  piden  consejo,  que  se  inclinan  ante 
las  decisiones  de  los  concilios  toledanos?  ¿Consideraremos  á  Recaredo,  según  el 
citado  Pacheco,  como  un  innovador  desgraciado  en  la  constitución  de  la  monar- 
quía goda,  por  haber  introducido  en  ella  el  elemento  teocrático,  que  mas  que 
ninguna  causa,  dice,  contribuyó  á  perderla?  Calificaremos  á  la  monarquía  goda, 
como  lo  hacen  algunos  en  tono  de  desprecio,  de  monarquía  de  obispos?  ¿Dire- 
mos como  Lafuente,  deplorándolo,  que  sobreponiéndose  en  ocasiones  el  cayado 
episcopal  al  cetro  regio,  pudo  dudarse  si  eran  los  reyes  ó  los  obispos  los  sobera- 
nos del  Estado?— -No  es  este  nuestro  modo  de  ver.  Siempre  que  á  la  ilimitada 
autoridad  de  un  hombre  ó  de  muchos  sobre  un  pueblo,  se  le  señalen  reglas,  se 
le  deslinde  la  senda  que  ha  de  seguir,  y  sin  mancillar  en  nada  ni  por  nada  la 
augusta  dignidad  que  ha  de  revestir  el  poder  soberano,  se  procure  aconsejarle, 
ilustrarle,  elevarle,  rodearle  de  nuevo  esplendor,  é  interponerse  entre  él  y  la  dé- 
bil muchedumbre;  siempre  que  esto  haga  un  cuerpo  leal,  poseído  de  tanto  amor 
al  rey  como  al  pueblo,  que  así  tenga  valor  para  reprobar  los  desmanes  del  uno 
como  las  veleidades  del  otro;  un  cuerpo  queá  esto  reúna  una  sabiduría  cuya 
celebridad  ha  vencido  los  siglos,  una  prudencia  suma,  el  historiador,  el  filósofo 


132  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

ha  de  aplaudir  su  obra,  ya  esté  aquel  compuesto  por  el  clero,  por  la  nobleza  ó  el 
pueblo.  Los  concilios  toledanos  lograron  muchas  veces  poner  á  salvo  al  trono  de 
los  embates  de  unos  guerreros  tan  ambiciosos  como  turbulentos,  rodearon  dema- 
gestad  el  solio,  explicaron  al  monarca  sus  deberes,  y  exigieron  del  rey  el  jura- 
mento de  guardarlos;  templaron  con  la  mansedumbre  de  la  religión  y  de  la  cien- 
cia la  índole  feroz  y  los  rudos  instintos  que  aun  conservaran  los  Godos;  prepararon 
mas  y  mas  la  fusión  sentándose  juntos  á  discutir  vencedores  y  vencidos;  redacta- 
ron un  código,  prodigio  de  la  época,  como  hemos  tenido  ocasión  de  ver  y  veremos 
aun  mas  al  tratar  de  sus  disposiciones  civiles;  libraron  á  España  de  la  suerte 
que  como  á  Francia,  á  Italia,  al  Occidente  todo  le  estaba  sin  duda  reservada,  é 
hicieron  de  ella  una  nación  cuando  los  demás  pueblos  yacían  aun  sometidos  al 
bárbaro  yugo  de  las  legiones  germánicas. 

Así  lo  vemos  nosotros,  que  procuramos  no  olvidar  jamás  nuestro  principio 
de  que  la  libertad  de  los  hombres  es  el  bien  supremo;  nosotros, cuyo  corazón  está 
siempre  con  aquellos  que  previenen  ó  derriban  la  tiranía,  cualquiera  que  esta  sea. 
Y  si  se  hace  cargo  á  los  concilios  de  Toledo  de  lo  que  hicieron,  solo  porque  no  fue- 
ron unas  cortes  en  la  acepción  que  hoydia  se  da  á  esta  palabra;  si  lo  que  se  hubiera 
perdonado  y  aun  aplaudido  al  brazo  popularse  condena  en  los  obispos  por  seríales; 
si  el  clero  lo  era  todo  en  aquellas  asambleas,  poco  los  nobles  y  el  pueblo  nada,  á 
pesar  de  la  forma  omni populo  asentiente  ,  tanto  valdría  como  acusar  á  los  obis- 
pos de  ser  ellos  los  únicos  depositarios  del  saber  y  de  las  luces.  La  nobleza  goda 
ruda  é  ignorante,  el  pueblo  no  menos  ignorante  y  mas  rudo  todavía  ¿qué  papel 
podían  desempeñar  en  las  asambleas  de  su  nación?  El  que  desempeñaban  en- 
tre los  Anglo-Sajones  y  los  Francos,  en  su  Wittenagemot  ó  en  sus  campos  de 
mayo,  de  donde  salían  siempre  la  guerra ,  los  desórdenes,  la  conquista,  la 
opresión,  la  tiranía  de  uno  á  veces,  de  la  muchedumbre  otras,  el  reinado  de  la 
fuerza  siempre.  «En  España,  dice  M.  Guizot  en  la  obra  que  hemos  citado  varias 
veces,  el  gobierno  tomó  mas  generalidad  y  una  forma  mas  regular;  las  leyes 
protegieron  mas  á  los  débiles;  la  administración  se  ocupó  mas  en  su  suerte;  hubo 
en  la  sociedad  menos  desorden  y  violencia,  é  ideas  morales  mas  grandes  y  ele- 
vadas presidieron  al  ejercicio  del  poder. »  Y  no  puede  decirse  que  fuera  la  in- 
fluencia del  clero  ó  de  sus  concilios  lo  que  mas  contribuyó  á  la  pérdida  de  la  na- 
ción goda.  «La  ilustración  del  alto  dero,  dice  D.  Modesto  Lafuente  ,  templaba  y 
suavizaba  la  antigua  rudeza  gótica,  pero  al  propio  tiempo  extinguíase  el  vigor  mi- 
litar y  la  energía  varonil  del  pueblo  que  en  un  día  de  prueba  como  el  que  sobre- 
vino, habia  de  echarse  de  menos  y  ocasionar  la  ruina  del  estado.»  Esto,  aunque 
exacto  en  el  fondo,  es  muy  ei roneo  en  la  forma.  Los  vicios,  la  molicie  debilitaron 
álos  Godos,  y  aun  cuando  por  algunos  se  dice  ser  ley  providencial  que  á  las  lu- 
ces, á  la  ilustración  de  un  pueblo  acompaña  casi  siempre  la  debilidad,  no  debe 
el  historiador  buscar  nunca  las  causas  de  su  ruina  en  haber  andado  mas  ó  me- 
mos por  la  senda  del  progreso,  del  saber,  de  la  civilización  y  del  bien. 

No  se  crea,  empero,  que  desconozcámoslos  inconvenientes  que,  como  á  todo 
lo  humano,  acompañan  á  este  sistema.  El  clero,  así  por  su  naturaleza  como  por 
su  organización,  es  el  cuerpo  peor  dispuesto  para  cualquiera  resistencia  en  el  orden 
político.  Para  oponerla,  lees  necesario  abandonar  su  situación, abjurar  de  su  ca- 
rácter y  comprometer  por  lo  tanto  la  fuerza  moral  en  que  reside  su  verdadero  punto 


CAP.    VII. — ESPAÑA   GODA.  133 

de  apoyo.  El  clero,  tomando  una  parte  activa  y  directa  en  el  gobierno  del  estado, 
no  se  encuentra  jamás  en  una  posición  natural  y  simple;  al  intervenir  en  el  go- 
bierno, los  obispos  se  ocupan  en  asuntos  que  no  son  los  suyos,  que  no  son  el  fin 
habitual  y  reconocido  de  su  siluacion  y  de  su  vida,  y  por  lo  mismo  tiene  su  in- 
tervención un  carácter  equívoco  é  incierto.  A  ella  puede  ir  unida  una  gran  in- 
fluencia, pero  jamás  puede  poseer  una  fuerza  de  resistencia  enérgica  y  eficaz. 
Además  en  esta  mezcla  de  poderes,  en  estas  relaciones  entre  el  sacerdocio  y  el 
imperio,  acaba  siempre  la  Iglesia  por  perder  gran  parte  de  su  independencia  pri- 
mero, todo  su  influjo  después.  La  disciplina  eclesiástica  se  relaja,  la  autoridad 
real  adquiere  en  prerogativas  lo  que  en  influencia  concede,  y  así  mismo  sucedió 
en  la  iglesia  gótica,  como  tendremos  ocasión  de  ver  en  el  capítulo  en  que  expli- 
caremos su  organización. 

De  todo  ello  resulta  ,  y  decírnoslo  para  formular  nuestra  opinión  en  materia 
tan  controvertida,  que  la  intervención  del  clero  ,  de  los  concilios  en  el  gobierno 
de  la  monarquía  goda,  las  vallas  que  opusieron  á  la  antes  ilimitada  autoridad 
del  rey,  el  espíritu  civilizador  que  llevaron  á  las  bárbaras  regiones  del  gobierno, 
fué  un  gran  paso  hacia  el  bien.  Que  si  entre  él  se  deslizó  algún  mal,  si  habría 
sido  preferible  que  las  luces ,  el  buen  gobierno  de  la  nación  no  hubiesen  necesi- 
tado de  la  asistencia  de  los  concilios  ,  culpa  es  esto  de  la  época  que  solo  en  el 
clero  ofrecía  fuerzas  vivas  de  progreso  y  de  civilización.  A  su  clero  debió  la  Es- 
paña goda  haber  dejado  muy  atrás  á  la  España  romana  ,  y  ser  un  anacronismo, 
digámoslo  así ,  entre  las  Galias ,  la  Bretaña  y  la  Italia,  sumidas  en  las  tinieblas 
de  la  barbarie. 

La  corte  de  loS  reyes  godos  se  llamaba  curia ,  y  los  cortesanos  ó  palaciegos 
solían  llamarse  curiales  ó  privados,  y  también  fieles  ó  proceres.  Se  daba  general- 
mente el  título  de  condes  á  todos  los  nobles  que  tenían  empleo  en  palacio  ,  y  así 
el  mayordomo  se  llamaba  conde  del  Patrimonio,  el  caballerizo,  conde  del  Establo, 
el  secretario  de  Estado,  conde  de  los  Notarios,  el  de  guerra,  conde  del  Ejército, 
el  tesorero,  conde  de  los  Tesoros,  el  camarero  ó  chambelán,  conde  de  la  Cámara, 
el  copero  mayor,  conde  de  las  Escancias,  y  el  capitán  de  guardias  ,  conde  de  los 
Espatarios.  Además  de  estos  empleos,  que  eran  todos  de  gente  distinguida,  habia 
otros  inferiores,  y  aquellos  que  los  desempeñaban  se  llamaban  prepósitos.  Así  los 
palaciegos  nobles  como  los  mas  bajos  ,  dice  Masdeu  (1),  obtenían  á  veces  como 
en  feudo  algunos  bienes  estables,  con  la  obligación  de  servir  al  rey,  darle  anual- 
mente un  número  determinado  de  caballos  ,  ó  una  cantidad  de  dinero  ;  pero  no 
podían  vender  dicha  hacienda,  ni  conmutarla  ni  darla  sino  á  otros  palaciegos  de 
su  misma  esfera,  el  noble  al  noble  ,  el  plebeyo  al  plebeyo  ,  y  de  modo  que  con  la 
traslación  del  feudo  se  transfiriesen  los  empleos  ó  tributos  con  que  el  rey  lo  ha- 
bia cargado  desde  su  principio  (2). 

Estos  grandes  y  principales  dignatarios  formaban  cerca  del  rey  un  consejo, 
llamado  oficio  palatino,  cuya  importancia  y  participación  en  los  negocios  públi- 
cos están  atestiguados  por  gran  número  de  leyes  dadas  ya  fuera  de  los  concilios 
de  Toledo,  ya  en  virtud  de  su  deliberación.  Las  palabras  cuín  omni palatino  offi- 


(<)    Hist.  crit.  de  Esp.,  t.  XI,  p.  36. 
(2)    Liber  Iudicum,  lib.  V,  t.  IV,  1.  20. 


134  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ció,  cum  assensu  sacerdotum  majorum  que  palatii ,  ex  palatino  ofjicio,  etc.,  se 
encuentran  con  frecuencia  en  el  código  de  los  Visigodos ;  y  estos  textos  lo  mismo 
que  la  historia  no  permiten  dudar  que  el  oficio  palatino  intervenia  en  la  legisla- 
ción, en  el  gobierno  y  en  la  elección  de  los  reyes. 

El  lugar  que  ocupaba  este  consejo  en  la  organización  política  de  la  monar- 
quía no  puede  determinarse  con  precisión  ;  como  el  de  los  concilios,  seria  á  buen 
seguro  no  bien  definido,  no  permanente,  pero  real  y  verdadero.  Las  instituciones 
que  limitaban  el  poder  eran  de  hecho  mas  que  de  derecho  ,  estaban  en  las  cos- 
tumbres, en  la  fuerza  de  las  cosas,  mas  que  en  las  leyes  escritas ,  y  por  lo  tanto 
sus  atribuciones ,  su  intervención  mas  ó  menos  directa  no  pueden  fijarse  con 
exactitud. 

Las  provincias  eran  gobernadas  por  duques  y  las  ciudades  por  condes.  Va- 
rios documentos  prueban  esta  diferencia ,  y  en  particular  el  memorial  presentado 
por  Egica  al  concilio  XVII  de  Toledo ,  en  el  cual  da  el  rey  el  nombre  de  duca- 
tum  á  la  provincia  de  Narbona,  y  las  leyes  visigodas,  que  distintas  veces  llaman 
duque  al  gobernador  de  provincia  y  conde  al  gobernador  de  ciudad.  Guando  ha- 
blan de  los  dos  juntos ,  nombran  primero  al  duque  y  en  seguida  al  conde  ;  dis- 
ponen además  expresamente  que  aquellos  que  se  consideren  perjudicados  por  la 
decisión  del  segundo  puedan  apelar  al  primero  ,  como  á  un  tribunal  superior;  y 
aunque  la  historia  menciona  duques  de  ciudades ,  como  Victorio  ,  duque  de  Cler- 
mont ,  en  el  reinado  de  Eurico ,  y  Claudio ,  duque  de  Mérida ,  en  tiempo  de  Re- 
caredo ,  esto  significa  que  eran  gobernadores  de  las  provincias  cuyas  capitales 
eran  aquellas  ciudades ,  esto  es  de  Auvernia  y  de  Lusitania,  como  lo  prueba  mas 
y  mas  lo  que  del  primero  dice  Gregorio  Turonense  y  del  segundo  Gregorio  Mag- 
no. Los  duques  residían  en  las  capitales  de  provincia,  Tarragona ,  Braga ,  Mérida, 
Córdoba,  Cartagena ,  Toledo ,  Narbona  y  Tánger,  mas  á  veces  se  encontraban 
en  la  corte  varios  duques ,  ó  porque  iban  á  ella  por  negocios  de  su  provincia,  ó 
porque  aun  acabado  el  gobierno  se  quedaban  con  el  título  y  honores.  Aun  en 
Francia  se  observaba  igual  diferencia  entre  duques  y  condes,  como  lo  insinuó 
claramente  Venancio  Fortunato ,  que  escribiendo  á  Sigoaldo ,  le  manifestaba  su 
deseo  de  que  el  rey  Childeberto  ,  que  le  habia  hecho  conde ,  le  promoviese  á  los 
honores  de  duque. 

El  gobernador  así  de  provincia  como  de  ciudad ,  solia  tener  un  sustituto  que 
le  ayudaba  cuando  las  ocupaciones  eran  muchas ,  y  hacia  sus  veces  en  caso  de 
ausencia  ó  enfermedad.  El  que  lo  era  del  conde  tenia  título  de  vicario,  que  es 
nombre  muy  repetido  en  las  leyes  visigodas;  y  el  del  duque,  según  Masdeu,  se 
llamaba  gandingo,  como  lo  era  Hildegiso  en  la  Tarraconense,  bajo  el  duque 
fíanosindo,  en  tiempo  del  rey  Wamba.  El  traductor  del  Fuero  Juzgo  tradujo 
gar din go  por  rico-hombre,  y  algunos  auíores  aseguran  que  el  gardingato  era 
oficio  palatino.  I).  Modesto  Lafuente  (1),  fundándose  en  la  etimología  del  nombre 
gardingo,  compuesto  de  las  palabras  germanas  garde,  cuerpo  de  tropas  encarga- 
do del  orden  público,  y  ding ,  tribunal,  dice  que  quizás  eran  los  gardingos  jueces 
de  la  milicia ,  encargados  de  la  justicia  militar,  ó  acaso  como  nuestros  audito- 
res de  guerra.   Por  las  leyes  visigodas  y  por  el  concilio  Toledano  xm  sabemos 

(1)    Hist.  gen.  de  Esp.,  P  1.',  I.  IV,  c.  IV. 


CAP.   YII. — ESPAÑA   GODA.  135 

que  los  gardingos  acudían  á  las  juntas  de  los  grandes ,  y  tenían  el  primer  lugar 
después  de  los  duques  y  condes ,  aunque  no  firmaban  en  ellas  como  los  demás, 
pues  no  se  halla  firma  de  gardingo  en  ningún  concilio  ni  decreto  real. 

En  las  villas  y  demás  lugares  subalternos  había  un  alcalde  con  el  nombre 
de  prepósito  6  milico ,  que  tenia  sueldo  del  rey  como  los  demás  gobernadores, 
pues ,  como  dice  Recesvinto  en  una  de  sus  leyes,  la  corte  los  mantenía  á  todos  á 
fin  de  que  no  oprimiesen  á  los  pueblos  con  indebidas  exacciones ,  ni  hicieran  in- 
justicias por  interés  ó  regalos.  Los  que  cuidaban  de  recaudar  los  tributos ,  se  lla- 
maban numerarios ;  nombrábalos  el  conde  del  Patrimonio ,  y  los  confirmaba  en 
cada  ciudad  ó  villa  su  respectivo  obispo ,  dándoles  el  primero  sus  poderes  para 
que  cobrasen  por  el  rey ,  y  el  segundo  los  suyos  para  las  cobranzas  de  la  igle- 
sia. El  empleo  de  numerario  era  odioso  y  se  tenia  por  vil ,  como  lo  demuestra  el 
hecho  de  haber  sido  un  capitán  llamado  Teodemundo  nombrado  numerario  de 
Mérida  por  orden  expresa  de  Wamba ,  á  que  no  pudo  resistir ,  y  haber  solicitado 
luego  de  Egica  una  declaración  de  que  no  se  le  consideraría  como  á  tal ,  ni  se 
le  seguiría  mengua  ni  deshonra  para  la  familia. 

¿Desapareció  con  la  conquista  el  régimen  municipal  de  los  Romanos?  El 
Breviario  de  Álarico  prueba  que  no  solo  se  habían  conservado  las  libertades  mu- 
nicipales ,  sino  que  se  habían  aumentado  los  derechos  y  franquicias  que  poseían 
los  ciudadanos  antes  de  la  invasión  de  los  Bárbaros.  Los  decemviros ,  los  defenso- 
res de  la  ciudad  ,  los  priores  ó  séniores  loci,  los  curiales  y  magistrados  conser- 
vadores de  la  paz ,  en  cuyas  atribuciones  entraba ,  á  lo  que  parece ,  la  administra- 
ción de  los  bienes  comunales  (1),  son  citados  á  cada  paso  en  el  código  dicho. 
Libre  de  la  recaudación  de  los  impuestos  el  cuerpo  de  los  decuriones ,  entraban 
en  él  sin  repugnancia  los  vecinos  mas  notables;  el  defensor  wbis  no  obraba  ya 
solo  como  delegado  del  conde,  sino  también  como  representante  de  la  curia,  y 
de  este  modo,  dice  Lafuente,  concentrando  en  sí  los  pueblos  la  vitalidad  que 
les  quedaba,  preparaban  el  camino  á  los  concejos  posteriores. 

Todo  ello  es  muy  cierto  antes  de  que  la  publicación  del  código  de  los  Visi- 
godos unificase  la  legislación  entre  Godos  y  Romanos.  ¿Qué  sucedió  entonces? 
¿Podremos  decir  que  lo  establecido  á  fines  del  siglo  v  por  el  Breviario  de  Alarico 
únicamente  para  los  Romanos,  subsistió  hasta  el  siglo  vm  para  los  Godos  y  Ro- 
manos, convertidos  todos  en  Españoles?  Diversa  es  la  opinión  que  reina  sobre 
ello,  aun  cuando  el  silencio  del  Fuero  Juzgo  acerca  de  la  mayor  parte  de  estas 
disposiciones  prueba  mas  contra  su  conservación  de  lo  que  prueba  en  favor  de  la 
misma  el  texto  del  Breviario ,  redactado  en  las  Galias ,  en  una  época  muy  ante- 
rior y  solo  para  una  porción  del  pueblo. 

Esto  no  obstante,  del  silencio  del  Fuero  Juzgo  no  ha  deducirse  ,  á  nuestro 
modo  de  ver,  su  desaparición  completa,  dice  M.  Guizot.  Las  ciudades  de  Espa- 
ña pudieron  y  hasta  debieron  conservar  algunas  instituciones ,  algunos  restos  de 
libertades  municipales.  Discúrrese  que  no  habiendo  los  conquistadores  cuidado 
mucho  de  los  municipios ,  conservaron  estos  en  gran  parte  su  régimen  anterior, 
y  es  casi  seguro ,  añade  el  mismo  autor ,  que  aquellos  reducidos  poderes  locales 
gozaron  de  mas  realidad  é  independencia  de  la  que  tuvieron  en  tiempo  de  los 


(1)    Origine  du  gouvernement  representatif  en  Europe,  legón  XXVL 


136  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

emperadores.  El  clero,  que  habitaba  especialmente  en  las  ciudades,  y  estaba 
unido  á  la  raza  romana ,  habia  de  protegerlos  y  procurar  el  acrecentamiento  de 
sus  facultades ;  mas  con  ellos  sucedía  quizás  lo  que  con  las  asambleas  de  Toledo 
y  con  el  oficio  palatino :  existían ,  su  acción  era  real ,  evidente ,  pero  es  imposi- 
ble fijar  el  papel  que  podían  desempeñar  en  la  constitución  general  del  reino  en 
cuanto  no  ocupan  lugar  alguno  en  las  leyes  escritas ,  á  pesar  de  ser  estas  muy 
detalladas  y  comprender  el  orden  civil  por  completo. 

Las  clases  del  pueblo  bajo  la  dominación  goda  eran  casi  las  miemas  que  en 
tiempo  de  los  Romanos.  Habia  nobles  y  plebeyos,  señores  y  siervos ,  patronos  y 
libertos.  La  nobleza  se  dividía  en  primates  y  en  séniores  como  antiguamente  en 
senadores  y  equites,  y  ahora  en  grandes  y  caballeros,  y  proseguía,  según  pare- 
ce ,  dice  Masdeu  ,  en  el  privilegio  de  tener  caballo  ,  que  es  el  origen  del  título  de 
caballero,  pues  en  los  casamientos  solo  al  noble  era  permitido  por  ley  regalar 
caballos  á  la  novia. 

Las  clases  que  no  eran  nobles  se  llamaban  viliores,  es  decir  que  los  con- 
quistadores se  atribuían  exclusivamente  la  nobleza ,  y  consideraban  como  viliores 
á  los  indígenas  ó  Romanos,  ya  fuesen  libres  ó  siervos. 

Sin  embargo,  la  anterior  división  pertenece  en  su  mayor  parte  al  orden 
civil ,  y  de  los  señores  y  siervos ,  de  los  patronos  y  libertos ,  hablaremos  en  el 
capítulo  siguiente. 


CAP.   VIH. — ESPAÑA  GODA.  137 


CAPÍTULO  Yin. 

Estado  civil.— Hombres  libres  y  siervos. — Patronos  y  libertos. — Patronos  y  buccelar ios.  —Tierras 
alodiales,  beneficiarias  y  tributarias.— Primer  derecho  civil  de  los  Godos  en  España.— Abolición 
de  la  Ley  Romana.— Examen  histórico  del  Fuero  Juzgo.— Juicio  crítico  sobre  este  célebre  código. 
—Sus  diversas  clases  de  leyes. — Análisis  de  algunas  de  sus  disposiciones. — Sobre  la  familia. — 
Nupcias,  dotes,  derecho  de  sucesión,  peculio  de  los  hijos,  tutela,  viudedad.— Colonos,  vinculacio- 
nes, feudos. — Prescripción. 

Si  de  la  legislación  política  pasamos  al  examen  de  la  civil ,  no  podremos 
menos  de  admirar  el  progreso  social  que  alcanzó  el  pueblo  español  bajo  la  domi- 
nación de  unos  hombres  que  habian  venido  semi-bárbaros  y  acabaron  por  ser 
ilustrados  y  cultos.  Los  Visigodos  de  España  ofrecen  la  singularidad  de  haberse 
dejado  primeramente  civilizar  por  el  pueblo  vencido,  y  de  haberse  hecho  después 
civilizadores  del  pueblo  conquistado. 

Hablemos  anle  todo  del  estado  de  las  personas. 

Los  Godos  no  abolieron  absolutamente  la  esclavitud  romana  que  hallaron 
establecida,  pero  la  modificaron  y  mejoraron  su  condición.  La  esclavitud  pasó  á 
ser  servidumbre,  que  fué  un  adelanto  social,  y  de  ahí  la  distinción  entre  señores 
y  siervos,  entre  patronos  y  libertos. 

Siervos  se  llamaban  en  general  todos  los  que  estaban  sujetos  al  dominio  de 
otro,  pero  los  había  de  varias  especies  y  calidades,  y  según  los  distintos  gra- 
dos de  servidumbre,  eran  tratados  de  una  manera  también  distinta.  Habia  sier- 
vos idóneos  y  siervos  viles;  siervos  natos  y  siervos  mancipios,  siervos  de  corte, 
de  iglesia  y  de  particular.  El  siervo  idóneo,  llamado  también  convenibilis  y 
bonus  se  distinguía  del  vil  por  su  mayor  habilidad  ó  por  la  altura  del  empleo  en 
que  su  señor  le  ocupaba ,  y  las  leyes  mismas  consagraban  esta  distinción,  pues 
cuando  un  hombre  viciaba  una  sierva  en  casa  de  su  amo,  se  le  daban  cien  azo- 
tes si  la  sierva  era  bona,  y  solo  cincuenta  si  era  vil.  Asimismo  cuando  un  siervo 
forzaba  á  una  mujer,  mayor  castigo  se  le  daba  si  era  vil,  y  mucho  menor  si  era 
de  la  clase  de  los  boni. 

El  siervo  nato,  como  su  nombre  lo  indica,  lo  era  desde  su  nacimiento  por 
ser  hijo  de  padres  siervos ;  y  el  mancipio  ó  facto  era  el  hijo  de  padres  libres  que 
por  su  culpa  ó  por  otro  molivo  incurría  en  servidumbre.  El  siervo  de  corte  era 
el  mas  distinguido  de  todos ,  porque  estaba  sujeto  inmediatamente  al  rey,  y  te- 
nia bajo  su  jurisdicción  á  otros  siervos  inferiores  que  le  habian  de  obedecer  y  ser- 
vir como  propios  suyos ,  aunque  él  no  podia  darlos  ni  venderlos  sino  con  aproba- 
ción del  mismo  rey,  de  quien  los  habia  recibido.  El  siervo  de  la  iglesia  dependía 
del  obispo  ó  del  presidente  del  templo ,  y  se  empleaba  en  barrer  y  en  otros  oficios 

TOMO  II.  18 


138  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

bajos ,  ó  en  los  cargos  temporales  que  no  eran  tan  propios  ó  decentes  para  las  per- 
sonas sagradas ;  todos  sus  hijos  y  nietos ,  según  la  ley  general  de  la  servidum- 
bre, nacían  siervos  déla  misma  iglesia  á  que  pertenecía  su  padre.  El  siervo  pri- 
vado ó  de  un  particular  dependia  en  todo  y  por  todo  del  arbitrio  de  su  señor,  menos 
en  dos  cosas  las  mas  importantes,  que  son  la  vida  y  el  honor;  pues  las  leyes 
cristianas  y  humanas  de  los  reyes  godos  abolieron  la  costumbre  bárbara  de  los 
señores  romanos ,  que  podían  impunemente  matar  á  sus  siervos  y  hacer  infame 
comercio  sobre  la  honestidad  de  sus  esclavas ;  y  no  solo  matarlos  prohibieron, 
sino  cortarles  cualquiera  parte  del  cuerpo.  F  uera  de  esto  podia  el  amo  castigar- 
los con  azotes,  ayunos  ó  tormentos,  ó  de  cualquiera  otra  manera;  de  suerte  que 
por  delitos  cometidos  contra  el  propio  señor  ni  los  jueces  públicos  tenían  derecho 
sobre  ellos  sin  licencia  del  dueño.  De  este  dependia  el  siervo  para  toda  especie 
de  contratos  aun  para  casarse;  y  todo  lo  que  le  daban,  ganaba  ó  encontraba,  lo 
debía  ceder  á  él ,  sin  adquirir  el  menor  dominio  sobre  cosa  alguna.  El  dueño, 
empero,  en  recompensa  del  provecho  que  sacaba  del  siervo ,  era  responsable  de 
todos  sus  errores  y  delitos ,  cuando  este  no  podia  satisfacer  por  ellos  con  su  pro- 
pia persona.  Así,  por  ejemplo ,  si  el  siervo  deshonraba  á  una  mujer ,  hería  á  algu- 
no ,  cometía  un  hurto  ó  pedia  dinero  prestado ,  tocaba  al  dueño  hacerse  cargo  de 
todos  los  daños ,  y  si  no  quería  ó  no  podía  satisfacer  por  ellos ,  habia  de  renun- 
ciar el  siervo  á  favor  del  acreedor ,  ó  de  la  persona  ofendida.  Las  leyes  godas 
mandaban  que  en  cualquiera  pleito  que  hubiese  entre  ingenuos  y  siervos ,  se  hi- 
ciese justicia  en  los  tribunales  con  la  mayor  imparcialidad  tanto  á  favor  de  los 
segundos  como  de  los  primeros ,  pero  al  mismo  tiempo  hacían  mucha  diferencia 
entre  unos  y  otros ,  mandando  que  no  se  recibiese  el  testimonio  del  siervo  sino 
en  caso  de  mucha  necesidad  ,  y  aplicándole  por  los  delitos  que  cometía  doblado 
castigo  que  al  ingenuo ,  y  por  los  agravios  que  de  otros  recibía  una  satisfacción 
mucho  mas  ligera.  Usábase  en  un  principio  entre  los  Godos  que  el  siervo  descon- 
tento de  su  señor  tomaba  asilo  en  la  iglesia,  y  los  sacerdotes  le  protegían,  obli- 
gando á  su  dueño  á  que  lo  vendiese  á  otro;  pero  como  en  esto  á  veces  habia 
engaño,  ó  por  mala  fe  de  los  siervos  que  se  quejaban  sin  razón ,  ó  por  malicia 
de  tercera  persona  que  se  convenia  con  ellos  para  comprarlos,  abolióse  después 
este  privilegio  eclesiástico.  El  precio  á  que  se  vendían  los  siervos  era  muy  varío 
según  la  edad  y  habilidad  que  tenían,  y  al  llegar  aquí  hemos  de  observar  que  no 
han  de  buscarse  nunca  en  el  Fuero  Juzgo,  traducción  del  Líber  Iudicum,  hecha 
en  el  siglo  xi,  sino  en  el  mismo  original ,  cuantas  noticias  se  deseen  sobre  la 
organización  de  la  sociedad  visigoda.  Respecto  al  precio  de  los  siervos,  Masdeu 
impugna  fundadamente  el  texto  del  Fuero  Juzgo  que  dice:  «  Aquel  que  compra 
home  libre,  él  estando  delante,  el  vendedor  no  debe  tomar  mas  de  doce  sóidos,» 
siendo  así  que  el  original  no  habla  del  hombre  libre  que  esté  delante,  sino  del 
libro  presente,  que  es  el  de  las  leyes  ,  en  el  cual  fijó  Ghidasvinlo  en  doce  suel- 
dos ó  veinte  y  cuatro  escudos  el  precio  de  un  siervo.  Lo  mas  singular  es,  dice 
el  autor  citado  ,  que  los  comentadores  de  nuestras  leyes  no  han  reparado  en  una 
equivocación  tan  grosera  ,  de  donde  se  ha  originado  que  aun  Alfonso  de  Villadiego 
ha  dado  de  algún  modo  por  lícita  la  venta  del  hombre  libre,  mientras  el  código 
visigodo  la  prohibe  tan  rigurosamente  que  iguala  este  delito  con  el  del  homicidio, 
y  dispone  que  los  parientes  del  hombre  vendido  tengan  derecho  sobre  la  persona 


CAP.   VIII. — ESPAÑA    GODA.  139 

y  haberes  de  quien  lo  vendió,  y  aun  sobre  su  misma  vida,  si  no  hay  medio  para 
recobrarle.  Ni  solo  vender  á  un  hombre  libre  estaba  vedado  por  las  leyes,  pero 
aun  darlo  por  prenda  ó  rehenes  para  tiempo  determinado ,  de  suerte  que  el 
acreedor  que  convenia  en  semejante  contrato ,  habia  de  pagar  en  pena  doblado  de 
lo  que  le  debian  (1). 

El  siervo  que  cobraba  la  libertad  se  llamaba  liberto,  y  su  señor  que  se  la 
concedía,  en  lugar  de  dueño,  empezaba  á  llamarse  patrono,  según  el  estilo  de  los 
Romanos.  La  acción  de  darle  libertad  ,  que  en  latin  se  decía  manumitiere  ,  y 
en  castellano  aforrar  6  franquear,  se  solia  hacer  con  escritura  formal,  y  en  pre- 
sencia de  un  eclesiástico  y  dos  testigos;  y  como  esta  donación  por  su  naturaleza 
era  perpetua  ,  no  se  podía  revocar,  sino  en  caso  que  el  franqueado  hiciese  algu- 
na injuria  muy  notable  á  su  bienhechor  ,  hiriéndole  ó  calumniándole  gravemen- 
te ,  por  cuya  ingratitud ,  después  de  examinada  en  el  tribunal ,  mandaba  el  códi- 
go visigodo  que  incurriese  el  delincuente  en  la  servidumbre. 

Como  hemos  dicho  de  los  esclavos,  habia  libertos  idóneos  y  libertos  viles;  li- 
bertos de  corte,  libertos  de  iglesia  y  libertos  de  particular,  y  en  todos  ellos,  aun- 
que eran  libres,  se  consideraba  siempre  para  las  acciones  públicas  su  nacimiento 
bajo,  por  cuyo  motivo  eran  castigados  con  mayor  rigor  que  los  ingenuos,  si  bien 
no  tanto  como  los  siervos ,  no  eran  admitidos  al  juramento  sino  en  caso  de  mu- 
cha necesidad ,  y  con  dificultad  hallaban  partido  para  casarse  con  persona  libre, 
antes  bien  á  los  libertos  de  la  iglesia  estaba  vedado  expresamente.  Los  hijos  y 
nietos  del  liberto  entraban  ya  en  laclase  délos  demás, libres  ó  ingenuos,  sin  que- 
darles sombra  de  infamia  por  el  nacimiento  de  su  padre  ;  pero  continuaban  sin 
embargo  en  depender  del  patrono,  de  suerte  que  no  podian  negarle  ayuda  y  favor 
en  cuanto  se  ofreciese  ni  hacer  testimonio  contra  él  ó  contra  sus  descendientes, 
emparentarse  con  su  familia  ,  ni  moverle  pleito  por  interés.  Todo  esto  estaba 
prohibido  por  las  leyes  civiles  y  canónicas ,  bajo  pena  de  perder  la  libertad,  vol- 
ver al  estado  de  servidumbre;  y  en  ella  incurrían  aun  los  libertos  de  corte  y  to- 
dos sus  hijos  y  nietos  si  se  retiraban  del  servicio  del  rey  en  tiempo  de  guerra  ó 
de  otra  necesidad  semejante.  Los  libertos  de  la  iglesia  y  todos  sus  descendientes, 
aun  cuando  lograban  ser  promovidos  á  las  órdenes  sagradas ,  debian  continuar 
en  reconocerla  por  patrona,  y  por  esta  estaba  mandado  que  á  cada  promoción  de 
nuevo  obispo,  hubiesen  de  presentarse,  y  renovar  la  profesión  de  la  dependencia 
propia  de  su  estado. 

El  título  de  Patrono  no  se  daba  solamente  al  prolector  de  los  libertos,  sino 
también  á  cualquiera  señor  que  tuviese  hombres  armados  para  defensa  de  su 
persona  y  de  sus  bienes,  como  entonces  se  acostumbraba.  A  estos  hombres  se 
les  llamaba  á  veces  sayones,  que  es  como  decir  satélites  ó  alguaciles  (2),  pero  su 
nombre  propio  era  el  de  buccelarios ,  porque  vivian  con  la  buccela  (3)  ó  bocado 
que  les  daba  el  amo  á  quien  tocaba  mantenerlos.  De  todo  lo  que  ganaban  ó  ad- 
quirían habían  de  dar  la  mitad  á  su  señor,  y  si  abandonaban  su  servicio,  debian 
restituirle  las  armas  y  todo  lo  demás  que  él  les  hubiese  regalado;  pero  estando 


(,1)    Hist.  crít.  de  Esp.,  t.  XI,  p.  *4. 

(2)  Masdeu,  lug.  cit.  ' 

(3)  Uuccelá,  propiamente  mendrugo  de  pan. 


140  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

con  él,  tenían  derecho  á  que  los  protegiese,  no  solamente  á  ellos,  sino  también  á 
sus  hijos,  y  á  que  les  colocase  las  hijas  con  el  decoro  correspondiente. 

Dadas  estas  noticias  sobre  el  estado  de  las  personas  en  la  sociedad  gótieo- 
española ,  digamos  algunas  palabras  acerca  del  estado  de  las  cosas.  En  un  prin- 
cipio el  estado  de  las  personas  daba  origen  al  estado  de  las  cosas;  según  que  un 
hombre  fuese  mas  ó  menos  libre ,  mas  ó  menos  poderoso,  la  tierra  que  poseía  ó 
cultivaba  [ornó  un  carácter  diferente;  mas  luego  la  condición  de  la  tierra  se  con- 
virtió á  su  vez  en  señal  de  la  condición  de  las  personas.  Según  que  un  hombre 
poseyó  ó  cultivó  esta  ó  la  otra  tierra,  fué  mas  ó  menos  libre,  mas  ó  menos  consi- 
derado en  la  nación.  El  hombre  empezó  por  calificar  la  tierra  ,  y  esta  acabó  por 
calificar  al  hombre,  y  como  las  calificaciones  se  convierten  muy  pronto  en  causas, 
el  estado  de  las  personas  fué  no  solo  designado,  sino  determinado,  producido  por 
el  estado  de  las  tierras.  Las  condiciones  sociales  se  incorporaron  en  cierto  modo 
con  la  tierra  en  la  época  de  que  ahora  tratamos,  y  mas  aun  en  las  sucesivas,  y  el 
hombre  se  halló  en  este  ó  en  el  otro  rango  ,  gozó  de  mayor  ó  menor  libertad  é 
importancia  social ,  según  estuvo  colocado  en  esta  ó  en  la  otra  tierra.  Al  estu- 
diar la  historia  moderna,  jamás  han  de  perderse  de  vista  las  vicisitudes  del  esta- 
do de  las  tierras  y  de  sus  diversas  influencias  sobre  el  estado  de  las  personas. 

Al  hablar  del  estado  de  las  propiedades  territoriales  y  de  sus  vicisitudes, 
no  nos  proponemos  examinar  su  condición  civil ,  ni  considerar  á  la  propiedad  en 
todas  las  relaciones  civiles  en  que  tiene  parte,  como  herencias,  testamentos,  ena- 
genaciones,  etc.;  nuestro  propósito  es  mirarla  como  señal  ó  causa  de  las  varias 
condiciones  sociales  y  como  complemento  de  lo  que  hemos  dicho  y  nos  falta  de- 
cir acerca  del  estado  de  las  personas. 

Durante  el  período  histórico  que  explicamos  ahora,  esto  es  desde  el  siglo  v 
hasta  el  vni  y  aun  en  los  sucesivos,  vemos  en  España  y  Europa  tres  especies  de 
propiedad  territorial: 

1."    Tierras  alodiales. 

2 . a    Tierras  de  beneficio . 

3.a    Tierras  tributarias  (1). 

A  su  invasión  habían  hecho  los  Visigodos  una  repartición  de  las  tierras  con- 
quistadas, tomando  para  sí  las  dos  terceras  partes  y  dejando  el  resto  á  los  venci- 
dos (2). 

Al  decir  esto  no  han  de  entenderse  las  dos  terceras  partes  de  todo  el  territo- 
rio, sino  las  dos  terceras  partes  de  las  tierras  en  que  los  Bárbaros  se  establecie- 
ron. Estas  tierras  se  llamaron  sortes  Gothorum,  Francorum,  etc. 

La  distribución  de  las  tierras  se  verificaría  probablemente  tomando  ca- 
da caudillo  la  tercera  parte  para  sí  y  para  sus  compañeros  siendo  un  absurdo 
creer  que  las  naciones  bárbaras  se  disolvieron  en  individuos  ó  familias  para  ha- 
bitar cada  una  una  porción  de  terreno  aislado.  Las  distribuciones  individuales 


(1)    Véase  el  Apéndice. 

[i)  Divisio  inter  ^otum  et  romanum  facta  de  portione  terrarum  sive  silvarum ,  nulla  ratione 
turbetur,  si  tamen  probetur  celebrata  divisio;  nec  de  duabus  partibus  goti  aliquid  sibi  roraanus 
pnesumat,  aut  vindicct,  aut  de  tertia  romani  gotus  sibi  aliquid  audeat  usurpare aut  vindicare,  nisi 
quod  á  nostrá  forsitan  ei  fuerit  largitate  donatum  ;  sed  quod  a  pareatibus  vel  vicinis  divisum  est, 
postentas  ¡minutare  non  tentet.  Lib.  Iud.,  1.  X,  1. 1. 1.  8. 


CAP.    Y1II.— ESPAÑA   GODA.  141 

fueron  pocas  ó  ninguna;  pruébalo  el  gran  número  de  Visigodos  que  se  encontra- 
ron sin  propiedades  territoriales  y  que  vivian  en  las  tierras  y  en  las  ciudades  de 
un  caudillo  inferior  ó  del  rey,  y  sin  duda  que  el  número  de  Visigodos  que  se  hi- 
cieron luego  propietarios  beneficiarios  fué  mayor  que  el  primitivo  de  propietarios 
alodiales. 

La  palabra  alodio  no  significó  en  un  principio  sino  las  tierras  de  que  se  apo- 
deró el  vencedor  en  virtud  de  la  conquista  y  que  le  tocaron  en  lote,  loos,  suerte 
alloted,  de  donde  se  deriva  la  voz  lotería. 

El  alodio,  según  la  expresión  de  la  época  solo  se  tenia  de  Dios  y  de  la  espa- 
da; de  modo  es  que  durante  mucho  tiempo  se  distinguió  entre  los  alodios  propia- 
mente dichos  y  las  tierras  poseídas  también  en  toda  propiedad,  cuyo  propietario, 
si  bien  no  debia  por  ellas  á  nadie  cosa  alguna,  las  habia  adquirido  por  compra  ó 
de  cualquier  otra  manera. 

Tiempo  después  borróse  esta  distinción,  y  por  tierras  alodiales  se  entendie- 
ron las  poseídas  en  propiedad  absoluta,  por  las  que  su  propietario  no  debia  pres- 
tación alguna  á  ningún  superior  y  de  las  que  podía  disponer  con  tocia  libertad. 

El  carácter  esencial  y  primitivo  de  las  tierras  alodiales  consistía  en  la  pleni- 
tud de  la  propiedad,  en  poder  donarlas,  enagenarlas,  transmitirlas  por  herencia, 
última  voluntad ,  etc. 

Su  segundo  carácter  era  no  depender  de  superior  alguno  y  no  deber  á  nadie 
servidumbre,  pecho  ni  tributo. 

De  que  las  tierras  alodiales  estuviesen  exentas  de  toda  carga  particular  res- 
pecto á  los  individuos  no  se  sigue  que  lo  estuviesen  respecto  al  rey,  y  aunque  con 
escasas  noticias  sobre  este  punto,  puede  decirse  que  desde  los  primeros  tiempos 
de  la  conquista,  los  propietarios  alodiales  tuvieron  que  soportar  ciertas  cargas  y 
tributos,  que  consistían,  según  algunos,  en  los  regalos  que  debían  hacer  álos  mo- 
narcas en  determinadas  épocas,  en  los  medios  de  transporte  que  habían  depropor- 
cionar  al  príncipe  ó  á  sus  enviados,  y  en  el  servicio  militar,  obligación  que  hemos 
visto  exigida  rigurosamente  por  los  soberanos  visigodos. 

Esta  institución,  como  las  que  son  hijas  y  subsisten  entre  la  violencia  y  la 
conquista,  no  tardó  en  experimentar  grandes  modificaciones.  La  mayor  parte  de 
los  propietarios  de  reducidos  alodios  fueron  poco  á  poco  despojados  ó  reducidos 
á  la  condición  de  tributarios  por  la  usurpación  de  vecinos  poderosos,  y  en  el 
período  godo  pueden  observarse  en  las  leyes  las  tendencias  de  los  grandes  alodios 
lo  mismo  que  de  los  grandes  beneficios  á  absorver  á  los  pequeños  propietarios 
alodiales.  Las  donaciones  á  las  iglesias  tendían  igualmente  á  disminuir  el  núme- 
ro de  alodios,  y  habrían  desaparecido  en  breve  si  una  causa  contraria  no  hubiese 
hecho  que  se  creasen  incesantemente  otros  nuevos.  Como  la  propiedad  de  los  alo- 
dios era  segura,  perpetua,  y  la  de  los  beneficios  precaria  y  mas  dependiente,  los 
propietarios  de  beneficios  procuraban  siempre  convertirlos  en  alodios.  De  todos 
modos  es  probable  que  se  creasen  grandes  propiedades  alodiales,  mas  las  peque- 
ñas tendían  á  desaparecer. 

Finalmente ,  la  propiedad  alodial  se  refunde  en  la  propiedad  beneficiaría, 
que  es  el  feudalismo,  aun  cuando  tócanos  decir  que  esta  revolución  en  el  siste- 
ma de  propiedades,  si|bien  inaugurada  en  la  época  visigoda,  si  bien  pudieron  ob- 
servarse durante  esta  las  tendencias  que  á  ella  conducían,  no  llegó  á  consumarse 


142  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

hasta  la  época  siguiente,  hasta  el  tiempo  de  la  reconquista.  ¡Cosa  singular!  Los 
Godos  bárbaros  al  conquistar  las  tierras  del  imperio  romano  establecieron  la  pro- 
piedad alodial;  los  Godos  civilizados  ya,  con  sus  ideas  de  gobierno,  con  su  respe- 
to y  acatamiento  al  príncipe,  adoptaron  la  propiedad  beneficiaría  ó  feudal  al  re- 
conquistar de  los  Árabes  las  tierras  de  su  patria. 

Explicada  la  naturaleza  y  las  revoluciones  de  las  tierras  alodiales,  digamos 
algo  de  las  beneficiarlas. 

Los  beneficios,  cuna  del  régimen  feudal,  resultaron  naturalmente  de  las  an- 
tiguas relaciones  de  los  jefes  con  sus  compañeros  en  las  selvas  del  Norte.  El  po- 
der de  los  caudillos  indo-germanos  estribaba  lodo  en  las  fuerzas  de  su  banda,  y 
así  es  que  procuraban  incorporar  á  ella  el  mayor  número  de  hombres  que  lesera 
posible.  Tácito  refiere  que ,  encargados  de  la  subsistencia  de  sus  compañeros, 
atraíanlos  y  conservábanlos  por  medio  de  continuas  guerras ,  por  la  distribución 
de  los  despojos  del  imperio,  por  regalos  de  armas  y  caballos.  Verificada  la  con- 
quista, el  establecimiento  territorial  cambió  la  situación  de  los  jefes ;  en  su  vida 
nómada  solo  habían  vivido  del  botín,  pero  entonces  poseyeron  dos  clases  de  ri- 
queza: los  bienes  muebles  y  las  tierras ,  y  desde  aquel  momento  hicieron  á  sus 
compañeros  ó  fieles  distinta  clase  de  presentes  que  les  obligaron  á  adoptar  otro  gé- 
nero de  vida.  Estos  bienes  muebles  é  inmuebles  fueron  para  los  caudillos,  lo  mis- 
mo que  para  los  demás,  propiedades  personales  y  privadas,  y,  según  hemos  dicho, 
la  sociedad  visigoda  no  vio  consignada  en  sus  leyes  una  idea  de  la  propiedad 
pública  hasta  el  tiempo  de  Recesvinto.  En  su  origen  no  habia  en  ella  sino  indivi- 
duos poderosos  por  su  valor  y  arrojo  en  la  guerra ,  por  la  antigüedad  de  su  fa- 
milia, por  el  lustre  de  su  nombre,  y  estos  reunían  á  su  alrededor  otros  individuos 
que  pasaban  su  vida  en  los  mismos  azares. 

Los  bienes  privados  de  los  caudillos,  y  en  especial  de  los  reyes  visigodos, 
compusiéronse  en  un  principio  de  las  tierras  tomadas  á  los  habitantes  ó  á  otros 
bárbaros  que  habían  dominado  en  el  país  en  que  se  establecían,  y  estos  bienes, 
aumentados  considerablemente  por  las  sucesivas  conquistas  y  por  las  confisca- 
ciones, luego  que  la  autoridad  de  los  príncipes  tomó  una  forma  mas  regular  y 
estable ,  fueron  empleados  por  los  reyes  en  recompensar  á  los  compañeros  de  sus 
fatigas,  á  todos  aquellos  que  habían  merecido  su  benevolencia  ,  y  también  en  la 
adquisición  de  nuevos  guerreros.  Los  beneficios,  pues,  son  tan  antiguos  como  el 
establecimiento  de  los  bárbaros  en  un  territorio  fijo. 

Los  beneficios  se  concedían  por  un  tiempo  limitado ,  en  cuyo  caso  se  llama- 
ban precarios,  por  durante  la  vida  del  beneficiado,  y  también  perpetuamente.  De 
todo  ello  se  encuentran  ejemplos  así  en  España  como  en  las  Galias  durante  la 
época  que  estamos  examinando ,  y  aun  cuando  una  ley  de  Chindasvinto  del  año 
540  dice  que  las  concesiones  hechas  por  los  príncipes  no  deben  ser  revocadas, 
vemos  muchas  revocaciones  de  beneficios  por  causa  de  deslealtad  ó  traición,  y 
también  algunas  arbitrariamente  en  los  primeros  tiempos  de  la  conquista.  En 
los  beneficios,  á  pesar  de  la  oscuridad  que  naturalmente  se  observa  en  estas  ma- 
terias, pueden  considerarse  dos  tendencias :  la  de  conservarlos  de  un  modo  here- 
ditario en  aquellos  que  los  habían  recibido,  y  en  los  reyes  la  de  recobrarlos  ó  no 
concederlos  sino  temporalmente.  La  primera  triunfó  y  con  ella  el  sistema  feudal. 
Creen  algunos  autores  que  los  beneficios  no  imponían  en  un  principio  obli- 


CAP.   Yill. — ESPAÑA  GODA.  143 

gacion  alguna ,  pero  esta  opinión  es  contraria  á  la  naturaleza  de  las  cosas.  El 
origen  de  los  beneficios  supone  una  obligación  que  consistia  en  acompañar,  ayudar 
al  jefe  en  sus  guerras  y  expediciones,  y  eran  de  ellos  despojados  los  que  le  falta- 
ban á  la  fidelidad  debida.  Adviértase  que  estas  obligaciones  se  hicieron  progresi- 
vamente mas  explícitas  y  formales,  á  medida  que  las  antiguas  relaciones  entre  los 
guerreros  y  sus  jefes  tendian  á  relajarse  y  á  disolverse  por  la  dispersión  de  los 
hombres  y  su  establecimiento  en  sus  propiedades.  En  un  principiólos  hombres  de 
la  hueste  vivían  con  su  jefe,  así  en  tiempo  de  paz  como  de  guerra  ;  eran  sus  va- 
sallos en  el  originario  sentido  de  la  palabra,  que  significa  comensal,  compañero; 
pero  cuando  los  vasallos  se  dispersaron  para  ir  á  habitar  cada  uno  en  su  pro- 
piedad alodial  ó  beneficiaría,  experimentóse  la  necesidad  de  determinar  las  obli- 
gaciones que  les  eran  impuestas.  Esto,  sin  embargo,  se  verificó  progresiva  é  im- 
perfectamente, como  sucede  en  todas  las  cosas  que  por  mucho  tiempo  y  por  la 
generalidad  han  sido  sabidas  y  reconocidas.  Ignórase  en  que  consistían  precisa- 
mente estas  obligaciones  que  iban  comprendidas  bajo  el  nombre  general  de  fide- 
lidad, que  en  un  principio  fueron  personales  é  iban  unidas  á  la  calidad  de 
fiel,  sin  atención  á  territorio  alguno,  y  que  luego  se  consideraron  anexas  á  la  ca- 
lidad de  beneficiado ,  pero  es  probable  que  quedasen  reducidas  al  servicio  militar 
y  á  la  preslacion  de  ciertos  tributos  de  los  cuales  no  tenemos  noticia. 

No  eran  los  reyes  los  únicos  que  concedían  beneficios ,  según  se  desprende 
de  varias  leyes  del  código  de  los  Visigodos ,  y  los  grandes  propietarios  alodiales 
ó  beneficiarios  los  daban  también  á  sus  compañeros. 

Por  tierras  tributarias  entendíanse  aquellas  que  pagaban  un  censo,  un  tri- 
buto á  un  superior  y  que  no  eran  poseidas  plena  y  enteramente  por  aquel  que  las 
cultivaba.  Esta  epecie  de  propiedad  existia  en  España  antes  de  la  invasión,  pero 
es  la  aumentó  su  número  por  varias  causas,  entre  las  cuales  enumeraremos  las 
principales. 

1.a  Al  establecerse  en  un  punto  un  Bárbaro  algo  poderoso,  no  se  apoderó 
de  todas  las  tierras,  sino  que  probablemente  exigiria  un  censo  ó  ciertos  servicios 
equivalentes  de  cuantas  estaban  inmediatas  á  las  que  habían  pasado  bajo  su  do- 
minio, y  por  lo  mismo  casi  todas  las  tierras  poseidas  por  Romanos  ó  Españoles 
debieron  decaer  en  la  condición  tributaria. 

2.a  La  conquista  no  fué  obra  de  un  dia  ;  continuó  aun  después  del  primer 
establecimiento,  y  varios  monumentos  atestiguan  que  los  grandes  propietarios  in- 
vadían sin  cesar  las  propiedades  de  sus  vecinos  mas  débiles  ó  les  imponían  pe- 
chos y  atributos.  En  el  estado  de  disolución  en  que  la  sociedad  se  encontraba,  los 
débiles  estaban  á  merced  de  los  fuertes  ;  y  muchas  tierras  libres  en  un  principio 
y  pertenecientes  ya  á  Bárbaros  débiles,  ya  á  los  antiguos  habitantes,  vinieron  á 
quedar  en  la  condición  de  tributarias.  Muchos  propietarios  compraron  ellos 
mismos  la  protección  de  los  fuertes  colocando  sus  tierras  en  esta  condición,  y  las 
mismas  causas  que  tendian  á  destruir  los  alodios  ó  á  convertirlos  en  beneficios, 
obraban  con  mayor  intensidad  para  aumentar  el  número  de  tierras  tributarias. 

3.a  Muchos  propietarios  ya  alodiales,  ya  beneficiarios  que  no  podian  culti- 
var directamente  todas  sus  tierras,  las  enagenaban  por  pequeñas  porciones  k 
simples  labradores  mediante  un  censo  y  ciertas  prestaciones,  y  estas  enagenacio- 
nes  que  se  hicieron  bajo  formas  y  condiciones  infinitas  y  diversas,  crearon  sin 


144  tHISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

duda  muchas  tierras  tributarias.  El  número  y  la  gran  variedad  de  derechos  co- 
nocidos después  bajo  el  nombre  de  feudales,  se  derivaron  probablemente  de  con- 
tratos semejantes. 

Tales  fueron  las  vicisitudes  de  la  propiedad  en  la  época  de  que  nos  estamos 
ocupando.  De  ellas  hemos  procurado  dar  una  idea  general  indispensable  en  este 
capítulo  ;  mayores  explicaciones  corresponden  ya  á  obras  especiales,  y  por  lo 
mismo  continuaremos  discurriendo  sobre  el  estado  de  la  sociedad  visigoda  consi- 
derada bajo  el  aspecto  civil. 

De  esta  división  de  la  propiedad  resulta  que  en  España  existían  hombres  libres 
ó  propietarios  de  alodios  que  no  dependían  de  nadie  á  no  ser  de  las  leyes  genera- 
les del  Estado;  vasallos  ó  propietarios  de  beneficios,  que  dependían  en  cierto  modo 
del  señor  de  quien  habían  recibido  su  propiedad  ,  vitalicia  ó  perpetuamente ;  y 
propietarios  de  tierras  tributarias,  sujetos  á  ciertas  obligaciones  particulares. 

¿Qué  reglas,  qué  legislación  los  regia  ?  ¿  cuál  era  el  regulador  de  sus  ac- 
ciones en  los  actos  de  la  vida  civil  ?  Esto  es  lo  que  vamos  á  ver  ahora  con  el  exa- 
men del  Fuero  Juzgo. 

El  primer  derecho  civil  de  los  Godos  en  España  no  fué  en  cierto  modo  sino 
un  derecho  consuetudinario,  y  ya  hemos  visto  por  la  historia  como  dos  reyes  go- 
dos Eurico  y  Alarico  comenzaron  á  hacer  compilaciones  de  leyes,  para  el  gobier- 
no del  pueblo  godo  el  uno,  para  el  del  hispano-romano  el  otro.  La  ley  romana 
subsistió  durante  mucho  tiempo  entre  los  Españoles,  junto  con  la  ley  visigoda, 
hasta  que  por  fin  las  relaciones  de  pueblo  á  pueblo,  la  mezcla  de  sangre  y  de 
intereses  rebajaron,  si  no  destruyeron  la  valla  que  separaba  á  ambas  razas.  La  le- 
gislación se  fué  uniformando  hasta  hacerse  una  sola  para  las  dos  naciones,  así  en 
lo  religioso  como  en  lo  político  y  civil ,  beneficio  que  se  debió  principalmente  á 
los  ilustres  monarcas  Recaredo,  Chindasvinto  y  Recesvinío.  «La  ley  de  los  Visi- 
godos triunfó,  dice  Montesquieu,  y  el  derecho  romano  se  perdió  (1).» 

Los  nuevos  señores  de  España  habian  tenido  que  conciliar  dos  intereses  muy 
opuestos,  el  de  los  Godos  y  el  de  los  Romanos,  el  de  los  vencedores  y  el  de  los 
vencidos.  A  todos  atendieron  mientras  ambos  fueron  bastante  poderosos  para 
dictar  la  ley,  pero  luego  que  á  consecuencia  de  los  años  y  del  definitivo  esta- 
blecimiento del  pueblo  conquistador,  hízose  posible  regir  á  todos  por  me- 
dio de  una  legislación  sola,  aprovechóse  la  coyuntura  ;  compiláronse  las  leyes 
visigodas,  y  Chindasvinto  y  su  sucesor  prohibieron  citar  en  los  tribunales  las  le- 
yes romanas,  si  bien,  y  esto  dice  mucho  en  favor  de  su  ilustración,  permitieron  y 
aconsejaron  á  los  jurisconsultos  que  para  ejercicio  literario  y  mayor  cultura 
de  su  espíritu  las  consultasen  y  estudiasen.  «Bien  sofrimos  et  bien  queremos  que 
cada  un  omne  sepa  las  leyes  de  los  estrannos  por  su  pro  ;  mas  quanto  es  de  los 
pleitos  indagar  ,  defendérnoslo  ,  é  contradezimos  que  las  no  usen  ,  que  maguer 
que  y  aya  buenas  palabras,  todavía  ay  muchas  gravedumbres,  porque  abonda 
por  fazer  iuslicia,  las  razones,  é  las  palabras,  é  las  leyes  que  son  contenudas  en 
este  libro.  Nin  queremos  que  daquí  adelantre  sean  usadas  las  leyes  romanas,  ni 
las  eslrannas  (2).» 


(1)  Esp.  de  las  leyes,  1.  XXXV11I,  ú.  Vil. 

(2)  Aliena;  genlis  legibus  ad  exercitiuui  utilitatis  imbuí  et  permittimus  et  optamus  ;  ad  negó- 


CAP.    VIII. — ESPAÑA   GODA.  145 

Como  en  otro  lugar  de  esta  obra  hemos  dicho,  fué  este  un  gran  paso  hacia 
la  fusión  de  ambos  pueblos,  que  se  habria  realizado  por  completo  bajo  el  influjo 
de  esta  legislación,  á  no  haber  faltado  el  tiempo  necesario  para  ello.  De  Reces- 
vinto  á  Rodrigo  cuéntanse  apenas  sesenta  años,  y  sesenta  años  son  muy  poca  co- 
sa en  la  vida  de  un  pueblo.  Es  evidente  sin  embargo  que  á  fines  del  siglo  vu,  la 
raza  indígena,  los  Romanos,  habian  salido  del  estado  de  inferioridad  en  que  los 
tuvieron  por  tanto  tiempo  los  conquistadores,  y  que  estos  habian  depuesto  en 
gran  parte  su  altivez  primitiva  :  la  sangre  española  no  era  menos  estimada  que 
la  sangre  goda,  y  abolióse  la  ley  que  prohibía  los  matrimonios  entre  Godos  y  Ro- 
manos (1). 

Los  reyes  que  sucedieron  en  el  trono  á  Chindasvinto  y  Recesvinto  continua- 
ron haciendo  leyes  para  el  gobierno  del  Estado,  casi  hasta  la  ruina  de  la  monar- 
quía, y  de  todas  ellas  vino  á  formarse  la  famosa  colección  de  leyes  visigodas  co- 
nocida en  latin  con  los  nombres  de  Codex  Wisigothorum  y  Liber  Iudicum ,  y  én 
español  con  el  de  Fuero  Juzgo. 

Este  código,  acaso  el  mas  célebre,  el  mas  importante,  el  mas  regular  y 
completo  de  cuantos  cuerpos  de  leyes  se  formaron  después  de  la  caida  del  imperio 
romano,  merece  una  atencioa  preferente  de  parte  del  historiador  que  aspira  á  se- 
ñalar la  marcha  que  han  llevado  la  organización  y  civilización  del  pueblo  á  quien 
regia,  así  por  ser  el  libro  que  como  un  espejo  refleja  la  fisonomía  de  la  sociedad 
para  que  fué  redactado,  como  porque  en  él  se  encierran  á  la  vez  los  restos  que 
legara  la  edad  antigua,  las  modificaciones  de  una  época  de  transiccion  y  el  ger- 
men de  la  edad  media  de  España. 

Han  variado  largamente  las  opiniones  sobre  la  época  precisa  de  la  ordena- 
ción de  este  código;  pero  lo  mas  cierto  es  que  si  bien  se  hicieron  durante  el  im- 
perio godo  varias  y  repetidas  colecciones  de  leyes,  la  que  tenemos  y  conocemos 
con  el  nombre  de  Liber  Iudicum  fué  ordenada  con  todas  ellas  y  coleccionada  en 
los  últimos  tiempos  de  la  monarquía.  En  efecto,  en  ella  se  encuentran  leyes  de 
Egica  y  de  Witiza  durante  el  tiempo  que  ocuparon  juntos  el  solio,  y  no  se  hallan 
de  Witiza  so!o  ni  de  Rodrigo  ,  lo  cual  prueba  que  en  los  años  del  reinado  co- 
mún de  aquellos  dos  soberanos  debió  verificarse  la  compilación  y  promulgarse 
el  código. 

Es  opinión  común,  con  cortas  excepciones,  que  el  código  de  los  Visigodos  se 
ordenó  y  promulgó  desde  luego  en  latin  cual  le  conocemos,  siendo  traducido  á  la 
lengua  vulgar  algunos  siglos  adelante;  pero  si  atendemos  á  que  todas  las  leyes  se 
dan  para  que  las  conozcan  y  practiquen  los  individuos  de  la  nación  á  que  van  di- 
rigidas, hemos  de  decir,  so  pena  de  caer  en  un  absurdo,  que  estas  leyes  debie- 
ron de  estar  redactadas  en  un  idioma  que  entendiesen  y  usasen  aquellos  para 
quienes  se  daban.  La  lengua  en  que  se  escribió  el  Fuero  Juzgo  hubo  de  ser,  pues, 
sin  duda  alguna  la  que  entendía,  la  que  hablaba  entonces  la  nación  goda. 


tiorum  vero  discussionem,  et  repulsamus  et  prohibemus.  Quamvis  enim  elloquiis  polleant,  tamen 
difficultatibus  hserent :  adeo  cum  sufficiant  ad  iustitise  plenitudinem  et  perscrutatio  rationum  et 
competentium  ordo  verborum,  quae  codicishuius  series  agnoscitur  continere,  nolumus  sive  roma- 
nis  legibus,  seu  alienis  institutionibus  amodo  amplius  convexari.  Lib.  Iud.,  1.  II,  1. 1, 1.  8. 

(1)    üt  tam  Gotbo  Romanam  quam  Romano  Gotham  matrimonio  liceat  sociari.  Lib.  Iud.,  1.  III, 
1. 1, 1.  1. 

TOMO   II.  19 


146  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

¿Cuál  era  esta  lengua  ?  Ahí  está  la  dificultad,  y  sin  perjuicio  de  dar  en  otro 
capítulo  las  escasas  noticias  que  sobre  ello  tenemos,  nos  limitaremos  á  decir  aquí 
que  no  pudo  ser  el  primitivo  idioma  que  hablaron  los  Godos  en  sus  selvas  del 
Norte,  porque  ni  ellos  mismos,  después  de  recorrer  tantos  países,  de  su  continuo 
roce  con  los  pueblos  del  orbe  romano,  le  habrían  comprendido,  y  mucho  menos 
los  Españoles.  Que  tampoco  pudo  ser  el  latin  de  los  cánones  conciliares,  que  este, 
á  pesar  de  sus  defectos,  no  pudo  ser  el  idioma  vulgar,  pruébalo  la  razón  natural 
que  nos  dice  que  ni  los  vencedores  habían  podido'tomar  del  todo  la  lengua  de  los 
vencidos  y  olvidar  la  suya,  ni  los  vencidos  en  medio  de  tantas  revoluciones  era 
posible  que  conservasen  puro  el  idioma  primitivo.  Es  también  un  poderoso  indi- 
cio lo  que  nos  dice  Mariana  acerca  del  rey  Sisebuto,  cuya  ilustración  era  tanta 
que  comprendía  y  usaba  el  latin,  luego  el  vulgo  no  lo  comprendía  ni  lo  usaba.  Re- 
sulta de  todo  esto  que,  aun  cuando  para  nosotros  las  leyes  godas  y  el  Liber  Iu- 
dicum  han  existido  primitivamente  en  latin,  es  probable  que  en  su  origen  fuesen 
publicadas  en  el  idioma  que  entendía  y  hablaba  el  pueblo  godo,  que  no  pudo  ser 
otro  que  una  mezcla  del  latin  con  la  lengua  ya  degenerada  que  traían  los  con- 
quistadores. 

Respecto  á  la  versión  castellana  que  poseemos ,  no  muy  fiel  y  no  libre  de 
inexactitudes,  sábese  que  en  4  de  abril  de  1241,  Fernando  III  dio  á  la  ciudad  de 
Córdoba  luego  de  haberla  conquistado  á  los  Moros ,  el  Codex  Visigothorum  como 
fuero  particular  ,  y  á  este  fin  mandó  que  se  tradujera  del  original  latino  para 
conocimiento  común  y  perpetua  observancia . 

Al  tratar  de  la  parte  política  del  Fuero  Juzgo  y  en  otros  lugares  de  este  to- 
mo, hemos  ya  dicho  de  este  célebre  código  el  alto  concepto  en  que  se  halla  colo- 
cado en  las  regiones  de  la  historia  ,  y  no  son  seguramente  sus  disposiciones  ci- 
viles las  que  pueden  hacerle  perder  el  lugar  que  le  hemos  señalado.  Esto  no 
obstante,  su  excelencia  no  ha  sido  reconocida  por  todos,  y  algunos  escritores,  aun- 
que pocos,  han  hablado  del  Fuero  Juzgo  en  términos  tan  injustos,  á  nuestro  modo 
de  ver ,  como  contrarios  á  nuestras  sinceras  convicciones.  Sea  que  los  dominase 
la  preocupación  común  de  que  siempre  fueron  toscas  y  de  poco  mérito  las  obras 
de  los  bárbaros ,  sea  que  les  afectasen  mas  de  lo  justo  evidentes  defectos  de  es- 
tilo y  de  forma  ,  necesarios  ,  irremediables  en  la  época  de  la  redacción  del  códi- 
go visigodo:  el  hecho  es  que  los  juicios  enunciados  acerca  de  este  han  sido  al- 
guna vez  tan  acres  y  severos  como  si  se  tratara  de  los  vagidos  instintivos  de  una 
legislación  ruda  y  naciente  ,  ó  como  si  se  hubiere  esperado  y  debido  encontrar 
en  él  todo  el  adelanto  de  nuestra  científica  civilización.  Entre  estos,  Montesquieu 
pudo  obcecarse  hasta  el  punto  de  decir  con  una  ligereza  á  nuestro  modo  de  ver 
incomprensible:  «Las  leyes  de  los  Visigodos  son  pueriles,  torpes  é  idiotas  ;  no 
llenan  su  objeto  ;  están  cargadas  de  retóricas  y  vacías  de  sentido  ,  son  frivolas 
en  el  fondo  y  gigantescas  en  la  forma  (1).» 

Felizmente  ha  sido  impugnado  por  muchos  y  distinguidos  escritores  así  an- 
tiguos como  modernos  el  dictamen  del  publicista  francés  y  de  los  que  como  él 
opinaban.  Federico  Lindenbrogio  dice  que  el  código  visigodo  ha  sido  siempre 
de  tanta  autoridad  que  aun  en  las  Capitulares  de  Cario  Magno  se  ven  copiadas 


(4 )    Esp.  de  las  leyes,  1.  XXVUI,  c,  I. 


CAP.    VIII. — ESPAÑA   GODA.  147 

algunas  de  sus  leyes.  El  célebre  Grocio  asegura  que  no  son  algunas  solamente, 
sino  muchísimas  las  que  se  hallan  colocadas  en  las  Capitulares  de  Francia  y  en  el 
decreto  de  Ivon  ;  porque  son  tales,  añade ,  que  aun  los  que  no  estaban  sujetos  á 
ellas  se  honraban  con  adoptarlas  y  proponerlas.  Arturo  Duck  reconoce  que  hi- 
cieron de  él  mucho  aprecio  los  legisladores  de  Borgoña,  Sajón ia  y  otros  pueblos, 
y  aun  los  Pontífices  y  concilios  de  la  Iglesia  católica.  Pedro  Giannonne  habló  de 
esta  manera :  «  No  se  puede  negar  que  los  Españoles ,  por  lo  que  mira  al  arle  de 
reinar ,  se  acercaron  mucho  á  la  sabiduría  de  los  Romanos ,  de  suerte  que  aun 
Bodino  y  Tuano  Franceses,  y  Arturo  Duck  Inglés,  han  sido  de  parecer  que  entre 
todas  las  naciones  que  han  dominado  la  Europa  después  de  la  caida  del  imperio, 
la  española  es  la  que  mas  se  ha  asemejado  á  la  romana  así  en  la  constancia,  grave- 
dad y  fortaleza,  como  en  la  jurisprudencia  y  política.  Es  cierto  que  en  la  formación 
de  las  leyes  ninguno  ha  imitado  tanto  á  los  Romanos  comolanacion  española.  Ella 
nos  ha  dado  leyes  muy  sabias  y  prudentes,  y  tales  por  fin  que  no  queda  otra  co- 
sa que  desear  sino  su  ejecución  y  observancia. »  Y  si  esto  no  fuere  aun  bastante 
para  desvanecer  las  acusaciones  de  Montesquieu ,  del  filósofo  de  Ginebra  y  de 
los  apasionados  Enciclopedistas  de  Francia  ,  que  son  los  que  mas  se  han  distin- 
guido en  su  animosidad  contra  el  código  visigodo  ,  ahí  están  Gibbon  ,  Guizot, 
Romey  ,  Pacheco  ,  Lafuente  y  cuantos  modernos  han  escrito  sobre  historia  ó  le- 
gislación que  reconocen  en  él  un  espíritu  altamente  filosófico,  ideas  muy  elevadas 
y  teorías  verdaderas,  agenas  enteramente  á  las  costumbres  de  los  bárbaros.  Todos 
descubren  en  él  un  carácter  erudito  ,  sistemático ,  social ,  y  con  todos  sus  de- 
fectos, confiesan  ser  el  Liber  Iudicum  un  glorioso  monumento  y  el  solo  código  de 
las  épocas  bárbaras  en  que  se  han  proclamado  altamente  los  grandes  principios 
de  moral.  «Ningún  cuerpo  de  leyes  de  los  siglos  medios ,  dice  el  historiador  Ro- 
mey, se  ha  aproximado  tanto  al  objeto  déla  legislación,  ninguno  ha  definido  me- 
jor ni  mas  notablemente  la  ley  (1).» 

Encuéntranse  en  este  cuerpo  de  derecho  leyes  de  cuatro  géneros  ó  clases : 
1.°  unas  que  hacían  los  príncipes  por  su  propia  autoridad  ,  ó  en  unión  con  el 
oficio  palatino  :  2.°  otras  que  se  hacían  en  los  concilios  nacionales,  y  fueron  des- 
pués transferidas  al  código  ,  como  en  algunas  de  ellas  se  expresa  :  3.°  otras  sin 
fecha,  ni  título,  ni  nombre  de  autor,  que  son  probablemente  las  que  se  tomaron  de 
las  antiguas  y  primitivas  colecciones  (2):  4.°  y  por  fin  otras  que  llevan  al  prin- 
cipio una  nota  que  dice  :  antiqua,  6  antiqua  novi'ter  emendata,  que  se  cree  fue- 
ron tomadas  de  los  códigos  romanos  y  revisadas  por  los  últimos  reyes.  Así,  se 
encuentran  á  un  tiempo  en  el  Fuero  Juzgo  leyes  en  que  se  descubre  aun  el 
espíritu  elevado  de  la  culta  sociedad  romana  ,  leyes  en  que  se  conservan  restos  de 
la  antigua  rusticidad  goda  ,  y  leyes ,  y  estas  son  las  mas,  en  que  se  revelan  no- 
ciones filosóficas  y  morales  muy  justas ,  y  en  que  se  reconocen,  según  expresión 
de  Mr.  Guizot  (3) ,  los  esfuerzos  de  un  legislador  ilustrado  que  lucha  contra  la 
violencia  y  la  irreflexión  de  las  costumbres  bárbaras.  Compónese  de  doce  libros, 


(1)  His.  de  Esp.,  P.  i  .a,  c.  XVIII. 

(2)  «E  aquellas  leyes  mandamos  que  valan,  las  quales  entendemos  que  fueron  fechas  anti- 
guamente por  derecho. »  Lib.  XI,  1. 1, 1.  5. 

(3)  Histoire  des  origines  du  gouvernement  representa tif  en  Europe ,  1.  XXV. 


148  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

precedidos  de  un  título  preliminar  en  el  cual  y  en  el  libro  primero  se  expresan , 
como  en  otro  lugar  hemos  dicho,  el  origen  y  la  naturaleza  del  poder,  el  objeto  y 
carácter  filosófico  de  la  ley ,  el  derecho  y  el  deber  del  legislador;  y  cuando  todas 
las  legislaciones  suponen,  sin  manifestarla,  una  solución  cualquiera  de  estos  pro- 
blemas primarios ,  y  á  ellos  van  unidas  por  lazos  secretos ,  desconocidos  á  veces 
hasta  del  mismo  legislador,  el  código  visigodo  ofrece  la  particularidad  de  que  su 
teoría  le  precede  y  se  reproduce  en  él  sin  cesar,  articulada  formal  y  expresamen- 
te. Sus  autores  quisieron  hacer  mas  que  mandar  y  prohibir  :  decretaron  princi- 
pios y  convirtieron  en  leyes  verdades  filosóficas. 

Los  libros  II,  III ,  IV  y  V  están  destinados  á  regularizar  las  relaciones  civi- 
les y  privadas ;  los  tres  siguientes  tratan  de  los  delitos  y  de  las  penas ;  el  nono 
de  los  delitos  contra  el  Estado;  el  décimo  y  el  undécimo  contienen  reglamentos 
relativos  al  orden  público  y  al  comercio ;  y  el  último  está  consagrado  exclusiva- 
mente á  la  extinción  del  judaismo  y  de  las  herejías.  Los  libros  se  hallan  divididos 
en  títulos  á  ejemplo  de  los  códigos  romanos  ,  y  los  títulos  en  leyes  á  cuya  cabeza 
va  el  nombre  del  rey  que  las  ha  hecho.  Las  mas  antiguas  son  de  Gundemaro  y  las 
mas  recientes,  según  hemos  dicho,  de  Egica  y  Witiza.  Aquellas  en  que  no  se  ve 
nombre  de  autor,  están  en  su  mayor  parte  tomadas  de  los  concilios  provinciales  ó 
del  código  Teodosiano.  No  nos  toca  analizar  detenidamente  este  famoso  código,  ta- 
rea mas  propia  del  jurisconsulto  que  del  historiador,  pero  no  nos  despediremos  de 
él  sin  examinar  sus  principales  disposiciones ,  puesto  que  ellas  son  el  mejor  ca- 
mino para  llegar  al  objeto  que  nos  hemos  propuesto ,  esto  es,  al  conocimiento  de 
la  vida  y  organización  interior  de  la  sociedad  visigoda. 

Hemos  dicho  que  la  ley  que  prohibía  el  matrimonio  entre  Godos  y  Romanos 
había  sido  abolida  por  Iíecesvinto  ,  y  en  efecto  esta  prohibición  no  podía  ser  ob- 
servada hallándose  ambos  pueblos  en  continuo  contacto  y  comercio.  En  todo  enlace 
se  exigía  una  dote  ,  pero  al  marido  incumbía  ofrecerla  (1) ,  y  en  esto  los  Godos 
adoptaron  al  parecer  las  costumbres  antiguas  de  los  indígenas.  La  dote  era  el  pre- 
cio que  pagaba  el  marido  á  los  padres  de  su  esposa  por  la  venta  de  su  cuerpo,  pro 
venditione  corporis  sui,  y  no  podia  exceder  de  la  décima  parte  del  patrimonio  del 
esposo  (2);  pero  los  mas  opulentos  podían  añadir  é  ella  veinte  siervos,  diez  decada 
sexo,  y  el  valor  de  mil  sueldos  de  oro  enjoyas  y  regalos.  Los  padres  de  la  esposa 
retenían  esta  dote  destinada  á  atender  alas  eventualidades  de  su  porvenir.  El  di- 
vorcio estaba  prohibido  ,  y  después  de  un  año  de  casamiento  podia  el  marido  dar 
á  su  esposa  tocia  su  hacienda.  El  repudio  no  estaba  permitido  sino  en  caso  de 
adulterio  ,  y  entonces  el  marido  podia  disponer  de  la  culpable  según  su  volun- 
tad (3).  La  mujer  repudiada  no  podia  contraer  segundas  nupcias  (4).  Las  hijas 
entraban  á  suceder  en  los  bienes  paternos  al  igual  que  los  hijos  (5),  y  las  viu- 
das no  podían  enagenar  los  bienes  patrimoniales  sin  el  consentimiento  de  un  con- 
sejo de  familia,  costumbre  que  se  observa  todavía  en  Portugal  (6). 


(1)  Ne  sine  dotcconjugium  fíat....  Nam  ubi  dos  nec  data  est  nec  conscripta,  quod  testimonium 
esse  poterit,  in  hoc  conjugio ,  dijínitatem  futuram?  Lib.  lud.  lib.  III,  t.  1, 1.  1. 

(2)  Id.  1  III,  t.  1,1.5. 

(3)  Id  1.  III,  t.  IV,  1.  i. 

(4)  Id.  1.  III,  t.  VI,  1.  1. 
(6)  Id.  1.  IV,  t.  II,  1   5.  8. 
(6)  Id.  1.  IV,  t.  11,1.  14. 


CAP.    YIH.— ESPAÑA   GODA.  149 

Por  la  ley  de  Recesvinto,  cualquiera  hombre  libre  podia  casarse  con  una  mu- 
jer libre  con  tal  que  se  contentasen  los  parientes  y  se  obtuviese  la  licencia  del  go- 
bernador de  la  ciudad  (1).  La  doncella  no  era  dueña  de  dar  la  mano  sino  á  quien 
sus  padres,  hermanos  ó  tutores  la  hubiesen  prometido  ;  de  suerte  que  si  se  ca- 
saba con  otro  perdia  todos  los  derechos  á  los  bienes  de  su  casa  (2),  y  ella  y  el  ma- 
rido incurrían  en  servidumbre,  debiéndose  los  dos  entregar  al  esposo  á  quien  ha- 
bían hecho  agravio;  pero  como  á  veces  los  hermanos  después  de  la  muerte  del  padre 
se  obstinaban  en  no  colocar  á  la  hermana  para  obligarla  de  este  modo  á  casarse  fur- 
tivamente y  poderle  luego  privar  de  su  porción  de  herencia ,  declararon  las  leyes 
que  cuando  ella  quisiese  podia  llamar  á  los  hermanos  á  la  división  de  bienes  (3). 
Los  esponsales  se  hacían  con  escritura  ó  delante  de  testigos,  y  con  la  ceremonia 
del  anillo  (4).  Lo  que  añade  el  Fuero  Juzgo,  dice  Masdeu,  del  beso  que  se  daban 
los  contrayentes  ,  debe  de  ser  estilo  mas  moderno  ,  por  mas  que  se  ponga  bajo 
el  título  de  ley  de  Recesvinto  ,  porque  en  el  código  visigodo  no  hay  tal  ley  ni  la 
menor  insinuación  de  tal  costumbre.  Hechos  los  esponsales,  no  podían  deshacerse 
sino  por  libre  voluntad  y  convenio  de  los  dos  esposos,  ni  podia  diferirse  después 
de  ellos  el  matrimonio  sino  dos  años  ó  cuatro  á  lo  mas  por  razones  fundadas, 
de  modo  que  si  pasado  este  plazo  no  se  efectuaba  el  casamiento,  quedaba  deshecho 
el  contrato  sin  otra  declaración,  á  no  ser  que  por  una  de  las  partes  se  alegase  en- 
fermedad ú  otro  impedimento  legítimo  (5).  El  matrimonio  como  contrato  elevado 
á  sacramento,  se  celebraba  en  la  iglesia  y  con  solemnidad;  la  doncella  se  presenta- 
ba cubierta  con  un  velo ,  emblema  de  su  pudor  virginal,  y  daba  el  consenso  al  es- 
poso y  lo  recibía  de  él  en  presencia  de  todo  el  pueblo.  Después  de  haberlos  el  sa- 
cerdote bendecido,  los  ataba  el  diácono  con  una  cinta  blanca  y  colorada  para  sig- 
nificar ,  dice  San  Isidoro  ,  con  aquella  atadura  el  vínculo  matrimonial ,  y  con  los 
dos  colores  la  pureza  y  la  fecundidad  (6).  Un  concilio  de  Valencia  ,  que  no  se 
sabe  si  es  de  Francia  ó  España,  añade  que  vueltos  los  novios  á  su  casa  habían  de 
estar  separados  uno  de  otro  hasta  el  día  siguiente  por  el  respeto  debido  á  la  ben- 
dición del  sacerdote. 

Los  padres,  excepto  en  caso  de  encontrar  á  su  hija  en  comercio  ilícito  con 
un  hombre,  no  tenían  derecho  jamás  sobre  la  vida  de  los  hijos.  El  padre  estaba 
obligado  á  mantenerlos  durante  la  niñez,  de  suerte  que  si  los  daba  á  otro  para 
que  los  criase,  había  de  pagar  un  tanto  por  los  alimentos  hasta  la  edad  de  diez 
años;  y  si  los  exponía  estaba  obligado  á  comprarlos  con  su  dinero,  porque  eran  es- 
clavos del  que  los  había  recogido,  y  no  teniendo  con  que  redimirlos  debia  venderse 
á  sí  mismo  para  comprarles  la  libertad.  El  hijo  que  ganaba  algo  con  su  ciencia, 
arte  ó  industria,  había  de  ceder  al  padre  la  tercera  parte  de  sus  ganancias  mientras 
vivía  con  él  en  una  misma  casa,  no  siendo  dueño  absoluto,  según  las  leyes  visigo- 
das, sino  de  lo  que  adquiría  al  servicio  del  rey,  ó  de  la  tropa.  El  padre,  fueradeloque 


{i )  Liberumque  sit  libero  liberam  ,  quam  voluerit  honesta  conjunctione  consulta  perquirendo 
prosapise  solemniter  consensu,  comité  permitiente  ,  percipere  conjugcm  Lib.  Iud.,  lib,  III,  1. 1,  1.  t. 

(2)  Id  ,  lib.  III,  t.  1,1.  8. 

(3)  Id.,  1.  8. 
(4i  Id.,  1.3. 

(5)  Id.,  t  1,1.4. 

(6)  Sanct.  Isid.,  de  Eccl.  Off.,  1.  II,  e.  49. 


150  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

hubiese  adquirido  personalmente  por  donación  del  rey,  no  podiaseparar  de  sus  bie- 
nes sino  la  tercera  parte  para  mejorar  al  hijo  que  mas  quería,  y  luego  délo  restante 
otra  quinta  para  su  alma  ú  otras  mandas.  En  todo  lo  demás  sucedian  los  hijos  como 
hemos  dicho  sin  distinción  de  sexos  y  edades,  y  solo  eran  causas  de  desheredación 
faltar  los  hijos  al  respeto  debido  á  sus  padres,  y  casarse  las  hijas  contra  la  voluntad 
de  estos.  El  orden  de  los  herederos  era  el  siguiente:  hijos,  nietos,  biznietos,  padres, 
abuelos  y  bisabuelos;  después  entraban  los  hermanos  y  demás  parientes  colatera- 
les, y  faltando  todo  pariente  hasta  el  séptimo  grado,  el  marido  heredábalos  bie- 
nes de  la  mujer  y  la  mujer  los  del  marido.  Los  menores  sujetos  á  tutela  entraban 
en  el  goce  de  sus  bienes  á  los  veinte  años,  y  los  hijos  que  nacian  de  padres  des- 
iguales seguian  siempre  por  la  ley  la  parte  mas  flaca  y  vil,  cualquiera  que  fuese. 
Los  hijos  nacidos  de  siervo  y  sierva  eran  propiedad  de  los  dueños  de  sus  padres, 
y  estos  los  vendían  y  se  repartían  el  precio,  ó  bien  convenían  entre  sí  algún  otro 
medio,  porque,  según  las  leyes,  tenían  los  dos  igual  derecho. 

La  viuda  no  podía  contraer  segundas  nupcias  hasta  después  de  un  ano  de 
la  muerte  de  su  marido,  so  pena  de  haber  de  renunciar  la  mitad  de  sus  bienes 
á  favor  de  los  herederos  del  difunto.  Era  muy  común  en  las  viudas  en  la  Es- 
paña Goda,  consagrarse  á  Dios  solemnemente,  vistiendo  un  hábito  religio- 
so, llevando  la  cabeza  cubierta  con  un  velo  negro  ó  colorado,  y  entregando  al 
obispo  en  la  Iglesia  la  profesión  de  castidad  firmada  de  su  mano.  Semejantes  viu- 
das, aunque  no  vivían  en  monasterio  ,  ni  en  comunidad  ,  eran  verdaderas  reli- 
giosas y  no  podían  casarse  ni  dejar  el  hábito  bajo  pena  de  excomunión  y  aun 
de  reclusión  en  un  monasterio,  si  después  de  amonestadas  no  se  corregían.  No 
se  permitía  dicha  profesión  sino  á  las  viudas  de  un  solo  marido,  y  debían  hacerla 
por  ley  las  que  habían  estado  casadas  con  obispo,  presbítero  ó  diácono. 

La  multitud  de  leyes  destinadas  á  proteger  la  agricultura,  prueban  la  impor- 
tancia que  dieron  los  Godos  á  la  industria  rural  en  sus  dos  ramos  de  cultivo  y 
ganadería.  Admirable  es  y  curiosa  por  demás  la  minuciosidad  conque  se  previe- 
nen todos  los  casos  de  daño  ó  atentado  contra  la  propiedad  predial  ó  pecuaria  ylas 
penas  que  para  cada  caso  se  establecen  (1).  La  extensión  que  tiene  esta  materia 
comparada  con  la  relativa  al  comercio  y  á  las  artes,  manifiesta  que  el  pueblo 
godo,  según  fué  perdiendo  los  instintos  guerreros,  se  fué  haciendo  mucho  mas  agri- 
cultor que  comerciante  ni  artista.  La  condición  de  los  colonos  fué  mucho  mas 
suave  bajo  la  dominación  de  los  Godos  que  lo  había  sido  bajo  la  de  los  Romanos,  y 
en  el  Fuero  Juzgo  encontramos  el  primer  vestigio  de  vinculación  que  mencionan 
nuestras  leyes.  «El  omne  que  es  solariego  non  puede  vender  la  heredad  por  nin- 
guna manera,  é  si  alguno  la  comprare  debe  perder  el  precio,  é  quanlo  ende  reci- 
biere (2). »  También,  si  se  quiere,  encontraremos  en  el  Código  Visigodo  algo  que  se 
aproxime  y  parezca  al  feudalismo,  pero  de  modo  alguno  el  verdadero  feudo  tal  co- 
mo se  conoció  después.  Había  hombres  libres  y  pobres  que  se  ponían  bajo  la  pro- 
tección de  un  rico  ó  un  noble ,  el  cual  proveía  á  sus  necesidades  y  los  amparaba 
á  condición  de  que  le  siguieran  á  la  guerra.  Pero  el  cliente,  como  hemos  visto,  po- 
día abandonar  á  su  patrono  y  buscar  otro  siempre  que  volviera  al  primero  lo  que 


(4)    Lib.  lud.,  lib.  VIII,  t.  III.  IV. 
(2)    Id.        lib.  V.  t.  IV,  I.  19. 


CAP.   Yin. — ESPAÑA  GODA.  151 

de  él  hubiese  recibido.  Mas  que  feudo,  era  una  clientelaen  que  se  conservaba  un  res- 
to de  la  libertad  germánica  y  de  la  independencia  ibera.  Nohabia  la  servidumbre 
ni  las  gerarquías  feudales  que  constituyeron  el  sistema  feudal.  Practicábanse  los 
dos  sistemas  mas  ventajosos  de'cultivo,  el  enfiteusis  y  el  arriendo,  y  si  hubo 
aquíg  un  germen  del  feudalismo,  por  lo  menos  no  llegó  á  desarrollarse. 

La  prescripción  se  adquiría  por  treinta  y  cincuenta  años,  según  la  natura- 
leza de  las  causas.  En  las  relativas  á  la  propiedad  territorial  y  á  los  siervos,  se 
adquiría  por  cincuenta  años  de  abstención  (1).  Las  demás  acciones  aun  proce- 
dentes de  delitos  prescribían  á  los  treinta  años  (2),  mas  era  preciso  para  ello  que 
la  persona  perjudicada  no  hubiese  guardado  silencio  por  una  fuerza  mayor  (3). 


(4)    Sortes  gothiquse  et  romauae  quse  intra  quinquaginta  anuos  non  fuerint  revócate,  nullo  mo- 
do repetantur.  Lib.  Iud.,  X.  t.  II,  1.  4. 

(2)  Id.  1.  3. 

(3)  Id.  1.6, 


132  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


CAPITULO  IX. 

Continuación  del  mismo  asunto. — Sistema  judicial. — Tribunales  y  jueces. — Atribuciones  deljuez  y  de 
sus  agentes.— Obligaciones  y  responsabilidad  délos  jueces.— Abogados  y  procuradores. — De- 
laciones.— Tormento. — Pruebas  del  agua  y  del  fuego. — Prueba  de  testigos. — Apelaciones.— Siste- 
ma penal. — Pena  de  muerte,  de  ceguedad,  de  decalvacion,  de  infamia,  de  servidumbre,  de  ver- 
güenza y  de  azotes. — Penas  pecuniarias.— Personalidad  de  las  penas. — Legislación  contra  los  Ju- 
díos. 

El  Fuero  Juzgo  establece  los  dos  grandes  principios  de  igualdad  ante  la  ley 
y  de  responsabilidad  de  los  jueces,  gran  adelanto  en  el  sistema  jurídico.  Llenos  están 
los  títulos  que  tratan  de  las  leyes  y  del  facedor  de  la  ley  de  penas  contra  los  jue- 
ces «que  fagan  tuerto  por  ruego,  ó  por  ignorancia  ó  por  miedo,  y  hasta  por  man- 
dado del  rey»  de  modo  es  que  bajo  los  aspectos  judicial  y  penal,  como  le  conside- 
ramos en  este  capítulo,  no  es  el  código  de  los  Visigodos  inferior  al  concepto  que 
de  él  hemos  formado  política  y  civilmente  examinado. 

Toda  causa  así  civil  como  criminal  estaba  sujeta  á  la  jurisdicción  de  los  du- 
ques y  de  los  condes;  pero  como  estos,  á  causa  de  la  naturalezade  sus  funciones, 
no  podían  emplear  en  la  administración  de  justicia  el  tiempo  necesario,  tenían 
sustitutos  con  el  título  de  jueces,  á  quienes  comunicaban  todos  sus  poderes  sobre 
este  punto  (1).  Además  de  estos  jueces  ordinarios  dependientes  de  los  gobernado- 
res, habia  otros  extraordinarios,  llamados  pacis  assertores  que  recibían  sus  po- 
deres inmediatamente  del  rey,  y  solo  podían  conocer  de  las  causas  particulares 
que  estaban  encargados  de  juzgar  por  mándalo  especial  (2).  Por  ausencias  y  en- 
fermedades del  juez  suplía  un  sustituto  con  el  título  de  vicario;  y  el  ejército,  según 
Masdeu,  tenia  un  tribunal  particular,  cuyos  jueces  ordinarios  eran  los  tiufados, 
quienes  estaban  revestidos  del  carácter  de  jueces  aunen  tiempo  de  paz  en  las  ciu- 
dades ó  presidios  en  que  residían  como  jefes  ó  gobernadores  militares.  Así  en 
efecto  parece  inferirse  de  la  ley  que  nombra  al  tiufado  entre  los  jueces,  previ- 
niendo que  quien  no  obtuviere  satisfacción  de  él  pueda  recusar  su  tribunal  y  re- 
currir al  del  duque  (3).  Los  ministros  subalternos  de  que  se  valia  el  juez  para  la 


(4)     Lib.,  Iud.  lib.  II,  t.  I.  1.  44. 

(2>    Pacis  autem  assertores,  non  alias  dirimant  causas,  nisi  quas  illis.  Id.  lib.  II,  t,  I.  1. 16. 

3)  Quoniam  negotiorum  remedia  multimodae  diversitatis  compendio  gaudent,  adeo  dux,  comes, 
vicarius,  pacis  assertor  tiufadus,  millenarius,  quingentenarius,  centenarius,  decanus  ,  defensor, 
numerarius,  et  qui  ex  regia  jussione,  aut  ctiam  ex  consensu  parlium  judices  in  negotiis  eliguntur, 
sive  cujus  cumque  ordinis  omnino  persona,  cui  dcbilum  judicare  conceditur;  ita  omnes  in  quantum 
judicandi  potestatcm  acceperint,  judiéis  nomine  censeantur  ex  lege  Id.  Iib.  II,  t.  I,  1.  14,  y  lib.  IX, 
t.  II,  l.  8  y  9. 


CAP.   IX. — ESPAÑA   GODA.  153 

ejecución  de  su  cargo  eran  de  dos  especies.  Unos  se  llamaban  misos  ó  mandade- 
ros, y  eran  verdaderos  escribanos;  su  oficio  consistía  en  citar  y  llevar  las  provi- 
dencias del  juez  al  domicilio  de  la  parte  (1).  Los  otros  que  se  llamaban  sayones, 
prendian  á  los  acusados,  daban  azotes  y  tormentos,  y  ejecutaban  por  fin  cuanto 
mandaba  el  tribunal  para  cumplimiento  de  la  justicia  (2).  Cualquiera  podia  pren- 
der á  un  ladrón  ó  malhechor,  pero  antes  de  veinte  horas  debia  entregarlo  ala  jus- 
ticia, bajo  pena  de  diez  escudos  á  favor  del  juez  (3).  Así  los  jueces  como  sus  mi- 
nistros y  ejecutores  habían  de  tener  presentes  los  límites  de  sus  territorios,  porque 
si  salían  un  paso  del  término  de  su  jurisdicción,  el  duque  de  la  provincia  debia 
castigarlos  según  las  leyes,  imponiendo  al  juez  la  pena  pecuniaria  de  una  libra 
de  oro  (setenta  sueldos  ó  ciento  cuarenta  y  cuatro  escudos),  y  al  ejecutor  la 
de  cien  azotes  (4). 

La  paga  de  los  jueces  y  ejecutores  se  tomaba  de  las  mismas  causas  que  se 
ofrecían,  pero  sin  que  pudiesen  exigir  cosa  alguna  hasta  después  de  finalizadas. 
El  veinte  por  ciento  era  lo  que  tocaba  al  juez  y  el  diez  á  los  ejecutores  (5),  sin 
aumento  alguno  por  ningún  tí  lulo  ,  de  manera  que  si  cobraban  algo  mas  habían 
de  restituir  á  los  interesados,  no  solo  el  doble  de  dicho  aumento,  sino  también  to- 
da la  paga  ó  recompensa  que  por  ley  se  les  debia  (6).  Sin  esto  ,  tenia  el  tribunal 
otras  ganancias  en  algunas  penas  pecuniarias  impuestas  por  las  leyes  á  su  favor: 
así  por  ejemplo,  quien  no  acudía  al  llamamiento  del  juez  debia  darle  en  pena  de 
la  desobediencia  cinco  sueldos  de  oro  (7) ,  y  quien  alteraba  el  orden  de  la  au- 
diencia, y  requerido  por  el  juez  no  abandonaba  el  tribunal,  habia  de  pagar  según 
su  posibilidad  hasta  una  libra  de  oro  (setenta  y  dos  sueldos).  Los  gastos  extraor- 
dinarios de  los  pleitos  iban  por  cuenta  de  los  pleiteantes ,  y  si  para  alguna  eje- 
cución habían  de  salir  los  sayones  fuera  de  la  ciudad  ó  villa,  las  personas  á  cu- 
yo favor  obraban,  les  debían  dar  para  el  viaje  cabalgaduras,  ya  mas,  ya  menos, 
á  proporción  de  su  carácter  y  de  la  calidad  de  la  causa ,  pero  ni  menos  de  dos, 
ni  mas  de  seis  (8). 

Hombres  y  mugeres  tenían  todos  derecho  para  defender  por  sí  mismos  su 
propia  causa ,  menos  el  rey  y  los  obispos ,  á  quienes  no  se  permitía,  porque  sien- 
do personas  tan  distinguidas,  no  convenia  que  se  expusieren  á  las  contradicciones 
de  un  juicio  ,  en  que  fácilmente  ,  dice  la  ley,  los  pleiteantes  en  el  calor  de  la  dis- 
puta se  maltratan  unos  á  otros  (9).  Era  tan  respetado  el  derecho  personal  de  de- 
fenderse á  sí  mismo  ,  que  aun  el  marido  no  f  odia  por  su  arbitrio  defender  á  su 
muger,  y  si  lo  hacia  y  perdia  el  pleito,  la  muger  tenia  derecho  para  volver  á  co- 
menzar la  causa  por  sí  misma,  como  si  nada  se  hubiese  hecho  (10).  Los  abogados 


(1)  Lib.  Iud.,  lib.  II,  1. 1,  1.18. 

(2)  Llamábanse  también  judiéis  execulores  Id.  lib.  II,  t.  1. 1. 42. 

(3)  Id.  lib.  VII,  t.  II,  l.  47. 
(4     Id.  lib.  II,  t.  1, 1.  47. 

(5)  Id.  lib.  II,  t.  I,  1.  25.  De  commodis  atque  damnis  judiéis  vel  saionis. 

(6)  Quod  si  aliquis  super  hunc  constitutum  numerum  usurpare  prasumpserit,  et  mercedes, 
quas  legitimé  debent  accipere,  perdat,  et  quidquid  super  decimum  solidum  fraude  quacumque  per- 
ceperit,  duplum  illi  cui  abstulit  reddad.  Id.  ubi  supra. 

7)    Id.  lib.  II,  t.  I,  1.  48. 

(8)  Id.  lib.  II,  t.  1. 1.25. 

(9)  Id.  lib.  II,  t.  I.  1.4. 

(40    Id.  lib.  II,  t.  III,  H  6.  Es  cierto  que  la  ley  dice,  maritus  sine  mandato. 

tomo  n.  20 


154  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

y  procuradores  (litigatores  et  assertores)  habían  de  ser  hombres  ingenuos,  de- 
bían manifestar  por  escrito  el  poder  formal  de  su  cliente  (1),  y  solo  después  de 
finalizada  la  causa  podian  exigir  la  recompensa  de  su  trabajo  (2).  Acerca  de  la 
elección  de  los  procuradores,  habia  una  ley  muy  sabia  para  poner  en  algún  equi- 
librio á  los  litigantes  ,  cuando  eran  muy  desiguales  por  sus  haberes  :  el  cliente 
pobre  podia  ¡ornar  por  su  abogado  á  un  hombre  tan  poderoso  como  su  adversa- 
rio, y  el  rico  no  podia  tomar  sino  á  uno  que  no  excediese  en  caudales  al  pobre  con 
quien  pleiteaba.  Los  siervos  por  ley  general  no  podian  abogar  sino  por  sí  mismos 
ó  por  su  señor  (3),  y  los  pobres  tenían  sus  defensores  particulares.  Los  litigato- 
res públicos  se  llamaban  actores  fiscali ,  y  los  de  los  pobres  defensores.  Los  pri- 
meros eran  nombrados  por  el  rey  y  los  segundos  por  el  pueblo  con  la  dirección 
del  obispo.  El  oficio  de  procurador  de  pobres  en  sus  principios  duraba  solamente 
un  año  ,  pero  Recesvinto  mandó  que  fuese  perpetuo,  y  que  el  obispo  velase  so- 
bre su  integridad  y  desinterés,  bajo  pena  de  ser  responsable  de  todos  los  daños 
que  se  siguiesen  á  los  pobres. 

Estaban  abiertos  los  tribunales  desde  el  amanecer  hasta  la  caída  del  sol,  y 
no  podia  el  juez  tomar  reposo  alguno  hasta  la  hora  sexta  (mediodía).  Así  se 
practicaba  todo  el  año  menos  los  domingos  y  fiestas  solemnes ;  las  ferias  ó  vaca- 
ciones grandes  eran  tres:  las  Pascuales  ,  que  duraban  quince  dias ,  esto  es ,  el 
de  la  fiesta  con  otros  siete  antes  y  siete  después ;  las  vendimíales  que  empezaban 
á  diez  y  siete  de  setiembre  y  acababan  á  diez  y  ocho  de  octubre  ;  y  las  mesivas, 
ó  de  la  cosecha,  que  eran  de  otro  mes  entero,  desde  la  mitad  de  julio  hasta  la  mi- 
tad de  agosto  (4). 

Fuera  de  los  dias  y  horas  de  descanso,  el  juez  no  podia  negarse  á  cualquie- 
ra recurso,  ni  diferir  el  juicio  un  dia  solo,  ni  hacer  impunemente  el  menor  agra- 
vio á  quien  alegaba  sus  pretensiones  (5).  Si  tardaba  mas  de  lo  justo  en  empezar 
los  actos  judiciales  ó  en  continuarlos  después  de  empezados  ,  era  responsable  de 
todo  el  objeto  de  la  causa ,  y  debia  satisfacer  enteramente  á  la  parte ,  como  si  él 
mismo  hubiese  perdido  el  pleito  (6).  Si  ocasionaba  gastos,  mas  de  los  que  debia, 
los  litigantes ,  sus  abogados  ó  procuradores  tenían  acción  contra  él ,  y  podian 
obligarle  á  resarcir  los  daños  y  abonar  las  expensas.  Si  por  amistad,  regalos  ú 
otro  cualquier  motivo  daba  sentencia  injusta,  la  parte  ofendida  tenia  acción,  no 
solo  contra  el  adversario  para  recobrar  sus  bienes  ó  caudales,  sino  también  con- 
tra el  juez  para  que  le  pagase  el  doble  de  lo  que  habia  hecho  perder  injustamen- 
te. Si  daba  sentencia  á  favor  de  una  parte  después  de  haber  prestado  oidos  á  al- 
guna recomendación  de  persona  poderosa  ,  la  parte  favorecida  ,  aunque  tuviese 
razón,  debia  dar  el  pleito  por  perdido,  sin  tener  mas  acción  en  adelante  para  de- 
fender sus  derechos  y  pretensiones  (7).  Si  el  mismo  rey  tomaba  empeño  en  algu- 


(1)    Lib.  Iud.,  lib.  II,  t.  III,  ].  2. 
(!)    Id.  lib.  11,  t.  III,  ].  7. 
(3j    Id.  lib.  II,  t.  III,  1.  3. 

(4)  Id.  lib.  II,  t.  1, 1.  2. 

(5)  Id.  lib.  II,  t.  IV,  1.  2;  t.  I,  1.  20  y  2S. 
(6;     Id.  lib.  II,  t.I,  1.21. 

(7)  Quicumque  habens  causam  ad  majorem  personam  se  propterea  contulerit  ut  injudicio  per 
illius  patrocimum  adversarium  suurn  possit  opprimere,  ipsam  causam  de  quá  agitur,  etsi  justa 
íuerit,  quasi  victus  pcrdat;  liceatjudici  mox  ut  viderit  quemcumque  potentem  iu  causa  cujusli- 
bet  patrocinan,  de  judicio  cum  abjicere.  Id.  lib.  II,  t.  II,  1.  8,  y  t.  III,  1.  94 


CAP.    IX. — ESPAÑA   GODA.  155 

na  causa,  por  este  solo  motivo  la  sentencia  era  nula,  y  el  juez  que  la  habia  da- 
do no  podia  eximirse  de  las  penas  legales,  sino  probando  la  influencia  á  que  habia 
cedido.  ¡Admirable  modo  de  poner  la  administración  de  justicia  al  abrigo  del 
soborno,  del  cohecho  y  de  las  influencias  del  poder! 

Los  procedimientos  eran  muy  sencillos  y  breves.  Precedian  las  citaciones,  á 
que  debian  obedecer  los  citados  bajo  pena  de  azotes  ó  de  una  multa  de  cinco  has- 
ta cincuenta  sueldos ,  según  la  diversidad  de  personas  (1).  La  causa  se  instruia 
con  gran  rapidez,  y  luego  de  oidos  el  demandante  y  demandado  ,  pasábase  á  las 
pruebas,  que  eran  de  tres  especies:  la  primera,  el  examen  de  los  testigos  presen- 
tados por  una  y  otra  parte  (2);  la  segunda,  el  de  los  contratos  y  demás  documen- 
tos relativos  al  pleito  (3),  y  la  tercera,  el  juramento  personal  á  que  no  podia  el  juez 
obligar  sino  en  falta  de  toda  otra  prueba  (4).  Si  en  el  discurso  del  juicio  habia 
habido  alguna  falta  de  legalidad ,  recaía  todo  el  daño  sobre  quien  la  habia  oca- 
sionado. Así  por  ejemplo ,  si  las  citaciones  habían  sido  ilegítimas  por  culpa  del 
demandante ,  y  en  fuerza  de  ellas  la  persona  citada  habia  tenido  de  perder  tiem- 
po y  gastar  en  viajes ,  el  adversario  le  habia  de  dar  un  sueldo  por  cada  diez  mi- 
llas de  camino  (5).  Al  testigo  que  juraba  en  falso  se  le  condenaba  á  resarcir  to- 
dos los  daños  ocasionados  á  aquel  contra  quien  atestiguó ,  y  si  no  tenia  caudal 
con  que  resarcirlos,  se  debía  entregar  á  dicho  sugeto  en  calidad  de  siervo  (6). 
Asimismo  el  abogado,  el  procurador,  el  sayón,  el  mandadero  y  cualquiera  otro 
que  tuviese  parte  en  la  causa,  si  obraban  maliciosamente  contra  los  intereses  de 
algún  litigante,  debian  darle  entera  satisfacción  ó  con  sus  bienes  ó  con  sus 
personas. 

En  las  causas  criminales  precedía  la  delación  dada  jurídicamente  en  el 
tribunal,  ó  por  la  persona  ofendida  ó  por  un  tercero ,  siendo  necesario  en  ambos 
casos  presentarla  por  escrito  y  delante  de  tres  testigos,  para  que  el  acusador  no 
pudiese  negar  ó  alterar  en  tiempo  alguno  la  relación  que  habia  hecho  (7).  Si  se 
trataba  de  un  monedero  falso,  el  rey  premiaba  al  delator  con  seis  onzas  de  oro 
(treinta  y  seis  sueldos)  (8) ;  si  de  un  ladrón ,  debía  premiarle  este  mismo  con 
una  cantidad  igual  á  la  del  robo ,  y  en  defecto  de  caudales  ,  se  le  cedía  la  terce- 
ra parte  del  hurto  (9) ;  así  de  un  modo  semejante  se  daba  premio  á  los  demás 
delatores,  siendo  la  delación  verdadera  y  no  habiendo  ellos  tenido  parte  en  el 
delito,  porque  si  eran  cómplices ,  no  se  les  daba  otro  premio  sino  el  de  la  impu- 
nidad (10).  Si  lo  que  habían  expuesto  era  falso,  no  solo  estaban  obligados  á  re- 
sarcir todos  los  daños  y  perjuicios,  sino  que  incurrían  en  una  de  dos  sentencias, 


(1)  LiB.  Iud.,  lib.  II,  1. 1, 1. 48,  De  his  qui  ammoniti  judiciis  epístola  vel  judicio  ad  judicium 
venire  contemnunt. 

(2)  Id.  lib.  II,  t.  IV,  De  pactibus  et  testimoniis. 

(3)  Id.  lib.  II,  t.  V,  De  scripturis  valituris  et  infirmandis. 

(4)  Pnmum  testes  interroget:  deinde  scripturas  inquirat  ut  veritas  possit  certius  invenid,  ne 
ad  sacramentum  facile  veniatur,  dice  la  ley  Quidprimum  judex  servare  debeat  ut  causambene  co- 
gnoscat.  Lib.  II,  1. 1,  1.  22. 

(5)  Id.  lib.  II,  t.  II,  1.  6. 

(6)  Id.  lib.  II,  t.  IV,  1.  6. 

(7)  Id.  lib.  VII,  1. 1, 1.  4,  De  Índice  et  de  his  que  indicare  dicuntur. 

(8)  Id.  lib.  VII,  t.  VI,  1.  4. 

(9)  Id.  id.  1.3. 
(40;  Id.            id.  1.  4'. 


156  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ó  sufrir  todas  las  penas  que  habría  merecido  el  acusado ,  en  caso  de  ser  culpa- 
ble, ó  bien  entregarse  en  esclavitud  á  disposición  del  inocente  calumniado.  La 
delación  del  siervo  no  era  admitida  si  no  le  abonaba  su  amo  con  una  fe  de  non  - 
radez  y  buenas  costumbres ,  y  solo  se  hacia  de  esto  excepción  para  con  los  mo- 
nederos falsos  (1). 

El  sistema  carcelario  entre  los  Godos  nada  tenia  de  extraordinario ,  mas 
la  ley  consagraba  un  gran  principio  de  justicia:  cuando  el  preso  era  reconocido 
inocente ,  no  solo  no  debia  sobrellevar  gasto  alguno ,  sino  que  se  le  resarcían 
cuantos  perjuicios  se  le  habían  inferido  (2).  El  tormento,  abolido  hace  po- 
co entre  las  naciones  modernas ,  era  aplicado  también  por  los  Godos  como  un 
medio  para  venir  en  conocimiento  de  la  verdad.  Por  lo  general  usaban  de  él  con 
gran  moderación ,  siendo  responsable  el  juez  de  la  vida  y  salud  del  paciente  bajo 
penas  gravísimas.  Si  el  que  moria  ó  recibía  daño  notable  en  los  tormentos ,  era 
siervo,  el  juez  habia  de  comprar  otro  hombre  de  iguales  prendas  y  habilidad,  y 
no  teniendo  dinero  con  que  comprarlo,  se  habia  de  entregar  él  mismo  en  servi- 
dumbre (3).  Si  el  infeliz  era  liberto,  habia  de  pagar  al  patrono  doscientos  ó  cua- 
trocientos escudos,  según  era  mayor  ó  menor  la  habilidad  del  sugeto.  La  mutila- 
ción en  el  tormento  era  castigada  con  mas  gran  severidad  aun  cuando  se  ejercía 
en  los  ingenuos ,  pues  por  la  muerte  ó  inhabilitación  de  uno  de  ellos,  perdía  el 
juez  la  libertad  y  todos  sus  bienes ,  y  aun  cuando  probase  que  la  desgracia  habia 
sucedido  sin  malicia  alguna  por  su  parte,  habia  de  pagar  al  paciente  ó  á  sus  he- 
rederos una  multa  de  quinientos  sueldos  de  oro  (4).  No  solo  los  jueces  estaban 
sujetos  á  estas  penas,  sino  también  los  acusadores  si  á  su  instancia  se  ha- 
bían dado  tormentos  al  reo  (5).  El  número  de  casos  en  que  podía  indagarse  la 
verdad  por  medio  de  la  tortura  era  muy  limitado  y  las  excepciones  muy  nume- 
rosas. El  noble  no  estaba  sujeto  á  ella  sino  por  delitos  capitales;  para  todos  los 
demás  ingenuos,  la  causa  debia  llegar  á  la  estimación  de  quinientos  sueldos  de 
oro;  á  la  de  doscientos  para  los  libertos  llamados  bonos;  á  la  de  ciento  para  los 
inferiores,  y  para  los  siervos  bastaba  que  se  hubiesen  hecho  notables  por  la 
frecuencia  de  sus  robos  (6). 

La  prueba  del  fuego  y  del  agua  eslaba  igualmente  admitida ,  pero  única- 
mente en  muy  limitado  número  de  casos.  Conocidas  son  sobre  este  punto  las 
ideas  de  la  época :  el  inocente  que  metia  un  brazo  dentro  de  un  caldero  de  agua 
hirviendo ,  que  tenia  en  la  mano  un  hierro  hecho  ascua  ó  caminaba  descalzo  so- 
bre carbones  encendidos ,  no  experimentaba  daño  alguno ,  y  solo  el  culpable  su- 
fría los  efectos  ordinarios  del  fuego  y  del  agua ;  así  se  manifestaba  la  justicia  de 
Dios  (7). 

Esta  bárbara  y  sencilla  costumbre,  cuyo  origen  es  incierto,  y  que  fué  común 
en  la  edad  media  sobre  todo  á  Francia  é  Inglaterra,  tenia  muy  raras  aplicaciones 


(4) 

Lib.  Iud.  lib.  VIÍ,  t.  VI,  De  falsariis  metallorum. 

(2) 

Id  ,  lib.  VII,  t.  IV,  1.  i. 

(3) 

Id.,  lib.  VI,  1. 1,1.  2. 

(4) 

Id.,  lib.  VI,  t.  1, 1.  2. 

(5) 

Id.,  lib.  VI,  t.  I,  1.2. 

(6) 

Id.,  lib.  VI,  t.  I,  1.  3  y  4. 

tf) 

Por  esto  eran  llamadas  esta  clase  de  pruebas  juicios  de  Dios 

CAP.    IX. — ESPAÑA   GODA.  157 

entre  los  Godos.  En  los  doce  libros  de  su  código  solo  una  ley(l)  autoriza  la  prue- 
ba del  agua  hirviendo,  y  aun  esto  solo  en  las  causas  gravísimas  (2). 

La  edad  para  atestiguar  en  cualquiera  causa  era  la  de  catorce  años  (3),  así 
en  hembras  como  en  varones,  que  es  la  misma  en  que  eran  reconocidos  hábiles 
para  disponer  de  sus  bienes  y  hacer  testamento  y  contrato  de  cualquiera  espe- 
cie (4).  Los  homicidas,  ladrones,  brujos,  sorteros  y  pecadores  públicos,  y  los  que 
habían  forzado  á  alguna  mujer  ó  hecho  alguna  vez  juramento  falso,  no  podian  ser 
testigos  en  causa  alguna  como  hombres  infames  y  sin  conciencia  (5).  El  testimo- 
nio de  un  hombre  pobre  no  se  recibía  sino  por  falta  de  otro,  porque  quien  necesita, 
dice  la  ley,  tiene  contra  sí  la  sospecha  de  que  mas  fácilmente  puede  dejarse  arras- 
trar del  dinero.  Tampoco  el  Judío  era  admitido  aundespues  debaulizado,  y  también 
estaban  excluidos  todos  los  siervos,  menos  los  que  servían  en  la  corte,  porque  el 
rey,  dice  el  traductor  del  código  visigodo,  los  ha  conocido  por  bonos  é  sin  pecado. 
Se  admilian  todos  sin  embargo,  principalmente  en  causas  criminales  cuando  ellos 
solos  habían  estado  presentes  al  hecho,  ó  tenían  mas  noticia  que  otros.  Los  pa- 
rientes de  primero  y  segundo  grado  estaban  también  privados  de  atestiguar  en 
favor  de  los  suyos  sino  cuando  faltaban  otros  que  pudiesen  dar  testimonio,  ó 
cuando  era  el  pleito  ó  la  diferencia  contra  otros  parientes  igualmente  cercanos.  Si 
uno  mismo  habia  atestiguado  una  cosa  de  palabra  y  otra  por  escrito,  se  debía  dar 
fe  al  papel  mas  que  á  la  boca  hasta  que  se  descubriese  la  verdad,  porque  gene- 
ralmente, dice  la  ley,  hacemos  mas  reflexión  en  lo  que  escribimos  que  en  lo  que 
hablamos.  Habia  leyes  muy  severas  coníra  el  perjuro,  y  aun  contra  quien  ocul- 
taba ó  disimulaba  la  verdad  cuando  se  le  mandaba  decirla.  El  testigo  falso,  de 
cualquiera  calidad  que  fuese,  caía  inmediatamente  en  la  infamia  por  toda  su  vida, 
y  debia  dar  satisfacción  á  la  parte  con  sus  caudales,  si  los  tenia,  ó  con  cien  azotes 
en  público  ó  servidumbre  perpetua  á  disposición  de  la  persona  ofendida ,  y  del 
mismo  modo  era  castigado  quien  compraba  ó  vendía  un  testimonio  falso.  Casi  la 
misma  pena  se  daba  á  quien  legalmente  examinado  no  quería  descubrirla  verdad; 
pues  si  era  noble,  ó  como  dice  al  Fuero  Juzgo  orne  de  gran  guisa,  se  le  declaraba 
enteramente  inhábil  para  dar  testimonio  en  adelante,  y  era  una  especie  de  infa- 
mia (6);  y  si  era  persona  de  la  clase  inferior  debia  sujetarse  en  público  á  la  pena 
de  cien  azotes  (7). 

Las  apelaciones  eran  de  dos  clases:  la  mas  regular  era  el  recurso  á  los  tri- 
bunales superiores  por  su  orden,  primero  al  del  conde,  después  al  del  duque  de  la 
provincia  y  últimamente  al  del  rey  (8).  Quien  no  quería  seguir  este  método,  po- 
día llamar  por  jueces  á  un  mismo  tiempo  al  conde  de  la  ciudad  y  á  su  propio 
obispo,  para  que  los  dos  juntos  examinaren  la  causa  ydieren  por  escrito  sus  sen- 


il) Fué  promulgada  por  Egica,  y  es  la  tercera  del  título  primero  del  libro  sexto:  Quomodo  ju- 
dex  examen  aquce  fervrnlis  caasam  perquirat. 

$)  Usábase  de  un  método  semejante  para  averiguar  si  eran  verdaderas  ó  falsas  las  reliquias 
de  los  santos.  San  Agustín  habla  ya  de  esta  costumbre. 

3)    Lib.  Iud  ,  Iib.  II,  t.  IV,  1.44. 

ti)    Id.    id.,  lib.  II,  t.  V,  1.  44. 

5)    Id.    id.,  lib,  II,  t.  IV,  1.  41. 

(6)    Id,  t.  IV,  1  4.  De  personis  quibus  testifican  non  hceat. 

(1)  Para  cuanto  se  refiere  á  los  testigos  véase  el  Libro  de  los  Jueces,  lib.  II,  t.  IV.,  Detesti- 
bus  et  testimoniis. 

(8)    Lib.  Iud,  lib.  II,  t.  1, 1.  23. 


158  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

tencias,  que  siendo  uniformes  eran  decisivas ,  no  reconociendo  este  tribunal  otro 
superior  alguno  ,  sino  s©lo  al  rey  (1).  Los  pobres  y  necesitados  tenian  el  pri- 
vilegio de  poder  apelar  directamente  al  obispo,  quien,  después  de  oído  el  con- 
sejo de  hombres  sabios  eclesiásticos  ó  seglares ,  podia  sentenciar  libremente 
según  equidad  y  justicia  (2). 

También  en  las  penas  con  que  se  castigaban  los  delitos  resplandece  en  el 
código  visigodo  la  ilustración  de  sus  autores ,  y  la  gran  ventaja  que  llevaba  á 
cuantas  leyes  regían  entonces  en  Europa.  El  delito  es  considerado  en  él  según  su 
elemento  moral  y  verdadero,  la  intención.  Las  diversas  especies  de  criminalidad, 
el  homicidio  absolutamente  involuntario,  el  homicidio  por  inadvertencia,  el  homi- 
cidio provocado,  el  homicidio  con  ó  sin  premeditación  están  distinguidos  y  defi- 
nidos casi  tan  bien  como  en  los  códigos  modernos,  y  las  penas  varían  en  pro- 
porción muy  equitativa.  La  justicia  del  legislador  fué  mas  lejos  aun,  y  quiso  sino 
abolir,  atenuar  al  menos  la  diversidad  de  valor  legal  establecida  entre  los  hom- 
bres por  las  demás  leyes  bárbaras.  La  única  distinción  que  conservó  fué  entre  el 
hombre  libre  y  el  siervo.  Respecto  del  primero  la  pena  no  varia  ni  según  el  orí- 
gen,  ni  según  el  rango  del  difunto,  sino  únicamente  según  los  diversos  grados  de 
culpabilidad  moral  del  matador.  Respecto  de  los  siervos,  el  Libro  de  los  Jueces 
quiso  sujetar  á  un  procedimiento  público  y  regular  el  derecho  de  vida  y  muerte 
que  antes  se  arrogaban  los  señores. 

«  Si  el  omne  que  faze  algún  pecado,  ó  lo  conseió,  non  debe  seer  sin 
pena;  mucho  mas  aquel  non  deve  seer  sin  pena  qui  faz  omizillio  por  su 
crueldad.  E  porque  los  sennores  matan  los  siervos  muchas  veces  por  cruel- 
dad en  ante  que  los  siervos  sean  condempnados  de  algún  pecado  ;  por  end 
les  queremos  toller  esta  licencia  á  los  sennores  que  lo  non  fagan,  hy  estable- 
cemos por  esta  ley  que  ningún  sennor,  nin  ninguna  sennora  non  mate  su  siervo, 
nin  su  sierva  si  non  por  mandado  del  iuez,  por  pecado  que  fiziesse  el  siervo  pu- 
blicamientre.  Mas  si  el  siervo  ó  la  sierva  fizier  tal  pecado  porque  deva  prender 
muerte,  mantiniente  su  sennor  de  él,  ó  aquel  que  lo  quisier  acusar,  dígalo  al 
iuez  de  aquella  tierra,  ó  á  aquel  sennor:  é  pues  que  lo  dixiere,  si  el  pecado  fuere 
mostrado,  el  siervo  prenda  muerte  por  el  iuez  ó  por  su  sennor  en  tal  manera,  que 
si  el  iuez  lo  quisier  Justiciar  de  muerte,  meta  en  su  escrito  aquelopor  quel  con- 
dempna.  E  si  el  sennor  lo  quisiere  fer  matar,  ó  lo  quisier  guardar  de  muerte,  sea 
en  su  poder.  E  si  el  siervo  ó  la  sierva  por  muy  mal  osamiento  ,  contrastando  á 
su  sennor,  si  lo  fi riere  con  arma,  ó  con  piedra,  ó  con  otra  cosa  ,  ó  asmar  de  lo 
ferir,  y  el  sennor  se  quier  defender,  ó  se  en  aquela  sanna  luego  matar  el  siervo  ó 
la  sierva  ,  non  deve  ser  tenudo  del  omezillio,  se  aquelo  puede  seer  probado  por 
testimonios  délos  siervos  é  de  las  siervas  que  estavan  delante,  é  por  el  sacra- 
miento  del  sennor  quel  mató.  Mas  se  el  sennor  ó  la  sennora  matare  so  siervo  ó  so 
sierva  por  crueldad,  si  non  fueren  condempnados  por  el  iuez,  el  que  lo  matar, 
por  la  locura  que  fezo  deve  seer  echado  fuera  de  la  tierra  por  siempre  ,  é  deven 
haver  la  su  buena  los  mas  propíneos  de  su  linage  (3). » 


[i]    Lib.  Iud.,  lib.II,  t.  1,1.  23. 

(2)  Id.  1.  29,  De  datü episcopis  potestate  destringendi  judicces  nequiter  judicantes;  et  ammo- 
nendi  judicesnequiter  judicanter,  1.  30. 

(3)  Lib.  Iud.  lib.  VI,  t.  V,  1.  12. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   GODA.  1Ü9 

Esta  ley  y  los  esfuerzos  que  su  redacción  revela  hacen  gran  honor  á  los  le- 
gisladores visigodos,  en  cuanto  nada  honra  tanto  á  las  leyes  y  ásus  autores,  dice 
Mr.  Guizot  en  su  Historia  tantas  veces  citada  del  régimen  representativo  en  Eu- 
ropa, como  luchar  valerosamente  y  solo  con  un  fin  moral  contra  las  costum- 
bres y  preocupaciones  culpables  de  su  país  y  de  su  época.  Inclinados  los  hom- 
bres á  pensar  que  el  amor  del  poder  ha  entrado  por  mucho  en  las  leyes  que  se  propo- 
nen la  conservación  del  orden  y  la  represión  de  las  pasiones  violentas,  no  puede 
creerse  otro  tanto  de  la  que  acabamos  de  transcribir.  La  ley  se  muestra  aquí  des- 
interesada, no  busca  mas  que  la  justicia  ,  y  la  busca  trabajosamente  contra  los 
fuertes  que  la  rechazan,  en  beneficio  de  los  débiles  que  no  pueden  reclamarla,  y 
quizás  contra  la  opinión  pública  de  la  época ,  que  después  de  hacer  un  gran  es- 
fuerzo para  ver  á  un  Godo  en  un  Romano  ,  habia  de  hacerlo  mucho  mayor  aun 
para  ver  un  hombre  en  un  esclavo.  Semejante  respeto  del  hombre,  sea  cual  fuere 
su  posición  social ,  es  un  fenómeno  desconocido  en  las  legislaciones  bárbaras ,  y 
en  varios  paises  han  sido  necesarios  muchos  siglos  para  que  pasare  del  orden 
religioso  al  civil,  del  evangelio  alas  leyes. 

Descendamos  ahora  al  examen  délas  disposiciones  penales  del  código  visigodo. 

La  pena  de  muerte  tenia  muy  raras  aplicaciones,  y  estaba  reservada  co- 
munmente á  los  grandes  delitos  morales,  á  las  mujeres  que  se  prostituían  á  sus 
propios  esclavos,  al  forzador  de  una  mujer  y  á  la  misma  mujer  violada,  en  caso 
de  que  consintiera  á  vivir  con  él;  á  los  incendiarios,  á  los  asesinos,  etc.  En  las  le- 
yes penales  del  código  visigodo  se  ve  la  feliz  alianza  del  cristianismo  con  las  cos- 
tumbres puras  que  habían  traído  los pueblosbárbaros,  convirtiéndose  así  la  barba- 
rie misma,  por  una  singular  y  providencial  combinación,  en  elemento  de  morali- 
zación. Pero  con  todo  este  rigor  contra  los  homicidas,  las  leyes  declaraban  exento 
de  toda  pena  á  quien  mataba  á  otro  aun  voluntariamente  en  defensa,  no  solo  de 
su  vida,  sino  también  de  sus  bienes;  el  axioma  vim  vi  repeliere  licet,  estaba 
consagrado  por  la  ley.  Los  suplicios  ordinarios  eran  la  decapitación  y  la  hogue- 
ra, introducido  este  por  el  emperador  Constantino  en  lugar  de  la  ejecución  en 
cruz.  Ambos  se  aplicaban  indiferentemente  á  los  nobles  y  á  los  plebeyos,  á  los 
señores  y  á  los  siervos,  pues  el  delito  hacia  iguales  todas  las  condiciones  (1). 

El  rey,  como  hemos  dicho,  tenia  el  privilegio  de  librar  de  la  muerte  á  quien 
por  sentencia  justa  la  merecía,  pero  mandaban  las  leyes  que  á  los  rebeldes  de  la 
nación  ó  del  reino,  aun  cuando  el  príncipe  por  su  piedad  les  hiciere  gracia,  se 
les  hubiese  de  sacar  los  ojos,  para  que  su  vida  á  lo  menos  fuese  amarga  y  peno- 
sa, y  en  ningún  tiempo  pudiesen  ver  la  ruina  pública  en  que  se  habían  deleitado 
tan  bárbaramente  (2).  La  misma  pena  imponían  las  leyes  al  padre  ó  madre  que 
mataba  á  su  propio  hijo  después  de  nacido  ó  antes  de  nacer,  en  caso  de  que  se 
le  hiciera  gracia  de  la  vida  (3). 


(4)  Para  las  diversas  aplicaciones  de  la  pena  de  muerte  véase  el  Libro  de  los  Jueces  lib.  II,  t. 
í,  1. 7;— lib  III,  t.  II,  1.  »2:  t.  III,  1.  2  y  8;  t.  IV,  1. 44;— ¡ib.  VI,  t.  II,  1.  2;  t.  IV,  1.  26,  y  8;  t.  V,  1.  42;- 
lib.  VII,  t.  II,  1. 45;  t.  IV,  1.  5; -lib.  VIH  t.  II,  1. 4,  y  sig. 

(2)  Lib.  Iud,  lib.  II,  1. 1,  1.  7.— Et  si  nulla  mortis  ultione  plectaturet  pietatis  intuitu  a  prin- 
cipe illi  fuerit  vita  concessa  effossionem  perforat  oculorum  secundum,  cod.  in  legeac  hususque  fue- 
rat  constitutum. 

(3)  Id.,  lib.  VI,  t.  III,  1.  7.  Aut  si  vitae  reservare  voluerit  (provincise  judex  aut  territorit), 
omnem  visionem  oculorum  ejus  non  moretur  extinguere. 


160  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Otra  pena  de  que  hemos  hablado  con  mucha  frecuencia,  la  decaí vacion,  era 
muy  usada  éntrelos  Godos.  Acerca  del  verdadero  carácter  de  esta  pena  carece- 
mos de  noticias  positivas ,  y  el  turpiter  decalvare  de  la  legislación  goda  se  halla 
traducido  en  los  mas  antiguos  autores  españoles  por  tresquilar  en  cruces,  según 
dice  Alfonso  el  Sabio  en  su  crónica  general  (1),  y  por  desfolar  toda  la  fronte  muy 
laidamientre,  como  se  lee  en  el  Fuero  Juzgo  castellano  (2).  Estas  empero  son  inter- 
pretaciones muy  poco  explícitas,  mas  de  ellas  parece  poderse  colegir  que  la  de- 
calvacion  consistía  en  desollar  la  frente  y  parte  de  la  cabeza  con  un  hierro  hecho 
ascua  de  un  modo  indeleble,  para  que  la  señal  se  conservase  durante  toda  la  vi- 
da. Anadian  á  esto  el  raer  la  barba  á  los  delincuentes,  que  lo  harían  sin  duda 
quemándoles  las  mejillas  ó  arrancándoles  los  pelos  de  raiz  de  modo  que  no  vol- 
viesen, dice  Masdeu,  porque  el  afeitarles  con  tijera  ó  con  navaja  no  podia  ser  pe- 
na ni  afrenta  estilándose  entonces  como  ahora  por  lindeza  y  ornato.  Se  aplicaba 
dicha  pena  de  decalvacion  á  la  esclava  ramera  y  escandalosa,   al  esclavo  que  se 
llevaba  por  fuerza  alguna  mujer,  á  los  casados  y  casadas  que  con  pretexto  dereli- 
gion  se  separaban  de  sus  mujeres  ó   maridos  para  pasar  á  segundo  matri- 
monio, y  así  á  otros  muchos  que  cometían   semejantes   delitos   ignominio- 
sos (3).  La  mera  decalvacion  llevaba  consigo  la  degradación  civil,  pero  no  infa- 
maba como  la  causada  por  el  hierro. 

La  facilidad  con  que  desde  todas  las  clases  podia  caerse  en  servidumbre  es 
una  de  las  cosas  mas  notables  de  la  ley  visigoda.  Enumerar  los  delitos  castiga- 
dos por  esta  pena  seria  tarea  harto  difusa;  la  muger  que  se  entregaba  mas  de  tres 
veces  á  un  esclavo ,  el  hombre  que  contraía  matrimonio  con  la  muger  de  un  au- 
sente reputado  difunto,  sin  testimonios  jurídicos  de  su  fallecimiento,  eran  conde- 
nados á  muerte  civil  (4). 

Otra  pena  afrentosa  se  usaba  entonces,  y  era  poner  el  reo  á  la  vergüenza, 
presentándole  al  público  desde  un  lugar  elevado  ó  haciéndole  pasear  por  las  ca- 
lles sobre  un  jumento,  como  lo  mandó  Recaredo  con  el  duque  Arcimundo,  y 
Wamba  con  el  rebelde  Paulo  y  sus  cómplices.  No  solo  por  la  ciudad  hacían  á  ve- 
ces dar  vueltas  al  delincuente,  sino  también  por  los  arrabales  y  por  las  aldeas 
inmediatas,  como  estaba  expresamente  mandado  para  los  hechiceros  que  embau- 
caban á  la  gente  sencilla  dando  á  entender  que  podian  levantar  nubarrones,  pro- 
mover tempestades  y  destruir  las  cosechas. 

Mucho  mas  común  era  entonces  el  castigo  de  azotes,  que  á  veces  se  daba 
en  público  y  con  mucha  afrenta,  y  otras  veces  sin  tanta  deshonra  delante  del  so- 
lo juez  ó  de  pocos  testigos.  Se  daban  en  secreto  á  quien  viciaba  la  sierva  agena  y 
á  quien  legítimamente  citado  no  acudía  al  llamamiento  del  tribunal  ó  superior;  y 
seañadia  la  presencia  de  testigos  cuando  se  daban  á  los  hijos  sin  padres  que, 
siendo  tutores  de  la  hermana,  consentían  en  que  el  amante  se  la  llevase  por  fuer- 
za. Se  azotaban  en  público,  ó paladinamientre ,  según  expresión  del  Fuero  Juzgo, 
los  jueces  que  por  amistad  ó  interés  habían  dado  una  sentencia  conocidamente 


(1)  Coronica  general  de  España,  P.  2  a,  c.  LI. 

(2)  Fuero  Juzgo,  Iib.  III,  t.  III,  1.  8,  9  y  10,  t.  IV,  1.  il. 

(3)  Lib.  Iud   1.  II,  t  IV  1.  6,  lib.  III,  t.  III,  1.  8,  9  y  10;  t.  IV,  1.  8,  t.    IV,  1.2;  lib.  IX,  t  II,  1.  9. 

(4)  La  enumeración  de  los  delitos  castigados  con  esta  pena  se  halla  en  los  lib.  II,  III  y  IV  del  Li- 
bro de  los  Jueces. 


CAP.    IX.— ESPAÑA   GODA.  161 

injusta;  los  siervos  que  movían  pleito  contra  razón  á  sus  señores;  las  personas 
quedaban  testimonio  contra  verdad,  ó  en  sus  relaciones  jurídicas  la  disimulaban 
ó  callaban;  quien  robaba  y  forzaba  alguna  muger  honrada,  doncella  ó  viuda;  la  ra- 
mera que  después  de  repetidas  amonestaciones  proseguía  en  su  vida  escandalosa;  el 
señor  que  la  sufría  si  era  sierva,  y  el  juez  que  no  la  castigaba;  el  padre  ó  madre 
que  consentían  en  la  prostitución  de  su  hija;  el  sortero,  el  adivino,  el  incendia- 
rio, el  ladrón,  el  perturbador  de  la  quietud  pública,  y  así  otros  muchos.  Los  azo- 
tes que  se  daban  por  cualquiera  de  estos  delitos  no  excedían  del  número  de  tres- 
cientos ni  solían  bajar  de  cincuenta  (1). 

La  pena  de  desíierro  que  se  tenia  entonces  por  gravísima  se  aplicaba  á  las 
mugeres  de  mala  vida  (meretrices)  ,á  los  que  contraían  matrimonios  ilícitos  y  pro- 
hibidos por  las  leyes,  y  á  quien  pecaba  con  la  muger  concubina  de  su  padre  ó  de 
su  hermano.  Se  cortaba  la  mano  derecha  al  monedero  falso  (2)  y-  á  quien  fal- 
sificaba alguna  cédula  ó  decreto  real,  á  no  ser  persona  de  alta  condición 
que  pudiera  redimirse  del  castigo  con  la  mitad  de  sus  bienes  (3).  Estaba  tam- 
bién en  uso  la  pena  llamada  del  tallón  ó  del  recíproco,  cuando  una  persona  hon- 
rada ofendía  personalmente  á  otro  tirándole  de  los  cabellos  ó  dándole  un  bofetón, 
puñada  ó  cosa  semejante,  pues  la  persona  agraviada  podia  vengarse  restituyendo 
la  afrenta  que  habia  recibido. 

El  lugar  ordinario  en  que  sufrían  la  reclusión  los  condenados  á  ella  era  un 
monasterio  donde  estaban  sometidos  á  una  penitencia  mas  ó  menos  rigurosa,  se- 
gún la  voluntad  del  obispo  (4). 

Las  leyes  penales  de  los  Visigodos  merecen  particular  elogio  por  dos  artícu- 
los especiales :  por  el  desinterés  con  que  hacían  recaer  todo  el  provecho  del  cas- 
tigo, no  á  favor  del  príncipe  ó  del  fisco,  sino  de  la  persona  ofendida,  y  por  la 
suma  equidad  con  que  echaban  todo  el  peso  de  la  pena  sobre  el  reo  solo,  sin  mez- 
clar en  ella  á  los  que  personalmente  no  tuvieron  culpa.  «Aquel  solo  sea  penado, 
dice  el  Fuero  Juzgo,  que  fizier  el  pecado,  y  el  pecado  muera  con  él:  é  sus  fijos  ni 
sus  erederos  sean  temidos  por  ende  (5).»  Ley  sabía  que  proscribía  toda  trans- 
misión de  infamia  en  las  familias,  y  que  enseñaba  que  en  la  sociedad  cada  cual 
debe  ser  hijo  de  sus  obras. 

Los  hombres  libres  no  estaban  sujetos  á  penas  infamantes  sino  en  ca- 
so de  que  no  pudieren  rescatarlas  á  precio  de  oro.  Todos  los  delitos  no  castigados 
de  muerte  llevaban  consigo  la  anterior  pena  de  azotes,  y  la  ley  señalaba  minu- 
ciosamente el  número  de  ellos  que  correspondían  á  cada  delito.  Una  muger  libre 
convicta  de  haberse  prostituido,  recibía  trecientos  azotes  (6),  y  en  caso  de  rein- 
cidencia, después  de  recibir  un  número  igual,  era  entregada  de  parte  del  rey  á  un 
pobre  para  que  le  sirviera  en  calidad  de  esclava,  sin  que  le  estuviera  permitido 
presentarse  en  la  ciudad  (7).  Doscientos  azotes  se  aplicaban  á  cualquiera  que  con- 


(4)  El  Fuero  Juzgo  señala  á  veces  un  número  menor,  pero  ya  hemos  dicho  que  el  traductor 
castellano  alteró  á  veces  el  original  latino  para  acomodarlo  á  las  circunstancias  del  tiempo. 

(2)  Lib  Iud.  lib.  VII,  t.  VI,  1.  2. 

(3)  Id  ,  lib.  VII,  t.  V,  1.  1. 

(4)  Id.,  lib.  VI,  t.  V,  1.  3. 

(5)  Lib.  VI,  t.  1, 1.  8. 

(6)  Lib.  Iud.,  lib.  IH,  t.  IV,  1. 47. 

(7)  Et  si  posmodum  ad  prístina  facta  rediisse  cognoscitur,  iteratim  a  comité  civitatis  trecen- 

tomo  u.  21 


162  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

sulíase  á  un  adivino,  y  las  injurias,  las  ofensas  personales  se  castigaban  con  arre- 
glo á  una  tarifa  gradual  según  la  que  podía  saberse  con  exactitud  la  pena  del  ul- 
traje hecho  ó  recibido. 

Las  multas  eran  la  pena  mas  ordinaria  y  general,  y  en  varias  ocasiones 
permitía  la  ley  que  el  delincuente,  en  lugar  de  sujetarse  á  los  azotes,  diese  sa- 
tisfacción con  dinero  á  la  persona  ofendida.  El  juez  por  ejemplo,  que  había  dado 
sentencia  conocidamente  injusta,  podía  librarse  de  la  afrenta  pública,  doblando 
la  cantidad  que  habia  defraudado  con  su  injusticia.  La  persona  legítimamente  ci- 
tada que  no  habia  acudido  al  llamamiento  del  tribunal,  podia  rescatar  los  cin- 
cuenta azotes  á  que  se  habia  hecho  acreedora  con  diez  sueldos  de  oro.  Una  contu- 
sión en  la  cabeza  estaba  tasada  en  cinco  sueldos  de  oro,  y  en  diez  si  habia  corri- 
do sangre  (1).  Una  herida  que  penetrase  hasta  el  hueso  costaba  veinte  sueldos,  y 
ciento  cuando  habia  fractura  de  hueso  (2) .  Pagábase  una  libra  de  oro  por  un  ojo, 
cien  sueldos  por  la  mutilación  de  la  nariz,  otro  tanto  por  la  del  pulgar,  y  cua- 
renta, treinta  y  veinte  sucesivamente  por  la  de  los  demás  dedos.  Cada  diente  roto 
costaba  dos  sueldos,  y  la  fractura  de  una  mandíbula  una  libra  de  oro.  El  hombre 
libre  que  heria  á  un  siervo  solo  pagaba  la  mitad,  y  la  tercera  parte  el  siervo  que 
hería  a  otro  siervo,  si  bien  recibía  además  cincuenta  azotes  (3).  El  raptor  de  una 
doncella  ó  viuda  era  condenado  á  cederle  la  mitad  de  sus  bienes ,  pero  si  habia 
consumado  el  delito,  caía  en  poder  de  la  familia  ofendida  y  recibía  además  dos- 
cientos azotes.  Sin  esto,  eran  condenados  á mayor  ó  menor  pena  pecuniaria,  según 
la  gravedad  del  delito,  quien  alegaba  en  juicio  leyes  extranjeras  con  mengua  del 
código  nacional ;  quien  retardaba  los  procesos  ó  sentencias  fuera  de  los  términos 
establecidos,  principalmente  si  resultaba  daño  para  algún  pobre;  quien  obligaba  á 
otro  con  citaciones  injustas  á  viajar  ó  hacer  otro  gasto;  quien  impedia  el  curso  de 
la  justicia  con  protecciones  ó  violencias ;  el  obispo  que  no  castigaba  los  escánda- 
los de  personas  eclesiásticas ;  el  usurero  que  hacia  ganancia  sobre  el  puro  cam- 
bio de  la  moneda,  y  otros  muchos.  La  pena  pecuniaria  que  imponían  las  leyes  á 
quien  ocasionaba  involuntariamente  la  muerte  de  otro,  por  haber  dejado  suelto 
buey,  caballo  ú  otro  animal  indómito  ó  feroz  es  distinta  según  la  edad  de  la  vícti- 
ma: la  multa  subia  hasta  la  de  sesenta  y  cinco  años  y  bajaba  luego,  por  la  ma- 
yor proximidad  de  acabarse  naturalmente  la  vida. 

La  legislación  contra  los  Judíos  merece  en  el  código  visigodo  un  libro  es- 
pecial (4).  Las  severísimas  leyes  publicadas  sucesivamente  contra  ellos  por  los 
concilios  y  los  reyes  convirtiéronlos  en  enemigos  secretos  y  activos  del  gobierno 
gótico,  y  su  odio  hacia  las  instituciones  de  que  fueron  víctimas  sobrevivió  al 
vencimiento  de  sus  opresores.  Poderosos  y  en  gran  número  en  la  Galia  meridio- 
nal, rechazaron  mas  que  acogieron  á  los  Godos  que  allí  se  refugiaron  luego  de 
la  infausta  batalla  de  Jerez.  Al  estudiar  la  legislación  de  un  pueblo,  conviene  fi- 


tena  flagella  suscipiat,  et  donetur  a  nobis  alicui  pauperi,  ubi  in  gravi   servitio  permaneat,  et  nun- 
quam  incivitate  ambulare  permittatur.  Lib.  Iud\,  1.  c. 

(1)  Id.,  lib.  VI,  t.  IV,  1.  \. 

(2)  Pro  plaga  usque  ad  ossum  solidos  XX  :  pro  osso  fracto  C.  Id.,  1.  c. 

13)    Id.,  lib.  VI,  t.  IV.— Esto  título  está  cousagrado  enteramente  al  precio  de  las  lesiones  cor- 
porales. 

(4)    Véase  el  libro  duodécimo,  De  removendis  pressuris  et  omnium  hereticorum  sectis  extinctis. 


CAP.   IX.— ESPAÑA  GODA.  163 

jarse  sobre  todo  en  aquellas  leyes  que  han  ejercido  una  influencia  política  cual- 
quiera, y  es  indudable  que  el  rigor  con  que  fueron  tratados  los  Judíos  tuvo  gran 
influencia  en  los  acontecimientos  de  la  época.  Hemos  visto  que,  según  muchos 
historiadores,  fueron  los  Judíos  quienes  llamaron  á  los  Árabes  á  España  y  les 
abrieron  sus  puertas,  y  de  todos  modos  es  lo  cierto  que,  poco  interesados  en  la 
defensa  de  un  gobierno  que  los  oprimía,  se  mostraron  auxiliares  celosos  de  los 
vencedores  una  vez  realizada  la  conquista,  como  tendremos  ocasión  de  manifestar 
en  el  decurso  de  esta  historia. 

Luego  que  los  concilios  hubieron  resuelto  la  abolición  del  judaismo,  el  brazo 
secular  cayó  con  todo  su  rigor  contra  los  observadores  de  la  antigua  ley.  Empe- 
zóse por  prohibírseles  toda  alianza  conlos  cristianos  á  menos  que  se  convirtieren, 
y  la  ley  declaraba  nulo  el  matrimonio  entre  una  cristiana  y  un  Judío  no  conver- 
tido. Los  hijos  nacidos  de  sus  uniones  habian  de  ser  arrebatados  á  sus  padres, 
bautizados  y  educados  en  la  fe  católica.  Estábales  prohibida  la  celebración  de  las 
fiestas  consagradas  por  su  culto,  y  no  podian  celebrar  la  Pascua,  ni  observar  el 
sábado  ;  las  festividades  del  cristianismo  eran  por  el  contrario  obligatorias  para 
ellos,  y  al  paso  que  les  estaban  prohibidas  como  delitos  las  prácticas  expresa- 
mente ordenadas  por  la  ley  de  Moisés,  no  podian  abstenerse  de  ninguna  de  aque- 
llas que  la  misma  considera  y  reprueba  como  impuras. 

Obligados  por  la  severidad  de  los  edictos  á  emigrar  por  su  fe,  ó  á  fingir  par- 
ticipar de  la  de  sus  enemigos,  hubieron  de  concentrarse  tesoros  de  odio  en  aque- 
llos hombres  perseguidos.  Desde  Chintila, muchos  que  profesaban  el  cristianismo 
en  público,  distaban  mucho  de  ser  cristianos  en  el  secreto  de  su  casa;  la  ley  los 
persiguió  hasta  allí,  y  esto  explica  el  gran  número  de  disposiciones  contra  el  ejer- 
cicio clandestino  del  judaismo  que  observamos  en  el  código  de  los  Visigodos. 
Aun  después  de  haber  confesado  á  Jesucristo,  los  Judíos  convertidos  no  entraban 
en  el  goce  del  derecho  común,  pues  no  podian  atestiguar  contra  los  cristianos,  po- 
seer siervos,  ni  obtener  empleo  ninguno. 

La  fórmula  del  juramento  exigido  á  los  Judíos  al  hacerse  cristianos  de- 
cía así  (1) : 

«Juro  la  observancia  de  mi  profesión  de  fe  por  Dios  Padre  todo  poderoso, 
cuyas  son  estas  palabras :  por  mí  jurareis,  mas  sin  invocar  el  nombre  de  Dios 
Señor  vuestro,  que  crió  los  cielos,  la  tierra  y  el  mar,  y  todo  lo  que  fn  ellos  hay. 
Juro  por  el  Dios  que  puso  freno  al  mar,  diciéndole :  Hasta  aquí  vendrás  y  aquí 
reventará  la  hinchazón  de  tus  olas :  y  por  el  mismo  Dios  ,  que  dijo  :  En  el  cielo 
es  mi  silla,  y  la  tierra  la  tarima  de  mis  pies.  Juro  por  quien  arrojó  de  los  cielos 
al  soberbio  Lucifer,  yante  cuya  presencia  tiemblan  los  ejércitos  de  los  ángeles, 
se  secan  los  abismos,  y  se  derriten  los  montes ;  por  quien  mandó  al  primer  hom- 
bre que  no  comiese  del  árbol  vedado,  y  en  pena  de  la  desobediencia  le  arrojó  del 
Paraíso,  permitiendo  que  arrastrase  con  la  cadena  de  su  delito  á  todo  el  género 
humano ;  por  quien  aceptó  el  sacrificio  del  justo  Abel  y  reprobó  justamente  al 
malvado  Cain  ;  por  quien  conserva  vivos  en  el  paraiso  á  Elias  y  Enoch,  que  al 
fin  de  los  siglos  volverán  al  mundo,  y  morirán  ;  por  quien  mantuvo  en  el  arcaá 


(4)    Conditiones  Judaeorum  ad  quas  jurare  debebant  hi  qui  ex  eis  ad  fidem  venientes  profes- 
iones suas  dederint.  Lib.  Iud.,  lib.  XII,  t.  III,  1.  25. 


164  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

Noé  y  á  su  muger,  con  sus  hijos  ó  hijas,  y  cuadrúpedos,  y  pájaros,  y  demás  ani- 
males, para  renovar  la  casta  de  todos  los  vivientes;  por  quien  bendijo  á  Sem,  hijo 
de  Noé,  para  que  de  él  descendiese  Abraham  con  todo  el  pueblo  de  los  Israelitas; 
por  quien  eligió  á  los  patriarcas-  y  profetas,  y  dio  la  bendición  á  los  tres  padres 
Abraham,  Isaac  y  Jacob;  por  quien  prometió  al  primero  de  estos  que  serian  ben- 
ditas en  él  todas  las  gentes,  mandándole  la  circuncisión,  como  por  señal  de 
alianza  perpetua.  Juro  por  quien  destruyó  á  Sodoma,  y  convirtió  en  estatua  de 
sal  á  la  muger  de  Lot;  por  quien  luchó  con  Jacob¿  y  dejándole  cojo  le  mandó 
que  en  adelante  se  llamase  Israel ;  por  quien  sacó  á  José  de  la  opresión  de  sus 
hermanos,  y  le  hizo  agradable  á  los  ojos  de  Faraón  para  remedio  del  pueblo  de 
Israel ;  por  quien  libró  del  agua  á  Moisés,  y  le  apareció  en  una  zarza  encendida; 
por  quien  se  valió  del  mismo  Moisés  para  los  diez  castigos  de  Egipto,  y  para 
librar  á  su  pueblo  de  la  servidumbre  ;  por  quien  separó  las  aguas  del  mar  Rojo, 
formando  una  senda  milagrosa,  por  donde  los  Israelitas  pasaron  á  secas,  y  quedó 
ahogado  Faraón  con  todo  su  ejército  ;  por  quien  guiaba  á  su  pueblo  en  los  viajes 
de  dia  con  una  coluna  de  humo,  y  de  noche  con  una  de  fuego  ;  por  quien  hizo 
humear  el  monte  Sinaí,  viéndole  todo  el  pueblo  de  Israel ;  por  quien  nombró  al 
primer  sacerdote  Aaron,  y  consumió  con  fuego  á  sus  hijos  porque  habían  ofre- 
cido sacrificio  con  fuego  ageno  ;  por  quien  mandó  que  la  tierra  se  tragase  á  Da- 
tan y  Abiron;  por  quien  convirtió  en  dulces  las  aguas  amargas,  y  dio  virtud  á 
la  vara  de  Moisés  para  que  en  la  sed  de  su  pueblo  sacase  agua  abundantísima  de 
una  piedra.  Juro  por  quien  mantuvo  en  el  desierto  á  los  Israelitas  por  cuarenta 
años  sin  que  nada  les  faltase,  ni  se  les  consumieran  los  vestidos;  por  quien  man- 
dó que  fuera  de  Jesusnave  y  de  Calef  ningún  o!ro  de  los  hijos  de  Israel  entrase 
en  la  tierra  prometida  por  no  haber  creído  en  la  palabra  del  Señor  ;  por  quien 
dispuso  que  su  pueblo  fuese  vencedor  mientras  Moisés  tenia  la  mano  levantada 
contra  los  Amalecitas ;  por  quien  hizo  pasar  á  nuestros  padres  con  Jesusnave 
por  el  rio  Jordán,  y  en  señal  de  haberlo  pasado  les  hizo  tomar  doce  piedras  del  mis- 
mo rio ;  por  quien  les  mandó  que  se  circuncidasen  inmediatamente  con  cuchillos 
de  piedra;  por  quien  destruyó  los  muros  de  la  ciudad  de  Jericó,  y  honró  á  David 
librándole  de  las  manos  de  Saúl,  y  de  su  hijo  Absalon;por  quien,  oyendo  las  sú- 
plicas de  Salomón,  llenó  de  niebla  todo  el  templo  y  lo  santificó  con  su  bendición; 
por  quien  arrebató  de  la  tierra  al  profeta  Elias  en  un  carro  de  fuego  y  le  hizo  en- 
trar en  los  cielos;  por  quien  escuchando  las  oraciones  de  Elíseo,  dividió  las  aguas 
del  Jordán  ;  por  quien  llenó  de  Espíritu  Santo  á  sus  profetas,  y  libró  á  Daniel 
de  los  leones;  por  quien  mantuvo  en  vida  á  los  tres  niños  dentro  de  la  hoguera, 
viéndolo  el  rey  enemigo;  por  quien  tiene  la  llave  de  David,  que  ciérralo  que  na- 
die abre,  y  abre  lo  que  nadie  cierra;  por  quien  obró  todos  los  milagros  y  prodi- 
gios que  han  sucedido  en  Israel  y  en  los  demás  pueblos  déla  tierra.  Juro  por  los 
diez  mandamientos  de  la  ley  de  Dios;  por  Jesucristo,  hijo  de  Dios  padre  ;  por  el 
Espíritu  Sanio,  que  es  verdadero  Dios  y  tercera  persona  de  la  Trinidad;  por  la 
resurrección  de  nuestro  señor  Jesucristo  y  su  ascensión  á  los  cielos;  por  el  glo- 
rioso y  espantoso  dia  en  que  vendrá  á  juzgar  á  los  vivos  y  á  los  muertos  con 
semblante  agradable  para  los  buenos  y  terrible  para  los  malos.  Juro  por  el  cuer- 
po y  sangre  del  adorable  Redentor,  que  abrió  los  ojos  ó  los  ciegos,  dio  el  oído  á 
los  sordos,  restituyó  el  movimiento  á  los  paralíticos,  soltó  la  lengua  á  los  mudos, 


CAP.    IX.— ESPAÑA   GODA.  16S 

y  libró  del  demonio  á  los  energúmenos;  enderezó  á  los  cojos,  resucitó  á  los  muer- 
tos, caminó  sobre  las  aguas,  y  sacó  á  Lázaro  del  sepulcro  y  de  la  podredumbre, 
dando  salud  al  difunto  y  alegría  á  los  que  le  lloraban.  Juro  por  el  Criador  del 
mundo,  principio  de  la  luz  y  autor  de  la  salud;  por  Jesucristo  nuestro  Señor,  que 
alumbró  la  tierra  con  su  nacimiento,  redimió  á  los  hombres  con  su  pasión,  mu- 
rió sin  perder  la  libertad  entre  las  ataduras  del  sepulcro,  quebrantó  las  puertas 
délos  infiernos,  sacó  de  allí  las  almas  bienaventuradas,  triunfó  de  la  muerte,  y 
subió  con  su  cuerpo  á  los  cielos,  tomó  asiento  á  la  diestra  de  Dios  Padre,  y  se 
apoderó  del  trono  de  su  reino  eterno.  Juro  asimismo  por  todos  los  coros  de  los 
ángeles,  por  las  reliquias  de  los  apóstoles  y  demás  santos,  y  por  los  cuatro  evan- 
gelios, que  están  sobre  este  altar,  y  que  toco  con  mis  manos  :  que  todo  lo  que  he 
dicho  y  prometido  delante  de  mi  obispo  en  la  profesión  de  fe  firmada  de  mi  mano, 
lo  he  hecho  y  prometido  con  toda  sinceridad,  sin  el  menor  engaño,  y  con  el  sen- 
tido natural  de  las  palabras  que  dije,  obligándome  con  ellas  á  renunciar  á  todos 
los  ritos  y  ceremonias  judaicas,  creer  con  toda  firmeza  el  misterio  de  la  Santísima 
Trinidad,  separarme  para  siempre  de  la  secta  de  los  Judíos  y  de  toda  comunica- 
ción con  ellos,  vivir  en  la  religión  de  los  cristianos  y  observar  lo  que  ellos  obser- 
van según  las  reglas  y  tradiciones  apostólicas. 

«  Si  yo  faltare  en  algunas  de  las  cosas  prometidas,  ó  manchare  mi  fé  con  al- 
guna superstición  judaica  ,  ó  contradijere  con  mis  obras  el  sentido  natural  y 
obvio  de  la  profesión  que  tengo  hecha  ;  vengan  sobre  mí  todas  las  maldiciones 
prometidas  por  la  boca  de  Dios  contra  los  quebrantadores  déla  ley :  vengan  sobre 
mí  y  sobre  mi  casa  y  mis  hijos  todos  los  castigos  de  Egipto  ;  y  para  escarmien- 
to de  los  demás  hombres  me  trague  vivo  la  tierra  ,  como  á  Datan  y  Abiron  ,  me 
quemen  las  llamas  eternas  en  compañía  de  Judas  y  de  los  Sodomitas  ;  y  cuando 
me  presentare  al  tremendo  tribunal  del  Juez  supremo  de  los  hombres ,  dígame 
Jesucristro  con  indignación:  «  Vete,  maldito,  al  fuego  eterno,  preparado  para  Lu- 
cifer y  para  los  ángeles  malos.» 

Puede  decirse,  pues,  que  toda  la  España  cristiana  se  halla  en  germen  en  el 
código  de  los  Visigodos :  sus  libertades  ,.su  monarquía  absoluta  ,  la  intolerancia 
de  su  Iglesia  ,  á  la  que  debemos  la  unidad  religiosa.  Obra  magnífica  y  sorpren- 
dente en  verdad  la  de  aquel  pueblo,  la  de  aquella  civilización.  De  aquel  pueblo, 
que  ni  al  mundo  antiguo  ni  al  moderno  corresponde;  de  aquella  civilización,  pro- 
ducto de  tan  encontrados  elementos,  y  que  con  sus  bienes  y  sus  males  no  se  igua- 
la seguramente  á  ninguna  otra.  Ahora  que  así  en  su  parte  política  como  en  la  ci- 
vil hemos  reseñado  y  examinado  la  historia  déla  legislación  visigoday  de  sus  dis- 
posiciones ,  habremos  de  decir  con  Pacheco  (2):  «En  este  código  tienen  mucho 
que  estudiar  el  erudito  ,  el  filósofo  y  el  hombre  de  ley :  para  todos  da  inacabable 
materia,  abundantes  y  provechosas  esperanzas.  A  medida  que  la  mina  se  profun- 
diza ,  que  el  tesoro  se  descubre ,  va  siendo  este  mas  rico  y  de  especie  mas  fina  y 
de  mayor  valor. » 

La  influencia  del  Fuero  Juzgo  se  sintió  en  España  en  las  edades  sucesivas  y  en 
parte  hasta  nuestros  dias.  El  espíritu  de  sus  leyes,  desconocido  por  Montesquieu, 


(4)    Discurso  preliminar  y  de  introducción  á  los  Códigos  españoles.  Madrid,  edic.  de  4847. 


166  HISTORIA    GENERAL  DE   ESPAÑA. 

no  ha  cesado,  junto  con  el  espíritu  de  los  concilios,  de  manifestarse  en  el  curso  de 
lahisíoria  que  estamos  relatando;  esto  fué  loque  sostuvo  y  animó  á  la  España  cris- 
tiana en  su  lucha  con  los  Árabes  y  Moros ,  esta  fué  la  palanca  que  le  sirvió  para 
derrocar  el  poderío  musulmán.  Para  España,  el  Fuero  Juzgo  es  mas  que  un  mo- 
numento ;  es  la  fuente  ,  el  origen  del  derecho  moderno. 


c^Cz^Q\^i^QÍbj^0^s^» 


CAP.    X. — ESPAÑA  GODA.  167 


CAPÍTULO  X. 


Constitución  de  la  Iglesia. —  Consideraciones  generales. —  Del  arrianismo. —  Triunfo  de  la  unidad  ca- 
tólica.—Orden  gerárquico  del  clero. —  Impugnación  de  la  doctrina  que  establece  la  absoluta  inde- 
pendencia de  la  Iglesia  goda.— Derechos  del  Papa. — Relajación  de  la  disciplina  y  directa  interven- 
ción de  la  potestad  secular  en  los  asuntos  eclesiásticos.—  Derechos  de  los  reyes. —  Metropolitanos, 
obispos  ,  presbíteros. —  Redores  ó  Curatores. —  Derecho  de  Patronato. —  Casas  canonicales  y  se- 
minarios. 

En  su  lugar  correspondiente,  hemos  explicado  como  se  introdujo  y  propagó 
el  cristianismo  en  España  y  la  influencia  que  ejerció  en  la  moral  pública  en  tiem- 
po de  los  emperadores.  Las  herejías,  las  sectas  y  los  cismas,  principalmente  el 
de  Prisciliano  agitaron  y  turbaron  muy  pronto  la  naciente,  aunque  robusta  Iglesia 
de  la  Península.  Los  primeros  tiempos  del  cristianismo  fueron  aquí  mas  tormen- 
tosos ,  mas  gloriosos  que  en  otra  provincia  alguna  del  imperio.  Si  bien  rudamen- 
te perseguida,  hemos  visto  aparecer  la  Iglesia  española  aun  antes  de  la  persecu- 
ción de  Diocleciano,  y  en  los  primeros  años  del  reinado  de  Constantino,  libre  ape- 
nas de  los  verdugos  de  Diocles  y  de  Galerio,  el  cristianismo,  con  el  concilio  Ili- 
beritano,  daba  en  España  el  primer  ejemplo  de  un  cuerpo  deliberativo  de  los 
asuntos  comunes  de  los  fieles.  Desde  este  primer  congreso  cristiano  podemos  se- 
guir sin  temor  de  extraviarnos  la  historia  y  la  organización  de  nuestra  Iglesia. 

Como  hemos  dicho,  el  arrianismo  fué  llevado  á  España  por  los  bárbaros  que 
la  conquistaron;  en  Galicia,  cuyos  dominadores,  de  gentiles  que  eran,  luciéronse 
católicos  y  poco  después  arríanos ,  duró  noventa  y  seis  años  y  ciento  veinte  y 
cinco  en  el  resto  de  las  provincias.  La  verdadera  luz  habia  iluminado  poco  á  po- 
co el  alma  de  los  Godos ;  la  doctrina  católica  hizo  incesantes  progresos  durante 
los  primeros  ochenta  años  del  siglo  vi ,  y  en  tiempo  de  Leovigildo  lo  domina- 
ba todo.  Por  un  momento  la  lucha  se  encarnizó;  varios  mártires  dieron  testimo- 
nio con  su  sangre  de  la  fé  que  los  animaba;  pero  se  hallaban  los  ánimos  en  dis- 
posición tal,  que  muerto  Leovigildo,  bastó  un  acto  de  su  hijo  y  sucesor  para  re- 
solverlo todo.  Recaredo  subió  al  trono  en  586  ,  y  un  año  después  dio  á  conocer 
su  conversión ;  este  suceso  produjo  la  de  la  nación  entera,  y  hemos  visto  la  faci- 
lidad con  que  sus  principales  representantes,  eclesiásticos  y  seglares  ,  abjuraron 
solemnemente  al  arrianismo  en  el  concilio  tercero  de  Toledo  (589).  Tardó  toda- 
vía un  año  en  subir  á  la  silla  de  S.  Pedro  el  papa  Gregorio  Magno,  á  quien  por 
consiguiente,  dice  Masdeu,  atribuye  el  breviario  romano  sin  razón  alguna  la  con- 
versión de  los  Godos;  preparada  por  la  discusión ,  hallábase  aquella  en  el  fondo 
mismo  de  las  cosas ,  pero  su  cumplimiento  fué  todo  obra  del  príncipe  Recaredo 
y  de  su  consejero  S.  Leandro.  Así  lo  atestigua  el  mismo  Sumo  Pontífice  en  su 


168  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

primera  carta  al  rey  con  estas  palabras:  «  Muchas  veces  me  lleno  de  confusión, 
considerando  por  una  parte  mi  inutilidad  y  pereza  ,  y  por  otra  la  actividad  con 
que  trabajan  los  reyes  de  la  tierra  en  llevar  las  almas  al  cielo.  ¿Qué  podré  decir  á 
mi  Redentor  en  el  dia  del  tremendo  juicio ,  cuando  me  vea  con  las  manos  vacías, 
y  vos  os  presentéis  al  mismo  tiempo,  seguido  de  tropas  de  cristianos,  que  deben 
a  vuestras  amonestaciones  la  gracia  de  Jesucristo  ?  Pero  sin  embargo,  tengo  yo 
también  algún  motivo  de  consuelo,  porque  amo  en  vos  lo  bueno  que  yo  no  hice, 
y  gozándome  de  vuestras  santas  acciones ,  la  obra  que  es  vuestra  por  hechura, 
lo  es  también  mia  por  afecto.  Clamemos  pues  uno  y  otro,  vos  por  lo  que  habéis 
obrado  y  yo  por  lo  que  me  alegro  ;  clamemos  con  los  santos  ángeles :  Gloria  á 
Dios  en  las  alturas  y  paz  en  la  tierra  á  los  hombres  de  buena  voluntad :  pues  yo 
creo  que  participando  de  vuestras  buenas  obras  sin  haber  cooperado  á  ellas ,  de- 
bo por  esto  mismo  mayores  gracias  á  Dios  (1).» 

En  todo  el  largo  espacio  de  tiempo  que  se  hallaron  los  Godos  inficionados 
de  la  herejía  arriana  y  permanecieron  sumidos  en  la  idolatría  los  primeros 
Vándalos  y  Suevos,  muchas  iglesias  conservaron  con  evangélica  entereza  la  ver- 
dadera fé  de  Jesucristo.  Algunos  de  los  mismos  reyes  arríanos  ,  por  principios 
de  política,  ó  por  afición  al  culto  de  los  vencidos,  dieron  protección  y  favor  á  los 
católicos,  permitiéndoles  sus  juntas  y  solemnidades,  y  aun  elevándolos,  cuando 
se  ofrecía,  á  los  empleos  mas  nobles  y  de  mayor  confianza.  Esto  no  obstante,  al- 
gunas veces  rompióse  la  buena  armonía  entre  vencedores  y  vencidos,  é  idólatras 
y  herejes  descargaban  sus  rigores  contra  los  fieles  ;  Eurico  en  la  Galia  Narbo- 
nense,  los  Suevos  en  Galicia  ,  los  Vándalos  en  Andalucía,  y  finalmente  Leovigil- 
do  se  ensañaron  contra  los  confesores  de  la  fé  católica ,  y  castigaron  en  varios 
ilustres  varones  el  no  ser  partícipes  de  sus  errores. 

Juntameníe  con  la  secta  de  Arrio  ,  otros  varios  herejes  procuraron  sembrar 
por  España  su  mala  doctrina.  La  herejía  de  Nestorio  comenzó  á  propagarse  por 
nuestra  península  poco  antes  que  la  condenase  en  Oriente  el  concilio  ecuménico 
Efesino,  mas  parece  que  se  desvaneció  muy  pronto  sin  que  causara  notables  es- 
tragos. De  allí  á  pocos  años  apareció  en  Galicia  un  maniqueo  llamado  Pacencio, 
pero  perseguido  y  condenado  por  los  obispos  de  los  territorios  inmediatos ,  huyó 
á  Extremadura  ,  y  abandonó  luego  la  España ,  sin  que  conste  que  sus  predica- 
ciones llegasen  á  reunir  un  número  importante  de  discípulos.  El  prisciiianismo 
se  reanimó  también  por  aquel  tiempo  ;  un  concilio  nacional  ( 447 )  condenó  de 
nuevo  esta  herejía  ;  pero  no  bastó  todo  esto  para  desarraigarla  ,  pues  según  la 
carta  que  escribió  en  525  ó  en  530  Montano,  obispo  de  Toledo,  al  monge  Toribio 
y  á  todos  los  fieles  del  territorio  de  Patencia  ,  existían  aun  priscilianistas  en  la 
primera  mitad  del  siglo  vi.  Podríamos  mencionar  además  gran  número  de  sectas 
heréticas  aparecidas  durante  el  siglo  vn,  pero  ninguna  de  ellas  parece  haber 
reunido  muchos  partidarios.  En  suma,  las  herejías  de  alguna  importancia  que  se 
arraigaron  eñ  España  en  tiempo  de  los  Suevos  y  Godos  ,  fueron  únicamente  en 
numero  de  dos,  la  de  Arrio  y  la  de  Prisciliano.  Esto  no  obstante,  encontrárnos- 
las muy  debilitadas  al  llegar  al  siglo  vi,  y  cuando  Recaredo  se  convirtió  al  cato- 
licismo ,  eran  únicamente  ocho  los  obispos  arríanos  de  toda  España :  dos  de  Ga- 

[i¡    Véase  el  Apéndice. 


CAP.   X. — ESPAÑA   GODA,  169 

licia  ,  dos  de  Lusitania ,  dos  de  la  provincia  Cartaginense  y  dos  de  la  Tarraco- 
nense ,  según  consta  por  las  abjuraciones  que  hicieron  en  el  concilio  Toledano 
tercero,  firmado  por  sesenta  y  siete  obispos  de  la  nación.  Además  de  esto  su  fer- 
vor arriano  estaba  muy  debilitado  ,  según  lo  demuestra  la  facilidad  con  que  ab- 
juraron en  dicho  concilio.  Desde  aquel  momento  constituyóse  la  unidad  católica; 
los  reyes  godos  sucesores  de  Recareclo,  se  demostraron  sus  mas  ardientes  defen- 
sores ,  y  en  tiempo  de  Recesvinto,  establecióse  por  ley  del  reino  la  intolerancia 
de  toda  herejía.  «Se  prohibe  á  todos,  dice  la  ley,  de  cualquier  linaje  ó  condición 
que  sean,  nacionales,  extranjeros,  ó  pasajeros ,  mover  cuestiones  en  público  óen 
privado  contra  la  fé  católica,  única  y  verdadera.  Nadie  se  atreva  á  negar  ó  im- 
pugnar los  mandamientos  evangélicos,  ni  las  instituciones  apostólicas,  ni  las  sa- 
gradas definiciones  de  los  Padres  antiguos,  ni  los  decretos,  aunque  recientes,  de 
la  Santa  iglesia  ,  ni  los  Sacramentos ,  ni  otra  cosa  alguna  de  las  que  tiene  la 
Iglesia  por  santas :  y  entiendan  todos  que  cualquiera  que  quebrantare  esta  ley, 
sea  lego  ó  eclesiástico,  perderá  todos  sus  empleos,  honores,  dignidades,  hacien- 
das y  demás  bienes,  é  incurrirá  enla  pena  de  destierro  para  toda  su  vida,  á  no  ser 
que  por  la  divina  misericordia  se  convirtiere  á  penitencia.  »  Esta  ley  se  renovó 
con  las  mismas  penas  bajo  el  reinado  de  Ervigio,  y  Egica  su  sucesor,  en  la  me- 
moria que  presentó  al  concilio  XVII  de  Toledo  ,  suplicó  vivamente  á  los  obispos 
que  dispusieren  sin  el  menor  reparo  cuanto  fuese  conveniente  para  el  bien  de  la 
Iglesia,  porque  así,  dice  «se  verificará  siempre  mas  lo  que  se  pregona  y  resuena 
con  tanta  verdad  por  casi  todo  el  mundo ,  que  la  fé  y  religión  han  florecido 
siempre  en  los  dominios  de  España.» 

El  cuerpo  de  los  eclesiásticos,  en  la  España  goda,  lo  mismo  que  en  tiempo 
de  los  Romanos,  estaba  dividido  en  obispos,  presbíteros ,  diáconos ,  subdiáco- 
nos,  lectores,  salmistas ,  exorcistas ,  acólitos  y  ostiarios.  Pero  antes  de  entrar  en 
la  explicación  de  las  atribuciones  de  cada  uno ,  importa  que ,  conforme  hemos 
ofrecido  antes  de  ahora  y  lo  exige  la  materia,  dejemos  sentada  con  testimonios  y 
documentos  irrefutables  la  verdad  histórica  de  que  la  supremacía  del  Papa  ha 
sido  reconocida  y  acatada  en  todos  tiempos  por  la  Iglesia  de  España.  No  opinan 
así  algunos  historiadores ,  entre  ellos  el  francés  Carlos  Romey ,  quien  afirma  po- 
sitivamente, en  su  por  otra  parte  reputada  obra,  que  la  unidad  católica  de  la  Iglesia 
española  no  suponia  de  modo  alguno  el  reconocimiento  de  la  supremacía  de  Roma, 
llegando  á  decir  « que  así  como  el  Papa  es  sucesor  de  san  Pedro,  igual  en  un  to- 
do, según  él ,  á  los  demás  apóstoles ,  los  obispos ,  sucesores  de  estos,  eran  entera- 
mente iguales  á  aquel  en  honores  y  en  poder.  »  Esta,  según  el  mismo  historiador, 
era  la  doctrina  que  regia  en  la  Iglesia  goda,  y  por  lo  mismo  esta  vivia  en  com- 
pleta independencia  de  Roma ,  decidiendo  como  soberana  en  todos  los  puntos  de 
dogma,  de  moral  y  de  disciplina.  Esta  opinión  parece  ser  profesada  también  por 
el  historiador  Lafuente,  si  bien  no  de  un  modo  tan  categórico,  como  en  otro  lu- 
gar hemos  ya  manifestado;  y  así  parece  deducirse  de  varios  pasajes  de  su  exce- 
lente Historia.  En  ellos,  aunque  no  trata  resueltamente  de  esta  debatida  cuestión, 
nos  dice  que  la  Iglesia  hispano-goda  se  habia  regido  por  sí  misma  durante  si- 
glos enteros  con  entera  independencia,  y  esto  que  cuando  menos  podría  inducir 
á  error ,  conviene  que  se  aclare  y  se  ilustre.  Por  esto ,  pues ,  nos  proponemos 
consignar  y  probar  aquí  la  verdad  sentada  antes. 

TOMO  II.  22 


170  HISTORIA  GENEIíAL  DE   ESPAÑA. 

A  pesar  de  las  considerables  pérdidas  de  escritos  antiguos  acarreadas  por 
tantos  trastornos  como  agitaron  á  Europa,  África  y  Asia  en  las  irrupciones  de  los 
bárbaros  y  de  los  Sarracenos  luego  ,  quedan  todavía  bastantes  documentos  para 
desvanecer  toda  duda  acerca  del  reconocimiento  del  primado  de  Roma  por  la  Igle- 
sia de  España  durante  los  siete  primeros  siglos  de  su  existencia ;  y  nos  concreta- 
mos á  los  siglos  expresados ,  pues  con  respecto  á  los  siguientes ,  además  de  no 
deber  entrar  en  la  historia  del  período  godo,  no  existe  sobre  ellos  cuestión  algu- 
na ,  y  con  nosotros  están  de  acuerdo  los  mismos  adversarios  reconociendo  que  el 
primado  del  Pontífice  romano  fué  constantemente  acatado  por  la  Iglesia  espa- 
ñola. 

A  mediados  del  siglo  m,  encontramos  un  notable  suceso  que  confirma  la 
verdad  histórica  que  intentamos  demostrar;  y  es  digno  de  atenderse  que  tene- 
mos noticia  del  mismo  y  de  las  circunstancias  que  le  acompañaron  por  los  escri- 
tos de  uno  de  los  Padres  mas  ilustres  de  la  Iglesia ,  de  san  Cipriano  ,  quien  tuvo 
sobre  otro  negocio  serios  altercados  con  el  papa  san  Esteban,  y  hace  por  lo  mismo 
mas  plena  autoridad  en  la  materia. 

Los  obispos  españoles  Basílides  y  Marcial  fueron  depuestos  de  su  silla  por 
libeláticos,  erigiéndose  y  ordenándose  en  su  lugar  á  Félix  y  Sabino.  Basílides, 
que  pretendía  recobrar  su  silla ,  acudió  al  Pontífice  de  Roma ,  cerca  del  cual  en- 
contró protección  por  haber  sorprendido  su  buena  fe,  dice  san  Cipriano  ,  con  ar- 
terías y  engaños.  La  actitud  del  Pontífice  en  esta  cuestión  puso  en  grave  apuro  á 
las  iglesias  españolas ,  no  solo  por  la  parte  que  los  prelados  habían  tomado  en  la 
deposición  de  los  dos  obispos ,  sino  también  por  haberse  procedido  ya  á  la  elec- 
ción, de  sus  sucesores.  Floreciente  como  se  hallaba  entonces  la  Iglesia  de  África, 
que  contaba  entre  sus  obispos  á  un  varón  tan  ilustre  como  san  Cipriano  ,  acu- 
dieron á  ella  las  iglesias  de  León ,  de  Astorga  y  de  Mérida  solicitando  consejos 
en  su  difícil  situación;  el  obispo  de  Zaragoza,  Félix,  escribió  también  á  la  Iglesia 
de  Caríago  con  el  propio  objeto,  viniendo  todo  ello  á  demostrar  la  suma  agitación 
que  se  introdujo  en  la  Iglesia  española  por  la  mera  noticia  de  haber  hallado  Ba- 
sílides protección  en  el  Pontífice  de  Roma. 

Desde  luego  ocurre  que  á  no  haber  sido  reconocida  en  España  la  suprema- 
cía del  Pon  tí  fice,  habia  de  ser  muy  indiferente  á  los  obispos  españoles  que  san 
Esteban  se  empeñara  ó  no  en  favor  de  Basílides ;  y  que  atrincherados  ellos ,  di- 
gámoslo así,  en  su  independencia ,  habria  el  obispo  reclamante  intentado  en  vano 
recobrar  su  sede,  apoyado  en  la  autoridad  de  un  prelado  que  no  hubiese  tenido 
autoridad  alguna  sobre  los  deponentes  ni  sobre  el  depuesto. 

Estas  reflexiones ,  que  nacen  de  la  sencilla  relación  de  los  hechos ,  se  confir- 
man mas  y  mas  con  la  carta  que  dirigió  san  Cipriano  á  los  obispos  españoles, 
exhortándolos  á  permanecer  firmes  en  su  resolución  primera ;  y  esto  lo  diceno  ne- 
gando la  autoridad  del  Pontífice  romano  en  este  negocio,  no  alegando  la  incom- 
petencia del  juez,  como  sin  duda  lo  habria  hecho  á  no  estar  convencido  el  santo 
de  la  facultad  del  Pontífice  para  entrometerse  en  el  asunto,  sino  que,  dejando 
en  salvo  la  autoridad  de  san  Esteban,  se  limita  á  rechazar  las  providencias 
que  pudiesen  emanar  de  Roma,  diciendo  que  el  Pontífice  habia  sido  engañado, 
que  Basílides  habia  cometido  obrepción.  Obreptumest,  dice ,  siendo  de  notar 
que  san  Cipriano  se  vale  de  la  expresión  de  que  nos  servimos  todavía  noso- 


CAP.    X. — ESPAÑA   GODA.  171 

tros  al  dar  de  nulidad  la  providencia  de  un  superior  mal  informado  (1). 

Hay  mas :  como  argumento  concluyente,  apeló  san  Cipriano  á  una  decisión 
de  un  Pontífice  anterior,  del  papa  Cornelio,  quien  decretó,  dice,  que  los  hombres 
que  se  hallaban  en  el  caso  de  Basílides  y  Marcial  podían  ser  admitidos  á  peni- 
tencia, mas  no  á  la  ordenación  del  clero  y  al  honor  sacerdotal.  «Esto  decretó 
junto  con  nosotros  y  con  todos  los  obispos  del  mundo ,  nuestro  colega  Cornelio, 
sacerdote  pacífico ,  justo  y  honrado  por  la  dignación  del  Señor  con  el  martirio  (2). » 

Nótese  bien  que  aun  cuando  dice  haberse  hecho  aquello  de  acuerdo  con  to- 
dos los  obispos  del  mundo ,  no  puede  entenderlo  de  un  concilio  general ,  pues- 
to que  en  aquella  época  no  se  habia  reunido  ninguno,  « sino  que  habla  de  la 
aquiescencia  manifestada  por  todos  los  obispos  á  la  decisión  de  la  Sede  Apostó- 
lica ,  de  la  cual  como  del  centro  de  unidad  partia  la  enseñanza  que  se  difundia 
por  todo  el  orbe ,  bebiendo  todas  las  iglesias  en  aquel  manantial  inmaculado, 
donde  se  conservaban  la  letra  y  el  espíritu  de  las  doctrinas  de  Jesucristo  y  de  las 
tradiciones  apostólicas.  Habla  san  Cipriano  de  un  punto  en  que,  según  él,  estaban 
de  acuerdo  todos  los  obispos  del  mundo ;  y  sin  embargo  solo  nombra  uno  ,  á  uno 
atribuía  el  decreto :  á  Cornelio ,  al  obispo  de  Roma  (3). » 

Llegado  el  siglo  iv,  encontramos  la  carta  del  papa  Siricio  á  Himerio  obispo 
de  Tarragona,  escrita  en  el  año  385,  documento  notable  en  muchos  pasages,  que 
demuestra  que  se  acudía  á  Roma  en  los  negocios  arduos ,  no  precisamente  con- 
sultando á  los  Papas,  como  se  consulta  á  personas  virtuosas  y  sabias,  sino  como 
superiores ,  como  revestidos  de  la  autoridad  suprema  recibida  del  mismo  Jesu- 
cristo. El  citado  historiador  Romey ,  al  decir  que  varias  veces  habia  recurrido  el 
clero  español  á  Roma  para  la  decisión  de  los  casos  difíciles ,  añade  «  haberse  de 
distinguir  los  recursos  formales  délas  meras  consultas,  las  cuales,  sin  atribuir 
superioridad  ni  jurisdicción  á  aquellos  á  quienes  se  dirigen ,  pueden  hacerse  á 
todas  las  personas  de  virtud  ó  de  ciencia  (4). » 

Sin  embargo ,  la  carta  del  papa  Siricio  de  que  aquí  tratamos  no  puede  pres- 


(1)  «Cyprianus,  Ccecilius,  Primus,  Policarpus,  Felici  presbytero  et  plebibus  consistentibus  ad 
Legionem  et  Asturice,    ítem  Laelio  Diácono,  et  plebi  Eméritas  consistentibus,  fratri  in  Domino  salu- 

tem Quod  et  apud  vos  factum  videmus  in  Sabini  collegee  nestri  ordinatione,  ut  de  universas 

fraternitatis  suffragio,  et  de  Episcoporum  qui  in  pra^sentia  convenerant,  quiquede  eo  ad  vos  litteras 
fecerant  judicio.  Episcopatus  ei  deferretur,  et  manus  ei  in  locum  Basilidis  imponerentur.  Nec  res- 
cindere  ordinationem  jure  perfectam  potest,  quod  Basilidis  post  crimina  sua  detecta,  et  conscientiam 
etiam  propria  confessione  nudatam,  Romam  pergens  Stephanum  collegam  nostrum  longe  positum, 
et  gestae  rei  ac  tacitas  veritatis  ignarum  fefellit:  ut  exambiret  repon  i  se  injuste  in  Episcopatum  de 
quo  fuerat  juste  depositus.  Hoc  eo  pertinet  ut  Basilidis  non  tam  abolitasint  quam  cumúlala  delicta, 
ut  ad  superiora  peccata  cjus  etiam  fallada;  et  circumventionis  crimen  acceserit.  Ñeque  enim  tam 
culpandus  est  ille  cui  negligenter  obreptum  est,  quam  hic  execrandus  qui  fraudulenter  obrepsit. 
Obrepere  autem  si  hominibus  Basilidis  potuit,  Deo  non  potest,  cum  scriptum  sit.  Deus  non  irride- 

tur »   (Epístola  S.  Cypriani  episcopi  et  martyris  ad  clerum  et  plebes  in  Hispania  consistentes  de 

Basilide  etMartiale.) 

(2)  Frustra  tales  episcopatum  sibi  usurpare  conantur,  cum  manifestum  sit,  ejusmodi  homines 
nec  Eclesi?e  Chnsti  praesse  nec  Deo  sacrificia  offerre  deberé.  Ma-rime  cum  jampridem  nobiscum,  et 
cum  ómnibus  omnino  episcopis,  in  toto  mundo  constitutis,  etiam  Cornelius  collega  noster  sacerdos 
pacificus,  et  justus,  et  martyrio  quoque  dignatione  Domini  honoratus  decreumí  ejusmodi  homines 
ad  poenitentiam  quidem  agendam  posse  admitti,  ab  ordinatione  autem  Cleri,  atque  sacerdotali  ho- 
nore  prohiben.  (S.  Cyprianus,  It.) 

(3)  Balmes,  la  Civilización,  revista  religiosa,  filosófica,  política,  y  literaria  de  Barcelona,  t.  II. 
(i)    Hist.  de  Esp.,  P.  1.a,  c.  XVIII. 


172  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

tarse  á  semejante  interpretación  ,  en  cuanto  toda  ella  no  es  precisamente  de 
una  persona  sabia  y  virtuosa  que  responde  á  otra  que  la  ha  consultado ,  sino 
de  un  superior  que  responde  á  un  inferior ,  con  autoridad  de  enseñanza  y  con 
derecho  de  mando.  «  No  negamos,  dice,  á  tu  consulta  la  competente  respuesta, 
porque  por  razón  de  nuestro  oficio ,  no  podemos  disimular  ni  callar ,  pues  que  el 
celo  de  la  religión  cristiana  nos  incumbe  á  nosotros  mas  que  á  todos  los  demás. 
Llevamos  la  carga  de  todos  los  que  están  gravados ,  ó  mas  bien  la  lleva  en  noso- 
tros el  apóstol  Pedro,  quien  ,  como  lo  confiamos,  nos  protege  y  defiende  como 
herederos  de  su  administración  en  todas  las  cosas  (1).  » 

No  es  esto  todo ;  el  Pontífice  establece  varios  capitulos  sobre  los  diferentes 
puntos  consultados,  y  en  todos  ellos  se  observa  que  habla  como  superior.  «En 
adelante,  dice,  será  menester  que  no  os  apartéis  de  esta  regla  si  no  queréis  ser 
separados  de  nuestro  colegio  con  sentencia  sinodal .»  «Basta  ya  de  errores,  añade 
en  otra  parte  ;  en  adelante  observen  la  regla  sobredicha  todos  los  sacerdotes  que 
no  quieran  ser  apartados  de  la  solidez  de  la  piedra  apostólica,  sobre  la  que  cons- 
truyó Cristo  la  Iglesia  universal. »  «De  todos  modos  prohibimos  que  esto  se  haga. » 
«Tuvimos  á  bien  decretar.»  «Decretamos  con  definición  general  lo  que  en  ade- 
lante han  de  seguir  todas  las  Iglesias  y  lo  que  han  de  evitar.»  «Sepan  en  adelan- 
te los  sumos  prelados  de  todas  las  provincias,»  son  todas  ellas  palabras  de  su 
carta  que  por  cierto  no  indican  consejo  ni  consulta,  sino  orden,  autoridad,  poder. 
Ahora  bien,  ¿se  sabe  que  en  la  Iglesia  de  España  se  levantase  ninguna  queja, 
ninguna  reclamación  contra  semejante  ejercicio  de  autoridad?  No,  antes  bien 
san  Isidoro  en  su  obra  de  Los  Varones  ilustres,  hace  honorífica  mención  del  papa 
Siricio;  llámale  Pontífice  muy  esclarecido,  y  lo  que  es  mas  de  notar  dice  esto  ha- 
blando de  la  misma  carta,  ú  opúsculo  de  que  estamos  tratando. 

A  principios  del  siglo  v,  hállase  otro  documento  no  menos  decisivo  en  prue- 
ba del  acatamiento  con  que  era  reconocido  en  España  el  primado  del  Papa.  Ha- 
blamos de  la  carta  de  Inocencio  I  dirigida  á  los  Padres  del  concilio  de  Toledo,  en 
la  que  se  echa  de  ver  también  que,  en  ofreciéndose  algún  negocio  de  gravedad, 
acostumbraban  nuestros  obispos  dirigirse  al  Poníífice romano  para  que  les  ense- 
ñase lo  que  debian  creer  y  prescribiese  lo  que  debían  practicar.  Los  Padres  de 
Toledo  trataban  con  mucha  indulgencia  á  los  priscilianistas,que  en  número  con- 
siderable abjuraban  sus  errores,  tanto,  que  mientras  suscribiesen  á  la  regla  de  fe 
formulada  en  los  concilios,  eran  restablecidos  en  sus  sillas  los  obispos  que  habían 
caido  en  los  errores  de  aquella  secta,  echándose  un  velo  sobre  sus  pasados  ex- 
travíos. Esta  benignidad  era  llevada  á  mal  por  algunos  obispos  de  las  provincias 
Botica  y  Cartaginense,  y  clamaban  con  tal  violencia  contra  ella,  que  la  Iglesia  de 
España  se  veia  amenazada  de  un  cisma.  En  semejante  situación,  un  obispo  llama- 
do Hilario  y  un  presbítero  llamado  Elpidio  acudieron  al  Sumo  Pontífice,  poniendo 


(1)  ....0Et  quia  necessecrat  nos  inejus  laboribus  curisque  succedere  cui  per  Dei  gratiam  suc- 
cesimus  in  honore,  factout  opurtebal  primitus  mea?  provectionis  indicio  ad  singula  (prout  Dominus 
aspirare  dignatus  est)  consultalioni  Inx  responsum  competens  non  negamus,  quia  pro  oficii  nostri 
considera tione  non  est  nobis  disimulare,  non  est  tacere  libertas,  quibusmajorcunctis  christiana; 
religionis  zelus  incumbit.  Portamus  onera  omnium  qui  gravantur;  quinimo  haec  portat  in  nobis  Bea- 
tusapostolus  Petrus,  quinos  in  ómnibus  ut  coníidimus,  administrationis  suae  protegit,  et  tuetur 
heredes.  (Epist  Syricii  Papa;  ad  Himerium  Tarracon.) 


CAP.    X.— ESPAÑA   GODA.  173 

en  su  conocimiento  los  graves  males  de  que  se  veia  amenazada  la  Iglesia  de  Espa- 
ña; y  deseoso  Inocencio  de  poner  remedio  á  ellos ,  escribió  la  carta  de  que  trata- 
mos, carta  notable  también  por  revelarnos  la  gran  importancia  que  se  daba  á  las 
palabras  del  Pontífice,  que  se  creían  bastantes  para  calmar  los  ánimos  y  sosegar 
ladiscordia  cuando  no  alcanzaba  á  tanto  la  autoridad  del  concilio.  Este  mismo  do- 
cumento nos  manifiesta  que  el  Papa  estaba  ya  muy  ansioso  de  la  situación  de  la 
Iglesia  española,  y  no  poco  inclinado  á  tomarla  iniciativa  en  este  negocio,  cuan- 
do las  instancias  del  obispo  Hilario  y  del  presbítero  Elpidio  le  determinaron  á 
hablar.  Por  lo  que  toca  á  su  estilo,  acontece  lo  propio  que  con  la  del  papa  Siri- 
cio:  habla  Inocencio,  no  como  persona  particular  consultada,  sino  como  superior; 
no  solo  instituye,  sino  que  manda. 

A  mediados  del  siglo  v,  en  el  año  447,  encontramos  otro  documento  seme- 
jante, cual  es  la  carta  de  san  León  I  á  Turibio  obispo  de  Asíorga.  Este  obispo  ha- 
bia  remitido  al  Papa  un  índice  de  los  errores  de  los  priscilianistas  y  un  libro  en 
que  los  impugnaba.  Contestóle  el  Papa  felicitándole  por  su  celo  en  favor  de  la  fe 
católica  y  por  haberle  dado  conocimiento  délos  restos  que  aun  se  conservaban  de 
la  mencionada  s?cta.  Prescribe  adenás  el  Pontífice  que  se  celebre  un  concilio  en 
el  que,  conforme  á  las  instrucciones  que  le  había  comunicado  en  contestación  ásu 
consulta,  se  examinase  si  habia  algunos  obispos  inficionados  aun  con  aquella  he- 
regía,  para  excomulgarlos  en  el  caso  que  no  quisieren  abjurar  sus  errores.  Des- 
pués ele  decirle  que  ya  ha  escrito  á  los  obispos  de  las  provincias  de  Tarragona, 
Cartago,  Lusitania  y  Galicia,  mandándoles  que  celebren  un  concilio  nacional, 
encarga  á  Turibio  que  les  transmita  las  resoluciones  que  le  acaba  de  dictar,  dis- 
poniendo finalmente  que  si  se  atravesare  algún  obstáculo  que  impidiere  la  cele- 
bración de  dicho  concilio,  se  celebre  al  menos  uno  en  la  provincia  de  Galicia, 
que  deberán  presidir  Idacio  y  Ceponio  (1). 

En  el  año  461,  los  obispos  de  la  provincia  Tarraconense,  quejosos  del  prelado 
de  Calahorra,  que  habia  ordenado  algunos  obispos  sin  consentimiento  del  metro- 
politano, acuden  al  papa  Hilario  para  que  dispusiere  la  conducta  que  debia  seguir- 
se así  con  respecto  al  obispo  ordenante  como  á  los  obispos  ordenados.  Esta  carta 
es  digna  de  notarse  bajo  muchos  conceptos,  porque  no  solo  se  halla  consignada  en 
ella  la  supremacía  del  Papa  del  modo  mas  explícito  y  terminante,  sino  también 
porque  contiene  confesiones  muy  claras  sobre  algunas  preeminencias  de  esta  pri- 
macía. El  respetuoso  encabezamiento  de  la  carta  explica  ya  mas  de  lo  que  pudie- 
ra decirse  con  extensos  comentarios.  «Al  Beatísimo  Señor,  á  quien  debemos  hon- 
rar con  reverencia  apostólica,  el  papa  Hilario,  Ascanio  obispo,  y  todos  los  obis- 
pos de  la  provincia  de  Tarragona.  «Esta  salutación  claro  es  que  no  va  dirigida  de 
igual  á  igual,  sino  de  inferior  á  superior.  Empiezan  en  seguida  su  carta,  y  en  el 
exordio  de  ella  se  notan  las  siguientes  palabras.  «Aun  cuando  no  mediara  nece- 
sidad alguna  de  la  disciplina  eclesiástica,  debíamos  nosotros  acudir  á  aquel  pri- 
vilegio de  vuestra  sede,  con  el  que,  recibidas  las  llaves  del  reino  después  de  la 
resurrección  del  Salvador,  la  singular  predicación  de  san  Pedro  proveyó  á  la  ilu- 
minación de  todos  por  todo  el  mundo;  y  el  principado  de  quien  hace  sus  veces, 
como  que  está  sobre  todos,  por  todos  debe  ser  tenido  y  alabado.  Por  tanto  noso- 


(1 )    Epist.  I  Leonis  Papse  cognomento  Magní,  ad  Turibium  episcopum  Asturicensem.  Anno  4-47. 


174  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

tros,  adorando  en  vos  al  mismo  Dios,  á  quien  servís  santamente,  acudimos  á  la  fe 
alabada  por  boca  apostólica,  buscando  instrucciones  allí  á  donde  nada  se  manda 
con  error,  nada  con  presunción,  sino  todo  con  deliberación  sacerdotal  (1).»  Estas 
palabras  prueban  decisivamente  la  verdad  que  estamos  defendiendo.  Los  padres 
de  Tarragona  piden  al  Papa,  no  un  consejo,  no  una  instrucción  sobre  un  punto 
canónico,  sino  una  disposición  de  autoridad  ;  «decidnos  lo  que  queréis  que  haga- 
mos, añaden  mas  abajo  ,  para  que  podamos  obrar  apoyados  en  vuestra  autori- 
dad (2).»  Hay  también  otra  carta  de  los  obispos  de  la  provincia  de  Tarragona  al 
mismo  Papa,  y  en  ella  se  notan  iguales  ideas  sobre  la  supremacía  del  Pontífice, 
iguales  sentimientos  de  respeto  y  de  venerac  ion  ,  igual  voluntad  de  obedecer  su- 
misos á  lo  que  tuviese  á  bien  prescribirles. 

En  la  contestación  que  da  el  papa  Hilario  á  las  sobredichas  cartas  de  los  obis- 
pos de  la  provincia  Tarraconense,  á  mas  de  las  expresiones  de  autoridad  que  he- 
mos observado  en  todas  las  anteriores,  llama  muy  particularmente  la  atención  el 
que  al  mismo  tiempo  que  los  obispos  de  la  provincia  indicada  habían  acudido  al 
Papa,  apelaban  también  al  mismo  recurso  desde  distintos  puntos  de  España  otros 
interesados  en  sentido  opuesto,  excusando  lo  que  los  obispos  de  la  provincia  de 
Tarragona  pretendían  que  se  condenase.  En  la  misma  carta  concurre  también 
otra  circunstancia  muy  digna  de  notarse,  cual  es  la  de  que  el  Papa  envia  á  Es- 
paña el  subdiácono  Trajano  para  que  fuese  portador  de  ella  y  al  mismo  tiempo  lo 
corrigiera  todo  conforme  á  las  disposiciones  de  la  Sede  apostólica.  Es  decir  que 
ya  en  aquella  época  habia  la  costumbre  de  enviar  los  Papas  sus  legados  para 
atender  á  las  necesidades  de  las  iglesias. 

En  el  mismo  siglo,  encuéntrase  otro  acto  de  semejante  autoridad  de  un  Pon- 
tífice romano  sobre  la  Iglesia  de  España.  Hablamos  del  nombramiento  de  vicario 
apostólico,  hecho  en  Zenon  obispo  de  Sevilla  por  el  papa  Simplicio;  y  á  principios 
del  siglo  siguiente,  en  el  año  317,  observamos  igual  delegación  de  la  autoridad 
apostólica  hecha  por  el  papa  Hormisdas  á  favor  de  Juan,  obispo  de  Tarragona, 
mandándole  que,  salvos  los  privilegios  de  los  metropolitanos,  cuide  de  la  obser- 
vancia de  los  cánones  y  de  los  mandatos  pontificios. 

Puédese  además  citar  otra  carta  dirigida  en  524  por  el  mismo  papa  Hormis- 
das á  los  obispos  españoles,  donde  les  enseña  y  prescribe  varios  asuntos  de  dis- 
ciplina, y  también  otro  ejemplo  que  nos  ofrece  este  Papa  de  otra  delegación  de  la 
autoridad  apostólica  á  favor  de  Salustio,  obispo  de  Sevilla,  en  la  que  deja  tam- 
bién salvos  los  privilegios  de  los  metropolitanos.  Como  esta  expresión  podría  pa- 


(1)  Domino  beatissimo,  et  apostólico  reverentia  á  nobis  colendo  papae  Hilario,  Ascanius  epis- 
copus,  ct  universi  episcopi  Tarraconensis  provincias 

Etiamsi  nulla  cxtaret  necessitas  ecclesiastica?  disciplina?,  expetendum  revera  nobis fuerat  illud 
privilegium  sedis  vestra,  quo  susceptis  regni  clavibus,  post  resurrectionem  Salvatoris,  per  totum 
orbem  beatissimi  Petri  singularis  praídicatio  universorum  illuminationi  prospexit :  cujus  vicarii 
prineipatus  sicut  eminet,  ita  metuendus  est  ab  ómnibus  et  amandus.  Proinde  nos  Deum  in  vobis 
penitus  adorantes,  cui  sine  querela  servitis,  ad  fidem  recurrimus  apostólico  ore  laudatam,  inde  res- 
ponsa  qu;erentes,  unde  bih.il  terrorc,  nihil  praisumptione,  sed  pontifican  totnm  deliberatione  praeci1- 
pitur.  ..  Epist.  I,  Tarracon.  Episooporum  ad  Hilarium  Papam,  anno  46P. 

(2)...  Qu:i:sumus  sedem  vestram,  ut  quid  super  hac  parte  observare  ve'itis,  apostolicisafílati- 
bus  instruamur  ;  quatenus  fraternilate  collecta  ,  praelatis  in  médium  veneranda;  synodi  coustitutis 
contra  rcbellionis  spiritum  vestra  auctoritate  subnixi ,  quid  oporleat  de  ordinatore  et  de  ordinato 
fieri,  intelligere,  Deo  arljuvante ,  possimus.  Id 


CAP.    X. —  ESPAÑA   GODA.  175 

recer  restrictiva  de  la  autoridad  pontificia,  daremos  sobre  este  particular  algunas 
explicaciones.  Es  indudable  que  los  metropolitanos  gozaban  antiguamente  de 
muchos  privilegios  de  que  carecen  en  la  actual  disciplina,  y  que  estos  privilegios 
eran  mirados  con  gran  respeto.  No  es  del  caso  enumerarlos  aquí ,  ni  tampoco 
referir  cuales  son  las  modificaciones  que  han  ido  sufriendo  con  el  tiempo;  pero  lo 
que  conviene  advertir  es  que  estos  privilegios  de  los  metropolitanos  en  nada  se 
oponian  á  la  primacía  de  la  Santa  Sede,  pues  que,  según  hemos  visto,  la  autoridad 
pontificia  se  ejercía  en  toda  su  plenitud  aun  en  el  tiempo  en  que  estaban  vigentes 
estos  privilegios.  La  misma  cláusula  en  que  se  salvan  estos  es  un  nuevo  indicio 
de  las  altas  facultades  que  se  consideraban  anexas  al  primado  del  Papa, en  cuan- 
to delegando  este  su  autoridad  á  un  obispo,  creíase  conveniente  advertir  que 
esta  delegación  no  debia  menoscabar  los  privilegios  de  los  metropolitanos:  lo  que 
prueba  que  á  no  expresarse  así ,  habríase  quizás  creído  que  el  obispo,  revestido 
con  las  facultades  pontificias,  podia  derogar  también  estos  privilegios. 

Gregorio  Magno  escribió,  como  hemos  visto,  á  Recaredo  afines  del  siglo  vi, 
en  un  tono  que  no  deja  duda  acerca  de  su  autoridad  en  los  negocios  de  la  Iglesia 
universal,  é  intervino  también  en  los  de  la  Iglesia  española,  reponiendo  á  Janua- 
rio,  obispo  de  Málaga,  que  habia  sido  depuesto  de  su  silla  en  un  concilio  na- 
cional. 

Todavía  podríamos  alegar  nuevas  pruebas  en  confirmación  de  la  misma 
verdad  que  estamos  demostrando  ;  pero  parécenos  que  son  suficientes  las  alega- 
das hasta  aquí,  y  con  el  eminente  publicista  (1)  que  hemos  citado  poco  antes, 
diremos  que  no  acertamos  que  es  lo  que  puede  contestarse  á  documentos  tan  de- 
cisivos. Y  si  se  quiere  saber  el  sentir  de  los  mas  ilustres  varones  de  la  Iglesia 
goda  sobre  esta  materia,  óigase  á  san  Isidoro  que  nos  dice :  «Después  de  Jesu- 
cristo, el  orden  sacerdotal  comenzó  por  Pedro,  porque  él  fué  el  primero  á  quien 
se  dio  el  pontificado  en  la  iglesia,  el  primero  que  recibió  la  potestad  de  atar  y 
desatar,  y  el  primero  que  atrajo  almas  á  la  fe  con  su  predicación.»  Mas  termi- 
nantes son  todavía  las  palabras  con  que  contestó  el  santo  doctor  á  una  consulta 
de  Eugenio  II  de  Toledo  :  «  Jesucristo  dijo  á  Pedro:  tú  eres  Pedro  y  sobre  esta 
piedra  levantaré  yo  mi  Iglesia....  y  después  de  la  resurrección  le  añadió :  Apa- 
cienta mis  corderos,  que  es  decir  los  Prelados.  De  suerte  que  el  honor  de  esta  po- 
testad ,  aunque  se  ha  transfundido  á  todos  los  obispos ,  reside  en  particular  y 
por  especial  privilegio  en  el  de  Roma ,  que  es  eternamente  cabeza  respecto  de  los 
demás  miembros.» 

Mucho  podríamos  prolongar  estas  citas,  si  no  temiésemos  fatigar  á  nuestros 
lectores  y  no  creyéramos  suficientemente  aclarado  este  debatido  punto  histórico. 
Ni  en  España  ni  fuera  de  España,  ni  en  los  tiempos  modernos  ni  en  los  antiguos 
se  ha  concebido  jamás  el  catolicismo  sin  el  primado  de  Roma ;  en  la  idea  de  ca- 
tolicismo se  ha  abrazado  siempre  la  supremacía  del  Pontífice  romano,  porque 
en  la  idea  del  catolicismo  ha  entrado  siempre  la  de  unidad,  y  unidad  no  la  hay 
sin  un  centro,  y  este  centro  no  existe  sin  Roma  (2).  Esta  es  la  doctrina  de  todos 
los  siglos,  la  tradición  constante  desde  el  tiempo  de  los  apóstoles;  y  decir  lo  con* 


(4)    Balmes,  1.  c. 


176  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

trario  fundándose  en  la  diferencia  de  disciplina,  en  que  esta  durante  el  período 
de  la  España  goda,  era  muy  distinta  de  la  actual,  en  la  variedad  de  atribuciones 
que  desempeñaban  el  Papa  y  los  obispos,  equivale  tanto  á  decir  como  que  no  era 
monárquico  el  régimen  de  España  en  la  misma  época,  porque  sin  duela  su  mo- 
narquía y  las  atribuciones  del  soberano  eran  muy  distintas  de  la  idea  que  aque- 
lla palabra  despierta  ahora  en  todos  nosotros. 

¿Qué  mas?  El  mismo  Masdeu,  persona  muy  autorizada  en  la  materia  por 
las  profundas  investigaciones  que  sobre  la  España  goda  ha  llevado  á  cabo  ,  y  al 
mismo  tiempo  nada  sospechosa  á  causa  de  la  constante  opinión  que  acerca  de 
estos  puntos  profesa  ,  sienta  en  su  excelente  obra  (1)  que  la  iglesia  de  España, 
durante  la  época  goda  reconocía  en  el  Papa  las  calidades  de  centro  y  de  cabeza 
y  la  primacía  de  honor  y  de  jurisdicción.  El  mismo  autor  ,  analizando  la  disci- 
plina eclesiástica  en  la  época  de  que  estamos  tratando,  dice,  en  corroboración  de 
lo  que  venimos  sustentando ,  que  el  ejercicio  de  la  supremacía  del  Papa  sobre 
nuestra  Iglesia  en  los  siglos  v ,  vi  y  vn,  puede  reducirse  á  cuatro  artículos :  re- 
mitir el  palio  á  quien  lo  merecía  ;  levantar  en  Roma  tribunal  de  recursos  ó  de 
apelaciones;  enviar  á  España  jueces  pontificios,  y  tener  en  ella  vicarios  que 
obrasen  en  su  nombre  y  autoridad.  En  los  tres  últimos  hemos  citado  ya  los  casos 
mas  notables  ocurridos  durante  la  España  goda,  y  respecto  del  primero  sabemos 
por  el  autor  citado  que  san  Gregorio  Magno  remitió  el  palio  á  san  Leandro  de  Se- 
villa en  los  últimos  años  del  siglo  vi. 

Sin  embargo  ,  en  otra  ocasión  hemos  dicho  ,  y  ocasión  es  ahora  de  repetir- 
lo, que  el  régimen  político  de  la  monarquía  goda  habia  de  influir  necesariamente 
en  la  disciplina  de  su  Iglesia  ,  y  que  la  intervención  del  clero  en  el  régimen  civil 
habia  de  producir  la  intervención  de  la  potestad  secular  en  el  régimen  ecle- 
siástico. De  ahí  la  confusión  entre  ambos  poderes,  y  si  el  civil  no  poclia  conside- 
rarse tan  independiente  como  le  concebimos  en  los  tiempos  modernos ,  la  Igle- 
sia sufria  igualmente  gran  menoscabo  en  su  libertad  é  independencia ,  dos  ele- 
mentos que  le  son  altamente  necesarios.  Desde  la  conversión  de  Recaredo,  los 
monarcas  godos  habían  tomado  el  título  de  protectores  de  la  Iglesia  y  ejercieron 
varias  prerogalivas  y  atribuciones  eclesiásticas ,  ya  porque  se  las  concediera  la 
Iglesia  agradecida  por  el  esplendor  que  le  diera  en  España,  ya  porque  el  poder 
real  se  las  arrogase  poco  á  poco  ,  naciendo  de  ahí  un  estado  de  cosas  que  si  no 
produjo  fatales  consecuencias  y  conflictos  durante  la  época  que  estamos  estudian- 
do, es  muy  contrario  á  las  buenas  ideas  recibidas  acerca  de  la  libertad  de  la 
Iglesia  y  de  la  independencia  en  que,  en  lo  posible,  han  de  estar  colocados  los  dos 
poderes  eclesiástico  y  civil. 

Los  derechos  que  los  reyes  godos  desde  que  se  hicieron  católicos  ejercieron 
en  los  asuntos  eclesiásticos,  pueden  reducirse  á  cuatro  ,  según  el  propio  autor  ya 
citado:  el  primero  dar  órdenes  y  providencias  para  bien  y  edificación  de  los  fieles; 
el  segundo  tener  tribunal  de  coacción  para  que  se  ejecutaran  en  él  las  sentencias 
canónicas ;  el  tercero  nombrar  los  obispos  para  el  buen  régimen  eclesiástico  de 
todos  sus  estados,  y  el  cuarto  finalmente  convocar  los  concilios  nacionales  y  con- 
firmarlos con  su  autoridad  para  que  fuesen  respetados  en  lodo  el  reino. 


(1)     Hist  crít.  deEsp.,  t.  XI,  p.  151. 


CAP.    X.— ESPAÑA   GODA  177 

El  primero  de  estos  derechos  era  ejercido  por  los  reyes  godos  ortodoxos  con 
una  especie  de  predilección  :  complacíanse  en  dar  decretos  sobre  esta  materia, 
los  cuales  tenian  cierta  semejanza  en  cuanto  á  la  forma  á  lo  menos  con  las  pas- 
torales de  nuestros  obispos ;  la  historia  ha  conservado  mas  de  uno.  Semejante 
derecho  fué  reconocido  en  los  reyes  hasta  por  los  mismos  concilios ,  y  el  de  Mé- 
rida,  no  solo  dio  gracias  á  Recesvinlo  «  por  la  mucha  piedad  con  que  gobernaba 
en  lo  temporal ,  sino  también  por  el  buen  uso  de  la  sabiduría  con  que  le  ilustra- 
ba Dios  para  el  gobierno  de  la  Iglesia.»  Recaredo  dispuso  que  velasen  igualmen- 
te las  dos  potestades  eclesiástica  y  temporal  en  destruir  los  residuos  de  la  ido- 
latría; y  los  concilios  Toledanos  III  y  XII  confirmaron  este  decreto.  El  rey  Chin- 
tila  ,  con  edicto  aprobado  por  el  concilio  Toledano  Y,  mandó  que  se  celebrasen 
anualmente  en  el  mes  de  diciembre  tres  dias  de  rogaciones ,  en  que  el  pueblo 
ayunase  y  tuviese  todas  sus  tiendas  y  tribunales  cerrados;  y  la  historia  de  la  épo- 
ca ,  repetimos ,  ofrece  en  gran  número  ejemplos  semejantes  de  la  intervención 
de  los  monarcas  en  los  reglamentos  mas  sencillos  de  la  disciplina  eclesiástica. 

Ejercían  también  los  reyes  godos  el  derecho  de  examinar  en  última  instan- 
cia las  causas  eclesiásticas,  para  que  se  terminasen  con  su  autoridad  y  poder  se- 
gún la  norma  de  los  sagrados  cánones.  El  concilio  Toledano  IX  presidido  por  san 
Eugenio  III  resolvió  que  en  materia  de  bienes  eclesiásticos  así  los  fundadores  y 
bienhechores  de  cualquiera  Iglesia,  como  también  sus  descendientes  y  herederos, 
pudiesen  libremente  recurrir  contra  cualquiera  clérigo  á  su  propio  obispo  ,  con- 
tra este  al  metropolitano,  y  contra  el  metropolitano  al  rey.  Con  mas  generalidad  y 
amplitud  se  volvió  á  decidir  esta  misma  jurisdicción  real  en  el  concilio  Toleda- 
no XIII  que  fué  aprobado  con  las  firmas  de  cuatro  metropolitanos ,  cuarenta  y 
cuatro  obispos  sufragáneos ,  veinte  y  siete  vicarios  de  obispos  ausentes ,  cinco 
abades ,  tres  dignidades  y  veinte  y  siete  grandes  de  la  corte.  La  historia  nos  su- 
ministra varios  ejemplos  de  obispos,  clérigos  y  monges  citados  al  tribunal  del  rey 
por  causas  eclesiásticas ,  como  sucedió  al  monge  Tarra  llamado  por  Recaredo  á 
dar  razón  de  su  conducta,  á  lo  que  parece,  no  muy  regular;  y  á  Cecilio  obispo  de 
Mentesa  ,  citado  y  obligado  por  Sisebuto  á  volver  á  su  silla  de  que  se  habia  reti- 
rado para  vivir  en  un  monasterio.  No  puede  negarse  que  esta  práctica  de  la  Igle- 
sia de  España  ,  dice  Masdeu,  es  contraria  á  la  de  otras  iglesias  de  la  cristiandad, 
en  que  estaba  generalmente  prohibido  todo  recurso  de  eclesiásticos  á  tribunal  se- 
cular. «Los  canonistas  saben  y  confiesan  ,  añade  el  propio  autor  (1),  que  nues- 
tra Iglesia  ,  la  mas  pura  y  firme  de  todas  en  la  unidad  de  la  doctrina  católica,  te- 
nia en  materia  de  disciplina  muchas  costumbres  peculiares ,  que  en  vez  de  re- 
probación alguna  ,  merecieron  con  el  tiempo  ser  recibidas  y  adoptadas  por  otras 
muchas  iglesias  y  aun  algunas  por  la  de  Roma  y  por  todo  el  mundo  cristiano. » 
Algunos  autores,  empero,  y  entre  ellos  Cayetano  Cenni  (2),  ponen  en  duda  la  ju- 
risdicción de  los  monarcas  godos  sobre  los  eclesiásticos  de  España  ;  mas  sus  ar- 
gumentos no  parecen  poder  prevalecer  contra  los  numerosos  monumentos  que  la 
acreditan. 

Sabido  es  que  los  obispos  en  los  primeros  siglos  de  la  Iglesia  eran  nom- 


(1)    His.  crít.  de  Esp.  t.  XI,  p.  19. 
(2;    De  Antiquitate  Ecclesiae  Hispaniee. 

TOMO  II. 


178  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

brados  por  el  pueblo  y  el  clero  ,  y  así  se  practicó  bajo  los  príncipes  arríanos, 
aun  después  de  introducida  la  preeminencia  de  la  Iglesia  metropolitana.  Ocur- 
rida la  conversión  de  Recaredo  á  fines  del  siglo  vi,  parece  que  algunas  catedrales 
empezaron  á  ceder  este  derecho  al  rey  como  se  ve  por  la  carta  de  Sisebuto ,  que 
antes  del  año  620  manifestó  su  voluntad  al  metropolitano  de  la  provincia  Tarra- 
conense acerca  del  obispo  que  se  habia  de  dar  á  Barcelona  ,  y  por  la  de  Braulio  á 
san  Isidoro,  á  quien  encargó  en  633  que  pusiese  todo  su  conato  en  que  el  rey  eli- 
giese para  la  silla  de  Tarragona  un  obispo  digno  y  cabal  así  por  su  santidad  como 
por  su  doctrina.  Sin  embargo,  no  todas  las  iglesias  convinieron  luego  en  esta  no- 
vedad ,  pues  en  el  concilio  de  Barcelona  (599)  y  en  el  cuarto  de  Toledo  (633)  se 
mandó  que  el  clero  y  el  pueblo  prosiguiesen  como  antiguamente  en  nombrar  á 
su  Pastor,  y  que  el  metropolitano  y  demás  obispos  lo  aceptasen  y  consagrasen. 
Prevaleció  no  obstante  el  partido  de  la  prerogativa  regia  ,  de  modo  que  pocos 
años  después  de  dicho  concilio,  parece  que  todas  las  iglesias  ele  España  se  habían 
ya  convenido  en  que  cada  una  enviaría  al  rey  sus  informes  acerca  de  los  sugetos 
capaces  de  ocupar  la  silla,  que  el  rey  los  nombraría,  y  que  luego  los  aceptaría  el 
metropolitano  en  el  primer  concilio  provincial.  Así  se  practicó  hasta  el  año  681, 
en  que  viendo  las  iglesias  por  experiencia  que  este  método  era  sobrado  largo,  ce- 
dieron todas  en  pleno  concilio  nacional  al  obispo  de  Toledo,  como  mas  inmediatoá 
la  persona  del  rey,  el  derecho  de  los  informes  para  que  el  príncipe,  llegando  lano- 
ticia  de  la  muerte  de  algún  prelado,  pudiese  desde  luego  con  solo  el  acuerdo  delTo- 
ledanó,  nombrar  á  quien  le  pareciese,  y  hacerle  consagrar  en  la  misma  corte.  Aun 
las  traslaciones  de  un  obispado  á  otro  se  hacían  según  el  mismo  sistema,  como  se 
ve  por  el  concilio  Toledano  XVI,  queen  el  año  693  dio  la  Iglesia  de  Toledo  al  obispo 
de  Sevilla,  la  de  Sevilla  al  de  Braga  y  esta  al  de  Porto.  Masdeu,  muy  encariñado 
con  lo  que  se  llaman  prerogativas  regias, y  acérrimo  partidario  de  la  intervención 
del  poder  civil  en  los  asuntos  eclesiásticos,  que  considera,  muy  equivocadamente  á 
nuestro modode  ver,  como  otros  tantos  pasos  hacia  la  libertad,  defiende  loque  no- 
sotros no  hemos  vacilado  en  llamar  relajación  déla  disciplina  eclesiástica,  con  estas 
palabras:  «Reprueban  agriamente  algunos  canonistas  esta  disciplina  de  España, 
por  no  tener  ejemplar  en  decretos  pontificios  ,  ni  en  concilios  de  otras  naciones; 
pero  nuestra  Iglesia  tiene  la  gloria  de  haber  dado  ejemplar  á  otros,  mas  bien  que 
tomádolo  de  ellas,  en  muchos  puntos  de  disciplina,  y  por  fin  no  es  cosa  censura- 
ble que  el  pueblo  cediera  á  su  príncipe  el  derecho  que  tenia  desde  el  tiempo  de 
los  apóstoles  de  nombrar  á  sus  obispos.» 

Otra  prerogativa  muy  importante  ejercieron  los  monarcas  godos  desde  el 
punto  de  su  conversión,  que  fué  el  convocar  los  concilios  nacionales  y  confirmar- 
los con  su  autoridad.  San  Braulio  de  Zaragoza  en  el  año  638  escribió  en  nombre 
de  todos  los  obispos  de  España  al  papa  üonorio  I,  que  le  habia  mandado  no  des- 
cuidarla convocación  de  los  concilios,  diciéndole  que  ya  el  rey  Chintila,  como  mo- 
vido de  Dios  con  las  mismas  altas  inspiraciones,  habiajuntadoun  concilio  de  todos 
los  obispos  de  España  y  de  la  Galia  Norbonense.  El  mejor  testimonio,  empero,  de 
semejante  costumbre  son  los  mismos  concilios  nacionales  de  esta  época  (1),  que 


(1)  .Tuxta  canouicum  ordinem  ,  tempore  quo  coneilium  per  metropolitani  voluntatem  et  re- 
giam  jussionemelectum  fuerel  agere,  omnes  coníinitimos  episcopos  in  unumoportetadesse;  neepro- 
tali  re  qutelibet  causa  opponidebet  ad  excusationem  (ex  Gonc. Emerit.  anno666,  c.  5). — Sunt  non- 


CAP.   X. — ESPAÑA   GODA.  179 

atestiguan  iodos  haber  sido  siempre  convocados  por  los  reyes  desde  el  dia  en  que 
abrazaron  la  religión  católica  ;  que  es  decir  los  Suevos  desde  el  año  560  y  los 
Godos  desde  el  589.  Los  reyes  confirmaban  además  las  decisiones  de  los  concilios, 
pero  todo  ello  que,  á  ser  los  concilios  españoles  asambleas  puramente  eclesiásti- 
cas, habría  sido  una  manifiesta  usurpación  y  una  conculcación  deplorable  de  los 
buenos  principios  que  han  de  regir  en  la  materia ,  no  lo  es  tanto  si  se  atiende  al 
carácter  mixto  de  los  concilios  de  la  España  goda  que  eran  ,  como  hemos  visto, 
verdaderos  legisladores  políticos  y  civiles  déla  nación. 

La  gerarquía  episcopal  se  componía  de  metropolitanos  y  sufragáneos ,  sin 
que  existiera  patriarca  nacional ,  arzobispo  (1) ,  ni  obispo  con  el  carácter  ó  título 
de  primado.  San  Isidoro  en  sus  Etimologías  solo  define  estas  palabras  tratando 
de  la  Iglesia  de  Italia  ;  que  aun  cuando  para  probar  que  ya  entonces  los  metro- 
politanos se  llamaban  arzobispos,  se  cita  un  manuscrito  de  un  concilio  de  Mérida 
y  la  copia  de  una  carta  de  Quirico  á  san  Ildefonso  ,  tales  manuscritos  son  copias 
modernas  atestadas  por  sus  autores  de  infinitas  interpolaciones  que  les  han  hecho 
perder  todo  valor  histórico.  La  carta  de  Benedicto  II,  que  supone  arzobispos  en 
España  ,  no  prueba  que  los  hubiera ,  lo  mismo  que  la  escrita  porSiricio  al  obispo 
de  Tarragona  á  quien  da  el  título  de  metropolitano  ,  no  prueba  que  hubiese  me- 
tropolitanos en  España  antes  del  siglo  iv.  Ambos  pontífices  hablaban  según  los 
usos  de  la  Iglesia  de  Italia,  muy  distintos  de  los  de  España.  Hemos  anotado  ya 
varios  de  los  hechos  que  paulatinamente  fueron  creando  la  primacía  de  Toledo, 
y  hasta  á  mediados  del  siglo  vn  no  tuvieron  los  prelados  de  aquella  silla  presi- 
dencia ni  preeminencia  alguna  sobre  los  demás  metropolitanos.  La  dignidad  de 
estos  data  de  los  últimos  años  del  siglo  iv;  antes  de  este  tiempo  eran  iguales  en 
prerogativas  los  obispos  todos ,  y  ocupaba  el  primer  asiento  en  cada  provincia 
el  prelado  mas  antiguo ,  de  cualquiera  iglesia  que  fuese  (2).  Pero  como  los  Papas, 
siguiendo  la  costumbre  de  Italia  y  otras  naciones,  titulasen  metropolitanos  a  los 
obispos  de  las  capitales ,  y  á  ellos  dirigiesen  sus  cartas  como  á  presidentes  ecle- 
siásticos de  la  provincia,  se  fué  introduciendo  poco  á  poco  la  novedad  ,  de  suerte 
que  puede  asegurarse  que  á  mediados  del  siglo  v  estaba  ya  recibida  en  toda  la 
nación. 


nulli  qui  pro  hoc,  admonitionem  sui  metropolitani  et  regiam  jussionem  accipiunt;  et  minimé 
implent  quae  jubentur:  hos  priscorum  canonum  sententiee  excommunicatos  esse  jubent ,  usque  ad 
tempus  superventuri  concilii ,  et  quamvis  excommunicationis  damno  feriantur,  nihil  tale  in  his  im. 
penditur  ,  quod  debeant  metuere  ( ex  eod.  Conc.  Emerit.,  c.  7. )—  Véanse  Cono.  Bracar.  i,  (  561 )  in 
prsef.,  p.  178;  Conc.  Bracar.  II,  (572)  in  prsef.,  p.  203;  Conc.  Tulet.  III,  (589)  in  ead.,  p.  221,  222; 
Conc.  Narb.  (589)  in  ead.,  p.  273;  Conc.  Tolet.  IV,  633)  p.  385;  Conc.  Tolet.  V,  (636)  in  conf.  regia,  p. 
406;  Conc.  Tolet.  VI,  (638)  c.  4,  et  19,  p.  408,  413;  Conc.  Tolet.  VII,  (646)  in  prajf.  p.  419;  Conc.  To- 
let. VIII,  (653)  in  ead.  p.  536;  Conc.  Tolet.  X  (656)  in  ead.  p.  452;  Conc.  Emerit.  (666)  vide  supra,  p. 
200;  Conc.  Tolet.  XI,  (675)  in  praef.  et.  in  c.  16,  p.  238,  246;  Conc.  Bracar.  III  (675)  p.  258;  Conc.  To- 
let. XII,  (684;  in  prsef.  et.  in  c.  43,  p.  262,  270;  Conc.  Tolet  c.  XIII,  (683)  in  c.  4  et  4  3,  p  280,  287; 
Conc.  Tolet,  XIV,  (684)  c.  4,  p.  302;  Conc.  Caesaraug.  III,  (604)  in  praef.,  p.  347,  349;  Conc.  Tolet. 
XVI,  (693)  in  prsef.  et  in  c  2,  p.  320,  334;  Conc.  ToleCxVII,  (694)  p.  346. 

(4)  El  título  de  arzobispo  (arc'nepiscopus)  dado  con  frecuencia  por  Mariana  y  otros  historiado- 
res á  los  metropolitanos  de  la  Iglesia  goda,  no  fué  adoptado  en  España  hasta  después  de  la  invasión 
de  los  Sarracenos. 

(2)  Pruébanlo  irrecusablemente  las  actas  de  los  concilios  nacionales,  en  los  que  se  ve  con  fre- 
cuencia la  firma  del  obispo  de  esta  ó  aquella  ciudad  colocada  según  la  mayor  ó  menor  antigüedad  de 
su  consagración. 


180  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Las  sillas  metropolitanas  de  la  Lusitania,  Tarraconense  y  Bética  se  estable- 
cieron sin  dada  alguna  en  las  ciudades  de  Mérida,  Tarragona  y  Sevilla;  en  las  dos 
primeras  por  ser  capitales  de  provincia  ,  y  en  la  otra  porque,  teniendo  los  hono- 
res de  capital  de  nación ,  debia  ser  preferida ;  y  con  esta  preferencia  que  obtuvo 
fué  tomando  insensiblemente  á  la  ciudad  de  Córdoba  hasta  los  derechos  de  capital 
civil  de  provincia ,  como  lo  hizo  Toledo  con  Cartagena.  En  la  provincia  de 
Galicia  el  único  metropolitano  fué  el  de  Braga  hasta  después  de  la  mitad  del 
siglo  vi,  en  que  por  ser  la  provincia  sobrado  dilatada ,  se  dividió  en  dos  porcio- 
nes, la  una  sujeta  á  la  iglesia  de  Braga  y  la  otra  á  la  de  Lugo.  Destruido  el  reino 
de  los  Suevos,  parece  que  con  él  acabaron  para  la  iglesia  de  Lugo  los  honores  de 
metropolitana  ,  pues  en  el  concilio  Toledano  III  (389)  toda  la  provincia  gallega  se 
consideró  como  una  sola,  y  el  obispo  de  Braga  firmó  con  el  título  general  de  me- 
tropolitano de  Galicia ,  añadiendo  que  firmaba  también  por  su  hermano  Nigisio 
obispo  de  Lugo,  sin  llamarle  metropolitano  como  se  intitularon  en  aquel  concilio 
todos  los  que  lo  eran.  En  la  provincia  Narbonense,  estuvo  disputada  desde  prin- 
cipios del  siglo  v  la  silla  metropolitana  entre  los  obispos  de  Narbona  y  de  Arles, 
mas  el  primero  acabó  por  ser  reconocido  y  por  ejercer  sin  disputa  los  derechos 
todos  de  metropolitano.  Acerca  de  la  provincia  Cartaginense,  Cartagena  y  Toledo 
aspiraron  una  y  otra  á  la  preeminencia,  la  primera  porque  habia  sido  capital  des- 
de el  tiempo  de  Constantino  ,  y  la  segunda  porque  comenzó  á  serlo  desde  la  des- 
trucción de  Cartagena  (425).  En  los  primeros  años  del  siglo  vi,  es  innegable  que 
una  y  otra  pretendían  el  mismo  honor,  pues  así  constapor  el  concilio  Tarraconense 
del  año  516  y  por  el  Toledano  de  527.  Cuando  entraron  los  Imperiales  en  España, 
se  dividió  la  provincia  en  dos  dominios,  y  mientras  duró  esla  división  ,  que  es 
decir  desde  el  año  554  hasta  el  622 ,  fueron  legítimos  metropolitanos  los  dos  obis- 
pos, el  de  Cartagena  en  la  Conlestania,  que  obedecía  al  emperador,  y  el  de  Tole- 
do en  la  Carpetania,  que  estaba  sujeta  á  los  monarcas  godos.  De  la  época  de  la 
expulsión  de  los  Imperiales  y  de  la  consiguiente  reunión  de  la  Contestania  y  Car- 
petania en  una  sola  provincia,  data  el  reconocimiento  de  los  derechos  metrópoli  ti- 
cos sobre  la  provincia  de  Cartagena  en  el  prelado  de  Toledo ,  sin  emulación  ni 
disputa  alguna. 

El  nuevo  sistema  de  los  metropolitanos  no  destruyó  enteramente  la  costum- 
bre antigua  de  honrar  á  los  obispos  por  orden  de  antigüedad ;  pues  entre  los  su- 
fragáneos se  mantuvo  siempre  este  orden ,  y  aun  los  mismos  metropolitanos 
entraban  en  él  cuando  estaban  fuera  de  su  provincia,  y  ocurrida  su  muerte,  ha- 
cia interinamente  sus  veces  hasta  nueva  elección  el  obispo  mas  antiguo. 

Los  derechos  del  metropolitano,  según  la  disciplina  de  la  España  goda,  eran 
cinco  :  convocarlos  concilios  provinciales,  consagrará  los  sufragáneos,  hacer 
las  veces  de  ellos  en  sus  ausencias,  juzgar  en  primera  instancia  sus  causas,  y 
vigilar  por  fin  sobre  el  buen  régimen  de  los  obispados  y  parroquias  (1). 

Los  obispados  en  tiempo  de  la  España  goda  se  fueron  multiplicando  in- 
sensiblemente por  constituciones  reales  ó  conciliares  de  que  apenas  nos  queda 
memoria.  Solo  sabemos  de  cierto  que  los  Suevos,  por  haberse  internado  á  veces 
en  la  Lusitania,  y  los  Imperiales,  por  el  dominio  que  tuvieron  en  una  porción  de 

(1i    Conc.  Tarrac,  ann.  516,  c.  43;  Conc.  Tolet.  III,  c.  18;   Conc.   Tolet.  IV,  c.  3;  Conc.  Emerit. 
ana  666,  c.  6;  Gollect.  Decret.  St.  Martini.  Bracar.,  c.  XVIII. 


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CAP.    X.— ESPAÑA    GODA.  181 

la  Bética  y  Cartaginense,  dieron  motivo  á  que  se  tomasen  algunas  providencias, 
para  corlar  los  pleitos  que  habia  acerca  de  los  límites  de  las  iglesias  así  sufragá- 
neas como  metropolitanas.  Varios  reyes  y  concilios  atendieron  á  esta  materia,  y 
aun  cuando  sea  muy  incierta  la  pretendida  división  de  obispados  atribuida  al  rey 
Wamba ,  y  no  nos  quede  del  tiempo  de  los  Godos  catálogo  alguno  de  las  diócesis 
de  España ,  colígese  sin  embargo  por  las  firmas  de  los  concilios ,  que  en  el  siglo 
vn  eran  á  lo  menos  ochenta;  ocho  de  la  Galia  Narbonense,  y  setenta  y  dos  de 
nuestra  península  sin  contar  otros  cuatro  ó  cinco  cuyos  nombres  estropeados  ó 
anticuados  no  es  fácil  entender  lo  que  significan.  Los  de  la  provincia  Tarraconen- 
se eran  quince,  á  saber:  Tarragona,  Barcelona,  Gerona,  Lérida,  Tortosa,  Vich, 
Urgel ,  Ampurias ,  Tarrasa  ,  Zaragoza  ,  Tarazona  ,  Huesca  ,  Pamplona  y  Santa 
María  de  Oca.  Los  de  la  Cartaginense,  veinte  y  uno:  Toledo ,  Cartagena,  Oreto, 
Cazlona,  la  Guardia,  Guadix,  Baza,  Valencia,  Denia,  Elche,  san  Felipe,  Totana, 
Segorbe,  Segovia,  Sigüenza,  Arcos,  Alcalá  de  Henares,  Os  nía,  Palencia,  Virgi  y 
Bigastro;  los  dos  últimos  ya  no  existen.  En  la  Bética  habia  once  obispados:  Sevilla, 
Córdoba,  Elvira,  Ecija,  Cabra,  Santiponce,  Marios,  Niebla,  Jerez,  Málaga  y 
Adra.  En  la  Lusitania  catorce:  Mérida,  Ebora,  Coria,  Idaña,  Estay,  Beja,  Águe- 
da, Lisboa,  Coimbra,  Viseo,  Lamego,  Salamanca,  Avila  y  la  antigua  Caliabria. 
La  provincia  de  Galicia  tenia  once:  Braga,  Dumio,  Porto,  Chaves,  Tuy,el  Padrón 
Orense,  Bretona,  Lugo,  Astorga  y  León,  Las  iglesias  de  la  Galia  Narbonense 
eran  ocho:  Narbona,  Agde,  Beziers,  Magalona,  Nimes,  Lodeva,  Carcasona  y 
Elna. 

Los  obispos,  por  ley  canónica,  debían  residir  cada  uno  en  su  respectiva  igle- 
sia, y  no  salir  de  ella  sin  dejar  un  vicario  con  las  facultades  necesarias  para  el 
buen  régimen  del  obispado.  Cualquiera  metropolitano  sin  embargo  podia  llamar 
ásus  sufragáneos,  no  solo  para  concilios  ó  consagraciones  de  obispos,  sino  tam- 
bién para  celebrar  con  mayor  solemnidad  en  la  capital  de  la  provincia  las  fies- 
tas principales,  como  son  las  de  Pascua,  Pentecostés  y  Navidad.  El  de  Toledo 
en  particular  podia  obligar  á  los  suyos  á  residir  en  la  corte  la  mayor  parte  del 
ano  para  dar  con  esto  mayor  esplendor  á  la  capital  del  reino,  y  el  príncipe  tenia 
derecho  para  llamar  de  su  iglesia  ó  cualquiera  prelado  y  darle  los  encargos  que 
le  pareciese.  Sin  estos  motivos,  debía  también  el  obispo  salir  una  vez  al  año  de 
su  catedral  para  visitar  todas  las  iglesias  de  la  diócesis,  examinar  si  estaban 
mantenidas  con  decoro,  informarse  de  sus  rentas  y  gastos  y  del  proceder  de  los 
curas  y  demás  clérigos  (1):  en  cuyos  viajes  no  podia  llevar  mas  de  cinco  cabal- 
gaduras, ni  detenerse  en  ninguna  iglesia  mas  de  un  dia,  ni  exigir  por  los  gastos 
del  viaje  mas  de  dos  sueldos  ó  sean  cuatro  escudos  (2). 

Los  derechos  del  obispo  sufragáneo  eran  unos  caree terísticos  y  propios  de  su 
orden,  y  otros  comunicables  á  los  presbíteros.  Los  de  la  primera  especie  se  redu- 
cían á  cinco:  preparar  el  crisma,  administrar  el  sacramento  de  la  confirmación, 
conferir  órdenes  mayores,  dar  el  velo  á  las  vírgenes,  y  consagrar  las  iglesias  (3). 
La  consagración  de  los  templos  (como  también  la  del  obispo  y  del  rey)  no  se  po- 
dia hacer  sino  en  domingo,  según  consta  por  un  canon  expreso  del  concilio  terce- 

(4)    Conc.  Tolet.  IV,  c.  26;  Conc.  Tolet.  Vil,  c.  4. 

(2)     Conc.  Bracar.  II,  c.  2. 

(?)    Sanct.  Isid.,  Eccl.  Ofí.,  lib.  II,  c.  XXVII. 


182  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

rodé  Zaragoza.  Antes  de  consagrar  unaiglesia,  habia  de  examinar  el  obispo  las 
escrituras  de  su  fundación  y  ver  que  rentas  tenia,  pues  no  podían  consagrarse  las 
que  no  contaban  con  dote  suficiente  para  su  decente  manutención,  ni  las  que  lla- 
maban tributarias  por  ser  de  dueño  particular,  que  cuidaba  de  mantenerlas  como 
cosa  suya,  con  las  oblaciones  ó  limosnas  de  los  fieles  (1).  Estaba  también  preve- 
nido que  las  iglesias  que  habían  sido  de  los  arríanos  volviesen  á  consagrarse  con 
la  misa  solemne  acostumbrada  y  con  las  demás  ceremonias. 

Los  derechos  que  el  obispo  podía  comunicar,  y  realmente  comunicaba  á  los 
presbíteros,  principalmente  si  tenían  á  su  cargo  una  parroquia,  eran  tres:  absol- 
ver á  los  penitentes,  catequizar  y  predicar,  y  conferir  órdenes  menores  (2). 

Por  leyes  generales  del  derecho  canónico,  no  puede  dividirse  un  obispado 
en  dos,  ni  obtener  un  obispo  dos  obispados  juntos,  ni  trasladarse  de  una  silla 
menor  á  otra  mayor;  pero  nuestra  nación  en  tiempo  de  los  Godos  ó  no  observaba 
por  lo  general  esta  disciplina,  ó  dispensaba  en  ella  fácilmente  cuando  lo  juzgaba 
oportuno.  Habiéndose  consagrado  un  obispo  en  la  ciudad  de  Falencia  sin  las  de- 
bidas aprobaciones,  dispuso  Montano  de  Toledo,  como  metropolitano  de  la  Car- 
taginense, que  se  pusiese  otro  obispo  en  dicha  ciudad,  y  que  al  intruso,  por  de- 
coro del  orden  episcopal,  se  le  diese  durante  su  vida  una  porción  de  obispado  en 
los  territorios  de  Segovia,  Buitrago  y  Coca,  cuya  desmembración,  aunque  según 
la  disposición  de  Montano  habia  de  ser  interina,  parece  que  se  perpetuó  desde  en- 
tonces, pues  consta  después  de  este  suceso  por  los  concilios  de  Toledo,  que  Se- 
govia era  obispado  en  propiedad.  También  sin  desmembramiento  ni  división  de 
territorios  hubo  á  veces  dos  obispos  en  una  misma  iglesia,  el  uno  propietario  y 
administrador  el  otro,  como  sucedió  cuando  Potamio,  de  Braga,  se  retiró  á  un 
monasterio,  pues  el  concilio  Toledano  X,  sin  quitarle  el  obispado,  encargó  su 
gobierno  y  administración  á  san  Fructuoso,  obispo  de  Dumio. 

El  hecho  de  que  acabamos  de  hablar  es  prueba  de  que  á  veces  en  España  se 
daba  encargo  de  dos  iglesias  á  un  obispo  solo;  pero  tenemos  sin  esto  otros  ejem- 
plos con  que  se  confirma  lo  mismo.  Antes  de  san  Fructuoso  habia  tenido  san  Martin 
las  dos  iglesias  juntas  de  Dumio  y  Braga,  que  luego  después  de  su  muerte  se  se- 
pararon, entrando  en  la  primera  Juan  y  en  la  segunda  Paníardo.  Asturio,  obispo 
de  Toledo,  halló  en  Alcalá  de  Henares  los  cuerpos  de  los  santos  mártires  Justo  y 
Pastor  que  estaban  olvidados  y  perdidos,  y  no  queriendo  después  de  tan  buen  ha- 
llazgo apartarse  de  aquella  iglesia,  se  quedó  allí  por  obispo  sin  desprenderse  de 
la  que  antes  tenia,  de  suerte  que  por  testimonio  de  san  Ildefonso  tuvo  al  mismo 
tiempo  dos  títulos,  el  de  obispo  nono  de  Toledo  y  el  de  primero  de  Alcalá. 

El  concilio  Toledano  XVI  nos  dio  un  ejemplo  muy  notable  de  translaciones 
de  obispos,  mandando  pasar  á  Faustino  de  la  iglesia  de  Braga  á  la  de  Sevilla  y  á 
Félix  de  la  de  Sevilla  á  la  de  Toledo,  en  lugar  de  Sisberto,que  fué  degradado  en 
pena  de  su  rebelión  contra  el  monarca.  «Esla  práctica  de  nuestra  nación,  dice 
Masdeu  (3),  aunque  contraria  al  concilio  Niceno,  no  debe  censurarse,  porque  el 
asunto  no  es  de  doctrina  sino  de  disciplina,  en  que  pueden  variar  las  iglesias  sin 


(i)    Gonc.  Hispal.  II,  c.  5  y  7;  Conc.  Caes.-Aug.  III,  c.  1,  etc. 
2)    Sant.  Isid.,  de  Eccl.  Olí.,  ubi  supra. 
(3)    Hist.,  crít.  de  Esp.,  t.  XI.  p.  189. 


CAP.    X. — ESPAÑA  GODA.  183 

ofensa  ele  la  unidad  católica,  y  porque  no  lo  prohibieron  Jesucristo  ni  los  após- 
toles, antes  bien  en  los  primeros  siglos  estuvo  muy  en  uso,  como  puede  verse  por 
un  catálogo  publicado  por  Sócrates  y  Casiodoro,  de  varios  obispos  trasladados 
de  una  iglesia  á  otra.» 

Al  morir  un  obispo,  entraba  interinamente  en  su  lugar  el  de  la  diócesis  mas 
inmediata  (1),  á  quien  tocaba  disponer  el  entierro,  ejecutar  el  testamento  y  go- 
bernar la  iglesia  en  lo  temporal  y  espiritual,  hasta  que  se  consagrare  nuevo  obis- 
po (2) ;  pero  siempre  con  acuerdo  y  dependencia  del  metropolitano,  pues  este  te- 
nia derecho  para  entender  en  ello  por  sí  mismo  ó  por  medio  de  otro,  no  solo  en 
el  caso  de  muerte,  sino  también  cuando  el  sufragáneo,  por  sentencia  canónica,  se 
había  de  retirar  á  penitencia  á  algún  monasterio.  De  aquí  se  seguía  que  el  obis- 
po penitenciado  ó  moribundo  no  podia  dejar  sus  poderes  a!  vicario,  y  mucho  me- 
nos nombrar  á  otro  obispo  con  título  de  coadjutor  ó  de  heredero. 

El  obispo  ponia  á  su  aíbedrío  los  rectores  ó  curatores  (3),  pero  no  podia  de- 
ponerlos á  su  voluntad  (4) ;  dábales  á  cada  uno  un  directorio  que  llamaban  libri- 
to  oficial  (libellum  officiale),  en  que  estaba  explicado  como  habían  de  adminis- 
trar los  sacramentos,  y  prevenido  todo  lo  que  debían  hacer  para  el  bien  de  su 
iglesia,  de  cuyo  gobierno  habían  de  dar  cuenta  al  prelado,  no  solo  en  el  tiempo  de 
la  visita  diocesana,  sino  también  todas  las  veces  que  iban  á  la  ciudad  para  asistir 
á  los  sínodos  y  procesiones.  Cada  curator  para  el  servicio  del  coro  y  de  su  iglesia 
tenia  un  número  de  clérigos  á  proporción  de  las  rentas,  pues  con  esías  debia  ves- 
tirlos y  mantenerlos  con  la  debida  decencia,  teniendo  derecho  al  mismo  tiempo 
para  castigarlos  y  azotarlos,  si  no  cumplian  con  su  obligación  (5). 

También  locaba  al  obispo  la  distribución  de  los  beneficios  á  proporción  de 
los  bienes  estables  que  tenia  la  catedral  para  la  manutención  de  su  clero ;  pero 
los  prelados  habian  de  darle  un  recibo  que  llamaban  carta  precaria,  para  que 
quedando  este  testimonio  de  lo  que  el  obispo  les  habia  señalado  en  haciendas  ó 
en  frutos,  no  pudiesen  jamás  alegar  derecho  contra  la  iglesia,  confundiendo  los 
derechos  eclesiásticos  con  los  hereditarios.  Muriendo  el  beneficiado  ó  dejando  en 
vida  el  ministerio,  los  bienes  volvían  á  la  iglesia,  á  no  ser  que  en  atención  á  sus 
servicios,  ó  bien  por  pura  caridad  se  destinase  una  parte  de  ellos  para  alimento 
de  los  hijos  ó  de  la  muger.  Se  permitía  á  veces  á  un  clérigo  tener  dos  beneficios 
aun  de  diferentes  iglesias,  con  tal  que  sirviese  á  entrambas,  ó  no  siendo  esto  posi- 
ble mantuviese  en  una  de  ellas  un  coadjutor  ó  vicario.  Aun  á  los  curas  se  permitía 
que  tuviesen  dos  parroquias  cuando  estas  eran  muy  pobres  y  no  distaban  mucho 
una  de  otra,  de  suerte  que  pudiese  el  párroco  asistir  á  todas  ellas  para  la  admi- 
nistración de  los  sacramentos  y  para  la  celebración  de  la  misa  en  los  dias  de 
fiesta.  Pero  como  se  viese  por  la  experiencia  que  este  sistema  no  convenia,  man- 


(1)  Conc.  Valent.  ann.  546, c.  í,  2  y  4. 

(2)  Testamento  executio,  et  funeris  curatio  ad  viciniorem  spectat.  Aguirre,  p.  90,  9 1  y  98. 

(3)  Esta  palabra  habia  pasado  del  órdeu  civil  a!  eclesiástico.  En  los  municipios  romanos,  habia 
empleados  (munifici)  llamados  curatores,  teniendo  á  su  cargo  varios  servicios  municipales,  curator 
frumenti,  curator  calendar u,  etc.  Esta  palabra  habia  de  haberse  traducido  propiamente  por  cura- 
dor ,  pero  e4  uso  á  hecho  prevalecer  la  de  cura. 

(4)  Sine  coacto  concilio,  clericum  deponere  non  potest.  Aguirre,  p.  585,  ex  Conc.  Hispal.  II,  c.  6. 
—Lo  mismo  debe  decirse  para  la  rehabilitación.  Conc.  Tolet.  IV,  c.  28. 

(5)  Lib.  Iud.,  lib.  IV,  t.  V,  1.  6;  Conc.  Tolet.  III,  c.  9;  Conc.  Tolet.  IV,  c.  26,  etc. 


184  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

dó  el  concilio  Toledano  XYÍ  que  las  parroquias  muy  pequeñas  ó  muy  pobres  se 
agregasen  á  otra  mayor,  y  no  se  permitiese  en  adelante  ni  cura  con  dos  iglesias, 
ni  iglesia  parroquial  sin  bastante  renta  para  mantener  un  clero  competente  con 
diez  siervos. 

Aunque  por  derecho  ordinario  pertenecía  ai  obispo  la  distribución  de  los 
beneficios  y  parroquias,  declaró  sin  embargo  el  concilio  IX  de  Toledo  que  los 
fundadores  de  cualquiera  iglesia  parroquial  ó  monacal  eran  dueños  de  nom- 
brar en  ella  los  curas  ó  abades,  con  tal  que  fuesen  hábiles  para  el  empleo;  cuando 
el  obispo  veia  que  no  lo  eran,  podia  disponer  que  se  nombrasen  otros,  pero  no 
ponerlos  por  sí  mismo  contra  la  voluntad  de  los  fundadores,  bajo  pena  de  quedar 
inválida  la  ordenación  que  él  hiciese.  Este  privilegio  dado  en  España  á  mitad  del 
siglo  vn  á  los  fundadores  de  lugares  pios,  puede  considerarse  como  el  origen  y 
principio  del  derecho  de  patronato,  de  que  empezaron  á  gozar  siglos  después  va- 
rias familias  seculares. 

El  mero  presbítero  predicaba,  sacrificaba  y  daba  la  bendición  al  pueblo. 

En  las  catedrales  habia  dos  casas  de  comunidad,  la  una  de  eclesiásticos,  se- 
gún costumbre  de  tiempos  aun  mas  antiguos,  y  la  otra  de  niños  educandos  como 
se  estila  aun  en  los  seminarios.  En  la  primera  que  se  llamaba  cónclave  canoni- 
cal, de  donde  se  ha  originado  el  título  de  canónigos,  vivían  en  forma  regular  los 
presbíteros  y  demás  clérigos  de  la  catedral,  bajo  la  dirección  de  un  ecónomo  que 
cuidaba  de  vestirlos  y  mantenerlos,  según  las  disposiciones  del  obispo.  El  semi- 
nario ó  cónclave  de  niños  era  para  los  hijos  y  descendientes  de  los  libertos  de  la 
catedral  y  para  todos  los  demás  niños  ofrecidos  por  sus  padres  al  servicio  de  la 
iglesia.  Allí  los  criaba  un  anciano  docto  y  piadoso,  dándoles  la  instrucción  nece- 
saria en  lo  espiritual  y  literario,  y  cumplidos  los  diez  y  ocho  años  se  les  pregun- 
taba delante  de  todo  el  clero  reunido,  si  querían  casarse  ó  vivir  solteros ;  y  de 
allí  á  otros  dos  años,  según  la  respuesta  que  habían  dado,  los  promovían  al  sub- 
diaconato  ó  les  permitían  el  matrimonio,  dejándolos  ir  á  sus  casas  (1). 

(<l)    Conc.  Tolet.  II,  c.  4  ;  Gonc.  Tolet  IV,  c.  34. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  185 


CAPITULO  XI. 

Continuación  del  mismo  asunto.— Clérigos  inferiores.— Dignidades.— Rentas  eclesiásticas  y  su  ad- 
ministración.—Matrimonio  y  continencia  de  los  clérigos. — Leyes[y  observancias  particulares  de  la 
Iglesia  hispano-gótica.— Inmunidad  eclesiástica.— Tribunal  eclesiástico  para  las  causas  de  los 
pobres  y  del  bien  público.— Concilios  nacionales,  provinciales  y  diocesanos. — Sacramentos.— Ex- 
comunión.— Penitencia  sacramental  y  ceremonial. — Tonsura  monástica,  clerical  y  de  penitencia. 
— Ordenes  sagradas.— Monges  y  monjas. — Origen  y  diferencias  déla  vida  monástica. — Reglas  mo- 
nacales de  España.— Vida  monástica. -^Memoria  de  algunos.monges  insignes. 

Explicados  los  dos  grados  superiores  de  la  gerarquía  eclesiástica,  el  episco- 
pado y  el  presbiterado,  tócanos  decir  algo  de  los  clérigos  inferiores  en  la  Iglesia 
goda.  El  diácono  ó  levita  servia  inmediatamente  al  sacerdote  en  el  altar  y  dispen- 
saba la  comunión  á  los  fieles.  El  subdiácono  recibía  las  oblaciones  y  preparaba 
los  ornamentos  y  vasos  sagrados  para  el  sacrificio ;  el  lector  leia  en  voz  alta  y 
explicaba  el  Antiguo  y  Nuevo  Testamento.  El  salmista  ó  cantor  (el  mismo  que  en 
tiempo  de  la  España  romana  se  llamaba  confesor),  entonaba  los  salmos,  himnos 
y  antífonas  en  el  coro,  cuando  acudía  el  clero  para  los  oficios  divinos.  El  exor- 
cista  invocaba  el  nombre  de  Dios  sobre  los  energúmenos  para  que  saliera  de  ellos 
el  espíritu  maligno.  El  acólito  encendía  los  velas  para  el  sacrificio  y  tenia  el  can- 
delero  al  tiempo  del  Evangelio.  El  ostiario  ó  portero  finalmente  guardaba  las  lla- 
ves del  templo,  lo  abria  y  cerraba,  cuidaba  de  su  limpieza  y  aseo,  y  de  echar  de 
él  á  los  infieles  y  excomulgados. 

A  estos  grados  explicados  de  la  gerarquía,  añadiéronse  en  el  siglo  vi  tres 
dignidades,  los  arciprestes,  arcedianos  y  primicerios,  que,  según  la  constitución 
del  concilio  de  Mérida,  debian  residir  en  todas  las  catedrales.  En  algunas  igle- 
sias se  introdujo  la  costumbre  de  preferir  la  segunda  dignidad  á  la  primera  ;  pe- 
ro en  España  se  conservó  siempre  el  orden  que  acabamos  de  indicar,  como  cons- 
ta por  las  actas  de  los  concilios  de  Braga  y  Mérida  que  nombran  primero  al  arci- 
preste y  después  á  los  otros ;  y  mas  claramente  todavía  por  las  de  los  concilios  de 
Toledo  en  las  que  la  firma  del  arcipreste  precedía  siempre  á  la  del  arcediano  y  del 
primicerio.  El  arcipreste  presidia  á  los  presbíteros ;  el  arcediano  á  los  diá- 
conos y  en  algunas  iglesias  también  á  los  subdiáconos,  y  el  primicerio  á  los 
lectores,  salmistas,  exorcistas  y  acólitos.  Sin  esto  solia  haber  un  tesorero  que 
presidia  á  los  sacristanes  y  ostiarios,  y  un  ecónomo,  depositario  de  la  caja  de  la 
iglesia,  que  cuidaba  de  los  gastos  comunes  (1). 


(1)    El  cardenal  de  Aguirre  supone  que  en  cada  clase  de  clérigos  habia  un  primicerio,  y  que 
se  llamaba  así  porque  estaba  puesto  el  primero  en  los  catálogos  de  los  eclesiásticos,  escritos  sobre 

TOMO  II.  24 


186  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Por  las  fundaciones  é  instituciones  de  que  hemos  hablado  en  el  capítulo  an- 
terior y  por  otros  muchos  gastos  que  tenian  las  iglesias,  como  era  el  de  mantener 
á  cierto  número  de  pobres,  y  alimentar  á  los  fundadores  y  á  sus  hijos  si  lo  nece- 
sitaban, preciso  era  que  las  catedrales  y  parroquias  fuesen  generalmente  ricas,  y 
lo  eran  en  efecto,  pues  la  liberalidad  de  los  fieles  era  grande,  en  especial  desde 
que  la  corte  se  hizo  católica,  pues  antes  de  esta  época  es  indudable  que  la  pobre- 
za del  clero  era  mucha.  Las  rentas  eclesiásticas  eran  de  dos  especies:  las  unas 
eventuales  procedían  de  los  diezmos  y  de  las  oblaciones  de  los  fieles,  y  las  otras 
fijas  ó  estables,  del  producto  de  las  haciendas  y  demás  bienes  inmuebles.  Los 
diezmos  y  las  ofertas  gratuitas,  ya  fuesen  en  dinero,  ya  en  pan,  vino  ú  otra  co- 
sa, se  dividían  en  tres  partes  iguales:  una  era  enviada  al  obispo,  la  otra  era  dis- 
tribuida entre  los  presbíteros  y  diáconos,  según  sus  diferentes  grados,  y  la  terce- 
ra entre  los  subdiáconos  y  demás  clérigos,  á  proporción,  no  del  grado,  sino  del 
mérito  y  porte  de  cada  uno,  á  juicio  del  primicerio  (1).  Otras  tres  partes  se  ha- 
cían de  todos  los  bienes  estables  así  de  la  catedral  como  de  las  parroquias :  la 
primera  era  para  el  obispo,  la  segunda  para  los  beneficiados,  según  el  beneficio 
de  cada  uno,  y  la  tercera  para  la  fábrica  de  la  iglesia  cuyos  eran  los  bienes,  es- 
tando particularmente  prevenido  que  si  alguna  parroquia  necesitaba  reconstruir 
ó  reparar  la  iglesia  yno  tenia  bastante  dinero,  supliese  el  obispo  con  su  porción. 
Aunque  el  obispo  era  el  principal  administrador  de  todas  las  renías  eclesiásticas, 
no  podia  enagenar  los  bienes,  ni  venderlos  sin  aprobación  de  todo  el  clero,  ni 
disponer  de  ellos  en  ninguna  manera  á  favor  de  sus  parientes  ó  amigos,  á  no  ser 
que  diese  á  la  iglesia  tres  veces  tanto  de  lo  que  tomaba  de  ella  para  favorecer  á 
otro  (2);  asimismo  no  podia  dar  libertad  á  ningún  siervo  sin  reemplazarlo  ó 
pagarlo.  Solo  era  dueño  de  emplear  los  frutos  de  su  porción  á  favor  de  ios  pobres 
ó  de  causas  pías,  y  si  fundaba  con  ellos  ó  con  su  propio  caudal  alguna  iglesia  en 
su  diócesis,  le  era  permitido  dotarla  con  la  centésima  parte  de  los  bienes  de  la  ca- 
tedral, y  aun  con  la  quincuagésima  si  la  fundación  era  para  monges  (3).  Si  se  va- 
lia de  los  siervos  ó  rentas  de  la  catedral  para  mejorar  sus  propias  haciendas,  de- 
bía ceder  á  la  iglesia  todo  el  provecho  que  habia  sacado,  y  al  contrario,  si  con  sus 
propias  rentas  ó  siervos  mejoraba  las  haciendas  eclesiásticas,  el  provecho  era 
todo  para  sí  á  no  ser  que  voluntariamente  lo  renunciase.  Para  impedir  que  los 
prelados  se  apoderasen  de  cosa  alguna  de  la  iglesia,  ó  apropiasen  á  la  catedral  lo 
que  era  de  las  parroquias  ó  monasterios,  estaba  mandado  que  todo  obispo,  des- 
pués de  su  consagración,  se  hiciese  cargo  con  inventario  formal  y  delante  de  cin- 
co testigos  de  lo  que  se  le  entregaba  en  bienes  muebles  é  inmuebles;  en  su  ar- 
chivo habia  de  tener  nota  auténtica  de  las  haciendas  y  haberes  de  todas  las  igle- 
sias de  su  diócesis,  y  cuando  fiaba  alguna  á  nuevo  curator,  albas  ó  capellanus, 
le  habia  de  dar  copia  firmada  de  su  mano  de  todas  las  escrituras  y  memorias 
pertenecientes  á  ella.  A  las  excomuniones  y  demás  penas  canónicas  con  que 
estaba  vedada  al  obispo  cualquiera  translación  de  bienes  de  una  iglesia  á  otra, 


tablas  enceradas.  Esto  empero  no  fué  la  costumbre  de  la  Iglesia  de  España,  en  la  que  cada  catedral 
tenia  un  solo  primicerio. 

(l)    Conc.  Emerit.,  ann.  666,  c.  13;  Conc.  Tolet.  XVI,  c.   5. 

(8J    Conc  Emerit.,  c.  21  ;  Conc.  Bracar.  II,  c.  2. 

(3)    Conc.  Tolet.  IX,  c.  5. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  187 

añadió  el  rey  Wamba  por  ley  que  quien  esto  hiciese,  no  solo  debería  reponer  los 
bienes  en  el  estado  primero,  sino  también  compensar  los  daños  ocasionados,  y  en 
caso  que  no  tuviese  posibilidad  para  cumplirlo,  hubiese  de  sujetarse  á  peniten- 
cia mas  ó  menos  larga,  según  el  valor  ó  caudal,  á  razón  de  un  dia  por  escudo.  No 
solo  los  obispos,  pero  ninguna  otra  potestad  podia  quitar  á  las  iglesias  lo  que  po- 
seian,  es  lando  declarado  por  las  leyes  visigodas  que  las  donaciones  hechas  á  Dios 
por  cualquiera  persona  eran  irrevocables  y  eternas  (1). 

Al  morir  un  eclesiástico,  principalmente  si  era  obispo,  los  diputados  del  cle- 
ro, junto  con  el  obispo  mas  inmediato,  hacian  sin  pérdida  de  momento  el  inven- 
tario de  los  muebles  de  su  casa  y  de  sus  haciendas  y  bienes ,  y  separaban  lo  que 
era  personal  de  lo  que  era  de  la  iglesia,  para  disponer  de  lo  primero  según  el 
[estamento,  ó  según  los  derechos  que  alegasen  los  parientes  y  herederos.  Preve- 
nían los  cánones  de  nuestros  concilios  que  lo  que  el  difunto  hubiese  sembrado  ó 
plantado  en  terreno  de  la  iglesia  quedase  á  favor  de  esta ,  y  que  los  aumentos  y 
mejoras  conseguidos  con  su  industria  en  tiempo  del  ministerio,  se  repartiesen 
con  la  debida  proporción  entre  los  herederos  que  tenían  derecho  á  su  patrimonio 
y  la  iglesia  que  lo  tenia  á  sus  propios  bienes.  Estaba  también  mandado  que  á  los 
que  hiciesen  el  inventario ,  se  les  diese  por  su  trabajo  el  valor  de  una  libra  de 
oro  ó  solo  de  media,  según  los  caudales  del  difunto.  El  testamento  no  era  ejecu- 
torio y  no  podia  hacerse  la  distribución  de  bienes  hasla  conseguir  la  aprobación  del 
superior  del  difunto ,  la  que  por  muerte  de  un  presbítero  ó  clérigo  debia  pedirse 
al  diocesano,  por  muerte  de  este  al  metropolitano,  y  por  muerte  del  metropoli- 
tano al  sucesor  ó  al  concilio  provincial.  Al  concilio  se  habían  de  llevar  todos  los 
pleitos  que  hubiese  por  muerte  de  algún  prelado,  como  sucedió  por  la  de  Reci- 
miro ,  obispo  de  Dumio ,  que  había  dispuesto  de  todos  sus  bienes  personales  á  fa- 
vor de  los  pobres,  sin  hacerse  cargo  de  los  daños  que  habia  ocasionado  á  su  ca- 
tedral con  ventas  y  contratos  viciosos.  El  concilio  Toledano  x,  en  que  se  trató  la 
causa ,  después  de  examinar ,  no  solo  el  testamento  de  Recimiro,  sino  también  el 
de  san  Martin,  fundador  de  aquella  catedral ,  mandó  primero  resarcir  los  daños 
arriba  dichos ,  y  luego  dar  á  los  pobres  lo  restante  según  la  voluntad  del  difunto. 

En  los  primeros  tiempos,  cuando  las  iglesias  carecían  aun  de  reñías,  se 
permitía  á  los  eclesiásticos  dedicarse  al  comercio ,  con  tal  que  no  dejaran  aban- 
donadas sus  iglesias.  «  Que  los  obispos,  sacerdotes  y  diáconos,  decía  el  concilio 
Iliberitano,  no  vayan  á  las  ferias  á  comerciar,  abandonando  sus  iglesias;  pero 
se  les  permite  negociar  en  su  provincia ,  y  enviar  sus  hijos,  amigos  ó  criados  á 
traficar  fuera  del  país  (2).  »  Sin  embargo,  al  principio  del  siglo  vi,  cuando  las 
iglesias  llegaron  á  tener  rentas  suficientes  para  el  sostenimiento  del  culto  y  para  la 
decente  manutención  del  clero ,  prohibióse  á  los  clérigos  todo  comercio  y  granje- 
ria, se  castigó  severamente  la  usura,  se  les  señaló  honorarios  muy  módicos  para 
el  ejercicio  de  su  ministerio  ,  y  aun  se  mandó  expresamente  que  no  exigieran 
retribución  alguna  ni  aun  en  concepto  de  gratificación  ó  presente,  por  el  bautis- 
mo de  los  niños ,  por  la  consagración  de  los  templos ,  ni  por  otros  actos  y  fun- 
ciones de  su  instituto  (3).  Con  esto  quedaron  mas  libres  para  servir  á  la  iglesia, 

(4)    Lib.  Iud.  lib.  V,  t.  I,  1.  1,2  y  3. 

(2)  Can.  48. 

(3)  Conc.  Tarracon.— Id.  Barcinon.— Id.  Bracar.  H. 


188  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

y  con  menos  motivo  para  ausentarse ,  como  sugetos  mantenidos  por  ella  misma 
para  que  la  sirviesen.  Cada  uno  desde  el  punto  en  que  recibia  órdenes  menores, 
quedaba  unido  con  su  iglesia  para  toda  la  vida ,  no  pudiendo  aspirar  á  promo- 
ción alguna  fuera  de  ella  sin  las  dimisorias  de  su  obispo.  Se  le  obligaba  á  pro- 
meter desde  entonces  que  por  ningún  título  dejaría  el  ministerio  que  le  fiaban, 
bajo  pena  de  suspensión  y  reclusión ;  y  si  alguno ,  quebrantando  las  leyes  y  fal- 
tando á  su  palabra ,  se  atrevía  á  pasar  á  otra  iglesia ,  ó  ir  vagabundo  por  las 
provincias  sin  carta  formada  ó  comunicatoria  (que  era  la  licencia  de  su  prelado), 
no  podían  los  demás  obispos  emplearle  ni  darle  los  fieles  acogida,  sin  devolverle 
á  su  legítimo  superior  ó  denunciarle  á  la  justicia  secular  en  el  término  de  ocho 
días.  El  vestido  de  los  eclesiásticos  no  se  distinguía  del  de  los  seculares  sino  en 
ser  liso,  modesto  y  ageno  de  toda  pompa  mundana,  en  cuya  observancia  jamás 
mereció  el  clero  godo  corrección  alguna ,  sino  en  la  Galia  Narbonense ,  donde 
fué  preciso  prohibir  á  los  clérigos  la  púrpura,  por  ser  de  sobrado  lujo  y  propia  de 
magistrados  y  poderosos  (1).  El  buen  eclesiástico  en  suma,  según  lo  describe 
S.  Isidoro  de  Sevilla ,  vivía  enagenado  del  mundo  y  de  sus  placeres;  abominaba 
los  espectáculos ,  banquetes  y  diversiones ;  no  comerciaba  ni  trataba  negocios  se- 
culares ;  hablaba  con  moderación ,  caminaba  con  sosiego ,  miraba  con  modestia, 
no  frecuentaba  casas  de  mugeres,  se  ocupaba  en  la  lección  y  en  los  divinos  ofi- 
cios, cultivaba  su  espíriUi  en  el  estudio,  instruía  al  pueblo  en  la  doctrina,  y  le 
daba  ejemplo  con  las  buenas  obras  (2). 

Acerca  del  matrimonio  y  continencia  de  los  eclesiásticos ,  la  disciplina  de  la 
Iglesia  goda  es  casi  la  misma  que  en  los  siglos  precedentes.  El  clérigo ,  después 
de  recibidas  las  órdenes  menores ,  podia  casarse ,  pero  una  sola  vez  y  con  muger 
virgen ,  y,  viviendo  con  ella,  podia  ejercer  el  ministerio  de  su  orden.  Casado  de 
este  modo ,  se  le  promovía  en  edad  avanzada  á  las  órdenes  mayores ,  y  aun  al 
obispado ,  con  tal  que  se  separase  de  su  muger  ó  se  obligase  á  no  usar  del  ma- 
trimonio ,  teniéndose  lo  contrario  por  pecado  gravísimo  y  de  mucha  infamia  (3). 
El  concilio  íliberitano  (á  principios  del  siglo  iv)  mandó  á  los  obispos,  presbíteros 
y  diáconos  y  á  todos  los  clérigos  que  estuviesen  de  servicio  abstenerse  de  sus  mu- 
geres so  pena  de  ser  privados  del  honor  de  la  clericatura  (4).  Prohibía  conferir 
el  subdiaconado  á  los  que  en  su  juventud  hubiesen  cometido  adulterio,  y  man- 
daba degradar  á  los  que  así  hubiesen  sido  ordenados  (5).  Permitia  á  los  obispos 
y  otros  eclesiásticos  tener  en  su  compañía  sus  hermanas  ó  vírgenes  consagradas 
á  Dios,  pero  de  modo  alguno  mugeres  extrañas  (6). 

Tres  disposiciones  dedicó  á  esta  materia  el  concilio  de  Gerona  de  517.  Que 
los  eclesiásticos,  desde  el  obispo  hasta  el  subdiácono,  no  habiten  con  sus  mu- 
geres, ó  en  el  caso  de  vivir  con  ellas,  tengan  en  su  compañía  una  de  sus  herma- 
nas que  pueda  dar  testimonio  de  su  conducta.  Que  los  clérigos  célibes  no  tengan 
en  su  casa  mugeres  extrañas ,  sino  solo  la  madre  ó  hermanas  propias.  Que  no  se 


(1) 

Conc.  Narbon.  armo  589,  c.  1;  et  Sanct.  Isid. 

deEccle.  Off.,  lib.  II,  c.II 

(2) 

Sant.  Isid.,  1.  c. 

(3) 

Conc.  Tarracon.  auno  517,  c.  6  y  sig. 

(4) 

Can.  33. 

(8) 

Can. 30. 

(«J 

Can.  37. 

CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  189 

eleve  á  la  clericatura  á  los  que  han  pecado  con  otra  muger  aunque  se  hayan  casa- 
do con  ella  después  de  muerta  su  esposa  (1).  Si  el  clérigo  recibía  en  su  casa  mu- 
ger prohibida,  incurría  en  las  penas  de  suspensión  y  clausura,  y  si  pecaba  con 
ella,  le  condenaban  los  cánones  á  degradación  y  penitencia  perpetua ,  mandando 
la  ley  (2)  que  á  las  mugeres  con  quienes  hubiese  convivido,  las  recluyera  el  prelado 
en  un  monasterio  ó  fuesen  vendidas  como  siervas ,  siendo  su  precio  distribuido 
entre  los  pobres  (3).  Los  obispos  y  curas ,  que ,  por  ser  los  mas  disíinguidos  del 
clero,  debían  dar  ejemplo  á  los  demás,  eran  mas  severamente  castigados  si  incur- 
rian  en  iguales  faltas.  El  cuarto  concilio  de  Toledo  y  el  de  Mérida  de  666  dispu- 
sieron que  nadie  recibiese  la  investidura  de  un  obispado  ó  de  una  parroquia  sin 
hacer  antes  profesión  de  castidad  (4);  y  en  él  concilio  Toledano  xi  se  extendió 
este  precepto  á  los  que  recibiesen  las  órdenes  mayores.  Por  lo  que  toca  al  celibaío, 
los  subdiáconos  estuvieron  siempre  sujetos  en  España  á  las  mismas  leyes  de 
los  diáconos  y  presbíteros  (5). 

En  el  aseo  y  servicio  de  los  templos ,  principalmente  de  las  catedrales ,  tu- 
vieron los  obispos  el  mayor  cuidado,  encargando  el  decoro  de  la  casa  de  Dios  á 
personas  de  mucha  satisfacción,  y  castigando  rigurosamente  cualquiera  profana- 
ción ó  falta  de  respeto  (6).  El  sacristán ,  que  regularmente  era  un  diácono,  estaba 
sujeto  á  gravísimas  penas  si  permitía  que  se  hiciera  el  menor  uso  profano  ele  los 
vasos  sagrados,  ó  de  cualquier  otra  cosa  que  sirviese  al  altar,  y  aun  para  lavar 
los  corporales  y  otros  lienzos ,  debía  tener  vasijas  á  propósito  que  no  se  empleasen 
en  otro  uso  alguno.  Le* estaba  particularmente  encargado  que  estuviesen  limpios 
los  altares  y  encendidas  las  lámparas  delante  de  las  reliquias ,  y  había  pena  de 
degradación  para  cualquiera  eclesiástico  que  las  apagase  ,  impidiese  los  divinos 
oficios ,  ó  hiciese  otro  desacato  al  templo  del  Señor  (7). 

