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HISTORIA GENERAL
DE ESPAÑA
Y DE SUS INDIAS.
TOMO SEGUNDO.
HISTORIA GENERAL
E ESPAÑA
Y DE SUS INDIAS,
DESDE LOS TIEMPOS MAS REMOTOS HASTA NUESTROS DÍAS,
TOMADA DE [.AS PRINCIPALES HISTORIAS, CRÓNICAS Y ANALES QUE ACERCA DE LOS SUCESOS OCURRIDOS
EN NUESTRA PATRIA SE HAN ESCRITO,
por
D. VÍCTOR GEBHARDT.
Jush'tia el vertías.
TOMO SEGUNDO.
MAJUMRIE): I BA.RQI-OIjOIV.A :
LIBRERÍA ESPAÑOLA, LIBRERÍA DEL PLUS ULTRA,
calle de Relatores, núm. 14. Rambla del Centro, núin. 15.
HABANA :
LIBRERÍA DE LA ENCICLOPEDIA, CALLE DE O-REYLLl, NÚM. 91.
1864
a
.
Es propiedad deí Editor.
Barcelona — Imp. de Luis Tasso, calle del Arco del Teatro, callejón eatre los números 21 y 23.— 1864.
HISTORIA GENERAL
DE
ESPAÑA Y DE SUS INDIAS.
PARTE SEGUNDA.
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ESPAÑA GODA.
Desde el año 413 hasta el 711 de nuestra era.
CAPITULO PRIMERO.
Procedencia de las tribus bárbaras que invadieron la Península.— Primeros tiempos de la domina-
ción goda en España.— Muerte de Ataúlfo.— Sigerico y Walia.— Guerras entre los invasores.—
Teodoredo. — Los Romanos intentan reconquistar la España. — Estado de la Península durante la
invasión.— Emigración voluntaria de los Vándalos. — Engrandecimiento de los Suevos. — Operacio-
nes de Teodoredo en las Galias. — Bacaudos españoles.
Desde el año 413 hasta el 440.
El mundo romano espiraba, y hemos asistido á sus últimos momentos. Del
imperio de Occidente no le quedaba ya sino una vana soberanía, y haslala misma
capital, la ciudad eterna, habia visto dentro de sus muros alas hordas de Alarico.
En un principio, los bárbaros asolaron la Tracia,la Mesiayla Panonia; devastadas
estas provincias, invadieron la Tesalia, Macedonia y Grecia; el Imperio, esto es el
país habitado, iba estrechándose á cada momento, y sus fronteras eran la Italia.
Llegó, empero, un tiempo en que ni aun estas fueron respetadas, y hemos visto á
los Godos dominar en Roma. El tiempo de la conquisla habia terminado porque
nada mas habia que conquistar, ó por mejor decir, que devastar ; la época de es-
tablecerse habia llegado , y los bárbaros del siglo v, como hicieron mas tarde los
Normandos, después de asolar y saquear la Francia, aceptaron y se establecieron
en los territorios que habían ocupado. Así fué como hemos visto á Ataúlfo esta-
blecerse en las Galias y pasar luego los Pirineos para ocupar parte de la Tarra-
conense.
Tenemos, pues, en España á Godos, Alanos, Vándalos y Suevos y tiempo es
ya, que aunque muy poco, pues poco es lo que se sabe, digamos algo de la pro-
cedencia de los cuatro pueblos invasores.
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8 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
No es ya dudoso que el movimiento de emigración de las grandes masas
de hombres que inundaron el Norie de Europa para lanzarse desde allí sobre el
Mediodía y el Occidente, partió del Asia, cuna y semillero del género humano.
Tiempo hacia que estas tribus bárbaras, empujadas por otras que sucesivamente
iban emigrando del Asia superior, de la Escitia ó Tartaria , vivian en las ne-
vadas regiones de la Escandinavia , de Dinamarca , de Rusia y de Germania,
como escalonadas por la Providencia desde el extremo septentrional de Europa
hasta las fronteras del imperio romano, para cumplir un dia la misión que habia
de serles confiada. La superabundancia de población y la esterilidad y el ri-
gor de aquellos climas hacíales desear un sol mas radiante y una tierra mas
fecunda; y las tribus mas inmediatas al imperio romano, ya empujadas por los
pueblos queá su espalda tenían, ya codiciosas de la hermosura y apacibilidad
del país que á sus ojos se ofrecía, arrojáronse á invadir las provincias inmedia-
tas del imperio. Las márgenes del Danubio eran la línea divisoria entre la bar-
barie y la civilización, y una vez rota esta, empezó la lucha que hemos descrito
en sus principales y mas importantes episodios en el tomo primero de la presen-
te Historia.
Los Alanos, pueblo de raza escítica y otro de los que junto con los Suevos,
Vándalos y Godos, encontramos ahora en la Península, habían habitado al prin-
cipio entre el Ponto Euxino y el mar Caspio; extendieron luego sus conquistas des-
de el Volga hasta el Tañáis, y por un lado llegaron hasta la Siberia y por otro has-
ta la Persia y la India. Invadido su país por los Hunos, procedentes de las fron-
teras de China, parte de ellos se refugiaron en las montañas del Cáucaso, donde
conservaron su independencia y su nombre, y otros adelantaron hasta el Báltico,
asociándose luego á las tribus septentrionales de Alemania, con los Suevos, los
Vándalos y los Burgundios, contra los Godos. Tan agrestes y feroces como aman-
tes de la libertad, dice D. Modesto Lafuente (1), la guerra, el pillaje y la destruc-
ción eran sus placeres. Su fuerza militar, como casi la de lodos los pueblos tár-
taros, consistia en la caballería, y adornaban á sus caballos con los cráneos de
sus enemigos. Entre las hordas bárbaras que inundaron el mundo civilizado fue-
ron los Alanos los mas sanguinarios y crueles.
Los Vándalos, de raza, á lo que se cree, puramente germánica, habían habí-
tado tocio lo largo de la costa septentrional, desde la desembocadura del Vístula
hasta el Elba. Habían hecho ya algunas invasiones en el imperio y también habían
peleado contra los Godos. En la última irrupción venían de la Panonia, y devas-
tadores por inclinación, la memoria de los horrores que causaron quedó en las
tradiciones humanas como la de los grandes cataclismos.
Los Suevos ya habían habitado cien cantones del interior de laGermania des-
de el Oder hasta el Danubio. Eran los mas bravos y temidos de entre los Germa-
nos, y su placer era exterminar y aniquilar poblaciones y formar á su alrededor
grandes desiertos. Groseras pieles cubrían algunas partes de su cuerpo, y alimen-
tábanse de caza y de la carne, y leche de sus rebaños. Toda su religión consistia
en sacrificar anualmente un hombre en medio de bárbaras ceremonias en un bos-
(1J His. gen. deEsp. P. I, 1. IV, c. I.
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 7
que que llamaban sagrado. Distinguíanse por su larga cabellera que anudaban
sobre la cabeza y recogían en una bolsa para entrar en batalla.
El origen y la procedencia de los Godos, pueblo á quien mas nos importa co-
nocer , ha dado ocasión á grandes debates. Quienes, apoyándose en una expresión
de Tácito colocaron su asiento en la Germania hacia la desembocadura del Vístula;
quienes, fundándose en ta autoridad de Jornandes, su obispo y cronista, los hacen
proceder de la Escandinavia, hoy la Suecia; quienes por último los suponen ve-
nidos de la Escitia, pretendiendo que eran verdaderos Tártaros, oriundos de los
dilatados países que se extienden mas allá de la laguna Meótides.Esta opinión, in-
dicada ya en el siglo vi por san Isidoro, no solo parece la mas probable en el
dia por las autoridades que la recomiendan, sino que es la única por donde se
pueden explicar grandes diferencias entre las costumbres góticas y las germáni-
cas, acerca de las cuales no cabe ninguna duda, sin subvertir completamente la
historia.
De cualquier modo que sea , parece indudable que hacia principios de la
era cristiana existían simultáneamente dos pueblos de Godos , semejantes no
solo en el nombre, sino también en el idioma y en el aspecto, uno de los cuales
habitaba las costas del mar Báltico á entrambos lados de los estrechos que le unen
con el del Norte, mientras que el otro se extendía entre el Don y el Danubio, en
los límites de Asia y de Europa. Tal vez eran hermanas estas dos tribus, como
ramas separadas del mismo tronco, y divididas en uno de los movimientos ante-
riores de la humanidad; pero si esto era así, el origen común de una y otra lo
debieron ser las regiones del Asia superior de donde partieron sucesivamente, en
tiempos mas antiguos que nuestra historia , las grandes emigraciones que poco
á poco han ido poblando la tierra. Suponer á los Godos del Danubio oriundos
de la Escandinavia es precisamente asentar una contradicción, ó cuando menos
una excepción á todos los hechos primitivos de que tenemos noticia, y esto exigi-
ría un cúmulo de pruebas que de seguro no pueden suministrarnos los que
á aquella hipótesis se inclinan.
Los Godos, pues, en cuanto nos interesan á nosotros, los Godos que han re-
presentado tan gran papel en la agonía y ruina del imperio, y á quienes está des-
tinado otro no menos importante en la fundación de la monarquía española, no
son un pueblo germánico, como los Francos, los Suevos y los Sajones: son un pue-
blo oriental como los Escitas y los Hunos. Latinizando su nombre, según era en-
tre ellos costumbre, llamábanlos getas los escritores romanos y colocaban su
asiento en la ribera del Ponto Euxino, entre los anchos rios que antes hemos men-
cionado . Ya por esta época parece que se dividía la nación en dos grandes tribus
separadas por el Dniéper (Boryshtems) , y llamados según su posición Ostrogodos
(Ost-goths), Godos del Este, y Visigodos {West-GothsJ , Godos del Oeste: mas in-
ternados en la Tartaria los primeros, mas próximos al orbe romano los segun-
dos ; mas bárbaros aquellos, si así puede decirse, mas cercanos estos á la civili-
zación, por su roce con pueblos que la disfrutaban.
Qué fuesen los Godos en sus costumbres, en sus leyes, en su vida privada
y nacional, durante el espacio de tiempo que ocuparon aquella región, primer
alto en su marcha á que alcanza y que refiere la historia, son puntos mas bien
para conjeturarse que para afirmarse con certeza. Respecto á esa Germania del
8 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Dniéper no tenemos por guia al gran escritor del siglo de Vespasiano, y lejos de
ofrecernos la antigüedad un libro semejante, nos vemos en la precisión de adi-
vinar algo que le pueda suplir por medio de fragmentos esparcidos en multitud
de analistas.
Hé aquí sin embargo una descripción que nos ha dejado Ammiano Marceli-
no de las tribus alanas, raza evidentemente gótica, según el sentir de los histo-
riadores mas estimados. A falta de dalos directos, la crítica y la filosofía han de
contentarse con los que dan origen á razonables inducciones, y explican lo igual
ó si se quiere parecido, ya que no describan lo que se busca y apetece. «Jamás
han habitado estos bárbaros, dice aquel historiador, bajo ningún techo; jamás han
empuñado sus manos instrumento alguno con que labrar la tierra. La carne y la
leche de sus rebaños constituyen todo su alimento, mientras que sentados en sus
carros, que están cubiertos de ramas y cortezas, discurren lentamente por aque-
llas inmensas soledades. Cuando llegan á un lugar abundante en pastos, forman
los carros en círculo y hacen alto, para que sus ganados los coman; luego que los
han agotado, prosiguen su marcha llevando á otra parte su errante y nómada
población. En los carros es donde el varón se une á la hembra, donde nacen y
se crian los hijos, donde eslán colocados los penates, donde fijan y consideran la
patria. Llevando delante de sí sus innumerables ganados, puede decirse que se
apacientan á sí propios, á la par con ellos. Cuidan sobre lodo de criar y de tener
gran muchedumbre de caballos, acostumbrándose desde la juventud á dirigirlos,
y mirando como un desdoro caminar á pié. Las mujeres y los viejos incapaces de
batallar permanecen siempre en los carros dados á las ocupaciones que su sexo
y su debilidad les permiten. Tampoco hay entre ellos templos ni imágenes ; una
espada que clavan en tierra es la representación del dios Marte, y á él prestan
adoración á su modo.»
Por escasas que sean estas noticias, dice Pacheco (1), adviértense ya di-
ferencias entre el pueblo que ellas describen y los pueblos germánicos de Tá-
cito. Encontramos aquí un estado de civilización mas lejano, mas primitivo, mas
oriental: al escucharle, no nos lleva nuestra imaginación á los bosques del Elba,
sino á los desiertos de Tartaria. Esa ausencia completa de cultivo, ese carro por
toda habitación, esa cabalgata permanente , unida al desprecio con que se mira
al hombre de á pié, esa simplicidad de culto religioso, que apenas merece este
nombre ; todo ello nos arroja leguas y siglos atrás hacia la época y hacia los lu-
gares donde tuvo su origen el género humano.
No eran estos seguramente los pueblos germánicos de Tácito. Estos en me-
dio de su primitiva sencillez son ya estables y labran la tierra, viven en cierto
modo apegados al suelo, y hacen consistir en la infantería la principal fuerza de
sus ejércitos. Atrasados unos y otros, poco distintos aun del origen y punto de
partida universal de todos los pueblos, han tomado ya distintas vias, y marchan
divergentemente hacia el complemento de sus deslinos y déla civilización. Los
unos llevan impreso el carácter europeo, que consiste principalmente en el culti-
vo y la estabilidad, y los otros ostentan el asiático, el tártaro por mejor decir,
que se ha fundado siempre en el pastoreo y la vagancia.
(1; Discurso de introducción al Libro de los Jueces 6 Fuero-Juzgo, c. III, edic. de Madrid, 4847.
CAP. I. — ESPA?xA GODA. 9
Y no es esta la única diferencia que se observa en la vida y las costum-
bres de los Godos y de los Germanos. Es notorio el alto lugar, la consideración
distinguida en que, según Tácito, tenían estos á sus mujeres. Antes de la pre-
dicación del cristianismo, puede decirse que este pueblo y algún otro de su fa-
milia, eran los únicos que las habían colocado en una situación digna y elevada.
En los pueblos de origen asiático, la mujer era la esclava y no la compañera del
marido ; en los pueblos romanos era su hija de familias, que casi equivalía á la
misma condición. Tanto en unos como en otros habíasela encerrado en la domes-
ticidad, lejos ele permitirla salir al foro; y aun en aquella, su lugar es el mas ín-
fimo. Los Galos y los Germanos , es decir , los pueblos de raza céltica, son los
únicos que encumbraron á la mujer levantándola á la par con el hombre en lo
interior de las familias, los únicos que la admitieron y escucharon en los nego-
cios públicos, buscando y creyendo hallar en sus ideas algo de inspirado que
aprender, algo de divino y fatídico que seguir. Esta es una distinción muy im-
portante que nos revela completamente , en cuanto á excepción , una raza deter-
minada y particular.
Ahora bien : la mujer entre los Godos no es de ninguna suerte lo que entre
los Germanos, sino lo que fué siempre entre los pueblos del Oriente y del Medio-
día. En ella no hay divinidad, en ella no se reconoce inspiración, ella está encer-
rada en el hogar doméstico, y su posición allí es dependiente y humilde. Falta
toda analogía con la costumbre germánica, y el tipo oriental se patentiza en este
punto como en laníos otros, al examinar atentamente las tribus godas que inva-
dieron nuestro suelo.
Pero hay mas todavía. Célebres son las asambleas de los Germanos tenidas
de noche en medio délos bosques, para resolver todos los puntos grávese impor-
tantes de la gobernación del país. Tácito las ha mencionado expresamente, y los
demás escritores antiguos que han hablado de aquellos pueblos las han descrito
con gran copia de detalles. Semejante institución ó costumbre pudo modificarse,
pero no perderse del todo, cuando aquellos pueblos abandonaron su patria nativa
y buscaron otras que les fuesen mas agradables á este lado del Rhin y del Danu-
bio. La razón nos dice que un hábito tan arraigado no podia desvanecerse sin de-
jar al menos por mucho tiempo restos dignos de consideración, y las historias de
los Francos, de ese pueblo que es una reunión de tribus germánicas, viene á con-
firmar irrecusablemente las mismas ideas. Los campos de marzo y de mayo tan
importantes, tan repetidos en su historia, no son mas que la costumbre germáni-
ca trasladada al suelo del imperio y acomodada á la nueva situación de los con-
quistadores.
Nada de esto vemos en la tribu ni veremos en el imperio godo. No se sabe
que nunca jamás, ni en la Tracia,ni en la lliria, ni en las dos vertientes del Piri-
neo, se hayan reunido en asamblea los hombres de aquella nación. Sabemos que
eran elegidos los reyes, aunque ignoramos á punto fijo como esto se verificaba:
de ninguna otra reunión del género de las dichas tenemos noticias, y bien debié-
ramos tenerlas si por ventura las hubiese habido.
Resulta, pues, de este conjunto de observaciones, la no procedencia germá-
nica, la procedencia tártara de los Godos. Resulta, como dijimos antes, que no te-
nemos respecto á ellos, como respecto á los pueblos de la otra parte del Rhin, la
TOMO II. 2
10 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. luminosa y segura guia dei gran historiador romano. Aquello que en sus inmor-
tales escritos es aplicable y general á todos los pueblos bárbaros del universo, eso
bien podemos decirlo de los que nos ocupan ; pero lo que es característico y par-
ticular, lo que no se puede decir de una nación sino cuando de hecho se ha ob-
servado en ella, lo que en sus páginas se lee de especial á la germánica, segura-
mente no tenemos datos para atribuirlo á la nación goda, ni podemos transcribir-
lo á la cabeza de sus anales.
Detuviéronse los Godos en sus incesantes correrías al llegar á las márgenes
del Danubio, así por los abundantes pastos que allí encontraron para sus ganados,
como por no serles ya fácil llevar sus excursiones á países en que dominaban las
poderosas armas romanas. Allí hicieron alto largo tiempo, formando como la
avanzada del grande ejército de los bárbaros ; pero engrandecidos ellos y próxi-
mos á la civilización, no tardaron, según en su lugar hemos visto, en chocar con
el mundo civilizado. Vencidos siempre al principio, no por esto desmayaban, ni
dejaban de repetir sus acometidas, y al tiempo que con ellas iban debilitando al
imperio romano, recibían á su vez en sus rudas imaginaciones las primeras im-
presiones de la civilización. Con el ejemplo de lo que veian suavizábanse sus cos-
tumbres ; el aspecto de las ciudades en que entraban les inspiraba admiración y
respeto; los relatos de los prisioneros les hacían comparar las privaciones de su
condición agreste y grosera con las comodidades y los goces de ios pueblos civi-
lizados ; entre ellos iban penetrando las artes del mundo griego y romano, y has-
ta las ideas del cristianismo pasaron el Danubio, y fueron á enseñarles la exce-
lencia y las ventajas de una religión y de unas costumbres tan distintas de los há-
bitos feroces que traían ellos de sus desiertos.
Llegó por fin el caso de verse estos pueblos oprimidos y como empujados por
otros mas bárbaros y mas feroces que detrás de ellos venian. Eran los Hunos,
raza salvaje entre todas, de horrible aspecto y de horrible rostro, que, saliendo del
fondo de la Tartaria y de las orillas del mar Caspio, habian derramado sus in-
numerables hordas por los caminos del Occidente. Los Alanos, los Ostrogodos
somátense á los terribles conquistadores, y los Visigodos, según hemos referido,
decidiéronse entonces á pasar por última vez el Danubio, y pidieron al imperio
tierras que habitar. En aquel tiempo fué cuando el obispo godo Ulphilas convir-
tió á sus compatriotas al arrianismo que profesaba el emperador Valente.
Desde esía época hasta su primera entrada en España hemos seguido pasoá
paso á los Visigodos en sus relaciones con el imperio romano, y dejamos también
referido en el anterior volumen las conquistas de Alarico (All reich, todo rico), y
el primer establecimiento de Ataúlfo (Atta, padre, Huí fe, socorro).
Hemos explicado también las distintas causas que señalan los historiadores
á la invasión goda en España; pero sea cual fuere la causa que lo motivase, está
el hecho fuera de toda duda. Tampoco están acordes ios historiadores en lo que
hizo Ataúlfo luego de haber ensanchado así sus posesiones, mas Jornandes,
cuyo testimonio no carece de peso en lo que hace referencia á las cosas góticas,
refiere que aquel caudillo hubo de sostener casi al llegar á la Península dura
guerra con los Vándalos, dueños ya de las provincias del mediodía, y que no fué
416. asesinado hasta tres años después.
Igualmente varían las opiniones acerca de la muerte de Ataúlfo. Los unos,
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 11
y entre ellos el P. Mariana, dicen que un hombrecillo contrahecho y muy priva-
do del jefe godo, que tenia por nombre Vernulpho, le mató por vengarse de
ciertas burlas de que habia sido objeto; otros , y entre ellos Olimpiodoro , pre-
tenden que fué asesinado por uno de sus servidores llamado Dobbio , deseoso de
tomar venganza de la muerte de su primer señor, ordenada por Ataúlfo. Los
primeros afirman que fué herido por el costado , y los segundos que fué atacado
de frente y herido en el pecho en ocasión en que visitaba sus caballerizas. Lo
cierto es que murió asesinado , siendo lo mas probable que lo fuese á consecuen-
cia de una conspiración. Los Godos se cansaban de su inacción, y si bien Ataúl-
fo tenia con Honorio frecuentes disensiones , no hacia á su modo de ver á los
Romanos una guerra tan empeñada como ellos deseaban. Esta es la causa que la
mayor parte de los historiadores, y también Mariana, señalan á la muerte de
Ataúlfo. Cuanto se dice de aquel primer establecimiento de los Godos en la Pe-
nínsula ha de ser acogido con cierta reserva , pues los distintos relatos que hasta
nosotros han llegado, casi todos de una época muy posterior, se distinguen por
sus dramáticos colores que hacen sospechosa su veracidad. Morales en sus Anti-
güedades españolas ha colocado un supuesto epitafio de Ataúlfo que dice se en-
contró en Barcelona, epitafio que ha sido reconocido como apócrifo por la mayor
parte de los críticos, y al cual el mismo P. Mariana se negó á prestar entera fe.
Dice así :
BELLIPOTENS VALIDA NATVS DE GENTE GOTHORVM
HIC CVM SEX NATVS REX ATAVLFE JACES.
AVSVS ES HISPaNIAS PR1MVS DESCENDERÉ IN ORAS
QVEM COM1TABANTVP, MILLIA MVLTA VIRVM.
GENS TVA TVNG NATOS ET TE 1NVIDIOSA PEREMIT
QVEM POST AMPLEXA EST BARCINO MAGNA GEMENS.
Según Olimpiodoro, Ataúlfo dejó el mando de su gente ó la corona á su
hermano, encargándole expresamente que enviara Placidia á los Romanos y que
conservara con ellos la paz ; pero los Godos que odiaban el nombre de romano y
suspiraban por la guerra , rechazaron al jefe designado á su elección , y nombra-
ron á Sigerico (Siege reich, rico en victorias) , que se reputa el verdadero autor
del asesinato de Ataúlfo. Sigericus , de stirpe proprior (ut aiunt) (1), de carác-
ter indómito, habíase mostrado gran enemigo de los Romanos antes de su ele-
vación ; pero su odio se desvaneció de repente , ó á lo menos, no se manifestó del
modo que la nación deseaba. Sigerico se limitó á organizar un aparato triunfal,
haciendo marchará Placidia á pié delante de su caballo, mezclada éntrelos
prisioneros; y tanta crueldad, tanto orgullo, unido á tanta indolencia en dar
principio á la guerra, disgustaron álos Godos que le asesinaron cuando aun no
habia reinado un año. Los Romanos habíanles enseñado la manera de elevar y
de destituir á sus caudillos, y eligieron á Walia (Wal, baluarte).
Hemos de referir aquí una serie de hechos de que hacen mérito algunos
historiadores, y que en parte hubieron de suceder durante la vida de A'aulfo.
Entre los reyes bárbaros que fueron los primeros en ocupar ciertos puntos de la
(i) Scott., Hisp. lllust.
12 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Península , era , como hemos dicho , uno de los mas poderosos fGunderico , cau-
dillo de los Vándalos , llamado por algunos Godegisio y por Jornancles Giserico.
Aquellos reyes ó caudillos de los pueblos bárbaros empleaban la astucia tanto
como la fuerza para afianzar sus conquistas , y luego que lograban poseer un
girón del imperio , era su primer cuidado celebrar la paz con los Romanos • y
así fué como reinando Honorio , se otorgó la paz á Gunderico con la condición de
que permanecería en España sin causar perjuicio á los antiguos habitantes, sine
veterum incolarum maleficio, según escribe Mariana ; y como muchos ílispano-
Romanos hubiesen sido despojados de sus tierras , como hubiese habido conside-
rables emigraciones al acercarse aquellos conquistadores y se hallasen en poder
del vencedor las propiedades abandonadas , estipulóse en el tratado que los legí-
timos propietarios podrían reclamarlas aun cuando hubiese transcurrido la pres-
cripción de treinta años.
Esta alianza entre Vándalos y Romanos fué causa de cruentas guerras. Los
Alanos , cuyo principal carácter era una ferocidad superior á toda comparación,
atacaron á los Vándalos y á los Silingos , pueblo bárbaro arrastrado por aquellos
desde la Germania hasta España, y los obligaron á abandonar la Bética y á re-
tirarse á Galicia, cerca de los Suevos, con cuyo auxilio pudieron en breve los
Vándalos rechazará los Alanos y recobrar sus antiguas posesiones. Imagínense
ahora los sufrimientos de las poblaciones españolas entre aquel movimiento de
bárbaros , quienes , después de destruirlo todo delante de sí, se agitaban en to-
dos sentidos en España como en Italia, como en todo el mundo romano, y se
entrechocaban antes de establecerse de un modo definitivo á semejanza de las
olas de un mar tempestuoso. Los Alanos volviéronse entonces contra la Celtiberia
y la Carpetania , y conquistaron muchas ciudades y villas , de donde los Roma-
nos no habían sido expulsados todavía, sembrando á su paso la desolación. La
determinación cronológica de estos hechos ofrece algunas dificultades , pero los
historiadores mas dignos de crédito los creen coetáneos de la ocupación de Bar-
celona por Ataúlfo.
Hasta aquí vemos aun á los Romanos conservar sobre la España ocupada,
devastada por los bárbaros , un imperio nominal , una soberanía de hecho. Alían-
se con los Vándalos contra los Alanos, y con los Godos contra los Vándalos; en
sus tratados hablan siempre como legítimos poseedores de la Península ; y en
efecto, mientras el imperio conservará un resto de vida, mientras Roma humi-
llada, pisoteada, espirante, no habrá perdido todo el prestigio de su nombre
sobre los mismos bárbaros , veremos á los emperadores lisonjearse con la espe-
ranza de reconstituir su vasta dominación, de reunir otra vez sus dispersos miem-
bros , no renunciando ni aun Honorio á la idea de contemplar á la grandeza ro-
mana renacer de sus inmensas ruinas.
Luego que obtuvo AValia el mando y gobierno de los Godos , manifestó par-
ticipar de los belicosos sentimientos de su nación , y del odio y desprecio que pol-
los Romanos sentía, aun cuando verémosle en breve seguir igual política que sus
predecesores é inclinarse anle los Romanos después de haberlos combatido. Reu-
nido su ejército y su armada , resolvió apoderarse de las tierras que Honorio
poseía en África , pero dispersados sus buques por una tempestad , á duras pe-
nas pudieron los Godos volver á las costas de que habían salido. Los acontecimien-
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 13
tos posteriores al naufragio de la armada son diversa y confusamente referidos
por los historiadores. Algunos dicen que Constancio, general de Honorio y go-
bernador de las Galias , cuya pasión por Placidia se menciona con frecuencia en
los escritos de aquella época , marchó en aquel entonces contra Walia , así para
secundar las miras del emperador como para apresurar el enlace que desde mu-
cho tiempo tenia proyectado con la hermana de este , con la cual se asegura que
estaba desposado antes de pasar en poder de los Godos y de ser esposa de Ataúl-
fo. Al frente de un poderoso ejército , dicen aquellos historiadores , pasó los Pi-
rineos , y al encontrar á los Godos , cuando estos creían la lucha inevitable, pro-
púsoles la paz bajo las solas condiciones de que le seria entregada la viuda del
sucesor de Aladeo y de que harían la guerra á los Vándalos. Walia recibió con
gozo la proposición , pero dudoso , dicen los mismos historiadores , de los senti-
mientos de.su pueblo, apeló al disimulo; expuso á sus tropas que los Romanos
no eran enemigos bastante formidables para juzgar necesaria su pronta destruc-
ción, y que era preferible marchar contramas dignos y peligrosos enemigos,
aludiendo con estas palabras á los demás pueblos que se disputaban la Espa-
ña (1). Según la misma relación, celebróse un tratado de paz: Placidia fué devuel-
ta á los Romanos, y Constancio vio al fin colmados sus constantes deseos. Esto 418.
sucedió, alo que parece, en el año 418. Los Suevos, los Alanos y los Vándalos,
amenazados por los Godos y previendo su ruina , quisieron aliarse con los Roma-
nos , sin olvidar los necesarios preparativos de guerra; pero Walia, que se en-
contraba ya en su territorio , obligó á los últimos á refugiarse á Galicia, exter-
minó á los Alanos , cuyos escasos restos se confundieron con los Vándalos , y
respetó á los Suevos solo porque se habían declarado tributarios del imperio
romano. Walia, siguiendo siempre la misma versión, continuó en paz con el
emperador, respetó las provincias y los aliados del imperio , y obtuvo en recom-
pensa la concesión de toda aquella parte de las Galias que se extiende desde To-
losa hasta el Océano. Walia murió dos años después en Tolosa , habiendo rei-
nado poco mas de tres años. Jornandes es el único que le señala mas larga vida.
Por muchos que sean los textos en que pueda apoyarse semejante relato, pa-
récenos, y en esto seguimos la opinión de Romey, que adolece de grandes inve-
rosimilitudes.
Así, es inadmisible que Walia pronunciara el enfático discurso que se le
(4) El discurso que se supone dirigido por Walia á los Godos antes de celebrar la paz , dice
así:
«Invencibles Godos, á todas partes donde habéis querido dirigir vuestros pasos, desde las
fronteras del norte á los límites mas remotos del sur, habéis sabido abriros camino con las armas
en la mano, sin que nada pudiese ser obstáculo á vuestra marcha vencedora. Distancias, di-
ferencia de climas , montañas, rios, fieras, numerosas y aguerridas naciones, se han puesto en
vano delante de vosotros ; mas ahora los Vándalos , los Alanos y los Suevos se atreven á atacarnos
por la espalda mientras los Romanos nos amenazan por el frente. A vosotros, esforzados guerreros,
toca escoger el enemigo á quien hemos de combatir , y sea cual fuere el partido que toméis , vues-
tro valor es para mí segura prenda de victoria ; en tanto que mande á hombres que no conocen el
temor , nada puedo yo temer , y si el partido que ha de abrazarse fuese confiado á mi sola decisión,
me acordaría únicamente de que soy vuestro rey, no tomaría consejo sino de mi propio valor , y
elegiría al enemigo mas digno de vosotros. Los Romanos os son ya bastante conocidos ; sus ciuda-
des han experimentado mas de una vez el poder de vuestras armas, y hasta las puertas de su ca-
pital se han abierto ante vosotros. ¿ Por qué perder un tiempo precioso combatiendo con semejantes
hombres cuando es mas glorioso despreciarlos que vencerlos?»
A. deJC
420.
421.
14 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
atribuye, y la crítica ha de considerarlo como otra de las frias alocuciones, inven-
ción de los historiadores que no han vacilado en seguir á Tito Livio en esta sen-
da opuesta á la de la verdadera historia. La relación verosímil de tales hechos,
tales como parecen desprenderse de los diferentes textos (1), es que después de
frustrados sus proyectos contra el África, Walia volvió á Barcelona con los su-
yos, y ya pidiese la paz, ya le fuese ofrecida, no tardó en celebrar con los
Romanos un tratado. Constancio encargado de la negociación, exigió de los Go-
dos, como condición principal, la libertad dePlacidia, y Walia por su parte, para
que el tratado mereciese la aprobación de ios Godos, estipuló diferentes cláusulas,
entre otras la que obligaba al emperador á aprontarle seiscientas mil medidas de
trigo. La lectura de este solo pacto, que manifiesta el estado de postración de los
Romanos, pudo ser causa suficiente de la ratificación de la paz por ios Godos, que
sin saber todavía el país en que habrían de establecerse, armados siempre y
siempre en guerra, no se dedicaban á la agricultura, y carecían por consiguiente
de subsistencias, sin que Walia hubiese de hablarles del escaso valor de los Ro-
manos y de sus repetidas victorias.
A lo que parece, Walia no marchó contra los Vándalos hasta después del
penúltimo consulado de Honorio y de Teodosio (2), y luego de haberlos vencido,
recibió en efecto de los Romanos, ó por mejor decir de Constancio, entonces arbi-
tro supremo en esta parte de los Alpes, la concesión de la segunda y de la tercera
Aquitania, es decir del territorio de Burdeos y del país de Auch (Gascuña fran-
cesa), en cambio de parte de las provincias conquistadas por él en España, que
puso en poder de los Romanos.
Este rey ó caudillo de la nación goda fué el primero en establecerse en Tolo-
sa, capital de los Godos en las Galias durante mucho tiempo, y murió por los
años de 420,. no dejando mas que una hija, esposa del Suevo Ricimer, padre del
famoso Ricimer que llegó á ser el arbitro de Italia, que elevó y derribó empera-
dores á su antojo, y que presidió en cierto modo á la total ruina del imperio de
Occidente. El mismo año de la muerte de Walia, Orosio, presbítero de la iglesia
de Tarragona, puso fin á su historia de la que hemos tomado la mayor parte de
las anteriores noticias. Este sacerdote habia mantenido una correspondencia es-
crita, que por desgracia se ha perdido, con dos brillantes lumbreras del cristia-
nismo, los santos Agustín y Gerónimo.
A Walia sucedió Teodoredo, llamado por algunos Teodoro y Teodorico, y en
el segundo año de su reinado, los Vándalos, que, arrollados por los Godos, se ha-
bían refugiado cerca de los Suevos establecidos en Galicia, se levantaron contra
sus huéspedes, ignórase por qué causa, é luciéronles terrible guerra. El rey de
los Suevos se atrincheró en los montes Ervasos, que algunos creen ser los lla-
mados Arvas entre León y Oviedo, y rechazó con tanto vigor sus ataques que los
obligó á abandonar el territorio que les sirviera de asilo contra las armas de los
Godos. Aquellos bárbaros lomaron otra vez el camino de la provincia á la que, se-
gún opinión de muchos, han dejado su nombre (3), restablecieron en ella su do-
lí) Véase a Paulo Orosio, Idacio, Olimpiodoro, Jornandes, etc.
(2) Arcadio, emperador de Oriente, habia muerto en 408 y habíale sucedido Teodssio II.
(3) Es opinión común, y el P. Mariana parece participar de ella, que la parte de la Bética que
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 15
minacion asolaclora, llevaron sus correrías hasta las costas de Valencia, tomaron y a. de j. c,
devastaron la ciudad de Cartagena, quitada poco antes á los Alanos y devuelta al
señorío de los Romanos, embarcáronse y llegaron á las Baleares, que obedecían
también á los Romanos, pusiéronlas á sangre y fuego, y pasaron algún tiempo
pirateando por las costas de la Mauritania.
Sin embargo, bajo el último consulado de Honorio y de Teodosio lí, el ge-
nio espirante de Roma quiso intentar la reconquista de sus perdidos dominios.
Honorio envió á Castino, conde de los domésticos (comes domesticorum), ó en otros
términos, capitán de los guardias del emperador, á España, y en un principio al-
canzó contra los bárbaros algunos triunfos parciales ; pero habiendo aceptado en
las inmediaciones de Tarragona una batalla general, fué vencido, quedando en el
campo mas de veinte mil Romanos. Esta batalla tuvo lugar pocos meses antes de
la mueríe de Honorio, acaecida bajo el consulado de Mariniano y Asclepiodoro. m
Hemos llegado de nuestra historia al primer cuarto del quinto siglo, y vemos
á. la España ocupada todavía por los Romanos y por tres pueblos extranjeros : al
mediodía hacia los Pirineos, por los Godos (Godos del Oeste, West-Goths ó Vi-
sigodos); al mediodía también, pero hacia las costas del Océano y las márgenes
del Betis, por los Vándalos, y por fin, en la región occidental, casi entre el Dou-
ro y el Miño, por los Suevos. La provincia de Cartagena, la Carpetania, y casi
todas las demás partes de España obedecian aun á los Romanos.
Difícil por no decir imposible seria señalar de un modo exacto los inciertos
y variables límites de los varios conquistadores. Los escritos contemporáneos y el
estudio profundo de los escasos monumentos que han podido salvarse de aque-
llos tiempos calamitosos no nos lo permiten, y es casi seguro que ni los mismos
vencedores sabían las mas de las veces hasta donde se extendía su domina-
ción , efecto natural de la época azarosa que estaba el mundo atravesando. El
carácter verdadero de aquellos tiempos era la movilidad ; todo se agitaba antes
de fijarse ; las fronteras, los tratados, el derecho de gentes no existían. La fuer-
za , el capricho , los vicios y las virtudes de los hombres eran los únicos mó-
viles de los acaecimientos humanos ; sin leyes escritas, la astucia y la violencia
lo gobernaban todo. Si los bárbaros se hallaban mal en un sitio se dirigían á otro,
talando á su paso las tierras y sembrando el espanto en las poblaciones. De ahí
luchas y desastres sin número, hasta que cansados todos de guerra, se hacia la
paz ; los vencidos la compraban muy cara las mas de las veces, pero no se le da-
ba sanción alguna ; por lo general ni siquiera se escribía, y era violada según las
necesidades y las pasiones que solo en los combates podían satisfacerse. El mun-
do vivía en una inmensa y continua angustia ; no habia seguridad para nadie ni
para nada, y el reposo de hoy era casi siempre precursor de la ruina y matanza
de mañana.
Sin embargo, donde existen los elementos de un gran pueblo, á pesar de los
males y desórdenes inevitables de la conquista, los veremos reunirse, y tarde ó
temprano constituirse en cuerpo de nación. Esta nacerá en las convulsiones de la
invasión ó de la lucha, y crecerá con los caracteres distintos que le imprimirá
conquistaron se llamó en un principio Tandaitcíc, cuya palabra se ha convertido en Andalucía. En
otro lugar diremos algo de esta etimología.
16 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. ja providencia Con cualidades y defectos que serán propios suyos, con una cons-
titución política, civil y religiosa mas ó menos buena; pero crecerá, llegando á
ocupar entre los pueblos el lugar que Dios allá en sus impenetrables designios le
tiene designado.
Al estudiar la historia en su conjunto y en los acaecimientos sucesivos que
la componen, es imposible no descubrir la ley secreta que, oculta bajo las apa-
riencias del azar y también bajo la realidad de los infortunios, rige providencial-
mente los destinos de la humanidad. A tan elevado y filosófico carácter debe la
historia el amor que la profesan cuantos hombres sienten en su pecho la gran-
deza y verdad de la idea del progreso, y no es esto decir que no posea otros en-
cantos. Muchas veces sucede que al entregarse á su estudio en*busca de testi-
monios y de hechos que sirvan de apoyo á tan noble creencia, observan los hom-
bres que íes seduce por lo mismo que ella es , como un cuadro de los tiempos
que fueron, independiente de toda inducción política y social. Bajo este aspecto,
como mero relato de lo que hombres de la misma raza que nosotros hicieron en
la tierra en que vivimos, la historia interesa á lodos; considerándola desde aquel
punto de vista, es el alimento de las almas graves y reflexivas ; considerando1;^
desde el último, forma el deleite de la masa general de los lectores.
Volviendo ahora á nuestro asunto, y esperando que ha de sernos perdonada
esta corta digresión, diremos que de los cuatro pueblos que hace poco hemos nom-
brado, eran los Vándalos el que mas belicoso é inquieto se mostraba. Hemos
visto sus devastaciones en la España meridional, sus correrías piráticas, para de
nuevo y con mayor ardor combatir con los Suevos, sus antiguos enemigos, y es-
tablecerse por fin en la parte de la Bélica que se llama ahora Andalucía. Allí vi-
vían á su modo, es decir, como Vándalos que eran, cuando de pronto la España
se vio libre de su azote por un acontecimiento que aumentó las calamidades del
imperio y debia acelerar su ruina.
La causa de tan singular emigración fué la siguiente:
425> Valentiniano III, hijo de Constancioy de Placidia, acababa de ser proclamado
emperador de Occidente, ocupando su madre la regencia. El conde Bonifacio, va-
ron muy distinguido, era prefecto de África, pero á instigación de Aecio, capitán
de mucho mérito, y de otros cortesanos, la regente le destituyó de su mando, le
declaró enemigo del estado, y envió contra él á un Godo, llamado Sigisvulto, asa-
lariado del imperio, quien logró desde el primer momento hacerse dueño de Car-
tago. Irritado por semejante afrenta, Bonifacio recurrió á los Vándalos, y les ofre-
ció la tercera parte de las posesiones romanas en África con tal que le vengasen de
sus enemigos. En tanta manera ciega á los hombres la peste de la ira que ni el
amor de la república, ni la lealtad que le debia, ni el celo de la religión á que sin-
gularmente era aficionado, fueron parte para enfrenar á un hombre por lo demás
tan señalado en bondad para que no ejecutase su mal propósito y saña. Los Ván-
dalos, sin cesar hostigados en la Península, y animados quizás del deseo de mu-
426. danza , aceptaron con gozo la oferta, y acaudillados por su rey Genserico , her-
mano de Gunderico, muerto el año anterior, después de haber tomado á Sevilla,
427 embarcáronse todos para el África en número de ochenta mil almas, según algu-
nos historiadores, hombres, niños y mujeres, no dejando, según opinión común,
masque su nombre á la provincia que habian conquistado y habitado, como para
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 17
perpetuar su recuerdo. Llegados á África, lograron establecerse allí y constituir A- de J c
un Estado que llegó á infundir temor á los Romanos; el mismo Bonifacio, calma-
da su cólera y reconciliado con Placidia, intentó librarse de tan peligrosos veci-
nos prometiéndoles una inmensa suma si consentían en volver á España, mas to-
do fué en vano. Al ver la inutilidad de sus esfuerzos salió á guerrear contra ellos,
pero lo hizo con desventaja, y tuvo que abondonarles el África después de estar
sitiado en Hipona por espacio de mas de un año (1). Genserico ocupó entonces la 430.
Mauritania, y fundó el imperio contra el cual Belisario había de combatir con
tañía gloria en tiempo de Justiniano.
En tanto Teodoredo, rey de los Visigodos, hacia también la guerra al impe-
rio. Olvidado de los tratados recien estipulados entre Walia y los Romanos, rei-
vindicaba con las armas en la mano la integridad de las provincias galas cedidas
antes á Ataúlfo. M 426 puso sitio á Arles ; pero Aecio, ó mejor uno de sus ca-
pitanes, le obligó á retirarse. Cuatro años después emprendió de nuevo el sitio,
pero también Aecio socorrió á tiempo la ciudad é hizo que el sitiador abandonase
su empresa. A Aecio se debe que el poderío romano, que á la muerte de Honorio
■ Creció deber derrumbarse al abismo, apareciese por un momento con mas es-
plendor ; la honra de que cubrió las banderas de Roma produjo el efecto in-
mediato de inspirar alguna mayor confianza á los Hispano-Romanos, cansados del
yugo de los Suevos, y en 431, los Gallegos enviaron á él una diputación, delatjue 431
formaba parte el obispo Idacio, implorando su auxilio contra aquellos extranje-
ros. Al propio tiempo los habitantes de Galicia se sublevaron y atrincheraron en
sus poblaciones; pero Aecio, que no quería abandonarlas Galias, teatro de su po-
der, ni separar de su ejército las tropas que habrían sido precisas para reducir á
los Suevos, limitóse á enviar á los pueblos oprimidos uno de sus capitanes para
decirles que los Romanos tomaban parte en sus males y querían que los Suevos
respetasen su vida y sus bienes. No era esto lo que esperaban los Gallegos, pero
así y todo, este lenguaje causó cierta impresión en los conquistadores, quienes
desde entonces emplearon para con los vencidos mas humano trato.
Destruidos los Alanos (2), y los Vándalos en África, solo quedaban en España
los Godos y los Suevos, nación esta belicosa y feroz, pero de carácter menos de-
vastador que los Vándalos. No contentos con dominar en Galicia, los Suevos, sa-
bedores de que los Vándalos habían abandonado la Bética, quisieron apoderarse
de ella, y Rechila, rey ó caudillo de aquel pueblo, emprendió la conquista de di-
cho territorio. Los Romanos y los habitantes intentaron resistirle; pero los venció 440.
en una gran batalla á orillas del Singilis, hoy rio Jenil ; ocupó luego por fuerza
de armas Hispalis y Emérita, y en tres años logró reunir bajo su dominación Ga-
licia, la Bética y la Lusitania.
En aquella crisis general, los mismos gobernadores romanos abusaban del
poder en todos los puntos donde habían podido conservarlo ; la división se mos-
traba por todas partes, y el pueblo, agobiado por los infortunios públicos, busca-
ba su remedio en sublevaciones parciales. Entonces tomó origen en las campiñas
(1 ) San Agustín murió aquel mismo año en la ciudad sitiada.
(2) Dice el P. Mariana que los Alanos, confundidos con los Suevos, perdieron hasta su nombre,
y no dejaron otra huella en España que el nombre de Alanquer, pueblo en tierra de Lisboa, y el de
Alanin, caserío en los montes de Sevilla.
TOMO H. 3
18 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
la facción de ios Bacaudos, especialmente hacia el Océano galo, en lo que son
ahora las provincias vascongadas.
Según algunos historiadores, y entre ellos Perreras, eran ios Bacaudos sal-
teadores, pero no les da este nombre un escritor del siglo v, Salviano, presbí-
tero tarraconense, que llegó á ser obispo en las Galias. Para él, los Bacaudos son
hombres desgraciados, pobres, oprimidos, obligados á buscar en las reuniones
de que han tomado su nombre (Bagud significa en celta junta, asamblea), un asi-
lo contra las exacciones y tiranías de conquistadores que «se apresuraban á devo-
rar su reino de un instante. » Las mas de las veces, los pueblos se entregaban á los
Godos, los bárbaros mas ilustrados y humanos, y vivían bajo su dominación, non
cum subjectis, sed cum fratribus cliristianis , dice Orosio. «Preferían, según Sal-
viano, vivir libres bajo la apariencia de la servidumbre, que ser esclavos bajo la
apariencia de la libertad (I).»
«El nombre de Romano, dice Salviano, tan eslimado antes y comprado á
tan gran precio, parece cosa vana en el clia, y es voluntariamente abandonado ;
¿por qué así? ¿Qué induce á los hombres á la extremidad de no querer ya ser Ro-
manos? ¿Por qué renuncian á este nombre? ¿por qué lo abjuran? ¿Por qué los que
no se pasan á los bárbaros abrazan ellos mismos la vida bárbara ? Muchos Espa-
ñoles y Galos así lo han practicado, y lo mismo ha sucedido en todo el mundo
romano con todos aquellos á quienes la iniquidad romana ha obligado á renun-
ciar á este nombre (2). Hablo de los Bacaudos, que, por la saña de los malos,
han sido despojados, oprimidos y diezmados. A la vez han perdido su libertad,
sus derechos y el nombre de romano, que les era tan caro ; y nosotros les impu-
tamos como un delito su desgracia ; consideramos como un crimen su levanta-
miento necesario; les damos un nombre que expresa su ignominia; los llamamos
rebeldes, perdidos (vocamus perdüos), nosotros que ios hemos impulsado á ha-
cerse delincuentes! Pues, ¿por qué otra cosa son Bacaudos y desertores de su pa-
tria sino por nuestras injusticias, por la iniquidad de ios jueces, por la codicia de
aquellos que han invertido en beneficio propio los caudales exigidos bajo pretex-
to del bien público, de aquellos que, no contentos con despojar á los hombres,
como los ladrones practican, los despedazan y, por decirlo así, se alimentan de
su sangre (et, ut ita dicam, sanguine pascebantur) ? Por tales tropelías, y por tal
violencia délos jueces, ha sucedido que los hombres agobiados y casi muertos,
ya que no se les permitía vivir como Romanos, han querido ser lo que no eran,
no siéndoles lícito ser lo que habían sido. Perdida su libertad, han debido salvar
su vida y se han hecho Bacaudos, y solo su debilidad puede impedirles abrazar
este partido. Aquellos que no le toman están como cautivos oprimidos bajo el yu-
go de los enemigos, y sufren por necesidad semejante suplicio sin que su alma
lo consienta (tolerant supplicium necessilate, non voto). Así son tratados todos los
débiles, todos los humildes {ita ergo cum ómnibus ferme humilioribus agitur.)»
(1) Aíalunt enim sub specie caplivitatis vivero iiberi, quam sub specie libertatis esse captivi.
¿alvian., d;; Gubernatione Doi, 1. V.
(2) Hiño est cüam, quod hi, qui ad barbaros non confugiunt, barbari lamen esse coguntur, sci-
licet ut est pars magna Hispanorum, et non minimaGallorum, omnes denique, quos per universum
romanum orbem fecit romana íniíjuitas jam non esse Romanos, üe Bagaudis nunc mihi sermo
est... ■ te. Salvian., id., 1. V.
CAP. I. — ESPAÑA GODA. 19
Salviano continua su generosa defensa de los Bacaudos, é indícalas verdade-
ras causas de su insurrección y de la vida agreste que adoptaban; explica el por-
qué de haberse arrojado á tan fatales extremos, y revela con ello una de las cau-
sas de la débil resistencia opuesta á los bárbaros y especialmente á los Godos por
las poblaciones españolas.
Descrita la tiranía y el desorden que reinaba en los territorios poseídos por
íos Romanos, Salviano añade: «Semejantes sufrimientos no pesan sobre los Godos,
ni sobre los Romanos que viven bajo su dominación ; y por esto es común senti-
miento de cuantos Romanos están entre ellos que es preferible su poder y juris-
dicción al poder y á la jurisdicción de los magistrados romanos. El único deseo
de aquellos hombres en su voluntario destierro es poder vivir siempre bajo la
dominación de los bárbaros. Y ¿ha de causarnos extrañeza que nuestro partido no
venza al de los Godos, cuando vemos que los Romanos prefieren mas estar entre
los Godos que entre nosotros? Nuestros hermanos, no solo no quieren abandonar-
los para volver con nosotros, sino que nos abandonan para marcharse con ellos.»
Este era el estado de los ánimos en España á fines de la mitad del siglo v.
El pueblo abandonaba el partido de íos Romanos , no para pasar bajo el yugo
de los Vándalos y de los Suevos, sino para entrar en comunidad social con los
Visigodos, quienes en medio de las violencias y atropellos que les eran como na-
turales, se mostraban empero dispuestos á aliarse con los habitantes del país, sin
manifestar contra ellos animosidad alguna. Esto contribuye á explicar la facilidad
con que los Españoles aceptaron la dominación de los Godos, y como estos pu-
dieron fundar un reino en España, mientras los Alanos, los Vándalos y los Sue-
vos, sus primeros conquistadores, fueron arrojados sucesivamente de la Penín-
sula, ó á lo menos no pudieron conservar en ella el poderío político.
En Salviano vemos también nacer la servidumbre desde los últimos tiempos
de los Romanos, constituida por los poderosos á favor de las calamidades pú-
blicas.
«¿Quién no se aflige, dice Salviano, al considerar que los poderosos solo pa-
recen haber emprendido la protección de los débiles para despojarlos y hacerlos
mas infelices ? Bajo el pretexto de defensa, tales protectores empiezan por apo-
derarse de los bienes de aquellos que se ponen bajo su amparo, y los hijos
pierden su herencia para alcanzar la seguridad de sus padres. Los poderosos, no
solo no dan nada á aquellos á quienes toman bajo su protección, sino que se lo
arrebatan todo ; véndenles sus mas pequeños favores, y cuando digo que los ven-
den, quisiera Dios que fuese del modo ordinario ; quizás así repollarían los com-
pradores algún beneficio. Es una especie de venta de un género nuevo en la
cual el que vende no da cosa alguna ; una especie de comercio inaudito, en el
que toda la ganancia es para el vendedor, sin que al comprador le quede mas
que la miseria (1).
«Despojados de sus bienes, quédales únicamente su propia persona, y no
tardan en perder lo único que habían salvado ; arriéndanse ellos y sus hijos para
cultivar las tierras agenas, y venden su libertad por algunas medidas de trigo y
un asilo.»
(4) Inauditum hoc comercii genus est : venditoribus crescit facultas, emptoribus nihil rema-
net, ni sola mendicitas. Salvian., de Gubernatione Dei, 1. V,
20 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Así, en la época en que la esclavitud se abolía, sin guerra de esclavos, mer-
ced á la constante, aunque indirecta acción de la Iglesia de Jesucristo, aprove-
chando el universal trastorno, nacia la servidumbre. «Al hacer á tantos hombres
esclavos de la gleba, es decir del campo á que iban unidos, dice Montesquieu,
los bárbaros nada introdujeron que no se hubiese practicado antes de su con-
quista con mayor crueldad todavía (1). »
Yernos, pues, en esta época de descomposición casi todos los gérmenes de las
instituciones futuras. El municipio romano, con sus franquicias independientes
del emperador, no perecerá del todo en el inmenso naufragio. En los últimos
tiempos del imperio, habíanse formado en España , bajo el nombre de Behetrías,
corporaciones aun mas libres que los municipios romanos, casi al propio tiempo
que las ciudades armóricas , apartadas de la alianza de los Romanos , se cons-
tituyeron por algún tiempo en repúblicas, libremente confederadas, bajo el nombre
de Bacaudos, que se halla con mucha frecuencia en el último período de la de-
cadencia imperial (2). Las Behetrías españolas no desaparecieron entre los estra-
gos ele la invasión, y verémoslas conservar su amenazada libertad por espacio de
largos siglos. «En varios pueblos de Castilla la Vieja, dice Viardot en su Histo-
ria de los Árabes de España, se observa todavía una costumbre muy notable
nacida déla antigua independencia nacional; y consiste en no admitir ciudada-
no alguno á los cargos de alcalde ó de regidor sin probar antes que no pertenece
á clase alguna de nobleza. En esto se reconoce un vestigio de la elección de los
antiguos decuriones, que eran nombrados por sus pares y no podían ser tomados
sino en la clase de los curiales. »
Los Bacaudos de España eran sin embargo mas que municipios, grupos de
miserables reunidos libremente á las órdenes de un jefe, que divagaban por la
campiña para procurarse el sustento. Pueblos enteros tomaron entonces partido
por los Bacaudos, y no solo les daban asilo, sino que se reunían con ellos para la
defensa común. Algunas de aquellas reuniones de hombres, nacidas de las des-
gracias de los tiempos, se defendieron á veces, en una posición ventajosa, contra
los Romanos, y contra los bárbaros, Vándalos, Alanos y Suevos, y también con-
tra los Visigodos; en un terreno tan quebrado como el de nuestra patria, existi-
ría sin duda, alguna de aquellas repúblicas en el fondo de algún profundo valle,
y allí, ó en la cima de un escondido collado, seríales fácil evitar las pesquisas
de todos en sus chozas de tierra ó de madera, merced á las turbulencias y á la
ignorancia de la época.
(1) Montesquieu, Grand. y Decad. de los Romanos, c. XVIII.
(2) Este nombre aparece por primera vez en el siglo m. San Gerónimo, en la crónica de Euse-
bio, cita las siguientes palabras tomadas de Eutropio 1. IX: '.< Diocle lianus in consortinm regni Hercu-
líum Maximianum assumit; qui, rusticorum mulliludin>j oppressa, quos faclioni sute Bacaudarum
tiOincn iiiáidcrat, pacm ■iiallis áedit...»
^^c^sG>^é>i2{6$_^>^>^*
CAP. II. — ESPAÑA GODA,
CAPÍTULO II.
Conquistas de los Visigodos en las Galias. — Movimientos de los Suevos en España.— Estado político
de los Godos á la caida del imperio romano. — Atila.— Teodoredo y Aecio se unen contra él.—
Batalla de los campos Cataláunicos. — Muerte de Teodoredo.— Turismundo.— Teodorico.— El em-
perador Avito. — Teodorico en España.— Sus victorias contra los Suevos. — Acontecimientos en el
reino godo hasta la elevación de Eurico.
Desde el año 440 hasta el 466.
La posición de los Godos respecto délos Romanos íenia algo de singular; hu-
biérase dicho que el genio de lo porvenir no se atrevía á aniquilar al genio de lo
pasado. Desde la muerte de Alarico y el enlace deAtaulfocon Placidia, por religión,
por interés y por política habían renunciado los invasores, no á hacer la guerra
para obtener tierras yrescates,pero sí á exterminar al caduco imperio. Mas de un
solemne tratado de alianza se habia celebrado entre los emperadores y los caudi-
llos godos, y en todos ellos se reconocía la supremacía, el dominio eminente de
los primeros , según lenguaje de la edad media. Sin embargo , á la menor difi-
cultad se rompia la paz, y así es como en esta época vemos á Romanos y Godos
vivir en continuas alternativas de paz y de guerra, y tan pronto marchar unidos
contra los enemigos comunes como volverse unos contra otros sin que á la dis-
tancia en que estamos nosotros de ellos colocados, acertemos á explicarnos de
un modo satisfactorio las causas de tales mudanzas. En la época de que ha-
blamos, la rivalidad de Bonifacio y de Aecio habia elegido otro campo que la
corte de Placidia; los dos rivales, como dos emperadores, se disputaban la pree-
minencia con las armas en la mano. Aecio salió de las Galias para Italia con
un ejército compuesto de soldados de distintas naciones, encontró á Bonifacio, y
en la batalla que al momento se empeñó, mató á su adversario con su propia
mano, con una larga lanza que habia mandado hacer expresamente, según dicen
algunos historiadores. Todo parecía conspirar á la ruina del coloso romano: un
defensor del imperio dio muerte á otro defensor del imperio. Teodoredo aprove-
chó esta discordia que acababa de introducir la división en las fuerzas romanas,
y puso sitio á Narbona. Litorio, general romano, que peleaba aun en nombre de
los dioses del Capitolio, socorrió oportunamente la plaza, venció á los sitiadores
y los persiguió hasta Tolosa, capital ya del nuevo reino que habia de formarse
de un modo definitivo en tiempo del rey Eurico. Envanecido con su triunfo, Li-
torio abrigó por un momento la esperanza de exterminar á los Godos, y llevó sus
reales delante de Tolosa. Los Godos, rudamente atacados, solicitaban la paz, mas
el Romano se la negó. Teodoredo y los suyos resolvieron entonces invocar el
auxilio del cielo y correr los azares de una batalla; y con las preces de los obis-
' §2 HISTORIA GENERAL RE ESPAÑA.
ie J- c' pos y la protección de Dios, dicen las crónicas contemporáneas, el cristiano Teo-
doredo venció al gentil Liíorio. El fervor religioso de los Godos inflamó su valor;
de aquel trance dependia su fortuna en Occidente, y en efecto, con la ayuda de
Dios y de su espada hicieron maravillas, quedando Litorio muerto en la pelea.
De este modo iba estableciéndose el reino de los Visigodos en la Galia me-
ridional, y la derrota de Litorio extendió sus fronteras hasta el Ródano. Teodo-
redo puso guarnición visigoda en muchas de las ciudades abandonadas por los
Romanos; casi todos los pueblos, fatigados del desorden y de los vejámenes del
gobierno romano, los recibieron con las disposiciones que nos ha explicado Sal-
viano.
Encontrábase entonces en las Galias en calidad de prefecto del pretorio,
A vito, suegro de Sidonio Apolinar, el obispo poeta, cuyos poemas retratan mas
al vivo y con mayor verdad aquella azarosa época que cuantas crónicas han lle-
gado hasta nosotros. Avito intervino en la contienda, y como se habia granjeado
el afecto así de los Godos como de los Galos, no tardó en celebrarse la paz.
Hemos dicho la extensión que habia tomado en España la dominación de los
Suevos, al paso que los Godos, ocupados enteramente en sus asuntos délas Ga-
442. lias, habíanse debilitado en ella. En 442, los Suevos habían llevado sus conquis-
tas hasta la provincia cartaginesa; el conde Sebastian, que pasaba al África para
combatir á los Vándalos, desembarca en Barcelona, é intenta recobrar el terreno
que los Romanos habían perdido; pero obligado por el deber, parte en breve, no
sin haber obtenido antes de los Suevos la restitución de la Garpeíania y de la
provincia de Cartagena. En algunas obras se habla de la sumisión de los Bacau-
443, dos acaecida el año siguiente, pero hemos ya insinuado las probabilidades de
que fuese tal sumisión muy ilusoria en un país como el nuestro. Lo que parece
sí acreditado es que durante este mismo año, Asturio, dux utriusque militice, y
Merabaudo, sujetaron á la obediencia romana el uno á gran porción de la Tar-
raconense, y el otro á los Árecelüanos, habitantes sublevados de las montañas.
Pásanse tres años: Vito, magister utriusque militice (conviene observar la di-
ferencia que introduce el tiempo en los títulos militares), con un cuerpo de auxi-
liares godos, ataca á los Suevos, pero es rechazado y puesto en fuga. El imperio
suevo parece consolidarse al mismo tiempo que se ensancha; mas los pueblos se
resisten todavía y solo sufren el yugo por encontrarse abandonados y divididos.
Dos años después, la religión cristiana obra una revolución entre los Sue-
448. vos de España. Rechila, que era gentil como la mayor parte de sus compañeros,
muere en Emérita, la ciudad de los legionarios, que probablemente habia con-
vertido en su capüal; su hijo Recciaro, que le sucede, se convierte al cristia-
nismo, y de su conversión datan las alianzas de familia entre los caudillos suevos
y los caudillos godos. Recciaro obtuvo la mano de la hija de Teodoredo, la que
pasó de la corte de su padre arriano á los brazos del Suevo recién convertido.
Recciaro no abandonó por ello su oficio de conquistado]-, y esta vez hizo la guer-
ra á los Romanos, no al sur, sino al norte, paseando sus tropas por el territorio
de los Vascones pirenaicos (1), lo cual indica cierto genio político; parece que
tendía hacia el reino de su suegro, que deseaba extender su dominio hasta los
Pirineos, como si comprendiese que en ellos habían de apoyarse sus reinos futu-
( i ) Yre"ase la crónica de Idacio y la de Isidoro de Sevilla.
CAP. II.— ESPAÑA GODA. 23
ros. ¿Por qué España fué goda y no sueva? Quizás se deba esío únicamente al
valor de ios Vascones. Estos hicieron al bárbaro la guerra de emboscadas, y aun-
que vencedor en los llanos y en algunos valles espaciosos, Recciaro no pudo
sostenerse en ei país. Tan cerca de su suegro, quiso no obstante visitarle, y de-
jando á los suyos divagando por las fuentes de! fíbro, pasó los Pirineos y llegó á
Tolosa, donde con su bárbara rudeza llenó de admiración á la fcorte bárbara
también del Visigodo Teodoredo.
Desde Tolosa ¿volvióse Recciaro á España? Así lo afirman ídacio é Isidoro de
Sevilla, pero oíros historiadores le nombran entre los caudillos que se opusieron
á la invasión de Atila, y creen que cooperó á su derrota. Según ídacio ó Isidoro,
tardó poco tiempo en regresar entre los suyos, y siguiendo el curso del Ebro,
cuyas márgenes devastó, tomó y saqueó á César Augusta y á Ilerda en el país de
los liergetas, que dependían aun de los Romanos, dejando á su izquierda el ter-
ritorio ocupado por los Godos, que era de poca extensión y solo comprendía el
país de los antiguos Indigetas , Áusetanos, Lacetanos y Laletanos, entre los Piri-
neos, el Rubricatus y el Sicoris (elLlobregat y el Segre), siendo de advertir ade-
más que le ocupaban en nombre de los Romanos siempre que se encontraban con
ellos en paz. Desde este punto de partida, dentro del cual estaba Barcelona, el
poder de los Godos debia extenderse progresivamente sobre tocia la Península;
vérnosle crecer primero en las Galias para desbordar luego sobre España, y
en poco tiempo establecerse sólidamente en ella desde los Pirineos hasta el
Océano. Por esto es que importa no perderle de vista en sus progresos y en su
primitivo modo de existir en las Galias.
A mediados del siglo v , cuando nacían con inauditos trabajos las naciones
modernas, Teodoredo, jefe de una numerosa familia, poseía con mayor ó menor
estabilidad mas allá de los Pirineos, una extensión de territorio bastante dilatada
para que pudiese llamarse un reino. Llevaba el título de rey, es decir que era el
caudillo de su nación, y aunque estaba investido de grandes poderes, no podia
ejercerlos sino á la "vista y con fiscalización de todos. Junto á los reyes godos
habíase formado una especie de nobleza sin derechos fijos, sin privilegios escri-
tos, compuesta de aquellos que mas se habían distinguido en los combates; y los
hombres que la componían, valientes y animosos, eran respetados, oídos y te-
nían lo que en el día llamamos la fuerza moral. Mas generosos, mas aguerridos,
mas sagaces, en una palabra, mas aptos que la multitud, ejercían gran influencia
en el cuerpo déla nación; rodeaban siempre al soberano, y superiores muchas
veces á él por el valor y el mérito personales, eran sus consejeros, sus defenso-
res y también sus enemigos. La paz, la guerra y los asuntos todos eran debatidos
entre el rey y sus magnates, que eran la representación de la masa nacional. En
la corte de los reyes godos vemos los primeros destellos de la libertad de que se
gozó en Europa durante la edad media, de todas las instituciones que tanta vida
y energía comunicaban al individuo aislado, aun cuando quizás de ellas se re-
sintiese el todo; en una palabra, el régimen político de los Godos fué el primer
paso hacia el régimen feudal tan calumniado como desconocido, y que luego de
haber degenerado, acabó, como á su tiempo veremos, en las monarquías absolu-
tas del siglo xvi y en los gobiernos déla época presente que parten mas cada dia
de principios enteramente opuestos.
24 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Yolvamos á Teodoredo , de quien hemos dicho que contaba con numerosa
prole , seis hijos y dos hijas. A su tiempo veremos la fortuna de los hijos ; en
cuanto á las hijas , casóse la mayor con Recciario, y la menor con Hunerico, hijo
del Vándalo Genserico. Varios historiadores colocan este enlace entre las causas
que llevaron á Atila á Occidente. En aquella época en que se creia haberlo ya
visto todo en materia de barbarie , apareció el azote de Dios. Desde su reino com-
puesto, no de ciudades, sino de inmensos campos entre el Tañáis y el Danubio,
habíase mostrado ya una vez para terror del mundo. Vencedor de los Persas en
Asia , habia sometido á los bárbaros de Europa , desde la Escitia hasta la Es-
candinavia. El Norte todo era subdito ó aliado suyo ; con sus hordas habia sem-
brado el espanto en Constantinopla y solo al precio de la íliria , de seis mil libras
de oro y de un tributo anual , habia permitido al emperador (1) que continuara
reinando.
Aquel caudillo en su casa de madera en la cual nos lo representa Prisco, se-
ñor de todas las naciones bárbaras , y en cierta manera de casi todas las civili-
zadas , fué uno de los mas grandes monarcas de que jamás haya hablado la his-
toria.
En su corte se veian los embajadores romanos de Oriente y Occidente , que
iban á recibir sus leyes ó á implorar su clemencia. Ya exigia que le fuesen en-
tregados los Hunos desertores, ó los esclavos romanos que se habían fugado;
ya que fuese puesto á disposición suya algún ministro del emperador. El anual
tributo que percibía del imperio de Oriente ascendía á dos mil libras de oro ; re-
cibía las asignaciones de general de los ejércitos romanos ; enviaba á Constanti-
nopla á aquellos á quienes queria premiar para que se les colmase de bienes ; en
una palabra, hacia continuo y muy lucrativo comercio con el terror que habia lo-
grado inspirar á todos.
Era temido de sus subditos , y parece que estos le profesaban amor. Sobre-
manera fiero al paso que astuto ; ardiente en su enojo , pero sabiendo al mis-
mo tiempo perdonar ó diferir el castigo , según mejor convenia á sus intereses,
no hacia la guerra sino cuando la paz no le proporcionaba bastantes ventajas;
servido fielmente hasta por los reyes que de él dependían , habia conservado en
su vida la antigua sencillez de costumbres de los Hunos. Por lo que hace á su
valor no merece por cierto grandes alabanzas si se atiende á que era caudillo de
una nación en la cual los hijos se manifestaban poseídos de bélico ardimiento al
escuchar las brillantes hazañas de sus padres, y en que estos derramaban lágri-
mas cuando ya no podían acompañar á sus hijos al combate.
Eran los Hunos , según las relaciones contemporáneas , de aspecto aun mas
feroz que los primeros bárbaros que habían invadido la Europa , y en trato y co-
mida groseros, tanto que ni de fuego ni de guisados solían usar, sino de raices
y de carnes calentadas entre sus muslos, sustentando á veces su vida con la san-
gre de sus caballos , pues para esto les abrían las venas y los sangraban.
Expliquemos ahora como el enlace de la hija de Teodoredo pudo influir en la
resolución del héroe de la barbarie. Entre Atila y Genserico , rey de los Vánda-
los, mediaba estrecha alianza, y Prisco, que así lo afirma, lo funda en varias cau-
¡1) Teodosio II.
CAP. II, — ESPAÑA GODA. 25
sas políticas. Los Vándalos habían quebrantado su pasada amistad con los Go-
dos , pues por una sospecha de envenenamiento , Hunerico habia mandado cor-
jar la nariz y las orejas á su esposa , enviándola luego á su padre. Semejante
atrocidad excitó con violencia la cólera de Teodoredo , y temiendo el Vándalo su
venganza , impulsó á Atiía á no retardar la conquista del Occidente : dueño de
la Germania , de las Galias y de España , los Vándalos le auxiliarían en Áfri-
ca, y el mundo hubiera sido su conquista. Habrían estrechado al imperio de Oc-
cidente, provincias, reinos y cuanto de él dependía, entre sus formidables
brazos , y, como Laoconte y sus hijos entre los anillos de la serpiente , el mundo
romano habría exhalado el postrer aliento entre espantosas convulsiones. Tal era
la política del Vándalo , y el Huno la comprendió ; armado de dos ó tres pretex-
tos , cosa bien inútil para él , declaró la guerra al imperio , reclamando entre
otras coí-as que le fuese entregada Honoria , hermana del emperador, y su prome-
tida esposa. Atila puso, pues, en movimiento á todas sus naciones; sus campa-
mentos fueron levantados todos á la vez, y el enjambre de sus guerreros empren-
dió la marcha hacia la Germania y las Galias.
Después de muchas vicisitudes , Aecio habia empuñado otra vez con mano
firme el gobierno de las Galias. Hallábase en paz con Teodoredo , pero no pudo
impedir que Hlodion , rey de los Francos , que habia llevado sus armas hasta el
Somma , se estableciese en sus riberas. Hlodion tenia dos hijos , y muerto su pa-
dre , los votos de los Francos se dividieron entre ellos , recurriendo el uno al je-
fe de los Hunos , y el otro al emperador romano.
Durante la marcha de Atila , habían tenido lugar muchas negociaciones,
siendo curioso observar que la diplomacia desempeñaba y tenia gran parte, lo mis-
mo que ahora, en los asuntos de aquella época. Valen tiniano , Teodoredo y Ati-
la enviáronse varios embajadores , al tiempo que Aecio lo disponía todo para re-
cibir dignamente á las hordas de los Hunos. Teodoredo , no sin vacilar mucho
antes de adoptar un partido , habia reunido su ejército con el de Aecio, y él mis-
mo, acompañado de sus dos hijos mayores, Turismundoy Teodorico , fué á pres-
tar á los Romanos el auxilio de su espada.
Aecio y Teodoredo se dirigieron á toda prisa al encuentro de los invasores,
y halláronlos detenidos por el Loire, delante de Orleans ; al saber la llegada de
los Godos y Romanos , Atila se retiró á los campos Gatalaunicos , que algunos
llaman también Mauricios (1).
El rey de los Hunos detúvose allí con sus hordas , entre las que habia pue-
blos de todas razas, Ostrogodos , Gépidos , Hérulos , Rugíanos , Escitas , Bur-
guodios , Francos y Turingios en número de quinientos mil. Aecio y Teodoredo
no tardaron en presentársele delante, llevando consigo Italianos, Visigodos, Ala-
nos , Alemanes, Ripuarios , otros Burgundios y otros Francos á las órdenes estos
de Meroveo (Mere-wig.J. Aecio supo interesar en la causa de los Romanos á to-
dos aquellos pueblos de origen y costumbres tan diversas: los Lelos , los Armori-
canos, los Galos, los Sármatas habían acudido en masa bajo sus pendones. Dos
(1) Convenitur itaque in campos Catalaunicos qui et Mauriaci nominantur. Jornand., c. 37. —
La batalla se dio en las llanuras de Champaña entre Arcis del Aube y Chalons del Mame. Vése to-
davía el lugar en que se empeñó , y los lumuli que encierran restos humanos que datan de catorce
siglos.
TOMO II. 4
26 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
C.
mundos estaban allí el uno delante del otro (1), y cristianos , gentiles é idólatras
iban á tomar parte en la horrorosa batalla.
Átila manifestó cierta vacilación cuyas causas no se saben, y dejó pasar
gran parte del dia sin poner en movimiento su ejército , hasta que por fin á la
hora nona del dia , según modo de contar de los antiguos , es decir á las tres de
45i. la tarde, circa nonam dieihoram (2), ordenó la carga. La pelea fué terrible, nun-
ca vista; ios combatientes se chocaban por batallones de cien mil hombres. En
pocos instantes la tierra cambió de color , y en breve desapareció bajo montones
de cadáveres ; los que aun vivian andaban y peleaban sobre cuerpos, sobre cabe-
zas , sobre miembros calientes aun y palpitantes , y á cada momento hacían mas
compacta aquella alfombra de muerte, que manaba sangre y dejaba oir mil es-
tertores de agonía , mientras sin cesar se mataban aquellos á quienes sostenía.
Ancianos que habían estado en la batalla referían que un riachuelo que atravesa-
ba la inmensa llanura se convirtió en impetuoso torrente , engrosado, no por las
lluvias, sino por la sangre ; y que los heridos se arrastraban hacia él, é impulsa-
dos por su sed ardiente , bebían la sangre con que engrosaran su corriente (3).
La matanza no cesó hasta llegada la noche , y ciento sesenta y dos mil hombres
yacían amontonados en el campo ; pocas horas habían bastado para aquella obra
de destrucción.
Teodoredo, que mandaba el ala derecha, se habia lanzado á lo mas recio de
la pelea en busca de Atila, y fué muerto de los primeros. Unos dicen que, arroja-
do de la silla , habia sido pisoteado por los suyos en el ardiente combate , y otros
que cayó herido de un flechazo que le disparó el ostrogodo Andage. Su cuerpo se
encontró sepultado bajo un gran montón de cadáveres, pero Atila habia sido ven-
cido. Detrás del muro de carros que defendían sus reales , el Huno pasó una no-
che furiosa; golpeaba sus armas y cantaba, como un león cercado por los cazado-
res que se agita rugiente en su caverna (4).
El hijo primogénito de Teodoredo , Turismundo , había sido herido en la
cabeza y se salvó á duras penas. Aecio, que á causa déla noche, no habia podido
dirigir movimiento alguno , y que creia sus pérdidas mayores de las que fueron,,
no se atrevía á creerse vencedor de Atila ; pero llegado el dia pudo convencerse
que de los muertos que cubrían la tierra como gavillas hacinadas , el mayor nú-
mero pertenecía al ejército de los Hunos. Atila , rodeado de sus carros , perma-
neció tranquilo todo aquel dia ; después de su heroica, poética y báquica exalta-
ción de la noche , el cansancio se habia apoderado de él y dormía en brazos de la
ira y de la embriaguez. Aecio deliberó si le atacaría , y aunque el genio , ó por
mejor decir el patriotismo , pues Aecio estaba dotado de un genio superior, así lo
exigía , el general romano vaciló : los animosos esfuerzos de los Godos en la ba-
(1 ) Fit crgo área innumerabilium populorum pars illa terrarum. Jornand., c. 36.
(2) Id. , c. 37.
(:¡) Si scnioribus credere fas est , rivulus memorati campi humili ripa prolabens , perempto-
rum vulneribus sanguino multo provectus , non anchis imbribus , ut solebat , sed liquore concita-
tus insólito, torrens factus est cruoris augmento; et quos illic coegit in aridam sitim vulnus
inílicturn , fluenta mixta clade traxerunt: ita coustricti sorte miserabili sordebant, potantes sangui-
nem , quem fudere sauciati. Jornand. , c. 40.
(i) Strepens armis tubis canebat , incussiouemque minabatur : velut leo venatoribus pressus,
speluncaj ad itus obambulans. Jornand. , c, 40.
CAP. II. — ESPAÑA GODA. 27
talla hiriéronle temer quizás que una vez destruido Atila, tomasen harto aseen- A.deJ.c.
diente en los negocios del imperio, y otorgó la vida á Atila por temor de sus ene-
migos.
El Huno habia creído llegada su última hora , y se preparó para ella con
bárbaro heroísmo; con las sillas de sus caballos habia mandado elevar una pira
en medio de su campamento , cercado por las tropas de Aecio , y una parle del
cual habia sido ya tomado. Atila, que habia sido el terror de los Romanos, íemia
sobre todo llegar á ser su esclavo ó su juguete ; pero al día siguiente conoció que
Dios no habia señalado aun su hora postrera. El silencio que á su alrededor rei-
naba (1), revelóle que sus enemigos renunciaban á destruirle; ambiciosos sueños
halagaron otra vez su fantasía , y tomó el camino de Italia y de Roma , á donde
no llegó por haber detenido sus pasos León el Magno que le salió al encuentro
á las riberas del Mincio.
¿Por qué Aecio, porqué los dos hijos de Teodoredo, Turismundo y Teodo-
rico , dejaron que se escapara su presa ? Ya lo hemos dicho; el general romano
obedeció auna política recelosa y mezquina; y como los Godos en el entusiasmo
de la victoria proclamasen rey á Turismundo , pero hubiese esta elección par-
cial de ser confirmada y sancionada por el resto de la nación, persuadió con faci-
lidad al hijo de Teodoredo de que sus intereses le llamaban á Tolosa. Turismun-
do partió en efecto con su hermano ; Aecio se retiró también por otro lado , y de
allí el prolongado silencio que tanto sorprendiera á Atila.
De regreso á la capital del reino godo en las Galias , Turismundo tomó po-
sesión de los tesoros de su padre , y como todo el ejército ponderaba el valor que
desplegara en los campos Gataláunicos, fué por todos aclamado rey.
La paz entre Godos y Romanos no fué de larga duración , y Turismundo
pasó el Ródano con intención de apoderarse de Arles. La causa de la discordia
era quizás la distribución del botin cogido á los Hunos , y Turismundo se cal-
mó y abandonó sus belicosos proyectos después de enviarle Aecio un gran vaso
de oro que pesaba quinientas libras, adornado con piedras preciosas.
El reinado de Turismundo fué de muy corta duración. Soberbio y cruel mas
de lo que podían tolerarlo los hombres libres y firmes á quienes mandaba , atrá-
jose en breve el odio de los suyos , y en aquella época de violencia, sus hermanos
Teodor-ico y Federico , recurrieron al asesinato para librarse de él , é hiriéronle
dar muerte por uno de sus oficiales á quienes algunos historiadores llaman As-
calerno, un año después de su elevación. Idacio con su brevedad ordinaria , 452.
insinúa que Turismundo abrigaba la idea de hacerlos matar (2).
Los Godos reconocieron por rey al mayor de ambos hermanos , bajo el nom-
bre de Teodorico. La paz celebrada con los Romanos por Turismundo con la
mediación de Avito , subsistía aun , y Teodorico , lejos de romperla , quiso ma-
nifestar á Yalentiniano cuan caros le eran sus intereses , prestándole el auxilio
de sus armas para reducir á un cuerpo de Bacaudos que se habia hecho dueño
(1) Sed ubi hostium absentiá suntlonga silentia consecuta , erigitur mens ad victoriam , gau-
dia praasumuntur , atque potentis regis animus in antiqua fata revertitur. Jornand., c. 40.
(2) Thorismo, rex Gothorum, spirans hostilia in Theodorico et Frederico fratribus jugulatur.
Idac. Cr.
" de parte del territorio tarraconense. Su hermano Federico recibió el mando de la
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
do J. C.
45 í.
expedición, y según los historiadores, obtuvo señaladas victorias.
Valentiniano III , de natural violento y apasionado , mandó dar muerte por
aquel entonces á Aecio , el sosten del imperio, el vencedor de Atila, ya para
castigarle de haber dejado con vida al rey huno , según algunos pretenden , ya
porque su gloria le importunase , según dicen otros. En la corle imperial vivia
Máximo , senador de la familia Anicia , célebre por sus relaciones con] San Ge-
rónimo, junto con su esposa de extremada hermosura. Valentiniano , ; que solo
prestaba oido á sus pasiones , concibió el deseo de poseerla , y con astucia y fuer-
za llegó á hacerla suya, pero esto le perdió. La esposa de Máximo murió como
Lucrecia, sin necesitar del puñal ; su vergüenza la mató, y Máximo, que anhelaba
vengarse , excitó á dos bárbaros llamados Trasila y Optila, indignados con el
455o suplicio de Aecio, á dar muerte á Valentiniano. Así Jo ejecutaron en mitad del
dia y en público, y el pueblo, cansado de los excesos y de la crueldad del hijo
de Placidia, aplaudió el crimen que le libraba del tirano. Máximo tomó entonces
la púrpura, y deseando recoger la herencia entera del que le habia ultrajado,
obligó á Eudoxia , viuda del emperador difunto, á tomarle por esposo. Eudoxia,
así violentada, llama en su auxilio al Vándalo Genserico; este se dirige á Italia,
desembarca en Ostia , y toma el camino de Roma. Máximo , que pretendía fugarse,
es asesinado ; Genserico y sus Vándalos permanecen catorce días y catorce no-
ches en la capital del pueblo rey, saqueando, destruyendo y devastando. Des-
pués de su partida hubo de borrarse gran parte del catálogo de los monumentos
y de las riquezas públicas de la ciudad eterna , y en aquella ocasión no habría
sido tan penosa la tarea de Víctor que lo habia formado. Las casas de recreo si-
tuadas desde Ostia hasta el cabo de Ancio , fueron visitadas todas por la solda-
desca vándala, que derribaba y mutilaba estatuas y fundía el oro y la plata que
encontraba en los muebles de los vencidos.
Hemos dicho que los Godos eran los bárbaros menos inhumanos , y en efec-
to, Alarico no se hizo reo de semejantes profanaciones. Al saber el implacable
saco de Roma, indignóse la corte de Tolosa , y como muerto Máximo se hallase
el Occidente sin emperador, como Roma y la Italia se encontrasen aturdidas con
el golpe que les descargara el Vándalo , el rey de los Visigodos quiso dar un
emperador á los Romanos. Para ello convocó una asamblea en Arles, y Avito,
que pertenecía á una poderosa familia del montañoso país llamado Alvernia
(Auvernia), yerno de Sidonio Apolinar y maestre general de las tropas roma-
nas en las Galias, fué elegido y elevado al imperio. El mismo Sidonio nos ha de-
jado la descripción de la asamblea de ancianos godos reunida al efecto. — «Se-
gún su antigua costumbre , dice, sus ancianos se reúnen al salir el sol ; bajo los
yelos de la vejez, conservan aun todo el fuego de la juventud. Las pieles que
cubren sus descarnados miembros apenas llegan á sus rodillas, y llevan un cal-
zado de cuero de caballo que les sube hasta media pierna , atado con un solo nu-
do; la parte superior de aquella queda enteramente descubierta. » Aquellos an-
cianos eran los soldados que con Alarico tomaron á Roma.
Avito partió para Italia, donde no lardó en ser reconocido como á colega por
Marciano, emperador de Oriente , y poco después Recciaro invadió con su ejér-
cito la provincia de Tarragona. Teodorico , en nombre de su aliado Avito, re-
iM¡.
CAP. II. — ESPAÑA GODA 29
quiere en vano al caudillo de los Suevos para^que se mantenga tranquilo en los es-
tados que tenia concedidos, pero Recciaro no cesa en sus devastaciones. Teodorico
pasa entonces los Pirineos , y Romanos y Godos marchan contra el invasor. En-
cuéntranle en las márgenes del Urbico (el Orbigo) , á cuatro leguas de Astorga;
unos y otros se atacan con violencia, y la batalla se hace general. Recciaro he-
rido pudo salvarse á duras penas, y se refugió al extremo de Galicia.
El vencedor Teodorico no quiso que los Suevos se rehiciesen después de su
derrota, y se lanzó en su persecución. El dia 28 de octubre (fecha que ha lle-
gado hasta nosotros) hallábase delante de Bracara , y esta ciudad le abrió sus
puertas implorando su clemencia ; sin embargo Teodorico la entregó al saqueo,
y solo fueron respetadas las personas , quedando prisioneros los principales Sue-
vos que en ella se encontraron. Algunos escritores han pintado la toma de Bra-
cara bajo los mas negros colores: sus habitantes, dicen, eran todos católicos, y
los soldados de Teodorico profanaron las iglesias, robaron cuantas preciosidades
en ellas habia y las convirtieron en establos. En ellas pusieron sus caballos y
animales de carga después de derribar los altares , de expulsar á las vírgenes
consagradas á Dios, y de despojar á los sacerdotes (1).
En breve cayó Recciaro en poder de Teodorico , quien mandó darle muerte,
en diciembre de 456; entonces recibió el rey godo la sumisión de los Suevos, y
por un momento pareció su imperio destruido en España.
Al tiempo que esto sucedía , las costas de Galicia habían sido invadidas pol-
los Hérulos , pueblos septentrionales del Océano germánico , cuya capital , dice
Ferreras, era, á lo que se cree, Meckleinburgo. Embarcados en siete buques, ha-
bían tomado tierra en Galicia, pero los naturales los obligaron á volver a su bor-
do. De allí se dirigieron á Cantabria y asolaron la Vardulia, mas aquellos reyes
del mar se limitaban á devastar las costas. Una vez habían cargado sus barcas
de botin, volvían á sus regiones septentrionales, y mas que conquistadores eran
piratas.
Llegada la primavera , Teodorico salió de Bracara y pasó á Lusitania para *í>7.
reducir á la obediencia del emperador Avito las plazas que los Suevos arrebata-
ron al imperio. Los restos de la nación sueva se lanzaron á bandadas á los campos;
otros se refugiaron en la frontera occidental de Galicia entre Lucum y Brigan-
tium, y aclamaron un rey á quien los historiadores llaman Masdra, hijo de Ma-
silia. Teodorico se apoderó de Emérita, donde los Suevos se hallaban en gran
número, y allí supo que Avito habia sido depuesto en Roma por el Suevo Rici-
mer , quien hacia y deshacía emperadores , hasta que el Hérulo Odoacker , al
cual llamamos Odoacro, acabó con el imperio y suprimió la púrpura. A lo que
puede creerse , Teodorico amaba sinceramente á Avito , y el interés de ambos
era uno mismo: su política fundada en sus sentimientos y en sus designios re-
cíprocos, habia de consistir en robustecer el poder común, y el fin que se pro-
ponían no era otro que el engrandecimiento del reino godo en la Galia meridio-
nal y en España, y la devolución al imperio de su gloria y de la mayor parte
de sus antiguas posesiones. El rey godo sintió vivamente la caida del emperador
A. de J. C
(4) Ferreras, Hist. de Esp., Parte III.
A. de J. C
30 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
su amigo , y concibiendo temores por su propio reino de allende los Pirineos,
partió con precipitación para Tolosa.
Su ejército no le siguió todo á las Galias, sino que dejó gran parte de él en
España para contener á los Suevos y conservar las conquistas que en sus domi-
nios hiciera. Para alhagar á los Suevos que se le habían sometido , Teodorico les
dio j no un rey, pero sí un caudillo propio, llamado Acliulfo, del linaje de los
Varnos; mas este olvidando la gratitud debida, creyó poder proclamarse rey in-
dependiente. El ejército visigodo marchó contra él , y en esta expedición entre-
góse á actos de violencia no solo contra los Suevos , sí que íambien contra los
Hispano-Romanos. Ocupó el país que se extiende al norte del Duero hacia la
sierra, y penetrando en Asturica, bajo pretexto de que esta era la orden del em-
perador, saqueó la plaza y la pasó a sangre y fuego. Idacio y los autores ecle-
siásticos insisten mucho sobre estas crueldades, pero Jornandes no hace de ellas
mención. De todos modos no cabe duda en que Acliulfo, contra quien iba di-
rigida la campaña, fué vencido y ejecutado.
Sojuzgados otra vez, los Suevos protestaron de su obediencia y de su leal-
tad, é imploraron la paz de Teodorico, quien, además de concedérsela, les per-
mitió que nombrasen de entre sí un rey. Restablecidos en cierto modo en su in-
dependencia nacional , se dividieron , y por una parte Franta , y por otra Mas-
ara, antes nombrado, se disputaron el poder. Constituyéronse entonces dos par-
tidos; los que seguian á Franta permanecieron sometidos á los Visigodos, y los
458 que reconocían á Masdra se negaron á aceptar su ley. La Lusitania cayó en po-
der de los últimos; Ulisipona les abrió las puertas, y todo el litoral hasta el
Duero fué cruelmente devastado.
Mayoriano , sucesor de Avito , aunque emperador elevado por Ricimer , te-
nia corazón romano , y exigió sin rodeos la anulación de los últimos tratados.
Teodorico , á quien estos favorecían , se negó á reconocer á Mayoriano , y de aquí
se originó la guerra, convencido como estaba Teodorico, desde su expedición á
España , de que los Romanos no podian sostenerse en la Península sin el auxilio de
los Godos. Entonces envió dos ejércitos á España; el primero, al mando del du-
que (1) Geurila, sometió la Bélica sin tener que vencer grandes obstáculos, y el
segundo, á las órdenes del duque Sunierico, se incorporó en breve con él. Al lle-
gar aquí los textos se confunden , y no es fácil entender las causas ni la sucesión
de los hechos. Los historiadores no están acordes entre sí, alteran nombres, re-
fieren los acaecimientos cada uno á su modo , y del caos de sus relatos solo puede
inferirse que la lucha se hizo general y obstinada entre los Suevos y los naturales.
Parece también que en esta lucha los Suevos del partido de Franta perdieron á
su jefe, sin que se sepa el cómo, y que en su lugar aclamaron rey á Remis-
mundo.
El historiador Romey inserta aquí las actas de un concilio que dice ser el de
Rracara, celebrado, según él mismo, en 411. La autenticidad del monumento que
presenta el historiador trances no es reconocida , según hemos dicho en el apéndice
del lomo anterior, pero auténtico ó no, pinta de un modo exactísimo los sufri-
mientos, los trastornos y las calamidades de la época, y por esto lo continuamos
(4) Dux, duque, general de ejército.
CAP. ií. — ESPAÑA GODA. 31
aquí. — «Ya sabéis, hermanos y compañeros , dijo el primer obispo que tomó la
palabra, de que modo los pueblos bárbaros devastan la España toda; derriban los
templos, asesinan á los servidores de Jesucristo ; profanan la memoria de los san-
tos , los sepulcros , los cementerios ; aniquilan las fuerzas del imperio , y delante
de ellos todo desaparece como el polvo que el viento levanta. Excepto la Celtiberia
y la Carpetania, todas las demás provincias de estaparte de los Pirineos están some-
tidas á su dominación; y como el daño amenaza cada dia mas nuestras cabezas , os
he llamado á fin de que cada uno de por sí y todos juntos procuremos remedio á la
calamidad común de la Iglesia. Consolemos y fortifiquemos las almas por temor
de que el exceso de los males y de los sufrimientos las lleve á adoptar los consejos
de los impíos, á seguirla via de los pecadores, á sentarse en la cátedra pestilencial
de las heregías ó á apostatar de la verdadera fe. Mostremos á nuestro rebaño
nuestra consiancia en sufrir por Jesucristo parte de los males que él padeció por
nosotros...» El obispo hizo entonces la profesión de fe déla Iglesia universal , y
ácada artículo , los obispos conlestaban: «Asimismo lo creemos. »
«Sentado esto , dijo Pancraciano , resolvamos si os place lo que haremos de
las reliquias de los santos.
» Siga cada uno la conducta que mejor le parezca , dijo Elipando de Colim-
brica: los bárbaros están en nuestro territorio y sitian á Lisboa ; Emérita y As-
turica es!án en su poder, y cuanto antes nos atacarán. Yáyase cada uno á su
sitio para confortar á los fieles y esconder las reliquias de los santos , enviándo-
nos relación de los lugares ó cuevas donde las haya puesto , á fin de que con el
tiempo no se pierda la memoria de ellas.
«Idos en paz, dijo Pancraciano ; y quédese únicamente nuestro hermano
Pontamio á causa de estar los bárbaros devastando su iglesia.
«Deja que vaya á consolar á mis ovejas y á sufrir con ellas por Jesucristo,
dijo Puntamio; no he recibido el cargo de obispo para el descanso, sino para el
trabajo.
«Excelentes palabras que apruebo. Dios te conserve.»
Todos los obispos dijeron : « Dios te conserve en tan buen propósito , que
también nosotros aprobamos.»
Y todos se despidieron diciendo: « Yayamos con la paz de Jesucristo (1). »
(1) Notum vobisest, fratres et sociimei, quomodo barbara gentes devastant universam
Hispaniam , templa evertunt, servos Christi occidunt in ore gladii, et memorias Sanctorum, ossa,
sepulchra, csemeteria profanant, vires Imperii confringunt, modo commoventes omnia sicut sti-
pulam ante faciera venti. Prater Celtiberiam et Carpetaniam jam reliqua omnia versus Pyrenaeos
sub sua jacent potestate. Et quia malum hoc jam est supra capita nostra, volui vos advocare, ut
unusquisque sua provideat, et omnem simul communnem Ecclesiae calamitatem. Provideamus,
socii, remedium animarum, ne multitudo laborum et aíílictiorum compellat eos abire in consilium
impiorum, stare in via peccatorum, et sedere in cathedrá pestilentiae, aut apostatare á vera Fide:
et ad hoc exempla constantiaenostra ponamus ab oculos subditorum, patientes pro Christo aliquid
ex multis tormentis quaa ipsepertulit pro nobis
Omnes episcopi: Similiter et nos credimus.
Pancratianus: Nunc autem, si placet vobis ómnibus, statuatur quid agendum sit de reliquiis
Sanctorum.
Elipandus Colimbriensis: Non poterimus omnes uno modo eis faceré; sed, si vobis placuit,
unusquisque pro temporis opportunitate id faciat. Barbari sunt intra nos: et Ulixbonam premunt,
Emérita habent, Asturicam similiter, propediens eventuri supra nos; proficiscatur unusquisque in
locum suum, et conforte fideles, corporaque Sanctorum honesté abscondat, et de locis et speluncis,
ubi posita fuerint, relatorium vobis mittat, ue per cursum temporis inoblivionem veniant.
32 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c. para jog catóijcos n0 eran los Godos menos temibles que los Suevos, pues
si entre estos habia aun muchos idólatras, aquellos eran todos arríanos, y en la
guerra recobraban la afición al saqueo y á las ruinas que era natural á las bor-
das bárbaras. España era en aquella época un vasto campo de batalla: Suevos,
Godos, Romanos y Españoles, todos peleaban con encarnizamiento.
En las Galias , Teodorico en guerra con Mayoriano , atacó á Arles siendo
sus huestes rechazadas por el conde Egidio; algunos historiadores dicen que pasó
armado hasta el Ródano , y que tomó á León por fuerza de armas en [regándola
46o. al saqueo; pero es lo cierto que no tardó en celebrarse la paz entre Godos y Ro-
manos, y esta nueva situación cambió el aspecto de las cosas de España. La
lucha era viva y sangrienta en la Península entre los Suevos partidarios de Mas-
ara y los naturales, y los Godos y Romanos, convertidos en aliados, de enemigos
que eran, negociaron, aunque en vano, la paz con los Suevos que continuaron sus
devastaciones. Muerto Masdra asesinado , según se cree, aclamaron por rey á
Frumario. Remismundo, que capitaneaba el opuesto partido de los Suevos, ha-
llábase en paz con los Godos y Romanos, y los partidarios de Frumario le ataca-
ron al propio tiempo que á los Romanos, se apoderaron de Lucum por sorpresa
durante las fiestas de Pascua, y pasaron á cuchillo la población.
Nepociano y Sunierico, encargados de hacerles la guerra, penetraron en
Galicia, los arrojaron de Lucum y los obligaron á internarse por las sierras.
Frumario se retiró hacia Áquae-Flavise, llevando prisionero al obispo Idacio, se-
gún él mismo nos lo diceensu crónica. Sunierico se apoderó de Escalabis, arrolló
varias veces álos Suevos, y por fin entre Godos, Suevos y Españoles, cansados
de guerra, celebróse una tregua, un armisticio mas que una verdadera paz.
El nieto de Walia, el Suevo Ricimer, era en aquel entonces el supremo ar-
bitro de Italia. Después de despojar á Aviío de la púrpura, habia investido de
ella á Mayoriano, como ya hemos visto; pero Mayoriano era un hombre de talento
y de resolución, que empuñó con mano firme las riendas del imperio, y que se
mostró resuelto á realzar su honra y su fortuna (1). Ricimer no le habia elevado
al imperio para esto, y así fué que se apresuró á frustrar los planes de Mayoria-
m no. Una sedición excitada por el Suevo obligó á aquel á abdicar, y cinco dias des-
pués el emperador depuesto bajó asesinado al sepulcro. Vibio Severo , hombre
vulgar y sin valor, un hombre en fin, como deseaba Ricimer, se halló á la ma-
no, y el Suevo le nombró emperador de Occidente.
Egidio, maestre general de las tropas romanas en las Galias, se negó á re-
conocer á Severo, y como tenia á sus órdenes fuerzas considerables, pensó por un
l'ancratianus: Abite in pace omnes; solus remaneat frater noster Pontamius, propter destruc-
tionem Eccle.-iae suae Eminiensis, quam barbari vexant.
Ponlamius: Abeam et ego ut confortem oves meas, et simul cuna eis pro Christi nomine patiar
labores et anxietates. Non enim suscepi munusepiscopi in prosperitate, sed in labore.
Pancratianus: Optimum verbum, justum consilio, profectum approbo. Deus te conservet.
Omnes episcopi: Servet te Deus in bono consilio, quod nos similiter approbamus.
Omnes simul: Abeamus in pace Jesu Christi.
(Labb., Concil., t. II, p. 4508.)
(1 ) Tenemos de Sidonio Apolinar un panegírico en verso de Mayoriano , á pesar de haber su-
cedido este á su yerno Avito. Mayoriano ha dejado notables leyes que revelan un gran espíritu de
justicia.
GAP. n. — ESPAÑA GODA. 33
momento en marchar contra la Italia, y quizás lo habría efectuado á no detenerle A- de J- c-
Teodorico, que rompió los tratados últimamente estipulados con Mayoriano. Una '
rivalidad entre generales favoreció, á lo que se dice, la ambición del rey godo.
Agripino, gobernador de la Galia Narbonense, odiaba á Egidio, y ya defendiese
mal á Narbona ó la vendiese, es lo cierto que Teodorico se apoderó de la plaza sin
esfuerzo ninguno, quedando dueño desde aquel momento de toda aquella parte de
las Galias. El rey godo, amenazado al noroeste por Egidio, envió contra él á su
hermano Federico con un ejército, mientras que él tomaba posesión de la costa
meridional de las Galias hasta el Ródano. Federico encontró á Egidio entre Or-
leans y Tours, y sus tropas empeñaron batalla; pero vencido y muerto el caudillo 463.
godo, Egidio disponíase no solo á continuar la guerra contra Teodorico, sino
también á atacar á Ricimer y á Severo, cuando le sorprendió la muerte. Su vic-
toria no estrechó en lo mas mínimo los límites del reino de los Godos en Occi-
dente, y su muerte dejóles abierto todo el país comprendido entre el Ródano, el
Loire y el Océano, de modo que el vasto territorio cuyos límites son el Mediterrá-
neo, el Ródano, el Loire y el Atlántico, desde las fronteras de la Armórica hasta
el estrecho de Gibraltar, quedó sometido á las' correrías de los Godos. Los Ro-
manos solo ejercían en él una dominación, por decirlo así, casual, y aunque el
fondo de las poblaciones españolas y galas era romano por las costumbres y las
ideas, hemos dicho ya cuanto les fatigaba y de cuan poco les servia sostener el
gran peso de un imperio que espiraba (1). Solo los Suevos contrastaban el pode-
río de los Godos con la especie de reino que , basado en la violencia y el desor-
den, habían fundado en Galicia, y á no aparecer en la escena del mundo un nuevo
pueblo con su valor guerrero y su reciente fervor religioso, á no haber nacido
por aquel entonces Glodoveo y San Remigio, quizás la Galia, en vez de ser fran-
ca, habría sido para siempre goda.
Teodorico empleó los últimos años de su reinado en aumentar y robustecer
el poder de su pueblo, y en tomar posesión de las principales ciudades de la Galia
meridional, de Nimes entre otras, importante ciudad romana á la que dejó sus
franquicias municipales y su derecho latino. En todas partes donde fué reconoci-
do el imperio de los Godos, respetó las libertades y las costumbres locales, y esta
conducta política atrajo á su dominación gran número de poblaciones. Los tri-
butos que percibió en las Galias fueron mucho mas llevaderos que los que exi-
gían los Romanos, y un imprevisto acaecimiento hizo que pudiese contar con un
nuevo aliado. La nación de los Suevos, dividida en España en dos bandos, el de
Frumario y el de Remismundo, como hemos explicado, acababa de reunirse bajo 464
el mando del segundo por haber muerto el primero, y este suceso que puso fin á
la sangrienta guerra que desolaba el territorio de Galicia, fué aprovechado por
Remismundo para renovar su alianza con los Godos. La leal conducta del rey
Suevo satisfizo á Teodorico, quien dióle por esposa una de sus hijas; y como la
belicosa nación de los Suevos llevaba con impaciencia el tratado recientemente
estipulado con el Godo, Remismundo protestó otra vez de su fidelidad, y llevó su
(1 ) «En ningún estado hay mas necesidad de tributos, que en aquellos que se debilitan, de mo-
do que es preciso aumentar las cargas á medida que es menor la posibilidad de sufrirlas. En las
provincias romanas los tributos llegaron á ser insoportables." Montesquieu, Grand. y Decad. de los
Rom. c. XYIII.
TOMO II. K
34 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
servilismo hasta el punto de hacerse amano, creencia que profesaba ya la hija
de Teodorico. El celo de los sectarios de Arrio, llegados de la corte goda con la
nueva reina, secundó la apostasía de Remismundo, y gran parte de la nación
participó de los errores de su rey. Idacio é Isidoro de Sevilla, y después de ellos
el P. Mariana, atribuyen á cierto Áiace (natione Galata), ardiente amano, en-
viado de las Galias con este objeto, la conversión de los Suevos al arrianismo.
Sidonio Apolinar, á quien Teodorico hizo conde y que fué después obispo,
en una carta que dirige á Agrícola nos ha dejado del rey godo y de las particu-
laridades de su vida las siguientes noticias:
«La estatura de Teodorico, dice, es mediana, su cabeza redonda, y su cabe-
llera espesa y crespa se levanta desde la frente hasta la coronilla; pobladas cejas
coronan sus ojos, y cuando baja los párpados, sus largas pestañas llegan casi hasta
la mitad de las mejillas. Sus orejas, según la costumbre de su nación, están cu-
biertas y como azotadas por los rizos de su larga cabellera. Su nariz forma una
graciosa curva. Crécele mucho pelo bajo las sienes, pero todos los dias lo afei-
ta debajo de la nariz y en las partes inferiores del rostro. Su cuello y su barba
son regularmente gruesos, y su tez, de un blanco de leche, se colora algunas ve-
ces de un sonrosado juvenil....