Para  asistir  al  coro  en  los  dias  de  hacienda ,  turnaban  los  eclesiásticos  por 
semanas ;  pero  en  los  domingos  y  demás  fiestas  debían  asistir  todos ,  aun  los  de 
los  arrabales  y  contornos  de  la  ciudad  (8).  En  él  ocupaban  los  presbíteros  el  pri- 
mer lugar  y  los  diáconos  el  segundo ,  formando  dos  hileras  en  círculo  alrededor  del 
altar,  y  luego  después  de  ellos  estaban  situados  los  cantores  y  demás  clérigos, 
observándose  este  orden  así  en  las  catedrales  como  en  las  demás  iglesias.  Se 
cantaban  cada  dia  en  el  coro  los  maitines  al  amanecer  y  las  vísperas  después  de 
la  caida  del  sol,  pues  todo  lo  demás  del  oficio  divino,  que  se  componía  entonces 
de  completas,  horas  y  nocturnos  ,  parece  que  no  se  decía  en  comunidad  sino  en 
los  monasterios.  El  tiempo  de  las  completas  era  el  de  acostarse;  las  horas  ca- 
nónicas ,  que  eran  tres ,  se  rezaban  en  tres  tiempos ;  á  la  tercera  hora  del  dia ,  á  la 
sexta  y  á  la  nona ,  es  decir  á  las  nueve  de  la  mañana ,  á  mediodía  y  á  las  tres  de 
la  tarde  (9) ;  y  asimismo  los  nocturnos  en  tres  tiempos  de  la  noche ,  de  lo  que  se 

(1)  Conc.  Gerund.,  c.  6,  7  y  8. 

(2)  Lib.  Iud.,  lib.  III,  t.  IV,  1.  48. 

(3)  Conc.  Tolet.  IV,  c.  43. 

(A)  Casti  sint,  cuna  extrañéis  feminis  non  habitent.  Aguirre,  Col'ect.  Max.  Conc.  Hisp.;  Conc. 
Tolet.  IV,  c.  21,  et  Conc.  Emerit.  anno666,  c.  1. 

(5)  Conc.  Tolet.  XI,  c.40. 

(6)  Sanct.  Isid  ,  de  Eccle.  Off.,  lib.  II,  c.  IX. 

(7)  Conc.  Tolet.  anno  527.  c.  II;  Conc.  Tolet.  XIII,  c.  7. 

(8)  Conc.  Tarracon.  anno  516.  c.  7. 

(9)  Los  Godos  habian  adoptado  de  los  Romanos  el  modo  de  contar  las  horas. 


100  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

han  derivado  los  rezos  que  la  Iglesia  moderna  llama  nocturnos ,  aun  cuando  se 
cantan  al  mismo  tiempo  que  los  maitines  (1).  No  nos  ha  quedado  breviario  del 
tiempo  de  los  Godos  •  pero  de  los  concilios  y  de  las  obras  de  aquellos  tiempos  se 
colige  que  tenia  sustancialmente  las  mismas  partes  que  tiene  el  Muzárabe,  de 
que  en  su  lugar  hablaremos.  Lo  principal  eran  los  salmos  que  antiguamente  no 
se  cantaban  sino  que  se  rezaban  con  pausa ,  pero  después  se  introdujo  cantarlos 
con  melodía  y  acompañarlos  con  el  órgano.  Babia  en  el  oficio  responsorios ,  an- 
tífonas ,  himnos ,  lecciones  y  oraciones ,  aunque  acerca  de  los  himnos ,  hubo  no- 
vedad en  el  siglo  vi  por  razón  de  algunos  introducidos  por  los  priscilianistas  para 
esparcir  sus  errores.  El  concilio  de  Braga  y  el  concilio  Toledano  IV  se  esforzaron 
con  sus  disposiciones  en  prohibir  su  uso.  Al  fin  de  los  salmos  y  responsorios  se 
caniaba  el  Gloriapatri ;  pero  algo  diferente  del  que  introdujo  en  Roma  el  papa  san 
Dámaso,  pues  los  Españoles  decían  Gloria  et  honor  en  atención  á  algunos  textos 
de  David  y  de  san  Juan  Evangelista,  en  que  se  da  alabanza  á  Dios  con  las  dos 
palabras  juntas. 

El  rito  de  la  misa  introducido  en  España  por  los  siete  Apostólicos,  se  con- 
servó en  tiempo  de  los  Godos  sin  alteración  notable ;  solo  en  Galicia  hubo  nove- 
dad por  razón  de  los  priscilianistas  que,  con  el  largo  tiempo  que  existieron, 
habían  compuesto  varias  preces  y  oraciones  y  aun  dado  el  título  de  escrituras 
canónicas  á  invenciones  suyas ,  con  que  llegaron  á  desfigurar  de  tal  suerte  la 
liturgia  que  no  se  distinguía  en  ella  entre  los  ritos  modernos  y  los  apostólicos. 
En  538,  el  papa  Yigilio,  informado  de  esta  confusión,  envió  al  obispo  de  Braga 
un  directorio  déla  misa  como  se  decía  en  Roma,  y  el  concilio  Bracarense 
de  561 ,  ordenó  que  toda  la  provincia  lo  aceptase.  Con  ello  sufrió  gran  alteración 
la  antigua  liturgia  por  ser  la  misa  romana  en  muchas  oraciones  y  ritos  muy  di- 
ferente de  la  española  antigua.  La  alteración,  empero,  no  salió  de  los  límites  de 
la  antigua  Galicia,  ni  tampoco  duró  allí  mucho  tiempo ,  pues  sujeta  en  587  á  los 
reyes  godos ,  convertidos  al  catolicismo  poco  después ,  acabaron  las  iglesias  galle- 
gas por  uniformarse  con  las  demás  en  633,  cuando  juntos  en  Toledo  los  obispos 
de  Galicia  con  todos  los  demás  de  la  nación  española  y  francesa,  mandaron  de  co- 
mún acuerdo  que,  para  cortar  escándalos  y  divisiones ,  todas  las  iglesias  de  Es- 
paña y  Francia  dijesen  unos  mismos  salmos  y  oraciones,  observasen  un  mismo 
método  en  la  misa  y  en  el  oficio  divino  ,  y  que  como  era  uno  el  reino  y  una  la  fó 
de  todos  los  Españoles,  así  fuese  una  también  la  disciplina  eclesiástica.  La  misa 
estaba  dividida  en  dos  partes,  la  una  llamada  de  los  catecúmenos  y  la  otra  del 
sacrificio.  En  la  primera  se  leia  una  profecía  del  Antiguo  Testamento,  una  epís- 
tola de  san  Pablo  y  una  parte  de  los  evangelios;  se  anadian  algunos  responsorios  y 
unos  versículos  con  alleluya,  que  era  lo  que  entonces  llamaban  Laudes ;  seguía- 
se el  Ofertorio,  y  luego  un  diácono  en  voz  alia  mandaba  á  los  catecúmenos  que  se 
retirasen  (2).  La  segunda  parte  llevaba  el  orden  siguiente:  se  hacia  una  amones- 
lacion  al  pueblo  para  que  se  recogiese  á  orar;  se  rogaba  á  Dios  con  particular 
formulario  para  que  oyese  las  oraciones  de  los  fieles;  se  hacia  la  conmemoración 
de  los  vivos  y  de  los  muertos ,  nombrando  particularmente  á  los  fundadores  y  bien- 


io   Sanct.  Isid.  Oper.,  jEHmolog.,  lib.  VI  c.  XVIII. 
(2)    Sanct.  Isid.,  de  Eccle.  00'.,  lib.  I,  c.  XIII  y  sig. 


CAP.    XI.— ESPAÑA   GODA.  191 

hechores  de  la  iglesia;  se  daban  los  abrazos  de  paz  en  señal  de  unión  y  caridad; 
se  seguía  la  Ilación ,  que  ahora  llamamos  Sanctus  ó  Prefacio ;  luego  el  sacerdote 
consagraba,  se  rezaba  el  Pater  noster,  se  distribuíala  comunión,  y  intimamen- 
te se  daba  la  bendición  al  pueblo ,  como  se  acostumbraba  también  al  fin  de  los 
maitines  y  vísperas.  En  el  año  de  589,  el  concilio  Toledano  III,  á  instancia  de 
Recaredo,  añadió  en  la  misa  el  símbolo  de  Constantinopta,  como  se  decía  en 
Oriente ,  y  de  España  pasó  después  este  rito  en  los  primeros  años  del  siglo  íx ,  á 
las  iglesias  de  Francia  y  Alemania,  y  entrado  el  siglo  xi  á  la  misma  iglesia  ro 
mana  (1). 

El  orden  sustancial  de  la  misa  ha  sido  siempre  el  mismo,  pero  habia  alguna 
variedad  en  las  oraciones  y  lecciones  según  la  fiesta  que  se  celebraba,  y  según 
la  persona  viva  ó  difunta  por  quien  se  ofrecía  el  sacrificio.  La  misa  de  difuntos 
de  que  hablan  varios  concilios ,  afirma  san  Isidoro  que  se  usaba  desde  el  tiempo 
de  los  apóstoles ;  pero  á  fines  del  siglo  vn  prevaleció  entre  algunos  la  falsa  opi- 
nión de  que  la  misa  de  muertos  dirigida  á  un  vivo  podia  acortarle  la  vida,  y  por 
consiguiente  la  mandaban  decir  con  el  malvado  fin  de  conseguir  de  Dios  la  muerte 
de  algún  enemigo.  Para  extirpar  este  abuso ,  el  concilio  Toledano  XVII  prohibió 
semejantes  misas  á  los  sacerdotes,  bajo  pena  de  degradación,  excomunión  y  reclu- 
sión perpetua.  En  las  misas  de  difuntos  y  de  cuaresma  se  quilaban  los  Aleluyas, 
y  en  las  de  domingo  y  demás  fiestas  se  anadia  el  cántico  de  los  tres  niños  de  Da- 
niel. De  las  misas  propias  de  santos  ,  se  ha  conservado  la  de  san  Martin  de  Du- 
mío,  que  siendo,  á  lo  que  se  cree,  del  siglo  v,  es  muy  apreciable  por  su  antigüe- 
dad ;  pero  sin  ella  nos  queda  noticia  de  muchas  otras  compuestas  por  varios 
obispos  que  influyeron  sucesivamente  con  su  trabajo  en  la  formación  del  misal 
de  la  España  goda.  Todas  las  catedrales  y  parroquias  en  la  misa  mayor  rogaban 
cada  dia  á  Dios  por  la  salud  y  felicidad  del  rey,  y  mientras  habia  guerra  ofre- 
cían á  Dios  el  sacrificio  por  la  prosperidad  de  nuestras  armas. 

De  los  decretos  de  varios  concilios  se  colige  que  en  las  catedrales  y  parro- 
quias se  celebraba  la  misa  cada  dia.  Los  sacerdotes  particulares  no  tenían  en  esto 
regla  fija,  pues,  según  cuenta  san  Isidoro  de  Sevilla,  unos  la  decían  todos  los  días 
de  la  semana  ,  otros  los  sábados  y  domingos ,  y  otros  el  domingo  solo;  pero  lo 
primero  era  lo  mas  regular  desde  el  siglo  ív  ,  y  aun  en  un  mismo  dia  repelían 
algunos  el  sacrificio  para  que  pudiesen  cumplir  todos  los  fieles  con  el  precepto  de 
oir  misa;  pero  esta  costumbre  cesó  del  todo  cuando  se  quitó  el  motivo  de  ella,  que 
era  el  de  estar  fiadas  varias  parroquias  á  un  solo  cura. 

Respecto  de  la  materia  del  sacrificio,  vemos  que  el  tercer  concilio  de  Braga 
condena  la  costumbre  introducida  por  algunos  en  Galicia  de  consagrar  en  uva  y 
aun  en  leche,  resabio  de  la  antigua  heregía  prisciliana;  y  el  concilio  Toledano  XVI, 
reprobando  la  práctica  de  varios  sacerdotes  que  para  el  sacrificio  redondeaban 
una  corteza  del  pan  usual ,  mandó  que  se  consagrase  «  en  pan  entero,  blanco  y 
pequeño,  y  hecho  de  propósito  para  el  sacrificio,  según  la  costumbre  de  la  Igle- 
sia». De  una  carta  de  san  Isidoro  á  Redempto  ,  se  deduce  que  la  Iglesia  goda ,  lo 
mismo  que  las  demás  occidentales  ,  consagraban  todas  con  pan  ázimo ,  y  que  es 
errada  la  opinión  de  los  que  lo  contrario  han  sostenido. 


(4)    Flores,  España  Sagrada,  t,  III,  p.  487  y  sig. 


192  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Las  fiestas  que  guardaba  la  Iglesia  goda,  además  délos  domingos,  eran  nue- 
ve ,  siete  del  Señor,  y  dos  de  la  Virgen  :  Natividad  ,  Circuncisión,  Epifanía,  Re- 
surrección ,  Ascensión ,  Pentecostés ,  Invención  de  la  Santa  Cruz  ,  la  Inmaculada 
Concepción  de  María,  y  su  Anunciación  ó  Encarnación  del  Verbo.  La  fiesta  de  la 
Concepción  se  introdujo  en  España  cuando  no  era  celebrada  en  otro  país  alguno, 
á  mediados  del  siglo  vn. 

La  Pascua  de  Resurrección  se  celebraba  en  tres  dias  consecutivos ,  comen- 
zando por  el  primer  domingo  después  del  plenilunio  de  marzo  ,  como  siempre  se 
ha  observado  en  la  Iglesia  católica;  mas  como  para  señalar  dicho  domingo  habia 
frecuentes  cuestiones  en  el  mundo,  nacidas  de  la  diferencia  en  los  cálculos  astro- 
nómicos, dispusieron  los  concilios  españoles  que  cada  año  por  octubre  consultasen 
entre  sí  los  metropolitanos  sobre  el  dia  que  habían  de  señalar  para  el  año  si- 
guiente ,  y  que  habiéndolo  fijado ,  lo  intimasen  á  los  sufragáneos  por  carias  ó  en 
tiempo  del  concilio  provincial,  que  solia  tenerse  cada  año  por  noviembre ;  y  lue- 
go cada  sufragáneo  por  las  fiestas  de  Navidad  lo  publicase  en  su  catedral,  y  pasa- 
se el  aviso  á  todas  las  iglesias  de  su  diócesis. 

La  Iglesia  goda  se  preparaba  para  la  solemnidad  de  la  Pascua  con  el  ayuno 
cuadragesimal ,  observándolo  con  el  mayor  rigor  como  instituido  por  los  apósto- 
les. Comenzábase  la  cuaresma  en  lunes,  cinco  dias  mas  tarde  que  ahora  ,  y  si 
bien  sus  dias  eran  cuarenta  cabales ,  contándolos  desde  el  amanecer  de  dicho  lu- 
nes hasta  las  vísperas  del  sábado  santo  ,  los  ayunos  no  eran  sino  treinta  y  seis, 
porque  quitaban  los  cuatro  domingos  intermedios  que  son  los  que  suplimos  aho- 
ra con  los  cuatro  dias  de  ía  semana  de  ceniza.  El  domingo  de  Ramos  se  llamaba 
entonces  con  este  mismo  nombre  y  también  con  el  de  Capitiluvio ,  porque  en  es- 
te dia  acostumbraban  lavar  la  cabeza  de  los  niños  para  presentarlos  bien  limpios 
al  bautismo,  que  se  daba  á  iodos  en  el  sábado  inmediato.  Los  tres  dias  últimos  de 
la  semana  santa  estaban  destinados  ,  como  ahora  ,  á  la  memoria  de  la  pasión  y 
muerte  de  nuestro  Señor.  En  el  jueves  santo  se  despojaban  los  aliares,  se  lavaban 
los  vasos  sagrados  ,  se  limpiaba  con  el  mayor  aseo  toda  la  iglesia ,  se  abrían  las 
puertas  del  baptisterio ,  cerradas  desde  el  principio  de  la  cuaresma  ,  y  el  obispo 
consagraba  el  crisma  y  lavaba  los  pies  á  sus  inferiores.  No  hay  memoria  de  que 
se  hiciesen  monumentos  como  ahora  se  estila  ;  antes  bien  en  algunos  puntos  ha- 
bíase introducido  la  costumbre  detenerlas  iglesias  cerradas  todo  el  viernes  san- 
to ,  porque  para  este  dia  no  habia  oficios  particulares ,  por  cuyo  motivo  mandó 
el  concilio  Toledano  IV  que  lo  ocupasen  los  obispos  y  curas  en  predicar  la  pasión 
del  Señor  y  en  disponer  á  los  fieles  para  la  comunión  de  Pascua.  El  sábado  sanio 
se  bendecía  el  fuego  y  el  cilio  pascual ,  se  daba  el  bautismo  á  los  niños  y  cate- 
cúmenos, y  se  baria  también  el  agua  bendita,  pues  aun  cuando  no  parece  quesea 
de  institución  apostólica ,  es  innegable  que  su  uso  es  muy  antiguo ,  y  que  en  Es- 
paña era  ya  muy  común  á  principios  del  siglo  vi. 

Además  de  la  cuaresma  habia  otros  ayunos  fijos  ó  extraordinarios,  que  se 
observaban  lodos  con  rigor  ,  aunque  no  ianto  como  en  los  siglos  anteriores,  pues 
ya  se  habia  introducido  el  uso  del  pescado,  que  en  tiempo  de  la  España  romana 
no  se  tenia  por  lícito  ,  manteniéndose  únicamente  hasta  principios  del  siglo  vn  la 
disciplina  antigua  en  la  abstinencia  del  vino  y  de  los  licores.  En  los  dias  de  do- 
mingo estaba  vedado  todo  ayuno  y  no  se  doblaban  las  rodillas  para  orar.  Se  ora- 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  193 

ba  asimismo  en  pié  todos  los  cincuenta  dias  pascuales  desde  la  Resurrección  has- 
ta Pentecostés ,  en  cuyo  tiempo  tampoco  habia  ayunos  públicos  ó  de  precepto. 

En  los  dias  de  ayuno  ,  así  ordinarios  como  extraordinarios,  se  hacian  proce- 
siones de  penitencia,  que  los  Latinos  llamaban  rogaciones,  y  los  Griegos  letanías, 
acudiendo  para  ellas  á  la  iglesia  metropolitana  todos  los  sacerdotes  y  clérigos,  y 
aun  los  curas  que  podían.  Salia  la  procesión  de  la  catedral  é  iba  á  determinados 
lugares  que  llamaban  estaciones ,  porque  allí  se  detenían  los  fieles  delante  délos 
sepulcros  de  los  mártires,  á  rogar  á  Dios  por  la  prosperidad  de  la  Iglesia,  del  so- 
berano y  de  la  nación.  Abrian  la  procesión  los  hombres  y  la  cerraban  las  muge- 
res,  y  eidero  que  iba  en  medio  ,  llevaba  á  veces  el  Sacramento  y  otras  veces  las 
reliquias  de  algun  santo.  Algunos  obispos  de  Galicia  habian  introducido  la  cos- 
tumbre de  hacerse  llevar  en  andas  sobre  los  hombros  de  sus  diáconos;  pero  el  con- 
cilio Iíí  de  Braga  reprobó  esta  vanidad,  y  mandó  que  los  diáconos  ó  levitas  lleva- 
sen sobre  sus  hombros  el  tabernáculo  de  Dios;  y  que  si  queria  llevarlo  el  obispo 
colgado  del  cuello,  como  entonces  acostumbraban,  caminase  á  pié  como  los  de- 
más con  devoción  y  humildad.  Parece  que  en  los  dias  de  procesión  se  cerraban 
los  tribunales  y  tiendas,  pues  así  lo  previno  el  rey  Chintila  en  uno  de  sus  de- 
cretos. 

También  para  los  entierros  se  formaba  procesión  de  eclesiásticos,  que  acom- 
pañaban al  difunto  con  salmos  hasta  la  iglesia  ,  donde  le  hacian  las  exequias  y 
ofrecían  el  sacrificio  por  su  alma.  La  costumbre  gentílica  de  que  los  siguiese 
mucha  gente  con  cantares  fúnebres ,  ó  con  sollozos  y  lágrimas  forzadas,  se  con- 
servó en  España  por  mucho  tiempo  ,  hasia  que  el  concilio  Toledano  Iíí  la  prohi- 
bió enteramente  en  los  funerales  de  los  eclesiásticos  y  mongas  ,  y  encargó  á  los 
obispos  que  procurasen  quitarla  en  cuanto  les  fuese  posible,  aun  de  los  entierros 
délos  seculares.  En  los  de  los  Judíos  y  aun  de  los  catecúmenos  que  morían  sin 
bautismo  ,  estaba  prohibido  el  canto  de  salmos  y  toda  otra  honra  exterior :  y  en 
Galicia  se  enterraban  sin  exequias  y  sufragios  públicos,  no  solo  los  suicidas,  si- 
no los  que  morían  sentenciados  por  sus  delitos.  La  ley  de  Teodosio,  que  prohibió 
toda  sepultura  en  los  templos,  se  renovó  en  el  concilio  de  Braga  del  año  561, 
aunque  parece  que  después  de  esta  época,  se  fué  introduciendo  poco  á  poco -la 
costumbre  contraria,  pues  san  Julián  de  Toledo,  que  escribía  por  los  afíosde685, 
dice  que  algunos  se  hacian  enterrar  en  las  iglesias  cerca  de  las  aras  de  los  márti- 
res. El  respeto  que  se  tenia  á  los  sepulcros  es  imponderable  ,  estando  prohibido 
llevarse  las  urnas  aun  por  devoción  ó  piedad,  bajo  pena  de  cien  azotesó  cuarenta 
y  ocho  sueldos ,  según  la  calidad  de  la  persona  que  se  la  llevaba.  Quien  las  des- 
truía ó  profanaba  ,  ó  bien  despojaba  un  muerto  ,  ó  le  quitaba  cualquiera  cosa, 
mandaban  las  leyes  visigodas  que  si  era  persona  libre  llevase  cien  azotes  y  pa- 
gase á  los  herederos  del  difunto  una  libra  de  oro  ;  y  si  era  esclavo,  se  le  diesen 
doscientos  azotes  y  luego  le  quemasen  vivo. 

La  antigua  ley  del  asilo  fué  respetada  por  los  Godos,  y  una  délas  pri- 
meras cosas  que  nos  cuenta  la  historia  de  su  dominación,  es  haberse  refugiado 
en  la  casa  episcopal  de  Barcelona  los  hijos  de  Ataúlfo.  En  un  principio  el  lugar 
de  asilo  era  solo  el  altar  y  el  coro,  pero  después  se  extendió  á  toda  la  iglesia,  y 
últimamente  bajo  el  reinado  de  Ervigio  hasta  treinta  pasos  alrededor  de  ella,  con 
tal  que  en  aquel  trecho  no  hubiese  casas  particulares,  pues  estas  no  estaban  com- 

toko  ii.  23 


194  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

prendidas  en  el  privilegio.  Si  un  reo  de  muerte  tomaba  sagrado,  mandaban  las 
leyes  visigodas  que  el  juez  lo  pidiese  al  obispo  con  juramento  de  que  no  se  le 
daria  muerte,  y  cuando  los  sacerdotes  le  hubiesen  arrojado  del  coro,  le  cogiese 
la  justicia  y  le  condenase  á  esclavitud,  azotes  ó  pena  pecuniaria,  según  la  calidad 
del  delito  y  la  persona.  Refugiándose  alguno  por  deudas,  riñas  ú  otra  cosa  seme- 
jante, los  sacerdotes  llamaban  al  acreedor  ó  agraviado  para  que  le  perdonase  ó  le 
otorgase  plazo  para  pagar;  y  hecha  así  la  composición  amigablemente,  se  le  des- 
pedía del  asilo.  Si  la  persona  agraviada  ó  acreedora  se  atrevía  á  sacarle  del  tem- 
plo sin  las  debidas  licencias,  no  solo  perdía  todos  sus  derechos  sobre  él,  sino  que 
incurría  también  en  excomunión  ó  suspensión,  y  por  ley  real  debía  pagar  á  la 
iglesia  una  multa  de  ciento  á  cuatrocientos  sueldos  á  proporción  de  sus  haberes. 
Solo  era  permitido  por  las  leyes  civiles  perseguir  aun  dentro  del  templo  á  quien 
se  refugiaba  en  él  con  las  armas  en  la  mano,  y  no  habia  pena  alguna  contra 
quien  le  cogía  ó  defendiéndose  le  mataba,  si  por  otra  parte  tenia  derecho  para  ha- 
cerlo. 

Las  inmunidades  en  tiempo  de  la  España  goda  no  estaban  bien  de- 
finidas, pero  á  consecuencia  del  hecho  que  hemos  observado  varias  veces,  esto 
es,  de  la  intervención  del  poder  civil  en  los  asuntos  de  la  Iglesia,  dependían 
todas  del  arbitrio  de  los  reyes.  Los  obispos,  clérigos  y  monges  estaban  sujetos  al 
fisco  y  á  la  justicia  secular  del  mismo  modo  que  los  legos,  y  leyes  de  Chindas- 
vinio,  Recesvinto,  Waniba  y  Ervigio  imponen  penas  pecuniarias  gravísimas á  los 
eclesiásticos  que,  citados  por  cualquier  tribunal,  no  obedecieren  al  llamamiento; 
encargan  además  á  los  gobernadores  y  jueces  que  velen  con  mucho  cuidado  sobre 
la  conducía  de  todo  el  clero  y  en  particular  de  los  obispos  (1),  y  cuando  noten 
en  ellos  escándalo  en  el  proceder,  ó  descuido  en  el  gobierno  de  sus  subditos  ó  in- 
justicia en  la  distribución  de  los  bienes  elesiásticos,  los  castiguen  con  mulla,  des- 
tierro ó  confiscación  de  bienes,  según  la  calidad  del  delito  y  de  la  persona.  Entre 
las  penas  dictadas  por  la  ley  civil  contra  el  alto  clero,  desde  los  diáconos  arriba, 
no  figuraban  la  decalvacion,  ios  azotes  ni  la  muerte,  y  el  concilio  de  Mérida  de 
666  permitió  al  juez  secular  castigar  con  todas  las  demás  penas  legales  al  obispo 
que  mutilase  á  un  esclavo  déla  iglesia  (2).  El  Toledano  XI,  celebrado  en  tiempo 
de  Wamba,  impuso  la  pena  de  reclusión  y  penitencia  perpetua  á  los  eclesiásticos 
que  cometieran  delito  capital  (3);  y  el  Toledano  XYI,  á  que  asistió  el  rey  Egica, 
hablando  de  la  sodomía  que  se  castigaba  en  el  clero  mas  bajo  con  azotes  y  decalva- 
cion, previno  que  en  los  obispos,  presbíteros  y  diáconos  se  castigase  con  degra- 
dación y  destierro  (4).  Los  clérigos  inferiores,  y  asimismo  los  siervos  y  libertos 
de  la  iglesia,  gozaban  de  algunos  privilegios,  como  el  que  les  concedieron  Re- 
caredo  y  Sisenando  de  que  no  los  emplease  el  gobierno  en  trabajos  ni  servicios 
públicos  (5),  y  el  que  dio  Wamba  á  los  que  no  tuvieren  dinero ,  conmu- 
tándoles las  penas  pecuniarias  en  reclusión  y  penitencia  (6).  El  clero  de  España 


(1)  Lib.  Iud  ,lib.  II,  t.  I,  1.  18. 

(2)  Conc.  Emerit.  c.  15  y  sig. 

(3)  Tone.  Tolct.  XI,  c.  5  y  6,  De  compescendisexcestibus  sacerdotum,  etc. 

(4)  Conc.  Tolet,  c.  3,  De  stupris  seu  de  sodomitis. 

(5)  Conc.  Tolet.  III  c.  6,  8  y  21;  Conc.  Tolet.  IV,  c.  42  y  sig. 

(6)  Lib.  Iud,  lib.  IV,  t.V,  l.  6. 


CAP.   XI.— ESPAÑA    GODA.  19S 

pagaba  también  tributos  al  rey  al  igual  que  los  seculares,  y  Egica,  en  una  de  sus 
memorias  presentada  á  los  Padres  de  Toledo,  habló  en  estos  términos:  «Daréis 
orden  á  los  obispos  que  para  satisfacer  las  imposiciones  reales  (regiis  inquisitio- 
nibus),  no  echen  mano  de  los  bienes  de  las  parroquias,  ni  se  atrevan  á  cargarlas 
con  pechos  ó  contribuciones  (inquisitiones  aut  evectiones),  debiendo  ellos  pagará 
la  corónalos  acostumbrados  homenages  con  las  rentas  de  sus  catedrales.» 

Aunque  los  eclesiásticos  estaban  sujetos  á  la  justicia  ordinaria  cuando  esta 
los  llamaba  de  su  motu  propio  ó  por  instancia  de  algún  secular,  tenian  sin  em- 
bargo sus  tribunales  propios,  y  solo  delante  de  ellos  podia  citar  un  clérigo  á  otro 
en  causas  así  civiles  como  criminales.  Los  presbíteros,  diáconos  y  demás  clérigos 
estaban  sujetos  al  tribunal. del  obispo,  el  obispo  al  del  metropolitano,  y  este  al 
del  concilio  ó  al  de  dos  metropolitanos  juntos ,  é  igual  orden  se  observaba  en  las 
apelaciones.  El  juez  eclesiástico  para  levantar  tribunal  en  causas  ordinarias,  de- 
bía llamar  dos  ó  tres  asistentes  de  autoridad,  y  en  causas  de  mayor  monta,  ne- 
cesitaba convocar  concilio  diocesano,  formado  de  presbíteros  y  diáconos.  Se  oian 
las  partes,  se  examinaban  los  testigos  y  juramentos ,  y  se  daba  la  sentencia  por 
escrito  firmada  por  el  obispo.  Excomuniones,  suspensiones,  degradaciones,  re- 
clusiones, ayunos,  destierros ,  privación  de  beneficios  ó  estipendios,  y  aun 
azotes  y  disciplinas  para  los  clérigos  menores,  estos  eran  los  castigos  permitidos 
al  tribunal  eclesiástico,  sin  que  pudiese  condenar  á  muerte,  decalvar,  mutilar  ni 
dar  otras  penas  afrentosas.  Ño  tenian  los  obispos  otras  cárceles  sino  las  de  los 
monasterios  así  de  hombres  como  de  mugeres,  ni  otras  fuerzas  sino  las  del  brazo 
seglar,  á  las  que  recurrían  para  ser  obedecidos  en  caso  necesario. 

Tenia  el  tribunal  eclesiástico  un  privilegio  muy  grande  á  favor  de  los  po- 
bres, á  quienes   hiciese  injusticia  algún  juez   ó   gobernador;  pues,   como  en 
otra  parte  hemos  dicho  ,  de  cualquiera  sentencia  que  les  fuese  dada  ,  podian 
apelar  al  obispo ,  según  leyes  expresas  del  código  visigodo.  Mándase  en  ellas 
que,  como  Dios  encargó  al   obispo  el  remedio  de  los  pobres  y  oprimidos,  escuche 
las  quejas  que  le  llevaren  contra  los  jueces  y  gobernadores,  y  levantando  tribunal 
con  otras  personas  sabias  y  prudentes,  intime  la  sentencia  que  fuere  justa;  y  aña- 
den que  el  magistrado  secular  que  se  opusiere  á  dicho  juicio,  pagará  al  obispo 
la  quinta  parle  del  valor  de  la  causa,  y  al  rey  dos  libras  de  oro;  y  que  también  el 
prelado,  si  por  respetos  del  mundo  concurriere  en  la  iniquidad,  haya  de  pagar  al 
pobre  otra  quinta  parte.  Otro  hecho  que  prueba  la  continua  mezcla  que  se  hacia 
entonces  de  las  potestades  eclesiástica  y  civil,  era  la  costumbre  introducida  de 
que  acudiesen  cada  año  al  concilio  provincial  todos  los  jueces  y  procuradores  del 
fisco  y  sujelasen  su  conducta  al  examen  y  corrección  de  los  obispos,  á  quienes  es- 
taba encargado  que  no  les  permitiesen  el  mayor  abuso  de  su  potestad,  y  que  en 
caso  de  no  poder  impedir  de  otra  manera  sus  vejaciones  ó  maldades,  diesen 
aviso  á  la  corte  y  los  excomulgasen.  Solíase  sujetar  extraordinariamente  al  juicio 
de  los  obispos  algunas  causas  muy  graves,  en  particular  las  de  rebeliones  y  le- 
vantamientos; pero  estaba  prevenido  por  los  cánones  que  los  prelados  recibiesen 
esta  honra  á  no  ser  con  la  condición  expresa  de  que  no  habían  de  dar  sentencia 
de  muerte,  ni  aun  á  quien  la  mereciese. 

Los  concilios  de  los  Godos  eran  de  tres  clases:  nacionales,   provinciales  y 
diocesanos,  los  primeros  convocados  por  el  rey,  los  segundos  por  el  metropolitano 


196  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

y  los  terceros  por  el  sufragáneo.  Los  concilios  diocesanos,  á  que  asistian  los  aba- 
des, presbíteros,  diáconos  y  demás  clérigos  de  la  diócesis,  debian  celebrarse  á  lo 
menos  una  vez  al  año,  para  notificar  á  todas  las  iglesias  del  obispado  lo  que  se 
habia  mandado  en  el  concilio  provincial.  Los  de  provincia  se  tenian  antiguamen- 
te cada  seis  meses;  pero  en  589  los  obispos  reunidos  en  Toledo  (1)  decidieron 
por  varios  motivos  (2)  que  bastaba  tenerlos  una  vez  al  año,  señalando  por  dia  fijo 
el  18  de  mayo,  aunque  después  prevaleció  la  costumbre  de  trasladarlo  á  primero 
de  noviembre  (3).  Asistian  á  ellos  lodos  los  obispos  de  la  provincia,  muchos 
presbíteros  y  diáconos,  y  varios  seculares  de  autoridad,  los  primeros  paradefinir, 
los  segundos  para  dar  consejo,  y  los  terceros  para  ejecutar  y  autorizar  lo  que  se 
mandaba.  Para  los  concilios  nacionales  no  había  tiempo  determinado,  pues  solo 
se  juntaban  cuando  lo  pedia  la  necesidad,  ya  por  asuntos  de  doctrina  ó  de  disci- 
plina, que  son  los  propios  de  la  potestad  espiritual,  ya  por  cuestiones  de  esta- 
do de  cierta  importancia.  Reuníanse  también  al  vacar  el  trono,  en  atención  al  de- 
recho que  tenian  los  obispos  de  nombrar  sucesor  al  rey  difunto  en  unión  con  los 
palatinos;  y  ya  hemos  visto  que  estas  gran  des  asambleas  nacionales  se  componían, 
no  solo  de  los  obispos  de  España  y  de  ia  Galia  Narbonense,  sino  también  de 
muchos  abades,  presbíteros  diáconos  y  señores  de  palacio. 

Los  que  por  su  jurisdicción  y  carácter  tenian  voto  definitivo  en  los  concilios 
eran  solos  los  obispos,  y  solo  ellos  los  firmaron  hasta  mitad  del  siglo  vji. 

El  año  633,  en  que  se  tuvo  el  concilio  YÍIÍ  de  Toledo,  convocadopor  Reces- 
vinlo,  es  la  época  de  las  primeras  firmas  así  de  los  abades  y  dignidades,  como 
de  los  grandes  de  la  corte;  desde  algún  tiempo,  como  hemos  dicho,  habíase  intro- 
ducido el  uso  de  tratar  en  común  en  aquellas  juntas,  que  tenian  unafisonomía  apar- 
te entre  todas  las  demás  asambleas  de  los  cristianos,  de  las  materias  de  interés  ge- 
neral, y  los  abades  y  dignatarios,  que  no  habían  sido  hasta  entonces  sino  consulto- 
res, comenzaron  desde  dicha  época  á  tener  voto  definitivo.  Los  seculares  asimismo 
deliberaban  y  votaban,  pero  solo  en  los  concilios  mixtos  en  que  se  mezclaban 
cuestiones  políticas,  pues  en  los  de  materias  meramente  eclesiásticas  no  tenian  voz 
alguna,  como  se  ve  con  los  ejemplos  de  los  Toledanos  Xy  XIV,  en  que  no  pusieron 
sus  nombres,  porque  los  asuntos  del  primero  fueron  todos  eclesiásticos,  y  en  el  se- 
gundo no  se  trató  de  otra  cosa  sino  de  recibir  el  concilio  ecuménico  YI.  El  conci- 
lio Toledano  XYII  dispuso  que  ningún  secular  asistiese  á  las  deliberaciones  del 
concilio  durante  los  tres  primeros  dias,por  estar  destinados  exclusivamente  á  ma- 
terias doctrinales  y  disciplinarias.  El  primer  lugar  en  las  firmas  se  daba  á  los 
metropolitanos,  el  segundo  á  los  obispos  sufragáneos,  el  tercero  á  los  abades,  el 
cuarto  á  las  dignidades  de  la  catedral,  el  quinto  á  los  vicarios  délos  prelados  au- 
sentes, y  el  último  á  los  grandes  y  palatinos.  Los  metropolitanos,  sufragáneos  y 
abades  firmaban  cada  uno  en  su  clase  por  orden  de  antigüedad,  sin  preferencia 
de  ninguna  iglesia  respecto  de  otra;  los  vicarios  de  los  obispos  ausentes  ponían 
sus  firmas  según  la  antigüedad  de  los  prelados  á  quienes  representaban,  y  los 
demás  eclesiásticos  observaban  el  orden  de  su  dignidad,  firmando  primero  los 


A)    Conc  Tolet.  III,  c.  18. 

(2)  Entre  ellos  figuraban  en  primera   línea  la    pobreza  de  algunas  iglesias  y  lo  costoso  de 
los  viajes. 

(3)  Conc.  Tolet.  IV,  c.  3. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  197 

arciprestes ,  luego  los  arcedianos ,   y  en  tercer  lugar  los  primicerios. 

La  iglesia  de  España,  de  quien  han  tomado  todas  las  demás  del  mundo  in- 
numerables establecimientos  y  ritos,  tiene  también  la  gloria  de  haber  dado  regla 
á  todos  los  concilios,  en  orden  al  método  y  forma  con  que  deben  celebrarse.  El  li- 
bro titulado:  Ordo  de  celebrando  concilio,  de  que  suelen  honrarse  todas  las  colec- 
ciones conciliares,  es  obra  del  Toledano  IV,  y  es  el  primero  y  mas  celebrado  en  su 
género,  aunque  aumentado  después  por  otros  concilios  de  nuestra  misma  nación. 
El  ceremonial  que  se  usaba  en  estas  circunstancias  era  el  siguiente»  Al  rayar  del 
alba,  los  porteros  de  la  catedral  abrían  una  sola  puerta,  poniéndose  alli  de 
guardia  para  impedir  la  entrada  á  los  que  no  tenían  lugar  en  el  concilio.  Entra- 
ban luego  juntos  los  obispos,  y  tomaban  asiento  primero  los  metropolitanos  y  des- 
pués los  sufragáneos,  unos  y  otros  por  orden  de  antigüedad.  Entraban  luego 
los  presbíteros,  para  quienes  había  sillas  detrás  de  los  obispos,  y  en  segui- 
da los  diáconos,  que  se  ponían  en  pié  delante  de  los  mismos  sin  asiento  algu- 
no. En  el  centro  se  colocaban  los  notarios  ó  secretarios  de  la  asamblea, 
y  los  seculares  á  quienes  se  permitía  el  ingreso ;  y  luego,  cerradas  las  puer- 
tas, el  arcediano  de  la  catedral  pronunciaba  en  alta  voz  la  palabra  Oremus.  Pos- 
trados todos  de  rodillas,  hacían  oración  en  voz  baja  hasta  que  uno  de  los  obispos 
mas  ancianos  la  interrumpía  con  unas  preces  vocales,  á  que  todos  respondían 
Amen.  Hecho  esto,  el  arcediano  decía  en  voz  alta:  Sur gitefr aires,  y  luego  tomaban 
lodos  su  lugar  en  el  orden  arriba  dicho.  Abríase  inmediatamente  la  sesión  con  la 
lectura  de  la  profesión  de  fe,  en  que  no  solo  se  incluía  el  símbolo  constantinopoli- 
tano,  sino  la  aceptación  expresa  de  los  cuatro  primeros  concilios  ecuménicos.  Un 
diácono  vestido  de  alba  tomaba  después  el  códigodelos  cánones,  y  leía  los  princi- 
pales, y  en  particular  los  que  tenían  relación  con  las  materias  que  debían  tra- 
tarse. En  los  tres  primeros  días  del  concilio  se  ayunaba,  y  se  trataba  únicamente  de 
asuntos  religiosos,  dándose  los  decretos  á  pluralidad  de  votos,  sin  permitir  á  nadie 
discursos  ni  contiendas  ruidosas,  bajo  pena  de  ser  expulsado  del  congreso,  y  que- 
dar excomulgado  por  un  año.  Los  días  consecutivos  examinaban  las  causas  délos 
obispos  y  las  querellas  del  clero,  de  que  debía  estar  informado  el  arcediano  para 
proponerlas,  y  se  ciaban  las  sentencias  por  escrito  firmadas  por  todos  los  obispos. 

Los  concilios  nacionales  que  se  conocen  del  tiempo  de  la  España  goda  son 
diez  y  nueve,  uno  del  siglo  v,  dos  del  vi  y  diez  y  seis  del  vil;  el  primero  cele- 
brado, según  dicen  unos,  en  Braga,  y  según  otros,  en  Caldas  de  Galicia,  llamada 
antiguamente  Aguas  Cilenes ,  el  décimo  sexto  en  Zaragoza  y  todos  los  demás  en 
Toledo  (1). 

Acerca  de  la  administración  de  sacramentos,  hallamos  las  siguientes  noti- 
cias en  los  monumentos  de  la  España  goda  ,  siendo  de  advertir  que  en  tantos 
como  han  llegado  hasta  nosotros  no  se  halla  nombrado  una  sola  vez  en  siete  si- 
glos el  sacramento  de  la  extremaunción,  hablándose  en  ellos  con  tanta  frecuencia, 
no  solo  de  los  demás ,  sino  también  en  particular  del  crisma  y  de  su  repartición 
por  las  parroquias. 

Los  ministros  ordinarios  del  bautismo  eran  los  obispos  y  presbíteros  ;  los 


(i)    Las  actas  de  estos  concilios  se  hallan  in  extenso  en  las  colecciones  de  Aguirre,  de  Catalani, 
de  Loaisa,  etc.  i  Véase  el  Apéndice  de  este  tomo). 


198  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

dias  destinados  para  conferirlo,  las  fiestas  de  Pascua  y  Pentecostés,  y  los  lugares 
propios  para  la  función,  las  catedrales  y  parroquias ;  pero  en  caso  de  necesidad 
lo  daban  los  clérigos  inferiores  y  aun  los  seculares  en  cualquiera  lugar  y  dia  del 
año.  Las  pilas  bautismales  eran  generalmente  de  piedra  ,  y  estaban  en  lugar  se- 
parado que  se  cerraba  el  primer  dia  de  cuaresma  y  se  abria  el  jueves  santo. 
Desde  principios  del  siglo  vi  introdujeron  algunos  obispos  la  costumbre  de  usar 
una  sola  inmersión  en  el  bautismo  ,  con  el  fin  de  apartarse  de  los  arríanos  que 
confirmaban  su  error  de  las  tres  naturalezas  divinas  con  el  uso  común  de  las  tres 
inmersiones,  prevaleciendo  por  fin  no  solo  en  España,  sino  también  en  todo  el  Oc- 
cidente. El  rito  del  bautismo  para  niños  y  catecúmenos  era  el  siguiente:  primero 
se  les  decian  los  exorcismos,  excitándolos  con  un  soplo  á  que  renunciaran  al  de- 
monio ,  por  boca  agena  si  eran  niños ,  ó  por  sí  mismos  si  eran  adultos.  Se  les 
ponia  la  sal  en  los  labios  como  en  señal  de  la  sabiduría  cristiana  que  habían  de 
manifestar  en  sus  palabras ,  si  bien  este  rito  parece  no  haber  sido  recibido  en 
todas  las  iglesias.  Después  de  esto  se  les  ungían  los  oidos  y  la  boca  para  indicar 
con  aquella  unción  la  suavidad  del  Evangelio  que  debian  recibir  y  pregonar  ,  y 
se  les  mandaba  decir  el  símbolo  de  la  fe  ó  por  su  misma  boca  ó  por  la  de  sus 
padrinos,  según  la  edad  que  tenian.  Hechas  estas  preparaciones  se  bautizaba  al 
niño  ó  al  catecúmeno  en  nombre  del  Padre,  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo. 

La  confirmación  se  daba  inmediatamente  después  del  bautismo,  ungiendo  la 
frente  del  bautizado  con  el  crisma  para  que  pudiese  llamarse  cristiano  ,  y  po- 
niéndole después  las  manos  sobre  la  cabeza,  como  hacían  los  apóstoles,  para  que 
bajase  sobre  él  el  Espíritu  Santo.  San  Ildefonso  dice  que  los  que  se  habían  de 
bautizar,  así  niños  como  adultos,  iban  al  baptisterio  en  traje  de  penitencia,  y  que 
después  de  bautizados  y  confirmados,  se  les  ponia  una  túnica  blanca  para  deno- 
tar la  limpieza  de  sus  almas,  y  asistían  con  ella  á  los  divinos  oficios  en  las  fiestas 
de  Pascua  ,  hasta  que  el  sacerdote  les  quitaba  aquel  vestido,  con  oraciones  dis- 
puestas para  este  fin.  De  esta  costumbre  sin  embargo,  no  se  encuentra  hecha 
mención  en  los  concilios  ni  en  otro  escritor  alguno. 

Los  bautizados  y  confirmados,  así  adultos  como  niños,  recibían  inmediata- 
mente la  eucaristía  por  el  derecho  que  tenian  como  cristianos  de  participar  del 
cuerpo  y  sangre  de  Jesucristo.  Parece  que  en  España  se  daba  la  comunión  al 
pueblo  bajo  la  sola  especie  de  pan;  pues  el  concilio  Toledano  XI  declara  que  no 
son  culpables  los  que  por  mucha  sequedad  de  las  fauces  no  pueden  tragar  la 
hostia  á  secas.  A  los  presbíteros  y  diáconos  se  daba  la  comunión  al  pié  del  altar; 
á  los  demás  clérigos  dentro  del  coro,  y  fuera  de  él  á  los  seculares  así  hombres  co- 
mo niugeres,  dando  la  preferencia  á  los  huéspedes  ó  peregrinos.  La  comunión 
general  y  de  obligación  era  entonces  como  ahora  la  de  Pascua.  En  las  iglesias 
parroquiales  y  catedrales  se  guardaban  siempre  algunas  partículas  que  llama- 
ban entonces  reliquias  de  Dios ,  para  poderlas  dar  por  viático  á  los  moribundos, 
si  pedian  con  palabras  ó  señas  la  absolución,  y  aun  á  los  que  no  podían  pedirlo 
por  la  fuerza  del  mal,  con  tal  que  hubiesen  vivido  sin  indicio  de  impiedad  y  como 
conviene  á  cristianos. 

La  excomunión  con  que  la  iglesia  castigaba  á  los  reos,  era  de  dos  especies, 
como  en  los  siglos  antecedentes ;  pues  á  unos  privaba  de  la  sola  comunión  euca- 
ríslica,  no  admitiéndolos  al  sacrificio,  y  á  otros  aun  de  la  eclesiástica  ,  no  reci- 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  109 

biéndolos  en  la  iglesia,  ni  aun  en  el  tiempo  permitido  á  los  catecúmenos.  Estaba 
todavía  en  observancia  la  ley  del  apóstol  san  Pablo  que  separa  á  los  fieles  de  los 
excomulgados  aun  en  el  trato  civil,  pero  como  este  era  á  veces  inevitable,  princi- 
palmente cuando  los  excomulgados  tenian  empleo  público  ó  de  palacio,  declaró  el 
concilio  VII  de  Toledo  que  el  príncipe  podia  dispensar  en  esto,  y  el  concilio  XII  es- 
pecificó que  todos  los  fieles,  así  legos  como  eclesiásticos,  podrían  tratar  libremente 
con  cualquier  otra  persona  con  quien  trataba  el  rey  «porque  no  es  razón,  añade, 
que  los  sacerdotes  rechacen  á  quien  la  piedad  del  príncipe  acoge. »  Las  excomu- 
niones se  intimaban  según  la  calidad  del  delito,  ó  para  tiempo  determinado,  ó  para 
toda  la  vida;  pero  á  los  moribundos  se  les  admitía  desde  luego  á  la  reconcilia- 
ción y  comunión  eclesiástica  ,  y  si  habían  hecho  digna  penitencia  de  su  pecado, 
ni  aun  la  comunión  eucarística  se  les  negaba,  que  es  la  única  que  se  negó  en  los 
siglos  antecedentes  á  algunos  grandes  pecadores. 

La  penitencia  que  precedía  á  la  comunión  eucarística  ,  era  de  dos  especies, 
sacramental  y  ceremonial.  La  primera  á  que  han  estado  siempre  obligados  todos 
los  que  han  cometido  pecado  grave,  se  llamaba  ya  imposición  de  las  manos  ,  ya 
bendición  beatífica ,  ya  reconciliación.  La  penitencia  ceremonial  era  la  que  se 
hacia  públicamente  en  la  iglesia  por  pecados  públicos,  así  para  escarmiento  age- 
no  y  castigo  propio  ,  como  para  disponerse  con  ella  á  la  reconciliación  pública 
que  daba  el  obispo  desde  el  altar  pasados  algunos  meses  ó  años,  según  la  grave- 
dad del  delito.  A  tres  imposiciones  de  manos  estaba  sujeto  el  penitente  público; 
la  primera  cuando  se  presentaba  á  confesar  su  culpa  y  á  recibir  el  traje  de  peni- 
tente ;  la  segunda  siempre  que  se  le  daba  la  paz  para  despedirle  de  la  iglesia  en 
tiempo  del  sacrificio  ,  y  la  tercera  cuando  acabada  la  penitencia  se  le  admitía  á 
la  comunión  eucarística.  Los  penitentes  llevaban  un  vestido  humilde  y  grosero, 
dormian  sobre  una  manta  tegida  de  cerdas ,  se  cubrían  la  cabeza  con  ceniza  y  se 
dejaban  crecer  la  barba  y  los  cabellos ;  les  estaba  prohibido  asistir  á  convites  y 
diversiones  públicas ,  y  entender  en  negocios  ágenos  ó  propios  ,  y  solo  debían 
ocuparse  en  la  oración  y  en  lo  que  pudiese  servir  de  ejemplo  y  edificación  de 
los  fieles. 

Además  de  la  penitencia  pública  que  ,  como  impuesta  por  los  cánones ,  era 
penal  y  de  obligación,  habia  otra  especie  de  penitencia á  que  se  obligaban  algunos 
voluntariamente  sin  haber  cometido  delitos  públicos;  y  esta  no  llevaba  consigo 
ninguna  afrenta,  ni  era  impedimento  como  la  otra  para  las  sagradas  órdenes,  pe- 
ro tenia  de  particular  ser  irrevocable  y  perpetua  como  los  votos  religiosos.  Desde 
el  siglo  v,  ó  principios  del  vi,  prevaleció  en  España  la  costumbre  de  que  los  en- 
fermos ,  viéndose  agravados  y  en  peligro  de  muerte  ,  tomaban  por  devoción  la 
tonsura  y  el  hábito  de  penitencia,  obligándose  á  llevarlo  perpetuamente  si  Dios 
les  daba  vida.  Como  el  uso  de  esta  penitencia,  á  que  dieron  el  nombre  úe  viático, 
se  hiciese  tan  común  que  el  no  hacerlo  hubiera  ya  parecido  falla  de  piedad  ,  se 
introdujo  que  si  el  moribundo,  por  la  gravedad  del  mal,  no  tenia  advertencia  para 
pedir  el  hábito,  los  parientes  ó  amigos  se  lo  ponían,  como  si  él  mismo  lo  hubiese 
pedido;  y  con  solo  esta  oblación  agena,  quedaba  el  paciente,  en  caso  de  salir  con 
bien  de  su  enfermedad  ,  obligado  para  siempre  á  la  vida  penitente.  Así  se  prac- 
ticó, hasta  que  el  rey  Chindasvinto  ,  por  los  inconvenientes  que  habia  habido, 
mandó  que  no  valiera  en  semejantes  casos  la  oblación  agena,  si  el  enfermo  no  la 


200  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

ratificaba  después  con  entero  conocimiento.  Dichos  penitentes  podían  morar  en 
sus  casas  sin  encerrarse  en  monasterio ,  pero  llevando  siempre  la  cabeza  raida  y 
el  hábito  religioso  ,  separados  de  todo  negocio  y  diversión ,  y  viviendo  con 
ejemplaridad  y  castidad  ,  sin  poder  casarse  si  eran  célibes ,  ni  cohabitar  con  la 
muger  ó  marido  si  lo  tenían,  de  manera  que  aunque  no  claustrales,  eran  religio- 
sos y  consagrados  á  Dios,  y  estaban  obligados  á  todas  las  prácticas  de  la  vida  mo- 
nástica (1).  Si  alguno  de  ellos  se  casaba  ó  despojaba  del  hábito  ,  fuese  hombre  ó 
muger,  le  excomulgaba  la  iglesia  como  apóstata,  y  le  condenaba  á  reclusión  per- 
petua y  á  rigurosa  penitencia  en  un  monasterio  (2).  Solo  á  los  casados  muy  jóve- 
nes, por  indulgencia  del  concilio  Toledano  V,  se  permitió  que  usasen  del  matri- 
monio por  un  número  determinado  de  años  á  discreción  del  obispo,  pero  sin  poder 
pasar  á  segundas  nupcias  en  caso  de  morir  el  otro  esposo  (3). 

La  tonsura  de  los  penitentes  voluntarios  era  semejante  á  la  de  los  monges, 
que  llevaban  toda  la  cabeza  rapada  y  la  barba  larga,  pues,  según  expresión  de 
san  Isidoro  (4) ,  no  les  era  permitido  criar  cabello  ni  afeitar  la  cara.  Los  clérigos 
por  el  contrario ,  aunque  usaban  también  la  tonsura ,  parece  que  se  afeitaban  como 
los  seculares  ,  pues  no  nos  queda  canon  alguno  de  aquellos  tiempos  que  mande  lo 
contrario  ni  escritor  que  lo  insinué.  El  canon  tercero  del  primer  concilio  de  Bar- 
celona, que  es  el  único  que  habla  de  la  barba  (5) ,  se  lee  de  dos  maneras  diversas 
según  los  diferentes  códices ,  y  de  todos  modos  confirma  lo  que  llevamos  dicho. 
La  primera  versión  es:  Nullus  clericorum  comam  nutriat  aut  barbam:  Ningún 
clérigo  crie  cabello  ni  barba :  la  segunda  es :  NuUus  clericorum  comam  nutriat 
vel  barbam ,  sed  radat:  Ningún  clérigo  crie  cabello  ni  barba ,  antes  bien  se  ra- 
sure (6). 

Acerca  de  la  tonsura  clerical ,  algunos ,  principalmente  en  Galicia ,  se  abrían 
una  corona  en  medio  de  la  cabeza  semejante  á  la  de  los  eclesiásticos  de  nuestros 
días ,  y  llevaban  el  resto  del  cabello  largo  como  los  seculares;  pero  esta  forma 
fué  reprobada  por  el  concilio  Toledano  IV  ,  como  introducida  por  los  priscilianis- 
tas.  El  estilo  común  y  el  recibido  en  dicho  concilio  era  raparse  todo  lo  alto  de  la 
cabeza  dejando  el  pelo  sobre  el  cogote  y  orejas  en  forma  de  semicírculo,  como  lo 
llevaban  hace  poco  algunas  comunidades  religiosas  (7).  Dice  san  Isidoro  de  Sevi- 
lla que  la  institución  de  la  tonsura  clerical  es  del  tiempo  de  los  apóstoles,  pero 
esto  puede  ser  muy  bien  un  error  del  sabio  obispo,  pues  la  historia  atestigua  que 


(-1)    Lib.  Iud.,  lib.  III,  t.  V,  1.  3. 

(2)    Id.  1.  c. 

(3;    Conc.  Tolet.  V.,  c.  8. 

,4)    De  Eccle.  Off.,  lib.  II,  c.  XV  y  sig. 

(5)  Coliec.  Max.  Conc.  Hisp.,  t.  II,  p.  279;  Conc.  Barcin.  anno  640,  c.  3. 

(6)  Algunos  con  el  Cardenal  Aguirre,  para  que  el  texto  diga  todo  lo  contrario,  han  pasado  á  la 
primera  versión  el  radat  de  la  segunda  quitando  el  sed;  pero  es  corrección  libre  y  sin  fundamento, 
y  contraria  á  la  disciplina  de  España,  cuyos  eclesiásticos  conservaron  la  costumbre  de  afeitarse  aun 
en  tiempo  de  los  Árabes.  Puede  también  servir  de  alguna  prueba  un  epigrama  de  san  Eugenio  en  que 
califica  de  hipócritas  á  los  que  se  dejaban  crecer  la  barba  á  fin  de  aparentar  santidad  (*),  pues  pa- 
rece que  no  se  hubiese  atrevido  á  ridiculizar  un  uso  común  á  todo  el  clero. 

(7)  Omnes  clerici  vel  lectores,  sicut  levita?,  et  sacerdotes,  detonso  superius  toto  capite,  in- 
ferius  solam  circuli  coronam  relinquant:  non  sicut  hucusque  in  Galliciae  partibus  faceré  lectores  vi- 
dentur,  qui  prolixis,  ut  laici,  comis,  in  solo  capitis  ápice  modicum  circulum  tondent.  Ritus  enim  iste 
in  Hispania  hucusque  híereticorum  fuit.  Conc.  Tolet.  IV,  c.  41. 

(')  Si  buibn  sanctum  faciunt,  ni!  snnctlus  liirco. 


CAP.    XI.— ESPAÑA   GODA.  201 

los  primeros  confesores  de  Jesucristo  llevaban  el  cabello  como  los  demás.  Es  po- 
sible sí  que  datara  esta  costumbre  de  muy  antiguo  ,  mas  es  lo  cierto  que  su  res- 
tablecimiento en  los  siglos  v  y  vi  se  debe  á  la  iglesia  de  España,  cuyos  ministros 
llevaban  todos  esta  señal  desde  el  obispo  basta  el  último  clérigo,  incluidos  tam- 
bién los  niños  que  ofrecían  sus  padres  á  la  iglesia  desde  la  mas  tierna  edad  (1): 
eclesiásticos ,  monges ,  penitentes  de  devoción  y  decalvados  todos  llevaban  rapada 
la  cabeza,  pero  de  modo  que  se  distinguían  unos  de  otros.  Los  decalvados  por  la 
justicia  se  diferenciaban  de  todos  los  demás  porque  su  tonsura  era  desigual  y  he- 
cha con  fuego,  y  la  de  los  otros  con  igualdad  y  á  navaja.  El  distintivo  entre  clé- 
rigos y  monges  era  la  barba  que  dejaban  crecer  los  segundos  y  no  los  primeros. 
Los  penitentes  voluntarios  se  confundían  con  los  monges,  pero  se  distinguían  de 
los  penitentes  públicos  porque  estos  debían  llevar  el  pelo  largo  y  desgreñado  pa- 
ra significar  la  muchedumbre  de  sus  culpas  y  el  desconcierto  de  su  alma  (2). 

La  tonsura  así  monástica  como  clerical  se  recibía  muchas  veces  sin  libertad, 
no  solo  porque  estaban  permitidos  los  niños  oblatos,  ofrecidos  por  sus  padres  á 
la  iglesia  ó  al  monasterio,  á  cuyo  servicio  quedaban  obligados  por  toda  la  vida, 
sino  también  porque  á  veces  se  hacia  fuerza  aun  á  los  adultos ,  obligándoles  ya 
á  tomar  las  sagradas  órdenes,  ya  á  adoptar  la  vida  monástica  (3). 

Además  de  los  moribundos  forzados  á  celibato ,  como  hemos  dicho ,  por  vo- 
luntad agena  (4),  la  historia  nos  ofrece  muchos  ejemplos  de  semejante  violencia. 

En  los  primeros  siglos  de  la  España  goda ,  se  daban  las  órdenes  menores  á 
los  niños  de  cualquiera  edad ,  el  subdiaconato  á  los  veinte  años,  el  diaconato  á 
los  veinte  y  cinco,  y  el  presbiterado  y  obispado  á  los  treinta,  «porque  en  esta  edad, 
dice  san  Isidoro  de  Sevilla,  empezó  Jesucristo  á  predicar  (5).»  Pero  como  después 
se  introdujese  el  abuso  de  anticipar  el  diaconato ,  dándolo  aun  en  la  niñez ,  el 
concilio  Toledano  ÍY  (633)  restableció  con  nuevos  decretos  la  práctica  antigua  (6). 
Mandóse  también  varias  veces  que  ninguno  se  ordenase  por  salto  ni  fuese  promo- 
vido de  una  orden  á  otra,  sin  haberse  ejercitado  antes  en  la  primera;  pero,  como 
en  esto  dispensan  ahora  los  papas ,  así  parece  que  dispensaban  los  obispos  sin 
mucha  dificultad ,  presentando  la  historia  varios  ejemplos  de  seculares  y  monges 
promovidos  de  golpe  al  presbiterado  y  aun  al  obispado  (7). 

El  primer  requisito  necesario  para  recibir  las  sagradas  órdenes  era  la  cua- 
lidad de  hombre  libre ,  y  no  solo  no  podía  ordenarse  el  siervo  ,  pero  ni  aun  el 
liberto  á  no  ser  que  lo  fuese  de  la  misma  iglesia  en  que  se  ordenaba ,  porque  en- 
tonces no  dependía  de  otro  patrono  alguno.  Los  libres  é  ingenuos  debían  para 
ordenarse  ser  subditos  de  la  misma  iglesia,  estando  prohibido  á  todo  obispo  or- 
denar á  ios  monges  ó  seculares  de  diócesis  agena,  sin  orden  ó  licencia  del  pre- 
lado de  la  misma  (8) ,  y  después  de  ordenados  presbíteros ,  no  podían  ser  promo- 
vidos á  otro  obispado  sino  al  de  su  propia  iglesia.  Los  militares,  los  palaciegos, 


(4)  Sanct.  Isid.  Oper.,  de  Eccl.  Off ,  lib.  II,  c.  IV,  et  plur.  loe. 

(2)  Id.  1.  c. 

(3)  Conc.  Tolet  U,  c.  4;  Conc.  IV,  c.  49. 

(4  La  historia  de  Wamba  atestigua  la  fuerza  de  esta  costumbre. 

(5)  Sanct.  Isid.  Oper.,  de  Eccl.  Oír.,  lib.  II,  c.  5. 

(6)  Conc.  Tolet.  IV.  c.  20. 

(T)  Conc.  Tolet.  IV,  c.  49;  Conc.  Barcin.  anno  599,  c.  3. 

(8)  Conc.  Tolet.  IV,  1.  c. 

TOMO  II.  26 


202  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

los  bigamos ,  los  maridos  de  viuda,  los  penitentes  públicos ,  los  energúmenos, 
los  decalvados  ó  notados  de  infamia ,  y  los  que  tenían  alguna  imperfección  no- 
table en  el  cuerpo,  todos  estos  estaban  excluidos  de  las  sagradas  órdenes,  y  se  re- 
quería también  en  los  ordenandos  que  no  hubiesen  caído  en  la  heregía ,  no  dado 
escándalo  en  las  costumbres ,  y  que  tuviesen  la  instrucción  y  literatura  necesaria 
según  el  orden  en  que  debían  ejercitarse.  Otras  dos  cosas  se  tenían  por  muy  ne- 
cesarias: la  primera  que  en  la  administración  de  las  órdenes  no  se  mezclase  si- 
monía alguna ,  y  la  segunda  que  el  obispo  proporcionase  el  número  de  los  orde- 
nandos según  las  rentas  de  la  iglesia,  para  que  no  quedase  ningún  eclesiástico  sin 
beneficio  y  sin  el  estipendio  necesario  para  mantenerse  con  decoro  (1).  Los  que  se 
ordenaban  sin  alguno  de  dichos  requisitos,  quedaban  condenados  por  ley  canó- 
nica á  la  degradación  ó  suspensión ,  según  la  gravedad  del  hecho ,  á  no  ser  que 
el  obispo  ó  el  concilio  les  hubiese  dispensado  en  lo  que  se  podia  (2). 

Cuando  alguno  se  ordenaba,  ó  después  de  haber  incurrido  en  degradación 
ó  suspensión  volvía  á  ser  recibido  al  ministerio  ,  se  le  entregaban  las  insignias 
propias  de  su  grado  (3) :  al  ostiario,  las  llaves;  al  acólito,  el  candelero;  al  exor- 
cista,  al  salmista  y  al  lector,  los  libros  correspondientes  á  su  oficio ;  al  subdiá- 
cono,  el  cáliz  con  la  patena;  al  diácono,  el  alba  y  la  estola;  al  presbítero,  la  es- 
tola (4)  y  la  casulla ,  y  al  obispo,  el  anillo  y  el  báculo. 

Antes  de  la  caida  del  imperio  romano  no  existían  monasterios  en  Occidente, 
y  acerca  de  la  vida  monástica  en  España  no  se  puede  hablar  con  gran  acierto, 
si  bien  parece  indudable  que  tuvo  su  cuna  y  origen  en  la  vida  eremítica.  Los  mon- 
ges  antes  de  ser  cenobitas  fueron  solitarios.  Hombres  ó  mugeres  se  consagraban 
en  la  soledad  al  servicio  de  Dios  en  la  vida  contemplativa  ,  ofreciéndole  la  vir- 
ginidad como  la  ofrenda  mas  pura.  Antigua  debía  ser  ya  esta  costumbre  en  Espa- 
ña, cuando  en  su  primer  concilio,  el  Iliberitano,  hubo  necesidad  de  imponer  penas 
á  las  vírgenes  consagradas  á  Dios ,  que  faltando  á  la  promesa  de  guardar  virgini- 
dad ,  hacían  una  vida  licenciosa ,  negándoles  la  comunión  hasta  en  el  artículo  de 
la  muerte  (5).  Sin  duda  penetrados  los  obispos  del  concilio  de  Zaragoza  de  380 
de  la  dificultad  de  conservar  estado  tan  perfecto  en  la  edad  de  las  pasiones,  dis- 
pusieron que  no  se  diese  el  velo  á  las  vírgenes  que  se  consagraban  á  Dios ,  hasta 
la  edad  de  40  años  (6).  En  el  mismo  concilio  se  hace  mención  por  primera  vez 
de  monges ,  estableciendo  penas  contra  los  clérigos  que  por  vanidad  dejaban  los 
oficios  de  su  ministerio  y  se  hacían  monges  (7) .  La  necesidad  de  castigar  el  abu- 
so supone  ya  antigüedad  en  la  práctica  ó  profesión.  Estos  monges,  empero,  eran 


(1)  Conc.  Tolet.  XI.,  c.  4,  8,  9  y  40. 

(2)  Conc  Tolet.  1.  c. 

(3)  Sanct.  Isid  de  Eccle.  Off.  lib.  II,  c.  V  y  sig. 

(4  La  estola,  llamada  entonces  orario,  era  común  á  los  presbíteros  y  diáconos,  quienes  se  dis- 
tinguían por  el  modo  de  llevarla:  los  primeros  se  la  ponían  sobre  sus  espaldas  y  la  cruzaban  sobre 
su  pecho;  los  segundos  la  llevaban  sobre  el  hombro  izquierdo  y  recogían  sus  dos  extremos  bajo  el 
brazo  derecho  para  estar  mas  libres  en  el  servicio  del  altar. 

(5)  Virgines  quae  se  Deo  dicaverunt  si  pactum  perdiderint  virginitatis,  atque  eidem  libidini 
servierint,  placuit  ncc  in  fincm  eis  dandam  communionem.  Quot  si  semel  persuasae,  etc.  Conc.  Ili- 
berit.  c.  4  3. 

(6)  ítem  lectum  est  non  velandusesse  virgines  quae  se  Deo  voverint,  nisi  quadraginta  annorum 
probata  ;(>tate,  quam  sacerdos  comprobaverit.  Conc.  Caesar  Aug.  c.  8. 

(7)  Si  quis  de  clericis  propter  luxum  vanitatemque  pransumptam,  etc.  Id.  c.  6. 


CAP.   XI. — ESPAÑA   GODA.  203 

solitarios  que  vivian  aisladamente  en  ermitas  ó  lugares  retirados ,  y  el  docu- 
mento mas  antiguo  que  tenemos  de  la  vida  cenobítica,  esto  es,  cuando  de  los  yer- 
mos pasaron  los  monges  á  monasterios  para  vivir  en  comunidad  ,  es  un  canon  del 
concilio  de  Tarragona  del  año  516  (1) ,  de  donde  se  puede  colegir  que  los  primeros 
monasterios  de  nuestra  nación  se  fundarían  á  fines  del  siglo  v  ó  á  principios  del 
siguiente.  Estas  comunidades  religiosas  gobernaríanse  sin  regla  fija  y  estable, 
con  solo  la  dirección  de  los  obispos  y  abades  hasta  después  de  la  mitad  del  si- 
glo vi  en  que  florecieron  los  dos  fundadores  san  Martin  y  san  Donato ,  pudiendo 
decirse  que  entonces  empezó  la  tercera  clase  de  monges  regidos  por  reglas  y 
constituciones.  En  este  sentido  deben  entenderse  las  palabras  de  san  Ildefonso, 
que  «  Donato ,  según  dicen,  fué  el  primero  que  introdujo  en  España  el  uso  y  Ja 
regla  de  la  observancia  monástica,  »  pues  es  cierto  que  los  monasterios  españoles 
son  mas  antiguos  y  mucho  mas  lo  son  los  monges  sin  monasterio.  Las  primeras 
fundaciones  de  que  se  tiene  noticia ,  son  la  de  Dumio  en  Portugal  á  media  legua 
de  Braga,  de  que  fué  autor  san  Martin,  natural  de  Hungría,  con  el  favor  deTeodo- 
miro  rey  de  los  Suevos,  después  del  año  560;  y  la  del  monasterio  Servilano  en 
el  reino  de  Valencia  cerca  del  cabo  Martin ,  fundado  por  el  abate  san  Donato  que, 
como  hemos  dicho  en  otra  parte ,  pasó  de  África  á  España  con  algunos  mon- 
ges, cerca  del  año  570  (2).  Siguiéronse  después  innumerables  fundaciones,  de 
suerte  que  llegaron  á  escasear  los  monges  por  los  muchos  monasterios  que  habia, 
dimanando  de  aquí  el  abuso  de  algunas  comunidades  religiosas  que  vestían  por 
fuerza  el  hábito  á  sus  familiares  y  labradores.  Los  monasterios  mas  insignes  de 
la  España  goda,  además  del  Dumiense  y  Serví  laño  son:  el  de  san  Millan  de  la  Co- 
gulla ,  en  la  Rioja ,  fundado  por  san  Emiliano ,  que  á  la  sazón  era  cura  en  la  villa 
de  Verceo;  los  de  Gompludo,  en  el  Bierzo,  y  de  san  Román  de  Ornisga,  cerca  de 
Toro,  que  juntamente  con  otros  tuvieron  por  fundador  á  san  Fructuoso,  obispo 
de  Braga;  el  Agaliense,  en  Toledo,  el  de  Tibaes,  en  Portugal,  el  de  Santa  En- 
gracia, en  Zaragoza,  el  de  Pampliega,  en  tierra  de  Burgos,  el  Biclarense  ó  de  Val- 
clara,  en  Cataluña,  el  de  san  Pedro  de  Montes,  en  el  Bierzo,  el  de  san  Salvador 
de  Leyre ,  en  Navarra ,  el  de  san  Pedro  de  Cárdena  y  el  de  san  Claudio ,  en  la  ciu- 
dad de  León. 

Hemos  dicho  ya  en  otra  ocasión  que  las  viudas  se  consagraban  solemne- 
mente á  Dios  tomando  el  hábito  religioso  y  el  velo  ,  y  entregando  al  obispo  de- 
lante de  todo  el  clero  un  voto  de  castidad  escrito  y  firmado  de  su  mano  ;  hemos 
visto  que  estas  mugeres,  aun  cuando  no  vivian  en  monasterio,  eran  verdaderas  re- 
ligiosas, y  también  algunas  doncellas  sin  salir  de  la  casa  paterna  vestían  el  hábi- 
to religioso  profesando  virginidad  por  toda  la  vida  ,  y  siendo  llamadas  virgines 
sacrm  ó  devotos  por  corrupción  de  las  voces  latinas  Peo  votce,  equivalentes  á  con- 
sagradas á  Dios.  Al  admitir  el  obispo  en  la  iglesia  su  profesión  de  virginidad, 
bendecíalas  como  á  las  viudas,  cubriéndolas  además  con  un  velo  blanco,  testi- 
monio de  su  virginidad  ,  á  diferencia  del  de  las  viudas  que  era  negro  ó  de  color. 
La  vírgenes  así  consagradas  habían  de  llevar  siempre  el  velo,  y  si  faltaban  á  sus 
votos  eran  castigadas  por  los  cánones  con  la  pena  de  excomunión  mayor,  exis- 


(4)    Conc.  Tarracon.  c.  H. 

(i)    Sanct.  Isid.,  de  Eccl.  Oíf.,  lib.  II;  Sanct.  Greg.  Turón.,  lib.  I;  Sanct.  Ildeph.  de  Vir.  Illust. 


204  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

tiendo  penas  muy  severas  conlra  cualquiera  que  las  desviase  del  cumplimiento 
de  sus  deberes  (1). 

Otras  mugeres  habia,  así  vírgenescemo  viudas,  que  para  guardarcaslidadcon 
menos  peligro  ,  se  encerraban  en  un  monasterio  sin  salir  de  él  en  toda  la  vida  ni 
conversar  con  hombres,  sino  por  necesidad  y  con  mucho  recato.  Aun  en  los  monas- 
terios mixtos  ó  dobles,  que  eran  de  varones  y  mugeres  á  un  mismo  tiempo,  habia 
tal  separación  que  solo  la  iglesia  era  común ,  y  solo  podían  hablar  con  las  mon- 
jas el  abad  que  las  gobernaba  y  el  ecónomo  que  cuidaba  de  la  administración  de 
los  bienes ;  y  aun  á  estos  no  les  era  permitido  conversar  con  ninguna  de  ellas  si- 
no en  presencia  de  otras  dos.  Como  los  monges  cuidaban  de  lo  temporal  de  las 
monjas ,  así  estas  en  recompensa  les  cosían  los  vestidos  y  les  remendaban  y  lim- 
piaban la  ropa,  ocupándose  en  estas  labores  después  de  haber  cumplido  con  la 
oración  y  demás  ejercicios  espirituales.  Aunque  dependían  inmediatamente  de  la 
abadesa  y  del  abad ,  debian  reconocer  al  obispo  por  superior  absoluto  así  en  lo 
espiritual  como  en  lo  temporal. 

Resulta  pues  que  así  los  hombres  como  las  mugeres  podían  abrazar  la  vida 
religiosa  encerrándose  en  monasterios,  ó  viviendo  estas  en  sus  casas  y  aquellos 
en  lugares  desiertos  y  apartados  de  toda  comunicación.  Pero  no  debia  ser  muy 
ejemplar  la  conducta  de  estos  anacoretas,  ni  inspirar  gran  confianza  al  clero  secu- 
lar y  regular  ,  cuando  los  concilios  tuvieron  precisión  de  mandar  que  pasasen  á 
vivir  á  los  monasterios  los  ermitaños  que  andaban  diseminados  por  las  soledades 
y  desiertos  de  la  Península,  y  san  Isidoro  se  quejaba  amargamente  de  unos  hom- 
bres que  no  eran  clérigos,  monges  ni  legos,  y  que  guardaban  solo  la  exterioridad, 
no  la  práctica  de  lareligion  (2).  En  efecto,  grandes  abusos  parecieron  resillar  de 
la  vida  errante  de  los  ermitaños  ,  y  por  esto  sin  duda  el  concilio  IV  de  Toledo 
mandó  á  los  obispos  que  sacasen  á  todos  los  ermitaños  de  sus  ermitas  y  los  reco- 
giesen en  los  monasterios  de  sus  diócesis  (3).  Mas  tarde  no  se  permitió  anadie 
adoptar  semejante  género  de  vida,  sino  después  dehaber  estado  algunos  años  en  mo- 
nasterio para  tomar  lecciones  de  espíritu  y  vida  monástica(4).  Gonlos  monges  yba- 
jo  su  dirección,  vivian  los  niños  llamados  oblatos,  ofrecidos  á  Dios,  como  hemos  di- 
cho antes,  por  voluntad  agena,  en  virtud  de  la  potestad  que  tenían  para  ofrecer- 
los así  el  padre  como  la  madre  de  común  acuerdo,  ó  cada  uno  por  sí  solo. 

Pretenden  varios  escritores  que  los  primeros  monasterios  en  España  siguie- 
ron la  regla  de  san  Benito  ;  pero  si  bien  esta  regla  fué  generalmente  adoptada  en 
Occidente  ,  es  muy  dudoso,  por  no  decir  imposible,  que  fuera  la  de  las  primeras 
comunidades  de  la  Península.  Las  reglas  monacales  compuestas  en  España  en 
tiempo  de  los  Godos  son  alo  menos  cinco:  la  de  san  Donato,  fundador  del  monas- 
terio Servitano  ,  que  es  fama  haber  sido  la  primera  introducida  en  España  (5); 
la  de  san  Fructuoso,  obispo  de  Braga,  que  dedicó  á  los  santos  Justo  y  Pastor  su 


(4)  Lib.  Iud.,  lib.  III,  t.  IV,  1. 18;  t.  V,  1.  4. 

(2)  Habentes  signum  religionis,  nonreligionis  oflicium,  Hippoccentauris  símiles,  ñeque equi, ñe- 
que homine ,  mixtumque  (ut  ait  poeta)  genus  ,  prolisque  biformis.  Sanct.  Isid.  ,  de  EccI.  Off. ,  lib.  II, 
c.III. 

(3)  Conc.  Tolet.  IV,  c.   53. 
(A)  Conc.  Tolet.  VII,  c.  5. 

(5)  Sanct.  lldeph.,  de  Viris  Illustr.,  c.  IV,  p.  286. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  205 

monasterio  de  Compludo ;  la  de  san  Valerio  de  Astorga ,  la  de  Juan  Biclarense, 
obispo  de  Gerona  ,  citada  por  san  Isidoro  de  Sevilla,  y  la  del  mismo  Isidoro,  re- 
comendable por  mas  de  un  título,  que  puede  verse  en  la  colección  de  sus  obras. 

Las  principales  ocupaciones  del  monge  eran  el  oficio  divino,  la  meditación,  la 
lección  espiritual  y  el  trabajo  corporal.  El  trabajo  de  manos  se  hacia  en  común, 
como  todo  lo  demás,  y  se  entregaban  las  labores  ó  manufacturas  al  ecónomo  ó 
prefecto  para  que  las  vendiese  y  emplease  su  produelo  en  mantener  á  los  mon- 
ges.  La  comida  ordinaria  era  de  yerbas  ,  legumbres  y  alguna  fruta  ,  y  solo  en 
los  dias  de  fiesta  se  permitía  un  poco  de  carne.  En  los  meses  de  mayor  calor  se 
comia  y  cenaba,  pero  en  los  restantes  del  año  no  había  sino  cena,  y  mientras  du- 
raba la  mesa  se  leia  la  Sagrada  Escritura  ú  otro  libro  devoto.  Los  platos  que 
daba  la  comunidad  eran  tres,  y  tres  los  vasos  de  vino  ,  y  en  los  días  de  ayu- 
no pan  y  agua  sin  vino,  aceite  ni  otra  cosa.  Dormían  diez  por  diez  en  una  estancia 
con  un  decano,  sobre  camas  de  estera  y  pieles,  y  vestidos  con  una  túnica  grosera, 
y  no  les  era  permitido  ninguna  ropa  de  lino.  Todo  el  ajuar  del  monge  eran  tres 
túnicas  ,  un  capuz  ,  dos  capas  ligeras  y  una  pesada,  un  capotillo  para  dentro  de 
casa  ,  unas  mangas  para  cubrirse  los  brazos ,  sandalias  para  verano  y  zapatos 
para  invierno.  Sin  licencia  del  abad  no  podían  salir  de  casa  ni  oficiar  en  ninguna 
iglesia  ;  y  quien  los  hospedaba  cuando  eran  fugitivos,  debia  restituirlos  al  mo- 
nasterio ó  denunciarlos  á  la  justicia  secular  dentro  del  término  de  ocho  dias. 

Todas  las  casas  de  religión  estaban  sujetas  al  obispo  diocesano,  de  quien  de- 
pendían enteramente  en  lo  espiritual  y  temporal.  El  obispo  ponia  los  abades  y 
ecónomos ,  dirigía  á  los  monges  por  el  camino  de  la  virtud  ,  castigaba  las  faltas 
de  observancia  (1),  vigilaba  sobre  la  economía  de  la  casa,  y  daba  licencia  para 
nuevas  fundaciones  cuando  lo  juzgaba  conveniente  ,  pues  solo  con  su  aprobación 
se  podían  erigir  monasterios.  No  le  estaban  vedadas  sino  tres  cosas  :  ocupar  á 
los  monges  en  acciones  serviles ,  disponer  de  los  bienes  de  la  casa  contraía  vo- 
luntad de  los  fundadores  ó  bienhechores  que  los  cedieran  determinadamente  pa- 
ra alivio  de  aquella  comunidad  ó  decoro  de  aquella  iglesia  ,  y  abolir  ó  cerrar  los 
monasterios ,  impiedad  ,  dice  el  concilio  II  de  Sevilla,  que  merece  ser  castigada 
con  excomunión  mayor  y  con  la  privación  del  reino  de  los  cielos.  Los  monges 
eran  todos  legos  en  los  primeros  tiempos,  pero  desde  el  siglo  vi  empezaron  los 
obispos  á  permitirles  el  sacerdocio  en  sus  iglesias  claustrales,  y  también  á  dar- 
les licencias  de  confesar  y  fiarles  las  parroquias.  De  este  nuevo  sistema  nacieron 
dos  novedades  ;  la  primera  que  los  monges  fueron  dejando  poco  á  poco  el  trabajo 
corporal  que  se  había  tenido  hasta  entonces  como  característico  de  la  profesión 
monástica  ;  y  la  segunda  que  salieron  de  su  primitivo  estado  de  humildad  ,  co- 
menzando á  igualarse  con  el  clero  ,  de  suerte  que  se  tenia  ya  por  cosa  santa  pa- 
sar del  estado  clerical  al  monacal ,  siendo  así  que  antes  se  habia  prohibido  con 
severas  penas.  El  papa  san  Gregorio  Magno  á  principio  del  siglo  vn  empezó  á  exi- 
mir á  los  monges  de  la  jurisdicción  episcopal;  pero,  á  lo  que  parece,  no  fué  esta 
disciplina  observada  por  las  iglesias  de  España. 

Muy  numerosos  son  los  monges  que  florecieron  en  la  España  goda  por  su 
santidad  y  ciencia,  y  algunos  de  ellos  merecen  especial  mención  ,  entre  otros  To- 


(4)    Conc.  Tolet.  IV,  c.  50  y  54  ;  Conc.  Emerit,  ann.  666,  c.  44. 


206  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ribio  de  Palencia ,  que  no  ha  de  confundirse  con  el  obispo  de  Astorga,  encarga- 
do por  Montano  obispo  de  Toledo  de  reformar  la  iglesia  de  Palencia  en  que  se  ha- 
bían introducido  algunos  abusos;  san  Victoriano,  abad  del  monasterio  de  su  nom- 
bre en  el  reino  de  Aragón:  san  Martin  de  la  Cogulla,  natural  de  Verceo  en  laRioja, 
que  vivió  en  su  juventud  en  Bilibio  ,  cerca  de  la  villa  de  Haro  ,  bajo  la  dirección 
de  un  ermitaño  llamado  Félix  ;  después  de  cuarenta  años  de  vida  solitaria  en  un 
desierto  ,  sacóle  de  allí  el  obispo  de  Tarazona  para  confiarle  una  parroquia ,  y 
murió  á  la  edad  de  cien  años  cumplidos  en  el  monasterio  fundado  por  él  en  la 
Rioja.  San  Martin  ,  fundador  del  monasterio  de  Dumio  cerca  de  Braga,  fué  insig- 
ne por  virtud  y  doctrina  ,  y  tuvo  mucha  parte  en  la  conversión  de  los  Suevos. 
San  Vincencio,  abad  del  monasterio  de  san  Claudio  en  la  ciudad  de  León,  obtuvo  por 
su  firmeza  cristiana  la  corona  del  martirio  ,  y  siguió  luego  sus  huellas  el  santo 
monge  Ramiro  con  otros  compañeros.  El  sabio  consejero  de  Recaredo,  Leandro,  fué 
monge  antes  de  ser  obispo  de  Sevilla,  y  en  el  claustro  adquirió  la  ciencia  y  el  ce- 
lo que  desplegó  después  en  su  elevado  puesto.  San  Fructuoso,  hijo  de  padres  ilus- 
tres, se  dedicó  desde  la  juventud  á  la  vida  religiosa  ,  fundó  tres  monasterios  en 
el  Bierzo  ,  otro  en  las  costas  de  Galicia  y  otro  en  la  isla  de  Cádiz.  Santa  Bene- 
dicta, doncella  de  sangre  muy  noble,  prefirió  el  desierto  ala  mano  de  un  rico 
señor  godo,  y  fundó  un  monasterio  de  ochenta  vírgenes.  El  genio  portentoso  déla 
España  goda,  el  doctísimo  varón  que  asombró  con  su  erudición  al  mundo  ,  que 
fué  el  luminar  que  alumbró  aquellos  siglos ,  y  cuyos  rayos  han  penetrado  al  tra- 
vés de  las  sucesiones  de  los  tiempos  hasta  el  presente ,  el  insigne  san  Isidoro  de 
Sevilla ,  de  quien  se  decia  en  aquel  tiempo  que  el  que  hubiese  estudiado  á  fondo 
sus  obras  podia  jactarse  de  conocer  todas  las  obras  divinas  y  humanas,  salió 
también  del  claustro  y  del  monasterio  Agaliense  de  Toledo ,  y  allí  sin  duda  reu- 
nió el  gran  caudal  de  ciencia  que  hizo  proferirá  su  siglo  en  la  expresión  hiperbóli- 
ca que  hemos  referido.  A  los  insignes  religiosos  de  que  acabamos  de  hacer  memo- 
ria, puédense  añadir :  el  obispo  de  Gerona  Juan  de  Biclar  autor  de  una  crónica 
preciosa  que  hemos  citado  varias  veces;  los  dos  Eugenios  de  Toledo  tan  famosos 
por  su  talento  ;  san  Eutropio  obispo  de  Valencia  ;  Juan  obispo  de  César  Augusta, 
hermano  de  san  Braulio  ,  mezclado  en  todos  los  asuntos  importantes  de  la  época, 
y  por  fin  santa  Florentina  virgen,  hermana  de  san  Isidoro  de  Sevilla,  que  compu- 
so ella  misma  las  reglas  para  su  convento  (1). 

Hemos  expuesto  algo  extensamente  la  constitución  de  la  iglesia  hispano-go- 
da,  porque  su  importancia  histórica  nos  ha  parecido  incontestable. 

En  aquella  época,  la  Iglesia  estaba  en  todas  partes.  Único  poder  vivificado** 
y  fundado  en  bases  distintas  de  la  fuerza  material,  era  verdadera  soberana  de 
las  almas  ,  y  los  obispos  y  el  clero  ,  con  su  ilustración  y  virtudes,  gozaban  de 
inmensa  influencia,  como  repetidas  veces  hemos  observado  en  los  capítulos 
anteriores. 

De  ahí  ese  poder  que  nos  sorprende  ahora,  esa  activa  intervención  del  cle- 


(1)  Hállanse  noticias  de  todos  estos  personages  en  la  gran  obra  de  Mabillon  y  Achery  (Acta 
sanclorum  ordinis  S.  Benedicti  t.  I,  de  S.  Turibio  monachoelogium  historicura,  p.  487;  de  S.  Vic- 
toriano p.  189  y  sig;  t.  II,  Vita  S.  Fructuosi  auctore  S.  Valerio,  p.  581,  etc.),  en  S.  Ildefonso  (de  Viris 
Ilustribus ,  c.  4 ,  6  , 7,  8  ,  10  y  13) ,  y  en  la  obra  de  Isidoro  de  Sevilla  que  lleva  igual  título  c.  3», 
41  y  45. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   GODA.  207 

ro  en  todas  las  transacciones  del  orden  social.  El  cristianismo  habíase  hecho  un 
principio  de  vida  de  las  sociedades  nacidas  de  la  conquista  bárbara;  solo  él  con- 
servaba la  existencia  moral  en  aquellas  épocas  de  iniciación  y  de  crisis.  Su  acción 
se  revela  en  las  ideas  lo  mismo  que  en  las  cosas,  y  sin  el  conocimiento  del  cris- 
tianismo desaparece  la  historia  moderna.  Hallárnosle  mezclado  así  en  los  mas 
pequeños  detalles  déla  vida  doméstica  como  en  el  gobierno  de  los  pueblos:  hasta 
que  la  revolución  francesa  de  últimos  del  pasado  siglo  cometió  el  atentado  de  re- 
chazarlo y  separarlo  definitivamente  de  sí,  el  cristianismo  dominó  los  acaeci- 
mientos todos  ,  subsistió  y  vivió  en  todas  las  ideas  y  en  todos  los  sentimientos, 
y  á  aquellos  que  tienden  de  continuo  á  achacar  á  la  influencia  y  al  poder  del 
clero  los  males  de  las  sociedades  antiguas,  que  consideran  como  un  gran  mal  lo 
que  fué  quizás  su  única  áncora  de  salvación,  diremos  lo  que  escribe  M.  Guizot 
en  su  obra  citada  tantas  veces  (1).  «El  poder  del  clero  en  aquella  época 
fué  tan  grande  como  beneficioso.  Despertó  y  escitó  en  los  bárbaros  las  ne- 
cesidades morales;  inspiró  é  impuso  el  respeto  por  los  derechos  é  infortunios 
de  los  débiles,  y  dio  el  ejemplo  de  la  fuerza  moral  cuando  era  todo  presa  de  la 
fuerza  bruta.  No  hay  idea  mas  falsa  que  atacar  una  institución  ó  una  influencia 
por  los  perniciosos  efectos  que  ha  podido  producir  después  de  siglos  de  existen- 
cia; en  la  época  en  que  se  formó  es  cuando  debe  ser  considerada  y  apreciada.» 


(< )    Histoire  des  Origines  du  Gouvernement  representa  tif  en  Europe. 


208  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 


CAPITULO   XIÍ. 

Límites  territoriales  de  la  España  goda.— Capitales  de  España.— Sus  provincias.— Capitales  délas 
provincias.— Nombres  de  las  ciudades  y  villas. — Organización  militar. — Ejército  y  sus  oficiales.— 
Armas  y  trajes  de  los  soldados. — Algunas  costumbres  del  pueblo  visigodo. — Industria. — Agri- 
cultura.— Metales  y  minas. —Comercio. — Pesas  y  medidas. — Monedas.— Marina. — Ciudades  fun- 
dadas por  los  Godos. 

España  en  liempo  de  los  Godos  no  tenia  por  fronteras  los  Pirineos  como  la 
nación  de  nuestros  dias.  El  imperio  godo  comprendía  gran  parte  del  Languedoc 
y  del  país  de  Foix,  sometidos  á  la  jurisdicción  de  Narbona,  y  las  tierras  de  Bear- 
ne  y  Gascuña,  que  eran  de  la  provincia  Tarraconense  y  tenían  el  nombre  general 
de  Hispano-Vasconia.  Esta  Vascuña  española,  aunque  situada  á  la  otra  parle  de 
los  Pirineos,  distinguíase  de  la  segunda  mas  septentrional,  la  que  unas  veces  in- 
dependiente y  otras  aliada  de  los  duques  de  Aquitania,  no  reconocíala  domina- 
ción goda.  La  cordillera  pirenaica  pertenecía,  pues,  por  completo  á  España  y  no 
como  ahora  solo  en  sus  faldas  meridionales  (1). 

Varios  escritores  ponen  la  corte  de  los  reyes  godos,  quien  en  Barcelona  quien 
en  Evora,  y  quien  en  otras  ciudades  menos  principales.  Pero  dejando  apar- 
te la  época  en  que  los  Godos  no  se  habían  fijado  todavía,  y  llevaban,  por  decirlo 
así  una  existencia  nómada,  es  indudable  que  el  primero  que  tuvo  su  corte  en  Es- 
paña, que  fué  el  rey  Amalarico,  la  fijó  en  Sevilla,  y  allí  se  mantuvo  hasta  el  rei- 
nado de  Atanagildo  que  la  trasladó  á  Toledo.  La  corte  estuvo  en  la  Galia  durante 
cuarenta  y  dos  años,  desde  469  hasta  511;  en  Sevilla  cuarenta  y  tres,  desde 
511  hasta  554,  y  en  Toledo  por  fin  ciento  cincuenta  y  seis  años,  des- 
de 554  hasta  711.  Los  Suevos,  que  reinaron  en  competencia  de  los  Godos 
ciento  setenta  y  ocho  años,  desde  409  hasta  587,  tuvieron  casi  siempre  la 
corle  en  la  ciudad  de  Braga,  capital  de  la  provincia  que  les  tocó  en  suerte  al  liem- 
po de  la  invasión.  Los  caudillos  de  los  Vándalos  y  de  los  Alanos  en  el  poco  tiem- 
po que  ocuparon  los  primeros  la  Bélica  y  los  segundos  la  Lusitania,  habitaron 
particularmente  las  ciudades  de  Sevilla  y  Mérida. 

La  metrópoli  de  toda  España,  desde  la  época  de  Constantino ,  era  Sevilla  ,  y 
los  reyes  godos  la  reconocieron  por  tal,  residiendo  en  ella  hasta  que  las  armas  de 
Jusliniano  hubieron  sometido  la  Bélica.  Entonces  fué  cuando  Atanagildo  trasladó 
á  Toledo  la  sede  del  gobierno,  si  bien  Sevilla,  alo  que  diceMasdeu,  continuó  con- 
servando los  honores  de  capital  de  la  Península,  aun  cuando  la  corte  no  residiese  en 


(2)    Oienart,  Notitia  utriusque  Vasconiuo,  lib.  III  c.  I,  p.  386. 


CAP.    XII.— ESPAÑA   GODA.  209 

ella,  hasta  mediados  del  siglo  vn,  como  lo  prueba  la  relación  del  viaje  de  Tajón  á  Ro- 
ma, que  sucedió  por  aquel  tiempo,  en  que  se  da  todavía  á  esta  ciudad  el  título  de 
metrópoli  de  España.  Por  los  años  de  622,  habiendo  ya  los  reyes  godos  arrojado 
á  los  Imperiales,  podian  reponer  la  corte  en  su  antiguo  lugar,  pero  como  habían 
pasado  setenta  yocho  años  y  se  hallaban  bien  colocados,  dice  Masdeu,  no  lo  hicie- 
ron por  entonces  ni  después,  y  así  poco  á  poco  fué  perdiendo  Sevilla  los  honores 
de  capital  y  adquiriéndolos  Toledo.  Parece  que  puede  fijarse  la  época  de  esta  no- 
vedad por  los  años  615,  en  que  Toledo  recibió  nuevo  lustre  y  amplitud  por  bene- 
ficio del  rey  Wamba. 

Las  provincias  de  nuestra  península,  cuando  entraron  en  ellas  los  pueblos 
septentrionales,  eran  según  la  última  división  atribuida  á  Constantino,  en  núme- 
ro de  siete,  como  ya  sabemos;  cinco  internas, la  Tarraconense,  la  Cartaginense,  la 
Galicia,  la  Lusitania  y  la  Bélica,  y  dos  externas,  la  Mauritania  Tingitana  y  las  Is- 
las Baleares.  España  perdió  la  última  poco  después  de  la  invasión,  y  adquirió  en 
cambio  la  Galia  Narbonense,  conquistada  por  los  Godos  (I).  El  desmembra- 
miento de  las  Baleares  se  verificó  en  el  año  455  ó  456,  en  cuyo  tiempo  los  Ván- 
dalos se  apoderaron  de  ellas,  sujetándolas  en  lo  temporal  á  su  gobierno  de  África, 
y  en  lo  espiritual  al  de  Cerdeña,  de  que  también  eran  dueños.  Por  espacio  de  se- 
tenta años,  las  Islas  Baleares  dependieron  de  esta  jurisdicción,  si  puede  darse  este 
nombre  al  gobierno  de  los  Vándalos,  hasta  que  destruido  su  imperio  por  las  ar- 
mas de  Belisario,  pasaron  á  poder  del  emperador  de  Oriente.  Justiniano  se  apode- 
ró también  en  aquel  entonces  de  la  Mauritania  Tingitana,  que  habia  estado  so- 
metida á  los  Vándalos  todo  el  tiempo  que  duró  su  imperio  de  África,  y  mandó 
repararla  ciudadela  de  Ceuta,  obra  de  los  Romanos,  que  estaba  casi  arruinada. 
Hemos  visto  como  Teudis,  que  intentó  reconquistar  la  plaza,  fué  rechazado  con 
pérdida;  pero  sin  embargo,  así  Ceuta  como  toda  la  provincia  designada  con  el 
nombre  de  Mauritania  Tingitana  volvieron  á  poder  de  los  Godos,  sin  que  sepa- 
mos, observa  Masdeu,  cuando  y  de  que  modo  fueron  reconquistadas,  y  san  Isido- 
ro de  Sevilla  en  el  siglo  vn,  las  cita  ya  en  el  número  de  sus  posesiones. 

La  España  goda  contaba,  pues,  como  la  España  romana  las  mismas  siete 
provincias,  si  bien  la  Narbonense  habia  tomado  el  lugar  de  las  Islas  Baleares. 
La  Vasconia  gala  no  era  una  provincia  distinta  ,  y  formaba  parte  de  la  Tarraco- 
nense. La  Carpetania  empezó  á  tomar  el  título  de  provincia  en  el  año  de  554  ,  y 
á  su  tiempo  veremos  lo  que  á  ello  dio  motivo. 

Las  capitales  de  dichas  provincias  eran  las  mismas  que  lo  fueron  en  tiempo 
de  los  Romanos ,  á  saber:  Tarragona,  Cartagena,  Braga,  Mérida,  Córdoba,  Nar- 
bona  y  Tánger ,  pudiendo  únicamente  suscitarse  alguna  duda  acerca  de  Braga  y 
Cartagena,  contra  las  cuales  alegaban  derechos  las  ciudades  de  Lugo  y  de  Tole- 
do. La  primera  no  tenia  á  su  favor  sino  haber  sido  en  algún  tiempo  iglesia  me- 
tropolitana, pero  Braga  no  dejó  por  ello  de  serlo,  y  cuando  se  destruyó  por  fin  el 
reino  de  los  Suevos,  volvió  á  intitularse  como  antes  capital  de  toda  la  provincia. 
Mayores  dificultades  existen  por  lo  que  loca  á  Toledo,  pues  aun  cuando  es  indu- 


(1)  Masdeu  pretende  que  esta  provincia  se  llamó  Septimania  por  los  Septimani  ó  colonos  de  la 
legión  séptima,  que  se  establecieron  en  Beziers,  y  que  habiendo  tomado  después  el  nombre  de  Golhia, 
se  formó  el  nombre  de  Landgollüa  y  por  fin  el  de  Languedoc  Ambas  etimologías  nos  parecen  muy 
fundadas. 

TOMO  II.  2"í 


210  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

dable  que  tuvo  los  honores  de  metrópoli  de  la  Cartaginense  ,  se  ha  discutido  mu- 
cho acerca  del  origen  de  semejante  hecho.  Para  comprender  este  suceso,  preciso 
es  tener  presentes  algunos  hechos  notables  de  la  historia.  La  irrupción  de  los 
Vándalos,  que  asolaron  á  Cartagena  en  el  año  425,  y  la  dominación  de  los  em- 
peradores griegos ,  que  duró  en  España  sesenta  y  ocho  años ,  desde  554  á  622, 
son  las  verdaderas  causas  de  la  novedad  de  que  tanto  se  disputa.  Toledo  recibió 
los  honores  de  capital  de  provincia  después  del  año  425  y  prosiguió  en  tenerlos 
aun  después  de  restablecida  Cartagena,  por  mas  que  esia  se  los  disputase  de  contí- 
nuosin  renunciar  jamás  á  su  antigua  prerogativa.  Son  prueba  deesia  contiendalos 
dos  concilios  casi  coetáneos,  el  de  Tarragona  del  año  516,  y  el  de  Toledo  de  527; 
pues  Hedor,  obispo  de  Cartagena,  que  asistió  al  primero  ,  y  Montano,  obispo  de 
Toledo,  que  presidió  el  segundo,  dieron  entrambos  á  sus  iglesias  el  título  de  me- 
tropolitanas. Con  la  entrada  de  los  Imperiales  en  España,  legitimaron  uno  y  otro 
sus  pretensiones,  pues  dividida  en  dos  la  provincia  Cartaginense,  Cartagena,  en 
la  cual  residían  los  representantes  de  los  emperadores  griegos ,  fué  reconocida 
por  capital  de  la  Contestania,  y  Toledo,  donde  los  reyes  godos  pusieron  su  cor- 
te, quedó  capital  de  la  Carpetania.  Estos  eran  entonces  los  verdaderos  territorios 
de  las  dos  capitales;  pero  como  sus  respectivos  soberanos  aspiraban  uno  y  otro 
al  dominio  de  toda  la  provincia ,  así  cada  una  de  las  dos  ciudades ,  no  contentas 
de  su  territorio,  se  intitulaba  capital  de  toda  la  provincia  sin  serlo  absolutamente 
sino  de  la  mitad.  Tuvieron  fin  las  diferencias  cuando  el  rey  Suintila  acabó  de 
arrojar  á  los  Imperiales,  pues  volviendo  á  formarse  de  los  dos  dominios  una  pro- 
vincia sola  ,  fué  necesario  reconocer  una  sola  capital.  Cartagena  lo  habia  sido 
siempre  y  de  ella  lomaba  su  denominación  toda  la  provincia,  mas  á  pesar  de  esto 
prevaleció  la  ciudad  de. Toledo  ,  por  el  respeto  de  ser  corte  de  los  reyes  ,  y  tomó 
la  jurisdicción  sobre  toda  la  provincia,  que  conservó  por  espacio  de  ochenta  y 
nueve  años,  hasta  la  invasión  de  los  Árabes. 

Las  provincias  y  sus  ciudades  conservaron  generalmente  bajo  el  gobierno 
godo  los  mismos  nombres  que  tenían  en  tiempo  de  los  Romanos,  como  se  ve  por 
todos  los  autores  de  aquella  edad  y  en  particular  por  las  relaciones  geográficas 
del  Anónimo  de  Ravena.  En  su  historia  de  la  España  árabe,  donde  Masdeu  trata 
con  mucha  erudición  de  la  geografía  de  la  edad  media,  demuestra  que  los  nom- 
bres de  Catalaunia,  Portugalia,  Andalucía,  Sibilia,  Granata  y  así  otros  muchos, 
cuyo  origen  se  atribuye  por  varios  autores  á  los  Vándalos  y  Godos ,  son  de  edad 
mas  reciente  y  muchos  de  ellos  arábigos.  Los  Romanos  añadieron  á  las  ciudades 
de  España  varios  renombres  como  los  de  Julia,  Flavia,  Augusta,  Ccesarea,  foga- 
ta, y  otros  semejantes ;  de  todos  se  perdió  la  memoria  en  tiempo  de  los  Godos,  y 
solo  Córdoba  conservó  el  de  Patricia,  según  lo  vemos  repetido  en  muchas  mone- 
das acuñadas  en  dicha  ciudad. 

La  organización  militar  de  los  Godos  acercábase  mas  á  los  sistemas  modernos 
que  al  de  las  antiguas  legiones.  Fundábase  sobre  la  base  decimal,  como  el  de  la 
mayor  paite  de  los  pueblos  de  raza  germana.  Los  regimientos  de  que  se  componía 
la  milicia  gótica  eran  de  mil  hombres  cada  uno,  cuyo  jefe  se  llamaba  millenarius, 
ó  tiufade,  que  significaba  ,  dicen  ,  en  lengua  gótica  persona  alta  y  sublime  (1). 


(1)    Se  ha  escrito  mucho  sobre  esta  palabra,  pero  todo  induce  a  creer  que  el  tiufade  y  el  mile^ 


CAP.    XII  —ESPAÑA   GODA.  211 

El  regimiento  se  dividía  en  dos  batallones  de  quinientos  hombres ,  el  bata- 
llón en  cinco  compañías  de  cien  hombres ,  y  la  compañía  en  diez  piquetes  de 
diez  hombres  cada  uno,  llamándose  sus  respectivos  oficiales  quinquenarios,  cen- 
tenarios y  decanos,  según  el  número  de  soldados  que  tenían  bajo  sus  órdenes. 
Había  además  oficiales  annonarios,  que  eran  como  proveedores  ó  comisarios  de 
guerra,  y  otros  llamados  compulsores  (1),  que  tenían  el  cargo  de  hacer  levas  y 
reclutas.  El  general  del  ejército,  que  se  llamaba  entonces  prwposüus  os tis,  ó  pre- 
sidente de  la  hueste,  era  generalmente  un  duque,  pero  aveces  se  fiaban  las  expe- 
diciones á  un  conde,  como  en  el  dia  á  un  teniente  general.  Las  embajadas  milita- 
íes  para  los  tratados  de  paz,  se  solían  encargar  á  los  obispos,  costumbre  que  no 
fué  solo  de  los  Godos,  sino  también  de  los  Suevos  y  aun  de  los  Frankos.  Idacio 
trató  las  paces  entre  los  Suevos  y  Gallegos;  san  Epifanio,  entre  el  emperador  y  el 
rey  Eurico;  Argebaldo,  entre  el  rey  Wamba  y  los  rebeldes  de  Nimes,  y  así  otros 
muchos  tuvieron  semejantes  cargos. 

Estaban  sujetos  á  las  levas  en  tiempo  de  guerra  todos  los  varones,  excepto  los 
niños,  viejos  y  enfermos,  y  los  que  estaban  en  actual  servicio  del  público  ó  de  la 
persona  real ;  quien  tenia  siervos  se  habia  de  llevar  consigo  la  décima  parte  de 
ellos  (2),  proveyéndolos  por  su  cuenta  de  todas  las  armas  necesarias  defensivas  y 
ofensivas.  Quien  se  ausentaba  ó  escondía  para  no  seguir  el  ejército,  perdía  todos 
sus  bienes  y  era  condenado  á  destierro  si  era  persona  muy  elevada  por  su  noble 
empleo,  y  si  no  era  de  tanta  distinción,  fuese  noble  ó  plebeyo,  incurría  en  la  pena 
de  azotes  y  de  decalvacion;  si  bien  estas  penas  tan  rigurosas  se  templaron  en  cier- 
to modo  en  el  concilio  Toledano  XII ,  á  instancia  del  rey  Ervigio.  Los  oficiales  así 
superiores  como  subalternos  que  recibían  regalos  de  cualquiera  que  fuese  para 
eximirlos  de  la  guerra ,  debian  doblar  cuatro  veces  lo  que  habían  recibido ,  y  pa- 
gar por  otra  parte  al  rey  el  valor  de  ciento  cuarenta  y  cuatro  escudos.  Si  dispen- 
saban del  servicio  á  un  soldado,  ó  le  daban  licencia  para  volverse  á  su  casa,  paga- 
ban la  pena  en  dinero  á  su  centuria  ó  compañía,  según  la  tasa  impuesta  por 
las  leyes,  que  penaban  al  tiufade  en  veinte  sueldos,  al  centenario  en  diez  y  al  de- 
cano en  cinco.  Los  gobernadores  no  podian  negar  á  los  annonarios  cosa  alguna 
que  pidiesen  por  orden  del  general  para  la  manutención  del  ejército,  y  si  la  ne- 
gaban, se  les  obligaba  á  pagar  de  su  caudal  cuatro  veces  mas  de  lo  que  se  les 
pidió. 

El  centenario  que  desamparaba  el  servicio  en  tiempo  de  guerra,  era  conde- 
nado á  la  decapitación  (3),  y  si  entraba  en  el  orden  eclesiástico  para  salvar  la 


nario  eran  una  misma  cosa.  El  autor  riel  Fuero  Juzgo  traduce  el  nombre  tiufade  por  el  quehí  cn- 
guarda  mil  caballeros  en  la  hueste  Fuero  Juzgo,  lib.  IX,  t.  II,  1. 4. 

(1)  Estos  eran  siervos  del  rey,  serví  dominici,  según  los  califica  el  código  de  los  Visigodos,  lib. 
IX,  t.  II,  1.2. 

(2)  En  un  principio  no  fué  mas  que  la  vigésima,  pero  Wamba  dispuso  que  fuese  la  décima. 
Sin  que  pueda  explicarse  la  causa,  el  Fuero  Juzgo  dice  la  mitad  donde  se  expresa  la  décima  en  el 
texto  latino  original. — Et  ideo  id  decreto  speciali  decernimus,  ut  quisquís  ille  est,  sive  sit  dux,  sive 
comes  atquc  gardingus,  seu  sit  Gothus,  siveRomanus,  necnon  ingenuus  quisque,  vel  etiam  manu- 
missus,  sed  etiam  quislibet  ex  servís  fiscalibus,  quisquís  horum  estin  exercitum  progressurus.  de- 
cimam  partem  servorum  suorum  secum  in  expeditíonem  bellicam  ducturus  accedat.  (Lib  Iud,  lib. 
IX,  t.  H,l.  9). 

(3)  Si  quis  centenarius  dimittens  in  hostem  ad  domum  suam  refugerit  capitali  supplicio  subja- 
ccbit.  Id.,  lib.  IX  t.  II,  1.  3. 


212  HISTORIA  GENERAL   DE    ESPAÑA. 

vida  debia  sufrir  la  pena  pscuniaria  de  seiscientos  escudos,  que  se  repartían  entre 
los  soldados  de  su  compañía.  Los  demás  desertores,  si  eran  oficiales  de  inferior 
graduación,  pagaban  á  la  compañía  veinte  escudos,  y  si  eran  meros  soldados,  re- 
cibían cien  azotes  in  convenía  merientium  publicé,  es  decir  delante  de  la  tropa,  y 
no  en  el  mercado  ante  todos,  como  tradujo  por  mala  inteligencia  el  autor  del  Fuero 
Juzgo.  Al  hallarse  alguna  ciudad  ó  villa  en  necesidad  urgente,  ó  por  invasión  de 
sus  enemigos  ó  por  levantamiento  de  sus  ciudadanos,  todos  los  habitantes  de  los 
lugares  inmediatos,  nobles  y  plebeyos,  seculares  y  eclesiásticos,  tenían  obligación 
de  marchar  inmediatamente  á  socorrer  la  plaza  bajo  pena  de  destierro  y  confisca- 
ción de  bienes  si  eran  obispos,  duques  ú  otras  personas  de  elevada  posición,  y  de 
infamia  y  servidumbre  si  eran  menos  distinguidos,  sin  exceptuar  clérigos  ni  no- 
bles (1).  El  botin  y  los  despojos  de  la  guerra  eran  para  la  tropa,  ya  de  un  modo, 
ya  de  otro,  según  las  disposiciones  del  general,  y  si  alguno  recobraba  de  mano 
del  enemigo  cualquiera  cosa  que  hubiese  pertenecido  á  un  compatriota  suyo,  la 
tercera  parte  del  valor  era  para  sí  y  los  otros  dos  tercios  para  el  dueño  (2). 

Los  Godos  tenían  buena  infantería,  pero,  al  revés  de  los  Suevos,  eran  mas 
temibles  como  gine!es  que  como  peones.  Sus  armas  defensivas  eran  el  yelmo,  la 
coraza,  el  escudo  y  la  cota  de  hierro;  y  sus  armas  ofensivas,  la  lanza,  el  dardo, 
la  flecha  con  punta  de  acero  ó  con  betún  ardiente,  la  espada  ancha  y  larga  de  dos 
filos  llamada  spathus  (3),  la  pica,  el  puñal  llamado  sarama,  etc.  El  traje  militar  se 
distinguía  poco  del  de  los  demás  ciudadanos:  el  soldado  llevaba  un  sayo  de  lana 
ó  de  piel,  y  el  gran  calzón  forrado.  Debe  no  obstante  creerse  que  con  el  tiempo 
se  iria  modificando  la  manera  de  vestir.  Vérnoslos  representados  del  modo  dicho 
en  dos  monumentos  de  época  distinta,  pero  de  igual  autoridad  histórica,  á  saber: 
en  la  coluna  de  Arcadio  en  Conslantinopla,  y  en  la  puerta  déla  iglesia  de  san  Pe- 
dro de  Villanueva  (4).  Además  délas  armas  propias  de  los  antiguos  españoles 
y  de  las  que  introdujeron  Romanos  y  Godos,  se  hacia  uso  en  España  de  algunas 
otras  extranjeras,  como  eran  la  cateya  teutónica,  que  era  un  dardo  pesado  que 
hería  con  mucha  fuerza,  y  el  hacha  que  llamaban  francisca  por  haberla  tomado 
de  los  Francos. 

Los  Godos  aprendieron  de  los  Romanos  su  táctica  á  campo  raso  y  su  sistema 
de  sitiar  las  plazas ;  de  su  sistema  de  fortificación  y  de  su  arquitectura  hablare- 
mos en  su  lugar  oportuno. 

Los  Godos  conservaron  en  España  la  costumbre  de  vestirse  de  pieles,  traí- 
da por  ellos  del  Septentrión  ,  donde  es  preciso  semejante  costumbre  á  causa  del 
rigor  del  clima.  A  los  Romanos  causó  gran  sorpresa  la  singularidad  de  este  traje, 
y  sus  poetas  é  historiadores  lo  consideraron  como  un  rasgo  característico  del 
pueblo  godo.  En  uno  de  sus  poemas,  Claudiano  llama  á  una  reunión  de  Godos 
una  asamblea  velluda: 

Pellila  Gelarum 
Curia  (5).... 


(1)  Lib.  Iud  ,  lib.  IX,  t.  II,  1.  8. 

(2)  Id.,  1.  7. 

(3)  De  ahí  las  palabras  spalhariu?,   comes  spathariorum,prolo  spalharius. 

(4)  Fundada  porErmenesinda,  hermana  del  reyFruela. 

(5)  Ciaud.,  de  Bello  Gothico,  v.  461. 


CAP.    XII.— ESPAÑA   GODA.  213 

Los  Godos  llevaban  todos  el  cabello  largo ,  y  el  solo  epíteto  de  cabelludo 
bastaba  para  distinguir  á  un  bárbaro  de  un  Romano  (1).  Era  tan  característica 
esta  diferencia ,  que  el  Godo  que  cortaba  sus  cabellos  á  la  romana,  declaraba  con 
ello  renunciar  á  su  nación  y  hacerse  romano.  Semejante  costumbre  se  conservó 
en  la  España  gótica ,  y  Moníesquieu  dice  que  una  larga  cabellera  era ,  propiamente 
hablando,  la  diadema  de  sus  reyes.  En  la  colección  de  medallas  de  los  reyes 
godos,  publicada  por  Velazquez  en  1759,  todos  los  bustos  están  representados 
con  los  cabellos  largos ,  partidos  sobre  la  frente ,  y  cayendo  por  ambos  lados  del 
rostro. 

Ignórase  sin  embargo  si  los  Godos  cortaban  algo  de  su  cabellera,  limitán- 
dose como  los  Francos  á  mantenerla  de  cierto  tamaño,  ó  sí  dejaban  que  creciera 
sin  cortarla  en  tiempo  alguno.  Entre  los  Francos  solo  los  miembros  de  la  familia 
que  ocupaba  hereditariamente  el  trono,  habían  de  dejar  crecer  sus  cabellos  durante 
toda  su  vida,  y  á  este  propósito  dice  lo  siguiente  el  historiador  Agustin  Thierry: 
«Según  una  costumbre  antigua,  nacida  probablemente  de  una  institución  religio- 
sa, era  atributo  particular  de  esta  familia  (la  de  los  Merovingios)  y  símbolo  de 
su  derecho  hereditario  á  la  dignidad  real,  una  larga  cabellera  conservada  in- 
tacta desde  el  instante  del  mismo  nacimiento ,  á  la  cual  las  tijeras  ni  hierro  al- 
guno podían  jamás  tocar.  Los  descendientes  del  anciano  Meroveo  (Mero-  Wig) 
se  distinguían  por  esto  entre  todos  los  Francos ,  y  bajo  el  traje  mas  vulgar  eran 
siempre  reconocidos  por  su  cabellera  que,  ya  trenzada,  ya  flotando  en  libertad, 
cubría  sus  espaldas  y  les  llegaba  hasta  la  cintura  (2).  Despojarse  de  la  menor 
parte  de  este  adorno ,  era  profanar  su  persona,  quitarle  el  privilegio  de  la  con  - 
sagracion,  y  suspender  sus  derechos  á  la  soberanía,  suspensión  que  el  uso  limi- 
taba por  tolerancia  al  tiempo  necesario  para  que  los  cabellos ,  creciendo  de  nuevo, 
hubiesen  llegado  á  cierta  medida.  Un  príncipe  merovingio  podia  sufrir  de  dos 
maneras  esta  deposición  temporal ,  ó  bien  cortando  sus  cabellos  á  la  usanza  de 
los  Francos,  es  decir  á  la  altura  del  cuello,  ó  bien  rapándolos  al  estilo  romano, 
género  de  degradación  mas  humillante  que  el  otro ,  que  iba  acompañado  por  lo  re- 
gular de  la  tonsura  eclesiástica. »  Si  el  príncipe  despojado  de  su  cabellera  era 
joven,  se  le  aplicaba  este  dicho  popular:  «  El  árbol  es  tierno  aun,  y  sus  hojas  re- 
toñarán de  nuevo  (3).  »  No  podia  esto  decirse  de  los  reyes  y  ciudadanos  godos. 
Una  vez  habia  el  hierro  cortado  su  cabellera ,  habían  de  renunciará  toda  partici- 
pación en  los  cargos  políticos  y  civiles ,  y  solo  les  quedaba  abierta  la  carrera  de 
la  iglesia. 

Los  vestidos  ordinarios  de  los  Godos  eran:  el  stringium,  especie  de  túnica 
muy  antigua,  deque  se  halla  memoria  en  Plauto;  el  amiculum,  que  era  un 
manto  de  lino ,  con  que  se  distinguían  antiguamente  las  meretrices ,  pero  que  en 


(4)  Claudiano  describiendo  un  consejo  de  Godos  celebrado  por  Alarico  ¿dice:  Crinigeri  sedere 
patres. 

(2)  Solemne  enim  est  Francorum  regibus  numquam  tonderi:  sed  á  pueris  intonsi  manent:  cas- 
saries  tota  decenter  eis  in  humeros  propendet:  anterior  coma  é  fronte  discriminata  in  utrumque 
latus  deflexa....  idque  velut  insigne  quoddam  eximiaque  honoris  praerogativa  regio  generi  apud 
eos  tribuitur.  Subditi  enim  orbiculatim  tondentur.  Ex  Agathae  Historia;  apud  Script.  Rerum  Fran- 
cic  ,  t.  II,  p.  49. 

(3)  In  viridi  ligno  has  frondes  succisae  sunt,  nec  omnino  erescunt,  sed  velociter  emergent  ut 
crescere  queant.  Greg.  Turón.  Hist.,  1.  II,  p.  185. 


214  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

la  época  de  que  tratamos  se  hizo  de  un  uso  general ;  el  retiolum,  que  era  una  red 
para  tener  recogidos  los  cabellos,  el  mantum,  que  servia  á  manera  de  manguito 
para  cubrir  las  manos  y  que  formaba  parte  del   traje  militar  de  un  Godo,  y  el 
camisum ,  camisa,  que  se  hacia  de  tela  como  ahora :  estos  eran  los  principales  y 
ordinarios  vestidos ,  pero  habia  otros   mas  nobles  y  de  mayor  gasto,  ya  de  telas 
de  seda  ó  de  paño  finísimo,   pues  las  lanas  españolas  eran  tan  estimadas  como 
antes  por  sus  colores  vivos  y  hermosos.  Las  mesas  eran  espléndidas  y  ardían  en 
ellas  las  velas  de  cera.  Los  juegos,  la  caza  y  los  teatros  absorvian  mucho  dinero. 
Los  hombres  se  afeitaban   con  tijera  y  aun  con  navaja,  y  se  peinaban  con  mucho 
aseo,  formando  con  las  guedejas  unos  pequeños  rizos  que  llamaban  granos;  las 
mugeres  se  servían  de  espejos ,  se  lavaban  con  albornías  de  plata ,  bebían  en  co- 
pas de  oro,  se  adornaban  con  diamantes  y  otras  piedras  preciosas,  y  se  cargaban 
de  anillos  de  oro  todos  los  dedos  de  la  mano  (1).  Al  terminar  el  período  romano, 
hemos  visto  hasta  que  punto   reinaba  el  fausto  y  el  lujo  entre  los  pueblos  de  la 
Península,  y  si  las  calamidades  de  la  conquista  y  el  espíritu  cristiano  debilitaron 
por  algún  tiempo  en  España  el  deseo  de  poseer  y  gozar  de  las  comodidades  todas 
de  la  vida,  este  deseo  no  tardó  en  renacer  con  su  antigua  fuerza  comunicándose 
á  los  mismos  conquistadores.   En  nuestro  sucesivo  examen  de  la  vida  interna, 
por  decirlo  así,   de  nuestra  patria  bajo  la  dominación  goda ,   tendremos  ocasión 
mas  de  una  vez  de  manifestar  hasta  que  punto  se  llevaba  en  España  el  refina- 
miento de  las  artes  todas.   En  Andalucía  particularmente  debia  ser  el  lujo  muy 
grande ,   según  puede  colegirse  de  las  relaciones  de  Procopio,  que  pinta  por 
una  parle  la  gran  miseria  de  los  naturales  de  Mauritania ,   y  por  otra  la  magni- 
ficencia que  habían  introducido  en  ella  los  Vándalos  después  de  haber  vivido  diez 
y  ocho  años  en  la  Bética.  «Aquellos  hombres ,  dice  Procopio ,  viven  con  delicadeza 
increíble,  al  contrario  de  los  Mauritanos,  que  son  miserabilísimos.  Desde  que  en- 
traron en  África,  dispusieron  mesas  espléndidas ,  cubriéndolas  cada  día  de  lo  me- 
jor que  produce  aquel  terreno.   Yan  vestidos  de  seda  y  con  ropajes  del  mas  alto 
precio ;  pasan  el  tiempo  en  los  teatros  ,  en  las  corridas  de  caballos ,  en  la  caza  y 
en  toda  especie  de  diversiones :  el  baile ,  la  comedia ,  la  música ,  el  canto  y  todo 
lo  que  sirve  de  deleite,  les  agrada  infinitamente:   se  recrean  en  los  jardines  con 
banquetes  magníficos  á  la  sombra  de  los  árboles  y  al  fresco  de  los  arroyos  (2). » 
Diez  y  ocho  años  de  permanecencia  en  el  mediodía  de  España  habían  bastado  pa- 
ra inspirarles  estos  gustos,  que  por  otra  parte  no  cambiaron  en  nada  su  ferocidad 
natural ,   dado  caso  de  que  no  dieran  por  efecto  el  aumentarla.   Los  gastos  que 
se  hicieron  en  Francia  para  el  viaje  de  la  princesa  Ringunda,   prometida  al  rey 
Recarcdo ,  pueden  darnos  una  idea  del  lujo  con  que  se  celebraban  en  España  los 
casamientos.  Llevaba  cincuenta  carros  de  equipage,  mas  de  cuatro  mil  personas 
de  servicio  y  un  número  correspondiente  de  caballos  con  frenos  de  oro  y  muy 
preciosos  jaeces.  Aun  en  los  casamientos  de  particulares  llegó  el  lujo  á  tal  exceso, 
que  las  leyes  hubieron  de  ponerle  lasa ,   mandando  que  ninguno  pudiese  dar  en 
dote  mas  de  la  décima  parte  de  sus  bienes ,  y  fuera  de  esto  que  los  grandes  y  sé- 
niores no  pudiesen  regalar  á  la  novia  sino  diez  pajes,   diez  doncellas  y  veinte 


(4)    Isid.  Hispal.  ^Elimologiarum,  1.  XIX,  c.  23,  24,  25,  28,  31  et  32,  p.  500,  etc. 
(2)    Procopio.  de  Bello  Vandálico,  1.  IV,  p.  349. 


CAP.    XII. —  ESPAÑA   GODA.  215 

caballos,  y  en  ornamentos  mugeriles  el  valor  de  mil  sueldos  ó  sean  dos  mil  escu- 
dos de  oro. 

De  las  artes  é  industria  de  la  España  goda,  no  tenemos  casi  otras  noticias 
sino  las  que  nos  dio  san  Isidoro  de  Sevilla  en  su  obra  de  las  Etimologías.  Por 
lo  que  toca  en  general  á  hilar  y  tejer,  nombra  el  santo  la  mataxa,  madeja,  el 
gubellum,  ovillo  ,  la  trama ,  y  el  licium,  que  son  los  lizos  por  donde  pasa  el  ur- 
dido. Entonces,  como  ahora,  se  hacían  de  tela  el  camisum,ú  sabanum,\&  cortina, 
cuyo  nombre  ha  pasado  sin  alteración  á  nuestra  lengua  ,  el  mantelium,  que  servia 
como  ahora  los  manteles  para  cubrir  la  mesa,  y  así  otras  muchas  cosas  seme- 
jantes para  el  servicio  doméstico.  Hay  también  memoria  de  tejidos  de  seda,  de 
paños  de  lana,  de  hilos  y  cordones  de  oro,  de  vidrios  de  varios  colores  y  de  ma- 
nufacturas de  metal ,  particularmente  de  plata  y  acero ,  según  tendremos  ocasión 
de  ver  en  el  capítulo  que  consagraremos  á  las  bellas  artes. 

JEran  sin  duda  los  Godos  muy  aficionados  á  la  guerra  y  al  ejercicio  de  las 
armas,  mas  luego  que  se  establecieron  en  nuestra  península  y  vieron  que  los 
Españoles  se  ejercitaban  en  la  labranza,  empezaron  a  seguir  en  esto,  como  en 
otras  cosas,  el  ejemplo  de  la  nación.  Según  hemos  dicho  en  otro  lugar  de  la  pre- 
sente obra,  el  nuevo  gobierno  en  la  época  de  la  invasión  dividió  las  tierras  de  cul- 
tivo en  tres  partes,  dejando  una  para  los  nacionales,  y  señalando  las  otras  dos 
para  los  conquistadores ,  sin  que  unos  pudiesen  entrar  por  ningún  título  en  las 
haciendas  de  los  otros  sin  expresa  licencia  del  rey.  Solo  era  permitido  penetrar 
por  los  yermos  y  despoblados  de  que  no  se  habia  hecho  división.  La  medida  or- 
dinaria de  cada  campo  era  de  cincuenta  aripennes  ó  sean  veinte  y  cinco  yuga- 
das; las  haciendas  estaban  divididas  unas  de  otras  con  mojones  de  piedra  labra- 
da, y  era  tan  grande  el  rigor  con  que  mandaba  la  ley  respetarlos,  que  por  cada 
mojón  que  uno  moviese  sin  autoridad  pública,  se  le  daban  cincuenta  azotes  si  era 
esclavo ,  y  si  era  hombre  ingenuo ,  se  le  condenaba  á  pagar  cuarenta  escudos  al 
dueño  del  terreno  (1).  Hemos  dicho  también  la  minuciosidad  con  que  protegieron 
las  leyes  visigodas  los  dos  ramos  de  la  industria  rural ,  el  cultivo  y  la  ganadería, 
y  desplegábase  gran  severidad  contra  los  que  causaban  algún  daño  así  á  las 
tierras  ó  á  los  frutos  y  cosechas  como  á  los  animales  de  carga  ó  de  labranza. 
Quien  robaba  uva  ó  quemaba  viña  habia  de  pagar  doblado  de  lo  que  habia  ro- 
bado ó  quemado ;  si  alguno  cortaba  un  árbol  ageno,  se  le  penaba,  según  la  cali- 
dad del  árbol ,  en  diez  escudos ,  por  un  olivo ,  seis  por  un  manzano ,  cuatro  por 
una  encina  y  dos  por  otros  árboles  inferiores  (2) ;  y  asimismo  al  que  afeaba  un 
buey  ó  caballo ,  cortándole  la  cola  ó  las  astas ,  se  le  condenaba  inmediatamente  á 
la  pena  pecuniaria  de  un  tremisse ,  que  valia  unos  trece  reales.  Estas  disposiciones 
y  otras  análogas,  que  se  hallan  derramadas  por  el  código  de  las  leyes  visigodas, 
principalmente  sobre  arriendos  y  términos ,  prueban,  repetimos  aquí,  que  los  Go- 
dos ,  auuque  guerreros ,  amaban  y  protegían  la  agricultura.  En  efecto ,  desde  el 
primer  siglo  de  su  gobierno,  el  trigo  cuyo  cultivo  habia  sido  abandonado,  volvió 


(4)    Lib.  Iud.  lib.  X,  t.  III,  1.  2.  De  collicis  etevulsis  limitibus. 

(2)    Si  quis,  inscio  domino,  alienam  arborem  inciderit:  si  pomífera  est,  det  solidos  III;  si  oliva, 
det  solidos  V;  si  glandifera  major  est,  det  solidos  II,  si  minorest,  det  solidumunum,  etc.  Lib.  Iud., 

lib.  viu,  t.m.  i.4. 


21 G  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 

á  abundar  en  España,  como  en  la  época  de  los  Romanos ,  y  según  se  colige  de  un 
pasage  de  Casiodoro,  pudo  ser  exportado  á  África  y  á  Italia  reinando  Teodorico 
en  esta  última  región.  Los  escritores  de  aquella  época  han  tratado  muy  poco  de 
estos  asuntos;  pero  por  lo  que  insinúan  las  leyes  arriba  dichas  y  san  Isidoro  en 
sus  Etimologías,  sabemos  que  los  Españoles  tenian  muchos  molinos  de  agua,  y 
proseguían  en  cultivar  el  lino  y  el  esparto,  y  en  hacer  el  mejor  aceite  que  se 
conocia.  Reportaban  grandes  beneficios  de  la  pesca  y  de  las  abejas,  dos  ramos 
de  mucha  consideración  en  la  España  antigua,  que  en  cera,  miel  y  salmuera  se 
habia  aventajado  siempre  á  todas  las  demás  provincias  de  Europa.  Para  el  riego 
de  las  tierras  sangraban  los  rios  formando  canales  y  acequias ,  y  un  hilo  de  agua 
se  estimaba  tanto ,  que  quien  lo  robaba  á  otro  habia  de  pagar  cinco  sueldos  ó  lle- 
var veinte  y  cinco  azotes,  según  la  calidad  de  la  persona.  Donde  no  habia  mas 
agua  que  la  de  los  pozos,  usaban  lo  que  los  Españoles  llamaban  ciconia,  que  era 
un  palo  largo  con  un  pozal  á  una  extremidad  y  un  contrapeso  en  la  otra. 

Las  minas  riquísimas  de  nuestra  península  no  rindieron  tanto  a  los  Godos 
como  á  los  Romanos  y  Cartagineses,  porque  estaban  exhaustas  y  la  codicia  no  era 
tanta;  pero  sin  embargo,  por  lo  que  puede  colegirse  de  las  pocas  noticias  que  nos 
quedan  ,  se  ve  que  proseguían  en  beneficiarlas ,  principalmente  las  de  hierro  y 
minio  que  eran  muy  fecundas.  Sidonio  Apolinar,  escribiendo  á  Orosio,  hace  men- 
ción de  la  hermosa  sal  de  Cardona  en  Cataluña  ,  y  nombra  en  otra  parte  la  pie- 
dra del  rayo  en  que  comerciaban  los  Españoles ,  que  será  sin  duda  el  ceraunio, 
de  que  habla  también  san  Isidoro  de  Sevilla.  En  las  obras  de  este  santo  y  en  las 
de  san  Eugenio  III  se  da  noticia  de  varias  piedras  de  nuestra  península  que  esta- 
ban entonces  muy  en  uso,  como  son  la  obsidiana,  la  especular,  el  imán  y  la  arena 
para  la  construcción  del  vidrio.  Se  comerciaba  también  entonces  en  el  plomo  y  es- 
taño de  nuestras  provincias,  aunque  proseguían  dándolo  con  mas  facilidad,  dice  san 
Isidoro,  las  minas  déla  Britannia.  El  célebre  oro  del  Tajo  se  halla  nombrado  por 
Jornandes  en  la  historia  gótica  ,  y  de  los  demás  metales  se  encuentran  noticias 
exparcidas  en  otros  autores ,  aunque  mucho  mas  escasas  que  en  las  obras  de  los 
Romanos,  que  celebraron  tanto  la  fecundidad  y  riqueza  de  nuestras  minas.  Los 
metales  mas  preciosos  se  ve  que  abundaban  mucho  por  las  mismas  monedas  que 
nos  quedan  de  los  reyes  godos,  y  por  la  facilidad  con  que  se  imponía á  los  delin- 
cuentes la  pena  pecuniaria  de  libras  de  oro. 

El  comercio  que  habia  sufrido  duros  golpes  durante  los  últimos  tiempos  de 
la  dominación  romana ,  no  pudo  alcanzar  durante  el  período  godo  el  esplendor  y 
la  prosperidad  que  en  otros  tiempos  tuviera;  nuestra  nación  no  negoció  ya  por  las 
aguas  del  Norte  ni  por  las  costas  del  mar  Rojo,  y  hubo  de  limitarse  á  frecuentar 
los  puertos  mas  inmediatos  de  Francia,  Italia  y  África,  según  se  colige  de  las  re- 
laciones de  Sidonio  Apolinar,  san  Gregorio  de  Tours ,  y  Aurelio  Casiodoro.  El 
giro  del  dinero  rendía  mucho  álos  comerciantes ,  pues  en  el  censo  redimible  per- 
mitían las  leyes  el  interés  de  uno  por  ocho  que  equivalía  al  doce  y  medio  por  cien- 
to. El  comercio  sobre  comestibles,  como  vino,  trigo  y  aceite,  era  de  tanta  conside- 
ración, que  quien  daba  semejantes  generosa  otro  para  que  negociase  con  ellos  po- 
día exigir  por  su  interés  hasta  el  cincuenta  por  ciento.  Los  contratos  mercantiles, 
para  que  tuviesen  fuerza  lega!,  se  habían  de  hacer  ó  por  escrito,  ó  delante  de  tes- 
tigos ;  se  exigía  fianza  cuando  la  persona  no  era  abonada ;  se  pedían  prendas  pa- 


CAP.    XII. — ESPAÑA   GODA.  217 

ra  mayor  seguridad  del  comerciante,  y  se  tomaban  por  fin  las  mismas  precaucio- 
nes que  aun  al  presente  están  en  uso.  Para  los  negociantes  extranjeros  habia  un 
tribunal  separado  en  que  se  juzgaban  sus  causas,  no  por  las  leyes  de  España,  sino 
por  las  de  su  propia  nación  ,  lo  cual  demuestra  el  gran  número  de  comerciantes 
extranjeros  que  habría  en  España.  En  esta  institución  han  querido  ver  algunos  el 
principio  ó  como  la  indicación  de  los  consulados  modernos. 

En  los  pesos  y  medidas  conservaron  los  Godos,  por  la  mayor  parte,  Ifrs  usos 
que  hallaron  introducidos  en  España  desde  el  tiempo  de  los  Romanos.  Pesaban  al- 
gunas veces  con  balanzas  y  otras  con  la  romana,  que  llamaban  entonces  campa- 
na, por  haberse  inventado,  dice  san  Isidoro,  en  la  Campania  de  Italia.  El  cente- 
nario era  el  peso  mayor  de  todos,  y  el  calculo  óchalco  el  inferior.  Un  chalco  y  un 
tercio  formaban  la  silicua,  una  silicua  y  media  el  cerato;  dos  ceratos  el  óbolo;  dos 
óbolos  un  escrúpulo ;  tres  escrúpulos  la  dragma;  cuatro  dragmas  el  cstatero;  dos 
estateros  la  onza;  doce  onzas  la  libra;  cincuenta  libras  el  talento  mínimo,  pues  ha- 
bia otros  mayores,  y  dos  talentos  el  centenario.  Las  medidas  de  aceite,  vino,  trigo, 
y  otras  cosas  semejantes ,  podían  dividirse  en  tres  clases  :  pequeñas,  en  que  se 
media  por  dragmas;  medianas,  que  procedían  por  libras,  y  grandes,  en  que  secón? 
taba  por  modios.  Entre  las  pequeñas ,  el  cochlear  llevaba  media  dragma  ,  la  con- 
chula  una  y  media  ,  el  ciatho  diez,  el  acetábulo  doce,  el  oxibafo  quince  y  la  cotu- 
la  sesenta,  que  son  siete  onzas  y  media.  Entre  las  medianas,  la  mina  hacia  una 
libra,  el  sexlario  dos,  el  chelix  ocho,  el  gomor  ó  metreta  diez,  el  congio  docey  el 
modio  cuarenta  y  cuatro.  Entre  las  grandes  finalmente,  el  sato  llevaba  un  modio 
y  medio,  el  bato  dos  modios  y  un  congio  ,  la  urna  dos  modios  y  medio,  el  ánfora 
tres  ,  la  artaba  tres  y  un  congio,  la  medimna  cinco  modios,  la  metreta  grande 
diez,  el  gomor  grande  quince  y  el  coro  treinte  modios ,  que  eran  mil  trescientas 
veinte  libras.  Los  caminos  se  median  por  millas  de  mil  pasos  cada  una,  como  en 
tiempo  de  los  Romanos ,  pues  la  legua  de  que  usaban  los  Francos ,  que  era  en- 
tonces de  milla  y  media,  no  se  habia  introducido  en  España.  Las  medidas  de  íe^ 
las  y  de  campos  eran  las  siguientes :  diez  y  seis  dedos  formaban  un  pié ,  cinco 
pies  un  paso  y  dos  pasos  una  pértiga.  Un  clima  tenia  seis  pértigas  en  cuadro; 
una  agna  tenia  por  lo  largo  doce  pértigas  y  por  lo  ancho  solo  cuatro  pies;  un  ara- 
penne  era  un  cuadro  perfecto  de  doce  pértigas  cada  lado :  un  yuguero  se  formaba 
de  dos  arapennes  unidos ,  una  porca  tiraba  de  largo  diez  y  ocho  pértigas  y  de 
ancho  tres  ;  un  campo  estadial  se  extendía  hasta  sesenta  y  dos  pértigas  y  media; 
un  campo  miliario  hasta  quinientas,  y  una  centuria,  que  eran  cien  yugadas,  has- 
ta dos  mil  cuatrocientas.  En  la  medida  del  tiempo  no  hicieron  los  Godos  variación 
alguna ,  antes  bien  se  acomodaron  al  uso  de  los  vencidos,  que  contaban  los  años 
por  su  era  hispánica  sin  recibir  la  costumbre  general  de  Europa,  en  que  estaba 
establecida  ya  la  era  cristiana  ,  como  veremos  después.  Prosiguieron  en  dividir 
el  siglo  en  veinte  lustros,  el  lustro  en  cinco  años ,  el  año  en  doce  meses ,  el  mes 
en  semanas  y  dias  con  los  mismos  nombres  antiguos ;  dividían  el  día  del  mismo 
modo  que  antes ,  partiéndolo  en  cuatro  partes  iguales  de  tres  horas  cada  una  ,  y 
la  noche  en  otras  cuatro  semejantes,  que  llamaban  prima,  tercia,  sexta  y  no  ¡a. 
Del  amanecer  hasta  media  mañana  era  prima,  de  media  mañana  hasta  mediodía, 
tercia-,  de  mediodía  hasta  la  mitad  de  la  tarde  sexta  ,  y  de  la  mitad  de  la  tarde 
hasta  la  caida  del  sol  nona. 

TOMO  II.  28 


218  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Las  monedas  de  aquellos  tiempos  son  la  mayor  parte  de  oro  ,  algunas  de 
plata  y  aun  de  plata  dorada,  y  muy  raras  las  de  cobre;  de  este  melal  se  harían 
pocas,  porque  los  Romanos  habían  hecho  infinitas,  y  los  Godos  no  tuvieron  difi- 
cultad en  dejarlas  circular  según  las  muchas  que  se  han  conservado  hasta  nues- 
tros dias.  Tienen  comunmente  grabado  en  el  anverso  el  busto  y  nombre  del  rey,  y 
en  el  reverso  el  de  la  ciudad  en  que  se  acuñaron,  con  una  cruz  sobre  gradas  ó  sin 
ellas.  En  algunas  se  lee  :  En  nombre  de  Dios  ,  ó  en  nombre  de  Jesucristo  ;  en 
otras  ,  todos  nos  sean  obedientes  ó  todas  ¡as  ciudades  nos  abedezcan ,  y  en  las  mas 
de  ellas  se  da  el  príncipe  el  título  de  Justo  ,  Piadoso  ,  Vencedor  ó  Señor  nuestro. 
Guando  ios  reyes  eran  dos ,  poníase  una  C  junto  á  sus  nombres  para  significar  la 
concordia  de  entrambos,  según  el  uso  antiguo  de  los  Romanos .  La  moneda  que  cor- 
ría para  el  comercio  se  reducía  á  libras,  sueldos,  semisas,  tremisas,  silicuas  y  di- 
neros ,  pero  con  la  diferencia  que  el  dinero  era  siempre  de  cobre ,  y  las  demás 
monedas  de  plata  ó  de  oro  (1).  La  libra  de  oro  hacia  72  sueldos ,  el  sueldo  de 
oro  21  silicuas ,  la  semisa  era  la  mitad  del  sueldo  ,  la  tremisa  la  tercera  parte,  y 
la  silicua  la  vigésima  cuarta.  La  libra  de  plata  se  dividía  en  20  sueldos ,  y  el 
sueldo  en  cuarenta  dineros.  £1  valor  de  la  libra  era  poco  menos  de  trece  escudos 
y  medio.  Los  reyes  que  batieron  moneda  fueron  diez  y  ocho,  desde  Liuva  hasta 
Rodrigo  ,  con  la  particularidad  de  llevar  sus  bustos,  á  contar  desde  Recaredo,  las 
insignias  reales  introducidas  por  Leovigildo.  Las  ciudades  que  acuñaron  moneda 
fueron  veinte  y  siete,  no  contando  entre  ellas  las  de  la  Galia  Narbonense ,  y  son: 
Sevilla,  Toledo  ,  Tarragona  ,  Braga,  Mérida  ,  Córdoba  ,  Narbona  ,  Talavera,  Re- 
copolis,  Olovasium  ,  Salamanca  ,  Bergium  ,  Caliabria  ,  Evora  ,  Idaña  ,  Porto  , 
Lisboa,  Eminium  ,  Baeza,  Marios ,  la  Guardia  ,  Barbi,  Elvira,  Valencia,  Zarago- 
za, Tarazona,  Barcelona  y  Tortosa.  De  las  monedas  bajo  su  aspecto  artístico  é  his- 
tórico, hablaremos  en  otro  lugar. 

En  tiempo  de  los  Godos  no  se  hicieron  en  la  marina  muy  grandes  progresos, 
pues  los  úl timos  y  calamitosos  años  del  imperio  habian  amortiguado  en  los  áni- 
mos de  los  Españoles,  lo  mismo  que  en  todos  los  subditos  romanos,  la  afición  que 
tenían  al  mar  y  á  todo  género  de  industria.  La  preocupación  bárbara  y  romana  á 
la  vez  que  tenia  por  vil  y  bajo  al  hombre  que  ejercía  un  arte  manual,  ó  se  dedica- 
ba á  comprar  y  vender,  había  distraído  á  los  Españoles  del  comercio  y  de  la  nave- 
gación, cosas  ambas  que  van  siempre  unidas,  y  la  gran  causa  religiosa,  que 
pugnaba  entonces  para  vencer  y  tomar  posesión  del  mundo,  desviaba  también  á 
los  hombres  de  las  especulaciones  puramente  materiales.  La  insuficiencia  científica 
de  la  época  venia  en  auxilio  de  las  causas  generales,  y  la  actividad  natural  de 
los  habitantes  de  Cádiz,  de  Málaga  y  Barcelona  ,  no  pudo  desplegarse  como  antes 
en  expediciones  marítimas.  El  pueblo  que  había  de  descubrirla  América,  y  que 
en  varias  épocas  habia  tenido  de  ella  como  un   vago  presentimiento  (2),  había 


(4)  La  opinión  del  P.  Mariana,  que  hace  derivar  los^ducados  modernos  del  tiempo  délos  Godos, 
atribuyendo  á  los  duques  el  derecho  de  batir  moneda  en  las  provincias  de  su  mando,  ha  sido  reco- 
nocida como  errónea  y  completamente  infundada. 

(2)  Los  habitantes  de  Cádiz  sospecharon,  a  lo  que  se  cree,  la  existencia  de  un  nuevo  mundo  y  lo 
buscaron  desde  la  mas  remota  antigüedad.  Lactancio  en  el  siglo  iv  y  san  Agustín  en  el  v  esforzáron- 
se en  probar,  con  razones  derivadas  de  un  falso  sistema  de  física  el  primero,  y  con  razones  teológi- 
cas el  segundo,  que  no  habia  ni  podia  haber  antípodas  ;  con  ello  acabaron  de  destruir  en  el  munde 
cristiano  la  idea  antigua  de  una  tierra  desconocida,  y  la  navegación  por  el  Océano  llegó  á  considerarse 


CAP.    XII. — ESPAÑA   GODA.  219 

abandonado  hasta  cierto  punto  la  exploración  del  mar  cuando  los  Godos  se  esta- 
blecieron en  España.  Así  pues,  al  ser  invadida  nuestra  península  ,  hallábase  en 
ella  la  marina  en  un  deplorable  estado,  y  así  se  mantuvo  por  unos  doscientos  años, 
hasta  que  en  tiempo  de  Sisebuto  se  construyó  una  armada  naval  que  se  hizo  res- 
pelar  y  temer  de  los  emperadores  de  Oriente.  Bajo  el  reinado  de  Suinlila,  vemos 
á  los  Godos  dar  fin  en  el  mar  á  muchas  y  gloriosas  acciones;  en  tiempo  de  Wam- 
batomó  parle  una  armada  en  la  represión  de  la  intenlona  de  Paulo,  y  fué  des- 
truida una  armada  sarracena  de  doscientas  setenta  velas.  Reinando  Egica  y  Wi- 
tiza,  derrotaron  los  Godos  oíra  semejante  que  infestaba  nuestras  cosías  ,  cosas 
todas  que  suponían  una  fuerza  naval  no  despreciable  para  aquellos  tiempos. 

Las  ciudades  que  consta  de  un  modo  positivo  haber  sido  fundadas  en  el 
período  de  que  estamos  tratando ,  son  únicamente  tres.  La  primera  es  Reco- 
polís ,  ciudad  de  ñecaredo  ,  fundada  por  Leovigildo  en  el  territorio  de  Cuenca, 
en  la  ribera  del  Tajo,  con  buenos  muros  y  bellos  arrabales,  según  las  relaciones 
de  Juan  Biclarense  y  de  san  Isidoro  de  Sevilla.  La  segunda,  que  se  llamó  Vitoria- 
cum,  corresponde,  según  opinión  común,  á  la  que  ahora  llamamos  Vitoria  en  la 
provincia  de  Álava,  y  se  construyó  por  orden  del  mismo  rey,  que  la  hizo  rodear  de 
buenas  fortificaciones  para  tener  sujetos  á  los  Vascones ,  que,  según  hemos  visto, 
se  habían  sublevado  varias  veces.  Contra  los  mismos  Navarros  y  á  sus  espensas, 
fundó  el  rey  Suinlila  cuarenta  años  después  otra  ciudad  fuerte  que  se  llamó  Olo- 
gilis  y  es  conocida  ahora  con  el  nombre  de  Olite.  Fuera  de  estas  tres ,  atribuyen 
algunos  al  rey  Atanagildo  la  fundación  de  una  villa  que  todavía  conserva  su  nom- 
bre en  el  reino  de  Portugal,  y  á  Wamba  la  restauración  de  Gérticos ,  lugar 
inmediato  á  Yalladolid,  en  que  fué  proclamado  rey;  mas  la  villa  de  Atanagildo  no 
tiene  o  Ira  cosa  á  su  favor  sino  su  propia  denominación,  que  seguramente  es  go- 
da, pero  sin  que  nada  en  la  historia  atestigüe  haber  sido  fundada  por  aquel  rey, 
y  en  cuanto  á  Gérticos,  que  se  llamó  después  Wamba,  con  la  sola  proclamación  de 
tal  rey,  tuvo  bastante  motivo  para  apropiarse  su  nombre.  Contra  toda  verdad  his- 
tórica, algunos  escritores  atribuyen  á  Leovigildo  la  fundación  de  la  ciudad  de 
León,  cuyo  origen  romano  está  fuera  de  toda  duda  ;  á  Wamba ,  la  de  Pamplona, 
que  es  mucho  mas  anligua,  y  tomó  su  nombre  de  Pompeyo  ;  á  Amalarico,  la  de 
Almería,  que  no  es  palabra  goda,  sino  arábiga  y  significa  atalaya,  y  así  á  otros 
príncipes  godos  varias  fundaciones  en  que  no  tuvieron  la  menor  parte.  Lo  úni- 
co cierto  es  que  engrandecieron  y  fortificaron  muchas  ciudades  antiguas,  y  en 
particular  Toledo  y  Mérida  ,  según  hemos  visto  en  los  reinados  de  Wamba  y  de 
Ervigio.  En  tiempo  de  este  último  rey,  los  muros  y  el  antiguo  puente  de  Mérida 
fueron  restaurados  con  gran  magnificencia  por  orden  y  dirección  de  Salla,  duqne 
déla  provincia  lusitana.  También  en  tiempo  de  los  Godos,  según  todas  la  aparien- 
cias ,  construyóse  el  magnífico  palacio  que  habitaron  tiempo  después  los  prínci- 
pes árabes  y  que  ocupaba  el  gran  espacio  en  que  se  elevaba  el  convento  de  Santa 
Fé,el  Hospital  de  expósitos  y  oirás  muchas  casas  particulares.  De  la  arquitectura 
y  demás  bellas  artes  durante  el  período  godo,  hablaremos  en  el  capítulo  siguiente. 


no  solo  inútil,  sino  imposible.  Jornandes  (de  Orig.  Act.Getarum,  p.  93)  y  el  anónimode  Ravena  Geo- 
grafía, lib.V,  c.  28.) 


HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 


CAPÍTULO  XIII. 

Letras  y  bellas  artes  en  la  época  visigoda.— Principales  escritores  de  este  período;  historiadores,  poe- 
tas, teólogos,  etc. — Paulo  Orosio.— Etimologías  de  san  Isidoro  de  Sevilla.—  Discípulos  de  Isidoro. 
—Escuelas. — Bibliotecas. — Estado  de  las  ciencias.— Medicina. — Arquitectura. — Principales  fábri- 
cas délos  Godos.— Sus  caracteres. — La  tradición  artística  de  la  antigüedad  no  se  interrumpe  en 
nuestra  Península.— Tesoros  de  los  Visigodos.— Coronas  de  Guarrazar.  — Pintura  y  escultura.— 
Música.— Medallas.— Su  carácter.— Inscripciones  lapidarias.— Signos  particulares  empleados  en 
ellas.— Era  española.— Era  de  Jesucristo.— Caracteres  numéricos.— Corrupción  del  latín  en  las 
inscripciones  — Déla  rima.— Variaciones  del  lenguage.— Conclusión  del  período  godo. 

Muy  triste  es  el  estado  en  que  quedó  sumida  en  Occidente  la  inteligencia 
humana  á  mediados  del  siglo  v.  Derrocado  el  gran  Imperio  por  hordas  dadas 
únicamente  á  las  armas  y  al  fragor  de  las  batallas ,  mal  podían  salvarse  del  ge- 
neral naufragio  la  bella  literatura  de  Grecia  y  de  Roma  y  las  artes  que  á  tan  alto 
grado  de  esplendor  habían  llegado  en  el  mundo  romano.  Por  espacio  de  algunos 
años,  los  hombres  atribulados  con  tan  grandes  infortunios,  hubieron  de  pensai* 
solo  en  los  medios  de  resistir  y  sobrevivir  á  las  calamidades  que  sobre  ellos  ve- 
nían, y  durante  algún  tiempo  los  poetas,  los  literatos  enmudecieron,  y  los  artistas 
todos  abandonaron  una  escena  en  que  solo  se  consagraba  culto  á  la  fuerza  y  de- 
vastación. A  mediados  del  siglo  v,  pareció  envolver  á  Europa  un  velo  de  san- 
gre y  de  dolores,  y  por  un  momento  las  letras  y  las  bellas  artes,  amables  compa- 
ñeras del  hombre,  parecieron  haberle  abandonado.  Como  si  por  nuestro  continente 
se  hubiesen  extendido  las  aguas  de  aquel  rio  al  que  atribuían  los  antiguos  la  fatal 
propiedad  de  quitar  á  la  mente  todo  recuerdo  délo  que  había  sido,  vemos  con  dolor 
y  sorpresa  á  la  antes  culta  Italia  sin  un  hombre  de  suficiente  instrucción  para  ser 
enviado  de  nuncio  á  Constantinopla  (1),  yá  Francia  obligada  á  fines  del  siglo  vi  á 
dar  las  órdenes  sagradas  á  personas  que  no  sabían  leer  (2).  Pocos  años  habían 
bastado  para  que  desapareciera  en  un  mar  de  ignorancia  y  de  barbarie  el  ponde- 
rado saber  de  las  ciudades  italianas,  la  refinada  cultura  de  las  poblaciones  espa- 
ñolas, la  general  erudición  literata  y  artística  del  mundo  romano.  Tan  espantoso 
ejemplo,  que  habría  de  estar  siempre  presente  á  los  ojos  de  las  naciones,  convirtió 
por  algunos  años  á  Europa  en  un  vasto  campo  ele  batalla,  sin  que  en  ella  se  oye- 
ran otras  voces  que  las  insolentes  amenazas  del  bárbaro  y  las  quejas  de  los  ven- 
cidos, ni  se  vieran  otros  monumentos  que  la  tienda  errante  del  Godo ,  del  Hérulo 
ó  del  Franco.  En  la  furiosa  inundación  todo  se  fué  á  fondo  ;  pero  sosegadas  las 


,1)    Agath.,  Epístola  ad  ConstantinumPogonatum. 
(2)    Conc.  Narbon.,  c.  14. 


CAP.    Xm. — ESPAÑA   GODA.  221 

aguas  y  encauzadas  otra  vez,  sino  en  sus  primitivos  lechos,  en  otros  que  les  abrió 
la  Providencia,  para  la  cual  el  desorden  y  la  confusión  pueden  ser  medios,  pero 
jamás  resultados,  viéronse  salir  y  aparecer  en  la  superficie  muchos  de  los  objetos 
sumergidos.  Las  letras,  las  artes,  las  ciencias,  todos  los  dones  especulativos  del 
espíritu,  aunque  transformados  por  la  catástrofe  pasada,  se  presentaron  para  en- 
cantar oíra  vez  la  vida  humana,  y  hacer  vivir  á  los  hombres  una  vida  mejor  que 
la  de  la  materia  y  la  desús  brutales  pasiones.  No  obstante,  y  aquí  vemos  otro  de 
los  grandes  favores  dispensados  al  mundo  por  la  Iglesia,  nuestra  amorosa  madre, 
los  nombres  hubieran  quizás  rechazado  el  amable  botin  que  las  olas  les  arroja- 
ban, incapaces  en  muchos  puntos,  por  su  ferocidad  y  rudeza,  de  comprender  el 
beneficio  que  las  aguas  les  traían,  Entonces  la  Iglesia  se  apresuró  á  anliciparse  á 
todos,  y  trabajadores  infatigables,  sus  miembros  recogieron  uno  á  uno  los  tesoros 
que  del  mundo  antiguo  se  habían  salvado.  Obispos  y  monges  acuden  á  3a  ribera, 
recogen  con  afán  los  restos  del  naufragio,  los  conservan,  llévanlos  á  sus  palacios 
y  monasterios,  hacen  de  ellos  sus  inseparables  compañeros,  y  algunos  anos  des- 
pués, cuando  Europa  creia  haberlo  perdido  todo,  supo  asombrada  que  casi  todo  se 
había  salvado. 

España  fué  sin  duda  la  primera  en  reportar  estos  beneficios,  y  así  como  se 
constituyó  en  ella  un  gobierno,  una  sociedad  estable  y  digna  mientras  todos  los 
demás  pueblos  eran  presa  de  la  violencia  y  vagaban  todavía  entre  todos  los  hor- 
rores de  lo  desconocido,  en  el  horizonte  de  esta  tierra  privilegiada  aparecieron 
también  los  primeros  destellos  de  la  resurrección  del  mundo  espiritual.  Los  sig- 
nos que  la  acompañaron  y  siguieron  habían  empero  de  participar  de  la  índole  y 
carácíer  de  la  sociedad  y  de  la  fisonomía  severa  de  los  hombres  que  la  componían, 
y  como  si  el  pasado  estrago  hubiese  dado  á  las  al  mas  un  nuevo  baño  de  vigor  y  en- 
tereza, como  si  la  religión  cristiana  atrajese  todas  las  fuerzas  vivas  del  espíritu 
hacia  las  grandes  y  sublimes  especulaciones,  no  encontraremos  en  el  período 
godo  la  amena  y  risueña  literatura  de  los  siglos  pasados,  no  veremos  in- 
geniosos dramas,  sorprendentes  epopeyas:  siendo  la  religión  la  base  sal- 
vadora sobre  que  todo  lo  nuevo  se  habia  asentado,  siendo  los  concilios  y  sus  le- 
yes, según  acabamos  de  ver,  los  elementos  constitutivos  del  gobierno,  sien- 
do el  clero  el  depositario  de  los  conocimientos  humanos  en  aquella  época, 
la  literatura  tenia  de  ser  circunspecta  y  grave,  como  los  hombres  que  á  ella 
se  dedicaban.  La  moral,  la  teología,  la  jurisprudencia,  el  derecho  político,  la 
filosofía,  ía  historia,  eran  las  ciencias  en  que  empleaban  su  talento  y  su  estudio, 
y  cuando  Chindasvinto  envió  el  obispo  Tajón  á  Roma,  no  le  mandó  en  busca  de 
las  obras  poéticas  de  Horacio  ó  de  Lucano,  sino  de  las  obras  morales  de  san  Gre- 
gorio Magno,  que  comentó  y  amplificó  después  aquel  ilustre  prelado  de  Zara- 
goza. 

Entre  los  historiadores  mas  notables  de  aquellos  tiempos  hemos  de  nombrar 
en  primer  lugar  á  Paulo  Orosio,  testigo  de  la  revolución  que  convirtió  en  gótica 
á  la  España  romana,  nacido,  según  muchos  críticos,  en  Bracara  (1).  Perse- 
guido por  los  Vándalos,  que,  idólatras  ó  arríanos,  mostraron  gran  crueldad  pa- 
ra con  los  sacerdotes  católicos,  huyó  á  África,  donde  conoció  á  san  Agustín,  y 


(4)    Castro.  Bibllot.  Españ.,  t.  II. 


222  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

desde  allí,  quizás  por  consejo  del  santo  doctor  de  la  Iglesia,  pasó  á  Belén,  al  lado 
de  san  Gerónimo.  En  Jerusalen  tomó  parteen  un  concilio  celebrado  contra lossec- 
tarios  de  Pelagio,  cuya  doctrina  combatió  en  varios  de  sus  escritos.  Por  aquel 
tiempo  empezó,  á  lo  que  se  dice,  la  obra  que  es  leidacon  gusto  aun  en  nuestros  días 
y  que  ha  trasmitido  su  nombre  á  la  posteridad.  Una  singular  opinión  se  acredita- 
ba entonces  entre  los  defensores  obstinados  del  politeísmo:  el  género  humano,  se- 
gún ellos,  no  habia  experimentado  jamás  tantas  calamidades  como  desde  que  el 
cristianismo  habia  aparecido  en  el  mundo.  Orosio  quiso  probar  en  su  obra  por 
medio  de  infinitos  hechos,  y  enumerando  los  acaecimientos  todos  de  la  historia 
universal,  desde  el  origen  de  las  cosas,  que  el  género  humano  habia  sido  siem- 
pre desgraciado,  mas  antes  del  establecimiento  de  la  religión  de  Jesucrito  que 
después.  Los  sucesos  trágicos,  las  guerras,  los  asesinatos,  las  tiranías,  los  incen- 
dios, las  pestes,  los  saqueos  de  ciudades,  las  matanzas  y  las  calamidades  de  toda 
clase  habían  afligido  mucho  á  la  humanidad  antes  de  la  venida  de  Cristo  para  que 
fuese  difícil  tarea  la  que  Orosio  se  había  impuesto,  y  en  los  sucesos  anteriores 
encontró  contra  sus  adversarios  numerosos  argumentos  (1).  La  compilación  his- 
tórica de  Orosio  es  sin  embargo  algo  oscura  é  indigesta;  el  plan  de  su  obra  no 
fué  concebido  con  toda  la  claridad  necesaria,  lo  que  no  impide  que  se  hallen 
escritas  con  gran  fuego  algunas  páginas  de  su  larga  disertación  histórica,  y  que 
se  repute  por  lo  general  exacto  cuanto  refiere  del  siglo  en  que  vivió.  A  lo  que 
parece,  murió  Orosio  en  Cartagena  á  fines  de  aquel  siglo  y  á  una  edad  muy 
avanzada.  Otros  dicen  que  al  regresar  á  su  patria  desembarcó  en  Menorca  ,  pero 
que  al  hallarla  ocupada  por  los  bárbaros  regresó  á  África  donde  murió. 

El  obispo  Idacio,  natural  de  Limica,  ciudad  que  estaba  situada  en  las  márge- 
nes del  rio  Limia,  escribió  dos  historias  cronológicas,  mas  descarnadas  aunque 
la  de  Orosio,  si  bien  no  menos  útiles,  en  continuación  de  la  de  Eusebio  de  Cesa- 
rea  la  una,  con  el  título  de  Crónica  y  la  otra  con  el  de  Fastos  consulares,  llegan- 
do con  ellas  hasta  la  mitad  del  siglo  v  en  que  floreció,  y  deteniéndose  principal- 
mente en  la  narración  de  los  hechos  de  que  fué  testigo.  Hemos  hablado  ya  de  la 
crónica  de  Juan  Biclarense  (2),  y  hablaremos  mas  lejos  de  la  de  ambos  Isi- 
doros. 

Aunque,  como  hemos  dicho,  la  prosa  fué  mas  cultivada  que  la  poesía  en  tiempo 
de  los  Godos,  España  cuenta  sin  embargo  algunos  poetas  de  aquel  tiempo  ,  y  en 
primer  lugar  han  de  citarse  los  dos  Avitos,  uno  de  los  cuales  escribió  un  poema 
sobre  el  origen  del  mundo  y  de  sus  primeros  habitantes.  Draconio  habia  cantado 
en  versos  heroicos  los  seis  dias  del  mundo  y  de  la  creación  ,  argumento  favorito 
de  los  primeros  poetas  cristianos,  bajo  el  título  de  Ilcxameron.  Su  poema  perte- 
nece á  una  época  anterior  á  la  conquista  de  los  Godos,  pero  puede  calificarse  de 
gótico  por  las  variaciones  que  sufrió  en  el  siglo  vil,  cuando  Chindasvinto  lo  dio 
á  corregir  á  Eugenio  de  Toledo  (3).  Orencio,  obispo  de  Uiberis ,  compuso  en 


(4)    Por  esto  tituló  su  obra:  Historiarura  adversus  Paganos  libri.  VIL  La  última  edición  es  la 
de  Havercamp,  Lugduni  Batavarum,  4738. 

(2)  Johanncs  Biclarensis,  Chronicon,  Flores,  España  Sagr.,  t.  VI,  Madrid,  4763. 

(3)  Dracontii  Libelli ,  ab  Eugenio  tercio  jussu  regis  Chindaswinlhi,    emendati ,  Lorenzana, 
PP.  Tolet.,  t.  I. 


CAP.    XIII.—  ESPAÑA    GODA  223 

el  mismo  siglo  un  poema  en  versos  exámetros  acerca  de  los  deberes  de  los 
cristianos  (1). 

No  hablaremos  de  los  cuatro  hermanos  Elpidio,  Justo,  Nebridio  y  Justiniano, 
autores  de  algunos  tratados  teológicos;  ele  Aprigio,  obispo  de  Beja,  comentador 
del  Apocalipsis;  de  Liciniano,  autor  de  algunas  cartas  curiosas  al  pontífice  de  Ro- 
ma; de  Severo  de  Málaga,  autor  de  un  tratado  contra  el  obispo  de  Zaragoza,  sos- 
pechoso de  arrianismo;  de  Eutropio,  obispo  de  Valencia,  autor  de  un  libro  sobre 
los  pecados  capitales,  ni  aun  de  Leandro,  tan  influyente,  según  hemos  visto,  bajo 
el  reinado  de  Recaredo  y  autor  de  varios  escritos  teológicos.  Detendrémonos  sí 
ante  el  genio  portentoso  de  la  España  goda ,  ante  el  insigne  san  Isidoro  de  Se- 
villa, con  tanta  frecuencia  mencionado  por  nosotros  en  el  curso  de  esta  historia.  El 
solo  catálogo  de  sus  obras  da  idea  de  la  inmensidad  de  conocimientos  que  abarca- 
ba aquel  genio  portentoso  á  quien  el  concilio  octavo  de  Toledo  del  año  653,  llamó 
«doctor  excelente,  gloria  de  la  Iglesia  católica,  el  hombre  mas  sabio  que  se  hubie- 
se conocido  para  iluminar  los  últimos  siglos,  y  cuyo  nombre  no  debe  pronunciarse 
sino  con  gran  respeto.»  Isidoro  sabia  el  griego  y  el  hebreo,  y  habia  leido  cuantos 
libros  se  hallaban  escritos  en  ambas  lenguas,  y  las  ciencias  todas  no  le  eran  menos 
familiares.  Además  de  una  Crónica  desde  el  principio  del  mundo  hasta  el  año  626 
de  la  era  cristiana,  de  la  Historia  de  los  Godos,  Vándalos  y  Suevos,  atribuida  equi- 
vocadamente por  algunos  á  Isidoro  de  Beja,  y  de  las  Vidas  de  los  Varones  Ilus- 
tres, escribió  san  Isidoro  los  Comentarios  sóbrela  Sagrada  Escritura,  tres  libros 
de  Sentencias  6  de  opiniones,  dos  libros  de  Oficios  eclesiásticos,  una  regla  para  los 
monges  de  laBética,  un  libro  De  la  naturaleza  délas  cosas,  dos  tratados  de  Gra- 
mática y  de  Controversia,  la  Colección  de  antiguos  cánones  de  la  Iglesia  de  Espa- 
ña, varios  tratados  de  moral,  el  libro  De  la  vida  y  muerte  de  los  santos  de  uno  y 
otro  Testamento,  dos  libros  de  Sinónimos,  conocidos  bajo  el  nombre  de  soliloquios; 
y  otros  muchos  escritos,  obras  que  han  sido  varias  veces  recopiladas,  y  cuya  úl- 
tima edición  completa  fué  hecha  en  Madrid  en  1778. 

Pero  la  obra  inmortal  de  Isidoro,  la  que  nos  revela  su  vastísima  y  porten- 
tosa erudición ,  es  la  de  las  etimologías  ó  de  los  orígenes,  sabia  compilación 
en  que  reunió  las  nociones  útiles  de  cuanto  cuestionaba  el  mundo  sabio  en  el  si- 
glo vii.  La  Enciclopedia  de  Isidoro,  según  la  llama  un  autor  moderno,  obtuvo 
un  éxito  asombroso  ,  y  por  mucho  tiempo  estudiaron  los  Españoles  toda  clase  de 
ciencias  en  la  obra  del  sapientísimo  doctor.  Veinte  libros  comprende  esta  obra 
que,  dejada  incompleta  por  su  autor,  fué  terminada  luego  de  acaecida  su  muer- 
te, por  san  Braulio,  su  discípulo.  Artes,  ciencias,  bellas  letras,  gramática,  retó- 
rica, dialéctica,  metafísica,  política,  geometría,  aritmética,  música,  astrono- 
mía, física,  historia  natural,  de  todo  trata  el  sabio  escritor  ala  altura  de  los  co- 
nocimientos á  que  podia  llegar  el  hombre  en  aquel  tiempo  ,  y  cuanto  mas  se  exa- 
mina ,  mas  justo  se  conoce  ser  el  nombre  que  se  le  ha  conferido  de  Enciclopedia 
de  la  época  (2).  El  erudito  obispo  nada  omitió,  ni  la  táctica  militar,  ni  la  náutica, 


(4)    Mart,et  Dur.,  Thesaurus  novus  anecdotorum,  t.  V. 

(2)  Antes  de  Isidoro,  habíanse  intentado  algunas  obrasde  este  género.  Una  idea  semejante  ins- 
piró á  Varron  (nacido  en  el  año  H6y  muerto  en  el  27  antes  de  J.  G.)  sus  Rerum  humanarum  et  di- 
vinarum  Antiquitates,  y  sus  Disciplinarum  libri  IX,  cuya  pérdida  deploran  los  sabios.  La  Historia 
Naturalis  de  Plinio,  en  la  que  supo  encerrar  tantos  tesoros  científicos,  es  casi  una  Enciclopedia.  Sto- 


HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

ni  el  arte  de  construir  buques ,  ni  la  arquitectura ,  ni  la  pintura.  Juegos ,  espec- 
táculos, artes  y  oficios,  los  mares,  la  tierra,  el  cielo,  todo  está  comprendido  en 
aquel  repertorio  científico  de  conocimientos  humanos ,  dice  D.  Modesto  Lafuente, 
quien  llama  á  san  Isidoro  el  restaurador  de  las  letras  y  de  los  estudios  en  Espa- 
ña, y  el  sol  que  alumbró  al  período  hispano-godo  (1). 

Débese  también  á  Isidoro  la  primera  colección  canónica  de  los  concilios 
españoles ,  y  preténdese  también ,  aunque  esto  es  dudoso ,  que  fué  el  primero  en 
compilar  el  Codex  Legis  Wisigothorum.  A  él  se  debe  sin  duda  alguna  la  Litur- 
gia adoptada  por  las  iglesias  de  España  durante  el  período  gótico,  y  la  funda- 
ción junto  á  su  iglesia  de  Sevilla,  de  una  célebre  escuela  que  sirvió  de  ejemplo  á 
muchos  establecimientos  del  mismo  género  en  el  resto  de  la  península ,  con  lo 
cual  la  iglesia  gótica  se  adelantó  nueve  siglos  á  la  institución  de  seminarios,  de- 
cretada por  el  concilio  de  Trento.  Véase,  pues,  si  merece  Isidoro  el  título  que  le 
da  el  historiador  citado  y  también  el  francés  Carlos  Romey  (2). 

Entre  los  discípulos  de  Isidoro,  hallamos  á  Ildefonso,  nombrado  en  otros 
varios  pasajes  del  presente  libro  ,  autor  de  algunas  obras  teológicas  escritas  en 
un  latín  menos  puro  que  el  de  su  maestro,  de  un  tratado  del  bautismo,  de 
una  epístola  á  Quirino ,  obispo  de  Barcelona ,  de  una  defensa  de  la  virginidad  de 
la  Madre  de  Dios,  y  de  la  vida  de  algunos  varones  ilustres,  entre  los  cuales  ha 
de  citarse  la  de  su  preclaro  maestro  (3).  Encontramos  también  á  Braulio,  obispo  de 
Zaragoza ,  á  quien  dedicó  Isidoro  su  libro  de  las  Etimologías ,  y  autor  de  una 
vida  de  su  amigo ,  db  una  historia  de  san  Millan  y  de  Santa  Leocadia ,  así  como 
también  de  varias  cartas  que  han  sido  recopiladas  en  un  volumen  (4).  Cílanse 
otros  muchos  escritores  de  esta  época  ,  y  entre  ellos  Gonencio,  autor  de  un  li- 
bro de  máximas ;  Máximo ,  autor  de  una  historia  de  España  en  tiempo  de  los 
Godos,  que  por  desgracia  se  ha  perdido;  Kedempto,  discípulo  también  de  Isi- 
doro ,  y  autor  de  un  relato  de  su  fallecimiento ;  Juan  ,  hermano  de  Braulio, 
que  le  sucedió  en  la  sede  de  Zaragoza ,  autor  de  numerosos  himnos ,  puestos ,  á  lo 
que  se  cree ,  en  música  por  él  mismo ,  y  de  un  tratado  sobre  la  celebración  de  la 
Pascua;  Pablo,  diácono  de  Mérida,  que  bajo  el  reinado  de  Recesvinto  y  de 
Wamba  ilustró  la  memoria  de  los  santos  varones  de  su  patria  (5) ;  Eugenio, 
obispo  de  Toledo ,  observador  de  las  revoluciones  lunares ;  otro  Eugenio ,  pri- 
mero monge,  y  luego  obispo  también  de  Toledo,   que  escribió  epigramas  y  cul- 


beo  ó  JuandeStobi,  ciudad  deMacedonia,  que  escribía  en  el  siglo  v,  compuso  una  obra  de  la  misma 
clase,  de  la  que  lian  llegado  hasta  nosotros  algunos  fragmentos.  Finalmente,  bajo  el  título  de  Saty- 
ricon,  Marciano  Gapella  (natural  de  Madauro  de  África,  según  unos,  y  deCartago,  según  otros),  pu- 
blicó á  mediados  del  siglo  v  un  libro  en  prosa  y  verso  en  el  que  trata  de  las  siete  ciencias  que  cons- 
tituían entonces  el  conjunto  de  los  conocimientos  humanos,  á  saber:  la  gramática,  la  dialéctica  y  la 
retórica  comprendidas  bajo  el  nombre  de  trivium,  y  la  aritmética,  la  geometría,  la  astronomía  y  la 
música  inclusa  la  poesía)  bajo  el  de  quadrivium.  Este  sistema  de  estudio  había  pasado  de  Jas  escue- 
las de  Alejandría  á  las  de  Constantinopla.  Las  Etymologiw  de  Isidoro,  citadas  con  menos  frecuencia, 
son  sin  embargo  muy  superiores  al  Salyrir.on  de  Marciano  Capella. 

(1)  Hist.  gen.  de  Esp.,  p.  1.a,  1.  IV,  c.  IX. 

(2)  Hist.  de  Esp.,  p.  1.a,  c.  XVIII. 

(3)  Véase  la  Recopilación  de  Lorenzana:  Sanctorum  Patrum  ecclesiee  Toletana)  quae  extant 
Opera,  etc.  Matrili,  1782. 

(4)  Risco,  España  Sagrada,  t.  XXX. 

(5,    De  Vita  et  Miraculis  Emeritensium  Patrum,  Flores,  España  Sagr.,  t.  XIII. 


CAP.   XIII. — ESPAÑA  GODA.  225 

tivó  la  poesía  y  la  música ;  Julián ,  obispo  de  dicha  iglesia ,  autor  de  muchas 
obras  teológicas ,  de  un  Horóscopo  para  el  siglo  venidero ,  de  epitafios  y  de  epi- 
gramas ,  lo  mismo  que  de  la  célebre  historia  de  la  expedición  de  Warnba  contra 
Paulo  (1);  Idalio,  obispo  de  Barcelona,  Félix  de  Toledo  y  Tajón  de  Zarago- 
za, autores ,  el  primero  de  varias  epístolas ,  el  segundo  de  un  elogio  de  Julián, 
y  el  tercero  de  compilaciones  y  comentarios  sobre  las  obras  de  san  Gregorio  Mag- 
no (2).  En  el  siglo  siguiente ,  que  fué  el  de  la  conquista  árabe,  escribió  Isidoro, 
obispo  de  Beja ,  y  compuso  una  crónica  que  empieza  en  el  año  611 ,  y  acaba  en 
el  754  (3).  Este  movimiento  literario  y  científico  prueba  evidentemente  que  las 
letras  latinas  reaparecieron  en  España  después  de  la  invasión ,  como  hemos  dicho 
al  principio  de  este  capítulo ,  y  arranca  á  Romey  la  siguiente  confesión ,  que  no  ha 
de  pasar  desapercibida  en  boca  de  un  historiador  extranjero  y  francés:  «En  nin- 
guna época ,  dice ,  en  presencia  de  los  hechos  que  llevamos  mencionados ,  han 
estado  desterradas  ó  extinguidas  las  letras  y  las  luces  enlre  nuestros  vecinos  de 
la  otra  parte  de  los  Pirineos  (4). » 

El  hecho  de  Chindasvinto  que  daba  á  Eugenio  un  poema  para  que  lo  corri- 
giese; el  libro  de  Isidoro  dedicado  á  Sisebulo,  hombre  sabio  y  muy  entregado  al 
estudio,  orador  de  mucha  elocuencia  y  de  mucha  doctrina;  instruido  en  las  bellas 
letras  y  en  la  mayor  parte  de  las  ciencias ,  según  el  testimonio  de  ambos  Isido- 
ros ;  los  diferentes  escritos  dirigidos  por  Leandro  á  Recaredo ,  el  favor  concedi- 
do por  este  y  sus  sucesores  á  Leandro  y  á  Isidoro ;  el  celo  de  muchos ,  de  casi 
lodos  los  monarcas  godos  para  la  compilación  de  un  código  nacional  y  para  la 
conservación  de  los  monumentos  históricos ;  el  respeto  con  que  miraban  las  de- 
cisiones de  los  concilios ,  son  otras  tantas  evidentes  pruebas  de  que  las  ciencias 
y  las  letras  distaban  mucho  de  hallarse  durante  aquellos  tiempos  de  supuesta 
barbarie  en  el  lastimoso  estado  que  generalmente  se  cree  (5). 

Durante  este  período,  las  bibliotecas  no  parecen  haber  sido  muy  numerosas 
en  España,  pues  entonces  eran  igualmente  raras  en  todas  partes.  Los  grandes 
trabajos  de  copislería,  cuyo  honor  se  ha  atribuido  con  justicia  á  los  monges, 
empezaron  en  aquella  época.  Las  grandes  colecciones  de  manuscritos  (pues  una 
biblioteca  no  consistía  en  otra  cosa)  no  podían  formarse  sino  con  muchos  gastos 
y  con  prodigios  de  ciencia  y  de  trabajo.  Cítase  sin  embargo  la  biblioteca  traída 
de  África  por  Donato ,  fundador  del  monasterio  servitano ,  é  Isidoro  menciona 
la  biblioteca  de  Pamfilo ,  que  contaba  treinta  mil  volúmenes.  Invadida  la  Penín- 
sula por  los  Árabes ,  los  monges  solo  pudieron  llevarse  á  Galicia  y  á  Asturias 
una  escasa  parte  de  sus  riquezas  intelectuales ,  pues  no  cabe  duda  de  que  en 
aquella  época  habia  reunidos  ya  en  los  conventos  muchos  manuscritos.  Tiempo 
después  de  la  catástrofe  y  aun  en  nuestros  dias  se  han  encontrado  con  frecuencia 
manuscritos  de  aquella  época;  los  archivos  de  las  catedrales,  la  biblioteca  del 
Escorial  y  las  de  los  conventos ,  llenas  estaban  de  monumentos  inéditos  del  si- 


(1)  Juliani  episcopi  Toletani  Opera  omiiia,  Lorenz.  Patr.  Tolet.,  t.  II,  Matriti,  4785. 

(3)  Risco,  España  Sagrada,  t.  XXX. 

(3)  Isid.  episc.  Pacensis,  Chronicon,  Flores,  España  Sagr.,  t.  VIII.  Matriti,  4769. 

(4)  Hist.  de  Esp.,  p.  1 .»,  c.  XVIII. 

(5)  Para  mas  noticias,  véase  á  Masdeu,  Hist.  crít.  de  Esp.,  t.  XI. 

TOMO  II.  29 


226  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

glo  vir ,  y  para  que  se  hayan  librado  de  tantas  vicisitudes  ,  de  tantas  guerras  é 
invasiones ,  de  laníos  saqueos  é  incendios ,  fuerza  es  decir  que  su  número  se  habia 
multiplicado  de  un  modo  considerable. 

Las  ciencias  propiamente  dichas,  ó  á  lo  menos  las  ciencias  naturales,  des- 
preciadas por  los  Romanos ,  poco  cultivadas  y  casi  desconocidas  por  los  Españo- 
les durante  el  período  romano,  no  empezaron  á  florecer  en  España  hasta  la  épo- 
ca de  los  Árabes ,  según  veremos  en  su  lugar  oportuno ,  y  muy  singulares  oran 
las  ideas  que  en  aquel  tiempo  se  tenían  acerca  de  la  medicina  y  de  su  practica  y 
ejercicio.  Los  médicos  no  podían  sangrar  ni  medicinar  á  muger  iibrp,  é  ingenua, 
como  no  fuese  á  presencia  del  padre,  madre ,  hermano ,  hn>  ?  abuelo  ó  algún 
otro  pariente  (1).  Si  la  sangría  enflaquecía  al  enfermo  ,  el,  médico  era  condenado 
á  cien  sueldos  de  multa  (£) ,  y  si  el  enfermo  movía  á  consecuencia  de  la  medica- 
ción, era  entregado  el  médico  á  los  parientes  del  difunto ,  considerándole  como 
homicida  (3).  La  recompensa  no  era  proporcionada  al  grave  peligro  que  llevaba 
en  sí  el  ejercicio  de  esta  profesión ,  pues  por  sus  cuidados  solo  recibía  el  médi- 
co cinco  sueldos  de  oro ,  y  aun  esto  después  de  la  completa  curación  del  enfer- 
mo (4). 

Antes  de  explicar  lo  principal  que  puede  decirse  acerca  de  las  bellas  artes  en 
el  período  godo  ,  no  podemos  hacer  cosa  mejor  que  transcribir  las  palabras  con 
que  encabeza  D.  José  Amador  de  los  Rios ,  uno  de  los  capítulos  de  su  obra  sobre 
el  arte  latino-bizantino  en  España.  «  Achaque  ha  sido  harto  común  en  cuantos  han 
tratado  fuera  de  la  Península  de  las  artes  españolas ,  dice  el  ilustrado  autor  antes 
citado ,  el  desconocer  su  existencia  durante  la  dominación  visigoda.  Háse  afir- 
mado generalmente  que  hundida  España  en  profunda  oscuridad  bajo  el  peso  de  la 
barbarie,  ni  pudo  conservar  la  gloria  del  arte  clásico  que  tan  grandes  monumen- 
tos habia  producido  en  la  patria  de  los  Sénecas  y  Golumelas ,  ni  le  fué  tampoco 
hacedero  el  dar  señales  de  vida  en  la  senda  abierta  por  el  arte  cristiano,  desde  el 
momento  en  que  brillando  la  cruz  en  el  lábaro  de  Constantino ,  aspira  aquel 
arte  á  dominar  en  Occidente.  A  la  verdad  no  se  conforma  este  juicio  con  la  his- 
toria de  la  civilización ,  desconociéndose  al  emitirlo  que  no  se  extingue  en  un  solo 
dia  la  luz  del  antiguo  mundo ,  ni  es  fácil  renuncia  para  la  humanidad  la  radical 
y  absoluta  de  conquistas  laboriosamente  realizadas  en  el  transcurso  de  muchos  si- 
glos. Pero  es  lo  notable  que  no  solamente  se  ha  caido  en  el  doloroso  error  de  su- 
poner desposeída  de  bellas  artes  á  la  nación  española  durante  un  largo  período, 
el  cual  no  carece  por  cierto  de  verdadera  gloria  ,  sino  que  se  ha  olvidado  al  pro- 
pio tiempo ,  además  de  la  enseñanza  que  los  monumentos  ministraban ,  la  exis- 
tencia de  un  documento  inestimable  que,  habiendo  servido  de  constante  faro  en  la 
edad  media,  llevaba  en  sí  la  mas  terminante  condenación  de  semejantes  asertos, 
siendo  al  par  irrecusable  testimonio  del  grado  de  cultura  á  que  llegó  el  arte  ar- 
quitectónico ,  y  con  él  las  demás  artes  que  se  le  asocian  ,  bajo  el  imperio  de  los 


(1)  Nullus  medicus  sine  prsesentiá  patrjs,  matris,  fratris,  filii,  aut  avunculi,  vel  cujuscumque 
propinqui,  raulierem  ingermam flebotomare  praesumat.  Lib.  Iud.,  lib.  XI,  1. 1, 1.  4. 

(2)  Id.,  lib.  XI,  t.  I,  I.  6i 

(3)  La  misma  ley. 

(4)  Id.  1.  7. 


CAP.    XIII. — ESPAÑA    GODA.  227 

reyes  visigodos  (1).  »  Y  en  efecto,  las  celebradas  Etimologías  de  Isidoro  nos  dan 
sobre  este  punto  cuantas  noticias  pueden  desearse. 

Empezando  por  la  arquitectura,  arle  capital,  llamada  en  todas  edades  á 
imprimir  el  sello  de  sus  formas  á  las  producciones  de  las  demás  artes  del  diseño, 
según  expresión  del  escritor  antes  ciíado  ,  tócanos  examinar  someramente ,  pues 
otra  cosa  no  permite  la  índole  de  nuestro  trabajo  ,  qué  monumentos  notables  de- 
jaron los  Godos  de  su  dominación  en  la  Península ,  y  que  rasgos  principales  ca- 
racterizan su  arquitectura.  «  Despojada  la  arquitectura  romana  de  su  antigua  se- 
veridad ,  dice  un  autor  ,  sujeta ,  como  todas  las  artes  del  imperio  ,  á  la  influen- 
cia ejercida  sobre  ellas  por  la  conquista  del  Asia  y  las  peregrinas  importaciones 
de  los  países  orientales,  si  aun  pretendia  afectar  las  principales  formas  tomadas 
de  la  Grecia ,  y  su  sencillez  y  su  pureza  ,  llevaba  ya  en  su  seno  algo  de  indeciso 
y  licencioso  ,  que  acelerando  su  decrepitud  ,  la  disponía  á  los  cambios  que  ha- 
bían de  variar  su  esencia  y  darle  un  nuevo  aspecto.  Con  sus  rectos  perfiles  y 
sus  arcadas  semicirculares,  con  sus  pomposos  cornisamentos,  con  sus  imponentes 
masas  y  sus  órdenes  medio  romanas ,  medio  griegas ,  franqueó  bien  pronto  los 
límites  de  la  unidad;  admitió  en  vez  de  un  solo  cuerpo  simple  y  sencillo  ,  el  con- 
junto de  tres  ó  mas ,  complicados  y  sobrepuestos ;  hízose  mas  pesada  y  menos 
sólida  ;  mas  libre ,  y  menos  suelta  y  gentil ;  mas  sobrecargada  de  ornatos,  y 
menos  bellaj  mas  preocupada  ,  y  sin  embargo  menos  escrupulosa  ;  mas  amiga 
de  la  ostentación  ,  pero  en  realidad  menos  grande  y  espléndida  (2).»  Este  era, 
pues ,  el  estado  del  arte  arquitectónico  en  España  y  en  Italia  al  ser  invadidas  por 
las  hordas  asiático-germanas;  al  alejarse  estas  de  sus  selvas  en  busca  de  una 
nueva  patria  ,  ni  dejaron  en  ellas  ni  llevaron  consigo  una  arquitectura  propia. 
Bastábales  entonces  la  cabana  de  ramaje,  la  tienda  de  pieles  ó  el  carro  de  sus  cam- 
pamentos que  los  transportaba  de  país  en  país,  y  de  conquista  en  conquista.  Sin 
embargo,  si  su  rudeza  primitiva  no  les  permitió  cultivar  el  arte  mas  indispensa- 
ble al  bienestar  del  hombre ,  acostumbráronse  desde  muy  temprano  á  respetar 
los  monumentos  del  mundo  romano ,  y  acabaron  al  fin  por  imitarlos  en  sus 
construcciones.  La  arquitectura  predominante  en  el  imperio  de  Occidente  fué 
la  suya.  En  los  primeros  tiempos  del  establecimiento  de  los  Godos  en  España,  se- 
guramente que  no  habia  de  descubrirse  en  sus  construcciones  la  grandeza  y  no- 
ble majestad  ,  la  fácil  y  esmerada  ejecución,  el  gusto  correcto  y  puro  de  los  me- 
jores dias  del  imperio ;  sino  que  serian  menos  ostentosas,  mas  tímidas  y  reduci- 
das. La  miseria  de  la  sociedad  ,  el  temor  de  los  ánimos  ,  el  cambio  continuo  de 
dominación  que  los  agitaba,  no  podían  consentir  en  aquella  época  ni  los  grandes 
esfuerzos  del  genio  ,  ni  los  recurs  os  poderosos  que  reclaman  sus  grandes  concep- 
ciones. Mas  sentada  la  monarquía ,  habiendo  la  raza  hispano-latina  hecho  pasar 
su  credo  á  la  religión  de  los  vencedores ,  pudo  la  arquitectura  erigir  otras  vez 
iglesias  y  monumentos,  imitando  las  fábricas  suntuosas  que  habían  sido  sucesiva- 
mente elevadas  desde  Augusto  hasta  Trajano  y  los  muchos  templos  erigidos  antes 


(1)  El  Arte  latino-bizantino  en  España  y  las  coronas  -visigodas  de  Guarrazar:  Ensayo  histórico 
critico,  por  D.  José  Amador  de  los  Rios.  Madrid,  1861. 

(2)  Ensayo  hist.  sobre  los  diversos  géneros   de   arquitectura  empleados  en  España  desde  la 
dominación  romana  hasta  nuestros  dias,  por  D,  José  Caveda.  Madrid,  4848. 


228  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

por  los  cristianos  á  semejanza  de  las  basílicas ,  tales  como  el  espíritu  religioso 
nabia  determinado  sus  formas  y  carácter  de  un  modo  invariable. 

Acudamos  ahora  á  san  Isidoro,  y  él  nos  dará  sobre  todos  los  edificios  que 
levantaban  los  Godos  en  su  tiempo  cuantas  noticias  podamos  apetecer.  Habla  pri- 
mero el  santo  de  los  edificios  sagrados  (  wdificia  sacra)  ,  y  establece  con  entera 
claridad  la  diferencia  que  mediaba  entre  las  basílicas  (  basílica}),  monasterios 
(monasterial ) ,  oratorios  (oratoria)  y  cenobios  (cenobio);  dícenos  que  clase  de 
edificios  eran  los  martirios  ( mar tijria)  y  lavatorios  (delubra),y  explicando  el 
uso  de  las  aras  y  altares,  nos  transmite  preciosos  datos  al  referirse  á  los  pulpitos, 
tribunales  y  analógios.  No  se  muestra  menos  minucioso  el  sabio  doctor  en  el 
examen  de  los  edificios  públicos  ( cedificia  publica),  entre  los  cuales,  clasificando 
las  ciudades,  colonias,  municipios,  castillos,  vicos  (vici),  castrosy  aldeas  (pagi), 
da  cuenta  de  las  construcciones  suburbanas,  muros,  torres  y  demás  propugnáculos 
y  promurales  que  ásu  defensa  se  referían.  Explica  el  uso  de  los  circos ,  teatros 
y  anfiteatros^,  el  de  las  termas ,  baños ,  lavaderos  (apodyteria) ,  casas  de  co- 
mida (popince)  y  tabernas  (taberna}),  no  olvidando  tampoco  la  estructura  délas 
calles  ,  á  las  que  rodeaban  con  frecuencia  espaciosas  soportales  (imbuli). 

Fíjase  luego  san  Isidoro  en  las  habitaciones  de  todos  géneros  (habitáculo,) , 
y  definida  la  de  los  reyes  (aula  regia),  la  cual  excedía  á  las  demás  por  la  riqueza 
de  los  cuatro  pórticos  que  la  circuían ,  menciona  los  atrios  de  los  magnates, 
que  solo  podian  tener  tres  pórticos;  pasa  en  seguida  á  los  hospitales  y  hospicios 
(hospüia  et  xenodiquia),  y  en  otros  capítulos  determina  las  fábricas  que  servían 
para  custodia  de  objetos  preciosos  (repositorio),  y  las  que  se  destinaban  á  talle- 
res (  operaría).  Entre  las  primeras  habla  de  los  sagrarios  (sacraria),  dónanos 
(donaría),  erarios  (airaría)  y  bibliotecas  (biblioteca}),  y  entre  las  segundas  de  las 
fábricas  de  lana  (gynecia),  de  los  hornos  ( furni )  y  de  los  lagares  ( torcularia ). 
Emplea  tres  capítulos  en  el  examen  de  las  construcciones  propias  del  campamen- 
to (papiliones,  tentoria)  y  de  los  sepulcros  (sepulcro) ,  no  olvidando  los  edificios 
rústicos  ni  las  casas  y  tugurios  (casce,  tugurio). 

No  contento  san  Isidoro  con  indicarnos  la  existencia  de  todos  estos  edi- 
ficios ,  lánzase  á  considerar  los  elementos  de  la  construcción  y  ornamentación,  y 
después  de  manifestar  las  diferencias  que  existen  entre  pórtico  y  vestíbulo,  en- 
tre claustros  internos  y  claustros  externos  (fores  et  valuce);  después  de  hablar 
de  los  cimientos  y  paredes  (fundamenta  et  parietes),  de  las  pilas  y  pilares,  de  los 
ábsides  y  testeros  (ábsida  et  testudines),  de  los  pavimentos  y  mosaicos  (pavimen- 
to et  tessellce),  define  los  arcos,  basas,  colunas  y  capiteles ,  que  formaban  la  par- 
te mas  noble  de  la  decoración  ,  no  olvidando  las  tejas  (tegulce,  imbrices),  canales 
y  fístulas  (canales,  fistulae)  que  cubrían  y  defendían  los  edificios ,  recogiendo  las 
aguas  llovedizas. 

Si  pues  en  estos  preciosos  datos  hemos  de  reconocer ,  como  dice  Los  Rios 
en  su  obra  ya  citada ,  la  existencia  y  el  ejercicio  de  un  arte  que  atiende 
de  igual  modo  á  los  mas  altos  ministerios  de  la  religión  y  á  las  mas  sencillas  ne- 
cesidades de  la  vida ,  ¿cómo  será  posible  negar  á  la  época  visigoda  la  posesión 
de  este  mismo  arte?  Sin  embargo,  aun  cuando  no  poseyésemos  tan  precioso  docu- 
mento como  el  que  acabamos  de  mencionar,  la  historia  multiplica  los  monumen- 
tos que  á  esto  aluden  ,  enseñándonos  que  en  las  mas  apartadas  provincias  de  la 


CAP.   XIII. — ESPAÑA   GODA.  229 

monarquía  visigoda  se  erigían  aulas ,  atrios ,  basílicas ,  monasterios  y  hospicios, 
y  que  Toledo,  corte  de  aquellos  monarcas ,  vio  levantarse  dentro  y  fuera  de  sus 
muros  toda  clase  de  construcciones. 

Casi  todos  los  monarcas  visigodos  prodigaron  en  efecto  á  dicha  ciudad  repe- 
tidas muestras  de  su  predilección  ,  y  á  tal  punto  llega  el  noble  anhelo  de  engran- 
decerla, que  no  solamente  la  rodea  Wamba  de  nuevas  murallas  defendidas  por 
torres  y  promurales  de  gran  fortaleza,  sino  que  la  exorna  también  de  elegantes  y 
admirables  fábricas ,  perpetuando  su  obra  con  los  siguientes  versos  que  mandó 
esculpir  sobre  las  puertas  de  la  ciudad  : 

erexit,  factore  deo,  rex  1nclytus  urbem 
Wamba,  suae  celebrem  protendens  gentis  honorem. 

Una  de  las  basílicas  mas  célebres  y  la  primera  de  Toledo  ,  fué  la  dedicada  á 
la  Virgen  María  dos  meses  después  de  convertido  Recaredo  á  la  religión  católica, 
mucho  antes  de  la  celebración  del  gran  concilio  nacional  en  que  imitaron  su 
ejemplo  los  obispos  arríanos,  basílica  que  se  distinguió  después  con  el  título  de 
la  Sede  Real,  y  en  cuyo  seno  se  celebraron  algunas  de  las  respetables  asambleas 
que  daban  á  un  tiempo  leyes  á  la  Iglesia  y  á  la  república.  San  Eulogio  en  su 
Apologético  supone  de  admirable  obra  la  famosa  iglesia  de  Santa  Leocadia,  erigi- 
da en  la  misma  ciudad  de  Toledo  por  el  favor  y  protección  de  Sisebuto  ,  y  á  la 
verdad  que  los  cinco  capiteles,  despojo  de  este  templo,  existentes  hoy  en  el  patio 
segundo  del  hospital  de  Santa  Cruz  en  Toledo  ,  si  bien  de  ejecución  poco  esme- 
rada, no  manifiestan  ,  dice  la  obra  sobre  los  géneros  de  arquitectura  empleados 
en  España  ,  que  antes  hemos  citado,  haber  pertenecido  á  una  fábrica  vulgar,  ni 
ser  producto  de  un  arte  degenerado  y  menesteroso.  No  era  menos  famosa  la  igle- 
sia pretoriense  de  San  Pedro  y  San  Pablo  ,  donde,  no  solo  se  congregaron  algu- 
nos concilios ,  cual  en  el  Pretorio  de  la  basílica  de  Santa  Leocadia,  sino  que 
fueron  también  ungidos  los  reyes  por  mano  de  los  obispos ,  como  nos  refiere  san 
Julián  del  ya  citado  Wamba,  mostrando  así  la  magnificencia  de  estas  construc- 
ciones. 

También  fueron  erigidas  en  Toledo  durante  el  período  godo  y  corriendo  los 
siglos  vi  y  vn  las  seis  iglesias  que  tan  extraordinaria  fama  han  alcanzado,  así  en 
los  tiempos  medios  como  en  la  edad  moderna,  bajo  el  título  de  Mozárabes  (1);  y 
si,  abandonando  la  ciudad  regia,  dirigimos  nuestras  miradas  á  los  demás  pun- 
tos de  la  Península  ,  veremos  las  grandes  y  magníficas  fábricas  del  monasterio 
Agaliense,  fundado  en  534  por  Atanagildo,  bajo  lainvocacion  de  san  Julián,  ypues- 
to  al  norte  de  Toledo,  á  orillas  del  Tajo;  del  titulado  de  San  Cosme  y  San  Damián, 
situado,  según  algunos,  en  el  pago  délos  Darrayeles,  y  puesto,  según  otros,  en  las 
cercanías  de  Buenavista;  del  de  San  Pedro  y  San  Félix  ,  fundado  por  Viterico, 
al  otro  lado  del  rio  ,  cerca  de  la  corte  visigoda  ,  tal  vez  en  el  mismo  lugar  que 
hoy  ocupa  la  renombrada  ermita  de  la  Virgen  del  Valle;  del  de  San  Pedro  el  Ver- 
de, cuya  fundación  se  atribuye  al  obispo  Aurasio  que  gobernaba  la  sede  de  Tole- 
do durante  los  reinados  de  Viterico  y  Gundemaro;  del  de  San  Silvano  ,  situado  en 


(1)    Las  iglesias  mozárabes  se  construyeron:  Santa  Justa  en  554;  santa  Eulalia  en  559;  san  Se- 
bastian en  601;  san  Marcos  en  634;  san  Lucas  en  641,  y  san  Torcuato  en  701. 


230  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

el  puente  de  Santa  Cruz;  de  la  basílica  de  San  Juan,  contigua  á  la  catedral  de  Ma- 
rida ;  déla  iglesia  de  San  Martin,  erigida  en  la  ciudad  de  Orense  á  mediados  del 
siglo  vi;  del  palacio  episcopal  de  Mérida,  edificado  por  el  obispo  Fidel  en  la  se- 
gunda mitad  del  mismo  siglo,  y  por  fin  de  las  catedrales  de  Sevilla,  de  Zarago- 
za, de  Mérida  y  otras  varias  ciudades. 

Estos  testimonios  bastan  para  tener  por  cierto  que  durante  la  monarquía 
goda  no  careció  nuestra  patria  de  muchas  y  muy  notables  construcciones  reli- 
giosas, no  siendo  menos  importante  consignar  que  gozaron  de  gran  renombre  las 
destinadas  á  otros  objetos  de  la  vida.  Con  admiración  vieron  los  Árabes  al  pene* 
trar  en  las  ciudades  españolas  aquellos  suntuosos  alcázares  que  habían  dado  á 
san  Isidoro,  con  la  magnificencia  de  sus  pórticos,  la  brillante  idea  que  nos  trans- 
mite de  las  aulas  regias.  «Cundía  la  fama  de  su  grandeza  á  los  historiadores 
mahometanos ,  quienes  al  consignar  en  sus  obras  el  sorprendente  efecto  produ- 
cido así  en  Tarik  ben  Zeyad  y  Muza  ben  Noseir,  como  en  los  califas  orientales, 
por  las  maravillas  de  aquellos  palacios ,  ponderan  á  tal  punto  las  riquezas  de 
los  Reyes  rumies  que  apenas  acertamos  ahora  imaginarlas.  Soberbia,  grandiosa  y 
rica  por  extremo  era  la  fábrica  de  aquellos  palacios;  suntuosos  sus  salones  y  es- 
tancias ;  vistosos  y  deslumbradores  sus  pavimentos ;  imponderables  los  tesoros 
que  en  ellos  habían  hacinado  los  reyes  visigodos  (1).» 

Por  desgracia  no  poseemos  en  su  primitiva  forma  ninguna  de  las  basílicas, 
monasterios  ni  palacios  levantados  durante  la  dominación  goda.  Destruidos  por 
la  saña  de  los  hombres  y  las  vicisitudes  de  los  tiempos ,  ó  adulterados  hasta 
el  punto  de  no  dar  razón  de  su  antigua  traza  y  ornamento  ,  por  la  misma  piedad 
que  intentaba  conservarlos  ó  embellecerlos,  seria  vana  toda  diligencia  para  hallar 
un  monumento  íntegro  de  aquella  edad,  cuando  ni  aun  los  muros  con  que  rodeó 
Wamba  su  ciudad  favorita  han  'logrado  permanecer  enteros.  Despedazados  fri- 
sos, dice  D.  José  Amador  de  los  Rios  (2),  cuyo  primitivo  empleo  es  hoy  por  ex- 
tremo difícil  averiguar;  solitarios  capiteles  que  han  servido  de  trofeo  á  otros 
edificios  posteriores,  formando  extraño  maridage  con  los  que  ahora  los  rodean; 
truncados  fustes  que  guardan  por  ventura  alguna  inscripción  ó  conservan  las 
huellas  de  características  estrías ;  fragmentos  de  jambas,  metopas,  dinteles  ó  im- 
postas, y  algunas  lápidas  de  consagración ,  hé  aquí  las  reliquias  que  han  so- 
brevivido en  Toledo  al  golpe  destructor  de  los  siglos ,  bastando  sin  embargo  á 
pregonar  la  existencia  de  aquel  arte  ,  cuya  viviente  confirmación  solo  puede  en- 
contrarse en  las  primitivas  basílicas  de  la  monarquía  asturiana.  Mas  ya  que  no 
exisla  hoy  edificio  alguno  de  los  construidos  por  los  Godos  en  nuestro  suelo  ¿se- 
rá por  eslo  imposible  formar  idea  de  la  arquitectura  en  ellos  empleada?  ¿Se  ha 
perdido  para  la  posteridad  la  idea  de  su  carácter  distintivo?  ¿De  dónde  se  deri- 
va? ¿Qué  rasgos  la  distinguen,  qué  alteraciones  ha  sufrido?  ¿Lleva el  sello  de  la 
originalidad,  ó  es  solo  una  imitación?  A  muchas  de  estas  preguntas  llevamos 
dada  la  contestación  en  lo  que  antes  hemos  dicho  acerca  del  estado  de  la  ar- 
quitectura romana  en  la  época  de  la  invasión.   Así  la  encontraron  los  Godos  al 


(1)  El  Arte  latino-bizantino  en  España  y  las  coronas  visigodas  de  Guarrazar:  Ensayo  histórico 
crítico  por  D.  José  Amador  de  los  Rios. 

(2)  Id. 


CAP.    XIII.—ESPAÑA   GODA.  231 

posesionarse  de  Italia ,  y  así  fué  por  ellos  cultivada  con  mas  ó  menos  diligen- 
cia, pero  nunca  con  tanto  abandono  y  libertad  que  alterando  sus  tipos  primitivos 
alcanzasen  borrar  del  todo  su  carácter  romano.  Puede  por  el  contrario  asegurar- 
se que,  en  cuanto  su  cultura  lo  permitía,  se  propusieron  conservarle,  ciñéndose  á 
imitar  las  fábricas  romanas  y  procurando  en  sus  restauraciones  asemejar  las 
partes  renovadas  á  las  antiguas, 

Teodorico,  príncipe  de  los  Ostrogodos  y  dueño  del  imperio  de  Occidente,  que 
arrebatara  á  Odoacro  con  la  vida  ,  siéntese  dominado  por  la  noble  ambición  de 
liacer  célebre  su  nombre  ,  mas  que  por  sus  victorias ,  por  su  genio  civilizador; 
esforzándose  en  restablecer  la  pompa  y  el  esplendor  de  la  sociedad  romana,  re- 
paraba en  cuanto  le  era  posible  los  estragos  de  las  recientes  invasiones,  y  preve- 
nía á  sus  arquitectos  Daniel  y  Símaco  que  en  la  renovación  de  los  edificios  ro- 
manos deteriorados  por  las  guerras,  procurasen  asimilar  de  tal  manera  las 
nuevas  construcciones  á  las  antiguas,  que  pareciendo  todas  de  un  mismo  tiempo, 
quedasen  las  fábricas  con  un  carácter  uniforme ,  y  como  existían  en  su  primiti- 
vo estado. 

En  España  encontraron  los  Godos  los  mismos  edificios  que  les  eran  en  Italia 
conocidos;  igual  era  el  estilo  que  los  distinguía  y  la  cultura  y  el  genio  que  los 
produjera.  No  variaba,  pues,  ni  la  imitación,  ni  el  modelo,  ni  el  espíritu  que  los 
inducía  á  reproducirlos.  Romanos  por  hábito  y  por  inclinación,  si  no  era  dable 
que  olvidasen  sus  artes,  si  no  conocían  otras,  es  preciso  advertir  que  al  cultivar- 
las no  debían  oponer  resistencia  á  las  impresiones  de  una  nueva  escuela  llena 
de  brillantez  y  de  vida  por  mas  que  desconociesen  sus  principios.  «  Por  esto  se 
advierte  que  en  la  aplicación  de  los  rasgos  aislados  del  estilo  neo-griego  ,  dice 
Caveda  ,  los  Godos  ni  se  proponían  un  sistema,  ni  eran  arrastrados  por  el  deseo 
de  innovar.  Cedían  á  vagas  reminiscencias, á  impresiones  fugitivas  no  analizadas 
por  el  arte  mismo,  apegados  siempre  á  las  prácticas  romanas  (1).»  Pero  esto  que 
podia  llamarse  imitación  respecto  de  la  grey  visigoda  ,  no  era  ni  podia  ser  mas 
que  la  prosecución  en  el  ejercicio  del  arte  cultivado  por  sus  mayores  en  orden  á 
la  grey  hispano-latina.  Aunque  dominada  por  la  fuerza,  no  renuncia  esta  á  sus 
tradiciones  artísticas ,  así  como  no  abjura  de  su  religión ;  no  pide  á  los  conquis- 
tadores un  arte  que  no  podían  suministrarle,  sino  que  aplica  sus  antiguos  prin- 
cipios á  las  construcciones  que  levanta  ,  sin  esquivar  renovarlos ,  á  causa  de  su 
contacto  con  los  Romanos  de  Oriente ,  con  las  conquistas  de  aquel  arte  que  tan- 
tas maravillas  creaba  á  la  sazón  en  la  corte  de  Constan  tinopla. 

Hé  aquí  pues,  dice  el  citado  D.  José  Amador  de  los  Ríos,  la  doble  fuente  de 
esta  arquitectura,  de  este  arte,  que,  con  exactitud  histórica  y  filosófica,  designa 
con  el  nombre  de  latino-bizantino.  Llegado  el  solemne  instante  en  que  la  historia 
del  imperio  visigodo  se  determina  en  el  tercer  concilio  de  Toledo,  el  pueblo  que 
triunfa  religiosa  y  moralmente,  salvando  al  propio  tiempo  su  lengua,  su  ciencia, 
su  literatura,  no  puede  darse  por  vencido  respecto  de  las  artes  por  él  cultivadas 
durante  los  días  de  prueba  y  de  zozobra  ,  al  paso  que  el  pueblo  visigodo,  avasa- 
llado por  el  prestigio  de  la  antigua  civilización,  dominado  después  por  la  irresis- 


(1)    Ensayo  hist.  sobre  los  diversos  géneros  de  arquitectura  empleados  en  España  desde  la  do- 
minación romana  hasta  nuestros  días. 


232  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

tibie  fuerza  de  Ja  doctrina  católica  ,  no  opone  resistencia  alguna  al  desarrollo  de 
aquel  arte  quejenia  también  recibido  por  suyo,  siendo  este  el  concepto  único  en 
que  puede  llevar  su  nombre. 

Por  lo  dicho  se  conocerá  cuan  infundada  es  la  dominación  de  arquitectura 
gótica  aplicada  á  las  construcciones  de  cierto  estilo  arquitectónico,  que  no  llegó  á 
conocerse  hasta  el  siglo  xm.  El  sistema  ojival  que  constituye  el  gusto  gótico, na- 
ció mucho  después  que  los  Godos  hubieran  dejado  de  figurar  en  el  mundo.  Para 
formarse  una  idea  mas  completa  del  arte  de  construir  entre  los  Godos,  ya  que  no 
puede  analizarse  ni  uno  solo  de  sus  edificios  ,  puesto  que  ninguno  se  conserva, 
bastará  examinar  los  que  fueron  erigidos  en  los  tiempos  inmediatos  á  la  ruina 
de  su  imperio,  cuando  su  reciente  memoria  debia  mantener  sin  alteración  sensi- 
ble las  prácticas  y  los  principios  que  habían  adoptado  y  seguido  constantemente 
en  su  manera  de  edificar.  La  arquitectura  gótica  no  pereció  con  el  trono  de  Ro- 
drigo; sin  alteraciones  notables  en  su  carácter  esencial  fué  transmitida  íntegra  á 
sus  sucesores ,  y  ellos  la  recibieron  como  una  herencia  preciosa  de  sus  padres, 
que  la  necesidad  y  el  respeto  les  obligaban  á  conservar.  Yerémosla  en  la  monar- 
quía asturiana,  tal  cual  en  Toledo  se  mostraba  protegida  por  Recaredo,  Sisebuto 
y  Wamba.  Goda  todavía,  apegada  al  estilo  latino,  inalterable  en  sus  rasgos,  fiel 
á  las  tradiciones,  dice  Caveda  (1),  la  reconoceremos  fácilmente  en  las  humildes 
fábricas  de  nuestros  reyes ;  y  si  bien  subordinada  la  construcción  á  la  escasez 
y  penuria  de  los  tiempos,  no  la  permitían  brillar  como  en  sus  mejores  dias,  los 
recordará  con  todo  sin  desmentir  su  procedencia  ,  siendo  en  el  fondo  la  misma 
que  predominó  en  España  ,  en  Italia  y  en  las  Galias  ,  por  espacio  de  tres  siglos. 
Así  lo  veremos  en  el  lugar  oportuno  de  la  Parle  IIL 

De  todo  esto  se  deduce  que,  lejos  de  interrumpirse  la  tradición  del  arte  an- 
tiguo ,  lo  aceptaron  los  sucesores  de  Ataúlfo  ,  tal  como  se  cultivaba  al  penetrar 
ellos  en  nuestra  península ,  recibiendo  después  las  modificaciones  que  sucesiva- 
mente fué  aquel  experimentando;  y  que  no  solo  prosiguió  la  raza  hispano-latina 
en  posesión  del  arte  heredado  de  sus  mayores,  sometido  ya  á  las  necesidades  del 
rito  y  de  la  liturgia  católicos,  sino  que  refrescadas  aquellas  nociones,  ó  modifica- 
das en  parte  con  el  ejemplo  de  las  provincias  imperiales  y  el  frecuente  comercio 
con  Bizancio,  impuso  sus  prácticas  artísticas  á  la  raza  visigoda,  llegada  la  época 
del  tercer  concilio  Toledano,  como  le  impuso  también  su  religión  y  su  literatura. 

Todas  las  arles  del  diseño  participaron  del  carácter  general  que  imprimió  á 
la  arquitectura  la  doble  influencia  latino-bizantina,  reflejando  el  fausto  y  la 
pompa  de  las  costumbres,  refinadas  sobremanera,  con  el  vivo  ejemplo  de  la 
corte  de  los  Justinianos  y  Heraclios.  Y  en  efecto,,  imposible  es  que  perma- 
neciera muy  atrasada  en  la  senda  de  las  bellas  artes  la  nación  que  habia  lle- 
gado á  tal  grado  de  fausto  y  de  riqueza.  Ponderan  en  efecto  nuestros  primeros 
cronistas  la  riqueza  que  ostentaron  reyes  y  magnates ,  de  que  dan  testimonio 
irrecusable  dos  monumentos  coetáneos  de  inestimable  precio,  como  son  el  tantas 
veces  mencionado  libro  de  las  etimologías,  maestro  de  cuanto  se  refiere  á  aquella 
edad,  y  el  Código  de  los  Visigodos,  que  nos  revela  aquel  estado  de  extremada  cul- 
tura en  que  el  desapoderado  anhelo  del  lujo  y  de  la  opulencia  corrompe  la  pu- 
to   L.c. 


CAP.   XIII. — ESPAÑA   GODA.  233 

blica  fe,  adulterando  el  valor  de  los  metales  (1).  Sin  embargo,  mas  que  en  estos 
testimonios ,  en  los  historiadores  árabes  hemos  de  buscar  la  sorpresa  que  en  ellos 
produjeron  aquellas  regias  aulas  de  Toledo  y  los  portentosos  tesoros  que  las 
mismas  encerraban.  A  ciento  setenta  asciende  el  número  de  coronas  y  diademas 
tejidas  de  oro  y  piedras  preciosas,  que  halló  Tarik  en  el  palacio  de  Rodrigo,  se- 
gún el  testimonio  de  los  referidos  historiadores :  llenaban  las  preseas  y  vasos  de 
oro  y  piala  un  aposento  en  abundancia  tal,  que  no  alcanzaba  la  descripción  á  pon- 
derar tanta  riqueza  (2):  un  Psalterio  de  David,  escrito  sobre  hojas  de  oro  en  ca- 
racteres yunanies (griegos)  con  agua  de  rubí  disuelto,  brillaba  en  medio  de  aquellas 
riquezas  (3),  cuyo  extremado  valor  acrecentaban  maravillosos  espejos ,  piedras 
filosofales  y  libros  prodigiosos,  faltando  palabras  para  pintarla  suntuosidad  des- 
lumbradora de  la  Mesa  de  Salomón,  cuajada  de  perlas  y  esmeraldas,  incrustada 
de  gruesos  rubíes,  záfiros  y  topacios,  y  ornada  de  tres  coronas  ó  collares  de  oro 
guarnecidos  de  aljófar. 

Y  no  eran  estos  los  únicos  tesoros  que  excitaron  la  ambición  y  la  codicia  de 
los  conquistadores  de  Toledo,  dice  D.  José  Amador  de  los  Rios  en  su  obra  tantas 
veces  citada.  Tras  la  depredación  de  Tarik  cayó  sobre  la  corte  visigoda  la  cruel 
avaricia  de  Muza,  quien  no  contento  con  los  despojos  que  aquel  le  ofrecia,  afligió 
á  los  cristianos  con  bárbaros  castigos  para  arrebatarles  sus  bienes,  y  fatigó  el 
seno  déla  tierra  en  busca  de  tesoros.  «Cuando  Muza  señoreó  en  Toledo,  dice  un 
escritor  árabe,  llegósele  un  hombre  y  le  dijo:  —Envía  alguien  conmigo  y  te  descu- 
briré un  tesoro.— Oyólo  Muza,  y  enviando  hombres  de  su  confianza,  llegaron  á 
cierto  lugar  donde  el  denunciador  dijo:  —  Cavad  aquí.  Y  como  cavaron,  descubrió- 
se inmenso  tesoro  de  alhajas,  sembradas  de  rubíes,  topacios,  esmeraldas  y  otra 
pedrería  cuyo  brillo  oscureció  su  vista,  y  lo  enviaron  todo  á  Muza  (4).» 

Las  basílicas  de  Toledo  y  de  toda  España  no  ofrecieron  menor  incentivo  á 
la  rapacidad  de  los  mahometanos,  depositarías  como  eran  de  las  magníficas 
ofrendas  de  la  liberalidad  de  los  reyes,  obispos  y  magnates.  Un  historiador  árabe, 
Ebn  Hayan  el  Gortobi,  atribuye  la  citada  mesa  de  Salomón  á  los  cuantiosos 
legados  que  los  reyes  y  poderosos  hacían  á  las  iglesias,  cuyos  ministros,  dice, 
allegando  estos  bienes,  labraban  ricos  y  vistosos  utensilios  para  el  culto  sagrado, 
tales  como  tronos,  mesas,  atriles  y  otros  objetos  semejantes.  Tal  era  pues,  en  sen- 
tir del  historiador  citado,  el  origen  de  aquella  maravillosa  mesa,  que  no  de  los  pa- 
lacios reales,  sino  del  altar  mayor  de  la  basílica  de  Santa  María  de  la  Sede  Real 
arrebató  con  otras  mil  preseas  y  vasos  sagrados  el  conquistador  de  Toledo. 

Dados  estos  antecedentes  históricos, dice  enlaobra  especial  que  alas  Coronas 
de  Guarrazar  ha  dedicado  D.  José  Amador  de  los  Rios,  no  cabe  duda  en  que  el 
Tesoro  de  Guarrazar,  colección  sin  igual  de  las  mas  preciosas  joyas,  superior  por 


(1)  Lib.  Iud.,  lib.  VU.  t.  VI. 

(2)  ...Y  encontró  puertas,  que  al  ser  derribadas  por  los  lanceros  con  sus  lanzas,  mostraron  á 
Tarik  vasos  de  oro  y  de  plata  cuantos  no  puede  abarcar  descripción,  y  halló  en  ella  la  mesa  que 
había  sido  del  profeta  de  Dios,  Salomón,  hijo  de  David  (sobre  entrambos  la  salud):  y  era,  según  se 
refiere,  de  esmeraldas  verdes;  y  esta  mesa  no  se  había  visto  cosa  mas  hermosa  que  ella,  y  sus  va- 
sos eran  de  oro,  y  sus  platos  de  una  piedra  preciosa  verde  y  otra  salpicada  de  blanco  y  negro.  Ebn. 
Alwardi,  Perla  de  las  Maravillas;  Idrisi,  Geografía. 

(3)  Bayan  Almoghreb,  P.  1 ,  pág.  3<! . 
llj     Id. 

TOMO  II.  30 


234  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

el  esplendor  de  la  materia  y  el  mérito  de  la  ejecución  á  cuantas  colecciones  aná- 
logas existen  en  Europa,  si  no  procede  directamente  de  la  ciudad  que  embelleció 
Wamba,  es  al  menos  otra  prueba  de  aquella  magnificencia  que  reyes,  magnates 
y  prelados  visigodos  habian  ostentado  en  las  basílicas  de  Toledo,  asociándose  in- 
mediatamente al  desarrollo  artístico  que  supone  un  estado  social  tal  como  hemos 
descrito.  Depósito  fecho  en  tiempo  de  coita ,  según  expresión  del  rey  sabio,  dice 
el  citado  escritor,  ha  venido  á  demostrar  mas  y  mas  cuan  grande  fué  el  conflicto 
de  la  monarquía  visigoda  al  caer  sobre  España  las  falanges  del  Islam,  y  á  derra- 
mar bastante  luz  sobre  las  narraciones  de  los  historiadores  árabes  y  cristianos 
que  parecían  antes  fabulosas.  La  importancia  del  tesoro  de  Guarrazar  es  bajo  este 
punto  de  vista  incontestable,  y  por  lo  mismo  parécenos  conveniente  decir  aquí  al- 
gunas palabras  acerca  de  un  suceso  que  por  algún  tiempo  logró  interesar  á  la  na- 
ción entera  y  que  hoy  dia  es  objeto  entre  los  sabios  de  animadas  controversias,  no 
habiendo  faltado  en  esta  misma  capital  y  poco  antes  de  escribir  nosotros  estas  líneas, 
quien  ha  puesto  en  dúdala  legítima  procedencia  del  tesoro  descubierto,  atribuyén- 
dola á  los  cálculos  de  la  ingeniosa  y  poco  escrupulosa  especulación.  De  todos  mo- 
dos, esta  opinión  que  solo  hemos  visto  consignada  en  una  memoria  leída  en 
una  de  las  academias  científicas  de  Barcelona  (1),  no  puede  considerarse  aun  como 
una  verdad,  muy  lejos  de  esto,  en  cuanto  han  reconocido  y  reconocen  todavía  la 
autenticidad  del  tesoro  los  sabios  españoles  y  franceses. 

Con  unánime  sorpresa  de  la  nación  entera  cundió  en  los  primeros  me- 
ses de  1859  la  triste  noticia  de  que  un  rico  depósito  de  las  artes  españolas,  con- 
sagrado con  el  nombre  de  uno  de  los  mas  celebrados  reyes  visigodos,  había 
dejado  de  pertenecemos  con  mengua  de  nuestra  ilustración  y  con  desdoro  de 
nuestro  buen  nombre,  pasando  á  los  museos  de  Francia,  nuestra  vecina.  Habíase 
descubierto  en  la  fuente  de  Guarrazar,  oculto  en  el  cementerio  de  un  oratorio  ó 
basílica,  levantado  á  dos  leguas  al  oeste  de  Toledo,  y  encerrado  en  dos  cajas  de 
argamasa,  construcción  que  no  tenia  semejante  en  cuantos  sepulcros  allí  exis- 
tían. Hemos  dicho  ya  la  causa  que  dan  á  este  depósito  algunos  escritores  y  entre 
ellos  D.  José  de  los  Rios,  depósito  que  no  solo  constaba  de  las  joyas  deposiiadas 
en  el  museo  de  las  Termas,  en  Francia,  y  de  las  adquiridas  después  por  S.  M.  la 
Reina,  sino  que  iban  acompañadas  de  otras  varias  que  han  perecido  en  el  crisol 
de  ignoranies  ó  codiciosos  plateros.  Las  coronas  de  Guarrazar,  así  las  existentes 
en  Gluny  como  en  nuestro  museo  nacional,  representan  y  personifican  durante  la 
monarquía  visigoda  la  piadosa  costumbre  introducida  en  Occidente  por  Constan- 
tino, no  extinguida  en  nuestra  patria  y  resucitada  por  Recaredo  desdeel  momen- 
to en  que  abrazó  la  fe  de  los  Fulgencios  y  Leandros.  Consistía  esta  en  ofrecer  los 
monarcas  y  magnates  sus  coronas  ante  los  altares  cristianos,  y  de  ello  son  eviden- 
te prueba  los  mismos  historiadores  árabes,  quienes  nos  aseguran  que  en  la  basíli- 
ca primada  de  las  Españas  habian  consagrado  los  sucesores  de  Recaredo  crecido 
número  de  coronas,  no  escatimando  esta  honra  á  otras  basílicas  metropolitanas, 
como  sucede  en  la  de  Mérida,  sin  que  esto  signifique  que  algunas  no  fuesen  an- 
tes ornamento  personal  y  aun  signos  de  la  potestad  suprema. 

Nueve  son  por  desgracia  las  clonas  que  han  salvado  los  Pirineos,  y  que 


(1 )    Memoria  leída  por  D.  Josó  Puiggarí  en  la  Academia  de  Bueuas  Letras  de  Barcolona.  h  86í . 


CAP.    XIII.— ESPAÑA   GODA.  235 

formadas  de  aros  ó  cercos  de  oro,  revelan,  según  D.  José  de  los  Ríos,  por  sus  no 
dudosos  caracteres  tanto  la  época  en  que  fueron  labradas  como  el  arte  y  el  pueblo 
que  las  produjeron.  El  conjunio  y  general  aspecto  de  una  de  ellas  es  verdadera- 
mente deslumbrador  y  original  por  extremo.  Enriquecida  pródigamente  de  gran- 
des piedras  preciosas,  tales  como  las  produjo  la  naturaleza,  está  suspendida  por 
cuatro  cadenas  de  oro,  y  de  ella  se  desprenden  veinte  y  cuatro  péndulos  de  záfi- 
ros piriformes  que  sostienen  las  veinte  y  tres  letras  que  componen  la  inscripción 
votiva,  en  el  orden  siguiente: 

f   RECCESVINTHVS  REX  OFFERET. 

Menos  fastuosa,  si  bien  no  menos  digna  de  estudio,  es  la  corona  que  sigue 
en  tamaño  á  esta  de  Recesvinto,  adjudicada  por  arqueólogos  extrangeros  á  la  es- 
posa de  aquel  rey.  De  ella  pende  una  cruz  ricamente  sembrada  de  piedras  pre- 
ciosas en  el  anverso,  mostrando  en  el  reverso  esta  inscripción: 

in  di 

NOM 

INE 

OFFERET  SONNICA. 

SCE 
MA 
RÍE 
INS 
ORRA 
CES. 

La  última  palabra  sorbaces  es  todavía  un  misterio  para  los  anticuarios. 

De  todas  estas  coronas,  que  son  realmente  votivas,  parece  poder  asegurarse 
que  fueron  ofrendadas  algún  tiempo  después  del  tercer  concilio  de  Toledo,  no 
solo  porque  desde  aquel  momento,  tan  solemne  en  la  historia  de  la  civilización 
española,  se  refleja  con  mas  fuerza  en  las  bellas  artes  la  influencia  bizantina,  si- 
no porque  únicamente  desde  entonces  pudo  generalizarse  la  piadosa  costumbre 
que  simbolizan.  Sin  embargo,  excepto  de  las  dos  que  ligeramente  hemos  descrito, 
de  Recesvinto  y  de  Sonnica,  es  imposible  de  todo  punto  designar  los  personajes 
que  ante  el  altar  las  consagraron.  lía  de  observarse  por  último  que  todas  reve- 
lan el  mismo  procedimiento  artístico,  como  que  todas  pertenecen  á  un  mismo  ar- 
te y  á  una  misma  cultura. 

No  eran  estas  las  únicas  preciosidades  depositadas  en  el  cementerio  de  la 
basílica  que  existiera  en  las  famosas  huertas,  y  el  propietario  de  las  mismas,  pe- 
saroso de  haber  destruido  otras  muchas  joyas,  no  sin  dolerse  de  que  le  hubiesen 
arrebatado  algunas  otras,  presentó  á  S.  M.  la  Reina  magníficas  preseas  proceden- 
tes del  mismo  tesoro,  entre  ellas  la  celebrada  corona  de  Suintila.  Estos  descubri- 
mientos tan  importantes  para  conocer  el  verdadero  estado  de  las  artes  en  el  pe- 
ríodo en  que  nos  ocupamos,  en  caso  de  ser  auténticos  y  verdaderos,  como  hasta 
ahora  existen  fundados  motivos  para  creerlo  así,  dieron  lugar  á  otros  hallazgos 


236  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

de  no  menor  importancia.  Abandonando  á  los  arqueólogos  y  anticuarios  la  solu- 
ción de  las  cuestiones  á  que  quizás  se  prestan  las  mencionadas  joyas,  es  induda- 
ble que  en  las  escavaciones  mandadas  practicar  por  el  gobierno  en  el  lugar  en 
que  se  suponen  encontradas,  esto  es  en  las  huertas  de  Guarrazar,  halláronse  frag- 
mentos de  edificios,  y  reconocióse  allí  la  existencia  de  un  templo  católico  rica- 
mente exornado  de  mármoles  y  piedras  entalladas.  Aun  cuando  el  tesoro  de  Guar- 
razar no  hubiese  producido  otro  beneficio  que  el  descubrimiento  de  aquellos 
restos  arquitectónicos,  habrían  de  sentir  por  él  viva  gratitud  la  historia  y  la  ar- 
queología (1). 

La  escultura  y  la  pintura  participaron  durante  este  período  del  carácter  gene- 
ral que  á  las  artes  del  diseño  hemos  asignado,  y  si  bien  no  poseemos  monumento 
alguno  de  la  segunda  de  dichas  artes,  los  adornos  de  la  arquitectura,  y  los  bajos 
relieves  de  los  sepulcros  y  otros  monumentos,  nos  demuestran  ser  una  verdad  lo 
que  llevamos  dicho.  Las  figuras,  aunque  de  un  dibujo  poco  correcto,  no  carecen  sin 
embargo  de  expresión.  En  los  sepulcros ,  como  en  Cabeza  del  Griego  y  en  otras 
parles,  vese  por  lo  regular  una  cruz  ó  un  pez,  símbolo  onomástico  de  Jesucristo,  el 
alfa  y  la  omega  y  oirás  expresiones  míslicas.  Dícese  queel  sepulcro  gótico  mas  an- 
tiguo descubierto  hasiala  fecha,  pertenece  afines  del  siglo  v,  yenTalavera  de  la  Rei- 
na se  ha  encontrado  alpinamente  uno  de  mármol  blanco,  largo  de  ocho  pies  y  ancho 
de  dos,  notable  por  su  suntuosidad  y  buenas  formas.  De  los  últimos  tiempos  del 
imperio  godo  y  de  los  primeros  que  siguieron  á  su  destrucción,  consérvanse  al- 
gunos monumentos  notables,  entre  otros  las  dos  esculturas  que  adornan  la  puer- 
ta de  san  Juan  de  Yillanueva.  En  la  una  vese  á  un  guerrero  á  caballo  armado  de 
punta  en  blanco  y  dispuesto  á  partir,  deíenido  tiernamente  por  una  muger;  en 
la  otra  el  mismo  guerrero  atraviesa  con  su  espada  á  un  oso  aferrado  ásu  escudo, 
haciendo  ambos  alusión  á  la  muerte  de  Favila,  despedazado  en  la  caza  por  un 
oso.  La  Iglesia  de  Yillanueva  fué  edificada  por  Ermenesinda,  hermana  de  aquel 
rey,  debiendo  advertir  que  el  mismo  hecho  se  encuentra  representado  en  varios 
monumentos  de  la  época. 

Las  notas  musicales,  aunque  no  sabemos  que  forma  íenian,  eran  usadas  ya 
por  los  Godos ,  pues  no  hubieran  podido  dejar  ala  posteridad,  como  lo  hicie- 
ron, sus  composiciones  en  música,  á  no  expresar  con  notas  sobre  el  papel  los  di- 
ferentes tonos  y  voces.  Los  mas  insignes  compositores  de  música  en  este  período 
fueron  san  Leandro,  Conancio,  Juan  de  Zaragoza,  san  Braulio  ,  san  Julián  y  san 
Eugenio  Iíí,  el  primero  del  siglo  vi  y  los  demás  del  vu.  San  Leandro  puso  en  mú- 
sica varios  salmos  y  los  aleluyas  de  la  misa ;  Conancio,  obispo  de  Falencia,  com- 
puso muchas  melodías  de  singular  dulzura;  Juan,  sucesor  de  Máximo  en  el  obis- 
pado de  Zaragoza,  aplicó  el  canto  á  sus  propias  poesías;  san  Braulio  se  hizo  muy 
famoso  por  sus  composiciones  musicales ;  san  Julián  de  Toledo  puso  en  música 
muchas  parles  del  oficio  divino  ,  y  finalmente  san  Eugenio  corrigió  la  música 
eclesiástica,  que  estaba  ya  entonces  muy  viciada  por  exceso  quizás  de  blandura. 
El  canto  en  las  iglesias  se  acompañaba  regularmente  con  el  órgano,  y  se  procu- 
raba que  fuese  muy  armonioso  ,  pero  al  mismo  tiempo  muy  devoto  y  pausado, 


(1)    Víase  el  Apéndice. 


CAP.    XIII. — ESPAÑA   GODA.  237 

para  no  confundirlo,  dice  san  Isidoro  de  Sevilla,  con  la  música  afeminada  de  los 
teatros. 

Las  medallas  de  este  período  son  por  lo  general  de  un  trabajo  grosero,  é  his- 
tóricamente hablando,  de  muy  difícil  interpretación.  Los  caracteres  de  sus  exer- 
gos  son  muchas  veces  ilegibles,  y  vense  en  ellas  con  frecuencia  restos  de  letras 
rúnicas;  el  thor  ó  la  D  de  los  Visigodos, muy  semejante  á  la  de  los  Escandinavos 
y  á  la  0  de  los  Griegos,  ocupa  en  ellos  frecuente  lugar  ,  y,  como  dijimos  antes  de 
ahora,  el  busto  de  los  reyes,  á  contar  desde  Recaredo,  va  adornado  con  las  in- 
signias reales  introducidas  por  su  padre  Leovigildo. 

Dijimos  también  las  ciudades  donde  se  acuñaba  moneda  y  la  época  desde 
la  cual  poseemos  colecciones  de  medallas ,  lo  que  parecería  probar  que  los  reyes 
anteriores  solo  las  hicieron  acuñar  en  muy  corto  número.  Réstanos  únicamente 
describir  algunas  medallas  de  la  época  para  que  se  vea  la  importancia  que  puede 
atribuírseles  bajo  el  aspecto  artístico  é  histórico. 

Existe  una  medalla  de  Liuva  llevando  por  exergo  liuvan  justi  ;  en  el  rever- 
so se  quiso  figurar  probablemente  una  Victoria ,  que  un  numismático  italiano 
tomó  por  un  insecto,  tan  mal  está  dibujada.  En  efecto,  es  difícil  reconocer  en 
aquel  grosero  dibujo  la  Victoria  de  las  monedas  imperiales  con  las  alas  desple- 
gadas ,  y  teniendo  en  una  mano  la  corona  y  una  palma  en  la  otra.  La  palabra 
vittoria  que  trazó  el  grabador,  no  sirve  de  mucho  para  descubrir  su  intención, 
difícil  como  es  leerla  por  hallarse  las  letras  casi  borradas.  Poseemos  también 
una  medalla  de  Leovigildo,  cuyo  busto  muy  mal  dibujado  parece  á  primera  vis- 
ta una  cabeza  clavada  en  un  palo.  En  otra  medalla  del  mismo  rey,  la  forma  de 
las  letras  es  mucho  mejor,  y  el  busto  está  representado  de  frente  ,  llevando  una 
corona  terminada  en  cruz ,  como  la  de  los  emperadores  de  Constan tinopla.  En  la 
leyenda,  el  nombre  de  leuvvigild  va  precedido  de  las  letras  d.  n.  (Dominus  nos- 
ter)  y  de  la  palabra  rex.  La  -cabeza  parece  cubierta  de  una  especie  de  peluca, 
singularidad  que  empieza  en  Leovigildo  y  hácese  mas  y  mas  notable  en  las  mo- 
nedas de  los  reyes  posteriores.  De  este  monarca,  poseemos  muchísimas  meda- 
llas, algunas  de  las  cuales  llevan  en  el  reverso  una  Victoria  con  el  exergo  rex 
iNCLiTüá  y  otras  los  nombres  de  las  ciudades  en  que  fueron  acuñadas ,  como  to- 

LETO    REX  ,  TOLETO  JUSTUS  ,  PIUS  EMÉRITA    VÍCTOR,  BRACARA   VÍCTOR,  NARBONA  PÍUS, 

ce:  araco:  ta  omo,  que  se  interpreta  cesabagosta  cono. 

De  Recaredo  tenemos  monedas  con  la  misma  cabeza  y  peluca  en  el  anverso 
y  reverso ;  en  una  parte  se  lee  :  recarédus  rex  ,  y  en  la  otra:  toleto  pius.  En 
otras  se  lee  :  toleto  justus,  reccopoli  fecit  ,  reacia  Víctor,  mentesa  pius ,  pius 

1SPAL1  ,  PIUS    CÓRDOBA,  LIRERI   PIUS,  EMÉRITA  VÍCTOR,  EMÉRITA    PIUS,    JUSTUS  ÍEM1NIO, 

taracona,  barcinona,  cesaracosta,  dertosa,  olovasio,  etc. 

Monedas  de  Wamba ;  cabeza  de  perfil  con  la  cruz  en  la  mano,  y  la  leyenda 
I.  D.  N.  M.  (/»  Dei  nomine)  wamba  rex. 

En  una  moneda  de  Ervigio,  vese  una  cabeza  de  perfil  con  la  barba  partida 
y  un  sencillo  birrete.  En  otra  del  mismo  rey,  la  cabeza  está  de  frente,  pero  tan 
mal  dibujada  como  la  otra. 

Hay  una  moneda  de  Egica  mas  singular  aun  ;  la  cabeza  lleva  un  birrete  y 
esstá  colocada  en  una  especie  de  base;  en  el  primer  término  se  ve  una  cruz  y  otros 
signos  inexplicables  á  no  interpretarlos  como  símbolos  de  Victoria.  La  leyenda 


238  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

parece  decir  in  christi  nomine  egicanus  rex.  Medallas  hay  en  que  figuran  reuni- 
dos Egica  y  Witiza;  la  una  de  las  dos  cabezas  lleva  corona  y  la  otra  una  especie 
de  peluca  que  cuelga  hacia  afras.  De  entre  ellas  sale  una  cruz,  y  en  el  reverso  se 
lee  el  nombre  de  witiza  y  el  de  ispalis.  Otras  mas  bárbaras  aun  llevan  los  nom- 
bres de  Córdoba,  de  Tarragona  y  de  Zaragoza,  y  en  una  moneda  de  Witiza  solo, 
acuñada  en  Toledo,  la  cabeza,  cubierta  con  la  acostumbrada  peluca,  parece  unida 
á  las  espaldas  por  una  sola  línea  ó  por  medio  de  un  palo. 

En  una  medalla  de  Rodrigo,  en  la  que  Morales  pretende  ver  una  cabeza  ar- 
mada con  un  casco  puntiagudo  con  dos  cosas  semejantes  á  cuernos,  léese  in  dei 
nomine  rudericus  rex  :  el  reverso  dice  :  egitania  píus. 

Gomo  se  vé,  estas  medallas  tienen  escaso  interés  por  lo  que  al  arte  se  refie- 
re, pero  al  mismo  tiempo  que  atestiguan  la  imperfección  de  los  medios  entonces 
empleados  en  la  acuñación  y  en  el  grabado,  sirven  también  para  confirmar  los  he- 
chos y  las  épocas  de  la  historia  (1).  Las  inscripciones  lapidarias  no  merecen  ba- 
jo este  aspecto  menor  consideración. 

La  mas  antigua  inscripción  de  los  tiempos  del  cristianismo  que  se  ha  encon- 
trado en  España,  es,  según  Masdeu,  un  epitafio  de  Lebrija  que  llévala  fecha  del 
año  523  de  la  era  española  (485)  (2),  pues  no  puede  citarse  la  inscripción  sepul- 
cral de  Ataúlfo,  muerto  en  416,  por  ser  incontestablemente  apócrifa.  Antes  déla 
mitad  del  siglo  v,  poseemos  muy  pocas  inscripciones  cristianas,  pudiéndose  de- 
cir que  los  desórdenes  de  la  decadencia,  las  guerras  y  las  invasiones  de  los  bár- 
baros privaron  á  los  primeros  cristianos  de  consagrar  en  piedra  la  memoria  de 
los  suyos,  ó  causaron  la  destrucción  de  las  lápidas  existentes.  Las  inscripciones 
en  metal  pertenecen  todavía  á  tiempos  menos  remotos,  y,  como  hemos  visto,  las 
medallas  mas  recientes  de  los  reyes  godos  son  posteriores  á  la  mitad  del  siglo  vi; 
la  mas  antigua,  según  Masdeu,  es  del  año  567  (3). 

El  idioma  empleado  en  las  inscripciones  fué  el  latin  hasta  á  mediados  del 
siglo  xiii,  pues  aun  cuando  poseamos  muchas  en  lengua  vulgar  de  fechas  an- 
teriores, son  evidentemente  apócrifas  y  redactadas  mas  modernamente.  Las  del 
monasterio  de  San  Salvador  de  Ofia,  que  llevan  fechas  del  siglo  íx,  fueron  obra 
del  abad  del  mismo  monasterio,  Juan  Manso,  que  murió  á  fines  del  siglo  xv.  A  la 
misma  época  atribuye  Masdeu  otras  muchas  inscripciones  de  monasterios  y  con- 
ventos, entre  ellas  las  de  San  Juan  de  Gorias,  de  San  Juan  de  la  Peña,  de  San 
Francisco  de  Ledesma,  de  San  Clemente  de  Toledo,  de  San  Cosme  y  San  Damián 
de  Covarrubias,  etc.,  monasterios  en  que  se  encuentran  sepulcros  antiguos  con 
inscripciones  modernas.  Estos  fraudes  piadosos  eran  inspirados,  dice  el  indicado 
autor,  por  el  deseo  de  dar  mayor  antigüedad  á  aquellos  establecimientos  reli- 
giosos. 

Lo  cierto  es  que  no  empezaron  á  grabarse  inscripciones  en  lengua  vulgar 
hasta  principios  del  siglo  xni.  Las  mas  antiguas  de  este  género  son  de  1238  y 


(1)  Sóbrelas  medallas  godas,  puédese  consultar  ft  Velazquez  Ensayo  sóbrelos  alfabetos  de  las 
letras  desconocidas  que  se  encuentran  en  las  medallas  y  monumentos  de  España,  Madrid,  1752,  al 
mismo,  Conjeturas  sobre  las  medallas  de  lo.s  reyes  godos,  Málaga,  1*759  ;  á  Flores, á  Mahudel,  etc. 

(2)  Masdeu,  Colección  preliminar  de  lápidas  y  medallas  del  tiempo  de  los  Godos  y  Árabes, 
t.  IX,  c.  IV,  art  4,  n.  i. 

(3)  Id.,  c.  I,  art.  2,  n.  4 .  Es  la  medalla  de  oro  de  Liuva  en  caracteres  muy  confusos  que  antes 
hemos  descrito.  Véase  también  á  Flores,  Medallas,  etc.,  t.  III,  p.  469. 


CAP.   XIII.— ESPAÑA   GODA.  233 

1239,  la  una  de  Valencia  en  dialecto  valenciano  (1),  y  la  otra  del  monasterio  de 
Monserrate  en  Cataluña  en  idioma  catalán  (2).  También  hasta  el  siglo  xni  se  em- 
plearon en  las  fechas  las  cifras  romanas,  y  en  la  época  dicha  empezaron  á  usar- 
se los  caracteres  arábigos.  Algunos  sabios  navarros  citan  una  inscripción  del  mo- 
nasterio de  San  Salvador  de  Leire  con  la  fecha  de  611  de  la  era  española,  la  que 
corresponde  al  año  573  de  Jesucristo  (3);  pero  es  evidente  que  esta  inscripción 
no  puede  ser  del  siglo  que  se  supone,  en  cuanto  los  Árabes  no  habian  entrado  en 
España  ni  existian  aun  como  mahometanos.  Los  sepulcros  de  los  reyes  de  Na- 
varra en  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña,  los  de  los  Condes  de  Castilla  en 
San  Salvador  de  Oña,  están  fechados  con  cifras  árabes  desde  el  siglo  vm  hasta 
el  xi ;  pero  por  el  estilo  y  el  tenor  de  las  inscripciones  es  fácii  reconocer  su  orí- 
gen  mas  moderno.  Por  esto  es,  pues,  que  aun  cuando  no  puede  dudarse  de  que 
España  fué  la  primera  nación  de  Europa  que  usó  las  cifras  arábigas,  seguramen- 
te pocos  siglos  después  de  la  conquista,  son  muchas  las  circunstancias  que  hacen 
tener  por  apócrifas  las  inscripciones  en  que  figuran  aquellas  antes  de  la  primera 
mitad  del  siglo  xm.  Desde  esta  época,  como  veremos  á  su  tiempo,  la  celebridad 
de  las  tablas  astronómicas  de  Alfonso  (tabulas  Alfonsinas)  popularizó  los  núme- 
ros arábigos,  no  solo  en  España,  sino  en  tocia  Europa. 

En  la  presente  historia  hemos  marcado  siempre  los  hechos  con  los  años  de 
la  era  cristiana  por  creerlo  así  mas  inteligible  para  el  común  de  los  lectores,  aun 
cuando  los  cronistas  del  período  gótico  se  valen  siempre  de  la  era  española, 
siendo  posterior  al  mismo  período  la  costumbre  de  servirse  de  la  era  cristiana,  y 
no  abandonándose  en  muchas  provincias  el  uso  de  la  era  española  hasta  muyade- 


(<l)  Nuñez  de  Castro,  Crónica  de  los  Señores  Reyes  de  Castilla,  D.  Sancho,  etc.,  Apéndice  apo- 
logético, etc.  sin  paginación. 

(2)  EN  LO  PRESENT  RETAVLE 

ES  CONTEGVOA  BREVMliNT 

LA  HISTORIA  O  VIDA. 

DE  AQYELL  DEVOT  E  SINGVLAR  ERMITA 

FRARA  IVAN  GVARIN 

LO  QVAL  INSPIRAT 

DE  LA  GRACIA  DEL  SANT  SP1R1T 

VENECB  FER  PENITENCIA 

EN  LA  PRESENT  MONTAÑA  DE  MONTSERRAT 

E  PRINCIPIA  LO  PREPENT  MONASTIR 

SOLS  INVOCACIO 

DE  MAOONA  SANTA  MARÍA 

EN  LOQUAL  GLORIO SAMENT 

FINA  SOS  DIES 

ANNI  123Ü. 

La  fecha  indicada  en  la  inscripción  se  refiere  al  altar,  según  observa  Masdeu,  y  no  al  ermitaño 
Guarin,  muerto  hacia  mas  de  tres  siglos.  Veáse  á  Yepes,  Coronica  general  de  la  Orden  de  san  Beni- 
to, t.  IV,  cent.  5,  p.  227. 

(3)  A.   611.  ER. 

FVLCHERIVS  ME  FEC1T. 

Yepes,  para  probar  la  grande  antigüedad  del  monasterio  de  Leire  deNavarra,  cilaun  privilegio  ma- 
nuscrito del  año  1077,  en  el  cual  el  rey  D.  Sancho  Ramírez  le  llama  el  primer  convento  y  el  mas  anti- 
guo de  lodo  el  reino ;  pero  este  aserto  no  puede  fundarse  en  la  inscripción  anterior,  en  cuanto  carece 
de  toda  autenticidad.  . 


240  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

lantado  del  siglo  xiv.  Esto  no  obstante  desde  mediados  del  siglo  vi,  y  con  mas 
frecuencia  desde  principios  el  siglo  íx,  encuéntranse  inscripciones  fechadas  se- 
gún la  era  vulgar.  Como  veremos  á  su  tiempo,  Alfonso  II  el  Casto  manifestó 
cierta  predilección  por  el  modo  de  contar  los  años  usado  en  el  resto  de  la  cristian- 
dad, mas  todos  los  monumentos  de  su  reinado  llevan  aun  las  fechas  según  la  era 
española.  Los  catalanes  parecen  haber  sido  los  primeros  en  adoptar  la  era  de  Je- 
sucristo, como  lo  prueban  dos  inscripciones  cuya  autenticidad  no  parece  dudosa, 
la  una  de  Gerona  del  año  906  (1)  y  la  otra  de  san  Cucufate  del  año  1010  (2). 


( 1 )  CESPITE  SVB  DVRO 

CVBAT  SERVUS  DEI 

ECCLESLí!  gervndensis  episcopvs 

V1XIT  1Ñ  EPISCOPATV 

ANNOS  XV. 

OBIIT.  XV.  KAL.  SEPTEMBRIS 

ANNO  DOMiNI  D.CCCCVI. 

(J2)  .  1N  HAC  VRNA  IACET  OTHO 

QVONDAM  ABBAS  1NCLYTVS 
QVI  DVM  V1XIT  GORDO  TOTO 

FVIT  DEO  DEV1TVS. 
HIC  CVM  AD  PR.IPOS1TVRAM 
VALLENSIS  PERGERET 
CONTING1T  QVOD  1ACTVRAM 

MORTIS  TVNC  EVADERET, 
NAM  TVM  FVIT  BARCHINONE 

A  PAGANIS  OBS1TA 
ATQVE  DOMVS  HVIVS  BONA 

CVM  PERSONIS  PERD1TA. 
TAMDEM  MAVRIS  H1NC  PV1SATIS 

OTHO  CITO  REDI1T 
ET  HANC  SANCTI  CVCVFATIS 

DOMVM  V1RIS  MVNIIT 
MOX  ELECTVS    1N  ABBATEM 

MONACHOS  INSTÍTVIT. 
QVCS  SECVNDVM  FACVLTATEM 

DOMVS  PAVIT  INDVIT 
SIC  PROTECTVS  DEI    DEXTRA 

CVRAS  EG1T  OMN1VM 
QVOD  DITAVIT  INTVS  EXTRA 

PR/ESENS   MONASTERIVM, 
HVNC   GERVNDA  TVNC  VOCAV1T. 

PR/ESVLIS  AD  GLORIAM 
etJvtramqve  GVBERNAVIT 

PRVDENTIíR   ECCLESIAM 
JTA  HVNC  PR/EVEN1T  DEVS 

BENEDICTIONIBVS. 
QVOD  NON  EST  INVENTVS  REVS 

SED  1VSTVS  IN    OMNIBVS 
DVM  FLORERET  ISTE  SANCTVS- 

MERITORVM   FLOR1BVS 
CASV  MORTIS  EST  ATTRACTVS 

PAGANORVM  ¡CTIBVS. 
NAM  IN  BELLO   CORDVBENSI 


CAP.    XIII.— ESPAÑA   GODA.  241 

Conviene  observar  sin  embargo  que  la  era  cristiana  no  se  hizo  de  un  uso 
común  en  España  hasta  el  siglo  xm ,  y  esto  hace  que  hayan  de  mirarse  con  mu- 
cha prevención  las  fechas  según  el  indicado  cómputo ,  anteriores  á  la  época  dicha. 
En  esta  categoría  han  de  colocarse  las  inscripciones  de  San  Juan  de  la  Peña  y  San 
Salvador  de  Ofía  antes  mencionadas ,  y  algunas  otras  que  se  suponen  pertene- 
cer á  los  siglos  xi  y  xu. 

En  algunas  inscripciones  cristianas  se  hallan  á  veces  dos  cifras  que  no  son 
arábigas  ni  romanas ,  y  cuyo  valor  es  menester  fijar  para  la  inteligencia  de  mu- 
chos documentos  de  los  siglos  medios.  Es  la  primera  una  T ,  de  que  se  halla 
ejemplo  en  tres  lápidas  de  Córdoba ,  en  dos  de  Camón  y  en  una  de  Orense ;  la 
segunda  es  una  especie  de  C  ó  coma ,  ya  puesta  al  derecho ,  ya  al  revés ,  que  se 
ve  grabada  en  una  lápida  de  Oviedo  y  en  otra  de  Aguilar  del  Campo  ,  citadas  por 
Masdeu.  La  T  significa  sin  duda  mil  como  lo  atestiguan  gran  número  de  códices 
manuscritos,  donde  no  puede  interpretarse  de  otro  modo.  Masdeu,  que  vio  este 
signo  empleado  con  mas  frecuencia  en  las  inscripciones  de  Córdoba  que  en  las 
de  otra  parte  alguna ,  sospechó  en  un  principio  haberse  introducido  por  los  Ara- 
bes,  pero  no  tardó  en  conocer  el  poco  fundamento  de  esta  opinión,  en  cuanto  jamás 
los  Árabes,  ni  en  números,  ni  en  palabras ,  han  indicado  el  número  mil  con 
la  letra  T.  Los  Godos,  por  el  contrario ,  lo  mismo  que  otros  pueblos  septen- 
trionales de  raza  germánica ,  usaban ,  según  toda  probabilidad ,  para  designar  el 
número  mil  en  su  lengua  primitiva ,  de  palabras  que  empezaban  con  T,  tales 
como  tusen,  thusend,  tusund,  pertenecientes  á  varios  dialectos  teutónicos,  yes 
verosímil  que  así  como  los  Griegos  se  servían  de  la  X ,  inicial  de  xilios ,  para 
designar  el  número  mil,  y  los  Romanos  de  una  M,  inicial  de  mille,  los  Godos 
introdujeran  la  T ,  inicial  de  tusen,  que  significaba  mil  en  su  lengua  nacio- 
nal (1).  La  T  de  los  Godos  puede  proceder  también  de  la  inicial  de  la  palabra 
griega  xilios  alterada  en  la  escritura,  pues  no  cabe  duda  que  durante  el  período 
gótico  y  también  en  los  años  posteriores  empleáronse  letras  griegas  en  vez  de  las 
latinas ,  como  en  las  palabras  IHsus  por  JEsus ,  XPristus  por  Cllristus ,  Receswi- 
n@us  y  ChindasvinQiis  por  RecesvinTHsus  y  ChindasvinTHus ,  no  siendo  increí- 
ble que  la  T  fuese  en  su  origen  una  f  gótica,  y  que  de  esta  usasen  en  lugar  de  X 
para  significar  xilios  ó  mil :  cuando  menos  es  indudable  que  la  f  reemplaza  en 
muchas  medallas  á  la  X  de  los  Griegos  para  significar  una  misma  cosa. 

En  cuanto  al  segundo  signo  numérico  en  forma  de  coma ,  que  se  ponia  á  la 
izquierda  de  la  X  en   esta  forma  X',   ó  que  á  veces  se  expresaba  así  cX ,  cree 


CVM  PLVRIBVS  ALUS. 
MORTE  RViT  DATVS  ENSI 

COEL1  DIGNVS  GAYJMIS 
CVIVS  OSSA  SVNT  SEPVLTA 

IN  HOC  PARVO  TVMVI.0 
PPIR1TVSQVE  LAVDE  MVLTA 

SVMMO  VJY1T  SÁCULO 
ERANT  ANNI  MILLE   DECEM 

POST  CHRISTI  PRzESEPIA 
QVANDO  DED1T  1STI  NECEM 

PRIMA  LVX  SEPTE5IRRIA. 

(1 )    Aun  en  el  dia  mil  se  expresa  en  inglés  por  tkousand. 

TOMO  II.  31 


242  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Masdeu  que  su  valor  es  cuarenta ,  y  dice  que  la  coma  fué  en  un  principio  una  L 
romana ,  que  vale  cincuenta,  de  modo  que  el  signo  gótico  cX  equivale  al  XL  ro- 
mano (cincuenta  menos  diez=cuarenta). 

Mucha  parte  de  nuestras  inscripciones  están  en  versos  de  los  llamados  leoni- 
nos, y  en  el  profundo  examen  que  ha  hecho  Masdeu  de  las  inscripciones  de  esta 
época,  ha  reconocido  cuatro  especies  de  versos  rítmicos.  Unos  consuenan  en  solo 
una  sílaba,  como  en  las  palabras  juniAS  y  calendA.3;  otros  en  dos  sílabas ,  pero 
sin  diferencia  alguna  entre  las  largas  y  breves  de  la  prosodia  latina ,  como  en 
consobr  INVS  y  en  dom  INYS;  otros  igualmente  en  dos  sílabas,  pero  el  modo  de 
los  asonantes  modernos ,  como  en  vlctl  y  vig  Intl ;  y  otros  en  fin  tienen  sus  rimas 
perfectas  como  las  que  se  usan  ahora  en  casi  todas  las  lenguas  de  Europa.  De  la 
primera  especie  de  consonantes,  que  son  las  mas  imperfectas  ]  tenemos  ejemplos 
desde  el  siglo  vn  en  una  inscripción  de  Alcazer  de  Sal  del  año  682  y  en  otra 
de  Cádiz  de  639  (1). 

La  segunda  especie  de  versos ,  en  que  se  corresponden  las  palabras  breves 
con  las  esdrújulas,  se  halla  usada  desde  el  siglo  íx  en  adelante  como  en  la  ins- 
cripción de  Glavijo  en  que  íum  YLVS  rima  con  m  YLVS  y  dom  INYS  con  sobrl- 
NYS.  Los  asonantes  se  hallan  en  muchas  lápidas  desde  el  siglo  x,  pues  en  una 
inscripción  de  Málaga  del  año  982,  magnifícVs  rima  con  ferv  Id  Vs,  y  domlnO 
con  altissImO.  En  otras  muchas  van  emparejadas  tejií  con  petit,  mensis  con 
novembris,  asonantes  enteramente  iguales  á  los  que  usamos  en  el  dia. 

También  poseemos  ejemplos  antiquísimos  de  lo  que  llamamos  consonantes 
en  la  versificación  española,  y  en  el  sello  de  Alfonso  II  el  Gasto,  que  debiera  ser 
sin  duda  del  siglo  íx ,  leemos  los  siguientes  versos  : 

ANGÉLICA  LAETVM 
CRVCE  SVBLIMATVR  OVETVM 

REGÍS  HABENDO  TRONVM 
CASTI  REGNVM  ET  PATRONVM . 

Es  digno  de  observarse  también  en  las  inscripciones  de  la  época  el  modo 
como  están  dispuestos  los  versos ,  formando  cuartetas ,  cuyo  primer  verso  rima 
con  el  tercero,  y  el  segundo  con  el  cuarto,  ó  bien  el  primero  con  el  último  y  los 
dos  del  medio  entre  sí.  De  ello  tenemos  ejemplos  desde  los  primeros  años  del  si- 
glo xi ,  y  así  ha  podido  verse  en  el  epitafio  de  Othon  ,  obispo  de  Gerona ,  enter- 
rado en  el  monasterio  de  San  Gucufate,  que  hemos  transcrito  en  una  de  las  notas 
anteriores. 

Pocos  años  después  compusiéronse  los  versos  siguientes ,  que  pertenecen  al 


I )    Los  versos  siguientes  están  tomados  de  la  última: 


PARVA  DICATO  DEO     . 

PERMANS1T  CORPORE  VIRGO. 

HIC  SVRSVM   RAPTA 

CELESTI  M1GRAT  IN  AVLA. 

OBI1T  JVNIAS 

DÉCIMO   QVAHTOVIÍ  CALENDAS: 

HIC  EST  QVERVL18 

ERA  DE  TEUPORE  MORTIS 

DCLXXXXVU. 


CAP.  XIII. — ESPAÑA   GODA.  2á3 

epitafio  del  Dean  (decano)  Ordono,  enterrado  en  Val  de  Dios  en  Asturias,  en  el 
año  1060: 

OVETENSIS  ERAT 

ORDONIVS  ISTE  DECANVS 

QVEM  GENVS  EXTVLERAT 

MENS  SACRA  ,  LARGA  MANVS  : 

QVI  RELEVANS  INOPES 

VIRTVTVM  FLORA  REPLETVS 

SED1S  DISCRETVS 

MVLTIPLICAVIT  OPES. 

VT  FACERET  TOTV3I 

ET  ESSET  PROSPERA  FINÍS 

CLVSTRIS  DEVOTVM 

SE  MONACHAV1T  IN  HIS. 

Puede  inferirse  por  lo  tanto  de  lo  que  antecede  la  falsedad  de  las  opiniones 
que  sustentan  varios  escritores  sobre  el  origen  y  principio  de  la  rima.  Es  inexacto 
en  primer  lugar  que  sus  autores  hayan  sido  los  trovadores  provenzales,  porque 
estos  no  comenzaron  á  hacer  uso  de  ella  hasta  el  siglo  xi,  mientras  que  se  usaba 
en  España  desde  el  ix,  y  rigurosamente  hablando  desde  el  yin.  No  es  también 
menos  inexacto  llamar  á  esta  clase  de  versos  leoninos,  del  poeta  León,  de  París, 
pues  este  vivió  á  fines  del  siglo  xn,  y  su  uso  era  ya  común  en  España  en  los 
siglos  anteriores.  Tampoco  es  cierto  que  los  Árabes  introdujesen  en  la  Península 
las  rimas  de  una  sola  sílaba,  en  cuanto  los  epitafios  de  Cádiz  y  de  Alcazer  de  Sal 
antes  citados,  en  los  que  se  encuentra  esta  clase  de  rima,  son  de  una  época  muy 
anterior  á  su  invasión  (659-682)  (1). 

Lo  mas  probable  parece  ser  que  con  la  venida  de  los  Godos  se  introdujeron 
en  España  las  primeras  rimas,  y  que  recibiendo  mayor  perfección  en  tiempo 
de  los  Árabes ,  acabaron  de  pulirse  en  las  trovas  de  los  Provenzales,  desde  las 
que  volvieron  á  Casulla  á  fines  del  siglo  xn  ó  á  principios  del  xni  (2). 


(i)    De  ello  tenemos  otra  prueba  en  el  epitafio  de  los  Condes  de  Basalú,  sepultados  en  la  iglesia 
de  Santa  María  de  Ripoll  por  los  años  1020  y  1052;  dice  así: 

SPLENDOR  FORMA  CARO 
VIRTVS  CVM  GERMINE  CLARO 

VT  CITO  FLOKESCVNT 
MÓDICO  S1C    FINE  LIQVESCVNT. 

HAEC  DVO  TESTANTVIt 
COMITÉS   QVI  HIC  TVMVLANTVR. 

(2)    La  primera  inscripción  en  posesía  castellana  es  un  epitafio  de  Toledo,  que  lleva  la  fecha  de 
1278  y  empieza  así: 

aqvi:  jaz:  don:  fernan:  gvdiel: 
mvy:  onrrado:  cavalero: 
agvazil:  fve:  de:  toledo: 
a:  todos:  mvy:  derechvrero: 
cavalero:  mvy:  fidalgo: 
mvy:  ardit:  e:  esforzado: 
e:  mvy:  facedor:  de:  algo: 


244  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Bajo  la  influencia  del  cristianismo,  las  fórmulas  gentílicas  desaparecieron  de 
las  inscripciones  lapidarias ;  no  se  usaron  manes  ni  sombras ,  ni  el  S.  T.  T.  L., 
sit  Ubi  térra  levis,  ni  sobre  todo  el  nombre  de  divus,  que  únicamente  se  encuentra 
dos  veces  en  una  prolongada  serie  de  inscripciones  cristianas :  la  primera  en  una 
inscripción  de  Oviedo  del  siglo  ix  ,  en  que  se  aplica  la  palabra  diva  á  la  buena 
memoria  del  rey  Ramiro,  y  la  segunda  en  una  de  Santiago  del  siglo  xn,  en  que 
se  da  el  título  de  divus  á  san  Fernando  abad.  El  nombre  de  Jesucristo  y  la  cruz 
habían  reemplazado  así  en  las  inscripciones  como  en  las  monedas  á  estas  fórmu- 
las anticuadas,  y  á  veces  se  ponia  también  en  ellas  la  primera  y  última  letra  del 
alfabeto  griego,  el  alfa  y  la  omega,  para  significar  que  el  Dios  crucificado  ha  de 
ser  nuestro  principio  y  fin.  De  ahí  tomó  sin  duda  origen  la  piadosa  costumbre 
peculiar  de  nuestra  nación  de  honrar  con  la  señal  de  la  cruz  toda  suerte  de  es- 
crituras y  cartas ,  asi  públicas  como  privadas ,  costumbre  que  se  ha  conservado 
hasta  nuestros  dias  (1) . 

Acerca  de  la  ortografía,  es  muy  fácil  convencerse,  por  el  examen  de  los  mo- 
numentos originales,  de  las  infinitas  alteraciones  que  sufrieron  en  España  los  ca- 
racteres romanos  ,  á  consecuencia  de  las  naciones  que  sucesivamente  dominaron 
en  ella.  El  estudio  de  las  transformaciones  de  muchas  letras  en  las  inscripciones 
cristianas ,  no  carece  de  importancia  histórica,  y  no  deja  de  ser  muy  curioso  in- 
vestigar á  través  de  los  siglos  las  notables  variaciones  que  ciertas  palabras  han 
experimentado. 

Confundir  la  V  con  la  B,  y  esta  con  aquella,  es  defecto  en  que  caian  nues- 
tros antiguos  á  cada  paso,  escribiendo  Sivilla  y  Sibilla,  Evora  y  Ebora,  Alvarm 
y  Albarus,  y  así  otras  infinitas  palabras  que  á  veces  nos  dejan  duda  de  su  sen- 
tido, como  sucede  en  los  pretéritos  y  futuros  de  dedicavit  y  dedicabit,  consecravit 
y  consecraba ;  y  este  defecto  echó  tan  hondas  raices  en  España  desde  el  tiempo 
de  los  Godos,  que  todavía  dura  en  muchas  de  nuestras  provincias  (2).  Trocábase 
también  muy  fácilmente  la  P  en  B,  la  V  en  O  y  la  G  en  G,  y  por  esto  de  OlisiPo- 
na  formaron  OlisiBona,  de  donde  viene  Lisbona  y  Lisboa;  de  CordVba,  PorTVs- 
cale  y  GVndemarus  hicieron  CordOba,  PortOcale  y  GOndemarus,  etc.  En  vez  de 
CesarauGusta  y  Gondemarus,  escribíase  á  veces  CesaraCosta  y  Condemarus ,  al 
contrario  de  lo  que  sucede  en  la  lengua  castellana  en  que  se  muda  con  fre- 
cuencia la  G  en  G,  como  sucede  en  las  palabras  godas  que  acabamos  de  citar, 
PortuCale,  TarraCona,  CesaraCosta,  transformadas  por  nuestra  lengua  moderna 
en  PortuGal,  TarraGona  y  Zar  a  Goza. 


mvy:  cortes:  bien:  razónalo: 
servio:  bien:  a:  W:   xpo: 

e:  a:  santa:   maria: 

e:  al:  reí:  e:  a:  toledo: 

de:  noche:  e:  de:  día:  etc. 

(1)  La  lapidaria  española  mudó  enteramente  de  aspecto  á  fines  del  siglo  mi,  habiéndose  co- 
menzado desde  entonces  á  hacer  uso  de  la  lengua  vulgar  en  vez  de  la  latina  ,  de  los  números  ará- 
bigos en  vez  de  los  romanos,  y  de  la  era  de  Jesucristo,  en  vez  de  la  era  española.  Masdeu,  t.  IX, 
p.  XXIII. 

(2)  De  ahí  las  satíricas  palabras  de  Scalígero  contra  los  Vascones:  Felices  populi  quibus  vivero 
est  libere. 


CAP.    XIII. — ESPAÑA   GODA.  245 

Era  también  costumbre  entre  los  Godos  borrar  una  letra  de  los  diptongos, 
pronunciando  únicamente  la  que  mas  sonaba  y  duplicar  la  Y  según  el  uso  del 
Norte,  como  en  los  nombres  Witiza,  Wamba,  etc.  (1).  A  veces  doblaban  igual- 
mente la  N,  y  en  vez  de  sénior,  escribían  sennior;  y  en  vez  de  domna  (corrupción 
de  domina),  escribían  donna,  que  probablemente  pronunciarían  con  el  sonido  de 
gn;  y  de  la  costumbre  que  los  mismos  Godos  introdujeron  de  escribir  una  N  sola, 
notando  la  otra  con  una  raya  en  esta  forma  sénior,  doña,  añus,  pañus,  se  han 
originado  las  palabras  castellanas  señor,  doña,  año,  paño,  y  oirás  innumerables. 
Aun  el  decir  año  y  paño,  en  lugar  de  añus  y  pañus, nos  viene  también  de  los  Go- 
dos, porque  ellos,  hallando  dificultad  en  las  declinaciones  latinas,  nombraban  las 
mas  de  las  cosas  en  ablativo,  como  se  ve  en  las  monedas,  que  tienen  todas  en  di- 
cho caso  los  nombres  de  las  ciudades,  del  mismo  modo  que  las  nombramos  aho- 
ra, Ebora,  Córdoba,  Toleto.  El  latin  muy  corrompido  ya  que  los  Árabes  ha- 
llaron en  España ,  acabó  de  corromperse  después  de  la  conquista ,  y  el  romance 
que  se  formó  casi  en  todas  partes  durante  los  siglos  siguientes,  debió  mucho  al 
idioma  de  los  vencedores.  Sin  embargo  ,  si  es  imposible  desconocer  su  influencia 
en  muchos  puntos  ,  quizás  ha  sido  por  algunos  algo  exagerada. 

«Es  preocupación  antigua,  dice  M.  Bouterweck,  atribuir  á  la  mezcla  de  ios 
Castellanos  y  Árabes  la  aspiración  áspera  y  gutural  que  se  encuentra  en  la  lengua 
española,  lo  mismo  que  en  la  arábiga  y  en  la  alemana;  pero  yo  creo  mas  proba- 
ble ser  este  acento  un  resto  de  la  antigua  pronunciación  germánica  de  los  Visigo- 
dos, que  se  mantendría  mas  intacta  en  las  montañas  de  Castilla ,  que  en  los  de- 
más puntos  de  España,  y  que  andando  el  tiempo  se  confundiría  fácilmente  con  la 
pronunciación  arábiga.  Hace  verosímil  esta  opinión  ver  que  las  palabras  arábigas 
que  se  pronuncian  aspiradas  en  el  idioma  español,  se  pronuncian  en  portugués 
con  el  sonido  de  s  ó  de  %.  Obsérvese  además  el  modo  como  los  Españoles  cambian 
la  o  en  ue,  análoga  á  la  metamorfosis  de  la  o  en  o  de  los  Alemanes,  comparando, 
por  ejemplo,  el  nombre  alemán  kórper  con  el  español  cuerpo,  póbel  con  pueblo, 
etc.,  (2)._» 

A  su  tiempo  diremos  algo  mas  sobre  la  historia  y  el  perfeccionamiento  de 
la  lengua  española,  examinando  la  influencia  que  ha  ejercido  en  ella  el  idioma 
de  los  Árabes.  Nuestro  objeto  aquí  no  ha  sido  otro  que  explicar  someramente  el 
estado  de  la  lengua  latina  y  del  romance  en  las  varias  provincias  españolas  en  la 
época  de  la  invasión,  tanto  á  lo  menos  en  cuanto  es  posible,  atendidos  los  escasos 
monumentos  que  pudieron  sustraerse  de  la  general  catástrofe. 

Con  esto,  creemos  haber  presentado  un  cuadro  exacto  y  completo  del  estado 
de  España  en  tiempo  de  los  Visigodos;  bajo  su  imperio,  hemos  mostrado  á  nues- 
tra patria  cambiando,  no  solo  de  condición  ,  sino  también  de  aspecto.  Hemos  vis- 
to como  los  Godos  introdujeron  en  ella  una  nueva  constitución  política  y  civil; 
como  la  ley  dividía  y  determinaba  los  poderes;  cual  era  el  grado  de  civilización 
de  España  en  aquel  período;  cual  el  estado  del  comercio,  de  la  navegación  ,  de 
las  letras  y  de  las  artes,  ó  en  otros  términos,  hemos  examinado  la  situación  políti- 


(<l)    En  muchas  lenguas  modernas  de  Europa,  la  doble  W  se  ha  cambiado  en  Gu,  y  escriben 
Guillelmo,  Guifredo  y  Guiscardo,  por  Willelmo,  Wifredo  y  Wiscardo. 

(2)    Bouterweck,  Historia  de  la  Literatura  española  introducción,  p.  67. 