«En cuanto á su método de vida, Teodorico se levanta antes del dia y se
dirige con escasa comitiva á visitar á sus sacerdotes, por los cuales muestra
graneles atenciones, aunque de sus conversaciones confidenciales pueda colegirse
que este respeto dimana mas que de la piedad, de la costumbre. El resto de la
madrugada está dedicado á los cuidados del gobierno. Oficiales armados per-
manecen en pié alrededor del trono , y si bien los jefes son admitidos al consejo
para que no pueda decirse que dejan de asistir á él, se mantienen separados, y
pueden hablar y discurrir libremente entre las cortinas de la sala y una barrera
exterior. En el interior del salón penetran los diputados de los pueblos; el rey
escucha tanto como le hablan, y contesla en pocas palabras. Si el negocio de que
se trata exige ser meditado, lo aplaza; en casos sencillos ó urgentes manifiesta su
decisión en el acto.
«A la hora segunda (las ocho), se levanta del trono y se dirige á inspeccio-
nar su tesoro ó sus caballerizas. Si después parle á la caza, no lleva al hombro
su arco, pues lo consideraria indigno de la majestad real; pero si mientras andan
ó cazan divisa una res, tiende la mano hacia atrás, y un esclavo coloca en ella un
arco flojo, pues tan innoble creería cargar con un arco cuando no lo necesita co-
mo recibirlo tendido. Tiéndelo, pues, el mismo, coloca en él la flecha y dispara.
A veces antes de disparar manda á alguien que le designe lo que ha de tocar;
indicante la presa que ha de derribar y la derriba, pudiendo darse por seguro
que si equivocación hay, será de parte del indicador, nunca del tirador.— Respecto
á sus comidas, las que hace los seis dias de la semana en nada se dislinguen de
las de un mero particular. No se oye crugir la mesa bajo el peso de una maciza
vagilla de plata, y allí nada pesa tanto como las palabras; se calla ó se habla de
cosas graves. Las colgaduras de los lechos del banquete son de púrpura ó de al-
godón, los manjares se recomiendan mas por su buen guiso que por su extrañeza;
la plata se hace admirar mas por su brillo que por su peso, y las copas son pre-
sentadas á los comensales con bastante intervalo, para que antes la sed las desee
L CAP. II. — ESPAÑA GODA. 35
que las rechace la embriaguez. En una palabra, allí se encuentran reunidas la
elegancia griega, la abundancia gala y la presteza italiana; pompa pública, soli-
citud privada y disciplina real. De los magníficos festines de los domingos no
hablaré, por ser cosa sabida hasSa de las personas mas oscuras.
«Después de comer, el rey hace ó no la siesta, pero en todo caso es muy
corta. Si le da gana de jugar, toma vivamente los dados, los examina con cui-
dado, los agita con gracia, los arroja con resolución, los canta con buen humor,
y espera su turno con paciencia. Al sacar buen punto calla, al sacarlo malo rie,
pero jamás se enoja. Deseoso de desquite, no quiere sin embargo que se le crea
temeroso de perder. Si se lo ofrecen, lo rehusa ; si se lo dispulan, lo renuncia.
La gente se separa de él satisfecha y sin turbación, y él se separa de todos sin
ceremonias. Así en el juego como en la guerra , alimenta una sola idea , la de
vencer; en el juego se despoja por unos instantes de la dignidad real; alienta, ex-
horta á su adversario á la libertad, á la confianza, y por expresar todo su pen-
samiento, teme infundir temor.
«Además, gusta ver encolerizado á su adversario en caso de perder, lo cual
es para él una prueba de que ha hecho lodo lo posible para ganar; y aunque qui-
zás parezca extraño, el contento dimanado de causa tan insignificante ha contri-
buido á veces á la resolución de grandes negocios. En aquellos momentos propi-
cios, se le ha visto acceder gustoso á demandas que habia rechazado varias veces
á despecho de elevadas recomendaciones. Yo mismo, si juego con el rey y tengo
algo que pedirle, me tengo por feliz siendo vencido y perdiendo una partida que
me asegura ganar mi instancia.
«A la hora novena ( las tres) empiezan de nuevo las fatigas del gobierno;
entonces vuelven los solicitantes, los enjambres de defensores; es aquello un tu-
multo de pleitos que se prolonga hasta la noche. El anuncio de la cena real pone
fin á él, y solo quedan por allí los patronos de los litigantes hasta el momento en
que empiezan las guardias nocturnas.
«Durante la cena se deleita algunas veces, aunque raras , con las burlas de
los bufones y truhanes , pero sin que muerdan á nadie. Jamás se oye allí ór-
gano hidráulico , ni poema entonado por varios á la vez. Tampoco son admiti-
dos á cantar liristas, coraules, mesocoristas, ni tocadoras de tímpano ó salterio;
el rey solo gusta de los cantos propios así para excitar el valor como para recrear
el oido. Luego que se levanta de la mesa, los guardias nocturnos se establecen
en el tesoro y en las puertas del palacio real para velar todo el tiempo del primer
sueno. »
Explicado queda como á favor de las circunstancias habia aumentado el
poderío de los Godos, y como Teodorico supo aprovechar con habilidad las tur-
bulencias del imperio. El Occidente tendía mas y mas á separarse de Italia;
esta, á merced de una aristocracia militar de bárbaros, no tenia otros emperado-
res sino los que le daba el capricho de aquellos que, á sueldo antes de Roma,
habían pasado á ser sus verdaderos señores. El Suevo Ricimer hacia y deshacia
á su antojo, pero harto ocupado mas allá de los Alpes, el Occidente se libraba de
su dominación. Su protegido Yibio Severo solo era emperador de nombre, y en
la universal descomposición, los gobernadores romanos levantábanse también con
un poder independiente de Roma, de su sombra de emperador, de su sombra de
e J. C.
466.
36 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
senado y de sus reales dominadores los Hérulos, los Rugios y los Vándalos.
Syagrio, hijo de Egidio, habíase fundado una especie de imperio en las Galias,
y su poder se extendia desde el Ródano hasta el Rhin , y desde el Rhin hasta el
Loire. En el territorio de Soissons se habia formado un establecimiento de Fran-
cos, con el cual Syagrio se hallaba alternativamente en paz y en guerra, y que
iba pendrando en las Galias en forma de cuña. De allí habían de salir los con-
quistadores de la tierra gala, y en aquel entonces habia ya nacido el fundador
de la monarquía francesa. El África pertenecía á los Vándalos, los Godos domi-
naban en las Galias desde el Loire á los Pirineos, y en España, en la Bética y en
parte de Cataluña; muchas ciudades españolas reconocían aun el poder romano
y comunicaban con la Italia y Constantinopla por el Mediterráneo; la religión ver-
dadera y el arrianismo se disputaban las conciencias. Tal era el estado de Occi-
dente cuando Eurico se apoderó del poder en Tolosa por medio de un fratricidio.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 37
CAPÍTULO III.
Reinado de Eurico.— Política de este rey.— Engrandecimiento del reino de los Godos. — Conquistas
en España. — Conquistas en las Galias.— Fin del imperio de Occidente. — Reinado de Marico.— Su
derrota y su muerte.— Rivalidad entre Amalarico y Gasaleico. — Intervención de Teodorico rey de
Italia.— Definitivo establecimiento de la monarquía goda en España.— Reinados de Teudis , de
Teudiselo, de Agila, de Atanagildo , de Liuva I y de Leovigildo.
Desde el año 466 hasta el 587.
En tiempo de Eurico (Ew reich , rico en leyes) , á quien da la historia los a. de j. e.
nombres de Evarich y de Eulhorick, el imperio de los Godos en las Galias debia
de llegar á su mas alto grado de prosperidad, y engrandecerse mucho en España.
Apenas investido del poder real, gracias á la maldad cometida , Eurico se apre-
suró á contraer alianzas , y envió embajadores á los Vándalos y á los emperado-
res. Su mas ardiente deseo era la posesión de las Galias hasta mas allá del Ró-
dano y la conquista de las dos ciudades mas opulentas de la época , Arles y Mas-
salia , y para intentarlo no tardó en ofrecérsele un pretexto.
León , emperador de Oriente, y su colega Antemio , sucesor de Vibio Seve-
ro, atacaron por tierra y por mar á Genserico en sus posesiones africanas , y Eu-
rico , diciéndose aliado del Vándalo , invadió las provincias romanas á ambos
lados de los Pirineos. Sus triunfos fueron rápidos en la Península , y los Suevos
le auxiliaron en esta campaña en la que sus armas quedaron siempre victoriosas.
No están acordes los autores acerca de esta invasión ; al paso que unos
aseguran que el ejército godo iba mandado por Eurico en persona , creen otros
que lo fué por sus generales. De todos modos, es lo cierto que los Godos ocu-
paron y dejaron guarniciones en todas las plazas fuertes que habian obedecido
hasta entonces á Roma , entre otras Pamplona, Zaragoza y Tarragona, á la cual *?i.
maltrataron cruelmente á causa de su obstinada resistencia ; y que discurriendo
hasta el extremo de España , despojaron á los Romanos de todo el señorío que en
la Península tenían y destruyeron del todo el Imperio que duró en ella casi sete-
cientos años, con gran descontento de los Suevos , que conocieron, aunque tarde,
la falta que cometieran ayudando á los Godos á anonadar el poder romano.
El imperio de Occidente continuaba en el mas gran desorden. Antemio ha-
bíase indispuesto con su yerno Ricimer , y este, apoderándose por fuerza de ar-
mas de la ciudad de Roma, dio muerte al emperador siendo investido de la púr-
pura imperial un senador llamado Olibrio. Eurico aprovechó esta coyuntura para
atacar á los Romanos contra quienes lodo parecía conspirar. Muerto Olibrio , su
sucesor Glicerio envió contra los Visigodos un ejército de Ostrogodos que tenia
A. de J. C
38 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
á sueldo , pero llevados estos por su fanatismo de secta , se unieron á los enemi-
gos contra quienes debian combatir , que eran como ellos arríanos.
El ejército romano de las Galias , bajo las órdenes de Syagrio , unido con un
cuerpo de auxiliares francos mandado por su rey Hilderico , marchó conlra los
Godos; mas la precipitación con que ambos generales presentaron la batalla fué
causa de su pérdida , y después de derrotarlos completamente , Eurico se apode-
ró de Tours y de Bourges. A pesar de estos triunfos consintió en hacer la paz con
el emperador Julio Nepote, sucesor de Glicerio, hecho obispo, oyendo Eurico las
exhortaciones de Epifanio, obispo de Pavía; pero aquella paz fué de muy corta du-
ración , en cuanto pasado poco tiempo sitió y tomó á Clermonl , después de algu-
na resistencia. Desde allí marchó á Burdeos , donde fueron á cumplimentarle los
embajadores de los príncipes vecinos , según cuenta un antiguo historiador.
Oigamos la descripción que Sidonio Apolinar , testigo presencial , hace de
aquellos embajadores.
« Vemos aquí , dice , al Sajón de azulados ojos ; acostumbrado á la mar pa-
rece que le inspira miedo la tierra ; el viejo Sicambro , con el colodrillo pelado,
tira hacia atrás , desde su vencimiento , su cabellera renacienie en su enveje-
cida cerviz ; aquí se extravia el Herulo de verdoso rostro , que habita las profun-
didades del Océano y disputa su color á las algas marinas; aquí el Burgundio,
de siete pies de altura , implora suplicante la paz postrado de hinojos (1).»
El imperio de Occidente se extinguía ; la Italia rebosaba de Scyros, de Ala-
nos, de Rugios, de Hérulos, de Hunos y de Ostrogodos, á sueldo todos del impe-
rio , y que figurando defensores de los Romanos , eran en realidad sus domina-
dores. Ricimer habia muerto poco después de Antemio , pero Odoacro habia ocu-
pado su puesto. Existia en aquel entonces un maestro general de los ejércitos
romanos llamado Orestes , antiguo secretario de Atila , y de la hija del conde
Rómulo , embajador de Valentiniano cerca del rey de los Hunos , habia te-
nido un hijo al que diera el doble nombre de Rómulo Augusto. Depuesto Nepo-
te , los bárbaros que capitaneaba Orestes en nombre del pueblo romano quisieron
m. hacerle emperador , y él aceptó la púrpura , pero únicamente para su hijo : Au-
gustulo á patre Ores te , in Éavenná imper atore or dinato, dice Jornandes. Vul-
garmente á este nuevo emperador llamáronle Augustulo, ya le hubiese dado este
nombre el cariño de sus padres , ya fuese por via de escarnio porque en él se
acabó de todo punto el imperio de Occidente , que otro del mismo nombre , es
á saber Octavio Augusto , habia fundado, á lo que parecia, para siempre y para
que fuese perpetuo. «De esta manera, exclama al llegar aquí el P. Mariana, true-
Istic Saxona cserulum videmus
Assuetum ante salo, solum timere:
Hic lonso accipiti , senex Sicamber,
Posquam victus est , elicit retrórsura
Cervicem ad veterem novos capillos :
Hic glaucis Herulus genis vagatur,
Irnos Oceaní colens recessus ,
Algoso propú concolor profundo :
Hic Burgundio scptipesfrequenter
Flexo poplite supplicat quietem.
Apollin. , 1. VIII., epist. 9.
CAP. III.— ESPAÑA GODA. 39
ca y revuelve la fortuna ó fuerza mas alta las cosas humanas. Caen las ciudades A- de J- c-
y los imperios , yérmanse los pueblos , y las provincias se asuelan ; que es todo
consideración muy á propósito para conhortarse cada cual y llevar en paciencia sus
trabajos. Ciudades y reinos muy nobles , dice continuando en sus reflexiones el
historiador citado, yacen por tierra caídos como cuerpos muertos; ¿y nos, cuyas
vidas estrechó la naturaleza dentro de pequeños términos , si alguno de los nues-
tros muere, haremos extremo sentimiento ? Razón es sin duda y muy justo nos
acordemos de que somos hombres , y no nos queramos atribuir la inmortalidad
de los que están en el cielo.»
Los bárbaros que acaudillaba Odoacro pidieron la tercera parte de las tier-
ras de Italia (1) , y Orestes y Augustulo se negaron á ello. Odoacro exigió lo que
se le negaba , y sitiando á Orestes en Pavía, mandó darle muerte. Augustulo fué
preso en Ravena , despojado de la púrpura y desterrado , alcanzando la vida por
el desprecio que inspiraba , y en 23 de agosto Odoacro se proclamó rey de lita- 476
lia (2). El senado declaró que el Capitolio abdicaba el imperio del mundo, y Ro-
ma volvió al polvo de la nada de donde habia salido. Pero no todo ha concluido
para la ciudad eterna. Si su poder temporal ha pasado, hallará rica compensa-
ción en el imperio espiritual de sus pontífices , y como dice un escritor fran-
cés (3), Roma será siempre la capital del mundo cristiano : Capitolio inmovile
saxum.
Odoacro, amenazado por Zenon, emperador de Oriente, se apresuró á aliar-
se con Eurico, á quien ofreció cuantas plazas se hallaban todavía sometidas á los
Romanos en la otra parte de los Alpes. El Godo aprovechó con placer la ocasión
de extender sus conquistas, y puso sitio á Arles que se le rindió después de una
corta resistencia, conducta que imitó Marsella.
El poderío de Eurico excitó los celos de los Burgundios , y deseosos de li-
mitarlo, invadieron su territorio con un ejército formidable. Sin embargo, su fu-
ror se estrelló ante los aguerridos soldados godos , y una sola batalla bastó para
hacerlos huir á su país en completa derrota. El triunfante Eurico volvió á Arles,
donde empleó los últimos años de su glorioso reinado en protejer las artes y en
hacer compilar y publicar un código de todas las leyes suyas y de sus anteceso-
res. León, ministro de Eurico, católico, y uno de los mas famosos jurisconsultos
de la época, fué el principal autor de este código que, llamado de Tolosa por haber
sido publicado en esta ciudad , puede ser considerado como una recopilación de
ordenanzas de la milicia y de las costumbres de los Godos para la decisión y fa-
llo de sus litigios. Por él se prueba hasta la evidencia que en España , lo mismo
que en todos los dominios godos , se habia introducido el derecho personal ó de
castas , lo que se confirma todavía mas si atendemos al objeto que se propuso
(4) « El ejército de Italia, compuesto de extranjeros, exigió lo que se habia concedido á nacio-
nes mas extranjeras aun, y formó, acaudillado por Odoacro, una aristocracia que se apropió la ter-
cera parte de las tierras de Italia. Este fué el golpe de gracia descargado al imperio.» Montesquieu,
Grand. y Decad. de los Rom. , cap. XIX.
(2) Non multum post Odovacer, Turcilingum rex, habens secum Scyros , Hérulos diversarum-
que gentium auxiliarlos, Italiam occupavit, et Oreste interfecto, Augustulum filium ejus de regno pul-
sum , Lucullano Campaniee castello exilii poena damnavit. Jornand., c. 46.
(3) Le Bas.
40 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
le J* c' Marico, hijo de E arico, con la publicación de la Ley romana, de todo lo que ha-
blaremos á su tiempo.
Una mancha oscureció, al decir de algunos, el glorioso reinado de Eurico;
fogoso amano, persiguió cruelmente á los católicos; pero este hecho, sentado por
el P. Mariana apoyado en Sidonio Apolinar, es negado por el historiador Ro-
mey y otros, fundados en el testimonio de Gregorio Turonense.
Los historiadores todos están acordes en considerar el reinado de Eurico co-
mo el mas importante para España desde la invasión de los Godos, en cuanto á él
se debió la definitiva constitución de la monarquía y la expulsión completa de los
Romanos. Este rey entendido , espléndido , esforzado y uno de los hombres mas
políticos de su época , gobernó con moderación á los pueblos que sometió á sus
m' armas , y murió en setiembre del año que cumplía diez y ocho de su elevación.
Habíase casado con Ravaquilda , y de ella tuvo un hijo llamado Alarico , y una
hija que se supone esposa de Sigismer, caudillo franco.
Alarico fué aclamado rey luego de la muerte de su padre , y reinaba hacia
dos años , cuando en el norte se formó la tempestad de que debia de ser víctima
486, mas tarde. Clodoveo (Chlod-wig, guerrero famoso) acababa de vencer á Syagrio,
y el patricio romano, obligado á tomar la fuga, presentóse ai rey godo pidiéndole
asilo. Alarico le recibió con gran afecto , pero cediendo en breve á las amenazas
del rey franco, cometió la vileza de entregar á Syagrio , á quien Clodoveo hizo
dar muerte.
Algunos años después, Teodorico , rey de los Ostrogodos , penetró en Italia
*93. con consentimiento del emperador Zenon , atacó á Odoacro , le venció y mató, y
quedó dueño de sus estados que gobernó con singular acierto. Alarico solicitó
su alianza, y casó con su hija Teudigota.
Por aquel entonces, suscitóse sangrienta rivalidad entre los hermanos Gun-
debaldo y Godegesilo, caudillos de los Burgundios ó Borgoñones, tomando Clo-
doveo partido por este y Alarico por aquél. Gundebaldo, empero, logra asesinar á
su hermano, se apodera de sus estados, y abandona á Alarico para aliarse con Clo-
doveo. Esta fué la primera causa de resentimiento entreel rey franco y el rey godo.
Los pocos años de paz , que para aquella época eran muchos , de que dis-
frutaron entonces los Godos , permitieron á Alarico dedicarse á algunos trabajos
legislativos á ejemplo de su predecesor. Hemos indicado que el derecho perso-
nal ó de castas era el dominante en los países sometidos á las armas godas , y
así vemos que aun los habitantes de una misma comarca estaban regidos por di-
versas legislaciones, según el pueblo á que pertenecían. El código de Tolosa, co-
mo ya hemos dicho , compiló el derecho de los conquistadores , y Alarico quiso
hacer lo mismo con el derecho de los conquistados. Sin perjuicio de tratar de es-
ta materia y de otras semejantes en un capítulo especial , tócanos decir aquí que
el conde Goyarico, auxiliado de varios obispos y magnates, fué el encargado por
el rey de aquel trabajo, que desempeñó compilando y resumiendo las disposicio-
»06. nes del derecho romano y en especial las del código de Teodosio, por lo cual reci-
bió el nombre de Ley romana, y que publicó enviando á cada conde una copia
suscrita por el canciller Aniano (í).
(1 ) Véase el Apéndice.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 41
Habíase verificado una aparente reconciliación entre Clodoveo y Aladeo, a. dej.c.
y habíanse visitado y abrazado en un islote del Loire , cerca de Amboise ; pero
pasado algún tiempo , el rey franco dice saber positivamente que se habia tratado
de asesinarle , que la entrevista no habia sido mas que una celada , y que él,
católico ferviente , no puede tolerar que posean los arríanos lamas hermosa
parte de las Gaüas. Implorando , pues, la protección del cielo , dispone contra
Alarico considerables armamentos ; en vano Teodorico , rey de Italia , cuñado de
Clodoveo y suegro de Alarico, ofreció su mediación; en vano amenazó tomar
las armas contra el agresor; todo ello no pudo impedir al Franco invadir las
tierras de los Visigodos , entre los cuales tenia partidarios que le abrieron las
puertas de la ciudad de Tours. Alarico salió á su encuentro al frente de un nu-
meroso ejército con intención de permanecer á la defensiva; pero arrastrado
por el ardor de sus tropas, empeñóse la batalla, y en ella fué derrotado su ejér-
cito y él quedó sin vida. Según muchos y respetables testimonios, Alarico fué
muerto por el mismo Clodoveo. Dióse esta batalla á tres leguas de Poitiers, en
las llanuras de Vouglé, en el año 507, según el mayor número de historiadores,
aunque el P. Mariana pretende haberse dado un año antes.
Los capitanes del ejército visigodo volvieron á España después de tan cala-
mitosa jornada, llevando consigo á Amalarico (Ámal-rikJ , hijo único de su rey;
y considerando muchos Godos que Amalarico, que solo contaba cinco años, era
harto niño para mandar dignamente , eligieron rey á Gesaleico , hijo natural de
Alarico. A la cabeza de sus partidarios, atacó Gesaleico á Gundebaldo que sitiaba
á Narbona, pero fué vencido y tuvo que refugiarse en España, donde su presen-
cia causó nuevos movimientos en favor y contra suya
A consecuencia de estas dos señaladas victorias, se rindieron á los vencedo-
res muchos pueblos de Francia, como Burdeos, los Yesates, los de Cahors, los
de Rodes y los de Alvernia, cuyo capitán llamado Apolinar , deudo que era de
Sidonio , obispo de la ciudad, pereció en la batalla. Hasta se rindió la misma ciu-
dad de Tolosa, donde estaba la casa real y silla de los Godos, de suerte que
apenas en toda Francia les quedó cosa alguna que no viniese en poder de los
Francos.
En breve un formidable ejército enviado por Teodorico en auxilio de Ama-
larico , á las órdenes de ¡bbas , uno de sus mejores generales , comunicó nuevo
aliento á los Visigodos. Los Burgundios y los Francos fueron vencidos á su vez,
y hubieron de abandonar la mayor parte de sus anteriores conquistas.
Después de su victoria, Ibbas marchó á Barcelona, entró en ella por fuerza
de armas y expulsó á Gesaleico, quien se refugió en África con algunos partida-
rios suyos, siendo muy bien recibido por Trasimundo , rey de los Vándalos.
Teodorico tomó para sí la Provenza en recompensa de su auxilio , y gobernó el
resto de los estados de Amalarico durante la menor edad de este rey, cuya edu-
cación confió á Teudis, Ostrogodo de nacimiento.
Gesaleico, que habia obtenido del rey de los Vándalos considerables socorros
en dinero , volvió á las Galias , levantó un ejército , pasó los Pirineos y se diri-
gió hacia Barcelona; pero á cuatro leguas de esta ciudad encontró á una parte
del ejército de Teodorico , y empeñada la batalla , fué vencido y puesto en fuga.
Vuelto á las Galias , fué alcanzado por una partida de Ostrogodos que le dieron
TOMO II. G
42 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Adej.c. muerte, si bien algunos dicen que murió de pesadumbre por su mala fortuna.
Su muerte y la de Clodoveo libraron á los Visigodos de las calamidades de una
guerra civil y del temor de una invasión extranjera.
Aunque Teudis gobernase la España con gran moderación , y se atuviese
en todo á las instrucciones que de Italia recibía , las inmensas riquezas que le
llevara en doíe una Española con quien se había casado , y además de esto, su
constante negativa de volver á Italia para dar cuenta de su gestión, inspiraron
algunas sospechas á Teodorico. Teudis lo conoció , y temiendo por su libertad
y quizás hasta por su vida, formó para que le sirviese de guardia un cuerpo de
dos mil hombres que mantenía á sus expensas (1). Teodorico, que receló alguna
asechanza contra su nieto, se apresuró á declararle mayor de edad, y despojó de
sus cargos á Teudis, quien volvió desde entonces á la vida privada.
526. P°co después murió Teodorico, dejando por sucesor á otro nieto suyo llamado
Atalarico, hijo de Amalasiunta , su hija, ydeEuíarico, noble godo, muerto
antes que su suegro. Para evitar toda disensión entre los dos jóvenes reyes, acor-
dóse que el Ródano seria el límite de ambos estados , y que no solo no serian lle-
vadas á Italia las rentas de España , sino que Atalarico restituiría los tesoros
de que se apoderara su abuelo.
Fijados así los intereses y derechos de cada uno, Amalarico pensó en casar-
se, y pidió y obtuvo la mano de Clotilde, hija de Clodoveo y hermana de los
cuatro reyes francos que reinaban en el norte de las Galias. Este enlace que pa-
recía prometer á los dos pueblos una paz duradera, dio lugar á espléndidas fies-
tas (2) , pero en breve estalló entre ambos esposos la discordia que tan funesta
habia de ser á Amalarico y al reino de los Visigodos. Amalarico , que era ar-
riano, quiso que Clotilde, católica fervorosa, abrazase su religión, y de la obs-
tinación y crueldad del uno y de la resistencia de la otra, nacieron rencores y
malos tratamientos. Para sustraerse á ellos , Clotilde escribió á sus hermanos , y
hasta envió á Childeberto un lienzo empapado en su misma sangre (3). Sus cuatro
hermanos, reyes de diferentes parles de las Galias, tomaron al momento las armas
en venganza de la desventurada, é invadieron los estados de Amalarico al frente
de numerosas tropas. El rey godo salió á su encuentro, y vencido, buscó un re-
fugio en sus naves; pero desgraciadamente para él, salió de allí en busca de sus
tesoros que olvidara en Narbona , á lo que se cree ; sorprendido por los Fran-
cos, un soldado le atravesó con su lanza al irse á amparar del sagrado de una
iglesia (4). Algunos autores opinan que después de su derrota se refugió en Bar-
celona, y que allí le asesinaron sus propios soldados. Según todas las aparien-
53i. cías , estos hechos ocurrieron en el año 531. Childeberto y sus hermanos volvié-
ronse á Francia con sus victoriosas tropas, llevándose los tesoros de Amalarico,
en los cuales y entre los muchos objetos preciosos que encerraban , encontrában-
se sesenta cálices y quince patenas de oro finísimo , que regaló Childeberto á las
varias iglesias de su reino. Clotilde , que acompañaba á sus hermanos, murió
durante el camino; su cuerpo fué llevado á París , y sepultado junto al de su pa-
(\¡ Procop., de Bello Golh., 1. II, c. 13.
(2) Id. id. id.
(3) Greg. Turón., 1. III.
(4) Id. id.
CAP. III. — ESPAÑA GODA, 43
dre, en la iglesia de Santa Genoveva, que esiaba bajo la advocación de San Pe- A- de J,,c
dro y San Pablo.
Muerto Amalarico , los Visigodos recurrieron á la elección para tener un rey,
y el mismo Teudis, á quien hemos visto gobernar con tanto acierto durante la
menor edad de Amalarico , fué proclamado por ia asamblea de la nación. En
aquel entonces Belisario, general del emperador Jusliniano, invadió con tal ra-
pidez el reino de los Vándalos en África, que Teudis no tuvo siquiera tiempo
para decidir si estaba ó no en su interés tomar partido en aquella guerra.
Los Francos, que acababan de destruir el reino de los Burgundios, reunie- 534
ron todas sus fuerzas contra los Visigodos é intentaron expulsarlos de la Galia,
mas no pudieron lograrlo. Diez años después, Childeberto, que reinaba en la 544.
Isla de Francia, y Gotario, que reinaba en Soissons, hicieron nuevas tentativas,
y pasando los Pirineos con muchas y aguerridas tropas, se dirigieron á marchas
forzadas hacia César-Augusta, á la cual pusieron sitio después de devastar cuanto
hallaron á su paso. Teudis, que no habia podido oponerse á su rápida marcha,
tomó sus medidas , ocupando los pasos de las montañas para caer sobre ellos
cuando regresaren á sus estados.
Luego, pues, que los ejércitos de Childeberto y de Gotario, cargados con
el botin que recogieron en la expedición, se disponían á pasar otra vez ios Piri-
neos, después de haber levantado por temor ó prudencia el sitio de César-Au-
gusta (algunos autores dicen que lograron rendirla por capitulación) , Teudiselo,
general de Teudis, los atacó con tal denuedo y oportunidad, que ambos ejérci-
tos se vieron amenazados de una total ruina. Mediante una crecida suma de di-
nero, Teudiselo les concedió una tregua de veinte y cuatro horas que aprove-
charon para desbandarse y salvarse por aquellas breñas (1).
Terminada apenas esta guerra, fué preciso marchar contra nuevos enemi-
gos. Las tropas de Justiniano, después de arrojar á los Vándalos de África, se
habían apoderado de la plaza de Ceuta antes que esta hubiese recibido los re-
fuerzos mandados por Teudis. Llegados demasiado tarde , los Visigodos hubie-
ron de poner sitio á la ciudad á cuya defensa habían sido enviados ; pero apro-
vechando los sitiados de una suspensión de armas dispuesta por Teudis un do-
mingo, de cuya festividad era rígido observador, le atacaron y le obligaron á
reembarcarse y á levantar el sitio (2).
Por aquel entonces, Belisario y luego Narses que le sucedió en el cargo de
general por el imperio, derribaron con sus esfuerzos el reino ostrogodo de Italia,
y fueron vencidos en batalla ó muertos Teodato , Vitiges, Ildebaldo, Ardarico,
TotilayTega, todos por orden reyes de Italia después de Teodorico. ¡Efímera
conquisla! En Constantínopla se renovaron los antiguos triunfos, que fueron
presagio de próximos y mayores desastres.
Pasado poco tiempo de su derrota , Teudis recibió de un hombre que era 548
ó se fingia loco una estocada de la que murió al cabo de algunos dias , con cris-
tiana resignación y prohibiendo que se persiguiera al asesino (3),
(4) Vit. S. Avit.
(2) lsidor., Hist. Goth.
(3) Id. id.
44 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Muerto Teudis, los grandes eligieron al general á quien hemos visto man-
dar un ejército contra Childeberto y Clotario , llamado por los historiadores
Teudiselo , Teodigis y Teudegesilo. El nuevo rey abusó torpemente de su au-
toridad , y no reconociendo freno alguno en su pasión por las mujeres , todos los
medios, aun los mas crueles, pareciéronle buenos para satisfacerla (1). Tales
escándalos suscitaron contra él la indignación y el odio de su pueblo , y los
grandes , muchos de los cuales habian sido sus víctimas, resolvieron poner fin
á tanta tiranía. Para ello aprovecharon una ocasión que él mismo les ofreció;
invitólos á un gran banquete , y luego que los conjurados vieron á los comensa-
les algo tomados del vino , apagaron las luces , y á favor del desorden le dieron
549« de puñaladas. La trágica muerte de Teudiselo tuvo lugar en Sevilla un año y
cinco meses después de haber sido proclamado rey (2).
Los conjurados que asistieron al banquete creyeron que el asesinato de su mo-
narca les daba derecho para elegirle un sucesor, y proclamaron sin formalidad al-
guna á Agila;pero semejante proceder disgustó á los grandes que no habian sido
consultados en la elección del nuevo rey, cuyas licenciosas costumbres no eran
á propósito paraccnciliarle las voluntadas. La ciudad de Córdoba se negó á pres-
tarle obediencia, y Agila, montado en cólera, púsose al frente de su ejército y
marchó contra ¡a ciudad , con la firme resolución de tratar á sus habitantes de
modo que escarmentasen cuantos tratasen de imitar su ejemplo. Los Cordobeses,
empero, le salieron al encuentro, y en la batalla que con él empeñaron, encon-
tró la muerte su propio hijo y sus tropas la derrota.
La victoria alcanzada por los Cordobeses alentó á los habitantes de otras
ciudades á sublevarse, y Atanagildo, noble godo, tan astuto como ambicioso,
aprovechó ia incertidumbre de los sublevados acerca de la elección de un jefe,
para hacerse proclamar rey. Con las tropas que seguían su bandera habría podi-
do sin duda triunfar de su competidor , pero queriendo asegurar su causa, alióse
con el emperador Justiniano á quien ofreció ceder cierta extensión de territorio
á lo largo de las costas españolas (3). Justiniano accedió á sus deseos, y envió
un ejército á las órdenes de Liberio, quien se emposesionó de la costa desde Gi-
brallar hasta los confines de la tierra de Valencia.
Los Españoles , católicos en su inmensa mayoría , vieron sin pesar aquellos
sucesos , pues preferían la dominación imperial á la de los Godos á causa de la
conformidad de sus creencias religiosas ; esto hizo que Liberio , que no tuvo que
dejar guarnición en las ciudades , pudiese poner todo su ejército á disposición de
Atanagildo. Reunidos ambos caudillos, sus tropas emprendieron la marcha con-
tra Agila, que parecía querer poner sitio á Sevilla; alcanzáronle, prescniáronle
batalla, le vencieron y le obligaron á refugiarse en Emérita, con los restos de
su ejército.
Agila intentó en vano reanimar el valor de los suyos y reunir nuevas tropas.
Temerosos de las calamidades que atraía sobre España la guerra civil , penetra-
dos de los peligros con que les amenazaba la presencia de un ejército extranjero,
(4) Gre^or. Turón.
(2) Id., Jornand., Isidoro.
(3) Isidoro; Grcgor. Tutod.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 45
y por otra parte irritados de la altivez y tiranía del rey que ellos mismos habían \$lL
proclamado , sus partidarios le dieren igual muerte que á su predecesor. Sabido
el suceso por las tropas , aclamaron por rey á Atanagildo (Athan-güd) , quien
informado de lo que acababa de suceder, se apresuró á tomar el mando de los
soldados de Agila y á licenciarlos después de darles gracias por la prueba de con-
fianza que les habia merecido. Desde aquel momento quedó tranquilo poseedor del
trono de los Godos, quienes, á no poner fin á sus intestinas discordias, habrian
vuelto probablemente bajo el yugo romano , pues no cabe duda en que conquis-
tadas África é Italia , Jusliniano hubiera intentado enseñorearse de España.
Teudis habia sido el primero en trasladar la corte goda de Tolosa á España,
y así él como Teudiselo y Agila habian residido sucesivamente en las principales
ciudades de la Península. Atanagildo fijó su residencia en Toledo, á cuyos ha-
bitantes edificó con el espectáculo de sus virtudes de familia. De un carácter afa-
ble y benévolo, granjeóse Atanagildo el amor de los Godos.
Sin embargo, los Romanos, á quienes algunos historiadores llaman los Im-
periales, ya fuese que no se creyesen bastante recompensados por los servicios
que prestaron á Atanagildo , ya cediesen á las instigaciones de los Españoles
que sufrían con impaciencia la dominación de los Godos á causa de su arrianis-
mo, se emposesionaron de varias plazas fuertes que no les habian sido cedidas.
Los historiadores no expresan si aquellas ciudades les abrieron sus puertas ó si
entraron en ellas á fuerza de armas; pero es lo cierto que irritados los Godos por
aquella violación de los tratados, se quejaron amargamente á su rey, quien, des-
pués de intentar en vano cerca de los Imperiales la via de las negociaciones, los
despo.ó á la fuerza de sus nuevas conquistas. La historia no dice si esta guerra
dio lugar á otros acaecimientos que los referidos, y tampoco expresa si tuvo otras
causas además de las indicadas.
Alanagildo tenia de su esposa Gosuinda dos hijas de rara belleza; la me-
nor, Brunequilda, fué solicitada en matrimonio por Sigiberio,rey de Austrasia, ó
por mejor decir de Metz, y nielo de Clodoveo. Gogon, primer ministro del rey
franco, fué enviado á España al frente de una numerosa embajada, para formali-
zar la demanda, y obtuvo la mano de la joven princesa, la cual abrazó el catoli-
cismo á su llegada á Melz. Las fiestas del matrimonio fueron cantadas por un
poeta romano de la corle del rey franco, y habla en su poema de la sin par her-
mosura de Brunequilda que compara á Venus. El nombre de Brunequilda es fa-
moso en la historia de la nación franca (1).
Un año después, Ghilperico, rey de Soissons, pidió á Atanagildo la mano de
su hija mayor Galsuinda, y como el rey godo no ignoraba la licenciosa conducta
del franco, como los nombres de Audovera y de Fredegunda, sus mancebas, cor-
rían en boca de todos, le concedió la mano de su hija con extremada repugnancia
y exigiendo que los hermanos de Ghilperico saliesen fiadores de sus promesas.
Una vez resuelía la partida de Galsuinda, la separación fué muy dolorosa, como
si tuviesen todos un presentimiento de los infortunios que la esperaban. Cuénta-
se que cuando estuvo todo dispuesto para la marcha, Gosuinda quiso acompañar
algún tiempo á su hija, y subió con ella al carro de viaje ; llegada al lugar
[\ Véase el Apéndice.
46 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
x.dej. c. donde habia pensado separarse de su hija para volver á Toledo, no tuvo fuerzas
para resolverse, y fué siguiéndola de distancia en distancia hasta el paso de los
montes. Los nobles godos que formaban su séquito, creyeron que era ne-
cesario no pasar adelante, y efectuada la desgarradora separación , volvieron con
la reina á Toledo, mientras que su hija pasaba los Pirineos. Los presentimientos
de la infeliz madre no fueron vanos: para complacer á Fredegunda, Chilperico
mandó estrangular á su joven esposa (1). Los tres hermanos del rey de Sois-
sons tomaron las armas para castigarle de su crimen, y le obligaron á ceder á
Brunequilda cuantas plazas habia reconocido ser patrimonio de Galsuinda.
567. Atanagildo murió después de un pacííico reinado de trece años; algunos
historiadores aseguran que abrazó el catolicismo en ios últimos años de su vida.
El reinado de Atanagildo fué seguido de un interregno de cinco meses, pues
los magnates no acertaban á ponerse de acuerdo acerca ele la persona que podia
dignamente reemplazarle, originándose de ahí grandes males para la nación.
Poruña parte los imperiales, aprovechándolas turbulencias, extendieron sus con-
quistas, y por otra los jefes particulares oprimieron á los pueblos de tal modo
que, como sucede siempre en semejantes casos, al último rey habian sucedido
cien tiranos. Sin embargo, el mismo exceso del mal produjo el restablecimiento
del orden : el pueblo y sobre todo los habitantes de las capitales manifestaron su
descontento y obligaron á los señores á terminar su elección. La mayoría de ellos
nombró á Liuva (Leuw, león), gobernador que era de la Galia gótica.
Liuva se hizo tan notable por su piedad y prudencia como por su valor, y
creyendo que su ausencia de la Galia podia ser fatal á la causa de los Godos, lo
ges mismo que sus ausencias de España cuando se hallase en la Galia, representó á
los grandes la conveniencia de asociar á la corona á su hermano Leovigildo. Esta
generosa proposición del rey fué recibida con muestras de general aprobación ;
672. hízose como él deseaba, y Liuva residió casi siempre en las Galias donde murió
después de cinco años de reinado, quedando dueño Leovigildo de todo el reino de
los Godos. Algunos historiadores no cuentan á Liuva entre los reyes godos de Es-
paña, lo que se explica por la cesión hecha á su hermano. Además Liuva no re-
sidió casi en la Península, si bien reinó por espacio de un año antes de solicitar
que le fuese asociado Leovigildo. Muchas medallas existen acuñadas en su nom-
bre, por todo lo cual creemos que seria faltar á la exactitud histórica omitirle en
la enumeración de los reyes de la nación hispano-gótica.
Pocos reyes godos han dado lugar á tantas y tan contrarias calificaciones
como Leovigildo ; pero sí es cierto que la muerte que mandó dar á su hijo Her-
menegildo y las persecuciones con que agobió á los católicos durante algún tiem-
po, son negras manchas en su vida, es también indudable que durante su go-
bierno se realizaron muchas y grandes cosas, y que la nación goda llegó en su
tiempo á un grado de poder y esplendor que jamás habia tenido, como veremos
por las sucesivas explicaciones.
Be su primer enlace con Teodosia, hija de Severino, duque de la provincia
de Cartagena, cuyo padre fué, según algunos, Teudis, uno de los reyes anterio-
(1 ) Véase el Apéndice.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 47
res, tuvo Leovigildo dos hijos llamados, Hermenegildo y Recaredo. Teodosia ha-
bía muerto cuando Leovigildo fué asociado al poder real.
Entonces Leovigildo casó con Gosuinda, viuda de Atanagildo, y este ma-
trimonio, como habia previsto, robusteció su autoridad. Su primer cuidado fué
levantar un ejército, y con él atacó á los Imperiales y puso sitio á Asindo (Medina
Sidonia). Los sitiados le opusieron una vigorosa resistencia, pero un traidor le
facilitó la eütrada en la ciudad.
En seguida volvió sus armas contra Córdoba que no le opuso menor re-
sistencia que Asindo ; para tomarla valióse de un medio igual, y una vez en po-
sesión de ella, despojó en poco tiempo á los Imperiales de muchas ciudades y for-
talezas.
Los Romanos ó Griegos, ó para hablar con mas propiedad, los Imperiales,
eran enemigos temibles, no solo por sus armas., sino también por sus relaciones
con la antigua nación hispano-romana que hallaba en ellos correligionarios, y
además por ser asilo y esperanza de todos los descontentos. La imprudencia de
Atanagildo habia permitido al imperio griego restablecer de un modo sólido su
dominación en los territorios de la Península que se le habian cedido, y Leovi-
gildo intentó despojarlos de ellos. Aquella guerra era para él nacional y la llevó
adelante con indecible ardor, tanto que se le hacen justos cargos por haberse mos-
trado en ella inexorable y cruel. La romana Córdoba fué tratada por él con ex-
tremado rigor. Desde su victoria contra Agila, aquella ciudad se habia manteni-
do independiente de los Godos, habíase gobernado por sí misma y restablecido
sus usos municipales del tiempo del imperio; en una palabra, los Cordobeses veiau
con pesar é impaciencia la dominación goda. Leovigildo tomó cruel venganza de
esta disposición anti— gótica de los habitantes de Córdoba y sometiólos de nuevo
bajo la obediencia de Toledo, después de devastarlo todo en la ciudad y sus al-
rededores y de dar muerte á gran número de campesinos que habian acudido en
auxilio de la metrópoli.
Liuva murió durante esta guerra, que empezada á fines del primer año del
gobierno de su hermano, duró mas de tres años. El resultado que para los Godos
tuvo fué la adquisición de muchas é importantes ciudades además délas citadas;
sin embargo, el imperio griego se conservó en varios puntos, y Leovigildo le otor-
gó una tregua mas bien que la paz.
Muerto Liuva, Leovigildo vióse rodeado por parte de los magnates de testi-
monios de sumisión y respeto, disposiciones que el rey quiso aprovechar, á lo
que suponen muchos historiadores, para hacer la corona hereditaria en su familia.
Dijo á los nobles que el interés del pueblo exigía que sus dos hijos fuesen decla-
rados herederos del trono, que se les concediese parte de la autoridad soberana,
y siendo acogida esta proposición con gozo por los unos y sin oposición por los
otros, Hermenegildo y Recaredo fueron proclamados príncipes de los Godos.
Logrado esto, Leovigildo atacó á los Cántabros, pueblo que rechazaba la do-
minación goda, y aun cuando costóle grandes esfuerzos subyugar el indomable
valor de aquellos hombres y superar los obstáculos que en aquel país ha puesto
la naturaleza á las invasiones, acabó por triunfar y someterlos bajo su domina-
ción.
Al llegar aquí vemos reaparecer á los Suevos. Miro, su rey, ó rey á lo me-
48 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
nos de Lucum, y vecino por consiguiente de los Cántabros, prestóles auxilio en
su guerra con los Godos, y cuando Leovigildo se disponia á atacarle, solicitó la
paz. El rey godo, á quien llamaban á otra parte mayores empresas, consintió en
otorgársela, no sin dirigirle algunas amenazas para lo porvenir.
Desde Remismundo no hemos hablado de los Suevos, y en esto hemos debi-
do seguir á los historiadores todos. En efecto, desde las turbulentas agitaciones
á que se habían entregado los Suevos antes de esia época, se anonadaron, por de-
cirlo así, y nadie hace mención de ellos. Como habia sucedido á todos los bárba-
ros septentrionales trasladados á un país fértil y á un clima suave, parece haber-
se apoderado de ellos el amor al reposo, de modo que no era ya el mismo pueblo
á la segunda generación. Es probable que, obligados á vivir con los naturales,
habían fraternizado con ellos, según modernamente se dice ; así á lo menos es
permitido inferirlo del silencio que guarda respecto de ellos la historia durante
un período de unos ciento setenta y seis años. El curso de la exisiencia histórica
de los Suevos tiene cierta similitud con aquel rio que desaparece en el seno de la
tierra en las inmediaciones del mar, y que solo reaparece para desaparecer de
nuevo. Aquella nación vuelve á figurar en la historia pocos años antes del reina-
do de Leovigildo con motivo de haberse hecho católico, de amano que era, su
rey Teodomiro por haber obtenido por intercesión de san Martin de Tours» la
curación de su hijo aquejado de grave enfermedad. Por Gregorio Turonense, que
refiere el milagro, sabemos de un modo cierto la existencia y algunas particula-
ridades del rey Suevo á quien él llama Cariarico; pero del reino de los Suevos,
de su consiilucion, de su manera de existir religiosa, política y civil no se en-
cuentra testimonio alguno en los historiadores contemporáneos, y por lo mismo
tampoco en los que después han escrito. ¿ Existia una monarquía sueva ? ¿ Ha-
bia un solo rey ó muchos? ¿ Qué diferencias se observaban entre los naturales y
tos conquistadores ? ¿Habia entre ellos una fusión completa ? Se ignora, y por la
oscuridad y confusión que en ella reinan puede decirse que la historia de los Sue-
vos se resiste á toda investigación. Isidoro de Sevilla, contemporáneo que escribía
en una provincia limítrofe, llama Teodomiro al primer rey católico de los Sue-
vos, y Gregorio de Tours, que residía en las márgenes del Loire, llámale, como
hemos dicho, Cariarico. Lo mas verosímil es que la nación estaba dividida por
distritos, ciudades ó diócesis, teniendo cada una su rey ó jefe, y á un mismo
tiempo Miro ó Mirón reinaba en Lucum, y Ariamiro en Bracara, según se des-
prende de las actas de un concilio celebrado en esta última ciudad. Ahora bien, ¿son
Ariamiro y Teodomiro una misma persona bajo dos nombres distintos, como por
algunos se ha supuesto? Quizás sea así, pero de todos modos de las actas del
Concilio 1 de Bracara, presidido por Lucrecio, se desprende un dato muy curioso,
acerca de la inferioridad intelectual de aquel pueblo.
«Es necesario, hermanos mios, dice Lucrecio en su discurso inaugural, que
nos pongamos todos de acuerdo y nos afirmemos en la fe que debemos de ense-
ñar, en cuanto hemos de hablar á ignorantes. Los pueblos de Galicia, situados en
la parte extrema de España, tienen muy excasa idea de la religión verdadera (1).»
(4 Con.cil. Omn., t. V, p. 894.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 49
De las actas del concilio de Lugo, reunido en la misma época , puédense to- A> de,c-
mar algunas nociones acerca de la extensión del país ocupado por los Suevos; los
límites religiosos podrán darnos una idea de sus límites políticos. Uno de los pri-
meros cánones de dicho concilio erigió la ciudad de Lucum en metrópoli ; Braca-
ra conservó como sufragáneos los obispos de Portus (Porto), de Lameco (Lamego),
de Conimbrica (Coimbra) , de Viseo , de Indonha y de Dumio; los de Iria-Flavia
(el Padrón ), de Aquee-Origines ( Orense ), de Tyde ( Tuy ), de Britonnia (Mon-
dofiedo ), y de Asturicum ( Astorga ), se hicieron depender del nuevo metropoli-
tano de Lugo (1). Estas eran las diócesis del reino de los Suevos , y aquí acaban
nuestras noticias.
Volvamos á Leovigildo .
Los habitantes del Orospeda (que forma hoy las sierras de Alcaraz y de Ca-
zorla) , escudados en la fragosidad de su suelo , se habían librado hasla entonces
de la dominación goda , pero fueron atacados á su vez y obligados á sufrir la
ley del vencedor (2). 578.
Esta última campaña puso fin á la guerra, y Leovigildo pensó entonces en
casar á Hermenegildo su hijo primogénito. Siguiendo los consejos de la reina, so-
licitó para él la mano de Ingunda, hija de Brunequilda, y obtenida que fué, dio á
su hijo parte de sus estados. El joven príncipe estableció su corte en Sevilla, pe-
ro no fué de larga duración el regocijo causado por semejante matrimonio. Her-
menegildo abjuró el arrianismo y profesó la religión verdadera por diligencia de
su esposa y por las amonestaciones de san Leandro, obispo de Sevilla, y este fué
el origen de aquella guerra que dio un mártir mas al cielo y que envenenó con
agudos remordimientos la vicia del rey godo. El príncipe contaba con el auxilio
de los Imperiales para sostener su dignidad de que le privara su padre al saber
su conversión ; pero el anciano rey ganó al general griego , y estrechó tan de
cerca á su hijo que este hubo de someterse. Leovigildo le mandó despojar de las
insignias reales, y le envió prisionero á Toledo.
La contienda entre el padre y el hijo tuvo fatales consecuencias para los ca-
tólicos. Los obispos y los eclesiásticos fueron tratados con extremada dureza , y
la persecución acabó por extenderse á lodos los fieles , los cuales fueron acusa-
dos de conspirar con los reyes suevos y francos. Brunequilda intercedió por su
yerno ; pero sus esfuerzos para que su padre se reconciliara con él fueron neu-
tralizados por la influencia de Gosuinda , que era fanática arriana.
Los Vascones de Álava, de Navarra y del territorio de Jaca se aprovecharon
de estas discordias intestinas para sublevarse , mas Leovigildo marchó contra
ellos , los venció y se enseñoreó de sus ciudades. En conmemoración de su triun-
fo, fundó en la provincia de Álava la ciudad á la que se dio y tiene todavía el nom- 581
bre de Vitoria (3).
(4 ) Concil. Oran. , t. V, p. 855.
(2) El pasaje de la crónica de Biclar en que se refiere este hecho es curioso y caraterístico : —
Auno ergo I imperii Tiberii, qui est Leovigildi IX annus regni , Abares Thracias vastant, et regiam
urbemk muro longo obsident: Leovigildus rex Orospedam ingreditur, etcivitatesatquecastellaejus-
dem provinciee occupat, et suam provinciam facit, et non multo post inibi Rustici rebellantes á Go-
this opprimuntur , et post haec integra á Gothis possidetur Orospeda.
^ (3) Anno V Tiberii, qui est Leovigildi XIII ann.... Leovigildus rex partem Vasconise occupat, et
civitatem , qua3 Victoriacum nuncupatur, condidit. Johann. Biclar. Chron.
TOMO II. 7
50 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
El triunfo de Leovigildo no produjo el resultado que de él esperaba: su vic-
toria le hizo dueño del territorio , pero no de sus habitantes , quienes pasaron en
gran número los Pirineos , y se refugiaron en aquella parte de la Aquiíania ha-
bitada ya por hombres de su raza , á la que ha quedado el nombre de Vascuña
ó Gascuña.
Mientras Leovigildo se hallaba en las provincias septentrionales de sus es-
tados , su hijo se evadió de Toledo y se retiró á Andalucía. El rey , cuya saña
contra Hermenegildo no se habia aplacado , marchó en su persecución , y des-
pués de tomar á Mérida, se encaminó á Sevilla. En su camino supo que Miro, rey
de los Suevos , iba en auxilio de Hermenegildo con cuantas tropas habia podido
reunir, pero corlóle toda comunicación con la Lusitania, y le encerró en las gar-
gantas de sus montañas. Miro, cercado por todas parles , tuvo que entrar en ne-
gociaciones , y no solo renunció á su alianza con Hermenegildo , sino que se vio
obligado á marchar con un cuerpo de tropas al sitio de Sevilla. Vivamente ataca-
do y conociendo la imposibilidad de resistirse por mas tiempo , el príncipe burló
la vigilancia de los sitiadores y se refugió en Córdoba , donde esperaba recibir
socorro del emperador de Oriente. Sin embargo , lo esperó en vano ; el general
encargado de auxiliarle le vendió por 30,000 sueldos de oro, según expresa Gre-
gorio Turonense. Córdoba , último asilo de Hermenegildo, no tardó en rendirse,
y desde un santuario en que se habia refugiado suplicó á su padre que le admi-
tiese de nuevo en su gracia. Recaredo su hermano fué á verle , y persuadióle á
que se abandonase por completo á merced de su señor y padre , y así lo hizo.
De hinojos ante Leovigildo , imploró su perdón , y el anciano rey recibióle con
gran alegría, y le estrechó contra su corazón. De pronto, empero , al ver que su
hijo iba revestido aun de las insignias reales , se enfurece , manda despojarle
de los vestidos que denotan su dignidad , y le envia preso k Valencia , si bien
algunos dicen á Sevilla. Leovigildo lo habría perdonado lodo á su hijo: la guerra
que habia suscitado , sus tratos con los Imperiales y los Suevos ; lo que no pudo
olvidar , lo que quería castigar en Hermenegildo era su conversión á la fé ; por
ello le habia degradado , y firme en su propósito de que su hijo católico no de-
bía ser rey , se irrita al mirar en él las insignias reales. Sin embargo , el partido
católico era en España el mas numeroso , y aunque perseguidos y apartados de
los altos cargos del Estado , eran muy poderosos los hombres que esta religión
profesaban por su influencia entre el pueblo , sobre todo en las capitales. Todos
vuelven sus ojos á Hermenegildo , todos consideran como suya la afrenta hecha al
príncipe, cuyo único crimen era el que todos habían cometido , esto es, profesar
la religión verdadera, y elevan hasta él los clamores de sus esperanzas. De nue-
vo empiezan las negociaciones con el emperador griego, que tan desleal se habia
mostrado, y entran en la liga los reyes francos Childeberto y Gontrando. Las po-
blaciones inmediatas á Valencia abrazan con ardor la causa del príncipe despoja-
do, y al frente de un ejército de Españoles y de Griegos , Hermenegildo sale otra
vez al campo en defensa de sus derechos, y penetra en la parte de la Lusitania an-
tigua, llamada ahora Extremadura. Leovigildo, de carácter iracundo, se enciende
en ira, jura reducir para siempre al hijo á quien apellida ingrato, y marcha con-
tra él. Cargado de años , muestra todo el ardor de la juventud ; arroja á Herme-
negildo de Emérita , le obliga á retroceder de plaza en plaza , y le arrolla hasta
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CAP. III. — ESPAÑA GODA. 51
Valencia. Las tropas del príncipe se desbandan, y otra vez se encuentra casi solo; A de h c>
quiere entonces buscar un asilo cerca de su cuñado Gontrando , pero hecho pri-
sionero por los soldados de su padre , es encerrado en los calabozos de Tarra-
gona.
Leovigildo no se coülenía ya entonces con exigir que su hijo abandone la
parte que en el trono le diera, quiere que abjure su religión, mas Hermenegildo
persiste en su fé ; rechaza con horror las amonestaciones del obispo arriano que
su padre le enviara para catequizarle , é indignado su padre al saber el mal éxi-
to de su tentativa , expide en su cólera la orden fatal. Sus soldados se dirigen á
la cárcel, y Sisberto, su jefe , cortó la cabeza del mártir con su hacha de armas, 585.
el dia 14 de Abril , tiesta de Pascua de Resurrección.
Este fué el fin de aquella horrible tragedia. Algunos autores no hacen men-
ción de la segunda campaña de Hermenegildo , y dicen que su padre ordenó su
muerte luego después de hacerle prisionero en Córdoba. Los que tal suponen,
refieren sucedido en la cárcel de Sevilla , la triste escena que nosotros hemos co-
locado en la de Tarragona , por considerar esta última opinión fundada en mas
autorizados testimonios.
El martirio de Hermenegildo le ganó el cielo, y del príncipe tan desgraciado
en este mundo solo podemos decir lo que de él expresa el P. Mariana , cuyas
palabras explican muchos de sus infortunios: «Era Hermenegildo, dice , de con-
dición simple y llana , cosas que si no se templan, suelen acarrear daños y aun
la muerte.» A ser mas prudentes sus amigos y partidarios, á no consentir el prín-
cipe con tanta facilidad en todos sus proyectos , quizás no habria llegado el caso
de la dura y cruel exigencia de Leovigildo. Así se desprende de los hechos rela-
tados , y así ha de consignarlo el historiador. •
Su esposa Ingunda y su hijo , llamado por unos Atanagildo y por otros Teo-
dorico , que se hallaban en una ciudad dependiente del imperio oriental , se em-
barcaron para Constantinopla. Ingunda murió durante el camino ; el niño llegó
á su destino, y fué educado en Constantinopla cerca del emperador Mauricio.
Muerto su hijo , Leovigildo, aunque en guerra con los Imperiales , se limitó
á guarnecer sus fronteras con numerosas tropas para ponerse al abrigo de cual-
quiera intentona ; esto no obstante , aumentaba su ejército y llenaba sus almace-
nes , y temiendo los Griegos que fuesen empleados contra ellos tantos preparati-
vos, con intención de expulsarlos de España, solicitaron la paz, que les fué otor-
gada.
Antes de esto , Leovigildo habia hecho celebrar en Toledo un concilio,
que , aparentando querer concertar á los católicos con los arríanos , presentó una
fórmula especiosa de bautizar que envolvía con disimulo la misma heregía ama-
na. Algunos obispos católicos tuvieron la debilidad de suscribirla, con lo que
menguó por entonces el partido de Hermenegildo. Mas esto no impidió, como he-
mos dicho , al iracundo monarca , enfurecido con las contrariedades que su hijo
y los católicos del reino le suscitaban , dirigir cruda persecución contra los pre-
lados y sacerdotes ortodoxos , ya desterrando á los mas ilustres, entre los cuales
lo fué á Barcelona Juan , de Viciara , autor de la crónica tantas veces citada , ya
llenando las cárceles de católicos , ya empleando contra ellos los tormentos y su-
plicios , viéndose á la heregía reproducir en España durante el siglo vi escenas
62 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
semejantes á las que habia ofrecido el paganismo en los siglo ni y iv.
Oíros sucesos llamaron en breve la atención del anciano rey. Una revolución
acababa de cambiar el gobierno de los Suevos : Andeca se habia apoderado del
poder en perjuicio de Eborico , hijo de Miro, aliado y casi vasallo de Leovigildo,
y después de cortarle el cabello (que, conforme á la costumbre de los pueblos de
raza germánica , era hacerle inhábil para ser rey), habíale encerrado en un con-
vento , obligándole á trocar por la cogulla las insignias reales. Leovigildo vio en
ello una ocasión para destruir del todo el reino de los Suevos , como tantas veces
deseara , y marchó contra ellos. Presa de intestinas discordias , los Suevos opu-
sieron muy débil resistencia á la marcha del rey godo, que no tardó en poner si-
tio á Bracara , donde residia Andeca. Dueño de la plaza y del usurpador , man-
dó que á este le cortasen el cabello y le envió á un monasterio de Beja , según
unos , y de Badajoz , según otros , siendo este el fin del reino suevo, unido desde
entonces al reino de los Godos.
Un Suevo llamado^Malarico intentó casi al mismo tiempo restablecer en Ga-
licia la pasada dominación ; pero sus esfuerzos fueron vanos : atacado y vencido
por los generales de Leovigildo , la nación sueva sufrió el yugo sin quejarse , ó
á lo menos no consta en la historia otra tentativa para sacudirlo. El reino suevo
se habia conservado en los límites que antes hemos indicado , á pesar de los es-
fuerzos combinados de los Romanos y Godos, por espacio de ciento setenta y seis
años, desde 409 hasta 585 (1).
Estaba por este tiempo desposada con Recaredo una hija del rey franco
Chilperico y de Fredegunda , ilamada Ringunda , y venia á verse con su espo-
so, según lo tenían concertado. Los conquistadores de la Galia fundaban los dotes
de sus hijas sobre los tributos que imponían á las propiedades y á las personas
de sus subditos , y Chilperico , especie de Nerón de los Francos , arrancó de sus
casas á cuatro mil habitantes de París para que acompañasen como esclavos á la
futura esposa de Recaredo, y con esto y con cincuenta carros cargados de ricos pre-
sentes , dice el historiador Romey , púsose en marcha la joven princesa. Nadie
hacia con gusto aquel viaje , y hasta Ringunda parecía trisíe y afligida. Quizás
pensaba en aquella princesa goda , hija del rey Atanagildo , que habia llegado de
España por el mismo camino que seguía ella ahora, para morir tan pronto. Al sa-
lir de París, escoltada por un brillante cortejo, rompióse el eje de su carruaje , y
fué preciso detenerse. De pronto aparece un cuerpo de caballería de otros Fran-
cos ; son enviados por el rey Childeberlo , lio de la novia , con encargo de pro-
testar contra su matrimonio y requerirla que se volviese á París. Median expli-
caciones entre unos y otros , y al fin permiten á la princesa continuar el viaje, no
sin llevarse cien caballos con frenos y caparazones de oro. Los Francos de la co-
mitiva murmuraban por tan largo viaje , y durante todo el camino experimentó
Ringunda infinitas deserciones ; sus servidores se fugaban por centenares ; el
odio que á su madre se profesaba manifestábase contra ella , y cuanto mas se
alejaba de París , menos protegida se veia. Todo fueron azares en aquella expe-
dición nupcial , dice Lafuente, y grupos de campesinos armados de la Galia me-
ridional se opusieron repetidas veces á su marcha. Llega por fin Ringunda á Tolo-
(4) Cron. de Biclar.— Greg. Turón.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 53
sa, donde esperaba hallar asilo y protección cerca del duque Desiderio (Didier) que
mandaba por su padre en aquella comarca; pero era aquel el tiempo de la rebelión
de Gundebaldo . hijo natural de Gotario , y Desiderio , que habia abrazado su
partido , en vez de defender á la princesa , apoderóse de cuantas riquezas le res-
taban. Entonces abandonan todos á la prometida esposa de Recaredo , que se vio
en poder de los enemigos dé su familia, á quienes no diera por cierto su madre
el ejemplo de la piedad. Así las cosas, recibióse en Tolosala noticia de la muer-
te de Chilperico, y la princesa, que á duras penas pudo librarse de manos de Gun-
debaldo , se volvió á París. Recaredo , perdida la esperanza de que aquel matri-
monio se hubiese de efectuar , casóse poco después con Baclda , de quien solo di-
ce la historia que era doncella de sangre goda.
Los Francos continuaban codiciando la Septimania (1) , y además Gontran-
do y Childeberto alimentaban un odio personal contra los Godos, irritados por
el suplicio de Hermenegildo , su aliado católico y pariente (era cuñado del uno y
sobrino del otro ), quieren tomar de él venganza. Childeberto, detenido en Italia,
donde combalía contra los Longobardos , confiere sus poderes á Gontrando , y
este toma sobre sí todo el peso de la expedición. Un ejército considerable invade
la Septimania , con orden de llegar en caso de triunfo hasta el corazón de Espa-
ña , proponiéndose cuando menos despojar á los Visigodos de las bellas provin-
cias que poseian todavía en las Galias (2). Abierta la campaña , el ejército de los
reyes francos, dividido en dos cuerpos , bajo las órdenes de experimentados ge-
nerales , se dirige á la Septimania por dos puntos diferentes; uno de dichos cuer-
pos , compuesto de soldados reclutados en las provincias inmediatas al Sena , al
Loire y al Ródano , marcha contra Nimes ; el segundo, formado por los naturales
de las dos Aquítanias , se dirige contra Carcasona. De este modo era atacada la
Galia gótica por sus dos extremos.
La invasión se hizo con gran rapidez. Carcasona ha abierto ya sus puertas
á Terenliolo , general del ejército franco del Oeste; pero la brutalidad de sus sol-
dados subleva á los habitantes, que logran arrojar de sus muros á Terentiolo y á
sus tropas. El general franco pone sitio 'á la plaza y sube al asalto al frente de
sus soldados , pero le derriba y mata una piedra lanzada desde la muralla. Los
sitiados verifican una salida en masa , dispersan á los sitiadores y vuelven á
la ciudad con la cabeza del general enemigo , que clavada en una lanza , fué
expuesta en lo alto del muro. La retirada del ejército franco fué un verdadero
desastre , y los campesinos, que veian ocasión de vengarse de cuanto les habían
hecho sufrir los hombres de armas de los reyes francos , no la desperdiciaron, y
dieron muerte á cuantos fugitivos alcanzaron.
En tanto Recaredo , que recibiera de su padre la orden de rechazar la inva-
(1) Desde la batalla de Vouglé, dábase este nombre á la parte de la primera Narbotiesa que
quedó en poder de los Visigodos , por comprender siete ciudades ó diócesis, incluso la metrópoli,
á saber: Narbona , Carcasona , Lodeva , Beziers , Nimes , Maguelona y Adge.- Los escritores fran -
ceses son los que mas usan el nombre de Septimania ; los autores godos ó españoles llaman á aquel
territorio la provincia de las Galias ó la Galia gótica.
(2) El odio de Gontrando se expresó entonces con una energía singular. — Igitur Guntchram-
nus rex commoveri exercitum in Hispanias pnecipit, dicens : Prius Septimaniam provinciam diüoni
noslrm subdüe, quee Galliis est propinqua : indignumesl ut horrendorum Gotthorum terminus usque in
Gailias sit exlensus. Tune commoto omni exercitu regni sui, illuc dirigit. Greg. Turón., 1. VIII. c. 30.
54 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
sion de los Francos , habia pasado los Pirineos , y no encontrando enemigos á
quienes combatir por la parte del Ande , se dirigió hacia el Gard.
Nicecio, gobernador de la Auvernia por Childeberto, después de reunirse
con los generales burgundios , habia penetrado en los estados de los Visigodos,
y ambos ejércitos asolaron cruelmente el país que recorrieron hasta Nimes, co-
metieron horribles devastaciones en los alrededores de aquella ciudad , incendia-
ron las casas de campo y arrancaron las cepas y los olivos , pues tal era el ca-
rácter ordinario de las expediciones délos Francos. Nicecio y sus compañeros
pusieron luego sitio á Nimes; pero el aspecto de aquella plaza fuerte y la actitud
de los' sitiados íes hicieron desesperar del triunfo, y dividiéronse en varios
cuerpos con objeto de emprender el sitio de ciudades de menos importancia. Esta
campaña hace muy poco honor á los Francos (1): rechazados casi siempre, se
entregaban á atroces violencias contra los habitantes, hasta que, sabiendo la
proximidad de Recaredo , se resolvieron á emprender la retirada, lomando el ca-
mino de Auvernia. La mayor parte perecieron en su marcha de hambre y de
miseria.
Libre de sus enemigos por su sola presencia , Recaredo entró por tierra de
los Francos, les tomó dos fortalezas, sitió el importante castillo de Ugerno, si-
tuado á orillas del Ródano, se apoderó de él, hizo prisionera á su guarnición,
y se retiró triunfante a Nimes. Gontrando , que supo las victorias de Recaredo
en Autun , donde se hallaba para celebrar la fiesta de San Sinforiano , concibió
por ellas violenta ira ; pero no sintiéndose con fuerzas para tomar el desquite-, se
limitó á deshacerse en quejas é injurias contra los generales vencidos, atribu-
yendo sus últimas derrotas á la poca religiosidad de los Francos (2).
La guerra habia cambiado de aspecto; los agresores permanecían ahora en
la defensiva. Gontrando destituyó al gobernador de la provincia de Arles , lla-
mado Calumnioso y conocido por Ágila , por no haber defendido el castillo de
Ugerno, nombrando en su lugar al duque Leudigisilo. Este destinó cuatro mil
hombres á la defensa de sus fronteras , mientras que Nicecio cubria con sus tro-
pas las de Auvernia , de Rouergue y del país de Usez. El invierno habia llegado,
y como no podia abrigarse temor alguno de una invasión franca , Recaredo pasó
otra vez los Pirineos.
En España, no era Leovigildo menos afortunado contra su enemigo. El Bor-
goñon , que no habia de ser mal político , envió una armada á Galicia para sor-
prender las costas y provocar una sublevación de los Suevos contra el dominador
de su reino ; mas Leovigildo, avisado á tiempo, opuso sus naves á las del ene-
migo, y la armada del rey franco se dispersó , cayendo en poder de los Godos
casi lodos los buques que la componían.
A pesar de tan importantes victorias , Leovigildo , cargado de años y deseoso
de aplicar loda su atención á los asuntos de su reino , ofreció la paz á Gontrando;
pero era tal el odio que profesaba este á los Godos y sobre lodo á la familia de
Leovigildo, que no quiso entrar en negociación alguna. Recaredo, que al volver
de su expedición á las Galias, habia sido admitido á compartir con su padre el
(4,) Romey, p. f.« c. XIV.
(2) Véase en Greg. Tur. la difusa y característica alocución de Gontrando.
CAP. III. — ESPAÑA GODA. 55
ejercicio del poder real, unió sus instancias á las de Leovigildo, pero lodo en va- a. de j. c.
no (1). Tanta obstinación irritó al monarca godo, y á principios de aquel mismo s86-
año, Recaredo volvió á Septimania, con ánimo esta vez de no mantenerse á la de-
fensiva; pero cuando habia pasado ya las fronteras francas y hecho algunas cor-
rerías por el país de Usez, á cuyos habitantes encontró muy bien dispuestos en
favor de los Godos, llegó á él la noticia de la enfermedad de su padre. Sin pér-
dida de momento dejó el mando del ejército y dio la vuelta á Toledo , hallando á
Leovigildo moribundo , según unos, y muerto ya , según otros.
Dícese que Leovigildo se convirtió al catolicismo antes de espirar, que man-
dó alzar el destierro de Leandro y de Fulgencio , y que encargó á su hijo Recare-
do que siguiese los consejos de ambos varones, así en las cosas de su casa en
particular, como en el gobierno del reino ; pero de estos hechos que el P. Ma-
riana sienta, fundado en lo que dicen Gregorio Turonense y Gregorio Magno en
sus diálogos (2) , no hacen mención Juan Bicl árense ni Isidoro de Sevilla , y esto
parece que ha de hacerlos poner en duda. Los sucesos que hemos relatado dan á
conocer á Leovigildo como guerrero, y tócanos ahora decir algo de su gobierno.
Nadie como él iuvo la habilidad de aprovecharse de las circunstancias y del ca-
rácter de los Godos , y así le hemos visto establecer una severa disciplina en su
ejército al que mantuvo siempre en movimiento , halagar á sus enemigos, sem-
brar la disensión entre ellos y reducir á sus jefes : jamás los atacaba sino á uno
después de otro , y á veces se le vio hacer grandes preparativos contra una na-
ción , celebrar con ella la paz de un modo inesperado , y lanzarse contra otra que
no sospechaba ni remotamente el ataque.
Leovigildo mostró en la paz tan eminentes cualidades como en la guerra.
Empuñando con mano firme el cetro , fué el primero en extender á casi toda Es-
paña la dominación goda , conservando únicamente su antigua libertad algunos
pueblos que habitaban en los inaccesibles montes del norte de la Península, y
los Greco-Romanos las plazas que ocupaban desde el reinado de Atanagildo.
Legislador inteligente , débense á él muchas disposiciones justas y acertadas, y
se esforzó en introducir en el estado un sistema completo de rentas. Este rey fué
el primero que sentó la monarquía hispano-gótica sobre las bases de una buena
administración y que constituyó el poder de un modo sólido y estable. Leovigil-
do, de quien se sospecha que abrigó la idea de hacer la corona hereditaria en su
familia , fué un gran rey y tuvo todas las buenas cualidades y quizás todos los
defectos de tal. El fué el primero en distinguirse por el traje de los demás Godos,
y aunque no tomó la púrpura como Teodorico en Italia , revistióse del manto
real, y adoptó las insignias usadas en oíros países , esto es , el cetro y la corona.
(1) Gontrando parece haberse indignado masque todo por la derrota de su armada en las
aguas de Galicia. — Legatí de Hispaniis ad regem Guntchramnum venerunt cum multis muneribus,
pacem petentes, sed nihil certi accipiuntin responsis. Nam anno pretérito, cum exercitus Septima-
niam debellasset, naves quaedeGalliisenGalleciam abicerant, exjussuLeuvichildiregis vastataesunt
res ablatee, homines ccesi atque inlerfecti, nonnulti captivi abducti sunt. Ex quibus pauci quodam-
modo scaphis crepti, patriae quai acta fuerant nuntiaverunt. Greg. Turón., 1. VIII, c. 35.
(2) Greg. Turón., 1. VIII, c. 46; Greg. Magn., dial. 3. - Post hoc Leuvichildus agrotare ccepit,
dice Gregorio Turonense, sed, ut quidam adserunt, poenitentiam pro errore herético agens, et obs-
taas ne hinchceresi reperiretur quisquan consentaneus, in legem catholicam transiit; ac per septena
dies infletu perdurans, pro his quae contra Deum inique molitus est, spiritum exhalavit.
56 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Con general sorpresa, presentóse en una asamblea pública ceñida la frente con la
diadema, que solo se encuentra en las medallas godas á contar desde Leovigil-
do (1). El P. Mariana, al mencionar estos hechos, lo hace con las siguientes pala-
bras , que consideramos muy acertadas: «Leovigildo fué el primero de los reyes
godos que usó de vestidura diferente de la del pueblo, y el primero que trajo
insignias reales , y usó de aparato y atuendo de príncipe, cetro y corona y vesti-
dos extraordinarios : cosas que cada uno conforme á su ingenio podrá reprender
ó alabar , por razones que para lo uno y para lo otro se podrían representar.»
Este fué Leovigildo ; el bien y el mal se mezclan y compensan en su vida,
como en la de la mayor parte ele los personajes históricos. Mucho hubo que cen-
surar en él , y la pasión de mando , de extender su poderío , de no sufrir com-
petidor , ni aun asomo de contradicción , fué la cualidad dominante en él ; tuvo sin
duda muchos vicios de aquellos que por lo regular fomenta y agrava el ejercicio
de la soberanía , pero fué también grande en muchos puntos , y considerado todo,
uno de los mas grandes reyes de aquellos tiempos de barbarie en que se rehacía el
mundo sobre las ruinas de la sociedad antigua. Su arrianismo perseguidor du-
rante cierta época, la muerte de su hijo, que pesó siempre en su corazón como
una pena desgarradora , las deposiciones y los destierros de muchos obispos cató-
licos y su sustitución por obispos arríanos , fueron actos de tiranía que han en-
negrecido su nombre á los ojos del historiador y que han hecho que le fuera
disputado por muchos el dictado de gran rey que nosotros le hemos dado.
Antes de la muerte de Hermenegildo y aun después, fundáronse varios mo-
nasterios, entre oíros el Servifano de Játiva, cuyo fundador fué Donato, llegado
de África con setenta compañeros y una rica biblioteca. El de Yalbanera en So-
ria es de la misma época.
Bajo este reinado empezó á escribir Juan , abad Biclarense, cuya crónica es
una fuente preciosa para la historia de aquella época. Juan era natural de San-
larem en Portugal, y pasó diez y siete años en Constantinopla estudiando las le-
tras griegas y latinas. De regreso á su patria y desterrado á Barcelona , según
hemos dicho , por haber abrazado la causa del príncipe Hermenegildo , fundó en
las vertientes de los Pirineos el monasterio Biclarense ó de Valclara, que sometió
á la regla de san Benito, y en él escribió la historia de los sucesos contemporáneos.
Reinando Recaredo fué hecho obispo de Gerunda , y murió en el reinado de Suin-
tila. Además de san Leandro , fervoroso y sabio prelado , la iglesia ortodoxa con-
tó en tiempo de Leovigildo varios miembros muy distinguidos , empezando á
florecer entonces Isidoro de Sevilla , hermano de san Leandro , que se hizo céle-
bre como escritor y del cual poseemos una crónica no menos preciosa que la Bi-
clarense.
(4) Flores, Medallas de España, t. III
CAP. IY.— ESPAÑA GODA. 57
CAPÍTULO IY.
Reinado de Recaredo. — Su conversión al catolicismo. — Conspiraciones. — Movimientos en la Sep-
timania. — Rebelión de Athaloco en Narbona. — Empresas de los Francos contra la Septimania. —
Ratalla de Garcasona. — Tercer concilio de Toledo. — Reinado de Liuva II.— Usurpación de Vite-
rico. — Reinado de Gundemaro. — Reinado de Sisebuto.— Sus victorias contra los Imperiales. —
Edicto de proscripción contra los Judíos. — Reinado de Suintila. — Definitiva expulsión de los Im-
periales.— Elevación de Sisenando é intervención del rey franco Dagoberto.— Cuarto concilio de
Toledo. — Reinado de Chintila. — Concilios quinto y sexto de Toledo. — Reinado de Tulga. — Reinado
de Chindasvinto y Recesvinto.
Desde el año 587 hasta el 672.
Muerto Leovigildo, Recaredo (Reke, venganza, riele, palabra), á quien las A de
victorias que obtuviera en sus dos campañas en la Galia gótica hicieron muy
querido á la nación , fué reconocido mas bien que elegido rey. Su primer cui-
dado fué continuar las negociaciones entabladas por su padre para celebrar con
los Francos una paz duradera; con este objeto, pues, envió embajadores á Gon-
trando , quien no quiso recibirlos á pesar de sus anteriores derrotas (I). Mas
afortunado fué con Childeberto , pues este consintió en firmar la paz en virtud de
haberle manifestado Recaredo que , lejos de haber tenido parte alguna en el su-
plicio de Hermenegildo , habíale dolido en el alma el desastre de su hermano.
Gonírando , empero , no abrió inmediatamente las hostilidades , y se limitó
á estar pronto para aprovechar la primera ocasión favorable ; y así fué como
Recaredo, que no tuvo que sostener guerra ninguna durante los primeros años de
su reinado , pudo fijar toda su atención en los asuntos interiores de su pueblo. Su
conversión al catolicismo fué el gran acontecimiento de este reinado. Convertido
hacia algún tiempo , según se dice, por las amonestaciones de Leandro , y profe-
sando en secreto el símbolo de Nicea , fué preparándolo todo para hacer pública
su creencia. Empezó por manifestar dudas acerca de los principios opuestos á los
católicos por los amaños , dijo que quería fijar su incertidumbre respecto á los
dogmas que eran objeto habitual de las controversias de ambas religiones , y á los ü87í
diez meses de reinado llamó junto á sí á varios obispos así artodoxos como arria-
nos, á quienes escuchó con grandísima atención. Al mismo tiempo habia enviado
emisarios á las provincias para preparar al pueblo , al cual hallaron en todas par-
tes muy bien dispuesto para el cambio que se meditaba. Las poblaciones indígenas
eran católicas; gran parte délos Godos, guerreros rudos é ignorantes, profesaban
la religión de sus jefes sin examen y casi á ciegas , y el arrianismo solo contaba
con algunos ardientes partidarios entre los obispos y la aristocracia militar de
(4) Véase el Apéndice.
TOMO II.
58 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
palacio. El catolicismo, por el contrario, era defendido con energía y talento por
un clero numeroso , que ejercia gran influencia en las poblaciones, ó' en oíros tér-
minos, el talento y el número estaban por él. La política, pues, si es lícito ha-
blar de ella en presencia de intereses !an elevados como los religiosos , de una
esfera muy superior, no se oponia en nada al cambio resuelto por el soberano.
Cierto dia Recaredo reunió á los obispos y á los grandes y les manifestó su
resolución ; confesó la igualdad de las tres personas de la Santísima Trinidad , y
abjuró toda creencia coniraria al dogma que acababa de reconocer , manifestan-
do además el deseo de que la Iglesia fuese una en todos sus Estados.
« Sucedió todo como podía desear, dice el P. Mariana, ca sabida la volun-
tad del rey, bien así los grandes como los menudos se rindieron á ella, y vinieron
de buena gana en lo que al principio pareció tan dificultoso (1). » Esto no obs-
tante , cierto número de Godos permanecieron obstinados en sus antiguos erro-
res , y no sufrieron el cambio introducido sin viva oposición. Dos conspiraciones
estallaron casi á un tiempo. Sisberto, capitán de los guardias de Leovigildo, el
mismo que , según hemos referido , decapitó á Hermenegildo , urdió una trama
contra Recaredo; pero descubierta, fué su autor castigado con la muerte.
La segunda se dirigió mas que contra el rey , contra Mausona, metropoli-
tano de Emérita, y Claudio, gobernador de la Lusitania. Al frente de la conjura-
ción se hallaban Sunna , obispo arriano de la misma ciudad , y dos condes lla-
mados Segga y Yiterico. Su plan consistía en dar muerte á Mausona y á Claudio,
en apoderarse de la ciudad y en sublevar la provincia entera contra Recaredo.
Convínose, pues, en que Sunna solicitaría de Mausona una conferencia bajo pre-
texto de quererse convertir, que Claudio seria invitado á ella, que Yiterico se
colocaría de modo que pudiese herir á ambos mientras Sunna les dirigiría un dis-
curso, y que Segga por su parte reuniría á los arríanos y se apoderaría de la
ciudad. Preparado todo según lo decidido , Yiterico , llegado el momento fatal,
no pudo arrancar su puñal de la vaina -/.entonces, sin apartarse los conjurados de
su mal propósito, resolvieron dar el golpe durante una procesión pública que por
aquellos dias había de verificarse; mas ya fuese por horror á la maldad proyec-
tada, ya por falta de valor, Yiterico lo reveló todo a Claudio, quien redujo á
prisión á los conjurados. El rey se limitó á castigarlos con el destierro y la con-
fiscación de sus bienes.
En la Galia gótica, Athaloco, obispo arriano de Narbona, formó una liga
con dos poderosos condes llamados Granista y Yildigerno; los arríanos partida-
rios de Athaloco tomaron las armas, corrió la sangre, y aun cuando carezcamos
de detalles acerca de lo que sucedió entonces en la Galia gótica, consta que el
obispo y los dos condes se entregaron á graves violencias: muchos católicos, y en
especial eclesiásticos, fueron cruelmente asesinados.
Recaredo tomó las convenientes disposiciones para reprimir la sedición, y
entonces fué cuando Athaloco, Granista y Yildigerno, que querian á toda costa
sacudir la soberanía del nuevo rey, llamaron en su auxilio a los Francos ; hicie-
(\) Recaredus, dice la crónica Hiclarense, primo regni sui anno, mease X, catholicus, Deoju-
vantc, ellicitur, et sacerdotes sect;e arian;e sapienti colloquio aggressus, ratione potius quam impe-
rio convertí ad catholícam íidem facit, gentemque omnium Gothorum et Suevorum....
CAP. IV. — ESPAÑA GODA. 59
ron mas, ofrecieron la Septimania á Gontrando con tal que la ocupara con sus
tropas. Desiderio, duque de la provincia de Tolosa, recibió orden de avan-
zar hacia el Aude ; Austrovaldo, otro general franco, fué enviado hacia el mis-
mo punió, y reunidas las tropas de ambos, marcharon contra Garcasona. Los
habitantes, aunque vivamente atacados, se defendieron bien, y en tanto pasaron
los Pirineos las tropas enviadas por Recaredo para sujetar á los rebeldes. Atha-
loco, el ardiente y ambicioso prelado que mereció el dictado de nuevo Arrio, ha-
bía muerto de pesar y de desesperación, según Gregorio Turonense y Mariana,
si bien es mas probable que fuese de enfermedad, puesto que entonces no era
la partida desesperada aun. El ejército godo ocupó en poco tiempo toda la
provincia, excepto la parte occidental, ocupada por Desiderio y Austrovaldo ; Gra-
nista y Vildigerno habian muerto en un combate ; los Godos volvieron entonces
sus armas contra los Francos, y llegaron ai pié de los muros de Garcasona cuan-
do la ciudad se resistía aun. Desiderio, engañado por un ardid de guerra y ata-
cado á la vez por los Godos y los sitiados, fué derrotado con gran pérdida de los
suyos. Solo Austrovaldo con algunos de sus soldados pudo librarse de la espada
délos Visigodos.
A pesar de esta victoria, Recaredo no creyó deber retirar sus tropas de la
Septimania, y en tanto que el obstinado Gontrando no accediese á celebrar con él
un tratado de alianza, resolvió tomar la ofensiva. Sus generales entraron por la
provincia de Arles, y recorrieron en todas direcciones el territorio que se extien-
de desde el Ródano hasta el Duranzo ; no dejaron guarnición en las ciudades que
tomaron, pero recogieron un botin considerable y difundieron á lo lejos el terror
de sus armas. Recaredo, que ya una vez habia tomado y devuelto el castillo de
Ugerno, en las márgenes del Ródano, se apoderó de él y lo conservó como un
punto estratégico excelente , clave de las posesiones de Gontrando mas allá de
aquel rio.
Según Gregorio de Tours (1), Recaredo pidió aquel mismo año la mano de
Clodosinda, hija de Rrunequilda, y á ser esto cierto, y á serlo también que lue-
go de su rompimiento con Ringunda, celebrase matrimonio con Radda, como en
su lugar hemos dicho, resultaría que no habria podido solicitar por esposa á la
hermana de Childeberlo, sino ofreciendo repudiar á Radda, abuso que existia en
las costumbres de la época. Sin embargo, algunos historiadores y entre ellos Ma-
riana, sostienen que Recaredo no hizo semejante demanda hasta algunos años
después del concilio toledano tercero, después de fallecida Badda ; pero sea como
fuere, en una época ó en otra, es indudable que mediaron negociaciones para un
enlace entre Recaredo y Clodosinda , enlace que , á pesar de lo que asegura el
P. Mariana, es muy dudoso que llegase jamás á efectuarse.
Lo que no es dudoso, lo que atestiguan numerosos monumentos, es el odio
inveterado de Gontrando á Recaredo, y la longanimidad y mansedumbre con que
este no cesaba de brindar con la paz á su mortal enemigo. Instado de nuevo pa-
ra que celebrase un tratado con el rey de los Visigodos, Gontrando se negó á ello;
en vano se le representó la reciente ó sincera conversión de su rival, pues con-
testó que en nada entraba la religión en sus cuestiones de familia. Rrunequilda y
il) Greg. Turón., l.IX, c. 46.
60 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
e J c. Childeberlo se hallaban en mejores relaciones con Recaredo con motivo del pro-
yectado enlace, y eslo fué otra causa de discordia entre los reyes francos. Bru-
nequilcla envió ricos presentes á Recaredo con aquel motivo, y no satisfecho Con-
tando con manifestar el disgusto que esto le causaba, mandó prender al mensa-
jero portador de los regalos, á su paso por París (1). Quizás estas interminables
cuestiones acabaron por disgustar á Recaredo , y quizás renunció á la mano de
Clodosinda como antes habia renunciado á la de Ringunda. Casado con Badda
hacia algún tiempo, es posible que entonces abandonara por completo la idea de
repudiarla y que juzgase conveniente elevarla al rango de reina. Esta explicación,
aunque no fundada en testimonios irrecusables, desvanece las dificultades que
presenta este punto de la historia de Recaredo.
6íil8- A principios del siguiente año, Gontrando resolvió hacer un gran esfuerzo
para despojar á Recaredo de la Septímania, y reunir esta provincia á sus domi-
nios. Para ello convoca á todos los hombres de armas de su reino, y los coloca,
junto con los restos del ejército de Austrovaldo, y también á este, aunque hecho
duque de Tolosa desde la muerte de Desiderio, bajo las órdenes de Boson, quien
iba acompañado de Antestio, guerrero entendido y astuto. El ejército de Austro-
valdo fué el primero en ponerse en marcha para la conquista de la Galia gótica,
y llegó delante de Carcasona que esta vez abrió sus puertas al enemigo y prestó
juramento de fidelidad al rey Gontrando en manos de su lugarteniente Austroval-
do. Boson y Antestio llegan poco después; el general en jefe se irrita de que se
hayan llevado las cosas tan adelante sin su intervención superior, pero se dispone
á continuar la conquista tan felizmente empezada.
Recaredo comprende la necesidad de oponer á semejante ataque un guerrero
experimentado , y elige á Claudio , gobernador de la Lusitania, de quien hemos
hablado hace poco. Claudio, de origen romano, habia llegado por su mérito, aun
cuando no fuese de la sangre goda (2) , á uno de los puestos mas elevados de la
gerarquía militar. Godos y Españoles se arman contra los invasores, y pasan los
Pirineos con dirección al punto invadido. Llegado á los campos de Carcasona,
Claudio manda hacer alto á su ejército, reconoce la posición del enemigo, y se
prepara para una acción decisiva.
El ejército de Boson contaba unos sesenta mil combatientes, según los his-
toriadores contemporáneos de ambas partes. Al saber la llegada de los Godos, cu-
yas fuerzas, á lo que parece, eran de mucho inferiores, Boson le sale al encuentro,
y acampado en las márgenes del Aude, parece desafiar á su adversario. Claudio
finge teme]" una batalla, maniobra como si quisiere retirarse, y al mismo tiempo
coloca el grueso de su ejército en emboscada. Boson es sorprendido en su campa-
mento cuando menos lo esperaba por un cuerpo de trescientos hombres de armas
los mas esforzados del ejército godo ; después de un corto combate, los Godos to-
man la fuga; los Francos prorumpen en su grito de guerra, persíguenlos, arras-
tran á la mayor parte del ejército y se precipitan en un valle, donde los esperaba
Claudio. De repente suena el terrible cuerno de los Godos, y por todas partes
(1) Greg. Turón., l.IX, c. 28.
(2) A su tiempo veremos la distinción establecida por el código de los Visigodos entre los hom-
bres de las dos razas.
CAP. IV. — ESPAÑA GODA. 61
aparecen las hachas, las espadas y las pesadas picas de los soldados de Claudio,
que envuelven al ejército de Boson, el cual amontonado en el estrecho valle no pue-
de casi moverse, y está á merced del enemigo. La historia no dice cuantas horas
duró la matanza, que fué espantosa.
En tanto Claudio, con otra parte de su ejército, se hallaba ocupado en com-
batir con las tropas que habian quedado en el campamento de Boson, y su triunfo
correspondió al que reportaran sus generales en el valle. Después de una lucha
encarnizada alcanzó por fin la victoria en una verdadera batalla en campo raso ;
dispersó y persiguió á los Francos hasta gran distancia, y todos sus bagajes caye-
ron en su poder.
Tal fué esta batalla, la que mayor gloria reportó á los Godos desde la céle-
bre de los campos Caíaláunicos. La derrota de Boson ha sido referida con circuns-
tancias milagrosas por ios piadosos cronistas contemporáneos, y Juan Biclarense,
al considerar que Claudio con solo trescientos hombres, se atrevió á atacar en un
principio á los Francos, compara la batalla á la de Gedeon. San Isidoro habla de
esta victoria como de la mas señalada que los Godos hubiesen alcanzado en las
Españas (1).
Los numerosos prisioneros que quedaron en poder de Claudio fueron pues-
tos en libertad. De los generales Boson, Austrovaldo y Antestio, nada dice la
historia después de la batalla, y es probable que cayeran bajo los golpes de los
vencedores.
Desde aquel momento, Gontrando se consideró vencido; en un principio cre-
yó en una traición de Childeberto y de Brunequilda, pero una reunión de clérigos
y letrados declaró que la derrota de Carcasona solo debia de ser atribuida al va-
lor de los Godos y de su general.
Por aquel entonces, la viuda de Atanagildo y de Leovigildo, la madre de
Brunequilda, la arriana Gosuinda, conspiró con un obispo de su secta- llamado
Uldila, contra la vida de Recaredo, aunque algunos historiadores dudan de que
fuese su objeto atreverse á tanto. De todos modos, la trama fué descubierta, y Ul-
dila desterrado. «De Gosuinda, dice el P. Mariana, era dificultoso determinar lo
que se debia hacer; acudió nuestro Señor, ga á la sazón la sacó desta vida, y con
la muerte pagó aquella impiedad. » La crónica de Juan Biclarense dice que ella
misma puso térmiuo á sus dias (2).
Desde la victoria de Claudio, Gontrando nada mas emprendió contra Reca-
redo, y cesó en todas sus correrías por la Galia gótica. Los reyes francos sus su-
cesores renunciaron á conquistarla, y los Godos la tuvieron en tranquila posesión
hasta la invasión sarracena. Entre Recaredo y Gontrando no se firmó tratado al-
guno, pero hasta la muerte de ambos se pasó todo como si entre los dos se hubie-
se pactado la paz.
En ocho de mayo del siguiente año, Recaredo, deseoso de abjurar solemne-
mente el arrianismo y de confirmar con público consentimiento de sus vasallos,
y con aprobación de toda la Iglesia, la religión católica que habia abrazado, así
como también de que se reformase y restituyese en todo su vigor la disciplina
A.deJ. c.
(4! Nulla unquaní in Hispaniis Gothorum vel major vel similis extitit. Isid. Hispal., Hist. Goth.
(2; Gosvintha vero, catholicis sem per infesta, vitae tune terrniaum dedit Carón. Biclar.
62 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
eclesiástica, relajada, como era forzoso, por la revuelta de los tiempos, convocó
un concilio que fué el famoso tercero toledano, al que asistieron cinco metropo-
litanos y sesenta y dos obispos.
El rey renovó en él con toda solemnidad su abjuración y su profesión de fe,
lo mismo que la reina Badda. Uno de los obispos preguntó á los eclesiásticos y á
los magnates présenles que, dejada la secta arriana,querian seguir el ejemplo de
su rey, si en aquella profesión y abjuración les descontentaba alguna cosa, dando
todos por respuesta que aprobaban y abrazaban cuanto la iglesia católica profesa.
Entre los personajes de importancia que abjuraron solemnemente el arrianismo,se
contaron cinco magnates y ocho obispos, entre estos los de Valencia, de Viseo, de
Tuy, de Porto y de Tortosa.En las juntas sucesivas se entró en discusión general,
y redactáronse veinte y tres cánones, dirigidos á reformar las costumbres y la dis-
ciplina eclesiástica. Entre ellos hay uno que puede servir de mucho para el estu-
dio de la sociedad española en aquella época, tal es el que prescribe á los obispos
y magistrados emplear toda su auíoridad para abolir los restos de la idolatría
que subsistían aun en España y en la Galia gótica.
Las disposiciones de este concilio, lo mismo que las dictadas por los sucesi-
vos concilios de Toledo, fueron sometidas á la sanción real, y Recaredo los con-
firmó con estas palabras : «Flavio Recaredo rey, esta deliberación que determi-
namos con el santo concilio , confirmándola, firmo. » Esta anomalía que se obser-
va en los concilios toledanos, esto es, que la autoridad real sancionaba sus dis-
posiciones, siendo así que jamás los emperadores habían hecho á lo mas otra co-
sa que consentir en los decretos de los Padres, ha hecho acreditar la opi-
nión de que además de asambleas eclesiásticas eran los concilios de Toledo como
grandes juntas políticas, como una especie de cortes déla nación, y bajo este con-
cepto sus decisiones en aquello que no era meramente eclesiástico, necesitaban
para su validez de la sanción, de la confirmación del rey. A no ser así, como es
en el dia opinión muy válida, en la que acaba casi por convenir el historiador
Lafuente, á pesar de refutarla en un principio, la iglesia, que tan celosa se ha
mostrado siempre de su independencia y mas en aquellas épocas en que era ella
sola el arca salvadora de los principios sociales, habría estado supeditada en de-
masía á la autoridad del rey.
El descontento de los arríanos aumentó con lo sucedido en Toledo, y Argi-
mundo, que desempeñaba en palacio uno de los cargos principales, tramó una
conspiración contra la vida del rey ; el gran número de los conjurados causó su
pérdida ; la conjuración fué descubierta, y á Argimundo le corlaron el cabello y
la mano derecha, paseándole luego con gran pompa por las calles de Toledo mon-
tado en un asno, para que sirviera de ejemplo á los grandes y álos pequeños (1).
Una embajada llevó al papa Gregorio la noticia de tan grandes cambios, y
al mismo tiempo rogó Recaredo al papa que le enviase copia del tratado celebra-
do entre Atanagildo y Justiniano, relativo á las tierras que los Imperiales poseían
en España. Después de lamuerle de Leovigildo, estos se habían permitido varias
excursiones por las tierras de los Visigodos, y Recaredo habia debido trabar con
4) Turpiter decalvatus, post hít;c dextra ampútala, exemplum ómnibus ¡n Toletana urbe asi-
no sedens pompizondodedit, et docuit fámulos dominiinon essesuperbos. Así acaba la crónica Bi-
clarense una de las mas preciosas antorchas para la historia de España en aquella época de tinieblas.
(1) Una quia Chartophylacium, praedicti pise memoriaa Justlniani principis tempore, ita sur-
ripíente súbito ílamma incensum est, ut omnino ex ejus temporibus pene nulla carta remaneret.
Alea autem quia (quocl nulli dicendum est) ea quee contra te suntapud temetipsum debes requirere,
atque ha3c per me in médium proferre. Sanct. Greg. ad Recharedum regem, epist. II. (Véase el
Apéndice.)
(2) Recaredus regno est coronatus, cultis prseditus religionis, et paternis moribus longe dissi-
milis. Namque ille irreiigiosus, et bello promptissimus; hic fide pius et pace praeclarus: ille armo-
rum artibus gentis imperium dilatans : bic gloriosus eamdem gentem fidei trophaeo sublimans.
Isid. Hispal. Hist. Goth.
(3) Ignobili quidem matre progenitus, sed virtutum índole insignitus. Hist. Goth. in sera
DCXXXIX.
601.
CAP. 1Y.— ESPAÑA GODA. G3
ellos diferentes combates para hacerlos volverá sus fronteras. Gomo no pretendía
despojarlos del territorio que poseían legítimamente, no habia pasado mas ade-
lante, movido por su amor á la justicia, pero deseaba saber á punto fijo hasta don-
de llegaban sus propios derechos y los de los Imperiales. Por esto solicitó del Pa-
pa copia del tratado en cuestión, pero Gregorio no se la envió por dos razones,
según expresa en la carta que de su propio puño le escribió: 1.a porque un incen-
dio habia destruido los archivos que contenian el tratado pedido, y 2.a porque
dicho tratado no era favorable á los Godos (1).
Recaredo consagró á las reformas los restantes años de su reinado ; los últi-
mos los ocupó en revisar y adicionar las leyes civiles, sorprendiéndole en tan útil
trabajo la enfermedad que le llevó al sepulcro, después de quince años de ce-
ñir la corona.
El reinado de Recaredo fué uno de los mas gloriosos de la época goda, y de
él data la unidad religiosa que aun hoy es para España una de sus áncoras sal-
vadoras. De buena condición, de suaves costumbres, de gentil disposición y de
rostro agraciado, ganó Recaredo el amor de todos sus subditos. Liberal por na-
turaleza, piadoso casi siempre, severo cuando la necesidad lo exigía, esforzado
guerrero, gobernante inteligente, acabó y perfeccionó la obra de su padre, hacien-
do del pueblo godo la nación mas poderosa y temida de esta parte de Europa, co-
mo también la mejor administrada (2).
Dejó Recaredo tres hijos, según dice Mariana, llamados Liuva, Suintila y Gei-
la. El citado historiador dice que á Liuva lo tuvo de su primera mujer, esto es de
Badda (Mariana cree, como hemos dicho, que llegó á verificarse el matrimonio
de Recaredo con Glodosinda) , y que los dos postreros no se sabe que madre tu-
vieron. Otros historiadores, fundados en la crónica de Isidoro (3), dicen que Liu-
va fué un hijo natural que tuvo cinco años antes de subir al trono, y que los otros
dos nacieron de la reina Badda.
Liuva, que contaba apenas veinte años, fué elegido por los grandes, pero su
reinado fué de corla duración. Viterico, á quien hemos visto conspirar contra Re-
caredo, logró persuadir al joven rey que declarara la guerra á los Imperiales, y se
hizo confiar el mando de las tropas destinadas á esta expedición. Abusó, empero,
de la confianza en él depositada, y valiéndose de la fuerza que le daba su empleo,
se apoderó de la persona del rey y le dio muerte. Liuva tuvo el reino solo dos 603.
años, en los que no obró cosa que de contar sea, salvo que con la hermosura de
su rostro y con su gentileza tenia granjeadas las voluntades de todos, y por ser
muerto en la flor de su edad dejó un increíble deseo de sí, y una lástima extraor-
A. de J. C,
64 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. dej. c. diñaría en el ánimo de sus vasallos, segun lo acreditan los escritos contempo-
ráneos.
Viterico (Vitt-Rich), aclamado rey por las tropas, atacó á los Imperiales y
consiguió conlra ellos algunos triunfos, apoderándose entre otras de una ciudad
llamada Sagontia, que Mariana dice ser Sigüenza (1).
e07 Teodorico ó Thierry, rey de los Burgundios, pidió la mano de Ermenber-
ga, hija de Viterico, y manifestó el deseo de que fuese este enlace prenda de du-
radera paz entre ambos pueblos (2). Viterico, que no dejaba de abrigar alguna
inquietud acerca del modo como sus vecinos habian visto su elevación, acogió so-
lícito una proposición que tanto halagaba su vanidad, y se apresuró á contestar
satisfactoriamente. Ermenberga partió para Borgoña con los embajadores del
Borgoñon, llevando un magnífico séquito, pero poco tiempo habia de permanecer
al lado de su marido.
«Los embajadores presentaron la princesa al rey, en Chalons del Saona, y
fué recibida con grandes honores y testimonios particulares de afecto y de cariño;
mas Brunequilda, que no habia podido impedir esta negociación, halló medio de
neutralizar su efecto en un tiempo en que todos, á no ser ella, lo habrian creído
imposible. Ante todo hizo nacer incidentes que retardaron la celebración de las
bodas, y luego atrayendo á sus miras á la hermana del rey, Teudelana, que te-
nia gran influencia en su hermano, sirvióse de ella para disgustar al rey de la
princesa. Ya fuese, pues, que Ermenberga careciese de belleza, ya tuviese algún
defecto físico ó moral exagerado sin cesar, es lo cierto que Brunequilda y Teu-
delana cambiaron de tal modo el ánimo del rey respecto de ella, que por espacio
de un año fué retardando el matrimonio, hasta que por fin la envió otra vez á Es-
paña, cometiendo además la indignidad de no restituirle su dote (3).»
Indignado Viterico por semejante afrenta, alióse con Clotario, rey de Sois-
sons, con Teodoberto, rey de Auslrasia y con Agilulfo, rey de los Longobardos ;
sus ejércitos combinados habian de apoderarse de Borgoña que ellos habrian di-
vidido entre sí ; pero Teodorico logró apartar á su hermano Teodoberto de la
coalición ofreciéndole mejores condiciones que las que el tratado le procuraba.
La defección de Teodoberto originó desconfianza entre los demás príncipes, y la,
coalición quedó sin efecto (4).
Desde aquel momento, fué Viterico objeto de desprecio por parte de los suyos
(1) Adversus Romanum militem bella ssepe molitus, nil satis gloriae gessit, praeter quod mili-
tes quosdam Sagontia per duces obtinuit, dice Isidoro de Sevilla, quien por otra parte reconoce el
valor personal de Viterico : Vir quidem strenuus in armorum arle, sed tamen expers victoriae.
(2) Eodem anno (607) Theudericus Aridium episcopum lugdunensem,Rocconem et .¿Epporinum
comestabulum ad Bettericum regem Spaniae direxit, qui exinde Ermenbergam filiam ejus Theude-
rico matrimonio sociandam tdducerent. Ibique datis sacramentis, ut a Theuderico Cabiilono pras-
sentant, quam ¡lie gaudiens diligenter suscepit.
(3) Daniel, t. I, 1. V.
(4) Bettericus hiecindignans, legationem ad Chlotarium direxit: legatus Chlotarii cum Betteri-
ci légate ad Theudebertum perrexit. Iterum Theudebcrli legali cum Chlotarii et Betterici le^atariis
ad Agonem (is est Agilulfus rex Longobardorum) regem ltalice acceserunt : et unanimiter hi qua-
tor reges cum exercitu undique super Theudericum inruerunt, ut regnum ejus auferrent, et eum
morte damnarent, eo quod tantum de ipso reverentiam ducebant, legatus vero Gothorum evec-
tu navali de Italia per mare in Spaniam reverlitur : sed hoc consilium divino nutu non sortitur
effectum. Quod cum Theudonco compertum fuisset fortissime ab eodem despicitur. Fredeg.