246  HISTORIA   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

ca,  civil ,  religiosa,  económica,  mercantil  y  literaria  en  que  se  encontraba  Es- 
paña al  ser  invadida  por  los  Sarracenos,  cuya  historia  nos  toca  emprender  ahora. 
Para  el  filósofo  y  para  todo  hombre  que  desee  leer  la  historia  con  provecho,  na- 
da es  tan  importante  como  el  exacto  conocimiento  de  la  siíuacion  de  los  pueblos 
y  estados  en  las  épocas  en  que  se  han  verificado  sus  grandes  revoluciones.  Por 
esto,  pues,  y  porque  la  España  goda  es  la  base,  por  decirlo  así,  de  nuestra  histo- 
ria moderna,  porque  entonces  fué  nuestra  patria  una  nación,  cuando  antes  no 
era  mas  que  una  mera  provincia;  porque  la  civilización  dio  un  gran  paso  hacia 
su  perfeccionamiento,  por  mas  que  al  esplendor  y  á  la  pompa  de  Roma  sucedieran 
momentáneamente  la  rudeza  é  ignorancia  de  las  tribus  bárbaras ;  porque  el  po- 
der, la  ley  quedó  asentada  sobre  una  verdadera  base,  sin  depender  como  antes 
del  capricho  de  un  hombre  ó  de  una  muchedumbre  ;  porque  se  reconoció  la  dig- 
nidad y  la  libertad  de  los  asociados ;  porque  aumentó  ía  moralidad;  porque  dis- 
minuyeron las  inútiles  matanzas  de  hombres,  se  tuvo  mayor  respeto  á  la  huma- 
nidad, á  la  propiedad,  á  la  libertad  individual;  porque  eran  mas  suaves  las  leyes 
y  menos  rigurosos  los  castigos,  como  que  dominaba  entonces  en  España  y  en 
Europa  ía  benéfica  influencia  del  cristianismo,  por  todas  estas  razones,  pues, 
nos  hemos  detenido  en  explicar  hasta  minuciosamente  en  ciertos  puntos  la  exis- 
tencia de  nuestra  patria  durante  el  período  que  acaba  de  transcurrir.  La  época 
goda,  aunque  corta,  pues  solo  abraza  el  espacio  de  tres  siglos,  es  muy  fecunda  en 
acaecimientos  grandes,  y  el  mas  grande  entre  todos  es  sin  duda  el  de  la  transfor- 
mación social  que  se  obró  durante  ella  en  nuestra  península.  Por  esto  importa  es- 
tudiarla en  todos  sus  detalles,  en  todas  sus  instituciones,  y  por  esto  la  hemos  dado 
en  nuestra  obra  un  lugar  preferente.  A  través  de  las  calamidades  con  que  empe- 
zó para  España  el  siglo  v,  encuéntrase  á  principios  del  vm  mas  adelantada  en 
el  camino  de  la  civilización;  durante  estos  tres  siglos,  la  sociedad  siguió  su  mar- 
cha progresiva  hacia  su  mejoramiento,  y  no  hemos  de  vacilar  en  repetir  que  las 
instituciones  godo-eclesiásticas  fueron  un  gran  paso  hacia  este  fin.  Digamos,  pues, 
con  el  autor  del  discurso  que  precede  al  Fuero-Juzgo,  que  fué  una  grande  época, 
un  período  interesante  y  no  completamente  estéril  en  los  anales  del  mundo,  el 
que  se  extendió  para  España  desde  el  siglo  v  hasta  el  vm;  que  fué  una  gran  mo- 
narquía aquella  cuyos  gérmenes  nos  trajo  Ataúlfo,  que  asentó  Teodoredo,  que 
Eurico  constituyó ,  que  llevó  tan  alta  Leovigildo,  que  sostuvieron  con  su  in- 
gente ánimo  Chindasvinto  y  Wamba.  «Sí ,  añadiremos  con  el  mismo  autor, 
fueron  unas  respetables ,  ilustres,  distinguidísimas  asambleas  las  de  los  concilios 

Toledanos Fué  una  gran  nación  la  que  venció  á  los  Romanos,  rechazó  á  los 

Hunos,  sojuzgó  á  los  Suevos  y  se  estableció  desde  el  Garona  hasta  las  columnas 
de  Calpe.  Fueron  una  gran  iglesia  y  una  gran  literatura  las  que  tuvieron  á  su 
frente  á  Ildefonso  y  á  Eugenio,  á  Leandro  y  á  Isidoro.  Y  fué  mas  grande  aun  que 
todos  estos  elementos  que  le  dieron  vida,  el  célebre  código  que  nació  en  esa  so- 
ciedad, que  ordenó  esa  monarquía,  que  caracterizó  esa  época,  que  fué  redactado 
por  esos  literatos  y  esos  obispos.  Cuando  faltas  y  yerros  por  una  parte,  cuando  la 
ley  de  la  naturaleza  por  otra  acabaron  con  el  pueblo  y  sus  monarcas,  con  los  pro- 
ceres y  con  los  sacerdotes,  con  el  poder  y  con  la  ciencia  de  aquella  edad,  el  có- 
digo se  eximió  justamente  de  ese  universal  destino  ,  y  duró  y  quedó  vivo 
en  medio  de  las  épocas  siguientes ,  que  no  solo  le  acataron  como  monumen- 


CAP.    XIII. — ESPAÑA   GODA.  .    247 

to,  sino  que  le  observaron  como  regla  y  se  humillaron  ante  su  sabiduría.» 
Hemos  terminado  la  tarea  que  nos  propusimos  en  esta  parte  de  la  historia 
de  España.  Juzgada  la  época  goda  por  muchos  y  de  muy  diferente  modo,  hemos 
manifestado  nuestra  opinión  y  dado  sobre  ella  cuantas  noticias  hemos  creído  in- 
dispensables para  que  los  lectores  la  acepten,  si  la  creen  exacta,  la  modifiquen  ó 
la  varíen,  si  la  consideran  errónea.  Como  en  la  España  romana,  hemos  procura- 
do descender  hasta  el  fondo  de  la  sociedad  cuya  existencia  contamos.  Igual  con- 
ducta, igual  sistema  seguiremos  en  nuestro  sucesivo  relato,  pasando  ahora  á  ex- 
plicar los  dolores  é  infortunios  que  por  enlonces  cayeron  sobre  la  atribulada 
España. 


CAP.    I  — ESPAÑA  ÁRABE.  249 


PARTE  TERCERA. 


¡E 


REINADO    DE    LOS    REYES    CATÓLICOS. 
Desde  el  año  711  hasta  el  1516  de  nuestra  era. 

CAPÍTULO  PRIMERO. 

Advertencia  preliminar.— La  Arabia. — De  los  primitivos  Árabes. — Origen  y  predicación  de  Maho- 
ma. — Conducta,  política  y  religión  del  falso  apóstol. — Caracteres  del  islamismo.— Política  de  los 
sucesores  de  Mahoma. — Sus  conquistas. — Su  conducta  para  con  los  vencidos.— Conquista  de 
África. — Relaciones  de  los  califas  con  sus  lugartenientes. —  Naturaleza  del  poder  supremo  entre 
los  Árabes. — Conquistas  de  Ocba,  de  Zohaír  y  de  Hassan. — Guerra  de  Muza  en  el  Magreb. 

Después  de  haber  seguido  en  todas  sus  faces  por  espacio  de  trescientos  años 
la  existencia  política  de  España  bajo  la  dominación  visigoda,  hasta  su  último 
monarca,  tócanos  ahora  retroceder  un  siglo,  y  como  hicimos  con  los  pueblos 
que  en  el  siglo  v  invadieron  nuestra  península,  contar  someramente  el  origen, 
las  conquistas,  el  camino  andado  por  el  nuevo  pueblo  que  se  mezcla  ahora 
en  sus  deslinos,  hasta  llegar  á  las  playas  españolas.  Mas  habremos  de  hacer  aun 
en  el  largo  período  que  á  nuestros  ojos  se  presenta  y  que  va  á  ser  objeto  de 
nuestro  relato.  Hasta  ahora,  entre  la  oscuridad  de  los  primitivos  tiempos,  bajo 
el  yugo  cartaginés ,  provincia  romana  ,  ó  imperio  hispano-gótico  ,  España  ha 
sido  siempre  una.  Los  acaecimientos  que  en  su  suelo  ocurrían, los  trastornos  que 
la  agitaban,  las  vicisitudes  que  sufría  podían  ser  referidas  con  unidad,  siguiendo 
un  orden  estrictamente  cronológico,  como  así  lo  hemos  venido  practicando;  al 
llegar  aquí,  esta  unidad  desaparece:  no  solo  encontramos  en  el  suelo  español  dos 
pueblos  enemigos,  el  vencedor  y  el  vencido,  entre  los  cuales  ni  sombra  de  fusión 
existe,  sino  que  ambos  se  subdividen  en  otros  infinitos  totalmente  separados  y 
distintos  casi  siempre,  cuando  no  rivales  ú  hostiles.  Imperio  árabe  é  imperio  cris- 
tiano, es  la  grande  y  profunda  división  que  á  primera  vista  aparece;  pero  luego 
obsérvase  dividido  el  primero  lo  mismo  que  el  segundo  en  reinos,  repetimos,  dis- 
tintos y  separados,  cada  uno  con  su  historia  particular  que  importa  mucho  co- 

TOMO  II.  32 


250  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

noeer.  Asturias,  León,  Castilla,  Barcelona,  Aragón,  Navarra  y  otras  pequeñas 
soberanías  entre  los  cristianos;  Sevilla,  Córdoba,  Zaragoza,  Granada  y  otros  mil 
estados  independientes  entre  los  mahometanos  atraerán  sucesivamente  nuestras 
miradas,  y  nadie  podrá  desconocer  la  imposibilidad  en  que  estamos  de  continuar 
en  nuestro  relato  el  orden  cronológico  estricto  que,  como  el  mas  claro  y  mejor,  he- 
mos seguido  hasta  ahora,  so  pena  de  llevar  incesantemente  á  nuestros  lectores  de 
una  á  otra  parte,  de  hablar  de  Castilla  y  á  renglón  seguido  de  Aragón,  de  la  or- 
ganización musulmana  y  á  continuación  de  la  española ,  haciendo  confuso  ó  inin- 
teligible nuestro  relato  á  fuerza  de  pretender  hacerlo  claro.  El  sistema  estricta- 
mente cronológico  que  hasta  ahora  hemos  seguido  con  buenos  resultados,  á  nues- 
tro modo  de  ver,  produciría  en  adelante  un  resultado  opuesto,  así  es  que,  sin 
abandonarlo  del  todo,  emendónos  áél  en  lo  que  sea  compatible  con  la  inteligencia 
y  cumplida  relación  de  los  sucesos,  nos  apartaremos  de  él,  siguiendo  nuestra  his- 
toria por  regiones  ó  reinos  que  no  por  el  riguroso  orden  de  fechas,  en  cuanto  lo 
exija  la  claridad,  primera  base  de  las  obras  históricas. 

Esto  sentado,  demos  principio  á  nuestra  tarea. 

Al  tiempo  que  Reraclio  reinaba  sobre  el  imperio  romano  de  Oriente,  que  los 
hijos  de  Clotario  se  disputaban  en  sangrientas  contiendas  la  Galia  conquistada; 
casi  en  la  época  en  que  España  arrojaba  para  siempre  de  sus  playas  á  los  Greco- 
Romanos,  preparábase  en  un  extremo  de  Asia  una  revolución  que  habia  de  ejer- 
cer gran  influencia  en  nuestra  patria.  Mahoma  huia  de  la  Meca  á  Medina,  y  este 
suceso  era  precursor  de  su  próxima  elevación.  Entre  la  Arabia  y  la  España  se  ex- 
tiende la  dilatada  península  africana,  pero  no  por  la  distancia  en  que  se  verifi- 
caba nos  interesa  menos  esta  revolución;  ella  comunicará  un  carácter  nuevo  á 
España,  dando  origen  al  torrente  que  devastó  y  por  un  momento  aniquiló  á 
nuestra  patria  antes  de  que  hubiese  transcurrido  un  siglo  desde  la  muerte  de 
Mahoma. 

Pero  antes  de  emprender  la  historia  de  la  dominación  de  los  Árabes  en  Es- 
paila,  desde  su  invasión  y  conquista,  dilatada  serie  de  grandes  acaecimientos  y 
de  circunstancias  memorables  (1),  importa  explicar  que  eran  los  Árabes,  cuales 
eran  sus  cos(umbres,y  que  causales  impulsó  á  abandonar  las  campiñas  del  Yemen 
y  á  llevar  los  triunfantes  pendones  de  Islam  (2)  hasta  los  extremos  occidentales 
de  Europa,  para  amenazar  por  un  momento  al  Occidente  entero  y  fundar  el  bri- 
llante imperio  que  resistió  por  espacio  de  ocho  siglos  álos  esfuerzos  todos. 

La  península  de  Arabia,  cuyos  habitantes  se  derramaron  llegado  el  siglo 
vn  por  lodos  los  caminos  del  mundo  conocido  y  conquistaron  gran  parte  de  la 
tierra,  es  la  vasta  región  que  rodean  el  mar  Rojo,  el  Océano  índico  y  el  golfo  Pér- 
sico, entre  la  Etiopia,  la  Persia,  la  Siria  y  el  Egipto .  Los  antiguos  la  dividían  en 
Arabia  Pétrea,  en  Arabia  Desierta,  y  en  Arabia  Feliz,  y  en  efecto  mas  de  la  mi- 


(1;  Este  es  el  asunto  que  ha  tratado  Conde  con  el  auxilio  de  los  manuscritos  árabes  del  Es- 
corial. Su  obra,  empero,  difusa  y  oscura  en  muchos  puntos,  mas  que  como  una  verdadera  historia 
de  la  dominación  árabe  en  España,  puede  considerarse  como  una  recopilación  de  materiales  y  do- 
cumentos para  el  historiador.  Preciosa  bajo  este  titulo  por  mas  de  un  concepto,  á  ella  acudiremos 
con  frecuencia  en  nuestra  relación. 

(2)  Islam  sollámala  creencia  de  los  Mahometanos;  este  nombre  significa  y  se  emplea  en  el 
sentido  de  confianza,  seguridad  y  resignación  en  la  voluntad  de  Dios  ,  manifestada  en  el  Coran. 


CAP.    I. — ESPAÑA  ÁRABE.  251 

tad  de  la  Arabia  no  es  aun  ahora  sino  desiertos  y  arenales.  La  misma  Arabia  Feliz 
debe  su  nombre  mas  que  á  la  fertilidad  de  su  suelo,  á  su  favorable  situación  en 
las  cosías  del  mar  Rojo,  y  la  parte  de  esta  comarca  en  que  se  levanta  la  Meca  (la 
Macarobade  los  Griegos),  cuya  fundación  se  atribuye  á  Abraham,  y  que  en  un 
principio  no  fué  mas  que  un  parador  para  las  caravanas,  es  de  las  mas  áridas  de 
la  Península. 

La  Arabia  Desierta  confina  con  la  Siria,  y  es  el  verdadero  desierto  de  los 
Hebreos,  aquel  en  que  se  refugiaron  Agar  é  Ismael  expulsados  por  Abraham  de 
su  familia.  Región  desafortunada ,  carece  de  agua  y  de  vegetación  ,  y  todavía 
ahora  es  habiíada  únicamente  por  tribus  nómadas  de  Árabes  llamados  Be- 
duinos. 

La  Arabia  Pétrea,  que  linda  con  la  Arabia  Desierta  y  puede  confundirse  con 
ella,  toma  su  nombre  de  una  ciudadela  llamada  Petra  por  los  Griegos.  Es  el  país 
de  los  Nabatheos  (1),  y,  como  la  Arabia  Desierta,  ocúpanla  hoy  tribus  beduinas, 
casi  hasta  las  puertas  de  Jerusalen. 

Tampoco  faltan  desiertos  en  la  Arabia  Feliz,  pero  hállanseen  ella  fértiles  va- 
lles, deliciosos  oasis,  pozos  y  manantiales  de  agua  viva;  el  aire  es  puro  y  templa- 
do, sobre  todo  en  las  inmediaciones  del  Océano,  al  orieníe  de  Mokha,  y  aun  á 
poca  distancia  de  la  Meca,  en  el  país  de  Taief.  En  el  extremo  occidental  de  la 
Península,  la  naturaleza  toma  un  aspecto  mas  risueño  aun,  y  allí  está  el  pais  de 
Aden  ó  Edén  ,  que  se  sup  one  ser  la  cuna  del  género  humano  ,  el  paraiso  ter- 
renal . 

Los  geógrafos  modernos  dividen  la  península  arábiga  en  seis  regiones  á  sa- 
ber: el  Berrial  ó  desierto  del  Norte,  el  Bahhrein  y  el  Oiman,  distriíos  marítimos 
que  dan  frente  á  la  Persia,  el  Hegiaz  y  el  Yemen  al  Occidente,  mirando  al  África, 
y  por  fin  el  Negid,  vasta  planicie  que  se  eleva  en  el  centro  como  una  isla  rodea- 
da de  arenales  y  de  llanuras  muy  bajas. 

Sorprendidos  por  el  singular  aspecto  de  los  pastores  nómadas  de  las  regio- 
nes septentrionales  del  Hegiaz,  los  únicos  que  conocieron,  los  soldados  de  Ale- 
jandro los  llamaron  á  causa  de  sus  tiendas  scwírai  (hombres  de  la  tienda).  El 
conconquislador  macedonio  respetó  su  país,  y  tiempos  después  Augusto  y  Traja- 
no  intentaron  vanamente  penetrar  en  él. 

Los  historiadores  de  la  nación,  dice  Gagnier,  dividen  á  los  Árabes  en  tres 
clases,  á  saber: 

Los  Árabes  primitivos,  que  fueron  los  primeros  después  del  diluvio  en  habi- 
tar la  Arabia,  y  cuya  posteridad  se  ha  extinguido  ó  confundido  con  los  que  lle- 
garon después. 

Los  Árabes  puros  y  sin  mezcla,  es  decir  aquellos  que  después  déla  confu- 
sión de  las  lenguas,  se  establecieron  en  la  parte  de  Arabia  llamada  Yemen  ó  Ara- 
bia Feliz,  que  descendían  de  Kahtan  ó  Jotkan. 

Los  Mosiarabes,  entendiéndose  con  este  nombre  aquellos  que  se  hicieron 
Árabes,  ya  mezclándose,  ya  aliándose  con  los  Árabes  puros.   Estos  Mosiarabes 


(4)  Los  Nabathci  deque  habla  Ammiano.  Los  Griegos  y  los  Latinos  confundían  alas  tribus 
árabes  diseminadas  desde  las  orillas  del  mar  Rojo  hasta  el  Eufrates  bajo  la  denominación  genérica 
de  Sarracenos^  Soopaw.uot.  Véase  á  Menandro,  Procopio  y  Marcelino. 


252  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

son  la  posteridad  de  Ismael,  hijo  de  Ibrahim  (Abraham),  de  quien  Mahoma  des- 
cendía en  linea  directa  (1). 

Los  Árabes  preciábanse  de  unir  la  genealogía  de  sus  principales  tribus  á 
la  de  los  patriarcas  hebreos .  Entre  todos,  profesaban  á  Abraham  gran  veneración, 
y  por  Ismael  su  hijo  hacían  remontar  su  propia  raza  en  línea  directa  hasta 
el  primer  hombre.  Mahoma  habla  de  Abraham  como  de  un  santo  profeta;  era  de 
la  verdadera  religión  (2),  dice.  La  idolatría  manchó  después  á  los  Ismaelitas,  y 
esta  mancha  es  la  que  él,  Mahoma,  habia  recibido  lamision  de  borrar  (3). 

Ambas  Arabias  eran  pues,  residencia  de  diferentes  kabilas  ó  tribus,  las  unas 
viviendo  en  las  ciudades,  y  el  mayor  número  divagando  errantes,  llevando  sus 
tiendas  y  rebaños  á  los  lugares  abundantes  en  pastos  y  en  agua,  y  conservando 
en  sus  campamentos  la  existencia  patriarcal  que  aprendieran  de  sus  abuelos,  hi- 
jos de  Ismael.  Hablar  de  las  costumbres  de  estos  antiguos  Árabes,  seria  describir 
las  virtudes  y  los  vicios  de  la  infancia  de  las  sociedades.  Said  ben  Ahmed,  que 
fué  cadi  de  Toledo,  decia  que  habían  de  considerarse  dos  razas  de  Árabes,  una 
estinguida  ya,  y  otra  que  subsistía  aun.  Los  que  no  existen  y  que  formaban  nu- 
merosas poblaciones,  tales  como  las  tribus  de  Ad,  de  Themud,  de  Fesm  y  de 
Yadis,  han  desaparecido  hace  mucho  tiempo,  y  ni  poseemos  su  historia  ni  los  me- 
dios de  averiguar  su  origen  y  su  descendencia  (I).  Los  que  subsisten  aun  forman 
dos  razas,  la  de  Kathan  y  la  de  Adnan,  y  su  historia  ofrece  dos  épocas  ó  esta- 
dos, de  ignorancia  el  uno  y  de  islamismo  el  otro. 

Dejemos  hablar,  empero,  a  uno  de  sus  mas  reputados  historiadores. 

«En  la  época  de  su  ignorancia  (así  llaman  al  tiempo  anterior  al  Islam) 
los  Árabes,  dice  Abulfeda,  eran  célebres  éntrelas  nacionespor  su  poderío  y  altos 
hechos;  el  imperio  pertenecía  ala  kabila  ó  tribu  deKaíhan(5),  y  la  principal  familia 
de  los  reyes  era  la  de  losllamyares  óHomairitas,eníre  la  que  habia  reyes,  señores 
y  tohbas.  Los  otros  Árabes,  ó  sea  los  de  Adnan,  eran  de  dos  clases  en  aquellos 
tiempos  de  ignorancia,  y  habitaban  los  unos  en  ciudades,  y  eran  los  otros  pasto- 
res agrestes.  Los  de  las  ciudades  vivían  de  su  trabajo,  de  sus  tierras,  de  sus  re- 
baños, de  su  industria  y  del  comercio  que  hacian  á  lo  lejos  á  gran  distancia  de 
sus  casas.  Los  pastores  agrestes  pasaban  su  vida  en  los  llanos  y  vagaban  por  los 
desiertos,  alimentándose  de  la  leche  y  de  la  carne  de  sus  camellos,  errantes  en 
busca  de  pastos  para  sus  rebaños  y  de  manantiales  ó  pozos  ,  y  al  encontrarlos, 
plantaban  sus  tiendas  sin  cesar  por  esto  de  ser  nómadas .  Estas  eran  sus  costum- 


(1)  Elmacin  refiere  del  modo  siguiente  la  emigración  de  Agar  y  de  Ismael  al  Hegiaz.  «E  Ibra- 
him los  envió  á  ambos  á  la  tierra  de  Hegiaz,  donde  Ismael  se  casó  con  una  hija  de  los  Árabes  del 
país,  y  habló  árabe.  Sus  hijos  se  llamaron  Ismaelitas, y  délas  mugeres  de  Hegiaz  tuvo  doce  hijos 
fuertes  que  llevaron  el  arco  como  el  ángel  lo  predigera  á  Agar.»  Elmecin,  Historia  Saracenica,  pars  í, 
p.  48. 

(2)  «Dios  conocey  vosotros  noconoccis.  Abraham  no  era  judío,  ni  cristiano,  sino  déla  verdade- 
ra religión;  su  corazón  estaba  resignado  áDios,  y  no  pertenecía  al  número  de  los  idólatras.»  Alco- 
rán, sura  3. 

(3)  La  religión  de  las  tribus  ismaelitas  era  una  mezcla  de  sabeismo,  de  idolatría,  de  judaismo 
y  hasta  de  cristianismo  corrompido.  La  idolatría  sin  embargo  dominaba  entre  ellos. 

(i)  De  las  tribus  primitivas  indígenas  no  quedaba  recuerdo  alguno  ni  aun  en  tiempo  de  Maho- 
ma. Habíanse  confundido  enteramente  con  las  tribus  extrangeras  de  la  raza  abrahániiea,  de  las  que 
nacieron  las  tribus  guerreras  que  Mahoma  sacó  ele  la  idolatría  y  animó  de  uua  misma  fe.  Los  Ismae- 
litas eran  entonces  los  únicos  Árabes. 

(5)    Jahtan  ó  Jeqtan,  hijo  de  Heber. 


CAP.    I.— ESPAÑA   ÁRABE.  253 

bres  durante  la  primavera  y  el  verano,  y  en  invierno,  cuando  no  se  encuentran 
en  los  campos  frutos  ni  yerbas,  dirigíanse  á  las  llanuras  de  Irak  ó  de  Caldea,  y  á 
las  fronteras  de  Siria,  y  trataban  de  pasar  el  tiempo  de  sus  cuarteles  de  invierno 
con  la  mayor  comodidad  posible  ,  soportando  con  paciencia  las  inclemencias  de 
la  estación. 

«Sus  secías  eran  numerosas ;  Hamyar  adoraba  al  sol ;  Cancha  á  la  luna; 
Misam  á  la  estrella  El  Debarran  ;  Laham  y  Jedam  á  la  estrella  de  Júpiter ;  Tai  á 
la  constelación  de  Sohail  (Canopea) ;  Kais  á  la  Ashera  el  Obur  (Sirio)  ;  Asad  ala 
de  Mercurio;  Tzaquif  á  un  pequeño  edificio  en  las  alturas  de  Nahla,  llamado  Alat. 
Entre  ellos,  algunos  creían  en  la  resurrección  de  los  muertos ,  y  decían  que  im- 
portaba sacrificar  sobre  el  sepulcro  de  cada  uno  su  caballo  ó  su  camello...  Su 
ciencia,  y  de  ella  se  envanecían  mucho,  consistía  en  conocer  bien  su  lengua  y  la 
propiedad  de  sus  locuciones,  y  en  componer  versos  y  discursos  elegantes.  Sabían 
el  curso  de  los  astros  ,  su  salida  y  su  ocaso  ;  cuales  están  opuestos  entre  sí,  de 
modo  que  al  salir  el  uno  se  oculta  el  otro,  y  cual  lleva  lluvia  y  cual  buen  tiempo; 
procediendo  sus  conocimientos  en  la  materia,  no  de  un  estudio  metódico,  sino  de 
su  atención  continua  en  consultar  el  cielo  noche  y  día  para  sus  necesidades  y  tra- 
bajos. En  cuanto  á  filosofía,  sabían  muy  poco.  Dios  no  lo  quería  y  no  les  había 
criado  para  ello.  Este  era  su  estado  en  la  época  de  su  ignorancia;  en  la  del  isla- 
mismo, bien  conocido  es,  y  lo  diré  si  Dios  quiere.» 

En  los  tiempos  poco  anteriores  al  Islam,  los  Árabes  eran  gobernados  por 
sus  emires  ó  reyes  de  taifas,  es  decir  jefes  de  ciertas  tribus,  que  ocupaban  un  de- 
terminado territorio  ó  divagaban  dentro  de  sus  límites.  Independientes  y  nóma- 
das, divididos  por  valles,  campamentos  y  pozos,  aquellos  pueblos  estaban  por  lo 
regular  en  guerra  entre  sí  ó  con  sus  vecinos  por  causas  livianas,  tales  como  con- 
tiendas y  enemistades  de  pastores  sobre  pastos  y  abrevaderos,  robos  y  vengan- 
zas, terminándose  fácilmente  estas  guerras  por  consejo  de  sus  emires  ó  ancianos, 
que  eran  los  jefes  de  sus  tribus ,  ó  por  la  mediación  de  una  tribu  desin- 
teresada. Los  mas  poderosos  emires  ó  reyes  de  taifas  eran  protegidos ,  unos  por 
los  soberanos  de  Persia  ,  y  otros  por  los  emperadores  griegos.  Los  jóvenes  po- 
seían y  adiestraban  caballos,  y  manejaban  el  arco,  la  lanza  y  la  espada  ;  gusta 
ban  de  jugar  con  sus  corceles,  y  luchaban  con  gran  emulación  en  esta  clase  de 
ejercicio.  Envanecíanse  sobre  todo  de  su  antiguo  origen  ismaelita  y  de  su  inde- 
pendencia, de  la  gracia  y  elegancia  de  su  idioma,  de  sus  poesías  sublimes  ó  in- 
geniosas, de  su  hospitalidad,  y  de  la  generosa  protección  que  dispensaban  á  sus 
huéspedes. 

Estas  tribus  distaban  mucho  de  formar  un  cuerpo  de  nación  cuando  Maho- 
ma  las  reunió  bajo  un  solo  Dios  y  bajo  un  solo  jefe. 

No  trataremos  aquí  de  caracterizar  al  falso  Profeta,  solo  sí  diremos  que  to- 
do revela  en  él  á  un  hombre  superior  ;  él  libró  á  los  Árabes  de  sus  antiguas  su- 
persticiones é  hizo  de  ellos  una  nación,  y  á  este  título,  por  mas  que  sean  muchos 
los  cargos  que  pueden  dirigírsele,  tendrá  siempre  el  privilegio  de  excitar  la  curio- 
sidad y  la  admiración.  De  él,  lo  mismo  que  de  cuanto  precedió  á  la  llegada  de 
los  Árabes  á  España,  solo  diremos  lo  indispensable  para  que  se  comprenda  la 
historia  de  nuestra  patria  durante  su  dominación. 

Circunstancias  particulares  de  nacimiento  y  de  fortuna  favorecieron  el  genio 


254  HISTORIA  GENERAL   DE    ESPAÑA. 

de  Mahoma  (1).  Nacido  en  la  Meca  por  los  años  569  de  Jesucristo  (2),  tenia  ya 
cerca  de  cuarenta  años  al  concebir  el  proyecto  de  cambiar  la  faz  de  la  Arabia. 
Sus  primeros  años  habian  sido  humildes  y  trabajosos,  y  aunque  de  una  tribu 
ilustre  que  tema  parte  en  el  gobierno  de  la  Meca  (3)  y  ocupaba  en  él  el  primer 
lugar,  habia  tenido  por  toda  herencia  al  morir  su  padre  cinco  camellos,  algunos 
muebles  y  una  esclava  etiopia  (4). 

No  podemos  referir  aquí  todos  los  sucesos  de  su  vida,  y  únicamente  nos  toca 
decir  que  á  cuarenta  años  empezó  á  declararse  contra  los  ídolos  de  su  patria.  La 
Kaabah  (casa  ó  templo  de  los  dioses  en  la  Meca,  fundada  á  lo  que  se  creía  por.  el 
mismo  Abraham  ),  contenia  muy  extraños  ídolos,  de  piedra  los  unos,  de  madera 
los  otros,  tomados  de  los  diferentes  cultos  del  Asia,  y  también  la  famosa  piedra 
negra  que  tanta  veneración  merece  por  parte  de  los  Musulmanes  (5).  El  tio  de 
Mahoma  era  gran  sacerdote  ó  guardián  de  la  Kaabah,  y  aun  cuando  el  héroe  de 
quien  tratamos  hubiera  podido  sucederle,  prefirió  á  esto  y  al  comercio,  á  que  an- 
tes se  habia  dedicado,  una  misión  mas  elevada,  aunque  mas  peligrosa.  Otros  y 
mas  altos  eran  sus  pensamientos,  y  por  espacio  de  quince  años,  al  regresar  de  los 
viages  á  que  su  profesión  le  obligaba,  después  de  reposaren  los  brazos  de  Cadija  su 
consorte,  retirábase  á  una  cueva  del  monte  Ara  para  entregarse  á  profundas  me- 
ditaciones. Allí  fué  donde,  á  su  decir,  se  le  apareció  el  ángel  Gabriel,  presentán- 
dole un  libro  y  llamándole  profeta  de  Dios,  y  de  allí  salió  para  dar  principio  á  sus 
predicaciones.  «No  hay  mas  Dios  que  Dios,  decia,  y  Mahoma  es  su  profeta,»  y 
daclaró  guerra  implacable  á  toda  especie  de  idolatría,  sosteniendo  la  unidad  de 
Dios  y  caracterizando  á  los  que  abrazaban  su  doctrina  con  el  nombre  de  Musli- 
mes, que  quiere  decir  tanto  como  hombres  resignados  á  la  voluntad  divina.  En- 
tonces empezó  á  leer  en  público  el  Coran  (6),  con  gran  disgusto  de  los  goberna- 
dores de  la  Meca,  y  aunque  tenia  ya  su  libro  acabado,  no  le  leia  ni  le  revelaba 
todo  de  una  vez,  sino  por  páginas  sueltas,  según  las  escribía  y  se  las  entregaba  el 


(1)  Era  de  ia  raza  de  Adnan,  la  mas  ilustre  entre  los  Árabes,  y  pertenecía  á  la  tribu  de  Co- 
raix,  la  primera  de  aquella  raza.  Desceadia  en  linea  directa  de  Hashem,  el  personaje  mas  dis- 
tinguido de  la  tribu  ;  su  padre  se  llamaba  Abdallah,  hijo  de  Abdelmotaleb,  hijo  de  Hashem,  hijo  de 
Abdmenaf,  hijo  de  Kosai,  hijo  de  Kelab,  hijo  de  Movra,  hijo  de  Caab,  hijo  de  Lokva,  hijo  de  Galeb, 
hijo  de  Fehri,  hijo  de  Malek,  hijo  de  Al  Nadar,  hijo  de  Kenanah,  hijo  de  Khozaima,  hijo  de  Modre- 
ca,  hijo  de  Alyas,  hijo  de  Modhor,  hijo  de  Nazar,  hijo  de  Maad,  hijo  de  Adnan.  Su  madre  se  llama- 
ba Amina  y  era  de  la  misma  tribu.  Según  todos  los  autores  árabes,  que  convienen  en  que  Adnan 
era  descendiente  de  Ismael,  esta  genealogía  es  indudable. 

(2)  Setenta  años  antes  del  nacimiento  de  Mahoma,  los  Hebaschites  ó  Abisinios  (Etiopios)  se  ha- 
bian apoderado  de  la  parte  meridional  de  la  Arabia.  En  el  mismo  año  del  nacimiento  de  Mahoma, 
atacaron  á  la  Meca,  siendo  rechazados  por  Abdelmotaleb  abuelo  del  falso  profeta.  La  guerra  etió- 
pica fué  el  principio  de  una  era  que  los  Árabes  llamaron  del  Elefante.  De  ella  se  habla  en  el  Coran 
iSura,  85,  vers.  4). 

(3)  La  Meca  estaba  gobernada  por  una  especie  de  senado  compuesto  primero  de  seis,  luego  de 
ocho  y  por  fin  de  diez  miembros.  Sus  atribuciones  eran  tanto  religiosas  como  políticas.  Este  gobier- 
no participaba  de  la  índole  de  la  república  y  de  la  monarquía  por  la  exclusión  del  poder  de  uno  so- 
lo y  por  la  admisión  del  principio  hereditario.  Era  una  especie  de  república  aristocrática. 

(4)  Llamábase  Baraca,  y  fué  apellidada  Omm-Aiman  (la  madre  fiel).  Mahoma  solo  tenia  dos 
meses  cuando  perdió  á  su  padre,  y  ella  fué  por  algún  tiempo  su  nodriza. 

(5)  Créese  con  algún  fundamento  que  es  un  areólito,  y  fácil  seria  en  efecto  que  una  piedra 
caida,  según  pocha  creerse,  de  las  profundidades  del  ciclo,  hubiese  atraído  la  veneración  de  pueblos 
sencillos  é  ignorantes.  E^to,  no  obstante,  no  pasa  de  ser  una  conjetura. 

¡6  Coran  significa  lectura  y  Al -Coran  la  lectura.  Llámase  también  á  este  libro  Kitab  ó  Kitab- 
Allah  (el  libro  por  excelencia  ó  el  libro  de  Dios),  Al-kalam-sberyf  (la  palabra  sagrada),  etc. 


CAP.    I. — ESPAÑA  ÁRABE.  255 

ángel  Gabriel.  Con  talante  y  voz  de  hombre  inspirado,  recitaba  en  las  plazas  pú- 
blicas los  pasages  mas  maravillosos  de  su  obra,  los  mas  á  propósito  para  herir  ias 
ardientes  imaginaciones  orientales,  pero  aun  así  apenas  pasaron  de  doce  sus  se- 
cuaces durante  los  tres  primeros  años  de  su  predicación.  Su  esposa  Cadija,  Alí, 
Ornar,  Abu-Becre  y  Zaid  formaban  parte  de  aquel  consejo,  mas  en  el  trancurso 
de  diez  años,  el  número  de  sus  discípulos  aumentó  considerablemente  en  la 
Meca  y  en  las  campiñas.  Sus  continuas  predicaciones  excitaron  en  alto  grado  el 
enojo  de  los  Coraixitas,  sacerdotes  del  templo,  y  amotinado  el  pueblo  contra  éi, 
el  innovador  hubo  de  tomar  la  fuga  y  refugiarse  en  Yathreb  (Medina)  (1),  ciudad 
situada  al  norte  de  la  Meca,  también  en  el  Hegiaz.  Aquel  suceso  fué  llamado  la 
fuga  ó  la  hedjira,  y  sirvió  de  cómputo  para  la  cronología  de  los  Árabes  (2). 

A  Medina  acudieron  muchos  discípulos  del  nuevo  profeta,  y  como  desde  muy 
antiguo  reinaba  entre  esta  ciudad  y  la  Meca  una  rivalidad  inextinguible,  su  par- 
tido se  reforzó  en  breve  con  las  principales  familias  del  país,  quedando  desde  en- 
tonces asegurado  su  triunfo.  Por  espacio  de  otros  once  años  tuvo  que  vencer  aun 
con  vicisitudes  diversas  la  resistencia  de  los  Árabes  idólatras  y  de  los  Judíos, 
que  le  eran  enemigos ;  pero  el  acero  empleado  en  auxilio  del  Coran,  lo  allanó  to- 
do, y  después  de  infinitos  trabajos,  de  triunfos  muy  disputados,  de  combates  ca- 
si continuos,  en  los  que  fingía  la  intervención  de  la  divinidad,  el  valeroso  y  audaz 
innovador  sometió  por  fin  á  sus  leyes  á  los  Coraixitas,  á  la  Meca,  á  toda  la  Ara- 
bia (3).  Tomada  la  Meca,  el  camino  era  fácil,  y  en  el  monte  de  Al-Safah  fué  pro- 
clamado primer  guia  y  sumo  pontífice  de  los  Islamitas.  El  genio  y  la  audacia  de 
aquel  hombre  fueron  tales,  que  en  el  año  vigésimo  segundo  de  su  misión,  habia 
reunido  bajo  sus  banderas  á  las  tribus  todas  de  la  Arabia,  y  se  preparaba  á  diri- 
gir en  persona  la  guerra  santa  contra  los  Griegos  y  los  Persas,  cuando  le  sor- 
prendió la  muerte. 

Mahoma  murió  en  el  año  11  de  la  hegira,  el  lunes  doce  de  rebie  prime- 
ra (632),  sin  designar  al  que  habia  de  sucederle,  y  de  común  acuerdo  los  prin- 
cipales Muslimes  nombraron  á  seis  electores,  quienes  eligieron  sucesivamente  á 
los  cinco  primeros  califas  ó  sucesores  de  Mahoma.  Abu-Becre,  que  fué  el  pri- 
mero, no  menos  celoso  que  su  antecesor  por  la  propagación  del  Coran,  formó  el 
proyecto  de  enviar  á  su  gente  fuera  de  la  Arabia  para  que  llevasen  á  otros  pue- 


(1)  Yathreb  recibió  entonces  el  nombre  de  Medinath-al-Naby  (ciudad  del  profeta).  Después  se 
la  ha  llamado  por  excelencia  Medinath,  Medina  la  Ciudad). 

(2)  La  hedjira  (hegira)  empieza  el  primer  dia  de  moharrem,  primer  mes  del  año  arábigo,  dia 
qué  corresponde  al  viernes  16  de  julio  del  año  622  de  J.  C.  A  pesar  de  que  la  fuga  de  Mahoma  tuvo 
lugar  el  8  de  rebie  primera  de  dicho  año,  y  su  llegada  á  Medina  el  16  del  mismo  mes  (28  de  setiem- 
bre de  622),  es  decir  sesenta  y  ocho  dias  después,  los  Mahometanos  cuentan  el  principio  de  su  era 
desde  el  primer  dia  del  año  de  esta  fuga,  y  no  del  mismo  dia  en  que  esta  se  verificó.  Mahoma 
contaba  entonces  cincuenta  y  cuatro  años. 

(3)  Después  de  la  toma  de  la  Meca,  Mahoma  reunió  a  los  principales  habitantes  y  les  pregun- 
tó qué  tratos  esperaban  de  él.  o  De  tí,  hermano  generoso,  hijo  de  un  hermano  generoso,  contestaron, 
solo  esperamos  bien.  —Idos  pues,  les  djjo,  sois  libres.»  Restablecida  la  calma,  dirigióse  á  la  colina 
de  Al-Safah,  donde  fué  proclamado  soberano  espiritual  y  temporal,  y  recibió  el  juramento  de  todo 
el  pueblo  reunido.  Después  de  esta  ceremonia  marchó  hacia  la  Kaabah,  á  la  que  dio  vuelta  siete  ve- 
ces ;  tocó  y  besó  la  piedra  negra,  y  entrando  en  seguida  en  el  templo,  destruyó  los  ídolos  en  número 
de  trescientos  sesenta,  sin  perdonar  las  estatuas  de  Abraham  y  de  Isaac,  á  pesar  de  su  respeto  por 
ambos  patriarcas,  y  para  purificar  aquel  lugar  sagrado,  volvióse  á  todas  partes  gritando :  «Allah 
Akbar  !  (Dios  es  grande  !.)  etc.»  (Art.  Mahoma,  Biog.  univ.,  t.  XXVI. \ 


256  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

blos  el  conocimiento  de  Dios,  y  los  hiciesen  tributarios  de  su  imperio.  Apacigua- 
das algunas  desavenencias  domésticas,  y  resuelta  la  expedición,  escribió  el  califa 
una  proclama  en  Medina  que  envió  á  todas  las  provincias  de  Arabia,  y  que  decía 
así :  «En  tu  nombre,  ó  Dios  hacedor  de  cielo  y  tierra,  Señor  misericordioso  y  cle- 
mente :  Abdallah  Athic  ben  Abi  Gohafa  Abu  Becre,  á  todos  los  Muslimes  seguido- 
res de  la  ley  de  Dios,  salud  y  prosperidad  ;  loado  sea  Dios,  y  engrandezca  las 
perfecciones  de  su  siervo.  Esta  carta  es  para  que  sepáis  que  he  determinado  en- 
viar á  Siria  gentes  escogidas  de  vosotros  para  sacar  aquel  país  de  poder  de  in- 
fieles ;  y  quiero  que  sepáis  también  que  trabajando  por  la  propagación  del  Is- 
lam, obedecéis  á  Dios,  seguís  las  intenciones  del  enviado  de  Dios,  y  todos  vues- 
tros pasos  serán  recompensados  del  Señor  con  abundantes  premios  en  el  paraíso.» 

Convocados  los  Árabes  para  la  guerra,  acudieron  sin  dilación  y  como  á  por- 
fía de  todas  las  tribus,  así  los  habitantes  de  las  ciudades  como  los  moradores  del 
campo,  atravesando  las  arenosas  llanuras  del  Hegiaz,  dejando  sus  rancherías  y 
aduares.  Los  pueblos  de  los  valles  del  Yemen  y  los  pastores  de  las  montañas  de 
Omán,  cuantos  alumbra  el  sol  desde  la  punía  septentrional  de  Belis  en  el  Eufra- 
tes hasta  el  estrecho  de  Babelmandel  al  mediodía,  y  desde  Basora  en  el  golfo  Pér- 
sico, á  la  parte  del  oriente  ,  hasta  Suez  y  confines  del  mar  Rojo  al  occidente, 
(odos  llegaron  en  confusa  muchedumbre,  voluntarios-  todos,  todos  pobres  de  ar- 
mas y  vestidos,  pero  llenos  de  fervor  y  religioso  celo,  alegres  y  confiados  en  los 
venturosos  sucesos  de  las  primeras  guerras  del  Profeta  y  animados  de  sus  pro- 
mesas. En  poco  tiempo  se  reunieron  en  Medina  innumerables  tropas  de  á  pié  y 
dea  caballo,  y  acamparon  por  los  alrededores  de  la  ciudad. 

Los  habitantes  salieron  todos  á  presenciar  el  alarde  de  estas  numerosas 
huestes,  y  en  presencia  de  todos,  el  califa  Abu-Becre  confió  el  mando  general  de 
las  tropas  á  Gezid  ben  Abi  Sofian,  á  quien  mandó  en  alta  voz  marchar  á  la  con- 
quista de  Siria. 

Hizo  después  una  breve  oración,  rogando  á  Dios  que  amparase  á  ios  suyos  y 
les  diese  esfuerzo  y  moderación  y  no  les  dejase  caer  en  manos  de  sus  enemigos, 
y  en  seguida  dirigiéndose  á  Gezid,  díjole  en  medio  del  sepulcral  silencio  de  la 
multitud  :  «A  íu  cuidado  confio  la  dirección  de  esta  santa  guerra,  y  te  encargo 
el  mando  y  acaudillamiento  de  estas  tropas  :  no  las  oprimas,  ni  trates  con  alta- 
nería ni  aspereza ;  mira  que  todos  son  Muslimes ;  entiende  que  van  en  tu  compa- 
ñía prudentes  y  esforzados  capitanes ;  consúltalos  en  las  ocasiones,  no  presumas 
demasiado  de  tu  parecer,  aprovéchate  de  sus  consejos,  y  cuida  siempre  de  obrar 
sin  precipitación,  no  como  temerario  y  sin  juicio.  Con  todos  has  de  ser  justo,  que 
quien  no  fuere  justo  y  cabal,  no  prosperará.»  A  las  tropas  dijo:  «Al  encontraren 
la  pelea  á  vuestros  enemigos,  haced  como  buenos  Muslimes;  acordaos  de  ser  dignos 
descendientes  de  Ismael.  En  la  ordenanza  y  disposición  de  las  huestes  y  en  las 
batallas,  seguid  vuestras  banderas,  obedeced  á  vuestros  caudillos ;  no  cedáis  ni 
volváis  la  espalda  á  vuestros  enemigos,  pues  peleáis  por  la  causa  de  Dios ;  no  os 
lleven  viles  deseos,  y  nunca  temáis  entrar  en  las  peleas ,  ni  os  espante  el  ex- 
cesivo número  de  los  contrarios.  Si  Dios  os  diere  la  victoria,  no  abuséis  de  ella 
ni  ensangrentéis  vuestras  espadas  en  los  rendidos,  en  los  niños,  en  las  mujeres  y 
débiles  ancianos ;  en  las  entradas  y  paso  por  tierra  de  enemigos,  no  hagáis  talas 
de  árboles,  ni  destruyáis  sus  palmas  y  frutales,  ni  estraguéis,   ni  queméis  sus 


CAP.    I. — ESPAÑA  ÁRABE.  257 

campos  ni  sus  casas,  y  de  ellos  y  de  sus  ganados  tomad  cuanto  os  convenga.  No 
destruyáis  ninguna  cosa  sin  necesidad,  ocupad  las  ciudades  y  fortalezas,  y  des- 
truid aquellas  que  pueden  ser  asilo  á  vuestros  contrarios.  Tratad  siempre  con 
piedad  á  los  rendidos  y  humillados,  y  así  Dios  usará  con  vosotros  de  misericor- 
dia. Oprimid  á  los  soberbios  y  rebeldes,  y  á  los  que  sean  pérfidos  á  vuestras 
condiciones.  No  haya  falsía  ni  doblez  en  vuestros  convenios  y  tratos  con  los  ene- 
migos, y  sed  siempre  con  todos  fieles,  nobles  y  leales,  manteniendo  constantes 
vuesira  palabra  y  prometimiento.  No  turbéis  la  quietud  de  los  monges  y  solita- 
rios, ni  destruyáis  sus  moradas ,  pero  tratad  con  rigor  de  muerte  á  los  enemigos 
que  resistan  armados  las  condiciones  que  les  impongamos.» 

En  esfas  palabras ,  en  este  entusiasmo  ardiente  y  tranquilo  á  la  vez,  se  re- 
vela todo  el  genio  musulmán.  Tal  será  en  adelante  el  papel  de  los  califas ,  pontí- 
fices mas  que  jefes  políticos.  Ábu  Becre,  Osear,  Otman  y  Ali  ejercerán  así  el 
mando,  y  dominando  á  los  ejércitos  desde  la  Meca  ó  Medina,  dirigirán  los  nego- 
cios todos  espirituales  y  temporales  de  los  creyentes. 

Dividió  el  califa  aquellas  tropas  en  dos  grandes  ejércitos;  el  primero  partió 
contra  la  Siria,  y  el  segundo,  á  las  órdenes  de  Khalid  ben  Walid  marchó  para 
las  Iracas  y  confines  de  Persia. ¿Quién,  esclama  Lafuente,  será  capaz  de  detener 
estos  torrentes  que  se  creen  impulsados  por  la  mano  de  Dios,  ni  qué  imperio 
podrá  resistir  al  soplo  del  huracán  del  desierto?  El  Señor,  dicen  los  historiadores 
árabes,  hizo  venturosas  estas  expediciones,  y  dio  á  los  Muslimes  repetidos  y 
muy  señalados  triunfos  contra  los  Griegos  y  Persas.  Entraron  por  fuerza  de  ar- 
mas en  las  ciudades  de  Tadmor ,  líira,  Hauran ,  Bostra,  Hemesa ,  Damasco  y 
Balbec ,  y  la  fama  de  estas  conquistas  infundía  general  terror  en  los  enemigos, 
de  suerte  que  ni  los  mas  numerosos  ejércitos,  ni  la  fortaleza  de  las  ciudades  re- 
sistían el  ímpetu  de  las  huestes  muslímicas.  Peleaban  siempre  con  gentes  atemo- 
rizadas y  dispuestas  á  la  fuga,  y  por  el  contrario  los  Árabes  acometían  seguros 
de  la  victoria,  despreciando  los  peligros  y  horrores  de  las  batallas.  En  el  año  13 
de  la  hegira  (634),  al  mismo  tiempo  que  la  antigua  y  populosa  ciudad  de  Damas- 
co se  habia  entregado  á  los  dos  caudillos  de  las  tropas  árabes ,  Abu  Obeida  y 
Khalid ,  después  de  largo  y  sangriento  cerco,  el  califa  Abu  Becre  falleció ,  habien- 
do reinado  dos  años,  tres  meses  y  nueve  dias. 

En  estas  primeras  guerras,  Jos  discursos  de  los  caudillos  árabes  llevan  el 
sello  del  entusiasmo  guerrero  y  religioso  que  los  animaba;  ya  esciten  á  sus  sol- 
dados ,  ya  reten  á  un  adversario  á  singular  combate  ó  juren  treguas ,  sus  pala- 
bras revelan  cierta  viveza,  cierto  ingenio.  Desfiguradas  por  los  cronistas,  debi- 
litadas ó  desnaturalizadas  por  los  traductores,  recargadas  á  veces  de  adornos 
extraños,  la  mayor  parte  de  las  que  hasta  nosotros  han  llegado  parecen  discur- 
sos copiados  de  Tito  Livio;  algunas,  empero,  se  han  librado  de  esta  doble  alte- 
ración, y  ofrecen  la  naturalidad  que  caracteriza  las  expresiones  apasionadas  de 
los  héroes  primitivos  de  Homero. 

En  efecto ,  el  fervor  militar  de  los  Muslimes  se  manifiesta  en  estos  prime- 
ros tiempos  en  algunos  dichos  sublimes.  En  el  año  11  de  la  hegira,  en  una  bata- 
lla contra  los  Griegos  cerca  de  Hemesa ,  Dherar  cae  en  poder  del  enemigo ;  esta 
noticia  difunde  el  desorden  entre  los  Sarracenos,  pero  un  oficial ,  Rafi  ben  Omei- 
ra ,  les  grita :   «  ¿Qué  importa  que  Dherar  viva  ó  muera?  Dios  está  vivo  y  nos 

TOMO  11.  33 


258  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

mira:   pelead!»  Los  31uslimes  vuelven  al  combale  y  consiguen  la  victoria. 

En  un  peligro  semejante ,  otro  jeíe  exclama  :  «  Mirad  al  cielo :  pelead ,  pelead 
por  Dios ,  y  os  dará  la  tierra !  » 

En  el  sitio  de  Bostra  (año  11  de  la  hegira),  Khalid  gritaba  sin  cesar  entre 
el  fragor  de  la  batalla:  «  Alhamlah!  alhamlah  !  Algiannah!  algiannah!  (El  com- 
bate !  el  combate !  El  paraiso !  el  paraíso ! ) »  Y  estas  solas  palabras  llenan  á  los 
suyos  de  incomparable  ardor.  Para  inflamarlos ,  no  les  hablaba  del  saqueo  ni 
de  los  tesoros  de  Bostra ,  sino  que  les  mostraba  el  paraiso  abierto  como  la  mas 
bella  recompensa  de  los  que  morían  peleando.  Khalid  era  el  mas  intrépido  entre 
los  guerreros  árabes ,  y  los  Griegos ,  lo  mismo  que  sus  soldados ,  le  llamaron  la 
Espada  de  Dios  (1). 

Los  Árabes  fueron  los  primeros  en  gustar  de  los  combates  singulares ,  sem- 
brando así  los  primeros  gérmenes  de  la  caballería ,  y  entre  los  invasores  de  Es- 
paña los  veremos  florecer  á  medida  que  serán  mas  cultas  sus  costumbres  con  el 
aumento  de  riquezas.  Lo  mismo  sucedió  en  Oriente  bajo  los  califas  de  Bagdad 
(Abassidas). 

De  todas  las  ideas,  hasía  de  la  galantería  que  observaremos  en  los  Moros 
españoles,  hallamos  quizás  el  principio  en  las  sencillas  y  caballerescas  palabras 
deMahoma,  aplicadas  del  cielo  á  la  tierra:  —  Quien  bien  ama  calla,  padece, 
muere  y  coge  la  palma  del  martirio. 

Una  vez  lanzado  á  la  carrera  el  genio  de  los  Árabes,  no  se  deiuvo  hasta  que 
sometió  bajo  el  yugo  del  Profeta  á  las  tres  cuartas  partes  del  mundo  entonces 
conocido.  En  tiempo  de  Mahoma,  el  espíritu  guerrero  se  despierta,  se  exalta,  y 
el  entusiasmo  religioso  une  su  irresistible  influjo  al  vigor  natural  á  los  Árabes ;  en 
tiempo  de  Abu  Becre ,  cae  la  Siria  á  los  golpes  de  Khalid ;  reinando  Ornar  ex- 
tienden los  Muslimes  sus  conquistas  hacia  el  Occidente.  Alejandría  es  sitiada  y 
el  Egipto  conquistado.  Ornar  muere  asesinado,  y  sucédele  Otman  que  liene 
igual  suerte.  Alí  muere  como  sus  antecesores,  y  el  imperio  naciente  se  divide 
entre  los  partidarios  de  Alí  y  los  de  Moaviah ,  su  competidor ,  origen  de  la 
dinastía  de  los  Ommiadas  y  primer  califa  de  Damasco ;  sin  embargo,  por 
muchas  que  sean  las  discordias  intestinas  de  la  nación  nueva,  sus  soldados 
continúan  en  el  exterior  la  obra  de  la  conquista ,  y  se  derraman  con  la  impetuo- 
sidad del  torrente  por  el  Norte ,  el  Oriente  y  el- Mediodía.  La  Persia ,  el  imperio 
griego,  el  África  son  atacadas  á  la  vez  é  invadidas  por  los  ejércitos  árabes ,  y 
cuanlo  realizaron  entonces  aquellos  hombres,  poco  antes  tan  despreciados,  os- 
tenta un  carácter  extraordinario  de  grandeza.  No  son  los  capitanes  los  que 
guian  á  la  multitud  armada ,  sino  esta  quien  los  arrastran :  un  impulso  que  pa- 
rece en  efecto  emanar  de  Dios  y  que  atribuye  á  Dios  lodos  sus  triunfos,  los  lle- 
va, los  empuja.  En  menos  de  cien  años  los  límites  de  sus  conquistas  van  mas 
allá  que  los  del  antiguo  imperio  romano ,  y  su  fatalismo  es  para  ellos  segura 
prenda  de  victoria.  Por  Dios  y  el  paraiso  combaten  y  mueren  contentos ;  su  Dios 
es  quien  afila  sus  aceros,  quien  da  vigor  á  sus  brazos;  solo  de  Dios  es  el  triun- 
fo (2).  Sean  los  califas  guerreros  ó  no,  poco  importa;  y  en  tiempo  de  Walid,  que 


(1)    Vino  un  general  llamado  Khalid,  á  quien  se  apellidaba  la  Espada  de  Dios.  Teof.,  p.  278. 
^2)    Véase  el  Coran  (sura  III,  vers.  123).— El  Señor  recordando  a  Mahoma  la  victoria  de  Bedre, 


CAP.    I. — ESPAÑA   ÁRABE.  2o9 

residió  constantemente  en  Damasco ,  fué  cuando  las  conquistas  de  los  Árabes 
llegaron  á  mas  apartados  confines ,  en  Oriente  hasta  Samarcanda  (tomada  en  707), 
y  en  Occidente  hasta  Andalucía.  Reinando  el  mismo  soberano,  un  ejército  árabe 
llegó  hasta  el  mar  Negro,  y  atacó  al  imperio  griego  á  pocas  leguas  de  su  capital. 

Tales  fueron  los  prodigiosos  triunfos  de  este  pueblo,  favorecidos  sin  duda  por 
un  singular  conjunto  de  circunstancias  para  él  afortunadas.  Los  guerreros  misio- 
narios de  la  nueva  religión  hallaron  el  Asia  y  el  África  casi  abiertas  á  sus  armas, 
y  al  desbordar  de  su  península ,  el  imperio  romano  de  Oriente,  la  Persia  y  el 
Egipto  estaban  en  plena  decadencia;  esto  no  obstante ,  tuvieron  que  vencer  in- 
mensos obstáculos,  y  la  mayor  parte  de  sus  rápidas  conquistas  ha  de  atribuirse 
al  entusiasmo  y  al  esfuerzo  de  los  conquistadores. 

Si  los  seguimos  en  sus  guerras  á  través  del  África  hasta  el  Estrecho ,  veré- 
moslos  en  lucha  con  los  elementos  y  las  terribles  tribus  del  Atlas,  que  la  política 
mas  que  la  violencia  hizo  musulmanas.  Desde  Egipto,  Amru  habia  pasa- 
do á  África  en  el  año  640  sin  poderla  someter,  y  después  de  él,  Otman  envió 
desde  Medina  á  Egipto  y  al  territorio  africano  á  Abdallah  ben  Saad.  Este,  al  frente 
de  cuarenta  mil  entusiastas,  atravesólos  desiertos  de  Mármara  y  de  Barcah, 
tan  formidables  para  las  legiones  romanas ,  y  llegó  vencedor  hasta  Trípoli ,  puer- 
to de  mar  rico  y  populoso,  que  bajo  su  antiguo  nombre  griego  ha  ocupado  hasta 
nuestros  dias  el  tercer  lugar  entre  los  estados  berberiscos.  Ciento  veinte  mil 
Griegos,  Moros  y  Libios  reunidos  apresuradamente,  marcharon  al  encuentro  de 
los  Árabes,  pero  Abdallah  atacó  y  dispersó  á  aquel  ejército  sin  orden  ni  disciplina, 
cuyos  restos  destruyeron  en  su  fuga  á  Sofaytala,  ciudad  populosa,  construida  á 
ciento  cincuenta  millas  al  sur  de  Cartago.  La  victoria  de  Abdallah  fué  seguida  de 
la  pronta  sumisión  de  todos  los  pueblos  de  la  provincia;  muchos  adoptaron  el 
Islam,  y  los  que  no,  pagaron  tributo.  Sin  embargo,  diezmados  los  Muslimes  pol- 
las fatigas  y  las  enfermedades  epidémicas ,  regresaron  á  Egipto  después  de  una 
expedición  de  quince  meses ,  sin  haber  tomado  en  realidad  posesión  del  país. 

Pasados  pocos,  años,  Moaviah  ben  Horeig  hizo  tres  expediciones  al  África; 
la  primera  el  año  33  de  la  hegira,  antes  de  la  muerte  del  califa  Otman  ,  y  la  se- 
gunda y  tercera  algunos  años  después  de  este  califa.  Moaviah  entró  en  África 
con  mucha  gente  ilustre  de  Muhageries  y  Alansaries  (1) ,  y  fuá  en  su  compañía 
el  ínclito  Abdelmelek  ben  Meruan,  que  llegó  á  ser  califa.  Los  Muslimes  conquis- 
taron ciudades  y  grandes  alcázares  y  la  antigua  ciudad  de  Cirene;  dejaron  en 
ella  una  guarnición  árabe,  y  volviéronse  cargados  de  ricos  despojos. 

Confiada  Cirene  en  sus  fortificaciones  y  en  el  número  de  sus  habitantes ,  no 
tardó  en  sacudir  el  yugo ,  y  entonces  (665  —  46  de  la  hegira)  fué  enviado  al  Áfri- 
ca por  el  califa  Moaviah  al  frente  de  diez  mil  caballos  el  famoso  Ocba  ben  Nafe 
el  Fehri ,  que  empezó  por  recobrar  la  Cirenaica  y  su  capital ,  arruinando  en  el 
cerco  muchos  antiguos  y  grandes  edificios  de  la  ciudad  griega  (2) ,  y  edificando 


en  que  él  profeta  habia  puesto  en  fuga  á  los  idólatras  lanzando  polvo  contra  sus  rostros,  le  dice:  No 
eras  tú  quien  lanzaba  el  polvo,  sino  Dios  que  lo  lanzaba  por  tus  manos.  Estas  palabras  se  leen  todavía 
en  las  lanzas  de  los  Musulmanes. 

(4)    Muhageries,  los  que  salieron  con  Mahoma  en  su  fuga,  y  Alansaries,  sus  auxiliares. 

(2)    El  Novairi  (Ahmed  ben  Abdel  Waheb),  ms.  árabes  de  la  Bibl.  nac,  n.  *702. 


260  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

en  cambio  mezquitas  y  escuelas  para  enseñar  la  lengua  y  las  doctrinas  de  su  ley 
á  los  hijos  de  los  vencidos. 

Mientras  esto  sucedía,  el  califa  Moaviah  ben  Ali  Sofian  (1)  reunió  el  gobier- 
no de  Egipto  y  de  África,  como  si  fueran  dos  pequeñas  provincias ,  y  dio  el  man- 
do á  Muhegir  Diñar  el  Ansari ,  quien  ,  envidioso  de  la  gloria  y  general  estima- 
ción que  merecía  Ocba  ben  Nafe  al  ejército  y  á  los  pueblos ,  escribió  contra  él  al 
califa ,  logrando  por  sus  artes  y  sugestiones  que  este  depusiese  á  su  rival  del  go- 
bierno de  Cirene.  Preciso  fué  obedecer,  val  presentarse  Ocba  ante  el  califa  para 
dar  cuenta  de  su  conducta  en  el  gobierno,  de  sus  relaciones  con  Muhegir  y  de  las 
diferencias  que  entre  él  y  este  habían  mediado  ,  dijo  con  noble  entereza:  «  Con- 
quisté pueblos  y  regiones  de  infieles ,  llevando  á  ellas  el  conocimiento  de  Dios  y 
de  su  santa  ley;  edifiqué  mansiones  y  mezquitas,  y  en  premio  de  estos  servicios 
envías  á  Abdel  Ánsar  para  que  me  prenda  ;  si  esto  no  es  sinrazón  ,  dígalo  tu  jus- 
ticia. »  Moaviah  le  respondió  :  « Ya  sé  quien  es  Muhegir ,  y  quien  es  Ocba.  Estoy 
satisfecho  de  tu  celo  y  de  tu  justo  proceder.»  Y  se  apresuro  á  restituirle  el  mando 
del  territorio  que  habia  conquistado  (2). 

El  nuevo  caliíli,  Yezid  (680)  distisjuió  y  honró  mucho  á  Ocba,  y  según  les 
cronistas  árabes  (rasgos  característicos  que  son  de  notar,  en  cuanto  arrojan  gran 
luz  sobre  las  primeras  relaciones  de  los  conquistadores  musulmanes  con  los  su- 
cesores de  Mahoma),  le  dijo:  «  Ya  tienes  tu  provincia,  vé  á  ella,  y  repara  tu 
agravio. » 

Durante  la  ausencia  de  Ocba,  Muhegir  ,  por  envidia  y  odio  á  sus  cosas  y 
memoria,  hizo  destruir  los  primeros  fundamentos  de  una  ciudad  que  Ocba  que- 
ría elevar  bajo  el  nombre  de  Cairvan  (3);  trasladó  sus  primeros  habitantes  á  dos 
millas  del  punto  por  donde  pasa  el  camino  de  Túnez,  y  mandó  trazar  los  límites 
de  una  ciudad  nueva  ,  de  la  cual  se  observan  aun  vestigios  en  el  territorio  de 
Audan. 

Ocba,  portador  de  la  deposición  de  Muhegir,  llegó  al  Aírica  ,  y  después  de 
deponer  á  su  rival,  le  redujo  á  prisión,  sin  que  Muhegir  extrañara  es  tas  providen- 
cias, que  ya  esperaba  después  de  la  muer  íe  del  califa  Moaviah,  su  favorecedor  (4). 


(1)  Para  inteligencia  de  nuestro  relato,  diremos  unas  pocas  palabras  de  los  sucesores  de  Ma- 
homa (los  califas)  hasta  la  época  de  la  conquista  de  España.  En  un  principio,  vemos  a  los  cuatro  su- 
cesores inmediatos  del  profeta,  el  Califato  perfecto,  Abu  Becre,  Ornar,  Otman  y  Alí,  que  residieron 
en  Medina  y  en  la  Meca,  desde  la  muerte  del  profeta  (632)  hasta  660.  A  fines  del  reinado  de  Alí, 
Moaviah  ben  Abi  Sofian,  de  la  familia  de  Omeya,  wali  (gobernador)  de  Siria,  bajo  pretexto  de  ven- 
gar la  muerte  de  Otman,  le  disputó  el  poder,  y  de  ahí  se  originó  la  guerra  civil.  Muerto  Alí,  Hassan, 
su  hijo,  le  sucedió  en  el  Hegiaz  (660);  pero  Moaviah  tomó  el  título  de  califa  de  Damasco,  y  fué  el 
origen  de  los  Ommiadas.  Después  de  él  reinaron  Yezid  I  (680)  y  Moaviah  II  ,685)  en  Damasco,  al 
tiempo  que  en  la  Meca  (continuación  del  cisma  de  Alí),  imperaban  Abdallah,  hijo  de  Zobeir  (683), 
Meruan  (683),  Abdelmelek  (684)  y  por  fin  Walid  (705\  sexto  de  los  Ommiadas. 

(2)  ALunos  dicen  que  quien  le  restituyó  el  mando  fué  Yezid,  hijo  de  Moaviah,  después  de  la 
muerte  de  su  padre,  y  esto  parece  ser  lo  mas  probable. 

(3)  A  unas  treinta  leguas  al  sudeste  de  Cartago  y  á  siete  leguas  del  mar.  Fué  capital  de  la  parte 
de  África  llamada  por  los  Árabes  Afrilciah,  que  comprende  la  provincia  de  Cartago,  la  Tripolitana 
y  la  Cirenaica  de  los  antiguos. 

(4)  Tales  eran  entre  los  Árabes  las  vicisitudes  del  mando.  Vese,  dice  un  autor,  á  aquellos  capi- 
tanes tan  esforzados  ,  tan  arrogantes  con  los  reyes  ,  dejar  y  tomar  otra  vez  el  mando  en  virtud  de 
una  simple  carta  del  califa  ,  siendo  nuevamente  generales  ,  meros  soldados  y  embajadores  al  menor 
signo  de  su  voluntad. 


CAP.   I. —ESPAÑA   ÁRABE.  261 

Ocba  mandó  también  que  no  siguiese  la  puebla  de  la  ciudad  que  fundara  Muhe- 
gir, y  que  los  moradores  volviesen  á  Cairvan,  dedicando  á  ella  mayor  cuidado  y 
solicitud  délo  que  hiciera  en  el  anterior  gobierno  (1). 

•  Acabadas  estas  cosas,  Ocba  se  lanzó  á  nuevas  conquistas ,  llevando  consigo 
á  Muhegir  encadenado,  y  penetró  por  el  país  entonces  desierto  en  que  se  eleva- 
ron después  las  ciudades  de  Fez  y  de  Marruecos,  hasta  el  extremo  occidental  del 
África.  Allí  fué  donde,  detenido  por  la  valla  insuperable  del  Océano,  dícese  que 
metió  en  él  su  caballo  hasta  tocar  el  agua  en  las  cinchas,  y  exclamó:  «¡Señor  Alá! 
si  estas  profundas  aguas  no  me  detuvieran,  yo  seguiría  para  llevar  mas  adelante 
el  conocimiento  de  tu  ley  y  de  tu  santo  nombre.  »  De  regreso  á  Gairvan  ,  pereció 
en  la  batalla  de  Tehuda,  á  los  golpes  de  los  Moros  y  Berberíes  reunidos  (2). 

Con  este  motivo  refiérese  de  Ocba  un  rasgo  muy  caballeresco.  Muhegir ,  su 
prisionero,  habia sabido  la  sublevación  que  se  preparaba,  y  advirtió  á  su  rival  el 
peligro,  pero  era  ya  tarde:  la  rebelión  estalló  antes  deque  hubiese  podido  tomarse 
medida  alguna  eficaz.  Ocba  aceptó  la  batalla,  invocó  al  Dios  deMahoma,  y  en  su 
nombre  escitó  á  los  Muslimes  al  combate;  pero  antes  hizo  poner  en  libertad  á 
Muhegir  ,  que  acudió  en  defensa  dé  su  generoso  enemigo  (3) ,  hízole  que  le  die- 
ran armas  y  un  caballo,  y  reconciliados  ambos,  desenvainaron  la  espada  y  mar- 
charon á  la  pelea  al  frente  de  los  caballeros  muslimes.  La  muchedumbre  de  sus 
enemigos  alcanzó  sin  embargo  la  victoria,  y  arrollados  los  Árabes,  murieron  los 
dos  caudillos  con  la  mayor  parte  de  sus  compañeros  (43—682). 

La  victoria  de  los  Berberíes  en  Tehuda  fué  debida  principalmente  á  un  jefe 
á  quien  los  historiadores  llaman  Ebn  Kahinah.  Este  intentó  sorprender  á  Gair- 
van, pero  los  jefes  Zohair  y  Ornar  marcharon  contra  él ,  y  aunque  el  Berberí 
guiaba  á  mas  de  treinta  mil  hombres ,  con  la  ayuda  de  Dios ,  dicen  los  historia- 
dores árabes  ,  los  Muslimes  quedaron  vencedores.  Ebn  Kahinah  y  los  suyos  hu- 
yeron en  desorden  ,  y  fueron  perseguidos  por  siete  mil  caballos ,  que  era  toda 
la  gente  de  Zohair. 

Esta  victoria  animó  á  los  Muslimes,  y  acreditó  mucho  mas  á  este  noble  cau- 
dillo ,  á  quien  escribió  Abdelaziz  ben  Meruan  ,  wali  de  Egipto  ,  dándole  gracias 
á  él  y  á  todo  el  ejército  por  su  constancia  y  valor ,  y  á  nombre  del  califa  le  en- 
cargó el  mando  ele  la  conquista  de  África  ,  y  le  envió  gente  y  armas  para  refor- 
zar aquel  ejército  que  no  podia  atender  á  la  conquista  y  sosegar  las  inquietudes 


(1)  Algunos  dicen  que  Cairvan  fué  poblada  por  el  valí  Moaviah  ben  Horeig  ,  que  al  llegar  al 
sitio  donde  se  halla  Cairvan ,  que  era  un  valle  de  muy  espesa  arboleda,  acogida  de  fieras  ,  leones, 
pardos  ,  tigres  y  serpientes  ,  dijo  en  altas  voces  :  «  Salid  de  este  lugar,  fieras  que  moráis  en  este  va- 
lle, salid  ,  dejad  este  bosque  y  espesa  selva.»  Y  lo  dijo  tres  veces  y  en  tres  días,  y  no  quedó  allí  fie- 
ra, león  ,  onza  ó  serpiente  que  no  dejase  luego  aquel  ¿bosque.  Mandó  á  su  gente  cercarlo  de  altos 
muros ,  clavó  en  medio  su  lanza  ,  y  les  dijo :  «  Este  es  ,  este  es  vuestro  Cairvan.» 

(2)  Cuénlanse  de  Ocba  singulares  crueldades.  Llegado  á  Wadan  ,  sometió  esta  ciudad  ,  hizo 
al  rey  prisionero  y  mandócortarle  la  oreja.  El  infeliz  preguntó  la  causa  de  tan  duro  trato  para  con 
un  hombre  con  quien  los  Muslimes  habían  celebrado  pacto  de  alianza ,  y  Ocba  le  respondió:  «  Es 
un  aviso  que  he  querido  darte :  cada  vez  que  tocarás  tu  oreja ,  te  acordarás  de  los  compromisos 
que  has  contraído  ,  y  no  pensarás  en  hacer  la  guerra  á  los  Árabes.  » 

(3)  Ocba  dijo  á  Muhegir:  «Hoy,  amigo,  es  día  de'libertad  ,  de  martirio  y  de  ganancia  ,fla  mas 
preciosa  para  los  Muslimes;  y  no  quiero  que  pierdas  tan  buena  ocasión.— Así  es  la  verdad,  respondió 
Muhegir,  y  te  doy  gracias  porque  me  concedes  esta  oportunidad,  que  cierto  deseo  la  misma  ventu- 
ra.» Conde,  Hist  de  la  dom.  de  los  Arab.  en  Esp.,  P.  4 . a  c.  V. 


262  HISTORIA   GENERAL  DE    ESPAÑA. 

y  revueltas  de  los  Berbenes  (1).  Entre  tanto  Zohair  allegó  la  genle  que  estaba 
en  Atrabolos ,  y  con  esta  y  la  que  habia  llegado  de  Egipto ,  salió  de  Barca  'para 
dar  principio  á  la  campaña.  En  Cunia  le  salió  al  encuentro  una  hueste  innumera- 
ble que  parecia  una  inundación,  y  aunque  Zohair  quiso  hacerle  frente,  Abu  Sajea  y 
gran  parte  de  la  caballería  egipcia  se  opusieron  á  sostener  la  batalla.  En  el  mo- 
mento en  que  Zohair  y  sus  valientes  acometían  á  los  enemigos ,  retiráronse  ellos 
del  campo  con  precipitada  marcha  y  si  bien  los  Árabes  de  Zohair  pelearon  con 
prodigioso  esfuerzo,  hubieron  de  ceder  al  número  y  dispersarse  en  desorden.  Zo- 
hair con  pocos  de  los  suyos  volvió  á  Barca  (año  64  de  la  hegira),  y  defendió  con 
constancia  la  frontera.  Con  esta  victoria,  los  Berberíes  ocuparon  todo  el  país  de 
Cairvan,  y  se  apoderaron  también  de  la  ciudad. 

Al  saber  este  desmán  ,  pasó  á  África  Abdelmelek  ben  Meruan  ,  encontró  en 
Barca  á  Zohair ,  y  juntas  las  tropas  de  ambos,  hicieron  cruda  guerra  á  los  Berbe- 
ríes, y  recobraron  á  Cairvan  y  las  demás  posesiones  anteriormente  perdidas.  Los 
Berberíes  sin  embargo  se  rebelaban  siempre  que  se  les  ofrecía  ocasión  oportuna, 
y  el  wali  Zohair  ,  que  continuó  gobernando  la  provincia  de  Barca ,  fué  muerto 
en  una  celada  por  los  cristianos  con  gran  número  de  los  suyos. 

Así  estaban  los  asuntos  de  África  cuando  Hassan  ben  Naaman  el  Gasani. 
que  era  wali  de  Egipto  á  la  muerte  de  Zohair ,  recibió  de  Abdelmelek  ben  Me- 
ruan, elevado  al  califato  (el  quinto  de  los  Ommiadas),  orden  de  continuar  la  con- 
quista (692).  Todas  las  rentas  de  Egipto  fueron  exclusivamente  consagradas  á 
esta  expedición  ,  y  Hassan  se  puso  en  marcha  al  frente  de  cuarenta  mil  hombres 
de  tropas  escogidas.  Con  esta  hueste  se  dirigió  contra  la  antigua  Caríago,  que  era 
aun  entonces  la  primera  plaza  fuerte  de  África  ,  y  la  cercó  y  apuró  tanto  que  al 
cabo  de  largo  sitio  la  entró  por  fuerza ,  destruyó  sus  muros ,  y  pasó  á  cuchillo  á 
la  guarnición  greco-mora  de  la  ciudad  fenicia  que  esta  vez  cayó  para  no  levan- 
tarse jamás.  Casi  todos  sus  habitantes  abandonaron  sus  bienes  á  los  Árabes  y 
se  refugiaron  á  Sicilia  y  á  España.  A  aquella  época  se  atribuye  la  dudosa  his- 
toria de  Kahinah  ,  á  la  que  se  llama  reina  de  los  Berberíes ,  y  viuda  probable- 
mente del  caudillo  berberí  de  aquel  nombre  de  que  antes  hemos  hablado.  Dícese 
que  sostuvo  la  guerra  con  varia  fortuna  por  algunos  años ,  pero  que  al  fin  fué 
vencida  y  hecha  prisionera  por  los  Muslimes  en  una  sangrienta  batalla. 

En  el  año  700,  excitado  por  la  fama  de  las  grandes  riquezas  que  los  Musli- 
mes hallaban  en  las  ciudades  de  África  ,  quiso  pasar  á  ella  el  hermano  de  Ab- 
delmelek, y  este  condescendió  á  su  deseo  ;  nombrado  para  el  gobierno  de  Barca, 
en  lugar  de  Hassan  ben  Naaman  ,  á  quien  se  privó  del  mando  de  la  provincia, 
Abdelaziz  ben  Meruan  entró  en  África  ,  y  apenas  llegado  á  Barca  despojó  al  wa- 
li Hassan  de  cuanto  poseia,  y  lo  tomópara  si.  Hassan  adoleció  no  mucho  después 


(-1)  Este  nombre,  que  repetiremos  con  frecuencia  en  el  decurso  de  nuestro  relato, es  genérico 
y  comprende  á  las  naciones  todas  que  habitaban  en  África  mas  allá  de  la  frontera  del  imperio  ro- 
mano. «  El  nombre  de  Berberíes  designa  ,  no  una  raza  única  y  homogénea,  dice  ¡VI.  de  Avezac  (Nue- 
va Bnciclop.,  t.  II,  art.  Berberíes  ,  p.  605) ,  sino  la  confusa  mezcla  de  poblaciones,  á  las  que  en  la 
época  de  la  invasión  de  los  Árabes  musulmanes  ,  darían  los  dominadores  romanos  y  bizantinos  el 
nombre  de  bárbaros.-»  En  todo  tiempo  fué  costumbre  inmemorial  entre  los  Griegos  y  Romanos  lla- 
mar así  á  las  naciones  que  no  eran  griegas  ni  italianas  ,  y  M.  de  Avezac  siguiendo  en  esto  á  los  mas 
autorizados  críticos,  haco  derivar  el  nombre  de  Berberíes  de  bárbaros,  del  cual  poruña  nueva  cor- 
rupción se  ha  hecho  berberiscos. 


CAP.    I. — ESPAÑA  ÁRABE.  2ti3 

y  murió  de  puro  pesar  y  despecho:  reveses  de  fortuna  que  son  muy  frecuentes  en 
la  historia  de  los  Musulmanes. 

En  tiempo  de  Abdelaziz  empezó  á  darse  á  conocer  Muza  (1),  el  futuro  con- 
quistador de  España.  Encargado  por  el  wali  de  la  conquista  de  Almagreb  (2), 
desplegó  gran  habilidad  en  esta  peligrosa  misión;  él  fué  el  primero  en  emplear  la 
persuasión  y  la  blandura  con  las  indomables  poblaciones  de  las  tierras  altas ,  y 
formó  los  primeros  lazos  que  las  unieron  después  al  islamismo.  Las  campañas 
de  Muza  merecen  una  historia  particular,  pero  no  es  este  lugar  para  emprenderla. 

En  el  año  88  de  la  hegira  ,  según  Ebn  Haiyan  ,  el  califa  Walid  ,  hijo  de 
Abdelmelek  ,  confió  el  gobierno  supremo  del  África  septentrional  á  Muza  ben 
Noseir,  con  el  título  de  wali.  Muza  continuó  haciendo  con  buena  fortuna  la  guer- 
ra á  las  taifas  innumerables  de  Berberíes  á  caballo,  sujetó  en  poco  tiempo  sus  prin- 
cipales cabilas  ,  y  exigió  rehenes  de  las  tribus  de  Masmudah  ,  Zanhaga ,  Retama 
y  Hoara  ,  que  eran  las  mas  antiguas  y  numerosas  de  la  tierra.  El  wali  mostra- 
ba sobre  todo  ardiente  celo  en  instruir  á  las  tribus  berberíes  en  la  ley  alcoránica, 
y  convirtió  á  gran  número  á  la  religión  de  Mahoma.  Desde  los  primeros  años  de 
su  gobierno,  llevó  sus  conquistas  hasta  las  playas  del  Océano;  sitió  y  tomó  á  Azi— 
le  ,  Tanja  ( Tánger )  y  Tetewan  (  Tetuan ) ,  y  únicamente  resistió  á  sus  armas 
la  fortaleza  de  Ceuta  (3),  merced  á  la  vigorosa  defensa  de  Julián  el  Cristiano. 
Ghithisa  (así  escriben  los  Árabes  Witiza)  reinaba  entonces  en  España,  y  propor- 
cionó á  su  pariente  Julián  todos  los  medios  para  oponerse  al  vencedor  de  África. 
Muza  hubo  de  levantar  el  sitio  ,  y  renunció  á  la  toma  de  Ceuta. 

Retirado  en  Cairvan  ,  continuaba  desde  allí  su  obra  de  proseliiismo.  Todo 
el  pais  de  Almagreb  le  estaba  sometido  ,  y  los  Berberíes  délas  varias  cabilas  del 
Atlas ,  que  profesaban  el  sabeismo  ,  empezaban  á  escuchar  la  palabra  del  após- 
tol de  Dios.  Todos  pagaban  tributo  ó  habían  celebrado  alianza  con  los  Sarrace- 
nos ,  y  por  fin  diez  y  nueve  mil  ginetes  berberíes ,  en  su  mayor  parte  musulma- 
nes, formaban  la  guarnición  de  Tánger  bajo  el  mando  de  Tarikben  Zeyad,  Ber- 
berí también,  á  lo  que  se  cree ,  pero  convertido  desde  mucho  tiempo  á  los  pre- 
ceptos del  Islam  ,  habiendo  quedado  en  Tánger  únicamente  algunos  Árabes  para 
enseñar  el  Coran  á  los  recien  convertidos. 


(i)    Mussay  (Moisés  )  ben  Noseir,  de  la  tribu  deLakhmi. 

(2)  Magreb  ó  Al-Magreb,  es  decir  el  Occidente.  Así  llamaron  los  Árabes  en  un  principio  al  Áfri- 
ca toda ,  situada  al  Occidente  respecto  de  la  Arabia.  El  nombre  de  Magreb  fué  dado  después  espe- 
cialmente á  la  parte  noroeste  del  África  y  al  territorio  del  Atlas.—  Al-Magreb-al-aiisalh  ,  occiden- 
te del  centro ,  al-Magreb-al-aqssa ,  último  occidente. 

(3)  Eq  árabe  Sebtah  ,  antiguamente  Sepia  ,  ad  Septem  Fratres.— Los  siete  hermanos  eran 
siete  montes  ,  muy  fáciles  de  contar  desde  las  alturas  de  Gibraltar. 


264  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 


A.  de  i.  C. 


712. 


CAPÍTULO  II. 


Venida  de  Muza  á  España. — Sucesos  que  siguieron  á  la  batalla  del  Guadalete. —  Toma  de  Córdo- 
ba.—  Entrada  de  Tarik  en  Toledo.— Condiciones  impuestas  por  el  vencedor.— Marcha  de  Mu- 
za.—  Capitulación  de  Sevilla. —  Sitio  y  toma  de  Mérida. — Correrías  de  Tarik  al  norte  de  Toledo. — 
Reunión  de  ambos  caudillos  en  Toledo. — Desgracia  de  Tarik. —  Victorias  de  Abdelaziz  en  las  pro- 
vincias orientales. —  Teodomiro.—  Tratado  de  paz  entre  Abdelaziz  y  Teodomiro.—  Reconciliación 
entre  Tarik  y  Muza. —  Campaña  simultánea  de  ambos  generales  al  centro  y  al  este  de  la  Penín- 
sula.—Su  reunión  delante  de  Zaragoza.— Toma  de  Zaragoza. —  Sigue  la  conquista. —  Tarik  y 
Muza  son  llamados  á  Damasco  . —  Carácter  de  la  conquista. 

Desde  el  año  711  hasta  el  713. 

En  esíe  estado  se  encontraba  el  África  en  711  cuando  ocurrieron  en  España 
los  acaecimientos  que  hemos  relatado  en  el  capítulo  Vi  de  nuestra  Parte  segunda. 
Estaba  demasiado  inmediata  la  tempestad,  dice  Lafuente,  y  soplaba  el  huracán 
demasiado  cerca,  para  que  pudiese  libertarse  de  sufrir  su  azote  nuestra  penínsu- 
la. Los  desmanes  de  Rodrigo  ,  las  discordias  de  los  Hispano-Godos,  y  la  traición 
de  Julián  y  de  los  partidarios  de  Witiza  pudieron  ser  los  incentivos  para  que 
Muza  ,  que  capitaneaba  á  un  pueblo  belicoso,  entusiasta  y  triunfante  ,  resolviese 
la  conquista  de  España.  De  aquí  los  tristes  hechos  que  hemos  referido  ,  de  aquí 
la  esclavitud  de  nuestra  patria. 

Muza  recibió  con  cierto  envidioso  despecho  la  noticia  del  gran  triunfo  obte- 
nido por  Tarik:  la  gloria  de  su  lugarteniente  parecíale  ser  una  usurpación  de 
la  suya  propia  ,  y  resolvió  marchar  á  España  para  dar  fin  personalmente  ,  junto 
con  sus  hijos,  ala  conquista  de  este  hermoso  país.  En  la  carta  que  al  califa  escri- 
bió participándole  lo  ocurrido  y  el  triunfo  del  Guadalete,  calló  el  nombre  del  ver- 
dadero vencedor  ,  al  mismo  tiempo  que  empleó  tan  vagas  y  ambiguas  palabras 
que  el  califa  le  atribuyó  en  un  principio  la  victoria  agena.  Walid,  dicen  las  cró- 
nicas árabes,  recibió  con  indiferencia  la  cabeza  alcanforada  de  Rodrigo,  como 
acostumbrado  á  semejantes  presentes  ,  y  en  esto  el  wali ,  aun  con  riesgo  de  que 
los  Godos  se  rehicieran  ,  exponiéndose  á  perderlo  todo,  envió  á  su  esforzado  lu- 
garteniente la  orden  de  suspender  su  marcha  y  sus  operaciones  todas  hasta  que 
llegase  él  con  las  fuerzas  necesarias  para  dar  cima  á  la  completa  dominación  de 
la  Península.  Desde  aquel  momento,  dedicóse  á  toda  prisa  á  poner  en  regla  los 
asuntos  de  África  ,  reunió  hopas  cuyo  número  se  hace  ascender  á  diez  mil  ca- 
ballos y  ocho  mil  infante  árabes  y  africanos ,  confió  el  gobierno  de  África  á  su 
hijo  Abdelaziz  (1),  y  en  la  luna  de  rejeb  del  año  5*3  (712)  pasó  el  estrecho  y 

(1 ,  El  Dhobi  dice  que  dejó  en  África  á  su  hijo  Abdelaziz  ,  y  esta  opinión  adoptan  Conde  y  La- 
fin  ule  y  hemos  adoptado  nosotros ;  El  Habar  dice  que  fue"  su  hijo  Abdallah,  y  no  Abdelola  ,  y  así 
lo  copia  Ilomey.  El  ll'riki  dice  que  Muza  tardó  cuatro  meses  en  venir  á  España. 


CAP.    II. — ESPAÑA   ÁRABE.  265 

desembarcó  en  España,  acompañado  de  sus  hijos  Abdelola  y  Meruan  ,  cuyo  nom- 
bre llevó  después  el  palacio  construido  en  las  márgenes  del  rio  al  oeste  de  Cór- 
doba. 

Asimismo  entraron  con  él  en  España  muchos  caballeros  de  la  tribu  de  Co- 
raix  ,  y  oíros  Árabes  muy  principales ,  como  Almonazir  ,  Alí  ben  Rebie  Lahmi, 
Hayut  ben  Reja  Temami ,  y  Hanas  ben  Abdalah  Asenani ,  que  fundó  después  la 
gran  aljama  de  Zaragoza.  Importa,  pues,  distinguir  casi  en  todo  la  segunda  ex- 
pedición de  la  primera. 

La  primera  conquista  fué  obra  del  Berberisco  Tarik,  y  la  toma  de  posesión 
definitiva,  del  Árabe  Muza,  distinción  que  ha  de  arrojar  mucha  luz  sobre  los  he- 
chos sucesivos  de  la  presente  historia.  La  rivalidad  délas  dos  razas,  que  con  tan- 
ta evidencia  se  manifestará  á  nuestros  ojos  en  los  hechos  posteriores,  revélase 
desde  el  origen  de  la  conquista  en  los  dos  caudillos  que  la  realizaron,  y  con  Ro- 
mey,  diremos  que  esta  distinción  no  nos  parece  haber  sido  indicada  con  la  preci- 
sión debida  por  los  escritores  que  de  esta  materia  han  tratado. 

Tarik  con  sus  vencedores  Muslimes  corría  todala  tierra,  llenando  de  espanto 
á  sus  moradores,  cuando  con  gran  sorpresa  suya  recibió  las  órdenes  de  Mu- 
za. Por  un  momento  pensó  en  obedecer;  pero  conociendo  el  doble  peligro  de  su 
situación,  optó  por  el  que  mas  halagaba  su  gloria, y  tomó  el  partido  de  la  desobe- 
diencia. Sin  embargo,  con  su  sagacidad  africana,  quiso  escudar  con  especiosos  pre- 
textos su  atrevida  resolución,  y  reuniendo  á  los  capitanes  de  su  ejército,  comunicóles 
las  disposiciones  del  wali.  Todos  manifestaron  sudisgustopor  tan  inoportuno  man- 
damiento; ¿cómo  era  posible  detenerse  en  ocasión  tan  favorable?  A  todos  pareció 
que  no  era  bien  perder  tiempo  ¡an  precioso,  y  entre  otros  habló  Julián  el  Cristia- 
no, y  aconsejó  á  Tarik  diciéndole  :  (Puesto  que  ya  venciste  el  gran  ejército  de 
los  Godos,  y  los  principales  señores  cristianos  que  asistieron  con  su  rey  á  la 
batalla  de  Guadalete  se  han  esparcido,  no  debes  perder  este  tiempo  en  que  to- 
davía llevan  en  sus  corazones  el  terror  de  tus  armas:  persigúelos  ahora  sin  dar- 
les espacio  ni  lugar;  porque  si  se  recobran,  fácil  cosa  es  que  se  rehagan  y  alle- 
guen nuevas  gentes,  y  se  concierten  y  animen  las  atemorizadas  tropas;  así  que  sin 
tardanza  debes  penetrar  en  las  provincias  y  ocupar  las  principales  ciudades,  que 
en  siendo  dueño  de  ellas,  y  en  especial  de  la  capital,  ya  nada  hay  que  temer  (1).» 

A  todos  parecieron  bien  estas  razones,  y  las  esforzaron  tanto,  que  Tarik,  que 
no  deseaba  otra  cosa,  ordenó  luego  las  haces,  distribuyó  las  banderas,  mandó 
pasar  alarde  de  su  hueste,  y  alabando  su  valor  por  lo  pasado,  y  exhortándolas  á 
nuevas  victorias,  ordenó  que  las  tropas  se  abstuviesen  de  ofender  á  los  pueblos 
pacíficos  y  desarmados,  que  solo  persiguiesen  álos  que  llevasen  armas  y  tomasen 
parte  en  la  guerra  y  defensa  del  país,  y  que  no  robasen  ni  apañasen  despojos  si- 
no en  campo  de  batalla,  ó  en  entrada  por  fuerza  en  las  ciudades  enemigas. 

En  seguida  dividió  el  ejército  en  tres  cuerpos:  confió  el  mando  del  primero 
áMugueiz  el  Rumi  (2),  y  lo  envió  á  Córdoba;  encargó  el  del  segundo  áZayde 
ben  Kesadi  para  que  caminase  á  tierra  de  Málaga,  y  el  tercero,  acaudillado  por 
él  mismo,  partió  á  lo  interior  del  reino  por  tierra  de  Jaén  á  Tolaitola  (3). 

(4)    Conde,  Hist  de  la  dom.  de  los  Árabes  en  Esp.,  P.  1  .a,  c.  XI. 

(2)  El  Romano,  el  Griego,  el  cristiano,  el  extranjero. 

(3)  Así  desfiguraron  los  Árabes  el  nombre  de  Toledo,  depravación  de«urbs  toletana»  que  oirían 

TOMO  II.  34 


266  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

.  La  división  mandada  por  Zayde  arrolló  en  poco  tiempo  los  débiles  restos 
del  ejército  visigodo  hasta  las  provincias  orientales,  se  apoderó  de  Astigis  que 
le  opuso  tenaz  resistencia  ,  impúsole  un  tríbulo  ,  confió  á  los  Judíos  la  cus- 
todia de  la  plaza ,  en  la  que  solo  quedaron  muy  escaso  número  de  Árabes ,  y 
llevóse  en  rehenes  á  los  principales  habitantes.  Tomó  igualmente  y  de  paso  Má- 
laga y  Elvira,  que  no  opusieron,  á  lo  que  parece,  resistencia  alguna,  las  trató  de 
igual  manera,  y  se  reincorporó  con  la  hueslede  Tarik  apoca  distanciade  'íoledo. 

La  división  dirigida  contra  Córdoba  á  las  órdenes  de  Mugueiz,  no  fué  menos 
afortunada  en  su  camino.  Llegada  delante  aquella  ciudad,  intimóle  la  rendición 
con  condiciones  no  muy  duras,  mas  los  Godos  que  la  defendían  se  negaron  á 
aceptarlas,  y  Mugueiz  dio  principio  ai  cerco  de  la  plaza.  Un  dia  sus  ex- 
ploradores que,  disfrazados  de  soldados  godos,  recorrían  el  país,  volvieron  al 
campamento  con  un  pastor  á  quien  habían  sorprendido  en  las  inmediaciones  de 
Córdoba,  y  como  el  rústico  sintiese  gran  ¡error  á  la  vista  del  traje,  nuevo  para 
él,  de  los  soldados  de  Mugueiz,  este  procuró  tranquilizarle,  deseoso  de  sacar  buen 
partido  de  su  prisionero. 

Y  si  se  pregunta  qué  lenguaje,  en  los  primeros  momentos  de  la  conquista, 
sirvió  de  intermediario  entre  vencedores  y  vencidos,  recordaremos  que  el  lalin, 
no  muy  corrompido  aun  entre  el  clero  y  los  mas  notables  habitantes  de  las  ciu- 
dades, y  en  estado  de  gerga  entre  las  clases  inferiores,  era  á  principios  del  siglo 
vin,  la  única  lengua  que  entendían  y  hablaban  en  España  los  grandes  y  el  pue- 
blo, Godosé  indígenas.  Por  lo  mismo  los  conquistadores  hubieron  de  comunicar  por 
necesidad  en  este  idioma  Con  los  habitantes  de  España,  ya  de  un  modo  directo, 
ó  indirectamente  por  medio  de  intérpretes,  lo  que  había  de  serles  mucho  mas  fá- 
cil de  lo  qué  á  primera  vista  puede  parecemos.  Vencedores  déla  Siria,  del  Egip- 
to y  de  la  Mauritania,  que  habian  sido  por  espacio  de  largo  tiempo  provincias 
romanas,  sus  filas  habian  debido  aumentarse  al  pasar  con  naturales  de  aquellas 
regiones,  para  quienes  era  sin  duda  la  lengua  latina  muy  familiar.  El  mismo 
Mugueiz  no  pertenecía  á  la  raza  de  los  invasores;  habíase  unido  á  los  Árabes,  se 
había  convertido  al  islamismo,  pero  era  de  origen  romano,  como  lo  indica  su 
apellido  de  el  Rumi,  dado  por  los  Árabes  á  cuantos  habian  nacido  en  las  provin- 
cias del  imperio  romano.  Mugueiz,  pu  es,  hubo  de  dirigirse  en  latín  al  pastor  cor- 
dobés apresado  por  sus  exploradores. 

Preguntando  al  labriego  si  conocía  algún  lado  flaco  en  los  muros  de  Córdo- 
ba por  donde  pudiese  sorprender  á  la  ciudad,  obtuvo  preciosas  noticias.  Mitad 
por  miedo  y  mitad  por  deseo  de  servir  al  que  le  interrogaba,  el  pastor  indicóle 
en  efecto  un  punto  del  muro  de  fácil  acceso,  y  ofreció  al  general  extranjero  ser- 
virle de  guia.  Llegada  la  noche,  los  Musulmanes  se  acercaron  á  la  ciudad,  y  Dios, 
según  el  cronista  árabe  de  quien  tomamos  esta  relación,  favoreció  su  empresa. 
Una  deshecha  tempestad  alejó  á  cuanlos  habrían  podido  descubrir  su  marcha,  y 
mil  ginetes,  llevando  á  la  grupa  otros  tantos  peones,  pasaron  el  rio,  llegando  sin 


á  los  cristianos,  así  como  de  Astigis  hicieron  Estija  por  Ecija,  deCesaraugusta,  Saracusta  por  Zara- 
goza, y  deHispalis,  Esbilia  por  Sevilla.  En  estos  primeros  tiempos,  citaremos  á  veces  los  nombres 
de  las  ciudades  y  provincias  españolas  tales  como  los  Árabes  los  corrompieron,  en  cuanto  esto  pue- 
de servir  para  conocer  el  origen  de  muchos  nombres  modernos  y  encontrar  la  huella  de  los  primí- 
tiYOS. 


Los  árabes  se  apodaran  por  traición  d&  Cord<?l>a.  e-rv  7YL~ 


CAP.    II. — ESPAÑA   ÁltABE.  267 

ser  apercibidos  al  pié  de  las  murallas.  El  pastor  que  les  servia  de  guia  condújoles 
al  lugar  por  donde  el  muro  era  accesible,  y  en  efecto,  una  enorme  higuera  que 
junto  á  él  crecia,  permitia  escalarlo  y  subir  á  él.  Un  Árabe  mas  fuerte  ó  ágil  que 
los  demás  llegó  al  adarve,  Mugueiz  desplegó  su  turbante  y  le  arrojó  uno  de  sus 
extremos,  sirviéndole  para  subir  á  su  vez;  otros  le  siguieron  por  el  mismo  cami- 
no, y  al  ser  en  número  suficiente,  marcharon  á  las  puertas  de  la  ciudad,  dieron 
muerte  á  los  centinelas,  y  abrieron  el  paso  al  resto  de  las  tropas,  que  se  precipi- 
taron por  las  calles  dando  gritos  de  victoria  y  ocuparon  la  plaza  antes  que  des- 
puntara la  aurora. 

El  tumulto,  los  alaridos  de  los  soldados  esparcieron  el  terror  entre  los  habi- 
tantes, quienes  hubieron  de  someterse  á  la  ley  de  los  vencedores.  El  gobernador, 
sorprendido,  ó  creyendo  superior  el  número  de  los  enemigos,  no  tuvo  tiempo  sino 
para  refugiarse  con  cuatrocientos  compañeros  armados  en  la  principal  iglesia  de 
la  ciudad,  que  por  lo  visto  estaba  fortificada  como  oirás  muchas  de  la  época,  ó 
cuando  menos  rodeada  de  fosos.  Como  en  ella  encontraron  agua  y  algunas  pro- 
visiones, defendiéronse  allí  por  espacio  de  muchos  dias  con  obstinado  valor,  has- 
ta que  Mugueiz  mandó  aplicar  fuego  á  la  iglesia,  y  perecieron  todos,  quedándole 
á  aquel  lugar  el  nombre  de  Iglesia  de  la  Hoguera. 

Dueño  de  la  plaza,  Mugueiz  le  impuso  las  condiciones  ordinarias,  esto  es,  el 
tributo  del  quinto  y  rehenes  escogidos  por  él,  y  haciéndola  su  cuartel  general, 
llamó  al  resto  de  su  división,  confió  á  los  Judíos  parte  de  su  custodia  militar,  y 
¡cosa  notable  y  atestiguada  por  muchas  autoridades!  dejó  su  gobierno  á  los  prin- 
cipales habitantes,  saliendo  luego  á  correr  la  tierra  y  á  conservar  en  ella  el  terror 
de  la  victoria.  A  esta  política,  á  este  ardor,  á  su  maravillosa  actividad  que  les 
hacia  multiplicarse,  por  decirlo  así,  y  presentarse  casi  á  un  tiempo  en  diferentes 
puntos,  debieron  los  Árabes  sus  rápidos  triunfos  en  España. 

Jamás  conquista  alguna  se  llevó  acabo  con  mas  rapidez;  en  todas  partes  se 
sitiaban  y  tomaban  ciudades,  y  mientrasMugueiz  seenseñoreaba  de  Córdoba,  Tarik 
ae  adelantaba  hacia  Toledo.  El  terror  habia  llegado  á  su  colmo;  los  magnates,  el 
clero,  el  pueblo  no  pensaban  siquiera  en  la  resistencia,  y  huian  hacia  Asturias, 
hacia  las  Galias,  hacia  Italia  los  que  pudieron  hacerse  con  buques,  llevando 
cuantas  riquezas  les  era  dable.  Los  Árabes  hallaban  las  ciudades  medio  desier- 
tas (1). 

A  todas  imponían  iguales  condiciones:  exigían  el  tributo  de  guerra  anual  de 
la  quinta  y  á  veces  de  la  décima  parte  de  la  renta  de  tierras  é  inmuebles;  se  apo- 
deraban de  cierto  número  de  rehenes,  de  las  armas,  de  los  caballos  y  animales 
de  tiro,  y  confiscaban  los  bienes,  muebles  é  inmuebles,  cuyos  propietarios  habían 
huido. 

Aquellos  que  se  quedaron  continuaron  en  el  goce  de  sus  propiedades  pagan- 
do el  tributo  dicho.  A  los  vencidos  se  les  dejó  la  libertad  religiosa  y  el  libre  ejer- 
cicio del  culto,  á  condición  de  celebrarlo  en  el  interior  de  sus  iglesias  y  de  no  impe- 
dir á  sus  correligionarios  convertirse  al  islamismo,  si  así  loquerian.  Las  iglesias 
se  conservaron,  prohibiéndose  construir  otras  nuevas,  y  respecto  á  los  sacerdotes 
y  monges  no  parece  que  ninguno  fuese  maltratado.  El  testigo  cristiano  mas  au- 


(4)    Ms.  de  Oxford. 


268  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

téntico  de  aquel  tiempo,  el  obispo  Isidoro,  continuó  administrando  su  diócesis  de 
Beja,  esto  suponiendo  que  fuese  ya  obispo  en  la  época  de  la  entrada  de  los  Árabes, 
y  acabó  de  escribir  su  crónica,  que  llega  hasta  el  año  754,  en  presencia  de  los  con- 
quistadores, hallándose  España  cubierta  de  mezquitas. 

En  tanto  Tarik  y  Zayde  llegaron  delante  de  Toledo  (1),  cuando  las  relaciones 
de  los  vencidos  en  el  Guadalete  habían  sembrado  por  todas  partes  el  terror,  y 
pintado  con  exagerados  colores,  como  sucede  siempre,  el  número  de  los  enemi- 
gos, su  valor  y  la  escelencia  de  su  caballería.  Los  principales  señores  que  habían 
seguido  á  su  rey  en  la  guerra  habían  muerto  en  la  batalla,  ó  andaban  errantes  y 
fugitivos;  los  que  habían  quedado  en  la  ciudad,  con  la  nueva  de  la  rota  del  ejér- 
cito y  de  la  dirección  que  lomaron  los  Muslimes ,  habían  huido  con  sus  familias, 
de  suerte  que  la  ciudad  tenia  muy  poca  gente  de  guerra  y  de  importancia.  Aunque 
la  fortaleza  de  la  plaza,  situada  en  un  alto  y  escarpado  monte  ceñido  por  el  Tajo, 
pudiese  permitir  á  los  Godos  oponer  alguna  resistencia  á  los  invasores,  ya  fuese 
miedo,  falta  de  fuerzas  ó  de  provisiones,  ó  todo  junto,  salieron  á  tratar  sus  ave- 
nencias con  Tarik,  que  recibió  á  los  diputados  con  bondad  y  firmeza.  Concertóse 
que  entregarían  cuantas  armas  y  caballos  hubiese  en  la  ciudad;  que  los  habitan- 
tes que  quisieren  abandonar  sus  hogares  podrían  salir  en  libertad  perdiendo  sus 
bienes;  que  aquellos  que  se  quedasen  serian  dueños  pacífica  é  inviolablemente  de 
sus  casas  y  posesiones,  sugetas  á  un  moderado  tributo;  que  gozarían  del  libre 
ejercicio  de  su  religión,  del  uso  de  sus  iglesias  y  derecho  de  conservarlas;  pero 
que  no  edificarían  otras  sin  licencia  del  gobierno;  que  no  harían  procesiones  pú- 
blicas, que  se  gobernarían  por  sus  leyes  y  jueces,  y  que  no  impidirian  ni  castiga- 
rían al  que  se  quisiese  hacer  Muslim.  Fué  una  capitulación  semejante  ó  igual  á 
las  concedidas,  como  hemos  dicho,  á  todas  las  ciudades  españolas,  y  después 
que  los  habitantes  hubieron  entregado  armas  y  rehenes,  las  tropas  y  los  caudillos 
árabes  entraron  en  la  plaza. 

Ocupó  Tarik  con  su  guardia  el  alcázar  del  rey,  que  estaba  en  una  altura 
dominando  el  rio,  y  allí  halló  inestimables  tesoros,  conforme  hemos  relatado,  si- 
guiendo á  los  cronistas  árabes,  al  hablar  de  las  artes  y  riquezas  de  los  Visigo- 
dos. En  una  apartada  estancia,  dicen  algunas  crónicas,  encontró  veinte  y  cinco 
coronas  de  oro  guarnecidas  de  jacintos  y  otras  piedras  preciosas,  pues  era  cos- 
tumbre, dicen,  que  después  de  la  muerte  de  cada  nionarc  a  que  reinaba  en  España 
se  colocase  allí  su  corona,  escribiendo  en  ella  el  nombre  de  su  dueño,  su  edad  y 
los  años  que  habia  reinado.  Veinte  y  cinco  reyes  godos,  añaden,  habían  reinado 
en  España  hasla  la  época  déla  conquista,  y  por  esto  es  que  Tarik  halló  veinte 
y  cinco  coronas  reales  en  el  alcázar  de  Toledo  (2). 

Lucas  de  Tuy,  sin  fundamento  alguno,  según  observa  Masdeu,  fija  la  toma 
de  Toledo  en  un  domingo  de  Ramos,  probablemente  del  año  712,  lo  cual  coloca- 


(1)  Una  relación  poco  verosímil  dice  que  las  órdenes  de  Muza  no  llegaron  á  Tarik  hasta  encon- 
trarse este  delante  de  Toledo,  y  que  se  conformó  á  ellas,  limitándose  á  tomar  la  ciudad. 

(2)  Isid.  Pac.Chron.— Rodcr.  Tolet.  de  Reb.  Misp.— Conde,  P.  1  .a,  c.  XII.  Fácil  y  casi  seguro  es 
que  encontrase  Tarik  coronas,  pero  es  muy  dudoso  que  fuesen  veinte  y  cinco.  Desde  Ttudis,  el  pri- 
mer rey  gorlo  que  lijó  difinitivamente  en  España  la  sede  del  gobierno,  hasta  Rodrigo  ,  se  cuentan  en 
efecto  veinte  y  cinco  reyes;  pero  sabemos  que  Leovigildo  fue"  el  primero  en  ceñir  corona ,  y  desdo 
Leovigildo  hasta  Rodrigo  se  cuentan  apenas  diez  y  siete  monarcas. 


CAP.    II. — ESPAÑA   ÁRABE.  269 

ria  este  suceso  muy  distante  de  la  batalla  de  Guadalete,  y  dice  que  los  Judíos  de 
la  ciudad,  de  acuerdo  con  los  Sarracenos,  la  entregaron  áTarik  mientras  los  cris- 
tianos habían  ido  en  procesión  á  la  iglesia  de  Santa  Leocadia,  que,  según  esto,  ha- 
bía de  estar  fuera  del  recinto  de  la  ciudad.  Estos  detalles,  empero,  dados  por  pri- 
mera vez  por  un  escritor  del  siglo  xm,  nos  parecen  en  efecto  muy  poco  autori- 
zados. 

Al  desembarcar  Muza  en  las  playas  andaluzas,  supo  que  Tarik  habia  con- 
tinuado la  conquista  contra  su  mandamiento  ,  y  apesarado  y  sañudo  ,  dícese 
que  resolvió  desde  entonces  la  pérdida  de  su  lugarteniente,  cuya  gloria  deseaba 
ante  todo  igualar.  Instruyóse  del  camino  que  su  rival  siguiera,  y  tomó  entre  los 
cristianos  guias  fieles  que  jamás  le  engañaron  ,  dicen  las  historias  árabes  (1). 
«Cuando  la  Providencia  te  pone  en  la  mano  la  cuerda  de  la  felicidad  ,  todas  las 
criaturas  concurren  á  hacerte  feliz,  tus  mismos  enemigos  te  ayudan,  y  si  se  ofre- 
ce alguna  dificultad  ,  la  fortuna  cuida  de  vencerla  y  de  allanarte  el  paso  (2). » 
Sus  guias  le  condujeron  primeramente  á  lo  largo  de  las  costas  de  Schahduna 
(Sidonia  sin  duela),  de  la  que  se  apoderó  por  asalto,  y  marchó  en  seguida  hacia 
Carmona,  plaza  fuerte,  cuyas  puertas  le  fueron  abiertas  durante  la  noche  por  los 
partidarios  de  Julián,  que  se  habían  introducido  en  la  ciudad  como  compatriotas 
y  defensores.  Muza  puso  luego  sitio  á  Esbilia  (Sevilla) ,  mientras  que  numero- 
sos cuerpos  de  caballería  berberisca  corrían  la  tierra  para  aterrorizar  á  las  po- 
blaciones. Sevilla  resistió  un  mes,  pero  al  fin  hubo  de  capitular.  El  caudillo  ára- 
be le  impuso  las  condiciones  del  islam,  escogió  rehenes,  hizo  en  la  plaza  una  en- 
trada triunfal  ,  y  después  de  confiar  su  custodia  á  Isa  ben  Abdila  el  Jowail  de 
Medina,  se  dirigió  á  Lugidania  (Lusitania).  llípula  ,  Osonoba,  Pax  Julia  y  Mir- 
tilis  se  rindieron  sin  resistencia  á  sus  armas,  y  según  costumbre,  dejó  en  ellas 
cierto  número  de  tropas,  bajo  el  mando  de  un  jefe  experimentado,  para  contener 
á  la  población  y  cuidar  de  los  enfermos.  Así  ocupó  todo  el  país  desde  el  Betis 
hasta  el  Anas,  y  siguiendo  luego  las  márgenes  de  este  rio,  tomó  de  paso  otras 
muchas  ciudades  sin  hallar  resistencia  hasta  delante  de  Mérida,  cuyos  habitantes 
cerraron  las  puertas.  Obligado  á  detenerse  ante  la  antigua  ciudad  romana,  el 
general  árabe  comprendió  que  habria  de  reunir  todas  sus  fuerzas  para  reducirla, 
y  llamó  á  su  lado  á  Abdelaziz,  que  se  habia  quedado  en  África,  ordenándole  que 
le  trajera  nuevo  refuerzo  de  gente.  A  la  vista  de  Mérida,  Muza  quedó  admirado  por 
la  grandiosidad  y  magnificencia  de  la  ciudad  de  Augusto  ,  y  parecióle  que  para 
edificarla  habían  debido  reunir  todos  los  hombres  su  arte  y  poderío  (3).  «Ventu- 
roso el  que  logre  rendirla»,  exclamó  al  contemplarla.  Esta,  empero,  no  era  fácil 
empresa,  pues  los  moradores  parecían  haber  recobrado  para  defenderla  un  resto 
del  valor  guerrero  que  abandonara  á  los  Españoles  en  presencia  de  los  Árabes. 


\\)  Según  Ebn  Hayan,  los  partidarios  de  Julián,  que  le  acompañaban,  le  dijeron :  (-Nosotros  te 
guiaremos  por  un  camino  mas  glorioso  que  el  seguido  por  Tarik,  y  él  pondrá  en  tu  poder  las  ciuda- 
des mas  opulentas  del  Ándalos.» 

i2)     Conde,  P  1.a,  c.  XIII. 

(3)  Mérida  ha  conservado  escasos  restos  de  su  antiguo  esplendor,  y  mucho  tiempo  hace  que 
de  la  ciudad  de  los  legionarios  decia  Nonio  lo  siguiente:  «Urbs  haec  olim  nobilissima  ad  magnam  ín- 
cola rum  infrequentiam  delapsaest,  et  praeter  priscseclaritatis  ruinas  nihil  ostendit.»  (Hispan.  Illust., 
c. 34,  p  406  HO).  Sin  embargo,  Mérida  posee  aun  un  puente  de  sesenta  arcos,  un  acueducto  de  pro- 
digiosa altura,  un  arco  y  una  naumaquia,  restos  romanos  muy  notables. 


270  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Muza  empezó  por  experimentar  algunas  dificultades  al  establecer  su  campamento, 
y  hubo  de  rechazar  una  salida  de  los  habilanles  ,  que  se  apoderaron  de  sus 
primeras  tiendas.  Los  Sarracenos  hallaban  por  fin  enemigos  que  no  huian. 

Era  aquel  un  género  de  guerra  enteramente  nuevo  para  el  viejo  general. 
Hasta  entonces  la  astucia  y  la  intrepidez  le  habian  servido  para  subyugar  á  las 
tribus  berberíes,  pero  hallábase  con  obstáculos  de  naturaleza  muy  distinta.  Mérida 
le  oponía  cuanto  el  arle  y  la  civilización  habian  inventado  para  la  defensa  délas 
ciudades ,  y  él  carecia  de  las  máquinas  necesarias  para  abrir  brecha  y  derribar 
aquellos  anchos  muros,  aquellos  baluartes,  aquellas  torres  que  por  todas  partes 
le  impedían  acercarse  á  la  plaza.  Resolvió  no  obstante  reducirla  ,  y  cada  dia  da- 
ba un  recio  combate  á  la  ciudad  por  diferentes  partes,  y  provocaba  con  sus  alga- 
radas á  los  sitiados,  quienes  salían  por  lo  regular  al  campo  y  empeñábanse  com- 
bales en  los  que  con  frecuencia  quedaba  la  victoria  por  los  Españoles.  Muza 
habia  perdido  á  sus  mejores  capitanes  y  ardia  en  ira  y  en  impaciencia  ,  cuando 
acudió  á  una  estratagema  que  le  dio  muy  buen  resullado.  Habia  visto  que  á  cier- 
ta distancia  de  la  ciudad  habia  una  honda  cueva  cortada  en  la  peña  ,  y  en  ella 
escondió  de  noche  mucha  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo.  A  la  hora  del  alba,  como 
tenia  de  costumbre,  salió  de  su  campo  para  combatir  los  muros,  y  asimismo  los 
cristianos  que  estaban  ya  habituados  á  sus  diarios  rebatos ,  salieron  á  estorbar 
sus  combates.  Mandó  Muza  á  los  suyos  hacer  una  bien  fingida  retirada,  de  suer- 
te que  cargando  la  gente  de  los  cercados,  se  fueron  arredrando  los  Muslimes  ha- 
cia su  emboscada.  Los  cristianos  empeñados  en  la  pelea  y  en  seguir  á  los  Árabes 
con  la  ventaja  que  creían  obra  de  su  esfuerzo,  llegaron  combatiendo  y  arrollando 
al  enemigo  mas  adelante  de  la  celada  contra  ellos  preparada  ;  entonces  salieron 
los  soldados  de  Muza  y  acometieron  con  gran  ímpetu  y  vocería;  los  Musulmanes 
antes  fugitivos  hicieron  frente  á  sus  contrarios  con  denodado  ánimo,  y  se  trabó 
una  sangrienta  lucha  que  duró  muchas  horas,  hasta  que  los  cristianos  acabaron 
casi  todos  con  la  vida.  Semejante  revés  no  desalentó  a  los  sitiados,  y  no  tardaron 
en  lomar  el  desquite.  Los  Muslimes  se  apoderaron  en  un  asalto  de  una  fuerte  tor- 
re, pero  estrechados  á  su  vez  por  los  cristianos  que  peleaban  con  no  visto  denue- 
do, perecieron  todos  á  los  golpes  de  sus  enemigos.  Por  esto  llamaron  después  á 
aquella  torre  Bordje  al  Clmhada,  torre  de  los  mártires. 

Llegó  en  este  tiempo  Abdelaziz  con  siete  mil  caballos  africanos  y  gran  nú- 
mero de  ballesteros  berberiscos,  y  viéndolos  de  la  ciudad  que  el  campo  de  los 
Árabes  se  acrecentaba  con  nuevas  tropas,  y  que  en  la  plaza  faltaba  gente  de  guerra 
y  escaseaban  las  provisiones,  determinaron  capitular.  Muza  recibió  á  sus  envia- 
dos en  su  tienda,  y  estipuló  con  ellos  las  bases  de  la  capitulación.  Muza  era  ya  an- 
ciano, y  para  ocultar  sus  años,  dice  un  historiador,  tenia  de  blanco  su  barba,  cos- 
tumbre del  conquistador  que  ha  dado  sin  duda  lugar  á  lo  que  se  refiere  de  la  im- 
presión que  hizo  en  los  diputados  de  Mérida,  en  su  segunda  entrevista,  el  reju- 
venecimiento del  general  (1).  Duras  fueron  las  condiciones  que  Muza  les  impuso: 


(4  Dicese  que  el  primer  dia  se  les  apareció  Muza  con  barba  blanca  yel  segundo  con  barba  ne- 
£ra  que  tiraba  á  roja.  Maravillados  en  gran  manera,  volvieron  a  la  ciudad  y  dijeron  á  los  sitiados1 
«¿Por  ventura  peleareis  con  hombres  que  rejuvenecen  cuando  quieren  en  su  vejez  ?  pues  sus  reyes 
así  lo  hacen,  y  nosotros  los  hemos  visto  mozos,  después  que  los  habíamos  visto  canos  y  viejos.  Así 
que  salid,  y  conceded  cuanto  os  pidieren  si  queréis  ser  salvos.» 


CAP.    II.— ESPAÑA   ÁRABE.  271 

además  del  tributo  de  guerra  anuar(kharadj¡)yde  la  confiscación  de  los  bienes  de 
aquellos  que  habian  muerto  durante  el  sitio  ó  que  abandonaren  la  ciudad,  exigió 
que  le  fuesen  entregados  los  ornamentos  y  las  riquezas  de  las  iglesias  y  la  mi- 
tad de  los  edificios  consagrados  al  culto  de  Jesucristo  para  convertirlos  en  mez- 
quitas, y  escogió  rehenes  entre  las  mas  ilustres  familias  de  los  Godos  que  se  ha- 
bian retirado  allí  después  de  la  batalla  de  Jerez.  Entre  ellos  se  hallaba  la  reina 
Egilona,  viuda  de  Rodrigo,  llamada  A>lat  por  los  autores  árabes. 

Dueño  de  Mérida,  Muza  hizo  en  la  ciudad  su  entrada  triunfal  en  1.°  de  ja- 
wal  del  año  93  de  la  hegira  (11  de  julio  de  712),  dia  de  Alfitra  (1).  Pocos  dias 
antes  habia  estallado  una  insurrección  en  Sevilla,  y  en  ella  perecieron  ochenta 
Árabes  de  los  que  Muza  dejara  en  guarnición,  y  los  demás  habian  debido  tomar 
precipitada  fuga.  Abdelaziz  enviado  por  su  padre  contra  la  ciudad  sublevada,  en- 
tró en  ella  con  fuerzas  considerables  é  hizo  pasar  á  cuchillo  á  cuantos  habitantes 
no  abandonaron,  sus  hogares,  dándola  después  como  residencia  á  algunas  tribus 
del  Yemen  que  allí  se  establecieron.  Abdelaziz  recibió  en  seguida  de  su  padre  la 
orden  de  dirigirse  á  la  parte  meridional  de  la  Península. 

En  tanto  que  esto  sucedía  en  Lusiíania  y  en  Bética,  Tarik,  después  de  ocu- 
parlos alcázares  y  fortalezas  de  Toledo,  continuaba  sus  conquistas  hacia  el  norte. 
Algunas  partidas  de  Godos  recorrían  la  tierra,  y  saliendo  en  su  persecución,  las 
dispersó.  Llegado  á  Guadilhidgiara,  pasó  este  rio,  se  encaminó  á  los  montes 
(Sierra  de  Guadarrama),  los  atravesó  por  un  valle,  que  se  llamó  desde  entonces 
Feg-Tarik  (Builrago),  ocupó  varias  ciudades  en  las  comarcas  que  formaron  des- 
pués Castilla  la  Vieja,  como  Medina  del  Campo,  el  fuerte  de  Almaya,  Medinaceli 
(Medinelh  Salem)  etc.,  y  volvió  á  Toledo  cargado  con  considerable  bolin.  Entre 
otras  preciosidades,  dícese  que  halló  en  esta  expedición,  en  Medinaceli,  á  lo  que 
comunmente  se  cree,  la  famosa  mesa  de  Salomón,  de  oro  y  esmeraldas,  de  que 
hemos  hablado  antes  de  ahora,  y  que  tan  gran  papel  desempeña  en  todas  las  re- 
laciones de  los  conquistadores.  Hay  quien  supone  que  esta  inestimable  joya  ca- 
yó en  su  poder  en  la  toma  de  Toledo.  También,  según  ciertos  autores,  Tarik  solo 
llegó  hasta  Almaya  antes  de  regresar  á  la  capital ;  mas  otros  afirman  que  pene- 
tró en  Galicia  y  se  hizo  dueño,  pasando  por  Aslorga,  de  todo  el  país  hasta  Gijon, 
aserto  que  no  tenemos  por  verosímil. 

La  noticia  de  la  marcha  de  Muza  hacia  Toledo,  hizo  que  Tarik  volviese  allí 
á  toda  prisa,  yen  efecto,  el  general  quería  pedir  á  su  lugarteniente  cuenta  severa 
de  su  desobediencia.  En  su  camino,  el  conquistador  de  Mérida  se  apoderó  por 
avenencia  de  varias  plazas,  persuadiendo  á  los  pueblos  que  los  Árabes  no  venían 
á  destruirlos  ni  despojarlos,  ni  quemarles  sus  campos  é  incendiarles  sus  pobla- 
ciones, sino  á  llevarles  el  conocimiento  del  Dios  verdadero  (2),  y  que  solo  ha- 
cían la  guerra  á  los  rebeldes  y  obstinados  en  vana  é  inútil  resistencia.  Ofrecié- 
ronse á  los  Árabes  en  esta  marcha  los  maravillosos  puentes  y  los  portentos  de  la 
grandeza  romana,  de  los  cuales  tan  magníficos  restos  existen  aun  en  nuestra  pa- 
tria, y  que  ellos  creían  obra  no  de  los  Romanos,  sino  de  ios  antiguos  Jonios,  se- 


(4)    La  Pascua  que  termina  el  Ramadan. 

(2)  El  carácter  religioso  de  esta  guerra  no  puede  ponerse  en  duda.  En  aquella  época  estaban 
los  Árabes  todavía  en  todo  el  fervor  de  su  proselitismo,  y  eran  los  apóstoles  armados  de  la  unidad 
de  Dios.  Todos  lospueblos  eran  para  ellos  idólatras,  politeístas  (moscheriknn). 


272  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

gun  dice  uno  de  sus  autores.  Admiráronles  sobre  todo  la  elegancia  y  solidez  de 
los  puentes  del  Tajo  y  del  Guadiana,  y  expresaron  su  sorpresa  con  toda  la  pom- 
pa oriental ;  á  sus  ojos,  aquellos  monumentos  mas  que  obra  de  hombres,  lo  eran 
de  Genios  divinos. 

Llegado  Tarik  á  Toledo  antes  que  Muza,  se  apresuró  á  salirle  al  encuentro, 
conociendo  las  malas  disposiciones  que  traia,  y  reunióse  con  él  en  Medina  Tal- 
bera  (Talayera  de  la  Reina).  Al  divisarle,  Tarik  echó  pió  á  tierra,  y  acercándose 
al  wali  sin  humildad  ni  altivez,  ofrecióle,  sabiendo  su  avaricia,  algunas  joyas 
preciosas  que  le  habían  correspondido  personalmente  en  la  dislribucion  del  botin. 
Muza  recibió  á  su  lugarteniente  sin  agasajo,  mas  no  dejó  estallar  todo  su  resen- 
timiento ;  la  entrevista  fué  fria,  pero  no  borrascosa,  y  juntos  marcharon  á  Tole- 
do. El  mismo  dia  de  su  llegada,  reunió  Muza  los  principales  capüanes  de  ambas 
huestes,  y  en  presencia  de  iodos  interrogó  con  severidad  á  su  lugarteniente  y  di- 
rigióle los  mas  vivos  cargos.  «¿Por  qué  no  obedeciste  mis  órdenes?  preguntóle  el 
wali  con  altivez. — Porque  así  lo  determinó  el  consejo  de  guerra,  contestó  Tarik, 
á  fin  de  impedir  que  ios  enemigos  pudieran  rehacerse,  y  porque  así  creí  servir 
mejor  la  causa  del  Islam.»  Muza  exigió  la  entrega  del  botin  y  la  parte  del  tesoro 
público,  é  insistió  particularmente  para  que  se  le  diese  la  famosa  mesa  de  Salo- 
món, que  Tarik  le  presentó  en  efecto,  pero  falta  de  un  pié,  que  de  intento  le  ha- 
bía hecho  quitar  con  singular  y  característica  previsión,  como  en  su  lugar  ve- 
remos. Muza  extrañó  la  falta,  pero  díjole  Tarik,  que  de  aquel  modo  la  habia  ha- 
llado. La  entrevista  terminó  con  la  destitución  de  Tarik,  á  quien  el  wali,  en  nom- 
bre del  califa,  privó  del  mando  de  su  ejército,  confiándolo  á  Mugueiz  el  Runii. 
Añádese  que  la  conferencia  tomó  al  fin  carácter  tal,  que  Muza  mandó  prender  y 
azotar  al  vencedor  de  Jerez  en  presencia  de  sus  compañeros  de  armas,  sin  que 
nadie  k  no  ser  Mugueiz  tomara  la  defensa  del  infortunado  general.  La  cuestión 
fué  diferida  á  la  decisión  del  califa,  y  según  ciertos  autores,  Muza  llevaba  su 
rencor  hasta  pretender  la  muerte  de  su  rival. 

Esta  contienda  suspendió  por  algún  tiempo  las  conquistas  de  las  armas  mu- 
sulmanas en  el  norte  y  oeste  de  la  Península,  en  tanto  que  las  continuaba  Abde- 
laziz  por  el  mediodía  y  las  costas  orientales.  Hemos  visto  que  después  del  castigo 
impuesto  á  la  población  de  Sevilla,  Abclelaziz,  por  orden  de  su  padre,  habia  mar- 
chado hacia  la  parte  de  nuestra  tierra  que  baña  el  Mediterráneo,  pero  aquella 
frontera  estaba  defendida  por  Teodomiro,  el  caudillo  godo*  que  peleó  antes  que 
ninguno  con  los  Moros  en  los  campos  de  Tarifa.  En  la  batalla  de  Guadaleie  por- 
tóse también  como  un  valiente,  y  perdida  la  jornada,  reunió  algunos  centenares 
de  dispersos,  y  se  retiró  hacia  las  tierras  que  le  pertenecían  al  norte  de  la  pro- 
vincia cartaginesa.  Los  Godos  que  le  siguieron  le  aclamaron  rey,  y  esto  ha  he- 
cho que  algunos  autores,  y  entre  ellos  Masdeu,  lo  cuenten  como  el  primer  mo- 
narca de  la  reconquista.  El  territorio  que  ocupaba  fué  llamado  por  los  conquista- 
dores tierra  de  Tadmir  (1),  é  igual  nombre  dieron  por  la  misma  causa  a  una 
ciudad  ó  fortaleza  que  se  levantaba  sin  duda  en  las  tierras  particulares  de  Teo- 
domiro, situada  en  la  frontera  occidental  de  Murcia,  al  pié  de  un  monte,  en  el 


(<I)    Propiamente  Tdmir.  El  nombre  árabe  no  tiene  vocal  entre  la  T  y  la  d,  de  modo  que  no  sa- 
bemos si  las  letras  árabes  que  componen  este  nombre  dicen  Tudmir  6  Tadmir. 


CAP.   II.— ESPAÑA  ÁRABE.  273 

mismo  lugar  que  ocupa  hoy  Caravaca  (1).  A  pesar  de  contar  con  escaso  número 
de  soldados,  resolvió  mantenerse  en  su  tierra  con  sus  esforzados  compañeros,  y  no 
consentir  en  ser  de  ella  despojado  sin  combate,  y  al  saber  la  marcha  Abdelaziz 
adelantóse  con  cuantos  hombres  válidos  pudo  reunir  para  defender  su  acceso. 
Emposesionado  de  las  alturas  y  desfiladeros  de  las  fronteras,  hostigó  al  enemigo 
en  las  gargantas  y  pasos  de  las  montañas,  que  defendió  palmo  á  palmo,  eviíando 
siempre  una  batalla  general  que  no  consentía  la  inferioridad  de  sus  fuerzas.  Los 
Árabes  empero,  á  fuerza  de  obstinación  y  valor  lograron  llegar  hasta  las  campiñas 
de  Lorca  y  empeñar  batalla  con  los  cristianos,  quienes  fueron  vencidos  y  arrolla- 
dos. La  caballería  africana  de  Abdelaziz  los  persiguió  crudamente,  y  obligóles  á 
refugiarse  en  la  ciudad  fortificada  mas  próxima,  que  era  Auriola  (Orihuela). 

Teodomiro  quiso  resistir  hasta  el  último  momento  ;  con  fuerzas  diez  veces 
superiores,  el  enemigo  habia  por  precisión  de  apoderarse  de  la  plaza,  pero  el 
caudillo  godo  esperaba  obtener  una  capitulación  favorable ,  y  sus  esperanzas  no 
salieron  frustradas.  Casi  sin  soldados,  acudió  á  una  feliz  estratagema  para  ocul- 
tar al  enemigo  su  debilidad:  hizo  que  vistieran  el  sayo  militar  de  los  Godos  to- 
das las  mugeres  de  Orihuela ,  que  colocó  en  los  muros  de  la  ciudad  sitiada ,  y  díce- 
se  que  para  mayor  ilusión ,  hizo  que  dispusieran  sus  cabellos  de  modo  que  imita- 
ran la  barba  de  los  soldados  godos.  El  Árabe  victorioso  cayó  en  el  lazo;  puso 
cerco  á  la  ciudad  con  grandes  precauciones,  y  dispúsolo  todo  para  un  asalto 
reñido  y  sangriento.  Teodomiro  salió  entonces  como  parlamentario,  y  de  parte 
del  caudillo  godo,  solicitó  conferenciar  con  Abdelaziz.  Este  le  recibió  muy  bien,  y 
el  supuesto  mensajero  á  nombre  de  Tadmir  y  de  la  ciudad,  pidió  seguridad  y  paz 
porque  se  allanaban  á  entregarse  con  buenas  condiciones,  conforme  á  la  genero- 
sidad de  los  caudillos  muslimes  y  á  la  nobleza  del  príncipe,  que  las  pedia  para 
bien  de  sus  pueblos.  Abdelaziz  quedó  muy  contento  de  la  proposición ,  y  trató  en 
seguida  de  las  bases  de  la  paz  con  el  enviado  del  rey  de  los  cristianos ,  pues  Teo- 
domiro no  habia  juzgado  prudente  descubrirse  aun.  Evidente  es  que  no  seremos 
nosotros  quien  afirme  las  circunstancias  tocias  de  esta  relación ,  si  bien  nada  hay 
en  ella  inverosímil ;  pero  lo  que  sí  es  cierto  y  positivo  es  el  tratado  de  paz  cele- 
brado delante  de  Orihuela  entre  Abdelaziz  y  Teodomiro  ,  que  nos  ha  sido  con- 
servado y  es  uno  de  los  mas  curiosos  monumentos  de  la  época.  Dice  así,  tradu^ 
cido  literalmente  : 

«En  nombre  de  Dios,  clemente  y  misericordioso:  rescripto  de  Abdelaziz 
ben  Muza  para  Tadmir  ben  Gobdos  (hijo  de  los  Godos) :  la  paz  sea  con  él  y 
sea  este  para  él  mismo  una  estipulación  y  un  pacto  de  Dios  y  de  su  profeta,  á 
saber :  que  no  se  le  hará  guerra  á  él  ni  á  los  suyos ;  que  no  será  depuesto  ni 
apartado  de  su  reino ;  que  los  fieles  no  matarán ,  cautivarán  ni  separarán  de  los 
cristianos  á  sus  hijos  y  mugeres ;  que  no  se  les  hará  fuerza  por  lo  que  toca  á  su 
ley  (su  religión) ;  qu£  no  se  incendiarán  sus  iglesias ,  sin  otras  obligaciones  por 
su  parte  que  las  que  aqui  se  estipulan.   Queda  convenido  que  e)  poder  de  Tadmir 


(1)  De  un  pasage  del  itinerario  de  Abi  Mohammed  ben  Ruzach,  citado  por  Faustino  Borbon 
(Cartas  para  ilustrarla  España  árabe,  etc.),  parece  resultar  que  Tadmir  estaba  situado  entre  Merpig, 
y  Murcia.  La  expresión  árabe  es  Carietucat  Tadmir  (fortaleza  de  Tadmir),  yes  probable  que  el 
nombre  de  Tadmir  se  habrá  perdido  y  que  Carietucat  se  convertiría  en  Carucat  y  después  en  Ca- 
ravaca r 

TOMO  II.  35 


274  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

se  extenderá  y  ejercerá  pacíficamente  sobre  las  siete  ciudades  cuyos  nombres 
siguen:  Auriola,  Balentiia  (Valencia),  Locant  (Alicante) ,  Muía,  Biscaret,  (Bi- 
gerra)  Atzis  (Aspis)  y  Durcat  (Lorca) ;  que  no  capturará  á  los  nuestros;  que  no 
dará  asiio  á  nuestros  enemigos,  ni  les  prestará  socorro,  y  que  sabiéndolo,  nos 
revelará  sus  provéelos  contra  nosotros.  El  y  los  suyos  se  obligan  á  pagar  un  tri- 
buto anual  de  un  diñar  de  oro  (1)  por  cabeza,  cuairo  medidas  de  trigo  ,  cuatro 
de  cebada,  cuatro  de  mosto,  cuatro  de  vinagre,  cuatro  de  miel  y  cuaíro  de 
aceite,  y  los  siervos  ó  pecheros  la  mitad. — Hecho  ea  4  de  rejeb  del  año  94  de 
la  hegira,  y  testificaron  sobre  esto  Otman  ben  AbiAbdah,  Habib  ben  Habí 
Obeida,  Edris  ben  Maicera  y  Abul  Cassim  el  Mazeli.  » 

Firmado  el  convenio,  Teodomiro  se  dio  á  conocer  á  Abdelaziz,  quien  se 
holgó  mucho  de  su  franqueza  y  noble  proceder,  y  comieron  juntos,  dice  el  cro- 
nista de  Muza,  como  si  de  mucho  tiempo  hubiesen  sido  amigos.  El  dia  siguiente, 
Abdelaziz  y  sus  principales  capitanes,  en  los  cuales  figuraban  los  firmantes  del 
tratado,  ilustres  tocios  ea  la  historia  de  la  conquista,  entraron  en  Qrihuela  en 
lucida  cabalgata  para  visitar  á  Teodomiro,  y  maravillados  al  ver  los  escasos 
hombres  de  armas  que  en  la  ciudad  se  veian,  preguntóle  Abdelaziz:  «¿Qué  se 
ha  hecho  la  multitud  de  guerreros  que  cubrían  estos  días  el  muro?  »  Teodomiro 
confesó  entonces  su  estraíagema,  y  Abdelaziz  y  los  caudillos  musulmanes,  lejos 
de  sentir  enojo ,  la  aplaudieron  y  celebraron  (2).  Tres  días  estuvieron  estos  en  la 
ciudad  española,  duranle  los  cuales  fueron  muy  obsequiados,  y  transcurridos, 
volvió  Abdelaziz  á  su  ejército  que  acampaba  en  la  campiña ,  dirigiéndose  con  él 
á  los  llanos  de  Jaén ,  hacia  el  sudoeste.  Retrocedió  la  hueste  á  las  comarcas  de 
Sierra  Segura,  entró  en  Baíza  (Baza),  en  Acxi  (Guadix),  Jayen  (Jaén),  en  Elvira 
(ílliberis),  en  Garnatah  (Granada),  que  poseían  los  Judíos,  y  en  Anticarra  (Ante- 
quera), y  llegó  á  Málaga  y  á  las  demás  poblaciones  de  la  costa,  sin  hallar  resis- 
tencia en  parte  alguna ,  y  dejando ,  según  costumbre ,  cierto  número  de  Árabes  y 
Judíos  para  la  custodia  de  las  ciudades  conquistadas. 

En  este  tiempo,  dice  Conde,  llegaron  á  Muza  órdenes  del  califa,  mandán- 
dole restituir  á  Tarik  el  mando  de  las  tropas  que  tan  gloriosamente  habia  condu- 
cido ,  diciéndole  que  no  inutilizase  una  de  las  mejores  espadas  del  Islam;  y  Ta- 
rik, poco  tiempo  después  de  haber  sido  encarcelado,  recibió  otra  vez  el  mando 
de  una  de  las  principales  divisiones,  de  la  que  venciera  con  él  en  Guadalete. 
Eran  tales  las  ideas  y  costumbres  de  aquellos  hombres  que,  después  de  haber  re- 
cibido en  público  un  indigno  castigo,  Tarik  pudo  de  nuevo  ejercer  entre  ellos  el 
mando  sin  que  su  gloria  y  reputación  hubiesen  sufrido  menoscabo.  Muza  fingió 
una  reconciliación  sincera,  y  determinó  que  Tarik  partiese  sin  dilación  con  sus 
tropas  hacia  la  España  oriental ,  mientras  que  él  con  las  suyas  se  dirigiría  á  Ga- 
licia y  á  las  regiones  del  norte  de  la  Península  que  no  habían  sido  subyugadas 
todavía. 

El  país  que  Tarik  estaba  encargado  de  someter  es  llamado  de  Tzogur  por 
los  historiadores  de  la  conquista,  y  sea  cual  fuere  el  origen  de  esle  nombre,  que 


(1)     Moneda  de  oro:  cada  diñar  es  de  valor  de  veinte  dirhames  ó  monedas  de  plata. 

(?)  Masdeu  incurre  en  error  al  decir  (t.  XII,  p.  47  y  18  de  su  Hist.)  que  Teodomiro  capituló  con 
Abuzara.  Como  observa  el  historiador  Romey,  la  crítica  y  sagacidad  de  Masdeu  no  le  han  librado 
de  muchas  inexactitudes  en  esta  parte  de  su  obra. 


CAP.    II. — ESPAÑA   ÁRABE.  275 

figura  por  primera  vez  en  los  autores  árabes  (1) ,  comprendía,  según  el  Dhobi, 
desde  los  confines  de  Talavera ,  casi  lodo  el  territorio  al  sur  y  al  este  de  Toledo, 
la  Mancha,  Alcarria  y  Cuenca,  hasla  Tortosa. 

Muza  y  Tarik  dieron  principio  á  sus  expediciones  á  un  tiempo,  y  las  noti- 
cias que  tenemos  acerca  de  la  organización  de  sus  ejércitos  hacen  gran  honor  á 
ambos  generales.  Las  tropas  habían  de  ir  muy  descargadas  y  á  la  ligera;  la  ca- 
ballería con  su  piel  y  saco  de  provisión ,  su  hortera  de  cobre  y  sus  precisas  ar- 
mas, y  la  infantería  sin  mas  embarazo  que  esias.  Las  provisiones  de  cada  taifa, 
cargadas  en  acémilas ,  eran  distribuidas  según  las  banderas,  y  estos  bagajes 
iban  conducidos  por  pocos  hombres,  de  suerte  que  no  se  inutilizasen  brazos  vi- 
gorosos para  el  combate.  La  naturaleza  del  mando  entre  los  Árabes  era  tan  re- 
ligiosa como  militar.  El  general  velaba  por  el  cumplimiento  de  los  deberes  esen- 
ciales del  islamismo,  prescribía  á  los  soldados  sus  reglas  de  conducta,  y  les  leia 
pasages  del  Coran  escogidos  según  las  circunstancias;  él  les  daba  la  señal  de  la 
oración,  era  su  juez  y  volvía  á  la  buena  senda  á  los  que  de  ella  se  apartaban. 
Antes  de  marchar  de  Toledo,  ambos  generales  renovaron  á  sus  tropas  bajo  pena 
de  muerte  la  prohibición  de  robos  y  pillaje,  solo  permitido  después  de  las  ba- 
tallas en  el  campo  enemigo  y  en  entradas  por  fuerza  de  ciudades,  y  aun  en  estos 
casos  se  exigía  la  expresa  autorización  del  jefe. 

Marchó  Tarik  al  oriente  hacíalas  fuentes  del  Tajo,  atravesó  las  ásperas 
sierras  ele  Arcabica,  Molina  y  Segoncia,  y  descendió  á  las  vegas  y  campos  que 
fertiliza  el  rio  Ebro.  Muza  se  dirigió  hacia  Sentícay  Salamanca,  que  se  entregaron 
sin  resistencia,  allanó  la  tierra  hasta  Astorga,  volvió,  siguiendo  las  márgenes  del 
Duero,  á  la  parte  oriental  de  España,  y  descendiendo  al  rio  Ebro,  llegó  al  cerco 
de  Medina  Saracusta  (Zaragoza),  que  tenia  en  gran  aprieto  el  ejército  de  Tarik. 
Habia  ocupado  ya  esta  hueste  todas  las  ciudades  de  la  comarca  ,  pero  aquella 
plaza  en  donde  se  habia  reunido  mucha  gente  ele  toda  España ,  opuso  á  los  inva- 
sores una  resistencia  obstinada;  sin  embargo ,  un  riguroso  bloqueo  y  repetidos 
asaltos  habíanla  reducido  al  último  extremo,  cuando  la  llegada  de  Muza  hizo 
decaer  de  lodo  punto  el  ánimo  de  los  cristianos,  que  ofrecieron  rendirse  con  las 
condiciones  acostumbradas. 

Envanecido  el  wali  con  el  efecto  que  producía  su  llegada ,  y  codicioso  de 
las  grandes  riquezas  que  sabia  encerradas  en  la  plaza,  impúsoles,  además  de 
las  condiciones  ordinarias ,  una  contribución  extraordinaria  de  guerra  que  habia 
de  entregársele  el  dia  de  su  entrada  en  la  ciudad.  La  necesidad  hizo  que  los  ha- 
bitantes de  Zaragoza  suscribiesen  á  todo,  y  acudieron  á  sus  joyas  y  á  las  precio- 
sidades de  sus  iglesias  para  reunir  la  gran  cantidad  que  el  vencedor  exigía.  Mu- 
za tomó  en  rehenes  á  los  jóvenes  mas  nobles  de  la  población,  puso  en  ella  un 
buen  presidio  de  gente  escogida ,  y  confió  su  gobierno  á  Hanax  ben  Abdallah 
Asenani ,  que  poco  después  edificó  allí  una  mezquita  magnífica  y  una  principal 
aljama. 

Así  iba  dándose  cima  á  la  conquista  de  España ,  y  continuando  el  ejército 


(1)  Algunos  pretenden  que  Tzogur  sea  una  corrupción  del  latín  Tugurio  que  significa  un  país 
cubierto  de  chozas,  Tugaría  a  tecío  appellanlur  domicilia  rusticorum  sórdida  ^Forcelleni  Lexicón, 
t.  IV,  p.  432),  porque  el  país  á  que  se  aplica  era  de  los  mas  agrestes  de  la  Península.  Otras  muchas 
explicaciones  se  dan  también  que  son  harto  difusas  para  tener  aquí  cabida. 


276  HISTORIA   GENERAL   DE  ESPAÑA. 

su  expedición ,  entró  sin  resistencia  en  las  mas  populosas  ciudades  de  Aragón  y 
Cataluña.  Osea,  Calagurris,  Tarazona,  Ilerda  fueron  al  momento  subyugadas, 
y  en  la  última  ciudad  los  generales  se  separaron.  Muza  se  dirigió  á  la  costa,  y 
se  apoderó  de  Barcelona,  de  Gerona,  de  Ampurias  y  de  la  antigua  llosas,  y  aun 
cuando  se  ha  dicho  (1)  que  Tarragona  ,  Ampurias,  Urgel  y  Ausona  fueron  des- 
truidas por  él  hasta  en  sus  cimientos ,  no  hallamos  en  parte  alguna  testimonios 
bastantes  que  lo  acrediten ,  excepto  por  lo  que  toca  á  la  última ,  que  parece  haber 
sufrido  en  lodo  su  rigor  la  ley  de  los  vencedores. 

Según  El  Nowairi ,  Muza  pasó  después  las  montañas,  y  llegó  al  país  de 
Afranc,  apoderándose  de  Medina  Narbona ;  pero  no  es  probable  que  penetrase 
hasta  allí,  habiéndose  de  atribuir  sin  duda  á  otra  expedición  el  hallazgo  de  los 
siete  ídolos  ecuestres  de  plata,  así  los  llama  el  cronista  árabe,  en  la  principal 
iglesia  de  la  ciudad  Otro  historiador  dice  que  se  apoderó  de  igual  número  de 
colunas  de  plata  maciza  en  la  iglesia  de  Sania  María  de  Garcasona ,  en  cuya  ciu- 
dad es  muy  dudoso  que  jamás  entrase  (2).  Lo  mas  probable  es  que  las  excursio- 
nes de  Muza  á  las  Galias  se  limitasen  á  algunas  correrías  (al  garah)  (3)  por  el 
territorio  que  forma  @1  Rosellon.  Luego  se  tornó  á  España,  caminó  hacia  Galicia 
por  Astorga,  entró  en  Lusitania,  y  en  todas  partes  sacó  muchas  riquezas  que  no 
dividía  con  nadie  (á). 

En  tanto  Tarik  caminaba  por  otro  camino  y  observaba  otra  conducta.  Si- 
guiendo el  curso  del  Ebro,  bajó  á  Tortuxa  (Tortosa) ,  y  apoderóse  con  rapidez 
increíble  de  Murbiter  (Murviedro) ,  de  Valencia,  de  Játiva  y  de  Denia,  hasta  los 
inciertos  límites  del  reino  de  Teodomiro.  Como  en  todas  partes ,  los  habitantes 
quedaron  en  pacífica  posesión  de  sus  haciendas,  bajo  la  fe  y  protección  de  los 
Musulmanes ,  quienes  solo  se  apoderaban  de  los  bienes  abandonados  por  los  fu- 
gitivos. Los  despojos  y  tributos  los  repartía  con  los  Muslimes ,  sacando  el  quinto 
que  reservaba  para  el  califa  con  gran  escrupulosidad  ,  y  si  hemos  de  creer  al  au- 
tor á  quien  traduce  Conde,  no  comunicaba  á  Muza  sus  empresas,  sino  que  escri- 
bía directamente  al  califa,  censurando  la  codicia  insaciable  del  wali.  Este  por  su 
parte  acusaba  también  á  su  rival  cerca  del  jefe  de  los  creyentes,  y  quejábase  so- 
bre todo  de  su  indisciplina  y  prodigalidad ,  tan  contrarias  á  los  principios  militares 
de  los  Musulmanes. 

De  estas  quejas  y  reconvenciones,  dice  un  autor  árabe,  dedució  el  califa 
El  Walid  ben  Abdelmelek  la  conveniencia  de  poner  en  otras  manos  el  cuidado 
de  la  conquista,  y  llamó  á  Siria  á  los  dos  generales  que  con  sus  odios  y  discor- 
dias comprometían  así  el  triunfo  del  islamismo.  Mugueiz  el  Rumi ,  que  había  ido 
á  Damasco  á  llevar  detalladas  noticias  de  las  primeras  victorias  de  los  Árabes  en 
España,  recibió  orden  de  volver  á  la  Península  con  encargo  de  transmitir  á  am- 
bos rivales  la  voluntad  de  Walid.  Tarik  obedeció  al  instante,  pero  Muza  eludió 
la  orden  del  calila  ,  y  noticioso  de  que  los  cristianos  se  refugiaban  principalmen- 
te en  las  montañas  de  Galicia  y  de  Asturias,   dirigióse  hacia  aquel  lado.  Dispo- 


(1)  Marca  in  Marca  Hispánica. 

(2)  Maccary,  Ms.  do  la  üibl.  nac.  citado  por  M.  Reinaud,  n.°  704. 

(3)  Asf  llamaban  los  Árabes  á  los  reconocimientos  que  por  lo  regular  practicaban  antes  de  sus 
expediciones  de  conquista. 

(4)  Conde,  P.  i.",c.  XVI. 


CAP.   II. — ESPAÑA   ÁRABE.  277 

níase  á  emprender  la  guerra  con  vigor ,  cuando  un  segundo  mensajero ,  Abu 
Nashd  (1) ,  le  sorprendió  en  Lugo ,  en  medio  de  su  ejército,  y  cogiendo  las  rien- 
das de  su  caballo ,  le  notificó  otra  vez  y  de  un  modo  imperativo  la  disposición 
del  califa  (2). 

A  ser  cierto  que  Muza  hubiese  concebido  el  vastísimo  proyecto  de  conquis- 
tar la  Europa  toda  después  de  la  España,  y  de  no  volver  á  Siria  hasta  haber  so- 
metido bajo  la  dominación  de  los  Muslimes  las  Galias,  la  Germania,  la  Italia,  y 
el  imperio  romano  de  Gonstantinopla,  desde  el  océano  Atlántico  al  Ponto  Euxino, 
combinando  esta  inmensa  expedición  con  los  esfuerzos  simultáneos  de  un  ejército 
musulmán  que  operase  en  el  Asia  Menor  (3),  concíbese  su  despecho  al  aban- 
donar una  empresa  con  tanta  fortuna  empezada.  A  la  edad  que  contaba  érale  pre- 
ciso no  perder  tiempo,  y  hubiera  querido  emplear  útilmente  para  el  islamismo 
los  restos  del  ardor  deque  se  sentía  poseído.  Sin  embargo,  la  obediencia  era 
necesaria,  y  por  mucho  que  fuese  su  sentimienío,  partió  con  la  esperanza  de  que 
el  califa  aprobaría  su  deslumbrante  plan  de  conquista.  Confió  á  su  hijo  Abdelaziz 
el  gobierno  supremo  de  la  Península,  cuyo  centro  fijó  en  Sevilla,  desde  donde  las 
comunicaciones  con  el  África  eran  ücilesy  cortas,  y  reuniendo  los  ricos  despojos, 
fruto  de  sus  afortunadas  expediciones,  la  famosa  mesa  de  Salomón,  las  coronas  de 
oro  halladas  por  Tarik  en  el  alcázar  de  Toledo ,  y  una  cantidad  inmensa  de  oro  y 
pedrería,  pasó  el  Estrecho  y  pisó  otra  vez  el  Magreb,  primer  teatro  de  sus  haza- 
ñas. Muchos  prisioneros,  entre  los  cuales  se  contaban  cuatrocientos  varones  de 
las  familias  regias  godas  que  tenia  en  rehenes,  es  decir  de  las  principales  fami- 
lias godas  cuyos  miembros  podían  subir  al  trono,  le  acompañaron  en  su  marcha 
triunfal  hacia  Damasco  por  el  litoral  africano. 

Tarik  habia  llegado  á  Damasco  antes  que  su  rival,  y  cuéntase  que  esplicó  su 
conducta  con  una  lealtad  militar  que  le  granjeó  el  afecto  del  califa.  «Señor,  dijo, 
los  Muslimes  honrados  de  tus  huestes  que  me  han  conocido  en  África  y  en  Espa- 
ña, pueden  decirte  cual  he  sido  en  todas  ocasiones,  y  aun  nuestros  enemigos  los 
cristianos  dirán  si  he  sido  cobarde,  si  cruel,  si  avaro.» 

Cerca  ya  Muza  de  Siria,  con  su  cortejo  triunfal,  adoleció  Walid  de  grave 
enfermedad,  y  su  hermano  Solimán,  designado  para  sucederle,  que  deseaba  re- 
servar para  los  primeros  dias  de  su  califato  la  fastuosa  entrada  del  vencedor  de 
España,  escribióle  que  se  detuviera  en  su  camino  y  difiriese  de  algunos  dias  su 
llegada  á  Damasco.  La  carta  de  Solimán  fué  entregada á  Muza  en  Tiberias  de  Pa- 
lestina; pero  ya  fuese  fidelidad  á  Walid,  ya  creyese  su  muerte  muy  próxima, 
continuó  su  marcha  y  llegó  á  Damasco  con  sus  carros  cargados  de  despojos  y  sus 
largas  filas  de  cautivos,  antes  de  la  muerte  de  Walid.  De  aquí  el  rencor  de  Soli- 
mán contra  Muza,  rencor  que  no  tardó  en  producir  muy  terribles  efectos.  Es  pro- 
bable que  no  le  fué  pedida  explicación  ninguna  por  el  califa  moribundo,  y  en  va- 
no trató  de  ablandar  á  su  sucesor  ofreciendo  á  sus  pies  el  inmenso  botin  que  de 
España  extragera.  Solimán  se  mantuvo  inflexible,  é  hizo  espiar  duramente  á  Muza 


(1 )  Probablemente  enviado  por  Mugueiz  el  Rurni . 

(2)  Según  Ahmet  (Ms.  de  Gotha  citado  por  Lembke  «se  habia  apoderado  del  fuerte  de  Baru  y 
del  de  Lek,  y  se  habia  detenido  para  marchar  desde  allí  á  la  roca  de  Pelayo  y  al  mar  Verde. » 

(3)  El  gigantesco  plan  de  Muza  está  atestiguado  por  muchos  historiadores  árabes  y  en  especia  \ 
por  Maccary.  El  califa  lo  calificó  de  extravagante,  tan  vasto  y  grandioso  era. 


278  HISTORIA   GENERAL    DE    ESPAÑA. 

su  desobediencia.  Quiso  que  ambos  rivales  compareciesen  ante  él,  y  secomplació 
en  ver  al  wali  de  África  y  de  España  acusado  por  su  lugarteniente,  á  quien  alenta- 
ba constantemente  con  palabras  ó  miradas.  La  historia  de  esta  contienda  toma  de 
pronto  en  los  autores  árabes  el  carácter  de  un  cuento  ó  de  una  crónica  de  la  edad 
media.  Ál  ofrecer  Muza  los  tesoros  y  preciosidades  que  traia  para  el  califa,  le  dio 
la  preciosa  mesa  verde,  orlada  de  jacintos  y  esmeraldas.  «Emir  de  los  fieles, 
dijo  entonces  Tarik,  yo  la  hallé. — No  es  verdad;  este  hombre  os  engaña.—  Un 
pié  le  falta,  repuso  Tarik,  pregúntese  al  que  la  trae  que  ha  sido  de  él.»  Muza 
contestó  que  de  aquel  modo  la  habia  hallado,  y  Tarik  sacó  entonces  la  parte  de 
la  mesa  que  habia  tenido  la  precaución  de  guardar,  diciendo: — «Juzgúese  ahora 
de  la  veracidad  de  Muza.»  El  wali  quedó  convencido  de  impostura,  y  apoderán- 
dose de  este  pretexto  el  resentimiento  de  Solimán,  el  vencedor  de  África  y  de 
España  fué  condenado  á  ser  azotado,  y  expuesto  á  un  sol  abrasador  después  de 
pagar  una  multa  de  cien  mil  mitcales. 

¡Singular  nación  aquella  en  que  semejantes  castigos  nada  tenían  de  infaman- 
te! Aun  después  de  sufrir  tan  cruda  pena,  Muza  no  abandonó  la  corte  de  Damasco, 
y  Solimán  se  complacía  en  oir  referir  al  anciano  guerrero,  sus  victorias  en  Alma- 
greb  y  en  España.  A  pesar  de  sus  culpas  para  con  Tarik,  era  Muza  hombre  de  rara 
inteligencia  y  de  experimentada  intrepidez,  y  el  califa  estaba  curioso  de  saber 
cosas  nuevas  acerca  de  sus  posiciones  occidentales  de  Jos  mismos  labios  de  uno 
de  sus  conquistadores.  Un  historiador  de  Granada,  Alí  ben  Abderrahman,  nos  ha 
conservado  una  de  estas  conversaciones,  que  revela  bien  el  carácter  y  genio  ará- 
bigos. Solimán  interrogó  un  dia  al  wali  acerca  de  las  naciones  que  habia  visto. 
«¿ílas  hallado  en  tus  conquistas,  le  preguntó,  pueblos  muy  valerosos? — Señor,  mu- 
cho mas  de  los  que  yo  acertaría  á  describirte,  contestó  Muza.— Pues  habíame  de  los 
cristianos. — Son,  dijo  Muza,  leones  en  sus  castillos,  águilas  en  sus  caballos,  y 
mugeres  en  sus  escuadrones  de  á  pié;  si   ven  la  ocasión  la  saben  aprovechar,  y 
cuando  quedan  vencidos  son  cabras  en  escapar  á  los  montes,  que  no  ven  la  tier- 
ra que  pisan. — ¿Y  qué  me  dices  de  los  Berberíes?— Que  son  gente  muy  semejante 
á  los  Árabes  en  acometer,  pelear  y  ayudarse,  en  el  sufrimiento,  en  la  fisonomía 
y  en  la  hospitalidad;  pero  son  al  mismo  tiempo  los  hombres  mas  pérfidos  del 
mundo,  y  no  cumplen  palabra  ni  guardan  pacto  ni  fe  alguna. — Y  de  los  de  Afranc 
¿qué  me  cuentas? — Que  son  gente  infinita,  prontos  y  animosos  en  el  acometer 
y  pelear;  pero  medrosos  y  temidos  en  la  fuga.— ¿Cómo  te  ha  ido  con  esas  gen- 
tes? ¿las  has  derrotado  ó  te  han  vencido?— Esto  no  ¡por  Alá!  ni  una  bandera  mía 
huyó  jamás,  y  nunca  han  dudado  mis  Muslimes  en  acometerlas  aunque  fuésemos 
cuarenta  contra  ochenta.» 

España  quedaba  pues  sometida  á  las  armas  sarracenas.  Rápida,  veloz  fué  la 
conquista,  y  lo  que  costara  á  los  Romanos  siglos  enteros  de  luchas,  realizáronlo 
los  Árabes  en  menos  de  dos  años.  Imprevisto  el  ataque,  sangrienta  la  victoria,  ar- 
dorosa la  persecución,  esforzados  y  activos  los  enemigos,  los  Españoles  no  habían 
podido  recobrarse  del  estupor  que  difundiera  en  todos  los  pechos  la  triste  jornada 
de  Jerez,  cuando  los  corceles  musulmanes  corrían  ya  por  tocios  los  campos  y  sus 
pendones  flotaban  en  todas  las  ciudades.  ¡Singular  deslino  el  de  las  naciones,  que 
así  se  precipitan  y  derrumban  por  el  abismo  de  su  perdición,  como  los  indivi- 
duos, y  basta  un  año,  un  dia,  una  hora,   para  que  el  que  era  ayer  pueblo  rico  y 


CAP.   II. — ESPAÑA   ÁRABE.  279 

floreciente  se  vea  mañana  hollado  y  escarnecido  por  escaso  número  de  conquis- 
tadores. A  haber  sido  los  Árabes  cristianos,  ó  á  no  haberles  inspirado  con  tanta 
vehemencia  el  principio  del  proselitismo,  á  haber  podido,  como  los  bárbaros  del 
siglo  v,  recibir  en  sus  corazones  la  huella  de  la  religión  de  los  vencidos,  es  casi 
seguro  que  España,  que  habia  ya  pasado  bajo  tantas  dominaciones,  acabándose 
estas  por  identificarse  con  ella  y  ella  con  estas,  habría  hecho  con  los  Árabes  lo 
que  con  los  Godos.  Habría  combatido  con  ellos  por  mas  ó  menos  tiempo,  y  por 
fin  la  fusión,  la  amalgama  se  habría  verificado  entre  ambos  pueblos.  Si  no  suce- 
dió así,  si  España  recobró  su  independencia,  si  entre  vencedores  y  vencidos  no 
hubo  jamás  la  fusión  que  hemos  presenciado  entre  Españoles  y  Romanos,  y  entre 
Hispano-Romanos  y  Godos,  débese  á  la  religión;  ella  fué  la  que  salvó  entonces  á 
nuestra  patria,  como  dejamos  apuntado  en  varios  parages  de  esta  obra,  ella  la 
que  le  dio  la  independencia  yla  libertad  primera  después  de  ocho  siglos  de  comba- 
tes. Justo  es  decir,  empero,  y  esto  prueba  mas  y  mas  cuan  profunda  habia  de  ser 
la  valla  que  separaba  á  Árabes  y  Españoles,  que  no  fué  la  conquista  tan  ruda, 
bárbara  y  cruel  como  nos  la  pintan  nuestros  antiguos  cronistas,  y  como  han  dicho 
después  los  historiadores  que  los  han  copiado.  Júzguenlosinonuesíros lectores  por 
las  capitulaciones  de  las  ciudades  conquistadas,  de  que  acabamos  de  hacer  méri- 
to, y  vean  si  pueden  ni  siquiera  compararse  las  calamidades  de  la  invasión  árabe 
con  las  de  la  romana  y  goda.  Respecto  á  los  bienes,  respecto  á  las  personas,  res- 
pecto á  la  religión  y  hasta  al  gobierno  de  los  vencidos,  estos  fueron  los  caracteres 
déla  conquista  árabe,  sin  que  nadie  por  ello  entienda  que  no  fueran  muy  y  muy 
aciagos  para  nuestra  patria  los  dias  de  la  invasión.  No  pasa  un  pueblo  de  una 
dominación  á  otra  del  lodo  distinta,  no  pierde  su  independencia,  no  inclina  la 
cabeza  al  yugo,  no  ve  junto  á  sí  hombres  de  raza,  de  religión  y  de  costumbres  di- 
ferentes, no  experimenta  en  una  palabra  tan  gran  cataclismo,  sin  profundos  tras- 
tornos, sin  mortal  angustia,  sin  abundantes  infortunios  y  numerosas  víctimas. 


c-v^^T^s^jij^SN^i^ 


HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 


CAPÍTULO  III. 

Gobierno  de  los  walies  sucesores  de  Muza. — Abdelaziz  benMuza.— Su  administración. -Su  tolerancia 
para  con  los  cristianos. — Se  casa  con  la  viuda  de  Rodrigo. — Muere  asesinado. — Ayub. — Alhaur. — 
Invasión  de  la  Galia. — Alsamah. — Batalla  de  Tolosa  de  Francia. — Ambiza.— Conquista  de  la  Sep- 
timania.— Otros  emires. — Expedición  de  Abderrahmaná  Aquitania.— Batalla  de  Poitiers. — Garlos 
Rlartel.— Consecuencias  de  aquella  jornada. 

Desde  el  año  713  hasta  el  740. 

Encargado  Abdalaziz  del  gobierno  de  España,  había  puesto  en  Sevilla  la 
corte  y  al  dyuan  (1)  de  los  Árabes,  é  introducido  un  principio  de  administración. 
Determinó  el  modo  de  percibir  los  tributos,  para  lo  cual  nombró  mohtasebs  ó  co- 
lectores en  las  principales  ciudades  subyugadas,  y  estableció  con  el  nombre  de 
alcaides  magistrados  superiores  encargados  de  la  dirección  de  los  negocios  ci- 
viles. Los  Españoles,  si  bien  bajo  la  suprema  inspección  de  estos  alcaides, 
tenían  sus  jueces,  sus  obispos,  sus  sacerdotes  lo  mismo  que  antes,  y  vivían  por 
consiguiente,  bajo  sus  leyes  y  según  las  creencias  y  los  ritos  de  la  iglesia  hispa- 
no-gótica,  no  dependiendo  de  los  Árabes,  propiamente  hablando,  sino  por  lo  que 
tocaba  al  tributo.  Sus  obligaciones  para  con  el  gobierno  de  la  conquista  eran  muy 
sencillas  y  se  reducían  á  dos  ó  tres  puntos  principales,  que  no  llegaban  á  cons- 
tituir para  los  vencidos  el  estado  de  vasallageá  que  estaban  sometidos  entonces  los 
pueblos  galo-romanos  de  las  Galias,  bajo  la  dominación  franca.  Abdelaziz  regu- 
larizó los  tributos  que  fueron  fijados  en  la  quinta  parte  de  la  renta,  si  bien 
variaban  desde  la  quinta  hasta  la  décima  en  ciertos  distritos  privilegiados, 
á  consecuencia  de  tratados  ó  concesiones  particulares.  La  sumisión  de  los 
Españoles  á  los  Árabes,  no  llevaba  consigo,  repetimos,  estado  ninguno  de 
vasal lage;  la  esclavitud  romana  y  la  servidumbre  gótica,  tan  fuertemente 
consagrada  en  el  código  visigodo,  parece  haber  sufrido  desde  entonces  profun- 
das variaciones,  hasta  llegar  en  algunos  puntos  á  desaparecer. 

De  lodos  modos  perdió  casi  instantáneamente  su  carácter  gótico,  fundado  en 
el  derecho  aristocrático  de  un  reducido  número  de  familias  á  gobernar  las  otras; 
entre  los  nuevos  conquistadores,  la  servidumbre  estaba,  si  así  podemos  decirlo, 
menos  organizada.  Fundada  en  el  derecho  del  mas  fuerte,  no  descansaba  en  el 


(i )    Aduana;  en  entre  los  Árabes  la  casa  del  senado  6  del  consejo.  Dábase  también  este  nombre 
á  la  casa  dondo  se  llevaba  la  cuenta  y  razón  de  las  rentas  públicas  y  donde  se   depositaban. 


CAP.    III.— ESPAÑA   ÁRABE.  281 

principio  de  humillación  relativa  de  determinadas  razas,  y  era  un  resultado  del 
azar  y  la  fortuna  que  no  imprimía  la  menor  infamia.  El  musulmán  desde  la  con- 
dición de  esclavo  podia  aspirar  á  todo  con  (alentó  y  audacia.  La  profesión  de  fe 
distinla  tampoco  era  por  sí  misma  causa  ó  pretexto  de  servidumbre,  y  el  ejemplo 
de  los  Españoles  es  en  este  punió  concluyente.  Hubo  matanzas  horribles,  ciuda- 
des destruidas,  guarniciones  enteras  pasadas  á  cuchillo,  pero  nunca  en  España 
pensaron  los  Árabes  en  establecer  la  servidumbre.  El  pueblo  que  se  conformaba 
á  pagarles  tributo  conservaba  su  libertad,  sus  propiedades,  su  religión,  y  recibía 
el  nombre  de  Mostárabe  ó  Mozárabe  ,  nombre  ya  usado  en  oíros  países  por  los 
conquistadores,  que  significaba  hecho,  convertido  en  Árabe  (1). 

Abdalaziz  se  distinguió  por  su  moderación  y  tolerancia  para  con  los  cristia- 
nos, y  suavizó  en  cuanto  pudo  el  infortunio  de  los  vencidos.  Una  muger,  por 
quien  concibió  Abdalaziz  una  violenta  pasión,  parece  haber. influido  mucho  en  la 
generosa  conducta  del  emir  (2).  Hemos  dicho  que  entre  los  rehenes  tomados  por 
Muza  en  Mérida  hallábase  Egilona,  viuda  de  Rodrigo;  ella  hermosa,  y  Abdalaziz 
joven  y  apasionado  no  tardaron  en  amarse,  y  á  sus  consejos  se  atribuye  el  singu- 
lar favor  con  que  trató  el  emir  á  los  cristianos.  Un  crítico  español  (3),  hablando 
de  la  viuda  de  Rodrigo,  exclama:  «Siempre  me  admiraré  de  que  se  haya  inven- 
tado una  Cava  para  mengua  de  la  nación  española,  y  se  haya  dejado  en  olvido  á 
Egilona  y  cuanto  esta  muger  ilustre  llevó  á  cabo  para  resucitar  á  España  y  en- 
dulzar sus  infortunios.»  A  ella  debiéronse  en  efecto,  antes  de  la  partida  de  Mu- 
za, las  favorables  condiciones  otorgadas  por  Abdelaziz  á  Teodomiro,  puesto  que  el 
joven  caudillo  lahabia  llevado  consigo  á  la  España  oriental  y  obedecia  ya  adian- 
to le  mandaba.  Hecho  wali,  se  casó  con  ella  en  Sevilla  sin  exigirle  la  abjuración 
de  su  fe  religiosa.  Egilona  recibió  de  su  esposo  el  nombre  árabe  de  Omm  al  Ys- 
sam,  la  de  los  ricos  collares  (4). 

Este  enlace  y  su  conducta  benévola  para  con  los  cristianos ,  habían  de  ser 
muy  funestos  al  joven  Abdelaziz,  de  cuya  fe  sospecharon  los  suyos.  Los  fer- 
vientes Musulmanes  le  echaron  en  rostro  tratar  con  sobrada  mansedumbre  á  los 
pueblos  conquistados ,  y  sobre  todo  el  reposo  que  concedía  á  aquellos  que  aun 
no  lo  habían  sido.  Hasta  se  dijo  que  ,  traidor  á  la  ley  del  Islam ,  habia  abrazado 
el  cristianismo  ,  y  aun  cuando  esto  no  conste  de  un  modo  positivo,  es  lo  cierto 
que  por  amor  de  Egilona  ,  Abdelaziz  mostró  á  los  cristianos  tanto  afecto  y  predi- 
lección ,  que  no  ha  de  causarnos  sorpresa  el  descontento  de  los  suyos.  A  su  blan- 
dura debieron  la.  independencia  de  que  gozaron  los  refugiados  de  Asturias ,  que 
hostigados  vivamente  por  Muza  ,  quizás  habrían  debido  abandonar  su  postrer 


(4)  Los  autores  del  arte  de  verificar  las  fechas  (t.  II,  part.  3.a  p.  389\  suponen  equivocadamen- 
te que  el  nombre  de  Mozárabes  6  Muzárabes  se  habia  dado  á  los  cristianos  de  España  en  memoria 
del  nombre  y  de  las  concesiones  de  Muza. 

(2)  A  los  gobernadores  de  España  se  daba  indistintamente  el  título  de  wali  ó  el  de  emir.  El 
emir  de  España  dependía  del  de  África  Emir,  ó  mejor  almir  ,  significa  ,  según  Golius  ,  imperator, 
princeps,  dux  qui  aliis  quomodocumque  prceest,  impuratque. 

(:i)    Faustino  Borbon. 

(4)  Dícese  que  la  llamó  también  Zahra  ben  Isa,  Flor  hija  de  Isa  (Jesús),  Flor  de  la  raza  de  Cris- 
to ó  de  los  cristianos  ^véase  Monarquía  Lusitana,  t.  II,  p.  284)  —Su  autor  se  equivoca  al  llamar  al  se- 
gundo esposo  de  Egilona  Abdelmelek ,  hijo  de  Tarik.  Véase  también  Vestigios  da  lingoa  arábica  em 
Portugal,  etc.,  p.  202. 

TOMO  II.  36 


282  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

asilo  antes  de  reunirse  en  él  en  número  suficiente  ,  á  no  haber  ocurrido  la  parti- 
da del  anciano  general.  Abdelaziz  solo  llevó  sus  pendones  hasia  el  extremo  de  la 
Lusitania  ,  y  jamás  pasó  el  Duero;  mientras  sus  generales  recorrían  la  parte 
nordeste  de  !a  Península ,  y  lomaban  Pamplona  y  los  principales  pasos  de  ios 
montes  Albaskenses  (montañas  de  los  Vascos),  él,  de  regreso  de  su  expedición á 
Lusitania,  fijó  su  residencia  en  Sevilla  y  solo  se  ocupó  en  administración. 

Oirás  circunstancias  que  importa  indicar  aquí  favorecieron  además  lacausade 
nuestros  mayores :  hablamos  de  las  divisiones  y  discordias  que  desde  un  princi- 
pio se  manifestaron  entre  los  vencedores,  y  aun  cuando  carecemos  de  monumen- 
tos con  cuyo  auxilio  podamos  explicarlas  en  todos  sus  detalles  ,  sin  embargo,  es 
posible  con  un  poco  de  estudio  manifestar  en  globo/sus  principales  motivos.  Sin 
contar  los  odios  profundos  de  pueblo  á  pueblo  ,  que  no  lograron  borrarse  bajo  el 
imperio  de  una  religión  común ,  y  que  animaban  al  Árabe,  al' Sirio  ,  al  Egipcio, 
al  Moro  contra  el  Berberí ,  y  recíprocamente,  habia  los  rencores  de  tribu  á  tribu, 
de  familia  á  familia  ,  que  desde  la  tierra  nativa  habían  seguido  á  los  conquista- 
dores á  la  tierra  conquistada  ,  y  que  estallaron'  desde  los  primeros  tiempos.  Las 
rivalidades  de  ambición  entre  los  caudillos  los  despertaron  entonces ,  como  des- 
pués habia  de  hacerlo  la  división  de  las  tierras.  Los  Yemenitas  estaban  por  un 
general ,  los  Berberiscos  por  otro,  y  los  de  Siria  contradecían  siempre  á  los  de 
Egipto.  Así  se  dividieron  tas  fuerzas  musulmanas;  la  pasión  de  Abdelaziz  por 
Egilona  hizo  lo  demás  ,  y  los  cristianos  del  Norte  no  fueron  atacados.  En  el  ar- 
dor de  las  primeras  contiendas  parece  que  ni  siquiera  se  pensó  en  ellos  ,  lo  que 
fué  gran  fortuna  para  unos  y  gran  desgracia  para  otros. 

Estos  rumores  contra  Abdelaziz  fueron  tomando  consistencia,  y  los  enemigos 
del  emir  luciéronlos  llegar  á  oidos  del  califa  Solimán  ,  que  era  hombre  receloso 
y  vano,  y  que  irritado  ya  contra  el  padre  y  temeroso  del  resentimiento  de  los 
hijos,  omnipotentes  en  sus  gobiernos  de  Cairvan,  Tánger  y  Sevilla  ,  acogió  con 
avidez  el  pretexto  que  se  le  ofrecía.  Dióse  una  sentencia  de  muerte  contra  Abde- 
laziz y  sus  hermanos,  y  se  envió  la  orden  fatal  ácinco  de  los  principales  caudillos 
del  ejército  de  ocupación  en  España.  El  primero  que  la  recibió  fué  ílabib  ben 
Obeida  el  Fehri,  el  fiel  amigo  y  compañero  de  Abdelaziz  ,  y  aun  cuando  experi- 
mentó tanto  dolor  como  sorpresa,  la  orden  del  califa  era  categórica  (1)  y  la  obe- 
diencia precisa.  Los  cinco  jefes  se  pusieron  de  acuerdo  ,  y  como  Abdelazis  ape- 
nas contaba  enemigos,  y  temiesen  que  las  tropas, -que -le  amaban  mucho,  se  suble- 
vasen en  su  favor  ,  resolvieron  sorprenderle  en  su  propio  palacio  ,  encargándose 
Zeyad  de  la  ejecución  del  plan.  Abdelaziz  habitaba  con  Egilona  en  una  quinta  á 
poca  distancia  de  la  ciudad,  cerca  déla  cual  habia  mandado  construir  una  mezqui- 
ta particular  ,  y  allí  decidieron  herirle  en  la  oración  matutina.  Para  apartar  de  él 
á  la  muchedumbre  y  para  precaver  cualquier  trastorno  luego  de  sabida  su  muer- 
te ,  gran  número  de  emisarios  corrieron  los  sitios  públicos  propalando  que  el  wa- 
lí  era  un  mal  creyente,  que  se  habia  convertido  en  secreto  á  Ja  superstición  cris- 
tiana, y  que  aspiraba  al  poder  supremo  y  á  la  humillación  de  los  Muslimes, 
llegando  á  decir  que  Egilona  le  cenia  cada  dia  una  corona  semejante  á  la  que 


(i)  Isidoro  deBeja  dos  dice  el  motivo  real  ó  el  pretexto  de  la  orden  del  califa. —  Consilio  Egi- 
lonis  regina;  conjugis  quondam  Ruderici  regis  ,  quam  sibi  sociaverat,  jugum  arabicum  a  sua  cervi- 
ce  conaretur  averíete  ,  etregnum  invasum  lliberiaj  sibimet  relemptare.  Isid.  Pal.,  Chron.,  c.  42. 


CAP.    III  —ESPAÑA   ÁRABE.  283 

llevaba  su  primer  esposo  ,  Rodrigo  el  Romano.  Estas  calumnias  animaron  contra  A  de  J- 
él  á  la  turba  popular  ,  y  entonces  fué  cuando  se  hicieron  públicas  las  órdenes 
del  califa. 

Con  esto  y  todo  ,  trataron  algunos  de  oponerse  á  la  muerte  de  su  caudillo,  715. 
pero  fué  en  vano.  Zeyad  penetró  con  los  suyos  en  la  mezquita,  mientras  Abdelaziz 
rezaba  en  ella  la  oración  del  alba  ,  y  le  hirieron  lodos  á  la  vez  con  sus  lanzas: 
cortada  su  cabeza  ,  y  enterrado  su  cuerpo  en  el  patio  de  la  casa  ,  enviaron  aque- 
lla al  califa  en  una  preciosa  caja  con  alcanfor  y  esencias ,  y  cuéntase  que  al  re- 
cibirla Solimán,  tuvo  la  crueldad  de  enseñarla  á  Muza,  que  con  otros  guerreros 
habia  entrado  á  visitarle.  «  ¿  Conoces  esta  cabeza?  le  preguníó.  —  Sí,  !a  conozco, 
exclamó  el  anciano  volviendo  horrorizado  el  rostro  ;  la  maldición  de  Dios  sea  so- 
bre el  asesino  de  mi  hijo  que  valia  mas  que  él !  »  Los  otros  dos  hijos  de  Muza  ha- 
bían sido  también  decapitados  por  orden  del  califa.  ¡  Singular  recompensa  ,  dice 
un  historiador,  reservada  por  la  suerte  á  los  esforzados  guerreros  de  esta  noble 
raza!  Agobiado  de  dolor  ,  Muza  partió  para  Waltichora,  su  país  nativo ,  donde 
murió  de  tristeza  poco  tiempo  después. 

Solimán  no  tardó  en  seguirle  al  sepulcro.  Bajo  este  califa  de  tan  escaso  mé- 
rito personal ,  acabóse  la  obra  de  la  gran  aljama  de  Damasco  ,  en  cuya  fábrica 
se  gastaron  cuarenta  cestas  de  á  catorce  mil  doblas  de  oro  cada  una.  Yezid  ben 
Mahlabi  ben  Abi  Sofia  llevó  sus  armas  al  Asia  hasta  la  Georgia  ,  y  su  hermano 
Muslema  ,  marchando  contra  los  Griegos  ,  puso  sitio  á  Constantinopla.  Tarik, 
como  Muza  ,  terminó  sus  dias  en  la  desgracia  y  la  oscuridad ,  y  en  parle  alguna 
de  los  anales  musulmanes  hallamos  el  modo  como  pasó  el  vencedor  de  Jerez  los 
últimos  años  de  su  vida  ni  la  fecha  de  su  muerte. 

Igual  ignorancia  reina  acerca  del  fin  de  Egilona  ,  de  Julián  y  de  los  hijos 
de  Witiza.  Dicen  algunos  que  estos  perecieron  en  la  batalla  de  Guadalete,  y  otros 
los  hacen  sobrevivir  al  vencimiento  de  los  Godos.  El  mayor  número  de  historia- 
dores solo  nombran  á  dos  hijos  de  Witiza,  y  ¡lámanlos  Ebas  y  Sisebuto ;  un  Ara- 
be  (1)  habla  de  tres ,  y  les  da  los  siguientes  nombres :  Almondo,  Romiah  y  Ar- 
tobas ;  dice  que  se  hicieron  musulmanes ,  y  que  ,  establecidos  en  España , 
tuvieron  numerosa  prole.  Sin  embargo  ,  este  aserto  de  un  escritor  posterior  de 
muchos  siglos  á  los  hechos  que  refiere,  sin  que  indique  las  autoridades  de  donde 
los  toma  ,  no  ha  de  merecernos  mucha  fe. 

El  perseguidor  de  Muza  murió  en  21  de  safar  del  año  95  de  ¡a  hegira  (3  de 
octubre  de  717),  después  de  reinar  dos  años  y  ocho  meses :  Sucedióle  en  el  im- 
perio su  primo  Ornar  ben  Abdelaziz  ;  su  madre  se  llamaba  Omm  Ázima  ,  y  era 
hija  del  gran  califa  Ornar  ,  el  compañero  y  fiel  lugarteniente  de  Mahoma.  Ape- 
llidóse Abu  Nafas  ,  y  el  primer  dia  de  su  reinado  ,  que  fué  muy  semejante  al  de 
sus  antecesores ,  abolió  la  costumbre  de  maldecir  á  Alá  en  los  pulpitos  délas 
mezquitas ,  práctica  introducida  desde  el  tiempo  de  Moaviah  ben  Abi  Sofian,  que 
la  instituyó  en  el  fervor  de  sus  guerras  contra  el  califa  á  quien  disputaba  el  impe- 
rio. Ornar  la  abolió  diciendo:  «  Dios  manda  la  justicia  y  la  benevolencia.» 

Desde  la  partida  de  Tarik  y  de  Muza,  Abdelaziz  habia  gobernado  la  España 
cerca  de  diez  y  ocho  meses  ,  y  como  el  califa  al  disponer  la  muerte  del  hijo  de 


(4)    Ibn-el-Khauthyr. 


284  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

Muza  no  le  habia  nombrado  sucesor  ,  los  generales  y  principales  Muslimes  se 
reunieron  en  consejo  ,  y  de  común  acuerdo  nombraron  emir  interino  á  Ayub ,  ca- 
pitán experimentado  y  administrador  inteligente  ,  que  se  habia  distinguido  en 
las  guerras  de  África  y  de  España.  Ayub  ben  ílabib  el  Lahmi  pertenecía  á  la  fa- 
milia de  Muza  y  era  primo  hermano  del  infortunado  Abdelaziz  (1),  y  el  primer 
acto  de  su  gobierno  fué  trasladarlo  desde  Sevilla  á  Córdoba  ,  que  situada  mas  en 
lo  interior  del  territorio ,  le  pareció  un  centro  de  acción  mas  favorable.  Ayub, 
aunque  guerrero  ,  procuró  en  el  corto  tiempo  que  ejerció  el  poder  introducir  cier- 
to orden  en  la  administración  de  la  conquista  ,  y  créese  que  áél  se  debe  la  divi- 
sión de  la  Península  en  cuatro  grandes  regiones ,  que  fueron  designadas  con  los 
nombres  de  norte  (al  Djouf),  mediodía  (al  Qeblah),  oriente  (al  Sharqyah)  y 
poniente  (  al  Garb),  nombre  que  se  encuentra  en  el  moderno  de  una  de  las  pro- 
vincias occidentales  de  la  Península.  Visitó  Toledo  y  Zaragoza,  prestando  oido  en 
todas  partes  á  las  quejas  y  reclamaciones  de  los  pueblos  y  gobernadores  ,  y  de- 
cidiendo por  lo  regular  según  justicia.  El  poder  de  los  walíes  de  las  ciudades 
distantes  y  de  segundo  orden  era  casi  absoluto  como  que  solo  dependía  del  walí 
superior  de  Córdoba ,  y  era  ejercido  con  despotismo  ó  justicia  según  el  carácter 
de  los  hombres  que  lo  desempeñaban  ;  solo  la  frecuente  intervención  del  walí  su- 
perior podia  templar  su  tiranía  ,  y  Ayub  destituyó  á  muchos ,  conservando  úni- 
camente á  aquellos  que  habían  sabido  captarse  el  afecto  de  cristianos ,  judíos  y 
musulmanes.  Detúvose  algún  tiempo  en  Zaragoza,  una  de  las  plazas  mas  adelan- 
tadas y  fuertes  que  poseían  los  Árabes  en  España  ,  y  visitó  luego  los  puertos  de 
los  Pirineos ,  colocando  en  ellos  numerosos  cuerpos  de  observación.  A  lo  que 
parece  no  pasó  la  cordillera;  la  Galia  era  todavía  para  los  Árabes  la  Gran  Tierra, 
a  la  que  no  llegaban  sin  cierta  curiosidad  mezclada  de  temor ,  y  si  bien  pensaban 
en  su  conquista,  no  creían  llegado  aun  el  momento  de  emprenderla  ,  lo  que  no 
impedia  que  tuvieran  en  ella  algunas  avanzadas  y  que  guarniciones  árabes  ocu- 
pasen los  pueblos  de  la  vertiente  de  los  Pirineos  que  forma  hoy  los  confines  del 
Rosellon  ,  y  varias  fortalezas  del  mismo  territorio  hasta  mas  allá  del  Tech.  Por 
todas  partes  mostróse  Ayub  celoso  por  los  intereses  de  los  pueblos ,  y  reparó  en 
cuanto  pudo  los  desastres  de  las  pesadas  guerras ;  mandó  levantar  de  nuevo  los 
muros  de  muchas  ciudades ,  y  sobre  las  ruinas  de  Bilbilis ,  completamente  des- 
truida ,  edificó  la  ciudad  que  recibió  el  nombre  de  Calal-Ayub  ( fortaleza  de 
Ayub).  Sin  embargo,  poco  tiempo  gozó  del  gobierno  ,  á  pesar  de  ejercerlo  tan 
dignamente  ;  el  wali  superior  de  África  ,  Mohamed  ben  Yezid  ,  de  quien  depen- 
día ,  recibió  orden  de  destituir  á  lodos  los  Lahmi  (de  la  tribu  de  Muza  )  ,  y  le 
retiró  el  mando  después  de  siete  meses  de  ejercicio,  nombrando  en  su  lugar  á 
Alhaur,  el  primer  emir  musulmán  que  llevó  sus  algaradas  hasta  el  interior  de  las 
tierras  de  los  Galo- Visigodos ,  ocho  años  después  de  la  destrucción  de  la  mo- 
narquía toledana. 

El  Horr  ben  Abderrahman  ,  llamado  también  Alhaur,  era  de  carácter  du- 
ro y  emprendedor ,  y  desde  su  llegada  trató  con  implacable  rigor  á  musul- 
manes y 'cristianos.  Noticioso  de  que  se  cometían  abusos  en  la  imposición  y  co- 
branza de  los  tributos  ,  mandó  azotar  y  encarcelar  á  los  culpables.  Su  severidad 


(í)    Fué  acusado,  á  lo  que  parece  sin  razón,  de  haber  tomado  parte  en  la  muerte  de  su  primo. 


CAP.    III.— ESPAÑA   ÁRABE.  285 

para  con  las  menores  faltas  acabó  por  sublevar  contra  él  á  todos  los  caudillos  A  aeJ.c. 
musulmanes ,  y  llegando  sus  quejas  hasta  el  wali  de  África,  nombró  este  en  lu- 
gar del  riguroso  emir  á  AIsamah,  tan  célebre  bajo  el  nombre  de  Zama  en  las  cró- 
nicas y  romances  caballerescos. 

Es  opinión  común  atribuir  á  Alhaur  la  toma  de  Narbona  y  la  reducción  de 
la  Septimania  al  yugo  musulmán  ,  mas  los  historiadores  andan  divididos  sobre 
este  punto  ,  y  los  mas  dignos  de  fé  nombran  á  AIsamah  como  el  primero  que  rea- 
lizó esta  conquista.  Según  los  últimos  ,  Alhaur  se  limitó  á  algunas  violentas  ex- 
cursiones ,  á  aquellas  algaradas  que  por  lo  regular  precedían  entre  los  Musul- 
manes á  sus  expediciones  de  mas  importancia.  Conde  (1)  dice  ,  sin  embargo,  que 
Alhaur  esparcía  el  terror  en  las  tierras  que  riega  el  Garona  al  otro  lado  de  los 
montes  de  Al  Bortat  (2);  pero  es  lo  probable  que  pasara  los  Pirineos  por  el  puer- 
to de  Porlus  y  de  Gervera  en  su  extremo  oriental,  y  que  limiiase  sus  correrías  al 
país  que  se  extiende  entre  el  Aude  y  el  Mediterráneo  ,  defendida  como  estaba 
Narbona  por  gran  número  de  clausurce  y  de  castra. 

Bajo  el  gobierno  de  Alhaur  y  mientras  se  disponia  para  la  conquista  de  la 
Septimania,  agitáronse  los  cristianos  del  norte  de  España,  hecho  sobre  el  cual 
hablan  de  una  manera  muy  vaga  los  historiadores  árabes.  Los  croni¿tas  cristia- 
nos contemporáneos  no  son  mucho  mas  explícitos ,  pero  á  juzgar  por  la  fecha 
que  atribuyen  al  primer  levantamiento  de  los  cristianos  de  Asturias  al  mando  de 
Pelayo,  que  dicen  sucedido  en  717  ó  718,  debió  ser  esto  lo  que  dislrajo  á  Al- 
haur de  sus  nuevas  conquistas.  Con  la  extensión  que  su  importancia  requiere 
explicaremos  la  primera  formación  del  estado  independiente ,  cuna  de  la  monar- 
quía española,  mas  parécenos  que  no  es  este  para  ello  el  lugar  á  propósito.  La 
historia  de  los  sucesos  confusos  y  cuya  fecha  no  es  incontestable  ha  de  ser  nece- 
sariamente crítica,  y  el  historiador,  mas  que  atenerse  á  un  orden  cronológico  ri- 
guroso, ha  de  referirla  donde  lo  cree  mas  conveniente,  á  fin  de  no  alterar  la  cla- 
ridad y  el  orden  del  conjunto,  y  según  advertimos  al  principio  de  uno  de  los  ca- 
pítulos anteriores,  continuaremos  la  historia  de  los  Árabes  hasta  que  crea- 
mos llegado  el  momento  de  explicar  el  origen  de  la  monarquía  asturiana  ,  aun 
cuando  hayamos  de  retroceder  á  fechas  ya  pasadas.  Únicamente  diremos  aquí 
que  gobernando  Alhaur  hubo  una  sublevación  de  los  cristianos  de  España 
que  no  fué  reprimida  con  facilidad ,  y  que  este  peligro  obligó  al  emir  á  regresar  á 
la  Península  pocos  meses  anles  de  su  destitución,  que  precedió  de  algunos  dias  74». 
á  la  muerte  del  califa  Ornar  II,  verificada  en  25  de  rejeb  del  año  101  de  la  he- 
gira  (febrero  de  719),  sucediéndole  en  el  califato  Yezid  ben  Abdelmelek  (3). 
Ornar  habia  recibido  el  sobrenombre  de  Virtuoso ,  y  fué  llorado  hasta  por  los 
enemigos  de  su  familia.  Tarifel  Musawi,  celoso  partidario  de  Alí  (4),  exclamó  al 
saber  su  muerte:  «  O  hijo  de  Abdelaziz,  si  humanos  ojos  debiesen  llorar  por  al- 


lí)   P.  4.a,  c.  XXI. 

(2)  Djebal  al  Bortat  (montañas  délos  puertos  )  arabizando  el  nombre  latino  bárbaro  portas 

(3)  Continuaremos  indicando  la  sucesión  de  los  califas,  hasta  que  la  España  árabe  se  sustrai- 
ga á  su  autoridad. 

(4)  Los  partidarios  de  Alí  se  llamaban  schiitas  por  oposición  á  los  demás  Musulmanes  llama- 
dos sunnüas  6  de  la  tradición.  Las  dos  grandes  divisiones  ó  cismas  de  los  Musulmanes  se  han  re- 
partido su  imperio,  y  en  el  dia  la  Persia,  y  el  Asia  en  general,  pertenece  á  los  schiitas;  la  Turquía, 
el  Asía  Menor,  la  Siria,  el  Egipto  y  el  África  hasta  el  Estrecho,  á  los  sunnistas. 


286  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

guno  de  los  Omeyas ,  los  mios  te  lloraran ;  tú  nos  libraste  de  la  infamia  de  la 
maldición  (1) ,  y  si  posible  fuera,  á  mi  vez  te  libraría  de  ella. » 

El  primer  cuidado  de  Alsamah  á  su  llegada  á  España  fué  imprimir  mayor 
regularidad  á  la  administración ,  en  cuya  obra ,  á  pesar  de  los  esfuerzos  de  sus 
predecesores,  quedaba  todavía  no  poco  quehacer;  habia  que  reglamentar  la 
división  de  terrenos ;  los  tribuios  estaban  mal  repartidos;  regiones  fértiles  se 
veian  desierlas;  las  tribus  se  habian  diseminado  al  azar  por  las  ciudades,  y  ocu- 
paciones fueron  estas  que  atrajeron  ante  lodo  la  solicitud  del  nuevo  gobernador. 
Mandó  dar  principio  al  magnífico  puente  de  Córdoba,  que  quedó  terminado  en 
tiempo  de  Ambiza;  recorrió  las  provincias  y  estudió  su  estado;  fué  el  primero 
en  formalizar  una  especie  de  inventario  de  los  bienes  de  los  Musulmanes  en  la 
Península ,  y  envió  al  califa  un  estado  de  las  riquezas  del  país ,  con  la  descrip- 
ción de  sus  ciudades ,  de  sus  rios ,  de  sus  costas  y  de  sus  puertos ,  y  con  la  ex- 
presión aproximada  de  su  población  ,  de  su  comercio  y  de  sus  recursos  de  toda 
clase  (2). 

Alsamah  era  guerrero  como  todo  buen  musulmán,  y  valeroso  y  desprecian- 
do el  peligro,  se  exponía  con  resignación  y  á  veces  con  alegría  á  los  azares  de  las 
batallas,  en  que  la  muerte  abría  á  los  fieles  las  puertas  del  paraíso.  Recibió, 
pues,  con  placer  la  orden  de  apoderarse  de  la  Septimania  y  de  llevar  el  islamis- 
mo á  las  tierras  de  los  infieles  mas  allá  de  los  montes  de  AlBortat;  para  ello 
llamó  á  la  guerra  santa  (el  djihed)  á  todos  los  hombres  de  buena  voluntad  que 
quisieren  seguirle,  pues  la  guerra  no  era  una  obligación  política,  sino  un  deber 
sagrado  para  los  fervorosos  Musulmanes.  La  guerra,  la  religión,  la  vida  políti- 
ca, la  vida  civil,  la  vida  de  familia  eran  indivisibles,  y  la  unidad  de  Dios  lo 
resumía  para  ellos  todo.  Alsamah  reunió  en  poco  tiempo  un  ejército,  y  á  su  frente 
emprend'ó  la  marcha. 

¿Cuál  era  á  principio  del  siglo  vm  el  estado  del  país  contra  el  cual  el  emir 
se  dirigía?  ¿Quién  gobernaba  aquella  Galia  gótica  una  vez  destruida  la  monar- 
quía de  Toledo?  Una  rápida  mirada  sobre  la  situación  del  país  es  aquí  absoluta- 
mente necesaria.  Al  noroeste  (Neustria)  habia  un  reino  regido  nominalmente  por 
los  descendientes  de  Clodoveo.  Al  este,  habíase  formado  un  nuevo  imperio,  es- 
tableciéndose en  él  una  segunda  invasión  de  Francos  no  menos  bárbaros  que  los 
que  Clodoveo  llevó  dos  siglos  antes  á  la  conquista  de  la  Galia  septentrional.  El 
reino  de  Austrasia  no  tenia  otro  soberano  que  Karl ,  mayordomo  (maire)  del 
palacio ,  hijo  de  Pepino  de  üerestall.  Al  mediodía,  la  Septimania  ó  Galia  gótica, 
que  no  era  ya  goda ,  ignoraba  aun  á  quien  pertenecería,  y  no  se  hallaba  en  es- 
tado de  perlenecerse  á  sí  misma.  Finalmente,  al  sudoeste  y  hacia  el  centro  ,  un 
guerrero  audaz,  un  hombre  tan  entendido  en  guerra  como  en  administración, 
llamado  Eudon  ó  Eudo ,  procuraba  afianzar  la  independencia  de  la  Aquitania  y 
defenderla  á  la  vez  de  Árabes  y  Francos.    Tal  era  la  situación  de  aquel  país, 


1)    La  maldición  de  Alí,  de  que  antes  se  ha  hablado. 

(2  Zama  ulteriorem  vel  citeriorcm  Hiberiam  proprio  stylo  ad  vectigalia  inferenda  describí! 
Prsedia  et  manualia,  vel  quidquid  illud  est  quod  olim  praedabiliter  indivisum  retemptabat  in  Hispa- 
nia  gensomnis  Arábica,  sorte  socüs  dividendo  (partem  reliquit  militibus  dividendam),  partem  ei 
omni  re  mobili  et  inmobili  fisco  associat.  lsid.  Pacens.,  Chr.,  c.  48. 


CAP.    III.— ESPAÑA   ÁRABE.  287 

cuando  Alsamah  se  precipitó  por  las  gargantas  de  los  Pirineos  con  sus  bandas  de  A-  ^qJ-g. 
Árabes  y  Berberiscos,  á  la  conquista  de  la  fierra  gala.  Narbona  no  pudo  resis- 
tir á  sus  armas ,  y  se  rindió  después  de  veinte  y  ocho  dias  de  sitio;  Beziefs, 
Maguelona  y  Agala  fueron  rápidamente  subyugadas,  y  el  emir  llevó  hasta  mas 
allá  del  Ródano  el  terror  de  las  banderas  musulmanas.  Después  de  una  excursión 
á  Provenza,  dirigióse  hacia  Borgoña,  tomó  y  saqueó  gran  número  ele  ciudades,  y 
volvió  triunfante  á  Narbona  cargado  de  despojos  y  seguido  de  numerosos  cau- 
tivos (1). 

Esta  primera  expedición  no  fué  mas  que  el  preludio  de  lo  que  Alsamah  se 
proponia  hacer ,  y  volviendo  inmediatamente  sus  armas  contra  las  posesiones  del 
duque  de  Aquitania ,  que  habia  proporcionado  socorros  contra  él  á  los  Septimanios 
vencidos,  marchó  hacia  el  Garona  atravesándolos  risueños  valles  del  Aude,  y 
puso  sitio  á  Tolosa.  La  ciudad  estaba  próxima  á  rendirse,  cuando  Eudo  llegó  á  su 
auxilio  con  un  ejército  considerable.  La  mulülud  de  su  gente  era  tanta,  dice  el 
cronista  árabe  á  quien  traduce  Conde ,  que  el  polvo  que  sus  pies  levantaban  os  - 
curecia  el  cielo  con  densísimas  nubes.  A  la  vista  de  tantos  enemigos,  los  Musli- 
mes parecieron  vacilar  por  un  momento  ,  pero  Alsamah  les  dijo :  «  No  temáis  á 
esa  muchedumbre:  si  Dios  está  con  nosotros ,  ¿quién  estará  contra  nosotros?» 
Ambos  ejércitos  se  acometieron ,  dice  la  crónica  árabe,  con  el  ímpetu  de  los  tor- 
rentes que  bajan  de  las  cumbres,  y  se  ¡rabaron  con  igual  ánimo;  la  pelea  y  ma- 
tanza fué  atroz  ,  y  la  victoria  estuvo  dudosa  largo  tiempo.  Corría  Alsamah  á  to- 
das partes  como  bravo  león ,  y  animaba  á  los  suyos  en  lo  mas  arduo  y  sangrien- 
to de  la  pelea;  sus  brazos  desíilaban  sangre  que  fluia  al  levantar  su  espada ,  y 
seguido  apenas  de  dos  ó  tres  caballeros ,  habíase  metido  en  lo  mas  espeso  de  las 
filas  cristianas ,  cuando  cayó  atravesado  de  una  lanzada.  La  pérdida  de  su  cau- 
dillo descorazonó  á  los  Musulmanes,  y  todo  el  ejército  cedió  el  campo  á  los  ene- 
migos, dejándolo  cubierto  de  cadáveres  y  bañado  en  sangre.  Así  murió  Alsa- 
mah, después  de  pelear  con  heroico  valor,  y  así  alcanzaron  los  cristianos  señala- 
da victoria  bajo  los  muros  ó  muy  cerca  de  Tolosa ,  el  dia  once  de  mayo  de  721.  n\ 
Lo  mas  recio  del  combate  tuvo  lugar  en  la  antigua  vía  romana  de  Tolosa ,  que 
fué  llamada  por  los  Árabes  Balat-el-Chuada  (la  calzada  de  los  mártires). 

Los  restos  del  ejército  de  Alsamah  fueron  reunidos  por  Abderrahman  (2), 
uno  de  los  capitanes  que  mas  se  habían  distinguido  en  la  batalla,  y  dirigidos 
hacia  Narbona.  Dícese  que  Eudo  los  persiguió  hasta  la  vista  de  dicha  ciudad, 
pero  el  general  árabe  ejecutó  con  tanta  habilidad  su  retirada,  que  logró  burlar 
los  intentos  de  sus  enemigos.  Llegados  á  Narbona ,  los  Árabes  reconocieron  á 
Abderrahman  por  su  emir,  y  esta  elección  fué  confirmada  por  el  walí  superior 
de  África.  Esforzado,  generoso  y  atrevido,  era  Abderrahman  así  por  su  valor 
como  por  la  nobleza  de  su  carácter,  uno  de  los  mas  dignos  héroes  que  se  distin- 
guieron entre  los  Musulmanes  de  la  época,  y  las  crónicas  se  complacen  en  referir  y 
ponderar  sus  hazañas  y  victorias.  Al  saber  la  rota  de  Tolosa,  Ambiza ,  á  quien  el 


(1)  Postremo  Narbonensem  Galliam  suam  facit,  gentemque  Francorum  frequentibus  bellis  sti- 
mulat,  et  electos  milites  Sarracenorum  in  praedictum  narbonense  oppidum  ad  praesidia  tuenda  de- 
center  collocat.  Isid.  Pacens.,  Chr.,  c.  48. 

(2)  Es  el  Abderrahman  de  las  crónicas  y  romances  caballerescos. 


288  HISTORIA   GENERAL   DE  ESPAÑA. 

ie  j.c.  emir  confiara  el  gobierno  déla  conquista  al  partir  para  su  expedición  ,  reunió 
tropas  y  las  envió  en  auxilio  de  Narbona ,  permitiendo  así  á  Abderrahman  con- 
tener á  los  cristianos  de  la  Galia  gótica,  entre,  los  cuales  cundia  gran  agitación 
ocasionada  por  el  triunfo  de  los  Aquitanos.  Los  montañeses  de  los  Pirineos  en  el 
territorio  de  Jaca  fueron  subyugados  también  por  el  valeroso  emir,  quien,  según 
las  crónicas,  reunió  graneles  riquezas  en  los  paises  que  entonces  sometió  al  islam. 
La  excesiva  generosidad  con  que  repartía  el  botín  entre  sus  soldados,  hizo  que 
estos  sintiesen  por  él  un  afecto  muy  poco  común ;  su  costumbre  era  abandonárselo 
todo,  excepto  el  quinto  que  mandaba  la  ley  reservar  para  el  califa,  y  esta  libera- 
lidad, decimos,  le  hizo  muy  querido  de  las  tropas,  que,  según  expresión  de  un 
historiador  árabe ,  miraban  las  montañas  como  llanos  cuando  se  tralaba  de  ser- 
virle, no  habiendo  obstáculo  superior  á  su  buena  voluntad. 

Por  aquel  tiempo  y  en  25  de  la  luna  de  jawan  del  año  105  de  la  hegira  (27 
724.  de  enero  de  724) ,  murió  el  califa  Yezid,  á  quien  sucedió  su  hermano  íiixem  ben 
Abdelmelek ,  y  en  tanto  el  gobierno  de  Abderrahman  y  su  popularidad  disgusta- 
ron en  España  á  algunos  jefes  principales ,  que  escribieron  á  África  acusándole 
de  corromper  las  costumbres  frugales  y  sencillas  de  los  Musulmanes.  Estas  y 
otras  quejas,  basadas  siempre  en  lo  mismo,  determinaron  al  gobernador  de  Áfri- 
ca Baxar  ben  ílantala  á  destituirle,  nombrando  en  su  lugar  á  Ambiza  ben  Sohim, 
que,  además  de  su  mérito  personal,  era  Kelbi,  es  decir  de  la  misma  tribu  que  el 
wali.  Era  Ambiza  caudillo  muy  estimado  por  su  valor  y  prudencia,  y  tenia  el  de- 
puesto Abderrahman  tan  noble  corazón  que  no  se  ofendió  en  lo  mas  mínimo  con 
lo  que  había  pasado ,  y  contentándose  con  el  antiguo  mando  que  habia  ejercido 
en  la  España  oriental ,  cumplimentó  al  nuevo  emir  con  muy  sinceras  expresiones 
y  protestas  de  amistad. 

Para  vengar  el  desastre  de  Tolosa,  Ambiza  envió  varios  ejércitos  á  la  otra 
parte  de  los  Pirineos,  que  en  vano  intentaron  recobrar  las  plazas  de  que  habían 
sido  expulsados.  Narbona  era  la  única  que  les  quedaba ,  y  en  ella  estaban  sus 
provisiones  de  toda  clase.  En  las  varias  correrías  que  hicieron  al  este,  las  tropas 
árabes  llevaron  constantemente  lo  peor ,  hasta  que  Ambiza  resolvió  ponerse  él 
mismo  á  la  cabeza  de  su  ejército.  Carcasona  fué  la  primera  ciudad  que  atacó  y 
lomó  por  asalto,  y  en  seguida  se  dirigió  hacia  el  este,  refiriendo  un  antiquísimo 
autor  (1)  que  sometió  todo  el  país  desde  Carcasona  hasta  Nimes  por  medios  pací- 
ficos. A  las  ciudades  que  se  le  rendían  voluntariamente  limitábase  á  exigirles 
rehenes  que  enviaba  á  Barcelona,  y  á  todas  permitía  el  libre  ejercicio  de  su  cul- 
to. El  espíritu  general  de  los  tratados  de  los  Árabes  en  la  Galia  era  el  mismo 
que  en  España,  y  solo  variaban  en  sus  detalles.  No  imponían  por  fuerza  el  isla- 
mismo; contentábanse  con  predicarlo  y  con  estipular  en  lodos  sus  tratados  la 
condición  expresa  de  que  no  se  pondría  inconveniente  alguno  á  la  conversión  de 
los  cristianos  á  la  ley  de  Mahoma.  Una  división  de  su  ejército  tomó  luego  el  ca- 
mino del  norte.  « Dios ,  dice  un  autor  mahometano  al  hablar  de  esta  campaña, 
habia  sembrado  el  terror  en  el  corazón  de  los  infieles.  Si  alguno  se  presentaba  era 
para  implorar  gracia.  Los  Musulmanes  ocuparon  muchos  paises,  concedieron  ca- 


li)   Annal.  Anian.  Pr.,p.  15. 


CAP.   III. — ESPAÑA  ÁRABE.  289 

pitulaciones  y  llegaron  por  fin  al  valle  del  Ródano,  donde  alejándose  de  la  costa,  A  deJ  c- 
penetraron  por  el  interior  de  las  tierras  (1).» 

Ambiza  en  persona  mandaba  la  expedición  ,  y  siguiendo  las  márgenes  del 
Ródano,  apoderóse  de  Lion,  llamado  por  los  Árabes  Loudun  por  una  contracción 
de  Lugdunum,  penetró  por  las  orillas  del  Saona  hasta  Rorgoña  ,  tomó  y  saqueó 
á  Augustudunum  (Autun)  ,  y  volvió  cargado  de  despojos  y  satisfecho  de  haber 
corrido  y  reconocido  la  tierra.  En  sus  guerras  procedían  los  Árabes  de  dos  ma- 
neras muy  distintas ,  ó  por  mejor  decir,  se  proponían  dos  objetos :  ya  corrían 
y  asolaban  un  país,  contentándose  con  reconocerlo  y  difundir  en  él  el  terror  de 
sus  armas ,  en  cuyo  caso  lo  abandonaban  al  menor  obstáculo  que  se  les  ofrecia; 
ya  aspiraban  á  imponer  la  ley  del  Islam  de  un  modo  regular  y  á  constituir  un 
establecimiento  fijo  en  el  territorio  atacado,  y  en  este  caso  mostrábanse  tan  pru- 
dentes y  obstinados  como  en  el  otro  atrevidos  y  aventureros ,  doble  carácter  que 
se  observa  en  todas  sus  expediciones  militares.  En  sus  guerras  en  las  Galias,  era 
España  su  punto  de  apoyo  ;  de  ella  sacaban  sus  fuerzas  y  hacia  ella  los  condu- 
cían otra  vez  sus  derrotas  ó  la  necesidad  de  tomar  reposo  y  nuevos  bríos  para  la 
campaña  siguiente.  Ambiza  continuaba,  pues,  la  política  de  su  nación,  pero  aque- 
lla distante  algarada  á  Rorgoña  habia  de  serle  muy  fatal.  En  uno  de  los  muchos 
combates  que  hubo  de  sostener  para  salir  de  ella  con  honra,  recibió  gran  número 
de  heridas  de  las  que  murió  al  retirarse  á  Narbona.  Algunos  autores  dicen  que    723- 
cayó  alanceado  en  la  misma  escaramuza. 

Pocos  momentos  antes  de  morir  designó  para  sucederle  á  Hodeirah  ben  Ab- 
dallah  ,  cuyo  nombramiento  no  fué  ratificado  por  el  emir  de  África  ,  quien  envió 
en  su  lugar  á  Yahia  ben  Salemah,  hábil  y  esforzado  general,  pero  de  un  rigor  in- 
flexible. Hacíase  temer  así  de  los  Muslimes  como  de  los  cristianos ,  y  mientras 
habia  salido  á  recorrer  las  fronteras,  los  Árabes  descontentos  consiguieron  del 
nuevo  gobernador  de  África  que  enviase  como  sucesor  de  Yahia  á  Hodeifa  ben 
Alhus,  hombre  sin  talento  que  solo  pudo  sostenerse  en  el  gobierno  durante  algu- 
nos meses.  Destituido  y  reemplazado  por  Otman  ben  Abu  Neza  ,  este  fué  muy 
pronto  víctima  á  su  vez  de  la  inconstancia  de  aquellos  turbulentos  y  desconten- 
tadizos  jefes ,  y  sustituido  á  los  seis  meses  por  Alhaitam  ben  Obeid  ,  nombrado 
por  el  mismo  califa.  No  fué  acertada,  empero,  la  elección  del  soberano  :  apenas 
instalado  en  su  gobierno  ,  Alhaitam  manifestó  un  carácter  avaro  y  cruel  que  le 
hizo  generalmente  aborrecible  ,  y  en  tanto  Otman  ben  Abu  Neza  ,  su  predece- 
sor ,  habia  tomado  de  nuevo  el  mando  del  ejército  que  ocupaba  las  posesiones 
musulmanas  en  las  provincias  orientales  á  ambos  lados  de  los  Pirineos  (2).  He- 
mos visto  cuan  comunes  eran  entre  los  musulmanes  estas  repentinas  variaciones 
gerárgicas  que  hacian  del  superior  de  ayer  el  inferior  de  hoy,  y  Alhaitam  fué  un 
ejemplo  singular  de  lo  que  venimos  diciendo  :  después  de  tiranizar  á  España  y 
de  perseguir  á  sus  enemigos  con  suplicios  y  torturas ,  fué  tratado  él  á  su  vez 
como  habia  tratado  á  los  demás.  Una  de  sus  víctimas  instruyó  directamente  al 
califa  de  sus  exacciones  y  violencias  ,  y  el  soberano  envió  á  España  á  Muhamad 
ben  Abdallah  para  averiguar  con  imparcialidad  la  conducta  del  emir  ,  castigarle 


(1)  Maccary,  Ms.  de  la  Bibl.  nac,  citado  por  Reinaud,  n.«  704. 

(2)  Otman  ben  Abu  Neza  es  el  Munuza  de  las  antiguas  crónicas  españolas  y  francesas. 

tomo  li.  37 


290  HISTORIA  GENEi-AL  DE  ESPAÑA. 

de  J- c  en  caso  de  considerarle  culpable,  y  poner  en  el  gobierno  de  España  á  la  persona 
de  mayor  crédito  y  confianza  entre  los  caudillos  que  en  ella  se  encontraban. 
Poco  trabajo  le  costó  al  enviado  apurar  la  verdad,  y  convencido  del  mal  gobier- 
no de  Alhaitam,  hizo  en  él  una  ejemplar  justicia  que  caracteriza  perfectamente  á 
aquel  pueblo  raro  bajo  tantos  conceptos.  Preso  en  nombre  del  califa  ,  despojado 
de  sus  insignias  de  jefe  ,  con  la  cabeza  descubierta  y  las  manos  a¡adas  á  la  es- 
palda, fué  paseado  montado  en  un  asno  por  la  ciudad  cuyo  terror  era  algunos 
dias  antes,  entre  el  escarnio  de  la  muchedumbre.  En  seguida  fué  cargado  de  ca- 
denas ,  embarcado  y  puesto  á  disposición  del  gobernador  de  África  ,•  y  ando  á 
72í.    donde  Dios  quiso:  así  dice  la  crónica  árabe, 

Muhamad  dirigió  personalmente  los  asuntos  de  España  con  prudencia  y  pro- 
bidad por  espacio  de  dos  meses ,  al  cabo  de  los  cuales  nombró  walí  al  guerrero 
Abderrahman  ,  el  mismo  que  por  su  excesiva  liberalidad  para  con  los  soldados 
habia  sido  antes  depuesto.  Este  nombramiento  fué  recibido  con  general  aplauso, 
y  solo  los  Berberiscos  lo  vieron  con  enojo,  porque,  como  Árabe  que  era,  Abderrah- 
man distinguía  y  apreciaba  con  preferencia  á  los  de  su  raza. 

El  primer  cuidado  del  emir  al  íotnar  posesión  del  poder  fui  disponerlo  todo 
para  la  conquista  de  la  Gran  Tierra,  mas  allá  de  los  Pirineos.  En  aquel  entonces 
se  hacían  en  Siria  inmensos  preparativos  contra  el  imperio  griego  ,  y  una  expe- 
dición debia  corresponder  en  Occidente  con  el  ataque  de  la  Europa  oriental. 
Hizo  además  una  visita  á  todas  sus  provincias  para  reparar  las  injusticias  come- 
tidas en  tiempo  de  Alhaitam  ;  restableció  por  todas  partes  el  orden  ,  administró 
igual  justicia  á  cristianos  y  musulmanes,  y  exigió  de  todos  en  nombre  del  Coran 
la  exacta  observancia  de  los  tratados  (1).  Mandó  restituir  á  los  cristianos  las  igle- 
sias que  les  habían  quitado  en  menosprecio  de  las  estipulaciones  de  la  conquista; 
destruyó  las  que  se  habían  levantado  en  algunos  pueblos  por  connivencia  intere- 
sada de  los  gobernadores ,  y  al  mismo  tiempo  anunciaba  en  las  mezquitas  su 
gran  proveció  de  llevar  la  guerra  á  la  otra  parte  de  los  montes ,  excitando  á  los 
fieles  á  prepararse  á  ella. 

Sabemos  ya  cual  era  el  estado  de  la  Galia  en  la  época  en  que  Abderrahman 
se  disponía  para  llevar  á  ella  la  guerra  sagrada.  La  Septimania  estaba  en  poder 
de  los  musulmanes,  desde  los  Pirineos  orientales  hasta  el  Ródano.  Eudo,  el  ven- 
cedor de  Tolosa,  duque  soberano  de  Aquitania  ,  gobernaba  la  parte  de  territorio 
comprendida  entre  los  Pirineos ,  las  fronteras  de  la  Septimania  ,  el  Océano  ,  el 
Loire  y  el  Ródano.  Al  Norte,  mas  allá  del  Loire,  dominaban  los  Franco-Austra- 
sios,  y  de  la  primitiva  energía  de  los  compañeros  de  Clodoveo,  casi  no  se  encon- 
traban ya  huellas.  Los  Galo- Romanos,  subyugados  por  los  primeros  conquistado- 
res francos  y  por  los  sucesores  de  Clodoveo  (Merovingios) ,  habían  pasado  con 
sus  antiguos  dominadores  bajo  el  yugo  de  los  Franco-A uslrasios,  pueblo  bárbaro, 
ignorante  en  las  letras  y  en  el  romance  de  las  Calías,  que  entonces  empezaba  á 
formarse  de  la  corrupción  del  latín  ,  y  terror  de  las  provincias  del  mediodía, 
muchas  veces  asoladas  por  su  formidable  soldadesca.  La  Septimania  sobre  todo, 
donde  los  Árabes  habían  establecido  su  dominación,  temia  mucho  á  los  Austrasios, 
y  conquistadores  por  conquistadores,  es  seguro  que  los  Galo-Romanos  y  aun  los 


(1)    «Cumplid  vuestros  tratados,  pues  de  ellos  habréis  de  dar  cuenta.»  Coran,  sura  17,  vers.  36. 


CAP.   III. — ESPAÑA   ÁRABE.  291 

Godos,  á  pesar  de  la  diferencia  de  religión,  habrían  preferido  los  Árabes,  en  quie- 
nes se  observaba  á  lo  menos  ciería  generosidad  y  respeto  por  cuanto  pertenecía 
á  las  artes  y  á  las  ciencias,  á  los  rudos  y  feroces  Teuskos  de  Carlos  el  Baslardo, 
paganos  en  su  mayor  número.  La  Aquilania  y  la  Neustria,  abierlas  á  ambos  pue- 
blos ,  se  ofrecían  como  una  presa  al  mas  atrevido,  y  como  para  conquistar  la 
Galia  eniera  ,  era  necesario  apoderarse  antes  de  ambas  regioms ,  Abderrahman 
pensó  dirigir  contra  ellas  sus  primeras  tropas.  Dueño  de  Burdeos  ,  de  Poitiers, 
de  Tours  y  de  París,  fácil  le  hubiera  sido  esperar  refuerzos,  organizar  la  conquis- 
ta y  rechazar  á  los  Austrasios  hasta  su  antigua  patria,  mas  allá  del  Rhin;  y  lue- 
go, volviendo  al  Ródano,  establecer  la  dominación  musulmana  en  todo  el  país  que 
es  ahora  la  Francia.  Sin  embargo,  Dios  no  lo  quiso  así,  dicen  sus  historiadores, 
y  el  instrumento  de  que  se  sirvió  el  Señor  para  detenerle  fué  aquel  Carlos  ape- 
llidado Martel,  á  quien  los  Árabes  llaman  Kaldous  ó  Karlé,  fundador  del  poderío 
de  la  segunda  raza  de  los  reyes  francos. 

Los  preparativos  de  Abderrahman  fueron  extraordinarios ,  como  convenia  á 
una  expedición  cuyo  objeto  era  la  conquista  definitiva  ele  una  vastísima  comar- 
ca. Su  voz  había  sido  oida:  tribus  enteras  de  Arabia  ,  de  Siria,  de  Egipto  y  de 
África  habían  llegado  á  España  ,  y  todos  los  hombres  en  estado  de  empuñar  las 
armas  se  habían  agrupado  bajo  sus  banderas.  Todo  estaba  dispuesto  para  la 
gran  empresa  ,  y  el  emir  iba  á  ponerse  en  marcha  cuando  supo  que  sus  órdenes 
habían  sido  desobedecidas  por  el  gobernador  de  la  frontera  oriental  ,  que  debía 
formar  la  vanguardia  con  las  fuerzas  de  que  disponía.  Era  este  gobernador  el 
Berberí  Ofman  ben  Abu  Neza,  que,  envidioso  de  las  glorias  del  wali,  de  carácter 
inquieto  y  díscolo  ,  pero  belicoso  y  esforzado  ,  se  habia  aliado  con  Eudo,  duque 
de  Aquitania  ,  y  casádose  con  su  hija  llamada  Lampegia.  Habíala  hecho  prisio- 
nera en  una  cabalgata  que  hiciera  en  tierras  del  duque;  enamorado  de  su  belleza, 
habíala  pedido  á  su  padre  por  esposa,  y  aun  cuando  estos  matrimonios  eran  de- 
testados por  los  dos  pueblos,  la  razón  política  aconsejó  á  Eudo  consentir  en  él. 
Amenazado  por  Carlos  en  su  frontera  del  norte  ,  quiso  asegurar  á  lo  menos  la 
del  mediodía ,  y,  á  lo  que  parece,  no  se  equivocó  al  contar  con  el  auxilio  de  su 
yerno  musulmán. 

Estos  sucesos  á  que  Abderrahman  no  prestara  en  un  principio  atención  al- 
guna, fueron  para  él  un  rayo  de  luz,  y  conoció  cuanto  debia  temer  á  Abu-Ne- 
za.  Auxiliado  este  por  su  suegro,  y  al  frente  de  fuerzas  respetables ,  podia  preci- 
pitar á  los  musulmanes  en  una  guerra  civil,  y  Abderrahman  resolvió  anonadarle 
antes  que  pudiera  dar  principio  á  la  ejecución  de  sus  planes.  Envió,  pues,  aun 
jefe  sirio  llamado  Gedhy  ben  Zeyan  al  frente  de  un  cuerpo  de  tropas,  con  orden 
expresa  de  buscar  á  Abu  Neza  y  traérselo  vivo  ó  muerto.  Gedhy  se  puso  en  cami- 
no, y  fué  tal  la  rapidez  de  su  marcha,  que  sorprendió  á  Otman  en  Castrum  Lívise 
(Puigcerdá)  (1),  antes  de  que  hubiese  hecho  preparativo  alguno  para  su  defensa; 
apenas  tuvo  tiempo  de  tomar  la  fuga  con  su  esposa  y  algunos  servidores,  mas 
Gedhy  mandó  perseguirle  por  los  desfiladeros  de  las  montañas.  Fatigado  Abu 


(l)  El  autor  árabe  de  quien  tomamos  estas  noticias  habla  de  Medina  al  Bab  (la  ciudad  de  la 
Puerta),  nombre  que  se  habia  dado  sin  duda  á  Julia  Livia,  por  ser  como  la  puerta  por  donde  se  pa  - 
sa  al  resto  del  continente  europeo. 


292  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

Jej.  c.  Neza,  descansaba,  dice  un  autor  árabe,  con  su  cautiva  bienamada,  cerca  de  una 
clara  fuente  que  daba  al  valle  fertilidad  y  frescura ;  mas  cuidadoso  de  su 
cautiva  que  de  su  propia  vida,  aquel  hombre  tan  valiente  temblaba  entonces  aun 
del  ruido  del  agua  que  se  precipitaba  entre  las  peñas,  y  del  rumor  del  viento  en- 
tre las  cañas  y  arbustos.  De  pronto  sus  servidores  creyeron  oir  los  pasos  de  sus  per- 
seguidores, y  no  fué  vano  el  recelo  de  sus  corazones.  Rodeado  por  los  guerreros 
de  Gedhy  y  desesperando  de  su  salvación,  Otman  recomendó  á  los  suyos  el  cui- 
dado de  su  esposa,  y  cuéntase  que  se  precipitó  en  un  abismo  para  no  caer  con  vi- 
da en  manos  de  sus  enemigos  (1).  Refieren  otros  que  sacó  la  espada  y  murió  com- 
batiendo, herido  de  muchas  lanzadas.  Apoderados  de  Lampegia,  corlaron  la  ca- 
beza al  desangrado  cuerpo  de  Otman,  y  Gedhy  se  apresuró  á  poner  á  los  pies 
del  emir  estos  testimonios  de  su  pronta  obediencia.  Abderrahman  quedó  admira- 
do al  ver  la  hermosura  de  Lampegia,  y  según  costumbre  de  la  época,  envióla  al 
califa,  junto  con  la  cabeza  de  su  esposo  y  el  relato  de  las  causas  que  habian  mo- 
tivado tan  rápida  ejecución. 

m  Libre  de  todo  recelo  tocante  al  interior  de  la  Península,  Abderrahman  se 

pone  en  marcha.  España  no  habia  visto  jamás  ejército  tan  considerable  de  mu- 
sulmanes, y  las  tropas,  marchando  bajo  el  blanco  estandarte  de  los  Ommía- 
das  (2),  dirigiéronse  por  el  país  délos  Yacceos,  dice  Isidoro  (querrá  decir  por  el 
país  de  Jaca  y  de  Navarra)  (3),  atravesaron  los  Pirineos  y  avanzaron  hacia  los  Es- 
lados  de  Eudo  por  los  hermosos  valles  de  Bigorra  y  del  Bearne.  La  marcha  de 
los  Árabes  parece  haber  sido  directa  desde  los  Pirineos  hasta  Burdeos,  á  lo  menos 
el  grueso  del  ejército  corrió  con  rapidez  este  camino,  no  sin  señalar  su  paso  con 
estragos  y  devastaciones.  Tal  era,  hemos  dicho,  la  costumbre  de  los  Sarracenos: 
difundían  el  terror  para  vencer  luego  con  mas  facilidad  á  sus  enemigos,  y  á  ella 
se  mostraron  fieles  á  su  entrada  en  la  Vasconia  transpirenaica.  Aquella  inmensa 
hueste  que  habia  sido  á  duras  penas  contenida  por  las  estrechas  gargantas  de  los 
Pirineos,  se  derrama  y  esparce,  una  vez  franqueada  la  inmensa  barrera,  como  un 
torrente  devastador.  En  todas  partes  imprime  huellas  de  sus  pasos ;  la  abadía  de 
San  Sabino  cerca  de  Tarbes  y  la  de  San  Severo  de  Rustan  en  Bigorra,  fueron  sa- 
quedas ;  Oleron,  Bearne,  Aire  y  Bazas  fueron  dejadas  mas  muertas  que  vivas,  y 
aunque  Burdeos  intentó  resistirse,  fué  tomada  y  saqueada,  como  las  demás  po- 
blaciones que  vieran  antes  que  ella  los  estandartes  del  Profeta.  El  conde  que 
mandaba  allí  en  nombre  de  Eudo,  pereció  en  el  asalto,  y  los  Árabes,  tomándole 
por  el  mismo  soberano  su  enemigo,  cortáronle  la  cabeza  para  enviarla  á  Da- 
masco. 

Hasta  aquel  momento  todo  se  habia  presentado  fácil  para  los  Sarracenos, 
pero  entonces  empezaron  para  ellos  los  obstáculos  y  dificultades.  Los  bagajes  y 
el  botin  entorpecían  su  marcha,  y  después  de  pasar  con  cierto  trabajo  el  Carona 
y  el  Dordoña,  encontraron  por  fin  á  Eudo  que  salia  á  su  encuentro  con  numero- 


(i)    Isid.  Pac,  Chr.c.58. 

,2)  El  blanco  era  el  color  de  los  Ommíadas,  el  negro  el  de  los  Abassidas  y  el  verde  el  de  los 
Fatimitas. 

(3  Armo  Dí.'CXXXII.  Abderaman,  rex  Spaniae,  cum  exercitu  magno  Saracenorum  per  Pampa- 
lonam  et  montes  Pyreneos  transiens  Burdigalem  civitatem  obsidet.  Anales  de  Aniano,  Duch.,  t.  III, 
p,  437. 


CAP.    III. — ESPAÑA   ÁRABE.  293 

sa  hueste  de  Aquitanos.  El  recuerdo  del  desastre  de  Tolosa  no  contuvo  á  los  mu- 
sulmanes, y  lanzándose  contra  el  ejército  enemigo,  lo  pusieron  en  completa  der- 
rota. Isidoro  dice  que  solo  Dios  puede  saber  el  número  de  muertos  que  hubo 
entre  los  cristianos  (1).  Vencido  el  anciano  duque,  quedaba  abierta  la  Aquitania 
á  los  victoriosos  Sarracenos,  quienes  adelantaron  por  la  tierra  tomando  ciudades 
y  ocupando  aldeas.  Fué  tan  grande  el  botin  que  recogieron  que  cada  soldado  tu- 
vo su  parte  de  oro,  de  esmeraldas,  de  jacintos  y  de  topacios,  sin  contar  sin  duda 
con  los  objetos  de  mas  inmediata  utilidad  á  un  ejército  en  campaña.  Así  mar- 
charon sin  hallar  resistencia  hasta  penetrar  en  un  arrabal  de  Poitiers  que  incen- 
diaron, mientras  el  recinto  fortificado  de  la  ciudad  se  disponía  para  vigorosa  de- 
fensa. 

Abderrahman  no  sabe  si  obstinarse  en  el  sitio  ó  si  marchar  contra  Tours, 
hacia  donde  le  atraían  las  inmensas  preciosidades  del  sepulcro  de  san  Martin,  el 
apóstol  de  las  Galias  (2),  cuando  llególe  la  noticia  de  que  Kaldous  ó  liarle  había 
pasado  el  Loire  y  marchaba  á  su  encuentro  con  numerosos  batallones.  Eudo,  sin 
esperanza  de  resistir  al  torrente,  habíale  suscitado  aquel  poderoso  enemigo, 
que  fué  por  mucho  tiempo  su  propio  adversario  en  Aquitania  (3),  y  Carlos,  ame- 
nazado también  en  sus  estados  por  los  Sarracenos,  había  abrazado  con  ardor  la 
causa  del  duque  aquilano.  Sabedor  de  la  llegada  de  los  Franco-Austrasios,  Ab- 
derrahman no  piensa  en  tomar  á  Poitiers,  y  marcha  hacia  ellos.  Los  autores  no 
están  acordes  acerca  del  lugar  de  su  encuentro  :  según  unos,  delante  de  Tours 
y  no  á  corta  distancia  de  Poitiers ,  en  el  preciso  momento  en  que  iban  á  subir  al 
asalto  de  la  ciudad  de  san  Martin  ,  supieron  los  Árabes  la  llegada  de  Carlos,  y 
vieron  aparecer  su  vanguardia  en  la  orilla  opuesta  del  Loire,  tomando  disposicio- 
nes para  vadear  el  rio.  A  creer  la  misma  versión ,  los  musulmanes  tomaron  y  sa- 
quearon la  ciudad  ó  uno  de  sus  arrabales  á  la  vista  de  los  Francos,  antes  que  es- 
tos se  hallasen  en  estado  de  trabar  la  pelea. 

De  lodos  modos,  allí  ó  cerca  de  Poitiers,  es  lo  cierto  que  entre  ambas  ciu- 
dades, en  un  dia  del  mes  de  octubre  de  732,  los  Sarracenos  que  Abderrahman 
guiaba  á  la  conquista  de  la  Galia  septentrional,  y  los  Franco-Austrasios  que  acu- 
dían á  su  defensa  bajo  el  mando  del  duque  soberano  de  Austrasia,  Carlos  hijo  de 
Pepino,  se  hallaron  frente  á  frente.  Ambos  ejércitos  se  miraron  con  cierto  senti- 
miento mezclado  de  curiosidad  y  temor;  eran  dos  razas  del  todo  distintas,  casi  des- 
conocidas una  á  otra,  y  las  dos  procuraban,  por  decirlo  así,  estudiarse  antes  de 
llegar  á  las  manos.  El  contraste  era  sorprendente  :  los  hombres  del  Norte,  de  in- 
finitas razas  y  hablando  muchas  lenguas,  iban  cubiertos  de  hierro  y  de  coraza  de 
pieles,  armados  con  largas  y  rectas  espadas  de  dos  filos,  con  franciscas,  con  lar- 
gas y  sólidas  lanzas,  con  robustas  mazas  guarnecidas  de  puntas  aceradas.  Sus 
ginetes  poco  numerosos  aparecían  pesadamente  equipados,  y  solo  ellos  se  servían 
de  armas  arrojadizas,  tos  Árabes,  por  el  contrario,  con  escaso  aparato  militar, 
iban  armados  á  la  ligera,  sin  coraza  y  sin  escudo;  el  uso  de  las  armas  defensivas  les 


(4)    Isid.  Pac,  Chr.,  c.  59. 

(2)  Ab  domum  beatissimi  Martini  evertendam  destinant;  at  Karolus,  etc.,  dice  Fredegario. 

(3)  Cum  consule  Franciae  interioris  Austriae  nomine  Carolo,  viro  ab  incunte  setate  belligero  et 
rei  militaris  experto,  ab  Eudone  praemonito  sese  infrontat.  Isid.  Pac,  Chr.,  c.  59. 

0. 


294  HISTORIA  GENEKAL   DE    ESPAÑA. 

era  desconocido,  ó  por  mejor  decir,  lo  tenian  en  poco,  y  el  turbante  de  lana  con 
que  rodeaban  su  cabeza,  era  la  única  prenda  de  su  traje  de  guerra  que  podia  ser- 
virles de  alguna  utilidad  para  la  defensa.  El  sable  y  la  lanza  eran  las  armas  de  que 
mas  se  servian,  y  sus  innumerables  ginetes,  empleando  el  arco  y  la  ballesta  al  pro- 
pio tiempo  que  la  espada,  formaban  la  principal  y  mas  terrible  fuerza  de  sus  ejér- 
citos de  invasión.  La  dificultad,  empero,  de  mantener  á  los  caballos  en  un  país  des- 
conocido, á  donde  era  imposible  que  lo  llevaran  todo  consigo,  habia  disminuido  de 
mucho  durante  su  marcha  á  través  de  la  primera  y  segunda  Aquitania  la  caballería 
de  Abdei  rahman,  al  paso  que  la  abundancia  de  riquezas  habia  relajado  los  lazos 
de  la  disciplina  y  aminorado  el  ánimo  de  todos.  Abderrahman  procuraba  en  va- 
no hacia  algún  iiempo  excitar  el  fervor  religioso  de  aquella  inmensa  multitud  de 
hombres,  algunos  de  los  cuales,  los  Berberíes  en  especial,  habíanse  convertido 
ai  islamismo  hacia  poco  tiempo.  Así  él  como  los  principales  caudillos  del  ejército, 
casi  todos  de  sangre  árabe  y  fervorosos  creyentes,  veían  con  pesar  la  impaciencia 
y  el  escaso  celo  con  que  ios  soldados  del  Profeta  cumplían  sus  deberes  religiosos, 
aquellos  deberes  que  con  tanto  amor  cumplieron  los  primeros  soldados  de  Maho- 
xna  al  marchar  á  la  conquista  del  mundo. 

A  lo  que  puede  juzgarse  por  los  relatos  contemporáneos  y  sobre  todo  por  los 
mismos  de  los  escritores  musulmanes,  un  sentimiento  de  inquietud  y  de  males- 
tar se  apoderó  de  aquellos  guerreros  de  ordinario  tan  gozosos  á  la  vista  del  com- 
bale, al  encontrarse  frente  á  frente  con  ios  batallones  de  Garlos.  Por  espacio  de 
seis  dias  maniobraron  ambos  ejércitos  uno  en  presencia  de  otro,  ocupando,  aban- 
donando y  recobrando  posiciones  en  las  inmensas  llanuras  que  se  extienden  en- 
tre Tours  y  Poitiers.  Los  Francos  se  detuvieron  por  fin,  y  la  campiña  cubrióse 
delante  de  ellos  con  las  tiendas  de  los  Árabes.  Todos  experimentaban  cierta  vaci- 
lación en  dar  principio  al  ataque,  hasta  que  llegado  el  séptimo  u  octavo  dia,  re- 
solvió Abdenahman  tomar  la  iniciativa  del  combate.  Dicha  la  oración,  cada  je- 
fe de  tribu  exhortó  á  los  suyos  recordándoles  los  pasajes  del  Coran  en  que  mas 
vivamente  respira  el  espíritu  belicoso  del  Profeta,  y  los  ballesteros  berberiscos 
empeñaron  la  acción.  Era  un  sábado  del  mes  de  octubre  del  año  732.  Los  cristia- 
nos, formados  en  batalla,  ofrecían,  dice  un  historiador,  el  aspecto  de  una  muralla 
erizada  de  hierro,  y  en  ella  causaron  apenas  impresión  las  flechas  y  otras  armas 
arrojadizas.  El  ataque  de  los  Árabes  fué  impetuoso  y  audaz  como  siempre,  mas 
no  logró  romper  la  larga  línea  que  en  la  llanura  formaban  el  pecho  y  el  hierro 
de  los  Austrasios  ;  contra  ella  galoparon  y  pelearon  en  vano  los  ginetes  árabes, 
y  el  combate  se  mantuvo  sangriento  é  igual  todo  el  dia  hasta  que  la  noche  se  inter- 
puso entre  las  dos  enemigas  huestes. 

Al  despuntar  de  la  aurora,  empeñóse  de  nuevo  la  batalla.  Los  Árabes,  exas- 
perados por  la  resistencia  déla  víspera,  atacan  á  los  cristianos  con  indecible  fu- 
ror ;  Abderrahman  se  precipita  con  toda  su  caballería  contra  la  inquebrantable 
línea  de  los  Austrasios  y  la  rompe.  El  choque  fué  irresistible,  y  siguióle  una  pe- 
lea general :  era  aquella  una  inmensa  lucha  cuerpo  á  cuerpo,  en  la  que  los  ro- 
bustos soldados  del  Norte  segaban  á  los  Árabes  con  sus  corlantes  espadas,  pero 
el  valor  indomable  de  los  Sarracenos  y  la  intrepidez  personal  de  su  caudillo  lo- 
graron mantener  sin  embargo  la  igualdad  de  la  batalla  hasta  la  décima  hora  del 
dia. 


CAP.   III.— ESPAÑA  ÁRABE.  29 J 

De  pronto  elévase  gran  tumulto  en  las  tiendas  de  los  Árabes:  eran  las  tropas 
del  duque  de  Aquitania  que  habían  hecho  irrupción  por  aquel  lado  Temerosos  de 
perder  los  'esoros  que  allí  habían  reunido,  parte  del  ejército  abandona  el  comba- 
te para  volar  en  defensa  de  su  campamento.  Estoque  fué  considerado  por  muchos 
como  una  retirada,  introdujo  la  confusión  en  las  filas  sarracenas ;  en  vano  Ab- 
derrahman  intentó  restablecer  el  orden,  y  peleando  con  los  mas  esforzados,  cayó 
con  su  caballo  pasado  de  infinitas  lanzas  cuando  la  noche  iba  á  poner  fin  al  com- 
bate. Con  él  acabó  la  resistencia  de  los  Árabes,  que  abandonando  confusamente 
el  campo  de  batalla,  solo  se  libraron  de  una  completa  derrota  á  favor  de  las  tinie- 
blas de  la  noche  cada  vez  mas  oscura  Isidoro  nos  dice  que  los  cristianos,  enoja- 
dos por  la  interrupción  de  su  victoria,  levantaban  con  despecho  sus  espadas,  de- 
biendo aplazar  para  el  dia  siguiente  la  continuación  del  combate.  Habrían  querido 
salir  al  momento  por  medio  de  un  completo  triunfo  de  la  incertidumbre  que  deja 
el  valor  en  el  corazón  mas  esforzado,  y  que  solo  se  desvanece  totalmente  cuando 
los  batallones  enemigos  marchan  fugitivos  ó  aparecen  tendidos  en  el  campo. 

Al  dia  siguiente  los  Austrasios  salen  de  su  campamento.  Las  tiendas  árabes 
encuéntranse  en  el  mismo  lugar,  pero  de  ellas  no  se  eleva  rumor  alguno  ;  nin- 
gún centinela  las  custodia.  Admirados  los  cristianos  por  aquel  silencio,  avan  - 
zan  con  precaución  temiendo  una  celada  ,  hasta  que  sus  exploradores  les  dicen 
que  los  batallones  ismaelitas  han  tomado  la  fuga  y  que  durante  la  noche  han 
emprendido  otra  vez  el  camino  de  su  patria  (1).  Los  Europeos,  añade  Isidoro, 
temerosos  de  que  se  les  hubiesen  preparado  emboscadas  en  los  caminos  inmedia- 
tos, los  esploran  todos  con  progresiva  sorpresa,  y  sin  ocuparse  en  perseguir  á  los 
fugitivos,  dividen  entre  sí  los  despojos,  y  vuelven  alegremente  á  sus  hogares. 

Esta  fué  la  memorable  batalla  de  Poitiers  que  libró  quizás  al  Occidente  de 
caer  bajo  el  yugo  de  los  musulmanes.  Ciento  catorce  años  hacia  que  Mahoma  con 
unos  pocos  partidarios  había  salido  fugitivo  de  la  Meca,  y  había  bastado  este  cor- 
to intervalo  para  que  sus  ardientes  sectarios  desplegasen  sus  pendones  en  las  lla- 
nuras de  Francia  ,  á  igual  distancia  del  Oder  y  del  Tiber. 

Dice  otra  versión  que  los  cristianos  persiguieron  á  los  fugitivos  durante  mu- 
chos dias  obligándolos  á  sostener  varios  combates  que  siempre  perdieron,  hasta 
el  pié  de  las  murallas  deNarbona,;donde  se  refugiaron  los  débiles  restos  del  ven- 
cido ejército,  y  donde  Carlos  los  cercó.  En  la  misma  relación  se  habla  de  la  obsti- 
nada resistencia  que  opusieron  al  caudillo  austrasio  que  hubo  por  fin  de  levantar 
el  sitio.  Sin  embargo,  el  contemporáneo  Isidoro  de  Beja,  de  acuerdo  en  esto  con 
todos  los  cronistas  cristianos,  nos  parece  mas  digno  de  fe,  y  quizás  el  relato  que 
acabamos  de  mencionar  ha  confundido  y  anticipado  la  época  en  que  Carlos  Mar- 
tel  sitió  en  efecto  á  la  ciudad  de  Narbona.  Por  sus  hazañas  en  la  batalla  de  Poi- 
tiers dióse  al  duque  de  los  Austrasios  el  renombre  de  Martel,  que  equivale  á  tan- 
to como  martillo,  «á  causa  de  que,  dice  la  crónica  de  san  Dionisio,  como  el  mar- 
tillo magulla  y  rompe  el  hierro,  el  acero  y  los  demás  metales,  así  magullaba  y 
rompía  él  en  la  batalla  á  todos  sus  enemigos.»  Fía  de  advertirse,  empero,  que  la 
crónica  de  san  Dionisio  es  una  obra  moderna,  relativamente  hablando ,  y  que  el 
apellido  de  Martel  no  figura  en  ningún  relato  contemporáneo ;   hasta  dos  siglos 


(1)    Isid.  Pac,  Chr  ,  c.  59. 


734. 


296  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

después  de  la  batalla  de  Poitiers,  no  le  vemos  aparecer  en  las  crónicas  y  unirse 
históricamente  al  nombre  del  vencedor  de  Abderrahman. 

La  jornada  de  Poitiers  puso  término  al  engrandecimiento  de  los  Árabes  en 
Occidente,  y  fué  el  paso  mas  decisivo  de  la  familia  austrasia  de  Carlos  hacia  la 
soberanía  de  la  Galia  entera.  Ella  completó  el  abatimiento  de  la  casa  real  de 
Clodoveo,  y  fué  el  principio  y  la  base  del  imperio  franco-germano  de  Occidente, 
del  cual  será  Garlomagno  la  mas  alia  expresión. 

Al  recibir  la  noticia  de  la  rota  y  muerle  de  Abderrahman,  el  gobernador  de 
África  nombró  emir  de  España  á  Abdelmelek  ben  Cotan,  y  el  califa,  al  confir- 
mar al  nombrado,  dirigióle  la  expresa  recomendación  de  vengar  la  sangre  mu- 
sulmana. Abdelmelek  vino  sin  pérdida  de  momento  á  la  Península,  donde  el  relato 
del  desastre  de  las  Galias  habia  sembrado  la  consternación  y  el  desalíenlo,  y  es- 
forzándose en  comunicar  nuevo  vigor  al  decaído  ánimo  de  los  musulmanes  por 
medio  de  discursos  conformes  al  espíritu  del  Coran,  formó  varios  cuerpos  de  ejér- 
cito que  pasaron  los  Pirineos  al  mando  de  los  mejores  capitanes  que  se  encontra- 
ban en  España.  Abdelmelek  no  se  puso  á  su  cabeza,  y  se  le  hicieron  cargos  de 
haber  aprovechado  en  beneficio  propio  los  desórdenes  de  aquella  época  calamito- 
sa; pero  la  verdadera  razón  que  le  detuvo  en  Córdoba  parece  haber  sido  el  deplo- 
rable estado  de  la  administración  interior,  mirada  con  descuido,  por  no  decir  del 
todo  abandonada,  desde  la  partida  de  Abderrahman.  Sin  embargo,  las  repetidas 
órdenes  del  califa  para  que  emprendiese  con  nuevo  vigor  la  guerra  en  las  tierras 
de  Afranc  le  obligaron  por  fin  á  salir  de  Córdoba  y  á  dirigirse  á  los  Pirineos. 

La  derrota  de  los  Árabes  en  Poitiers  infundió  por  todas  paites  gran  aliento 
y  esperanza  á  los  subyugados  cristianos.  Varias  poblaciones  de  los  Pirineos,  de 
uña  y  otra  vertiente,  habían  empuñado  las  armas  lanzando  el  grito  de  inde- 
pendencia, y  llegado  el  walí  á  los  desfiladeros  déla  Yasconia,  encontró  á  aquellos 
rudos  montañeses  dispuestos  á  impedirle  el  paso.  El  resultado  del  combate  no 
podia  ser  dudoso,  y  los  musulmanes,  después  de  sufrir  grandes  pérdidas,  hubie- 
ron de  replegarse  al  Ebro. 

Esta  derrota  del  nuevo  emir  hízole  perder  la  confianza  de  las  tribus  españo- 
las, y  el  wali  superior  de  África  le  retiró  el  mando  para  confiarlo  á  su  pro- 
pio hermano  Ocba  ben  Alhegag,  que  habia  dado  en  África  numerosas  pruebas 
de  capacidad  y  valor,  durante  la  guerra  contra  los  Berberiscos.  Ocba  era  probo 
y  desinteresado,  y  al  mismo  tiempo  rígido  observador  de  la  justicia  y  de  una  se- 
veridad inquebrantable,  que  no  se  desmintió  al  ejercer  las  funciones  de  su  nuevo 
cargo.  No  bien  llegó  á  Andalucía,  privó  de  sus  alcaidías  á  los  caudillos  acusados 
de  crueles  ó  de  avaros,  y  llenó  las  cárceles  de  dilapidadores  de  las  rentas  públi- 
cas. El  delito  mas  grave  que  para  ücba  podían  cometer  los  agentes  del  califa, 
era  hacer  odiosa  por  codicia  ó  interés  particular  la  autoridad  que  les  estaba  con- 
fiada. Dedicando  toda  su  solicitud  á  la  administración  del  país,  estableció  hasta 
en  ios  pueblos  de  mas  escasa  importancia  cadíes  ó  jueces  cuyas  atribuciones  eran 
administrar  rectamente  justicia;  ordenó  un  censo  general  de  la  población,  de  las 
ciudades  y  aldeas,  y  fijó  la  repartición  de  los  tributos  sobre  una  base  equitativa 
é  igual  para  lodos.  A  él  debió  España  una  institución  de  policía  interior  que  ba- 
jo distintos  nombres  se  ha  conservado  hasta  nuestros  tiempos  en  todas  las  nacio- 
nes modernas,  tal  fué  la  de  los  kaxiefes  (descubridores),  tropa  armada  y  perma- 


CAP.    III. — ESPAÑA  ÁRABE.  297 

nente  á  sueldo  del  estado  y  alas  órdenes  del  walí  de  cada  provincia,  encargada  de  A-  <ie  j.c. 
descubrir  y  aprehender  á  los  malhecheres.  Ocba  mostraba  igual  celo  por  la  religión 
y  la  justicia,  y  como  la  primera  era  para  ios  Árabes,  como  así  ha  de  ser,  la  fuente 
de  toda  ciencia  ,  fundó  gran  número  de  mezquitas  y  de  escuelas ,  y  dispuso  que 
hubiese  en  cada  una  lecíores  y  predicadores  que  enseñasen  la  ley  ai  pueblo.  La 
equidad  de  Ocba  ha  sido  muy  celebrada  por  los  historiadores  de  la  conquisla,  que 
dicen  con  orgullo  que  hacia  cuanto  le  parecia  justo.  Examinó  la  conducta  de  Ab- 
delmelek  ,  y  hallándole  inocente  de  las  culpas  que  se  le  atribuían  ,  confióle  el 
mando  de  la  caballería  de  la  frontera  del  norte,  es  decir  de  la  Baja  Navarra  y  de 
Aragón,  señalándole  la  plaza  de  Pamplona  como  centro  de  operaciones. 

El  proyecto  de  extender  la  conquista  por  el  noroeste  de  la  Septimania  no 
habia  sido  abandonado  ,  y  apasionado  el  califa  por  la  idea  de  conquistar  las  Ga- 
lias  hasta  el  Ruin,  mandó  á  Ocba  que  penetrase  otra  vez  por  la  tierra  de  Afranc. 
En  su  consecuencia  dispuso  el  emir  que  los  walies  de  la  Septimania  dirigiesen 
un  simultáneo  ataque  á  lo  largo  de  la  línea  del  Ródano  mientras  que  él  invadiría 
la  Aquitania  y  el  Oeste. 

Disponíase  á  pasar  los  Pirineos  y  hallábase  en  Zaragoza  ,  de  cuya  plaza  ha- 
bia hecho  su  cuartel  general ,  cuando  llamóle  de  pronto  al  África  la  noticia  de 
una  formidable  sublevación  de  los  Berberiscos  que  ponia  en  peligro  la  autoridad 
del  califa.  Ocba  volvió  con  precipitación  á  Córdoba  y  se  embarcó  para  el  África,  737. 
llevando  consigo  un  cuerpo  escogido  de  caballería  que  le  era  particularmente 
adicto  (  año  119  de  la  hegira). 

Con  mas  acuerdo  y  unión  y  con  un  entendido  capitán,  que  quizás  habría  po- 
dido ser  el  mismo  Ocba  ,  los  últimos  desastres  habrían  sido  con  facilidad  repara- 
dos ;  pero  el  acuerdo  ,  el  conjunto  era  precisamente  lo  que  menos  se  encontraba 
en  aquellas  tribus  de  origen  diverso  ,  llegadas  de  sus  valles  y  aduares  con 
formas ,  hábitos  y  costumbres  particulares  que  se  empeñaban  en  conservar  ,*y 
rencores  y  rivalidades  que  querían  satisfacer.  La  unión  ,  el  conjunto  eran  co- 
sas imposibles  para  ellas ,  y  milagro  fué  del  islamismo  reunirías  á  lo  menos  ba- 
jo una  sola  creencia.  El  África  era  sobre  todo  el  foco  de  estas  discordias ,  y  el 
carácter  de  los  Berberiscos  opuso  á  los  Árabes  larga  y  obstinada  resistencia.  Las 
ideas  musulmanas  acabaron  por  triunfar  de  ella  ,  pero  la  dominación  árabe  no 
fué  jamás  sinceramente  aceptada.  Lo  mismo  sucedía  en  España  :  las  tribus  afri- 
canas ó  las  porciones  de  ellas  que  en  nuestro  suelo  se  habían  establecido,  sufrían 
con  impaciencia  el  yugo,  y  éntrelos  conquistadores  hubo  siempre  una  sorda  lucha 
que  estalló  á  veces  en  sangrientas  guerras.  Sin  embargo,  para  la  Europa ,  aque- 
llas tribus  formaban  juntas  la  nación  de  los  Sarracenos ,  y  fuesen  cuales  fueren 
sus  divisiones ,  para  los  Francos  de  la  Austrasia  y  de  Neustria  y  para  los  Galo- 
Romanos  del  centro  eran  un  pueblo  enemigo  y  odiado.  Esto  no  obstante,  los  Ga- 
lo-Visigodos y  los  Galo-Romanos  de  la  Septimania  que  experimentaban  la  blan- 
dura de  su  dominación  ,  los  de  la  extrema  Galia  meridional  (  Provenza ),  que 
temían  ante  todolas  armas  destructoras  délos  Austrasios,  inclinábanse  hacia  ellos, 
y  esto  hizo  que,  á  pesar  de  los  escasos  socorros  que  les  proporcionaban  África  y 
España  ,  los  Árabes  de  la  Septimania  hallasen  aliados  hasta  entre  las  poblacio- 
nes cristianas. 

Carlos  y  sus  guerreros  se  encontraban  mal  en  la  otra  parle  del  Rhin,  y  las 

TOMO   II.  38 


298  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

fértiles  llanuras  de  la  Galia  meridional ,  que  habían  recorrido  y  asolado  una  vez, 
dejáronles  recuerdos  que  escitaban  en  sus  corazones  codiciosos  deseos.  El  menor 
pretexto  habríales  bastado  para  llevar  la  guerra  á  aquellas  regiones  si  no  hubie- 
sen tenido  á  sus  espaldas  las  postreras  masas  de  la  barbarie  ,  los  Sajones  ,  los 
Frisones  y  los  Yenedos  ,  aun  complelamente  paganos ,  que  con  frecuencia  los 
distraian  con  sus  excursiones  por  su  frontera  septentrional  y  oriental.  Carlos 
veíase,  pues,  detenido  á  pesar  suyo  y  obligado  á  sostener  contra  aquellos  pueblos 
guerras  infuctuosas,  solo  para  conservar  ileso  el  norte  de  su  imperio,  y  por  mu- 
chos que  fuesen  sus  deseos  de  avanzar  hacia  el  mediodía ,  hubo  mas  de  una  vez 
de  renunciar  á  sus  proyectos  de  conquista  ó  cuando  menos  de  establecimiento; 
mas  por  cortas  que  hubiesen  sido  sus  expediciones  habían  bastado  para  difundir 
por  todas  partes  el  terror  de  su  nombre. 

Mauroncio  ,  duque  de  los  Masilios ,  es  decir  de  los  Greco-Romanos  del  lito- 
ral de  la  Provenza  ,  celebró  alianza  con  el  gobernador  árabe  de  Narbona,  Yusuf 
Abderrahman  ,  para  resistir  los  nuevos  ataques  que  temía  por  parte  del  duque 
germano  .  Súpolo  este  ,  y  como  los  Sajones  se  hallaban  entonces  tranquilos,  par- 
le en  734  con  dirección  al  Ródano,  devasta  cuanto  se  opone  á  su  paso  ,  dispersa 
á  las  tropas  de  Mauroncio  ,  é  iba  á  proceder  á  una  división  de  la  tierra  entre  sus 
guerreros  ,  cuando  una  nueva  sublevación  de  los  Sajones  le  llama  precipitada- 
mente á  sus  estados  del  norte. 

Apenas  hubo  abandonado  el  mediodía  ,  los  señores  galo-romanos  estrechan 
mas  y  mas  su  alianza  con  los  Árabes  de  la  Septimania  ,  y  como  prenda  de  amis- 
tad ,  entregan  á  Yusuf  la  plaza  fuerte  de  Aviñon.  Un  conde  de  Arles  se  negaría 
probablemente  á  formar  parte  de  la  coalición  ,  pues  Yusuf  pasó  el  Ródano  y  puso 
sitio  á  la  ciudad,  cuya  toma  se  fija  en  los  primeros  meses  del  año  735.  Créese  que 
Usez  ,  Viviers,  Valencia,  Viena ,  León  y  algunas  otras  ciudades,  mas  allá  de  las 
fronteras  de  la  Septimania  ,  fueron  también  por  aquel  entonces  tomadas  y  sa- 
queadas por  los  Árabes. 

La  noticia  de  estos  hechos  llega  hasta  la  Austrasia  ,  y  Carlos,  apaciguadas 
ya  las  turbulencias  que  allí  le  llamaran,  pónese  otra  vez  en  marcha  con  sus  in- 
fatigables leudos.  Dirígese  hacia  el  Ródano,  y  con  su  rapidez  habitual  toma 
Aviñon  á  los  Sarracenos ,  asalta  la  ciudadela  y  hace  pasar  la  guarniciona  cu- 
chillo. Volviendo  luego  á  la  derecha ,  penetra  en  la  Septimania  ,  hace  á  cuantas 
ciudades  encuentra  una  guerra  de  exterminio  y  llega  á  grandes  jornadas  delante 
de  Narbona,  centro  del  poder  musulmán  en  aquel  territorio.  Provista  la  plaza  de 
cuanto  es  necesario  para  la  defensa,  resiste  victoriosamente  á  todos  los  ataques 
del  héroe  germano. 

Volvamos  ahora  á  Ocba  y  digamos  algo  de  lo  que  sucedía  en  África.  Llega- 
do á  Tánger,  el  walí  se  reunió  con  los  generales  musulmanes,  y  después  de  lomar 
su  consejo  marchó  contra  los  Rerberiscos ,  puso  en  derrota  á  sus  taifas  y  obli- 
gólas á  internarse  en  el  desierto  ,  de  modo  que  la  guerra  quedó  terminada  antes 
de  que  hubiesen  llegado  los  refuerzos  pedidos  á  Cairvan  y  á  Rarca.  Vencedor  de 
los  Rerberiscos,  Ocba  no  pudo,  empero,  volver  áEspaña  tan  pronto  como  hubiera 
deseado  ;  temíanse  en  África  nuevas  sublevaciones ,  y  hubo  de  permanecer  allí, 
pero  sabedor  del  sitio  que  sufría  Narbona  ,  resolvió  enviarle  refuerzos  por  la  vía 
marítima. 


CAP.    III. — ESPAÑA  ÁRABE.  299 

La  dificultad  con  que  los  Árabes  habian  pasado  á  España  en  el  año  711  ha 
podido  manifestarnos  la  escasez  de  buques  con  que  contaban  en  las  costas 
africanas  á  principios  del  siglo  vm.  Realizada  la  conquista  ,  la  necesidad  de  co- 
municar de  un  país  al  otro  habia  llamado  su  atención  ,  y  en  toda  la  cosía,  desde 
Barcelona  á  Cádiz ,  desde  Gebal  Tarik  hasta  Trípoli ,  abriéronse  numerosos 
arsenales ;  muchos  operarios  sirios,  egipcios  y  moros ,  llamados  de  Ascalon ,  de 
Gaza,  de  Alejandría  y  de  Trípoli  habian  construido  gran  número  de  buques  para 
el  paso  de  los  conquistadores,  y  en  pocos  años  tuvieron  los  musulmanes  en  aque- 
llas aguas  una  armada  que,  si  bien  de  construcción  bárbara,  les  permitía  comuni- 
car de  una  posesión  á  otra.  Los  musulmanes  y  en  particular  los  Árabes  nunca 
han  sido  grandes  marinos,  pero  los  renegados  y  aventureros  de  Siria,  de  Egipto 
y  de  Mauritania  suplían  sus  escasos  conocimientos  en  esta  materia  ,  y  en  la  épo- 
ca de  que  venimos  tratando,  la  marina  musulmana  habia  llegado  á  un  floreciente 
estado  ,  como  que  el  arsenal  (daressana)  de  Túnez  era  en  736  uno  de  los  mas 
formidables  de  las  playas  mediterráneas.  La  antigua  Cartago,  destruida  en  647  y 
habitada  únicamente  por  algunos  pescadores  cuyas  chozas  de  ramas  se  elevaban 
entre  las  ruinas  de  los  antiguos  palacios ,  fué  del  todo  abandonada  por  la  nueva 
ciudad  musulmana  construida  á  pocas  leguas  de  su  recinto  ,  y  no  ha  cesado  des- 
pués de  abismarse  en  sus  propias  ruinas  que  van  desapareciendo  de  año  en  año, 
indicando  hoy  apenas  el  sitio  que  ocupó  la  ciudad  rival  de  Roma  ,  la  patria 
de  Dido  y  de  Aníbal.  En  720  las  fuerzas  navales  de  los  musulmanes  habian  pa- 
recido de  bastante  importancia  para  exigir  un  emir  particular,  que  se  llamó 
emir-al-ma,  (emir  del  agua),  y  aun  antes  de  la  época  dicha,  aquella  marina  na- 
ciente habia  manifestado  su  existencia  en  los  países  cristianos  del  litoral  medi- 
terráneo. Muchos  buques  armados  en  corso,  es  decir  cargados  de  guerreros  sar- 
racenos, habian  llegado  á  Sicilia,  á  Italia,  á  Córcega.  áCerdeña  y  á  las  costas  de 
Provenza.  Los  musulmanes,  pues,  poseían  en  737  bastantes  buques  para  transpor- 
tar con  facilidad  por  mar  un  cuerpo  considerable  de  tropas  desde  las  costas  de 
África  hasta  mas  allá  del  cabo  de  Creus,  y  entró  en  sus  planes  llegar  embarcados 
hasta  la  misma  Narbona  ,  siguiendo  el  brazo  del  Aude  que  comunica  con  el 
mar. 

Ornar  ben  Caled  mandaba  las  fuerzas  enviadas  en  auxilio  de  Narbona  ,  y  lle- 
gado á  la  desembocadura  del  rio,  encontrólo  defendido  con  estacadas  y  parapetos 
que  Carlos  habia  mandado  elevar  para  impedir  tocia  comunicación  con  la  plaza  si- 
tiada. Entonces  desembarca  su  gente  en  la  playa,  cerca  del  cabo  Franqui,  llamado 
así  por  los  Árabes  ,  y  acampó  en  el  valle  de  Corbaria  ,  en  el  punto  indicado  con 
el  nombre  de  Ad  Vigesimum  en  el  Itinerario  de  Antonino.  Al  saberlo,  Carlos  deja 
algunas  fuerzas  delante  de  Narbona  ,  y  marcha  con  las  restantes  al  encuentro  de 
los  recien  llegados,  á  quienes  sorprendió  en  el  mismo  punto  de  su  desembarque. 
El  ataque  fué  imprevisto  y  violento,  y  Carlos,  que  tomó  parte  en  la  pelea,  hundió 
con  su  hacha  de  armas  la  cabeza  del  general  musulmán.  Los  Árabes  vencidos  y 
dispersos  fueron  arrollados  hasta  el  rio  inmediato,  y  en  él  perecieron  casi  todos 
ahogados  ó  bajo  las  flechas  de  los  Francos ,  mientras  intentaban  volver  á  sus 
buques.  Los  germanos  se  apoderaron  del  campamento  y  de  muchas  naves  ene- 
migas ,  y  volvieron  triunfantes  delante  de  Narbona  ,  cuyo  cerco  estrecharon  mas 
y  mas ;  pero  la  plaza ,  aunque  debilitada  por  muchos  meses  de  sitio  y  defendida 


300  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA 

por  muy  escasa  guarnición  ,  resistió  á  todos  sus  ataques,  hasta  que  llegó  á  can- 
sar los  esfuerzos  y  la  paciencia  del  victorioso  duque.  Fatigado  de  tan  larga  y  te- 
naz resistencia  ,  y  llamado  además  á  Neuslria  por  mas  graves  intereses,  Carlos  se 
disgustó  del  sitio  ,  y  á  pesar  de  su  reciente  victoria  ,  emprendió  poco  después  el 
camino  de  sus  estados.  En  su  camino,  el  duque  y  sus  guerreros  vengáronse  en  po- 
blaciones indefensas  de  la  resistencia  que  hallaran  en  Narbona ,  y  las  principa- 
les ciudades  de  !a  Septimania  conservaron  por  mucho  tiempo  funestos  recuerdos 
de  su  paso.  Beziers ,  Agde  y  Maguelona  se  cubrieron  de  ruinas ,  y  el  feroz  Car- 
los ,  en  su  furor  por  destruir ,  pretendió  hasta  incendiar  el  anfiteatro  deNimes. 
El  fuego,  empero,  no  prendió  en  los  anchos  sillares ;  solo  las  puertas  fueron  con- 
sumidas ,  y  «  aun  en  el  dia,  dice  Agusíin  Thierry,  en  los  arcos,  en  las  bóvedas  de 
sus  inmensos  corredores ,  puédense  ver  los  negros  surcos  de  la  llama  al  deslizar- 
se sobre  las  macizas  piedras  que  no  pudo  derribar  ni  conmover  (1).»  El  duque 
de  Auslrasia,  fuerza  es  decirlo  ,  se  mostraba  mas  bárbaro  para  con  los  cristianos 
que  ninguno  de  los  generales  musulmanes  que  habían  invadido  el  país ,  y  esto 
explica  como  la  memoria  y  el  terror  de  la  invasión  de  Carlos  han  vivido  mas 
tiempo  en  ia  Septimania  que  la  memoria  y  el  odio  de  la  ocu  ..ación  sarracena. 

La  Septimania  habia  sido  devastada,  pero  no  conquistada,  y  volvió  al  poder 
de  l©s  Árabes  luego  después  de  la  partida  de  Carlos.  Aprovecharon  aquellos  su 
ausencia  para  llevar  sus  establecimientos  mas  allá  del  Ródano,  y  renovando  su 
antigua  alianza  con  los  señores  provenzales ,  recobraron  en  poco  tiempo  cuantas 
posesiones  les  arrebatara  Carlos.  Arles,  Tarascón,  Aviñon  y  Viena  cayeron  otra 
vez  bajo  su  yugo,  y  Mauroncio  volvió  á  ser  el  alma  y  el  instigador  de  la  liga 
contra  los  Franco-Austrasios. 

Sabedor  de  lo  que  ocurría,  Carlos  reapareció  en  breve  en  las  márgenes  del 
Ródano,  acompañado  esta  vez  de  un  cuerpo  de  auxiliares  lombardos.  Como  en 
la  campaña  anterior,  desalojó  prontamente  á  sus  enemigos  de  cuantas  plazas  se 
habían  hechos  dueños,  y  Mauroncio,  vivamente  perseguido,  debió  su  salvación  á 
las  sinuosidades  que  forma  la  costa  en  las  cercanías  de  Marsella.  Los  Árabes  pa- 
saron de  nuevo  el  Ródano,  y  toda  la  orilla  izquierda  de  este  rio  quedó  en  poder 
de  los  Francos.  Ignórase  porque  Carlos  no  consideró  conveniente  llevar  entonces 
sus  armas  á  la  Septimania;  quizás  juzgó  su  conquista  harto  difícil,  y  prefirió  es- 
tablecer sólidamente  á  sus  leudos  en  la  parte  de  la  Galia  meridional  que  acababa 
de  conquistar. 

Desde  este  momento,  los  Árabes  no  se  mostraron  mas  en  la  otra  parte  del 
Ródano  y  solo  conservaron  el  prolongado  y  estrecho  territorio,  desde  el  Ródano 
hasta  el  cabo  de  Creus,  que  poseyeron  antiguamente  los  Godos. 

Estas  expediciones  fueron  hechas  por  los  walies  particulares  de  la  Septima- 
nia que,  si  bien  dependían  nominalmente  de  Ocba,  estaban  de  hecho  abandonados 
á  sí  mismos.  Yusufel  Fehri,  que  tangían  papel  desempeñará  en  esta  historia, 
se  distinguió  en  Septimania  como  guerrero  y  administrador  en  las  luchas  y  ne- 
gociaciones de  aquella  época  calamitosa. 

La  posición  de  los  musulmanes  así  en  esta  como  en  la  otra  parte  de  los  Pi- 
rineos hacíase  cada  dia  mas  penosa.  A  su  regreso  de  África,  Ocba  halló  muyre- 


(< )    Cartas  sobre  la  Historia  de  Francia. 


CAP.    III.— ESPAÑA   ÁRABE.  301 

vueltas  las  cosas  de  España;  los  walies  y  los  gobernadores  subalternos,  mas 
ocupados  en  guerras  y  rivalidades  de  raza  que  en  el  gobierno  de  los  pueblos  y  en 
el  progreso  del  Islam,  no  habian  pensado  en  empresa  alguna  del  otro  lado 
de  las  fronteras.  En  el  norte  de  la  Península  habia  aparecido  un  nuevo  po- 
der, y  esto  en  el  momento  en  que  por  sus  divisiones  y  por  su  debilidad  no  se 
hallaban  los  conquisíadores  en  estado  de  combatirle  con  ventaja.  La  discor- 
dia reinaba  en  todas  partes,  y  solo  Abdelmelek  habia  hecho  esfuerzos  para  sos- 
tener el  honor  de  las  armas  musulmanas,  logrando,  aunque  con  no  poco  traba- 
jo, rechazar  las  agresiones  de  los  cristianos  que  empezaron  á  abandonarlas  bre- 
ñas de  Asturias. 

Así  estaban  las  cosas  en  España  cuando  Ocba  enfermó  y  murió  en  Córdoba, 
encargando  el  mando  á  Abdelmelek,  como  el  mas  digno.  Otra  relación  dice  que 
gobernó  con  gloria  cinco  años,  y  que  en  122  de  la  hegira  (740),  Abdelmelek  se 
levantó  contra  él,  le  depuso  y  le  mató  ó  le  expulsó  de  España  (1).  Según  El 
Raci,  el  pueblo  se  sublevó  contra  Ocba  en  safar  de  123  (diciembre  de  740), 
y  puso  en  su  lugar  á  Abdelmelek;  dicho  autor  le  hace  morir  durante  el  mismo 
mes  en  Carcascna. 

En  Asia  y  en  el  estremo  opuesto  del  Imperio,  corriendo  el  año  122  de  la  he- 
gira  (739)  habíase  levantado  en  Kufa  un  biznieto  de  Alí,  llamado  Zaid  ben  Hu- 
sein,  quien  murió  en  el  primer  combate  que  sostuvo  con  Yusuf  ben  Ornar,  ge- 
neral de  los  Ommíadas.  Su  cuerpo  fué  empalado  y  quemado  ,  esparciéronse  sus 
cenizas  al  viento,  y  envióse  su  cabeza  al  califa  Hixem,  que  mandó  clavarla  á  una 
puerta  de  Damasco.  El  cisma  de  Alí  preparaba  su  elevación  por  medio  de  fre- 
cuentes sublevaciones,  y  aunque  vencido,  revelaba  de  tiempo  en  tiempo  su  exis- 
tencia con  fuerza  y  energía.  Estas  turbulencias  no  influyeron  de  un  modo  directo 
en  España  hasta  la  revolución  que  colocó  en  el  poder  á  los  Abassidas,  pero  eran 
preludio  de  este  gran  suceso  que  habia  de  cambiar  completamente  en  la  Penín- 
sula el  aspecto  de  las  cosas. 


A.  de  J.  C. 


740. 


(4)    Ebn.    Kaldoun. 


302  HISTORIA   GENERAL   DE  ESPAÑA. 


e  J.  C. 


CAPITULO  IV. 


Sublevaciones  de  los  Berberiscos  de  África. — Batalla  de  Masfa. — Llegada  de  Baleg  ben  Baxir  y  de 
Thaalaba  ben  Salema  á  España.— Guerras  civiles  en  la  Península.— Deposición  y  muerte  del  wa- 
li  Abdelmelek. — Usurpación  y  derrota  de  Baleg  ben  Baxir.— Thaalaba  ben  Salema  dueño  de  Cór- 
doba.— Llegada  y  gobierno  de  Abulkatar. — Nueva  distribución  de  tierras  entre  las  tribus.— Fin 
del  reino  deTeodomiro. — Sublevación  de  Samaily  de  Thueba. — Elección  de  Yusuf  elFehri. — Nue- 
va división  de  España  en  cinco  provincias.— -Gobierno  y  administración  de  Yussuf  el  Fehri  hasta 
la  llegada  de  Abderrahman  ben  Moawiah  ben  Meruan,  primero  de  los  Ommíadas. 

Desde  el  año  740  hasta  el  756. 

Hemos  hablado  del  espíritu  de  independencia  que  animaba  á  los  Berberis- 
cos así  en  África  como  en  España ,  y  en  el  primero  de  dichos  países  habia  esta- 
llado varias  veces  en  mortíferas  y  sangrientas  guerras.  Vencido  últimamente  por 
Ocba,  los  Berberíes  se  habían  sometido,  pero  las  causas  de  sus  sublevaciones 
subsistían  como  siempre.  Era  la  principal  la  violenta  política  de  los  conquistado- 
res, que  no  se  creían  en  seguridad  sino  haciendo  pesar  un  insufrible  yugo  sobre  las 
tribus  africanas.  Además,  los  gobernadores  árabes  estaban  dominados  por  todas 
las  pasiones  que  lleva  consigo  el  ejercicio  del  poder,  y  excitados  al  abuso  de  una 
autoridad  que  podían  repentinamente  perder  por  la  instabilidad  de  su  posición, 
se  apresuraban  á  devorar  su  reino  de  un  instante.  Las  exacciones,  la  violencia, 
la  opresión  provocaban  las  quejas  de  los  gobernados;  las  quejas  no  eran  escucha- 
das, y  de  ellas  se  pasaba  á  la  rebelión  armada.  De  ahí  las  frecuentes  y  terribles 
insurrecciones  que  nos  sorprenden  en  la  historia  del  África  septentrional,  y  que 
se  repetían  en  España,  como  eco  de  lo  que  sucedía  en  la  otra  parte  del  Estrecho. 

Poco  después  de  ocurrida  la  muerte  de  Ocba,  las  divisiones  nacionales  entre 
Árabes  y  Berberiscos  manifestáronse  en  África  con  extraordinario  carácter  de 
violencia  y  grandeza.  Las  tribus  berberíes  se  reunieron  y  se  levantaron  de  nuevo 
á  la  voz  de  Chalid  el  Zaneti,  y  habiendo  salido  contra  ellas  el  emir  Goltum  ben 
Zeyad,  empeñóse  una  batalla  en  los  campos  de  Tánger,  en  que  Collum  alcanzó  el 
martirio,  según  expresión  del  cronista  árabe,  y  el  Zaneti  la  victoria.  Llegada  á 
Egipto  la  noticia  de  este  suceso,  Ilantal  ben  Sefuan,  nombrado  gobernador  de 
África,  emprende  una  precipitada  marcha  al  frente  de  numerosas  tropas,  y  llega 
al  Magreb  en  la  luna  de  regeb  del  año  125.  Los  rebeldes,  que  supieron  la  llegada 
de  tan  numerosa  hueste,  redoblaron  sus  esfuerzos,  muy  confiados  en  sus  buenos 
sucesos  y  pasadas  victorias,  y  allegando  innumerable  gentío  de  todas  sus  cabilas, 
así  de  á  pié  como  de  á  caballo,  pusieron  su  campo  en  las  riberas  del  rio  Masfa, 


CAP.   IY. — ESPAÑA  ÁRABE.  303 

asemejándose  sobre  aquellas  arenosas  llanuras  á  inmensas  bandas  de  langostas: 
tantos  y  tales  aparecían  los  negros  combatientes  de  Sus  y  Masmudah.  Las  tropas 
árabes  iban  acaudilladas  por  Thaalaba  ben  Salema  y  por  Baleg  ben  Baxir:  el 
primero  conducíalas  gentes  de  Siria  y  de  Arabia  y  el  segundo  las  de  Egipto  y  de 
Barca.  Hantala  ben  Sefuan  mandaba  las  tropas  del  Magreb ,  descendientes  de  los 
primeros  conquistadores  del  país. 

Los  historiadores  describen  á  los  Berberiscos  ennegrecidos  por  el  sol,  mon- 
tados en  ligerísimos  caballos  y  desnudos  hasta  la  cintura  (1).  Ordenadas  sus  ha- 
ces, se  acometieron  estas  huestes  en  el  abrasado  desierto  con  espantoso  alarido; 
nubes  de  polvo  y  de  saetas,  dice  el  cronista  árabe,  hicieron  aquel  dia  oscuro,  y 
dieron  horrible  sombra  á  los  hijos  de  la  guerra.  La  sangre  corría  á  torrentes,  y 
los  que  peleaban  parecían  mas  que  hombres  tigres  ó  leones  despedazándose  entre 
sí.  La  impetuosidad  de  los  Berberiscos  acabó  por  alcanzar  la  victoria:  los  caba- 
lleros árabes  y  sirios  no  pudieron  resistir  el  calor  ardiente  de  la  pelea  y  del  dia, 
y  cedieron  á  los  Moros  incansables  y  duros  el  sangriento  campo.  Perseguidos  en 
todas  direcciones,  muchos  fueron  alcanzados;  otros  que  conocían  el  país  se  retira- 
ron á  los  castillos  y  lugares  fortificados,  y  la  mayor  parte,  capitaneados  por  Baleg 
y  Thaalaba  se  retiraron  hacia  el  mar  sin  cesar  de  combatir,  y  entraron  en  Ceuta 
para  luego  trasladarse  á  España. 

Abdelmelek  había  sido  poco  tiempo  antes  confirmado  en  el  cargo  de  emir 
de  España  por  el  califa  Hixem,  que  murió  aquel  mismo  año  en  Rusafah,  después 
un  reinado  de  diez  y  nueve  años  siete  meses  y  once  dias  (2),  Hallábase  el  emir 
en  Zaragoza  al  saber  la  llegada  á  Ceuta  de  las  tropas  egipcias  y  sirias  al  mando 
de  Baleg  y  de  Thaalaba,  y  temeroso  de  que  si  pasaban  á  España  podría  su  pre- 
sencia ser  causa  de  nuevas  turbulencias,  negóse  á  proporcionarles  asilo ,  impru- 
dente conducta  que  encendió  una  guerra  civil  que  no  habia  de  terminar  por  com- 
pleto hasta  muchos  años  después.  La  negativa  de  abrir  el  Ándalos  álos  vencidos 
de  Masfa  exasperó  á  los  numerosos  enemigos  del  emir,  que,  dolidos  del  infortu- 
nio de  las  tropas  refugiadas  en  Ceuta,  resolvieron  acogerlas  en  España  á  pesar  de 
Abdelmelek,  como  lo  efectuaron  ,  y  privar  á  este  de  su  autoridad.  Los  Berberíes 
de  España  por  su  parte,  alegres  y  alentados  por  la  reciente  victoria  de  sus  com- 
patriotas de  África,  cansados  igualmente  del  yugo  de  los  Árabes,  y  creyendo  lle- 
gado el  momento  de  sacudirlo,  se  sublevaron  y  dirigieron  su  ataque  contra  tres 
puntos  á  la  vez :  parte  marchó  hacia  Toledo  ,  donde  mandaba  Omeya  ,  hijo  de 
Abdelmelek;  otros  se  encaminaron  á  Córdoba,  y  por  fin  un  tercer  cuerpo  se  diri- 
gió á  la  costa  á  fin  de  impedir  el  desembarque  de  la  hueste  de  Baleg  y  Thaala- 
ba. Sin  embargo,  este  plan  se  frustró:  Toledo  opuso  una  resistencia  inesperada, 
y  en  una  salida  vigorosa  contra  los  sitiadores,  Omeya  los  puso  en  completa  fuga. 


(1)  Maurorum  hoc  recogaoscens  multitudo  inpuguam  nudi,  praependiculis  tantummodo  an- 
te pudenda  príecincti.  Isid  Pac,  Chr.,  c.  63. 

(2)  El  califa  Hixem  murió  en  Rusafah  el  sexto  dia  de  la  luna  de  rebie  postrera  del  año  125,  á  la 
edad  de  53  años.  Era  de  estatura  mediana  y  poseia  como  hombre  privado  muy  buenas  cualidades; 
era  sin  embargo  gran  exactor  de  tributos  y  gastaba  mucho  en  objetos  de  ninguna  utilidad.  Habia 
dado  eu  el  tema  de  tener  una  cantidad  infinita  de  vestidos,y  cuéntase  que  se  podian  cargar  con  ellos 
seiscientos  camellos.  Esto  no  obstante,  usábalos  con  gran  economía y¿los  guardaba  tan  escrupulosa- 
mente que  apenas  hallaron  al  morir  uno  con  que  amortajarlo,  pues  todos  sus  cofres  y  armarios  se 
hallaron  cerrados  y  sellados. 


304  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

La  expedición  dirigida  contra  Córdoba  fué  igualmente  rechazada ,  y  las  tropas 
de  Baleg  y  de  su  compañero,  unidas  con  los  Árabes  que  las  habian  llamado,  dis- 
persaron al  cuerpo  de  Berberiscos  que  pretendia  oponerse  á  su  desembarque  ya 
verificado. 

El  triunfo,  empero,  no  redundó  en  beneficio  de  Abdelmelek:  á  pesar  de  las 
proposiciones  que  les  dirigió  el  emir,  los  recien  llegados  no  olvidaron  su  primera 
negativa  de  recibirlos  en  España,  y  después  de  vencer  á  los  Berberiscos ,  enemi- 
gos suyos  y  de  Abdelmelek,  sin  pérdida  de  momento  marcharon  contra  Córdoba, 
residencia  del  emir. 

Ya  fuese  por  odio  contra  el  anciano  wali,  ya  por  miedo  á  la  sana  de  Ba- 
leg, los  habitantes  de  Córdoba  se  decidieron  á  entregar  su  gobernador  ,  y  atá- 
ronle á  una  cruz  á  la  entrada  del  puente  entre  un  cerdo  y  un  perro  ,  mientras 
abrían  sus  puertas.  Así  esperó  largas  horas  el  infortunado  wali,  hasta  que  llega- 
do Baleg  mandó  cortarle  la  cabeza  ,  que  pusieron  en  un  garfio  á  la  puerta  de  la 
ciudad  (año  125  de  la  hegira.— 743). 

Los  de  Córdoba  y  el  ejército  proclamaron  emir  de  España  á  Baleg,  pero 
Thaalaba  ben  Salema,  que  habia  llegado  con  él  de  África,  se  negó  á  reconocerle 
por  tal.  Dijo  que  solo  al  califa  ó  al  wali  de  África  pertenecía  el  derecho  de  nom- 
brar á  los  emires  de  la  conquista,  y  logró  poner  de  su  parte  á  la  mayor  parle  de 
las  tribus  españolas.  Los  Sirios  se  dividieron,  muchos  abrazaron  su  partido,  y 
Thaalaba  se  puso  en  marcha  para  Mérida  con  un  reducido  ejército  que  aumenta- 
ba á  medida  que  iba  acercándose  á  la  ciudad.  Así  pues  la  Península  era  presa  de 
intestinas  discordias:  en  Córdoba  dominaba  Baleg  con  parte  de  las  tropas  sirias, 
el  resto  de  ellas  habia  seguido  á  Thaalaba,  mientras  que  los  antiguos  habitantes 
del  país,  los  verdaderos  Árabes  y  los  restos  de  los  cuerpos  berberiscos,  estaban 
por  los  dos  hijos  de  Abdelmelek,  Colan  y  Omeya.  Todos  los  partidarios  de  la  ra- 
za de  los  Fehri  se  habian  agrupado  bajo  las  banderas  de  los  últimos,  y  la  guerra 
civil  se  habia  encendido  no  entre  dos,  sino  entre  muchos  partidos. 

Vino  á  aumentar  la  confusión  y  el  desorden  el  wali  de  Narbona  Abderrah- 
man  ben  Ocba,  uno  de  los  Árabes  mas  ilustres,  que  á  la  cabeza  de  algunas  tro- 
pas de  la  Septimania  abrazó  la  causa  de  los  hijos  de  Abdelmelek  y  penetró  en 
España  para  medir  sus  fuerzas  con  el  usurpador.  Este  contaba  únicamente  doce 
mil  hombres  bajo  sus  pendones,  mas  á  pesar  de  la  debilidad  de  sus  fuerzas  com- 
paradas con  las  que  traia  Abderrahman,  salióle  al  encuentro  y  avistóse  con  él  en 
los  campos  de  Calal-Rhaba  (Calatrava).  Ambas  huestes  se  acometieron  con  de- 
sesperado furor,  y  los  dos  caudillos  tomaron  en  el  combale  una  parte  personal. 
Baleg  andaba  buscando  á  voces  al  hijo  de  Ocba,  que  le  salió  al  paso  no  menos 
animoso,  exclamando:  «Yo  soy,  yo  soy  el  hijo  de  Ocba  á  quien  buscas.»  Y  arre- 
metieron el  uno  contra  el  otro  y  se  dieron  crueles  botes  de  lanza,  pero  mas  afor- 
tunado Abderrahman,  pasó  de  partea  parte  á  su  contrario,  que  cayó  exánime  y 
sin  vida.  Las  tropas  sirias  fueron  vencidas  y  puestas  en  derrota,  y  Abderrahman 
ben  Ocba  recibió  por  el  heroico  valor  que  desplegara  en  la  batalla  el  renombre 
de  Al  Mansur  (el  Victorioso). 

Mientras  esto  sucedía  en  España,  ofrecía  el  Oriente  iguales  divisiones,  y  los 


(1)    Tune  intestino  furore  omnis  conturbatur  Hispania.  Isid  Pac.,  Chr.,  n.  66. 


CAP.    IV. — ESPAÑA   ÁRABE.  305 

pretendientes  al  califato  turbaban  la  paz  del  imperio  con  sangrientas  luchas.  Ye-  A-  de  J-c- 
zid  disputaba  el  poder  á  su  primo  Walid  y  ponia  precio  á  su  cabeza,  dando  así 
dos  Ommíadas  el  espectáculo  de  una  rivalidad  escandalosa  en  el  preciso  mo- 
mento en  que  la  poderosa  familia  de  los  Abassidas  solo  esperaba  una  ocasión  pa- 
ra hacer  triunfar  con  las  armas  sus  antiguas  pretensiones.  Las  provincias  toma- 
ban partido,  según  su  interés  por  el  uno  ó  el  otro  de  los  competidores,  y  el  lazo 
religioso  que  hasta  entonces  atara  las  partes  tan  poco  homogéneas  del  inmenso 
imperio  sometido  en  tan  poco  tiempo  á  la  dominación  árabe,  parecía  y  estaba  en 
efecto  próximo  á  romperse. 

Walid  Hfué  proclamado  en  Siria  el  dia6  de  la  luna  rebie  postrera,  el  mismo 
dia  en  que  murió  su  tio  Hixem  (año  125  de  la  hegira— 6  de  febrero  de  743)  (1). 
En  el  año  126,  estando  bien  descuidado  de  lo  que  le  amenazaba  recreándose  con  744. 
sus  esclavas  y  cantores,  los  pueblos  de  Siria  proclamaron  califa  á  su  primo  Ye- 
zid  ben  el  Walid  ben  Abdelmelek,  y  este  príncipe,  aprobando  la  conmoción  po- 
pular, le  ofreció  cien  mil  doblas  de  oro  á  quien  le  presentara  la  cabeza  de  Wa- 
lid. Hallábase  entonces  el  califa  en  Bosra,  cerca  de  Damasco,  y  abandonado  por 
sus  guardias  al  acercarse  los  amotinados,  estos,  después  de  escalar  los  muros,  en- 
traron en  los  jardines  donde  estaba  Walid  y  le  despedazaron  inhumanamente.  Su 
cabeza  y  sus  manos  fueron  llevadas  á  Damasco  y  clavadas  en  las  puertas  de  la 
ciudad. 

Por  aquel  tiempo,  y  á  pesar  de  las  turbulencias  de  Siria  el  wali  superior  de 
África,  Hantala  ben  Sefuan,  habia  logrado,  después  de  sostener  una  osbtinada  lu- 
cha, aquietar  la  formidable  insurrección  de  los  Berberiscos  que  llevara  á  Baleg  y 
á  Thaalaba  á  esta  parte  del  Estrecho  y  produjera  tantos  desórdenes  en  España. 
Los  mas  esforzados  generales  berberíes  Ácag  y  Abdelwahib  fueron  vencidos  en 
Cairvan,  y  pagaron  con  la  vida  su  insurrección.  Los  Árabes  vencedores  pasaron 
la  noche  que  siguió  á  su  victoria  en  el  mismo  campo  de  batalla  en  medio  de  los 
muertos  y  de  los  moribundos,  entre  los  cuales  se  hallaba  el  valeroso  Acag  cu- 
bierto de  heridas.  Hantala  mandó  cortarle  la  cabeza  que  fué  paseada  por  el  cam- 
pamento al  extremo  de  una  pica.  Entre  los  muertos  hallóse  también  el  cadáver  de 
Abdelwahib.  La  división  de  otro  caudillo  moro  llamado  Abdelmelek,  se  dispersó 
por  los  montes  al  ser  avisada  por  los  fugitivos  de  la  completa  derrota  de  sus 
compañeros. 

Con  esta  insigne  victoria  quedaron  sosegados  los  movimientos  é  inquietudes 
del  Magreb,  y  todo  el  país  hasta  el  Estrecho  y  el  Atlas  quedó  sojuzgado. 

El  wali  Vencedor  usó  de  su  victoria  como  convenia  con  semejantes  hombres. 
Conociendo  ,  dice  la  relación  árabe  de  Conde  (2),  el  genio  inquieto  y  belicoso 
de  estos  pueblos,  procuró  hacerlos  soldados  útiles  del  Islam;  repartió  armas  y  ca- 
ballos á  los  que  quisieron  pasar  á  España,  porque  pensaba  enviar  á  ella  un  emir 
que  la  tranquilizase  y  deshiciese  los  bandos  y  desavenencias  que  la  tenían  á  punto 
de  perderse.  Mas  de  mil  quinientos  Mogrebinos  voluntarios  de  las  tribus  de  Zene- 


fl)  Contaba  ya  mas  de  cuarenta  años,  y  era  impío  y  menosprecia dor  de  la  religión;  se  bañaba 
en  vino,  era  muy  aficionado  de  la  caza,  y,  con  gran  escándalo  de  los  verdaderos  creyentes,  entró  un 
dia  con  su  jauria  en  el  territorio  de  la  Meca.  Hacia  muy  buenos  versos  y  gustaba  de  la  música;  pe- 
ro era  destemplado  en  sus  pasiones  y  muy  dado  á  las  mugeres  y  al  vino. 

(2)    P.  4.a  c.  XXXII. 

tomo  11.  39 


306  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

tes,  Masmudah  y  Azuagos,  gente  muy  esforzada  y  aguerrida,  pasaron  el  Estrecho 
con  el  nuevo  gobernador,  y  esta  circunstancia  introdujo  en  España  un  elemento 
nuevo  que  sirvió  para  contrabalancear  las  fuerzas  sirias.  HassanbenDhirar,  lla- 
mado también  Abulkatar,  guerrero  distinguido  y  destinado  ya  á  este  empleo  por 
el  califa,  fué  el  hombre  elegido  por  Hanlala  para  tan  importante  misión. 

Thaalaba  se  habia  hecho  dueño  de  Mérida,  y  Córdoba  le  habia  franqueado 
sus  puertas.  Entre  su  guarnición,  que  se  habia  entregado  á  él  sin  condiciones 
de  ninguna  clase,  halló  el  vencido  de  Masfa  un  cuerpo  de  mil  Berberiscos,  á  quie- 
nes hizo  desarmar  y  salir  de  la  ciudad  con  las  manos  atadas  á  la  espalda,  con 
orden  de  decapitarlos  delante  de  la  inmensa  muchedumbre  que  habia  reunido  la 
noticia  del  suceso.  Así  iba  á  ejecutarse,  cuando  la  imprevista  llegada  de  Abulka- 
tar impidió  tan  horrible  matanza.  Aunque  dueño  de  Mérida  y  de  Córdoba,  Thaa- 
laba comprendía  no  poder  resistir  á  la  vez  á  sus  enemigos  del  interior  y  á  las 
fuerzas  del  nuevo  wali,  y  apresuróse  á  someterse  á  este.  Los  mil  Berberiscos  fue- 
ron puestos  en  libertad  y  aumentaron  el  ejército  de  Abulkatar,  quien  mandó 
prender  á  Thaalaba,  y  le  envió  á  África  para  dar  cuenta  de  su  conducta  á  su 
superior  común,  Hantala  ben  Sefuan.  Desde  Córdoba  marchó  á  Toledo,  don- 
de dominaba  aun  Abderrahman  ben  fíabid,  compañero  de  Thaalaba,  y  lo  ex- 
pulsó de  la  ciudad.  Los  partidarios  de  los  hijos  de  Abdelmelek,  sin  resistencia 
alguna,  antes  muy  de  su  propio  movimiento,  prestáronle  homenaje  como  á  su  je- 
fe legítimo,  y  en  la  excursión  que  hizo  en  seguida  el  emir  por  varias  provincias, 
ganó  á  los  Muslimes  mas  con  su  prudencia  y  su  bondad  natural  que  con  la  fuer- 
za ni  opinión  de  los  valientes  Africanos  que  le  acompañaban. 

La  Península  entera  volvió  á  estar  entonces  bajo  la  dominación  de  un  so- 
lo jefe,  cuyo  poder  fué  por  todos  reconocido.  Abulkatar,  de  edad  ya  avanzada, 
era  á  la  vez  guerrero  de  experimentado  valor  y  hombre  muy  celoso  por  el  bien 
de  sus  gobernados,  perteneciendo  al  corto  número  de  los  caudillos  musulmanes 
que  tomaron  durante  el  ejercicio  de  su  poder  en  España  grandes  medidas  de  orden 
interior  y  de  administración.  Las  últimas  guerras  civiles  habían  introducido  gran 
desorden  en  los  establecimientos  de  las  tribus ;  muchas  y  nuevas  familias  ára- 
bes, persas,  sirias  y  africanas  habían  venido  á  aumentar  la  población  de  la  con- 
quista, y  la  mayor  parte  carecían  aun  de  tierras  y  habitaciones,  ó  se  habían  apo- 
derado sin  derecho  de  propiedades  territoriales  que  tenían  ya  legítimos  poseedo- 
res. Abulkatar  mandó  proceder  á  un  nuevo  censo  de  las  tribus  y  distribuyó  las 
tierras  vacantes,  sufriendo  la  Península  por  segunda  vez  desde  la  caida  de  la 
monarquía  gótica,  una  reorganización  ó  revolución  territorial.  El  lluevo  reparti- 
miento, que  no  se  hizo  en  perjuicio  de  los  antiguos  poseedores  musulmanes  de  las 
casas  y  de  la  tierra,  señaló  en  la  Península  el  segundo  establecimiento  legal,  por 
decirlo  así,  de  la  raza  conquistadora.  La  parte  de  la  población  musulmana  ,  au- 
mentada por  emigraciones  y  agregaciones  sucesivas,  que  vivia  diseminada  al 
azar  por  la  tierra  conquistada,  solo  formaba  en  la  época  de  que  venimos  tratan- 
do colonias  sin  límites  y  casi  sin  habitaciones  fijas:  género  de  establecimiento  na- 
tural a  aquellos  que,  acostumbrados  á  la  vida  nómada,  habían  pasado  el  Estrecho 
con  sus  familias  é  instaládose  á  la  manera  délos  Beduinos.  Estos  tan  bien  se  en- 
contraban en  sus  campamentos  de  España  como  en  sus  campamentos  de  África 
ó  de  Asia,  y  sus  tiendas  les  habían  bastado  para  formar  pueblos  y  aldeas.  Los 


CAP.    IV.— ESPAÑA   ÁRABE.  307 

demás  se  habian  mantenido  en  el  mismo  precario  estado  por  las  necesidades  y 
alternativas  de  la  vida  militar,  y  por  el  continuo  movimiento  que  la  guerra  con- 
tra los  cristianos  ó  entre  las  tribus  mantenía  entre  ellos. 

Los  celos  y  rivalidades  de  tribu  á  tribu  crecían  mas  y  mas  con  esta  incerti- 
dumbre  acerca  del  lugar  de  su  establecimiento,  y  Abulkatar  tomó  las  disposicio- 
nes convenientes  para  poner  fin  á  semejante  estado  de  cosas.  Los  historiadores 
árabes  le  atribuyen,  prodigándole  repetidos  elogios,  un  inteligente  repartimiento  de 
la  población  musulmana  no  establecida  todavía  entre  las  varias  provincias  de  Es- 
paña, y  dicen  que  señaló  á  cada  tribu  aquellas  tierras  ó  comarcas  que  mas  pu- 
dieran recordarle  la  tierra  y  el  clima  de  la  patria  nativa.  Dio  sobre  todo  gran 
parte  de  territorio  á  las  tribus  de  Arabia  y  de  Siria,  que  eran  las  mas  poderosas 
en  España  y  se  disputaban  entre  sí  la  posesión  de  los  alrededores  de  Córdoba, 
que  no  podían  bastar  á  sus  pretensiones. 

Los  de  la  Palestina  tuvieron  el  pais  montuoso  de  Ronda,  Algeciras  y  Medi- 
na Sidonia  ;  los  que  habian  apacentado  sus  rebaños  en  las  márgenes  del  Jordán 
estableciéronse  en  Archidona  y  Málaga,  á  orillas  del  Guadalhorce  ;  asentáronse 
los  de  Quinsarina  en  tierra  de  Jaén;  los  Persas  se  quedaron  en  Loja;  los  de  Wa- 
cita  en  las  cercanías  de  Cabra ;  los  del  Yemen  y  Egipto  en  las  comarcas  de  Sevi- 
lla, de  Ubeda,  de  Baza  y  de  Guadix  ;  designóse  á  otros  Egipcios  la  tierra  de 
Osonoba  y  Beja ;  los  Damasquinos  se  quedaron  en  las  risueñas  márgenes  del  Je- 
nil  y  en  la  encantada  vega  de  Garnathah  y  de  Elvira,  y  por  fin  las  comarcas 
orientales  de  Almería,  que  formaban  ía  tierra  de  Tadmir,  fueron  dadas  á  los 
Árabes  de  Palmira.  Esto  fué  causa  de  que  por  algún  tiempo  Sevilla  se  llamase 
Emesa;  Elvira,  Damasco  ;  Málaga,  Arden  ;  Medina  Sidonia,  Palestina;  Jaén, 
Quinsarina;  Murcia,  Palmira,  y  así  las  demás. 

Según  hemos  dicho,  no  se  hizo  esta  división  en  perjuicio  de  los  primeros  po- 
seedores musulmanes,  y  solo  los  cristianos  parecen  haber  sido  muy  lastimados 
en  sus  intereses.  El  reincide  Teodomiro  desapareció  por  completo:  el  caudillo 
godo  habia  muerto,  se  ignora  en  que  año,  y  Atanagildo,  á  quien  Masdeu  llama  el 
segundo  rey  de  España,  le  habia  sucedido,  alo  que  se  cree,  por  lósanos  de  743. 
Aquel  reino  ó  territorio  tributario  de  los  Árabes  estorbaba  sus  movimientos  por 
las  provincias  orientales,  y  por  esto  es  que  en  distintas  épocas  habia  sufrido  re- 
petidos y  parciales  ataques.  Estrechado  en  lodos  sus  lados  por  las  poblaciones 
musulmanas,  estaba,  por  decirlo  así,á  merced  suya,  y  en  el  tiempo  de  que  habla- 
mos, unos  pocos  privilegios  territoriales  le  distinguían  apenas  de  los  demás  paí- 
ses sometidos  á  la  dominación  de  los  Árabes.  Imposible  era  que  no  se  refundiese 
en  su  imperio,  y  esto  es  lo  que  parece  haber  sucedido  bajo  el  gobierno  de  Abul- 
katar, sin  quede  él  vuelva  á  hacer  mención  la  historia  (1). 

Según  todas  las  apariencias,  hubo  de  empeñarse  una  lucha  si  no  una  guerra 
entre  los  Godos  de  las  regiones  orientales  á  quienes  favorecía  el  tratado  de  Ab- 
delaziz,  y  los  recien  llegados  musulmanes,  pudiendo  creerse  quedantes  se  apode- 
raron de  casi  toda  la  tierra,  obligando  á  aquellos  Godos á  pagar  igual  tributo  que 
los  demás  cristianos  de  España.  Con  la  nueva  distribución  de  tierras  asignóse 
también  para  alimentos  de  los  nuevos  colonos  lo  tercera  parte  de  lo  que  rénta- 


la   Isid.  Pac.  Chr.,  c.  63. 


A.  de  J.  C 


308  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ban  los  bienes  cultivados  por  los  siervos  de  los  adjemis  (extranjeros),  que  pro- 
bablemente son  los  antiguos  Godos. 

Estas  disposiciones  dieron  á  España  muy  corto  tiempo  de  reposo,  pues  la 
ambición  de  algunos  jefes  principales  se  disgustó  en  vez  de  hallarse  satisfecha. 
Entre  otros  se  dio  por  agraviado  Samail  ben  Hatin,  hombre  de  carácter  inquieto 
y  violento  que  descendía  de  Jamri,  noble  de  Cufa,  y  uno  de  los  que  asesinaron  á 
Hussein  hijo  de  Alí  (1).  Habia  llegado  á  España  con  Baleg  ben  Baxir,  y  aunque 
de  ilustre  prosapia,  criado  en  tiempo  de  revoluciones ,  de  fugas  y  extrañamien- 
tos, era  muy  poco  instruido  y  no  sabia  leer  ni  escribir,  lo  que  no  le  impedia  ser 
de  prudencia  consumada  y  muy  práctico  en  los  conocimientos  de  la  guerra  y 
del  gobierno  de  los  pueblos.  En  la  distribución  de  tierras,  Abulkaíar  habia  ma- 
nifestado cierta  preferencia  por  los  Árabes  del  Yemen  (Abdaritas) ,  y  esto  fué  bas- 
tante para  indisponer  á  los  Árabes  modharilas,  quienes  de  la  tierra  nativa  habían 
trasladado  á  España  sus  rencores  contra  los  Abdaritas  (2).  Samail  fomentó  en  se- 
creto el  descontento  para  sacar  de  él  partido  en  caso  necesario,  y  con  esto  coinci- 
dió el  negarle  Abulkatar  el  gobierno  de  Zaragoza,  que  Baleg  le  habia  prometido. 
No  se  necesitó  mas  para  que  llegara  á  su  colmo  la  exasperación  del  Sarraceno,  y 
unido  con  Thueba  benSaleman  el  Hezami,  ilustre  guerrero  hermano  de  Thaalaba, 
desterrado  por  Abulkatar  al  África ,  resolvieron  ios  dos  tomar  venganza  del  emir 
por  los  agravios  que  suponían  haberles  inferido.  El  estandarte  rojo  de  los  Mod- 
haritas  fué  desplegado  en  las  comarcas  del  centro,  y  los  hombres  de  guerra  de 
ambos  gefes  devastaron  y  saquearon  cruelmente  los  pueblos  y  las  casas  de  sus 
enemigos.  Abulkatar  llamó  contra  ellos  en  nombre  del  califa  á  toda  la  población 
musulmana,  y  salió  de  Córdoba  en  su  persecución  al  frente  de  numerosas  tropas. 
El  pendón  amarillo  de  los  Yemenitas  se  unió  á  la  bandera  blanca  del  califa,  y  un 
respetable  cuerpo  de  ginetes  é  infantes  alcanzó  cerca  de  Sidonia  al  ejército  de  los 
sublevados.  La  batalla,  indecisa  en  un  principio,  terminó  con  la  derrota  de  Abul- 
katar á  causa  de  la  traición  de  muchos  de  los  suyos  que  se  pasaron  al  enemigo  en 
lo  mas  recio  del  combate.  El  wali  cayó  en  manos  de  sus  enemigos  (regeb  de  127- 
748-  abril  de  743),  y  fué  encerrado  en  una  torre  de  Córdoba,  bajo  pretexto  de  que  es- 
tas eran  las  órdenes  del  califa. 

Samail  y  su  partido  proclamaron  á  Thueba  por  emir  de  España;  pero  casi 
al  mismo  tiempo  Omeya  ben  Abdelmeleck  y  Abderrahman  ben  Ocba,  que  man- 
daban en  la  frontera  oriental,  intentaron  reponer  la  autoridad  de  Abulkatar,  y 
un  emisario  suyo  enviado  secretamente  á  Córdoba,  atacó  durante  la  noche  con 
treinta  caballeros,  los  mas  principales  de  la  ciudad,  la  guardia  de  la  cárcel  y  de- 
volvió la  libertad  al  anciano  emir.  Al  dia  siguiente  el  pueblo  entero  de  Córdoba 
se  declaró  por  él,  y  la  juventud  en  masa  tomó  las  armas  en  su  defensa.  Los  fugi- 
tivos de  la  torre  y  otros  del  bando  abdarita  llevaron  la  nueva  á  Samail,  que  pasa- 
dos pocos  dias  se  dirigió  con  muy  buena  hueste  sobre  Córdoba.  Los  habitantes  se 


(1)  Jamri  fué  quien  depositó  á  los  pies  de  Yezid  hijo  de  Moawiah  la  cabeza  de  Ali.  Llegado  el 
tiempo  en  que  esta  muerte  debía  de  ser  vengada,  dice  un  autor  árabe,  huyó  Jamri  con  su  familia  á 
los  confines  de  Siria  y  allí  le  mató  el  vengador  Mathar.  Los  hijos  de  Jamri  huyeron  y  entraron  en 
África  con  Coltum  ben  Zeyad. 

12)  Los  Modharitas  pretendían  ser  únicos  descendientes  de  Ismael,  á  diferencia  de  los  Abdari- 
tas (árabes  del  Yemen),  descendientes  de  Kaktan. 


CAP.    I  Y.— ESPAÑA  ÁRABE.  309 

pusieron  en  estado  de  defensa  esperando  el  ejército  y  socorro  de  Omeya,  y  en 
tanto  ofreciéronse  muchos  para  verificar  una  salida,  en  la  que,  realizada  en  efec- 
to llevando  el  emir  á  la  cabeza,  obtuvieron  alguna  ventaja  sobre  los  sitiadores. 
Pocos  dias  después  Abulkatar  intentó  empeñar  fuera  de  los  muros  una  nueva  ac- 
ción ,  y  Samail  teníalo  todo  dispuesto  para  que  en  este  caso  los  suyos  fingiesen 
ceder  terreno  hasta  reunirse  con  un  escogido  cuerpo  de  caballería  que  colocó  en 
emboscada  á  fin  de  envolver  y  cortar  completamente  al  enemigo.  Abulkatar  y 
sus  compañeros  cayeron  en  el  lazo,  y  en  lo  mas  ardiente  de  la  refriega  pereció  el 
wali  pasado  de  una  lanzada.  Su  muerte  ocurrió  en  setiembre  del  año  745,  ó  se- 
gún algunos  autores,  en  febrero  de  746. 

Desde  este  momento  quedó  Thueba  dueño  absoluto  del  poder  y  del  título  de 
emir,  y  Samail  se  limitó  á  compartir  con  su  compañero  el  gobierno  de  la  Penín- 
sula, tomando  para  sí  las  provincias  orientales  bajo  el  nombre  de  wali  de  Zara- 
goza. 

Poco  tiempo  antes,  Ibrahim  habia  sucedido  en  Oriente  á  su  hermano  Yezid, 
muerto  de  enfermedad  en  Damasco.  El  reinado  del  último  habia  sido  de  cinco 
meses  y  doce  dias  ,  é  ibrahim  fué  proclamado  por  los  parciales  de  su  hermano 
sin  pretensión  ni  repugnancia  de  su  parte.  En  127  (744) ,  Meruan  se  levantó 
contra  él  bajo  pretexto  de  vengar  la  muerte  de  Walid  Ií,  y  devolver  la  libertad  á 
los  dos  hijos  del  desgraciado  califa  ,  Oíman  y  flakem;  alcanzada  una  señalada 
victoria  contra  Solimán  ,  general  de  Ibrahim  ,  entró  en  Damasco,  donde  no  ha- 
llando á  los  dos  hijos  de  Walid,  a  quienes  Ibrahim  antes  de  su  fuga  habia  man- 
dado dar  muerte,  hizo  que  le  proclamaran  califa.  Como  tal  le  reconoció  poco  des- 
pués el  mismo  Ibrahim,  obtenida  gracia  de  la  vida  (1),  y  así  fué  entronizado  Me- 
ruan II,  decimocuarto  y  último  califa  de  los  Ommíadas,  al  cual  veremos  suceder 
los  Abassidas  después  de  un  reinado  infeliz  y  turbulento. 

En  España  ,  el  corto  período  durante  el  cual  gobernaron  Thueba  y  Samail 
fué  violento  y  agitado  por  demás,  y  al  decir  de  los  historiadores  árabes ,  los  dos 
emires  oprimieron  con  igual  dureza  á  musulmanes  y  á  cristianos  ,  de  quienes 
exigian  con  las  armas  en  la  mano  tributos  y  pechos  desacostumbrados.  Su  tira- 
nía llegó  hasta  despojar  de  sus  posesiones  territoriales  á  los  Muslimes  que  los 
habían  combatido,  é  introducido  el  desorden  por  todas  partes,  losjefes  inferiores, 
á  ejemplo  de  los  superiores,  consideraban  su  dignidad  solo  como  un  medio  para 
enriquecerse  pronto.  Todos  procuraban  acrecentar  su  partido  ganando  con  fran- 
quicias y  libertades  los  ánimos  de  los  alcaides  y  capitanes  de  frontera  ,  y  algu- 
nos habia  entre  estos  que  eran  verdaderos  capitanes  de  bandidos.  En  el  interior, 
las  tribus  agrícolas  podían  mantenerse  á  duras  penas  en  sus  establecimientos 
sin  cesar  atacados ,  y  los  labradores  y  pastores  tenían  que  defender  con  las  ar- 
mas sus  propiedades  y  rebaños. 

Nunca  se  habían  hallado  en  una  misma  tierra  elementos  mas  opuestos.  Di- 
vidida entre  Yemenitas  ,  Sirios  ,  Egipcios  y  Berberiscos ,  España  era  el  teatro  en 
que  habían  empeñado  la  lucha  todos  estos  elementos  tan  diversos  en  su  origen, 


(1 )  Ibrahim  vivió  hasta  el  año  1 32  de  la  hegira  en  que  le  quitó  la  vida  Nubuno.  Otros  dicen  que 
murió  ahogado  en  un  rio  huyendo  de  la  batalla  en  que  Abdala  ,  general  de  Alabbas  ,  venció  á  Me- 
ruan. 


310  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

y  hallábase  en  aquel  momento  en  un  período  muy  crítico,  abandonada  por  com- 
pleto á  dos  ambiciosos,  ávidos  ante  todo  de  adquirir  riqueza  é  incapaces  de  com- 
prender y  seguir  las  máximas  y  la  política  elevada  de  los  primeros  musulmanes. 
En  tan  angustiosa  situación,  los  principales  jefes  detribu  se  reunieron  en  Córdoba 
á  fin  de  tomar  las  convenientes  disposiciones  para  la  salvación  del  país.  Todos 
convinieron  en  la  necesidad  de  elegir  á  un  emir  bastante  enérgico  que  adminis- 
trara justicia  por  igual  y  los  sacara  á  todos  de  aquel  estado  de  anarquía.  Buscó- 
se un  hombre  esforzado  y  prudente  que  no  se  hubiese  mezclado  en  las  últimas 
discordias  de  los  partidos  ,  de  un  carácter  elevado  y  grave  que  le  concillara 
el  aprecio  general ,  y  de  común  acuerdo  fué  nombrado  Yussuf  ben  Abderrahman 
el  Fehri ,  noble  coraixita  ,  gobernador  que  habia  sido  diez  años  antes  de  la  Sep- 
timania.  Esta  importante  elección,  que  casi  separó  á  España  del  resto  del  imperio 
preparando  en  ella  la  elevación  de  los  Ommíadas,  hízose  en  la  luna  de  rebie  se- 
gunda del  año  129  de  la  hegira  (19  de  diciembre  de  746). 

Toda  España  aplaudió  tan  acertado  nombramiento  ,  tanto  mas  en  cuanto 
Thueba,  el  único  competidor  que  podia  hasta  cierto  punto  contrabalancear  las  in- 
fluencias del  nombrado  ,  acababa  de  morir  (1).  Samail  y  Amer  ben  Amru, 
fueron  los  únicos  que  en  su  corazón  se  sintieron  ofendidos ,  aunque  no  lo 
manifestaron ,  y  Yussuf ,  mas  deseoso  de  tener  al  primero  por  amigo  que 
por  enemigo,  le  confirió  el  gobierno  de  Toledo  y  promovió  á  su  hijo  al  de 
Zaragoza.  Interrumpidas  como  estaban  las  comunicaciones  con  África  y  Si- 
ria ,  suprimió  el  cargo  de  emir  del  mar  que  tenia  Amer  ben  Amru  y  le  dio  el 
gobierno  de  Sevilla.  Amer  que  se  preciaba  de  biznieto  de  Mosab,  alférez  del  Pro- 
feta en  la  batalla  de  Bedre  ,  era  muy  poderoso  y  babia  construido  un  magnífico 
palacio  en  Córdoba  ,  fuera  de  sus  muros  y  á  la  parte  de  poniente,  y  un  espacioso 
cementerio  que  se  llamó  con  su  nombre  :  grandes  eran  sus  riquezas  ,  dice  la  cró- 
nica ,  y  muchos  sus  parciales ,  pero  todavía  mayor  su  ambición. 

Yussuf  visitólas  provincias,  escuchó  y  satisfizo  las  quejas  de  los  pueblos,  ar- 
regló la  administración  ,  destituyó  á  los  malos  gobernadores ,  mandó  reparar  los 
grandes  caminos  militares  de  Córdoba  á  Toledo  y  de  Mérida  á  Lisboa  y  Zamo- 
ra ,  así  como  la  magnífica  via  romana  de  Zaragoza  á  Tarragona  ;  emprendió  la 
reconstrucción  de  los  puentes  arruinados ,  y  empleó  y  dedicó  á  estos  trabajos  y  á 
la  edificación  de  nuevas  mezquitas  la  tercera  parte  de  las  rentas  de  cada  provin- 
cia. Mandó  además  formar  un  censo  de  todos  los  pueblos  de  España ,  y  la  dividió 
en  cinco  nuevas  provincias  ó  jurisdicciones. 

Hemos  creido  interesante  continuar  aquí  esta  división  de  España  tal  como 
figura  en  los  monumentos  árabes ;  por  ella  veremos  que  de  las  alteraciones  que 
sufrieron  entonces  los  nombres  latinos  de  las  ciudades  ,  se  han  derivado  casi  to- 
dos sus  nombres  modernos. 

De  dichas  cinco  provincias ,  cuatro  estaban  situadas  en  esta  parte  de  los  Pi- 
rineos y  una  en  la  parle  opuesta. 

Era  la  primera  la  Andalucía  propiamente  dicha  (  El  Ándalos )  ó  la  Bética  de 
los  antiguos ,  bañada  por  el  Guadi  al  Kibir  ( El  Gran  Rio  )  y  por  el  Guadi  Ana 
(rio  Anas ).  Corthobah  era  su  capital  ,  y  además  de  esta  ciudad  comprendía  Es- 


(1j    En  el  último  mes  del  ano  4  28  de  la  hegira  ( setiembre  ú  octubre  de  746). 


CAP.    IV. — ESPAÑA   ÁRABE.  311 

bilia  ,  Carmuna  ,  Estija  ,  Taleca  ,  Schedzuna ,  Arkosh  ,  Libia  ,  Malaca  ,  Elbira, 
Djahen  ,  etc.  ( Córdoba  ,  Sevilla  \  Carmona  ,  Ecija  ,  Itálica  ,  Sidonia  ,  Arcos, 
Niebla,  Málaga  ,  Iliberisy  Jaén). 

La  segunda  era  la  provincia  de  Tolaitola  (la  antigua  de  Cartajena).  Sus 
principales  ciudades  eran  :  Tolaitola  ,  Badja  ,  Mentescha  ,  Guad-Aexi ,  Murcia, 
Muía  ,  Lurka  ,  Auriola  ,  Eldjeh  ,  Schaleba  ,  Dania,  Locant,  Carthadjanah  ,  Ba- 
lentcia  ,  Guad-al-Hakhara  ,  ( Baeza  ,  Montesa  ,  Guadix  ,  Murcia  ,  Muía  ,  Lorca, 
Orihuela  ,  Elche  ,  Játiva,  Denia  ,  Alicante,  Cartagena,  Valencia  y  Guadalajara). 

La  tercera,  formada  por  la  Lusitania  y  Galicia,  recibió  de  su  capital  el  nom- 
bre de  El  Mereda  ,  y  comprendía  las  ciudades  de  Mereda,  Baracara ,  Leschbuna, 
Bortokal ,  Lek ,  Eschtorka,  Batalyos ,  Elbora  ,  etc.  (  Mérida  ,  Braga  ,  Lisboa, 
Oporto  ,  Lugo  ,  Astorga  ,  Badajoz  y  Evora). 

El  Sarkosta,  parte  de  la  Tarraconense  romana ,  comprendía  las  ciudades  de 
Sarkosta  ,  Tarkona  ,  Djerunda  ,  Barchaluna  ,  Lareda  ,  Tortucha  ,  Weschka, 
Tutila ,  Bambelona  ,  Barbascher  ,  Dyaka  ,  etc.  (  Zaragoza  ,  Tarragona  ,  Gero- 
na ,  Barcelona  ,  Lérida ,  Tortosa  ,  Huesca  ,  Tudela  ,  Pamplona  ,  Barbastro  y 
Jaca). 

La  quinta  y  última  era  la  Septimania  ó  Galia  Narbonense ,  llamada  Arbuna, 
y  se  extendía  desde  la  falda  oriental  de  los  montes  Al-Bortat ,  siguiendo  las  ver- 
tientes que  se  inclinan  hacia  el  mar  de  Damasco  (1),  hasta  el  rio  de  Nemusa  ( el 
Gard)  que  desagua  en  el  Guad  Rhoduna.  Sus  principales  ciudades  eran  Arbuna, 
Carkashchuna  ,  Betieras,  Agada  ,  Macaluna  ,  Nemusa  ,  Lotuba  ,  etc.,  (Narbo- 
na ,  Carcasona ,  Beziers ,  Agde  ,  Maguelona  ,  Nimes  y  Lodeva)  (2). 

En  la  úllima  provincia,  la  dominación  árabe  se  habia  mantenido  hasía  el  Ró- 
dano ,  pero  pocos  habían  establecido  en  ella  residencia  fija ,  y  habían  de  compar- 
tir con  los  habitantes  la  defensa  del  país.  A  lo  que  parece,  un  noble  godo  habíase 
atribuido  por  aquel  entonces  ,  sin  que  se  sepa  como,  gran  poder  y  autoridad  so- 
bre algunas  ciudades  de  la  jurisdicción  de  Nimes ,  sin  duda  con  el  título  de  con- 
de ó  de  duque,  según  la  antigua  acepción  de  esta  palabra  antes  de  la  definitiva 
constitución  del  feudalismo.  Ansemondo  era  el  nombre  de  aquel  Godo,  muy  po- 
deroso á  lo  que  se  cree  y  dueño,  aunque  pagando  un  tributo  á  los  Árabes,  del  di- 
latado distrito  que  comprendía  las  ciudades  de  Agde,  Maguelona,  Beziers  y  Ni- 
mes. En  tanto  acercábase  á  aquella  frontera  un  enemigo  formidable.  Carlos  Mar- 
tel  habia  muerto  en  741,  y  su  hijo  Pepino,  que  habia  reunido  en  su  persona  la 
autoridad  sobre  ambas  divisiones  del  imperio  franco  (Austrasia  yNeustria), 
acababa  de  tomar  el  título  de  rey.  Su  poder  se  extendía  además  á  toda  la  porción 
de  la  Galia  que  se  llamó  después  Delfinado  y  Provenza,  en  la  izquierda  del  Róda- 
no, y  á  la  derecha  del  mismo  rio,  llegaba  desde  las  fuentes  del  Loire  hasta  la  fal- 
da meridional  de  las  montañas  de  Cevennas.  Desde  allí  amenazaba  á  la  Aquiíania 
que  de  Eudo  habia  pasado  á  sus  hijos ,  y  también  á  las  posesiones  musulmanas 
de  aquella  parte  de  los  Pirineos  ,  recientemente  devastadas  por  su  padre,  el  ter- 
rible duque  de  Austrasia.  Pepino  ,  empero  ,  nada  emprendió  contra  la  Septima- 


(1 )  Así  llaman  los  Árabes  al  Mediterráneo ,  y  también  Bahr  el  Scham  ( mar  de  Siria). 

(2)  Así  son  llamadas  estas  ciudades  en  las  varias  geografías  árabes,  especialmente  en  El  Edris 
(Geographus  Nubiensis). 


312  HISTORIA   GENERAL  DE    ESPAÑA. 

1 J  c  nia  durante  los  primeros  años  del  gobierno  de  Yussuf,  pero  celebró  alianzas 
que  debían  servirle  mas  tarde  ,  pariicularmente  con  el  noble  godo  de  quien  aca- 

749  bamos  de  hablar.  Gobernaba  Yussuf  hacia  tres  años  cuando  se  levantó  en  Oriente 
el  estandarte  negro  de  los  Abassidas  (1)  contra  la  bandera  blanca  de  los  Ommía- 
das.  Tres  hermanos  (2),  descendientes  en  línea  directa  de  Abbas ,  tío  del  Profeta 
y  abuelo  de  Alí,  aquel  á  quien  Mahoma  diera  en  matrimonio  su  hija  Fátima,  cre- 
yeron llegado  el  momento  de  hacer  valer  sus  pretensiones  al  imperio  y  se  decla- 
raron en  rebelión  abierta  contra  el  sucesor  de  Moaviah.  Meruan  II  llamó  á  los 
fieles  en  defensa  de  su  autoridad,  pero  Abu  Muslema,  general  de  los  descendien- 
tes de  Abbas,  salió  al  encuentro  de  su  lugarteniente  Yezid  y  le  venció  en  elKora- 
san  mientras  que  Abdallah  Abul  Abbas  Asefah  se  hacia  proclamar  califa  en  Gu- 
ía (25  de  octubre  de  749—132  de  la  hegira ).  Un  tio  del  nuevo  califa  ,  llamado 
como  él  Abdallah,  recibió  el  encargo  de  perseguir  á  Meruan  ,  que  no  se  daba  to- 
davía por  vencido.  Encontráronse  ambas  huestes  en  Turab,  cerca  de  Musul  ,  y 
también  la  fortuna  mostróse  aquella  vez  contraria  al  califa  ommíada.  Mas  de 
treinta  mil  de  los  suyos  quedaron  en  el  campo;  el  vencido  caudillo  hubo  de  to- 
mar la  fuga,  y  las  pocas  tropas  que  se  libraron  de  la  espada  del  vencedor  ,  se 
ahogaron  al  vadear  el  Eufrates.  El  sin  ventura  Meruan  llegó  á  Quinsarina  ,  y 
Abdallah  le  siguió  con  la  flor  de  su  caballería;  siempre  perseguido,  trató  en  vano 
de  recobrar  la  ventaja  y  pasó  á  Egipto ,  donde  opuso  á  Saleh,  hermano  de  Abda- 
llah, encargado  de  reducirle,  una  resistencia  tenaz  y  desesperada,  pero  no  menos 
inútil.  Alcanzado  cerca  de  Busir-Korides  (3)  murió  peleando  al  frente  de  un  corto 

730.  número  de  caballeros  fieles  (27  de  dilhagia  del  año  132 — 6  de  agosto  de  550). 
Cuéntase  que  un  soldado  que  antes  vendía  granadas  en  la  plaza  de  Cufa  le  cortó 
la  cabeza  y  la  presentó  á  Saleh,  cubierta  y  manchada  de  sangriento  lodo.  El 
general  la  mandó  lavar  y  embalsamar  y  la  envió  á  su  sobrino  Asefah,  quien  ha- 
bíase ya  arrogado  en  Cufa  todas  las  prerogativas  de  los  califas. 

Así  concluyó  en  Oriente  la  dinastía  de  los  Ommíadas  (4) ,  y  desde  aquel 
momento  la  numerosa  descendencia  de  Omeya  fué  objeto  de  las  mas  crudas  per- 
secuciones. Dos  nietos  de  Hixem  (décimo  califa  de  los  Ommíadas) ,  acogidos  en 
Cufa  por  el  nuevo  califa  con  aparente  afecto,  fueron  condenados  á  muerte,  pero 
uno  de  ellos  logró  salvarse ,  reservado  por  la  Providencia  para  muy  grandes  des- 
tinos. Noventa  caballeros,  miembros  de  aquella  ilustre  raza,  que  habían  hallado 
asilo  cerca  de  Abdallah,  tio  del  califa,   fueron  convidados  por  aquel  á  un  festín 


(1)  En  las  primeras  filas  del  ejército  de  Abu  Muslema,  general  de  los  Beny  al  Abbas  que  fué 
el  primero  en  tomar  las  armas  en  su  favor  ,  llevábanse  dos  estandartes  negros  ,  altos  de  nueve  co- 
dos y  de  un  matiz  diferente  ,  llamados  poéticamente  la  ¡Sochu  y  la  Sombra,  para  indicar  quizás  de 
un  modo  alegórico  ,  según  pretende  un  historiador  ,  la  indisoluble  unión  y  la  sucesión  perpetua  de 
la  descendencia  do  Hixem. 

(2)  Ibrahim  ,  Abdallah  Abul  Abbas  y  Abul-Djafar.  Ibrahim  fué  muerto  desde  el  principio  de 
la  rebelión. 

(3)  Al  oeste  del  Nilo ,  en  la  provincia  de  Fium  ó  de  Arsinoe. 

(4)  Contaba  Meruan  cuando  murió  sesenta  y  dos  años,  y  habia  reinado  5  años,  10  meses  y  45 
dias.  Era  blanco  de  color,  de  ojos  garzos,  de  semblante  majestuoso,  de  barba  cerrada  y  bien  puesta, 
y  de  mediana  estatura.  Era  magnánimo  y  valiente,  y  de  entendimiento  y  consejo  muy  agudo.  Ape- 
llidáronle el  Giadi,  porquo  seguía  la  opinión  de  los  Aljiados  que  creian  que  el  Coran  y  el  Hado  eran 
criaturas.  Su  madre  ora  de  nación  Curda.  Este  fué  el  último  califa  de  los  Ommeyas,  que  en  todo 
fueron  catorce. 


CAP.    IY. — ESPAÑA   ÁRABE.  313 

en  Damasco,  como  en  demostración  de  querer  poner  término  á  las  discordias,  a.  de  j.c. 
De  pronto  entraron  en  el  salón  del  banquete  los  verdugos  deAbdallah,  y  arroján- 
dose á  una  señal  suya  sobre  los  noventa  caballeros ,  apaleáronlos  hasta  hacerlos 
caer  exánimes.  El  feroz  Abdallah  hizo  extender  entonces  una  alfombra  sobre 
aquellos  cuerpos  espirantes,  y  sentado  con  los  suyos  en  aquel  horrible  suelo, 
tuvo  el  bárbaro  placer  de  saborear  los  exquisitos  manjares  oyendo  los  gemidos  y 
sintiendo  las  convulsiones  de  sus  víctimas.  Todos  procuraban  con  la  muerte  de 
un  Omeya  granjearse  un  título  á  los  favores  de  Asefah,  que  por  la  mucha  sangre 
que  vertió  al  escalar  el  trono,  recibió  es  le  renombre  que  significa  el  que  derrama 
sangre. 

Uno  de  los  últimos  actos  de  soberanía  practicados  por  Meruan  habia  sido  la 
confirmación  de  Yussuf  en  su  ululo  de  emir  de  la  Península,  que  hasta  enlonces 
solo  habia  tenido  por  elección  de  sus  pares ,  y  el  diploma  del  califa  llegó  á  manos 
de  Yussuf  á  últimos  del  año  132  de  la  hegira  y  cuarto  de  su  gobierno.  En  aque- 
lla época  la  España  árabe  solo  de  nombre  estaba  sujela  á  los  califas  de  Asia,  y 
no  se  solicitaba  la  confirmación  del  emirato  en  Damasco  ó  en  África  sino  como 
un  pretexto  para  autorizar  la  rebelión  ó  dar  fuerzas  á  un  partido. 

Así  estaban  las  cosas  bajo  el  gobierno  de  Yussuf  en  el  año  136  de  la  hegira,  754. 
cuando  Amer  ben  Amru,  que  no  podía  perdonar  al  wali  su  destitución  del  emi- 
rato del  mar,  trató  de  arrebatarle  la  autoridad  de  que  gozaba.  Consistía  su  pro- 
yecto en  obtener  del  califa  de  la  nueva  dinastía  un  decreto  destituyendo  á  Yussuf, 
condenando  á  Samail  á  muerte  ó  cuando  menos  á  destierro,  é  invistiéndole  á  él 
del  cargo  de  gobernador.  La  gran  revolución  que  tan  profundamente  agitara  el 
centro  del  imperio  se  habia  dejado  senlir  muy  poco  en  España,  si  bien  habíase 
visto  con  ansiedad  la  lucha  de  las  dos  familias  que  se  disputaban  el  califato, 
cada  una  de  las  cuales  contaba  con  declarados  ó  secretos  partidarios.  Amer  pen- 
só en  aprovechar  la  nueva  situación  creada  por  la  revolución  de  Oriente ,  y  abra- 
zó calurosamente  la  causa  de  los  Abassidas,  meditando  estrechar  en  interés  del 
califa  y  en  el  suyo  propio  los  flojos  lazos  que  solo  en  apariencia  unian  á  España 
con  el  gobierno  central.  En  su  consecuencia  escribió  directamente  á  Asefah ,  y 
lisonjeábase  de  que  la  contesíacion  del  caudillo  de  los  creyentes  habia  de  ven- 
garle de  sus  enemigos  é  instituirle  al  propio  tiempo  lugarteniente  del  califa  en 
la  Península.  Los  historiadores  nos  han  conservado  los  principales  rasgos  de  la 
carta  que  con  este  motivo  escribió ,  pintando  á  Yussuf  y  á  Samail  con  los  mas 
negros  colores.  Según  él,  Yussuf  gobernaba  la  España  como  absoluto  dueño  de 
ella;  él  y  los  suyos  la  tenian  repartida  entre  sí  como  si  fuese  herencia  propia, 
y  Samail  y  sus  hijos  eran  cómplices  de  la  tiranía  y  del  pernicioso  gobierno  de 
Yussuf.  Insistía  hábilmente  en  que  no  se  oia  en  España  el  nombre  del  califa  ni 
de  quien  se  preciase  de  serle  obediente ,  y  terminaba ,  como  es  de  rigor  en  seme- 
jantes casos ,  protestando  de  su  celo  y  respeto  y  poniéndose  él  y  los  suyos  á  su 
disposición  para  cuanto  les  mandara.  Esta  carta  con  tanta  habilidad  escrita  le 
perdió.  Sorprendida  en  manos  del  emisario  encargado  de  llevarla  á  Cufa  (1),  fué 
entregada  a  Yussuf,  quien  la  comunicó  á  Samail,  y  ambos  resolvieron  deshacerse 


(4)    La  sede  del  califato  habia  sido  Damasco  desde  Moaviah  hasta  Meruan  II;  los  Abassidas  la 
establecieron  en  un  principio  en  Cufa  hasta  que  hubieron  fundado  á  Bagdad. 

tomo  11.  40 


314  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

de  Amer  por  fuerza  ó  por  engaño.  Samail  habitaba  por  lo  regular  un  pueblecillo 
que  los  autores  árabes  llaman  Sacanda,  y  sabiendo  que  Amer  había  de  pasar  por 
aquellas  inmediaciones ,  envió  algunos  caballeros  á  su  encuentro  para  que  le 
invitasen  á  descansar  en  su  casa.  Amer,  que  nada  sospechaba,  aceptó  la  invita- 
ción con  el  numeroso  séquito  que  desde  hacia  algún  tiempo  llevaba  siempre 
consigo ,  y  luego  que  se  halló  en  casa  de  Samail  y  dispuesto  á  compartir  la  co- 
mida de  su  huésped ,  oyó  en  el  patio  el  estrépito  de  un  combate  y  gritos  de  los 
suyos.  Entonces  se  acordó  de  que  se  hallaba  en  poder  de  un  enemigo,  y  pronto 
como  el  rayo  saltó  de  la  mesa,  abrióse  paso  con  su  espada  á  través  de  los  comba- 
tientes, y  se  salvó  con  muchos  de  los  suyos  de  la  celada  que  le  tendiera  Samail. 

Desde  aquel  momento  era  ya  imposible  continuar  disimulando,  y  Amer  se 
puso  abiertamente  á  la  cabeza  de  los  suyos  contra  Yussuf  y  Samail.  El  rebelde 
se  apoderó  de  Zaragoza,  de  donde  arrojó  al  hijo  de  Samail  (136  de  la  hegira — 
734),  y  nuevas  guerras  civiles  volvieron  á  ensangrentarlos  campos  de  la  Es- 
paña musulmana.  Los  capitanes  de  las  fronteras  llevaron  sus  banderas  hacia 
el  interior,  y  tomando  partido ,  según  su  interés  ó  sus  pasiones,  en  favor  ó  en 
contra  de  Yussuf,  empeñáronse  terribles  combates ,  álos  cuales  el  hambre  siguió 
muy  en  breve.  Atrevidos  piratas,  designados  vagamente  por  Isidoro  bajo  el 
nombre  de  Angelí,  á  lo  que  parece  de  la  raza  de  los  Anglos,  hicieron  varios  de- 
sembarcos en  las  costas  occidentales  de  la  Península  ,  y  aumentaron  con  sus 
estragos  las  calamidades  de  las  guerra  civil.  Al  mismo  tiempo  aparecieron  en  el 
cielo  terribles  fenómenos,  signos  de  la  cólera  de  Dios  y  de  próximas  desolacio- 
nes (1). 

En  la  época  de  las  primeras  guerras  entre  Am  er  y  Yussuf  verificáronse,  se- 
gún veremos,  las  conquistas  de  Alfonso  fuera  de  las  fronteras  asturianas  (2). 
Alfonso  llegó  hasta  Avila,  y  según  dice  Sebastian  de  Salamanca,  recorrióla 
Uioja  alcanzando  repetidas  victorias, 

Este  era  el  estado  de  la  España  árabe  al  cumplir  diez  años  del  gobierno  de 
Yussuf.  Las  provincias  todas  eran  presa  de  la  guerra  ó  del  hambre ,  y  mientras 
los  cristianos  procuraban  extender  su  imperio  á  favor  de  las  turbulencias  y  di- 
sensiones de  los  musulmanes ,  ganando  el  terreno  palmo  á  palmo ,  disputábanse 
los  walíes  el  gobierno  de  las  ciudades.  Todo  era  confusión,  desorden,  y  el  poder 
de  los  Sarracenos  en  nuestra  patria  parecía  amenazado  de  próxima  ruina. 

Cuarenta  y  cinco  años  habían  transcurrido  desde  la  llegada  de  Tarik  á  Es- 
paña, y  en  este  espacio  de  tiempo  no  habían  podido  los  Árabes  organizar  aun  un 
gobierno  regular.  Sin  embargo,  muchas  generaciones  han  nacido  en  nuestra  Pe- 
nínsula; infinitos  musulmanes  llevan  ya  el  nombre  de  Árabes  andaluces ,  y  la 
España  es  una  patria  amada,  una  patria  nativa  para  la  porción  mas  joven  de  las 


(1)  Hujus  regni  in  anno  VI, aera  DCGLXXXVIII,  nonis  aprilis  dic  dominico  hora  i,  u  et  fere  ni, 
cunctis  Corduboo  civibus  prospicientibus  tres  soles  miro  modo  lustrantes  et  quasi  pallentes,  cum  fal- 
ce ignea  vel  smaragdinea  praecedente,  fueruut  visi,  eoque  ortu  fama  intolerabili  omnes  partes  His- 
paniae  nutu  Dei  habitatores  Angelí  ordinali  fuerunt  vastantes.  Isid.  Pac,  Chr.,  núm.  76. 

(2)  Christianorum  regnum  exlendit.  (Chr.  Abbeldense,  núm.  52).  — «Los  enemigos  se  enorgu- 
llecieron, los  Rumies  vencieron  á  Yussuf,  y  mil  Musulmanes  sufrieron  el  martirio,  hasta  que  Abder- 
rahman  ben  Moaviah  entró  en  Andalucía  en  julkadah  del  año  138.»  (Mohamed,  texto  árabe  en  Faus- 
tino de  Barbón,  p.  209.) 


CAP.    IV. — ESPAÑA   ÁRABE.  315 

tribus  africanas  y  asiáticas  que  vinieron  á  poblar  esta  tierra  afortunada  (1). 

En  cuanto  á  los  naturales  y  Godos  que  habían  permanecido  en  las  provincias 
conquistadas,  no  parece  que  las  vicisitudes  de  toda  clase  que  hemos  referido  al- 
teraran en  mucho  durante  estos  cuarenta  y  cinco  años  sus  relaciones  con  los  con- 
quistadores. De  todos  los  monumentos  árabes  se  desprende  que  continuaron  vi- 
viendo según  sus  propias  leyes  y  bajo  autoridades  instituidas  según  su  antiguo 
código.  El  poder  eclesiástico  superior  continuó  ejercido  por  los  obispos  y  metropo- 
litanos ,  llamados  por  los  Árabes  Betharcath  (patriarcas),  y  de  esta  iglesia  que 
formaban  los  fieles  de  las  provincias  sometidas  á  los  musulmanes,  separada  en 
cierto  modo  y  sin  comunicaciones  con  la  de  Asturias  y  demás  comarcas  que  ha- 
bían logrado  sacudir  el  yugo  sarraceno ,  nació  la  iglesia  muzárabe,  que  hasta 
nuestros  dias  se  ha  perpetuado  en  Toledo.  El  poder  civil  quedó  en  manos  de  ma- 
gistrados elegidos  conforme  á  los  principios  del  Forum-Judicum  y  llamados  con  los 
antiguos  nombres  de  condes,  duques,  etc.,  quienes  conocían  de  las  causas  civiles 
y  criminales,  juzgaban  á  los  cristianos  según  sus  leyes, y  decidían  todos  sus  pleitos 
sin  intervención  de  la  autoridad  musulmana.  Estábales  sí  prohibido  aplicar  por 
sí  mismos  las  sentencias  capitales  ó  de  muerte,  y  en  este  caso  habían  de  acudir 
á  los  gobernadores  árabes,  sin  cuyo  permiso  nadie  podía  ser  sujetado  al  último 
suplicio.  Los  magistrados  cristianos  eran  también  recaudadores  de  los  tributos  de- 
bidos por  los  suyos  al  fisco  musulmán,  al  propio  tiempo  que  de  las  contribuciones 
particulares  que  á  sí  mismos  se  imponían  ,  ya  para  la  conservación  de  sus  igle- 
sias ,  ya  para  atender "á  los  gastos  de  ciertas  poblaciones  que  ocupaban  casi  solos, 
bajo  la  vigilancia  de  un  alcaide  musulmán.  Así  fué  como  en  parte  se  conservaron 
en  algunas  provincias  de  la  Península  las  leyes  ,  el  orden  político ,  los  usos  y  las 
costumbres  del  régimen  anterior. 

Un  hecho  empero  sorprende  en  la  historia  de  este  período  de  cuarenta  y  cin- 
co años ,  y  es  la  general  y  rápida  transformación  que  se  observa  entre  los  cris- 
tianos así  de  Asturias  como  de  las  demás  provincias  españolas.  La  tradición  la- 
tino-gótica  se  modifica  profundamente  allí  donde  no  desaparece  del  todo  ,  y  las 
poblaciones  cristianas  del  interior  adoptan  en  poco  tiempo  otros  usos,  distinto 
lenguage.  Alterándose  en  su  boca  el  latin,  por  la  invasión,  si  así  puede  decirse, 
del  elemento  árabe  ,  empieza  desde  entonces  á  corromperse  mas  y  mas  y  á  reves- 
tir las  formas  del  romance  que  ha  de  ser  origen  del  español  moderno ,  la  primera 
en  nacer  y  en  fijarse  entre  todas  las  lenguas  neo-latinas  de  Europa.  En  las  vici- 
situdes políticas,  en  los  continuos  trastornos  de  esta  época ,  todo  sufre  cierta 
transformación  en  España ,  los  pueblos  toman  nombres  nuevos ,  é  igual  variación 
se  produce  en  los  nombres  de  los  ríos ,  de  las  montañas  y  de  las  ciudades.  Al 
abrigo  de  las  prolongaciones  de  los  Pirineos  se  ha  formado  un  pueblo  con  una 


(4)  No  existe  documento  alguno  que  permita  fijar  ni  aun  aproximadamente  el  número  total 
de  musulmanes  que  por  los  años  de  755  se  habían  naturalizado  en  España,  si  bien  es  probable  que 
habia  de  ascender  á  un  número  muy  considerable.  Los  hombres  en  estado  de  llevar  las  armas  de- 
bieron de  ser  proporcionalmente  muy  numerosos,  pero  aunque  todo  creyente  fuese  en  caso  necesa- 
rio hombre  de  guerra,  no  parece  que  se  reunieran  en  todo  este  primer  periodo  ejércitos  de  mas  de 
ciento  ó  de  ciento  cincuenta  mil  hombres.  El  mas  formidable  de  todos,  el  que  Abderrahman  llevó 
hasta  el  centro  déla  Galia  occidental,  era,  según  todas  las  apariencias,  antes  inferior  que  superior  á 
dicho  número. 


316  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

fisonomía  distinta  de  todo  lo  pasado  ,  y  cierta  cosa  nueva,  inusitada,  se  observa 
hasta  en  los  nombres  de  sus  primeros  monarcas  (1). 

En  el  preciso  momento  en  que  desaparecen  las  distinciones  entre  vencedores 
y  vencidos ,  en  que  la  fusión  se  opera  ,  en  que  Hispano-Romanos  y  Godos  van  á 
formar  un  solo  pueblo,  entonces,  hemos  dicho,  la  nación  es  vencida  y  la  tierra  de 
España  recibe  á  tribus  de  lenguas ,  de  creencias  y  de  costumbres  completamente 
distintas.  La  conquista  árabe  suspende  de  pronto  el  movimiento  ascendente  de  la 
civilización  romano-gótica  que  se  manifestara  en  los  últimos  tiempos ,  y  lanza  á 
España  por  una  senda  desconocida  y  nueva.  Por  espacio  de  ocho  siglos ,  el  ge- 
nio de  Oriente  luchará  con  el  genio  de  Occidente,  el  islamismo  contra  el  cristia- 
nismo ;  y  entre  ambas  fuerzas ,  nuestra  patria  vivirá  obedeciendo  leyes  excep- 
cionales que  la  imprimirán  el  carácter  particular  que  la  distingue.  Su  gloriosa 
obra  durante  este  ¡iempo  será  vencer  y  expulsar  á  fuerza  de  combates  á  los  con- 
quistadores musulmanes,  y  al  salir  de  la  lucha  victoriosa  ,  pero  cansada  ,  Colon 
le  abrirá  un  nuevo  mundo  ,  en  que  su  ardor  encontrará  ancho  campo  para  com- 
batir y  vencer  otra  vez  ,  como  si  la  Providencia  no  quisiera  que  consagrara  ni 
un  solo  momento  á  su  interna  y  propia  felicidad. 


(1)  Garibay  hace  observar  con  fundamento  que  en  toda  la  serie  de  los  reyes  de  Oviedo  y  de 
León,  ninguno  se  llama  Witiza.Eiica,  Ervigio,  Wamba,  Recesvinto,  Chindasvinto ,  Recaredo, 
Leovigildo .  Liuva ,  Agila,  Teudiselo  ,  Amalarico,  ni  Eurico.— Pelayo,  Favila  ,  Alfonso,  Bermudo, 
etc.,  son  nombres  en  efecto  de  una  fisonomía  distinta  y  enteramente  nueva. 


CAP.    Y.— ESPAÑA   ÁRABE.  317 


CAPÍTULO  Y. 

Los  cristianos  en  Asturias.— Pelayo.— Batalla  de  Covadonga.— Situación  de  Asturias  y  de  los  pue- 
blos limítrofes  á  mediados  del  siglo  vin.— Formación  de  un  reino  cristiano  en  Asturias.— Reinado 
de  Favila.— Reinado  de  Alfonso  I.— Sus  conquistas. 

Desde  el  año  711  hasta  el  756. 

«¿Era  toda  la  España  sarracena?  ¿Obedecía  toda  á  la  ley  de  Mahoma?  ¿Era 
en  todas  partes  el  Dios  de  los  cristianos  tributario  del  Dios  del  Islam?  ¿Habian 
desaparecido  todos  los  restos  de  la  sociedad  goda?  ¿Habia  muerto  España  como 
nación  ?»  pregunta  el  historiador  Lafuente  (1)  al  dar  principio  á  la  reacción  de 
los  gloriosos  sucesos  que  allá  en  Asturias  se  verificaron.  «No,  contesta  el  mismo 
escritor ;  aun  vivía  ,  aunque  desvalida  y  pobre ,  en  un  estrecho  rincón  de  este  po- 
co ha  tan  vasto  y  poderoso  reino  ,  como  un  desgraciado  á  quien  han  asaltado  su 
casa  y  robado  su  hacienda,  dejándole  solo  un  triste  y  oscuro  albergue,  en  que  los 
salteadores  con  la  algazara  de  recoger  su  presa  no  llegaron  á  reparar. » 

Atraviesa  el  norte  déla  Península,,  deleste  al  oeste,  una  cordillera  de 
montañas ,  prolongación  interior  de  los  Pirineos  ,  y  desde  el  valle  de  Bastan  á  las 
fuentes  del  Eo ,  elévase  como  un  límite  natural  y  una  valla  en  ciertos  puntos  in- 
superable éntrelos  países  que  separa.  Los  ríos  que  nacen  en  la  falda  septentrio- 
nal de  estas  montañas,  se  precipitan  muy  pronto  en  el  mar  de  sur  á  norte  ;  las 
faldas  meridionales  dan  origen  al  Ebro,  al  Pisuerga,  al  Carrion  yá  otras  mil  cor- 
rientes que,  siguiendo  la  direccionde  nortea  sur,  describen  una  curva  pronuncia- 
da hacia  el  sudoeste.  Casi  al  centro  de  esta  cordillera  está  situada  la  comarca  de 
Asturias,  habitada  al  ser  destruida  la  monarquía  goda  por  los  descendientes  de 
los  antiguos  Asturos,  los  postreros  en  humillarse  ante  las  águilas  romanas.  Allí 
tomó  origen  la  nacionalidad  española. 

Dominadores  los  Árabes  de  las  mas  risueñas  y  ricas  provincias  de  la  Penín- 
sula ,  cuidaron  poco  de  la  conquista  de  aquellas  quebradas  regiones  que  no  les 
brindaban  con  botin  ni  con  tierras  favorables  para  un  establecimiento.  Hemos 
visto,  sin  embargo,  que  desde  el  mediodía  habian  llevado  sus  excursiones  á  Gali- 
cia y  al  litoral  del  Océano  británico  ,  al  que  llamaban  mar  Verde ,  Océano  tene- 
broso, habiendo  dado  el  nombre  de  Galicia  (Djalikiah)  á  cuantos  países  se  extien- 
den mas  allá  del  antiguo  Minio  y  de  los  montes  Medulios  á  lo  largo  de  la  costa, 
hasta  el  otro  extremo  de  este  límite  en  tierras  de  Bayona  ,  y  comprendiendo  así 


(4)    P.  2.a  lib.  I,  c.  III. 


318  HISTOBIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

bajo  un  solo  nombre  parle  de  la  actual  Galicia  ,  todo  el  principado  de  Asturias, 
el  señorío  de  Vizcaya  ,  Guipúzcoa  y  parte  de  la  Navarra  alia.  Habitaban  entonces 
este  territorio  los  Gaíecos ,  ios  Asturos ,  los  Cántabros  y  los  Yascones  ,  pueblos 
entre  todos  ios  de  la  Península  que  menos  se  habían  transformado.  Los  tres  pri- 
meros se  habían  convertido  en  pueblos  de  lengua  latina,  pero  los  Vascos  con- 
servaron su  lengua  y  sus  costumbres  primitivas.  Los  Godos  nunca  habian  ejer- 
cido una  soberanía  absoluta  en  el  reducido  territorio  de  los  últimos ,  y  hemos 
visto  que  hasta  Rodrigo,  protestaron  contra  su  dominación  por  medio  de  frecuentes 
sublevaciones.  Este  fué  el  rasgo  distintivo  de  este  pueblo  entre  cuantos  habitaban 
la  prolongada  y  estrecha  lengua  de  tierra  que  los  Árabes  llamaban  Djalikiah.  Los 
Cántabros,  los  Asturos  y  los  üalecos  se  habian  mezclado  mas  con  los  conquistado- 
res de  España  ,  y  aquellos  rústicos  é  independientes  montañeses  dispensaron  be- 
névola y  cordial  acogida  á  los  que  huian  de  las  regiones  meridionales  una  vez 
destruido  el  imperio  de  Toledo. 

La  naturaleza  del  país  los  salvó  en  parte  del  yugo  mahometano.  Asturias  so- 
bre todo,  territorio  cortado  en  todas  direcciones  por  inaccesibles  y  escarpadas 
rocas ,  hondos  valles ,  espesos  bosques ,  estrechas  gargantas  y  desfiladeros,  habia 
de  excitar  poco  su  conquistadora  codicia  ,  y  la  ignorancia  geográfica  en  que  siem- 
pre estuvieron  los  Árabes  acerca  de  aquellas  montañas,  probaria  á  falta  de  otros 
testimonios  haberse  librado  estas  siempre  y  desde  un  principio  de  la  ocupación 
musulmana.  En  el  siglo  quinto  de  la  hegira ,  el  geógrafo  de  Nubia  (El  Edris),  en 
su  descripción  de  la  Península,  dice:  «La  primera  parte  del  quinto  clima  consiste 
en  la  región  septentrional  de  Ándalos  ,  y  encierra  la  Galicia,  parte  de  Castilla  y 
un  poco  de  Vasconia  y  de  la  tierra  de  Afranc.»  Nombra  luego  detenida  y  exacta- 
mente todas  las  ciudades  de  este  clima,  indica  la  distancia  de  una  á  otra  á  usanza 
de  los  Árabes  desde  el  mar  Altameíh  (de  la  oscuridad,  de  las  tinieblas,  porque, 
dice  el  geógrafo,  allí  se  pone  el  sol  y  allí  se  retiran  las  sombras  llegada  la  maña- 
na) al  occidente,  hasta  Medina  Bord-Biona  (Bayona)  al  oriente,  y  solo  se  observa 
un  noíabíe  claro  por  lo  que  toca  á  Asturias  (1). 

Esto  no  obstante,  las  tierras  bajas  fueron  sin  duda  recorridas  por  destaca- 
mentos árabes  en  ios  primeros  tiempos  de  la  conquista,  quizás  bajo  el  gobierno 
de  Ayub,  y  hallando  el  pais  casi  desierto,  se  apoderaron  con  facilidad  de  las  al- 
deas y  puertos  de  la  costa.  En  la  ciudad  marítima  de  Gegio  (Gijon),  la  mas 
importante  del  territorio  (2),  establecióse  un  gobernador  árabe  que  lo  fué  el  mismo 
Abu-Neza,  á  quien  hemos  visto  morir  en  los  Pirineos,  no  lejos  de  Castrum-Livise. 
Al  acercarse  los  musulmanes  y  en  la  primera  emoción  de  la  conquista,  re- 
tiráronse los  Asturianos  á  sus  mas  escarpadas  breñas,  sin  duda  con  intención  de 
defenderse  en  ellas.  Los  indomables  habitantes  de  las  montañas,  descendientes 
de  aquellos  Asturos  Lucenses ,  terror  de  los  Romanos,  hicieron  causa  común  con 
los  refugiados  que  cada  dia  les  llegaban  de  las  llanuras,  y  lodos  vivían  entre  aque- 


(1)  Es  de  observar  que  el  mismo  El  Edris  describe  con  muchos  detalles  lodos  los  países  á  que 
los  Árabes  llevaron  sus  armas  con  buen  éxito;  así,  por  ejemplo,  lo  hace  con  la  Galia  y  sobre  todo 
con  el  territorio  que  recorrió  Abderraliman  hasta  llegar  á  Poitiers. 

(2)  Gegio  poseía  aun  entonces  sus  fortificaciones  romanas  que  mandó  derribar  D.  Juan  de 
Castilla.  En  los  últimos  años  del  pasado  siglo,  veíanse  aun  en  Gijon  (Risco,  Esp.  Sag,,  tomo  XXXII, 
p.  58)  restos  a  flor  de  tierra  de  sus  antiguas  murallas. 


CAP.    V. — ESPAÑA   ÁRABE.  319 

líos  riscos,  sino  contentos,  resignados  al  menos  con  su  estrechez  y  sus  privado-  A-deJ  c- 
nes ,  prefiriéndolas  al  goce  de  sus  haciendas  á  trueque  de  no  verse  sujetos  á  los 
enemigos  de  su  patria  y  de  su  fe. 

Así  pasaron  los  tres  ó  cuatro  primeros  años  de  la  invasión  hasta  que  can- 
sados de  poseer  únicamente  los  bosques  y  peñascos  de  su  país,  intentaron  bajar 
á  los  valles,  estableciéndose  en  gran  número  en  los  campos  inmediatos  al  pueblo 
de  Canicas  (Gangas  de  Onis).  Entre  ellos  se  hallaba  un  noble  godo  llamado  Pe-  718. 
layo  por  los  cristianos,  hijo  de  Favila,  á  lo  que  se  cree,  antiguo  duque  de  Can- 
tabria, y  de  la  sangre  real  de  Rodrigo  (1) ,  y  Belay  por  los  Árabes,  que  á  causa 
de  haber  servido  mucho  tiempo  en  la  milicia  gótica,  de  las  relevantes  prendas 
que  le  adornaban ,  y  de  la  nobleza  de  su  alcurnia ,  no  tardó  en  adquirir  sobre  sus 
compatriotas  una  gran  influencia.  Aunque  no  todos  tenían  armas,  todos  se  sen- 
tían poseídos  de  valor  y  saña  contra  el  Ismaeliía  que  había  venido  á  profanarlas 
iglesias  cristianas ,  y  agrupados  alrededor  de  Pelayo,  á  quien  respetaban  por  la 
fama  de  sus  proezas ,  por  la  gallardía  de  su  persona  y  la  nobleza  de  su  cuna , 
le  aclamaron  unánimemente  por  jefe  y  capitán  previendo  y  deseando  un  pró- 
ximo combate  con  los  dominadores  de  España. 

La  noticia  de  lo  ocurrido  en  Asturias  no  tardó  en  difundirse  entre  los  Ara- 
bes  ;  pero  como  esto  sucedía,  á  lo  que  parece,  bajo  el  gobierno  de  Alhaur,  en  el 
momenlo  en  que  se  disponía  á  pasar  los  Pirineos  para  llevar  la  guerra  á  la  Galia 
góíica,  no  consideró  el  wali  de  tanta  importancia  el  movimiento  para  que  hubie- 
se él  mismo  de  marchar  al  sitio  de  la  ocurrencia,  y  encargó  á  uno  de  sus  lugarte- 
nientes, á  quien  la  historia  llama  Alkamah ,  la  misión  de  sofocarlo  y  de  obligar 
á  los  sublevados  á  pagar  el  tributo. 

Partió  Alkamah  con  un  cuerpo  de  ejército  que  debía  constar  de  algunos  mi- 
les de  hombres,  si  bien  es  probable,  como  dice  Lafuente,  que  exagerasen  su  nú- 
mero los  primeros  cronistas  españoles,  y  llegó  en  breve  á  territorio  asturiano.  ¿Por 
donde  peneíró  en  él ?  ¿  Por  Galicia,  dando  la  vuelta  al  monte  Medulio  de  oeste  á 
nordeste  ó  por  las  montañas  de  Burgos  ?  Documento  ninguno  árabe  ni  cristiano 
nos  proporciona  sobre  esto  el  mas  ligero  indicio. 

A  la  aproximación  de  la  hueste  sarracena,  no  intentó  Pelayo  hacerle  frente 
en  el  pueblo  de  Canicas  y  se  retiró  con  todo  el  pueblo  á  un  monte  llamado  Ause- 
ba,  distante  dos  leguas  de  aquel  pueblo  y  situado  en  el  extremo  oriental  de  As- 
turias. Las  mugeres,  los  ancianos  y  los  niños  se  refugiaron  en  los  riscos  mas  al- 
tos y  escarpados,  mientras  que  los  hombres  armados  de  mazas  ó  de  espadas,  los 
arqueros  y  honderos  permanecieron  con  Pelayo  en  la  falda  de  las  montañas  para 
defenderlas  en  caso  de  que  los  Árabes  llegasen  á  penetrar  en  ellas. 


(1)  Gran  variedad  y  confusión  reina  acerca  de  la  genealogía  de  Pelayo.  La  crónica  Albeldense  le 
hace  hijo  de  Veremundo  ó  Bermudo  y  sobrino  de  Rodrigo.  Sebastian  de  Salamanca  le  supone  hijo  de 
Favila,  duque  de  Cantabria ;  y  entre  los  modernos  historiadores,  dicen  algunos  que  pertenecía  á  una 
de  las  principales  familias  indígenas,  á  quienes  las  últimas  leyes  godas  habían  abierto  la  puerta  de 
los  empleos  y  honores.  Este  punto,  como  todos  los  que  á  tan  calamitosa  época  se  refieren,  está  en- 
vuelto en  espesas  tinieblas ;  pero  lo  mas  probable  es,  en  vista  de  los  autores  que  primero  escribie- 
ron sobre  él,  que  unia  á  Pelayo  algún  lazo  de  parentesco  con  las  antiguas  familias  reales  godas.  La 
opinión  mas  generalmente  recibida  es  la  que  dejamos  consignada  en  el  texto ,  y  en  este  caso  ha- 
bían de  mediar  estrechos  vínculos  de  parentesco  entre  el  héroe  de  Covadonga  y  el  duque  Pedro 
que,  como  diremos,  gobernaba  en  Cantabria. 


320  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Sobre  el  lugar  que  fué  teatro  de  la  primera  hazaña  de  Pelayo,  tenemos  por 
fortuna  detalles  de  bastante  exactitud.  Al  este  del  monte  Auseba,  un  enorme 
peñasco  de  ciento  veinte  y  ocho  pies  de  altura,  á  cuyo  pié  toma  origen  el  ria- 
chuelo llamado  Deva  (1),  se  eleva  en  el  fondo  de  un  estrecho  y  sombrío  valle  cu- 
ya salida  obstruye  por  completo.  Hay  en  esta  roca  una  abertura  natural  que  for- 
ma una  caverna  ó  gruta,  pudiendo  contener  unos  doscientos  hombres,  y  llamada 
entonces  como  ahora  por  los  naturales  la  cueva  de  Covadonga  (2).  Allí  se  retiró 
Pelayo  con  cuantos  hombres  de  armas  pudo  la  caverna  contener,  y  colocó  á  los 
demás  entre  los  bosques  y  malezas  que  cubrían  la  escarpada  falda  de  los  dos 
cerros  que  por  ambas  partes  dominan  y  estrechan  el  valle  á  medida  que  se  llega 
al  nacimiento  del  Deva.  Así  parapetado,  esperó  valerosamente  á  los  enemigos. 

Sabedor  Alkamah  de  la  retirada  de  Pelayo  no  vacila  en  seguir  sus  huellas  y  en 
penetrar  por  aquella  angostísima  cañada  donde  un  número  de  hombres  muy  re- 
ducido podían  detener  á  un  ejército  entero  (3).  Llegados  cerca  de  la  cueva  en  que 
Pelayo  y  los  suyos  se  mantenían  ocultos,  los  Sarracenos  dan  principio  á  aquel 
combate  de  fama  imperecedera  mientras  haya  en  España  corazón  que  conserve  el 
inefable  sentimiento  de  la  patria.  Las  flechas  que  los  Árabes  disparaban  daban  la 
mayor  parte  en  la  roca,  y  mezcladas  con  los  dardos  de  los  Españoles  herían  de 
rechazo  á  los  infieles  y  llevaban  á  sus  filas  la  muerte.  Hasta  los  flancos  de  las 
montañas  parecían  pelear  contra  ellos.  Las  peñas,  los  árboles,  las  piedras  roda- 
ban confusamente  hacia  el  valle,  y  los  musulmanes,  sobrecogidos  de  espanto,  re- 
troceden, pero  la  angostura  del  valle  es  obstáculo  á  su  fuga.  En  esto  sobrevino 
una  tempestad  en  aquellas  montañas  donde  la  mas  pequeña  lluvia  hace  salir  de 
madre  los  torrentes.  Los  cristianos  redoblan  sus  esfuerzos  y  arrollan  á  los  infie- 
les por  todas  partes;  algunos  logran  llegar  á  la  pendiente  del  monte  Auseba  y 
corren  hacia  la  llanura,  pero  escrito  estaba  que  ni  un  soldado  musulmán  había 
de  salir  con  vida  de  la  sangrienta  jornada.  Al  bajar  por  un  rápido  sendero  la 
pendiente  que  domina  el  lecho  del  Deva,  el  movedizo  suelo  hundióse  con  la  con- 
tinuada lluvia  y  todos  rodaron  y  perecieron  en  las  desbordadas  aguas  del  torren- 
te. Horrible  fué  la  mortandad  y  el  triunfo  de  los  cristianos  glorioso  y  completo. 
Por  mucho  tiempo,  dice  Lafuente,  cuando  las  crecientes  del  rio  descarnaban  las 
faldas  de  las  colinas,  se  descubrían  los  huesos  y  armaduras  de  los  soldados  sar- 
racenos. En  medio  de  la  vega  de  Gangas,  una  capilla  con  la  advocación  de  la 
Santa  Cruz  muestra  todavía  el  sitio  en  que  se  atrevió  ya  Pelayo  atacar  en  campo 
raso  á  sus  diezmados  enemigos.  Aconteció  este  famoso  suceso  en  el  año  99  de  la 
hegira  (718)  (4). 


( 1 )  El  Deva  de  que  aquí  se  trata  no  es  el  rio  del  mismo  nombre  descrito  por  Ptolomeo  (cap.  VL, 
tabla  1 4.a  de  Europa),  que  nace,  no  en  Asturias,  sino  en  Cantabria,  en  Salina,  en  las  montañas  que 
separan  la  provincia  de  Guipúzcoa  de  la  de  Álava,  atraviesa  el  valle  de  Leniz,  baña  las  ciudades  de 
Mondragon,  Vergara,  Piacencia  y  Elgoivar,  y  desagua  en  el  Océano  cantábrico,  en  el  punto  donde  es- 
tá situado  Montreal'del  Deva,  que  ha  lomado  su  nombre.  El  Deva  de  Pelayo  nace  al  pié  de  Cova- 
donga. 

(2)  Risco,  Esp.  Sagr.,  t.  XXXVII. 

(3)  Según  las  crónicas  cristianas,  el  pérfido  Oppas  acompañaba  al  general  musulmán  y  quiso 
tratar  con  Pelayo  de  su  rendición.  Desoídas  y  rechazadas  sus  proposiciones,  fué  luego  hecho  prisio- 
nero y  muerto.  Estos  hechos,  empero,  no  se  hallan  tan  acreditados  que  merezcan  entera  fe. 

(4)  Sebastian  de  Salamanca  y  el  monge  Silense  dicen  haber  muerto  en  la  batalla  ciento  veinte 
y  cuatro  mil  musulmanes,  pero  esto  ha  de  considerarse  como  una  exageración  muy  propia  de  los 


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CAP.    Y.— ESPAÑA   ÁRABE.  321 

Un  autor  árabe,  Abdallah  ben  Abderrahman,  refiere  el  acaecimiento  de  es- 
te modo  :  «Noticioso  el  gobernador  de  la  Península  por  el  califa  de  que  los  cris- 
tianos reunían  un  ejército  en  las  montañas  del  septentrión  ,  envió  contra  ellos 
á  Alkamah.  Belay  ,  fuerte  en  su  posición  y  su  valor ,  cayó  sobre  los  musul- 
manes, de  los  cuales  mató  á  mas  de  tres  mil.  Sus  dardos  se  extraviaron,  estalló 
una  tempestad,  y  el  ejército  quedó  sumergido.  Belay  hizo  en  él  gran  carnicería, 
y  Alkamah  y  sus  compañeros  quedaron  entre  el  número  de  los  muertos. » 

Aunque  el  memorable  triunfo  de  Covadonga  se  explique,  como  hemos  visto, 
por  sus  causas  naturales,  preciso  es  no  obstante  reconocer  en  aquel  conjunto  de 
extraordinarias  y  portentosas  circunstancias  algo  que  parece  exceder  los  límites 
de  lo  natural  y  humano.  En  pocas  ocasiones  ha  podido  ser  mas  manifiesta  para 
el  hombre  de  creencias  religiosas  la  protección  del  cielo.  Por  lo  mismo  no  nos 
maravilla  que  los  escritores  de  una  edad  de  tanta  fe  lo  dieran  todo  al  milagro  y 
á  la  mediación  de  la  Yírgen  María,  cuya  imagen  habia  llevado  consigo  Pelayo  á 
la  cueva.  Las  historias  árabes  refieren  también  el  suceso  con  asombro,  no  disi- 
mulan haber  sido  horrible  la  matanza,  y  hacen  justicia  al  valor  y  á  la  audacia  de 
Belay  el  Rumi,  como  ellos  le  nombran  (1). 

La  fama  de  este  hecho  de  armas  no  tardó  en  esparcirse  por  toda  la  comarca, 
y  el  nombre  de  Pelayo  voló  de  boca  en  boca  entre  el  entusiasmo  y  las  bendiciones 
de  todos.  Según  todas  las  apariencias,  entonces  fué  aclamado  rey  el  héroe  de  Co- 
vadonga, invisliéndole  de  una  autoridad  igual  ó  semejante  ala  que  ejercieron  los 
antiguos  reyes  godos  (2).  «En  el  entusiasmo  de  la  victoria,  dice  Lafuente,  los 
Asturianos  apellidaron  rey  á  Pelayo :  principio  de  una  nueva  monarquía,  de  la 
monarquía  española;  porque  la  religión  y  el  infortunio  han  identificado  á  Godos 
y  á  Romano-Hispanos,  y  no  forman  ya  sino  un  solo  pueblo;  y  Pelayo,  godo  y  es- 
pañol, es  el  caudillo  que  une  la  antigua  monarquía  goda  que  acabó  en  Guadalete 
con  la  nueva  monarquía  española  que  comienza  en  Covadonga.  En  la  salida  de 
esta  célebre  cueva  hay  un  campo  llamado  todavía  de  ñepelayo  (síncope  sin  duda 
de  rey  Pelayo),  donde  es  fama  tradicional  que  se  hizo  la  proclamación  levantán- 
dole sobre  el  pavés.  A  una  legua  junto  al  pueblo  de  Solo  se  halla  el  Campo  de  la 
Jura,  donde  hasta  el  siglo  presente  iban  los  jueces  del  consejo  de  Cangas  á  tomar 
posesión  de  la  vara  de  la  justicia  (3). » 

Otman  Abu  Neza,  que  residía  en  Gijon  con  escasas  fuerzas ,  no  consideró 
prudente  permanecer  allí  después  de  la  derrota  de  Alkamah,  y  emprendió  la  re- 
tirada hacia  la  España  oriental.  Algunos  historiadores  mencionan  una  batalla 
en  la  que  dicen  haber  sido  vencidos  los  infieles  antes  de  pasar  los  montes;  de 
todos  modos  es  positivo  que  desde  aquel  momento  todo  el  territorio  comprendido 
entre  el  Eo,  el  Deva ,  las  montañas  y  el  mar ,  quedó  libre  de  la  dominación  mu- 
sulmana. 


tiempos  en  que  dichos  autores  escribieron,  con  objeto  de  excitar  el  entusiasmo  de  los  cristianos.  Ro- 
drigo de  Toledo  solo  habla  de  veinte  mil  hombres  muertos,  y  aun  parece  el  número  exagerado. — 
Algunos  autores  dicen  haberse  hallado  y  muerto  en  el  combate  el  conde  Julián  y  los  hijos  de  Witi- 
za,  lo  cual  no  pasa  de  ser  un  dicho  desprovisto,  á  lo  que  se  cree,  de  todo  fundamento. 

(4)    Lafuente,  Hist.gen.de Esp.,  P.  8.a,  lib.  1,  c.  III. 

(2 1     Asturum  regnum  divina  Providentia  exoritur.  Chr.  Albeld.,  n.  50 

(3)    Hist.  gen.  de  Esp.,  1.  c. 

TOMO  lí.  41 


32u2  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Ocupadas  en  la  otra  parte  de  los  Pirineos  las  fuerzas  de  los  Árabes,  ó  no 
conocieron  estos  toda  la  importancia  de  su  desastre  de  Asturias,  ó  no  tuvieron 
en  aquel  entonces  tropas  con  que  poder  repararlo;  y  una  de  ambas  cosas  habia 
de  ser,  puesto  que  dejaron  á  Pelayo  tiempo  y  quietud  suficiente  para  dedicarse 
á  la  organización  de  su  pequeño  estado.  A  él  acudieron  desde  aquel  instante 
cuantos  no  podían  vivir  en  las  tierras  musulmanas  por  las  calamidades  de  la 
guerra  civil,  ó  por  el  dolor  que  les  causaba  ver  profanadas  la  fe  y  la  religión  de 
sus  mayores;  aquellos  cuyos  hermanos ,  padres  ó  hijos  habian  muerto  en  Gua- 
dalete  ó  en  la  defensa  de  las  plazas ,  y  aquellos  en  fin  que  preferían  abandonar 
sus  bienes,  sus  casas,  la  tierra  en  que  habian  nacido,  que  conservar  sus  rique- 
zas transigiendo  con  los  invasores  de  la  patria.  En  Cangas,  en  Caso,  en  Lucus 
Asturum  hallaban  un  asilo,  y  en  él  á  hermanos  cristianos  como  ellos.  Mas  allá  de 
los  Puertos,  cuanlos  hombres  hallaban  á  su  paso  hablaban  el  anüguo  idioma 
compuesto  de  latín  y  godo,  y  daban  culto  á  Jesucristo.  Encontraban  sí  un  clima 
mas  duro ,  pueblos  formados  mas  de  cabanas  que  de  casas ;  es  cierto  que  su  nue- 
va vida  habia  de  ser  la  trabajosa  de  los  montañeses  con  quienes  habian  ido  á 
reunirse;  pero  eran  libres,  respiraban  el  grato  ambiente  de  la  independencia,  y 
podían  alimentar  la  esperanza  de  reconquistar  en  breve  toda  ó  parte  de  la  tierra 
invadida.  El  natural  amor  á  la  libertad,  el  arrepentimiento  quizás  de  no  haber 
hecho  bastante  para  conservarla ,  los  consejos  de  la  religión ,  llevaban  cada  año 
entre  los  primeros  emigrados  á  algún  habitante  de  las  provincias  del  sur  que 
abandonaba  su  campo ,  su  casa ,  su  rebaño  ó  su  oficio ,  para  compartir  la  libre 
existencia  de  los  Asturianos ,  y  á  medida  que  esta  población  aumentaba  iba  des- 
cendiendo de  las  breñas  y  los  bosques  á  los  valles  y  á  los  llanos ;  los  campos 
eran  devueltos  al  cultivo,  y  en  breve  las  llanuras  inmediatas  al  mar  se  repobla- 
ron hasta  la  desembocadura  del  Eo.  Las  aldeas  y  pueblos  construidos  en  la  costa 
fueron  rodeados  de  trincheras  y  parapetos ,  y  nuevas  casas  se  añadieron  á  las 
que  constituían  el  recinto  de  las  principales  villas  del  país,  Cangas  de  Onis,  que 
era  la  capital,  Covadonga  y  Gijon.  Los  pescadores,  que,  aterrorizados  en  un  prin- 
cipio por  las  tropas  de  Olman  y  de  Alkamah ,  habian  huido  á  su  paso  hacia  las 
montañas  del  sur,  volvían  á  sus  playas;  los  pastores  y  leñadores  del  monte,  déla 
antigua  raza  asturiana,  continuaron,  sin  dejar  sus  armas,  apacentando  sus  gana- 
dos y  cortando  sus  bosques,  ocupada  siempre  su  imaginación  en  la  guerra  y  dis- 
puestos á  lanzarse  á  ella.  Los  demás  Asturianos,  labradores,  ciudadanos  ó  habi- 
tantes de  las  regiones  limítrofes  del  país  de  Burgos  y  de  León  ,  no  estaban  menos 
animados  para  la  resistencia,  y  todos  se  hallaron  prontos  cuando  hubieron  de  pre- 
cipitarse á  nuevas  y  terribles  luchas. 

Esta  fué  la  acción  de  Pelayo  sobre  el  naciente  reino  cristiano.  La  paz  en  que 
los  Árabes  le  dejaron  fué  empleada  por  él  en  formar  el  núcleo  de  la  nación  fu- 
tura. Su  reinado,  que  empezó  con  una  brillante  victoria  militar,  parece  haber  sido 
todo  él  consagrado  después  á  la  organización  interior.  La  tradición  no  le  atribuye 
otro  triunfo  alguno  contra  los  musulmanes,  y  á  lo  que  parece  no  tuvo  otra  oca- 
sión de  medir  con  ellos  sus  fuerzas  (1). 


(I)    Mariana  refiere  que  Pelayo  marchó  á  Asturias  despechado  por  la  afrenta  hecha  á  su  her- 
mana por  cierto  gobernador  árabe,  y  que  al  ver  los  cristianos  su  ardimiento  y  deseos  de  venganza, 


CAP.    Y. — ESPAÑA   ÁRABE.  323 

Otro  caudillo  godo  ó  indígena  ,  llamado  Pedro  y  calificado  por  los  cronistas  A deJ- 
de  duque  de  Cantabria  (1),  ejercía  al  este  de  Asturias,  en  la  misma  época  en 
que  era  elevado  Pelayo  á  la  soberanía ,  una  especie  de  poder  independiente  so- 
bre oíros  montañeses  que  no  se  distinguieron  contra  los  moros  bajo  su  mando, 
como  los  Asturianos  con  Pelayo,  pero  que  parecen  haberse  sustraído  también  á 
la  dominación  extranjera.  Para  la  inteligencia  délos  sucesivos  pasages  de  la 
presente  historia ,  importa  no  olvidar  esta  circunstancia,  acerca  de  la  cual  no 
poseemos  por  desgracia  sino  esta  breve  indicación. 

Pelayo  reinó  pacíficamente  por  espacio  de  diez  y  nueve  años,  y  según  los 
mas  seguros  testimonios,  murió  en  Cangas  en  737.  Los  restos  mortales  del  ilus-    737. 
tre  restaurador  de  la  independencia  española  fueron  sepultados  en  Santa  Eulalia 
de  Abamia  á  una  legua  de  Covadonga ,  junio  con  los  de  su  muger  Gaudiosa  (2). 

Pelayo  dejó  un  hijo  y  una  hija ,  casada  esta  con  el  hijo  del  duque  Pedro ,  de 
quien  antes  hemos  hablado.  El  hijo  de  Pelayo  se  llamaba  Favila,  y  por  consejo 
y  deíerminacion  de  los  grandes  sucedió  á  su  padre  en  la  autoridad  suprema.  En 
su  corto  reinado  de  menos  de  dos  años  no  hizo  este  monarca,  dice  Sebaslian  de 
Salamanca,  cosa  que  de  contar  sea  (3)  sino  construir  cerca  de  Cangas  la  iglesia 
de  Santa  Cruz,  mencionada  poco  antes.  Se  han  equivocado,  pues,  los  autores  que 
han  atribuido  á  Favila  la  derrota  de  un  cuerpo  de  caballería  árabe  en  la  vega 
de  Santa  Cruz;  nunca  este  rey  cruzó  su  espada  con  los  musulmanes ,  y  pasó  en 
completa  paz  los  dos  años  que  sobrevivió  á  su  padre.  Su  gran  pasión  parece  ha- 
ber sido  la  caza,  y  en  ella  murió  despedazado  por  un  oso  que  habia  tenido  la  im-  739. 
prudencia  de  irritar  (4). 

La  paz  con  los  Moros  (5)  habia  durado  de  hecho  durante  los  reinados  de 
Pelayo  y  de  su  hijo,  pero  acaecida  la  muerte  de  este,  las  cosas  cambiaron  de  as- 
pecto. Veinte  años  habían  transcurrido  desde  la  batalla  de  Covadonga,  y  la  po- 
blación cristiana  de  aquellas  montañas  habia  tenido  tiempo  para  disponerse  á  la 
lucha.  Numerosas  emigraciones  del  interior  de  España  la  habían  aumentado  ,  y 
sus  relaciones  con  los  pueblos  inmediatos  al  este  del  Deva  se  habían  extendido  y 
estrechado  por  influencia  del  yerno  de  Pelayo.  Aunque  Favila  habia  dejado  hijos, 
ninguno  de  ellos  fué  llamado  á  reinar,  acaso  por  sus  pocos  años ,  y  Alfonso ,  hijo 


le  aclamaron  por  su  caudillo.  Esto,  si  puede  haber  dado  buen  asunto  á  Moratin,  á  Jovellanos  y  á 
Quintana  para  sus  tragedias  de  Ormesinda  y  de  Pelayo,  no  puede  tener  cabida  en  una  historia,  pues 
no  se  apoya  en  fundamento  alguno,  á  no  ser  en  el  dicho  del  célebre  jesuíta  y  ha  de  considerarse  por 
lo  tanto  como  apócrifo. 

(1)  Duque  de  Cantabria,  dicen  unos  (Gr.  Albeld.,  52;  Sebast.  Salmant.,  Cr.  16,  etc.).— Dux  ex 
Álava.,  según  la  crónica  de  Oviedo. 

(2)  Obiil  quidem  praedictus  Pelagiusin  Iocum  Canicas.  Era  DCCLXXV  (anno  737)  (Chr.  Albeld., 
núm.  50).— Pelagius,  post  nonum  decimum  regni  sui  annum  completum,  propria  morte  decessit, 
et  sepultus  cum  uxore  sua  Gaudiosa  territorio  Cangas  in  ecclesia  S.  Eulalias  de  Velapnio  fuit. 
Era  DCCLXXT.  Sebast.  Salmant.  Chr.,  núm.  11) 

(3)  Propter  paucitatem  temporis  nihil  historiae  dignum  egit.   (Sebast.  Salmant.  Chr.  núm.  12% 

(4)  Fafila  fJlius  ejus  (Pelagii)  regnavit  anno  II.  Iste  levitate  ductus  ab  ursó  est  interfectus. 
(Chr.  Albeld.,  núm.  51).— Sebastian  de  Salamanca  cuenta  el  hecho  en  iguales  términos. 

(5)  Este  nombre  puede  emplearse  en  la  acepción  que  le  dan  muchos  historiadores,  según  los 
cuales  designa  en  masa  á  cuantos  hombres  arrojó  la  invasión  á  la  Península  desde  la  Mauritania 
Tingitana.— «Como  la  mayor  parte  del  ejército  que  mandaba  Tarik,  dice  Ferreras  (Hist.  de  Esp. 
p.  4.a,  sig.  viii),  se  componía  de  hombres  nacidos  en  las  Mauritanias,  se  atribuye  á  los  Moros  la 
conquista  de  España.» 


324  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

de  Pedro,  casado  con  Ermesinda ,  hija  de  Pelayo  ,  de  sangre  goda  también  á  lo 
que  parece  (1),  fué  aclamado  por  caudillo  y  rey  á  causa  de  su  carácter  empren- 
dedor y  belicoso  (2).  Apenas  elegido,  aplicóse  á  exaltar  el  celo  religioso  y  guer- 
rero de  aquellos  moradores  y  predicó  en  cierto  modo  una  cruzada  contra  los  in- 
fieles. Al  verá  los  Árabes  ocupados  en  sus  guerras  civiles  y  en  sus  obstinadas 
expediciones  contra  los  Francos ,  al  considerar  las  escasas  fuerzas  que  tenian 
en  aquellos  alrededores,  es  decir  entre  los  Pirineos,  el  Duero  y  el  Idubeda,  com- 
prendió el  partido  que  podia  reportar  de  semejante  situación,  y  resolvió  abando- 
narse á  las  inspiraciones  del  ardor  religioso  y  bélico  que  le  arrastraba  á  la 
lucha. 

El  momento  no  podia  ser  mas  oportuno.  Corría  entonces  el  cuadragésimo 
segundo  año  del  octavo  siglo  ,  y  la  estrella  de  los  Árabes  parecia  palidecer  por 
todas  partes.  Los  Francos  los  habían  vencido  varias  veces  al  oriente  de  los  Piri- 
neos, y  excepto  Narbona,  nada  les  quedaba  en  Septimania.  Su  dominación  era 
en  todas  partes  amenazada  ó  disputada ,  y  las  guerras  civiles  consumían  sus 
mejores  tropas.  Los  pueblos  empezaban  á  rehacerse  y  á  levantarse  contra  ellos, 
y  los  que  habitaba?,  en  los  valles  de  losTirineos,  pertenecientes  á  la  raza  vasca, 
habían  desde  los  primeros  clias  de  la  conquista  guerreado  con  ventaja  por  su 
independencia,  y  con  mas  ó  menos  trabajo  habíanla  conservado  al  norte  de 
Pamplona  (3).  Es  cierto  que  los  autores  árabes  hablan  en  términos  muy  vagos 
de  lo  sucedido  en  aquella  parte  de  la  Península ,  y  que  los  cronistas  cristianos 
no  desvanecen  siempre  la  oscuridad  desús  relatos ;  pero ,  por  varias  palabras 
esparcidas  y  diseminadas  por  las  historias ,  parece  que  aquellos  pueblos  habian 
quedado  de  hecho  fuera  de  la  dominación  musulmana.  El  terror  con  que  se  ha- 
bla en  los  manuscritos  árabes  traducidos  por  Conde  de  los  montes  Albaskenses 
y  de  sus  valerosos  habitantes,  á  veces  calificados  de  fieras,  es  una  prueba  his- 
tórica suficiente  de  lo  que  llevamos  insinuado  (4). 

Tenemos,  pues,  que  aun  cuando  la  región  designada  por  los  Árabes  bajo  el 
nombre  de  Djalikyah,  y  que  se  prolongaba  para  ellos  al  este,  mas  allá  de  los  Piri- 
neos, hasta  los  límites  del  país  que  llamaban  el  Frandjat,  fuese  habitada  á  media- 
dos del  siglo  vin,  por  pueblos  distintos  bajo  muchos  conceptos,  que  no  reconocían 
tampoco  una  autoridad  común,  estos  pueblos  habian  mas  ó  menos  conservado  ó 
recobrado  su  independencia  y  se  gobernaban  á  sí  mismos ,  según  sus  propias  le- 
yes y  bajo  jefes  de  su  elección.  Algunos  habíanse  también  reunido  y  confundido, 
no  por  herencia  (pues,  como  hemos  dicho,  no  se  hallaba  admitido  este  principio 
en  el  derecho  político  de  la  época),  sino  por  su  libre  voluntad,  y  los  Cántabros  se 


(1)  Filius  Petii  dunis  ex.  semine  Leuvegildi  el  Reccaredi  regnum  progmilus,  dice  Sebastian, 
(Chr.,  núm.  4  3).— El  anónimo  de  Albelda  se  limita  á  decir:  Adefonsus  Petagü  gener,  Petri  Canlabrine 
ducis  filius  fuií. 

(2)  Afirma  Mariana  equivocadamente  baber  muerto  Favila  sin  sucesión,  y  luego  comete  otro 
yerro  mayor  y  de  mas  trascendencia  suponiendo  que  Alfonso  subió  al  trono  en  virtud  del  testamen- 
to de  Pelayo,  siendo  así  que  ni  se  tiene  noticia  ninguna  de  semejante  testamento,  ni  la  monarquía 
era  entonces  hereditaria,  sino  electiva,  como  en  tiempo  de  los  Godos. 

(3)  Álava,  namque  Vizcaya,  Alaonc  etUrdunia,  a  suis  incolis  reperiuntur  semper  esse  pos- 
sessae.  (Sebast,  .^almant  ,  Chr.,  núm  14.) 

(4)  Según  la  tradición  del  país,  los  Vascos  desde  el  mismo  siglo  de  la  conquista  estrecharon 
los  lazos  de  su  confederación,  levantaron  una  bandera  con  tres  manos  ensangrentadas  y  esta  le- 
yenda en  su  antiguo  idioma:  Irurakhaí  (tres  en  una). 


CAP.   V. — ESPAÑA   ÁRABE,  325 

habían  unido  con  los  Asturianos  bajo  la  autoridad  de  un  mismo  rey.  No  puede 
decirse  sin  embargo  que  iodos  los  pueblos  cristianos  del  norte  de  España  forma- 
sen desde  un  principio  una  estrecha  liga  contra  el  enemigo  común;  mas  la  reli- 
gión y  la  necesidad  de  la  defensa  establecian  entre  ellos  inteligencias  naturales, 
comunicando  esta  liga  mal  formada,  pero  nacida  de  la  misma  naturaleza  de  las 
cosas ,  con  los  estados  de  los  hijos  de  Eudo  de  Aquitania ,  desde  el  Deva  hasta 
el  valle  del  Ariege ,  por  medio  del  territorio  navarro  (1),  que  se  extendía  hasla 
las  llanuras  de  una  y  otra  falda  de  los  Pirineos. 

Al  otro  lado  de  Asturias ,  entre  el  Miño  y  el  Eo ,  la  tierra  que  forma  el  án- 
gulo occidental  y  boreal  de  la  Península  y  que  se  ha  llamado  Galicia ,  habiasido 
invadida  y  abandonada  varias  veces  por  los  Árabes  desde  los  primeros  tiempos 
de  la  conquista.  Sabemos  que  Muza  llevó  sus  armas  hasta  Lugo  y  que  se  propo- 
nía continuar  su  marcha  triunfadora  hasla  las  montañas  de  los  Asturos  Lucenses, 
cuando  una  orden  del  califa  le  llamó  precipitadamente  á  Damasco.  Después ,  la 
dificultad  de  mantenerse  en  el  país,  la  crudeza  del  clima,  la  continua  necesidad 
que  tenían  ele  hombres  de  guerra  ,  hicieron  que  los  Árabes  solo  conservasen  en 
aquel  país  los  lagares  fortificados.  Dejaron  algunas  tropas  para  la  custodia  de 
Lugo ,  de  Tuy  y  de  las  ciudades  mas  inmediatas  al  Miño  ,  pero  no  establecieron 
en  aquella  tierra  colonias  militares ,  ni  jamás  fué  muy  grande  el  número  de  los 
que  la  defendían.  Así  fué  como  muchas  poblaciones  gallegas  pudieron  conservar- 
se independientes  en  algunos  de  sus  fríos  y  sombríos  valles  al  norte  del  Miño  , 
en  que  los  Árabes  no  penetraron  ó  por  dondecuando  mas  se  limitaron  á  pasar,  no 
enconlrando  nada  allí  que  les  inspirase  deseos  de  establecerse.  Poco  inquietados 
ó  ignorados  en  las  profundas  gargantas  del  Medulio  ,  los  Gallegos  se  mantuvie- 
ron en  un  principio  tranquilos ,  gobernados  por  los  obispos  refugiados  entre 
ellos  ó  por  los  Abades  de  los  monasterios  que  allí  se  fundaron  bajo  la  dominación 
visigoda.  Su  debilidad  los  habia  condenado  al  reposo  en  los  primeros  momentos, 
pero  entre  el  silencio  y  el  misterio  de  sus  valles  habían  amontonado  contra  el 
Moro,  invasor  de  su  patria,  tesoros  de  odio,  que  solo  esperaba  ocasión  de  estallar. 
Así  pues ,  al  querer  traspasar  los  límites  del  reino  fundado  por  Pelayo  ,  que  en- 
tonces se  extendían  desde  el  Eo  (rio  Miranda)  hasta  las  fronteras  de  Vizcaya,  Al- 
fonso halló  á  todos  los  pueblos  inmediatos  prontos  á  secundarle  en  sus  proyectos 
contra  los  Musulmanes ;  y,  seguro  de  encontrar  en  todos  valor  y  auxilio,  empezó 
con  ruda  ó  incontrastable  energía  la  guerra  que  en  menos  de  veinte  años  puso 
al  pequeño  reino  de  las  montañas  (2)  en  estado  de  tratar  de  igual  á  igual  con  el 
emir  que  gobernaba  en  Córdoba. 

Alfonso  estableció  su  centro  de  operaciones  en  Canicas ,  en  la  comarca  ilus- 
trada por  el  gobierno  de  Pelayo  ,  y  desde  aquel  punto  pudo  ejercersu  acción  has- 
ta el  país  de  los  Vascones  al  este  ,  y  al  oeste  mas  allá  de  Lugo  ,  hasta  los  valles 
septentrionales  de  Galicia  formados  por  las  últimas  ramificaciones  de  los  Pirineos 
interiores.  Carecemos  de  detalles  acerca  del  carácter  y  de  la  ocasión  de 
la  primera  campaña  de  Alfonso  contra  los  mahometanos,  pero  es  seguro 
que  los  primeros  que  le  siguieron  al  combate  fueron  los  antiguos  compañeros  de 


(4)    Nava-  Herrín,  tierra  llana. 
(2)    Regnum  montauum. 


326  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

e  •>• c  Pelayo  y  sus  descendientes  de  la  montaña,  reforzados  quizás  por  algunos  miles  de 
Cántabros,  hijos  también  délos  compañeros  de  Pedro,  duque  de  Cantabria,  pa- 
dre del  nuevo  rey. 

Con  este  ejército ,  cuyo  mando  compartió  con  su  hermana  Fruela  (1)  ,  fran- 
74 -  queó  con  animoso  corazón  las  montañas  que  dividen  Asturias  de  Galicia  ,  se  apo- 
deró de  Lugo,  ciudad  episcopal  y  antiguo  convento  jurídico  de  los  Romanos,  res- 
tableció en  ella  su  antiguo  obispo,  entró  luego  en  Tuy  ,  plaza  de  armas,  no  tan 
fuerte  por  sus  murallas  como  por  su  posición  en  las  márgenes  del  Miño,  y  restableció 
el  poderío  cristiano  en  todo  el  país  que  se  extiende  al  norte  deaquel  rio,  que  si  bien 
dilatado,  era  entonces  mas  que  ahora  sumamente  quebrado  y  miserable.  Poseemos 
un  curioso  documento  que  no  nos  deja  duda  del  mal  estado  de  las  ciudades  de  aquel 
territorio,  al  devolverles  Alfonso  la  libertad  é  independencia  (2).  Tal  es  el  relato 
de  la  restauración  de  Lugo  por  su  obispo  Odoario,  de  acuerdo  con  los  principales 
habitantes  de  la  ciudad,  vueltos  como  él  de  la  emigración.  Refiere  como  dester- 
rado á  remotas  comarcas ,  él  y  sus  compañeros  habían  regresado  á  la  tierra 
nativa  ,  luego  que  el  Señor,  por  medio  de  sus  servidores  Pelayo  y  Alfonso,  hubo 
restablecido  en  su  patria  el  reino  de  los  cristianos;  como  habia  hallado  la  sede 
episcopal  de  Lucum  desierta  é  inhabitable,  invenimus  ipsam  sedem  desertam  et 
inhabitabilem  factam;  como  se  habían  puesto  al  trabajo  con  decidido  ardor  y  ha- 
bían reedificado  la  casa  de  Dios  y  restaurado  la  ciudad  por  dentro  y  por  fuera 
intus  et  foris;  como  habia  él  devuelto  al  cultivo  y  dividido  las  tierras ,  plantando 
cepas  y  árboles  frutales,  vineis  et pomiferis ;  y  como  en  fin,  después  de  señalar 
á  cada  uno  su  tierra,  les  habia  dado  bueyes  para  la  labranza  y  animales  de  carga 
para  el  servicio  doméstico,  boves  adlaborandum  et  jumenta  ad  ser viendum  eis. 

Desde  la  Galicia  septentrional  pasó  Alfonso  áLusitania,  cuyos  habitantes  re- 
cibieron con  júbilo  las  huestes  libertadoras  de  la  fe;  según  Sebastian  de  Salaman- 
ca, tomó  á  Portucale  ,  Rraga  (Bracaram  M  etropolitanam ,  como  la  llama  el 
obispo)  Viseo,  Flavia,  Ágata,  Ledesma,y  luego  al  este  á  Salamanca,  Zamora,  Avi- 
la, Segovia,  Astorga  ,  León  ,  Saldaña,  Mabe,  Amaia  ,  Simancas  ,  Auca,  Vele- 
gia  ,  Alabens ,  Miranda  ,  Revendeca  ,  Carbonaria ,  Abeica  ,  Bunes ,  Cinisaria, 
Alesanco  ,  Oxoma ,  Clunia ,  Argantia  ,  y  Septempublica  (3) ,  lo  que  significaque 
recorrió  al  frente  de  sus  tropas  todo  el  país  situado  al  norte  de  la  cordillera  Car- 
petano-Vetónica  ,  de  que  forma  parte  ¡asierra  de  Guadarrama ,  hasta  las  fuen- 
tes del  Duero. 

Lástima  grande  que  las  crónicas  no  nos  hayan  relatado  sino  en  conjunto  la 
serie  de  las  conquistas  realizadas  por  el  esforzado  Alfonso,  ni  fijado  con  exacti- 
tud el  orden  de  sus  excursiones,  ni  dado  noticia  cierta  de  las  dificultades  con  que 
hubo  de  luchar  en  su  atrevida  cruzada.  Documento  alguno  nos  permite  distribuir 
aquellas  de  un  modo  conveniente  y  seguro  entre  los  varios  años  de  su  reinado, 
mas  parece  sí  que  de  todas  sus  conquistas  conservó  solo  en  un  principio  las  mas 
inmediatas  á  Asturias.  En  los  llanos  del  sur,  entre  Asturias  yel  Duero,  y  algo  mas 


(1)  Cum  fratre  suo  Froilane...  (Sebast.  Salmant.,  Chr.) 

(2)  Esp.  Sagr  ,  t.  XI;  apénd.  12. 

(3)  Estos  nombres  están  en  su  mayor  parte  tomados  literalmente  del  cronista.  (Véase  á  Sebast. 
Salml  ,  Chr.  núm.  13). 


CAP.    Y.— ESPAÑA   ÁRABE.  327 

al  oeste,  en  las  tierras  que  llevaban  el  misterioso  nombre  de  campos  Góticos  (1), 
limitóse á  talar  y  devastar  el  país.  Desmanteladas  las  poblaciones,  pasadas  á 
cuchillo  las  guarniciones  sarracenas,  llevados  como  esclavos  los  hijos  y  mugeres 
de  los  vencidos,  hasta  los  cristianos  eran  recogidos  para  poblar  con  ellos  las  co- 
marcas de  Cantabria,  Álava  y  Vizcaya,  menos  expuestas  á  las  invasiones  musul- 
manas (2). 

Entonces  fué,  añade  el  cronista,  cuando  se  poblaron  Primorias,  Levana,  Trans- 
mera,  Suporta ,  Carranza  ,  Bardulia ,  que  ahora  se  llama  Castilla  ,  y  la  parte 
marítima  de  Galicia  y  del  país  de  Burgos  (3).  Difícil  es  expresar  con  exactitud  á 
que  pueblos  modernos  corresponden  los  nombres  semi-latinos  empleados  por  el 
cronista ,  mas  á  lo  que  parece,  estas  tierras  y  ciudades  habían  de  estar  situadas 
entre  la  frontera  oriental  de  Asturias  y  el  valle  del  Vidasoa,  en  el  actual  territorio 
de  Álava  y  Vizcaya. 

Genios  dicho  que  los  primeros  y  mejores  soldados  de  Alfonso  eran  asturia- 
nos y  cántabros.  Activos,  ágiles,  excelentes  honderos,  de  terrible  intrepidez  en  el 
ataque  ,  los  Asturianos  sobre  todo  habían  llegado  á  ser  el  terror  de  los  Árabes, 
según  confesión  de  sus  propios  historiadores  (4).  Por  varios  pasages  de  los  mismos 
viénese  en  conocimiento  deque  aquellos  esforzados  montañeses  bajaban  en  bandas 
de  lo  alto  de  sus  sierras ,  singularmente  vestidos  y  con  largas  cabelleras,  que 
salian  por  debajo  de  un  casco  redondo,  hecho  de  mallas  y  sujeto  al  cuello  por 
medio  de  una  correa.  Sin  temor  ni  miedo,  y  poseídos  de  invencible  ardor,  precipi- 
tábanse á  los  valles  meridionales ,  y  la  extrañeza  de  sus  armas  no  asombraba 
menos  á  los  Árabes  que  la  singularidad  de  su  traje.  Además  de  la  honda,  de  que 
se  servían  con  una  destreza  sorprendente,  llevaban  el  dardo  ibero,  largo  de  tres 
pies,  que  lanzaban  á  gran  distancia  con  mano  segura ,  la  hoz  de  corte  interior ,  al 
contrario  de  la  cimitarra  oriental ,  el  puñal  cántabro  para  las  luchas  cuerpo  á 
cuerpo,  la  aguda  pica  de  hierro  y  la  pesada  hacha  de  los  leñadores. 

Usaban  también  de  un  arma  particular  llamada  bidente ,  palo  de  unos  cua- 
tro pies  de  largo ,  terminado  en  una  media  luna  de  hierro  con  una  punta  en  me- 
dio ,  cuyos  cuernos  formaban  un  semicírculo  de  unos  dos  pies  de  abertura  ;  ser- 
víanse de  esta  arma  para  detener  á  los  caballos  en  el  llano  y  rechazar  el  ataque 
déla  caballería. 

Con  estas  terribles  milicias ,  Alfonso ,  según  hemos  dicho ,  alcanzó  repetidas 
victorias ,  y  hubo  pocos  lugares  habitados  por  los  musulmanes  en  las  inmedia- 
ciones de  Asturias  que  no  fuesen  visitados  y  devastados  por  aquellos  irresistibles 
campeones.  Los  Sarracenos  podían  luchar  con  ellos  á  veces  con  ventaja  en  campo 
raso;  pero  luego  que  habían  logrado  poner  en  fuga  á  sus  enemigos,  ¡  infelices  de 


(4)    Campos,  quos  dicunt  Gothicos,  usque  ad¡flumen Dorium,  eremavit.  (Chr.  Albeld.,  núm.  52.) 

(2)  Omnes  quoque  Árabes  ocupatores  supradictorum  civitatum  interficiens,  Christianos  secum 
ad  Patriam  duxit.  (Sebast.  Salm.  Chr., núm.  *43.) 

(3)  Eo  tempore  populantur  Primorias,  Levana,  Transmera,  Supporta,  Carranza,  Bardulia, 
quae  nunc  appellatur  Castella,  et  pars  marítima  Galleciae,  Burgi.  (Id  ,  núm.  44). 

(4)  Uno  de  estos  dice  lo  siguiente  de  Alfonso,  en  el  año422  de  la  hegira  (El  Laghi,  texto  árabe, 
en  Faust.  Borbon):  «Entonces  tomó  el  mando  de  las  Asturias  Adefuns  el  Terrible  ,  matador  de  hom- 
bres, hijo  de  la  Espada  (Ebn  el  Saif):  tomó  ciudades  y  castillos,  y  nadie  osaba  hacerle  frente.  Mil  y 
mil  musulmanes  sufrieron  por  él  el  martirio  de  la  espada;  quemaba  casas  y  campiñas,  y  no  habia 
tratados  con  él.» 


328  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ellos  si  los  perseguían  hasta  sus  montanas !  cuando  pasaban  adelante  y  penetra- 
ban en  los  desfiladeros  á  donde  procuraban  atraerlos  los  cristianos,  rara  vez 
volvian  tantos  como  habian  marchado.  Por  esto  al  llegar  á  los  senderos  pedrego- 
sos y  erizados  de  maleza,  que  llamaban  guajarras,  abandonaban  por  lo  común 
la  inútil  persecución  de  los  cristianos ,  para  volver  al  dia  siguiente  á  dar  princi- 
pio á  la  lucha. 

Este  era  el  carácter  general  de  la  guerra  empeñada  entre  Españoles  y  Ara- 
bes,  desde  las  primeras  excursiones  de  Alfonso  en  tiempo  de  Abdelmelek,  y  el 
mismo  será,  aunque  mas  en  grande,  el  que  habremos  de  asignarle  durante  mucho 
tiempo.  Batallas  campales  entre  ambos  pueblos,  no  las  veremos  todavía,  y  á  lo 
mas  podremos  consignar  algunos  combates  á  los  que  ha  quedado  el  nombre  de 
un  lugar  ó  de  un  rio. 

En  las  poblaciones  que  conservaba,  iba  Alfonso  estableciendo  el  culto  católi- 
co, reponiendo  obispos,  restaurando  ó  erigiendo  templos,  y  dotando  iglesias,  lo 
cual  le  valió  el  dictado  de  Católico,  que  siglos  adelante  habia  de  ser  apelativo  de 
honor  de  los  monarcas  españoles.  Para  defensa  y  seguridad  de  las  fronteras,  en 
las  quebradas  y  en  los  lugares  mas  enriscados  de  las  breñas  y  montes  iba  erigiendo 
fortalezas  y  castillos  (castella)  ,  de  donde  mas  adelante  habian  de  tomar  su  nom- 
bre dos  provincias  españolas. 

Las  hostilidades  continuaron  con  buen  resultado  para  los  cristianos  durante 
todo  el  tiempo  de  la  lucha  entre  Amer  y  Yussuf ,  y  solo  se  suspendieron  por  un 
momento  en  el  año  138  de  la  hegira  (756),  á  causa  de  la  elección  de  Fruela, 
que  se  hizo  aquel  año  en  Asturias ,  y  de  la  llegada  á  España  del  Ommíada  Ab- 
derrahman. 

Desde  los  primeros  tiempos  de  Pelayo  hasta  fines  del  reinado  de  Alfonso,  el 
reino  de  Asturias  extendióse  fuera  de  las  montañas  á  los  campos  de  Galicia,  de 
Portugal,  de  Castilla,  de  Cantabria  ydelaRioja,  y  por  los  montes  hasta  los 
Pirineos  y  Aragón.  Ha  de  tenerse  presente  sin  embargo,  que  aun  cuando  desde  el 
año  128  de  la  hegira  al  138  habian  los  Españoles  penetrado  hasta  Avila,  tomado 
á  Braga,  Zamora,  Nájera  y  Logroño,  y  devastado  todo  el  territorio  que  se  llama 
ahora  Castilla  la  Vieja,  habíales  sido  imposible  mantenerse  en  él,  lo  mismo  que 
en  Oporto,  Viseo,  Chaves  y  otras  ciudades  por  la  parte  de  Portugal  que,  conquis- 
tadas por  Alfonso  en  aquella  época,  vérnoslas  citadas  poco  después  por  los  Árabes 
entre  aquellas  que  reconocían  su  dominación.  Alfonso  empero  parece  haber 
conservado  por  algún  tiempo  Legio  y  Asturica,  sin  duda  en  los  postreros  años  de 
su  reinado ,  y  dícese  que  mandó  acuñar  moneda  en  la  primera  de  dichas  ciuda- 
des. Existe  por  lo  menos  una  medalla  de  León  atribuida  á  este  rey  por  un  sabio 
numismático  español  (1). 

lía  de  decirse,  pues,  que  en  756  el  reino  de  Asturias  solo  se  habia  ensancha- 
do de  un  modo  definitivo,  al  oeste,  con  la  Galicia  propiamente  dicha,  y  al  este, 
hasta  el  territorio  de  los  Vascones.  En  cuanto  al  mediodía,  al  futuro  reino  de 
León,  nada  se  habia  constituido  aun  de  una  manera  regular  y  estable,  y  Alfonso, 


(1)    Antonio  Agustín,  Antiquit.  Rom.,  dial.  7,  pág.  119. — La  leyenda:  ahfvsrex,  leocivitas,  lleva 
encima  una  cruz.  Hay  quien  dice  sin  embargo,  que  la  contracción  de  Leo  es  de  una  época  posterior. 


CAP.    Y. — ESPAÑA   ÁRABE.  329 

imposibilitado  de  poder  ocuparlo ,  habíase  limitado  á  devastar  las  posesiones  sar- A  r!e  J  c 
racenas. 

Así  estaban  las  cosas  entre  los  cristianos  españoles  cuando  Alfonso  murió 
en  Cangas  en  756.  Sus  restos  mortales  fueron  sepultados  en  el  monasterio  de    736- 
Santa  María  de  Covadonga,  que  él  habia  fundado ,  donde  fueron  también  trasla- 
dados los  de  Pelayo.   Las  sencillas  crónicas  cristianas  refieren  detalladamente 
los  prodigios  que  á  su  muerte  acompañaron. 

Veamos  ahora  lo  que  sucedía  entre  los  dominadores  del  resto  de  la  Penín- 
sula. 


TOMO  II. 


330  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 


CAPÍTULO  Yí. 

Llegada  á  España  de  Abderrahraan  ben  Moaviah  ben  Meruan.— Toma  el  título  de  emir.— Resisten- 
cia de  Yussuf  el  Fehri. — Abderrahmaa  marcha  contra  Córdoba. — Batalla  de  Musara. — Yussuf  y 
Samail  son  derrotados. — Toma  de  Córdoba. — Tratado  de  Elvira. — Abderrahman  es  reconocido 
emir  en  toda  Andalucía. — Nacimiento  de  Hixem.— Levantamiento  de  Yussuf  y  de  sus  hijos.— 
Muerte  de  Yussuf. — Los  Francos  toman  á  Narbona. — Tentativas  de  los  Abassidas  contra  el  emir 
Abderrahman.— Desórdenes  y  guerras  civiles. — Venida  de  Carlo-Magno  con  gran  ejército  á  Es- 
paña.— Llega  á  los  muros  de  Zaragoza  y  se  retira.— Derrota  de  su  ejército  en  Roncesvalles. — 
Canto  de  guerra  de  los  Vascos. — Fin  délos  hijos  de  Yussuf. — Paz.— Embellecimiento  de  Córdoba. 
— Muerte  de  Abderrahman. 

Desde  el  año  756  hasta  el  788. 

Al  referir  las  vicisitudes  de  familia  que  trajeron  á  Abderrahman  á  España, 
el  autor  árabe  á  quien  traduce  Conde,  exclama :  — « Bendito  sea  aquel  Señor  en 
cuyas  manos  esSán  los  imperios ,  que  da  los  reinos,  el  poderío  y  la  grandeza  á 
quien  quiere,  y  quita  los  reinos ,  la  potestad  y  la  soberanía  á  quien  quiere.  Se- 
ñor Alá,  tu  imperio  solo  es  eterno  y  sin  vicisitudes,  y  tú  solo  eres  sobre  todas 
las  cosas  poderoso.  Estaba  escrito  en  la  tabla  reservada  de  los  eternos  decreíos 
que ,  á  pesar  de  los  Beni  Alabas  (los  hijos  de  Abbas) ,  y  de  sus  deseos  de  acabar 
con  toda  la  familia  de  los  Beni  Omeyas,  ya  despojada  del  califato  y  soberanía  del 
imperio  muslímico ,  todavía  se  habia  de  conservar  una  fecunda  rama  de  aquel 
insigne  tronco  que  se  establecería  en  Occidente  con  floreciente  estado  (1).»  Ab- 
derrahman ben  Moaviah  ben  Hixem  ben  Abdelmelek  ben  Meruan,  mancebo  de 
veinte  años,  pues  habia  nacido  el  año  113  en  el  campo  de  Damasco,  se  halló  por 
fortuna  ausente  en  Zeitun  cuando  el  califa  Asefah  expidió  orden  de  muerte  contra 
él  y  su  primo  Solimán  ben  Hixem  ben  Abdelmelek,  que  ambos  vivían  sobrese- 
guro y  honrados  en  la  corte.  Avisado  de  la  muerte  de  su  primo  y  de  la  mucha 
diligencia  con  que  buscaban  su  cabeza  ,  y  provisto  por  amigos  fieles  de  joyas  y 
caballos,  se  disfrazó  y  huyó  de  Siria  por  caminos  extraviados,  sin  atreverse  a 
entrar  en  poblado.  Así  anduvo  errante  y  fugitivo  desde  el  año  132  entre  Bedui- 
nos y  pastores;  y  aunque  acostumbrado  á  los  regalos  de  la  opulencia  y  á  las  de- 
licias de  las  ciudades,  se  acostumbró  con  facilidad  á  la  rústica  y  dura  vida  del 
campo,  como  si  hubiere  nacido  en  sus  valles  y  rancherías.  Estaba  cada  día  con 
nuevos  sobresaltos;  las  noches  pasaba  con  desvelo,  dice  el  historiador  árabe,  y 
á  las  alboradas  era  el  primero  en  poner  el  freno  á  su  caballo. 

Pensando  hallar  mas  seguro  asilo  en  África  que  en  Egipto,  dejó  á  sus  Be- 
duinos y  se  dirigió  á  aquella  tierra.  Era  por  aquel  entonces  gobernador  de  la  pro- 


(1)    Hist.  de  la  dom.  de  los  Árabes  en  Esp.,  P.  2.a,  c.  I. 


CAP.    YI. — ESPAÑA   ÁRABE.  331 

vincia  de  Barca  Aben  Habib  ,  que  debia  su  autoridad  y  buena  suerte  á  los  ca- 
lifas Beni  Omeyas ;  pero  siguió  el  aire  de  la  fortuna  que  soplaba  y  olvidó  á  sus 
antiguos  favorecedores.  Tenia  este  wali  expiados  todos  los  pasos  y  dadas  las  ór- 
denes para  prender  al  joven  Abderrahman ,  y  al  saber  que  un  mancebo  de  sus 
mismas  señas  habia  entrado  en  su  provincia,  avisó  á  sus  alcaides  y  mandó  bus- 
carle en  toda  la  tierra ,  diciéndoles  que  no  podian  prestar  al  califa  servicio  mas 
agradable  que  la  prisión  de  aquel  fugitivo. 

Ando  Abderrahman  por  tierra  de  Barca,  y  en  todas  partes  halló  gentes  bien 
intencionadas  y  benéficas  que  se  le  aficionaban  y  deseaban  servirle;  su  edad, 
su  gentileza,  cierta  majestad  que  resplandecía  en  sus  ojos,  y  su  condición  afa- 
ble ganaban  los  corazones  y  la  voluntad  de  cuantos  le  trataban.  Los  Beduinos  del 
aduar  en  que  estaba  hospedado  fueron  una  noche  alcanzados  por  una  compañía 
de  gente  de  á  caballo ,  enviada  por  Aben  Habib  para  prender  á  Abderrahman; 
preguntáronles  por  un  joven  de  Siria  de  tales  señas,  y  no  dudando  ios  Beduinos 
que  buscaban  á  su  huésped  Giafar  iUnianzor,  que  con  este  nombre  le  llamaban 
ellos,  y  recelando  que  no  fuese  para  bien  suyo,  contestaron  que  aquel  á  quien 
buscaban  habia  salido  á  caza  de  leones  con  otros  jóvenes,  y  debían  pasar  ¡a  no- 
che en  un  cercano  valle.  Partieron  los  emisarios  al  lugar  indicado,  en  tanio  que 
los  Beduinos  manifestaron  á  su  huésped  lo  que  les  habían  preguntado  y  sus 
bien  fundadas  sospechas.  Abderrahman  agradecióles  con  lágrimas  y  sinceras 
expresiones  lo  que  por  él  habían  hecho ,  y  acompañado  de  seis  esforzados  man- 
cebos del  aduar,  huyó  durante  la  noche  para  procurarse  en  mas  apartados  de- 
siertos seguro  asilo  contra  las  asechanzas  del  emir.  Atravesaron  grandes  llanu- 
ras y  collados  de  arena,  oyeron  sin  temor  el  rugido  de  fieros  leones,  y  continuan- 
do intrépidos  algunas  jornadas,  llegaron  á  Tahart  donde  hallaron  generosa  aco- 
gida. 

Tahart  era  en  cierto  modo  la  capital  de  la  Berbería,  hallábase  situada  á  poca 
distancia  de  Tremecen  y  del  mar,  y  su  población  consistía  principalmente  en  Ze- 
netas.  «Esta  ciudad  se  levanta  en  la  orilla  meridional  de  un  rio  llamado  Milah, 
que  nace  al  mediodía,  dice  un  autor  del  cuarto  siglo  de  la  hegira,  Obaid  el 
Bekri  de  Córdoba.  Otro  riachuelo  llamado  Tarnanesk,  formado  por  las  aguas  de 
varias  fuentes,  corre  al  oriente  de  la  ciudad  y  sirve  para  el  consumo  de  los  ha- 
bitantes y  para  el  riego  de  tierras  y  jardines.....  Al  mediodía  habitan  los  Levatah 
y  los  Ha  varan  que  ocupan  muchas  aldeas ;  al  occidente  se  encuentran  los  Zava- 
gah,  y  al  norte  los  Matmatah,  los  Zennetah  y  los  Meknasah  (1).» 

Los  Zeneías  (Zenatah) ,  cerca  de  los  cuales  acababa  de  llegar  Abderrah- 
man, formaban  la  mas  importante  tribu  entre  los  Berberíes  y  también  la  mas 
ilustre;  á  ella  habia  pertenecido  Tarik.  Hallábanse  diseminados  por  todo  el  litoral 
de  África  que  los  Árabes  llamaban  el  occidente  central  (el  Maghreb  el  Áussath), 
comprendiendo  el  territorio  de  la  destruida  regencia  de  Argel  y  parte  de  la  pro- 
vincia de  Constan  tina  (Khosanthinah )  (2). 


(1)  Historias  de  los  tiempos,  los  Caminos  y  los  Imperios,  Ms.  árabes  de  la  Bibl.  Nac 

(2)  Los  Zenatah  junto  con  los  Senhegahy  los  Havarab,  descendencia  de  los  Amalecitas  y  délos 
antiguos  Árabes  Yemenitas,  emigrados,  según  las  tradiciones  genealógicas  entre  ellas  conservadas, 
en  tiempo  inmemorial,  de  entre  los  cuales  habían  salido  los  principales  compañeros  de  Tarik  y  por 
consiguiente  los  primeros  conquistadores  de  España,  ocupaban  al  rededor  de  Tahart  gran  número 


332  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Abderrahoian  y  sus  compañeros  fueron  hospedados  en  casa  de  un  noble  je- 
que de  los  mas  principales  de  la  tribu  zeneta,  y  allí  los  visitaron  los  mas  distingui- 
dos habitantes  de  Tahart,  queriendo  todos  llevarlos  ásus  casas.  No  quiso  Abder- 
rahman  disimular  por  mas  tiempo  su  origen  y  desgracias  sabiendo  la  nobleza  y 
generosidad  de  aquella  tribu  y  que  su  madre  Raha  procedía  de  ella  ,  y  divulga- 
da esta  feliz  circunstancia,  todos  los  jeques  zenetas  le  ofrecieron  su  amistad  y 
favor,  y  se  acrecentó  el  afecto  que  ya  le  profesaban. 

Entretanto  en  España  continuaba  la  guerra  civil :  los  musulmanes  de  las 
regiones  orientales  mantenían  el  partido  de  los  Abdaritas,  que  acaudillaba  Amer 
ben  Amru  ,  y  los  de  Andalucía  y  tierra  de  Toledo  ,  conducidos  por  el  emir  Yus- 
suf  el  Fehri,  peleaban  contra  ellos  con  varia  fortuna  en  las  ásperas  sierras  donde 
nace  el  Tajo.  El  odio  y  el  furor  eran  iguales  por  ambas  partes ;  talábanse  los 
campos,  incendiábanse  los  edificios  ,  y  todas  las  provincias  estaban  inquietas  y 
los  habitantes  sin  seguridad  y  sin  justicia. 

Sabedor  de  semejante  estado  de  cosas  ,  el  descendiente  de  los  Omeyas  vio 
en  ello  ocasión  de  realzar  la  fortuna  de  su  familia  y  envió  á  España  al  fiel  Be- 
dre,  liberto  de  su  padre,  para  disponer  los  ánimos  en  su  favor. 

La  llegada  de  Bedre  y  los  relatos  que  hacia  de  las  aventuras  de  Abderrah- 
man  no  tardaron  en  formar  á  su  señor  un  partido.  Muchos  musulmanes  veían 
con  pesar  la  semi-obediencia  en  que  se  hallaba  España  respecto  á  un  poder  que 
se  habia  hecho  inútil,  si  no  oneroso,  pues  si  bien  Yussuf  habia  interrumpido  toda 
relación  con  él  desde  la  caida  de  Meruan  lí ,  no  se  habia  atrevido  á  declararse 
independiente,  aun  después  que  Amer  se  hubo  levantado  contra  él  en  nombre  de 
los  Abassidas.  Al  enemigo  natural  de  la  familia  cuya  violenta  elevación  al  califato 
habia  ensangrentado  el  Oriente,  estaba  reservado  hacer  desaparecer  las  últimas 
huellas  de  dependencia. 

Por  un  azar  afortunado  ,  Bedre  encontró  k  su  llegada  á  ochenta  jeques  de 
las  tribus  sirias  y  egipcias  reunidos  en  Córdoba  en  ausencia  de  Yussuf,  para  es- 
cogitar los  medios  de  salir  de  tan  angustioso  y  aflictivo  estado.  Convinieron  to- 
dos en  la  poca  esperanza  que  habia  de  poder  salvar  la  España  musulmana  de  los 
horrores  de  la  anarquía,  y  en  el  ningún  remedio  que  podían  aguardar  de  la  cor- 
te de  Damasco,  agitada  como  estaba  ella  misma  y  á  tan  larga  distancia  déla  Pe- 
nínsula. Uno  de  los  presentes  propuso  como  único  medio  de  salvación  elegir  un 
jefe  que  los  gobernara  con  independencia  del  imperio  de  Oriente  ,  y  ante  el  cual 
todos  se  inclinaran  ,  pues  ni  ellos  ni  los  pueblos  habían  de  ser  juguete  por  mas 
tiempo  de  las  ambiciones  de  sus  ausentes  califas.  ¿  Pero  dónde  hallar  un  hombre 
que  reuniera  las  excelentes  dotes  que  se  necesitaban  para  este  difícil  cargo?  Sus- 
pensos estaban  todos ,  cuando  los  jeques  á  quienes  ganara  Bedre  propusieron  al 
descendiente  de  los  Ommíadas ,  salvado  como  por  milagro  de  la  matanza  de  los 
suyos ,  y  refugiado  entonces  entre  los  Zenetas  de  Tahart ,  á  pocas  jornadas  de 
Andalucía.  Kl  nombre  de  Qmmíada  ,  muy  querido  por  los  Sirios,  hizo  cesar  to- 
das las  incertidumbres  y  reunió  todos  los  votos  hasta  entonces  divididos. 


de  ciudades  y  aldeas,  entre  otras  Melilah,  Tenes,  Maskarah,  Tremecen,  Al  Zalah  ,  Al-Djezayr  (Ar- 
gel ),  Bodjeyah  (Bugía)  etc.,  dependientes  todas  de  la  antigua  regencia  do  Argel  y  del  beylik  de  Cons- 
tantina. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  333 

Faltaba  trasladar  á  Andalucía  al  joven  Ádderrahman  ,  y  Teman  ben  Alka- 
mah  y  Wahib  ben  Zahor  que  figuraban  en  primera  línea  entre  sus  partidarios, 
equiparon  un  buque  y  pasaron  al  momento  á  África  en  busca  del  hombre  que  se 
habia  convertido  en  la  esperanza  de  su  causa.  Llegados  á  Tahart  y  presentados 
al  joven  proscrito,  Teman  le  ofreció,  no  solo  un  asilo  en  la  Península,  sino  tam- 
bién la  soberanía  de  las  tribus  musulmanas  españolas ,  en  nombre  de  sus  princi- 
pales jeques.  Según  una  versión  acreditada,  le  dijo  estas  palabras:  «Los  Muslimes 
de  España  y  en  su  nombre  los  principales  jeques  de  las  tribus  de  Arabia  ,  Siria 
y  Egipto,  nos  envían  á  ofrecerte  de  todo  buen  corazón  y  buen  talante,  no  solo  un 
asilo  seguro  contra  tus  enemigos ,  que  este  ya  la  tienes  en  el  amparo  de  estos 
nobles  Zenetas ,  sino  el  imperio  de  los  pueblos  de  España.  Ya  eres  dueño  de  sus 
corazones ,  y  en  su  buena  voluntad  y  leal  obediencia  apoyarás  tu  honra  con 
mas  firmes  fundamentos  que  los  montes :  algunos  peligros  y  resistencias  encon- 
trarás ;  pero  no  estarás  solo  :  verás  á  tu  lado  los  esforzados  caudillos  conquista- 
dores de  Occidente  y  los  fieles  pueblos  que  te  desean  y  te  llaman  para  que  go- 
biernes aquel  estado  que  fué  de  tus  abuelos.  Todos  correrán  á  las  peleas  y  á  la 
muerte  si  necesario  fuere  ,  para  colocarte  y  mantenerte  en  la  soberanía  que  te 
ofrecen  (1).» 

Abderrahman  aceptó  la  oferta  de  buen  grado  y  se  abandonó  al  brillante  des- 
tino que  ante  sus  ojos  se  ofrecía.  Manifestó  á  los  jeques  africanos  el  motivo  que 
allí  llevara  á  los  caballeros  andaluces  y  la  importante  proposición  que  le  hicie- 
ran ,  por  lo  cual  todos  le  felicitaron  y  se  ofrecieron  á  prestarle  auxilio.  Los  Ze- 
netas pusieron  á  su  disposición  quinientos  ginetes ,  los  de  Meknasah  doscientos, 
y  el  jeque  de  Tahart  cincuenta  caballos  y  cien  lanzas.  En  pocos  dias  fueron  he- 
chos todos  los  preparativos ,  y  Abderrahman  se  embarcó  para  el  país  á  donde  le 
llamaba  su  nueva  fortuna. 

Mientras  esto  sucedía,  Yussuf  se  ocupaba  en  guerrear  con  Amer  ben  Amru  y 
su  hijo,  dueños  de  Zaragoza.  El  mayor  desorden  reinaba  entonces  ,  según  hemos 
dicho  ,  en  los  dominios  musulmanes.  A  favor  de  las  turbulencias  interiores  de  la 
Península  ,  la  Seplimania  se  habia  separado  de  España  ,  y  el  noble  godo  Áuse- 
mondo  ,  de  quien  hemos  hablado  ,  acababa  de  entregar  las  ciudades  que  gober- 
naba al  rey  Pepino.  Todos  acusaban  á  Yussuf  de  negligencia  ó  de  impericie  ,  y 
cada  dia  disminuía  el  número  de  sus  partidarios. 

En  tanto  un  viento  favorable  impulsaba  hacia  las  costas  andaluzas  al  bu- 
que que  llevaba  á  Abderrahman  y  su  fortuna.  Sus  numerosos  partidarios  se  agi- 
taban por  ¡odas  partes  para  recibirle  dignamente,  y  solo  esperaban  su  llegada  pa- 
ra proclamarle  emir  supremo  de  los  fletes  españoles. 

Yussuf  acababa  de  vencer  en  Zaragoza  á  Amer  y  á  su  hijo  (755)  (2),  y  vol- 
vía á  Córdoba  llevando  consigo  á  sus  enemigos  cargados  de  cadenas,  cuando  una 
funesta  noticia  vino  á  turbar  el  gozo  de  su  victoria.  Llegábale  de  África  un  com- 
petidor mas  terrible  que  aquel  á  quien  acababa  de  vencer  ;  un  Ommíada  ,  de  la 
estirpe  que  desde  Alí  habia  dado  al  Oriente  sus  califas ,  disponíase  á  disputar  en 
persona  á  un  Fehri  la  soberanía  de  España. 


(1)  Ausemondus  Gothus   Nemauso    civitatem,  Magdalonam,  Agaten,  Büerras .  Pippino  regi 
Francorum  tradidit.Ex  eo  dieFranci  Narbonam  infestant.  (Ann.  deAnian.,  annDCCLII). 

(2)  La  toma  de  Zaragoza  por  Yussuf  se  fija  á  fines  del  año  137  (7551. 


334  HISTORIA    GENERAL  DE  ESPAÑA. 

Refiere  un  escritor  de  un  modo  dramático  la  sorpresa  y  el  terror  que  causó 
esta  nueva  al  victorioso  emir.  Regresaba  triunfante  á  Córdoba ,  dice  ,  con  los 
caudillos  y  las  tropas  de  Andalucía,  cuando  cierto  dia  que  descansaba  en  un  va- 
lle que  llaman  Guadarramla  (1) ,  á  cincuenta  millas  de  Toledo  ,  llegó  su  amigo 
el  wali  Samail  con  gran  prisa,  y  entrando  muy  fatigado  en  su  pabellón  ,  le  dijo: 
«En  esta  carta  verás  la  importancia  de  mi  venida  ;  es  de  un  amigo  de  toda  mi 
confianza.»  Yussuf  leyó  lo  siguiente  :  «  Señor  ,  acábase  tu  imperio  ,  ya  está  en 
camino  el  que  destruirá  tu  estado  y  autoridad.»  Conferenciaban  Yussuf  y  Samail 
sobre  el  contenido  de  esta  carta  cuando  llegó  con  gran  diligencia  un  enviado  de 
Córdoba .  cosas  todas  las  dichas  que  produjeron  entre  los  soldados  gran  agita- 
ción y  ansiedad. 

Entró  el  enviado  y  puso  en  manos  de  Yussuf  una  carta  de  su  hijo  Abder- 
rahman  ,  por  cuyo  mandato  llegaba ;  decia  la  carta:  «que  un  Coraixita  délos  hi- 
jos del  califa  Hixem  ben  Abdelmelek,  llamado  Abderrahman  ben  Moaviah  ,  pasa- 
ba el  mar  para  España; que,  según  ciertos  avisos,  debia  aportar  en  tierrade  Elvi- 
ra; que  era  llamado  por  una  poderosa  parcialidad  de  los  Omeyas  en  que  estaban 
los  mas  nobles  jeques  de  las  tribus  árabes ,  sirias  y  egipcias ,  y  que  venia  au- 
xiliado de  tropas  berberíes. » 

Yussuf  quedó  suspenso  y  aterrado  ,  y  después  de  algún  espacio ,  temblando 
de  indignación  y  de  cólera  ,  mandó  crucificar  á  Amer  ,  á  su  hijo  Wahib  y  al  se- 
cretario Alhebab  el  Zohri ,  y  alancearlos  hasta  que  hubieron  espirado  :  crueldad 
(dice  el  autor  de  quien  tomamos  este  relato)  (2)  que  le  indispuso  con  su  fortuna, 
que  desde  entonces  le  abandonó  y  se  pasó  al  bando  de  su  nuevo  rival  (3).  Al 
dia  siguiente,  un  tercer  enviado  de  Córdoba  le  entregó  una  carta  de  su  madre,  en 
que  le  decia:  «que  Abu  Otman,  uno  de  sus  mas  leales  servidores,  le  avisaba  des- 
de" Caria-Toras,  donde  residía  ,  de  que  uno  de  los  hijos  del  califa  ííixem,  llama- 
do Abderrahman  bsn  Moaviah,  pasaba  el  mar,  y  se  esperaba  que  aportase  en  las  cos- 
tas de  Damasco  (4);  que  habia  gran  alboroto  y  movimiento  de  gentes  en  aquellas 
comarcas,  y  que  se  aseguraba  que  no  tardaría  en  llegar  el  sucesor  y  legítimo  due- 
ño de  todos  los  estados  de  Occidente.»  Esto  aumentó  aun  mas  la  zozobra  y  an- 
siedad de  Yussuf  y  de  su  amigo  Samail ,  y  al  mismo  tiempo  que  apresuraron  su 
marcha,  expidieron  órdenes  para  reunir  todas  sus  tropas,  resueltos  á oponerse  al 
desembarque  de  su  competidor.  Su  diligencia,  empero,  fué  vana ;  era  ya  dema- 
siado tarde. 

El  clia  tercero  de  la  luna  de  julkadah  del  año  138  de  la  hegira  (8  de  abril 
de  756),  Abderrahman  ben  Moaviah  desembarcó  en  üisn  al  Munecab  (fortaleza 
de  las  lomas)  (5),  con  mil  caballeros  africanos.  Los  jeques  principales  de  Anda- 
lucía le  estaban  esperando,  y  luego  que  llegó  á  tierra  le  juraron  obediencia  to- 


v1)     En  árabe  rio  de  arena  ,  rio  arenoso. 
(8)    Conde,  P.  2."',  c.  IV. 

(3)  En  efecto  ,  según  Ebn  Hayan,  sus  propios  partidarios,  indignados  de  tan  inútil  saña ,  apro- 
vecharon la  oscuridad  de  una  noche  lluviosa  para  pasarse  a  las  banderas  de  Abderrahman,  y  al  dia 
siguiente  ofreciósele  el  triste  espectáculo  de  ver  su  campamento  casi  desierto.  Esto  sin  embargo ,  se 
aviene  mal  con  la  vigorosa  defensa  que  le  veremos  oponer  en  breve  á  su  competidor. 

(4)  Es  decir  en  las  costas  de  Elvira  (reino  do  Granada). 

(6)  Almuñecar.— Conde  se  equivoca  al  fijar  el  desembarco  de  Abderrahman  en  el  dia  diez  de  la 
luna  de  rebie  primera.  Veáse  á  Faust.  Borbon,  Cartas,  carta  XXVIII. 


CAP.    VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  335 

mandóle  la  mano,  y  el  pueblo ,  que  había  acudido  en  tropel,  le  aclamó  con  entu- 
siasmo. 

La  noticia  de  su  llegada  se  difundió  rápidamente  por  toda  la  parte  meridio- 
nal de  España,  y  en  pocos  dias  se  allegó  á  Abderrahman  la  geníe  mas  distinguida 
de  todas  las  tribus;  la  juventud  en  especial  se  declaró  toda  por  él,  y  á  porfía  le 
manifestaban  todos  su  voluntad  de  servirle.  La  gentil  presencia  del  joven  que  en- 
tonces contaba  veinte  y  cinco  años,  su  talle  esbelto  y  agraciado,  su  dulce  mirada 
y  benévola  sonrisa,  su  varonil  belleza  acrecentada  con  la  alegría  y  satisfacción 
que  le  producía  el  general  aplauso  de  los  pueblos,  iodo  contribuía  á  excilar  las 
aclamaciones  y  el  alborozo  de  la  muchedumbre,  y  todos  gritaban  con  alegría, 
«Dios  ensalce  á  Abderrahman  ben  Moaviah,  emir  de  España  » 

En  pocos  dias  se  unieron  á  los  jeques  que  le  acompañaban  mas  de  veinte 
mil  hombres  de  las  comarcas  de  Elvira,  Almería,  Málaga,  Jerez,  Arcos  y  Sidonia, 
y  al  llegar  á  Sevilla,  la  ciudad  entera  salió  á  recibirle  y  le  aclamó  con  indecible 
contento.  Obsérvese  aquí  que  la  marcha  de  Abderrahman  no  fué  direcía  de  Al- 
muñecar  á  Córdoba,  sino  que  se  dirigió  de  este  á  oeste  por  la  parte  de  la  Penín- 
sula donde  habitaban  en  gran  número  las  tribus  de  Egipto  y  de  Siria,  que  le  eran 
particularmente  adictas.  De  Sevilla  partió  con  precipitación  hacia  Córdoba,  si- 
guiendo las  márgenes  del  Guadalquivir,  pues  era  aquella  ciudad  el  punto  que 
mas  íe  importaba  y  donde  menos  partidarios  tenia. 

Todo  lo  sabia  Yussuf  y  todo  le  desesperaba,  maravillándose  de  la  ligereza  y 
veleidad  popular,  y  mas  todavía  de  la  perfidia,  así  la  llamaba  él,  de  los  jeques 
de  las  tribus  árabes  y  sirias.  Dispuesto  á  hacer  frente  á  los  acaecimientos,  pues 
la  marcha  de  Abderrahman  desde  Almuñecar  hasta  el  Guadalquivir  no  había  si- 
do tan  rápida  que  no  le  permitiera  tomar  varias  disposiciones,  habia  encargado  á 
su  hijo  mayor  la  defensa  de  Córdoba;  él  en  compañía  de  Samail  allegaba  gente  de 
las  capitanías  de  Mérida  y  Toledo ,  y  envió  á  sus  dos  hijos  Mahomad  y  Casim  en 
busca  de  refuerzo  á  las  provincias  de  Valencia  y  de  Tadmir,  donde  contaba  con 
muchos  y  decididos  partidarios. 

En  tanto  Abderrahman  se  adelantaba  á  grandes  jornadas  camino  de  Córdo- 
ba ,  donde  el  hijo  de  Yussuf  habia  sabido  aprovechar  los  momentos  y  reunir 
fuerzas  considerables.  Confiado  en  ellas,  y  advertido  de  que  el  Onimíada  se  ha- 
llaba ya  en  Carmona,  creyó  poder  vencerle  de  un  golpe  y  descendió  por  la  orilla 
izquierda  del  Guadalquivir  con  numerosos  escuadrones,  avistando  á  su  adversa- 
rio en  Merdje  Rabila.  Por  su  parte  Abderrahman  deseaba  dar  muestra  de  su  valor 
é  inteligencia  en  las  cosas  de  la  guerra  que  justificara  el  afecto  que  le  profesaban 
sus  recientes  amigos,  y  ganosos  ambos  caudillos  de  llegar  á  las  manos,  al  mo- 
mento se  trabó  la  pelea.  El  hijo  de  Yussuf  portóse  en  ella  con  indecible  esfuerzo, 
mas  no  pudo  resistir  á  la  intrépida  energía  de  los  caballeros  zenetas  y  hubo  de 
retirarse  á  Córdoba,  cuya  defensa  de  aquel  modo  comprometiera.  Abderrahman 
le  persiguió  hasta  el  pié  de  las  murallas  de  la  ciudad,  ante  la  cual  estableció  su 
campamento  con  ánimo,  dice  uñó  de  sus  historiadores,  de  no  levantarlo  hasta  ren- 
dirla. Al  propio  tiempo  publicó  y  esparció  varias  proclamas  para  atraer  los  pue- 
blos á  su  causa,  que  era  presentada  como  la  del  verdadero  islamismo  contra 
el  cisma  de  los  hijos  de  Abbas. 

La  nueva  de  esta  primera  victoria  de  Abderrahman  llenó  de  pesar  y  amar- 


336  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

gura  el  ánimo  de  Yussuf,  quien  avisó  á  Samail,  cuya  cabeza  y  brazo  tantas  veces 
le  habían  auxiliado  en  situaciones  críticas,  para  que  fuese  con  mucha  diligencia  á 
socorrer  á  su  hijo  y  hacer  levantar  el  sitio  de  Córdoba  á  El  Daghel,  es  decir  al 
Intruso,  según  así  le  llamaba  (1).  Allegadas  numerosas  tropas  del  oriente  y  me- 
diodía de  España,  dirigiéronse  ambos  caudillos  hacia  Andalucía,  con  designio  de 
sorprender  y  exterminar  al  ejército  de  El  Daghel  en  la  llanura  donde  acampaba 
entre  el  Guadalquivir  y  el  Guadajoz.  Informado,  empero,  Abderrahman  del  movi- 
miente  y  reunión  de  estas  gentes  y  de  la  intención  de  sus  caudillos,  dejó  diez  mil 
hombres  delante  de  Córdoba  á  las  órdenes  de  Teman  ben  Alkamah,  y  no  vaciló 
en  salir  con  otros  diez  mil  caballos  contra  las  numerosas  tropas  que  mandaban 
los  dos  acreditados  capitanes. 

Ambos  ejércitos  se  encontraron  cerca  de  un  lugar  llamado  Musara  ó  Massara 
por  ios  historiadores  árabes,  pero  como  no  se  avistaron  hasta  las  últimas  horas 
del  dia,  aplazaron  la  batalla  para  el  dia  siguiente.  Antes  de  despuntar  la  aurora 
hallábanse  lodos  ya  en  movimiento  en  el  campo  de  Abderrahman,  y  este  concibió 
feliz  presagio  por  distintas  circunstancias  que  en  aquella  ocasión  concurrían:  era 
aquel  dia  de  Arafa,  que  tan  propicio  le  había  sido  antes,  y  sin  recelar  de  la  oscu- 
ridad del  futuro  suceso,  exclamó  con  confianza:  «Dia  de  Adheha  es,  fiesta  de  las 
víctimas,  diajwma  contra  El  Fehrí,  albricias,  amigos,  pues  espero  una  jornada 
semejaníe  á  la  del  combate  de  Merdje-Rahita  (2).» 

Aun  cuando  Yussuf  y  Samail  mandasen  en  persona  las  dos  divisiones  del 
ejército  enemigo,  igual  confianza  no  reinaba  en  su  campamento,  y  un  historiador 
árabe  cuenta  así  los  funestos  presentimientos  que  agitaban  á  los  generales  de 
Yussuf. 

Antes  de  salir  el  sol,  dice,  Ola  ben  Gebir  el  Ocailí,  esforzado  capitán  del 
ejérciio  del  Fehrí ,  pasó  á  la  segunda  división,  que  mandaba  Samail,  y  dijo  á  este: 
«O  Abu  Jayx,  confianza  en  Dios;  pero  Guallah!  que  este  dia  es  como  el  de  Merd- 
je-Rahita, y  todo  en  él  se  presenta  infausto.  Dios  y  el  destino  están  contra  noso- 
tros. ¡Ojalá  me  engace!  ¿No  ves  la  gente  de  pelea  y  los  caudillos?  Omeya  y  Fehrí, 
Caís  y  Yemen:  nuestro  caudillo  es  Fehrí,  y  su  wazir,  (lugarteniente)  Zofora  ben 
Álhariz,  y  tú  mismo,  que  eres  hoy  wazir,  eres  también  Caís.  El  dia  de  hoy  de 
juma  y  de  las  victimas,  y  lo  mismo  sucedió  en  la  jornada  de  Merdje-Rahita,  don- 
de fueron  muertos  los  hijos  de  Aihariz.  Todo  parece  estar  contra  nosotros;  quie- 
ra Dios  que  no  sean  estos  sus  eternos  decretos!»  Samaii,  disgustado  de  oirle  ha- 
blar así,  le  dijo:  «Pon  silencio  á  tus  labios;  vamos  á  la  pelea,  y  seamos  buenos 
caballeros.» 

Esto  se  decia  en  el  campamento  de  Yussuf,  poco  antes  de  romper  el  alba,  y  lue- 
go que  envió  esta  á  la  llanura  sus  diáfanos  colores,  la  caballería  de  Abderrahman 
acometió  á  la  de  Yussuf,  que  no  pudiendo  resistir  el  choque,  se  replegó  confusa- 


(1 )  En  esta  acepción  parece  haberse  empleado  en  un  principio  el  sobrenombre  de  El  Daghel  que 
conservó  el  primero  de  los  Ommíadas  de  España.  Los  Fehrí  quisieron  hacer  de  él  un  título  injurioso 
para  su  antagonista,  pero  esto  aceptó  el  epíteto  y  se  honró  con  61,  cambiando  de  ahí  su  acepción  de 
iiiiniiic,  cu  la  de  ínyrediens  (el  que  entra). 

2)  Merdje  (pradera).  Merdje  Ra hit  ó  Rahita  (la  pradera  de  Rabila)  está  situada  al  este  del  risue- 
ño valle  de  Guta,  cerca  de  Damasco,  y  es  célebre  por  haber  servido  de  campo  de  batalla  y  de  triunfo 
á  un  Ommíada  (Meruan)  en  el  año  24  de  la  hegira,  contra  los  partidarios  de  su  competidor  Sobeir. 


CAP.   VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  337 

mente  detrás  de  la  infantería.  El  desorden  no  tardó  en  hacerse  general,  y  antes 
del  mediodía  huyeron  los  del  Fehrí  con  general  espanto,  dejando  el  campo  cu- 
bierto de  cadáveres,  armas  y  despojos.  Los  dos  jefes  se  separaron  en  su  fuga,  y 
tomaron  por  opuestos  caminos:  Yussuf  con  dirección  á  Mérida,  y  Samail,  hacia 
el  país  de  Jaén.  Esta  señalada  batalla  que  aseguró  el  imperio  al  joven  Ommíada, 
se  empeñó  cerca  de  uno  de  los  muchos  coras  (villas  ó  aldeas)  que  habían  estable- 
cido los  Árabes  en  las  márgenes  del  Guadalquivir,  en  Musara,  el  dia  de  id  el  Ad- 
heha  ó  de  la  fiesta  de  las  víctimas,  10  de  julhejah  del  año  138  (15  de  mayo  de 
756). 

Cuéntase  que  terminada  la  batalla,  Abul  Sabah,  caudillo  de  los  Árabes  del  Ye- 
men, dijo  á  sus  soldados:  «Ganemos  dos  victorias  en  un  dia;  libres  estamos  de 
Yussuf  y  Samail,  y  no  nos  falta  mas  que  dar  muerte  al  hijo  imberbe  de  Moaviah. 
Eníonces  nuestro  será  el  poder  y  reinará  uno  de  nosotros  para  aniquilar  á  los  Mod- 
haritas.»  El  consejo  del  Yemenita  no  fué  escuchado,  pues  el  valor  que  desplegara 
Abderrahman  en  la  pelea  le  habia  ganado  todos  los  corazones.  El  victorioso  emir 
disimuló  su  enojo,  pero  si  hemos  de  dar  fe  al  mismo  historiador  (1),  acordóse 
un  año  después  de  las  atrevidas  palabras  de  Abul ,  y  le  hizo  dar  muerte  sin  que 
sepamos  bajo  qué  pretexto. 

Vencedor  de  Yussuf  y  Samail,  Abderrahman  volvió  sin  pérdida  de  momento 
delante  de  Córdoba,  resuelto á  tomarla  á  toda  costa;  mas  los  habitantes  asustados 
capitularon  y  rindieron  la  ciudad  con  la  única  condición  de  que  mientras  verifica- 
ría él  su  entrada  por  la  puerta  de  Alcántara  (la  puerta  del  puente,  la  del  oeste), 
el  hijo  de  Yussuf  podría  salir  por  la  de  levante. 

Abderrahman  que  así  conquistaba  palmo  á  palmo  su  imperio,  tomó  en  Cór- 
doba muy  corto  tiempo  de  descanso:  reconoció  rápidamente  la  ciudad,  capital  fu- 
tura del  califato  de  Occidente  que  estaba  llamado  á  fundar,  instaló  en  ella  á  Abu 
Otman  en  calidad  de  gobernador,  y  salió  con  mucha  diligencia  en  persecución 
de  sus  contrarios. 

Yussuf  no  se  daba  aun  por  vencido,  y  mientras  su  enemigo  pasaba  Sierra 
Morena  y  corría  á  buscarle  á  los  campos  de  Mérida,  dirigióse  por  caminos  extra- 
viados (sin  duda  por  el  valle  de  Navafria)  á  Córdoba  ,  que  sabia  era  guardada 
por  muy  poca  gente,  y  sorprendió  la  ciudad  de  la  cual  salieron  á  toda  prisa  el  go- 
bernador y  á  los  jeques  ommíadas  que  allí  se  habían  reunido.  Deseoso  de  alcan- 
zarlos, y  de  vengar  en  ellos  lo  que  él  llamaba  su  traición,  lanzóse  sin  perder  un 
momento  á  perseguirlos  en  dirección  á  los  campos  del  país  de  Tzogur  (2),  hacia 
los  cuales  se  habian  retirado. 

Poseído  Abderrahman  de  ira  y  de  vergüenza  al  verse  burlado  por  su  vigi- 
lante adversario,  retrocede,  entra  de  nuevo  en  Córdoba,  donde  casi  no  encuentra 
enemigos ,  y  sigue  con  todas  sus  fuerzas  las  huellas  de  Yussuf. 

Alcanzóle  en  territorio  de  Almuñecar  ,  donde  Samail  se  le  habia  reunido 
con  numerosa  hueste.  Abderrahman  empeñó  al  momento  la  batalla ,  y  des- 
pués de  arrollar  completamente  al  ejército  de  Yussuf  y  Samail ,  persiguió  á  am- 
bos caudillos  hasta  las  montañas  de  Elvira.  Yussuf  solo  tuvo  tiempo  para  ocupar 


(i)    Ebn  Hayan  en  Ahmed,  Ms.  de  Gotha  citado  por  Lembke. 
(2)    Asimismo  lo  dice  El  Zobri. 

tomo  n.  43 


338  HISTORIA   GENERAL   DE  ESPAÑA. 

el  valle  del  Jenil  y  las  nuevas  fortificaciones  con  que  habían  sido  rodeadas  unas 
cuantas  casas  de  construcción  árabe,  á  poca  distancia  de  la  antigua  íliberis.  Lla- 
mábase aquel  sitio  Dar-Garnatah  (la  casa  fuerte) ,  y  de  ella  hicieron  los  Árabes 
Granada  ,  la  última  ciudad  de  España  que  volvió  al  poder  de  los  cristianos. 

Vivamente  atacado  en  su  postrer  refugio  ,  comprendió  Yussuf  no  serle  da- 
ble oponer  muy  prolongada  resistencia,  y  siguiendo  los  consejos  de  Samail ,  con- 
sintió en  entrar  en  negociaciones  con  el  vencedor  y  en  firmar  con  él  un  tratado, 
pactándose  que  le  abandonaría  su  título  y  poder  ,  y  le  entregaría  dentro  de  un 
plazo  señalado  cuantas  ciudades  permanecían  aun  bajo  su  obediencia  (28  de  re- 
bie  segunda  del  año  139—29  de  setiembre  de  756). 

Abu  Zaid  y  Abul  Asvad,  hijos  de  Yussuf,  fueron  entregados  á  Abderrahman 
en  garantía  del  tratado  ,  y  el  depuesto  emir  se  instaló  en  Córdoba  con  su  nume- 
rosa familia.  En  cuanto  á  Samail,  á  cuyos  consejos  se  debia  aquella  pronta  y  pa- 
cífica solución  de  la  empeñada  contienda  ,  recibió  en  recompensa  el  gobierno  de 
la  frontera  oriental  de  los  Pirineos ,  comprendiendo  todo  el  valle  del  Ebro  desde 
Zaragoza  á  Tortosa  ,  donde  había  ya  mandado  con  distinción  y  acierlo. 

Urgente  y  necesario  era  que  un  entendido  capiían  conservara  aquella  fron- 
tera, y  sobre  todo  las  posesiones  musulmanas  inmediatas  á  los  Altos  Pirineos.  En 
lo  mas  recio  de  la  lucha  entre  Yussuf  y  Abderrahman  ,  poco  antes  de  la  capitu- 
lación de  Elvira  ,  muchos  miles  de  musulmanes  habían  perecido  en  las  gargan- 
tas de  los  Pirineos.  Para  contener  á  los  cristianos  de  las  montañas,  que  con  sus 
correrías  interceptaban  las  comunicaciones  entre  el  interior  y  Narbona  ,  el  wali 
de  Barcelona ,  Husein  ben  Adejam,  antes  de  marchar  en  persona  al  país  de  Elvi- 
ra para  tomar  parte  en  la  guerra  civil ,  habia  enviado  contra  ellos  á  su  wazir 
Solimán  ben  Schebab  ,  quien  habia  sido  recibido  por  los  montañeses  de  la  alta 
Cataluña  del  modo  como  de  tiempo  inmemorial  reciben  estos  á  sus  enemigos. 
El  día  2  de  rebie  segunda  del  año  139  (  2  de  setiembre  de  756  ),  veinte  y 
tres  dias  antes  de  firmarse  el  tratado  de  Elvira,  sufrió  una  completísima  y  mor- 
tífera derrota ,  cuya  noticia,  dicen  las  crónicas  árabes,  turbó  la  alegría  que  expe- 
rimentaron los  buenos  musulmanes  por  el  definitivo  triunfo  del  descendiente  de 
sus  antiguos  califas. 

Y  sin  embargo,  no  fué  aquel  suceso  mas  que  una  de  las  infinitas  escenas  que 
ofrecía  la  resistencia  de  los  naturales.  Los  montañeses  pirenaicos  ,  lo  mismo  que 
los  Asturianos,  no  habian  aceptado  el  yugo  ,  pero  como  nunca  hasta  entonces  ha- 
bían alcanzado  victoria  de  tanta  importancia ,  los  walies  de  Huesca  y  de  Zara- 
goza trataron  de  reducirlos  á  la  obediencia  por  medio  de  excursiones  continuas  á 
sus  valles  :  obstinada  guerra  que  no  podía  dar  resultado  alguno  decisivo,  y  que 
fatigaba  á  los  Sarracenos  que  debían  perseguir  entre  riscos  y  breñas  á  hombres 
valerosos ,  vestidos  de  pieles  ,  armados  de  dardos  y  de  hoces ,  cuyos  bienes  to- 
dos quedaban  reducidos  á  las  armas  con  que  se  defendían. 

La  noticia  de  la  última  derrota  y  de  la  capitulación  de  Yussuf  fué  causa  de 
que  se  sometieran  todos  los  jeques ,  así  yemenilas  como  modharitas,  del  medio- 
día (kebiah)  y  del  oeste  (al  garb)  de  España.  Muchas  ciudades  enviaron  al  Ommía- 
da  protestas  de  obediencia,  y  Abderrahman  recibió  á  los  jeques  y  wazíres  encar- 
gados de  presentárselos  con  afabilidad  y  benevolencia  tales ,  que  los  ganó  para 
siempre  á  su  causa ,  confirmando ,  dice  un  historiador  ,  á  los  alcaides  en  sus  al- 


CAP.   VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  339 

caidías ,  y  á  los  walies  y  wazires  en  sus  gobiernos.  Todos  salían  contentos  de  su  AdeJ,c- 
presencia,  y  volvían  a  las  tribus  que  les  habían  enviado  deshaciéndose  en  elogios 
de  su  persona  y  cualidades. 

Terminada  la  campaña  y  generalmente  reconocida  su  autoridad  ,  procedió 
el  joven  emir  á  visitar  las  principales  ciudades  de  Andalucía  y  Extremadura  ,  y 
entre  ellas  Mérida  ,  donde  entró  con  gran  pompa  á  la  cabeza  de  sus  fieles  y  dis- 
tinguidos Zenetas.  Paseó  la  ciudad  á  caballo  entre  las  aclamaciones  de  la  multi- 
tud ,  que  admiraba  su  amabilidad  y  gentileza,  y  trató  con  su  genial  dulzura  lo 
mismo  á  los  musulmanes  que  á  los  cristianos  que  se  le  presentaron.  Recorrió 
después  algunas  comarcas  de  los  Algarbes  hasta  Ulysipona  ,  y  volvió  á  Córdoba, 
satisfecho  de  su  viaje  político  ,  y  seguro  de  haber  hecho  suyos  á  cuantos  musul- 
manes habitaban  aquella  región. 

De  regreso  á  Córdoba,  la  sultana  Howarah ,  africana ,  llamada  así  del  nom- 
bre de  su  tribu  ,  á  quien  Abderrahman  profesaba  indecible  ternura  ,  dio  á  luz 
un  hijo  que  se  llamó  Hixem,  en  4  de  jawal  del  año  139  (1.°  de  marzo  de  757)  (1),    757. 
es  decir  el  mismo  año,  según  la  hegira,  de  su  elevación  al  poder. 

Córdoba  ,  patria  de  Hixem  ,  el  mas  amado  de  sus  hijos ,  fué  desde  entonces 
el  centro  de  su  poder  ,  y  á  pesar  de  la  incertidumbre  y  ele  los  temores  que  podia 
abrigar  acerca  de  su  porvenir,  la  embelleció  desde  los  primeros  tiempos  con  mu- 
chos y  nolables  monumentos.  Mandó  labrar  la  Rusafah,  reparar  la  antigua  vía 
romana,  plantar  huertas  muy  amenas  y  echar  los  cimientos  de  muchas  mezqui- 
tas. Entonces  fué  cuando  ansioso  de  contemplar  objetos  que  le  trajesen  á  la 
memoria  la  perdida  palria,  mandó  traer  de  Siria  y  plantó  con  su  mano  en  sus 
jardines  aquella  esbelta  palma  que  tan  célebre  se  hizo  en  los  anales  de  la  España 
musulmana  (2).  En  el  propio  sitio  habia  crecido  el  famoso  plátano  que  plantara 
el  mas  ilustre  capitán  romano.  Aunque  rey  (3),  pues  sino  usuba  el  título  de  tal, 


(1)  Abderrahman  habia  tenido  ya  dos  hijos  de  una  muger  déla  cual  nada  dice  la  historia, 
cuando  nació  Hixem  en  Córdoba.  Su  hijo  primogénito  se  llamaba  Solimán,  y  habia  nacido  en  Siria; 
su  hijo  segundo  ,  probablemente  de  la  misma  madre  y  nacido  también  antes  de  su  llegada  á  Espa- 
ña, se  llamaba  Abdallah. 

(2)  Esta  palma  era  la  única  que  entonces  habia  en  España ,  y  cuéntase  que  desde  la  torre  so- 
lia  eomtemplarla  Abderrahman  ,  lo  cual  acrecentaba  mas  que  templaba  su  melancolía.  En  una  de 
estas  ocasiones  hubo  de  componer  aquellos  tiernísimos  versos  que,  según  Conde,  andaban  en  boca 
de  todos,  y  que  dicen  así : 

Tú  también  ,  insigne  palma, —  eres  aquí  forastera ; 
De  Algarbe  las  dulces  auras  —  tu  pompa  halagan  y  besan  : 
En  fecundo  suelo  arraigas  —  y  al  cielo  tu  cima  elevas, 
Tristes  lágrimas  lloraras     si  cual  yo  sentir  pudieras  ; 
Tú  no  sientes  contratiempos,— como  yo,  de  suerte  aviesa: 
A  mí  de  pena  y  dolor  , —  continuas  penas  me  anegan  : 
Con  mis  lágrimas  regué— las  palmas  que  el  Forat  (*)  riega; 
Pero  laspalmas  y  el  rio  —  se  olvidaron  de  mis  penas  , 
Cuando  mis  infaustos  hados — y  de  Alabas  la  fiereza 
.  Me  forzaron  á  dejar  —  del  alma  las  dulces  prendas. 
A  tí  de  mi  patria  amada  —  ningún  recuerdo  te  queda; 
Pero  yo  triste  no  puedo  —  dejar  de  llorar  por  ella. 

(3)  La  palabra  rey  (  melek )  no  fué  usada  entre  los  musulmanes  hasta  dos  siglos  después.  Al- 
gunos cronistas  árabes  ,  de  los  siglos  xn  y  xm  llaman  rey  á  Abderrahman,  pero  este  no  usó  este 
título  ni  tampoco  el  de  califa,  y  continuó  usando  el  modesto  título  de  emir. 

[*)     El  Eufrates. 


340  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

leJ.C;  tenia  todas  sus  prerogativas ,  sentíase  desterrado  en  la  tierra  de  Occidente  ,  y  en 
él  era  tan  poderoso  el  sentimiento  de  la  patria,  que  quiso  rodearse  de  Sirios  y  de 
los  postreros  restos  de  los  Qminíadas  que  vivían  en  Irak,  en  Egipto  y  en  Barca,  mi- 
serables y  perseguidos,  como  vivió  él  en  otro  tiempo.  Uno  de  sus  primeros  cuida- 
dos fué,  pues,  enviar  un  emisario  á  Oriente  para  persuadir  á  muchos  parciales  y 
afectos  á  los  Beni  Omeyas  á  venir  á  España,  piadosa  misión  que  encargó  á  Moa- 
viah  ben  Salehi ,  uno  de  los  que  habían  seguido  en  África  su  miserable  suerte.  A 
principios  del  año  140,  Moaviah  regresó  de  Siria  acompañado  de  muchos  partida- 
rios y  de  los  últimos  descendientes  de  la  familia  de Omeya,  á  quienes  Abderrah- 
man  confió  los  cargos  mas  altos  é  importantes  de  su  corte.  Ellos  fueron  los  tron- 
cos de  otras  tantas  familias  nobles  en  España,  y  Moaviah  ben  Salehi,  que  habia 
traído  á  España  tan  ilustres  desterrados ,  fué  nombrado  cadi  de  los  cadíes ,  ó 
juez  superior  del  nuevo  imperio. 

De  un  pasage  de  Conde  (1)  parece  deducirse  que  Abul  Sabah  no  pereció 
por  orden  de  Abderrahman  á  causa  de  su  atrevido  consejo  después  de  la  batalla 
de  Musara.  Vinieron  también  con  Moaviah,  dice  el  indicado  autor,  algunos  caba- 
lleros de  ílemesa  con  intentos  de  venganza  contra  Abdalla  ben  Abdelmelek,  que 
por  leve  ocasión  habia  muerto  á  un  su  pariente  llamado  Abul  Sabah ;  pero  infor- 
mado Abderrahman  de  esta  enemistad  y  de  las  causas  que  la  motivaban  ,  logró 
componer  su  desavenencia  á  satisfacción  de  ambas  familias ,  sin  que  se  añada  de 
qué  modo. 

Poco  tiempo  gozó  el  emir  de  las  dulzuras  de  sus  pacíficos  entretenimientos, 
y  mientras  él  empleaba  los  primeros  años  de  su  gobierno  en  ordenar  los  asuntos 
de  los  musulmanes  de  España  y  en  consolidar  su  poder  ,  Yussuf ,  auxiliado 
por  sus  inmenzas  riquezas,  habíase  secretamente  formado  un  partido.  Enfrenado 
en  un  principio  por  el  primer  entusiasmo  que  habia  escitado  el  joven  Sirio  perte- 
neciente á  la  familia  de  los  antiguos  pontífices  de  Oriente  ,  sucesores  del  Profe- 
759.  ta ,  esperó  á  que  su  entusiasmo  se  debilitase  ,  y  á  principios  del  año  142  pare- 
cióle llegado  el  momento  de  arrojar  la  máscara.  Ayudado  por  los  numerosos 
parientes  que  contaba  enCórdoba,  apoderóse  por  sorpresa  de  Hisn  al  Modwar(2), 
y  dueño  ele  este  punto,  corrió  y  alborotó  la  tierra.  No  se  habia  extinguido  aun  el 
afecto  que  muchos  profesaban  al  anciano  y  valeroso  emir  ,  y  en  poco  tiempo  so 
halló  á  la  cabeza  de  veinte  mil  hombres  armados.  A  juzgar  por  la  calificación  de 
Romanos  dada  por  un  historiador  árabe  (3)  á  una  parte  del  ejército  de  Yussuf, 
cierto  número  de  cristianos  de  los  alrededores  de  Toledo  ,  levantados  en  defensa 
de  un  interés  que  se  ignora,  se  habían  unido  á  sus  banderas  y  formaban  la  por- 
ción mas  formidable  de  su  hueste. 

Así  pues  Yussuf  habia  roto  los  pactos  de  Elvira  ,  y  desnudando  otra  vez  la 
espada,  reivindicaba  el  poder  que  antes  cediera.  Dueño  de  Almodóvar,  donde  se 
habian  fortificado  lodos  los  Fehri  de  Córdoba  ,  y  apoyado  por  las  poblaciones  de 
los  montes  de  Toledo  ,  no  reconocía  otro  emir  que  á  sí  mismo  ,  y  se  disponía  á 
restablecer  por  todas  partes  su  autoridad  ,  como  acababa  de  practicarlo  á  pocas 
leguas  de  la  capital. 

(1)  Parte  2.a,  c.  IX. 

(2)  Almodóvar,  al  oeste  de  Córdoba. 

(3)  Murphy,c.  3. 


CAP.    VI.— ESPAÑA   ÁRABE.  341 

El  peligro  era  inminente,  pero  Córdoba  no  podia  ser  tomada,  defendida  co-  a.  dej.  c. 
mo  estaba  por  una  guarnición  numerosa  y  por  un  pueblo  adicto  al  emir  ommía- 
da,  y  Abdelmelek  ben  Ornar  (1),  wali  de  Sevilla,  y  sus  hijos ,  que  acudieron  al 
frente  de  los  caballeros  de  Jerez  ,  Arcos,  Sidonia  y  Sevilla,  no  tardaron  en  reco- 
brar á  Almodóvar  y  cuantas  poblaciones  inmediatas  á  Córdoba  se  habían  decla- 
rado por  Yussuf.  Salieron  luego  en  su  persecución  con  dos  divisiones  del  ejérci- 
to ommíada,  que  se  dirigieron  la  una  hacia  los  campos  de  Ubeda  y  la  otra  á 
tierra  de  Tadmir,  donde  estaban  las  fuerzas  mas  considerables  de  los  rebeldes  en 
número  y  calidad,  Así  lograron  dividir  la  atención  y  las  tropas  de  Yussuf,  y  Ab- 
delmelek envolvió  en  los  campos  de  Lorca  con  su  numerosa  caballería  á  la  que 
mandaba  el  mismo  Yussuf  el  Fehri.  La  suerte  de  las  armas  se  decidió  también 
contra  este  y  su  ejército  fué  acuchillado.  Yussuf  fué  encontrado  en  el  campo  de 
batalla,  cubierto  de  heridas  (2),  y  espiró  poco  tiempo  después  de  haber  sido  re- 
conocido. Su  cabeza  fué  enviada  al  emir,  quien  la  hizo  clavar  á  una  de  las  puer- 
tas de  los  muros  de  Córdoba  (142 — 759).  Samail ,  ya  estuviese  secretamente 
comprometido  en  la  rebelión  de  su  amigo  ,  ya  experimentase  por  su  pérdida  un 
doloroso  sentimiento,  renunció  al  saber  estas  noticias  el  mando  que  ejercía  en  la 
frontera  oriental,  y  retiróse  á  su  casa  de  Sigüenza  ,  donde  no  habia  de  disfrutar 
de  muy  prolongado  reposo. 

De  los  tres  hijos  de  Yussuf,  el  mayor,  Abderrahman  AbuZaid,  fué  perseguido  por 
el  wali  de  Toledo  y  muerto  en  una  escaramuza,  siendo  puesta  su  cabeza  con  la  de 
su  padre  en  un  garfio  de  la  muralla  de  Córdoba;  al  segundo,  Mohamad  Abul  Aswad, 
preso  á  su  vez  en  Toledo  el  dia  nueve  de  la  lunajulkadah  del  año  142(2  de  marzo  de  76o. 
760)  se  le  perdonó  la  vida  con  la  condición  de  permanecer  perpetuamente  encerrado 
en  una  torre  del  recinto  de  Córdoba;  Cassim,  el  otro  hijo  de  Yussuf,  logró  salvar- 
se disfrazado,  y  halló  un  asilo  en  Algeciras  en  la  casa  de  Barcerah  ben  Nooman 
el  Gasami,  quien  le  tomó  bajo  su  protección ,  con  tan  temerario  empeño,  dice  el 
autor  árabe  (3) ,  que  allegó  mucha  gente  ociosa  y  mal  acostumbrada  con  la  li- 
cencia de  la  guerra  civil ,  y  con  ella  sorprendió  las  ciudades  de  Sidonia  y  Sevi- 
lla. Teman  marchó  contra  él,  y  después  de  arrollarle  hasta  sus  posesiones  de 
Algeciras ,  se  apoderó  del  joven  Cassim  (4),  quien  fué  conducido  encadenado  á 
Córdoba.  Abderrahman  le  perdonó  la  vida  con  la  misma  condición  que  á  su  her- 
mano, y  le  envió  á  Toledo  ,  bajo  la  custodia  de  su  wazir  Bedre  ,  para  que  fuese 
encerrado  en  la  torre  del  Tajo.  En  recompensa  del  rápido  y  completo  triunfo 
que  alcanzara  en  su  expedición  contra  Cassim,  Teman  ben  Ahmed  ben  Alkamah 
fué  nombrado  hagib  ó  mayordomo  mayor  del  palacio  de  Abderrahman  ,  siendo 
el  primero  de  aquellos  ministros  de  los  Ommíadas  entre  los  cuales  veremos  figu- 
rar al  gran  El-Mansur. 

Así  pues  ,  cuatro  años  habían  sido  necesarios  á  Abderrahman  para  vencer 


(1 )  El  famoso  Marsilio  de  las  crónicas  cristianas  y  de  los  romances  moriscos.  Es  sin  duda  con- 
tracción de  Omaris  filíus,  como  llamarían  los  cristianos  á  Ben  Ornar. 

(2)  Según  otra  versión  ,  tuvo  lugar  esta  batalla  entre  Mérida  y  Toledo,  y  Yussuf  fué  muerto 
por  algunos  oficiales  de  su  propio  ejército,  que  enviaron  su  cabeza  á  Córdoba  en  señal  de  sumisión. 

(3)  Conde  .  P.  2.a,  c.  XII. 

(4)  Dícese  que  Teman  tenia  orden  de  recibir  á  cuantos  dejasen  las  armas  y  de  no  matar  á  los 
que  se  rindiesen. 


342  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

y  sujetar  á  los  Fehri ,  y  para  dar  cima  al  aniquilamiento  de  su  partido  ,  se 
encargó  á  Bedre  la  prisión  del  amigo  y  compañero  de  Yussuf  por  espa- 
cio de  tantos  años.  En  su  retiro,  Samail  no  habia  tenido  su  lengua  bastante 
cautiva,  y  habia  juzgado  con  acritud  muchos  actos  del  joven  ommíada;  sus  an- 
tiguos hábitos  de  independencia  y  de  mando  no  habian  podido  ser  acallados  por 
completo,  y  fué  sacrificado  á  los  temores  y  recelos  del  nuevo  poder.  Arrancado 
de  pronto  de  su  retiro  de  Sigüenza  ,  fué  llevado  á  Toledo  ,  encerrado  en  un  cala- 
bozo y  muerto  ahorcado  ó  degollado  ,  que  no  se  sabe  á  punto  fijo. 

Mientras  Abderrabman  triunfaba  así  en  España  del  obstinado  partido  de  los 
Fehri ,  sufrían  grave  contratiempo  las  armas  musulmanas  en  la  otra  parle  de  los 
Pirineos.  Recuérdese  aquí  lo  que  hemos  dicho  antes  de  ahora  acerca  de  la  situa- 
ción de  la  Septimania  :  hemos  visto  luego  después  que  el  Godo  Ausemondo  hubo 
entregado  á  Pepino  las  principales  ciudades  del  este ,  caer  en  poder  de  los'  Fran- 
cos toda  la  parte  oriental  de  la  provincia  hasta  mas  allá  del  Orbe  ,  y  establecerse 
aquellos  á  las  puertas  de  Narbona,  después  de  intentar  en  vano  apoderarse 
de  la  plaza.  Desde  aquel  momento  ,  las  tropas  francas ,  ocupando  las  pequeñas 
aldeas  abiertas  é  inmediatas  á  la  ciudad  ,  habian  con  frecuencia ,  ó  anualmente 
á  lo  menos  ,  renovado  sus  ataques  contra  ella ,  aunque  siempre  con  poca  fortu- 
na ,  hasta  que  cansado  de  tan  obstinada  resistencia,  el  caudillo  franco  ,  cuyo 
nombre  no  ha  conservado  la  historia,  bloqueó  estrechamente  á  la  plaza  por  el  lado 
de  los  Pirineos ,  de  donde  á  decir  verdad  no  habia  recibido  hacia  tiempo  auxilio 
ni  refuerzo  alguno.  Así  estuvieron  las  cosas  hasta  el  año  759. 

Por  fin  ,  llegado  este  año  ,  la  población  de  Narbona ,  que  sufria  hacia  tres 
años  toda  clase  de  privaciones ,  sintióse  tan  fatigada  de  la  lucha  como  habian  de 
estarlo  los  mismos  sitiadores.  La  gran  masa  del  pueblo  era  romano  ,  pero  los  Go- 
dos ,  antiguos  dueños  del  país,  estaban  en  él  en  gran  número  ,  y  aun  cuando  ios 
hombres  de  ambas  razas  detestaban  y  temían  por  igual  la  dominación  franca, 
privados  de  todas  relaciones  con  el  gobierno  de  Córdoba ,  cansados  de  las  cargas 
que  les  imponía  el  sustento  de  la  guarnición  musulmana  y  de  las  privaciones  que 
sobre  ellos  pesaban  ,  determinaron  rendirse  con  tal  que  se  les  permitiese  vivir 
bajo  sus  propias  leyes  (1).  Los  Árabes  que  supieron  la  decisión  de  los  cristianos, 
se  opusieron  á  que  se  llevase  á  efecto ;  empeñóse  en  las  calles  una  sangrienta  lu- 
cha que  terminó  con  la  derrota  de  las  tropas  musulmanas ,  y  las  puertas  de  la 
plaza  fueron  abiertas  á  los  soldados  de  Pepino  (2),  á  mediados  del  año  759.  Así 
perdieron  los  musulmanes  á  Narbona  después  de  cuarenta  y  un  años  de  domina- 
ción y  de  seis  años  y  meses  de  cerco  por  haber  confiado  su  guarda  á  cristianos, 
dice  con  cierta  amargura  el  único  historiador  árabe  (3)  que  da  cuenta  de  este 
suceso. 

La  momentánea  tregua  que  fué  consecuencia  del  vencimiento  de  Yussuf  y 
de  sus  hijos,  por  corla  que  hubiese  de  ser  ,  era  muy  y  muy  oportuna  en  aquellos 
momentos  en  que  la  dominación  musulmana,  aunque  entera  y  fuerte  desde  el 
Ebro  hasta  los  Pirineos  ,  se  hallaba  debilitada  ó  en  peligro  en  el  primero  de  di- 


(4)    Permitterent  eos  legora  suam  habere.  (Chr.  de  Anian.,  ann  DGCLVIIIh) 

(2)  Quo  facto,  ipsi  Gohti  Saracenosqui  in  presidio  illius  erant  occidunt,  ipsamque  civitatem 
partibus  Frankorum  tradunt.  (Id.,  sub  ipso  anno.) 

(3)  Conde,  P.  2.8,  c.  XI. 


CAP.    VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  3Í3 

chos  límites  y  destruida  por  completo  mas  allá  del  segundo.  Sin  embargo,  no 
era  la  situación  desesperada  para  los  invasores  de  la  Península.  Las  incesantes  é 
intestinas  luchas  entre  las  varias  razas  mahometanas  revelaban  un  vicio  secreto  en 
la  organización  política  y  social  de  los  conquistadores,  al  propio  tiempo  que  gran 
fuerza  y  extraordinarias  pasiones.  Su  valor ,  la  facilidad  con  que  recurrían  á  las 
armas  para  decidir  sus  menores  contiendas ,  y  en  medio  de  esto  y  de  tan  los  crí- 
menes cuyo  relato  espanta  ,  el  eminente  espíritu  de  justicia  y  mansedumbre  que 
distinguía  á  la  mayor  parte  de  los  príncipes  de  la  ley  ,  habían  mantenido  entre 
el  pueblo  cristiano  de  las  grandes  capitales  el  respete  á  los  conquistadores.  Nin- 
gún hiScOriador  del  primer  período  de  la  conquista  habla  de  sublevaciones  de 
cristianos  por  cuenta  propia  ,  y  por  el  contrario  ,  parecen  haberse  mezclado  muy 
íntimamente  en  los  altercados  de  los  partidos  de  sus  dominadores.  En  ciertas  comar- 
cas en  que  las  grandes  ciudades  eran  pocas,  y  especialmente  en  los  altos  llanos  de 
Guadalajaray  de  Medina  del  Campo,  á  ambos  lados  del  Guadarrama,  habitaban  la 
campiña  cristianos  resignados,  que,  si  bien  podian  ver  con  pesar  el  yugo  musulmán, 
no  alimentaban  aun  idea  alguna  de  sacudirlo.  Por  esto  Abderrahman  no  olvidó 
unirlos  mas  estrechamente  al  gobierno  central  y  á  su  causa  ,  y  les  concedió  una 
carta  de  protección  y  seguridad  ,  según  expresión  de  Conde  ,  en  la  época  en  que 
por  su  victoria  contra  Yussuf  habia  pasado  á  sus  manos  el  poder  absoluto.  Esta 
carta,  otorgada  á  los  patriarcas ,  monges,  proceres  y  demás  cristianos  de  España 
y  á  los  que  los  siguieran,  fija  el  tributo  mediante  el  cual  el  nuevo  emir  les  conce- 
de paz  y  seguro  á  diez  mil  onzas  de  oro  ,  diez  mil  libras  de  plata ,  diez  mil  ca- 
bezas de  buenos  caballos  y  otros  tantos  mulos  con  mil  lorigas,  mil  espadas  y  otras 
tañías  lanzas  cada  año  por  espacio  de  cinco  años  (1), 

Por  aquel  entonces  murió  en  Sevilla  un  ilustre  Sirio  llamado  Hayud  ben 
Molemis  el  Hadrami,  y  aunque  este  hecho  no  ofrece  gran  importancia  histórica, 
los  historiadores  árabes  al  mencionarlo  nos  dicen  que  Abderrahman  honró  su 
memoria  con  algunos  elegantes  versos  expresando  que  al  faltar  del  mundo  Ha- 
yud ben  Molemis  habían  desaparecido  con  él  la  bondad,  la  gracia,  la  hospi- 
talidad y  el  valor.  El  pueblo  que  apreciaba  estos  delicados  y  sutiles  pensa- 
mientos era  sin  duda  alguna  un  pueblo  muy  civilizado  ,  y  como  rasgo  de  cos- 
tumbres lo  hemos  referido  aquí  (2).  Abderrahman  tributaba  públicos  honores 
á  aquellos  cuyo  valor  y  talento  tenia  en  mucho,  y  solia  celebrar  en  verso  las 
altas  cualidades  de  sus  amigos.  Conservaba  memoria  sobretodo  de  los  fa- 
vores y  servicios  recibidos ,  y  se  complacía  en  manifestar  en  público  su  agrade- 
cimiento. Así,  al  morir  en  778  el  wali  de  Toledo  Habib  ben  Abdelmelek  ,  uno  de 
los  Meruanes  que  mas  habia  hecho  en  favor  del  islamismo  en  España ,  quiso 
acompañar  su  féretro  junto  con  sus  seis  hijos ,  y  como  su  hijo  Hixem,  sentado  y 
afligido,  no  se  levantase  para  seguirle  ,  le  dijo:  « No  está  bien,  Abul  Walid,  de- 


(<l)  Id,  1,  c. — Ha  de  advertirse,  empero,  que  ciertas  palabras  que  se  observan  en  esta  escritura 
que  trae  el  Grauadino,  refiriéndose  á  El  Raci,  hacen  concebir  graves  dudas  acerca  desu  autenticidad, 
ó  cuando  menos  acerca  de  la  fidelidad  de  la  copia. 

,2;  En  el  año  142  cedió  Hayud  á  Abderrahman  su  casa  con  cuanto  habia  en  ella,  y  el  emir  la 
aceptó  para  no  ofender  á  su  amigo  con  un  desaire,  añade  el  mismo  texto  ,  y  ,esta  es  otra  expresión 
que  prueba  hasta  que  punto  reinaban  entre  los  Árabes  los  sentimientos  generosos. 


344  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a  de  j.  c.  jarse  abatir  así  por  el  pesar  ;  levántate  y  acompaña  conmigo  los  mortales  restos 
del  mejor  de  tu  raza. » 

Si  los  Árabes  musulmanes  manifestaban  ya  en  aquel  tiempo  tan  excelentes 
disposiciones  para  el  cultivo  de  las  letras  y  de  las  artes  y  para  las  costumbres 
que  distinguen  á  los  pueblos  civilizados,  una  causa  permanente  de  división  sub- 
sistía empero  entre  ellos ,  y  esta  era  la  organización  del  pueblo  por  tribus.  De 
abí  las  perpetuas  luchas  cuya  penosa  historia  hemos  referido ;  de  ahí  las  que  nos 
fallan  referir  todavía. 

En  efecto,  la  sublevación  de  los  Fehri  no  será  la  última  crisis  del  reinado  de 
Abderrahman ,  y  si  este,  como  el  primero  de  los  Abassidas ,  no  ordenó  á  sangre 
fria  ei  suplicio  de  toda  una  tribu  y  no  mereció  el  triste  renombre  de  Asefah  ,  su 
elevación  y  el  establecimiento  de  la  unidad  política  en  Córdoba  no  dejaron  de  ser 
causa  del  derramamiento  de  sangre. 

Transcurridos  dos  años  desde  la  última  sublevación  de  los  Fehri,  disponíase 
Abderrahman  para  visitar  la  España  oriental ,  cuando  tuvo  aviso  de  haberse  le- 
vantado contra  su  wazir  una  tribu  de  Toledo  ,  acaudillada  por  Hixem  ben  Adra 
el  Fehri  pariente  de  Yussuf.  Los  insurrectos  habían  ocupado  el  alcázar,  expul- 
sado al  wazir  y  libertado  á  Cassim  ben  Yussuf;  y  era  tanta  todavía  la  influencia 
de  los  parientes  del  emir  depuesto,  que  lograron  reunir  desde  el  primer  momento 
diez  mil  hombres  bajo  sus  banderas.  Abderrahman  marchó  contra  ellos  en  per- 
sona y  los  obligó  á  encerrarse  en  Toledo,  cuya  plaza  bloqueó  estrechamente.  El 
sitio  se  hacia  largo  y  amenazaba  durar  mucho  ,  así  es  que  las  tribus  de  Toledo 
que  no  eran  Fehritas  empezaban  á  murmurar  contra  aquellos  que  habían  puesto 
ala  ciudad  en  tan  grave  compromiso.  Por  su  parte  el  emir,  á  quien  ame- 
nazaban en  otro  punto  peligros  de  mayor  importancia,  ofreció  á  Hixem  el  olvido 
de  su  desacato  y  perfidia  con  tal  que  le  entregase  sin  dilación  la  plaza  ,  que 
763-  pusiese  en  su  poder  á  su  hijo  en  garantía,  y  que  Cassim  volviese  á  la  cárcel 
(marzo  ó  abril  de  763— á  fines  del  año  145  de  la  hegira). 

El  hagib  Teman  ben  Alkamah  habia  abogado  no  sin  motivo  por  la  conclu- 
sión del  tratado.  Sabia  que  un  enemigo  mas  peligroso  que  cuantos  habia  ven- 
cido hasta  entonces  marchaba  contra  su  señor  y  que  este  tendría  necesidad  de 
todas  sus  fuerzas  para  resistir  á  tan  decisiva  prueba.  En  efecto,  desde  la  nueva 
ciudad  á  donde  habia  trasladado  la  sede  del  califato  oriental  (1) ,  el  sucesor  de 
Asefah,  ElMansur,  habia  visto  con  despecho  en  poder  de  un  Ommíada  la  hermo- 
sa tierra  de  España  y  habia  dado  orden  á  su  wali  de  Cairvan  para  que  recobrara 
con  las  armas  en  la  mano  aquella  posesión  del  legítimo  califa.  Mas  que  una  guer- 
ra política  suscitaba  al  emir  de  Andalucía  una  guerra  religiosa,  y  desde  la  casa 
del  islamismo ,  así  era  llamada  Bagdad  ,  declaraba  cismático  é  impío  al  emir 
usurpador ,  y  prometía  á  quien  le  diere  muerte  las  mayores  recompensas  en  esta 
vida  y  en  la  otra.  El  wali  de  Cairvan  Alí  ben  Mogueith  verificó  su  desembarco 
en  las  costas  de  Andalucía  con  una  buena  hueste  de  gente  dea  pié  y  de  á  caballo 
durante  el  mismo  mes  en  que  acababa  de  ser  vencida  la  facción  de  Toledo,  y  luego 
que  en  esta  ciudad  se  supo  su  llegada  con  un  ejército  cuyo  número  y  fuerza  se 
exageraban,  como  de  costumbre,  llixem  se  arrepintió  de  haber  capitulado.  Llamó 


Bagdad  fué  fundada  por  El  Mansur. 


CAP.    VI.—  ESPAÑA   ÁRABE.  345 

á  sus  partidarios  á  las  armas ,  invadieron  de  nuevo  el  alcázar,  dieron  muerte  á 
cuantos  le  defendian  y  entre  ellos  al  wazir  de  la  ciudad  Said  ben  Almesib  ,  se 
apoderaron  de  las  puertas  y  fortalezas  de  la  ciudad,  y  proclamaron  á  El  Mansur 
califa  supremo  de  Oriente  y  Occidente.  Hasta  entonces  los  enemigos  interiores 
de  Abderrahman  habían  carecido  de  tan  poderoso  apoyo,  y  en  vano  Bedre  corrió 
á  Toledo  al  frente  de  las  gentes  de  Calatrava,  Talavera ,  Ucles  y  Webcle  ;  la  ciu- 
dad se  resistió  ,  y  el  caudillo  de  Abderrahman  llegó  harto  tarde  para  impedir  la 
marcha  de  Hixem  que  iba  á  avistarse  con  el  lugarteniente  del  califa  (1). 

Este  en  tanto  corría  la  tierra  hasta  Beja  y  Jabora,  exhortando  ár  los  pueblos 
á  tomar  las  armas  contra  El  Daghel ,  el  aventurero  advenedizo  ,  resto  miserable 
de  una  familia  proscrita  y  excomulgada  en  todos  los  almimbares  ó  pulpitos  de  las 
aljamas  de  Oriente.  Mucha  gente  tímida  y  supersticiosa  se  persuadió  de  estas 
proclamas  y  siguió  las  banderas  del  wali  de  Cairvan  ,  que,  para  seducir  á  los  ig- 
norantes y  gente  menuda  y  baldía  de  los  pueblos,  llevaba  delante  de  sí  una  ban- 
dera que  decia  haber  recibido  de  manos  del  califa.  No  faltó  gente  vana  é  incons- 
tante ,  amiga  de  novedades ,  dicen  ios  cronistas  árabes-españoles ,  que  se  dejó 
llevar  de  la  corriente  y  délas  vanas  promesas  de  Alí  ben  Mogueith,  de  suerteque 
con  sus  Africanos  y  esta  chusma  allegadiza  Gomponia  en  apariencia  una  respe- 
table hueste. 

Abderrahman  marchó  contra  él ,  y  le  avistó  en  territorio  de  Badajoz.  Varios 
dias  escaramuzaron  ambos  ejércitos  con  resultados  distintos  hasta  que  por  fin  se 
empeñó  una  batalla  general.  Las  tropas  abassidas  no  pudieron  sostener  el  impe- 
tuoso choque  de  la  caballería  de  Abderrahman  (2) ;  el  estandarte  del  califa  cayó 
en  manos  del  vencedor ,  y  Alí  pereció  peleando  á  la  cabeza  de  los  suyos.  Los  que 
pudieron  salvarse  de  las  espadas  andaluzas  tomaron  la  fuga  en  distintas  direc- 
ciones y  los  mas  hacia  la  costa  para  volver  á  África.  Así  se  libró  Abderrahman 
de  un  solo  golpe  del  mayor  peligro  que  le  habia  amenazado ;  en  efecto,  á  repor- 
tar los  Africanos  la  victoria,  su  poder  desaparecia  y  España  se  convertía  otra  vez 
en  provincia  dependiente  y  tributaria  de  los  califas  de  Bagdad. 

Abderrahman  mandó  corlar  la  cabeza,  los  pies  y  las  manos  al  general  abas- 
sida  ,  y  por  medio  de  un  secreto  emisario  hízolos  clavar  en  la  plaza  pública  de 
Cairvan  con  esta  inscripción:  Así  castiga  Abderrahman  ben  Mooviah  ben  Omeya 
á  los  temerarios  como  Alí  ben  Mogueith,  wali  de  Cairvan.  —Otros  dicen  queman- 
do llevar  la  cabeza  de  Mogueith  al  Cairo  ó  á  la  Meca  á  la  misma  presencia  del 
califa  ,  quien  exclamó  al  verla  :  «  Este  hombre  es  el  mismo  diablo.  Loado  sea 
Dios  que  ha  puesto  el  mar  entre  él  y  yo.» 

La  derrota  de  Alí  no  terminó  sin  embargo  la  lucha  ,  é  Hixem  ben  Adra  sos- 
tuvo por  algún  tiempo  aun  el  partido  de  los  Fehries  y  Abassidas.  No  pudo  pene- 


(4)  Hixem  ofreció  á  Alí,  en  nombre  de  su  tribu,  la  verdadera  capital  de  España,  la  Real  ciudad 
de  Toledo,  donde  habia  sido  ya  proclamado. 

(2)  En  la  obra  de  Conde  se  describe  así  esta  batalla :  «A  la  hora  del  alba  se  avistaron  ambas 
huestes  ,  y  principió  la  batalla  por  parte  de  los  Africanos,  que  fué  muy  sangrienta  hasta  la  mitad 
del  dia;  á  la  tarde  cargaron  los  Andaluces  con  tanta  pujanza  y  ardimiento,  que  los  pusieron  en  de- 
sorden. La  gente  de  á  pié  y  allegadiza  que  habia  en  la  hueste  de  los  de  África  huyó  al  campamento 
y  principió  á  robarlo ,  y  los  Africanos  que  lo  guardaban  á  pelear  contia  ellos;  de  suerte  que  en  am- 
bas contiendas  quedaron  desbaratados.  Quedaron  muertos  en  el  campo  de  batalla  siete  mil  Africa- 
nos y  entre  ellos  el  wali  de  Cairvan  Alí  ben  Mogueith,  su  caudillo.» 

TOMO  ii.  44 


Sí 6  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA 

e  i.  c.  trar  en  Toledo  que  Bedre  bloqueaba  con  extremado  rigor,  pero  logró  apoderarse 
de  Sidonia  ,  llegando  su  audacia  hasta  el  punto  de  sorprender  á  Sevilla  con  un 
puñado  de  hombres.  Las  tropas  ommíadas  dirigiéronse  á  dicho  punto  al  saber 
estos  sucesos ,  é  Hixem,  sin  intentar  defenderlo,  después  de  saquear  el  arsenal 
y  el  castillo,  corrió  á  encerrarse  á  Sidonia,  donde  se  hallaban  los  enemigos  todos 
del  Ommíada.  Ábdelmelek  ben  Ornar  puso  cerco  á  la  plaza  y  en  breve  no  quedó  á 
los  sitiados  mas  recurso  que  capitular  ó  abrirse  paso  á  través  del  campo  enemi- 
go. Adoptado  este  partido  ,  salieron  durante  una  noche  muy  oscura  por  dos  puer- 
tas diferentes  ,  y  muchos  pudieron  llegar  sin  tropiezo  á  las  serranías  de  Ronda. 
Sin  embargo,  Hixem  ben  Adra  no  fué  de  este  número;  viejo  ya,  cayó  en  poder  del 
terrible  Ábdelmelek  ben  Ornar,  quien,  recelando  que  todavía  la  bondad  del  emir 
le  dejase  la  vida ,  dicen  los  historiadores  musulmanes  ,  mandó  darle  muerte  sin 

765.  pérdida  de  momento(148 — 763).  Los  rebeldes  que  pudieron  hallar  un  asilo  en  las 
montañas  de  Ronda  ganaron  casi  todos  las  costas  y  pasaron  á  África,  para  acoger- 
se á  la  protección  de  los  walies  de  El  Mansur. 

En  medio  de  estas  agitaciones  continuas,  de  estos  frecuentes  combates  en 
que  sosluvo  siempre  el  honor  de  su  causa  ,  El  Daghel  halló  tiempo  para  engran- 
decer y  hermosear  las  ciudades  de  la  Península ,  para  proteger  y  alentar  la  agri- 
cultura y  las  artes.  La  antigua  ciudad  fenicia  de  Kartuba  (1),  convertida  en  resi- 
dencia de  un  poder  rival  al  de  los  califas  de  Oriente  ,  tomó  entonces  el  aspecto 
de  una  magnífica  capital.-  Elegantes  mezquitas  ,  muchas  casas  cuadradas ,  déla 
arquitectura  particular  á  los  Árabes ,  de  la  cual  son  inventores  ,  ensanchaban  su 
recinto  y  daban  á  la  ciudad  una  fisonomía  nueva.  A  ella  acudían  de  todos  los 
puntos  de  España  y  aun  de  Oriente  ,  de  Egiplo  y  de  Siria  los  doctores ,  letrados 
y  poetas.  Del  desastre  de  su  familia  en  Siria ,  Abderrahman  habia  salvado  un 
ejemplar  del  Coran,  escrito  todo  él  por  mano  de  Otman  ,  compañero  y  tercer  su- 
cesor del  profeta,  y  habíalo  regalado  á  la  mezquita  principal  de  Córdoba,  desti- 
nada á  ser  la  ciudad  santa  de  los  musulmanes  de  Occidente  (2).  Era  tan  vivo  el 
recuerdo  que  de  su  patria  conservaba  ,  que  mandó  en  Córdoba  disponerlo  todo 
en  lo  posible  á  imagen  de  las  grandes  ciudades  de  Oriente ,  y  sobre  todo  á  ima- 
gen de  Damasco,  su  ciudad  nativa.  Por  aquel  tiempo  mandó  establecer  su  Zekath, 
(casa  de  Moneda),  disponiendo  que  se  acuñaran  semejantes  en  un  todo  á  las  que 
fabricaran  en  Siria  los  califas  sus  mayores ,  sin  mas  diferencia  que  la  indicación 
del  lugar  y  del  año.  En  una  parte  se  leia  :  «No  hay  mas  Dios  que  Dios,  único  y 
sin  compañero,»  y  la  leyenda  decia:  «En  nombre  de  Dios ,  este  diñar  ó  este 
dirahma  ha  sido  acuñado  en  Ándalos,  en  tal  año.»  En  la  oíra  parte  de- 
cia :  «Dios  es  único  ,  Dios  es  eterno ,  no  es  hijo ,  ni  padre,  ni  tiene  semejante.» 
La  leyenda  era:  «Mahoma,  enviado  de  Alá,  quien  le  envió  con  la  dirección  y  la 


(4)  Las  alteraciones  de  este  nombre  han  sido  casi  insensibles:  los  Griegos  han  hecho  de  él 
Bc.pl)ú0n;< los  Romanos  Corduba,  los  Godos  Corduba,  Corduva  y  á  veces  Córdoba;  los  Árabes  Cor- 
\hobah,  y  nosotros  por  fin,  Córdoba. 

(2  Este  Coran  cayó  después  en  poder  de  los  Almohades  cuando  conquistaron  á  España. 
Mandáronle  cubrir  do  planchas  de  oro  tachonadas  de  diamantes  ,  y  cuando  marchaban  á  la  guerra, 
un  camello  ricamente  enjaezado  llevaba  delante  de  ellos  el  libro  que  creían  santo ,  encerrado  en  una 
caja  cubierta  con  un  paño  de  oro.  De  vicisitudes  en  vicisitudes,  el  precioso  Coran  ha  pasado  á  ma- 
nos de  los  Turcos ,  y  forma  parte  en  el  dia  del  tesoro  de  los  sultanes. 


GAP.    VI.—  ESPAÑA  ÁRABE.  347 

ley  verdaderas,  á  fin  de  que  triunfasen  de  toda  ley,  á  pesar  de  los  infieles.»  Ab-  A  de  J- c- 
derrahman  reunía,  pues,  en  su  persona,  escepto  el  título  de  califa  que  no  llegó  á 
tomar,  las  prerogativas  todas  del  califato  ,  las  mismas  que  habían  ejercido  los 
califas  de  Damasco  sus  antepasados ,  y  que  ejercían  entonces  los  califas  de  Bag- 
dad sus  antagonisias ,  y  es  un  error  histórico  muy  concebible  y  natural ,  dice 
Romey ,  que  se  haya  hecho  datar  de  su  elevación  el  califato  de  Occidente  ,  rival 
del  de  los  Abassidas ,  pues  si  la  cosa  no  existió  de  nombre  ,  existió  sí  de  hecho 
y  en  realidad.  El  primer  Ommíada  fundó  en  Córdoba  y  transmitió  á  sus  sucesores 
un  poder  del  todo  igual  al  de  sus  mas  ilustres  contemporáneos  de  Bagdad  ,  los 
califas  El  Mamun  y  Ilaraun  el  Reschid  (1) ;  pero  escrito  estaba  que  había  de 
fundarlo  y  sostenerlo  á  costa  de  fatigas  sin  cuento  y  de  luchas  incesantes. 

Pocos  meses  después  de  la  derrota  de  Alí  y  de  la  dispersión  de  ios  caudillos 
africanos  que  defendían  el  partido  de  los  Abassidas ,  un  joven  de  gran  nombre 
y  de  muy  ponderado  esfuerzo ,  Abdel  Gafir,  wali  de  Meknasah  (Mequinez),  que 
se  jactaba  de  descender  de  Alí  y  de  Fátima,  hija  única  del  Profeta,  presentóse  en 
Andalucía  para  continuar  la  lucha  contra  el  Ommíada,  llamado,  según  algunos, 
por  los  restos  de  la  rebelión  pasada,  que  no  habían  abandonado  todavía  las  frago- 
sidades y  riscos  de  las  sierras  de  Ronda  y  la  Alpujarra. 

La  cuestión  tomó  entonces  el  aspecto  de  una  contienda  religiosa,  cuyas  cau- 
sas databan  nada  menos  que  de  las  primeras  divisiones  de  los  musulmanes  acer- 
ca del  califato.  Con  Abdel  Gafir  pasaron  á  España  varios  cuerpos  de  ginetes 
berberiscos,  pues  si  Abderrahman  tenia  por  él  las  tribus  africanas  que  habitaban 
el  occidente  del  centro  (el  Magreb  el  Aussath) ,  el  partido  de  los  califas  descen- 
dientes de  Abbas  contaba  con  muchos  parciales  entre  aquellas  que,  como  la  de 
Mequinez,  ocupaban  el  postrer  occidente  (El  Magreb  el  Aksah).  Abdel  Gafir  llegó 
á  España  precedido  de  gran  fama  de  virtud  y  magnificencia ,  dispuesto  á  recom- 
pensar generosamente,  decían  sus  partidarios,  á  los  buenos  y  leales  musulmanes 
que  tomasen  las  armas  contra  el  Daghel,  el  intruso  usurpador  del  emirato  de  Es- 
paña. En  vano  Abderrahman  quiso  activar  la  guerra  contra  los  fieros  Alpujarre- 
fíos,  en  vano  puso  á  pregón  las  cabezas  de  los  caudillos  rebeldes,  y  en  vano  en- 
vió naves  de  guerra  que  protegiesen  las  costas  de  Málaga  y  Almería;  el  wali  de 
Mequinez  no  por  eso  dejó  de  desembarcar  junto  á  Almufíecar,  y  tremolando  el 
negro  pendón  de  los  Abassidas,  al  que  unió  el  verde  de  los  Fatimitas,  que  era  el 
suyo  propio,  se  estableció  con  sus  compañías  de  aventureros  y  bandidos,  según 
expresan  los  historiadores  ommíadas,  en  las  sierras  de  Antequera  y  de  Ronda 
(149—766).  Sakfan  Hafiia,  y  Abdallah  ben  Harasáh,  que  habían  tomado  parte  766. 
en  el  último  movimiento  reprimido  por  la  toma  de  Sidonia,  reaparecieron  á  la 
cabeza  de  sus  partidarios,  é  hicieron  causa  común  con  el  emir  recien  llegado. 

A  pesar  de  cuanto  se  habia  dicho  de  su  poderío,  Abdel  Gafir  no  era  mas  que 
un  valeroso  jefe  de  partido ,  y  la  debilidad  de  los  medios  empleados  no  corres- 
pondía en  todo  caso  á  la  grandeza  de  sus  proyectos.   Limitó,  pues,  sus  primeras 


(i )  Propiamente  hablando  ,  el  poder  soberano  no  era  entre  los  musulmanes  hereditario  ni  elec- 
tivo: adquiríase  por  el  triunfo  de  las  armas  y  la  posesión  efectiva  de  la  soberanía,  pero  con  frecuen- 
cia verificábase  la  transmisión  en  una  misma  familia  por  una  especie  de  consentimiento  público. 
No  habia  acerca  de  esto  derecho  escrito  ni  principios  absolutos  ,  y  se  fundaba  todo  en  una  conven- 
ción tácita. 


348  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

hazañas  á  algunas  correrías  por  las  inmediaciones  del  lugar  que  le  servia  de  asi- 
lo, y  como  por  espacio  de  varios  meses  no  hizo  mas  que  guerrear  así  por  los 
alrededores  de  las  montañas  de  Ronda,  sin  atreverse  en  cierto  modo  á  perderlas 
de  vista,  dejarémosle  allí  por  un  momento  para  decir  algo  del  sitio  de  Toledo, 
que  se  prolongaba  hacia  tres  años. 

En  efecto,  empezado  en  763,  este  sitio  duraba  aun  en  la  época  en  que  esta- 
mos, en  766.  Los  partidarios  de  Hixem  ben  Adra,  ó  por  mejor  decir,  los  enemigos 
de  Abderrahman,  pues  Hixem  había  muerto,  continuaban  impidiendo  á  las  tropas 
ommíadas  la  entrada  en  la  real  ciudad  de  los  Godos,  y  el  sitio  se  habia  conver- 
tido en  bloqueo.  Los  sitiadores,  según  costumbre  muy  común  entonces,  habían 
levantado  una  especie  de  ciudad  provisional  delante  de  la  plaza  sitiada,  y  desde 
allí  se  limitaban  á  molestar  de  cuando  en  cuando  á  los  centinelas  de  las  puertas 
y  á  apoderarse  de  los  convoyes  de  víveres,  que  por  lo  comun  llegaban  á  su  desti- 
no sin  grandes  dificultades.  La  ciudad  era,  por  otra  parte,  muy  fuerte  y  populosa, 
pero  caracterizábala  particularmente  la  co-exis!encia  dentro  de  sus  muros  de  una 
numerosa  población  de  musulmanes  y  muzárabes  (1),  viviendo  sin  lucha  reli- 
giosa, y  haciendo  muchas  veces  causa  comun  políticamente  hablando. 

Así  sucedía  en  esta  circunstancia,  y  cristianos  y  musulmanes  se  negaban  á 
reconocer  la  autoridad  del  emir  cordobés.  No  desplegaban,  á  decir  verdad,  gran 
ardor  las  tropas  sitiadoras ,  y  mas  bien  que  cerco  parecía  ser  aquello  una  tregua 
ó  convenio  tácito  entre  los  de  la  ciudad  y  los  del  campamento  de  guardar  cada 
cual  sus  posiciones  sin  hostilizarse.  No  se  daban  combates  ni  se  guardaban  las 
salidas  por  parte  de  los  cercadores,  no  se  impedían  las  entradas  de  provisiones  en 
barcas  por  el  rio ,  y  los  habitantes  de  los  pueblos  comarcanos  cultivaban  sus 
campos  y  conducían  á  la  ciudad  sus  frutos  casi  sin  ningún  obstáculo  (2). 

Así  se  hallaban  las  cosas,  cuando  Teman  ben  Alkamah  recibió  el  encargo 
de  reducir  á  Toledo  y  de  llevar  adelante  las  operaciones  del  sitio.  Á  su  presen- 
cia todo  cambió  de  aspecto:  diéronse  asaltos,  intentáronse  escaladas  por  la  parte 
mas  baja  del  muro,  tanto  que  los  sitiados,  poseídos  de  temor  al  ver  tanta  acti- 
vidad, resolvieron  tratar  de  la  rendición.  Hicieron  que  Cassim  ben  Yussuf  se 
salvara  á  nado  por  la  parte  superior  del  rio,  y  luego  abrieron  sus  puertas  implo- 
rando la  clemencia  del  general  cordobés  (149—766). 

Los  Árabes  fijan  en  este  mismo  año  una  doble  excursión  de  los  musulmanes 
alas  montañas  de  Galicia  y  Vasconia.  Según  su  relato,  ambas  fueron  victorio- 
sas (3).  Abderrahman,  dicen,  envió  este  año  los  caudillos  de  frontera  Nadkar  y 


(1)  Muzárabes,  luchos  convertidos  en  Árabes. — Esta  dominación  no  llevaba  consigo  la  abjura- 
ción del  cristianismo  ni  especie  alguna  de  apostasía.  Los  primeros  tratados  que  aseguraban  á  los 
cristianos  el  libre  ejercicio  de  su  culto  en  aquellas  iglesias  cuya  conservación  se  habia  estipulado, 
regían  todavía  en  las  ciudades  sometidas  á  los  musulmanes.  Toledo  tenia  entonces  su  obispo,  prela- 
do distinguido  por  su  sabiduría,  del  cual  tendremos  ocasión  de  hablar  mas  adelante  con  motivo  de 
la  famosa  heregía  de  Félix  de  Urgol.  Muchas  ciudades,  y  entre  otras  Mérida  ,  Segovia  Sigiienza  etc. , 
conservaron  en  tiempo  de  los  Árabes  la  serie  no  interrumpida  de  sus  obispos.  Véase  á  Floree,  Esp. 
Sagr.,  t.  VIII,  p.  81,  127  y  225;  t.  XIII,  p.  247  y  sig.  etc. 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  XVII. 

(3)  Las  crónicas  cristianas  no  refieren  en  dicha  época  acontecimiento  alguno  de  guerra:  sin 
embargo,  una  inscripción  de  la  catedral  de  Oviedo,  reconstruida  en  tiempo  de  Alfonso  el  Casto,  dice 
que  aquella  iglesia,  fundada  por  Fruela,  habia  sido  destruida  por  los  infieles  (gentilibus).  Admitiendo 
el  hecho  de  esta  destrucción,  no  puede  fijarse  en  tiempo  alguno  a  no  ser  en  la  época  indicada;  y  en 


A.  de  J.  C. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  319 

Zeid  ben  Aludhah  á  los  montes  de  Galicia,  que  están  al  septentrión  de  España,  y 
á  los  montes  Albaskenses;  los  generales  musulmanes  visitaron  las  tierras  de 
Galicia  y  persiguieron  algunas  reuniones  y  taifas  de  cristianos  rebeldes  que,  con- 
fiados en  la  aspereza  de  aquella  tierra,  negaban  la  obediencia  al  emir.  Aquellos 
infieles  eran  en  su  mayar  parte  fugitivos  de  las  provincias  de  España.  El  histo- 
riador no  precisa  mas  esta  expedición ,  pero  algunas  palabras  que  añade  á  su 
relato  no  dejan  duda  ninguna  acerca  del  carácter  de  aquellas  algaradas  sarrace- 
nas. Los  dos  generales ,  continua,  volvieron  á  Córdoba  con  muchas  riquezas,  ga- 
nados y  cautivos,  y  referían  de  aquellos  pueblos  de  Galicia  que  eran  cristianos 
y  de  los  mas  bravos  de  Afranc  (1),  pero  que  vivían  como  fieras,  sin  lavar  nunca 
sus  cuerpos  ni  vestidos,  que  no  se  los  mudaban  y  llevaban  puestos  hasta  que  se 
les  caían  en  andrajos,  y  que  entraban  unos  en  las  casas  de  otros  sin  pedir  licen- 
cia (2).  Desde  la  llegada  de  Abderrahman  á  España,  es  esta  la  primera  vez  que 
se  hace  mención  en  las  historias  árabes  de  una  guerra  contra  los  cristianos  del 
norte  de  la  Península.  El  resultado  de  ella  debió  de  ser  seguramente  volver  á  la 
dominación  del  emirato  de  Córdoba  algunas  de  ¡as  ciudades  tomadas  ó  despobla- 
das por  Alfonso  el  Católico  en  el  tiempo  que  medió  entre  los  años  734  y  756. 

Entre  tanto  Abdel  Gafir  inquietaba  desde  sus  montañas  á  los  alcaides  de  Eci- 
ja,  de  Baena,  de  Sevilla,  de  Carmona,  de  Arcos  y  de  Sidonia,  y  su  osadía  creció  á 
medida  que  aquellos  montes  se  convirtieron  en  punto  de  reunión  de  todos  los 
Españoles  descontentos.  Harto  débiles,  empero,  en  766  para  atreverse  á  dirigir  sus 
armas  contra  Córdoba,  lanzáronse  durante  los  últimos  meses  de  dicho  año  á  cor- 
rer las  costas  de  Almuñecar  y  Almería.  Al  saber  sus  correrías  y  violencias,  el  wali 
de  Elvira  (3),  Asad  ben  Abderrahman  marchó  contra  ellos  y  los  puso  en  fuga;  pe- 
ro, cubierto  de  heridas,  habia  debido  retirarse  á  Elvira,  donde  espiró  á  principios 
del  año  ISO  de  la  hegira  (marzo  ó  abril  de  767).  Asad  ben  Abderrahman  era  uno  767, 
de  los  mas  esforzados  guerreros  de  su  tiempo,  y  su  muerte  fué  muy  sentida  por  el 
emir  de  Córdoba.  A  él  se  deben  las  primeras  fortificaciones  de  Garnathah,  la 
ciudad  de  los  Judíos,  y  el  castillo  que  con  el  nombre  de  Alcazaba  existe  todavía 
en  Granada  y  forma  parte  de  la  ciudad. 

Envalentonado  por  sus  victorias ,  Abdel  Gafir  dirigió  sus  excursiones  hacia 


efecto,  la  reciente  fundación  de  la  iglesia  de  Oviedo  (766),  y  la  noticia  de  una  reunión  de  cristianos 
en  aquel  punto,  quizás  particularmente  de  cristianos  refugiados,  podían  atraer  hacia  aquel  lado  la 
atención  de  los  Árabes,  no  siendo  inverosímil  suponer  que  penetrasen  entonces  hasta  el  pueblo  ape- 
nas formado  de  Ovetum,  y  que  destruyesen  la  iglesia,  á  cuyo  alrededor  se  habian  elevado  las  pri- 
meras casas  de  la  futura  capital  de  Asturias.  Véase  en  el  capítulo  siguiente  la  historia  de  la  funda- 
ción de  Oviedo  en  tiempo  de  Fruela. 

(4)  Daban  los  Árabes  este  nombre  á  los  naturales  de  Asturias,  de  Galicia  y  de  Vasconia,  y  lo 
mismo  á  los  pueblos  galo-romanos  que  á  los  verdaderos  Francos  de  la  otra  parte  de  los  Pirineos. 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  XVIII. 

(3)  Elvira,  del  latin  EUherís  ó  Illivbris. — Esta  ciudad,  célebre  por  el  concilio  que  en  ella  se  ce- 
lebró en  los  primeros  años  del  siglo  iv,  se  halla  tan  arruinada  que  ni  se  sabe  á  punto  fijo  el  lugar 
donde  existió.  La  opinión  mas  acreditada  es  que  dicha  ciudad  estuvo  situada  un  poco  al  norte  de 
Granada,  en  una  colina  que  conserva  todavía  el  nombre  de  Elvira,  En  la  Alhambra  de  Granada  se 
halló  una  inscripción  que  dice  así: 

IMP.    M.   AURELIO. 

PROBO.  PÍO.  FELICI.  INVICTO. 

AUG.  NUM.  MAGESTANTIQÜE. 

DEVOTOS.  ORDO.  ILLIBER. 

DEDICAT.  P.    P. 


350  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  j.  c.  los  territorios  de  Arcos  y  Sidonia,  y  muchas  veces  llevó  sus  algaradas  hasta  los 
campos  de  Sevilla,  robando  é  incendiando  las  habitaciones  aisladas.  Cada  vez 
que  se  presentaba,  el  wali  de  Sevilla  marchaba  contra  él  con  sus  ginetes,  pero  el 
Africano  se  retiraba  en  seguida  á  los  montes  inmediatos,  donde  la  caballería  del 
wali  nada  podia  contra  sus  arqueros ,  y  desde  allí  volvía  á  empezar  sus  conti- 
nuos amagos  y  nocturnos  rebatos,  contento  con  mantener  á  sus  enemigos  en  con- 
tinuas alarmas  y  con  proveerse  á  expensas  de  los  mismos  de  cuanto  necesitaba. 

Así  hostigó  por  mucho  tiempo  á  los  pueblos  andaluces ,  esperando  siempre 
768.  los  socorros  que.  de  África  le  tenían  prometidos.  Por  fin  á  principios  del  año  151 
llegaron  á  las  aguas  de  Tortosa  diez  buques  cargados  de  soldados  africanos,  bajo 
el  mando  de  otro  jefe  abassida,  Abdallah  ben  Habib  el  Seklebí.  Sin  embargo,  de 
aquel  punto  á  las  montañas  de  Ronda  habia  muy  gran  distancia  ,  y  el  nuevo 
lugarteniente  del  califa  se  habia  engañado  creyendo  hallar  apoyo  y  auxilio  en  las 
poblaciones  de  la  España  oriental  contra  el  Ommíada  de  Córdoba.  La  noticia  de 
este  desembarque  no  dejó,  empero,  de  causar  cierta  inquietud  en  Andalucía,  y 
Abderrahman  marchó  en  persona  al  punto  nuevamente  amenazado,  si  bien  antes 
de  llegar  á  Valencia  recibió  aviso  del  wali  de  Tortosa  de  haber  dispersado  ya 
á  los  Africanos  con  gran  pérdida,  sin  que  hubiesen  podido  reembarcarse  por 
haber  quemado  ó  dispersado  sus  buques  las  naves  de  guerra  que  habia  en  Tar- 
ragona. En  la  escaramuza  ó  batalla  que  dio  á  los  Africanos  la  caballería  de  la 
misma  ciudad,  perecería  sin  duda  el  caudillo  Abdallah  ben  Habib,  en  cuanto  no 
se  hace  oirá  vez  mención  de  él  en  ninguna  de  las  crónicas  musulmanas. 

Gran  pérdida  era  aquella  sin  duda  para  la  causa  de  Abdel  Gafir,  pero  no 
tan  grande  como  quería  suponer  el  gobernador  de  Tortosa.  Los  vencidos  se  reti- 
raron á  los  montes  inmediatos,  perseguidos  inútilmente  por  ios  caudillos  de  Ab- 
derrahman, y  lograron  reunirse  por  diferentes  caminos  con  ios  rebeldes  de  Ronda 
en  cuyo  auxilio  habían  venido.  Holgóse  Abderrahman  con  esta  nueva,  y  aunque 
ya  su  presencia  no  era  necesaria,  quiso  pasar  adelante  y  visitar  las  ciudades 
que  tan  bien  le  habían  servido  en  esta  ocasión.  Entró  en  Tortosa,  Tarragona  y 
Rarcelona;  llegó  hasta  Huesca  y  Zaragoza,  y  marchó  por  Toledo  y  Calaírava  á  Cór- 
doba, donde  el  dia  de  su  entrada,  dice  su  biógrafo,  fué  un  dia  de  gran  fiesta. 

La  derrota  de  El  Seklebi  no  habia  producido  sin  embargo  mas  resultado 
que  dispersar  sus  tropas,  y  su  ejército,  antes  desbandado  que  vencido,  no  tardó, 
como  hemos  dicho,  en  reunirse  con  las  bandas  de  Abdel  Gafir  en  la  serranía  de 
Ronda.  La  llegada  de  estos  refuerzos  despertó  el  valor  del  joven  wali,  y  reunidas 
todas  sus  tropas,  se  atrevió  á  bajar  al  llano  y  á  probar  fortuna  por  las  tierras  al 
oeste  de  Antequera.  Varias  veces  puso  en  fuga  á  las  tropas  de  los  alcaides  de 
Baena  y  Carmona,  y  Abdel  Gafir  ,  Uafila  y  Harasah  recorrieron  triunfantes  toda 
la  Andalucía  occidental.  En  Astapa  encontraron  y  arrollaron  á  una  parle  de 
la  guarnición  de  Sevilla  enviada  contra  ellos ,  y  esta  ventaja ,  muy  celebrada  pol- 
los descontentos  y  amigos  de  novedades,  acaloró  los  ánimos  inquietos  de  algunos 
sediciosos  de  Sevilla,  entre  ellos  de  un  jeque  llamado  Hayun  ben  Salem,  y  todos 
se  pusieron  de  acuerdo  para  entregar  la  ciudad  á  los  sublevados  luego  que  se 
presentaren.  El  peligro  era  inminente  ,  y  la  guerra  del  Falimita  lomaba  por  mo- 
mentos un  carácter  mas  y  mas  grave. 

Refiérese  de  esta  guerra  un  notable  suceso.  Era  aun  wali  de  Sevilla  Ab- 


CAP.    VI.— ESPAÑA  ÁRABE.  3ol 

delmelek  ben  Ornar  (Marsilio),  á  quien  confiara  Abderrahman  aquel  gobierno  en 
759,  como  uno  de  sus  mas  adictos  parciales  y  mas  esforzados  guerreros.  Al  saber 
la  proximidad  de  Abdel  Gafir,  envió  á  la  descubierta  un  destacamento  al  mando  de 
uno  de  sus  hijos  llamado  Cassim,  mancebo  tímido  é  inexperto  y  no  avezado  á  los 
horrores  de  la  guerra.  Sorprendido  por  los  campeadores  contrarios ,  sin  reflexión 
volvió  brida  á  su  caballo  y  corrió  á  ampararse  de  su  padre,  quien,  ciego  de  furor 
al  verle  fugitivo,  gritóle:  «¡Muere,  cobarde!  tú  no  eres  mi  hijo,  tú  no  eres  un  Me- 
ruan! »  y  al  mismo  tiempo  le  arrojó  su  lanza  y  le  traspasó  con  ella.  Abdelmelek 
reunió  al  momento  sus  tropas  y  las  llevó  al  enemigo ,  empeñándose  al  momento 
la  batalla. 

El  historiador  árabe  deja  adivinar  los  sentimientos  que  agitanan  al  infeliz 
cuanto  heroico  caudillo;  no  trata  de  describirlos,  pero  nos  pinta  al  triste  padre 
peleando  con  el  deseo  de  encontrar  la  muerte  en  la  batalla  ,  quedando  dueño  del 
campo  llegada  la  noche,  después  de  un  combate  bien  sostenido  por  ambas  partes 
y  disputado  durante  todo  el  dia.  Las  vencidas  tropas  de  Abdel  Gafir  se  dispersa- 
ron en  dirección  á  Sevilla ,  sin  que  el  cansancio  de  la  jornada  permitie- 
se á  Abdelmelek  salir  en  persecución  suya.  Los  vencedores  pasaron  aque- 
lla noche  en  el  mismo  campo  de  batalla ,  y  los  vencidos  á  poca  distancia  de 
Sevilla,  en  cuyo  recinto  no  se  atrevieron  á  penetrar.  Al  despuntar  la  aurora  del 
siguiente  dia  agitáronse  todos  en  la  ciudad  ,  y  las  calles  de  Sevilla  presenciaron 
sangrientas  escenas  :  el  jeque  Hayun  y  sus  parciales  trataban  de  cumplir  la 
promesa  que  hicieran  á  Abdel  Gafir,  y  habían  trabado  en  las  puertas  un  empeña- 
do combate  para  apoderarse  de  ellas  y  facilitar  el  paso  á  su  aliado.  El  wali  de 
Mequinez  disponíase  por  su  parte  á  prestarles  auxilio,  cuando  le  anunciaron  de 
pronto  un  nuevo  ataque  de  Abdelmelek.  Sorprendido  en  Aljarafe  (hoy  San 
Juan  de  Alfarache),  por  fortuna  para  él  á  una  hora  muy  avanzada  del  dia,  Abdel 
Gafir  se  mantuvo  firme  y  trabóse  entre  ambos  ejércitos,  que  apenas  habían  des- 
cansado de  las  fatigas  de  la  víspera,  un  sangriento  combate  que  soio  la  noche  in- 
terrumpió. Abdelmelek  cayó  esta  vez  gravemente  herido ,  y  Abdel  Gafir  logró 
aquella  misma  noche  penetraren  Sevilla,  que  entregó  al  saqueo.  El  palacio  del 
wali  fue  brutalmente  devastado,  robadas  las  casas  de  los  opulentos  vecinos  y  en- 
trados asaco  los  almacenes  de  víveres  y  armas.  ¡Infausta  noche  fué  aquella!  Cuan- 
do la  desenfrenada  soldadesca  se  hallaba  entregada  á  los  horrores  del  mas  atroz 
vandalismo,  vino  á  completar  la  confusión  del  sombrío  cuadro  la  entrada  de  la  ca- 
ballería de  Abdelmelek,  que,  capitaneada  por  sus  lugartenientes ,  é  irritada  con  la 
derrota  de  la  víspera,  penetró  por  las  calles  de  la  horrorizada  población  á  las  pri- 
meras luces  del  alba.  El  estrépito  de  los  caballos ,  el  sonido  de  los  instrumentos 
bélicos,  los  lamentos  de  los  despojados  vecinos,  los  gritos  de  los  sorprendidos  sa- 
queadores, ios  ayes  de  los  moribundos  y  el  crugir  de  las  armas,  todo  formaba 
un  conjunto  de  lúgubres  y  espantosas  escenas  (1).  Abdel  Gafir  con  sus  rebeldes 
vióse  obligado  á  evacuar  la  ciudad,  y  retiróse  sin  ser  perseguido  á  Gástala  (2), 
donde  Hayun  contaba  con  numerosos  parciales.  Desde  Ronda,  el  wali  de  Mequi- 
nez habia  penetrado  hasta  el  corazón  de  Andalucía,  y  hallábase,  aunque  vencido, 


(1)  Lamente,  Hist,  gen.  de  Esp.,  P..  2.a,  1. 1,  c.  IV. 

(2)  Ahora  Cazalla.  Es  notable,  dice  Conde,  la  alteración  de  estos  nombres,  y  así  de  Basta  resul- 
tó Baza,  de  Castulona,  Cazlona,  etc. 


352  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

iej.c.  al  frente  de  un  partido  audaz  y  numeroso  aun  a]  pié  de  Sierra  Morena,  y  mas 
cerca  de  Córdoba  de  lo  que  habia  estado  jamás. 

Disgustado  Abderrahman  de  ia  duración  de  esta  guerra  que ,  sin  ame- 
nazarle gravemente  en  Córdoba  ,  tomaba  cada  dia  un  carácter  mas  alarman- 
te y  fatigoso  para  los  pueblos  andaluces ,  resolvió  encargarse  en  persona  de 
la  dirección  de  las  operaciones  militares  hasta  dejarla  completamente  termi- 
nada. Dirigió  un  llamamiento  á  los  fieles ,  pues  este  era  el  modo  como  en 
aquella  época  se  faacian  los  reclutamientos ,  y  tanto  le  habia  irritado  la  au- 
dacia del  rebelde  que  acababa  de  saquear  á  Sevilla  ,  que  queria  marchar  contra 
él  sin  pérdida  de  momento  sin  mas  fuerza  que  los  ginetes  africanos  de  su  guar- 
dia. Teman  ben  Alkamah  le  disuadió  de  este  proyecto  y  le  redujo  á  esperar  las 
tropas  que  se  habían  pedido  á  Mérida.  Llegaron  estas  al  fin,  y  reunidos  muchos 
fieles,  á  quienes  la  presencia  del  enemigo  en  el  territorio  y  tan  cerca  de  Córdoba 
773  habia  conmovido  y  armado,  partió  el  emir  de  su  capital  resuelto  á  no  volver  á 
ella  sin  haber  aniquilado  las  bandas  de  Abdel  Gafir. 

Sabedor  este  de  las  disposiciones  que  tomara  contra  él  Abderrahman,  com- 
prendió haberse  adelantado  demasiado,  y  quiso  retirarse  hacia  las  montanas  de 
Ronda,  su  habitual  asilo;  pero  desde  Cazalla  donde  se  encontraba  hasta  aquellos 
montes,  la  retirada  por  entre  poblaciones  levantadas  y  armadas  no  dejaba  de 
ofrecer  grandes  peligros,  y  además  estaba  de  por  medio  el  Guadalquivir.  Varios 
caudillos  creían  ser  lo  mejor  internarse  por  Sierra  Morena  ,  mas  prevaleció  la 
opinión  de  Abdel  Gafir  y  emprendieron  el  camino  hacia  el  Guadalquivir,  que  va- 
dearon por  la  parte  de  Lora,  no  lejos  de  su  confluencia  con  el  Jenil.  Por  mas  que 
Abderrahman  dirigióse  á  toda  prisa  hacia  aquel  punto,  no  pudo  llegar  á  tiempo 
para  disputarles  el  paso. 

Yencicla  esta  primera  dificultad,  en  poco  estuvo  que  burlase  el  audaz  aven- 
turero la  vigilancia  y  actividad  de  Abderrahman.  Subia  ya  por  el  valle  del  Je- 
nil que  tan  conocido  le  era  ,  y  podia  lisonjearse  de  llegar  fácilmente  desde  él  á 
aquellas  breñas  de  Ronda  que  por  tanto  tiempo  le  sirvieran  de  seguro  asilo  , 
cuando  al  marchar  con  dirección  á  Ecija  ,  vio  llegar  asustados  á  sus  explorado- 
res :  del  este  y  del  oeste  acudían  á  aquel  punto  las  tropas  ommíadas.  Abdel  Ga- 
fir precipitó  su  marcha,  pero  de  nada  le  sirvió,  y  en  las  cercanías  de  aquel  pueblo, 
á  orillas  del  Jenil ,  fué  atacado  por  las  huestes  de  Sevilla  y  Córdoba  ,  que  llega- 
ban en  aquel  momento  de  dos  diferentes  puntos ,  y  que  se  reunieron  atacando 
simultáneamente  al  enemigo.  Allí  terminó  la  lucha  sostenida  con  tanta  obstina- 
ción ,  pero  sin  grandes  medios ,  á  lo  que  parece  ,  por  el  wali  fatimita  contra  el 
emir  ommíada ,  y  que  si  bien  poco  importante  en  su  principio  ,  no  habia  dejado 
de  durar  siete  años.  Abdel  Gafir  fué  muerto  en  su  fuga  por  el  nuevo  wali  de  El- 
vira ,  el  Sirio  Abdel  Salem  ,  que  le  cortó  la  cabeza  con  su  propio  alfange.  Ha- 
rasah,  el  jeque  Hayun  ben  Salem  y  otros  cincuenta  caballeros  africanos,  ca- 
si todos  de  la  tribu  de  Mequinez,  fueron  muertos  en  la  acción,  y  solo  Hafila,  ver- 
dadero bandido  ,  á  quien  volveremos  á  ver  al  servicio  de  todo  aquel  que  quiera 
hacer  la  guerra  al  emir  cordobés,  pudo  llegar  á  sus  inexpugnables  riscos  en  Jas 
fuentes  del  Guadiana.  Las  cabezas  corladas  álos  cincuenta  compañeros  del  wali  de 
Mequinez  fueron  enviadas  como  sangriento  trofeo  á  Elvira,  Almuñecar  y  Grana- 
da; las  de  Abdel  Gafir  y  Ilarasah  á  Córdoba ,   y  la  del  jeque  Uayun  á  Sevilla. 


CAP.   VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  333 

La  derrota  y  muerte  de  este  tenaz  competidor  de  Abderrahman  sucedieron  en  el  A- de  J  c 
año  156  (773),  y  el  emir  vencedor  consumó  la  destrucción  de  su  partido  publi- 
cando un  edicto  de  perdón  para  cuantos  en  un  plazo  dado  depusieren  las  armas 
y  se  acogieren  á  su  obediencia. 

Desde  e)  campo  de  batalla  de  Ecija  ,  Abderrahman  pasó  á  Sevilla  para  vi- 
sitar y  consolar  ,  dicen  sus  biógrafos,  al  wali  ábdelmelek  ben  Ornar,  que  estaba 
enfermo  de  sus  graves  heridas  y  mas  todavía  en  el  ánimo  por  la  muerte  de  su 
hijo  Cassim.  El  emir  creyó  conveniente  alejarle  de  un  país  que  le  suscitaba  tan 
dolorosos  recuerdos,  y  le  nombró  wali  de  Zaragoza  y  de  toda  la  España  orienlal, 
á  lo  que  parece  ,  con  poderes  extraordinarios.  Para  la  defensa  de  las  cosías  oc- 
cidentales ,  sin  cesar  expuestas  á  las  intentonas  de  los  waiies  abassidas  del  Ma- 
greb,  dispuso  el  emir  por  aquel  entonces  el  aumento  inmediato  de  la  marina  his- 
pano-árabe,  y  con  el  título  de  emir  del  maro  del  agua  (emir-al-ma),  confió  su 
dirección  á  su  hagib  Teman  ben  Alkamah,  á  causa  déla  experiencia  que  en  cosas 
marítimas  habia  adquirido  en  sus  diferentes  gobiernos  ele  la  costa  orienta!.  En 
Tortosa,  en  Tarragona,  en  Barcelona,  y  hasta  en  el  golfo  de  Rosas,  Teman  mandó 
construir  numerosos  buques  de  la  mayor  dimensión  que  entonces  se  conocía,  y  se- 
gún un  modelo  traído  de  Constantinopla,  donde  se  hacían  las  mejores  construccio- 
nes navales  de  la  época.  Trabajábase  también  en  Santa  María  de  Oksonoba,  dicen 
las  memorias  árabes,  en  Sevilla,  en  Cartagena,  y  los  puertos  principales  de  España 
inmediatos  al  África  ,  como  Almería  ,  Aimuñecar  ,  Algeciras ,  Cádiz ,  Huelva, 
etc.,  se  llenaron  de  bien  construidas  naves,  obra  de  la  actividad  de  Teman  (1). 

Así  pues,  el  poder  de  los  Ommíadas  afirmábase  mas  y  mas  en  el  centro  y 
mediodía  de  España,  y  ya  los  hijos  del  emir  tomaban  parte  en  los  negocios  públi- 
cos. Solimán,  que  era  el  mayor  de  ellos ,  tenia  el  gobierno  de  Toledo  con  Muza 
ben  íiodeira,  entendido  y  profundo  político  ,  por  wazir  y  consejero  ;  el  segundo 
Abdallah  ,  era  gobernador  de  Mérida  ,  y  tenia  por  wazir  á  Abdel  Gafir  ben  lías- 
san  ben  Melek.  El  tercero,  el  predilecto  de  su  padre,  el  que  Abderrahman  desti- 
naba para  sucesor  suyo  ,  vivia  y  se  educaba  en  su  compañía,  asistiendo  á  las 
asambleas  de  los  cadies  de  la  aljama  y  al  mexuar  ó  consejo  de  estado.  Los  his- 
toriadores encarecen  particularmente  la  brillante  educación  que  el  emir  hacia  dar 
á  sus  hijos  por  los  mejores  maestros  en  toda  clase  de  artes  y  ciencias ,  y  las  vir- 
tuosas inclinaciones  que  se  les  inculcaban.  Celebraban  estos  príncipes,  dice  Con- 
de ,  los  dias  del  nacimiento  de  su  padre  ,  y  daban  en  ellos  espléndidos  festines 
á  los  sabios  y  poetas  que  invitaban  de  todos  los  puntos  de  España ;  premiaban 
los  mejores  elogios  que  del  emir  se  hacían  ,  y  ellos  mismos  componían  versos  y 
discursos  elegantes  que  leian  en  aquella  especie  de  academias  (2).  Esta  protec- 
ción á  las  artes  ,  en  un  pueblo  que  en  tanto  eslima  las  tenia  ,  era  un  medio  de 
popularidad  cuya  eficacia  no  desconocía  el  emir ,  que  tampoco  olvidaba  tener 
por  auxiliares  en  su  obra  de  regeneración  á  los  principales  ministros  religiosos, 
de  los  cuales  era  él  el  jefe  supremo  ;  y  cuando  en  el  año  138  (774) ,  murió  en  n\ 
Córdoba  su  amigo  el  cadí  de  los  cadies  ,  gran  juez  de  las  aljamas  de  España, 
Moaviah  ben  Saiehi ,  nombró  para   tan  importante  destino  á  otro  personaje  no 


(4)    Conde,  P.  2.a,  c.  XIX. 
;2)    Conde,  P.  2.%  c,  XX. 

TOMO  II.  45 


354  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

menos  adicto  á  los  intereses  de  su  familia,  Ilassan  ben  Bezar  el  Hudeili ,  varón 
muy  docto  y  virluoso  ,  al  decir  de  los  manuscritos  árabes  del  Escorial  (i). 

Aquel  tiempo  de  respiro  que  al  Ommíada  daban  sus  enemigos  habia  de  ser 
como  otros  de  que  habia  gozado  ,  aunque  no  tan  prolongados ,  precursor  de  nue- 
vas ansiedades  y  de  nuevos  combates.  La  calma  y  la  estabilidad  solo  se  hallaban 
para  él  en  Córdoba,  poblada  por  sus  fieles  Sirios  y  por  familias  mas  ó  menos  deu- 
das de  iasuya  ;  fuera  de  su  recinto  ,  y  mas  en  las  provincias  apartadas ,  escrito 
estaba  que  Abderrahman  habría  de  luchar  hasta  el  fin  de  sus  dias  para  defender 
ó  restablecer  su  autoridad  en  uno  ó  en  otro  punto  del  territorio  español. 

La  tormenta  estalló  esta  vez  por  la  parle  de  los  Pirineos.  Las  turbulencias 
que  ,  según  los  autores  árabes,  se  suscitaron  en  774  en  la  España  oriental  y  en 
Zaragoza,  no  eran  mas  que  preludio  de  los  graves  acaecimientos  de  que  iba  á  ser 
teatro  el  país  comprendido  entre  el  Ebro  y  aquella  cordillera.  Un  personage  lla- 
mado ílusein  el  Abdari,  wali  que  habia  sido,  no  se  dice  de  donde,  y  que  gozaba 
en  Zaragoza  de  gran  popularidad,  intentó  aquel  año  hacer  proclamar  al  califa  de 
Oriente.  La  manera  como,  según  los  mismos  autores,  hubo  de  proceder  el  nuevo 
wali  Abdelmelek  ben  Ornar  para  reprimir  la  sedición  escitada  por  el  Abdari, 
manifiesta  la  escasa  autoridad  que  tenia  el  emir  de  Córdoba  sobre  las  tribus  que 
habitaban  en  Zaragoza.  Cómo  ,  con  qué  actos  se  manifestó  esta  sedición  no  lo 
expresa  la  oscura  historia  de  la  época,  mas  parece  que  no  llegó  á  despojar  á  Ab- 
delmelek de  su  gobierno;  mas  que  una  rebelión  efectiva  ,  se  limiiaria  todo  á 
preparativos  mas  ó  menos  formidables ,  y  lo  cierto  es  que  el  wali  ommíada  no 
abandonó  la  ciudad  ;  sin  embargo ,  harto  débil  para  mantenerse  en  ella  con  sus 
solas  fuerzas  no  apoyadas  por  la  población,  recurrió  á  los  walies  y  alcaides  de  la 
provincia,  y  avisó  á  los  de  Huesca  y  Tudela  como  mas  inmediatos  para  que  fue- 
ran á  auxiliarle  con  gente  (le  su  confianza.  Los  walies  pusiéronse  secretamente 
en  camino  y  llegaron  á  Zaragoza  sin  que  nadie  lo  sospechara  ;  Abdelmelek  salió 
entonces  de  su  forzosa  inacción  ,  atacó  á  los  jeques  rebeldes  ó  prontos  á  rebelar- 
se ,  apoderóse  de  su  jefe  ,  y  con  la  implacable  severidad  que  caracterizaba  sus 
acciones  todas  le  mandó  decapitar  (2). 

Después  de  la  ejecución  de  ílusein,  se  cubre  de  nubes  la  historia  particular 
de  la  España  oriental  y  especialmente  de  Zaragoza.  Desde  774 en  que  los  manus- 
critos del  Escorial  nos  dicen  haberse  aquella  verificado  ,  hasta  777  en  que  en  las 
crónicas  francas  hacen  mención  de  un  gobernador  delamisma  ciudad  á  quien  lla- 
man Ibnelarabi,  nada  absolutamente  se  sabe  de  lo  que  allí  sucedió,  cómo  Abdel- 
melek cesó  de  ser  wali ,  á  qué  nuevos  cargos  fué  llamado  ,  ni  por  fin  en  quien 
recayó  el  gobierno  de  la  ciudad.  Los  acontecimientos  sucesivos  hasta  778  están 
envueltos  en  las  sombras  del  misterio  ,  y  puédese  dudar  de  si  después  de  la 
marcha  de  los  walies  de  Huesea  y  de  Tudela  una  pronta  reacción  obligó  á  salir 
de  la  ciudad  al  wali  Abdelmelek  y  de  si  fué  ó  no  mantenida  la  autoridad  del  emir 
cordobés. 


(1)  Conde,  P.  2.a,  c  XX, 

(2)  Ms.  árab.  de  la  Bibl.  nac.  n.  706.—  Conde  dice  ( capítulo  XX  )  que  fué  el  wazir  y  no  el  wali  de 
Zaragoza  quien  mandó  decapitar  á  Husein ,  y  hace  dudar  por  lo  mismo  de  si  habla  ó  no  de  Abdel- 
melek. 


CAP.    VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  355 

Sea  como  fuere  ,  es  lo  cierto  que  Abdelmelek  pasó  en  breve  á  ejercer  oirás  a.  de  j.c. 
funciones,  en  caso  de  que  no  descendiese  al  sepulcro  ,  pues  ignoramos  por  com- 
pleto la  fecha  de  su  fallecimiento.  No  sabemos  tampoco  quien  fué  su  sucesor  in- 
mediato ,  y  solo  algunos  autores  dicen  sin  hacer  mención  ninguna  de  Abdelme- 
lek ,  que  en  778  Abderrahman  envió  á  Zaragoza  un  wali  llamado  Solimán  ben  776. 
Alarabi,  que  se  habia  distinguido  á  su  servicio  algunos  meses  antes  en  calidad 
de  wali  de  Barcelona  contra  el  wali  de  Murcia,  rebelde  á  su  autoridad.  Sabemos, 
pues,  que  el  wali  de  Zaragoza  por  Abderrahman  era  en  776  Solimán  ben  Alarabi, 
el  mismo  sin  duda  á  quien  las  crónicas  de  la  época  llaman  Ibnelarabi.  Sin  em- 
bargo, sea  cual  fuere  el  motivo  por  que  se  dio  aquel  cargo  á  Solimán  ben  Alara- 
bi ,  ya  fuese  por  su  conducta  contra  el  wali  de  Murcia  ó  por  otra  causa ,  es  lo 
cierto  que  fué  una  elección  muy  desacertada.  Solimán  ,  en  su  nuevo  gobierno, 
distó  mucho  de  portarse  como  lo  habia  hecho  en  Barcelona  ,  y  wali  de  una  ciu- 
dad importante  cuyas  principales  tribus  rechazaban  la  dominación  ommíada, 
comprendió  todas  las  ventajas  de  su  posición  entre  ellas  y  concibió  la  esperan- 
za de  llegar  á  ser  emir  independiente  del  valle  del  Ebro  como  lo  era  Abderrah- 
man del  resto  de  la  Península.  Semejante  inclinación  á  la  independencia  local  era 
en  el  fondo  común  tanto  á  los  pueblos  como  á  los  caudillos  musulmanes  de  la 
época  ,  y  reprimida  á  duras  penas  bajo  los  reinados  sucesivos,  no  cesó  de  mani- 
festarse de  un  modo  ó  de  otro  ,  y  verémosla  reaparecer  con  mas  ó  menos  tuerza 
en  todos  los  períodos  de  la  dominación  árabe. 

Solimán  ben  Alarabi,  cuya  conducía  no  puede  explicarse  de  otro  modo,  hu- 
bo de  comprender  además  que  si  bien  le  era  fácil  declararse  independiente  del 
emir  de  Andalucía  ,  este  podia  combatirle  con  fuerzas  superiores  a  las  suyas,  y 
no  le  dejaría  impunemente  dueño  del  valle  del  Ebro;  consideró  por  lo  mismo 
que  necesitaba  el  apoyo  de  un  aliado  poderoso  que  le  ayudase  en  sus  planes  con- 
tra el  soberano  de  los  Muslimes  de  España,  y  como  era  entonces  muy  grande  la 
fama  de  los  reyes  francos  cailovingios,  especialmente  entre  las  poblaciones  mu- 
sulmanas del  Ebro,  Solimán  creyó  ser  aquel  el  apoyo  que  le  convenia  y  trató  de 
soliciíarle.  Luego  que  hubo  concebido  sus  proyectos  de  independencia,  aun  cuan- 
do conservase  todas  los  apariencias  de  un  gobernador  fiel  al  poder  central ,  Za- 
ragoza se  convirtió  en  refugio  de  todos  los  descontentos ,  de  iodos  los  hom- 
bres que,  abassidas  ó  fehries ,  odiaban  ó  desconocían  la  autoridad  de  Ab- 
derrahman, y  puédese  creer  que  Cassim  ben  Yussuf,  que  desde  su  fuga  de  Tole- 
do vivía  oculto  entre  las  tribus  adictas  al  nombre  de  su  padre  ,  fué  de  aquellos 
que  se  reunieron  en  Zaragoza  para  conspirar  contra  el  Ommíada. 

Acerca  de  la  naturaleza  y  carácter  de  los  preparativos  y  maquinaciones  de 
Solimán  á  principios  del  año  777  ,  estamos  reducidos  á  meras  conjeturas. 
Sábese  únicamente  que  durante  los  primeros  meses  de  este  año  abandonó  de 
pronto  su  gobierno  y  pasó  á  las  Galias  con  algunos  de  sus  principales  cómpli- 
ces ,  sin  que  se  nos  diga  á  quien  dejó  en  Zaragoza  en  calidad  de  wazir,  en  qué 
pretextos  fundó  su  repentina  marcha  á  un  país  con  el  cual  no  estaban  los 
Árabes  en  relaciones  amistosas ,  ni  de  qué  modo  fué  recibida  en  Córdoba  la  noti- 
cia de  su  partida. 

Para  comprender  los  hechos  sucesivos,  necesario  es  que  al  llegar  aquí  diri- 
jamos una  mirada  á  la  Galia  y  expliquemos  los  sucesos  que  allí  ocurrian.  Pepi- 


777. 


336  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

no  ,  coronado  rey  en  752  por  la  autoridad  del  Papa  y  la  aclamación  del  pueblo, 
después  de  haber  gobernado  solo  quince  años  el  reino  de  los  Francos  ,  habia 
muerto  en  18  de  setiembre  de  768  ,  cuando  acababa  de  poner  fin  á  la  guer- 
ra contra  Waiffre  y  de  establecer  la  dominación  franca  en  todo  el  terri- 
torio desde  el  Loire  hasta  las  montañas  de  Vasconia.  Pepino  tenia  dos  hijos  ,  Karl 
y  Karloman  ,  «quienes  por  disposición  de  la  Providencia  divina,  dice  Eginhar- 
do, heredaron  el  reino  ,  pues  los  Francos  reunidos  en  asamblea  general  los  eli- 
gieron á  ambos  por  reyes,  con  la  condición  de  que  dividirían  entre  sí  las  provin- 
cias ,  teniendo  Carlos  la  parte  de  su  padre  Pepino  y  Karloman  la  que  habia  tenido 
Karloman  su  lio.  Los  hijos  de  Pepino  aceptaron  esta  condición  ,  y  tomaron  cada 
uno  su  parte  del  reino  (1).» 

Lo  que  mas  nos  importa  saber  en  esta  división  es  como  fueron  distribuidas 
las  provincias  inmedialas  á  los  Pirineos.  Según  Fredegario  ,  la  Aquitania  se  di- 
vidió entre  los  dos  hermanos  (2),  y  pero  historiadores  hay  que  no  mencionan  se- 
mejante división  y  otros  que  dicen  expresamente  haber  correspondido  toda  la 
Aquitania  al  primogénito,  á  aquel  á  quien  llamamos  Cario  Magno.  Por  lo  que 
taca  á  la  Septimania,  entró  sin  duda  aijuna  en  el  lote  de  íiarloman  ,  y  hasia  el 
fallecimiento  de  este  ocurrido  en  771,  nada  sucedió  en  esta  provincia  que  como 
causa  ó  como  efecto  tenga  relación  ninguna  con  la  historia  que  estamos  escri- 
biendo. No  sucedió  lo  mismo  en  Aquitania. 

Cario  Magno  habia  debido  guerrear  desde  un  principio  contra  Hunaldo  ,  el 
anciano  padre  de  Waiffre  ,  que  habia  salido  de  su  convento  para  vengar  la 
muei'te  de  su  hijo  (3),  y  condujo  las  hostilidades  de  ¡al  modo  que  amenazó  de  cer- 
ca por  primera  vez  á  los  Árabes  y  cristianos  españoles  en  su  frontera  oriental  de 
los  Pirineos  (769).  Eginhardo  explica  es!a  expedición  en  las  breves  palabras  si- 
guientes :  «La  primera  guerra  que  emprendió  ,  dice  el  secretario  biógrafo  ,  fué  la 
de  Aquitania  ,  y  se  lanzó  á  ella  con  tanto  mayor  ardor  en  cuanto  habia  sido  em- 
pezada por  su  padre  Pepino  ,  y  creia  poderla  terminar  en  poco  tiempo.  A  este 
efecio  pidió  auxiiio  á  Karloman  ,  y  si  bien  este  no  se  lo  dio  á  pesar  de  haberlo  pro- 
metido ,  no  dejó  de  emprender  las  hostilidades-  con  una  actividad  que  las  llevó 
en  breve  á  buen  fin.  Atacó  tan  vivamente  á  ílunaido,  que  desde  la  muerte  de 
Waiffre  searrogabalasoberaníaéintenlabareanimar  una  guerra semi  apagada,  que 
le  obligó  á  retirarse  á  Vasconia.  Noobstante,  nopudiendo  tolerar  que  residiese  allí, 
pasó  el  Garona,  mandó  levantar  el  castillo  de  Franciac,  é  intimó  á  Lupo,  duque  de 
les  Vascones,  que  sino  le  entregábala  persona  de  Hunaldo  le  declararía  la  guerra. 
Lupo  tomó  una  resolución  prudente  ,  añade  Eginhardo ,  y  no  solo  entregó  Hunal- 
do á  Carlos,  sino  que  se  sometió  él  también  é  hizo  á  este  señor  de  suprovincia(á).» 

Seguramente  que  para  obrar  así  el  duque  de  los  Vascones  aquilanos,  para 
entregar  su  anciano  lio  (5)  á  su  común  enemigo,  era  preciso  que  las  iotimacio- 


(1)  Eginh.,  Vit.  Karol.  Magn. 

(2)  Aquilaniam  ínter  eos  divisit. 

(3)  Hunaldus  ,  regnum  aíl'ectans  ,  provincialium  ánimos  ad  nova  molienda  concitavit.  (Eginh 
Annal  ) 

(4  Eginh.,  vit.  Karol.  Magn. 

(8)  Lupo,  duque  de  los  Vascones,  era  hijo  de  Hatton,  hijo  de  Eudo  de  Aquitania  como  Hunal- 
do ,  y  por  consiguiente  sobrino  de  este  y  primo  del  duque  Wailfre,  asesinado  por  orden  de  Pepino. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  357 

nes  del  rey  franco ,  y  sobre  todo  las  fuerzas  de  que  disponía  no  le  dejasen 
abierto  olro  camino.  Satisfecho  por  aquel  acto  de  sumisión  de  parte  de  Lupo  , 
Cario  Magno  no  exigió  mas ,  y  volvió  á  sus  estados  del  norte  con  su  prisionero. 

Poco  después  de  esta  expedición  á  Aquiiania,  que  ocupó  todo  el  primer  año 
de  su  reinado,  estalló  una  grave  contienda  entre  Garlos  y  Karloman  ;  ambos  her- 
manos estaban  próximos  allegará  vias  de  hecho,  cuando  la  muerte  del  segundo, 
acaecida  en  711,  hizo  de  pronto  dueño  á  Carlos  de  toda  la  herencia  de  Pepino 
hasta  los  Pirineos. 

Unos  ocho  años  transcurrieron  así,  sin  que,  de  un  modo  particular  á  lo  me- 
nos, tuviera  que  ocuparse  en  asuntos  de  la  Galia  meridional.  La  Aquitania  sufría 
sin  mucha  repugnancia,  ósin  tratar  por  lómenos  de  sacudirlo,  el  yugo  del  vencedor, 
y  desde  la  toma  de  Narbona,  la  Septimania  sehabia  abandonado  sin  esfuerzo  nin- 
guno á  su  nueva  situación.  Godos  y  Romanos  habían  acabado  por  someterse  de 
buen  grado  á  hombres  que  profesaban  con  ellos  una  misma  fe  religiosa  ,  y  la  po- 
lítica y  las  fuerzas  todas  de  Cario  Magno  estuvieron  durante  estos  ocho  años 
ocupadas  en  el  norte  en  cierto  modo  periódicamente  conlra  los  Sajones  ,  y  en  el 
sur  contra  los  Lombardos:  en  este  intervalo  de  tiempo,  ni  una  sola  vez  tuvo  oca- 
sión para  aparecer  personalmente  en  Aquitania. 

No  seguiremos  á  Cario  Magno  en  sus  guerras  mas  allá  de  los  Alpes  y  del 
Rhin,  donde  oponía  un  dique  á  las  últimas  oleadas  ele  las  invasiones  germanas,  y 
pasaremos  á  explicar  el  suceso  ó  por  mejor  decir  el  incidente  que  le  puso  en  re- 
lación directa  con  la  península  española. 

Corrían  los  primeros  meses  del  año  777  ,  y  los  Sajones,  eternos  enemigos 
del  rey  franco,  se  habían  de  nuevo  sublevado  ;  Carlos  marchó  contra  ellos  ,  los 
venció ,  y  después  de  exigirles  todas  las  señales  y  demostraciones  de  sumisión  y 
obediencia  usadas  en  aquella  época  ,  emplazólos  para  que  comparecieran  ante  él 
en  Paderborn,  á  una  de  aquellas  asambleas  nacionales,  semi  religiosas  y  semi  mi- 
litares, que  se  llamaban  Campos  de  Mayo. 

Hallábase  pues  el  rey  germano  presidiendo  esta  célebre  dieta  en  el  fondo  de 
la  Germania ,  cuando  se  presentaron  algunos  extranjeros  cuyo  traje  y  ar- 
mas ,  si  bien  conocidos  por  algunos  de  los  viejos  leudos  de  Carlos  Mar- 
tel  y  de  Pepino  que  habían  guerreado  en  Seplimania  ,  hubieron  de  ser  objeto  de 
curiosidad  y  sorpresa  para  el  mayor  número  de  los  asistentes.  Eran  los  compa- 
ñeros de  aquel  wali  de  Zaragoza  á  quien  hemos  visto  conspirar  contra  Abderrah- 
man,  é  iban  á  solicitar  la  alianza  y  el  auxilio  del  rey  franco  contra  el  Ommíada 
de  Córdoba.  Dice  una  crónica  franca  que  en  compañía  de  Ibnelarabi  se  hallaba 
un  hijo  de  Yussuf  á  quien  no  nombra  (1),  pero  no  cabe  duda  ninguna  en  que  este 
hijo  de  Yussuf  era  Cassim. 

Curioso  por  demás  seria  averiguar  lo  que  Solimán  ben  Alarabi  prometió  posi- 
tivameníeá  Cario  Magno,  en  qué  hizo  consistir  la  alianza  que  solicitaba,  y  en  qué 
las  ventajas  que  de  ella  podía  reportar  el  monarca  germano;  por  desgracia  no  po- 
demos formar  sobre  todo  esto  sino  meras  conjeturas ,  y  únicamente  sabemos  que 


(i)  Nam  antea  adhuc  in  Saxonia  positii  receperat  legationem  Sarracenorum  in  qua  fui t  Ib- 
nelarabi et  filius  de  Jusefi,  qui  latine  dicitur  Joseph.  (Adonis,  Chr.,  ad  ann.  778,  Script.  Rer.  Fran- 
cic.,tomoV,  p.  319.) 


358  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  J  c  aquellas  proposiciones  agraciaron  al  rey,  que  favorecían  hasta  cierto  puntólos  pla- 
nes ele  su  política  genera!,  que  no  las  desechó,  y  que  se  preparó  desde  aquel  mo- 
mento para  una  expedición  á  España.  Si  manifestó  á  íbnelarabi  y  á  sus  compañe- 
ros sus  proyectos  ulteriores  ,  si  exigió  de  ellos  rehenes  como  prenda  de  su 
fé  ,  si  por  fin  Solimán  volvió  en  seguida  á  Zaragoza  ó  permaneció  algún  tiempo 
en  la  Galia  franca  ó  en  Aquüania  ,  cosas  son  estas  que  en  parte  ninguna  se  indi- 
can, y  sobre  las  que  las  conjeturas,  por  fundadas  que  puedan  ser,  no  bastan  á  lle- 
nar los  vacíos  que  aquí  se  observan  en  loscronisias  de  ambas  naciones. 