A. deJ
CAP. IV. — ESPAÑA GODA. 65
que atribuyeron á sus maldades la afrenta inferida á su hija. Odiado por gran
parte del pueblo por atribuírsele la idea de restablecer en Españala secta arriana,
cansados de él los magnates y grandes de palacio, le mataron en medio de un 6io
banquete. Entronizado por el hierro, murió á hierro, dice san Isidoro, y la muerte
del inocente quedó vengada ; el cuerpo de Viterico fué arrastrado por las calles y
sepultado ignominiosamente fuera de los muros de Toledo (1).
Gundemaro (Gund-mar) fué proclamado rey, según parece, por los mismos
asesinos de Viíerico. Esto no obstante continuó la polííicade su antecesor respec-
to de los reyes francos, y se ligó, á lo que puede comprenderse, mediante una
suma de dinero, dice Romey, con Teodoberto, rey de Austrasia, contra el her-
mano de este, Teodorico, rey de los Burgundios. ¿Hízolo para vengar el ultraje
inferido á los Godos en la persona de Ermenberga ? Se ignora, pero es positivo
que hubo alianza entre Gundemaro y Teodoberto de Austrasia contra Teodori-
co de Borgoña; que el rey auslrasiano debia facilitar al Visigodo cierto número
de hombres, por el mérito de una gracia pecuniaria ; que llegando á faltar esta
gracia, ó por otra causa, sobrevino entre ellos un rompimiento, agriándose sus
relaciones hasta el punió de que Teodoberto detuvo como prisioneros á los emba-
jadores de Gundemaro, Totila y Gundrimiro ; que Gundemaro hizo que los re-
clamara el conde obispo Balgarano, que gobernaba en su nombre la Galia góti-
ca, quien escribió tres cartas á un obispo franco del reino de Teodoberto para
obtener satisfacción de la ofensa, y acabó por romper por tierra franca apode-
rándose de las ciudades de Jubiniano y Corneliano, cedidas antes por Recaí edo á
la reina Brunequilda (2). Sin embargo de la vivacidad de este altercado, de este
[\ ) Quia gladio operatus fuerat, gladio periit. Mors quippe innocentis inulta in illo non fuit, Ín-
ter epulus emm prandii conjuratione suorum et interfectus ; Corpus vero ejus viliter est exporta-
tum atque sepultum. Isid. Hispal., Hist. Goth.
(2) Estos hechos resultan de las tres cartas de Bolgarano, conservadas en el archivo de Alcalá
de Henares, las cuales han dado motivo á Mariana, aunque infundadamente, según los mas acredita-
dos historiadores, para dirigir contra Gundemaro la acusación de que pagaba parias á los Franceses.
— Los pasages de dichas cartas de que se desprenden los hechos referidos, dicen así : Ut si scripta,
quse paulo ante glorioso Theudiberto regi directa sicut polliciti estis, destinare procurastis ; aut si
missi vestri jam revertí sunt, vel quod reciperetis responsum, vel si usque hic placita deportantes,
aut certe siad praesentiam gloriosissimi domini mei Gundemari regis praeparaturi advenerint, cer-
tius sciamus, quomodo autubiopecunia praeparetur. Epist.I Bulgaraniad episc. franc — Et qualate-
re Beatitudinem vestram non arbitror, quod filius vester dominus Theutibertus cum gente Gotho-
rum a decidentibus velut olim existit colligata principibus ; nunc per pactorum allegatione pacem
per legatis ejusdem gentis devovit roborare perpetuam. Ex quo aliquod grato mérito pecunias, nu-
merum gentis pollicitus est impertiré Francorum. Unde jam me constat, memorato vestrofilio Theu-
tiberto pervenerabilem fratrem vestrum.... Verum episcopum destinasse scripta, per qua innotui
quod jam ipsa pecunia a filio vestro domino meo Gundemaro rege directa... Obinde tuam tanctita-
tem debita humilitate deposco, et si agnoscitiseam quam direximusad dominumTheutibertumpa-
ginam pervenisse; aut si ea' quae per legatis Gothorum sunt sub definitione inita, si manebunt vera-
citer adlegata, vel quantum praedictus filius vester in Avarorum bellica triumphatus est acie, ves-
tris mereamur adfectibus informan. Epist. III...— Manet enim filio vestro glorioso domno meo
Gundemaro Regi cunctaeque genti Gothorum non exigua, sed magna pecunias repetitio, ut nobiles
ejusdem gentis legatos vestra magnificentissime cum consolato veritatis gratia discurrentes ab ves-
tro injuste principe capti... Pateat vero Totilonum et Gundrimirum viros illustres a serenissimo do-
mino meo Gundemaro rege directos, in finibus vestris in locum Irapinas post iüatam eorum dispec-
tionem ínter praeceptione clausistis, et ad vos usque succedereloculenteraditumdenegastis. Dignum
est vestri ut primum in sua dignitate Gothorum restituantur legati; et inter affinem sanguinemgen-
tem servantem pacem, domino adjuvante, vestrorum si necesse est, ad praesentiam gloriosi domi-
ni mei libertas maneat itinerislegatorum. Nam de loca unde intimastis Jubiniano et Corneliano, qua
TOMO II. 9
A. de J. C;
66 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
principio de hostilidades por parte de los Godos, parece que las cosas no pasaron
adelante, y que ambos pueblos continuaron en paz.
En España, hizo Gundemaro una campaña contra los Vascones, á quienes
venció y rechazó á sus montañas.
En esto, hicieron los imperiales algunas irrupciones por territorio de los Go-
dos, y Gundemaro marchó contra ellos ; estos que no se sintieron con fuerzas pa-
ra aguardarle en campo raso, se fortificaron en su campamento, pero los Godos los
atacaron, é hicieron en sus filas gran matanza que les quitó por mucho tiempo el
deseo de salir de sus fronteras.
En tiempo de Gundemaro se reunió en Toledo un concilio que no tiene nú-
mero determinado entre los Toledanos, para declarar la metrópoli de dicha ciu-
dad sobre los obispos todos de la provincia cartaginense de los cuales algunos se
negaban á reconocerle portal, alegando que solo lo era en la provincia carpetana.
De regreso de su expedición contra los Imperiales, Gundemaro cayó enfer-
612. mo y murió después de un año y algunos meses de reinado.
Sucedióle Sisebuto, y empezó por hacer la guerra á los Ásturos y á los Ru-
cones (habilantes de la Rioja); contra los primeros envió un ejército á las órde-
nes de Rechila, y contra los segundos a otras tropas bajo el mando de Suintila.
Los Ásturos y los Rucones, que por la aspereza de su tierra andaban alborotados
y sin querer reconocer obediencia al nuevo rey, fueron vencidos y sosegados.
Sisebuto aprovechó el entusiasmo que excitaron estas victorias para intentar
la expulsión de los Imperiales que ocupaban aun la costa mediterránea desde el
estrecho deGibraltar hasta el reino de Valencia, y al occidente parte da Portugal,
sin contar muchas plazas fuertes fronterizas. El patricio Cesáreo, gobernador
griego, salió al encuentro del numeroso ejército godo, presentóle batalla, fué ven-
cido, y tuvo que retirarse con gran pérdida. Sisebuto persiguió á ios Imperiales,
y se apoderó en su camino de varias fortalezas. Cesáreo entretanto levantó un
segundo ejército y probó la suerte de una nueva batalla, en la que sufrió mayo-
res pérdidas aun que en la pasada. La mayor parte de los suyos fueron muer tos ó
hechos prisioneros, y entonces fué cuando se manifestó la piedad yel magnánimo
corazón de Sisebuto, quien mandó prodigar á los heridos toda clase de cuidados,
y hasta rescató de sus soldados los prisioneros que habian cogido para darles
libertad (1).
La conducta de Sisebuto produjo el doble resultado de poner á Cesáreo en
la imposibilidad de reunir otro ejército y de atraer á la causa de los Godos las
guarniciones de las fortalezas, que casi todas se rindieron. Solo un partido que-
in provincia Gothorum noscitur domna Brumgildes possedisse, ut a suis post ejus jure aditum tri-
buamus hominibus; ordinandam miramur tuam sicnos hortare Beatitudinem, ut loca qua prosta-
bilitate concordise sanclae memoria; dominus noster Richarredus rex in jure memórate contradidit
domna; ut a partibus vestris scandalum nutrientibus foedus sit charitatis disruptum, et pars jura
qua; stimukcm illicite suscitat, possessiones debeat gentis possidere Gothorum.
(1) De Romanis quoque pnesens íeliciter triumphavit, et quasdam eorum urfces pugnando
subegit... Adeo post victoriam clemens, ut pene omnes ab exercitu suo boslili prnsda in servitutem
redados pretio dato absolveret, ejusque thesaurus redemptio captivorum existeret... Isid. Hispal.
Hist. Goth. — Sisebodus dicebat pietate plenus : Heu me miserum cujus tempore tanta sanguinis ef-
fusio íitur! Cuicumque poterat occurrere, de morte liberabat. Fredeg. c. 30.
CAP. IV.— ESPAÑA GODA. 67
daba á Cesáreo para salvar lo que restaba de las posesiones del imperio griego ; a. de j.
solicitar la paz, y á él se atuvo.
Cecilio, obispo Mentesano, se habia retirado para vivir lejos del mundo á
un monasterio situado en tierra de los Imperiales, y como Sisebuto lo ha-
bia reclamado en vano al principio de las hostilidades, Cesáreo aprovechó esta
circunstancia, é hízole conducir á la corte del rey godo, acompañado de un emba-
jador que llevaba una carta para el rey, en la que pedia que le indicase las con-
diciones bajo las cuales consentiría en la paz. Sisebuto recibió muy bien al emba-
jador, y le comunicó sus condiciones. El patricio las aceptó con la reserva de que
fueren aprobadas por el emperador que era entonces Heraclio, y este ratificó el
tratado, con la condición, que algunos historiadores rebajan á la categoría de
consejo, de que el rey de ios Visigodos expulsase de su reino á los Judíos. Dícese
que la aversión de Heraclio para con los Judíos dimanaba de que este inepto em-
perador, muy dado á lo que llamaban astrología judiciaria, les aplicaba un vati-
cinio que se le habia hecho, consistente en que el imperio seria destruido por una
nación errante y circuncisa, enemiga de la fe cristiana. Los Imperiales evacuaron
casi todas las plazas que poseían en las costas meridionales, y se retiraron al ter-
ritorio que se ha llamado después reino de los Algarbes (1).
Así pues, si Sisebuto proscribió á los Judíos fué mas que por impulso propio
á excitación del emperador de Oriente, y en cierto modo en virtud de un tratado.
Publicóse un edicto mandando á los Judíos recibir el bautismo dentro del término 616.
de un año bajólas penas mas severas, no quedándoles otroarbitrio queconfesará
Jesucristo ó ver rapados sus cabellos, sus bienes confiscados y serellos puestos en
servidumbre, cosa ilícita y vedada entre los cristianos, dice el P. Mariana, que á
ninguno se haga fuerza para que lo sea contra su voluntad. Para dar una idea
del número de Judíos que se encontraban entonces en España, bastará decir que
mas de noventa mil recibieron el bautismo, y fueron la menor parte. Los mas hu-
yeron, y fueron despojados de sus bienes y condenados en rebeldía. Los que no
quisieron recibir el bautismo ni abandonar su patria adoptiva, fueron tratados
con extremado rigor. Muchos pasaron los Pirineos, y buscaron un asilo en las dos
Aquitanias y en la provincia narbonense, de donde algún tiempo después habia de
expulsarlos también el rey franco Dagoberto, á excitación del mismo Heraclio. Las
márgenes del Loire, el país délos Arvernos, la Sepíimania, y hasta los Alpes ma-
rítimos vieron pasar numerosas familias de la raza hebrea, y el pueblo judío sufrió
como una nueva dispersión. El clero fué el primero en condenar semejantes dis-
posiciones,y los obispos casi unánimemente reprobaron estos rigores (2). Los dos
edictos promulgados por Sisebuto contra los Judíos, ambos en el año cuarto de su
reinado, se encuentran en la recopilación que se hizo después délas leyes visigo-
das, que ahora se llama Fuero Juzgo (3).
Temeroso de que los Imperiales no se mostrasen fieles observadores del tra-
tado, Sisebuto mandó rodear la ciudad de Ebora de fuertes murallas flanqueadas
por altas torres, é igualmente hizo fortificar otras muchas ciudades fronterizas.
1 1 ) Véa?e acerca de esta guerra y del tratado que la siguió la correspondencia original de Sise-
buto con el patricio Cesáreo en la España Sagrada, de Flores, t. III, p. 320 y sig.
(2: Isid. Hispal. Hist. Goth.
¡3) Cod. Leg. Visig., lib. XII, t. III, 1. 3.
68 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
l *e j. c. Tomadas estas precauciones, tuvo que combatir con un nuevo enemigo. Los habi-
tantes de la costa de África infestaban el Mediterráneo, y llevaban la desolación y
la muerte á todos los pueblos de la España meridional. Sisebuto se embarcó con
sus mejores tropas, abordó en la Mauritania Tingitana, se apoderó de Tingis,
de Septa, y de los territorios inmediatos, dejó guarnición en las plazas fuertes, y
puso fin de un golpe á las tropelías de los piratas. Obsérvese aquí que solo el cro-
nista Rodrigo de Toledo habla de esta expedición, y que Masdeu y otros histo-
riadores modernos la ponen muy en duda,
sai. Sisebuto murió casi repentinamente á los ocho años y seis meses de reinado,
de muerte natural, según unos, de veneno, según otros, aunque no es lo proba-
ble, como dice Mariana, y no faltó tampoco escritor contemporáneo que achacó su
fallecimiento á castigo del cielo por haber traspasado los límites de su autoridad
en materia eclesiástica en la circunstancia siguiente: El obispo de Barcelona Eu-
sebio permitió que los cómicos representasen en el teatro de aquella ciudad co-
medias sacadas de las ceremonias gentiles; el metropolitano de Tarragona re-
prendióle por su conducta, y el rey se permitió deponer al obispo y mandar que
se consagrase á otro en lugar suyo .
Sisebuto fué señalado en prudencia en las cosas de la paz y de la guerra,
ferviente, á veces hasta el exceso, en el celo de la religión católica, y lo que en
aquellos tiempos rayaba en prodigioso, enseñado en los estudios de las letras y
muy versado en la lengua latina.
En tiempo de este rey y en el séptimo año de su reinado, juntóse un concilio
en Sevilla, presidido por san Isidoro, para condenar la secta de los acéfalos, he-
regía reprobada ya en Oriente, pero que comenzaba á brotar en España.
Por muerte de Sisebuto sucedió en el reino su hijo, que tomó el nombre de
Recaredo II, mozo de poca edad y de fuerzas no bastantes para peso tan grande.
Reinó solo cuatro meses, y pasados falleció sin que de él se sepa otra cosa (1).
A Recaredo II sucedió Suintila (Swinthü),k quien el P. Mariana y otros his-
toriadores suponen hijo de Recaredo I , hecho que Perreras niega , y del cual en
efecto nada dicen los escritores contemporáneos.
Al principio de su reinado, Suintila formó varios reglamentos para la bue-
na administración de justicia; dispuso que se distribuyesen socorros á las clases
necesitadas, y de estas pacíficas ocupaciones le distrajo una sublevación de los
Vascones. Suintila dio orden á los gobernadores de las provincias de marchar
con tropas á cortar la retirada á las fuerzas sublevadas , mientras que él las ata-
caria por el frente. Este plan tuvo un éxito satisfactorio: los Vascones que se vie-
ron envueltos; se sometieron, y el rey se limitó á quitarles el bolin que habían
recogido y á obligarlos á que aprontasen cierto número de trabajadores para la
construcción de una ciudad nueva, ala que se dio el nombre de Ologilis, que al-
gunos suponen ser Olite, de Navarra (2).
Los Imperiales no poseían mas territorio que el ángulo que forma el cabo de
(4, Hujus vit;jj brevitas nihil dignum praíuotat. Isid. Pac. Chr., c. 7.
(2 Ubi adeo montivagi populi terroreadvenlusejus perculsi sunt, ut confestim, quasi debita
jura nosccntes remissis tellis et expeditis ad prccem manibus supplicis ei colla submitterent, obsides
darent, Ologitin,civitatemGothorum, stipendiis suis et laboribus conderent, poliicentes ejus regno
ditionique parere, o t quidquid imperaretur, efficere. Isid. Hispa!., Hist. Goth , c. 65.
CAP. IV.— ESPAÑA GODA. 69
San Vicente, y Suintila resolvió arrojarlos de allí. Dice el P. Mariana que dos pa- A,6^ J- c-
tridos gobernaban el débil resto de las posesiones del imperio griego en la Penín-
sula, y que el rey, logrando dividirlos, hizo mas fácil la realización de su proyec-
to. Sin embargo, no es probable que el emperador Heraclio tuviera dos goberna-
dores por tan corta extensión de territorio. Oíros historiadores refieren, y esto pa-
rece lo mas probable, que el único patricio que allí mandaba salió al encuentro
de Suintila, le presentó batalla, y la perdió con la vida. Entonces un oficial tomó
el título de patricio y el mando de las tropas mientras se esperaban de Constanti-
nopla otro gobernador y refuerzos.
De todos modos, parece acreditado que hubo una batalla en la que mu-
rió un patricio, y que Heraclio, que no pudo enviar refuerzos, se limitó á nom-
brar un nuevo gobernador con plenos poderes para hacer cuanto le pareciese con-
veniente según las circunstancias. Suintila en tanto estrechaba al enemigo muy
de cerca, y el patricio encontró á su llegada fuerzas insuficientes. Vivamente
atacado , concentró su gente y lo dispuso todo para hacer comprar cara la vic-
toria á los Godos, quienes, no queriendo reducir á sus enemigos á la desespera-
ción, consintieron en entrar en negociaciones. Los Imperiales abandonaron cuan-
tas plazas poseían aun en España en nombre del emperador, bajo la condición de
quepodrian retirarse con los honores de la guerra, y Suintila reunió la Península
toda bajo la dominación goda (1).
Cubierto de gloria por la completa expulsión de los Imperiales, Suintila in-
tentó vincular la corona en su familia, y asocióse en el poder su hijo Reeimiro.
Sin embargo, no todos sus subditos vieron con buenos ojos semejante elevación,
que pareció un alentado contraías prerogativas nacionales. Desde aquel momento,
Suintila vino á ser tenido en poco por los Godos, y si hemos de dar fe á muchos
historiadores y entre ellos al P. Mariana, desde aquel momento perdió también
sus virtudes. Los vicios, los deleites le dominaron; hízose déspota, violó las leyes
fundamentales de la nación, y en poco tiempo hízose objeto del odio universal.
Conspiróse contra él, y el rigor con que castigó á los conspiradores envenenó la
contienda ; el número de sus enemigos aumentó, y Sisenando, gobernador de la
Galia Gótica, se puso á su cabeza. El magnate comprendió que la corona sehalla-
ba al fin de su camino, y para recorrerlo mas pronto, llamó en su auxilio al rey
franco Dagoberto. Este hizo suya su causa; pero solo en cambio del famoso vaso
de oro, adornado de piedras preciosas, la joya mas rica del tesoro visigodo, con-
sintió en prestarle sus hombres de armas (2). Sisenando lo prometió todo, y pa-
só los Pirineos no solo con las tropas de su gobierno, sino también con un cuerpo
de auxiliares francos, mandados por los dos mejores capitanes de Dagoberto,
Abundancio y Venerando.
Al saber los proyectos de Sisenando, Suintila se apresuró á salirle al en-
cuentro, y llegó delante de César Augusta en el preciso momento en que los su-
blevados acababan de penetrar en la ciudad. El rey tomó las necesarias disposi-
ciones para una batalla ó para un sitio, pero su ejército aclamó á Sisenando, y «si.
(i) Totius Hispanise infra Oceani fretum monarchia regni primus ídem potitus, quod nulli re-
tro principumest collatum. Isid. Hispal., Hist. Goth.
(2; Romey, P. 1 .tt c. XV.
70 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. dej.c Suintila con su familia hubo de buscar su salvación en la fuga. Pocas horas
después de su partida, presentóse Si señando en el campamento donde fué recibido
con grandes muestras de entusiasmo, y después de festejar espléndidamente á
los generales francos, á quienes colmó de presentes, tomó el camino de Toledo,
cuyos habitantes le recibieron en triunfo y le proclamaron rey.
La conducta de Dagoberto prestando sus tropas como un jefe aventurero, se
explica por la inmoderada afición que la historia le atribuye al fausto y á las jo-
yas (1). Una vez en al trono, Sisenando fué instado por el rey franco para que
cumpliese su palabra, y en efecto entregó á los enviados de Dagoberto el precioso
vaso. Los Godos, empero, no quisieron consentir en perder aquel tesoro al que iba
unido para ellos un glorioso é histórico recuerdo, y colocándose algunos en embos-
cada, arrebatáronlo á los embajadores. Sisenando se apresuró entonces á manifes-
tar á Dagoberto la imposibilidad en que se hallaba de cumplir su promesa, y ofre-
ció lealmente en dinero el valor de lo pactado. ¡Dagoberto aceptó la propuesta del
rey godo, y recibió como indemnización doscientos mi! sueldos (solidi), que apli-
có á la fábrica de la abadía de San Dionisio (2).
En el tercer año de reinado, Sisenando convocó el cuarto concilio de Toledo,
que se reunió en 5 de diciembre, presidido por San Isidoro, con asistencia de se-
senta y nueve prelados, ya por sí, ya representados por sus vicarios. Las deci-
siones de la augusta asamblea no dejan duda alguna acerca del carácter que á los
concilios toledanos hemos atribuido, y son y serán eterno monumento de latutelar
y digna protección que la Iglesia católica ha dispensado siempre á los oprimidos.
Los Padres de Toledo no se limitan, como indicamos en el tercer concilio, á de-
liberar y á legislar sobre materias eclesiásticas; ellos, que eran la parte mas ilus-
trada y, casi estamos por decir, la única ilustrada de la nación; ellos, solos depo-
sitarios en aquella época , de las claras y distintas nociones que sobre el poder y
su ejercicio ha tenido siempre la sociedad modelo de la Iglesia; ellos, verdaderos
amantes de la libertad, de la dignidad del hombre, fijan los primeros en la Espa-
ña goda los límites del poder del rey, los límites de los derechos sociales. En los
cánones del cuarto concilio de Toledo, concisos y sin aparentar la pomposa forma
doctrinaria, se encierra toda una constitución; ellos contienen todo aquel derecho
que así vigorizó y comunicó el sentimiento de su dignidad á los individuos como
contuvo y elevó á los reyes, alta expresión de la sociedad, haciendo de nuestra Es-
paña durante el principio de la edad media el país mejor gobernado de Europa,
en lo que podían consentirlo las incesantes guerras, los excasos mediosde produc-
ción y el estado violento del mundo al sacudir la tiranía de Roma.
«A tí, rey, que estás presente, dicen los Padres en el canon LXXV, y á vo-
sotros todos, príncipes de las edades futuras, pedimos con la humildad que á
cristianos conviene, que seáis suaves y moderados para con vuestros subditos;
os pedimos que rijáis con justicia y piedad los pueblos que por Dios os han sido
confiados (3) »
(i) Romey, p. i.'c. XV.
(2) Considerando Masdeu el sueldo de oro como una fracción de la libra, deduce que la suma
pagada á Dagoberto fué de 2,777 libras de oro. Mariana dice que solamente se le dieron diez libras.
(3) Te quoque pr;i:sentem regem, futurosque sequentium aetatum príncipes, humilitate, qua
debemus, deposcimus, ut moderati et mites erga subjectos existentes cum justitia et pietale a Deo
volis créditos regatis. Concil. Act., Conc. Tolet. IV, t. V.
CAP. IV.— ESPAÑA GODA. 71
Y luego añaden: a. dey.c,
«En cuanto á los reyes de las edades futuras, promulgamos en toda verdad
esta sentencia: Si alguno de ellos, con menosprecio délas leyes, con orgulloso des-
potismo, cegado por el fausto real, hace pesar sobre los pueblos una dominación
cruel, para saciar su ambición, su avaricia ó sus apetitos, sea anatematizado en
nombre de Jesucristo, sea separado de Dios por su santo jucio (1).»
Esto en cuanto á los reyes, al poder. El hombre que abusa de él, de la ema-
nación de su potestad que ha puesto Dios en la tierra para que sea posible el
estado social, sea anatematizado; y uniendo el ejemplo á las palabras, el concilio
escomulgó á Suintila, á su mujer y á su hermano por los males que cometieron
en el tiempo de su dominación, y declaróle á él y á sus hijos incapaces para ejer-
cer cargos públicos. Sisenando podia estar satisfecho: el monarca á quien destro-
nara era objeto de las iras divinas y humanas; mas los Padres, ante él, rebelde
ásu rey, después de establecer con tan terribles palabras y tan riguroso ejemplo
las obligaciones de los soberanos, anatematizan por tres veces á los que quebran-
tan el juramento prestado al Soberano. Tres veces anatematizan también á cuan-
tos conspiren contra el poder, y ahí está toda la doctrina del gobierno, la verda-
dera, la única que puede evitar á las naciones los cataclismos, la infelicidad y
la ruina.
El rey asistió á este concilio , pero no lo presidió; en la sesión primera hin-
có la rodilla en tierra, y, con tono humilde y suplicante, pidió á la asamblea que
reformara y pusiera en orden los asuntos del Estado. Las reglas que habian de
observarse en la celebración de los concilios sucesivos llamaron primeramente la
atención de los Padres, y , fijadas estas, pasaron á determinar varios puntos de
disciplina eclesiástica. Los mas notables , y que pueden tener interés para el his-
toriador profano , fueron que ninguno pudiera ordenarse de obispo ni de presbí-
tero que no contase treinta años de edad, debiendo tener la aprobación del pueblo;
que los obispos mandasen separar de sus barraganas á los clérigos que las tuvie-
sen, que á nadie se administrase por fuerza el bautismo, y por lo mismo que en
adelante no se obligase á los Judíos á recibirlo.
El concilio ocupóse en seguida en los asuntos del gobierno ; dictó los cáno-
nes y las disposiciones que hemos citado y mencionado , que figuran todas en el
preámbulo del libro de los Visigodos , y estableció por fin el modo y las circuns-
tancias de la elección de los reyes. «Muerto el rey, dijeron los Padres para poner
á raya las ambiciones turbulentas, nadie tendrá derecho para gobernar el Estado
hasta que se haya llenado la vacante del trono por los grandes y prelados (2).»
El destronado Suintila habia vuelto á España y á la vida privada , y fa-
lleció en la oscuridad , siendo el primer rey godo que al perder el trono no habia 635-
perdido la vida. Poco después, en enero , á los cuatro años de reinado , murió 636
en Toledo el rey Sisenando, á lo que se cree, de muerte natural (3).
^) Sane de futuris regibus hanc sententiam promulgamus, ut si quis ex eis contra reverentiam
legum superbá domina tione et faste regio in flagitiis et facinore si ve cupiditate crudelissimam po-
testatem in populis exercuerit, anathematis sententia á Christo Domino condemnetur, et habeat a
Deo separationem atquejudicium. Cont. Act., Conc. Tolet. IV, t. V.
(2) Nemo meditetur interitus regem, sed defuncto in pace principe, primates totius gentes
cum sacerdotibus successorem regni concilio communi, constituant.
(3) Isid. Pac, Chr.,c. 9.— Sisenandus reg. n. an. IV. men. XI, dies XVI. Chr. Vulsae , c. 76.
72 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c Conforme á lo dispuesto en el úllimo concilio , acudieron los grandes y pre-
lados para elegir sucesor, y después de ligeras disidencias, proclamóse á Chintila
en abril del mismo año. Los dos únicos sucesos notables que en su reinado ocur-
rieron fueron los concilios de Toledo V y VI; al primero, convocado luego que el
nuevo rey se encargó del gobierno, asistieron veinte y cuatro obispos, y después
de un canon relativo á la disciplina eclesiástica , confirmaron los Padres la elec-
ción de Chintila. Sus restantes disposiciones se encaminaron á amparar á los hi-
jos del monarca, mandando que aun después de la muerte de su padre nadie se
atreva á hacerles agravio ni demasía. Para poner freno á la ambición, se ratificó
el canon del concilio anterior que conminaba severas penas contra los que se apo-
derasen del reino sin ser elegidos por votos libres. Prohibióse expresamente que
en vida del rey y contra su voluntad se manifestasen deseos de ser elegido para
sucederle ; consideróse como gran delito consultar á los adivinos para saber la
época de la muerte del rey , lo mismo que negociar los votos antes de haberse
esta verificado, y establecióse que solamente podian ceñir la corona los que per-
tenecieren á la nobleza de los Godos.
Chintila suscribió á estas disposiciones, y por un edicto de 1.° de julio orde-
nó á todos los empleados de la corona que las hiciesen cumplir y ejecutar , y al
pueblo que se conformase religiosamente á ellas.
837 Para que estos decretos tuviesen mas fuerza , y fuesen recibidos de todo el
reino , dice el P. Mariana, el año siguiente á nueve de enero, juntáronse en To-
ledo mas de cincuenta obispos, siendo el fruto de su reunión diez y nueve cáno-
nes enderezados parte á reformar la disciplina eclesiástica , parte á confirmar lo
que acerca del rey y de sus hijos se decretó en el concilio pasado. Además de
esto, celosos los Padres de la unidad religiosa, dispusieron por decreto particular
que no se daria la posesión del reino á ninguno antes que expresamente jurase
que no prestaría favor en manera alguna á los Judíos, ni aun permitida que algu-
no que no fuese cristiano pudiese vivir en el reino libremente.
Chintila parece haber reinado después pacíficamente \ á lo menos nada mas
64o. se encuentra acerca de él en la historia. Verificada su muerte á los tres años y me-
ses de haber subido al trono, Tulga, su hijo, fué elegido rey, influyendo no poco
en la elección el amor que habia sabido granjearse el último monarca. Las opi-
niones de los historiadores no están acordes sobre las cualidades personales de
este rey, ni sobre el fin que él mismo tuvo. Tulga, dicen unos, no tenia vicios ni
virtudes ; era un niño amable que dejaba concebir lisonjeras esperanzas ; pero
la turbulenta y guerrera nación goda no tardó en cansarse de tener por rey á un
niño. Además, celosos los nobles de su derecho de elección , miraban con repug-
nancia al soberano cuya elevación sedebia, según ellos, únicamente á su cuna. La
administración pública, los negocios del Estado empeoraban cada dia; los gober-
nadores de las provincias abusaban de sus poderes ; por todas partes se elevaban
quejas , y gran parle del pueblo se levantó contra Tulga. Los principales de la
nación se pusieron de acuerdo , y Chindasvinto , guerrero eslimado , de enér-
gico carácter, á pesar de sus años , reunió los votos de todos. Tulga debió de
abandonarle su puesto, y privado de su cabellera y relegado á un convento, cam-
bió las insignias reales por el hábito de monge.
Así lo refieren unos , apoyados en el testimonio de Sigiberto Gemblacense,
cap. iv. — espaKa goda, 73
al paso que otros, mas fundadamente, á nuestro modo de ver, puesto que por Ade J
ellos está el relato de san Ildefonso , testigo de vista , aseguran que Tulga
era mozo en la edad, pero en las virtudes viejo , señalándose en la justicia, en la
prudencia , en el gobierno y la destreza en las cosas de la guerra. Dicen que fué
muy liberal para con los necesitados , virtudes todas que no impidieron á Chin-
dasvinto , que tenia á su cargo la gente de armas , rebelarse contra él solo á
causa de su juventud. Tulga , añaden , iba de estos principios en aumento y pa-
recía haber de subir á la cumbre de toda virtud y valor cuando la muerte le ata-
jó los pasos , falleciendo de enfermedad en Toledo á los dos años y meses de rei-
nado.
De todos modos es cierto que durante el reinado de Tulga no sucedió cosa
notable que digna de contar sea , que bajó del trono después de un corlo reina- 6*2.
do, y que Chindasvinto , (Kind-swinih , poderoso en hijos), ya por la libre vo-
luntad de los grandes, ya porque nadie se atreviese á resistirle, ciñó la corona de
los Godos.
Es cierto también , y esto parece dar razón á los historiadores primero cita-
dos, que Chindasvinto encontró el reino presa del desorden y de la anarquía. Va-
rios gobernadores de provincia negaban la obediencia al monarca y se habian
acostumbrado á mandar sin reconocer superior. Chindasvinto debiapor precisión
encontrar en ellos adversarios , y tuvo que hacerles la guerra para despojarlos
de sus gobiernos (1).
Así pues, el principio de su reinado hubo de ser muy borrascoso, y no logró
que le reconociese como rey la España entera hasta después de una serie de
combates, cuyos detalles no nos ha transmitido la historia. Su triunfo fué pre-
cursor de grandes rigores , y por su orden fueron ejecutados doscientos nobles
visigodos y desterrados otros muchos, si hemos de creer á Fredegario. Tanta
severidad sembró por todas partes el terror , y de buen ó mal grado fué acatada
en todo la voluntad del nuevo rey. Poco á poco, empero, esta severidad fué sus-
tituida por la mansedumbre y el buen gobierno , y Chindasvinto, con la bondad
de sus costumbres, prudencia y esfuerzo, logró atraerse el amor de todo su pue-
blo. A medida que su autoridad se robustecía, mostrábase también mas exacto ob-
servador de las leyes y costumbres visigodas, y en el quinto año de su reinado 6*6.
reunió en Toledo un concilio, que fué el VII, para dar nuevo vigor á la constitu-
ción nacional. Los cánones de este concilio ratificaron las rigurosas penas esta-
blecidas por los anteriores contra aquellos que se pasaren al enemigo ó recurrie-
ren á los extranjeros para triunfar en sus rebeliones , y después de confirmar la
autoridad en manos de Chindasvinto, sancionó todos sus actos anteriores (2). Sin
embargo, el rey era muy anciano, y temíanse por algunos las turbulencias de una
elección precipitada ; él mismo habia concebido la idea de tener por sucesor á su
hijo Recesvinto , que habia dado pruebas de capacidad así en la guerra como en
la administración pública , y manifestólo así á algunos íntimos amigos ; mas co-
mo esta clase de asociaciones habian casi siempre producido funestos resultados
á los reyes visigodos , convínose en que se pediría oficialmente al rey que eli-
(1) Demollens Gothos... regnat , dice Isidoro de Beja (Isid. Pac. Chr., c. 43 ).
2) Concil. Toletv VII, in Prsefat. et in canon. I.
TOMO II. 10
74 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c. gjere sucesor designando á Recesvinlo á su elección , como el mas digno de la
649. corona. El rey hizo mas : no solo compartió , sino que abandonó el poder. Pro-
cedióse en 22 de enero á una verdadera elección, y Recesvinto (Mek-swinth, fuer-
te en la venganza ) , fué llamado segun todas las reglas á gobernar junto con su
padre. Desde aquel momento, Chindasvinto depositó en sus manos lodo el cui-
dado de los negocios públicos, y puede decirse que solo se ocupó en asuntos age-
nos al gobierno. Las letras , á las que siempre mostrara singular aprecio, así
en Iré el tumulto de los campamentos , como en las agitaciones de los primeros
tiempos de su gobierno , fueron la ocupación de sus últimos años, y él fué quien
envió á Roma el obispo Tajón en busca de las obras de Gregorio Magno. Chin-
653. dasvinto murió cubierto con el hábito de penitente en 1.° de octubre, de enferme-
dad , segun unos , y de veneno , segun oíros , á los noventa años de edad y á los
diez meses ele reinado.
Sin embargo , no todos los grandes habían visto con placer la elevación de
Recesvinto al trono. Froya , uno de ellos, que tenia grandes riquezas y muchos
y poderosos parientes y amigos pasó á la tierra de los Vascones de Aquitania
para formarse un partido. Hemos dicho que en tiempo de Leovigildo , parte del
pueblo vascon habia pasado á la otra parte de los Pirineos, donde sus frecuentes
excursiones por la Novempopulania habían terminado con la conquista de una por-
ción de aquella provincia hasta cerca de Tolosa: el Bearné, Bigorra y el territorio
que baña el Adour, formaban parte desús posesiones, y allí vivían independientes,
hablando su antiguo idioma y constituyendo una nación aparte , valerosa y em-
prendedora, confederada en pequeñas repúblicas unidas entre sí por los únicoslazos
de un origen y de un lenguaje comunes. Desde su nuevo territorio, que comunica-
ba con el que su raza había conservado en esta parte de los Pirineos, tenían, por
decirlo así, un pié en España y otro en las Galias, y bajo el menor pretexto, empren-
dían correrías por las tierras de sus vecinos de una y otra parte, por poca que fuese
su esperanza de volver cargados de botin. Aliábanse además con quien lo solici-
taba , con tal que redundase en su provecho y no sufriesen menoscabo sus fran
quicias , de modo es que Froya los hizo entrar con facilidad en su contienda , y
pasó con ellos las fronteras españolas. Los invasores se entregaron á sus acos-
tumbrados excesos, y devastaron campos y aldeas hasta llegar á Zaragoza. Allí
habia de detenerse tan terrible agresión ; el ejército enviado por Recesvinto con-
tra los Vascones .los atacó de improviso, é hizo en ellos espantosa matanza ; los
que pudieron librarse de la espada goda, buscaron la salvación en los montes in-
mediatos , y Froya , hecho prisionero , dícese que fué castigado con la muer-
te (1). Sin embargo , muchas ciudades dieron asilo á los Godos rebeldes que si-
guieron el partido de Froya , y se negaron á entregarlos al rey; amenazadas por
las victoriosas armas de Recesvinto , no se intimidaron , y manifestaron estar
prontas á rechazar la fuerza con la fuerza. No obstante, no se declararon en plena
rebelión , y se limitaron á exponer sus quejas y á reclamar contra los infinitos
abusos deque eran víctimas, versando principalmente sus representaciones acer-
ca de los tributos que las agobiaban. Recesvinlo usó de su victoria con modera-
ción, prestó oidos á las quejas délas ciudades, y prometióles justicia y reparación .
(1) Tajón, ad Quiric, Esp. Sagr. f. XXX, p. M\
CAR. IV.— ESPAÑA GODA 75
En cuanto á los rebeldes, ofreció convocar un concilio para decidir de su suerte, A- de JG
y usar para con ellos de clemencia en caso de obtener el consentimiento de la
asamblea Esta promesa determinó la sumisión de las ciudades sublevadas , y
el orden quedó restablecido.
Fiel á su palabra, Recesvinlo convocó un concilio en Toledo, que fué el VIII y 633-
el primero á que asistieron yen que firmaron los magnates. Reunido el concilio á,
16 de diciembre, presentóle el rey un memorial en cinco artículos (1), en el cual,
después de hacer en primer lugar la profesión de la fé católica, amonestaba y
rogaba á los prelados que no solo determinaren lo que concernía á las cosas sa-
gradas, sino también dieren orden en el estado del reino ; entre otras cosas, pi-
dió ser investido del derecho de gracia y amnistía para los delitos contra el rey,
y la asamblea discutió y votó acerca de todos los puntos que le fueron some-
tidos, con la independencia y libertad que caracterizaba á aquella época , mezcla
singular, como todas, de bien y de mal ; pero á la que no puede negarse la con-
ciencia del derecho y de la dignidad individual , si bien la conculcaba muchas
veces. La elección de los reyes ofrecía en la práctica grandes dificultades , y el
concilio dedicó á ella una ley expresa , mandando que al morir el rey se proce-
diere á la elección de su sucesor en el mismo lugar de su muerte por los obispos
y los grandes del palacio reunidos , y no por la conspiración de un corlo núme-
ro ó por medio de un movimiento sedicioso (2). Establecióse también que cuan-
tos bienes adquiriesen los reyes después de su elevación pertenecerían á la co-
rona, sin que por pretexto alguno pudiesen pasar á sus herederos, quienes solo
podrían heredar el patrimonio que en la época de su elevación poseyese el rey,
saludable disposición que fué acompañada de una rebaja general de los tributos.
Recesvinlo procuró igualmente no hacer mas que un pueblo de los Romanos ó
Españoles y de los Godos; hasta entonces el derecho civil romano , consignado
en la ley de Alarico , habia sido el único seguido por los Españoles, y los Godos
reconocían por norma el código de Eurico. Semejante diferencia desapareció en la
época de que venimos tratando , y el código visigodo, es decir el de Eurico, con
las leyes de sus sucesores que á él fueron añadiéndose , de lo cual se formó en
tiempo de Recesvinto el libro de las leyes , el libro de los jueces ó el libro de los
Godos , conocido después con el nombre de Fuero Juzgo , hízose la ley general
de ambas naciones. Las disposiciones que prohibían el matrimonio entre los in-
dividuos de ambas razas fueron abolidas (3) , medidas fundamentales que fue-
ron deliberadas y acordadas todas ellas en los varios concilios ( VIII , IX y X
de Toledo ) que se reunieron durante el presente reinado , uno de los mas dila-
tados de la época goda. En aquel cuyos principales cánones hemos examinado
(el VIII) fué concedido á los reyes el mas hermoso derecho de la corona , el
de hacer gracia en materia de delitos de Estado , del cual no parece que los
monarcas godos hubiesen gozado hasta entonces. Los Judíos admitidos en la co-
(4) Concil., tom. VI, p. 394. Concil. Hisp. , t. IV. p. 538.
. (2) Ab hinc ergo et deinceps ita erunt in regni glorian) praeficiendi rectores, ut aut in urbe regia
aut in loco ubi princeps decesserit,cum pontificum majorumque palatii omnímodo eligantur assen-
su ; non forinsecus , aut conspiratione paucorum , aut rusticarum plebium seditioso tumullu. Con-
cil. Tolet. VIII, c. 4 o.
(3) Leg. I dedispos. nup., de^'udic. et judicat. God. Leg. Visig.
A de J. C
76 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
munion católica fueron por un momento objeto de su severidad ; cierlas costum-
bres conservadas , una repugnancia invencible hacia la carne de cerdo les hicie-
ron acusar de apostasía ; pero confesada por los Judíos esta repugnancia , acom-
pañada de la protesta de que en todo vivían como buenos y verdaderos cristia-
nos, cesó la persecución, y el concilio se limitó á redaclar nuevos reglamentos,
que forman parte del Código de los Visigodos (1). Este reinado parece haber si-
do destinado todo él á úiiles trabajos, y lo que, según algunos, se realizó defini-
tivamente en el reinado de Wamba, tuvo al parecer, un principio de ejecución en
tiempo de Recesvinto: hablamos de la división y del deslinde de las diócesis. Las
turbulencias , los desórdenes , las guerras habian confundido mucho las juris-
dicciones metropolitanas , y una en particular , la de Emérita , habia sido redu-
cido á la nada. En tiempo de su poder y de sus conquistas, los Suevos habian
hecho dependientes de Braga las diócesis de que en Lusilania se apoderaron , y
luego no se habia introducido modificación alguna en semejante estado de cosas.
66t>. Oroncio, metropolitano de Emérita , reclamó cerca de Recesvinto , y reunido un
concilio en aquella ciudad , devolviéronse á su metropolitano las diócesis que
eran antes sufragáneas suyas. Es notable en el hijo de Cliindasvinto el aleja-
miento en que tuvo de los altos cargos del Estado á sus hermanos y parientes.
Lucas de Tuy y Rodrigo de Toledo mencionan en sus crónicas los planes con-
cebidos por sus hermanos para que la corona quedase en un miembro de su
familia , planes á que Recesvinto jamás se prestó , dicen los mismos cronistas,
por respeto al derecho nacional de elección. Por espacio de mas de veinte y tres
años, á contar desde el dia en que fué admitido en el trono en vida de su padre,
672, gobernó este rey con prudencia y firmeza, muriendo por último á 1.° de setiembre
en Gérticos , pueblo situado á cuarenta leguas de Toledo , en medio de los tes-
timonios de amor y desconsuelo de los obispos y magnates.
(1) Fuero Juzgo, lib. XU, t, II, I., 16.
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CAP. Y.— ESPAÑA GODA
77
CAPITULO Y.
Elección de Wamba.— Insurrección de los Vascones.— Rebelión del conde Hilderico en la Galia
Narbonense.— Traición de Paulo. — Sumisión de los Vascones.— Campaña de Wamba contra Pau-
lo.—Toma de Narbona y de Nimes. — Castigo de los conjurados. — Triunfo de Wamba. — Influen-
cia civilizadora de la Iglesia. — Circunstancias particulares de este reinado. — Primera invasión y
derrota délos Sarracenos de África. — Traición de Ervigio y abdicación de Wamba. — Conci-
lios XII, XIII y XIV de Toledo.— Egica.- Concilios XV, XVI y XVII de Toledo.— Conjuraciones.—
Asociación de Witiza en el reino.
Desde el año 672 hasta el 701.
Aun descartada de cuantas fábulas se ha querido rodearla , la elección de
Wamba no deja de ofrecer un carácter extraordinario. La natural turbulencia
de los hombres de aquella raza goda , siempre ruda é indócil á la ley , se ma-
nifestó también en aquella circunstancia , y á pesar de las formalidades
solemnemente establecidas por los concilios de Toledo para la elección de los
reyes, procedíase siempre á ella algo tumultuosamente. Esta vez la elección fué
acertada, y el sucesor de Recesvinto puede clasificarse entre los mejores reyes
que tuvo España durante el período godo. Al morir aquel monarca , Wamba se
encontraba en Gérticos con los principales dignatarios civiles , militares y eclesiás-
ticos del reino , y fijando todos los ojos .en él , se reúnen y le aclaman sobera-
no (1). Wamba, á quien el brillo de una corona deslumhraba muy poco, rehusa
la honra que se le hacia; en vano se le ruega , se le insta; en vano se le repre-
senta que el interés de la nación exige un rey experimentado y prudente; Wam-
ba persiste en su negativa, hasta que uno de los presentes desenvaina su espada
y amenazándole con ella , cuéntase que dijo estas palabras : «Serás rey. Te he-
mos elegido, y debes aceptar. Serás rey, ó morirás á mis manos (2).» Los gran-
(1) ....Eligieron al rey Bamba, que desde antes en los corazones de las gentes estaba destina-
do 6 imaginado por futuro rey. Garibay, lib. VIII, de los Reyes godos que reinaron en España,
c. XXXIX, p. 351 .—Sebastian de Salamanca explica del modo siguiente la muerte de Recesvinto y la
elección de su sucesor : — Igitur Recesvindus Gothorum rex ab urbe Toleto egrediens in villam pro-
priam venit, cui nomen erat Gérticos , qui nunc in monte Caurae dignoscitur esse, ibique proprio
morbo decessit. Cumque rex vitam finisset, et in eodem loco sepultus fuisset, Wamba ab ómnibus
praeclectus est in regno era DCCX. Sed ille renuens et adipisci regnum nolens, tamenaccepit invitus,
quod postulabat exercitus: statimque Toletum advectus in ecclesiam metrópolis Sanctae-Marise est
in regno perunctus. Sebast. Salmant., c. 2.
(2) Cui acriter reluctanti unus ex officio ducum audacter in médium prosiliit, et minaci con-
tra eum vultu, educto gladio, prospiciens dixit: Nisi consensurum te nobis promittas, gladii hujus
mucrone modo truncandum te scias...— Julián de Toledo, contemporáneo y sucesor de Quirico en la
dignidad de metropolitano de Toledo, nos ha conservado estas palabras en el principio de su Hist.
de la esped. de Wamba contra Paulo.
78i HISTORIA GENERAL I>E. ESPAÑA.
des apartaron la espada, y otra vez rogaron á Wamba que aceptase, y entonces
el elegido cedió á sus instancias, no sin manifestar cuan grande sacrificio era
para sus años y sus aficiones encargarse del gobierno del Estado. El pueblo todo
aplaudió la elección , y veinte y nueve dias después de la muerte de Recesvinto,
Wamba, de regreso á Toledo, fué ungido y coronado en la iglesia de Santa María,
entre las aclamaciones de la muchedumbre , por manos del metropolitano Quirico.
— La crónica añade que en aquel momento una abeja , que fué vista por todos
los circunstantes, se levantó de la cabeza del rey y voló á lo alto, como señal de
la futura felicidad de aquel reinado (1).
Wamba, que habia sido hecho rey á pesar suyo , era muy digno de gober-
nar á ios hombres , y el mismo año de su elevación hubo de hacer frente á dos
enemigos : los Vascones ó Navarros se sublevaron , no precisamente contra
Wamba , sino contra la dominación visigoda; tal era su costumbre á cada va-
riación que en el gobierno ocurría; muerto el rey, daban el grito de insurrec-
ción, y por lo regular cada reinado empezaba por una guerra mas ó menos feliz
contra los Vascones. Wamba reunió un ejército para dirigirse á la Yasconia, y
estaba ya muy cerca de ella cuando recibió la noticia de una insurrección quizás
mas grave aun. Hilderico , conde de Nimes, aprovechando la ocasión que le pa-
recía favorable para hacerse señor independiente de la Galia gótica , acababa de
levantar contra Wamba la enseña de la rebelión. Gumildo, obispo de Magalona,
y un joven ambicioso , llamado Raximiro ó Remigio , abad de un monasterio de
la diócesis de Nimes , los cuales no carecían de cierta influencia, se unieron á
él , y por su mediación abrazaron su causa los pueblos y las ciudades inmedia-
tas , en tanto que Hilderico, rodeado de sus hombres de armas, hacia y deshacía
á su voluntad. Aregio , obispo de Nimes, que se negó á tomar partido por él,
habia sido cargado de cadenas y conducido mas allá de las fronteras francas. Al
propio tiempo, Hilderíeo habia dispuesto del obispado de Nimes «como habria he-
cho con su propio patrimonio, » dice el autor de la historia de Languedoc , y lo
habia dado á Remigio. Cada día tomaba la insurrección mas pronunciado carác-
ter , siendo urgente no dejar que se extendiese y propagase por toda la Galia gó-
tica, y entonces fué cuando Wamba , entre sus capitanes mas experimentados,
escogió á Paulo, de origen griego , dice Julián de Toledo (2), para marchar
contra Hilderico con parte de sus mejores tropas. Paulo , que bajo su exterior
frivolo ocultaba una ambición profunda, y que habia soñado en ceñir una corona,
vio en el cargo que Wamba le habia confiado un medio para aumentar su propia
grandeza ; llegado á la provincia de Tarragona, ganó las voluntades del duque
Ranosindo y del gardingo Hildigiso, y los sedujo por medio de magníficas pro-
mesas (3). Entre ellos se convino en que se confiaría la custodia de las principales
plazas de esta parte de la Tarraconense que forma hoy la provincia de Cataluña,
á oficiales adictos y de confianza; que bajo pretexto de que así lo habia manda-
do el rey, Ranosindo é Hildegiso reunirian sus tropas con las de Paulo;que pasa-
(1) Ea hora pr;csentibus cunctis visa est apis do ejusca pite exilire, et adeoelum volitare, ethoc
signum facturo est á Domino, ut futuras victorias nuntiaret, quod postea probavit Cventus. Sebast.
Salmant., Ghr.
(2) Paulus... qui erat de Gra>corum nobili nalione, in Gallias destinavit.
(3) Julián. Tolct., Hist. Wambne regis Toletani, c. 7.
CAP. V.— ESPAÑA GODA. 19
rian los Pirineos , y que no arrojarían la máscara hasta encontrarse dueños de
Narbona. Los conjurados se pusieron de acuerdo hasta en el modo como se daria
la corona á Paulo.
Tales maquinaciones no pudieron quedar tan secretas que no transpirase
de ellas algo, yArgebaldo, arzobispo de Narbona, que llegó á sospecharlas,
disponíase á impedir á Paulo la entrada en la ciudad ; mas como los rebeldes lle-
garon de improviso , antes que hubiese podido poner á la ciudad en estado de
defensa , fuerza ie fué acomodarse al tiempo , y Paulo la ocupó con su ejército,
enseñoreándose de ella como de plaza conquistada. Poco después reunió á los
oficiales de su ejército y á los principales habitantes, mandó comparecer afe-arzo-
bispo, y luego de haber reconvenido á este ásperamente por haber hecho prepa-
rativos de guerra contra el enviado de Wamba , encargado de pacificar la pro-
vincia de las Galias, añadió ser cosa manifiesta el descontento que á los Narbo-
neses causara la elección de Wamba, que por nadie era ignorada la fueraa que
había debido hacérsele para que aceptara la corona , peso superior al que él
podía sostener. Pintó á Wamba como un anciano sin carácter ni energía , bajo
cuyo gobierno era imposible gozar de tranquilidad y bienandanza , é insinuó que
se haria un gran servicio al estado y aun al mismo Wamba nombrando á olro rey
digno de empuñar el cetro y capaz de gobernar con mano varonil y firme. La
farsa necesitaba de un desenlace , y Ranosindo , que estaba en el secreto , manifes-
tó ser este mismo el pensamiento de todo el ejército, que muchas provincias ha-
bían cesado de reconocer la autoridad del nuevo rey, y que nadie, según él, era
mas digno de mandar á los Visigodos que Paulo , que acababa de usar tan firme
y modesto lenguaje. La turba aplaudió ; aclamaciones de antemano preparadas
salieron de varios puntos de la asamblea , y Paulo fué proclamado rey. Los con-
jurados, queriendo que nada faltara á la usurpación, propusieron que se coronase
al momento al nuevo rey , y así se hizo. La corona estaba dispuesta , pues á su
paso por Gerona , Ranosindo habia despojado al mártir san Félix de la corona de
oro que al santo ofreció el católico Recaredo. Hilderico , Gumildo y Remigio
aprobaron tan singular elección , y Paulo , de grado ó por fuerza logró reunir
bajo su dominación toda la Galia gótica y gran parte de la actual Cataluña. Al-
gunos gobernadores francos le prometieron, mediante estipendio , el auxilio de
sus armas , y el rebelde nada omitió , no solo para defenderse en la Septimania
de cualquiera agresión por parte de Wamba , sino también para prepararse y
abrirse el camino de Toledo.
Wamba se hallaba ocupado en reducir á los Vascones sublevados cuando
supo la traición de Paulo y la singular escena ocurrida en Narbona (1). En tan
(4) Refieren algunos historiadores, y entre ellos Mariana, quejsupo estas cosas por una carta
del mismo Paulo, que es un curioso monumento de insultos y amenazas. Otros escritores ponen ea
duda su autenticidad, pero nada tiene de inverosímil que Paulo), hombre jactancioso y deslenguado,
que pretendía acreditarse con el vulgo y la muchedumbre que suele á las veces cebarse y hacer
caso de tales desmanes, la escribiese y enviase. Dice asi:
EPÍSTOLA PACU PERF1DI WAMBAHO REGÍ.
In nom. Dom.
Flavius Paulus summus rex Orientalis Wainbae regí Austri.
Si jam ásperas et inhabitabiles montium rupes percurristi, si si jam fertosa et sylvarum nemo-
ra, utleofortissimus, pectore confregisti: si jam caprearum cursum cervorumque saltum, apro-
80 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
grave peligro, llamó á sus capitanes y pidióles consejo; unos opinaron que el rey
no se hallaba en estado de entrar al momento en campaña contra los rebeldes , y
que era prudente dar vuelta á Toledo para reunir fuerzas , y otros en mayor nú-
mero dijeron que convenia reprimir sin pérdida de tiempo la indigna rebelión
de Paulo y de sus partidarios. Wamba dio la razón á los últimos , pero declaró
que encontrándose allí para combatir con los Vascones, importaba ante todo
vencerlos. El ejército godo, poseído de indecible ardor, persiguió á los Navarros
basta sus inexpugnables baluartes; los soldados de Wamba llegaron á las cum-
bres mas elevadas de sus temidas montañas , destruyeron sus fortalezas , y ocu-
paron sus pueblos y ciudades. Esta expedición fué llevada con tal ardor que,
según se dice , bastaron siete dias para volver á la obediencia todo el país de los
Vascones; Wamba aceptó los acostumbrados tributos, dice Julián de Toledo, y
celebrada la paz , se encaminó á las Calías (1). Ante todo, empero , quiso que
volvieran á la senda del deber los habitantes de aquella parte de la Tarraconense
que habia entregado á Paulo la traición de Ranosindo y de Hildigiso , y se enca-
minó hacia el Ebro, recobrando en pocos dias varias plazas, y entre ellas Bar-
celona y Gerona. El obispo de esta última ciudad , por nombre Amador , salió á
su encuentro y le presentó una carta de Paulo, en la que decía al obispo que no
se alarmara por las noticias de la expedición de Wamba , que este no había de rea-
lizarla nunca, y que en tan poco tenía sus amenazas, anadia, que le autorizaba
para abrir las puertas de su ciudad episcopal á aquel de ambos reyes que prime-
ro se presentase. Cuéntase que Wamba se sonrió al recibir la carta , y en efecto,
Paulo habia tomado sobre sí el cuidado de allanarle el camino.
Wamba dividió su ejército en tres cuerpos : el primero marchó por Castrum
Libyse (2) , capital de los Ceretanos ; el rey tomó el mando del segundo , que ha-
bia de operar en el centro , y el tercero penetró en el Rosellon por el camino de
la costa, apoyado por la armada que cruzaba por aquellas aguas. Paulo habia
tomado sus disposiciones para disputar á su adversario los pasos de los Pirineos,
y el fuerte de Clausura (3) , construido para la defensa de uno de los principales
rum ursorumque edacitates radicitus edomuisti: si jam serpentum vel viperarum venenum evo-
muisti; indica nobis, armiger, indica nobis, domine sylvarum et petrarum amice. Nam si hsec
omnia accubuerunt, et tu festina ad nos venire, ut nobis abundanter Philomelae vocem retexas. Et
ideo, magnifico vir, ascendit cor tuum ad confortationem: descende usque ad clausoras. Nam ibi
invenies Oppopumbeum (sic) grandem cum quo legitime possis concertare.
Carta de Paulo al pérfido rey Wamba.
En nombre del Señor.
Flavio Paulo, supremo rey del Oriente, á Wamba rey del Mediodía.
Dime, ó guerrero, dime en hora buena, ó Señor de los bosques, y amigo de las peñas, si has
penetrado por las asperezas de los montes inhabitables; si has roto con tu pecho como fuerte león,
las espesuras y troncos de las selvas, si has vencido á los ciervos y venados en ligereza; si has do-
mado á los jabalíes, y acabado con los osos devoradores; si vomitaste por fin el veneno chupado á
las víboras y serpientes. Si has cumplido ya todas estas hazañas, ven, ó cantor gilguerillo, á re-
crear nuestros campos; ven, ó hombre grande y de gran pecho, hasta las bocas de los Pirineos, que
aquí está el terrible destructor de todos los males, con quien podrás pelear sin desdoro de tus fuer-
zas.—Esp. Sagr., t. VI, p. 533.
(1) Acceptis obsidibus tributisque solitis, et pace composita, directo itinere in Gallias profec-
turi accedunt
(2) Puigcerdá.
(3) Dábase por lo general el nombro de Clausura; á las fortalezas levantadas en los puertos ó
pasos de los Pirineos, pero llamábase por excelencia Caslrum Clausura; un castillo muy fuerte
CAP. Y. — ESPAÑA GODA. 81
puertos , le habia parecido de importancia tal que encargó su custodia á Rano-
sindo é Hildigiso. En él estaban encerrados con fuerzas considerables al atacar-
le las tropas de Wamba , y á pesar de su presencia, fué la plaza tomada muy en
breve. Ranosindo, Hildigiso y otros rebeldes de nota, hechos prisioneros, fue-
ron enviados al rey con las manos atadas á la espalda. Caucoliberes , Yul turaría
yCastrum Livise cayeron igualmente en poder de Wamba, y Yitimiroen íin, ge-
neral de Paulo, que se hallaba con guarnición de soldados en Sordonia, otra for-
taleza en el territorio de los Ceretanos , creyó no deber esperar al enemigo , y
partió en secreto para llevar á Paulo noticia de lo que pasaba. Sordonia se rindió
poco después (1).
Dueño Wamba de cuantas plazas habían abrazado la causa de Paulo en
esta parte de los Pirineos, pasó aquellos montes sin obstáculo , bajó á los valles
del Rosellon, y acampó en ellos durante dos dias esperando á las dos restantes
divisiones de su ejército, que se reunieron con él en la tarde del segundo dia,
después de apoderarse también de las plazas que habian encontrado á su paso.
Aquella noche fué consagrada al reposo , de que tanto necesitaban los sol-
dados , y á la mañana siguiente , el ejército emprendió la marcha con dirección
á Narbona. Allí esperaba Wamba encontrar á Paulo y castigarle de su traición,
mas Paulo se habia retirado á Nimes con Gumildo, confiando á Yitimiro el cui-
dado de defender á Narbona. Una numerosa división del ejército godo se presen-
tó ante los muros de esta plaza é intimó la rendición á su gobernador , quien se
negó á ello con arrogantes palabras. Entonces , y sin pérdida de momento , los
capitanes de Wamba ordenan el asalto; los soldados se lanzan á los fosos; Vite-
rico sostiene con valor el ataque, y durante tres horas logra rechazar de todos los
puntos á los enemigos. Los Godos redoblan sus esfuerzos, ponen fuego á las
puertas , arriman escalas al adarve, y penetran en la plaza. Yitimiro y los suyos
no se dan aun por vencidos , y enciéndese de nuevo la pelea en las calles de la
ciudad ; los soldados de Wamba se abren paso , dispersan y matan cuanto les
resiste. Yitimiro se acoge á una iglesia con algunos de los suyos ; pero, perse-
guido y descubierto, cae en poder de los soldados que le hacen prisionero. Arge-
baldo y el primicerio Galtricio cayeron también en poder de la tropa, y en el fu-
ror que á esta animaba recibieron maltratos , á pesar de la leal conducta que
habia observado el primero , que solo contra su voluntad se hallaba comprome-
tido en la rebelión (2).
Siguieron los leales la victoria , y con la misma facilidad entraron por fuer-
za las ciudades de Agde , Beziers y Magalona, en que fueron presos algunos de
los principales rebeldes, y en particular Remigio, obispo de Nimes. Solo esta pla-
za, en que Paulo habia reunido sus mas ardientes partidarios, estaba aun por el
usurpador. Wamba envió una división compuesta de sus mejores tropas para
construido á poca distancia del trofeo de Pompeyo en el Pertus. Este sitio conserva aun su antiguo
nombre, y se llama Puerto de Clusas.
(*) Uvittimirus tamen unus ex conjuratis, qui se in Sordoniam constitutus clauserat, nostros,
irrupisse persentiens, statim aufugit, et tantae cladis nuntium Paulo in Narbonam perlaturus ac-
cessit. Julián. Tolet., Hist.Wambfe, etc.
(2) Así lo dice Rodrigo de Toledo; pero Julián, el historiador contemporáneo de estos sucesos,
dice terminantemente que Argebaldo era tan culpado como Paulo y sus cómplices, y que merecía la
muerte.
TOMO II. 11
82 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Ie JC' rendirla , y él estableció sus reales á cuatro ó cinco leguas de la ciudad hacia el
norte, con todo el grueso de sus fuerzas , como si temiera una invasión por parte
de los Francos, con la cual en efecto se le habia amenazado. Las tropas enviadas
673. contra Nimes llegaron á su destino al despuntar del alba del último dia del mes
de agosto, y al momento tomáronse las convenientes disposiciones para el ataque.
Los de la plaza , que creían tener que combatir con fuerzas más considerables,
cobraron ánimo, y pidieron marchar al enemigo; mas Paulo, que temia una em-
boscada, moderó su ardor, y los contuvo detrás de los muros. A poco rato de ha-
ber salido el sol, los Godos dan la señal del combate y acometen las fortificacio-
nes ; los soldados de Paulo no cejan , antes bien llegada la tarde rechazan á los
Godos con pérdida, quedando por ellos toda la ventaja. La noche puso fin á la pe-
lea, y convencidos los generales de Wamba de que sus soldados no eran bastante
numerosos para ganar la plaza por asalto, envían al instante mensajeros al rey
solicitando socorro. Wamba con igual diligencia les envió diez mil hombres que
llegaron al pié de ios muros de Nimes al salir el sol del dia siguiente l.8 de se-
tiembre, y al momento dióse orden de intentar un segundo asalto.
Informado Paulo de que los sitiadores acababan de recibir considerables
refuerzos , empezó á desmayar, si bien, procurando disimular sus temores, fingió
alegrarse de la noticia recibida. Dijo á los suyos que tenían ya á lodos sus ene-
migos delante ; que allí estaba todo el ejército de Wamba , y que una vez ven-
cido, no le quedaría ni un soldado ; según él, los Godos habían de volver las es-
paldas al primer encuentro, y no habia que hacer mas sino rechazar con vigor y
sin miedo su primer empuje. En tanto las tropas de Wamba se habían adelantado
hasta el pié de los muros, provistos de todos los instrumentos bélicos empleados
entonces en los asaltos de las plazas; sus cuernos habían dado la señal. Los sitia-
dos corren á las murallas, y son recibidos con una lluvia de flechas y de piedras;
á su vez hacen jugar sus ballestas y sus hondas, y el combate se hace general.
Peleábase desde la salida del sol, y á la hora quinta, es decir, á las once de la
mañana, los cercados, cansados y enflaquecidos con la gran carga y priesa que de
fuera les daban, abandonan el muro. Los del rey redoblan sus esfuerzos : unos
ponen fuego á las puertas, otros con picas y palancas arrancan las piedras de los
adarves, y ábrense al fin camino hasta el interior de la ciudad; rompen entonces
por las primeras calles que encuentran , matando y destrozando á cuantos se les
oponen, y quedan por fin dueños de la plaza. Era miserable espectáculo , dice el
P. Mariana, ver á la gente de Paulo acometida y apretada por frente y por las es-
paldas de los suyos y de los contrarios con tanto estrago y matanza, que las ca-
lles y plazas se cubrían de cuerpos muertos y estaban alagadas de sangre. Los
gemidos de los que morían, los ahullidos de las mujeres y niños, la gritería y el
estruendo de los que peleaban resonaban por todas partes.
Sean cuales fueren las causas déla guerra, estas son sus consecuencias : el
buen derecho mata lo mismo que la iniquidad, exclama el historiador Romey, de
quien hemos tomado la presente relación de la campaña de Wamba, que á su
vez tradujo él teslualmente del relato de Julián de Toledo , citado varias veces.
Los partidarios mas ardientes de Paulo corren con él á refugiarse en el Circo,
y se fortifican en su recinto (1), y solo la noche pone fin á la matanza de los re-
(1 ) El anfiteatro de Nimes, llamado las Arenas, era uua verda dera fortaleza. La puerta oriental
CAP. V. — ESPAÑA GODA. 83
beldes que no fueron bastante afortunados para retirarse al último asilo que abri-
gaba á sus jefes. Los vencedores godos se enseñorearon de la ciudad, y colocaron
centinelas en todos los puntos abandonados por los vencidos; Paulo continuaba en-
cerrado en el magnífico anfiteatro romano que se conserva aun en Nimes, y por
una singular coincidencia aquel dia cumplia un año de la elección de Wamba.
Paulo, insultado por el pueblo y maltratado por los Francos y Galos de los paí-
ses inmediatos á quienes atragera á su partido mediante salario, despojóse aquel
mismo dia voluntariamente del manto real y de todas las insignias de la sobera-
nía, que hasta entonces habia llevado con cierta afectación. Nimes pasó aquella
noche sumida en la desolación de una ciudad saqueada.
Paulo tenia á su lado gran número de compañeros, pero á pesar de sus dos
torres y de su fuerte construcción, el anfiteatro no podía servirles de asilo duran-
te mucho tiempo. Además carecían de víveres, y habiéndose gran parte de los
habitantes declarado contra ellos, no les era fácil procurárselos. En tan crudo
trance, deliberaron acerca de lo que debian hacer, y resolvieron que lo mas segu-
ro era implorar el perdón del rey. Los vencedores en tanto se entregaban al des-
canso con intento de aguardar al monarca para que se le atribuyese la gloria de
poner fin á la guerra , y además pretendían alcanzar perdón para los culpa-
dos, que es cosa natural, dice Mariana, tener compasión de los caídos, principal-
mente cuando son deudos de una misma nación como eran los vencidos en gran
parte. El obispo de Narbona, Argebaldo, fué elegido entre los cautivos y co-
misionado por todos para salir al encuentro del rey. Partió en efecto revestido
de sus hábitos episcopales y acompañado de una reducida escolta, y encontró á
Wamba á unas cuatro leguas de Nimes, poco después de haber salido de su cam-
pamento para dirijirse á la ciudad conquistada, rodeado de sus capitanes cubier-
tos de ricas armaduras. El rey montaba á caballo, y al verle Argebaldo se apeó
del suyo, se dirigió á él, le saludó é hincóse de rodillas, despidiendo en abundan-
cia de sus ojos y su pecho lágrimas y sollozos. Wamba le mandó levantarse (1),
y Argebaldo le explicó entonces el objeto de su misión. Conmovido por sus pala-
bras, el rey perdonó la vida á todos los culpables, pero como el obispo insistiese
para obtener gracia cumplida, Wamba le interrumpió con enojo, diciendo: «Note
toca imponerme leyes ; ¿ no'es bastante haberte hecho gracia de la vida ? A tí
solo concedo perdón cumplido, añadió ; para los demás nada prometo (2) . » En
seguida envió á Nimes algunos caballeros para que hicieran cesar los atropellos
y las violencias de cualquiera parte que procedieren, y pregonaran su próxima
llegada ; y trascurridas pocas horas, la polvareda que los caballos levantaban
anunciaron la presencia de Wamba y de sus Godos. Sus armaduras, sus espadas
desnudas que reflejaban los rayos del sol en una hermosa mañana de setiembre,
despedían fulgores tales que se creyó ver á una legión de ángeles guiando al
ejército de Wamba (3). Gran multitud esperaba al rey á las puertas de la ciudad;
del anfiteatro romano habia sido en los primeros tiempos de la dominación visigoda, flanqueada de
dos .torres, llamadas Torres de los Visigodos, que existían aun á principios de este siglo.
(1 ) Ut erat misericordiae visceribus affluens, et ipse illachrymans, sublevan episcopum a térra
praecepit. Julián. Tolet. Hist. Vambae.
(2) Tibi ergo soli me ex toto peperci&se sufficiat, pro reliquis vero nlbil promitto. Id. id.
(3) Cumque sol refulsisset in clypeis, gemino térra ipsa lumine coruscabat: ipsa quoque ra-
84 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
soldados y ciudadanos habían acudido á saludarle, y algunas órdenes que dio
públicamente, y que revelaban su solicitud en favor de la población, concilláronle .
desde el primer momento el amor de los habitantes. Faltaba apoderarse de Paulo
y de sus cómplices, que continuaban encerrados en el anfiteatro, y algunos caba-
lleros de Wamba, al frente de un destacamento de caballería, se dirigen á aquel
lugar, derriban sus puertas, y penetran en él sin que se les oponga la me-
nor resistencia. Los Francos y los Sajones á sueldo de los conspirados se rindie-
ron sin condición alguna, y Paulo y los demás caudillos de la rebelión fue-
ron hallados á duras penas en las cuevas que habitaron en otro tiempo los ti-
gres y leones destinados á los juegos del circo. Sacados de su escondrijo para ser
presentados á Wamba, Paulo, pálido y con el rostro demudado, andaba á pié en- .
tre dos caballeros que le sujetaban cada uno por un mechón de su gótica cabelle-
ra (1). Llegado ante su vencedor, Paulo se prosternó, «humilde conducta, dice
un historiador, que contrastaba con la arrogancia que afectara durante su prospe-
ridad pasajera,» y desciñóse el cinluron militar, como degradándose á sí mismo.
El rey dirigióle algunas reconvenciones (2), lo mismo que á los demás promove-
dores de la rebelión que sucesivamente le fueron presentados , y mandó luego
encarcelarlos fijando el día en que serian juzgados por sus pares en presencia
del ejército. Los Francos y los Sajones prisioneros fueron puestos inmediatamen-
te en libertad (3); perdonóse también á los Galos, Españoles y Godos que habian
tomado en la rebelión una parte secundaria, y guardóse toda la severidad para los
principales traidores. El rey dedicó sus primeros cuidados al restablecimiento
del orden, mandó atender á los heridos, enterrar á los muertos, reparar los mu-
ros, reponer las puertas, y devolver á los habitantes el botín cogido en el saqueo
de los dias anteriores. Los objetos tomados á los rebeldes fueron por orden suya
llevados á su presencia, y entre ellos escogió y devolvió á las iglesias los orna-
mentos y vasos sagrados deque Paulo se apoderara, recobrando el mártir san Fé-
lix su corona que, según expresión del historiador Lafuente, fué para Paulo verda-
dera corona de martirio. Todo lo demás lo abandonó á los soldados, y no solo no
se quedó cosa alguna para él, sino que Jos obsequió y regaló con dinero suyo
propio.
El dia tercero de su entrada en la ciudad (5 de setiembre), Wamba se cons-
tituyó en tribunal en compañía de sus caballeros y capitanes, y allí, en presencia
del ejército formado en batalla á ambos lados de los jueces, mandó comparecer á
diantia arma fulgorcm solis sólito plus augebant. Sed quid dicam?... Ubi divina protectio evidentis
signi ostensione monstrata est.¡Visum estenim... angelosqueipsos,etc. Julián. Tolet. Hist. Wambfe.
(4) Dúo e ducibus uostris equis insidentes, protensis manibus hinc inde Paulum in medio sui
constilutum innexascapillis ejus manus lenentes, pedissequa illum profectione oblaturi principi
deferunt. Id. id.
(2) Cum jam ante equum principis Paulus ipse, vel Cfeteri hujusmodi factionis capti, perduc-
tiquc consisterent : Cum in tanto, ait, malo vesanias prorupistis, ut pro bonis mala milii responde-
réis ? Sed quid immorabor? ite et estote sub custodiis deputati, quousque censura de vobis agitetur
judicii. Id. id.
(3) Estos Francos y Sajones eran aventureros atraídos á la Galia gótica por su amor á la guer-
ra y al pillaje. Wamba estaba entonces en paz con el rey de Austrasia ; pero los gobernadores fran-
cos vecinos de la Galia gótica eran en gran parte independientes, y sin haber guerra declarada en-
tre los reyes de ambas naciones, estos gobernadores se permitían á veces guerrear por su cuenta
por la tierra de los Visigodos. Romey, P. 1 .a c. XVI.
CAP. V. — ESPAÑA GODA. " 85
Paulo y á sus compañeros (1). Intimó al primero que dijese si le habia ofendido,
si le habia irrogado injusticia, si le habia dado motivo alguno de queja. «Conju-
róte en nombre de Dios omnipotente , que en esta asamblea de hermanos,
entres conmigo en juicio, y me digas delante de ellos si en algo te he ofendido, ó
si te he dado jamás ocasión que te pudiera excitar á tomar las armas contra mí y
á erigirte en tirano (2).» Paulo contestó que, lejos de abrigar queja alguna con-
tra Wamba, la confianza que el rey depositara en él habíale proporcionado los
medios de venderle, y que reconocía no tener su traición disculpa alguna. Igual
preguntase dirigió á los demás conjurados , y sus respuestas fueron análogas.
Leyóse enseguida el juramento de fidelidad prestado por cada uno de ellos á
Wamba, y á continuación el juramento que á Paulo prestaran de no deponer las
armas hasta despojar á Wamba de la soberanía ; y la asamblea, aplicando á los
reos los cánones de los últimos concilios relativos álos atentados contra los reyes,
los condenó á muerte y á la confiscación de bienes. Julián de Toledo nombra ade-
más de Paulo á veinte y siete condenados, entre los cuales figura en primer lu-
gar Gulmido, obispo de Magalona La mayor parte de los nombres parecen ser
godos, y entre ellos no se encuentra el de Hilderico, conde de Nimes, causa
primera de la guerra, que sin duda habría muerto. Wamba, dueño de la existen-
cia de sus enemigos , usó de la prerogaliva que los concilios dieran á los monar-
cas, é hizo á todos gracia de la vida, limitándose á condenarlos á cárcel perpetua
y á perder sus cabelleras.
Vino á la sazón aviso de que el rey franco Ghilperico se acercaba con sus
huestes para pelear contra los Godos, y Wamba salió á campaña, esperando al
enemigo por espacio de cuatro dias; no quiso, empero, romper por las tierras de
Francia á pesar de que en el relato de Julián de Toledo se dice que así lo desea-
ban él y sus capitanes, porque no pareciese que era el primero en quebrantar las
paces que tenia asentadas, y para evitar al país inútiles calamidades . Sin embargo,
recibida nueva de que un capitán franco, llamado, á lo que parece, Lupo, gober-
nador por el rey de Neustria de la Aquitania austrasiana, colindante con la Sep-
timania, corría los campos de Beziers, talando, quemando y robando cuanto se le
ponia delante, salióle el rey al encuentro con parte de su gente ; en poco estuvo
sorprender á los Francos en Aspiran, entre Pezenas y Lodeva; pero, desconfiado
Lupo de sus fuerzas, se retiró á lo mas alto de los montes inmediatos, dejando
abandonados sus bagajes para huir con mas presteza (7 de setiembre).
Victorioso Wamba de sus enemigos, detúvose algunos dias mas en las Ga-
lias, con objeto de restablecer las cosas al estado que tenían antes de los últimos
acaecimientos. Toda la Seplimania habia sufrido mas ó menos bajo la dominación
del usurpador que acababa de ser derrocado, y nombró nuevos jueces, destituyó
á algunos gobernadores odiados por las poblaciones, proveyó, alo que parece, al-
(4) Hic igitur sceleratissimus Paulus, dum convocatis,adunatisque ómnibus nobis idest senio-
ribus cunctis palatii, gardingis ómnibus, omnique Palatino Officio, seu etiam adstante exercita
universo in conspectu gloriosissimi nostri domini, cum praedictis sociis suis judicandus adsisteret...
Judicium in tyrannorum perfidia promulgatum. Julián. Tolet. c. 35.
(2) Conjuro te per nomen Omnipotentis Dei, ut, iu hoc conventu fratrum meorum, contendas
mecum judicio, si aut te in aliquo lsesi, aut occasione qualibet malitiae nutriyi, per quod excitatw
hanc tyranidem sumeres, vel hujus regni suscipere attentares.Id. id.
86 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
gunos obispados vacantes por la rebelión de aquellos que los ocupaban, en una
palabra, antes de pasar los Pirineos, piso en orden iodos los asuntos de la pro-
vincia. En Elna ó Cañaba, dio las gracias y despidió al ejército godo, según el
uso de la época, y con su comitiva tomó el camino de Toledo, á donde deseaba
volver después de seis meses largos de ausencia. En pocos dias se halló á las
puertas déla real ciudad.
Su entrada fué un verdadero triunfo (1). Los rebeldes cabalgaban en flacos
rocines y vestían trajes oscuros y humildes , iban descalzos , con una cuerda ce-
ñida al cuerpo , y llevaban rapado el cráneo, las cejas y la barba. Paulo se dis-
tinguía entre ellos por la corona de cuero negro que llevaba en las sienes, signo
irrisorio de la que habia querido usurpar (2). Venia luego el rey , rodeado de
nobles y caballeros , con limpias armaduras , y así atravesó la ciudad sin cesar
ni un punto las aclamaciones de la muchedumbre. Paulo y sus cómplices fueron
llevados á la prisión que les estaba destinada ; entre ellos habia algunos ecle-
siásticos , como eran un diácono de Barcelona , los obispos de Livia , de Agde y
de Magnelona , el abad Remigio y otro abad de Beziers. Entre los seglares lla-
maba la atención Vitimiro por su arrogante continente.
Desde aquel momento, Wamba pudo dedicar toda su atención al gobierno
civil 4e España. Toledo fué engrandecida y embellecida; ordenáronse obras
públicas en varios lugares , y las vias romanas y los acueductos reparados , re-
velan la solicitud de Wamba en pro del bien público. Decidido protector de la
paz, no deja de ser singular que, después de una guerra civil en que habia triun-
fado, y cuando los Godos no se hallaban en hostilidad con nadie , creyera nece-
sario luego de su llegada á Toledo, m 1.° de noviembre, publicar la ley De his
qui ad bellum non vadunt (3) , ya fuese que hubiese experimentado dificultades
para reunir un número suficiente de soldados en su pasada campaña, ya que te-
miese para la patria próximos peligros. Por dicha ley se dispuso que así los se-
glares como los eclesiásticos habían de tomar las armas al primer llamamiento
de los condes ú otros oficiales encargados del gobierno de las provincias , y se
conminaron contra los que á» ella faltaren severos castigos como el destierro,
la confiscación de bienes , y aun penas corporales para los miembros de la na-
ción de un rango inferior. Esta ley hizo para los obispos y eclesiásticos todos una
(4 ) Véase á Julián de Toledo , e. 29 y 30.
(í) Rex ipse proditionis prsehibat w capite omni confusionis ignominia dignus, et picea ex
coriis laurea coronatus. Id. Id.
(3) E por ende establecemos en esta ley , que deste dia adelante, quando que quier que los
enemigos se levantaren contra nuestro regno , si quier sea obispo , si quier clérigo , si quier conde,
si quier duc , si quier ricombre , si quier infanzón , ó qual que quier omne que sea en la comarca de
los enemigos, ó si fuera legado déla frontera acerca dellos, ó si llegar allí á ellos por aventura de
dotra tierra , todo que sea cerca de la frontera fasta C, millas da quel logarose faz la lid, depuesque
ge lo dixiere el rey ó su omne, ó pues que él lo sabe por sí en qual manera se quier, si man á mano
n«n fuere presto con todo su poder para defender el regno , é si se quisiere escusar en alguna mane-
ra, é non quisiere ayudar á los otros man á mano por amparar la tierra, si los enemigos ficieren al-
gún damno, oca tivaren algún omne de nuestro pueblo, ó de nuestro regno, aquel que non quiso salir
contra lo-, enemigos por algún sniedo , ó por cscusacion , 6 porenganno , 6 no quiso seer presto por
amparar la tierra, si es obispo ó.clérigo é non oviere onde faga enmienda del damno que ficieren los
enemigos en la tierra , sea cebado fora de la tierra conio mandare el príncipe,. Y esta pena mandamos
que ayan los obispos , é los sacerdotes, é Jos diáconos é los clérigos que non an dignidad... E délos
otros legos establecemos , etc. Fuero Juzgo , li.b. IX, 1. II., 1. 9.
CAP. V- — ESPAÑA GODA. 87
obligación de lo que hasla entonces solo habia sido costumbre , y esto aun en A- de J- G-
ciertas localidades , y los redujo á llevar las armas como los demás ciudadanos.
Para comprender bien esta ley , para no deducir de elía consecuencias muy
falsas , y no caer en apreciaciones erróneas acerca del espíritu que á la misma
presidió, es necesario atender que en la época de que estamos tratando, en laEuro-
pa toda y mas aun en España , como tendremos ocasión de explicar mejor en la
ojeada que nos proponemos á su tiempo dirigir sobre la edad media , la Iglesia,
los eclesiásticos se hallaban mezclados en todo, así en las artes de la paz como en
las artes de la guerra : en todas partes se encontraban , y el espíriiu de la igle-
sia , la ilustración prodigiosa de sus miembros comparada con la de los demás
hombres , vivificaba y suavizaba la existencia social. En beneficio de la socie-
dad, que según un publicista, es muy posible que hubiese entonces perecido á no
salvarla laíglesia, esta se seculariza, por decirlo así, é interviene en todos losasun-
tos así del Estado como de los particulares. Legisladora, filósofa , sabia, artista,
guerrera, así se encuenlra en los palacios, en las asambleas , en las escasas bi-
bliotecas salvadas del cataclismo, en los campamentos, como en los templos y mo-
nasterios. La edad media es el gran canto de la epopeya eterna de la Iglesia. De
esta parlicipacion , dirección casi, diremos mejor , del clero en el movimiento y
en la vida general del pueblo, de la lucha que sin cesar habia de sostener contra
los instintos bárbaros y la crasa ignorancia de los nuevos pobladores de Occi-
dente, resultaron sin duda algunos vicios; la ambición , el amor al mundo y sus
deleites se desarrollaron quizás mas de lo debido en algunos miembros de la ge-
rarquía religiosa; algunos, sin dejar de ser los menos bárbaros y los mas inteligen-
tes de la nación , se dejaron arrastrar por la corriente ; la Iglesia quizás perdía
en independencia algo de lo que ganaba en acción, mas el bien se hacia y el ge-
nio civilizador de la Iglesia salía por todos los caminos al encuentro de la bar-
barie invasora. Soldado con el soldado , pueblo con el pueblo , magnate con el
magnate, de nuevo reprodujo la misión social de propaganda que habia realizado
durante el imperio romano. Antes hizoá los hombres cristianos, ahora hacia á los
bárbaros hombres, ¿quién se maravillará de su preeminencia ? «A esta su inter-
vención eonlínua en las disensiones, en las guerras , en los reglamentos civiles,
dice un escritor nada sospechoso de parcialidad (1), debe la España las fuerzas
que la sostuvieron en su lucha contra el islamismo ; á ella debe su nacionalidad.
A sus concilios , al espíritu belicoso de su clero , al entusiasmo religioso, ala
mezcla de superstición y de sentimientos caballerescos que nació en los siglos
siguientes , cuando el cristianismo y la religión de Mahoma lucharon cuerpo á
cuerpo; al espíritu y al sentimiento religioso, productos naturales de la época gó-
tica-bárbara-eclesiáslica , debe la España el ser de que disfruta. »
Varios concilios se celebraron en tiempo de Wamba , y en un mismo año se 675.
reunieron dos, uno en Braga y otro en Toledo (el XI), al que concurrieron diez y
siete obispos casi todos de la provincia cartaginense. El estudio de las actas de
los concilios puede parecer inútil á ciertos hombres obcecados por su repugnancia
á cuanto es eclesiástico; mas para aquellos que quieren conocer bien una época,
que desean comprender cual era su pensamiento , y sentir cual era su vida; pa-
(1) Romey, Hist. de Esp. P. 1 ." c. XVr.
88 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ra aquellos que están persuadidos de que solo es verdadera ciencia histórica la
que muestra á los hombres y á la sociedad de un tiempo dado con todas sus di-
ferencias características, y si así puede decirse pintorescas, para estos es á buen
seguro mas instructivo este estudio que el de las crónicas meras narradoras de
sucesos , en cuanto bajo aquel polvo sepulcral hay todavía algo que se mueve y
vive. El concilio de Braga nos hace saber curiosas particularidades; dispúsose en
él que en el sacrificio de la misa no se usare de leche ni de racimos de uva, sino
solo de pan y vino, mezclándose agua en el cáliz conforme ala antigua tradición.
Prohibióse á los presbíteros tener en su compañía otra mujer que su madre; man-
dóse que los obispos fueren á pié á las procesiones y no llevados en silla por los
diáconos , é impúsose excomunión y destierro á los obispos que mandaren azotar
álos presbíteros , abades ó diáconos subditos suyos. El primer canon del concilio
de Toledo , cuya abertura se fija en 7 de noviembre , establece las reglas que
cada uno ha de observar en los concilios , y no deja de ser singular que
se creyese necesario determinar lo siguiente : « En las sesiones del conci-
lio , dice el expresado canon , se observará una gran modestia en las acciones
y palabras, un gran silencio y un gran respeto. Siempre que se tenga que ha-
blar se haráen términos mesurados, sin encolerizarse, sin chanzas y sin injurias.»
El canon tercero priva de su dignidad á los eclesiásticos que intervengan en jui-
cios que pueden producir sentencia de muerte ó mutilación de miembros, é insís-
tese en el último en la celebración anual , tantas veces mandada, de los concilios
provinciales.
Ignórase si fué en este concilio ó en otro convocado poco tiempo después, que
á instancia de Wamba se señalaron los límites y distritos de los obispados del reino,
esto en el dudoso supuesto de que no sea este hecho invención de algunos histo-
riadores. De cada silla metropolitana, capital política al mismo tiempo de una de
las seis provincias que formaban el reino de los Visigodos , dependían cierto nú-
mero de diócesis ; la división en seis grandes provincias era ya muy antigua, y
el nuevo decreto , sin variar en lo mas mínimo esta división general, se limitó
á cambiar los límites de algunas diócesis y la extensión de las metrópolis.
Las seis sillas metropolitanas eran Toledo , Sevilla , Mérida , Braga , Tarragona
y Narbona ; de Toledo dependían diez y nueve diócesis , ocho de Sevilla , trece
de Mérida , ocho de Braga , quince de Tarragona y ocho de Narbona. Ignórase
por qué razón fueron dejadas dos diócesis, las de Legio y Lucum, fuera de la nue-
va constitución. De esto se deduce que el reino de los Visigodos contaba, ademas
de los seis centros principales que hemos nombrado , setenta y cuatro ciudades
ó diócesis.
El hecho de la división de diócesis atribuida á Wamba es calificado de fá-
bula por algunos escritores . entre los cuales se cuentan los eruditos Flores y
Masdeu,y el mas moderno historiador Lafuente. Para sentarlo así, se apoyan en
muy sabias investigaciones y en datos muy convincentes (1) , pero los au-
tores antiguos , y después de ellos Mariana , hablan todos de esta división,
y por esto hemos creído deber dar cuando menos una sucinta noticia de la
misma.
(4) Véase á Floros, Esp. S'ayr., t. IV. y í Masdeu.ffist. crít.deEsp., t.lX, p.485,edic. dalW*.
CAP. Y. — ESPAÑA GODA. 89
También en dicho concilio toledano ó en olro se crearon á instancia del rey A de J- c«
nuevos obispados en pueblos pequeños y aldeas , y aun en iglesias particulares,
«que fué , dice Mariana (1), un celo piadoso, pero indiscreto en el rey , y en
los obispos una disimulación y deseo demasiado de agradaíle , sin tener respeto
á las leyes eclesiásticas que vedan así bien hacer dos obispos en una misma ciu-
dad , como poner obispos en lugares pequeños. »
El cuidado que puso Wamba en la disciplina militar de sus ejércitos , le
fué de mucho provecho para impedir una irrupción de los Sarracenos , que ya
enlonces eran dueños del África , y no conten los con anchas tierras , deseaban
todavía mas dilatadas conquistas. Acometieron por el estrecho de Gibraltar con
una armada naval de doscientos sesenta buques , que por pequeños que fuesen,
dice Masdeu , debían llevar gran número de combatienies. Los autores que ha-
blan de este armamento no cuentan qué batallas hubo, solo dicen en general que
por el valor de los nuestros fueron vencidos en tierra los enemigos, y perecieron
en la mar todas sus naves, unas quemadas y oirás echadas á pique (2). Ignórase
la fecha precisa de este acontecimiento , pero es probable que se verificara á fi-
nes del reinado de Wamba. Yasco le coloca en el año 675 y Perreras dos años
después.
El P. Mariana (3) y oíros escritores , siguiendo á los dos cronistas del si-
glo IX Salmaticense y Albeldense, sientan que Ervigio , hijo de Ardobasto (4),
admilido en la privanza de Wamba , fué el instigador de esla invasión sarrace-
na , con la esperanza de que obtendría el mando del ejército para combatirla, y
que esto le proporcionaría ocasión para escalar el trono. Frustradas sus espe-
ranzas , no se extinguió su ambición de reinar , y al ver la corona en la frente
de un anciano robusto aun y lleno de vida , al considerar que una elección libre
le ofrecía pocas probabilidades de buen éxito, pues Teodofredo, hermano de Re-
cesvinto, se hallaba á la cabeza de un partido poderoso, recurrió para asegurar-
se la corona auna traza que tuvo mas de lo depravado que de lo ingenioso. Dio m
á beber al rey un brevaje que le hizo caer en tan profundo letargo que se le cre-
yó muerto ó á lo menos agonizante ( 14 de octubre , domingo ), y apresuróse
entonces á hacerle cortar el cabello y á revestirle con un hábito de penitente,
según costumbre de la época. Al recobrarse , admiróse el rey de encontrarse sin
cabello y en hábito de monge , y haciendo , como dice Masdeu , de la necesidad
virtud , no trató de violar las leyes que privaban de la corona á los tonsurados,
y en dos escritos firmados de su mano manifestó el deseo de tener á Ervigio por
sucesor, y encargó á Julián, metropolitano de Toledo , que le ungiese según cos-
tumbre. El que habia aceptado la corona de rey como un sacrificio , la dejó sin
(1) Hist. gen.de Esp.l. VI, c. 44.
(2) CCLXX naves Sarracenorum , Hispaniae littus agressse, occurrentibus ejusexercitibus, om-
nes ibid deletae sunt, et ignibus concrematíe. Luc. Tud. Chron. Mundi.
(3) Mariana , Hist. gen. de Esp., 1. VI , c. 14.
(i) En tiempo de Chindasvvinto , un joven griego llamado Ardobasto , desterrado, á lo que se
dice de Constantinopla , vino á España en busca de un asilo. Según algunos , Ardobasto era hijo de
Atanagildo , nieto de Hermenegildo , y por este y por su abuela Ingunda , era el Griego de sangre
goda y franca. Bien recibido por Chindasvvinto, adelantó tanto en su privanza que casó algún tiem-
po después con una prima carnal del rey, y de este matrimonio nació Ervigio de que aquí trata-
mos. Los escritores antiguos le llaman Ervigio , Eringio y Ervicio.
tomou. 12
90 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. violencia y con el mismo desprendimiento y desinterés con que la habia tomado.
Antes por evitar los males de una guerra civil que, en el caso de empeñarse en
conservarla, veia ya inminente , se inmoló por segunda vez á la tranquilidad pú-
blica , y descendió gustoso de un trono á que habia subido con repugnancia, re-
tirándose á hacer vida de monje en el monasterio de Pampliega ( cerca de Bur-
gos), donde vivió ejemplarmeníe el resto de sus días, siete años y tres meses (1),
aunque algunos dicen mas, y otros un año solo. Su cuerpo estuvo en dicho mo-
nasterio hasta que Alonso el Sabio lo hizo trasladar á Toledo, á la iglesia de
santa Leocadia.
Ervigio (Erwig), proclamado rey en virtud del deseo expresado por Wam-
ba y del consentimiento de los prelados y grandes de palacio , al dia siguiente
de haber aquel recibido la tonsura , fué ungido el domingo 22 del mismo
mes por Julián metropolitano de Toledo, y desde aquel momento empezó para él
la existencia agitada y atormentada de remordimientos que no acabó sino con
su reinado. En un principio conoció la necesidad de acallar las sospechas que
abrigaba el pueblo contra él , así como de robustecer su autoridad , y para ello
681> convocó un concilio nacional en Toledo (el XII) á los tres meses de haber ceñido
la corona. Presentóse á la asamblea con la mayor humildad y veneración, y en-
trególe tres importantes documentos: el primero, firmado por los grandes palati-
nos , atestiguaba que Wamba en peligro de muerte habia recibido la tonsura y
el hábito religioso ; era el segundo la abdicación del mismo Wamba , en que
significaba su deseo de que le sucediera Ervigio, y el tercero una carta del propio
Wamba al metropolitano Julián , recomedándole que ungiese al nuevo rey con
las formalidades de costumbre. Los obispos examinaron estos papeles , y decla-
raron legítima y regular la elección de Ervigio , como acredita el primer canon
del concilio , á propósito del cual se pretende por algunos poner en mal lugar á
los Padres del concilio. « En vista de dichos documentos, dice el historiador La-
fuente (2) , los Padres del concilio , que tantas leyes habían hecho sobre la forma
de elección , declararon legítima la de Ervigio.» Pues qué ! ¿es acaso probable
que fuese tan pública , y sobre todo tan probada la traición de Ervigio , para que
el concilio echase sobre sí el peso de sumir á la nación en los horrores de una
guerra civil? ¿No estaba allí la abdicación de Wamba, su deseo de que le sucedie-
ra Ervigio , que parece apartar hasta la sombra de la duda? « Aun cuando Ervi-
gio hubiese tenido alguna parte en la enfermedad y tonsura del antecesor , dice
Masdeu (3), pudieron los Padres de Toledo confirmarle en el reino , ó porque ya
no habia remedio para deshacer lo hecho, ó porque era muy grande en la corte el
partido del nuevo rey.» Téngase además en cuenta que si bien la trama de Ervi-
gio ha adquirido grandes probabilidades de positiva, no lo es tanto que no haya
autores que no la pongan muy en duda , entre otros el mismo Masdeu ya citado.
Los que no vacilan en echar sobre el concilio XII de Toledo el cargo de servilismo
y hasta de abyección ante la potestad real , aun adquirida por un delito , vean y
atiendan al canon segundo , en el que en presencia de Ervigio , el presunto usur-
pador de la corona , así en bien del pueblo , para desvanecer todo peligro de
(1 ) Masdeu , Hist. erit de Esp. t. X, p. 242.
(2) Lafuente, P. 4 a I. IV. c. VII.
(3) Hist. crit. de Esp. t. X , p. 24 2.
CAP. Y.— ESPAÑA GODA. 91
guerra eivil , como en vergüenza del delincuente, en caso de que el delito se hu-
biese cometido, se dice: « Los que han recibido la penitencia estando enfer-
mos , aun que estén privados de sentido y no la hubiesen pedido antes , lleven
siempre el hábito penitencial;» y á continuación se añade : « Pero los presbíte-
ros no la impongan sino á los que la pidan , y si alguno la da á los que están
privados de conocimiento , quede excomulgado.»
El concilio declaró contraria á los cánones la creación que hiciera Wamba
délos pequeños obispados, de que antes hemos hablado, y templó el rigor de la
ley De his qui ad bellum non vadunt, quitando como injusta la pena de infamia
impuesta por dicho rey á los que no acudieren á la guerra cuando fueren llama-
dos. «Con esto, dice Lafuente, acabó de extinguirse en el pueblo godo el espíritu
y la energía militar que Wamba habia logrado hacer revivir en su reinado.»
Confirmáronse además las leyes contra los Judíos que el mismo Ervigio habia pu-
blicado, y á fin de que las iglesias no estuviesen por mucho tiempo vacantes,
facultóse al metropolitano de Toledo para consagrar á los obispos de las que vaca-
ren en ausencia del rey (1), «que fué, dice Mariana, una prerogativa de gran im-
portancia, y como abrir las zanjas y echar los cimientos de la primacía que esta
iglesia tiene sobre las demás de España.»
Innegable es, sin que esto haya de entenderse en la mas mínima contradic-
ción con lo sentado, que en las disposiciones de este concilio se trasluce cierto
espíritu de animosidad contra el rey anterior, y esto hace suponer á un historia-
dor (2) que Wamba, después de su victoria contra Paulo, gobernó quizás con
cierta aspereza que hubo de lastimar la altivez de la oligarquía gótica, que era el
primero, ó por mejor decir el único elemento de aquel gobierno, elemento per-
nicioso es verdad, en el mero hecho de ser oligárquico, y que á fuerza de que-
rer dar la preeminencia á la sangre goda, se encontró impotente para rechazar la
invasión sarracena. Sin embargo, todo en el mundo se compensa; si España du-
rante los siglos de que venimos tratando era, como otras veces hemos tenido oca-
sión de decir, el pueblo mejor gobernado de Europa, si su código de leyes no re-
conocía rival, si sus costumbres eran las mas suaves de Occidente, si no pre-
senció los excesos y las devastaciones con que afligió á Francia el establecimiento
de sus monarquías, si, en una palabra, era la nación mas civilizada entre todas,
debíalo á su oligarquía mucho mas ilustrada de la que los tiempos comportaban.
El pueblo perdia quizás en fuerzas lo que en bienestar y en civilización ganaba.
Esta era España.
No produjo el concilio toledano XII los resultados que de él esperaba Ervi-
gio, y el pueblo no recibió las disposiciones dadas por la asamblea como el rey ha-
bría deseado. La masa de la nación conservaba al penitente dePampliega indes-
tructible afecto, y Ervigio pudo conocer por la frialdad que por él se mostraba que
eran vanas todas sus diligencias. Habria querido borrar hasta el recuerdo de la
gloria de Wamba, que no le dejaba un momento de reposo; habria querido apar-
tar de sí una preocupación que tenia todos los caracteres del remordimiento, y
agitado, atormentado, acudió de nuevo al concilio para que procurará con él el
(1) Conc. Tolet. XII, c. I.
(2) Romey, Hist. de Esp. P. 1 .a c. XVI.
92 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
leJ' c afianzamiento de su autoridad. Para ello, pues , en el cuarloaño de su reinado
683. (domingo 1." de noviembre) reunió un concilio que fué el XIII de los Toledanos,
y el mas numeroso de todos , pues firmaron en él setenta y cinco obispos ( pre-
sentes ó representados por vicarios), cinco abades, tres dignidades y veinte y seis
grandes (1).
Los setenta y cinco obispos, según se desprende de las actas del conci-
lio, eran (2) : De la jurisdicción de Toledo, Julián, metropolitano, presidente
del concilio, y sus sufragáneos, los obispos : Leandro de Elche ; Palmacio, de
Urci ; Concordio, de Palencia ; Antoniano, de Barti ; Gregorio,, de Oreto; Agricio
de Alcalá ; Próculo, de Bigastro ; Ella, de Sigüenza ; Sonna, de Osma; Sempro-
nio, de Arcavica ; Asturio, de Játiva ; Deodorato, de Segovia ; Sármata, de Va-
lencia ; Floro, de Mentesa ; Olipa, de Segorbe, y Riccilano, de Acci ; Gaudencio,
de Valeria; Rogato, de Beacia, y Félix, de Denia, estaban representados por sus
vicarios :
De la jurisdicción de Braga, Liuba, metropolitano ; Froarich (nombre sue-
vo al parecer), obispo de Porto ; Hilario, de Orense ; Félix, de Iria ; Eufrasio,
de Lucum ; Oppas, de Tuy; Atula, de Cauria, y Aurelio, de Astúrica, represen-
tado este por su vicario :
De la jurisdicción de Emérita, Esteban, metropolitano ; Monofonso, obispo
de Indaña ; Mirón, de Conimbrica ; Reparato, de Viseo ; Gundulfo, de Lamego;
Unigiro, de Avila ; Ilolemundo, de Salamanca ; Tractemundo, de Ebora ; Juan,
de Beja ; Bellito, de Faro, y Ara, de Lisboa :
Déla jurisdicción de Sevilla, Floresindo, metropolitano ; Cuniuldo, de Itá-
lica ; Mumulo, de Córdoba ; Teuderac, de Sidonia ; Geta, de Ilipla ; Teodul-
fo, de Ecija ; Gratino, de Egabro ; Sigebaldo, de Tucci, y representados por sus
vicarios, Argebado, de Illíberis, y Samuel, de Malaca:
De la jurisdicción de Tarragona, Cipriano, metropolitano, representado por
su vicario Spasando ; Stercoreo, obispo de Auca ; Cicilio, de Tortosa ; Eusendo,
de Lérida, y representados por sus vicarios, Idalio de Barcelona ; Valdered, de
César Augusta ; Juan, de Egara ; Eufrasio, de Calagurris; Atilano, de Pam-
plona ; Gadiscaklo, de Osea ; Leuberich, de Urgellum; Gaudilano, de Ampurias;
Jaime, de Gerona; Austerio, de Tarazona, y Wisefredo, de Vique :
De la jurisdicción de Narbona, Sunifredo, metropolitano, representado por
su vicario Pacato ; Crescitaro, obispo de Beziers; Vicente, de Maguelona, y re-
presentados por sus vicarios, Ausemundo, de Lodeva ; Claro, de Elna; Esteban,
de Carcasona, y Primo, de Agde. Brandila, y dos llamados Potencio firmaron,
el primero Laniobrensis , y los otros dos Uticensis y Verecemis, diócesis descono-
cidas, dice Ferreras, en España y en la Galia gótica. Finalmente un Reginicio,
de Auca, lo mismo que Stercoreo, firmó representado por un vicario. Los grandes
eran: Ostulfo, que firmó el primero (3), Teudila (4), Audemundo, Trasimiro y
(1) Viri ¡Ilustres Offici Palatini.
(2) Concil. Omn., p. 123o. Aguirre Collect. Max. Conc. Hisp., %, II, p. 694.— Como Romey, he-
mos creído curioso dar por una vez una nomenclatura completa de un concilio déla época. Losnom •
bres en los diferentes pueblos tienen un carácter que les es propio digno de ser observado.
(3) Ostulphus, comes, h«c instituía ubi interfui, annuens subscripsi.
(4) Tlieudila procer similiter.