Es  indudable,  pues,  que  la  visita  de  íbnelarabi  y  de  sus  compañeros  á  Pa- 
derborn  fué  la  causa  ocasional  á  lo  menos  de  los  acaecimientos  posteriores. 
Eginhardo  dice  expresamente  que  los  ofrecimienios  y  promesas  de  Solimán  deter- 
minaron á  Cario  Magno  á  esta  expedición,  que  no  atribuye  al  deseo  de  socorrer  á 
los  cristianos,  como  hacen  los  autores  de  la  Vida  de  san  Genulfo  y  de  los  Anales 
de  Metz  (1),  sino  á  la  esperanza  de  incorporar  á  sus  estados  algunas  ciudades  de 
España  (2).  La  perspectiva  de  conquista  que  estos  ofrecimientos  y  promesas  le 
abrian  por  el  lado  de  la  Península,  hubo  en  efecto  de  seducirle  vivamente;  pero 
permitido  es  creer  que  el  proyecto  de  asegurar  y  ensanchar  su  f  ron 'era  de  los 
Pirineos  no  le  acudió  de  pronto  y  repentinamente  ,  sino  que  entraba  hacia  ya 
tiempo  en  sus  designios  de  conquistador,  no  habiendo  hecho  mas  las  proposicio- 
nes de  Solimán  que  apresurar  la  ejecución  de  su  pensamiento.  Por  el  afán  y 
prontitud  con  que  secundó  las  miras  de  los  conjurados  sarracenos  y  realizó  los 
preparativos  todos  de  la  expedición  ,  parece  evidente  que  habia  pensado  en  ella 
antes  de  entonces  como  en  una  empresa  buena  y  útil  para  afianzar  cuando  me- 
nos la  dominación  franca  en  las  provincias  meridionales  de  la  Galia. 
778  Pero  sea  de  esto  lo  que  fuere,  es  lo  cierto  que  en  la  primavera  del  S'guiente 

año  ,  después  de  asegurar  las  fronteras  del  imperio  por  la  parte  de  Sajonia  ,  en- 
caminóse hacia  España  con  gran  aparato  de  guerra  y  con  el  mayor  número  de 
soldados  que  pudo  reunir  (3).  Acompañábale  su  esposa  Hiidegarda,  y  aun  cuan- 
do hubiese  el  futuro  emperador  de  Occidente  de  hallarse  poseído  de  graves  preo- 
cupaciones políticas,  la  historia,  que  sabe  el  carácter  yel  religioso  entusiasmo  de 
Carlos  ,  no  puede  desconocer  la  posibilidad  de  que  fuese  otro  de  los  móviles  de 
su  gran  empresa  el  deseo  de  sustraer  á  la  Península  del  yugo  mahometano. 

Carlos  pasó  el  Loire,  en  Orleans,  cruzó  la  Aquitania  y  se  detuvo  en  un  an- 
tiguo palacio  de  los  duques  del  país ,  en  Cassineuil ,  en  la  confluencia  del  Lot  y 
del  Garona.  Allí  celebró  las  fiestas  de  Pascua  (4),  y  allí  dejó  á  su  esposa,  áquien 
su  preñez  no  permitía  pasar  adelante  (5).  Dividió  su  ejército  en  dos  cuerpos,  y 
disponiendo  que  se  dirigiera  el  uno  á  Narbona  y  franqueara  los  desfiladeros  del 
Pirineo  oriental,  púsose  él  al  frente  del  segundo,  mas  numeroso  sinduda,  y  diri- 
gióse hacia  los  Bajos  Pirineos. 

Es  indudable  que  Carlos  llevaba  un  objeto  político  al  tomar  aquel  camino.  El 


(!)    Vita  S.  Genulfi. —  Annal.  Metens.  ad  ann.  778. 

(2)  Tune  rcx  persuasione  prsedieti  Sarraconi  spetn  capiendarum  quarumdam  inHispania  civi- 
tatum  haud  frustra  concipiens (Eginh.  Annal.) 

(3)  Híspaniam  quam  máximo  poterat  belli  apparatu  aggreditur.  (Eginh.  Vit.  Karol.  Magn.) 

(4)  Annal.  Tilian.  el  Metens. 

(üj     Anón.  Astron.  Vit.  Hlud.  Pii. 


CAP.  VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  S.'^O 

conquistador  germano  queria  mostrarse  á  los  Yascones  y  á  los  Aquitanos  meri- 
dionales recién  subyugados ,  á  la  cabeza  de  un  numeroso  y  aguerrido  ejército  y 
con  toda  la  pompa  de  la  majestad.  Así  atravesó  la  Yasconia  gala,  recogiendo  los 
fingidos  homenages  de  los  jefes  del  país  ,  y  entre  oíros  del  duque  Lupo  II,  pri- 
mo de  aquei  que  hemos  visto  reconocerle  por  señor  en  769,  y  en  tro  en  España  por 
San  Juan  de  Pié  de  Puerto  y  los  estrechos  pasos  de  Ibañeta  ,  sin  que  historiador 
alguno  nos  diga  que  sufriera  en  su  marcha  tropiezo  ni  hostilidad. 

Pasados  los  Pirineos  ,  el  rey  franco  se  dirigió  á  Pamplona  ,  cuya  ciudad,  á 
lo  que  parece,  no  le  opuso  resistencia.  En  seguida  bajó  por  las  márgenes  del  fcbro, 
talando  y  devastando  los  campos ,  dicen  las  historias  árabes  ,  y  llegó  por  fin  á 
tierra  de  Zaragoza. 

Aquí  nos  encontramos  con  uno  de  los  puntos  mas  oscuros  de  la  presente 
historia.  ¿  Se  apoderó  Cario  Magno  de  Zaragoza  ?  ¿  Cumplieron  sus  promesas  los 
Árabes  que  le  habían  ofrecido  darle  sin  estorbo  posesión  de  la  ciudad?  ¿Se  ar- 
repintió Solimán  ben  Alarabi  de  su  conducta  pasada,  al  considerar  el  modo  terri- 
ble como  Carlos  le  protegía?  De  todos  modos  y  fuesen  cuales  fueren  los  senti- 
mientos personales  del  wali ,  no  cabe  duda  que  al  llegar  Carlos  delante  de  Zara- 
goza encontró  las  puertas  cerradas  y  álos  habitantes  en  actitud  de  defensa.  ¿Qué 
había  sucedido  en  el  interior  de  la  ciudad  ?  ¿  De  quién  eran  obra  aquellas  dispo- 
siciones? ¿  De  Solimán  ó  de  los  habitantes?  No  lo  expresan  los  monumentos 
contemporáneos ,  pero  es  seguro  sí  que  de  su  propia  voluntad  y  con  ó  sin  las  ór- 
denes de  su  gobernador  ,  los  Árabes  de  Zaragoza  se  habían  preparado  para  resis- 
tirse del  mejor  modo  posible  ,  sin  asustarse  en  lo  mas  mínimo  al  saber  que  el 
gran  rey  Karilah,  así  llamaban  á  Cario  Magno,  marchaba  contra  ellos. 

Las  crónicas  francas  distan  mucho  de  manifestarse  explícitas  acerca  de  lo 
que  hizo  Cario  Magno  delante  de  Zaragoza  :  una  parece  insinuar  que  la  ciudad 
se  rescató  á  precio  de  oro  (1);  otra  se  limita  á  decir  que  después  de  conquistada 
Pamplona  ,  Cario  Magno  se  dirigió  á  Zaragoza  (2),  y  el  mismo  Eginhardo  habla 
de  este  suceso  en  términos  muy  confusos  y  oscuros.  Dice  que  Pamplona  abrió  sus 
puertas  por  capitulación  ,  pero  en  cuanto  á  Zaragoza,  solo  expresa  que  su  héroe 
se  acercó  á  sus  muros  como  si  hubiese  sido  este  únicamente  el  objeto  de  su  ex- 
pedición (3). 

Los  historiadores  árabes  dicen  que  al  tener  noticia  de  esta  invasión  de  los 
cristianos  de  Afranc,  levantáronse  las  poblaciones  del  valle  del  Ebro  y  que,  po- 
niéndose á  su  cabeza  los  walies  de  Huesca ,  de  Lérida  y  de  otras  fronteras,  mar- 
charon contra  ellos  y  los  obligaron  á  repasar  los  montes,  dejando  la  presa  y  des- 
pojos por  la  vuelta  (4). 

Por  mas  singular  que  parezca  que  Cario  Magno  con  un  ejército  numeroso  y 
próximo  á  ser  reforzado  por  el  cuerpo  de  su  ejército  que  habia  entrado  en  España 


(4 )    Dehinc  venit  ad  Ccesaraugustanam  urbem obsidione  ¡taque  cincta  Caesaraugustana  ci- 

vitate,  territi  Sarraceni  obsides  dederunt,  cuín  inmenso  pondere  auri.  { Annal.  Metens.,  ad  ann.  778,) 

(2)    Et  inde  perrexit  ad  Cpesaraugustam.  (Annal.  Ardan.,  ad  ann.  778.) 

(3  Inde...  Ctesaraugustam  prsecipuam  illarum  partium  civitatem  accessit.  ^Eginh.  Annal.,  ad 
ann. 778. 

(4)  Dejar  la  presa  por  la  vuelta  es,  según  Conde,  un  proverbio  árabe  que  usaban  en  especial 
los  Andaluces  cuando  en  sus  algaras  ó  excursiones ,  por  librarse  de  los  que  los  perseguían  ,  abando- 
naban las  presas  que  babian  hecho, 


360  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

por  los  Pirineos  orientales ,  al  cual  habia  señalado  Zaragoza  corno  punto  de  reu- 
nión, retrocediese  así  delante  de  las  huestes  de  los  walies  de  Huesca,  de  Lérida  y 
de  otras  plazas  fronterizas  fieles  á  Abderrahman  ,  consta  de  un  modo  indudable 
que  los  Francos  no  hicieron  frente  á  los  ataques  de  las  poblaciones  levantadas 
contra  ellos.  Amenazado  en  un  país  que  no  conocía,  y  sin  una  plaza  importante  en 
que  poder  apoyarse,  Garlo  Magno  consideraría  frustrada  la  empresa  por  aquella 
vez,  ydespues  de  asolar  el  país  cuanto  le  fué  posible,  de  recoger  cuaniioso  botin  y 
de  hacer  muchos  prisioneros,  tomó  el  partido  de  volver  á  la  Galia  sin  comprome- 
ter su  ejército  en  una  lucha  aventurada.  Dicen  algunos  que  sus  fuerzas  eran  ne- 
cesarias en  otra  parte ;  que  Witikind  alborotaba  la  Sajonia ,  pronta  á  sublevarse 
otra  vez  ,  y  que  el  Franco  consideró  prudente  acercarse  á  la  frontera  oriental  del 
imperio,  amenazada  por  sus  mas  obstinados  enemigos. 

Garlos  abandonó,  pues,  los  campos  de  Zaragoza  ,  y  siguió  las  márgenes  del 
Ebro  para  volverá  la  Galia  por  los  mismos  puntos  por  donde  habia  entrado  en 
España.  Llegado  á  Pamplona,  donde  habia  dejado  probablemente  algunas  tropas 
francas ,  hizo  desmantelar  sus  muros,  sin  respeto  á  los  cristianos  que  constiiuian 
la  mayor  partede  la  población,  ni  álos  Árabes,  sus  aliados,  en  quienes  sospechaba 
traición  (1).  Exigió  rehenes  de  los  walies  y  wazires  musulmanes  de  todas  las  pe- 
queñas ciudades  y  distritos  inmediatos  ,  del  rey  de  los  Sarracenos  de  Jaca,  según . 
dice  la  crónica  franca  de  Aniano  ,  y  del  de  Pamplona  ,  y  volvió  á  emprender  el 
camino  de  los  Pirineos. 

Hasla  entonces,  aunque  su  pronta  retirada  no  se  pareciese  á  la  marcha  de  un 
guerrero  victorioso,  ninguna  derrota  habia  sufrido  el  ejército  franco,  que  se  diri- 
gía hacia  las  Galias  sin  sospechar  los  peligros  y  azares  que  habia  de  correr  en 
su  camino.  Divididas  en  dos  cuerpos,  marchaban  por  aquellas  angosturas  las  tro- 
pas de  Garlo  Magno  á  bastante  espacio  y  disiancia  uno  de  otro.  El  rey  iba  á 
la  cabeza  del  primero  ,  y  «  Carlos ,  dice  el  astrónomo  historiador  ,  igual  en  va- 
lor á  AiíibaLy  á  Pompeyo,  atravesó  felizmente  con  la  ayuda  de  Jesucristo  las  al- 
tas cimas  de  los  Pirineos.»  iban  en  el  segundo  cuerpo  la  corte  del  monarca  ,  los 
caballeros  principales ,  los  bagages  y  los  tesoros  recogidos  en  toda  la  expedición, 
y  hallóse  este  sorprendido  en  medio  del  valle  por  los  montañeses  vascos  ,  que, 
apostados  en  las  laderas  y  cumbres  de  Allabiscar  y  de  Ibañeia,  parapetados  en 
las  breñas  y  riscos ,  lanzáronse  al  grito  de  guerra  y  al  resonar  del  cuerno  salva- 
ge  sobre  las  huestes  francas,  que  sin  poderse  revolver  en  la  hondonada,  y  embara- 
zándolas su  misma  muchedumbre,  se veian  aplastadas  bajo  los  peñascos  quede  las 
crestas  de  los  montes  caian  rodando  con  estrépito.  Los  lamentos  y  alaridos  de  los 
moribundos  soldados  de  Cario  Magno  se  confundían  con  la  gritería  de  los  guer- 
reros vascones  ,  y  retumbando  en  las  rocas  y  cañadas,  aumentaban  el  horror  del 
sangriento  cuadro  (2).  Los  Vascones,  dice  Eginhardo,  fueron  favorecidos  entonces 
por  la  ligereza  de  sus  armas  y  la  excelencia  de  su  posición,  mientras  que  los  Fran- 
cos lenian  contra  sí  la  pesadez  de  su  equipo  y  la  desventaja  del  sitio.  Imposible 
fué,  añade  el  mismo  historiador,  tomar  inmediata  venganzade aquella  agresión,  y 


(1)  Ne  rebellare  posset,  adsolum  usque  destruxit  (Eginh.  Annal.  ad  ann.  778),  de  ira,  á  lo  que 
parece ,  por  no  haber  penetrado  en  Zaragoza. 

(2)  Lafuente,  Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1. 1,  c.  VI. 


DERROTA  DE  LOS   FRANCESES  EN  RONCESVALLES. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  361 

en  cuanto  el  enemigo,  luego  que  hubo  dado  el  golpe  (re  perpetrata) ,  se  dispersó 
de  modo  que  ni  la  misma  fama  pudo  indicar  el  punto  de  su  retiro  (1). 

Allí  murieron  Egihardo,  prepósito  de  la  mesa  del  rey,  allí  Anselmo,  con- 
de de  palacio,  allí  Roldan  (2),  prefecto  de  la  Marca  de  Bretaña,  allí  en  fin  aque- 
llos decantados  guerreros  que  tanta  materia  dieron  con  sus  hazañas  á  leyendas  y 
á  romances. 

Tal  fué  la  famosa  batalla  de  Roncesvalles  que  llenó  de  mortal  angustia, 
según  dice  Eginliardo  en  sus  anales  (3),  el  corazón  del  gran  conquistador  ger- 
mano, tal  el  suceso  que  ha  prestado  asunto  á  los  poetas  y  romanceros  de  todos 
los  países,  y  que  han  celebrado  á  porfía  las  literaturas  todas  de  la  edad  media, 
no  sin  embellecerlo  y  desfigurarlo  con  singulares  episodios.  Por  muchos  siglos, 
dice  Lafuente  (4),  enseñaron  los  descendientes  de  aquellos  bravos  montañeses  la 
roca  que  Boldan,  desesperado  de  verse  vencido,  tajó  de  medio  á  medio  con  su 
espada,  sin  que  su  famosa  Durindaina  se  doblara  ni  se  partiera;  aun  muestran 
los  pastores  la  huella  que  dejaron  estampada  las  herraduras  del  caballo  de  aquel 
paladín;  aun  se  conservan  en  la  Colegiata  de  Nuestra  Señora  de  Ronces  valles, 
fundada  por  Sancho  el  Fuerte,  grandes  sepulcros  de  piedra  con  huesos  humanos, 
astas  de  lanzas,  bocinas,  mazas  y  otros  despojos,  que  la  tradición  supone  perte- 
necientes á  aquella  gran  batalla. 

La  memoria  del  famoso  combate  ha  sido  inmortalizada  en  las  gargantas  de 
los  Pirineos  y  transmitida  de  padres  á  hijos  en  un  canto  de  guerra  notable  por 
su  enérgica  sencillez,  por  su  fisonomía  de  primitiva  rudeza  y  por  su  espíritu  de 
apasionado  patriotismo,  de  agreste  y  fogosa  independencia,  que  algunos  eruditos 
creen  del  siglo  x,  sino  del  siglo  mismo  que  siguió  al  memorable  acaecimiento. 
Este  canto  de  guerra,  que  entonan  con  ligeras  variaciones  los  montañeses  de  am- 
bas faldas  délos  Pirineos,  lleva  el  título  de  Altabizaren  cantua,  y  como  su  texto 
original  seria  comprendido  por  muy  pocos,  nos  limitamos  á  poner  aquí  su  tra- 
ducción, pudiendo  ver  aquel  los  aficionados  á  la  lengua  euskara  en  la  recopila- 
ción de  M.  Francisco  Michel,  Canciones  de  Rolando,  y  en  la  historia  de  España 
de  D.  Modesto  Lafuente.  Dice  así: 

«Un  grito  ha  salido  del  centro  de  las  montañas  de  los  Eskaldunacs,  y  el 
etcheco-jaona  (el  señor  solariego),  de  pié  delante  de  su  puerta,  ha  prestado  oido 
y  ha  dicho  :  ¿  qué  será  ?  Y  el  perro  que  á  sus  pies  dormía  se  levantó  haciendo 
resonar  con  sus  ladridos  los  ecos  todos  de  Altabiscar. 

«Un  ruido  retumba  en  el  collado  de  Ibañeta,  y  rozando  por  las  peñas  á  de- 
recha é  izquierda,  se  aproxima :  es  el  sordo  murmullo  de  un  ejército  que  avan- 
za. Los  nuestros  han  respondido  á  él  desde  la  cima  de  los  montes;  han  soplado 
sus  cuernos  de  buey,  y  el  etcheco-jaona  aguza  sus  flechas. 

« ¡  Ya  vienen !  ¡  ya  vienen !  ¡  qué  bosque  de  lanzas !  ¡  qué  de  banderas  de  di- 
versos colores  ondean  entre  ellos !  ¡cómo  brillan  sus  armas!  ¿Cuántos  son?  Mu- 
chacho, cuéntalos  bien.  Uno,  dos,  tres,  cuatro,  cinco,  seis,  siete,  ocho,  nueve, 


(1)  Vit.  Karol.  Magn. 

(2)  Hruodland. 

(3)  Cujus  vulneris  accepti  recordatio  magnam  partem  rerum  feliciter  in  Hispania  gestarum  ia 
corde  regis  obnubilavit. 

(4)  Hist.  gen.  de  Esp.,  1.  c. 

TOMO  II.  46 


362  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 

diez ,  once ,  doce ,  trece ,  catorce  ,  quince  ,  diez  y  seis ,  diez  y  siete ,  diez  y  ocho, 
diez -y  nueve,  veinte. 

« ¡Veinte,  y  oíros  muchos  miles  detrás!  En  vano  querríamos  contarlos. 
¡Unamos  nuestros  nervudos  brazos,  arranquemos  esas  rocas,  precipitémoslas  so- 
bre sus  cabezas  desde  lo  alto  de  estas  montañas!  ¡Aplastémoslos,  aniquilémoslos! 

«¿Por  qué  vienen  á  nuesíras  montañas  esos  hombres  del  Norle?  ¿Por  qué 
turban  nuestro  reposo?  Dios  levantó  los  montes  para  que  los  hombres  no  los 
allanaran,  Las  rocas  caen  rodando,  y  aplastan  los  batallones:  la  sangre  corre  á 
rios,  las  carnes  palpitan.    ¡  Cuántos  huesos  quebrantados !    ¡qué  mar  de  sangre! 

« ¡Huid,  huid,  los  que  todavía  conserváis  fuerzas  y  un  caballo!  Huye,  rey 
Cario-Magno,  con  tu  penacho  negro  y  tu  capa  encarnada.  Tu  sobrino,  tu  mas 
valiente  guerrero,  tu  amado  Roldan  yace  tendido  allá  abajo.  Su  esfuerzo  de  nada 
le  ha  servido.  Y  ahora,  Eskaldunacs,  abandonemos  las  rocas,  bajemos  al  llano 
asaeteando  á  los  fugitivos. 

« ¡Huyen,  huyen!  ¿Dónde  está  aquel  bosque  de  lanzas?  ¿dónde  las  bande- 
ras de  varios  colores  que  ondeaban  en  medio  ?  Sus  armas  manchadas  de  sangre 
no  reflejan  ya  los  rayos  del  sol.  ¿Cuántos  son?  Muchacho,  cuéntalos  bien.  Veinte, 
diez  y  nueve,  diez  y  ocho,  diez  y  siete,  diez  y  seis,  quince,  catorce,  trece,  doce, 
once,  diez,  nueve,  ocho,  siete,  seis,  cinco,  cuatro,  tres,  dos,  uno. 

«¡Uno!  ¡Ni  uno  siquiera  hay  ya!  Se  acabaron.  Etcheco-jaona,  ya  puedes 
volver  con  tu  perro  á  casa,  abrazar  á  tu  esposa  y  á  tus  hijos,  limpiar  tus  flechas, 
guardarlas  con  tu  cuerno  de  buey,  y  luego  tenderte  y  dormir  sobre  ellas. 

«Por  la  noche  ,  las  águilas  bajarán  á  comer  esas  carnes  magulladas,  y  esos 
huesos  blanquearán  para  toda  una  eternidad.» 

A  ser  auténtica  la  carta  de  Alaon,  lo  que  es  muy  dudoso,  á  lo  menos  en 
todas  sus  partes,  á  pesar  de  muchas  y  respetables  autoridades,  el  duque  Lupo  II 
hallábase  entre  los  Vascos  victoriosos  (1).  Hijo  de  Waiffre,  no  es  inverosímil  que 
tratara  de  vengar  el  asesinato  de  su  padre,  y  la  misma  carta  refiere  que  Carlos 
se  apoderó  de  él  poco  después  y  le  mandó  dar  muerte.  Sorprendido,  dice,  por 
los  hombres  de  armas  del  rey  franco,  acabó  su  vida  extrangulado  (2). 

Si  la  expedición  de  Garlo-Magno  no  dio  á  los  Francos  conquista  alguna  en 
esta  parte  de  los  Pirineos,  afianzó  sí  en  toda  la  Aquitania  el  poder  del  hijo  de  Pe- 
pino, que  colocó  en  todo  el  país  condes  y  abades  ex  gente  Frankorum.  Como  para 
hacerle  olvidar  en  parte  su  pasado  vencimiento ,  su  esposa  Hildegarda  dióle  en 
aquel  tiempo  dos  hijos,  que  se  llamaron  Lolario  y  Ludovico:  el  primero  murió 
poco  después,  y  el  segundo  fué  destinado  por  su  padre  á  ser  rey  del  país  en  que 
acababa  de  nacer.   La  erección  de  la  Aquitania  en  reino,  decidida  en  Cassineuil, 


(1)  El  pasage  de  la  carta  de  Alaon  en  que  se  afirma  este  hecho,  del  cual  no  se  hace  mención 
en  ninguna  de  las  crónicas  contemporáneas,  dice  así:  «Magnus  avus  noster  Garolus...  Lupo...totam 
Vasconiae  partem  beneficiario  jure  reliquit.  Quam  ille  ómnibus  pejoribus  pessimus  ac  perfidissi- 
mus  supra  omnes  mortales,  operibus  ct  nomine  Lupus,  !Iatro  polius  quam  dux  dicendus.  Vifarü 

patris  scelestissimi,  aviqueaportatu;  Hunaldi  improbis  vesligüs  inharens,  arripuit Attamne  dum 

simulanter  atrox  nepos,  sacramentum  glorioso  avo  nostro  Carolo  multiplex  dicebat,  solitam  ejus 
majorumque  suorum  perfidia m  expertus  est  in  reditu  ejus  de  Hispania:  dum  cum  scara  latronum 
comités  exercitus  sacrilege  trucidavit.  Propter  quocl  postea  jam  dictus  Lupus  captus  miseré  vitam 
in  laqueo  finivit.»  (Chart.  Alaon.  in  Aguir.  Goncil.  Hispan.,  t.  III.) 

(2)  Propiamente,  acabó  su  vida  en  un  nudo,  vitam  in  loqueo  finivil. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  363 

fué  proclamada  sin  pérdida  de  momento,  y  al  halagar  el  amor  propio  de  los 
Aquitanos,  hizo  reconciliar  á  muchos  con  la  dominación  franca.  Para  asegurarse 
definitivamente  la  posesión  del  país,  Carlos  hizo  entrar  á  los  obispos  en  sus  inte- 
reses, dice  el  anónimo  autor  de  la  vida  d,e  Ludovico  Pío  (1) ;  estableció  en  toda 
la  Aquiiania,  añade,  condes,  abades  y  otros  leudos  de  la  nación  franca,  á  cuya 
prudencia  y  valor  no  podia  oponerse  astucia  ni  fuerza  alguna  (2).  Confióles  el 
cuidado  del  gobierno,  la  custodia  de  las  fronteras,  y  la  administración  de  los  pa- 
lacios reales;  dio  el  gobierno  de  Bourges  á  Humberto  y  después  á  Sturbio;  el  de 
Poitiers  á  Abbon,  el  de  Perigueux  á  Widbaldo,  el  de  Clermont  á  Ithier,  el  de  Ve- 
lay  á  Bullo,  el  de  Tolosa  á  Chorson,  el  de  Burdeos  á  Seguin,  el  de  Alby  á  Aymon, 
y  el  de  Limoges  á  Rotgario  (3).  Hecho  esto  pasó  al  país  de  los  Bretones  armori- 
canos  para  establecer  también  allí  su  dominación. 

Yéamos  ahora  lo  que  ocurrió  en  el  valle  del  Ebro  después  de  la  desastrosa 
retirada  de  Carlos.  A  juzgar  por  los  documentos  árabes  en  vista  de  los  cuales  ha 
escrito  Conde  su  historia,  quedó  todo  en  el  mayor  orden.  El  descuido  de  los  wa- 
líes  de  la  frontera  había  sido  causa  de  aquellas  calamidades,  y  el  rey  (así  se  lla- 
ma á  Abderrahman)  dióles  orden  de  redoblar  su  vigilancia  ,  de  perseguir  á  los 
cristianos  de  las  montañas  y  de  reducirlos  á  la  obediencia  con  entradas  conti- 
nuas en  sus  valles.  Por  fortuna  no  todos  los  documentos  están  concebidos  con 
tanto  laconismo  ,  y  uno  hay  que  da  de  los  acaecimientos  sucesivos  una  relación 
muy  verosímil  (4).  Según  él,  luego  de  haberse  alejado  Cario  Magno,  estalló  una 
división  cuya  causa  la  historia  no  expresa,  entre  los  dos  caudillos  árabes  adver- 
sarios del  emir  de  Córdoba.  Husein  ben  Yahia,  el  Abassida,  cuya  influencia  era 
muy  grande  en  Zaragoza,  habia  hecho  asesinar  en  una  mezquita  según  unos,  y 
en  la  caza  según  otros,  á  Solimán  ben  Alarabi,  y  proclamóse  emir  de  la  España 
oriental,  á  lo  que  parece,  en  nombre  del  califa  de  Bagdad.  Lo  cierto  es  que  la  re- 
volución llevada  á  cabo  por  Husein  fué  en  su  principio  igualmente  hostil  al 
emir  de  Córdoba  y  al  rey  de  los  francos ,  y  que  se  produjo  una  especie  de  reac- 
ción contra  los  malos  Muslimes  que  habían  llamado  á  España  al  monarca  cris- 
tiano. Muchos  hubieron  de  huir  ,  y  entonces  fué  cuando  buscaron  un  asilo  en 
Sepiimania  y  en  los  valles  de  los  Pirineos  donde  no  dominaban  los  Abassidas, 
gran  número  de  Árabes,  de  Españoles  y  de  Godos,  amenazados  por  las  violencias 
y  persecuciones  del  nuevo  gobernador.  La  historia  menciona  expresamente  entre 
los  fugitivos  al  hijo  de  Solimán,  á  quien  llama  Issum. 

Como  entre  sus  enemigos  todos ,  aquellos  que  obraban  en  nombre  del  cali- 
fa de  Bagdad  parecían  á  Abderrahman  los  mas  temibles,  no  pudo  saber  sin  con- 
moverse la  intentona  de  Husein  ben  Yahia  ,  y  resolvió  abatir  á  toda  costa  el 
aborrecido  pendón  de  los  Abassidas.  La  ambiciosa  empresa  y  la  traición  de  So- 
liman  le  habían  causado  no  taño  disgusto  ;  habíase  limitado  entonces  á  hacer 
marchar  contra  el  rebelde  sus  walíes  y  wazires  ,  pero  en  el  caso  presente  juzgó 


(4)    Anón.  Astron.,  Vit.  Hlud.  Pii,  ad  ann.  778. 

12)  Ordinavit  per  totam  Aquitaniam  comités  abbatesque,  nec  nonalios  plurimos,  quos  vassos 
vulgo  vocant,  ex  gente  Frankorum,  quorum  prudentise  et  fortitudini,  nulla  calliditate ,  nulla  vi  ob- 
viare fuerit  tutum  (Astron.  Vit.  Hlud.  Pii  ad  ann.  778\ 

(3)  Anón.,  Astron.,  1.  c. 

(4)  Ms.  Arab.  706,  de  la  Bibl.  Nac. 


364  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ie  j.  c.  el  suceso  harto  importante  para  marchar  él  mismo  contra  Husein  al  frente  de 
todas  sus  fuerzas.  Partió  pues  para  Zaragoza  con  gran  golpe  de  gente  ,  mas  en 
vano  intentó  apoderarse  de  la  plaza  con  un  vivo  é  imprevisto  ataque  :  Zaragoza 
no  se  intimidó  ante  Abderrahman  como  no  se  habia  intimidado  ante  Cario  Mag- 
no ,  y  resistió  á  todos  los  esfuerzos  del  emir  ,  tanto  que  abandonando  este  á  sus 
generales  la  dirección  del  sitio,  regresó  á  su  ciudad  de  Córdoba.  El  ejército  om- 

78o.  miada  hubo  de  permanecer  dos  años  delante  de  los  muros  de  Zaragoza  ,  es  decir 
hasta  780,  en  que  cansada  la  plaza  de  tan  largo  sitio,  entró  en  negociaciones  con 
Abderrahman,  quien  advertido  del  sesgo  favorable  que  los  asuntos  tomaban,  ha- 
bia vuelto  poco  antes  á  dirigir  las  operaciones  del  cerco  y  asistir  á  la  rendición 
de  la  ciudad.  Husein  se  sometió  á  él  y  le  entregó  sus  hijos  en  rehenes ;  y  una 
vez  vio  el  emir  restablecida  su  autoridad  en  Zaragoza,  pasó  á  Pamplona,  que, 
privada  de  sus  murallas  por  el  rey  Carlos ,  no  pudo  oponerle  resistencia  al- 
guna. Desde  allí  prosiguió  á  visitar  el  país  inmediato  á  Roncesvalles ,  teatro  de 
las  glorias  de  los  montañeses  vascos,  pero  sin  atreverse  á  penetrar  por  aquellos 
terribles  desfiladeros  en  que  tan  duro  escarmiento  habia  hallado  un  príncipe 
cristiano  no  menos  esclarecido  y  poderoso  que  él;  cruzando  luego  otra  vez  el 
Aragón,  y  reducidos  á  la  obediencia  los  walíes  y  alcaides  de  las  ciudades  y  vi- 
llas de  aquellas  inquietas  comarcas,  volvió  por  fin  á  Córdoba  pasando  por  Gero- 
na, Barcelona  y  Tortosa,  asegurada,  al  parecer,  su  autoridad  en  aquella  porción 
de  la  conquista  donde  se  hallaban  reunidas ,  á  lo  que  se  cree,  las  tribus  mas 
turbulentas  y  rebeldes  á  su  autoridad.  Sin  embargo,  las  mismas  causas  que  ha- 
bían originado  los  desórdenes  anteriores  habían  de  reproducirse  en  breve  con 
gran  perjuicio  de  la  unidad  musulmana  en  España. 

Destinado  estaba  el  fundador  del  imperio  árabe  de  Occidente  á  pasar  una 
vida  desasosegada  y  zozobrosa.  Veinte  y  cinco  años  se  contaban  desde  su  arribo 
á  nuestra  patria,  y  apenas  habia  podido  gustar  de  algunos  momentos  de  reposo. 
Vencedor  de  cien  rebeliones  tantas  veces  reproducidas  como  sofocadas,  parecía 
que  sus  enemigos  de  dentro  y  fuera  se  habían  propuesto  proporcionarle  ocasio- 
nes de  ganar  gloria,  aunque  á  costa  de  inquietudes  y  peligros.  Aun  no  habia 
transcurrido  un  año  de  la  sumisión  de  Zaragoza,  cuando  se  vio  tremolar  otra  vez 

784     la  bandera  de  los  Fehries  en  el  seno  mismo  de  la  Andalucía. 

Hemos  visto  que  de  los  tres  hijos  del  emir  Yussuf  que  sobrevivieron  á  su 
padre,  sucumbió  el  uno  con  las  armas  en  la  mano;  á  Cassim,  el  mas  joven,  encer- 
rado en  una  torre  de  Toledo,  y  libertado  por  el  pueblo,  le  hemos  encontrado  en 
Paderborn  en  compañía  de  Solimán  ben  Alarabi,  y  es  propable,  por  mas  que  la 
historia  no  lo  diga,  que  no  permaneciera  ageno  á  los  movimientos  de  la  España 
oriental  que  acababa  Abderrahman  de  sofocar.  En  aquel  entonces  se  hallaba  sin 
duda  en  Septimania  ó  entre  alguna  tribu  amiga  de  la  España  meridional ,  y  no 
hemos  de  tardar  en  verle  reaparecer.  En  cuanto  al  otro  hijo  de  Yussuf,  Muhamad 
Abul  Aswad,  hémosle  dejado  en  763  encerrado  en  una  torre  de  las  murallas  de 
Córdoba  de  la  cual  logró  evadirse  en  781,  con  circunstancias  muy  interesantes 
que  nos  ha  conservado  la  historia. 

Al  ser  preso  en  763,  á  consecuencia  del  primer  levantamiento  del  emir  Yus- 
suf contra  el  Ommíada,  los  Fehries  inspiraban  aun  graves  temores,  así  es  que 
fueron  muy  rigurosos  los  primeros  años  de  su  cautiverio;  pero  como  todo  cede  al 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  365 

tiempo,  aflojóse  poco  á  poco  el  rigor  de  los  guardas  y  carceleros,  disminuyendo 
también  su  vigilancia  y  cuidado,  pero  no  tanto  que  Abul  Aswad  hubiese  podi- 
do realizar  su  fuga  en  dos  ocasiones  que  la  intentó.  Luego,  como  verdadero 
musulmán  que  era,  resignóse  á  la  voluntad  de  Dios,  y  por  algunos  años  sufrió  su 
prisión  sin  proferir  una  queja.  Sin  embargo,  nuevos  deseos  de  recobrar  su  libertad 
y  de  vengar  á  su  padre  asaltaron  al  infeliz  preso,  y  apeló  para  fugarse  algún  dia 
a  un  ardid  tan  ingenioso  como  de  paciencia  grande  y  ejecución  difícil.  Compa- 
decidos sus  carceleros  de  su  triste  suerte,  creyeron  que  ningunriesgo  había  en  que 
gozase  de  la  luz  del  sol,  pero  Muhamad  se  fingió  ciego  y  lo  fingió  con  tal  propie- 
dad y  perseveró  tan  bien  en  su  ficción,  que  fué  de  todos  tenido  por  verdadero 
ciego,  y  ya  no  le  daban  sino  este  nombre.  Así  pasó  mucho  tiempo,  y  en  esta  segu- 
ridad confiados  sus  guardias  solían  dejarle  salir  de  su  encierro  á  unas  salas  bajas 
de  la  torre,  en  especial  en  la  estación  calurosa  del  verano;  permitíanle  también 
pasar  en  ellas  la  noche,  para  que  gozara  de  la  frescura,  y  le  concedían  bajar  á  los 
aljibes  por  agua  para  lavarse.  El  fingido  ciego  vio  por  fin  la  oportunidad  que 
deseaba,  y  de  acuerdo  con  algunos  antiguos  partidarios  de  su  padre,  que  le  vi- 
sitaban en  su  prisión,  una  tarde  de  verano  del  año  781,  á  la  hora  del  Aksah  (1), 
mientras  estaban  todos  bañándose  en  el  Guadalquivir  y  se  habían  ausentado  ios 
guardianes  de  la  cárcel,  confiados  en  la  ceguera  de  Muhamad,  este  con  el  auxilio 
de  una  cuerda  se  descolgó  por  una  de  la  ventanas  bajas  de  la  escalera  de  ¡as  cis- 
ternas, pasó  á  nado  el  río,  y  con  un  disfraz  y  un  cabalio  que  en  la  orilla  opuesta 
le  tenían  preparado  sus  parciales,  se  encaminó  á  Toledo  por  desusadas  sendas. 
Llegado  allí,  hospedóse  entre  sus  amigos,  quienes  le  proveyeron  de  lo  necesario 
y  le  encaminaron  con  seguridad  á  las  sierras  de  Jaén,  donde  se  habían  secreta- 
mente reunido  gran  número  de  descontentos  ,  del  antiguo  partido  de  Yussuf. 
En  pocos  dias  se  vio  al  frente  de  un  reducido  ejército,  y  había  tenido  tiempo  de 
tomar  posición  en  aquellas  montañas  y  de  apoderarse  de  Segura  y  de  Gazorla 
antes  de  que  su  fuga  fuese  sabida  en  Córdoba,  á  lo  menos  por  aquel  á  quien  mas 
interesaba.  Temerosos  los  guardas  de  la  pena  que  merecía  su  descuido,  tuvieron 
por  mucho  tiempo  oculta  esta  novedad,  hasta  que  por  fin  fuéles  preciso  dar  parte 
de  lo  que  ocurriera,  pero  entonces  habia  ya  estallado  y  estaba  ya  organizada  la 
insurrección.  Sabedor  de  la  empresa  del  hijo  de  Yussuf,  su  antiguo  compañero 
Hafila(2)  habia  corrido  a  su  lado  con  sus  compañeros  de  aventuras.  Los  bandi- 
dos, los  rebeldes  y  los  descontentos,  según  dicen  los  historiadores  ommíadas,  le 
aclamaron  por  su  caudillo,  y  bajo  las  banderas  de  los  Fehries  agrupáronse  mas 
de  seis  mil  hombres  aguerridos  y  bien  armados.  Entonces  reaparece  Cassim  ben 
Yussuf  ocupado  en  reclutar  soldados  para  su  hermano  en  la  serranía  de  Son- 
da (3). 

Al  saber  el  emir  la  evasión  del  fingido  ciego,  cuéntase  que  exclamó:  «Mu- 
cho temo  que  la  fuga  de  este  ciego  nos  ha  de  causar  no  poca  inquietud  y  ha  de 


(<)  Los  Árabes  daban  nombres  particulares  á  las  principales  divisiones  del  dia  :  llamaban  al 
alba  bora  de  el  Sohbi;  al  dia  claro,  el  Dhoba;  al  mediodía,  bora  de  eí  Dokar;  á  la  tarde,  el  Aschari;  á 
la  puesta  del  sol  el  Magreb;  y  á  la  entrada  de  la  noche  ó  al  crepúsculo  el  AJcsah.  A  cada  una  de  estas 
horas  iba  unida  una  oración. 

(2)  Hafila  habia  sido  caid  ó  alcaide  en  Septimania  durante  el  gobierno  de  Yussuf. 

(3)  Conde,  P.  2a  c.  XXH. 


366  HISTORIA   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

de  j.  c  Ser  motivo  de  que  se  derrame  mucha  sangre. » Instruido  de  los  primeros  actos  de 
los  Fehries,  Abderrahnian  se  puso  á  la  cabeza  de  la  caballería  de  Córdoba  y  di- 
rigióse al  teatro  de  la  rebelión ,  mandando  á  los  walíes  de  Murcia  y  de  Jaén  que 
se  le  unieran  con  cuantas  tropas  pudiesen  reunir.  El  Fehri  retrocedió  anie  esíe 
aparato  de  fuerzas,  ó  por  mejor  decir  se  encastilló  en  las  breñas  de  Cazorla,  re- 
novando allí  aquellos  prodigios  de  resistencia  aislada  que  con  frecuencia  admiran 
al  que  estudia  la  historia  de  nuestra  patria.  Abderrahman  alcanzó  sobre  él  distin- 
tos triunfos,  pero  es  lo  cierto  que  no  pudo  atraerle  á  la  llanura  y  que  por  acercarse 
el  invierno  hubo  de  abandonar  momentáneamente  la  partida.  Alargábase  tanto 
tiempo  esta  guerra  de  montaña,  dice  el  historiador  árabe,  que  fué  forzoso  sus- 
penderla muchas  veces,  y  volver  á  ella  en  estaciones  convenientes  (I),  de  modo 
que  aquel  puñado  de  insurrectos  hicieron  frente  á  las  tropas  ommíadas  repetidas 
veces  y  por  espacio  de  muchos  años. 
784  Finalmente  en  784,  cansado  Abderrahman  de  aquella  guerra,  muy  seme- 

jante á  la  que  tuvo  que  sostener  con  el  wali  de  Mequinez,  quiso  terminarla  de  un 
solo  golpe,  y  congregados  todos  los  hombres  útiles  de  guerra,  dispuso  una  bati- 
da simultánea  en  las  asperezas  que  daban  asilo  á  los  rebeldes.  Los  walíes  anda- 
luces allegaron  sus  huestes  y  gran  número  de  ballesteros,  y  penetraron  en  aque- 
llas montañas  por  todos  los  puntos  de  posible  acceso.  Sin  embargo,  por  bien  di- 
rigida que  estuviese  la  maniobra,  no  produjo  tan  completo  resultado  como  de 
ella  se  esperaba,  y  Muhamad  logró  evadirse  y  hacerse  fuerte  en  Cazorla.  Bien 
comprendía  que  no  podría  resistir  allí  mucho  tiempo,  y  aconsejábanle  unos  que 
implorase  la  clemencia  del  emir,  seguro  de  que  seria  acogido  con  benignidad ,  y 
oíros  que  aceptara  la  batalla  y  en  lo  mas  recio  de  ella  se  pasara  ai  campo  enemigo. 
Abul  Aswad  empero  tenia  que  vengar  muy  crueles  agravios,  y  prefirió  correr  los 
azares  de  un  combate  desigual  y  jugar  el  todo  por  el  lodo.  Empeñada  la  pelea, 
fué  vencido  (4  de  rebie  primera— 24  de  setiembre),  y  lo  fué  sin  quedarle  re- 
curso alguno.  Según  El  Razi,  perdió  en  la  batalla  cuatro  mil  hombres,  los  mas  es- 
forzados de  su  gente,  sin  contar  otros  muchos  que  se  ahogaron  en  las  aguas  del 
Guadalimar  al  atravesarle  huyendo  de  los  caballeros  zenetas  y  andaluces.  Cassim 
volvió  como  pudo  al  país  de  Segura;  ílaíila  se  dirigió  con  sus  diezmadas  com- 
pañías á  las  montañas  de  Jaén  y  de  Ronda,  y  Abul  Aswad  escapó  despavorido 
con  unos  pocos  por  Sierra  Morena  á  Extremadura  y  al  Algarbe. 

Conseguida  esta  victoria,  corrió  el  emir  á  Mérida  para  dirigir  y  terminar  la 
derrota  de  la  facción  de  los  Fehries,  pues  un  cuerpo  de  dos  mil  hombres  se  ha- 
bía salvado  penetrando  por  aquella  tierra.  Los  alcaides  de  Reja,  de  Badajoz  y  de 
Alcántara  (2)  se  ofrecieron  á  perseguir  á  los  rebeldes,  y  considerando  Abderrah- 
man que  bastarían  para  ello  las  tropas  de  los  alcaides  de  Badajoz  y  de  Alcánta- 
ra, agradeció  al  de  Beja  su  buena  voluntad  y  le  mandó  volverse  á  su  alcaidía(3). 
Abul  Aswad ,  vivamente  perseguido ,  fué  vencido  en  varios  encuentros,  has- 


(1)  Conde,  P.  2.",  c.  XXII. 

(2)  Al-Canlara,  ó  mejor  El- Cantara  el  Saif  (el  Puente  de  la  Espada);  es  el  antiguo  LaceriPons 
del  Tajo,  la  moderna  Alcántara  ,  al  norte  de  Mérida,  La  pronunciación  abierta  de  la  ah'f,  como  en 
Alcántara,  baquedado  á  la  mayor  parte  délos  nombres  de  ciudades  déla  Península,  aun  que  la 
alef  se  pronuncia  en  Arabia  unas  veces  a  y  otras  e. 

(3]    Conde,  P.  2.a,  c.  XXII. 


CAP.    YI. — ESPAÑA  ÁRABE.  367 

ía  que  por  fin  se  encontró  sin  un  soldado.  Solo  y  disfrazado,  eníró  en  Coria  a.  de  j.  c. 
(la  antigua  Cauria) ,  y  en  su  recinto  estuvo  oculto  durante  algún  tiempo.  De  allí 
se  retiró  miserable  y  desconocido  y  se  escondió  en  los  bosques,  padeciendo  de 
hambre  y  de  sed,  y  acordándose,  dice  Conde,  como  de  un  tiempo  venturoso  de  la 
época  que  habia  pasado  en  la  oscuridad  de  su  calabozo.  Los  trabajos  de  su  mi- 
serable vida,  añade,  le  habían  desfigurado  de  íal  modo,  que  pudo  permanecer  ig- 
norado y  seguro  en  Alarcon,  pueblo  y  fortaleza  dependiente  de  Toledo,  y  á  poco 
tiempo  una  muerte  oscura  puso  fin  á  sus  infortunios  (1). 

Acabada  la  guerra  en  aquella  provincia,  Abderrahman  salió  de  Mérida  para 
visiíar  las  ciudades  situadas  al  oeste  y  al  norte  del  Guadiana,  y  tomando  el  ca- 
mino de  Evora,  ilustre  por  la  residencia  que  hizo  allí  Ser  torio,  pasó  á  Lisboa,  po- 
blada principalmente  por  tribus  egipcias  y  berberiscas;  subió  por  el  Tajo  hasta 
Santarem,  la  antigua  Escalabis,  patria  de  Santa  Irene,  que  le  hadado  su  nombre; 
llegó  por  el  norte  hasta  Coimbra  (la  antigua  Conimbrica),  Porto  (Portus-Calle), 
que  ha  dado  su  nombre  al  moderno  reino  de  Portugal,  y  Braga  (Bracara-  Augus- 
ta) la  antigua  capital  de  los  Suevos  en  el  siglo  v;  en  todas  partes  hizo  levantar 
mezquitas  y  establecer  escuelas  públicas  para  la  enseñanza  del  islamismo,  y  por 
Astorga,  Zamora  y  Avila,  ciudades  todas  conquistadas  antes  por  el  rey  cristiano 
de  Asturias  Alfonso  I,  y  abandonadas  después  ó  poco  defendidas ,  dirigióse  á 
Toledo,  donde  fué  recibido  de  su  hijo  Abdallah  y  de  la  ciudad  entera  con  grandes 
demostraciones  de  alegría.  Supo  allí  que  Cassim  y  Hafila  habían  levantado  de  785. 
nuevo  la  bandera  de  la  rebelión  por  tierras  de  Tadmir,  y  resuelto  á  aniquilarlos 
dirigióse  al  lugar  de  los  acaecimientos.  Sin  embargo,  al  llegará  las  sierras  de 
Alcaraz  (El- Carrasco.),  supo  que  el  hijo  de  Yussuf, hecho  prisionero  por  ei  joven 
Abdallah  ben  Abdelmelek  ben  Ornar,  habia  sido  llevado  con  buena  escolta  á  Cór- 
doba, donde  aguardaba  que  el  emir  decidiese  de  su  suerte.  Este  Abdallah  era 
gran  favorito  de  Abderrahman,  y  por  aquel  tiempo  concedióle  por  esposa  á  su 
nieta  Ketirah  ,  hija  de  Hixem.  A  lo  que  parece,  una  vez  fuera  de  Córdoba,  Ab- 
derrahman no  volvía  á  ella  sin  visitar  alguna  parte  de  sus  Estados  nueva  para 
él,  y  su  biógrafo  describe  aquí  el  viaje  que  emprendió  por  la  provincia  á  donde 
habia  ido  con  la  resolución  de  combatir  á  Hafila  y  á  Cassim.  Visitó  el  fuerte  de 
Segura,  que  es  como  una  ciudad  edificada  sobre  la  cumbre  de  un  monte  que  ha- 
ce inaccesible  la  fortaleza,  y  salen  de  su  falda  dos  rios ,  uno  de  ellos  el  Guad-al 
Kibir  yel  otro  elGuad-al-Abiad,  que  pasa  por  Murcia.  El  primero,  queva  por  Cór- 
doba, continua  el  narrador,  sale  de  este  monte  de  una  junta  de  aguas,  que  como 
una  laguna  clara  hay  en  el  corazón  de  la  montaña,  desciende  á  la  raiz  de  ella, 
sale  de  aquel  sitio  profundo,  y  va  corriendo  al  occidente  á  monte  Nágida,  á 
Gadira,  á  Alcozir,  á  Hins  Aldujar,  á  Alcántara  Extesan  y  á  Córdoba;  el  Guadala- 
viar  sale  también  de  la  raiz  del  monte,  de  la  fuente  del  mediodía ,  y  corre  á  Ho- 
sain,  Alfered,Hins  Muía,  Murcia,  Auriola,  Almodovar  y  al  mar  (2).  ignórase  á 
qué  ciudades  modernas  pertenecen  precisamente  los  nombres  mencionados  en  el 
relato  del  historiador  musulmán,  y  algunos  hay  que  buscaríamos  en  vano  bajo 


(1)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXII. 

(2)  Id.,  c.  XXIII. 


A.  deJ.  C 


368  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

las  modernas  denominaciones  que  iienen  las  ciudades  situadas  en  las  márgenes 
de  ambos  ríos. 

En  este  viaje  y  mientras  se  hallaba  en  Denia,  presentáronle  la  cabeza  del  úl- 
timo y  mas  obstinado  enemigo  suyo,  del  esforzado  Hafila,  á  quien  Abdallah  ben 
Alclelmelek  habia  hecho  prisionero  en  las  montañas  de  Segura,  y  mandado  deca- 
pitar. 
7se.  De  regreso  á  Córdoba,  hubo  de  decidir  de  la  suerte  de  Cassim,  que  llevaron 

ante  él  encadenado  (1),  y  no  solo  le  perdonó,  sino  que  le  otorgó  mercedes  y  le 
dio  tierras  en  Sevilla  para  que  pudiese  vivir  conforme  á  su  antiguo  rango  y  so- 
correr á  sus  parientes  desvalidos.  Dicen  algunos  que  Cassim  fué  muerto  poco 
después  en  una  contienda  particular,  pero  de  todos  modos  es  positivo  que  la  his- 
toria nada  mas  nos  cuenta  de  él,  ya  muriese  muy  pronto  en  efecto,  ya  viviera 
después,  según  expresa  la  crónica  árabe  de  Conde,  sumiso  siempre  al  emir  que 
con  tanta  generosidad  le  habia  tratado. 

Llegamos  por  fin  al  término  de  la  carrera  de  Abderrahman:  treinta  años 
llevaba  de  luchas  el  hijo  de  Moaviah  con  pocas  interrupciones,  al  cabo  de  los  cua- 
les, vencedor  siempre,  logró  todavía  poder  dedicar  con  quietud  algunos  aunque 
cortos  momentos  a  afianzar  el  trono  de  los  Ommíadas  y  á  legarle  en  estado  bri- 
llante á  sus  sucesores.  Aquel  período  de  apetecido  sosiego  fué  dedicado  también 
por  Abderrahman  al  embellecimiento  de  Córdoba,  que  entró  entonces  en  la  era 
de  prosperidad,  á  cuyo  apogeo  no  tardó  en  llegar  en  tiempo  de  los  califas  poste- 
riores: etla  ya  era  entoncesael  centro  de  la  religión,  la  residencia  de  los  sabios,  la 
lumbrerade  Andalucía  (2),»  é  igualó  en  poco  tiempo  la  famade Bagdad,  la  esplén- 
dida metrópoli  de  Oriente  ,  el  honor  del  califato,  la  casa  de  salvación  (Dar  el  Sa- 
lam).  Su  situación  en  la  orilla  derecha  del  Guadalquivir,  al  pié  de  Sierra  More- 
na, reunía  cuantos  atractivos  seducían  á  los  Árabes  (3).  Poseía  ya  numerosos  al- 
cázares, palacios  y  jardines,  pero  Abderrahman,  queriendo  dejar  levantado  en  la 
capital  del  imperio  un  templo  que  igualara  ó  excediera  á  los  mas  magníficos  y 
soberbios  de  Oriente  (4),  dio  principio  en  el  indicado  año  de  786  á  la  construc- 
ción de  la  grande  aljama  ó  mezquita  mayor  de  Córdoba,  sobre  el  mismo  plan  de 
la  de  Damasco.  Quizás  llevaba  en  ello  la  idea  religiosa  y  el  pensamiento  político 
de  apartar  mas  y  mas  á  lo  musulmanes  españoles  de  la  dependencia  moral  de 
Oriente,  haciendo  de  Córdoba  un  nuevo  centro  de  la  religión  del  Profeta.  No  pu- 


lí) (i  A  pocos  dias  después  de  su  venida  á  Córdoba  le  presentaron  al  hijo  de  Yussuf  el  Fehrí  en- 
cadenado, y  considerando  Abderrahman  la  inconstancia  de  la  fortuna  de  los  hombres,  se  compade- 
ció del  triste  Cassim,  y  como  de  su  natural  condición  era  muy  generoso  y  compasivo,  luego  le  perdo- 
nó y  mandó  quitar  sus  fierros.»  Conde,  P.  2.a,  c.  XXIII. 

(2  «En  este  tiempo  se  enseñaba  en  España  según  la  secta  y  declaraciones  de  El  Auzei,  enseñan- 
za que  habia  introducido  y  practicaba  en  Córdoba  el  andaluz  Saxato  ben  Salema,  que  fué  discípulo 
de  El  Auzei  en  Oriente,  por  lo  cual  solían  llamar  á  este  sabio  el  Damasquino.  No  dejó  de  enseñar  en 
Córdoba  hasta  que  falleció  en  tiempo  de  Hixem,  en  el  año  180..  .  La  secta  ó  escuela  de  El  Auzei  pre- 
cedió en  España  á  la  de  Malek  ben  Anas,  quo  se  siguió  después.  Hay  entre  los  musulmanes  cuatro 
sectas  aprobadas,  la  de  Malek,  la  deSafei,  la  de  Hanbal  y  la  de  Hanifa.  Conde,  P.  2.",  c.  XXIV. 

(3)  ...Quo  ad  aspetu  nihil  potest  íieri  pulchrius,  nihil  amaBnius...  Debetur  hoc  magna  ex  parte 
fontium  beneficio,  copiosam  ,  purissimam,  suavem  ct  portu  salubrem  etiam  aquam  profundentibus 
quibus  passim  irrigantur.  (Nonnius,  Hisp.  lllust.,  t.  m.) 

(4)  Los  musulmanes  veneran  dos  templos  ó  cosas  santas,  el  de  la  Caaba  de  la  Meca  y  el  de  la 
Resurrección  en  Jcrusalen,  al  que  llaman  el  Áksah,  el  lejano,  a  causa  de  su  distancia,  y  el  Sorah  (de 
la  peña  ó  de  ia  roca),  a  causa  del  lugar  donde  está  construido. 


CAP.    VI. — ESPAÑA  ÁRABE.  369 

do,  empero ,  ver  concluida  la  mezquita  en  que  los  ojos  se  pierden  entre  maravi-  A  de  J' c 
lias,  según  expresión  de  un  poeta  (1),  y  aunque  puso  en  esta  obra  gran  diligen- 
cia, y  aunque  trabajaba  él  mismo  en  ella  una  hora  cada  dia,  y  gastó  en  la  cons- 
trucción mas  de  cien  mil  doblas  de  oro,  no  quiso  Dios  que  viese  el  edificio 
terminado  (2).  A  Abderrahman,  empero,  corresponde  la  gloria  del  pensamiento 
y  la  honra  de  haber  dolado  con  rentas  perpetuas  los  hospitales  y  escuelas  ( ma- 
drisas)  que  levantó  á  la  sombra  de  la  gran  aljama. 

La  parte  construida  durante  su  vida  correspondía  á  la  que  se  ha  conserva- 
do hasta  hoy  y  que  forma  la  catedral  de  Córdoba.  El  edificio  completo,  tal  como 
fué  terminado  por  Hixem  bajo  los  planos  de  su  padre,  tenia  otras  proporciones, 
según  tendremos  ocasión  de  manifestar,  y  no  ha  podido  atravesar  los  tiempos  y 
llegar  hasta  nosotros;  pero  lo  que  de  él  subsiste  basta  para  dar  una  maravillosa 
idea  de  lo  que  era  en  aquella  época  la  arquitectura  árabe. 

Ocupado  estaba  en  estos  trabajos  y  cuidados  el  ilustre  Ommíada  cuando  se 
sintió  asaltado  por  el  presentimiento  de  su  próxima  muerte.  A  fines  del  año  170 
(787)  convocó  á  los  walíes  de  las  seis  grandes  divisiones  militares  ó  capitanías  787. 
de  España,  Córdoba,  Toledo,  Mérida,  Zaragoza,  Valencia  y  Murcia  (3),  á  los  gober- 
nadores de  las  doce  ciudades  principales  y  á  sus  veinte  y  cuatro  wazires,  y  cuan- 
do los  tuvo  congregados  en  su  alcázar,  en  presencia  de  su  hagib  (4),  del  cadi  de 
los  cadies,  ele  sus  alkalives  (secretarios  y  consejeros  de  estado),  declaró  su  volun- 
tad de  dejar  á  su  hijo  Hixem  por  waUalahdi  ó  sucesor  del  imperio.  Todos  los  wa- 
líes y  wazires  presentes  prestaron  juramento  de  fidelidad  y  obediencia  al  hijo  co- 
mo lo  habian  prestado  al  padre,  y  todos  por  su  orden  tomaron  la  mano  del  joven 
príncipe  en  señal  de  sumisión  y  acatamiento.  Abderrahman,  dice  expresamente  la 
crónica  árabe  traducida  por  Conde ,  prefirió  á  su  hijo  Hixem ,  aunque  mas  joven 
que  sus  hermanos  Solimán  y  Abdallah,  por  haber  reconocido  en  su  tercer  hijo 
mas  bondad,  prudencia  y  rectitud  que  en  los  demás.  El  mismo  autor  insinúa 
que  la  sultana  Hovara,  madre  de  Hixem,  la  mas  querida  y  acaso  la  única  esposa 
que  tuvo  el  emir,  no  habia  dejado  de  influir  en  la  elección,  y  aunque  los  dos  her- 
manos mayores  no  podían  reclamar  legalmente  derecho  de  preferencia  al  poder, 
puesto  que  este  era  electivo  como  lo  era  también  en  aquella  época  entre  los  cris- 
tianos, no  pudieron  verse  postergados  á  un  hermano  menor  sin  secretos  y  pun- 
zantes celos.  Sin  embargo,  no  consideraron  oportuno  manifestar  por  entonces  su 
resentimiento,  y  aplazaron  para  mas  adelante  disputarle  la  soberanía. 

Poco  después  de  esta  ceremonia  ,  que  veremos  renovarse  al  terminar  la  vi- 


(2)  Víctor  Hugo,  Orientales. 
(4)    Conde,  p.  2.a ,  c.  XXIV. 

(3)  Yussuf  habia  dividido  las  posesiones  musulmanas  mas  acá  del  Estrecho  en  cinco  grandes 
jurisdicciones  á  la  vez  civiles  y  militares,  que  comprendían  la  provincia  de  Narbona;  las  seis  capita- 
nías de  que  aquí  se  trata  es  probable  que  fuesen  establecidas  por  Abderrahman  después  de  la  pér- 
dida de  la  Septimania.  Conde,  según  un  autor  árabe  muy  posterior  sin  duda  al  reinado  de  Abder- 
rahman, nombra  éntrelas  seis  capitanías  a  Granada,  que  era  entonces  ciudad  de  muy  escasa  impor- 
tancia. En  vez  de  Granada  creemos  que  ha  de  ponerse  á  Córdoba,  que  si  bien  capital  de  Andalucía 
y  residencia  del  emir,  tenia  sin  embargo  sus  walíes  particulares. 

(4)  Este  cargo  equivalía  al  de  primer  ministro.  El  hagib  era  antes  una  especie  de  chambelán, 
un  mero  prefecto  del  alcázar,  janitor,  conclavü  regii  cusios  ct  prcefectus ;  pero,  como  el  cargo  de  ma- 
yordomo de  palacio  entre  los  Merovingios,  la  dignidad  de  hagib  habíase  convertido  en  la  segunda 
del  Estado. 


370  HISTORIA   GEMEÍIAL   DE    ESPAÑA. 

dej.  c.  da  de  cada  uno  de  los  emires  ommíadas ,  y  mediante  la  cual  mantuvieron, 
aunque  sin  reglas  fijas,  el  poder  en  su  familia  ,  Abderrahman  partió  para  Mérida 
acompañado  de  Ilixem  ;  Abdallah ,  encargado  de  funciones  que  la  historia  no 
expresa,  se  quedó  en  Córdoba  ,  y  Solimán  volvió  á  su  gobierno  de  Toledo. 

Durante  su  permanencia  en  Mérida,  á  mediados  del  año  172  de  la  begira,  el 
788  emir  adoleció  de  la  enfermedad  que  le  llevó  al  sepulcro.  La  fecha  ele  su  muerle  pué- 
dese fijar  en  martes  30  de  setiembre  de  788  (1),  de  modo  que  su  reinado,  desde 
el  dia  en  que  quedó  dueño  de  Córdoba,  á  mediados  de  mayo  de  756,  fuá  de  treinta 
y  dos  años  cuatro  meses  y  quince  dias.  Tenia  entonces  poco  mas  de  cincuenta  y 
nueve  años ,  y  dejaba  once  hijos  y  nueve  hijas.  Iiízosele  un  entierro  magnífico  y 
pomposo,  acompañando  su  féretro  toda  la  gente  de  la  ciudad  y  de  sus  contornos  con 
señaladas  muestras  de  sentimiento  y  pesadumbre  (2).  Este  fué  el  primer  Ommíada 
de  España,  que  supo  colocarse  en  primera  línea  entre  los  personajes  de  su  siglo. 
Era  tan  grande  su  fama  que  su  rival  de  Bagdad,  El  Mansur,  hablaba  de  él  con 
admiración  y  elogiaba  su  valor  y  su  talento  ,  felicitándose  de  que  las  guerras 
interiores  de  España  le  hubiesen  impedido  la  realización  del  proyecto  que  algu- 
i  nos  le  atribuyen  de  llevar  la  guerra  á  Oriente  y  derrocar  el  poderío  de  la  casa  de 
Abbas.  Los  escritores  cristianos,  á  pesar  de  sus  naturales  antipatías,  no  pudieron 
menos  de  reconocer  sus  virtudes :  el  Siiense  le  llama  el  gran  rey  de  los  Moros, 
y  el  arzobispo  D.  Rodrigo  dice  que  Abderrahman  fué  llamado  Adahid,  el  Justo  (3). 
Tenia  Abderrahman  la  tez  blanca  y  sonrosada  ,  ojos  azules  y  cabellos  ru- 
bios ;  era  notable  por  una  señal  en  el  rostro,  y  su  cuerpo  era  fornido  y  esbel- 
to (4).  En  los  postreros  años  de  su  vida  habia  perdido  un  ojo  (5).  Era  muy  afi- 
cionado á  la  cetrería,  y  á  este  efecto  mandaba  criar  gran  número  de  halcones,  que 
llevaba  consigo  hasta  en  sus  expediciones  guerreras.  Cuéntase  que  en  una  desús 
campañas,  caminando  en  el  centro  de  su  hueste,  vióunabandada  degrullas  posar- 
se en  un  valle  cercano,  y  saliendo  de  su  escuadrón  corrió  con  sus  halconeros  á 
cazarlas  (6).  No  era  menos  amanle  de  la  poesía,  la  que  en  aquel  tiempo  era  culti- 
vada por  todos  los  Árabes  distinguidos,  fuese  cual  fuere  su  profesión  :  generales, 
walíes ,  wazires,  alcaides  ,  todos  hacían  versos  y,  como  hemos  tenido  ocasión  de 
yer  ,  el  mismo  Abderrahman  hacíalos  también  basiante  buenos. 

En  la  escuela  de  la  adversidad  habia  aprendido  lecciones  de  moderación 
para  los  tiempos  de  fortuna ,  y  el  espectáculo  de  las  crueldades  de  que  fué  vícti- 
ma su  familia  le  habían  vuelto  benigno  y  clemente;  esto  no  obstante,  algunas  se- 
veras ejecuciones  fueron  el  obligado  preliminar  de  su  elevación  ,  y,  como  hemos 
dicho,  hasta  después  de  prolongadas  y  sangrientas  guerras  civiles  no  pudo  lla- 
marse único  y  supremo  soberano  de  toda  la  Península.  Por  grande  y  gloriosa 
que  hubiese  sido  su  fortuna  ,  el  recuerdo  del  precio   á   que  habia  debido  corn- 


il; su  muerte,  según  Abdallah  el  Homaid  y  Abu  Becre  ,  aconteció  en  el  año  de  la  hegira 
472  ,  y  según  el  primero  en  24  de  rebie  segunda,  que  corresponde  á  30  de  setiembre  de  788.  Conde 
da  igual  fecha  con  un  año  y  pocos  dias  de  diferencia,  y  fíjala  muerte  de  Abderrahman  en  22  de 
rebie  segundo  del  año  471 . 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXIV. 

(3)  Abdcrramen  magnus  rex  Maurorum....  Chr.,  n.  48.— Hist.  arab.  48. 

(4)  Ebn.  Hayan,  en  Ahmed. 

(6)    Abulfeda,  Anal,  Moslem.,  t.  II,  p.  (¡0. 
(6)    Conde,  P.  2.a,  c.  XX. 


CAP.    VI. — ESPAÑA   ÁRABE.  371 

prarla  fué  quizás  la  secreta  causa  de  la  melancolía  que  formaba  el  fondo  de  su 
carácter ,  y  de  los  escasos  dias  felices  que  él  contaba  en  su  vida. 

Aunque  gobernase  con  absoluta  independencia  de  los  califas  de  Oriente,  no 
tomó  mas  título  que  el  de  emir.  «Dábasele  el  título  de  emir ,  dice  expresamente 
Ahmed  el  Makkari ,  y  lo  mismo  sucedió  con  sus  hijos ;  ninguno  de  ellos  recibió 
el  nombre  de  Emir  el  Mumenin  (1)  (Miramolin),  por  respeto  al  centro  del  ca- 
lifato ,  hasta  Abderrahman  el  Nacir  ,  el  octavo  Ommíada  de  España  (2).  »  Así 
pues,  por  grande  que  fuese  el  poderío  de  Abderrahman  ,  es  un  error  hacer  datar 
de  él  la  creación  del  califato  independiente  ele  Córdoba ,  que  varias  circunstan- 
cias retardaron  ,  según  Abulfeda  ,  hasta  el  año  vigésimo  séptimo  del  reinado  de 
Abderrahman  III  el  Nacir ,  es  decir  hasta  el  año  trigésimo  nono  del  siglo  x  de 
nuestra  era  (3j . 

El  mismo  año  de  la  muerte  de  Abderrahman  entró  en  África  Edris  ben  Ab- 
dallah  ,  descendiente  de  Alí  ben  Abu  Taleb  ,  y  después  de  vagar  errante  entre 
los  Africanos ,  se  apoderó  con  el  auxilio  de  varias  tribus  berberiscas  del  Magreb 
el  Aksah  ,  y  lo  arrebató  á  los  califas  de  Oriente.  Edris  ben  Abdallah  echó  así 
los  cimientos  del  reino  de  Fez  ,  que  transmitió  en  herencia  á  su  hijo  Edris  ben 
Edris ,  mientras  que  los  Aglabitas  se  declaraban  independientes  también  en  Cair- 
van.  El  África  propiamente  dicha  ,  desde  el  Egipto  hasta  el  Estrecho,  sacudía  la 
dominación  de  los  califas  Abassidas ,  como  algunos  años  antes  habíala  sacudido 
España.  Haraun  el  Reschid  ocupaba  en  aquel  tiempo  el  califato  de  Oriente. 


(4)  Los  musulmanes  se  dan  á  sí  mismo  el  nombre  de  mumenin  (fieles ,  verdaderos  creyentes). 
Ornar,  cuya  modestia  consideró  harto  soberbio  para  él  el  título  de  califa  (vicario  ó  sucesor  de  su 
profeta  ,  tomó  el  de  emir  el  Mumenin  (Emir  de  los  fieles,  jefe  de  los  creyentes  ,  y  ha  quedado  á  sus 
sucesores. 

(2)  Ahmed  el  Makkari,  Ms.  arab.  de  la  Bibl.  nao.,  n.  758. 

(3)  Abulfeda,  Annal.  Moslem.,  t,  II.  p.  474. 


372  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 


CAPITULO  VIL 

Asturias. — Reinado  de  Fruela  I. — Guerra  contra  los  Vascones  y  Gallegos. — Fundación  de  Oviedo. — 
Muerte  violenta  de  Fruela. — Reinados  de  Aurelio  y  de  Silo.— Sublevación  de  esclavos. — Turbu- 
lencias en  Galicia.— Reinado  de  Mauregato. — Heregía  de  Félix  deUrgel  y  de  Elipando  de  Toledo. — 
Reinado  de  Bermudo  el  Diácono. — Llama  á  su  lado  á  Alfonso  hijo  de  Fruela. — Abdica  en  su  favor 
la, corona. — Sube  al  trono  Alfonso  II. — De  los  primeros  y  fabulosos  reyes  de  Navarra.— De  los 
condes  de  Galicia  y  de  Castilla. — Principio  de  la  Marca  franco-hispana.— Situación  respectiva  de 
los  Árabes  y  cristianos  á  fines  del  reinado  de  Bermudo  el  Diácono. 

Desde  el  año  757  hasta  el  791. 

Hemos  referido  hasta  el  fin  y  caracterizado  lo  mejor  que  nos  ha  sido  dable 
el  reinado  del  primer  emir  independiente  de  Córdoba  ,  y  liémoslo  hecho  en  un 
solo  capítulo ,  sin  mezclar  en  él  la  historia  particular  del  reino  de  Asturias ,  con 
el  cual  por  otra  parte  apenas  se  halló  aquel  en  contacto  durante  este  período 
de  mas  de  treinta  años ,  para  no  aminorar  el  interés  de  acaecimientos  de  tanta 
imporíancia.  Ahora  retrocederemos  para  explicar  hasta  el  punto  á  que  de  nues- 
tro relato  nos  hallamos,  la  historia  del  reino  cuyo  establecimiento  y  vicisitudes 
hemos  dicho  hasta  su  tercer  rey  Alfonso  el  Católico. 

¡Cuan  bella  ocasión  la  de  las  revueltas  que  despedazaban  á  los  musulmanes 
para  haberse  ido  reponiendo  los  cristianos  y  haber  dilatado  ó  consolidado  las  ad- 
quisiciones de  Alfonso,  si  los  príncipes  que  le  sucedieron  hubieran  seguido  con 
firme  planta  la  senda  por  él  trazada  y  abierta  ,  y  si  hubiera  habido  la  debida 
concordia  y  acuerdo  entre  los  defensores  de  una  misma  patria  y  de  una  misma 
fe  !  exclama  el  historiador  Lafuenle  al  dar  principio  á  la  explicación  del  reinado 
de  Fruela.  ¿Pero  porqué  deplorable  fatalidad,  pregunta  el  mismo  autor,  desde  los 
primeros  pasos  hacia  la  grande  obra  de  lareslauracion,  cuando  era  común elinfor- 
tunio  ,  idéntico  el  sentimiento  religioso  ,  las  creencias  las  mismas ,  igual  el  amor 
á  la  independencia ,  la  necesidad  de  la  unión  urgente  y  reconocida  ,  el  interés 
uno  solo ,  y  no  distintos  los  deseos  ¿por  qué  deplorable  fatalidad,  decimos ,  co- 
menzó á  infiltrarse  el  germen  funesto  de  ladiscorclia,  de  la  indisciplina  y  de  la  in- 
docilidad entre  los  primeros  restauradores  de  la  monarquía  hispano-cristiana? 
Por  base  lo  asentamos  ya  en  otro  lugar ,  contéstase  á  sí  propio  el  historiador  ci- 
tado. Era  el  genio  ibero  que  revivia  con  las  mismas  virtudes  y  con  los  mismos 
vicios ,  con  el  mismo  amor  á  la  independencia  y  con  las  mismas  rivalidades  de 
localidad.  Cada  comarca  gustaba  de  pelear  aisladamente  y  de  cuenta  propia  ,  y 
los  reyes  de  Asturias  no  podían  recabar  de  los  Cántabros  y  Vascos  sino  una  de- 
pendencia nominal  ó  forzada  (1). 


(1      Hist.  gen.  deEsp.,  P.  2.a  1.  I,  c.  V. 


CAP.    Vil. — ESPAÑA   ÁRABE.  373 

Así  sucedía  en  efecto  ,  y  como  tendremos  ocasión  de  observarlo  y  deplorar-  A>  (,e' 
lo  mas  de  una  vez  en  el  presente  capítulo  ,  distaba  mucho  de  reinar  entre  los 
cristianos  el  espíritu  de  unión  y  de  concordia  que  habría  debido  animar  á  hom- 
bres que  marchaban  á  la  reconquista  de  una  misma  religión  y  de  una  misma 
patria. 

Gran  oscuridad  envuelve  los  úllimos  años  del  reinado  de  Alfonso  I,  y  no 
sabemos  como  le  fué  dado  su  hijo  por  sucesor.  La  elevación  de  Fruela, 
á  juzgar  por  los  vivos  sentimientos  de  oposición  que  contra  él  estallaron  durante 
su  reinado  ,  parece  no  haber  debido  verificarse  á  gusto  de  todos  ;  quizás  proce- 
dióse á  su  elección  tumultuosamente  ,  á  la  manera  como  se  hacia  con  los  prime- 
ros reyes  godos ,  por  los  principales  militares  compañeros  de  su  padre ,  y  por  lo 
mismo  natural  era  que  se  acarrease  desde  un  principio  la  enemisiad  de  los  mag- 
nates y  prelados. 

Fruela  sucedió,  pues,  á  su  padre  Alfonso  en  757,  que  fué  el  siguiente  en  que  757. 
Abderrahman  I  se  hizo  dueño  de  las  regiones  andaluzas.  Según  lo  que  puede  co- 
legirse de  los  monumentos  de  aquel  tiempo,  era  Fruela  de  corazón  esforzado,  de 
condición  áspeía  y  dura,  de  genio  irritable  en  demasía,  y  poseído,  como  todos  los 
hombres  de  su  época,  de  gran  ardor  religioso,  y  de  odio  profundo  á  los  musul- 
manes. 

Mariana,  y  siguiendo  á  este  historiador  el  mas  moderno  Lafuen te,  atribuyen 
á  Fruela  una  medida  que,  según  el  último,  le  enagenó  gran  parte  del  clero  y  del 
pueblo.  Tal  fué  la  de  prohibir  los  matrimonios  de  los  sacerdotes  y  aun  obligar  á 
los  ya  casados  á  separarse  de  sus  mugeres,  costumbre  antigua  en  España,  dice 
Lafuente,  y  desde  el  tiempo  de  Witiza  muy  recibida  y  generalizada.  A  pesar  de 
los  explícitos  términos  en  que  sientan  el  hecho  los  escritores  citados,  imposible 
nos  es  prestar  al  mismo  eníera  fe  y  por  lo  mismo  presentarlo  á  nuestros  lectores 
como  decididamente  incontestable.  Además  de  lo  singular  que  parece  que  toma- 
ra un  monarca  sobre  sí  la  responsabilidad  de  decidir  sobre  tan  graves  asuntos, 
mayormente  sin  deliberación  ni  consejo  dejas  personas  competentes,  no  halla- 
mos que  el  suceso  se  apoye  en  testimonio  "alguno  que  pueda  llamarse  histórico, 
y  además  le  vemos  contradicho  por  muchos  historiadores,  entre  ellos  por  Masdeu 
y  por  el  mas  moderno  Romey.  No  se  olvide  tampoco  que  no  es  cosa  positiva,  como 
en  su  lugar  hemos  dicho,  sino  que  es  por  el  contrario  muy  y  muy  dudosa  esa  re- 
lajación de  la  disciplina  católica  que  se  supone  haberse  introducido  desde  el  rei- 
nado de  Witiza.  Por  esto  es,  pues,  que  sin  dar  al  hecho  otra  autoridad  que  la  que 
justamente  tienen  los  dos  autores  citados,  nos  limitamos  á  consignarlo  aquí  con 
las  reservas  y  observaciones  expresadas. 

El  rasgo  distintivo  del  carácter  de  Fruela  parece  haber  sido  el  espíritu  guer- 
rero, y,  según  la  crónica  Albeldense,  alcanzó  victorias  (1),  si  bien  no  nos  dice 
contra  quienes.  Según  Sebastian  de  Salamanca,  consiguió  también  repetidos 
triunfos  contra  los  Sarracenos  de  Córdoba  (2),  y  cuenta  que  en  Poníumio  empe- 
ñó una  batalla  con  los  Caldeos  (así  llama  á  los  Árabes),  en  la  que  perecieron  cin- 
cuenta y  cuatro  mil  enemigos,  y  con  ellos  su  duque  á  quien  llama  Ornar,  hijo  de 


(1)    Victorias  egit.  (Chr.  Albeld.,  n.  53.) 

i2)    Victorias  multas  egit  adversum  hostem  cordubensem  (Sebast.  Salm.  Chr,  n.  16). 


374  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Abdei'rahman,  hijo  de  Hixem  (1),  nombre  que  no  hallamos  mencionado  en  nin- 
guna historia  árabe,  las  que  guardan  también  profundo  silencio  acerca  de  este 
combate.  Achaque  solia  ser  de  los  escritores  de  uno  y  otro  pueblo  consignar  sus 
respectivos  triunfos  y  omitir  los  reveses.  Tarea  penosa  para  el  historiador  im- 
parcial, dice  Lafueníe  (2),  la  de  vislumbrar  la  verdad  de  los  hechos  por  entre  la 
escasa  y  escatimada  luz  que  en  época  tan  oscura  suministran  los  parciales  apun- 
tes de  los  escritores  de  uno  y  otro  bando,  secos  y  avaros  de  palabras  los  unos, 
pródigos  de  poesía  los  otros. 

Acerca  del  reinado  de  Fruela  no  se  halla  sino  esíe  corto  testimonio  en  la 
crónica  de  Albelda :  «  Fruela,  hijo  de  Alfonso  (3),  reinó  once  años.  Consiguió 
victorias,  pero  de  costumbres  rudas  y  crueles,  dio  muerte  por  celos  de  la  corona 
á  su  hermano  Yimerano,  después  de  lo  cual,  á  causa  de  su  crueldad,  fué  asesi- 
nado en  Canicas  en  el  año  806  (de  la  era  de  Augusto,  es  decir  en  768  de  la  era 
cristiana).»  Esto  es  lo  único  que  de  Fruela  nos  dice  la  mencionada  crónica.  Se- 
bastian ofrece  mas  detalles,  pero  algunos  de  ellos,  como  los  cincuenta  y  cuatro 
mil  muertos  de  Pontumio,  nos  parecen  cuando  menos  muy  dudosos.  Ambos  cro- 
nistas, empero,  están  acordes  en  hablar  de  los  triunfos  militares  de  Fruela,  y 
sírvense  los  dos  de  las  mismas  palabras:  Victorias  cgit.  El  texto  de  Sebastian 
sobre  esíe  reinado  dice  así :  «Muerto  Alfonso  ,  sucedióte  en  el  gobierno  su  hijo 
Fruela,  hombre  ardiente  y  enérgico  en  las  armas,  y  alcanzó  numerosas  victorias 
contra  el  enemigo  de  Córdoba.  En  el  lugar  llamado  Pontumio  de  la  provincia  de 
Galicia,  empeñó  un  combate  con  los  Caldeos,  en  el  cual  fueron  muertos  cincuen- 
ta y  cuatro  mil  enemigos;  su  joven  general,  llamado  Haumar,  hijo  de  Abderra- 
mhan  ben  Hiscem,  hecho  prisionero  en  el  mismo  campo  de  batalla,  pereció  por  la 
espada.  Sublevados  los  Vascones  contra  él,  los  venció  y  subyugó,  y  habién- 
dose prendado  allí  de  cierta  doncella  llamada  Munia,  hízola  su  esposa  y  tuvo  de 
ella  un  hijo  llamado  Alfonso.  Levantados  contra  él  los  pueblos  de  Galicia,  devastó 
su  territorio,  y  por  fin  mató  por  sus  propias  manos  á  un  hermano  suyo  llamado 
Yimerano,  por  lo  cual,  en  justa  aplicación  de  la  pena  del  talion,  fué  poco  después 
muerto  por  los  suyos  (4).  Reinó  once  años  y  tres  meses,  y  fué  enterrado  con  su 
esposa  Munia  en  Ovetum,  en  el  año  de  la  era  española  806  (768).» 

Además  de  su  hijo,  Lucas  de  Tuy  y  Rodrigo  de  Toledo  dan  á  Fruela  una 
hija  llamada  Jimena,  á  la  que  dicen  madre  de  Bernardo  del  Carpió,  personage 


(1)  In  loco  qui  vocatur  Pontumio  (aliud  Pontrivio)  provincias  Gallaecise  praeliavit,  eosque  ex- 
púgnalos quinquaginta  quatuor  milliaChaldaeoruminterficit:  quorum  ducem  adolescentem,  nomine 
Haumar,  filium  de  Abderraman  Iben  Hiscem,  captum  in  eodem  loco,  gladio  interemit.  (Sebast. 
Salmant  Chr  ,  n  °  16.)— Deest  apud  Berganzam  gladio. 

(2)  Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2."  1.  I,  c  V. 

(3)  Estas  palabras  (Mus  ejus,  id  est  Adefonsi  (Chr.  Albeld,,  in  Florez,  Esp.  Sagr.,  t.  XIII,  p  45<), 
parecen  estar  en  contradicción  con  lo  que  se  dice  en  la  página  anterior.  En  la  lista  de  los  reyes  cris- 
tianos de  Asturias  (Id.,  p.  449;  Chr.  Albeld.,  n.°  47)  leemos: 

Pclagius,  etc. 
Dcinde  íilius  ejus  Fabila. 
Deinde  Adefonsus  gener  Pelagii. 
Post  illum  frater  ejus  Froila. 

(4)  ...yui,  non  post  multum  temporis,  talionem  juste  accipiens,  á  suis  interfectus  est.  (Sebast. 
Salm.,  Chr.,  1.  c.) 


CAP.    Vil. — ESPAÑA  ÁRABE.  375 

fabuloso,  y  convencido  ya  de  tal  (1),   cuyas  inventadas  proezas  han  sido  objeto  a.  de  j.  c 
de  los  cantos  populares  de  los  siglos  xu  y  xin  en  que  se  inventaron. 

La  rebelión  de  los  Vascones  acaecida  en  el  año  tercero  del  reinado  de  Fruela,  761- 
es  decir  por  los  años  de  761,  es  característica  de  este  pueblo.  Los  Vascos  esta- 
blecidos en  los  valles  de  Álava,  de  Guipúzcoa  y  de  la  moderna  Vizcaya,  peleaban 
por  su  independencia  contra  las  preiensiones  que  sobre  ellos  tenían,  á  título  sin 
duda  de  sucesores  de  los  Godos,  los  reyes  cristianos  de  Asturias.  Sus  usos  par- 
ticulares, su  idioma,  sus  costumbres,  su  fisonomía,  todo  distinguía  y  separaba 
á  los  hombres  de  aquella  raza  del  resto  de  la  España  romanizada,  todo  hacia  de 
ellos  un  pueblo  aparte,  habituado  á  gobernarse  por  sí  mismo  bajo  jefes  á  quienes 
llamaba  jaones,  y  no  sometiéndose  á  la  fuerza  sino  precaria  y  condicionalmente. 
Con  pena  sufrían,  pues,  el  yugo  asturiano,  y  sometidos  de  nuevo  después  de  otro 
de  sus  mil  levantamientos,  los  lazos  que  á  los  cristianos  de  Asturias  los  unian  . 
habían  de  ser  flojos  y  desatarse  ó  romperse  á  la  primera  ocasión. 

Reducidos  los  Vascos,  Fruela  hubo  de  combatir  en  el  extremo  opuesto  del 
reino  con  los  Gallegos,  sublevados  contra  él.  El  cronista,  según  hemos  visto,  se 
limita  á  mencionar  el  hecho,  y  entonces  fué  quizás  cuando  se  encontró  con  los 
Árabes  en  Pontumio  y  alcanzó  el  triunfo  que  sin  duda  ha  exagerado  mucho  Sebas- 
tian de  Salamanca.  Algunos  indicios  permiten  fijar  la  expedición  á  Galicia  en  el 
cuarto  ó  quinto  año  de  su  reinado. 

En  este  último  año,  dos  piadosos  varones,  el  abad  Fromistano  y  su  sobrino 
el  presbítero  Máximo,  erigieron  un  templo  en  honor  de  san  Vicente  mártir  en  un 
lugar  cubierio  de  malezas  y  arbustos,  como  á  dos  leguas  de  la  antigua  selva  lla- 
mada por  los  Romanos  Lucus  Asturum  (2).  Este  fué  el  origen  de  Oviedo.  Muchos 
cristianos  refugiados  ó  naturales  de  aquellas  asperezas  desmontaron  el  terreno  al 
rededor  de  la  nueva  iglesia;  la  fertilidad  de  los  campos  inmediatos  favoreció  su 
establecimiento,  y  en  poco  tiempo  se  agruparon  numerosas  viviendas  al  rededor 
de  la  fundación  de  Fromistano  y  de  Máximo.  Fruela  pasó  por  aquel  sitio,  quizás 
al  regresar  de  su  expedición  á  Galicia,  y  complacido  por  la  hermosura  del  país 
y  la  feracidad  del  suelo,  mandó  construir  una  nueva  iglesia  de  mayores  dimen- 
siones bajo  la  advocación  del  Redentor  (3). 

Tal  es  el  origen  positivo  de  la  capital  de  Asturias,  y  en  cuanto  á  su  nombre 
de  Ovetum,  hácesele  derivar  de  su  situación,  casi  central  entre  los  dos  rios  que 
forman  los  límites  extremos  de  Asturias  al  este  y  al  oeste,  el  Ove  (actualmente 
el  Eo)  y  el  Deva.  De  ahí  sin  dudase  llamó  en  un  principio  Ooedevmn  y  después 
por  contracción,  Ovetum.  Esto,  empero,  no  pasa  de  ser  una  etimología  por  mu- 
chos puesta  en  duda,  y  hay  quien  dice  que  la  verdadera  raiz  de  Ovetum  es  el 
nombre  de  la  colina  en  que  se  halla  situada,  llamada  Jovetamm  en  tiempo  de 
los  Romanos. 

Respecto  al  asesinato  de  Vimerano  por  su  hermano  Fruela  como  también  al 


(4)  Véanse  las  notas  de  Mondejar  á  Mariana,  edic.  de  Valencia,  1787,  y  las  de  Sabau,  edic. 
de  Madrid,  1818. 

(2)  Fromistanus  abbas  et  Maximus  presbyter  basilicara  S.  Vicentii  Ievitse  et  martyris  funda- 
verunt  eo  ipso  monte  atque  loco,  quo  paulo  post  á  rege  Froila  condita  fuit  ecclesia  S.  Salvatoris  et 
ci vitas  Ovetensis  (Risco,  Esp.  Sagr.,  t.  XXXVII,  apénd.  VI,  p.  309). 

(3)  Risco,  Esp.  Sagr.,  t.  XXXVII,  ap.  VI. 


376  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

del  mismo  Fruela  por  los  suyos,  á  suis,  según  expresión  del  cronista,  no  tenemos 
mas  noticias  que  las  que  proporcionan  los  dos  monumentos  citados.  Sin  duda  ha- 
bría de  ser  muy  interesante  saber  las  circunstancias  de  ambas  sangrientas  esce- 
nas, y  estar  iniciado  en  las  pasiones ,  en  los  intereses ,  en  los  móviles  que  á 
sus  actores  animaron,  pero  es  preciso  resignarse  á  esta  completa  ignorancia, 
careciendo  como  carecemos  de  los  elementos  necesarios  para  hacer  revivir  á 
nuestra  visía  los  personages  de  aquellos  siglos  en  que  se  escribían  muchas  cró- 
nicas, pero  ninguna  memoria,  en  que  se  anotaban  los  hechos  y  se  nombraban  los 
hombres,  pero  sin  caracterizarlos  ni  pintarlos.  No  nos  quedan  de  aquel  tiempo 
armas,  inscripciones,  medallas,  joyas,  cuadros  ni  esculturas,  ni  siquiera  existe 
una  crónica  que  pueda  llamarse  propiamente  contemporánea;  y  por  esto  es  que 
se  experimenta  tan  intensa  alegría  cuando  después  de  revolver  y  mirar  por  mu- 
cho tiempo  estas  efigies  medio  borradas,  buscado  y  comparado  con  indecible  es- 
fuerzo aquellos  rasgos  vagos  y  fugitivos  de  una  época  sepultada  ya  bajo  el  polvo 
de  los  siglos,  se  llega  de  pronto  á  formarse  en  el  ánimo  una  viva  representación 
de  ella,  y  á  evocar  de  las  frías  cenizas  y  de  las  ruinas  de  lo  pasado  una  imagen 
de  lo  que  fué. 

Muerto  Fruela,  su  hijo  Alfonso  no  fué  llamado  por  los  magnates  asturianos  á 
sucederá  su  padre,  ya  por  odio  á  su  estirpe,  ya  por  su  extremadamocedad.  Como 
hemos  dicho,  el  poder  real  no  habia  sido  dado  entonces  á  una  familia ,  y  los  nie- 
tos de  Pelayo,  lejos  de  ceñir  la  corona,  murieron  todos  en  la  oscuridad. — «Nin- 
guno de  los  hijos  de  Favila,  dice  Florez,  le  sucedió  en  el  poder,  que  no  estaba 
aquel  pequeño  estado  para  colocar  corona  y  cetro  donde  faltaban  cabeza  y  mano. 
Entonces,  añade,  no  habia  ley  de  sucesión  hereditaria,  y  en  tanto  subsistían  en 
este  punto  los  principios  de  gobierno  de  los  Godos,  que  si  se  admitía  por  sobera- 
no al  hijo  del  monarca,  era  por  elección  y  no  de  otra  manera  (1).»  Si  después  de 
un  prolongado  reinado,  un  soberano  entendido  y  amado  dejaba  un  hijo  en  edad 
de  gobernar,  era  por  lo  regular  elegido  como  homenage  á  la  buena  memoria  de 
su  padre.  A  veces  le  asociaba  este  á  su  poder  durante  su  vida,  con  el  consenti- 
miento de  los  grandes  de  la  nación,  y  le  aseguraba  así  el  rango  supremo  ;  pero 
esto  no  constituía  el  derecho  monárquico  hereditario  como  se  ha  definido  des- 
pués. El  período  godo  nos  ha  ofrecido  repetidos  ejemplos  de  semejantes  asocia- 
ciones, y  así  fué  transmitido  el  reino  por  Ghindasvinto  á  Recesvinto,  por  Leovi- 
gildo  á  Recaredo,  y  finalmente  por  Egica  á  Witiza.  Acaecida  pues  la  muerte  de 
Fruela,  los  grandes  asturianos  nombraron  rey  á  uno  de  los  principales  conjara- 


(1)  Florez,  Reinas  católicas,  t.  I.  Ignórase  lo  que  fué  de  los  hijos  de  Favila,  pero  se  encuentra 
huella  de  una  de  sus  hijas  en  un  antiguo  cartulario,  cuya  autenticidad  no  es  positiva.  Según  el  Me- 
nologio  Cisterciense  (Genealogía  B.  Othonis  Frisingensis  ecclesise  pra;sulis),  la  segunda  esposa  de 
Cario  Magno,  Hildcgarda,  tenia  por  abuela  á  una  hija  de  Favila  y  por  consiguiente  á  Pelayo  por  bis- 
abuelo. «Gonzo,  vel  Gozo,  Suevorum  primus  dux,  ex  Yona,  filia  Liderici,  rectoris  Flandrúe ,  genuit 
Lantfredum  et  Odam,  qusc  nuptui  tradita  Amoldo,  duci  Austriae  Mossellanica;.  Lantfredus,  ex  Gar- 
silla  filia  Gotobaldi,  ducis  Bavarin),  genuit  Luytfridum.  Luytíridus,  ex  Favinia,  filia  Favílljj,  regís 

Hispaniarum,  suscepit  liberos  virilis  sexus  sex,  Godefridum, etc.  Godeíridus,  dux  Suevorum, 

ex  S;mva,  tilia  Desiderii,  regis  Longobardorum,  genuit  Emericum et  Hildegardam,  quse  locata 

fui t  Carolo  Magno  imperatori.»  (Chrysost.  Henr.,  in  Menelogio  Cisterc,  ed.  Antuerpias,  ann.  4li30, 
sub  die  7  scpt.,  p.  302.)— Por  que  clase  de  negociaciones  y  de  medios,  donde  y  como  se  casó  Fa- 
vinia con  Luitfrido,  ignórase  completamente. 


CAP.    VII. — ESPAÑA  ÁRABE.  377 

dos,  á  Aurelio,  hijo  de  otro  Fruela,  hermano  de  Alfonso  el  Católico  (1).  Ignórase  a.  de  j.c, 
si  el  joven  Alfonso  permaneció  en  un  principio  en  Canicas,  ó  si  hubo  de  buscar 
un  asilo  en  Álava,  patria  de  su  madre;  pero  se  cree,  y  es  lomas  probable,  que 
pasó  los  primeros  años  de  su  vida  (á  lo  mas  podia  contar  siete  años  al  morir  su 
padre,  en  768)  en  el  monasterio  de  Sammanos,  hoy  Samos  en  Galicia:  á  lo  menos 
así  se  dice  en  una  carta  de  Ordoño,  conservada  en  dicho  monasterio  (2).  Aurelio 
reinó  seis  años,  desde  768  hasta  774,  y  estuvo  en  paz  con  los  Árabes,  despre- 
ciando la  ocasión  que  se  le  ofrecía  para  combatirlos  con  ventaja,  ocupadas  co- 
mo estaban  sus  fuerzas  en  sus  divisiones  y  luchas  intestinas  (3).  Tuvo  no  obs- 
tante que  reprimir  en  su  propio  reino  una  insurrección  de  esclavos,  cuyo  verda- 
dero carácter  no  se  halla  en  parte  alguna  suíicientemenie  definido  (4).  Creen  los 
mas  que  aquellos  servi  ó  libertini  serian  los  cautivos  que  Alfonso  eí  Católico  ha- 
bía recogido  en  sus  expediciones  por  las  tierras  sarracenas ,  distribuidos  entre 
sus  compañeros  de  armas,  y  á  quienes  es  probable  que  se  diesen  tierras  para  que 
las  cultivaran  en  beneficio  de  sus  señores.  Aurelio  sofocó  su  intentona  con  gran- 
de habilidad  (industria),  lo  que  hace  creer  que  no  emplearia  únicamente  íafuerza 
para  volverlos  á  su  servidumbre  primera,  y  que  su  sumisión  fué  quizás  conse- 
cuencia de  algunas  concesiones.  La  paz  en  que  vivió  Aurelio  con  los  musulmanes 
fué  causa  de  que  condescendiera,  según  dice  Lafuente  (5),  en  que  algunas  don- 
cellas cristianas  de  linaje  noble  se  casaran  con  Sarracenos,  lo  que  acaso  dio  orí- 
gen  á  la  famosa  fábula  inventada  cerca  de  cinco  siglos  después  del  tributo  de  las 
cien  doncellas  (6).  Durante  este  reinado,  Silo  futuro  rey,  dice  la  crónica  Albel- 
dense,  tomó  por  esposa  á  Adosinda,  hermana  del  rey  Fruela,  con  la  cual  obtuvo 
después  el  reino  (7).  Aurelio  falleció  de  muerte  natural  en  Cangas  después  de 
seis  años  de  pacífico  reinado  (8),  y  fué  enterrado  en  la  iglesia  de  S.  Martin  en  el 
valle  de  Langreo,  en  el  año  774.  774, 

A  Aurelio  sucedió  Silo,  estando  acordes  los  dos  cronistas  en  atribuir  á  su 
enlace  con  Adosinda,  hija  de  Alfonso  I.  la  causa  de  su  elevación  ai  trono. 
A  lo  que  parece ,  era  Adosinda  muger   de  carácter  enérgico  y  varonil,  y  las 


(1)  Aurelius,  filius  Froylani  fratris  Adefonsi,  successit  in  regnum.  (Sebast.  Salm.  Chr.,  n.  47.) 

(2)  Postea  vero  proavus  meus  jam  supradictus  Dominus  Adefonsus  adhuc  in  pueritia  remo- 
ravit  ibidem  in  Sammanos,  et  in  alium  iocellum,  quoddicunt  Sobregum,  in  ripa  Laura  cum  fratres 
multo  temporein  tempore  persecutionis  ejus.  (Florez,  Esp.  Sagr.  t.  XIV,  Apénd.  3,  p.  369.) 

(3)  Iste  cum  Ismaelitis  pacem  habuit  (Sebast.  Salmant.  Chr.  n.  48). 

(4)  La  crónica  Albeldense  dice  (n.°  54):  «Eo  regnante  servi,  dominis  suis  contradicen  tes, 
ejus  industria  capti  in  pristina  sunt  servitute  reducti.»  Y  Sebast.  (n.  47):  «Cujus  tempore  libertini 
contra  proprios  dóminos  arma  sumentes  tyrannica  surrexerunt.»  A  lo  que  añade  casi  en  los  mis- 
mos términos  que  el  Albeldense  :  «Sed  principis  industria  superati,  in  servitutem  pristinam  sunt 
omnes  reducti.» 

(5)  Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a  1. 1,  c.  V. 

(6)  Mariana,  que  en  los  capítulos  anteriores  á  aquel  en  que  cuenta  el  reinado  de  Fruela  ha  dado 
cabida  acerca  de  Cario  Magno  y  de  Bernardo  del  Carpió  á  tantos  hechos  fabulosos  como  de  ellos  se 
cuentan,  acoge  también  y  aplica  á  Aurelio  lo  del  tributo  de  las  cien  doncellas.  '-La  loa,  dice,  que  por 
esta  causa  ganó  (la  de  haber  sujetado  á  los  esclavos)  la  oscureció  del  todo  y  amancilló  con  un  asien- 
to muy  feo  que  hizo  con  los  Moros,  en  que  se  obligó  de  darles  cada  un  año  cierto  número  de  donce- 
llas nobles  como  por  parias.»  (Hist.  de  Esp.,  1.  VIí,  c.  VI.)  La  invención  de  este  supuesto  tributo  está 
ya  hoy  tan  desautorizada  que  no  hemos  de  detenernos  siquiera  en  su  impugnación. 

(7)  Suo  tempore  Silofuturus  rex  Adosindam  Froilee  regis  sororem  coDjugem  accepit :  cum  qua 
postea  regnum  obtinuit.  (Chr.  Albeld.  n.  54.) 

(8)  Sebast.  Salmant.  Chr.,  n.  47;  Chr.  Albeld.  n.  54. 

TOMO  il.  58 


378  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

dos  crónicas  citadas  no  son  las  únicas  que  dan  á  entender  haber  sido  la  reina 
una  muger  no  vulgar  :  otros  dos  contemporáneos  muy  dignos  de  fe  lo  manifiestan 
con  iguales  fórmulas  de  respeto,  en  cierta  manera  implícito  (1),  pues  para  honra 
de  aquellos  tiempos,  ha  de  decirse  que  no  hay  ni  sombra  de  servilismo  en  los 
elogios  que  aquellos  monges  y  obispos  tributaban  ó  sus  superiores  gerárquicos. 
Como  su  antecesor,  vivió  Silo  en  paz  con  los  musulmanes ,  á  causa  de  su  madre, 
dice  la  crónica  Albeldense  (2),  sin  añadir  olra  palabra.  Ignórase  quien  fuese  la 
madre  de  Silo  y  que  influencia  podia  ejercer  en  la  conservación  de  la  paz  entre 
árabes  y  cristianos,  mas  Ferreras  conjetura  que  períeneceria  auna  ilustre  familia 
musulmana  y  qué  de  ahí  dimanaría  el  influjo  singular  de  aquella  muger,  á  quien 
el  cronista  atribuye  la  paz  que  reinó  entre  árabes  y  cristianos  durante  el  reinado 
de  Silo.  Los  Gallegos,  siempre  rebeldes  al  yugo,  se  sublevaron  otra  vez,  y  Silo 
los  venció  en  el  monte  Ciperio,  hoy  Cebrero,  y  volvieron  á  entrar  bajo  su  domi- 
nación. Es  probable  que  los  reyes  de  Asturias  tenian  ya  entonces  en  Galicia,  lo 
mismo  que  en  las  demás  provincias  de  sus  estados,  gobernadores  en  su  nombre 
con  el  lííulo  de  condes.  Andando  el  tiempo,  muchos  se  declararon  independientes; 
en  la  época  en  que  nos  encontramos,  su  nombre  permanece  oculto  todavía  éntre- 
las tinieblas  de  lo  desconocido. 

Desde  el  principio  de  su  reinado,  fijó  Silo  su  residencia  en  Pravia  (3),  pe- 
queña villa  de  Asturias,  situada á  la  izquierda  del  Nalon,  después  de  su  confluen- 
cia con  el  Narcea.  Allí  fundó  el  monasterio  y  la  iglesia  de  San  Juan  Evangelista, 
según  lo  manifiesta  la  singular  inscripción  que  damos  en  la  nota,  no  solo  como 
documento  histórico,  sino  como  muestra  del  gusto  de  la  época.  Silo  princeps  fe- 
cit,  dice  esta  inscripción,  y  lo  dice,  según  Morales,  de  mas  de  trescientas  maneras 
distintas,  pues  es  legible  en  todos  sentidos  y  direcciones  (4).  Después  de  un  rei- 


<4)    Etheriiet  Beati  Episcop.  ad  Elipand.,  Esp.  Sagr.,  t.  V,  p.  359. 

(2)  CumSpania,  ob  causara  matris,  pacem  habuit.  (Chr.  Albeld,,  1.  c.) 

(3)  Iste  dum  regnum  accepit,  in  Pravia  solium  firmavit.  (Cbr.  Albeld.,  n.  55.) 

(4)  Doscientas  ochenta  y  cinco  letras,  dispuestas  en  quince  líneas,  forman  este  singular  entre- 
tenimiento. 


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CAP.    YH.— ESPAÑA   ÁRABE.  379 

nado  bástanle  tranquilo  de  nueve  años,  Silo  murió  sin  sucesión  en  Pravia,  donde 
fué  sepultado,  en  el  año  783.  783 

Mauregato  viene  en  pos  de  él  en  la  lisia  de  los  primeros  reyes  asturianos. 
La  tradición  refiere  lo  siguiente  acerca  de  su  advenimiento  al  trono :  en  783, 
luego  de  fallecido  Silo,  su  viuda  Adosinda  hace  proclamar  rey  por  los  grandes 
de  palacio,  á  la  manera  de  los  Godos,  al  joven  hijo  de  Fruela,  Alfonso,  que  con- 
taba ya  entonces  edad  bastante  para  empuñar  el  cetro;  los  caudillos  militares  y 
civiles  que  habían  contribuido  ó  aprobado  la  muerte  de  su  padre,  se  oponen  a 
esta  elección;  Mauregato,  hijo  bastardo  del  primer  Alfonso,  á  quien  habia  tenido 
de  una  esclava  mora  de  aquellas  que  él  en  sus  excursiones  habia  llevado  á  Astu- 
rias, pénese  al  frente  de  los  descontentos,  y  es  aclamado  rey.  Hay  quien  dice  que 
el  bastardo  Mauregato,  que  por  su  madre  se  hallaba  en  relaciones  con  los  con- 
quistadores, reclamó  el  auxilio  de  Abderramhan,  emir  de  Córdoba,  el  cual  le 
acudió  con  un  ejército  musulmán  para  ayudarle  á  derribar  del  trono  á  su  sobri- 
no, y  que  á  esto  debió  apoderarse  del  reino.  Acerca  de  las  causas  que  produje- 
ron la  elección  de  Mauregato,  y  del  modo  como  se  verificó,  nada  hallamos  de  po- 
sitivo en  los  monumentos  de  la  época,  pero  es  indudable  que,  sobre  no  estar 
justificado  este  llamamiento  á  los  Árabes,  bastaba  el  recelo  de  los  que  habían 
tenido  parte  en  la  muerte  de  Fruela  para  que  vieran  de  mal  ojo  el  poder  real  en 
manos  de  su  hijo,  cuya  venganza  temían,  y  para  que  ayudaran  con  todas  sus 
fuerzas  á  arrebatarle  la  corona. 

Han  dado  á  este  reinado  cierta  celebridad  las  fábulas  con  que  fué  exornado 
en  tiempos  posteriores.  Entre  ellas  es  lamas  vulgar  y  conocida  la  del  famoso  tri- 
buto de  cien  doncellas  cristianas  al  emir  de  Córdoba,  grosera  invención  que  no 
ha  de  ser  siquiera  refutada  por  su  inverosimilitud  y  ninguna  clase  de  fundamen- 
to. Aparece  por  primera  vez  en  el  relato  de  un  historiador  que  escribió  mas  de 
cuatrocientos  años  después  de  la  muerte  de  Mauregato  (1)  ,  y  Mariana,  sin  te- 
ner presente  que  en  el  capítulo  VI  (lib.  Vil)  habia  aplicado  lo  del  infame  tri- 
buto al  rey  Aurelio,  no  vacila  en  aplicarlo  también  en  el  capítulo  VII  á  Maurega- 
to. No  consta  empero  por  ningún  documento  auténtico,  ni  por  ningún  escritor  de 
aquellos  tiempos,  diremos  conSabau,  andador  de  la  obra  del  ilustrado  jesuíta,  que 
este  príncipe  pidiese  socorro  á  los  Moros  ni  que  hiciese  el  concierto  vergonzoso 
de  darles  las  cien  doncellas:  y  así  debe  refutarse  por  una  fábula  inventada  para 
denigrar  la  fama  de  nuestros  reyes,  y  recibida  y  propagada  inconsideradamente 
por  nuestros  historiadores. 

Dejando  esto  aparte ,  pues  mas  extensas  reflexiones  no  merece,  hemos  bus- 
cado en  vano  algunas  particularidades  acerca  de  los  hechos  y  del  carácter  propio 
del  reinado  de  Mauregato  ,  pero  de  los  dos  únicos  monumentos  cuyo  testimonio 
es  de  algún  peso  en  estos  oscuros  tiempos,  el  uno  se  limita  á  mencionar  este  rei- 
nado y  á  señalar  su  duración  (2),  y  aunque  el  otro  mas  explícito,  le  consagra  al- 
gunas líneas,  no  nos  dice  lo  que  sobre  todo  quisiéramos  saber,  esto  es,  el  estado 
social ,  las  costumbres  ,  las  ideas  ,   el  modo  de  vivir  de  los  Asturianos  ,  y  la  in- 


A.  de  J.  C. 


(4)    Roder.  Tolet.  Rer.  Hispan.  Gest.,  lib.  IV,  c.  7,  in  Nebriensis,  fol.  XXXII. 
(2)    Maurecatus  regn.  ann.  V.   (Chr.  Abeld.,  n.  56).— En  el  Códice  de  la  Abadía  de  San  Millan 
léese  además:  «Tyrannice  accepto  regno.» 


380  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  fluencia  que  sobre  todo  ejerció  el  hijo  ilegítimo  de  Alfonso  ,  una  vez  hecho  rey. — 
«  Muerto  Silo  ,  dice  Sebastian  de  Salamanca  ,  la  reina  Adosinda  ,  de  acuerdo  con 
los  magnates  de  palacio  ;  elevó  al  trono  á  Alfonso  ,  hijo  de  su  hermano  el  rey 
Fruela  ;  pero  su  tio  Mauregato ,  hijo  de  Alfonso  el  Mayor  ,  si  bien  nacido  de  una 
esclava  ,  le  despojó  por  sorpresa  de  la  soberanía  ,  y  le  obligó  á  buscar  asilo  en 
el  país  de  Álava  ,  entre  los  parientes  de  su  madre.  De  esta  manera  conquistó 
fraudulentamente  Mauregato  la  corona  que  ciñó  por  espacio  de  seis  años.  Murió 
de  muerte  natural ,  y  fué  sepultado  en  Pravia  en  la  iglesia  de  San  Juan  Apóstol, 
en  el  año  DCCCXXVÍÍ  (789)  (1).» 

Sábese  sin  embargo  que  durante  este  reinado  apareció  en  Asturias  una  he- 
regía  que  no  era  en  el  fondo  otra  cosa  que  una  especie  de  nestorianismo  disfra- 
zado ,  la  cual  tuvo  su  origen  en  dos  obispos  españoles,  interrogado  entre  otras 
cosas  Félix,  obispo  deürgel,  por  su  amigo  Elipando,  metropolitano  de  Toledo  , 
acerca  de  si  Jesucristo,  bajo  el  aspecto  de  su  naturaleza  humana,  era  hijo  verda- 
dero ú  adoptivode  Dios,  contestó:  «Hijo  adoptivo  (2). «Elipando  abrazó  con  ardor 
esta  doctrina  y  la  propagó  entre  los  cristianos  de  Asturias  y  Galicia  ,  contribu- 
yendo á  que  fuese  adoptada  por  muchos  la  reputación  de  santidad  de  que  Eli- 
pando disfrutaba.  Tres  eclesiásticos ,  Jonás ,  Eterio  ,  y  Beato  ,  cuyos  escritos 
poseemos,  salieron  á  combatirla  (3).  Jonás  era  diácono  ,  Eterio  obispo  de  Osma, 
residente  en  Asturias ,  y  el  tercero  tnonge  y  abad  del  monasterio  de  San  Martin 
de  Lievana.  Elipando ,  aunque  prelado  de  una  ciudad  sometida  á  los  musulma- 
nes ,  reivindica  en  cierto  modo  en  sus  cartas  su  título  de  metropolitano,  y  se  ad- 
mira de  que  pueda  acusarse  de  error  al  obispo  de  la  sede  de  Toledo ,  que  nunca 
habia  predicado  cosa  alguna  contraria  á  los  dogmas  verdaderos  (4).  Cierto  Fi- 
delio se  hallaba  en  relaciones  con  Elipando,  y  era  el  celoso  propagador  de  su  doc- 
trina en  Asturias  (5). 

Elipando  adoptó  quizás  esta  doctrina  para  oponerla  á  la  definición  que  ha- 
cen los  musulmanes  de  Dios  :  Dios  es  único  ,  Dios  es  eterno  ;  no  es  padre  ni  es 
hijo  ,  y  no  tiene  semejante,  formulada  sin  duda  alguna  con  objeto  de  confundir 
á  los  muschrikun  ,  trinitarios  ó  politeistas  ,  como  llamaban  ellos  á  los  cristianos. 
Así  pues  ,  el  arrianismo  reaparecía  bajo  una  nueva  forma  ,  en  cuanto  la  doctrina 
de  Félix  de  Urgel  no  era  otra  cosa  en  el  fondo  sino  la  doctrina  de  Arrio  en  es- 
tado mas  místico  ,  y  por  esto,  además  de  ser  rebatida  victoriosamente  por  los  es- 
critores citados,  fué  anatematizada  en  los  concilios  celebrados  en  Narbona  yFranc- 
fort  durante  el  reinado  de  Cario  Magno. 

Mauregato  ,  según  nos  ha  dicho  Sebastian  de  Salamanca ,  falleció  de  muerte 
789     natural  en  Pravia  en  789  ,  y  sucedióle  en  el  trono  Veremundo  ó  Beremundo  (6) 
(  nombre  convertido  después  en  Bermudo ),  hermano  de  Aurelio  ,  é  hijo  por  con- 
siguiente de  aquel  otro  Fruela  ,  hermano  de  Alfonso  el   Católico,  que  hizo  con 


(1)  Sabast.  Falm.  Chr.,  n    49. 

(2)  Eginh.  Annal.,  ad  ann.  792. 

(3)  Jonás  Aurel.,  Bibl.  Patr.,  t.  XIV,  p.   168;— Ether.  et  Beat.  ad.  Elip.  Epist.,  Florez,  Esp. 
Sagr.,  t  V. 

(4)  Elip.  Epístj.  II   ad  Fidel.;  Florez  1.  c. 

(ti)  Véanse  acerca  de  esta  curiosa  cuestión  los  documentos  originales  en  Florez,  1.  c. 

6)  Veremundus  sobrinus  Adefonsi  majoris,  filius  videcet  Froilani  fratris  sui  iSebast.   Salm. 

Chr.,  n.  20). 


CAP.    Vil.  —ESPAÑA   ÁRABE.  381 

él  sus  primeras  campañas  contra  los  Sarracenos  en  742.  Fué  elegido  Bermudo,  k- de  J- c 
dice  Sebastian  de  Salamanca  (1) ;  luego  la  monarquía  continuaba  aun  siendo 
electiva.  Bermudo  era  diácono  ,  y  así  por  primera  vez  en  este  punto  se  conculca- 
ron las  leyes  godas  que  inhabilitaban  para  el  ejercicio  del  poder  real  á  los  que 
hubiesen  recibido  la  tonsura.  Aunque  diácono ,  estaba  casado  con  Nunila  (2),  de 
quien  tuvo  dos  hijos  Ramiro  y  García,  si  bien  creen  algunos  que  la  mención  que 
de  dichos  hijos  se  hace  en  la  crónica  de  Sebastian  de  Salamanca  ,  pudo  ser  inter- 
polada por  Pelayo  de  Oviedo  ,  gran  corruptor  ,  según  le  llama  Bomey  ,  de  ios 
antiguos  monumentos  de  la  historia  de  España  ,  y  se  fundan  al  pensarlo  así  en 
que  no  se  habla  de  tales  hijos  en  la  mayor  parte  de  las  copias  que  ele  la  crónica 
de  Sebastian  han  quedado. 

Era  Bermudo  hombre  generoso  y  magnánimo  (3)  ,  y  mas  ilustrado  de  lo 
que  la  índole  de  aquellos  tiempos  comunmente  permitía.  Llamó  á  su  lado  y  con- 
firió el  mando  de  las  milicias  cristianas  al  hijo  de  Fruela,  que  estaba  en  cierto 
modo  destinado  para  la  corona  ,  y  luego  que  el  joven  Alfonso  húbose  captado 
las  voluntades  prevenidas  contra  él ,  asocióle  á  su  poder  que  abdicó  por  fin  com- 
pletamente en  su  favor.  Este  acto  del  todo  espontáneo  por  su  parte  fué  motivado, 
según  el  testimonio  de  Sebastian,  por  el  recuerdo  de  los  deberes  que  le  imponía 
el  orden  sagrado  de  que  se  hallaba  revestido  (4).  Volvió,  pues,  noblemente  á  sus 
funciones  de  diácono  después  de  haber  sido  rey  ,  contento  por  dejar  en  el  trono 
á  Alfonso,  que  entonces  contaba  veinte  y  siete  años ,  hacia  el  cual  habia  conce- 
bido, á  lo  que  parece,  muy  viva  amistad.  La  abdicación  de  Bermudo  en  favor  de 
Alfonso  verificóse  en  el  año  DGCGXX1X  de  la  era  española  ,  es  decir  en  791.  El  m- 
marqués  de  Mondejar,  en  vista  de  un  privilegio  inédito  de  la  iglesia  de  San  Vi- 
cente de  Oviedo  ,  fija  el  advenimiento  del  nuevo  rey  en  14  de  setiembre  del  año 
antes  dicho  (5),  Bermudo  vivió  muchos  años  después  de  su  abdicación  ,  sin  que 
ni  en  un  punto  se  turbara  la  buena  armonía  entre  él  y  su  sucesor  (6).  Acabó  su 
vida  en  paz ,  ignórase  en  que  año  (7). 

Los  ocho  monarcas  que  reinaron  en  Asturias  desde  el  principio  del  renaci- 
miento cristiano  en  aquellas  montañas  hasta  el  año  791 ,  no  tuvieron  residencia 
fija  ,  y  como  hemos  visto  habitaron  unas  veces  en  Cangas  y  otras  en  Pravia, 
resultando  del  estudio  de  los  monumentos  originales  que  ninguno  residió  en 
Ovetum,  aun  cuando  lo  contrario  diga  el  P.  Mariana.  El  primero  que  trasladará 
la  corte  á  Oviedo  será  Alfonso,  sucesor  de  Bermudo  (8),  y  es  probable  que  no  lo 
verificara  hasta  algunos  años  después  de  ceñir  la  corona. 


(4)    In  regno  eligitur  (Sebast.  Salm.,  Chr.,  n.  20). 

(2)  Risco,  Esp.  Sagr.,  c.  XXXVII ,  p.  1 25. 

(3)  Vir  magnanimus  fuit,  dice  Sebastian  de  Salamanca;  y  el  anónimo  de  Albelda,  añade:  Iste 
per  ann  III,  clemens  adfuit  et  pius. 

(4)  Sponte  regnum  dimisit,  reminiscens  ordinem  sibi  impositum  diaconi  (Sebast.  Salm.  Chr  , 
n.  20). — La  crónica  Albeldense  dice  también:  voluntarle  regnum  dimisit  ;n  57  . 

(5)  Este  pasage,  que  el  autor  ha  traducido,  dice  así:  oEn  la  era  829  fué  elevado  al  trono  el  gran 
Alfonso  el  1 8  dia  de  las  calendas  de  octubre,»  es  decir  el  14  de  setiembre  de  791.  (Véase  á  Mon- 
dejar, Advertencias  á  la  Historia  de  Mariana  ,  adven.  124,  pág,  62,  y  Risco,  Esp.  Sagr. ,  t.  37,  p.  132.) 

(6)  Et  cum  eo  pluribus  annis  clarissime  vixit  ^abast,  Salm.  Chr.,  n.  20). 

(7)  Sebastian  de  Salamanca  termina  lo  que  de  él  nos  dice  con  estas  solas  palabras:  Vitam  in 
pac»  finivit. 

(8)  Iste  prius  solium  regni  Oveti  firmavit  Sebast.  Salm.  Chr.,  n,  21). 


382  HISTORIA    GENERAL   DE    ESPAÑA. 

Dirijamos  ahora  una  mirada  general  á  la  España  cristiana  ,  y  veamos  su 
estado  al  finalizar  el  reinado  de  Bermudoel  Diácono. 

Los  pueblos. que  en  un  extremo  del  Pirineo  empezaban  á  llamarse  Navarros 
ocupaban  las  tierras  medias  de  aquellos  montes  que  se  extienden  por  ambas  ver- 
tientes. Eran  de  raza  vasca  y  hablaban  la  lengua  euskara  ,  y  su  posición  entre 
los  Árabes ,  los  Francos  y  los  Asíurianos  los  llevó  á  singulares  alternativas 
de  sumisión  ,  alianza  y  guerra  con  estas  diferenles  naciones.  En  los  primeros 
tiempos  de  la  conquista  ,  gobernáronse  independientes  como  mejor  pudieron, 
á  lo  que  parece  ,  bajo  jetones  de  su  elección  ;  mas  tarde  recibieron  condes  de 
institución  franca  ó  asturiana.  Animados  del  mismo  espíritu  de  religión  é  in- 
dependencia que  los  Asturianos ,  alzábanse  contra  los  musulmanes ,  pero  ofen- 
díales y  esquivaban  depender  de  otros  hombres,  aunque  fuesen  cristianos  y  es- 
pañoles como  ellos,  mostrando  la  antigua  tendencia  al  aislamiento  y  la  repugnan- 
cia á  la  unidad  heredadas  délos  pobladores  primitivos.  Si  preferían  su  indepen- 
dencia al  gobierno  de  los  reyes  de  Asturias,  ¿cómo  habían  de  sufrir  la  dominación 
de  los  Francos  de  Aquitania  sus  vecinos,  siendo  extrangeros  ,  por  mas  que  fue- 
sen también  cristianos?  Así  es  que  si  la  necesidad  los  obligaba  á  veces  á  aceptar 
la  alianza  ó  á  tolerar  el  dominio  de  los  monarcas  francos  para  libertarse  de  los 
Sarracenos ,  nunca  aquella  alianza  fué  sincera  ,  nunca  dejaron  de  romperla  tan 
pronto  como  les  fué  dable.  En  cambio  se  aliaban  otras  veces  con  los  Árabes 
para  librarse  de  los  Francos  ,  y  en  esta  alternada  lucha,  dice  Lafuenle  (1) ,  en- 
cajonados entre  dos  pueblos  que  aspiraban  á  dominarlos,  no  sabemos  á  cual  mos- 
traban mas  antipatía  ,  si  al  uno  por  ser  mahometano ,  ó  al  otro  por  ser  extran- 
jero. 

Hasta  fines  del  siglo  ix  no  aparece  un  jefe  ó  caudillo  de  los  Navarros  cuya 
existencia  esté  históricamente  demostrada  ,  pero  esto  no  ha  impedido  á  ciertos 
historiadores  inventar  ó  admitir  toda  una  serie  de  reyes ,  y  hablarnos  del  origen 
del  reino  de  Navarra  aun  antes  de  que  se  hubiese  formado  el  de  Asturias.  Gari- 
bay,  Morales  ,  Mariana  y  otros  empiezan  el  catálogo  de  los  reyes  de  Navarra  con 
cierto  Garci  Ximenez,  señor  de  Amezcua  y  Abarzuza,  nombrado,  á  lo  que  dicen, 
en  716  ó  718.  A  es  le,  que  se  hallaba  casado  con  Iñiga,  y  á  quien  atribuyen  un 
reinado  de  cuarenta  y  dos  años ,  hacen  suceder  su  hijo  Garci  Iñiguez  ,  que 
reinó  cuarenta  y  cuatro  años  y  dejó  un  hijo  llamado  Fortun.  Este,  apellidado 
Garcés,  empezó  á  reinar  en  el  año  802,  tuvo  por  esposa  á  Teudia,  hija  ele  Galin- 
do,  conde  de  Aragón  ;  de  ella  nacióle  Sancho  Garcés ,  y  murió  en  816  después 
de  trece  años  de  reinado.  Sancho  Garcés  sucedió  á  su  padre,  y  muerto  en  832, 
tuvo  por  sucesor  á  su  hijo  Gimeno  Iñiguez. 

Obsérvese  que  desde  716  estos  reyes  fabulosos  de  Navarra  tienen  ya  nom- 
bres españoles ,  como  si  hubiesen  sido  de  un  uso  común  en  aquella  época.  La 
sucesión  está  admirablemente  combinada  y  nada  hallaríamos  que  decir  á  ella 
sino  constase  que  no  existia  en  716  un  reino  de  Navarra  regularmente  consti- 
tuido (2). 


(1)  Hist,,  gen   do  Esp.,  P.  2."  1. 1,  c.  IX. 

(2)  En  apoyo  de  la  existencia  de  estos  reyes,  cftanse  entre  otras  cosas  las  inscripciones  sepul- 
crales conservadas  en  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña;  pero  se  ha  demostrado  hasta  la  ev¡- 


CAP.    VII.— ESPAÑA   ÁRABE.  383 

Así  ha  de  concluirse  en  vista  del  testimonio  unánime  de  los  mas  incontes- 
tables documentos.  Remontándonos  tan  alto  como  nos  es  posible  hacerlo  en  este 
punto,  hallamos  primeramente  al  continuador  de  la  crónica  Bicíarense  que  escri- 
bía en  724 ,  y  que  nada  nos  dice  de  la  fundación  del  reino  de  Navarra  en  716. 
Isidoro  de  Beja,  que  acabó  de  escribir  en  734,  tampoco  nos  habla  de  este  hecho, 
y  Sebastian  de  Salamanca,  muy  posterior,  como  sabemos,  pues  no  empezó  á  es- 
cribir su  crónica  hasta  886,  no  solo  no  nombra  á  ningún  soberano  de  Navarra, 
sino  que  al  mencionarla  lo  hace  siempre  como  con  una  provincia  sujeta  á  los 
reyes  de  Asturias  en  el  momento  en  que  escribía.  Lo  mismo  puede  decirse  de 
la  crónica  Albeldense  ,  y  á  mediados  del  siglo  ix,  San  Eulogio  de  Córdoba,  que 
hizo  un  viaje  á  Navarra  y  que  escribió  luego  su  excursión  á  dicho  país,  habla 
siempre  de  aquella  provincia  como  dependiente  del  único  príncipe  de  los  cristia- 
nos españoles,  es  decir  dei  rey  de  Asturias  (1).  El  mismo  monge  de  Silos,  tan 
propenso  á  errores,  que  escribía  á  fines  del  siglo  xi  ó  á  principios  del  xn,  ha- 
bla de  los  Navarros  del  siglo  vm  y  de  parle  del  ix  como  de  un  pueblo  depen- 
diente de  Asturias  (2),  y  por  fin  el  absoluto  silencio  observado  sobre  este 
punto  por  las  crónicas  francas,  que  tan  á  menudo  hablan  de  los  habitantes  de 
aquellos  montes,  nos  parece  concluyente  y  decisivo.  Sin  embargo,  si  Navarra  no 
era  gobernada  por  reyes  en  el  siglo  ix,  tenia  duques  ó  condes  que  aspiraban  á  la 
independencia;  una  crónica  franca  nombra  como  condes  de  Navarra  en  850  á  II- 
duon  y  á  Nution  (3).  Esto  es  positivo,  pero  de  semejante  estado  de  cosas  á  un 
reino  constituido  media  grandísima  disíancia.  En  el  decurso  de  esia  obra  vere- 
mos por  qué  causas,  en  qué  año  y  porqué  hombre  se  estableció  el  condado  inde- 
pendiente que  se  convirtió  luego  en  el  reino  particular  de  Navarra. 

Y  si  investigamos  ahora  cual  era  la  situación  de  las  demás  provincias  que 
se  convirtieron  después  en  reinos  independientes  y  rivales ,  ya  unidos  contra  los 
Árabes,  ya  guerreando  entre  sí,  veremos  que  á  fines  del  siglo  vm  se  hallaban  to- 
dos en  un  mismo  punto,  excepto  el  reino  de  Asturias.  Habia  ya  empero  condes 
en  Galicia,  ó  en  otros  términos  gobernadores  encargados  de  la  custodia  y  admi- 
nistración de  las  ciudades,  que  soñaban  quizás  en  la  independencia.  Habíalos  en- 
tre los  Vascones  euskaros ,  lo  mismo  que  entre  los  Navarros ,  y  aun  cuando  he- 
mos de  tardar  cerca  de  un  siglo  en  tener  noticias  positivas  acerca  de  los  condes 
particulares  de  la  parte  de  la  antigua  Cantabria  que  los  escritores  del  siglo  vm 
llaman  comunmente  Bardulia,  y  que  corresponde  á  la  parte  septentrional  de  Cas- 
tilla la  Vieja,  existian  ya  en  la  época  en  que  ahora  nos  venimos  ocupando. 

En  cuanto  á  la  Marca  franco-hispana  tampoco  se  habia  formado  al  subir  ai 
trono  Alfonso  íí;  sin  embargo,  era  ya  fácil  presentir  y  entrever  desde  entonces  su 
próximo  nacimiento. 

Algunos  años  antes,  en  781,  después  de  hacer  coronar  en  Roma  por  el  pon- 
tífice Adriano  al  joven  Ludovico  como  rey  de  Aquiíania,  Cario  Magno  habíale  en- 


dencia  por  muchos  críticos  españoles  que  tales  inscripciones  son  apócrifas  y  fueron  inventadas  en 
interés  dei  monasterio  en  tiempos  mucho  mas  modernos.  (Véase  Masdeu,  Hist.  Crit0,  c.  IX,  p.  43, 
50,  60,  etc.) 

[A)    Sanct.  Eulog.  Opera,  Epist.  ad  Guiliesindum  í'ampilonensem,  Compluti,  4574,  fol  96. 

(2)  Silens.  monach.  Ghr.,  n.  27. 

(3)  Fragmentum  Chronici  Fontanellensis,  ad  ann.  850. 


384  HISTORIA  GENERAL   DE    ESPAÑA. 

viado  á  sus  estados  cuando  apenas  contaba  tres  años ,  acompañado  por  leudos 
francos  de  fidelidad  experimentada.  Llevado  en  su  cuna  desde  Roma  hasta  Or- 
leans,  pusiéronle  á  caballo  al  llegar  á  este  punto,  revestido  de  armas  proporcio- 
nadas á  su  pequeño  cuerpo,  y  fuéronle,  por  decirlo  así,  sosteniendo  hasta  To- 
losa  (1).  Su  principal  ministro,  el  primero  que  gobernó  la  Aquitania  en  nombre  de 
Ludovico,  bajo  la  alta  y  suprema  dirección  de  Cario  Magno,  llamábase  Amoldo 
y  era  hombre  de  gran  habilidad  política  y  de  prudencia  consumada,  al  decir  del 
anónimo  astrónomo  autor  de  la  vida  de  Luis  el  Pió  ,  y  entonces  empezó  una 
nueva  era  para  el  mediodía  de  la  Galia,  cuyos  efectos  no  tardaron  en  experimen- 
tarse en  la  Península. 

En  el  año  785,  los  Francos,  á  quienes  nada  habia  quedado  en  esta  parte  de 
ios  Pirineos  de  la  infausta  para  ellos  expedición  de  778,  habíanse  acercado  otra 
vez  á  aquella  cordillera.  Gerona,  Urgel  y  Ausona,  mal  defendidas  y  medio  arrui- 
nadas por  las  guerras,  habían  caido  en  su  poder,  sin  que  esto  causara  al  parecer 
la  menor  sensación  en  Córdoba ,  pues  sin  duda  serian  aquellas  plazas  tomadas 
sin  gran  aparato  ni  estrépito  de  armas.  No  dejaba,  empero,  de  tener  este  hecho 
importancia  suma,  y  para  asegurar  mejor  las  fronteras  de  la  nueva  conquista, 
confióse  su  gobierno  y  su  custodia  á  gran  número  de  personas.  En  contra  de 
la  costumbre  establecida  en  el  reino,  donde  no  habia  mas  que  un  conde  para  ca- 
da diócesis ,  las  de  esta  frontera  fueron  divididas  en  varios  gobiernos ,  teniendo 
cada  uno  su  conde  particular.  El  gobernador  dado  aquel  año  á  Gerona  fué  el  pri- 
mer conde  franco  establecido  en  los  Pirineos  españoles  en  nombre  de  Ludovico , 
ó  por  mejor  decir  de  su  padre  Cario  Magno. 

¿Pero  se  conformaban  de  buen  grado  ios  habitantes  de  esta  parte  de  ia  Pe- 
nínsula, sufrían  de  buena  voluntad  el  gobierno  y  ia  superior  dominación  de  los 
Galo-Francos  de  Aquitania?  La  historia  nos  dirá  cuan  pronto  aquellos  Españoles, 
celosos  de  su  independencia  como  todos ,  aprovecharon  la  primera  ocasión  para 
convertir  la  Marca  franco-hispana  en  estado  español  y  en  condado  independiente. 


(1)    Anón.  Astron.,  Vit.  Hludovic.  Pii. 


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CAP.   VIII. — ESPAÑA   ÁRABE.  385 


CAPÍTULO  Yílí. 

Solemne  proclamación  de  Hixem  en  Córdoba. — Rebelión  de  sus  dos  hermanos  Solimán  y  Abdallah. 
— El  emir  los  vence.— Sumisión  definitiva  de  Abdallah  y  Solimán. — Turbulencias  en  la  España 
oriental. — Proclámasela  guerra  sania. — Expediciones  contra  los  cristianos. — Invasión  de  Asturias. 
— Campañas  consecutivas. — Entran  los  Árabes  en  Septimania.— Incendio  de  los  arrabales  de  Nar- 
bona.  — Batalla  del  Orbieu. — Guillermo  deTolosa  es  vencido.— Termina  Hixem  la  gran  mezquita  de 
Córdoba.— Su  descripción. — Continuación  de  la  guerra  santa. — Derrota  de  los  Árabes  en  Asturias. 
—Fin  del  reinado  de  Hixem. 

Desde  el  año  788  hasta  el  796. 

Celebrados  los  funerales  de  Abderrahman ,  su  hijo  Hixem  fué  solemne-  a.  de  j.  c 
mente  proclamado  emir  en  24  de  rebie  segunda  del  año  172  (1.°  de  octubre  de  788 
788).  Paseó  á  caballo  las  calles  de  Mérida  con  numeroso  séquito  de  caballeros, 
y  rezóse  por  el  la  chotba  ú  oración  pública  en  todas  las  mezquitas  de  España  (1). 
Ayudaba  al  entusiasmo  con  que  era  saludado  el  nuevo  emir,  que  contaba  enton- 
ces trinta  y  un  años  (2),  su  majestuosa  presencia  ,  su  índole  apacible  y  la 
fama  de  religioso  y  justiciero  de  que  ya  gozaba,  siendo  por  esto  apellidado  El 
Adhel  (el  Justo)  y  El  Rahdij  (el  Benigno),  á  causa  de  su  bondad.  El  primer  acto 
del  nuevo  emir  fué  el  nombramiento  del  walí  Abu  Omeya  Abdel  Gafir  ben  Abdel 
Guewara  su  amigo,  que  habia  sido  gobernador  de  Sevilla  después  de  Abdelme- 
lek  ben  Ornar,  para  el  importante  cargo  de  hagib. 

El  reinado  de  Hixem  empezó  con  una  guerra  civil.  Transcurridos  pocos  me- 
ses desde  su  elevación  al  poder ,  sus  hermanos  maquinaron  contra  él  en  sus 
gobiernos  de  Toledo  y  Mérida;  pero  como  Abdallah  viese  acogidos  con  escaso  fa- 
vor por  los  habitantes  de  la  última  capital  sus  subversivos  proyectos,  y  hallase 
gran  oposición  en  su  wazir,  uno  de  los  veinte  y  cuatro  que  habian  prometido  fi- 
delidad á  Hixem  en  la  ceremonia  en  que  habia  sido  reconocido  como  sucesor  de 
su  padre,  marchó  á  Toledo  cerca  de  Solimán  y  allí  convinieron  en  gobernar  sus 
provincias  como  señores  de  ellas,  con  total  independencia  del  emir  de  Córdoba, 
y  defender  de  mancomún  su  soberanía.  Su  rebelión  estalló  prematuramente  qui- 
zás, á  causa  de  un  imprevisto  suceso.  Llamado  á  sus  consejos  el  wazir  de 
Toledo  Galib  ben  Teman  el  Tzakiíi,  como  leal  á  su  soberano  y  hombre  pruden le, 
se  opuso  á  sus  intentos ,  y  les  afeó  su   determinación.  Ofendido  Solimán  de  sus 


(4 )  La  chotba  ú  oración  pública  por  el  reyes  uno  de  los  primeros  derechos  de  la  soberanía  en  - 
tre  los  musulmanes:  debe  hacerse  en  las  mezquitas  principales  todas  las  fiestas  por  el  chatib  ó  pre- 
dicador de  ellas;  se  hace  desde  el  minbar  ó  pulpito,  y  contiene  alabanzas  á  Dios,  bendiciones  al  pro- 
feta y  súplicas  por  la  vida  y  prosperidad  del  rey. 

(2)    Habia  nacido  en  1.°  de  marzo  de  757. 

tomo  u.  49 


386  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

razones ,  mandóle  encarcelar  y  cargar  de  cadenas ,  y  al  llegar  á  Hixem  la 
noticia  de  lal  violencia  ,  escribió  á  su  hermano  Solimán  pidiéndole  cuenta  de  la 
causa  ó  motivo  de  aquella  sin  razón.  Cuéntase  que  al  recibir  la  carta  de  su 
hermano,  Solimán  se  abandonó  á  tan  furiosa  saña  que,  mandando  sacar  á  Ga- 
lib  de  su  calabozo,  hizo  que  le  clavasen  en  un  palo  en  presencia  del  enviado  de 
Hixem ,  diciendo  luego  al  mensaejro;  «Vé,  y  di  á  tu  señor  que  nos  deje  mandar 
en  nuestras  pequeñas  provincias,  que  esta  libertad  no  es  gran  recompensa  del 
agravio  que  se  nos  hace,  y  refiérele  también  lo  que  ha  valido  aquí  su  intempes- 
tiva soberanía  (1).» 

Llenó  de  justo  enojo  y  de  indignación  á  Hixem  la  desatentada  conducta  de 
sus  hermanos,  y  declarándolos  enemigos  del  estado ,  dio  orden  de  armar  contra 
ellos  todas  las  huestes,  y  él  mismo,  á  la  cabeza  de  veinte  mil  hombres,  partió 
contra  Toledo.  Al  saber  su  llegada,  Solimán  salió  de  la  ciudad,  dejando  el  cui- 
dado de  defenderla  á  su  hermano  y  á  su  propio  hijo,  y  con  quince  mil  soldados 
aguerridos,  marchó  al  encuentro  de  las  tropas  andaluzas.  Ambas  huestes  se  en- 
contraron cerca  de  üisn  Buikh  (la  fortaleza  de  Bulkh) ,  lugar  desconocido  en  el 
dia,  y  como  si  fueran  enemigos  de  ley,  lengua  y  costumbres  distintas,  se  mez- 
claron en  sangrienta  batalla  que  se  mantuvo  igual  buena  parte  del  dia;  pero  á  la 
caida  del  soi  los  de  Solimán  cedieron  el  campo,  y  solo  la  llegada  de  la  noche  im- 
pidió su  completa  derrota.  A  favor  de  la  oscuridad,  el  vencido  Solimán  se  retiró 
del  campo  de  batalla  para  buscar  un  asilo  en  los  montes  inmediatos ,  y  como 
los  vencedores  no  hallasen  al  dia  siguiente  enemigos  con  quienes  combatir,  con- 
tinuaron su  marcha  á  Toledo,  á  la  que  pusieron  estrecho  bloqueo.  Abdallah  de- 
fendía la  plaza  con  habilidad  y  valor,  pero  mas  que  todo  la  protegía  la  fortaleza 
de  su  enriscada  posición,  inaccesible  en  muchos  puntos,  como  ya  sabemos. 

En  tanto  Solimán,  después  de  reunir  sus  dispersos  soldados,  desciende  de  la 
sierra,  corre  los  campos  de  Córdoba  y  ocupa  la  fortaleza  de  Sefonda.  Abdallah 
beu  Abdelmelek  el  Meruan  sale  contra  él,  desalójale  de  Sefonda,  le  vence,  y  le 
obliga  á  tornar  á  los  montes  y  ampararse  en  ellos.  En  vano  pidió  Solimán  auxilio 
al  wazir  de  Mérida  y  á  los  principales  jeques  de  la  comarca:  lejos  de  obtenerlo, 
supo  que  aquel  wazir  y  aquellos  jeques  habían  tomado  las  armas  contra  él,  y 
perseguido  por  los  campeadores  de  abdallah  el  Meruan,  pudo  llegar  á  duras 
penas  á  través  de  montañas  y  precipicios  hasta  tierra  de  Tadmir. 

En  Toledo,  el  sitio  apretaba,  Solimán  no  volvía,  los  víveres  escaseaban,  y 
cundia  el  desaliento  entre  los  habitantes;  por  esto  Abdallah  tomó  la  resolución  de 
entrar  en  pactos  con  el  emir  su  hermano,  y  como  este  hubiese  vuelto  á  Córdoba, 
solicitó  un  salvoconducto  y  uua  escolla  de  los  jefes  del  campo  enemigo.  Obteni- 
do lo  que  deseaba,  atravesó  el  campamento  sin  darse  á  conocer  y  se  dirigió  á 
Córdoba,  enviando  delante  á  su  wazir  para  anunciar  á  Hixem  la  llegada  de  su 
hermano.  El  emir  le  recibió  con  los  brazos  abiertos,  sin  estar  en  su  mano  hacer 
otra  cosa,  dice  la  crónica  árabe,  y  concertada  la  entrega  de  Toledo  y  el  olvido  de 
lo  pasado,  lo  cual  habia  de  entenderse  también  con  Solimán  en  caso  de  consentir 
como  Abdallah  en  ponerse  á  merced  del  emir,  ambos  hermanos  partieron  á  To- 
ledo con  la  caballería  de  Zenetas  y  Andaluces.   Abdallah   se  adelantó  al  estar 


(!)    Conde,  P.  2.a,  c.  XXV. 


CAP.    VIII. — ESPAÑA  ÁRABE.  387 

cerca  de  Toledo,  y  corrió  á  prepararlo  todo  para  la  rendición  de  la  ciudad,  donde  a.  de  j.c 
fué  recibido  Hixem  con  grandes  demostraciones  de  contento.  Instaló  en  calidad 
de  wali  á  un  pariente  del  wazir  tan  inhumanamente  sacrificado;  dio  á  Abdallah 
una  casa  de  recreo  situada  en  uno  de  los  mas  amenos  sitios  de  la  campiña  del 
Tajo,  y  regresó  á  Córdoba  á  preparar  los  medios  para  reducir  a  Solimán,  obstinado 
todavía  en  su  rebelión. 

En  efecto,  mas  enfurecido  que  desalentado  por  la  pérdida  de  Toledo,  Soli- 
mán andaba  por  tierras  de  Tadmir  levantando  los  pueblos  y  reuniendo  numerosos 
cuerpos  de  voluntarios.  Hixem  envió  un  ejército  contra  él  y  confió  la  vanguar- 
dia á  su  hijo  Alhakem,  que  por  primera  vez  se  ensayaba  en  el  acaudillamien- 
to de  tropas.  La  hueste  de  Solimán  hallábase  entonces  en  los  campos  de  Lor- 
ca,  esperando  á  su  general  que  reclutaba  gente  por  los  pueblos  inmediatos,  y 
el  impaciente  Alhabkem,  con  el  ardimiento  y  la  inconsideración  de  un  joven  que 
no  ve  los  peligros,  la  arremetió  impetuoso,  sin  esperará  que  llegara  su  padre  con 
el  resto  del  ejército,  y  tuvo  la  fortuna  de  arrollarla.  Guando  llegó  el  ejército  de 
Hixem  no  habia  ya  enemigos  con  quienes  pelear,  y  si  bien  el  emir  sintió  gran 
alegría  por  el  primer  triunfo  de  su  hijo,  no  pudo  menos  de  amonestarle  y  repren- 
derle por  su  ardor  inconsiderado  (1). 

Según  hemos  dicho,  no  estaba  Solimán  en  su  hueste  el  dia  de  la  batalla, 
y  cuando  los  fugitivos  restos  de  su  gente  llegaron  donde  estaba  y  le  refirieron  el 
desgraciado  suceso,  quedó  pensativo,  y  sin  decir  otra  palabra  que  «mal  haya  mi 
fortuna! »  partió  con  algunos  caballeros  hacia  Valencia  sin  camino  ni  dirección 
cierta.  Pasó  por  las  inmediaciones  de  Denia,  sin  cesar  perseguido  por  los  explo- 
radores de  su  hermano,  y  entró  por  fin  en  Djezirah  Jucar,  lugar  fuerte  y  rodea- 
do por  el  rio,  según  lo  indica  su  nombre  árabe  (la  isla  del  Jucar).  Desde  allí 
escribió  á  Hixem  rogándole  quisiese  olvidar  lo  pasado  y  recibirle  en  su  gracia 
con  las  mismas  condiciones  que  á  su  hermano  Abdallah,  ó  como  le  pareciese. 
Holgó  mucho  el  emir  de  este  allanamiento,  pero  como  conocía  el  carácter  impe- 
tuoso y  arrebatado  de  su  hermano,  propúsole  que  para  su  seguridad  podia  esta- 
blecerse en  Tánger  ú  otra  ciudad  de  Almagreb ,  donde  con  el  valor  de  los  bienes 
que  en  España  poseía  podria  adquirir  otros  equivalentes.  A  todo  se  allanó  Soli- 
mán, y  concluida  su  avenencia  en  los  primeros  meses  del  año  174  de  ia  hegi- 
ra  (790),  cuéntase  que  recibió  de  Hixem  por  sus  posesiones  sesenta  mil  mitcales  790. 
ó  pesantes  de  oro  y  que  se  fué  á  morar  á  Tánger  (2). 

Al  mismo  tiempo  que  Solimán  y  Abdallah  desconocían  en  Toledo  la  autori- 
dad de  Hixem,  Said  ben  Hussein,  walí  de  Tortosa,  se  resistía  á  recibir  en  aquella 
ciudad  al  nuevo  walí  que  habia  nombrado  el  emir  para  sucederle  en  su  gobierno. 
Ignórase  la  causa  de  la  destitución  de  Hussein,  mas  puédese  creer  que  era  cono- 
cido por  uno  de  aquellos  walíes  que  mantenían  secretas  relaciones  con  los  Fran- 


(1)  Díjole,  según  Conde  (P.  2.a,  c.  XXVI)  «que  si  bien  convenia  mucho  el  ardimiento  y  valor 
en  la  guerra,  no  eran  menos  necesarias  la  prudencia  y  reflexión:  que  no  deben  aventurarse  los  suce- 
sos cuando  sin  temeridad  ni  precipitación  puede  ser  mas  cierto  y  mas  completo  el  triunfo.  Que  mu- 
cha, veces  por  imprudente  confianza  y  necia  presunción  de  sus  propias  fuerzas,  y  por  no  dar  parte 
en  la  gloria  de  sus  imaginados  triunfos  á  otro  compañero,  muchos  caudillos  perdieron  batallas  muy 
importantes,  que  causaron  la  ruina  de  algunos  estados,  y  á  sus  nombres  perdurable  infamia.» 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXVI. 


388  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  eos,  dueños  de  Gerona,  de  Áusona  y  de  Urgel,  en  esta  parte  de  los  Pirineos,  y 
muy  poderosos  en  la  otra.  El  walí  de  Valencia  Muza  ben  Hodeira  recibió  orden 
de  castigar  al  rebelde,  y  llegado  cerca  de  Tortosa  con  la  caballería  de  Valencia, 
de  Murbiter  (Murviedro)  y  de  Nules,  encontró  á  Said  ben  Hussein  que  salia  á  su 
encuentro.  Empeñóse  la  batalla  entre  ambas  huestes,  y  la  de  Valencia  puso  en 
fuga  á  la  de  Said,  pero  habiéndose  lanzado  en  su  persecución,  cayeron  los  ven- 
cedores en  una  emboscada  que  el  enemigo  les  tenia  puesta :  Muza  ben  Hodeira 
pereció  en  la  refriega,  y  los  suyos  hubieron  de  emprender  la  fuga. 

Esto  sucedía  en  los  últimos  meses  del  año  de  la  hegira  172  (789),  y  así 
permanecieron  las  cosas  por  espacio  de  algún  tiempo,  hasta  que  el  ejemplo  de 
Hussein  fué  imiíado  en  toda  la  España  oriental.  Bahlul  ben  Makluc,  caudillo  de 
aquella  frontera,  se  apoderó  de  Zaragoza  y  formó  una  especie  de  liga  para  su 
independencia  común  con  los  walíes  de  Barcelona ,  de  Huesca  y  de  Tarragona. 
El  nuevo  walí  de  Valencia  Abu  Otman  recibió  también  el  encargo  de  sofocar  la 
rebelión,  y  en  los  primeros  meses  del  año  790  marchó  con  numeroso  ejército  á  la 
España  oriental.  Su  campaña  fué  tan  afortunada  que  venció  y  decapitó  á  Hus- 
sein, cuya  cabeza  envió  a  Córdoba,  y  redujo  sucesivamen'.o  todas  las  ciudades 
sublevadas ,  imponiendo  en  su  camino  igual  castigo  á  los  walíes  rebeldes  cogi- 
dos con  las  armas  en  la  mano.  Los  triunfos  de  Abu  Otman  coincidieron  con  la 
sumisión  de  los  hermanos  del  emir,  y  la  noticia  de  ellos  se  celebró  en  Córdoba 
con  públicos  regocijos.  Hixem  escribió  de  su  propio  puño  una  carta  de  gracias 
al  valeroso  Abu  Otman,  y  le  dio  el  mando  de  la  frontera  de  Afranc,  prometien- 
do enviarle  refuerzos  cuanto  antes  para  recobrar  las  ciudades  que  en  aquella 
tierra  habían  perdido  los  Muslimes. 

Afianzado  en  el  interior  en  la  posesión  de  la  soberanía,  quiso  Hixem  publi- 
car en  España  el  algihed  ó  guerra  santa.  Los  Francos  al  este  y  los  Asturianos  al 
norte  de  sus  fronteras  se  agitaban  y  tomaban  cada  dia  una  actitud  mas  amenaza- 
dora, é  Hixem  comprendió  la  necesidad  de  resucitar  en  los  musulmanes  españo- 
les el  fervor  religioso  de  los  buenos  tiempos  del  Islam,  dándole  en  el  rincón  oc- 
cidental de  Europa  que  ocupaba,  lugar  mas  desahogado  y  menos  disputado. 

Los  autores  árabes  cuentan  del  modo  siguiente  la  repentina  reaparición  del 
primitivo  espíritu  musulmán,  que  fué  el  rasgo  distintivo  y  característico  del  rei- 
nado del  segundo  Ommíada. 
m.  Venido  el  año  175  (791),  dicen  ,  mandó  Hixem  publicar  en  toda  España  el 

algihed  6  santa  guerra,  envió  sus  cartas  á  todas  las  capilanías,  se  leyeron  en  los 
alminbares  ó  pulpitos  de  todas  las  aljamas,  y  todos  los  buenos  Muslimes  quisie- 
ron concurrir  con  sus  personas ,  con  sus  armas  y  caballos ,  ó  con  sus  limosnas, 
por  merecer  los  inefables  y  copiosos  premios  prometidos  á  los  que  ayudasen  á  tan 
digna  empresa.  Tres  ejércitos ,  animados  de  un  celo  que  recordaba  el  fervor  de 
las  huestes  musulmanas  en  los  primeros  años  de  la  hegira  ,  se  levantaron  á  la 
voz  de  Hixem, quien  dio  el  mandodel  primero  ásuhagíb,el  wali  Abdelwahid  ben 
Muguei!,  el  del  segundo  á  su  yerno  Abdallah  ben  Abdelmelek  el  Meruan  ,  y  el 
tercero  marchó  á  las  órdenes  de  Yussufben  Bath  el  Ferasi.  Entraron  estas  hues- 
tes en  tierra  del  Guf  ó  norte  de  España:  una  división  de  treinta  y  nueve  mil 
hombres  corrió  y  taló  las  comarcas  de  Aslurica,  Luco  y  Galicia,  lomando  cauti- 
vos, ganado  y  despojos,  y  causando  en  aquellos  pueblos  el  espanto  y  la  desoía- 


CAP.    YI1I. — ESPAÑA  ÁRABE.  389 

cion  ele  las  terribles  tempestades.  Otra  columna  marchó  hacia  la  España  orien-  A- d9  J- G 
tal,  penetró  en  los  montes  Albortat ,  sojuzgó  á  sus  habitantes  ,  y  apoderóse  de 
muchos  cautivos  y  ganados.  En  el  año  176  conlinuaron  las  entradas  por  los 
valles  de  los  montes  Albaskenses  hasta  dentro  en  tierras  de  Afranc  :  los  pue- 
blos huian  á  las  grutas  de  las  fieras  y  abandonaban  sus  poblaciones.  En  el 
año  177  se  tomó  por  fuerza  de  armas  la  ciudad  de  Gerunda  ,  y  sus  moradores 
fueron  degollados:  la  misma  muerte  tuvieron  los  de  Medina  Narbona,  y  la  espa- 
da de  los  Muslimes  hizo  en  sus  defensores  y  pueblo  tan  atroz  matanza  ,  que  solo 
sabe  el  número  de  ellos  Dios  que  los  crió.  Los  despojos  de  estas  ciudades  fueron 
muy  ricos  en  oro,  plata  y  preciosos  paños,  y  el  quinto  que  de  ellos  tocó  á  ílixem 
se  elevó  á  mas  de  45,000  mitcales  ó  pesantes  de  oro.  Cuando  llegaron  á  Córdo- 
ba estas  riquezas  y  las  nuevas  de  tan  venturosas  expediciones,  hubo  en  la  ciu- 
dad grandes  alegrías.  El  emir  destinó  el  quinto  que  le  pertenecía  para  la  fábrica 
de  la  mezquita  mayor  de  Córdoba  ,  y  por  su  orden  quedó  en  la  frontera  Abda- 
llah  ben  Abdelmelek  el  Meruan  ,  á  quien  hizo  wali  de  Zaragoza  (1). 

Así  en  globo  y  sin  mas  detalles  explican  los  cronistas  musulmanes  las  ope- 
raciones de  la  guerra  santa  desde  731  hasta  793.  Si  deseamos  de  los  sucesos  de 
esta  guerra  una  relación  mas  detallada  ,  preciso  nos  será  tomarla  en  ei  punto  en 
que  siguiendo  á  los  Árabes  la  hemos  empezado  y  aclarar  y  explicar  someramente 
los  puntos  principales. 

En  su  primera  expedición  á  Asturias  en  el  año  791  ,  los  Sarracenos  se  limi- 
taron, á  lo  que  parece,  á  correr  ,  devastar  y  aterrorizar  el  país ,  particularmente 
el  territorio  de  Galicia.  En  sus  excursiones  uno  de  sus  destacamentos  encontró  al 
rey  de  Asturias  Bermudo  en  un  lugar  llamado  Burbia(2),  empeñóse  la  pelea,  y  el 
resultado  de  ella  lo  traducen  en  su  favor  las  historias  musulmanas  y  de  muy  dis- 
tinta manera  los  cronistas  cristianos.  Esto  sucedía  en  el  último  año  del  reinado 
de  Bermudo  ,  cuando  ya  Alfonso  acaudillaba  las  huestes  asturianas  (3). 

En  el  año  792,  dirigiéronse  los  Árabes  mas  particularmente  hacia  las  mon-    792 
tañas  vascas  cuyos  valles  asolaron  quizás  hasta  el  de  Bastan  ,  y  volviéronse  vic- 
toriosos y  cargados  de  botin  ,  de  rebaños  y  cautivos. 

Hasta  793  no  penetraron  en  los  campos  de  la  provincia  de  Narbona  para    793. 
atacar  á  los  Francos  propiamente  dichos. 

La  ocasión  no  podia  ser  mas  oportuna :  las  fuerzas  todas  de  Cario  Magno  se 
hallaban  ocupadas  en  la  frontera  oriental  de  su  reino  ,  y  aun  cuando  presintiera 
vagamente  un  ataque  por  el  lado  de  los  Pirineos  (4) ,  creia  á  los  Árabes  andalu- 
ces con  sobrado  qué  hacer  en  sus  propios  asuntos  para  que  de  mucho  tiempo 
emprendiesen  cosa  alguna  contra  él.  Contaba  con  aliados  entre  los  caudillos  mu- 


(1)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXVII. 

(2)  Junto  á  Villafranca  de  Vierzo,  en  la  provincia  de  León. 

(3)  Eo  regnante  Veremundo,  prselium  facturo  est  in  Burbia  (Chr.  Albel.,  n.  57^.-— Hic  Galle- 
ciam  devastavit  ;H¡xem)  anno  Arabum  GLXXV,  et  in  reditu  obviuro  habuit  Veremundum  (Roder. 
Tolet.,  Hist.  Arabum,  c.  XXI).— En  178,  dice  Hamed  (Murfy,  c.  III),  Yussuf  ben  Bath  entró  por  or- 
den de  Hixem  con  un  ejército  en  la  provincia  de  Galicia  ,  y  venció  al  rey  Bomond  (así  llama  á  Ber- 
mudo el  historiador  árabe ). 

(4)  Tenemos  de  ello  una  prueba  en  la  carta  que  Cario  Magno  escribió  por  entonces  al  papa 
Adriano,  en  la  que  manifestaba  sus  temores  sobreesté  punto  (Adrián,  papa?.  Epist.  adKarol.Magn., 
Script.  Rerum  Francic,  t.  V). 


390  HISTORIA    GENERAL  DE   ESPAÑA. 

sulmanes  de  la  frontera  y  entre  otros  con  Abu  Taher,  que  en  el  plaid  celebrado 
en  Tolosa  en  790  habia  solicitado  y  obtenido  de  Luis  un  tratado  de  paz.  Así  pues, 
y  por  exigirlo  las  circunstancias  ,  Carlos  habia  creído  sin  peligro  poder  enviar  á 
su  hijo  Luis,  rey  de  Aquitania,  con  cuantas  tropas  pudo  levantar  en  su  reino ,  á 
la  defensa  de  su  otro  hijo  Pepino,  rey  de  Italia  ,  contra  quien  se  habían  subleva- 
do los  deBenevento. 

Luis ,  que  habia  lomado  parte  en  la  guerra  con  los  Abaros ,  habia  vuelto  á 
Aquitania  durante  el  otoño  de  792  ,  y  tomando  poco  después  el  camino  del  monte 
Genis,  habia  penetrado  en  Italia ,  celebrando  en  Ravena  la  fiesta  de  Navi- 
dad (1).  Allí  reunió  sus  fuerzas  con  las  de  su  hermano  ,  y  juntos  penetraron  en 
la  provincia  de  Benevento,  en  cuyos  campos  guerreaban  en  los  primeros  meses 
del  año  793. 

Ausen'e  pues,  se  hallaba  Luis  y  las  mejores  milicias  de  Aquitania  ,  cuando 
Hixem  dirigió  á  la  Galia  el  ejército  musulmán  mas  numeroso  que  de  mucho 
tiempo  se  hubiese  visto.  Tomada  Gerona  y  pasados  á  cuchillo  sus  habitantes,  pe- 
netró aquella  hueste  en  Septimania ,  y  no  cabe  duda  en  que  corrió  y  devastó  sin 
obstáculo  los  campos  de  la  Gaiia  hasta  los  muros  de  Narbona  ,  cayendo  en  su 
poder  cuantos  pueblos-,  iglesias  y  abadías  halló  en  su  camino  ,  y  por  fin  hasta  los 
mismos  arrabales  de  Narbona.  Preséntase  aquí  sin  embargo  una  dificultad  :  Nar- 
bona, la  fortificada  plaza  que  por  tantos  años  habia  resistido  á  las  armas  de  los 
Francos  ¿fué  tomada  é  invadida  de  pronto  por  los  Árabes?  No  solo  se  desprende 
así  de  sus  relaciones  sino  que  hablan  de  la  reconquista  de  la  ciudad  por  los  Fran- 
cos cuatro  años  mas  tarde  ,  lo  cual  da  á  sus  palabras  una  precisión  notable. 
Esto  no  obstante,  reinan  sobre  este  punto  muchas  y  muy  fundadas  dudas:  la  ex- 
presión los  de  Narbona,  de  que  se  sirve  el  escritor  árabe  que  antes  nos  ha  referido 
la  rápida  y  victoriosa  campaña  de  la  Septimania  ,  puede  aplicarse  tanto  á  los 
habitantes  de  la  Narbonense  como  á  los  de  la  misma  ciudad  ,  y  Narbona  (Arbu- 
na)  así  significaba  la  plaza  como  el  territorio  que  de  ella  dependía.  En  cuanto  al 
inmenso  botin  recogido  en  la  campaña  ,  que  es  aducido  como  prueba  del  mismo 
hecho ,  además  de  ser  quizás  algo  exagerado ,  pudo  haber  sido  tomado  en  las  po- 
pulosas y  ricas  poblaciones  inmediatas  á  la  antigua  ciudad  romano-goda  ,  y  tam- 
bién al  pié  mismo  de  sus  murallas.  En  efecto,  durante  los  treinta  años  que  re- 
conocía la  dominación  franca  ,  Narbona  habia  visto  formarse  junto  á  ella  gran- 
des arrabales ,  en  los  que  habia  ya  en  aquel  tiempo  una  iglesia  de  gran  impor- 
tancia (2). 

Singular  es  que  los  Árabes  nada  digan  explícitamente  del  hecho  de  ar- 
mas mas  notable  de  aquella  campaña,  de  la  señalada  victoria  alcanzada  contra 
el  duque  Guillermo  de  Tolosa  en  las  márgenes  del  ürbieu.  Las  crónicas  francas, 
y  sobre  todo  la  Moissiasense  ,  nos  permiten  suplir  en  este  punió  el  vacío  que  se 
observa  en  su  relación.  Con  el  bolín  recogido  en  los  arrabales  de  Narbona  ,  el 
ejército  de  Abdelmelek  lomó  el  camino  de  Carcasona ,  donde  se  prometía  sin  du- 
da hacer  los  mismos  estragos  ;  pero  apenas  habia  pasado  el  Orbieu  ,  á  poca  dis- 
tancia del  punto  en  que  desagua  en   el  Aude,  encontró  á  Guillermo,  que  acudía 

(1)  Anón.  Astron.  Vit.  Hludov.  Pii. 

(2)  Hist.  del  Languedoc,  t.  I. 


CAP.  VIII. — ESPAÑA  ÁRABE.  331 

presuroso  á  detener  sus  pasos  con  algunos  condes  aquilanos  que  no  habían  se- 
guido á  Luis  á  Italia,  y  con  cuantos  soldados  habían  podido  reclutar  en  un  país  ya 
tan  exhausto  de  hombres  á  consecuencia  de  las  levas  anteriores.  Avistáronse  am- 
bas huestes,  y  como  cediendo  á  un  irresistible  empuje,  llegaron  al  momento  á  las 
manos.  La  pelea  duró  muchas  horas  con  gran  matanza  por  una  y  otra  parle,  hasta 
que  los  Franco-Aquitanos  acabaron  por  llevar  lo  peor:  á  pesar  de  los  esfuerzos  y 
déla  intrepidez  personal  de  su  duque,  los  que  escaparon  á  las  espadas  musulma- 
nas hubieron  de  emprender  una  precipitada  retirada  ,  y  el  campo  de  batalla 
quedó  por  los  Sarracenos.  Estos,  empero  ,  habían  comprado  tan  cara  la  victoria 
que,  en  vez  de  perseguir  al  enemigo  vencido  ,  se  retiraron  también  á  su  vez  ha- 
cia los  Pirineos  ,  cargados  de  muchos  y  ricos  despojos. 

Los  principales  sucesos  de  la  expedición  de  Septímania ,  el  saco  é  incendio 
de  los  arrabales  de  Narbona ,  la  rota  de  Guillermo  de  Tolosa  ,  el  singular  regreso 
de  los  Sarracenos  á  España,  después  de  una  victoria,  lodo  ello  está  indicado  con 
explícitos  rasgos  en  el  precioso  pasage  de  la  crónica  Moissiacense  del  cual  hemos 
tomado  las  noticias  que  preceden  (1).  Solo  falta  en  él  el  nombre  del  Orbieu,  pero 
suplen  este  vacío  los  Anales  de  Anniano,  tan  breves  en  todo  aquello  que  tiene 
referencia  á  los  Árabes  andaluces  (2). 

Las  crónicas  francas  no  tratan  de  ocultar  la  gravedad  de  la  jornada  en  que 
quedó  vencido  Guillermo.  Mientras  Carlos  se  hallaba  ocupido  en  793  en  la  reu- 
nión del  Rhin  con  el  Danubio  por  medio  de  un  canal,  á  cuya  obra  atribuía  gran 
importancia  política  ,  «recibió  dos  noticias  muy  funestas ,  dice  Eginhardo.  La 
una  que  la  Sajonia  entera  se  hallaba  sublevada  ,  y  la  otra  que  los  Sarracenos 
habían  penetrado  en  Septímania  ,  y  después  de  pelear  con  las  guarniciones  de  la 
provincia  y  de  dar  muerte  á  gran  número  de  Francos ,  habían  vuelto  victoriosos 
á  su  país  (3).» 

La  retirada  de  los  Árabes  hacia  los  Pirineos  hubo  de  hacerse  lenta  y  victo- 
riosamente ,  si  podemos  expresarnos  así.  Al  propio  tiempo  que  renunciaban  k 
penetrar  mas  adelante  por  tierra  de  los  cristianos ,  no  abandonaron  el  país  de 
Narbona  hasta  después  de  sacar  de  él  cuanto  les  fué  posible  ,  y  hasta  se  dice  que 
obligaron  á  los  pueblos  á  trasladar  las  piedras  de  sus  propias  habitaciones  hasta 
la  puerta  del  palacio  de  Hixem  en  Córdoba  (4).  En  lo  que  no  cabe  duda  alguna 
es  que  muchas  ciudades  y  villas  de  la  Narbonense  ,  á  lo  menos  las  situadas  en- 
tre el  Tet  y  los  Pirineos  ,  quedaron  entonces  en  poder  de  los  Árabes. 

«Con  estos  venturosos  sucesos,  dicen  las  crónicas  árabes,  el  rey  Hixem  era 
muy  temido  de  sus  enemigos  y  muy  amado  de  sus  pueblos :  con  su  clemencia, 
liberalidad  y  condición  fácil  y  humana  granjeábalas  voluntades  de  todos:  era 

(1)  Iste  audiens  iHixem)  quod  rex  Karolus  partibus  Avarorum  perrexisset,  et  existimaos  quod 
Avari  contra  regem  fortiter  dimicassent,  et  ob  hanc  causara  ia  Franciam  revertí  non  licuisset.  mi- 
sit  ^  Ahdelmelec  unum  ex  principibus  suis  cum]exercito  magno  Sarracenorum  ad  vastandum 
Gallias.  Qui  venientes  Narbonam  suburbium  ejus  igne  succederunt,  multos  christianos,  ac  prseda 
magna  capta,  ad  urbem  Carcasonam  pergere  volentes,  obviam  eis  exiit  Wilhelmus  aliique  comités 
Frankorum  cum  eo....  Wilhelmus  autem  pugnavit  fortiter  in  die  illa....  Sarraceni  verocollectis  spo- 
liis,  reversi  sunt  in  Spaniam. 

(2)  El  teatro  preciso  de  esta  batalla  ,  fué  á  lo  que  parece  el  valle  de  Villedaigne  (vallis  Aquita- 
nica),  situado  en  el  camino  ordinario  de  Narbona  á  Garcasona.  ( Hist  del  Lang.,  t.  I,  p.  453). 

(3)  Eginh.  Annal.,  ad  ann.  793. 

(4)  Ahmed,  en  Murfy,  c.  3, 


794. 


392  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

c  muy  caritativo  con  los  pobres  de  cualquiera  religión,  y  pagaba  los  rescates  délos 
que  caian  en  manos  de  sus  enemigos(l)».  «Príncipe  muy  piadoso,  añaden,  cuida- 
ba délos  hijos  y  mugeres  de  los  que  morian  en  la  guerra,  y  considerando  como 
un  deber  sagrado  la  terminación  de  la  gran  mezquita  de  Córdoba,  trabajaba  él 
mismo  en  la  obra  algunas  horas  cada  dia,  á  ejemplo  de  su  padre. » 

Bajo  su  reinado  llevóse  á  feliz  término  aquella  maravilla,  en  cuya  descrip- 
ción se  complacen  los  autores  árabes.  «La  magnífica  aljama  de  Córdoba,  dicen, 
aventaja  á  todas  las  de  Oriente,  y  tiene  seiscientos  pies  de  largo  por  doscientos 
cincuenta  de  ancho  :  fórmania  treinta  y  ocho  naves  á  lo  ancho  y  diez  y  nueve  á 
lo  largo,  mantenidas  en  mil  noventa  y  tres  columnas  de  mármol :  éntrase  en  su 
alkibla  (2)  por  diez  y  nueve  puertas  cubiertas  de  planchas  de  bronce  de  maravi- 
llosa labor,  y  la  puerta  principal  está  cubierta  de  láminas  de  oro  :  tiene  nueve 
puertas  á  oriente  y  otras  tantas  á  occidente.  Sobre  la  cúpula  mas  alta  hay  tres 
bolas  doradas  y  encima  de  ellas  una  granada  de  oro  :  de  noche  para  la  oración 
se  alumbra  con  cuatro  mil  setecientas  lámparas,  que  gastan  veinte  y  cuatro 
mil  libras  de  aceite  al  año,  y  ciento  veinte  libras  de  aloe  y  ámbar  para  sus  per- 
fumes (3).  la  lámpara  del  oratorio  secreto  (mihrab)  es  de  oro  y  de  maravillosa 
labor  y  grandeza.»  Hixem  reedificó  además  el  puente  de  Córdoba (4) y  otros  mu- 
chos edificios  que  necesitaban  ser  reparados. .Para  agraciar  al  emir  y  por  orden 
suya,  Farkid  ben  Haun  el  Diwani,  natural  de  Córdoba,  labró  en  este  tiempo  la 
hermosa  fuente  llamada  de  su  nombre  Ainfarkid,  que  era  uno  de  los  mas  bellos 
monumentos  de  Córdoba.  Al  llegar  á  este  punto  hallamos  en  Conde  una  noticia 
curiosa  acerca  de  la  retribución  de  los  empleados  públicos  musulmanes.  Hixem, 
dice,  dio  el  cargo  de  wali  de  la  plaza  de  Córdoba  á  Solimán  ben  Foleis,  que  ha- 
bia  sido  cadi  en  tiempo  de  Abderrahman,  y  era  su  asignación  quinientas  doblas 
al  año  (S) . 

En  174  (794),  Abdelkerim,  hijo  del  wali  de  Ja  frontera  Abdelvahid,  invadió 
de  nuevo  el  país  de  ilia  y  de  los  Castillos  (6),  al  tiempo  que  Abdelmelek,  hermano 
de  Abdelkerim,  entraba  por  distinto  camino  por  tierra  de  los  cristianos.  En  Asíor- 
ga  encontró  al  rey  de  Galicia  y  al  de  Vizcaya  (7)  (nombre  singular  que  no  con- 
cuerda con  nada  de  lo  que  acerca  de  los  cristianos  sabemos);  pero  estos  no  se  atre- 
vieron á  atacarle,  y  Abdelmelek  penetró  hasta  muy  adentro  por  aquel  suelo  clási- 
co de  la  restauración  española,  devastando  campiñas  y  destruyendo  iglesias.  El 
regreso  empero  no  fué  tan  feliz  como  la  ida:  Alfonso  II,  que  reinaba  entonces  en 


(\\    Conde,  P.  2.a  c.  XXVIII. 

(2)  La  parte  destinada  á  la  oración,  que  se  hacia  con  el  rostro  vuelto  hacia  la  Meca, 

(3)  Esta  prolijidad  es  propia  de  los  Árabes:  el  autor  de  la  historia  de  Fez,  Abdel  Halem  de 
Granada,  cuenta  hasta  el  número  de  tejas  que  cubrían  la  aljama  de  aquella  ciudad,  á  saber: 
467,300,  y  dice  que  tenia  15  puertas  grandes  para  los  hombres  y  2  pequeñas  para  las  mugeres,  y 
que  se  alumbraba  con  4700  lamparas,  pero  ñolas  encendían  todas  sino  en  las  noches  del  ramazan 
y  en  la  que  llamaban  de  Candiles. 

(4j  Dice  un  autor  árabe  que  al  preguntar  cierto  dia  Hixem  á  uno  de  sus  ministros  qué  pensa- 
ban los  Cordobeses  de  aquella  restauración,  le  contestó  el  ministro  :  «Aseguran  que  no  habéis  tenido 
otra  idea  que  proporcionaros  paso  para  ir  á  la  caza.»  Desde  aquel  momento  juró  Hixem  no  pasar 
en  su  vida  por  aquel  puente,  y  refieren  que  cumplió  su  palabra. 

(5)  Conde,  l.  c. 

(6)  Expresión  de  Ahmed,  c.  3. 
7)     Id.,  I    C 


CAP.   VIII. — ESPAÑA   ÁRABE.  393 

Asturias  supo  con  maña  atraer  á  los  enemigos  á  un  lugarpantanoso  llamado  Lutos 
(Lodos),  y  saliendo  entonces  los  cristianos,  que  emboscados  los  esperaban,  em- 
bistiéronlos tan  bravamente,  que,  embarazadosy  confusos  los  Moros  en  un  terreno 
fangoso  y  paradlos  desconocido,  sufrieron  horrible  mortandad.  Las  crónicas  cris- 
tianas hacen  subir  el  número  de  muertos  á  setenta  mil,  y  aun  cuando  sea  se- 
guramente exagerado  este  número,  es  lo  cierto  que  perecieron  allí  los  mas  afama- 
dos caudillos  de  la  hueste,  entre  ellos  Yussuf  ben  Bath,  y  que  los  mahometanos 
perdieron  cuanto  botin  y  prisioneros  traían  (1).  Duranle  este  mismo  año  ,  dicen 
las  crónicas  árabes,  Abdelkader,  general  de  Hixem,  persiguió  á  los  bárbaros  de 
Takerna  que  se  habían  rebelado,  é  hizo  en  ellos  tal  malanza  que  dejó  la  tierra 
yerma  y  despoblada  (2):  Trasladamos  esta  breve  noticia  tal  como  la  hallamos  en 
Conde,  sin  que  nos  haya  sido  dable  adquirir  en  autor  alguno  oirás  mas  circuns- 
tanciadas y  precisas  acerca  de  esos  bárbaros  y  de  ese  lugar  llamado  Takerna. 

La  expedición  de  794  á  Galicia  fué  la  última  que  se  emprendió  duranle  este 
reinado.  ¿Habíase  extinguido  de  pronto  por  efecto  de  aquella  derrota  el  espíritu 
religioso  y  guerrero  de  los  musulmanes  españoles  que  caracterizara  su  principio? 
Difícil  es  creerlo  así,  pero  de  todos  modos  es  lo  cierio  que  desde  aquel  momento 
hubo  de  hecho  una  tregua,  no  solo  entre  los  Árabes  y  Asturianos,  sino  también 
entre  aquellos  y  los  Aquitanos.  Por  grande  que  fuese  el  deseo  de  Garlo  Magno  de 
recobrar  en  Seplimania  lo  que  habia  perdido  en  la  expedición  del  año  •anterior, 
muy  graves  intereses  le  detenían  en  el  Norte,  donde  habia  de  contener  á  los  Sa- 
jones, sus  mas  terribles  enemigos.  Por  esta  parte,  pues,  Hixem  nada  tenia  que 
temer. 

La  guerra  santa,  á  pesar  de  la  derrota  de  Asturias,  habia  llenado  en  gran 
parte  el  objeto  que  Hixem  se  propusiera  al  publicarla.  Cuarenta  años  de  turbu- 
lencias y  de  guerras  intestinas  habían  podido  hacer  considerar  á  las  tribus  mu- 
sulmanas como  incapaces  de  hallar  otra  vez  el  secreto  de  711 ,  el  entusiasmo  é 
irresistible  ardor  de  los  compañeros  de  Tarik  y  Muza,  el  ardor  aventurero  de  los 
vencidos  de  Poitiers;  cuando  de  pronto  habia  reaparecido  algo  del  aníiguo  esfuer- 
zo allí  donde  no  parecía  conservarse  espíritu  alguno  de  unión  y  de  común  afecto. 
Numerosos  ejércitos  se  habian  formado  en  pocos  dias  á  la  voz  de  los  jefes  del 
culto ;  habíase  otra  vez  extendido  á  lo  lejos  la  fama  de  las  armas  y  del  nombre 
musulmán,  y  los  cristianos  de  España  y  de  las  Galias  habian  podido  apreciar  de 
nuevo  de  que  eran  capaces  aquellos  hombres  á  quienes  creían  para  siempre  divi- 
didos y  buenos  únicamente  para  guerrear  entre  sí  sin  tregua  ni  descanso. 

Y  es  innegable  que  Hixem  contribuyó  en  mucho  á  este  renacimiento  del  an- 
tiguo espíritu  del  Islam,  y  que  laausteridad  y  pureza  de  sus  costumbres,  la  igual- 
dad de  su  carácter,  el  fervor  verdadero  y  comunicativo  de  su  fe,  la  firmeza  en  fin 
y  aquella  bondad  que  elogian  en  él  sus  historiadores  y  que  nada  desmiente  en  los 
actos  conocidos  de  su  vida,  fueron  otras  tantas  causas  de  su  influencia  sobre  los 
Árabes  andaluces,  que  le  granjearon  su  estimación  y  afecto,  y  que  hicieron  mas 
fáciles  la  unión  y  reconciliación  de  las  tribus.  Dícese  que  Hixem  habia  tomado 
por  modelo  al  mejor  califa  de  su  familia,  á  Ornar  II,  que  gobernó  dos  años  el  ca- 


(4)     Conde,  P.  2.»,  c.  XXVITI. 
(2)     Id.,  l.c. 

TOMO  II.  50 


394  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

lifato  de  Damasco,  sin  que  le  animara  el  menor  odio  y  sirviendo  en  todos  sus  ac- 
tos de  edificación  á  sus  subditos.  Era  justo  y  piadoso,  repiten  á  porfía  las  memo- 
rias árabes,  haciendo  á  lo  que  parece  de  ambas  cualidades  los  requisitos  esencia- 
les de  un  buen  emir  según  el  Coran.  El  segundo  Ommíada  de  España  poseia 
también  estas  virtudes  que  se  manifestaban  en  los  actos  todos  de  su  soberanía. 
A.  ejemplo  del  califa  á  quien  tomara  por  modelo,  enviaba  á  las  provincias  del  im- 
perio hombres  de  su  confianza  para  que  examinasen  la  conducta  de  los  walies, 
wazires,  alcaides  y  demás  empleados  principales,  y  cuando  se  les  convencía  de 
injusticia,  cuando  un  acto  arbitrario  les  era  justamente  imputado,  el  wali,  wazir 
ó  alcaide  que  de  él  se  habia  hecho  culpable  era  sin  pérdida  de  momento  desti- 
tuido de  su  cargo,  obligábasele  á  reparar  el  mal  que  causara,  y  su  nombre  era 
publicado  en  las  mezquitas  por  el  cadí  de  los  cadíes  (1).  Como  su  padre,  propú- 
sose embellecer  á  Córdoba,  ala  que  doló  con  muchos  y  magníficos  edificios,  abrió 
en  ella  un  hospital  y  escuelas  para  enseñanza  de  la  lengua  arábiga,  y  Conde  nos 
hace  saber  la  singularidad  de  haber  obligado  á  los  cristianos  á  servirse  de  ella, 
prohibiéndoles  escribir  en  su  lengua  latina  (2).  En  cuanto  á  las  letras  y  artes,  no 
solo  las  protegía,  sino  que  en  persona  las  cultivaba,  y  entre  los  poetas  de  su  cor- 
te se  complacía  en  celebrar  en  verso  las  galas  de  la  naturaleza  y  otros  asuntos 
poéticos  (3).  La  arquitectura  y  la  poesía  parecen  haber  sido  después  de  la  guerra 
las  dos  pasiones  dominantes  en  los  Árabes  de  la  época.  Entre  los  hombres  distin- 
guidos á  quienes  Ilixem  amaba  y  protegía,  cítase  á  Amerben  Abu  Giafar,  llamado 
por  un  autor  árabe  el  mas  grande  poeta  de  su  siglo,  y  fallecido  en  Córdoba,  donde 
era  cadi  al  maut  ó  intendente  de  herencias  propias  del  fisco  ,  que  el  rey,  como 
padre  universal,  dice  el  autor  árabe  traducido  por  Conde,  hereda  á  los  que  no 
tienen  herederos.  También  bajo  este  reinado  vivió  y  murió  en  Córdoba  Said  ben 
Abdus,  conocido  por  el  Godei,  Andaluz  que  viajó  á  Oriente  y  fué  discípulo  de  Ma- 
lek  ben  Anas,  fundador  de  una  de  las  cuatro  sectas  ortodoxas  admitidas  por  los 
Sunnitas.  El  Godei  fué  el  primero  que  enseñó  en  España  según  la  doctrina  de  su 
maestro. 

Hixem  se  recreaba  mucho  en  el  campo  y  en  las  amenas  huertas  y  jardines 
de  sus  palacios,  y  en  el  año  178  (794),  hallándose  en  Córdoba  cultivando  por  su 
propia  mano  algunas  flores  y  plantas,  cuéntase  que  un  célebre  astrólogo  le  dijo: 


(1)    Ahmed,  c.  3. 
12)    Conde.  P.  2.a,  c.  XXIX. 

(3)  Conde  (c.  XXVIII)  traduce  unos  versos  que  hizo  Hixem  cierto  dia  en  que  le  proponían  la 
adquisición  de  una  heredad  muy  feraz  y  amena  contigua  á  sus  jardines.  Sabedor  el  emir  de  que 
deseaban  adquirirla  otros,  abstúvose  de  comprarla  por  no  perjudicarlos,  y  compuso  con  este  mo- 
tivo la  siguiente  poesía,  que  revela  no  tanto  ingenio  como  grandeza  de  ánimo: 

Mano  franca  y  liberal — es  blasón  de  la  nobleza, 

El  apañar  intereses    las  grandes  almas  desdeñan: 

Floridos  huertos  admiro — como  soledad  amena, 

El  aura  del  campo  anhelo, — no  codicio  las  aldeas, 

Todo  lo  que  Dios  me  da— es  para  que  á  darlo  vuelva: 

En  los  tiempos  de  bonanza — infundo  mi  mano  abierta 

En  el  insondable  mar — de  grata  beneficencia; 

Y  en  tiempo  de  tempestad — y  de  detestable  guerra, 

En  el  turbio  mar  de  sangre — baño  la  robusta  diestra: 

Tomo  la  pluma  ó  la  espada, — como  la  ocasión  requiere, 

Dejando  suertes  y  lunas— y  el  contemplar  las  estrellas. 


CAP.   Y1II. — ESPAÑA   ÁRABE.  395 

«Señor,  trabaja  en  estos  breves  dias  para  el  tiempo  de  la  eternidad.»  Hixem  le  A- de  J  c- 
preguntó  porque  le  decia  aquella  sentencia,  y  el  astrólogo  le  rogó  que  no  le  man- 
dase añadir  otra  cosa,  que  sin  pensar  lo  habia  dicho.  Instóle  el  emir  que  no  le 
ocultase  su  pensamiento,  seguro  de  que  por  nada  del  mundo  se  enojaría,  y  en- 
tonces el  astrólogo  le  dijo  estar  escrito  en  el  cielo  que  Hixem  moriría  antes  de 
dos  años.  No  se  entristeció  el  emir,  dice  la  crónica,  por  el  anuncio  de  su  temprana 
muerte;  antes  al  contrario  prosiguió  entretenido  en  sus  jardines  hasta  la  hora 
acostumbrada,  oyó  luego  cantar,  jugó  al  ajedrez  como  solia  y  mandó  dar  al  as- 
trólogo un  buen  vestido  (1).  Desde  aquel  momento  repetía  con  frecuencia  estas 
palabras:  «Mi  confianza  es  Dios  y  en  él  espero.»  Aunque  era  sabio  y  superior  á 
las  creencias  vulgares  sobre  el  influjo  de  las  estrellas,  persuadido,  añade  la  cró- 
nica, de  qué  todo  se  mueve  al  soplo  de  la  divina  voluntad,  según  los  eternos  de- 
cretos, no  quiso  dilatar  la  solemne  declaración  de  su  futuro  sucesor  en  el  impe- 
rio. Reunió,  pues,  á  los  principales  walies,  waziresy  alcatibes,  álos  secretarios 
y  consejeros  de  Estado,  al  cadi  de  los  cadies  de  España,  y  en  presencia  del  ha- 
gib  declaró  á  su  hijo  Alhakem  wali  alhacli,  es  decir,  como  hemos  ya  indicado,  fu- 
turo sucesor  de  su  padre.  Alhakem  contaba  veinte  y  dos  años,  tenia  reputación 
de  esforzado,  y  era  de  gentil  presencia  y  buen  ingenio.  Esta  ceremonia,  copia  de 
la  que  diera  á  Hixem  el  imperio,  verificóse  en  el  año  179  de  la  hegira  (795).  795 

El  vaticinio  del  astrólogo,  si  fué  cierto,  no  tardó  en  cumplirse:  en  los  prime- 
ros dias  de  la  luna  de  safar  del  año  siguiente,  Hixem  fué  atacado  de  !a  enferme- 
dad que  le  condujo  al  sepulcro  á  los  doce  dias  de  la  misma  luna  (25  de  abril  de    796. 
796). 

Cuéntase  que  antes  de  morir  dio  á  su  hijo  Alhakem  estos  buenos  consejos, 
atribuidos  por  algunos  equivocadamente  á  su  padre  Abderrahman  :  «Deposita  en 
tu  corazón,  dijo  solemnemente  Hixem  á  su  hijo,  y  no  olvides  nunca  estos  conse- 
jos que  quiero  darte  por  el  mucho  amor  que  le  tengo.  Considera  que  los  reinos 
son  de  Dios,  que  los  da  y  los  quita  á  quien  quiere,  y  pues  Dios  nos  ha  dado  el 
poder  y  autoridad  real  que  está  en  nuestras  manos  por  su  divina  bondad,  démos- 
le gracias  por  tanto  beneficio  y  hagamos  en  todo  su  santa  voluntad,  que  no  es  otra 
que  hacer  bien  á  todos  los  hombres,  y  en  especial  á  los  encomendados  á  nuestra 
protección.  Haz  justicia  igual  á  pobres  y  á  ricos,  y  no  consientas  injusticias  en  tu 
reino  ,  que  es  camino  de  perdición ;  sé  benigno  y  clemente  con  los  que  de  tí  de- 
penden ,  que  todos  son  criaturas  de  Dios ;  confia  el  gobierno  de  tus  provincias  y 
ciudades  á  varones  buenos  y  experimentados ;  castiga  sin  compasión  á  los  minis- 
tros que  opriman  tus  pueblos  a  sin  razón  con  voluntarias  exacciones.  Gobierna 
con  dulzura  y  firmeza  á  tus  tropas  cuando  la  necesidad  te  obligue  á  poner  las 
armas  en  sus  manos ;  sean  ellas  los  defensores  del  estado  ,  no  sus  devastadores, 
y  cuida  de  tenerlas  pagadas  y  seguras  de  tus  promesas.  Nunca  ceses  de  gran- 
jear la  voluntad  de  tus  pueblos ,  pues  en  su  amor  consiste  la  seguridad  del  Es- 
tado, en  el  miedo  el  peligro,  y  en  el  odio  la  ruina  cierta.  Procura  por  los  labra- 
dores que  cultivan  la  tierra  y  nos  dan  el  necesario  sustento;  no  permitas  que  les 
talen  sus  siembras  y  plantíos ,  y  en  suma  haz  de  manera  que  tus  pueblos  te  ben- 
digan y  vivan  contentos  á  la  sombra  de  tu  protección  y  bondad  ,  que  gocen  se- 


(4)    Conde,  P.  5.",  c.  XXIX. 


396  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

guros  y  tranquilos  de  los  placeres  de  la  vida.  En  esto  consiste  el  buen  gobierno, 
y  si  lo  consigues  ,  serás  feliz  y  lograrás  la  fama  del  mas  glorioso  príncipe  del 
mundo  (1).» 

Después  de  un  reinado  de  siete  años,  seis  meses  y  veinta  y  cinco  dias,  mu- 
rió Hixem  á  la  edad  de  treinta  y  nueve  años ,  un  mes  y  veinte  y  seis  dias.  Los 
autores  árabes  que  cuentan  por  años  lunares  le  dan  cuarenta  años,  cuatro  meses 
y  ocho  dias  de  edad  y  de  reinado  siete  años,  nueve  meses  y  diez  y  ocho  dias. 

No  será  por  demás  que  antes  de  pasar  á  referir  la  historia  del  hijo  de  Hi- 
xem, con  el  cual  nos  internaremos  en  el  siglo  ix,  apuntemos  algunos  rasgos 
característicos  del  que  va  á  terminar.  Por  desgracia,  únicamente  sobre  muy  re- 
ducido número  de  puntos,  ó  por  mejor  decir  solo  sobre  uno  ó  dos  puntos  del  con- 
junto de  hechos  que  constituye  el  estado  social  de  un  pueblo  podemos  deducir 
de  los  raros  monumentos  históricos  de  la  época  algunas  nociones  positivas,  dig- 
nas de  encontrar  aquí  un  lugar. 

Después  de  las  luchas  y  divisiones  del  reinado  de  Abderrahman,  hemos  visto 
renacer  entre  las  tribus  hispano-musulmanas  el  antiguo  espíritu  del  islamismo. 
La  guerra  volvió  á  ser  lo  que  Mahoma  quiso  que  fuera,  esto  es,  una  obra  de  sa- 
crificio, de  fe,  de  proselitismo,  una  obra  sagrada,  y  este  carácter  religioso  halla- 
rémoslo  en  adelante  con  mayor  ó  menor  intensidad  en  todas  las  grandes  épocas 
de  la  lucha  entre  Árabes  y  cristianos,  ó  lo  menos  hasta  la  caida  del  califato  de  Cór- 
doba. Sin  embargo,  veremos  modificarse  profundamente  la  organización  de  los 
ejércitos  musulmanes,  y  durante  el  reinado  del  hijo  de  Hixem,  un  sueldo  fijo,  un 
equipo  uniforme  harán  de  ciertos  cuerpos  privilegiados  una  especie  de  milicia 
permanente.  En  la  época ,  empero,  de  que  ahora  tratamos,  las  cosas  no  habían 
llegado  aun  á  este  punto. 

La  organización  de  las  huestes  continuaba  la  misma  que  en  tiempo  de  Alsa- 
mah  y  de  Abderrahman,  el  vencido  de  Poitiers.  Los  hombres  que  componían  los 
ejércitos  musulmanes  (  únicamente  para  el  caso  de  guerra  )  estaban  los  unos  á 
sueldo  del  emir,  y  estos  eran  los  menos,  y  eran  los  demás  voluntarios  que  se  ar- 
maban á  sus  expensas  y  se  proveían  de  todo  lo  necesario.  Combatían  por  Dios, 
por  el  Profeta  y  por  el  Islam,  y  la  perspectiva  del  paraíso  hacíales  desear  mas  que 
temer  ser  mártires  en  las  refriegas.  Varios  empleados  seguían  el  ejército,  encar- 
gados de  atender  á  sus  necesidades  y  de  proveerles  de  víveres  y  vestidos. 

Así  organizados,  los  ejércitos  musulmanes  tenían  algo  de  regulares,  y  á  pe- 
sar de  las  notables  diferencias  entre  sus  distintas  partes,  según  las  componían 
hombres  de  esta  ó  de  aquella  raza,  habia  entre  ellos  igualdad  completa  en  cuan- 
to á  la  disciplina. 

Sus  costumbres  llevaban  todavía  impreso  fuertemente  el  sello  oriental.  Se- 
gún uso  de  Oriente,  llevaban  consigo  y  plantaban  de  noche  las  tiendas  que  les 
servían  de  abrigo,  y  al  día  siguiente,  si  convenia  adelantar  ó  retroceder,  cargá- 
banse con  ellas  los  mulos  y  ligeros  carros  que  llevaban  los  bagajes  del  ejército, 
y  también  los  camellos,  nuevos  huéspedes  que  los  Árabes  habían  trasportado  y 
aclimatado  en  España,  y  que  han  desaparecido  de  este  suelo  con  los  conquista- 
dores que  los  trajeron.  Tiendas,  camellos,  mulos  y  caballos  alados  á  las  estacas, 


(1)    Conde,  P.  2.a,  c.  XXIX. 


CAP.    VIII. — ESPAÑA   ÁRABE.  397 

guerreros  sentados  en  rueda  junto  á  las  hogueras  de  la  noche,  tal  debía  ser  el 
aspecto  de  un  campamento  musulmán.  La  Arabia  se  había  trasladado  á  la  Penín- 
sula, y  por  la  mañana,  plegadas  las  tiendas,  ensillados  los  caballos  y  los  baga- 
jes cargados,  poníanse  todos  en  marcha.  La  tierra  removida  y  la  humareda  de 
las  hogueras  abandonadas,  indicaban  únicamente  que  allí  había  acampado  y  dor- 
mido un  ejército. 

Nada  europeo  se  había  mezclado  aun  á  fines  del  siglo  vm  en  el  traje  de  los 
hombres  de  guerra,  y  continuaban  usando  la  holgada  y  cómoda  túnica,  el  ancho 
turbante  y  las  armas  de  Asia.  Los  Árabes  de  toda  raza,  los  Persas,  los  Sirios  y  los 
Egipcios  llevaban  el  traje  de  su  país  sin  alteración  ninguna.  El  vestido  particu- 
lar, de  origen  y  forma  asiáticos  también,  de  las  poblaciones  del  África  occidental, 
de  los  Berberiscos  de  entonces ,  era  casi  el  mismo  que  el  de  los  Berberiscos  de 
ahora.  El  color  del  traje,  la  forma  diferente  del  turbante  ,  la  forma  de  la  espa- 
da eran  otros  tanlos  signos  característicos  de  cada  tribu.  La  acción  del  tiempo , 
el  prolongado  trato  con  los  cristianos  modificaron  mucho  estos  usos  de  los  mu- 
sulmanes españoles  del  siglo  vm,  pero  sin  lograr  jamás  despojarlos  de  su  carác- 
ter oriental,  que  ellos  por  el  contrario  imprimirán  de  un  modo  indestructible  á 
ciertas  regiones  de  España.  El  estribo  ancho  ,  la  silla  en  forma  de  concha  y  de 
sillón  para  los  jefes  principales,  usados  entonces,  se  encuentran  todavía  en  varias 
provincias  de  nuestra  Península. 

Por  lo  que  toca  á  las  ciencias,  letras  y  artes,  nada  podemos  añadir  á  lo  que 
hemos  dicho  antes  de  ahora.  Muchas  composiciones  en  verso  en  lasque  respira 
un  notable  sentimiento  poético,  llegadas  de  aquel  siglo  hasta  nosotros,  manifies- 
tan que  la  poesía  era  entonces  cultivada  con  provecho.  A  juzgar  por  los  monu- 
mentos arquitectónicos  de  la  época,  y  solo  por  inducción,  pues  nada  dicen  sobre 
esto  sus  cronistas,  los  Árabes  habían  de  ser  un  pueblo  geómetro  por  naturaleza, 
por  naturaleza  matemático;  en  efecto  es  imposible  que  nombres  capaces  de  con- 
cebir y  ejecutar  la  gran  mezquita  de  Córdoba  no  tuvieran  á  lo  menos  un  admira- 
ble instinto  de  aquella  ciencia. 

A  esto  se  limita  cuanto  sabemos  de  los  Hispano-Musulmanes  de  este  siglo. 
Interesante  por  demás  seria  poseer  algunas  nociones  acerca  del  estado  del  comer- 
cio ,  de  la  industria  y  de  la  navegación  de  este  pueblo  ;  quisiéramos  saber  sobre 
todo  su  modo  de  vivir,  sus  usos  y  costumbres,  y  sobretodo  aclarar  algo  la  oscu- 
ridad que  reina  acerca  de  la  diferencia  entre  las  tribus.  Quizás  podamos  difun- 
dir sobre  todo  ello  un  rayo  de  luz  en  el  curso  de  esta  obra,  mas  por  incompletas 
que  sean  las  noticias  que  preceden,  parécenos  que  revelan  algún  tanto  la  fisono- 
mía particular  de  la  España  árabe  durante  el  siglo  vm,  y  por  esto  las  hemos  da- 
do en  el  presente  lugar. 


398  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 


CAPÍTULO  IX. 

Emirato  de  Alhakem. — Sus  guerras  contra  sus  tios. — Sitio  de  Toledo.— Entrada  délos  Franco-Aqui- 
tanos  en  la  Marca  hispana. — Expedición  de  Alhakem  contra  ellos.— Continuación  de  la  guerra  con- 
tra Solimán  y  Abdallah. — Toma  de  Toledo.— Los  tios  del  emir  son  vencidos;  muerte  de  Solimán; 
tratado  de  paz  con  Abdallah. — Sitio  y  toma' de  Barcelona  por  Ludovico  Pió.— Oiígen  del  conda- 
do de  Barcelona —Guerras  y  vicii-itudes  de  ambos  pueblos  en  el  valle  del  Ebro. — Turbulencias. 
— Conspii  acones.—  Sublevación  de  Mérida.— La  bella  Alkinza.— Guerrasen  la  frontera  de  Galicia. 
— Tregua  con  Alíonso  II  —Los  Francos  intentan  apoderarse  de  Tortosa.— Los  Normandos.— Toma 
de  Tortosa.— Excursiones  marítimas  por  el  Mediterráneo.— Tratado  de  paz  con  los  Francos. — Nue- 
vas guerras  en  Galicia. — Victorias  de  los  cristianos  acaudilladospor  Alfonso. — Horrorosas  escenas 
en  Córdoba.— Emigración  de  veinte  mil  Cordobeses.— Vicisitudes  y  conquistas  de  estos  desterra- 
dos.—Misantropía  de  Alhakem;  sus  demencias ,  su  muerte» 

Desde  el  año  796  hasta  el  822. 

Alhakem  fué  proclamado  emir  en  14  de  safar  del  año  180  (28  de  abril  de 
796),  cuando  contaba  veinte  y  cinco  años.  Todos  esperaban  en  él  un  digno  su- 
cesor de  su  padre  y  abuelo,  dice  una  crónica  árabe;  su  noble  fisonomía  lo  anun- 
ciaba, su  buena  educación  y  los  ejemplos  paternos  lo  persuadian.  Dios  solo,  em- 
pero, es  sabedor:  Alhakem  era  docto  y  de  ingenio,  pero  vano  y  de  natural  duro 
y  fácil  solo  para  la  ira  (1).  Así  nos  hace  presentir  la  crónica  una  notable  dife- 
rencia entre  el  tercer  emir  ommíada  y  sus  dos  antecesores.  En  cada  nuevo  rei- 
nado procedíase  al  nombramiento  de  un  hagib,  y  criado  Alhakem  desde  la  infan- 
cia con  Abdelkerim,  poeta,  sabio  y  guerrero  ilustre,  hijo  de  Abdelwahid,  hagib 
que  fué  de  su  padre,  eligióle  para  ocupar  aquel  alto  puesto  é  hizo  de  él  su  ami- 
go y  hombre  de  confianza. 

Como  su  padre ,  tuvo  el  nuevo  emir  que  guerrear  luego  de  haber  sido  ele- 
vado al  poder  supremo,  y  debió  hacerlo  contra  los  mismos  compelidores  que  lo 
disputaron  á  Bixem.  Solimán  y  Abdallah,  hijos  de  Abderrahman,  sintieron  rena- 
cer de  nuevo  á  la  muerte  de  Hixem  sus  pretensiones  á  la  soberanía  de  España  ó 
cuando  menos  de  algunas  de  sus  provincias ,  de  cuya  posesión  se  consideraban 
injustamente  despojados.  Desde  el  año  790,  Solimán  vivió  en  Tánger,  donde  pa- 
rece que  con  sus  riquezas  se  habia  creado  gran  número  de  amigos  y  parciales, 
y  Abdallah,  que  parece  no  haber  salido  de  la  Península  durante  tocio  el  reinado 
de  Ilixcm,  residía  en  el  palacio  cercano  á  Toledo  que  le  regalara  su  hermano  al 
recibirle  con  los  brazos  abiertos,  según  hemos  visto  en  el  capítulo  anterior. 

Fácil  hubiera  sido  á  Abdallah  excitar  un  levantamiento  inmediato  contra 
su  sobrino,  pues  también  habia  adquirido  gran  número  de  partidarios  en  la  tier— 


4)    Conde,  P.  2.",  c.  XXX. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  399 

ra  de  Toledo  y  habia  ganado  la  voluntad  de  algunos  alcaides  de  aquella  comarca,  a.  de  j. 
en  especial  de  uno  llamado  Obeida  ben  Amza,  hombre  astuto  y  de  valor;  pero 
queriendo  ante  todo  concertarse  con  su  hermano,  dejó  encomendado  á  Obeida 
mantener  el  descontento  en  el  país  de  Toledo,  y  con  toda  su  familia  marchó  á 
Tánger,  á  lo  que  se  cree,  durante  el  mes  que  siguió  á  la  muerte  de  Hixem. 

Los  acontecimientos  sucesivos  revelan  claramente  lo  que  resolvieron  ambos  797 
hermanos  en  sus  conferencias  de  Tánger.  Después  de  una  corta  permanencia  en 
África,  Abdallah  partió  para  Aquisgran:  «En  797,  de  regreso  á  su  palacio  de 
Aix,  Carlo-Magno,  nos  dice  Eginhardo,  recibió  en  él  á  Abdallah ,  Sarraceno,  hijo 
del  rey  Ibin  Mauga,  procedente  de  Mauritania  (1).» — Ibin  Mauga  llamó  el  cro- 
nista franco  á  Abderrahman  I  por  corrupción  de  su  nombre  patronímico  ben 
Moaviah. 

¿Qué  iba  á  hacer  Abdallah  á  la  corte  de  Garlo-Magno?  No  lo  expresa  cró- 
nica alguna  contemporánea,  pero  se  adivina  muy  fácilmente.  « En  aquel  tiempo 
Carlo-Magno  llamó  de  Italia  á  Pepino  y  de  España  á Luis,  continua  Eginhardo; 
en  este  mismo  lugar  recibió  á  los  diputados  de  los  Hunos  con  sus  presentes,  y  los 
despidió  muy  satisfechos.  Dio  audiencia  en  seguida  á  un  diputado  de  Alfonso, 
rey  de  Asturias  y  Galicia,  después  de  lo  cual  envió  otra  vez  su  hijo  Pepino  á  Ita- 
lia, y  Luis,  su  otro  hijo,  á  Aquitania,  y  con  este  á  Abdallah,  que  fué  conducido  á 
España,  y  puesto ,  según  su  deseo,  en  manos  de  hombres  á  cuya  fe  no  vaciló  en 
confiarse  (2).» 

Vemos,  pues,  que  el  analista  cristiano  no  nos  dice  el  motivo  ni  el  objeto 
que  llevaron  á  Abdallah  cerca  del  mas  poderoso  príncipe  que  entonces  en  Euro- 
pa se  conocía,  y  las  demás  crónicas  francas  no  se  muestran  mas  explícitas;  pero 
no  puede  dudarse  que  inspiraron  al  Sarraceno  iguales  motivos  que  á  Solimán  ben 
Alarabi  cuando  en  777  marchó  á  Paderborn  cerca  del  mismo  monarca.  Los  au- 
xilios que  de  Carlos  esperaba  Abdallah,  y  lo  que  resolvieron  en  sus  conferencias, 
ni  Eginhardo  ni  nadie  nos  lo  dicen,  y  así  es  que  hemos  de  contentarnos  con  se- 
guir el  hilo  de  esta  relación. 

Mientras  Abdallah  negociaba  secretamente  cerca  de  Carlo-Magno  en  su  in- 
terés común,  Solimán  reunía  un  ejército  en  África  que,  según  todas  las  apa- 
riencias, hallóse  dispuesto  á  entrar  en  campaña  á  fines  del  verano  del  año  797. 
De  regreso  á  Toledo,  Abdallah  habia  hallado  á  Obeida  ben  Amza  y  á  los  alcaides 
que  le  eran  adictos  (los  hombres  fieles  de  que  habla  Eginhardo)  en  las  mejores 
disposiciones,  y  no  tardó  en  arrojar  completamente  la  máscara.  Obeida  ganóle 
las  fortalezas  de  Ucles,  de  Ubeda  y  de  Santiberia,  alzó  banderas  por  él,  y  con  un 
atrevido  golpe  de  mano  se  apoderó  de  las  puertas  del  alcázar  de  Toledo.  De  todos 
los  alcaides  de  la  comarca,  ninguno  habia  permanecido  fiel  al  emir  sino  Amru  el 
de  Talavera. 

Esto  sucedía  durante  el  oíoño  del  año  181  (797),  y  al  mismo  tiempo  Soli- 

(1)  Ibique  Abdellam  Sarracenum  filium  Ibin  Maugae  regis,  de  Mauritania  ad  se  venientem, 
suscepit  (Eginh.  Annal.,  ad  ann.  797). 

(2)  ...lbi  legatum  Hadefonsi,  regis  Asturiee  atque  Galleciae,  donasibi  deferentem,  suscapit.  Inde 
iterumPipinum  ad  Italiana,  Hludovicum  ad  Aquitaniam  remisit,  cumquoet  Abdellam  Sarracenum 
irejussit,  qui  postea,  ut  ipse  voluit,  in  Hispaniam  ductus,  et  illorum  fidei quibus  se  credere  non  du- 
bitavit,  commissus  est  (Ibid.,  1.  c.)— Los  Anales  Lauricenses  dicen  únicamente:  Inde  Abdallah  Sar- 
racenum cum  filio  suo  Hludovico  in  Hispanias  revertí  fecit 


¿00  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

man  pasaba  á  España  desde  África  con  un  numeroso  ejército,  invocando  su  título 
de  hijo  primogénito  del  glorioso  emir  Abderrahman.  Al  saber  la  doble  empresa 
de  sus  lios,  Alhakem,  como  rey  con  armas,  juventud  y  ánimo  dispuesto  á  la  so- 
beranía ó  á  la  muerte,  dice  la  crónica,  no  se  intimidó  por  mas  que  le  amenazase 
guerra  larga,  peligrosa  y  sangrienta.  Allegando  cuantas  tropas  pudo  reunir, 
partió  primeramente  hacia  Toledo  donde  el  peligro  parecia  mas  inminente,  y  dejó 
a  la  caballería  de  Arcos ,  de  Jerez,  de  Sidonia  y  de  Sevilla  el  cuidado  de  impedir 
la  reunión  de  Abdallah  y  Solimán.  Sin  embargo,  no  habia  llegado  aun  delante  de 
Toledo  cuando  esta  reunión  se  habia  ya  verificado  y  llenaban  la  ciudad  las  tro- 
pas de  ambos  hermanos :  Solimán  habia  probablemente  desembarcado  su  hueste 
en  Valencia  y  Denia  y  atravesado  á  marchas  forzadas  la  distancia  que  separa  á 
Toledo  de  la  costa.  En  tanto  Luis  de  Aquitania ,  de  vuelta  á  Tolosa,  enviaba  sin 
pérdida  de  momento  un  ejército  á  esta  parte  de  los  Pirineos,  como  sin  duda  lo 
habia  prometido  á  Abdallah.  Créese  que  acaudillaba  estas  tropas  Guillermo  de 
Tolosa,  deseoso  de  tomar  de  los  Sarracenos  el  desquite  de  la  batalla  del  Orbien. 

Las  crónicas  francas  nos  dicen  muy  poca  cosa  de  las  operaciones  de  este 
ejército,  pero  por  las  historias  árabes  sabemos  que  venció  á  los  caudillos  musli- 
mes fronterizos  Bahlul  y  Abu  Tahir,  dos  de  aquellos  jefes  que  se  pasaban,  según 
la  ocasión,  de  los  emires  de  Córdoba  á  ios  reyes  francos,  y  de  los  reyes  francos  á 
los  emires  de  Córdoba;  esta  vez,  empero,  fuesen  cuales  fueren  los  motivos  de  su 
conducta,  habíanse  opuesto,  aunque  en  vano,  á  las  armas  de  los  Francos  aquita- 
nos  (1).  Las  mismas  historias  nos  dicen  que  este  ejército  se  apoderó  de  Narbona 
y  de  Gerona,  y  que  amenazó  con  suerte  semejante  á  las  ciudades  de  la  frontera 
oriental  (2).  Acerca  de  la  reconquista  de  Narbona,  téngase  presente  lo  que  antes 
hemos  dicho :  lo  mas  probable  es  que  por  ella  ha  de  entenderse  la  reconquista 
del  territorio  que,  comprendiendo  casi  todoel  actual  Rosellon,  habia  quedado  desde 
793  en  poder  de  los  musulmanes.  Los  Francos  recobraron  también  á  Gerona, 
dominada  otra  vez  por  los  Árabes  hacia  cuatro  años,  pero  no  se  limitaron  á  esto 
sus  victorias :  Pamplona,  Huesca  y  Lérida  se  rindieron  á  sus  armas,  y  Hassan, 
walí  de  lluesca,  entregó  su  ciudad  á  los  enemigos  con  ruines  tratos  (3).  Y  no  era 
esto  todo:  á  favor  de  la  agitación  suscitada  por  la  irrupción  de  los  Francos,  habia 
tenido  lugar  un  levantamiento  en  Barcelona,  á  consecuencia  del  cual  un  Árabe 
llamado  Zaid  habíase  apoderado  del  gobierno  y  ofrecido  la  ciudad  á  Carlo-Magno. 
Todo  ello  fué  escrito  á  Alhakem  desde  Zaragoza  ó  Huesca  por  el  alcaide  de  la 
última  ciudad  Abdelsalem  ben  Walid,  según  parece  desprenderse  de  una  crónica 
árabe  (4);  en  cuanto  á  los  hechos  relatados  aparecen  con  certeza  de  los  textos  ori- 
ginales de  ambas  naciones. 

Aunque  todo  parecia  haber  de  detenerle  en  Toledo  donde  se  ventilaban  en 
definitiva  sus  mas  caros  intereses,  Alhakem  no  pudo  contenerse  al  saber  estas 
noticias,  y  encargando  á  su  fiel  Amru  la  continuación  del  sitio,  partió  para  la 
España  oriental,  seguido  únicamente  de  la  caballería  de  su  guardia. 


(1)  Abu  Tahir  moriria  probablemente  en  esta  campaña,  pues  desde  este  momento  su  nombre 
desaparece  completamente  de  la  historia. 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXX. 

;:¡)    id. 
(4)    Id. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  401 

Su  presencia,  sus  modales,  sus  ardientes  discursos  animan  por  todas  partes  a.  dej  c. 
á  los  pueblos,  y  los  hombres  de  armas  se  agrupan  al  rededor  de  su  bandera. 
Desde  Zaragoza  dirige  su  voz  á  los  buenos  musulmanes ,  y  de  todos  los  puntos 
de  la  provincia  responden  á  su  llamamiento.  Impaciente  por  castigar  á  los  walíes 
y  alcaides  rebeldes  de  la  frontera  y  de  volver  delante  de  Toledo  donde  está  en 
peligro  todavía  su  fortuna,  parte  de  Zaragoza,  recobra  las  plazas  de  Huesca  y 
Lérida,  donde  los  cristianos  no  se  atreven  á  esperarle,  entra  en  Barcelona  y  en 
Gerona,  atraviesa  los  Pirineos  y  manda  decapitar  en  Narbona  á  cuantos  infieles 
le  llegan  á  las  manos  (1). — Otra  vez  nos  encontramos  con  Narbona  reconquis- 
tada por  los  musulmanes,  siendo  así  que  no  era  aquella  una  plaza  para  ser  to- 
mada y  recobrada  de  este  modo  á  la  primera  embestida.  Por  esto  hemos  de  con- 
siderar este  suceso  como  una  falsa  interpretación  de  los  textos  árabes,  y  de  todos 
modos  como  un  punto  muy  dudoso. — De  esta  expedición,  según  los  mismos  tex- 
tos, llevóse  cautivos  niños  y  mugeres,  y  muchos  y  preciosos  despojos,  recibiendo 
por  ello  de  los  soldados  y  del  pueblo  el  nombre  de  Almudafar  (vencedor  afor- 
tunado). A  ser  cierto,  como  parece,  que  entrase  en  Barcelona,  abriríale  las  puertas 
Zaid,  el  Árabe  que  habia  logrado  apoderarse  del  gobierno,  y  quizás  Alhakem  le 
confirmó  en  su  título  y  autoridad. 

Satisfecho  con  sus  rápidos  triunfos,  Alhakem  dejó  en  las  fronteras  reconquis- 
tadas á  su  hagib  Abdeikerim  y  al  wali  Foteis  ben  Solimán  ,  y  emprendió  á  toda 
prisa  el  camino  de  la  España  central. 

Tiempo  era  ya  de  que  lo  hiciera.  Mientras  merecía  y  recibía  en  la  fron- 
tera el  sobrenombre  de  Almudafar,  el  partido  de  sus  lios  habíase  reforzado  con 
numerosos  parciales.  Toledo  y  todas  las  fortalezas  de  la  comarca  se  habían  de- 
clarado en  su  favor,  y  Valencia  ,  Tadmir ,  Denia  y  casi  todas  las  ciudades  marí- 
timas de  la  costa  meridional  reconocían  también  su  bandera.  Valencia  sobretodo 
se  mostraba  muy  adicta  á  los  hijos  de  Abderrahman ,  y  en  especial  á  Abdallah, 
á  quien  apellidaban  Ai  Valendi{E[  Valenciano)  (2). 

Colocado  en  la  alternativa  de  vencer  á  sus  tíos  ó  de  abdicar  el  emirato, 
no  habia  para  Alhakem  término  medio  ,  y  consagró  todas  sus  fuerzas  á  la  em- 
presa, resuelto  á  perecer  en  ella  ó  á  reportar  la  victoria. 

Esto  no  obstante,  la  fortuna  que  guiara  sus  armas  en  su  campaña  de  797  en  ras- 
las  fronteras ,  no  pareció  hasta  799  dirigir  sus  operaciones  en  las  riberas  del  Ta- 
jo, y  entonces  venció  en  varios  reencuentros  á  las  tropas  de  Solimán  y  de  Abda- 
llah ,  recobrando  sucesivamente  alrededor  de  Toledo  cuantas  fortalezas  habia 
perdido  ,  Uclés  ,  Ubeda  ,  Santiberia,  etc.  Poco  después,  y  como  consecuencia  de 
las  victorias  de  su  sobrino  ,  Solimán  y  Abdallah  pasaron  á  la  España  meridional, 
donde  Alhakem  los  persiguió  confiando  al  alcaide  de  Talavera  Amru  la  dirección 
del  sitio  de  Toledo  ,  única  plaza  de  la  España  central  que  sostenía  aun  la  causa 
de  los  hijos  de  Abderrahman.  Este  Ámru,  á  quien  veremos  sucesivamente  wali  de 
Toledo  y  de  Zaragoza,  es  el  mismo  personaje  á  quien  las  crónicas  cristianas  llaman 
Ambrós ,  Amaroz  ó  Amruis ,  y  que  tan  importante  y  singular  papel  desempeñará 
mas  tarde  en  Toledo  y  en  los  Pirineos. 


(1)     Conde,  P.  2  a  c.  XXX. 
1%)    Ebn  el  Abar,  t.  II,  p.  33. 

TOMO  II.  ol 


402  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

ejC  Así  seguía  la  guerra  sin  acaecimientos  notables,   y  á  principios  del  año 

80O,  800  la  situación  de  los  hijos  de  Abderrahman  era  todavía  la  misma.  Sin  embar- 
go ,  no  tardaron  las  cosas  en  cambiar  de  aspecto:  Toledo  abrió  sus  puertas  y  en- 
tregó al  vencedor  el  alcaide  Obeida  ben  Amza  ,  á  quien  Amru  mandó  decapi- 
tar (1).  Dueño  este  de  Toledo,  nombró  á  su  hijo  Yussuf gobernador  de  la  ciudad,  y 
se  apresuró  á  reunirse  con  el  emir  con  las  fuerzas  de  que  pudo  disponer  sin  peli- 
gro para  la  conservación  de  Toledo.  Alhakem  habia  esiablecido,  á  lo  que  parece, 
su  cuartel  general  en  Chinchilla ,  y  allí  le  trajo  Amru  la  noticia  de  la  rendición 
de  Toledo  y  un  importante  refuerzo  de  tropas . 

Durante  algunos  meses,  todos  los  esfuerzos  de  Alhakem  solo  lograron  conte- 
ner, pero  no  vencer  el  partido  de  sus  lios  en  el  mediodía  de  España.  Por  mucho 
tiempo  evitaron  estos  empeñar  una  batalla  general  ,  pero  cansados  al  fin  de  la 
inceríidumbre  de  su  situación  ,  quisieron  decidir  la  contienda  de  una  vez.  Para 
ello  pusieron  en  movimiento  todos  sus  soldados  y  tomaron  con  decisión  el  camino 
de  Córdoba ,  resueltos  á  abrirse  paso  con  las  armas  en  la  mano. 

El  ejército  de  Alhakem  continuaba  en  Chinchilla  como  para  cerrar  el  ca- 
mino de  Andalucía  á  los  competidores  del  emir  ,  fatigado  también  de  su  pro- 
longada inacción.  Al  saber  la  marcha  de  ambos  hermanos  hacia  Córdoba, 
pénese  también  en  movimiento  y  sale  á  oponerse  á  su  paso  ,  hasta  que  ambas 
huestes ,  dice  la  crónica  ,  como  de  un  acuerdo  se  encontraron  y  acometieron  con 
igual  odio  y  esperanza  de  victoria,  en  el  mismo  punto  en  que,  mozo  todavía,  Al- 
hakem habia  vencido  á  su  tio  Solimán  armado  contra  su  padre  Hixem.  En  lo  mas 
recio  de  la  batalla  Solimán  recibió  una  flecha  en  el  cuello,  cayó,  y  murió  piso- 
teado por  la  caballería.  Desordenáronse  con  este  golpe  las  bandas  rebeldes ,  y 
Abdallah  se  retiró  á  Valencia  á  favor  de  la  noche ,   seguido  de  unos  pocos  (2). 

El  dia  siguiente  fué  hallado  entre  los  cadáveres  el  cuerpo  de  Solimán  ;  lle- 
vado delante  de  Alhakem  ,  este  le  miró  enternecido  ,  y  lloró  á  su  tio,  dicen  las 
crónicas,  acordándose  de  su  padre.  Alhakem  mandó  tributar  á  Solimán  los  hono- 
res fúnebres  que  se  hacían  á  los  emires  ,  y  asistió  á  la  ceremonia  con  todo  su 
ejército. 

Desde  Valencia,  donde  le  hemos  visto  refugiarse,  Abdallah  envió  su  sumisión 
al  emir ,  pues  aun  cuando  era  muy  querido  en  el  país  y  hubiera  podido  fácilmen- 
te mantenerse  en  él  por  algún  tiempo  ,  no  quiso  prolongar  una  resistencia  que 
consideraba  sin  duda  inútil  é  infructuosa. 

Alhakem  recibió  muy  bien  á  los  mensageros  de  su  tio,  y  solo  exigió  que  le 
diese  en  rehenes  sus  hijos,  permitiéndole  morar  donde  bien  le  pareciese.  Abda- 


(1)  El  Nowairi,  p.  468.,  y  Conde,  P.  2.  c.  XXXI  . 

(2)  «Pelearon  todo  el  dia  con  admirable  esfuerzo,  y  á  la  tarde  los  de  Alhakem,  siguiendo  á  sus 
caudillos  y  el  ejemplo  de  su  rey,  rompieron  y  desbarataron  la  primera  batalla  de  Solimán ,  a  pesar 
del  valor  de  este  y  de  su  hermano  Abdallah,  que  bien  mostraron  este  dia  de  quien  eran  hijos.  Soli- 
mán ,  procurando  rehacer  el  orden  de  sus  gentes  vencidas  y  desanimada  s,  se  opuso  al  tropel  de  los 
mas  impetuosos  combatientes,  y  él  solo  puso  en  duda  otra  vez  la  victoria  que  tan  declarada  estaba 
por  su  subrino.  Abdallah  acudió  también  con  sus  caballeros  ,  y  viendo  Alhakem  que  tan  pocos 
valientes  arredraban  y  detenían  el  triunfante  carro  de  la  victoria,  seadelantó  hacia  ellos  con  sus  Ze- 
netas,  y  en  este  punto  una  saeta  entró  por  la  gola  á  Solimán,  y  cayó  de  su  caballo  y  allí  fué  atrope- 
llado y  muerto  entre  los  pies  de  la  caballería.  Abdallah,  que  vio  caer  á  su  hermano,  desesperó  de  la 
fortuua,  y  siguió  la  fuga  de  su  vencida  gente.  La  venida  de  la  noche  suspendió  los  horrores  déla 
atroz  matanza. »  Conde  1,  c. 


CAP.    IX. — ESPAÑA  ÁRABE.  403 

llah  partió  en  seguida  á  Tánger  desde  donde  envió  á  su  sobrino  sus  dos  hijos 
que  se  llamaban  Esfah  y  Cassim.  El  emir  los  recibió  afectuosamente  ,  y  señaló 
mil  mitcales  al  mes  y  cinco  mil  mas  al  fin  de  cada  año  á  su  padre  ,  á  quien  ofren- 
dó que  viviera  á  su  elección  en  Valencia  ó  en  Tadmir,  en  caso  de  preferir  estas 
ciudades  á  su  residencia  de  Tánger.  Hizo  mas  aun;  juzgando  á  sus  primos  capa- 
ces de  ocupar  los  elevados  puestos  del  Estado  ,  nombrólos  aquel  mismo  año  para 
un  honroso  empleo  y  dio  por  esposa  al  primogénito  su  hermana,  la  hermosa  y  ce- 
lebrada Alkinza  (1).  La  rebelión  de  sus  tios ,  las  varias  guerras  que  fueron  de 
ella  consecuencia  y  las  negociaciones  que  le  pusieron  fin  ,  ocuparon  exclusiva- 
mente á  Alhakem  hasta  la  conclusión  del  año  184  de  la  hegira  ,  correspondiente 
con  pocos  dias  de  diferencia  á  fines  del  año  800  de  la  era  cristiana. 

Mientras  esto  sucedía  en  la  España  meridional,  era  teatro  la  España  orien- 
tal de  acaecimientos  sobre  los  cuales  nos  dan  muy  vagas  noticias  las  crónicas 
árabes,  pero  que  merecen  toda  la  atención  del  historiador. 

Acabamos  de  ver  que  tomado  por  Alhakem  el  desquite  de  la  primera  inva- 
cion  de  los  Franco-Aquilanos  de  797,  habia regresado  prontamente  á  Toledo  para 
contener  la  amenazadora  ycreciente  insurrección  de  sus  tios,  y  en  efecto,  esta  era 
y  debia  ser  su  idea  dominante.  En  ello  estaban  empeñados  su  emirato  y  su  vida,  y 
por  esto  desde  su  regreso  de  las  fronteras  de  la  Septimania  dirigió  sus  fuerzas  to- 
das contra  aquel  escollo  de  su  fortuna.  Al  considerar  los  grandes  progresos, que 
hicieran  sus  tios  en  su  corta  ausencia  ,  hubo  de  comprender  cuan  peligroso  era 
para  él  abandonar  la  partida,  aun  cuando  no  fuese  sino  por  un  momento  y  para 
llevar  á  buen  fin  una  expedición  victoriosa. 

Por  esto  sus  esfuerzos ,  sus  recursos  ,  su  atención  toda  habíanse  dirigido 
contra  Solimán  y  Abdallah  durante  los  años  798  ,  799  y  800.  En  este  intervalo 
de  tiempo,  los  triunfos  de  los  Francos  en  la  España  oriental  no  habian  podido 
distraerle  del  principal  objeto  que  se  proponia ,  esto  es  la  sumisión  de  sus  tios, 
y  como  como  estos  triunfos  son  de  gran  importancia  en  la  presente  historia  con- 
viene seguirlos  y  relatarlos  paso  á  paso. 

A  fines  de  797  hemos  dejado  á  los  Franco- Aquitanos  vencidos  por  Alhakem, 
y  rechazados  de  cuantas  posesiones  acababan  de  conquistar ,  y  á  la  España  orien- 
tal y  á  parte  de  la  Septimania  sometidas  otra  vez  bajo  la  dominación  cordobesa. 
Este  contratiempo,  sin  embargo,  no  hizo  renunciar  al  gobierno  aquitano  á  nin- 
guno de  sus  proyectos  sobre  España,  y  no  tardó  en  creer  llegado  el  momento  de 
intentar  su  realización  con  mayor  empeño  y  constancia  de  la  que  antes  habia  em- 
pleado. 

A  principios  del  año  798  habíase  reunido  en  Tolosa  un  plaid,  y  en  él  se  re- 
solvió, entre  otras  cosas  una  expedición  á  la  Marca  hispana.  Balhul,  duque  de  los 
Sarracenos,  según  le  llama  el  anónimo  astrónomo,  quemandaba  en  los  montuosos 
lugares  inmediatos  á  Aquitania  (el  mismo  que  el  año  anterior  habia  sido  vencido 
por  los  Francos )  envió  á  esta  asa  mblea  mensageros  con  presentes  para  ofrecer  y 


(1)  Alkinza,  Tesoro.— Los  Árabes  daban  á  sus  hijas  nombres  de  significación  poética  y  agra- 
dable, como  Sobeiha,  Aurora;  Badina,  Dulce  ó  Plácida;  Niama,  Gracia;  Saida,  Feliz;  Soeida,  Afortu- 
nada; Sétima,  Pacífica;  Amina,  Fiel;  Zahra,  Flor;  Salñra,  Florida;  Zohraita,  Floreciente;  Safio,,, 
Pura;  Leila  Flasanna,  Sealh,  Golis,  Buena  noche,  Buena  hora,  Alba  feliz;  Nasiha,  Cándida,  Deliciosa; 
Ketirah,  Fecunda;  Luiliu  Perla;  Melihnh,  Hermosa,  etc. 


404  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

solicitar  la  paz  (1).  Difícil  es  por  esta  sola  indicación  determinar  precisamente  el 
punto  en  que  esteBalhul  ejercia  su  autoridad;  quizás  mandaba  enlas  inmediaciones 
de  Castrum  Liviae  ,  en  el  nacimiento  del  Segre  ,  ó  mas  al  noroeste  hacia  el  valle 
de  Aran  ;  lo  cierto  es  que  su  gobierno  no  habia  de  carecer  de  alguna  importan- 
cia. Luis  dispensó  muy  buena  acogida  á  sus  enviados  ,  y  les  otorgó  cuanto  pe- 
dían en  nombre  de  su  duque.  A  juzgar  por  los  acaecimientos  ulteriores,  Luis  hu- 
bo no  solo  de  concederles  la  paz  ,  sino  celebrar  con  ellos  alianza  ,  pues  no  se 
trataba  aquí  de  sumisión ,  según  los  precisos  términos  del  anónimo  historiador. 
Ignóranse  los  motivos  que  indujeron  á  Balhul  á  cambiar  de  partido  ,  pero  es  lo 
cierto  que  se  pasó  enteramente  á  la  causa  aquitana  ,  á  la  que  prestó  muy  grandes 
y  útiles  servicios.  - 

La  expedición  resuelta  tenia  por  objeto  inmediato  reponer  las  cosas  en  el 
estado  que  tenían  antes  de  la  última  campaña  de  Almudafar,  y  por  objeto  sub- 
siguiente llevar  mas  lejos  la  conquista  en  caso  de  que  la  posibilidad  lo  permitie- 
ra. El  ejército  franco-aquitano  recobró  fácilmente  los  puntos  avanzados  que  ha- 
bían sido  ocupados  por  los  Árabes  en  la  otra  parte  de  ios  Pirineos,  pero  pasados 
estos  montes,  encontró  mas  obstinada  resistencia.  Esto  no  obstante,  entró  en  Ge- 
rona, tomada  y  perdida  tres  veces  en  un  año,  y  asimismo,  á  lo  que  parece,  en 
todas  las  plazas  fuertes  hasta  el  cabo  de  Creus ,  inclusas  quizás  Rosas  y  Ampu- 
rias. 

A  consecuencia  de  esta  campaña  y  en  este  mismo  año ,  tomó  el  gobierno 
aquitano  algunas  disposiciones  que  manifiestan  su  intención  de  mantenerse  en 
la  Marca  después  de  haberla  conquistado.  Luis,  dice  el  astrónomo  historiador, 
dispuso  que  se  establecieran  en  aquellas  fronteras  fuertes  guarniciones,  y  mandó 
repoblar  y  reconstruir  la  antigua  Ausona,  tan  floreciente  en  otro  tiempo  y  en 
aquella  sazón  casi  desierta,  la  fortaleza  de  Cardona,  Castramserra  (Caserras), 
Solsona,  Manresa,  Berga  y  otros  pueblos  y  villas  arruinadas,  formándose  un  dis- 
trito que  fué  como  el  núcleo  del  futuro  principado  de  Cataluña.  Un  leudo  de 
Luis  llamado  Burrel  ó  Borrel,  de  raza  franca  ó  aquitana,  fué  encargado  con  el  tí- 
tulo de  conde  de  custodiar  y  defender  el  territorio  (2).  Al  llegar  aquí  vemos  rea- 
parecer á  Ilassan,  walí  de  Huesca,  á  quien  las  crónicas  francas  llaman  Azan,  de 
modo  es  que  Alhakem  no  le  despojaría  de  su  gobierno  en  su  expedición  de  797. 
Hassan  envió  las  llaves  de  su  ciudad  y  ricos  presentes  al  rey  (parece  que  Egin- 
hardo  habla  aquí  de  Cario  Magno  y  no  de  Luis),  prometiéndole  según  costumbre 
entregarle  la  plaza  luego  que  la  ocasión  se  presentase  ó  que  el  rey  lo  considerase 
oportuno  (3). 

Estos  preliminares  de  conquista,  ó  por  mejor  decir,  de  establecimiento  fueron 
admirablemente  secundados  por  las  discordias  que  en  aquel  entonces  dividían  á 


(1)  Ubi  Bahaluc  quoque,  Sarracenorum  ducis,  qui  locis  montuosisAquitanise  proximis  princi- 
pabatur,  missos  pacem  petentes  et  dona  ¿feren tes  suscepit  et  remisit  (  Astron,  Anón.,  Vit.  Hlu- 
dov.  Pii). 

(2)  Ordmavitillo  tempore  ¡n  finibus  Aquitanorum  circumquaque  firmissimam  tutelam.  Nam 
civitatem  Ausonan,  castrum  Gardonam,  Castramserram,  et  reliqua  oppida  olim  deserta,  munivit, 
habitari  fecit,  et  Burello  comiti,  cum  congruis  auxiliis,  tuenda  commisit  (Anón,  Astr.,  Vit.  Hludov. 
Pii). 

(:})  Azan  Sarracenus  praifectus  Osero,  claves  urbis  cum  alus  donis  regi  misit,  promittens  eara 
se  traditurum  si  opportunitas  eveniret  ^Eginb.  Annal.,  ad  ann.  799). 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  405 

los  Moros  españoles.  En  799,  el  gobierno  aquitano  no  hizo  expedición  alguna  á  a.  dej.  e. 
esta  parte  de  los  montes,  pero,  tranquilo  y  sosegado  en  el  país  de  que  se  apode- 
rara, empleó  el  tiempo  en  levantar  en   él  fortalezas  y  trincheras.    Las  obras  de 
restauración  de  las  ciudades  de  que  antes  hemos  hablado  no  hubieron  de  termi- 
narse hasta  este  mismo  año  799. 

Así  estaban  probablemente  las  cosas  en  el  último  año  del  siglo  vm,  y  vién- 
dose seguro  en  toda  la  línea  de  los  Pirineos  orientales,  pasó  Luis  á  España  con 
un  ejército,  á  lo  que  se  cree,  no  muy  numeroso.  El  objeto  de  la  expedición  de  Luis 
era,  al  parecer,  conocer  hasta  qué  punto  podia  confiar  en  las  promesas  y  compro- 
misos de  los  gobernadores  de  Barcelona  y  Huesca ,  Zaid  y  Hassan. 

En  las  inmediaciones  de  Barcelona,  Zaid  salió  al  encuentro  del  rey,  prestóle 
homenage,  pero  no  le  entregó  la  ciudad.  El  rey  pasó  adelante,  no  queriendo  ó  no 
pudiendo  reducirla  á  viva  fuerza,  y  adelantándose  hasta  Lérida  la  lomó  por  asal- 
to y  destruyó  gran  parte  de  su  belleza  poniéndola  por  el  suelo  (1).  Apoderóse 
luego  y  entregó  á  las  llamas  varios  castillos  y  fortalezas  del  camino  de  Lérida  á 
Huesca,  y  llegado  delante  de  esta  ciudad,  vio  que  Hassan  cumplía  sus  pactos  del 
mismo  modo  que  Zaid.  La  plaza  debía  de  ser  fuerte,  pues  Luis  no  pudo  apode- 
rarse de  ella,  y  después  de  talar  los  campos,  de  convertir  en  cenizas  todas  las 
mieses  de  aquel  extendido  llano,  él  y  su  ejército,  temerosos  del  próximo  invierno, 
regresaron  á  Aquitania. 

En  la  primavera  del  siguiente  año  celebróse  en  Tolosa  un  plaid  general  del    m. 
reino  de  Aquitania  con  pompa  y  aparato  extraordinarios.   En  él  se  discutieron  y 
determinaron  muchas  cosas  importantes,  y  entre  ellas  una  especie  de  cruzada 
contra  los  Moros  de  Barcelona. 

El  historiador  que  con  mas  detalles  habla  de  esta  célebre  asamblea  nos  dice 
que  Guillermo  de  Tolosa,  entonces  duque  y  después  santo,  fué  el  orador  mas 
vehemente  y  el  instigador  mas  fogoso  en  favor  de  la  expedición ,  y  nos  lo  dice 
con  circunstancias  y  rasgos  felices  que  pintan  lo  que  la  letra  muerta  de  las  cró- 
nicas deja  apenas  entrever. 

El  rey,  después  de  reunir  á  su  alrededor  á  sus  principales  caudillos,  flor  y 
honra  de  la  nación,  consultóles  sobre  los  intereses  del  estado  y  ante  todo  sobre 
el  gran  asunto  que  en  cada  primavera  se  agitaba  en  las  asambleas  de  los  Fran- 
cos, esto  es,  donde  habia  de  hacerse  la  guerra  aquel  año :  — Este  es  el  tiempo  en 
que  se  recurre  á  las  armas  para  resolver  las  contiendas  de  nación  á  nación,  esta 
es  la  época  de  las  batallas.  La  guerra  no  tiene  misterios  para  vosotros,  hombres 
escogidos ,  á  quienes  Carlos  ha  confiado  la  custodia  de  las  fronteras  de  la  patria; 
decidnos  sobre  esto  vuestro  parecer  con  entera  franqueza ,  y  mostradnos  á  nos, 
que  lo  ignoramos,  el  camino  que  importa  seguir.— Tales  son  á  corta  diferencia 
las  palabras  que  Ermoldo  Nigelo  pone  en  boca  del  rey  de  Aquitania  (2). 

Lupo  Sanción,  príncipe  de  los  Vascones  (3),  que  se  hallaba  en  la  asamblea, 


(<)    Pujadas,  Crónica  universal  del  Principado  de  Cataluña,  lib.  IX,  c.  XHI. 

(2)  Ermoldi  Nigelli  Carmen  de  Rcbus  Gestis  Hludovici  Pii,  lib.  I,  v.  121  y  sig. 

(3)  Lupo  Sanción  era,  á  lo  que  parece,  hijo  de  aquel  Lupo  II,  hijo  de  Wa i ffre,  á  quien  Cario 
Magno  mandó  prender  después  de  la  batalla  de  Roncesvalles.  Según  la  carta  de  Alaon,  acaecida  la 
muerte  de  Lupo  II ,  la  Vasconia  fué  dividida  entre  sus  dos  hijos  Adalrico  y  Lupo  Sanción,  quienes 
siguieron  opuesto  camino:  el  uno,  educado  en  la  corte  de  Carlos,  abrazó  la  causa  franca,  y  es  aquel 


406  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

toma  la  palabra  después  de  Luis,  y  con  muchas  fórmulas  de  respeto  hacia  el  rey, 
se  declara  contra  toda  idea  guerrera.  A  su  vez  emite  Guillermo  su  opinión,  y  sus 
palabras  revelan  su  odio,  y  quizás  también  su  rencor  por  sus  pasadas  derrotas, 
contra  la  nación  cruel  que  deriva  su  nombre  de  Sara,  valerosa  sí,  tanto  como 
confiada  en  la  velocidad  de  sus  caballos  y  en  la  fuerza  de  sus  armas,  que  él  co- 
noce demasiado,  si  bien  conoce  ella  también  la  fuerza  de  las  suyas.  Habla  de  los 
males  que  á  la  Aquitania  ha  causado,  y  nombra  á  Barcelona  como  el  fin  que  to- 
dos habían  de  proponerse,  insta,  conjura  á  Luis  para  que  se  apodere  de  la  im- 
portante plaza.  «Una  vez  tomada,  dijo,  habremos  adquirido  de  un  golpe  la  paz  y 
la  tranquilidad.»  Su  discurso  arrastra  tras  sí  á  Luis  y  á  la  asamblea  entera;  el 
rey  apoya  altamente  las  palabras  del  caudillo  franco,  de  Guillermo  su  amigo,  y  el 
poeta  añade  que  Luis,  vaticinando  á  los  dominadores  de  Barcelona  la  suerte  fatal 
que  les  esperaba,  exclamó:  c< Estrecharé  de  cerca  tus  murallas,  ciudad  soberbia; 
lo  juro  por  esías  dos  cabezas,»  añadió  mostrando  la  de  Guillermo  y  la  suya,  pues 
casualmente  se  apoyaba  entonces  en  la  espalda  del  conde  Wilhelm  (1). 

Resuelta  la  expedición,  pensóse  en  los  medios  de  llevarla  á  cabo,  y  expedi- 
das de  Tolosa  las  órdenes  oportunas,  levantáronse  milicias  en  todos  los  puntos 
del  reino:  Francos,  Vascones,  Godos  y  Aquitanos  (2)  ó  Galo -Romanos  de  las 
provincias  centrales  del  reino,  de  Tolosa,  de  la  Guiena  y  de  la  Auvernia,  Pro- 
venzales  y  Borgoñones  enviados  por  Cario  Magno  en  clase  de  auxiliares,  forma- 
ron el  gran  ejército,  que  al  caer  el  verano,  época  elegida  como  la  mas  favorable 
para  la  expedición,  se  puso  en  marcha  para  los  Pirineos  orientales. 

Luis  se  adelantó  con  las  milicias  de  Tolosa  hasta  Rosellon  donde  encontró 
reunido  el  ejército.  Establecióse  un  campamento  en  las  inmediaciones  de  la  ciu- 
dad, y  decidióse  que  Luis  esperaría  allí  noticias  del  sitio  antes  de  pasar  adelante. 
El  anónimo  historiador  nos  dice  explícitamente  que  no  se  quiso  que  tomase  el 
rey  parle  en  la  empresa  hasta  que  su  resultado  hubiese  dejado  de  ofrecer  duda 
ninguna  (3).  Allí  fué  seguramente,  en  el  momento  de  despedirse  de  las  milicias 
aquitanas  prontas  á  penetrar  en  las  gargantas  de  los  Pirineos,  cuando  pronunció 
el  rey  Luis  el  discurso  que  le  atribuye  Ermoldo  Nigelo,  aunque  parezca  que  ha- 
ble el  rey  á  la  vista  de  los  muros  de  Barcelona  (4). 

El  poeta  historiador  describe  luego  la  rápida  marcha  de  la  hueste  aquitana, 
que  pasados  los  Pirineos  llegó  sin  obstáculo  delante  de  Barcelona.   Numerosos 


de  que  aquí  se  trata;  el  otro  permaneció  fiel  á  los  rencores  y  tradiciones  de  su  raza.  Créese  que 
Lupo  Sanción  fué  padre  de  Asiriano  y  de  Sancio  Sancionis,  duques  tiempo  después  de  la  Vasconia 
citerior. 


(4¡ 


Possim  aut  Barchinona  tuos  fera  cerneré  muros 
Qu«  tot  bella  meis  Iretificata  canis, 

Testor  utrumque  caput  (humeris  fortasse  recumbens 

Wilhelmi  comitis,  haec  quoque  dicta  dabat) 

ermold  nigell.,  Carm.,  1. 1,  v.  469  et  sig. 

(2)  Caetera  per  campos  stabulat  diíTusa  juvenlus 
Francus,  Wasco,  Getha,  sive  Aquitana  cohors 

ermold.  nigell.,  Carm.,  1.  I,  v.  27?  et  278. 

(3)  Anón.  Astron.,  Vit.  Hludov.  Pii,  p.  92. 

(4)  Este  discurso  termina  del  modo  siguiente  (v.  297,  298): 

Nunc  nunc  actutum  muros  properemus  et  arces, 
O  Franci,  et  redeat  prístina  vis  animis. 


CAP.    IX.— ESPAÑA  ÁRABE.  á07 

trabajadores,  dice,  derribaban  árboles,  levantaban  estacadas,  construían  torres  de 
madera,  armaban  escalas,  arrastraban  piedras,  manejaban  arietes  y  todo  género 
de  máquinas  de  batir,  mientras  que  un  Moro  seguido  de  una  muchedumbre  de 
gente  paseaba  por  lo  alto  de  los  muros  de  la  plaza.  Era  Zaid  que  preguntaba: 
«¿Qué  significa,  compañeros,  este  desusado  estrépito?»  á  lo  que  uno  de  su  comiti- 
va, profeta  de  infortunio,  contestó  manifestando  sus  temores  y  el  miedo  que  le 
inspira  aquella  raza  fuerte  y  endurecida  en  la  guerra  que  sitia  á  Barcelona,  y 
que  de  grado  ó  por  fuerza  ha  sometido  á  cuantos  pueblos  ha  tenido  por  enemi- 
gos (1).  Semejante  elogio  de  los  Francos  en  boca  de  un  Árabe  es  fácil  que  no 
fuese  oido  por  el  poeta  que  lo  refiere,  pero  de  todos  modos  es  muy  posible  que 
los  musulmanes  tuvieran  de  los  Francos  aquella  opinión  nacida  y  justificada  por 
las  victorias  de  Cario  Magno. 

El  jefe  musulmán  alienta  á  los  suyos  en  nombre  de  Córdoba;  todos  se  dis- 
ponen para  la  defensa,  y  los  asaltos  de  los  sitiadores,  aunque  dados  con  brio  y 
gran  golpe  de  gente,  son  rudamente  rechazados  con  no  poca  pérdida  de  la  hueste 
cristiana.  Por  esto  quizás  suspendiéronse  por  algún  tiempo  las  operaciones  (2),  lo 
que  parece  indicar  que  las  emprendidas  antes  habían  dado  escaso  ó  ningún  re- 
sultado. 

No  dudando  de  que  Alhakem  consideraría  de  gran  importancia  la  conserva- 
ción de  Barcelona,  los  cristianos  habian  tomado  sus  disposiciones,  y  un  cuerpo  de 
ejército  se  mantenía  á  conveniente  distancia  del  campamento  hacia  el  Ebro  para 
detener  los  refuerzos  que  llegasen  de  la  otra  parte  del  rio.  El  anónimo  astrónomo 
es  quien  nos  da  estos  curiosos  detalles.  Dividido,  dice,  el  ejército  en  tres  cuerpos 
para  entrar  en  España,  el  rey  habia  conservado  uno  consigo  en  Rosellon  ;  habia 
confiado  el  mando  del  segundo,  de  aquel  cuya  misión  expresa  era  el  sitio  de  Bar- 
celona, á  Rostaño,  conde  de  Gerona,  y  Guillermo  y  Ademaro  mandaban  el  terce- 
ro, que,  acampado  entre  Lérida  y  Tarragona,  habia  de  rechazar  en  caso  necesario 
los  refuerzos  procedentes  de  Córdoba. 

De  esta  división  formaba  parte  un  cuerpo  auxiliar  que  tenia  por  caudillo  á 
un  musulmán  á  quien  ya  conocemos,  á  Balhul,  recien  aliado  délos  Francos.  A  lo 
que  parece,  era  Balhul  un  verdadero  jefe  de  tropas  ligeras;  encargado  del  gobier- 
no del  Pirineo  central,  habíase  hecho  bienquisto  de  los  habitantes  cristianos  de 
aquellas  montañas,  y  la  mayor  parte  de  sus  batallones  estaban  formados  por  aque- 
llos rústicos  y  bravos  montañeses  avezados  á  todo  género  de  privaciones  y  fatigas. 
Con  estas  bandas,  el  Moro  devastaba  las  campiñas,  esparcía  el  terror  éntrelas  po- 
blaciones musulmanas  del  bajo  Ebro,  y  en  una  de  sus  atrevidas  excursiones  lle- 
gó á  apoderarse  de  Tarragona,  que  hizo  su  plaza  de  armas.  Con  igual  fortuna 
llegó  hasta  el  país  de  Toríosa,  de  cuya  plaza,  empero,  no  pudo  apoderarse,  y  li- 
mitóse á  asolar  cruelmente  sus  alrededores  (3). 

Los  historiadores  árabes  no  hacen  mención  de  cuerpo  alguno  enviado  en  au- 
xilio de  Barcelona  mientras  duró  el  sitio,  y  todo  lo  mas  hablan  de  preparativos 
para  socorrer  la  plaza  (4).  Los  historiadores  cristianos  dicen,  y  esta  versión  es 


(4)  Ermold.  Nigell.,  Carm.,  lib.  I,  v.  337  y  338. 

(2)  Id.,  v.  380  y  sig. 

(3)  Conde,  P.  2.",  c.  XXXII. 
14)  Id,  1.  c. 


¿08  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

muy  verosímil,  que  marcharon  tropas  de  Andalucía  contra  los  Franco- Aquitanos, 
pero  que  sabiendo  al  llegar  á  Zaragoza  que  ocupaba  el  camino  de  Barcelona  un 
ejército  mandado  por  el  duque  Guillermo  y  el  porta-estandarte  Ademaro  (1),  te- 
mieron empeñar  con  él  batalla,  y  frustrado  el  objeto  de  su  expedición,  se  dirigie- 
ron á  Asturias,  donde,  á  lo  que  se  dice,  recibieron  muy  dura  acogida  (2).  Esta 
excursión  de  los  Árabes  á  Asturias  no  se  menciona  de  un  modo  preciso  en  ningu- 
na crónica  española. 

De  todos  modos  es  indudable  que  el  cuerpo  mandado  por  Guillermo  pudo 
reunirse  con  el  que  cercaba  la  ciudad  bajo  el  mando  del  conde  Rostafío ,  y  para 
que  Guillermo  llevase  así  sus  tropas  hacia  Barcelona  preciso  era  que  se  hubiese 
desvanecido  toda  clase  de  peligro  por  la  parle  de  Córdoba.  Las  bandas  deBalhul, 
reforzadas  quizás  con  algunos  destacamentos  de  la  división  de  Guillermo,  queda- 
ron únicamente  á  vanguardia  para  proteger  el  ejército. 

Una  vez  en  el  campamento  sitiador,  Guillermo  activó  las  operaciones  del 
cerco  con  todo  el  ardor  de  su  temperamento  militar.  Cada  dia  dábanse  al  adarve 
empeñados  asaltos  y  cada  dia  redoblábase  mas  el  rigor  del  bloqueo.  Las  puertas 
de  la  ciudad,  dice  el  anónimo  astrónomo,  fueron  ían  estrechamente  cerradas  y 
custodiadas,  quenada  podia  entrar  ni  salir  por  ellas.  El  hambre  que  sufrían  los 
sitiados  era  horrible  y  arrancaban  y  comian  los  viejos  cueros  de  que  estaban 
aforradas  las  puertas  de  sus  muros.  Prefiriendo  algunos  la  muerte  á  tanta  angus- 
tia, precipitábanse  de  lo  alto  de  la  muralla  (3),  y  la  desesperación  había  llegado  á 
su  colmo,  sin  que  por  esto  acudiera  á  los  sitiados  la  idea  de  rendirse.  Los  hor- 
rores de  su  miseria  fueron  sobrellevados  por  ellos  con  un  heroísmo  que  parece 
haber  excitado  la  admiración  y  hasta  la  piedad  de  sus  propios  enemigos. 

Sin  embargo,  semejante  estado  de  cosas  no  pudo  durar  por  mucho  tiempo 
con  igual  rigor.  Es  probable  que  dueños  del  mar,  y  poseyendo  buques  en  número 
suficiente  para  proveer  á  la  ciudad  de  todo  lo  necesario,  los  Árabes  de  Barcelona 
no  hubieron  de  sufrir  sino  momentáneamente  el  hambre  con  tan  vivos  colores 
descrita  por  el  historiador  astrónomo.  Un  retardo  en  la  vuelta  délas  naves  envia- 
das por  provisiones  á  Tortosa,  á  Denia  ó  á  otros  punios  pudo  muy  bien  ser  cau- 
sa de  aquella  escasez,  cuya  continuación  en  un  mismo  grado  de  intensidad  habría 
hecho  imposible  la  defensa  de  la  plaza. 

Barcelona,  pues,  no  sufría  absoluta  y  continuamente  el  hambre  y  las  priva- 
ciones: sus  buques  llevaban  á  ella  desde  las  costas  y  puertos  inmediatos,  no  sin 
ciertas  dificultades,  los  víveres  necesarios  para  la  subsistencia  de  los  habitantes, 
trigo,  carne  y  miel  (4) ;  pero  esto  no  impedia  que  el  prolongado  sitio  causase  á 
los  Barceloneses  muy  graves  perjuicios  y  que  deseasen  vivamente  su  conclusión. 

El  otoño  tocaba  á  su  fin,  y  los  Árabes  confiaban  que  el  invierno  obligaría  á 
sus  enemigos  á  lomar  otra  vez  el  camino  de  los  Pirineos;  por  lo  mismo  fué  ma- 
• 

(1)  Erat  cnim  ibi  Wilhelmus,  primus  signifer  Hadetnarus,  etc.  (Anón.  Astron.  Vit  Hludov. 
Pi¡  . 

(2)  Id.  I.  c.  Hay  motivo  para  dudar  do  esta  derrota  de  los  Sarracenos  en  Asturias,  pues  si 
bien  en  la  mayor  parte  de  las  ediciones  impresas  de  la  vida  de  Luis  el  Pió  por  el  anónimo  astró- 
nomo se  encuentran  estas  palabras  que  la  confirman :  Sed  multo  graviorem  reportaverwit,  hcec  ver- 
ba,  dice  el  concienzudo  Dom  Bouquet,  desiderantur  ín  tribus  Codd.  (D.  Bouquet,  t.  VI,  p.  92). 

(3)  Anón.  Astron.  1.  c. 

(4)  Ermold.  Nigell.,  lib.  I,  v  399. 


CAP.    IX. — ESPAÑA  ÁRABE.  409 

yor  su  confusión  y  sorpresa  al  ver  desde  las  murallas  los  preparativos  para  la 
continuación  del  bloqueo,  construir  chozas,  clavar  estacas,  colocar  tablones,  le- 
vantaren fin  por  todo  el  campo  alrincheramienlos  y  abrigos  que  indicaban  in- 
tención resuelta  de  pasar  allí  el  invierno.  Para  colmo  de  su  desgracia,  percibieron 
un  movimiento  y  agitación  desusada  en  el  campo  enemigo  por  el  lado  del  Piri- 
neo :  era  el  rey  Luis  que  llegaba  con  un  refuerzo  de  tropas  para  animar  con  su 
presencia  á  los  soldados  y  compartir  con  ellos  los  trabajos  del  sitio.  Seguros  ya 
de  que  Barcelona  tendría  mas  ó  menos  tarde  que  abrirles  sus  puertas,  Guillermo, 
Rostaño,  Bara  y  los  demás  caudillos  del  ejército  habíanle  dicho  ser  llegado  el 
momenlo  de  abandonar  el  Rosellon  (1),  y  sabida  en  la  ciudad  la  causa  de  la  agi- 
íacion  observada  en  el  campamento  cristiano,  no  quedó  duda  ninguna  de  la  irre- 
vocable resolución  tomada  por  los  Francos  de  no  cejar  hasta  ser  dueños  de  la 
plaza. 

El  desaliento  de  los  musulmanes  llegó  entonces  á  su  colmo,  y  hablábase  ya 
públicamente  de  rendición ;  solo  Zaid  rechazaba  con  energía  esta  idea,  y  para 
reanimarlos  íes  daba  esperanzas  de  recibir  de  Córdoba  pronto  y  eficaz  socorro. 
Un  pasage  de  Ermoldo  Nigelo  expresa  bien  la  incertidumbre,  el  temor,  la  agita- 
ción de  los  sitiados  en  aquellos  críticos  momentos: — «Córdoba  no  te  envia  el  au- 
xilio que  te  ha  prometido,  hace  decir  á  Zaid  por  uno  de  sus  compañeros;  la  guer- 
ra, el  hambre,  la  sed,  nos  sitian  por  todas  partes.  ¿Qué  podemos  hacer  sino  im- 
plorar de  los  Francos  la  paz?  Créeme,  Zaid,  apresurémonos  á  enviarles  mensageros 
que  pacten  con  ellos  nuestra  rendición  (2).» 

Zaid,  empero,  añade  Ermoldo,  permanecía  sordo  á  estas  sugestiones,  y  no 
perdia  la  esperanza  en  los  socorros  de  Alhakem.  No  contento  con  esperarlos,  con- 
cibió entonces  el  atrevido  proyecto  de  marchar  á  Córdoba  en  su  busca  para  vol- 
ver á  su  cabeza  á  libertar  á  Barcelona,  y  el  poeta  historiador,  de  quien  hemos 
tomado  los  principales  rasgos  de  esta  relación,  cuenta  del  modo  siguiente  la  em- 
presa de  Zaid  y  los  incidentes  singulares  que  fueron  de  ella  consecuencia. 

En  sus  incesantes  rondas  por  las  murallas  de  la  ciudad,  el  jefe  árabe  habia 
observado  un  punto  del  campamento  en  que  se  elevaban  muy  raras  cabanas  á 
gran  distancia  una  de  otra,  y  parecióle  fácil  abrirse  por  aquel  lado  camino ,  sin 
que  nadie  observara,  ni  impidiera  su  marcha.  En  su  consecuencia  dispúsolo  todo 
en  la  ciudad,  cuyo  gobierno  encargó  á  un  jefe  de  su  confianza,  llamado  por  las  cró- 
nicas Hamur  ó  Gamir  (Ornar  quizás),  pariente  suyo  ó  de  su  tribu,  según  algunos,  y 
según  otros  su  propio  hermano,  y  se  preparó  á  ejecutar  su  designio  á  la  noche 
siguiente.  Al  participar  á  sus  compañeros  el  paso  que  meditaba,  encargóles  efi- 
cazmente que  no  se  desanimaran  ni  asustaran  por  nada,  que  defendieran  los 
muros  con  brio,  pero  que  no  provocaran  al  enemigo  con  salidas  imprudentes.  A 
estas  instrucciones,  desforzado  caudillo  añadió  otra  que  revela  su  valeroso  áni- 
mo y  su  gran  previsión  :  en  caso  de  caer  en  manos  de  los  cristianos,  lo  que  era 
muy  posible,  recomendó  á  los  suyos  que  no  lo  creyesen  todo  perdido,  que  se  re- 
sistiesen aun,  que  desoyeran  su  voz  si,  prisionero  de  los  Francos,  le  imponían  estos 


(1 )  Ut  urbs  tanti  nominis  gloriosum  nomen  regi  propageret,  si  illam  eo  prsesente  superan  con- 
tiogeret,  suggestioni  huic admodum  honeste  res  assensum  prsebuit.  Anón.  Astron.,  1.  c. 

(2)  Ermold.  Nigell.,  Carm.,  lib.  I,  v,  429  y  sig. 

TOMO  II.  52 


410  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

como  rescate  de  su  vida  la  condición  de  mandar  abrir  las  puertas  de  la  ciudad. 
Insistió  sobretodo  en  que  antes  de  llegar  á  tan  ignominioso  extremo,  lo  sufriesen 
todo  hasta  su  propia  muerte,  y  los  dejó  poseidos  de  su  generoso  ardor,  dispues- 
tos á  todo  antes  que  entregar  la  plaza. 

Llegó  la  noche,  una  noche  tenebrosa  de  invierno,  y  Zaid  salió  á  caballo  por 
una  puerta  secreta  ,  dirigiéndose  al  punto  del  campamento  que  creia  poder  atra- 
vesar sin  ser  visto  ni  oido.  Gomo  si  el  animal  comprendiera  el  peligro  que  corría 
su  dueño  ,  hubiérase  dicho  que  procuraba  apagar  el  ruido  de  sus  pisadas.  Ca- 
ballo y  caballero  habían  pasado  ya  el  recinto  del  campamento ;  algunos  pasos 
mas  y  Zaid  estaba  libre  de  todo  peligro.  Lisongeábase  ya  de  haberlos  evitado  to- 
dos, cuando  de  pronto  una  desigualdad  del  camino  hace  tropezar  y  relinchar  al 
caballo  ;  el  animal  se  levanta  ,  emprende  otra  vez  su  rápida  carrera  ,  pero  era 
ya  tarde:  el  relincho  del  corcel  habia  puesto  el  campamento  en  agitaeion  ;  las 
centinelas  acuden  de  todas  partes,  y  un  pelotón  de  soldados  ocupa  el  camino  que 
seguia  Zaid.  Al  ver  su  empresa  frustrada  por  aquella  vez  ,  el  caudillo  musulmán 
quiso  volver  á  Barcelona ;  pero  la  alarma  habia  cundido  por  todas  partes ,  y  des- 
cubierto y  perseguido,  es  preso  y  conducido  á  la  tienda  del  rey. 

Juzgúese  si  la  prisión  de  Zaid  ,  del  jefe  ó  príncipe  de  los  Sarracenos  barce- 
loneses ,  para  hablar  como  el  historiador  Nigelo  ,  hubo  de  causar  alegría  entre 
los  cristianos  ,  y  terror  y  desaliento  entre  los  defensores  de  la  plaza  sitiada. 

Sucedió  como  Zaid  habia  previsto.  Los  Francos  quisieron  valerse  de  su  pri- 
sionero para  que  mandara  á  los  suyos  la  entrega  de  la  ciudad  ,  y  Guillermo  ,  en- 
cargado de  esta  especie  de  ejecución  militar  ,  llevó  á  Zaid  hasta  el  pié  de  los  mu- 
ros con  un  brazo  atado  ,  y  el  otro  suelto.  Al  llegar  Zaid  á  sitio  de  poderse  hacer 
oir  de  los  suyos,  agolpados  en  las  murallas  ,  extendió  hacia  ellos  la  mano  que  le 
quedaba  libre,  diciendo  en  altavoz  que  franqueasen  sus  puertas,  si  bienal 
mismo  tiempo  doblaba  los  dedos  y  apretaba  las  uñas  en  la  palma  de  la  mano, 
cwmo  para  darles  á  entender  que  hicieran  lodo  lo  contrario  de  lo  que  con  la  voz 
les  ordenaba. 

Atento  á  los  movimientos  del  caudillo  sarraceno  ,  cuyas  palabras  dictaría 
quizás  alguno  de  los  Árabes  de  los  que  con  Balhul  se  habían  pasado  al  partido 
aquitano  ,  Guillermo  no  tardó  en  observar  aquellos  gestos  expresivos  ,  y  se  irritó 
hasta  el  punto  de  poner  la  mano  en  el  rostro  dé  su  valeroso  enemigo  (1). 

Sin  embargo,  las  se#as  de  Zaid  no  habían  sido  vanas,  y  sus  compañeros  de 
la  ciudad  manifestaron  haberlas  comprendido  redoblando  su  ardor  y  vigilancia 
en  la  defensa  de  sus  muros. 

Por  fin  ,  tantos  esfuerzos  ,  tan  obstinado  valor  iban  á  ser  vencidos ;  la  ener- 
gía y  ardor  de  los  sitiadores  aumentaban  á  medida  que  crecían  las  dificultades, 
y  también  ellos  redoblaron  sus  ataques  y  los  medios  de  ofender  á  los  sitiados. 
Resuelto  un  ataque  general  con  todas  las  fuerzas,  pusiéronse  en  movimiento  con- 
tra la  ciudad  cuantas  máquinas  de  guerra  se  empleaban  entonces;  eran  tantas, 


Hoc  vero  agnoscens  Wilhelmus  ,  concitus  illum 
Percussit  pugno,  non  simulatiter  agens 
Dentibus  infrendens  versat  sub  peclore  curas; 
Miratur  itiauriim,sed  magis  ingenium. 

Ermold.  Nigell.,  Carm.  1. 1,  v.  489  y  sig. 


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CA?.    IX.— ESPAÑA   ÁRABE.  411 

dice  la  crónica  ,  que  faltaba  silio  para  colocarlas ;  pero  aun  así  y  todo  apenas 
pudieron  abrir  algunas  brechas ,  tal  era  el  espesor  de  las  murallas.  Los  cristia- 
nos intentan  por  último  el  asalto  ,  mientras  que  sus  ballesteros  é  innumerables 
máquinas  lanzan  contra  los  sitiados  torbellinos  de  flechas,  de  dardos  y  de  piedras. 

Ermoldo  Nigelo  refiere  que  un  dardo  lanzado  con  fuerza  por  el  mismo  rey 
Luis  atravesó  el  espacio  y  fué  á  caer  en  medio  de  la  ciudad  ,  clavándose  hasta  el 
mango  en  un  edificio  de  mármol  (1).  Al  ver  esto,  dice  el  cantor  de  Ludovico  Pió, 
la  turbación  y  el  espanto  se  apoderaron  de  los  Sarracenos ,  y  arrollados  por  todas 
partes  resuelven  rendirse.— ¿Qué  podían  hacer?  pregunta.  Faltábales  su  rey,  así 
llama  á  Zaid  ,  sus  principales  duques  habian  perecido  bajo  las  flechas  de  los 
cristianos ,  y  el  combate  se  debilitaba  á  cada  momento.  Vencidos  por  fin  ,  diez- 
mados por  el  hierro  y  por  el  hambre,  consinlieron  en  capitular  (2). 

En  tan  apurada  situación  obüenen  sin  embargo  del  vencedor  honrosas  con- 
diciones ,  entre  ellas  la  de  salir  de  la  ciudad  con  sus  familias ,  con  armas  y  baga- 
jes ,  y  la  de  poder  retirarse  libremente  á  la  parte  de  territorio  musulmán  que 
les  agradase  escoger  (3).  Firmada  esta  capitulación  ,  franquearon  las  puertas  y 
la  entrada  de  Barcelona  al  ejército  aquitano. 

Luis  solo  envió  á  una  parte  del  ejército  para  emposesionarse  de  ella ,  que- 
dándose él  en  el  campo  hasla  tanto,  dice  Pujades  (4),  que  estuviese  todo  bien  dis- 
puesto y  concertado  ,  para  juntamente  triunfar  y  dar  la  gloria  y  gracia  al  Señor 
por  la  victoria  obtenida.  El  dia  siguiente  ,  ordenada  la  hueste  ,  y  formada  una 
solemne  procesión  de  sacerdotes  que  entonaban  salmos  é  himnos ,  dirigióse  el 
rey  á  la  iglesia  de  Santa  Cruz  (5). 

Varias  son  las  opiniones  que  sobre  estas  palabras  del  anónimo  historiador 
se  han  formado.  Pedro  de  Marca,  Pujades  y  oíros  deducen  de  ellas  que  la  princi- 
pal iglesia  de  los  cristianos  barceloneses  llevaba  ya  entonces  el  título  de  iglesia 
de  Sania  Cruz,  que  es  el  mismo  que  tiene  la  catedral  actual ;  pero  Pagí  (ad 
ann.  801 )  refuta  semejante  aserto,  y  dice  que  en  790  los  Sarracenos,  ya 
comprándola  ya  arrebatándola  por  fuerza  á  los  cristianos  ,  habian  convertido 
en  mezquita  su  iglesia  principal  (6),  y  que  solo  después  de  haber  ido  procesio- 
nalmente  á  ella  el  rey  Ludovico  ,  tomó  el  nombre  de  Sania  Cruz.  La  última  parle 
de  esta  opinión  empero  queda  completamente  destruida  con  solo  observar  que  se 
menciona  dicha  iglesia  bajo  aquella  invocación  en  las  actas  del  concilio  de  Bar- 
celona del  año  599  (7). 

Sea  lo  que  fuere  de  estos  detalles  secundarios,  el  rey  Luis  permaneció  poco 


(1)  Ermold  Nigell,  1.  I,  v.  517  y  518. 

(2)  Ibid.,  1,  c,  v.  523  y  524. 

(3)  Et  se  et  civitatem,  concessa  facúltate  secedendi,  dediderunt  hoc  modo.  (Anón.  Astron  .,Vit. 
Hludov.  Pii,  loe.  cit.) 

(4)  Crónica  universal  del  principado  de  Cataluña  ,  lib.  IX,  c.  XVIII. 

(5)  Antecedentibus  ergo  eum  in  crastinum  et  exercitum  ejus  sacerdotibus  et  clero,  cum  so- 
lemni  apparatu  et  laudibus  hymnidieis  portam  civitatis  ingressus ,  et  ad  ecclesiam  sanctae  et  victo- 
riosisimaj  Crucis,  pro  victoria  sibi  collata  gratiarum  actionem  Deoacturusprogressusest.  (Ibid.  1.  c.i 

(6)  Este  aserto  de  Pagf  parece  justificado  por  estos  versos  de  Ermoldo  Nigelo  (1.  I,  v.  533  y  534): 

Mundavitque  Hludovicus  locos  ubi  daemonis  alma  colebant 
Et  Christo  gratias  reddidit  ipsepias. 

(7)  Florez,  España  Sag  ,  t.  XXIX,  p.  149. 


412  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

tiempo  en  la  ciudad  conquistada  ,  y  dejando  en  ella  en  calidad  de  conde  á 
Bara  ó  Bera  ,  noble  Godo ,  uno  de  los  capitanes  que  mas  se  habían  distinguido 
en  el  asedio  ,  con  fuerte  guarnición  de  Francos  y  Españoles  ,  licenció  su  hueste 
y  se  volvió  á  Aquitania. 

Desde  allí  envió  al  emperador  su  padre  (pues  Cario  Magno  habia  recibido  en 
Roma  del  papa  León  la  corona  de  emperador  de  Occidente,  el  año  anterior)  á  uno 
de  los  condes  del  victorioso  ejército  para  informarle  del  resultado  feliz  de  la  cam- 
paña. Además  del  infortunado  Zaid,  remitióle,  como  trofeos  de  la  victoria  ,  mu- 
chos despojos  de  guerra  ,  armas,  corazas,  ricos  vestidos,  cascos  con  penachos  flo- 
tantes, y  un  caballo  de  especie  rara,  á  lo  que  parece,  con  su  maníilla  ,  su  silla  j 
su  freno  de  oro  (1). 

En  Lion  encontró  el  mensajero  Bego  á  un  ejército  que  Cario  Magno  enviaba 
en  auxilio  de  su  hijo  ,  temeroso  de  que  hubiese  sucedido  á  este  algún  contra- 
tiempo ,  á  las  órdenes  de  Carlos,  hermano  mayor  del  rey  de  Aquitania.  Carlos 
volvió  al  lado  de  su  padre  en  compañía  del  conde  Bego  para  ser  de  los  primero» 
en  participarle  la  victoria  conseguida. 

El  emperador  recibió  la  noticia  de  la  toma  de  Barcelona  con  extraordinario  jú- 
bilo. Quizás  por  un  momento,  dice  Romey,  halagóle  la  idea  de  unir  un  dia  la  Es- 
paña entera  á  su  imperio  de  Occidente.  Zaid  fué  mal  recibido  y  no  mejor  tratado 
por  el  poderoso  emperador,  y  cuenta  Eginhardo  que  él  y  cierto  Roselm  (  gober- 
nador de  una  ciudad  de  Italia, de  Chieti,  culpable  de  igual  engaño  que  el  goberna- 
dor de  Barcelona)  fueron  condenados  á  destierro.  Ni  anales  ni  crónicas  nos  dicen 
bajo  que  cielo  fueron  á  cumplir  su  condena. 

Hemos  contado  extensamente  esta  campaña  porque  de  ella  dala  el  principio 
déla  Marca  franco -hispana  y  del  condado  de  Barcelona,  que  de  tan  gran  peso 
fué  en  las  guerras  y  sucesos  de  toda  la  edad  media.  Cuna,  por  decirlo  así,  de  una 
gran  monarquía,  importábanos  dejar  bien  consignadas  cuantas  noticias  posee- 
mos relativas  á  este  acaecimiento. 

Inexplicables  cosas  se  advierten  en  la  historia  de  aquella  época  ,  y  una  de 
ella  es  sin  duda  no  haber  socorrido  el  emir  de  Córdoba  á  los  apurados  defensores 
de  Barcelona.  En  efecto,  ¿qué  hacia  Alhakem  mientras  los  Franco-Aquitanos 
ocupaban  y  dominaban  en  la  España  oriental  del  modo  que  acabamos  de  ver? 
Según  una  crónica  árabe,  preparaba  un  ejército  para  marchar  en  auxilio  de  Bar- 
celona ,  pero  á  la  verdad  hubo  de  andar  muy  remiso  en  los  preparativos  cuando 
no  los  terminó  hasta  hallarse  todo  concluido.  Acaso  no  le  pesaba  ver  compro- 
metido á  aquel  Zaid  que  antes  habia  cometido  la  imprudente  ligereza  de  ofrecer 
á  Cario  Magno  la  entrega  de  la  plaza ,  y  es  lo  cierto  que  aun  no  habia  salido  á 
campaña  cuando  supo  la  pérdida  de  Barcelona.  Como  tenia  sus  tropas  dispues- 
tas, dirigióse  con  ellas  á  Zaragoza  ,  como  para  decidir  allí  lo  que  mas  importaba, 
acompañándole  en  esta  expedición  Amru  ,  el  vencedor  de  Toledo  ,  que  obtenía 
entonces  todo  su  favor  ,  y  el  general  de  la  caballería  Muhamad  ben  Mofreg  el 
Fantauri ,  que  era  muy  querido  de  Alhakem  por  su  erudición    y  valor.  En  su 


(1)  Ducitur  interea  ad  Carolum  longo  ordine  praeda 

Maurorum  spollüs,  tuuneribusque  ducum; 
Arma  et  loricae,  vestes,  gale;eque  comantes, 
l'artus  equus  faleris,  áurea  frana  eimul. 


CAP.    IX. — ESPAÑA  ÁRABE.  413 

camino  supieron  la  sublevación  de  Toledo,  provocada  por  las  violencias  y  cruel-  a.  as  j. 
dades  del  hijo  de  Amru  ,  wali  de  aquella  ciudad  desde  que  la  tomara  su  padre. 
El  pueblo  habíase  apoderado  del  imberbe  wali  convertido  en  tirano  y  queria  dar- 
le muerte  ,  mas  gracias  á  la  intervención  de  los  principales  habitantes,  habíanse 
limitado  los  amotinados  á  encerrarle  en  una  fortaleza.  Así  lo  escribían  al  emir  los 
que  salvaron  á  Yussuf  ben  Amru  del  furor  popular,  y  á  esto  anadian  violentas 
quejas  contra  el  temerario  wali,  acabando  por  pedir  su  destitución  en  su  nombre 
y  en  el  de  la  ciudad  entera.  Amru,  con  un  pensamiento  oculto  de  venganza  con- 
tra los  nobles  Toledanos  que  habían  sabido  enfrenar  á  su  desacordado  hijo,  se- 
gún lo  hacen  casi  evidente  los  acontecimientos  posteriores ,  convínose  á  reempla- 
zar á  su  hijo  en  el  gobierno  de  Toledo  ,  y  el  emir  por  sus  buenos  servicios  se  lo 
concedió.  En  su  consecuencia  marchó  en  seguida  á  su  gobierno  ,  y  Yussuf  fué 
enviado  á  las  fronteras  en  calidad  de  alcaide  de  Tutila  (Tudela)  (1). 

La  lucha  entre  los  Franco-Aquitanos  y  los  Árabes  no  tenia  solamente  por  teatro 
la  España  oriental  propiamente  dicha,  sino  que  se  habia  empeñadoen  toda  la  línea 
de  los  Pirineos,  sibien  era  mas  viva  enla  marca  central  donde  se  habían  establecido 
los  Francos.  El  gobernador  ó  conde  de  esta  marca  era  en  aquel  entonces  cierto 
Aureolo  que  residia,  en  cuanto  puede  deducirse  de  muy  vagas  indicaciones  (2),  en 
los  valles  meridionales  del  centro  de  los  Pirineos  ,  hacia  las  fuentes  del  rio  Ara- 
gón. Es  indudable  sí  que  poseia  porcuenla  del  gobierno  aquitano  varias  fortale- 
zas tomadas  ó  construidas  últimamente  en  los  collados  y  junto  á  los  torrentes  que 
bajan  de  aquellos  montes.  Entre  las  ciudades  ya  en  aquel  tiempo  adquiridas  por 
los  Aquitanos  colocan  algunos  á  Jaca  ,  y  es  lo  cierto  que  aquella  marca  ó  conda- 
do, que  puede  considerarse  como  el  núcleo  primitivo  del  reino  de  Aragón  ,  habia 
de  comprender  el  nacimiento  y  parte  del  valle  por  donde  corre  el  Gallego  ,  for- 
mando como  un  ángulo  saliente  en  el  territorio  de  España  ,  cuyo  vértice  era  en- 
tonces, á  lo  que  se  cree,  por  la  parle  del  sur,  el  antiguo  fuerte  de  Galagurris  (en  el 
dia  Loharre),  á  poca  distancia  de  Huesca  (3).  A  la  derecha  del  Aragón  ,  hacia  el 
noroeste  exiendíase  la  marca  de  Vasconia  hasta  los  valles  septentrionales  de  la 
Navarra  española.  Los  límites  de  ella,  lo  mismo  que  los  de  la  anterior,  serian  sin 
duda  inciertos  y  flotantes  á  cada  nuevo  movimiento  de  un  pueblo  contra  el 
otro  ,  según  las  victorias  del  uno  ó  del  otro  bando. 