CAP. V.— ESPAÑA GODA. 93
Recaulfo, proceres ; Ubadamiro, Recaredo, Egica, Sisebuto, Suniefredo, Adeliab,
y Salamiro, condes todos de la cava y duques (1); los condes palatinos Argemiro y
Ataúlfo (2); los condes y capitanes de guardias Guiliango, Alterico, Nilaco, Seve-
rino, Traserico, Sisimiro y Terresario (3) ; Isidoro, conde de los tesoreros (4) ;
Valderico, conde de Toledo (5) ; Vítulo, conde del patrimonio (6) ; Cixila, con-
de de los notarios (7), y por fin Gisclamundo, conde de las caballerizas (8). Es-
tos títulos no eran puramente honoríficos , ni se transmitían de padres á hijos;
expresaban el cargo, no la nobleza hereditaria. Por nobleza solo entendían los Go-
dos la limpieza de raza, y si bien de ahí ha nacido la actual nobleza, si este es sin
duda su origen, conviene consignar aquí que en la época de que estamos tratando
un conde, un duque, eran hombres que desempeñaban los altos cargos públicos,
llevando consigo la investidura y el ejercicio.
Abierto el concilio con todas las ceremonias de estilo en la iglesia pre loríen-
se (9) de san Pedro y san Pablo, Ervigio se presentó á él, pronunció un corto
discurso, entregó al presidente de la asamblea un extenso memorial sobre los pun-
tos que deseaba someter á sus deliberaciones, y se retiró. Una de las cosas que
con mas insistencia solicitaba en su memorial era una general amnisíía para los
rebeldes que fueron condenados en tiempo de Wamba, y aunque alegaba en apo-
yo de su petición muchas y poderosas razones de humanidad, era fácil compren-
der que la política no era agena á su pretensión, en cuanto con ello adquiría
nuevos partidarios y aumentaba en otros tantos el número de los enemigos del
rey despojado. En otro artículo exponía á los miembros del concilio sus temores
para el porvenir de su familia, y les suplicaba que fuese puesta al abrigo de to-
do fatal evento. La asamblea satisfizo al rey en todos los puntos: decretó que fue-
sen puestos en libertad y reintegrados en la posesión de sus bienes los cómplices
de la rebelión de Paulo, é igual favor se concedió á cuantos desde el tiempo de
Chintila habian sido privados de su libertad y fortuna por delito de rebelión.—
«Atendiendo á las grandes obligaciones que debemos al rey, quien se esfuerza en
dar pruebas de su piedad, y en hacer experimentar á los pueblos que le eslán so-
metidos los dulces efectos de su clemencia y de su celo en pro de sus intereses,
dice el canon cuarto, prohíbese á todos bajo pena de excomunión, á los prínci-
pes, obispos, grandes y á cualquiera otra persona, causar mal á la reina Liubigo-
tona, su esposa, á sus hijos, yernos, etc., en sus personas, en sus dignidades, ni
en sus bienes (10).» — El canon segundo revela cuan celosos estaban los Godos de
sus franquicias y privilegios; en él se dispone, que por cuanto los reyes, sin justi-
ficación, habian privado á algunos del honor de palatinos, y condenádolos á muer-
te y á infamia perpetua, ningún palatino ni obispo pudiera ser privado de su ho-
ll) Comités scantiarum etduces. Uno de estos condes, Egica, fué después rey.
(2) Corniles cubiculi seu cubiculariorum.
(3) í-patharii et comités, seu comités spathariorum.
(4) Comes thesaurorum.
5) Comes civitatis Toletana?.
(6) Comes patrimonii.
(7) Comes notariorum.
(8) Comes stabuli.
(9) Pretcriense, por hallarse fuera de los muros, de pretorium , que es casa de campo.
(40) Aguirre, Collect. Max. Concil. Hisp., Concil. Tolet. XIII; c. 4, 1. II, p. «97.
A. de J. C,
94 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ñor ni hacienda, ni puesto á cuestión de tormento, ni encarcelado, ni castigado á
azotes, sin que se conozca de su culpa en junta de prelados, grandes y gardin-
gos ; que si se hallase culpado, se le castigue conforme á las leyes, y el que lo
contrario hiciere, sea escomulgado.
El canon tercero manifiesta el ahinco con que procuraba el monarca al soli-
citarlo captarse el afecto de sus pueblos que se obstinaban en no concedérselo,
por amor al rey penitente y por odio á la trama de que fué víctima. «Por cuan-
to se deben al erario público crecidos tributos con que están oprimidos los pue-
blos, dice, se da por firme y valedera la condonación propuesta por el rey de to-
do lo que deben hasta el primer año de su reinado.»
El canon quinto dispone «que ninguno se case con la viuda del rey, ni trate
torpemente con ella ; y el que lo contrario hiciere, sea su nombre borrado del
libro de la vida, aunque sea el rey (1).»
El sex!o, celoso del explendor de la sangre goda, preocupación constante de
los dominadores de España, prohibe conferir los cargos de la corte á siervos y li-
bertos, para que la sangre de la nobleza no se confunda con la de estas personas
En aquel mismo año, y apenas disuelto el concilio de que acabamos de tra-
tar, llegó á España Pedro, legado del pontífice León II, con cartas para el rey y
para algunos obispos, y con la misión de que la iglesia española, que no habia
asistido al concilio de Constantinopla, VI entre los generales, aprobase las actas
del mismo, en las que fué condenada, ademásde otros errores, la heregía de los
monotelitas (hereges que negaban en Jesucristo la existencia de dos voluntades,
divina la una y la otra humana), á fin de que en decisión tan grave no faltase el
voto de ninguna iglesia. No era fácil volver á reunir un sínodo nacional en tan
rigurosa estación, y mas cuando acababa otro de disolverse, y así fué, diceMas-
deu (2), que se tuvieron cinco concilios provinciales en Sevilla, Mérida, Braga,
684. Tarragona y Narbona, y luego en noviembre del siguiente año, con los diputa-
dos de ellos, se juntaron los votos en Toledo (concilio XIV), firmando todos la
adhesión al concilio ecuménico mencionado. «Así, dice Lafuente (3), se iba reco-
nociendo prácticamente en la iglesia de España la supremacía de la silla de Ro-
ma. » Con estas palabras revela el historiador citado participar de la opinión
que tanto ha cundido durante algún tiempo, cuando las impugnaciones y los ti-
ros de toda clase contra la sede de Pedro, parecían estar en moda, fatales res-
tos de la sistemática y mezquina oposición del pasado siglo: opinión, según la
cual la iglesia gótica y las demás vivían del lodo independientes del Sumo Pontí-
fice, al cual se da únicamente el título de obispo de Roma. Hoy que , gracias al
cielo, la generalidad de hombres que á las letras y en particular al estudio de la
historia se dedican, están libres de las pequeñas preocupaciones que sobre este
punto cegaron á nuestros padres, hoy que la ciencia histórica ha dado tan gran
paso, es evidente, y por nadie puede ponerse en duda, que la iglesia de España
nunca se consideró independiente de Roma ; que no habia de ir reconociendo
(4) Sit nomen ejus abrasum et deletum de libro vita?, ut tartáreas judicii poenas excipiat, qui
hace decreta honestatis devoverit violanda. Aguirre, Collect. Max. Cono. Hisp., p. 698.
(5) Hist crít de Esp., t. XI, p. 244.
(3) Hist. gen. de Esp. P. 1.a, 1. IV, c. VII.
CAP. V. — ESPAÑA GODA. 95
prácticamente, como supone el historiador citado, la supremacía de la sede apos- A' de J* c'
tólica porque la ha reconocido siempre, uniéndose en este punto al concierto uni-
versal de todas las demás iglesias del orbe, que reunidas en el centro de unidad
establecido por el mismo Jesucristo, forman, desde el primer momento de su ins-
titución, una sola iglesia católica. Todo ello lo demostraremos á su tiempo, pero
hemos creído no deber dejar pasar sin este correctivo las palabras que sobre el
concilio XIV de Toledo deja escapar D. Modesto Lafuente, palabras que á mu-
chos habrían podido inducir en error por la autoridad de que justamente goza el
historiador que las ha proferido.
Nada bastaba para devolver la quietud al ánimo desosegado de Ervigio,
que vivía siempre temeroso de que el partido de su antecesor pudiese algún dia
denigrar su memoria y oscurecer el lustre de su casa. Llamó, pues,áEgica,
primo hermano de Wamba, y le ofreció la mano de su hija Gixilona con promesa
de hacer lo posible para asegurarle la sucesión al trono , con tal que se obli-
gase con juramento á proteger y amparar á su familia después de su muerte.
Egica escuchó con mucho placer estas proposiciones , juró lo que el rey quería, y
se casó con Cixilona. Ferreras fija este enlace á principios del reinado de Ervigio,
en 681 ; pero careciendo como carecemos de todo documento positivo que pueda
ilustrar este punto , parece mas verosímil creer que hubo de celebrarse á fines
de este reinado, en 686 ó 687.
Sin otro hecho notable que la reparación del puente y murallas de Mérida,
que se hizo durante su reinado, el receloso monarca cayó gravemente enfermo
en Toledo. El dia antes de morir reunió á los obispos y grandes de palacio , y
relevándolos del juramento de fidelidad, abdicó la corona en favor de Egica, que
fué al momento aclamado rey.
Ervigio habia reinado siete años y algunos días , y á no ser por las circuns-
tancias especiales que le rodearon , por el desamor del pueblo que no pudo olvi-
dar, ó su delito , ó la memoria de su antecesor , habría sin duda dejado fama de
buen rey y entendido gobernante. Esto es lo que hizo decir al P. Mariana hablan-
do de Ervigio estas palabras que encierran al parecer una contradicción , como
la encierran los grandes esfuerzos de Ervigio para hacerse amar y consolidar su
poder , y la leal insistencia del pueblo godo en no rodear su trono del afecto que
le merecieran sus antecesores : « Su memoria y fama , dice el mencionado histo-
riador al terminar la explicación del reinado de Ervigio , fué grande , aunque ni
agradable ni honrosa. »
Antes de la ceremonia que elevó al trono á su yerno , Ervigio se hizo ton-
surar y tomó el hábito de penitente, á fin de hacer su resolución irrevocable.
Wamba, á lo que se cree, vivía aun en su monasterio, y pudo ver el triste fin
del hombre que le usurpara traidoramente la corona, así como la elección de un
sobrino á quien siempre habia querido y á quien abrigara un dia la esperanza
de tener por sucesor. Ervigio sobrevivió muy pocos dias á su abdicación , y mu- m.
rió en 15 de noviembre. Por aquel tiempo debió de fallecer también Wamba,
ignorándose la época fija de su muerte ; solo se sabe que tuvo el consuelo de
morir á tiempo, dice con nobleza un historiador inglés (1), para no ser testigo
(4) Universal History, etc.
96 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Adej.c. de la venganza ejercida por su sobrino en la familia de Ervigio y en cuantos sos-
pechaba que le habían ayudado en su traición.
Reconocido como rey , Egica entró desde aquel momento en el ejercicio de
la soberanía. « Todo el afán que puso el rey difunto , dice Masdeu , y todo el
cuidado que tomó para asegurar su honra y la de su familia, de nada le apro-
vecharon , pues como él habia traíado al antecesor , así le trató el sucesor, aunque
yerno, tomando los mismos caminos é instrumentos , de que él se habia valido:
¡tan loca es la presunción de algunos , que sin tener respeto á los demás, juz-
gan que han de ser respetados , y no temen que se les pueda hacer lo que ellos
hacen á otros (1)! »
68s. En. efecto, en 11 de mayo , Egica , por el deseo de tener contenta á la na-
ción , convocó en la corte un concilio que fué el XV de Toledo , y entre otras co-
sas sometió á la deliberación de los Padres la cuesüon siguiente: Al casarse con
Cixilona habia prometido amparar á la esposa , á los hijos , á los yernos, en una
palabra, á la familia toda de su predecesor , y al ceñir la corona habia jurado
hacer justicia por igual á todos sus subditos. Era el caso que Ervigio habia des-
pojado injustamente á muchos grandes de sus títulos y bienes en favor de los
miembros de su familia ; los despojados los reclamaban , y el rey tenia que hacer-
les justicia en virtud del segundo juramento , mas en este caso faltaba contra la
familia de Ervigio , á quien jurara protección. ¿Cuál de ambos juramentos le
obligaba mas fuertemente?— Después de una atenta deliberación, la asamblea de-
claró no obligatorio el primer juramento en circunstancias contrarias á la justicia,
y estableció que dicho juramento solo obligaba al rey á amparar á la familia de
Ervigio contra pretensiones injustas (2). «Así consignó solemnemente el décimo
quinío concilio Toledano el gran principio de que la justicia es el gran deber de
los reyes , y que ante él deben callar los intereses privados de familia, » exclama
el historiador Lafuente, como si anteponer lo justo á todo y enlodo no fuese una
obligación común á grandes y á pequeños.
Lo cierto es que Egica usó ó abusó de este canon , de esta especie de liber-
tad que se le daba respecto de la familia de su suegro , para tender la mano al
partido oprimido , y vengar á la vez las injurias de los ofendidos y las que sufrie-
ra Wamba. En su consecuencia, abatió y persiguió á la familia de Ervigio, cas-
tigó á cuantos grandes le eran sospechosos de haber sido cómplices en la trama
de que fué víctima su tio , y aun algunos dicen que repudió á Cixilona de quien
tenia ya un hijo.
Curioso es observar el espíritu y la tendencia que dominaba en los concilios
de la época en que nos hallamos , celosos hasta lo sumo de la dignidad real. Ha-
bíase prohibido en el décimo tercero de Toledo á las viudas de los reyes contraer
nuevo matrimoniólo mismo que mantener torpes tratos, y como no pareciese sin
69i. . duda suficiente esta precaución, en otro concilio celebrado en Zaragoza en 1.° de
noviembre , concilio que, al parecer , ha de contarse entre los nacionales, se or-
denó que las viudas de los reyes , para mayor seguridad y decencia , tomaran en
adelante el hábito religioso en algún monasterio de vírgenes.
(4) Masdeu, t. X, p. 244
(2) Sic ergo ab illis vinculis juramenti quibus socero ante juravit, principem Egicanem Regem
sancta synodus absolvendum elegit Conc. Tolet. XV, c. 33.
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CAP. V. — ESPAÑA GODA. 97
Gobernó Egica tranquilamente hasta el sexto año de su reinado en que Sise- A,693.ÍC'
berto , metropolitano de Toledo , sucesor del piadoso y sabio Julián , tramó con-
tra él una terrible conspiración. No solo el rey , sino todos los suyos y cinco
principales palatinos , habían de caer á los golpes de los conjurados ; pero descu-
bierta la trama , el castigo del metropolitano , autor principal de ella , se dejó por
orden del rey á disposición del concilio Toledano XVI, que se tuvo por aquellos
dias (2 de mayo) , y los Padres en pena de tan grave delito , le depusieron de la
¡silla metropolitana , le desterraron , le privaron de todas sus dignidades y honores,
y excomulgaron juntamente con él á los demás cómplices de la rebelión y á todos
los que en adelante imitasen tan escandaloso ejemplo (1). En este concilio se es-
tableció por primera vez que en todas las iglesias de España se rogase diaria-
mente en la misa por la vida y prosperidad del rey y de la real familia : costum-
bre ó rito que dura en nuestros dias con poca alteración en las palabras.
Ignórase la causa de la criminal conjuración , aunque se supone que llevaría
por objeto colocar en el trono á alguno de los parientes ó parciales del prelado,
y de ella no se sabe otra cosa particular, además de lo dicho , sino que causó mu-
chos alborotos é inquietudes , atribuyéndose por algunos (2) á efecto de la misma
la guerra que por aquel entonces hubieron de sostener los Godos contra los Fran-
cos. También es muy poco lo que de esta guerra sabemos , y la historia se limita
á decir que se dieron tres batallas , sin ventaja decisiva por ninguna de las par-
tes (3). Ño expresa de un modo positivo el origen de la guerra, ni como se ter-
minó , ni en qué sitios se trabaron las batallas mencionadas , y lo mas probable
parece ser que Eudo , que por aquel tiempo se habia declarado duque indepen-
diente de Aquitania, obrando de acuerdo ó sin relación alguna con Siseberto, lle-
vó sus tropas por tierras de los Visigodos , inmediatas á sus posesiones. El sabio
autor de la historia del Langüedoc presenta el hecho como cierto. « Sus correrías,
dice, que podían considerarse como una guerra declarada , duraron por espacio
de tres años , y fueron , á lo que parece , consecuencia de la conquista que Eudo
hizo entonces de la Aquitania austrasiana , situada en la frontera de los estados vi-
sigodos (4). » De ahí sin duda las tres batallas dichas ; Mariana sienta que en las
tres fueron desbaratados los Godos , pero Masdeu , apoyado en el texto ya citado
de Lucas de Tuy y en la crónica de Sebastian Salmaticense , impugna el hecho
que dice no tener mas autoridad que la de la palabra del erudito jesuíta (5).
Los concilios se celebraban casi anualmente , y mas que nunca pudo decirse
de los de este reinado haber sido verdaderas asambleas legislativas, según las
ideas y las circunstancias de la época; y ya fuese, como dicen unos, que descubrie-
se el rey otra sedición mas peligrosa todavía que la pasada , tramada por los
Judíos de España con sus correligionarios de África para conjurarse contra el rei-
(4) Ut quia necem Egicae manchinatus esset, honore, dignitate, rebus ómnibus priva tus, perpe-
tuum mittatur inexilium, inexitu vitaetantum conmunionem suscepturus.-CoI.-Max. Concil.Hisp.,
t. U, p. 743.
(2) Mariana, Hist. gen. de Esp., 1. VI, c. XVIII; Masdeu, Hist. crít. de Esp., t. X, p. 216.
(3) Cum Francis ter bellum gessit: sed nullum triumphum habuit, nec quidem victus fuit.
Luc. Tud., Chr.
(4) Hist. del Lang., 1. 1, p. 374.
(5) Masdeu, Hist, crít. de Esp., 1. c.
TOMO II. 13
98 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
A.deJ. c. nQ ^j. ^ p0r eSpíri|;U ¿e animadversión é intolerancia del siglo, dicen otros (2),
que todo pudo ser, si se atiende á que los Judíos , á quienes no contenia el amor
de la patria, habían de estar deseosos de sacudir el yugo que sufrían , y al odio
encarnizado que en aquellos tiempos se profesaba á la infeliz y maldita raza , el
rey convocó un concilio en la corte (el X VII Toledano) , á ios 7 días de noviembre
694. del siguiente año , y en el memorial con que inauguró sus sesiones , solicitó nue-
vas y severas penas contra los Judíos (3) , exceptuando á los que vivían en las
gargantas de los Pirineos (4), á los^que, por considerarlos inocentes de la trai-
ción expresada, colócalos de un modo especial bajo la protección del gobernador
de la provincia (5). Recargóse , pues , mas y mas la legislación contra la proscrita
raza; mandóse que todos los Judíos que habiendo sido recibidos en la comunión
cristiana, hubiesen judaizado ó conspirado contra el Estado, fuesen despojados
de sus bienes y reducidos á esclavitud (6) , y que á la edad de siete años se apar-
tasen de su lado sus hijos de uno y otro sexo , á fin de que, entregados á los fieles,
fuesen educados en la religión verdadera (7). La historia no dice si fueron estos
decretos ejecutados rigurosamente.
Según algunos historiadores , los Sarracenos intentaron por aquel tiempo
un desembarco en las costas de España , pero fueron rechazados con pérdida , y
la Península se vio libre otra vez de sus agresiones. Las nolicias que de este su-
ceso se tienen son pocas é inciertas (8) ; pero este hecho , lo mismo que otros
análogos que en el presente relato hemos tenido ocasión de consignar , manifies-
tan que la invasión árabe del siglo Yílí , coronada por desgracia de mejor fortu-
na que las anteriores , no es un acaecimiento extraordinario que deba de sorpren-
de? al historiador , obligándole á buscar causas extraordinarias también para
explicarlo ; fué por el contrario lógico resultado de la natural tendencia de los
Árabes, dominadores del África, á ensanchar sus conquistas y á pasar á la tier-
ra de que les separaba un estrecho brazo de mar.
Egica contaba ya una edad muy avanzada , y deseoso de transmitir la co-
rona á su hijo , le encomendó, aunque mozo , los mas altos cargos del Estado , y
697. compartió por fin con él la autoridad real. La fecha en que fué sancionada esta elec-
(1) Masdeu,Hist. crít. de Esp. p. 217; Mariana, Hist. gen. de Esp., 1. VI, c. XVIII.
(2) Romey, Hist. de Esp., P. 1.a c. XVI; Lafuente, Hist. gen.'de Esp., P. 1.a, 1. IV, c. VIL
(3) ...Praesertim quia nuper manifestis confessionibus indubie pervenimus, hos in transma-
rinis partibus Hebraeos alios consuluisse, ut unanimiter contra genus christianum agerent, praes-
tolantes perditionis suse tempus: qualiter ipsius christianae fidei regulam depravarent. Quod et per
easdern professiones, quae vestris auribussuntreserandae, patebit. Collect. Max. Conc. Hisp., p. 753.
(4 ...lilis tantundem Hebrseis ad praesens reservatis, quae Galliae (Galliae gotichee) provincise
videlicet intra clausuras (in vallibus, montibus circumseptis) noscuntur habitatores existere, vel ad
ducatum regionis ipsius pertinere... Collect. Max. Conc. Hisp., 1. c.
(5) ...Cum ómnibus rebus suis in sud'ragio ducis terrseipsius existant... Id.
(6) ...Suis ómnibus rebus nudati... perpetuas subjectse servituti, his quibus eos jusserit servi-
turos largitae, maneant usquequaque dispersa?. Id.
(7) Sed et filios eorum utncusque sexus decernimus, ut á séptimo anno eorum nullam cum
parentibus suis habitationem aut societatem habentes... Id.
(8) Ferreras en su Historia, t. II, 1. IV, p. 422, dice que en una copia manuscrita de Isidoro Pa-
cense, en lugar de ingressis (Arabibus) se lee in Groecis; pero él mismo lo tiene por error del copista,
y así parece sin duda, diceMasdeu, porque en los autores antiguos no se halla noticia de Griegos que
vinieran á nuestras costas, y en aquella época no le era posible al imperio griego emprender expe-
dición alguna á tanta distancia.
CAP. V. — ESPAÑA GODA. 99
cion es incierta , y autor hay de los que tenemos á la vista (1) que dice haberlo A- de J* C:
sido por el concilio Toledano XVIII, reunido bajo la presidencia del metropolita-
no Félix , sucesor de Sisberto , en una época que se ignora , pero que el mismo
historiador conjetura haber sido en 698 ó 699. Lasadas de este concilio se han
perdido, así es que cuanto se diga acerca de él es dudoso. Mariana y otros his-
toriadores dicen haberse celebrado cuando Witiza reinaba solo , y haber sido
destruidas sus disposiciones por ser contrarias á todos los cánones y leyes ecle-
siásticas ; otros indican que los cánones eran buenos y que por ello los destruyó
el rey; pero los que opinan haberse celebrado en la época antes indicada, y ser
injusto el cargo que á los Padres del mismo se dirigen , se apoyan en un pasaje de
la crónica de Isidoro de Beja , que dice así : « En este tiempo floreció por grave-
dad y prudencia Félix , obispo de Toledo , que celebró en la corte muy buenos
concilios , aun cuando reinaban juntos Witiza y Egica. »
Los lectores pensarán lo que quieran sobre este punto histórico , para la ge-
neralidad de ellos poco interesante, y es lo cierto que Witiza, asociado al trono
por su padre , ya confirmase ó no esta elección el concilio Toledano XVIII, reci-
bió el gobierno de todo el país de Galicia que habia constituido el antiguo reino
de los Suevos , convirtiendo á la ciudad de Tuy en una especie de corte ó resi-
dencia real , desde donde gobernaba por sí aquella porción de la monarquía.
Existen varias medallas de aquel tiempo , en las que se consagra la memoria de
la unión de ambos reyes, viéndose en ellas grabados sus atributos y nombres. A
los dos se les da el título de rey : egica rex , witiza rex , y en algunas se lee
abreviado el lema regni concordia.
Después de la elevación de su hijo , Egica reinó aun en su corte de Toledo
unos cinco años , y murió á principios del mes de noviembre , habiendo reinado 701.
en todo catorce años (2). Acerca del carácter de este príncipe han hablado los
autores modernos con mucha diversidad, unos alabándole como rey excelente , y
otros pintándole con horribles colores como tirano detestabilísimo. Si hemos de
creerá Isidoro Pacense y á Rodrigo de Toledo, historiador del siglo XIII,
Egica en los primeros años de su reinado se mostró amante de la justicia, y me-
reció los elogios que le prodigó el XYI concilio de Toledo ; pero cambiando luego
de carácter é inclinaciones , agobió á sus subditos con injustos pechos para sa-
tisfacer su codicia , siendo tal su tiranía que hasta le llaman el perseguidor de
los Godos. Esta opinión concilia todos los extremos , así que no ha de causarnos
sorpresa ver al P. Mariana hacer de este rey el siguiente juicio :« En virtudes,
justicia y piedad se puede comparar con cualquiera de los reyes pasados ; seña-
lóse igualmente en las artes de la paz y de la guerra , y fué colmado y alabado
de prudencia y de mansedumbre. »
Durante su reinado y en el concilio XVI de Toledo se terminó el código de
los Visigodos, en el cual aparecen varias leyes de este monarca.
(<) Romey, Hist. de Esp., P. 4 .", c. XVI.
(2) No están acordes los autores en la época precisa de la muerte de Egica. La crónica de Vulsa
la fija en octubre del año 700. Rodrigo de Toledo un año después, y Ferreras sigue la cronología
de Vulsa. Isidoro Pacense en su crónica y Aguirre en su cronología de los reyes godos, señalan la
muerte de Egica en 701 , y esta opinión han adoptado Mariana, Masdeu y el mas moderno historia-
dor Lafuente.
100 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Egica dejó en pronunciada decadencia la monarquía. El imperio de los Go-
dos toca á su fin, y todo parece oscurecerse á la vez. Las crónicas enmudecen ;
los hechos y las genealogías se confunden mas y mas; hasta las actas de los con-
cilios desaparecen. Los acaecimientos de aquella época desafortunada no han sido
referidos por testigo alguno contemporáneo, y fuerza le es al historiador acu-
dir y buscar auxilio en las concisas ó fabulosas crónicas de las edades sucesivas.
CAP. VI. — ESPAÑA GODA. 101
CAPÍTULO VI.
Reinado de Witiza. — Contraria opinión de los historiadores acerca de este rey.— Relato del P. Maria-
na.—Disensiones civiles. — Término del reinado de Witiza. — Rodrigo.— Bandos y discordias qtra
dividían el reino.— Causas que fueron preparando la ruina de la monarquía.— Situación de le*
Árabes en África á principios del siglo VIII.— Los hijos de Witiza y el conde Julián.— Tradiciona-
les amores de Rodrigo y Florinda.— Los partidarios de Witiza y los Judíos instigan á los Sarrace-
nos para que invadan á España.— Conducta de Muza.— Invasión de los Sarracenos á las órdenes
de Tarik.— Batalla del Guadalete.— Muerte de Rodrigo. — Finis Hispania?.
Desde el año 701 hasta el 711.
Al llegar al importante reinado de Witiza, sentimos la falta de documentos
auténticos contemporáneos: hasta los concilios, repetimos, que supliendo la esca-
sez de historias de aquella época apartada, nos han servido de guia y suministra-
do una luz preciosa para seguir la marcha de la sociedad godo-hispana al través
de los últimos siglos, nos abandonan también, no habiendo llegado á nosotros, co-
mo hemos dicho, las actas del concilio que mas tarde ó temprano celebró el mo-
narca que acababa de ocupar el solio gótico. El código de sus leyes se da igual-
mente por terminado, y solo nos quedan algunas sucintas crónicas escritas des-
pués de la invasión sarracena y bajo la impresión de aquel triste suceso, que
otros escritores modernos han amplificado según sus ideas y las de la época en
que han escrito.
¿Serán ciertos todos los desórdenes, todos los excesos, todos los delitos que
á Witiza se atribuyen ? ¿ Merecerá este rey los deshonrosos epitetos que le pro-
diga la historia ? ¿Debió España su perdición y la monarquía goda su ruina á
la licencia, á la crueldad, al desenfreno y á la relajación de todo género de este
rey ? Esto por siglos enteros se ha creído en España constantemente y sin contra-
dicción, y esto niegan ó hacen cuestionable ahora los modernos historiadores. La
memoria de Witiza, sobre la que pesaba una especie de anatema histórico, ha en-
contrado al cabo de tantos siglos quien la defienda de muchas acusaciones. Y no
porque se hayan descubierto documentos auténticos contemporáneos que alum-
bren convenientemente un período que empiezan á rodear nuevas y espesas ti-
nieblas, según dice con gran exactitud D. Modesto Lafuente al tratar de esta ma-
teria, sino porque de distinta manera se juzga en épocas distintas de unos mis-
mos hombres y de unos mismos hechos.
El sabio Mayans fué de los primeros á mediados del pasado siglo en vindicar
la memoria del rey, é imitado después por el no menos crítico y concienzudo
102 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Masdeu, y en nuestros tiempos por Romey y otros, han hecho todos que, si no se
han desvanecido enteramente los cargos que la tradición constante habia acumu-
lado contra el penúltimo rey godo, quedasen á lo menos reducidos á la clase de
sospechas, habiendo perdido el grado de certeza que por tantos siglos habian te-
nido.
El cronicón Moissiacense, compuesto á principios del siglo ix, unos cien años
después de la muerte de Witiza, dio principio á los infinitos capítulos de acusación
que habian de formalizarse después contra aquel rey, de quien se dice por pri-
mera vez haber sido muy dado á la lascivia y haber excitado con su ejemplo al
clero y al pueblo para que le imitasen (1). Algún tiempo después, Sebastian
Salmaticense, que escribía á fines del siglo ix, ennegreció mas el cuadro, y pintó
á Witiza encenagado en las mas escandalosas torpezas, rodeado de mujeres y de
concubinas ; retratóle como un cristiano rebelde que, aborreciendo toda clase de
amonestaciones, y temiendo sobre todo las del clero, prohibió las asambleas de
obispos , y hasta se atrevió a mandar que estos y los presbíteros contrajeren
matrimonio. «Estas impiedades, dice al terminar el cronista, fueron causa de la
ruina de los Godos (2).»
A medida que transcurre el tiempo, aumentan también los cargos. La cró-
nica Albendense (3), escrita igualmente á fines del siglo ix, es la primera en ha-
blar del asesinato del padre de Pelayo, en Tuy, por Witiza, y no falta quien diga
que semejante pasage fué interpolado allí, en cuanto solo se encuentra en el ma-
nuscrito de esta misma crónica llamado de san Millan. La crónica Silense en el
siglo xi, la de Lucas de Tuy, y la de Rodrigo de Toledo en el xm han añadido suce-
sivamente nueva hiél á la historia de este reinado. La primera dice que temeroso
Witiza de la ambición de Teodofredo, que era de estirpe real, mandó sacarle los
ojos ; la segunda asegura que Witiza mandó destruir los muros de todas las ciu-
dades de España, excepto de tres ; é incurriendo indudablemente en error, sien-
ta que despojó al metropolitano de Toledo Julián (este, muerto en tiempo de Egi-
ca, habia tenido ya por sucesores á Siseberto, á Félix, á Gunderico y á Sinde-
redo) para colocar en su lugar á Oppas, á quien supone hijo suyo. Por fin, Ro-
drigo de Toledo adopta en su mayor parte los relatos anteriores, é insiste so-
bre todo en la impiedad de Witiza, pareciendo en el fondo muy bien informado
de ciertos detalles.
Así las cosas, el P. Mariana, al escribir su historia, dio cuerpo á estas noti-
cias esparcidas, las compiló, procuró armonizarlas con los pocos elogios que de
Witiza habian llegado hasta él, é hizo de este reinado una relación completa que,
por ser la recapitulación de cuantos cargos se han fulminado por la España toda
contra el hijo de Egica, nos ha parecido conveniente continuarla aquí en sus
principales pasages.
«El reinado de Witiza, dice el historiador citado, fué desbaratado y torpe de
(4) His temporibus in Spania super Gothos regnabat Witicha, qui regnavitannos VII et men-
ses III. Iste deditus feminis, exemplo suo sacerdotes ac populum lujurióse vivere docuit, irritan»
furorem Domini.
(2) Sebast. Salmant. Chr , c. 6.
(3) Cronicón Albeldense ó Emilianense, en el t. XUI de la Esp. Sag. , Madrid, 4785.
CAP. VI.— ESPAÑA GODA. 103
todas maneras, señalado principalmente en crueldad, impiedad y menosprecio de
las leyes eclesiásticas. Los grandes pecados y desórdenes de España la llevaban
de caida, y á grandes jornadas la encaminaban al despeñadero. Y es cosa muy
natural y muy usada que cuando los reinos y provincias se hallan mas encum-
brados en toda prosperidad, entonces perezcan y se deshagan: todo lo de acá aba-
jo, á la manera del tiempo y conforme al movimiento de los cielos, tiene su pe-
ríodo y fin, y al cabo se trueca y trastorna, ciudades, leyes, costumbres. Verdad
es que al principio Wítiza dio muestra de buen príncipe, de querer volver por la
inocencia y reprimir la maldad. Alzó el destierro á los que su padre tenia fuera
de sus casas ; y para que el beneficio fuese mas colmado, los restituyó en todas
sus haciendas, honras y cargos. Demás desto, hizo quemar los papeles y procesos
para que no quedase memoria de los delitos y infamias que les achacaron, y por
los cuales fueron condenados en aquella revuelta de tiempos (1). Buenos princi-
pios eran estos si continuara y adelante no se trocara del todo y mudara. ... El
primer escalón para desbaratarse fué entregarse á los aduladores, que los hay de
ordinario y de muchas maneras en las casas de los príncipes : relea perjudicial
y abominable. Por este camino se despeñó en todo género de deshonestidades :
enfermedad antigua suya, pero reprimida en alguna manera los años pasados por
respeto de su padre (2). Tuvo gran número de concubinas con el tratamiento y
estado como si fueran reinas y sus mujeres legítimas. Para dar algún color y ex-
cusa á este desorden, hizo otra mayor maldad: ordenó una ley en que concedió á
todos que hiciesen lo mismo, y en particular dio licencia á las personas ecle-
siásticas y consagradas á Dios para que se casasen. ... Hízose Otrosí una ley en
que negaron la obediencia al Padre Santo, que fué quitar el freno del todo y la
máscara, y el camino derecho para que todo se acabase y se destruyese el reino
hasta entonces de bienes colmado por obedecer á Roma, y de toda prosperidad y
buena andanza. Para que estas leyes tuviesen mas fuerza, se juntaron en Toledo
los obispos á concilio que fué el décimo octavo de los Toledanos. La junta fué en la
iglesia de san Pedro y san Pablo del arrabal, donde á la sazón estaba un monas-
terio de monjas de san Benito. Era Gunderico arzobispo de Toledo. Los decretos
deste concilio no se ponen ni andan entre los demás concilios, ni era razón
por ser del todo contrarios á las leyes y cánones eclesiásticos. En particular con-
tra lo que por leyes antiguas estaba dispuesto, se dio libertad á los Judíos para
que volviesen y morasen en España. Desde entonces se comenzó á revolver todo y
á despeñarse... y muchos volvieron los ojos al linaje y sucecion del rey Chindas-
vinto para les volver la corona y poner remedio por este camino á tantos males.
No se le encubrió esto á Witiza, que fué ocasión de embravecerse contra los de
aquella casa, y lo>que comenzó en vida de su padre, que fué ensangrentar sus
manos en aquel linaje, continuarlo como podia y llevarlo á cabo. Yivian dos hijos
de Chindasvinto, hermanos del rey Recesvinto, que se llamaban el uno Teodo-
fredoy el otro Favila (3). Teodofredo era duque de Córdoba... Favila era duque
(1) Según otros historiadores, mandó quemar los registros en que constaba lo que debia el pue-
blo por tributos atrasados, á fin de que nunca pudiese hacerse reclamación alguna.
(2) Ferreras, huyendo de juzgar las intenciones, dice : «Los fondos del corazón humano solo
Dios los puede penetrar, y siendo los hombres capaces de mudarse de la virtud al vicio, los vicios
posteriores no prueban que sean hijos de ellos las acciones primeras.»
(3) Rodrigo de Toledo dice que eran hijos de Recesvinto y esto es mas probable.
104 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de Cantabria ó Vizcaya, y en el tiempo que Witiza en vida de su padre residía en
Galicia anduvo en su compañía con cargo de capitán de guardias, al cual los Godos
en aquel tiempo llamaban protospatario. Matóle á tuerto Witiza con el golpe de
un bastón, y aun algunos sospechan para gozar mas libremente de su mujer en
quien tenia puestos los ojos. Quedó de Favila un hijo llamado don Pelayo, el que
adelante comenzó á reparar los daños y caida de España (1), y entonces acerca
de Witiza hacia como teniente el oficio de su padre. Mas por su muerte, se retiró
á su estado de Cantabria, y el conde don Julián, casado con la hermana de Witiza,
fué puesto en el cargo de protospatario. Estas fueron las primeras muestras queWi-
tiza en vida de su padre dio de su fiereza, y de la enemiga que tenia contra aquel
nobilísimo linaje. Hecho rey, pasó adelante, y volvió su rabia contra don Pelayo
y su tio Teodofredo ; al tio, maguer que retirado en su casa, privó de la vista, y
le cegó; á don Pelayo no pudo haber á las manos, dado que lo procuró con todo
cuidado, como también se le escapó don Rodrigo, hijo de Teodofredo, que des-
pués vino á ser rey. Don Pelayo, por no asegurarse en España, dicen se ausentó,
y con muestra de devoción pasó á Jerusalen en romería. En confirmación desto
por largo tiempo mostraban en Arratia, pueblo de Vizcaya, los bordones de don
Pelayo y su compañero, de que usaron en aquella larga peregrinación. Resultó
destas crueldades y de las demás torpezas y desórdenes deste rey que se hizo
muy odioso á sus vasallos. Él, perdida la esperanza de apaciguarles por buenos
medios, acordó de enfrenarlos con temor, y quitarles la manera de poderse le-
vantar y hacer fuertes. Para esto mandó abatir las fortalezas y las murallas de
casi todas las ciudades de España: digo casi todas, porque algunas fueron exemp-
ías deste mandato, como Toledo, León y Astorga, sea por no querer aceptalle, ó
porque el rey se fiaba mas dellas que de las demás (2). Ultra desto por las mis-
mas causas deshizo las armas del reino, en que consiste la salud pública y la li-
bertad.... Era por este tiempo arzobispo de Toledo Gunderico, sucesor de Feliz,
persona de grandes prendas y partes, si tuviera valor y ánimo para contrastar á
males tan grandes... Quedaban otrosí algunos sacerdotes que, como por la memo-
ria del tiempo pasado se mantuviesen en su puridad, no aprobaban los desórdenes
de Witiza : á estos él persiguió y afligió de todas maneras hasta rendillos á su
voluntad, como lo hizo Sinderedo, sucesor de Gunderico, que se acomodó con los
tiempos y se sujetó al rey en tanto grado, que vino en que Oppas, hermano de
Witiza, ó como otros dicen hijo, de la iglesia de Sevilla, cuyo arzobispo era, fue-
se trasladado á Toledo. De que resultó otro nuevo desorden encadenado de los
demás, que hobiese juntamente dos prelados de aquella ciudad contra lo que dis-
ponen las leyes eclesiásticas.»
(1) Entroncar estos dos personages (Favila y Pelayo), dice Ferreras, con los reyes anteriores
no es fácil por los monumentos de los tres siglos posteriores; y así lo han hecho de diverso modo
los autores, después de algunos siglos, entre quienes, á mi juicio, es el primero Pelayo, obispo de
Oviedo, en unas genealogías que de esto dejó escritas, cuya copia sacó Ambrosio de Morales, y está
en mi poder. Ferreras, Hist. de Esp., t. IV.
(2) «Algunos dicen : que temeroso Witiza de las solevaciones, mandó demoler las murallas de
todas las ciudades de su reino, fuera de las de Tuy, Astorga y Toledo ; pero esto es falso; íporque
cuando los Sarracenos entraron en España, hallaron muchas ciudades con sus murallas, que de-
molieron en castigo de su resistencia, como se verá en el decurso de la Historia.» Ferreras, Hist. de
Esp , t. IV, p. 4, edic. de 4726.
CAP. VI.— ESPAÑA GODA. 105
Tal es el famoso proceso de culpas que la mayor parte de los historiado-
res españoles han formado al rey Witiza, y con que por espacio de muchos siglos
ha aparecido ennegrecida su memoria, atribuyendo á su relajación y desenfreno,
tanto como al de su sucesor Rodrigo, la pérdida de la monarquía goda, y hacién-
dole causa de que esta cayese bajo el dominio y poder de los Moros. Los autores
que defienden á Witiza, que han querido rehabilitar su memoria niegan la mayor
parte de sus capítulos, convierten otros en objeto de alabanza, y como Mayans,
preséntanle como un monarca justo y benéfico. El crítico Masdeu califica de lo-
curas, fábulas y falsedades la mayor parte de los excesos que á Witiza se atribu-
yen. «Añaden á esto los modernos, dice (1), un largo tejido de fábulas que son di-
rectamente injuriosas no solo á la memoria de este príncipe, sino también al
buen nombre de la Iglesia española, y á los derechos y regalías de nuestros sobe-
ranos. » Y todo esto lo sientan alegando que ningún escritor contemporáneo ex-
plica tales hechos con las circunstancias que detallan los antecesores de Mariana
y sobre todo el mismo Mariana, y apoyándose por el contrario en el testimonio de
Isidoro Pacense (2), que escribió á mediados del siglo vm y en el del continua-
dor de la crónica Biclarense(3), que termina su reíalo en el año 721. Vitiza reinó
quince años clementísimamente, dice Isidoro de Beja, y de ahí y del pasage del
mismo cronista que hemos citado al fin del capítulo anterior relativo á los bue-
nos concilios celebrados durante su reinado, deducen mil consecuencias favora-
bles todas al penúltimo rey godo.
¿ Qué podremos sacar en claro de tanta contradicción ? ¿ A qué lado nos
inclinaremos en vista de tanto como se dice por una y otra parte ? ¿ Qué podrá
decir el historiador de buena fé que sin pasión ni plan preconcebido quiera dar
una idea del rey objeto de tan encontrados pareceres ? Muy pocas palabras, pues
repetimos que faltan documentos, datos y escritos fehacientes, y con todo cuanto
dijese en pro de unos ó de otros, no hariamasque aumentarlas conjeturas, ya tan
abundantes. Lo que sí parece cierto , lo que hallamos confirmado en todas las
crónicas desde la Moissiacense , y el mismo Masdeu se ve obligado á recono-
cer, es que Witiza fué muy dado á una vida licenciosa dejándose arrastrar de
la lujuria con gravísimo escándalo. Parece cierto también que revocó las leyes
antes promulgadas contra los Judíos , y por fin parécelo igualmente que tuvo un
altercado con el papa Constantino á cuyas pretensiones , justas ó injustas , pues
se ignora cuales fueren , se opuso. Esta es quizá la clave de todo el misterio;
la resistencia de Witiza hubo de causar grave escándalo en aquellos siglos de
fé y veneración en que se escribieron las crónicas que le acusan , al paso que
era un motivo de alabanza para muchos autores del siglo pasado y también para
algunos del presente. De ahí los negros colores con que cargaron su paleta los
primeros , y el concierto de elogios que los segundos entonaron. Por desgracia,
el hombre que la historia escribe es siempre de su época,y su amor á la verdad,
y la antorcha con que ilumina los pasados tiempos no bastan casi nunca para des-
vanecer las preocupaciones y las ideas dominantes de la época en que vive.
(1) Hist. crít. de Esp., t. X, p. 220.
(2) Cr. c 29 y 30.
(3) Additio adJoannte Biclarensis ckronicon. en e' tomo VI de la Esp. Sag., Madrid, 4763.
TOMO II. * *
106 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de J. c. £g jn(|u(jable también que en su tiempo tuvo Wiliza muchos enemigos en
España , ya fuese entre los Godos , ya entre los Españoles llamados también Ro-
manos ; á lo menos parece cierto que fué lanzado del trono por una especie de
revolución. ¿Cuál fué el carácter, cuales las causas y circunstancias de este suce-
so? A la escasa luz con que miramos esla época funesta, solo nos es lícito entrever-
lo ; mas dos palabras del cronista mas antiguo que nos es dable consultar sobre
este reinado parecen indicar que esta revolución fué en cierto modo nacional, y se
hizo por una asamblea de los principales entre los grandes de origen romano ó
español ( senatu romano) (1). La raza indígena, aunque no era oprimida ni mal-
tratada por los Godos, lejos de esto, estaba sin embargo excluida de toda partici-
pación en el gobierno, y á lo mas tomaba indirectamente parte en él por cierto
número de obispos salidos de su seno , y aun esto en calidad de prelados , no de
Españoles. De modo que, aunque regida con blandura, no dejaba de estar en una
inferioridad política real , y de ahí una rivalidad sorda y permanente entre am-
bas clases. Las grandes familias de las que se elegían los reyes eran mas ó menos
adictas á las ideas góticas , estaban mas ó menos dispuestas á borrar ó á mante-
ner la línea divisoria establecida entre Godos y Españoles , á pesar de las inevi-
tables alianzas , y estas familias , según sus sentimientos acerca de tan impor-
tante cuestión , eran odiadas ó queridas por la población indígena. A lo que
parece , Witiza pertenecía á una de aquellas familias detestadas por el pueblo á
causa de su exclusivismo en favor de los principios góticos , y Rodrigo por el con
trario era amado por el recuerdo de su abuelo , cuyas leyes habian establecido la
igualdad de derechos para Españoles y Godos , si es cierto , como se cree , que
fuese nieto de Recesvinto por su padre Teodofredo. De todos modos, es indudable
que tenia gran partido entre los naturales ó Romanos , en quienes halló podero-
sos auxiliares ; ellos le elevaron al trono, y muchos, aunque vagos indicios, ha-
cen creer que no obtuvo con igual facilidad los sufragios de los Godos. Las
circunstancias de esta revolución son completamente ignoradas , y carecemos de
todo monumento que pueda guiarnos. ¿Murió Witiza en una batalla? ¿falleció de
muerte natural ? ¿ fué asesinado? ¿ se refugió en un monasterio ? Ningún docu-
mento auténtico lo manifiesta de un modo explícito, y solo se sabe que hubo un
709. levantamiento , ignórase en que parle del reino , y que Rodrigo fué proclamado
rey con el apoyo de una asamblea de ílispano-Romanos , de un modo distinto de
lo que se verificaba ordinariamente con los reyes godos, tumultuóse, como dice Isi-
doro de Beja. Los demás cronistas refieren el mismo hecho con extremada con-
cisión. « Rodrigo , por ardides mas que por virtud , dice el continuador de Juan
Biclarense, se apoderó del reino de los Godos el año nono (2). » — « Muerto Wi-
tiza, dice la crónica de Sebastian Salmaticense, Rodrigo fué elegido rey de los Go-
dos (3). » El cronicón de Moissac no es mas extenso (4) , y solo el arzobispo Ro-
drigo explica que prisionero Wiliza del vencedor Rodrigo , este, en venganza de
lo que con su padre hiciera, mandó sacarle los ojos , muriendo por fin en Górdo-
(i ) Rudericus tumultuóse regnum , hortante senatu romano , invadit. Isid. Pacens. Chr. c. 34
(2) Rudericus furtum magis quam virlute Gothorum invadit regnum anno nono. Joan. Biclar
continuatio; Flores, Esp. Sagr., t. VI, p. 430.
(3) Vitizane defuncto, Rudericus a Gothis eligitur in regnum. Sebast. Salmant. Ch., c. 7.
(4) Gothi super so Rudericum regem constituunt^ Chron. Moiss., 1. c.
CAP. VI. — ESPAÑA GODA. 107
bael rey infeliz, bajo el peso de sus iniquidades (1). Téngase en cuenta sin em-
bargo que Rodrigo escribió en el siglo xm , y que por lo mismo su autoridad
en este punto es cuando menos sospechosa.
También reina gran incertidumbre acerca del tiempo en que estos sucesos se
verificaroo. Unos afirman que Witiza reinó doce años , siendo destronado á prin-
cipios de 711 , al paso que otros , y estos parecen estar en lo justo , fundados en
el texto del cronicón Moissiacense , que dice haber sido de siete años y tres me-
ses el reinado de Witiza , fijan su destronamiento en febrero del año 709. Esta
opinión, que es también la de Masdeu , hemos adoptado nosotros.
En esta parte de la historia de España, de palpitante interés, todo yace en-
vuelto entre tinieblas ; diríase que en la agitación de aquella crisis funesta no
hubo nadie que pudiera disponer del tiempo necesario para relatar detallada-
mente los principales sucesos. La tradición con sus exageraciones ó puerilidades
fué la única que los reveló á los siglos sucesivos , é inútil es decir que si bien
el historiador ha de apreciarla siempre y compararla con otros relatos menos ex-
puestos á alteraciones y á inexactidudes, no debe de prestarla entera fé cuando
va sola. Por esto nos hemos mostrado tan circunspectos en sentar hechos durante
el reinado que termina , y por esto observaremos también igual conducta en el
reinado que empieza.
En efecto , elevado Rodrigo (Buderich) (2) como acabamos de ver, ¿ qué
hizo? ¿qué luchas interiores tuvo que sostener ? ¿ Cuál fué su conducta? ¿su ca-
rácter privado ? ¿ cuáles las verdaderas causas que irritaron al gobernador de
Ceuta contra él? Poco ó casi nada sabemos acerca de ello ; y por cierto que gran
necesidad tendríamos de muchos y auténticos monumentos para dibujar comple-
tamente el cuadro de uno de los acaecimientos mas graves , de una de las catas -
(1) Igitur , Rudericus filius Theodofredi , quem Vitiza, ut patrem privare oculis visus fuit , fa-
vore romani senatus , qui eum ob Recensuindi gratiam diligebat , contra Vitizam decrevit publico
rebellare , qui viribus praeeminens cepit eum, et quod patri suo fceerat fecitei , et regno expulsum,
sibi regnum electione Gothorum et senatus auxilio vindicavit. Vitiza itaqueplenus abominationibus,
vacuus regno, orbus oculis, propriá morte Cordubse , quo Tbeodofredum relegaverat exul , et ex
rex, vitam finivit. iEra DCCLI.
(2) o No sabemos porque nuestros historiadores comienzan á dar al último rey godo el título
de honor Don , con que no han nombrado á ninguno de sus predecesores. Aplicante ya no solo á
Don Rodriqo, sino también á Don Oppas , á Don Julián , á Don Pclayo, etc., sin que podamos expli-
carnos la razón de esta novedad. Un historiador antiguo , Trelles , dice haberle sido dado este tra-
tamiento a Pelayo por primera vez cuando reunió sus gentes para resistir á los Sarracenos. Cree-
mos no obstante que no tuvo uso en España por lo menos hasta el siglo x. El antenombre Dom,
contracción del Dominus , comenzaron á usarle los papas por humildad , reservando á Dios el ape-
lativo entero. De los papas pasó á los obispos , abades y otros dignatarios de la Iglesia , de los cua-
les descendió á los monjes. En Francia lo usaron los cartujos y benedictinos, y así son conocidas las
obras de Dora Poiner , Dom Bouquet, Dom Calmet, etc. Afirman varios autores haber comenzado
á aplicarse en España el Don á los Judíos , de donde vino á hacerse en algún tiempo dictado de hu-
millación y afrenta. Mas luego lo fué de nobleza y gerarquía , y aun sé elevó á los santos y al mis-
mo Jesucristo. Así hallamos en el poeta Gonzalo de Berceo:
En el nomne del Padre que fizo toda cosa ,
et de Don Jesuchristo, fijo de la Gloriosa.
Y también se aplicó á las divinidades paganas: como se vé en el Arcipreste de Hita:
Señora Doña Venus , muger de Don Amor,
Noble dueña , omillome yo vuestro servidor.
De lodos modos creemos haberse aplicado inoportunamente al rey Rodrigo , así como á los de-
más personajes que figuran en su época. Lafuente, Hist. gen. de Esp.,P. 1.° 1. IV, c. VIII, Nota.
108 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
trofes mas terribles , de una de las revoluciones mas espanlosas, acaso la mayor
que ha sufrido España , siendo difícil leer otra mas grande y repentina en
los anales de la humanidad. Porque , como dice Lafuenle , «caer derrumba-
da en un solo dia una monarquía de tres siglos , verse de repente invadido un
gran pueblo, vencido , subyugado por extrañas gentes , que hablaban otra len-
gua , que traian otra religión , que vestían otro traje; venir unos hombres des-
conocidos , de improviso y sin anunciarse , casi sin preparación, apoderarse
de un antiguo imperio, pelear un dia para dominar ocho siglos , desaparecer co-
mo por encanto todo lo que existia , y sorprender la muerte á una nación casi
tan de repente como puede sorprender á un individuo , es cierlamente un su-
ceso prodigioso de los que rarísima vez acontecen en el transcurso de los si-
glos (1).»
Por la lógica natural de los hechos y por lo que se desprende de los relatos
de los historiadores todos , el reino godo quedó presa de bandos y parcialidades
intestinas, defendiendo unos al monarca reinante, trabajando otros y conspiran-
do en favor del monarca destronado. Los jóvenes hijos de Witiza , llamados Si-
sebuto y Ebas , y su lio Oppas , metropolitano de Sevilla, hombre, según le pin-
tan las historias , activo, revoltoso y enérgico , apenas podían contener los ímpe-
tus de su ira el contemplar el cetro godo en manos de un enemigo de su lina-
je y partido , y aun cuando no podían alegar en favor de sus pretensiones el
derecho de herencia que la nación goda no reconocía , andaban desvelados y
furiosos por el recuerdo del ultraje á su padre y hermano inferido y con el de-
seo de venganza. No les faltaban partidarios , que para todo los hay entre los
amigos de mudanzas que esperan mejorar su partido si la feria se revuelve, y to-
do esto hacia que ai-diera la nación en discordias , que hirvieran las ambiciones,
y las maquinaciones y conjuras, trajeran revuelto al reino é inquieto y desasose-
gado al rey. Ayudaba no poco al general desconcierto la relajación de cosiumbres
que en los últimos tiempos había cundido , y ciertamente que Rodrigo, á pesar
de sus cualidades buenas , pues los historiadores eslán unánimes en concederle
algunas , no la curaba con su prudencia ni la corregía con su ejemplo.
En efeclo, á lo que parece, tenia el nuevo rey partes aventajadas y prendas
de cuerpo y alma que daban claras muestras de señaladas virludes. El cuerpo
endurecido en los trabajos ; de corazón osado, se lanzaba á cualquiera hazaña
por temeraria que fuese; su liberalidad era grande, y extraordinaria la destreza
para granjear las voluntades y atraer los corazones ; pero á estas prendas unía
una eterna memoria de las injurias, la soltura en las deshonestidades , y la im-
prudencia en todo lo que emprendía. Así á lo menos nos lo pintan leyendas y ro-
mances , único guia , aunque no muy fiel, que por este nuestro camino nos con-
duce. Y no era á buen seguro este rey valiente sin tino , generoso y noble cuanto
ligero y casquivano y amante del deleite, propio para levantarla la nación go-
da de la postración en que habia caído. Los decretos de los últimos concilios ma-
nifiestan á las claras la depravación de cosiumbres del pueblo hispano godo así
por parte de los eclesiásticos como délos seglares, y habría sido necesario un bra-
zo varonil y una cabeza privilegiada para encaminarle otra vez por la senda de
[i) Hist.gen.dcEsp.,P. 1.=>J. IV, c. VIII.
CAP. VI — ESPAÑA GODA. 109
las sencillas y puras costumbres , del honor y de la fuerza. Los decretos sinoda-
les, aunque severos, no bastaban á reprimir la incontinencia , el fausto y la pro-
fusión en que parte del clero vivia , y de aquí puede colegirse cuales serian las
costumbres de los seglares : tolerábase el concubinato público, y la fé conyugal,
rodeada de tanta veneración por los antiguos Bárbaros , era ya sin recalo que-
brantada. El lujo , la sensualidad , que es innegable haber tomado grandes creces
durante el reinado de Witiza, habían contribuido á que el pueblo corriera desbo-
cado á la ruina de la moralidad y de la honra, y Rodrigo, lejos de detenerle en su
carrera, empujábale mas y mas con sus liviandades ydesórdens. «Todo eran con-
vites, manjares delicados y vino , con que tenían estragadas las fuerzas , dice el
P.Mariana, explicando los excesos de aquel pueblo tan poderoso ayer y tan mise-
rable hoy, y con las deshonestidades de todo punto perdidas, y á ejemplo de los
principales los mas del pueblo hacían una vida torpe é infame. Eran muy á pro-
pósito para levantar bullicios, para hacer fieros y desgarros , pero muy inhábiles
para acudir á las armas y venir á las puñadas con los enemigos. Finalmente el
imperio y señorío ganado por valor y esfuerzo , se perdió por la abundancia y
deleites quede ordinario le acompasan. Todo aquel vigor y esfuerzo con que tan
grandes cosas en guerra y en paz acabaron, los vicios le apagaron , y juntamen-
te desbarataron toda la disciplina militar , de suerte que no se pudiera hallar
cosa en aquel tiempo mas estragada que las costumbres de España , ni gen-
te mas curiosa en buscar todo género de regalo.» En vano Chindasvinto y
Wamba habían logrado reanimar por un momento el vigor varonil de los
antiguos Godos ; como un cadáver aplicado á la pila , solo pudieron imprimir en
el cuerpo social una vida ficticia que se extinguió luego de cesar el agente que
la producía. Y forluna fué quizás para los Visigodos y para la nación española
unida ya á su suerte, la invasión sarracena ; á no ser esta , á no haberse encon-
trado frente á frente con un enemigo en religión, en leyes, en costumbres, en to-
do ; á no haber podido invocar en la lucha el sentimiento religioso , á no haber
vuelto de su letargo por aquel rudo y casi mortal golpe , quizás el pueblo visigo-
do estaba destinado á pasar por la historia como pasaron los Suevos, los Vándalos
y tantos oíros que , fuertes en un principio é invencibles con las armas , fueron
luego destruidos por las delicias de una vida deleitosa en las regiones del Medio-
día. Quizás otro pueblo procedente de la Germánia, bullidora aun, ó de las Galias,
habría acabado con la nacionalidad española.
Así estaban las cosas de España á principios del siglo vm , en ocasión en
que el inmediato continente africano habia pasado bajo la dominación délos Ara-
bes. Estos, después de pasear sus pendones victoriosos, como á su tiempo expli-
caremos , por la Persia , la Siria y el Egipto , hallábanse en posesión de la Mau-
ritania , subyugada por las armas del profeta, como aquellas otras regiones. Ha-
bíanse detenido sus estandartes ante las olas del mar que los separaba de España,
pero no se habia extinguido el ardor bélico, ni el afán de la conquista , como lo
habían probado las varias escursiones que hasta las costas españolas habían
practicado en diferentes épocas. Conquistadores del África , desde la cual podían
divisar las playas de España, esta era para los Árabes una tentación continua, una
presa que espiaban y codiciaban siempre. Sin excitaciones de ninguna clase, va-
rias veces habían intentado invadirla ó á lo menos asolar sus costas ; juzgúese lo
110 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
que seria cuando los mismos Españoles acudieron á ellos invitándolos á acome-
ter la empresa.
En aquel tiempo , refiere un cronista árabe , algunos cristianos de Djezirah-
al-Andalos (1), que es la Península de España, ultrajados por su rey Ruderich,
que era señor de toda España desde la Galia Narbonense hasta dentro de la Mau-
ritania ó tierra de Thandjeh, se presentaron á Muza-ben-Noseir, que gobernaba
en África en nombre del califa de Damasco , y le incitaron á pasar con tropas á
España, apartada de África por un estrecho de mar llamado Bab-el-Zoqaq (la
Puerta de las angosturas); representáronle la empresa como fácil y segura , y
ofrecieron que le ayudarian en ella con todas sus fuerzas : tanto puede el deseo
inconsiderado de venganza (2).
Era Muza emprendedor y ambicioso , pero tan prudente como amante de con-
quistas y de gloria; no despreció pues la propuesta, pues disimuló con ellos algún
tiempo sus intenciones; informóse en secreto del estado de España, de su gente y
calidad de la tierra, de las divisiones de su gobierno, del poder del rey, y de los
bandos y desavenencias que á la sazón habia entre sus señores. Se cuenta que
un principal cristiano de Tanja le refirió con mucha verdad cuanto convenia sa-
ber de la condición y estado de los pueblos, del mal gobierno del rey Rodrigo,
y del escaso amor que le profesaban los Godos.
¿Quiénes eran aquellos cristianos que así vendían la patria? ¿quiénes eran
aquellos hombres desnaturalizados que necesitaban de la sangre de una nación
entera para vengar sus propias afrentas? Todos los Españoles lo saben: eran los
hijos de Wiliza y el conde Julián, de funesta memoria.
La conducta de Julián , del hombre que es reputado el principal instigador de
la invasión , ha sido explicada de distintos modos : unos pretenden que el gober-
nador de Ceuta se pasó por dinero á los Sarracenos ; otros , y estos son los mas , que
quiso tomar venganza de un ultraje personal. Estos dicen que Rodrigo habia violado
á su hija Florinda, aquellos que á su esposa, y autores hay en fin que, fundán-
dose en que crónica alguna contemporánea (3) , ni árabe , ni cristiana , habla de
semejante violación, niegan toda Ja historia y hasta la misma existencia del
conde, en lo cual se han dejado arrastrar harto lejos por su espíritu de crítica,
puesto que el silencio de escritores contemporáneos no puede destruir el testimo-
nio de tantos cronistas árabes, que nos hablan todos de Julián. Estos historiado-
res atribuyen la traición del conde á un gran ultraje recibido en España mientras
estaba él defendiendo en África el último baluarte de los Godos. Pero ¿cuál fué
este ultraje? No lo dicen.
Es indudable sin embargo que los hijos y partidarios de Wiliza tomaron una
parte real y activa en la invasión de España ; así lo consigna de un modo irrecu-
(4) Por este nombre designaban los Árabes á la Península toda: (V. la Geogr. de Nubia. p. 451).
ElSiro-Maronita Casiri (t. II, p. 327 y sig.) dice que el nombre de Andalucía se deriva de la palabra
árabe B ándalos que traduce por región vespertina, región del Occidente. Es lo cierto que el nombre
de Andalucía no se encuentra en documento alguno anterior á la conquista árabe. Los autores ára-
bes lo hacen derivar de Ándalos (hijo de Tubal, hijo de Jafet, hijo de Noé), que, según ellos, fué el
primero en llegar á la Península. Ebn Khalkan, Vida de Muza ben Noseir.
(2) Conde, Hist. de la dom. de los Árabes en Esp., 1. 1, c. XIII.
(3) El monge de Silos que escribió cuatro siglos después de aquella época, es el primero entre
los Españoles que habla del conde Julián y de la violación de Florinda.
CAP. VI.— ESPAÑA GODA. 111
sable un contemporáneo , por lo regular muy conciso en todos sus relatos , Isi-
doro de Beja (1). Sebastian de Salamanca (2) y la crónica Albeldense, que son
posteriores de un siglo, lo dicen también terminantemente, y en este punto la
crítica solo puede encontrar razones en apoyo de su dicho. En efecto, los hijos
de Witiza, cuyos padre y abuelo habian ceñido la corona, podian muy bien haber
alimentado la idea de ceñirla también un dia. Rodrigo habia triunfado, y Ebas y
Sisebuto habian de ver en él al perseguidor de su padre y al hombre que frus-
trara sus halagüeñas esperanzas. El despecho , el odio y la venganza pueden ar-
rastrar muy lejos, y en esta explicación de la conducta observada por los hijos
de Witiza nada se encuentra que no sea muy racional.
En cuanto á Julián, era de su familia y esto lo explica todo. No hizo mas
que lo que hicieron los hijos de Witiza y su lio Oppas, metropolitano de Sevilla.
Para entronizar á su familia, llamaron á los Sarracenos en clase de auxiliares,
y quedaron envueltos en la común ruina.
Esto dice la historia, y estas son las deducciones fundadas que de ella se
desprenden ; sin embargo , la tradición , que no sabemos si es anterior ó posterior
al siglo xni , esto es á la época en que por primera vez se habla en las crónicas
de Julián y de su hija, y por lo mismo si es hija de estos relatos, ó estos son
hijos de aquella , no se limita á tan poco , y cuenta en romances y leyendas la
circunstanciada historia por pocos ignorada de los funestos amores de Rodrigo y
la Cava (3).
Dícese que entre las doncellas principales que, según costumbre, se educa-
ban en la corte sirviendo á la reina Egilona , habia una de extremada belleza y
no menor recato , hija del conde Julián , quien se hallaba en aquel entonces en
África , en clase de gobernador de Ceuta , según unos , y enviado en embajada
sobre negocios de gran importancia, según otros. El rey licencioso y apasionado,
amó á la doncella , y su fatal deseo creció mas y mas en sus entrañas desde que
cierto dia contempló á Florinda que con sus compañeras se bañaba , mostrando
al rey mas de lo que su honestidad habría consentido á saber que la acechaban,
y de lo que era necesario para transportar al enamorado Rodrigo. « Desde aquel
momento , dice la crónica , no era dia que el monarca no requebrase á la Cava
una vez ó dos , y ella se defendía con buena razón. Pero á la cima, como el rey
no pensaba tanto como en esto , un clia , en la fiesta envió con un doncel por la
Cava, y ella vino ; y como no se dejase vencer con halagos , ni con amenazas,
ni miedos , llegó su desatino á tanto que le hizo fuerza , con que se despeñó á sí y
á su reino en su perdición. » Desolada Florinda, participó á su padre en una carta
su desventura , y Julián juró saciar su venganza en la sangre del infame. Al mo-
mento marchó á Toledo , é interrogado por el rey acerca del motivo de su ines-
perado viaje , díjole el conde venir en busca de su hija para llevarla á su madre
que , enferma , deseaba abrazarla. Dióle Rodrigo la licencia pedida , y el conde y
su hija salieron de la corte dirigiéndose á Ceuta, y en Málaga, dice Mariana,
(4) Isid. Pacens. Cr., c. 36.
(2) Seb. Salmant. Cr., c. 7.
(3) Cava en idioma árabe significa mujer de mala vida, lo cual se aviene mal con la virtud
que en Florinda se supone. Esto ha hecho creer que le fué dado por los enemigos de su padre. Lucas
de Tuy, autor del siglo xm, lo explica así: Cava quam pro concubina utebaíur.
112 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
existe aun una puerta llamada de la Cava , por donde es tradición que salió esta
señora para embarcarse.
También es tradicional y cuenta Mariana el nuevo desacierto que cometió el
rey, empeñándose en penetrar en un palacio encantado que exisiia en Toledo,
cerrado con grandes cerrojos y fuertes candados para que nadie pudiese en él
entrar , ca estaban persuadidos , así el pueblo como los principales, dice el his-
toriador citado con su acostumbrada buena fe, queá la hora que fuese abierto,
seria destruida España. En él no encontró el monarca godo sino un arcon , y en
este un lienzo en que habia pintados hombres de rostros y hábitos extraordina-
rios , con un letrero en latin que decia : Por esta gente será en breve destruida
España.
Tal es el suceso que , al decir de nuestros antiguos cronistas , desde el monge
de Silos y el arzobispo Rodrigo hasta Mariana y Ferreras , dio motivo al ultrajado
Julián y á los deudos de Witiza, sus parientes , para llamar á los Árabes de
África y traerlos á España. Los críticos modernos , por el contrario , desechan
la anécdota por apócrifa y fabulosa , fundados en la razón antes expresada, y
por lo tanto nosotros, sin constituirnos en impugnadores ni en defensores de la
tradición , nos limitaremos á decir con el historiador Lafuente « que si la historia
ñola ha hecho evidente, la razón por lo menos la hace verosímil, y que lejos de re-
pugnar al buen sentido como muchas que se mezclan en las historias de todos los
pueblos, el hecho no habria estado en disonancia con la conducta y costumbres
que la generalidad de los historiadores atribuyen á Rodrigo. »
Así pues los hijos de Witiza, sus parientes y Julián incitaban sin cesar al
Moro para que realizase la expedición proyectada, y á sus instancias parece que
se unieron otras por parle de una raza maldita y oprimida. Los Judíos de España,
duramente tratados, esclavizados, proscritos desde el reinado de Sisebuto, habían-
se en gran número refugiado en África, huyendo de la persecución y del bautismo
forzoso. Este pueblo, tan obstinado en sus rencores como en sus creencias, habia
ido aglomerando en su pecho gran depósito de odio contra los monarcas godos,
que tan sin compasión le trataban. Ya en el reinado de Egica díjose, según en
su lugar hemos visto , que los Judíos conspiraban para entregar España á los
Árabes, y fulmináronse nuevos rigores contra su pueblo. Witiza, empero, habia
alzado, según algunos, el anatema que sobre ellos pesaba, y habíales dado, sino
su protección, seguridades y consideraciones al menos; y con facilidad se com-
prende que destronado Witiza, y temerosos de nuevas calamidades y rigores por
parte de su sucesor, concerláranse otra vez con los Musulmanes para derrocar el
poder de los Godos. La confianza que los invasores hicieron de ellos al tiempo de
la conquista, es un indicio del acuerdo que reinaba entre Moros y Judíos.
Excitaban también el ánimo de Muza para emprender esta conquista las
apacibles descripciones que hacían de España los moradores de Tanja y otros
Africanos: hablaban de su delicioso temperamento, de su claro y sereno cielo,
de sus muchas riquezas, de la calidad y virtud maravillosa de sus plantas y fru-
tos, déla sucesiva bondad del tiempo en todas las estaciones; de sus oportunas
lluvias, de sus rios y copiosas fuentes, de los magníficos restos de sus antiguos
monumentos, de sus vastas provincias y muchas ricas ciudades. En suma, decían
que las amenidades de España no las puede igualar ni expresar el mas elegante
CAP. VI.— ESPAÑA GODA. 113
discurso , ni en la carrera de sus excelencias hay quien se le adelante que en esta A' de J' c*
eompetencia aventaja á todas las regiones de Oriente y Occidente (1).
Que la empresa era fácil, que el monarca godo era inexperto y odiado, que
los bandos y facciones dividían el reino , que la disciplina militar se habia rela-
jado en España, repetíanle los conjurados , ¿qué faltaba á este cuadro tentador?
Muza, que acaso llevaba ya en su cabeza el pensamiento de la conquista, se dejó
convencer , y prometió enviar sus tropas á España en caso de que le diese para
ello licencia Walid, califa de Damasco. Para conseguirlo le escribió una carta,
y le pintó como tierra de maravillas la región que intentaba conquistar y someter
á la ley del profeta. «Es, le decia, Siria en bondad de cielo y tierra, Yemen en
su temperamento , India en sus aromas y flores , Hegiaz en sus frutos y produc-
ciones , Catay en sus preciosas y abundantes minas , Aden en las utilidades de
sus costas. » Walid otorgó sin dificultad á Muza los poderes que solicitaba , encar-
gándole sin embargo que no se aventurara demasiado en el proceloso Océano (2),
y Muza se apresuró á tranquilizarle informándole de que el mar que divide á
África de España, era un estrecho cuya anchura podia medir la vista (3). Desde
aquel momento , preparólo todo para su expedición ; mas , circunspecto y cauto,
quiso asegurarse de la exactitud de los informes recibidos , y encargó á Tarif,
hijo de Malek-el-Ma' afery (4) , que con cien Árabes y cuatrocientos Berberiscos
(en la misma proporción entraron mas tarde unos y otros en la formación de los
ejércitos invasores) practicase un reconocimiento por las costas españolas. Salió
la expedición de Tánger en cuatro barcazas y desembarcó en el sitio que ocupa
hoy Tarifa, llamada así del nombre del jefe africano. Abdelmelek el Muferi, que
luego se estableció en Al Djesirah al Haclra, El Mudar ben Meassemai, Zaid ben
Kesid el Sekseki , y otros señalados caudillos formaron parte de esta primera ex-
pedición que tuvo lugar en la luna de ramadan del año 91 de la hegira (julio).
Los soldados de Tarif corrieron las costas de Andalucía , tomaron algunos gana- 710'
dos y gente sin que nadie se les opusiese, y con esta presa y feliz suceso tornó
Tarif á Tánger, siendo recibido con general contento.
Muza consideró esta expedición como de feliz agüero , pero como prudente
capitán, aplazó para la primavera la segunda expedición. En los primeros dias
del siguiente año 92 de la hegira , nombró á Tarik ben Zeyad , general del ejército, 7n„
mas numeroso esta vez , que quería enviar á la Península , dejando en su lugar
en el presidio de Tánger á su propio hijo Meruan ben Muza. Todos los Árabes
querian pasar á la expedición y ver con sus propios ojos un país del que tantas
maravillas se contaban, y el ejército , compuesto de doce mil Berberiscos y algunos
centenares de Árabes , embarcóse y se dirigió de Tánger á Ceuta y de Ceuta á la
costa opuesta. Según parece , Julián fué su guia. Los Sarracenos desembarcaron
en una península que de lejos les habia parecido cubierta de verdura y á la que
(1) Conde, Hist. de la dom. de los Árabes en Esp., 1. 1, c. VIII.
(2) Manuscritos árabes de Oxford. Esto prueba cuan poco difundidos se hallaban entre los
Orientales los conocimientos geográficos.
(3) Manuscritos árabes de Oxford.
(4) Algunos autores por la semejanza de nombre ó por creerlo así no hacen diferencia entre el
jefe de la expedición exploradora y el del ejército que invadió después á España, llamando á los dos
Tarik. Nosotros, además de haberlos visto distinguidos en muchas crónicas árabes, creemos que lo
natural, atendida la diferente importancia de su misión, era que fuesen dos guerreros distintos.
tomo n. 13
114 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
llamaron por esto Djezirah al Hadra (isla verde , hoy Algeciras) ; el monte inme-
diato (Calpe), pareció á Tarikuna posesión admirable, y se fortificó en él. Esta
montaña se llamó en un principio Álfeth (monte de la Conquista ó de la Entra-
da) ; pero poco después tomó el nombre del conquistador y se llamó Gebal Tarik
(montaña de Tarik), en el dia Gibraltar. Los cristianos de la costa quisieron opo-
ner alguna resistencia al desembarco , pero acuchillados , se dispersaron presa de
indecible terror.
El desembarco de Tarik en Al Djezirah al Hadra (1) se fija en jueves quinto
dia de la luna de rejeb del año 92 de la hegira (28 de abril). Cuenta un autor
árabe (2) , sin que otro alguno lo confirme , que una vez desembarcado , mandó
Tarik quemar sus naves para quitará los soldados toda esperanza de fuga.
Teodomiro , jefe superior de Andalucía , acudió con sus fuerzas (mil doscientos ó
mil setecientos ginetes) para rechazar al enemigo , pero sus tropas fueron disper-
sadas en sangrientas escaramuzas , y no se atrevieron á presentarse otra vez con-
tra los Musulmanes,
Refiérese que entonces escribió Teodomiro al rey Rodrigo, diciéndole: «Se-
ñor , aquí han llegado gentes enemigas de la parte de África , yo no sé si del cielo
ó de la tierra : yo me hallé acometido de ellos de improviso ; resistí con todas mis
fuerzas para defender la entrada , pero me fué preciso ceder á la muchedumbre
y al ímpetu suyo ; ahora á mi pesar acampan en nuestra tierra: ruégoos, señor,
pues ianto os cumple , que vengáis á socorrernos con la mayor diligencia y con
cuanta gente se pueda allegar : venid vos , señor, en persona , que será lo me-
jor (3). »
Llenó de espanto á Rodrigo la inesperada nueva, y mandó llamar sus gentes de
consejo y guerra, enviando delante de sí la flor de la caballería de los Godos : partió
esta hueste con mucha presteza y se reunió á la que mandaba el caudillo Teodo-
miro. Adelantáronse contra los Muslimes, y hubo entre ambas huestes sangrientas
escaramuzas, pero siempre con notable pérdida y grave daño de los Godos. En
tanto Rodrigo allegaba sus gentes de todas las provincias y marchaba con todo su
poder contra los invasores, y hasta parece que se le unieron los hijos de Witiza
y su tio Oppas, fingiendo deponer sus rivalidades y querellas para resistir al pe-
ligro común. No puede creerse en verdad, como en otra parte hemos indicado, que
los enemigos de Rodrigo llevaran su saña hasta el extremo de querer entregar la
patria á los Musulmanes, envolviéndola en luto y ruinas que también á ellos ha-
bían de alcanzarlos ; quizás pensaban que una vez destronado el rey, se retira-
rían los invasores mediante un tributo ó una cesión de territorio, y mientras otra
cosa no se pruebe, consolémonos, como dice el historiador Lafuente, con fijar lí-
mites al encono y á la traición, que también suelen tenerlos.
Mientras esto sucedia, Tarik corría las tierras de Al Djezirah y Sidonia, y
llegaba hasta las riberas del Anas (4), difundiendo terror y espanto en aquellos
(4) Según Ebn Hayan, el ejército de Tarik pasó en diferentes viajes de África á Andalucía en
barcos cuyo número se ignora. Rodrigo de Toledo dice sencillamente in navibus mercatorum. Estas
naves serian sin duda grandes barcas, que, equipadas por Julián, pasaron y repasaron el estrecho
hasta que todas las tropas hubieron llegado á su destino.
(2) Jerif El Edris.
(3) Conde, Hist. de ladom. de los Árabes en Esp., t. 1, c. IX.
(4) Llamado por los Árabes Guady-Anas (rio Anas).
CAP. YI.— ESPAÑA GODA. 115
pueblos que ni tiempo ni ánimo tenían para la defensa. Por todas partes vagaban
tropas de caballería que atemorizaban los pueblos, talaban y quemaban los cam-
pos.
Rodrigo se apresuró á llamar á Godos y Romanos á la defensa de la patria
amenazada, y llegó á los campos de Sidonia con un ejército numeroso, pero poco
aguerrido. ¿De qué elementos estaba formado el ejército de Rodrigo ? ¿Cuál era
su verdadera fuerza ? Imposible es fijarlo con exactitud, en medio de la diversi-
dad de los autores que sobre esto han discurrido. Unos hablan de setenta mil
hombres, otros de cuarenta mil, otros de cien mil, y otros, por fin, entre los cua-
les ha de contarse Conde, de noventa mil. Es lo cierto sí que Rodrigo llevaba á la
defensa de su tierra una multitud considerable, pero poco dispuesta para la guer-
ra, de difícil dirección en el combate, aunque valerosa, en una palabra, un ejér-
cito reclutado á toda prisa. Conde dice que venían los cristianos armados de cora-
zas y de perpuntes en la primera y postrera gente, y los otros sin estas defensas,
pero armados de lanzas, escudos y espadas, y la otra gente ligera con arcos, sae-
tas, hondas y otras armas, según su costumbre, hachas y mazas y guadañas cor-
tantes.
Noticioso Tarik de las disposiciones de Rodrigo, expidió mensajeros á Muza
pidiéndole refuerzos , y fuéronle enviados cinco mil ginetes berberiscos ; los cau-
dillos árabes reunieron sus banderas, congregáronse las tropas de caballería que
coman la tierra, y á pesar de la inferioridad desús fuerzas, Tarik salió sin mie-
do al encuentro del ejército hispano-godo.
Avistáronse ambas enemigas huestes en los campos que riega el Guadalete,
no lejos de la antigua Asindo, y del lugar que ocupa hoy Jerez de la Frontera.
Allí iba á decidirse entre rios de sangre la suerte de España.
Era un domingo, y corrían los últimos dias de julio. Godos y Musulmanes
se hallaban por fin frente á frente : los Musulmanes, á quienes Mahoma prome-
tiera el imperio del mundo (1), impulsados á la pelea por el entusiasmo religioso
y por la codicia del botin ; los Godos, por la necesidad de defender sus hogares,
su fe y su patria amenazadas, mas poco preparados para la guerra , cogidos, por
decirlo así, de sorpresa, divididos entre sí y degenerados de sus pasados brios mi-
litares ; los Árabes montados en veloces caballos, en la cabeza el blanco turban-
te, el arco en la mano, el alfange colgado al cuello, la lanza al costado, tropa ad-
mirable, entre la cual formaban los macizos y terribles escuadrones berberiscos,
de blancos, rojos y negros albornoces, de las tribus de Zenete, de Gomeráh y de
Masmudah, fieles compañeros de Tarik, para quienes una batalla era una fiesta;
los Godos, casi sin caballería, bien armados sus cuerpos escogidos, pero el resto
del ejército, gente allegadiza y mal armada.
Tarik llevaba consigo doce mil hombres, á los cuales se habia reunido un
refuerzo de cinco mil ginetes; sin embargo, no se limitaban á esto las fuerzas del
general árabe. Muchos Judíos, y también algunos cristianos descontentos habían
engrosado las filas de su ejército, que á lo menos aseen dia á veinte y cinco mil
(4) «Escrito está_en los salmos que los santos sus servidores tendrán la tierra por herencia.»
Alcorán, 24-105.
116 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
hombres. El de los cristianos era, según los autores árabes , cuatro veces mas
numeroso. Habia cuatro cristianos para cada muslim.
Principió la batalla al despuntar de la aurora, y sin ventaja alguna duró la
matanza hasta que la venida de la noche puso tregua á los sangrientos horrores.
Pasáronla ambas huestes en el campo de batalla, y esperaban con impaciencia el
punto del alba para renovar la atroz pelea. Llegado el dia, con enemigo furor
principió la batalla, y para servirnos de la expresión de un cronista musulmán,
el horno del combate permaneció encendido desde la aurora hasta la noche, sin
que ninguna de ambas huestes ganase un palmo de terreno.
Al tercer dia decaía el ánimo de los Muslimes que cejaban por todas partes,
cuando Tarik alzándose sobre los estribos y dando aliento á su caballo, les dijo :
« ¡ Oh Muslimes, vencedores de Almagreb ! ¿á dónde vais ? ¿ á dónde vuestra tor-
pe é inconsiderada fuga? El mar tenéis alas espaldas, y los enemigos delante; no
hay mas remedio que en vuestro valor y en la ayuda de Dios; haced, caballeros,
como veréis que haré. Guallah (1)! Acometeré á su rey, y si no logro quitarle la
vida, moriré á sus manos.» Y arrastrando á sus tropas en pos de sí, introdujo
el desorden en las filas de los Godos, que desde aquel momento pelearon con
constante desventaja, y sostuvieron mal el choque de la caballería berberisca. Ro-
drigo, á quien conoció Tarik por sus insignias y caballo, hízose el blanco de to-
dos los golpes, y arremetiendo con él en medio de sus caballeros, el caudillo ára-
be le atravesó con su lanza. El triste Rodrigo cayó sin vida, y privados los Godos
de su monarca, se dispersaron por todos lados (2). Los Árabes y Berberiscos
de Tarik siguieron el alcance con su caballería ; la espada muslímica se cebó en
ellos por mucho espacio, y murieron tantos, dice un autor árabe, que solo sabe
cuantos Dios que los crió, quedando toda aquella tierra cubierta de cadáveres y
miembros destrozados para pasto de los lobos.
Esta es la versión de los cronistas árabes, añadiendo que Tarik tomó la ca-
beza del rey Rodrigo y la envió á Muza, quien á su vez la remitió á Walid con
un relato de la batalla. La rica imaginación árabe ha adornado luego esta rela-
ción con mil episodios, y nuestros romanceros y escritores de la edad media no les
fueron en zaga ; según unos, Rodrigo asistió á !a pelea como un verdadero sá-
trapa, en un magnífico carro de marfil con ruedas de plata, tirado por dos muías
blancas, ceñida en su frente la corona y llevando en los hombros clámide de púr-
pura y oro. Un moderno autor inglés (3) llega á decir que Rodrigo iba bajo un do-
sel resplandeciente de pedrería con las armas de su linaje; y sin insistir en demos-
trar toda la falsedad de semejantes descripciones, todo induce á creer por el con-
trario que, si bien dados los Godos á los placeres y al lujo, como antes hemos ex-
plicado, estaban aun muy lejos de tanta magnificencia y que Rodrigo distaba
mucho de ser un sátrapa asiático (4). La concisión y oscuridad de las memorias
de la época ha favorecido los extravíos é inventos de la imaginación, y al último
(1 1 Guallah ó valluh ! exclamación que equivale á por Dios !
(2) Según varios autores árabes, la batalla duró ocho dias.
(3) M. Washington Irwing. Lejends of the Conques t of Spain.
(4) Erat autem Kudericus durus in bellis et ad negotia expeditus, sed in moribus non disimi-
lis Vitiza;. Rod. Tolet. Chr.
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CAP. VI.— ESPAÑA GODA. 117
rey godo y á los principales personajes de su tiempo se ha dado un carácter que
jamás fué el suyo.
Según otros autores, no decidió de la suerte de la batalla la intrepidez de
Tarik y de sus Berberiscos. Al día tercero, sus batallones habían cejado en efecto
y ya empezaba el general musulmán á desesperar de la victoria, cuando un secreto
emisario le advirtió durante la noche que los hijos de Tfitiza y su tio Oppas se
hallaban prontos á pasarse á su partido, con tal que en caso de quedar vencedor
les dejara reinar sobre los Godos como hicieron su padre y abuelo, y se contenta-
ra con un tributo y una porción del territorio español. Según esta versión, Tarik,
que habia agotado ya todo su esfuerzoy valor, se apresuró á aceptar la proposi-
ción con las condiciones dichas, reservándose infringirlas después de la victoria^
y al dia siguiente, cuando sus soldados recejaban delante de los Godos, el obispo
Oppas y los dos hijos de Witiza se pasaron á los Sarracenos con las tropas que
mandaban. La partida hecha menos desigual por la traición de los tres capitanes,
fué aun vivamente disputada, y no quedaron triunfantes los Árabes hasta pasados
oíros tres dias de pelea y matanza.
El-Dhobi, autor árabe, atribuye el vencimiento délos Godos á su falta de
caballería ; y en efecto, parece que los Godos miraron con gran descuido la cria
de caballos. Servíanse de ellos muy poco en la guerra, y los caballos de la Béti-
ca, tan famosos en tiempo de los Romanos y tan celebrados por sus poetas (1),
habían decaído entonces de su antigua reputación, siendo preciso para regene-
rarlos la conquista árabe. El autor á quien hemos citado no habla tampoco de la
traición de los hijos de Witiza.
Los documentos contemporáneos dicen que Rodrigo murió en la batalla, ya
pereciese oscuramente en la refriega, ya le matase Tarik por su propia mano.
Refieren otros que el rey al ver á su ejército en completa derrota buscó su salva-
ción en la fuga y que la debió á la velocidad de su caballo Orelia, tan célebre en
nuestros romances; desaparecido de la vista de todos, jamás se supo su paradero,
si bien su corona, su manto real y sus borceguíes hallados en las márgenes del
Guadalete, hicieron creer que se habia ahogado en sus aguas. Otros en fin cuen-
tan que llegó á Lusitania, donde murió mucho tiempo después haciendo peniten-
cia ; en apoyo de esta tradición cítase el sepulcro hallado muchos años mas tar-
de en Yiseo, con esta inscripción:
H1C REQVIESCIT RVDERICVS
VLTIMVS REX GOTHORVM.
Sin embargo, aunque transcrita por Sebastian de Salamanca, los mejores críti-
cos no han vacilado en considerarla apócrifa, i
Los historiadores tampoco andan acordes sobre la importante fecha de la
batalla del Guadalete; los mejores autores árabes y los primeros cronistas
cristianos la fijan en el año nonagésimo segundo de lahegira, y admitiendo la
fecha precisa dada por el autor empleado por Conde (5 de jawal del año 92 de
Illustret circum sonipes quicumque superbo
Perstrepit hinnitu Bsetim, qui splendida potat
Stagna Tagi, madidoque jubas adspergitur auro.
(Claudias, de Cons. 3.
118 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
lahegira), resulta que tuvo lugar en ios últimos dias de julio del 25 al 31 del
año 749 de la era de España.
También se han suscitado dudas acerca de la duración de la batalla, pero en
las costumbres guerreras de los Árabes, y sin duda ha de decirse lo mismo de
los Berberiscos, estaba guerrear no por medio de grandes masas, sino escaramu-
zando hasta que juzgaban la ocasión favorable para el acometimiento decisivo.
«La arremetida de los Árabes, dice Gibbon, no era, como la de los Griegos y Ro-
manos, el esfuerzo de una línea compacta de infantería; ginetes y arqueros com-
ponían la mayor parte de sus fuerzas, y una batalla con frecuencia interrumpida
y con frecuencia renovada por combates parciales y escaramuzas de fugitivos,
podia prolongarse muchos dias sin resultado decisivo (1).»
Tarik se aprovechó de la victoria, y persiguió á los vencidos hasta el Gua-
diana. En su marcha sitió y se apoderó de Astigis, donde se habían refugia-
do gran número de Godos, escapados de la matanza del Guadalete, y escribió á
Muza, pidiéndole refuerzos para pasar adelante.
La monarquía goda habia caído derrumbada al soplo del viento africano ; el
Guadalete se llevó en sus aguas la gloria y libertad de España. Allí, dice Maria-
na, pereció el nombre ínclito de los Godos ; allí el esfuerzo militar , allí la fama
del tiempo pasado, allí la esperanza del venidero se acabaron ; y el imperio,- que
mas de trescientos años habia durado, quedó abatido por esta gente feroz y cruel.
«¿E quién daria á mí agua, con que toda mi cabeza fuese bañada, exclama el
bueno de Alfonso X en su crónica, é mis ojos fuentes, que siempre manasen lá-
grimas, porque llorasen é plañiesen la pérdida, é la muerte de los de España, ó
la mezquindad, é el terramiento de los Godos? Aquí se remató la santidad é re-
ligión de los obispos é de los sacerdotes ; aquí quedó é menguó el ahondamiento
de los clérigos que servían las igresias ; aquí peresció el entendimiento, é el en-
señamiento de las leyes de la santa fe, é los. padres é los señores todos perescieron
en uno... Toda la tierra astragaron los enemigos, é las casas hermaron, los ornes
mataron, las cibdades robaron é tomaron.... Cuanto mal sufrió aquella Ba-
bilonia, que fué la primera y mayoral en todos los reinos del mundo, cuando fué
destroida del rey Ciro é del rey Dario... é cuanto mal sufrió Roma, que era se-
ñora de todas las tierras, cuando la tomó é la destroyó Alarico, é después Ataúl-
fo, rey de los Godos, é después Genserico, rey de los Vándalos ; é cuanto mal
sufrió Jerusalen, que, según la profecía de nuestro Señor Jesucristo fué derriba-
da é quemada, que non fincó piedra sobre piedra; é cuanto mal sufrió aquella
nombre de Cartago, cuando la lomó y la quemó Scipion, cónsul de Roma ; dos
lanío mal, é mas que aquesto sufrió la mezquina de España, desamparada, ca en
ella se ayuntaron todas estas coitas é tribulaciones...»
Finís Hispanice ! podían exclamar también los valerosos Godos, como mu-
cho después han exclamado los guerreros de otra nación no menos esforzada y
no menos infeliz. España resucitó ; mas el pueblo, cuyas desventuras nos ha re-
ferido últimamente M. de Montalembert, continua envuelto aun en sus ropajes de
luto, y para él es todavía una verdad el terrible grito de Finís PolonioB !
Antes de empezar el reíalo de la grandiosa epopeya de ocho siglos que de-
(1) Hist. of tne decline aud Fall, of the Román Empirc, o. 51.
CAP. VI.— ESPAÑA GODA. ' 119
volvió á España su ser, tócanos detenernos algún tiempo, como hemos practicado
á la caida del imperio romano, para dirigir una mirada á las instituciones, á las
costumbres, á las leyes del pueblo que'sucumoe, y examinar el estado religioso,
político y civil de España antes que los Sarracenos llevasen á ella sus armas y el
influjo de sus ideas. España ha recorrido otra gran jornada de las cinco en que
dividiremos el camino que en el mundo ha andado, y como hicimos al fin de la
primera, veamos ahora su organización, su modo de existir, su verdadera historia
al fin de la segunda. Y no se extrañe que nos detengamos en este estudio tanto ó
mas quizás de lo que en la relación de los sucesos nos hemos detenido: la verdadera
historia de un pueblo, repetimos, mas que en la sucesión de sus reyes, en la se-
rie de sus guerras, con la explicación de las calamidades que le han afligido,
mas que en la relación de su vida pública, digámoslo así, hechos mudos casi
siempre para gran número de lectores, existe en el detenido examen de sus leyes,
de sus usos, de su vida íntima. El estudio de las varias épocas en que puede di-
vidirse la existencia de España, la comparación de la época romana con la goda,
de esta con la dominación árabe, de la época en que bajo la dinastía austríaca
era nuestra patria el mundo con la que se inauguró reinando la dinastía borbóni-
ca, y la comparación de todas ellas entre sí, para ver que frutos ha recogido nues-
tra patria en el camino andado ; lo que fué antes de cada jornada y lo que fué
después ; que enseñanza, que sufrimientos, que adelanto, que retroceso ha expe-
rimentado en ellas; que ha perdido, que conserva de cada una; en una palabra,
discurrir y explicar el encadenamiento de causas y de efectos que han hecho de
la España antigua, la España media y la España moderna , considerar desde lo
alto la larga senda recorrida así como ahora la recorremos á nuestra vez, es una
obra que creemos nueva en nuestra nación, que habría de ser el indispensable
corolario del conocimiento de la vida histórica de España época por época, como
aquí la explicamos, y que aun cuando en fuerzas pobres, sí en deseos y aspira-
ciones ricos, quizás emprendamos y bosquejemos algún dia.
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPÍTULO VIL
Carácter moral de los Godos.— Su estado político.— Monarquía electiva antes y después de Recaredo.
—Títulos y honores de los reyes.— Los hijos del rey no heredaban. — Concilios de Toledo. — Su in-
fluencia.—Inconvenientes de la intervención directa del clero en el gobierno del Estado.— Opinión
del autor sobre esta materia.— Oficio palatino. — Duques, condes, gardingos y vicarios.— Régimen
municipal.— División de clases. — Nobles y plebeyos.
¡ Qué revolución tan grande ha sufrido España en el período que acabamos
de recorrer ! Gobierno, religión, leyes, costumbres, todo ha variado. Lo maravi-
lloso de esta transformación es que unos pueblos designados con el nombre ater-
rador de bárbaros; que una horda cuya planta salvaje iba dejando tras sí la hue-
lla de la devastación y de la ruina ; que unas tribus que iban arrasando la
tierra como una lengua de fuego ; que unas razas desprendidas de las regiones
ásperas y Mas del Norte á los suaves y abundosos climas del Mediodía y Occi-
dente como manadas de lobos hambrientos en busca de presas que devorar ; que
unos hombres que en su marcha de destrucción mezclaban los despojos de las
ciudades destruidas con los insepultos cadáveres amasados con la misma sangre,
como la uva de un horrible lagar (1) ; que unas gentes que parecían ser el azote
enviado por la Providencia para castigar á la humanidad de un modo que reso-
nara por los espacios de los siglos futuros, hayan sido los que fundieron y reor-
ganizaron la sociedad humana, los que reedificaron sobre ruinas y lagos de san-
gre imperios que aun duran, los que fundaron en España una nación, los que
declararon culto del Estado el mismo que hoy subsiste, los que dieron á los pue-
blos leyes que aun se veneran, los que celebraron asambleas religioso-políticas
que se admirarán y respetarán siempre, los mismos en fin que legaron á los reyes
de España su título mas glorioso, de quienes la mas alta nobleza española se
envanece de hacer derivar su genealogía, y cuya sangre corre acaso todavía por
las venas de los actuales Españoles (2).
Sin embargo, ¿eran tan bárbaros los Godos como los Francos, los Hunos,
los Alanos, los Vándalos, y el enjambre de pueblos que vomitó el Norte? Sirvan
de contestación á esta pregunta las siguientes noticias y reflexiones que vamos á
consagrar al estudio de su carácter moral, que sin duda merece el primer lugar
en la historia política y religiosa de la España goda (3). Sin hacer caso de Jor-
(1) Velut in quodam horrendo torculari mixta... Hist. Gild.
(2) Lamente, Hist. gen. deEsp., P. 1, l. IV, c. VI.
(3) En este capítulo y en los sucesivos sobre la España Goda, nos hemos servido principalmen-
te de la excelente Historia critica da España, de Masdeu ; de los pasages que á la sociedad visigoda
CAP. VIL— ESPAÑA GODA. 1S1
nandes , que pudo dejarse arrastrar del amor nacional , nuestro Paulo Orosio ,
Salviano, presbítero de Marsella, Sazomeno de Salamina, San Isidoro de Sevi-
llanos autores de la historia Miscela (1), y los demás escritores de aquella edad,
nos han comunicado tales retratos de los Godos, que sin tenerlos por doctos ni
letrados , lejos de esto, hemos de reconocer en ellos humanidad, buen trato, y
una política y filosofía notables para regla del gobierno y de las costumbres. Son
acreedores principalmente á los mayores elogios , así por la moderación de que
dieron repetidos ejemplos en sus guerras , virtud muy extraordinaria en los con-
quistadores, aun entre pueblos cultísimos, como también por la piedad en que se
esmeraron, templando en sus conquistas el furor de la victoria con el mayor
respeto á los templos y á la religión. Alarico en el saco de Roma mostró una
mansedumbre y una piedad admirables en un guerrero de la sangre de los Bal-
tos (2). Ataúlfo se portó con su ilustre cautiva, la hermana de Honorio, con una
templanza que no desmerece de la tan encomiada conducta de Escipion con la
desposada de Alucio. Si el cónsul romano hubiera amado á la joven de Cartage-
na, como el rey godo amaba á la princesa romana, y aquella hubiera estado libre
como esta, no habría podido tratarla con mas nobleza que haciéndola su esposa,
como lo hizo Ataúlfo, guardándole todas las consideraciones debidas á la prin-
cesa imperial y á la esposa de un rey. Ataúlfo tuvo además el pensamiento de
sustituir al imperio de los Césares un imperio gótico ; conociendo luego la impo-
sibilidad de realizarlo por la poca aptitud de su pueblo, varió de designio, y se
propuso ser el restaurador del imperio romano. En aquel pensamiento , que en
gran parte hubo de ser el de Alarico, y que explica Orosio (3), se descubre ya
el desarrollo de la inteligencia, se revelan ideas de civilización. Hasta el terrible
Atila abrigó planes de recomposición social ; pero su misión no era entonces edi-
ficar, sino destruir.
Tomaron asiento los Godos en Italia, Francia y España, y con el cotejo de
estas naciones, en que estaban entonces los vicios en la mayor pujanza por la fla-
queza del gobierno romano, sobresalían mas las virtudes morales en que venían
envueltas las armas de los nuevos conquistadores. Los Españoles, por relación
de Salviano de Marsella (4), eran ardientes y lujuriosos : en Francia, dice Pro-
copio (5) , reinaba mas que en otra parte del mundo la falta de honor y de pala-
dedica M. Guizot en su obra Origine du gouvernement repfesentatif en Europe, y de la moderna His-
toria general de España, por don Modesto Lafuente.
(1) Hist. miscella ap. Murator., Script. rerum Italia, t. I.
(2) La familia de los Baltos (los Atrevidos), á la que pertenecía Alarico, era de las mas distin-
guidas entre los Godos.
(3) Nam ego quoqueipsevirum quemdam Narbonensem, illustris sub Theodosio militiae, ethm
religiosum prudentemque et gravem apud Bethleemoppidum Palestina;, beatissimoHieronimo pres.
bytero referente, audivisse familiarissimum Ataulpho apud Narbonam fuisse: ac de eo ssepe sub tes-
tificatione didicisse quod ille, quam esset animo, viribus ingenioquenimius, referre solitus esset se in
primis ardenter inhiase, ut, obliterato romano nomine, romanum omnesolum Gotborum imperium
etfaceret vocaret; essetque, ut vulgariter, Gothia quod Romanía fuisset... At ubi multa experientia
probavisset, ñeque Gothos ullo modo pareie legibus posse propter eífrenatam barbariem, ñeque
reipublicee interdici leges oportere, elegisse se saltem, ut gloriam sibi et restituendo in integrum au-
gendoque Romano nomine Gothorum viribus quaeret, habereturque apud posteros romanee restitu-
tionis auctor, postquam esse non poterat immutator. Orossi Histor., 1. VII, c. 43.
(4) Salvian., De gubernatione Dei, 1. V, p. 142.
(5) Procop., De bello Goth.,1 II, p. 111.
TOMO II. '
122 HISTORIA GENEHAL DE ESPAÑA.
bra : entre los Romanos, por testimonio de todas las naciones, la deshonestidad,
la crueldad, la impiedad, la avaricia, la traición, todos los vicios juntos tenían
su asiento y dominio. Los Godos, al contrario, eran castos y fieles á sus mujeres;
defendían al paciente y al amigo como á sí mismos ; no eran pródigos, pero tam-
poco avaros ; se compadecían del pobre , y cargaban el peso de los tributos sobre
la gente rica ; respetaban sumamente á los sacerdotes católicos, aunque fuesen
de religión extraña ; fiaban en Dios vivamente y le recomendaban todas sus guer-
ras y negocios. Así pintan á los Godos las historias escritas al tiempo de su irrup-
ción en Occidente, y sin tomar al pié de la letra este retrato quizás un poco car-
gado, es un error imaginar que los Godos fuesen del todo bárbaros y salvajes
cuando aparecieron mas acá de los Alpes. Los escritores que así los han descrito,
al mismo tiempo que prorumpian en elogios de las naciones subyugadas, han in-
currido en gran exageración , y es evidente que los Septentrionales, dice Mas-
deudor muchos que fuesen y muy feroces, no se hubieran apoderado en tan poco
tiempo de las provincias romanas, si hubiesen sido tan incultos y rudos como
suele pintarlos nuestra soberbia, y si Roma por otra parte no hubiese ya perdi-
do miserablemente el esplendor de las ciencias y bellas artes , que habían dado
en otro tiempo el mayor impulso á su elevación y fortuna (1).
Traían los Godos consigo el sentimiento de la dignidad personal , de la li-
bertad individual, del horror á la esclavitud, de la frugalidad y la templanza,
del respeto á la mujer y de la fidelidad conyugal, sentimientos conformes k la
índole del cristianismo, que habían de servir de base á la sociedad que se recons-
truía en reemplazo de la esclavitud, de las bacanales y del desenfreno romano.
Pero en cambio íraian también el respeto y el gusto á la legislación de los Ro-
manos y la religión que de ellos habían aprendido, dos principios que habían de
entrar en la vida de la nueva sociedad como legados de la sociedad antigua, y
que habían de acabar por identificarlos con los pueblos conquistados. Esta fusión
empero, no podia ser repentina; necesitaba hacerse poco á poco y con el concurso
lento de los años.
Superiores en realidad por el carácter, los Godos, en sus relaciones con los
pueblos indígenas, difirieron esencialmente de los demás bárbaros, y en especial
de los Francos. Los conquistadores de la Galia septentrional se mostraron im-
placables en la explotación de los vencidos, y no habría de sernos difícil acumu-
lar pruebas y testimonios de la ferocidad que caracterizó entre todas la domina-
ción de los cabelludos compañeros de Glodoveo.
«La conquista de las provincias meridionales y orientales de la Galia por los
Visigodos y Burgundios, dice Agustín Thierry, distó mucho de ser tan violenta
cerno la del Norte por los Francos. Extraños á la religión que los Escandinavos
propagaban á su alrededor, aquellos pueblos habían emigrado por necesidad con
sus mujeres é hijos al territorio romano, y mas que por la fuerza de las armas,
habian obtenido su nueva residencia por medio de reiteradas negociaciones. A su
entrada en las Galias eran cristianos como los Galos, aunque de secta amana, y
en general se mostraban tolerantes, sobre todo los Burgundios.
«Dejando aparte cierto fanatismo arriano, los Visigodos, dueños del país si-
(l) Hist. crit. de España, t. XI, p. 7.
CAP. VIL— ESPAÑA GODA. 123
tuado entre el Ródano, el Loire y los dos mares, unían á un espíritu equüativo de
justicia mas inteligencia y gusto para la civilización. Largas expediciones milita-
res á través de Grecia y de Italia habían inspirado á sus caudillos el deseo de so-
brepujar, ó de continuar á lo menos en sus establecimientos la administración
romana...
«La irrupción de los pueblos bárbaros fué violenta y acompañada de gran-
des estragos ; pero el amor al reposo se apoderó de ellos muy pronto, y cada dia
se asimilaban mas á los indígenas. Los Godos en especial mostraban gran incli-
nación por las costumbres romanas, que eran las de todas las ciudades galas;
sus caudillos se envanecían de amar las artes y afectaban la cultura de Roma, y
así se cicatrizaban por grados las heridas de la conquista; las ciudades reedifica-
ban sus muros, la industria y la ciencia volvían á emprender su vuelo, y el ge-
nio romano reaparecía en un país cuyos vencedores parecían abjurar de su con-
quista.»
Tal era el carácter y espíritu de aquella nación que saliera medio desnuda
de los pantanos del Danubio. Habíase formado, había crecido, y nosotros que la
hemos visto en tiempo de Decio (249-251), bárbara aun, aterrorizar al mundo
romano, vérnosla en tiempo de Eurico (466-484), hablar solo en latin y negociar
con Roma, una vez la hubo sometido á sus armas. Su monarca Eurico tenia una
corte ; en Tolosa , en Burdeos , recibia diputaciones de los pueblos que se forma-
ban con los despojos del gran imperio ; y aunque no llevaba el manto real, era
príncipe que daba gran precio á las cosas que suelen no ser eslimadas sino por
los pueblos cultivados. Gustaba de la cultura y las artes, y tenia un placer en
que le fuesen atribuidas y se aplaudiesen en Italia las cartas escritas en su nom-
bre á Honorio, en excelente latin, por su secretario León, hombre erudito que ha-
bía puesto al servicio del rey bárbaro toda la amenidad latina de los mejores
tiempos de la literatura romana (1).
Casi al mismo tiempo, el caudillo de otro pueblo de Godos, el rey de los Os-
trogodos, el gran Teodorico, decía en Italia que si entraba en sus miras producir
muchas cosas nuevas, se proponía sobre todo conservar las antiguas (2).
Una nación cuyos jefes abrigaban tales ideas á su primer paso en la carrera
del gobierno, llevaba seguramente consigo gérmenes de civilización que no po-
dían quedar estériles.
Si es cierto que un pueblo sea tanto mas civilizado en cuanto se profese en él
mayor respeto á la humanidad, en cuanto se vean menor número de suplicios atro-
ces, de penas horribles, en cuanto se practiquen mas los principios de la frater-
nidad humana, el pueblo godo merece un lugar muy distinguido entre los pue-
blos bárbaros conquistadores de Occidente. Considerada bajo este punto de vista,
la España en tiempo de los Godos aventaja en mucho á la España romana. Las
guerras fueron menos mortíferas ; no se veian aquellos grandes holocaustos de
pueblos enteros ordenados á sangre fria por un jefe militar, como los hemos pre-
(1) Se pone pauxillum conclamatissimas declamationes, quas oris regii vice confiéis, quibus
ipse rexinclytus... per permotae limitem sortis, ut populos sub armis, sic franat arma sub legibus.
Apoll. Sidon., 1. VIII, epist. ad Leonem Eurici conciliarium, Scrip. rerum Franc., 1. 1, p. 800.
(2) Proposito nostri est nova construere, sed amplius vetusta servare.
121 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
senciado en los primeros tiempos de la dominación romana ; el historiador no ha
de estremecerse ante el espectáculo de poblaciones entregadas á las llamas y á la
espada de los conquistadores. Igual suavidad observamos en la administración
interior. Los suplicios crueles son tan raros como las violencias militares, aun
respecto á los rebeldes y regicidas. No vemos hombres quemados vivos, empala-
dos, descuartizados, expuestos á las fieras del circo ó arrastrados á la cola de un
caballo. La legislación goda, es cierto, consagra castigos crueles; pero ¿qué nación
moderna no ha tenido por mucho tiempo en su código penas semejantes? En el pe-
ríodo que acabamos de recorrer, hemos tenido que referir pocas crueldades, pocos
asesinatos; únicamente en los primeros tiempos bañáronse repetidas veces en san-
gre las gradas del solio. Sin embargo, á contar desde Recaredo, desde la conversión
de los Godos al catolicismo, desde que la Iglesia puede dejar sentir su acción mas
directamente en el Estado, aquel pueblo tan violento antes , se suaviza, sus cos-
tumbres cambian, yla vida del hombre se hace casi sagrada á lo menos en las altas
regiones. Nada tan moderado como la pena aplicada por Wamba á Paulo y á sus
compañeros. Dos fratricidios en la familia de Turismundo, un padre que condena
á muerte á su hijo, por un cúmulo fatal de circunstancias , es de cuanto pued^
acusarse á las familias reales en este período de trescientos años, desde Ataúlfo
hasta Rodrigo. Y ¿qué es esto comparado con la serie de asesinatos, de cruelda-
des, de atroces maquinaciones, de fratricidios innumerables, de horribles ejecu-
ciones militares con que se inauguró en las Galias el establecimiento de la mo-
narquía franca de los Merovingios? El suplicio de Brunequilda es mas espantoso
él solo que cuanto hemos visto en la historia de los reyes godos.
Al llegar á las Galias y á España , hallaron los Godos establecida la escla-
vitud , y aunque no la abolieron, cambiaron sus condiciones, la modificaron su-
cesivamente y la suavizaron , de modo que hablando con propiedad cesó de seí*
esclavitud : los esclavos se hicieron siervos , y esto por triste que sea fué un gran
progreso. Como hemos dicho , el principio de la esclavitud era entre los Roma-
nos , absoluto ; el esclavo era la cosa del dueño , quien podia disponer de ella á
su capricho. Entre los Godos era mas que todo un sistema moral sobre la divi-
sión de las clases y de las condiciones ; y si en algunos puntos sus leyes en la
materia se acercan á las de los Romanos , apártanse sensiblemente de ellas en
otros muchos , según á su tiempo tendremos ocasión de indicar.
Ha de hacerse además otra observación en honor de los Godos , y es que al
suceder á los Romanos , para quienes eran los juegos del circo una pasión, en un
pueblo que había llevado hasta el fanatismo el gusto de sus antiguos señores,
dejaron caer en desuso tan bárbaros espectáculos. Sus cronistas , muy minucio-
sos á veces en la descripción de sus fiestas públicas, no hablan jamás de correr
toros, ni de combates de fieras ni de gladiadores , en una palabra, de nada que
recuerde las sangrientas diversiones usadas entre los Romanos , y después entre
los mismos Españoles.
Examinemos, pues, de cerca la sociedad que formaron ; consideremos con
detención sus instituciones , su vida; con mas detención y escrupulosidad si cabe
de lo que lo hemos practicado con la sociedad romana , mucho mas conocida;
y empecemos por dirijir una mirada general á su gobierno, á su estado político.
El espíritu humano , inclinado por naturaleza á juzgar de la índole de las
CAP. VII.— ESPAÑA GODA. 125
cosas y á clasificarlas por sus formas exteriores , ha distinguido casi siempre
los gobiernos por caracteres que no son de su esencia. Allí donde no se ha en-
contrado ninguna de las instituciones positivas que, según nuestras ideas actua-
les, representan y afianzan la libertad política , se ha creído que no podia existir
libertad alguna , que el poder era absoluto. Sin embargo, todo anda mezclado en
las cosas humanas; nada en ellas es simple y puro , y así como existe algo del
poder absoluto en el fondo de los gobiernos libres, existe también libertad en los
gobiernos en apariencia absolutos. No hay forma alguna de sociedad completa-
mente desprovista de razón y de justicia , pues si la razón y la justicia se retira-
sen de ella, la sociedad perecería. Los gobiernos en apariencia mas opuestos
producen efectos semejantes , y aun cuando no sea esto decir que hayan de mi-
rarse como indiferentes las formas de gobierno y que sus resultados sean iguales,
manifiesta que no han de ser apreciados por algunos efectos ó signos exteriores.
Para examinar como se debe a un gobierno, es preciso remontarse á sus principios
esenciales y constitutivos, y entonces se viene en conocimiento de que muchos,
cuyas formas son distintas, se derivan de un mismo principio, y de que otros que
parecen semejantes por sus formas, son esencialmente distintos. ¿Cuál es la fuen-
te del poder soberano? ¿de dónde procede ? En la contestación que se dé á estas
preguntas reside el principio de los gobiernos. ¿Dónde existe este principio? ¿es
anterior á la existencia de las sociedades ? ¿reside en una mera convención hu-
mana?
Esto es, repetimos, lo que ha de examinarse en un gobierno para conocer su
verdadera índole, y esto es lo que consideraremos en el gobierno de los Visigo-
dos antes de descender á la explicación de sus instituciones particulares.
«La ley, dice el Líber Judicum , es por demostrar las cosas de Dios , é que
demuestra bien bevir, y es fuente de disciplina , é que muestra el derecho, é que
faze, é que ordena las buenas costumbres , é govierna la cibdad , é ama iusticia,
y es maestra de vertudes , é vida de tod el pueblo.
«La ley govierna la cibdad, é govierna á omne en toda su vida, é asi es da-
da á los barones cuerno á las mugeres , é á los grandes cuerno á los pequennos, é
asi á los sabios cuerno á los non sabios , é asi á los fiios dalgo cuerno á los vi-
llanos : é que es dada sobre todas las otras cosas por la salud del príncipe é del
pueblo, é reluce cuerno el sol en defendiendo á lodos.
« La ley deve seer manifiesta , é non deve ninguno seer engannado por ella.
Et deve seer guardada segund la costumbre de la cibdad, é deve seer convenible
al logar , é al tiempo , é deve tener derecho , y egualdad , é deve seer honesta é
digna , é provechosa é necesaria (1).»
(1 1 Lex est aemula divinitatis, antistes religionis, fons discipünarum, artifex iuris, bonos mores
inveniens atque componens , gubernaculum civitatis , iustitiae nuncia , magistra vitee , anima totius
corporis popularis.
Lex regit omnem civitatis ordinem , omnem hominis eetatem , quae sic fenimis datur ut mari -
bus, iuventutem complectitur et senectutem , tam prudentibus quam indoctis, tam urbanis quam
rusticis fertur. Quse summum salutis principum ac populorum culmen obtinet, et cum manifes-
tó prseclaroque praeconio in modum lucidissimi solis effulgit.
Lex erit manifesta , nec quemquam in captione civicum devocabit. Erit secundum naturam,
secundum consuetudinem civitatis, loco temporique conveniens, iusta et sequabili prsescribens, con-
gruens, honesta et digna, utilis , necessaria. lib. iud., lib. I, t. II. 1. 2, 3 y 4.
126 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
En estas ideas , tan eminentemente filosóficas sobre la naturaleza y el objeto
de la ley escrita, se revela la idea fundamental de la teoría. Existe una ley no es-
crita , eterna , universal , solo de Dios plenamente conocida, objeto de las investi-
gaciones y fin que ha de proponerse el legislador humano. La ley humana no es
buena, no es ley sino en cuanto es émula y mensagera de la ley divina. Luego no
se encuentra en la tierra el origen de la legitimidad de las leyes, y esta legitimi-
dad se deriva, no de la voluntad de aquel ó de aquellos que hacen las leyes, sean
quienes fueren , sino de la conformidad de las mismas leyes con la verdad , con
la razón , con la justicia que son la ley verdadera.
Quizás no alcanzaron los legisladores españoles de la época goda todas las
consecuencias de esta teoría ; pero es innegable que sentaron la base. De ella
dedujeron otro gran principio , desconocido entonces en Europa , á saber que
el carácter de la ley es ser universal , igual para todos , agena á todo interés
particular , dada únicamente en interés común , al contrario de lo que sucedía
con las demás leyes bárbaras concebidas todas en favor de intereses privados, ya
de individuos , ya de clases. Los legisladores de España , los concilios de Toledo
fueron los primeros en proclamar en el orden político el principio de igualdad
ante la ley , que les era inspirado por la idea cristiana de la igualdad ante
Dios.
De esta teoría sobre la naturaleza de la ley, habia de nacer la teoría siguien-
te sobre la naturaleza del poder.
1.° El poder solo es legítimo mientras es justo, mientras gobierna y es go-
bernado á su vez por la verdadera ley, por la ley de justicia y de verdad. No hay
voluntad humana , no hay fuerza terrestre que pueda dar al poder una legitimi-
dad exterior y prestada'; el principio de su legitimidad está en él y solo en él, en
su moralidad y en su razón.
2.° Todo poder legítimo procede de lo alto. Aquel que lo posee y lo ejerce
lo tiene únicamente de su propia superioridad intelectual y moral , y esta supe-
rioridad la tiene de Dios. No recibe, pues, el poder de la voluntad de los hombres
sobre quienes lo ejerce , y ejércelo legítimamente, no porque lo ha recibido, sino
porque en sí mismo lo posee. No es un mandatario , un servidor , sino un supe-
rior , un jefe.
Y en efecto, estas dos consecuencias se hallan consignadas en la legislación
visigoda.
«El rey ye dicho de regnar piadosamentre; mes aquel non regnapiadosamen-
tre, quien non a misericordia. Doñeas faciendo derecho el rey, deve aver nomne
de rey; el faciendo torto, pierde nomne de rey. Onde los antiguos dicen tal prover-
bio : Rey serás si federes derecho , et si non federes derecho non serás rey.
Onde el re deve aver duas virtudes en sí, mayormientre iusticia et verdat (1).»
« Et por ende nos que queremos guardar los comendamientos de Dios, da-
mos leyes en semble pora nos, é pora nuestros sometidos á que obedezcamos nos,
(4 Reí íi moderamine pie regendo vocatur. Non autem pie regit qui non misericorditer corrí-
git; recU; igilur faciendo regis nomen benigne tenetur , peccando vero miseriter amititur; undeet
apud veteres tale crat proverbium: Ilex ejus eris si recta facis , si autem non facisnon eris. Regias
igitur virtutes, prrecipuje duae sunt, justitia ot veritas. lib iüd. Primus titulus.
CAP. YII.— ESPAÑA GODA. 127
é todos los reyes que vinieren después de nos , é tod el pueblo que es de nuestro
regno generalmentre (1).»
« Dios que fizo todas las cosas , ordenó con derecho la cabesza en el cuerpo
del omne de suso , é fizo nascer de la cabesza todas las otras partidas de los
miembros del cuerpo del omne. Onde por eso es dicha cabesza , porque los otros
miembros comieszan á naszer de ella. E formó en la cabesza lumbre de los oíos,
porque pudiese omne veer las cosas, quel pueden empeezer, é metió en ella la me-
moria de entender , porque pudiese ordenar , é goviernar los otros miembros
quel son sometidos... Por ende de vemos primeramentre ordenar los fechos de
los príncipes , porque son nuestras cabeszas , é defender su vida , é su salud, ó
después desto ordenar las cosas del pueblo, que mientre que el rey es con salud,
que pueda mas firme mientre defender sus pueblos (2). »
Después de establecer que solo es legítimo el poder que obra según la justi-
cia y la verdad , que observa y dicta la verdadera ley ; que todo poder legítimo
procede de lo alto y toma su legitimidad en sí mismo, no en voluntad alguna ter-
restre , la teoría de los concilios de Toledo no pasa mas allá. Esta teoría , dice M.
Guizot en la obra antes citada, conoce y sienta los verdaderos principios del po-
der, pero olvida sus garantías. Los buenos preceptos abundan; las garantías rea-
les , esta cuestión que trae aun dividido y agitado al siglo xix, no existen.
En la monarquía visigoda observamos las consecuencias todas de estos prin-
cipios , como de ello nos convenceremos si desde el punto de vista general en que
hasta ahora nos hemos colocado, descendemos al examen particular de sus insti-
tuciones.
Su monarquía era electiva. En un principio el rey era nombrado por aclama-
ción : los principales caudillos militares hacian oir su voz y el resto de la nación
se dejaba arrastrar por ellos. Como habia de suceder, eran estas elecciones algo
tumultuosas ; elevábase al electo sobre el pavés , y la multitud reunida le acla-
maba rey.
Poco á poco la elección se regularizó, mas hasta el reinado de Recaredo pue-
de decirse que fué casi exclusivamente militar.
Desde aquel momento, la nación goda entró política, religiosa y civilmente en
una nueva senda. La Iglesia católica, que hasta entonces habia debido limitarse á
una acción indirecta sobre los vencedores, fué en adelante la religión del Estado;
sus principios , sus máximas hubieron de pasar al gobierno de los recien conver-
tidos ; su espíritu de libertad al propio tiempo que de orden , de respeto é invio-
labilidad del poder, hubo de infiltrarse en la nueva sociedad , y los obispos , los
eclesiásticos, que á su natural influjo sobre aquellas naturalezas primitivas unian
(4) Gratanter ergo iussa ccelestia amplectentes, damus modestas simul nobiset subditis leges,
quibus ita et nostri culminis clementia et succedentium regum no vitas ad futura, una cum regimo-
niinostri generali multitudine universa obedire decernitur id., lib, II, 1. 1, 1. II.
(2) Bene Deus conditor rerum disponens humani corporis formam, in sublime caput erexit, at-
que ex illo cunetas membrorum fibras exoriri decrevit. ünde hoc etiam á capiendis initiis caput
vocitari percensuit , formans in illo et fulgorem luminum , ex quo prospici possent quaecumque no-
xia concurrissent ; constituens in eo et intelligendi vigorem , per quem conexa et subdita membra
vel dispositio regeret, vel providentia ordinaret... Ordinanda ergo sunt primum negotia principum,
tutanda salus, defendenda vita, sicque in statu et negotiis plebium ordinatio dirigenda, ut dum sa-
lus competens prospicitur regum, fida valentius teneatur salvatio populorum. id. lib. II, 1. 1, 1. IV.
128 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ser los hombres mas ilustrados y doctos de su tiempo , debieron de intervenir en
los negocios públicos.
Su constante cuidado, todos sus esfuerzos se dirigieron á regularizar la elec-
ción de los reyes , que si podia ser garantía de libertad , regularmente hecha,
se converüa en tiranía de unos pocos , en ocasión de disturbios y rencores lleva-
da á cabo por la multitud ciega ó por unos cuantos atrevidos. Por esto las repe-
tidas leyes sobre la elección de los reyes de que hemos hecho mención en el cur-
so de esta historia, por esto las severas penas fulminadas contra las tentativas de
usurpación.
« Por ende establecemos que daqui adelantre los reys deven seer esleídos
enna cibdat ele Roma ( la ciudad real ) , ó en aquel logar hu murió el otro rey,
et deve ser esleído con concello de los obispos , ó de los ricos omnes de la cor-
te , ó del pobló , et non deve ser esleído de fora de la cibdat , nen de concello de
pocos , nen de villanos de pobló (1).»
Y no es extraño que los obispos y magnates godos se mostrasen tan celosos
del principio electivo de su monarquía , que trataran de rodearle de todas las
prendas de solemnidad y acierto para que no pereciera entre los abusos y los
atropellos. La elección del monarca ó la necesidad de su confirmación es, sentada
la teoría antes expuesta , la única garantía política , la sola limitación al ejercicio
del poder de hecho.
Sin embargo , necesario es decir que raras veces consiguieron el resultado
apetecido; pocas fueron las elecciones verdaderas, hechas libres y espontáneamen-
te ; y entonces la asamblea goda se veia obligada á cerrar los ojos sobre la usur-
pación, á sancionarla á fin de evitar mayores males, si bien nunca olvidaba ful-
minar nuevas penas para prevenir la reproducción de semejante abuso. Gobernar
á hombres ambiciosos y rudos , pretender cimentar la legalidad , el orden , el
buen gobierno entre los Godos que recordaban aun la vida nómada de sus an-
tepasados , no era fácil empresa , y de ello pudieron convencerse mas de una vez
los concilios de Toledo.
Es pues infundado, á nuestro modo de ver, el cargo que dirigen algunos á
los prelados y magnates godos de haberse opuesto siempre al principio hereditario
para sus fines particulares , para amenguar la dignidad real y dictarle la ley en
beneficio de sus prerogalivas. Creemos que no ha de buscarse la explicación de
este hecho en causa tan mezquina , y que mejor ha de reconocerse en un alto in-
terés político.
« Aunque la monarquía de los Godos en España , á que Eurico dio princi-
pio, dice Ferreras, fué hereditaria para Alarico su hijo, y para Amalarico su nie-
to (2) , hízose luego electiva. Entonces solo los señores palatinos y los principales
del reino podian hacer la elección; mas, desde el católico Recaredo , fueron
también electores los metropolitanos y los obispos. Por consiguiente, aunque
(4) Cod. de los Visig. T. prelim.
2) «A nuestro modo de ver , no habia de decir Ferreras que la monarquía goda fué heredita-
ria después de Eurico para Alarico su hijo y su nieto Amalarico , sino sencillamente que Alarico
sucedió á su padre y Amalarico al suyo con consentimiento de la nación. Esta y otras veces inten-
tóse establecer el derecho hereditario , pero siempre se opusieron á ello el pueblo y los magnates.»
Uomey , Hist. de Esp., P. 4.» c. XVIII.
CAP. VII.— ESPAÑA GODA 129
los hijos subieran á veces al trono de sus padres , no fué por derecho de he-
rencia, sino porque sus padres solicitaban este favor de los prelados y palatinos,
como ha podido verse en el decurso de esta historia (1).
La elección podia recaer en cualquiera individuo con tal que fuese honrado
y famoso, que perteneciese á la raza goda y no hubiese recibido la tonsura ni el
hábito religioso , á cuyas condiciones se añadió después de Recaredo la de ser
católico. El que era nombrado rey habia de jurar á sus subditos la observancia
de las leyes y la intolerancia de toda religión fuera de la católica , y recibía de
ellos el juramento de fidelidad y obediencia. Pasaba después á la catedral en
el primer dia de domingo , y allí le consagraba el obispo de Toledo ó de otra
ciudad en que estuviese la corte , ungiéndole la cabeza con el sagrado óleo. La
primera noticia que de esta costumbre, tomada de los reyes de Judea, se tiene
en España, data del reinado de Wamba , y se conservó hasta el fin de la monar-
quía goda.
Los reyes godos cuando entraron en España no usaban trono, ni corona, ni
vestidura propia que los distinguiese de los demás ; y en la época de la conquista,
en tiempo de Siclonio Apollinar , iban vestidos de pieles que preferían á la púr-
pura y á la seda (2). A mediados del siglo vi, Leovigildo, según cuenta Isidoro
de Sevilla , fué el primero que mandó erigir un trono en su palacio de Toledo y
se cubrió de vestidos suntuosos , para conciliarse respeto y veneración , dicen los
historiadores, y sus monedas, como á su tiempo manifestamos, son las primeras
que representan al rey con corona. Mucho antes de Leovigildo dábase á los reyes
godos el título de dominus noster, según lo demuestran un decreto de Alarico pu-
blicado en Tolosa en 505 y una inscripción de Narbona de 541. Grandes imitado-
res de los Romanos , los Godos les tomaron las pomposas denominaciones que
prodigaban á sus emperadores. Los monarcas godos recibían comunmente los tí-
tulos de Píos, de Gloriosos, de Vencedores, de Serenísimos, y Recaredo fué el
primero en tomar el sobrenombre de Flavio , ó porque se llamase así, y quisie-
ran sus sucesores conservar su nombre, ó porque Flavius en lengua gótica, se-
gún algunos escritores, (interpretación muy dudosa) significaba resplandeciente, es-
pléndido. En pocos años creció muchísimoel lujode los reyes godos, estando ya en
uso en tiempo de Ghindasvinto los vestidos de púrpura, los tronos de plata, y los ce-
tros y coronas de oro con engastes de esmeralda y otras piedras preciosas. Aña-
den algunos modernos que nuestros reyes usaban escudos de armas, y aun lo
especifican menudamente diciendo que era cuartelado, y que en los dos cuartos
superiores habia tres barras negras en campo de oro , y una corona de oro en
campo colorado ; y en los de abajo dos leones rojos , el de la derecha sobre plata,
y el otro sobre oro. Sin embargo, esto no tiene fundamento alguno y no puede
sostenerse, en cuanto el origen del blasón no va mas allá del siglo x. Nació en una
pequeña corte de Alemania , y las primeras ordenanzas reglamentando su uso
datan del reinado de Enrique I , duque de Sajonia y luego emperador de Alema-
nia, en el año 919.
Gomo los hijos del rey no sucedían á su padre en el reino , estaba prevenido
(<) Hist. gen. de Esp., t. III, siglo vil, reflex. gen
(2) Sidon. Apoll. Carm. VII, v, 49 y 349.
TOMO II. 17
130 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
en el Código Visigodo, que el Príncipe no pudiese disponerá favor desús hijos ó
deudos, sino de los bienes de su casa paterna, ó que personalmente le tocasen por
herencia ó por otro derecho legítimo; y que todo lo demás que adquiriese desde el
dia de su coronación, hubiera de pasar sin otra manda al sucesor de la corona.
EsSa ley que faeno solo propuesta, sino casi redactada por Reces vinto, dice: «Man-
damos que después de la muerte del Soberano queden á favor del reino , no solo
los estados y dominios de la corona , sino también todo lo que el rey hubiese
acaudalado ; pues habiendo el reino con su gloria honrado al príncipe , no es ra-
zón que este menosprecie la gloria del mismo reino. Tengan presentes mis suce-
sores que les obliga estrechamente su dignidad á gobernar con solicitud , á obrar
con moderación, á juzgar con justicia, á perdonar con facilidad , á exigir con
parsimonia y á observar con fidelidad... Como algunos de los que nos han prece-
dido en el trono, dejándose arrastrar de la codicia , han aumentado las rentas de
sus familias con el llanto público , nos hemos determinado á seguir los impulsos
de la divina inspiración , disponiendo leyes que refrenen á los Príncipes , como
ya se dispusieron para los subditos; y así mandamos en nombre de Dios á noso-
tros mismos y á todos nuestros sucesores, que todo lo que ahora ordenamos é in-
timamos se observe en adelante con mayor veneración y respeto.»
Ilimitada y absoluta la monarquía goda en sus dos primeros siglos, hasta
Recaredo., se modifica ó restringe desde este príncipe por influencias ó poderes
que hasta entonces no habia conocido. No obstante, aun en los primeros tiempos,
si bien el rey era el jefe superior del ejército, el que extendía su autoridad á to-
das las clases del estado, estaba sugeto á las leyes del mismo modo que el pueblo
en cuanto á la administración de justicia y no podia fallar sino con arreglo á
ellas, salva la prerogativa de dispensar en algunos casos ó mitigar el rigor de
las leyes concediendo indultos, en lo cual obraba por su sola autoridad y en el
lleno de la soberanía (1).
«Mientras que la monarquía fué nómada, diceD. Joaquín Francisco Pache-
co (2), desde Atanarico hasta Walia, mientras que fué arriana, aun que estable y
permanente, los reyes ejercieron un completo y omnímodo poder, sin mas correc-
tivo que los movimientos anárquicos y el puñal de las conjuraciones.»
En tiempo de Recaredo se inicia la obra de la fusión y amalgama de las
dos naciones. La unidad de religión le habia dado principio: la unidad de legis-
lación y la mezcla real de las familias debían venir á completarla. Entonces em-
pezaron á tomar cuerpo, á solidarse por decirlo así, en cuanto la época lo permi-
tía, las instituciones godas; desde aquel momento hubo una asamblea que de
hecho, si no de derecho, limitó el antes omnímodo poder de los reyes, y que pro-
clamó los principios de justicia, de igualdad, de buen gobierno que hace poco
hemos mencionado.
Las asambleas eclesiásticas habían sido desde muy antiguo tan frecuentes
como célebres en nuestro suelo. Aun antes de que se tuviese el concilio de Ni-
cea, en los primeros albores de esta costumbre, cuyos resultados habian de ser
(4) Siempre se ha considerado, dice Masdeu, como regalía proplsima del soberano la graciosa
dispensa del rigor de las leyes.
(2) Discurso de introducción al Fuero Juzgo, en la edición de los Códigos Españoles.
CAP. VII. — ESPAÑA GODA. 131
tan importantes, encontramos ya un sínodo illiberitano, reunión de los obispos
de España para ocuparse en la fe y en los intereses de la religión. Después de
sancionada esta práctica por la aquiescencia y el uso de la Iglesia universal, los
Españoles no la dejaron por su parte decaer; y Sevilla, y Braga, y Zaragoza, y
Barcelona, y Toledo, y otras ciudades, son sucesiva y reiteradamente centro de
estas reuniones religiosas, que ganan una inmensa autoridad en el ánimopiadoso
de un pueblo eminentemente cristiano. Los sínodos católicos, empero, limitábanse
á asuntos puramente eclesiásticos; la religión del pueblo vencido, lo mismo que la
del pueblo dominante ninguna influencia directa ejercía en las esferas del gobier-
no; y los obispos de la comunión de los monarcas, sacados del pueblo godo, hi-
jos de sus proceres, no tenían mas voz en los negocios públicos que los obispos de
la comunión popular, los hijos de los Romanos sojuzgados.
Recaredo se convierte al catolicismo, unifica la religión de la monarquía, y
llevado ya por su ardor de neófito, ó lo que es mas probable, necesitando de apoyo
y consejo para la gobernación de sus subditos, y no teniendo en la raza goda
ninguna gran institución que rodeara el solio, apartó á los concilios de su primi-
tivo y especial instituto, convirtiólos en cortes del reino, si no por las personas
que á ellos concurrían y la regularidad de su convocación por'las materias de que
trataban, llevó á ellos los negocios del Estado, y les hizo tomar una parte, no bien
definida, no permanente, pero sin duda alguna real y verdadera en las mas ar-
duas atribuciones de la soberanía. Los concilios, en los que luego se sentaron los
proceres, comenzaron á hacerse políticos, la monarquía de ilimitada que era vi-
no á ser el gobierno basado en los principios que antes hemos expuesto, siéndole
necesario, repetimos, de hecho, si no de derecho, la aprobación de todos sus
actos por aquellas asambleas mixtas tan célebres en nuestros antiguos anales.
Al llegar aquí, fuerza nos es apartarnos de muchos de los autores que tene-
mos á la vista y expresar un sentimiento contrario al suyo, á pesar del respeto
que por precisión han de inspirarnos sus reputados nombres. ¿Cómo calificare-
mos el nuevo estado de cosas que inauguró Recaredo y que se prolongó hasta
Rodrigo? ¿Qué diremos de esos reyes que piden consejo, que se inclinan ante
las decisiones de los concilios toledanos? ¿Consideraremos á Recaredo, según el
citado Pacheco, como un innovador desgraciado en la constitución de la monar-
quía goda, por haber introducido en ella el elemento teocrático, que mas que
ninguna causa, dice, contribuyó á perderla? Calificaremos á la monarquía goda,
como lo hacen algunos en tono de desprecio, de monarquía de obispos? ¿Dire-
mos como Lafuente, deplorándolo, que sobreponiéndose en ocasiones el cayado
episcopal al cetro regio, pudo dudarse si eran los reyes ó los obispos los sobera-
nos del Estado?— -No es este nuestro modo de ver. Siempre que á la ilimitada
autoridad de un hombre ó de muchos sobre un pueblo, se le señalen reglas, se
le deslinde la senda que ha de seguir, y sin mancillar en nada ni por nada la
augusta dignidad que ha de revestir el poder soberano, se procure aconsejarle,
ilustrarle, elevarle, rodearle de nuevo esplendor, é interponerse entre él y la dé-
bil muchedumbre; siempre que esto haga un cuerpo leal, poseído de tanto amor
al rey como al pueblo, que así tenga valor para reprobar los desmanes del uno
como las veleidades del otro; un cuerpo queá esto reúna una sabiduría cuya
celebridad ha vencido los siglos, una prudencia suma, el historiador, el filósofo
132 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ha de aplaudir su obra, ya esté aquel compuesto por el clero, por la nobleza ó el
pueblo. Los concilios toledanos lograron muchas veces poner á salvo al trono de
los embates de unos guerreros tan ambiciosos como turbulentos, rodearon dema-
gestad el solio, explicaron al monarca sus deberes, y exigieron del rey el jura-
mento de guardarlos; templaron con la mansedumbre de la religión y de la cien-
cia la índole feroz y los rudos instintos que aun conservaran los Godos; prepararon
mas y mas la fusión sentándose juntos á discutir vencedores y vencidos; redacta-
ron un código, prodigio de la época, como hemos tenido ocasión de ver y veremos
aun mas al tratar de sus disposiciones civiles; libraron á España de la suerte
que como á Francia, á Italia, al Occidente todo le estaba sin duda reservada, é
hicieron de ella una nación cuando los demás pueblos yacían aun sometidos al
bárbaro yugo de las legiones germánicas.
Así lo vemos nosotros, que procuramos no olvidar jamás nuestro principio
de que la libertad de los hombres es el bien supremo; nosotros, cuyo corazón está
siempre con aquellos que previenen ó derriban la tiranía, cualquiera que esta sea.
Y si se hace cargo á los concilios de Toledo de lo que hicieron, solo porque no fue-
ron unas cortes en la acepción que hoydia se da á esta palabra; si lo que se hubiera
perdonado y aun aplaudido al brazo popularse condena en los obispos por seríales;
si el clero lo era todo en aquellas asambleas, poco los nobles y el pueblo nada, á
pesar de la forma omni populo asentiente , tanto valdría como acusar á los obis-
pos de ser ellos los únicos depositarios del saber y de las luces. La nobleza goda
ruda é ignorante, el pueblo no menos ignorante y mas rudo todavía ¿qué papel
podían desempeñar en las asambleas de su nación? El que desempeñaban en-
tre los Anglo-Sajones y los Francos, en su Wittenagemot ó en sus campos de
mayo, de donde salían siempre la guerra , los desórdenes, la conquista, la
opresión, la tiranía de uno á veces, de la muchedumbre otras, el reinado de la
fuerza siempre. «En España, dice M. Guizot en la obra que hemos citado varias
veces, el gobierno tomó mas generalidad y una forma mas regular; las leyes
protegieron mas á los débiles; la administración se ocupó mas en su suerte; hubo
en la sociedad menos desorden y violencia, é ideas morales mas grandes y ele-
vadas presidieron al ejercicio del poder. » Y no puede decirse que fuera la in-
fluencia del clero ó de sus concilios lo que mas contribuyó á la pérdida de la na-
ción goda. «La ilustración del alto dero, dice D. Modesto Lafuente , templaba y
suavizaba la antigua rudeza gótica, pero al propio tiempo extinguíase el vigor mi-
litar y la energía varonil del pueblo que en un día de prueba como el que sobre-
vino, habia de echarse de menos y ocasionar la ruina del estado.» Esto, aunque
exacto en el fondo, es muy ei roneo en la forma. Los vicios, la molicie debilitaron
álos Godos, y aun cuando por algunos se dice ser ley providencial que á las lu-
ces, á la ilustración de un pueblo acompaña casi siempre la debilidad, no debe
el historiador buscar nunca las causas de su ruina en haber andado mas ó me-
mos por la senda del progreso, del saber, de la civilización y del bien.
No se crea, empero, que desconozcámoslos inconvenientes que, como á todo
lo humano, acompañan á este sistema. El clero, así por su naturaleza como por
su organización, es el cuerpo peor dispuesto para cualquiera resistencia en el orden
político. Para oponerla, lees necesario abandonar su situación, abjurar de su ca-
rácter y comprometer por lo tanto la fuerza moral en que reside su verdadero punto
CAP. VII. — ESPAÑA GODA. 133
de apoyo. El clero, tomando una parte activa y directa en el gobierno del estado,
no se encuentra jamás en una posición natural y simple; al intervenir en el go-
bierno, los obispos se ocupan en asuntos que no son los suyos, que no son el fin
habitual y reconocido de su siluacion y de su vida, y por lo mismo tiene su in-
tervención un carácter equívoco é incierto. A ella puede ir unida una gran in-
fluencia, pero jamás puede poseer una fuerza de resistencia enérgica y eficaz.
Además en esta mezcla de poderes, en estas relaciones entre el sacerdocio y el
imperio, acaba siempre la Iglesia por perder gran parte de su independencia pri-
mero, todo su influjo después. La disciplina eclesiástica se relaja, la autoridad
real adquiere en prerogativas lo que en influencia concede, y así mismo sucedió
en la iglesia gótica, como tendremos ocasión de ver en el capítulo en que expli-
caremos su organización.
De todo ello resulta , y decírnoslo para formular nuestra opinión en materia
tan controvertida, que la intervención del clero , de los concilios en el gobierno
de la monarquía goda, las vallas que opusieron á la antes ilimitada autoridad
del rey, el espíritu civilizador que llevaron á las bárbaras regiones del gobierno,
fué un gran paso hacia el bien. Que si entre él se deslizó algún mal, si habría
sido preferible que las luces , el buen gobierno de la nación no hubiesen necesi-
tado de la asistencia de los concilios , culpa es esto de la época que solo en el
clero ofrecía fuerzas vivas de progreso y de civilización. A su clero debió la Es-
paña goda haber dejado muy atrás á la España romana , y ser un anacronismo,
digámoslo así , entre las Galias , la Bretaña y la Italia, sumidas en las tinieblas
de la barbarie.
La corte de loS reyes godos se llamaba curia , y los cortesanos ó palaciegos
solían llamarse curiales ó privados, y también fieles ó proceres. Se daba general-
mente el título de condes á todos los nobles que tenían empleo en palacio , y así
el mayordomo se llamaba conde del Patrimonio, el caballerizo, conde del Establo,
el secretario de Estado, conde de los Notarios, el de guerra, conde del Ejército,
el tesorero, conde de los Tesoros, el camarero ó chambelán, conde de la Cámara,
el copero mayor, conde de las Escancias, y el capitán de guardias , conde de los
Espatarios. Además de estos empleos, que eran todos de gente distinguida, habia
otros inferiores, y aquellos que los desempeñaban se llamaban prepósitos. Así los
palaciegos nobles como los mas bajos , dice Masdeu (1), obtenían á veces como
en feudo algunos bienes estables, con la obligación de servir al rey, darle anual-
mente un número determinado de caballos , ó una cantidad de dinero ; pero no
podían vender dicha hacienda, ni conmutarla ni darla sino á otros palaciegos de
su misma esfera, el noble al noble , el plebeyo al plebeyo , y de modo que con la
traslación del feudo se transfiriesen los empleos ó tributos con que el rey lo ha-
bia cargado desde su principio (2).
Estos grandes y principales dignatarios formaban cerca del rey un consejo,
llamado oficio palatino, cuya importancia y participación en los negocios públi-
cos están atestiguados por gran número de leyes dadas ya fuera de los concilios
de Toledo, ya en virtud de su deliberación. Las palabras cuín omni palatino offi-
(<) Hist. crit. de Esp., t. XI, p. 36.
(2) Liber Iudicum, lib. V, t. IV, 1. 20.
134 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ció, cum assensu sacerdotum majorum que palatii , ex palatino ofjicio, etc., se
encuentran con frecuencia en el código de los Visigodos ; y estos textos lo mismo
que la historia no permiten dudar que el oficio palatino intervenia en la legisla-
ción, en el gobierno y en la elección de los reyes.
El lugar que ocupaba este consejo en la organización política de la monar-
quía no puede determinarse con precisión ; como el de los concilios, seria á buen
seguro no bien definido, no permanente, pero real y verdadero. Las instituciones
que limitaban el poder eran de hecho mas que de derecho , estaban en las cos-
tumbres, en la fuerza de las cosas, mas que en las leyes escritas , y por lo tanto
sus atribuciones , su intervención mas ó menos directa no pueden fijarse con
exactitud.
Las provincias eran gobernadas por duques y las ciudades por condes. Va-
rios documentos prueban esta diferencia , y en particular el memorial presentado
por Egica al concilio XVII de Toledo , en el cual da el rey el nombre de duca-
tum á la provincia de Narbona, y las leyes visigodas, que distintas veces llaman
duque al gobernador de provincia y conde al gobernador de ciudad. Guando ha-
blan de los dos juntos , nombran primero al duque y en seguida al conde ; dis-
ponen además expresamente que aquellos que se consideren perjudicados por la
decisión del segundo puedan apelar al primero , como á un tribunal superior; y
aunque la historia menciona duques de ciudades , como Victorio , duque de Cler-
mont , en el reinado de Eurico , y Claudio , duque de Mérida , en tiempo de Re-
caredo , esto significa que eran gobernadores de las provincias cuyas capitales
eran aquellas ciudades , esto es de Auvernia y de Lusitania, como lo prueba mas
y mas lo que del primero dice Gregorio Turonense y del segundo Gregorio Mag-
no. Los duques residían en las capitales de provincia, Tarragona , Braga , Mérida,
Córdoba, Cartagena , Toledo , Narbona y Tánger, mas á veces se encontraban
en la corte varios duques , ó porque iban á ella por negocios de su provincia, ó
porque aun acabado el gobierno se quedaban con el título y honores. Aun en
Francia se observaba igual diferencia entre duques y condes, como lo insinuó
claramente Venancio Fortunato , que escribiendo á Sigoaldo , le manifestaba su
deseo de que el rey Childeberto , que le habia hecho conde , le promoviese á los
honores de duque.
El gobernador así de provincia como de ciudad , solia tener un sustituto que
le ayudaba cuando las ocupaciones eran muchas , y hacia sus veces en caso de
ausencia ó enfermedad. El que lo era del conde tenia título de vicario, que es
nombre muy repetido en las leyes visigodas; y el del duque, según Masdeu, se
llamaba gandingo, como lo era Hildegiso en la Tarraconense, bajo el duque
fíanosindo, en tiempo del rey Wamba. El traductor del Fuero Juzgo tradujo
gar din go por rico-hombre, y algunos auíores aseguran que el gardingato era
oficio palatino. I). Modesto Lafuente (1), fundándose en la etimología del nombre
gardingo, compuesto de las palabras germanas garde, cuerpo de tropas encarga-
do del orden público, y ding , tribunal, dice que quizás eran los gardingos jueces
de la milicia , encargados de la justicia militar, ó acaso como nuestros audito-
res de guerra. Por las leyes visigodas y por el concilio Toledano xm sabemos
(1) Hist. gen. de Esp., P 1.', I. IV, c. IV.
CAP. YII. — ESPAÑA GODA. 135
que los gardingos acudían á las juntas de los grandes , y tenían el primer lugar
después de los duques y condes , aunque no firmaban en ellas como los demás,
pues no se halla firma de gardingo en ningún concilio ni decreto real.
En las villas y demás lugares subalternos había un alcalde con el nombre
de prepósito 6 milico , que tenia sueldo del rey como los demás gobernadores,
pues , como dice Recesvinto en una de sus leyes, la corte los mantenía á todos á
fin de que no oprimiesen á los pueblos con indebidas exacciones , ni hicieran in-
justicias por interés ó regalos. Los que cuidaban de recaudar los tributos , se lla-
maban numerarios ; nombrábalos el conde del Patrimonio , y los confirmaba en
cada ciudad ó villa su respectivo obispo , dándoles el primero sus poderes para
que cobrasen por el rey , y el segundo los suyos para las cobranzas de la igle-
sia. El empleo de numerario era odioso y se tenia por vil , como lo demuestra el
hecho de haber sido un capitán llamado Teodemundo nombrado numerario de
Mérida por orden expresa de Wamba , á que no pudo resistir , y haber solicitado
luego de Egica una declaración de que no se le consideraría como á tal , ni se
le seguiría mengua ni deshonra para la familia.
¿Desapareció con la conquista el régimen municipal de los Romanos? El
Breviario de Álarico prueba que no solo se habían conservado las libertades mu-
nicipales , sino que se habían aumentado los derechos y franquicias que poseían
los ciudadanos antes de la invasión de los Bárbaros. Los decemviros , los defenso-
res de la ciudad , los priores ó séniores loci, los curiales y magistrados conser-
vadores de la paz , en cuyas atribuciones entraba , á lo que parece , la administra-
ción de los bienes comunales (1), son citados á cada paso en el código dicho.
Libre de la recaudación de los impuestos el cuerpo de los decuriones , entraban
en él sin repugnancia los vecinos mas notables; el defensor wbis no obraba ya
solo como delegado del conde, sino también como representante de la curia, y
de este modo, dice Lafuente, concentrando en sí los pueblos la vitalidad que
les quedaba, preparaban el camino á los concejos posteriores.
Todo ello es muy cierto antes de que la publicación del código de los Visi-
godos unificase la legislación entre Godos y Romanos. ¿Qué sucedió entonces?
¿Podremos decir que lo establecido á fines del siglo v por el Breviario de Alarico
únicamente para los Romanos, subsistió hasta el siglo vm para los Godos y Ro-
manos, convertidos todos en Españoles? Diversa es la opinión que reina sobre
ello, aun cuando el silencio del Fuero Juzgo acerca de la mayor parte de estas
disposiciones prueba mas contra su conservación de lo que prueba en favor de la
misma el texto del Breviario , redactado en las Galias , en una época muy ante-
rior y solo para una porción del pueblo.
Esto no obstante, del silencio del Fuero Juzgo no ha deducirse , á nuestro
modo de ver, su desaparición completa, dice M. Guizot. Las ciudades de Espa-
ña pudieron y hasta debieron conservar algunas instituciones , algunos restos de
libertades municipales. Discúrrese que no habiendo los conquistadores cuidado
mucho de los municipios , conservaron estos en gran parte su régimen anterior,
y es casi seguro , añade el mismo autor , que aquellos reducidos poderes locales
gozaron de mas realidad é independencia de la que tuvieron en tiempo de los
(1) Origine du gouvernement representatif en Europe, legón XXVL
136 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
emperadores. El clero, que habitaba especialmente en las ciudades, y estaba
unido á la raza romana , habia de protegerlos y procurar el acrecentamiento de
sus facultades ; mas con ellos sucedía quizás lo que con las asambleas de Toledo
y con el oficio palatino : existían , su acción era real , evidente , pero es imposi-
ble fijar el papel que podían desempeñar en la constitución general del reino en
cuanto no ocupan lugar alguno en las leyes escritas , á pesar de ser estas muy
detalladas y comprender el orden civil por completo.
Las clases del pueblo bajo la dominación goda eran casi las miemas que en
tiempo de los Romanos. Habia nobles y plebeyos, señores y siervos , patronos y
libertos. La nobleza se dividía en primates y en séniores como antiguamente en
senadores y equites, y ahora en grandes y caballeros, y proseguía, según pare-
ce , dice Masdeu , en el privilegio de tener caballo , que es el origen del título de
caballero, pues en los casamientos solo al noble era permitido por ley regalar
caballos á la novia.
Las clases que no eran nobles se llamaban viliores, es decir que los con-
quistadores se atribuían exclusivamente la nobleza , y consideraban como viliores
á los indígenas ó Romanos, ya fuesen libres ó siervos.
Sin embargo, la anterior división pertenece en su mayor parte al orden
civil , y de los señores y siervos , de los patronos y libertos , hablaremos en el
capítulo siguiente.
CAP. VIH. — ESPAÑA GODA. 137
CAPÍTULO Yin.
Estado civil.— Hombres libres y siervos. — Patronos y libertos. — Patronos y buccelar ios. —Tierras
alodiales, beneficiarias y tributarias.— Primer derecho civil de los Godos en España.— Abolición
de la Ley Romana.— Examen histórico del Fuero Juzgo.— Juicio crítico sobre este célebre código.
—Sus diversas clases de leyes. — Análisis de algunas de sus disposiciones. — Sobre la familia. —
Nupcias, dotes, derecho de sucesión, peculio de los hijos, tutela, viudedad.— Colonos, vinculacio-
nes, feudos. — Prescripción.
Si de la legislación política pasamos al examen de la civil , no podremos
menos de admirar el progreso social que alcanzó el pueblo español bajo la domi-
nación de unos hombres que habian venido semi-bárbaros y acabaron por ser
ilustrados y cultos. Los Visigodos de España ofrecen la singularidad de haberse
dejado primeramente civilizar por el pueblo vencido, y de haberse hecho después
civilizadores del pueblo conquistado.
Hablemos anle todo del estado de las personas.
Los Godos no abolieron absolutamente la esclavitud romana que hallaron
establecida, pero la modificaron y mejoraron su condición. La esclavitud pasó á
ser servidumbre, que fué un adelanto social, y de ahí la distinción entre señores
y siervos, entre patronos y libertos.
Siervos se llamaban en general todos los que estaban sujetos al dominio de
otro, pero los había de varias especies y calidades, y según los distintos gra-
dos de servidumbre, eran tratados de una manera también distinta. Habia sier-
vos idóneos y siervos viles; siervos natos y siervos mancipios, siervos de corte,
de iglesia y de particular. El siervo idóneo, llamado también convenibilis y
bonus se distinguía del vil por su mayor habilidad ó por la altura del empleo en
que su señor le ocupaba , y las leyes mismas consagraban esta distinción, pues
cuando un hombre viciaba una sierva en casa de su amo, se le daban cien azo-
tes si la sierva era bona, y solo cincuenta si era vil. Asimismo cuando un siervo
forzaba á una mujer, mayor castigo se le daba si era vil, y mucho menor si era
de la clase de los boni.
El siervo nato, como su nombre lo indica, lo era desde su nacimiento por
ser hijo de padres siervos ; y el mancipio ó facto era el hijo de padres libres que
por su culpa ó por otro molivo incurría en servidumbre. El siervo de corte era
el mas distinguido de todos , porque estaba sujeto inmediatamente al rey, y te-
nia bajo su jurisdicción á otros siervos inferiores que le habian de obedecer y ser-
vir como propios suyos , aunque él no podia darlos ni venderlos sino con aproba-
ción del mismo rey, de quien los habia recibido. El siervo de la iglesia dependía
del obispo ó del presidente del templo , y se empleaba en barrer y en otros oficios
TOMO II. 18
138 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
bajos , ó en los cargos temporales que no eran tan propios ó decentes para las per-
sonas sagradas ; todos sus hijos y nietos , según la ley general de la servidum-
bre, nacían siervos déla misma iglesia á que pertenecía su padre. El siervo pri-
vado ó de un particular dependia en todo y por todo del arbitrio de su señor, menos
en dos cosas las mas importantes, que son la vida y el honor; pues las leyes
cristianas y humanas de los reyes godos abolieron la costumbre bárbara de los
señores romanos , que podían impunemente matar á sus siervos y hacer infame
comercio sobre la honestidad de sus esclavas ; y no solo matarlos prohibieron,
sino cortarles cualquiera parte del cuerpo. F uera de esto podia el amo castigar-
los con azotes, ayunos ó tormentos, ó de cualquiera otra manera; de suerte que
por delitos cometidos contra el propio señor ni los jueces públicos tenían derecho
sobre ellos sin licencia del dueño. De este dependia el siervo para toda especie
de contratos aun para casarse; y todo lo que le daban, ganaba ó encontraba, lo
debía ceder á él , sin adquirir el menor dominio sobre cosa alguna. El dueño,
empero, en recompensa del provecho que sacaba del siervo , era responsable de
todos sus errores y delitos , cuando este no podia satisfacer por ellos con su pro-
pia persona. Así, por ejemplo , si el siervo deshonraba á una mujer , hería á algu-
no , cometía un hurto ó pedia dinero prestado , tocaba al dueño hacerse cargo de
todos los daños , y si no quería ó no podía satisfacer por ellos , habia de renun-
ciar el siervo á favor del acreedor , ó de la persona ofendida. Las leyes godas
mandaban que en cualquiera pleito que hubiese entre ingenuos y siervos , se hi-
ciese justicia en los tribunales con la mayor imparcialidad tanto á favor de los
segundos como de los primeros , pero al mismo tiempo hacían mucha diferencia
entre unos y otros , mandando que no se recibiese el testimonio del siervo sino
en caso de mucha necesidad , y aplicándole por los delitos que cometía doblado
castigo que al ingenuo , y por los agravios que de otros recibía una satisfacción
mucho mas ligera. Usábase en un principio entre los Godos que el siervo descon-
tento de su señor tomaba asilo en la iglesia, y los sacerdotes le protegían, obli-
gando á su dueño á que lo vendiese á otro; pero como en esto á veces habia
engaño, ó por mala fe de los siervos que se quejaban sin razón , ó por malicia
de tercera persona que se convenia con ellos para comprarlos, abolióse después
este privilegio eclesiástico. El precio á que se vendían los siervos era muy varío
según la edad y habilidad que tenían, y al llegar aquí hemos de observar que no
han de buscarse nunca en el Fuero Juzgo, traducción del Líber Iudicum, hecha
en el siglo xi, sino en el mismo original , cuantas noticias se deseen sobre la
organización de la sociedad visigoda. Respecto al precio de los siervos, Masdeu
impugna fundadamente el texto del Fuero Juzgo que dice: « Aquel que compra
home libre, él estando delante, el vendedor no debe tomar mas de doce sóidos,»
siendo así que el original no habla del hombre libre que esté delante, sino del
libro presente, que es el de las leyes , en el cual fijó Ghidasvinlo en doce suel-
dos ó veinte y cuatro escudos el precio de un siervo. Lo mas singular es, dice
el autor citado , que los comentadores de nuestras leyes no han reparado en una
equivocación tan grosera , de donde se ha originado que aun Alfonso de Villadiego
ha dado de algún modo por lícita la venta del hombre libre, mientras el código
visigodo la prohibe tan rigurosamente que iguala este delito con el del homicidio,
y dispone que los parientes del hombre vendido tengan derecho sobre la persona
CAP. VIII. — ESPAÑA GODA. 139
y haberes de quien lo vendió, y aun sobre su misma vida, si no hay medio para
recobrarle. Ni solo vender á un hombre libre estaba vedado por las leyes, pero
aun darlo por prenda ó rehenes para tiempo determinado , de suerte que el
acreedor que convenia en semejante contrato , habia de pagar en pena doblado de
lo que le debian (1).
El siervo que cobraba la libertad se llamaba liberto, y su señor que se la
concedía, en lugar de dueño, empezaba á llamarse patrono, según el estilo de los
Romanos. La acción de darle libertad , que en latin se decía manumitiere , y
en castellano aforrar 6 franquear, se solia hacer con escritura formal, y en pre-
sencia de un eclesiástico y dos testigos; y como esta donación por su naturaleza
era perpetua , no se podía revocar, sino en caso que el franqueado hiciese algu-
na injuria muy notable á su bienhechor , hiriéndole ó calumniándole gravemen-
te , por cuya ingratitud , después de examinada en el tribunal , mandaba el códi-
go visigodo que incurriese el delincuente en la servidumbre.
Como hemos dicho de los esclavos, habia libertos idóneos y libertos viles; li-
bertos de corte, libertos de iglesia y libertos de particular, y en todos ellos, aun-
que eran libres, se consideraba siempre para las acciones públicas su nacimiento
bajo, por cuyo motivo eran castigados con mayor rigor que los ingenuos, si bien
no tanto como los siervos , no eran admitidos al juramento sino en caso de mu-
cha necesidad , y con dificultad hallaban partido para casarse con persona libre,
antes bien á los libertos de la iglesia estaba vedado expresamente. Los hijos y
nietos del liberto entraban ya en laclase délos demás, libres ó ingenuos, sin que-
darles sombra de infamia por el nacimiento de su padre ; pero continuaban sin
embargo en depender del patrono, de suerte que no podian negarle ayuda y favor
en cuanto se ofreciese ni hacer testimonio contra él ó contra sus descendientes,
emparentarse con su familia , ni moverle pleito por interés. Todo esto estaba
prohibido por las leyes civiles y canónicas , bajo pena de perder la libertad, vol-
ver al estado de servidumbre; y en ella incurrían aun los libertos de corte y to-
dos sus hijos y nietos si se retiraban del servicio del rey en tiempo de guerra ó
de otra necesidad semejante. Los libertos de la iglesia y todos sus descendientes,
aun cuando lograban ser promovidos á las órdenes sagradas , debian continuar
en reconocerla por patrona, y por esta estaba mandado que á cada promoción de
nuevo obispo, hubiesen de presentarse, y renovar la profesión de la dependencia
propia de su estado.
El título de Patrono no se daba solamente al prolector de los libertos, sino
también á cualquiera señor que tuviese hombres armados para defensa de su
persona y de sus bienes, como entonces se acostumbraba. A estos hombres se
les llamaba á veces sayones, que es como decir satélites ó alguaciles (2), pero su
nombre propio era el de buccelarios , porque vivian con la buccela (3) ó bocado
que les daba el amo á quien tocaba mantenerlos. De todo lo que ganaban ó ad-
quirían habían de dar la mitad á su señor, y si abandonaban su servicio, debian
restituirle las armas y todo lo demás que él les hubiese regalado; pero estando
(,1) Hist. crít. de Esp., t. XI, p. *4.
(2) Masdeu, lug. cit. '
(3) Uuccelá, propiamente mendrugo de pan.
140 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
con él, tenían derecho á que los protegiese, no solamente á ellos, sino también á
sus hijos, y á que les colocase las hijas con el decoro correspondiente.
Dadas estas noticias sobre el estado de las personas en la sociedad gótieo-
española , digamos algunas palabras acerca del estado de las cosas. En un prin-
cipio el estado de las personas daba origen al estado de las cosas; según que un
hombre fuese mas ó menos libre , mas ó menos poderoso, la tierra que poseía ó
cultivaba [ornó un carácter diferente; mas luego la condición de la tierra se con-
virtió á su vez en señal de la condición de las personas. Según que un hombre
poseyó ó cultivó esta ó la otra tierra, fué mas ó menos libre, mas ó menos consi-
derado en la nación. El hombre empezó por calificar la tierra , y esta acabó por
calificar al hombre, y como las calificaciones se convierten muy pronto en causas,
el estado de las personas fué no solo designado, sino determinado, producido por
el estado de las tierras. Las condiciones sociales se incorporaron en cierto modo
con la tierra en la época de que ahora tratamos, y mas aun en las sucesivas, y el
hombre se halló en este ó en el otro rango , gozó de mayor ó menor libertad é
importancia social , según estuvo colocado en esta ó en la otra tierra. Al estu-
diar la historia moderna, jamás han de perderse de vista las vicisitudes del esta-
do de las tierras y de sus diversas influencias sobre el estado de las personas.
Al hablar del estado de las propiedades territoriales y de sus vicisitudes,
no nos proponemos examinar su condición civil , ni considerar á la propiedad en
todas las relaciones civiles en que tiene parte, como herencias, testamentos, ena-
genaciones, etc.; nuestro propósito es mirarla como señal ó causa de las varias
condiciones sociales y como complemento de lo que hemos dicho y nos falta de-
cir acerca del estado de las personas.
Durante el período histórico que explicamos ahora, esto es desde el siglo v
hasta el vni y aun en los sucesivos, vemos en España y Europa tres especies de
propiedad territorial:
1." Tierras alodiales.
2 . a Tierras de beneficio .
3.a Tierras tributarias (1).
A su invasión habían hecho los Visigodos una repartición de las tierras con-
quistadas, tomando para sí las dos terceras partes y dejando el resto á los venci-
dos (2).
Al decir esto no han de entenderse las dos terceras partes de todo el territo-
rio, sino las dos terceras partes de las tierras en que los Bárbaros se establecie-
ron. Estas tierras se llamaron sortes Gothorum, Francorum, etc.
La distribución de las tierras se verificaría probablemente tomando ca-
da caudillo la tercera parte para sí y para sus compañeros siendo un absurdo
creer que las naciones bárbaras se disolvieron en individuos ó familias para ha-
bitar cada una una porción de terreno aislado. Las distribuciones individuales
(1) Véase el Apéndice.
[i) Divisio inter ^otum et romanum facta de portione terrarum sive silvarum , nulla ratione
turbetur, si tamen probetur celebrata divisio; nec de duabus partibus goti aliquid sibi roraanus
pnesumat, aut vindicct, aut de tertia romani gotus sibi aliquid audeat usurpare aut vindicare, nisi
quod á nostrá forsitan ei fuerit largitate donatum ; sed quod a pareatibus vel vicinis divisum est,
postentas ¡minutare non tentet. Lib. Iud., 1. X, 1. 1. 1. 8.
CAP. Y1II.— ESPAÑA GODA. 141
fueron pocas ó ninguna; pruébalo el gran número de Visigodos que se encontra-
ron sin propiedades territoriales y que vivian en las tierras y en las ciudades de
un caudillo inferior ó del rey, y sin duda que el número de Visigodos que se hi-
cieron luego propietarios beneficiarios fué mayor que el primitivo de propietarios
alodiales.
La palabra alodio no significó en un principio sino las tierras de que se apo-
deró el vencedor en virtud de la conquista y que le tocaron en lote, loos, suerte
alloted, de donde se deriva la voz lotería.
El alodio, según la expresión de la época solo se tenia de Dios y de la espa-
da; de modo es que durante mucho tiempo se distinguió entre los alodios propia-
mente dichos y las tierras poseídas también en toda propiedad, cuyo propietario,
si bien no debia por ellas á nadie cosa alguna, las habia adquirido por compra ó
de cualquier otra manera.
Tiempo después borróse esta distinción, y por tierras alodiales se entendie-
ron las poseídas en propiedad absoluta, por las que su propietario no debia pres-
tación alguna á ningún superior y de las que podía disponer con tocia libertad.
El carácter esencial y primitivo de las tierras alodiales consistía en la pleni-
tud de la propiedad, en poder donarlas, enagenarlas, transmitirlas por herencia,
última voluntad , etc.
Su segundo carácter era no depender de superior alguno y no deber á nadie
servidumbre, pecho ni tributo.
De que las tierras alodiales estuviesen exentas de toda carga particular res-
pecto á los individuos no se sigue que lo estuviesen respecto al rey, y aunque con
escasas noticias sobre este punto, puede decirse que desde los primeros tiempos
de la conquista, los propietarios alodiales tuvieron que soportar ciertas cargas y
tributos, que consistían, según algunos, en los regalos que debían hacer álos mo-
narcas en determinadas épocas, en los medios de transporte que habían depropor-
cionar al príncipe ó á sus enviados, y en el servicio militar, obligación que hemos
visto exigida rigurosamente por los soberanos visigodos.
Esta institución, como las que son hijas y subsisten entre la violencia y la
conquista, no tardó en experimentar grandes modificaciones. La mayor parte de
los propietarios de reducidos alodios fueron poco á poco despojados ó reducidos
á la condición de tributarios por la usurpación de vecinos poderosos, y en el
período godo pueden observarse en las leyes las tendencias de los grandes alodios
lo mismo que de los grandes beneficios á absorver á los pequeños propietarios
alodiales. Las donaciones á las iglesias tendían igualmente á disminuir el núme-
ro de alodios, y habrían desaparecido en breve si una causa contraria no hubiese
hecho que se creasen incesantemente otros nuevos. Como la propiedad de los alo-
dios era segura, perpetua, y la de los beneficios precaria y mas dependiente, los
propietarios de beneficios procuraban siempre convertirlos en alodios. De todos
modos es probable que se creasen grandes propiedades alodiales, mas las peque-
ñas tendían á desaparecer.
Finalmente , la propiedad alodial se refunde en la propiedad beneficiaría,
que es el feudalismo, aun cuando tócanos decir que esta revolución en el siste-
ma de propiedades, si|bien inaugurada en la época visigoda, si bien pudieron ob-
servarse durante esta las tendencias que á ella conducían, no llegó á consumarse
142 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
hasta la época siguiente, hasta el tiempo de la reconquista. ¡Cosa singular! Los
Godos bárbaros al conquistar las tierras del imperio romano establecieron la pro-
piedad alodial; los Godos civilizados ya, con sus ideas de gobierno, con su respe-
to y acatamiento al príncipe, adoptaron la propiedad beneficiaría ó feudal al re-
conquistar de los Árabes las tierras de su patria.
Explicada la naturaleza y las revoluciones de las tierras alodiales, digamos
algo de las beneficiarlas.
Los beneficios, cuna del régimen feudal, resultaron naturalmente de las an-
tiguas relaciones de los jefes con sus compañeros en las selvas del Norte. El po-
der de los caudillos indo-germanos estribaba lodo en las fuerzas de su banda, y
así es que procuraban incorporar á ella el mayor número de hombres que lesera
posible. Tácito refiere que , encargados de la subsistencia de sus compañeros,
atraíanlos y conservábanlos por medio de continuas guerras , por la distribución
de los despojos del imperio, por regalos de armas y caballos. Verificada la con-
quista, el establecimiento territorial cambió la situación de los jefes ; en su vida
nómada solo habían vivido del botín, pero entonces poseyeron dos clases de ri-
queza: los bienes muebles y las tierras , y desde aquel momento hicieron á sus
compañeros ó fieles distinta clase de presentes que les obligaron á adoptar otro gé-
nero de vida. Estos bienes muebles é inmuebles fueron para los caudillos, lo mis-
mo que para los demás, propiedades personales y privadas, y, según hemos dicho,
la sociedad visigoda no vio consignada en sus leyes una idea de la propiedad
pública hasta el tiempo de Recesvinto. En su origen no habia en ella sino indivi-
duos poderosos por su valor y arrojo en la guerra , por la antigüedad de su fa-
milia, por el lustre de su nombre, y estos reunían á su alrededor otros individuos
que pasaban su vida en los mismos azares.
Los bienes privados de los caudillos, y en especial de los reyes visigodos,
compusiéronse en un principio de las tierras tomadas á los habitantes ó á otros
bárbaros que habían dominado en el país en que se establecían, y estos bienes,
aumentados considerablemente por las sucesivas conquistas y por las confisca-
ciones, luego que la autoridad de los príncipes tomó una forma mas regular y
estable , fueron empleados por los reyes en recompensar á los compañeros de sus
fatigas, á todos aquellos que habían merecido su benevolencia , y también en la
adquisición de nuevos guerreros. Los beneficios, pues, son tan antiguos como el
establecimiento de los bárbaros en un territorio fijo.
Los beneficios se concedían por un tiempo limitado , en cuyo caso se llama-
ban precarios, por durante la vida del beneficiado, y también perpetuamente. De
todo ello se encuentran ejemplos así en España como en las Galias durante la
época que estamos examinando , y aun cuando una ley de Chindasvinto del año
540 dice que las concesiones hechas por los príncipes no deben ser revocadas,
vemos muchas revocaciones de beneficios por causa de deslealtad ó traición, y
también algunas arbitrariamente en los primeros tiempos de la conquista. En
los beneficios, á pesar de la oscuridad que naturalmente se observa en estas ma-
terias, pueden considerarse dos tendencias : la de conservarlos de un modo here-
ditario en aquellos que los habían recibido, y en los reyes la de recobrarlos ó no
concederlos sino temporalmente. La primera triunfó y con ella el sistema feudal.
Creen algunos autores que los beneficios no imponían en un principio obli-
CAP. Yill. — ESPAÑA GODA. 143
gacion alguna , pero esta opinión es contraria á la naturaleza de las cosas. El
origen de los beneficios supone una obligación que consistia en acompañar, ayudar
al jefe en sus guerras y expediciones, y eran de ellos despojados los que le falta-
ban á la fidelidad debida. Adviértase que estas obligaciones se hicieron progresi-
vamente mas explícitas y formales, á medida que las antiguas relaciones entre los
guerreros y sus jefes tendian á relajarse y á disolverse por la dispersión de los
hombres y su establecimiento en sus propiedades. En un principiólos hombres de
la hueste vivían con su jefe, así en tiempo de paz como de guerra ; eran sus va-
sallos en el originario sentido de la palabra, que significa comensal, compañero;
pero cuando los vasallos se dispersaron para ir á habitar cada uno en su pro-
piedad alodial ó beneficiaría, experimentóse la necesidad de determinar las obli-
gaciones que les eran impuestas. Esto, sin embargo, se verificó progresiva é im-
perfectamente, como sucede en todas las cosas que por mucho tiempo y por la
generalidad han sido sabidas y reconocidas. Ignórase en que consistían precisa-
mente estas obligaciones que iban comprendidas bajo el nombre general de fide-
lidad, que en un principio fueron personales é iban unidas á la calidad de
fiel, sin atención á territorio alguno, y que luego se consideraron anexas á la ca-
lidad de beneficiado , pero es probable que quedasen reducidas al servicio militar
y á la preslacion de ciertos tributos de los cuales no tenemos noticia.
No eran los reyes los únicos que concedían beneficios , según se desprende
de varias leyes del código de los Visigodos , y los grandes propietarios alodiales
ó beneficiarios los daban también á sus compañeros.
Por tierras tributarias entendíanse aquellas que pagaban un censo, un tri-
buto á un superior y que no eran poseidas plena y enteramente por aquel que las
cultivaba. Esta epecie de propiedad existia en España antes de la invasión, pero
es la aumentó su número por varias causas, entre las cuales enumeraremos las
principales.
1.a Al establecerse en un punto un Bárbaro algo poderoso, no se apoderó
de todas las tierras, sino que probablemente exigiria un censo ó ciertos servicios
equivalentes de cuantas estaban inmediatas á las que habían pasado bajo su do-
minio, y por lo mismo casi todas las tierras poseidas por Romanos ó Españoles
debieron decaer en la condición tributaria.
2.a La conquista no fué obra de un dia ; continuó aun después del primer
establecimiento, y varios monumentos atestiguan que los grandes propietarios in-
vadían sin cesar las propiedades de sus vecinos mas débiles ó les imponían pe-
chos y atributos. En el estado de disolución en que la sociedad se encontraba, los
débiles estaban á merced de los fuertes ; y muchas tierras libres en un principio
y pertenecientes ya á Bárbaros débiles, ya á los antiguos habitantes, vinieron á
quedar en la condición de tributarias. Muchos propietarios compraron ellos
mismos la protección de los fuertes colocando sus tierras en esta condición, y las
mismas causas que tendian á destruir los alodios ó á convertirlos en beneficios,
obraban con mayor intensidad para aumentar el número de tierras tributarias.
3.a Muchos propietarios ya alodiales, ya beneficiarios que no podian culti-
var directamente todas sus tierras, las enagenaban por pequeñas porciones k
simples labradores mediante un censo y ciertas prestaciones, y estas enagenacio-
nes que se hicieron bajo formas y condiciones infinitas y diversas, crearon sin
144 tHISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
duda muchas tierras tributarias. El número y la gran variedad de derechos co-
nocidos después bajo el nombre de feudales, se derivaron probablemente de con-
tratos semejantes.
Tales fueron las vicisitudes de la propiedad en la época de que nos estamos
ocupando. De ellas hemos procurado dar una idea general indispensable en este
capítulo ; mayores explicaciones corresponden ya á obras especiales, y por lo
mismo continuaremos discurriendo sobre el estado de la sociedad visigoda consi-
derada bajo el aspecto civil.
De esta división de la propiedad resulta que en España existían hombres libres
ó propietarios de alodios que no dependían de nadie á no ser de las leyes genera-
les del Estado; vasallos ó propietarios de beneficios, que dependían en cierto modo
del señor de quien habían recibido su propiedad , vitalicia ó perpetuamente ; y
propietarios de tierras tributarias, sujetos á ciertas obligaciones particulares.
¿Qué reglas, qué legislación los regia ? ¿ cuál era el regulador de sus ac-
ciones en los actos de la vida civil ? Esto es lo que vamos á ver ahora con el exa-
men del Fuero Juzgo.
El primer derecho civil de los Godos en España no fué en cierto modo sino
un derecho consuetudinario, y ya hemos visto por la historia como dos reyes go-
dos Eurico y Alarico comenzaron á hacer compilaciones de leyes, para el gobier-
no del pueblo godo el uno, para el del hispano-romano el otro. La ley romana
subsistió durante mucho tiempo entre los Españoles, junto con la ley visigoda,
hasta que por fin las relaciones de pueblo á pueblo, la mezcla de sangre y de
intereses rebajaron, si no destruyeron la valla que separaba á ambas razas. La le-
gislación se fué uniformando hasta hacerse una sola para las dos naciones, así en
lo religioso como en lo político y civil , beneficio que se debió principalmente á
los ilustres monarcas Recaredo, Chindasvinto y Recesvinío. «La ley de los Visi-
godos triunfó, dice Montesquieu, y el derecho romano se perdió (1).»
Los nuevos señores de España habian tenido que conciliar dos intereses muy
opuestos, el de los Godos y el de los Romanos, el de los vencedores y el de los
vencidos. A todos atendieron mientras ambos fueron bastante poderosos para
dictar la ley, pero luego que á consecuencia de los años y del definitivo esta-
blecimiento del pueblo conquistador, hízose posible regir á todos por me-
dio de una legislación sola, aprovechóse la coyuntura ; compiláronse las leyes
visigodas, y Chindasvinto y su sucesor prohibieron citar en los tribunales las le-
yes romanas, si bien, y esto dice mucho en favor de su ilustración, permitieron y
aconsejaron á los jurisconsultos que para ejercicio literario y mayor cultura
de su espíritu las consultasen y estudiasen. «Bien sofrimos et bien queremos que
cada un omne sepa las leyes de los estrannos por su pro ; mas quanto es de los
pleitos indagar , defendérnoslo , é contradezimos que las no usen , que maguer
que y aya buenas palabras, todavía ay muchas gravedumbres, porque abonda
por fazer iuslicia, las razones, é las palabras, é las leyes que son contenudas en
este libro. Nin queremos que daquí adelantre sean usadas las leyes romanas, ni
las eslrannas (2).»
(1) Esp. de las leyes, 1. XXXV11I, ú. Vil.
(2) Aliena; genlis legibus ad exercitiuui utilitatis imbuí et permittimus et optamus ; ad negó-
CAP. VIII. — ESPAÑA GODA. 145
Como en otro lugar de esta obra hemos dicho, fué este un gran paso hacia
la fusión de ambos pueblos, que se habria realizado por completo bajo el influjo
de esta legislación, á no haber faltado el tiempo necesario para ello. De Reces-
vinto á Rodrigo cuéntanse apenas sesenta años, y sesenta años son muy poca co-
sa en la vida de un pueblo. Es evidente sin embargo que á fines del siglo vu, la
raza indígena, los Romanos, habian salido del estado de inferioridad en que los
tuvieron por tanto tiempo los conquistadores, y que estos habian depuesto en
gran parte su altivez primitiva : la sangre española no era menos estimada que
la sangre goda, y abolióse la ley que prohibía los matrimonios entre Godos y Ro-
manos (1).
Los reyes que sucedieron en el trono á Chindasvinto y Recesvinto continua-
ron haciendo leyes para el gobierno del Estado, casi hasta la ruina de la monar-
quía, y de todas ellas vino á formarse la famosa colección de leyes visigodas co-
nocida en latin con los nombres de Codex Wisigothorum y Liber Iudicum , y én
español con el de Fuero Juzgo.
Este código, acaso el mas célebre, el mas importante, el mas regular y
completo de cuantos cuerpos de leyes se formaron después de la caida del imperio
romano, merece una atencioa preferente de parte del historiador que aspira á se-
ñalar la marcha que han llevado la organización y civilización del pueblo á quien
regia, así por ser el libro que como un espejo refleja la fisonomía de la sociedad
para que fué redactado, como porque en él se encierran á la vez los restos que
legara la edad antigua, las modificaciones de una época de transiccion y el ger-
men de la edad media de España.
Han variado largamente las opiniones sobre la época precisa de la ordena-
ción de este código; pero lo mas cierto es que si bien se hicieron durante el im-
perio godo varias y repetidas colecciones de leyes, la que tenemos y conocemos
con el nombre de Liber Iudicum fué ordenada con todas ellas y coleccionada en
los últimos tiempos de la monarquía. En efecto, en ella se encuentran leyes de
Egica y de Witiza durante el tiempo que ocuparon juntos el solio, y no se hallan
de Witiza so!o ni de Rodrigo , lo cual prueba que en los años del reinado co-
mún de aquellos dos soberanos debió verificarse la compilación y promulgarse
el código.
Es opinión común, con cortas excepciones, que el código de los Visigodos se
ordenó y promulgó desde luego en latin cual le conocemos, siendo traducido á la
lengua vulgar algunos siglos adelante; pero si atendemos á que todas las leyes se
dan para que las conozcan y practiquen los individuos de la nación á que van di-
rigidas, hemos de decir, so pena de caer en un absurdo, que estas leyes debie-
ron de estar redactadas en un idioma que entendiesen y usasen aquellos para
quienes se daban. La lengua en que se escribió el Fuero Juzgo hubo de ser, pues,
sin duda alguna la que entendía, la que hablaba entonces la nación goda.
tiorum vero discussionem, et repulsamus et prohibemus. Quamvis enim elloquiis polleant, tamen
difficultatibus hserent : adeo cum sufficiant ad iustitise plenitudinem et perscrutatio rationum et
competentium ordo verborum, quae codicishuius series agnoscitur continere, nolumus sive roma-
nis legibus, seu alienis institutionibus amodo amplius convexari. Lib. Iud., 1. II, 1. 1, 1. 8.
(1) üt tam Gotbo Romanam quam Romano Gotham matrimonio liceat sociari. Lib. Iud., 1. III,
1. 1, 1. 1.
TOMO II. 19
146 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
¿Cuál era esta lengua ? Ahí está la dificultad, y sin perjuicio de dar en otro
capítulo las escasas noticias que sobre ello tenemos, nos limitaremos á decir aquí
que no pudo ser el primitivo idioma que hablaron los Godos en sus selvas del
Norte, porque ni ellos mismos, después de recorrer tantos países, de su continuo
roce con los pueblos del orbe romano, le habrían comprendido, y mucho menos
los Españoles. Que tampoco pudo ser el latin de los cánones conciliares, que este,
á pesar de sus defectos, no pudo ser el idioma vulgar, pruébalo la razón natural
que nos dice que ni los vencedores habían podido'tomar del todo la lengua de los
vencidos y olvidar la suya, ni los vencidos en medio de tantas revoluciones era
posible que conservasen puro el idioma primitivo. Es también un poderoso indi-
cio lo que nos dice Mariana acerca del rey Sisebuto, cuya ilustración era tanta
que comprendía y usaba el latin, luego el vulgo no lo comprendía ni lo usaba. Re-
sulta de todo esto que, aun cuando para nosotros las leyes godas y el Liber Iu-
dicum han existido primitivamente en latin, es probable que en su origen fuesen
publicadas en el idioma que entendía y hablaba el pueblo godo, que no pudo ser
otro que una mezcla del latin con la lengua ya degenerada que traían los con-
quistadores.
Respecto á la versión castellana que poseemos , no muy fiel y no libre de
inexactitudes, sábese que en 4 de abril de 1241, Fernando III dio á la ciudad de
Córdoba luego de haberla conquistado á los Moros , el Codex Visigothorum como
fuero particular , y á este fin mandó que se tradujera del original latino para
conocimiento común y perpetua observancia .
Al tratar de la parte política del Fuero Juzgo y en otros lugares de este to-
mo, hemos ya dicho de este célebre código el alto concepto en que se halla colo-
cado en las regiones de la historia , y no son seguramente sus disposiciones ci-
viles las que pueden hacerle perder el lugar que le hemos señalado. Esto no
obstante, su excelencia no ha sido reconocida por todos, y algunos escritores, aun-
que pocos, han hablado del Fuero Juzgo en términos tan injustos, á nuestro modo
de ver , como contrarios á nuestras sinceras convicciones. Sea que los dominase
la preocupación común de que siempre fueron toscas y de poco mérito las obras
de los bárbaros , sea que les afectasen mas de lo justo evidentes defectos de es-
tilo y de forma , necesarios , irremediables en la época de la redacción del códi-
go visigodo: el hecho es que los juicios enunciados acerca de este han sido al-
guna vez tan acres y severos como si se tratara de los vagidos instintivos de una
legislación ruda y naciente , ó como si se hubiere esperado y debido encontrar
en él todo el adelanto de nuestra científica civilización. Entre estos, Montesquieu
pudo obcecarse hasta el punto de decir con una ligereza á nuestro modo de ver
incomprensible: «Las leyes de los Visigodos son pueriles, torpes é idiotas ; no
llenan su objeto ; están cargadas de retóricas y vacías de sentido , son frivolas
en el fondo y gigantescas en la forma (1).»
Felizmente ha sido impugnado por muchos y distinguidos escritores así an-
tiguos como modernos el dictamen del publicista francés y de los que como él
opinaban. Federico Lindenbrogio dice que el código visigodo ha sido siempre
de tanta autoridad que aun en las Capitulares de Cario Magno se ven copiadas
(4 ) Esp. de las leyes, 1. XXVUI, c, I.
CAP. VIII. — ESPAÑA GODA. 147
algunas de sus leyes. El célebre Grocio asegura que no son algunas solamente,
sino muchísimas las que se hallan colocadas en las Capitulares de Francia y en el
decreto de Ivon ; porque son tales, añade , que aun los que no estaban sujetos á
ellas se honraban con adoptarlas y proponerlas. Arturo Duck reconoce que hi-
cieron de él mucho aprecio los legisladores de Borgoña, Sajón ia y otros pueblos,
y aun los Pontífices y concilios de la Iglesia católica. Pedro Giannonne habló de
esta manera : « No se puede negar que los Españoles , por lo que mira al arle de
reinar , se acercaron mucho á la sabiduría de los Romanos , de suerte que aun
Bodino y Tuano Franceses, y Arturo Duck Inglés, han sido de parecer que entre
todas las naciones que han dominado la Europa después de la caida del imperio,
la española es la que mas se ha asemejado á la romana así en la constancia, grave-
dad y fortaleza, como en la jurisprudencia y política. Es cierto que en la formación
de las leyes ninguno ha imitado tanto á los Romanos comolanacion española. Ella
nos ha dado leyes muy sabias y prudentes, y tales por fin que no queda otra co-
sa que desear sino su ejecución y observancia. » Y si esto no fuere aun bastante
para desvanecer las acusaciones de Montesquieu , del filósofo de Ginebra y de
los apasionados Enciclopedistas de Francia , que son los que mas se han distin-
guido en su animosidad contra el código visigodo , ahí están Gibbon , Guizot,
Romey , Pacheco , Lafuente y cuantos modernos han escrito sobre historia ó le-
gislación que reconocen en él un espíritu altamente filosófico, ideas muy elevadas
y teorías verdaderas, agenas enteramente á las costumbres de los bárbaros. Todos
descubren en él un carácter erudito , sistemático , social , y con todos sus de-
fectos, confiesan ser el Liber Iudicum un glorioso monumento y el solo código de
las épocas bárbaras en que se han proclamado altamente los grandes principios
de moral. «Ningún cuerpo de leyes de los siglos medios , dice el historiador Ro-
mey, se ha aproximado tanto al objeto déla legislación, ninguno ha definido me-
jor ni mas notablemente la ley (1).»
Encuéntranse en este cuerpo de derecho leyes de cuatro géneros ó clases :
1.° unas que hacían los príncipes por su propia autoridad , ó en unión con el
oficio palatino : 2.° otras que se hacían en los concilios nacionales, y fueron des-
pués transferidas al código , como en algunas de ellas se expresa : 3.° otras sin
fecha, ni título, ni nombre de autor, que son probablemente las que se tomaron de
las antiguas y primitivas colecciones (2): 4.° y por fin otras que llevan al prin-
cipio una nota que dice : antiqua, 6 antiqua novi'ter emendata, que se cree fue-
ron tomadas de los códigos romanos y revisadas por los últimos reyes. Así, se
encuentran á un tiempo en el Fuero Juzgo leyes en que se descubre aun el
espíritu elevado de la culta sociedad romana , leyes en que se conservan restos de
la antigua rusticidad goda , y leyes , y estas son las mas, en que se revelan no-
ciones filosóficas y morales muy justas , y en que se reconocen, según expresión
de Mr. Guizot (3) , los esfuerzos de un legislador ilustrado que lucha contra la
violencia y la irreflexión de las costumbres bárbaras. Compónese de doce libros,
(1) His. de Esp., P. i .a, c. XVIII.
(2) «E aquellas leyes mandamos que valan, las quales entendemos que fueron fechas anti-
guamente por derecho. » Lib. XI, 1. 1, 1. 5.
(3) Histoire des origines du gouvernement representa tif en Europe , 1. XXV.
148 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
precedidos de un título preliminar en el cual y en el libro primero se expresan ,
como en otro lugar hemos dicho, el origen y la naturaleza del poder, el objeto y
carácter filosófico de la ley , el derecho y el deber del legislador; y cuando todas
las legislaciones suponen, sin manifestarla, una solución cualquiera de estos pro-
blemas primarios , y á ellos van unidas por lazos secretos , desconocidos á veces
hasta del mismo legislador, el código visigodo ofrece la particularidad de que su
teoría le precede y se reproduce en él sin cesar, articulada formal y expresamen-
te. Sus autores quisieron hacer mas que mandar y prohibir : decretaron princi-
pios y convirtieron en leyes verdades filosóficas.
Los libros II, III , IV y V están destinados á regularizar las relaciones civi-
les y privadas ; los tres siguientes tratan de los delitos y de las penas ; el nono
de los delitos contra el Estado; el décimo y el undécimo contienen reglamentos
relativos al orden público y al comercio ; y el último está consagrado exclusiva-
mente á la extinción del judaismo y de las herejías. Los libros se hallan divididos
en títulos á ejemplo de los códigos romanos , y los títulos en leyes á cuya cabeza
va el nombre del rey que las ha hecho. Las mas antiguas son de Gundemaro y las
mas recientes, según hemos dicho, de Egica y Witiza. Aquellas en que no se ve
nombre de autor, están en su mayor parte tomadas de los concilios provinciales ó
del código Teodosiano. No nos toca analizar detenidamente este famoso código, ta-
rea mas propia del jurisconsulto que del historiador, pero no nos despediremos de
él sin examinar sus principales disposiciones , puesto que ellas son el mejor ca-
mino para llegar al objeto que nos hemos propuesto , esto es, al conocimiento de
la vida y organización interior de la sociedad visigoda.
Hemos dicho que la ley que prohibía el matrimonio entre Godos y Romanos
había sido abolida por Iíecesvinto , y en efecto esta prohibición no podía ser ob-
servada hallándose ambos pueblos en continuo contacto y comercio. En todo enlace
se exigía una dote , pero al marido incumbía ofrecerla (1) , y en esto los Godos
adoptaron al parecer las costumbres antiguas de los indígenas. La dote era el pre-
cio que pagaba el marido á los padres de su esposa por la venta de su cuerpo, pro
venditione corporis sui, y no podia exceder de la décima parte del patrimonio del
esposo (2); pero los mas opulentos podían añadir é ella veinte siervos, diez decada
sexo, y el valor de mil sueldos de oro enjoyas y regalos. Los padres de la esposa
retenían esta dote destinada á atender alas eventualidades de su porvenir. El di-
vorcio estaba prohibido , y después de un año de casamiento podia el marido dar
á su esposa tocia su hacienda. El repudio no estaba permitido sino en caso de
adulterio , y entonces el marido podia disponer de la culpable según su volun-
tad (3). La mujer repudiada no podia contraer segundas nupcias (4). Las hijas
entraban á suceder en los bienes paternos al igual que los hijos (5), y las viu-
das no podían enagenar los bienes patrimoniales sin el consentimiento de un con-
sejo de familia, costumbre que se observa todavía en Portugal (6).
(1) Ne sine dotcconjugium fíat.... Nam ubi dos nec data est nec conscripta, quod testimonium
esse poterit, in hoc conjugio , dijínitatem futuram? Lib. lud. lib. III, t. 1, 1. 1.
(2) Id. 1 III, t. 1,1.5.
(3) Id 1. III, t. IV, 1. i.
(4) Id. 1. III, t. VI, 1. 1.
(6) Id. 1. IV, t. II, 1 5. 8.
(6) Id. 1. IV, t. 11,1. 14.
CAP. YIH.— ESPAÑA GODA. 149
Por la ley de Recesvinto, cualquiera hombre libre podia casarse con una mu-
jer libre con tal que se contentasen los parientes y se obtuviese la licencia del go-
bernador de la ciudad (1). La doncella no era dueña de dar la mano sino á quien
sus padres, hermanos ó tutores la hubiesen prometido ; de suerte que si se ca-
saba con otro perdia todos los derechos á los bienes de su casa (2), y ella y el ma-
rido incurrían en servidumbre, debiéndose los dos entregar al esposo á quien ha-
bían hecho agravio; pero como á veces los hermanos después de la muerte del padre
se obstinaban en no colocar á la hermana para obligarla de este modo á casarse fur-
tivamente y poderle luego privar de su porción de herencia , declararon las leyes
que cuando ella quisiese podia llamar á los hermanos á la división de bienes (3).
Los esponsales se hacían con escritura ó delante de testigos, y con la ceremonia
del anillo (4). Lo que añade el Fuero Juzgo, dice Masdeu, del beso que se daban
los contrayentes , debe de ser estilo mas moderno , por mas que se ponga bajo
el título de ley de Recesvinto , porque en el código visigodo no hay tal ley ni la
menor insinuación de tal costumbre. Hechos los esponsales, no podían deshacerse
sino por libre voluntad y convenio de los dos esposos, ni podia diferirse después
de ellos el matrimonio sino dos años ó cuatro á lo mas por razones fundadas,
de modo que si pasado este plazo no se efectuaba el casamiento, quedaba deshecho
el contrato sin otra declaración, á no ser que por una de las partes se alegase en-
fermedad ú otro impedimento legítimo (5). El matrimonio como contrato elevado
á sacramento, se celebraba en la iglesia y con solemnidad; la doncella se presenta-
ba cubierta con un velo , emblema de su pudor virginal, y daba el consenso al es-
poso y lo recibía de él en presencia de todo el pueblo. Después de haberlos el sa-
cerdote bendecido, los ataba el diácono con una cinta blanca y colorada para sig-
nificar , dice San Isidoro , con aquella atadura el vínculo matrimonial , y con los
dos colores la pureza y la fecundidad (6). Un concilio de Valencia , que no se
sabe si es de Francia ó España, añade que vueltos los novios á su casa habían de
estar separados uno de otro hasta el día siguiente por el respeto debido á la ben-
dición del sacerdote.
Los padres, excepto en caso de encontrar á su hija en comercio ilícito con
un hombre, no tenían derecho jamás sobre la vida de los hijos. El padre estaba
obligado á mantenerlos durante la niñez, de suerte que si los daba á otro para
que los criase, había de pagar un tanto por los alimentos hasta la edad de diez
años; y si los exponía estaba obligado á comprarlos con su dinero, porque eran es-
clavos del que los había recogido, y no teniendo con que redimirlos debia venderse
á sí mismo para comprarles la libertad. El hijo que ganaba algo con su ciencia,
arte ó industria, había de ceder al padre la tercera parte de sus ganancias mientras
vivía con él en una misma casa, no siendo dueño absoluto, según las leyes visigo-
das, sino de lo que adquiría al servicio del rey, ó de la tropa. El padre, fueradeloque
{i ) Liberumque sit libero liberam , quam voluerit honesta conjunctione consulta perquirendo
prosapise solemniter consensu, comité permitiente , percipere conjugcm Lib. Iud., lib, III, 1. 1, 1. t.
(2) Id , lib. III, t. 1,1. 8.
(3) Id., 1. 8.
(4i Id., 1.3.
(5) Id., t 1,1.4.
(6) Sanct. Isid., de Eccl. Off., 1. II, e. 49.
150 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
hubiese adquirido personalmente por donación del rey, no podiaseparar de sus bie-
nes sino la tercera parte para mejorar al hijo que mas quería, y luego délo restante
otra quinta para su alma ú otras mandas. En todo lo demás sucedian los hijos como
hemos dicho sin distinción de sexos y edades, y solo eran causas de desheredación
faltar los hijos al respeto debido á sus padres, y casarse las hijas contra la voluntad
de estos. El orden de los herederos era el siguiente: hijos, nietos, biznietos, padres,
abuelos y bisabuelos; después entraban los hermanos y demás parientes colatera-
les, y faltando todo pariente hasta el séptimo grado, el marido heredábalos bie-
nes de la mujer y la mujer los del marido. Los menores sujetos á tutela entraban
en el goce de sus bienes á los veinte años, y los hijos que nacian de padres des-
iguales seguian siempre por la ley la parte mas flaca y vil, cualquiera que fuese.
Los hijos nacidos de siervo y sierva eran propiedad de los dueños de sus padres,
y estos los vendían y se repartían el precio, ó bien convenían entre sí algún otro
medio, porque, según las leyes, tenían los dos igual derecho.
La viuda no podía contraer segundas nupcias hasta después de un ano de
la muerte de su marido, so pena de haber de renunciar la mitad de sus bienes
á favor de los herederos del difunto. Era muy común en las viudas en la Es-
paña Goda, consagrarse á Dios solemnemente, vistiendo un hábito religio-
so, llevando la cabeza cubierta con un velo negro ó colorado, y entregando al
obispo en la Iglesia la profesión de castidad firmada de su mano. Semejantes viu-
das, aunque no vivían en monasterio , ni en comunidad , eran verdaderas reli-
giosas y no podían casarse ni dejar el hábito bajo pena de excomunión y aun
de reclusión en un monasterio, si después de amonestadas no se corregían. No
se permitía dicha profesión sino á las viudas de un solo marido, y debían hacerla
por ley las que habían estado casadas con obispo, presbítero ó diácono.
La multitud de leyes destinadas á proteger la agricultura, prueban la impor-
tancia que dieron los Godos á la industria rural en sus dos ramos de cultivo y
ganadería. Admirable es y curiosa por demás la minuciosidad conque se previe-
nen todos los casos de daño ó atentado contra la propiedad predial ó pecuaria ylas
penas que para cada caso se establecen (1). La extensión que tiene esta materia
comparada con la relativa al comercio y á las artes, manifiesta que el pueblo
godo, según fué perdiendo los instintos guerreros, se fué haciendo mucho mas agri-
cultor que comerciante ni artista. La condición de los colonos fué mucho mas
suave bajo la dominación de los Godos que lo había sido bajo la de los Romanos, y
en el Fuero Juzgo encontramos el primer vestigio de vinculación que mencionan
nuestras leyes. «El omne que es solariego non puede vender la heredad por nin-
guna manera, é si alguno la comprare debe perder el precio, é quanlo ende reci-
biere (2). » También, si se quiere, encontraremos en el Código Visigodo algo que se
aproxime y parezca al feudalismo, pero de modo alguno el verdadero feudo tal co-
mo se conoció después. Había hombres libres y pobres que se ponían bajo la pro-
tección de un rico ó un noble , el cual proveía á sus necesidades y los amparaba
á condición de que le siguieran á la guerra. Pero el cliente, como hemos visto, po-
día abandonar á su patrono y buscar otro siempre que volviera al primero lo que
(4) Lib. lud., lib. VIII, t. III. IV.
(2) Id. lib. V. t. IV, I. 19.
CAP. Yin. — ESPAÑA GODA. 151
de él hubiese recibido. Mas que feudo, era una clientelaen que se conservaba un res-
to de la libertad germánica y de la independencia ibera. Nohabia la servidumbre
ni las gerarquías feudales que constituyeron el sistema feudal. Practicábanse los
dos sistemas mas ventajosos de'cultivo, el enfiteusis y el arriendo, y si hubo
aquíg un germen del feudalismo, por lo menos no llegó á desarrollarse.
La prescripción se adquiría por treinta y cincuenta años, según la natura-
leza de las causas. En las relativas á la propiedad territorial y á los siervos, se
adquiría por cincuenta años de abstención (1). Las demás acciones aun proce-
dentes de delitos prescribían á los treinta años (2), mas era preciso para ello que
la persona perjudicada no hubiese guardado silencio por una fuerza mayor (3).
(4) Sortes gothiquse et romauae quse intra quinquaginta anuos non fuerint revócate, nullo mo-
do repetantur. Lib. Iud., X. t. II, 1. 4.
(2) Id. 1. 3.
(3) Id. 1.6,
132 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPITULO IX.
Continuación del mismo asunto. — Sistema judicial. — Tribunales y jueces. — Atribuciones deljuez y de
sus agentes.— Obligaciones y responsabilidad délos jueces.— Abogados y procuradores. — De-
laciones.— Tormento. — Pruebas del agua y del fuego. — Prueba de testigos. — Apelaciones.— Siste-
ma penal. — Pena de muerte, de ceguedad, de decalvacion, de infamia, de servidumbre, de ver-
güenza y de azotes. — Penas pecuniarias.— Personalidad de las penas. — Legislación contra los Ju-
díos.
El Fuero Juzgo establece los dos grandes principios de igualdad ante la ley
y de responsabilidad de los jueces, gran adelanto en el sistema jurídico. Llenos están
los títulos que tratan de las leyes y del facedor de la ley de penas contra los jue-
ces «que fagan tuerto por ruego, ó por ignorancia ó por miedo, y hasta por man-
dado del rey» de modo es que bajo los aspectos judicial y penal, como le conside-
ramos en este capítulo, no es el código de los Visigodos inferior al concepto que
de él hemos formado política y civilmente examinado.
Toda causa así civil como criminal estaba sujeta á la jurisdicción de los du-
ques y de los condes; pero como estos, á causa de la naturalezade sus funciones,
no podían emplear en la administración de justicia el tiempo necesario, tenían
sustitutos con el título de jueces, á quienes comunicaban todos sus poderes sobre
este punto (1). Además de estos jueces ordinarios dependientes de los gobernado-
res, habia otros extraordinarios, llamados pacis assertores que recibían sus po-
deres inmediatamente del rey, y solo podían conocer de las causas particulares
que estaban encargados de juzgar por mándalo especial (2). Por ausencias y en-
fermedades del juez suplía un sustituto con el título de vicario; y el ejército, según
Masdeu, tenia un tribunal particular, cuyos jueces ordinarios eran los tiufados,
quienes estaban revestidos del carácter de jueces aunen tiempo de paz en las ciu-
dades ó presidios en que residían como jefes ó gobernadores militares. Así en
efecto parece inferirse de la ley que nombra al tiufado entre los jueces, previ-
niendo que quien no obtuviere satisfacción de él pueda recusar su tribunal y re-
currir al del duque (3). Los ministros subalternos de que se valia el juez para la
(4) Lib., Iud. lib. II, t. I. 1. 44.
(2> Pacis autem assertores, non alias dirimant causas, nisi quas illis. Id. lib. II, t, I. 1. 16.
3) Quoniam negotiorum remedia multimodae diversitatis compendio gaudent, adeo dux, comes,
vicarius, pacis assertor tiufadus, millenarius, quingentenarius, centenarius, decanus , defensor,
numerarius, et qui ex regia jussione, aut ctiam ex consensu parlium judices in negotiis eliguntur,
sive cujus cumque ordinis omnino persona, cui dcbilum judicare conceditur; ita omnes in quantum
judicandi potestatcm acceperint, judiéis nomine censeantur ex lege Id. Iib. II, t. I, 1. 14, y lib. IX,
t. II, l. 8 y 9.
CAP. IX. — ESPAÑA GODA. 153
ejecución de su cargo eran de dos especies. Unos se llamaban misos ó mandade-
ros, y eran verdaderos escribanos; su oficio consistía en citar y llevar las provi-
dencias del juez al domicilio de la parte (1). Los otros que se llamaban sayones,
prendian á los acusados, daban azotes y tormentos, y ejecutaban por fin cuanto
mandaba el tribunal para cumplimiento de la justicia (2). Cualquiera podia pren-
der á un ladrón ó malhechor, pero antes de veinte horas debia entregarlo ala jus-
ticia, bajo pena de diez escudos á favor del juez (3). Así los jueces como sus mi-
nistros y ejecutores habían de tener presentes los límites de sus territorios, porque
si salían un paso del término de su jurisdicción, el duque de la provincia debia
castigarlos según las leyes, imponiendo al juez la pena pecuniaria de una libra
de oro (setenta sueldos ó ciento cuarenta y cuatro escudos), y al ejecutor la
de cien azotes (4).
La paga de los jueces y ejecutores se tomaba de las mismas causas que se
ofrecían, pero sin que pudiesen exigir cosa alguna hasta después de finalizadas.
El veinte por ciento era lo que tocaba al juez y el diez á los ejecutores (5), sin
aumento alguno por ningún tí lulo , de manera que si cobraban algo mas habían
de restituir á los interesados, no solo el doble de dicho aumento, sino también to-
da la paga ó recompensa que por ley se les debia (6). Sin esto , tenia el tribunal
otras ganancias en algunas penas pecuniarias impuestas por las leyes á su favor:
así por ejemplo, quien no acudía al llamamiento del juez debia darle en pena de
la desobediencia cinco sueldos de oro (7) , y quien alteraba el orden de la au-
diencia, y requerido por el juez no abandonaba el tribunal, habia de pagar según
su posibilidad hasta una libra de oro (setenta y dos sueldos). Los gastos extraor-
dinarios de los pleitos iban por cuenta de los pleiteantes , y si para alguna eje-
cución habían de salir los sayones fuera de la ciudad ó villa, las personas á cu-
yo favor obraban, les debían dar para el viaje cabalgaduras, ya mas, ya menos,
á proporción de su carácter y de la calidad de la causa , pero ni menos de dos,
ni mas de seis (8).
Hombres y mugeres tenían todos derecho para defender por sí mismos su
propia causa , menos el rey y los obispos , á quienes no se permitía, porque sien-
do personas tan distinguidas, no convenia que se expusieren á las contradicciones
de un juicio , en que fácilmente , dice la ley, los pleiteantes en el calor de la dis-
puta se maltratan unos á otros (9). Era tan respetado el derecho personal de de-
fenderse á sí mismo , que aun el marido no f odia por su arbitrio defender á su
muger, y si lo hacia y perdia el pleito, la muger tenia derecho para volver á co-
menzar la causa por sí misma, como si nada se hubiese hecho (10). Los abogados
(1) Lib. Iud., lib. II, 1. 1, 1.18.
(2) Llamábanse también judiéis execulores Id. lib. II, t. 1. 1. 42.
(3) Id. lib. VII, t. II, l. 47.
(4 Id. lib. II, t. 1, 1. 47.
(5) Id. lib. II, t. I, 1. 25. De commodis atque damnis judiéis vel saionis.
(6) Quod si aliquis super hunc constitutum numerum usurpare prasumpserit, et mercedes,
quas legitimé debent accipere, perdat, et quidquid super decimum solidum fraude quacumque per-
ceperit, duplum illi cui abstulit reddad. Id. ubi supra.
7) Id. lib. II, t. I, 1. 48.
(8) Id. lib. II, t. 1. 1.25.
(9) Id. lib. II, t. I. 1.4.
(40 Id. lib. II, t. III, H 6. Es cierto que la ley dice, maritus sine mandato.
tomo n. 20
154 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y procuradores (litigatores et assertores) habían de ser hombres ingenuos, de-
bían manifestar por escrito el poder formal de su cliente (1), y solo después de
finalizada la causa podian exigir la recompensa de su trabajo (2). Acerca de la
elección de los procuradores, habia una ley muy sabia para poner en algún equi-
librio á los litigantes , cuando eran muy desiguales por sus haberes : el cliente
pobre podia ¡ornar por su abogado á un hombre tan poderoso como su adversa-
rio, y el rico no podia tomar sino á uno que no excediese en caudales al pobre con
quien pleiteaba. Los siervos por ley general no podian abogar sino por sí mismos
ó por su señor (3), y los pobres tenían sus defensores particulares. Los litigato-
res públicos se llamaban actores fiscali , y los de los pobres defensores. Los pri-
meros eran nombrados por el rey y los segundos por el pueblo con la dirección
del obispo. El oficio de procurador de pobres en sus principios duraba solamente
un año , pero Recesvinto mandó que fuese perpetuo, y que el obispo velase so-
bre su integridad y desinterés, bajo pena de ser responsable de todos los daños
que se siguiesen á los pobres.
Estaban abiertos los tribunales desde el amanecer hasta la caída del sol, y
no podia el juez tomar reposo alguno hasta la hora sexta (mediodía). Así se
practicaba todo el año menos los domingos y fiestas solemnes ; las ferias ó vaca-
ciones grandes eran tres: las Pascuales , que duraban quince dias , esto es , el
de la fiesta con otros siete antes y siete después ; las vendimíales que empezaban
á diez y siete de setiembre y acababan á diez y ocho de octubre ; y las mesivas,
ó de la cosecha, que eran de otro mes entero, desde la mitad de julio hasta la mi-
tad de agosto (4).
Fuera de los dias y horas de descanso, el juez no podia negarse á cualquie-
ra recurso, ni diferir el juicio un dia solo, ni hacer impunemente el menor agra-
vio á quien alegaba sus pretensiones (5). Si tardaba mas de lo justo en empezar
los actos judiciales ó en continuarlos después de empezados , era responsable de
todo el objeto de la causa , y debia satisfacer enteramente á la parte , como si él
mismo hubiese perdido el pleito (6). Si ocasionaba gastos, mas de los que debia,
los litigantes , sus abogados ó procuradores tenían acción contra él , y podian
obligarle á resarcir los daños y abonar las expensas. Si por amistad, regalos ú
otro cualquier motivo daba sentencia injusta, la parte ofendida tenia acción, no
solo contra el adversario para recobrar sus bienes ó caudales, sino también con-
tra el juez para que le pagase el doble de lo que habia hecho perder injustamen-
te. Si daba sentencia á favor de una parte después de haber prestado oidos á al-
guna recomendación de persona poderosa , la parte favorecida , aunque tuviese
razón, debia dar el pleito por perdido, sin tener mas acción en adelante para de-
fender sus derechos y pretensiones (7). Si el mismo rey tomaba empeño en algu-
(1) Lib. Iud., lib. II, t. III, ]. 2.