Las  alternativas ,  las  alianzas  ,  las  guerras ,  las  intrigas ,  en  una  palabra  los  8°s- 
sucesos  de  esta  lucha  no  pueden  ser  apreciados  por  la  historia,  y  únicamente  sa- 
bemos que  Alhakem  tomó  parte  en  ella  en  802  con  las  tropas  que  habia  llevado 
á  Zaragoza.  Marchó  primeramente  á  Pamplona  ,  que,  sin  estar  en  poder  de  los 
Aquitanos,  tampoco,  á  lo  que  parece,  se  hallaba  bajóla  dominación  musulmana, 
puesto  que  la  crónica  árabe  dice  que  el  emir  la  ocupó  (4);  restableció  en  seguida 
su  autoridad  en  Huesca ,  donde  probablemente  mandaría  decapitar  á  Hassan, 


(4)  Conde,  P.  2  a,  c.  XXXII.— El  escritor  árabe  menciona  expresamente  á  Tudela  entre  las  ciu- 
dades fronterizas,  lo  que  demuestra  que  en  la  época  de  que  se  trata  los  Aquitanos  se  habían  acer- 
cado mucho  al  rio  Ebro. 

i2)  Dice  el  monge  Engolismensis  que  residia  en  la  dirección  de  Huesca  y  Zaragoza  (Monach . 
Engol.,  Vita  Carol.  Magno,  ad  ann.  809). 

(3)  Castrum  vetus  Calagurrim,  hodie  Loharre,  XII  M.  P.  ab  Osea,  in  colle  situm,  munivit  (Lu - 
dovicus),  ejusque  custodiam  commisit  Aureolo  comiti  (Marc.  Hisp.,  p.  284). 

(4)  Conde,  P.  2.%  c.  XXXII. 


414  HISTORIA  GENERAL   DE    ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  cuyo  nombre  no  veremos  ya  mas  en  la  historia  ;  y  entonces  fué  cuando,  deseoso 
de  acreditar  su  valor,  el  alcaide  de  Tutila,  Yussuf  ben  Amru,  entró  con  sus  gen- 
tes por  tierra  de  los  Francos  y  cayó  en  una  emboscada  prisionero  del  enemigo. 
Usábase  entonces  el  sistema  de  rescates,  y  vemos  que  Ben  Yussuf,  avisó  á  su  pa- 
dre su  desgracia,  y  que  este  le  rescató  poco  después  (1). 

El  rebelde  Balhul  ben  Maklul  permaneció  con  sus  bandas  aventureras  en 
la  España  oriental  aun  después  de  la  retirada  de  los  Francos,  y  desde  Tarragona, 
donde  le  hemos  visto  establecerse  en  801 ,  no  habia  cesado  de  hacer  excursiones 
por  las  márgenes  del  Ebro,  exigiendo  á  las  poblaciones  sorprendidas  fuertes  con- 
tribuciones de  guerra.  Por  arruinada  que  estuviese  (2)  y  aunque  desprovista  de 
murallas,  la  antigua  capital  de  la  Tarraconense  era  un  punto  de  apoyo  y  como 
un  centro  desde  donde  Balhul  obraba  vigorosamente  en  un  radio  de  quince  le- 
guas. Alhakem  marchó  contra  él  con  todas  sus  fuerzas,  y  se  apoderó  de  Tarragona 
que,  desmantelada  como  estaba,  no  pudo  sostener  un  sitio,  pero  solo  encontró  en 
ella  muy  escasos  moradores:  los  restantes,  acaudillados  por  Balhul,  habrán  salido 
al  campo  en  dirección  á  Tortosa  para  combinar  mejor  sus  medios  de  resistencia. 
El  emir  los  persiguió,  mas  no  le  fué  dable  reducir  el  rebelde  con  la  facilidad  que 
se  habia  prometido;  Balhul  sostuvo  varios  combates  sin  mucha  desventaja,  y  solo 
pudo  ser  vencido  en  una  gran  batalla  cerca  de  Tortosa,  en  la  que  Alhakem  hubo 
de  desplegar  todas  sus  fuerzas.  Después  de  pelear  durante  catorce  horas  sin  per- 
der un  palmo  de  terreno ,  cayó  con  vida  en  poder  del  emir  ,  quien  le  hizo  deca- 
so4.    pitar  inmediatamente  ,  en  el  año  de  la  hegira  188  (804)  (3). 

Hecho  esto,  el  vencedor  no  intentó  siquiera  recobrar  á  Barcelona.  Asegura- 
das las  fronteras,  nos  dicen  con  mucha  vaguedad  los  autores  de  su  nación  (4), 
Alhakem  volvió  por  Tortosa  á  Valencia,  y  por  Játiva,  Denia  y  tierra  de  Tadmir  á 
«os.  Córdoba.  Luego  de  su  regreso  en  el  año  189  de  la  hegira  (805),  lomó  algunas 
medidas  políticas,  entre  otras  la  de  enviar  una  embajada  á  Edris,  hijo  de  Edris , 
para  felicitarle  por  su  elevación  y  celebrar  con  él  un  tratado  de  alianza  contra 
sus  comunes  enemigos  de  Oriente  y  de  África.  Edris  ben  Edris  habia  sido  nom- 
brado jefe  de  los  fieles  del  África  occidental  por  las  principales  tribus  del  Magreb 
el  Aksah ,  y  era  el  segundo  soberano  africano  de  la  dinastía  de  los  Edrisitas. 
Quinientos  caballeros  andaluces  acompañaron  esta  embajada ,  que  fué  recibida 
con  muy  grandes  honores  por  el  joven  Edris,  no  en  Fez,  que  no  estaba  fundada 
todavía,  sino  en  Walili,  la  antigua  Volubilis.  Hasta  dos  años  después  (191  déla 
hegira)  no  adquirió  Edris  de  las  tribus  zenetas  de  Suagah  y  de  Yergus  el  terreno 
en  que  fundó  aquella  capital,  por  precio  de  seis  mil  dirhemes. 

Por  aquel  tiempo  ocurrió  en  Toledo  una  horrible  catástrofe.  Amru,  que  ha- 
bia reemplazado  á  su  hijo  Yussuf  en  el  cargo  de  walí  de  dicha  ciudad,  meditaba 
tomar  cruel  venganza  de  los  Toledanos,  y  solo  esperaba  ocasión  oportuna  para  rea- 
lizar su  intento.  Sabedor  de  que  Alhakem  enviaba  cinco  mil  caballos  á  la  España 


(4)    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXII. 

(2)  Esta  ruina  ha  sido  quizás  exagerada  ;  Tarragona  estaba  sin  fortificaciones  en  el  año  802, 
pero  adviértase  que  se  conservan  aun  en  ella  muchos  y  grandes  restos  de  edificios  romanos. 

(3)  Conde,  l'.  2.a,  c,  XXXII. 

(4)  Id.,  le 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  415 

oriental  bajo  el  mando  de  su  hijo  Abderrahman ,  mozo  de  quince  años ,  y  de  que  A-deJ 
esas  tropas  habían  de  pasar  por  aquellas  inmediaciones ,  vio  en  ello  la  co- 
yuntura que  buscaba,  y  saliendo  al  paso  del  príncipe,  le  rogó  que  entrara 
á  descansar  en  Toledo.  Los  principales  musulmanes  de  la  ciudad  unieron 
sus  instancias  á  las  de  Amru  ,  y  Abderrahman  consintió  en  hospedarse  en 
el  alcázar.  Para  obsequiar  á  tan  ilustre  huésped  dispuso  el  walí  aquella  noche 
un  magnífico  festín  á  que  convidó  á  los  vecinos  mas  distinguidos  y  notables 
de  la  ciudad,  y  al  paso  que  los  convidados  entraban  sin  desconfianza  algu- 
na en  el  alcázar,  apoderábanse  de  ellos  los  guardias  de  Amru,  conducíanlos  á 
una  pieza  subterránea,  y  allí  los  iban  degollando.  Así  perecieron  cuatrocientos 
nobles  Toledanos,  y  el  trágico  término  del  festín  lo  pregonaron  á  la  mañana  si- 
guiente las  cuatrocientas  cabezas  que  el  bárbaro  Amru  hizo  enseñar  al  pueblo 
para  inspirarle  terror.  Tal  es  la  relación  mas  acreditada  de  lo  que  sucedió  aquella 
noche  en  Toledo  (1),  si  bien  hay  quien  cree  que  los  cuatrocientos  jeques  fueron 
encerrados  en  las  subterráneas  prisiones  del  alcázar,  difundiéndose  la  noticia  de 
su  muerte  para  mayor  escarmiento  (2).  Hubiese  ó  no  el  emir  ordenado  ó  con- 
sentido la  horrenda  matanza,  es  lo  cierto  que  así  por  lo  menos  se  divulgó  por  la 
ciudad  y  cayeron  sobre  él  gran  parte  del  odio  y  de  la  animadversión  pública.  En 
cuanto  a  Abderrahman  era  muy  joven  para  que  pudiera  sospecharse  de  él  haber 
provocado  acto  de  tan  negra  traición,  pero  los  Toledanos  jamás  olvidaron  que  él 
habia  sido  el  pretexto  de  la  misma ,  y  lo  probaron  rebelándose  varias  veces  con- 
tra su  persona  luego  que  llegó  á  ser  emir.  Tuvo  lugar  este  suceso  en  el  año  190 
(806).  Tres  dias  después,  el  joven  Abderrahman  partió  con  los  cinco  mil  caba-  806- 
líos  que  conducia  á  la  frontera  (3).  Era  esta  por  aquella  parte  la  línea  del  Ebro, 
y  en  efecto  el  hijo  de  Alhakem  se  dirigió  y  se  detuvo  en  Zaragoza. 

Las  crónicas  francas  hablan  en  este  año  de  un  acaecimiento  que,  según  las 
apariencias  todas,  fué  la  causa  de  haber  marchado  aquel  refuerzo  de  tropas  á  Za- 
ragoza. «Los  de  Navarra  y  Pamplona,  dicen,  que  se  .habían  dado  á  los  Sarracenos 
algunos  años  antes  (probablemente  en  la  época  del  viaje  de  Alhakem  á  Pamplo- 
na, en  802),  volvieron  á  ponerse  por  sí  mismos  llegado  este  año  bajo  la  obedien- 
cia del  emperador  (4).» 

Ignórase  si  ocurrió  antes  ó  después  de  la  ejecución  de  los  cuatrocientos  je- 
ques toledanos  la  sublevación  de  Mérida.  Habia  dado  el  rey  el  gobierno  de  esta 
ciudad  á  su  primo  Esfah,  quien,  descontento  de  su  vazir,  le  destituyó  de  su  cargo 
y  puso  otro  de  su  confianza.  El  vazir  depuesto,  que  era  muy  favorito  de  Alhakem, 
dirigióse  á  Córdoba,  y  una  vez  allí  logró  persuadir  al  emir  de  que  su  destitución 
envolvía  de  parte  de  Esfah  el  proyecto  de  sustraerse  á  la  autoridad  del  emirato  y 
de  proclamarse  independiente.  Creyólo  Alhakem  y  á  su  vez  dispuso  la  destitución 
de  Esfah ,  reemplazándole  con  su  propio  wazir.  Envanecido  este  con  su  triunfo, 
corrió  á  Mérida,  y  al  mandar  á  Esfah  que  saliera  de  la  plaza,  negóse  este  ó  obe- 
decer diciendo  que  á  un  nieto  de  Abderrahman  no  se  le  despedía  como  á  un  li- 


li)   Conde,  P.  2.a,  c.  XXXIII. 

l2)    Aschbach,  Geschichte  der  Ommaijaden  in  Spanien,  etc. 

(3)  Conde ,  1.  c. 

(4)  Navarri  et  Pampilonenses  qui  superioribus  annis  ad  Sarracenos  defecerant,  in  fidem  re- 
cepti  sunt  ^Eginhardi  Annal.  ad  ann.  806). 


416  HISTORIA   GENERAL    DE    ESPAÑA. 

berto  ú  hombre  vulgar  (1).  Esta  respuesta  enfureció  á  Alhakem,  quien  mandó 
que  su  caballería  marchara  al  momento  contra  su  primo,  pero  al  presentarse  de- 
lante de  Mérida  halló  cerradas  las  puertas  é  impedido  el  paso.  En  el  colmo  de  la 
irritación,  el  emir  marchó  entonces  á  Mérida  con  determinación  de  entrar  por 
fuerza  en  la  ciudad  y  hacer  en  ella  cruel  escarmiento. 

Esfah  no  podia  consentir  en  exponer  á  las  gentes  de  Mérida  á  la  saña  del  emir 
y  solamente  quería  cierto  número  de  caballeros  para  salir  por  una  puerta  cuando 
Alhakem  entrase  por  otra ,  temiendo  dar  ocasión  á  que  por  su  causa  padeciese 
la  ciudad.  Los  habitantes ,  empero,  sin  consentir  en  su  marcha,  se  preparaban 
para  defenderle,  y  una  guerra  terrible  amenazaba  á  Mérida ,  cuando  por  una  de 
las  puertas  de  la  plaza  se  ve  salir  montada  en  un  fogoso  corcel  á  una  muger 
árabe  lujosamente  vestida,  que,  acompañada  de  dos  solos  esclavos,  atraviesa  im- 
pávida el  campo  de  los  sitiadores,  y  se  dirige  y  llega  á  la  tienda  del  emir.  Era 
Aikinza,  hermana  de  Alhakem  y  esposa  de  Esfah ,  que  ,  con  ánimo  varonil  habia 
salido  á  interceder  y  con  persuasiva  elocuencia  pedia  gracia  al  hermano  en  fa- 
vor del  esposo.  Alhakem  se  conmovió  á  la  vista  de  su  hermana  y  al  escuchar  sus 
razones  perdonó  y  olvidó  todo  lo  pasado.  Esfah  fué  reintegrado  en  sus  funcio- 
nes de  gobernador  de  Mérida  con  gran  contento  de  los  habitantes,  de  quienes 
era  muy  amado,  y  Alhakem  entró  en  la  ciudad  en  compañía  de  su  hermana, 
aceptando  por  algunos  dias  la  hospitalidad  de  su  cuñado. 

Por  aquel  mismo  tiempo  fué  sofocada  otra  rebelión  de  mucha  menor  impor- 
tancia: Ilasem  ben  Wahib,  que  habia  tomado  las  armas  cerca  de  Beja  y  mar- 
chaba hacia  Lisboa,  fué  á  su  vez  reducido  por  los  walíes  ommíadas  de  la  provin- 
cia (2),  quienes,  á  lo  que  parece,  guerreaban  entonces  con  cierto  ardor  en  las  fron- 
teras de  Galicia,  no  dejando  de  molestar  á  los  cristianos.  «Los  cristianos  de  aque- 
llos montes,  dice  una  crónica  árabe,  concertaron  treguas  con  los  caudillos  mus- 
limes, que  las  otorgaron  al  rey  que  ellos  tenían,  llamado  Anfus  (3).»  Esta  tregua 
celebrada  en  806  con  los  cristianos  de  Galicia  es  muy  de  notar  en  cuanto  inau- 
gura las  primeras  relaciones  diplomáticas,  si  podemos  decirlo  así,  entre  el  go- 
bierno de  Córdoba  y  los  reyes  cristianos  del  norte  de  la  Península,  y  en  cuanto 
fué  otra  de  las  causas  que  hicieron  odioso  el  emir  á  las  tribus  cordobesas.  En 
efecto,  entre  las  quejas  que  se  alegaban  contra  el  gobierno  de  Alhakem,  menció- 
nase expresamente  por  un  escritor  árabe  como  una  de  las  principales,  su  alianza 
con  el  que  se  titulaba  rey  de  los  cristianos  en  Galicia  (4). 

Hallábase  Alhakem  en  Mérida  al  lado  de  su  hermana  y  de  su  cuñado,  cuan- 
do recibió  de  su  primo  Gassim  aviso  de  volver  á  Córdoba  donde  su  presencia  era 
muy  necesaria.  Y  así  era  en  realidad ,  pues  aprovechando  su  ausencia,  gran  nú- 
mero de  jeques  adversarios  suyos  á  causa  de  la  dureza  y  egoísmo  de  su  gobier- 
no habían  conspirado  contra  él  y  fijado  los  ojos  en  Cassim,  hijo  de  Abdallah,  para 
elevarle  al  emirato.  Ya  fuese  por  temor,  ya  por  fidelidad*  este  solo  en  apariencia 
se  prestó  á  sus  intenciones,  y  fuerza  es  decir  que  desempeñó  en  todo  este  asunto 
un  papel  muy  deshonroso.  Fingió  escuchar  con  satisfacción  las  proposiciones  de 


(4)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXIII. 

(2)  Assemani,  Bibl.  onent.,  p.  T72. 

(3)  Conde,  P.  2. ",  c.  XXXIV. 
(*)  Id.,  1.  c. 


CAP.    IX.— ESPAÑA  ÁRABE.  417 

los  conjurados,  tomó  parte  en  sus  debates ,  y  luego  denunció  á  los  principales  je- 
fes de  la  conspiración  en  número  de  trescientos.  «No  se  durmió  el  rey,  dice  la 
crónica ,  y  por  diligencia  del  walilcoda  ó  presidente  del  consejo,  á  la  tercera 
vela  de  la  noche  vio  tendidas  sobre  sus  alfombras  las  trescientas  cabezas  de  los 
conjurados.  Mandó  el  rey  que  amaneciesen  puestas  en  garfios  en  la  plaza,  y  es- 
crito sobre  ellas :  por  traidores  enemigos  de  su  rey  (1).» 

En  tanto  continuaba  la  guerra  en  toda  la  línea  de  los  Pirineos,  en  todos  los 
valles  en  que  los  Árabes  confinaban  con  los  Francos,  pero  continuaba  oscuramente 
y  sin  suceso  alguno  que  haya  sido  conservado  por  la  historia.  El  emir  y  el  rey, 
ocupados  en  otros  intereses,  habían  abandonado  en  cierto  modo  á  sí  mismos  los 
pueblos  y  las  guarniciones  de  la  frontera,  y  el  límite  de  ambos  territorios  era 
teatro  de  combates  de  avanzadas,  de  excursiones  recíprocas  y  de  devastaciones 
continuas,  mezcladas  con  intrigas  y  rivalidades  locales  de  valle  á  valle  y,  por  de- 
cirlo así,  de  pueblo  á  pueblo.  Hasta  se  ignoran  los  nombres  de  los  generales  de 
frontera,  de  los  walíes,  alcaides  y  condes  que  lomaron  parte  en  aquellas  excur- 
siones y  sorpresas,  en  aquella  alternativa  de  triunfos  y  derrotas  que  constituían 
los  ordinarios  accidentes  de  la  lucha  entre  Árabes  y  cristianos  en  la  Marca  his- 
pana. Sin  embargo,  despréndese  de  todos  los  documentos  que  los  Francos  se  ha- 
llaban en  via  de  conquista  y  de  establecimiento,  que  dominaban  en  todos  los  va- 
lles de  la  cordillera  pirenaica  hasta  el  Ebro  ,  que  habían  en  fin  trasladado  la 
lucha  muy  lejos  de  los  primeros  límites  de  la  Aquitania  ,  al  territorio  enemi- 
go. En  efecto,  aquella  tierra  que  ahora  se  disputaba  era  antes  musulmana; 
los  Franco-Aquilanos,  ayudados  por  los  naturales,  la  habían  hecho  cristiana,  y 
en  la  lucha  toda  la  ventaja  pareció  inclinarse  á  su  favor.  Como  antes  de  la  toma 
de  Barcelona,  los  Francos  no  habían  de  temer  las  eternas  agresiones  de  los  Mu- 
sulmanes contra  el  territorio  de  la  Galia,  y  ellos  eran  ahora  quienes  amenazaban 
á  su  vez  las  tierras  musulmanas.  Barcelona  les  ofrecía  contra  sus  enemigos  todos 
los  recursos  de  la  tierra  y  del  mar,  era  para  ellos  un  punto  de  apoyo  para  domi- 
nar toda  la  comarca,  y  de  la  misma  Barcelona  «que  por  tanto  tiempo  fuera 
para  los  moros  seguro  baluarte,  de  donde  salían  montados  en  sus  veloces  caba- 
llos los  guerreros  conquistadores  de  las  tierras  cristianas,  y  donde  volvian  car- 
gados debotin  (2),»  podían  á  su  vez  partir  sus  milicias  cubiertas  de  hierro,  y 
llevar  sus  expediciones,  ya  al  noroeste,  hasta  las  márgenes  del  Segrey  del  Ginca, 
ya  al  sudoeste,  hasta  la  desembocadura  del  Ebro  y  el  puerto  de  los  Alfaques. 

Por  aquella  parte  parecía  Tortosa  el  indispensable  complemento  de  las 
conquistas  francas,  y  los  jefes  del  gobierno  aquitano  habían  de  prometerse  desde 
el  año  801  extenderlas  hasta  aquella  ciudad.  Por  su  situación  en  la  orilla  iz- 
quierda del  Ebro,  Tortosa  les  parecía  con  razón  digna  de  ser  disputada  á  los 
musulmanes,  y  de  tanta  mayor  importancia  en  cuanto  únicamente  su  posesión 
podia  asegurarles  de  un  modo  definitivo  la  de  todo  el  país  que  se  llamó  después 
Cataluña,  entre  el  Ebro,  el  Noguera  Ribagorzana  y  los  Pirineos.  Sin  embargo, 
desde  que  perdieron  Barcelona,  los  Árabes  habían  hecho  de  Tortosa  su  plaza  de 
armas,  y  fortificada  con  grandes  gastos,   habíase  convertido  aquella  ciudad  en 


(1)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXIV. 

(2)  Ermol  Nigell.,  lib.  I,  v.  67  y  sig. 

tomo  H.  53 


418  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ie  i.  c.  baluarte  de  la  parte  de  España  oriental  que  formó  después  el  reino  de  Valencia, 
el  punto  de  defensa  de  la  hermosa  costa,  por  cuyo  don  bendecían  los  Árabes  a 
Dios  (1).  Provista  de  todo,  y  abrigando  en  su  recinto  á  una  población  numerosa, 
en  cuanto  sin  duda  se  refugiarían  en  ella  los  musulmanes  salidos  de  Barcelona 
con  armas  y  bagages ,  ia  conquista  de  Tortosa  no  dejaba  de  ofrecer  muy  graves 
dificultades  que,  á  lo  que  parece,  fueron  apreciadas  por  el  gobierno  aquitano,  en 
sos.  cuanto  nada  emprendió  contra  la  plaza  hasta  el  año  809.  Llegada  esta  época, 
Cario  Magno  llamó  á  su  hijo  á  Aquisgran,  sin  duda  para  tratar  y  sentar  las  ba- 
ses de  esta  expedición,  y  en  efecto,  Luis  á  su  regreso  á  Aquitania  dispuso  inme- 
diatamente una  leva  de  tropas  y  partió  para  Barcelona. 

En  esta  ciudad  habia  dado  cita  á  los  condes  convocados  con  los  hombres 
de  armas  para  formar  parte  de  la  expedición  proyectada,  y  las  milicias  aquita- 
nas  llegaron  en  breve  de  todas  partes  siguiendo  las  huellas  de  Luis,  que  dio  la 
orden  de  marcha,  luego  que  estuvieron  reunidas.  El  ejército  pasó  el  Llobregat, 
y  se  dirigió  reunido  á  Santa  Colomba  (Santa  Coloma  de  Queralt),  á  igual  distan- 
cia de  Barcelona  y  de  la  confluencia  del  Ebro  y  del  Segre.  Llegado  allí,  dividióse 
en  dos  cuerpos,  y  tomando  Luis  consigo  el  mas  numeroso,  confió  el  otro  á  gene- 
rales experimentados,  condes  todos  en  la  Marca  hispana  ó  en  Septimania.  Con 
la  hueste  que  se  habia  reservado,  Luis  tomó  por  la  izquierda  de  Santa  Coloma, 
marchó  hacia  Tarragona,  la  lomó  por  segunda  vez  á  los  Musulmanes  y  devastó 
su  campiña:  según  el  anónimo  astrónomo,  todo  cuanto  halló  en  su  camino,  cas- 
tillos, fortalezas  y  poblaciones,  sufrió  los  rigores  de  una  ejecución  militar,  y 
lo  que  se  libró  de  las  llamas  fué  destruido  por  el  hierro  (2);  continuando  luego 
su  marcha  victoriosa  á  lo  largo  de  la  costa ,  llegó  en  breve  delante  de  Tortosa,  á 
la  que  puso  cerco. 

Mientras  esto  sucedía,  el  otro  cuerpo  de  que  hemos  hablado  ponia  en  ejecu- 
ción, á  las  órdenes  de  Isembardo,  de  Ademaro,  de  Bara  y  de  Borre!,  las  instruc- 
ciones que  habia  recibido.  Salido  de  Santa  Coloma  al  mismo  tiempo  que  el  resto 
del  ejercí  ¡o,  las  infinitas  precauciones  que  lomaba  para  ocultar  su  marcha  al 
enemigo  habían  por  precisión  de  retardarla.  Andaba  únicamente  de  noche,  y  pa- 
saba los  dias  en  los  bosques,  así  es  que  desde  Santa  Coloma  á  las  márgenes  del 
Segre  empleó  seis  dias  enteros,  ó  por  mejor  decir,  seis  noches;  el  séptimo  día  atra- 
vesó el  Segre  mas  allá  de  su  confluencia  con  el  Ebro,  luego  este  rio ,  no  lejos  del 
punto  en  que  recibe  las  aguas  de  aquel,  y  desde  allí  dirigiéndose  al  sudoeste  va- 
deó el  Guadalope,  y  entró  en  el  país  fértil  y  descubierto  que  se  extiende  entre  di- 
cho rio  y  Rio-Martin. 

Aquel  país  era  la  porción  del  valle  dei  Ebro  en  que  mas  abundaban  las  po- 
blaciones árabes,  y  sobretodo  los  Árabes  labradores;  casi  todos  los  pueblos  de 
aquella  comarca  llevan  aun  en  eldia  nombres  árabes;  era  un  territorio  rico  en  ga- 
nado y  en  víveres,  de  escaso  lujo,  pero  de  mucho  cultivo,  donde  las  tribus  gozaban 
en  abundancia  de  todos  los  bienes  de  la  tierra,  y  de  todo  ello  estaban  informados, 
ai  parecer,  los  caudillos  aquitanos.  El  objeto  de  la  expedición  de  Isembardo,  Ade- 


(1 )  Las  monedas  de  Valencia  del  siglo  xn  decian:    «Alabado  sea  Dios  porque  nos  ha  dado  esta 
tierra.» 

(2)  Universaque  loca,  castella,  municipia,  usque  Tortosam  vis  militaris  excedit  et  flamma  vo- 
raz consumpsit. 


CAP.   IX. — ESPAÑA  ÁRABE.  419 

maro,  Bara  y  Borrel  era  sorprender  á  aquel  país  desprevenido,  sembrar  en  él  el 
espanto  por  medio  de  una  irrupción  repentina  (1),  y  reunir  el  mayor  botin  posible. 
Este  úliimo  punto  habia  de  entrar  por  mucho  en  los  motivos  de  la  expedición,  en 
una  época  en  que  los  hombres  de  guerra  habían  de  mantenerse  á  sus  propias  ex- 
pensas. Todo  pasó  en  un  principio  según  deseábanlos  Franco-Aquüanos.  Los  Ara- 
bes  fellahs  (2)  diseminados  por  las  campiñas  en  grupos  poco  numerosos,  sintié- 
ronse poseídos  de  terror  ante  aquella  tropa  de  resueltos  invasores,  cuyo  número 
exageraban  sin  duda;  todos  tomaron  la  fuga  sin  intentar  siquiera  defenderse ,  y 
la  división  aquí  tana  reunió  sin  trabajo  en  las  abandonadas  aldeas  crecido  botin 
de  toda  clase.  Alentados  entonces  con  la  facilidad  con  que  habian  podido  correr 
la  tierra  desde  las  márgenes  del  Ebro  hasta  las  fuentes  del  Guadalope,  y  no  ob- 
servando en  el  país  síntoma  alguno  de  resistencia,  los  cristianos  creyeron  poder 
pasar  mas  adelante,  y  como  oyesen  hablar  de  una  villa  opulenta  situada  á  pocas 
millas  mas  allá  del  monte  en  cuya  base  nace  el  Guadalope,  quisieron  visitarla  y 
llevar  á  ella  el  terror  de  sus  armas. 

De  ella  les  separaba  únicamente  una  montaña  (la  Peña  Golosa),  y  pasándola 
por  el  puerto  que  conduce  en  el  dia  al  pueblecillo  de  Calbe,  bajaron  rápidamente 
hacia  la  población  (3).  Llamábase  esta  Alhamrah,  la  Roja;  es  la  Villa-Rúbea  del 
astrónomo,  y  aun  en  el  dia  lleva  el  nombre  de  Alhambra,  lo  mismo  que  el  rio  en 
cuyas  márgenes  está  situada,  uno  de  los  tributarios  del  Guadalaviar,  que  corre  ha- 
cia Valencia  procedente  de  Albarracin.  La  misma  causa  que  hizo  nombrar  después 
Alhamrah  á  un  barrio  y  al  principal  edificio  de  Granada,  hizo  dar  este  nombre  al 
pueblo  y  valle  de  la  España  oriental  de  que  aquí  tratamos,  y  donde  acababan  de 
penetrar  los  Francos  (4).  Sorprendida  la  población,  no  les  opuso  la  menor  resis- 
tencia; los  habitantes  les  abandonaron  sus  casas,  y  saciados  de  botin,  pensaron 
los  Aquitanos  en  acudir  á  la  cita  que  el  ejército  principal  les  habia  ciado  bajo  los 
muros  de  Tortosa.  La  marcha  no  se  efectuó,  empero,  sin  contratiempo. 

Oigamos  aquí  las  mismas  palabras  del  astrónomo:  — « Cuantos  pudieron  es- 
capar de  aquel  ataque,  dice,  corrieron  por  todas  partes á  difundir  la  noticiadel  su- 
ceso. Reunióse  entonces  considerable  multitud  de  Sarracenos  y  Moros,  y  fueron  á 
esperar  á  los  nuestros  á  la  salida  de  un  valle  llamado  Ibaña,  que,  muy  profundo  y 
angosto,  está  rodeado  por  todas  partes  de  elevadísimas  montañas,  de  modo  que  los 
cristianos  habrían  podido  ser  aniquilados  casi  á  pedradas,  si  Dios  no  los  hubiese 
desviado  de  penetrar  en  él.  Mientras  los  Moros  los  esperaban  al  paso,  ellos  bus- 
caron y  hallaron  por  otra  parte  un  camino  mas  descubierto  y  regular. »— El 
astrónomo  no  da  mas  noticias  acerca  de  este  camino,  que  parece  debió  ser  el  que 


(4)     Ex  improviso in  pavorem  solverentur. 

(2)  El  Beduino  es  el  árabe  nómada  y  pastor;  el  FeUah,  el  árabe  cultivadoT  y  sedentario. 

(3)  Qui  ubi  omnes  incólumes  evaserunt,  terram  hostium  latissime  vastaverunt,  et  usquevil- 
lam  eorum  maximam,  quae  Villa-Rúbea  vocatur,  pervenerunt. 

(4)  En  efecto,  este  nombre  es  igual  al  de  la  Alhambra  de  Granada,  alterada  también  por  la  adi- 
ción de  una  b.— En  Aragón  hay  tres  pueblos  llamados  Villarroya  ó  Villarroja,  de  las  tierras  y  pe- 
ñas de  un  tinte  rojizo  sobre  que  están  edificados :  uno  en  los  alrededores  de  Daroca,  diócesis  de  Za- 
ragoza, otroá  tres  leguas  de  Calatayud,  obispado  de  Tarragona ,  y  por  fin  Vilarroya  de  los  Pina- 
res, á  diez  y  ocho  leguas  de  Alcañiz.  Los  tres  podrian  ser  la  Villa-Rúbea  del  anónimo  astrónomo 
si  la  descripción  y  las  circunstancias  de  su  relato  no  conviniesen  excl  usivamente  al  pueblo  llamado 
todavía  Alhambra  y  al  valle  del  mismo  nombre  situados  en  los  límites  de  Aragón  y  Valencia. 


120  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

se  dirige  por  la  izquierda  hacia  los  campos  de  Yillahermosa. — «Creyendo  que 
los  Francos  tomaban  aquel  camino  mas  por  temor  que  por  prudencia,  continua 
el  biógrafo,  los  Sarracenos  salieron  en  su  persecución;  pero  los  nueslros,  po- 
niendo su  botín  en  seguridad,  volvieron  la  cara  al  enemigo,  pelearon  con  encar- 
nizamiento, y  con  el  auxilio  de  Jesucristo  obligaron  al  enemigo  á  volverles  las  es- 
paldas. En  seguida  prosiguieron  su  viaje  hasla  los  reales  de  Ludovico,  donde  lle- 
garon con  muy  poca  pérdida  de  gente  a  los  veinte  dias  de  su  partida  (1) ». 

El  cronista  franco  enaltece  tanto  como  le  es  posible  la  expedición  de  Isem- 
bardo  y  de  sus  ilustres  compañeros,  pero  diríase  que  lo  hace  para  no  hablar 
apenas  de  los  acaecimientos  posteriores. — «El  rey,  añade,  experimentó  por  su 
regreso  muy  grande  alegría,  y  después  de  devastar  en  todas  direcciones  los  cam- 
pos de  Tortosa, se  volvió  á  su  reino.»— Este  modo  de  dar  cuenta  de  haber  levan- 
tado Luis  el  sitio  de  Tortosa  infunde  algunas  sospechas,  y  en  efecto  en  los  autores 
árabes  hallamos  el  porqué  de  las  concisas  palabras  del  astrónomo.  Siempre  en 
aquella  época,  y  en  todas,  el  historiador  que  desea  descubrir  la  verdad  en  medio 
de  los  relatos,  sino  contradictorios,  subordinados  á  lo  menos  á  los  afectos  y  pa- 
siones de  aquellos  que  los  escribieron,  ha  de  entregarse  á  estos  estudios  y  compa- 
raciones críticas. 

Alhakem,  nos  dicen  los  escritores  árabes ,  se  hallaba  en  Lusitania  ocupado 
en  combatir  con  los  cristianos  de  los  montes  de  Galicia,  cuando  supo  que  la  Es- 
paña oriental  habia  sido  invadida  por  los  Francos  y  que  estos  marchaban  contra 
Tortosa.  Al  momento  escribió  á  su  hijo,  que  desde  el  año  806  ejercia  las  funcio- 
nes dewali  de  Zaragoza,  para  que  se  dirigiese  á  Tortosa  con  cuantas  tropas  pudie- 
se reunir;  iguales  instrucciones  envió  al  wali  de  Valencia,  y  ambas  huestes  mu- 
sulmanas llegaron  á  la  orilla  derecha  del  Ebro,  uno  ó  dos  dias  después  de  haber- 
se reunido  la  división  de  Isembardo  con  el  ejército  principal.  Las  dos  pasaron  el 
Ebro  por  el  puente  de  Tortosa,  y  atacando  á  los  Franco-A  quítanos  en  su  campa- 
mento, los  obligaron  á  levantar  el  sitio.  Los  autores  árabes  dicen  que  Abderrah- 
man,  como  si  llevara  la  victoria  asida  á  sus  banderas,  rompió  y  deshizo  á  sus 
enemigos  con  horrible  matanza,  y  que  los  cristianos  huyeron  dejando  los  campos 
cubiertos  de  abundante  cebo  para  las  aves  y  carnívoras  fieras  (2).— Esto  puede 
ser  muy  bien  una  exageración  árabe,  y  es  probable  que  la  pérdida  de  Luis  en 
hombres  de  armas  no  fuese  tan  grande  como  supone  el  cronista  musulmán. 
De  lodos  modos  es  lo  cierto  que  hubo  batalla,  que  los  Árabes  quedaron  victorio- 
sos, y  que  esta  fué  la  verdadera  causa  que  calla  el  anónimo  historiador  déla  reti- 
rada del  hijo  de  Cario  Magno  á  Aquitania  (3). 

El  hijo  de  Alhakem,  que  acababa  de  rechazar  con  tan  buena  fortuna  la  expe- 


dí   Anón.  Astron.,  Vit.  Hludov.  Pii. 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c  XXXV. 

(3)  Esta  derrota  de  Ludovico  l'io  está  atestiguada  por  todas  las  crónicas  musulmanas. — Ro- 
drigo (*),  hijo  de  Carlos  rey  de  los  Francos,  reunió  un  ejército,  dice  Ahmed  (in  Murfy,  c.  3),  y  mar- 
chó contra  Tarragona;  pero  Alhakem  envió  contra  él  á  su  hijo  Abderrahman,  quien  venció  á  los 
Francos  y  los  obiigó  á  retirarse. — Sitiada  Tortosa  por  los  cristianos,  dice  Cardona  (que  escribió  sobre 
este  punto  en  vista  del  manuscrito  árabe  de  la  Bibl.  nac.  que  lleva  el  n.°  704),  Abderrahman,  hijo  de 
Alhakem,  acudió  en  auxilio  de  la  plaza,  atacó  á  los  Francos  en  sus  líneas,  y  después  de  una  victo- 
ria por  largo  tiempo  disputada,  los  obligó  á  levantar  el  sitio. 

(*)     Ksteamor  da  siempre  á  Luis  el   nombre  de   KodrifcO. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  421 

dicion  del  hijo  de  Cario  Magno,  contaba  apenas  entonces  diez  y  nueve  años.  Go-  A-  Je  j.c. 
bernador  de  la  provincia  de  Zaragoza  desde  el  año  806 ,  habia  empezado  á  for- 
marse en  la  práctica  de  los  negocios  y  de  las  armas  en  una  edad  en  que  la  mayor 
parte  dejos  hombres  no  han  salido  todavía  de  la  infancia.  Su  victoria  contra  los 
Francos  ganóle  entre  los  suyos  no  poca  honra  y  fama,  si  bien  en  vez  de  recoger 
los  frutos  de  su  primera  victoria,  corrió  á  recoger  aplausos  en  Córdoba,  siendo 
nombrado  en  su  lugar  valí  de  Zaragoza,  Amru  gobernador  de  Toledo.  El  gobier- 
no de  Zaragoza  era  tentador  para  un  musulmán  del  temple  de  Amru;  lodo  el  va- 
lle del  Rbro,  Tudela,  Huesca,  Barbastro,  Lérida  y  las  principales  ciudades  de  la 
Marca  dependían  de  Zaragoza  y  de  su  wali,  y  Amru  vio  entonces  ocasión  de  enri- 
quecerse, de  dominar  y  de  hacerse  quizás  independiente.  Empezó  por  ponerse  de 
acuerdo  con  los  cristianos  y  los  hombres  nacidos  de  padres  de  ambas  religiones, 
á  cuya  clase  pertenecía  él  (1),  y  formóse  con  facilidad  una  especie  de  partido  en 
la  comarca.  Investido  de  sus  nuevas  funciones  á  mediados  de  809,  intrigó  con  el 
conde  franco  de  la  Marca  de  Yasconia,  que  residía  no  lejos  de  Huesca,  y  á  quien 
estaba  principalmente  confiada  la  custodia  de  las  fortalezas  y  poblaciones  situa- 
das entre  el  Cmca  y  el  Aragón.  Era  dicho  conde  entonces  el  mismo  Aureolo  de 
quien  hemos  hablado  antes  de  ahora,  y  si  bien  la  historia  no  expresa  la  clase  de 
relaciones  que  Amru  mantuvo  con  él,  es  lo  cierto  que  muerto  el  conde  á  fines  del 
año  809,  el  Sarraceno  se  apoderó  repentinamente  de  las  plazas  que  mandaba,  ó 
para  hablar  el  lenguaje  de  la  época,  del  ministerio  de  Aureolo  (2),  lo  que  parece 
indicar,  y  sea  esto  dicho  de  paso,  que  aquellas  plazas  no  eran  muy  fuertes,  ó  que 
Amru  tenia  en  ellas  inteligencias  y  amigos  dispuestos  á  entregárselas.  Gran  su- 
ceso habría  sido  la  restauración  del  poder  musulmán  en  aquella  parte  de  la  cor- 
dillera pirenaica  si  el  hombre  que  acababa  de  realizarla  hubiese  obrado  de  bue- 
na fe  y  no  en  interés  propio;  pero  su  conducta  ulterior  indica  que  abrigaba  ya 
desde  enlonces  intenciones  de  dominación  personal  que  el  tiempo  y  las  circunstan- 
cias, y  sobre  iodo  la  pronta  intervención  del  emir  de  Córdoba,  le  impidieron  rea- 
lizar. Como  asustado  él  mismo  de  lo  que  acababa  de  hacer,  luegoque  se  vio  due- 
ño de  aquellas  plazas,  vaciló  acerca  del  partido  que  tomaría,  apelando  por  fin  á  la 
ordinaria  política  de  los  walies  de  aquella  frontera :  por  un  lado  escribió  al  emir 
poniendo  á  su  disposición,  con  la  alegría  de  un  celoso  musulmán  su  nueva 
conquista,  mientras  por  otra  despachaba  un  mensage  á  Cario  Magno  ofreciendo 
ponerse  ásu  servicio  (3). 

Este  ofrecimiento  de  Amru  ,  se  dirigía  únicamente  á  ganar  tiempo,  pero 
Cario  Magno  creyó  en  él  de  lleno.  Los  mensageros  de  Amru  habían  llegado  á  fi- 
nes del  año  809  cerca  del  emperador  y  este  envió  al  momento  embajadores  (mis- 
si)  al  walí,  que  llegaron  á  Zaragoza  á  principios  del  año  810.  El  astuto  y  falaz  Mo-  Mo- 
ro no  dejó  de  renovar  sus  promesas,  pero  sin  duda  para  aplazar  su  ejecución  so- 
licitó conferenciar  con  los  caudillos  de  la  frontera  de  España  á  fin  de  ponerse  con 
ellos  de  acuerdo  sobre  diferentes  puntos,  ofreciendo  siempre  estar  él  y  los  su- 
yos á  disposición  del  emperador.  Los  enviados  de  Cario  Magno  hicieron  saber  la 


(\)    El  Nowairi,  ms.  aráb.  de  la  Bibl.nac,  n.'1  645. 
(Z)    Eginh.  Annal.,  ad  ann.  809. 
(3)    Id.,  1.  c. 


422  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

petición  á  su  soberano,  y  este  que,  á  lo  que  parece,  secomplacia  en  estas  intrigas 
y  negociaciones  con  los  jefes  árabes  ,  consintió  en  la  demanda  de  Amru.  La  con- 
ferencia sin  embargo  no  llegó  á  celebrarse,  y  esto  fué,  según  Eginhardo,  por  mu- 
chas causas  que,  como  acostumbra,  omite  para  que  el  lector  las  adivine  (1). 

Eo  tanto  continuaba  la  guerra  en  todos  los  demás  puntos  entre  los  Árabes 
y  el  imperio.  Durante  este  año  los  musulmanes  atacaron  por  mar  la  Cerdeña  y 
luego  la  Córcega.  La  primera  dependía  aun  en  la  época  de  que  estamos  tratando 
de  los  emperadores  griegos  de  Oriente,  y  hasta  el  año  815,  cansada  de  las  ince- 
santes excursiones  de  los  Moros,  y  no  recibiendo  socorro  alguno  de  Constanlinopla, 
no  se  puso  bajo  la  protección  de  Luis  el  Pió,  ó  se  dio  á  él,  como  entonces  se  de- 
cía. La  Córcega  se  habia  dado  al  imperio  hacia  ya  muchos  años,  y  esto  no  obs- 
tante, los  Árabes,  no  hallando  en  la  isla  guarnición  franca,  la  asolaron  y  la  some- 
tieron casi  toda  á  su  dominación.  En  Lusitania  y  en  las  tierras  que  los  Árabes 
poseían  aun  entre  el  Duero  y  el  Miño,  los  musulmanes  y  los  cristianos  habían 
empeñado  también  rudos  combates.  La  tregua  de  tres  años  estipulada  en  806  en- 
tre Alfonso  y  los  generales  de  Alhakem  acababa  de  espirar,  y  los  cristianos  de  Ga- 
licia habian  bajado  en  gran  número  á  Lusitania,  llevándolo  todo  á  sangre  y  fuego. 
Alfonso ,  que  los  acaudillaba,  llevó  sus  armas  hastalos  muros  de  Lisboa,  cuyo  ter- 
ritorio devastó  después  de  intentaren  vano  apoderarse  de  la  plaza.  Llegadas  estas 
nuevas  áCórdoba,  partió  el  emir  con  escogida  caballería  en  defensa  de  la  provincia 
amenazada,  y  si  bien  pudo  rechazar  las  milicias  asturianas  de  Alfonso,  no  fué 
tan  feliz  contra  los  montañeses  cristianos  del  antiguo  país  de  los  Gallegos  de  Braca- 
ra,  que  guerreaban  libremente  bajo  condes  de  su  elección.  En  la  época  de  que  tra- 
tamos hallábase  ocupado  aun  en  combatirlos  sin  poder  obligarlos  á  una  batalla 
general  ni  rechazarlos  por  completo  á  la  otra  parte  del  Miño,  frontera  del  poderío 
musulmán  en  España  en  tiempo  del  abuelo  de  Alhakem,  que  este  se  hallaba  em- 
peñado en  conservar.  No  habia  guerra  contra  cristianos  sino  por  mantener  fron- 
tera, dice  la  crónica  musulmana,  y  no  con  deseo  de  ampliar  y  extender  los  lími- 
tes del  reino,  ni  por  esperanza  de  sacar  grandes  riquezas,  por  ser  los  cristianos 
gente  pobre  de  montaña ,  sin  saber  nada  de  comercio  ni  de  buenas  artes  (2).  Y  ai 
ver  como  se  habla  por  los  Árabes  de  las  guerras  de  aquella  época  ,  diríase  que 
necesitaban  para  no  ser  despojados  de  sus  fronteras ,  tanto  valor  y  resolución 
como  habian  necesitado  sus  mayores  para  conquistarlas. 

Nunca,  en  efecto,  ni  aun  en  los  tiempos  de  Tarik  y  de  Muza  habia  sido  la 
guerra  tan  ardiente  entre  ambos  pueblos.  En  todas  partes  peleaban  los  cristianos 
con  los  musulmanes,  y  según  dicen  los  escritores  de  esta  nación,  los  caudillos  de 
las  fronteras  no  tuvieron  reposo  en  dos  años.  Guerreábase  en  Galicia,  en  las  in- 
mediaciones de  Asturias,  en  Navarra,  al  sur,  al  norte  y  al  este,  en  todas  las  fron- 
teras, y  sobre  todo,  á  lo  que  parece,  en  las  inmediaciones  de  los  Pirineos,  en  las 
cuatro  puertas  de  Gibal  Albortal  (3). 


(1)  Amaroz,  Casaruagustae  praefectus,  postquam  imperatoris  legati  ad  eum  venerunt,  petiit  ut 
colloquium  ficret  intcr  ipsum  et  Hispanici  limiii  custodes, promittens  sein  eodemcolloquio  cum óm- 
nibus in  imperatoris  ditionem  esse  venturum;  quod  iicet  imperator  ut  fieret  annuisset,  mulüs  in- 
tervenicntibus  causis,  mansit  interfectum  (liginh.  Anual.,  ad  ano  840). 

(2;    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXVI. 

(3)    Id.,  P  5.\  c.  XXXV. 


CAP.   IX.— ESPAÑA   ÁRABE.  423 

En  la  España  oriental  dábanse  sobre  todo  los  grandes  golpes  de  la  guerra.  La 
vana  tentativa  del  año  anlerior  contra  Tortosa  y  la  derrota  de  Luis  no  habían 
hecho  abandonar  á  los  Francos  el  proyecto  de  apoderarse  de  la  plaza,  y  Cario 
Magno  ordenó  en  810  una  nueva  expedición  contra  ella.  No  quiso,  empero,  pordi- 
ferentes  causas  que  su  hijo  mandase  el  ejército,  y  entre  estas  causas  menciona 
expresamente  el  anónimo  astrónomo  la  necesidad  de  defender  las  costas  de 
Aquitania  de  las  piraterías  de  los  Normandos.  Anles  de  pasar  adelante  conviene 
quizás  que  digamos  algunas  palabras  acerca  de  aquellos  atrevidos  piratas  que, 
salidos  del  fondo  del  Jutland  y  del  mar  Báltico  por  los  años  de  787,  some- 
tieron por  espacio  de  doscientos  años  á  periódicas  devastaciones  las  costas  todas 
de  la  Europa  occidental,  y  á  quienes  veremos  á  mediados  de  este  siglo  llevar  sus 
armas  hasta  las  campiñas  de  Andalucía  y  emprender  el  sitio  de  Sevilla. 

Los  piratas  de  Gerrnania,  tan  célebres  bajo  el  nombre  común  de  Norman- 
dos (1),  eran  de  la  misma  raza  y  hablaban  la  misma  lengua  primitiva  que  los 
Francos  esíablecidos  en  las  Galias  y  en  la  olra  parte  del  Rhín;  pero  desde  la  con- 
versión de  estos  al  cristianismo,  la  diferencia  de  religión  y  de  costumbres  habia 
destruido  toda  clase  de  afecto  entre  estas  dos  grandes  familias  de  origen  teutó- 
nico. El  odio  profundo  de  los  Normandos  hacia  los  Francos,  á  quienes  calificaban 
de  renegados  y  consideraban  como  una  raza  degenerada,  se  enardecía  mas  y  mas 
por  las  crueles  prácticas  del  culto  de  Odin ,  de  modo  que  se  mezclaba  un  princi- 
pio religioso  á  la  pasión  de  combatir,  á  la  necesidad  de  una  vida  errante  y  á  la 
insaciable  sed  de  botin  que  impulsaban  á  los  hombres  del  Norte  á  bajar  de  sus 
montañas  y  abandonar  sus  islas  para  correr  aventuras  por  todos  los  mares.  Reu- 
níanse bajo  las  órdenes  de  un  jefe  para  formar  una  hueste  de  piratas,  lanzábanse, 
sin  mas  equipage  que  sus  armas ,  en  barcos  de  dos  velas ;  arrostraban  en  aque- 
llas débiles  embarcaciones  los  peligros  de  una  navegación  á  veces  muy  terrible 
por  el  proceloso  Océano,  tomando  por  auxiliar  al  huracán  ,  según  ellos  mismos 
decían  (2),  y  cuando  la  calma  reaparecía,  sin  cuidarse  del  número  de  los  naufra- 
gios, agrupábanse  al  rededor  del  buque  en  que  flotaban  las  insignias  del  mando, 
y  seguían  contentos  el  camino  de  los  Cisnes  (3).  Rey  del  mar  en  su  barca,  el  jefe 
de  la  armada  convertíase  en  rey  de  combate  en  la  playa  invadida,  según  lo  ex- 
presaba su  enérgico  lenguaje  (4).  Penetraban  en  el  interior  de  las  tierras  por  la 


(4)  North-menn,  noríh-malhre,  hombres  del  Norte.  Este  era  el  antiguo  nombre  de  los  Norue- 
gos: en  latin,  Nordmannus,  Norlhmannus,  Northomannns1etc. — Este  nombre  ha  conservado  su  signi- 
ficación y  su  carácter  primitivos  en  el  norman  de  los  Ingleses. — Los  Árabes,  como  veremos  después, 
designaban  á  los  Normandos  y  en  general  á  todos  los  pueblos  de  las  regiones  boreales,  con  el  nombre 
de  Magioges,  al  cual  con  frecuencia  vese  añadido  en  sus  autores  el  de  Yagioges,  entendiendo  con 
estas  palabras  la  posteridad  de  Gog  y  deMagog,  es  decir  los  pueblos  septentrionales,  á  quienes  di- 
cen arrolló  Alejandro  hacia  el  polo  ártico  encerrándolos  con  un  fuerte  muro  que  mandó  construir 
entre  el  '  áucasoy  el  mar  Caspio.  Ebnel  Ewardi,  en  su  libro  titulado  Kikridat  el  ^rf/iií?  Jíerbelod,  p. 
456),  dice  hablando  de  este  país:  «El  pueblo  de  Gog  y  de  Magog  se  encuentra  en  lo  mas  alto  del  Sep- 
tentrión, después  de  atravesar  el  país  de  los  Kaimakios  6  Kaimakys  (Tartaros-Kalmukos)  y  el  de 
los  Seklavos  ó  Seklebis  (Eslavos  ó  Esclavones). 

(2)  oLa  fuerza  de  la  tempestad,  cantaban,  ayuda  al  brazo  de  nuestros  remeros:  el  huracán  nos 
obedece,  y  nos  arroja  á  donde  queremos  ir.»  (Ag.  Thierry,  Hist.  de  la  Conquista  de  Inglaterra  por  los 
Normandos,  1. 1, 1. 1,p.  11 4)  El  historiador  dicho  apoya  su  traducción  en  esta  cita  latina:  Marinoe  tem- 
pestatis  procella  nostris  servit  remigiis  (Abbo  Floriacensis). 

(3)  «Ofer  svan  rade,¡>  decían  sus  antiguas  canciones  (Ag.  Thierry,  1 1,  p.  1 10). 

(4)  Kong,  kineg,  king,  título  que  se  expresa  en  latin  por  la  palabra  rex;  era  el  jefe  ó  caudillo  de 


iM  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

desembocadura  de  los  rios,  remontando  su  corriente  con  sorprendente  rapidez,  y 
por  una  y  otra  orilla  derramábanse  por  el  territorio,  apoderábanse  de  los  caballos 
para  ser  mas  veloces  en  sus  irrupciones,  acuchillaban  á  los  habitantes  á  quienes 
no  reducían  á  cautiverio,  recogian  todo  el  ganado,  incendiaban  las  casas  y  lle- 
vaban delante  de  sí  cuanto  podia  convertirse  en  botin ;  complacíanse  sobre  todo 
en  derramar  la  sangre  de  los  sacerdotes  católicos,  en  arrebatar  de  las  iglesias  los 
ornamentos  sagrados,  y  con  un  singular  refinamiento  de  profanación,  en  convertir 
en  establos  los  templos  de  Jesucristo. 

Estos  eran  los  nuevos  enemigos  que  se  habían  levantado  contra  el  imperio  de 
Cario  Magno,  últimos  batallones  de  la  barbarie  que  codiciaban  su  parte  de  la  Eu- 
ropa romana.  En  787  habían  aparecido  por  primera  vez  en  las  playas  de  Ingla- 
terra, en  el  año  800  habían  atacado  las  costas  déla  Galia  occidental,  y  después  una 
especie  de  instinto  atraíalos  vivamente  hacia  aquel  lado.  Carlos  era  harto  previsor 
para  no  presentir  desde  el  primer  momento  los  obstáculos  que  podían  crear  seme- 
jantes enemigos  a!  poder  mejor  establecido ;  los  preparativos  y  amenazas  de  uno 
de  sus  reyes  inmediato  al  Elba  ,  entonces  límite  de  su  dominación  por  la  parte 
del  norte,  hiciéronle  comprender  la  urgencia  de  adoptar  medidas  para  proteger 
las  costas  del  imperio  contra  los  atrevidos  piratas  (1),  y  por  su  orden  constituyé- 
ronse y  apostáronse  naves  en  todos  los  rios  que  desaguan  en  el  mar  Germánico. 
La  aplicación  de  este  sistema  de  defensa  á  la  Aquitania  habia  sido  causa  de  que 
renunciase  Luis  al  mando  de  la  próxima  expedición  á  España. 

Para  representarlos  á  los  dos  en  ella,  según  expresión  del  biógrafo  astróno- 
mo, es  decir  al  emperador  y  al  rey,  envió  el  primero  á  la  corte  del  segundo  á 
Ingoberto,  uno  de  sus  leudos,  á  quien  las  crónicas  francas  no  dan  otro  nombre 
que  el  de  enviado  (missus)  (2) ,  y  este  era  quien  ,  mientras  Luis  obraba  en  su 
reino  conforme  á  las  instrucciones  de  su  padre ,  habia  de  guiar  al  ejército  fran- 
co-aquitano  á  esta  parte  de  los  Pirineos  ,  para  intentar  si  seria  mas  feliz  contra 
Tortosa  de  lo  que  lo  habia  sido  el  mismo  Luis  el  año  anterior. 

Como  en  la  pasada  campaña,  señalóse  á  Barcelona  por  punto  de  reunión  del 
ejército.  Luego  que  este  se  halló  completo  bajo  sus  banderas,  trataron  los  caudi- 
llos de  las  disposiciones  que  habian  de  tomarse  para  el  mejor  éxito  de  la  expedi- 
ción, y  resolvióse  que,  como  el  año  anterior,  se  hiciesen  dos  distintas  irrupciones, 
descubierta  la  una  y  clandestina  la  otra  (clandestina  irruptione)  ;  que  Ingoberto 
á  la  cabeza  de  la  hueste  mas  numerosa  marcharía  contra  Tortosa,  mientras  que 
un  cuerpo  destacado,  compuesto  de  gente  escogida,  iria  á  sorprender  al  enemigo 
y  á  merodear  por  las  tierras  de  la  derecha  del  Ebro  ,  para  atender  seguramente 
á  ¡as  necesidades  del  ejército.  Para  efectuar  con  mas  facilidad  el  paso  del  rio, 
valla  que  en  la  expedición  anterior  habia  opuesto,  á  lo  que  parece,  algunos  obs- 
táculos á  la  marcha  de  las  tropas,  mandóse  construir  en  Barcelona  barcas  por- 
tátiles, divididas  en  cuatro  piezas  bastante  ligeras  para  poder  ser  transportadas 
por  dos  acémilas,  y  dispuesto  y  preparado  lodo,  la  parle  mas  numerosa  del  ejército 


aquellos  hombres  ,  el  mas  sabio  y  poderoso,  de  la  palabra  kcn,  saber  y  poder ,  dice  M.  Agustín 
Thierry,  (Hist.  de  la  Con.  de  Ing.  por  los  Norm.,  1. 1.  p.  409). 

(4;     Eginh.,  Vita  Karoli  Magni. 

(2)  ...Misit  ei  missum  suum  Ingobertura  qui  filii  praesentiam  pncferret,  et  vice  amborum  con- 
tra hostes  exercitum  duceret. 


CAP.    IX. — ESPAÑA  ÁRABE. 

se  dirigió  hacia  Tortosa  á  las  órdenes  de  Ingoberto,  mientras  que  el  resto,  man- 
dado por  Ademaro,  Bara  y  algunos  otros,  tomó  el  camino  del  rico  territorio  que 
ya  olra  vez  invadieran.  Los  caudillos  de  aquel  cuerpo  escogido  nada  omitieron 
para  ocultar  sus  movimientos  al  enemigo;  lo  mismo  que  la  vez  pasada ,  dirigié- 
ronse por  Santa  Coloma,  y  siguieron  casi  igual  itenerario,  si  bien  las  circunstan- 
cias posteriores  indican  que  pasaron  el  Ebro  mas  abajo  de  su  confluencia  con  el 
Segre.  Caminaban  solo  de  noche,  muy  en  silencio  y  por  desusadas  veredas;  ocul- 
tábanse de  dia  en  los  bosques,  y  no  llevaban  tiendas  ni  encendían  fuego  (1). 
Tres  dias  de  marcha  los  condujeron  á  orillas  del  Ebro  ,  y  preparando  sus  barcas, 
las  pusieron  á  flote  y  atravesaron  el  rio  ,  llevando  á  sus  caballos  del  diestro  y  á 
nado  al  rededor  de  sus  ligeras  embarcaciones  (2).  El  walí  de  Tortosa,  Obeidalah, 
á  quien  el  cronista  franco  llama  Abaidun  (3),  sabedor  de  los  proyectos  formados 
por  los  Francos,  habia  escalonado  algunos  destacamentos  de  soldados  en  la  orilla 
opuesla,  mas  para  darle  aviso  de  su  aparición  que  para  oponerse  á  su  paso.  Qui- 
so la  casualidad  que  al  tiempo  que  los  Francos  pasaban  sin  ser  vistos  por  el  punto 
del  Ebro  que  habían  elegido,  uno  de  los  Moros  apostados  mas  abajo,  que  se  bañaba 
en  el  rio,  apercibió  excrementos  de  caballo  arrastrados  por  la  corriente.  Cogiólos 
y  oliólos ,  y  con  el  instinto  particular  de  un  árabe  ,  dijo  á  sus  compañeros  no 
ser  aquellos  excrementos  de  un  animal  acostumbrado  á  pacer  por  las  praderas, 
sino  de  un  caballo  ó  mulo  alimentado  con  cebada,  y  que  sin  duda  alguna  los  ene- 
migos habían  pasado  el  rio  (4).  Dos   hombres  montaron  al  momento  á  caballo, 
marcharon  á  la  descubierta,  y  luego  que  divisaron  á  los  enemigos ,  corrieron  á 
advertirlo  á  Abaidun.  Su  movimiento,  empero,  no  pasó  desapercibido  para  los 
Aquitanos,  quienes,  al  verse  descubiertos,  siguieron  rápidamente  las  huellas  de 
los  dos  ginetes  y  sorprendieron  al  débil  destacamento  de  Árabes  que  custodiaba 
el  Ebro.  Atacados  estos,  tomaron  la  fuga  abandonando  sus  efectos  de  campamen- 
to, y  los  Francos  pasaron  aquella  noche  abrigados  bajo  sus  tiendas  (5).  Al  dia 
siguiente,  Abaidun  salió  al  encuentro  de  los  Francos  con  cuantas  tropas  pudo  reu- 
nir, y  empeñóse  una  batalla  que,  si  bien ,  según  el  historiador  cristiano ,  terminó 
con  gran  ventaja  de  los  últimos ,  no  dio  mas  resultado  que  permitir  á  los  vence- 
dores retirarse  y  reunirse  sin  ser  molestados  con  sus  compañeros  bajo  los  muros 
de  Tortosa.  Después  de  esto  los  cristianos  estrecharon  el  cerco  de  la  plaza  duran- 
te algunos  dias,  y  desquitándose  de  la  inutilidad  de  sus  esfuerzos  con  las  devas- 
taciones que  ejercieron  por  el  territorio  de  las  cercanías  ,  levantaron  su  campa- 
mento y  regresaron  á  Aquitania. 


H)  Ccelo  pro  tecto  utentes,  foco,  ne  fumo  deprehenderentur ,  renuntiantes,  sylvis  se  die  occu- 
lentes,  nocte,  quantum  posse  dabatur,  iter  agentes 

(2)  ...Quarto  die  Hibero  compactis  navibus,  ipsi  quidem  transpositi,  equos  autemnatatui  com- 
miserunt. 

(3)  Abaidun,  Abaidum,  Adbaidu,  Abaydus,  Abaiduin,  corrupciones  distintas  del  mismo  nom- 
bre árabe  Obeidalah  ;  obeid,  pequeño ,  humilde  servidor ,  diminutivo  de  abd ,  servidor;  Alah,  Dios ; 
Obeidalah,  el  humilde  servidor  de  Dios. 

(4)  Quo  viso  ,  sicut  sunt  nimias  calliditatis ,  adnatans ,  fimumque  comprehendens  et  naribus 
amovens,  exclamavit:  Cernite,  inquiens,  ósocii,  moneo  quam  cávete;  nam  hoc  stercus  neconagri  est, 
vel  cujuscumque  animantis  harbidis  assueti  partibus.  Enimvero  equina  haec  esse  constat  egesta, 
quse  certum  est  hordeum  fuisse  et  ob  hoc  equorum  vel  mulorum  pabula;  ideoque  cautius  vigila- 
te.  Namin  superioribus  fluminis  hujus,  et  cerno,  nobisparantur  insidiae. 

(5)  Omniumque  relictorum  nostri  potiti,  in  eorum  papilionibus  illa  sunt  nocte  hospitati. 

tomo  li.  54 


426  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c  Este  fué  el  resultado  del  segundo  sitio  de  Tortosa  dirigido  por  el  leudo  fran- 

co Ingoberto  en  810.  Una  expedición  marítima  contra  la  isla  de  Córcega  y  la  con- 
tinuación de  la  guerra  de  emboscadas  y  sorpresas  en  las  fronteras  ocuparon  el 
resto  de  este  año  ,  pero  á  su  fin  ocurrió  un  suceso  nuevo  hasta  enlonces ,  como 
fué  la  celebración  de  un  tratado  de  paz  ó  si  se  quiere  de  una  tregua  entre  el  em- 
perador de  los  Francos  y  el  emir  de  Córdoba.  Guerreando  hacia  dos  años  con  los 
cristianos  de  los  montes  en  la  parte  occidental  de  Españay  conociendo  lo  difícil  de 
sostener  á  un  tiempo  las  dos  luchas  de  oriente  y  occidente, Álhakem  envióemba- 
jadores  al  emperador  proponiéndole  la  paz ,  y  con  ellos  un  conde  franco  prisio- 
nero de  los  Árabes  hacia  muchos  años.  Es!a  embajada  llegó  á  Aquisgran  al  mis- 
mo tiempo  y  con  el  mismo  objeto  que  la  de  Nicéforas,  soberano  de  Constantino  - 
pía.  «De  regreso  á  Aquisgran  en  octubre  ,  dice  Eginhardo  ,  recibió  el  emperador 
dos  embajadas  dignas  de  memoria ,  y  celebró  la  paz  con  el  emperador  Nicéforas 
y  con  Abulaz  (este  era,  como  veremos,  el  sobrenombre  con  que  los  Francos  cono- 
cían á  Alhakem),  rey  de  los  Sarracenos.  Nicéforas  le  restituyó  Yenecia,  y  al 
propio  tiempo  recibió  en  su  corte  al  conde  Heinrico,  cautivo  de  los  Moros  hacia 
mucho  tiempo,  que  le  enviaba  Abulaz  (1).»  Así  se  celebró  la  primera  paz  con  los 
Sarracenos  de  que  se  hace  mención  en  los  anales  francos. 

Esto  no  obstante,  Eginhardo  nos  habla  á  fines  de  este  año  de  una  nueva 
excursión  de  los  Árabes  á  la  isla  de  Córcega  (2),  pero  es  probable  que  la  armada 
musulmana  saliera  de  los  puertos  de  España  antes  de  que  se  supiera  en  ellos  la 
tregua  estipulada  con  el  emperador.  El  mismo  analista  nos  dice  que  á  fines  de 
este  año,  el  hijo  de  Alhakem  expulsó  á  Amru  de  Zaragoza  y  obligóle  á  refugiarse 
en  Huesca  (3) ,  y  la  medida  realizada  con  tanta  energía  por  Abderrahman  podia 
muy  bien  tener  un  doble  objeto  :  castigar  al  traidor  por  sus  inteligencias  con  los 
Francos  ,  y  obligarle  á  devolver  al  emperador  las  plazas  que  ocupara  por  sor- 
presa al  morir  Aureolo ,  á  fines  del  año  anterior.  Por  desgracia  la  breve  noticia 
de  Eginhardo  ,  interpolada  como  incidentalmente  en  su  relato  ,  no  desvanece  el 
misterio  en  que  están  envueltas  las  negociaciones  entabladas  con  Amru  á  fines 
de  809  y  á  principios  de  810. 
8ii  En  tanto  la  guerra  que  continuaba  en  Galicia  había   cansado  la  paciencia 

de  Alhakem,  quien  regresó  á  Córdoba,  encargando  la  dirección  de  la  misma  á  sus 
esforzados  generales  Abdelkerim  y  Abdallah.  La  paz  con  los  Francos  fué  rola  es- 
te mismo  año  ,  probablemente  porque  los  Árabes  no  cesaban  en  sus  expediciones 
marítimas  contra  las  islas  del  Mediterráneo  pertenecientes  al  imperio  ,  y  en  efec- 
to menciónase  en  esta  fecha  un  saco  de  Córcega  por  una  armada  musulmana  (4). 
Las  hostilidades  empezaron  otra  vez  entre  ambos  pueblos  de  valle  á  valle  y  de 
fortaleza  á  fortaleza  ,  hasta  que  Luis  hubo  preparado  una  nueva  expedición  con 
objeto  de  apoderarse  de  Tortosa,  que  codiciaba  hacia  tanto  tiempo. 


(i)  Imperator  Aquasgrani  veniens  mense  octobrio,  memóralas  legationes  audivit;  pacemque 
cum  Niciforo  imperatoreet  cum  Abulaz  rege  Sarracenorum  fecit.  NamNiciforo  Veneliam  reddidit, 
et  Heimrichum  comitem  olim  á  Sarracenis  captum,  Abulaz  remitteate,  recepit  (Eginh.  Annal.,  ad 
ann. 810  . 

(2)  Corsica  Ínsula  iterum  á  Mauris  vastataest  (!b¡d.,  I,  o). 

(3)  Amoroz  ab  Abdirraman,  filio  Abulaz,  de  Cuesaraugusta  expulsus  ,  et  Oscam  intrare  com- 
pulsus  est(ibid.,  eod.  ann). 

(4)  Annal  Frankorum,  ad  ann,  cit. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  427 

Esta  vez  púsose  él  mismo  á  la  cabeza  de  un  numeroso  ejército,  que  condujo 
directamente  y  con  la  mayor  rapidez  posible  al  sitio  de  la  plaza.  Provistas  estas 
tropas  de  toda  clase  de  máquinas  de  guerra  ,  hiciéronlas  jugar  contra  los  muros 
por  espacio  de  cuarenta  dias ,  y  aterrorizados  los  habitantes,  pidieron  capitula- 
ción. Obeidalah  entregó  las  llaves  de  Tortosa  á  Luis ,  quien  las  llevó  con  gran 
contento  á  su  padre.  Esta  expedición,  según  el  biógrafo  de  Luis  el  Pió,  llenó  de 
terror  á  los  Sarracenos  y  Moros  hasta  el  punto  de  temer  suerte  semejante  para 
todas  sus  ciudades  (1). 

A  pesar  del  positivo  aserto  del  biógrafo  ,  la  toma  de  Tortosa  no  es  de  aque- 
llos hechos  sobre  los  cuales  no  quepa  duda  alguna.  Sin  ninguna  dificultad 
puede  admitirse  que  Luis  desplegara  en  esie  cerco  un  aparato  desusado  de  má- 
quinas de  guerra  ,  que  los  habitantes  se  atemorizasen  y  solicitasen  entrar  en  ne- 
gociaciones ;  pero  que  tomase  á  Tortosa  como  habia  tomado  á  Barcelona  por 
ejemplo,  que  dejara  en  ella  una  guarnición  de  sos  soldados,  un  gobernador  nom- 
brado por  él,  y  que  fuera  desde  aquel  dia  incorporada  á  la  Marca  gótica  con  el 
mismo  título  que  las  ciudades  y  fortalezas  ocupadas  por  los  Francos  en  esta  par- 
te del  Llobregat,  es  un  hecho  muy  y  muy  dudoso.  Además  de  que  ningún  do- 
cumento contemporáneo  árabe  ni  cristiano,  ano  ser  el  biógrafo  astrónomo  ,  dice 
cosa  alguna  de  semejante  ocupación  ,  varias  noticias  posteriores  nos  hablan  de 
Tortosa  como  de  una  ciudad  sujeta  á  la  dominación  musulmana.  Es  probable  por 
lo  mismo  que  si  en  efecto  el  gobernador  árabe  de  Tortosa  entregó  á  Luis  las  lla- 
ves de  la  ciudad,  prometiéndole  en  cierto  modo  sumisión  y  fidelidad  ,  fué  para 
no  entregar  realmente  la  plaza  y  para  librarse  de  los  peligros  del  sitio  por  medio 
de  una  rendición  aparente. 

Luis  volvió  pues  á  Aquitania  sin  haber  adelantado  mucho  las  conquistas  del 
imperio  por  la  parle  del  Ebro  ,  si  bien  hablábase  en  la  Galia  de  Tortosa  como  de 
una  ciudad  nuevamente  adquirida  ;  costumbre  era  considerar  el  reconocimiento 
nominal  de  la  autoridad  de  los  reyes  francos  por  los  walies  musulmanes  sobre 
sus  ciudades  como  un  título  de  soberanía  real,  aun  cuando  hemos  visto  loque 
hubieron  de  hacer  los  Francos  en  801  para  convertir  su  derecho  en  hecho  des- 
pués de  la  donación  de  Barcelona  hecha  á  Cario  Magno  en  197  por  el  gober- 
nador Zaid.  En  una  palabra,  el  sitio  de  Tortosa  habia  de  volverse  á  empezar  luego 
que  Luis  se  hubo  alejado  de  sus  muros ,  y  al  recibir  las  llaves  de  la  ciudad  de 
manos  de  su  gobernador  ,  no  habia  recibido  el  rey  mas  que  un  signo  de  domi- 
nación ilusoria.  Luis  conocía  demasiado  el  carácter  de  los  Árabes  para  no  pen- 
sarlo asimismo;  pero  los  negocios  interiores  de  su  reino  no  le  permitían  emplear 
mas  tiempo  en  aquella  empresa,  y  sabiendo  por  experiencia  la  tenac'dad  de 
que  estaban  dotados  los  hombres  con  quienes  guerreaba  cuando  no  esperaban 
cosa  alguna  sino  de  su  valor,  es  probable  que  fingiera  creer  en  la  realidad  de  su 
conquista  y  que  la  enalteciera  á  su  regreso  para  honra  de  las  armas  francas. 

Esto  no  obstante,  enojado  Cario  Magno  por  el  insignificante  resultado  de  la 
empresa,  envió  este  mismo  año  (811)  un  nuevo  ejército  á  las  Marcas,  mandado 
por  uno  de  sus  missi,  llamado  lleriberto.  Aloque  podemos  conjeturar,  esta 
hueste  tenia  el  encargo  especial  de  reducir  y  castigar  á  Amru,  de  quien  docu- 


(4)    Incussit  metum,  verentibus  ne  singulas  civitates  par  sors  insolveret. 


428  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA 

a.  de  j.  c.  mentó  ninguno  nos  dice  haber  sido  hostilizado  en  Huesca  después  de  su  expulsión 
de  Zaragoza,  y  también  de  recobrar  quizás  el  valle  de  Ganfranc  y  los  valles  del 
Gallego  y  del  Arga,  que  formaban  seguramente  el  ministerium  de  Aureolo,  de 
que  Amru  se  apoderara.  Heriberto  cumplió  muy  bien  esta  parte  de  su  cometido 
hasta  llegar  á  Huesca,  donde  se  hallaban  reunidas  fuerzas  considerables ;  á  lo 
que  parece,  juzgó  prudente  establecer  su  campamento  á  cierta  distancia  de  la 
ciudad,  bajo  la  protección  de  algún  punto  fortificado;  así  á  lo  menos  parece  des- 
prenderse del  relato  que  hace  el  anónimo  astrónomo  de  una  salida  de  los  sitiados. 
— «Algunos  jóvenes  inexpertos  de  nuestro  ejército,  dice,  se  acercaron  mas  de  lo 
de  costumbre  á  los  muros  de  la  ciudad  ,  y  después  de  dirigir  insultos  á  los  hom- 
bres que  los  custodiaban,  acabaron  por  dispararles  sus  ballestas.  Los  de  la  ciu- 
dad ,  que  vieron  el  reducido  número  de  los  agresores ,  y  la  distancia  en  que  se 
hallaban  de  aquellos  que  podian  socorrerlos ,  se  lanzaron  de  pronto  fuera  de  las 
puertas  y  los  cargaron  rudamente;  empeñado  el  combate,  hubo  muertos  por  una 
y  otra  parte ,  después  de  lo  cual  volvieron  los  unos  á  la  ciudad  y  los  otros  á  su 
campamento.» 

«Los  nuestros,  añade  el  astrónomo,  continuaron  por  macho  tiempo  el  sitio, 
devastaron  el  país  haciendo  á  los  enemigos  cuanto  mal  pudieron,  y  marcharon  á 
reunirse  con  el  rey  que,  á  fines  de  otoño,  estaba  divirtiéndose  en  la  caza  (1). » 
— Este  fué  el  resultado  de  la  campaña,  y  por  mas  que  el  historiador  no  quiera  de- 
cirlo, es  evidente  que  la  ciudad  sufrió  muy  poco  por  este  cerco ,  y  que  no  llegó 
siquiera  á  estar  un  momento  en  peligro.  Las  últimas  palabras  del  astrónomo 
parecen  indicar,  y  sea  dicho  esto  de  paso,  que  este  sitio  fué  emprendido  bajo  la 
dirección  de  Heriberto  por  un  cuerpo  escogido,  pero  poco  numeroso;  soldados  y 
oficiales  habían  de  ser  leudos  de  Luis,  puesto  que  volvieron  todos,  no  á  sus  ho- 
gares, sino  al  lado  del  rey,  para  divertirse  con  éi  en  la  caza. 
812-  Una  expedición  de  otra  naturaleza  en  su  principio  puso  de  nuevo  al  rey  de 

Aquitania  en  contacto  con  España  llegado  que  fué  el  siguiente  año.  Hemos  dicho 
que  los  naturales  de  la  parte  de  la  antigua  Yasconia  á  que  empezaba  a  darse  co- 
munmente el  nombre  de  Navarra,  habían  pasado  en  806  del  poder  de  los  Árabes 
al  de  los  Aquitanos.  La  causa  de  esta  alianza  ó  sumisión,  pues  los  términos  va- 
gos de  los  cronistas  dejan  muy  oscuro  este  punto,  no  se  expresa  en  parte  alguna 
y  se  ignora  si  fué  interés  ó  temor  lo  que  hizo  volver  á  los  Navarros  bajo  la  fe 
del  emperador,  según  expresión  del  biógrafo  de  Cario  Magno  (2).  De  todos  mo- 
dos es  seguro  que  esta  alianza  no  produjo  una  muy  sincera  unión  entre  las  po- 
blaciones vascas  y  los  Francos  ó  Galo-Francos  de  la  otra  parte  de  los  montes;  los 
Vascos  de  ambas  faldas  de  los  Pirineos  odiaban  igualmente  la  dominación  y  aun 
la  influencia  franca,  y  es  probable  que  cuando  en  811  ú  812  las  vejaciones  del 
gobierno  aquitano  hicieron  empuñar  las  armas  á  los  moradores  de  la  Vasconia 
ultra-pirenaica,  los  Navarros  españoles  no  ocultaron  el  interés  que  les  inspiraba 
la  causa  de  sus  hermanos  délas  Galias. 

En  812,  Luis  reunió  en  Tolosa  el  plaid  anual  de  su  reino,  y  la  asamblea  de- 
cidió por  aclamación  castigar  por  medio  de  las  armas  á  los  rebeldes  de  la  Vas- 


(4)    Anón.  Astron.,  Vit.  Hludov.  Pii. 

[1)    ...In  fidem  reversi  sunt  domini  imperatoriB  (Eginh.,  ad.  ann.  806). 


CAP.   IX.— ESPAÑA  ÁRABE.  429 

conia  gala.  La  expedición  emprendida  á  mediados  del  verano ,  fué  rápida  y  vic- 
toriosa; los  Vascones  de  la  ciudad  de  Dax,  numéricamente  inferiores  á  los  Fran- 
cos, fueron  vencidos  y  subyugados  por  las  tropas  aquitanas,  mandadas  por  Luis 
el  Pió,  y  á  fines  de  aquel  año,  toda  aquella  parte  de  Vasconia  reconocía  otra  vez 
el  poder  del  soberano  (1). 

Llegado  hasta  allí  para  castigar  á  los  Yascones,  y  habiéndolo  logrado,  Luis 
quiso  pasar  adelante  para  robustecer  en  la  Navarra  española  su  autoridad  por 
muchos  conceptos  vacilante.  Desde  Dax  llevó  sus  tropas  á  San  Juan  de  Pié  de 
Puerto  y  luego  á  Pamplona,  sin  encontrar  la  menor  resistencia.  En  Pamplona  y 
su  comarca  hizo  Luis  cuanto  le  plugo,  según  dice  su  biógrafo,  ordenó  cuanto  le 
pareció  exigir  la  utilidad  pública  y  particular  (2),  y  después  de  permanecer  allí 
algún  tiempo ,  emprendió  para  volver  á  sus  estados  el  mismo  camino  que  siguie- 
ra al  venir,  esto  es,  el  de  Roncesvalles,  que  tan  fatal  fuera  á  la  retaguardia  de 
su  padre  treinta  y  cuatro  años  antes.  Por  esto  tomó  inauditas  precauciones  para 
que  no  le  aconteciese  cosa  igual,  y  le  hubiera  sucedido  sin  previsión  tan  oportu- 
na, pues  ya  le  esperaban  los  montañeses  dispuestos  á  repetir  la  famosa  caza. 
Luis  hizo  reconocer  y  ojear  antes  los  montes  y  collados ,  las  cañadas  y  valles 
por  donde  habia  de  pasar ,  y  como  hubiese  caido  en  poder  de  los  exploradores 
un  Navarro  que  tomaron  por  caudillo  de  aquellas  gentes,  hízole  colgar  de  un  ár- 
bol; apoderándose  en  seguida  de  las  mugeres  y  niños  de  algunas  poblaciones  de 
aquellos  valles,  mandó  colocarlos  en  medio  délas  filas  de  su  ejército,  y  así  atra- 
vesaron aquellos  terribles  desfiladeros  hasta  llegar  á  sitio  en  que  no  pudieran  ya 
ser  sorprendidos. 

Según  los  escritores  árabes,  al  tiempo  que  Luis  se  libraba  con  estas  precau- 
ciones de  la  saña  délos  Vascones,  sufría  una  invasión  musulmana  la  parte 
oriental  de  la  Septimania,  esto  es,  el  país  de  Narbona.  En  el  año  197  de  la  he- 
gira,  dicen,  en  octubre  de  812,  Abderrahman  que,  aunque  muy  joven,  tenia  el 
gobierno  de  la  España  oriental,  tomó  la  ofensiva,  entró  en  Gerona,  llegó  á  tierras 
de  Narbona,  y  sacó  de  sus  comarcas  grandes  riquezas,  ganados  y  cautivos  (3). 

Esta  invasión  precedió  de  muy  poco  la  tregua  celebrada  con  los  Francos 
antes  de  terminar  este  año ,  y  fué  causa  quizás  de  que  se  celebrara.  Esta  tregua 
ó  tratado,  que  está  atestiguado  por  los  autores  árabes  y  cristianos,  es  el  primer 
acto  de  esta  clase  que  parece  haber  sido  discutido  antes  de  ser  jurado;  por  des- 
gracia no  hallamos  en  parte  alguna  el  texto  ó  á  lo  menos  las  disposiciones  prin- 
cipales de  este  importante  acto  de  la  diplomacia  musulmana  ,  que,  en  caso  de 
haberse  escrito,  hubo  de  redactarse,  como  se  acostumbró  después,  en  árabe  y  en 
latín.  Lo  único  que  de  esta  paz  sabemos  es  que  se  celebró  por  tres  años  (4) ,  y 
que  el  embajador  árabe  encargado  de  esta  negociación  fué  el  emir-al-ma  Yahia  ben 
Alhakem,  del  cual  hablan  los  autores  de  su  nación  como  de  un  hombre  distin- 


(4)    Anón.  Astron.,  Vit.  Hludov.  Pii,  c.  XVIII. 

(2)  ...Ea  qune  utilitati  tana  publicae  quam  privatae  conducerent  ordiuavit:  (Ibid.,  I.  c). 

(3)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXV. 

(4)  Eodem  anno  (DCCGXID  Abulaser,  rex  Sarracenorum  ex  Spania,  audiens  famam  et  opínio- 
nem  virtutum  domini  Karoli  impera toris,  missos  suos  direxit,  postulans  paceña  faceré  cuna  eo  quam 
ipse  piissimus  imperator  denegare  noluit:  sed  fecerunt  pacem  cum  ipso  per  tres  annos  (Ghronicon 
Moissiacense,  in  D.  Bouquet,  tom.  V,  p.  82). 


430  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

guido  y  de  un  elegante  poeta,  que  había  estado  muchas  veces  en  embajada  en 
el  país  de  los  Francos  y  en  la  corte  del  rey  de  los  Griegos  (1).  Los  corsarios  ára- 
bes, que  poco  antes  de  la  conclusión  de  la  paz,  habían  devastado  la  isla  de  Cór- 
cega, quedaron  excluidos  de  los  beneficios  del  tratado ,  y  al  regresar  á  España 
cargados  de  botin  y  de  cautivos,  Ermengaudo,  conde  de  Ampurias  (2),  que  les 
esperaba  en  las  aguas  de  Mallorca,  los  atacó  y  se  apoderó  de  ocho  de  sus  buques, 
en  los  que  libertó  mas  de  500  cautivos. 

Impulsados  por  el  deseo  de  venganza ,  los  que  sobrevivieron  á  este  ataque 
dirigiéronse  hacia  Italia,  sorprendieron  á  Civiíavecchia  y  Niza,  que  pasaron  á 
sangre  y  fuego,  y  acabaron  por  perecer  casi  todos  en  una  derrota  que  sufrieron 
en  Gerdeña  (3). 

A  lo  que  parece,  aprovechó  Luis  los  primeros  momentos  de  esta  paz  para 
hacer  ejecutar  mejor  la  carta  expedida  poco  antes  por  su  padre  en  favor  de  la 
población  de  la  Marca  hispana.  Además  de  los  Godos  que  la  habitaban  en  gran 
número,  como  lo  manifiesta  el  nombre  de  Gothia  en  lengua  latina  y  de  tierra  de 
los  Godos  en  lengua  germánica  vulgar,  dado  comunmente  á  este  país  (4),  ha- 
bían acudido  á  él  muchos  cristianos  del  interior  huyendo  del  dominio  sarraceno. 
Todos  eran  allí  bien  recibidos,  porque  hacían  falia  hombres  para  poblar  y  brazos 
para  el  cultivo  de  las  tierras.  En  poco  tiempo  la  actividad  de  estos  colonos  dio  al 
país  un  aspecto  distinto,  tanto  que,  excitada  la  codicia  de  los  condes,  oprimié- 
ronlos con  impuestos  exorbitantes,  llegando  hasta  disputarles  la  propiedad  de 
sus  tierras  y  la  posesión  de  las  ciudades  que  ellos  habían  fundado.  Quejáronse 
los  malliatados  colonos  al  emperador,  quien  los  escuchó  favorablemente,  y  en  su 
virtud  expidió  un  prcecpptum  que  envió  á  la  Gothia  por  uno  desús  müsi,  el  arzo- 
bispo de  Arles  (5).  Este  prcecepium  ó  pragmática  mandaba  á  los  condes  de  la 
Marca  gótica,  y  especialmente  á  ios  principales  en  número  de  ocho,  devolver  sus 
bienes  á  los  colonos,  no  imponerles  tributo  alguno  arbitrario,  y  dejarles  á  ellos  y 
á  sus  herederos  á  título  de  propiedad  lo  que  habían  poseído  por  espacio  de  trein- 
ta años  (6).  El  texto  del  célebre  praceplum,  traducido  del  latin  al  español,  dice 
así: 

«  En  nombre  del  Padre,  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo,  Carlos,  serenísimo 
augusto,  coronado  por  la  mano  de  Dios,  emperador  grande,  pacífico,  gobernador 
del  imperio  romano,  y  por  la  gracia  de  Dios  rey  de  los  Francos  y  de  los  Lombar- 


(1)  Conde,  P.  2.a,  c.  XLIX. 

(2)  Comes  Emporitanus. 

(3)  Hoc  Mauri,  vindicare  volentes,  Cemtumcellas  Tusciae  civitatem  et  Nicseam  provincia  Nar- 
bonensis  vastaverunt  Sardiniam  quoque  aggressi...  pulsi  ac  victi,  et  multis  suorum  amissis,  reces- 
serunt  (Eginh.  Anual.,  ad  ann.  813). 

(4j  La  única  etimología  -verosímil  del  nombreCataluña,  en  latin  Calalonia,  esGotlialania,  tierra 
6  país  de  los  Godos.  El  nombre  germano  Golhland,  formado  de  Golh  y  de  land,  que  en  todos  los  dia- 
lectos de  la  lengua  teutónica,  significa  tierra,  país  ó  patria,  se  iría  latinizando  hasta  convertirse  en 
Gotslandia  ó  Gotlilandia  y  de  él  se  formaría  Gothalania. 

(5)  Praeceptum  pro  Hispanis  qui  in  regnum  Karoli  confugerant  ^Baluz.  Capitul.,  t.  II,  p.  499  y 
sig),  dado  en  Aquisgran  en  abril  de  812. 

(6)  Sed  quoad  usque  Mi  fideles  nobis  aut  filiis  nostris  fuerint,  quod  per  triginta  annos  habue- 
runt  per  aprisionen),  quieti  possideant  et  illi  et  posteritas  eorum,  et  vos  conservare  debeatis. 


CAP.   IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  431 

dos,  á  ios  condes  Bera,  Gauselino,  Gisclaredo,  Odilon,  Ermengaudo  ,  Laibulfo  y 
Erlino  (1). 

«Sabed  que  los  Españoles  cuyos  nombres  siguen,  habitantes  de  los  países 
que  vosotros  administráis  ,  Martin  ,  presbítero,  Juan,  Quintila,  Calapodio,  Asi- 
nario  ,  Egila  ,  Esteban  ,  Rebellis  ,  Otilo  ,  Atila  ,  Fredemiro,  Amable  ,  Cristiano, 
Elperico  ,  ílomodei ,  Jacinto ,  Esperandei ,  otro  Esteban  ,  Zoleiman  ,  Marcha  - 
tello  ,  Teoclaldo ,  Parapario  ,  Gomis ,  Castellano  ,  Ardarico  ,  Vasco  ,  Vigi- 
co  ,  Viterico,  Ranoido ,  Suniefredo  ,  Amancio  ,  Cazerellos ,  Langobardo  y  Za- 
te,  militares,  Obdesindo  ,  Váida,  Roncariolo  ,  Mauro  ,  Paséales ,  Simplicio, 
Gabino  y  Salomón,  presbítero  (2),  han  acudido  anos  quejándose  de  las  numero- 
sas opresiones  que  sufrían  de  vosotros  y  de  vuestros  oficiales  inferiores  (3).  Y 
nos  han  dicho  ,  así  como  lo  atestiguan  los  unos  de  los  otros  á  nuestro  fisco,  que 
ciertos  gefes  del  país  los  han  arrojado  de  sus  propiedades  contra  toda  justicia, 
quitándoles  el  beneficio  de  nuestra  investidura  de  que  han  gozado  treinta  años  y 
mas ;  representándonos  que  eran  ellos  los  que  en  virtud  de  la  licencia  que  les 
habíamos  otorgado  habían  sacado  estas  tierras  del  estado  de  incultura.  Dicen 
también  que  muchas  ciudades  que  ellos  mismos  edificaron ,  les  han  sido  quitadas 
por  vosotros  ,  y  que  los  sometéis  á  pechos  injustos ,  que  vuestros  delegados  les 
exigen  con  violencia  y  á  la  fuerza.  Por  lo  tanto  hemos  dado  orden  á  Juan,  arzo- 
bispo, nuestro  delegado  ,  de  presentarse  á  nuestro  muy  amado  hijo  el  rey  Luis, 
para  tratar  con  él  de  este  negocio  cuidadosa  y  minuciosamente.  Le  enviamos,  á 
fin  de  que  llegando  oportunamente  y  compareciendo  vosotros  por  vuestra 
parle  á  su  presencia  ,  arregle  como  y  de  qué  manera  hayan  de  vivir  los  Espa- 
ñoles. Hemos ,  no  obstante,  ordenado  expedir  estas  cartas,  y  osla  despa- 
chamos,  para  que  ni  vosotros  ni  vuestros  oficiales  subalternos  impongáis  por 
vosotros  mismos  censo  alguno  á  los  susodichos  Españoles  venidos  á  nos  de  Espa- 
ña con  confianza,  propietarios  ahora  de  yermos  ó  baldíos  (4)  que  les  habíamos 
dado  á  cultivar  ,  y  que  se  sabe  han  cultivado  ,  ni  permitáis  que  ellos  mismos 
se  impongan  ninguno  ,  sino  que  al  contrario,  mientras  nos  sean  fieles  á  nos  y  á 
nuestros  hijos ,  lo  que  han  poseído  durante  treinta  años  lo  posean  tranquilos  ellos 
y  sus  herederos  ,  y  vosotros  se  lo  conservéis.  Y  todo  lo  que  hayáis  hecho  voso- 
tros y  vuestros  oficiales  contra  justicia  ,  si  les  habéis  tomado  algo  indebidamen- 
te ,  restituidlo  al  momento  ,  si  queréis  obtener  el  favor  de  Dios  y  el  nuestro.  Y 
para  que  deis  mas  entera  fe  á  este  escrito,  hemos  ordenado  que  vaya  sellado  con 
nuestro  anillo. 

Dado  el  IV  de  las  nonas  de  abril ,  en  el  año  de  gracia  de  Cristo  XII  de 
nuestro  imperio  ,  el  XLIV  de  nuestro  reinado  en  Francia  ,  y  el  XXXVIII  de 
nuestro  reinado  en  Italia,  en  la  Vindiccion.  Fecho  felizmente  en  el  palacio  de 
Aquisgran  en  el  nombre  de  Dios.  Amen.» 

Este  prceceptum  fué  confirmado  por  dos  cartas  ó  edictos  posteriores  redacla- 


(1)  Beranse,  Gauscelino,  Gisclaredo,  Odiloni,   Ermengario,  Ademaro,  Laibulfo  et  Erlino,  co- 
mitibus. 

(2)  Los  recurrentes  serian  personages  importantes  por  mas  de  un  título,  de  raza  y  origen  dis- 
tintos, según  lo  ¡Indician  sus  nombres  romano-hispanos,  góticos  y  hasta  sarracenos. 

(3)  De  parte  vestía  et  juniorum  vestrorum. 

(4)  Erema  loca. 


432  HISTORIA  GENERAL  DE     ESPAÑA. 

das  según  el  mismo  espíritu,  pero  mas  explícitas  aun,  sobre  los  derechos  y  deberes 
de  los  Españoles  refugiados.  Su  objeto  era  el  mismo  (1).  «A  lodos  los  que  sustra- 
yéndose á  la  dominación  sarracena,  decia  el  emperador  á  sus  condes  en  la  prime- 
ra, se  pongan  espontáneamente  bajo  nuestra  potestad  los  tomamos  bajo  nuestra  pro- 
tección particular,  queriendo  que  sepáis  que  es  nuestra  intención  que  conserven  su 
libertad  (2).»  Quiere  sin  embargo  que  como  los  demás  hombres  libres  (3),  estos 
colonos  hayan  de  tomar  las  armas  al  llamamiento  de  sus  condes,  á  quienes  com- 
petia  regularizar  el  servicio.  Habian  también  de  proporcionar  raciones,  alojamien- 
tos y  bagages  á  los  enviados  del  emperador  y  á  los  de  su  hijo  Lolario,  lo  mismo 
que  á  los  embajadores  enviados  á  él  desde  el  interior  de  la  Península  (4).  Fuera 
de  esto  no  podia  imponérseles  otra  carga  alguna  por  parte  de  los  condes  ni  de 
sus  oficiales  subalternos  (5) ,  si  bien  les  manda  el  emperador  comparecer  de- 
lante de  su  conde  cuando  sean  judicialmente  llamados ,  no  solo  por  las  causas 
mayores  y  delitos  que  enumera ,  sino  también  por  toda  especie  de  causas  civiles 
ó  criminales  (6).  Los  negocios  de  menor  cuan  lía  ,  las  cuestiones  que  se  suscita- 
ban entre  ellos  y  aquellos  á  quienes  cedían  sus  tierras  como  precio  del  trabajo, 
podían  juzgarlas  entre  sí ,  según  sus  antiguas  costumbres  (7). 

Los  delitos  de  los  terratenientes  quedaban  sugetos  á  la  jurisdicción  de  los 
condes  ,  y  los  colonos  perdían  todo  derecho  de  propiedad  sobre  las  tierras  que 
cultivaban  en  caso  de  abandonarlas,  y  volvian  á  su  antiguo  poseedor  (8).  En 
todo  lo  demás  los  colonos  estaban  exentos  de  tributos  y  dependían  directamente 
del  emperador,  sin  que  hubiese  de  considerarse  en  ningún  caso  prestación  obli- 
gatoria lo  que  daban  espontáneamente  á  los  condes  (9) ,  aun  cuando  ,  según 
la  costumbre  franca,  podían  hacerse  vasallos  particulares  de  un  conde  ó  feu- 
datarios suyos,  si  lo  creían  mas  ventajoso  (10).  El  original  de  este  segundo 


(1 )  Contra  oppressionem  comitum. 

(2)  Qualiter....  á  Sarracenorum  potesta  se  subtrahen  tes  nostro  dominio  libera  et  prompta  vo- 
lúntate se  subsiderunt,  ita  ad  ominum  vestrum  notitiam  pervenire  volumus,  quod  cosdem  homines 
sub  protectione  nostra  receptos  in  libértate  conservare  decrevimus. 

(3)  Ut  sicut  cseteri  liberi  homines. 

(4)  Et  missis  nostris  aut  filii  nostri  quos  pro  rerum  opportunitate  illas  in  partes  miserimus, 
aut  legatis  qui  de  partibus  Hispaniae  ad  nos  transmissi  fuerint,  paratas  faciant,  et  ad  subvectiones 
eorum  veredos  donent.— En  este  pasage  han  de  observarse  dos  palabras,  en  cuanto  pertenecen  al 
lenguaje  político  particular  á  la  edad  media  y  son:  paralas,  'parata,  que  significa  cuanto  es  necesario 
á  la  vida,  los  víveres  y  el  alojamiento,  y  veredos,  veredi,  carruajes  que  servian  en  los  caminos  públi- 
co para  el  transporte  de  las  personas;  veredie  quipublicicursui  destinati  (Ducange,  Glosario)  deve  here, 
llevar,  y  de  reheda,  ruedas. 

^8)  Alius  vero  censos  abéis,  ñeque  á  comité,  ñeque  á  junioribus  et  ministerialibus  ejus,  exi- 
gatur. 

(6)  Cap.  II.  Ipsi  vero  pro  majoribus  causis,  sicnt  sunt  homicidia,  raptus  ,  incendia,  deprada- 
tiones,  membrorum  amputationes,  furta,  latrocinia,  alienarum  rerum  invasiones,  etundecunque  á 
vicino  suo  aut  criminaliter  aut  civitate  fuerit  accusatus,  et  ad  placitum  venire  jussus,  ad  comitis 
sua  mallum  omnimodis  venire  non  recusent. 

(7)  Gaiteras  verum  minores  causas,  more  suo,  sicut  hactenus  fecisse  noscuntur,  inter  se  mu- 
tuo definiré  non  prohibeantur. 

\8j    Si  vero  occidat  ut  colonus  abead  non  retinetdominium  agriquidatusillifueratexcolendus 

(9)    Ita  ut  haíc  praestatio  trahi  non  posset  in  necessitatem  muneris. 

(40)  Cap.  IV.  Noverínt  tamen  iidemHispani  sibi  licentiamá  nobis  esse  concessam,  ut  se  in  vas- 
saticum  comitibus  nostris  more  sólito  commendent.  Et  si  beneficium  aliquod  quisquam  corum  ab 
eo  cui  se  commendavit  fuerit  consecutus,  sciat  se  de  illo  tale  obsequium  seniori  suo  exhibere  debe- 
re,  quale  nostrates  homines  de  simili  beneficio  senioribussuis  exhibere  solent. 


A.  deJ.C. 


CAP.    IX.— ESPAÑA  ÁRABE.  433 

prcBceptum  6  rescripto  fué  depositado  en  el  archivo  del  palacio  imperial  de  Aquis- 
gran,  y  se  distribuyeron  tres  copias  á  cada  ciudad,  una  al  obispo,  otra  al  conde, 
y  la  tercera  á  los  vecinos  españoles  (1). 

El  tercer  prcecrptum  (10  de  enero  de  816)  servia  de  regla  para  las  relaciones 
de  los  Españoles  entre  sí ,  pues  como  los  mas  ricos  procurasen  usurpar  las  tier- 
ras cultivadas  por  los  demás,  dispuso  el  emperador  que  aquel  que  se  habia  hecho 
vasallo  de  un  propietario,  recibiendo  tierras  en  cambio,  debía  disfrutar  de  ellas 
con  las  condiciones  pactadas,  disposición  que  se  hizo  extensiva  á  todos  los  emigra- 
dos españoles  que  en  adelante  se  establecieron  en  las  Marcas.  Siete  copias  de  esta 
ordenanza  fueron  depositadas  en  las  ciudades  de  Narbona,  Carcasona,  Rosellon, 
Ampurias,  Barcelona ,  Gerona  y  Beziers,  en  cuyos  territorios  formaban  los  Es- 
pañoles refugiados  una  parte  considerable  de  la  población  y  tenían  mas  particu-  - 
lamiente  sus  propiedades  (2). 

Así  fué  como  se  establecieron  en  la  Marca  de  España  gran  número  de  pro- 
pietarios unidos  entre  sí  por  costumbres  y  leyes  particulares,  reconociendo  em- 
pero como  subditos  del  imperio  el  poder  mililar  y  judicial  de  los  condes,  y  con- 
servando la  facultad  de  hacerse  vasallos  inmediatos  del  rey ,  de  los  condes  ó  de 
sus  compatriotas.  Este  fué  el  origen  de  las  instituciones  franco-góticas  que  en  la 
edad  media  distinguieron  á  nuestro  Principado  de  los  demás  estados  cristianos 
de  la  Península. 

Volviendo  ahora  á  los  sucesos  del  año  81 2,  de  cuyo  relato  nos  hemos  desvia- 
do para  examinar  los  tres  rescriptos  en  favor  de  los  Españoles  defugiados  en  los 
dominios  imperiales,  diremos  que  la  paz  entonces  celebrada  favoreció  en  gran 
manera  á  los  Árabes,  que  sostenían  viva  lucha  con  los  cristianos  del  noroeste  de 
la  Península.  Grandes  fuerzas  eran  en  efecto  necesarias  á  los  generales  musulma- 
nes que  allí  mandaban,  Abdelkerin  y  Abdallah,  los  cuales  alentados  por  algunos 
triunfos  parciales,  habían  llevado  sus  campamentos  hasta  la  otra  ribera  del  Miño; 
desde  aquel  momento  habían  crecido  para  los  mahometanos  las  dificultades  de 
la  guerra,  é  internados  así  imprudentemente  en  comarcas  montuosas  que  no  co- 
nocían bien,  habían  de  tener  incesantemente  las  armas  en  la  mano. 

El  resultado  de  esta  imprudencia  vino  á  serles  fatal,  y  al  siguiente  año  su-  813. 
frieron  completísima  derrota,  á  pesar  de  los  refuerzos  que  habían  recibido.  «Los 
cristianos,  dice  la  crónica  arábiga,  vencieron  al  caudillo  Abdallah  ben  Maleki  en 
la  frontera  de  Galicia;  los  muslimes  padecieron  cruel  matanza;  el  esforzado  caudillo 
Abdallah  murió  peleando  como  bueno,  y  su  caballería  huyó  en  desorden,  llevando 
el  terror  y  espanto  á  la  hueste  que  acaudillaba  Abdelkerim ;  á  pesar  del  valor  de 
este  caudillo,  huyeron  también  desbaratados,  y  por  huir  se  atropellaban,  que  mu- 
chos murieron  ahogados  en  la  corriente  de  un  rio,  cayendo  confusamente  de  sus 


(4)  Cujus  constitutionis  in  unaquaque  civitate  ubi  praedicti  Hispani  habitare  noscuntur,  tres 
descriptiones  esse  volumus;  unam  quam  episcopus  ipsius  eivitatis  habeat,  et  alteram  quam  comes, 
et  tertiam  ipsi  Hispani  qui  in  codem  loco  con versantur  (Praeceptum  primun  pro  Hispan,  Ludovici 
l»ii,  ann  816  Baluzíi  Capitul.,  p.  551  552j. 

2)  De  hac  constitutione  nostra  septena  praecepto  uno  tenore  conscribere  jussimus:  quorum 
unum  in  Narbona,  alterum  in  Carcasona,  tertium  in  Roscüiona,  quartum  in  Empuriis,  quintum  in 
Barchinona,  sextumin  Gerunda,  septimumin  Biterris  haberi  preecepimus,etexemplareorum  in  ar- 
chivo palatii  nostri,  ut  praedicti  Hispani  ab  illis  septem  exemplaria  accipere  et  habere  possint,et 
per  exemplar  quod  ni  paiatio  retinemus,  si  rursum  querela  nobis  delata  fuerit,  facilius  possit  definid. 
TCMO  II.  55 


434  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

riberas  unos  sobre  otros,  y  alli  perecían:  otros  se  acogían  á  los  cercanos  bosques, 
y  subiéndose  á  los  árboles  se  escondían  en  la  espesura  de  sus  ramas,  donde  los 
ballesteros  enemigos  por  juego  y  donaire  los  asaeteaban  burlándose  de  su  triste 
suerte  (1).» 

Cuenta  iza  ben  Ahmed  el  Razi  que  después  de  esta  derrota  estuvieron  trece 
dias  ambas  huestes  á  la  vista  sin  osar  los  cristianos  ni  los  musulmanes  venir  á 
batalla.  Por  fin  en  una  sangrienta  escaramuza  que  se  empeñó  por  ambas  parles 
fué  herido  Abdelkerin  de  un  bote  de  lanza,  y  dos  dias  después  murió.  Era  este 
general  gran  adelantado  de  la  gente  de  Córdoba  y  uno  de  los  hombres  mas  nota- 
bles de  su  época,  si  bien  no  lan  conocido  en  aquella  frontera  como  en  la  de  laEs- 
paña  oriental,  donde  habia  tenido  mando  durante  mucho  tiempo  y  adquirido  gran- 
des riquezas ,  ya  en  la  guerra  ,  ya  en  sus  gobiernos  de  Tutila ,  de  Wesca  y  de 
Zaragoza. 

Por  Sebastian  de  Salamanca  sabemos  los  lugares  en  que  sufrieron  los  mu- 
sulmanes las  dos  sangrientas  derrotas  que  acabamos  de  mencionar.  La  primera 
ocurrió  en  Naharon,  y  la  segunda  á  orillas  del  río  Anceo  en  cuyas  aguas  pereció 
gran  parte  de  su  ejército  (2).  Alfonso  el  Casto  de  Asturias  acaudillaba  á  los 
cristianos  de  Galicia  (3;. 

El  resultado  de  estas  victorias  para  los  cristianos  fué  á  lo  que  parece  la  to- 
ma de  posesión  de  todo  el  país  que  se  extiende  desde  el  Miño  hasta  el  Duero,  y 
de  la  plaza  de  Zamora.  Léese  á  lo  menos  en  una  crónica  arábiga,  que ,  luego  de 
pasado  el  invierno  y  la  estación  lluviosa,  Abderrahman  llevó  un  ejército  contra 
los  cristianos,  los  expulsó  de  Zamora,  y  en  las  riberas  de  un  rio  ,  cuyo  nombre 
no  se  expresa,  vengó  en  ellos  las  derrotas  pasadas.  Hecho  esto,  concertó  una  tre- 
gua con  los  vencidos ,  y  volvió  triunfante  á  Córdoba  con  muchos  despojos  y 
cautivos  (4)  Algunos  desórdenes  interiores  turbaron  la  tranquilidad  á  fines  de 
este  año,  mas  el  reíalo  del  cronista  no  basta  á  comprender  donde,  ni  porque  tu- 
vieron lugar  estas  turbulencias  (5). 

Al  llegar  aquí  obsérvanse  por  una  singular  coincidencia  dos  acaecimientos 
importantes  y  parecidos  en  la  España  árabe  y  en  el  imperio  cristiano  de  Occi- 
dente. En  aquel  tiempo,  dicen  los  historiadores  árabes ,  consistían  ya  en  Abder- 
rahman todo  el  gobierno  y  la  reputación  del  Estado,  y  para  asegurarle  Ja  trans- 
misión de  su  título  y  poder,  Alhakem  reunió  en  Córdoba  á  los  principales  walies 
y  dignatarios  y  declaró  por  futuro  sucesor  al  imperio  al  príncipe  Abderrah- 
man, cuyo  valor  y  experiencia  conocían  todos.  Poco  antes  habia  sucedido  un  he- 
cho análogo  en  la  olra  parte  de  los  Pirineos.  Cario  Magno  que  sentía  sus  fuerzas 
debilitadas  por  la  edad,  llamó  cerca  de  sí  á  su  hijo  Luis,  y  reunidos  en  Aquis- 


(4 1    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXV. 

$)  Uno  nairujue  tempore  unus  in  loco  qui  vocatur  Naharon,  alter  io  fluvio  Anceo  perierunt. 
Sebast.  Salm.,  Chr.  n.  48'. 

(3)  Hujus  regni  ano.  XXX  gerainus  Chaldu;orumexercitus  Gallaeciam  petiit,  quorum  unus  eo- 
rum  vocabatur  Alhabbez  et  alius  Melih,  utrique  Alcorexis.  Igitur  audacter  ingressi  sunt:  audacius 
ct  deleti  sunt  Sebast.  Salm.,  1,  c). 

(4)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXV. 

(ü)  «En  principio  del  año  498  (813)  hubo  alguna  conmoción  en  pueblos  de  la  Cora  ó  región  de 
Moros  contra  sus  alcaides;  pero  fué  coa  tiempo  sosegada  esta  inquietud,  y  se  contuvieron  las  ma- 
quinaciones de  algunos  sediciosos,  y  vinieron  á  Córdoba  las  cabezas  délos  principales.  (Conde,  l.c.) 


CAP.   IX. — ESPAÑA   ÁEABE.  435 

gran  los  obispos,  los  abades,  los  duques,  los  condes  y  los  lugartenientes  (loco-  a>  de  j.  c. 
possitisj  de  su  imperio,  preguntó  á  todos,  desde  el  mas  grande  hasta  el  mas  pe- 
queño, si  serian  gustosos  en  que  transmitiese  su  título  á  su  hijo  Luis,  contestan- 
do lodos  que  este  designio  era  sin  duda  inspirado  por  Dios  (1). 

Casi  del  mismo  modo,  con  iguales  detalles  ocurrió  la  escena  en  Córdoba. 
Los  walies,  los  wazires,  los  alcaides  y  demás  dignatarios  se  apresuraron  á  reco- 
nocer á  Abderrahman  por  futuro  heredero  de  su  padre,  jurándole  los  primeros 
fidelidad  sus  primos  Esfah  y  Cassim,  después  el  hagib  ó  primer  ministro,  el 
cadí  de  los  cadíes,  y  luego  los  demás  walies  ó  consejeros  de  Esíado.  Fué  aquel 
un  dia  solemne,  dice  la  crónica  arábiga,  que  se  celebró  con  gran  pompa  (2). 
Habíase  hecho  esta  elección  en  uno  de  aquellos  momentos  de  calma,  tan  raros  en 
la  época  de  perpetuas  guerras  que  entonces  atravesaba  el  mundo  :  la  tregua  de 
tres  años  con  los  Francos  duraba  todavía  y,  como  hemos  visto,  Abderrahman 
antes  de  volver  á  Córdoba  en  813  habia  celebrado  una  por  igual  número  de  años 
con  los  cristianos  de  Galicia. 

Al  año  siguiente  y  en  28  de  enero,  falleció  Cario  Magno  en  Aquisgran,  á  los  8I4 
setenta  y  dos  años  de  su  edad,  después  de  cuarenta  y  siete  años  de  reinado  como 
soberano  de  los  Francos,  á  los  treinta  y  seis  de  haber  sido  fundado  el  reino  de 
Aquitania,  y  á  los  catorce  de  haber  ceñido  la  corona  imperial  (3).  El  fallecimien- 
to de  este  gran  monarca  interesa  por  mas  de  un  título  a  los  historiadores  de  to- 
dos los  países,  en  cuanto  el  genio  de  Carlos  influyó  de  un  modo  directo  en  todos 
los  asuntos  generales  de  su  época.  Luis,  que  después  de  haber  sido  reconocido 
emperador  en  813,  habia  regresado  á  Aquitania,  fué  llamado  á  Aquisgran  por 
tan  triste  acontecimiento.  En  un  principio  introdujo  muy  pocas  modificaciones  en 
la  antigua  constitución  del  imperio.  De  Hermengarda,  hija  delnghiramno,  duque 
de  Hasbaigne,  con  quien  contrajera  matrimonio  algún  tiempo  antes  de  empren- 
der el  sitio  de  Barcelona,  habia  tenido  tres  hijos,  Lotario,  Pepino  y  Luis;  al  pri- 
mero, que  contaba  quince  años,  envióle  á  Germania,  y  al  segundo,  que  tenia  ca- 
torce, á  Aquüania,  sin  conferirles  empero  el  título  de  rey,  conservando  á  su  lado 
el  tercero,  y  reservándose,  luego  que  los  cuidados  del  imperio  se  lo  permitiesen, 
constituir  un  patrimonio  mejor  combinado  para  cada  uno  de  sus  hijos. 

La  muerte  de  Cario  Magno  nada  cambió  pues,  en  un  principio,  en  las  rela- 
ciones entre  Árabes  y  Francos,  pero  en  815,  la  paz  celebrada  por  tres  años  en 
812  fué  rota  como  inútil,  según  expresión  de  Eginhardo  (4).  Las  hostilidades 
empezaron  entonces  otra  vez  entre  ambas  naciones,  k  lo  que  parece  de  un  modo 
muy  débil;  los  Árabes  sobre  todo,  que  veian  con  pesar  semejante  rompimiento, 
evitaron  llegar  á  las  manos  con  los  Francos,  y  Abderrahman,  que  otra  vez  de- 


(1)  Supradictus  vera  imperator,  cum  jamintellexisset  sibi  diemobitussuifsenueratenim  val- 
de),  vocavit  filium  suum  Ludcwicum  ad  se  cum  omni  exercitu,  episcopis,  abbatibus,  ducibus,  cc~ 
mitibus,  loco-possitis  :  habuit  grande  colloquium  cum  eis  A<¡uisgrani  palatio,  pacífice  et  honeste 
ammonens  utfidem  erga  filium  suum  ostenderent.  Interrogans  omnes,  á  máximo  usque  ad  míni- 
mum, si  eis  placuisset  ut  nomen  suum,  id  est  impera toris,  filio  suo  Ludewico  tradidisset,  illi  omnes 
omnes  responderunt,  Dei  esseadmonitionem  illius  rei.  Quo  facto,  etc.  (Opus  Thegan.,  De  gest.  Lu- 
dow.  Pii  imper.;  Recop.  de  las  Hist.  de  Francia  de  Dom.  Bouquet,  t.  VI,  p.  75). 

(2 1     Conde,  P.  2.a,  c.  XXXVI. 

(3)  Eginh.  Annal.,  ad  ann.  814. 

(4)  Pax  quse  cum  Abulaz  rege  Sarracenorum  facta  est  et  per  triennium  servata,  velut  inutilis 
rupta,  et  contra  eum  iterum  susceptum  est  bellum. 


815. 


436  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

a.  c  de  j  sempeñaba  el  gobierno  de  la  España  oriental,  envió  sin  pérdida  de  momento  em- 
bajadores á  Luis  para  solicitar  la  prolongación  de  la  paz  momentáneamente  alte- 
rada. Luis  accedió  á  su  petición  ,  pero,  á  lo  que  parece ,  hízose  mucho  de  rogar; 
los  anales  francos  refieren  que  recibió  á  los  diputados  musulmanes  en  Compieg- 

816-  ne,  lo  mismo  que  á  los  enviados  de  los  Obotritas,  que  permaneció  allí  veinte 
dias,  y  que  les  dio  audiencia  sin  determinar  cosa  alguna,  mandándoles  que  fue- 
sen á  esperarle  en  la  ciudad  de  Aquisgran  (1).  Allí  los  detuvo  por  espacio  de 
tres  meses,  y  cuando  no  esperaban  ya  poder  regresar  á  su  patria,  obtuvieron  por 
fin,  dice  el  analista  franco,  permiso  para  emprender  la  marcha  (2),  sin  que  nos 
diga  si  partieron  satisfechos,  ó  si  se  celebró  ó  no  la  paz.  Sin  embargo,  lo  que  el 
mismo  nos  dice  en  el  año  820  prueba  haberse  celebrado  una  nueva  tregua  de  tres 
años,  y  haber  alcanzado  los  embajadores  andaluces  la  pretensión  que  les  había 
llevado  al  país  de  los  Francos  (3). 

8i7.  Llegado  el  año  817  hízose  la  famosa  partición  del  imperio  entre  los  tres 

nietos  de  Cario  Magno,  Lotario,  Pepino  y  Luis  (4).  El  primero  fué  asociado 
al  título  y  á  la  potestad  del  emperador;  á  Pepino  con  el  título  de  rey  fuéle  ad- 
judicada la  Aquitania  propiamente  dicha,  laVasconia,  la  Marca  de  Tolosa,  el 
condado  de  Carcasona  en  Seplimania,  el  rondado  de  Autun  en  Borgofia,  Avalon 
y  Nevers.  La  Marca  de  España  y  la  Septimania  fueron  segregadas  del  antiguo 
reino  aquitano  y  erigidas  en  ducado  con  Barcelona  por  capital,  bajo  la  depen- 
dencia directa  de  Luis  y  del  mayor  de  sus  hijos  reconocido  heredero  de  la  dig- 
nidad imperial  y  admitido  á  llevar  su  título  provisionalmente  (5). 

Mientras  se  sostenía  así  la  paz  dentro  y  fuera  de  su  reino,  Alhakem,  des- 
prendido de  todo  cuidado  del  gobierno,  vivia  encerrado  en  su  alcázar  de  Córdo- 
ba, pasando  el  tiempo  con  sus  esclavas  y  mugeres,  entregado  de  lleno  á  los  pla- 
ceres sensuales.  Atribuyesele  haber  introducido  en  España  el  uso  de  los  eunucos, 
y  se  le  acusaba  de  haber  hecho  robar  niños  de  las  principales  familias  para  des- 
pojarlos de  su  virilidad  (6).  Tales  excesos  excitaron  violento  odio  contra  superso- 
na,que  llegó  á  su  colmo  por  el  menosprecio  con  que  miraba  el  emir  las  antiguas 
y  venerandas  prácticas  religiosas  y  por  los  crecidos  impuestos  que  á  todos  exigia. 
Desde  su  regreso  de  Galicia,  llevaba  una  vida  indigna  del  caudillo  de  los  creyen- 
tes, dice  la  crónica  arábiga,  y  solo  se  acordaba  de  que  era  rey  para  satisfacer  cierta 
sed  de  sangre  que  al  parecer  tenia  (7),  pasándose  pocos  dias  sin  dar  ó  confirmar 
sentencia  de  muerte  por  toda  especie  de  delitos.  Este  emir  fué  el  primero  en  te- 
ner una  guardia  asalariada;  dos  mil  hombres  residían  conslantemente  delante  de 
palacio  en  las  márgenes  del  rio,  en  dos  edificios  construidos  expresamente  para 
es'e  uso,  y  otros  tres  mil  custodiaban  el  interior  de  palacio,  llevando  montante, 
escudo  y  maza  de  armas.  Para  subvenir  á  los  gastos  que  le  ocasionaban  estas 


(1)  Eginh.  Annal.;  Anón.  Astron.,  Vita  Hludov.  Pi¡,  etc. 

(2)  Lega  i  etiam  Abdirachman  cum  tribus  mensibus  detenti  essent,  et  jam  reditu  desesperare 
ccepissent,  remissi  sunt.  <Eginh.  Anual.,  ad  ann.  8i7.) 

(3)  Id.,  ad  ann.  820. 

(4)  Charla  divisiouis  Itnperii,  c.  4,  Baluz.,  t.  I,  p.  (573. 
(6)  Id.,1.  c. 

¿6)  Ebn.  Hayan,  c.  3. 

[1]  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXVI. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  437 

tropas,  impuso  un  nuevo  derecho  sobre  eiertas  mercancías,  y  esto  acabó  de  irri-  A- de  J- c- 
tar  y  exasperar  al  pueblo. 

Un  dia  negáronse  algunos  á  pagar  el  nuevo  tributo,  y  atropellaron  á  los  re-  sir 
caudadores  ;  hubo  conmoción  y  alboroto  en  las  puertas,  y  diez  de  los  transgre- 
sores  fueron  presos.  Alhakem,  cuya  máxima  favorita  era  que  el  pueblo  tema 
para  que  no  dé  que  temer,  mandó  que  los  delincuentes  fuesen  empalados  á 
la  orilla  del  rio.  Llegado  el  dia  de  la  ejecución,  (miércoles  13  de  la  luna  de  ra- 
madan  del  año  202— 25  de  marzo  de  818),  acudió  á  presenciarla  gran  mu- 
chedumbre de  pueblo  ;  un  soldado  de  la  guardia  hirió  por  casualidad  á  un  ve- 
cino, é  irritada  y  alborotada  la  multitud  cargó  sobre  él  á  pedradas ;  refugióse  el 
soldado  á  la  guardia  de  la  ciudad,  mas  el  pueblo  amotinado  atacó  y  arrolló  á  la 
fuerza  arnfada,  y  dirigióse  luego  al  alcázar  profiriendo  amenazas  y  gritos  sedi- 
ciosos. Encendido  en  cólera  Alhakem,  desoye  los  templados  consejos  de  su  hijo  y 
de  oíros  caudillos,  y  reuniendo  su  guardia  mercenaria,  lanzóse  contra  el  apiñado 
pueblo  á  la  cabeza  de  su  caballería  extrangera.  Los  eslavos  que  la  componían, 
pueblos  de  la  Europa  oriental  venidos  de  su  lejana  patria  y  soldados  del  emir, 
ignórase  por  qué  clase  de  circunstancias,  eran  odiosos  sobre  todo  á  los  fieles  y 
sencillos  musulmanes  de  las  clases  inferiores,  que  aborrecían  á  aquellos  extran- 
geros  manchados  con  la  práctica  de  una  grosera  idolatría.  El  pueblo,  empero,  no 
se  hallaba  preparado  para  la  insurrección,  originada  por  un  imprevisto  incidente, 
y  la  multitud  desarmada  opuso  en  vano  alguna  resistencia;  arrollada  en  desor- 
den hasta  el  arrabal,  la  mayor  parte  se  encerraron  apresuradamente  en  sus  ca- 
sas, pero  la  matanza  habia  sido  grande;  muchos  perecieron  pisoteados  por  los 
caballos,  y  trescientos  prisioneros  cogidos  con  vida  fueron  clavados  en  palos  á  la 
orilla  del  rio,  desde  el  puente  hasta  las  últimas  almazaras  ó  molinos  de  aceite (1). 
Al  dia  siguiente  Alhakem  entregó  á  merced  desús  soldados  el  infortunado  arrabal, 
y  dióse  principio  á  su  demolición  por  la  parte  del  mediodía.  El  incendio,  la  matan- 
za y  toda  clase  de  excesos,  excepto  la  violación  de  las  mugeres  que  se  les  prohibió, 
acompañaron  á  la  soldadesca,  y  al  cuarto  dia,  mandó  el  emir  retirar  de  las  esta- 
cas los  cuerpos  de  los  ajusticiados  y  recoger  los  cadáveres,  y  concedió  una  am- 
nistía á  los  que  habían  quedado  de  aquel  arrabal,  con  la  condición  de  salir  des- 
terrados de  Córdoba.  Los  sin  ventura  tuvieron  que  abandonar  su  amada  patria, 
dice  el  cronista  árabe,  y  vagar  miserables  por  los  lugares  y  aldeas  de  los  confines 
de  Toledo;  gran  parte  de  ellos  hallaron  refugio  en  aquella  ciudad,  y  mas  de 
quince  mil  pasaron  á  Berbería,  y  continuaron  su  marcha  hasta  el  Egipto.  Ocho 
mil  permanecieron  en  elMagreb,  mientras  que  los  que  siguieron  el  litoral  del 
África  nombraron  por  su  caudillo  á  Ornar  ben  Joaib  Abu  Hafas,  natural  de  las  cer- 
canías de  Córdoba,  y  llegaron  á  Alejandría  á  principios  del  reinado  del  califa 
Abdallah  Almamun,  hijo  del  gran  Ilaraun  el  Raschid.  Los  moradores  déla  ciudad, 
asustados  por  su  gran  número  ,  se  negaron  á  darles  acogida,  pero  exasperados 
por  sus  prolongados  infortunios,  penetraron  á  viva  fuerza  en  su  recinto  ,  y  des- 
pués de  atroz  matanza  se  apoderaron  de  la  plaza  y  de  su  gobierno  (2).  Algún  tiem- 


(1)    Conde.  P.  2.»,  c.  XXXVI  —La  palabra  almazara  de  que  se  sirve  el  traductor  castellano  s» 
compone  de  macizara,  prensa,  con  el  artículo  al. 

$J    El  siguiente  pasaje  de  Makrisi  (Descrip.  del  Egipto;  da  una  idea  de  la  influencia  de  los  An- 


438  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

po  después,  el  gobernador  de  Egipto  por  Almamun,  entró  en  negociaciones  con  los 
desterrados  de  Córdoba,  quienes  consintieron  en  salir  de  Alejandría  mediante  una 
suma  considerable  y  á  condición  de  tener  libres  los  puertos  de  Egipto  y  de  Siria, 
hasta  que  eligieran  una  isla  donde  establecerse.  Con  el  dinero  que  habian  recibi- 
do armaron  veinte  galeras  y  piratearon  por  el  mar  y  las  islas  de  Grecia,  hasta 
que  en  una  de  sus  expediciones  abordaron  á  la  isla  de  Creta,  llamada  Acritas 
por  sus  autores.  No  estaba  entonces  la  isla  muy  poblada,  á  lo  que  parece,  y 
tiempo  hacia  que  se  habia  eclipsado  el  esplendor  de  sus  cien  ciudades.  La  na- 
turaleza, empero,  es  siempre  la  misma,  y  agradóles  el  clima  y  la  fertilidad  de 
la  tierra.  Resolvieron,  pues,  quedarse  en  ella,  é  iban  á  establecerse  en  las  ori- 
llas de  la  bahía  de  Suda,  cuando  se  les  presentó  un  monge,  diciéndoles  poder 
indicarles  un  siiio  mas  seguro  y  á  propósito  para  el  asiento  de  su  nueva  ciudad, 
y  llevóles  á  la  parte  oriental  de  la  isla,  donde  se  eleva  actualmente  Candía.  La 
primera  residencia  no  fué  en  un  principio  mas  que  un  campo  atrincherado  (1), 
desde  donde  se  esparramaron  por  el  resto  de  la  isla,  pues  aterrorizados  sus  ha- 
bitantes por  la  llegada  de  los  invasores,  habian  huido  casi  todos  á  los  montes  y 
á  los  bosques.  Según  los  historiadores  del  Bajo  imperio,  apoderáronse  de  veinte  y 
nueve  ciudades,  y  soio  una,  cuyo  nombre  no  se  sabe,  se  defendió  de  sus  armas, 
y  no  les  quedó  sometida  sino  con  la  condición  de  conservar  sus  leyes  y  el  ejer- 
cicio de  la  religión  cristiana.  «La  religión  de  Mahoma,  dice  uno  de  aquellos  his- 
toriadores, eslablecióse  en  el  resto  del  país;  las  iglesias  fueron  convertidas  en  mez- 
quitas, y  la  mayor  parte  de  tos  habitantes,  pueblos  ignorantes  y  rudos,  abrazaron 
la  religión  de  los  vencedores.  Algunos  persistieron  en  su  fé  y  padecieron  marti- 
rio; de  este  numero  fué  Cirilo,  obispo  de  Gortyna,  cuya  memoria  ha  quedado  en 
singular  veneración  entre  los  cristianos  de  la  isla  (2)». — Ornar  ben  Joaib  fué  el 
primer  emir  y  señor  de  la  isla,  según  expresan  los  autores  de  su  nación  (3),  y 
las  fuerzas  imperiales  intentaron  en  vano  por  dos  distintas  veces  despojar  á  los 
Andaluces  de  su  conquista:  la  primera  expedición  mandada  por  Photin  fué  re- 
chazada en  824  ;  una  armada  de  setenta  naves,  mandada  por  Craterio,  hubo  de 
reiirarse  también  ante  ellos  en  825 ,  y  en  el  siguiente  año  armóse  otra  numerosa 
flota  que,  sin  atreverse  á  atacar  la  isla  de  Creta,  se  limitó  á  defender  las  islas 
del  Archipiélago  contra  sus  piraterías.  Creta  pasó  luego  á  los  hijos  de  Ornar  ben 
Joaib  y  permaneció  bajó  su  dominación  por  espacio  de  ciento  treinta  años  hasta 
Abdelaziz  ben  Ornar,  en  cuyo  tiempo  fué  conquistada  por  Ármelas,  hijo  del 
emperador  griego  Constantino  (año  350  de  la  hegira— 961  de  J.  C).  Tal  fué  la 
suerte  de  los  desterrados  de  Córdoba,  según  la  refieren  las  crónicas  andaluzas. 


daluces  en  Alejandría :  «Desembarcados  los  Españoles  en  Alejandría,  dice,  aliáronse  en  un  principio 
con  los  Árabes  de  Lakhm,  los  mas  poderosos  que  por  allí  habitaban.  Introducida  después  la  divi- 
sión, trabóse  sangrienta  batalla,  y  vencidos  los  de  Lakhm,  quedaron  los  Españoles  dueños  de  la 
ciudad.  Pasado  algún  tiempo,  los  Benu  Madladji  atacaron  á  los  Españoles,  y  puestos  en  fuga  hubie- 
ron de  abandonar  sus  hogares,  hasta  que  volvieron  á  ocuparlos  con  el  beneplácito  de  sus  vence- 
dores.» 

(i)  «Abrieron,  dice  Cedreno  (t.  II,  p.  509  ,  un  profundo  foso  y  lo  defendieron  con  un  muro.  De 
ahí,  añade,  tomó  este  lugar  el  nombre  de  Chandax,  que  ha  conservado  hasta  ahora  — Chandax  es  la 
palabra  árabe  Kandak,  Kandek  ó  Kandik,  según  las  varias  pronunciaciones,  que  significa  trinchera 
ó  foso,  y  de  la  cual  es  una  corrupción  el  actual  nombre  de  Candía. 

(2     Lebeau,  Hist.  del  Bíijo  Imperio, 

(3)    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXVI. 


CAP.    IX. — ESPAÑA   ÁRABE.  439 

La  inconsiderada  sana  y  destemplada  severidad  de  Alhakem  disminuyeron  a-  dej.  c. 
la  población  de  Córdoba  de  mas  de  veinte  mil  hombres  ,  todo  gente  vigorosa  y 
útil,  y  procuró  á  la  nueva  ciudad  de  Fez  ocho  mil  familias,  á  las  que  el  emir 
Edris  ben  Edris  dio  aquella  parte  de  la  población  que  por  ellos  se  llamó  barrio 
de  los  Andaluces.  Alhakem  mandó  arrasar  todo  el  arrabal  del  mediodía ,  y  no 
contento  aun,  dejó  á  su  hijo  y  á  sus  sucesores  la  orden  de  que  no  consintiesen 
jamás  edificar  en  él.  El  espacio  que  ocupaba  fué  convertido  en  campo  de  siem- 
bra, y  el  emir  que  al  principio  de  su  reinado  se  apellidaba  Al  Morthedi  (el 
Afable)  fué  después  llamado  Al  Rabdi  (el  del  Arrabal)  y  Abul  Assy  (el  Padre  del 
Mal),  de  que  los  cristianos  hicieron  Abulaz. 

Reflexionando  sobre  el  número  de  familias  que  la  tiranía  de  Alhakem  obli- 
gó á  la  expatriación,  positivamente  indicado  por  los  historiadores  á  quienes  he- 
mos seguido  en  nuestro  relato,  puede  hacerse  el  cálculo  aproximado  de  la  pobla- 
ción de  Córdoba  en  aquella  época.  Si  contamos  las  que  aumentaron  la  población 
de  Toledo,  las  ocho  mil  que  pasaron  á  Fez  y  los  quince  mil  hombres  que  tomaron 
á  Alejandría  y  conquistaron  la  isla  de  Creta,  hallaremos  que  este  número,  que 
no  podia  formar  menos  de  la  octava  parte  de  la  población  total  de  Córdoba,  su- 
pone que  esta  se  elevaba  aproximativamente  al  número  considerable  entonces  de 
ciento  sesenta  mil  almas. 

Pocos  acaecimientos  dignos  de  las  historia  ocurrieron  durante  los  últimos 
tiempos  del  reinado  de  Alhakem.  En  el  año  203  (desde  julio  de  818  hasta  junio    819. 
de  819)  y  en  el  siguiente  (desde  junio  de  819  hasta  igual  mes  de  820),  Abder- 
rahman  pasó  á  la  frontera  de  Galicia  con  !a  gente  de  Mecida,  y  venció  á  los  cris- 
tianos en  vacíos  encuentcos  de  poca  importancia.— «Por  aquel  tiempo  (820)  el    sso. 
tratado  jurado  entre  nosotros  y  Abulaz,  rey  de  los  Saccacenos,  dice  Eginhardo, 
fué  coto  delibecadamenle,  como  desventajoso  por  ambas  partes ,   y  emprendióse 
olea  vez  la  guerra  contca  este  rey  (1)».  Al  momento  dirigióse  Abderrahman  á 
las  fronteras  francas,  y  contuvo  las  correrías  y  entradas  que  los  enemigos  inten- 
taron. En  el  año  205  (820—821)  volvió  á  Córdoba,  pues  su  padre  no  tenia  otro    §21. 
ministro  de  estado  y  de  guerra  que  él.  Al  pasar  por  Tarcagona,  mandó  salir  las 
naves  de  la  macina  de  España,  que  haciendo  vela  á  Cerdeña  (Djezirah  Sardinia), 
pelearon  contra  los  cristianos,  les  quemaron  su  armada  delante  de  la  isla,  y  se 
apoderaron  de  ocho  naves  enemigas. 

La  frecuente  mención  que  hacen  las  crónicas  de  las  expediciones  de  los  Ara- 
bes  por  el  Mediterráneo,  desde  fines  del  siglo  vm,  supone  un  notable  progreso 
en  la  marina  de  este  pueblo.  Hémosla  visto  empezar  en  tiempo  de  Abderrah- 
man I,  por  los  años  de  773  ,  y  las  atarazanas  fundadas  por  él  en  Cartagena, 
Cádiz,  Tarragona,  Tortosa,  Sevilla  y  Almería,  no  habían  tardado  en  producir  una 
marina  poderosa.  Las  naves  que  de  ellas  habian  salido  buscaron  un  objeto  para 
sus  expediciones,  y  halláronlo  naturalmente  en  ¡as  islas  mediterráneas.  En  798, 
los  Árabes  andaluces   atacaron  y  devastaron  las  Baleares  (2),   que  llegado  el 


(1)  Foedus  ínter  nos  et  Abulaz  regem  Sarracenorum  constitutum,  et  neutras  parti  satis  profi- 
cuum,  consulto  ruptum,  bellumque  adversus  eum  susceptum  est.  (Eginh.  Annal.,  ad  ann.  820.) 

(2)  ínsula?  Baleares,  quae  nunc  ab  incolis  eorum  Majorica  et  Minorica  vocitantur,  á  Mauris  pi- 
raticam  exercentibus  depraedatee  sunt  [Eginh.  Annal.;  ad  ann.  798). 


¿40  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

siguiente  año  juzgaron  prudente  ponerse  bajo  la  protección  de  los  Francos  (1). 
Después,  de  las  costas  de  España  salieron  numerosas  expediciones  contra  las  is- 
las inmediatas  del  Mediterráneo,  especialmente  contraía  de  Córcega:  una  en  806 
otra  en  807  y  la  tercera  en  809.  En  la  primera,  los  corsarios  musulmanes  asola- 
ron la  tierra  hasta  la  falda  de  los  montes,  donde,  como  de  costumbre,  se  habían 
refugiado  las  poblaciones  de  la  costa.  A  su  regreso  hallaron  en  la  playa  un  cuer- 
po de  tropas  francas  enviadas  por  Pepino  desde  Italia  en  auxilio  de  la  isla,  lo  arro- 
llaron y  se  reembarcaron.  El  conde  de  la  armada,  que  era  al  mismo  tiempo  conde 
de  Genova,  pereció  en  la  acción  (2). 

Llegado  el  siguiente  año,  ocupóse  con  preferencia  el  emperador  en  la  defen- 
sa de  Córcega,  y  envió  á  la  isla  un  conde  de  sus  estados,  el  condestable  Bur- 
chart,  con  una  armada  considerable ,  previendo  un  próximo  ataque  de  los  Ara- 
bes  andaluces  (3).  Allí  fueron  en  efecto  después  de  haber  desembarcado  en  Cer- 
deña,  donde  perdieron  tres  mil  hombres  en  un  encarnizado  combale  con  los  insu- 
lanos ;  atacados  por  Burchart  á  la  entrada  del  puerto,  tomóles  este  trece  naves  y 
puso  á  las  demás  en  fuga  (i).  Las  crónicas  no  hablan  de  sus  expediciones  de 
808,  pero  en  809  tomaron  tierra  en  Córcega  el  dia  del  sábado  santo,  saquearon 
una  ciudad  de  la  isla  y  se  llevaron  cautivos  á  todos  los  habitantes,  excepto  el  obis- 
po y  un  reducido  número  de  ancianos  y  enfermos  (5).  Hemos  hablado  de  sus 
expediciones  en  los  años  de  810  y  812,  así  como  también  de  las  pocas  que  hicie- 
ron después  hasta  el  año  á  que  de  nuestro  reíalo  hemos  llegado.  Tocábase  al  fin 
del  emirato  de  Alhakem,  y  su  hijo,  que  no  esperaba  ya  conservar  con  la  Francos 
una  paz  reputada  desventajosa  por  ambas  partes,  acababa  de  desencadenar  por 
decirlo  así  al  pasar  por  Tarragona,  la  marina  musulmana,  hasta  entonces  conte- 
nida á  duras  penas  por  la  polísica  de  los  emires. 

En  aquella  época  reunía  el  hijo  de  Albakem  los  poderes  todos  del  jefe  del 
Estado  ,  y  solo  él  gobernaba  el  imperio  é  impedia  su  disolución.  Su  padre  había 
adolecido  de  una  enfermedad  singular  ;  según  el  unánime  testimonio  de  los  es- 
critores de  su  nación  ,  Alhakem  ,  desde  la  horrible  matanza  del  arrabal  de  Cór- 
doba ,  fué  extrañamente  atormentado  de  grave  melancolía;  perdió  el  color,  se 
puso  pálido  y  enflaqueció ,  y  le  entró  calentura  en  fuerza  de  su  vehemente  triste- 
za. Parecíale  ver  gente  que  peleaba  y  oír  el  estruendo  de  las  armas  y  los  alari- 


(1)  Insulfc  Baleares,  qufe  á  Mauris  et  Sarracenis  anno  priore  depraedatae  sunt,  postúlate  atque 
-accepto  a  nostris  auxilio,  nobis  se  dedicarunt,  et  cum  Dei  auxilio  á  nostris  á  prtedonum  incursio- 
ne  defensi  sunt.  (Annal.  Loisel.,  ad  ann.  799).— A  lo  que  parece,  las  Baleares  se  pusieron  bajo  la 
protección  de  los  señores  de  la  Galia  y  del  distrito  de  Barcelona  después  de  un  combate  en  que  los 
Sarracenos  fueron  rechazados  con  pérdida  :— Allata  suntet  signa  quee,  dice  Eginhardo  (Annal.,  eod. 
ann.  ,  occisis  in  Majonca  Mauris  prajdonibus  erepta  fuerunt. 

(2)  ..  ..  Unus  tamen  nostrorum  Hadumarus,  comes  civitatis  Genua?,  imprudcnter  contra  eos 
dimicans,  occisus  est  (Eginh.  Annal.,  ad  ann.  806). 

(3)  Eodemquc  anno  807),  Burchartum,  comitcm  slubuli  sui,  cum  classe  misit  Corsicam,  ut 
eam  á  Mauris defenderet  (id.). 

(4)  Egressi  primum  Sardiniam  appulsi  sunt ípost)  in  Corsicam  recto  cursu  perveneruut... 

Iterum  ibi  in  quodam  portu  ejusdem  insuhíe  cum  classe  cui  Burchartum  praeerat  praelio  decertave- 
re,  victiqueac  fugati  sunt,  amissis  XIII  navibus  ..  Eginh.  Annal.,  ad  ann.  807). 

5)  Mauri  quoquc  de  Hispania  Corsicam  ingressi,  in  ipso  sancto  Paschali  sabbatho  civitatem 
quamda  mi  ripucrunt,  et  praetcr  episcopum  ac  paucos  senes  atque  infirmos  uihil  in  eo  reliquerunt. 
Eginh.  Annal.,  ad  ann.  809.) 


CAP.  IX.— ESPAÑA  ÁRABE.  411 

dos  de  los  combatientes  y  moribundos ,  y  esto  ,  dicen  las  crónicas ,  era  mas  fre-  a.  de  j. 
cuente  cuando  estaba  solo  y  se  paseaba  por  las  salas  y  azoteas  de  su  alcázar. 
Muchas  veces  á  deshora  de  la  noche  llamaba  á  sus  esclavas  y  siervos  para  que 
le  entretuviesen,  y  se  impacientaba  en  extremo  si  no  venían  al  punto  que  llama- 
ba. Cuentan  que  cierta  noche,  después  de  acostado,  llamó  á  un  siervo  que  tenia, 
llamado  Jacinto,  que  solia  ungirle  su  larga  barba;  y  como  dudoso  del  llamamien- 
to hubiese  tardado  un  poco,  le  dio  una  gran  voz  y  le  dijo: « Dó  estás,  ó  ben  Lag- 
nah?  »  Llegó  el  siervo  jadeante  con  un  frasco  de  algalia  creyendo  que  su  señor 
deseaba  perfumar  su  barba  como  de  costumbre  ,  pero  Alhakem  le  arrebató  el 
bote  y  se  lo  rompió  en  la  cabeza.  El  siervo  Jacinto  con  mucha  humildad  le  dijo 
entonces :  «Señor,  ¿qué  hora  es  esta  de  ungirnos?»  y  Alhakem  vuelto  en  sí  solo 
le  contestó  estas  palabras:  «No  temas  que  nos  falte  ungüento  aun  que  se  vierta 
con  profusión  ,  que  para  que  á  los  dos  no  nos  faltara  hize  yo  cortar  tantas  cabe- 
zas (1). »  Con  frecuencia  llamaba  en  medio  de  la  noche  á  los  cadíes  y  wazires 
de  la  corte  como  para  tratar  con  ellos  de  asuntos  de  importancia,  pero  al  tener- 
los reunidos  mandaba  tañer  y  cantar  á  sus  esclavas ,  y  los  despedía  como  si 
para  esto  solo  los  hubiera  convocado.  Otras  veces  allegaba  sus  gentes,  re- 
vistaba su  hueste  y  repartía  entre  ella  armas  y  caballos  como  para  marchar  á  la 
guerra  ,  y  luego  hacíalas  volver  á  sus  casas  sin  emplearlas  en  cosa  alguna.  El 
infeliz  Ommíada  estaba  loco  ,  y  así  permaneció  por  espacio  de  cuatro  años.  Dí- 
cese  que  en  su  locura  componía  endechas  de  fogosa  y  vehemente  expresión ;  pero 
la  fiebre  le  iba  consumiendo,  y  al  fin  un  jueves,  cuatro  días  por  andar  de  la  lu- 
na de  dilhagia  del  año  206  (25  de  mayo  de  822),  falleció  á  la  edad  de  cincuenta    822 
años,  después  de  un  reinado  lleno  de  inquietud  y  zozobra,  de  veinte  y  seis  años, 
diez  meses  y  once  dias.  Alhakem  era  de  pequeña  estatura  ,  flaco  ,  de  tez  morena 
y  de  nariz  muy  aguileña  ;  dejó  veinte  hijos  y  otras  tantas  hijas,  y  su  sello  lleva- 
ba por  divisa  estás  palabras  :  «Alhakem  confia  en  Dios  y  está  tranquilo  (2).  » 
Cuentan  sus  biógrafos  que  murió  arrepentido  de  la  crueldad  que  en  el  poder  ha- 
bía mostrado,  y  el  cronista  musulmán,  como  si  no  estuviera  muy  contento  de  los 
sucesos  referidos  ,  exclama  al  terminar  la  historia  de  este  reinado :  « ¡  Loado  sea 
aquel  cuyo  imperio  es  eterno  y  sin  contrariedades  (3) ! » 


(1)  Conde,  P.  a.»,  c.  XXXVII. 

(2)  Ahmed  ,  in  Murfy,  c.  3 

(3)  Conde,  P.  2.a,  c.  XXXVII. 


56 


Mi                                                  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 
i    G.  


CAPITULO  X. 

Reino  de  Asturias.— Reinado  de  Alfonso  el  Casto.— Mensage  y  presentes  de  Alfonso  á  Cario  Magno 
en  Aquisgran.— Es  destronado  momentáneamente,  recluido  en  un  monasterio  y  vuelto  á  acla- 
mar.—Formación  de  un  partido  gótico-nacional.— Embellecimiento  de  Oviedo  ;  palacios ,  iglesias, 
etc.— La  cruz  de  los  Angeles  — Invención  del  sepulcro  del  apóstol  Santiago.— Se  erige  en  catedral 
el  templo  de  Compostela.— Restablece  Alfonso  el  orden  gótico  en  su  reino.— Últimos  hechos  de 
Alfonso  el  Casto :  su  muerte. — Caracteres  y  efectos  generales  de  su  reinado. 

Desde  el  año  791  hasta  el  842. 

Hasta  ahora  el  reino  de  Asturias  ha  nacido  y  crecido  entre  sombras  y  en 
cierta  manera  misteriosamente  ,  fuera  de  la  acción  de  los  Árabes ,  con  quienes 
no  se  ha  hallado  en  contacto  sino  en  las  fronteras  y  en  los  campos  de  batalla. 
Tócanos  continuar  aquí  el  relato  de  su  progreso  interior  en  el  punto  en  que  lo 
dejamos ,  es  decir  ,  al  subir  al  trono  Alfonso  II  el  Casto,  en  791. 

Según  hemos  visto,  Alfonso  habia  ceñido  la  corona  por  abdicación  que  en  su 
favor  hiciera  Bermudo  el  Diácono  en  el  referido  año,  y  falta  hacia  al  pobre  reino 
de  Asturias ,  después  de  tantos  monarcas  ó  indolentes  ó  flojos,  un  príncipe  enér- 
gico y  vigoroso  que  le  sacara  de  aquel  estado  de  vergonzosa  apalía  ó  hiciera  res- 
petar otra  vez  á  los  infieles  las  armas  cristianas  como  en  tiempo  de  Pelayo  y  de 
Alfonso  el  Católico.  Treinta  y  dos  años  han  pasado  desde  este  acontecimiento, 
durante  los  cuales  el  reducido  reino  cristiano  ha  adquirido  verdadera  importan- 
cia política,  se  ha  robustecido  y  se  ha  formado,  y  fuerza  nos  es  indicar  aquí  sus 
rasgos  mas  característicos  en  el  orden  político,  civil  y  religioso  ,  pues  en  cuanto 
á  los  hechos  militares ,  a  los  encuentros  que  con  las  armas  en  la  mano  tuvieron 
con  los  Árabes  los  pueblos  que  gobernaba  Alfonso,  hémoslos  explicado  en  los  ca- 
pítulos que  anteceden. 
794.  En  el  tercer  año  de  su  reinado  (794),  Alfonso  habia  rechazado  la  espedicion 

enviada  á  Asturias  por  Hixem  ,  según  antes  hemos  dicho  ;  los  cronistas  cristia- 
nos llaman  Lutos  (Lodos)  al  lugar  en  que  alcanzaron  victoria  ,  y  hacen  subir  á 
setenta  mil  el  numero  de  Sarracenos  que  quedaron  en  el  campo  (1).  En  seguida 
797.  y  aprovechando  las  desavenencias  de  los  musulmanes,  hizo  Alfonso  en  797  una 
atrevida  excursión  á  Lusilanía ,  llevóla  hasta  las  lejanas  márgenes  del  Tajo,  pe- 
netró aunque  momentáneamente  en  Lisboa  ,  taló  sus  campiñas  y  volvió  cargado 
de  ricos  despojos. 

Vamos  á  referir  ahora  un  suceso  que  no  ha  sido  explicado  con  todos  sus  de- 
talles, y  que  por  lo  mismo  solo  nos  es  dable  apreciar  en  sus  resultados,  que  fue- 


(4)    A  rege  Adefonso  praeoccupati;....  septuaginta  feré  millia  ferro  atque  caeno  sunt  interfeeti 
(Sebast.  Salm.  Clir.,  núm.  24). 


CAP.    X.— ESPAÑA   ÁRABE.  443 

ron  muy  tristes  para  el  monarca  asturiano  :  hablamos  de  sus  negociaciones  con  a.  de  j.c. 
el  emperador  Cario  Magno  y  de  la  subsiguiente  y  momentánea  deposición  de  Al- 
fonso, insigne  ejemplo  de  odio  dado  por  los  Españoles  á  la  dominación  extrange- 
ra  ,  que  puede  entrar  en  digno  parangón  con  la  memorable  jornada  de  Ronces- 
valles.  Hallándose  Cario  Magno  en  Aquisgran,  dice  Lafuente  (1),  vio  llegar  unos 
personages  cristianos  que  mostraban  ir  de  apartadas  tierras,  llevando  consigo  sie- 
te cautivos  musulmanes  con  otros  tantos  caballos,  lujosos  arneses  y  un  magnifi- 
co pabellón  árabe.  Eran  dos  nobles  españoles  ,  Basilico  y  Froya  ,  enviados  y 
mensageros  de  Alfonso  el  Casto  de  Asturias ,  que  iban  á  ofrecer  de  parte  de  su 
rey  al  monarca  franco  aquellos  preciosos  dones,  gloriosos  trofeos  de  su  feliz  ex- 
pedición á  Lisboa,  al  propio  tiempo  que  su  alianza  y  amistad  (2).  Quedó  desde 
entonces  Alfonso  en  relación  íntima  con  el  poderoso  Carlos,  que  extendió  igual- 
mente á  su  hijo  Luis  de  Aquitania.  También  á  Tolosa,  donde  este  príncipe  cele- 
braba una  asamblea  para  deliberar  sobre  el  modo  de  hacer  otra  excursión  á  Es- 
paña ,  fueron  mensageros  de  Alfonso  con  presentes  para  aquel  rey,  siendo  de 
este  modo  los  tres  monarcas  el  nervio  de  la  liga  cristiana  de  aquel  tiempo.  Esto 
es  lo  que  se  sabe  ,  pero  ¿en  qué  consistían  esías  repetidas  embajadas  al  señor 
emperador  Cario  Magno  ,  como  ya  entonces  se  le  llamaba  ?  ¿  Hizo  Alfonso  ho- 
menage  de  su  tierra  á  Cario  Magno  para  obtener  de  él  protección  y  auxilio  ?  ¿  Se 
puso  en  el  número  de  sus  leudos  ,  según  pretenden  algunos  historiadores  (3)  ? 
¿  Se  enagenó  por  semejante  acto  la  voluntad  del  pueblo  y  de  los  principales  cau- 
dillos asturianos  ?  Así  parece  verosímil ,  pero  no  lo  expresa  ningún  monumento 
de  la  época.  Es  cierto  que  Eginhardo  dice  que  Cario  Magno  habíase  atraído  en  tal 
manera  la  amistad  de  Alfonso,  rey  de  Galicia  y  de  Asturias,  que  este,  ya  le  escri- 
biese, ya  le  enviase  embajadores,  no  quería  ser  llamado  sino  su  leudo  y  su  fiel  (4); 
pero  esto  podia  ser  muy  bien  un  homenage  prestado  á  la  fama  del  rey  franco  sin 
implicar  reconocimiento  alguno  de  soberanía  directa  ni  real.  Sin  embargo,  aun 
así,  tan  cumplidas  muestras  de  amistad  y  deferencia  por  parte  de  Alfonso  á  los 
príncipes  francos  hubieron  de  irritar  la  patriótica  suspicacia  de  los  proceres  de 
Asturias,  y  no  pudiendo  tolerar  la  idea  del  mas  remoto  peligro  de  dependencia 
extrangera,  formóse  un  partido  bastante  poderoso  para  derrocar  á  Alfonso  del  802. 
trono  en  el  undécimo  año  de  su  reinado  y  encerrarle  en  el  monasterio  de  Abela- 
nica  (5).  Son  tan  oscuras  é  incompletas  las  crónicas  de  la  época  que  ni  sabemos 
el  nombre  del  rey  que  la  facción  victoriosa  puso  en  lugar  del  monarca  despoja- 
do. Esta  exclusión  empero  duró  muy  poco  :  algunos  meses  después  del  suce- 
so, otro  partido  adicto  á  Alfonso,  acaudillado  por  cierto  Theuda,  quizás  de  orí- 
gen  godo,  sacaron  al  rey  de  la  reclusión  y  le  devolvieron  la  libertad  y  el  trono 
de  que  le  despojaran  (6).  Esto   nos  manifiesta  quizás  que  los  Godos  adqui- 

(*)    Hist  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1. 1,  c.  VII. 

(2)  Eginh.  Annal. — Id.  Fuldens-Reginon,  Cron.  cit.  por  Florez,  t.  XI,  p.  6. 

(3)  Aschbach,  Geschichte  der  Ommaijades  in  Spanien,  t.  I,  p.  214  et  sig. 

(4)  Adelfonsum  Galetiae  atque  Asturicae  regem  sibi  societate  devinxit,  ut  is  cum  ad  eum  vel 
litteras  vel  legatos  mitteret,  non  aliter  se  apud  illum  quam  proprium  suum  appellari  juberet 
(Eginb.,  Vita  Karoli  Magni). 

(3)  Iste  XI  regni  anno  per  tyrannidem  regno  expulsus ,  monasterio  Abelanise  est  retrusus 
(Cbf.  Albeld.,  núm.  58). 

(6)  Indé  a  quodam  Teudane ,  reí  alus  fidelibus  reductus,  regniqne  Oveto  est  culmine  restitu- 
lus.  (Chr.  Abeld.,  1.  c.) 


444  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

rian  favor  otra  vez  en  España  :  eran  en  gran  número  y  poderosos  en  el  condado 
de  Barcelona  (la  futura  Cataluña),  que  se  llamaba  ya  Gothia,  y  menos  numerosos 
en  Asturias,  pero  gozando  de  no  menos  influencia,  formaban  un  partido  apoyado 
por  el  pueblo  y  el  clero.  Existen  pues  motivos  para  creer  que  fué  obra  de  este 
partido  la  nueva  elevación  de  Alfonso,  quien  hubo  de  prometer  siu  duda  no  re- 
currir otra  vez  á  alianzas  extrangeras.  Fundado  ó  no  el  cargo  que  á  Alfonso  se 
hacia,  es  lo  cierto  que  cesaron  del  todo  los  homenages  de  Alfonso  al  rey  de  los 
francos,  y  que  desde  aquella  féchalas  crónicas  déla  otra  parte  de  los  Pirineos  no 
vuelven  a  hablar  de  embajadas  llegadas  á  Aquisgran  de  parte  de  Alfonso ,  rey 
de  Galicia  y  de  Asturias. 

Alfonso  fué  desde  entonces  rey  de  los  Asturianos ,  de  los  Gallegos  y  aun  de 
los  Eskaldunaks  ó  Vascos  propiamente  dichos ,  y  su  autoridad  ,  muy  débil  entre 
estos  últimos,  se  extendía  en  el  otro  extremo  de  Asturias  por  todo  el  país  situado 
al  norte  del  Miño.  Los  Navarros  y  habitantes  del  territorio  de  Pamplona  en  los 
confines  orientales  permanecían  libres  de  la  acción  de  Oviedo ;  aliados  de  los 
Sarracenos  en  802 ,  habíanse  unido  otra  vez  á  los  Francos  en  806  y  de  este  mo- 
do habíanse  conservado  casi  libres  en  las  altas  llanuras  do  Navarra.  Castilla  y 
León  estaban  aun  casi  desiertas  y  sin  nombre ,  y  todos  estos  pueblos ,  sobre  todo 
los  habitantes  del  campo  y  los  montañeses  de  raza  indígena,  no  se  hallaban  uni- 
dos por  un  lazo  igual  al  rey  de  Asturias ,  si  bien  las  ciudades  reconocían  gene- 
ralmente su  autoridad  y  obedecían  á  condes  nombrados  por  él.  En  todas,  los 
obispos  y  los  sacerdotes,  los  hombres  mas  ilustrados  de  la  nación  y  casi  los  úni- 
cos que  hubiesen  conservado  el  depósito  de  las  letras  latinas  y  góticas,  favore- 
cían la  autoridad  real,  como  único  centro  que  podia  guiar  á  los  pueblos  á  la  re- 
conquista de  la  independencia,  y  valíanse  para  lograrlo  de  la  doble  influencia 
que  les  daban  el  sacerdocio  y  la  ciencia.  La  religión  era  el  único  lazo  común 
entre  aquellos  hombres  divididos  por  tantos  intereses  y  pasiones,  y  los  pueblos 
que  habian  quedado  independientes  á  consecuencia  del  general  cataclismo  de  la 
invasión ,  los  cristianos  de  toda  raza  pusiéronse  bajo  un  solo  caudillo ,  bajo  un 
solo  monarca,  bajo  el  único  rey  cristiano  que  existia  entonces  en  España,  el  rey 
de  Oviedo. 

Alfonso  de  Asturias,  que  desde  su  advenimiento  al  trono  habia  mostrado  á 
los  Árabes  que  el  cetro  cristiano  se  hallaba  en  manos  harto  mas  hábiles  y  fuertes 
que  las  de  sus  cuatro  antecesores ;  Alfonso,  que  desde  la  victoria  de  Lutos  habia 
paseado  por  dos  veces  los  pendones  de  la  fe  hasta  los  muros  de  Lisboa  (1);  Al- 
fonso, que  desde  las  montañas  de  Galicia  habia  sabido  hacer  frente  y  frustrar 
todos  los  esfuerzos  del  imperio  musulmán,  que  habia  con  su  denuedo  y  constan- 
cia desesperado  á  Alhakem,  al  joven  ó  intrépido  Abderrahman  y  á  sus  mejores 
caudillos  Abdallahy  Abdelkerim;  Alfonso  II,  que,  como  guerrero,  habia  hecho  re- 
vivir los  tiempos  de  Pelayo  y  del  primer  Alfonso  y  pactado  ya  con  el  emir  de 
Córdoba  como  de  poder  á  poder ,  dedicábase  en  los  períodos  de  paz  á  fomentar 
la  religión  como  príncipe  cristiano,  y  á  regularizar  y  mejorar  como  rey  el  go- 
bierno de  su  estado.  Oviedo  se  embelleció  con  muchos  y  grandiosos  edificios  (2), 


(1)  En  797  y  809. 

(2)  La  crónica  habla  de  baños,  palacios,  acueductos  y  de  toda  clase  de  edificios  públicos  de 
sólida  y  elegante  arquitectura.  (Sebast.  Salm.  Chr.,  n.°  21.— Chr.  Albald.,  n.«  58.) 


CAP.  X. — ESPAÑA  ÁRABE.  445 

y  el  soberano  multiplicó  las  capillas  é  iglesias,  y  engrandeció  ó  dotó  las  que  ya 
existían.  Entre  las  principales  que  mandó  elevar  ha  de  citarse  la  del  Salvador, 
con  doce  altares  consagrados  á  los  doce  Apóstoles  (1);  la  de  Santa  María,  al  norte 
de  la  ciudad,  con  sus  dos  grandes  capillas  laterales  de  san  Esteban  y  de  san  Ju- 
lián mártires;  una  capilla  situada  al  oeste  cuyo  destino  era  recibir  los  cuerpos  de 
los  monarcas,  y  las  iglesias  de  San  Tirso  y  San  Julián.  Alfonso  elevó  á  Oviedo 
al  rango  de  ciudad  episcopal ,  y  un  godo  llamado  Adulfo  fué  el  primer  prelado 
que  tuvo  la  honra  de  regir  la  primera  catedral  de  la  restaurada  monarquía ,  pol- 
los años  de  812. 

Deseoso  el  rey  de  adornar  la  basílica  del  Salvador  con  una  rica  ofrenda,  ha- 
bía reunido  gran  cantidad  de  oro  y  joyas  con  intento  de  hacer  labrar  una  preciosa 
cruz.  Inquieto  y  apesadumbrado  andaba,  dice  Lafuente  (2),  por  no  hallar  en  sus 
estados  artista  bastante  hábil  para  poder  ejecutar  tan  piadosa  obra,  cuando  re- 
pentinamente al  salir  un  dia  de  misa,  dicen  las  crónicas  y  leyendas,  se  le  apa- 
recieron dos  desconocidos  en  traje  de  peregrinos  que  habían  adivinado  su  pen- 
samiento y  se  ofrecieron  á  realizarle.  Al  instante  los  llevó  Alfonso  á  un  aposento 
retirado  de  su  palacio,  y  á  poco  tiempo,  habiendo  ido  algunos  palaciegos  á  exa- 
minar el  estado  eu  que  los  artífices  tenían  su  trabajo  ,  sorprendiéronlos  dos  pro- 
digios á  la  vez.  Los  peregrinos  habían  desaparecido,  y  una  cruz,  maravillosamen- 
te elaborada,  suspendida  en  el  aire,  despedía  vivos  resplandores.  Aquellos  pere- 
grinos eran  dos  ángeles,  dijo  el  pueblo  cristiano,  y  así  se  lo  persuadió  su  fe;  y  la 
preciosa  cruz  de  Alfonso  el  Casto,  revestida  de  planchas  de  oro  y  piedras  pre- 
ciosas, que  hoy  se  venera  todavía  en  la  basílica  de  Oviedo,  sigue  llamándose  la 
Cruz  de  los  Angeles  (3). 


il)  Interesantes  son,  dice  Lafuente,  Hist.  de  Esp.  P.  2.a,  1. 1,  c.  VIII,  nota)  las  dos  actas  ó  es- 
crituras de  fundación  y  donación  expedidas  por  Alfonso  el  Casto,  ambas  en  812,  que  originales  se 
conservan  en  el  archivo  de  la  catedral  de  Oviedo,  y  su  libro  de  Testamentos,  cuya  copia  inserta  el 
P.  Risco  eu  el  tomo  37  de  la  España  Sagrada.  La  primera  empieza:  Fonls  vilce:  ó  lux,  auctor  luminis, 
etc.  La  segunda :  ín  nomine  Sanc'ce  el  individua;  Triniíatis  per  infinita  sceculorum  soscula  regnanlis. 
Ego  Rex  Aldephonsus,  indigne  cognorninatus  Castus,  etc.  En  la  primera  después  de  dar  á  la  iglesia  el 
atrio,  el  acueducto,  las  casas  y  otros  edificios  construidos  en  su  circuito  y  muchas  alhajas  para  el 
culto  y  ornato  del  templo,  le  ofrece  los  llamados  mancipios  6  clérigos  sacrifican tores,  á  saber: 
«Nonnello,  presbítero,  Pedro,  diácono,  que  adquirimos  de  Corbello  y  deFafila,  Secundiao,  clérigo, 
Juan,  clérigo,  Vicente,  clérigo,  hijo  de  Grescante,  Teodulfo  y  Nonito,  clérigos,  hijos  de  Rodrigo,  En  - 
ñeco,  clérigo,  que  compramos  de  Lauro  Baco,  etc.»  Firman  este  testamento  el  rey,  tres  obispos  y  va- 
rios abades  y  testigos.  En  la  segunda,  después  de  confirmar  el  testamento  y  las  donaciones  de  su  padre 
Fruela,  le  ofrece  toda  la  ciudad  de  Oviedo  que  él  habia  circundado  de  un  muro  :  offero  igitur  Domi- 
ne... omnem  Ooeliurbem,  quam  muro  circundal-xm,  te  ausiliante,  peregimus. .. ,  montes,  tierras,  pra- 
dos, aguas  y  molinos  fuera  de  la  ciudad,  con  muchos  ornamentos  de  oro,  plata  y  otros  metales,  te- 
las de  seda  y  lino  para  uso  de  los  altares,  etc.  Confirman  con  el  rey  esta  escritura  cinco  obispos  y 
varios  testigos. 

¿Qué  podían  ser,  pregunta  un  moderno  historiador,  esos  sacerdotes,  diáconos  y  clérigos  que 
se  compraban?  No  podían  ser  otra  cosa,  se  responde  á  sí  mismo,  siguiendo  la  conjetura  plausible 
de  otro  crítico  ^español,  que  ¡hijos  ó  nietos  de  esclavos  mahometanos  convertidos,  que  el  rey  re- 
mitía y  dedicaba  al  servicio  de  la  iglesia.  Las  historias  no  lo  declaran  y  no  estamos  lejos  de  pensar 
como  estos  autores. 

Tardó  la  catedral  de  Oviedo  treinta  años  en  concluirse. 

(2)  Hist.  gen.Me  Esp.,  P.  2.%  1. 1,  c.  VIII. 

(3)  Los  que  no  creen  que  bajasen  los  ángeles  á  fabricar  esta  cruz,  suponen  que  los  dos  mance- 
bos ó  peregrinos  que  se  presentaron  al  rey  Alfonso  ofreciéndole  elaborarla,  serian  artistas  árabes  de 
Córdoba  que  ya  en  aquel  tiempo  tenían  fama  de  excelentes  plateros,  y  se  distinguían  por  el  primor 
y  delicadeza  con  que  trabajaban  esta  clase  de  obras. 


446  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Otro  prodigio  señaló  también  el  reinado  del  segundo  Alfonso.  «El  año  808 
es  célebre,  dice  Ferraras ,  por  el  favor  que  concedió  Dios  á  España  de  des- 
cubrir el  oculto  tesoro  del  cuerpo  del  apóstol  Santiago ,  á  quien  los  Españoles 
son  deudores  de  las  primeras  luces  del  Evangelio,  por  mas  que  lo  contrario  di- 
gan las  naciones  extrangeras,  que  se  esfuerzan  en  disputarles  este  beneficio  (1).» 
Cerca  de  ocho  siglos  hacia  que  el  cuerpo  del  apóstol  Santiago  habia  sido  traido 
de  la  Palestina  por  sus  discípulos  y  depositado  en  un  lugar  cerca  de  Iria  Flavia 
en  Galicia;  pero  las  continuas  guerras  y  trastornos  de  aquel  país  habian  hecho 
olvidar  el  sitio  en  que  el  sagrado  depósito  se  guardaba,  hinchándose  aquel  de 
maleza,  espinas  y  matorrales,  hasta  que  se  descubrió  el  cuerpo  del  Santo  en 
tiempo  de  Alfonso  II.  La  tradición,  empero,  de  su  existencia  no  lejos  de  Iria 
Flavia  se  habia  conservado  de  generación  en  generación  ;  honrábase  á  Santiago 
como  patrón  del  país,  y  en  el  siglo  anterior  habíanse  elevado  muchas  iglesias 
bajo  su  invocación,  una  entre  otras  á  poca  distancia  de  Lugo,  á  expensas  de  cier- 
to Avezano  (2).  Ya  en  aquel  tiempo  varias  gentes  habian  visto  luces  maravillo- 
sas en  el  lugar  presunto  de  la  sepultura  (3) ,  cuando  en  tiempo  de  Alfonso,  deci- 
mos, recibió  España  el  particular  favor  de  su  descubrimiento.  El  suceso  se  refie- 
re del  modo  siguiente :  varios  sugetos  de  autoridad  comunicaron  á  Teodomiro, 
obispo  de  Iria,  haber  visto  diferentes  noches  en  un  bosque  no  distante  de  aquella 
ciudad  resplandores  extraños  y  luminarias  maravillosas  (4).  Acudió  en  su  virtud 
el  piadoso  obispo  al  lugar  designado,  y  vio  con  sus  propios  ojos  el  mismo  prodi- 
gio ;  entonces  mandó  desbrozar  el  terreno  y  escavar  en  él ,  hallándose  poco  des- 
pués una  pequeña  capilla  y  en  ella  un  sepulcro  que  no  se  dudó  ser  el  del  após- 
tol. Las  razones  con  que  así  se  le  persuadieron,  dice  Mariana  (5),  no  se  refieren, 
pero  no  hay  duda  sino  que  cosa  tan  grande  no  se  recibió  sin  pruebas  bastantes. 
El  obispo  con  deseo  de  avisar  al  rey  de  lo  que  pasaba ,  partió  sin  dilación  á  la 
corle ,  y  Alfonso,  pió  y  religioso  como  era,  trasladóse  con  los  nobles  de  su  pa- 
lacio, al  sagrado  lugar  donde  mandó  levantar  una  iglesia  (6) ,  á  la  que  cedió  las 
tierras  de  tres  millas  á  la  redonda  (7).  Posteriormente  la  hizo  merced  de  una 
preciosa  cruz  de  oro,  copia,  aunque  en  pequeño,  de  la  de  los  Angeles  de  Oviedo, 


(4)    Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1. 1,  c.  IX. 

(2)  Esp.  Sagr.,  t.  XL,  apénd.  X. 

(3)  En  el  acta  de  Avezano  se  lee:  Vidimus  per  multas  vices  magna  luminaria  in  hunc  locum  et 
in  villa  vocitata  Avezani,  unde  inspiravit  Dominus  in  corde  nostro  ut  et  Avezano  ecclesiam  visam 
edificaren!,  cum  uxor  mea  Adosinda  in  nomine  Domini  nostri  JesuChristi  et  ejus  discipuli  Beati  Ja- 
cobi.— Esta  escritura  está  confirmada  por  el  obispo  de  Lugo  Odoario,  en  los  siguientes  términos: 
Sub  pondus  amoris  Domini  Odoarius  episcopus  manu  mea  confirmo.— Odoario  era  Obispo  de  Lugo 
en  757. 

(4)  Los  testimonios  mas  antiguos  acerca  del  descubrimiento  del  sepulcro  de  Santigo  son:  el  acta 
de  Alfonso  II.— Adefonsus  Rex  Castus,  triamillia  in  gyro  sepulcri  corporis  B.  Jacobi,  retens  revelati, 
ei  tribuit.  Era8i2,  ann.  824,  aut  paulo  post.  (Esp.  Sagr.,  c.  XXIX,  apénd.  L),  y  la  carta  de  León III, 
León.  hpis.  (Id.,  t.  III,  apénd.  IX). 

(5)  Hist.  de  Esp.  1.  Vil,  c.  X. 

;6)  Esta  iglesia  se  construyó  á  toda  prisa  con  piedras  y  ladrillos  unidos  con  tierra.  Algún  tiem- 
po después,  Alfonso  III  mandóla  derribar  para  levantar  otra  mas  grandiosa  con  cal  y  piedras  de 
sillería  (Esp.  Sagr.,  t.  XIV,  p.  439). 

[1¡  Adefonsus  rex:  Per  hujus  nostrae  serenitatis  jussionem  damus  et  concedimus  huic  Beato 
Jacobo  Apostólo,  et  tibi  patri  nostro  Theodomiro  episcopo,  tria  millia  in  gyro  tumba?  ecclessiae  Beati 
Jacobi  Apostoli  (Esp.  Sagr.,  apénd.  I,  t.  XIX,  p.  329,. 


CAP.   X. — ESPAÑA   ÁRABE.  447 

y  con  permiso  del  papa  León  III  trasladó  la  sede  episcopal  de  Iria  al  lugar  donde 
se  halló  el  sepulcro,  que  fué  llamado  después  Compostela(l).  Pronto  se  difundió 
entre  las  naciones  cristianas  la  noticia  de  la  invención  del  santo  sepulcro  y  de  los 
milagros  del  apóstol,  y  multitud  de  peregrinos  acudian  ya  á  mediados  del  siglo  ix 
á  visitar  el  santuario  de  Compostela  (2).  Con  motivo  de  este  feliz  suceso,  el  papa 
León  escribió  una  carta  á  los  Españoles,  precioso  monumento  histórico  y  político. 

Este  descubrimiento  tuvo  después  sino  inmediatamente  una  gran  influencia 
en  el  movimiento  regenerador  que  habia  de  dar  por  resultado  la  toma  de  Grana- 
da. En  Galicia  sobre  todo,  entre  pueblos  casi  vírgenes,  exaltáronse  hasta  un  pun- 
to indecible  el  celo  y  el  entusiasmo  religioso.  Santiago  fué  visto  excitando  á  los 
fieles  en  los  combates  contra  los  Agarenos ,  y  numerosas  comitivas  de  aldeanos 
iban  á  Compostela  á  jurar  sobre  el  sepulcro  del  apóstol  vivir  y  morir  por  la  fe 
de  Jesucristo.  En  aquellos  ásperos  montes  fué  donde  se  sintieron  primeramente 
los  preludios  de  aquel  santo  ardor  que,  propagándose  á  la  Europa  toda  algunos 
siglos  después,  habia  de  producir  la  gran  epopeya  de  las  Cruzadas  y  cambiar  el 
estado  social  del  Occidente. 

Alfonso  era  muy  propio  para  secundar  aquel  movimiento  religioso  ,  aquel 
renacimiento  cristiano,  por  decirlo  así,  que  produjo  la  poderosa  orden  militar  de 
Santiago  y  que  hizo  ganar  tantas  batallas :  piadoso  ,  mezclaba  á  su  devoción 
ardiente  celo  para  militar  por  la  causa  de  Cristo  ,  y  varias  inscripciones  que  de 
este  rey  poseemos  pintan  admirablemente  esta  parte  del  carácter  del  casto  mo- 
narca. Una  entre  otras,  que  se  halla  en  el  vestíbulo  de  la  catedral  de  Oviedo,  res- 
pira cierta  humildad  al  propio  tiempo  que  cierto  espíritu  belicoso  y  de  mando, 
que  pinta  mejor  al  hombre  de  lo  que  podría  hacerse  con  largos  discursos  : 

« O  sacerdote,  legítimamente  puesto  en  esta  iglesia,  cualquiera  que  fueses, 
dice,  te  ruego  yo  Adefonso ,  por  las  entrañas  de  Jesucristo  ,  que  te  acuerdes  de 
mí,  ofreciendo  perpetuamente  sacrificios  por  mi  alma  ,  una  vez  á  lo  menos  cada 
semana  ,  para  que  tengas  siempre  en  tu  ayuda  á  Jesucristo:  y  si  esto  dejares  de 
hacer  ,  te  quite  Dios  en  vida  el  sacerdocio.  Todo  es  tuyo  ,  ó  Señor  ,  lo  que  me 
diste  ,  y  lo  que  me  inspiraste  que  hiciese.  Ofreciéndote  este  edificio  ya  con- 
cluido ,  te  doy,  ó  Señor  ,  lo  que  es  tuyo.  Tu  pequeño  siervo  Adefonso  te  dedica 
esta  pequeña  ofrenda  ,  y  con  todo  el  corazón  te  presentamos  y  damos  en  este 
templo  lo  que  recibimos  de  tu  mano  (3) . » 


(1)  Campo  del  Apóstol,  sin  duda  de  Campus  Apostoli,  nombre  con  que  era  natural  designar  el 
sitio  en  que  se  habia  hallado  el  sepulcro.  Algunos  quieren  hacer  derivar  Compostela  de  Campus 
Stwlli,  campo  déla  estrella,  á  causa  de  la  luz  que  en  él  brillaba  por  la  noche;  sin  embargo,  Florez 
observa  con  razón  que  nada  en  los  contemporáneos  autoriza  semejante  etimología.  Ninguno  llama  á 
estas  luces  Stcsllce. — Luminaria,  Sacris  lumineribus,  Condelas  y  Luminarias  son  los  nombres  con  que 
se  designaron  durante  muchos  siglos. 

(2)  Son  muy  varias  las  opiniones  acerca  del  año  de  la  invención  del  sagrado  cuerpo.  Morales  y 
el  marqués  de  Mondejar  suponen  que  fué  en  agosto  de  835,  y  Ferreras,  como  hemos  visto,  pretende 
haber  acontecido  en  808.— Por  la  fecha  del  diploma  del  rey  Casto,  y  mas  aun  por  la  circunstancia 
de  haber  intervenido  Cario  Magno  en  el  asunto,  debió  de  todos  modos  suceder  antes  de  814. 

,3)  Otra  inscripción  tenemos  del  mismo  carácter  colocada  al  pié  de  una  cruz  votiva.  Dice  asi: 
«Esta  dádiva  recibida  con  agrado  quédese  aquí  en  honra  de  Dios.  La  ofrece  Adefonso,  humilde  sier- 
vo de  Jesucristo.  Con  esta  señal  se  ampara  el  hombre  piadoso  y  con  ella  se  vence  al  enemigo.  Quien 
se  atreviese  á  quitarla  del  lugar  en  que  la  pusiera  mi  libre  voluntad ,  mátele  Dios  con  un  rayo.  Se 
acabó  de  hacer  esta  obra  el  año  de  DCCCXXVJ. » 


A.  de  J.  C 


448  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Átenlo  el  monarca  ,  no  solo  á  los  asuntos  de  interés  religioso,  sino  también 
á  los  civiles  y  políticos  de  su  reino  ,  adicto  á  las  costumbres  y  al  gobierno  de  los 
Godos  que  vivian  en  su  memoria  ,  dio  su  favor  ,  según  antes  hemos  dicho  ,  no 
solo  á  los  hombres  de  aquella  nación,  sino  también  á  sus  leyes  é  instituciones ; 
restableció  el  orden  gótico  en  su  palacio,  que  organizó  bajo  el  pié  en  que  estaba 
el  de  Toledo  antes  de  la  conquista  ;  promovió  el  estudio  de  los  libros  góticos, 
restauró  y  puso  en  observancia  muchas  de  sus  leyes,  y  procuró  llevar  á  la  Iglesia 
su  antigua  disciplina  canónica  (1). 

Tales  cuidados  no  amenguaron  las  dotes  de  guerrero  que  desde  el  principio 
de  su  reinado  habia  desplegado.  En  las  sucesivas  irrupciones  de  los  musulmanes 
á  tierra  de  Galicia  halláronle  siempre  apercibido  y  dispuesto  á  rechazarlos  con 
valor.  Sofocada  la  insurrección  de  Toledo,  de  que  hablaremos  en  el  capítulo  si- 
guiente, los  Árabes  empeñaron  de  nuevo  la  lucha  con  los  cristianos  del  norte  de 
la  Península ,  que  habían  dado  asilo  en  su  país  á  Mohamed  ben  Abdelgebir ,  y, 
según  algunos,  habíanle  antes  auxiliado  para  rebelarse  en  Mérida  contra  el  go- 
bierno de  Córdoba.   Las  milicias  de  Mérida ,  de  Badalyos  y  de  Lisbuna  entraron 

838.  en  224  (838)  por  tierras  de  Galicia  y  pelearon  contra  Alfonso  con  varia  fortuna, 
dicen  las  crónicas  árabes  (2),  lo  cual  significa  probablemente  que  no  la  tuvieron 
buena.  Mohamed  ben  Abdelgebir  libróse  de  la  venganza  de  Abderrahman ,  y  re- 
cibido generosamente  por  Alfonso,  otorgóle  este  un  territorio  cerca  de  Lugo  donde 
pudiesen  vivir  él  y  los  suyos  sin  ser  inquietados.  Ingrato  y  traidor  se  manifestó  el 
musulmán  á  las  bondades  de  Alfonso  ,  pues  rebelándose  contra  este  como  antes 
se  rebelara  contra  el  emir  de  Córdoba  ,  trató  de  crearse  una  soberanía  indepen- 
diente en  Galicia  contra  el  rey  cristiano  que  le  concediera  hospitalidad  y  asilo. 
Mohamed  empezó  las  hostilidades  apoderándose  por  sorpresa  del  castillo  de  San- 
ta Cristina ,  á  dos  leguas  de  Lugo  ,  en  el  que  se  fortificó  con  los  suyos,  esperan- 
do desde  allí  dominar  las  comarcas  inmediatas.  Yoló  el  anciano  Alfonso  con  todo 
el  ardor  de  la  mocedad  á  castigar  á  sus  ingratos  huéspedes ,  y  después  de  reco- 
brar el  castillo  que  les  servia  de  refugio,  obligólos  á  aceptar  una  batalla  en  la  que 
pereció  Mohamed  con  casi  todos  los  suyos.  Así  explica  el  suceso  la  crónica-Albel- 
dense,  y  Sebastian  de  Salamanca ,  tan  propenso  á  exagerar  el  número  de  enemi- 
gos que  morían  en  cada  encuentro,  hace  subir  el  de  este  combate  á  cincuenta  mil, 
número  que  parece  sobradamente  excesivo.  Alfonso  regresó  victorioso  á  Oviedo 
por  última  vez. 

Este  fué  el  postrer  hecho  de  armas  del  rey  Casto  ,  sin  que  ocurrieran  otros 

8i2¡  sucesos  notables  hasta  su  muerte  sucedida  en  842,  á  los  cincuenta  y  dos  años  de 
reinado  y  á  los  ochenta  y  dos  de  su  edad.  Ardiente  cristiano  ,  animado  de  la  ar- 
dorosa fe  que  tantos  grandes  hombres  habia  de  producir  después  en  Europa,  Al- 
fonso el  Casto  es  la  gran  figura  que  descuella  en  España  en  la  época  en  que  vi- 
vió. Su  reinado  fué  un  gran  paso  hacia  la  reorganización  social  de  la  monarquía 
cristiana ,  y  con  él  empezó  la  de  Asturias  á  ser  contada  entre  las  naciones.  Me- 
reció Alfonso  el  renombre  de  Casio  con  que  es  conocido,  según  unos,  por  no  haber 


(1)  Omnem  Gothorum  ordinem  .  sicuti  Toleto  íuerat,  tam  in  Ecclesia  quam  palatio,  in  Oveto 
cuneta  statuit  (Chr.  Albeld.,  núm.  58). 

(2)  Conde,  P.  2.",  c.  XLIV. 


CAP.   X. — ESPAÑA  ÁRABE.  M9 

contraído  jamás  matrimonio  (1) ,  y  según  otros;  por  ser  fama  que  con  deseo  de 
vida  mas  pura  y  sania  no  tocó  á  la  reina  Berta  su  mujer  (2).  Si  esto  fué  así ,  es- 
ta señora,  á  quien  suponen  hermana  de  Cario  Magno,  no  hubo  de  venir  jamás  á 
España  ,  pues  no  se  encuentra  su  nombre  en  monumento  alguno.  De  todos  mo- 
dos es  lo  cierto  que  Alfonso  vivió  en  castidad ,  por  cuya  virtud  de  abnegación  y 
penitencia  prodíganle  grandísimos  elogios  las  crónicas  casi  contemporáneas  del 
monge  de  Albelda  y  de  Sebastian  de  Salamanca. 

Tal  fué  el  carácter  del  rey  de  los  cris  líanos  del  norte  y  noroeste  de  la  Pe- 
nínsula ;  sus  restos  mortales  fueron  depositados  en  el  panteón  de  su  iglesia  de 
Santa  María ,  y  aun  se  conserva  inlacto  el  sepulcro  que  encierra  las  cenizas  de 
tan  glorioso  monarca.  Los  monges  de  los  monasterios  de  San  Vicente  y  San  Pela- 
yo  iban  diariamente  en  comunidad  á  orar  sobre  los  restos  del  casto  soberano  que 
fué  á  un  tiempo  ferviente  cristiano  ,  hábil  gobernante  y  valeroso  y  afortunado 
guerrero  ,  y  aun  conserva  el  cabildo  catedral  la  costumbre  de  consagrarle  anual- 
mente un  solemne  aniversario.  Su  memoria  ,  dice  Lafuente  ,  vive  en  Asturias 
como  la  de  uno  de  los  mas  celosos  restauradores  de  su  nacionalidad. 


(4)    Absque  uxore,  castissimam  vitam  duxit  (Chr.  Albeld.,  n.  58 ). 

(2)    Duxerat  uxorem  nomine  Bertam  ,  sororem  Caroli  regis  Francorum ,  quam  quia  nunquam 
vidit  et  abstinuit  á  luxuria  ,  Rex  Castus  vocatus  est.  (Chr.  de  Ovet.— Hisp,  illust.,  t.  IV,  p.  76 ). 


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TOMO  11.  57 


450  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


CAPITULO  XI. 


Proclamación  de  Abderrahman  II.— Levantamiento  de  su  tio  Abdallah. — Sitio  de  Valencia. — Sumi- 
sión de  Abdallah.— Sucesos  en  la  Marca  gótica. — Bara  y  Bernardo. — Sitio  de  Barcelona  y  de  Ur- 
gel. — Embajadores  griegos  en  Córdoba.— Segunda  derrota  del  ejército  franco  en  Roncesvalles. — 
Curioso  episodio  de  la  vida  de  Abderrahman.— Política  de  Luis  el  Pió. — Revuelta  de  Aizon  en  la 
Marca  gótica.— Guerras.  —  Sublevaciones  en  Mérida  y  Toledo. — Toma  por  los  Árabes  de  un 
arrabal  de  Marsella. — Muerte  de  Luis  el  Pió—  Ramiro]I  de  Asturias. — Supuesta  batalla  de  Clavi- 
ja atribuida  á  este  príncipe.— Llegada  de  los  Normandos  á  Andalucía. — Sitio  de  Sevilla.— Carlos 
el  Calvo  y  Bernardo,  conde  de  Barcelona. — Guerras  en  la  Marca  gótica.— Muerte  de  Ramiro  I. — 
Terrible  persecución  de  los  cristianos  en  Córdoba.— Martirios.— La  corte^de  Córdoba. — Muerte  de 
Abderrahman  II. 

Desde  el  año  822  hasta  el  852. 

Abderrahman  que,  según  hemos  dicho,  era  hacia  mucho  tiempo  el  único  go- 
bernador de  hecho  de  la  Península  ,  entró  en  plena  posesión  del  título  y  de  los 
poderes  del  emirato  el  mismo  dia  en  que  fué  enterrado  con  solemne  pompa  el 
cuerpo  de  su  padre.  Contaba  treinta  y  un  años,  tres  meses  y  seis  dias ,  dice  con 
su  acostumbrada  minuciosidad  la  crónica  arábiga,  y  era  hermoso,  alto  y  de  muy 
gentil  disposición,  de  color  moreno  y  muy  bien  dispuesta  barba  que  tenia  con 
aleña,  intrépido  y  duro  en  la  guerra  como  humano  y  benigno  en  la  paz,  fué  ape- 
llidado Álmudafar,  ó  vencedor  feliz,  desde  las  primeras  campañas  en  que  habia 
figurado.  Era  padre  de  los  desvalidos  y  pobres,  y  anadia  á  estas  prendas  su  ex- 
celente ingenio  y  admirable  erudición  ;  gustaba  de  la  poesía  y  hacia  elegantes 
versos  con  toda  la  precisión  de  la  ciencia  métrica  (1). 

Hasta  entonces  ningún  emir  de  la  familia  Omeya  habia  entrado  á  poseer  el 
emirato  de  España  sin  la  oposición  armada  de  un  pretendiente  de  la  misma  familia, 
y  como  su  padre  y  su  abuelo  ,  tuvo  que  empezar  peleando  contra  uno  de  los  su- 
yos. Por  tercera  vez  se  presentó  en  campaña  aspirando  á  hacer  valer  sus  preten- 
siones aquel  Abdallah,  hijo  de  Abderrahman  I ,  al  que  dejamos  en  Tánger,  des- 
pués de  ser  vencido  por  Alhakem,  y  en  quien  la  nieve  de  sus  canas,  dice  Conde, 
no  apagara  todavía  el  fuego  de  su  ambicioso  corazón  .  Al  morir  su  sobrino  Alha- 
kem ,  llamó  Abdallah  sus  partidarios  á  las  armas  ,  y  pasó  de  África  á  España 
con  algunas  tropas ,  confiado  vanamente  en  la  ayuda  de  sus  tres  hijos  Cassim, 
Esfah  y  Obeidalah ,  que  ocupaban  altos  pueslos  en  la  gerarquía  musulmana.  El 
anciano  desembarcó  en  España  con  su  gente,  y  avisado  Abderrahman  de  su  lle- 
gada, salióle  al  paso  con  su  caballería  ,  obligándole  en  pocos  encuenlros  y  esca- 
ramuzas que  entre  ellos  hubo  á  retirarse  por  tierra  de  Tadmir  y  á  encerrarse  tras 


(1)    Conde,  P.  2.«,  c.  XXXVIII. 


CAP.   XI. — ESPAÑA   ÁRABE.  451 

los  muros  de  Valencia  ,  ciudad  muy  adicta  á  su  persona ,  según  antes  hemos  di- 
cho. Abderrahman  le  puso  cerco  ,  pero  la  plaza  estaba  bien  fortificada  y  mani- 
festó propósito  de  hacer  obstinada  resistencia.  El  sitio  duraba  hacia  algún  tiem- 
po, cuando  llegaron  Cassim  y  Esfah  á  los  reales  del  emir  para  interceder  con  es- 
te y  rogar  á  su  padre  que  accediera  á  una  conveniente  avenencia.  La  piedad  del 
cielo  ,  dice  la  crónica,  favoreció  sus  buenos  deseos,  y  luego  refiere  en  esios  tér- 
minos la  sumisión  de  Abdallah. 

Habia  dispuesto  este  hacer  una  salida  con  toda  su  gente  contra  los  de  Cór- 
doba, y  un  jueves,  víspera  del  dia  festivo  de  los  musulmanes,  habló  á  sus  gentes 
y  les  dijo: — «Mañana,  si  Dios  quiere  (1),  compañeros  mios,  haremos  nuestra  ora- 
ción de  juma,  y  con  la  bendición  de  Alá  partiremos  el  sábado  y  pelearemos  si  fuere 
su  divina  voluntad. »  Reunidas  el  dia  siguiente  todas  las  tropas  delante  de  la  mez- 
quita de  la  puerta  de  Tadmir  (Bab-el-Tadmir),  les  hizo  una  plática,  y  al  acabar- 
la dijo: — «Nobles  compañías  de  varones,  que  Dios  os  sea  misericordioso:  Creed 
que  nos  conviene  pedir  á  su  divina  bondad  que  nos  enseñe  el  camino  que  debe- 
mos seguir  y  el  partido  que  nos  conviene  tomar  sin  otra  pretensión  que  confor- 
marnos con  su  divina  voluntad.  Yo  espero  de  su  clemencia  que  nos  la  muestre  y 
nos  haga  entender  lo  que  mas  conviene.»  En  seguida  alzó  sus  ojos  y  sus  manos  al 
cielo,  y  añadió:  «Dios  mió,  señor  Alá,  si  teDgo  razón  y  es  justa  mi  demanda,  si 
mi  derecho  es  mejor  que  el  del  nieto  de  mi  padre,  ayúdame  y  dame  victoria  con- 
tra él;  y  si  él  tiene  mas  fundado  derecho  al  trono  que  su  tio,  bendícele  y  no  per- 
mitas las  desgracias  y  horrores  de  la  guerra  y  discordia  que  hay  entre  nosotros, 
apoya  su  poder  y  estado  y  ayúdale.»  Todos  los  de  la  hueste  y  muchas  gentes  de 
la  ciudad  que  estaban  presentes,  dijeron  á  una  voz:  «Así  sea.»  Y  en  aquel  ins- 
tante sopló  un  viento  muy  frió  y  helado,  extraño  en  aquel  clima  y  estación,  que 
causó  á  Abdallah  un  súbito  accidente  derribándole  en  tierra  y  dejándole  sin  ha- 
bla. La  oración  se  acabó  sin  él,  y  lleváronle  al  alcázar,  donde  permaneció  algunos 
dias  sin  poder  hablar;  pero  en   breve,  continua  la  crónica  arábiga,  desató  Dios 
su  lengua  y  Abdallah  dijo  á  sus  caudillos  y  wazires:  «Dios  ha  declarado  su  vo- 
luntad, y  no  permite  el  cielo  que  yo  intente  cosa  alguna  contra  ella.» 

Los  dos  competidores  no  tardaron  en  celebrar  la  paz.  Los  hijos  del  anciano 
Omeya  desheredado  fueron  á  buscarle  á  Yalencia  y  le  escoltaron  á  caballo  has- 
ta la  tienda  de  Abderrahman,  junto  á  la  cual  le  ayudaron  á  apearse. 

El  cronista  árabe  explica  con  minuciosidad  los  piadosos  cuidados  de  Esfah 
y  de  Cassim  para  con  su  anciano  padre;  el  mayor,  dice,  asió  la  brida  del  caba- 
llo, y  otro  tuvo  el  estribo  para  que  Abdallah  descabalgara.  Abderrahman,  con- 
movido por  el  aspecto  venerable  y  la  blanca  barba  de  su  tio ,  muy  parecido 
á  Abderrahman  I,  no  quiso  que  le  besara  la  mano  como  el  anciano  pretendía, 
sino  que  le  recibió  en  sus  brazos,  y  generoso  como  su  abuelo  Hixem,  concedió 


(4 )  La  fórmula  «si  Dios  quiere»  que  usa  todavía  en  España  comunmente  el  pueblo,  estaba  ex- 
presamente prescrita  para  los  Mahometanos  en  el  Coran.  Dícese  que  tuvo  el  siguiente  origen.  Ha- 
biendo rogado  algunos  cristianos  á  Mahoma  que  les  contase  la  historia  de  los  siete  durmientes,  les 
respondió:  «mañana  os  lo  contaré,»  olvidándose  de  añadir:  «si  así  lo  quiere  Dios.»  Reprendiéronle  el 
olvido,  y  desús  resultas,  dicen,  que  le  fué  revelado  por  Dios  este  verso  que  se  añadió  al  Coran:  «Nun- 
ca digas:  mañana  yo  haré  tal  cosa,  sin  añadir:  «si  Dios  quiere.»  Los  Turcos  siguen  observando  es- 
crupulosamente esta  máxima,  y  jamás  ofrecen  hacer  cosa  alguna ,  sin  añadir:  «si  Dios  quiere.»  En 
seha  Allah.  (Lafuente,  P.  2.a,  1. 1,  c.  XI,  nota.) 


8S3. 


452  HISTORIA  GENERAL    DE    ESPAÑA. 

de  j.  c.  ¿  Abdallah  el  gobierno  y  señorío  de  Tadmir,  donde  falleció  poco  después  de 
esta  reconciliación  (208-823).  Sus  hijos  heredaron  todos  sus  bienes,  yodícese 
que  con  este  motivo  establecióse  por  ley  general  que  los  hijos  heredasen  todos 
los  bienes  de  sus  padres,  lo  que  antes  no  sucedia.  Dispúsose  además  que  los 
testadores  pudiesen  disponer  libremente  de  la  tercera  parte  de  sus  bienes  en  favor 
de  propios  ó  extraños  (1). 

Estos  principios  eran  los  mismos  del  Coran,  sobre  todo  en  cuanto  á  las  mu- 
geres. Hase  dicho  con  razón  que  el  Coran  era  á  la  vez  el  código  religioso  y  la  ley 
civil  de  los  musulmanes.  Sus  disposiciones,  respecto  de  las  herencias,  dicen  lo 
siguiente  (2): 

«Dad  á  los  huérfanos  lo  que  les  pertenece.  No  devolváis  mal  por  bien.  No 
consumáis  su  herencia  para  aumentar  la  vuestra.  Esta  acción  es  un  delito. 

«Si  habéis  podido  temer  ser  injustos  para  con  los  huérfanos,  temed  serlo 
para  con  las  mugeres.  No  loméis  sino  dos,  tres  ó  cuatro  esposas,  y  elegid  á  aque- 
llas que  mas  os  agraden.  Si  no  podéis  mantenerlas  con  decencia,  no  toméis  mas 
que  una.... 

«Los  hombres  y  las  mugeres  deben  tener  parte  de  las  riquezas  que  les  han 
dejado  sus  padres  y  parientes,  y  esta  parte  ha  de  ser  determinada  por  la  ley,  ya 
sea  la  herencia  considerable,  ya  de  escaso  valor. 

«Al  reunirse  para  dividir  la  herencia ,  cuídese  de  mantener  á  los  parientes 
pobres  y  á  los  huérfanos,  y  de  consolarles  con  palabras  de  humanidad. 

«Aquellos  que  tiemblen  por  dejar  en  pos  de  sí  hijos  en  la  infancia,  eleven 
su  voz  en  favor  de  ios  huérfanos,  penetrados  de  misericordia  y  del  temor  de  Dios, 
y  decidan  sobre  su  suerte  con  justicia. 

«Los  que  devoran  injustamente  la  herencia  del  huérfano,  se  alimentan  de  un 
fuego  que  abrasará  sus  entrañas. 

«En  la  división  de  vuestros  bienes  entre  vuestros  hijos,  Dios  os  manda  dar  á 
los  varones  doble  porción  que  á  las  hembras.  Si  no  hay  mas  que  hembras  y  son 
mas  de  dos ,  recibirán  las  dos  terceras  partes  de  la  herencia  ;  si  hay  solo  una, 
percibirá  la  mitad.  Si  el  difunto  no  deja  mas  que  un  hijo,  sus  parientes  tomarán 
la  sexta  parte.  Si  el  difunto  carece  de  sucesión  y  son  herederos  sus  parientes  , 
su  madre  tendrá  la  tercera  parte  de  la  herencia,  y  únicamente  la  sexta  si  aquel 
tiene  hermanos,  una  vez  satisfechos  los  legados  y  las  deudas.  Vosotros  ignoráis 
quienes  os  son  mas  útiles,  si  vuestros  padres  ó  vuestros  hijos ,  y  Dios,  prudente 
y  sabio,  os  ha  dictado  estas  leyes. 

«La  mitad  de  los  bienes  de  la  muger  muerta  sin  sucesión  pertenecen  al  ma- 
rido, y  únicamente  la  cuarta  parte  en  caso  de  dejar  hijos. 

«Las  mugeres  tendrán  la  cuarta  parte  de  la  herencia  de  los  maridos  muertos 
sin  sucesión ,  y  la  octava  si  han  dejado  hijos. 

«Si  el  heredero  de  un  pariente  remoto  tiene  un  hermano  ó  una  hermana, 
débeseles  la  sexta  parte  de  la  herencia ;  si  son  muchos ,  recibirán  la  tercera ,  des- 
pués de  satisfechos  los  legados  y  las  deudas. 


(D    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXIX. 

(2)    Véase  la  cuarta  sura  titulada:  Las  Mugeres.  Este  capitulo  empieza  con  algunos  versículos 
relativos  al  primer  hombre,  tomados  del  Génesis. 


CAP.    XI. — ESPAÑA   ÁRABE.  453 

«Guardaos  de  violar  estos  preceptos  ,  emanados  del  Dios  sabio  y  miseri- 
cordioso. 

«  El  que  los  observe  y  obedezca  al  profeta,  entrará  en  los  jardines,  mansión 
de  delicias,  donde  disfrutará  de  una  felicidad  eterna, 

«El  que  desobedeciere  á  Dios  y  á  su  enviado  y  traspasare  sus  leyes,  será 
precipitado  en  el  abismo  del  fuego  donde  padecerá  eternamente  suplicios  y  opro- 
bio. » 

Estos  eran  los  sagrados  principios  de  los  Árabes  respecto  de  las  herencias; 
mas  seguramente  que  en  la  práctica  habían  debido  de  introducirse  abusos  cuan- 
do se  nos  presenta  como  una  novedad  lo  dispuesto  para  Abderrahman  acerca  de 
la  herencia  de  su  tio  (1). 

Libre  el  emir  de  los  cuidados  de  esta  guerra  doméstica,  iba  á  licenciar  sus 
tropas  ,  cuando  recibió  noticia  de  una  irrupción  que  los  condes  de  la  Marca  de 
España  habían  hecho  en  tierras  musulmanas  de  la  otra  parle  del  Segre,  talando 
y  devastando  los  campos,  incendiándolo  todo  á  su  paso  y  retirándose  luego  car- 
gados de  botín  (822)  (2).  Retuvo,  pues,  Abderrahman  á  sus  soldados,  y  partió  á 
la  frontera  oriental;  pero  antes  de  pasar  adelante  y  de  explicar  lo  que  allí  hizo, 
hemos  de  referir  lo  que  habia  sucedido  en  Barcelona,  sin  lo  cual  no  podrían  en- 
tenderse los  sucesos  posteriores. 

Sabemos  que  al  apoderarse  Luis  el  Pió  de  Barcelona  en  801  dejó  por  conde 
de  dicha  ciudad  y  su  territorio  á  Bara,  noble  godo,  que  se  habia  distinguido  en 
la  conquista  y  en  las  expediciones  sucesivas  en  que  tomara  parte,  y  gobernaba 
hacia  diez  y  nueve  años  el  condado  de  Barcelona  á  satisfacción  de  los  reyes  francos, 
cuando  en  820  fué  acusado  ante  el  emperador  Luis  de  alevoso  é  infiel  por  Sunila, 
también  caballero  godo.  Historiador  ninguno  manifiesta  expresamente  quéclasede 
traición  y  alevosía  habia  cometido,  y  estamos  sobre  esto  reducidos  á  meras  con- 
jeturas. Creen  algunos  que  habia  entrado  en  negociaciones  con  los  Sarracenos  en 
época  posterior  al  tratado  de  812,  y  otros  creen  que  se  habia  formado  entre  los 
Godos  un  partido  que  aspiraba  á  la  independencia  y  que  reconocía  á  Bara  por 
caudillo.  De  todos  modos,  oída  por  Luis  la  acusación  propuesta  contra  su  conde, 
fué  emplazado  este  para  cierto  día  del  mismo  año  820  ante  una  dieta  ó  corte  ge- 
neral que  se  tuvo  en  el  palacio  de  Aquisgran  ante  el  emperador  y  sus  magnates. 
Allí  ratificó  Sunila  su  acusación,  y  desmentida  por  Bara  (3),  apeló  este  al  juicio 
de  Dios  á  la  usanza  franca,  dice  Masdeu. 

Aceptado  el  duelo ,  los  dos  pelearon  á  presencia  del  emperador  ,  según  cos- 
tumbre de  este  país,  es  decir  á  caballo ,  á  diferencia  de  los  Francos  que  en  los 
duelos  combatían  á  pié.  Por  esto  dice  Nigelo  que  entraron  en  liza  de  un  modo 


(4)    Conde,  1.  c. 

(2)  Comités  Marcse  Hispánicas  trans  Sicorim  fluvium  in  Hispania  profecti,  vastatis  agris  et  in  - 
censis,  et  capta  non  módica  prseda,  regressi  sunt  (Eginh.  Annal.  ad  ann.  822).  Esto  debia  suceder  du- 
rante el  verano  de  822  ,  puesto  que  Eginhardo  añade :  Simili  modo  post  tequinoiiuní  autumnaii* 
cotnitibus  Marcae  Britannicse,  etc. 

(3)  Hic  venit  ad  regem  ,  coram  populoque  senatu, 

Verba  nefanda  canit,  quae  Bero  cuneta  negat. 

(Ermol  Nigel!.,  1.  III,  V,  559  et  560). 


454  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.g  nuevo  y  desconocido  por  los  Francos  (1).  Sunila  quedó  vencedor  y  triunfante, 
por  la  cual  victoria  se  dio  el  caso  por  probado  y  averiguado  contra  Bara,  y  aun- 
que por  esto  habia  de  ser  condenado  á  muerte,  usando  el  emperador  de  su  cle- 
mencia, se  contentó  con  desterrarlo  á  la  ciudad  de  Rothomago(Ruan),  donde  mu- 
rió en  826  (2). 

En  lugar  de  Bara,  envió  Luis  á  Barcelona  á  Bernardo,  hijo  de  Guillermo  de 
Tolosa  y  ahijado  suyo,  y  él  era  quien  mandaba  en  Barcelona  en  822.  No  men- 
ciona la  historia  los  condes  de  la  Marca  que  llevaron  sus  armas  mas  allá  del 
Segre,  pero  es  probable,  y  así  lo  insinúa  Pujades  (3),  que  iba  entre  ellos  el  nue- 
vo gobernador  de  Barcelona.  Contra  esta  plaza  dirigió  primeramente  sus  ataques 
el  emir  Abderrahman,  y  enviando  á  vanguardia  desde  Valencia  al  walí  Abdelke- 
rim,  este  encontró  á  los  cristianos,  no  se  expresa  en  qué  lugar,  los  venció  y  obli- 
gólos á  encerrarse  en  Barcelona.  Llegado  el  nuevo  emir  con  todas  sus  fuerzas, 
bloqueó  la  ciudad,  dio  á  sus  muros  repetidos  asaltos,  y  á  creer  á  los  historiado- 
res árabes ,  llegó  á  apoderarse  de  ella.  En  seguida  mandó  reparar  la  muralla,  y 
continuó  su  victoriosa  marcha  hacia  Urgel,  en  cuya  plaza  penetró  con  igual  feli- 
cidad (4). 

Por  explícito  que  sea  este  relato,  las  mismas  razones  que  nos  han  inducido 
á  no  admitir  la  toma  de  Tortosa  por  Ludovico  Pió,  nos  mueven  y  nos  autori- 
zan para  no  creer  tampoco  la  toma  de  Barcelona  por  Abderrahman.  Que  el  emir 
diera  á  la  plaza  vigorosos  y  repetidos  asaltos,  que  estuvieran  los  musulmanes 
á  punto  de  ocupar  sus  muros,  como  dice  la  crónica  arábiga,  esto  puede  ser  ve- 
rosímil, pero  comparando  las  varias  autoridades,  adquiérese  casi  certeza  de  que 
no  la  tomaron.  Sin  embargo,  si  Ahderrahman  no  entró  en  Barcelona  es  probable  sí 
que  entrase  en  Urgel,  ó  á  lo  menos  que  llevase  sus  victoriosas  armas  por  todo  el 
condado  y  territorio  de  Barcelona  (5),  arrollando  á  ios  cristianos  hasta  las  for- 
talezas de  los  riscos  y  las  angosturas  de  las  montañas.  Satisfecho  con  haber  he- 
cho sentir  á  los  Francos  el  terror  de  su  nombre,  volvió  Abderrahman  á  Córdoba, 
donde  fué  recibido  con  grandes  demostraciones  de  alegría.  Esta  expedición,  que 
los  Árabes  consideraron  de  muy  buen  agüero  para  el  nuevo  reinado,  verificóse 
en  el  año  207  (que  empezó  en  febrero  de  822  y  terminó  en  igual  mes  de  823). 
824  En  la  primavera  del  siguiente  año,  llegaron  de  Constaníinopla  á  Córdoba 

embajadores  del  emperador  griego  Miguel  el  Tartamudo.  En  guerra  entonces 
con  el  califa  Almamun,  en  el  mismo  año  en  que  los  Árabes  andaluces  desterra- 
dos de  Córdoba  por  Alhakem  le  despojaban  de  la  isla  de  Creta,  el  emperador 


(1  Annuitur  solio;  mox  illi  bella  lacessunt. 

Arte  nova  Francis  antea  nota  minus, 
(Et  jacciunt  hastas,  mucronibus  insuper  actis 
Praelia  temptabant  irrita  more  suo. 

Ermold.  Nigell  ,  1.  III,  V,  605  y  sig.) 

(2)  Esto  suceso  causó  en  Cataluña  tan  honda  sensación  que  la  palabra  Bara  quedó  significan- 
do para  el  pueblo  traidor  y  alevoso  á  su  señor  y  á  la  fe  jurada,  y  en  cierto usage  de  Barcelona 
que  habla  de  los  que  faltan  á  la  fidelidad  debida,  se  leen  estas  palabras:  Sia  fvt  de  olí.  lo  que  de  Bara 
firobat  se  den  fer. 

(3)  Cr.  univ.  del  Princ.  de  Cataluña,  1.  X,  c.  XVIIT. 

(4)  Conde,  P.  2.',  XXXIX. 

(o)  «En  tierra  de  Barcelona,»  dice  el  traductor  castellano  de  los  manuscritos  del  Esco- 
rial. (Conde  1.  c.) 


CAP.    XI.— ESPAÑA   ÁRABE.  455 

solicitaba  del  emir  de  Córdoba  su  alianza  y  auxilio  contra  su  enemigo  común  el 
califa  de  Bagdad.  Los  embajadores  bizantinos  fueron  recibidos  en  Córdoba  con 
grandes  honores,  y  su  entrada  en  la  capital  del  imperio  musulmán  de  Occiden- 
te se  efectuó  con  gran  solemnidad  y  entre  gran  concurso  de  pueblo.  Llevaban 
consigo  muchos  y  muy  hermosos  caballos  con  ricos  y  vistosos  jaeces,  que  nun- 
ca se  vieron  tales  en  España,  dice  la  crónica  (1).  Abderrahman  recibió  ,sus  pre- 
sentes, los  alojó  en  su  palacio,  y  al  partir,  cumplida  ya  su  misión,  colmólos  de 
magníficos  regalos;  en  cuanto  al  objeto  de  su  embajada,  si  bien  dice  Conde  que 
les  dio  muy  buena  respuesta,  no  parece  que  llegase  esta  nunca  á  traducirse  en 
hechos,  ocupado  exclusivamente  como  estaba  entonces  en  sus  propios  asuntos. 
Sin  embargo,  para  corresponder  á  la  deferencia  del  emperador  Miguel  y  conser- 
var una  amistad  que  le  halagaba  por  mas  de  un  concepto  y  de  la  cual  podia 
prometerse  muchas  ventajas  políticas,  mandó. partir  con  los  embajadores  á  Yahia 
nen  Alhakem,  marino  de  granmérito,  con  caballos  andaluces  y  espadas  toledanas  (2) 
para  el  emperador,  devolviendo  así  á  Miguel  embajada  por  embajada  y  presentes 
por  presentes. 

Aquel  mismo  año  ó  á  principios  del  siguiente,  recibió  Abderrahman  en  Cór- 
doba otra  embajada  menos  espléndida,  pero  no  menos  interesante.  Los  Vasco- 
Navarros,  que,  según  hemos  dicho,  miraban  con  mas  horror  á  sus  vecinos  de  raza 
germana,  aunque  cristianos,  que  á  los  mismos  musulmanes,  amenazados  de  una 
nueva  invasión  franca  por  los  puertos  de  Roncal  y  Ronces  valí  es,  iban  á  deman- 
dar auxilio  á  los  Árabes  contra  sus  vecinos  de  la  otra  parte  de  los  montes.  El 
emir  admitió  de  buena  voluntad  la  petición  y  alióse  con  aquellos  montañeses 
contra  el  enemigo  que  tan  duros  rebatos  le  daba  en  su  frontera  oriental. 

Y  no  era  infundada  la  noticia  de  una  irrupción  de  los  Francos  por  aquella 
parte  de  los  Pirineos,  motivada  por  el  genio  insumiso  é  independiente  de  los 
pueblos  de  raza  vascona,  que  en  aquellas  regiones  habitaban.  A  fines  deíaño  823, 
los  condes  Eblo  y  Asenario,  llamado  por  algunos  Aznar,  lugartenientes  del  rey 
de  Aquitania  en  las  Marcas  de  Vasconia,  recibieron  orden  de  pasar  los  montes  en 
la  dirección  designada,  ignórase  si  para  hacer  la  guerra  a  los  Árabes  ó  so- 
lamente á  los  naturales  del  país.  Sea  como  fuere,  Eblo  y  Asenario  tomaron  su 
camino  por  el  puerto  que  conduce  á  Navarra  y  á  la  capital  del  territorio;  atra- 
vesaron sin  obstáculo  el  prolongado  valle  de  Roncesvalles,  y  avanzaron  hasta 
Pamplona,  que,  desmantelada  todavía  desde  el  tiempo  de  Cario  Magno,  no  pudo 
oponer  ninguna  resistencia.  Eblo  y  Aznar  entraron  en  ella  con  grandes  fuerzas, 
y  cumplido  su  objeto  (negotio  peracto)  (3),  trataron  de  emprender  su  regreso  á 
Aquitania  por  el  mismo  camino.  Nadie  nos  dice  el  fin  de  esta  campaña  em- 
prendida con  numerosas  tropas  y  terminada  sin  combate,  sin  haber  dejado 
una  sola  guarnición  en  los  lugares  recorridos,  y  por  esto  es  que  hemos  de 
limitarnos  á  los  términos  mas  vagos  que  nunca  del  anónimo  historiador. 


(4)    Conde,  P.  2.a,  c.  XXXIX. 

(2)  La  fabricación  de  armas  en  Córdoba  y  en  Toledo  se  habia  perfeccionado  extraordinaria- 
mente durante  este  reinado,  y  sus  productos  no  tardaron  en  ser  célebres  en  todo  el  Occidente; 
durante  la  edad  media  fueron  muy  buscadas  las  armas  salidas  de  aquellas  fábricas,  así  por  la 
excelencia  de  su  temple  como  por  la  elegancia  y  buen  gusto  de  sus  adornos. 

(3)  Anón.  Astron.,  Vit.  Hludov.  Pii. 


456  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

a  Los  nuestros,  dice  este  en  su  obra,  experimentaron  de  nuevo  la  perfidia 
acostumbrada  del  lugar,  la  astucia  y  el  fraude  natural  é  innato  en  sus  habitan- 
tes. Rodeados  por  todos  lados  por  los  moradores  del  país,  las  tropas  fueron  der- 
rotadas, y  los  caudillo  cayeron  en  poder  de  los  enemigos.»  Este  es  el  relato 
del  anónimo  astrónomo;  las  historias  de  Navarra  cuentan  el  suceso  del  modo 
siguiente:  «A  su  retirada  (la  de  los  Francos),  acometiéronlos  los  ¿Navarros  según 
su  costumbre,  y  derrotaron  todo  el  ejército,  quedando  la  mayor  parte  con  bagages 
y  banderas  en  el  campo  de  batalla.  Los  condes  fueron  hechos  prisioneros.  Aznar, 
que  era  vascon  y  tenia  parientes  y  amigos  entre  los  Navarros,  recobróla  libertad, 
bajo  juramento  de  no  hacer  la  guerra  contra  Navarra;  pero  Eblo  fué  enviado 
con  título  de  regalo  á  Abderrahman,  rey  de  Córdoba,  cuya  amistad  y  alianza  ne- 
cesitaban y  solicitaban  los  Navarros  contra  los  Franceses.» 

Sufrieron  pues  los  Franco-Áquiíanos,  dice  Lafuente,  otra  segunda  derrota 
en  Ronces  valles,  que,  si  acaso  menos  sangrienta  que  la  primera,  sirvióles  de 
tan  dura  lección  y  escarmiento,  que  no  volvieron  mas  á  visitar  aquellos  funes- 
tos lugares.  Alguna  parte  del  triunfo  debió  de  tocar  á  los  Sarracenos  como  auxilia- 
res, si  bien  la  gloria  principal  fué  de  los  Vascones,  y  así  lo  confiesa  el  mismo 
astrónomo  biógrafo,  que  ciertamente  en  esto  no  podrá  ser  tachado  de  parcial. 

Y  en  efecto,  de  las  crónicas  andaluzas  se  deduce  claramente  haber  to- 
mado los  Árabes  una  parte  en  la  derrota  de  los  Francos,  «Los  walíes  de  la  fron- 
tera, dicen,  tuvieron  en  este  año  (209  de  la  hegira — 824)  sangrientas  batallas  con 
los  cristianos  de  los  montes  de  Afranc,  los  vencieron  con  cruel  matanza  en  los 
valles  de  los  montes  de  Albortat,  y  en  la  batalla  de  Bort-Jezar  (1),  que  es  la 
puerta  de  tierra  de  Pamplona,  desbarataron  á  los  de  Afranc  y  cautivaron  sus 
caudillos,  que  vinieron  con  muchos  despojos  á  Córdoba  (2).» 

Queda  pues  establecido  por  el  testimonio  combinado  de  los  historiadores 
españoles,  árabes  y  francos,  que  á  fines  de  823,  el  emperador  Luis  envió  á  Pam- 
plona un  numeroso  ejército  bajo  el  mando  de  dos  condes  llamados  Eblo  y  Ase- 
nario,  de  quienes  no  se  sabe  otra  cosa  sino  que  hicieron  lo  que  se  les  habia  man- 
dado, sin  duda  en  interés  de  los  Aquitanos.  Ejecutadas  sus  órdenes,  salieron  de 
la  ciudad  por  el  camino  ordinario  délos  Pirineos,  cuyos  peligros  no  parecieron  te- 
mer, y  los  Vascones  unidos  con  los  Árabes  hicieron  entonces  lo  mismo  que  al 
regreso  de  Cario  Magno:  atacaron  al  ejército  franco  desde  lo  alto  de  sus  mon- 
tes con  tanto  furor  é  ímpetu  que  quedó  allí  sepultado  todo  él,  excepto  algunos 
prisioneros.  Eblo  y  Asenario  fueron  de  este  número,  y  en  la  división  del  botin 
y  de  los  cautivos  entre  ambos  pueblos  aliados,  Eblo  tocó  á  los  Árabes  y  fué  en- 
viado á  Córdoba.  Asenario,  que  cayó  en  manos  de  los  Vascones,  fué  puesto  en 
libertad,  y  el  anónimo  astrónomo  y  las  historias  navarras  atribuyen  este  favor  á 
que  era  de  su  sangre,  es  decir  de  su  nación  (3).  No  parece  sin  embargo  que  su 
alianza  con  los  Árabes  sujetara  en  nada  los  Vascones;  por  el  contrario  todo  in- 


(1¡  Los  escritores  árabes  mencionan  cuatro  puertas  principales  en  el  Pirineo,  Bort  Oxma- 
r.i,  Tíort  Jaco,  Bort  Jezar  y  Bort  Bayona.  La  de  Jezar,  según  se  escribe,  puede  interpretarse  la  re- 
tuerta, y  es  por  Roncesvalles. 

(2)    Conde,  P.  2.",  c.  XL. 

(3j    Asenario  vero,  tanquam  qui  eos  aflinitaíe  sanguinis  tangeref,  pepercerunl. 


CAP.   XI. — ESPAÑA  ÁRABE.  457 

duce  á  creer  que  continuaron  gobernados  por  jefes  instituidos  de  un  modo  partí-  a.  de  j.c. 
cular  é  investidos  de  poderes  no  tan  extensos  como  los  condes  reales  francos  ó 
asturianos,  hasta  que  al  fin  causas  religiosas  y  políticas  los  movieron  á  recono- 
cer por  algunos  años  la  autoridad  de  los  reyes  de  Oviedo,  antes  de  erigirse  en 
reino  independíenle  bajo  monarcas  nacionales. 

Recapitulando  aquí  las  vicisitudes  sufridas  por  el  país  de  Navarra  desde  la 
primera  vez  que  entraron  los  Francos  en  España  en  778,  veremos  que  perma- 
neció bajo  la  dependencia  de  los  reyes  de  esta  nación  hasta  el  año  802,  si  bien, 
no  hablando  crónica  alguna  de  condes  francos  dejados  por  Cario  Magno  ó 
su  hijo  para  la  custodia  y  el  gobierno  del  país,  puede  suponerse  que  jamás  fué 
considerada  como  tierra  conquistada.  En  802,  Navarra  se  alió  con  los  Árabes, 
pero  volvió  cuatro  años  después  á  la  alianza  de  los  Francos,  probablemente  por  te- 
mor de  sus  fuerzas  superiores,  pues  trató  de  emanciparse  de  ellos  en  812,  en 
cuyo  año  hemos  visto  á  Luis  el  Pió  restablecer  su  vacilante  autoridad  en  Pam- 
plona. ¿Cuál  era  esta  autoridad?  ¿Cómo  se  ejercía?  ¿Qué  ventajas  reportaban  de 
ella  los  Francos?  Preguntas  son  estas  á  las  que  es  imposible  contestar,  pero  fue- 
se cual  fuese,  es  lo  cierto  que  se  mantuvo  hasta  este  año  de  824,  en  que  pare- 
ce que  los  Francos  hubieron  de  abandonar  definitivamente  sus  pretensiones  sobre 
aquella  parte  de  la  Península. 

Todo  eran  guerras  entonces  en  España.  Mientras  esto  sucedía  en  los  Piri- 
neos ,  Abderrahman  envió  á  la  frontera  del  norte  (del  guf)  á  Obeidalah,  hijo 
de  Abdallah  ,  y  hermano  de  Esfah  y  de  Cassim,  á  quienes  ya  conocemos ;  era 
caid  (1)  de  los  saifís ,  es  decir  ,  capitán  de  la  guardia  de  los  del  cuchillo  (de  la 
espada  en  forma  de  cuchillo)  (2),  cuerpo  que  formaba  parte  de  las  tropas  perma- 
nentes de  Abderrahman.  Esta  expedición  á  la  frontera  era  necesaria,  en  cuanto 
los  cristianos  hacían  por  ella  frecuentes  excursiones,  dicen  las  memorias  arábi- 
gas ,  de  modo  que  la  guerra  era  permanente  y  perpetua  en  España  ,  en  este  ó  en 
el  otro  punto.  Las  tropas  de  Obeidalah  pelearon  con  ventaja  contra  Alfonso  y  le 
obligaron  á  refugiarse  en  sus  montañas  y  fortalezas ,  pero  el  ataque  de  los  cau- 
dillos asturianos,  si  bien  no  se  halla  mencionado  en  ninguna  crónica  cristiana, 
no  dejó  de  causar  cierta  inquietud  en  Córdoba,  á  juzgar  por  lo  que  añade  Conde: 
—  «  El  wali  Obeidalah  ,  dice  ,  volvió  á  Córdoba  con  muchos  despojos  y  cautivos 
y  fué  muy  bien  recibido  del  rey  Abderrahman  por  la  importancia  de  aquella  ex- 
pedición (3).  »  Después  de  algunos  meses  de  reposo  ,  el  emir  envióle  de  nuevo  á 
la  frontera  ,  donde  estuvo  dos  años  guerreando  con  numerosas  tropas  contra  los 
mismos  enemigos ,  lo  cual  prueba  que  aquellos  cristianos  de  las  montañas ,  tan 
despreciados,  eran  los  mas  constantes  y  terribles  enemigos  de  los  Agarenos. 

Como  un  agradable  alivio,  dice  Lafuente  (4),  á  la  fatigosa  narración  de  tan- 
tas guerras,  se  presenta  aquí  un  corto  episodio  del  reinado  del  segundo  Abder- 
rahman ,  que  aprovechamos  con  gusto  ,  porque  al  propio  tiempo  que  nos  infor- 


(1)  Caid  ,  propiamente  conductor. 

(2)  La  forma  y  el  nombre  de  la  espada  eran  tan  numerosos  y  diversos  ,  tenían  tantos  sinóni- 
mos entre  los  antiguos  Árabes,  que  uno  de  sus  autores  (Mohamed  ben  Ali)  compuso  un  libro  expre- 
samente para  este  objeto  con  el  nombre  de  Esma  el  Saif,  de  los  Nombres  de  la  Espada. 

(3)  Conde,  P.  2.a,  c.  XL. 

(4)  Lafuente,  P.  2.a,  1.  I,  c.  XI. 

tomo  ii.  58 


825, 


458  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

ma  de  las  ocupaciones  pacíficas  de  los  príncipes  musulmanes ,  nos  proporciona 
ir  conociendo  por  los  hechos  el  carácter  galante  y  caballeresco  de  nuestros  do- 
minadores de  Oriente.  En  este  tiempo  mandó  el  rey  Abderrahman  ,  refiere  Con- 
de ,  construir  hermosas  mezquitas  en  Córdoba  ,  y  en  ellas  puso  fuentes  de  már- 
mol y  de  varios  jaspes ,  y  trajo  á  la  ciudad  aguas  dulces  desde  los  montes  con 
encañados  de  plomo ,  y  la  llenó  de  fuentes  y  edificó  baños  públicos  de  mucha  co- 
modidad ,  y  abrevaderos  y  grandes  pilas  para  las  caballerías.  Edificó  alcázares 
en  las  ciudades  principales  de  España,  reparó  los  caminos  y  construyó  las  rusa- 
fas  á  orillas  del  rio  de  Córdoba  :  dotó  las  madrisas  ó  escuelas  de  muchas  ciuda- 
des y  mantenía  en  la  de  Córdoba  trecientos  niños  huérfanos.  Las  horas  que  hur- 
taba á  los  negocios  graves  del  Estado  ,  se  entretenía  con  los  sabios  y  buenos  in- 
genios que  habia  en  su  corte,  que  eran  muchos gustando  de  informar- 
se de  las  costumbres  de  los  reyes  infieles  y  de  los  pueblos  y  ciudades  que  aque- 
llos habían  visto.  Habia  hecho  hagib  al  wali  de  Sidonia  Aben  Gamrí ,  y  con  este 
sabio  caudillo  solía  jugar  al  jahtrang  ó  al  ajedrez  ,  que  era  de  los  mas  diestros 
jugadores  que  en  aquel  tiempo  se  celebraban  ,  y  competía  con  él  Abderrahman 
á  este  juego  con  grandes  apuestas  de  joyas  muy  preciosas.  Era  en  extremo  libe- 
ral y  dadivoso  ,  y  gastaba  mucho  con  sus  esclavas ,  pagando  sus  gracias  y  sus 
mas  cortos  obsequios  con  joyas  inestimables.  Cuenta  Ibrahim  el  Catib  y  otros 
que  un  dia  regaló  á  una  niña  esclava  suya ,  muy  linda  y  preciosa  ,  un  collar  de 
oro  ,  perlas  y  piedras  de  valor  de  diez  mil  dinares  ó  doblas  de  oro  ,  y  como  al- 
gunos wazires  de  su  confianza  que  estaban  presentes  encareciesen  tan  sobresa- 
liente dádiva  ,  diciendo  que  aquel  collar  era  joya  de  las  que  ennoblecían  el  teso- 
ro real ,  y  podían  servir  en  un  apuro  ó  vicisitud  de  fortuna  ,  Abderrahman  les 
dijo  :  «  Me  parece  que  os  deslumhra  el  brillo  del  collar  y  la  estimación  imagina- 
«  ria  que  dan  los  hombres  á  la  rareza  de  estas  pedrezuelas  y  á  la  figura  y  linde- 
«  za  de  sus  perlas ;  pero  ¿  qué  tienen  que  ver  con  la  hermosura  y  gracia  de  la 
«  humana  perla  que  Dios  ha  criado  ?  Su  resplandor  encanta  los  ojos  de  quien  la 
«  mira  ,  y  arrebata  y  desmaya  los  corazones  :  las  mas  bellas  perlas,  los  jacintos 
«  y  esmeraldas  mas  preciosas  que  ofrece  la  naturaleza  en  su  especie  ,  no  delei- 
te tan  así  los  ojos  ni  los  oidos  ,  no  tocan  el  corazón  ni  recrean  el  ánimo  ;  y  así  me 
«  parece  que  Dios  ha  puesto  en  mis  manos  estas  cosas  para  que  yo  las  cié  su 
«  propio  destino  ,  y  sirvan  de  adorno  y  gargantilla  á  esta  preciosa  muchacha.  » 
Sin  embargo  ,  para  subvenir  á  los  gastos  de  la  guerra  y  á  su  fausluosa  libe- 
ralidad ,  Abderrahman  habia  aumentado  considerablemente  los  pechos  y  tribu- 
tos ,  y  las  grandes  ciudades  sobre  todo  hacían  oír  amargas  quejas  contra  seme- 
jantes vejaciones.  En  los  grandes  centros  de  población  los  cristianos  eran  nume- 
rosos ,  y,  á  lo  que  parece,  no  dejaban  de  tener  comunicación  con  lo  restante  de 
Europa;  muchos  que  se  dedicaban  al  comercio  pasaban  de  España  á  las  Galias,  á 
Germania  y  hasta  á  la  isla  de  los  Bretones  (1),  y  por  escrito  ó  de,  viva  voz  su 
descontento  contra  el  emir  de  Córdoba  llegaba  y  despertaba  eco  en  la  otra  par- 
te de  los  Pirineos.  Los  Judíos,  numerosos  también  en  las  capitales  del  imperio, 
andaban  igualmente  desazonados,  y  con  lodos  los  demás  no  podían  tolerar  que 


(1)    Eulogio  habla  en  sus  cartas  de  un  su  hermano,  natural  de  Córdoba  ,  que  ejercia  entonces 
el  comercio  en  Maguncia. 


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CAP.    XI.— ESPAÑA   ÁRABE.  459 

el  emir  estuviera  ganando  fama  de  espléndido  y  generoso  exigiéndoles  mayores 
tributos  de  lo  acostumbrado.  La  ciudad  de  Mérida  faabia  tenido  que  sufrir  parti- 
cularmente por  las  necesidades  y  la  esplendidez  del  príncipe.  El  azaque  (1)  ha- 
bía extendido  de  dia  en  día  sus  pretensiones  á  mayor  número  de  objetos ,  pues 
limitado  en  un  principio  á  los  frutos  de  la  tierra  y  á  las  crias  de  los  ganados,  era 
preciso  pagarlo  ya  de  casi  todas  las  cosas.  No  causaba  menos  disgusto  la  contri- 
bución mantenida  sobre  ciertos  artículos  de  primera  necesidad  ,  causa  principal 
de  la  sublevación  del  arrabal  de  Córdoba  en  tiempo  de  Alhakem  ,  y  todo  esto  ha- 
cia que  el  descontento  fuese  general  y  profundo.  Semejante  esiado  de  cosas  llegó 
á  noticia  de  Luis  el  Pió  ,  ya  estuviera  algún  eclesiástico  en  correspondencia  es- 
crita con  un  amigo  habitante  en  la  Galia  ó  en  la  Frankia,  ya  le  hubiese  instruido 
verbalmente  de  ello  un  mercader  viajero  salido  entonces  de  Andalucía. 

El  emperador  conoció  la  utilidad  que  podría  reportar  de  esta  situación  de 
los  ánimos ,  y  deseoso  de  suscitar  al  Moro  cuantos  obstáculos  y  tropiezos  le  fue- 
sen posibles,  escribió  á  los  Meridanos  la  siguiente  caria  : 

«  En  nombre  del  Señor  Dios  y  de  nuestro  Salvador  Jesucristo ,  Luis ,  por 
disposición  de  la  Providencia  divina  ,  emperador  augusto ,  á  los  primados  y  á 
todo  el  pueblo  de  Mérida  ,  salud  en  el  Señor  (2). 

«  Hemos  sido  informados  de  vuestra  tribulación  y  de  las  vejaciones  que  su- 
frís de  parte  de  vuestro  cruel  rey  Abderrahman,  cuya  codicia  no  cesa  de  oprimi- 
ros. Lo  mismo  hacia  su  padre  Abulaz ,  el  cual  os  sobrecargaba  de  tribuios  que 
no  debíais  satisfacer  ,  convirliendo  así  á  los  amigos  en  enemigos ,  y  á  los  servi- 
dores leales  en  rebeldes.  Gomo  su  padre  ,  quiere  ahora  Abderrahman  privaros 
de  vuestra  libertad ,  cargaros  de  pechos  é  injustos  tributos  ,  vejaros  y  humilla- 
ros ;  pero  nos  consta  también  que  ,  como  es  propio  de  hombres  fuertes ,  habéis 
rechazado  siempre  vigorosamente  las  injusticias  de  vuestros  inicuos  reyes,  y  re- 
sistido con  valor  á  su  avaricia  y  avidez.  Por  tanto  ,  para  consolaros  y  exhortaros 
á  que  perseveréis  defendiendo  vuestra  libertad  contra  los  ataques  de  vuestro 
cruel  monarca  ,  y  resistiendo,  como  hasta  aquí  lo  habéis  hecho  ,  á  su  dureza  y 
tiranía,  os  dirigimos  la  presente  carta.  Y  como  este  mismo  rey  es  tan  adversario 
y  enemigo  nuestro  como  vuestro  ,  os  proponemos  combatir  de  concierto  contra 
él.  Nuestra  intención  con  el  auxilio  de  Dios  Todopoderoso  es  enviar  un  ejército  á 
nuestra  Marca  ,  llegado  que  sea  el  verano  próximo ,  y  tenerle  allí  á  vuestra  dis- 
posición. Si  Abderrahman  y  sus  soldados  intentan  marchar  contra  vosotros,  nues- 
tro ejército  se  lo  impedirá  atrayéndolos  hacia  sí ,  y  sus  fuerzas  nada  podrán  con- 
tra vosotros.  Os  aseguramos  además  que  si  queréis  separaros  de  Abderrahman 
y  daros  á  nosotros ,  os  volveremos  vuestra  antigua  libertad  íntegra  y  plena  y  os 
mantendremos  libres  de  todo  censo  y  tributo.  Vosotros  mismos  escogeréis  la  ley 
bajo  la  cual  queráis  vivir  ,  y  os  trataremos  en  todo  como  amigos  y  compañeros, 


(1)  El  azaque  6  la  purificación  era,  según  la  ley,  un  don  obligatorio  para  el  servicio  de  Dios,  y 
un  seguro  medio ,  según  las  ideas  musulmanas ,  para  conservar  y  aumentar  los  demás  bienes :  es, 
dice  Conde ,  el  diezmo  de  todos  los  frutos  de  siembra,  plantío  y  cria  de  ganados  ,  de  los  productos 
del  comercio  y  de  la  industria  ,  del  beneficio  de  las  minas  é  invención  de  tesoros. 

(2)  Hludovicus  ,  divina  ordinante  Providentia  ,  imperator  augustus  ,  ómnibus  primatibus  et 
cuncto  populo  Emeritano ,  in  Domino  salutem. 


460  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

6  h  G'  honrosamente  confederados  para  la  defensa  de  nuestro  imperio.  Os  deseamos 
salud  en  Jesucristo. » 

En  tanto  que  Luis  el  Pió  suscitaba  así  enemigos  interiores  á  Abderrahman , 
este  iba  á  hallar  auxiliares  y  aliados  en  las  fronteras  y  en  el  seno  mismo  del  im- 
perio ,  y  un  levantamiento  de  los  propios  subditos  de  Luis  precedió  en  efecto  en 
la  Marca  española  al  que  el  emperador  previera  y  fomentara  desde  tan  lejos 
contra  su  adversario  por  medio  de  su  carta  á  los  habitantes  de  Mérida.  El  jefe  de 
esta  rebelión,  que  acabó  de  complicar  la  situación  ya  muy  crítica  de  los  Francos 
en  la  Marca  gótica  ,  llamábase  Aizon  ,  y  de  él  solo  se  sabe  que  era  Godo  ,  cir- 
cunstancia que  no  ha  de  perderse  de  vista  por  la  razón  que  luego  diremos.  Go- 
bernador de  la  Guiena  ,  y  preso  después  en  el  palacio  del  emperador  por  ciertos 
excesos  cometidos  en  su  gobierno  ,  huyó  de  su  cárcel  al  llegar  el  otoño ,  y  diri- 
giéndose á  la  frontera  española  ,  encontróse  luego  al  frente  de  un  partido  nume- 
826,  roso  qUe  |e  permitió  apoderarse  de  Ansona  ,  vencer  á  cuantos  se  atrevieron  á  re- 
sistirle y  poner  guarnición  en  los  castillos  y  fortalezas  de  que  pudo  apoderarse. 
Una  ciudad  que  la  historia  llama  Roda  ,  que  es  probablemente  la  del  Ter,  en  la 
comarca  de  Vich,  quiso  defenderse  de  sus  armas  y  fué  destruida  hasta  en  sus  ci- 
mientos. Luis  supo  estos  sucesos  mas  allá  del  Rhin,  en  la  dieta  de  Seltz  á  media- 
dos del  mes  de  octubre  ,  y  dijéronle  también  que  Aizon  ,  para  robustecer  mas  su 
partido  y  resistir  mejor  á  los  Francos ,  habia  enviado  á  Córdoba  uno  de  sus  her- 
manos solicitando  el  auxilio  de  Abderrahman,  quien  al  momento  habia  puesto  á 
su  disposición  un  ejército. 

Marchaba  este  á  las  órdenes  de  Obeidalah,  hermano  de  Esfah  y  de  Cassim. 
El  godo  Wil  Mund  ó  Vigemundo,  hijo  de  Bara  ,  el  gobernador  de  Barcelona  des- 
terrado á  Rúan,  no  despreció  ocasión  tan  propicia  de  tomar  venganza  de  los  ene- 
migos de  su  padre  y  se  unió  á  los  rebeldes,  lo  cual  hubo  sin  duda  de  ser  parti- 
cipado á  Luis  en  la  misma  dieta  de  Seltz. — «Aunque  muy  afectado  por  estas 
noticias,  dicen  los  historiadores  francos,  creyó  sin  embargo  no  haber  de  empren- 
der cosa  alguna  con  precipitación  y  antes  de  oir  sobre  ello  la  opinión  de  su  con- 
sejo (1).» 

Reunidos  los  Árabes  y  los  partidarios  de  Aizon,  Godos  probablemente  como 
él,  penetraron  en  Cerdafía,  sembrando  á  su  paso  la  devastación  y  el  incendio  (2). 
Rindiéronseles  muchos  castillos,  que  hasta  entonces  se  habían  resistido,  y  engro- 
saron sus  filas  con  muchos  descontentos  de  la  dominación  franca,  que  eran  en 
gran  número  en  aquellas  montañas  (3).  En  tanto  el  emperador  Luis,  después  de 
oir  á  su  consejo,  habia  decidido  enviar  contra  Aizon  y  los  Árabes  un  numeroso 
ejército  que  pudiera  vencerlos  en  una  sola  campaña;  antes,  empero,  quiso  que 
partieran  enviados  que  probaran  someter  á  los  rebeldes  por  pacíficas  vias,  en- 
viados que  fueron  el  abad  Elisacar,  su  canciller,  y  dos  condes,  Hildebrando  y  Do- 
nato. A  su  llegada,  encontraron  estos  toda  la  marca  gótica  en  poder  de  los  insur- 
rectos ó  de  sus  aliados  los  Árabes ,   excepto  Barcelona  y  Gerona,  donde  el  conde 


(1)  Anón.  Astron.,  Vit.  Hlud.  Pii. 

(2)  Junctique  Sarracenis,  Cerritaniam  et  Vallensem  rapinis  atque  incendiis  quotidie  infecta- 
bant  (Eginh.  Anna].,  ad  ann.  827). 

3)    Pluriunque  etiam  á  nobis  deücerent,  et  eorum  se  societate  conferrent  (Anón.  Astron.,  1.  c). 


CAP.    XI. — ESPAÑA  ÁRABK.  461 

Bernardo  habia  concentrado  sus  fuerzas.  Los  tres  delegados  imperiales  hicieron 
vanos  esfuerzos  para  volver  al  país  bajo  la  obediencia  del  emperador,  pero  solo 
lograron  sostener  el  decaído  ánimo  de  los  Francos  por  medio  de  promesas  de  pró- 
ximo socorro.  Sabian  en  efecto  que  imponentes  fuerzas,  al  mando  de  Pepino,  rey 
de  Aquitania,  y  de  dos  leudos  del  emperador,  Matfriedo  y  Hugo,  se  habían  puesto 
en  marcha  contra  los  enemigos.  Esto  hizo  que  Aizon  solicitara  nuevos  refuerzos  de 
Abderrahman,  y  en  efecto  otras  tropas  de  Córdoba,  la  guardia  pretoriana  del  rey 
de  los  Sarracenos ,  según  dice  el  anónimo  astrónomo ,  habíanse  reunido  con  las 
que  peleaban  con  Aizon.  A  lo  que  parece,  fué  él  mismo  á  buscarlas  á  Córdoba, 
pues  las  llevó,  dice  el  autor  citado ,  junto  con  Abumaruan,  su  jefe  (Abu  Meruan 
sin  duda),  á  Zaragoza,  y  desde  Zaragoza  á  Barcelona. 

En  esto  llegó  el  ejército  franco,  pero  ni  un  solo  momento  se  encontró  en 
los  lugares  donde  el  enemigo  reclamaba  su  presencia.  La  tropa  de  Abu  Meruan 
atravesó  y  devastó  en  todas  direcciones  los  territorios  de  Barcelona  y  de 
Gerona  sin  encontrar  á  nadie  que  se  opusiera  á  su  paso ,  reunió  muchos  des- 
pojos y  cautivos,  y  se  retiró  hacia  Zaragoza  sin  ser  hostilizada  y  á  pequeñas  jor- 
nadas. Semejante  conducta  de  los  caudillos  francos  fué  justamente  considerada 
como  una  traición  (cuya  causa  era,  al  parecer,  el  odio  que  profesaban  los  jefes  del 
ejército  al  gobernador  de  Barcelona,  Bernardo),  y  los  cronistas  todos  de  la  época 
deploran  esta  campaña  como  muy  afrentosa  para  las  armas  francas.  Los  fenó- 
menos celestes  que  en  aquel  entonces  se  observaron  no  dejaron  de  prestarles  ma- 
teria para  singulares  reflexiones :  viéronse  en  el  cielo,  dicen,  extraños  prodigios, 
como  fatales  presagios  que  los  hechos  confirmaron  (1). 

En  febrero  del  siguiente  año,  reunióse  un  plaid  en  Aquisgran  en  el  que  se  M7 
examinó  con  gran  calor,  según  el  biógrafo  de  Luis  el  Pió,  «la  causa  de  aquellos 
capitanes  acusados  de  haberse  portado  cobarde  y  vergonzosamente  en  la  última 
guerra  hecha  en  la  frontera  de  España.  Después  de  un  detenido  examen,  quedó 
justificado  que  los  jefes  á  quienes  el  emperador  confiara  el  mando  eran  los  úni- 
cos autores  de  todo  el  daño,  y  en  su  consecuencia  fueron  castigados  con  la  priva- 
ción de  sus  empleos  (2).  » 

Hablábase  entonces  con  gran  insistencia  de  una  formidable  expedición  pro- 
yectada contra  la  Aquitania  por  Abderrahman,  para  la  cual  en  efecto  reunía  este 
numerosas  tropas,  y  esta  voz  fué  causa  de  que,  reunido  otro  plaid  en  junio  del 
mismo  año,  se  resolviese  el  envió  de  un  ejército  á  los  Pirineos ,  bajo  el  mando  de 
Lotario,  hijo  primogénito  del  emperador,  y  de  su  hermano  Pepino,  rey  de  Aqui- 
tania. 

Todo  estaba  ya  dispuesto,  y  ambos  reyes  se  encontraban  en  León  de  Francia 
prontos  á  emprender  la  marcha,  cuando  un  incidente  interior  vino  á  trastornar 
los  planes  de  Abderrahman  y  á  hacer  inútil  la  marcha  del  ejército  franco.  De 
León  fuerza  nos  es  ahora  trasladarnos  á  Andalucía. 

El  descontento  de  los  Meridanos  acababa  de  estallar.  Abderrahman  se  dis- 
ponía para  marchar  á  la  frontera  de  los  Francos  donde  Muhamad  ben  Abdelsalem, 
que  habia  sido  wazir  del  emir  anterior,  le  habia  precedido  á  la  cabeza  de  la  ca- 


k.  deJ.  C. 


(4)    Eginh.  Annal.;  Anón  Astron.,  etc. 
(2)    Anón.  Astron. 


462  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

ballería  de  su  guardia,  cuando  un  inesperado  levantamiento  de  los  de  Mérida, 
dice  la  crónica,  suspendió  la  partida.  El  rigor  excesivo  de  los  oficiales  del  walí 
de  aquella  capitanía  en  las  cobranzas  de  las  reñías  del  azaque  dio  ocasión  al  des- 
contento y  sublevación  de  los  moradores ,  según  confesión  de  un  escritor  árabe, 
particularmente  adicto  á  los  Ommíadas.  Las  previsiones  de  Luis  el  Pió  habian 
quedado  realizadas.  Era  el  principal  instigador  de  la  rebelión  cierto  Mahomed 
ben  Abdelgebir,  recibidor  de  rentas  que  habia  sido  durante  el  emirato  de  Alhakem, 
y  destituido  de  su  empleo,  á  lo  que  se  dice,  por  haberse  declarado  al  principiar 
el  reinado  de  Abderrahman  en  favor  de  su  competidor  Abdaliah.  El  pueblo  amo- 
tinado acometió  con  furor  las  casas  de  los  wazires,  y  el  walí,  que  se  llamaba 
Aben  Mafot ,  solo  con  la  fuga  pudo  librarse  de  la  muerte.  Mahomed  y  los  mas 
osados  se  apoderaron  del  mando,  repartieron  armas,  vestidos  y  dinero  á  la  gente 
menuda,  sin  distinción  de  creencias,  y  se  prepararon  para  la  defensa  de  aquel 
violento  y  tumultuario  gobierno.  Por  mucho  empeño  que  pongan  los  historiado- 
res árabes  en  disimularlo,  parece  que  la  gravedad  ó  importancia  de  aquella  re- 
belión no  puede  ponerse  en  duda,  y  esto  hace  comprender  como  renunció  el  emir 
á  la  realización  de  sus  grandes  planes,  que  consistían  en  devolver  al  imperio  sus 
antiguos  límites  hasta  la  cordillera  pirenaica.  Las  tropas  destinadas  á  guerrear 
contra  los  Francos  recibieron  orden  de  dirigirse  á  Mérida,  y  el  walí  de  Toledo 
Abdelruf  ben  Abdelsalem  recibió  el  mando  en  jefe  de  la  expedición.  Llegada  esta 
delante  de  Mérida,  las  tropas  destruyeron  muchos  edificios  y  casas  de  campo, 
talaron  la  huerta  y  estragaron  la  tierra,  males  que  Abderrahman  no  quería,  al 
decir  de  sus  biógrafos,  y  por  los  cuales  reprendió  al  general  Abdelruf,  á  quien 
prohibió  al  mismo  tiempo  tratar  la  plaza  en  caso  de  tomarla  con  los  honores  or- 
dinarios de  la  guerra.  Abdelruf  sin  embargo,  se  hallaba  aun  muy  distante  de 
poder  poner  en  planta  estas  instrucciones,  pues  Mérida  no  era  plaza  que  se  to- 
mase fácilmente,  y  mas  de  cuarenta  mil  hombres  armados  llenaban  sus  muros. 
El  sitio  se  prolongaba  hacia  muchos  meses ,  y  los  Meridanos  sufrían  con  impa- 
ciencia las  privaciones  y  fatigas  que  á  él  iban  anexas.  Entre  los  defensores  de  la 
ciudad  no  todos  respetaban  las  propiedades  de  los  habitantes,  sino  que  miraban  las 
casas  de  los  mercaderes  y  gente  rica  como  legítima  presa  y  premio  de  su  valor  y 
atrevimiento. — «En  tan  triste  situación,  dice  la  crónica,  los  buenos  muslimes,  y 
aun  los  que  por  aborrecimiento  á  los  gobernadores  ó  por  vanos  deseos  de  novedad  y 
mudanza  se  habian  holgado  neciamente  de  sus  propios  peligros,  anhelaban  ahora 
por  restablecer  la  obediencia  y  el  orden,  únicos  apoyos  de  la  pública  seguridad. 
Valiéronse  para  esto  de  la  honrada  juventud,  que  a  su  pesar  andaba  armada  entre 
los  amotinados,  y  acordaron  que,  saliendo  de  noche  algunos  de  los  mas  principales 
al  campo  de  los  cercadores,  ofreciesen  al  walí  Abdelruf  franquear  en  hora  con- 
venida algunas  puertas  y  torres  para  que  las  tropas  del  rey,  apoderadas  de  ellas, 
arrojasen  de  la  ciudad  á  los  rebeldes  y  malhechores.  Así  se  logró  aprovechando 
las  tinieblas  de  la  noche:  seis  nobles  mancebos  salieron  secretamente  de  Mérida, 
y  se  presentaron  á  Abdelruf  con  quien  convinieron  en  la  hora  y  señal  para  abrir 

las  puertas  en  la  siguiente  noche El  walí  dio  órdenes  muy  rigurosas  á  la 

caballería  que  habia  de  correr  las  calles  al  entrar  en  la  ciudad  para  que  no  hi- 
ciese mal  sino  á  la  chusma  que  se  opusiera  armada ,  y  mandó  á  la  gente  de  á 
pié  que  ocupara  las  murallas  y  las  plazas  sin  apartarse  ninguno  de  sus  banderas, 


A.  de  J.  G 


CAP.    XL— ESPAÑA  ÁRABE.  4C3 

manifestando  á  los  caudillos  la  voluntad  del  rey  en  el  castigo  de  los  rebeldes.  Ve- 
nida la  noche  y  su  tercera  vela,  se  acercaron  con  silencio  al  muro  las  gentes  de 
Toledo,  abriéronse  las  puertas  y  las  tropas  las  ocuparon  sin  dificultad.  Al  des- 
puntar de  la  aurora  fué  general  el  espanto  y  la  sorpresa  de  los  revoltosos  de  Mé- 
rida  y  del  común  de  los  habitantes:  la  caballería  de  Abderrahman  corría  las  ca- 
lles persiguiendo  á  la  multitud;  muchos  dejaban  Henos  de  terror  las  armas,  y  to- 
dos inciertos  corrían  á  todas  partes.  Los  caudillos  de  la  rebelión  se  salvaron  entre 
el  tropel  de  los  fugitivos,  y  al  mediodía  la  ciudad  estaba  ya  libre  de  ellos.  Que- 
daron muertos  en  las  calles  como  setecientos  ,  y  toda  la  multitud  desapareció, 
oculta  en  la  ciudad  ó  fugitiva  en  los  campos  (1).»  Mohamed  se  refugió  en  Gali- 
cia, según  antes  hemos  visto,  y  después  que  Abdelruf  hubo  sosegado  los  ánimos 
de  los  vecinos  pacíficos,  avisó  al  emir  del  allanamiento  de  la  ciudad.  A  los  po- 
cos días  un  indulto  general  de  Abderrahman  acabó  de  disipar  el  temor  del  cas-  8¿8 
ligo  que  á  muchos  inquietaba. 

Apenas  había  tenido  tiempo  Abderrahman  para  celebrar  tan  agradable  acae- 
cimiento ,  cuando  tuvo  aviso  de  igual  inquietud  y  alboroto  en  Toledo.  « La  po- 
blación de  esta  ciudad  era  grande ,  dice  Conde ,  y  habia  en  ella  muchos  cristia- 
nos y  judíos  muy  ricos ,  gentes,  aunque  sometidas ,  enemigas  de  los  muslimes 
que  por  señores  los  aborrecían  ,  y  á  su  propio  riesgo  suscitaban  desavenencias  y 
se  alegraban  del  mal  del  estado  (2).  »  Los  sediciosos  hallaron  un  caudillo  cual 
ellos  le  querían  :  Hixem  el  Aliki ,  mancebo  muy  rico  de  Toledo,  con  deseos  de 
venganza  (3),  procuraba  suscitar  un  levantamiento  popular  contra  el  wali  de  la 
ciudad,  Aben  Mafot  ben  íbrahim.  A  este  fin  esparció  mucho  dinero  entre  la  gen- 
te pobre  ,  ganó  á  los  Berberíes  de  la  guarda  del  alcázar,  y  todo  lo  tenia  prepara-  . 
do  esperando  ocasión  oportuna.  Un  suceso  inesperado  ,  cual  fué  la  prisión  de  uno 
de  los  conjurados ,  fué  causa  de  que  se  anticipase  el  rompimiento  :  los  partida- 
rios de  Hixem  se  apoderaron  del  alcázar ,  y  dieron  muerte  y  arrastraron  por  las 
calles  á  los  ministros  y  guardias  fieles  que  quisieron  oponerse  á  sus  violencias, 
«  y  toda  la  ciudad ,  dice  el  autor  árabe  á  quien  traduce  Conde  ,  manifestó  ale- 
grarse de  ver  arrastrados  por  la  plebe  los  ministros  de  su  opresión. »  El  wali 
Aben  Mafot  estaba  en  el  campo,  y  esta  fué  su  fortuna  ,  y  avisado  del  motín  y  de 
las  muertes  ,  se  retiró  á  Calat-Rahba  ,  avisando  antes  al  emir  lo  que  habia  suce- 
dido. Abderrahman  dispuso  al  momento  que  con  parte  de  la  caballería  de  su 
guardia  saliera  su  hijo  Omeya  á  reunirse  con  el  wali  Aben  Mafot  á  castigar  á  los 
rebeldes  de  Toledo  ,  quienes,  después  de  aclamará  Hixem  por  su  caudillo,  fue- 
ron bastante  audaces  para  salir  al  encuentro  de  las  tropas  que  contra  ellos  se  en- 
viaban. La  manera  vaga  y  oscura  con  que  las  crónicas  árabes  refieren  los  hechos 
sucesivos ,  parece  indicar  que  la  victoria  favoreció  varias  veces  las  banderas  de 
los  sediciosos. — «Encontráronse  estas  huestes ,  dicen  ,   pelearon  con  varia  for- 


(i)    Conde,  P.  2.a,  c.  XLI. 

(2)  Id.,  c.  XLII. 

(3)  Esta  es  la  ordinaria  vaguedad  con  que  escriben  los  autores  árabes.  ¿  De  qué  quería  ven- 
garse Hixem  el  Atiki  ?  El  historiador  Romey  dice  que  quizás  se  hallaba  irritado  por  la  muerte  6 
prisión  de  su  padre,  de  un  hermano  ó  de  un  amigo  en  la  época  de  la  horrible  celada  de  Amru.  D© 
todos  modos,  es  este  un  punto  sobre  el  cual  reina  gran  incertidumbre. 


461  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  tuna,  y  lograron  algunas  victorias  que  aumentaron  su  orgullo  y  esperanzas  (1). » 
De  esto  parece  poder  deducirse  que  el  hijo  del  emir  fué  vencido  en  distintos  en- 
cuentros por  Hixem  el  Atiki,  quien ,  como  tendremos  ocasión  de  ver,  supo  man- 
tener su  autoridad  de  hecho  y  defenderla  por  espacio  de  nueve  años  contra  el 
emir  y  sus  mejores  generales. 

«  Entre  tanto  la  ciudad  de  Mérida ,  continúa  la  crónica  ,  gobernada  por  el 
wali  Abdelruf,  manifestaba  estar  contenta  en  la  calma  de  la  obediencia,  del  orden 
y  de  la  buena  policía.  Recogió  Abdelruf  á  los  pobres  ,  dio  ocupación  á  los  ocio- 
sos ,  persiguió  á  los  vagabundos ,  mandó  velar  á  los  cadíes  para  evitar  y  preve- 
nir las  maquinaciones  de  los  malos ,  puso  gran  recaudo  en  los  depósitos  de  ar- 
mas ,  y  hacia  rondar  las  calles  de  dia  y  de  noche  por  partidas  de  caballería,  ha- 
biendo establecido  guardias  permaneníes  en  las  plazas  y  barrios  de  mucha  con- 
currencia (2).  »  Todo  esto  supone  un  estado  violento  ,  y  no  tardaremos  en  ver  el 
fin  que  el  mismo  tuvo. 

832.  Tres  años  habían  pasado  sin  que  los  generales  del  emir  hubiesen  podido 
obtener  ningún  triunfo  señalado  contra  los  rebeldes  de  Toledo  ,  cuando  en  el  año 
217  (832),  Omeya,  hijo  de  Abderrahman,  pudo  hacerlos  caer  en  una  celada  á 
orillas  del  Alberche  ,  causando  en  sus  filas  gran  matanza  y  obligando  á  los  res- 
tantes á  refugiarse  en  la  ciudad,  cuyos  fuertes  muros  les  dieron  medio  de  conti- 

833.  nuar  en  su  rebelión.  Llegado  el  siguiente  año  ,  las  tropas  de  Mérida,  mandadas 
por  el  wali  Abdelruf ,  pelearon  con  los  de  Toledo  en  los  campos  Maghazul ,  sa- 
liendo estos  completamente  derrotados ;  esto  no  obstante  ,  no  se  rindió  todavía 
la  ciudad  ,  en  cuyo  recinto  se  ampararon  los  que  sobrevivieron  al  desastre. 

Por  aquel  tiempo  reprodújose  la  rebelión  de  Mérida,  y  esta  vez  marchó  Ab- 
derrahman en  persona  para  reprimirla  ;  pero  ya  los  habitantes  habían  llama- 
do á  los  bandidos  y  malhechores  que  andaban  por  tierras  de  Lisboa  ,  acaudilla- 
dos por  el  rebelde  Mahomed  ben  Abdelgebir.  Estas  bandas  de  descontentos  ,  á 
quienes  las  crónicas  árabes  califican  con  la  dureza  antes  dicha  ,  introdujéronse 
poco  á  poco  en  la  ciudad  ,  y  aprovechando  la  ausencia  de  Abdelruf,  ocupado  en- 
tonces delante  de  Toledo  ,  acometieron  de  noche  las  guardias  de  las  puertas. 
Dueños  de  ellas ,  de  los  depósitos  de  armas  y  vestidos  ,  repartiéronlo  todo  entre 
la  gente  menuda  del  pueblo  ,  y  se  entregaron  á  las  violencias  y  excesos  acostum- 
brados. En  tanto  Abderrahman  habia  visto  engrosadas  sus  tropas  al  llegar  á  Ain- 
Coboxi  (la  fuente  de  los  carneros)  con  las  fuerzas  de  los  alcaides  y  walies  á  quie- 
nes habia  convocado  ,  y  pasado  revista  de  la  hueste  ,  hallóse  al  frente  de  ciento 
veinte  banderas  con  cuarenta  mil  hombres  (3).  Habló  el  rey  álos  caudillos ,  dice 
la  crónica  musulmana  ,  y  les  mandó  que  hiciesen  la  guerra  como  contra  herma- 
nos seguidores  de  una  misma  creencia  ,  que  en  el  momento  que  volviesen  brida 
y  huyesen,  ya  no  eran  sus  contrarios,  sino  hijos,  y  hermanos  extraviados  y  regi- 
dos de  mal  consejo,  que  convenia  desarmarlos  y  darles  otro  castigo  que  la  muer- 
te ,  de  que  solo  eran  dignos  los  promovedores  de  la  rebelión  (4).  Llegado  delán- 

(1)  Conde,  P.  2.a,  c.  XLII. 

(2)  Id.,  1.  c. 

(3)  Cada  bandera  constaría  de  380  hombres. 

(4)  Así  lo  practicaban  los  musulmanes  en  sus  guerras  civiles  desde  la  lucha  entre  Alí  y  Moa- 
viah,  bajo  el  nombre  de  costumbre  de  Alí. 


CAP.   XI. — ESPAÑA  ÁRABE.  465 

íe  de  Mérida ,  dispuso  el  emir  dar  varios  asaltos  á  la  plaza  ,  que  todos  fueron  va-  A  <1«-1  c 
nos  :  los  muros  de  Mérida,  romanos  en  parte  ,  habian  sido  flanqueados  de  torres 
después  de  la  conquista  ,  y  con  mucho  trabajo  se  derribaron  algunas ,  cavando 
sus  cimientos  y  sosteniéndolos  en  gruesos  leños  que  el  fuego  destruia.  Todo  es- 
taba dispuesto  para  entrar  la  ciudad  por  varias  partes ,  pero  el  rey,  que  deseaba 
evitar  la  matanza  y  las  calamidades  de  un  asalto  ,  mandó  arrojar  á  la  ciudad 
saetas  con  escritos  prometiendo  una  amnistía  general ,  de  la  cual  solo  estaban 
exceptuados  los  caudillos  á  quienes  nombraba.  Algunos  de  estos  escritos  cayeron 
en  manos  de  los  exceptuados  de  la  amnistía  ó  de  sus  amigos ,  pero  como  la  de- 
fensa era  imposible  ,  Mohamed  y  sus  cómplices  tomaron  la  fuga  ,  entregándose 
los  habitantes  á  merced  y  discreción  del  emir. 

Magnánima  y  generosa  fué  la  conducta  de  Abderrahman.  Al  excusarse  los 
principales  Meridanos  por  no  haber  podido  prender  á  los  caudillos  rebeldes,  cuén- 
tase que  les  dijo  :  «Doy  gracias  á  Dios  que  en  este  dia  de  complacencia  me  ha 
librado  del  disgusto  de  ajusticiarlos  y  mandarlos  matar  :  tal  vez  abrirá  Dios  los 
ojos  de  sus  entendimientos  y  volverán  de  su  locura  ,  y  si  no  lo  hacen  ,  Dios  me 
dará  poder  para  impedir  que  pertúrbenla  quietud  de  mis  pueblos  (1).»  Per- 
maneció el  emir  algunos  dias  en  Mérida  ,  y  mandó  levantar  las  fortalezas  derri- 
badas y  reparar  los  muros ,  aunque  algunos  le  aconsejaban  que  los  destruyera 
para  evitar  nuevas  rebeliones.  El  amil  ó  gobernador  de  la  provincia  quedó  en- 
cargado de  las  obras,  siendo  empleados  en  ellas  por  disposición  de  Abderrahman 
todos  los  pobres  de  la  ciudad. 

Continuaba  entretanto  la  guerra  contra  los  rebeldes  de  Toledo,  quienes  sos-  835. 
tuvieron  el  sitio  durante  tres  años  mas  (  hacia  seis  que  se  habian  sublevado) 
con  una  constancia  indecible,  haciendo  frecuentes  salidas  contra  los  walies  Aben 
Mafot  y  Abdeiruf.  Al  fin  estrechados  y  reducidos  á  lo  alio  de  la  ciudad,  les  fué 
forzoso  entregarse  por  no  perecer  de  hambre.  El  esforzado  Hixem  cayó  vivo,  pe-  838 
ro  herido  ,  en  poder  de  Abdeiruf,  y  este  mandó  cortarle  la  cabeza  ,  que  fué  col- 
gada de  un  garfio  en  la  puerta  de  Bab-Sagra  (2).    . 

Abdeiruf  entró  en  Toledo  en  223  (838),  y  mandó  publicar  una  amnistía  ge- 
neral conforme  á  las  órdenes  que  de  Abderrahman  habia  recibido.  Ocupóse  lue- 
go en  reparar  los  maltratados  muros ,  restableció  la  buena  policía  de  la  ciudad, 
y  separó  los  cuarteles  por  medio  de  puertas  para  mayor  seguridad  de  los  veci- 
nos. Poco  después  Abderrahman  confirmó  en  el  gobierno  de  Toledo  y  de  su  pro- 
vincia al  ilustre  waíi  Abdeiruf  y  llamó  á  Aben  Mafot  á  su  consejo  de  Estado  (3). 

Entonces  fué  cuando  los  Árabes  rompieron  otra  vez  las  hostilidades  contra 
los  cristianos  del  norte  de  la  Península  ,  por  haber  dado  estos  asilo  ,  según  he- 
mos dicho  en  el  capítulo  anterior  ,  al  desleal  Abdelgebir.  El  resultado  y  las  cir- 
cunstancias de  esta  lucha  quedan  ya  explicadas  en  el  lugar  designado. 

Mientras  esto  sucedía  en  Galicia,  habia  empezado  de  nuevo  la  guerra  en 
la  Marca  española  y  preciso  es  convenir  en  que  las  circunstancias  parecían  COn- 


tO    Conde,  P.  2.',  c.  XLIII. 

(2)  En  el  dia  Bisagra  por  corrupción  de  la  palabra  árabe  bab,  puerta,  y  de  la  latina  sacra, 
que  era  su  antiguo  nombre  en  tiempo  de  los  Godos. 

(3)  Conde,  P.  2.a,  c.  XLIII. 

TOMO  II.  g9 


466  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

jurarse  para  el  triunfo  de  las  armas  musulmanas .  Para  la  completa  inteligencia 
de  las  causas  é  incidentes  de  esta  guerra  y  de  los  hechos  subsiguientes,  pre- 
ciso nos  es  decir  aquí  algunas  palabras  acerca  de  los  Francos^  y  manifestar  la 
situación  en  que  se  hallaba  entonces  su  imperio. 

Hemos  visto  que  después  del  duelo  entre  Bara  y  Sunila,  Ludovico  el 
Pió  habia  dado  por  sucesor  al  primero  un  Franco  llamado  Bernardo,  hijo 
de  Guillermo  de  Tolosa,  cuyos  infortunios  nos  han  de  parecer  aun  mayores 
que  los  de  su  predecesor.  En  829,  después  que  auxiliado  por  varios  caba- 
lleros de  la  Marca  habia  el  conde  de  Barcelona  obligado  á  los  rebeldes  Ai- 
zon  y  Wil  Munt  á  refugiarse  á  Aquitania  ,  quedando  el  país  pacificado  ,  pero 
en  muchas  partes  despoblado  y  yermo,  Luis,  que  era  padrino  de  Bernardo,  lla- 
móle á  su  lado  y  le  nombró  camarlengo,  sin  quitarle  por  ello  el  gobierno  de  la 
Marca  gótica  que  comprendía  la  Septimania  y  el  condado  de  Barcelona.  Ya 
antes  habia  debido  de  ocupar  un  elevado  empleo  en  el  palacio  imperial,  pues 
en  823,  cuando  Judit,  la  segunda  esposa  de  Luis  el  Pió,  dio  á  luz  un  hijo,  que 
después  fué  emperador  con  el  nombre  de  Carlos  el  Calvo,  corrió  la  voz  de  que 
era  fruto  de  sus  intimidades  con  el  conde  Bernardo.  El  odio  que  á  este  profe- 
saban los  hijos  de)  emperador,  Lotario  y  Pepino,  junto  con  la  escasa  ó  ninguna 
autoridad  de  que  gozaba  el  anciano  y  caduco  Luis,  fué  causa  de  que  en  830 
tuviese  Bernardo  que  huir  de  la  corte  para  sustraerse  á  tanto  encono,  perdien- 
do poco  después  el  ducado  de  Septimania  y  no  quedándole  mas  refugio  que  la 
ciudad  de  Barcelona.  A  pesar  de  su  cariño  por  él,  el  emperador  le  privó  de  este 
último  cargo  en  832  en  virtud  de  nueva  acusación  de  sus  enemigos,  y  en  una  die- 
ta que  después  de  hechas  las  paces  con  sus  hijos  tuvo  Luis  en  Theudon  en  el 
año  referido,  pidió  Bernardo  licencia  para  disculparse  por  medio  del  duelo  del 
falso  crimen  que  se  le  imputaba.  Las  palabras  de  Bernardo  no  fueron  desmen- 
tidas por  acusador  alguno  y  por  lo  mismo  el  conde  quedó  absuelto.  Esto  no 
obstante  no  se  le  devolvió  el  gobierno  de  Barcelona  que  ejerciera  por  espacio 
de  doce  años,  y  que  pasó  á  Berenguer,  hijo  del  conde  Hunrico.  Este  murió  des- 
pués de  cuatro  años  de  gobierno  en  836,  y  Bernardo,  que  habia  recobrado  gran 
ascendiente  y  favor  en  la  corte  de  Luis,  fué  segunda  vez  nombrado  conde  de  Bar- 
celona y  de  la  Septimania,  con  mas  amplios  poderes  que  antes. 

Así  se  hallaban  las  cosas  en  838  en  la  Marca  gótica  cuando  Abderrah- 
man  juzgó  conveniente  llevar  á  ella  sus  pendones.  En  el  año  mencionado,  el 
emir  mandó  al  walí  de  Zaragoza  que  allegase  las  banderas  de  toda  la  España 
oriental  y  fuese  á  correr  las  tierras  de  Afranc  (1),  pareciendo  ser  el  objeto  de  esta 
guerra,  mas  que  apoderarse  del  territorio,  recoger  despojos  y  botin.  Obeidalah 
ben  A bd alian  y  su  walí  Aben  Abdelkerim  hicieron  por  espacio  de  dos  años  de- 
vastadoras excursiones  por  aquel  país  con  gran  espanto  de  los  cristianos,  y 
cierto  Muza,  gobernador  de  Tudela  de  Navarra  ,  penetró  en  Cerdaña  sembrando 
á  su  paso  la  desolación  y  el  terror  (2).  Esto  es  cuanto  nos  dicen  de  esta  guerra 
las  crónicas  arábigas.  La  debilidad  del  imperio  franco  que  no  curaba  por  cier- 
to el  moribundo  Luis,  y  que  sus  hijos  se  disputaban  entre  sí  como  una  presa, 


(4)    Conde,  P.  2.*,  c.  XLIV. 

(2)    Conde,  1.  c,  y  líaccary,  ms.  arab.  de  la  Bibl.  nac,  n.  704. 


CAP.    XI. — ESPAÑA  ÁRABE.  4=67 

favoreció  los  ataques  del  emir  de  Córdoba,  y  sin  duda  que  en  el  estado  de  a.  dej.c. 
confusión  en  que  se  hallaba  la  Marca  gótica,  trabajada  y  agitada  en  sentidos 
diversos  por  numerosos  partidos,  hubo  de  encontrar  en  ella  aliados  y  auxiliares, 
como  otra  vez  los  habia  ya  encontrado  y  como,  según  atestigua  la  historia,  los 
encontrará  mas  tarde.  Al  ver  al  imperio  débil  y  dividido,  atacáronle  los  Ara- 
bes  por  todas  partes,  así  por  tierra  como  por  mar.  «Las  naves  de  España,  dice 
Conde,  partieron  de  Tarragona  (1)  este  año,  y  juntas  con  las  que  habia  en  las 
islas  Yebisat  y  Mayoricas,  fueron  á  las  costas  de  Afranc,  aportaron  en  ellas, 
robaron  las  cercanías  de  Marsella,  y  tomaron  muchas  riquezas  y  cautivos  en 
los  arrabales  de  aquella  ciudad  (2).» 

Al  paso  que  el  imperio  de  Cario  Magno  se  debilitaba,  dice  Lafuente,  crecía 
en  importancia  el  hispano-sarraceno,  y  otra  vez  llegaron  á  Córdoba  enviados 
del  emperador  de  Constantinopla,  que  lo  era  entonces  Teófilo,  encargados  de 
pedir  á  Abderrahman  socorro  contra  el  califa  de  Oriente  Almoatesim.  Recibiólos 
el  emir  con  mucha  honra,  y  escribió  al  emperador  griego  que  luego  que  pudie- 
se desembarazarse  de  las  guerras  domésticas  que  le  ocupaban,  enviaría  sus 
naves  en  su  ayuda,  despidiendo  luego  á  los  embajadores  colmados  de  ricos 
presentes.  Es  de  advertir  que  al  propio  tiempo  que  el  emperador  griego  acudía 
á  Abderrahman  implorando  auxilio  contra  los  califas  abassidas  de  Asia,  estos 
mantenían  relaciones  políticas  con  el  jefe  cristiano  del  imperio  de  Occidente, 
en  las  que  se  trataría  sin  duda  de  los  Ommíadas,  cismáticos  poseedores  de  Es- 
paña. Las  crónicas  francas  mencionan  por  aquel  tiempo  un  mensage  enviado 
por  Almamun,  hijo  de  Haraun  el  Reschid  á  Luis  el  Pío,  á  quien  fueron  ofrecidos 
en  nombre  del  califa  preciosas  lelas  y  perfumes  (3). 

En  840,  falleció  en  Alemania  el  emperador  Luis.  Algún  tiempo  antes  de  840. 
morir  habia  hecho  dos  parles  iguales  de  sus  estados,  dejando  á  su  hijo  mayor 
Lotario  la  parle  que  quisiere  elegir  (4).  El  príncipe  eligió  la  primera,  que  com- 
prendía la  Francia  oriental,  el  reino  de  Italia,  algunos  condados  de  Borgoña,  el 
reino  de  Austrasia  con  Metz  su  capital,  y  la  Germania,  excepto  la  Baviera,  que 
dejó  Luis  á  su  tercer  hijo,  llamado  como  él.  La  segunda  abarcaba  el  reino  de 
Neuslria,  la  Aquitania,  siete  condados  del  reino  de  Borgoña  situados  en  las 
márgenes  del  Saona  y  del  Ródano,  la  Provenza,  es  decir  el  territorio  encerrado 
entre  ios  Alpes,  el  Ródano  y  el  Mediterráneo,  y  además  la  Seplimania  y  sus 
marcas.  Este  extenso  reino  fué  dado  por  expresa  voluntad  del  emperador  á  Car- 
los, su  último  hijo,  nacido  de  la  emperatriz  Judit,  y  reputado,  como  hemos  dicho 
hijo  adulterino  de  esta  y  del  conde  de  Barcelona.  En  esta  nueva  partición  del 
gran  imperio  de  Cario  Magno,  los  hijos  de  Pepino,  rey  de  Aquitania,  quedaban 
excluidos  de  la  sucesión  de  su  padre,  y  esta  circunstancia  es  muy  de  notar,  en 
cuanto  fué  mas  tarde  origen  de  muchas  turbulencias  y  discordias  para  la  Galia 
meridional  y  los  países  á  ella  inmediatos. 


(\)  Esta  es  la  segunda  vez  que  nos  dicen  las  crónicas  haber  salido  del  puerto  de  Tarragona 
las  naves  de  España,  y  esto  confírmalo  que  antes  hemos  manifestado,  esto  es  que  Tarragona  no 
se  hallaba  en  el  siglo  IX  tan  arruinada  y  desmantelada  como  se  supone. 

(2)  P.  2.a,  c.  XL1V. 

(3)  Script.  Rerum  Francia,  en  Dom  Bouquet,  t.  VII,  p.  199. 

(4)  Véase  el  Acta  de  división  en  las  Capitulares  de  Baluzio,  p.  573. 