(!) Id. lib. 11, t. III, ]. 7.
(3j Id. lib. II, t. III, 1. 3.
(4) Id. lib. II, t. 1, 1. 2.
(5) Id. lib. II, t. IV, 1. 2; t. I, 1. 20 y 2S.
(6; Id. lib. II, t.I, 1.21.
(7) Quicumque habens causam ad majorem personam se propterea contulerit ut injudicio per
illius patrocimum adversarium suurn possit opprimere, ipsam causam de quá agitur, etsi justa
íuerit, quasi victus pcrdat; liceatjudici mox ut viderit quemcumque potentem iu causa cujusli-
bet patrocinan, de judicio cum abjicere. Id. lib. II, t. II, 1. 8, y t. III, 1. 94
CAP. IX. — ESPAÑA GODA. 155
na causa, por este solo motivo la sentencia era nula, y el juez que la habia da-
do no podia eximirse de las penas legales, sino probando la influencia á que habia
cedido. ¡Admirable modo de poner la administración de justicia al abrigo del
soborno, del cohecho y de las influencias del poder!
Los procedimientos eran muy sencillos y breves. Precedian las citaciones, á
que debian obedecer los citados bajo pena de azotes ó de una multa de cinco has-
ta cincuenta sueldos , según la diversidad de personas (1). La causa se instruia
con gran rapidez, y luego de oidos el demandante y demandado , pasábase á las
pruebas, que eran de tres especies: la primera, el examen de los testigos presen-
tados por una y otra parte (2); la segunda, el de los contratos y demás documen-
tos relativos al pleito (3), y la tercera, el juramento personal á que no podia el juez
obligar sino en falta de toda otra prueba (4). Si en el discurso del juicio habia
habido alguna falta de legalidad , recaía todo el daño sobre quien la habia oca-
sionado. Así por ejemplo , si las citaciones habían sido ilegítimas por culpa del
demandante , y en fuerza de ellas la persona citada habia tenido de perder tiem-
po y gastar en viajes , el adversario le habia de dar un sueldo por cada diez mi-
llas de camino (5). Al testigo que juraba en falso se le condenaba á resarcir to-
dos los daños ocasionados á aquel contra quien atestiguó , y si no tenia caudal
con que resarcirlos, se debía entregar á dicho sugeto en calidad de siervo (6).
Asimismo el abogado, el procurador, el sayón, el mandadero y cualquiera otro
que tuviese parte en la causa, si obraban maliciosamente contra los intereses de
algún litigante, debian darle entera satisfacción ó con sus bienes ó con sus
personas.
En las causas criminales precedía la delación dada jurídicamente en el
tribunal, ó por la persona ofendida ó por un tercero , siendo necesario en ambos
casos presentarla por escrito y delante de tres testigos, para que el acusador no
pudiese negar ó alterar en tiempo alguno la relación que habia hecho (7). Si se
trataba de un monedero falso, el rey premiaba al delator con seis onzas de oro
(treinta y seis sueldos) (8) ; si de un ladrón , debía premiarle este mismo con
una cantidad igual á la del robo , y en defecto de caudales , se le cedía la terce-
ra parte del hurto (9) ; así de un modo semejante se daba premio á los demás
delatores, siendo la delación verdadera y no habiendo ellos tenido parte en el
delito, porque si eran cómplices , no se les daba otro premio sino el de la impu-
nidad (10). Si lo que habían expuesto era falso, no solo estaban obligados á re-
sarcir todos los daños y perjuicios, sino que incurrían en una de dos sentencias,
(1) LiB. Iud., lib. II, 1. 1, 1. 48, De his qui ammoniti judiciis epístola vel judicio ad judicium
venire contemnunt.
(2) Id. lib. II, t. IV, De pactibus et testimoniis.
(3) Id. lib. II, t. V, De scripturis valituris et infirmandis.
(4) Pnmum testes interroget: deinde scripturas inquirat ut veritas possit certius invenid, ne
ad sacramentum facile veniatur, dice la ley Quidprimum judex servare debeat ut causambene co-
gnoscat. Lib. II, 1. 1, 1. 22.
(5) Id. lib. II, t. II, 1. 6.
(6) Id. lib. II, t. IV, 1. 6.
(7) Id. lib. VII, 1. 1, 1. 4, De Índice et de his que indicare dicuntur.
(8) Id. lib. VII, t. VI, 1. 4.
(9) Id. id. 1.3.
(40; Id. id. 1. 4'.
156 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ó sufrir todas las penas que habría merecido el acusado , en caso de ser culpa-
ble, ó bien entregarse en esclavitud á disposición del inocente calumniado. La
delación del siervo no era admitida si no le abonaba su amo con una fe de non -
radez y buenas costumbres , y solo se hacia de esto excepción para con los mo-
nederos falsos (1).
El sistema carcelario entre los Godos nada tenia de extraordinario , mas
la ley consagraba un gran principio de justicia: cuando el preso era reconocido
inocente , no solo no debia sobrellevar gasto alguno , sino que se le resarcían
cuantos perjuicios se le habían inferido (2). El tormento, abolido hace po-
co entre las naciones modernas , era aplicado también por los Godos como un
medio para venir en conocimiento de la verdad. Por lo general usaban de él con
gran moderación , siendo responsable el juez de la vida y salud del paciente bajo
penas gravísimas. Si el que moria ó recibía daño notable en los tormentos , era
siervo, el juez habia de comprar otro hombre de iguales prendas y habilidad, y
no teniendo dinero con que comprarlo, se habia de entregar él mismo en servi-
dumbre (3). Si el infeliz era liberto, habia de pagar al patrono doscientos ó cua-
trocientos escudos, según era mayor ó menor la habilidad del sugeto. La mutila-
ción en el tormento era castigada con mas gran severidad aun cuando se ejercía
en los ingenuos , pues por la muerte ó inhabilitación de uno de ellos, perdía el
juez la libertad y todos sus bienes , y aun cuando probase que la desgracia habia
sucedido sin malicia alguna por su parte, habia de pagar al paciente ó á sus he-
rederos una multa de quinientos sueldos de oro (4). No solo los jueces estaban
sujetos á estas penas, sino también los acusadores si á su instancia se ha-
bían dado tormentos al reo (5). El número de casos en que podía indagarse la
verdad por medio de la tortura era muy limitado y las excepciones muy nume-
rosas. El noble no estaba sujeto á ella sino por delitos capitales; para todos los
demás ingenuos, la causa debia llegar á la estimación de quinientos sueldos de
oro; á la de doscientos para los libertos llamados bonos; á la de ciento para los
inferiores, y para los siervos bastaba que se hubiesen hecho notables por la
frecuencia de sus robos (6).
La prueba del fuego y del agua eslaba igualmente admitida , pero única-
mente en muy limitado número de casos. Conocidas son sobre este punto las
ideas de la época : el inocente que metia un brazo dentro de un caldero de agua
hirviendo , que tenia en la mano un hierro hecho ascua ó caminaba descalzo so-
bre carbones encendidos , no experimentaba daño alguno , y solo el culpable su-
fría los efectos ordinarios del fuego y del agua ; así se manifestaba la justicia de
Dios (7).
Esta bárbara y sencilla costumbre, cuyo origen es incierto, y que fué común
en la edad media sobre todo á Francia é Inglaterra, tenia muy raras aplicaciones
(4)
Lib. Iud. lib. VIÍ, t. VI, De falsariis metallorum.
(2)
Id , lib. VII, t. IV, 1. i.
(3)
Id., lib. VI, 1. 1,1. 2.
(4)
Id., lib. VI, t. 1, 1. 2.
(5)
Id., lib. VI, t. I, 1.2.
(6)
Id., lib. VI, t. I, 1. 3 y 4.
tf)
Por esto eran llamadas esta clase de pruebas juicios de Dios
CAP. IX. — ESPAÑA GODA. 157
entre los Godos. En los doce libros de su código solo una ley(l) autoriza la prue-
ba del agua hirviendo, y aun esto solo en las causas gravísimas (2).
La edad para atestiguar en cualquiera causa era la de catorce años (3), así
en hembras como en varones, que es la misma en que eran reconocidos hábiles
para disponer de sus bienes y hacer testamento y contrato de cualquiera espe-
cie (4). Los homicidas, ladrones, brujos, sorteros y pecadores públicos, y los que
habían forzado á alguna mujer ó hecho alguna vez juramento falso, no podian ser
testigos en causa alguna como hombres infames y sin conciencia (5). El testimo-
nio de un hombre pobre no se recibía sino por falta de otro, porque quien necesita,
dice la ley, tiene contra sí la sospecha de que mas fácilmente puede dejarse arras-
trar del dinero. Tampoco el Judío era admitido aundespues debaulizado, y también
estaban excluidos todos los siervos, menos los que servían en la corte, porque el
rey, dice el traductor del código visigodo, los ha conocido por bonos é sin pecado.
Se admilian todos sin embargo, principalmente en causas criminales cuando ellos
solos habían estado presentes al hecho, ó tenían mas noticia que otros. Los pa-
rientes de primero y segundo grado estaban también privados de atestiguar en
favor de los suyos sino cuando faltaban otros que pudiesen dar testimonio, ó
cuando era el pleito ó la diferencia contra otros parientes igualmente cercanos. Si
uno mismo habia atestiguado una cosa de palabra y otra por escrito, se debía dar
fe al papel mas que á la boca hasta que se descubriese la verdad, porque gene-
ralmente, dice la ley, hacemos mas reflexión en lo que escribimos que en lo que
hablamos. Habia leyes muy severas coníra el perjuro, y aun contra quien ocul-
taba ó disimulaba la verdad cuando se le mandaba decirla. El testigo falso, de
cualquiera calidad que fuese, caía inmediatamente en la infamia por toda su vida,
y debia dar satisfacción á la parte con sus caudales, si los tenia, ó con cien azotes
en público ó servidumbre perpetua á disposición de la persona ofendida , y del
mismo modo era castigado quien compraba ó vendía un testimonio falso. Casi la
misma pena se daba á quien legalmente examinado no quería descubrirla verdad;
pues si era noble, ó como dice al Fuero Juzgo orne de gran guisa, se le declaraba
enteramente inhábil para dar testimonio en adelante, y era una especie de infa-
mia (6); y si era persona de la clase inferior debia sujetarse en público á la pena
de cien azotes (7).
Las apelaciones eran de dos clases: la mas regular era el recurso á los tri-
bunales superiores por su orden, primero al del conde, después al del duque de la
provincia y últimamente al del rey (8). Quien no quería seguir este método, po-
día llamar por jueces á un mismo tiempo al conde de la ciudad y á su propio
obispo, para que los dos juntos examinaren la causa ydieren por escrito sus sen-
il) Fué promulgada por Egica, y es la tercera del título primero del libro sexto: Quomodo ju-
dex examen aquce fervrnlis caasam perquirat.
$) Usábase de un método semejante para averiguar si eran verdaderas ó falsas las reliquias
de los santos. San Agustín habla ya de esta costumbre.
3) Lib. Iud , Iib. II, t. IV, 1.44.
ti) Id. id., lib. II, t. V, 1. 44.
5) Id. id., lib, II, t. IV, 1. 41.
(6) Id, t. IV, 1 4. De personis quibus testifican non hceat.
(1) Para cuanto se refiere á los testigos véase el Libro de los Jueces, lib. II, t. IV., Detesti-
bus et testimoniis.
(8) Lib. Iud, lib. II, t. 1, 1. 23.
158 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tencias, que siendo uniformes eran decisivas , no reconociendo este tribunal otro
superior alguno , sino s©lo al rey (1). Los pobres y necesitados tenian el pri-
vilegio de poder apelar directamente al obispo, quien, después de oído el con-
sejo de hombres sabios eclesiásticos ó seglares , podia sentenciar libremente
según equidad y justicia (2).
También en las penas con que se castigaban los delitos resplandece en el
código visigodo la ilustración de sus autores , y la gran ventaja que llevaba á
cuantas leyes regían entonces en Europa. El delito es considerado en él según su
elemento moral y verdadero, la intención. Las diversas especies de criminalidad,
el homicidio absolutamente involuntario, el homicidio por inadvertencia, el homi-
cidio provocado, el homicidio con ó sin premeditación están distinguidos y defi-
nidos casi tan bien como en los códigos modernos, y las penas varían en pro-
porción muy equitativa. La justicia del legislador fué mas lejos aun, y quiso sino
abolir, atenuar al menos la diversidad de valor legal establecida entre los hom-
bres por las demás leyes bárbaras. La única distinción que conservó fué entre el
hombre libre y el siervo. Respecto del primero la pena no varia ni según el orí-
gen, ni según el rango del difunto, sino únicamente según los diversos grados de
culpabilidad moral del matador. Respecto de los siervos, el Libro de los Jueces
quiso sujetar á un procedimiento público y regular el derecho de vida y muerte
que antes se arrogaban los señores.
« Si el omne que faze algún pecado, ó lo conseió, non debe seer sin
pena; mucho mas aquel non deve seer sin pena qui faz omizillio por su
crueldad. E porque los sennores matan los siervos muchas veces por cruel-
dad en ante que los siervos sean condempnados de algún pecado ; por end
les queremos toller esta licencia á los sennores que lo non fagan, hy estable-
cemos por esta ley que ningún sennor, nin ninguna sennora non mate su siervo,
nin su sierva si non por mandado del iuez, por pecado que fiziesse el siervo pu-
blicamientre. Mas si el siervo ó la sierva fizier tal pecado porque deva prender
muerte, mantiniente su sennor de él, ó aquel que lo quisier acusar, dígalo al
iuez de aquella tierra, ó á aquel sennor: é pues que lo dixiere, si el pecado fuere
mostrado, el siervo prenda muerte por el iuez ó por su sennor en tal manera, que
si el iuez lo quisier Justiciar de muerte, meta en su escrito aquelopor quel con-
dempna. E si el sennor lo quisiere fer matar, ó lo quisier guardar de muerte, sea
en su poder. E si el siervo ó la sierva por muy mal osamiento , contrastando á
su sennor, si lo fi riere con arma, ó con piedra, ó con otra cosa , ó asmar de lo
ferir, y el sennor se quier defender, ó se en aquela sanna luego matar el siervo ó
la sierva , non deve ser tenudo del omezillio, se aquelo puede seer probado por
testimonios délos siervos é de las siervas que estavan delante, é por el sacra-
miento del sennor quel mató. Mas se el sennor ó la sennora matare so siervo ó so
sierva por crueldad, si non fueren condempnados por el iuez, el que lo matar,
por la locura que fezo deve seer echado fuera de la tierra por siempre , é deven
haver la su buena los mas propíneos de su linage (3). »
[i] Lib. Iud., lib.II, t. 1,1. 23.
(2) Id. 1. 29, De datü episcopis potestate destringendi judicces nequiter judicantes; et ammo-
nendi judicesnequiter judicanter, 1. 30.
(3) Lib. Iud. lib. VI, t. V, 1. 12.
CAP. IX. — ESPAÑA GODA. 1Ü9
Esta ley y los esfuerzos que su redacción revela hacen gran honor á los le-
gisladores visigodos, en cuanto nada honra tanto á las leyes y ásus autores, dice
Mr. Guizot en su Historia tantas veces citada del régimen representativo en Eu-
ropa, como luchar valerosamente y solo con un fin moral contra las costum-
bres y preocupaciones culpables de su país y de su época. Inclinados los hom-
bres á pensar que el amor del poder ha entrado por mucho en las leyes que se propo-
nen la conservación del orden y la represión de las pasiones violentas, no puede
creerse otro tanto de la que acabamos de transcribir. La ley se muestra aquí des-
interesada, no busca mas que la justicia , y la busca trabajosamente contra los
fuertes que la rechazan, en beneficio de los débiles que no pueden reclamarla, y
quizás contra la opinión pública de la época , que después de hacer un gran es-
fuerzo para ver á un Godo en un Romano , habia de hacerlo mucho mayor aun
para ver un hombre en un esclavo. Semejante respeto del hombre, sea cual fuere
su posición social , es un fenómeno desconocido en las legislaciones bárbaras , y
en varios paises han sido necesarios muchos siglos para que pasare del orden
religioso al civil, del evangelio alas leyes.
Descendamos ahora al examen délas disposiciones penales del código visigodo.
La pena de muerte tenia muy raras aplicaciones, y estaba reservada co-
munmente á los grandes delitos morales, á las mujeres que se prostituían á sus
propios esclavos, al forzador de una mujer y á la misma mujer violada, en caso
de que consintiera á vivir con él; á los incendiarios, á los asesinos, etc. En las le-
yes penales del código visigodo se ve la feliz alianza del cristianismo con las cos-
tumbres puras que habían traído los pueblosbárbaros, convirtiéndose así la barba-
rie misma, por una singular y providencial combinación, en elemento de morali-
zación. Pero con todo este rigor contra los homicidas, las leyes declaraban exento
de toda pena á quien mataba á otro aun voluntariamente en defensa, no solo de
su vida, sino también de sus bienes; el axioma vim vi repeliere licet, estaba
consagrado por la ley. Los suplicios ordinarios eran la decapitación y la hogue-
ra, introducido este por el emperador Constantino en lugar de la ejecución en
cruz. Ambos se aplicaban indiferentemente á los nobles y á los plebeyos, á los
señores y á los siervos, pues el delito hacia iguales todas las condiciones (1).
El rey, como hemos dicho, tenia el privilegio de librar de la muerte á quien
por sentencia justa la merecía, pero mandaban las leyes que á los rebeldes de la
nación ó del reino, aun cuando el príncipe por su piedad les hiciere gracia, se
les hubiese de sacar los ojos, para que su vida á lo menos fuese amarga y peno-
sa, y en ningún tiempo pudiesen ver la ruina pública en que se habían deleitado
tan bárbaramente (2). La misma pena imponían las leyes al padre ó madre que
mataba á su propio hijo después de nacido ó antes de nacer, en caso de que se
le hiciera gracia de la vida (3).
(4) Para las diversas aplicaciones de la pena de muerte véase el Libro de los Jueces lib. II, t.
í, 1. 7;— lib III, t. II, 1. »2: t. III, 1. 2 y 8; t. IV, 1. 44;— ¡ib. VI, t. II, 1. 2; t. IV, 1. 26, y 8; t. V, 1. 42;-
lib. VII, t. II, 1. 45; t. IV, 1. 5; -lib. VIH t. II, 1. 4, y sig.
(2) Lib. Iud, lib. II, 1. 1, 1. 7.— Et si nulla mortis ultione plectaturet pietatis intuitu a prin-
cipe illi fuerit vita concessa effossionem perforat oculorum secundum, cod. in legeac hususque fue-
rat constitutum.
(3) Id., lib. VI, t. III, 1. 7. Aut si vitae reservare voluerit (provincise judex aut territorit),
omnem visionem oculorum ejus non moretur extinguere.
160 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Otra pena de que hemos hablado con mucha frecuencia, la decaí vacion, era
muy usada éntrelos Godos. Acerca del verdadero carácter de esta pena carece-
mos de noticias positivas , y el turpiter decalvare de la legislación goda se halla
traducido en los mas antiguos autores españoles por tresquilar en cruces, según
dice Alfonso el Sabio en su crónica general (1), y por desfolar toda la fronte muy
laidamientre, como se lee en el Fuero Juzgo castellano (2). Estas empero son inter-
pretaciones muy poco explícitas, mas de ellas parece poderse colegir que la de-
calvacion consistía en desollar la frente y parte de la cabeza con un hierro hecho
ascua de un modo indeleble, para que la señal se conservase durante toda la vi-
da. Anadian á esto el raer la barba á los delincuentes, que lo harían sin duda
quemándoles las mejillas ó arrancándoles los pelos de raiz de modo que no vol-
viesen, dice Masdeu, porque el afeitarles con tijera ó con navaja no podia ser pe-
na ni afrenta estilándose entonces como ahora por lindeza y ornato. Se aplicaba
dicha pena de decalvacion á la esclava ramera y escandalosa, al esclavo que se
llevaba por fuerza alguna mujer, á los casados y casadas que con pretexto dereli-
gion se separaban de sus mujeres ó maridos para pasar á segundo matri-
monio, y así á otros muchos que cometían semejantes delitos ignominio-
sos (3). La mera decalvacion llevaba consigo la degradación civil, pero no infa-
maba como la causada por el hierro.
La facilidad con que desde todas las clases podia caerse en servidumbre es
una de las cosas mas notables de la ley visigoda. Enumerar los delitos castiga-
dos por esta pena seria tarea harto difusa; la muger que se entregaba mas de tres
veces á un esclavo , el hombre que contraía matrimonio con la muger de un au-
sente reputado difunto, sin testimonios jurídicos de su fallecimiento, eran conde-
nados á muerte civil (4).
Otra pena afrentosa se usaba entonces, y era poner el reo á la vergüenza,
presentándole al público desde un lugar elevado ó haciéndole pasear por las ca-
lles sobre un jumento, como lo mandó Recaredo con el duque Arcimundo, y
Wamba con el rebelde Paulo y sus cómplices. No solo por la ciudad hacían á ve-
ces dar vueltas al delincuente, sino también por los arrabales y por las aldeas
inmediatas, como estaba expresamente mandado para los hechiceros que embau-
caban á la gente sencilla dando á entender que podian levantar nubarrones, pro-
mover tempestades y destruir las cosechas.
Mucho mas común era entonces el castigo de azotes, que á veces se daba
en público y con mucha afrenta, y otras veces sin tanta deshonra delante del so-
lo juez ó de pocos testigos. Se daban en secreto á quien viciaba la sierva agena y
á quien legítimamente citado no acudía al llamamiento del tribunal ó superior; y
seañadia la presencia de testigos cuando se daban á los hijos sin padres que,
siendo tutores de la hermana, consentían en que el amante se la llevase por fuer-
za. Se azotaban en público, ó paladinamientre , según expresión del Fuero Juzgo,
los jueces que por amistad ó interés habían dado una sentencia conocidamente
(1) Coronica general de España, P. 2 a, c. LI.
(2) Fuero Juzgo, Iib. III, t. III, 1. 8, 9 y 10, t. IV, 1. il.
(3) Lib. Iud 1. II, t IV 1. 6, lib. III, t. III, 1. 8, 9 y 10; t. IV, 1. 8, t. IV, 1.2; lib. IX, t II, 1. 9.
(4) La enumeración de los delitos castigados con esta pena se halla en los lib. II, III y IV del Li-
bro de los Jueces.
CAP. IX.— ESPAÑA GODA. 161
injusta; los siervos que movían pleito contra razón á sus señores; las personas
quedaban testimonio contra verdad, ó en sus relaciones jurídicas la disimulaban
ó callaban; quien robaba y forzaba alguna muger honrada, doncella ó viuda; la ra-
mera que después de repetidas amonestaciones proseguía en su vida escandalosa; el
señor que la sufría si era sierva, y el juez que no la castigaba; el padre ó madre
que consentían en la prostitución de su hija; el sortero, el adivino, el incendia-
rio, el ladrón, el perturbador de la quietud pública, y así otros muchos. Los azo-
tes que se daban por cualquiera de estos delitos no excedían del número de tres-
cientos ni solían bajar de cincuenta (1).
La pena de desíierro que se tenia entonces por gravísima se aplicaba á las
mugeres de mala vida (meretrices) ,á los que contraían matrimonios ilícitos y pro-
hibidos por las leyes, y á quien pecaba con la muger concubina de su padre ó de
su hermano. Se cortaba la mano derecha al monedero falso (2) y- á quien fal-
sificaba alguna cédula ó decreto real, á no ser persona de alta condición
que pudiera redimirse del castigo con la mitad de sus bienes (3). Estaba tam-
bién en uso la pena llamada del tallón ó del recíproco, cuando una persona hon-
rada ofendía personalmente á otro tirándole de los cabellos ó dándole un bofetón,
puñada ó cosa semejante, pues la persona agraviada podia vengarse restituyendo
la afrenta que habia recibido.
El lugar ordinario en que sufrían la reclusión los condenados á ella era un
monasterio donde estaban sometidos á una penitencia mas ó menos rigurosa, se-
gún la voluntad del obispo (4).
Las leyes penales de los Visigodos merecen particular elogio por dos artícu-
los especiales : por el desinterés con que hacían recaer todo el provecho del cas-
tigo, no á favor del príncipe ó del fisco, sino de la persona ofendida, y por la
suma equidad con que echaban todo el peso de la pena sobre el reo solo, sin mez-
clar en ella á los que personalmente no tuvieron culpa. «Aquel solo sea penado,
dice el Fuero Juzgo, que fizier el pecado, y el pecado muera con él: é sus fijos ni
sus erederos sean temidos por ende (5).» Ley sabía que proscribía toda trans-
misión de infamia en las familias, y que enseñaba que en la sociedad cada cual
debe ser hijo de sus obras.
Los hombres libres no estaban sujetos á penas infamantes sino en ca-
so de que no pudieren rescatarlas á precio de oro. Todos los delitos no castigados
de muerte llevaban consigo la anterior pena de azotes, y la ley señalaba minu-
ciosamente el número de ellos que correspondían á cada delito. Una muger libre
convicta de haberse prostituido, recibía trecientos azotes (6), y en caso de rein-
cidencia, después de recibir un número igual, era entregada de parte del rey á un
pobre para que le sirviera en calidad de esclava, sin que le estuviera permitido
presentarse en la ciudad (7). Doscientos azotes se aplicaban á cualquiera que con-
(4) El Fuero Juzgo señala á veces un número menor, pero ya hemos dicho que el traductor
castellano alteró á veces el original latino para acomodarlo á las circunstancias del tiempo.
(2) Lib Iud. lib. VII, t. VI, 1. 2.
(3) Id , lib. VII, t. V, 1. 1.
(4) Id., lib. VI, t. V, 1. 3.
(5) Lib. VI, t. 1, 1. 8.
(6) Lib. Iud., lib. IH, t. IV, 1. 47.
(7) Et si posmodum ad prístina facta rediisse cognoscitur, iteratim a comité civitatis trecen-
tomo u. 21
162 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
sulíase á un adivino, y las injurias, las ofensas personales se castigaban con arre-
glo á una tarifa gradual según la que podía saberse con exactitud la pena del ul-
traje hecho ó recibido.
Las multas eran la pena mas ordinaria y general, y en varias ocasiones
permitía la ley que el delincuente, en lugar de sujetarse á los azotes, diese sa-
tisfacción con dinero á la persona ofendida. El juez por ejemplo, que había dado
sentencia conocidamente injusta, podía librarse de la afrenta pública, doblando
la cantidad que habia defraudado con su injusticia. La persona legítimamente ci-
tada que no habia acudido al llamamiento del tribunal, podia rescatar los cin-
cuenta azotes á que se habia hecho acreedora con diez sueldos de oro. Una contu-
sión en la cabeza estaba tasada en cinco sueldos de oro, y en diez si habia corri-
do sangre (1). Una herida que penetrase hasta el hueso costaba veinte sueldos, y
ciento cuando habia fractura de hueso (2) . Pagábase una libra de oro por un ojo,
cien sueldos por la mutilación de la nariz, otro tanto por la del pulgar, y cua-
renta, treinta y veinte sucesivamente por la de los demás dedos. Cada diente roto
costaba dos sueldos, y la fractura de una mandíbula una libra de oro. El hombre
libre que heria á un siervo solo pagaba la mitad, y la tercera parte el siervo que
hería a otro siervo, si bien recibía además cincuenta azotes (3). El raptor de una
doncella ó viuda era condenado á cederle la mitad de sus bienes , pero si habia
consumado el delito, caía en poder de la familia ofendida y recibía además dos-
cientos azotes. Sin esto, eran condenados á mayor ó menor pena pecuniaria, según
la gravedad del delito, quien alegaba en juicio leyes extranjeras con mengua del
código nacional ; quien retardaba los procesos ó sentencias fuera de los términos
establecidos, principalmente si resultaba daño para algún pobre; quien obligaba á
otro con citaciones injustas á viajar ó hacer otro gasto; quien impedia el curso de
la justicia con protecciones ó violencias ; el obispo que no castigaba los escánda-
los de personas eclesiásticas ; el usurero que hacia ganancia sobre el puro cam-
bio de la moneda, y otros muchos. La pena pecuniaria que imponían las leyes á
quien ocasionaba involuntariamente la muerte de otro, por haber dejado suelto
buey, caballo ú otro animal indómito ó feroz es distinta según la edad de la vícti-
ma: la multa subia hasta la de sesenta y cinco años y bajaba luego, por la ma-
yor proximidad de acabarse naturalmente la vida.
La legislación contra los Judíos merece en el código visigodo un libro es-
pecial (4). Las severísimas leyes publicadas sucesivamente contra ellos por los
concilios y los reyes convirtiéronlos en enemigos secretos y activos del gobierno
gótico, y su odio hacia las instituciones de que fueron víctimas sobrevivió al
vencimiento de sus opresores. Poderosos y en gran número en la Galia meridio-
nal, rechazaron mas que acogieron á los Godos que allí se refugiaron luego de
la infausta batalla de Jerez. Al estudiar la legislación de un pueblo, conviene fi-
tena flagella suscipiat, et donetur a nobis alicui pauperi, ubi in gravi servitio permaneat, et nun-
quam incivitate ambulare permittatur. Lib. Iud\, 1. c.
(1) Id., lib. VI, t. IV, 1. \.
(2) Pro plaga usque ad ossum solidos XX : pro osso fracto C. Id., 1. c.
13) Id., lib. VI, t. IV.— Esto título está cousagrado enteramente al precio de las lesiones cor-
porales.
(4) Véase el libro duodécimo, De removendis pressuris et omnium hereticorum sectis extinctis.
CAP. IX.— ESPAÑA GODA. 163
jarse sobre todo en aquellas leyes que han ejercido una influencia política cual-
quiera, y es indudable que el rigor con que fueron tratados los Judíos tuvo gran
influencia en los acontecimientos de la época. Hemos visto que, según muchos
historiadores, fueron los Judíos quienes llamaron á los Árabes á España y les
abrieron sus puertas, y de todos modos es lo cierto que, poco interesados en la
defensa de un gobierno que los oprimía, se mostraron auxiliares celosos de los
vencedores una vez realizada la conquista, como tendremos ocasión de manifestar
en el decurso de esta historia.
Luego que los concilios hubieron resuelto la abolición del judaismo, el brazo
secular cayó con todo su rigor contra los observadores de la antigua ley. Empe-
zóse por prohibírseles toda alianza conlos cristianos á menos que se convirtieren,
y la ley declaraba nulo el matrimonio entre una cristiana y un Judío no conver-
tido. Los hijos nacidos de sus uniones habian de ser arrebatados á sus padres,
bautizados y educados en la fe católica. Estábales prohibida la celebración de las
fiestas consagradas por su culto, y no podian celebrar la Pascua, ni observar el
sábado ; las festividades del cristianismo eran por el contrario obligatorias para
ellos, y al paso que les estaban prohibidas como delitos las prácticas expresa-
mente ordenadas por la ley de Moisés, no podian abstenerse de ninguna de aque-
llas que la misma considera y reprueba como impuras.
Obligados por la severidad de los edictos á emigrar por su fe, ó á fingir par-
ticipar de la de sus enemigos, hubieron de concentrarse tesoros de odio en aque-
llos hombres perseguidos. Desde Chintila, muchos que profesaban el cristianismo
en público, distaban mucho de ser cristianos en el secreto de su casa; la ley los
persiguió hasta allí, y esto explica el gran número de disposiciones contra el ejer-
cicio clandestino del judaismo que observamos en el código de los Visigodos.
Aun después de haber confesado á Jesucristo, los Judíos convertidos no entraban
en el goce del derecho común, pues no podian atestiguar contra los cristianos, po-
seer siervos, ni obtener empleo ninguno.
La fórmula del juramento exigido á los Judíos al hacerse cristianos de-
cía así (1) :
«Juro la observancia de mi profesión de fe por Dios Padre todo poderoso,
cuyas son estas palabras : por mí jurareis, mas sin invocar el nombre de Dios
Señor vuestro, que crió los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que fn ellos hay.
Juro por el Dios que puso freno al mar, diciéndole : Hasta aquí vendrás y aquí
reventará la hinchazón de tus olas : y por el mismo Dios , que dijo : En el cielo
es mi silla, y la tierra la tarima de mis pies. Juro por quien arrojó de los cielos
al soberbio Lucifer, yante cuya presencia tiemblan los ejércitos de los ángeles,
se secan los abismos, y se derriten los montes ; por quien mandó al primer hom-
bre que no comiese del árbol vedado, y en pena de la desobediencia le arrojó del
Paraíso, permitiendo que arrastrase con la cadena de su delito á todo el género
humano ; por quien aceptó el sacrificio del justo Abel y reprobó justamente al
malvado Cain ; por quien conserva vivos en el paraiso á Elias y Enoch, que al
fin de los siglos volverán al mundo, y morirán ; por quien mantuvo en el arcaá
(4) Conditiones Judaeorum ad quas jurare debebant hi qui ex eis ad fidem venientes profes-
iones suas dederint. Lib. Iud., lib. XII, t. III, 1. 25.
164 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Noé y á su muger, con sus hijos ó hijas, y cuadrúpedos, y pájaros, y demás ani-
males, para renovar la casta de todos los vivientes; por quien bendijo á Sem, hijo
de Noé, para que de él descendiese Abraham con todo el pueblo de los Israelitas;
por quien eligió á los patriarcas- y profetas, y dio la bendición á los tres padres
Abraham, Isaac y Jacob; por quien prometió al primero de estos que serian ben-
ditas en él todas las gentes, mandándole la circuncisión, como por señal de
alianza perpetua. Juro por quien destruyó á Sodoma, y convirtió en estatua de
sal á la muger de Lot; por quien luchó con Jacob¿ y dejándole cojo le mandó
que en adelante se llamase Israel ; por quien sacó á José de la opresión de sus
hermanos, y le hizo agradable á los ojos de Faraón para remedio del pueblo de
Israel ; por quien libró del agua á Moisés, y le apareció en una zarza encendida;
por quien se valió del mismo Moisés para los diez castigos de Egipto, y para
librar á su pueblo de la servidumbre ; por quien separó las aguas del mar Rojo,
formando una senda milagrosa, por donde los Israelitas pasaron á secas, y quedó
ahogado Faraón con todo su ejército ; por quien guiaba á su pueblo en los viajes
de dia con una coluna de humo, y de noche con una de fuego ; por quien hizo
humear el monte Sinaí, viéndole todo el pueblo de Israel ; por quien nombró al
primer sacerdote Aaron, y consumió con fuego á sus hijos porque habían ofre-
cido sacrificio con fuego ageno ; por quien mandó que la tierra se tragase á Da-
tan y Abiron; por quien convirtió en dulces las aguas amargas, y dio virtud á
la vara de Moisés para que en la sed de su pueblo sacase agua abundantísima de
una piedra. Juro por quien mantuvo en el desierto á los Israelitas por cuarenta
años sin que nada les faltase, ni se les consumieran los vestidos; por quien man-
dó que fuera de Jesusnave y de Calef ningún o!ro de los hijos de Israel entrase
en la tierra prometida por no haber creído en la palabra del Señor ; por quien
dispuso que su pueblo fuese vencedor mientras Moisés tenia la mano levantada
contra los Amalecitas ; por quien hizo pasar á nuestros padres con Jesusnave
por el rio Jordán, y en señal de haberlo pasado les hizo tomar doce piedras del mis-
mo rio ; por quien les mandó que se circuncidasen inmediatamente con cuchillos
de piedra; por quien destruyó los muros de la ciudad de Jericó, y honró á David
librándole de las manos de Saúl, y de su hijo Absalon;por quien, oyendo las sú-
plicas de Salomón, llenó de niebla todo el templo y lo santificó con su bendición;
por quien arrebató de la tierra al profeta Elias en un carro de fuego y le hizo en-
trar en los cielos; por quien escuchando las oraciones de Elíseo, dividió las aguas
del Jordán ; por quien llenó de Espíritu Santo á sus profetas, y libró á Daniel
de los leones; por quien mantuvo en vida á los tres niños dentro de la hoguera,
viéndolo el rey enemigo; por quien tiene la llave de David, que ciérralo que na-
die abre, y abre lo que nadie cierra; por quien obró todos los milagros y prodi-
gios que han sucedido en Israel y en los demás pueblos déla tierra. Juro por los
diez mandamientos de la ley de Dios; por Jesucristo, hijo de Dios padre ; por el
Espíritu Sanio, que es verdadero Dios y tercera persona de la Trinidad; por la
resurrección de nuestro señor Jesucristo y su ascensión á los cielos; por el glo-
rioso y espantoso dia en que vendrá á juzgar á los vivos y á los muertos con
semblante agradable para los buenos y terrible para los malos. Juro por el cuer-
po y sangre del adorable Redentor, que abrió los ojos ó los ciegos, dio el oído á
los sordos, restituyó el movimiento á los paralíticos, soltó la lengua á los mudos,
CAP. IX.— ESPAÑA GODA. 16S
y libró del demonio á los energúmenos; enderezó á los cojos, resucitó á los muer-
tos, caminó sobre las aguas, y sacó á Lázaro del sepulcro y de la podredumbre,
dando salud al difunto y alegría á los que le lloraban. Juro por el Criador del
mundo, principio de la luz y autor de la salud; por Jesucristo nuestro Señor, que
alumbró la tierra con su nacimiento, redimió á los hombres con su pasión, mu-
rió sin perder la libertad entre las ataduras del sepulcro, quebrantó las puertas
délos infiernos, sacó de allí las almas bienaventuradas, triunfó de la muerte, y
subió con su cuerpo á los cielos, tomó asiento á la diestra de Dios Padre, y se
apoderó del trono de su reino eterno. Juro asimismo por todos los coros de los
ángeles, por las reliquias de los apóstoles y demás santos, y por los cuatro evan-
gelios, que están sobre este altar, y que toco con mis manos : que todo lo que he
dicho y prometido delante de mi obispo en la profesión de fe firmada de mi mano,
lo he hecho y prometido con toda sinceridad, sin el menor engaño, y con el sen-
tido natural de las palabras que dije, obligándome con ellas á renunciar á todos
los ritos y ceremonias judaicas, creer con toda firmeza el misterio de la Santísima
Trinidad, separarme para siempre de la secta de los Judíos y de toda comunica-
ción con ellos, vivir en la religión de los cristianos y observar lo que ellos obser-
van según las reglas y tradiciones apostólicas.
« Si yo faltare en algunas de las cosas prometidas, ó manchare mi fé con al-
guna superstición judaica , ó contradijere con mis obras el sentido natural y
obvio de la profesión que tengo hecha ; vengan sobre mí todas las maldiciones
prometidas por la boca de Dios contra los quebrantadores déla ley : vengan sobre
mí y sobre mi casa y mis hijos todos los castigos de Egipto ; y para escarmien-
to de los demás hombres me trague vivo la tierra , como á Datan y Abiron , me
quemen las llamas eternas en compañía de Judas y de los Sodomitas ; y cuando
me presentare al tremendo tribunal del Juez supremo de los hombres , dígame
Jesucristro con indignación: « Vete, maldito, al fuego eterno, preparado para Lu-
cifer y para los ángeles malos.»
Puede decirse, pues, que toda la España cristiana se halla en germen en el
código de los Visigodos : sus libertades ,.su monarquía absoluta , la intolerancia
de su Iglesia , á la que debemos la unidad religiosa. Obra magnífica y sorpren-
dente en verdad la de aquel pueblo, la de aquella civilización. De aquel pueblo,
que ni al mundo antiguo ni al moderno corresponde; de aquella civilización, pro-
ducto de tan encontrados elementos, y que con sus bienes y sus males no se igua-
la seguramente á ninguna otra. Ahora que así en su parte política como en la ci-
vil hemos reseñado y examinado la historia déla legislación visigoday de sus dis-
posiciones , habremos de decir con Pacheco (2): «En este código tienen mucho
que estudiar el erudito , el filósofo y el hombre de ley : para todos da inacabable
materia, abundantes y provechosas esperanzas. A medida que la mina se profun-
diza , que el tesoro se descubre , va siendo este mas rico y de especie mas fina y
de mayor valor. »
La influencia del Fuero Juzgo se sintió en España en las edades sucesivas y en
parte hasta nuestros dias. El espíritu de sus leyes, desconocido por Montesquieu,
(4) Discurso preliminar y de introducción á los Códigos españoles. Madrid, edic. de 4847.
166 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
no ha cesado, junto con el espíritu de los concilios, de manifestarse en el curso de
lahisíoria que estamos relatando; esto fué loque sostuvo y animó á la España cris-
tiana en su lucha con los Árabes y Moros , esta fué la palanca que le sirvió para
derrocar el poderío musulmán. Para España, el Fuero Juzgo es mas que un mo-
numento ; es la fuente , el origen del derecho moderno.
c^Cz^Q\^i^QÍbj^0^s^»
CAP. X. — ESPAÑA GODA. 167
CAPÍTULO X.
Constitución de la Iglesia. — Consideraciones generales. — Del arrianismo. — Triunfo de la unidad ca-
tólica.—Orden gerárquico del clero. — Impugnación de la doctrina que establece la absoluta inde-
pendencia de la Iglesia goda.— Derechos del Papa. — Relajación de la disciplina y directa interven-
ción de la potestad secular en los asuntos eclesiásticos.— Derechos de los reyes. — Metropolitanos,
obispos , presbíteros. — Redores ó Curatores. — Derecho de Patronato. — Casas canonicales y se-
minarios.
En su lugar correspondiente, hemos explicado como se introdujo y propagó
el cristianismo en España y la influencia que ejerció en la moral pública en tiem-
po de los emperadores. Las herejías, las sectas y los cismas, principalmente el
de Prisciliano agitaron y turbaron muy pronto la naciente, aunque robusta Iglesia
de la Península. Los primeros tiempos del cristianismo fueron aquí mas tormen-
tosos , mas gloriosos que en otra provincia alguna del imperio. Si bien rudamen-
te perseguida, hemos visto aparecer la Iglesia española aun antes de la persecu-
ción de Diocleciano, y en los primeros años del reinado de Constantino, libre ape-
nas de los verdugos de Diocles y de Galerio, el cristianismo, con el concilio Ili-
beritano, daba en España el primer ejemplo de un cuerpo deliberativo de los
asuntos comunes de los fieles. Desde este primer congreso cristiano podemos se-
guir sin temor de extraviarnos la historia y la organización de nuestra Iglesia.
Como hemos dicho, el arrianismo fué llevado á España por los bárbaros que
la conquistaron; en Galicia, cuyos dominadores, de gentiles que eran, luciéronse
católicos y poco después arríanos , duró noventa y seis años y ciento veinte y
cinco en el resto de las provincias. La verdadera luz habia iluminado poco á po-
co el alma de los Godos ; la doctrina católica hizo incesantes progresos durante
los primeros ochenta años del siglo vi , y en tiempo de Leovigildo lo domina-
ba todo. Por un momento la lucha se encarnizó; varios mártires dieron testimo-
nio con su sangre de la fé que los animaba; pero se hallaban los ánimos en dis-
posición tal, que muerto Leovigildo, bastó un acto de su hijo y sucesor para re-
solverlo todo. Recaredo subió al trono en 586 , y un año después dio á conocer
su conversión ; este suceso produjo la de la nación entera, y hemos visto la faci-
lidad con que sus principales representantes, eclesiásticos y seglares , abjuraron
solemnemente al arrianismo en el concilio tercero de Toledo (589). Tardó toda-
vía un año en subir á la silla de S. Pedro el papa Gregorio Magno, á quien por
consiguiente, dice Masdeu, atribuye el breviario romano sin razón alguna la con-
versión de los Godos; preparada por la discusión , hallábase aquella en el fondo
mismo de las cosas , pero su cumplimiento fué todo obra del príncipe Recaredo
y de su consejero S. Leandro. Así lo atestigua el mismo Sumo Pontífice en su
168 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
primera carta al rey con estas palabras: « Muchas veces me lleno de confusión,
considerando por una parte mi inutilidad y pereza , y por otra la actividad con
que trabajan los reyes de la tierra en llevar las almas al cielo. ¿Qué podré decir á
mi Redentor en el dia del tremendo juicio , cuando me vea con las manos vacías,
y vos os presentéis al mismo tiempo, seguido de tropas de cristianos, que deben
a vuestras amonestaciones la gracia de Jesucristo ? Pero sin embargo, tengo yo
también algún motivo de consuelo, porque amo en vos lo bueno que yo no hice,
y gozándome de vuestras santas acciones , la obra que es vuestra por hechura,
lo es también mia por afecto. Clamemos pues uno y otro, vos por lo que habéis
obrado y yo por lo que me alegro ; clamemos con los santos ángeles : Gloria á
Dios en las alturas y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad : pues yo
creo que participando de vuestras buenas obras sin haber cooperado á ellas , de-
bo por esto mismo mayores gracias á Dios (1).»
En todo el largo espacio de tiempo que se hallaron los Godos inficionados
de la herejía arriana y permanecieron sumidos en la idolatría los primeros
Vándalos y Suevos, muchas iglesias conservaron con evangélica entereza la ver-
dadera fé de Jesucristo. Algunos de los mismos reyes arríanos , por principios
de política, ó por afición al culto de los vencidos, dieron protección y favor á los
católicos, permitiéndoles sus juntas y solemnidades, y aun elevándolos, cuando
se ofrecía, á los empleos mas nobles y de mayor confianza. Esto no obstante, al-
gunas veces rompióse la buena armonía entre vencedores y vencidos, é idólatras
y herejes descargaban sus rigores contra los fieles ; Eurico en la Galia Narbo-
nense, los Suevos en Galicia , los Vándalos en Andalucía, y finalmente Leovigil-
do se ensañaron contra los confesores de la fé católica , y castigaron en varios
ilustres varones el no ser partícipes de sus errores.
Juntameníe con la secta de Arrio , otros varios herejes procuraron sembrar
por España su mala doctrina. La herejía de Nestorio comenzó á propagarse por
nuestra península poco antes que la condenase en Oriente el concilio ecuménico
Efesino, mas parece que se desvaneció muy pronto sin que causara notables es-
tragos. De allí á pocos años apareció en Galicia un maniqueo llamado Pacencio,
pero perseguido y condenado por los obispos de los territorios inmediatos , huyó
á Extremadura , y abandonó luego la España , sin que conste que sus predica-
ciones llegasen á reunir un número importante de discípulos. El prisciiianismo
se reanimó también por aquel tiempo ; un concilio nacional ( 447 ) condenó de
nuevo esta herejía ; pero no bastó todo esto para desarraigarla , pues según la
carta que escribió en 525 ó en 530 Montano, obispo de Toledo, al monge Toribio
y á todos los fieles del territorio de Patencia , existían aun priscilianistas en la
primera mitad del siglo vi. Podríamos mencionar además gran número de sectas
heréticas aparecidas durante el siglo vn, pero ninguna de ellas parece haber
reunido muchos partidarios. En suma, las herejías de alguna importancia que se
arraigaron eñ España en tiempo de los Suevos y Godos , fueron únicamente en
numero de dos, la de Arrio y la de Prisciliano. Esto no obstante, encontrárnos-
las muy debilitadas al llegar al siglo vi, y cuando Recaredo se convirtió al cato-
licismo , eran únicamente ocho los obispos arríanos de toda España : dos de Ga-
[i¡ Véase el Apéndice.
CAP. X. — ESPAÑA GODA, 169
licia , dos de Lusitania , dos de la provincia Cartaginense y dos de la Tarraco-
nense , según consta por las abjuraciones que hicieron en el concilio Toledano
tercero, firmado por sesenta y siete obispos de la nación. Además de esto su fer-
vor arriano estaba muy debilitado , según lo demuestra la facilidad con que ab-
juraron en dicho concilio. Desde aquel momento constituyóse la unidad católica;
los reyes godos sucesores de Recareclo, se demostraron sus mas ardientes defen-
sores , y en tiempo de Recesvinto, establecióse por ley del reino la intolerancia
de toda herejía. «Se prohibe á todos, dice la ley, de cualquier linaje ó condición
que sean, nacionales, extranjeros, ó pasajeros , mover cuestiones en público óen
privado contra la fé católica, única y verdadera. Nadie se atreva á negar ó im-
pugnar los mandamientos evangélicos, ni las instituciones apostólicas, ni las sa-
gradas definiciones de los Padres antiguos, ni los decretos, aunque recientes, de
la Santa iglesia , ni los Sacramentos , ni otra cosa alguna de las que tiene la
Iglesia por santas : y entiendan todos que cualquiera que quebrantare esta ley,
sea lego ó eclesiástico, perderá todos sus empleos, honores, dignidades, hacien-
das y demás bienes, é incurrirá enla pena de destierro para toda su vida, á no ser
que por la divina misericordia se convirtiere á penitencia. » Esta ley se renovó
con las mismas penas bajo el reinado de Ervigio, y Egica su sucesor, en la me-
moria que presentó al concilio XVII de Toledo , suplicó vivamente á los obispos
que dispusieren sin el menor reparo cuanto fuese conveniente para el bien de la
Iglesia, porque así, dice «se verificará siempre mas lo que se pregona y resuena
con tanta verdad por casi todo el mundo , que la fé y religión han florecido
siempre en los dominios de España.»
El cuerpo de los eclesiásticos, en la España goda, lo mismo que en tiempo
de los Romanos, estaba dividido en obispos, presbíteros , diáconos , subdiáco-
nos, lectores, salmistas , exorcistas , acólitos y ostiarios. Pero antes de entrar en
la explicación de las atribuciones de cada uno , importa que , conforme hemos
ofrecido antes de ahora y lo exige la materia, dejemos sentada con testimonios y
documentos irrefutables la verdad histórica de que la supremacía del Papa ha
sido reconocida y acatada en todos tiempos por la Iglesia de España. No opinan
así algunos historiadores , entre ellos el francés Carlos Romey , quien afirma po-
sitivamente, en su por otra parte reputada obra, que la unidad católica de la Iglesia
española no suponia de modo alguno el reconocimiento de la supremacía de Roma,
llegando á decir « que así como el Papa es sucesor de san Pedro, igual en un to-
do, según él , á los demás apóstoles , los obispos , sucesores de estos, eran entera-
mente iguales á aquel en honores y en poder. » Esta, según el mismo historiador,
era la doctrina que regia en la Iglesia goda, y por lo mismo esta vivia en com-
pleta independencia de Roma , decidiendo como soberana en todos los puntos de
dogma, de moral y de disciplina. Esta opinión parece ser profesada también por
el historiador Lafuente, si bien no de un modo tan categórico, como en otro lu-
gar hemos ya manifestado; y así parece deducirse de varios pasajes de su exce-
lente Historia. En ellos, aunque no trata resueltamente de esta debatida cuestión,
nos dice que la Iglesia hispano-goda se habia regido por sí misma durante si-
glos enteros con entera independencia, y esto que cuando menos podría inducir
á error , conviene que se aclare y se ilustre. Por esto , pues , nos proponemos
consignar y probar aquí la verdad sentada antes.
TOMO II. 22
170 HISTORIA GENEIíAL DE ESPAÑA.
A pesar de las considerables pérdidas de escritos antiguos acarreadas por
tantos trastornos como agitaron á Europa, África y Asia en las irrupciones de los
bárbaros y de los Sarracenos luego , quedan todavía bastantes documentos para
desvanecer toda duda acerca del reconocimiento del primado de Roma por la Igle-
sia de España durante los siete primeros siglos de su existencia ; y nos concreta-
mos á los siglos expresados , pues con respecto á los siguientes , además de no
deber entrar en la historia del período godo, no existe sobre ellos cuestión algu-
na , y con nosotros están de acuerdo los mismos adversarios reconociendo que el
primado del Pontífice romano fué constantemente acatado por la Iglesia espa-
ñola.
A mediados del siglo m, encontramos un notable suceso que confirma la
verdad histórica que intentamos demostrar; y es digno de atenderse que tene-
mos noticia del mismo y de las circunstancias que le acompañaron por los escri-
tos de uno de los Padres mas ilustres de la Iglesia , de san Cipriano , quien tuvo
sobre otro negocio serios altercados con el papa san Esteban, y hace por lo mismo
mas plena autoridad en la materia.
Los obispos españoles Basílides y Marcial fueron depuestos de su silla por
libeláticos, erigiéndose y ordenándose en su lugar á Félix y Sabino. Basílides,
que pretendía recobrar su silla , acudió al Pontífice de Roma , cerca del cual en-
contró protección por haber sorprendido su buena fe, dice san Cipriano , con ar-
terías y engaños. La actitud del Pontífice en esta cuestión puso en grave apuro á
las iglesias españolas , no solo por la parte que los prelados habían tomado en la
deposición de los dos obispos , sino también por haberse procedido ya á la elec-
ción, de sus sucesores. Floreciente como se hallaba entonces la Iglesia de África,
que contaba entre sus obispos á un varón tan ilustre como san Cipriano , acu-
dieron á ella las iglesias de León , de Astorga y de Mérida solicitando consejos
en su difícil situación; el obispo de Zaragoza, Félix, escribió también á la Iglesia
de Caríago con el propio objeto, viniendo todo ello á demostrar la suma agitación
que se introdujo en la Iglesia española por la mera noticia de haber hallado Ba-
sílides protección en el Pontífice de Roma.
Desde luego ocurre que á no haber sido reconocida en España la suprema-
cía del Pon tí fice, habia de ser muy indiferente á los obispos españoles que san
Esteban se empeñara ó no en favor de Basílides ; y que atrincherados ellos , di-
gámoslo así, en su independencia , habria el obispo reclamante intentado en vano
recobrar su sede, apoyado en la autoridad de un prelado que no hubiese tenido
autoridad alguna sobre los deponentes ni sobre el depuesto.
Estas reflexiones , que nacen de la sencilla relación de los hechos , se confir-
man mas y mas con la carta que dirigió san Cipriano á los obispos españoles,
exhortándolos á permanecer firmes en su resolución primera ; y esto lo diceno ne-
gando la autoridad del Pontífice romano en este negocio, no alegando la incom-
petencia del juez, como sin duda lo habria hecho á no estar convencido el santo
de la facultad del Pontífice para entrometerse en el asunto, sino que, dejando
en salvo la autoridad de san Esteban, se limita á rechazar las providencias
que pudiesen emanar de Roma, diciendo que el Pontífice habia sido engañado,
que Basílides habia cometido obrepción. Obreptumest, dice , siendo de notar
que san Cipriano se vale de la expresión de que nos servimos todavía noso-
CAP. X. — ESPAÑA GODA. 171
tros al dar de nulidad la providencia de un superior mal informado (1).
Hay mas : como argumento concluyente, apeló san Cipriano á una decisión
de un Pontífice anterior, del papa Cornelio, quien decretó, dice, que los hombres
que se hallaban en el caso de Basílides y Marcial podían ser admitidos á peni-
tencia, mas no á la ordenación del clero y al honor sacerdotal. «Esto decretó
junto con nosotros y con todos los obispos del mundo , nuestro colega Cornelio,
sacerdote pacífico , justo y honrado por la dignación del Señor con el martirio (2). »
Nótese bien que aun cuando dice haberse hecho aquello de acuerdo con to-
dos los obispos del mundo , no puede entenderlo de un concilio general , pues-
to que en aquella época no se habia reunido ninguno, « sino que habla de la
aquiescencia manifestada por todos los obispos á la decisión de la Sede Apostó-
lica , de la cual como del centro de unidad partia la enseñanza que se difundia
por todo el orbe , bebiendo todas las iglesias en aquel manantial inmaculado,
donde se conservaban la letra y el espíritu de las doctrinas de Jesucristo y de las
tradiciones apostólicas. Habla san Cipriano de un punto en que, según él, estaban
de acuerdo todos los obispos del mundo ; y sin embargo solo nombra uno , á uno
atribuía el decreto : á Cornelio , al obispo de Roma (3). »
Llegado el siglo iv, encontramos la carta del papa Siricio á Himerio obispo
de Tarragona, escrita en el año 385, documento notable en muchos pasages, que
demuestra que se acudía á Roma en los negocios arduos , no precisamente con-
sultando á los Papas, como se consulta á personas virtuosas y sabias, sino como
superiores , como revestidos de la autoridad suprema recibida del mismo Jesu-
cristo. El citado historiador Romey , al decir que varias veces habia recurrido el
clero español á Roma para la decisión de los casos difíciles , añade « haberse de
distinguir los recursos formales délas meras consultas, las cuales, sin atribuir
superioridad ni jurisdicción á aquellos á quienes se dirigen , pueden hacerse á
todas las personas de virtud ó de ciencia (4). »
Sin embargo , la carta del papa Siricio de que aquí tratamos no puede pres-
(1) «Cyprianus, Ccecilius, Primus, Policarpus, Felici presbytero et plebibus consistentibus ad
Legionem et Asturice, ítem Laelio Diácono, et plebi Eméritas consistentibus, fratri in Domino salu-
tem Quod et apud vos factum videmus in Sabini collegee nestri ordinatione, ut de universas
fraternitatis suffragio, et de Episcoporum qui in pra^sentia convenerant, quiquede eo ad vos litteras
fecerant judicio. Episcopatus ei deferretur, et manus ei in locum Basilidis imponerentur. Nec res-
cindere ordinationem jure perfectam potest, quod Basilidis post crimina sua detecta, et conscientiam
etiam propria confessione nudatam, Romam pergens Stephanum collegam nostrum longe positum,
et gestae rei ac tacitas veritatis ignarum fefellit: ut exambiret repon i se injuste in Episcopatum de
quo fuerat juste depositus. Hoc eo pertinet ut Basilidis non tam abolitasint quam cumúlala delicta,
ut ad superiora peccata cjus etiam fallada; et circumventionis crimen acceserit. Ñeque enim tam
culpandus est ille cui negligenter obreptum est, quam hic execrandus qui fraudulenter obrepsit.
Obrepere autem si hominibus Basilidis potuit, Deo non potest, cum scriptum sit. Deus non irride-
tur » (Epístola S. Cypriani episcopi et martyris ad clerum et plebes in Hispania consistentes de
Basilide etMartiale.)
(2) Frustra tales episcopatum sibi usurpare conantur, cum manifestum sit, ejusmodi homines
nec Eclesi?e Chnsti praesse nec Deo sacrificia offerre deberé. Ma-rime cum jampridem nobiscum, et
cum ómnibus omnino episcopis, in toto mundo constitutis, etiam Cornelius collega noster sacerdos
pacificus, et justus, et martyrio quoque dignatione Domini honoratus decreumí ejusmodi homines
ad poenitentiam quidem agendam posse admitti, ab ordinatione autem Cleri, atque sacerdotali ho-
nore prohiben. (S. Cyprianus, It.)
(3) Balmes, la Civilización, revista religiosa, filosófica, política, y literaria de Barcelona, t. II.
(i) Hist. de Esp., P. 1.a, c. XVIII.
172 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tarse á semejante interpretación , en cuanto toda ella no es precisamente de
una persona sabia y virtuosa que responde á otra que la ha consultado , sino
de un superior que responde á un inferior , con autoridad de enseñanza y con
derecho de mando. « No negamos, dice, á tu consulta la competente respuesta,
porque por razón de nuestro oficio , no podemos disimular ni callar , pues que el
celo de la religión cristiana nos incumbe á nosotros mas que á todos los demás.
Llevamos la carga de todos los que están gravados , ó mas bien la lleva en noso-
tros el apóstol Pedro, quien , como lo confiamos, nos protege y defiende como
herederos de su administración en todas las cosas (1). »
No es esto todo ; el Pontífice establece varios capitulos sobre los diferentes
puntos consultados, y en todos ellos se observa que habla como superior. «En
adelante, dice, será menester que no os apartéis de esta regla si no queréis ser
separados de nuestro colegio con sentencia sinodal .» «Basta ya de errores, añade
en otra parte ; en adelante observen la regla sobredicha todos los sacerdotes que
no quieran ser apartados de la solidez de la piedra apostólica, sobre la que cons-
truyó Cristo la Iglesia universal. » «De todos modos prohibimos que esto se haga. »
«Tuvimos á bien decretar.» «Decretamos con definición general lo que en ade-
lante han de seguir todas las Iglesias y lo que han de evitar.» «Sepan en adelan-
te los sumos prelados de todas las provincias,» son todas ellas palabras de su
carta que por cierto no indican consejo ni consulta, sino orden, autoridad, poder.
Ahora bien, ¿se sabe que en la Iglesia de España se levantase ninguna queja,
ninguna reclamación contra semejante ejercicio de autoridad? No, antes bien
san Isidoro en su obra de Los Varones ilustres, hace honorífica mención del papa
Siricio; llámale Pontífice muy esclarecido, y lo que es mas de notar dice esto ha-
blando de la misma carta, ú opúsculo de que estamos tratando.
A principios del siglo v, hállase otro documento no menos decisivo en prue-
ba del acatamiento con que era reconocido en España el primado del Papa. Ha-
blamos de la carta de Inocencio I dirigida á los Padres del concilio de Toledo, en
la que se echa de ver también que, en ofreciéndose algún negocio de gravedad,
acostumbraban nuestros obispos dirigirse al Poníífice romano para que les ense-
ñase lo que debian creer y prescribiese lo que debían practicar. Los Padres de
Toledo trataban con mucha indulgencia á los priscilianistas,que en número con-
siderable abjuraban sus errores, tanto, que mientras suscribiesen á la regla de fe
formulada en los concilios, eran restablecidos en sus sillas los obispos que habían
caido en los errores de aquella secta, echándose un velo sobre sus pasados ex-
travíos. Esta benignidad era llevada á mal por algunos obispos de las provincias
Botica y Cartaginense, y clamaban con tal violencia contra ella, que la Iglesia de
España se veia amenazada de un cisma. En semejante situación, un obispo llama-
do Hilario y un presbítero llamado Elpidio acudieron al Sumo Pontífice, poniendo
(1) ....0Et quia necessecrat nos inejus laboribus curisque succedere cui per Dei gratiam suc-
cesimus in honore, factout opurtebal primitus mea? provectionis indicio ad singula (prout Dominus
aspirare dignatus est) consultalioni Inx responsum competens non negamus, quia pro oficii nostri
considera tione non est nobis disimulare, non est tacere libertas, quibusmajorcunctis christiana;
religionis zelus incumbit. Portamus onera omnium qui gravantur; quinimo haec portat in nobis Bea-
tusapostolus Petrus, quinos in ómnibus ut coníidimus, administrationis suae protegit, et tuetur
heredes. (Epist Syricii Papa; ad Himerium Tarracon.)
CAP. X.— ESPAÑA GODA. 173
en su conocimiento los graves males de que se veia amenazada la Iglesia de Espa-
ña; y deseoso Inocencio de poner remedio á ellos , escribió la carta de que trata-
mos, carta notable también por revelarnos la gran importancia que se daba á las
palabras del Pontífice, que se creían bastantes para calmar los ánimos y sosegar
ladiscordia cuando no alcanzaba á tanto la autoridad del concilio. Este mismo do-
cumento nos manifiesta que el Papa estaba ya muy ansioso de la situación de la
Iglesia española, y no poco inclinado á tomarla iniciativa en este negocio, cuan-
do las instancias del obispo Hilario y del presbítero Elpidio le determinaron á
hablar. Por lo que toca á su estilo, acontece lo propio que con la del papa Siri-
cio: habla Inocencio, no como persona particular consultada, sino como superior;
no solo instituye, sino que manda.
A mediados del siglo v, en el año 447, encontramos otro documento seme-
jante, cual es la carta de san León I á Turibio obispo de Asíorga. Este obispo ha-
bia remitido al Papa un índice de los errores de los priscilianistas y un libro en
que los impugnaba. Contestóle el Papa felicitándole por su celo en favor de la fe
católica y por haberle dado conocimiento délos restos que aun se conservaban de
la mencionada s?cta. Prescribe adenás el Pontífice que se celebre un concilio en
el que, conforme á las instrucciones que le había comunicado en contestación ásu
consulta, se examinase si habia algunos obispos inficionados aun con aquella he-
regía, para excomulgarlos en el caso que no quisieren abjurar sus errores. Des-
pués ele decirle que ya ha escrito á los obispos de las provincias de Tarragona,
Cartago, Lusitania y Galicia, mandándoles que celebren un concilio nacional,
encarga á Turibio que les transmita las resoluciones que le acaba de dictar, dis-
poniendo finalmente que si se atravesare algún obstáculo que impidiere la cele-
bración de dicho concilio, se celebre al menos uno en la provincia de Galicia,
que deberán presidir Idacio y Ceponio (1).
En el año 461, los obispos de la provincia Tarraconense, quejosos del prelado
de Calahorra, que habia ordenado algunos obispos sin consentimiento del metro-
politano, acuden al papa Hilario para que dispusiere la conducta que debia seguir-
se así con respecto al obispo ordenante como á los obispos ordenados. Esta carta
es digna de notarse bajo muchos conceptos, porque no solo se halla consignada en
ella la supremacía del Papa del modo mas explícito y terminante, sino también
porque contiene confesiones muy claras sobre algunas preeminencias de esta pri-
macía. El respetuoso encabezamiento de la carta explica ya mas de lo que pudie-
ra decirse con extensos comentarios. «Al Beatísimo Señor, á quien debemos hon-
rar con reverencia apostólica, el papa Hilario, Ascanio obispo, y todos los obis-
pos de la provincia de Tarragona. «Esta salutación claro es que no va dirigida de
igual á igual, sino de inferior á superior. Empiezan en seguida su carta, y en el
exordio de ella se notan las siguientes palabras. «Aun cuando no mediara nece-
sidad alguna de la disciplina eclesiástica, debíamos nosotros acudir á aquel pri-
vilegio de vuestra sede, con el que, recibidas las llaves del reino después de la
resurrección del Salvador, la singular predicación de san Pedro proveyó á la ilu-
minación de todos por todo el mundo; y el principado de quien hace sus veces,
como que está sobre todos, por todos debe ser tenido y alabado. Por tanto noso-
(1 ) Epist. I Leonis Papse cognomento Magní, ad Turibium episcopum Asturicensem. Anno 4-47.
174 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tros, adorando en vos al mismo Dios, á quien servís santamente, acudimos á la fe
alabada por boca apostólica, buscando instrucciones allí á donde nada se manda
con error, nada con presunción, sino todo con deliberación sacerdotal (1).» Estas
palabras prueban decisivamente la verdad que estamos defendiendo. Los padres
de Tarragona piden al Papa, no un consejo, no una instrucción sobre un punto
canónico, sino una disposición de autoridad ; «decidnos lo que queréis que haga-
mos, añaden mas abajo , para que podamos obrar apoyados en vuestra autori-
dad (2).» Hay también otra carta de los obispos de la provincia de Tarragona al
mismo Papa, y en ella se notan iguales ideas sobre la supremacía del Pontífice,
iguales sentimientos de respeto y de venerac ion , igual voluntad de obedecer su-
misos á lo que tuviese á bien prescribirles.
En la contestación que da el papa Hilario á las sobredichas cartas de los obis-
pos de la provincia Tarraconense, á mas de las expresiones de autoridad que he-
mos observado en todas las anteriores, llama muy particularmente la atención el
que al mismo tiempo que los obispos de la provincia indicada habían acudido al
Papa, apelaban también al mismo recurso desde distintos puntos de España otros
interesados en sentido opuesto, excusando lo que los obispos de la provincia de
Tarragona pretendían que se condenase. En la misma carta concurre también
otra circunstancia muy digna de notarse, cual es la de que el Papa envia á Es-
paña el subdiácono Trajano para que fuese portador de ella y al mismo tiempo lo
corrigiera todo conforme á las disposiciones de la Sede apostólica. Es decir que
ya en aquella época habia la costumbre de enviar los Papas sus legados para
atender á las necesidades de las iglesias.
En el mismo siglo, encuéntrase otro acto de semejante autoridad de un Pon-
tífice romano sobre la Iglesia de España. Hablamos del nombramiento de vicario
apostólico, hecho en Zenon obispo de Sevilla por el papa Simplicio; y á principios
del siglo siguiente, en el año 317, observamos igual delegación de la autoridad
apostólica hecha por el papa Hormisdas á favor de Juan, obispo de Tarragona,
mandándole que, salvos los privilegios de los metropolitanos, cuide de la obser-
vancia de los cánones y de los mandatos pontificios.
Puédese además citar otra carta dirigida en 524 por el mismo papa Hormis-
das á los obispos españoles, donde les enseña y prescribe varios asuntos de dis-
ciplina, y también otro ejemplo que nos ofrece este Papa de otra delegación de la
autoridad apostólica á favor de Salustio, obispo de Sevilla, en la que deja tam-
bién salvos los privilegios de los metropolitanos. Como esta expresión podría pa-
(1) Domino beatissimo, et apostólico reverentia á nobis colendo papae Hilario, Ascanius epis-
copus, ct universi episcopi Tarraconensis provincias
Etiamsi nulla cxtaret necessitas ecclesiastica? disciplina?, expetendum revera nobis fuerat illud
privilegium sedis vestra, quo susceptis regni clavibus, post resurrectionem Salvatoris, per totum
orbem beatissimi Petri singularis praídicatio universorum illuminationi prospexit : cujus vicarii
prineipatus sicut eminet, ita metuendus est ab ómnibus et amandus. Proinde nos Deum in vobis
penitus adorantes, cui sine querela servitis, ad fidem recurrimus apostólico ore laudatam, inde res-
ponsa qu;erentes, unde bih.il terrorc, nihil praisumptione, sed pontifican totnm deliberatione praeci1-
pitur. .. Epist. I, Tarracon. Episooporum ad Hilarium Papam, anno 46P.
(2)... Qu:i:sumus sedem vestram, ut quid super hac parte observare ve'itis, apostolicisafílati-
bus instruamur ; quatenus fraternilate collecta , praelatis in médium veneranda; synodi coustitutis
contra rcbellionis spiritum vestra auctoritate subnixi , quid oporleat de ordinatore et de ordinato
fieri, intelligere, Deo arljuvante , possimus. Id
CAP. X. — ESPAÑA GODA. 175
recer restrictiva de la autoridad pontificia, daremos sobre este particular algunas
explicaciones. Es indudable que los metropolitanos gozaban antiguamente de
muchos privilegios de que carecen en la actual disciplina, y que estos privilegios
eran mirados con gran respeto. No es del caso enumerarlos aquí , ni tampoco
referir cuales son las modificaciones que han ido sufriendo con el tiempo; pero lo
que conviene advertir es que estos privilegios de los metropolitanos en nada se
oponian á la primacía de la Santa Sede, pues que, según hemos visto, la autoridad
pontificia se ejercía en toda su plenitud aun en el tiempo en que estaban vigentes
estos privilegios. La misma cláusula en que se salvan estos es un nuevo indicio
de las altas facultades que se consideraban anexas al primado del Papa, en cuan-
to delegando este su autoridad á un obispo, creíase conveniente advertir que
esta delegación no debia menoscabar los privilegios de los metropolitanos: lo que
prueba que á no expresarse así , habríase quizás creído que el obispo, revestido
con las facultades pontificias, podia derogar también estos privilegios.
Gregorio Magno escribió, como hemos visto, á Recaredo afines del siglo vi,
en un tono que no deja duda acerca de su autoridad en los negocios de la Iglesia
universal, é intervino también en los de la Iglesia española, reponiendo á Janua-
rio, obispo de Málaga, que habia sido depuesto de su silla en un concilio na-
cional.
Todavía podríamos alegar nuevas pruebas en confirmación de la misma
verdad que estamos demostrando ; pero parécenos que son suficientes las alega-
das hasta aquí, y con el eminente publicista (1) que hemos citado poco antes,
diremos que no acertamos que es lo que puede contestarse á documentos tan de-
cisivos. Y si se quiere saber el sentir de los mas ilustres varones de la Iglesia
goda sobre esta materia, óigase á san Isidoro que nos dice : «Después de Jesu-
cristo, el orden sacerdotal comenzó por Pedro, porque él fué el primero á quien
se dio el pontificado en la iglesia, el primero que recibió la potestad de atar y
desatar, y el primero que atrajo almas á la fe con su predicación.» Mas termi-
nantes son todavía las palabras con que contestó el santo doctor á una consulta
de Eugenio II de Toledo : « Jesucristo dijo á Pedro: tú eres Pedro y sobre esta
piedra levantaré yo mi Iglesia.... y después de la resurrección le añadió : Apa-
cienta mis corderos, que es decir los Prelados. De suerte que el honor de esta po-
testad , aunque se ha transfundido á todos los obispos , reside en particular y
por especial privilegio en el de Roma , que es eternamente cabeza respecto de los
demás miembros.»
Mucho podríamos prolongar estas citas, si no temiésemos fatigar á nuestros
lectores y no creyéramos suficientemente aclarado este debatido punto histórico.
Ni en España ni fuera de España, ni en los tiempos modernos ni en los antiguos
se ha concebido jamás el catolicismo sin el primado de Roma ; en la idea de ca-
tolicismo se ha abrazado siempre la supremacía del Pontífice romano, porque
en la idea del catolicismo ha entrado siempre la de unidad, y unidad no la hay
sin un centro, y este centro no existe sin Roma (2). Esta es la doctrina de todos
los siglos, la tradición constante desde el tiempo de los apóstoles; y decir lo con*
(4) Balmes, 1. c.
176 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
trario fundándose en la diferencia de disciplina, en que esta durante el período
de la España goda, era muy distinta de la actual, en la variedad de atribuciones
que desempeñaban el Papa y los obispos, equivale tanto á decir como que no era
monárquico el régimen de España en la misma época, porque sin duela su mo-
narquía y las atribuciones del soberano eran muy distintas de la idea que aque-
lla palabra despierta ahora en todos nosotros.
¿Qué mas? El mismo Masdeu, persona muy autorizada en la materia por
las profundas investigaciones que sobre la España goda ha llevado á cabo , y al
mismo tiempo nada sospechosa á causa de la constante opinión que acerca de
estos puntos profesa , sienta en su excelente obra (1) que la iglesia de España,
durante la época goda reconocía en el Papa las calidades de centro y de cabeza
y la primacía de honor y de jurisdicción. El mismo autor , analizando la disci-
plina eclesiástica en la época de que estamos tratando, dice, en corroboración de
lo que venimos sustentando , que el ejercicio de la supremacía del Papa sobre
nuestra Iglesia en los siglos v , vi y vn, puede reducirse á cuatro artículos : re-
mitir el palio á quien lo merecía ; levantar en Roma tribunal de recursos ó de
apelaciones; enviar á España jueces pontificios, y tener en ella vicarios que
obrasen en su nombre y autoridad. En los tres últimos hemos citado ya los casos
mas notables ocurridos durante la España goda, y respecto del primero sabemos
por el autor citado que san Gregorio Magno remitió el palio á san Leandro de Se-
villa en los últimos años del siglo vi.
Sin embargo , en otra ocasión hemos dicho , y ocasión es ahora de repetir-
lo, que el régimen político de la monarquía goda habia de influir necesariamente
en la disciplina de su Iglesia , y que la intervención del clero en el régimen civil
habia de producir la intervención de la potestad secular en el régimen ecle-
siástico. De ahí la confusión entre ambos poderes, y si el civil no poclia conside-
rarse tan independiente como le concebimos en los tiempos modernos , la Igle-
sia sufria igualmente gran menoscabo en su libertad é independencia , dos ele-
mentos que le son altamente necesarios. Desde la conversión de Recaredo, los
monarcas godos habían tomado el título de protectores de la Iglesia y ejercieron
varias prerogalivas y atribuciones eclesiásticas , ya porque se las concediera la
Iglesia agradecida por el esplendor que le diera en España, ya porque el poder
real se las arrogase poco á poco , naciendo de ahí un estado de cosas que si no
produjo fatales consecuencias y conflictos durante la época que estamos estudian-
do, es muy contrario á las buenas ideas recibidas acerca de la libertad de la
Iglesia y de la independencia en que, en lo posible, han de estar colocados los dos
poderes eclesiástico y civil.
Los derechos que los reyes godos desde que se hicieron católicos ejercieron
en los asuntos eclesiásticos, pueden reducirse á cuatro , según el propio autor ya
citado: el primero dar órdenes y providencias para bien y edificación de los fieles;
el segundo tener tribunal de coacción para que se ejecutaran en él las sentencias
canónicas ; el tercero nombrar los obispos para el buen régimen eclesiástico de
todos sus estados, y el cuarto finalmente convocar los concilios nacionales y con-
firmarlos con su autoridad para que fuesen respetados en lodo el reino.
(1) Hist crít. deEsp., t. XI, p. 151.
CAP. X.— ESPAÑA GODA 177
El primero de estos derechos era ejercido por los reyes godos ortodoxos con
una especie de predilección : complacíanse en dar decretos sobre esta materia,
los cuales tenian cierta semejanza en cuanto á la forma á lo menos con las pas-
torales de nuestros obispos ; la historia ha conservado mas de uno. Semejante
derecho fué reconocido en los reyes hasta por los mismos concilios , y el de Mé-
rida, no solo dio gracias á Recesvinlo « por la mucha piedad con que gobernaba
en lo temporal , sino también por el buen uso de la sabiduría con que le ilustra-
ba Dios para el gobierno de la Iglesia.» Recaredo dispuso que velasen igualmen-
te las dos potestades eclesiástica y temporal en destruir los residuos de la ido-
latría; y los concilios Toledanos III y XII confirmaron este decreto. El rey Chin-
tila , con edicto aprobado por el concilio Toledano Y, mandó que se celebrasen
anualmente en el mes de diciembre tres dias de rogaciones , en que el pueblo
ayunase y tuviese todas sus tiendas y tribunales cerrados; y la historia de la épo-
ca , repetimos , ofrece en gran número ejemplos semejantes de la intervención
de los monarcas en los reglamentos mas sencillos de la disciplina eclesiástica.
Ejercían también los reyes godos el derecho de examinar en última instan-
cia las causas eclesiásticas, para que se terminasen con su autoridad y poder se-
gún la norma de los sagrados cánones. El concilio Toledano IX presidido por san
Eugenio III resolvió que en materia de bienes eclesiásticos así los fundadores y
bienhechores de cualquiera Iglesia, como también sus descendientes y herederos,
pudiesen libremente recurrir contra cualquiera clérigo á su propio obispo , con-
tra este al metropolitano, y contra el metropolitano al rey. Con mas generalidad y
amplitud se volvió á decidir esta misma jurisdicción real en el concilio Toleda-
no XIII que fué aprobado con las firmas de cuatro metropolitanos , cuarenta y
cuatro obispos sufragáneos , veinte y siete vicarios de obispos ausentes , cinco
abades , tres dignidades y veinte y siete grandes de la corte. La historia nos su-
ministra varios ejemplos de obispos, clérigos y monges citados al tribunal del rey
por causas eclesiásticas , como sucedió al monge Tarra llamado por Recaredo á
dar razón de su conducta, á lo que parece, no muy regular; y á Cecilio obispo de
Mentesa , citado y obligado por Sisebuto á volver á su silla de que se habia reti-
rado para vivir en un monasterio. No puede negarse que esta práctica de la Igle-
sia de España , dice Masdeu, es contraria á la de otras iglesias de la cristiandad,
en que estaba generalmente prohibido todo recurso de eclesiásticos á tribunal se-
cular. «Los canonistas saben y confiesan , añade el propio autor (1), que nues-
tra Iglesia , la mas pura y firme de todas en la unidad de la doctrina católica, te-
nia en materia de disciplina muchas costumbres peculiares , que en vez de re-
probación alguna , merecieron con el tiempo ser recibidas y adoptadas por otras
muchas iglesias y aun algunas por la de Roma y por todo el mundo cristiano. »
Algunos autores, empero, y entre ellos Cayetano Cenni (2), ponen en duda la ju-
risdicción de los monarcas godos sobre los eclesiásticos de España ; mas sus ar-
gumentos no parecen poder prevalecer contra los numerosos monumentos que la
acreditan.
Sabido es que los obispos en los primeros siglos de la Iglesia eran nom-
(1) His. crít. de Esp. t. XI, p. 19.
(2; De Antiquitate Ecclesiae Hispaniee.
TOMO II.
178 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
brados por el pueblo y el clero , y así se practicó bajo los príncipes arríanos,
aun después de introducida la preeminencia de la Iglesia metropolitana. Ocur-
rida la conversión de Recaredo á fines del siglo vi, parece que algunas catedrales
empezaron á ceder este derecho al rey como se ve por la carta de Sisebuto , que
antes del año 620 manifestó su voluntad al metropolitano de la provincia Tarra-
conense acerca del obispo que se habia de dar á Barcelona , y por la de Braulio á
san Isidoro, á quien encargó en 633 que pusiese todo su conato en que el rey eli-
giese para la silla de Tarragona un obispo digno y cabal así por su santidad como
por su doctrina. Sin embargo, no todas las iglesias convinieron luego en esta no-
vedad , pues en el concilio de Barcelona (599) y en el cuarto de Toledo (633) se
mandó que el clero y el pueblo prosiguiesen como antiguamente en nombrar á
su Pastor, y que el metropolitano y demás obispos lo aceptasen y consagrasen.
Prevaleció no obstante el partido de la prerogativa regia , de modo que pocos
años después de dicho concilio, parece que todas las iglesias ele España se habían
ya convenido en que cada una enviaría al rey sus informes acerca de los sugetos
capaces de ocupar la silla, que el rey los nombraría, y que luego los aceptaría el
metropolitano en el primer concilio provincial. Así se practicó hasta el año 681,
en que viendo las iglesias por experiencia que este método era sobrado largo, ce-
dieron todas en pleno concilio nacional al obispo de Toledo, como mas inmediatoá
la persona del rey, el derecho de los informes para que el príncipe, llegando lano-
ticia de la muerte de algún prelado, pudiese desde luego con solo el acuerdo delTo-
ledanó, nombrar á quien le pareciese, y hacerle consagrar en la misma corte. Aun
las traslaciones de un obispado á otro se hacían según el mismo sistema, como se
ve por el concilio Toledano XVI, queen el año 693 dio la Iglesia de Toledo al obispo
de Sevilla, la de Sevilla al de Braga y esta al de Porto. Masdeu, muy encariñado
con lo que se llaman prerogativas regias, y acérrimo partidario de la intervención
del poder civil en los asuntos eclesiásticos, que considera, muy equivocadamente á
nuestro modode ver, como otros tantos pasos hacia la libertad, defiende loque no-
sotros no hemos vacilado en llamar relajación déla disciplina eclesiástica, con estas
palabras: «Reprueban agriamente algunos canonistas esta disciplina de España,
por no tener ejemplar en decretos pontificios , ni en concilios de otras naciones;
pero nuestra Iglesia tiene la gloria de haber dado ejemplar á otros, mas bien que
tomádolo de ellas, en muchos puntos de disciplina, y por fin no es cosa censura-
ble que el pueblo cediera á su príncipe el derecho que tenia desde el tiempo de
los apóstoles de nombrar á sus obispos.»
Otra prerogativa muy importante ejercieron los monarcas godos desde el
punto de su conversión, que fué el convocar los concilios nacionales y confirmar-
los con su autoridad. San Braulio de Zaragoza en el año 638 escribió en nombre
de todos los obispos de España al papa üonorio I, que le habia mandado no des-
cuidarla convocación de los concilios, diciéndole que ya el rey Chintila, como mo-
vido de Dios con las mismas altas inspiraciones, habiajuntadoun concilio de todos
los obispos de España y de la Galia Norbonense. El mejor testimonio, empero, de
semejante costumbre son los mismos concilios nacionales de esta época (1), que
(1) .Tuxta canouicum ordinem , tempore quo coneilium per metropolitani voluntatem et re-
giam jussionemelectum fuerel agere, omnes coníinitimos episcopos in unumoportetadesse; neepro-
tali re qutelibet causa opponidebet ad excusationem (ex Gonc. Emerit. anno666, c. 5). — Sunt non-
CAP. X. — ESPAÑA GODA. 179
atestiguan iodos haber sido siempre convocados por los reyes desde el dia en que
abrazaron la religión católica ; que es decir los Suevos desde el año 560 y los
Godos desde el 589. Los reyes confirmaban además las decisiones de los concilios,
pero todo ello que, á ser los concilios españoles asambleas puramente eclesiásti-
cas, habría sido una manifiesta usurpación y una conculcación deplorable de los
buenos principios que han de regir en la materia , no lo es tanto si se atiende al
carácter mixto de los concilios de la España goda que eran , como hemos visto,
verdaderos legisladores políticos y civiles déla nación.
La gerarquía episcopal se componía de metropolitanos y sufragáneos , sin
que existiera patriarca nacional , arzobispo (1) , ni obispo con el carácter ó título
de primado. San Isidoro en sus Etimologías solo define estas palabras tratando
de la Iglesia de Italia ; que aun cuando para probar que ya entonces los metro-
politanos se llamaban arzobispos, se cita un manuscrito de un concilio de Mérida
y la copia de una carta de Quirico á san Ildefonso , tales manuscritos son copias
modernas atestadas por sus autores de infinitas interpolaciones que les han hecho
perder todo valor histórico. La carta de Benedicto II, que supone arzobispos en
España , no prueba que los hubiera , lo mismo que la escrita porSiricio al obispo
de Tarragona á quien da el título de metropolitano , no prueba que hubiese me-
tropolitanos en España antes del siglo iv. Ambos pontífices hablaban según los
usos de la Iglesia de Italia, muy distintos de los de España. Hemos anotado ya
varios de los hechos que paulatinamente fueron creando la primacía de Toledo,
y hasta á mediados del siglo vn no tuvieron los prelados de aquella silla presi-
dencia ni preeminencia alguna sobre los demás metropolitanos. La dignidad de
estos data de los últimos años del siglo iv; antes de este tiempo eran iguales en
prerogativas los obispos todos , y ocupaba el primer asiento en cada provincia
el prelado mas antiguo , de cualquiera iglesia que fuese (2). Pero como los Papas,
siguiendo la costumbre de Italia y otras naciones, titulasen metropolitanos a los
obispos de las capitales , y á ellos dirigiesen sus cartas como á presidentes ecle-
siásticos de la provincia, se fué introduciendo poco á poco la novedad , de suerte
que puede asegurarse que á mediados del siglo v estaba ya recibida en toda la
nación.
nulli qui pro hoc, admonitionem sui metropolitani et regiam jussionem accipiunt; et minimé
implent quae jubentur: hos priscorum canonum sententiee excommunicatos esse jubent , usque ad
tempus superventuri concilii , et quamvis excommunicationis damno feriantur, nihil tale in his im.
penditur , quod debeant metuere ( ex eod. Conc. Emerit., c. 7. )— Véanse Cono. Bracar. i, ( 561 ) in
prsef., p. 178; Conc. Bracar. II, (572) in prsef., p. 203; Conc. Tulet. III, (589) in ead., p. 221, 222;
Conc. Narb. (589) in ead., p. 273; Conc. Tolet. IV, 633) p. 385; Conc. Tolet. V, (636) in conf. regia, p.
406; Conc. Tolet. VI, (638) c. 4, et 19, p. 408, 413; Conc. Tolet. VII, (646) in prajf. p. 419; Conc. To-
let. VIII, (653) in ead. p. 536; Conc. Tolet. X (656) in ead. p. 452; Conc. Emerit. (666) vide supra, p.
200; Conc. Tolet. XI, (675) in praef. et. in c. 16, p. 238, 246; Conc. Bracar. III (675) p. 258; Conc. To-
let. XII, (684; in prsef. et. in c. 43, p. 262, 270; Conc. Tolet c. XIII, (683) in c. 4 et 4 3, p 280, 287;
Conc. Tolet, XIV, (684) c. 4, p. 302; Conc. Caesaraug. III, (604) in praef., p. 347, 349; Conc. Tolet.
XVI, (693) in prsef. et in c 2, p. 320, 334; Conc. ToleCxVII, (694) p. 346.
(4) El título de arzobispo (arc'nepiscopus) dado con frecuencia por Mariana y otros historiado-
res á los metropolitanos de la Iglesia goda, no fué adoptado en España hasta después de la invasión
de los Sarracenos.
(2) Pruébanlo irrecusablemente las actas de los concilios nacionales, en los que se ve con fre-
cuencia la firma del obispo de esta ó aquella ciudad colocada según la mayor ó menor antigüedad de
su consagración.
180 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Las sillas metropolitanas de la Lusitania, Tarraconense y Bética se estable-
cieron sin dada alguna en las ciudades de Mérida, Tarragona y Sevilla; en las dos
primeras por ser capitales de provincia , y en la otra porque, teniendo los hono-
res de capital de nación , debia ser preferida ; y con esta preferencia que obtuvo
fué tomando insensiblemente á la ciudad de Córdoba hasta los derechos de capital
civil de provincia , como lo hizo Toledo con Cartagena. En la provincia de
Galicia el único metropolitano fué el de Braga hasta después de la mitad del
siglo vi, en que por ser la provincia sobrado dilatada , se dividió en dos porcio-
nes, la una sujeta á la iglesia de Braga y la otra á la de Lugo. Destruido el reino
de los Suevos, parece que con él acabaron para la iglesia de Lugo los honores de
metropolitana , pues en el concilio Toledano III (389) toda la provincia gallega se
consideró como una sola, y el obispo de Braga firmó con el título general de me-
tropolitano de Galicia , añadiendo que firmaba también por su hermano Nigisio
obispo de Lugo, sin llamarle metropolitano como se intitularon en aquel concilio
todos los que lo eran. En la provincia Narbonense, estuvo disputada desde prin-
cipios del siglo v la silla metropolitana entre los obispos de Narbona y de Arles,
mas el primero acabó por ser reconocido y por ejercer sin disputa los derechos
todos de metropolitano. Acerca de la provincia Cartaginense, Cartagena y Toledo
aspiraron una y otra á la preeminencia, la primera porque habia sido capital des-
de el tiempo de Constantino , y la segunda porque comenzó á serlo desde la des-
trucción de Cartagena (425). En los primeros años del siglo vi, es innegable que
una y otra pretendían el mismo honor, pues así constapor el concilio Tarraconense
del año 516 y por el Toledano de 527. Cuando entraron los Imperiales en España,
se dividió la provincia en dos dominios, y mientras duró esla división , que es
decir desde el año 554 hasta el 622 , fueron legítimos metropolitanos los dos obis-
pos, el de Cartagena en la Conlestania, que obedecía al emperador, y el de Tole-
do en la Carpetania, que estaba sujeta á los monarcas godos. De la época de la
expulsión de los Imperiales y de la consiguiente reunión de la Contestania y Car-
petania en una sola provincia, data el reconocimiento de los derechos metrópoli ti-
cos sobre la provincia de Cartagena en el prelado de Toledo , sin emulación ni
disputa alguna.
El nuevo sistema de los metropolitanos no destruyó enteramente la costum-
bre antigua de honrar á los obispos por orden de antigüedad ; pues entre los su-
fragáneos se mantuvo siempre este orden , y aun los mismos metropolitanos
entraban en él cuando estaban fuera de su provincia, y ocurrida su muerte, ha-
cia interinamente sus veces hasta nueva elección el obispo mas antiguo.
Los derechos del metropolitano, según la disciplina de la España goda, eran
cinco : convocarlos concilios provinciales, consagrará los sufragáneos, hacer
las veces de ellos en sus ausencias, juzgar en primera instancia sus causas, y
vigilar por fin sobre el buen régimen de los obispados y parroquias (1).
Los obispados en tiempo de la España goda se fueron multiplicando in-
sensiblemente por constituciones reales ó conciliares de que apenas nos queda
memoria. Solo sabemos de cierto que los Suevos, por haberse internado á veces
en la Lusitania, y los Imperiales, por el dominio que tuvieron en una porción de
(1i Conc. Tarrac, ann. 516, c. 43; Conc. Tolet. III, c. 18; Conc. Tolet. IV, c. 3; Conc. Emerit.
ana 666, c. 6; Gollect. Decret. St. Martini. Bracar., c. XVIII.
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CAP. X.— ESPAÑA GODA. 181
la Bética y Cartaginense, dieron motivo á que se tomasen algunas providencias,
para corlar los pleitos que habia acerca de los límites de las iglesias así sufragá-
neas como metropolitanas. Varios reyes y concilios atendieron á esta materia, y
aun cuando sea muy incierta la pretendida división de obispados atribuida al rey
Wamba , y no nos quede del tiempo de los Godos catálogo alguno de las diócesis
de España , colígese sin embargo por las firmas de los concilios , que en el siglo
vn eran á lo menos ochenta; ocho de la Galia Narbonense, y setenta y dos de
nuestra península sin contar otros cuatro ó cinco cuyos nombres estropeados ó
anticuados no es fácil entender lo que significan. Los de la provincia Tarraconen-
se eran quince, á saber: Tarragona, Barcelona, Gerona, Lérida, Tortosa, Vich,
Urgel , Ampurias , Tarrasa , Zaragoza , Tarazona , Huesca , Pamplona y Santa
María de Oca. Los de la Cartaginense, veinte y uno: Toledo , Cartagena, Oreto,
Cazlona, la Guardia, Guadix, Baza, Valencia, Denia, Elche, san Felipe, Totana,
Segorbe, Segovia, Sigüenza, Arcos, Alcalá de Henares, Os nía, Palencia, Virgi y
Bigastro; los dos últimos ya no existen. En la Bética habia once obispados: Sevilla,
Córdoba, Elvira, Ecija, Cabra, Santiponce, Marios, Niebla, Jerez, Málaga y
Adra. En la Lusitania catorce: Mérida, Ebora, Coria, Idaña, Estay, Beja, Águe-
da, Lisboa, Coimbra, Viseo, Lamego, Salamanca, Avila y la antigua Caliabria.
La provincia de Galicia tenia once: Braga, Dumio, Porto, Chaves, Tuy,el Padrón
Orense, Bretona, Lugo, Astorga y León, Las iglesias de la Galia Narbonense
eran ocho: Narbona, Agde, Beziers, Magalona, Nimes, Lodeva, Carcasona y
Elna.
Los obispos, por ley canónica, debían residir cada uno en su respectiva igle-
sia, y no salir de ella sin dejar un vicario con las facultades necesarias para el
buen régimen del obispado. Cualquiera metropolitano sin embargo podia llamar
ásus sufragáneos, no solo para concilios ó consagraciones de obispos, sino tam-
bién para celebrar con mayor solemnidad en la capital de la provincia las fies-
tas principales, como son las de Pascua, Pentecostés y Navidad. El de Toledo
en particular podia obligar á los suyos á residir en la corte la mayor parte del
ano para dar con esto mayor esplendor á la capital del reino, y el príncipe tenia
derecho para llamar de su iglesia ó cualquiera prelado y darle los encargos que
le pareciese. Sin estos motivos, debía también el obispo salir una vez al año de
su catedral para visitar todas las iglesias de la diócesis, examinar si estaban
mantenidas con decoro, informarse de sus rentas y gastos y del proceder de los
curas y demás clérigos (1): en cuyos viajes no podia llevar mas de cinco cabal-
gaduras, ni detenerse en ninguna iglesia mas de un dia, ni exigir por los gastos
del viaje mas de dos sueldos ó sean cuatro escudos (2).
Los derechos del obispo sufragáneo eran unos caree terísticos y propios de su
orden, y otros comunicables á los presbíteros. Los de la primera especie se redu-
cían á cinco: preparar el crisma, administrar el sacramento de la confirmación,
conferir órdenes mayores, dar el velo á las vírgenes, y consagrar las iglesias (3).
La consagración de los templos (como también la del obispo y del rey) no se po-
dia hacer sino en domingo, según consta por un canon expreso del concilio terce-
(4) Conc. Tolet. IV, c. 26; Conc. Tolet. Vil, c. 4.
(2) Conc. Bracar. II, c. 2.
(?) Sanct. Isid., Eccl. Ofí., lib. II, c. XXVII.
182 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
rodé Zaragoza. Antes de consagrar unaiglesia, habia de examinar el obispo las
escrituras de su fundación y ver que rentas tenia, pues no podían consagrarse las
que no contaban con dote suficiente para su decente manutención, ni las que lla-
maban tributarias por ser de dueño particular, que cuidaba de mantenerlas como
cosa suya, con las oblaciones ó limosnas de los fieles (1). Estaba también preve-
nido que las iglesias que habían sido de los arríanos volviesen á consagrarse con
la misa solemne acostumbrada y con las demás ceremonias.
Los derechos que el obispo podía comunicar, y realmente comunicaba á los
presbíteros, principalmente si tenían á su cargo una parroquia, eran tres: absol-
ver á los penitentes, catequizar y predicar, y conferir órdenes menores (2).
Por leyes generales del derecho canónico, no puede dividirse un obispado
en dos, ni obtener un obispo dos obispados juntos, ni trasladarse de una silla
menor á otra mayor; pero nuestra nación en tiempo de los Godos ó no observaba
por lo general esta disciplina, ó dispensaba en ella fácilmente cuando lo juzgaba
oportuno. Habiéndose consagrado un obispo en la ciudad de Falencia sin las de-
bidas aprobaciones, dispuso Montano de Toledo, como metropolitano de la Car-
taginense, que se pusiese otro obispo en dicha ciudad, y que al intruso, por de-
coro del orden episcopal, se le diese durante su vida una porción de obispado en
los territorios de Segovia, Buitrago y Coca, cuya desmembración, aunque según
la disposición de Montano habia de ser interina, parece que se perpetuó desde en-
tonces, pues consta después de este suceso por los concilios de Toledo, que Se-
govia era obispado en propiedad. También sin desmembramiento ni división de
territorios hubo á veces dos obispos en una misma iglesia, el uno propietario y
administrador el otro, como sucedió cuando Potamio, de Braga, se retiró á un
monasterio, pues el concilio Toledano X, sin quitarle el obispado, encargó su
gobierno y administración á san Fructuoso, obispo de Dumio.
El hecho de que acabamos de hablar es prueba de que á veces en España se
daba encargo de dos iglesias á un obispo solo; pero tenemos sin esto otros ejem-
plos con que se confirma lo mismo. Antes de san Fructuoso habia tenido san Martin
las dos iglesias juntas de Dumio y Braga, que luego después de su muerte se se-
pararon, entrando en la primera Juan y en la segunda Paníardo. Asturio, obispo
de Toledo, halló en Alcalá de Henares los cuerpos de los santos mártires Justo y
Pastor que estaban olvidados y perdidos, y no queriendo después de tan buen ha-
llazgo apartarse de aquella iglesia, se quedó allí por obispo sin desprenderse de
la que antes tenia, de suerte que por testimonio de san Ildefonso tuvo al mismo
tiempo dos títulos, el de obispo nono de Toledo y el de primero de Alcalá.
El concilio Toledano XVI nos dio un ejemplo muy notable de translaciones
de obispos, mandando pasar á Faustino de la iglesia de Braga á la de Sevilla y á
Félix de la de Sevilla á la de Toledo, en lugar de Sisberto,que fué degradado en
pena de su rebelión contra el monarca. «Esla práctica de nuestra nación, dice
Masdeu (3), aunque contraria al concilio Niceno, no debe censurarse, porque el
asunto no es de doctrina sino de disciplina, en que pueden variar las iglesias sin
(i) Gonc. Hispal. II, c. 5 y 7; Conc. Caes.-Aug. III, c. 1, etc.
2) Sant. Isid., de Eccl. Olí., ubi supra.
(3) Hist., crít. de Esp., t. XI. p. 189.
CAP. X. — ESPAÑA GODA. 183
ofensa ele la unidad católica, y porque no lo prohibieron Jesucristo ni los após-
toles, antes bien en los primeros siglos estuvo muy en uso, como puede verse por
un catálogo publicado por Sócrates y Casiodoro, de varios obispos trasladados
de una iglesia á otra.»
Al morir un obispo, entraba interinamente en su lugar el de la diócesis mas
inmediata (1), á quien tocaba disponer el entierro, ejecutar el testamento y go-
bernar la iglesia en lo temporal y espiritual, hasta que se consagrare nuevo obis-
po (2) ; pero siempre con acuerdo y dependencia del metropolitano, pues este te-
nia derecho para entender en ello por sí mismo ó por medio de otro, no solo en
el caso de muerte, sino también cuando el sufragáneo, por sentencia canónica, se
había de retirar á penitencia á algún monasterio. De aquí se seguía que el obis-
po penitenciado ó moribundo no podia dejar sus poderes a! vicario, y mucho me-
nos nombrar á otro obispo con título de coadjutor ó de heredero.
El obispo ponia á su aíbedrío los rectores ó curatores (3), pero no podia de-
ponerlos á su voluntad (4) ; dábales á cada uno un directorio que llamaban libri-
to oficial (libellum officiale), en que estaba explicado como habían de adminis-
trar los sacramentos, y prevenido todo lo que debían hacer para el bien de su
iglesia, de cuyo gobierno habían de dar cuenta al prelado, no solo en el tiempo de
la visita diocesana, sino también todas las veces que iban á la ciudad para asistir
á los sínodos y procesiones. Cada curator para el servicio del coro y de su iglesia
tenia un número de clérigos á proporción de las rentas, pues con esías debia ves-
tirlos y mantenerlos con la debida decencia, teniendo derecho al mismo tiempo
para castigarlos y azotarlos, si no cumplian con su obligación (5).
También locaba al obispo la distribución de los beneficios á proporción de
los bienes estables que tenia la catedral para la manutención de su clero ; pero
los prelados habian de darle un recibo que llamaban carta precaria, para que
quedando este testimonio de lo que el obispo les habia señalado en haciendas ó
en frutos, no pudiesen jamás alegar derecho contra la iglesia, confundiendo los
derechos eclesiásticos con los hereditarios. Muriendo el beneficiado ó dejando en
vida el ministerio, los bienes volvían á la iglesia, á no ser que en atención á sus
servicios, ó bien por pura caridad se destinase una parte de ellos para alimento
de los hijos ó de la muger. Se permitía á veces á un clérigo tener dos beneficios
aun de diferentes iglesias, con tal que sirviese á entrambas, ó no siendo esto posi-
ble mantuviese en una de ellas un coadjutor ó vicario. Aun á los curas se permitía
que tuviesen dos parroquias cuando estas eran muy pobres y no distaban mucho
una de otra, de suerte que pudiese el párroco asistir á todas ellas para la admi-
nistración de los sacramentos y para la celebración de la misa en los dias de
fiesta. Pero como se viese por la experiencia que este sistema no convenia, man-
(1) Conc. Valent. ann. 546, c. í, 2 y 4.
(2) Testamento executio, et funeris curatio ad viciniorem spectat. Aguirre, p. 90, 9 1 y 98.
(3) Esta palabra habia pasado del órdeu civil a! eclesiástico. En los municipios romanos, habia
empleados (munifici) llamados curatores, teniendo á su cargo varios servicios municipales, curator
frumenti, curator calendar u, etc. Esta palabra habia de haberse traducido propiamente por cura-
dor , pero e4 uso á hecho prevalecer la de cura.
(4) Sine coacto concilio, clericum deponere non potest. Aguirre, p. 585, ex Conc. Hispal. II, c. 6.
—Lo mismo debe decirse para la rehabilitación. Conc. Tolet. IV, c. 28.
(5) Lib. Iud., lib. IV, t. V, 1. 6; Conc. Tolet. III, c. 9; Conc. Tolet. IV, c. 26, etc.
184 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dó el concilio Toledano XYÍ que las parroquias muy pequeñas ó muy pobres se
agregasen á otra mayor, y no se permitiese en adelante ni cura con dos iglesias,
ni iglesia parroquial sin bastante renta para mantener un clero competente con
diez siervos.
Aunque por derecho ordinario pertenecía ai obispo la distribución de los
beneficios y parroquias, declaró sin embargo el concilio IX de Toledo que los
fundadores de cualquiera iglesia parroquial ó monacal eran dueños de nom-
brar en ella los curas ó abades, con tal que fuesen hábiles para el empleo; cuando
el obispo veia que no lo eran, podia disponer que se nombrasen otros, pero no
ponerlos por sí mismo contra la voluntad de los fundadores, bajo pena de quedar
inválida la ordenación que él hiciese. Este privilegio dado en España á mitad del
siglo vn á los fundadores de lugares pios, puede considerarse como el origen y
principio del derecho de patronato, de que empezaron á gozar siglos después va-
rias familias seculares.
El mero presbítero predicaba, sacrificaba y daba la bendición al pueblo.