4:68  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.         También,  como  hemos  visto,  afirmábase  y  engrandecíase  el  pequeño  reino 
de  Asturias  bajo  el  cetro  del  segundo  Alfonso,  cuyos  últimos  hechos  y  falleci- 
miento dejamos  en  otra  parte  referidos. 
8*a  Muerto  el  monarca  asturiano  sin  hijos  que  pudieran  aspirar  al  trono  por 

derecho  de  nacimiento,  aun  cuando  este  derecho  hubiese  sido  reconocido  enton- 
ces, que,  repetimos,  no  lo  era,  aquella  herencia  real,  vacante  después  de  un  rei- 
nado de  mas  de  cincuenta  años,  hubo  de  pronto  de  despertar  la  ambición  por 
tanto  tiempo  contenida  de  los  elegibles  y  pretendientes  á  la  corona.  El  aserto 
de  algunos  historiadores  de  que  Alfonso  habia  en  cierto  modo  asociado  al  po- 
der y  designado  para  sucederle  á  Ramiro,  hijo  de  Bermudo  el  Diácono,  no  se 
halla  suficientemente  acredilado,  y  todo  induce  á  creer  que  la  sucesión  de  Al- 
fonso fué  con  gran  ardor  disputada  entre  los  dos  principales  competidores  que 
la  historia  menciona.  Estos  sucesos,  tales  como  se  desprenden  de  los  monumen- 
tos contemporáneos,  sin  mezcla  de  lo  que  á  ellos  han  añadido  escritores  menos 
antiguos,  hubieron  de  pasar  á  lo  que  parece  del  modo  que  vamos  á  referir. 

El  pretendiente  que  contaba  con  mayor  probabilidad  de  buen  éxito,  Rami- 
ro, muy  querido  de  Alfonso,  á  lo  que  se  asegura,  hallábase  ausente  de  Oviedo 
al  fallecer  el  último  monarca.  Se  encontraba  en  la  provincia  llamada  entonces 
Bardulia  (Castilla),  á  donde  habia  ido  para  tomar  por  esposa  á  la  hija  de  un  no- 
ble del  país.  De  esta  ausencia  se  aprovechó  otro  magnate  no  menos  poderoso 
para  hacer  que  sus  parciales  le  aclamasen  por  rey  en  Oviedo;  llamábase  Nepo- 
ciano,  y  ocupaba  en  la  corte  del  difunto  Alfonso  un  eminente  empleo;  era  con- 
de palatino,  comes  palatii,  y  gozaba  de  iodo  el  crédito  que  este  cargo  llevaba 
consigo  en  tiempo  de  los  Godos.  Informado  de  ello  Ramiro,  resolvió  disputar  el 
poder  á  su  rival,  y  encaminándose  á  Galicia,  donde  sin  duda  contaba  con  ma- 
yor número  de  partidarios  que  en  Asturias,  reunió  en  poco  tiempo  en  Lugo  un 
considerable  ejército,  con  el  cual  se  dirigió  hacia  Oviedo  en  busca  de  su  com- 
petidor. Nepociano  salió  á  su  encuentro  a  la  cabeza  de  sus  tropas,  compuestas 
de  Asturianos  y  Vascones,  y  ambas  huestes  se  avistaron  cerca  del  rio  Ñarcea, 
entre  Cangas  de  Tineo  y  Cornellana.  A  lo  que  parece,  la  batalla  no  llegó  á  em- 
peñarse por  haber  sido  abandonado  Nepociano  por  todos  sus  soldados,  ignórase 
por  qué  causa;  la  mayor  parte  de  ellos  se  pasaron  á  las  banderas  de  Ramiro,  y 
el  conde  palatino  hubo  de  apelar  á  la  fuga.  Alcanzado  empero  en  las  inmedia- 
ciones de  Pravia  por  dos  condes  de  la  parcialidad  de  Ramiro,  á  quienes  llama 
la  historia  Escipion  y  Sonna,  fué  llevado  ante  su  afortunado  rival,  quien  le 
condenó  á  perder  la  vista  y  á  pasar  en  un  monasterio  el  resto  de  sus  dias.  Así, 
dice  Lafuente,  subió  al  trono  de  Asturias  el  hijo  de  Bermudo  el  Diácono.  El  ven- 
cido, el  conde  Nepociano,  era  pariente  de  Alfonso  el  Casto,  y  un  ilustre  y  real 
personage  en  el  sentido  gótico  de  la  palabra,  que  ciñó  en  efecto  la  corona  por 
muy  corto  tiempo,  y  por  esto  la  crónica  Albeldense  le  coloca  en  la  serie  de 
los  reyes  de  Asturias  (1).  Esto  no  obstante,  el  nombre  de  Nepociano  no  figura  en- 
tre los  primeros  reyes  de  la  independencia  española  en  las  historias  posteriores 
á  dicha  crónica,  ni  tampoco  en  la  del  contemporáneo  Sebastian  de  Salamanca, 


(1}    Deindo  Nepotianus,  cognatus  regis  Adefonsis,  dice  la  crónica  Albeldense  {n.  47).  Post  Ne- 
potianum  Ranimirus,  añade. 


CAP.    XI. — ESPAÑA    ÁRABE.  469 

ya  á  causa  de  su  entronización  tiránica,  dice  el  maestro  Florez,  ya  de  los  pocos 
instantes  que  se  mantuvo  en  el  trono.        x 

Es  indudable  que  Ramiro  era  hijo  de  Bermudo  el  Diácono,  y  así  lo  atestigua 
Sebastian  de  Salamanca  (1).  La  opinión  de  Pellicer  y  Mondejar  que  supone  dos 
Bermudos,  el  Diácono  y  otro,  hijo  de  Fruela  I,  al  cual  hace  padre  de  Ramiro, 
no  reposa  en  testimonio  alguno  (2). 

De  las  guerras  de  Ramiro  con  los  Moros  no  expresan  las  historias  de  aque- 
lla edad  sino  que  dos  veces  peleó  con  ellos  y  en  entrambas  fué  vencedor  (3).  Por 
lo  mismo ,  dice  Lafuente,  y  por  no  apoyarse  en  fundamento  alguno  racional  histó- 
rico ,  ha  rechazado  ya  la  sana  crítica  la  famosa  vicíoria  de  Glavijo  que  historia- 
dores posteriores  atribuyeron  á  este  príncipe ,  y  que  ha  constituido  por  si- 
glos enteros  una  de  las  mas  generalizadas  y  populares  tradiciones  españo- 
las (4).  El  arzobispo  Rodrigo,  que  escribió  cuatrocientos  años  después  de  la 
muerte  de  este  rey ,  es  el  verdadero  autor  de  la  leyenda  que  de  boca  en  boca  y 
de  historia  en  historia  ha  llegado  hasta  los  últimos  años  del  siglo  pasado  como 
un  hecho  positivo  é  indubitado.  La  sustancia  de  lo  que  contó  el  arzobispo  y  des- 
pués de  él  tantos  otros ,  es  como  sigue:  Abderrahman,  emir  de  Córdoba,  pidió  á 
Ramiro  el  acostumbrado  tributo  de  las  cien  doncellas  (S) ;  indignado  el  mo- 
narca, llamó  á  la  corle  de  León  (6)  á  los  principales  de  su  reino,  á  los  arzobis- 
pos (7),  obispos,  abades  y  demás  personas  ilustres,  y  con  el  consejo  de  tan  respe- 
table congreso,  mandó  tomar  las  armas  á  todos  los  que  por  su  edad  y  vigor  eran 
capaces  de  ellas,  marchando  desde  luego  contra  los  musulmanes,  y  empezando  las 
excursiones  militares  por  la  Rioja  hasta  Nájera  y  Albelda.  Según  la  misma  re- 
lación, allí  estaban  los  cristianos  cuando  se  vieron  de  repente  amenazados  por  un 
ejército  numerosísimo  de  Moros,  no  solo  de  España,  sino  de  Marruecos  y  de  otros 
países  de  África.  La  batalla  fué  infelicísima  para  los  Españoles,  que  se  retiraron 
fugitivos  á  llorar  su  desgracia  en  un  collado  que  llaman  Clavijo.  El  rey,  en  me- 
dio de  su  tristeza  y  cuidados,  se  quedó  adormecido  y  vio  entre  sueños  al  apóstol 
Santiago ,  quien  le  alentó  para  que  volviera  el  dia  siguiente  á  la  pelea ,  seguro  de 
que  quedaría  vencedor,  pues  él  mismo,  montado  en  un  caballo  blanco  y  con  una 
bandera  del  mismo  color  en  la  mano,  combatiría  á  la  cabeza  del  ejército  y  á  la 
vista  de  todos.  Atónito  el  príncipe  con  la  visión,  comunicóla  al  amanecer  á  los 
obispos  y  grandes  de  la  corte,  y  luego  todo  el  ejército,  que  oyó  con  aplauso  in- 
creíble tan  alegre  noticia,  recibió  los  sacramentos  y  se  puso  en  armas.  Invocaron 
los  Españoles  á  Santiago ,  y  con  la  asistencia  visible  del  Apóstol ,  hicieron  tan 
gran  matanza  de  infieles  que  fueron  sesenta  ó  setenta  mil  los  que  quedaron  ten- 


(1 )  Post  Adefonsi  decessum  Ranimirus,  filius  Veremundi  principis,  electus  est  in  regnum,  etc. 

(2)  «En  suma,  dos  solos  son  los  apoyos  de  la  nueva  opinión;  la  poca  crítica  de  Pellicer,  quepre- 
flrió  la  autoridad  de  la  Compostelana  á  la  de  todos  los  autores  mas  antiguos,  y  la  disposición  en  que 
estaba  el  marqués  de  Mondejar  de  asirse  de  cualquier  cosa  con  tal  que  pudiese  servirle  para  desa- 
creditar á  Mariana.»  (Masdeu,  Hist.  crít.,  t.  XII,  p   134). 

(3)  Adversus  Sarracenos  bis  pneliavit  et  victor  extitit.  (Sebast.  Salm.,  Chr.) 

(4)  Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1. 1,  c.  XI. 

(5)  Véase  lo  que  sobre  esto  hemos  dicho  en  el  reinado  de  Mauregato. 

(6)  En  aquel  tiempo,  ni  León  era  corte,  ni  habia  salido  aun  de  las  tinieblas  y  ruinas  en  quo  la 
sepultaron  los  Árabes. 

(7)  Este  título  no  se  conocia  aun  en  España. 


470  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  (¡¡jos  en  el  campo,  sin  los  que  fueron  matando  de  camino  hasta  dentro  de  los 
muros  de  Calahorra.  Albelda,  Calahorra  y  Clavijo  fueron  premio  de  esta  victoria, 
y  en  la  segunda  de  estas  ciudades,  según  el  propio  relato  contenido  en  el  diploma 
de  Ramiro,  iiamado  del  Voto  de  Santiago,  prometió  la  nación  española,  por  agra- 
decimiento y  memoria  de  tan  gran  suceso,  ofrecer  anual  y  perpetuamente  á  la 
iglesia  de  Santiago  las  primicias  de  la  cosecha  y  vendimia,  y  dar  al  santo  Apóstol 
parte  de  todo  el  botinque  se  cogiese  en  las  expediciones  contra  Moros,  contándole 
como  el  primer  soldado  de  caballería  del  ejército  cristiano,  cuya  percepción  con- 
tinuó realizándose  hasta  tiempos  muy  recientes  (1).  Esta  es  la  relación  de  la  ba- 
talla de  Clavijo  tal  como  resulta  del  diploma  del  Voto,  de  donde  le  han  copiado 
los  historiadores.  Rodrigo  de  Toledo  fué  el  primero  en  mencionarla  en  su  obra  (2), 
y  Mariana,  que  acogió  sin  examen  ni  crítica  cuanto  halló  en  el  libro  del  arzobispo, 
añadió  por  su  cuenta  no  pocas  circunstancias  de  la  batalla. 

Inútil  nos  parece  insistir  sobre  la  falsedad  de  este  relato.  Además  del  irre- 
cusable testimonio  que  resulta  del  silencio  de  los  cronistas  anteriores  á  Rodrigo 
de  Toledo,  es  decir  de  los  cronistas  que  escribieron  en  los  cuatro  siglos  mas 
próximos  al  supuesto  acaecimiento,  abundan  las  pruebas  contra  la  autenticidad 
del  diploma  del  Voto,  pruebas  que  han  sido  puestas  de  relieve  por  los  mejores 
críticos  españoles  (3).  En  sus  escritos  puédense  ver  los  anacronismos  que  se  ob- 
servan en  aquel  documento. 

Ramiro  era  sin  embargo  un  rey  guerrero ,  y  si  la  historia  poco  ó  nada  nos 
dice  de  sus  guerras  con  los  Árabes  ,  explícanos  como  rechazó  desde  el  principio 
de  su  reinado  un  ataque  de  los  Normandos  y  venció  los  reiterados  esfuerzos  de 
sus  rivales  para  arrebatarle  la  corona.  La  crónica  no  expresa  la  fecha  precisa  de 
estas  últimas  tentativas,  y  solo  nos  dice  que  un  conde  palatino  llamado  Aldroito 
se  levantó  contra  el  rey,  y  este  mandó  aplicarle  la  pena  de  ceguera  prescrita  en 
las  leyes  visigodas.  Otro  rebelde,  llamado  Piniolo,  también  conde  del  palacio, 
quiso  destronar  á  Ramiro,  y  este  le  condenó  á  muerte  junto  con  sus  siete  hijos  (4). 
¡Severidad  terrible  la  del  nuevo  monarca,  exclama  Lafuente!  Rien  que  Ramiro, 
añade  el  mismo  historiador,  era  inexorable  y  duro  en  el  castigo  de  toda  clase  de 
delitos.  A  los  ladrones  hacíales  también  sacar  los  ojos,  con  lo  que  purgó  de  sal- 
teadores sus  estados ,  y  á  los  Agarenos  y  Magos  les  hacia  quemar  vivos.  Este 
rigor  hizo  que  los  cronistas  de  aquella  edad  le  llamaran  el  de  la  vara  de  la  jus- 
ticia (5). 
sis  liemos  dicho  que  Ramiro  rechazó  á  principios  de  su  reinado  un  ataque  de 


(4)    Véase  el  Diario  de  las  sesiones  de  las  Cortes  de  Cádiz  de  481 2,  y  Toreno,  Rev.  de  Esp.  1.  XXI. 
(2;    De  Kebus  Hispanic,  in  Nebriense. 

(3)  José  Pérez,  Dissertationes  Ecclesiasticfie,  tit.  Diploma  celebcrrimum  de  Voto,  p.  286  y  sig.— 
Véase  también  la  disertación  del  canónigo  de  Lugo  D.  Joaquín  Antonio  del  Camino,  impresa  en  el 
tomo  IV  de  las  Memorias  de  la  Real  Academia  de  la  ¡listaría;  Ortiz,  Discurso  Idstórico-leaal  sobre  el 
pretendido  diploma  del  Voto  de  Santiago;  Florez,  Esp.  Sag.,  t.  XIX;  Ferreras,  Sinopsis,  t.  IV;  Masdeu, 
Hist.  Crít..  t.  XII,  etc. 

(4)  Interim  Ranimirus  princeps  bellis  civilibus  s;epó  impulsus  est:  nam  comes  palatii  Aldoroi- 
tus  adversus  rcgcm  meditans,  regio  praicepto  exca'catus  est.  Piniolus  etiam,  qui  posteum  comes 
palatii  fuit,  patula  tyrannide  adversus  regem  surrexit:  et  ab  eo  una  cum  septem  fiiiis  suis  inte- 
remptus  est  (Sebast.  Salm.  Chr  ,  núm.  24). 

i5)  Virga  justitiae  fuit.  Latronus  oculos  evellendo  abstulit;  magicis  per  ignem  finem  imposuit: 
sibiquc  tyrannos  mira  celeritate  subvcrtit  atque  eitcrminavit  (Chr.  Albeld.  n.*  59]. 


A.  de  J. 


CAP.    XI.— ESPAÑA  ÁRABE.  471 

los  Normandos,  quienes  á  fines  de  843  llevaron  sus  excursiones  mas  lejos  de  lo 
que  antes  se  habían  atrevido.  Con  una  armada  de  setenta  naves  ,  bajo  el  mando 
de  un  caudillo  llamado  Wittingur ,  penetraron  por  primera  vez  por  el  océano 
Cantábrico  y  amenazaron  las  playas  de  Asturias.  Hacen  su  primera  tentativa  de 
desembarque  en  Gijon,  pero  intimidados  por  las  fortificaciones  de  la  ciudad  y  la 
actitud  resuelta  de  los  habitantes ,  pasan  adelante  yendo  á  desembarcar  mas 
allá  del  cabo  Ortegal,  cerca  del  antiguo  puerto  de  Brigantium,  en  el  dia  la  Coru- 
ña,  sembrando  la  desolación  por  los  territorios  inmediatos.  Ramiro  despachó  in- 
mediatamente un  ejército  contra  ellos,  y  consiguió  con  el  valor  de  sus  tropas 
que  los  enemigos,  después  de  haber  perdido  en  tierra  mucha  gente  y  en  el  mar 
algunas  naves,  se  apartasen  de  aquellas  costas  para  probar  mejor  fortuna  en 
las  de  Portugal  y  Andalucía. — Los  que  se  libraron  de  la  matanza,  dice  Sebastian, 
penetraron  en  Hispalis,  ciudad  de  España,  hicieron  en  ella  gran  botin,  y  dieron 
muerte  por  el  hierro  y  el  fuego  á  gran  número  de  Caldeos  (1). — Así  llama  pol- 
lo regular  Sebastian  á  los  Árabes  andaluces,  porque  muchas  de  sus  tribus  eran 
originarias  de  Caldea. 

Este  relato  concuerda  perfectamente  con  el  de  los  Árabes. — En  el  año  229 
(843),  dicen  estos,  vinieron  á  las  costas  de  Alisbona  cincuenta  y  cuatro  naves 
normandas  (2).  Estuvieron  delante  de  la  ciudad  trece  dias  talando  y  quemando 
los  campos  y  las  poblaciones,  y  allegadas  por  los  caudillos  muslimes  las  gentes 
de  las  comarcas,  los  Normandos  se  embarcaron  con  sus  presas  y  desaparecieron. 
Poco  después  volvieron  á  infestar  las  costas  délos  Algarbes,  corriendo  la  tierra 
hasta  Sidonia;  algunas  de  sus  naves  llegaron  hasta  África,  pero  reunidas  luego  84* 
todas  en  la  desembocadura  del  Guadalquivir  en  el  año  230,  entraron  en  el  rio  el 
dia  8  de  la  luna  de  muharram  (25  de  setiembre  de  844)  y  subieron  hasta  Sevilla. 
Cuando  en  una  ú  otra  ribera  divisaban  un  pueblo  ó  aldea  que  tentaba  su  codicia, 
saltaban  atierra,  la  devastaban  y  trasladaban  los  despojos  á  sus  naves.  Así  di- 
fundieron el  espanto  por  todas  las  poblaciones  ribereñas ,  hasta  que  llegados  á 
Cabtal,  pelearon  y  vencieron  á  las  tropas  de  la  comarca  que  estaban  allí  reuni- 


(í)  Estas  atrevidas  expediciones  de  los  Normandos  causaron  gran  sensación  en  Europa,  y  se 
hallan  mencionadas  en  todas  las  crónicas  de  la  época.  Los  Anales  de  San  Bertin  lo  hacen  en  los  si- 
guientes términos: —  Nortamnni  per  Garrondam  Tolosam  usque  proficiscentes,  prsedas  passim  im- 
puneque  perficiunt.  Unde  regressi  quidam,  Galliciamque  aggressi,  partim  balistariorum  occursu, 
partim  tempestate  maris  intercepti,  dispereuut:  sed  et  quidam  eorum,  ulterioris  Hispaniae  partes 
adorsi,  diu  acriterque  cum  Sarracenis  dimicantes,  tándem  victi  resiliunt  (Annal.  Bertin.,  ad  anno 
844).  El  texto  de  Sebastian  dice  así:— Itaque  subsequenti  tempore  Nordomannorum  classes  per  sep- 
tentrionalem  Oceanum  ad  littus  Gegionis  civitatis  adveniunt,  et  inde  ad  locum  qui  dicitur  Farum 
Bregantium  perrexerunt:  quod  ut  comperit  Ranimirus  jam  actusrex,  missit  adversus  eos  exerci- 
tum,  cum  ducilliis  etcomitibus,  et  multitudinem  eorum  interfecit,  ac  naves  igne  combussit:  qu¡ 
vero  ex  eis  remanserunt  civitatem  Hispaniae  Hispalim  irruperunt,  et  praedam  ex  ea  capientes,  plu- 
rimos  Chaldaeorum  gladio  atque  igne  interfecerunt  (núm.  23).— Ignórase  donde  el  monge  Silense,  que 
copia  en  todo  lo  demás  á  Sebastian  de  Salamanca  (Chr.  monach.  Silen,  p.  289),  ha  tomado  el  nú- 
mero de  70  que  pretende  ser  el  de  las  naves  normandas  perdidas  en  aquel  entonces. 

(2)  En  otro  lugar  de  este  tomo  hemos  caracterizado  á  estos  terribles  piratas.— Los  escrito- 
res árabes  los  pintan  con  tan  negros  colores  como  los  cristianos: — Los  Magioges  (Normandos),  dice 
Conde  (P.  2.',  c.  XLIV),  gentes  fieras,  habitadores  de  las  últimas  tierras  boreales,  robaban  las  po- 
blaciones, y  degollaban  á  cuantos  podian  haber  á  las  manos  con  bárbara  crueldad,  sin  perdonar  á 
mugeres,  niños  ni  ancianos,  ni  aun  á  los  animales  domésticos:  cuando  no  hallaban  ya  presas  que  ha- 
cer incendiaban  y  destruían  los  edificios,  talaban  los  campos,  y  eran  enemigos  de  todo  el  género 
humano. 


572  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c.  das.  Saquearon  en  seguida  el  arrabal  de  Sevilla,  cuyos  habitantes  habian  huido 
á  Garmona,  y  se  fortificaron  en  Tablada,  pero  los  esforzados  muslimes  de  la  ciu- 
dad los  vencieron,  y  el  dia  12  de  la  misma  luna  se  retiraron,  sabiendo  que  iban 
contra  ellos  quince  naves  que  enviaba  Abderrahman  con  muy  escogida  gente. 
En  su  retirada  desembarcaron  otra  vez  en  las  costas  de  los  Algarbes ,  anies 
que  las  tropas  de  Mérida ,  Senterin  y  Colimria  hubiesen  acudido  para  guardar 
aquellas  playas.  Abderrahman  había  ido  al  frente  de  su  caballería  en  auxilio  de 
Sevilla,  y  al  llegar  encontró  los  edificios  derribados  y  los  muros  destruidos ;  to- 
do lo  mandó  reparar ,  y  para  resistir  en  adelante  á  aquellos  nuevos  y  terribles 
enemigos,  mandó  construir  muchas  naves  en  Cádiz,  Cartagena  y  Tarragona.  Con- 
fió el  cuidado  de  los  avisos  y  comunicaciones  de  mar  y  tierra  á  su  hijo  Yacub, 
llamado  Abu  Cosa,  y  ordenó  que  hubiese  en  todas  las  capitanías  de  España  un 
sahib  el  herid  (capitán  de  veredas),  con  cieno  número  de  correos  á  caballo  en- 
cargados de  llevar  con  mucha  diligencia  de  un  lugar  á  otro  las  noticias  y  los 
mandamientos  del  gobierno  (1). 

Tales  fueron  las  disposiciones  tomadas  por  Abderrahman  para  la  defensa 
846.  de  España.  Por  aquel  tiempo,  en  el  año  232  (846),  hubo  en  nuestra  península 
gran  sequía;  los  ganados  perecían  por  falta  de  abrevaderos,  se  abrasaron  las 
viñas  y  árboles  frutales,  faltaron  las  cosechas  de  trigo  y  cebada,  y  llegaron  de 
África  enjambres  de  langostas  que  no  dejaron  un  tallo  de  yerba  en  todo  el  cam- 
po. Muchas  gentes  de  España,  huyendo  del  hambre ,  pasaron  á  África  á  pesar  de 
la  gran  escasez  que  allí  reinaba,  y  como  en  el  siguiente  año  continuase  la  carestía  y 
falta  de  frutos,  perdonó  Abderrahman  álos  pueblos  el  diezmo  que  debían  pagarle, 
y  abrió  obras  públicas  á  fin  de  ocupar  y  mantener  á  los  pobres,  á  quienes  pagaba 
de  sus  ahorros  particulares.  Levantó  la  Ruzafa  á  la  orilla  del  rio  de  Córdoba, 
hizo  traer  agua  de  la  sierra  en  encañados  de  plomo,  mandó  labrar  muchas  fuen- 
tes en  la  ciudad  y  baños  de  mármol  para  comodidad  de  los  vecinos ,  reparó 
con  magnificencia  los  dos  palacios  de  Meruan  y  de  Mugueit  y  otros  hermosos 
edificios  de  Córdoba  y,  según  hemos  dicho  ,  embelleció  la  capital  con  muchas 
y  costosas  obras.  Durante  su  reinado  se  empedraron  por  primera  vez  las  calles 
de  Córdoba,  y  la  antigua  ciudad  patricia  llegó  á  un  grado  de  esplendor  desco- 
nocido hasta  entonces. 

También  Ramiro,  entre  sus  bélicas  ocupaciones  pensó  en  embellecer  la  ca- 
pital de  su  poco  antes  miserable  reino.  No  menos  piadoso  y  devoto  que  sus  pre- 
decesores, erigió  cerca  de  Oviedo  varios  templos,  que  aun  subsisten  en  el  dia, 
notables,  no  solo  por  su  solidez  ,  sino  también  por  cierta  regular  proporción  y 
belleza  de  arquitectura  que  justifica  las  alabanzas  que  les  prodiga  el  cronista 
Salmantino.  Entre  ellos  es  notable  el  que  bajo  la  advocación  de  Santa  María 
edificó  en  la  falda  del  monte  llamado  Naranco,  á  media  legua  de  Oviedo. 

Mientras  esto  sucedía,  la  tierra  de  los  Godos  (Gothalania),  entre  el  Ebro  y  los 
Pirineos,  era  teatro  de  una  lucha  encarnizada  entre  las  facciones  que  en  ella  se 
disputaban  el  poder,  favoreciendo  varias  circunstancias  las  pretensiones  de  los 
partidos.  Luego  de  acaecida  la  muerte  de  Luis  el  Pió,  estalló  una  guerra  entre 
sus  hijos,  manifestándose  sobre  lodo  irritados  los  descendientes  de  Pepino  por  la 

(i)    Conde,  P.  2.',  c.  XLV. 


CAP.   XI, — ESPAÑA  ÁRABE.  473 

exclusión  á  que  se  les  condenaba.  Estos  últimos  formaron  en  la  Sepümania  un 
partido  contra  Carlos  el  Calvo,  y  á  lo  que  parece,  Bernardo,  conde  de  Barcelona, 
entró  secretamente  en  esta  parcialidad,  con  la  idea,  dicen  algunos,  de  declararse 
independiente  en  los  países  colocados  bajo  su  gobierno.  Por  esío  ó  por  otras 
causas,  Carlos  llamó  á  Bernardo  á  una  asamblea  que  convocó  en  Tolosa,  y  según 
los  anales  de  San  Berlín,  convencido  el  conde  de  crimen  de  lesa  majestad  (ma- 
jestatis  reus),  fué  condenado  á  sufrir  la  pena  capilai  (1).  Añaden  otros  que  Ber- 
nardo fué  muerto  por  la  propia  mano  de  Carlos,  y  en  los  Anales  de  Metz  se 
lee  lo  siguiente  sobre  este  trágico  suceso:  «Carlos  mató  á  Bernardo,  duque  de 
los  Barceloneses,  que  se  presen laba  á  él  lleno  de  confianza,  sin  sospechar  nin- 
gún daño  de  parte  del  rey  (2).»  Oigamos,  empero,  un  testimonio  mas  detallado: 
«Mientras  que  con  la  mano  izquierda  y  como  si  hubiese  querido  levantarle,  di- 
cen los  Anales  Fuldenses,  cogió  el  rey  el  cuerpo  del  conde,  con  la  otra  hundió- 
le un  puñal  en  el  costado,  y  así  le  mató  cruelmente,  no  sin  crimen,  puesio  que 
violaba  con  ello  la  religión  y  la  fe  jurada,  ni  sin  sospecha  de  haber  cometido 
un  parricidio,  pues  era  común  opinión  que  Bernardo  era  su  padre,  lo  mismo  que 
era  su  semblante  un  testimonio  natural  éirrecusable  del  adulterio  maternal.  Des- 
pués de  este  deplorable  asesinato,  bajó  de  su  trono  salpicado  de  sangre  y,  po- 
niendo el  pié  sobre  el  cadáver,  dijo: — «Maldüo  seas  que  has  mancillado  el  lecho 
de  mi  padre  y  tu  señor  (3).» 

Veamos  ahora  las  consecuencias  de  esta  muerte  en  lo  que  se  refiere  á  la 
his'oria  que  eslamos  escribiendo.  Bernardo  tenia  un  hijo,  llamado  Guillermo, 
que  no  dejaba  de  ejercer  cierta  influencia  en  la  Marca  gótica,  y  que  deseando  ven- 
gar á  toda  costa  á  su  infeliz  padre,  se  levantó  contra  Carlos  el  Calvo,  reunió  sus 
numerosos  parciales  y  atacó  á  Aledran,  conde  nombrado  por  el  rey  en  lugar  de 
Bernardo,  que,  en  su  calidad  de  godo  y  pariente  del  penúltimo  conde  de  Bar- 
celona Berenguer,  perseguía  á  la  facción  franca.  Para  asegurar  mejor  el  éxito 
de  su  rebelión,  el  insano  mozo,  llevado  por  sus  deseos  de  venganza,  coligóse  con 
el  emir  de  Córdoba  y  puso  en  armas  toda  la  Galia  gótica,  declarándose  en 
favor  del  despojado  hijo  de  Pepino.  Esla  rebelión  fué  como  la  señal  de  otras  mu- 
chas, y  dio  motivo  á  los  partidarios  del  último  para  levantar  su  bandera  en 
Septimania  y  en  territorio  aquitano.  Al  propio  tiempo  el  conde  Sancho,  á  quien 
algunos  llaman  Aznar,  se  sublevaba  en  la  Vasconia  contra  Carlos  el  Calvo,  de 
modo  que  en  el  año  cuadragésimo  quinto  del  siglo  ix  eran  todo  turbulencias  y 
guerras  desde  Pamplona  á  Barcelona.  Así  á  lo  menos  puede  inferirse  desiertas 
palabras  de  san  Eulogio  de  Córdoba,  quien  refiere  en  una  de  sus  cartas  que,  ha- 
biéndose puesto  en  viaje  para  Francia,  donde  residían  sus  hermanos,  no  le  fué 
posible  pasar  los  Pirineos,  á  causa  de  las  partidas  armadas  que  los  infestaban  (4). 


(1)    Annal  Bertin.,   ad  ann  844. 

(2j    Karolus  Bernhardum  Barcilonensem  (  los  Anales  Fuldenses  dicen  Barcenonensem  )  du- 
cem  incautum,  et  nihil  malí  ab  eo  suspicantem  occidit.  (Annal.  Metens.,  eod.ann.) 

(3)  Hist  gen.  del  Languedoc,  t.  I,  p.  83. 

(4)  Wilhelmi  toda  Gothia  perturbata  erat  incursu.  ..  ausilio  fretus  Habdarraghmanis  regis 

Arabum....   invia  et  indibilia  cuneta  reddiderat ipsa  iterum,  quse  Pampilonem  et  Seburicos  li- 

mitat,  Gallia  Comata  ,  in  excidium  prfledieti  Caroli  contumaciores  cervices  factionibus  comitis  San- 
cii  Sancionis  erigens,  contra  jus  praefati  principis  veniens,  totum  illud  obsidens  iter,  immane  pe- 

TrtMO  II.  60 


474  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

de  j.  c.  Semejante  esiado  de  lucha,  cuyos  detalles  no  nos  explican  las  memorias  contem- 
847     poráneas,  se  prolongó  hasta  el  año  847,  ven  medio  délas  inevilables  vicisitudes  de 
tan  complicadas  guerras,  mezcladas  sin  duda  con  muchas  intrigas   y  singulares 
alianzas,  Guillermo,  apoyado  por  los  Árabes,  sostuvo  vigorosamente  su  parcialidad 
contra  Carlos  el  Calvo;  pero  en  dicho  año,  á  consecuencia  de  negociaciones  que  se 
ignoran,  el  rey  franco  celebró  la  paz  con  el  emir  de  Córdoba,  y  le  separó  del  par- 
tido de  los  rebeldes  (1).  Sin  desalentarse,  Guillermo  continuó  solo  la  lucha,  y 
sis.    mas,  á  lo  que  parece,  por  astucia  que  por  fuerza  de  armas,  logró  apoderarse  de 
849-    Barcelona  y  de  Ampurias  en  848,  y  de  la  persona  del  conde  Aledran  en  849  (2). 
850.    Su  triunfo,  empero,  fué  de  muy  corta  duración,  pues  en  el  siguiente  año  sus  con- 
trarios le  vencieron  y  le  dieron  muerte,  y  repusieron  á  Aledran  en  el  condado 
de  Barcelona.  Durante  este  mismo  año  rompióse  de  nuevo  la  paz  entre  Árabes 
y  Francos,  pareciendo  haber  sido  la  causa  de  este  rompimiento  la  intercesión  de 
Carlos  el  Calvo  en  favor  de  los  cristianos  españoles  durante  la  persecución  que 
sufrieron  de  parle  de  Abderrahman  II,  según  mas  adelante  veremos  (3).  Las  na- 
ves agarenas  atacaron  la  Provenza  é  hicieron  sufrir  las  mas  grandes  calamida- 
des á  los  pueblos  de  la  costa  y  en  especial  á  la  ciudad  de  Arles,  aun  cuando  su 
armada  pereció  al  regreso  á  consecuencia  de  una  tempestad. 

En  este  mismo  año  terminó  el  glorioso  reinado  del  primer  Ramiro;  sus  res- 
tos mortales  fueron  sepultados  en  el  panteón  de  los  reyes  erigido  por  Alfonso  el 
Casto,  y  su  muerte  no  alteró  la  especie  de  armisticio  tácito  que  habia  entonces 
entre  los  Sarracenos  y  los  cristianos  de  Galicia   (4). 

Cataluña  era  el  principal  teatro  de  la  guerra  entre  Árabes  y  Francos,  y  dos 
851  ejércitos  musulmanes  pasaron  el  Ebro;  el  uno,  á  las  órdenes  del  wali  de  Zarago- 
za, penetró  por  los  valles  inferiores  de  los  Pirineos,  donde  se  apoderó  de  mu- 
chas fortalezas,  mientras  el  otro,  mandado  por  Aben  Abdelkerim,  llegó  delante 
de  Barcelona  y  asaltó  sus  muros.  Los  Judíos  que,  á  lo  que  parece,  eran  muy  nu- 
merosos en  la  ciudad,  lomaron  partido  á  favor  de  los  Árabes  y  fueron  causa  de 
que  estos  pudiesen  apoderarse  de  sus  puertas  (5),  al  propio  tiempo  que  una  nue- 
va armada  musulmana  sembraba  el  terror  por  las  costas  de  Provenza  y  entre- 
gaba á  las  llamas  un  arrabal  de  Marsella.  A  lo  que  se  cree,  no  se  empeñó  Ab- 
derrahman en  conservar  su  nueva  conquisla,  contentándose  con  desmantelarla  y 
perseguir  al  enemigo  hasta  tierras  de  los  Francos  (6).  Barcelona  sufrió  mucho 
con  semejante  golpe,  y  hasta  bastante  tiempo  después  no  la  vemos  figurar  de 
nuevo  en  las  crónicas  francas  como  una  ciudad  de  su  dominación.  Del  con- 
de Aledran,  competidor  de  Guillermo,  nada  puede  decirse  sino  que  en  852  no 
era  ya  gobernador  de  Barcelona,   ya  hubiese  muerto  en  su  defensa  el  año  ante- 


riculum  commeantibus  ingerebat  (Sanct.  Eulog.  Epist.  Wuiliesindo  Pampilonensi  sedis  episc,  i» 
Hisp.  illustr.,  t.  IV,  p.  328). 

(4)     Dom  Bouquet,  t.  Vil,  p.  42,  64  y  66. 

(2;  Guielmus,  filius  Bernardi,  Impurium  et  Barcinonam,  dolo  magis  quam  vi  capit.  (Annal. 
Bertin.,  ad  ana  848). 

(3     Dom  Bonquet,  t.  VII,  p.  64,  74  y  354. 

(4)  Febast.  Salm.  y  Chr.Albeld. 

(5)  Mauri  Barcinoncm,  Judaeis  prodentibus,  capiunt,  interfectisque  pené  ómnibus  Christianis 
et  urbe  vastata,  impune  redeunt  (Aunal.  Bertin.,  ad  ann.  852). 

(6)  Murpby,  c.  3. 


CAP.    XI.— ESPAÑA  ÁRABE.  475 

rior,  ya  hubiese  sido  llamado  á  otras  funciones.  Su  sucesor  tuvo  por  nombre  A' d® J 
Udalrico. 

En  la  época  en  que  Abderrahman  acababa  de  realzar  así  en  la  Galia  la  gloria 
del  nombre  mahometano,  recibió  en  Córdoba  un  nuevo  testimonio  del  alto  con- 
cepto en  que  le  tenían  los  emperadores  de  Oriente.  Teófilo,  vencido  por  el  suce- 
sor de  Almamun  ,  Almoatesim  ,  envióle  por  segunda  vez  embajadores  ,  solici- 
tando con  urgencia  su  alianza  y  su  ayuda  contra  el  califa  de  Bagdad. 

La  fortuna  que  guiara  en  la  Marca  gótica  á  las  armas  musulmanas,  los 
triunfos  que  adquiría  su  marina  en  sus  repelidas  excursiones  contra  las  islas  y 
las  cosías  de  la  Galia  meridional  y  del  mar  de  Toscana,  hicieron  entonces  de  los 
Sarracenos  españoles  un  objeto  de  espanto  para  la  Europa  entera.  Su  marina  ha- 
bía tomado  en  los  últimos  tiempos  un  desarrollo  extraordinario,  y  no  era  el 
menos  temible  de  sus  medios  de  agresión.  Naves  salidas  de  los  puertos  de  Espa- 
ña habían  penetrado  mas  de  una  vez  en  el  Adriático  y  en  el  mar  de  Siria,  y 
uno  de  sus  buques,  al  cual  el  cronista  califica  de  sorprendente  por  su  considera- 
ble magnitud,  y  que  de  lejos,  dice,  parecía  un  baluarte,  atrevióse  á  doblar  el  cabo 
de  la  Coruña  y  á  penetrar  en  el  Océano  tenebroso,  tan  temido  por  los  Árabes  (1). 
Después  de  amenazar  con  un  desembarco  á  la  isla  de  Oya  en  Bretaña,  en  la  de- 
sembocadura del  Loire,  retrocedió  á  consecuencia  de  un  terror  pánico,  cuyo  re- 
lato nos  ha  conservado  el  historiador  cristiano  (2). 

Los  autores  árabes  hablan  con  escasos  detalles  de  estas  expediciones  marí- 
timas de  los  Musulmanes  españoles  contra  los  estados  cristianos,  y  aun  á  veces 
no  llegan  siquiera  á  mencionarlas  ,  vacio  que  llenan  casi  siempre  las  crónicas 
cristianas.  Resulla  en  efecto  de  los  monumentos  mas  auténticos  que  el  imperio 
del  Mediterráneo  pertenecía  entonces  á  los  Sarracenos  de  toda  raza,  pero  princi- 
palmente á  los  Musulmanes  de  España.  El  papel  que  desempeñaron  en  la  Ita- 
lia meridional  lo  prueba  de  un  modo  evidente.  Vérnoslos  intervenir  en  una 
contienda  sobrevenida  entre  Siconulfo  ,  duque  de  Salerno  y  de  Amalfi,  y  Radel- 
giso,  duque  de  Benevento,  y,  llamados  en  auxilio  del  primero  apoderarse  de  la 
ciudad  de  Tárenlo,  mientras  que  los  Musulmanes  de  Sicilia,  aliados  de  Radel- 
giso,  se  hacian  dueños  de  Barí  en  la  entrada  del  mar  Adriático.  Con  la  ayuda  de 
los  Musulmanes  españoles,  Siconulfo  quedó  vencedor  de  su  enemigo  y  le  expulsó 
de  Benevento  ;  pero  sus  aliados  islamitas,  no  queriendo  renunciar  á  los  benefi- 
cios que  se  habían  prometido  al  ver  abiertas  á  sus  armas  las  puertas  de  Italia, 
atreviéronse  á  penetrar  hasta  los  muros  de  Roma ,  devastaron  sus  arrabales  ,  y 
saquearon  las  iglesias  de  San  Pedro  y  San  Pablo,  siuadas  extramuros,  en  el  ca- 
mino de  Ostia  :  gran  conflicto  y  sobresalto  grande  para  toda  la  cristiandad. 

Que  los  aliados  de  Siconulfo  fuesen  Árabes  andaluces,  es  cosa  sobie  la  cual 


(1)  «Ignórase  lo  que  puede  haber  mas  allá  de  aquel  Océano,  dice  el  Edris,  que  escribia  muchos 
siglos  después;  nadie  puede  saber  sobre  aquel  mar  coi-a  alguna  positiva  á  causa  de  su  difícil  y 
peligrosa  navegación,  de  s  us  profundas  aguas  y  de  sus  frecuentes  tempestades.  Témense  también 
los  enormes  monstruos  que  lo  surcan  y  los  huracanes  que  en  él  reinan,  y  á  pesar  de  hallarse 
allí  muchas  islas,  habitadas  las  unas  y  desiertas  las  otras,  no  hay  marino  que  se  atreva  á  navegar 
por  sus  profundidades  á  no  ser  sguiendo  la  costa  sin  perderla  jamás  de  vista.  Las  olas  de  aquel 
mar  aunque  se  agitan  de  continuo  y  se  elevan  como  montañas,  no  llegan  á  romper  nunca,  que  si  lo 
hicieran  seria  imposible  sostenerse  en  ellas  y  atravesarlas.»  (Gegr.  Nubiens.,  iv  Clima). 

(2)  Dom  Bouquet,  t.  VI,  p.  308. 


¿76  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

no  cabe  la  menor  duda  (1),  pero  no  es  tan  cierto  que  pertenecieran  al  mismo 
pueblo  los  Sarracenos  que  llevaron  la  desolación  hasta  las  puertas  de  la  capital 
del  mundo  crisüano.  Cuando  menos  ha  de  decirse  que  no  existe  texto  alguno  que 
así  lo  manifieste,  y  Gibbon  atribuye  explícitamente  el  silio  de  Roma  á  un  ejérci- 
to musulmán  procedente  de  las  costas  de  África.  Los  anales  francos,  y  en  espe- 
cial los  de  San  Bertin,  dan  muy  curiosos  detalles  sobre  esia  atrevida  empresa, 
pero  como  no  designan  á  los  devastadores  de  la  campiña  romana  sino  con  el 
nombre  de  Sarracenos  ó  Moros  que  daban  indistintamente  á  los  Musulmanes  de 
cualquier  país,  no  es  fácil  determinar  de  un  modo  positivo  si  el  hecho  referido 
pertenece  á  nuestros  Árabes  andaluces  ó  á  los  Árabes  de  la  Libia  y  de  la  costa 
mauritana,  muy  dispuestos  entonces  para  semejante  expedición,  como  lo  prueba 
la  reciente  conquista  que  acababan  de  hacer  de  la  Sicilia. 

Por  aquel  tiempo  los  cristianos  de  Córdoba  hubieron  de  sufrir  dias  amargos 
y  de  ruda  prueba ;  la  tormenta  de  la  persecución  descargaba  ya  con  furia  sobre 
aquellos  íieles  que  hasta  entonces  habían  logrado  gozar  de  cierta  libertad  y  re- 
poso, y  á  la  era  de  tolerancia  habia  sucedido  una  era  de  martirio.  ¿  Qué  habia 
motivado  este  cambio  ?— Para  ia  inteligencia  de  nuestro  sucesivo  relato,  es  indis- 
pensable dar  aquí  algunas  explicaciones  acerca  de  los  principios  de  la  legislación 
musulmana  acerca  de  las  demás  religiones.  Según  ella,  los  cristianos  gozaban  del 
libre  ejercicio  de  su  culto,  con  tal  que  permaneciesen  sumisos  y  pagasen  tributo; 
conservaban  el  uso  de  sus  iglesias,  pero  no  podían  edificar  otras  nuevas,  en  vir- 
tud de  aquellas  palabras  de  Mahoma  :  «No  permitáis  que  los  infieles  levanten 
sinagogas,  iglesias  ni  templos  nuevos ,  pero  dejadles  que  reparen  los  edificios 
antiguos,  y  aun  que  los  reconstruyan,  con  tal  que  sea  sobre  su  antigua  área  (2). » 
Córdoba  contaba  en  su  recinto  tres  iglesias  y  tres  monasterios ;  eran  las  prime- 
ras la  de  San  Cipriano  ,  la  de  San  Ginés  y  la  de  Sanfa  Eulalia  ,  y  los  segundos 
el  de  San  Zoilo  ,  el  de  San  Acisclo  y  el  de  los  santos  mártires  Fausto  ,  Javier  y 
Marcial.  Extramuros  existían  ocho  monasterios  :  uno  bajo  la  invocación  de  san 
Cristóbal  en  la  orilla  izquierda  del  Guadalquivir ,  el  segundo  en  los  montes  in- 
mediatos dedicado  á  la  Virgen  María,  y  llamado  monasterium  C 'ate ciar e ns e ;  el 
tercero  (monasterium  Tabanense)  en  los  mismos  montes  ,  y  otros  cinco  por 
fin  en  aquellas  inmediaciones,  consagrados  el  primero  al  Salvador,  el  segundo  á 
san  Zoilo  y  los  otros  tres  á  san  Félix,  al  bienaventurado  Martin  de  Tous  y  á  los 
santos  mártires  Justo  y  Pastor.  En  todos  estos  templos,  tocábanse  las  campanas 
para  reunir  al  pueblo  ,  quien  asistía  á  los  divinos  oficios  sin  que  nadie  se  opu- 
siera á  ello.  Los  ministros  del  culto  llevaban  en  púbiieo  el  hábito  ele  su  instituto, 
y  los  monges  de  las  varias  órdenes  transitaban  por  las  calles  con  la  barba  afei- 
tada ó  crecida  y  con  sus  coronas  y  tonsuras,  según  las  antiguas  coslumbres.  Sin 
embargo,  para  gozar  de  estas  libertades  era  condición  indispensable  ser  cristiano 
ó  hijo  de  padres  que  profesasen  la  misma  religión  ;  el  nacido  de  un  musuiman  y 


[\)  El  siguiente  texto  lo  prueba  de  un  modo  irrecusable:  —  Interea  Siconulfus  Beneventum 
crebris  pr.i  liis  graviter  affligcbat,  atque,  ut  dici  solet,  malo  arboris  nodo  malus  infigendus  est  cu- 
neus,  contra  Agarenos  Had¿}lg¡si  Libycos,  Ismaelitas  Hispanos  accivit  (Muratori  t.  II,  p.  241). 

(2)  «Algunos  doctores  llegan  á  exigir,  dice  M.  Hcinaud  (Invasiones  de  los  Sarracenos,  p  277), 
que  al  reconstruir  la  iglesia  se  emplee  la  misma  tierra,  las  mismas  piedras,  y  en  una  palabra,  los 
mismos  materiales. » 


CAP.   XI. — ESPAÑA  ÁRABE.  177 

una  cristiana  ó  de  un  cristiano  y  una  musulmana,  el  mulado  ó  muzlita  (1)  habia 
de  pertenecer  á  la  religión  de  Mahoma  ,  en  virtud  de  estas  palabras  del  profeta: 
«  El  hijo  de  padre  y  madre  de  religión  distinta  ,  seguirá  por  necesidad  aquella 
que  sea  mejor.  »  Ahora  bien,  para  los  Musulmanes  la  religión  mejor  es  la  suya  » 
y  el  magistrado  podia  obligar  por  fuerza  á  profesarla  al  hombre  que  hubiese  na- 
cido en  las  circunstancias  dichas.  El  cristiano  que  pisaba  una  mezquita  habia 
de  abrazar  la  fe  de  Mahoma  ó  era  mutilado  de  pies  y  manos.  El  que  una  vez  lle- 
gaba á  pronunciar  estas  palabras  de  su  símbolo  :  no  hay  mas  Dios  que  Dios  y 
Mahoma  su  Profeta,  aunque  fuese  solo  por  juego  ó  en  estado  de  embriaguez, 
era  tenido  ya  por  musulmán  y  no  era  libre  de  profesar  otro  culto.  El  que  tenia 
comercio  con  mujer  musulmana  entendíase  que  abrazaba  su  religión.  El  cristia- 
no que  de  hecho  ó  de  palabra  injuriaba  á  Mahoma  ó  á  su  religión,  no  tenia  otra 
alternativa  que  el  islamismo  ó  la  muerte. 

Con  esto  se  comprenderá  si  tenían  los  conquistadores  mil  ocasiones  y  pre- 
textos para  molestar  y  perseguir  á  los  vencidos  Españoles ,  mayormente  cuando 
á  pesar  de  la  tolerancia  que  practicaba  el  gobierno  musulmán  ,  y  á  pesar  de  ha- 
ber adoptado  gran  parte  de  los  Mozárabes  el  turbante  ,  el  albornoz  y  el  calzón 
ancho  de  los  Moros  ,  conservábanse  como  era  natural  vehementes  antipatías  en- 
tre los  individuos  de  las  dos  religiones.  Entre  ciertas  clases  del  pueblo,  dice  La- 
fuente  (2),  es  difícil  si  no  imposible  que  haya  la  suficiente  prudencia  para  disimu- 
lar estos  odios  y  animosidades,  y  que  no  las  dejen  estallar  en  actos  positivos  de 
recíproca  hostilidad  ;  y  esto  era  lo  que  acontecía  sin  que  bastara  á  evitarlo  el  ce- 
lo y  vigilancia  así  de  los  cadíes  árabes  como  de  los  condes  cristianos.  «  Ninguno 
de  nosotros,  escribía  por  aquel  tiempo  un  cristiano  (852),  se  atreve  á  manifestar 
abiertamente  sus  creencias ,  y  cuando  sus  sagrados  deberes  obligan  á  los  ecle- 
siásticos á  presentarse  en  público,  luego  que  los  Musulmanes  ven  en  ellos  las  in- 
signias de  su  orden,  los  insultan  y  los  persiguen  á  pedradas.  Si  oyen  el  sonido 
de  la  campana,  prorumpen  en  maldiciones  contra  la  religión  de  Cristo  (3). »  Los 
cristianos  por  su  parte,  al  oir  al  muezzin  (4)  llamar  á  la  oración  á  los  muslimes, 
apresurábanse  á  exclamar  :  Salva  nos,  Domine,  ab  audito  malo,  et  nuno,  et  in 
ceternum.  Con  esto  y  otras  cosas  análogas,  exasperábanse  unos  y  otros,  y  á  la 
provocación  y  á  los  denuestos  seguíanse  los  alborotos  ,  las  violencias  y  las  riñas. 

Envenenada  la  contienda  y  llevados  muchos  cristianos  ante  los  tribunales, 
sintieron  nacer  en  sus  corazones  el  santo  amor  del  martirio,  que  algunos  sacer- 
dotes, y  principalmente  el  presbítero  Eulogio,  varón  muy  versado  en  las  letras 
divinas  y  humanas,  represenlábanles  como  la  mas  incomparable  felicidad  que  pu- 
diesen alcanzar  en  la  tierra.  No  temiendo  y  buscando  para  sí  mismo  la  muerte, 
Eulogio  predicaba  á  todos  la  constancia  de  los  primeros  confesores,  y  encarcela- 
das dos  jóvenes  doncellas  cristianas,  llamadas  Flora  y  María,  compuso  un  libro 
titulado  :  Enseñanza  para  el  martirio,  con  cuyas  palabras,  dice  su  biógrafo,  en- 


(1)  De  este  nombre  se  ha  derivado  nuestra  palabra  mulato. 

(2)  Hist.  grn.  de  Esp.,  P.  2.a,  1. 1,  c.  XI. 

(3     Alvarii  Indiculus  luminosus,  en  Florez,  Esp.  Sag.,  t.  XI,  p.  229. 

(4)    Lis  funciones  del  muezzin  consisten  en  anunciar  las  horas  del  rezo  desde  lo  alto  de  las 
mezquitas. 


478  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

señóles  á  despreciar  los  tormentos  (1).  Multitud  de  sacerdotes,  de  vírgenes ,  de 
hombres  de  todas  las  clases  del  pueblo  fueron  martirizados  en  esle  sangriento 
período,  sufriendo  todos  la  muerte  con  una  heroicidad  que  recordaba  la  de  los  pri- 
mitivos tiempos  de  la  Iglesia.  Eulogio  celebró  su  constancia  cou  el  merecido  en- 
tusiasmo, y  en  sus  escritos  y  en  su  vida  por  Alvaro  de  Córdoba,  hállanse  todos 
los  detalles  de  esta  persecución  que  tantas  víctimas  causó,  y  que,  triste  episodio 
del  reinado  que  estamos  relatando,  se  prolongó  hasta  el  siguiente  (2). 

Yióse  con  este  motivo,  refiere  Lafuente,  un  fenómeno  singular  en  la  histo- 
ria de  los  pueblos:  el  de  un  concilio  de  obispos  católicos  congregado  de  orden  de 
un  califa  musulmán.  Seguro  el  emir  de  que  cada  suplicio  que  mandaba  no  hacia 
mas  que  provocar  la  espontaneidad  de  los  martirios,  convocó  en  852  un  concilio 
nacional  de  obispos  mozárabes  en  Córdoba,  que  fué  presidido  por  Recafredo, 
metropolitano  de  Sevilla.  La  asamblea  decretó  no  haber  de  considerarse  como 
mártires  aquellos  cristianos  que  con  sus  insultos  ó  provocaciones  exasperaran  á 
los  infieles  y  recibiesen  por  ello  la  muerte,  doctrina  que,  aunque  conforme  al 
espíritu  de  los  apóstoles  y  á  la  prudencia  y  mansuetud  manifestada  siempre  por 
la  Iglesia,  no  dejó  de  causar  vivo  disgusto  en  muchos,  hasta  el  punto  de  decir  el 
historiador  Mariana  que  los  cristianos  eran  combatidos  por  frente  de  los  bárba- 
ros ,  y  por  las  espaldas  de  aquellos  que  estaban  obligados  á  favorecerlos  y  ani- 
marlos. También  Eulogio  escribió  con  ardor  contra  esta  doctrina  calificándola 
de  debilidad  deplorable,  y  como,  á  pesar  de  todo,  no  cesara  la  santa  audacia  de 
los  fieles  ni  el  rigor  de  los  mahometanos,  siguiéronse  repetidos  suplicios  y  una 
gran  dispersión  de  mozárabes. 

Después  de  un  reinado  de  cerca  de  treinta  y  un  años,  Abderrahman  II  murió 
el  último  dia  de  la  luna  de  safar  del  año  238  (19  de  agosto  de  852),  á  la  edad 
de  sesenta  y  cinco  años,  tres  meses  y  seis  días  (3).  Sucumbió,  á  lo  que  parece,  á 
un  ataque  de  apoplegía,  y  los  cristianos  que  tantos  motivos  de  queja  tenian  con- 
tra él,  consideraron  su  muerte  como  un  castigo  del  cielo.  Dicen  nuestras  crónicas 
que,  asomándose  una  tarde  á  las  ventanas  de  su  alcázar,  y  viendo  algunos  cuer- 
pos de  mártires  colgados  á  orillas  del  rio,  los  mandó  quemar  y  que,  hecho  esto, 
le  acometió  un  accidente  que  causó  su  fallecimiento  aquella  misma  noche.  Las 
historias  musulmanas  aseguran  que  su  muerte  fué  llorada  por  sus  pueblos  como 
la  de  un  padre,  y  se  deshacen  en  elogios  de  él  por  su  magnificencia.  Profunda- 
mente instruido  en  materias  religiosas,  estaba  igualmente  versado  en  las  ciencias 
naturales,  y  era  tan  buen  guerrero  como  distinguido  sabio  y  poeta.  Levantó  pala- 
cios, trazó  magníficos  jardines,  y  á  ejemplo  de  tos  emperadores  romanos,  mandó 
construir  en  toda  España  puentes,  templos  y  acueductos,  habiendo  añadido  dos 
nuevos  pórticos  á  la  gran  mezquita  de  Córdoba.  En  su  tiempo  las  rentas  anuales 
del  Estado  se  elevaron  á  1.000,000  de  dinares,  cuando  bajo  sus  predecesores  no 


(4)  lbi  sanclis  virginibus  Flora?  et  Mari»,  pro  fíde  comprehensis,  illud  documentum  martyra- 
le  uno  libro  composuit,  in  quo  eas  ad  marlyrium  verbis  tenacissimis  solida vit,  easque  ct  per  se 
verbis  et  per  epístolas  moriera  contemnero  docuit  (Divi  Eulogii  Vita,  auctore  Alvaro,  Hisp.  illustr,, 
t.  IV,  p  224). 

(2)  Hasta  la  muerte  de  Eulogio,  que  fué  decapitado  en  Córdoba  en  859  en  tiempo  de  Muhamad, 
bijo  y  sucesor  de  Abderrahman  II. 

(3)  Conde,  P.  2  a,  c.  XLVI. 


CAP.    XI.— ESPAÑA   ÁRABE.  479 

habían  excedido  nunca  de  600,000.  Abderrahman  fué  el  primero  en  adoptar  la 
costumbre  de  no  salir  en  público  sino  en  las  grandes  solemnidades,  á  fin  de  au- 
mentar, decía,  el  respeto  hacia  la  persona  del  soberano.  Los  autores  árabes  no 
están  conformes  en  el  número  de  sus  hijos;  uno  de  ellos  le  da  cuarenta  y  cinco 
hijos  varones  y  cuarenta  y  una  hembras,  al  paso  que  otro  pretende  que  dejó  has- 
ta ciento  cincuenta  hijos  varones  y  cincuenta  hijas  (1) .  Había  hecho  grabar  en 
su  sello  la  siguiente  divisa:  «El  servidor  del  misericordioso  (Abd  el  Rahman)  obe- 
dece con  alegría  los  decretos  de  Alá.»  Esta  divisa,  que  él  inventó  y  que  fué  el 
primero  en  usar,  fué  luego  adoptada  por  sus  sucesores  del  mismo  nombre  (2). 

Por  diferentes  pasages  de  nuestro  relato  ha  podido  venirse  en  conocimiento 
de  cuan  cultivada  era  la  poesía  en  la  corte  de  Abderrahman,  y  la  música,  aunque 
prohibida  en  cierto  modo  á  los  mahometanos  por  un  versículo  del  Coran  (3),  no 
era  menos  estimada;  los  que  profesaban  este  arte  fueron  honrados  en  este  siglo 
de  un  modo  particular,  en  Oriente  por  los  califas  abassidas ,  y  en  Occidente  por 
Abderrahman  II  y  sus  sucesores.  Por  desgracia  los  escritores  árabes  que  con 
mas  entusiasmo  celebran  los  maravillosos  efectos  de  la  música,  nada  nos  dicen 
de  positivo  acerca  de  los  varios  géneros  de  sus  melodías  ni  de  las  reglas  de  su  can- 
to, á  no  ser  que  tenian  cuatro  frases  armónicas  ó  modos  principales,  que  llamabau 
raices,  á  los  que  daban  el  nombre  de  las  diferentes  regiones  de  donde  proba- 
blemente les  habían  venido.  Dichos  cuatro  modos  tenian  cierto  número  de  deri- 
vados ,  adoptarlo  cada  uno  á  un  género  particular  de  poesía  ó  á  la  expresión  de 
un  sentimiento  distinto.  De  estos  modos,  ó  por  mejor  decir  raices,  la  llamada  Ishak 
estaba  destinada  al  amor,  y  los  cantos  elegiacos  se  modulaban  según  la  llamada 
Dughiah.  Esto  no  obstante,  el  arte  musical  estaba  contenido  en  tan  estrechos  lí- 
mites, que  sus  variados  acompañamientos  no  salían  jamás  de  una  octava.  Entre  la 
escala  arábiga  y  la  italiana  hay  tan  notable  semejanza,  que  es  muy  probable  que 
la  antigua  enseñanza  musical,  llamada  comunmente  solfeo,  se  debe  á  los  Árabes 
andaluces  (4),  y  hay  muchas  razones  para  creer  haber  sido  ellos  los  inventores  de 
las  notas  actualmente  usadas,  base  esencial  del  arte  moderno,  sin  que  Guid'Arezzo 
hiciera  mas  que  modificarlas  y  vulgarizarlas  en  Europa  (5).  Sea  de  esto  lo  que 
fuere,  es  lo  cierto  que  el  arte  musical  fué  en  aquella  época  muy  cultivado  por  los 
Árabes >  y  que  Abderrahman  manifestaba  por  los  grandes  músicos  la  mas  viva 
predilección.  Disputábalos  á  sus  rivales  los  califas  de  Asia,  y  habiéndole  hablado 
un  viajero  del  mérito  y  gran  celebridad  de  que  gozaba  en  Oriente  Alí  ben  Zeriab, 
famoso  músico  del  Irak,  envióle  una  especie  de  embajada  para  que  le  hiciese 
magníficas  proposiciones  en  caso  deque  quisiera  trasladarse  á  Córdoba.  Acep- 


[4)     Murphy,  c.  3. 

(2)  Abderrahman  significa  literalmente  servidor  del  misericordioso. — La  mayor  parte  de  los 
nombres  árabes  tienen  como  el  dicho  un  significado  propio  y  característico. 

(3)  Entre  los  manuscritos  árabes  del  Escorial,  Casiri  describe  dos  tratados  sobre  la  materia  , 
cuyo  objeto  es  probar  que  el  cultivo  de  la  música  en  nada  es  contrario  á  la  ley.  Bibl.  Hispana. - 
Arab.,  1. 1,  p.  483. 

(4)  Sus  notas  eran  llamadas  A  la  mi  re;  B  fa  re  mi;  C  sol  fa  ut  (Laborde,  ensayos  sobre  la  mú- 
sica antigua  y  moderna,  t.  I,  p.  477). 

(5)  Debérnosles  indudablemente  la  invención  del  laúd  (el  aud) ,  al  que  consideraban  como  el 
mejor  de  los  instrumentos.  Usaban  también  del  órgano,  de  la  flauta,  del  arpa  y  de  varias  clases  de 
guitarras.  Este  último  instrumento,  cuyo  nombre  es  árabe  (kytara)  era  el  favorito  de  los  conquis- 
tadores de  España. 


480  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

tadas  estas,  el  emir  salió  á  caballo  al  encuentro  del  artista  y  le  hospedó  en  su 
palacio.  Este  sabio,  según  le  califica  la  crónica  arábiga,  formó  en  Córdoba  gran 
número  de  discípulos  que  igualaron  después  á  los  mas  famosos  de  Oriente  (l). 

La  poesía,  la  elocuencia,  las  artes  todas  fueron  honradas  y  cultivadas  du- 
rante este  reinado,  y  entre  todos  los  placeres,  prefería  Abderrahman,  según  nos 
dice  su  biógrafo,  el  que  le  proporcionaba  la  lectura  de  buenos  libros  (2).  Todo 
esto  justifica  los  elogios  que  al  reinado  de  Abderrahman  II  se  han  dispensado, 
y  manifiesta  el  grado  de  cultura  y  refinamiento  á  que  ya  en  sus  costumbres  ha- 
bían llegado  los  Musulmanes  españoles. 


(4)    Conde,  P.  2.a,  c.  XL. 

(2)  Murphy,  c.  3. — La  guerra,  los  ejercicios  corporales  y  la  lectura  son  considerados  por  los 
Árabes  como  las  mas  nobles  ocupaciones  de  los  hombres,  loque  resume  poéticamente  este  prover- 
bio: «El  mejor  lugar  es  en  el  mundo  la  silla  de  un  corcel  fogoso;  el  mejor  amigo  es  un  buen  libro.» 


CAP.   XII — ESPAÑA   ÁRABE.  481 


CAPÍTULO  XII. 


Reinado  de  Muhamad  I. — Contiendas  entre  loshanbalistas  y  los malekitas.— Continúala  persecución 
contra  los  cristianos. — Eulogio,  Alvaro,  Sarason. — Concilios  en  Córdoba  — Apostasfas.— Guerra 
contra  los  Francos  y  los  Gallegos. — Ordoño  I  de  Asturias.— Sus  primeras  victorias. — Desgracia  y 
rebelión  de  Muza  y  de  su  hijo  Lopia  ben  Muza,  valí  de  Toledo. — Guerras  que  fueron  su  conse- 
cuencia.—Alianza  de  Muza  con  los  Navarros.— Verdadera  batalla  de  Clavijo. — Toma  de  Toledo 
por  el  emir.— Nueva  irrupción  marítima  de  los  Normandos  en  Galicia  y  en  Andalucía.— Expedi- 
ciones de  Ordoño  contra  los  Árabes. — Rebelión  de  Hafsun.- La  España  oruntídse  separado 
Córdoba. — Matanza  de  los  Musulmanes  en  los  campos  de  Alcañiz. — Vicisitudes  de  la  guerra  con- 
tra Hafsun  y  los  cristianos  del  norte  de  la  Península. — Batalla  de  Rotah  el  Yehud.  Fin  del  reina- 
do de  Ordoño  I. — Proclamación  de  Alfonso  III  el  Magno.-  Breve  usurpación  del  conde  Fruela. — 
Guerras  de  Alfonso  contra  los  Vascones  y  los  Árabes— Casa  con  una  hija  de  García  de  Navarra. 
— Conjuración  de  los  cuatro  hermanos  de  Alfonso.— Brillantes  victorias  de  este  sobre  los  Árabes 
en  Lusitania  y  en  Zamora. — Calamidades  en  el  imperio  musulmán.— Batalla  de  Aybar.— Muerte 
de  Ornar  ben  Hafsun. — Paz  entre  Alfonso  y  Muhamad. — Acaecimientos  varios. — Muerte  de  Mu- 
hamad I. 

Desde  el  año  852  hasta  el  886. 

A  Abderrahman,  segundo  de  este  nombre  y  cuarto  emir  de  la  familia  de  los 
Beni  Omeyas  en  España,  sucedióle  su  hijo  Muhamad,  apellidado  Abu  Abdallah, 
quien  fué  proclamado  en  Córdoba  el  día  G  de  la  luna  de  rebie  primera  del 
año  238  (20  de  agosto  de  852).  Contaba  entonces  la  edad  de  treinta  años,  y  ha- 
cia concebir  las  mas  lisonjeras  esperanzas.  En  los  primeros  meses  de  su  reinado 
suscitóse  una  cuestión  entre  los  aümes  y  alfaquies  de  la  aljama  de  Córdoba  contra 
el  hafit  (nombre  que  sedaba  á  los  doctores  que  conservaban  en  su  memoria  las 
referencias  tradicionales  de  la  sunna,  fundándose  en  ellas  para  resolver  !as  cues- 
tiones difíciles)  Abu  Abderrahman  Baki  ben  Machalad.  Este  sabio  andaluz  habia 
estudiado  en  Oriente  con  los  mas  famosos  doctores  de  su  tiempo ,  discípulos  de 
Ahmed  ben  Muhamad  ben  Hanbal,  y  profesaba  en  Córdoba  las  doctrinas  de  esta 
secta.  Los  principios  de  Malek  reinaban  entonces  casi  exclusivamente  en  España, 
y  los  malekiias  poseian  los  cargos  todos  de  las  aljamas.  Esto  hizo  que  la  de  Cór- 
doba se  opusiera  á  la  enseñanza  del  hafit,  y  representase  al  emir,  cabeza  de  la 
religión,  que  no  convenia  aquella  diferente  exposición  del  Coran;  la  mezquita  de 
Córdoba  seguía  tradiciones  apoyadas  en  mil  trecientos  doctores,  á  los  que  el  hafit 
y  los  de  su  escuela  solo  podían  oponer  doscientos  ochenta  y  cuatro,  de  los  cuales 
apenas  habia  diez  de  autoridad  y  aprobada  fama.  Muhamad  les  mandó  juntarse 
en  su  presencia,  y  después  de  oir  atentamente  las  explicaciones  de  los  acusadores 
y  del  acusado,  decidió  que  las  diferencias  que  habia  en  la  opinión  de  los  hanbalis- 
tas  en  nada  alteraban  la  esencia  de  la  ley  ni  eran  contrarias  á  la  sunna  (tradición 
recibida).  Reconoció  además  que  en  las  doctrinas  de  Baki  habia  doctrinas  de 

TOMO  II.  Gl 


182  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

buenas  y  saludables  prácticas,  y  declaró  que  no  era  justo  impedir  aquella  ense- 
ñanza, que  podia  ser  útil  á  la  ilustración  de  los  pueblos,  y  mas  todavía  los  vir- 
tuosos ejemplos  del  hafit,  que  era  hombre  de  muy  loable  vida. 

No  se  templó,  antes  arreció  con  Muhamad  I  la  borrasca  de  la  persecución 
contra  los  cristianos.  Llevado  por  su  fanatismo  religioso,  comenzó  el  nuevo  emir 
por  lanzar  de  su  palacio  á  los  cristianos  que  servian  en  él ,  y  por  destruir  mu- 
chos de  sus  templos.  Entonces  alcanzó  la  codiciada  corona  del  martirio  el  ilus- 
trado y  fervoroso  Eulogio,  cuando  acababa  de  ser  elevado  á  la  sede  metropolita- 
na de  Toledo.  Habia  dado  asilo  en  su  casa  á  Leocricia,  que,  siendo  hija  de  padres 
mahometanos  habia  abrazado  la  verdadera  fe,  y  llevados  los  dos  ante  los  jueces 
sarracenos  fueron  ambos  decapitados. 

Otros  muchos  derramaron  su  sangre  generosa  en  defensa  de  la  fe,  pero  justo 
es  decir  que  no  todo  fué  pureza  ,  virtud  y  perseverancia  en  esta  época  de  tribu- 
lación y  de  prueba.  Algunos  cristianos  apostataron  de  su  religión  ante  los  rigo- 
res y  suplicios  y  aun  hubo  obispos,  como  fueron  los  de  Málaga  y  Elvira,  Hosti- 
gesio  y  Samuel,  que,  no  contentos  con  haber  convertido  sus  casas  en  lupanares  in- 
mundos, y  con  propalar  heregías  acerca  de  la  naturaleza  de  Cristo,  excitaron  á 
Muhamad  á  imponer  á  los  cristianos  nuevas  y  onerosas  cargas,  haciendo  para  ello 
un  escrupuloso  y  general  empadronamiento  y  ofreciéndose  ellos  á  hacer  de  sus 
diócesis  uno  minucioso  y  exacto.  Entonces  apareció  en  la  liza  el  abad  Samson  , 
hombre  docto  y  de  ingenio  agudo,  dispuesto  a  sostener  la  causa  de  los  oprimidos 
cristianos,  pero  el  disidente  Hostigesio  negoció  con  Muhamad  ¡a  reunión  de  un 
concilio  de  los  obispos  de  la  comarca  para  que  en  él  fuese  juzgado  Samson  y  se  obli- 
gase á  todos  los  obispos  á  presentar  la  relación  de  sus  diocesanos  á  fin  de  exigir- 
les nuevos  y  crecidos  tributos.  Extraña  singularidad  la  de  este  lamentable  episo- 
dio de  la  historia  cristiana,  exclama  el  hisloriador  Lafuente.  Un  obispo  disidente, 
inmoral ,  avaro ,  manchado  de  heregía ,  instiga  á  un  califa  de  Mahoma  á  cele- 
brar un  concilio  de  obispos  cristianos  para  condenar  al  mas  celoso  defensor  de  la 
pureza  de  la  fe  (1).  Celebróse  este  concilio  en  Córdoba  ,  asistiendo  á  él  el  prelado 
de  esta  ciudad  y  los  de  Cabra,  Elche,  Medina  Sidonia,  Ecija  y  Almería.  En  vano 
Samson  sustenta  con  sólidas  razones  su  doctrina:  Hostigesio  y  el  conde  Servando, 
gran  opresor  de  los  cristianos,  logran  quesea  declarada  perniciosa  por  todas 
las  iglesias  de  Andalucía.  Samson  demuéstrala  nulidad  de  la  sentencia  arrancada 
por  la  violencia  y  el  dolo,  y  se  retractan  de  ella  algunos  obispos,  entre  ellos  Va- 
lencio  de  Córdoba ,  que  elevan  á  Samson  á  la  dignidad  abacial  de  la  iglesia  de 
san  Zoilo  para  demostrar  el  aprecio  que  les  merecían  sus  preclaras  cualida- 
des (2).  Irritados  Hostigesio  y  Servando,  acuden  á  la  calumnia  y  á  la  intriga ,  y 
alcanzan  de  Muhamad  que  Samson  sea  depuesto  y  desterrado  á  Martos,  donde 
escribió  una  defensa  de  su  doctrina  con  el  título  de  Apologético.  La  persecución 
continuó  mas  y  mas  encendida;  los  insultos  y  profanaciones  contra  los  fieles  y  sus 
templos  no  cesaron  del  todo  hasta  que  la  tormenta  fué  calmándose  con  la  acción 
del  tiempo,  y  que  la  atención  de  los  Musulmanes  se  distrajo  hacia  los  campos 


(1 )  Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1.  I,  c.  XI. 

(2)  El  título  de  abad  dado  a  Samson  no  lo  era  de  dignidad  monástica,  sino  de  gobierno  parro- 
quial, y  en  Portugal  y  Galicia  son  llamados  así  todavía  los  curas  propios  de  las  iglesias. 


CAP.    XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  483 

de  batalla  á  donde  los  llamaban  nuevas  guerras  contra  los  cristianos  de  la  Pe- 
nínsula. 

Tal  fué,  dice  Lafuente,  este  episodio  tan  glorioso  como  sangriento  de  la  igle- 
sia mozárabe  española,  que  podremos  llamar  la  era  de  los  martirios,  y  que 
produjo  además  de  una  multitud  de  hechos  heroicos  mezclados  con  oíros  de 
lamentable  recuerdo,  un  catálogo  de  santos  con  que  se  aumentó  el  marlirologio 
de  España,  y  los  luminosos  escritos  de  san  Eulogio,  de  Pablo  Alvaro  y  del  abad 
Samson,que  han  llegado  hasta  nuestros  días,  y  sin  los  cuales  nos  veríamos  priva- 
dos de  las  noticias  de  este  período  de  lucha  religiosa,  tanto  mas  gloriosa  cuanto 
era  con  mas  desiguales  armas  sostenida  (1). 

El  celo  religioso  del  emir  no  se  contentó  con  perseguir  á  los  cristianos  de  sus 
estados,  sino  que  quiso  medir  sus  armas  con  aquellos  que  eran  una  amenaza 
incesante  para  sus  fronteras.-— Deseando  Muhamad,  dice  la  crónica,  la  propaga- 
ción del  Islam  en  las  fronteras  de  España,  y  contener  los  movimientos  é  inquie- 
tud que  en  ellas  causaban  los  de  Galicia  y  los  de  Afranc,  encargó  á  los  walies 
de  Mérida  y  Zaragoza  allegar  sus  gentes ,  y  entrar  en  aquella  tierra.  Por  la  parte 
de  Afranc  fueron  sus  algaras  muy  venturosas:  las  huestes  sarracenas  pasaron  los 
Pirineos  y  talaron  la  tierra  de  Narbona,  tomando  muchos  ganados  y  cautivos. 
Los  pueblos,  según  expresa  la  crónica,  huian  por  todas  partes  de  los  vencedores 
Muslimes,  y  aun  salían  á  ofrecerles  sus  bienes  para  templar  su  saña.  En  la 
frontera  de  Galicia  pelearon  con  varia  fortuna ,  y  el  wali  Muza  ben  Zeyad  fué 
vencido  cerca  de  Hins-Albeida  (la  fortaleza  de  Albeida)  por  los  cristianos,  que 
se  apoderaron  de  dicha  plaza  pasando  á  cuchillo  á  la  guarnición  musulmana  (2). 
El  vencedor  de  Muza,  cuyo  nombre  no  expresan  las  crónicas  árabes,  fué  el  rey 
de  Asturias  Ordoño  I,  que  sucediera  á  su  padre  Ramiro  en  850.  Volvía  de  guer- 
rear y  reducir  á  los  Yascones  de  Álava ,  cuando  recibió  aviso  de  que  un  ejército 
agareno  se  disponía  á  impedirle  el  paso.  Ordoño  no  vaciló  en  marchar  contra  el 
enemigo  y  alcanzó  una  famosa  victoria,  que  puso  en  su  poder  la  fortaleza  de 
Albeida  ó  Albelda. 

Esta  derrota  de  los  Musulmanes  tuvo  para  el  imperio  ommíada  gravísi- 
mas consecuencias.  El  general  Muza  de  quien  estamos  tratando ,  era  godo  de 
origen;  nacido  cristiano,  habia  renegado  de  su  fe  y  abrazado  el  islamismo  por 
ambición,  y  en  vida  de  Abderrahman,  padre  de  Muhamad,  habia  hecho  muy 
brillante  carrera.  Esto  era  causa  de  que  el  godo  musulmán  contara  en  Córdoba 
con  numerosos  enemigos,  que  se  aprovecharon  de  aquel  desastre  militar  para 
dañarle,  pues  viendo  al  emir  profundamente  afligido  por  la  pérdida  de  Albelda, 
propagaron  las  mas  negras  calumnias  contra  el  caudillo  vencido;  acusáronle  de 
traición,  y  le  infamaron  diciendo  que  por  ruines  tratos  y  dones  que  habia  recibi- 
do de  los  cristianos  habíase  perdido  aquella  fortaleza.  Elemirdióoidosá  los  malsi- 
nes, que  no  debiera,  dice  Conde,  y  depuso  del  mando  á  Muza  ben  Zeyad,  wali  de 
Zaragoza,  y  á  su  hijo  Lopia  ben  Muza,  wali  de  Toledo  (3). 

Ofendidos  estos  caudillos,  y  confiando  en  el  amor  de  los  pueblos  de  suspro- 


(4)    Hist.  gen.  de  Esp.,  P.  2.a,  1,  I,  c.  XI. 

(2)  Conde,  P.  2.*,  c.  XLVIII. 

(3)  Conde,  1.  c. 


484  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.c.  vincias,  solicitaron  con  secretas  inteligencias  hacer  treguas  y  procurarse  el 
favor  de  los  cristianos  de  Navarra  y  Vasconia,  inclinados  siempre  á  aliarse  con 
los  Árabes  con  tal  que  esto  redundase  en  beneficio  de  su  independencia.  Los  dos 
walies  levantaron  entonces  el  estandarte  de  la  rebelión,  y  todas  las  ciudades  de 
sus  gobiernos  se  declararon  en  su  favor.  Zaragoza,  Tudela,  Huesca  y  Toledo 
abrazaron  su  causa,  y  en  esta  última  ciudad  organizó  Lopia,  llamado  por  los 
cristianos  Lupo,  cuanto  era  necesario  para  la  defensa. 

La  alianza  de  Muza  con  los  Navarros  fué,  á  lo  que  parece,  tan  estrecha,  que 
les  prestó  auxilio  en  sus  contiendas  con  los  reyes  francos,  que  no  habian  renun- 
154  ciado  todavía  á  todas  sus  pretensiones  sobre  ellos.  En  el  preciso  momento  en  que 
Muhamad  atacaba  en  Toledo  á  su  hijo  Lupo,  pasó  Muza  los  Pirineos,  sembró 
el  terror  por  los  condados  de  la  Galia  meridional,  é  hizo  prisioneros  á  dos  duques 
de  los  Vascones  orientales,  dependientes  del  reino  de  Aquitania,  llamados  Sanc- 
tion  (Sancho)  y  Epulón.  Carlos  el  Calvo,  amenazado  y  vencido  en  sus  tierras,  so- 
licitó la  paz  del  wali  victorioso,  y  la  obtuvo  á  fuerza  de  presentes. 

En  tanto  el  ejército  de  Andalucía,  mandado  por  el  emir  en  persona,  sitiaba  á 
Lupo  en  Toledo.  El  escritor  árabe  se  engaña  al  decir  que  el  rey  de  Galicia  envió 
á  Lupo  gran  refuerzo  de  gente,  pues  aun  cuando  es  seguro  que  se  encontraban 
en  las  filas  de  Muza  muchos  cristianos,  eran  del  país  ó  mozárabes.  En  los 
primeros  dias  del  sitio,  cayó  Lupo  en  una  emboscada  enemiga:  deseoso  el 
emir  de  pelear  cuanto  antes  con  los  rebeldes,  á  quienes  pretendía  reducir  de  un 
solo  golpe,  y  suponiendo  con  fundamento  que  no  saldrían  sin  necesidad  de  sus 
murallas  para  correr  los  azares  de  un  combate ,  acudió  á  una  estratagema  muy 
sabida  y  practicada  con  mucha  frecuencia,  pero  siempre  con  buenos  resultados. 
Escondió  parte  de  su  hueste  en  un  frondoso  y  espeso  bosque,  y  con  poca  gente  y 
caballería  apareció  en  las  vegas  de  Toledo,  manifestando  recelos  y  temores,  y  no 
parando  en  ninguna  parle.  El  wali  de  Toledo,  que  pensó  ser  aquello  la  vanguardia 
de  un  ejército  aun  distante,  quiso  aprovechar  la  ocasión  y  con  todas  sus  tropas 
salió  contra  ella.  Las  tropas  andaluzas  Irabaron  con  poco  empeño  ligeras  escara- 
muzas, y  llegaron  perdiendo  terreno  hasta  Wadacelete,  que  así  llamaban  al  valle 
donde  eslaba  la  emboscada.  Entonces  salió  la  cabaliería  de  Córdoba,  que  acaudi- 
llaba el  rey  con  Hixem  ben  Abdelaziz,  é  hicieron  en  los  Toledanos  horrible  ma- 
tanza; ocho  mil  cristianos  y  siete  mil  musulmanes  quedaron  en  el  campo  de  ba- 
talla. 

Este  señalado  triunfo  no  tuvo  sin  embargo  consecuencias  por  lo  que  toca  á 
la  rendición  de  Toledo:  los  que  escaparon  de  la  matanza  volvieron  á  la  ciudad  y 
rechazaron  toda  transacción  á  pesar  de  haberles  ofrecido  el  emir  el  olvido  de  lo 
pasado,  con  tal  que  consintiesen  en  ponerse  á  su  merced.  En  vano  dio  Muhamad 
repelidos  asaltos  á  la  plaza,  y  viendo  que  el  cerco  seria  largo,  se  volvió  á  Córdo- 
ba ,  dejando  encargado  el  ejército  á  su  hijo  Almondhir,  que  hacia  entonces  sus 
primeras  armas.  Cerca  de  él  se  hallaban  en  calidad  de  wazires  Abdelmelek  ben 
Abdallah  é  Uixem  ben  Abdelaziz ,  famosos  caudillos  y  experimentados  generales. 

Como  el  emir  lo  presintiera  ,  era  aquel  el  principio  de  una  guerra  que  no 
debia  concluir  muy  pronto,  de  una  de  aquellas  guerras  complexas  é  intermina- 
bles como  las  vemos  con  tanta  frecuencia  en  la  historia  de  nuestra  patria.  El  si- 
tio de  Toledo  habia  sido  emprendido  á  fines  del  año  854  ,  y  duraba  todavía  al 


CAP.   XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  485 

llegar  el  siguiente  año,  que  encontró  á  Muza  dueño  y  señor  de  un  reino  muy  AG  d* J 
considerable,  formado  por  los  llanos  centrales  de  España,  por  la  Riojay  por  casi  85s" 
todo  el  Aragón.  A  lo  que  parece,  contaba  con  aliados  no  solo  en  Navarra  ,  sino 
también  en  Vizcaya,  en  Bardulia  y  en  la  orilla  derecha  del  Tajo,  y  con  ellos  re- 
forzaba cada  dia  su  partido.  Su  poderío  era  tanto  en  la  parte  oriental  de  España 
que  pudo  en  855  enviar  numerosas  tropas  en  auxilio  de  su  hijo  sitiado.  Entonces 
viéronse  los  Andaluces  obligados  á  levantar  el  cerco,  mas  no  queriendo  Aloion- 
dhir  abandonar  del  todo  la  partida,  acantonó  sus  fuerzas  en  Calatrava,  Talavera 
y  Zurita,  plazas  fuertes  de  aquel  territorio,  y  desde  ellas  hacia  frecuentes  excur- 
siones contra  la  ciudad.  Lupo,  empero,  rechazó  siempre  victoriosamente  sus  ata- 
ques, y  luego  que  su  padre  acudió  á  su  lado  para  tomar  parte  en  la  lucha  ,  al- 
canzaron los  dos  sobre  las  tropas  del  emir  muy  decisivas  ventajas ;  una  vez 
pusieron  á  los  Andaluces  en  completa  derrota  y  los  arrollaron  con  gran  ma- 
tanza hasta  los  muros  de  Talavera,  haciendo  prisioneros  á  dos  de  sus  jefes  prin- 
cipales, Coraixita  el  uno,  llamado  Uaben  Namha  ;  el  otro  tenia  por  nombre  El 
Borth  (Alporz),y  de  su  desgracia  fué  partícipe  su  hijo  Azeth  probablemente  Ah- 
delaziz  (1). 

Envanecido  Muza  con  estos  triunfos  y  con  los  que  obtuviera  en  la  España 
oriental,  hacíase  llamar  el  tercer  rey  de  España  (2),  y  éralo  en  efecto  dominando 
como  dominaba  sobre  el  vasto  territorio  que  hemos  dicho,  confinando  al  este  con 
las  posesiones  de  los  Francos  en  los  Pirineos ,  al  sur  y  al  oeste  con  los  países 
musulmanes  fieles  al  emir  Ommíada  ,  y  por  fin  al  norte  con  los  valles  navar- 
ros y  vascones,  tan  rebeldes  al  yugo  del  monarca  asturiano.  Garseanus  (García), 
jefe  de  estos  pueblos,  habia  tomado  por  esposa  á  una  hija  del  renegado,  si  bien 
de  este  suceso  ignóranse  todas  las  particularidades,  y  solo  lo  sabemos  por  califi- 
car incidentalmente  Sebastian  de  Salamanca  á  García  el  Navarro  de  yerno 
del  caudillo  Muza  (3).  Sin  embargo ,  en  las  crónicas  posteriores  hállanse  algunas 
noticias  acerca  de  este  personage  con  tanta  brevedad  mencionado  por  el  obispo 
historiador;  era,  á  lo  que  parece,  un  conde  de  Bigorra,  conocido  con  el  nombre 
deEnecho,  y  acostumbrado  desde  la  infancia  á  los  combates  y  á  las  expediciones 
guerreras.  En  aquellos  tiempos  turbulentos,  habia  tomado  gran  ascendiente  entre 
los  pueblos  pirenaicos  primero,  y  luego  entre  los  habitantes  de  los  llanos  de  Navar- 
ra, acabando  por  fijar  su  residencia  en  Pamplona.  A  causa  de  su  arrojo  en  las 
peleas  habia  sido  apellidado  Arista,  palabra  que  así  en  vasco  como  en  griego 
significa  el  mas  esforzado,  el  primero  entre  todos  (4).  A  esto  se  limita  cuanto 
hemos  podido  recoger  de  este  personage ,  pero  escasas  como  son  estas  noti- 
cias, dan  gran  luz  sobre  el  origen  político  de  Navarra,  en  cuanto,  según  todas  las 
probabilidades  históricas,  el  nieto  de  este  Garsea  Enecho,  muerto,  como  veremos, 


(1)  Ex  Chalaseis  dúos  quidem  magnos  tyrannos ,  unum  ex  genere  Alkorexi  nomine  Ibenamaz, 
alium  militem  nomine  Alporz  cum  filio  suo  Azeth (Sebast  Salm.  Chr.,  n.  26). 

(2)  Unde,  ob  tantse  victorife  causam,  tantum  in  superbia  intumuit  ut  se  á  suis  tertium  regem 
in  Hispania  appellari  prteceperit  Id.,  1.  c). 

(3)  Sebast  Salm,  Chr.   n.  26. 

(4)  Cum  Cabella,  Legio,  Navarra  variis  Arabum  incursionibus  vastarentur,  vir  advenit  ex  Bi- 
gorric*  comitalu,  bellis  et  incursibus  ab  infantia  assuetus,  qui  Enecho  vocabatur,  et  quia  asper  in 
praeliis  Arista  (¿pto-o;)  agnomine  dicebatur,  et  m  Pyrensei  partibus  morabatur,  et  post  ad  plana 
Navarraedescendens,  ibi  plurima  bella  gessit  (Rod.  Tolet.,  de  Reb.  Hisp.,  1.  V,  c.  XXI,1. 


486  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

doJ  c.  peleando  contra  el  rey  de  Asturias,  fué  quien,  según  expresión  del  monge  Vigilo, 
se  proclamó  rey  en  Pamplona  en  el  año  943  de  la  era  española  (905  de  J.  C).  (1). 
Llegado  á  este  extremo  de  gloria  y  poderío,  Muza  ensanchó  por  todas  partes 
los  límites  de  su  dominación,  de  manera  que  alarmó  vivamente  al  monarca  as- 
turiano ,  muy  irritado  ya  contra  él  por  su  alianza  con  los  Navarros,  que  desde 
hacia  algún  tiempo  desconocían  mas  y  mas  su  soberanía.  En  vano  el  emir  habia 
reunido  todas  sus  fuerzas  contra  su  poderoso  adversario:  reservado  estaba  á  Or- 
doño  librar  de  él  á  los  Ommíadas  de  Córdoba  al  propio  tiempo  que  al  reino  as- 
turiano. Muza  habia  penetrado  en  la  Rioja,  y  Ordoño  marchó  contra  él,  avistan- 
do sus  tiendas  en  el  monte  Laturce,  cerca  de  Clavijo  (2).  Los  cristianos  pelearon 
con  indecible  encarnizamiento,  dieron  muerte  á  mas  de  diez  mil  enemigos,  y 
después  de  poner  en  fuga  á  los  otros,  penetraron  en  su  campamento,  en  el  que 
hallaron  entre  otros  ricos  despojos  los  preciosos  presentes  que  Muza  habia  re- 
cibido de  Carlos  el  Calvo.  Entre  los  muertos  se  halló  el  yerno  y  amigo  de  Muza, 
García  de  Navarra,  y  el  mismo  Muza,  herido  tres  veces  por  la  lanza  de  Ordoño, 
solo  debió  su  salvación  á  un  amigo  que  tenia  entre  los  vencedores,  quien  le  dio 
un  caballo  para  que  huyera  con  mas  rapidez  (3).  Muza  no  murió  de  sus  heridas, 
como  algunos  han  supuesto;  llegó  á  la  España  oriental,  donde  dos  hijos  suyos 
Ismael  y  Fortun,  mandaban  el  uno  en  Zaragoza  y  el  otro  en  Tudela,  y  mantúvose 
allí  independíense,  aunque  con  menos  esplendor  y  poderío  que  antes,  hasta  el 
ano  870  en  que  murió  en  Zaragoza  cercado  por  Almondhir,  según  veremos  á  su 
tiempo.  Desde  aquel  suceso,  Lupo  solicitó  y  obtuvo  la  amistad  de  Ordoño,  pero 
á  pesar  de  los  auxilios  que  dicen  algunos  haber  recibido  de  él,  intentó  en  vano 
mantenerse  en  Toledo.  Cansados  los  labradores  y  vecinos  pacíficos  de  la  ciudad 
de  los  males  de  la  guerra  y  de  ver  cada  año  destruir  sus  mieses,  sus  huertas  y 
sus  casas  de  campo,  ofrecieron  al  emir  entregarle  la  ciudad  y  aun  las  cabezas 
de  los  jefes  rebeldes  si  les  otorgaba  perdón.    Prometióselo  así  Muhamad,  y  la 

85r    ciudad  le  abrió   sus  puertas.  Lupo  pudo  fugarse  disfrazado  y  se  refugió  en  la 
corte  de  Asturias  cerca  de  su  nuevo  amigo  Ordoño. 

Mientras  Muhamad  sometía  á  Toledo  bajo  la  autoridad  de  Córdoba,  los 
bárbaros  Magioges,  para  servirnos  de  la  expresión  de  las  crónicas  arábigas,  re- 
novaron sus  excursiones  por  las  costas  de  la  Península.  Vencidos  primeramente 
en  las  costas  de  Galicia  por  Pedro,  conde  de  una  ciudad  marítima  de  aquella  co- 
marca, quizás  de  Brigantium  (4),  pasaron  con  sesenta  naves  á  las  costas  de  An- 
dalucía y  corrieron  las  [ierras  de  Raya,  Cártama,  Málaga,  y  los  fértiles  campos 
al  oeste  de  Ronda ,  haciendo  en  todas  parles  los  estragos  de  las  tempestades  (5). 


(1)  Additio  de  Regibus  Pampilonensibus  (al  fin  de  la  crónica  Albeldense,  Esp.  Sag.,  t.  XIII, 
p.  463): — In  era  DCCCCXLIII,  surrexit  in  Pampilona  Rex  nomine  Sancio  Garseanis. 

(2)  Esla  fué  la  verdadera  batalla  de  Clavijo,  y  es  probable  que  fuese  la  que  por  error  se  atri- 
buye á  Ramiro. 

(3)  Ipse  vero  (Muza)  ter  gladio  confossus,  semivivus  ovasit,  multumque  ibi  bellici  apparatus, 
sive  et  muñera  qu;r  ei  Carolus  rex  Francorum  direxerat.  perdidit,  et  nunquam  postea  elTectum  vic- 
loriae  habuit  (Sebast.  Salm.,  núm.  86).— Ipsius  Muz  jaculo  vulneratum  ab  amico  quondam  é  nostris 
verum  cognoscitur  fuisse  salvatum,  et  in  tutiora  loca  amici  equo  esse  sublatum  (Chr.  Albeld., 
n.  60). 

(4)  Ejus  tempore  (Ordonii)  Lordomani  iterum  venientes  in  Gallaeciae  maritimis,  á  Petro  comité 
interfecti  sunt  (Chr.  Albeldense.,  n.  60), 

(5)  Conde,  P.  2.",  c.  XL1X. 


GAP.  XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  487 

No  se  atrevieron  á  entrar  mucho  por  el  interior,  pero  entregaron  á  las  llamas  los  *•  *•  '•  e. 
pueblos  inmediatos  al  mar,  y  destruyeron  muchos  edificios  y  atalayas  levanta- 
das en  aquellas  costas.  Saquearon  enlre  otras  la  mezquita  de  Algeciras,  llamada 
de  las  Banderas,  porque,  según  El  Edris,  reunió  allí  Tarik  en  tiempo  de  la  con- 
quista las  banderas  de  los  Musulmanes  para  celebrar  consejo.  Muhamad  envió 
su  caballería  contra  ellos,  y  reembarcándose  los  piratas  luego  que  supieron  su 
llegada,  pasaron  á  las  costas  de  África,  donde,  á  lo  que  dice  Sebastian,  invadie- 
ron una  ciudad  á  la  que  llama  Nachor,  haciendo  gran  matanza  de  Caldeos  (1). 
Dirigieron  luego  su  rumbo  hacia  las  islas  Baleares,  que  sufrieron  iguales  devas- 
taciones, entraron  en  el  Ródano,  llegaron  hasta  las  aguas  de  Grecia  (la  grande 
Grecia  sin  duda;  Sicilia,  Malla,  Gozzo,  etc.) ,  y  volvieron  á  invernar  á  las  costas 
españolas,  desde  donde  sus  naves  cargadas  de  botin  tomaron  de  nuevo  el  camino 
de  la  Escandinavia  á  principios  del  año  860  (246  de  la  hegira)  (2).  86®. 

Alentado  por  la  gran  victoria  que  acababa  de  obtener  contra  Muza,  el  esfor- 
zado Ordoño  llevó  la  guerra  á  las  márgenes  del  Duero,  apoderóse  de  muchas 
ciudades  y  fortalezas,  entre  otras  de  Salamanca  y  Coria,  á  cuyos  gobernadores 
hizo  prisioneros,  y  pasó  á  cuchillo  á  cuantos  hombres  armados  se  le  pusieron 
delante,  llevándose  cautivos  á  Asturias  á  los  niños  y  mugeres  (3).  Es  probable 
que  no  se  esforzó  en  conservar  las  dos  ciudades  dichas,  limitándose  á  destruir 
sus  murallas,  pero  así  y  todo  la  expedición  del  valeroso  monarca  despojó  para 
siempre  á  los  Árabes  de  toda  dominación  al  norte  de  aquel  rio.  No  se  limitaron 
á  esto  las  expediciones  de  Ordoño  :  dice  la  crónica  Albeldense  que  con  el  auxilio 
de  Dios,  el  belicoso  rey  engrandeció  el  reino  de  los  cristianos,  pobló  á  Legio, 
Asturica,  Tudo  y  Amagia,  reparó  las  fortificaciones  de  muchas  plazas  al  sur  de 
Asturias,  y  quedó  repetidas  veces  vencedor  de  los  Sarracenos  (4).  Estas  nuevas 
llegaron  al  emir  de  Andalucía,  quien  mandó  salir  contra  los  cristianos  á  su  hijo 
Almondhir  á  la  cabeza  de  un  numeroso  ejército.  Partió  el  príncipe,  y  avistando 
á  los  cristianos  en  las  márgenes  del  Duero,  los  venció  con  gran  matanza,  dicen 
las  crónicas  árabes,  y  recobró  varias  de  las  ciudades  anteriormente  perdidas, 
enlre  ellas  Coria  y  Salamanca.  Vencedor  en  aquel  punto,  Almondhir  volvió  sus 
armas  contra  los  cristianos  del  nordeste  de  la  Península  que  habían  auxiliado  al 
rebelde  Muza,  vadeó  el  Ebro,  penetró  por  Álava  en  la  alta  Navarra  y  montes  de 
Afranc,  y  pasó  á  sangre  y  fuego  los  campos  de  Pamplona.  Aunque  no  se  dice 
expresamente  si  se  apoderó  ó  no  de  la  ciudad,  es  lo  probable  que  se  limitase  á 
penetrar  en  tres  fortalezas  inmediatas  á  ella,  en  una  de  las  cuales  hizo  pri- 
sionero á  un  cristiano  muy  esforzado  y  principal  llamado  Fortun  ,  á  quien 
llevó  consigo  á  Córdoba  (5),  donde  vivió  veinte  años,  al  cabo  de  cuyo  tiempo  fué 
restituido  á  su  patria  con  gran  número  de  compañeros  de  clase  inferior.  Según 


(4)    Sebast.  Salm.,  Chr.  n.  26. 

(2)  Conde,  P.  2  a,  c.  XL1X;  Murphy,  c.  3. 

(3)  Los  cristianos  extendieron  sus  algaras  hasta  las  cercanías  de  Salamanca  y  de  Coria,  y 
vencieron  al  walí  de  aquella  frontera  Zaid  ben  Cassim.  ^Conde,  1.  c). 

(4)  Chr  Albeld.,  n.  59. 

(5)  Era  quizás  este  Fortun  hijo  de  Muza  ó  nieto  del  mismo,  nacido  del  matrimonio  entre  Gar- 
eía  y  la  hija  del  renegado.— Murphy  (c.  3)  dice  al  hablar  de  este  suceso  que  Muhamad  hizo  pri- 
sionero á  Fortun,  hermano  del  rey.  (¿Qué  rey  podia  ser  este?) 


488  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

a.  dej.c  Conde,  una  vez  obtenida  la  libertad,  Fortun  permaneció  voluntariamente  en 
Córdoba  y  vivió  en  ella  hasta  la  edad  de  ciento  veinte  y  seis  años. 
m  Llegado  el  año  249  (863),  ¡os  cristianos  de  Galicia  y  de  losa  Pirineos  hi- 

cieron repetidas  excursiones,  robaron  los  pueblos,  talaron  los  campos  y  lleva  - 
ronse  cautivos  á  muchos  muslimes  de  la  frontera.  Muhamad  dispuso  que  los  wa- 
líes  y  caudillos  de  las  provincias  allegasen  sus  gentes  para  la  guerra  san'a,  y 
publicada  esla  resolución  en  todos  los  alminhares  de  España,  juntáronse  las 
banderas  en  las  capitanías  para  partir  al  primer  aviso  (1).  No  sin  temor  se  su- 
po en  Córdoba  que  Ordoño  había  entrado  en  Lusitania,  corrido  la  comarca 
de  Lisboa,  incendiado  á  Cintra,  saqueado  los  pueblos  abiertos  y  cogido  multitud 
de  ganados  y  cautivos;  pero  antes  que  Muhamad  pudiese  marchar  en  socorro 
de  aquella  provincia,  habia  el  rey  cristiano  regresado  á  sus  montañas.  Eslono  obs- 
tante parlió  el  emir  con  la  caballería  andaluza,  después  de  incorporársele  las  ban- 
deras de  Mérida,  entró  por  tierras  de  Galicia  hasta  Santyac  (2),  siendo  esta  la 
primera  vez  que  hallamos  este  nombre  en  las  memorias  arábigas.  Recogidos  y 
atrincherados  ya  los  cristianos  en  sus  impenetrables  riscos,  poco  ó  nada  pudo 
hacer  Muhamad  en  venganza  de  las  pasadas  derrotas,  y  volvió  por  Zamora  á 
tierra  de  Toledo. 

Por  aquel  tiempo,  en  las  fronteras  de  Áfranc,  ó  para  Hablar  con  mas  pre- 
cisión, en  los  elevados  valles  que  han  formado  después  el  alto  Aragón,  tomaba 
origen  una  rebelión  que  vino  á  ser  de  mucha  importancia,  y  que  no  es  fácil 
comprender  á  no  recordar  la  composición  de  los  ejércitos  que  conquistaron 
y  se  dividieron  la  Península  bajo  el  mando  de  Tarik  y  de  Muza.  Sabemos  que 
los  Africanos  ó  Berberiscos,  que,  acaudillados  por  el  primero,  contribuyeron 
mas  á  la  conquista,  fueron  los  peor  tratados  en  la  distribución  de  la  tierra 
invadida,  siendo  relegados  en  cierto  modo  á  los  límites  extremos  del  este  y  del 
norte,  como  el  puesto  mas  peligroso  y  difícil  de  guardar.  Los  Berberíes  se 
establecieron,  pues,  en  gran  número  en  la  España  oriental  y  en  los  altos  valles 
de  los  Pirineos,  y  la  injusticia  de  la  primera  división,  unida  á  los  odios  de  raza 
que  separaban  ya  profundamente  á  los  Africanos  de  los  Asiáticos,  hizo  desde 
entonces  á  los  primeros  enemigos  irreconciliables  de  los  segundos,  á  quienes 
consideraban  como  opresores.  Entre  los  pueblos  conocidos  por  la  Europa  bajo 
el  nombre  común  de  Sarracenos  no  existia  homogeneidad  alguna,  y  aunque 
todos  ó  el  mayor  número  á  lo  menos  pertenecían  á  la  raza  semítica,  eran  muy 
dislinias  sus  creencias;  muchos  profesaban  el  islamismo,  otros  el  judaismo,  y 
otros  en  fin  eran  todavía  idólatras.  Según  muchos  y  sabios  etnógrafos,  las  tri- 
bus africanas  convertidas  ó  no  al  islamismo,  que  con  tanta  prontitud  habían 
realizado  la  conquista  guiadas  por  Tarik,  descendían  de  los  Árabes  Kushylas  arro- 
jados del  Yemen  por  los  Árabes  Kathanytas,  á  quienes  disputaron  su  posesión  mu- 
chos siglos  antes  del  nacimiento  de  Mahoma.  Reunidas  un  momento  para  apo- 
derarse de  España,  aquellas  tribus  habían  llevado  á  la  tierra  conquistada  los 
rencores  que  las  animaban  á  unas  contra  otras  en  su  patria  primitiva,  y  de  ahí 
esas  divisiones  que  sorprenden,  esas  luchas  tan  multiplicadas  y  frecuentes  en- 


(4,    Conde,  I'.  2.\  c.  XLIX. 

%)    Contracción  árabe  de  Sanclus.  Jacubtts. 


CAP.    XII.— ESPAÑA   ÁRABE.  489 

tre  hombres  que  nos  imaginamos  unidos  por  la  doble  comunidad  de  raza  y  de  A  de  J 
religión.  Nada  de  esto  existía  en  efecto,  y  semejan  te  estado  de  cosas,  que  he- 
mos indicado  varias  veces  en  el  decurso  de  esta  obra,  habia  de  ser  recordado 
aquí,  en  cuanto  solo  él  explica  el  rápido  favor  que  un  hombre  esforzado  y  animo- 
so obtuvo  casi  en  el  primer  momento  entre  pueblos  que  no  eran  el  suyo. 

Este  hombre  se  llamaba  Hafsun,  y  habia  nacido  en  Andalucía,  de  la  raza 
si  no  proscrita,  excluida  al  menos  de  los  beneficios  inmediatos  de  la  conquista. 
Era  de  origen  pagano,  de  oscura  y  desconocida  prosapia,  y  vivia  del  trabajo  de 
sus  manos  en  Ronda  hasta  que  descontento  con  su  pobre  suerte  se  fué  á  Torgiela 
(Trujillo)  en  busca  de  fortuna.  No  hallando  iampoco  allí  recursos  con  que  vi- 
vir, hízose  salteador  de  caminos  con  oíros  compañeros  á  quienes  por  su  valor 
acaudillaba,  cobrando  gran  celebridad  por  su  obstinada  resistencia  á  los  caxie- 
fes  que  le  perseguían.  Hafsun  y  su  cuadrilla  luciéronse  dueños  de  un  castillo 
llamado  Gal  ai-  Yabas  ter,  hasta  que  por  último,  arrojados  de  Andalucía  en  el  86** 
año  250  (864),  se  trasladaron  á  las  fronteras  de  los  Francos,  es  decir,  á  los  va- 
lles centrales  de  los  Pirineos. 

En  ellos  moraban  los  Africanos,  judíos  en  su  mayor  parte,  y  Hafsun,  quizás 
judío  como  ellos,  trató  de  buscar  entre  aquellos  habitantes  parciales  y  soldados. 
Recibido  en  uno  de  los.  principales  fuertes  de  la  frontera,  llamado  Rotah  el  Yehud 
(Roda  de  los  judíos),  lugar  inexpugnable  por  la  aspereza  de  su  situación  sobre 
peñascos  cercados  del  rio  Isabana,  estableció  allí  su  cuartel  general,  y  dio  prin- 
cipio á  sus  excursiones  contra  los  Mahometanos,  no  tardando  en  ver  acudir  á  él 
considerables  refuerzos.  «Los  cristianos  de  aquellos  montes,  dice  la  crónica  mu- 
sulmana, viendo  la  fortuna  que  acompañaba  á  las  primeras  cabalgadas  del  ban- 
dido, buscaron  su  amistad,  y  unidos  para  la  desobediencia  y  rebelión,  se  con- 
federaron los  de  Hainsa,  Ben-Aware  y  Ben-Asque  (Benavarre  y  Benasque)  y 
corrieron  impetuosos  como  los  rios  que  bajan  de  aquellos  monies  hasta  Barbas- 
tar,  Wesca  y  Afraga  (Barbastro,  Huesca  y  Fraga),  levantando  los  pueblos,  y  pro- 
metiéndoles seguridad  y  amparo  contra  los  walies  de  aquella  frontera,  al 
tiempo  que  talaban  los  campos  y  quemaban  las  poblaciones  que  se  resistían  á 
tomar  su  voz  y  seguir  su  bando  (1).  »  Así  ocuparon  varias  fortalezas  de  aquella 
tierra  hasta  la  comarca  de  Lérida,  sin  que  el  wali  de  Zaragoza,  que  era  entonces 
uno  de  los  hijos  de  Muza,  ó  quizás  el  mismo  Muza,  se  opusiese  ni  contrariase  en 
lo  mas  mínimo  el  movimiento  de  ios  rebeldes.  El  alcaide  de  Lérida,  llamado  Ab- 
delmelek,  hizo  mas  aun:  abrazó  el  partido  de  Hafsun,  y  le  dio  entrada  en  su 
ciudad,  ejemplo  que  fué  seguido  por  otros  alcaides  de  fortalezas  menos  importan- 
tes. Envalentonados  los  rebeldes  con  tan  próspera  fortuna,  atreviéronse  acorrer  toda 
la  tierra  hasta  las  riberas  del  Ebro  y  fértiles  campiñas  de  Alcañiz,  engrosando  sus 
filas  con  todos  los  descontentos,  fuesen  cristianos,  judíos  ó  musulmanes. 

Cada  vez  mas  inquieto  Muhamad  con  esta  insurrección  que  tan  rápidamen- 
te crecía,  y  no  pudiendo  enviar  tropas  contra  el  rebelde  por  tenerlas  ocupadas 
incesantemente  en  el  Duero  contra  los  cristianos,  trató  al  menos  de  asegurarse 
la  neutralidad  del  imperio  franco,  cuya  frontera  gótica  tocaba  con  la  de  sus 
propios  estados,  y  envió  una  embajada  á  Garlos  el   Calvo  con  magníficos  pre- 


(1)    Conde,  P.  2.a,  cXL. 

TOMO  II.  <J2 


490  HISTORIA  GENERAL   DE    ESPAÑA. 

dej.  c  sentes  (1).  Carlos  no  rechazó  sus  ofrecimientos  y  envió  á  su  vez  mensageros  á 
Córdoba  para  estipular  las  condiciones  de  la  paz. 

En  tanto  aprovechaba  Hafsun  el  reposo  en  que  se  le  dejaba,  buscando  y  en- 
contrando auxiliares  entre  las  belicosas  poblaciones  del  centro  de  la  cordillera 
pirenaica,  y  convencido  Muhamad,  en  vista  de  las  noticias  que  cada  dia  recibia, 
de  que  no  le  era  dable  perder  ni  un  momento,  escribió  á  los  walies  para  levantar 
un  poderoso  ejercito  que  acabase  de  un  golpe  con  aquellos  temerarios.  A  la  ca- 
beza de  numerosas  tropajs  dirigióse  á  Toledo  donde  se  le  reunieron  otras  nue- 
vas, al  tiempo  que  se  reunían  y  marchaban  al¡Ebro,  á  las  órdenes  de  su  nieto 
Zeid  ben  Cassim,  todos  los  hombres  de  guerra  de  Valencia  y  Murcia.  La  reu- 
nión de  estas  fuerzas  debia  de  tener  flugar  á  orillas  del  Ebro,  y  una  vez  verifi- 
cada, habían  de  marchar  juntas  en  busca  de  Hafsun  y  reconquistar  uno  á  uno 
los  fuertes  de  que  se  apoderara  el  rebelde  en  la  otra  parte  del  rio. 

Temeroso  Hafsun  de  verse  aniquilado  por  fuerzas  tan  considerables ,  recur- 
rió á  la  astucia  ,  ó  por  mejor  decirá  la  falsía  y  al  engaño.  Escribió  humildemen- 
te al  emir,  y  cou  fingidas  palabras  "y  sumisión  pérfida  protestaba  por  cielos 
y  tierra  de  que  todos  sus  pasos  eran  artificio  y  disimulo  para  engañar  á  los  ene- 
migos del  islam  ;  decía  que  á  su  tiempo  volvería  contra  ellos  sus  armas ,  y  que 
si  el  emir  le  ayudase  con  las  tropas  de  Valencia  y  Murcia  que  con  él  marchaban, 
se  obligaba  él  á  sorprender  á  los  cristianos  en  sus  posesiones  al  sur  del  Segre  y 
anonadar  su  poder.  Tantas  protestas  y  buenas  palabras ,  y  las  que  añadió  el 
astuto  enviado  acabaron  por  convencer  al  emir,  y  después  de  asegurada  la  fron- 
tera de  Afranc  ,  y  de  prometer  al  rebelde  el  gobierno  de  Huesca  ó  tal  vez  el  de 
Zaragoza  para  cuando  hubiese  cumplido  sus  ofrecimientos  ,  dejó  allí  á  las  tropas 
que  acaudillaba  Zeid  ben  Cassim  para  que  ayudasen  á  Hafsun  en  su  empresa, 
envió  la  mayor  parte  de  su  ejército  ,  como  innecesario  ya,  á  las  fronteras  de  Ga- 
licia ,  y  tomó  él  el  camino  de  Córdoba. 

Las  tropas  de  Zeid  se  incorporaron  con  las  de  Hafsun  en  los  campos  de  Al- 
cañiz  ,  y  con  las  demostraciones  mas  afectuosas  acamparon  confiadas  junto  á  los 
que  creían  sinceros  aliados.  Llegada  la  noche,  mientras  los  soldados  de  Murcia  y 
de  Valencia  (Sirios  y  Egipcios  )  se  hallaban  entregados  al  sueño  ,  los  de  Hafsun 
y  Abdelmelek  se  echaron  sobre  ellos ,  y  degollaron  al  mayor  número  antes  que 
pudieran  ponerse  en  estado  de  defensa.  Muy  pocos  salieron  ilesos  de  la  horrible 
matanza ,  y  entre  los  primeros  que  sucumbieron  cayó  el  joven  Zeid  ben  Cassim, 
que  murió  peleando  valerosamente  antes  de  haber  cumplido  diez  y  ocho  años 
(252—866). 

Poseído  el  emir  de  indignación  al  saber  en  Córdoba  el  horrible  suceso,  con- 
vocó al  momento  á  todos  sus  jefes  militares  para  una  guerra  á  muerte  contra  el 
rebelde  y  traidor  Hafsun.  Almondhir  fué  llamado  de  las  fronteras  de  Galicia  ,  y 
todo  su  ejército  no  tuvo  mas  que  una  voz  para  marchar  á  aquella  guerra  de  jus- 
ta venganza.  Numerosos  voluntarios  se  ofrecieron  de  Córdoba  y  Sevilla  ,  y  todas 


866. 


(1)  Carolus,  VIII  kal.  novembris  legatum  Mahometregis  Sarraceuorum,  cum  magnis  et  mul- 
tis  muneribus  ac  litteris  de  pacect  foedere  amicali  loqueatibus  solemni  more  suscepit,  quem  cum 
honore  et  debito  salvamento  ac  subsidio  necessario  in  Silvanectis  civitate,  opportunum  tempus  quo 
remitti  honorificé  adregem  suum  posset,  operiri  disposuit  (Anual.  Bertin.,  adann.  863). 


CAP.   XII.— ESPAÑA   ÁRABE.  491 

las  tropas  ardían  aun  en  ira  cuando  el  príncipe  las  llevó  contra  los  rebeldes,  reu- 
nidos entonces  en  los  valles  y  riscos  de  Roíah  el  Yehud,  que  era  el  nido  del  pérfi- 
do Ornar  ben  Hafsun  ,  según  le  llaman  las  historias  árabes.  Empeñada  la  pelea 
con  encarnizamiento,  las  compañías  de  Hafsun,  mandadas  por  este  jefe  y  por  Ab- 
delmelek  ,  sostuvieron  vigorosamente  el  ataque  de  los  soldados  de  Almondhir, 
pero ,  á  pesar  de  las  ventajas  que  la  posición  les  daba  ,  quedó  la  victoria  por  los 
Musulmanes  andaluces  ,  quienes,  dice  Conde  ,  saciaron  sus  espadas  sedientas  de 
sangre.  Abdelmelek  escapó  herido  con  ciento  de  los  suyos  y  se  acogió  al  fuerte  de 
Rotah,  pero  al  dia  siguiente  los  soldados  de  Almondhir  atacaron  la  fortaleza  sin  que 
los  detuvieran  las  breñas  y  escarpados  riscos  que  la  hacían  al  parecer  inaccesi- 
ble. Entre  los  valientes  que  la  defendieron  hasta  morir  nombra  la  crónica  arábi- 
ga al  caudillo  Abdelmelek  ,  que  cayó  acribillado  de  heridas.  Su  cabeza  fué  en- 
viada al  emir  como  trofeo  de  aquella  victoria ,  que  no  tardó  en  producir  la  ren- 
dición de  Lérida  ,  de  Fraga  ,  de  Ainsa  y  de  todas  las  fortalezas  de  la  comarca. 
Hafsun  no  se  atrevió  á  prolongar  una  lucha  tan  desigual,  y  se  refugió  en  los  montes 
de  Arbe  ,  después  de  distribuir  sus  tesoros  entre  sus  parciales  y  de  prometerles 
volver  entre  ellos  luego  que  ío  considerase  ocasión  oporíuna  (1).  Así  quedó  re- 
ducida la  primera  rebelión  de  Hafsun,  cuya  importancia  nos  descubren  las  fies- 
tas con  que  fué  celebrado  en  Córdoba  el  vencimiento  del  bandido.  Almondhir 
fué  recibido  en  la  capital  con  aclamaciones  de  triunfo  ;  Muhamad  con  los  mas 
principales  caballeros  salió  á  recibirle  á  gran  distancia,  repartió  armas,  vestidos 
y  caballos  á  muchos  jóvenes  que  habían  hecho  en  esta  ocasión  sus  primeras  ar- 
mas ,  y  aquel  dia  fué  para  la  población  entera  un  dia  de  fiesta  y  de  general  ale- 
gría (2). 

El  mismo  año  en  que  Muhamad  alcanzó  contra  Hafsun  tan  importante  vic- 
toria (  866  ),  murió  en  Oviedo  el  rey  Ordoño  í,  después  de  un  reinado  de  mas  de 
diez  y  seis  años  (3).  Este  monarca  merecía  los  elogios  que  le  tributan  las  cróni- 
cas contemporáneas  (4)  así  por  su  piedad  y  virtudes ,  como  por  haber  engrande- 
cido el  reino  y  héchole  respetar  de  los  Musulmanes  ,  con  los  cuales  tuvo  otros 
reencuentros  en  que  salió  victorioso  ,  cuyos  pormenores  y  circunstancias  no  es- 
pecifican las  historias.  El  fué  el  primero  en  reedificar  algunas  de  las  ciudades  ro- 
manas que  Alfonso  I  habia  deslruido  y  desmantelado  un  siglo  hacia  ,  y  que  los 
Árabes  habían  renunciado  á  conservar  ,  ya  por  hallarse  muy  expuestas  á  las  ex- 
cursiones del  enemigo  ,  ya  porque  su  situación  septentrional  hiciera  molesta  y 
triste  la  permanencia  en  ellas.  Sucesor  de  dos  reyes  que  habían  afirmado  sobre 
sólidas  bases  el  pobre  y  combatido  establecimiento  de  Pelayo  y  Alfonso  el  Cató- 


(4)    Conde  P.  2.a,  c.  LII. 

(2)  Conde,  1.  c. 

(3)  Con  este  rey  acabó  su  crónica  el  obispo  Sebastian  de  Salamanca,  y  empezó  la  suya  el  obis- 
po Sampiro  de  Astorga. 

(4)  Ranimiro  defuncto  Ordonius  filius  ejus  successitf  in  regnum  ,  magnae  potentise  atque  mo- 
destioe  fuit. —  Civitates  desertas  ,  ex  quibus  Adefonsus  major  Chaldaos  ejecerai,  iste  repopulavit,  id 
est ,  Tudem,  Astoricam,  Legionem  et  Amayam  patriciam  (Sebast  ,  Salm.  Chr.,  n.  25,.— Iste  christia- 
norum  regnum  cum  Dei  juvamine  ampliavit.  Legionem,  Asturicam,  simul  cum  Tude  et  Amagia  po- 
pulavit;  multaque  et  alia  castra  munivit  (Chr.  Albeld,,  n.  60).  Adversus  Chaldacos  scepisime preeliatus 
est,  et  triumphavit  in  primordio  regni  sui  (Sebast.  Salm.  Chr.,  n.  25).—  Super  Sarracenos  victor 
ssepius  extitit   Chr.  Albeld.,  n.  60). 


492  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

lico ,  fué  Ordoño  su  digno  continuador.  Durante  el  largo  tiempo  que  ciñera  la 
corona ,  Alfonso  el  Gasto  habia  comunicado  cierta  vida  á  los  elementos  de  civili- 
zación recogidos  en  Asturias  después  de  la  conquista.  Sin  hablar  de  la  religión 
que  habia  sido  el  objeto  principal  y  como  el  fin  de  su  gobierno,  las  letras  latinas, 
el  estudio  de  los  Padres  de  la  Iglesia  hispano-gótica  ,  el  del  derecho  según  el  có- 
digo visigodo  ,  habian  recobrado  gran  favor ,  lo  que  era  conservar  ó  impedir  á 
lo  menos  que  se  disolvieran  y  dispersaran  los  restos  de  la  antigua  política  y  cul- 
tura que  se  salvaron  de  la  gran  tormenta  que  echó  por  tierra  la  obra  social  de 
los  Visigodos  en  España.  Después  de  él, Ramiro,  de  genio  belicoso,  habiaexcitado 
y  satisfecho  por  medio  de  sus  continuas  guerras  el  ardor  militar  de  los  Asturia- 
nos y  Gallegos,  y  Ordoño,  que  participaba  del  carácter  del  uno  y  del  otro,  gober- 
nó con  acierto  el  reino  que  habia  defendido  con  vigor.  Al  acaecer  su  muerte,  de- 
jólo engrandecido  en  una  tercera  parte  ,  y  si  no  mas  unido  internamente ,  mas 
temido  y  respetado  por  sus  enemigos  exteriores. 

Has ía  entonces  sin  embargo  ,  el  reino  de  Asturias  no  habia  ejercido  en  Es- 
paña una  influencia  igual  ni  comparable  á  la  del  emirato  de  Córdoba ;  pero  al 
morir  Ordoño ,  subió  al  trono  de  Oviedo  su  hijo  Alfonso  ,  y  en  tiempo  de  este 
rey  ,  que  ciñó  la  corona  por  espacio  de  cincuenta  años,  el  poder  cristiano  hizo 
muy  rápidos  progresos  y  contrarestó  en  breve  en  la  Península  el  poderío  musul- 
mán. 

Catorce  años  solamente  tenia  Alfonso  cuando  su  padre  le  asoció  al  gobierno 
del  reino,  y  diez  y  ocho  cumplia  cuando  en  6  de  mayo  del  año  866  entró  á 
reinar  solo  bajo  el  nombre  de  Alfonso  III,  después  de  confirmar  los  prelados  y 
proceres  la  voluntad  de  su  padre.  Sin  embargo,  apenas  nombrado  rey,  elevóse 
contra  él  un  competidor  para  disputarle  la  corona.  Las  funciones  de  conde  del 
Galicia  eran  entonces  de  las  mas  considerables  del  Estado  á  causa  de  la  impor- 
tancia de  aquella  provincia  ,  llena  de  una  población  belicosa  y  enérgica  ,  y  aque- 
llos que  las  ejercían ,  por  poco  que  hubiesen  sabido  conciliarse  los  ánimos  del 
pueblo  ,  hallábanse  casi  en  la  misma  línea  que  el  rey  de  Oviedo  ,  aun  cuando 
le  estuviesen  sometidos  nominalmente.  Cierto  Frueía,  de  familia  real,  es  decir  de 
una  de  las  principales  del  Estado  entre  las  cuales  se  elegían  los  reyes  ,  desem- 
peñábalas al  morir  Ordoño  ,  y  quiso  disputar  el  cetro  al  joven  hijo  del  difunto 
monarca.  Apoyado  por  los  magnates  de  Galicia  ,  casi  siempre  en  oposición  con 
los  de  Asturias  ,  proclamó  los  derechos  que  según  él  le  asistían.  Marchó  atrevi- 
damente sobre  Asturias  á  la  cabeza  de  un  ejército  ,  y  hallando  desapercibidos  á 
los  nobles  y  al  rey  ,  penetró  en  Oviedo  y  se  apoderó  del  palacio  y  de  la  corona 
mientras  que  Alfonso  habia  de  buscar  su  salvación  en  uno  de  los  muchos  casti- 
llos levantados  por  su  padre  al  este  y  al  sur  délas  montañas  de  Pelayo.  Ignóra- 
se lo  que  sucedió  en  Oviedo  durante  la  usurpación  de  Frueía  ,  y  únicamente  sa- 
bemos que  duró  muy  poco.  Los  electores  palatinos  de  Alfonso  ,  que  solo  en  apa- 
riencia habian  abandonado  ásu  elegido,  no  tardaron  en  conjurarse  contra  su  rival, 
y  le  dieron  muerte  en  su  propio  palacio.  Alfonso,  llamado  olra  vez  ,  volvió  á  to- 
mar posesión  del  reino  antes  de  haber  cumplido  diez  y  nueve  años  (1). 


(1)    Et  non  post  multa  témpora  ,  ispo  Froilane  tiranno  et  infausto  rege  a  fidelibus  nostri  prin- 
cipis  Oveto  interfecto  ,  idem  gloriosus  puer  ex  Castella  revertitur ( Chr.  Albeld). 


CAP.   XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  493 

No  fué  esta  la  única  prueba  reservada  á  Alfonso  en  los  primeros  años  de  su  A- ,ie  J-  c 
gobierno.  Algunos  historiadores  habíannos  en  867  de  una  insurrección  de  las  pro-  §6?. 
vincias  vascas  seguida  en  breve  de  otro  acaecimiento  igual :  según  dichos  auto- 
res, la  presencia  y  resolución  del  joven  monarca  que  voló  á  apagar  aquel  incen- 
dio ,  desconcertó  á  los  sublevados,  que,  asustados  ó  arrepentidos,  le  prometieron 
obediencia  y  fidelidad,  llevándose  Alfonso  á  Oviedo  cargado  de  cadenas  al  conde 
Eiion,  autor  del  levantamiento  (1).  Privados  de  su  caudillo,  los  Vascos  cesaron  en 
su  resistencia,  y  el  rey  de  Oviedo  creyó  haber  sometido  la  Vasconia;  pero  apenas 
habia  salido  del  territorio  de  las  tres  repúblicas  ( así  llamaban  los  Vascos  á  sus 
provincias  confederadas)  (2)  eligieron  los  Vizcaínos  á  un  nuevo  jaon  ,  á  quien 
designan  todavía  los  montañeses  con  el  nombre  de  Jaon  Zuri,  el  Señor  Blanco, 
y  proclamaron  su  independencia  bajo  el  árbol  de  Guernica.  Irritado  Alfonso,  en- 
vió un  nuevo  ejército  á  las  órdenes  de  Odoario  para  sofocar  la  renaciente  insur- 
rección ,  y  encontrando  sus  tropas  á  los  Vascones  en  un  lugar  llamado  Padura, 
cerca  del  sitio  donde  mas  adelante  se  levantó  Bilbao  ,  empeñóse  sangrienta  ba- 
talla. Los  Vascones,  cuenta  la  tradición,  alcanzaron  completa  victoria,  ayudados 
por  su  aliado  Sancho  Estiguiz  Ortunio,  señor  de  Durango,  que  encontró  la  muer- 
te en  la  pelea.  Odoario  pereció  también  en  la  refriega  ,  y  ios  miserables  restos 
del  ejército  real  viéronse  perseguidos  hasta  las  puertas  de  Oviedo.  De  este  suce- 
so recibió  su  nombre  de  Arrigorriaga  el  campo  árido  y  pedregoso  en  que  .tu- 
vo lugar  ,  aludiendo  á  la  mucha  sangre  de  que  quedó  teñido  ,  pues  aquella  pala- 
bra significa  en  la  lengua  del  yus  piedras  bermejas.  Del  Jaon  Zuri,  reputado  co- 
munmente como  primer  señor  de  Vizcaya,  descienden  los  ilustres  caballeros  de  la 
casa  de  Haro  ,  que  por  espacio  de  tantos  años  fueron  señores  de  aquella  tier- 
ra (3).  Desde  aquel  momento  los  Vascones  ,  á  lo  que  ellos  aseguran,  gozaron  de 
sus  fueros  y  obedecieron  á  jefes  particulares  hasta  que  «  reinando  en  Castilla  y 
León  Enrique  II  de  este  nombre  ,  el  señorío  de  Vizcaya  fué  dado  á  su  hijo  Juan, 
quedando  desde  entonces  incorporado  á  la  corona  de  Castilla  (4).» 

Volvamos  ahora  á  la  historia  positiva-,  á  la  que  se  apoya  en  textos,  en  mo- 
numentos, y  no  en  la  tradición  siempre  sospechosa.  A  no  consultar  sino  aquel  gé- 
nero de  pruebas,  Alfonso  IR  hubo  de  pelear  dos  veces  contra  los  Vascones  suble- 
vados contra  él,  luego  que  hubo  recobrado  la'corona  de  Oviedo.  A  sus  primeras 
armas  presidiría  sin  duda  muy  varia  fortuna  ,  y  la  crónica  contemporánea  dice 
que  venció  y  humilló  á  los  rebeldes.  La  historia,  pues,  no  corrobora  cuanto  cuen- 
ta la  tradición  acerca  de  la  batalla  de  Arrigorriaga,  á  la  cual  si  bien  no  calificare- 
mos de  fabulosa,  tampoco  daremos  completo  asentimiento.  Tampoco  sabemos  la 
fecha  precisa  de  estas  rebeliones  délos  Vascones,  si  bien  todo  induce  á  creer  que 
se  verificaron  en  los  dos  primeros  años  del  reinado  de  Alfonso. 

Aunque  de  pocos  años  Alfonso,  y  teniendo  por  rival  á  un  príncipe  lan  ave- 
zado á  los  combates,  tan  valeroso  y  resuelto  como  Muhamad  de  Córdoba,  estaba 


(4)    Eylonemvero  ,  qui  comes  illorum  videbatur,  ferro  victum  secumOvetoattraxit  (Chr.  Sam- 
piri,  p.,  838). 

(2)  Álava,  Guipúzcoa  y  Vizcaya. — Adviértase  que  escribimos  esto  apoyados  únicamente  en  las 
tradiciones  vascas ,  y  no  en  datos  y  documentos  de  la  historia  positiva. 

(3)  Garibay,  1. 1,  1.  IX. 

(4)  Id.,  1.  c. 


494  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

a.  de  j.  c  destinado  á  dar  gran  impulso  á  la  restauración  española  y  á  merecer  el  renombre 
de  Magno  que  se  le  aplicó  y  con  que  le  conoce  la  posteridad.  Hasta  el  tercer  año  de 
su  reinado  empero,  no  tuvo  ocasión  de  medir  por  primera  vez  sus  fuerzas  con  los 
S6S  Musulmanes.  Corría  entonces  el  año  868,  y  libres  de  toda  guerra  civil  desde  866, 
la  mayor  parte  de  ellos  consideraban  esta  inacción  como  culpable.  La  guerra  era 
la  ley  y  la  necesidad  de  aquel  pueblo  ,  y  el  espíritu  belicoso  del  profeta  pareció 
despertarse  de  pronio  en  la  nación  entera.  En  todas  Jas  mezquitas  proclamábanse 
las  máximas  del  Coran  que  lo  revelan,  y  Muhamad,  cediendo  al  entusiasmo  ge- 
neral, dispuso  una  expedición  contra  Galicia.  Hasta  aquí  hemos  visto  á  la  marina 
musulmana  guerrear  únicamente  contra  las  islas  y  las  costas  del  Mediterráneo, 
y  Muhamad  fué  el  primero  que  pensó  en  emplearla  contra  los  cristianos  del  nor- 
te de  la  Península.  Reunida  una  poderosa  armada,  dirigióse  con  buen  viento  á 
Galicia  y  llegó  en  breve  á  su  destino ;  pero  ai  abordar  á  la  desembocadura  del 
Miño,  desencadenóse  una  tormenta  de  cuyas  resultas  se  perdieron  ó  estrellaron  ca- 
si todas  las  naves.  A  duras  penas  pudieron  salvarse  algunos  de  sus  tripulantes,  y 
de  este  número  fué  el  almirante  ábdelhamid  ben  Ganim,  que  regresó  por  tierra 
á  Córdoba,  no  sin  exponerse  á  caer  prisionero  de  los  cristianos. 

Alentado  el  rey  de  Asturias  con  este  desastre  ,  tomó  á  su  vez  la  ofensiva,  y 
pasando  el  Duero  y  ocupando  á  Salamanca,  corrió  la  tierra  lusitana  y  puso  sitio 
á  la  ciudad  de  Coria,  de  que  su  padre  se  había  ya  apoderado,  á  algunas  leguas 
del  Tajo  (1).  Las  nuevas  de  estas  desventuras  llenaron  de  tristeza  á  los  de  Cór- 
doba, y  los  mas  virtuosos  y  severos  miraban  estos  infaustos  acaecimientos  como 
castigos  del  cielo  por  la  falta  de  fervor  en  las  prácticas  religiosas,  y  por  la  con- 
ducta de  los  muslimes  que  pensaban  mas  en  las  vanidades  y  deleites  que  en  la 
propagación  del  islam.  Otros  decían  que  en  el  servicio  de  Dios  no  conviene  bus- 
car atajos  ni  excusar  fatigas,  y  que  por  esto  aquella  expedición  por  mar  no  habia 
querido  Dios  que  fuese  venturosa  (2). 

Sin  embargo,  Alfonso  no  pudo  conservar  á  Salamanca  ni  tomar  á  Coria.  A  la 
noticia  de  su  excursión,  los  walies  de  la  frontera  reunieron  sus  hombres  de  guer- 
ra y  entraron  á  su  vez  por  el  territorio  cristiano;  pero  en  cambio,  habiéndose  in- 
ternado mas  de  lo  que  la  prudencia  aconsejaba,  viéronse  de  pronto  acometidos  y 
envueltos  en  un  sitio  donde  no  podia  maniobrar  la  caballería,  y  padecieron  gran 
matanza  (3).  Estas  nuevas  turbaron  la  alegría  de  los  muslimes  de  Andalucía  y 
consternaron  á  los  defensores  de  las  fronteras;  así  lo  confiesa  la  crónica  arábiga, 
y  Alfonso  se  retiró  á  su  capital  con  todos  los  honores  de  la  guerra ,  y  probable- 
mente con  un  rico  boiin  y  muchos  prisioneros. 

Al  propio  tiempo  hacían  los  Sarracenos  una  vana  tentativa  contra  Pamplona, 
la  principal  ciudad  navarra.  Los  walies  de  aquella  frontera  Ishac  ben  Ibrahim  el 
Ocaili  y  Zaide  ben  ílustam  emprendieron  sin  fruto  el  cerco  de  la  plaza.  Apode- 
rados ya  de  algunas  torres  de  sus  muros,  estrechaban  á  los  habitantes  de  muy 
cerca,  cuando  llegando  muchas  gentes  de  Afranc,  fué  forzoso  á  aquellos  caudillos 
levantar  el  campo  y  retirarse  á  Tutila  y  riberas  del  Ebro  (4).  García,  hijo  del  yer- 


(1 1  Conde,  P.  2.\  c.  Lili. 

2  Id.,  1.  c. 

13)  Id.,  1.  c. 

14)  Id.,  1.  c 


CAP.    XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  495 

nodeMuza,  mandaba  probablemente  en  la  ciudad,  y  los  prontos  auxilios  que  reci-  A- deJ- c- 
bió  de  los  Pirineos  prueban  hasta  que  punió  se  habían  ya  confederado  y  unido  las 
poblaciones  de  aquellos  montes  que  habían  en  breve  de  formar  un  reino  inde- 
pendiente así  de  sus  vecinos  de  la  Galia,  como  de  sus  vecinos  de  Iberia. 

Esta  expedición  tendria  probablemente  por  objeto  castigar  á  García  y  á  sus 
Navarros  de  los  auxilios  que  habían  prestado  y  prestaban  todavía  á  los  jefes  mu- 
sulmanes de  la  España  oriental  que  desconocían  la  autoridad  de  Córdoba,  y  á 
quienes  se  trataba  por  fin  de  reducir.  Vemos  en  efecto  que  á  principio  del  si- 
guiente año,  Muhamad  mandó  juntar  sus  gentes  de  Andalucía  y  de  Mérida  y  envió  869- 
á  su  hijo  Almondhir  contra  Zaragoza,  que  su  wali  mantenía  separada  de  Córdoba. 
Las  crónicas  musulmanas  dan  á  este  wali  el  nombre  de  Muza,  y  en  caso  de  no 
ser  el  viejo  antagonista  de  Muhamad,  era  seguramente  uno  de  sus  hijos.  Puede 
creerse,  pues,  que  á  pesar  déla  toma  de  Toledo  en  839,  continuaba  Zaragoza  adic- 
ta á  la  parcialidad  de  Muza.  Almondhir  llegó  delante  de  la  plaza,  cuyas  puertas 
se  cerraron  á  su  presencia  ;  detúvose  allí  veinte  y  cinco  días ,  y  por  no  perder 
tiempo,  dice  la  crónica,  pasó  á  la  frontera  de  Afranc,  es  decir  á  Navarra,  corrió 
y  taló  la  tierra  de  Álava,  y  volvió  con  mucho  botin  al  cerco  de  Zaragoza  (1).  Al- 
mondhir permaneció  en  la  España  oriental  hasta  el  año  de  la  hegira  257  (870)  y  8?o. 
puso  muy  apretado  cerco  á  Zaragoza  ,  pero  durante  él  murió  el  vali  Muza  no  sin 
sospechas  de  haber  sido  ahogado  en  su  misma  cama,  y  la  ciudad  se  rindió  poco 
después. 

Pero  el  espíritu  de  rebelión,  dice  Lafuente,  estaba  encarnado  ya  en  el  cora- 
zón de  los  Musulmanes  españoles,  y  á  pesar  de  la  muerte  trágica  de  Muza  y  de 
la  rendición  de  Zaragoza,  otra  sublevación  estalló  en  la  siempre  inquieta  Tole- 
do. Dirigíala  Abdallah,  nieto  del  mismo  Muza  é  hijo  de  aquel  Lupo  que  huyera  de 
la  ciudad  en  859.  Según  confesión  de  sus  mismos  enemigos,  era  Abdallah  Muha- 
mad ben  Lopia  un  general  experimentado  y  animoso,  y  como  habia  permanecido 
mucho  tiempo  en  Asturias  junto  con  su  padre,  los  cristianos  favorecian  sus  desig- 
nios y  rebelión  (2).  Avisado  Muhamad  del  movimiento  y  alboroto  de  los  Toleda- 
nos, mandó  reunir  las  gentes  de  Andalucía ,  y  con  la  caballería  de  su  guardia  se 
dirigió  á  tierra  de  Toledo.  Los  habitantes  de  la  ciudad  estaban  dispuestos  á  re- 
sistir y  á  defenderse  con  obstinación;  pero  su  prudente  caudillo  no  quiso  aventu- 
rar su  seguridad  dentro  de  los  muros,  recelando  con  razón  de  la  ligereza  y  natu- 
ral inconstancia  de  la  gente  popular.  Sabiendo  cuan  numerosa  hueste  seguía  al 
rey ,  salió  de  la  ciudad  con  pretexto  de  hacer  un  reconocimiento ,  y  envió  poco 
después  algunos  caballeros  para  que  aconsejasen  á  los  principales  que  se  ofrecie- 
sen á  la  obediencia  del  emir,  pues  no  tenían  fuerza  ni  disposición  para  resistirle. 
El  populacho  quiso  despedazar  á  los  enviados  en  el  furor  de  su  inconsiderada  re- 
solución, pero  contenido  por  los  hombres  mas  prudentes  y  de  mas  influjo,  estipu- 
lóse por  fin  la  entrega  de  la  ciudad  á  condición  de  que  se  echaría  un  velo  sobre 
lo  pasado.  Muchos  caudillos  aconsejaron  al  rey  que  destruyera  los  muros  y  tor- 
reones de  la  plaza  para  quitar  en  adelante  la  ocasión  y  confianza  que  aquellas 
fortificaciones  daban  á  los  ánimos  inquietos  de  sus  habitantes,  pero,  según  dice  la 


Conde,  P.  2.a,  c.  Lili. 
Id.,  P.  2.a,  c.  LIV. 


¿96  HISTORIA  GENERAL  DE   ESPAÑA. 

a.  de  j.  c  crónica  arábiga,  no  quiso  Dios  que  tan  buen  consejo  fuese  oido  (1).  Muhamad  se 
detuvo  algunos  días  en  Toledo ,  y  ordenadas  las  cosas  convenientes  á  la  quietud 
de  la  ciudad,  se  volvió  á  Córdoba  ,  donde  fué  recibido  con  grandes  demostracio- 
nes de  alegría. 

A  esta  época  han  de  atribuirse  las  nuevas  relaciones  que  estableció  Alfonso 
entre  Asturias  y  Navarra;  pero  antes  de  referirlas,  hemos  de  recordar  algunos  he- 
chos, que  la  imposibilidad  de  contarlo  todo  a  la  vez  en  una  historia  tan  com- 
plexa como  la  que  es  ¡amos  escribiendo,  nos  ha  obligado  á  pasar  en  silencio  hasta 
llegar  á  este  punió.  Hemos  visto  á  los  Navarros  de  la  falda  occidental  de  los 
Pirineos  emanciparse  en  el  año  vigésimo  cuarto  de  es  le  siglo  de  la  dominación  ó 
protectorado  de  los  reyes  francos.  Después  de  vencer  á  las  tropas  de  Luis  el  Pió 
en  824  y  de  hacer  prisioneros  á  los  dos  condes  enviados  contra  ellos,  tratando 
con  consideración  y  amistad  al  que  era  de  su  sangre  (causa  affinitate  sanguinis), 
nada  mas  habían  tenido  que  ver  con  los  reyes  de  la  estirpe  de  Garlo  Magno  y 
habían  quedado  en  una  situación  mixta,  sujetos  en  parte,  á  lo  que  parece,  por  la 
necesidad  de  una  alianza  interior,  á  la  monarquía  de  Asturias.  Muy  pronto,  em- 
pero, la  Vasconia  gala  habíase  separado  también  del  imperio  franco  (2),  y  por 
los  años  de  836  las  dos  Vasconias,  ó  en  oíros  términos,  las  dos  Navarras  habían 
formado  una  confederación  contra  Pepino,  rey  de  Aquitania,  que  amenazaba  di- 
rectamente á  aquella  que  hasta  entonces  había  formado  parte  de  su  reino.  Dí- 
cese  que  el  alma  de  esta  confederación  fué  cierto  Aznar,  el  mismo  probablemen- 
te que  había  sido  hecho  prisionero  doce  años  antes,  y  á  quien  el  biógrafo  anó- 
nimo de  Luis  el  Pío  da  el  nombre  de  Asinario.  Según  una  crónica  franca,  Aznar 
padeció  aquel  mismo  año  una  muerte  horrible,  que  no  explica,  pero  su  hermano 
¿ancho  prosiguió  la  empezada  obra  y  sostuvo  contra  Pepino  la  independencia  de 
Navarra  (3).  imposible  es  decir  si  el  yerno  del  renegado  Muza,  García  Arista,  á 
quien  hemos  visto  morir  peleando  contra  el  rey  Ordoño,  pertenecía  á  esta  familia; 
pero  sea  como  fuere,  es  lo  cierto  que  en  la  época  á  que  de  nuestro  reíalo  hemos 
llegado  dominaba  en  Navarra  aquel  García  Garcés  (Garsea  Garseanus),  goberna- 
dor de  Pamplona,  hijo  del  García  Arista  antes  nombrado.  En  estas  circunstancias 
87]  fué  cuando  Alfonso  III  de  Asturias,  viendo  la  dificultad  de  someterle  y  deseoso  de 
robustecer  el  poderío  de  los  cristianos,  hizo  con  él  una  alianza  política,  lomando 
por  esposa  para  cimentarla  á  Jimena  ó  Sumena,  hija  del  conde  navarro  (4). 

Hacia  esta  época  se  refiere  también  la  conjuración  tramada  contra  el  trono 
y  la  vida  de  Alfonso  por  sus  cuatro  hermanos  ó  parientes.  La  crónica  de  Sam- 
piro  refiere  el  hecho  con  estas  pocas  palabras:  «Cuéntase  que  el  hermano  del 
rey  iiamado  Fruela,  convencido  de  haber  meditado  la  muerte  del  monarca,  se  refugió 
en  Castilla;  pero  el  señor  rey  Alfonso  con  el  auxilio  de  Dios  le  cogió  y  mandóle 
sacar  los  ojos,  lo  mismo  que  á  sus  hermanos  Ñuño,  Yeremundo  y  Odoario  (5).» 


(1)  Conde  P.  2.',  c.  LIV. — El  cronista  escribía  sin  duda  estas  líneas  que  revelan  tan  amargo 
sentimiento,  cuando  en  el  siglo  xn  habíase  convertido  Toledo  en  baluarte  contra  el  islamismo. 

(2)  Omnis  desciverat  á  nobis  Vasconia. 

(3)  Azenaris,  citeiioris  Wasconiae  comes,  qui  ante  aliquot  anuos  á  Pippino  desciverat,  horri- 
bili  rnorte  interiit;   fraterque  illíus  Sancio   Sancii  eamdem  regionem  negante  Pippino  oceupavit 

Annal.  Bertin.,  ad  ann  836). 

(4)  Risco,  Esp.  Sagr.  ,t.  XXII,  c.  19. 

18J    In  bis  diebus  frater  regis  nomine  Froilanus  (ut  ferunt,  necem  regis  detractans,  aufugit  ad 


CAP.   XII.— ESPAÑA   ÁRABE.  497 

Veremundo,  aunque  ciego,  logró  evadirse  de  Oviedo  y  formarse  en  Astorga  una  A  <*e  j.c 
soberanía  independíense,  en  la  que  se  mantuvo  por  espacio  de  siete  años  con  el 
auxilio  délos  Árabes  (1).  En  estas  circunstancias,  la  guerra  entre  Árabes  y  As- 
turianos empezó  otra  vez  con  nueva  intensidad.  Llegado  el  año  259,  Almondhir    873. 
hizo  entrada  en  tierras  de  Galicia  y  peleó  con  los  cristianos  con  varia  fortuna, 
empeñándose  una  sangrienta  batalla  en  las  márgenes  del  rio  Cea  que  riega  los 
campos  de  Sahagun,  en  la  que  perecieron  muchos  esforzados  caballeros  de  Cór- 
doba y  Sevilla,  de  Mérida  y  Toledo  (2).  Almondhir  permaneció  casi  todo  el  año 
en  aquella  frontera,  sin  que  pasara  dia,  refieren  las  crónicas,  en  que  no  hubiese 
vivas  escaramuzas  entre  los  guerreros  de  uno  y  otro  pueblo.  Así  permanecieron 
las  cosas  hasta  el  año  874  en  que  España,  África,  Egipto,  Siria  y  hasta  la  Ara-    874. 
bia  padecieron  horrible  sequía.  La  Meca,  la  madre  de  las  ciudades,  para  hablar 
como  el  historiador  árabe,  fué  abandonada  por  sus;  habitantes  y  no  quedó  nadie 
para  el  servicio  de  ¡a  Caaba,  que  hubo  de  cerrarse.  En  esta  parte  del  Estrecho 
las  fuentes  y  los  arroyos  se  secaron,  los  campos  no  produjeron  frutos  y  la  este- 
rilidad y  carestía  fueron  mayores  aun  que  en  el  año  844.  La  gente  pobre  moría 
de  hambre,   y  de  esto   se  siguió  una  enfermedad  general  que,  ofreciendo  todos 
los  caracteres  de  la  peste,  centuplicó  en  pocos  meses  el  número  ordinario  de  de- 
funciones, sobre  todo  en  las  provincias  meridionales  de  España. 

Esías  calamidades  impidieron  la  continuación  de  las  hostilidades,  y  duran- 
te algunos  años  no  se  hizo  guerra  sino  para  conservar  las  fronteras.  Llegado 
el  año  263,  Almondhir  penetró  de  nuevo  en  tierra  de  Galicia,  pero  rechazado  por 
Alfonso,  este  le  persiguió  y  entró  á  su  vez  en  territorio  musulmán.  Tomó  el  cas- 
tillo de  Deza  y  la  ciudad  de  A  lienza;  arrojó  á  los  mahometanos  de  Coimbra  y  la 
pobló  de  Gallegos;  apoderóse  con  igual  fortuna  de  Braga,  de  Porto,  de  Auca,  de 
Emini,  de  Viseo,  de  Lamego  y  de  otras  plazas  fronterizas,  y  llevó  sus  armas 
hasta  los  últimos  límites  meridionales  de  la  Lusitania  (3).  En  una  de  estas  ex- 
pediciones hizo  prisionero  áAbul  Walid,hagib  entonces  de  Muhamad,que  se  res- 
cató del  poder  del  rey  pagando  mil  sueldos  de  oro  (millia  auri  solidos).  Aunque 
rechazado,  Almondhir  habia  sacado  de  su  primera  excursión  grandes  despo- 
jos, cautivos  y  ganados;  pero  los  Musulmanes,  al  decir  de  sus  mismos  histo- 
riadores, no  alcanzaban  estas  ventajas  sin  graves  pérdidas  y  muchos  trabajos  (4), 
y  eran  muy  insignificantes  comparadas  con  las  que  obtenia  el  rey  cristiano,  por 
el  cual  quedaban  ciudades  y  comarcas  enteras,  que  poblaba  de  cristianos,  y 
que  para  volver  en  poder  del  islamismo  habian  de  ser  conquistadas  á  la  punta 
de  la  espada. 

Por  aquel  tiempo  reapareció  el  rebelde  Ornar  ben  Hafsun  en  la  España 
oriental. — «El  pérfido  Hafsun,  que  se  habia  acogido  al  amparo  délos  cristianos 


Castellana.  Rex  quidem  Dominus  Adefonsus,  adjutus  á  Domino,  cepit  eum,  et  pro  tali  causa  orba- 
vit  oculis,  suos  fratres  simul,  Froilanum,  Nunnum  etiam,  et  Veremundum  et  Odoarium  (Sampir. 
Chr.,  n.  3\ 

(1)  Asturicam  venit  et  per  septem  annos  tyrannidem  gesit,  Árabes  secum  babens.  (Sampir. 
Chr.,  1.  c). 

(2)  Conde,  P.  2.a,  c.  LV. 

3)    Istius  victoria?  Cauriensis,  Egitaniensis  et  caeteras  Lusitania?  limites,  gladio  et  fame  con- 
sumptae,  usqueEmeritam  atque  freta  maris  eremavit  et  destruxit.  (Chr.  Albeld.,  n.  62). 
(4)    Conde,  1.  c. 

tomo  ti.  <>3 


498  HISTORIA   GENEKAL   DE    ESPAÑA. 

•e he-  de  Afranc,  dicela  crónica  musulmana,  les  ofreció  vasallaje  y  tributos  y  poner 
en  su  poder  los  fuertes  de  la  frontera;  y  con  ayuda  de  ellos  ocupó  las  fortalezas 
de  la  orilla  del  Segre,  y  ellos  le  llamaban  rey,  y  les  pagaba  tributo  y  vendia  las 
ciudades  á  los  enemigos  del  islam  (1). »  En  un  principio  no  se  tomaron,  á  lo  que 
parece,  medidas  decisivas  contra  él,  ocupado  como  estaba  Almondhir  en  la  fron- 
tera de  Galicia,  es  decir,  entre  el  Duero  y  los  montes,  con  las  tropas  de  Mérida  y 

878  Toledo.  Allí  pasó  el  año  265  ,  sitiando  á  Zamora  del  Duero,  de  que  antes  se 
apoderara  Alfonso,  y  apurada  tenia  ya  á  la  ciudad  cuando  supo  que  el  rey  de 
Asturias  llegaba  en  su  auxilio  con  numerosa  hueste.  Cuéntase  que  hubo  durante 
el  cerco  un  eclipse  total  de  luna,  y  cuando  Almondhir  puso  á  sus  soldados  en 
batalla  para  marchar  contra  el  enemigo,  muchos  tímidos  y  supersticiosos  es- 
quivaron la  pelea  considerando  aquel  suceso  como  de  mal  agüero,  sin  que  logra- 
ra volverlos  á  las  filas  y  ai  deber  el  ejemplo  de  su  caudillo  y  de  sus  capitanes. 
Con  gran  trabajo  de  los  alcaides  logróse  retirarlos  sin  desorden  delante  del  ene- 
migo, y  muchos  distinguidos  guerreros  murieron  al  lado  de  Almondhir,  esfor- 
zándose en  contener  el  ímpetu  de  los  cristianos. 

Nuestras  crónicas  fijan  el  lugar  de  la  batalla  en  Polvararia,  en  las  márgenes 
del  Orbigo,  no  lejos  de  Zamora,  y  hacen  ascender  á  quince  mil  el  número  de 
Sarracenos  muertos  en  el  campo  (2).  A  consecuencia  de  esta  batalla  y  por  consejo 
de  Abul  Walid,  el  mismo  que  estuviera  antes  prisionero,  ajustóse  una  tregua  de 
tres  años  entre  Asturianos  y  Árabes. 

Corriendo  el  mismo  año,  según  Sampiro,  redujo  Alfonso  la  ciudad  de  As- 
torga,  obligando  al  ciego  Yeremundo  á  refugiarse  entre  los  Sarracenos,  sus 
aliados  (3). 

881.  Al  espirar  aquella  tregua,  el  jueves  22  de  la  luna  de  jawal  del  año  267 

(25  de  mayo  881),  tembló  la  tierra  con  tan  espantoso  ruido  y  estremecimiento, 
que  cayeron  muchos  alcázares  y  magníficos  edificios.  El  suceso  pareció  tan  ex- 
traordinario que  los  historiadores  nos  han  conservado  del  mismo  muy  detallada 
relación.  Hundiéronse  montes,  dicen,  abriéronse  peñascos,  y  la  tierra  se  hundió 
y  tragó  pueblos  y  alturas;  el  mar  se  retrajo  y  apartó  de  las  costas  y  desapare- 
cieron islas  y  escollos  en  el  mar.  Las  gentes  abandonaban  los  pueblos  y  huian  á 
los  campos,  las  aves  salían  de  sus  nidos,  y  las  fieras  espantadas  dejaban  sus 
grutas  y  madrigueras  con  general  turbación  y  trastorno:  nunca  los  hombres 
vieron  ni  oyeron  cosa  semejante  (4).  Estas  calamidades  sumieron  en  el  ma- 
yor abatimiento  los  supersticiosos  espíritus  de  los  Musulmanes,  y  parece  que  fue- 
ron causa  de  que  se  manifestase  cierto  descontento  contra  el  emir  y  su  hijo,  que 
entonces  intervenía  así  en  la  dirección  de  los  negocios  civiles  como  en  el  acau- 
dillamiento de  las  tropas.  Estas  cosas,  dice  Conde,  influyeron  tanto  en  los  áni- 
mos de  los  hombres  y  en  especial  de  la  ignorante  multitud,  qne  no  pudo  Almon- 
dhir persuadirles  que  eran  cosas  naturales,  aunque  poco  frecuentes,  que  no  tenían 
influjo  ni  relación  con  las  obras  de  los  hombres  ni  con  sus  empresas,  y  que  lo 


(4)  Conde,  P.  2.»,  c.  LV. 

(2)  Chr.  Albeld.,  n.  62. 

(3)  Cíkcus  vero  ad  Sarracenos  fugit;  tune  edomuit  rex  Astoricam  (Sampir.  Chr.,  n.  3). 

(4)  Conde,],  c. 


GAP.   XII. — ESPAÑA  ÁRABE.  499 

mismo  temblaba  la  tierra  para  los  muslimes  que  para  los  cristianos,  para  lasAdeJiC 
fieras  que  para  las  inocentes  criaturas. 

No  se  habían  recobrado  todavía  los  Árabes  del  terror  que  les  causara  tan  es-  8^- 
pantoso  terremoto,  cuando  una  nueva  calamidad  cayó  sobre  ellos  de  los  riscos  de 
Afranc  y  montes  de  Albortat ,  de  las  breñas  de  Aragón  y  de  Navarra.  Ornar  ben 
Hafsun  se  mosíraba  mas  audaz  y  poderoso  que  nunca  ,  y  unido  con  los  cris- 
tianos, bajó  de  aquellos  montes  con  innumerable  muchedumbre  que  corrió  y  de- 
vastó la  tierra  hasta  el  Ebro.  Los  walies  de  Zaragoza  y  Huesca,  que  quisieron  opo- 
nerse á  su  paso,  fueron  arrollados  por  el  torrente,  y  hubieron  de  participar  al  emir 
súmala  suerte  é  implorar  de  él  prontos  auxilios.  Muhamad  se  puso  en  marcha  con 
su  caballería,  y  reunida  esta  con  las  tropas  de  Álmondhir,  se  dirigieron  todas  en 
busca  de  los  sublevados.  Sabedores  estos  de  la  calidad  y  número  del  ejército  de 
Córdoba,  temieron  venir  á  batalla,  y  con  forzadas  marchas  se  retiraron  á  los  mon- 
tes. En  aquella  ocasión,  empero,  dice  la  crónica  arábiga  ,  lo  mismo  eran  cuestas 
que  llanos  para  los  Muslimes  ,  y  una  mañana  á  la  hora  del  alba  descubrió  Ál- 
mondhir el  campamento  de  los  de  Afranc ,  hallándose  ambos  ejércitos  tan  cerca 
que  no  fué  posible  que  rehusaran  la  pelea.  Trabóse  esta  ya  alto  el  dia  con  igual 
ímpetu  y  valor,  pero  no  tardaron  mucho  los  Muslimes  en  desordenar  y  romper  á 
los  de  Afranc;  la  matanza  fué  horrorosa  ,  y  los  campos  quedaron  cubiertos  de  ca- 
dáveres y  regados  de  sangre.  Hafsun  fué  herido  mor  taimen  te  ,  y  García  ,  jefe  de 
los  Navarros  independientes ,  quedó  muerto  con  muchos  compañeros  en  el  campo 
de  batalla.  Ai  hijo  de  este  García  verémosle  proclamado  rey  en  Pamplona  en  905, 
y  él  es  el  verdadero  origen  de  los  reyes  navarros. 

Esta  fué  la  célebre  batalla  de  Aybar  ,  llamada  así  por  haberse  dado  en  el 
valle  de  dicho  nombre,  en  el  lugar  de  Larumbe,  á  pocas  leguas  de  Pamplona.  Ál- 
mondhir permaneció  en  la  frontera  hasta  el  invierno,  y  Muhamad  regresó  á  Cór- 
doba ,  donde  fué  recibido  con  fiestas  y  aclamaciones. 

Mientras  estas  guerras  ocupaban  las  fuerzas  todas  del  emirato  no  permane- 
cía Alfonso  inactivo.  Espirada  la  tregua  ,  entró  en  881  por  tierras  de  los  enemi- 
gos ,  apoderóse  de  Nepza  ,  pasó  el  Anas  á  diez  millas  de  Mérida,  y  avanzó  sin 
combate  hasta  el  monte  Oxifer  ,  que  se  cree  ser  una  derivación  de  Sierra  More- 
na. Allí  encontró  al  enemigo  ,  á  quien  mató  quince  mil  hombres  según  unos ,  y 
cinco  mil  según  oíros ,  después  de  lo  cual  volvió  victorioso  á  sus  montañas ,  ha- 
biendo llevado  los  pendones  de  la  cruz  á  lugares  donde  no  habían  tremolado  to- 
davía (1). 

La  batalla  de  Aybar  no  terminó  sin  embargo  la  guerra  en  la  España  orien- 
tal. Es  cierto  que  Hafsun  habíase  retirado  del  campo  cubierto  de  graves  heridas 
que  debían  causar  su  muerte  pocos  meses  después ,  pero  su  partido  quedaba  con 
vida,  con  fuerzas  y  con  bríos  para  prolongar  la  partida  durante  mucho  tiempo;  era 
aquella  una  guerra  entre  las  tribus ,  en  la  que  se  trataba  de  algo  mas  que  de  in- 
tereses de  familia;  era  una  guerra  entre  pueblo  y  pueblo,  envenenada  y  eterniza- 
da por  rivalidades  hereditarias  de  religión  y  de  bienestar,  y  no  podia  concluir 
sino  por  la  extinción  de  las  causas  que  la  producían  ,  por  la  opresión  ó  esterminio 
de  uno  de  los  partidos  ó  por  la  separación  de  los  intereses.  Estos  se  hallaban  en 


(1)    Chr.  Albeld.,n.  64. 


500  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  j.  c  cierto  modo  personificados  en  aquellos  grandes  nombres  de  rebeldes,  en  los  Muza, 
en  los  Hafsun,  de  modo  que  cuando  falta  uno,  vemos  aparecer  á  otro  y  aun  cuan- 
do todos  ellos  combatan  en  el  fondo  para  sí  y  los  suyos ,  para  su  tribu,  para  sus 
parciales,  vérnoslos  siempre  unidos  contra  el  enemigo  común,  contra  el  Sirio  y  el 
Árabe  opresor,  que  desde  Córdoba  se  esfuerza  en  dominar  todas  las  tribus,  que- 
riéndolas someter  á  un  poder  único  y  supremo. 

Ornar  ben  Bafsun  habia  salido  moribundo  de  la  batalla  en  que  pereció  su 
amigo  el  conde  cristiano  de  Pamplona,  y  buscó  un  asilo  entre  sus  compañeros  de 

883.  los  Pirineos  centrales ,  donde  se  cree  que  murió  poco  después ,  en  883  (1).  Los 
hijos  de  Muza  continuaban  mandando  en  las  riberas  del  Ebro  :  Ismael  domina- 
ba en  Zaragoza  ;  su  hermano  Forlun  en  Tudela  ,  y  ambos,  cristianos  ó  no  ,  eran 
muy  amigos  del  monarca  asturiano.  Almondhir  que,  según  hemos  visto,  se  habia 
quedado  en  la  España  oriental  después  de  la  batalla  de  xiybar  para  perseguir  y 
aniquilar  á  los  rebeldes ,  sitió  á  Ismael  en  Zaragoza  ,  aunque  sin  resullado  al- 
guno ;  dirigióse  algunos  días  después  contra  Tudela  sin  mejor  éxito,  si  bien  ganó 
en  esta  expedición  un  aliado  importante  y  singular ,  Abdallah  Muhamad  ben  Lo- 
pia,  nieto  de  Muza  p  hijo  de  Lupo  que  fuera  gobernador  de  Toledo.  Como  su  pa- 
dre ,  Abdallah  ben  Lopia  habia  sido  hasta  entonces  amigo  de  los  cristianos,  pero 
celoso  de  las  relaciones  que  mediaban  entre  el  rey  de  Asturias  y  los  hermanos 
Ismael  y  Forlun  ,  buscó  la  alianza  del  emir  de  Córdoba  ,  y  le  prestó  el  auxilio 
de  los  hombres  de  armas  que  de  él  dependían,  ignórase  por  qué  tíiulo.  Con  este 
refuerzo  de  hombres  y  caballos,  Almondhir  alacó  las  posesiones  de  Alfonso  en 
Álava  y  Rioja,  intentando  apoderarse  primeramente  del  castillo  de  Celorico  (Cel- 
loricum  Castrum),  que  defendió  con  gran  valor  el  conde  de  Álava  Vigila  Seme- 
niz  (Vela  Jiménez).  Los  Sarracenos  hubieron  de  abandonar  la  empresa  después 
de  perder  mucha  gente,  é  igual  suerte  experimentaron  en  el  extremo  de  Castilla 
delante  de  una  fortaleza  llamada  Pontecorvo  (Ponte-Curvum),  que  defendió  un 
conde  de  aquel  país,  Didaco,  hijo  de  Rodrigo  (Diego  Rodríguez).  Almondhir  solo 
pudo  apoderarsede  Castrojeriz  (Castrum  Sigerici),  que  el  gobernador  habia  aban- 
donado por  no  hallarse  en  estado  de  defensa  (2). 

El  rey  de  Asturias  esperaba  al  enemigo  en  la  ciudad  de  León  ,  que  él  habia 
hecho  renacer  de  sus  ruinas  y  dolado  de  sólidas  fortificaciones.  Almondhir  en- 
cargó a  Abul  Waiid  el  cuidado  de  sorprenderle;  pero  cuando  este  al  marchar 
hacia  León  ,  supo  que  Alfonso  habia  reunido  allí  un  numeroso  ejército,  y  descu- 
brió á  la  distancia  de  quince  millas  las  primeras  avanzadas  de  los  crislianos,  pa- 
só el  Kzla  (Flumen  Estorm),  incendió  algunos  castillos  de  la  comarca  ,  y  acabó 
por  situarse  en  observación  en  un  campo  Jlamado  Alcopo  ,  en  las  márgenes  del 
Orbigo.  Desde  allí  envió  un mensage  al  rey  para  pedirle  su  hijo  Abul  Cassim,  pri- 
sionero entonces  de  los  crislianos.  Los  mensageros  fueron  el  hijo  de  Ismael  ben 
Muza  y  otro  miembro  de  la  misma  familia  á  quien  la  crónica  llama  Fortum  Iben 
Alazela,  ambos  en  rehenes  entre  los  Árabes ,  y  accediendo  Alfonso  á  lo  que  se  le 
pedia,  devolvió  Cassim  á  su  padre.  En  eslo  el  ejército  musulmán  tomó  ,  llegado 
el  mes  de  setiembre,  el  camino  de  Córdoba  ,  de  donde  habia  salido  en  marzo,  y 


(1)  Conde,  P.  8.",  c.  LVII. 

(2)  Chr.  Albeld.,  n.  68  y  69. 


CAP.    XII.— ESPAÑA  ÁRABE.  501 

el  rey  cristiano  devolvió  inmediatamente  la  libertad  á  los  dos  Beni-Kazzi  que  ha- 
bía recibido  de  Abul  Walid  en  cambio  de  su  hijo  (1). 

Reducido  á  sus  solas  fuerzas,  Abdallah  ben  Lopia  no  suspendió  por  ello  las 
hostilidades  contra  sus  parientes ;  á  pesar  del  invierno  ,  marchó  contra  Zaragoza 
con  el  designio  de  arrebatarla  al  mayor  de  sus  tios ,  Ismael  ben  Muza  ,  que  ha- 
bía hecho  de  aquella  ciudad  su  cuaríel  general.  Sabedoras  de  su  marcha  las  tro- 
pas de  Zaragoza, salieron  á  su  encuentro  al  mando  de  su  gobernador,  y  según  la 
única  crónica  que  ha  referido  estos  hechos,  empeñóse  la  batallaen  un  lugar  mon- 
tuoso á  cinco  millas  de  la  ciudad.  Ben  Lopia  cargó  con  furor  alas  compañías  de  su 
tio,  logrando  ponerlas  en  precipitada  fuga,  y  en  el  desorden  que  á  este  siguió,  ca- 
yó del  caballo  un  primo  del  vencedor  llamado  Ismael  benFortun.  Su  tio  llamado 
como  él  Ismael  detúvose  para  auxiliarle,  yambos  fueron  hechos  prisioneros,  junto 
con  otros  muchos  miembros  de  su  familia,  que,  cargados  de  cadenas,  fueron  con- 
ducidos y  encerrados  en  el  castillo  de  Becaria,  que  pertenecía  á  Ben  Lopia.  Este 
presentóse  en  seguida  delante  de  Zaragoza  á  la  que  sorprendió  sin  duda ,  y  desde 
allí  envió  embajadores  á  Córdoba,  como  si  hubiera  realizado  aquella  conquista  en 
interés  y  en  servicio  del  emir.  En  sa  contestación,  Muhamad  exigió  la  entrega  de 
la  ciudad  y  de  los  prisioneros,  y  como  á  Abdallah  disgustase  este  modo  de  apro- 
vecharse de  su  victoria  ,  puso  en  libertad  á  sus  parientes  é  hizo  otra  vez  causa 
común  con  ellos.  Entonces  recibió  del  uno  la  fortaleza  deValterra  (Valterrce  Cas- 
trum),  sin  duda  Salvatierra  ,  y  del  otro  Tudela  y  el  fuerte  de  San  Esteban  :  Za- 
ragoza quedó  también  por  él  á  título  de  conquista,  á  lo  que  parece,  con  el  con- 
sentimiento de  sus  tios  y  primos. 

Mediante  este  tratado  hallóse  Abdallah  en  posesión  de  un  magnífico  territo- 
rio en  el  Ebro  superior  ,  pero  también  con  dos  poderosos  soberanos  por  enemi- 
gos ,  el  de  Córdoba  y  el  de  Asturias,  que  amenazaban  no  dejarle  un  momento  de 
reposo.  Los  condes  cristianos  de  Álava  y  de  la  Rioja  fueron  los  primeros  en  ata- 
carle por  orden  de  Alfonso,  y  á  lo  que  parece,  arrolláronle  en  distintos  encuentros. 
Entonces  Abdallah  solicitó  con  vivas  instancias  ¡a  paz  del  rey  cristiano  á  quien  hi- 
ciera traición,  sin  que  Alfonso  quisiera  concedérsela,  ni  admitirle  en  el  número  de 
sus  amigos.  El  Moro  no  se  desalentó  por  esta  negativa,  y  gestionaba  en  vano  para 
alcanzar  el  logro  de  sus  deseos,  cuando  en  la  primavera  de  este  año  883  un  nue- 
vo ejército  de  Córdoba,  mandado  como  el  anterior  por  Almondhir  y  Abul  Walid, 
atacó  de  nuevo  á  Zaragoza,  baluarte  de  las  posesiones  del  rebelde  caudillo.  Solo 
dos  dias  se  detuvo  esta  hueste  delante  de  la  ciudad  ,  pero  devastó  sus  cercanías, 
entregó  á  las  llamas  los  edificios  y  taló  las  mieses ,  penetrando  luego  ,  con  igua- 
les estragos,  por  territorio  de  Dejium  (Monjardin),sin  apoderarse,  empero,  de  es- 
ta plaza  ni  de  otra  fortaleza  alguna  de  los  cristianos.  Los  Sarracenos  hicieron  luego 
iguales  tentativas  que  la  vez  pasada  contra  Celoríco,  Pontecorvo  y  Castrojeriz, 
pero  los  gobernadores  de  estos  tres  puntos,  Yela,  Diego  y  Ñuño  rechazáronlos  en 
breve  fuera  de  los  límites  de  Castilla.  Arrojados  en  cierto  modo  hacíalas  fronteras 
de  León  (Legionenses  términos),  penetraron  por  ellos  llegado  el  mes  de  agosto,  y 
sabiendo  que  la  plaza  de  Sublancia  se  encontraba  sin  defensores ,  atravesaron  el 


(4)    Et  postea  rex  noster  ipsos  de  Benikazi,  quos  deAbuhalit  pro  ejus  filio  acceperat,  suis  de- 
nique  amicis  sine  pretio  dedit  (Chr.  Albed.,  n.  70}. 


502  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

k.  de  j.c.  j¡z}a>  marcharon  durante  toda  la  noche  para  sorprenderla  y  la  sorprendieron  en 
efecto  antes  que  hubiesen  llegado  las  tropas  cristianas.  De  poco  provecho  empero, 
fué  á  Almondhir  esta  conquista,  pues  abandonada  la  ciudad  por  sus  moradores, 
que  se  habian  llevado  todos  los  víveres  y  provisiones,  no  se  atrevió  el  príncipe  ára- 
be á  esperar  allí  la  llegada  de  Alfonso.  Retiróse,  pues,  hacia  los  estados  de  su  pa- 
dre, batiendo  de  paso  á  Cea  y  Coyanza,  destruyendo  el  monasterio  de  Sahagun, 
y  dejando  en  la  frontera  á  Abul  Walid,  no  para  continuar  la  guerra,  sino  para  ne- 
gociar la  paz. — « Desde  que  se  halla  en  los  límites  de  León,  dice  la  crónica  de  Al- 
belda, Abul  Walid  hadirigido  varias  veces  mensages  de  paz  á  nuestro  rey,  quien 
por  su  parle  ha  enviado  en  setiembre  al  rey  cordobés  un  embajador  llamado  Dul- 
cidio,  presbítero  déla  iglesia  de  Toledo,  no  habiendo  regresado  todavía  á  la  ho- 
ra de  esta  ,  á  mediados  de  noviembre  (1). »  En  la  misma  época,  el  nieto  de  Muza 
Abdallah  no  habia  cesado  de  solicitar  la  paz  de  Alfonso  ,  y  el  monge  de  Albelda 
nos  lo  anuncia  con  estas  palabras  que  ponen  fin  ásu  crónica  :  «  El  susodicho  Ab- 
daliah  no  cesa  de  enviar  legados  pidiendo  á  nuestro  rey  paz  y  gracia  al  mismo 
tiempo  ;  pero  todavía  sabe  Dios  lo  que  será  (2). »  Infiérese  no  obstante ,  dice  La- 
fuente,  que  al  fin  la  atorgaria  el  rey,  puesto  que  no  vuelve  á  hablarse  de  guerra 
entre  los  dos. 

El  tratado  de  paz  con  Córdoba  parece  haber  sido  objeto  de  detenidas  de- 
liberaciones en  cuanto  Dulcidio,  plenipotenciario  general  del  monarca  asturiano 
para  celebrarlo ,  habia  partido  para  aquella  capital  en  setiembre  y  no  habia 
regresado  todavía  en  noviembre  del  año  883  en  que  termina  el  relato  del  anóni- 
mo de  Albelda.  Probablemente  en  diciembre  del  mismo  año  ó  á  principios  del 
siguiente  firmóse  la  paz  entre  ambas  naciones ,  después  de  una  prolongada  deli- 
beración de  las  cláusulas  del  tratado,  en  el  que,  alo  que  parece,  convinieron  con 
gran  sinceridad  cristianos  y  musulmanes,  puesto  que  no  se  quebrantó  ni  en  el 
reinado  de  Muhamad,  ni  en  los  de  sus  dos  hijos  y  sucesores.  Entre  otras  condi- 
ciones ,  estipulóse  una  que  revela  bien  el  espíritu  religioso  de  la  época ,  á  saber: 
que  los  cuerpos  de  los  santos  mártires  de  Córdoba  Eulogio  y  Leocricia  habian 
de  ser  trasladados  á  Oviedo,  lo  cual  se  verificó  con  gran  pompa  y  solemnidad. 
El  mismo  año  en  que  se  celebró  esta  paz,  esto  es  en  883,  Almondhir  fué  decla- 
rado alhadi  ó  futuro  sucesor  de  su  padre  y  reconocido  como  tal  por  todos  los 
grandes  dignatarios  del  imperio  reunidos  expresamente  en  Córdoba. 

Zamora,  Toro,  Simancas  y  otras  poblaciones  del  Pisuerga  y  del  Duero  que 
adquirían  cada  dia  mayor  importancia,  quedaron  desde  entonces  incorporadas 
al  reino  de  Asturias.  Aseguróse  además  al  rey  de  Oviedo  la  posesión  del  condado 
de  Álava,  y  Alfonso  aprovechó  el  reposo  en  que  la  paz  le  dejaba  para  multiplicar 
en  él  los  castillos  y  fortalezas;  un  conde  de  aquella  región,  Diego  Rodríguez, 
pobló  por  aquel  entonces,  siguiendo  las  órdenes  de  Alfonso,  y  sin  duda  fortificó  á 
Burgos,  que  tan  gran  papel  habia  de  desempeñar  después  en  la  historia  de  nues- 
tra patria  (3). 

Para  la  defensa  de  las  costas  asturianas,  amenazadas  por  los  Normandos, 


884. 


(1)  Chr.  Albeld. ,  n.75. 

(2)  Id.,  n  76. 

(3)  Populavit  Burgos  Didacus  comes  per  mandatum  regis  Alfonsi.  (Chr.  Burg.,eraDCCCCXXII. 
-883,  Esp.  Sag.,  t.  XXII,  p.  307). 


CAP.    XII.—  ESPAÑA  ÁRABE.  5 C 3 

mandó  Alfonso  levantar  en  una  de  las  mas  altas  peñas  de  la  costa,  junio  al  Océa-  A  de  J- c 
no  cantábrico,  el  castillo  de  Gauzun,  cuyas  ruinas  subsisten  todavía  á  una  legua 
de  Gijon ,  y  preparándose  en  la  paz  para  la  guerra,  como  previsor  y  prudente 
monarca,  levantó  otros  muchos  en  el  interior,  como  los  de  Gordon ,  Alba,  Luna, 
Arbolio,  Boides  y  Con  [meces,  que  todos  llegaron  á  tener  importancia  histórica. 

Sin  embargo,  no  fueron  estas  las  únicas  ocupaciones  del  monarca  cristiano. 
A  fines  del  año  884,  mientras  Diego  poblaba  á  Burgos,  un  magnate  llamado  Hano 
se  rebeló  contra  Alfonso  é  intentó  despojarle  de  la  corona  y  de  la  vida;  descu- 
bierto su  propósito,  fué  castigado  con  la  pena  de  ceguera,  y  sus  bienes  confiscados 
fueron  dados  por  el  rey  á  la  iglesia  de  Santiago.  Igual  destino  sufrieron  los  de  ssss 
otro  rebelde  llamado  Hermenegildo  y  los  de  su  esposa  Hiberia,  muger  resuelta  y 
varonil,  que  aun  después  de  la  muerte  de  su  esposo ,  quiso  asesinar  al  monarca. 
Los  escritores  de  la  época  mencionan ,  pero  no  explican  estas  obstinadas  y  fre- 
cuentes rebeliones  que  turbaron  desde  un  principio  el  reinado  de  Alfonso ,  y  nada 
nos  revela  sus  causas,  que  nacerian  probablemente,  á  lo  que  puede  conjeturarse, 
del  carácter  personal  y  de  las  pretensiones  del  soberano. 

A  fines  del  año  883,  poco  después  de  haber  sido  reconocido  Almondhir  co- 
mo futuro  sucesor  al  imperio,  Caleb  ben  Hafsun  renovó ,  secundado  por  los  cris- 
tianos de  los  Pirineos,  las  excursiones  de  su  padre.  Sediento  de  venganza,  des- 
cendió con  sus  parciales  á  tierra  de  Borja  ,  dice  la  crónica  arábiga ,  desde  las 
montañas  de  Jaca  donde  tenia  su  asilo ,  hizo  correrías  por  las  márgenes  del  Ebro , 
y  sus  compañeros  le  llamaban  rey  (1).  Llegadas  estas  nuevas  á  Córdoba,  Al- 
mondhir se  puso  en  marcha  con  la  caballería  de  Toledo  ,  y  tomó  el  camino  de 
Valencia,  porque  las  algaras  de  los  rebeldes  bajaban  por  toda  la  ribera  del  Ebro. 
Caleb  ben  Hafsun  no  esperó  la  llegada  de  las  tropas  y  se  retiró  á  los  montes, 
por  lo  que  el  príacipe  se  detuvo  en  Tortosa  y  encargó  al  walí  Abdelhamid  la 
defensa  de  la  frontera  y  observación  de  los  rebeldes.  Este  caudillo  peleó  con  ellos 
con  varia  fortuna,  y  en  el  siguiente  año  (885)  ocupó  las  fortalezas  del  Segre,  del 
Cinca  y  de  los  otros  ríos  tributarios  del  Ebro,  ventajas  que  quedaron  compensa- 
das con  la  derrota  que  sufrió  su  ejército  en  Hisn-Jariz  al  dar  en  una  embosca-  88r>- 
da  que  en  un  angosto  valle  le  tenían  preparada.  Abdelhamid  cayó  cubierto  de 
heridas  en  poder  de  los  enemigos,  y  los  restos  de  la  vencida  hueste  se  refugiaron 
en  las  ciudades  inmediatas  (mayo  ó  junio  de  886)  (2). 

Los  sucesos  que  por  aquel  entonces  ocurrieron  en  Córdoba,  y  en  particular 
la  muerte  del  emir  acaecida  aquel  mismo  año,  suspendieron  la  continuación  de 
esta  guerra,  y  al  ser  proclamado  Almondhir,  hallóse  dueño  Caleb  ben  Hafsun  de 
toda  la  parte  de  la  España  oriental  que  confinaba  con  las  posesiones  de  los  Fran- 
cos y  Godos  en  Cataluña.  Abdallah  ben  Lopia  dominaba  por  su  parte  en  Zarago- 
za y  en  lo  restante  de  aquella  porción  de  la  Península. 

Esta  era  la  situación  de  España  cuando,  después  de  un  turbulento  reinado 
de  treinta  y  cinco  años,  Muhamad  murió  durante  el  mes  de  safar  del  año  273 
(julio-agosto  de  886).  Nacido  en  207  (3),  contaba  por  consiguiente  poco  mas  de 
sesenta  y  cinco  años. 


(4)    Conde,  P.  2.a,  c.  LVII. 

(2)  Id.  1.  c. 

(3)  Murfy,  c.  3. 


504  HISTORIA   GENERAL  DE  ESPAÑA. 

La  crónica  arábiga  refiere  del  modo  siguiente  la  muerte  de  Muhamad : 
« Los  mas  grandes  acaecimientos  como  los  mas  leves ,  dice ,  el  hundi- 
miento de  una  montaña  como  el  movimiento  y  caida  de  una  hoja  de  sauce, 
todo  procede  de  la  divina  voluntad,  y  está  escrito  en  la  tabla  de  los  eternos 
hados  como  y  cuando  el  soberano  Señor  lo  quiere:  así  fué  que  el  rey  Muhamad, 
estando  sin  dolencia  alguna,  y  recreándose  en  los  huertos  de  su  alcázar  con  sus 
wazires  y  familiares,  dijo  á  Hixem  ben  Abdelaziz,  walí  de  Jaén  y  uno  de  sus  mas 
íntimos  confidentes:  « La  vida  de  los  reyes  es  una  senda  sembrada  en  apariencia 
»  de  aromáticas  flores ,  pero  en  verdad  que  son  rosas  con  agudísimas  espinas :  la 
«muerte  de  las  criaturas  es  obra  de  Dios ,  y  principio  de  bienes  inefables  para 
«los  buenos:  sin  ella  yo  no  seria  ahora  soberano.»  Retiróse  el  rey  á  su  estancia 
y  se  reclinó  á  descansar,  asaltándole  el  eterno  sueño  de  la  muerte  que  roba  las 
delicias  del  mundo  y  ataja  y  corta  los  cuidados  y  vanas  esperanzas  humanas. 
Esto  fué  al  anochecer  del  domingo  29  de  la  luna  de  safar  del  año  273  (domingo 
4  de  agosto  de  886)  (1).» — 'De  sus  varias  mugeres,  Muhamad  habia  tenido  cien 
hijos  y  le  sobrevivieron  treinta  y  tres,  dos  de  los  cuales,  según  veremos,  reinaron 
después  de  su  muerte.  Su  secretario  íntimo  fué  su  hijo  Abdelmelek,  y  cuéntase 
de  este  Ommíada  un  rasgo  característico  que  da  gran  luz  sobre  los  acaecimien- 
tos posteriores,  como  fué  haber  preferido  á  los  Sirios  postergando  á  los  Árabes 
Yeledíes  en  los  empleos  y  consejos  (2).  A  su  tiempo,  reinando  el  segundo  de  sus 
sucesores,  veremos  los  funestos  frutos  de  esta  preferencia 

Como  su  padre  y  sus  abuelos,  Muhamad  escribía  con  elegancia  y  hacia 
buenos  versos.  Poseía  un  hermoso  carácter  de  letra,  habilidad  muy  apreciada 
entre  los  Árabes,  como  que  se  lee  en  las  máximas  de  Alí :  « Aprended  á  escribir 
bien;  una  hermosa  letra  es  llave  de  riqueza.»  Era  también  muy  versado  en  las 
ciencias  exactas,  é  igualaba  si  no  sobrepujaba  á  sus  abuelos  en  liberalidad,  valor 
y  elocuencia. 

Fué  de  buenas  costumbres,  y  tenia  por  los  sabios  la  misma  predilección  que 
su  padre.  Bajo  su  reinado  falleció  en  Córdoba  Yahia  ben  Alakem  el  Gaceli,  uno 
de  los  hombres  de  letras,  de  estado  y  de  guerra  mas  notables  de  es  le  siglo ,  de 
quien  hemos  hablado  ya  distintas  veces.  Su  muerte  fué  muy  dolorosa  á  Muha- 
mad, pero  habia  ya  cumplido  su  carrera,  dice  su  biógrafo,  en  cuanto  habían  pa- 
sado sobre  su  cabeza  noventa  y  cuatro  años.  Habia  nacido  en  efecto  en  el  año 
156  de  la  hegira ,  el  mismo  en  que  llegó  á  España  Abderrahman  ben  Moaviah. 


(«)    Conde,  P.  2.a,  c.  LVU. 
,2)    Id.  1.  c. 


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P5 

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I 


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APÉNDICE 

AL 

TOMO  SEGUNDO. 


TOMO  11. 


61 


APÉNDICE  AL  TOMO  SEGU 


i. 


Decreto  del  rey  Marico  y  su  traducción  castellana,  al  conde   Timoteo  y  demás  go- 
bernadores ,  enviándoles  el  nuevo  Código  de  Leyes  (1) 

(Véase  la  pág.  40.) 


Utilitates  populi  nostri  propitia  divi- 
nitate  tractantes,  hoc  quoque ,  quod  in 
jure  habetur  iniquum ,  meliori  delibe- 
ratione  corrigimus ,  ut  omnis  legum 
Romanorum  ,  et  antiqui  juris  obscuri- 
tas  adhibitis  Sacerdotibus,  ac  nobilibus 
viris  in  lucem  diligentise  melioris  de- 
ducía resplandeat,  et  nihil  habeatur  am- 
biguum  ,  unde  se  diuturna  aut  diversa 
jurgantium  impugnet  objectio. 


Quibus  ómnibus  enucleatis,  atque  in 
unum  librum  prudentium  electionecol- 
lectis,  hsec  quae  excepta  sunt,  vel  cla- 
rión inlerpretatione  composita,  venera- 
bilium  Episcoporum ,  vel  electorum 
Provincialium  nostrorum  roboravit  as- 
sensus. 

Et  ideo  scriptum  librum  ,  qui  in  ta- 
bulis  habelur  collectus.  Goyarico  comi- 
li  pro  distinguendis  negotiis  nostra  jus- 
sit  clementia  destinan  ,  ut  juxta  ejus 


Trabajando  nosotros  con  el  favor  de 
Dios  en  todo  lo  que  puede  ser  de  prove- 
cho para  nuestros  subditos ,  y  cono- 
ciendo que  varias  leyes  del  derecho  me- 
recían corregirse  con  madura  delibera- 
ción, hemos  mandado  ejecutar  esta 
corrección  con  el  consejo  de  personas 
escogidas  así  del  clero ,  como  de  la  no- 
bleza ,  para  quitar  con  esto  toda  oscu- 
ridad y  confusión  á  las  leyes  romanas 
y  antiguas  y  corlar  las  cuestiones  y 
disputas,  con  que  se  alargan  los  pleitos. 

Con  el  juicio  y  buena  elección  de 
hombres  prudenles ,  se  han  recogido 
las  leyes  en  un  solo  libro,  acerándolas 
y  mejorándolas  según  convenia  ;  y  di- 
cho libro  ha  merecido  la  aprobación  de 
nuestros  venerables  Obispos ,  y  de  los 
diputados  de  las  Provincias. 

El  conde  Goyarico  por  disposición 
nuestra  ,  lo  ha  ordenado  y  dividido  en 
clases ,  para  que  pueda  hacerse  fácil- 
mente uso  de  él  en  todas  las  causas  que 


(4)     Año  508. 


508 


HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 


seriem  universa  causarum  sopiatur  in- 
tentio  ;  nec  aliud  cuilibet ,  aut  de  legi- 
bus ,  aut  de  jure  liceat  in  disceptatio- 
nem  ,  proponere  ,  nisi  quod  directi  li- 
bri ,  et  subscripti  viri  spectabilis  Ania- 
ni  manu  ,  sicut  jussimus ,  ordo  com- 
plectitur. 

Providere  ergo  te  conven it,  ut  in  fo- 
ro tuo  nulla  alia  lex,  ñeque  juris  formu- 
la proferri ,  aut  recipi  prsesumatur  : 
quod  si  factum  fortasse  constiterit ,  aut 
ad  periculum  capiíis  tui,  aut  ad  dispen- 
dium  tuarum  noveris  faculíatum.  Hanc 
ergo  prseceptionem  directis  libris  jussi- 
mus cohserere ,  ut  universos  ordina- 
tionis  nostrae ,  et  disciplina  teneat ,  el 
poena  consíringat. 

Subscriptio  Aniani. 

Anianus  vir  spectabilis ,  ex  prsecep- 
tione  Domini  nostri  Gloriossissimi  Ala- 
rici  Regis  hunc  codicem  de  Theodosiani 
legibus ,  alque  sententiis  juris ,  vel  di- 
versis  libris  electum  ,  Aduris  anno  vi- 
gésimo secundo  eo  regnante  edidi ,  at- 
que  subscripsi. 

Mecognovimus . 

Data  sub  die  quarta  nonas  februarii, 
anno  vigésimo  secundo  Alarici  Regis, 
Tolosse. 


se  ofrezcan  ;  pues  no  queremos  que  en 
adelante  se  puedan  citar  otras  leyes  ni 
constituciones  en  los  tribunales ,  sino 
las  contenidas  en  el  ejemplar  que  os 
remitimos  de  dicho  código  ,  registrado 
y  firmado  por  el  respetable  Aniano. 

Os  mandamos,  pues ,  bajo  pena  de 
muerte  ó  de  confiscación  de  bienes,  que 
deis  las  providencias  necesarias  ,  para 
que  en  adelante  no  se  reciba  ni  admita 
otra  ley  alguna  en  los  tribunales  de 
vuestra  jurisdicción.  Y  para  que  esta 
nuestra  voluntad  se  tenga  presente  ,  y 
sepan  todos  la  pena  que  imponemos  a 
los  que  desobedecieran  á  nuestro  De- 
creto ,  hemos  mandado  incluirlo  en  to- 
dos los  ejemplares  del  nuevo  código. 

Firma  de  Aniano, 

Aniano,  varón  respetable  ,  por  man- 
dado del  gloriosísimo  rey  Aíarico  nues- 
tro señor  ,  he  firmado  en  Aduris  este 
código  de  leyes  sacadas  del  Teodosia- 
no,  de  las  sentencias  del  derecho  y  de 
otros  varios  libros ,  en  el  ano  vigésimo 
segundo  de  dicho  rey. 

Las  hemos  confrontado. 

Dado  en  Tolosa  á  dos  de  febrero,  del 
ano  veinte  y  dos  de  Alarico  rey  (505 
de  la  Encarnación). 


II. 

Matrimonio  de  las  hijas  de  Atanagildo,  Galsuinda  y  Brunequilda. 

(DE  GREGORIO  TURONENSE.) 

(Véanse  las  pág.  45  y  46.) 

XXVII.  El  rey  Sigiberto  (1),  que  veia  á  sus  hermanos  elegir  esposas  in- 
dignas de  su  rango  y  humillarse  hasta  unirse  en  matrimonio  con  sus  criadas,  en- 
vió una  embajada  á  España  con  ricos  presentes  para  soliciíar  la  mano  de  Rrune- 
quilda  (2),  hija  del  rey  Atanagildo.  Era  Rrunequilda  doncella  de  singular  hermo- 


(4)    Año  567. 

(2)    Gregorio  escribe  Brunichild. 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  O 09 

sura,  de  gracioso  aspecto  ,  de  honestos  y  distinguidos  modales,  avisada  en  sus 
resoluciones  y  amable  en  su  conversación.  Su  padre,  después  de  contestar  satisfac- 
toriamente ala  demanda,  envióla  al  rey  Sigiberto  con  grandes  tesoros,  y  este,  reu- 
niendo á  los  señores  de  su  corte  y  disponiendo  grandes  fiestas,  la  recibió  por  es- 
posa en  medio  del  universal  regocijo.  Brunequilda  profesaba  la  creencia  arriana; 
pero  las  predicaciones  de  varios  obispos  y  las  palabras  del  mismo  rey  no  tarda- 
ron en  convertirla,  y  creyó  y  confesó  la  bienaventurada  Trinidad  reunida  en  un 
solo  Dios,  recibió  la  santa  unción  ,  y  hecha  católica,  persevera  aun  en  el  dia  en 
la  fe  de  Jesucristo. 

XXYIÍÍ.  Al  veresio,  Chilperico(l),  aunque  tenia  ya  varias  mugeres,  pidió 
por  esposa  á  Galsuincla,  hermana  de  Brunequilda,  prometiendo  por  medio  de  sus 
embajadores  abandonar  á  las  demás,  con  tal  que  se  le  concediera  una  esposa  digna 
de  él,  unahijaderey.  Aceptando  estas  promesas,  envióle  Atanagildosu  hija,  igual- 
mente con  grandes  riquezas,  y  llegada  Galsuinda,  que  era  mayor  que  Brunequil- 
da, cerca  de  Chilperico,  fué  recibida  con  gran  honor,  y  unióse  á  él  por  medio  de 
matrimonio.  Al  principio  recibía  del  rey  grandes  pruebas  de  afecto,  en  cuanto 
habia  traído  consigo  muchísimos  tesoros ;  pero  el  amor  de  Fredegunda  ,  una  de 
las  primeras  mugeres  de  Chilperico  ,  fué  causa  entre  ellos  de  violentos  alterca- 
dos. Galsuinda,  que  habia  sido  convertida  ya  á  la  fe  católica  y  bautizada,  quejó- 
se al  rey  de  los  continuos  ultrajes  que  sufría,  de  que  no  partía  con  ella  la  digni- 
dad de  su  rango  ,  y  pidióle,  en  recompensa  de  los  tesoros  que  ie  habia  traído, 
permiso  para  volver  libre  á  su  país.  El  rey,  disimulando  sus  intentos ,  procuró 
calmarla  con  palabras  de  cariño,  y  por  fin  la  hizo  estrangular  por  un  esclavo, 
hallándose  á  la  reina  cadáver  en  su  cama.  Después  de  su  muerte,  manifestó  Dios 
su  virtud  de  una  manera  ostensible  :  delante  de  su  sepulcro  ardía  una  lámpara 
suspendida  por  medio  de  una  cuerda,  y  rota  esta  sin  que  nadie  la  hubiese  toca- 
do, y  cayendo  la  lámpara  al  suelo ,  este  perdió  su  dureza,  y  como  en  una  mate- 
ria blanda  quedó  aquella  medio  enterrada  sin  romperse.  Luego  que  el  rey  hubo 
llorado  su  pérdida,  casóse  con  Fredegunda  pasados  pocos  dias,  y  sus  hermanos, 
creyendo  la  muerte  de  la  reina  efecto  de  sus  órdenes  secretas,  le  despojaron  y  le 
privaron  del  trono.  Chilperico  tenia  entonces  tres  hijos  de  Audovera,  su  primera 
esposa:  Teodoberío,  de  que  antes  hemos  hablado,  Meroveo  y  Clodoveo.  Pero  vol- 
vamos á  nuestro  asunto. 


III. 

Apología  de  Brunequilda,  reina  de  Francia  y  princesa  española. 

(DE  3IASDEU,    T.    X.) 

(Véase  la  pág.  43.) 

La  nobilísima  Brunequilda  era  hija  de  Atanagildo,  rey  de  España,  muger  de 
Sigiberto,  rey  de  Melz,  Cuñada  de  Caribello,  rey  de  Paris,  y  de  Gontrando,  rey 
de  Orleans,  cuñada  doble  de  Chilperico,  rey  de  Soissons ,  lia  y  muger  de  Mero- 

k)     Año  56?. 


510  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

veo,  heredero  de  Chilperico,  madre  del  rey  Childeberto,  que  sucedió  á  Sigiber- 
to,  madre  también  de  la  reinalngunda,  casada  con  San  Hermenegildo,  abuela  de 
los  reyes  Teodorico  y  Teodoberto,  sucesores  de  Childeberto,  y  visabueía  de  Sigi- 
berto,  sucesor  de  Teodorico.  Esía  reina,  que  íuvo  la  gloria  de  emparentarse  con 
tantos  reyes  de  Francia,  y  el  gozo  de  ver  coronados  á  sus  hijos  y  nietos,  y  aun 
á  su  biznieto,  sufrió  por  el  largo  curso  de  su  vida  persecuciones  gravísimas  de 
Chilperico,  rey  de  Soissons,  y  de  Fredegunda  su  muger,  y  por  fin  acabó  sus  dias 
con  mueríe  vergonzosísima  por  infame  sentencia  del  rey  Clotario,  hijo  de  Frede- 
gunda. El  motivo  de  la  persecución  fué  la  muerte  bárbara  y  alevosa  que  dio  Chil- 
perico á  su  mujer  Galsuinda,  para  satisfacer  los  amores  y  celos  de  Fredegunda; 
pues  habiendo  intentado  los  demás  reyes  de  Francia,  hermanos  de  Chilperico, 
vengar  esta  muerte  con  una  guerra  ,  los  dos  culpados  atribuyeron  toda  la  ven- 
ganza á  Brunequilda  por  ser  hermana  de  Galsuinda.  En  esto  convienen  todos  los 
historiadores  de  Francia  ,  y  no  hay  la  menor  disputa.  La  cuestión  está  en  la 
muerte  cruelísima  que  mandó  dar  el  rey  Clotario  á  Brunequilda,  y  á  todos  sus 
descendientes ;  porque  la  sentencia  fué  tan  atroz  y  escandalosa,  que  debe  nece- 
sariamente llamarse  á  Clotario  un  rey  tirano,  ó  á  Brunequilda  una  muger  in- 
fame. 

Los  historiadores  de  Francia,  coetáneos,  y  vecinos  al  hecho,  han  guardado 
un  profundo  silencio  sobre  las  causas  de  tan  bárbara  sentencia,  sin  culpar,  ni  á 
Clotario,  ni  á  Brunequilda.  Después  de  un  siglo  entero  comenzaron  á  infamar  á 
esta  princesa,  y  á  defender  al  rey.  El  silencio  de  los  primeros  es  prueba  bastan- 
te clara  de  que  los  subditos  por  una  parte  no  podían  excusar  á  su  rey,  y  por  otra 
no  tenían  valor  para  acusarlo;  y  el  proceso  de  los  segundos  es  indicio  manifiesto 
de  que  se  hizo  contra  verdad,  y  por  solo  amor  nacional,  pues  comenzaron  á  pu- 
blicarlo cuando  ya  no  habia  testigos  que  pudiesen  desmentirlo.  Fredegario,  por 
ejemplo,  que  escribía  unos  ciento  cincuenta  años  después  del  suceso,  cuenta  de 
Brunequilda  mil  maldades,  que  hasta  entonces  no  se  habían  oído,  y  no  cita  un 
autor,  ni  un  testimonio.  ¿Quién  no  conoce  que  este  escritor  inventa  para  salvar 
el  honor  de  su  nación?  Al  contrario,  el  continuador  de  Mario  Aventicense,  que 
escribía  bajo  el  reinado  del  mismo  Clotario,  y  lo  adula  con  los  títulos  de  Glorio- 
so, Religioso  y  Dichoso,  refiere  la  atrocísima  sentencia,  sin  insinuar  un  solo  de- 
lito proporcionado  á  tan  grave  pena,  pues  no  alega  otra  razón  ó  pretexto,  sino 
que  Brunequilda  pretendía  dar  á  su  biznieto  el  reino  poseído  antes  por  su  ma- 
rido, y  por  sus  hijos  y  nietos.  ¿Quién  no  ve,  que  el  contar  de  un  rey  vivo  una 
acción,  que  por  sí  misma  lo  declara  tirano,  sin  atraer  excusa  alguna  de  la  tira- 
nía, es  prueba  evidentísima  de  que  no  habiá'en  Brunequilda  el  menor  delito  con 
que  poder  solapar  la  injusticia  del  rey?  Estas  reflexiones  solas  debieran  bastar, 
según  buena  crítica,  para  tener  por  falsedad  y  calumnia  todo  lo  que  han  dicho  los 
escritores  de  Francia,  después  de  entrado  el  siglo  vi n  contra  esta  princesa. 
Pero  quiero  sin  embargo  examinar  los  cargos  con  toda  distinción ,  para  que  res- 
plandezca mas  su  inocencia  tan  injustamente  ultrajada 

Se  hace  cargo  á  Brunequilda  de  la  muerte  de  su  propio  marido  Sigiberto, 
pues  dicen  que  el  rey  Clotario,  cuando  la  sentenció,  le  echó  en  cara  esta  muer- 
te y  la  de  otros  nueve  reyes.  San  Gregorio  de  Tours ,  escritor  coetáneo,  y  francés, 
refiere  que  mataron  á  Sigiberto  dos  sicarios  pagados  por  Fredegunda.  El  mismo 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  olí 

Fredegario  y  otros  igualmente  fabulosos,  como  son  el  autor  de  los  Hechos  de  los 
Reyes  Francos  y  el  monge  llamado  Aimoino,  copiaron  de  las  obras  de  San  Gre- 
gorio la  misma  relación,  como  está  en  el  Santo.  ¿No  es  malignidad  insufrible  que 
un  delito  cometido  por  la  mayor  enemiga  de  Brunequildapara  ofenderla  y  llenarla 
de  amargura,  se  atribuya  á  la  misma  persona  ofendida?  ¿No  es  locura  pensar  que 
Clotario,  hijo  de  Fredegunda,  pudiese  culpar  públicamente  á  esta  princesa  de  lo 
que  todos  sabían  haber  sido  obra  de  su  madre? 

Brunequilda  se  casó  en  segundas  nupcias  con  su  sobrino  Meroveo,  y  habien- 
do muerto,  dicen,  á  su  primer  marido,  mató  también  al  segundo.  No  puede  in- 
ventarse fábula  mas  contraria  á  las  mismas  historias  de  Francia,  no  solo  á  la  de 
san  Gregorio,  pero  aun  á  las  de  los  mismos  calumniadores  de  Brunequilda.  Es  in- 
negable que  Meroveo  sin  asistencia  ni  noticia  de  esta  princesa  se  hizo  matar  por 
un  criado  para  librarse  del  furor  de  Chilperico  su  padre,  que  le  perseguia  de 
muerte  por  el  casamiento  hecho  con  Brunequilda,  y  es  igualmente  indubitable, 
como  lo  refiere  san  Gregorio,  que  fué  obra  de  Fredegunda  el  hacer  salir  á  Mero- 
veo del  asilo  en  que  estaba,  y  hacerle  caer  en  las  manos  de  los  que  le  prendieron 
para  entregarle  al  padre.  Parece  increíble  que  Fredegunda  en  odio  á  Bruneqilda 
inciíase  al  marido  contra  el  propio  hijo  ;  pero  no  extrañará  esta  maldad ,  aun- 
que tan  horrible,  quien  lea  en  las  historias  de  aquel  mismo  tiempo,  que  la  mal- 
vada muger  aborrecía  á  todos  los  hijos  de  Chilperico,  y  á  todos  les  procuró  la 
muerte.  Teodoberto,  á  quien  hizo  matar  en  una  batalla,  y  G  lodo  veo,  á  quien  qui- 
tó en  una  cárcel  la  libertad  y  la  vida,  eran  hijos  de  Chilperico,  y  hermanos  de 
Meroveo;  y  fué  tanto  el  gozo  que  tuvo  con  la  pérdida  del  primero  ,  que  se  decla- 
ró amante  de  Gontrado  Boson,  porque  habia  tenido  parte  en  tan  infame  cielito. 
¿Cómo  no  se  corren  estos  historiadores  de  defender  la  causa  de  una  muger  tan 
perversa  y  cruel  para  denigrar  la  fama  de  una  reina  piadosa  y  amabilísima? 

Los  que  hacen  rea  á  Brunequilda  de  la  muerte  de  Meroveo,  la  culpan  tam- 
bién de  la  del  rey  Chilperico.  Esta  acusación  es  tan  claramente  falsa ,  que  aun 
el  autor  de  los  Hechos  de  los  Beyes  Francos,  y  el  monge  Aimoino,  siendo  enemi- 
gos declarados  de  Brunequilda,  dan  toda  la  culpa  de  la  muerte  de  dicho  rey  á 
Fredegunda  su  muger.  Dicen  que  la  mala  hembra,  viendo  descubiertos  sus  tor- 
pes amores  con  Landerico,  hizo  matar  al  marido  que  volvía  de  la  caza,  antes  que 
él  tuviese  tiempo  de  matarla  á  ella.  Pero  no  hagamos  caso  de  lo  que  dicen  auto- 
res sospechosos,  y  consultemos  solamente  á  san  Gregorio  de  Tours.  El  Santo  re- 
fiere que  Chilperico  murió  á  manos  de  un  joven  ,  sin  decir  como  se  llamaba ,  ni 
quien  era.  Añade ,  que  dos  veces  se  hicieron  averiguaciones  sobre  esta  muerte ; 
la  primera  por  orden  de  Gontrando ,  hermano  del  difunto ,  que  hizo  examinar  á 
Fredegunda;  y  la  segunda  por  disposición  de  Brunequilda,  que  mandó  atormen- 
tar á  Sunnigisilo  por  sospechas  que  habia  contra  él.  Fredegunda  culpó  á  Eberul- 
fo,  camarero  de  palacio,  y  Sunnigisilo  se  confesó  reo  por  sí  mismo.  Háganse  so- 
bre esta  causa  las  reflexiones  siguientes:  Primera:  Fredegunda  es  llamada  á  exá- 
menes, y  no  Brunequilda:  luego  contra  esta  no  habia  sospechas,  pero  sí  contra 
aquella.  Segunda:  Fredegunda,  siendo  enemiga  capital  de  Brunequilda,  no  acusa 
en  sus  exámenes  á  esta  princesa;  luego  no  habia  la  menor  sombra  de  razón  para 
poderla  culpar.  Tercera :  Brunequilda  procura  que  se  hagan  averiguaciones  y 
procesos  sobre  la  muerte  de  Chilperico:  luego  no  teme  las  resultas  contra  sí  mis- 


512  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ma.  Cuarta:  Sunnigisilo  se  confesó  culpable,  y  al  mismo  liempo  habia  sospechas 
contra  Fredegunda:  por  estos  indicios  debe  sospecharse  que  Fredegunda  ordenó 
la  muerte,  y  Sunnigisilo  la  ejecutó. 

Los  enemigos  de  Brunequilda  prosiguen  diciendo  que  Teodorico ,  nieto  de 
esta  princesa,  malo  á  su  propio  hermano  Teodoberto,  y  al  hijo  y  nieto  de  este  su 
hermano ,  llamados  Clotario  y  Meroveo.  La  culpan  del  fin  desgraciado  de  estas 
tres  personas  reales,  porque  ella,  dicen  ,  para  poner  discordia  entre  los  dos  her- 
manos, dijo  á  Teodorico  que  Teodoberto  era  bastardo,  y  por  consiguiente  no  te- 
nia derecho  á  los  estados  que  poseia.  Este  cargo  que  se  hace  á  Brunequilda  es 
un  tejido  de  incoherencias  y  falsedades.  Cuenta  la  historia  de  aquella  edad,  que 
Teodoberto  quiso  tomar  á  Teodorico  la  Alsacia :  que  este ,  como  es  natural ,  le 
movió  guerra:  que  el  primero  hizo  las  paces  con  engaño:  que  Teodorico  renovó  la 
guerra,  y  venció  al  hermano:  que  Brunequilda  se  interpuso  para  que  el  vence- 
dor no  tomase  otra  venganza  sino  la  de  dar  á  su  hermano  las  órdenes  sagradas, 
que  era  lo  mismo  en  aquel  tiempo  que  inhabilitarle  para  el  trono.  Esto  refieren 
las  historias  de  aquel  siglo  y  no  otra  cosa.  Todo  lo  demás  que  se  añade  de  pri- 
siones y  muertes  son  cuentos  inventados  por  Fredegario  ,  y  por  otros  mas  mo- 
dernos, que  ni  aun  en  lo  que  dicen  van  acordes ;  pues  unos  dicen  que  Meroveo 
era  hijo  de  Teodoberto  y  otros  le  llaman  nieto;  unos  le  hacen  hijo  mayor,  y  otros 
menor;  unos  ponen  muerto  á  solo  Clotario  y  otros  á  Clotario  y  Meroveo.  Se  ve 
con  evidencia,  que  no  solo  es  fábula  lo  que  cuentan,  sino  que  es  fábula  inventa- 
da á  pedazos,  y  por  diversos  autores,  todos  mancomunados  á  mentir  contra  la 
hija  de  Atanagildo. 

Teodorico,  añaden,  después  de  las  muertes  referidas  quiso  casarse  con  la 
hija  de  su  hermano  difunto,  y  habiendo  empuñado  la  espada  para  matar  á  su 
abuela  Brunequilda,  porque  quiso  oponerse  al  matrimonio  ilícito  del  tio  con  la 
sobrina,  la  abuela  se  vengó  de  esta  amenaza  con  hacerle  dar  un  vaso  de  veneno, 
de  que  murió;  según  el  autor  de  los  Hechos  de  los  Reyes  Francos ,  pasó  todavía 
mas  adelante  la  venganza  de  Brunequilda,  pues  no  solo  quitó  la  vida  á  su  nieto 
Teodorico,  sino  también  á  los  cuatro  hijos  del  nieto ,  que  se  llamaban  Sigiberto, 
Corbo,  Childeberto  y  Meroveo.  Las  relaciones  incoherentes  de  los  mismos  calum- 
niadores desmienten  esta  novela:  pues  acerca  de  Teodorico,  dice  Fredegario,  que 
murió  de  disenteria;  y  Joñas,  escritor  algo  mas  antiguo,  refiere  que  murió  en 
Metz  entre  las  llamas  de  un  incendio;  y  por  lo  que  toca  á  sus  hijos,  convienen 
Aimoino  y  Fredegario  en  que  murieron  juntamente  con  Brunequilda  á  manos  del 
rey  Clotario.  Es  muy  digno  también  de  reparo  que  representándola  como  muger 
desalmada  y  sin  temor  de  Dios  ni  de  hombres,  la  pinten  después  tan  escrupulosa, 
que  por  la  defensa  del  derecho  canónico,  que  prohibe  los  maírimonios  entre  tio  y 
sobrino,  se  ponga  á  peligro  de  muerte;  y  esto,  después  de  haberse  casado  ella 
misma  en  la  juventud  con  su  sobrino  Meroveo.  ¿Quién  no  ve  por  estas  mismas 
contradicciones,  que  lodo  lo  que  se  dice  contra  Brunequilda  son  mentiras  y  ca- 
lumnias? 

Además  de  las  muertes  que  he  referido  de  diez  personas  reales,  la  culpan 
de  otras  mil  iniquidades,  como  de  haber  condenado  á  muerte  al  patricio  Egilan 
con  el  fin  de  confiscarle  los  bienes;  de  haber  hecho  mayordomo  á  Protadio,  aun- 
que tan  indigno  del  empleo,  solo  porque  era  su  amante;  de  haber  enviado  á  Ber- 


APÉNDICE  AL   TOMO   II.  513 

íoaldo  á  una  guerra,  para  que  muriese,  y  dejase  el  empleo  á  Protadio;  de  haber 
confiscado  los  bienes  á  Unceleno,  y  dado  la  muerte  á  Yolfo,  porque  tuvieron  par- 
te en  la  caida  de  dicho  su  amante;  de  haber  procurado  finalmente  que  su  nieto 
Teodorico  repudiase  á  la  princesa  española  Ermenberga,  y  despojándola  de  todos 
sus  arreos  y  alhajas  la  volviese  á  España  al  rey  Viterico.  Ninguna  de  estas  cosas 
refieren  los  escritores  mas  antiguos  y  coetáneos,  antes  bien  alaban  mucho  en  Bru- 
nequilda  la  honestidad,  liberalidad  y  piedad,  que  son  virtudes  muy  contrarias  á 
los  amores  torpes  y  á  las  confiscaciones  y  muertes ,  de  que  quisieran  culparla  los 
modernos. 

Pero  dejemos  toda  cuestión  de  hechos  particulares ,  y  vamos  á  considerar 
por  una  parte  el  juicio  que  formaron  de  Brunequilda  los  hombres  de  mayor  auto- 
ridad y  respeto  que  la  conocieron  y  trataron ;  y  por  otra  el  carácter  y  las  cali- 
dades morales  de  los  enemiges  que  la  persiguieron.  Si  de  este  examen  resulta 
un  hermoso  retrato  de  esta  princesa,  y  una  pintura  horrible  de  los  que  la  abor- 
recían, deben  quedar  por  consiguiente  desacreditados  todos  los  escritores  que 
se  han  atrevido  á  calumniarla.  Fredegunda,  que  era  su  mayor  enemiga  y  per- 
seguidora, fué  rea  de  la  muerte  alevosa  que  dio  Chilperico  á  su  mujer  Galsuin- 
da  :  prometió  doscientas  libras  de  plata  á  san  Gregorio  de  Tours,  para  que  diera 
su  voto  en  concilio  contra  el  inocente  obispo  Pretextato,  y  después  de  año  los  hizo 
matar  en  su  misma  iglesia  :  hizo  dar  la  muerte  al  rey  Sigiberto,  marido  de  Bru- 
nequilda :  encargó  á  un  clérigo  amigo  suyo,  que  matase  á  dicha  princesa,  y  por 
no  haber  sabido  ejecutarlo,  le  hizo  coríar  pies  y  manos :  dio  el  mismo  encargo  á 
otros  dos  clérigos,  armándolos  ella  misma  con  dos  puñales  emponzoñados:  fingió 
una  caria  de  Leovigildo  ,  rey  de  España ,  para  inducir  al  rey  Gontrando  á  pro- 
curar la  muerte  de  dicha  reina  y  de  su  hijo  Childeberto  :  mandó  quitar  la  vida 
á  su  mismo  marido  para  poder  continuar  en  sus  torpes  amores :  cometió  por  fin 
tantas  maldades  ,  y  vivió  con  tanto  escándalo  de  todo  el  reino,  que  aun  los  que 
procuran  defenderla  ,  la  llaman  adúltera  y  tirana  ,  y  san  Gregorio  dice  que  el 
rey  Gontrando,  hablando  con  él  mismo  ,  la  llamó  enemiga  de  Dios  y  de  los  hom- 
bres. De  Chilperico,  que  persiguió  juntamente  con  Fredegunda  á  Brunequilda, 
no  hay  escritor  que  hable  con  elogio  ;  y  solo  dicen  algunos  en  su  defensa,  que 
las  muchas  iniquidades  que  cometió,  deben  atribuirse  a  su  malvada  muger,  de 
quien  se  dejaba  arrastrar  á  cualquiera  precipicio.  El  santo  obispo  de  Tours  que 
le  conocía,  le  llama  el  Nerón  y  el  Herodes  de  su  tiempo,  y  todos  los  demás  his- 
toriadores le  representan  como  á  un  tirano  de  Francia.  El  monge  Aimoino  y  el 
autor  de  los  Hechos  de  los  reyes  Francos,  uno  y  otro  enemigos  declarados  de  la 
fama  de  Brunequilda  ,  refieren  que  Chilperico  oprimia  tan  bárbaramente  á  sus 
subditos  con  pesadísimas  imposiciones,  que  el  pueblo  clamaba  á  Dios  con  los 
brazos  abiertos,  y  muchos  se  iban  del  reino  y  dejaban  sus  tierras,  esperando  pa- 
decer menos  en  las  agenas.  El  tercer  enemigo  de  Brunequilda  fué  el  rey  Clota- 
rio,  hijo  de  Chilperico  y  Fredegunda,  cuyos  malos  ejemplos  y  crueldades  siguió 
muchas  veces  en  su  largo  reinado  de  cuarenta  y  seis  años.  ¿No  es  acaso  para 
Brunequilda  de  mucha  gloria,  que  sus  tres  enemigos  mortales,  Chilperico,  Gota- 
rio y  Fredegunda  ,  fuesen  conocidos  en  toda  la  Francia  por  príncipes  viciosísi- 
mos y  perseguidores  de  toda  virtud  ? 

Pero  el  mayor  testimonio  en  defensa  de  esta  princesa  es  el  elogio  que  hacen 

TOMO  II.  63 


SI 4  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

de  ella  lodos  los  escritores  de  su  siglo  ,  no  habiendo  uno  solo  que  la  culpe,  ni  la 
reprenda.  Citaré  solamente  á  tres,  que  por  su  santidad  y  doctrina  valen  por  mu- 
chos, á  san  Gregorio  ,  obispo  de  Tours,  asan  Venancio  Fortunato,  obispo  de  Poi- 
tiers,  y  al  Pontífice  san  Gregorio  I  llamado  el  Grande.  El  obispo  Turonense  di- 
ce en  primer  lugar,  que  Brunequilda  era  hermosa  en  el  rostro,  dulce  en  las  pa- 
labras, graciosa  en  el  trato,  honesta  y  agradable  en  las  costumbres,  y  prudente 
en  los  consejos.  Cuenta  después  varios  hechos  particulares,  que  prueban  la  mu- 
cha virtud  de  la  princesa  ;  como  el  haberse  presentado  delante  de  un  ejército  en- 
tero", vestida  de  hombre  ,  y  con  elocuencia  varonil ,  para  detener  á  los  generales 
de  una  injusta  violencia  que  iban  á  hacer  al  duque  de  Champaña  llamado  Lupo: 
el  haber  defendido  la  inocencia  del  santo  abad  Lupencio ,  á  quien  habian  dela- 
tado con  malignidad  como  enemigo  de  la  misma  reina  :  el  haber  perdonado  y 
aun  favorecido  al  conde  Inocencio,  que  por  odio  personal  cortó  la  cabeza  á  dicho 
abad  después  de  haberlo  la  reina  declarado  inocente  :  el  haber  finalmente  per- 
donado la  vida  ,  y  restituido  la  libertad  al  infame  clérigo  que  fué  á  matarla  por 
comisión  de  Fredegunda.  Estas  pocas  acciones  ,  aunque  no  hubiera  otras ,  son 
características  de  un  alma  grande  ,  y  debieran  bastar  para  llenar  de  rubor  á  los 
que  se  atreven  á  infamar  á  una  princesa  (an  insigne.  Venancio  Forlunaío  en  va- 
rias de  sus  poesías  la  elogia  extremadamente ;  la  llama  la  joya  de  España, 
digna  del  rey  de  Francia  :  dice  ,  que  era  hermosa ,  modesta,  diligente  ,  agrada- 
ble ,  piadosa,  y  que  antes  de  ser  católica  merecía  los  amores  del  rey,  y  después 
de  convertida  mereció  los  de  Dios;  la  iguala  en  virtud  á  su  buena  hermana  Gal- 
suinda  ;  da  á  las  dos  el  título  de  torres  ó  baluartes  ,  enviados,  dice  ,  de  Toledo 
para  fortalecer  á  la  Francia.  San  Gregorio  Magno  escribió  á  lo  menos  diez  car- 
tas á  Brunequilda,  y  en  todas  la  alaba  por  su  mucha  piedad  y  virtud.  En  la  pri- 
mera dice  :  «  La  bondad  de  vuestro  corazón  ,  de  que  tanto  se  agrada  Dios ,  se 
descubre  y  conoce  en  vuestro  mismo  gobierno  ,  y  en  la  educación  que  habéis  da  - 
do  á  vuestro  hijo ,  pues  no  solo  le  habéis  asegurado  el  reino  de  esta  tierra  ,  sino 
también  el  del  cielo ,  arraigando  en  su  alma  con  amor  y  cuidado  materno  las  má- 
ximas saludables  de  la  religión Ya  que  tengo  tan  repelidas  experiencias  de 

vuestra  cristiandad  y  piedad...,  os  pido  que  deis  ayuda  y  amparo  al  presbítero 
Cándido  ,  hijo  mió  dilectísimo ,  que  se  os  presentará  con  esta  carta. »  La  segun- 
da dice  así :  «  En  las  cartas  que  me  habéis  dirigido  ,  descubro  las  calidades  de 
vuestra  alma  devota  y  piadosa,  de  suerte  que,  no  solo  debo  alabar  vuestros  san- 
tos deseos ,  sino  también  contentar  vuestra  devoción ,  remitiéndoos  las  reli- 
quias que  me  habéis  pedido  de  los  bienaventurados  apóstoles  Pedro  y  Pablo.» 
En  la  tercera  caria  habla  en  estos  términos:  «Tengo  muy  conocido  y  experimen- 
tado el  celo  religioso  con  que  os  interesáis  por  la  fe  de  Jesucristo  ,  concur- 
riendo con  la  mayor  sinceridad  á  su  exaltación  y  aumento.  Esta  seguridad  ,  en 
que  vivo  ,  me  mueve  á  notificaros  que  la  nación  inglesa  por  el  favor  de  Dios 
quiere  abrazar  la  religión  cristiana ,  y  como  los  sacerdotes  mas  vecinos  á  ella  no 
tienen  la  solicitud  pastoral  que  debieran  ,  me  he  resuelto  dar  este  encargo  al  sier- 
vo de  Dios  Agustin  ,  que  os  presentará  esta  carta,  porque  tengo  bien  conocido  su 
celo,  y  el  de  los  compañeros  que  le  hedado...  Espero  que  vuestra  Excelencia,  sien- 
do naturalmente  lan  inclinada  á  toda  obra  buena,  le  concederá  su  protección  y 
ayuda  así  en  atención  á  mis  ruegos  ,  como  también  por  el  servicio  y  gloria  de 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  815 

Dios. »  La  cuarta  dice  de  este  modo  :  «  Muchas  pruebas  tengo  del  santo  temor  de 
Dios  que  reina  en  vuestra  alma ,  pero  lo  es  grande  el  respeto  y  amor  con  que 
miráis  á  los  sacerdotes  de  Jesucristo,  venerándolos  y  honrándolos  como  á  siervos 

del  Señor.  Rebosando  de  consuelo  por  ver  en  vos  tanta  cristiandad remito  el 

palio,  según  me  habéis  pedido,  á  nuestro  hermano  el  obispo  Siagro...  He  sabido 
por  relación  de  varias  personas  la  caridad  y  empeño  con  que  habéis  favorecido 
a  mi  hermano  el  obispo  Agustín  en  su  misión  apostólica:  por  lo  que  os  doy  las 
gracias  que  debo  ,  y  suplico  al  Dios  de  las  Misericordias  que  os  proteja  y  ampa  - 
re  en  este  mundo  ,  y  después  de  muchos  años  de  vida  temporal  os  dé  la  celestial 
y  eterna.»  En  la  quinta  dice  san  Gregorio  :  «Ya  que  vos  os  merecéis  los  elogios 
de  todos  por  vuestro  acertado  gobierno,  habéis  de  acrecentar  vuestra  gloria,  ve- 
lando, no  solo  en  lo  exterior  de  vuestros  subditos  ,  sino  también  en  lo  interior  de 

sus  almas ,  y  lomando  principalmente  á  vuestro  cargo  el  cuidado  de  los  que 

son  promovidos  al  sacerdocio.»  La  sexta  dice  así :  «  La  justicia  y  la  equidad  son 
las  dos  cosas  mas  necesarias  para  el  buen  régimen  de  un  estado  y  estas  son 
puntualmente  las  que  resplandecen  en  vuestro  acertado  gobierno.  Confiado  en 
estas  calidades  de  vuestra  alma...,  os  encargo  la  causa  de  Hilario  ,  que  se  pre- 
sentará á  vos  con  mi  carta...,  pues  entiendo  que  es  injustamente  perseguido  por 
sus  contrarios ,  y  espero  que  vos  no  permitiréis  que  se  le  agravie  contra  ra- 
zón.» Sigue  la  séptima  que  dice  así :  «  Doy  muchas  gracias  á  Dios,  porque  entre 
los  muchos  dones  de  que  os  ha  enriquecido  su  Divina  Majestad  ,  os  ha  dado 
tan  gran  celo  por  la  religión  cristiana  ,  que  nada  dejais  ele  hacer  de  cuanto  se 
os  representa  como  provechoso  para  la  gloria  de  Dios  y  bien  de  las  almas.  Ya 
la  fama  habia  divulgado  lo  que  ahora  me  han  referido  algunos  monges  acerca 
de  lo  mucho  ¿fue  habéis  favorecido  y  ayudado  á  mi  hermano  el  reverendísimo 
obispo  Agustín,  en  su  misión  apostólica  de  Inglaterra.  Se  admirarán  de  esta  vues- 
tra beneficencia  los  que  no  la  tengan  experimentada;  mas  yo  que  tengo  de  ella  tan 
repetidas  pruebas,  no  puedo  admirarme  sino  alegrarme  mucho  en  el  Señor.  Vos 
sabéis  cuantas  gracias  y  milagros  ha  obrado  Dios  en  la  nueva  conversión  délos 
Ingleses ,  y  ninguno  mas  que  vos  debe  alegrarse  de  esto  y  regocijarse ,  porque 
vos  sois,  después  de  Dios,  la  que  habéis  tenido  mas  parte  en  esta  obra  de  la  om- 
nipotencia. Para  que  sea  mayor  el  premio  de  vuestras  buenas  obras ,  os  suplico 
que  deis  igualmente  favor  á  los  monges  que  llevarán  esta  carta,  á  quienes  envió 
con  el  mismo  fin  á  Inglaterra  ,  juntamente  con  mis  dilectísimos  hijos  Lorenzo, 
presbítero  ,  y  Melito,  abad. » En  la  octava  dice  el  santo  :  «  Conozco  que  Dios  ha 
derramado  sus  gracias  y  misericordias  sobre  vuestra  alma,  y  principalmente  lo 
conozco  por  la  sabiduría  y  prudencia  con  que  gobernáis  los  corazones  de  los  gen- 
tiles... Como  Dios  suele  ayudar  á  los  hombres  de  buena  intención  ,  debo  confiar 
que  bendiga  vuestros  negocios  con  tanta  mayor  bondad  ,  cuanto  mayor  es  la 
solicitud  que  os  tomáis  en  la  causa  del  mismo  Dios.  Haced  lo  que  es  de 
Dios ,  y  Dios  hará  lo  que  es  vuestro.  Mandad  ,  pues  ,  que  se  junte  un  concilio 
contra  las  simonias  de  los  eclesiásticos,  de  que  os  hablé  en  otra  ocasión.  Venced 
este  enemigo  doméstico  de  vuestro  reino,  para  que  con  el  favor  de  Dios  venzáis 
los  enemigos  de  fuera,  pues  como  vos  os  porlárades  contra  los  enemigos  de  Dios, 
así  él  se  portará  contra  los  vuestros.  He  aprendido  con  la  experiencia  de  muchos, 
que  no  da  provecho  alguno  lo  que  se  acaudala  con  pecado.  Ninguna  cosa  os  qui- 


0 16  HISTORIA    GENERAL  DE    ESPAÑA. 

taran  injustamente,  mientras  procuréis  no  tener  cosa  alguna  contra  justicia, 
pues  aun  en  este  mundo  el  pecado  siempre  trae  daño. »  En  la  nona  carta  habla  el 
Pontífice  de  esle  modo  :  «  He  oido  por  relación  de  muchos  que  algunos  sacer- 
dotes en  vuestro  reino  viven  vida  tan  deshonesta  y  relajada,  que  es  oprobio  aun 
el  oirlo...  No  teniendo  celo  ni  virtud  para  corregir  estos  males  los  que  debieran 
hacerlo  ,  dirijo  mis  ruegos  á  vos ,  para  que  con  vuestra  autoridad  me  permitáis 
enviar  un  prelado  ,  que  juntamente  con  otros  sacerdotes  examine  y  corrija  estos 
desórdenes. »  Sigue  la  décima  y  última  en  estos  términos :  «  Entre  otras  muchas 
prendas  de  vuestra  alma  me  causa  principalmente  admiración  ,  que  en  medio  de 
las  olas  de  los  negocios  gravísimos  que  suelen  agitar  los  ánimos  de  los  reyes, 
tengáis  el  vuestro  tan  ocupado  en  el  culto  de  Dios  y  servicio  de  la  Iglesia ,  como 
si  no  tuvierais  otra  cosa  en  que  pensar.  Siendo  regularmente  las  acciones  del 
pueblo  conformes  á  las  de  quien  gobierna  ,  tengo  motivo  para  juzgar  á  la  nación 
francesa  mas  feliz  que  otras ,  pues  ha  merecido  tener  una  reina  tan  adornada  de 
todas  las  virtudes...  Habiéndoseme  preguntado  si  se  podía  promover  á  las  sagra- 
das órdenes  un  bigamo  ,  he  respondido  estar  prohibido  por  los  cánones ;  y  espe- 
ro que  vos ,  que  tantas  cosas  obráis  can  tanta  piedad  y  religión,  no  permiti- 
réis que  se  quebrante  en  nuestros  dias  esta  institución  eclesiástica.  Se  me  ha  pe- 
dido también  por  vuestra  disposición  y  orden  que  yo  envié  á  Francia  persona 
digna  y  de  autoridad,  que,  juntando  en  vuestros  estados  un  concilio,  pueda  cor- 
regir los  desórdenes  de  los  eclesiásticos;  y  veo  en  esto  el  loable  cuidado  que  tenéis 
de  la  vida  espiritual  de  las  almas ,  y  de  la  firmeza  y  felicidad  de  vuestro  reino.» 
Así  hablaban  de  Brunequiída  tres  escritores  respetables  de  aquel  mismo  siglo  ,  y 
otros  muchos  testimonios  podrían  recogerse  igualmente  favorables ,  como  lo  hizo 
el  jesuíta  Juan  íloydo  ,  que  por  relación  del  padre  Dolando  tenia  Compuesto  un 
volumen  entero  sobre  la  santidad  é  inocencia  de  la  insigne  reina  española. 


IV. 

Contienda  entre  Gontrando  y  Recaredo;  conversión  de  este  rey. 

(DE    GREGORIO  TURONENSE. ) 

(Véase  la  pág.  57.) 

XLV.  Enviados  de  España  se  presentaban  de  continuo  al  rey  Gontrando, 
pero,  lejos  de  celebrarse  la  paz,  encendíase  mas  y  mas  el  odio,  y  Gontrando  en- 
tregó entonces  la  ciudad  de  Albí  á  su  sobrino  Ghilderico.  Gregorio  Turonense  re- 
fiere aquí  lo  que  hemos  dicho  de  la  expedición  del  duque  Desiderio  y  de  su  lu- 
garteniente Austrovaldo  contra  los  Godos.  Al  saber  la  muerte  de  Didier,  dice  al 
concluir,  Austrovaldo  retrocedió  y  marchó  al  encuentro  del  rey,  que  le  hizo  du- 
que en  lugar  del  difunto. 

XLVI.  Después  de  esto,  Leovigildo,  rey  de  las  Hispanias  (1),  cayó  enfer- 
mo; díceseque  hizo  penitencia  de  su  heregía,  queexcitó  á  todos  ánoabrazar  nun- 

(<)    Post  mortem  Leuvichildi  Hispanorum  regís. 


APÉNDICE   AL    TOMO    II.  517 

ca  voluntariamente  funestos  errores  y  que  profesó  la  fe  católica;  que  en  seguida 
lloró  sin  cesar  por  espacio  de  siete  dias  su  culpable  conducta  para  con  Dios,  y 
entregó  el  espíritu.  Después  de  él  su  hijo  Recaredo  (1)  subió  al  trono  (ó  por  mejor 
decir,  reinó  en  su  lugar,  regnavitpro  eo). 

I.  (2)  Muerto  Leovigildo,  rey  de  las  Hispanias,  su  hijo  Recaredo  hizo  alian- 
za con  Gosuinlha  (Gosuinda),  su  viuda, á  quien  trató  como  una  madre  (587).  Go- 
suintha  era  madre  de  la  reina  Brunequilda,  madre  del  rey  Ghildeberto  el  joven. 
Recaredo  era  hijo  de  otra  esposa  de  Leovigildo.  Puesto  de  acuerdo  con  su  madras- 
tra, envió  á  los  reyes  Gontrando  y  Childeberto  diputados  encargados  de  decirles: 
«Haya  paz  entre  nosotros  y  hagamos  alianza,  áfin  de  que,  en  caso  necesario,  ayu- 
dados de  vuestro  auxilio,  os  prestemos  en  cambio  el  nuestroconel  mismo  afecto. » 
Los  enviados  dirigidos  al  rey  Gontrando  recibieron  orden  de  detenerse  en  la  ciu- 
dad de  Macón,  y  desde  allí  expidieron  personas  que  manifestasen  al  rey  el  objeto 
de  su  viage.  El  rey,  empero,  se  negó  á  escucharlas,  y  de  ahí  resultaron  tales  ene- 
mistades y  rencores  que  á  ningún  habitante  del  reino  de  Gontrando  le  fué  ya  per- 
mitido poner  el  pié  en  una  ciudad  de  Septimania.  Los  diputados  enviados  al  rey 
Childeberto  fueron,  por  el  contrario,  recibidos  con  gran  bondad  ;  obtuvieron  la 
paz,  y  en  cambio  de  los  presentes  que  habían  traído  lleváronse  otros  muy  precio- 
sos para  su  soberano. 

XYI.  Por  aquel  tiempo  (587)  Recaredo,  rey  de  España  (3),  tocado  de  la  mi- 
sericordia divina,  reunió  los  obispos  de  su  religión  y  les  dijo:  «¿Por  qué  se  sus- 
citan cada  dia  altercados  entre  nosotros  y  los  obispos  que  se  llaman  católicos?  (qui 
se  catholicos  dicunt)?Y  cuando  su  creencia  les  hace  obrar  infinitos  milagros,  ¿por 
qué  no  podéis  vosotros  hacer  cosa  semejante?  Os  ruego,  pues,  que  os  reunáis  y 
discutáis  con  ellos  las  creencias  de  ambos  partidos ,  á  fin  de  que  podamos  ve- 
nir en  conocimiento  de  qué  parte  está  la  verdad.  Entonces  ó  ellos  se  rendirán  á 
vuestras  razones  y  creerán  lo  que  decís,  ó  vosotros  reconoceréis  estar  ellos  en  lo 
cierto  y  creeréis  lo  que  vienen  anunciando.»  Verificáronse  las  conferencias ,  y 
reunidos  los  obispos  de  ambas  religiones ,  los  hereges  sentaron  las  proposiciones 
que  tantas  veces  habían  reproducido,  y  los  obispos  católicos  contestaron  con  los 
argumentos  con  que  siempre  los  habian  vencido.  El  rey  hizo  observar  que  los 
obispos  hereges  nunca  habian  curado  enfermos,  y  recordó  que  en  vida  de  su  pa- 
dre, un  obispo  que  con  el  auxilio  de  sus  falsas  creencias  se  jactaba  de  devolver  la 
vista  á  los  ciegos,  tocó  con  sus  manos  á  uno  que  fingía  serlo  y  le  ocasionó  una  ce- 
guera eterna,  todo  lo  cual  hemos  referido  mas  extensamente  en  nuestro  libro  de 
los  Milagros  (4).  Así  pues  Recaredo,  llamó  en  particular  á  los  ministros  de  Dios,  y 
después  de  examinar  sus  creencias,  reconoció  que  habia  de  adorarse  á  un  solo 
Dios  bajo  la  distinción  de  tres  personas  ,  el  Padre  ,  el  Hijo  y  el  Espíritu  Santo  , 
que  el  Hijo  no  es  inferior  al  Padre  ni  al  Espíritu  Santo;  que  el  Espíritu  Santo  no 
es  inferior  al  Padre  ni  al  Hijo,  y  que  ha  de  reconocerse  al  verdadero  Dios  en  esta 


(1 )    Gregorio  le  llama  Richaredus. 
,2)    Libro  IX  de  Gregorio  Turonense, 

(3)  Mas  correctamente  rey  en  España,  in  Hispania  Richaredus  rex.... 

(4)  Es  decir  en  el  libro  de  Gloria  Confess.,  c.  XIII.  Según  MM.  Taranne  y  Guadet,  traductores 
de  Gregorio  Turonense,  este  hecho  sucedió  no  en  España  y  en  tiempo  de  Leovigildo,  sino  en  África, 
en  tiempo  de  Hunerico,  rey  de  los  Vándalos. 


518  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Trinidad  igual  y  omnipotente.  Recaredo,  pues,  que  habia  comprendido  la  verdad, 
hizo  que  cesara  toda  discusión,  sometióse  á  la  ley  católica,  recibió  la  señal  de  la 
santa  cruz  y  la  unción  del  santo  crisma ,  y  confesó  á  nuestro  señor  Jesucristo, 
hijo  de  Dios,  é  igual  al  Padre  y  al  Espíritu  Sanio,  y  reinando  en  los  siglos  de  los 
siglos.  Así  sea.  Envió  en  seguida  diputados  á  la  provincia  de  Narbona  para  que, 
refiriendo  la  que  acababa  de  hacer,  atrajesen  el  pueblo  ala  misma  creencia.  Ha- 
bia allí  entonces  un  obispo  de  la  secta  arriana  llamado  Athaloco ,  quien  turbaba 
de  tal  modo  las  iglesias  de  Dios  con  proposiciones  vanas  é  interpretaciones  falsas 
de  las  santas  escrituras,  que  se  le  habría  tomado  por  el  mismo  Arrio,  quien,  se- 
gún relato  del  historiador  Eusebio  (1),  sacó  sus  entrañas  en  un  lugar  escusado. 
Como  dicho  obispo  no  permitiese  á  los  de  su  secta  abrazar  la  fe  católica,  y  no 
contase  sino  con  corto  número  de  partidarios ,  entró  en  su  celda  fuera  de  sí  de 
despecho,  y  apoyando  su  cabeza  en  la  cama,  entregó  al  Señor  su  alma  perversa. 
Así  fué  como  el  pueblo  de  hereges  que  habitaba  esta  provincia  confesó  la  indivi 
sible  Trinidad  y  abandonó  su,  error. 


Carta  de  Recaredo,  rey  de  España,  al  papa  san  Gregorio  Magno  (2). 

(Año  594.) 
(Véase  la  pág.  62.) 

Domino  Sancto ,  ac  beatissimo  Papa?    Al  Santo  y  beatísimo  Papa  el  Señor 
Gregorio  Episcopo:  obispo  Gregorio: 

Recharedus.  Recaredo. 

I.  Témpora  quo  nos  Dominus  sua  I.  En  el  tiempo  que  nuestro  Señor 
miseratione  nefandas  arrianse  hseresis  por  su  divina  misericordia  nos  separó 
fecit  esse  discordes ,  melioratos  fidei  de  la  secta  sacrilega  de  los  Arríanos, 
tramite  intra  sinus  suos  catholica  colli-  la  Iglesia  Católica  ,  viéndonos  mejora- 
git  Ecclesia.  dos  en  la  Religión,  nos  recibiódenlro  de 

su  seno. 

II.  Voluntatis  tune  nostrse  fuit  ani-  II.  Desde  entonces  tuvimos  inten- 
mus,  tam  reverentissimum  virum,  qui  cion  de  escribirte  con  el  mayor  respeto 
precederos  polles  antistites,  omniinten-  como  á  varón  tan  venerable  ,  y  tan  su- 
tione  animi  deleclanter  inquirere ,  et  perior  á  los  demás  obispos ,  y  alabar 
tam  dignam  acceptam  Deo  rem,  pro  no-    á  Dios  con  toda  el  alma  según  nuestra 


(4)  Rufino  añadió  dos  libros  á  la  Historia  eclesiástica  de  Eusebio,  pero  como  Gregorio  Turonen  - 
se  y  los  demás  autores  de  la  época  solo  conocían  esta  historia  por  la  traducción  latina  de  Rufino, 
citaban  toda  la  obra  bajo  el  nombre  de  Eusebio.  La  muerte  de  Arrio  se  refiere  en  el  lib.  X,c.  44. 

[T;  Esta  carta  fué  publicada  en  el  año  4700  por  Esteban  Baluzio,  que  la  tomó  de  un  código  an- 
tiguo de  la  Biblioteca  Colbertina.  Ponemos  aquí  el  original  latino  acompañado  de  su  traducción  para 
que  se  conozca  este  notable  documento  de  la  época  y  al  mismo  tiempo  el  latin  que  en  aquellos  tiem- 
pos se  usaba.  Las  faltas  que  en  el  mismo  se  observan  son  claro  indicio  de  la  degeneración  que  el 
lenguagc  habia  experimentado. 


APÉNDICE   AL   TOMO    II. 

bis  hominibus ,  modis  ómnibus  lauda- 
ret.  Unde  nos  multasque  regni  curas 
gerimus ,  diversis  occasionibus  occupa- 
ti ,  tres  prseterierunt  anni  voluntatem 
animi  nostri  minime  satisfacere. 

III.  Et  post  hoc  ad  vos  ex  monaste- 
riis  Abbates  elegimus ,  qui  usque  ad 
tuam  praesentiam  peraccederent ,  et 
muñera  a  nobis  directa  Sancto  Petro 
offerrent ,  tuse  Sane  [se  reverenlise  salu- 
tem  nobis  manifestius  nuntiarent.  Qui 
properantes,  jam  pené  litora  cementes 
Italia?,  in  illis  vi  maris  advenit,  quibus- 
dam  scopulis  propre  Massilia  inheren- 
tes ,  vix  suas  poluerunt  animas  libe- 
rare. 

IV.  Nuncautem  Presbyterum,  quem 
tua  gloria  usque  ad  Malacitanam  ur- 
bem  direxerat ,  oravimus  cum  ad  nos- 
trum  venire  conspectum  :  sed  ipse  cor- 
poris  infirmitatedetentus,  nullatenus  ad 
regni  nostri  solium  valuit  peraccedere. 
Sed  quia  certissimé cognovimus,  cuma 
tua  sanctitate  fuisse  directum,  calicem 
aureum,  desuper  gemmis  ornatum  dire- 
ximus,  quem  ut  de  tuaconfidimus  sanc- 
titate ,  illa  dignam  Apostólo  ,  qui  pri- 
mus  fulget  honore  offere  dignemini. 

Y.  Nam  et  peto  tuam  celsitudinem 
nos  sacris  tuis  litteris  aureis,  oportuni- 
tate  reperta  exquirere.  Nam  quantum  te 
veraciterdiligam,  teipse,  pectorisfsecun- 
ditatem  inspirante  Domino  ,  latere  non 
credo.  Nonnumquam  solet  ut  quos  spa- 
tia  terrarum,  sive  maria  dividunt, 
Christi  gratia,  seu  visibiliterglutinare: 
nam  qui  te  minime  prsesentialiter  cer- 
nunt ,  bonum  tuum  illis  fama  patescit. 

VI.  Leandrumveró  Spalensis  Eccle- 
sise  Sacerdotem  tuse  in  Christo  sancti- 
tati  cum  omni  veneratione  commendo, 
quia  per  ipsum  tua  benevolentia  nobis 
est  lucidata  ,  et  dum  cum  eodem  antis- 
tite  de  tua  vita  loquimur  ,  in  bonis  ac- 


319 
flaca  humanidad  ,  por  un  suceso  tan 
digno  y  tan  acepto  a  su  divina  Majes- 
tad. Por  muchas  ocupaciones  en  que 
nos  embarazan  los  negocios  del  reino,  se 
nos  han  pasado  tres  años  sin  poder  cum- 
plir este  nuestro  deseo. 

III.  Escogimos  por  fin  algunos  aba- 
des ,  llamándolos  de  sus  monasterios, 
para  que  fuesen  á  presentarse  á  tí ,  y 
ofreciesen  nuestras  dádivas  á  san  Pedro, 
y  saludasen  en  nuestro  nombre  á  tu  san- 
ta Reverencia.  Marcharon  luego  dichos 
abades  ;  pero  estando  casi  á  la  vista 
de  las  playas  de  Italia,  sobrecogidos  de 
una  tempestad,  que  los  echó  á  unos  es- 
collos cerca  de  Marsella  ,  con  dificultad 
salvaron  las  vidas. 

IV;  En  consecuencia  de  esto,  hemos 
suplicado  que  viniese  á  nuestra  pre- 
sencia el  Presbítero  que  habia  venido  á 
Málaga  por  orden  deju  gloriosa  perso- 
na ;  pero  como  por  motivo  de  enferme- 
dad no  ha  podido  venir  á  la  corte,  y  por 
otra  parte  nos  consta  que  es  enviado 
tuyo  ,  le  hemos  remitido  un  cáliz  de 
oro,  adornado  de  piedras  preciosas,  es- 
perando que  se  digne  tu  Santidad  ofre- 
cerlo al  dignísimo  Apóstol ,  que  mere- 
ció ser  preferido  á  los  demás. 

V.  Suplico  á  tu  Alteza ,  que  tenien- 
do ocasión ,  me  dirijas  tus  preciosísi- 
mas cartas,  pues  siendo  tú  inspirado  de 
Dios  ,  no  dejarás  de  saber  cuan  de  ve- 
ras te  amo.  Sucede  varias  veces ,  que 
la  gracia  de  Jesucristo  junta  visible- 
mente personas,  aunque  distantes  una 
de  otra  por  largo  trecho  de  mar  y  tier- 
ra: y  contigo  debe  suceder  esto  mas  fá- 
cilmente, porque  aun  los  que  no  te  ven, 
por  la  fama  conocen  tus  virtudes. 

VI.  Te  encomiendo  con  el  mayor 
respeto  el  sacerdote  Leandro  de  la 
Iglesia  de  Sevilla,  porque  por  este  pre- 
lado hemos  sabido  el  amor  que  nos  tie- 
nes, y  con  él  hablamos  varias  veces  de 
tu  vida,  confundiéndonos  y  humillan- 


520 


HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


íibus  vestris  nos  minores  esse  cense- 
mus. 

VII.  Salutem  veróluamreverendis- 
sime  ,  et  sanctissime  vir  audire  delec- 
tor: et  peto  tuse  christianitatis  pruden- 
tiae,  ut  nos  gentesque  nostras ,  quse 
noslro  post  Deum  regimine  moderantur, 
et  vestris  sunt  a  Christo  adquisitse  tem- 
poribus,  communi  Domino  luis  orebó 
commendes  orationibus,  ut  per  eam- 
dem  rem,  quos  orbis  latitudo  dissociat, 
vera  in  Deum  acta  charitas  feliciter  con- 
valescat. 


donos  con  la  memoria  de  tus  buenas 
obras. 

VIL  Reverendísimo  y  Santísimo  va- 
ron,  he  oido  con  mucho  placer  qué  Dios 
te  conceda  salud,  y  suplico  á  tu  cristia- 
nísima prudencia  ,  que  á  los  pies  de 
nuestro  Señor  te  acuerdes  de  nosotros 
y  de  nuestras  gentes  ,  á  quienes  noso- 
tros, después  de  Dios,  gobernamos,  y  á 
quienes  has  visto  en  tus  dias  reducidos 
al  rebano  de  Jesucristo.  Esperamos 
que  por  tus  oraciones,  aunque  tan  se- 
parados, viviremos  todos  unidos  en 
unión  de  caridad. 


VI. 

Cartas  del  papa  san  Gregorio  Magno  á  Recaredo,  rey  de  España. 

(Año  591  y  sig.  j 
(Véase  la  pag.  63.) 

Las  cartas  que  nos  quedan  de  san  Gregorio  á  Recaredo  parecen  ser  tres.  En 
las  obras  impresas  del  santo  Pontífice  no  se  halla  sino  una  en  que  eslá  compren- 
dida toda  la  primera  y  parte  de  las  otras.  Esteban  Baluzio  en  sus  Misceláneas  ha 
publicado  el  fragmento  que  faltaba  de  la  segunda  carta  sacándolo  de  un  código 
manuscrito  de  la  Biblioteca  Golbertina.  De  la  tercera  no  nos  queda  sino  un  artí- 
culo muy  corto  que  se  ve  claramente  ser  el  último.  Por  las  razones  antes  indi- 
cadas ,  y  para  que  se  conozca  mas  y  mas  el  estilo  de  los  escritos  de  esta  época, 
insertamos  el  original  de  dichas  cartas  y  su  traducción. 

CARTA  PRIMERA. 


Gloriosísimo,  atque  Prcecelentissimo  fi- 
lio Recharedo  Regí  Gothorum,  atque 
Suevorum  (1): 

Gregorius  servus  servorum  Dei. 

I.  Explere  verbis  ,  excellentissime 
íili,  non  valeo,  quantum  tuo  opere,  tua 
vita  delector.  Audila  quippenovidiebus 
nostris  virlule  miraculi ,  quod  per  ex- 
cellentiam  tuam  cunda  Golhorum  gens 
ab  errrore  arrianac  haeresis  in  fidei  rec- 


Ál  Gloriosísimo  y  Excelentísimo  hijo 
nuestro  Recaredo,  Rey  de  los  Godos 
y  Suevos. 

Gregorio  siervo  de  los  siervos  de  Dios. 

I.  No  puedo  explicar  con  palabras, 
excelentísimo  hijo  ,  cuanto  me  conso- 
láis con  vuestra  vida  y  acciones.  El 
nuevo  milagro  que  ha  sucedido  en  nues- 
tros dias ,  de  haber  pasado  los  Godos 
por  obra  vuestra  de  la  heregía  arriana 


(i )    Se  da  á  Recaredo  el  titulo  de  rey  de  los  Suevos  ,  porque  su  padre  Leovigildo  los  sujetó  al 
dominio  godo  con  la  conquista  de  Galicia. 


APÉNDICE    AL   TOMO    II. 


lee  solidilatem  transíala  est ,  exclama- 
re cum  Profeta  libet:  Hcec  est  inmutatio 
dexterce  escelsi.  Cujus  enim ,  vel  sa- 
xeum  pectus ,  tanto  hoc  opere  cog- 
nito,  non  statim  in  omnipotentis  Dei 
laudibus,  atquein  tuse  excellentiee  amo- 
re  mollescat? 

II.  Haec  me  fateor  quae  per  vos  ac- 
te  sunt  ssepe  convenientibus  filiis  meis 
dicere  ,  saepe  cum  eis  pariter  admiran 
delectat.  Hsecme  plerumqueetiam  con- 
tra me  exciíant,  quod  piger  ego  et  inu- 
tilis  tune  inerli  otio  torpeo  ,  quando 
in  animarum  congregalionibus  pro  lu- 
cro cselestis  pralrise  Reges  elaborant? 
Quid  itaque  ego  in  illo  tremendo  exa- 
mine judici  venienti  dicturus  sum  ,  si 
tune  illuc  vacuus  venero  ,  ubi  tu  á  ex- 
cellentia  greges  post  se  fidelium  ducet, 
quos  modo  ad  veras  fidei  graliam  per 
studiosam  et  continuam  prsedicationem 
traxit  ? 

III.  Sed  est  mihi  bonae  vir  hoc  ex 
Dei  muñere  in  magnaconsolationerquia 
opus  sanctum  ,  quod  in  me  non  habeo, 
diligo  in  te.  Cumque  de  tuis  actibus 
magna  exhortatione  gaudeo,  eaquseper 
laborem  tua  sunt,  per  charitatem  mea 
fiunt.  De  conversione  igitur  Gothorum 
in  vestro  opere  ,  et  in  nostra  exultatio- 
ne  íibet  cum  Angelis  exclamare:  Gloria 
in  excelsis  Dea,  et  in  térra  pax  homi- 
nibus  bonoe  voluntatis.  Nos  enim  ut 
existimo  gratiarum  amplius  omnipo- 
tenli  Domino  debitores  sumus  qui  et 
si  vobiscum  nihil  egimus,  vestro  tamen 
operi  congaudendo  participes  sumus. 

IV.  Beatus  vero  Petrus  Apostolorum 
Princeps,  quam  libenter  muñere  excel- 
lenliae  vestrai  susceperil ,  ipse  cunctis 
liquido  vita  veslra  testatur.  Scriptum 
quippe  est :  Vota  justorum  placabilia. 
^¡eque  enim  in  omnipotentis  Dei  judicio 
quid  datur,  sed  á  quo  datur  aspicilur. 
Hinc  est  enim  quod  scriptum  est:  Res- 
pexit  Dominus  ad  Abel,  et  ad  muñera 


TOMO  II. 


á  la  verdadera  fe  ,  me  mueve  á  excla- 
mar con  el  Profeta  :  Esta  mudanza  es 
obra  déla  diestra  de  Dios.  ¿  Qué  pecho 
habrá  tan  de  piedra  ,  que  oyendo  tan 
gran  novedad  ,  no  se  derrita  en  ala- 
bar áDios  y  en  amar  á  vuestra  persona? 

II.  Yo  confieso  sinceramente  que  no 
me  canso  de  repetir  á  mis  hijos  lo  que 
habéis  hecho,  y  de  gozarme  y  admirar- 
me con  ellos.  Muchas  veces  me  lleno  de 
confusión ,  considerando  por  una  parte 
mi  inutilidad  y  pereza  ,  y  por  otra  la 
actividad  cojí  que  trabajan  los  reyes  de 
la  tierra  para  llevar  las  almas  al  cielo. 
¿  Qué  podré  yo  decir  á  mi  Redentor  en 
el  dia  del  tremendo  juicio  ,  cuando  me 
vea  con  las  manos  vacías,  y  vos  os  pre- 
sentéis al  mismo  tiempo  seguido  de  tro- 
pas de  cristianos,  que  deben  á  vuestras 
amonestaciones  la  gracia  de  Jesucristo? 

III.  Pero  sin  embargo  ,  tengo  yo 
también  algún  motivo  de  consuelo,  por- 
que amo  en  vos  lo  bueno  que  yo  no 
hice  :  y  gozándome  de  vuestras  santas 
acciones ,  la  obra  que  es  vuestra  por 
hechura,  lo  es  también  mía  por  afecto. 
Clamemos,  pues,  uno  y  otro,  vos  por  lo 
que  habéis  obrado,  y  yo  por  lo  que  me 
alegro;  clamemos  con  los  santos  ánge- 
les: Gloria  á  Dios  en  las  alturas,  y  paz 
en  la  tierra  á  los  hombres  de  buena  vo- 
luntad: pues  yo  creo  que  participando 
de  vuestras  buenas  obras ,  sin  haber 
cooperado  á  ellas,  debo  por  esto  mismo 
mayores  gracias  á  Dios. 

IV.  Acerca  de  las  dádivas  que  ha- 
béis ofrecido  á  san  Pedro  Príncipe  de 
los  Apóstoles ,  vuestra  vida  misma  nos 
da  testimonio  de  que  las  ha  recibido 
con  mucho  agrado  ,  pues  está  escrito 
que  las  ofrendas  de  los  justos  son  muy 
aceptas,  porque  delante  de  Dios  no  se 
considera  la  dádiva ,  sino  el  dador. 
Efectivamente  dice  la  Sagrada  Escritu- 

66 


522  HISTORIA  GENERA 

ejus,  cid  Cain  autem  et  ad  muñera  ejus, 
non  respexil.  Dicturus  quippe  quia  Do- 
minus  respexit  ad  muñera,  prsemisitsol- 
licitequia  respexit  ad  Abel.  Ex  quarepa- 
tenter  ostenditur  ,  quia  non  offerens  á 
muneribus,  sed  muñera  abofferentepla- 
cuerunt:  vestra  itaque  oblatio  quám  sit 
grata  ostenditis,quidaturi  aurum,prius 
ex  conversione  gentis  subditse  anima- 
rum  muñera  dedistis. 


V.  Quod  vero  transmissos  abbates, 
qui  oblationem  vestram  beato  Petra 
Apostólo  deferebant,  vi  maris  dicitis 
fatigatos  ex  ipso  Hiñere  ad  Hispanias 
remeasse:  non  numera  ves  ira  repulsa 
sunt,  quee  postmodum  pervenerunt, 
sed  eoram  qui  íransniisisi  fuerant 
constan tia  est  probata,  an  scirent  sanc- 
to  desiderio  objecta  pericula  vincere,  et 
in  fatigalione  corporis  mente  minime 
lassari.  Adversitas  enimquse  bonis  vo- 
tis  objicitur,  probaíio  virtuiis  est ,  non 
judicium  reprobationis.  Quis  enim  nes- 
ciat  quam  prosperum  fuit,  quod  beatus 
Paulus  Apostolus  prsedieaturus  ad  Ita- 
liana veniebat,  eí  íamen  veniensnau- 
fragium  pertulil?  Sed  navis  cordis  in 
marinis  fluítibus  integra  stetit. 


YI.  Preeterea  judico,  quia  crevit  de 
vestro  opere  in  laudibus  Dei  hoc  quod 
dilectísimo  filio  meo  Probino  presbyle- 
ro  narrante  cognovi:  quia  cum  vestra 
excellenlia  constitutionem  quandam 
contra  Judseorum  perfidiam  dedisset, 
hi,  de  quibus  prolata  fuera t,  rectitudi- 
nem  veslrae  mentís  inílectere,  pecunia- 
rum  summam  offerendo,  molili  sunt: 
quam  excellenlia  vestra  comlempsit, 
et  omnipotentis  Dei  placeré  judicio  re- 


i   DE   ESPAÑA. 

ra  que  Dios  puso  los  ojos  en  Abel  y  en 
sus  dones,  pero  no  en  Caín  ni  en  sus 
ofrendas:  en  cuyas  palabras  es  de  ad- 
vertir que  primero  se  nombra  el  que 
ofrece  que  la  cosa  ofrecida  ,  porque 
Dios  no  se  complace  de  las  personas 
por  sus  dádivas ,  sino  de  las  dádivas 
porlas personas.  Vuestra  ofrenda,  pues, 
ha  sido  sin  dudamuy  agradable á  Dios, 
porque  antes  de  ofrecerle  el  oro  le  ha- 
béis presentado  las  almas  de  vuestros 
subditos  convertidos  á  la  fe. 

Y.  No  os  sirva  de  pesadumbre  que 
los  abades  que  venian  á  Roma  para 
presentar  vuestras  ofrendas  á  san  Pe- 
dro Apóstol,  cansados  de  las  borrascas 
del  mar,  se  volviesen  á  España  antes  de 
llegar  á  su  deslino;  porque  Dios  no  lo 
dispuso  así  para  rechazar  vuestros  do- 
nes, que  al  fin  ya  llegaron,  sino  para 
probar  la  constancia  de  los  que  los 
traian ,  y  ver  el  santo  deseo  con  que 
procuraban  vencer  las  dificultades ,  y 
resistir  con  ánimo  infatigable  á  los  can- 
sancios del  cuerpo.  Las  adversidades 
que  se  atraviesan  en  el  camino  de  la 
virtud  ,  no  son  indicios  de  reprobación: 
son  pruebas  que  hace  Dios  de  nuestra 
constancia  en  el  bien  obrar.  Así  el 
Apóstol  san  Pablo,  viniendo  á  Italia 
para  predicar  el  Evangelio  padeció 
naufragio;  pero  fué  para  mayor  prove- 
cho ;  porque  en  medio  de  las  tempesta- 
des se  mantuvo  siempre  firme  la  nave- 
cilla de  su  alma. 

YI.  Conozco  también  lo  que  Dios 
se  complace  en  vuestras  obras,  por  lo 
que  me  ha  referido  mi  amado  hijo  el 
presbítero  Probino  ,  que  habiéndose 
publicado  por  vuestra  orden  uo  decreto 
contra  la  perfidia  de  los  Judíos,  y  ha- 
biendo estos  ofrecido  gran  cantidad  de 
dinero  para  doblar  vuestra  rectitud, 
generosamente  lo  habéis  despreciado, 
prefiriendo  á  la  utilidad  propia  la  causa 
de  Dios,  y  al  explendor  del  oro  el  de  la 


APÉNDICE   AL 

quirens,  auro  innoceniiam  praMulit. 
Qua  in  re  mihi  David  Regis  factum 
ad  memoriam  venil:  cui  duna  concupita 
aqua  de  cisterna  Bethleemitica,  quse 
ínter  hostiles  cuneos  habebatur ,  et  ob- 
sequentibus  militibus  fuisset  allata, 
proíinus  dixit:  Absit  á  me  ut  sangui- 
nem  justorum  homimm  bibam.  Quam 
quia  fudit  et  bibere  noluit,  scriptum 
est:  Libavit  eam  Domino.  Si  igitur 
ab  armato  Rege  in  sacrificium  Dei  ver- 
sa est  aqua  contempta,  pensemus  quale 
sacrificium  omnipotenti  Deo  Rex  obtu- 
lit,  qui  pro  amore  illius  non  aquam 
sed  aurum  accipere  contempsit?  Itaque 
fili  excelentissime ,  fidenter  dicam, 
quia  libasti  aurum  Domino ,  quod  con- 
tra eum  habere  noluisti. 

VIL  Magna  sunt  hsec  et  omnipo- 
tentis  Dei  laudi  tribuenda.  Sed  ínter 
hsec  vigilanti  sunt  studio  antiqui  hostis 
insidian  cavendse,  qui  quanto  majora  in 
hominibus  dona  conspicit,  tanto  haec 
auferre  subtiliriobus  insidiis  exquirit. 
Ñeque  enim  latrunculi  in  via  capere 
viatores  vacuos  expetunt,  sed  eos 
qui  auri  vascula  vel  argenli  ferunt.  Via 
quippe  est  vita  praesens.  Et  tanto  quis- 
que necesse  est  ut  insidiantes  spiritus 
caveat,  quanto  majora  sunt  dona  quse 
portat. 

VIII.  Oportet  ego  excelentiam  ves- 
tram  in  tanto  hoc  de  conversione  gentis 
subditas  muñere  quod  accepit,  summo- 
pere  custodire  prius  humilitatem  cor- 
dis ,  ac  de  inde  munditiam  corporis. 
Cum  enim  scriptum  sit :  omnis  qui 
se  exaltat  humiliabitur ,  et  qui  se  hu- 
miliat  exaltabitur:  profecto  liquet 
quia  ille  yeraciter  alta  amat,  qui  men- 
tem  suam  ab  humilitatis  radice  non 
desecat.  Seepe  namque  malignus  spiri- 
tus ut  bona  destruat  quibus  prius  ad- 
versan non  valuit,  ad  operantis  men- 
tem  post  peractam  operationem  venit, 


tomo  ii.  323 

inocencia.  Al  oir  esta  relación  se  me 
ofreció  el  hecho  de  David ,  que  viendo 
que  sus  soldados  obsequiosos  se  habían 
entrado  por  entre  los  enemigos  para 
traerle  el  agua,  que  él  deseaba,  de  la 
cisterna  de  Belén ,  les  dijo  que  no  que- 
ría bebería,  porque  estaba  comprada 
con  sangre  de  inocentes,  y  rodándola 
por  tierra,  hizo  de  ella  un  sacrificio  al 
Señor.  Si  fué  agradable  á  Dios  la  ofren- 
da del  agua,  de  que  se  privó  el  rey 
David,  ¿cuanto  mas  gratóle  habrá  sido 
el  sacrificio  del  oro  que  dejasteis  de 
aceptar  por  amor  suyo? 


VIL  Son  grandes  las  maravillas 
que  Dios  ha  obrado  con  vos ;  pero  por 
esto  mismo  debéis  guardaros  mucho  de 
las  asechanzas  de  nuestro  común  ene- 
migo ,  pues  cuanto  mas  ricos  nos  ve  de 
dones  de  Dios  tanto  mas  se  afana  en 
tendernos  lazos  para  nuestra  caida.  La 
vida  no  es  mas  que  un  viage;  y  como 
los  ladrones  en  los  caminos  no  persi- 
guen á  los  pasageros  pobres,  sino  á  los 
que  van  cargados  de  oro  y  plata,  así  el 
demonio  hace  mayores  esfuerzos  contra 
los  que  ve  mas  ricos  de  dones  y  gra- 
cias del  cielo. 

VIII.  Habiendo,  pues,  vos  recibido 
de  la  mano  de  Dios  el  beneficio  de  la 
conversión  de  vuestros  subditos ,  es 
menester  que  pongáis  todo  el  cuidado 
posible  en  la  humildad  de  corazón  ,  y 
en  la  pureza  de  los  sentidos :  pues  dice 
la  verdad  eterna,  que  será  humillado 
quien  se  ensalza,  y  ensalzado  quien  se 
humille ;  y  es  cierto  que  para  levantar 
el  corazón  á  las  cosas  del  cielo ,  es  me- 
nester arraigarse  profundamente  en  la 
humildad.  El  espíritu  maligno,  cuando 
no  puede  impedir  una  acción  buena, 
procura  destruirla  después  de  hecha 


524 


HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


eamque  tacitis  cogitationibus  in  qui- 
busdam  suis  laudibus  excutil,  ita  ut 
decepta  mens  admiretur  ipsa  quam 
sint  magna  qua3  fecit.  Quae  dum  per 
ocullum  tumorem  apud  semetipsam  ex- 
tolliíur,  ejus  qui  donum  tribuit,  gralia 
priva  luí*. 

IX.  Hinc  est  enim  quod  per  Pro- 
phetaevocem  contra  superbieníem  ani- 
mam  dicitur:  Habens  fiduciam  in  pul- 
chritudine  tua,  fornicata  es  in  nomine 
tuo.  Fiduciam  quippe  animam  in  pul- 
chritudine  sua  habere,  estin  semetipsa 
dejuxta  actione  praesumere.  Quae  in 
suo  nomine  fornicalor,  quando  in  hoc 
quod  recíe  egit,  non  conditoris  laudem 
dilatar!  appetit ,  sed  suae  opinionis  glo- 
riam  requirit.  Hinc  rursum  per  Pro- 
phetam  scriptum  est :  Quo  pulchrior 
es  descende.  Anima  etenim  unde  est 
pulchrior  inde  descendit,  quando  est 
virlutibus  decore,  quo  exaltan  apud 
Deum  debuit,  ab  ejus  gratia  per  suam 
elationem  cadit.  Quid  ergo  in  his 
agendum  est,  nisi  ut  malignus  spiritus 
cum  nobis  ad  elevandam  mentem  re- 
ducit  bona  quae  egimus ;  nos  semper  ad 
memoriam  mala  nostra  revocamus? 
Quatenus  et  nostra  cognoscamus  esse 
quae  peccando  fecimus ,  et  solius  omni- 
potentis  Dei  muñera,  cum  peccata  de- 
clinamus. 

X.  Custodienda  est  quoque  mun- 
ditia  corporis  in  studiis  bonae  actionis, 
quia  juxta  vocem  praedicantis  Apostoli: 
Templum  Dei  sanctum  est,  quod  estis 
vos:  Qui  rursus  ait:  Hcec  est  enim  vo- 
luntas Dei  santificatio  veslra:  quam 
santificalionem  quid  dixerit,  ostendens 
protinus  adjunxit.  Ut  abstineatis  vos  á 
fomicatione,  ut  sciat  unusquisque  ves- 
trurn  suum  vas  possidere  in  sanctifica- 
tione  et  honore,  et  non  in  passionibus 
desiderii. 

XI.  Ipsa  quoque  regni  gubernacula 
erga  subjectos  magno«unt  moderamine 


insinuando  pensamientos  de  vanagloria, 
con  que  el  hombre  se  complace  y  se 
admira  de  lo  mucho  que  hizo,  y  merece 
con  esta  oculta  soberbia  que  Dios  le 
prive  de  su  gracia  y  del  mismo  pre- 
mio con  que  antes  lo  habia  enrique- 
cido. 

IX.  A  esto  aludía  el  Profeta  cuando 
dijo  al  alma  del  soberbio :  Por  la  satis- 
facción que  tenias  de  tu  hermosura  has 
fornicado  en  tu  nombre:  pues  el  glo- 
riarse de  las  acciones  buenas,  es  lo 
mismo  que  vanagloriarse  de  la  propia 
belleza :  y  buscar  en  lo  que  se  ha  hecho 
no  la  gloria  de  Dios  sino  la  propia ,  es 
como  fornicar  consigo  mismo.  Dijo 
también  el  Profeta :  Baja  de  donde  eres 
mas  hermosa;  entendiendo  que  el  alma 
cae  de  su  hermosura ,  cuando  en  lugar 
de  crecer  en  gracia  con  las  alabanzas 
de  Dios,  la  disminuye  con  su  vanidad. 
El  remedio  que  hay  en  esto,  es  obrar 
al  revés  de  quien  nos  tienía,  llamando 
á  la  memoria  nuestras  obras  malas, 
cuando  él  nos  representa  y  exagera  las 
buenas,  y  confesando  en  nuestro  cora- 
zón que  todo  lo  malo  que  hacemos  es 
obra  nuestra,  y  de  Dios  todo  lo  bueno. 


X.  También  la  pureza  de  los  sen- 
tidos es  necesario  para  conservar  el 
mérito  de  las  obras  buenas ;  pues  como 
dijo  el  Apóstol  san  Pablo,  somos  noso- 
tros mismos  el  Templo  Santo  de  Dios; 
y  lo  que  quiere  Dios  de  nosotros  es  nues- 
tra santificación:  esto  es,  como  lo  expli- 
ca él  mismo,  que  nos  abstengamos  de 
toda  inmundicia ,  procurando  gobernar 
nuestros  sentidos  según  las  leyes  de  la 
virtud  y  honestidad,  y  no  según  las  in- 
clinaciones de  la  concupiscencia. 

XI.  Aun  en  el  gobierno  de  los  sub- 
ditos debemos  refrenar  los  impulsos  de 


APÉNDICE    AL   TOMO   II. 


525 


temperanda,  ne  potestas  mentem  sur- 
ripiat.  Tune  enim  regnum  bene  regitur, 
cum  regnandi  gloria  animo  non  domi- 
natur.  Curandum  quoque  est ,  ne  ira 
surrepat,  ne  fiat  citius  omne  quod  licet. 
Ira  quippe  etiam  cum  delinquentium 
culpas  exequitur,  non  debet  menti 
quasi  domina  praeire,  sed  post  rationis 
tergum  velut  ancilla  famulari ,  ut  ad 
faciem  jussa  veniat.  Nam  si  semel 
mentem  possidens  caeperit,  justum  esse 
deputat  eüam  quod  crudeliter  facit. 
Hinc  enim  scriptum  est:  Ira  verijusti- 
tiam  Dei  non  operatur.  Hinc  rursus 
dicitur:  sit  omnis  homo  velox  ad  au- 
diendum ,  tardus  autem  ad  loquendum, 
et  tardas  ad  ¡rain. 

XII.  Haec  aulem  vos  authore  Deo 
omnia  servare  non  ambigo.  Sed  occa- 
sione  admonitionis  exorta,  bonis  vestris 
aclibus  me  furlive  subjungo,  ut  cum 
non  admoniti  facilis,  quando  vobis  ad- 
monens  additur,  jam  non  soli  faciatis. 


XIII.  Omnipotens  autem  Deus  in 
cunctis  actibus  vestris,  coelestis  brachis 
extentione  vos  protegat,  vobisque  et 
prsesentis  vitae  prospera,  et  post  multa 
annorum  curricula  gaudia  concedat 
«terna. 

XIV.  Clavim  vero  parvulam  á  sa- 
cratissimo  Beati  Petri  Apostoli  corpore 
pro  ejus  benedictione  transmissimus, 
in  qua  inest  ferrum  de  caienis  ejus  in- 
clusum  ut  quod  collum  illius  ad  mar- 
tyrium  ligaverat,  vestrum  ab  ómnibus 
peccatis  solvat.  Crucem  quoque  dedi 
Latori  prsesentium ,  vobis  offerendam, 
in  qua  lignum  dominicae  crucis  inest, 
et  capilli  beati  Joannis  Baptistae.  Ex 
qua  semper  solalium  nostri  Salvatoris 
per  intercessionem  Praecursoris  ejus 
habeatis ,  Reverentissimo  autem  fratri 
et  Episcopo  noslro  Leandro  pallium  á 


la  soberbia  con  la  moderación  y  tem  - 
planza,  pues  entonces  el  hombre  reina 
bien,  cuando  la  gloria  del  reino  no  le 
domina.  La  ira  y  la  precipitación  aun 
en  las  cosas  lícitas,  es  otro  escollo  muy 
peligroso.  Debemos  castigar  á  los  de- 
lincuentes ;  pero  la  ira  en  el  castigo 
debe  venir  como  criada  después  de  la 
razón,  y  no  antes  de  ella  como  señora; 
porque  cuando  la  ira  va  por  delante, 
nos  parece  justa  y  razonable  aun  la 
misma  crueldad.  Por  esto  se  dice  en 
las  Sagradas  Escrituras  que  la  ira  del 
hombre  no  obra  justicia  delante  de  Dios, 
y  que  el  hombre  ha  de  ser  pronto  en 
escuchar ,  pero  tardo  en  hablar  y  tardo 
en  enojarse. 

XII.  He  dicho  todo  esto,  no  porque 
vos  necesitéis  de  mis  consejos,  sino 
para  tener  alguna  parte  en  vuestras 
obras  buenas;  pues  hasta  ahora,  habién- 
dolas hecho  por  impulso  propio,  han 
sido  enteramente  vuestras ;  y  en  ade- 
lante, por  la  mezcla  que  tendrán  de  mis 
amonestaciones ,  serán  juntamente  de 
los  dos. 

XIII.  El  Señor  de  los  cielos  os  ben- 
diga con  su  brazo  poderoso,  y  os  pro- 
teja en  todas  vuestras  acciones,  dándoos 
felicidad  en  este  mundo,  y  después  de 
larga  vida  el  premio  eterno. 

XIV.  Os  remito  con  el  dador  de 
esta  carta  una  llavecita,  que  ha  tocado 
el  sagrado  cuerpo  de  san  Pedro  Após- 
tol, y  tiene  parte  del  hierro  de  las  ca- 
denas que ,  como  cargaron  sobre  su 
cuello  en  el  martirio,  así  os  descarguen 
el  alma  de  todo  pecado.  He  entregado 
también  al  mismo  una  cruz  con  parte 
del  sagrado  madero  de  nuestra  Reden- 
ción, y  de  los  cabellos  de  san  Juan 
Bautista,  para  que  el  Señor  os  dé  con- 
suelo y  gracia  por  intercesión  de  su 
santo  Precursor :  y  por  el  mismo  medio 
desde  esta  silla  de  san  Pedro  Apóstol, 


526 


HISTORIA   GENERAL  DE    ESPAÑA. 


Beati  Petri  Apostoli  sede  transmissi- 
mus,  quod  et  antiquse  consuetudini ,  et 
nostris  moribus,  et  ejus  bonitati  atque 
gravita li  debeamus. 


envió  el  palio  al  reverendísimo  obispo 
y  hermano  mió  Leandro,  porque  es  uso 
antiguo  y  costumbre  mia,  y  lo  merece 
dicho  prelado  por  su  gravedad  y  bon- 
dad. 


CARTA  SEGUNDA. 


Epístola  secunda  ejusdem  Papm  Sanc- 
tissimi  Gregorii  ad  eundem 

Recharedum  regem. 