En las catedrales habia dos casas de comunidad, la una de eclesiásticos, se-
gún costumbre de tiempos aun mas antiguos, y la otra de niños educandos como
se estila aun en los seminarios. En la primera que se llamaba cónclave canoni-
cal, de donde se ha originado el título de canónigos, vivían en forma regular los
presbíteros y demás clérigos de la catedral, bajo la dirección de un ecónomo que
cuidaba de vestirlos y mantenerlos, según las disposiciones del obispo. El semi-
nario ó cónclave de niños era para los hijos y descendientes de los libertos de la
catedral y para todos los demás niños ofrecidos por sus padres al servicio de la
iglesia. Allí los criaba un anciano docto y piadoso, dándoles la instrucción nece-
saria en lo espiritual y literario, y cumplidos los diez y ocho años se les pregun-
taba delante de todo el clero reunido, si querían casarse ó vivir solteros ; y de
allí á otros dos años, según la respuesta que habían dado, los promovían al sub-
diaconato ó les permitían el matrimonio, dejándolos ir á sus casas (1).
(<l) Conc. Tolet. II, c. 4 ; Gonc. Tolet IV, c. 34.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 185
CAPITULO XI.
Continuación del mismo asunto.— Clérigos inferiores.— Dignidades.— Rentas eclesiásticas y su ad-
ministración.—Matrimonio y continencia de los clérigos. — Leyes[y observancias particulares de la
Iglesia hispano-gótica.— Inmunidad eclesiástica.— Tribunal eclesiástico para las causas de los
pobres y del bien público.— Concilios nacionales, provinciales y diocesanos. — Sacramentos.— Ex-
comunión.— Penitencia sacramental y ceremonial. — Tonsura monástica, clerical y de penitencia.
— Ordenes sagradas.— Monges y monjas. — Origen y diferencias déla vida monástica. — Reglas mo-
nacales de España.— Vida monástica. -^Memoria de algunos.monges insignes.
Explicados los dos grados superiores de la gerarquía eclesiástica, el episco-
pado y el presbiterado, tócanos decir algo de los clérigos inferiores en la Iglesia
goda. El diácono ó levita servia inmediatamente al sacerdote en el altar y dispen-
saba la comunión á los fieles. El subdiácono recibía las oblaciones y preparaba
los ornamentos y vasos sagrados para el sacrificio ; el lector leia en voz alta y
explicaba el Antiguo y Nuevo Testamento. El salmista ó cantor (el mismo que en
tiempo de la España romana se llamaba confesor), entonaba los salmos, himnos
y antífonas en el coro, cuando acudía el clero para los oficios divinos. El exor-
cista invocaba el nombre de Dios sobre los energúmenos para que saliera de ellos
el espíritu maligno. El acólito encendía los velas para el sacrificio y tenia el can-
delero al tiempo del Evangelio. El ostiario ó portero finalmente guardaba las lla-
ves del templo, lo abria y cerraba, cuidaba de su limpieza y aseo, y de echar de
él á los infieles y excomulgados.
A estos grados explicados de la gerarquía, añadiéronse en el siglo vi tres
dignidades, los arciprestes, arcedianos y primicerios, que, según la constitución
del concilio de Mérida, debian residir en todas las catedrales. En algunas igle-
sias se introdujo la costumbre de preferir la segunda dignidad á la primera ; pe-
ro en España se conservó siempre el orden que acabamos de indicar, como cons-
ta por las actas de los concilios de Braga y Mérida que nombran primero al arci-
preste y después á los otros ; y mas claramente todavía por las de los concilios de
Toledo en las que la firma del arcipreste precedía siempre á la del arcediano y del
primicerio. El arcipreste presidia á los presbíteros ; el arcediano á los diá-
conos y en algunas iglesias también á los subdiáconos, y el primicerio á los
lectores, salmistas, exorcistas y acólitos. Sin esto solia haber un tesorero que
presidia á los sacristanes y ostiarios, y un ecónomo, depositario de la caja de la
iglesia, que cuidaba de los gastos comunes (1).
(1) El cardenal de Aguirre supone que en cada clase de clérigos habia un primicerio, y que
se llamaba así porque estaba puesto el primero en los catálogos de los eclesiásticos, escritos sobre
TOMO II. 24
186 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Por las fundaciones é instituciones de que hemos hablado en el capítulo an-
terior y por otros muchos gastos que tenian las iglesias, como era el de mantener
á cierto número de pobres, y alimentar á los fundadores y á sus hijos si lo nece-
sitaban, preciso era que las catedrales y parroquias fuesen generalmente ricas, y
lo eran en efecto, pues la liberalidad de los fieles era grande, en especial desde
que la corte se hizo católica, pues antes de esta época es indudable que la pobre-
za del clero era mucha. Las rentas eclesiásticas eran de dos especies: las unas
eventuales procedían de los diezmos y de las oblaciones de los fieles, y las otras
fijas ó estables, del producto de las haciendas y demás bienes inmuebles. Los
diezmos y las ofertas gratuitas, ya fuesen en dinero, ya en pan, vino ú otra co-
sa, se dividían en tres partes iguales: una era enviada al obispo, la otra era dis-
tribuida entre los presbíteros y diáconos, según sus diferentes grados, y la terce-
ra entre los subdiáconos y demás clérigos, á proporción, no del grado, sino del
mérito y porte de cada uno, á juicio del primicerio (1). Otras tres partes se ha-
cían de todos los bienes estables así de la catedral como de las parroquias : la
primera era para el obispo, la segunda para los beneficiados, según el beneficio
de cada uno, y la tercera para la fábrica de la iglesia cuyos eran los bienes, es-
tando particularmente prevenido que si alguna parroquia necesitaba reconstruir
ó reparar la iglesia yno tenia bastante dinero, supliese el obispo con su porción.
Aunque el obispo era el principal administrador de todas las renías eclesiásticas,
no podia enagenar los bienes, ni venderlos sin aprobación de todo el clero, ni
disponer de ellos en ninguna manera á favor de sus parientes ó amigos, á no ser
que diese á la iglesia tres veces tanto de lo que tomaba de ella para favorecer á
otro (2); asimismo no podia dar libertad á ningún siervo sin reemplazarlo ó
pagarlo. Solo era dueño de emplear los frutos de su porción á favor de ios pobres
ó de causas pías, y si fundaba con ellos ó con su propio caudal alguna iglesia en
su diócesis, le era permitido dotarla con la centésima parte de los bienes de la ca-
tedral, y aun con la quincuagésima si la fundación era para monges (3). Si se va-
lia de los siervos ó rentas de la catedral para mejorar sus propias haciendas, de-
bía ceder á la iglesia todo el provecho que habia sacado, y al contrario, si con sus
propias rentas ó siervos mejoraba las haciendas eclesiásticas, el provecho era
todo para sí á no ser que voluntariamente lo renunciase. Para impedir que los
prelados se apoderasen de cosa alguna de la iglesia, ó apropiasen á la catedral lo
que era de las parroquias ó monasterios, estaba mandado que todo obispo, des-
pués de su consagración, se hiciese cargo con inventario formal y delante de cin-
co testigos de lo que se le entregaba en bienes muebles é inmuebles; en su ar-
chivo habia de tener nota auténtica de las haciendas y haberes de todas las igle-
sias de su diócesis, y cuando fiaba alguna á nuevo curator, albas ó capellanus,
le habia de dar copia firmada de su mano de todas las escrituras y memorias
pertenecientes á ella. A las excomuniones y demás penas canónicas con que
estaba vedada al obispo cualquiera translación de bienes de una iglesia á otra,
tablas enceradas. Esto empero no fué la costumbre de la Iglesia de España, en la que cada catedral
tenia un solo primicerio.
(l) Conc. Emerit., ann. 666, c. 13; Conc. Tolet. XVI, c. 5.
(8J Conc Emerit., c. 21 ; Conc. Bracar. II, c. 2.
(3) Conc. Tolet. IX, c. 5.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 187
añadió el rey Wamba por ley que quien esto hiciese, no solo debería reponer los
bienes en el estado primero, sino también compensar los daños ocasionados, y en
caso que no tuviese posibilidad para cumplirlo, hubiese de sujetarse á peniten-
cia mas ó menos larga, según el valor ó caudal, á razón de un dia por escudo. No
solo los obispos, pero ninguna otra potestad podia quitar á las iglesias lo que po-
seian, es lando declarado por las leyes visigodas que las donaciones hechas á Dios
por cualquiera persona eran irrevocables y eternas (1).
Al morir un eclesiástico, principalmente si era obispo, los diputados del cle-
ro, junto con el obispo mas inmediato, hacian sin pérdida de momento el inven-
tario de los muebles de su casa y de sus haciendas y bienes , y separaban lo que
era personal de lo que era de la iglesia, para disponer de lo primero según el
[estamento, ó según los derechos que alegasen los parientes y herederos. Preve-
nían los cánones de nuestros concilios que lo que el difunto hubiese sembrado ó
plantado en terreno de la iglesia quedase á favor de esta , y que los aumentos y
mejoras conseguidos con su industria en tiempo del ministerio, se repartiesen
con la debida proporción entre los herederos que tenían derecho á su patrimonio
y la iglesia que lo tenia á sus propios bienes. Estaba también mandado que á los
que hiciesen el inventario , se les diese por su trabajo el valor de una libra de
oro ó solo de media, según los caudales del difunto. El testamento no era ejecu-
torio y no podia hacerse la distribución de bienes hasla conseguir la aprobación del
superior del difunto , la que por muerte de un presbítero ó clérigo debia pedirse
al diocesano, por muerte de este al metropolitano, y por muerte del metropoli-
tano al sucesor ó al concilio provincial. Al concilio se habían de llevar todos los
pleitos que hubiese por muerte de algún prelado, como sucedió por la de Reci-
miro , obispo de Dumio , que había dispuesto de todos sus bienes personales á fa-
vor de los pobres, sin hacerse cargo de los daños que habia ocasionado á su ca-
tedral con ventas y contratos viciosos. El concilio Toledano x, en que se trató la
causa , después de examinar , no solo el testamento de Recimiro, sino también el
de san Martin, fundador de aquella catedral , mandó primero resarcir los daños
arriba dichos , y luego dar á los pobres lo restante según la voluntad del difunto.
En los primeros tiempos, cuando las iglesias carecían aun de reñías, se
permitía á los eclesiásticos dedicarse al comercio , con tal que no dejaran aban-
donadas sus iglesias. « Que los obispos, sacerdotes y diáconos, decía el concilio
Iliberitano, no vayan á las ferias á comerciar, abandonando sus iglesias; pero
se les permite negociar en su provincia , y enviar sus hijos, amigos ó criados á
traficar fuera del país (2). » Sin embargo, al principio del siglo vi, cuando las
iglesias llegaron á tener rentas suficientes para el sostenimiento del culto y para la
decente manutención del clero , prohibióse á los clérigos todo comercio y granje-
ria, se castigó severamente la usura, se les señaló honorarios muy módicos para
el ejercicio de su ministerio , y aun se mandó expresamente que no exigieran
retribución alguna ni aun en concepto de gratificación ó presente, por el bautis-
mo de los niños , por la consagración de los templos , ni por otros actos y fun-
ciones de su instituto (3). Con esto quedaron mas libres para servir á la iglesia,
(4) Lib. Iud. lib. V, t. I, 1. 1,2 y 3.
(2) Can. 48.
(3) Conc. Tarracon.— Id. Barcinon.— Id. Bracar. H.
188 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y con menos motivo para ausentarse , como sugetos mantenidos por ella misma
para que la sirviesen. Cada uno desde el punto en que recibia órdenes menores,
quedaba unido con su iglesia para toda la vida , no pudiendo aspirar á promo-
ción alguna fuera de ella sin las dimisorias de su obispo. Se le obligaba á pro-
meter desde entonces que por ningún título dejaría el ministerio que le fiaban,
bajo pena de suspensión y reclusión ; y si alguno , quebrantando las leyes y fal-
tando á su palabra , se atrevía á pasar á otra iglesia , ó ir vagabundo por las
provincias sin carta formada ó comunicatoria (que era la licencia de su prelado),
no podían los demás obispos emplearle ni darle los fieles acogida, sin devolverle
á su legítimo superior ó denunciarle á la justicia secular en el término de ocho
días. El vestido de los eclesiásticos no se distinguía del de los seculares sino en
ser liso, modesto y ageno de toda pompa mundana, en cuya observancia jamás
mereció el clero godo corrección alguna , sino en la Galia Narbonense , donde
fué preciso prohibir á los clérigos la púrpura, por ser de sobrado lujo y propia de
magistrados y poderosos (1). El buen eclesiástico en suma, según lo describe
S. Isidoro de Sevilla , vivía enagenado del mundo y de sus placeres; abominaba
los espectáculos , banquetes y diversiones ; no comerciaba ni trataba negocios se-
culares ; hablaba con moderación , caminaba con sosiego , miraba con modestia,
no frecuentaba casas de mugeres, se ocupaba en la lección y en los divinos ofi-
cios, cultivaba su espíriUi en el estudio, instruía al pueblo en la doctrina, y le
daba ejemplo con las buenas obras (2).
Acerca del matrimonio y continencia de los eclesiásticos , la disciplina de la
Iglesia goda es casi la misma que en los siglos precedentes. El clérigo , después
de recibidas las órdenes menores , podia casarse , pero una sola vez y con muger
virgen , y, viviendo con ella, podia ejercer el ministerio de su orden. Casado de
este modo , se le promovía en edad avanzada á las órdenes mayores , y aun al
obispado , con tal que se separase de su muger ó se obligase á no usar del ma-
trimonio , teniéndose lo contrario por pecado gravísimo y de mucha infamia (3).
El concilio íliberitano (á principios del siglo iv) mandó á los obispos, presbíteros
y diáconos y á todos los clérigos que estuviesen de servicio abstenerse de sus mu-
geres so pena de ser privados del honor de la clericatura (4). Prohibía conferir
el subdiaconado á los que en su juventud hubiesen cometido adulterio, y man-
daba degradar á los que así hubiesen sido ordenados (5). Permitia á los obispos
y otros eclesiásticos tener en su compañía sus hermanas ó vírgenes consagradas
á Dios, pero de modo alguno mugeres extrañas (6).
Tres disposiciones dedicó á esta materia el concilio de Gerona de 517. Que
los eclesiásticos, desde el obispo hasta el subdiácono, no habiten con sus mu-
geres, ó en el caso de vivir con ellas, tengan en su compañía una de sus herma-
nas que pueda dar testimonio de su conducta. Que los clérigos célibes no tengan
en su casa mugeres extrañas , sino solo la madre ó hermanas propias. Que no se
(1)
Conc. Narbon. armo 589, c. 1; et Sanct. Isid.
deEccle. Off., lib. II, c.II
(2)
Sant. Isid., 1. c.
(3)
Conc. Tarracon. auno 517, c. 6 y sig.
(4)
Can. 33.
(8)
Can. 30.
(«J
Can. 37.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 189
eleve á la clericatura á los que han pecado con otra muger aunque se hayan casa-
do con ella después de muerta su esposa (1). Si el clérigo recibía en su casa mu-
ger prohibida, incurría en las penas de suspensión y clausura, y si pecaba con
ella, le condenaban los cánones á degradación y penitencia perpetua , mandando
la ley (2) que á las mugeres con quienes hubiese convivido, las recluyera el prelado
en un monasterio ó fuesen vendidas como siervas , siendo su precio distribuido
entre los pobres (3). Los obispos y curas , que , por ser los mas disíinguidos del
clero, debían dar ejemplo á los demás, eran mas severamente castigados si incur-
rian en iguales faltas. El cuarto concilio de Toledo y el de Mérida de 666 dispu-
sieron que nadie recibiese la investidura de un obispado ó de una parroquia sin
hacer antes profesión de castidad (4); y en él concilio Toledano xi se extendió
este precepto á los que recibiesen las órdenes mayores. Por lo que toca al celibaío,
los subdiáconos estuvieron siempre sujetos en España á las mismas leyes de
los diáconos y presbíteros (5).
En el aseo y servicio de los templos , principalmente de las catedrales , tu-
vieron los obispos el mayor cuidado, encargando el decoro de la casa de Dios á
personas de mucha satisfacción, y castigando rigurosamente cualquiera profana-
ción ó falta de respeto (6). El sacristán , que regularmente era un diácono, estaba
sujeto á gravísimas penas si permitía que se hiciera el menor uso profano ele los
vasos sagrados, ó de cualquier otra cosa que sirviese al altar, y aun para lavar
los corporales y otros lienzos , debía tener vasijas á propósito que no se empleasen
en otro uso alguno. Le* estaba particularmente encargado que estuviesen limpios
los altares y encendidas las lámparas delante de las reliquias , y había pena de
degradación para cualquiera eclesiástico que las apagase , impidiese los divinos
oficios , ó hiciese otro desacato al templo del Señor (7).
Para asistir al coro en los dias de hacienda , turnaban los eclesiásticos por
semanas ; pero en los domingos y demás fiestas debían asistir todos , aun los de
los arrabales y contornos de la ciudad (8). En él ocupaban los presbíteros el pri-
mer lugar y los diáconos el segundo , formando dos hileras en círculo alrededor del
altar, y luego después de ellos estaban situados los cantores y demás clérigos,
observándose este orden así en las catedrales como en las demás iglesias. Se
cantaban cada dia en el coro los maitines al amanecer y las vísperas después de
la caida del sol, pues todo lo demás del oficio divino, que se componía entonces
de completas, horas y nocturnos , parece que no se decía en comunidad sino en
los monasterios. El tiempo de las completas era el de acostarse; las horas ca-
nónicas , que eran tres , se rezaban en tres tiempos ; á la tercera hora del dia , á la
sexta y á la nona , es decir á las nueve de la mañana , á mediodía y á las tres de
la tarde (9) ; y asimismo los nocturnos en tres tiempos de la noche , de lo que se
(1) Conc. Gerund., c. 6, 7 y 8.
(2) Lib. Iud., lib. III, t. IV, 1. 48.
(3) Conc. Tolet. IV, c. 43.
(A) Casti sint, cuna extrañéis feminis non habitent. Aguirre, Col'ect. Max. Conc. Hisp.; Conc.
Tolet. IV, c. 21, et Conc. Emerit. anno666, c. 1.
(5) Conc. Tolet. XI, c.40.
(6) Sanct. Isid , de Eccle. Off., lib. II, c. IX.
(7) Conc. Tolet. anno 527. c. II; Conc. Tolet. XIII, c. 7.
(8) Conc. Tarracon. anno 516. c. 7.
(9) Los Godos habian adoptado de los Romanos el modo de contar las horas.
100 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
han derivado los rezos que la Iglesia moderna llama nocturnos , aun cuando se
cantan al mismo tiempo que los maitines (1). No nos ha quedado breviario del
tiempo de los Godos • pero de los concilios y de las obras de aquellos tiempos se
colige que tenia sustancialmente las mismas partes que tiene el Muzárabe, de
que en su lugar hablaremos. Lo principal eran los salmos que antiguamente no
se cantaban sino que se rezaban con pausa , pero después se introdujo cantarlos
con melodía y acompañarlos con el órgano. Babia en el oficio responsorios , an-
tífonas , himnos , lecciones y oraciones , aunque acerca de los himnos , hubo no-
vedad en el siglo vi por razón de algunos introducidos por los priscilianistas para
esparcir sus errores. El concilio de Braga y el concilio Toledano IV se esforzaron
con sus disposiciones en prohibir su uso. Al fin de los salmos y responsorios se
caniaba el Gloriapatri ; pero algo diferente del que introdujo en Roma el papa san
Dámaso, pues los Españoles decían Gloria et honor en atención á algunos textos
de David y de san Juan Evangelista, en que se da alabanza á Dios con las dos
palabras juntas.
El rito de la misa introducido en España por los siete Apostólicos, se con-
servó en tiempo de los Godos sin alteración notable ; solo en Galicia hubo nove-
dad por razón de los priscilianistas que, con el largo tiempo que existieron,
habían compuesto varias preces y oraciones y aun dado el título de escrituras
canónicas á invenciones suyas , con que llegaron á desfigurar de tal suerte la
liturgia que no se distinguía en ella entre los ritos modernos y los apostólicos.
En 538, el papa Yigilio, informado de esta confusión, envió al obispo de Braga
un directorio déla misa como se decía en Roma, y el concilio Bracarense
de 561 , ordenó que toda la provincia lo aceptase. Con ello sufrió gran alteración
la antigua liturgia por ser la misa romana en muchas oraciones y ritos muy di-
ferente de la española antigua. La alteración, empero, no salió de los límites de
la antigua Galicia, ni tampoco duró allí mucho tiempo , pues sujeta en 587 á los
reyes godos , convertidos al catolicismo poco después , acabaron las iglesias galle-
gas por uniformarse con las demás en 633, cuando juntos en Toledo los obispos
de Galicia con todos los demás de la nación española y francesa, mandaron de co-
mún acuerdo que, para cortar escándalos y divisiones , todas las iglesias de Es-
paña y Francia dijesen unos mismos salmos y oraciones, observasen un mismo
método en la misa y en el oficio divino , y que como era uno el reino y una la fó
de todos los Españoles, así fuese una también la disciplina eclesiástica. La misa
estaba dividida en dos partes, la una llamada de los catecúmenos y la otra del
sacrificio. En la primera se leia una profecía del Antiguo Testamento, una epís-
tola de san Pablo y una parte de los evangelios; se anadian algunos responsorios y
unos versículos con alleluya, que era lo que entonces llamaban Laudes ; seguía-
se el Ofertorio, y luego un diácono en voz alia mandaba á los catecúmenos que se
retirasen (2). La segunda parte llevaba el orden siguiente: se hacia una amones-
lacion al pueblo para que se recogiese á orar; se rogaba á Dios con particular
formulario para que oyese las oraciones de los fieles; se hacia la conmemoración
de los vivos y de los muertos , nombrando particularmente á los fundadores y bien-
io Sanct. Isid. Oper., jEHmolog., lib. VI c. XVIII.
(2) Sanct. Isid., de Eccle. 00'., lib. I, c. XIII y sig.
CAP. XI.— ESPAÑA GODA. 191
hechores de la iglesia; se daban los abrazos de paz en señal de unión y caridad;
se seguía la Ilación , que ahora llamamos Sanctus ó Prefacio ; luego el sacerdote
consagraba, se rezaba el Pater noster, se distribuíala comunión, y intimamen-
te se daba la bendición al pueblo , como se acostumbraba también al fin de los
maitines y vísperas. En el año de 589, el concilio Toledano III, á instancia de
Recaredo, añadió en la misa el símbolo de Constantinopta, como se decía en
Oriente , y de España pasó después este rito en los primeros años del siglo íx , á
las iglesias de Francia y Alemania, y entrado el siglo xi á la misma iglesia ro
mana (1).
El orden sustancial de la misa ha sido siempre el mismo, pero habia alguna
variedad en las oraciones y lecciones según la fiesta que se celebraba, y según
la persona viva ó difunta por quien se ofrecía el sacrificio. La misa de difuntos
de que hablan varios concilios , afirma san Isidoro que se usaba desde el tiempo
de los apóstoles ; pero á fines del siglo vn prevaleció entre algunos la falsa opi-
nión de que la misa de muertos dirigida á un vivo podia acortarle la vida, y por
consiguiente la mandaban decir con el malvado fin de conseguir de Dios la muerte
de algún enemigo. Para extirpar este abuso , el concilio Toledano XVII prohibió
semejantes misas á los sacerdotes, bajo pena de degradación, excomunión y reclu-
sión perpetua. En las misas de difuntos y de cuaresma se quilaban los Aleluyas,
y en las de domingo y demás fiestas se anadia el cántico de los tres niños de Da-
niel. De las misas propias de santos , se ha conservado la de san Martin de Du-
mío, que siendo, á lo que se cree, del siglo v, es muy apreciable por su antigüe-
dad ; pero sin ella nos queda noticia de muchas otras compuestas por varios
obispos que influyeron sucesivamente con su trabajo en la formación del misal
de la España goda. Todas las catedrales y parroquias en la misa mayor rogaban
cada dia á Dios por la salud y felicidad del rey, y mientras habia guerra ofre-
cían á Dios el sacrificio por la prosperidad de nuestras armas.
De los decretos de varios concilios se colige que en las catedrales y parro-
quias se celebraba la misa cada dia. Los sacerdotes particulares no tenían en esto
regla fija, pues, según cuenta san Isidoro de Sevilla, unos la decían todos los días
de la semana , otros los sábados y domingos , y otros el domingo solo; pero lo
primero era lo mas regular desde el siglo ív , y aun en un mismo dia repelían
algunos el sacrificio para que pudiesen cumplir todos los fieles con el precepto de
oir misa; pero esta costumbre cesó del todo cuando se quitó el motivo de ella, que
era el de estar fiadas varias parroquias á un solo cura.
Respecto de la materia del sacrificio, vemos que el tercer concilio de Braga
condena la costumbre introducida por algunos en Galicia de consagrar en uva y
aun en leche, resabio de la antigua heregía prisciliana; y el concilio Toledano XVI,
reprobando la práctica de varios sacerdotes que para el sacrificio redondeaban
una corteza del pan usual , mandó que se consagrase « en pan entero, blanco y
pequeño, y hecho de propósito para el sacrificio, según la costumbre de la Igle-
sia». De una carta de san Isidoro á Redempto , se deduce que la Iglesia goda , lo
mismo que las demás occidentales , consagraban todas con pan ázimo , y que es
errada la opinión de los que lo contrario han sostenido.
(4) Flores, España Sagrada, t, III, p. 487 y sig.
192 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Las fiestas que guardaba la Iglesia goda, además délos domingos, eran nue-
ve , siete del Señor, y dos de la Virgen : Natividad , Circuncisión, Epifanía, Re-
surrección , Ascensión , Pentecostés , Invención de la Santa Cruz , la Inmaculada
Concepción de María, y su Anunciación ó Encarnación del Verbo. La fiesta de la
Concepción se introdujo en España cuando no era celebrada en otro país alguno,
á mediados del siglo vn.
La Pascua de Resurrección se celebraba en tres dias consecutivos , comen-
zando por el primer domingo después del plenilunio de marzo , como siempre se
ha observado en la Iglesia católica; mas como para señalar dicho domingo habia
frecuentes cuestiones en el mundo, nacidas de la diferencia en los cálculos astro-
nómicos, dispusieron los concilios españoles que cada año por octubre consultasen
entre sí los metropolitanos sobre el dia que habían de señalar para el año si-
guiente , y que habiéndolo fijado , lo intimasen á los sufragáneos por carias ó en
tiempo del concilio provincial, que solia tenerse cada año por noviembre ; y lue-
go cada sufragáneo por las fiestas de Navidad lo publicase en su catedral, y pasa-
se el aviso á todas las iglesias de su diócesis.
La Iglesia goda se preparaba para la solemnidad de la Pascua con el ayuno
cuadragesimal , observándolo con el mayor rigor como instituido por los apósto-
les. Comenzábase la cuaresma en lunes, cinco dias mas tarde que ahora , y si
bien sus dias eran cuarenta cabales , contándolos desde el amanecer de dicho lu-
nes hasta las vísperas del sábado santo , los ayunos no eran sino treinta y seis,
porque quitaban los cuatro domingos intermedios que son los que suplimos aho-
ra con los cuatro dias de ía semana de ceniza. El domingo de Ramos se llamaba
entonces con este mismo nombre y también con el de Capitiluvio , porque en es-
te dia acostumbraban lavar la cabeza de los niños para presentarlos bien limpios
al bautismo, que se daba á iodos en el sábado inmediato. Los tres dias últimos de
la semana santa estaban destinados , como ahora , á la memoria de la pasión y
muerte de nuestro Señor. En el jueves santo se despojaban los aliares, se lavaban
los vasos sagrados , se limpiaba con el mayor aseo toda la iglesia , se abrían las
puertas del baptisterio , cerradas desde el principio de la cuaresma , y el obispo
consagraba el crisma y lavaba los pies á sus inferiores. No hay memoria de que
se hiciesen monumentos como ahora se estila ; antes bien en algunos puntos ha-
bíase introducido la costumbre detenerlas iglesias cerradas todo el viernes san-
to , porque para este dia no habia oficios particulares , por cuyo motivo mandó
el concilio Toledano IV que lo ocupasen los obispos y curas en predicar la pasión
del Señor y en disponer á los fieles para la comunión de Pascua. El sábado sanio
se bendecía el fuego y el cilio pascual , se daba el bautismo á los niños y cate-
cúmenos, y se baria también el agua bendita, pues aun cuando no parece quesea
de institución apostólica , es innegable que su uso es muy antiguo , y que en Es-
paña era ya muy común á principios del siglo vi.
Además de la cuaresma habia otros ayunos fijos ó extraordinarios, que se
observaban lodos con rigor , aunque no ianto como en los siglos anteriores, pues
ya se habia introducido el uso del pescado, que en tiempo de la España romana
no se tenia por lícito , manteniéndose únicamente hasta principios del siglo vn la
disciplina antigua en la abstinencia del vino y de los licores. En los dias de do-
mingo estaba vedado todo ayuno y no se doblaban las rodillas para orar. Se ora-
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 193
ba asimismo en pié todos los cincuenta dias pascuales desde la Resurrección has-
ta Pentecostés , en cuyo tiempo tampoco habia ayunos públicos ó de precepto.
En los dias de ayuno , así ordinarios como extraordinarios, se hacian proce-
siones de penitencia, que los Latinos llamaban rogaciones, y los Griegos letanías,
acudiendo para ellas á la iglesia metropolitana todos los sacerdotes y clérigos, y
aun los curas que podían. Salia la procesión de la catedral é iba á determinados
lugares que llamaban estaciones , porque allí se detenían los fieles delante délos
sepulcros de los mártires, á rogar á Dios por la prosperidad de la Iglesia, del so-
berano y de la nación. Abrian la procesión los hombres y la cerraban las muge-
res, y eidero que iba en medio , llevaba á veces el Sacramento y otras veces las
reliquias de algun santo. Algunos obispos de Galicia habian introducido la cos-
tumbre de hacerse llevar en andas sobre los hombros de sus diáconos; pero el con-
cilio Iíí de Braga reprobó esta vanidad, y mandó que los diáconos ó levitas lleva-
sen sobre sus hombros el tabernáculo de Dios; y que si queria llevarlo el obispo
colgado del cuello, como entonces acostumbraban, caminase á pié como los de-
más con devoción y humildad. Parece que en los dias de procesión se cerraban
los tribunales y tiendas, pues así lo previno el rey Chintila en uno de sus de-
cretos.
También para los entierros se formaba procesión de eclesiásticos, que acom-
pañaban al difunto con salmos hasta la iglesia , donde le hacian las exequias y
ofrecían el sacrificio por su alma. La costumbre gentílica de que los siguiese
mucha gente con cantares fúnebres , ó con sollozos y lágrimas forzadas, se con-
servó en España por mucho tiempo , hasia que el concilio Toledano Iíí la prohi-
bió enteramente en los funerales de los eclesiásticos y mongas , y encargó á los
obispos que procurasen quitarla en cuanto les fuese posible, aun de los entierros
délos seculares. En los de los Judíos y aun de los catecúmenos que morían sin
bautismo , estaba prohibido el canto de salmos y toda otra honra exterior : y en
Galicia se enterraban sin exequias y sufragios públicos, no solo los suicidas, si-
no los que morían sentenciados por sus delitos. La ley de Teodosio, que prohibió
toda sepultura en los templos, se renovó en el concilio de Braga del año 561,
aunque parece que después de esta época, se fué introduciendo poco á poco -la
costumbre contraria, pues san Julián de Toledo, que escribía por los afíosde685,
dice que algunos se hacian enterrar en las iglesias cerca de las aras de los márti-
res. El respeto que se tenia á los sepulcros es imponderable , estando prohibido
llevarse las urnas aun por devoción ó piedad, bajo pena de cien azotesó cuarenta
y ocho sueldos , según la calidad de la persona que se la llevaba. Quien las des-
truía ó profanaba , ó bien despojaba un muerto , ó le quitaba cualquiera cosa,
mandaban las leyes visigodas que si era persona libre llevase cien azotes y pa-
gase á los herederos del difunto una libra de oro ; y si era esclavo, se le diesen
doscientos azotes y luego le quemasen vivo.
La antigua ley del asilo fué respetada por los Godos, y una délas pri-
meras cosas que nos cuenta la historia de su dominación, es haberse refugiado
en la casa episcopal de Barcelona los hijos de Ataúlfo. En un principio el lugar
de asilo era solo el altar y el coro, pero después se extendió á toda la iglesia, y
últimamente bajo el reinado de Ervigio hasta treinta pasos alrededor de ella, con
tal que en aquel trecho no hubiese casas particulares, pues estas no estaban com-
toko ii. 23
194 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
prendidas en el privilegio. Si un reo de muerte tomaba sagrado, mandaban las
leyes visigodas que el juez lo pidiese al obispo con juramento de que no se le
daria muerte, y cuando los sacerdotes le hubiesen arrojado del coro, le cogiese
la justicia y le condenase á esclavitud, azotes ó pena pecuniaria, según la calidad
del delito y la persona. Refugiándose alguno por deudas, riñas ú otra cosa seme-
jante, los sacerdotes llamaban al acreedor ó agraviado para que le perdonase ó le
otorgase plazo para pagar; y hecha así la composición amigablemente, se le des-
pedía del asilo. Si la persona agraviada ó acreedora se atrevía á sacarle del tem-
plo sin las debidas licencias, no solo perdía todos sus derechos sobre él, sino que
incurría también en excomunión ó suspensión, y por ley real debía pagar á la
iglesia una multa de ciento á cuatrocientos sueldos á proporción de sus haberes.
Solo era permitido por las leyes civiles perseguir aun dentro del templo á quien
se refugiaba en él con las armas en la mano, y no habia pena alguna contra
quien le cogía ó defendiéndose le mataba, si por otra parte tenia derecho para ha-
cerlo.
Las inmunidades en tiempo de la España goda no estaban bien de-
finidas, pero á consecuencia del hecho que hemos observado varias veces, esto
es, de la intervención del poder civil en los asuntos de la Iglesia, dependían
todas del arbitrio de los reyes. Los obispos, clérigos y monges estaban sujetos al
fisco y á la justicia secular del mismo modo que los legos, y leyes de Chindas-
vinio, Recesvinto, Waniba y Ervigio imponen penas pecuniarias gravísimas á los
eclesiásticos que, citados por cualquier tribunal, no obedecieren al llamamiento;
encargan además á los gobernadores y jueces que velen con mucho cuidado sobre
la conducía de todo el clero y en particular de los obispos (1), y cuando noten
en ellos escándalo en el proceder, ó descuido en el gobierno de sus subditos ó in-
justicia en la distribución de los bienes elesiásticos, los castiguen con mulla, des-
tierro ó confiscación de bienes, según la calidad del delito y de la persona. Entre
las penas dictadas por la ley civil contra el alto clero, desde los diáconos arriba,
no figuraban la decalvacion, ios azotes ni la muerte, y el concilio de Mérida de
666 permitió al juez secular castigar con todas las demás penas legales al obispo
que mutilase á un esclavo déla iglesia (2). El Toledano XI, celebrado en tiempo
de Wamba, impuso la pena de reclusión y penitencia perpetua á los eclesiásticos
que cometieran delito capital (3); y el Toledano XYI, á que asistió el rey Egica,
hablando de la sodomía que se castigaba en el clero mas bajo con azotes y decalva-
cion, previno que en los obispos, presbíteros y diáconos se castigase con degra-
dación y destierro (4). Los clérigos inferiores, y asimismo los siervos y libertos
de la iglesia, gozaban de algunos privilegios, como el que les concedieron Re-
caredo y Sisenando de que no los emplease el gobierno en trabajos ni servicios
públicos (5), y el que dio Wamba á los que no tuvieren dinero , conmu-
tándoles las penas pecuniarias en reclusión y penitencia (6). El clero de España
(1) Lib. Iud ,lib. II, t. I, 1. 18.
(2) Conc. Emerit. c. 15 y sig.
(3) Tone. Tolct. XI, c. 5 y 6, De compescendisexcestibus sacerdotum, etc.
(4) Conc. Tolet, c. 3, De stupris seu de sodomitis.
(5) Conc. Tolet. III c. 6, 8 y 21; Conc. Tolet. IV, c. 42 y sig.
(6) Lib. Iud, lib. IV, t.V, l. 6.
CAP. XI.— ESPAÑA GODA. 19S
pagaba también tributos al rey al igual que los seculares, y Egica, en una de sus
memorias presentada á los Padres de Toledo, habló en estos términos: «Daréis
orden á los obispos que para satisfacer las imposiciones reales (regiis inquisitio-
nibus), no echen mano de los bienes de las parroquias, ni se atrevan á cargarlas
con pechos ó contribuciones (inquisitiones aut evectiones), debiendo ellos pagará
la corónalos acostumbrados homenages con las rentas de sus catedrales.»
Aunque los eclesiásticos estaban sujetos á la justicia ordinaria cuando esta
los llamaba de su motu propio ó por instancia de algún secular, tenian sin em-
bargo sus tribunales propios, y solo delante de ellos podia citar un clérigo á otro
en causas así civiles como criminales. Los presbíteros, diáconos y demás clérigos
estaban sujetos al tribunal. del obispo, el obispo al del metropolitano, y este al
del concilio ó al de dos metropolitanos juntos , é igual orden se observaba en las
apelaciones. El juez eclesiástico para levantar tribunal en causas ordinarias, de-
bía llamar dos ó tres asistentes de autoridad, y en causas de mayor monta, ne-
cesitaba convocar concilio diocesano, formado de presbíteros y diáconos. Se oian
las partes, se examinaban los testigos y juramentos , y se daba la sentencia por
escrito firmada por el obispo. Excomuniones, suspensiones, degradaciones, re-
clusiones, ayunos, destierros , privación de beneficios ó estipendios, y aun
azotes y disciplinas para los clérigos menores, estos eran los castigos permitidos
al tribunal eclesiástico, sin que pudiese condenar á muerte, decalvar, mutilar ni
dar otras penas afrentosas. Ño tenian los obispos otras cárceles sino las de los
monasterios así de hombres como de mugeres, ni otras fuerzas sino las del brazo
seglar, á las que recurrían para ser obedecidos en caso necesario.
Tenia el tribunal eclesiástico un privilegio muy grande á favor de los po-
bres, á quienes hiciese injusticia algún juez ó gobernador; pues, como en
otra parte hemos dicho , de cualquiera sentencia que les fuese dada , podian
apelar al obispo , según leyes expresas del código visigodo. Mándase en ellas
que, como Dios encargó al obispo el remedio de los pobres y oprimidos, escuche
las quejas que le llevaren contra los jueces y gobernadores, y levantando tribunal
con otras personas sabias y prudentes, intime la sentencia que fuere justa; y aña-
den que el magistrado secular que se opusiere á dicho juicio, pagará al obispo
la quinta parle del valor de la causa, y al rey dos libras de oro; y que también el
prelado, si por respetos del mundo concurriere en la iniquidad, haya de pagar al
pobre otra quinta parte. Otro hecho que prueba la continua mezcla que se hacia
entonces de las potestades eclesiástica y civil, era la costumbre introducida de
que acudiesen cada año al concilio provincial todos los jueces y procuradores del
fisco y sujelasen su conducta al examen y corrección de los obispos, á quienes es-
taba encargado que no les permitiesen el mayor abuso de su potestad, y que en
caso de no poder impedir de otra manera sus vejaciones ó maldades, diesen
aviso á la corte y los excomulgasen. Solíase sujetar extraordinariamente al juicio
de los obispos algunas causas muy graves, en particular las de rebeliones y le-
vantamientos; pero estaba prevenido por los cánones que los prelados recibiesen
esta honra á no ser con la condición expresa de que no habían de dar sentencia
de muerte, ni aun á quien la mereciese.
Los concilios de los Godos eran de tres clases: nacionales, provinciales y
diocesanos, los primeros convocados por el rey, los segundos por el metropolitano
196 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y los terceros por el sufragáneo. Los concilios diocesanos, á que asistian los aba-
des, presbíteros, diáconos y demás clérigos de la diócesis, debian celebrarse á lo
menos una vez al año, para notificar á todas las iglesias del obispado lo que se
habia mandado en el concilio provincial. Los de provincia se tenian antiguamen-
te cada seis meses; pero en 589 los obispos reunidos en Toledo (1) decidieron
por varios motivos (2) que bastaba tenerlos una vez al año, señalando por dia fijo
el 18 de mayo, aunque después prevaleció la costumbre de trasladarlo á primero
de noviembre (3). Asistian á ellos lodos los obispos de la provincia, muchos
presbíteros y diáconos, y varios seculares de autoridad, los primeros paradefinir,
los segundos para dar consejo, y los terceros para ejecutar y autorizar lo que se
mandaba. Para los concilios nacionales no había tiempo determinado, pues solo
se juntaban cuando lo pedia la necesidad, ya por asuntos de doctrina ó de disci-
plina, que son los propios de la potestad espiritual, ya por cuestiones de esta-
do de cierta importancia. Reuníanse también al vacar el trono, en atención al de-
recho que tenian los obispos de nombrar sucesor al rey difunto en unión con los
palatinos; y ya hemos visto que estas gran des asambleas nacionales se componían,
no solo de los obispos de España y de ia Galia Narbonense, sino también de
muchos abades, presbíteros diáconos y señores de palacio.
Los que por su jurisdicción y carácter tenian voto definitivo en los concilios
eran solos los obispos, y solo ellos los firmaron hasta mitad del siglo vji.
El año 633, en que se tuvo el concilio YÍIÍ de Toledo, convocadopor Reces-
vinlo, es la época de las primeras firmas así de los abades y dignidades, como
de los grandes de la corte; desde algún tiempo, como hemos dicho, habíase intro-
ducido el uso de tratar en común en aquellas juntas, que tenian unafisonomía apar-
te entre todas las demás asambleas de los cristianos, de las materias de interés ge-
neral, y los abades y dignatarios, que no habían sido hasta entonces sino consulto-
res, comenzaron desde dicha época á tener voto definitivo. Los seculares asimismo
deliberaban y votaban, pero solo en los concilios mixtos en que se mezclaban
cuestiones políticas, pues en los de materias meramente eclesiásticas no tenian voz
alguna, como se ve con los ejemplos de los Toledanos Xy XIV, en que no pusieron
sus nombres, porque los asuntos del primero fueron todos eclesiásticos, y en el se-
gundo no se trató de otra cosa sino de recibir el concilio ecuménico YI. El conci-
lio Toledano XYII dispuso que ningún secular asistiese á las deliberaciones del
concilio durante los tres primeros dias,por estar destinados exclusivamente á ma-
terias doctrinales y disciplinarias. El primer lugar en las firmas se daba á los
metropolitanos, el segundo á los obispos sufragáneos, el tercero á los abades, el
cuarto á las dignidades de la catedral, el quinto á los vicarios délos prelados au-
sentes, y el último á los grandes y palatinos. Los metropolitanos, sufragáneos y
abades firmaban cada uno en su clase por orden de antigüedad, sin preferencia
de ninguna iglesia respecto de otra; los vicarios de los obispos ausentes ponían
sus firmas según la antigüedad de los prelados á quienes representaban, y los
demás eclesiásticos observaban el orden de su dignidad, firmando primero los
A) Conc Tolet. III, c. 18.
(2) Entre ellos figuraban en primera línea la pobreza de algunas iglesias y lo costoso de
los viajes.
(3) Conc. Tolet. IV, c. 3.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 197
arciprestes , luego los arcedianos , y en tercer lugar los primicerios.
La iglesia de España, de quien han tomado todas las demás del mundo in-
numerables establecimientos y ritos, tiene también la gloria de haber dado regla
á todos los concilios, en orden al método y forma con que deben celebrarse. El li-
bro titulado: Ordo de celebrando concilio, de que suelen honrarse todas las colec-
ciones conciliares, es obra del Toledano IV, y es el primero y mas celebrado en su
género, aunque aumentado después por otros concilios de nuestra misma nación.
El ceremonial que se usaba en estas circunstancias era el siguiente» Al rayar del
alba, los porteros de la catedral abrían una sola puerta, poniéndose alli de
guardia para impedir la entrada á los que no tenían lugar en el concilio. Entra-
ban luego juntos los obispos, y tomaban asiento primero los metropolitanos y des-
pués los sufragáneos, unos y otros por orden de antigüedad. Entraban luego
los presbíteros, para quienes había sillas detrás de los obispos, y en segui-
da los diáconos, que se ponían en pié delante de los mismos sin asiento algu-
no. En el centro se colocaban los notarios ó secretarios de la asamblea,
y los seculares á quienes se permitía el ingreso ; y luego, cerradas las puer-
tas, el arcediano de la catedral pronunciaba en alta voz la palabra Oremus. Pos-
trados todos de rodillas, hacían oración en voz baja hasta que uno de los obispos
mas ancianos la interrumpía con unas preces vocales, á que todos respondían
Amen. Hecho esto, el arcediano decía en voz alta: Sur gitefr aires, y luego tomaban
lodos su lugar en el orden arriba dicho. Abríase inmediatamente la sesión con la
lectura de la profesión de fe, en que no solo se incluía el símbolo constantinopoli-
tano, sino la aceptación expresa de los cuatro primeros concilios ecuménicos. Un
diácono vestido de alba tomaba después el códigodelos cánones, y leía los princi-
pales, y en particular los que tenían relación con las materias que debían tra-
tarse. En los tres primeros días del concilio se ayunaba, y se trataba únicamente de
asuntos religiosos, dándose los decretos á pluralidad de votos, sin permitir á nadie
discursos ni contiendas ruidosas, bajo pena de ser expulsado del congreso, y que-
dar excomulgado por un año. Los días consecutivos examinaban las causas délos
obispos y las querellas del clero, de que debía estar informado el arcediano para
proponerlas, y se ciaban las sentencias por escrito firmadas por todos los obispos.
Los concilios nacionales que se conocen del tiempo de la España goda son
diez y nueve, uno del siglo v, dos del vi y diez y seis del vil; el primero cele-
brado, según dicen unos, en Braga, y según otros, en Caldas de Galicia, llamada
antiguamente Aguas Cilenes , el décimo sexto en Zaragoza y todos los demás en
Toledo (1).
Acerca de la administración de sacramentos, hallamos las siguientes noti-
cias en los monumentos de la España goda , siendo de advertir que en tantos
como han llegado hasta nosotros no se halla nombrado una sola vez en siete si-
glos el sacramento de la extremaunción, hablándose en ellos con tanta frecuencia,
no solo de los demás , sino también en particular del crisma y de su repartición
por las parroquias.
Los ministros ordinarios del bautismo eran los obispos y presbíteros ; los
(i) Las actas de estos concilios se hallan in extenso en las colecciones de Aguirre, de Catalani,
de Loaisa, etc. i Véase el Apéndice de este tomo).
198 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dias destinados para conferirlo, las fiestas de Pascua y Pentecostés, y los lugares
propios para la función, las catedrales y parroquias ; pero en caso de necesidad
lo daban los clérigos inferiores y aun los seculares en cualquiera lugar y dia del
año. Las pilas bautismales eran generalmente de piedra , y estaban en lugar se-
parado que se cerraba el primer dia de cuaresma y se abria el jueves santo.
Desde principios del siglo vi introdujeron algunos obispos la costumbre de usar
una sola inmersión en el bautismo , con el fin de apartarse de los arríanos que
confirmaban su error de las tres naturalezas divinas con el uso común de las tres
inmersiones, prevaleciendo por fin no solo en España, sino también en todo el Oc-
cidente. El rito del bautismo para niños y catecúmenos era el siguiente: primero
se les decian los exorcismos, excitándolos con un soplo á que renunciaran al de-
monio , por boca agena si eran niños , ó por sí mismos si eran adultos. Se les
ponia la sal en los labios como en señal de la sabiduría cristiana que habían de
manifestar en sus palabras , si bien este rito parece no haber sido recibido en
todas las iglesias. Después de esto se les ungían los oidos y la boca para indicar
con aquella unción la suavidad del Evangelio que debian recibir y pregonar , y
se les mandaba decir el símbolo de la fe ó por su misma boca ó por la de sus
padrinos, según la edad que tenian. Hechas estas preparaciones se bautizaba al
niño ó al catecúmeno en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La confirmación se daba inmediatamente después del bautismo, ungiendo la
frente del bautizado con el crisma para que pudiese llamarse cristiano , y po-
niéndole después las manos sobre la cabeza, como hacían los apóstoles, para que
bajase sobre él el Espíritu Santo. San Ildefonso dice que los que se habían de
bautizar, así niños como adultos, iban al baptisterio en traje de penitencia, y que
después de bautizados y confirmados, se les ponia una túnica blanca para deno-
tar la limpieza de sus almas, y asistían con ella á los divinos oficios en las fiestas
de Pascua , hasta que el sacerdote les quitaba aquel vestido, con oraciones dis-
puestas para este fin. De esta costumbre sin embargo, no se encuentra hecha
mención en los concilios ni en otro escritor alguno.
Los bautizados y confirmados, así adultos como niños, recibían inmediata-
mente la eucaristía por el derecho que tenian como cristianos de participar del
cuerpo y sangre de Jesucristo. Parece que en España se daba la comunión al
pueblo bajo la sola especie de pan; pues el concilio Toledano XI declara que no
son culpables los que por mucha sequedad de las fauces no pueden tragar la
hostia á secas. A los presbíteros y diáconos se daba la comunión al pié del altar;
á los demás clérigos dentro del coro, y fuera de él á los seculares así hombres co-
mo niugeres, dando la preferencia á los huéspedes ó peregrinos. La comunión
general y de obligación era entonces como ahora la de Pascua. En las iglesias
parroquiales y catedrales se guardaban siempre algunas partículas que llama-
ban entonces reliquias de Dios , para poderlas dar por viático á los moribundos,
si pedian con palabras ó señas la absolución, y aun á los que no podían pedirlo
por la fuerza del mal, con tal que hubiesen vivido sin indicio de impiedad y como
conviene á cristianos.
La excomunión con que la iglesia castigaba á los reos, era de dos especies,
como en los siglos antecedentes ; pues á unos privaba de la sola comunión euca-
ríslica, no admitiéndolos al sacrificio, y á otros aun de la eclesiástica , no reci-
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 109
biéndolos en la iglesia, ni aun en el tiempo permitido á los catecúmenos. Estaba
todavía en observancia la ley del apóstol san Pablo que separa á los fieles de los
excomulgados aun en el trato civil, pero como este era á veces inevitable, princi-
palmente cuando los excomulgados tenian empleo público ó de palacio, declaró el
concilio VII de Toledo que el príncipe podia dispensar en esto, y el concilio XII es-
pecificó que todos los fieles, así legos como eclesiásticos, podrían tratar libremente
con cualquier otra persona con quien trataba el rey «porque no es razón, añade,
que los sacerdotes rechacen á quien la piedad del príncipe acoge. » Las excomu-
niones se intimaban según la calidad del delito, ó para tiempo determinado, ó para
toda la vida; pero á los moribundos se les admitía desde luego á la reconcilia-
ción y comunión eclesiástica , y si habían hecho digna penitencia de su pecado,
ni aun la comunión eucarística se les negaba, que es la única que se negó en los
siglos antecedentes á algunos grandes pecadores.
La penitencia que precedía á la comunión eucarística , era de dos especies,
sacramental y ceremonial. La primera á que han estado siempre obligados todos
los que han cometido pecado grave, se llamaba ya imposición de las manos , ya
bendición beatífica , ya reconciliación. La penitencia ceremonial era la que se
hacia públicamente en la iglesia por pecados públicos, así para escarmiento age-
no y castigo propio , como para disponerse con ella á la reconciliación pública
que daba el obispo desde el altar pasados algunos meses ó años, según la grave-
dad del delito. A tres imposiciones de manos estaba sujeto el penitente público;
la primera cuando se presentaba á confesar su culpa y á recibir el traje de peni-
tente ; la segunda siempre que se le daba la paz para despedirle de la iglesia en
tiempo del sacrificio , y la tercera cuando acabada la penitencia se le admitía á
la comunión eucarística. Los penitentes llevaban un vestido humilde y grosero,
dormian sobre una manta tegida de cerdas , se cubrían la cabeza con ceniza y se
dejaban crecer la barba y los cabellos ; les estaba prohibido asistir á convites y
diversiones públicas , y entender en negocios ágenos ó propios , y solo debían
ocuparse en la oración y en lo que pudiese servir de ejemplo y edificación de
los fieles.
Además de la penitencia pública que , como impuesta por los cánones , era
penal y de obligación, habia otra especie de penitencia á que se obligaban algunos
voluntariamente sin haber cometido delitos públicos; y esta no llevaba consigo
ninguna afrenta, ni era impedimento como la otra para las sagradas órdenes, pe-
ro tenia de particular ser irrevocable y perpetua como los votos religiosos. Desde
el siglo v, ó principios del vi, prevaleció en España la costumbre de que los en-
fermos , viéndose agravados y en peligro de muerte , tomaban por devoción la
tonsura y el hábito de penitencia, obligándose á llevarlo perpetuamente si Dios
les daba vida. Como el uso de esta penitencia, á que dieron el nombre úe viático,
se hiciese tan común que el no hacerlo hubiera ya parecido falla de piedad , se
introdujo que si el moribundo, por la gravedad del mal, no tenia advertencia para
pedir el hábito, los parientes ó amigos se lo ponían, como si él mismo lo hubiese
pedido; y con solo esta oblación agena, quedaba el paciente, en caso de salir con
bien de su enfermedad , obligado para siempre á la vida penitente. Así se prac-
ticó, hasta que el rey Chindasvinto , por los inconvenientes que habia habido,
mandó que no valiera en semejantes casos la oblación agena, si el enfermo no la
200 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ratificaba después con entero conocimiento. Dichos penitentes podían morar en
sus casas sin encerrarse en monasterio , pero llevando siempre la cabeza raida y
el hábito religioso , separados de todo negocio y diversión , y viviendo con
ejemplaridad y castidad , sin poder casarse si eran célibes , ni cohabitar con la
muger ó marido si lo tenían, de manera que aunque no claustrales, eran religio-
sos y consagrados á Dios, y estaban obligados á todas las prácticas de la vida mo-
nástica (1). Si alguno de ellos se casaba ó despojaba del hábito , fuese hombre ó
muger, le excomulgaba la iglesia como apóstata, y le condenaba á reclusión per-
petua y á rigurosa penitencia en un monasterio (2). Solo á los casados muy jóve-
nes, por indulgencia del concilio Toledano V, se permitió que usasen del matri-
monio por un número determinado de años á discreción del obispo, pero sin poder
pasar á segundas nupcias en caso de morir el otro esposo (3).
La tonsura de los penitentes voluntarios era semejante á la de los monges,
que llevaban toda la cabeza rapada y la barba larga, pues, según expresión de
san Isidoro (4) , no les era permitido criar cabello ni afeitar la cara. Los clérigos
por el contrario , aunque usaban también la tonsura , parece que se afeitaban como
los seculares , pues no nos queda canon alguno de aquellos tiempos que mande lo
contrario ni escritor que lo insinué. El canon tercero del primer concilio de Bar-
celona, que es el único que habla de la barba (5) , se lee de dos maneras diversas
según los diferentes códices , y de todos modos confirma lo que llevamos dicho.
La primera versión es: Nullus clericorum comam nutriat aut barbam: Ningún
clérigo crie cabello ni barba : la segunda es : NuUus clericorum comam nutriat
vel barbam , sed radat: Ningún clérigo crie cabello ni barba , antes bien se ra-
sure (6).
Acerca de la tonsura clerical , algunos , principalmente en Galicia , se abrían
una corona en medio de la cabeza semejante á la de los eclesiásticos de nuestros
días , y llevaban el resto del cabello largo como los seculares; pero esta forma
fué reprobada por el concilio Toledano IV , como introducida por los priscilianis-
tas. El estilo común y el recibido en dicho concilio era raparse todo lo alto de la
cabeza dejando el pelo sobre el cogote y orejas en forma de semicírculo, como lo
llevaban hace poco algunas comunidades religiosas (7). Dice san Isidoro de Sevi-
lla que la institución de la tonsura clerical es del tiempo de los apóstoles, pero
esto puede ser muy bien un error del sabio obispo, pues la historia atestigua que
(-1) Lib. Iud., lib. III, t. V, 1. 3.
(2) Id. 1. c.
(3; Conc. Tolet. V., c. 8.
,4) De Eccle. Off., lib. II, c. XV y sig.
(5) Coliec. Max. Conc. Hisp., t. II, p. 279; Conc. Barcin. anno 640, c. 3.
(6) Algunos con el Cardenal Aguirre, para que el texto diga todo lo contrario, han pasado á la
primera versión el radat de la segunda quitando el sed; pero es corrección libre y sin fundamento,
y contraria á la disciplina de España, cuyos eclesiásticos conservaron la costumbre de afeitarse aun
en tiempo de los Árabes. Puede también servir de alguna prueba un epigrama de san Eugenio en que
califica de hipócritas á los que se dejaban crecer la barba á fin de aparentar santidad (*), pues pa-
rece que no se hubiese atrevido á ridiculizar un uso común á todo el clero.
(7) Omnes clerici vel lectores, sicut levita?, et sacerdotes, detonso superius toto capite, in-
ferius solam circuli coronam relinquant: non sicut hucusque in Galliciae partibus faceré lectores vi-
dentur, qui prolixis, ut laici, comis, in solo capitis ápice modicum circulum tondent. Ritus enim iste
in Hispania hucusque híereticorum fuit. Conc. Tolet. IV, c. 41.
(') Si buibn sanctum faciunt, ni! snnctlus liirco.
CAP. XI.— ESPAÑA GODA. 201
los primeros confesores de Jesucristo llevaban el cabello como los demás. Es po-
sible sí que datara esta costumbre de muy antiguo , mas es lo cierto que su res-
tablecimiento en los siglos v y vi se debe á la iglesia de España, cuyos ministros
llevaban todos esta señal desde el obispo basta el último clérigo, incluidos tam-
bién los niños que ofrecían sus padres á la iglesia desde la mas tierna edad (1):
eclesiásticos , monges , penitentes de devoción y decalvados todos llevaban rapada
la cabeza, pero de modo que se distinguían unos de otros. Los decalvados por la
justicia se diferenciaban de todos los demás porque su tonsura era desigual y he-
cha con fuego, y la de los otros con igualdad y á navaja. El distintivo entre clé-
rigos y monges era la barba que dejaban crecer los segundos y no los primeros.
Los penitentes voluntarios se confundían con los monges, pero se distinguían de
los penitentes públicos porque estos debían llevar el pelo largo y desgreñado pa-
ra significar la muchedumbre de sus culpas y el desconcierto de su alma (2).
La tonsura así monástica como clerical se recibía muchas veces sin libertad,
no solo porque estaban permitidos los niños oblatos, ofrecidos por sus padres á
la iglesia ó al monasterio, á cuyo servicio quedaban obligados por toda la vida,
sino también porque á veces se hacia fuerza aun á los adultos , obligándoles ya
á tomar las sagradas órdenes, ya á adoptar la vida monástica (3).
Además de los moribundos forzados á celibato , como hemos dicho , por vo-
luntad agena (4), la historia nos ofrece muchos ejemplos de semejante violencia.
En los primeros siglos de la España goda , se daban las órdenes menores á
los niños de cualquiera edad , el subdiaconato á los veinte años, el diaconato á
los veinte y cinco, y el presbiterado y obispado á los treinta, «porque en esta edad,
dice san Isidoro de Sevilla, empezó Jesucristo á predicar (5).» Pero como después
se introdujese el abuso de anticipar el diaconato , dándolo aun en la niñez , el
concilio Toledano ÍY (633) restableció con nuevos decretos la práctica antigua (6).
Mandóse también varias veces que ninguno se ordenase por salto ni fuese promo-
vido de una orden á otra, sin haberse ejercitado antes en la primera; pero, como
en esto dispensan ahora los papas , así parece que dispensaban los obispos sin
mucha dificultad , presentando la historia varios ejemplos de seculares y monges
promovidos de golpe al presbiterado y aun al obispado (7).
El primer requisito necesario para recibir las sagradas órdenes era la cua-
lidad de hombre libre , y no solo no podía ordenarse el siervo , pero ni aun el
liberto á no ser que lo fuese de la misma iglesia en que se ordenaba , porque en-
tonces no dependía de otro patrono alguno. Los libres é ingenuos debían para
ordenarse ser subditos de la misma iglesia, estando prohibido á todo obispo or-
denar á ios monges ó seculares de diócesis agena, sin orden ó licencia del pre-
lado de la misma (8) , y después de ordenados presbíteros , no podían ser promo-
vidos á otro obispado sino al de su propia iglesia. Los militares, los palaciegos,
(4) Sanct. Isid. Oper., de Eccl. Off , lib. II, c. IV, et plur. loe.
(2) Id. 1. c.
(3) Conc. Tolet U, c. 4; Conc. IV, c. 49.
(4 La historia de Wamba atestigua la fuerza de esta costumbre.
(5) Sanct. Isid. Oper., de Eccl. Oír., lib. II, c. 5.
(6) Conc. Tolet. IV. c. 20.
(T) Conc. Tolet. IV, c. 49; Conc. Barcin. anno 599, c. 3.
(8) Conc. Tolet. IV, 1. c.
TOMO II. 26
202 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
los bigamos , los maridos de viuda, los penitentes públicos , los energúmenos,
los decalvados ó notados de infamia , y los que tenían alguna imperfección no-
table en el cuerpo, todos estos estaban excluidos de las sagradas órdenes, y se re-
quería también en los ordenandos que no hubiesen caído en la heregía , no dado
escándalo en las costumbres , y que tuviesen la instrucción y literatura necesaria
según el orden en que debían ejercitarse. Otras dos cosas se tenían por muy ne-
cesarias: la primera que en la administración de las órdenes no se mezclase si-
monía alguna , y la segunda que el obispo proporcionase el número de los orde-
nandos según las rentas de la iglesia, para que no quedase ningún eclesiástico sin
beneficio y sin el estipendio necesario para mantenerse con decoro (1). Los que se
ordenaban sin alguno de dichos requisitos, quedaban condenados por ley canó-
nica á la degradación ó suspensión , según la gravedad del hecho , á no ser que
el obispo ó el concilio les hubiese dispensado en lo que se podia (2).
Cuando alguno se ordenaba, ó después de haber incurrido en degradación
ó suspensión volvía á ser recibido al ministerio , se le entregaban las insignias
propias de su grado (3) : al ostiario, las llaves; al acólito, el candelero; al exor-
cista, al salmista y al lector, los libros correspondientes á su oficio ; al subdiá-
cono, el cáliz con la patena; al diácono, el alba y la estola; al presbítero, la es-
tola (4) y la casulla , y al obispo, el anillo y el báculo.
Antes de la caida del imperio romano no existían monasterios en Occidente,
y acerca de la vida monástica en España no se puede hablar con gran acierto,
si bien parece indudable que tuvo su cuna y origen en la vida eremítica. Los mon-
ges antes de ser cenobitas fueron solitarios. Hombres ó mugeres se consagraban
en la soledad al servicio de Dios en la vida contemplativa , ofreciéndole la vir-
ginidad como la ofrenda mas pura. Antigua debía ser ya esta costumbre en Espa-
ña, cuando en su primer concilio, el Iliberitano, hubo necesidad de imponer penas
á las vírgenes consagradas á Dios , que faltando á la promesa de guardar virgini-
dad , hacían una vida licenciosa , negándoles la comunión hasta en el artículo de
la muerte (5). Sin duda penetrados los obispos del concilio de Zaragoza de 380
de la dificultad de conservar estado tan perfecto en la edad de las pasiones, dis-
pusieron que no se diese el velo á las vírgenes que se consagraban á Dios , hasta
la edad de 40 años (6). En el mismo concilio se hace mención por primera vez
de monges , estableciendo penas contra los clérigos que por vanidad dejaban los
oficios de su ministerio y se hacían monges (7) . La necesidad de castigar el abu-
so supone ya antigüedad en la práctica ó profesión. Estos monges, empero, eran
(1) Conc. Tolet. XI., c. 4, 8, 9 y 40.
(2) Conc Tolet. 1. c.
(3) Sanct. Isid de Eccle. Off. lib. II, c. V y sig.
(4 La estola, llamada entonces orario, era común á los presbíteros y diáconos, quienes se dis-
tinguían por el modo de llevarla: los primeros se la ponían sobre sus espaldas y la cruzaban sobre
su pecho; los segundos la llevaban sobre el hombro izquierdo y recogían sus dos extremos bajo el
brazo derecho para estar mas libres en el servicio del altar.
(5) Virgines quae se Deo dicaverunt si pactum perdiderint virginitatis, atque eidem libidini
servierint, placuit ncc in fincm eis dandam communionem. Quot si semel persuasae, etc. Conc. Ili-
berit. c. 4 3.
(6) ítem lectum est non velandusesse virgines quae se Deo voverint, nisi quadraginta annorum
probata ;(>tate, quam sacerdos comprobaverit. Conc. Caesar Aug. c. 8.
(7) Si quis de clericis propter luxum vanitatemque pransumptam, etc. Id. c. 6.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 203
solitarios que vivian aisladamente en ermitas ó lugares retirados , y el docu-
mento mas antiguo que tenemos de la vida cenobítica, esto es, cuando de los yer-
mos pasaron los monges á monasterios para vivir en comunidad , es un canon del
concilio de Tarragona del año 516 (1) , de donde se puede colegir que los primeros
monasterios de nuestra nación se fundarían á fines del siglo v ó á principios del
siguiente. Estas comunidades religiosas gobernaríanse sin regla fija y estable,
con solo la dirección de los obispos y abades hasta después de la mitad del si-
glo vi en que florecieron los dos fundadores san Martin y san Donato , pudiendo
decirse que entonces empezó la tercera clase de monges regidos por reglas y
constituciones. En este sentido deben entenderse las palabras de san Ildefonso,
que « Donato , según dicen, fué el primero que introdujo en España el uso y Ja
regla de la observancia monástica, » pues es cierto que los monasterios españoles
son mas antiguos y mucho mas lo son los monges sin monasterio. Las primeras
fundaciones de que se tiene noticia , son la de Dumio en Portugal á media legua
de Braga, de que fué autor san Martin, natural de Hungría, con el favor deTeodo-
miro rey de los Suevos, después del año 560; y la del monasterio Servilano en
el reino de Valencia cerca del cabo Martin , fundado por el abate san Donato que,
como hemos dicho en otra parte , pasó de África á España con algunos mon-
ges, cerca del año 570 (2). Siguiéronse después innumerables fundaciones, de
suerte que llegaron á escasear los monges por los muchos monasterios que habia,
dimanando de aquí el abuso de algunas comunidades religiosas que vestían por
fuerza el hábito á sus familiares y labradores. Los monasterios mas insignes de
la España goda, además del Dumiense y Serví laño son: el de san Millan de la Co-
gulla , en la Rioja , fundado por san Emiliano , que á la sazón era cura en la villa
de Verceo; los de Gompludo, en el Bierzo, y de san Román de Ornisga, cerca de
Toro, que juntamente con otros tuvieron por fundador á san Fructuoso, obispo
de Braga; el Agaliense, en Toledo, el de Tibaes, en Portugal, el de Santa En-
gracia, en Zaragoza, el de Pampliega, en tierra de Burgos, el Biclarense ó de Val-
clara, en Cataluña, el de san Pedro de Montes, en el Bierzo, el de san Salvador
de Leyre , en Navarra , el de san Pedro de Cárdena y el de san Claudio , en la ciu-
dad de León.
Hemos dicho ya en otra ocasión que las viudas se consagraban solemne-
mente á Dios tomando el hábito religioso y el velo , y entregando al obispo de-
lante de todo el clero un voto de castidad escrito y firmado de su mano ; hemos
visto que estas mugeres, aun cuando no vivian en monasterio, eran verdaderas re-
ligiosas, y también algunas doncellas sin salir de la casa paterna vestían el hábi-
to religioso profesando virginidad por toda la vida , y siendo llamadas virgines
sacrm ó devotos por corrupción de las voces latinas Peo votce, equivalentes á con-
sagradas á Dios. Al admitir el obispo en la iglesia su profesión de virginidad,
bendecíalas como á las viudas, cubriéndolas además con un velo blanco, testi-
monio de su virginidad , á diferencia del de las viudas que era negro ó de color.
La vírgenes así consagradas habían de llevar siempre el velo, y si faltaban á sus
votos eran castigadas por los cánones con la pena de excomunión mayor, exis-
(4) Conc. Tarracon. c. H.
(i) Sanct. Isid., de Eccl. Oíf., lib. II; Sanct. Greg. Turón., lib. I; Sanct. Ildeph. de Vir. Illust.
204 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tiendo penas muy severas conlra cualquiera que las desviase del cumplimiento
de sus deberes (1).
Otras mugeres habia, así vírgenescemo viudas, que para guardarcaslidadcon
menos peligro , se encerraban en un monasterio sin salir de él en toda la vida ni
conversar con hombres, sino por necesidad y con mucho recato. Aun en los monas-
terios mixtos ó dobles, que eran de varones y mugeres á un mismo tiempo, habia
tal separación que solo la iglesia era común , y solo podían hablar con las mon-
jas el abad que las gobernaba y el ecónomo que cuidaba de la administración de
los bienes ; y aun á estos no les era permitido conversar con ninguna de ellas si-
no en presencia de otras dos. Como los monges cuidaban de lo temporal de las
monjas , así estas en recompensa les cosían los vestidos y les remendaban y lim-
piaban la ropa, ocupándose en estas labores después de haber cumplido con la
oración y demás ejercicios espirituales. Aunque dependían inmediatamente de la
abadesa y del abad , debian reconocer al obispo por superior absoluto así en lo
espiritual como en lo temporal.
Resulta pues que así los hombres como las mugeres podían abrazar la vida
religiosa encerrándose en monasterios, ó viviendo estas en sus casas y aquellos
en lugares desiertos y apartados de toda comunicación. Pero no debia ser muy
ejemplar la conducta de estos anacoretas, ni inspirar gran confianza al clero secu-
lar y regular , cuando los concilios tuvieron precisión de mandar que pasasen á
vivir á los monasterios los ermitaños que andaban diseminados por las soledades
y desiertos de la Península, y san Isidoro se quejaba amargamente de unos hom-
bres que no eran clérigos, monges ni legos, y que guardaban solo la exterioridad,
no la práctica de lareligion (2). En efecto, grandes abusos parecieron resillar de
la vida errante de los ermitaños , y por esto sin duda el concilio IV de Toledo
mandó á los obispos que sacasen á todos los ermitaños de sus ermitas y los reco-
giesen en los monasterios de sus diócesis (3). Mas tarde no se permitió anadie
adoptar semejante género de vida, sino después dehaber estado algunos años en mo-
nasterio para tomar lecciones de espíritu y vida monástica(4). Gonlos monges yba-
jo su dirección, vivian los niños llamados oblatos, ofrecidos á Dios, como hemos di-
cho antes, por voluntad agena, en virtud de la potestad que tenían para ofrecer-
los así el padre como la madre de común acuerdo, ó cada uno por sí solo.
Pretenden varios escritores que los primeros monasterios en España siguie-
ron la regla de san Benito ; pero si bien esta regla fué generalmente adoptada en
Occidente , es muy dudoso, por no decir imposible, que fuera la de las primeras
comunidades de la Península. Las reglas monacales compuestas en España en
tiempo de los Godos son alo menos cinco: la de san Donato, fundador del monas-
terio Servitano , que es fama haber sido la primera introducida en España (5);
la de san Fructuoso, obispo de Braga, que dedicó á los santos Justo y Pastor su
(4) Lib. Iud., lib. III, t. IV, 1. 18; t. V, 1. 4.
(2) Habentes signum religionis, nonreligionis oflicium, Hippoccentauris símiles, ñeque equi, ñe-
que homine , mixtumque (ut ait poeta) genus , prolisque biformis. Sanct. Isid. , de EccI. Off. , lib. II,
c.III.
(3) Conc. Tolet. IV, c. 53.
(A) Conc. Tolet. VII, c. 5.
(5) Sanct. lldeph., de Viris Illustr., c. IV, p. 286.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 205
monasterio de Compludo ; la de san Valerio de Astorga , la de Juan Biclarense,
obispo de Gerona , citada por san Isidoro de Sevilla, y la del mismo Isidoro, re-
comendable por mas de un título, que puede verse en la colección de sus obras.
Las principales ocupaciones del monge eran el oficio divino, la meditación, la
lección espiritual y el trabajo corporal. El trabajo de manos se hacia en común,
como todo lo demás, y se entregaban las labores ó manufacturas al ecónomo ó
prefecto para que las vendiese y emplease su produelo en mantener á los mon-
ges. La comida ordinaria era de yerbas , legumbres y alguna fruta , y solo en
los dias de fiesta se permitía un poco de carne. En los meses de mayor calor se
comia y cenaba, pero en los restantes del año no había sino cena, y mientras du-
raba la mesa se leia la Sagrada Escritura ú otro libro devoto. Los platos que
daba la comunidad eran tres, y tres los vasos de vino , y en los días de ayu-
no pan y agua sin vino, aceite ni otra cosa. Dormían diez por diez en una estancia
con un decano, sobre camas de estera y pieles, y vestidos con una túnica grosera,
y no les era permitido ninguna ropa de lino. Todo el ajuar del monge eran tres
túnicas , un capuz , dos capas ligeras y una pesada, un capotillo para dentro de
casa , unas mangas para cubrirse los brazos , sandalias para verano y zapatos
para invierno. Sin licencia del abad no podían salir de casa ni oficiar en ninguna
iglesia ; y quien los hospedaba cuando eran fugitivos, debia restituirlos al mo-
nasterio ó denunciarlos á la justicia secular dentro del término de ocho dias.
Todas las casas de religión estaban sujetas al obispo diocesano, de quien de-
pendían enteramente en lo espiritual y temporal. El obispo ponia los abades y
ecónomos , dirigía á los monges por el camino de la virtud , castigaba las faltas
de observancia (1), vigilaba sobre la economía de la casa, y daba licencia para
nuevas fundaciones cuando lo juzgaba conveniente , pues solo con su aprobación
se podían erigir monasterios. No le estaban vedadas sino tres cosas : ocupar á
los monges en acciones serviles , disponer de los bienes de la casa contraía vo-
luntad de los fundadores ó bienhechores que los cedieran determinadamente pa-
ra alivio de aquella comunidad ó decoro de aquella iglesia , y abolir ó cerrar los
monasterios , impiedad , dice el concilio II de Sevilla, que merece ser castigada
con excomunión mayor y con la privación del reino de los cielos. Los monges
eran todos legos en los primeros tiempos, pero desde el siglo vi empezaron los
obispos á permitirles el sacerdocio en sus iglesias claustrales, y también á dar-
les licencias de confesar y fiarles las parroquias. De este nuevo sistema nacieron
dos novedades ; la primera que los monges fueron dejando poco á poco el trabajo
corporal que se había tenido hasta entonces como característico de la profesión
monástica ; y la segunda que salieron de su primitivo estado de humildad , co-
menzando á igualarse con el clero , de suerte que se tenia ya por cosa santa pa-
sar del estado clerical al monacal , siendo así que antes se habia prohibido con
severas penas. El papa san Gregorio Magno á principio del siglo vn empezó á exi-
mir á los monges de la jurisdicción episcopal; pero, á lo que parece, no fué esta
disciplina observada por las iglesias de España.
Muy numerosos son los monges que florecieron en la España goda por su
santidad y ciencia, y algunos de ellos merecen especial mención , entre otros To-
(4) Conc. Tolet. IV, c. 50 y 54 ; Conc. Emerit, ann. 666, c. 44.
206 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ribio de Palencia , que no ha de confundirse con el obispo de Astorga, encarga-
do por Montano obispo de Toledo de reformar la iglesia de Palencia en que se ha-
bían introducido algunos abusos; san Victoriano, abad del monasterio de su nom-
bre en el reino de Aragón: san Martin de la Cogulla, natural de Verceo en laRioja,
que vivió en su juventud en Bilibio , cerca de la villa de Haro , bajo la dirección
de un ermitaño llamado Félix ; después de cuarenta años de vida solitaria en un
desierto , sacóle de allí el obispo de Tarazona para confiarle una parroquia , y
murió á la edad de cien años cumplidos en el monasterio fundado por él en la
Rioja. San Martin , fundador del monasterio de Dumio cerca de Braga, fué insig-
ne por virtud y doctrina , y tuvo mucha parte en la conversión de los Suevos.
San Vincencio, abad del monasterio de san Claudio en la ciudad de León, obtuvo por
su firmeza cristiana la corona del martirio , y siguió luego sus huellas el santo
monge Ramiro con otros compañeros. El sabio consejero de Recaredo, Leandro, fué
monge antes de ser obispo de Sevilla, y en el claustro adquirió la ciencia y el ce-
lo que desplegó después en su elevado puesto. San Fructuoso, hijo de padres ilus-
tres, se dedicó desde la juventud á la vida religiosa , fundó tres monasterios en
el Bierzo , otro en las costas de Galicia y otro en la isla de Cádiz. Santa Bene-
dicta, doncella de sangre muy noble, prefirió el desierto ala mano de un rico
señor godo, y fundó un monasterio de ochenta vírgenes. El genio portentoso déla
España goda, el doctísimo varón que asombró con su erudición al mundo , que
fué el luminar que alumbró aquellos siglos , y cuyos rayos han penetrado al tra-
vés de las sucesiones de los tiempos hasta el presente , el insigne san Isidoro de
Sevilla , de quien se decia en aquel tiempo que el que hubiese estudiado á fondo
sus obras podia jactarse de conocer todas las obras divinas y humanas, salió
también del claustro y del monasterio Agaliense de Toledo , y allí sin duda reu-
nió el gran caudal de ciencia que hizo proferirá su siglo en la expresión hiperbóli-
ca que hemos referido. A los insignes religiosos de que acabamos de hacer memo-
ria, puédense añadir : el obispo de Gerona Juan de Biclar autor de una crónica
preciosa que hemos citado varias veces; los dos Eugenios de Toledo tan famosos
por su talento ; san Eutropio obispo de Valencia ; Juan obispo de César Augusta,
hermano de san Braulio , mezclado en todos los asuntos importantes de la época,
y por fin santa Florentina virgen, hermana de san Isidoro de Sevilla, que compu-
so ella misma las reglas para su convento (1).
Hemos expuesto algo extensamente la constitución de la iglesia hispano-go-
da, porque su importancia histórica nos ha parecido incontestable.
En aquella época, la Iglesia estaba en todas partes. Único poder vivificado**
y fundado en bases distintas de la fuerza material, era verdadera soberana de
las almas , y los obispos y el clero , con su ilustración y virtudes, gozaban de
inmensa influencia, como repetidas veces hemos observado en los capítulos
anteriores.
De ahí ese poder que nos sorprende ahora, esa activa intervención del cle-
(1) Hállanse noticias de todos estos personages en la gran obra de Mabillon y Achery (Acta
sanclorum ordinis S. Benedicti t. I, de S. Turibio monachoelogium historicura, p. 487; de S. Vic-
toriano p. 189 y sig; t. II, Vita S. Fructuosi auctore S. Valerio, p. 581, etc.), en S. Ildefonso (de Viris
Ilustribus , c. 4 , 6 , 7, 8 , 10 y 13) , y en la obra de Isidoro de Sevilla que lleva igual título c. 3»,
41 y 45.
CAP. XI. — ESPAÑA GODA. 207
ro en todas las transacciones del orden social. El cristianismo habíase hecho un
principio de vida de las sociedades nacidas de la conquista bárbara; solo él con-
servaba la existencia moral en aquellas épocas de iniciación y de crisis. Su acción
se revela en las ideas lo mismo que en las cosas, y sin el conocimiento del cris-
tianismo desaparece la historia moderna. Hallárnosle mezclado así en los mas
pequeños detalles déla vida doméstica como en el gobierno de los pueblos: hasta
que la revolución francesa de últimos del pasado siglo cometió el atentado de re-
chazarlo y separarlo definitivamente de sí, el cristianismo dominó los acaeci-
mientos todos , subsistió y vivió en todas las ideas y en todos los sentimientos,
y á aquellos que tienden de continuo á achacar á la influencia y al poder del
clero los males de las sociedades antiguas, que consideran como un gran mal lo
que fué quizás su única áncora de salvación, diremos lo que escribe M. Guizot
en su obra citada tantas veces (1). «El poder del clero en aquella época
fué tan grande como beneficioso. Despertó y escitó en los bárbaros las ne-
cesidades morales; inspiró é impuso el respeto por los derechos é infortunios
de los débiles, y dio el ejemplo de la fuerza moral cuando era todo presa de la
fuerza bruta. No hay idea mas falsa que atacar una institución ó una influencia
por los perniciosos efectos que ha podido producir después de siglos de existen-
cia; en la época en que se formó es cuando debe ser considerada y apreciada.»
(< ) Histoire des Origines du Gouvernement representa tif en Europe.
208 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPITULO XIÍ.
Límites territoriales de la España goda.— Capitales de España.— Sus provincias.— Capitales délas
provincias.— Nombres de las ciudades y villas. — Organización militar. — Ejército y sus oficiales.—
Armas y trajes de los soldados. — Algunas costumbres del pueblo visigodo. — Industria. — Agri-
cultura.— Metales y minas. —Comercio. — Pesas y medidas. — Monedas.— Marina. — Ciudades fun-
dadas por los Godos.
España en liempo de los Godos no tenia por fronteras los Pirineos como la
nación de nuestros dias. El imperio godo comprendía gran parte del Languedoc
y del país de Foix, sometidos á la jurisdicción de Narbona, y las tierras de Bear-
ne y Gascuña, que eran de la provincia Tarraconense y tenían el nombre general
de Hispano-Vasconia. Esta Vascuña española, aunque situada á la otra parle de
los Pirineos, distinguíase de la segunda mas septentrional, la que unas veces in-
dependiente y otras aliada de los duques de Aquitania, no reconocíala domina-
ción goda. La cordillera pirenaica pertenecía, pues, por completo á España y no
como ahora solo en sus faldas meridionales (1).
Varios escritores ponen la corte de los reyes godos, quien en Barcelona quien
en Evora, y quien en otras ciudades menos principales. Pero dejando apar-
te la época en que los Godos no se habían fijado todavía, y llevaban, por decirlo
así una existencia nómada, es indudable que el primero que tuvo su corte en Es-
paña, que fué el rey Amalarico, la fijó en Sevilla, y allí se mantuvo hasta el rei-
nado de Atanagildo que la trasladó á Toledo. La corte estuvo en la Galia durante
cuarenta y dos años, desde 469 hasta 511; en Sevilla cuarenta y tres, desde
511 hasta 554, y en Toledo por fin ciento cincuenta y seis años, des-
de 554 hasta 711. Los Suevos, que reinaron en competencia de los Godos
ciento setenta y ocho años, desde 409 hasta 587, tuvieron casi siempre la
corle en la ciudad de Braga, capital de la provincia que les tocó en suerte al liem-
po de la invasión. Los caudillos de los Vándalos y de los Alanos en el poco tiem-
po que ocuparon los primeros la Bélica y los segundos la Lusitania, habitaron
particularmente las ciudades de Sevilla y Mérida.
La metrópoli de toda España, desde la época de Constantino , era Sevilla , y
los reyes godos la reconocieron por tal, residiendo en ella hasta que las armas de
Jusliniano hubieron sometido la Bélica. Entonces fué cuando Atanagildo trasladó
á Toledo la sede del gobierno, si bien Sevilla, alo que diceMasdeu, continuó con-
servando los honores de capital de la Península, aun cuando la corte no residiese en
(2) Oienart, Notitia utriusque Vasconiuo, lib. III c. I, p. 386.
CAP. XII.— ESPAÑA GODA. 209
ella, hasta mediados del siglo vn, como lo prueba la relación del viaje de Tajón á Ro-
ma, que sucedió por aquel tiempo, en que se da todavía á esta ciudad el título de
metrópoli de España. Por los años de 622, habiendo ya los reyes godos arrojado
á los Imperiales, podian reponer la corte en su antiguo lugar, pero como habían
pasado setenta yocho años y se hallaban bien colocados, dice Masdeu, no lo hicie-
ron por entonces ni después, y así poco á poco fué perdiendo Sevilla los honores
de capital y adquiriéndolos Toledo. Parece que puede fijarse la época de esta no-
vedad por los años 615, en que Toledo recibió nuevo lustre y amplitud por bene-
ficio del rey Wamba.
Las provincias de nuestra península, cuando entraron en ellas los pueblos
septentrionales, eran según la última división atribuida á Constantino, en núme-
ro de siete, como ya sabemos; cinco internas, la Tarraconense, la Cartaginense, la
Galicia, la Lusitania y la Bélica, y dos externas, la Mauritania Tingitana y las Is-
las Baleares. España perdió la última poco después de la invasión, y adquirió en
cambio la Galia Narbonense, conquistada por los Godos (I). El desmembra-
miento de las Baleares se verificó en el año 455 ó 456, en cuyo tiempo los Ván-
dalos se apoderaron de ellas, sujetándolas en lo temporal á su gobierno de África,
y en lo espiritual al de Cerdeña, de que también eran dueños. Por espacio de se-
tenta años, las Islas Baleares dependieron de esta jurisdicción, si puede darse este
nombre al gobierno de los Vándalos, hasta que destruido su imperio por las ar-
mas de Belisario, pasaron á poder del emperador de Oriente. Justiniano se apode-
ró también en aquel entonces de la Mauritania Tingitana, que habia estado so-
metida á los Vándalos todo el tiempo que duró su imperio de África, y mandó
repararla ciudadela de Ceuta, obra de los Romanos, que estaba casi arruinada.
Hemos visto como Teudis, que intentó reconquistar la plaza, fué rechazado con
pérdida; pero sin embargo, así Ceuta como toda la provincia designada con el
nombre de Mauritania Tingitana volvieron á poder de los Godos, sin que sepa-
mos, observa Masdeu, cuando y de que modo fueron reconquistadas, y san Isido-
ro de Sevilla en el siglo vn, las cita ya en el número de sus posesiones.
La España goda contaba, pues, como la España romana las mismas siete
provincias, si bien la Narbonense habia tomado el lugar de las Islas Baleares.
La Vasconia gala no era una provincia distinta , y formaba parte de la Tarraco-
nense. La Carpetania empezó á tomar el título de provincia en el año de 554 , y
á su tiempo veremos lo que á ello dio motivo.
Las capitales de dichas provincias eran las mismas que lo fueron en tiempo
de los Romanos , á saber: Tarragona, Cartagena, Braga, Mérida, Córdoba, Nar-
bona y Tánger , pudiendo únicamente suscitarse alguna duda acerca de Braga y
Cartagena, contra las cuales alegaban derechos las ciudades de Lugo y de Tole-
do. La primera no tenia á su favor sino haber sido en algún tiempo iglesia me-
tropolitana, pero Braga no dejó por ello de serlo, y cuando se destruyó por fin el
reino de los Suevos, volvió á intitularse como antes capital de toda la provincia.
Mayores dificultades existen por lo que loca á Toledo, pues aun cuando es indu-
(1) Masdeu pretende que esta provincia se llamó Septimania por los Septimani ó colonos de la
legión séptima, que se establecieron en Beziers, y que habiendo tomado después el nombre de Golhia,
se formó el nombre de Landgollüa y por fin el de Languedoc Ambas etimologías nos parecen muy
fundadas.
TOMO II. 2"í
210 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dable que tuvo los honores de metrópoli de la Cartaginense , se ha discutido mu-
cho acerca del origen de semejante hecho. Para comprender este suceso, preciso
es tener presentes algunos hechos notables de la historia. La irrupción de los
Vándalos, que asolaron á Cartagena en el año 425, y la dominación de los em-
peradores griegos , que duró en España sesenta y ocho años , desde 554 á 622,
son las verdaderas causas de la novedad de que tanto se disputa. Toledo recibió
los honores de capital de provincia después del año 425 y prosiguió en tenerlos
aun después de restablecida Cartagena, por mas que esia se los disputase de contí-
nuosin renunciar jamás á su antigua prerogativa. Son prueba deesia contiendalos
dos concilios casi coetáneos, el de Tarragona del año 516, y el de Toledo de 527;
pues Hedor, obispo de Cartagena, que asistió al primero , y Montano, obispo de
Toledo, que presidió el segundo, dieron entrambos á sus iglesias el título de me-
tropolitanas. Con la entrada de los Imperiales en España, legitimaron uno y otro
sus pretensiones, pues dividida en dos la provincia Cartaginense, Cartagena, en
la cual residían los representantes de los emperadores griegos , fué reconocida
por capital de la Contestania, y Toledo, donde los reyes godos pusieron su cor-
te, quedó capital de la Carpetania. Estos eran entonces los verdaderos territorios
de las dos capitales; pero como sus respectivos soberanos aspiraban uno y otro
al dominio de toda la provincia , así cada una de las dos ciudades , no contentas
de su territorio, se intitulaba capital de toda la provincia sin serlo absolutamente
sino de la mitad. Tuvieron fin las diferencias cuando el rey Suintila acabó de
arrojar á los Imperiales, pues volviendo á formarse de los dos dominios una pro-
vincia sola , fué necesario reconocer una sola capital. Cartagena lo habia sido
siempre y de ella lomaba su denominación toda la provincia, mas á pesar de esto
prevaleció la ciudad de. Toledo , por el respeto de ser corte de los reyes , y tomó
la jurisdicción sobre toda la provincia, que conservó por espacio de ochenta y
nueve años, hasta la invasión de los Árabes.
Las provincias y sus ciudades conservaron generalmente bajo el gobierno
godo los mismos nombres que tenían en tiempo de los Romanos, como se ve por
todos los autores de aquella edad y en particular por las relaciones geográficas
del Anónimo de Ravena. En su historia de la España árabe, donde Masdeu trata
con mucha erudición de la geografía de la edad media, demuestra que los nom-
bres de Catalaunia, Portugalia, Andalucía, Sibilia, Granata y así otros muchos,
cuyo origen se atribuye por varios autores á los Vándalos y Godos , son de edad
mas reciente y muchos de ellos arábigos. Los Romanos añadieron á las ciudades
de España varios renombres como los de Julia, Flavia, Augusta, Ccesarea, foga-
ta, y otros semejantes ; de todos se perdió la memoria en tiempo de los Godos, y
solo Córdoba conservó el de Patricia, según lo vemos repetido en muchas mone-
das acuñadas en dicha ciudad.
La organización militar de los Godos acercábase mas á los sistemas modernos
que al de las antiguas legiones. Fundábase sobre la base decimal, como el de la
mayor paite de los pueblos de raza germana. Los regimientos de que se componía
la milicia gótica eran de mil hombres cada uno, cuyo jefe se llamaba millenarius,
ó tiufade, que significaba , dicen , en lengua gótica persona alta y sublime (1).
(1) Se ha escrito mucho sobre esta palabra, pero todo induce a creer que el tiufade y el mile^
CAP. XII —ESPAÑA GODA. 211
El regimiento se dividía en dos batallones de quinientos hombres , el bata-
llón en cinco compañías de cien hombres , y la compañía en diez piquetes de
diez hombres cada uno, llamándose sus respectivos oficiales quinquenarios, cen-
tenarios y decanos, según el número de soldados que tenían bajo sus órdenes.
Había además oficiales annonarios, que eran como proveedores ó comisarios de
guerra, y otros llamados compulsores (1), que tenían el cargo de hacer levas y
reclutas. El general del ejército, que se llamaba entonces prwposüus os tis, ó pre-
sidente de la hueste, era generalmente un duque, pero aveces se fiaban las expe-
diciones á un conde, como en el dia á un teniente general. Las embajadas milita-
íes para los tratados de paz, se solían encargar á los obispos, costumbre que no
fué solo de los Godos, sino también de los Suevos y aun de los Frankos. Idacio
trató las paces entre los Suevos y Gallegos; san Epifanio, entre el emperador y el
rey Eurico; Argebaldo, entre el rey Wamba y los rebeldes de Nimes, y así otros
muchos tuvieron semejantes cargos.
Estaban sujetos á las levas en tiempo de guerra todos los varones, excepto los
niños, viejos y enfermos, y los que estaban en actual servicio del público ó de la
persona real ; quien tenia siervos se habia de llevar consigo la décima parte de
ellos (2), proveyéndolos por su cuenta de todas las armas necesarias defensivas y
ofensivas. Quien se ausentaba ó escondía para no seguir el ejército, perdía todos
sus bienes y era condenado á destierro si era persona muy elevada por su noble
empleo, y si no era de tanta distinción, fuese noble ó plebeyo, incurría en la pena
de azotes y de decalvacion; si bien estas penas tan rigurosas se templaron en cier-
to modo en el concilio Toledano XII , á instancia del rey Ervigio. Los oficiales así
superiores como subalternos que recibían regalos de cualquiera que fuese para
eximirlos de la guerra , debian doblar cuatro veces lo que habían recibido , y pa-
gar por otra parte al rey el valor de ciento cuarenta y cuatro escudos. Si dispen-
saban del servicio á un soldado, ó le daban licencia para volverse á su casa, paga-
ban la pena en dinero á su centuria ó compañía, según la tasa impuesta por
las leyes, que penaban al tiufade en veinte sueldos, al centenario en diez y al de-
cano en cinco. Los gobernadores no podian negar á los annonarios cosa alguna
que pidiesen por orden del general para la manutención del ejército, y si la ne-
gaban, se les obligaba á pagar de su caudal cuatro veces mas de lo que se les
pidió.
El centenario que desamparaba el servicio en tiempo de guerra, era conde-
nado á la decapitación (3), y si entraba en el orden eclesiástico para salvar la
nario eran una misma cosa. El autor riel Fuero Juzgo traduce el nombre tiufade por el quehí cn-
guarda mil caballeros en la hueste Fuero Juzgo, lib. IX, t. II, 1. 4.
(1) Estos eran siervos del rey, serví dominici, según los califica el código de los Visigodos, lib.
IX, t. II, 1.2.
(2) En un principio no fué mas que la vigésima, pero Wamba dispuso que fuese la décima.
Sin que pueda explicarse la causa, el Fuero Juzgo dice la mitad donde se expresa la décima en el
texto latino original. — Et ideo id decreto speciali decernimus, ut quisquís ille est, sive sit dux, sive
comes atquc gardingus, seu sit Gothus, siveRomanus, necnon ingenuus quisque, vel etiam manu-
missus, sed etiam quislibet ex servís fiscalibus, quisquís horum estin exercitum progressurus. de-
cimam partem servorum suorum secum in expeditíonem bellicam ducturus accedat. (Lib Iud, lib.
IX, t. H,l. 9).
(3) Si quis centenarius dimittens in hostem ad domum suam refugerit capitali supplicio subja-
ccbit. Id., lib. IX t. II, 1. 3.
212 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
vida debia sufrir la pena pscuniaria de seiscientos escudos, que se repartían entre
los soldados de su compañía. Los demás desertores, si eran oficiales de inferior
graduación, pagaban á la compañía veinte escudos, y si eran meros soldados, re-
cibían cien azotes in convenía merientium publicé, es decir delante de la tropa, y
no en el mercado ante todos, como tradujo por mala inteligencia el autor del Fuero
Juzgo. Al hallarse alguna ciudad ó villa en necesidad urgente, ó por invasión de
sus enemigos ó por levantamiento de sus ciudadanos, todos los habitantes de los
lugares inmediatos, nobles y plebeyos, seculares y eclesiásticos, tenían obligación
de marchar inmediatamente á socorrer la plaza bajo pena de destierro y confisca-
ción de bienes si eran obispos, duques ú otras personas de elevada posición, y de
infamia y servidumbre si eran menos distinguidos, sin exceptuar clérigos ni no-
bles (1). El botin y los despojos de la guerra eran para la tropa, ya de un modo,
ya de otro, según las disposiciones del general, y si alguno recobraba de mano
del enemigo cualquiera cosa que hubiese pertenecido á un compatriota suyo, la
tercera parte del valor era para sí y los otros dos tercios para el dueño (2).
Los Godos tenían buena infantería, pero, al revés de los Suevos, eran mas
temibles como gine!es que como peones. Sus armas defensivas eran el yelmo, la
coraza, el escudo y la cota de hierro; y sus armas ofensivas, la lanza, el dardo,
la flecha con punta de acero ó con betún ardiente, la espada ancha y larga de dos
filos llamada spathus (3), la pica, el puñal llamado sarama, etc. El traje militar se
distinguía poco del de los demás ciudadanos: el soldado llevaba un sayo de lana
ó de piel, y el gran calzón forrado. Debe no obstante creerse que con el tiempo
se iria modificando la manera de vestir. Vérnoslos representados del modo dicho
en dos monumentos de época distinta, pero de igual autoridad histórica, á saber:
en la coluna de Arcadio en Conslantinopla, y en la puerta déla iglesia de san Pe-
dro de Villanueva (4). Además délas armas propias de los antiguos españoles
y de las que introdujeron Romanos y Godos, se hacia uso en España de algunas
otras extranjeras, como eran la cateya teutónica, que era un dardo pesado que
hería con mucha fuerza, y el hacha que llamaban francisca por haberla tomado
de los Francos.
Los Godos aprendieron de los Romanos su táctica á campo raso y su sistema
de sitiar las plazas ; de su sistema de fortificación y de su arquitectura hablare-
mos en su lugar oportuno.
Los Godos conservaron en España la costumbre de vestirse de pieles, traí-
da por ellos del Septentrión , donde es preciso semejante costumbre á causa del
rigor del clima. A los Romanos causó gran sorpresa la singularidad de este traje,
y sus poetas é historiadores lo consideraron como un rasgo característico del
pueblo godo. En uno de sus poemas, Claudiano llama á una reunión de Godos
una asamblea velluda:
Pellila Gelarum
Curia (5)....
(1) Lib. Iud , lib. IX, t. II, 1. 8.
(2) Id., 1. 7.
(3) De ahí las palabras spalhariu?, comes spathariorum,prolo spalharius.
(4) Fundada porErmenesinda, hermana del reyFruela.
(5) Ciaud., de Bello Gothico, v. 461.
CAP. XII.— ESPAÑA GODA. 213
Los Godos llevaban todos el cabello largo , y el solo epíteto de cabelludo
bastaba para distinguir á un bárbaro de un Romano (1). Era tan característica
esta diferencia , que el Godo que cortaba sus cabellos á la romana, declaraba con
ello renunciar á su nación y hacerse romano. Semejante costumbre se conservó
en la España gótica , y Moníesquieu dice que una larga cabellera era , propiamente
hablando, la diadema de sus reyes. En la colección de medallas de los reyes
godos, publicada por Velazquez en 1759, todos los bustos están representados
con los cabellos largos , partidos sobre la frente , y cayendo por ambos lados del
rostro.
Ignórase sin embargo si los Godos cortaban algo de su cabellera, limitán-
dose como los Francos á mantenerla de cierto tamaño, ó sí dejaban que creciera
sin cortarla en tiempo alguno. Entre los Francos solo los miembros de la familia
que ocupaba hereditariamente el trono, habían de dejar crecer sus cabellos durante
toda su vida, y á este propósito dice lo siguiente el historiador Agustin Thierry:
«Según una costumbre antigua, nacida probablemente de una institución religio-
sa, era atributo particular de esta familia (la de los Merovingios) y símbolo de
su derecho hereditario á la dignidad real, una larga cabellera conservada in-
tacta desde el instante del mismo nacimiento , á la cual las tijeras ni hierro al-
guno podían jamás tocar. Los descendientes del anciano Meroveo (Mero- Wig)
se distinguían por esto entre todos los Francos , y bajo el traje mas vulgar eran
siempre reconocidos por su cabellera que, ya trenzada, ya flotando en libertad,
cubría sus espaldas y les llegaba hasta la cintura (2). Despojarse de la menor
parte de este adorno , era profanar su persona, quitarle el privilegio de la con -
sagracion, y suspender sus derechos á la soberanía, suspensión que el uso limi-
taba por tolerancia al tiempo necesario para que los cabellos , creciendo de nuevo,
hubiesen llegado á cierta medida. Un príncipe merovingio podia sufrir de dos
maneras esta deposición temporal , ó bien cortando sus cabellos á la usanza de
los Francos, es decir á la altura del cuello, ó bien rapándolos al estilo romano,
género de degradación mas humillante que el otro , que iba acompañado por lo re-
gular de la tonsura eclesiástica. » Si el príncipe despojado de su cabellera era
joven, se le aplicaba este dicho popular: « El árbol es tierno aun, y sus hojas re-
toñarán de nuevo (3). » No podia esto decirse de los reyes y ciudadanos godos.
Una vez habia el hierro cortado su cabellera , habían de renunciará toda partici-
pación en los cargos políticos y civiles , y solo les quedaba abierta la carrera de
la iglesia.
Los vestidos ordinarios de los Godos eran: el stringium, especie de túnica
muy antigua, deque se halla memoria en Plauto; el amiculum, que era un
manto de lino , con que se distinguían antiguamente las meretrices , pero que en
(4) Claudiano describiendo un consejo de Godos celebrado por Alarico ¿dice: Crinigeri sedere
patres.
(2) Solemne enim est Francorum regibus numquam tonderi: sed á pueris intonsi manent: cas-
saries tota decenter eis in humeros propendet: anterior coma é fronte discriminata in utrumque
latus deflexa.... idque velut insigne quoddam eximiaque honoris praerogativa regio generi apud
eos tribuitur. Subditi enim orbiculatim tondentur. Ex Agathae Historia; apud Script. Rerum Fran-
cic , t. II, p. 49.
(3) In viridi ligno has frondes succisae sunt, nec omnino erescunt, sed velociter emergent ut
crescere queant. Greg. Turón. Hist., 1. II, p. 185.
214 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
la época de que tratamos se hizo de un uso general ; el retiolum, que era una red
para tener recogidos los cabellos, el mantum, que servia á manera de manguito
para cubrir las manos y que formaba parte del traje militar de un Godo, y el
camisum , camisa, que se hacia de tela como ahora : estos eran los principales y
ordinarios vestidos , pero habia otros mas nobles y de mayor gasto, ya de telas
de seda ó de paño finísimo, pues las lanas españolas eran tan estimadas como
antes por sus colores vivos y hermosos. Las mesas eran espléndidas y ardían en
ellas las velas de cera. Los juegos, la caza y los teatros absorvian mucho dinero.
Los hombres se afeitaban con tijera y aun con navaja, y se peinaban con mucho
aseo, formando con las guedejas unos pequeños rizos que llamaban granos; las
mugeres se servían de espejos , se lavaban con albornías de plata , bebían en co-
pas de oro, se adornaban con diamantes y otras piedras preciosas, y se cargaban
de anillos de oro todos los dedos de la mano (1). Al terminar el período romano,
hemos visto hasta que punto reinaba el fausto y el lujo entre los pueblos de la
Península, y si las calamidades de la conquista y el espíritu cristiano debilitaron
por algún tiempo en España el deseo de poseer y gozar de las comodidades todas
de la vida, este deseo no tardó en renacer con su antigua fuerza comunicándose
á los mismos conquistadores. En nuestro sucesivo examen de la vida interna,
por decirlo así, de nuestra patria bajo la dominación goda , tendremos ocasión
mas de una vez de manifestar hasta que punto se llevaba en España el refina-
miento de las artes todas. En Andalucía particularmente debia ser el lujo muy
grande , según puede colegirse de las relaciones de Procopio, que pinta por
una parle la gran miseria de los naturales de Mauritania , y por otra la magni-
ficencia que habían introducido en ella los Vándalos después de haber vivido diez
y ocho años en la Bética. «Aquellos hombres , dice Procopio , viven con delicadeza
increíble, al contrario de los Mauritanos, que son miserabilísimos. Desde que en-
traron en África, dispusieron mesas espléndidas , cubriéndolas cada día de lo me-
jor que produce aquel terreno. Yan vestidos de seda y con ropajes del mas alto
precio ; pasan el tiempo en los teatros , en las corridas de caballos , en la caza y
en toda especie de diversiones : el baile , la comedia , la música , el canto y todo
lo que sirve de deleite, les agrada infinitamente: se recrean en los jardines con
banquetes magníficos á la sombra de los árboles y al fresco de los arroyos (2). »
Diez y ocho años de permanecencia en el mediodía de España habían bastado pa-
ra inspirarles estos gustos, que por otra parte no cambiaron en nada su ferocidad
natural , dado caso de que no dieran por efecto el aumentarla. Los gastos que
se hicieron en Francia para el viaje de la princesa Ringunda, prometida al rey
Recarcdo , pueden darnos una idea del lujo con que se celebraban en España los
casamientos. Llevaba cincuenta carros de equipage, mas de cuatro mil personas
de servicio y un número correspondiente de caballos con frenos de oro y muy
preciosos jaeces. Aun en los casamientos de particulares llegó el lujo á tal exceso,
que las leyes hubieron de ponerle lasa , mandando que ninguno pudiese dar en
dote mas de la décima parte de sus bienes , y fuera de esto que los grandes y sé-
niores no pudiesen regalar á la novia sino diez pajes, diez doncellas y veinte
(4) Isid. Hispal. ^Elimologiarum, 1. XIX, c. 23, 24, 25, 28, 31 et 32, p. 500, etc.