I.  Ante  longum  tempus,  dulcissima 
mihi  Excellentia  vestra  ,  Neapolitano 
quondam  Juvene  veniente,  mandare 
curaverat ,  ut  piissimo  Imperatori  scri- 
berem,  quatenus  pacta  in  carthophyla- 
cio  requireret,  quse  dudum  inter  pise 
memorias  Justinianum  Principem ,  et 
jura  Regni  vestri,  fuerant  emisa,  ut  ex 
his  colligeret  quid  vobis  servare  de- 
buisset. 

II.  Sed  ad  hoc  faciendum  duse  res 
mihi  vehementer  obstiterunt.  Una  quia 
chartophylacium,  predicti  pise  memo- 
rias Justiniani  Principis  tempore,  ita 
surripiente  súbito  flamma  incensum 
est,  ut  omnino  ex  ejus  temporibus  pce- 
ne  nulla  charta  remaneret.  Alea  autem 
quia  (quod  nulli  dicendum  est)  ea, 
quse  contra  te  sunt,  apud  temetipsum 
debes  requirere,  atque  hasc  per  me  in 
médium  proferre. 

III.  Ex  quare  hortor,  ut  vestra  ex- 
cellentia suismoribuscongrua  disponat, 
et  quaeque  ad  pacem  pertinent ,  studio- 
se  peragat,  ut  regni  vestri  témpora  per 
longa  sint  annorum  curricula  in  magna 
laude  memoranda. 

IV.  Praeíerea  dona  vestrse  Excellen- 
tiee ,  quse  pauperibus  Beati  Pelri  Apos- 
toli sunt  transmissa,  trescentas  cocullas 
accepimus,  et  quantum  possumus,  pre- 
cibus  exoramus,  ut  cujus  vos  pauperes 
veslimenlorum  largilateprolexistis,  ip- 
sum  in  tremendo  die  examinis  protec- 


Carta  segunda  del   mismo    santísimo 
papa  Gregorio  á  dicho 

rey  Recaredo. 

I.  Ha  mucho  tiempo  que  vuestra 
dulcísima  Excelencia,  por  medio  de  un 
joven  napolitano  que  vino  á  Roma,  me 
encargó  escribiese  al  piísimo  empera- 
dor, con  el  fin  de  que  se  buscase  en  su 
archivo  el  tratado  hecho  entre  el  prín- 
cipe Justiniano  de  buena  memoria,  y 
el  rey  Atanagildo,  acerca  de  los  dere- 
chos de  vuestro  reino  ,  para  ver  lo  que 
á  vos  se  debe. 

II.  Por  dos  motivos  muy  fuertes  no 
he  podido  serviros.  El  primero,  porque 
en  tiempo  de  dicho  príncipe  Justiniano 
de  buena  memoria,  padeció  el  archivo 
tal  incendio  que  no  queda  casi  papel  al- 
guno de  aquellos  tiempos;  y  el  segundo, 
porque  siendo  los  artículos  del  tratado 
contrarios  á  vuestras  regalías  (lo  que  no 
conviene  que  se  diga) ,  es  mejor  que  se 
prodizcan  por  mi  medio  los  documen- 
tos que  se  hallaren  en  vuestra  misma 
corte. 

III.  Os  exhorto,  pues ,  que  dispon- 
gáis lo  que  os  dictare  la  prudencia,  y 
lo  que  mas  convenga  á  la  paz  y  tran- 
quilidad del  público,  para  que  vuestro 
reinado  merezca  por  largos  años  el  elo- 
gio de  todos. 

VI.  líe  recibido  las  trecientas  ves- 
tiduras que  ha  enviado  vuestra  Exce- 
lencia de  limosna  á  los  pobres  de  san 
Pedro,  y  ruego  á  Dios  con  toda  mi  alma 
que  en  el  tremendo  dia  del  juicio  final, 
os  ampare  y  proteja  aquel  mismo  Se- 
ñor, á  cuyos  pobres  habéis  favorecido 


APÉNDICE    AL  TOMO   II.  MI 

torem  habeatis.  Ut  autem  nostrum  ho-  y  vestido.  Si  he  tardado  tanto  en  enviar 

minem  ad  vestram  excellentiam  modo  a  vuestra  Excelencia  mi  criado ,  no  ha 

minimé  mitteremus,  navis  necessitas  sido  por  descuido,  sino  por  falta  de 

fecit,  quse  invenire  non  potest,  qui  ab  ocasión,  pues  no  ha  habido  bastimento 

istis  partibus  ad  Spanise  littora  valeat  alguno  que  pasase  de  estas  tierras  á 

proficisci.  las  de  España. 

CARTA  TERCERA. 


Praeíerea      transmissimus     clavim  Os  remito  también  otra  llave  que  ha 

aliam  á  sacralissimo  Beati  Petri  Apos-  tocado  el  sagrado  cuerpo  de  san  Pedro 

toli  corpore,  quse  cum  digno  honore  Apóstol,  para  que,  colocándola  vos  en 

reposita,   quseque  apud  vos  invenerit  lugar  digno,  merezcáis   de  Dios  toda 

benedicendo  multiplicet.  bendición  y  felicidad. 


VIL 

Noticias    acerca  de  las  revoluciones  sufridas  por  la  propiedad  territorial  entre  las 
naciones  que  invadieron  el  imperio  romano. 

{de  Roberlson,  historia  del  Emperador  Carlos  V.,  nota  VIII.) 

Parece  que  la  propiedad  territorial  sufrió  sucesivamente  cuatro  especies  de 
revoluciones  entre  los  pueblos  domiciliados  en  las  provincias  del  imperio 
romano. 

1.'  Mientras  no  salieron  los  bárbaros  de  su  país  no  tuvieron  noticia 
de  la  propiedad  territorial  ni  fijaron  mojones  en  sus  campos.  Después  de 
haber  dejado  pacer  por  cierto  tiempo  el  ganado  en  un  distrito,  abandonábalo 
toda  la  familia  para  fijarse  en  otro,  que  era  á  su  vez  abandonado  asimismo.  Tan 
imperfecto  género  de  propiedad  no  imponía  á  los  individuos  ninguna  obligación 
positiva  de  servir  á  la  comunidad  y  era  meramente  voluntario  todo  cuanto  en 
beneficio  de  ella  hacían.  Cada  uno  tenia  libertad  de  tomar  en  una  expedición 
militar  la  parte  que  gustaba;  seguíase  á  un  jefe  á  la  guerra  sin  obligación  y 
solo  por  afecío,  y  mientras  no  existió  entre  ellos  otra  idea  de  la  propiedad,  no  es 
posible  descubrir  en  sus  costumbres  nada  que  se  parezca  á  la  dependencia  feudal 
ó  al  servicio  y  subordinación  militar  que  introdujo  el  feudalismo. 

2.°  Cuando  fijaron  estos  pueblos  su  asiento  en  países  sojuzgados,  re- 
partióse el  ejército  victorioso  las  tierras  conquistadas;  cada  soldado  miraba  co- 
mo una  recompensa  debida  á  su  valor  y  como  un  establecimiento  ganado  con  la 
espada  todo  cuanto  le  tocaba  en  la  repartición,  entraba  en  posesión  de  su  parte 
como  hombre  libre  en  su  propiedad  ,  la  disfrutaba  por  toda  la  vida  ,  disponía  de 
ella  á  su  gusto  y  la  dejaba  en  testamento  á  sus  hijos:  entonces  recibió  forma  cons- 
tante y  duradera  la  propiedad  territorial,  y  convirtióse  al  propio  tiempo  en  alodial, 
esto  es,  que  el  poseedor  tenia  sobre  ella  un  derecho  absoluto  de  dominio,  sin 
prestar  vasallage  ni  depender  de  ningún  señor  á  quien  tuviese  que  tributar  home- 


528  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

nage  ó  consagrar  servicios.  Sin  embargo  ,  como  estos  nuevos  propietarios  se 
veian  expuestos  á  ser  inquietados  en  su  posesión  por  los  antiguos  moradores,  y 
corrian  el  riesgo  todavía  mas  terrible  de  ser  acometidos  por  bárbaros  codiciosos  y 
feroces  como  ellos  mismos,  conocieron  cuanto  necesitaban  imponerse  de  buen  gra- 
do obligaciones  en  defensa  de  la  comunidad  algo  mas  estrechas  y  expresas  que 
aquellas  á  que  en  su  patria  estaban  sometidos.  En  consecuencia,  desde  que  estos 
pueblos  se  establecieron  en  las  nuevas  tierras,  cada  hombre  libre  se  obligó  á  em- 
puñar las  armas  para  la  defensa  nacional,  é  incurría  en  graves  penas  cuando  no 
cumplía  con  este  deber.  No  diré  que  para  esto  haya  existido  ningún  contrato  for- 
mal rarificado  legalmente;  esta  obligación ,  así  como  las  demás  convenciones  que 
unen  á  los  miembros  de  toda  sociedad,  solo  se  fundaba  en  el  consentimiento  tá- 
cito, consentimiento  cuya  autoridad  les  obligaba  á  reconocer  la  seguridad  y 
conservación  mutua  de  los  individuos.  Subiendo  al  origen  de  esta  nueva  obli- 
gación de  los  propietarios  territoriales,  podemos  observarla  en  un  período  muy 
remoto  de  las  historias  de  los  Francos.  Chilperico,  que  empezó  á  reinar  en  el 
año  562,  multó  (bannos  jussií  exigit)  á  varias  personas  que  se  habían  negado  á 
acompañarle  á  una  expedición.  Greg.  Turón,  l.  5,  c.  26,/?.  211.  Childeberto, 
que  empezó  á  reinar  en  el  año  576,  impuso  igual  pena  á  algunos  subditos  su- 
yos reos  del  mismo  delito.  Id.,  lib.  7,  cap.  42,  p.  372.  Carlomagno  mandó 
que  todo  hombre  libre  que  poseyese  en  propiedad  cinco  mansi,  es  decir  sesenta 
acres  de  tierra,  debia  marchar  en  persona  contra  el  enemigo.  Capit.  an.  807. 
Ludovico  Pió  concedió  en  el  año  805  varias  tierras  á  algunos  Españoles  que 
habían  huido  al  aproximarse  los  Moros  y  les  permitió  que  se  avecindasen  en 
sus  estados  ,  con  tal  que  sirviesen  en  el  ejército  como  los  demás  hombres 
libres.  Cap.  pág.  500.  Por  esta  palabra  de  tierra  poseída  en  propiedad,  que 
leemos  en  la  ley  de  Carlomagno,  es  preciso  entender,  insiguiendo  el  estilo  de 
aquella  época,  una  tierra  alodial,  puesto  que  alodes  y  proprietas,  alodum  y 
proprium,  son  voces  enteramente  sinónimas.  Ducange,  voc.  alodis. 

Muratari  publicó  dos  actas  que  son  la  mas  clara  prueba  de  la  diferen- 
cia establecida  entre  la  posesión  alodial  y  la  beneficiaria,  y  de  ambos  docu- 
mentos se  deduce  que  una  persona  podia  tener  parte  de  su  hacienda  en  propiedad 
alodial,  de  que  podia  disponer  á  su  arbitrio,  y  la  otra  á  título  beneficiario  sin 
percibir  mas  que  el  usufruto,  pues  la  propiedad  debia  volver  después  de  su 
muerte  al  señor  directo.  Murat,  Antiq.Ital.medii(Bvi,vol.  i,  p.  549,  565. 
Indica  igual  distinción  una  capitular  de  Carlomagno  del  año  812,  edic.  Baluz., 
v.  1,  p.  491.  Es  curioso  el  testamento  que  dejó  el  conde  Everardo,  casado  con 
una  hija  de  Ludovico  Pió,  pues  al  repartir  sus  tierras  entre  sus  hijos  distin- 
gue lo  que  poseía  por  propiedad, proprielate,  de  loque  le  competía  de  beneficio, 
y  parece  que  eran  alodiales  la  mayor  parte  de  sus  bienes.  Aub.  Alirm,  opera 
diplom,  Lovan.  1723,  v...  p.  19, 

Por  esto  tómase  comunmente  la  voz  de  hombre  libre  en  sentido  opuesto  á  la 
de  vasallo,  vassus  ó  vasallus,  denotando  el  primero  un  dueño  alodial  y  el  segundo 
un  dependiente  de  su  señor.  Los  libres  tenian  obligación  tan  sagrada  de  servir 
al  estado,  que  no  podian  entrar  en  las  órdenes  eclesiásticas  sin  que  hubiesen 
antes  alcanzado  consentimiento  del  príncipe.  Es  digna  de  notarse  la  razón  que 
se  da  en  defensa  de  este  reglamento:   «porqué  sabemos  que  obran  así  algunos 


APÉNDICE    AL   TOMO   II.  529 

so  por  devoción,  sino  por  dispensarse  del  servicio  militar  que  deberían  pres- 
tar». Capitul.  lib.  1,  §.  114.  «Si  un  hombre  libre,  siendo  requerido  para  salir 
á  campaña  se  negaba  á  obedecer,  era  condenado,  según  ley  de  los  Francos,  á 
pagar  el  hereban,  esto  es,  una  mulla  de  sesenta  coronas.»  Cap.  Carol  Magni. 
ap.  leg.  Longab.  lib  1,  t.  14,  p.  13,  p.  539.  Esta  expresión  según  ley  de  los 
Francos,  parece  indicar  que  el  servicio  y  la  pena  impuesta  á  los  que  fallaban  á 
él,  eran  de  una  fecha  tan  antigua  como  las  leyes  hechas  por  los  Francos  al  es- 
tablecerse por  vez  primera  en  las  Galias.  Exigíase  con  tanto  rigor  esía  multa, 
«que  en  caso  de  ser  insolvente  el  reo,  se  le  reducía  á  servidumbre  hasta  que  el 
precio  de  su  trabajo  igualase  al  valor  del  hereban. »  Id.  Aumentó  el  emperador 
Lotario  la  pena,  estableciendo  que  si  un  poseedor  de  cierta  parte  de  tierras  es- 
taba obligado  á  servir  personalmente  y  se  negaba  á  salir  á  campaña  después  de 
requerido  para  ello,  eran  confiscados  todos  sus  bienes  y  hasta  podia  ser  des- 
terrado.   Mural.  Scrip.  I  tal.  v.  1,   parí,  2,  p.  153. 

3.°  Habiéndose  fijado  de  un  modo  constante  la  propiedad  territorial  y 
obligando  al  servicio  militar,  resultó  de  ahí  otra  mudanza,  si  bien  que  lenta  y 
gradual.  Tácito  dice  que  los  jefes  de  los  Germanos  se  procuraban  compañeros, 
comités,  para  que  los  siguiesen  á  todas  sus  expediciones  y  combatiesen  bajo 
sus  banderas.  Idéntica  costumbre  subsistió  entre  ellos  en  la  época  de  sus  nuevos 
establecimientos,  y  aquellos  hombres  adictos  y  dedicados  al  servicio  de  sus  je- 
fes fueron  denominados  fideles,  anstrustiones,  ¡tomines  in  truste  dominica,  leu- 
des. Tácito  añade  que  era  reputada  honrosa  la  calidad  de  comes  ó  compañero. 
De  morib.  Germán,  cap.  13.  El  ojuste  ó  pena  pecuniaria  establecida  por  cada  de 
lito  puede  hacer  juzgar  del  rango  y  condición  de  las  personas  de  la  edad  media, 
pues  la  compensación  por  un  homicído  in  truste  dominica  era  tiple  de  la  que  se 
habia  fijado  por  la  muerte  de  un  hombre  libre.  Ley.  salic,  tit,  44.,  p.  1,  etc.  2. 

Mientras  permanecieron  los  Germanos  en  su  país  natal ,  procuraron 
mantenerse  adictos  á  sus  compañeros  por  medio  de  presentes  de  armas 
y  de  caballos  y  con  servicios  de  hospitalidad.  En  tanto  que  no  ejercie- 
ron sobre  las  tierras  ningún  derecho  fijo  de  propiedad,  no  eran  otros  ios  dones 
que  podían  hacer  los  jefes ,  ni  podían  sus  allegados  prometerse  de  ellos  otra 
recompensa;  mas  así  que  se  hubieron  avecindado  en  los  países  conquistados  y 
conocida  la  importancia  de  la  propiedad,  en  lugar  de  estos  presentes  poco  con- 
siderables, dieron  los  jefes  en  recompensa  porciones  de  tierra.  A  estas  conce- 
siones, por  gratuitas,  se  dio  el  nombre  de  beneficios,  b enejicia,  y  de  honores, 
honores,  porque  se  tenían  por  muestras  de  distinción.  Pero,  ¿qué  servicios  eran 
ordinariamente  exigidos  á  trueque  de  estos  beneficios?  Es  cosa  que  no  puede  de- 
terminarse exacta  y  precisamente  por  no  haberse  conservado  documento 
bástanle  antiguo  capaz  de  servirnos  de  guía.  Guando  las  propiedades  de  fran- 
co-alodio empezaron  á  hacerse  feudales,  no  lo  fueron  de  golpe  sino  gradual- 
mente, al  modo  de  otras  mudanzas  algo  importantes.  Como  el  principa)  objeto 
de  un  vasallo  feudatario  era  buscar  un  protector  ,  cuando  al  principio  consin- 
tieron los  vasallos  de  algunos  alodiales  en  convertirse  en  vasallos  de  algunos 
jefes  poderosos ,  conservaron  de  su  antigua  independencia  la  parte  compatible 
con  las  nuevas  relaciones  contraidas.  El  homenage  rendido  ai  superior  de  quien 
querían  depender,  se  denominó  homenage  llano  {homagium  planum),  y  solo  los 

TOMO  II.  6  "7 


530  HISTORIA   GENERAL  DE    ESPAÑA. 

obligaba  á  ser  fieles  sin  empeñarlos  á  servir  en  la  milicia,  ni  á  depender  de  los 
tribunales  del  señor  :  todavía  pueden  rastrearse  algunas,  si  bien  que  oscuras 
huellas  de  este  homenage  llano.  Brussel.  tit.  1,  p.  97. 

Entre  las  antiguas  actas  publicadas  por  Vic  y  Yaissette  en  su  Historia  del 
Languedoc,  se  encuentran  muchas  que  llevan  el  nombre  de  homenages,  y  que 
al  parecer  son  un  término  medio  entre  el  homenage  llano  de  que  habla  Brus- 
sel, y  la  obligación  de  llenar  el  total  empeño  del  feudalismo:  uno  promete  pro- 
tección, concede  castillos  ó  tierras,  mientras  el  otro  solo  da  palabra  de  defen- 
der al  donador  y  de  auxiliarle  en  la  defensa  de  sus  posesiones  así  que  fuese 
requerido.  Pero  no  acompañaba  á  estos  empeños  ninguna  formalidad  feudal, 
ni  en  ellos  se  menciona  ninguno  de  los  servicios  feudales;  mas  bien  era  esto  un 
contrato  múiuo  de  igual  á  igual,  que  un  empeño  de  vasallo  á  señor  por  rendirle 
homenage.  Pruebas  de  la  Hist.  del  Languedoc  ,  t.  2,  p.  179.  Acostumbrados 
ya  á  estos  servicios,  pronto  se  introdujeron  otros  gradualmente.  Montesquieu 
reputa  estos  beneficios  unos  feudos  que  en  su  origen  obligaban  á  los  posee- 
dores al  servicio  militar.  Espíritu  de  las  Leyes  ,  lib.  30,  c.  3  et  16.  El  abate 
Mably  pretende  que  al  principio  no  estuvieron  los  poseedores  de  tales  bene- 
ficios sometidos  á  otro  servicio  que  al  común  á  todo  hombre  libre.  Observ. 
sobre  la  Hist.  de  Francia,  tom.  1,  p.  356.  Pero  al  comparar  sus  pruebas,  racio- 
cinios y  conjeturas,  parece  evidente  que  como  todo  hombre  libre  estaba  obli- 
gado por  propiedad  alodial  á  servir  bajo  gravísimas  penas,  no  hubiera  habido 
razón  para  conferir  tales  beneficios,  si  los  que  los  recibían  no  se  sujetasen  á 
alguna  obligación  nueva.  ¿Cómo  se  hubiera  despoj ado  un  rey  de  sus  dominios, 
si  al  tiempo  de  su  división  y  repartición  no  hubiera  con  ellos  adquirido  dere- 
cho á  unos  servicios  que  anteriormente  no  leerá  posible  exigir?  Podemos  de- 
ducir, pues,  que  así  como  la  propiedad  alodial  imponía  obligación  de  servir  á 
la  comunidad,  asimismo  los  beneficios  debían  obligar  al  servicio  personal  á 
cuantos  los  recibían,  y  á  ser  fieles  á  aquel  que  se  los  concedía.  Estas  conce- 
siones no  se  hacían  en  un  principio  masque  á  voluntad,  es  decir,  duraban 
tanto  tiempo  como  era  de  gusto  del  donador.  No  hay  en  la  edad  media,  rela- 
tivamente á  las  costumbres,  otra  circunstancia  mas  conocida  que  esta,  pues  se 
podrían  añadir  á  ella  innumerables  pruebas  sobre  las  que  se  leen  en  el  Espíritu 
de  las  Leyes,  lib.  30,  cap.  16,  y  en  Ducange  en  las  voces  beneficium  y  f'eudum. 

í.°  Pero  no  duró  mucho  tiempo  en  este  estado  la  posesión  de  los  bene- 
ficios, pues  una  posesión  precaria  no  era  suficiente  para  hacer  que  los  posee- 
dores fuesen  muy  adictos  á  sus  dueños,  y  pronto  alcanzaron  el  goce  vitalicio, 
Feudor.  lib.  í,  tit.  I.  Ducange  presenta  muchos  pasages  sacados  de  las  anti- 
guas actas  y  crónicas  en  prueba  de  esta  aserción,  Gloss.  voc.  beneficium.  Una 
vez  dado  este  paso  fué  fácil  obtener  ó  arrancar  títulos  á  favor  de  los  cuales 
se  instituyesen  hereditarios  los  beneficios,  primero  en  línea  directa,  después 
en  lateral  y  después  en  femenina.  Leg.  Longob.  lib.  3,  t,  8,  Ducange,  voc.  be- 
neficium . 

No  puede  fácilmente  fijarse  el  tiempo  preciso  en  que  fué  introducida  cada 
una  de  estas  variaciones.  Mably  conjetura  verosímilmente  que  Carlos  Martel 
fué  quien  primero  dio  entrada  á  la  costumbre  de  conceder  beneficios  de  por 
vida. Observ.  tom.  \,pag.  103  y  160.  Según  las  autoridades  en  que  se  funda, 


APÉNDICE   AL  TOMO  II,  531 

resulta  evidente  que  Ludovico  Pió  fué  uno  de  los  primeros  que  los  instituyeron 
hereditarios.  Ib.,  pag.  409.  A  pesar  de  eslo,  Mabillon  publicó  un  placite  de 
Ludovico  Pió  fecha  del  año  860,  del  cual  aparece  que  este  príncipe  solo  conti- 
nuó concediéndolos  vitalici ámenle  De  re  Diplom.  lib.  6,  pag.  353.  En  el  ano 
889,  Eudo  de  París,  rey  de  Francia,  concedió  tierras  á  su  vasallo  Ricabodo, 
jure  beneficiario  et  fructuario,  vitaliciamente,  con  solo  la  condición  de  que  si  falle- 
cía dejando  un  hijo,  gozaría  este  también  vitaliciamente  de  las  mismas  tierras. 
Mabill.,  ut  supra,  p.  556.  Era  este  un  grado  medio  entre  los  feudos  meramente 
vitalicios  y  los  hereditarios  perpetuos.  Mientras  subsistieron  los  beneficios  bajo 
su  primera  forma,  y  no  fueron  poseídos  sino  á  voluntad  del  donador,  no  solo 
ejercía  este  el  dominium  ó  sea  prerogativa  feudal,  si  que  también  conservaba  la 
propiedad,  y  solo  dejaba  á  su  vasallo  el  goce  usufructuario.  Cuando  recibieron 
su  última  forma  y  llegaron  á  ser  hereditarios,  al  tratar  los  jurisconsultos 
de  los  feudos,  continuaron  definiendo  los  beneficios  de  un  modo  conforme  á 
su  primer  establecimiento,  pero  la  propiedad  no  pertenecía  ya  al  señor 
superior,  pues  habia  en  efecto  trasladádose  al  vasallo.  Así  que  los  señores  y  va- 
sallos conocieron  las  mutuas  ventajas  de  esta  posesión  feudal,  les  pareció  á  en- 
trambos tan  cómodo,  que  no  fueron  otorgadas  y  poseídas  á  título  de  feudo  las 
tierras,  sino  también  los  derechos  de  peage  y  de  sisas,  los  salarios  ó  emolumen- 
tos de  los  oficios  y  hasta  las  pensiones,  de  manera  que  se  prometía  y  se  exigía 
recíprocamente  el  servicio  militar.  Morice. ,  Mem.  para  servir  de  pruebas  ala  hist. 
de  Bretaña,  tom.  2,  p.  78,  690.  Brussel,  tom.  I,  p.  41. 

Por  singular  que  parezca  el  otorgamiento  y  posesión  feudal  de  tan  precarias 
y  eventuales  posesiones,  todavía  existen  dependencias  feudales  mucho  mas  ex- 
trañas. El  producto  de  las  misas  celebradas  en  algún  altar  eran  una  verdadera 
renta  eclesiástica  perteneciente  al  clero  de  la  iglesia  ó  del  monasterio  que  las  ha- 
cia celebrar;  mas  algunas  veces  se  alzaron  con  este  producto  los  nobles  podero- 
sos, y  para  afianzar  su  derecho  sobre  esta  renta,  la  poseyeron  de  la  iglesia  á  título 
feudal,  y  á  semejanza  de  otras  propiedades,  la  repartieron  entre  sus  vasallos. 
Bouquet,  Recop.  de  las  Hist.,  tomo  X,p.  238. 

Igual  espíritu  al  que  convirtió  en  hereditarios  los  feudos,  animó  á  la  noble- 
za á  adquirir  concesiones  de  oficios  también  hereditarios.  Muchos  de  los  grandes 

empleos  de  la  corona  se  hicieron  tales  en  casi  toda  Europa 

Merece  también  mencionarse  otra  circunstancia  relativa  á  las  revoluciones 
sufridas  por  la  propiedad.  He  manifestado  que  entre  las  tribus  bárbaras  que  en 
el  siglo  v  y  vi  se  repartí  eron  sus  conquistas ,  era  alodial  la  propiedad  territo- 
rial; sin  embargo,  habia  esta  degenerado  casi  enteramente  en  feudal  en  mu- 
chos puntos  de  Europa  desde  principios  del  siglo  x.  Gomo  la  primera  especie 
de  propiedad  parece  ser  mas  ventajosa  y  mas  digna  de  excitar  deseos,  semejante 
variación  es  sorprendente,  sobre  todo  si  se  considera  que,  según  la  historia,  se 
convertía  á  menudo  el  alodio  en  feudo,  solo  por  un  acto  voluntario  del  poseedor. 
Montesquieu  inquiere  los  motivos  que  determinaron  el  que  se  tomase  un  partido  tan 
opuesto  á  las  ideas  modernas  relativas  á  la  propiedad,  y  las  expone  con  su  exac- 
titud y  discernimiento  acostumbrado,  lib  31,  cap.  8.  La  causa  mas  poderosa  es 
la  que  indica  Lamberlo  de  Ardres,  antiguo  escritor  á  quien  cita  Ducange  en  la 
palabra  alodis.  En  medio  de  la  anárquica  confusión  en  que  se  sumergió  la  Europa 


532  '  HISTORIA  GENERAL  DE  ESPAÑA. 

después  de  la  muerte  de  Cario  Magno,  en  una  época  en  que  estaban  rotos  todos 
los  vínculos  de  unión  entre  los  varios  miembros  del  cuerpo  político  y  en  que  se 
veian  expuestos  los  ciudadanos  á  la  opresión  y  al  pillage  sin  poder  prometerse 
ningún  auxilio  del  gobierno,  conoció  cada  individuo  cuanto  necesitaba  buscar  un 
protector  poderoso  bajo  cuya  bandera  se  pusiese,  y  donde  encontrase  defensa 
contra  los  enemigos  á  quienes  no  le  era  dable  resistir  con  sus  propias  fuerzas. 
Por  esto  el  propietario  territorial  renunció  á  la  independencia  del  alodio  y  se  so- 
metió al  feudalismo  con  el  fin  de  hallar  seguridad  bajo  la  protección  de  algún 
señor  respetable.  Este  cambio  de  alodio  en  feudalismo  se  hizo  tan  general  en 
Europa,  que  ya  no  le  fué  dado  elegir  al  poseedor  de  tierras;  antes  se  le  obligó  á 
reconocer  á  algún  señor  de  los  llamados  ligios  y  á  depender  de  él.  Beaumanoir 
dice  que  en  los  condados  de  Beauvais  y  de  Clermont,  si  el  señor  ó  conde  podia 
descubrir  algunas  tierras  dentro  de  su  jurisdicción  que  no  estuviesen  obligadas  á 
algún  servicio  ni  pagasen  contribución  ni  censo,  se  las  podia  apropiar  en  el  acto, 
porque,  añade,  nadie,  según  nuestra  costumbre,  puede  poseer  como  propietario 
alodial.  Usos,  cap.  M,  pág.  123.  Fúndase  en  idéntico  principio  aquella  máxi- 
ma general  de  la  legislación  de  Francia,  no  hay  tierra  sin  señor;  parece  que 
estimaban  en  mas  la  propiedad  alodial  los  habitantes  de  otras  provincias  de  Fran- 
cia, y  que  en  ellas  se  conservó  por  mas  tiempo  sin  desnaturalizarse. 

Los  escritores  de  la  Historia  general  deLanguedoc,  tomo  ir,  presentan  muchas 
actas  ó  títulos  de  concesiones,  ventas  ó  trueques  de  tierras  alodiales  situadas  en 
aquella  provincia.  Durante  los  siglos  ix,  x,  y  gran  parte  del  xi,  parece  haber  sido 
enteramente  alodial  la  propiedad,  y  apenas  en  las  actas  de  aquel  país  se  encuen- 
tran vestigios  de  dependencia  feudal:  el  estado  de  la  propiedad  en  Cataluña  y  en 
el  Rosellon  parece  también  idéntico  en  los  mismos  siglos,  pues  dan  fundamento 
para  creerlo  las  actas  originales  publicadas  en  el  apéndice  del  tratado  de  Pe- 
dro de  Marca  de  Limite  Hispánico.  Parece  que  la  propiedad  alodial  subsistió  aun 
por  mas  tiempo  en  los  Países  Bajos.  Véase  Aubert  le  Mire,  Oper.  Dipl.,  vol.  I,  pág. 
34,  74,  75,  83,  817,  296  842,  847,  578.  Hasta  en  el  siglo  xiv  se  descubren 
en  ellos  huellas  de  posesiones  alodiales.  Id.,  pág.  218. 

Varían  las  ideas  humanas  respecto  á  la  propiedad  según  son  sus  luces  ó  el 
capricho  de  sus  pasiones,  pues  al  mismo  tiempo  que  se  apresuraban  unos  á  re- 
nunciar á  su  propiedad  alodial  solo  por  depender  de  un  superior  mediante  el  pago 
de  un  enfiteusis,  otros  parecían  celosos  de  convertir  sus  feudos  en  propiedad  alo- 
dial. Nos  da  de  ello  un  ejemplo  un  acta  de  Ludovico  Pió  publicada  por  Eckard, 
Comment.  de  Reb.  Francia?.  Orient.  vol.  t,p.  855;  y  tenemos  otro  en  el  año 
1299.  ñeliqucs.  MSS.  omnis  cevi,  per  Ludwig,  vol.  i,p.  209,  y  otro  tercero  en 
el  año  1337,  Ibid.  vol.  7,  pág.  40.  Lo  mismo  sucedió  en  los  Países  Bajos.  Mirm. 
Oper.  1,  p.  52. 

En  Italia  sufrió  la  propiedad  iguales  revoluciones  acaecidas  con  el  mismo 
orden.  Sin  embargo,  existen  razones  para  conjeturar  que  la  propiedad  alodial  fué 
apreciada  por  mas  tiempo  entre  los  Italianos  que  éntrelos  Franceses:  parece  que 
muchas  actas  expedidas  por  los  emperadores  en  el  siglo  ix  conferian  sobre  las 
tierras  un  derecho  alodial.  Murat.  Antiq.  med.  cevi.  vol.  1,  pág.  575,  etc.  Pero 
en  el  siglo  xi  encontramos  algunos  ejemplos  de  personas  que  desistieron  de  su 
propiedad  alodial  para  convertirla  en  feudal.  Ibid.  p.  610  etc.  Muralori  obserra 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  533 

que  la  voz  feudum  sustituida  á  la  de  beneficium  no  se  lee  en  ninguna  acta  autén- 
tica anterior  al  siglo  xi.  Ibid.  p.  594.  El  documento  mas  antiguo  en  que  he  visto 
la  palabra  feudum  es  un  título  firmado  por  Roberto,  rey  de  Francia,  en  el  año 
1008,  Bouquet,  Recop.  de  las  Hist.  de  las  Galias  et  de  Francia,  tom.  10, pág.  583, 
B.  Bien  es  verdad  que  se  encuentra  esta  palabra  usada  en  un  edicto  del  año  790 
que  publica  Brussel,  vol.  \,  pág.  77,  pero  se  ha  negado  la  autenticidad  de  se- 
mejante edicto,  y  lal  vez  el  uso  frecuente  que  en  él  se  hace  de  la  palabra  feudum 
es  una  razón  que  muestra  que  es  apócrifo.  La  explicación  dada  en  punto  á  la 
naturaleza  de  las  posesiones  alodiales  y  feudales  se  confirma  por  la  etimología  de 
estas  dos  palabras  alode  ó  allodium,  compuestas  de  las  voces  alemanas  an  y  lot 
que  significan  tierra  obtenidapor  suerte.  Wachleri  (//oss.  Germán  voce  allodium, 
pág.  35.  De  las  autoridades  alegadas  por  este  escritor  y  por  Ducange  en  la  pala- 
bra sors,  se  desprende  que  los  pueblos  del  norte  se  dividieron  entre  sí  por  suerte 
las  tierras  conquistadas.  Feodum  se  compone  de  od  que  significaba  propiedad  y  de 
feo  que  denota  salario  6  paga,  de  lo  que  se  deduce  que  el  feudo  era  una  especie  de 
salario,  concedido  en  recompensa  de  algún  servicio.  Wachter ,  en  la  voz  feo- 
dum. 

Entre  los  Alemanes  hizo  el  feudalismo  los  mismos  progresos  que  en  Francia; 
pero  como  los  emperadores  alemanes,  singularmente  desde  que  la  corona  del  im- 
perio pasó  de  los  descendientes  de  Cario  Magno  á  la  casa  de  Sajonia,  aventajaron 
mucho  en  talento  á  los  reyes  de  Francia,  sus  contemporáneos,  los  vasallos  del 
imperio  no  aspiraron  tan  pronto  á  la  independencia  ni  obtuvieron  el  privilegio  de 
obtener  sus  beneficios  por  derecho  hereditario.  Conrado  II,  llamado  el  Sálico,  fué 
el  primer  emperador ,  según  las  recopilaciones  de  la  colección  de  los  libros  feu- 
dales, que  los  instituyó  hereditarios.  Libri  feudor.,1,  tit  1 .  En  el  año  de  1024  su- 
bió Conrado  al  trono  imperial.  Ludovico  Pío,  en  cuyo  reinado  se  hicieron  co- 
munes en  Francia  las  concesiones  de  feudos  hereditarios,  entró  en  814  á  suceder 
á  su  padre.  No  solo  se  introdujo  esta  innovación  mucho  mas  tarde  entre  los 
vasallos  alemanes,  si  que  también  la  ley  no  cesó  de  favorecer  el  uso  antiguo  aun 
después  que  Conrado  hubo  establecido  el  moderno,  y  á  menos  que  el  título  del 
poseedor  expresase  que  el  feudo  era  hereditario,  se  presumía  siempre  que  se  ha- 
bía dado  de  por  vida.  Lib.  feudor.  Ibid.  Aun  después  de  la  mudanza  establecida 
por  Conrado,  no  era  extraordinario  que  en  Alemania  se  otorgasen  feudos  vitali- 
cios: existe  una  acta  de  esta  naturaleza  con  fecha  del  año  1376.  Charta  ap  Boeh- 
mer,  princip .  juris  feud.  pág.,  361.  La  transmisión  délos  feudos  á  líneas 
laterales  ó  femeninas  solo  se  introdujo  muy  lentamente  en  Alemania.  Existe 
un  título  del  año  1201,  en  que  se  concede  á  las  mugeres  el  derecho  de  suce- 
der, bien  que  como  muestra  extraordinaria  de  favor  y  en  recompensa  de  impor- 
tantes servicios.  Bohemer  ibid,  pág.  565.  Continuóse  poseyendo  en  franco  alodio 
gran  parte  de  las  tierras  de  Alemania,  Francia  é  Italia,  mucho  después  de  ha- 
berse introducido  en  ellas  el  uso  de  los  feudos.  Examinando  el  código  diplomá- 
tico del  monasterio  de  Buch  (Codex  Diplom,  monaster,  Buch.J,  se  ve  que  gran 
parte  de  las  heredades  del  marquesado  deMisnia  se  poseyeron  hasta  el  siglo  xm 
en  propiedad  alodial:  números  31,  36,  37,  46,  etc.  Apud  Sript.  Hist.  Germán 
cura  Schoetgenn  et  Kreisigii.  Altenb.  1755,  vol.  2,  183,  etc.  La  propiedad  alo- 
dial parece  que  durante  el  mismo  período  de  tiempo  fué  común  en  otro  distrito 


534  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

de  la  misma  provincia.  Reliq.  Dipl.  sanctim  Beutiz,  números  17,  36,  58.  ibid 
374  etc. 


yin. 

Declamación  de  san  Julián  ,  arzobispo  de  Toledo  ,  traducida  al  español,  contra  los  que 
se  rebelaron  en  la  Galia  Gótica  bajo  el  reinado  de  Wamba. 

ÍAño  de  673.) 
(De  Masdeu,  t.  X.) 


Insultatio  in  Tyranidem  Gallice. 

I.  Libet  tuis  Gallia  erroribus  insul- 
tare victores ,  quibus  tanta?  prolapsio- 
nis  cladem  misera  pertulisti.  Ubi  est 
illa  libertas  tua,  in  qua  male  libere  de 
erecto  tibi  fastus  supercilio  adplaude- 
bas?  Ubi  elatse  voces ,  quibus  Spano- 
rum  vires  molliores  esse  tuis  fseminis 
detractabas?  Ubi  motus?  Ubi  tumentes 
quibus  cervicum  ratione  Spanorum 
consortix  respuebas?  Ubi  Spansa  oris 
tui  fastigia,  quae  de  incertis  saepe  divi- 
tiis  tumescebas?  Ubi  elata  colla  atque 
consilia  ,  quae  suorum  semper  ducum 
semper  regimina  prseberunt  ? 

II.  Quid  futurum  esse  putabas, 
quum  luis  te  operibus  ipsa  confoderes, 
manibus  lacerares ,  consiliis  everleres, 
fraudibus  abdicares  ?  Tuis  enim  ope- 
ribus jaculata  es,  quando  criminibus 
crimen  addebas ,  negotiorum  fraude 
implicata,  postribulis  dedita,  perjuris 
mancípala,  quse  Judeeorum  potius  quam 
fide  ium  Christiamícitiis  insudabas. Sic 
enim  adulterii  tenens  legem,  honestum 
putabas  omne  quod  feceras :  ínter  scor- 
lorum  greges  more  pecudum  lascivire, 
iníer  epulas  amicos  perimere,  innocen- 
tes animas  jugulare;  simulabas  enim  le 
advenienlibus  gralia:  quumque  virum 
quempiam  cum  conjuge  et  liberis  hos- 
piliorecepisses,   inter  vina  sanguinem 


Declamación  contra  larebelion  de  Fran- 
cia (Galia  Gótica). 

I.  Bien  podemos  ,  oh  Francia  ,  los 
vencedores  burlarnos  de  tus  desaciertos, 
que  te  han  acarreado  tanlastimosa  caí- 
da. ¿Dónde  está  la  libertad  de  que  te 
gloriabas  con  tanta  arrogancia  aun  an- 
tes de  conseguirla  ?  ¿  Dónde  aquellas 
voces  de  desprecio  ,  con  que  tratabas  á 
los  Españoles  por  mas  cobardes  que  tus 
mugeres?  ¿  Dónde  aquellos  gestos  y 
ademanes  ,  y  aquella  cerviz  levantada, 
con  que  rehusabas  nuestro  lado?  ¿Dónde 
aquella  jactancia  con  que  exagerabas 
tus  fuerzas  y  riquezas?  ¿  Dónde  están 
los  vanos  consejos  que  te  daban  tus 
campeones  y  generales? 

II.  ¿Qué  esperabas  detí,  cuando  por 
tí  misma  le  estabas  hiriendo  con  tus 
obras,  despedazando  con  tus  manos,  per- 
virtiendo con  tus  consejos ,  y  destru- 
yendo con  tus  engaños?  Por  tí  misma 
te  dabas  la  muerte  con  los  delitos  que 
anadias  sobre  delitos,  viciando  el  co- 
mercio con  la  mala  fe  ,  la  honestidad 
con  prostituciones,  la  palabra  de  honor 
con  perjurios,  y  la  religión  de  Jesucris- 
to con  el  tratado  de  los  Judíos.  Todos 
tus  antojos  lenias  por  lícitos  sin  cono- 
cer mas  ley  que  la  del  adulterio  :  reto- 
zabas como  el  ganado  lujurioso,  con 
tropas  de  meretrices;  matabas  á  los 
amigos  en  los  convites;  degollabas  á  los 
inocentes;  te  fingías  humana  y  afable 


APÉNDICE 

propinabas,  jugulando  virum,  filios  ab- 
necando,  subperstitem  matrem  adsume- 
bas  in  pellicatus  tui  ludibrio. 


III.  Hoc  tamen  isía  faciens ,  tanta 
immunüate  facinoris  non  tremescis,  sed 
super  haec  omnia  Judseorum  consortiis 
animaris  ,  quorum  etiam  infidelitatem, 
si  libens  ad  tendis ,  jam  in  tuis  tran- 
sisse  fiíiis  recognoscis,  dum  hi  qui  in  te 
chrislianitatis  titulo  prsefulgebant ,  ad 
Hebreeorum  probati  sunt  transisse  per- 
fidiam  :  eorum  enim  te  semper  judiciis 
committebas,  quorum  jam  á  Deo  repro- 
bata  corda  cognoveras.  Et  qualiter  Ju- 
dseorum á  te  poterunt  infausta  veneran 
sacraria ,  in  quibus  íam  instanter  salu- 
tis  tuse  collocaveras  curam? 

IY.  Agnosce  misera  ,  agnosce  quid 
feceris,  sufficiat  tibi  inter  febres  amisi- 
sse  memoriam.  Nunc  jam  depulsa  fe- 
brium  labe  nuíricem  te  scandali  recog - 
nosce  ,  fomitem  mali,  matrem  blasphe- 
mantium ,  novercam  infidelium  ,  nego- 
tiorum  privignam  ,  prostibulorum  ma- 
teriam  ,  prodiítionis  spelseum  ,  fontem 
perfidise,  animarum  interemtricem. 


Y.  Hsec  enim  tota  ex  tuis  uberibus 
promanasse  non  sufficiat:  nam  insuper 
ne  tantse  calamitatis  flagitio  aliquid  vi- 
deretur  deesse  ,  regem  habens ,  alium 
tibi  regem  statuis  ,  astu,  non  ordine; 
fraudibus ,  non  virtute.  Quse  enim  ex 
fseminis  aliquando  reperta  est,  quse  vi- 
rum habens,  alterius  viri  consortia,  si- 
ne  sui  periculo  concupiscat  ?  Tu  sola 
tuum  postponis  periculo  ,  et  perfidare 
non  metuens ,  perfidise  tibi  subornas 
sceptrum.  Quis  istaquse  dicta  sunt,  fe- 
cit?  In  quibus  hoc  primum  terris  fa- 
mosum  malum  apparuit,  nisi  inter  me- 
dia uberum  tuorum  ?  Admirandus  est 


AL  TOMO  II.  835 

para  que  aceptasen  los  forasteros  tu 
hospedage,  y  luego  mezclabas  la  san- 
gre con  el  vino,  degollando  á  los  hom- 
bres y  á  sus  hijos,  y  deshonrando  á  las 
hijas  y  madres  con  tu  lujuria. 

III.  Entre  horrores  tú  sin  embargo 
no  tiemblas ,  antes  bien  parece  que  te 
animas  con  el  apoyo  de  los  Judíos  cuya 
infidelidad,  si  lo  consideras  ,  ya  se  ha 
comunicado  á  tus  hijos ;  pues  muchos 
de  ellos  que  se  preciaban  del  título  de 
cristianos ,  han  abrazado  las  máximas 
de  esta  pérfida  nación  de  cuyos  conse- 
jos has  querido  siempre  fiarte  ,  sabien- 
do que  sus  corazones  son  reprobados 
de  Dios.  ¿Cómo  puede  ser  que  no  ve- 
neres la  dañosa  superstición  de  los  He- 
breos después  de  haberles  fiado  con 
tanto  empeño  el  cuidado  de  tu  misma 
vida? 

IY.  Reconoce  ,  desdichada  ,  reco- 
noce Lo  que  has  hecho.  Ya  que  perdis- 
te el  entendimiento  en  el  ardor  de  tus 
fiebres;  ahora  que  se  te  han  pasado, 
vuelve  á  lo  menos  en  tí ,  y  reconócete 
por  alimentadora  de  escándalos  y  de 
maldades,  madre  de  blasfemos ,  ma- 
drastra de  infieles,  hija  del  engaño,  ce- 
bo de  los  prostríbulos,  cueva  de  traicio- 
nes, fuente  de  perfidia  ,  homicida  de 
las  almas. 

V.  No  estabas  contenía  todavía  con 
haber  criado  á  tus  pechos  tantos  hijos 
de  maldición,  sino  anadias  á  tus  ini- 
quidades la  de  repudiar  á  tu  rey,  colo- 
cando á  otro  en  el  trono  sin  las  formas 
legítimas ,  con  solos  manejos  y  enga- 
ños. ¿  Qué  muger  hubo  hasta  ahora, 
que  teniendo  marido  se  entregase  á 
otro,  sin  prever  los  peligros  del  honor  y 
de  la  vida  ?  tú  sola,  sin  considerar  los 
riesgos  de  la  rebelión  ,  compraste  el 
cetro  para  un  rebelde.  ¿Quién  ha  hecho 
jamás  hasta  nuestro  siglo  tan  enorme 
locura  ?  ¿  Dónde  se  ha  visto  una  mons- 
truosidad tan  horrorosa  sino  en  medio 


536 


HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


ergo  uterus  mentís  tuse,  quse  sub  tanta 
criminum  conceptione  non  crepuit,  sed 
tanta  admiratione  concepit  dolorem,  ut 
tantam  his  nostris  temporibus  dolorum 
pepererit  ubertatem. 

Vi.  Quod  si  asseras ,  aliuncle  ve- 
nisse  quod  ipsa  susceperis ,  audi  :  an 
tuis ,  an  aliorum  sit  patrum  consiliis, 
conceptione  tamen  felus  tu  i  negare  non 
poíerat.  Si  enim  aliunde  hoc  accepisti, 
quare  fovisti ,  ad  non  poíius  ut  mem- 
brorum  putribus  á  tuis  finibus  repu- 
listi?  Si  autem  te  genuisse,  quare  geni- 
ta  monstruosa  priusquam  adolescerení, 
non  secasti?  An  non  polius  mulieres 
idóneas  monstra  ex  se  genita  abnecasse, 
virtutis  eril  indicium ;  criminis  quidem 
si  ordinatos  foetus  perimerent;  ordinis, 
si  informes  necarenl? 

Vil.  Quod  si  causseris,  non  potuis- 
se  te  virtuti  ejus  resistere  ;  ¿  ubi  sunt 
illa  oris  tui  superba  fastigia  ,  ubi  tu- 
mentes  voces,  ubi  eíati  motus ,  super- 
ciliosus  incessus,  verborumille  cothur- 
nus,  quibus  non  tam  partem  Spanise, 
sed  totam  Spaniam  uni  pugillo  tuo  ad 
resistendum  nullo  modo  suffecturam 
esse  censebas,  et  verbis  tonantibus 
insonabas?  Hic  ergo  nullis  te  justis  vo- 
cibus  excusabas,  quum  etiamsi  armis 
non  poses,  fide  polius  armata  persiste- 
res,  etnecem  ultimam  Ínterin  fidelium 
procellas  fidelior  sustineres.  Devoveras 
enim  tuam  voluntarie  religioso  Principi 
íidem,  sub  divini  nominis  pollícilalio- 
ne  spondens,  ut  hostem  te  suis  hostibus 
exhiberes  ,  et  cum  adversariis  salulis 
tijus  usque  ad  effusionem  sanguinis  de- 
c  oí-lares. 

VIH.  Dic  ergo,  quis  tuorum  pro  fide 
recta  occubuil,  quis  de  tuis  íidem  con- 
servando peremptus  est ,  quis  tuorum 
occisurum  se  pro  verilate  exhibuit, 
quis  etiam  peremplurum  se  pro  íide, 
oplavil?  nemo  tuorum  fuit  apud  quem 
pretiosior  esset  anima  Uncli  sui ,  infida 


de  tus  pechos?  ¿  Quién  no  se  pasma  de 
que  sin  reventar  pudieses  concebir  y 
parir  un  monstruo  tan  formidable  que 
ha  sido  en  nuestros  dias  fecundísimo 
de  dolores  ? 

VI.  No  puedes  excusarte  con  decir 
que  te  ha  venido  de  allende  ,  porque  ó 
por  tu  capricho  ó  por  el  consejo  de 
otros,  en  tu  seno  lo  has  concebido.  Si 
dices  que  te  vino  de  fuera;  ¿por  qué  lo 
acogistes?  ¿por  qué  no  lo  echaste  como 
á  miembro  podrido?  Y  si  confiesas  que 
tú  lo  engendraste  ;  ¿  porqué  no  lo  has 
cortado  antes  de  dejarlo  crecer  ?  ¿  No 
son  acaso  loables  las  mugeres  fuertes 
que  matan  á  los  monstruos  que  engen- 
draron? Como  es  delito  el  dar  muerte  á 
los  fetos  bien  formados,  así  también  es 
desvarío  no  darla  á  los  deformes. 

VIL  Si  dices  en  tu  defensa ,  que  no 
tienes  fuerzas  bastante  para  matar  al 
monstruo  ,  entonces  yo  podré  decirte 
con  toda  razón:  ¿  En  qué  ha  parado  la 
hinchazón  de  tu  boca  ,  y  la  jactancia  de 
tus  palabras?  ¿  Dónde  está  la  soberbia 
de  tus  gestos  y  de  tus  pasos?  ¿  Dónde 
aquella  satisfacción  intolerable ,  con 
que  decías  á  todo  el  mundo  ,  que  para 
resistir  á  un  puñado  de  tus  hombres 
no  bastaba  toda  la  nación  española? 
No  le  excusa  ,  no  ,  el  decir  que  no  te- 
nias fuerza,  porque  aun  sin  flechas  ni 
espadas,  podia  servirte  de  arma  la  fide- 
lidad, peleando  hasta  la  muerte  con  los 
esfuerzos  de  los  rebeldes  ,  pues  habías 
jurado  voluntariamente  á  tu  religioso 
príncipe  ,  que  serias  enemiga  de  sus 
enemigos  ,  y  le  defenderías  hasta  la  úl- 
tima gota  de  tu  sangre. 

VIH.  Hasta  ahora  ninguno  de  tus 
hijos  ha  mantenido  su  palabra  ;  ningu- 
no ha  expuesto  la  vida  por  su  rey;  na- 
die deseó  morir  en  su  defensa;  no  ha 
habido  persona  que  estimase  mas  que 
su  vida,  la  del  ungido  del  Señor:  antes 
bien  has  dado  pruebas  de  ser  infiel  en 


APE1NDICE    AL   TOMO   II. 


537 


in  promisso,  facilis  in  perjurio,  exor- 
tum  in  te  infidelitatis  ignem  non  solum 
non  perimis  sed  accendis ;  nec  verbis 
taníum,  sed  et  operibus  foves.  Sed  heec 
sunt  illa  tui  moris  signa  victricia ,  ut 
hostem  non  ferias,  civem  occidas :  me- 
lius  forte  tibi  definiens  civem  bello 
quam  hostem  excipere ;  quippe  cui  vi- 
res semper  fuerint  socios  potius  quam 
adversarios  enecare.  Quum  nec  hoc 
armis  sed  dolis  potius  et  fraudibus 
agas,  plus  timenda  sunt  venena  tua 
quam  arma;  plures  enim  fellis  tui 
antidolo,  quam  armorum  jacuiis  con- 
fudisti. 

IX.  Ñeque  enim  in  campo  tua  ali- 
quando  directa  contra  hostem certamina 
vidimus  quum  íamen  intra  domum  ve- 
nena tui  pectoris  senserimus.  Vidimus 
prseparatas  acies  íuas,  sed  pro  jugulo 
civium  non  pro  necibus  externorum. 
Quomodo  tantee  crudelitatis  nube  eras- 
saris,  ut  liberatoribus  necem,  defenso- 
ribus  prseparares  ulíionem?  Quid  tibi 
opus  fuit  fordores  provocare  ad  bellum, 
validioribus  prseparares  excidium?  Sed 
ista  non  immerito  agis,  quippe  quee 
frenesim  passa,  quibus  teaudeas  cequa- 
re  non  sentias.  Solent  enim  frenelici 
tune  se  robustiores  viribus  extimare, 
quaudo  jam  in  uliimo  defectu  videlur 
natura  ipsa  consislere :  sed  heec  el  alia 
faciunt  non  vitali  sensu  permoti,  sed 
mortali  dissolulione  jam  tabidi. 

X.  Tu  ergo  si  post  frenesim  memo- 
riam  recepisti,  recordari  te  convenit, 
quibus  inter  febres  vocibus  perslrepe- 
bas,  vel  quos  habendos  nescia  despec- 
lui  judicabas.  Nam  ecce  Spanorum 
exercitus  post  acerbissimas  febres 
quibus  sensum  amiseras,  malurate  tibi 
oceurrit,  nec  lamen  totus,  sed  quadam 
sui  ex  ¡.rema  parte  collectus ,  vires  lúas 
usquequaque  perdomuit  colla  subegit, 
tumenlia  ora  contrivií  et  quid  vaieas, 
quidve  non  vaieas,  melius  suis  gladiis, 


TOMO  II . 


las  promesas ,  y  fácil  en  los  perjurios, 
fomentando  con  palabras  y  obras  el 
fuego  de  la  infidelidad  en  lugar  de  apa- 
garlo. Parece  que  te  lleva  la  inclinación 
á  pelear  con  los  de  casa ,  mas  bien  que 
con  los  de  fuera,  y  á  perseguir  de 
muerle  á  tus  compañeros,  mas  bien 
que  á  los  enemigos.  Y  lo  peor  es  que 
no  peleas  con  armas,  sino  con  engaños; 
y  así  es  mas  temible  tu  veneno  que  tu 
espada,  porque  mas  gentes  matas  con 
la  hiél,  que  con  el  hierro. 


IX.  Hemos  probado  dentro  de  casa 
el  veneno  de  tu  pecho,  pero  jamás  te 
hemos  visto  en  campaña  descubrir  la 
frente  al  enemigo,  y  si  alguna  vez  has 
ordenado  las  haces,  ha  sido  para  matar 
á  tus  ciudadanos.  ¿Cómo  cupo  en  tu 
pecho  tanta  crueldad ,  que  te  resolvie- 
ses á  ciar  la  muerte  á  tus  defensores  y 
libertadores?  ¿Cómo  le  atreviste  á 
provocar  á  los  mas  fuertes,  y  amenazar 
con  la  muerte  á  los  mas  valientes? 
Prueba  es  evidente  de  frenesí  el  no  co- 
nocer la  superioridad  del  enemigo; 
pues  suelen  los  frenéticos  hacer  mayo- 
res esfuerzos,  cuando  están  mas  caidos 
y  mas  cercanos  a  la  muerte,  no  porque 
tengan  mas  vigor,  sino  porque  se  ha- 
llan desesperados. 

X.  Pero  tú,  yaque  sanaste  de  tu 
frenesí ,  acuérdate  á  lo  menos  de  la  lo- 
cura con  que  insultabas  en  el  ardor  de 
tu  fiebre  y  de  la  temeridad  con  que 
despreciabas  á  los  que  por  fin  te  han 
vencido.  Acuérdate  que  en  tus  delirios 
se  movió  contra  tí  un  ejército  ,  no  de 
toda  España ,  sino  de  un  solo  rincón  de 
este  reino  ,  y  luego  domó  tu  fiereza, 
holló  tu  cerviz,  y  te  hizo  ver  con  la  ex- 
periencia que  valen  mas  sus  espadas 
que  tus  palabras    ¿Qué  dirás    aho- 

68 


538 


HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 


quam  tuis  vocibus  adprobavit.  Quid 
ergo  misera  victoribus  ducis ,  quae  fam 
miserabilis  jaces  sub  victorum  mucro- 
ne  divicta?  Ecce  Spanorum  exercitus 
cum  ordinato  Principe  suo  te  valenter 
edomuit;  spoliis  detrivit,  servituti  ad- 
dixit. 

XI.  Sed  nolo  hunc  din  semper  te  in- 
clementiorem  fuisse  causseris  cujus  tam 
citalis  beneficiis  revestiris.  Quum  enim 
justa  tibí  servitus  pro  mérito  debere- 
tur,  ut  veré  sanum  caput  languenti 
membro  compatiens,  redactan  tibi  in  ser- 
vilutem  libertatis  hostiam  donans ,  et 
veteres  perfidias  tuse  noias  ciernen tiori 
munu  obliterans;  ante  te  eiegit  suee  so- 
ciam  digniíati,  quam  tu  poenitendo  ab- 
lueres  maculas  quas  fecisti  :  scilicet  ut 
quia  impia  temeritate  libertatis  perdi- 
deras  titulum ,  tesiimonium  reciperes 
gloriosum.  Sed  quid  mirum  ,  ul  haec 
tibi  non  merenti  prsestiterit^  qui  pridem 
tuis  periculis  socium  te  semper  ex- 
hibuit ,  et  in  tua  expugnaíione  im- 
misit!   * 

XII.  Admirandus  est  ergo  aiterna- 
tium  iste  parlium  ordo.  Quanta  in  te 
crudelitás,  quanta  in  Spanis  pietas  fue- 
rit !  lili  tibi  pacem  ,  tu  illis  dolus :  illi 
defensionem  ,  tu  perentionem  excogi- 
tas, lili  semper  ad  liberalionem  tui  cum 
ármalo  tibi  currebat  exercitu  :  tu  ad 
aversionem  illorum  gladios  incitas  ex- 
ternorum.  lili  hostem  repelendum  á  te 
aut  vi ,  aut  astu  defmiunt :  tu  utroque 
compendio  agens,  et  fraudibus  propriis 
et  viribus  alienis  contra  Spanorum  exer- 
citum  venis.  lili  semper  defensionem 
tui  tamquara  periculo  sui  quscrebant:  tu 
é  contra  non  sine  perditione  tui  ever- 
sionis  contra  illos  prseparas  munimen- 
ta.  lili  salutem  luam,  et  ubi  forsan  ar- 
cáis non  currebant,  preliis  emebant :  tu 
necem  illorum  ,  quam  armis  patrare 
non  poteras,  muneribus  deünis  compa- 
randam. 


ra,  desdichada,  viéndote  caida  ,  y  bajo 
los  pies  de  los  vencedores  ?  Los  Espa- 
ñoles con  su  rey  supieron  vencerte:  su- 
pieron domarte  y  sujetarte. 


XI.  Mas  el  vencedor  ,  en  lugar  de 
oprimirte  quiso  afear  tus  crueldades 
con  sus  beneficios.  En  vez  de  hacerte 
esclava  como  lo  merecias,  se  compade- 
ció de  tu  dolencia  ,  te  dio  la  libertad 
que  hablas  perdido ,  borró  de  su  me- 
moria tus  afrentas,  te  escogió  por  ami- 
ga y  compañera  aun  antes  que  te  de- 
clarases arrepentida,  te  dio  el  título 
glorioso  de  libre  aun  antes  de  haber 
perdido  el  de  esclava.  ¿Pero  qué  mu- 
cho que  haya  sido  tan  piadoso  con- 
tigo ,  habiéndote  siempre  ayudado  en 
todos  tus  peligros ,  y  habiendo  sido  en 
todo  tiempo  tu  defensor  y  consolador? 


XII.  Es  admirable  la  contraposición 
en  lo  que  ha  pasado;  ¡cuánta  crueldad 
en  tí ,  y  cuánta  piedad  en  los  Españo- 
les !  tú  les  ibas  con  engaños ,  y  ellos 
con  la  paz :  tú  con  la  muerte  ,  y  ellos 
con  la  defensa  :  tú  con  espadas,  contra 
ellos ,  y  ellos  con  armas  á  tu  favor.  Tú 
los  persigues  con  tus  manejos  y  con  las 
armas  agenas;  y  ellos  trabajan  en  apar- 
tar de  tí  á  tus  enemigos :  tú  les  procu- 
rabas la  muerte  aun  con  tu  propio  da- 
ño ;  y  ellos  ponen  á  riesgo  su  vida  pa- 
ra asegurar  la  tuya  :  tú  no  teniendo 
mas  armas ,  regalas  á  quien  los  mate; 
y  ellos  donde  no  alcanzan  con  la  espa- 
da ,  compran  tu  libertad  con  dinero. 


APÉNDICE 

XIII.  Quando  enim  illi  aut  in  tuis 
plagis  álacres  facli ,  aut  in  tuis  morti- 
bus  aliquando  laelati  sunt  ?  Quin  po- 
tius  si  perlata  nuntiorum  fama  aut  ab 
nos  te  obsessam  ,  aut  hostium  incursa- 
tione  detritam  eduxit ,  armatse  illico 
ad  defensionem  tui  Spanorum  manus 
cita  tamen  exhibuit,  et  propria  postpo- 
nendo  pericula  cum  hostibus  tuis  con- 
fligebat.  Nec  enim  tot  interiacentibus 
terris  duros  quosque  se  causabatur  per- 
tulisse  labores ,  dummodo  tu  statum 
pacis  ut  cumque  reciperes.  Eccejam 
notum  est,  quantus  in  Spanos  afec- 
tus  pietatis  processit,  quantus  inte  cru- 
delitalis  turbo  efferbuit.  Nam  Spanos, 
quos  despeclui  deputabas ,  et  victores 
et  miseralores  tui  experta  est :  filii  au- 
lem  tui ,  qui  ex  te  viperina  nativitate 
sunt  proditi ,  quid  tibi  nisi  famem, 
luem  ,  autgladium  attulerunt? 

XIV.  Hucusque  igitur  tibi  insul- 
tasse  sit  utile,  et  forsan  ad  emolumen- 
lum  salutis   tibi    proficeret  quidquid 
asperiori  proclamatum  est  verbere,  ut 
verborum    ista  asperitas  correptionis 
tuse  sit  potius  causa,  quam  despera- 
tionis  stropha.   Restat   ergo  nunc,  ut 
flebile  te  lamentatione  intendas,  quanto 
sis  pallore  deterrita,  quanla  macia  de- 
colórala; ut  sub  isto  te  semper  humili- 
tatis,  confuitu  agens,   sic  de  praeteritis 
fornicationibus  erubescas ,  ne  in  cica- 
tricum  locum   sanies  recrudescat,  ne 
ulcus  insanata  jam  plagse  appareat,  ne 
vitiatus  pulmo   lumidum  aliquid  vel 
superbum  emittat,  sed  restauratis  óm- 
nibus ad  síatum  salutis  et  iusultasse 
tibi  sit  utile,  et  suasisse  perdocile:  ut 
de  reliquo  et  sanus  iste  vigor  memo- 
riam  teneat,  et  memoria  ipsa  jam  sa- 
nior  reddita  motus  in  te  omnes  elati 
cordis  abscidat.   Quod  et  si  insultantes 
et  suadentes  protervis,   ut  consueta  es, 
motibus  abnuis  illis  te  postremo  versi- 
bus  insultando  conveniam,  quibus  qui- 


AL  TOMO  II.  539 

XIII.  ¿  Cuándo  jamás  los  has  visto 
ó  gozosos  en  tus  heridas  ó  alegres  en 
tus  muertes  ?  Sabes  bien  que  si  alguna 
vez  les  llegó  noticia  de  que  los  enemi- 
gos te  amenazaban  ó  perseguían  ,  cor- 
rieron inmediatamente,  á defenderte  me- 
tiéndose con  el  mayor  peligro  entre  las 
espadas  de  los  enemigos  y  venciendo 
las  dificultades  y  fafigas  de  tan  largo 
viage  ,  solo  por  el  deseo  de  tu  vida  y 
tranquilidad.  Sobrado  notoria  es  la  pie- 
dad de  los  Españoles  por  una  parte  ,  y 
el  furor  de  tu  crueldad  por  la  olra.  Has 
conocido  tú  misma  por  la  experiencia, 
que  los  Españoles  vencedores  á  quie- 
nes despreciabas,  te  han  compadecido; 
y  tus  hijos  que  nacieron  de  tus  entra- 
ñas de  vibora  ,  no  le  han  ocasionado 
sino  miserias  y  muerte. 


XIV.  He  declamado  hasta  ahora  pa- 
ra tu  provecho,  con  el  fin  de  que  la  as- 
pereza de  mis  palabras  sea  castigo  sa- 
ludable de  tus  culpas,  y  te  sirva  de 
corrección.  Mírate  con  lágrimas  en 
los  ojos ;  mírate  como  estás  afeada  y 
descolorida,  y  avergüénzate  de  tus  for- 
nicaciones ,  que  te  redujeron  á  un  es- 
tado tan  infeliz.  No  sea  que  vuelvan 
á  abrirse  tus  llagas,  y  se  renuévela 
hinchazón  de  tu  pecho.  Logren  mis 
amonestaciones  el  fruto  que  deseo  de 
tu  salud  ,  pues  no  tuve  otro  fin  en 
ellas ,  sino  el  renovarte  la  memoria 
de  tu  antigua  soberbia ,  para  que  tú 
misma  Ja  aborrezcas.  Si  después  de 
todo  esto  desprecias  aun  mis  consejos, 
siguiendo  los  impulsos  de  tu  malva- 
da inclinación ,  le  diré  lo  que  dijo  un 
hombre  sabio  hablando  con  la  muerte: 


540  HISTORIA  GENERAL  DE    ESPAÑA. 

dam  sapiens  morti  insultasse  convin- 
eitur.  Dicam  ergo: 

Jam  sine  lacrhymis  cedis,  nec  Ya  que  no  lloras,  ni  te  resientes, 

carmina  sentís,  sean  espadas  para  tí  mis  palabras. 

Sint  tibi  pro  gladio  quae  tibí  Tu  remordimiento  mismo  te  condene, 

verba  loquor.  y  te  venza  en  los  infiernos  en  que  venció 

Ipse  tibi  damnet  morsus  et  el  mundo  con  la  cruz, 

tártara  vincat, 
Qui  vicit  mundum  per 
crucis  exitium. 


IX 

Concilios  nacionales  y  provinciales  de  la  España  Goda. 

(DE  MASDE'J,    T,  XI.) 

(Véase  la  pag.  i  91,) 

§  1." 

se  . 

CONCILIOS    NACIONALES. 

Los  concilios  nacionales  que  se  conocen  del  tiempo  de  la  España  Goda ,  son 
diez  y  nueve,  uno  del  siglo  v,  dos  del  vi,  y  diez  y  seis  del  vn;  el  primero  cele- 
brado, según  dicen  unos,  en  Braga,  y  según  otros,  en  Caldas  de  Galicia,  llamada 
antiguamente  Aquas  Gilenes;  el  décimo  sexto  en  Zaragoza ,  y  todos  los  demás  en 
Toledo: 
Braga  ó  I.    El  primer  concilio  nacional  se  reunió  en  el  año  de  447,  por  insinuación 

jiicta.  e  del  papa  san  León  y  por  motivo  de  los  Priscilianistas.  Los  obispos  de  las  cuatro 
provincias,  Tarraconense,  Cartaginense,  Lusüana  y  Bética,  no  pudiendo  pasar 
a  Galicia  por  razón  de  las  guerras,  formaron  congreso  en  otro  lugar,  y  dirigieron 
sus  votos  al  obispo  de  Braga,  para  unirse  en  una  misma  fe  con  los  Gallegos, 
como  consta  por  el  capítulo  segundo  del  sínodo  I  Bracarense.    Del  concilio  na- 
cional celebrado  en  esta  forma,  no  nos  queda  sino  una    confesión  intitulada 
Regla  de  fe  católica,  en  que  se  condenan  diez  y  ocho  errores  de  la  heregía  prisci- 
liana:  se  explican  con  la  mayor  claridad  los  artículos  del  símbolo,  y  se  añade 
que  el  Espíritu  Santo  procede  del  Padre  y  del  Hijo.  Dicha  regla  de  fe  no  es  sino 
una  copia  ó  reproducción  déla  que  se  hizo  mas  antiguamente  en  el  concilio 
Toledano  del  año  de  400. 
'o°m°         N-    El  segundo  nacional,  es  el  que  llaman  Toledano  NI  del  año  de 
589,  á  que  asistieron  sesenta  y  siete  obispos,  cinco  por  medio  desús    vica- 
rios, y  todos  los  demás  en  persona.  lucieron  en  él  la  profesión  de  fe  por  es- 
crito,  el  rey  Recaredo  y  la  reina  Badda;   luego  ocho  obispos,  y  otros  mu  - 
chos  eclesiásticos,   que  habían  seguido  hasta  entóneosla  heregía  arriana, 
y  después  de  ellos  los  grandes  del  reino  y  demás  señores  de  la  corte.  Acá- 


APÉNDICE   AL    TOMO    II.  541 

bada  esta  función  salieron  de  la  iglesia  los  seglares,  y  quedando  en  ella  los  obis- 
pos con  sus  presbíteros  y  diáconos,  formaron  veinte  y  tres  cánones  ó  decretos, 
para  la  reforma  de  la  disciplina  eclesiástica,  que  con  las  heregías  y  falta  de  con- 
cilios se  habia  relajado.  Se  mandó  por  insinuación  del  rey  que  se  dijese  el 
Credo  en  la  misa,  según  el  formulario  constantinopolitano:  se  dieron  órdenes 
muy  prudentes  acerca  de  la  administración  de  los  bienes  eclesiásticos:  se  toma- 
ron las  providencias  necesarias  para  contener  en  su  oficio  á  los  clérigos  y  de- 
más personas  consagradas  á  Dios:  se  publicaron  varios  privilegios  concedidos 
por  el  rey  á  la  Iglesia ,  y  se  renovaron  ó  moderaron  varias  disposiciones  anti- 
guas, acerca  de  los  penitentes  públicos,  tribunales  eclesiásticos,  y  convocacio- 
nes de  concilios. 

III.  Del  nacional  tercero  no  nos  quedan  sino  dos  cánones,  el  uno  sobre  la 
castidad  de  los  ministros  del  altar ,  y  el  otro  sobre  el  aseo  de  las  iglesias.  Aun- 
que no  firmaron  en  él  sino  trece  obispos,  debe  tenerse  sin  embargo  por  nacional, 
porque  son  de  diferentes  provincias,  y  entre  ellos  hay  tres  metropolitanos.  Se 
celebró  en  Toledo  en  el  año  de  597 ,  reinando  todavía  Recaredo.  Este  no  se  com- 
prende por  lo  general  entre  los  Toledanos. 

IV.  En  el  año  de  610  (por  instancias,  según  parece,  de  la  mayor  parte  de 
los  obispos  de  la  Cartaginense,  que  se  habían  juntado  en  concilio  provincial), 
publicó  el  rey  Gundemaro  un  decreto,  en  que  mandaba  que  en  adelante  el 
obispo  de  Toledo  fuese  respetado  por  metropolitano,  no  solo  de  la  Carpeíania,  sino 
de  toda  la  provincia  Cartaginense.  Este  decreto  real ,  como  logró  las  aproba- 
ciones y  firmas  no  solo  de  muchos  obispos  de  todas  las  provincias,  pero  aun  de 
cinco  metrapolitanos,  equivale  á  un  concilio  nacional. 

Y.    En  el  año  633  se  tuvo  el  concilio  que  llaman  Toledano  IV,  con  4-°??Toied 

,,-.,,  ,  .  Ano  633. 

asistencia  del  rey  Sisenando  y  de  sesenta  y  nueve  obispos,  entre  quienes 
ocupaba  el  primer  lugar  san  Isidoro  de  Sevilla.  Se  formaron  en  él  setenta  y  cin- 
co cánones,  en  que  no  tanto  debe  admirarse  el  número,  cuanto  el  acierto  y 
prudencia  con  que  se  trata  de  tan  diversas  materias ,  Biblia ,  liturgia,  concilios, 
tribunales,  fiestas,  ayunos,  sacramentos,  celibato,  seminarios,  convictos,  obis- 
pados, parroquias,  monasterios,  ermitas,  inmunidades,  sepulcros,  vírgenes, 
hebreos,  esclavos,  penitencia  pública,  bienes  eclesiásticos  y  otros  muchos  artí- 
culos de  religión  y  disciplina.  Se  cerró  el  concilio  con  un  decreto,  en  que  am- 
bas potestades,  eclesiástica  y  secular,  juraron  fidelidad  al  nuevo  rey  Sisenando 
y  declararon  que  el  antecesor  con  toda  su  familia,  merecía  ser  privado  perpe- 
tuamente, no  solo  de  los  bienes  de  la  tierra,  pero  aun  de  la  comunión  de  los  fie- 
les. 

VI.  Llamo  concilio  sexto  nacional  al  Toledano  V  del  año  primero  del  8-°£eToied. 

1  Ano  636. 

reinado  de  Chintilla,  y  636  de  la  era  cristiana,  porque  lo  convocó  y  aprobó 
el  rey,  se  trató  de  asuntos  políticos,  se  dieron  órdenes  generales  para  toda  la 
Dación,  y  aunque  no  asistieron  sino  veinte  y  cuatro  obispos  y  un  solo  me- 
tropolitano, los  habia  de  casi  todas  las  provincias.  En  el  primer  decreto  se  inti- 
maron rogaciones  anuas  para  el  mes  de  diciembre,  y  en  los  ocho  siguientes 
se  trató  de  la  elección  de  los  reyes. 

VII.  El  séptimo  concilio  nacional  de  cincuenta  y  dos  obispos,  se  celebró  6°Alne0T60318d< 
en  Toledo,  bajo  el  mismo  rey,  en  el  año  638.  Tiene  diez  y  nueve  capítulos, 


542  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

en  cuyos  quince  primeros  se  trata  principalmente  de  judíos,  monges,  penitentes, 
libertos,  ordenaciones,  beneficios  y  bienes  de  la  Iglesia.  En  los  cuatros  últi- 
mos se  dan  providencias  sobre  la  elección  del  rey  y  castigo  de  los  rebeldes,  y 
se  manda  en  términos  expresos  que  nadie  se  atreva  en  adelante  á  privar  de  bie- 
nes, ni  de  honores  á  los  hijos  y  descendientes  de  los  reyes.  Debemos  á  las  dili- 
gencias del  padre  maestro  Florez  el  proceso  de  una  causa  que  se  trató  en  esle 
mismo  concilio,  cuya  copia  conserva  la  iglesia  de  León  en  un  código  antiguo  de 
pergamino.  Marciano,  obispo  de  Ecija,  depuesto  por  falsos  delitos  en  un  concilo 
de  Sevilla,  apeló  al  Toledano  nacional.  Los  padres,  habiendo  examinado  la  causa 
con  el  mayor  rigor  y  hallado  que  falsamente  se  le  alribuia  el  haber  tenido  á  üs- 
tania  por  camarera,  y  de  haber  consultado  sobre  su  vida  y  la  del  rey  á  una  adi- 
vina llamada  Simplicia,  mandaron  que  volviese  á  su  silla  con  todos  los  honores, 
y  que  el  obispo  Habencio,  su  enemigo  que  la  ocupaba,  se  sujetase  á  la  penitencia 
que  el  inocente  calumniado  quisiese  imponerle. 

Vííí.  Treinta  y  nueve  obispos  acudieron  al  octavo  concilio  nacional,  con- 
vocado en  Toledo  por  el  rey  Chindasvinto  en  el  año  de  646.  Las  rebeliones,  que 
entonces  eran  muy  comunes,  el  sacrificio  de  la  misa,  las  visitas  diocesanas,  los 
funerales  de  los  obispos^,  la  ociosidad  de  los  ermiíaños  y  la  permanencia  de 
los  prelados  en  la  corte  son  los  asuntos  de  los  seis  decretos  que  se  publica- 
ron. 

IX.  Bajo  el  reinado  de  Recesvinto,  año  de  653,  se  tuvo  en  Toledo  el  conci- 
lio nacional  nono,  que  fué  el  primero  en  que  los  obispos  dieron  lugar  á  otras  fir- 
mas de  personas  eclesiásticas  y  seculares.  El  rey  presentó  á  los  Padres  una  me- 
moria, en  que,  después  de  haber  hecho  la  profesión  de  la  fe,  les  suplicó  tres  co- 
sas: la  primera,  que  moderasen  el  juramento  hecho  por  la  nación  de  no  perdonar 
jamás  á  los  rebeldes:  la  segunda,  que  ordenasen  con  entera  libertad  cuanto  les  pa- 
reciese conveniente  para  el  bien  de  la  Iglesia  y  del  Estado;  y  la  tercera,  que  pues- 
to que  en  España  ,  por  la  misericordia  de  Dios,  no  quedaban  otros  enemigos  de- 
la  religión  sino  los  Judíos,  les  pusiesen  freno  y  procurasen  desarraigar  sus  erro- 
res. En  cumplimiento  de  tan  piadosas  súplicas,  publicó  el  concilio  doce  cánones, 
en  que  se  absolvió  á  la  nación  del  juramento  que  habia  hecho  contra  los  rebel- 
des y  desertores;  se  renovaron  bajo  pena  de  excomunión,  los  decretos  hechos  por 
Sisenando  conlra  los  Judíos,  y  se  dieron  disposiciones  muy  sabias  en  varios  asun- 
tos de  disciplina,  principalmente  en  orden  al  celibato  y  honestidad  de  los  eclesiás- 
ticos. Firmaron  cincuenta  y  dos  obispos  presentes  y  otros  diez  ausentes ,  diez 
abades ,  el  arcipreste  y  el  primicerio  de  la  catedral ,  y  diez  y  seis  condes  de 
palacio. 

X.  El  mismo  Recesvinto  convocó  otro  concilio  en  Toledo  en  el  año  de  655, 
firmado  por  diez  y  siete  obispos,  seis  abades,  dos  dignidades  y  cuatro  condes. 
Se  formaron  en  él  diez  y  siete  decretos,  cuyos  asuntos  principales  son  la  honesti- 
dad del  clero,  y  los  bienes  y  libertos  de  la  Iglesia. 

«d© Toledo  XI.  El  concilio  que  llaman  Toledano  X  corresponde  en  mi  cuenta  al  on- 
ceno nacional ,  celebrado  en  el  año  656  bajo  el  reinado  del  mismo  Recesvinto , 
con  asistencia  de  veinte  y  cinco  obispos.  Se  hicieron  en  él  siete  cánones,  concer- 
nientes á  disciplina  eclesiástica  en  materia  de  fiestas,  clérigos,  monges,  viudas 
y  Judíos.  Acabadas  las  decisiones  canónicas,  se  trataron  dos  causas,  la  del  obis- 


655. 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  543 

po  Potamio ,  que  en  pena  de  su  flaqueza  se  habia  retirado  espontáneamente 
a  un  monasterio,  y  la  del  testamento  de  Recimiro,  obispo  de  Dumio,  que  habia 
dejado  mas  mandas  de  las  que  podia. 

XII.  El  doceno  concilio  nacional,  que  es  el  que  lleva  el  título  de  Toledano  <aAñoT68i?° 
XII ,  se  tuvo  por  orden  del  rey  Ervigio  en  el  año  de  681,  con  asistencia  de  trein- 
ta y  ocho  obispos ,  cuatro  abades  y  quince  señores  de  palacio  ,  á  quienes  el  rey 
presentó  una  memoria,  suplicándoles  que  examinasen  su  elección  y  la  deposi- 
ción de  Wamba,  para  quitar  todo  motivo  de  discordias  y  tumultos.  Se  entabló  lue- 
go esla  causa  como  muy  importante,  y  leidos  los  papeles  y  testimonios,  se  decla- 
ró de  común  acuerdo  que  Wamba,  en  peligro  próximo  de  muerte,  habia  recibido  el 

hábito  de  religión  y  la  venerable  señal  de  la  tonsura  sagrada,  y  con  finna  de  su 
mano  habia  nombrado  por  sucesor  á  Ervigio,  y  rogado  á  Julián,  obispo  de  Tole- 
do, que  lo  consagrase;  y  por  consiguiente  que  estaba  bien  depuesto,  y  que  la  na- 
ción quedaba  libre  del  juramento  de  fidelidad  que  le  habia  dado,  y  debia  reconocer 
por  su  verdadero  señor  al  nuevo  rey.  Dada  esta  sentencia,  se  pasó  á  tratar  de  ma- 
terias eclesiásticas,  de  la  penitencia  en  la  muerte,  de  las  excomuniones ,  del  nú- 
mero de  obispados,  de  la  elección  de  los  obispos,  del  sacrificio  de  la  misa  y  de 
otros  objetos  de  disciplina,  con  que  se  llenaron  en  todo  trece  artículos. 

XIII.  El  mismo  Ervigio,  con  el  fin  de  anular  varias  leyes  de  Wamba,  y  de  13^T683dc 
obtener  el  perdón  para  los  que  se  rebelaron  en  tiempo  de  este  rey,  convocó  en 

Toledo  en  el  año  de  683  otro  concilio  nacional  el  mas  numeroso  de  todos,  pues 
firmaron  en  él  setenta  y  cinco  obispos,  cinco  abades,  tres  dignidades,  y  veinte  y 
seis  grandes.  Sus  capítulos  son  trece,  y  en  ellos  se  mandó,  en  primer  lugar,  todo 
lo  que  pidió  el  rey  á  favor  de  su  familia  ;  después  se  hicieron  varios  decretos 
canónicos ,  que  tienen  por  objeto  las  fiestas ,  el  culto  de  las  iglesias ,  la  peniten- 
cia en  la  muerte,  la  residencia  de  los  eclesiásticos  ,  y  los  derechos  de  los  metro- 
politanos. 

XIV.  La  aprobación  del  concilio  ecuménico  VI ,  solicitada  por  el  papa  san  14AñoTb984d' 
León  II,  dio  motivo  al  concilio  nacional  decimocuarto,  que  para  mayor  brevedad 

se  celebró  de  un  modo  desacostumbrado,  pues  se  tuvieron  cinco  concilios  provin- 
ciales en  Sevilla,  Mérida,  Braga,  Tarragona  y  Narbona,  y  luego  con  los  diputa- 
dos de  ellos  se  juntaron  todos  los  votos  en  Toledo  en  el  año  de  684 ,  reinando  to- 
davía Ervigio.  Los  doce  capítulos  del  concilio  no  tienen  otro  asunto  sino  el  que 
tengo  dicho.  Firmaron  en  él  el  obispo  de  Toledo  con  todos  sus  sufragáneos  y  lue- 
go los  diputados  de  las  provincias ,  que  eran  ocho ,  dos  de  Tarragona ,  dos  de 
Narbona,  dos  de  Braga,  uno  de  Mérida  y  otro  de  Sevilla. 

XV.  Como  se  siguieron  después  cuestiones,  entre  el  obispo  san  Julián  y  ^^ño T68ld 
el  papa  san  Benito  II,  se  celebró  en  Toledo  otro  concilio  nacional  en  688,  con 

la  asistencia  de  sesenta  y  seis  obispos,  ocho  abades,  tres  dignidades  de  la  cate- 
dral y  diez  y  siete  condes.  Se  emplean  en  él  diez  y  ocho  capítulos  enteros,  desde 
el  nono  hasta  el  veinte  y  siete,  en  formar  la  apología  de  san  Julián  y  de  la  igle- 
sia de  España,  contra  las  censuras  de  Roma.  Los  ocho  primeros  capítulos ,  y  los 
ocho  últimos,  fuera  de  la  profesión  de  fe  acostumbrada,  no  tienen  otro  objeto, 
sino  el  de  asegurar  en  el  trono  al  rey  Egica,  y  absolverle  de  los  juramentos  que 
habia  hecho  á  favor  de  los  hijos  del  antecesor. 

XVI.  En  el  año  de  691,  por  orden  del  mismo  rey  Egica,  se  tuvo  en  Zara-   Zaragoza. 

Año  69), 


¡)íí  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

goza  un  concilio,  que  aunque  defectuoso  y  sin  firmas,  se  conoce  claramente  ha- 
ber sido  nacional  por  haberlo  convocado  el  rey,  por  el  formulario  de  las  gracias 
que  se  dan  á  su  magestad,  por  la  libertad  con  que  se  reforma  y  mejora  un  de- 
creto del  concilio  nacional  décimo  tercero,  y  por  la  generalidad  con  que  se  pro- 
hibe á  todos  los  obispos  de  cualquiera  provincia  el  consagrar  iglesias  ó  prela- 
dos fuera  de  los  dias  de  domingo.  Después  de  este  decreto,  que  es  el  primero,  se 
siguen  otros  cuatro.  En  ellos  se  manda  que  los  sufragáneos  no  señalen  el  dia  de 
la  Pascua  sin  consultar  y  oir  al  metropolitano :  que  los  curas  abades  no  den  alo- 
jamiento á  seculares  dentro  del  monasterio:  que  aunque  el  obispo  puede  quitar  la 
libertad  á  los  ahorrados  de  la  Iglesia,  que  no  reconocen  su  Patrona,  no  debe  ha- 
cerlo, sino  después  de  haberlos  avisado  y  amonestado ,  y  que  las  viudas  de  los 
reyes,  para  mayor  seguridad  y  decencia,  tomen  el  hábito  religioso  en  algún  mo- 
nasterio de  vírgenes. 

i6« de  Toledo  XVII.  Sesenta  y  dos  obispos,  cinco  abades,  y  diez  y  seis  condes  asistieron 
en  Toledo,  por  disposición  del  rey  Egica,  al  concilio  nacional  décimo  séptimo  del 
año  de  693.  Es  memorable  la  profesión  de  fe  que  se  hizo  en  este  concilio,  por  la 
mucha  doctrina  con  que  se  explica  en  ella  el  misterio  de  la  Santísima  Trinidad. 
Síguense  varias  leyes  muy  prudentes;  unas  contra  los  Hebreos  idólatras,  sodo- 
mitas, suicidas  y  rebeldes;  y  otros  sobre  el  sacrificio  de  la  misa,  oraciones  pú- 
blicas, bienes  eclesiásticos  y  convocaciones  de  concilios.  En  el  capítulo  trece,  que 
es  el  último,  aprueba  el  rey  todos  los  decretos  sinodales,  y  manda  que  los  obispos 
de  la  Narbonense,  ya  que  no  habian  asistido  al  congreso  por  la  peste,  los  acepten 
y  firmen  en  sínodo  provincial. 

170  de  Toledo  XVIII.  El  concilio  nacional  décimo  octavo,  cuyo  número  de  obispos  no  se 
sabe,  se  tuvo  por  orden  del  mismo  Egica  en  la  ciudad  de  Toledo,  año  de  694.  Sus 
cánones  son  ocho,  y  sus  objetos  el  bautismo,  el  lavatorio  del  Jueves  Sanio,  el 
aseo  de  las  iglesias,  la  misa  de  difuntos,  la  institución  de  ayunos  extraordinarios 
y  la  seguridad  del  rey  y  de  su  muger  y  familia. 

is°  de  Toledo  XIX.  Del  último  concilio  nacional ,  que  es  el  que  llaman  Toledano  XVIII, 
incierta,  convocado  por  Witiza  en  el  año  de  701 ,  no  nos  queda  sino  el  título.  Sobre  la 
falta  de  sus  cánones  discurren  los  modernos  de  dos  maneras,  pero  todos  cargando 
la  mano  injustamente  sobre  el  rey  godo.  Unos  dicen  que  no  se  han  conservado 
porque  eran  contrarios  á  la  religión  y  piedad,  en  virtud  del  influjo  del  príncipe, 
que  habia  torcido  á  los  obispos.  Oíros  sospechan  con  Baronio,  que  los  cánones 
eran  buenos,  y  que  por  esto  el  malvado  rey  cuando  se  pervirtió,  los  hizo  rasgar  ó 
borrar.  Isidoro  Pacense,  que  merece  mas  fe  que  todos  los  modernos  juntos,  ase- 
gura que  Witiza  reinó  quince  años  clementísimamente  (desde  el  de  696  hasta  el 
de  711)  2/  que  en  este  tiempo  floreció  por  gravedad  y  prudencia  Félix,  obispo  de 
Toledo,  que  celebró  en  la  corte  muy  buenos  concilios ,  aun  cuando  reinaban  juntos 
Witiza  y  Egica  (desde  696  hasta  701  j.  De  estas  palabras  se  coligen  tres  cosas:  lo 
primero,  que  Witiza  no  fué  rey  malo,  como  pretenden  los  escritores  modernos;  y 
por  consiguiente,  ni  mandó  hacer  malos  cánones,  ni  deshizo  los  buenos;  lo  segun- 
do, que  bajo  su  reinado  se  celebraron  muy  buenos  concilios,  y  en  consecuencia  es 
temeridad  y  calumnia,  el  suponer  impiedad  ó  falta  de  religión  en  el  Toledano 
XVIII:  lo  tercero  que  se  han  perdido  lodos  los  buenos  concilios  de  que  habla  Isi- 
doro Pacense,  y   se  habrán  perdido  asimismo  otros  muchos  mas  antiguos;  y  así 


APÉNDICE   AL  TOMO  II.  545 

no  hay  para  que  formar  tantas  sospechas  por  la  falta  de  los  cánones  de  que  se  tra- 
ta. Pero  sin  embargo ,  en  caso  que  quisiéramos  discurrir  ,  mas  bien  debiera 
atribuirse  la  pérdida  á  la  facción  de  Rodrigo,  porque  habiéndose  celebrado  el 
concilio,  cuando  Witiza  por  muerte  de  su  padre  quedó  solo  en  el  reino,  es  natu- 
ral que  se  formasen  decretos  (como  se  acostumbraba)  para  asegurarle  el  trono,  y 
estos  seguramente  no  podían  merecer  la  aprobación  del  partido  contrario  ,  que 
coronó  después  á  Rodrigo,  viviendo  todavía  el  antecesor. 


§  2.' 


CONCILIOS  PROVINCIALES. 


Los  concilios  provinciales  cuyas  actas  se  han  conservado,  son  solos  veinte 
y  uno:  uno  de  Lusitania,  cuatro  de  Galicia,  cuatro  de  la  Cartaginense ,  ocho  de 
la  Tarraconense ,  dos  de  la  Bélica  y  otros  dos  de  la  Narbonense. 

El  de  la  provincia  Lusitana  se  tuvo  en  Mérida  en  el  año  666 , l  bajo  el  rei- 
nado de  Recesvinto,  presentes  doce  obispos,  el  metropolitano  y  once  sufragáneos. 
En  los  veinte  y  tres  capítulos  que  tiene,  se  trata  de  varios  asuntos  de  disciplina 
eclesiástica:  los  principales  son  la  castidad  de  los  ministros  del  altar,  la  forma 
y  tiempo  délos  concilios,  los  derechos  del  metropolitano  y  del  sufragáneo,  los 
límites  de  los  obispados  y  parroquias,  las  visitas  diocesanas,  la  distribución  de  los 
beneficios  y  bienes  de  la  Iglesia ,  y  la  administración  de  los  sacramentos  sin 
simonía. 

De  los  concilios  provinciales  de  Galicia  no  nos  quedan  sino  cuatro ,  tres 
del  siglo  vi ,  y  uno  del  vn ;  pues  otro  que  se  cita  mas  antiguo  con  la  fecha  de 
Braga  del  año  de  411 ,  parece  ser  apócrifo  por  varios  títulos ,  y  no  tiene  mas 
autoridad  que  la  del  padre  D.  Bernardo  de  Brito.  En  el  tomo  tercero  de  la  Real 
Academia  Portuguesa  hay  dos  disertaciones ,  una  en  defensa  de  dicho  concilio, 
compuesta  por  D.  Francisco  Leitam  Ferreira,  y  otra  de  D.  Manuel  Pereira  de 
Silvaleal,  que  prueba  ser  fabuloso. 

I.  El  primer  concilio  provincial  de  Galicia  es  el  que  se  celebró  en  Braga 
con  asistencia  de  ocho  obispos  en  el  año  de  561,  inmediato  al  de  la  conversión 
del  rey  Miro  ó  Mirón.  Se  leyó  al  principio  con  general  aprobación  la  Regla  de  fe 
católica,  reproducida  por  todos  los  obispos  de  la  nación  española  contra  la 
heregía  de  los  Priscilianistas  en  el  año  de  447 ;  y  luego ,  para  mayor  con- 
firmación y  claridad,  se  formaron  diez  y  siete  cánones  contra  los  principales 
errores  de  dichos  hereges.  Ea  segundo  lugar,  se  leyeron  las  definiciones  canó- 
nicas de  los  concilios  generales,  y  de  algunos  otros  particulares ,  y  después  de 
ellos  la  carta  que  habia  escrito  veinte  y  tres  años  aníes  el  papa  Vigilio  á  Profu- 
turo, obispo  de  Braga.  Por  fin  se  formaron  veinte  y  dos  cánones  para  corregir 
la  relajación  de  las  personas  sagradas,  restablecer  la  uniformidad  de  la  litur- 
gia, distinguir  los  grados  y  jurisdicciones  del  clero,  repartir  con  equidad  los 

69 


TOMO  II. 


546  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

bienes  de  la  Iglesia ,  y  reformar  en  todas  las  demás  cosas  la  disciplina  ecle- 
siástica. 
^e  QLugo.  ji    Aunque  no  es  genuina  ó  antigua  la  relación  que  corre  de  un  con- 

cilio de  Lugo  del  año  de  569 ,  no  puede  sin  embargo  negarse  que  por  ese 
tiempo,  con  poca  diferencia,  se  tuvo  en  Galicia  un  concilio  provincial  en  que  se 
dividieron  los  estados  de  los  reyes  suevos  en  dos  provincias  eclesiásticas, 
sujetando  la  una  á  la  iglesia  de  Braga  y  la  otra  á  la  de  Lugo. 

2-\ ?e BS^a-         III.     Del  tercer  concilio  de  Galicia,  llamado  Bracarense  II,  y  celebra- 
Ano   0/*¿.  7    ■» 

do  en  el  año  de  572,  con  asistencia  de  seis  obispos  bracarenses,  y  otros  seis 
1  acenses,  nos  quedan  diez  cánones  ó  decretos.  En  ellos  se  trata  de  las  visitas 
diocesanas,  de  la  consagración  de  las  iglesias ,  de  la  administración  de  los  sa- 
cramentos, del  tribunal  de  los  clérigos,  de  la  celebración  de  la  Pascua  y  del 
sacrificio  de  la  misa.  En  su  prefación  se  cita  el  concilio  de  Braga  del  año  561, 
llamándolo  Bracarense  I,  que  es  prueba  de  que  no  se  conocía  el  otro  mas  anti- 
guo, que  suponen  algunos  celebrado  en  411. 

3  aüo  B675Sa"  ^'  ^l  último  concilio  de  la  provincia  de  Galicia  ,  á  que  asistieron  ocho 
obispos,  se  tuvo  en  la  misma  ciudad,  en  el  año  cuarto  de  Wamba,  675  de  la  era 
cristiana.  La  materia  del  sacramento  de  la  Eucaristía,  los  vasos  y  ornamentos 
sagrados,  el,  decoro  y  honestidad  de  los  clérigos,  las  procesiones  del  Sacra- 
mento, la  administración  de  las  órdenes  y  de  los  bienes  la  Iglesia,  forman  el 
objeto  de  sus  nueve  cánones. 
cabtagi-  La  provincia  Cartaginense  cuenta  cuatro  concilios  del  tiempo  de  los  Godos, 

uno  celebrado  en  Valencia  y  los  demás  en  Toledo. 

2'°Adño5j7edo  I-  Su  primer  concilio  provincial  es  el  que  llaman  Toledano  II,  cele- 
brado en  527  por  solos  seis  obispos,  aunque  firmado  después  por  otros  dos  de 
Cataluña,  que  llegaron  á  Toledo  por  aquellos  dias.  No  tiene  sino  cinco  decretos: 
el  primero  sobre  los  niños  ofrecidos  á  la  Iglesia  por  sus  padres,  el  segundo  so- 
bre los  clérigos  que  pasan  de  una  iglesia  á  otra,  el  tercero  acerca  déla  castidad 
de  los  eclesiásticos,  el  cuarto  sobre  los  beneficios,  y  el  último  sobre  los  impedi- 
mentos matrimoniales. 

DeAño154oda  H-     El  segundo  concilio  déla  Cartaginense  se  tuvo  con  asistencia  de  siete 

obispos  en  la  ciudad  de  Valencia,  por  los  años  de  546,  bajo  el  reinado  de  Teu- 
dis,  que  algunos  códigos  llaman  Teodoredo,  y  otros  Teodorico,  por  yerro  de 
los  copistas.  Sus  cánones  son  seis,  y  tratan  de  la  misa,  de  los  obispados  vacan- 
tes, del  entierro  de  los  obispos  y  del  castigo  de  los  clérigos  vagabundos. 

III.  El  tercer  concilio  celebrado  en  Toledo  por  quince  obispos  en  el  año 
de  610,  no  tuvo  otro  objeto  sino  el  de  fijar  en  la  corte  la  única  silla  metropo- 
litana de  la  provincia  Cartaginense,  que  es  lo  mismo  que  mandó  consecutiva- 
mente el  rey  Gundemaro  en  el  decreto  firmado  por  todos  los  obispos  de  España. 
Tampoco  este  se  cuenta  entre  los  Toledanos . 

MAñoT675do'  ^-  El  cuarto  concilio  provincial  de  la  Cartaginense  que  lleva  el  título 
de  Toledano  XI,  se  celebró  reinando  Wamba  en  el  año  de  675,  presentes 
diez  y  nueve  obispos,  seis  abades  y  el  arcedean  de  la  catedral.  Los  asuntos  de 
que  se  trató  en  diez  y  seis  capítulos,  son  la  liturgia,  los  órdenes  sagrados,  el 
tribunal  eclesiástico,  el  sacramento  de  la  Eucaristía,  el  sacrificio  de  la  misa  y 
la  convocación  de  los  concilios  provinciales. 


APÉNDICE   AL  TOMO   II.  547 

De  la  provincia  Tarraconense  nos  quedan  ocho  concilios,  dos  celebrados  en    tabraco- 

r  ^  '  NENSE. 

Barcelona,  y  los  demás  en  Tarragona,  Gerona,  Lérida,  Egara,  Zaragoza  y  Huesca. 

I.  El  de  Tarragona,  que  es  el  mas  antiguo,  lleva  la  fecha  del  año  516.    De„o„"a" 
Los  obispos   que   asistieron  son  diez:   sus  cánones  trece:   sus  asuntos  princi-    aüosig. 
pales  la  honestidad  y  vida  ejemplar  de  los  clérigos,  la  jurisdicción  de  los  metro- 
politanos, la  asistencia  á  los  divinos  oficios,  las  visitas  diocesanas,  la  forma  de 

los  juicios,  la  vida  monástica  y  los  concilios  provinciales. 

II.  El  de  Gerona,  que  es  el  segundo,  se  celebró  con  asistencia  de  siete  obis-  D|¿Jjr¿t°a' 
pos  en  el  año  de  517.  Sus  decretos,   que  son  diez,  tienen  por  objeto  la  liturgia, 

los  ayunos,  el  bautismo  y  la  honestidad  del  clero. 

III.  El  tercer  concilio  provincial  se  tuvo  en  Barcelona  por  los  años  de  540,  i.°de  Baree- 
poco  mas  ó  menos,  presentes  siete  obispos.  Los  títulos  que  nos  quedan  de  sus    Añosio. 
diez  cánones,  tratan  del  oficio  divino  y  de  las  obligaciones  del  eclesiástico,  del 
penitente  y  del  monge. 

IV.  El  concilio  de  Lérida  de  546,  á  que  asistieron  nueve  obispos,  es  el   D2ñoé546.a' 
cuarto  provincial  de  la  Tarraconense.  Se  formaron  en  él  diez  y  seis  decretos  con 

el  mayor  celo  y  prudencia,  así  para  la  regla  de  los  clérigos,  monges  y  demás 
personas  consagradas  á  Dios,  como  también  para  impedir  en  todo  el  pueblo  los 
pecados  mas  dañosos  y  de  mayor  escándalo. 

Y.     Catorce  obispos  asistieron  en  el  año  de  592  al  concilio  quinto  provin-  2°  ál^ra' 
cial,  que  llaman   segundo  de   Zaragoza,  y  en  él  se  mandó  que  las  iglesias  de    Ano  5^- 
los  Arrianos  se  volviesen  á  consagrar,  y  las  reliquias  que  habia  en  ellas  se  pro-  . 
basen  con  fuego. 

YI.     Al  sexto  provincial,  que  se  tuvo  en  Huesca  en  el  año  de  598,  no  se  DA3ñoU69§a' 
sabe  cuantos  obispos  asistieron,  porque  no  tiene  firmas.  Se  encargó  en  él  la  cas- 
tidad á  todos  los  eclesiásticos,  y  se  mandó  á  los  obispos  sufragáneos  que  llama- 
sen cada  año  á  concilio  á  sus  abades ,  presbíteros  y  diáconos. 

VII.  En  el  año  de  599,  tuvieron  en  Barcelona  doce  prelados  de  la  provincia  2.0  de  Barce- 
Tarraconense  el  concilio  séptimo  provincial.  Declararon  que  los  obispos  deben     kñTm. 
distribuir  el  crisma  á  las  parroquias  sin  interés,  que  los  sagrados  órdenes  se 

han  de  dar  á  sus  tiempos  y  con  los  acostumbrados  intervalos,  y  que  los  hombres 
y  mugeres  que  tomen  el  hábito  religioso  ó  de  penitencia,  aunque  estén  en  el  siglo, 
no  puedan  casarse. 

VIII.  El  último  concilio  provincial  de  la  Tarraconense  se  tuvo  en  la  an-   oe  Egara. 

Año   01 4 

tigua  Egara  ,  que  corresponde  á  Tarrasa  de  Cataluña,  en  el  año  de  614  ;  y  de  él 
no  se  sabe  otra  cosa  ,  sino  que  se  renovó  y  confirmó  el  canon  del  concilio  de 
Huesca  acerca  de  la  castidad  de  los  eclesiásticos.  Firman  catorce  obispos ,  y  co- 
mo entre  ellos  hay  algunos  de  otras  provincias ,  se  puede  conjeturar  que  el  me- 
tropolitano de  Tarragona  lo  procurase  para  dar  mayor  autoridad  á  lo  decre- 
tado. 

Los  concilios  que  nos  quedan  de  la  provincia  Bética,  son  dos  solos  ,  uno  y     bética. 
otro  celebrados  en  Sevilla  ,  el  primero  por  san  Leandro  ,  y  el  segundo  por  san 
Isidoro. 

I.     Del  que  se  celebró  en  el  año  de  590  ,  con  asistencia  de  ocho  obispos,  i.'deseviiia. 

;*  r  Ano  590. 

no  tenemos  sino  una  carta  dirigida  a  Pegasio  ,  obispo  de  Ecija,  á  quien  se  noti- 
cian tres  cosas :  la  primera  que  son  inválidas  las  donaciones  que  habia  hecho 


548  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

su  antecesor  Gaudencio ,  de  algunos  esclavos  de  la  Iglesia  ;  la  segunda  que  di- 
chos esclavos  ,  aunque  puestos  en  libertad  por  el  obispo ,  deben  volver  al  servi- 
cio del  templo  :  la  tercera  que  por  determinación  del  concilio  se  dejaba  á  la  dis- 
posición de  los  jueces  seculares  el  castigo  de  las  mugeres  que  conviviesen  con 
eclesiásticos. 

8'°íio  <H5.la'  W.  El  segundo  concilio  Hispalense,  en  que  firmaron  también  ocho  obispos, 
lleva  la  fecha  del  año  619.  Los  principales  asuntos  de  sus  trece  capítulos  son 
los  límites  de  los  obispados  y  parroquias,  la  administración  de  los  órdenes  sagra- 
dos ,  la  jurisdicción  de  los  tribunales  eclesiásticos  ,  los  derechos  propios  del 
obispo ,  los  libertos  ,  los  monges  ,  los  bienes  de  la  Iglesia  y  la  condenación  de 
la  secta  de  los  Acéfalos ,  á  que  dio  motivo  un  sectario  extrangero  ,  que,  conven- 
cido por  nuestros  obispos,  abjuró  la  heregía. 

narbonense  De  la  provincia  Narbonense  quedan  dos  concilios ,  uno  tenido  en  Agde 

en  516  ,  y  otro  en  Narbona  en  589. 
De  Agde.  I.    El  primero  se  celebró  con  expresa  licencia  de  nuestro  rey  Marico,  pre- 

sentes treinta  y  cuatro  obispos  ,  todos  de  Francia.  Los  órdenes  sagrados  ,  la 
castidad  y  vida  ejemplar  de  los  clérigos,  las  fiestas ,  los  ayunos  ,  la  pe- 
nitencia pública,  la  división  entre  monasterios  de  hombres  y  de  mugeres, 
la  subordinación  de  los  monges  al  obispo  ,  la  inmunidad  eclesiástica,  los  bienes 
de  la  Iglesia  y  la  convocación  de  concilios  cada  año,  forman  el  principal  objeto 
de  sus  cánones,  que  son  setenta  y  uno. 

D  Añor589a*  ^n  e^  seSundo  concilio  se  juntaron,  por  orden  de  Recaredo  ,  siete  obis- 

pos de  la  provincia  Narbonense  ,  para  firmar  los  decretos  y  definiciones  del  To- 
ledano III,  á  que  no  habían  asistido.  Hecho  esto,  se  formaron  otros  quince 
cánones ,  dirigidos  la  mayor  partea  corregir  los  abusos  del  clero  de  Francia. 


X. 


Resultado  de  las  excavaciones  practicadas  en  las  Huertas  y  Fuente  de  Guarrazar ,  tér- 
mino de  Guadamur,  provincia  de  Toledo,  donde  fueron  halladas  las  coronas  góticas 
que  hoy  dia  se  encuentran  en  el  Museo  de  antigüedades  de  Cluny. 

(Véase  la  pag.  236.) 
1/ 

Ministerio  de  fomento. — Instrucción  pública. —  Negociado  1.° — Para 
complemento  de  una  información  iudicial  sobre  el  hallazgo  de  antigüedades  en 
el  término  de  la  villa  de  Guadamur  que  por  el  Juzgado  de  primera  instancia  de 
esa  ciudad  se  ha  llevado  á  cabo  en  virtud  de  Real  orden  fecha  25  del  mes  ante- 
rior, la  Reina  (Q.  D.  G. )  ha  tenido  á  bien  mandar  disponga  V.  E.  se  practiquen 
excavaciones  en  el  terreno  y  en  los  sitios  inmediatos ,  donde  dichos  objetos 
parecieron  ,  con  el  fin  de  investigar  si  fué  este  en  lo  antiguo  sagrado  y  eclesiás- 


España  Croda. 


tlane-t  d-0- 


P,Alai^rn^c- 


i.  Corona,  de  Súmulas.  2  Coron¿t  votiva,  del  abad^  Teadosio,  5  Crup?  a/re  oí- 
da por  Luoe-Uux.  í¡,  Tracrrventa  di  otra  coren  a  votiva .  ¿  Piedraj/ra  badit. 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  549 

tico.  Las  excavaciones  deberán  hacerse  á  presencia  de  Y.  E.  ó  de  la  persona  que 
designe  al  objeto ,  de  dos  individuos  de  la  Real  Academia  de  la  Historia ,  de  uno 
de  la  Comisión  de  monumentos  de  esa  provincia  y  de  un  Oficial  auxiliar  del  mi- 
nisterio de  mi  cargo. 

De  Real  orden  la  digo  á  Y.  E.  para  su  inteligencia  y  efectos  consiguientes. 
—  Dios  guarde  á  Y.  E.  muchos  años.—  Madrid  9  de  Abril  de  1859.-—  Corvera. 
— Señor  Gobernador  de  la  provincia  de  Toledo. 


Excelentísimo  Sr . :  Hasta  el  dia  de  hoy  ,  en  que  los  trabajos  de  excava- 
ciones practicadas  en  las  Huertas  y  Fuente  de  Guarrazar  ofrecen  ya  algún  resul- 
tado ,  respecto  de  los  extremos  que  abraza  la  Real  orden  de  9  del  corriente,  no  ha 
juzgado  esta  Comisión  conveniente  poner  en  el  superior  conocimiento  de  Y.  E.  el 
procedimiento  empleado  en  dichos  trabajos. 

Teniendo  en  cuenta  las  líneas  que  ofrecían  los  muros  existentes  al  extremo 
del  Mediodía  de  las  referidas  Huertas  y  Fuente  ,  y  los  frogones  y  sillares  que  se 
descubrían  en  los  lados  de  Oriente  y  Norte ,  acordó  la  Comisión  establecer  las 
principales  zanjas  de  investigación  en  el  terreno  de  propios  ,  contiguo  á  la  fuen- 
te ,  que  prometía  por  todos  los  signos  exteriores  formar  el  cuerpo  de  la  iglesia  ó 
templo  allí  existente  de  antiguo.  Trazadas  tres  líneas  ,  que  partían  del  centro  á 
las  extremidades  superiores  ,  empezóse  allí  la  excavación  con  los  medios  que  el 
ayuntamiento  de  Guadamur  se  sirvió  prestar  á  la  comisión  ,  mientras  esta  obte- 
nía del  señor  Gobernador  de  la  provincia  los  útiles  necesarios  para  dar  mayor 
ensanche  á  los  trabajos.  Cuatro  de  los  ocho  confinados  ,  destinados  á  este  servi- 
cio ,  se  emplearon  desde  luego  en  la  extracción  de  las  piedras  sueltas  ,  que  llena- 
ban la  parte  anteriormente  excavada  en  las  Huertas,  habiendo  creído  la  Comi- 
sión oportuno  estimular  el  celo  de  todos ,  con  los  premios  que  desde  luego  esta- 
bleció en  la  forma  que  juzgó  mas  conveniente. 

Removidas  algunas  piedras  ,  se  halló  en  el  sitio  que  designó  Francisco  Mo- 
rales como  lugar  en  que  existían  las  coronas  históricas  y  demás  objetos  antiguos, 
una  tachuela  de  oro,  igual  en  todo  á  lasque  el  Morales  presentó  á  Y.  E.  el  dia  10, 
y  asimismo  un  fragmento  de  mármol  gris ,  del  llamado  de  san  Pablo  ,  tallado  y 
exornado  de  molduras,  en  forma  circular  ,  lo  cual  fué  causa  de  que  se  redoblara 
el  esmero  y  diligencia  en  la  exploración  comenzada.  La  tachuela  estaba ,  sin  em- 
bargo ,  sobre  una  de  las  piedras  que  cubrían  los  sepulcros  ,  y  esto  hizo  sospe- 
char que  habría  podido  ser  arrojada  de  propósito  y  con  un  fin  determinado.  Al 
extraerse  las  piedras ,  se  sacaron  ya  varios  restos  de  esqueletos  y  entre  ellos  un 
maxilar  superior,  unos  parietales,  un  fémur,  etc. 

La  excavación  se  hacia  entre  tanto  con  actividad  en  el  prado  inmediato  á  la 
fuente  ;  y  dispuestas  las  tareas  en  tal  manera  que  se  fuese  levantando  el  terreno 
por  capas  de  cuatro  á  seis  pulgadas  de  espesor ,  para  no  destruir  objeto  alguno 
y  conservar  intacto  todo  pavimiento  ,  si  existia  ,  bien  pronto  se  dio  en  la  parte 
central  con  la  piedra  viva  ,  que  consistía  en  una  capa  de  granito  descompuesto 
en  gran  parte  por  la  humedad  ,  lo  cual  hizo  que  se  dirigiera  todo  el  cuidado  de 


550  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

la  Comisión  al  extremo  oriental,  en  la  bifurcación  oblicua  que  se  habia  estableci- 
do, por  si  allí  existia  alguna  fábrica  ó  primitiva  cripta. 

Obtenidos  los  útiles  que  se  pidieron  al  señor  Gobernador  ,  se  formó  el  11 
un  lavadero  junto  á  la  fuente  de  Guarrazar  ,  disponiéndose  que  todas  las  arenas 
arrastradas  por  los  aluviones  y  la  tierra  movediza  de  la  primera  excavación  fue- 
sen cuidadosamente  acribadas  y  pasadas  por  el  lavadero,  que  por  tener  agua  cor- 
riente debia  producir  el  mejor  resultado,  á  existir  monedas  ú  otros  objetos  artísti- 
co—históricos  ,  capaces  de  ilustrar  los  descubrimientos  en  el  concepto  que  la 
Real  orden  del  9  previene.  Solo  se  encontraron  un  pequeño  zafiro  de  color  muy 
bajo  y  semejante  á  los  que  presentó  á  V.  E.  el  mencionado  Morales ,  y  dos  frag- 
mentos de  perla  y  de  esmeralda  ,  pertenecientes  sin  duda  á  las  coronas  anterior- 
mente descubiertas. 

Entretanto  se  tiraron  nuevas  líneas  de  excavación  para  descubrir  en  toda  su 
longitud  el  muro  del  Mediodía  :  y  mientras  se  adelantaban  una  y  otra  tarea,  se 
efectuó  un  detenido  reconocimiento  sobre  las  alturas  inmediatas  del  lado  del  Nor- 
te ,  recogiéndose  varios  trozos  de  mármol  blanco  y  de  colores  con  entalles  y  la- 
bores, así  como  otros  fragmentos  de  piedra  de  la  llamada  franca,  con  diversos  or- 
natos. Los  trozos  de  mármol  son  en  concepto  de  la  Comisión,  de  antigüedad  ma- 
yor que  los  fragmentos  referidos  y  mas  importantes  en  consecuencia. 

La  crudeza  del  dia  hizo  levantar  los  trabajos  antes  de  la  hora  prefijada  ,  no 
sin  que  la  Comisión  acordase  los  que  debían  empezarse  al  siguiente  ,  ya  en  las 
Huertas  de  Guarrazar,  propiedad  de  Francisco  Morales. 

La  comunicación  que  va  por  separado  ,  informará  á  V.  E.  de  las  causas 
que  impidieron  á  la  Comisión  el  dia  13  bajar  al  sitio  de  las  excavaciones,  que  di- 
rigidas á  dichas  Huertas  con  la  orden  de  no  pasar  de  la  superficie  de  cualquier 
pavimienlo  que  se  encontrara  ,  y  siempre  procediendo  por  capas  horizontales, 
continuaron  en  todo  aquel  dia.  A  la  tarde  presentó  el  capataz  de  ios  confinados 
un  pequeño  fragmento ,  al  parecer  de  una  estatua  de  mármol ,  único  objeto  ha- 
llado dentro  de  las  indicadas  Huertas. 

A  las  nueve  y  media  de  la  mañana  de  ayer  se  trasladó  la  Comisión  al  sitio 
referido  y  encontró  con  no  poca  satisfacción ,  descubierto  un  pavimiento  de  gran- 
des losas  de  granito  y  otras  formaciones,  el  cual  proseguía  en  el  mismo  sentido 
de  las  sepulturas  excavadas  por  los  primeros  descubridores  y  por  la  Comisión  de 
Monumentos  de  la  provincia.  El  examen  de  este  pavimiento,  que  ofrecía  de  cinco 
á  seis  metros  de  largo  por  cinco  de  ancho,  dando  á  entender  que  habia  sido 
destruido  por  la  parle  del  Norte  en  diversa  época,  hizo  ala  Comisión  modificar  su 
dictamen  en  orden  á  la  posición  del  edificio  allí  existente;  y  en  tanto  que  á  pre- 
sencia del  Alcalde  y  del  Teniente  se  hacia  un  reconocimiento  para  determinar  si 
habia  nuevas  sepulturas,  se  establecían  otras  líneas  de  exploración  en  la  parte 
mas  oriental  de  las  citadas  Huertas,  á  fin  de  descubrir  el  límite  de  aquella  fá- 
brica. E!  reconocimiento  mostró  una  sepultura  regular,  construida  de  mampos- 
lería  y  ladrillo  con  el  espesor  de  33  centímetros,  en  la  cual  se  conservaba  un  es- 
queleto con  el  rostro  al  Oriente  y  los  brazos  lateralmente  colocados :  se  descom- 
puso del  todo  al  sacarlo ,  si  bien  las  húmeros  y  fémures  se  extrajeron  casi  ente- 
ros, disponiendo  la  comisión  recogerlos  cuidadosamente,  á  fin  de  entregarlos  al 
señor  cura  de  Guadamur  para  darles  nueva  sepultura.  La  exploración  ofreció  en 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  551 

breve,  en  lo  que  la  Comisión  juzgó  parle  angular  del  edificio,  un  machón  com- 
puesto de  sillares  y  como  de  metro  y  medio  en  cuadro  y  en  la  línea  oriental  cla- 
ros vestigios  de  cimientos  que  se  unian  á  otro  machón,  del  cual  solo  se  veia  ya 
un  sillar,  aunque  muy  notable,  porque  de  él  parecia  partir  otra  línea  á  cerrar 
en  el  costado  del  Norte  toda  aquella  fábrica.  En  esta  zanja  se  encontró  un  frag- 
mento de  friso  de  piedra  franca,  semejante  á  otro  hallado  en  la  lateral. 

En  tal  estado  quedaron,  Excmo.  Sr.,  los  trabajos  ya  casi  entrada  la  noche: 
la  Comisión  dio  las  órdenes  oportunas  para  que  se  siguieran  en  el  mismo  senti- 
do; y  hoy,  luego  que  haya  despachado  el  correo,  bajará  á  inspeccionar  las  obras, 
procurando  rectificar  todas  las  medidas  y  aun  trazar  con  toda  exactitud  el  plano 
del  edificio.  Terminará  manifestando  á  V.  E.  que  ha  recibido  toda  muestra  de 
respeto  y  consideración  por  parte  del  ayuntamiento  de  Guadamur  (y  particular- 
mente las  está  recibiendo  de  sus  Alcaldes)  é  indicando  al  propio  tiempo  que  no 
se  han  presentado  hasta  ahora  el  individuo  de  la  Comisión  de  Monumentos  de  la 
provincia,  ni  el  delegado  del  señor  Gobernador  de  que  habla  la  Real  orden  del  9. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.  Guadamur  15  de  abril  de  1859. — 
Excmo.  Sr.— José  Amador  de  los  Rios.— Emilio  Lafuente  Alcántara. — Excmo. 
Sr.  Ministro  de  Fomento. 


Excmo.  Sr.:  Como  tuvo  esta  comisión  la  honra  de  poner  en  el  superior 
conocimiento  de  Y.  E.  con  fecha  de  anteayer,  se  han  proseguido  los  trabajos  de 
excavación  en  la  parte  oriental  durante  todo  el  dia  de  ayer  y  de  hoy,  ocupándo- 
se en  rectificar  con  el  mayor  cuidado  todas  las  medidas  de  lo  descubierto  en  los 
dias  anteriores,  y  disponiendo  levantar  las  losas  de  los  sepulcros,  que  formaban 
el  pavimento  en  la  parte  central  de  la  excavación,  por  si  contenia  alguna  de 
ellas  inscripción  ú  otro  vestigio  cuyo  examen  pudiera  ser  conveniente. 

Ningún  indicio  histórico  se  halló  en  dichas  sepulturas,  fuera  del  convenci- 
miento de  que  en  todas  existían  esqueletos  en  la  misma  forma  que  el  extraído 
anteriormente,  y  de  que  no  todas  las  tapas  se  componían  de  tres  piedras,  ha- 
biendo algunas  que  cerraban  del  todo  los  sepulcros  con  una  sola  losa ,  según  se 
muestra  por  el  diseño  adjunto. 

La  excavación  producía  entre  tanto  notables  resultados.  Frente  al  machón 
descubierto  primeramente  se  hallaron  en  breve  otros  sillares  que  describían  mas 
ai  Oriente  el  ángulo  de  una  fábrica,  cerrándola  del  todo;  y  esta  consideración 
produjo  desde  luego  el  convencimiento  de  que  debían  establecerse  dos  líneas  de 
exploración,  dirigidas  una  al  Occidente  y  otra  al  Norte,  á  fin  de  reconocer  lo 
que,  en  concepto  de  la  Comisión,  era  indudablemente  planta  del  edificio.  Tiradas 
las  cuerdas  y  abierta  la  zanja  de  Occidente  en  la  extensión  de  tres  metros ,  apa- 
reció otro  ángulo,  que  desenvuelto  en  su  totalidad,  mostró  con  entera  evidencia 
que  en  aquella  parte  doblaba  el  muro,  tomando  la  dirección  del  Norte. 

En  este  sentido  se  prosiguió  desde  luego  la  excavación,  continuando  por 
uno  y  otro  lado  la  traza  de  dicho  muro,  que  á  la  distancia  de  3,71  ofreció  un 
nuevo  ángulo  con  dirección  á  la  parte  interior  del  edificio.  En  este  ángulo  existia 
aun  el  pavimento  primitivo,  compuesto  de  grandes  losas  de  arcilla  ,  las  cuales 


552  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

no  pudieron  medirse,  pues  que  deshechas  por  la  humedad,  se  descompusieron 
enteramente  al  extraerlas. 

El  reconocimiento  de  esta  nueva  fábrica  movió  á  la  Comisión  á  juzgar  que 
pudiese  existir  en  la  parte  opuesta,  que  es  la  oriental,  algún  pequeño  ábside;  y 
con  el  deseo  de  esclarecer  este  punto,  importantísimo  para  la  investigación  ar- 
queológica ,  se  trazó  convenientemente  el  semicírculo  que  debia  aquel  describir, 
si  en  realidad  existia.  A  la  distancia  de  0,82  descubrióse,  en  efecto,  un  sillar 
de  0,14  por  0,40,  que  se  entraba  en  la  línea  general  con  todo  su  grueso,  y  que 
respondía  exactamente  al  otro  descubierto  y  levantado  en  el  costado  del  Norte, 
al  verificar  los  anteriores  estudios.  La  exploración  del  semicírculo  dio  el  resultado 
de  un  cimiento ,  que  al  parecer  arrancaba  en  el  ángulo  formado  por  el  muro  y  el 
sillar  referido;  pero  no  presentando  con  fijeza  la  línea  que  se  buscaba,  ya  por 
la  excesiva  pendiente  del  terreno,  ya  por  la  misma  naturaleza  de  la  construcción 
en  aquel  sitio,  y  perdiéndose  del  todo  como  á  la  distancia  de  un  metro,  se  de- 
sistió de  aquel  trabajo,  no  sin  haberse  extraído,  fuera  ya  del  trazado  del  semi- 
círculo, uno  de  los  fragmentos  de  mármol  tallado  mas  notables  que  en  toda  la 
excavación  han  aparecido. 

Quedaba,  pues,  en  claro  todo  lo  que  existia  de  la  planta  del  edificio,  te- 
niendo la  comisión  la  poco  grata  seguridad  de  que  nada  mas  podía  descubrirse 
hacia  la  parte  del  Norte,  atendido  el  ya  indicado  desnivel  del  terreno,  descarnado 
á  la  vez  por  las  corrientes  de  las  aguas  y  por  el  laboreo  de  aquellas  tierras  que, 
según  declaración  del  Alcalde  y  vecinos  de  Guadamur,  han  arrojado  con  frecuen- 
cia multitud  de  sillares.  Los  adjuntos  apuntes  informarán  á  V.  E.  con  mayor 
claridad  de  cuanto  va  expuesto,  en  orden  á  este  interesante  punto,  así  como 
también  al  resto  de  las  excavaciones. 

Difícil  es  resolver  ,  con  la  seguridad  que  la  Comisión  deseara,  todas  las 
cuestiones  arqueológico-monumentales  á  que  da  lugar  el  descubrimiento  indica- 
do :  faltan  datos  preciosos  y  de  todo  punto  indispensables  para  proceder  con  el 
debido  acierto,  cuando  lo  existente  de  la  mencionada  planta  es,  como  verá  V.  E., 
una  parte,  y  no  la  mayor  de  la  que  debia  ofrecer  todo  el  edificio.  Teniendo,  sin 
embargo,  presente  cuanto  enseña  el  examen  de  los  monumentos  religiosos  de 
aquella  edad;  atendiendo  á  la  orientación  de  todo  lo  descubierto,  y  á  la  corres- 
pondencia  que  guarda  con  la  situación  de  los  sepulcros;  considerando,  por  úl- 
timo, el  estado  en  que  aparecen  los  esqueletos  que  se  han  extraído,  no  está  muy 
lejos  la  Comisión  de  creer  que  tuvo  el  templo  de  que  se  trata,  el  ábside  6  cabe- 
za (testudo)  en  la  parte  oriental  ,  y  la  imafronte  6  los  pies  en  la  de  Occi- 
dente. 

Sea  como  quiera,  parécete  oportuno  llamar  la  atención  de  V.  E.  muy  par- 
ticularmente respecto  de  los  numerosos  fragmentos  encontrados  en  las  distintas 
líneas  de  excavación ,  y  en  especial  en  las  que  se  refieren  al  mencionado  edificio. 
Todos  prueban  de  un  modo  incuestionable  que  el  templo  allí  construido  en  lo  an- 
tiguo, aunque  reducido  en  las  proporciones,  lo  cual  es  una  de  las  mas  inequívo- 
cas señales  de  su  antigüedad,  se  hallaba  en  extremo  enriquecido  por  el  arle,  y 
encerraba  diversas  construcciones  de  variados  mármoles  y  piedras:  interés  que 
se  aumenta,  al  examinar  algunos  fragmentos  que  denotan  corresponder  á  objetos 
mas  delicados,  los  cuales  se  componían  de  fino  mármol  de  Carrara.  De  esta  cía- 


APÉNDICE  AL  TOMO  II.  553 

se  es  el  pequeño  trozo  que  el  Juez  de  Toledo,  D.  Fernando  de  la  Cuadra,  acom- 
pañó á  la  información  judicial. 

El  estudio  de  los  objetos  referidos  será  indudablemente  de  no  escaso  pro- 
vecho y  luz  para  los  arqueólogos ,  porque  ha  de  contribuir  con  mucha  eficacia  á 
ilustrar  una  de  las  épocas  menos  conocidas  en  la  historia  de  las  artes  españolas. 

Digno  es  en  verdad  de  repararse,  como  indicó  ya  la  Comisión  en  el  parte 
elevado  á  Y.  E.  con  fecha  del  15,  que  entre  los  fragmentos  de  frisos  y  capiteles 
de  mármol  y  los  de  piedra  franca  se  advierte  alguna  diferencia  respecto  de  su 
antigüedad  y  del  estado  recíproco  del  arte  arquitectónico.  Puede  tal  vez  prove- 
nir esía  diferencia  de  la  distinta  naturaleza  de  los  materiales  ,  si  bien  trasciende 
algún  tanto  á  la  composición,  lo  cual  revela  ya  diversos  autores ;  mas  á  pesar 
de  dicha  desemejanza  se  atreve  á  consignar  la  Comisión,  sin  temor  de  ser  des- 
mentida, que  unos  y  otros  fragmentos  corresponden  á  la  edad  visigoda,  dándo- 
nos á  conocer  el  comercio  que  sustuvo  España  durante  aquella  dominación  con 
el  Imperio  bizantino,  que  señoreó  las  mas  billas  provincias  de  la  Península  en 
las  cosías  orientales  y  meridionales  hasta  los  reinados  de  Sisebuto  y  de  Suin- 
tila.  La  comisión  no  vacila  en  afirmar  que  el  examen  de  estos  preciosos  frag- 
mentos, que  se  hermanan  grandemente  con  los  que  de  igual  época  existen  en 
Toledo ,  ha  de  contribuir  á  labrar  en  el  ánimo  de  los  arqueólogos  el  convenci- 
miento de  que  antes  de  la  invasión  sarracena  se  habia  insinuado  en  el  suelo  es- 
español  la  influencia  de  las  artes  bizantinas,  refrescando  en  cierto  sentido  la  tra- 
dición romana,  como  sucede  también  respecto  de  las  letras. 

Los  objetos  á  que  la  comisión  se  refiere  ,  son  : 

1.'  Un  gran  fragmento  de  jamba  de  puerta ,  de  mármol  blanco,  bien  con- 
servado. 

2.°    Otro  id.  de  mármol  gris ,  del  llamado  de  san  Pablo. 

3.°     Otro  id.  de  un  arco  de  pequeñas  dimensiones ,  del  mismo  mármol. 

í.°    Un  trozo  de  losa  ,  del  mismo  mármol. 

5.°    Un  gran  fragmento  de  friso  ,  de  piedra  franca. 

6.°    Otro  id.  id.  mas  pequeño. 

7.°    Otro  id.  id. 

8.°    Otro  id.  id. 

9.°    Otro  id.  como  de  un  capitel. 

10.  Otro  id.  de  un  capitel. 

11.  Otro  id.  de  un  friso  doble  ,  partido  por  un  baquetón. 

12.  Otro  id.  de  un  capitel. 

13.  Otro  id.  id. 

14.  Otro  id.  de  ornato  sobrepuesto  ,  de  mármol. 

15.  Otro  fragmento  de  friso. 

16.  Un  trozo  de  losa  de  mármol  (al  parecer  de  Macael). 

17.  Una  teja  de  arcilla  cocida ,  algo  fracturada. 

18.  Un  trozo  de  mortero. 

A  estos  objetos  debe  añadir  la  Comisión  una  pesa  de  arcilla  cocida  ,  que  es 
de  suma  importancia  como  objeto  arqueológico,  y  un  fémur  del  esqueleto  extraí- 
do de  su  orden  para  confirmar  la  existencia  del  cementerio.  En  poder  del  Sr. 
Guerra  ,  individuo  de  esta  Comisión  ,  existen  asimismo  dos  fragmentos  de  capi- 

TOMOH.  ^ 


554  HISTORIA  GENEilAL  DE  ESPAÑA. 

teles  de  mármol ,  hallados  sobre  el  terreno  en  el  primer  reconocimiento  que  el 
dia  10  se  hizo  ,  al  cual  se  sirvió  asistir  V.  E. 

Descubierta  la  planta  del  edificio  ,  recogidos  los  objetos  artístico-arqueoló- 
gicos  ya  indicados,  no  quiso  la  Comisión  dejar  de  adquirir  la  certeza  de  la  exten- 
sión total  del  cementerio  ,  que  se  mostraba  en  cierto  modo  independiente  de  su 
capilla  ó  iglesia,  y  para  lograrlo  dispuso  dos  líneas  de  exploración  á  uno  y  otro 
lado  de  la  linde  de  las  tierras  de  propios  y  las  Huertas  de  Guarrazar.  El  cemen- 
terio se  prolongaba  en  efecto  hasta  el  muro  que  parece  describir  la  linde  ;  pero 
sin  pasar  al  prado  contiguo  ,  donde  por  varias  partes  se  habia  tropezado  con 
la  piedra  viva. 

Quedaba  solo  determinar  la  extensión  del  muro  que  formaba  el  recinto  de 
dicho  cementerio  ,  y  que  ,  terminado  este  ,  servia  en  concepto  de  la  Comisión, 
para  coniener  el  terreno,  defendiéndolo  de  las  inundaciones.  A  este  punto  se  diri- 
gió, pues,  ia  excavación,  encontrándose  á  los  32  metros  de  longitud  otro  muro 
que  partía  de  Mediodía  á  Norte  ,  poniendo  fin  á  toda  aquella  construcción  de 
opus  incertum  ,  que  es  ,  en  sentir  de  la  Comisión  ,  posíerior  á  la  del  templo.  El 
declive  no  consintió  tampoco  en  este  lado  seguir  excavando  ,  perdiéndose  muy 
luego  la  fábrica  descubierta. 

La  Comisión  acordó  ,  finalmente  ,  hacer  nuevos  reconocimientos  á  uno  y 
otro  lado  de  la  Fuente  y  Huertas  de  Guarrazar.  En  las  alturas  de  la  derecha 
mandó  levantar  un  sillar  grande  ,  que  parecía  haber  contenido  una  cruz,  clava- 
da en  una  caja  cuadrangular  que  la  perforaba  en  ei  centro;  pero  ningún  cimien- 
to se  halló  alrededor  ,  ni  en  todo  el  cerro.  Lo  mismo  sucedió  en  el  de  la  izquier- 
da ,  en  dirección  al  castillo  denominado  de  Cervatos  ;  dándose  ,  en  consecuen- 
cia ,  por  terminada  la  exploración ,  á  que  asistieron  los  confinados  armados  de 
azadas  y  barrones ,  para  atender  á  lo  que  fuera  necesario. 

Tal  es,  Excmo.  Sr.,  el  resultado  que  hasta  ahora  van  ofreciendo  las  excava- 
ciones que  la  Real  orden  del  9  del  actual  encomendó  á  la  Comisión  que  informa. 
De  ellas,  y  de  las  frecuentes  investigaciones  hechas  sobre  el  área  del  templo  y 
cementerio  ,  ha  sacado  el  firme  convencimiento  de  que  el  depósito  de  los  obje- 
tos artísticos  y  coronas  de  oro  y  pedrería  ,  llevadas  al  extrangero  ,  existió  real 
y  positivamente  en  el  ángulo  Sudoeste  del  cementerio  ,  donde  la  Comisión  pro- 
vincial de  Monumentos  halló  ,  en  27  de  febrero  próximo  pasado  ,  dos  cajas  de 
fábrica,  de  que  todavía  encontró  notables  vestigios  (de  la  mas  importante)  la  in- 
vestigadora de  la  Real  Academia  de  la  Historia  en  su  primera  visita.  Muy  deno- 
tar es  sin  duda  ,  que  ,  aun  vedadas  las  excavaciones  de  Real  orden  y  custo- 
diado aquel  sitio  por  la  Guardia  civil ,  se  ha  puesto  tal  empeño  en  la  destruc- 
ción de  dichas  cajas,  que  solo  á  larga  distancia  se  encuentran  ya  algunos  peque- 
ños fragmentos  de  la  argamasa  que  las  componía  ,  cuyo  espesor  era  de  0,13.  La 
Comisión  debe  añadir  que  lodos  los  transeúntes  y  vecinos  de  Guadamur ,  que  se 
han  acercado  á  los  trabajos,  designaban  unánimemente  aquel  sitio  como  depósi- 
to de  lo  que  ellos  denominan  Tesoro. 

No  terminará  este  informe  sin  poner  en  conocimiento  de  V.  E.  que  no  se  ha 
presentado  á  esta  Comisión  el  individuo  de  Ja  provincial  de  Monumentos,  de  que 
habla  la  Real  orden  del  9,  á  pesar  de  haber  pasado  á  su  Presidente  oficio  con 
este  propósito.  Todo  el  dia  de  ayer  ha  esperado  la  Comisión  en  vano  su  llegada. 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  555 

En  vista  de  todo  ,  y  no  contando  con  útiles  é  instrumentos  necesarios  para 
trazar  las  curvas  de  nivel ,  que  determinen  con  exactitud  el  excesivo  declive  del 
terreno  en  que  existió  el  edificio  de  que  va  hecho  mérito  ,  cree  muy  conveniente 
que  se  sirva  V.  E.  nombrar  uno  de  los  profesores  de  la  Escuela  especial  de  Ar- 
quitectura ,  á  fin  de  que  pasando  á  las  Huertas  y  Fuente  de  Guarrazar ,  practi- 
que dicha  operación  con  el  mayor  esmero ,  y  reconocida  la  planta  del  expresado 
edificio,  exponga  su  dictamen  respecto  de  su  orientación  ,  uso  y  demás  puntos 
ya  indicados,  para  lo  cual  no  ha  querido  la  Comisión  que  se  profundicen  en  cier- 
tos punios  las  zanjas  exploratorias ,  reservándose,  luego  que  por  dicho  profesor 
se  fijen  los  referidos  datos  ,  y  con  acuerdo  del  mismo ,  ampliar  la  excavación 
en  la  parte  mas  oriental  del  muro  del  Mediodía,  donde  hay  indicios  de  que  pro- 
sigue la  fábrica. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.  Guadamur  17  de  abril  de  1859.-— Ex- 
celentísimo Sr.  —  José  Amador  de  los  Rios.  —Emilio  Lafuente  Alcántara. 

4.9 

Excmo.  Sr.:  En  cumplimiento  de  la  orden  verbal  de  V.  E.,  relativa  á  cuan- 
to esta  Comisión  tuvo  la  honra  de  proponer  en  17  del  corriente  ,  pasó  de  nuevo 
á  Toledo  ,  acompañada  del  profesor  de  la  Escuela  de  Arquitectura  ,  D.  Jeróni- 
mo de  la  Gándara,  del  Académico  de  San  Fernando,  electo  de  la  Historia,  D  Pe- 
dro de  Madrazo  y  del  Oficial  de  ese  Ministerio  ,  D.  Teodoro  Ponte  de  la  Hoz, 
que  invitado  al  efecto  y  llevado  de  su  amor  á  las  artes  ,  se  incorporó  á  la  Comi- 
sión desde  su  salida  de  la  corte  ,  sintiendo  los  que  suscriben  que  no  lo  hiciera 
D.  Aureliano  Fernandez  Guerra  ,  por  impedirlo  sus  ocupaciones  oficiales. 

De  acuerdo  con  el  Gobernador  de  la  provincia  ,  que  según  la  orden  de 
V.  E.,  comunicada  por  el  telégrafo,  tenia  ya  dispuesto  el  carruage  para  Guada- 
mur ,  se  dirigió  la  Comisión  á  esta  villa  á  las  ocho  de  la  mañana  del  25,  no  sin 
que  juzgase  conveniente  pasar  recado  de  atención,  por  si  se  servia  acompañarla, 
al  individuo  de  la  de  Monumentos ,  que  manifestó  el  Goberdador  haber  sido  de- 
sigoado  para  los  fines  de  la  Real  orden  del  9.  A  las  diez  y  media  llegó  la  Comi- 
sión á  las  Huertas  y  fuente  de  Guarrazar ,  y  pocos  minutos  después  se  presenta- 
ron en  el  mismo  sitio  el  Alcalde  y  Teniente  de  Alcalde  de  aquel  pueblo,  con  otros 
miembros  del  Ayuntamiento  y  cuatro  trabajadores,  conforme  al  aviso  oficial  que 
al  propósito  habia  dicha  Autoridad  local  recibido. 

Empezáronse  acto  continuo  los  trabajos  facultativos  encomendados  al  profe- 
sor D.  Jerónimo  de  la  Gándara,  y  trazadas  las  curvas  de  nivel,  así  respecto  de 
la  planta  del  edificio  descubierto  como  del  cementerio  adjunto  ,  procedióse  á  fi- 
jar la  orientación  por  medio  de  la  aguja  magnética,  obteniéndose  casi  absoluta- 
mente el  resultado  que  señaló  ya  la  Comisión  en  sus  anteriores  comunicaciones. 

Determinado  este  punto  ,  de  no  escaso  interés  para  las  disquisiciones  ar- 
queológicas á  que  ha  de  dar  lugar  el  descubrimiento,  confrontáronse  con  el  ma- 
yor esmero  todas  las  medidas ;  y  hechas  nuevas  caías  en  la  parte  del  Norte  y 
del  Oriente  para  reconocer  la  extensión  del  muro  que  aun  se  conserva  en  uno  y 
otro  sentido,  se  halló  plenamente  comprobado  cuanto  esta  Comisión  tuvo  la  hon- 
ra de  observar  respecto  de  este  punto  en  su  oficio  del  17.  En  la  primera  direc- 
ción desapareció  muy  luego  todo  vestigio  de  cimiento ,  efecto  del  excesivo  decli- 


556  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

ve  producido  por  las  lluvias  y  por  el  laboreo  de  las  tierras  :  en  la  segunda  se 
tropezaba  á  menos  de  un  metro  con  la  piedra  viva ,  lo  cual  mostraba  que  no  ha- 
bía podido  proseguirse  por  allí  la  fábrica  ,  objeto  del  reconocimiento. 

Quedaba  por  examinar  el  muro  del  Mediodía ,  en  cuya  parte  central  resul- 
taba un  espacio  de  1,195,  notándose  á  sus  lados  algunos  indicios  de  fábrica  con- 
forme la  Comisión  habia  ya  indicado  á  Y.  E.  Hechas  las  convenientes  acotacio- 
nes por  el  profesor  mencionado  ,  y  conviniendo  este  en  la  necesidad  de  profun- 
dizar la  excavación  en  el  espacio  que  aparecía  como  puerta  „  dispúsose  esta 
operación,  y  llevóse  á  cabo  con  el  mayor  cuidado,  descubriéndose  del  todo  los 
muros  compuestos  de  sillares ,  que  formaban  en  efecto  una  puerta  ó  tránsito, 
prolongándose  hacia  el  fondo  hasta  la  profundidad  de  0,6 

Al  llegar  á  este  punto  empezó  á  manifestarse  una  losa  ó  batiente  de  mármol 
del  llamado  de  san  Pablo,  igual  en  todo  al  que  la  comisión  halló  aplicado  en  otras 
construcciones  y  ornatos  de  que  tiene  ya  conocimiento  V.  E.  Presentaba  esta  lo- 
sa en  sus  extremos  anteriores  dos  cajas  cuadrangulares,  en  las  cuales  pudo  muy 
bien  fijarse  la  reja  de  hierro,  ó  el  cerco  de  madera,  en  que  se  sujetaba  acaso  la 
puerta  ,  que  servia  de  cerramiento  ,  aunque  por  ofrecer  también  dicho  batiente 
próximo  á  los  extremos  laterales  dos  canales  en  ángulo  recto  ,  que  tendrían  tal 
vez  objeto  análogo,  seria  hoy  muy  aventurado  determinar  el  uso  á  que  unas  y 
otras  relativamente  se  destinaron.  De  toda  esta  interesante  construcción  podrá 
Y.  E.  formar  entero  concepto  por  el  detalle,  que  á  la  planta  del  edificio  y  corte 
trasversal  del  terreno  acompaña;  advirtiendo  que  las  dimensiones  del  expresado 
batiente  son  1,195  de  longitud  por  170  milímetros  de  latitud  y  que  difieren  al- 
gún tanto  las  de  las  cajas  y  canales  referidos,  pues  que  las  del  lado  oriental  pre- 
sentan 125 — 20,  60—55  mientras  que  las  del  occidental  suben  á  150 — 40, 
61—55,  no  resultando  tampoco  iguales  los  espacios  que  las  citadas  canales  des- 
criben. 

A  9  centímetros  de  la  superficie  de  esta  batiente  y  en  el  interior  de  la  parte 
ya  conocida  del  edificio,  mostráronse  al  mismo  tiempo  claros  vestigios  del  pavi- 
mento, en  la  forma  que  habian  aparecido  en  el  ángulo  occidental ,  según  la  Co- 
misión hizo  ya  presente  á  V.  E.  La  humedad  habia  causado  en  este  sitio  menor 
estrago;  pero  tenida  en  cuenta  la  experiencia  anterior,  se  procedió  al  examen -de 
las  baldosas  de  arcilla  cocida,  allí  existentes,  con  tal  esmero  que  se  logró  al  ca- 
bo tomar  sus  dimensiones,  las  cuales  se  reducían  á  22  por  38  centímetros  y  5  de 
espesor.  El  pavimento  no  pasaba  de  parte  de  la  tercera  hilada,  continuando  des- 
pués la  tierra  natural  sin  interrupción  hasta  el  fondo  de  la  roca,  que  constituye 
el  cimiento  general  del  edificio. 

Persuadida  hasta  la  evidencia  de  que  el  espacio  resultante  en  el  muro  era 
una  puerta,  ya  por  demostrarlo  así  el  expresado  batiente,  ya  por  indicarlo  con 
toda  claridad  los  paramentos  labrados  de  los  sillares  que  la  formaban,  juzgó  la 
Comisión  muy  conveniente,  de  acuerdo  con  el  profesor  Gándara,  proseguir  en 
aquel  punto  la  excavación  ,  á  lo  cual  la  animaba  no  solo  el  haber  notado  en  la 
misma  dirección  vestigios  de  un  muro  ,  como  va  indicado  arriba,  sino  también 
el  descubrirse,  al  Mediodía  de  la  ya  descrita  losa  de  mármol,  inequívocas  señales 
de  un  pavimento  de  hormigón  romano,  el  cual  excedía  del  ancho  de  la  mencio- 
nada puerta.  En  este  momento,  por  instancia  del  Sr.  D.  Pedro  de  Madrazo  que 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  557 

habia  manifestado  vehementes  deseos  de  reconocer  la  altura  de  la  derecha  de  las 
Huertas  de  Guarrazar,  se  dirigieron  á  la  misma  el  expresado  D.  Pedro,  D.  Teo- 
doro Ponte  de  la  Hoz,  el  Alcalde  y  Teniente  alcalde  de  Guadamur  con  otros  seño- 
res, habiendo  encontrado  en  el  tránsito  el  Sr.  Ponte  el  fragmento  de  voluta  de 
mármol  blanco,  que  es  adjunto. 

Siguióse  entre  tanto  la  exploración  comenzada,  ocupándose  en  semejante 
trabajo  todos  los  hombres  de  que  la  Comisión  podia  disponer;  y  no  sin  fatiga,  pol- 
lo recrecido  del  terreno,  se  consiguió  dejar  libre  un  considerable  espacio,  fiján- 
dose con  exactitud  dos  muros  laterales,  separado  el  oriental  1,07  del  vivo  de  los 
machones  de  la  puerta,  y  distante  el  occidental  0,45  délos  mismos.  Ofre- 
cía el  primero  de  estos  muros  la  longitud  de  2,02,  y  prolongándose  el  segundo 
en  linea  recta  hasta  cuatro  metros,  donde  aparecía ,  en  ángulo,  si  bien  un  tan- 
to removido  ,  un  grueso  sillar ,  que  denotaba  sin  duda  la  terminación  de  dicho 
muro,  pues  que  á  su  lado  vuelve  á  levantarse  la  roca  viva  enteramente  desnuda 
y  lavada  por  un  arroyo  que  tiene  en  ella  su  cauce  natural. 

Era  de  suma  importancia  reconocer  el  pavimento  de  aquella  suerte  de  ca- 
pilla que  se  extendía  de  Oriente  á  Occidente  por  el  espacio  de  2,730,  parecien- 
do á  la  Comisión  poco  todo  el  cuidado  que  al  descombrarla,  se  pusiera.  Creció 
este,  y  fué  ya  grande  la  espectaliva  al  notar  que  el  hormigón  romano  pasaba  de 
muro  á  muro,  manifestándose  en  la  parte  central  y  algo  mas  baja  una  gran  losa, 
que  pareció  primero  de  mármol  de  san  Pablo,  como  la  del  batiente.  Al  cabo  des- 
cubierta en  toda  su  extensión,  así  como  el  pavimento  de  aquella  estancia,  fué  ya 
posible  reconocer  que  era  de  pizarra,  teniendo  1,75  de  longitud  por  0,72  deancho, 
bien  que  en  el  lado  oriental  mostraba  no  pequeña  fractura,  producida  indudable- 
mente por  el  desplome  de  los  muros,  cuyos  sillares  habian  caido  sobre  ella.  En 
el  sitio  que  dejaba  en  descubierto  la  indicada  fractura,  se  advirtió  por  el  intersticio 
de  otras  dos  losas  de  granito  colocadas  en  sentido  inverso,  un  hueco  cuya  profun- 
didad no  era  posible  apreciar  con  la  exactitud  apetecida:  esta  circunstancia,  que 
no  pudo  menos  de  llamar  la  atención  de  todos  los  presentes,  vueltos  en  este  mo- 
mento de  su  excursión  los  Sres.  Ponte,  Madrazo,  etc., dio  motivo  á  varias  hipóte- 
sis sobre  la  eonsiruccion  que  podría  existir  debajo. 

Con  el  convencimiento  de  que  era  un  sepulcro,  acordóla  Comisión  proceder 
á  levantar  la  referida  losa,  empeño  que  hubiera  sido  muy  difícil  sin  el  accidental 
auxilio  de  la  humedad  que  reblandecía  el  hormigón  romano,  bien  que  esta  mis- 
ma humedad  era  contraria  á  la  conservación  de  la  pizarra.  Descarnada  en  todo 
su  espesor  hasta  encontrar  la  tierra  natural,  dispúsose,  pues,  la  extracción  de  la 
losa,  operación  que  no  quiso  la  Comisión  confiar  del  todo  á  los  trabajadores;  y 
mientras,  sacándola  á  fuerza  de  brazos,  tenia  el  disgusto  de  que  se  partiera  pol- 
la parte  fracturada,  lograba  la  satisfacción,  que  se  comunicaba  á  todos  los  cir- 
cunstantes, de  que  se  percibiera  en  ella  una  larga  leyenda  latina  coronada  de 
una  cruz,  que  cerraba  un  círculo  con  varios  ornatos. 

La  Comisión  no  juzga  necesario  manifestar  á  Y.  E.  el  efecto  que  este  descu- 
brimiento produjo.  Su  primer  cuidado  fué  reconocer  aquella  inscripción,  para  lo 
cual  mandó  trasladar  la  lápida  á  la  próxima  fuente  de  Guarrazar,  á  fin  de  lavar- 
la y  facilitar  su  lectura;  pero  no  abandonó  entre  tanto  el  sepulcro.  Cubierto  este 
por  cuatro  losas  de  granito,  como  todas  las  sepulturas  del  próximo  cementerio, 


558  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

contenia  en  efecto  un  esqueleto  sobre  un  lecho  de  cal  y  arena,  guardando  la  mis- 
ma orientación  que  determinaba  su  lápida  funeraria,  y  que  era  en  todo  la  que 
habian  presentado  los  esqueletos  anteriormente  extraídos.  Los  brazos  aparecían 
lateralmente  colocados  y  vueltas  hacia  arriba  las  palmas  de  las  manos. 

Hecho  detenidamente  este  reconocimiento  y  extraídos  los  huesos  de  la  se- 
pultara, que  fueron  encomendados  al  Alcalde,  hasta  la  superior  resolución  de 
V.  E.,  tomáronse  todas  las  medidas  de  aquella,  advirtiéndose  que  sus  muros  eran 
de  manipostería,  y  que  para  formar  el  asiento  de  las  piedras  que  la  cerraban ,  se 
habian  colocado,  en  sentido  inverso,  varias  tejas;  circunstancia  que,  por  hallarse 
estas  en  excelente  estado  de  conservación,  se  aprovechó  para  fijar  sus  dimensio- 
nes, lo  cual  no  habia  podido  antes  lograrse  del  todo. 

Mientras  esta  operación  se  llevaba  á  cabo,  lavada  ya  la  precitada  lápida,  se 
habian  leído  perfectamente  las  últimas  líneas  y  parle  de  las  primeras,  de  las  cua- 
les resultaba  una  serie  de  comprobaciones  históricas,  cuya  importancia  aprecia- 
rán convenientemente  los  arqueólogos. 

En  los  postreros  renglones  se  leia: 

hig  vite  curso  (sw)  anno  finito 

crispinus  prsbt  peccator 

in  Xpi  pace  quiesco.  Era  dcc 

XXXI. 

Segura  la  Comisión  de  la  trascendencia  de  este  descubrimiento,  y  no  sién- 
dole ya  posible  apurarla  lectnra  de  la  lápida,  por  lo  avanzado  de  la  tarde,  remi- 
tió aquel  trabajo  para  su  vuelta  á  esta  capital,  reservándose  consultar  oportuna- 
mente cuantos  datos  y  personas  pudieran  ilustrarla.  Así  lo  hizo  oyendo,  entre 
otros,  á  los  Sres.  D.  Juan  Eugenio  Harlzenbusch  y  D.  Aureliano  Fernandez  Guer- 
ra, conviniendo  con  ellos  en  que  en  el  epigrama  latino  hay  tres  versos  (de  san 
Eugenio  según  unos,  ó  de  su  discípulo  el  rey  Chindasvinlo,  según  otros);  y  en 
que  pudieran  llenarse  las  lagunas  de  la  inscripción  en  esta  ó  parecida  manera: 

quisquís  hunc  tabule 

legeris  titulum  huius 

tinque  locum  réspice  situm 

perquire  picimm  malui  abere 

hic  tumulum  sancjim 

sacer  ipse  minisvYR  ann:s  sexa- 

ginta  pep.egi  témpora 

vite 

futiere  perfunctum  sanctis 

CO'hMENDO  TUENDUM 

Ut  CUm  FLAMMA  VORAX  VE- 

niET  COMBURERE  TÉRRAS 

ce/í'bus  sanctorum  mérito 


APÉNDICE   AL  TOMO   II.  551) 

SOGIATUS  RESURGAM 

HIG  VITE  CURSO  ANNO  FINITO 

CRISP1NUS  PRESB1TER  PEGGATOR 

IN  XRIPST1  PACE  QU1ESGO.  E-ERA  DCC- 

XXXI. 

Los  tres  versos  que  empiezan  con  las  palabras  funere  per/wictum ,  y  termi- 
nan en  sociatus  resurgam,  son  ,  pues  ,  variado  el  género  ,  el  sexto  ,  séptimo  y 
octavo  del  epitafio  de  la  reina  Reciberga  y  dan  no  poca  luz  sobre  la  tradición 
literaria  de  aquellos  dias. 

Permítanos  V.  E.  que  nos  detengamos  un  instante  sobre  varios  puntos ,  en 
nuestro  concepto  muy  importantes  para  la  investigación  que  nos  ha  sido  enco- 
mendada ;  tales  como  la  fecha  de  la  lápida  sepulcral  ,  la  naturaleza  del  sitio  en 
que  exislia  ,  la  calidad  de  la  persona  allí  enterrada  ,  la  edad  en  que  fallece  y  la 
circunstancia  de  haber  acabado  su  vida  en  aquel  lugar  sagrado  ,  obteniendo  a 
su  muerte  sepultura  en  una  de  ías  partes  mas  notables  del  edificio. 

Corresponde  la  fecha  al  año  quinto  del  reinado  de  Egica  :  esto  es  ,  al  693 
de  la  Encarnación  ;  por  manera  que  no  queda  duda  alguna  respecto  de  la  exis- 
tencia anterior  del  edificio  descubierto  allí  por  la  Comisión  ;  y  considerando  que 
su  consíruccion  pudo  preceder  al  fallecimiento  del  presbítero  Crispin  en  un  pe- 
ríodo de  80  á  90  años ,  es  mas  que  probable  que  se  levantara  á  principios  del 
siglo  vn.  Cobran  en  este  caso  no  pequeño  precio  los  fragmentos  de  jambas,  fri- 
sos, capiteles  y  otros  miembros  de  arquitectura  que  tuvo  la  Comisión  la  honra  de 
presentar  á  V.  E.  con  su  informe  del  17,  y  que  ha  diseñado  después  con  grande 
esmero  y  exactitud  el  profesor  D.  Jerónimo  de  la  Gándara.  Como  se  observa  en 
el  expresado  escrito  ,  es  ya  un  hecho  demostrado  que  mucho  antes  de  la  inva- 
sión mahometana  se  cultivaba  en  la  España  Central  el  arte  ,  que  tiene  su  prin- 
cipal desarrollo  en  la  corte  de  Justiniano  y  sus  sucesores,  correspondiendo  y  en- 
lazándose estrechamente  la  historia  de  la  arquitectura  con  la  historia  de  las  le- 
tras ,  y  dando  ,  como  ellas ,  á  conocer  la  gran  transformación  operada  en  el  ter- 
cer Concilio  Toledano. 

Diez  y  ocho  años  antes  de  la  invasión  de  Tarig  subsistía  en  io  que  hoy  lle- 
va el  título  de  Huertas  de  Guarrazar  un  edificio  ricamente  exornado  ,  al  lado 
del  cual  se  hallaba  un  dilatado  cementerio,  de  cuya  disposición  primitiva  podrá 
Y.  E.  formar  cabal  juicio  por  el  plano  y  corte  que  acompañan.  En  la  parle  mas 
principal  y  en  una  capilla,  cerrada  al  parecer  cuidadosamente,  se  hallaba  el  en- 
terramiento de  un  sexagenario  sacerdote  ,  que  había  terminado  allí  el  curso  de 
su  vida.  Ahora  bien  :  tenidos  en  cuenla  estos  preciosos  datos ,  y  atendiendo  al 
sentido  y  al  espíritu  religioso  que  domina  en  la  inscripción  arriba  copiada,  ¿se- 
rá posible  dudar  de  que  el  edificio  descubierto  fué  real  y  verdaderamente  un 
templo  cristiano  ,  y  sobre  cristiano  ,  un  templo  católico  ? 

La  Comisión  se  extendería  de  buen  grado  en  nuevas  reflexiones,  enlazándo- 
las con  el  descubrimiento  fortuito  de  las  coronas  históricas ,  cuya  extracción  de 
la  Península  ha  dado  motivo  á  las  presentes  investigaciones.  Teme  extralimitar- 
se del  encargo  que  recibió  de  V.  E.  y  dar  á  esta  comunicación  excesivo  bulto. 


560  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

Consignará  no  obstante,  porque  lo  juzga  de  no  escaso  interés  en  el  concepto  his- 
tórico ,  que  el  hormigón  del  pavimento  que  rodeaba  y  recibia  la  lápida  funera- 
ria ,  era  del  todo  igual  al  que  halló  en  27  de  febrero  próximo  pasado  la  Comi- 
sión de  Monumentos  de  la  provincia  en  las  dos  fosas  ó  cajas  contiguas  al  terre- 
no concejil ,  ó  sea  en  la  extremidad  S.  O.  del  cementerio.  Circunstancia  es  esta 
no  para  despreciada  ,  cuando  se  trata  de  fijar  el  verdadero  sitio  en  que  se  con- 
servaban las  coronas  y  demás  objetos  artísticos  que  tan  vivamente  han  intere- 
sado á  las  Corporaciones  sabias  y  al  Gobierno  de  S.  M.,  como  prueba  la  Real  or- 
den del  9. 

Juzga  la  Comisión  que  sus  trabajos  han  llenado  completamente  el  objeto  que 
S.M.  se  propuso  al  dictar  la  disposición  referida,  quedando  su  encargo  terminado. 
Los  planos  levantados  por  el  profesor  Gándara,  en  los  cuales  van  señaladas  las 
líneas  de  exploración  y  las  zanjas  de  excavación,  fijándose  al  par  el  declive  del 
terreno,  convencerán  á  V.  E.  de  que  no  se  ha  omitido  medio  alguno  para  deter- 
minar la  existencia  y  forma  de  los  preciosos  restos  de  aquel  santuario  que  pu- 
dieran interesar  al  estudio  arqueológico  y  á  las  ulteriores  miras  del  Gobierno.  El 
hecho  se  ha  demostrado  con  toda  evidencia ;  y  si  pudiera  desearse  por  alguno 
que  se  diese  mayor  amplitud  á  las  excavaciones,  sin  negar  que  seria  posible  ha- 
llar nuevos  fragmentos  de  ornamentación  ú  otros  objetos  análogos  á  los  ya  des- 
cubiertos, la  Comisión  cree  oportuno  indicar,  de  acuerdo  con  el  citado  profesor 
don  Jerónimo  de  la  Gándara,  que  no  darían  mas  importantes  resultados  respec- 
to del  fin  á  que  los  trabajos  verificados  se  referían,  conforme  á  lo  mandado  en 
la  citada  Real  orden  del  9. 

Deber  es  de  la  Comisión  ,  al  poner  término  á  sus  tareas  ,  recomendar  á  la 
consideración  de  V.  E.  el  distinguido  catedrático  de  la  Escuela  Superior  de  Ar- 
quitectura ,  de  que  lleva  hecho  mérito  :  con  ceio  ,  que  iguala  solo  á  su  inteli- 
gencia en  el  noble  arte  que  profesa  ,  se  ha  prestado  graciosamente  á  diseñar 
cuantos  objetos  han  producido  las  excavaciones,  y  á  levantar  los  planos  y  trazar 
los  cortes  del  cementerio  y  santuario  de  Guarrazar ,  abandonando  para  ello  sus 
ocupaciones  habituales.  V.  E.  juzgará  del  modo  como  ha  desempeñado  su  com- 
promiso por  los  dibujos  adjuntos  ;  por  todo  lo  cual ,  si  V.  E.  tuviese  á  bien  dis- 
poner que  se  prosiguiesen  las  excavaciones  referidas,  la  Comisión  se  atrevería  á 
designarle  para  dar  cima  á  dichos  trabajos.  Debe  añadir  que  ,  por  si  V.  E.  se 
servia  adoptar  esta  resolución  ,  previno  al  Alcalde  de  Guadamur  que  no  permi- 
tiese tocar  en  las  excavaciones ,  suplicando  después  al  Gobernador  de  Toledo 
que  diese  también  sus  órdenes  al  efecto. 

La  Comisión  juzga  ,  por  último,  de  su  deber  recomendar  á  V.  E.  el  celo  y 
desinterés  manifestados  en  una  y  otra  ocasión  por  el  Alcalde  de  Guadamur  y  los 
individuos  de  su  Ayuntamiento,  proponiendo  á  V.  E.  se  sirva  darles  las  gracias 
en  nombre  de  S.  M.,  si  así  lo  estimase  conveniente. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.  Madrid  28  de  abril  de  1859.— Excmo. 
Sr.— José  Amador  de  los  Rios.— Emilio  Lafu  en  te  Alcántara. — Excmo.  Sr.  Minis- 
tro de  Fomento. 


Excmo.  Sr.:  En  vista  de  las  comunicaciones  ,  que  adjuntas  remito  á  Vi  L, 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  561 

de  la  Comisión  nombrada  por  Real  orden  de  9  de  abril  para  hacer  excavaciones 
en  las  Huertas  y  fuente  de  Guarrazar  ,  término  de  Guadamur ,  provincia  de  To- 
ledo ,  donde  fueron  halladas  las  coronas  góticas  ,  que  hoy  dia  se  encuentran  en 
el  Museo  de  Antigüedades  de  Gluny  ,  y  atendiendo  á  la  inteligencia  ,  actividad 
y  celo  desplegados  por  D.  José  Amador  de  los  Rios ,  individuo  de  número  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia  y  Decano  de  la  facultad  de  filosofía  y  letras  en  la 
Universidad  centra!,  y  por  D.  Jerónimo  de  la  Gándara  ,  profesor  de  la  Escuela 
de  Arquitectura ,  que  gratuitamente  han  desempeñado  los  trabajos  á  que  ha  da- 
do lugar  dicho  encargo,  y  teniendo  en  consideración  la  eficacia  y  desinterés  ma- 
nifestados por  D.  Fabián  de  Diego  ,  Alcalde  de  la  villa  de  Guadamur,  y  por  los 
demás  individuos  de  la  Corporación  municipal,  la  Reina  (Q.  D.  ii.)  se  ha  dig- 
nado mandar  se  les  den  las  gracias  en  su  Real  nombre  y  se  publiquen  en  la  Ga- 
ceta las  comunicaciones  referidas. 

De  Real  orden  lo  digo  á  V.  I.  para  su  inteligencia  y  efectos  oportunos. 
Dios  guarde  á  V.  I.  muchos  años.  Madrid  6  de  mayo  de  1859. — Corvera.  —Se- 
ñor Director  general  de  Instrucción  pública. 


XI. 

Época  de  la  pérdida  de  España. 

Viernes  dia  5/  de  julio  'del  año  711. 
(DeMasdeu,  t.  XV). 

La  época  de  la  famosa  batalla  en  que  tuvo  fin  el  reino  de  los  Godos ,  y  co- 
menzó el  dominio  de  los  Árabes  en  España ,  con  ser  una  noticia  tan  importante 
y  señalada  ,  sin  embargo  de  esto  ,  es  un  artículo  de  los  mas  oscuros  y  dudo- 
sos ,  y  muy  controvertido  entre  los  modernos.  Esteban  Balucio  la  adelanta  mas 
que  ningún  otro ,  poniéndola  aun  antes  del  reinado  de  Witiza  por  los  años  de 
690,  poco  mas  ó  menos,  y  lo  mas  tarde  en  el  de  93;  porque  así  le  convenia,  co- 
mo á  francés ,  para  adelantar  la  sujeción  de  los  obispos  de  Cataluña  al  metro- 
politano de  Narbona.  Dos  fundamentos  alega  en  prueba  de  su  opinión.  El  pri- 
mero ,  que  después  de  Juan  ,  obispo  de  Egara  ó  Tarraga  ,  que  asistió  al  conci- 
lio de  Toledo  del  año  693,  no  nos  queda  noticia  de  otros  prelados  que  le  sucedie- 
sen en  aquella  iglesia  ;  y  por  consiguiente  ,  habiendo  sido  los  Moros  los  que 
destruyeron  la  catedral  Egarense ,  debían  haber  entrado  en  España  ,  y  aun  en 
Cataluña ,  por  aquellos  tiempos.  El  otro  fundamento  de  Balucio  es  la  autoridad 
de  Urbano  II.  que  en  carta  dirigida  á  Rerengario  ,  obispo  de  Vique  ,  con  fecha 
del  mes  de  julio  del  año  de  1091  ,  dice  que  los  Moros  se  apoderaron  de  Tar- 
ragona trescientos  noventa  años  antes,  que  es  decir  en  el  año  de  701 ,  y  en  otra 
carta  que  escribió  á  su  legado  Rainerio  ,  insinúa  una  fecha  todavía  mas  anti- 
gua ,  pues  dice  que  la  sujeción  de  Tarragona  y  de  las  demás  iglesias  de  Cata- 
luña á  la  de  Narbona  ,  contaba  ya  cuatrocientos  años  ,  de  donde  se  colige  que 
hubo  de  efectuarse  con  poca  diferencia  en  el  de  690.  Cualquiera  conocerá  sin 
mucho  trabajo  la  insubsistencia  de  estos  fundamentos ;  pues  el  primero  se  redu- 
ce á  un  argumento  negativo  y  dudoso,  y  el  segundo  á  expresiones  vagas  y  gene- 

TOMO   II.  *71 


562  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

rales  de  un  escritor  de  autoridad  por  su  carácter  ,  pero  no  por  la  edad  en  que 
escribía.  Juan,  obispo  de  Tarraga  ,  pudo  vivir  muchos  años  después  de  haber 
firmado  en  el  concilio  de  Toledo  ,  y  pudo  tener  sucesor  ,  sin  que  tengamos  no- 
ticia de  él :  y  Urbano  II,  no  solo  es  autor  sobrado  distante  de  los  tiempos  de 
que  se  trata,  sino  que  habló  también  con  demasiada  generalidad ,  y  aun  con  in- 
coherencia, y  como  poco  informado  del  asunto  ;  pues  en  una  carta  dice  que 
Tarragona  cayó  en  poder  de  los  Moros  en  el  año  701,  y  en  la  otra  ,  que  en  el 
de  690  estaba  ya  sujeta  á  Narbona  en  lo  espiritual  por  motivo  de  la  irrupción 
de  los  mahometanos.  Es  evidente  ,  pues ,  que  Balucio  sin  fundamento  ninguno 
adelantó  sobrado  el  dominio  de  los  Árabes  en  nuestra  península.  Otro  tanto  lo 
retardó  con  igual  equivocación  Sigeberto  Gemblacense ,  que  escribía  en  los  Paí- 
ses Bajos  á  principios  del  siglo  xn;  pues  lo  pone  en  los  años  de  setecientos  veinte, 
atribuyendo  toda  la  gloria  al  general  Abdiraman,  hijo  de  Muavia,que  no  solo  es 
error  histórico  ,  pero  aun  anacronismo  muy  grande  ,  porque  dicho  general,  que 
fué  el  primer  rey  de  Córdoba  ,  tardó  todavía  treinta  y  seis  años  en  pasar  á  Es- 
paña. JXo  tienen  mayor  fundamento  las  opiniones  de  Fray  Alonso  Venero  ,  que 
nombró  el  año  de  719,  y  de  otros  Españoles,  que  han  señalado  por  época  el  mes 
de  julio  del  año  de  715;  no  habiendo  escritor  antiguo  que  la  retarde  tanto  ,  y 
siendo  claramente  contrarias  á  las  pocas  noticias  expresas  que  nos  han  quedado 
de  tan  ruidosa  desgracia. 

Oirás  fechas  hay  algo  mas  fundadas ,  que  no  suben  sino  hasta  el  año  de  711, 
ni  bajan  del  de  714.  El  marqués  de  Mondejar,  á  quien  siguen  otros  muchos 
de  nuestra  edad  ,  defiende  la  de  711:  Juan  de  Perreras  y  su  traductor  Hermilly, 
la  de  712:  Musancio  y  La  Taure,  con  otros  insignes  cronólogos,  la  de  713 :  los 
padres  Mariana  y  Moret,  con  otros  muchos  de  nuestra  nación,  la  de  714.  Todos 
tienen  en  su  favor  la  noticia  general  y  cierta  de  que  sucedió  la  desgracia  de  Es- 
paña bajo  el  califato  de  Valid ,  cuya  muerte  ponen  los  escritores  árabes  á  mitad 
del  mes  de  Guimadi ,  segundo  de  la  hegira  96  ,  que  es  decir,  á  fines  de  febrero 
del  año  de  715. 

Pero  el  mejor  modo  de  averiguar  la  verdad  ó  de  arrimarse  á  ella,  es  oir  y 
examinar  lo  que  dicen  sobre  el  asunto  los  escritores  mas  cercanos  al  hecho.  El 
mas  antiguo  de  todos  es  el  continuador  del  Biclarense,  que  acabó  su  crónica  con 
la  muerte  del  califa  Jezid  Abuchalid,  sucedida,  según  las  historias  délos  Árabes, 
en  el  mes  de  enero  de  724.  Las  palabras  del  anónimo  son  las  siguientes :  «En 
la  era  de  749,  Rodrigo  ocupó  el  reino  de  los  Godos ,  mas  por  engaño  que  por 
valor;  lo  tuvo  un  año  solo,  porque  desde  luego,  habiendo  recogido  muchas  tro- 
pas, quiso  embestir  á  los  Árabes,  que  ya  de  mucho  tiempo  talaban  la  provincia 
con  sus  excursiones,  y  murió  en  la  batalla  en  el  año  quinto  del  reinado  de  Ulit. » 
Dos  fechas  nombra  aquí  el  autor:  el  año  de  749  de  la  era  española,  que  corres- 
ponde al  año  cristiano  de  711 :  y  el  año  quinto  del  califa  Valid,  que  comprendió 
los  cinco  meses  últimos  del  año  de  709  y  los  siete  primeros  del  710.  Aunque 
parece  que  las  dos  fechas  no  concuerdan,  sin  embargo  no  es  así ;  porque  el  anó- 
nimo habló  seguramente,  como  muchos  acostumbran,  no  del  año  quinto  corrien- 
te, sino  del  quinto  cumplido,  que  llegó  hasta  el  mes  de  agosto  del  año  de  711, 
pues  hasta  dicho  tiempo  no  cumplió  el  califa  su  sexto  año,  y  así  podia  contar  al 
quinto.  Puestos  estos  principios,  se  colige  que  la  pérdida  de  España,    según  el 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  563 

continuador  del  Biclarense,  hubo  de  suceder  en  uno  de  los  siete  meses  primeros 
del  año  de  711 ;  porque  solo  en  estos  siete  meses  se  juntó  el  año  quinto  cumpli- 
do del  califato  de  Valid  con  la  era  de  749,  que  son  las  dos  fechas  del  autor. 

El  segundo  por  antigüedad  es  Isidoro  Pacense,  que  escribía  por  los  años  de 
754,  y  habló  en  estos  términos:  «Era  la  era  de  749,  año  cuarto  del  imperio  de 
Justiniano  (el  segundo)  92  de  la  hegira  de  los  Árabes,  y  quinto  del  califa- 
to de  Ulit,  Rodrigo,  por  consejos  de  los  Grandes ,  ocupó  el  trono  lumultuo- 
riamente.  Reinó  un  año  solo ,  porque  desde  luego  recogió  muchas  tropas  para 
ir  contra  Taric  y  Abuzara,  y  contra  los  demás  Árabes  y  Moros,  que  enviados  á 
España  por  Muza,  desde  mucho  tiempo  antes  hacían  excursiones  por  la  provincia 
y  saqueaban  muchas  ciudades,  y  fueron  después  ayudados  por  otros,  que  vinieron 
por  mar  en  el  año  quinto  del  imperio  de  Justiniano,  sexto  del  califato  de  Ulit, 
hegira  93  de  los  Árabes,  y  era  de  750.  Recogidas  ,  pues ,  dichas  tropas ,  el  rey 
Rodrigo  entró  en  batalla  con  ellos,  y  puesto  en  fuga  el  ejército  de  los  Godos,  que 
habían  acudido  á  la  guerra  con  mala  fe,  y  con  intención  de  sostener  cada  uno  su 
partido  y  su  ambición  de  reinar,  murió  juntamente  con  sus  émulos ;  y  con  ellos 
pereció  el  reino  y  la  patria,  corriendo  el  año  sexto  de  Ulit....  En  la  misma  era  de 
749,  año  cuarto  del  imperio  de  Justiniano,  quinto  del  califato  de  Ulit,  y  92  de  la 
hegira,  mientras  los  enviados  arriba  dichos  (Taric  y  Abuzara)  destrozaban  la  Es- 
paña, aumentando  el  fuego  de  la  guerra  con  disensiones  intestinas ,  vino  el  mis- 
mo Muza  en  persona  por  el  Estrecho  gaditano  ,  para  acrecentar  la  desgracia  de 
nuestra  desdichada  nación...  En  la  era  de  750,  año  sexto  del  imperio  de  Justinia- 
no, y  94  de  la  hegira,  Muza,  á  los  quince  meses  cumplidos ,  fué  llamado  por  su 
soberano....  y  realmente  se  presentó  á  Ulit,  estando  ya  este  príncipe  en  el  último 
año  de  su  califato.»  Las  cuatro  ó  cinco  palabras  que  he  puesto  en  letras  mayús- 
culas (aquí  en  letra  bastardilla),  son  añadidura  que  yo  hice  al  texto  latino  Pacen- 
se, porque  me  parece  evidente  que  falta  allí  algnna  cosa  por  descuido  de  los  copis- 
tas. Las  razones  que  tengo  para  ello, son  las  siguientes:  l.alacláusula  sin  alguna 
añadidura  no  tiene  sentido,  porque  sin  ella  la  expresión  latina  transductis  pro- 
montoriis,  que  indica,  según  parece,  pasage  de  mar  y  de  promontorio  ó  cabos, 
debiera  referirse  al  rey  D.  Rodrigo,  de  quien  no  se  puede  decir  que  pasó  el  mar 
para  dar  la  batalla  á  los  Moros.  Razón  2.a  Isidoro  Pacense  siguió  no  solo  en  la 
sustancia,  pero,  aunen  muchas  expresiones,  al  continuador  del  Biclarense:  luego 
es  muy  creíble  que  habiendo  nombrado  dos  fechas  en  una  misma  cláusula,  haya 
referido  la  primera  á  la  batalla  del  rey  Rodrigo,  como  lo  hizo  el  anónimo  á  quien 
él  sigue;  y  la  segunda  á  otro  acontecimiento  posterior,  pues  no  pudo  poner  un 
mismo  hecho  en  dos  tiempos  diversos.  Razón  3.'  Según  el  mismo  Isidoro ,  Muza 
llegó  á  España  en  la  era  de  749,  y  la  batalla  de  D.  Rodrigo  fué  con  Taric  y 
Abuzara  antes  de  la  llegada  de  dicho  general:  luego  él  no  pudo  poner  la  batalla 
en  la  era  de  750,  que  es  fecha  posterior  al  arribo  de  Muza;  y  por  consiguiente, 
es  indubitable  que  dicha  era  de  750  debe  referirse  á  otro  suceso  distinto,  lo  cual 
no  puede  verificarse  sin  suplir  palabras  en  el  texto,  como  lo  hice.  Razón  4.a 
Añade  el  mismo  Isidoro  que  Muza  fué  llamado  á  la  corte  de  Damasco  en  la  mis- 
ma era  de  750,  después  de  quince  meses  de  su  venida  á  España,  luego  supo- 
niendo él  mismo  que  la  batalla  se  dio  antes  de  dicha  venida,  hubo  de  ponerla 
necesariamente  unos  diez  y  seis  meses  á  lo  menos  antes  del  regreso  de  Muza,  y 


S64  HISTORIA  GENERAL   DE   ESPAÑA. 

por  consiguiente  en  la  era  de  749,  que  es  la  primera  fecha  que  se  nombra,  y 
corresponde  al  año  cristiano  de  711.  Veamos  ahora  si  concuerdan  con  esta  fecha 
las  otras  dos  que  indica  el  auior  del  califato  de  Valid  y  de  la  hegira  de  los  Ara- 
bes.  Lahegira  92  es  puntualmente  la  que  hubo  de  ser,  porque  no  cogió  si- 
no dos  meses  y  cuatro  dias  del  año  de  710,  y  mas  de  nueve  meses  y  medio 
del  de  711.  Acerca  del  año  quinto  de  Valid,  Isidoro  habló,  como  en  otras  cosas, 
siguiendo  al  continuador  del  Bic'arense,  y  entendiendo  como  él,  por  año  quinto 
el  qninío  cumplido,  que  llegó,  según  dije  antes,  hasta  el  mes  de  agosto  de  711; 
antes  bien  se  conoce  que  quiso  declarar  esto  mismo  con  añadir  al  fin  de  la  cláu- 
sula, que  «  el  califa  caminaba  entonces  por  su  año  sexto  »,  peragente  Ulitannum 
sextum.  Lastres  fechas,  pues,  indicadas  por  el  Pacense,  era  de  719,  hegira 
92,  y  año  quinto  de  Valid,  se  juntan  amigablemente  en  los  siete  meses  pri- 
meros del  año  de  711,  en  cuyo  espacio  de  tiempo,  según  este  autor,  hubo  de 
suceder  la  pérdida  de  España.  El  P.  Maestro  José  Pérez  y  el  marqués  de  Mon- 
dejar,  que  trataron  de  propósito  este  asunto,  juzgaron  que  el  Pacense  lo  habia 
puesto  en  la  era  española  de  750,  por  no  habérseles  ofrecido  las  reflexiones  y 
cuentas  que  acabó  de  insinuar;  y  yo  mismo,  porque  no  me  ocurrieron  antes, 
juzgué  y  dije  lo  mismo  en  la  Ilustración  décima  de  mi  tomo  décimo.  Es  cierto 
que  Isidoro,  en  otro  lugar  de  su  Crónica,  hablando  mas  en  general ,  dice  que  el 
califa  Ulií  por  medio  de  su  general,  llamado  Muza,  domó  á  los  Godos ,  les  quitó 
el  reino,  y  los  hizo  tributarios  en  la  era  de  730  :  pero  se  ve  claro  que  su  <  bjelo 
aquí  no  es  la  batalla  de  D.  Rodrigo  ganada  por  Taric,  sino  el  triunfo  de  Muza, 
que  acabó  de  destruir  el  reino  de  los  Godos,  sujetándolo  á  su  califa,  lo  que  pun- 
tualmente sucedió  en  la  era  insinuada  de  750,  año  de  Jesucristo  de  712. 

El  tercer  autor  entre  los  antiguos  es  Pablo  Diácono  ,  no  el  de  Mérida,  sino 
el  Italiano,  que  escribió  después  de  la  mitad  del  siglo  vm,  y  á  quien  siguió  en- 
teramente después  de  otro  siglo  Anastasio  Bibliotecario,  el  célebre  escritor  de  las 
Vidas  de  los  Papas.  Pablo  Diácono  habló  así :  «Los  Sarracenos  viniendo  por  mar 
desde  el  lugar  de  África,  que  liaman  Ceuta  ,  se  entraron  por  ¡oda  la  España. 
Después  de  diez  años  pasaron  con  mugeres  é  hijos  á  la  provincia  de  Aquitania 
para  fijarse  en  ella,  en  tiempo  que  Carlos  estaba  mal  avenido  con  Eudon,  prínci- 
pe de  aquellas  tierras:  pero  sin  embargo  se  coligaron  los  dos  para  defenderse 
de  los  enemigos,  y  echándose  sobre  ellos,  mataron  á  trescientos  setenta  y  cinco 
mil.»  Las  palabras  del  Bibliotecario  Romano  son  estas:  «Los  impíos  Agarenos, 
después  de  haber  ocupado  y  tenido  por  diez  años  las  provincias  de  España,  al 
año  onceno  intentaron  pasar  el  Ródano  y  apoderarse  de  las  tierras  de  Francia 
gobernadas  por  Eudon.  Este  duque,  haciendo  una  leva  general,  cercó  á  los  Sar- 
racenos, é  hizo  tal  destrozo  de  ellos,  que  murieron  en  un  solo  dia  hasta  trescientos 
setenta  y  cinco  mil,  según  refiere  el  mismo  duque  en  su  carta  á  Gregorio  II.» 
Los  modernos  disputan  mucho  sobre  la  época  de  la  famosa  victoria  de  Eudon; 
poniéndola  (como  puede  verseen  Baronio,  Pagi  y  De  Marca)  quien  en  725, 
quien  en  726,  quien  en  732  y  quien  en  734.  Pero  lo  cierto  es,  que  todas  estas 
fechas  son  falsas  é  inverosímiles.  Son  inverosímiles  ,  porque  según  ellas,  la  pér- 
dida de  España,  sucedida  diez  años  antes,  debiera  ponerse  en  el  de  715,  ó  716, 
ó  722,  ó  724,  que  en  opinión  de  todo  el  mundo  son  fechas  sobrado  atrasadas. 
Merecen  también  nota  de  falsedad  por  ser  claramente  contrarias  á  las  memorias 


APÉNDICE   AL    TOMO   II.  5Q5 

mas  antiguas  de  la  nación  francesa;  pues  el  autor  de  los  Anales  Nazarianos,  y  el 
de  los  Anales  Petavianos,  que  vivian  y  escribían  en  el  mismo  siglo  en  que  su- 
cedió la  batalla  de  Tolosa,  la  ponen  expresamente  en  el  año  de  721.  Supuesta 
la  firmeza  de  esta  época,  de  que  es  cierto  que  no  debe  dudarse  por  ser  de  autores 
contestes  y  tan  antiguos,  se  colige  que  Pablo  Diácono  y  Anastasio  Bibliotecario, 
acerca  del  tiempo  de  la  pérdida  de  España,  siguieron  la  opinión  del  continuador 
delBiclarense  y  de  Isidoro  de  Beja,  que  la  ponen  antes  del  agosto  del  año  de  711, 
pues  desde  julio,  por  ejemplo,  de  este  año,  hasta  agosto  de  721,  en  que  fué 
la  victoria  de  Eudon,  van  cabalmente  los  diez  años  cumplidos  que  suponen  en- 
trambos. 

El  cuarto  autor  por  orden  de  antigüedad  es  Sebastian,  obispo  de  Salaman- 
ca, que  escribió  en  tiempo  del  reinado  de  Alonso  III ,  cerca  del  año  de  870.  Sus 
palabras  son  estas:  «Los  delitos  de  Witiza  fueron  la  causa  de  la  ruina  de  Espa- 
ña. Como  entonces  los  reyes  y  los  sacerdotes  hollaron  la  ley  de  Dios,  en  pena 
del  pecado  perecieron  todas  las  tropas  de  los  Godos  bajo  la  espada  de  los  Sarra- 
cenos. Entretanto  murió  Witiza  de  muerte  natural  después  de  diez  años  de  reino, 
y  se  en  ¡erró  en  Toledo  en  la  era  de  749.  Muerto  Witiza,  Rodrigo  fué  nombrado 
rey  por  los  Godos Los  hijos  del  difunto,  movidos  de  envidia,  porque  Rodri- 
go habia  ocupado  el  reino  de  su  padre  de  ellos,  enviaron  embajadores  á  África, 
pidiendo  ayuda  á  los  Árabes Rodrigo  cuando  supo  el  arribo  de  estos,  se  pre- 
sentó en  campaña  con  todas  las  tropas  de  los  Godos,  que  fueron  enteramente  des- 
truidas.» Es  cierto  que  habla  el  autor  con  mucho  desorden,  refiriendo  la  misma 
batalla  dos  veces ,  y  confundiendo  los  dos  años  primeros  en  que  reinó  Rodrigo  , 
por  ocupación,  en  vida  de  Witiza,  con  el  año  último  en  que  reinó  solo,  y  por  le- 
gítimo nombramiento:  pero  dándole  el  orden  que  falta,  se  ve  claramente  que  la 
sustancia  de  la  relación  es  esta:  «El  reinado  de  Witiza  fué  lleno  de  desórdenes: 
Rodrigo  con  este  motivo  ocupó  el  trono:  murió  después  Witiza  en  la  era  de  749: 
Rodrigo  continuó  en  reinar  por  legítimo  nombramiento;  pero  luego  vinieron  los 
Moros,  llamados  por  los  hijos  del  difunto,  y  le  quitaron  el  ejército  y  la  corona.» 
La  única  fecha  que  nota  el  obispo  de  Salamanca,  es  la  de  la  muerte  de  Witiza 
en  la  era  de  749,  año  cristiano  de  711;  pero  en  esta  misma  fecha,  aunque  no  lo 
expresa  ,  debe  entenderse  incluida  la  época  de  la  ruina  de  España;  así  porque 
el  autor  habla  de  ella  antes  y  después  de  la  muerte  Witiza,  como  de  cosa  suce- 
dida con  poca  diferencia  por  el  mismo  tiempo;  y  así  también  porque  nos  consta 
por  los  mejores  documentos  que  efectivamente  la  célebre  batalla  del  Guadalete 
fué  en  el  mismo  aüo  de  la  muerte  de  Witiza. 

El  quinto  autor  por  orden  cronológico  es  el  Monge,  que  compuso  la  Crónica, 
llamada  por  unos  Albeldense  y  por  otros  Emilianense.  Este  escritor  del  año 
de  883  habló  dos  veces  de  la  pérdida  de  España.  En  la  primera  dice  así:  «Ro- 
drigo reinó  tres  años.  En  su  tiempo  los  Moros  llamados  por  conjuración  del  país 
en  la  era  de  752  ocuparon  las  Espafías,  y  se  apoderaron  del  reino  de  los  Godos.» 
Esta  relación  se  lee  con  las  mismas  palabras  en  la  Cronología  Moyssiacense  de  los 
reyes  godos,  cuyo  autor,  de  quien  no  se  sabe  la  época,  no  añade  autoridad  en  el 
asunto,  porque  se  ve  que  no  hizo  sino  copiar.  El  segundo  texto  del  Albeldense 
es  como  sigue  :  «Por  favor  y  convenio  de  los  mismos  Godos  entraron  los  Sar- 
racenos en  España  en  el  año  tercero  del  reinado  de  Rodrigo,  dia  11  de  noviembre 


566  HISTORIA   GENERAL   DE    ESPAÑA. 

de  la  era  de  752.  En  la  egira  100  (otros  leen  101)  entró  en  primer  lugar  Abuza- 
ra por  orden  del  general  Moza,  que  se  quedó  por  entonces  en  África  para  mante- 
ner limpia  y  sosegada  la  Mauritania.  Al  olro  año  entró  Taric.  Al  tercer  año, 
mientras  Taric  estaba  ya  en  batalla  con  Rodrigo,  entró  Muza,  hijo  de  Muzeir,  y 
pereció  el  reino  de  los  Godos.»  Las  fechas  que  nombra  este  autor  no  concuerdan 
entre  sí  de  ninguna  manera,  porque  las  egiras  que  insinúa,  de  100  ó  1 01 ,  tocaron 
parte  del  año  cristiano  de  718,  todo  el  año  de  719,  y  parte  del  de  720,  que  no  tie- 
nen nada  que  ver  con  la  era  de  752,  año  cristiano  de  714,  en  que  pone  el  autor  el 
fin  del  reinado  de  D.  Rodrigo,  y  mucho  menos  con  la  era  de  750,  año  cristiano 
de  712,  en  que  supone  comenzó  á  reinar.  Dice  el  P.  maestro  Florez,  que  los  co- 
piantes de  la  crónica  Albeldense  pudieron  equivocarse  de  una  X,  notando  la  egi- 
ra G,  ó  CI,  en  lugar  de  la  de  XC,  XC1.  Pero  la  inconsecuencia  de  las  fechas  no 
se  compondría  ni  aun  con  esta  corrección,  porque  las  egiras  90  y  91  que  son 
las  indicadas  por  la  conjetura  de  Florez  cogieron  parte  del  año  708,  todo  el  709 
y  parte  del  710,  que  según  la  era  nombrada  por  el  Albeldense,  son  fechas  muy 
anteriores  al  reinado  de  í).  Rodrigo.  Luego  de  todos  modos  es  evidente  que  las 
fechas  del  autor  no  concuerdan  entre  sí,  y  que  sobre  ellas  no  puede  fijarse  la 
época  de  la  pérdida  de  España. 

Sigúese  por  orden  de  antigüedad  el  Moro  Rasis ,  que  escribía  á  fines  del 
siglo  ix,  y  de  cuya  historia  nos  queda  un  fragmento  legítimo,  publicado  por  el 
Sr.  Casiri  en  el  tomo  segundo  de  la  Biblioteca  arábiga.  «Muza,  hijo  de  Nassiro 
(dice  Rasis  ó  Razeo),  oyendo  que  Tareko  habia  sujetado  la  España  en  la  egira 
92,  se  encendió  de  envidia ,  dejó  el  gobierno  de  África  á  un  hijo  suyo  ,  y  con  un 
cuerpo  de  diez  mil  hombres,  y  otros  tres  hijos  que  tenia,  Abdelaziz,  Abdelelay 
Manían,  pasó  á  Algeciras,  donde  desembarcó  en  el  mes  de  ramdan  de  la  egi- 
ra 93. »  Dos  egiras  nombra  el  autor;  la  de  92,  que  empezó  á  28  de  octubre  de  710 
y  acabó  á  17  de  octubre  de  711;  y  la  de  93 ,  cuyo  principio  fué  á  18  de  octubre 
de  711  y  el  fin  á  5  del  mismo  de  712.  Según  esto  la  batalla  de  D.  Rodrigo,  que 
es  la  indicada  en  la  primera  fecha,  sucedió  por  lo  que  dice  Rasis,  ó  en  los  dos 
últimos  meses  del  año  710  ó  en  los  diez  meses  primeros  del  de  711. 

Dos  siglos  después  de  Rasis ,  á  fines  del  XI ,  y  principios  del  XII ,  escri- 
bió el  Monge  Silense  ,  y  poco  antes  de  él  el  autor  de  la  Crónica  Complutense. 
Este  segundo  dice  que  en  el  año  de  712  los  Moros  se  apoderaron  de  España,  pro- 
posición demasiado  general,  que  no  toca  la  primera  entrada  de  los  Árabes,  ni  la 
batalla  del  Guadalete.  Las  palabras  del  Silense  son  estas:  «En  la  era  de  747  (ano 
de  709),  Ulit,  rey  fortísimo  de  los  bárbarosde  toda  el  África,  envió  á  España  25,000 
hombres  de  infantería,  dándoles  por  general  á  Taric  el  Vizco,  y  por  guias  al  con- 
de D.  Julián  y  los  hijos  de  Witiza D.Rodrigo,  oyendo  que  habían  venido 

los  Árabes,  formó  un  buen  ejército  de  Godos,  se  presentó  á  los  enemigos  imper- 
turbable, y  peleando  con  ellos  infatigablemente  por  siete  dias  consecutivos,  mató 
hasta  16,000 Esparciéndose  después  por  toda  el  África  la  fama  de  la  fideli- 
dad de  D.  Julián,  Muza,  general  de  los  ejércitos  del  rey  africano,  pasó  á  España 

con  infinita  gente  para  renovar  la  guerra Entonces  fué  la  batalla,  en  que 

murió  I).  Rodrigo. »  En  esta  relación  llena  de  equivocaciones,  no  se  nombra  sino 
una  fecha,  que  es  la  de  la  primera  entrada  de  los  Árabes  en  el  año  de  709:  pa- 
ro se  echa  de  ver  claramente,  que  la  desgracia  de  D.  Rodrigo,  á  juicio  del  mis- 


APÉNDICE    AL   TOMO   II.  567 

mo  autor,  hubo  de  suceder  mucho  después ,  pero  no  mas  tarde  del  año  de  711. 

El  Geógrafo  Nubiense  Alscarifo  Adrisi ,  que  escribió  á  mitad  del  siglo  xn, 
es  el  autor  que  se  sigue  por  orden  de  tiempos.  Sus  palabras  son  estas:  «La  ciu- 
dad, llamada  Isla- Verde  en  Andalucía,  es  la  primera  que  fué  vencida  por  los  Ma- 
hometanos, cuyo  arribo  sucedió  en  el  año  90  de  la  egira.  La  sujetó  Moisés,  hijo 
de  Nossair,  que  emprendió  aquella  jornada  por  los  Maruanitas,  juntamente  con 
Tarec,  hijo  de  Abdalla.»  Se  ve  que  el  autor  estaba  mal  informado,  pues  confun- 
dió la  guerra  de  Muza  con  la  de  Tareco,  que  fué  distinta  y  anterior.  La  egira  90 
que  nombra,  cogió  los  43  dias últimos  del  año  de  708,  con  diez  meses  y  siete  dias 
del  de  709;  pero  debe  advertirse  que  el  autor  no  la  refiere  á  la  desgracia  de  don 
Rodrigo,  de  quien  no  habla,  sino  á  la  primera  tentativa  de  los  Árabes,  que  hubo 
de  suceder  sin  duda  mucho  antes  de  la  gran  batalla. 

En  la  misma  edad  del  Nubiense  escribió  el  Anónimo  del  siglo  xn,  autor  de 
Ja  crónica  llamada  Lusitana,  cuyo  texto  dice  así:  «Los  Sarracenos  conquistaron 
á  España,  reinando  D.  Rodrigo  en  la  era  de  749  (otros  leen  de  750).  Antes  del 
reinado  de  D.  Pelayo  reinaron  dichos  Sarracenos  en  España  cinco  años;  y  Pelayo 
subió  al  trono  en  la  era  de  754. »  La  pérdida  de  España,  según  este  autor,  suce- 
dió en  el  año  cristiano  de  711,  que  es  el  que  corresponde  á  la  primera  fecha  que 
nombra  de  la  era  española,  sin  que  deba  hacerse  caso  de  la  versión  menos  co- 
mún, que  la  retarda  un  año;  porque  puestos  los  otros  dos  puntos  históricos  del 
mismo  escritor,  que  Pelayo  empezó  á  reinar  en  716,  y  que  los  Árabes  antes  de  él 
habían  reinado  cinco  años,  parece  que  hubo  de  poner  la  desgracia  de  D.  Rodri- 
go en  711,  aun  cuando  hubiese  hablado  de  cinco  años  incompletos,  porque  el 
reinado  de  los  Árabes  no  empezó  desde  aquel  punto,  sino  después  de  la  conquista 
de  Córdoba  y  Toledo,  y  de  mucha  parte  de  España. 

Sigúese  por  orden  de  tiempos  Jorge  Elmacino  ,  hijo  de  Abuljaser  ,  que  es- 
cribió á  fines  del  siglo  xn,  ó  principios  del  siguiente.  Dice  este  Egipcio  en  su  His- 
toria Sarracénica  que  «Tarico  en  la  egira  93  se  apoderó  de  España  y  Toledo  ,  y 
llevó  al  califa  Yalid  ,  hijo  de  Abdulmelic  ,  la  mesa  de  Salomón  hecha  de  oro  y 
plata  con  tres  ruedos  de  margaritas. »  La  egira  93  que  aquí  se  nombra  ,  empe- 
zó á  18  de  octubre  de  711,  y  acabó  á  5  de  octubre  de  712;  pero  es  menester 
advertir  que  el  autor  la  pone,  no  por  fecha  de  la  batalla  de  Guadalete  ,  sino  por 
época  general  de  la  ocupación  de  España  ,  y  de  su  corte  Toledo  ,  que  son  cosas 
sucedidas  en  el  discurso  de  un  año  después  de  dicha  batalla  ;  y  por  consiguien- 
te se  colige  que  la  desgracia  de  D.  Rodrigo  hubo  de  suceder  ,  según  el  autor, 
en  la  egira  92,  que  es  decir  antes  de  18  de  octubre  de  711. 

Después  de  Elmacino  escribió  Abu  Abdalla  Álsalen,  hijo  de  Alchatibo,  de 
quien  se  conservan  en  la  Biblioteca  del  Escorial  dos  historias  útilísimas ;  la  una 
de  los  califas  de  Oriente  y  reyes  de  España  ,  intitulada  ,  según  el  gusto  de  los 
Árabes ,  Vestido  bordado ;  y  la  otra  del  reino  y  reyes  de  Granada  ,  con  el  títu- 
lo de  Explendor  de  Plenilunio.  En  la  primera  historia  habla  así  :  « Imperando 
Valid  en  Damasco  ,  Muza  ,  hijo  de  Nassero  ,  obtuvo  el  gobierno  de  tocia  el  Áfri- 
ca ,  y  conquistó  la  Mauritania.  Su  vicario  Tareco  ,  hijo  de  Zaiad  ,  atravesó  el 
mar  ,  y  á  8  del  mes  de  ragiab  ,  dia  de  la  feria  quinta  ,  de  la  egira  92,  ocupó  el 
monte  (de  Gibraltar),  que  tomó  de  él  el  nombre  que  tiene.  Rodrigo  ,  rey  de  los 
Españoles ,  salió  á  encontrarse  con  las  tropas  mahometanas ,  y  dando  la  batalla 


568  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

sobre  el  rio  Guadalete  ,  no  lejos  de  la  ciudad  de  Jerez  ,  fué  vencido  y  muerto; 
y  con  esto  se  abrió  la  puerta  á  los  Árabes  para  apoderarse  de  España.  Muza,  hi- 
jo de  Nassero  ,  luego  que  oyó  la  noticia  ,  acudió  en  persona.»  En  la  segunda 
historia  añade  lo  siguiente  :  «  Ben  Alcutia  dejó  escrito  que  Juliano  ,  para  ven- 
garse de  las  injurias  que  le  habia  hecho  el  rey  Rodrigo  ,  llamó  á  los  Árabes ,  y 
que  e!  general  Tareco  ,  hijo  de  Zaiad,  vencido  y  muerto  D.  Rodrigo  cerca  del 
Guadalete ,  dividió  su  ejército  en  tres  cuerpos,  y  tomó  con  ellos  las  ciudades  de 
Córdoba  ,  Málaga  ,  Granada  ,  Jaén  y  Toledo.  Pero  Moavia  ,  hijo  de  Uescham, 
rey  de  España  ,  y  otros  escritores ,  retardan  la  toma  de  estas  ciudades  hasta  la 
llegada  de  Muza  ,  que  á  los  principios  de  la  egira  93  sujetó  las  ciudades  de 
Murcia ,  Granada  y  Málaga.»  El  primer  texto  nos  dice  que  Taric  llegó  á  Espa- 
ña á  8  del  mes  de  ragiab  de  la  egira  92 ,  que  es  decir  á  30  de  abril  de  711;  y 
el  segundo  nos  declara,  que  el  arribo  de  Muza  hubo  de  ser  á  fines  de  la  misma 
egira  92,  ó  á  los  primeros  dias  de  la  siguiente  ,  que  es  decir  en  el  mes  de  octu- 
bre del  mismo  año  de  711,  pues  al  principio  de  la  egira  93  habia  ya  llegado 
con  sus  conquistas  hasta  Murcia.  Establecidos  estos  dos  punios  históricos,  se  si- 
gue necesariamente  que  la  batalla  del  Guadalete  ,  sucedida  después  del  arribo 
de  Taric,  y  aníes  del  de  Muza,  hubo  de  ser  en  el  año  de  711,  después  del  dia  30 
de  abril ,  y  antes  del  mes  de  octubre. 

San  Pedro  Pascual,  ó  Pascasio  ,  autor  del  siglo  Xiu,  que  escribió  contra  la 
secta  mahometana  en  las  cárceles  de  Granada  ,  dice  en  el  capítulo  siete  de  su 
obra,  que  «ochenta  y  un  años  después  de  la  muerte  de  Mahoma  entraron 
los  Moros  en  España,  según  se  lee  en  las  historias  y  crónicas  de  aquellos  tiem- 
pos.» Se  sabe  que  la  muerte  de  Mahoma  fué  á  principios  de  junio  de  632; 
pero  aun  con  este  principio  no  se  puede  averiguar  con  toda  certeza  la  fecha  in- 
sinuada por  san  Pedro  Pascual  ,  pues  no  nos  dice  si  los  ochenta  y  un  años 
que  nombra  ,  son  cristianos  ó  arábigos :  si  habló  de  años  cristianos,  el  in- 
greso de  los  Sarracenos  hubo  de  ser  en  713,   porque 632 

y.  . 81 

forman  la  suma  de 713 

Si  habló  de  años  arábigos  ,  que  tienen  regularmente  once  dias  me- 
nos que  los  nuestros  ,  á  cada  uno  de  los  años.     .......  81 

es  menester  quitarles  dias 11 

que  es  decir  en  todo  dias 891 

que  forman  dos  años  y  poco  mas  de  cinco  meses;  y  por  consiguiente  la  en- 
trada de  los  Árabes,  según  esta  cuenta,  hubo  de  suceder  en  el  año  de  711. 
En  el  mismo  siglo  xm  escribieron  Lucas  de  Tuy,  Rodrigo  Ximenez  y 
Alonso  el  Sabio.  El  primero  se  explicó  en  estos  términos:  «Rodrigo,  hijo  de 
Teudifredo,  con  acuerdo  de  los  Grandes  de  la  nación  goda,  sucedió  á  Wi- 

tiza  en  el  reino,  en  la  era  de  748 Ulit  en  la  era  de  752  dispuso   que 

Taric  Estrabon  (que  es  decir  el  Vizco)  pasase  á  España  con  veinte  y  cinco 

mil  hombres D.   Rodrigo  peleó  con  Taric....,  y  después  con  Muza y 

fué  muerto  ,  según  creo  ,  en  esta  última  batalla  ,  aunque  no  se  sabe  de  cier- 
to que  muriese  en  ella  :  reinó  siete  años  y  seis  meses. »  Según  las  cuentas 
del  Tudense ,  que  van   sin  duda  muy  erradas ,   el  principio  del  reinado  de 


APÉNDICE   AL   TOMO    II.  5*69 

D.  Rodrigo  fué  en  el  ano  de  710,  la  primera  enlrada  de  los  Moros  en  Es- 
paña en  714,  y  la  batalla  del  Guadalete  con  la  muerte  del  rey  godo  en  717 
ó  718. 

Rodrigo  Ximenez  habló  del  asunto  en  ambas  á  dos  sus  historias  ,  la  espa- 
ñola y  la  arábiga.  El  texto  de  la  primera  es  el  siguiente:  «Viviendo  toda- 
vía Witiza,  empezó  á  reinar  D.  Rodrigo,  último  rey  de  los  Godos ,  en  la  hegira 
91  (debe  leerse  90,  según  se  echa  de  ver  por  todas  las  demás  fechas  que  siguen) 
era  de  749  (año  de  711).  Tarif  apellidado  Abienzarcha  ,  fué  el  primero  que 
pasó  á  España  con  cien  caballos  y  cuatrocientos  infantes  en  el  mes  de  ramadan 

de  la  hegira  91,  era  de  750  (año  de  712) El  segundo  pasage  de  Árabes 

fué  con  Tarec  Abentiet,  que  era  vizco  ,  en  el  mes  de  ragiab  de  la  hegira  92,  era 
de  751  (año^de  713) La  batalla  del  Guadalete  duró  ocho  dias,  de  domin- 
go á  domingo ,  y  la  rota  del  ejército  cristiano  fué  en  domingo  ,  á  los  cin- 
co dias  antes  de  los  idus  de  schaual  de  la  hegira  93,  era  de  752  (año  de  714).» 
En  la  Historia  arábiga  se  explica  así :  Ulit,  hijo  de  Abdelmelic  ,  subió  al 
trono  en  la  hegira  91,  y  al  año  quinto  de  este  califa  ocupó  D.  Rodrigo  el  reino  de 

los  Godos,  que  ardia  en  sediciones Muza,  general  de  Ulit ,  en  el  año  cuarto 

de  es  le  príncipe,  dispuso  que  fuese  á  España  Taric,  y  por  su  medio  ahuyentó  á 
D.  Rodrigo  ,  y  sujetó  la  nación.  Acudió  después  el  mismo  Muza  en  persona  ,  y 
tomó  muchísimas  ciudades  é  infinitas  riquezas.»  Las  varias  fechas  que  nombra 
Rodrigo  Ximenez,  tomándolas  como  suenan,  son  tan  incoherentes  y  contradicto- 
rias ,  que  por  ellas  parece  imposible  poder  apurar  la  verdad.  En  un  lugar  dice 
que  el  rey  Rodrigo  ocupó  el  trono  en  la  hegira  90,  que  es  decir  ,  en  el  año  de 
709;  en  otro,  que  en  la  era  de  749,  que  corresponde  al  año  de  711;  y  en  otro, 
que  en  la\hegira  96,  año  de  715.  Taric,  según  él  dice,  fué  á  España,  ó  en  el 
mes  de  ragiab  de  la  hegira  92,  que  es  decir  en  abril  ó  mayo  de  711;  ó  en  la 
era  de  751,  que  es  el  año  de  713,  ó  en  la  hegira  95,  que  estuvo  incluida  la  ma- 
yor parte  en  el  año  de  714.  La  batalla  de  D.  Rodrigo  sucedió  ,  según  sus 
cuentas  ,  ó  en  la  hegira  93,  año  de  712;  ó  en  la  era  de  752,  que  es  el  año  de 
714;  ó  en  la  hegira  96,  año  de  715;  y  lo  mas  notable  es,  que  se  dio,  según  unas 
cuentas,  al  tercer  año  de  D.  Rodrigo,  según  otras,  al  primer  año,  y  según  otras, 
tres  años  antes  de  su  reinado.  Igual  oscuridad  se  descubre  en  la  fecha  del  dia 
y  mes.  El  mes ,  asegura  que  fué  el  de  schaual :  pero  aun  con  nombrarlo  tan 
claramente,  no  podemos  saber  qué  mes  fué:  porque  si  fué  el  schaual  de  la  hegi- 
ra 93,  como  él  dice,  correspondió  al  mes  de  julio:  si  fué  el  schaual,  que 
cayó  (como  añade)  en  la  era  de  752,  correspondió  á  junio:  y  si  por  schaual,  que 
es  el  décimo  mes  de  la  hegira ,  entendió  el  décimo  mes  del  año,  correspon- 
dió al  octubre  :  y  con  esto  tenemos  tres  diferentes  meses ,  como  arriba  tenemos 
tres  diferentes  años.  El  dia  ,  dice  que  fué  el  quinto  antes  de  los  idus ;  pero  como 
los  Árabes  no  tenían  idus ,  y  los  Romanos  ora  los  ponían  en  el  dia  trece  ,  y  ora 
en  el  quince,  no  podemos  saber  que  cuenta  llevó  el  autor.  Si  puso  los  idus  á  los 
13  ,  la  batalla  hubo  de  suceder  en  el  dia  9  del  mes ,  y  si  ios  puso  á  los  15, 
hubo  de  suceder  en  el  dia  11.  En  suma  ,  según  las  varias  fechas  de  Rodrigo  Xi- 
menez ,  sucedió  la  batalla  del  Guadalete  en  el  dia  9  ó  en  el  11  del  mes  de  ju- 
nio ,  ó  julio,  ú  octubre  del  año  de  712 ,  714  ó  715. 

El  aulor  de  la  Crónica  general  compuesta  por  orden  de  D.  Alonso  el  Sabio, 

TOMO  II.  11 


570  HISTORIA.   GENERAL    DE   ESPAÑA. 

que  es  el  último  documento  de  que  me  queda  que  hablar  ,  se  explica  en  estos 
términos :  «El  primer  año  del  reinado  de  Rodrigo  fué  en  la  era  de  750,  cuando 
andaba  el  año  de  la  Encarnación  del  Señor  en  712......  é  el  de  Mohamad  ,  en 

que  fué  alzado  rey  de  los  Alárabes,  en  91 Andados  tres  años  del  reinado  del 

rey  Rodrigo,  que  fué  en  la  era  de  752,  cuando  andaba  el  año  de  la  Encarnación 

en  714 fué  la  pasada  de  los  Alárabes  en  el  mes  que  dicen  en  arábigo  ra- 

gel El  rey  Rodrigo  ,  cuando  lo  sopo  ,  ayuntó  todos  los  Godos  ,  que  con  él 

eran,  é  fuese  muy  atrevidamente  contra  ellos ,  é  duro  la  facienda  ocho  dias, 

que  nunca  ficieron  se  non  lidiar  de  un  Domingo  fasto  otro Mas  ios  cristia- 
nos ,  porque  estaban  foigados tornaron  todos  flacos ,  é  viles ,  é  lasos ,  é  non 

podieron  sofrir  la  baíalia  ,  é  tornaron  las  espaldas ,  é  foyeron  ,  é  esío  fué  á  once 
dias  del  mes  que  dicen  en  arábigo  xabel,  é  es  el  doceno  mes  de  los  Moros.»  El 
autor  de  la  Crónica  general  sigue  ,  al  pié  de  la  letra  ,  no  solo  la  opinión  de 
D.  Rodrigo  Ximenez ,  pero  aun  su  modo  de  contar  hegiras  y  meses  según  el  uso 
de  los  años  cristianos;  y  con  las  últimas  palabras  confirma  clarameníe  lo  que  di- 
je antes  acerca  del  quinto  idus  schaual ,  que  debe  tomarse  por  el  dia  onceno  del 
décimo  mes  del  ano. 

Divídanse  ahora  en  tres  clases  todos  los  autores  que  hasta  aquí  hemos  oido, 
según  la  antigüedad  y  mérito  de  cada  uno.  Pónganse  en  la  primera. los  mas  anti- 
guos, que  son  los  de  los  siglos  vm  y  ix,  el  Continuador  del  Biclarense  ,  Isidoro 
de  Beja,  Pablo  Diácono,  Anastasio  Bibliotecario,  Sebastian  de  Salamanca  y  el 
Anónimo  Aibeidense :  en  la  segunda  los  autores  árabes ,  y  los  demás  que  escri- 
bieron antes  del  siglo  xm,  Ahmedo  Rasis,  Jorge  Elmacino,  Abu  Abdallah  Alsa- 
lem,  el  monge  Silense,  el  Anónimo  Complutense,  el  Geógrafo  Nubiense  y  el 
Anónimo  Lusitano;  en  la  tercera  clase  san  Pedro  Pascual,  Lucas  de  Tuy  ,  Rodri- 
go Ximenez  y  el  autor  de  la  Crónica  general,  escritores  todos  del  siglo  xm,  y  por 
consiguiente  muy  modernos  respecto  de  los  primeros.  Hecha  esta  división,  exa- 
mínese cual  fué  la  opinión  dominante  en  cada  una  de  las  tres  clases  ó  épocas 
arriba  dichas;  y  luego  cualquiera  con  justa  crítica  podrá  averiguar  y  decidir 
cual  es  la  época  mas  probable  de  la  famosa  batalla  del  Guadalete  y  de  la  pérdida 
de  España. 

Entre  los  autores  de  la  primera  clase,  solo  el  Anónimo  Aibeidense,  que  es 
el  último  y  mas  moderno,  toma  por  época  el  dia  11  de  noviembre  del  año  de 
714,  pero  contradiciendo  aun  esto  mismo  en  las  fechas  que  nombra  de  la  hegira. 
Todos  los  demás  escritores  van  uniformes  en  indicar  el  año  de  711,  y  aun  con 
la  particularidad  de  estrecharse  cuatro  de  ellos  (que  son  el  Continuador  del  Bi- 
clarense, Isidoro  de  Beja,  Pablo,  Diácono  y  Anastasio  Bibliotecario)  en  los  siete 
meses  primeros  de  dicho  año. 

Los  autores  de  la  segunda  clase  van  acordes  con  los  de  la  primera,  antes 
bien  Abu  Abdallah  nos  da  mayor  luz  para  estrechar  el  tiempo  todavía  mas; 
pues  de  los  siete  meses  arriba  dichos  excluye  los  cualro  primeros,  poniendo  por 
consiguiente  la  desgracia  de  España  en  uno  de  los  tres  meses  que  se  siguen,  ma- 
yo, junio  ó  julio. 

Los  autores  de  la  tercera  clase  son  solo  cualro.  El  primero  no  habla  de  la 
batalla  del  Guadalete,  sino  de  la  entrada  de  los  Árabes  en  general;  y  aun  esta 
no  se  sabe  si  la  pone  en  711,  ó  en  713:  el  segundo  pone  la  batalla  en  717  ó  718, 


APÉNDICE    AL   TOMO    II.  57  i 

que  es  muy  notable  anacronismo  ,  y  los  otros  dos  en  11  de  octubre  de  714. 

Resulta  de  lo  dicho  ,  que  las  opiniones  de  los  autores  citados  no  son  sino 
tres:  la  una  la  del  año  717,  que  no  tiene  mas  apoyo  sino  el  de  Lucas  de  Tuy:  la 
otra  la  del  año  714,  cuyos  únicos  fiadores  son  el  Anónimo  Albeldense,  D.  Rodri- 
go Ximenez  y  el  autor  de  la  Crónica  general:  la  tercera  la  del  año  711,  que  tie- 
ne á  su  favor  (fuera  del  Anónimo  Albeldense  de  fines  del  siglo  ix)  á  lodos  los 
autores  de  la  primera  y  segunda  clase,  españoles  y  extranjeros,  de  los  siglos  vm, 
ix,  x,  xi  y  xii,  y  aun  otros  mas  modernos ,  de  que  no  he  hecho  caso,  como  son 
los  autores  de  la  Crónica  de  Coimbra  y  de  la  de  Burgos.  Me  parece  que  poca 
crílica  es  menester  para  preferir  esta  opinión  á  todas  las  demás. 

Puesto  por  época  fija  de  la  desgracia  de  España  el  año  de  711 ,  queda  que 
averiguar  el  mes  y  el  dia:  pues  de  lodo  lo  que  se  dice  de  domingo,  y  de  dia  de 
san  Martin,  son  aserciones  de  modernos  y  sin  fundamento  alguno.  Entre  tantos 
autores  que  han  hablado  del  asunto,  solo  hacen  memoria  del  mes  Abu  Abdaliah, 
Rodrigo  Ximenez  y  el  autor  de  la  Crónica  general;  pues  el  Anónimo  Albeldense 
y  el  Moro  Rasis,  que  también  lo  nombran,  no  refieren  la  fecha  á  la  batalla  del 
Guadalete,  sino  á  la  entrada  de  Muza,  que  fué  posterior.  Los  tres  autores  citados 
distinguen  dos  fechas;  una  la  de  la  entrada  de  Taric  y  otra  la  de  la  famosa  batalla 
ganada  por  este  general.  Por  no  haber  hecho  esta  distinción  se  han  equivocado 
en  sus  cuentas  muchos  escritores  modernos,  y  me  equivoqué  yo  también  en  mi 
tomo  décimo,  poniendo  el  fin  del  reinado  de  D.  Rodrigo  tres  meses  antes  de  lo 
que  debia.  La  entrada  de  Taric,  según  Abu  Abdaliah  (con  quien  va  conforme 
Rodrigo  Ximenez  por  lo  que  toca  al  nombre  del  mes)  fué  á  8  de  ragiab  de  la 
hegira  92  que  corresponde  á  30  de  abril  de  711.  La  batalla,  según  Rodrigo 
Ximenez,  fué  á  los  cinco  días  antes  de  los  idus  de  schaual;  y  según  el  autor  de  la 
Crónica  general,  que  dice  lo  mismo  con  mas  claridad,  fué  en  el  dia  11  de  dicho 
mes.  Aunque  estos  dos  autores  trastornaron  el  orden  de  las  hegiras  por  haberlas 
contado  á  su  modo,  según  el  sistema  délos  años  Julianos,  es  natural  que  la  fecha 
arábiga  que  citan  del  dia  11  de  schaual ,  la  sacasen  de  escritores  árabes,  que 
no  han  llegado  á  nuestra  noticia ;  y  en  consecuencia  de  esto  debemos  recibirla  por 
buena,  y  como  dada  por  Árabes,  hasta  que  no  se  convenza  lo  contrario,  pero  sin 
imitar  el  mal  uso  que  hicieron  de  dicha  fecha  estos  dos  autores,  sacándola  de  su 
año  de  711,  y  refiriendo  el  11  de  schaual  al  11  de  octubre ,  á  que,  según  las 
cuentas  arábigas,  no  puede  referirse.  El  dia,  pues,  onceno  del  mes  de  schaual 
de  la  hegira  92,  corresponde,  según  el  cálculo  de  los  Mahometanos,  al  dia  31  de 
julio  del  año  de  711,  que  según  la  letra  dominical  D,  que  corría  entonces,  cayó 
en  viernes;  y  esta  por  consiguiente ,  aunque  no  indicada  hasta  ahora  por  ningún 
escritor,  debe  tenerse  por  época  fija  de  la  pérdida  de  España,  mientras  no  se 
descubran  mejores  documentos  que  nos  enseñen  otra  cosa. 

Sirven  para  confirmar  esta  fecha  las  de  las  dos  entradas  de  Taric  y  Muza, 
que  hubieron  de  suceder,  según  el  orden  de  la  historia,  la  primera  poco  antes  de 
la  batalla,  y  la  segunda  cosa  de  un  año  después.  Taric  llegó  á  Gibraltar,  como 
se  dijo,  á  30  de  abril.  Así  él,  como  D.  Rodrigo,  antes  de  la  jornada  decisiva, 
necesitaron  de  algún  tiempo;  el  primero  para  descubrir  terreno,  y  temar  la  suer- 
te con  excursiones  y  escaramuzas;  y  el  segundo  para  tomar  las  medidas  necesa- 
rias, levantar  nueva  gente,  y  marchar  con  ejército  y  provisiones  contra  el  ene- 


572  HISTORIA   GENERAL   DE   ESPAÑA. 

migo.  El  espacio  que  corre  de  tres  meses  desde  el  dia  último  de  abril  hasta  el  úl- 
timo de  julio,  no  era  ni  poco  ni  sobrado  en  las  circunstancias  en  que  se  hallaban 
las  dos  naciones  combatientes. 


XII. 


Crónica  de  los  reyes  visigodos  conoGida  con  el  nombre  de  Vulsa. 


Damos  aquí  la  preciosa  crónica  de  los  reyes  visigodos,  atribuida  por  unos 
á  Julián  de  Toledo  y  por  otros  á  un  obispo  llamado  Yulsa,  sin  fundamento,  em- 
pero, así  unos  como  otros,  á  creer  al  historiador  Masdeu.  Sin  embargo,  esta  cró- 
nica es  de  una  autenticidad  positiva,  y,  según  todo  lo  indica,  de  un  autor  ante- 
rior á  Rodrigo,  y  contemporáneo  de  Ervigio,  de  Egica  y  de  Witiza.  Ponemos 
también  su  traducción,  aun  cuando  podría  muy  bien  pasar  sin  ella  á  causa  de 
su  sencillez,  conformándonos  en  cuanto  al  texto  á  la  edición  de  Masdeu  coleccio- 
nada y  corregida  en  vista  de  los  mejores  códices. 


Chronica  regum  visiyothorum. 

1  Athanaricus  regnavit  annos  XIII. 

2  Alaricus  regnavit  annos  XXVIII  in  Italia. 

3  Ataulphus  regnavit  annos  V. 

4  Sigericus  regnavit  dies  VIL 

5  Nalia  regnavit  annos  III. 

6  Theuderedus  regnavit  annos  XXXIII. 

7  Thurismundus  regnavit  anno  I. 

8  Theudoricus  regnavit  annos  XIII. 

9  Euricus  regnavit  annos  XVII. 

10  Alaricus  regnavit  annos  XXIII, 

11  Gesalicus  regnavit  annos  III,  et  in  latebra 

ann.  1. 
ítem  Theudoricus  de  Italia  regnavit  in  His- 
pania,   tutelam  agens  Amalarico  nepoti 
suo  per  consors  annos  XV. 

12  Amalaricus  regnavit  annos  V. 

13  Theudis  regnavit  annos  XVII  mens.  V. 

14  Theudiselus  regnavit  an.  I,  mens.  V,  dies 

XIII. 

15  Agila  regnavit  annos    V,  mens.   III,  dies 

XIII. 

16  Athanagildus  regnavit  annos  XIII,  mens.  VI. 

17  Liuba  regnavit  ann.  I. 

18  Liuvigildus  regnavit  annos  XVIII 

19  Reccaredus  regnavit  annos  XV,  mens.  I. 

(alias  VI),  dies  X. 

20  ítem  Liuba  regnavit  ann.  I,  mens.  VI 

21  Witericus  regnavit  annos  VI,  mens.  X. 

22  Gundemarus    regnavit    ann.  I,    mens.  X, 

dies  XIII. 

23  Sisebutus  regnavit  annos  VIII,   mens.  VII, 

dies  XVI. 

24  ítem  Reccaredus  regnavit  mens.  III. 

25  Suinthila  regnavit  annos  X. 

2ü  Sisennndus   regnavit  annos  IV,   mens.  XI, 
dies  XVI. 


Crónica  de  los  reyes  visigodos. 

1  Atanarico  reinó  trece  años. 

2  Alarico  reinó  veinte  y  ocho  años  en  Italia. 

3  Ataúlfo  reinó  cinco  años. 

4  Sigerico  reinó  siete  dias. 

5  Valia  reinó  tres  años. 

6  Teodoredo  reinó  treinta  y  tres  años. 

7  Turismundo  reinó  un  año. 

8  Teodorico  reinó  trece  años. 

9  Eurico  reinó  diez  y  siete  años. 

10  Alarico  reinó  veinte  y  tres  años. 

1 1  Gesaleico  reinó  tres  años,  y  escondido  otro 

año. 
ídem  Teodorico  II,   rey  de  Italia,  reinó  en 
España,  como  tutor  de  Amalarico  su  nie- 
to, y  en  su  compañía   quince  años. 

12  Amalarico  reinó  cinco  años. 

13  Teudis  reinó  diez  y  siete  años,  cinco  meses. 

14  Teudiselo  reinó  un  año,  cinco  meses  y  tre- 

ce dias. 

15  Agila  reinó  cinco  años,  tres  meses  y  trece 

dias. 

16  Atanagildo  reinó  trece  años  y  seis  meses. 

17  Liuva  reinó  un  año. 

18  Leovigildo  reinó  diez  y  ocho  años. 

19  Recaredo  reinó  quince  años,  un  mes  y  diez 

dias. 

20  Liuva  II  reinó  un  año  y  seis  meses. 

21  Witerico  reinó  seis  años  y  diez  meses. 

22  Gundemaro  reinó  un  año,  diez  meses  y  tre- 

ce dias. 

23  Sisebuto  reinó  ocho  años,  siete  meses  y  diez 

y  seis  dias. 

24  Recaredo  II  reinó  tres  meses. 

25  Suintila  reinó  diez  años. 

26  Sisenando  reinó  cuatro  años,  once  meses  y 

diez  y  seis  dias. 


APÉNDICE 
37  Chintila    regnavit  annos    III,    mens.  IX, 

dies  IX. 
28  Tulga  regnavit  annos  II,  mens.  IV. 
89  Chindaswinthus  solus  regnavit  annos  VI, 
mens  VIII,  dies  XI. 
ítem  cum  filio  suo  domino   Reccesvintho 
rege  regnavit  annos  IV ,  mens.  VIII,  dies 
XI.  Obiit  pridie  kal.  octobris  era  DGXCI. 

30  Reccesvinthus  regnavit  annos  XVIII,  mens. 

VII,  dies  XI.  Obiit  kal.  sept.  die  IV  fe- 
ria hora  IX,  era  DCCX,  an.  Incarnat, 
Domini  Nostri  Jesu  Christi  DCLXXII ,  an. 
Cycli  decem  novenalis  VIII,  luna  III.  ítem 
cum  patre  suo  regnavit  annos  IV,  mens. 

VIII,  dies  XI. 

31  Suscepit  autem  domnus  Wamba  regni  gu- 

bernacula  eodem  die  quo  ille  obiit,  in  su- 
pradictis  kalend.  sept.  dilata  unctionis  so- 
lemnitate  usque  in  die  XIII  kal.  octob., 
luna  XXI,  era  qua  supra.  ídem  quoque 
gloriosus  Wamba  rex  regnavit  ann.  VIII, 
mens.  I,  dies  XIV.  Accepit  quoque 
poenitentiam  prsedictus  princeps  die  do- 
minico exeunte,  hora  noctis  primo,  quod 
fuit  pridie  idus  octobr.  luna  XV,  era 
DCCXIIX. 

32  Suscepit  autcm  succedente  die  secunda  fe- 

ria, gloriosus  domnus  noster  Ervigius 
regni  sceptra,  quod  fuit  id.  oot.  luna  XVI, 
era  DCCXIIX,  dilata  uncionis  solemnitate 
usque  in  supervenientem  diem  domini- 
cum,  quod  fuit  XII  kal.  novembr.,  luna 
XXII:  era  que  supra.  ítem  quoque  glorio- 
sus Ervigius  rex  regnavit  annos  VII, 
diebus  XXV  (usque  ad  diem  V.  id  no- 
vembr.), in  quo  die,  in  ultima  aegritudine 
positus,  elegit  sui  successorem  in  regno 
gloriosum  nostrum  dominum  Egicanem; 
et  altero  die,  quod  fuit  XVII  hal.  decemb. 
sexta  feria,  sic  idem  dominus  Ervigius 
accepit  pcenitentiam  et  cunctos  séniores 
absolvit,  qualiter  cum  jam  dicto  principe 
glorioso  domino  Egicane  ad  sedem  regni 
sui  in  Toleto  accederent. 

33  Unctus  est  autem  dominus  noster  Egica  in 

regno  ecclesia  sanctorum  Petri  et  Pauli 
prsetoriensis  sub  die  VIII,  ka!,  decembr., 
die  Domin.  luna  XIV.  Era  DCCXXV. 

34  ünctus  est  autem  Witiza  in  regno  die  quo 

fuit,  XVIII  kal.  dec.  Era  DCCXXXIX. 


AL  TOMO  II.  573 

27  Chintila  reinó  tres    años,  nueve  meses  y 

nueve  dias. 

28  Tulga  reinó  dos  años  y  cuatro  meses. 

29  Chindasvinto  solo    reinó    seis  años,  ocho 

meses  y  once  dias. 
ídem  con  su  hijo  el  señor  Recesvinto  rey, 
reinó  otros  cuatro  años,  ocho  meses  y 
once  dias.  Murió  en  el  dia  último  de  se- 
tiembre de  la  era  691  (año  653). 

30  Recesvinto  reinó  veinte  y  tres  años,  siete 

meses  y  once  dias.  Murió  á  primero  de 
setiembre,  dia  de  miércoles,  á  las  nueve 
de  la  mañana,  en  la  era  de  71 0 ,  año  de  la 
Encarnación  de  N.  S.  Jesucristo  672,  año 
ocho  del  número  áureo,  dia  tres  de  la  lu- 
na. Habia  reinado  con  su  padre  cuatro 
años,  ocho  meses  y  once  dias. 

31  El  señor  Wamba  tomó  las  riendas  del  go- 

bierno en  el  mismo  dia  primero  de  se- 
tiembre, dilatando  la  solemnidad  de  la 
consagración  al  dia  19  del  mismo  mes, 
veinte  y  uno  de  la  luna,  en  la  era  arriba 
dicha.  Reinó  el  glorioso  rey  Wamba  ocho 
años,  un  mes  y  catorce  dias.  Recibió  la  pe- 
nitencia sacramental  en  domingo  al  ano  - 
checer,  dia  14  de  octubre,  quince  déla 
luna,  era  de  718   (año  de  680). 

32  El  glorioso  Ervigio  nuestro  señor  tomó  el 

cetro  el  dia  siguiente,  que  fué  lunes, 
15  de  octubre  ,  16  de  la  luna,  era  718, 
difiriendo  la  solemnidad  de  la  consa- 
gración al  primer  domingo  inmediato, 
que  fué  á  21  de  octubre  ,  y  22  de  la 
luna,  en  la  era  arriba  dicha.  Reinó  el 
glorioso  rey  Ervigio  siete  años  y  veinte 
y  cinco  dias,  hasta  el  9  de  noviembre  en 
que  adoleciendo  de  su  última  enferme- 
dad, nombró  sucesor  en  el  reino  al  glo  - 
rioso  nuestro  señor  Egica  ;  y  luego  en  el 
dia  1 5  del  mismo  mes,  que  cayó  en  vier- 
nes, recibió  la  penitencia  sacramental,  y 
despachó  á  los  Grandes  del  reino  para 
que  colocasen  ensu  corte  de  Toledo  al  di- 
cho glorioso  príncipe  el  señor  Egica. 

33  Nuestro    señor  Egica  fué  ungido  rey  en  la 

iglesia  de  los  santos  apóstoles  san  Pedro 
y  san  Pablo  pretoriense  ,  á  24  de  no- 
viembre, dia  de  domingo,  14  de  la  luna, 
era  725  (año  687). 
34  Witiza  fué  ungido  rey  á  20  de  noviem- 
bre de  la  era  de  739  (año  del  Señor  701). 


La  crónica  de  Vulsa  propiamente  hablando  llega  solo  hasta  el  rey  Ervigio, 
y  aunque  expresa  la  fecha  de  la  consagración  de  Egica  y  Witiza  ,  no  dice  la 
de  su  muerte  ni  manifiesta  cosa  alguna  de  su  sucesor  Rodrigo.  Los  autores  mas 
antiguos  que  han  hablado  de  los  tres  últimos  reyes  godos  son  el  Continuador  de 
la  crónica  de  Juan  Biclarense,  Isidoro  de  Beja,  el  monge  Albeldense  y  Sebastian 


574  HISTORIA  GENERAL   DE  ESPAÑA. 

de  Salamanca ;  los  dos  primeros  vivieron  y  escribieron  en  la  primera  mitad  del 
siglo  vni ,  y  los  dos  segundos  á  fines  de  ix.  Su  relato  es  por  otra  parte  muy  os- 
curo y  está  mezclado  con  fábulas  en  los  dos  úlümos;  Masdeu,  empero,  ha  tratado 
de  armonizar  sus  testimonios,  y  ka  añadido  á  la  crónica  de  Vulsa  la  continuación 
siguiente: 


33  Egica  regnavit  annos  XIV. 

34  Witiza  regnavit  annos  VJI ,  mens.  III.  Vi- 

xit  prseterea  annos  II.  Obiit  Toleti  era 
DCCXLIX  ineunte. 

35  Rudericus  á  Gothis  eligitur  in  regno  idibus 

íebr.  era  DCCXLVII.  Regnavit  annos  II, 
mens.  II  et  semis.  Fugatus  est  a  Sara- 
cenis  era  DCCXLIX. 


33  Egica  reinó  catorce  años. 

34  Witiza  reinó  siete  años  y  tres  meses.  Vivió 

después  otros  dos  años.  Murió  en  Toledo 
á  principios  de  la  era  749. 
36  Rodrigo  fué  nombrado  rey  por  los  Godos  á 
13  de  febrero  de  la  era  de  747.  Reinó 
dos  años  y  dos  meses  y  medio.  Fué  ven- 
cido de  los  Moros  en  la  era  de  749. 


XIII. 


Catálogo  cronológico  indicando  el  principio,  el  fin  y  la  duración  de¡  reinado  de  los 
reyes  suevos  y  de  los  reyes  visigodos  de  España. 

reyes  suevos. 


Principio. 


Fin. 


I. 

II. 

III. 

IV. 

V. 

VI. 


Hermenerico 409. 

Rechila 438. 

Recciario 448, 

Maldras 457. 

Frumario 460. 

Remismundo 464. 


438. 
448. 
456. 
460. 
464. 
469. 


Reinaron  los  Suevos  hasta  Remismundo 

INTERREGNO,  Ó  PERÍODO  DE  REYES  DESCONOCIDOS. 

Cariarico 550.  .  .  569.  .  .  . 

Teodomiro  óAriamiro 558.  .  .  583.  .  .  . 

Miro 669.  .  .  684.  .  .  . 

Eborico,  hijo 583.  .  .  »  .  .  . 

Andeca. 

PRIMEROS  REYES   CRISTIANOS  DE  LOS  VISIGODOS. 

I.  Atanarico 339.    .     .    382.    .     .    . 

II.  Alarico 382.     .     .     4*0.     .     .     . 

III.  Ataúlfo  (En  Italia) 410.    .    .    442.    .    .    . 


Duración. 
años,  meses. 


40 


59 


49 
25 
45 


anos,  meses. 
43  » 

28  » 

2  » 


dias. 


dias. 


REYES  VISIGODOS  AL  SUR  DE  LA  GALIA, 

(de  quienes  dependía  parte  de  España), 

I.  Ataulfo(4) 442.     .     .     4I5 6 

II.  Sigerico 445.     .    .     445 » 


(4)  Ataúlfo,  elegido  en  Italia  rey  de  los  Visigodos  en  440,  en  lugar  de  Alarico,  reinó  cinco  años 
en  esta  cualidad,  según  eipresa  la  crónica  de  Vulsa,  dos  en  Italia  y  tres  en  la  ¿eptimania  y  en  Bar- 
celona. 


APENDIÜE    AL   TOMO   II. 


57o 


Principio.         Fin.  Duración. 

años,  meses. 

III.  Valia 415.     .     .    419 4  » 

IV.  Teodoredo 419.     .     .     451 32  » 

V.  Turismundo,  hijo .     451.     .     .     453 2  » 

VI.  Teodorico,  hermano.     ....         .     453.    .    .    466 13  » 


días. 


RETES  VISIGODOS  DE  ESPAÑA, 

(reuniendo  bajo  su  dominación  la  España  y  la  Galia  gótica). 


I.  Eurico.  hermano 

II.  Alarico  II,  hijo 

III.  Gesaleico  (4)  bastardo.,    .     .    .    . 

IV.  Teodorico  rey  de  Italia  en  su  cuali- 

dad de  tutor  de  Amalarico  (2) 

V.  Amalarico,  hijo..     . 

VI.  Teudis  general.  .     . 

VII.  Teudiselo,  general.. 

VIII.  Agila 

IX.  Atanagildo.    .     .     . 
Interregno.     .     .     . 

X.  Liuva,  conde  (3).     . 

XI.  Leovigildo,  hermano. 

XII.  Recaiedo,  hijo  (4).  . 

XIII.  Liuva  II 

XIV.  Witerico 

XV.  Gundemaro.  .    .    . 

XVI.  Pisebuto 

XVII  Recaredo,  segundo  hij( 

XVIII.  Suintila.  general.     .     . 

XIX.  Sisenando,  conde.  . 

XX.  Chintila 

XXI.  Tulga.  hijo.     .     .     . 

XXII.  Chindasvinto  (6\.     . 

XXIII.  Reces vinto,  hijo  (6). 

XXIV.  Wamba(7).    .     .     . 

XXV.  Ervigio  ,8).     .     .     . 

XXVI.  Egica  9).  ... 
XXVII  Witiza  (10).  .  .  . 
XXVIII.  Rodrigo  (11).  .     .     . 


466. 
483. 
506. 

511. 

526 
531. 
548. 
549. 
554 

» 
567. 
568. 
586. 
601. 


603. 
6I0. 
612. 
621. 
621. 
631. 
636. 


640. 
642. 
649. 

672. 


680. 
687. 
701. 
■709. 


483. 
506. 
511. 

526. 
531. 

548 
549. 
554. 
567. 

» 
568. 
586. 
601. 
603. 


610. 
612. 
621. 
621. 
63!. 
636. 


640. 
642. 
649. 
672. 
68». 


687. 
701. 
709. 
711. 


17 

23 

4 

45 

5 

17 

1 

5 

13 

» 

1 

18 

15 

4 

6 

4 


40 
4 
3 
2 
6 

23 
8 
7 

44 
7 


10 

10 

6 

3 

« 

11 


13 
13 


13 
16 


16 
9 
» 
11 
44 
44 
25 


(4)    Gesaleico  reinó  tres  años  en  su  país  y  uno  en  fuga,  como  dice  la  crónica  de  Vulsa. 

(2)  Teodorico  reinó  en  Italia  diez  y  ocho  años,  y  en  Italia  y  simultáneamente  en  España,  como 
tutor  de  su  nieto  Amalarico,  quince;  en  todo  treinta  y  tres  anos. 

(3  Liuva  solo  reinó  un  año  en  la  Galia  gótica  y  en  España,  y  otros  dos  en  Narbona,  después 
de  haber  asociado  al  trono  á  Leovigildo. 

(4)  Recaredo  fué  el  primer  rey  godo  católico.  Once  reyes  arríanos  le  habian  precedido,  y  le  si- 
guieron diez  y  seis  reyes  católicos.  Como  hemos  visto,  Witerico  conspiró  en  favor  del  anianismo, 
pero  no  pudo  lograr  su  restauración. 

(5)  Chindasvinto  reinó  sin  compañero  desde  el  48  de  mayo  de  642  hasta  el  19  de  febrero 

de  649 6  8  11 

Continuó  reinando  con  su  hijo  hasta  30  de  setiembre  de  653.     .  4  8  11 


Total. 

(6)    Recesvinto  reinó  con  su  padre  desde  el  1 9  de  enero 

de  649  hasta  30  de  setiembre  de  653.    ...         .... 

Continuó  reinando  solo  hasta  primero  de  setiembre  de  672.  . 


44 


4 
18 


22 


11 


41 


Total. 


23 


11 


(7)  Wamba  reinó  desde  el  primero  de  setiembre  de  672  hasta  14  de  octubre  de  680. 

(8)  Ervigio  reinó  desde  el  1 5  de  octubre  de  680  hasta  el  9  de  noviembre  de  687,  en  que  nombró 
á  Egica  su  sucesor;  murió  en  15  del  mismo  mes. 

(9!  Eürica  reinó  desde  9  ó  15  de  noviembre  de  687  hasta  mediados  de  noviembre  de  701 . 

(10)  Witiza  empezó  á  reinará  mediados  de  noviembre  de  701,  fué  destronado  á  mediados  de 
febrero  do  709,  y  vivió  dos  años  reinando  Rodrigo.  » 

(4  4)  El  reinado  de  Rodrigo  duró  desde  mediados  de  febrero  de  709  hasta  fines  de  julio  de  74  4 , 
en  todo  dos  años,  cinco  meses  y  quince  dias. 


576  HISTORIA    GENERAL   DE   ESPAÑA. 

XIV. 

Literatos  de  la  España  Goda. 
LENGUAS  CULTAS. 

Avito,  presbítero  de  Braga,  grecista;  siglo  v. 
Pascanio,  diácono  de  Dumio,  grecista;  siglo  vi. 
Juan  Biclarense,  obispo  de  Gerona,  grecista;  siglo  vi. 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla,  doctor  en  las  dos  lenguas  griega  y  hebrea;   si- 
glo vn. 

Julián,  obispo  de  Toledo,  grecista;  siglo  vn. 

MÚSICA. 

Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vi. 
Gonancio,  obispo  de  Falencia;  siglo  vil. 
Juan,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Eugenio  III,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn, 
Julián,  obispo  de  Toledo;  siglo  vil. 

POESÍA. 

Draconcio;  siglo  v. 

Merobaudo  el  Joven;  siglo  v. 

Orencio;  siglo  v. 

Serena  Augusta;  siglo  v. 

Geponio,  obispo  en  Galicia;  siglo  v. 

Martin,  obispo  de  Dumio;  siglo  vi. 

Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vil. 

Conancio,  obispo  de  Palencia;  siglo  vn. 

Máximo,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 

Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vn. 

Sisebuto,  rey;  siglo  vn. 

Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 

Ildefonso,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Eugenio  ilí,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Julián,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Valerio,  abad  de  San  Pedro  de  Montes;  siglo  vn. 

Tajón,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 

Rustico;  siglo  vn. 

ORATORIA. 

Merobaudo  el  Joven;  siglo  v. 
León,  consejero  de  Estado;  siglo  v. 
Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vi. 


II 


APÉNDICE   AL  TOMO   II.  577 

Montano,  obispo  de  Toledo;  siglo  vi. 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vn. 
Sisebuto,  rey;  siglo  vn. 
Conancio,  obispo  de  Palencia;  siglo  vn. 
Justo,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Protasio,  obispo  de  Tarragona;  siglo  vn. 

HISTORIA. 

Pablo  Orosio,  presbítero;  siglo  v. 

Idacio  Limicense,  obispo  en  Galicia;  siglo  v. 

Anónimo,  autor  de  las  Eras  de  los  Mártires;  siglo  i. 

Juan  Biclarense,  obispo  de  Gerona;  siglo  vi. 

Anónimo ,  autor  de  la  Cronología;  siglo  vi. 

Pelagio,  presbítero  de  Tarazona;  siglo  vi. 

Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vn. 

Máximo,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vil 

Redempto,  eclesiástico  de  Sevilla;  siglo  vn. 

Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 

Ildefonso,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Julián,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Félix,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Valerio,  abad  de  San  Pedro  de  Montes;  siglo  Vn. 

Melito;  siglo  vn. 

Anónimo,  autor  de  la  Crónica  de  Vulsa,  siglo  vn. 

FÍSICA  Y  MATEMÁTICA. 

Castorio,  Godo,  geógrafo;  siglo  vi. 
Luciniano,  obispo  de  Cartagena,  geómetra;  siglo  vi. 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla,  físico,  naturalista,  aritmético,  astrónomo,  geóme- 
tra; siglo  vn. 

Juan,  obispo  de  Zaragoza,  astrónomo;  siglo  vn. 
Eugenio  II,  obispo  de  Toledo,  astrónomo;  siglo  vn. 

JURISPRUDENCIA. 

Eurico,  rey;  siglo  v. 

Alarico,  rey;  siglo  v. 

Martin,  obispo  de  Dumio;  siglo  vi. 

Leovigildo,  rey;  siglo  vi. 

Recaredo,  rey;  siglo  vi. 

Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vn. 

Sisebuto,  rey;  siglo  vn. 

Sisenando,  rey;  siglo  vn. 

Chin  tila,  rey;  siglo  vn. 

Chindasvinto,  rey;  siglo  vn. 

Recesvinto,  rey;  siglo  vn. 

tí 

TOMO  II. 


578  HISTORIA   GENERAL  DE   ESPAÑA. 

Wamba,  rey;  siglo  vn. 
Ervigio,  rey;  siglo  vil 
Egica,  rey;  siglo  vil. 

LITURGIA. 

Pedro,  obispo  de  Lérida;  siglo  vi. 
Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vi. 
Conancio,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vil 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vii. 
Juan,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vil 
Eugenio  III,  obispo  de  Toledo;  siglo  vii. 
Ildefonso,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Julián  ,  obispo  de  Toledo;  siglo  vil 

ascética. 

Severo,  obispo  da  Málaga;  siglo  vi. 

Donato,  abad  sirvitano;  siglo  vi. 

Eutropio,  obispo  de  Valencia;  siglo  vi. 

Juan  Biclarense,  obispo  de  Gerona;  siglo  vi. 

Martin,  obispo  de  Dumio;  siglo  vi. 

Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vi. 

Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vil 

Fructuoso,  obispo  de  Braga;  siglo  vil 

Valerio,  abad  de  San  Pedro  de  Montes;  siglo  vil 

escritura  sagrada. 

Justo,  obispo  de  Urgel;  siglo  vi. 
Apringio,  obispo  de  Beja;  siglo  vi. 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vii. 
Julián,  obispo  de  Toledo;  siglo  vil 

teología  dogmática  y  moral. 

Pablo  Orosio,  presbítero;  siglo  v. 
Vital,  monge,  ó  clérigo;  siglo  v. 
Constancio,  monge  ó  clérigo;  siglo  v. 
Toribio,  obispo  de  Astorga;  siglo  v. 
Bachiario,  monge;  siglo  v. 
Justiniano,  obispo  de  Valencia;  siglo  vi. 
Leandro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vi. 
Massona,  obispo  de  Mérida;  siglo  vi. 
Montano,  obispo  de  Toledo;  siglo  vi. 
Luciniano,  obispo  de  Cartagena;  siglo  vi. 
Severo,  obispo  de  Málaga;  siglo  vi. 
Eutropio,  obispo  de  Valencia;  siglo  vi. 
Martin,  obispo  de  Dumio;  siglo  vi. 


APÉNDICE   AL   TOMO   II.  579 

Aurasio,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Tajón,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Fulgencio,  obispo  de  Ecija;  siglo  vn. 
Isidoro,  obispo  de  Sevilla;  siglo  vn. 
Ildefonso,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Idalio,  obispo  de  Barcelona;  siglo  vn. 
Eugenio  III,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Braulio,  obispo  de  Zaragoza;  siglo  vn. 
Julián,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 
Sisebuto,  rey;  siglo  vn. 

LITERATOS  NO  INCLUIDOS  EN  LAS  CLASES  ANTECEDENTES. 

Asturio,  obispo  de  Toledo;  siglo  v. 

Fortunal;  siglo  v. 

María  Augusta;  siglo  v. 

Severo,  obispo  de  Menorca;  siglo  v. 

Ascanio,  obispo  de  Tarragona;  siglo  v. 

Tarra,  monge;  siglo  v. 

Nebridio,  obispo  de  Barcelona  ó  Tarrasa;  siglo  vi. 

Toribio,  monge  de  Palencia;  siglo  vi. 

Elpidio,  obispo;  siglo  vi. 

Artemio,  obispo  de  Tarragona;  siglo  vi. 

Quirico,  obispo  de  Barcelona;  siglo  vn. 

Heladio,  obispo  de  Toledo;  siglo  vn. 

Bulgarano,  conde;  siglo  vn. 

Teudisilo,  monge;  siglo  vn. 


FIN  DEL   TOMO  II. 


ÍNDICE  del  TOMO  II. 


PARTE  SEGUNDA. 


ESPARA  GODA. 

Desde  el  año  413  hasta  el  711  de  nuestra  era, 

CAPÍTULO  I. 

Desde  el  año  413  hasta  el  440, 

Pá§. 

Procedencia  de  las  tribus  bárbaras  que  invadieron  la  Península.— Primeros 
tiempos  déla  dominación  goda  m  España. — Muerte  de  Ataúlfo. —  Sigerico 
y  "Walia.— Guerras  entre  los  invasores. — Teodoredo. — Los  Romanos  inten- 
tan reconquistar  la  España.  —  Estado  déla  Península  durante  la  invasión. — 
Emigración  voluntaria  de  los  Vándalos, — Engrandecimiento  de  los  Sue- 
vos.— Operaciones  de  Teodoredo  en  las  Galias. — Bacaudos  españoles.    .    .         6 

CAPÍTULO  II. 

Desde  el  año  440  hasta  el  466. 

Conquistas  de  los  Visigodos  en  las  Galias. — Movimiento  de  los  Suevos  en 
España. — Estado  político  de  los  Godos  á  la  caída  del  imperio  romano. — 
.  Atila. — Teodoredo  y  Aecio  se  unen  contra  él.— Batallado  los  campos  Cata- 
láunicos. — Muerte  de  Teodoredo.— Turismundo. — Teodorico. — El  empera- 
dor A  vito.— Teodorico  en  España. — Sus  victorias  contra  los  Suevos. — 
Acontecimientos  en  el  reino  godo  hasta  la  elevación  de  Eurico 21 

CAPÍTULO  III. 

Desde  el  año  466  hasta  el  587. 

Reinado  de  Eurico.— Política  de  este  rey.— Engrandecimiento  del  reino  de 
los  Godos.— Conquistas  en  España. — Conquistas  en  las  Galias. — Fin  del 
imperio  de  Occidente.— Reinado  de  Alarico. — Su  derrota  y  su  muerte. — 
Rivalidad  entre  Amalarico  y  Gesaleico.— Intervención  de  Teodorico  rey 
de  Italia.— Definitivo  establecimiento  de  la  monarquía  goda  en  España. — 
Reinados  de  Teudis,  de  Teudiselo,  de  Agila,  de  Atanag-ildo,  de  Liuva  I  y 
de  Leovigildo 37 

CAPÍTULO  IV. 

Desde  el  año  587  hasta  el  672. 
Reinado  de  Recaredo.— Su  conversión  al  catolicismo.— Conspiraciones.— Movi- 


582  índice  del  tomo  ii. 

mientos  en  la  Septimania — Rebelión  de  Athaloco  en  Narbona.  —Empresas 
de  los  Francos  contra  la  Septimania. — Bata'la  de  Carcasona. — Tercer  conci- 
lio de  Toledo.— Reinado  de  Liuva  II.— Usurpación  de  Viterico.— Reinado 
de  Gundemaro.—  Reinado  de  Sisebuto. — Sus  victorias  contra  los  Imperia- 
les.— Edicto  de  proscripción  contra  los  Judíos.— Reinado  de  Suintila.— 
Definitiva  expulsión  de  los  Imperiales. — Elevación  de  Sisenandoé  interven- 
ción del  rey  franco  Dsgoberto.— Cuarto  concilio  de  Toledo.— Reinado  de 
Cbintila. — Concilios  quinto  y  sexto  de  Toledo.— Reinado  de  Tulga.— Reina- 
do de  Chindasvinto  y  Recesvinto.     . 57 

CAPÍTULO  V. 
Desde  el  año  672  hasta  el  701. 

Elección  de  Wamba  — Insurrección  de  los  Vascones.— Rebelión  del  conde 
Hilderico  en  la  Galia  Narbunense. — Traiciou  de  Paulo. — Sumisión  de  los 
Vascones. — Campaña  de  "Wamba  contra  Paulo.— Toma  de  Narbona  y  de 
Niines.— Castigo  de  los  conjurados — Triunfo  de  Wamba. — Influencia  civi- 
lizadora de  la  Iglesia.— Circunstancias  particulares  de  este  reinado. — Pri- 
mera invasión  y  derrota  de  los  Sarracenos  de  África.— Traición  de  Ervigio 
y  abdicación  de  "Wamba.— Concilios  XII,  XIII  y  XIV  de  Toledo.— Egica.— 
Concilios  XV,  XVI  y  XVII  de  Toledo.— Conjuraciones.— Asociación  de  Wi- 
tiza  en  el  reino T7 

CAPÍTULO  VI. 

Desde  el  año  701  hasta  el  711. 

Reinado  de  Witiza. — Contraria  opinión  de  los  historiadores  acerca  de  este 
rey.— Relato  del  P.  Mariana,— Disensiones  civiles. —Término  del  reinado  de 
Witiza.— Rodrigo.— Bandos  y  discordias  que  dividian  el  reino.— Causas 
que  fueron  preparando  la  ruina  de  la  monarquía. — Situación  de  los  Árabes 
en  África  á  priucipios  del  siglo  vm.— Los  hijos  de  Witiza  y  el  conde 
Julián. — Tradicionales  amores  de  Rodrigo  y  Florinda.— Los  partidarios  de 
Witiza  y  los  Judíos  instigan  á  los  Sarracenos  para  que  invadan  á  Espa- 
ña.— Conducta  de  Muza. — Invasión  de  los  Sarracenos  á  las  órdenes  de 
Tarik.— Batalla  del  Guadalete.— Muerte  de  Rodrigo. —Finis  Hispanise.    .     .      101 

CAPÍTULO  VII. 

garácter  moral  de  los  Godos  —Su  estado  político. — Monarquía  electiva  antes 
y  después  de  Recaredo. — Títulos  y  honores  de  los  reyes.— Los  hijos  del 
rey  no  heredaban  — Concilios  de  Toledo.— Su  influencia. — Inconvenientes 
de  la  intervención  directa  del  clero  en  el  gobierno  del  Estado.  — Opinión  del 
autor  sobre  esta  materia. — Oficio  palatino. — Duques,  condes,  gardingos  y 
vicarios.— Régimen  municipal.— División  de  clases.— Nobles  y  plebeyos.     .       120 

CAPÍTULO  VIII. 

Estado  civil.— Hombres  libres  y  siervos.— Patronos  y  libertos.— Patronos  y 
buccelarios. — Tierras  alodiales,  beneficiarías  y  tributarias.— Primer  derecho 
civil  de  los  Godos  en  España.— Abolición  de  la  Ley  Romana.— Examen 
histórico  del  Fuero  Juzgo. — Juicio  crítico  sobre  este  célebre  código. — Sus 
diversas  clases  de  leyes.— Análisis  de  algunas  de  sus  disposiciones. — Sobre 
la  familia. — Nupcias,  dotes,  derecho  de  sucesión,  peculio  de  los  hijos,  tute- 
la, viudedad. — Colonos,  vinculaciones,  feudus. — Prescripción 197 

CAPÍTULO  IX. 

Continuación  del  mismo  asunto  —Sistema  judicial.— Tribunales  y  jueces.— 
Atribuciones  del  juez  y  de  sus  agentes. — Obligaciones  y  responsabilidad 
de  los  jueces. — Abogados  y  procuradores. — Delaciones. — Tormento. — 
Pruebas  del  agua  y  del  fuego  —Prueba  de  testigos.— Apelaciones.— Siste- 
ma penal. — Pena  de  muerte,  de  ceguedad,  de  decalvacion,  de  infamia,  de 
servidumbre,  de  vergüenza  y  de  azotes.— Penas  pecuniarias.— Personali- 
dad de  las  penas.— Legislación  contra  los  Judíos 152 


índice  del  tomo  ii.  bS'd 

CAPÍTULO  X. 

Constitución  de  la  Iglesia— Consideraciones  generales. — Del  arrianismo.— 
Triunfo  de  la  unidad  católica. — Orden  gerárquico  del  clero. — Impugnación 
de  la  doctrina  que  establece  la  absoluta  independencia  de  la  Iglesia  goda. 
— Derechos  del  Papa.— Relajación  de  la  disciplina  y  directa  intervención 
de  la  potestad  secular  en  los  asuntos  eclesiásticos.— Derechos  de  los  reyes. 
— Metropolitanos,  obispos,  presbíteros.— Rectores  6  Curator es. —Derecho 
de  Patronato. — Casas  canonicales  y  seminarios 167 

CAPÍTULO  XI. 

Continuación  del  mismo  asunto.— Clérigos  inferiores.  —Dignidades. — Rentas 
eclesiásticas  y  su  administración. — Matrimonio  y  continencia  de  los  cléri- 
gos.— Leyes  y  observancias  particulares  de  la  Iglesia  hispano-gótica. — 
Inmunidad  eclesiástica.— Tribunal  eclesiástico  para  las  causas  de  los  po- 
bres y  del  bien  público. — Concilios  nacionales,  provinciales  y  diocesanos. 
— Sacramentos. — Excomunión. — Penitencia  sacramental  y  ceremonial.— 
Tonsura  monástica,  clerical  y  de¡  penitencia.— Ordenes  sagradas.— Monges 
y  monjas. — Orísen  y  diferencias  de  la  vida  monástica. — Reglas  monacales 
de  España. — Vida  monástica.— Memoria  de  algunos  monges  insignes.    .      185 

CAPÍTULO  XII. 

Límites  territoriales  de  la  España  goda. — Capitales  de  España.— Sus  pro- 
vincias.— Capitales  de  las  provincias.— Nombres  délas  ciudades  y  villas. — 
Organización  militar. — Ejército  y  sus  oficiales.— Armas  y  trajes  de  los  sol- 
dados.—Algunas  costumbres  del  pueblo  visigodo. —  Industria. — Agri- 
cultura.—  Metales  y  minas. — Comercio. — Pesas  y  medidas.— Monedas. — 
Marina.— Ciudades  fundadas  por  los  Godos 208 

CAPÍTULO  XIII. 

Letras  y  bellas  artes  en  la  ^época  visigoda. — Principales  escritores  de  este 
período;  historiadores,  poetas,  teólogos,  etc. — Paulo  Orosio. — Etimologías 
de  san  Isidoro  de  Sevilla. — Discípulos  de  Isidoro. — Escuelas. — Bibliotecas. 
— Estado  de  las  ciencias. — Medicina. — Arquitectura. — Principales  fábricas 
délos  Godos. — Sus  caracteres. — La  tradición  artística  de  la  antigüedad  no 
se  interrumpe  en  nuestra  Península. — Tesoros  de  los  Visigodos. — Coronas 
de  Guarrazar. — Pintura  y  escultura. — Música. — Medallas. — Su  carácter. — 
Inscripciones  lapidarias. — Signos  particulares  empleados  en  en  ellas. — Era 
española. — Era  de  Jesucristo. — Caracteres  numéricos. — Corrupción  del  latin 
en  las  inscripciones. — Déla  rima. — Variaciones  del  lenguage. — Conclusión 
del  período  godo 220 


PARTE  TERCERA. 


ESPAÑA  ÁRABE 

Y  REINADO  DE  LOS  REYES  CATÓLICOS. 

Desde  el  año  711  hasta  el  1516  de  nuestra  era. 

CAPÍTULO  I. 

Advertencia  preliminar.— La  Arabia.— De  los  primitivos  Árabes.— Origen  y 
predicación  de  Mahoma.— Conducta,  política  y  religión  del  falso  apóstol.— 


§84  ÍNDICE    DEL  TOMO   II. 

Caracteres  del  islamismo. — Política  de  los  suc- sores  de  Mahoma. — Sus  con- 
quistas.— Su  conducta  para  con  l<s  vencidos. — Conquista  de  África. — Rela- 
ciones de  los  califas  con  sus  lugartenientes. — Naturaleza  del  poder  supre- 
mo entre  los  Árabes. — Conquistas  de  Ocba,  de  Zohair  y  de  Hassan. — 
Guerra  de  Muza  en  el  Magreb 249 

CAPÍTULO  II. 

Desde  el  año  711  hasta  el  713. 

Venida  de  Muza  á  España. — Sucesos  que  siguieron  á  la  batalla  del  Guada- 
lete. —  Toma  de  Córdoba. — Entrada  de  Tarik  en  Toledo. — Condiciones 
impuestas  por  el  vencedor. — Marcha  de  Muza. — Capitulación  de  Sevilla. — 
Sitio  y  toma  de  Mérida. — Gorrerías  de  Tarik  al  norte  de  Toledo. — Reunión 
de  ambos  caudillos  en  Toledo. — Desgracia  de  Tarik. — Victorias  de  Abde- 
\aziz  en  las  provincias  orientales. — Teodomiro. — Tratado  de  paz  entre  Abde- 
laziz  y  Teodomiro. — Reconciliación  entre  Tarik  y  Muza. — Campaña  simul- 
tánea de  ambos  generales  al  c-ntro  y  al  <-ste  de  Ja  Península. — Su  reunión 
delante  de  Zaragoza. — Toma  de  Zaragoza. — Sigue  la  conquista. — Tarik  y 
Muza  son  llamados  á  Damasco. — Carácter  de  la  conquista 264 

CAPÍTULO  III. 

Desde  el  año  713  hasta  el  740. 

Gobierno  de  los  walies  sucesores  de  Moza. — Abdelaziz  ben  Muza. — Su  admi- 
nistración.— Su  tolerancia  para  con  los  cristianos. — Se  casa  con  la  viuda 
de  Rodrigo. — Muere  asesinado. — Ayub. — Alhaur. — Invasión  de  la  Galia. — 
Alsamah. — Batalla  de  Tolcsa  de  Francia. — Ambiza. — Conquista  de  la  Sep- 
timania. — Otros  emires. — Expedición  de  Abderrahaian  á  Aquitania. — Bata- 
lla de  Poitrers. — Carlos  Martel. — Consecuencias  de  aquella  jornada.     .     .    -  280 

CAPÍTULO^IV. 
Desde  el  año  740  hasta  el  756» 

Sublevaciones  de  los  Berberiscos  de  África. — Batalla  d-}  Masfa.—  Llegada  de 
Bale^  ben  Baxir  y  de  Thaalaba  ben  Salema  á  España. — Guerras  civiles  en 
la  Península. — Deposición  y  muerte  del  wali  Aodelmelek. — Usurpación  y 
derrotada  Baleg  ben  Baxir.-  Taaalaba  ben  Salema  du°¡no  de  Córdoba. — 
Llegada  y  gobierno  de  Abulkatar. — Nueva  distribución  de  tierras  entre  las 
tribus. — Fin  del  reino  de  Teodomiro.  — Sunluvacion  deSamail  y  de  Thueba. 
— Elección  de  Yusuf  el  Fenri. — Nueva  división  de  España  en  cinco  pro- 
vincias.— Gobierno  y  administración  de  Yussuf  él  Febri  hasta  la  llegada 
de  Abderrahman  bsu  Moaviah  ben  Meruau,  primero  de  los  Ooimiadas.     .      302 

CAPÍTULO  Y. 
Desde  el  año  711  hasta  el  756. 

Los  cristianos  en  Asturias. — Pelayo.— Batalla  de  Covadonga. — Situación  de 
Asturias  y  de  los  pueblos  limítrofes  á  mediados  del  siglo  viii.— Formación 
de  un  reino  cristiano  en  Asturias,— Reinado  de  Favila. — Reinado  de  Alfon- 
so L— Sus  conquistas • 317 

CAPÍTULO  VI. 

Desde  el  año  756  hasta  el  788. 

Llegada  á  España  de  Abderrahman  ben  Moaviah  ten  Meruan.— Toma  el 
título  de  emir.— Resistencia  de  Yussuf  el  Fehri.— Abderrahman  marcba 
contra  Córdoba.— Batalla  de  Mudara.— Yussuf  y  Samail  son  derrotados. — 
Toma  de  Córdoba.— Tratado  de  Elvira.—  Abderrauman  es  reconocido  emir 
en  toda  Andalucía.— Nacimiento  de  Hixem. — Levantamiento  de  Yussuf  y 
de  sus  hijos.—  Muerte  de  Yussuf.— Los  Francos  toman  á  Narbon a.—  Tenta- 
tivas do  los  Abassidaa  contra  el  emir  Abderrahman.— Desórdenes  y  guer- 


ÍNDICE   DEL   TOMO   n.  585 

ras  civiles. — Venida  de  Cario  Magno  con  gran  ejército  á  España.— Llega 
á  los  muros  de  Zaragoza  y  se  retira. — Derrota  de  su  ejército  en  Roneesva- 
lles.— Canto  de  guerra  de  los  Vascos. — Fin  de  los  hijos  de  Yussuf. — Paz.— 
Embellecimiento  de  Córdoba. — Muerte  de  Abderrahman 330 

CAPÍTULO  VIL 

Desde  el  año  757  hasta  el  791. 

Asturias. — Reinado  de  Fruela  I. —Guerra  contra  losVascones  y  Gallegos. — 
Fundación  de  Oviedo. — Muerte  violenta  de  Fruela. — Reinados  de  Aurelio 
y  de  Silo.— Sublevación  de  esclavos. — Turbulencias  en  Galicia. — Reinado 
de  Mauregato. — Heregía  de  Félix  de  Urgel  y  de  Elipando  de  Toledo. — 
Reinado  de  Bermudo  el  Diácono. — Llama  á  su  lado  á  Alfonso  hijo  de  Frue- 
la.—Abdica  en  su  favor  la  corona.— Sube  al  trono  Alfonso  II.— De  los  pri- 
meros y  fabulosos  reyes  de  Navarra.' — De  los  condes  de  Galicia  y  de  Casti- 
lla.— Principio  de  la  Marca  franco-hispana.— Situación  respectiva  de  los 
Árabes  y  cristianos  á  fines  del  reinado  de  Bermudo  el  Diácono 372 

CAPÍTULO   VIII. 

Desde  el  año  788  hasta  el  796. 

Solemne  poclamacion  de  Hixem  en  Córdoba.— Rebelión  de  sus  dos  hermanos 
Solimán  y  Abdallah.— El  emir  los  vence. — Sumisión  definitiva  de  Abdallah 
y  Solimán. — Turbulencias  en  la  España  oriental. — Proclámase  la  guerra 
santa. — Expediciones  contra  los  cristianos. — lnvasion::de  Asturias. — Cam- 
pañas consecutivas.— Entran  los  Arates  en  Septimania. — Incendio  de  los 
arrabales  de  Narbona. — Batalla  del  Orbieu.— Guillermo  de  Tolosa  es  venci- 
do.—Termina  Hixem  la  gran  mezquita  de  Córdoba.— Su  descripción. — 
Continuación  de  la  guerra  sania. — Derrota  de  los  Árabes  en  Asturias. — Fin 
del  reinado   de  Hixem »    .      385 

CAPÍTULO  IX. 

Desde  el  año  796  hasta  el  822. 

Emirato  de  Alhakem.— Sus  guerras  contra  sus  tios.—  Sitio  de  Toledo.— En- 
trada de  los  Franco-Aquitanos  en  la  Marca  hispana. — Expedición  de  Alha- 
kem contra  ellos.— Continuación  de  la  guerra  contra  Solimán  y  Abdallah. 
— Toma  de  Toledo. — Los  tios  del  emir  son  vencidos;  muerte  de  Solimán; 
tratado  de  paz  con  Abdallah. — Sitio  y  toma  de  Barcelona  por  Ludovico 
Pió. — Origen  del  condado  de  Barcelona. — Guerras  y  vicisitudes  de  ambos 
pueblos  en  el  valle  del  Ebro. — Turbulencias. — Conspiraciones. — Subleva- 
ción de  Mérida.— La  bella  Alkinza. — Guerras  en  la  frontera  de  Galieia. — 
Tregua  con  Alfonso  II. — Los  Francos  intentan  apoderarse  de  Tortosa. — 
Los  Normandos. — Toma  de  Tortosa. — Excursiones  marítimas  por  el  Medi- 
terráneo.— Tratado  de  paz  con  los  Francos. — Nuevas  guerras  en  Galicia. — 
Victorias  de  los  cristianos  acaudillados  por  Alfonso. — Horrorosas  escenas 
en  Córdoba. — Emigración  de  veinte  mil  Cordobeses. — Vicisitudes  y  con- 
quistas de  estos  desterrados.— Misantropía  de  Alhakem;  su  demencia,  su 
muerte 398 

CAPÍTULO  X. 

Desde  el  año  791  hasta  el  842. 

Reino  de  Asturias. — Reinado  de  Alfonso  el  Casto.— Mensage  y  presentes  de 
Alfonso  á  Cario  Magno  en  Aquiserran. — Es  destronado  momentáneamente, 
recluido  en  un  monasterio  y  vuelto  á  aclamar. — Formación  de  un  partido 
gótico  nacional. — Embellecimiento  de  Oviedo;  palacios,  iglesias,  etc. — La 
cruz  de  los  Angeles.— Invección  del  sepulcro  del  apóstol  Santiago.— Se  erige 
en  catedral  el  templo  de  Compostela.— Restablece  Alfonso  el  orden  gótico 
en  su  reino.— Últimos  hechos  de  Alfonso  el  Casto;  su  muerte.— Caracteres 
y  efectos  generales  de  su  reinad  o 442 

TOMO  TI.  14 


586  Í1NDICE   DEL   TOMO   11. 

CAPÍTULO  XI. 

Desde  el  año  822  hasta  el  852. 

Proclamación  de  Abderrahman  II. — Levantamiento  de  su  tio  Abdallah.— 
Sitio  de  Valencia —Sumisión  de  Abdallah.— Sucesos  en  la  Marca  gótica. 
— Bara  y  Bernardo.— Sitio  de  Barcelona  y  de  Urgel.— Embajadores  griegos 
en  Córdoba. — Segunda  derrota  del  ejército  franco  en  Roncesvalles.— 
Curioso  episodio  de  la  vida  de  Abderrahman  —Política  de  Luis  el  Pió.— 
Revuelta  de  Aizon  en  la  Marca  gótica. — Guerras.— Sublevaciones  en  Mé- 
rida  y  Toledo.— Toma  por  los  Árabes  de  un  arrabal  de  Marsella. —-Muerte 
de  Luis  el  Pió.' — Ramiro  I  de  Asturias. — Supuesta  batalla  de  Clavijó  atri- 
buida á  este  príncipe.— Llegada  de  los  Normandos  á  Andalucía.— Sitio  de 
Sevilla.— Carlos  el  Calvo  y  Bernardo,  conde  de  Barcelona.— Guerras  en  la 
Marca  gótica.— Muerte  de  Ramiro  I.— Terrible  persecución  de  los  cristia- 
nos en  Córdoba.— Martirios.— La  corte  de  Córdoba.— Muerte  de  Abderrah- 
man II 450 

CAPÍTULO  XII. 

Desde  el  año  852  hasta  el  886. 

Reinado  de  Muhamad  I. — Contiendas  entre  los  hanbalistas  y  los  malekitas. 
—Continua  la  persecución  contra  los  cristianos — Eulogio,  Alvaro,  Sam- 
son.— Concilios  en  Córdoba. — Apostasías.— Guerra  contra  los  Francos  y 
los  Gallegos.— Ordoño  I  de  Asturias.— Sus  primeras  victorias.— Desgracia 
y  rebelión  de  Muza  y  de  su  hijo  Lopia  ben  Muza,  walí  de  Toledo.— Guerras 
que  fueron  su  consecuencia.— Alianza  de  Muza  con  los  Navarros. — Verda- 
dera batalla  de  Clavijo.— Toma  de;  Toledo  por  el  emir.— Nueva  irrupción 
marítima  de  los  Normandos  en  Galicia  y  en  Andalucía. — Expediciones  de 
Ordoño  contra  los  Árabes. — Rebelión  de  Hafsun. — La  España  oriental  se 
separa  de  Córdoba.  —Matanza  de  los  Musulmanes  en  los  campos  de  Alcañiz. 
— Vicisitudes  de  la  guerra  contra  Hafsun  y  los  cristianos  del  norte  de  la 
Península. — Batalla  de  Rotah  el  Yehud. — Fin  del  reinado  de  Ordoño  I. ~ 
Proclamación  de  Alfonso  III  el  Magno— Breve  usurpación  del  conde 
Fruel  a.— Guerras  de  Alfonso  contra  los  Vascones  y  los  Árabes.— Casa  con 
una  hija  de  García  de  Navarra.— Conjuración  de  los  cuatro  hermanos  de 
Alfonso. — Brillantes  victorias  de  este  sobre  los  Árabes  en  Lusitania  y  en 
Zau ora— Calamidades  en  el  imperio  musulmán.— Batalla  de  Aybar.— 
Muerte  d  i  Ornar  ben  Hafsun. — Paz  entre  Alfonso  y  Muhamad. — Acaeci- 
mientos varios. — Muerte  de  Muhamad  I , 481 

APÉNDICE  AL  TOMO  SEGUNDO. 

I.— Decreto  del  rey  Alarico  y  su  traducción  castellana,  al  conde  Timoteo  y 
demás  gobernadores,  enviándoles  el  nuevo  Código  de  Leyes 507 

II.— Matrimonio  de  las  hijas  de  Atanagildo,  Galsuindi  y  Brunequilda,  (de 
Gregorio  Turonense) 508 

III.— Apología  de  Brunequilda,  reina  de  Francia  y  princesa  española,  (deMas- 
deu  t.  X) 509 

IV.—' Contienda  entre  Gontrando  yRecaredo;  conversión  de  este  rey,  (ote 
Gregorio  Tnronense) 516 

V.— Carta  de  Recaredo,  rey  de  España,  al  papa  san  Gregorio  Magno.    .     .     .      ole 

VI.— Cartas  d<d  papa  san  Gregorio  Magno  á  Recaredo,  rey  de  España. ...      520 

VIL— Noticias  acerca  de  las  revoluciones  sufridas  por  la  propiedad  territo- 
rial entre  las  naciones  que  invadieron  el  imperio  romano,  (de  Bobertson, 
Historia  del  Emperador  Carlos  V,  nota  VIII) •      531 

Vni.  —Declamación  de  san  Julián,  arzobispo  de  Toledo,  traducida  al  español, 
contra  los  que  se  rebelaron  en  la  Galia  Gótica,  bajo  el  reinado  de  Wamba.      5^4 

IX  —Concilios  nacionales  y  provinciales  de  la  España  Goda,  (de  Masdeu,  t.  XI).      o40 

$  i, o— Concilios  nacionales 2™ 

£  2.°— Concilios  provinciales '  A' 

X.— Resultado  de  las  excavaciones  practicadas  en  las  Huertas  y  fuente  de 


ÍNDICE   DEL   TOMO   II.  587 

Guarrazar,  término  de  Guadamur,  provincia  de  Toledo  ,  donde  fueron  ha- 
lladas las  coronas  góticas  que  hoy  dia  se  encuentran  en  el  Museo  de  anti- 
güedades de  Cluny .         548 

XI.— Época  de  la  pérdida  de  España,  viernes  dia  31  de  julio  del  año  711,  (de 
Masdeu,  t.  XV) 561 

XII.— Crónica  de  los  reyes  visigodos  conocida  con  el  nombre  de  Vulsa.    .    .      572 

XIII.— Catálogo  cronológico  indicando  el  principio,  el  fin  y  la  duración  del 
reinado  de  los  reyes  suevos  y  de  los  reyes  visigodos  de  España 574 

XIV. —  Literatos  de  la  España  Goda 576 


PIN    DEL   IND1CB   DEL   TOMO  H. 


NORTHEASTERN  UNIVERSITY  LIBRARIES      DUPL 


3  9358  01424877  4 


c&ó  G^bhkrdj  ,   V' 

Histor:i  o 
18ÓÍ 


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L  de  España  y   de  sus  Indias, 


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