(2) Procopio. de Bello Vandálico, 1. IV, p. 349.
CAP. XII. — ESPAÑA GODA. 215
caballos, y en ornamentos mugeriles el valor de mil sueldos ó sean dos mil escu-
dos de oro.
De las artes é industria de la España goda, no tenemos casi otras noticias
sino las que nos dio san Isidoro de Sevilla en su obra de las Etimologías. Por
lo que toca en general á hilar y tejer, nombra el santo la mataxa, madeja, el
gubellum, ovillo , la trama , y el licium, que son los lizos por donde pasa el ur-
dido. Entonces, como ahora, se hacían de tela el camisum,ú sabanum,\& cortina,
cuyo nombre ha pasado sin alteración á nuestra lengua , el mantelium, que servia
como ahora los manteles para cubrir la mesa, y así otras muchas cosas seme-
jantes para el servicio doméstico. Hay también memoria de tejidos de seda, de
paños de lana, de hilos y cordones de oro, de vidrios de varios colores y de ma-
nufacturas de metal , particularmente de plata y acero , según tendremos ocasión
de ver en el capítulo que consagraremos á las bellas artes.
JEran sin duda los Godos muy aficionados á la guerra y al ejercicio de las
armas, mas luego que se establecieron en nuestra península y vieron que los
Españoles se ejercitaban en la labranza, empezaron a seguir en esto, como en
otras cosas, el ejemplo de la nación. Según hemos dicho en otro lugar de la pre-
sente obra, el nuevo gobierno en la época de la invasión dividió las tierras de cul-
tivo en tres partes, dejando una para los nacionales, y señalando las otras dos
para los conquistadores , sin que unos pudiesen entrar por ningún título en las
haciendas de los otros sin expresa licencia del rey. Solo era permitido penetrar
por los yermos y despoblados de que no se habia hecho división. La medida or-
dinaria de cada campo era de cincuenta aripennes ó sean veinte y cinco yuga-
das; las haciendas estaban divididas unas de otras con mojones de piedra labra-
da, y era tan grande el rigor con que mandaba la ley respetarlos, que por cada
mojón que uno moviese sin autoridad pública, se le daban cincuenta azotes si era
esclavo , y si era hombre ingenuo , se le condenaba á pagar cuarenta escudos al
dueño del terreno (1). Hemos dicho también la minuciosidad con que protegieron
las leyes visigodas los dos ramos de la industria rural , el cultivo y la ganadería,
y desplegábase gran severidad contra los que causaban algún daño así á las
tierras ó á los frutos y cosechas como á los animales de carga ó de labranza.
Quien robaba uva ó quemaba viña habia de pagar doblado de lo que habia ro-
bado ó quemado ; si alguno cortaba un árbol ageno, se le penaba, según la cali-
dad del árbol , en diez escudos , por un olivo , seis por un manzano , cuatro por
una encina y dos por otros árboles inferiores (2) ; y asimismo al que afeaba un
buey ó caballo , cortándole la cola ó las astas , se le condenaba inmediatamente á
la pena pecuniaria de un tremisse , que valia unos trece reales. Estas disposiciones
y otras análogas, que se hallan derramadas por el código de las leyes visigodas,
principalmente sobre arriendos y términos , prueban, repetimos aquí, que los Go-
dos , auuque guerreros , amaban y protegían la agricultura. En efecto , desde el
primer siglo de su gobierno, el trigo cuyo cultivo habia sido abandonado, volvió
(4) Lib. Iud. lib. X, t. III, 1. 2. De collicis etevulsis limitibus.
(2) Si quis, inscio domino, alienam arborem inciderit: si pomífera est, det solidos III; si oliva,
det solidos V; si glandifera major est, det solidos II, si minorest, det solidumunum, etc. Lib. Iud.,
lib. viu, t.m. i.4.
21 G HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
á abundar en España, como en la época de los Romanos , y según se colige de un
pasage de Casiodoro, pudo ser exportado á África y á Italia reinando Teodorico
en esta última región. Los escritores de aquella época han tratado muy poco de
estos asuntos; pero por lo que insinúan las leyes arriba dichas y san Isidoro en
sus Etimologías, sabemos que los Españoles tenian muchos molinos de agua, y
proseguían en cultivar el lino y el esparto, y en hacer el mejor aceite que se
conocia. Reportaban grandes beneficios de la pesca y de las abejas, dos ramos
de mucha consideración en la España antigua, que en cera, miel y salmuera se
habia aventajado siempre á todas las demás provincias de Europa. Para el riego
de las tierras sangraban los rios formando canales y acequias , y un hilo de agua
se estimaba tanto , que quien lo robaba á otro habia de pagar cinco sueldos ó lle-
var veinte y cinco azotes, según la calidad de la persona. Donde no habia mas
agua que la de los pozos, usaban lo que los Españoles llamaban ciconia, que era
un palo largo con un pozal á una extremidad y un contrapeso en la otra.
Las minas riquísimas de nuestra península no rindieron tanto a los Godos
como á los Romanos y Cartagineses, porque estaban exhaustas y la codicia no era
tanta; pero sin embargo, por lo que puede colegirse de las pocas noticias que nos
quedan , se ve que proseguían en beneficiarlas , principalmente las de hierro y
minio que eran muy fecundas. Sidonio Apolinar, escribiendo á Orosio, hace men-
ción de la hermosa sal de Cardona en Cataluña , y nombra en otra parte la pie-
dra del rayo en que comerciaban los Españoles , que será sin duda el ceraunio,
de que habla también san Isidoro de Sevilla. En las obras de este santo y en las
de san Eugenio III se da noticia de varias piedras de nuestra península que esta-
ban entonces muy en uso, como son la obsidiana, la especular, el imán y la arena
para la construcción del vidrio. Se comerciaba también entonces en el plomo y es-
taño de nuestras provincias, aunque proseguían dándolo con mas facilidad, dice san
Isidoro, las minas déla Britannia. El célebre oro del Tajo se halla nombrado por
Jornandes en la historia gótica , y de los demás metales se encuentran noticias
exparcidas en otros autores , aunque mucho mas escasas que en las obras de los
Romanos, que celebraron tanto la fecundidad y riqueza de nuestras minas. Los
metales mas preciosos se ve que abundaban mucho por las mismas monedas que
nos quedan de los reyes godos, y por la facilidad con que se imponía á los delin-
cuentes la pena pecuniaria de libras de oro.
El comercio que habia sufrido duros golpes durante los últimos tiempos de
la dominación romana , no pudo alcanzar durante el período godo el esplendor y
la prosperidad que en otros tiempos tuviera; nuestra nación no negoció ya por las
aguas del Norte ni por las costas del mar Rojo, y hubo de limitarse á frecuentar
los puertos mas inmediatos de Francia, Italia y África, según se colige de las re-
laciones de Sidonio Apolinar, san Gregorio de Tours , y Aurelio Casiodoro. El
giro del dinero rendía mucho álos comerciantes , pues en el censo redimible per-
mitían las leyes el interés de uno por ocho que equivalía al doce y medio por cien-
to. El comercio sobre comestibles, como vino, trigo y aceite, era de tanta conside-
ración, que quien daba semejantes generosa otro para que negociase con ellos po-
día exigir por su interés hasta el cincuenta por ciento. Los contratos mercantiles,
para que tuviesen fuerza lega!, se habían de hacer ó por escrito, ó delante de tes-
tigos ; se exigía fianza cuando la persona no era abonada ; se pedían prendas pa-
CAP. XII. — ESPAÑA GODA. 217
ra mayor seguridad del comerciante, y se tomaban por fin las mismas precaucio-
nes que aun al presente están en uso. Para los negociantes extranjeros habia un
tribunal separado en que se juzgaban sus causas, no por las leyes de España, sino
por las de su propia nación , lo cual demuestra el gran número de comerciantes
extranjeros que habría en España. En esta institución han querido ver algunos el
principio ó como la indicación de los consulados modernos.
En los pesos y medidas conservaron los Godos, por la mayor parte, Ifrs usos
que hallaron introducidos en España desde el tiempo de los Romanos. Pesaban al-
gunas veces con balanzas y otras con la romana, que llamaban entonces campa-
na, por haberse inventado, dice san Isidoro, en la Campania de Italia. El cente-
nario era el peso mayor de todos, y el calculo óchalco el inferior. Un chalco y un
tercio formaban la silicua, una silicua y media el cerato; dos ceratos el óbolo; dos
óbolos un escrúpulo ; tres escrúpulos la dragma; cuatro dragmas el cstatero; dos
estateros la onza; doce onzas la libra; cincuenta libras el talento mínimo, pues ha-
bia otros mayores, y dos talentos el centenario. Las medidas de aceite, vino, trigo,
y otras cosas semejantes , podían dividirse en tres clases : pequeñas, en que se
media por dragmas; medianas, que procedían por libras, y grandes, en que secón?
taba por modios. Entre las pequeñas , el cochlear llevaba media dragma , la con-
chula una y media , el ciatho diez, el acetábulo doce, el oxibafo quince y la cotu-
la sesenta, que son siete onzas y media. Entre las medianas, la mina hacia una
libra, el sexlario dos, el chelix ocho, el gomor ó metreta diez, el congio docey el
modio cuarenta y cuatro. Entre las grandes finalmente, el sato llevaba un modio
y medio, el bato dos modios y un congio , la urna dos modios y medio, el ánfora
tres , la artaba tres y un congio, la medimna cinco modios, la metreta grande
diez, el gomor grande quince y el coro treinte modios , que eran mil trescientas
veinte libras. Los caminos se median por millas de mil pasos cada una, como en
tiempo de los Romanos , pues la legua de que usaban los Francos , que era en-
tonces de milla y media, no se habia introducido en España. Las medidas de íe^
las y de campos eran las siguientes : diez y seis dedos formaban un pié , cinco
pies un paso y dos pasos una pértiga. Un clima tenia seis pértigas en cuadro;
una agna tenia por lo largo doce pértigas y por lo ancho solo cuatro pies; un ara-
penne era un cuadro perfecto de doce pértigas cada lado : un yuguero se formaba
de dos arapennes unidos , una porca tiraba de largo diez y ocho pértigas y de
ancho tres ; un campo estadial se extendía hasta sesenta y dos pértigas y media;
un campo miliario hasta quinientas, y una centuria, que eran cien yugadas, has-
ta dos mil cuatrocientas. En la medida del tiempo no hicieron los Godos variación
alguna , antes bien se acomodaron al uso de los vencidos, que contaban los años
por su era hispánica sin recibir la costumbre general de Europa, en que estaba
establecida ya la era cristiana , como veremos después. Prosiguieron en dividir
el siglo en veinte lustros, el lustro en cinco años , el año en doce meses , el mes
en semanas y dias con los mismos nombres antiguos ; dividían el día del mismo
modo que antes , partiéndolo en cuatro partes iguales de tres horas cada una , y
la noche en otras cuatro semejantes, que llamaban prima, tercia, sexta y no ¡a.
Del amanecer hasta media mañana era prima, de media mañana hasta mediodía,
tercia-, de mediodía hasta la mitad de la tarde sexta , y de la mitad de la tarde
hasta la caida del sol nona.
TOMO II. 28
218 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Las monedas de aquellos tiempos son la mayor parte de oro , algunas de
plata y aun de plata dorada, y muy raras las de cobre; de este melal se harían
pocas, porque los Romanos habían hecho infinitas, y los Godos no tuvieron difi-
cultad en dejarlas circular según las muchas que se han conservado hasta nues-
tros dias. Tienen comunmente grabado en el anverso el busto y nombre del rey, y
en el reverso el de la ciudad en que se acuñaron, con una cruz sobre gradas ó sin
ellas. En algunas se lee : En nombre de Dios , ó en nombre de Jesucristo ; en
otras , todos nos sean obedientes ó todas ¡as ciudades nos abedezcan , y en las mas
de ellas se da el príncipe el título de Justo , Piadoso , Vencedor ó Señor nuestro.
Guando ios reyes eran dos , poníase una C junto á sus nombres para significar la
concordia de entrambos, según el uso antiguo de los Romanos . La moneda que cor-
ría para el comercio se reducía á libras, sueldos, semisas, tremisas, silicuas y di-
neros , pero con la diferencia que el dinero era siempre de cobre , y las demás
monedas de plata ó de oro (1). La libra de oro hacia 72 sueldos , el sueldo de
oro 21 silicuas , la semisa era la mitad del sueldo , la tremisa la tercera parte, y
la silicua la vigésima cuarta. La libra de plata se dividía en 20 sueldos , y el
sueldo en cuarenta dineros. £1 valor de la libra era poco menos de trece escudos
y medio. Los reyes que batieron moneda fueron diez y ocho, desde Liuva hasta
Rodrigo , con la particularidad de llevar sus bustos, á contar desde Recaredo, las
insignias reales introducidas por Leovigildo. Las ciudades que acuñaron moneda
fueron veinte y siete, no contando entre ellas las de la Galia Narbonense , y son:
Sevilla, Toledo , Tarragona , Braga, Mérida , Córdoba , Narbona , Talavera, Re-
copolis, Olovasium , Salamanca , Bergium , Caliabria , Evora , Idaña , Porto ,
Lisboa, Eminium , Baeza, Marios , la Guardia , Barbi, Elvira, Valencia, Zarago-
za, Tarazona, Barcelona y Tortosa. De las monedas bajo su aspecto artístico é his-
tórico, hablaremos en otro lugar.
En tiempo de los Godos no se hicieron en la marina muy grandes progresos,
pues los úl timos y calamitosos años del imperio habian amortiguado en los áni-
mos de los Españoles, lo mismo que en todos los subditos romanos, la afición que
tenían al mar y á todo género de industria. La preocupación bárbara y romana á
la vez que tenia por vil y bajo al hombre que ejercía un arte manual, ó se dedica-
ba á comprar y vender, había distraído á los Españoles del comercio y de la nave-
gación, cosas ambas que van siempre unidas, y la gran causa religiosa, que
pugnaba entonces para vencer y tomar posesión del mundo, desviaba también á
los hombres de las especulaciones puramente materiales. La insuficiencia científica
de la época venia en auxilio de las causas generales, y la actividad natural de
los habitantes de Cádiz, de Málaga y Barcelona , no pudo desplegarse como antes
en expediciones marítimas. El pueblo que había de descubrirla América, y que
en varias épocas habia tenido de ella como un vago presentimiento (2), había
(4) La opinión del P. Mariana, que hace derivar los^ducados modernos del tiempo délos Godos,
atribuyendo á los duques el derecho de batir moneda en las provincias de su mando, ha sido reco-
nocida como errónea y completamente infundada.
(2) Los habitantes de Cádiz sospecharon, a lo que se cree, la existencia de un nuevo mundo y lo
buscaron desde la mas remota antigüedad. Lactancio en el siglo iv y san Agustín en el v esforzáron-
se en probar, con razones derivadas de un falso sistema de física el primero, y con razones teológi-
cas el segundo, que no habia ni podia haber antípodas ; con ello acabaron de destruir en el munde
cristiano la idea antigua de una tierra desconocida, y la navegación por el Océano llegó á considerarse
CAP. XII. — ESPAÑA GODA. 219
abandonado hasta cierto punto la exploración del mar cuando los Godos se esta-
blecieron en España. Así pues, al ser invadida nuestra península , hallábase en
ella la marina en un deplorable estado, y así se mantuvo por unos doscientos años,
hasta que en tiempo de Sisebuto se construyó una armada naval que se hizo res-
pelar y temer de los emperadores de Oriente. Bajo el reinado de Suinlila, vemos
á los Godos dar fin en el mar á muchas y gloriosas acciones; en tiempo de Wam-
batomó parle una armada en la represión de la intenlona de Paulo, y fué des-
truida una armada sarracena de doscientas setenta velas. Reinando Egica y Wi-
tiza, derrotaron los Godos oíra semejante que infestaba nuestras cosías , cosas
todas que suponían una fuerza naval no despreciable para aquellos tiempos.
Las ciudades que consta de un modo positivo haber sido fundadas en el
período de que estamos tratando , son únicamente tres. La primera es Reco-
polís , ciudad de ñecaredo , fundada por Leovigildo en el territorio de Cuenca,
en la ribera del Tajo, con buenos muros y bellos arrabales, según las relaciones
de Juan Biclarense y de san Isidoro de Sevilla. La segunda, que se llamó Vitoria-
cum, corresponde, según opinión común, á la que ahora llamamos Vitoria en la
provincia de Álava, y se construyó por orden del mismo rey, que la hizo rodear de
buenas fortificaciones para tener sujetos á los Vascones , que, según hemos visto,
se habían sublevado varias veces. Contra los mismos Navarros y á sus espensas,
fundó el rey Suinlila cuarenta años después otra ciudad fuerte que se llamó Olo-
gilis y es conocida ahora con el nombre de Olite. Fuera de estas tres , atribuyen
algunos al rey Atanagildo la fundación de una villa que todavía conserva su nom-
bre en el reino de Portugal, y á Wamba la restauración de Gérticos , lugar
inmediato á Yalladolid, en que fué proclamado rey; mas la villa de Atanagildo no
tiene o Ira cosa á su favor sino su propia denominación, que seguramente es go-
da, pero sin que nada en la historia atestigüe haber sido fundada por aquel rey,
y en cuanto á Gérticos, que se llamó después Wamba, con la sola proclamación de
tal rey, tuvo bastante motivo para apropiarse su nombre. Contra toda verdad his-
tórica, algunos escritores atribuyen á Leovigildo la fundación de la ciudad de
León, cuyo origen romano está fuera de toda duda ; á Wamba , la de Pamplona,
que es mucho mas anligua, y tomó su nombre de Pompeyo ; á Amalarico, la de
Almería, que no es palabra goda, sino arábiga y significa atalaya, y así á otros
príncipes godos varias fundaciones en que no tuvieron la menor parte. Lo úni-
co cierto es que engrandecieron y fortificaron muchas ciudades antiguas, y en
particular Toledo y Mérida , según hemos visto en los reinados de Wamba y de
Ervigio. En tiempo de este último rey, los muros y el antiguo puente de Mérida
fueron restaurados con gran magnificencia por orden y dirección de Salla, duqne
déla provincia lusitana. También en tiempo de los Godos, según todas la aparien-
cias , construyóse el magnífico palacio que habitaron tiempo después los prínci-
pes árabes y que ocupaba el gran espacio en que se elevaba el convento de Santa
Fé,el Hospital de expósitos y oirás muchas casas particulares. De la arquitectura
y demás bellas artes durante el período godo, hablaremos en el capítulo siguiente.
no solo inútil, sino imposible. Jornandes (de Orig. Act.Getarum, p. 93) y el anónimode Ravena Geo-
grafía, lib.V, c. 28.)
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPÍTULO XIII.
Letras y bellas artes en la época visigoda.— Principales escritores de este período; historiadores, poe-
tas, teólogos, etc. — Paulo Orosio.— Etimologías de san Isidoro de Sevilla.— Discípulos de Isidoro.
—Escuelas. — Bibliotecas. — Estado de las ciencias.— Medicina. — Arquitectura. — Principales fábri-
cas délos Godos.— Sus caracteres. — La tradición artística de la antigüedad no se interrumpe en
nuestra Península.— Tesoros de los Visigodos.— Coronas de Guarrazar. — Pintura y escultura.—
Música.— Medallas.— Su carácter.— Inscripciones lapidarias.— Signos particulares empleados en
ellas.— Era española.— Era de Jesucristo.— Caracteres numéricos.— Corrupción del latín en las
inscripciones — Déla rima.— Variaciones del lenguage.— Conclusión del período godo.
Muy triste es el estado en que quedó sumida en Occidente la inteligencia
humana á mediados del siglo v. Derrocado el gran Imperio por hordas dadas
únicamente á las armas y al fragor de las batallas , mal podían salvarse del ge-
neral naufragio la bella literatura de Grecia y de Roma y las artes que á tan alto
grado de esplendor habían llegado en el mundo romano. Por espacio de algunos
años, los hombres atribulados con tan grandes infortunios, hubieron de pensai*
solo en los medios de resistir y sobrevivir á las calamidades que sobre ellos ve-
nían, y durante algún tiempo los poetas, los literatos enmudecieron, y los artistas
todos abandonaron una escena en que solo se consagraba culto á la fuerza y de-
vastación. A mediados del siglo v, pareció envolver á Europa un velo de san-
gre y de dolores, y por un momento las letras y las bellas artes, amables compa-
ñeras del hombre, parecieron haberle abandonado. Como si por nuestro continente
se hubiesen extendido las aguas de aquel rio al que atribuían los antiguos la fatal
propiedad de quitar á la mente todo recuerdo délo que había sido, vemos con dolor
y sorpresa á la antes culta Italia sin un hombre de suficiente instrucción para ser
enviado de nuncio á Constantinopla (1), yá Francia obligada á fines del siglo vi á
dar las órdenes sagradas á personas que no sabían leer (2). Pocos años habían
bastado para que desapareciera en un mar de ignorancia y de barbarie el ponde-
rado saber de las ciudades italianas, la refinada cultura de las poblaciones espa-
ñolas, la general erudición literata y artística del mundo romano. Tan espantoso
ejemplo, que habría de estar siempre presente á los ojos de las naciones, convirtió
por algunos años á Europa en un vasto campo ele batalla, sin que en ella se oye-
ran otras voces que las insolentes amenazas del bárbaro y las quejas de los ven-
cidos, ni se vieran otros monumentos que la tienda errante del Godo , del Hérulo
ó del Franco. En la furiosa inundación todo se fué á fondo ; pero sosegadas las
,1) Agath., Epístola ad ConstantinumPogonatum.
(2) Conc. Narbon., c. 14.
CAP. Xm. — ESPAÑA GODA. 221
aguas y encauzadas otra vez, sino en sus primitivos lechos, en otros que les abrió
la Providencia, para la cual el desorden y la confusión pueden ser medios, pero
jamás resultados, viéronse salir y aparecer en la superficie muchos de los objetos
sumergidos. Las letras, las artes, las ciencias, todos los dones especulativos del
espíritu, aunque transformados por la catástrofe pasada, se presentaron para en-
cantar oíra vez la vida humana, y hacer vivir á los hombres una vida mejor que
la de la materia y la desús brutales pasiones. No obstante, y aquí vemos otro de
los grandes favores dispensados al mundo por la Iglesia, nuestra amorosa madre,
los nombres hubieran quizás rechazado el amable botin que las olas les arroja-
ban, incapaces en muchos puntos, por su ferocidad y rudeza, de comprender el
beneficio que las aguas les traían, Entonces la Iglesia se apresuró á anliciparse á
todos, y trabajadores infatigables, sus miembros recogieron uno á uno los tesoros
que del mundo antiguo se habían salvado. Obispos y monges acuden á 3a ribera,
recogen con afán los restos del naufragio, los conservan, llévanlos á sus palacios
y monasterios, hacen de ellos sus inseparables compañeros, y algunos anos des-
pués, cuando Europa creia haberlo perdido todo, supo asombrada que casi todo se
había salvado.
España fué sin duda la primera en reportar estos beneficios, y así como se
constituyó en ella un gobierno, una sociedad estable y digna mientras todos los
demás pueblos eran presa de la violencia y vagaban todavía entre todos los hor-
rores de lo desconocido, en el horizonte de esta tierra privilegiada aparecieron
también los primeros destellos de la resurrección del mundo espiritual. Los sig-
nos que la acompañaron y siguieron habían empero de participar de la índole y
carácíer de la sociedad y de la fisonomía severa de los hombres que la componían,
y como si el pasado estrago hubiese dado á las al mas un nuevo baño de vigor y en-
tereza, como si la religión cristiana atrajese todas las fuerzas vivas del espíritu
hacia las grandes y sublimes especulaciones, no encontraremos en el período
godo la amena y risueña literatura de los siglos pasados, no veremos in-
geniosos dramas, sorprendentes epopeyas: siendo la religión la base sal-
vadora sobre que todo lo nuevo se habia asentado, siendo los concilios y sus le-
yes, según acabamos de ver, los elementos constitutivos del gobierno, sien-
do el clero el depositario de los conocimientos humanos en aquella época,
la literatura tenia de ser circunspecta y grave, como los hombres que á ella
se dedicaban. La moral, la teología, la jurisprudencia, el derecho político, la
filosofía, ía historia, eran las ciencias en que empleaban su talento y su estudio,
y cuando Chindasvinto envió el obispo Tajón á Roma, no le mandó en busca de
las obras poéticas de Horacio ó de Lucano, sino de las obras morales de san Gre-
gorio Magno, que comentó y amplificó después aquel ilustre prelado de Zara-
goza.
Entre los historiadores mas notables de aquellos tiempos hemos de nombrar
en primer lugar á Paulo Orosio, testigo de la revolución que convirtió en gótica
á la España romana, nacido, según muchos críticos, en Bracara (1). Perse-
guido por los Vándalos, que, idólatras ó arríanos, mostraron gran crueldad pa-
ra con los sacerdotes católicos, huyó á África, donde conoció á san Agustín, y
(4) Castro. Bibllot. Españ., t. II.
222 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
desde allí, quizás por consejo del santo doctor de la Iglesia, pasó á Belén, al lado
de san Gerónimo. En Jerusalen tomó parteen un concilio celebrado contra lossec-
tarios de Pelagio, cuya doctrina combatió en varios de sus escritos. Por aquel
tiempo empezó, á lo que se dice, la obra que es leidacon gusto aun en nuestros días
y que ha trasmitido su nombre á la posteridad. Una singular opinión se acredita-
ba entonces entre los defensores obstinados del politeísmo: el género humano, se-
gún ellos, no habia experimentado jamás tantas calamidades como desde que el
cristianismo habia aparecido en el mundo. Orosio quiso probar en su obra por
medio de infinitos hechos, y enumerando los acaecimientos todos de la historia
universal, desde el origen de las cosas, que el género humano habia sido siem-
pre desgraciado, mas antes del establecimiento de la religión de Jesucrito que
después. Los sucesos trágicos, las guerras, los asesinatos, las tiranías, los incen-
dios, las pestes, los saqueos de ciudades, las matanzas y las calamidades de toda
clase habían afligido mucho á la humanidad antes de la venida de Cristo para que
fuese difícil tarea la que Orosio se había impuesto, y en los sucesos anteriores
encontró contra sus adversarios numerosos argumentos (1). La compilación his-
tórica de Orosio es sin embargo algo oscura é indigesta; el plan de su obra no
fué concebido con toda la claridad necesaria, lo que no impide que se hallen
escritas con gran fuego algunas páginas de su larga disertación histórica, y que
se repute por lo general exacto cuanto refiere del siglo en que vivió. A lo que
parece, murió Orosio en Cartagena á fines de aquel siglo y á una edad muy
avanzada. Otros dicen que al regresar á su patria desembarcó en Menorca , pero
que al hallarla ocupada por los bárbaros regresó á África donde murió.
El obispo Idacio, natural de Limica, ciudad que estaba situada en las márge-
nes del rio Limia, escribió dos historias cronológicas, mas descarnadas aunque
la de Orosio, si bien no menos útiles, en continuación de la de Eusebio de Cesa-
rea la una, con el título de Crónica y la otra con el de Fastos consulares, llegan-
do con ellas hasta la mitad del siglo v en que floreció, y deteniéndose principal-
mente en la narración de los hechos de que fué testigo. Hemos hablado ya de la
crónica de Juan Biclarense (2), y hablaremos mas lejos de la de ambos Isi-
doros.
Aunque, como hemos dicho, la prosa fué mas cultivada que la poesía en tiempo
de los Godos, España cuenta sin embargo algunos poetas de aquel tiempo , y en
primer lugar han de citarse los dos Avitos, uno de los cuales escribió un poema
sobre el origen del mundo y de sus primeros habitantes. Draconio habia cantado
en versos heroicos los seis dias del mundo y de la creación , argumento favorito
de los primeros poetas cristianos, bajo el título de Ilcxameron. Su poema perte-
nece á una época anterior á la conquista de los Godos, pero puede calificarse de
gótico por las variaciones que sufrió en el siglo vil, cuando Chindasvinto lo dio
á corregir á Eugenio de Toledo (3). Orencio, obispo de Uiberis , compuso en
(4) Por esto tituló su obra: Historiarura adversus Paganos libri. VIL La última edición es la
de Havercamp, Lugduni Batavarum, 4738.
(2) Johanncs Biclarensis, Chronicon, Flores, España Sagr., t. VI, Madrid, 4763.
(3) Dracontii Libelli , ab Eugenio tercio jussu regis Chindaswinlhi, emendati , Lorenzana,
PP. Tolet., t. I.
CAP. XIII.— ESPAÑA GODA 223
el mismo siglo un poema en versos exámetros acerca de los deberes de los
cristianos (1).
No hablaremos de los cuatro hermanos Elpidio, Justo, Nebridio y Justiniano,
autores de algunos tratados teológicos; ele Aprigio, obispo de Beja, comentador
del Apocalipsis; de Liciniano, autor de algunas cartas curiosas al pontífice de Ro-
ma; de Severo de Málaga, autor de un tratado contra el obispo de Zaragoza, sos-
pechoso de arrianismo; de Eutropio, obispo de Valencia, autor de un libro sobre
los pecados capitales, ni aun de Leandro, tan influyente, según hemos visto, bajo
el reinado de Recaredo y autor de varios escritos teológicos. Detendrémonos sí
ante el genio portentoso de la España goda , ante el insigne san Isidoro de Se-
villa, con tanta frecuencia mencionado por nosotros en el curso de esta historia. El
solo catálogo de sus obras da idea de la inmensidad de conocimientos que abarca-
ba aquel genio portentoso á quien el concilio octavo de Toledo del año 653, llamó
«doctor excelente, gloria de la Iglesia católica, el hombre mas sabio que se hubie-
se conocido para iluminar los últimos siglos, y cuyo nombre no debe pronunciarse
sino con gran respeto.» Isidoro sabia el griego y el hebreo, y habia leido cuantos
libros se hallaban escritos en ambas lenguas, y las ciencias todas no le eran menos
familiares. Además de una Crónica desde el principio del mundo hasta el año 626
de la era cristiana, de la Historia de los Godos, Vándalos y Suevos, atribuida equi-
vocadamente por algunos á Isidoro de Beja, y de las Vidas de los Varones Ilus-
tres, escribió san Isidoro los Comentarios sóbrela Sagrada Escritura, tres libros
de Sentencias 6 de opiniones, dos libros de Oficios eclesiásticos, una regla para los
monges de laBética, un libro De la naturaleza délas cosas, dos tratados de Gra-
mática y de Controversia, la Colección de antiguos cánones de la Iglesia de Espa-
ña, varios tratados de moral, el libro De la vida y muerte de los santos de uno y
otro Testamento, dos libros de Sinónimos, conocidos bajo el nombre de soliloquios;
y otros muchos escritos, obras que han sido varias veces recopiladas, y cuya úl-
tima edición completa fué hecha en Madrid en 1778.
Pero la obra inmortal de Isidoro, la que nos revela su vastísima y porten-
tosa erudición , es la de las etimologías ó de los orígenes, sabia compilación
en que reunió las nociones útiles de cuanto cuestionaba el mundo sabio en el si-
glo vii. La Enciclopedia de Isidoro, según la llama un autor moderno, obtuvo
un éxito asombroso , y por mucho tiempo estudiaron los Españoles toda clase de
ciencias en la obra del sapientísimo doctor. Veinte libros comprende esta obra
que, dejada incompleta por su autor, fué terminada luego de acaecida su muer-
te, por san Braulio, su discípulo. Artes, ciencias, bellas letras, gramática, retó-
rica, dialéctica, metafísica, política, geometría, aritmética, música, astrono-
mía, física, historia natural, de todo trata el sabio escritor ala altura de los co-
nocimientos á que podia llegar el hombre en aquel tiempo , y cuanto mas se exa-
mina , mas justo se conoce ser el nombre que se le ha conferido de Enciclopedia
de la época (2). El erudito obispo nada omitió, ni la táctica militar, ni la náutica,
(4) Mart,et Dur., Thesaurus novus anecdotorum, t. V.
(2) Antes de Isidoro, habíanse intentado algunas obrasde este género. Una idea semejante ins-
piró á Varron (nacido en el año H6y muerto en el 27 antes de J. G.) sus Rerum humanarum et di-
vinarum Antiquitates, y sus Disciplinarum libri IX, cuya pérdida deploran los sabios. La Historia
Naturalis de Plinio, en la que supo encerrar tantos tesoros científicos, es casi una Enciclopedia. Sto-
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ni el arte de construir buques , ni la arquitectura , ni la pintura. Juegos , espec-
táculos, artes y oficios, los mares, la tierra, el cielo, todo está comprendido en
aquel repertorio científico de conocimientos humanos , dice D. Modesto Lafuente,
quien llama á san Isidoro el restaurador de las letras y de los estudios en Espa-
ña, y el sol que alumbró al período hispano-godo (1).
Débese también á Isidoro la primera colección canónica de los concilios
españoles , y preténdese también , aunque esto es dudoso , que fué el primero en
compilar el Codex Legis Wisigothorum. A él se debe sin duda alguna la Litur-
gia adoptada por las iglesias de España durante el período gótico, y la funda-
ción junto á su iglesia de Sevilla, de una célebre escuela que sirvió de ejemplo á
muchos establecimientos del mismo género en el resto de la península , con lo
cual la iglesia gótica se adelantó nueve siglos á la institución de seminarios, de-
cretada por el concilio de Trento. Véase, pues, si merece Isidoro el título que le
da el historiador citado y también el francés Carlos Romey (2).
Entre los discípulos de Isidoro, hallamos á Ildefonso, nombrado en otros
varios pasajes del presente libro , autor de algunas obras teológicas escritas en
un latín menos puro que el de su maestro, de un tratado del bautismo, de
una epístola á Quirino , obispo de Barcelona , de una defensa de la virginidad de
la Madre de Dios, y de la vida de algunos varones ilustres, entre los cuales ha
de citarse la de su preclaro maestro (3). Encontramos también á Braulio, obispo de
Zaragoza , á quien dedicó Isidoro su libro de las Etimologías , y autor de una
vida de su amigo , db una historia de san Millan y de Santa Leocadia , así como
también de varias cartas que han sido recopiladas en un volumen (4). Cílanse
otros muchos escritores de esta época , y entre ellos Gonencio, autor de un li-
bro de máximas ; Máximo , autor de una historia de España en tiempo de los
Godos, que por desgracia se ha perdido; Kedempto, discípulo también de Isi-
doro , y autor de un relato de su fallecimiento ; Juan , hermano de Braulio,
que le sucedió en la sede de Zaragoza , autor de numerosos himnos , puestos , á lo
que se cree , en música por él mismo , y de un tratado sobre la celebración de la
Pascua; Pablo, diácono de Mérida, que bajo el reinado de Recesvinto y de
Wamba ilustró la memoria de los santos varones de su patria (5) ; Eugenio,
obispo de Toledo , observador de las revoluciones lunares ; otro Eugenio , pri-
mero monge, y luego obispo también de Toledo, que escribió epigramas y cul-
beo ó JuandeStobi, ciudad deMacedonia, que escribía en el siglo v, compuso una obra de la misma
clase, de la que lian llegado hasta nosotros algunos fragmentos. Finalmente, bajo el título de Saty-
ricon, Marciano Gapella (natural de Madauro de África, según unos, y deCartago, según otros), pu-
blicó á mediados del siglo v un libro en prosa y verso en el que trata de las siete ciencias que cons-
tituían entonces el conjunto de los conocimientos humanos, á saber: la gramática, la dialéctica y la
retórica comprendidas bajo el nombre de trivium, y la aritmética, la geometría, la astronomía y la
música inclusa la poesía) bajo el de quadrivium. Este sistema de estudio había pasado de Jas escue-
las de Alejandría á las de Constantinopla. Las Etymologiw de Isidoro, citadas con menos frecuencia,
son sin embargo muy superiores al Salyrir.on de Marciano Capella.
(1) Hist. gen. de Esp., p. 1.a, 1. IV, c. IX.
(2) Hist. de Esp., p. 1.a, c. XVIII.
(3) Véase la Recopilación de Lorenzana: Sanctorum Patrum ecclesiee Toletana) quae extant
Opera, etc. Matrili, 1782.
(4) Risco, España Sagrada, t. XXX.
(5, De Vita et Miraculis Emeritensium Patrum, Flores, España Sagr., t. XIII.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 225
tivó la poesía y la música ; Julián , obispo de dicha iglesia , autor de muchas
obras teológicas , de un Horóscopo para el siglo venidero , de epitafios y de epi-
gramas , lo mismo que de la célebre historia de la expedición de Warnba contra
Paulo (1); Idalio, obispo de Barcelona, Félix de Toledo y Tajón de Zarago-
za, autores , el primero de varias epístolas , el segundo de un elogio de Julián,
y el tercero de compilaciones y comentarios sobre las obras de san Gregorio Mag-
no (2). En el siglo siguiente , que fué el de la conquista árabe, escribió Isidoro,
obispo de Beja , y compuso una crónica que empieza en el año 611 , y acaba en
el 754 (3). Este movimiento literario y científico prueba evidentemente que las
letras latinas reaparecieron en España después de la invasión , como hemos dicho
al principio de este capítulo , y arranca á Romey la siguiente confesión , que no ha
de pasar desapercibida en boca de un historiador extranjero y francés: «En nin-
guna época , dice , en presencia de los hechos que llevamos mencionados , han
estado desterradas ó extinguidas las letras y las luces enlre nuestros vecinos de
la otra parte de los Pirineos (4). »
El hecho de Chindasvinto que daba á Eugenio un poema para que lo corri-
giese; el libro de Isidoro dedicado á Sisebulo, hombre sabio y muy entregado al
estudio, orador de mucha elocuencia y de mucha doctrina; instruido en las bellas
letras y en la mayor parte de las ciencias , según el testimonio de ambos Isido-
ros ; los diferentes escritos dirigidos por Leandro á Recaredo , el favor concedi-
do por este y sus sucesores á Leandro y á Isidoro ; el celo de muchos , de casi
lodos los monarcas godos para la compilación de un código nacional y para la
conservación de los monumentos históricos ; el respeto con que miraban las de-
cisiones de los concilios , son otras tantas evidentes pruebas de que las ciencias
y las letras distaban mucho de hallarse durante aquellos tiempos de supuesta
barbarie en el lastimoso estado que generalmente se cree (5).
Durante este período, las bibliotecas no parecen haber sido muy numerosas
en España, pues entonces eran igualmente raras en todas partes. Los grandes
trabajos de copislería, cuyo honor se ha atribuido con justicia á los monges,
empezaron en aquella época. Las grandes colecciones de manuscritos (pues una
biblioteca no consistía en otra cosa) no podían formarse sino con muchos gastos
y con prodigios de ciencia y de trabajo. Cítase sin embargo la biblioteca traída
de África por Donato , fundador del monasterio servitano , é Isidoro menciona
la biblioteca de Pamfilo , que contaba treinta mil volúmenes. Invadida la Penín-
sula por los Árabes , los monges solo pudieron llevarse á Galicia y á Asturias
una escasa parte de sus riquezas intelectuales , pues no cabe duda de que en
aquella época habia reunidos ya en los conventos muchos manuscritos. Tiempo
después de la catástrofe y aun en nuestros dias se han encontrado con frecuencia
manuscritos de aquella época; los archivos de las catedrales, la biblioteca del
Escorial y las de los conventos , llenas estaban de monumentos inéditos del si-
(1) Juliani episcopi Toletani Opera omiiia, Lorenz. Patr. Tolet., t. II, Matriti, 4785.
(3) Risco, España Sagrada, t. XXX.
(3) Isid. episc. Pacensis, Chronicon, Flores, España Sagr., t. VIII. Matriti, 4769.
(4) Hist. de Esp., p. 1 .», c. XVIII.
(5) Para mas noticias, véase á Masdeu, Hist. crít. de Esp., t. XI.
TOMO II. 29
226 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
glo vir , y para que se hayan librado de tantas vicisitudes , de tantas guerras é
invasiones , de laníos saqueos é incendios , fuerza es decir que su número se habia
multiplicado de un modo considerable.
Las ciencias propiamente dichas, ó á lo menos las ciencias naturales, des-
preciadas por los Romanos , poco cultivadas y casi desconocidas por los Españo-
les durante el período romano, no empezaron á florecer en España hasta la épo-
ca de los Árabes , según veremos en su lugar oportuno , y muy singulares oran
las ideas que en aquel tiempo se tenían acerca de la medicina y de su practica y
ejercicio. Los médicos no podían sangrar ni medicinar á muger iibrp, é ingenua,
como no fuese á presencia del padre, madre , hermano , hn> ? abuelo ó algún
otro pariente (1). Si la sangría enflaquecía al enfermo , el, médico era condenado
á cien sueldos de multa (£) , y si el enfermo movía á consecuencia de la medica-
ción, era entregado el médico á los parientes del difunto , considerándole como
homicida (3). La recompensa no era proporcionada al grave peligro que llevaba
en sí el ejercicio de esta profesión , pues por sus cuidados solo recibía el médi-
co cinco sueldos de oro , y aun esto después de la completa curación del enfer-
mo (4).
Antes de explicar lo principal que puede decirse acerca de las bellas artes en
el período godo , no podemos hacer cosa mejor que transcribir las palabras con
que encabeza D. José Amador de los Rios , uno de los capítulos de su obra sobre
el arte latino-bizantino en España. « Achaque ha sido harto común en cuantos han
tratado fuera de la Península de las artes españolas , dice el ilustrado autor antes
citado , el desconocer su existencia durante la dominación visigoda. Háse afir-
mado generalmente que hundida España en profunda oscuridad bajo el peso de la
barbarie, ni pudo conservar la gloria del arte clásico que tan grandes monumen-
tos habia producido en la patria de los Sénecas y Golumelas , ni le fué tampoco
hacedero el dar señales de vida en la senda abierta por el arte cristiano, desde el
momento en que brillando la cruz en el lábaro de Constantino , aspira aquel
arte á dominar en Occidente. A la verdad no se conforma este juicio con la his-
toria de la civilización , desconociéndose al emitirlo que no se extingue en un solo
dia la luz del antiguo mundo , ni es fácil renuncia para la humanidad la radical
y absoluta de conquistas laboriosamente realizadas en el transcurso de muchos si-
glos. Pero es lo notable que no solamente se ha caido en el doloroso error de su-
poner desposeída de bellas artes á la nación española durante un largo período,
el cual no carece por cierto de verdadera gloria , sino que se ha olvidado al pro-
pio tiempo , además de la enseñanza que los monumentos ministraban , la exis-
tencia de un documento inestimable que, habiendo servido de constante faro en la
edad media, llevaba en sí la mas terminante condenación de semejantes asertos,
siendo al par irrecusable testimonio del grado de cultura á que llegó el arte ar-
quitectónico , y con él las demás artes que se le asocian , bajo el imperio de los
(1) Nullus medicus sine prsesentiá patrjs, matris, fratris, filii, aut avunculi, vel cujuscumque
propinqui, raulierem ingermam flebotomare praesumat. Lib. Iud., lib. XI, 1. 1, 1. 4.
(2) Id., lib. XI, t. I, I. 6i
(3) La misma ley.
(4) Id. 1. 7.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 227
reyes visigodos (1). » Y en efecto, las celebradas Etimologías de Isidoro nos dan
sobre este punto cuantas noticias pueden desearse.
Empezando por la arquitectura, arle capital, llamada en todas edades á
imprimir el sello de sus formas á las producciones de las demás artes del diseño,
según expresión del escritor antes ciíado , tócanos examinar someramente , pues
otra cosa no permite la índole de nuestro trabajo , qué monumentos notables de-
jaron los Godos de su dominación en la Península , y que rasgos principales ca-
racterizan su arquitectura. « Despojada la arquitectura romana de su antigua se-
veridad , dice un autor , sujeta , como todas las artes del imperio , á la influen-
cia ejercida sobre ellas por la conquista del Asia y las peregrinas importaciones
de los países orientales, si aun pretendia afectar las principales formas tomadas
de la Grecia , y su sencillez y su pureza , llevaba ya en su seno algo de indeciso
y licencioso , que acelerando su decrepitud , la disponía á los cambios que ha-
bían de variar su esencia y darle un nuevo aspecto. Con sus rectos perfiles y
sus arcadas semicirculares, con sus pomposos cornisamentos, con sus imponentes
masas y sus órdenes medio romanas , medio griegas , franqueó bien pronto los
límites de la unidad; admitió en vez de un solo cuerpo simple y sencillo , el con-
junto de tres ó mas , complicados y sobrepuestos ; hízose mas pesada y menos
sólida ; mas libre , y menos suelta y gentil ; mas sobrecargada de ornatos, y
menos bellaj mas preocupada , y sin embargo menos escrupulosa ; mas amiga
de la ostentación , pero en realidad menos grande y espléndida (2).» Este era,
pues , el estado del arte arquitectónico en España y en Italia al ser invadidas por
las hordas asiático-germanas; al alejarse estas de sus selvas en busca de una
nueva patria , ni dejaron en ellas ni llevaron consigo una arquitectura propia.
Bastábales entonces la cabana de ramaje, la tienda de pieles ó el carro de sus cam-
pamentos que los transportaba de país en país, y de conquista en conquista. Sin
embargo, si su rudeza primitiva no les permitió cultivar el arte mas indispensa-
ble al bienestar del hombre , acostumbráronse desde muy temprano á respetar
los monumentos del mundo romano , y acabaron al fin por imitarlos en sus
construcciones. La arquitectura predominante en el imperio de Occidente fué
la suya. En los primeros tiempos del establecimiento de los Godos en España, se-
guramente que no habia de descubrirse en sus construcciones la grandeza y no-
ble majestad , la fácil y esmerada ejecución, el gusto correcto y puro de los me-
jores dias del imperio ; sino que serian menos ostentosas, mas tímidas y reduci-
das. La miseria de la sociedad , el temor de los ánimos , el cambio continuo de
dominación que los agitaba, no podían consentir en aquella época ni los grandes
esfuerzos del genio , ni los recurs os poderosos que reclaman sus grandes concep-
ciones. Mas sentada la monarquía , habiendo la raza hispano-latina hecho pasar
su credo á la religión de los vencedores , pudo la arquitectura erigir otras vez
iglesias y monumentos, imitando las fábricas suntuosas que habían sido sucesiva-
mente elevadas desde Augusto hasta Trajano y los muchos templos erigidos antes
(1) El Arte latino-bizantino en España y las coronas -visigodas de Guarrazar: Ensayo histórico
critico, por D. José Amador de los Rios. Madrid, 1861.
(2) Ensayo hist. sobre los diversos géneros de arquitectura empleados en España desde la
dominación romana hasta nuestros dias, por D, José Caveda. Madrid, 4848.
228 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
por los cristianos á semejanza de las basílicas , tales como el espíritu religioso
nabia determinado sus formas y carácter de un modo invariable.
Acudamos ahora á san Isidoro, y él nos dará sobre todos los edificios que
levantaban los Godos en su tiempo cuantas noticias podamos apetecer. Habla pri-
mero el santo de los edificios sagrados ( wdificia sacra) , y establece con entera
claridad la diferencia que mediaba entre las basílicas ( basílica}), monasterios
(monasterial ) , oratorios (oratoria) y cenobios (cenobio); dícenos que clase de
edificios eran los martirios ( mar tijria) y lavatorios (delubra),y explicando el
uso de las aras y altares, nos transmite preciosos datos al referirse á los pulpitos,
tribunales y analógios. No se muestra menos minucioso el sabio doctor en el
examen de los edificios públicos ( cedificia publica), entre los cuales, clasificando
las ciudades, colonias, municipios, castillos, vicos (vici), castrosy aldeas (pagi),
da cuenta de las construcciones suburbanas, muros, torres y demás propugnáculos
y promurales que ásu defensa se referían. Explica el uso de los circos , teatros
y anfiteatros^, el de las termas , baños , lavaderos (apodyteria) , casas de co-
mida (popince) y tabernas (taberna}), no olvidando tampoco la estructura délas
calles , á las que rodeaban con frecuencia espaciosas soportales (imbuli).
Fíjase luego san Isidoro en las habitaciones de todos géneros (habitáculo,) ,
y definida la de los reyes (aula regia), la cual excedía á las demás por la riqueza
de los cuatro pórticos que la circuían , menciona los atrios de los magnates,
que solo podian tener tres pórticos; pasa en seguida á los hospitales y hospicios
(hospüia et xenodiquia), y en otros capítulos determina las fábricas que servían
para custodia de objetos preciosos (repositorio), y las que se destinaban á talle-
res ( operaría). Entre las primeras habla de los sagrarios (sacraria), dónanos
(donaría), erarios (airaría) y bibliotecas (biblioteca}), y entre las segundas de las
fábricas de lana (gynecia), de los hornos ( furni ) y de los lagares ( torcularia ).
Emplea tres capítulos en el examen de las construcciones propias del campamen-
to (papiliones, tentoria) y de los sepulcros (sepulcro) , no olvidando los edificios
rústicos ni las casas y tugurios (casce, tugurio).
No contento san Isidoro con indicarnos la existencia de todos estos edi-
ficios , lánzase á considerar los elementos de la construcción y ornamentación, y
después de manifestar las diferencias que existen entre pórtico y vestíbulo, en-
tre claustros internos y claustros externos (fores et valuce); después de hablar
de los cimientos y paredes (fundamenta et parietes), de las pilas y pilares, de los
ábsides y testeros (ábsida et testudines), de los pavimentos y mosaicos (pavimen-
to et tessellce), define los arcos, basas, colunas y capiteles , que formaban la par-
te mas noble de la decoración , no olvidando las tejas (tegulce, imbrices), canales
y fístulas (canales, fistulae) que cubrían y defendían los edificios , recogiendo las
aguas llovedizas.
Si pues en estos preciosos datos hemos de reconocer , como dice Los Rios
en su obra ya citada , la existencia y el ejercicio de un arte que atiende
de igual modo á los mas altos ministerios de la religión y á las mas sencillas ne-
cesidades de la vida , ¿cómo será posible negar á la época visigoda la posesión
de este mismo arte? Sin embargo, aun cuando no poseyésemos tan precioso docu-
mento como el que acabamos de mencionar, la historia multiplica los monumen-
tos que á esto aluden , enseñándonos que en las mas apartadas provincias de la
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 229
monarquía visigoda se erigían aulas , atrios , basílicas , monasterios y hospicios,
y que Toledo, corte de aquellos monarcas , vio levantarse dentro y fuera de sus
muros toda clase de construcciones.
Casi todos los monarcas visigodos prodigaron en efecto á dicha ciudad repe-
tidas muestras de su predilección , y á tal punto llega el noble anhelo de engran-
decerla, que no solamente la rodea Wamba de nuevas murallas defendidas por
torres y promurales de gran fortaleza, sino que la exorna también de elegantes y
admirables fábricas , perpetuando su obra con los siguientes versos que mandó
esculpir sobre las puertas de la ciudad :
erexit, factore deo, rex 1nclytus urbem
Wamba, suae celebrem protendens gentis honorem.
Una de las basílicas mas célebres y la primera de Toledo , fué la dedicada á
la Virgen María dos meses después de convertido Recaredo á la religión católica,
mucho antes de la celebración del gran concilio nacional en que imitaron su
ejemplo los obispos arríanos, basílica que se distinguió después con el título de
la Sede Real, y en cuyo seno se celebraron algunas de las respetables asambleas
que daban á un tiempo leyes á la Iglesia y á la república. San Eulogio en su
Apologético supone de admirable obra la famosa iglesia de Santa Leocadia, erigi-
da en la misma ciudad de Toledo por el favor y protección de Sisebuto , y á la
verdad que los cinco capiteles, despojo de este templo, existentes hoy en el patio
segundo del hospital de Santa Cruz en Toledo , si bien de ejecución poco esme-
rada, no manifiestan , dice la obra sobre los géneros de arquitectura empleados
en España , que antes hemos citado, haber pertenecido á una fábrica vulgar, ni
ser producto de un arte degenerado y menesteroso. No era menos famosa la igle-
sia pretoriense de San Pedro y San Pablo , donde, no solo se congregaron algu-
nos concilios , cual en el Pretorio de la basílica de Santa Leocadia, sino que
fueron también ungidos los reyes por mano de los obispos , como nos refiere san
Julián del ya citado Wamba, mostrando así la magnificencia de estas construc-
ciones.
También fueron erigidas en Toledo durante el período godo y corriendo los
siglos vi y vn las seis iglesias que tan extraordinaria fama han alcanzado, así en
los tiempos medios como en la edad moderna, bajo el título de Mozárabes (1); y
si, abandonando la ciudad regia, dirigimos nuestras miradas á los demás pun-
tos de la Península , veremos las grandes y magníficas fábricas del monasterio
Agaliense, fundado en 534 por Atanagildo, bajo lainvocacion de san Julián, ypues-
to al norte de Toledo, á orillas del Tajo; del titulado de San Cosme y San Damián,
situado, según algunos, en el pago délos Darrayeles, y puesto, según otros, en las
cercanías de Buenavista; del de San Pedro y San Félix , fundado por Viterico,
al otro lado del rio , cerca de la corte visigoda , tal vez en el mismo lugar que
hoy ocupa la renombrada ermita de la Virgen del Valle; del de San Pedro el Ver-
de, cuya fundación se atribuye al obispo Aurasio que gobernaba la sede de Tole-
do durante los reinados de Viterico y Gundemaro; del de San Silvano , situado en
(1) Las iglesias mozárabes se construyeron: Santa Justa en 554; santa Eulalia en 559; san Se-
bastian en 601; san Marcos en 634; san Lucas en 641, y san Torcuato en 701.
230 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
el puente de Santa Cruz; de la basílica de San Juan, contigua á la catedral de Ma-
rida ; déla iglesia de San Martin, erigida en la ciudad de Orense á mediados del
siglo vi; del palacio episcopal de Mérida, edificado por el obispo Fidel en la se-
gunda mitad del mismo siglo, y por fin de las catedrales de Sevilla, de Zarago-
za, de Mérida y otras varias ciudades.
Estos testimonios bastan para tener por cierto que durante la monarquía
goda no careció nuestra patria de muchas y muy notables construcciones reli-
giosas, no siendo menos importante consignar que gozaron de gran renombre las
destinadas á otros objetos de la vida. Con admiración vieron los Árabes al pene*
trar en las ciudades españolas aquellos suntuosos alcázares que habían dado á
san Isidoro, con la magnificencia de sus pórticos, la brillante idea que nos trans-
mite de las aulas regias. «Cundía la fama de su grandeza á los historiadores
mahometanos , quienes al consignar en sus obras el sorprendente efecto produ-
cido así en Tarik ben Zeyad y Muza ben Noseir, como en los califas orientales,
por las maravillas de aquellos palacios , ponderan á tal punto las riquezas de
los Reyes rumies que apenas acertamos ahora imaginarlas. Soberbia, grandiosa y
rica por extremo era la fábrica de aquellos palacios; suntuosos sus salones y es-
tancias ; vistosos y deslumbradores sus pavimentos ; imponderables los tesoros
que en ellos habían hacinado los reyes visigodos (1).»
Por desgracia no poseemos en su primitiva forma ninguna de las basílicas,
monasterios ni palacios levantados durante la dominación goda. Destruidos por
la saña de los hombres y las vicisitudes de los tiempos , ó adulterados hasta
el punto de no dar razón de su antigua traza y ornamento , por la misma piedad
que intentaba conservarlos ó embellecerlos, seria vana toda diligencia para hallar
un monumento íntegro de aquella edad, cuando ni aun los muros con que rodeó
Wamba su ciudad favorita han 'logrado permanecer enteros. Despedazados fri-
sos, dice D. José Amador de los Rios (2), cuyo primitivo empleo es hoy por ex-
tremo difícil averiguar; solitarios capiteles que han servido de trofeo á otros
edificios posteriores, formando extraño maridage con los que ahora los rodean;
truncados fustes que guardan por ventura alguna inscripción ó conservan las
huellas de características estrías ; fragmentos de jambas, metopas, dinteles ó im-
postas, y algunas lápidas de consagración , hé aquí las reliquias que han so-
brevivido en Toledo al golpe destructor de los siglos , bastando sin embargo á
pregonar la existencia de aquel arte , cuya viviente confirmación solo puede en-
contrarse en las primitivas basílicas de la monarquía asturiana. Mas ya que no
exisla hoy edificio alguno de los construidos por los Godos en nuestro suelo ¿se-
rá por eslo imposible formar idea de la arquitectura en ellos empleada? ¿Se ha
perdido para la posteridad la idea de su carácter distintivo? ¿De dónde se deri-
va? ¿Qué rasgos la distinguen, qué alteraciones ha sufrido? ¿Lleva el sello de la
originalidad, ó es solo una imitación? A muchas de estas preguntas llevamos
dada la contestación en lo que antes hemos dicho acerca del estado de la ar-
quitectura romana en la época de la invasión. Así la encontraron los Godos al
(1) El Arte latino-bizantino en España y las coronas visigodas de Guarrazar: Ensayo histórico
crítico por D. José Amador de los Rios.
(2) Id.
CAP. XIII.—ESPAÑA GODA. 231
posesionarse de Italia , y así fué por ellos cultivada con mas ó menos diligen-
cia, pero nunca con tanto abandono y libertad que alterando sus tipos primitivos
alcanzasen borrar del todo su carácter romano. Puede por el contrario asegurar-
se que, en cuanto su cultura lo permitía, se propusieron conservarle, ciñéndose á
imitar las fábricas romanas y procurando en sus restauraciones asemejar las
partes renovadas á las antiguas,
Teodorico, príncipe de los Ostrogodos y dueño del imperio de Occidente, que
arrebatara á Odoacro con la vida , siéntese dominado por la noble ambición de
liacer célebre su nombre , mas que por sus victorias , por su genio civilizador;
esforzándose en restablecer la pompa y el esplendor de la sociedad romana, re-
paraba en cuanto le era posible los estragos de las recientes invasiones, y preve-
nía á sus arquitectos Daniel y Símaco que en la renovación de los edificios ro-
manos deteriorados por las guerras, procurasen asimilar de tal manera las
nuevas construcciones á las antiguas, que pareciendo todas de un mismo tiempo,
quedasen las fábricas con un carácter uniforme , y como existían en su primiti-
vo estado.
En España encontraron los Godos los mismos edificios que les eran en Italia
conocidos; igual era el estilo que los distinguía y la cultura y el genio que los
produjera. No variaba, pues, ni la imitación, ni el modelo, ni el espíritu que los
inducía á reproducirlos. Romanos por hábito y por inclinación, si no era dable
que olvidasen sus artes, si no conocían otras, es preciso advertir que al cultivar-
las no debían oponer resistencia á las impresiones de una nueva escuela llena
de brillantez y de vida por mas que desconociesen sus principios. « Por esto se
advierte que en la aplicación de los rasgos aislados del estilo neo-griego , dice
Caveda , los Godos ni se proponían un sistema, ni eran arrastrados por el deseo
de innovar. Cedían á vagas reminiscencias, á impresiones fugitivas no analizadas
por el arte mismo, apegados siempre á las prácticas romanas (1).» Pero esto que
podia llamarse imitación respecto de la grey visigoda , no era ni podia ser mas
que la prosecución en el ejercicio del arte cultivado por sus mayores en orden á
la grey hispano-latina. Aunque dominada por la fuerza, no renuncia esta á sus
tradiciones artísticas , así como no abjura de su religión ; no pide á los conquis-
tadores un arte que no podían suministrarle, sino que aplica sus antiguos prin-
cipios á las construcciones que levanta , sin esquivar renovarlos , á causa de su
contacto con los Romanos de Oriente , con las conquistas de aquel arte que tan-
tas maravillas creaba á la sazón en la corte de Constan tinopla.
Hé aquí pues, dice el citado D. José Amador de los Ríos, la doble fuente de
esta arquitectura, de este arte, que, con exactitud histórica y filosófica, designa
con el nombre de latino-bizantino. Llegado el solemne instante en que la historia
del imperio visigodo se determina en el tercer concilio de Toledo, el pueblo que
triunfa religiosa y moralmente, salvando al propio tiempo su lengua, su ciencia,
su literatura, no puede darse por vencido respecto de las artes por él cultivadas
durante los días de prueba y de zozobra , al paso que el pueblo visigodo, avasa-
llado por el prestigio de la antigua civilización, dominado después por la irresis-
(1) Ensayo hist. sobre los diversos géneros de arquitectura empleados en España desde la do-
minación romana hasta nuestros días.
232 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tibie fuerza de Ja doctrina católica , no opone resistencia alguna al desarrollo de
aquel arte quejenia también recibido por suyo, siendo este el concepto único en
que puede llevar su nombre.
Por lo dicho se conocerá cuan infundada es la dominación de arquitectura
gótica aplicada á las construcciones de cierto estilo arquitectónico, que no llegó á
conocerse hasta el siglo xm. El sistema ojival que constituye el gusto gótico, na-
ció mucho después que los Godos hubieran dejado de figurar en el mundo. Para
formarse una idea mas completa del arte de construir entre los Godos, ya que no
puede analizarse ni uno solo de sus edificios , puesto que ninguno se conserva,
bastará examinar los que fueron erigidos en los tiempos inmediatos á la ruina
de su imperio, cuando su reciente memoria debia mantener sin alteración sensi-
ble las prácticas y los principios que habían adoptado y seguido constantemente
en su manera de edificar. La arquitectura gótica no pereció con el trono de Ro-
drigo; sin alteraciones notables en su carácter esencial fué transmitida íntegra á
sus sucesores , y ellos la recibieron como una herencia preciosa de sus padres,
que la necesidad y el respeto les obligaban á conservar. Yerémosla en la monar-
quía asturiana, tal cual en Toledo se mostraba protegida por Recaredo, Sisebuto
y Wamba. Goda todavía, apegada al estilo latino, inalterable en sus rasgos, fiel
á las tradiciones, dice Caveda (1), la reconoceremos fácilmente en las humildes
fábricas de nuestros reyes ; y si bien subordinada la construcción á la escasez
y penuria de los tiempos, no la permitían brillar como en sus mejores dias, los
recordará con todo sin desmentir su procedencia , siendo en el fondo la misma
que predominó en España , en Italia y en las Galias , por espacio de tres siglos.
Así lo veremos en el lugar oportuno de la Parle IIL
De todo esto se deduce que, lejos de interrumpirse la tradición del arte an-
tiguo , lo aceptaron los sucesores de Ataúlfo , tal como se cultivaba al penetrar
ellos en nuestra península , recibiendo después las modificaciones que sucesiva-
mente fué aquel experimentando; y que no solo prosiguió la raza hispano-latina
en posesión del arte heredado de sus mayores, sometido ya á las necesidades del
rito y de la liturgia católicos, sino que refrescadas aquellas nociones, ó modifica-
das en parte con el ejemplo de las provincias imperiales y el frecuente comercio
con Bizancio, impuso sus prácticas artísticas á la raza visigoda, llegada la época
del tercer concilio Toledano, como le impuso también su religión y su literatura.
Todas las arles del diseño participaron del carácter general que imprimió á
la arquitectura la doble influencia latino-bizantina, reflejando el fausto y la
pompa de las costumbres, refinadas sobremanera, con el vivo ejemplo de la
corte de los Justinianos y Heraclios. Y en efecto,, imposible es que perma-
neciera muy atrasada en la senda de las bellas artes la nación que habia lle-
gado á tal grado de fausto y de riqueza. Ponderan en efecto nuestros primeros
cronistas la riqueza que ostentaron reyes y magnates , de que dan testimonio
irrecusable dos monumentos coetáneos de inestimable precio, como son el tantas
veces mencionado libro de las etimologías, maestro de cuanto se refiere á aquella
edad, y el Código de los Visigodos, que nos revela aquel estado de extremada cul-
tura en que el desapoderado anhelo del lujo y de la opulencia corrompe la pu-
to L.c.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 233
blica fe, adulterando el valor de los metales (1). Sin embargo, mas que en estos
testimonios , en los historiadores árabes hemos de buscar la sorpresa que en ellos
produjeron aquellas regias aulas de Toledo y los portentosos tesoros que las
mismas encerraban. A ciento setenta asciende el número de coronas y diademas
tejidas de oro y piedras preciosas, que halló Tarik en el palacio de Rodrigo, se-
gún el testimonio de los referidos historiadores : llenaban las preseas y vasos de
oro y piala un aposento en abundancia tal, que no alcanzaba la descripción á pon-
derar tanta riqueza (2): un Psalterio de David, escrito sobre hojas de oro en ca-
racteres yunanies (griegos) con agua de rubí disuelto, brillaba en medio de aquellas
riquezas (3), cuyo extremado valor acrecentaban maravillosos espejos , piedras
filosofales y libros prodigiosos, faltando palabras para pintarla suntuosidad des-
lumbradora de la Mesa de Salomón, cuajada de perlas y esmeraldas, incrustada
de gruesos rubíes, záfiros y topacios, y ornada de tres coronas ó collares de oro
guarnecidos de aljófar.
Y no eran estos los únicos tesoros que excitaron la ambición y la codicia de
los conquistadores de Toledo, dice D. José Amador de los Rios en su obra tantas
veces citada. Tras la depredación de Tarik cayó sobre la corte visigoda la cruel
avaricia de Muza, quien no contento con los despojos que aquel le ofrecia, afligió
á los cristianos con bárbaros castigos para arrebatarles sus bienes, y fatigó el
seno déla tierra en busca de tesoros. «Cuando Muza señoreó en Toledo, dice un
escritor árabe, llegósele un hombre y le dijo: —Envía alguien conmigo y te descu-
briré un tesoro.— Oyólo Muza, y enviando hombres de su confianza, llegaron á
cierto lugar donde el denunciador dijo: — Cavad aquí. Y como cavaron, descubrió-
se inmenso tesoro de alhajas, sembradas de rubíes, topacios, esmeraldas y otra
pedrería cuyo brillo oscureció su vista, y lo enviaron todo á Muza (4).»
Las basílicas de Toledo y de toda España no ofrecieron menor incentivo á
la rapacidad de los mahometanos, depositarías como eran de las magníficas
ofrendas de la liberalidad de los reyes, obispos y magnates. Un historiador árabe,
Ebn Hayan el Gortobi, atribuye la citada mesa de Salomón á los cuantiosos
legados que los reyes y poderosos hacían á las iglesias, cuyos ministros, dice,
allegando estos bienes, labraban ricos y vistosos utensilios para el culto sagrado,
tales como tronos, mesas, atriles y otros objetos semejantes. Tal era pues, en sen-
tir del historiador citado, el origen de aquella maravillosa mesa, que no de los pa-
lacios reales, sino del altar mayor de la basílica de Santa María de la Sede Real
arrebató con otras mil preseas y vasos sagrados el conquistador de Toledo.
Dados estos antecedentes históricos, dice enlaobra especial que alas Coronas
de Guarrazar ha dedicado D. José Amador de los Rios, no cabe duda en que el
Tesoro de Guarrazar, colección sin igual de las mas preciosas joyas, superior por
(1) Lib. Iud., lib. VU. t. VI.
(2) ...Y encontró puertas, que al ser derribadas por los lanceros con sus lanzas, mostraron á
Tarik vasos de oro y de plata cuantos no puede abarcar descripción, y halló en ella la mesa que
había sido del profeta de Dios, Salomón, hijo de David (sobre entrambos la salud): y era, según se
refiere, de esmeraldas verdes; y esta mesa no se había visto cosa mas hermosa que ella, y sus va-
sos eran de oro, y sus platos de una piedra preciosa verde y otra salpicada de blanco y negro. Ebn.
Alwardi, Perla de las Maravillas; Idrisi, Geografía.
(3) Bayan Almoghreb, P. 1 , pág. 3<! .
llj Id.
TOMO II. 30
234 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
el esplendor de la materia y el mérito de la ejecución á cuantas colecciones aná-
logas existen en Europa, si no procede directamente de la ciudad que embelleció
Wamba, es al menos otra prueba de aquella magnificencia que reyes, magnates
y prelados visigodos habian ostentado en las basílicas de Toledo, asociándose in-
mediatamente al desarrollo artístico que supone un estado social tal como hemos
descrito. Depósito fecho en tiempo de coita , según expresión del rey sabio, dice
el citado escritor, ha venido á demostrar mas y mas cuan grande fué el conflicto
de la monarquía visigoda al caer sobre España las falanges del Islam, y á derra-
mar bastante luz sobre las narraciones de los historiadores árabes y cristianos
que parecían antes fabulosas. La importancia del tesoro de Guarrazar es bajo este
punto de vista incontestable, y por lo mismo parécenos conveniente decir aquí al-
gunas palabras acerca de un suceso que por algún tiempo logró interesar á la na-
ción entera y que hoy dia es objeto entre los sabios de animadas controversias, no
habiendo faltado en esta misma capital y poco antes de escribir nosotros estas líneas,
quien ha puesto en dúdala legítima procedencia del tesoro descubierto, atribuyén-
dola á los cálculos de la ingeniosa y poco escrupulosa especulación. De todos mo-
dos, esta opinión que solo hemos visto consignada en una memoria leída en
una de las academias científicas de Barcelona (1), no puede considerarse aun como
una verdad, muy lejos de esto, en cuanto han reconocido y reconocen todavía la
autenticidad del tesoro los sabios españoles y franceses.
Con unánime sorpresa de la nación entera cundió en los primeros me-
ses de 1859 la triste noticia de que un rico depósito de las artes españolas, con-
sagrado con el nombre de uno de los mas celebrados reyes visigodos, había
dejado de pertenecemos con mengua de nuestra ilustración y con desdoro de
nuestro buen nombre, pasando á los museos de Francia, nuestra vecina. Habíase
descubierto en la fuente de Guarrazar, oculto en el cementerio de un oratorio ó
basílica, levantado á dos leguas al oeste de Toledo, y encerrado en dos cajas de
argamasa, construcción que no tenia semejante en cuantos sepulcros allí exis-
tían. Hemos dicho ya la causa que dan á este depósito algunos escritores y entre
ellos D. José de los Rios, depósito que no solo constaba de las joyas deposiiadas
en el museo de las Termas, en Francia, y de las adquiridas después por S. M. la
Reina, sino que iban acompañadas de otras varias que han perecido en el crisol
de ignoranies ó codiciosos plateros. Las coronas de Guarrazar, así las existentes
en Gluny como en nuestro museo nacional, representan y personifican durante la
monarquía visigoda la piadosa costumbre introducida en Occidente por Constan-
tino, no extinguida en nuestra patria y resucitada por Recaredo desdeel momen-
to en que abrazó la fe de los Fulgencios y Leandros. Consistía esta en ofrecer los
monarcas y magnates sus coronas ante los altares cristianos, y de ello son eviden-
te prueba los mismos historiadores árabes, quienes nos aseguran que en la basíli-
ca primada de las Españas habian consagrado los sucesores de Recaredo crecido
número de coronas, no escatimando esta honra á otras basílicas metropolitanas,
como sucede en la de Mérida, sin que esto signifique que algunas no fuesen an-
tes ornamento personal y aun signos de la potestad suprema.
Nueve son por desgracia las clonas que han salvado los Pirineos, y que
(1 ) Memoria leída por D. Josó Puiggarí en la Academia de Bueuas Letras de Barcolona. h 86í .
CAP. XIII.— ESPAÑA GODA. 235
formadas de aros ó cercos de oro, revelan, según D. José de los Ríos, por sus no
dudosos caracteres tanto la época en que fueron labradas como el arte y el pueblo
que las produjeron. El conjunio y general aspecto de una de ellas es verdadera-
mente deslumbrador y original por extremo. Enriquecida pródigamente de gran-
des piedras preciosas, tales como las produjo la naturaleza, está suspendida por
cuatro cadenas de oro, y de ella se desprenden veinte y cuatro péndulos de záfi-
ros piriformes que sostienen las veinte y tres letras que componen la inscripción
votiva, en el orden siguiente:
f RECCESVINTHVS REX OFFERET.
Menos fastuosa, si bien no menos digna de estudio, es la corona que sigue
en tamaño á esta de Recesvinto, adjudicada por arqueólogos extrangeros á la es-
posa de aquel rey. De ella pende una cruz ricamente sembrada de piedras pre-
ciosas en el anverso, mostrando en el reverso esta inscripción:
in di
NOM
INE
OFFERET SONNICA.
SCE
MA
RÍE
INS
ORRA
CES.
La última palabra sorbaces es todavía un misterio para los anticuarios.
De todas estas coronas, que son realmente votivas, parece poder asegurarse
que fueron ofrendadas algún tiempo después del tercer concilio de Toledo, no
solo porque desde aquel momento, tan solemne en la historia de la civilización
española, se refleja con mas fuerza en las bellas artes la influencia bizantina, si-
no porque únicamente desde entonces pudo generalizarse la piadosa costumbre
que simbolizan. Sin embargo, excepto de las dos que ligeramente hemos descrito,
de Recesvinto y de Sonnica, es imposible de todo punto designar los personajes
que ante el altar las consagraron. lía de observarse por último que todas reve-
lan el mismo procedimiento artístico, como que todas pertenecen á un mismo ar-
te y á una misma cultura.
No eran estas las únicas preciosidades depositadas en el cementerio de la
basílica que existiera en las famosas huertas, y el propietario de las mismas, pe-
saroso de haber destruido otras muchas joyas, no sin dolerse de que le hubiesen
arrebatado algunas otras, presentó á S. M. la Reina magníficas preseas proceden-
tes del mismo tesoro, entre ellas la celebrada corona de Suintila. Estos descubri-
mientos tan importantes para conocer el verdadero estado de las artes en el pe-
ríodo en que nos ocupamos, en caso de ser auténticos y verdaderos, como hasta
ahora existen fundados motivos para creerlo así, dieron lugar á otros hallazgos
236 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de no menor importancia. Abandonando á los arqueólogos y anticuarios la solu-
ción de las cuestiones á que quizás se prestan las mencionadas joyas, es induda-
ble que en las escavaciones mandadas practicar por el gobierno en el lugar en
que se suponen encontradas, esto es en las huertas de Guarrazar, halláronse frag-
mentos de edificios, y reconocióse allí la existencia de un templo católico rica-
mente exornado de mármoles y piedras entalladas. Aun cuando el tesoro de Guar-
razar no hubiese producido otro beneficio que el descubrimiento de aquellos
restos arquitectónicos, habrían de sentir por él viva gratitud la historia y la ar-
queología (1).
La escultura y la pintura participaron durante este período del carácter gene-
ral que á las artes del diseño hemos asignado, y si bien no poseemos monumento
alguno de la segunda de dichas artes, los adornos de la arquitectura, y los bajos
relieves de los sepulcros y otros monumentos, nos demuestran ser una verdad lo
que llevamos dicho. Las figuras, aunque de un dibujo poco correcto, no carecen sin
embargo de expresión. En los sepulcros , como en Cabeza del Griego y en otras
parles, vese por lo regular una cruz ó un pez, símbolo onomástico de Jesucristo, el
alfa y la omega y oirás expresiones míslicas. Dícese queel sepulcro gótico mas an-
tiguo descubierto hasiala fecha, pertenece afines del siglo v, yenTalavera de la Rei-
na se ha encontrado alpinamente uno de mármol blanco, largo de ocho pies y ancho
de dos, notable por su suntuosidad y buenas formas. De los últimos tiempos del
imperio godo y de los primeros que siguieron á su destrucción, consérvanse al-
gunos monumentos notables, entre otros las dos esculturas que adornan la puer-
ta de san Juan de Yillanueva. En la una vese á un guerrero á caballo armado de
punta en blanco y dispuesto á partir, deíenido tiernamente por una muger; en
la otra el mismo guerrero atraviesa con su espada á un oso aferrado ásu escudo,
haciendo ambos alusión á la muerte de Favila, despedazado en la caza por un
oso. La Iglesia de Yillanueva fué edificada por Ermenesinda, hermana de aquel
rey, debiendo advertir que el mismo hecho se encuentra representado en varios
monumentos de la época.
Las notas musicales, aunque no sabemos que forma íenian, eran usadas ya
por los Godos , pues no hubieran podido dejar ala posteridad, como lo hicie-
ron, sus composiciones en música, á no expresar con notas sobre el papel los di-
ferentes tonos y voces. Los mas insignes compositores de música en este período
fueron san Leandro, Conancio, Juan de Zaragoza, san Braulio , san Julián y san
Eugenio Iíí, el primero del siglo vi y los demás del vu. San Leandro puso en mú-
sica varios salmos y los aleluyas de la misa ; Conancio, obispo de Falencia, com-
puso muchas melodías de singular dulzura; Juan, sucesor de Máximo en el obis-
pado de Zaragoza, aplicó el canto á sus propias poesías; san Braulio se hizo muy
famoso por sus composiciones musicales ; san Julián de Toledo puso en música
muchas parles del oficio divino , y finalmente san Eugenio corrigió la música
eclesiástica, que estaba ya entonces muy viciada por exceso quizás de blandura.
El canto en las iglesias se acompañaba regularmente con el órgano, y se procu-
raba que fuese muy armonioso , pero al mismo tiempo muy devoto y pausado,
(1) Víase el Apéndice.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 237
para no confundirlo, dice san Isidoro de Sevilla, con la música afeminada de los
teatros.
Las medallas de este período son por lo general de un trabajo grosero, é his-
tóricamente hablando, de muy difícil interpretación. Los caracteres de sus exer-
gos son muchas veces ilegibles, y vense en ellas con frecuencia restos de letras
rúnicas; el thor ó la D de los Visigodos, muy semejante á la de los Escandinavos
y á la 0 de los Griegos, ocupa en ellos frecuente lugar , y, como dijimos antes de
ahora, el busto de los reyes, á contar desde Recaredo, va adornado con las in-
signias reales introducidas por su padre Leovigildo.
Dijimos también las ciudades donde se acuñaba moneda y la época desde
la cual poseemos colecciones de medallas , lo que parecería probar que los reyes
anteriores solo las hicieron acuñar en muy corto número. Réstanos únicamente
describir algunas medallas de la época para que se vea la importancia que puede
atribuírseles bajo el aspecto artístico é histórico.
Existe una medalla de Liuva llevando por exergo liuvan justi ; en el rever-
so se quiso figurar probablemente una Victoria , que un numismático italiano
tomó por un insecto, tan mal está dibujada. En efecto, es difícil reconocer en
aquel grosero dibujo la Victoria de las monedas imperiales con las alas desple-
gadas , y teniendo en una mano la corona y una palma en la otra. La palabra
vittoria que trazó el grabador, no sirve de mucho para descubrir su intención,
difícil como es leerla por hallarse las letras casi borradas. Poseemos también
una medalla de Leovigildo, cuyo busto muy mal dibujado parece á primera vis-
ta una cabeza clavada en un palo. En otra medalla del mismo rey, la forma de
las letras es mucho mejor, y el busto está representado de frente , llevando una
corona terminada en cruz , como la de los emperadores de Constan tinopla. En la
leyenda, el nombre de leuvvigild va precedido de las letras d. n. (Dominus nos-
ter) y de la palabra rex. La -cabeza parece cubierta de una especie de peluca,
singularidad que empieza en Leovigildo y hácese mas y mas notable en las mo-
nedas de los reyes posteriores. De este monarca, poseemos muchísimas meda-
llas, algunas de las cuales llevan en el reverso una Victoria con el exergo rex
iNCLiTüá y otras los nombres de las ciudades en que fueron acuñadas , como to-
LETO REX , TOLETO JUSTUS , PIUS EMÉRITA VÍCTOR, BRACARA VÍCTOR, NARBONA PÍUS,
ce: araco: ta omo, que se interpreta cesabagosta cono.
De Recaredo tenemos monedas con la misma cabeza y peluca en el anverso
y reverso ; en una parte se lee : recarédus rex , y en la otra: toleto pius. En
otras se lee : toleto justus, reccopoli fecit , reacia Víctor, mentesa pius , pius
1SPAL1 , PIUS CÓRDOBA, LIRERI PIUS, EMÉRITA VÍCTOR, EMÉRITA PIUS, JUSTUS ÍEM1NIO,
taracona, barcinona, cesaracosta, dertosa, olovasio, etc.
Monedas de Wamba ; cabeza de perfil con la cruz en la mano, y la leyenda
I. D. N. M. (/» Dei nomine) wamba rex.
En una moneda de Ervigio, vese una cabeza de perfil con la barba partida
y un sencillo birrete. En otra del mismo rey, la cabeza está de frente, pero tan
mal dibujada como la otra.
Hay una moneda de Egica mas singular aun ; la cabeza lleva un birrete y
esstá colocada en una especie de base; en el primer término se ve una cruz y otros
signos inexplicables á no interpretarlos como símbolos de Victoria. La leyenda
238 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
parece decir in christi nomine egicanus rex. Medallas hay en que figuran reuni-
dos Egica y Witiza; la una de las dos cabezas lleva corona y la otra una especie
de peluca que cuelga hacia afras. De entre ellas sale una cruz, y en el reverso se
lee el nombre de witiza y el de ispalis. Otras mas bárbaras aun llevan los nom-
bres de Córdoba, de Tarragona y de Zaragoza, y en una moneda de Witiza solo,
acuñada en Toledo, la cabeza, cubierta con la acostumbrada peluca, parece unida
á las espaldas por una sola línea ó por medio de un palo.
En una medalla de Rodrigo, en la que Morales pretende ver una cabeza ar-
mada con un casco puntiagudo con dos cosas semejantes á cuernos, léese in dei
nomine rudericus rex : el reverso dice : egitania píus.
Gomo se vé, estas medallas tienen escaso interés por lo que al arte se refie-
re, pero al mismo tiempo que atestiguan la imperfección de los medios entonces
empleados en la acuñación y en el grabado, sirven también para confirmar los he-
chos y las épocas de la historia (1). Las inscripciones lapidarias no merecen ba-
jo este aspecto menor consideración.
La mas antigua inscripción de los tiempos del cristianismo que se ha encon-
trado en España, es, según Masdeu, un epitafio de Lebrija que llévala fecha del
año 523 de la era española (485) (2), pues no puede citarse la inscripción sepul-
cral de Ataúlfo, muerto en 416, por ser incontestablemente apócrifa. Antes déla
mitad del siglo v, poseemos muy pocas inscripciones cristianas, pudiéndose de-
cir que los desórdenes de la decadencia, las guerras y las invasiones de los bár-
baros privaron á los primeros cristianos de consagrar en piedra la memoria de
los suyos, ó causaron la destrucción de las lápidas existentes. Las inscripciones
en metal pertenecen todavía á tiempos menos remotos, y, como hemos visto, las
medallas mas recientes de los reyes godos son posteriores á la mitad del siglo vi;
la mas antigua, según Masdeu, es del año 567 (3).
El idioma empleado en las inscripciones fué el latin hasta á mediados del
siglo xiii, pues aun cuando poseamos muchas en lengua vulgar de fechas an-
teriores, son evidentemente apócrifas y redactadas mas modernamente. Las del
monasterio de San Salvador de Ofia, que llevan fechas del siglo íx, fueron obra
del abad del mismo monasterio, Juan Manso, que murió á fines del siglo xv. A la
misma época atribuye Masdeu otras muchas inscripciones de monasterios y con-
ventos, entre ellas las de San Juan de Gorias, de San Juan de la Peña, de San
Francisco de Ledesma, de San Clemente de Toledo, de San Cosme y San Damián
de Covarrubias, etc., monasterios en que se encuentran sepulcros antiguos con
inscripciones modernas. Estos fraudes piadosos eran inspirados, dice el indicado
autor, por el deseo de dar mayor antigüedad á aquellos establecimientos reli-
giosos.
Lo cierto es que no empezaron á grabarse inscripciones en lengua vulgar
hasta principios del siglo xni. Las mas antiguas de este género son de 1238 y
(1) Sóbrelas medallas godas, puédese consultar ft Velazquez Ensayo sóbrelos alfabetos de las
letras desconocidas que se encuentran en las medallas y monumentos de España, Madrid, 1752, al
mismo, Conjeturas sobre las medallas de lo.s reyes godos, Málaga, 1*759 ; á Flores, á Mahudel, etc.
(2) Masdeu, Colección preliminar de lápidas y medallas del tiempo de los Godos y Árabes,
t. IX, c. IV, art 4, n. i.
(3) Id., c. I, art. 2, n. 4 . Es la medalla de oro de Liuva en caracteres muy confusos que antes
hemos descrito. Véase también á Flores, Medallas, etc., t. III, p. 469.
CAP. XIII.— ESPAÑA GODA. 233
1239, la una de Valencia en dialecto valenciano (1), y la otra del monasterio de
Monserrate en Cataluña en idioma catalán (2). También hasta el siglo xni se em-
plearon en las fechas las cifras romanas, y en la época dicha empezaron á usar-
se los caracteres arábigos. Algunos sabios navarros citan una inscripción del mo-
nasterio de San Salvador de Leire con la fecha de 611 de la era española, la que
corresponde al año 573 de Jesucristo (3); pero es evidente que esta inscripción
no puede ser del siglo que se supone, en cuanto los Árabes no habian entrado en
España ni existian aun como mahometanos. Los sepulcros de los reyes de Na-
varra en el monasterio de San Juan de la Peña, los de los Condes de Castilla en
San Salvador de Oña, están fechados con cifras árabes desde el siglo vm hasta
el xi ; pero por el estilo y el tenor de las inscripciones es fácii reconocer su orí-
gen mas moderno. Por esto es, pues, que aun cuando no puede dudarse de que
España fué la primera nación de Europa que usó las cifras arábigas, seguramen-
te pocos siglos después de la conquista, son muchas las circunstancias que hacen
tener por apócrifas las inscripciones en que figuran aquellas antes de la primera
mitad del siglo xm. Desde esta época, como veremos á su tiempo, la celebridad
de las tablas astronómicas de Alfonso (tabulas Alfonsinas) popularizó los núme-
ros arábigos, no solo en España, sino en tocia Europa.
En la presente historia hemos marcado siempre los hechos con los años de
la era cristiana por creerlo así mas inteligible para el común de los lectores, aun
cuando los cronistas del período gótico se valen siempre de la era española,
siendo posterior al mismo período la costumbre de servirse de la era cristiana, y
no abandonándose en muchas provincias el uso de la era española hasta muyade-
(<l) Nuñez de Castro, Crónica de los Señores Reyes de Castilla, D. Sancho, etc., Apéndice apo-
logético, etc. sin paginación.
(2) EN LO PRESENT RETAVLE
ES CONTEGVOA BREVMliNT
LA HISTORIA O VIDA.
DE AQYELL DEVOT E SINGVLAR ERMITA
FRARA IVAN GVARIN
LO QVAL INSPIRAT
DE LA GRACIA DEL SANT SP1R1T
VENECB FER PENITENCIA
EN LA PRESENT MONTAÑA DE MONTSERRAT
E PRINCIPIA LO PREPENT MONASTIR
SOLS INVOCACIO
DE MAOONA SANTA MARÍA
EN LOQUAL GLORIO SAMENT
FINA SOS DIES
ANNI 123Ü.
La fecha indicada en la inscripción se refiere al altar, según observa Masdeu, y no al ermitaño
Guarin, muerto hacia mas de tres siglos. Veáse á Yepes, Coronica general de la Orden de san Beni-
to, t. IV, cent. 5, p. 227.
(3) A. 611. ER.
FVLCHERIVS ME FEC1T.
Yepes, para probar la grande antigüedad del monasterio de Leire deNavarra, cilaun privilegio ma-
nuscrito del año 1077, en el cual el rey D. Sancho Ramírez le llama el primer convento y el mas anti-
guo de lodo el reino ; pero este aserto no puede fundarse en la inscripción anterior, en cuanto carece
de toda autenticidad. .
240 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
lantado del siglo xiv. Esto no obstante desde mediados del siglo vi, y con mas
frecuencia desde principios el siglo íx, encuéntranse inscripciones fechadas se-
gún la era vulgar. Como veremos á su tiempo, Alfonso II el Casto manifestó
cierta predilección por el modo de contar los años usado en el resto de la cristian-
dad, mas todos los monumentos de su reinado llevan aun las fechas según la era
española. Los catalanes parecen haber sido los primeros en adoptar la era de Je-
sucristo, como lo prueban dos inscripciones cuya autenticidad no parece dudosa,
la una de Gerona del año 906 (1) y la otra de san Cucufate del año 1010 (2).
( 1 ) CESPITE SVB DVRO
CVBAT SERVUS DEI
ECCLESLí! gervndensis episcopvs
V1XIT 1Ñ EPISCOPATV
ANNOS XV.
OBIIT. XV. KAL. SEPTEMBRIS
ANNO DOMiNI D.CCCCVI.
(J2) . 1N HAC VRNA IACET OTHO
QVONDAM ABBAS 1NCLYTVS
QVI DVM V1XIT GORDO TOTO
FVIT DEO DEV1TVS.
HIC CVM AD PR.IPOS1TVRAM
VALLENSIS PERGERET
CONTING1T QVOD 1ACTVRAM
MORTIS TVNC EVADERET,
NAM TVM FVIT BARCHINONE
A PAGANIS OBS1TA
ATQVE DOMVS HVIVS BONA
CVM PERSONIS PERD1TA.
TAMDEM MAVRIS H1NC PV1SATIS
OTHO CITO REDI1T
ET HANC SANCTI CVCVFATIS
DOMVM V1RIS MVNIIT
MOX ELECTVS 1N ABBATEM
MONACHOS INSTÍTVIT.
QVCS SECVNDVM FACVLTATEM
DOMVS PAVIT INDVIT
SIC PROTECTVS DEI DEXTRA
CVRAS EG1T OMN1VM
QVOD DITAVIT INTVS EXTRA
PR/ESENS MONASTERIVM,
HVNC GERVNDA TVNC VOCAV1T.
PR/ESVLIS AD GLORIAM
etJvtramqve GVBERNAVIT
PRVDENTIíR ECCLESIAM
JTA HVNC PR/EVEN1T DEVS
BENEDICTIONIBVS.
QVOD NON EST INVENTVS REVS
SED 1VSTVS IN OMNIBVS
DVM FLORERET ISTE SANCTVS-
MERITORVM FLOR1BVS
CASV MORTIS EST ATTRACTVS
PAGANORVM ¡CTIBVS.
NAM IN BELLO CORDVBENSI
CAP. XIII.— ESPAÑA GODA. 241
Conviene observar sin embargo que la era cristiana no se hizo de un uso
común en España hasta el siglo xm , y esto hace que hayan de mirarse con mu-
cha prevención las fechas según el indicado cómputo , anteriores á la época dicha.
En esta categoría han de colocarse las inscripciones de San Juan de la Peña y San
Salvador de Ofía antes mencionadas , y algunas otras que se suponen pertene-
cer á los siglos xi y xu.
En algunas inscripciones cristianas se hallan á veces dos cifras que no son
arábigas ni romanas , y cuyo valor es menester fijar para la inteligencia de mu-
chos documentos de los siglos medios. Es la primera una T , de que se halla
ejemplo en tres lápidas de Córdoba , en dos de Camón y en una de Orense ; la
segunda es una especie de C ó coma , ya puesta al derecho , ya al revés , que se
ve grabada en una lápida de Oviedo y en otra de Aguilar del Campo , citadas por
Masdeu. La T significa sin duda mil como lo atestiguan gran número de códices
manuscritos, donde no puede interpretarse de otro modo. Masdeu, que vio este
signo empleado con mas frecuencia en las inscripciones de Córdoba que en las
de otra parte alguna , sospechó en un principio haberse introducido por los Ara-
bes, pero no tardó en conocer el poco fundamento de esta opinión, en cuanto jamás
los Árabes, ni en números, ni en palabras , han indicado el número mil con
la letra T. Los Godos, por el contrario , lo mismo que otros pueblos septen-
trionales de raza germánica , usaban , según toda probabilidad , para designar el
número mil en su lengua primitiva , de palabras que empezaban con T, tales
como tusen, thusend, tusund, pertenecientes á varios dialectos teutónicos, yes
verosímil que así como los Griegos se servían de la X , inicial de xilios , para
designar el número mil, y los Romanos de una M, inicial de mille, los Godos
introdujeran la T , inicial de tusen, que significaba mil en su lengua nacio-
nal (1). La T de los Godos puede proceder también de la inicial de la palabra
griega xilios alterada en la escritura, pues no cabe duda que durante el período
gótico y también en los años posteriores empleáronse letras griegas en vez de las
latinas , como en las palabras IHsus por JEsus , XPristus por Cllristus , Receswi-
n@us y ChindasvinQiis por RecesvinTHsus y ChindasvinTHus , no siendo increí-
ble que la T fuese en su origen una f gótica, y que de esta usasen en lugar de X
para significar xilios ó mil : cuando menos es indudable que la f reemplaza en
muchas medallas á la X de los Griegos para significar una misma cosa.
En cuanto al segundo signo numérico en forma de coma , que se ponia á la
izquierda de la X en esta forma X', ó que á veces se expresaba así cX , cree
CVM PLVRIBVS ALUS.
MORTE RViT DATVS ENSI
COEL1 DIGNVS GAYJMIS
CVIVS OSSA SVNT SEPVLTA
IN HOC PARVO TVMVI.0
PPIR1TVSQVE LAVDE MVLTA
SVMMO VJY1T SÁCULO
ERANT ANNI MILLE DECEM
POST CHRISTI PRzESEPIA
QVANDO DED1T 1STI NECEM
PRIMA LVX SEPTE5IRRIA.
(1 ) Aun en el dia mil se expresa en inglés por tkousand.
TOMO II. 31
242 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Masdeu que su valor es cuarenta , y dice que la coma fué en un principio una L
romana , que vale cincuenta, de modo que el signo gótico cX equivale al XL ro-
mano (cincuenta menos diez=cuarenta).
Mucha parte de nuestras inscripciones están en versos de los llamados leoni-
nos, y en el profundo examen que ha hecho Masdeu de las inscripciones de esta
época, ha reconocido cuatro especies de versos rítmicos. Unos consuenan en solo
una sílaba, como en las palabras juniAS y calendA.3; otros en dos sílabas , pero
sin diferencia alguna entre las largas y breves de la prosodia latina , como en
consobr INVS y en dom INYS; otros igualmente en dos sílabas, pero el modo de
los asonantes modernos , como en vlctl y vig Intl ; y otros en fin tienen sus rimas
perfectas como las que se usan ahora en casi todas las lenguas de Europa. De la
primera especie de consonantes, que son las mas imperfectas ] tenemos ejemplos
desde el siglo vn en una inscripción de Alcazer de Sal del año 682 y en otra
de Cádiz de 639 (1).
La segunda especie de versos , en que se corresponden las palabras breves
con las esdrújulas, se halla usada desde el siglo íx en adelante como en la ins-
cripción de Glavijo en que íum YLVS rima con m YLVS y dom INYS con sobrl-
NYS. Los asonantes se hallan en muchas lápidas desde el siglo x, pues en una
inscripción de Málaga del año 982, magnifícVs rima con ferv Id Vs, y domlnO
con altissImO. En otras muchas van emparejadas tejií con petit, mensis con
novembris, asonantes enteramente iguales á los que usamos en el dia.
También poseemos ejemplos antiquísimos de lo que llamamos consonantes
en la versificación española, y en el sello de Alfonso II el Gasto, que debiera ser
sin duda del siglo íx , leemos los siguientes versos :
ANGÉLICA LAETVM
CRVCE SVBLIMATVR OVETVM
REGÍS HABENDO TRONVM
CASTI REGNVM ET PATRONVM .
Es digno de observarse también en las inscripciones de la época el modo
como están dispuestos los versos , formando cuartetas , cuyo primer verso rima
con el tercero, y el segundo con el cuarto, ó bien el primero con el último y los
dos del medio entre sí. De ello tenemos ejemplos desde los primeros años del si-
glo xi , y así ha podido verse en el epitafio de Othon , obispo de Gerona , enter-
rado en el monasterio de San Gucufate, que hemos transcrito en una de las notas
anteriores.
Pocos años después compusiéronse los versos siguientes , que pertenecen al
I ) Los versos siguientes están tomados de la última:
PARVA DICATO DEO .
PERMANS1T CORPORE VIRGO.
HIC SVRSVM RAPTA
CELESTI M1GRAT IN AVLA.
OBI1T JVNIAS
DÉCIMO QVAHTOVIÍ CALENDAS:
HIC EST QVERVL18
ERA DE TEUPORE MORTIS
DCLXXXXVU.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 2á3
epitafio del Dean (decano) Ordono, enterrado en Val de Dios en Asturias, en el
año 1060:
OVETENSIS ERAT
ORDONIVS ISTE DECANVS
QVEM GENVS EXTVLERAT
MENS SACRA , LARGA MANVS :
QVI RELEVANS INOPES
VIRTVTVM FLORA REPLETVS
SED1S DISCRETVS
MVLTIPLICAVIT OPES.
VT FACERET TOTV3I
ET ESSET PROSPERA FINÍS
CLVSTRIS DEVOTVM
SE MONACHAV1T IN HIS.
Puede inferirse por lo tanto de lo que antecede la falsedad de las opiniones
que sustentan varios escritores sobre el origen y principio de la rima. Es inexacto
en primer lugar que sus autores hayan sido los trovadores provenzales, porque
estos no comenzaron á hacer uso de ella hasta el siglo xi, mientras que se usaba
en España desde el ix, y rigurosamente hablando desde el yin. No es también
menos inexacto llamar á esta clase de versos leoninos, del poeta León, de París,
pues este vivió á fines del siglo xn, y su uso era ya común en España en los
siglos anteriores. Tampoco es cierto que los Árabes introdujesen en la Península
las rimas de una sola sílaba, en cuanto los epitafios de Cádiz y de Alcazer de Sal
antes citados, en los que se encuentra esta clase de rima, son de una época muy
anterior á su invasión (659-682) (1).
Lo mas probable parece ser que con la venida de los Godos se introdujeron
en España las primeras rimas, y que recibiendo mayor perfección en tiempo
de los Árabes , acabaron de pulirse en las trovas de los Provenzales, desde las
que volvieron á Casulla á fines del siglo xn ó á principios del xni (2).
(i) De ello tenemos otra prueba en el epitafio de los Condes de Basalú, sepultados en la iglesia
de Santa María de Ripoll por los años 1020 y 1052; dice así:
SPLENDOR FORMA CARO
VIRTVS CVM GERMINE CLARO
VT CITO FLOKESCVNT
MÓDICO S1C FINE LIQVESCVNT.
HAEC DVO TESTANTVIt
COMITÉS QVI HIC TVMVLANTVR.
(2) La primera inscripción en posesía castellana es un epitafio de Toledo, que lleva la fecha de
1278 y empieza así:
aqvi: jaz: don: fernan: gvdiel:
mvy: onrrado: cavalero:
agvazil: fve: de: toledo:
a: todos: mvy: derechvrero:
cavalero: mvy: fidalgo:
mvy: ardit: e: esforzado:
e: mvy: facedor: de: algo:
244 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Bajo la influencia del cristianismo, las fórmulas gentílicas desaparecieron de
las inscripciones lapidarias ; no se usaron manes ni sombras , ni el S. T. T. L.,
sit Ubi térra levis, ni sobre todo el nombre de divus, que únicamente se encuentra
dos veces en una prolongada serie de inscripciones cristianas : la primera en una
inscripción de Oviedo del siglo ix , en que se aplica la palabra diva á la buena
memoria del rey Ramiro, y la segunda en una de Santiago del siglo xn, en que
se da el título de divus á san Fernando abad. El nombre de Jesucristo y la cruz
habían reemplazado así en las inscripciones como en las monedas á estas fórmu-
las anticuadas, y á veces se ponia también en ellas la primera y última letra del
alfabeto griego, el alfa y la omega, para significar que el Dios crucificado ha de
ser nuestro principio y fin. De ahí tomó sin duda origen la piadosa costumbre
peculiar de nuestra nación de honrar con la señal de la cruz toda suerte de es-
crituras y cartas , asi públicas como privadas , costumbre que se ha conservado
hasta nuestros dias (1) .
Acerca de la ortografía, es muy fácil convencerse, por el examen de los mo-
numentos originales, de las infinitas alteraciones que sufrieron en España los ca-
racteres romanos , á consecuencia de las naciones que sucesivamente dominaron
en ella. El estudio de las transformaciones de muchas letras en las inscripciones
cristianas , no carece de importancia histórica, y no deja de ser muy curioso in-
vestigar á través de los siglos las notables variaciones que ciertas palabras han
experimentado.
Confundir la V con la B, y esta con aquella, es defecto en que caian nues-
tros antiguos á cada paso, escribiendo Sivilla y Sibilla, Evora y Ebora, Alvarm
y Albarus, y así otras infinitas palabras que á veces nos dejan duda de su sen-
tido, como sucede en los pretéritos y futuros de dedicavit y dedicabit, consecravit
y consecraba ; y este defecto echó tan hondas raices en España desde el tiempo
de los Godos, que todavía dura en muchas de nuestras provincias (2). Trocábase
también muy fácilmente la P en B, la V en O y la G en G, y por esto de OlisiPo-
na formaron OlisiBona, de donde viene Lisbona y Lisboa; de CordVba, PorTVs-
cale y GVndemarus hicieron CordOba, PortOcale y GOndemarus, etc. En vez de
CesarauGusta y Gondemarus, escribíase á veces CesaraCosta y Condemarus , al
contrario de lo que sucede en la lengua castellana en que se muda con fre-
cuencia la G en G, como sucede en las palabras godas que acabamos de citar,
PortuCale, TarraCona, CesaraCosta, transformadas por nuestra lengua moderna
en PortuGal, TarraGona y Zar a Goza.
mvy: cortes: bien: razónalo:
servio: bien: a: W: xpo:
e: a: santa: maria:
e: al: reí: e: a: toledo:
de: noche: e: de: día: etc.
(1) La lapidaria española mudó enteramente de aspecto á fines del siglo mi, habiéndose co-
menzado desde entonces á hacer uso de la lengua vulgar en vez de la latina , de los números ará-
bigos en vez de los romanos, y de la era de Jesucristo, en vez de la era española. Masdeu, t. IX,
p. XXIII.
(2) De ahí las satíricas palabras de Scalígero contra los Vascones: Felices populi quibus vivero
est libere.
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. 245
Era también costumbre entre los Godos borrar una letra de los diptongos,
pronunciando únicamente la que mas sonaba y duplicar la Y según el uso del
Norte, como en los nombres Witiza, Wamba, etc. (1). A veces doblaban igual-
mente la N, y en vez de sénior, escribían sennior; y en vez de domna (corrupción
de domina), escribían donna, que probablemente pronunciarían con el sonido de
gn; y de la costumbre que los mismos Godos introdujeron de escribir una N sola,
notando la otra con una raya en esta forma sénior, doña, añus, pañus, se han
originado las palabras castellanas señor, doña, año, paño, y oirás innumerables.
Aun el decir año y paño, en lugar de añus y pañus, nos viene también de los Go-
dos, porque ellos, hallando dificultad en las declinaciones latinas, nombraban las
mas de las cosas en ablativo, como se ve en las monedas, que tienen todas en di-
cho caso los nombres de las ciudades, del mismo modo que las nombramos aho-
ra, Ebora, Córdoba, Toleto. El latin muy corrompido ya que los Árabes ha-
llaron en España , acabó de corromperse después de la conquista , y el romance
que se formó casi en todas partes durante los siglos siguientes, debió mucho al
idioma de los vencedores. Sin embargo , si es imposible desconocer su influencia
en muchos puntos , quizás ha sido por algunos algo exagerada.
«Es preocupación antigua, dice M. Bouterweck, atribuir á la mezcla de ios
Castellanos y Árabes la aspiración áspera y gutural que se encuentra en la lengua
española, lo mismo que en la arábiga y en la alemana; pero yo creo mas proba-
ble ser este acento un resto de la antigua pronunciación germánica de los Visigo-
dos, que se mantendría mas intacta en las montañas de Castilla , que en los de-
más puntos de España, y que andando el tiempo se confundiría fácilmente con la
pronunciación arábiga. Hace verosímil esta opinión ver que las palabras arábigas
que se pronuncian aspiradas en el idioma español, se pronuncian en portugués
con el sonido de s ó de %. Obsérvese además el modo como los Españoles cambian
la o en ue, análoga á la metamorfosis de la o en o de los Alemanes, comparando,
por ejemplo, el nombre alemán kórper con el español cuerpo, póbel con pueblo,
etc., (2)._»
A su tiempo diremos algo mas sobre la historia y el perfeccionamiento de
la lengua española, examinando la influencia que ha ejercido en ella el idioma
de los Árabes. Nuestro objeto aquí no ha sido otro que explicar someramente el
estado de la lengua latina y del romance en las varias provincias españolas en la
época de la invasión, tanto á lo menos en cuanto es posible, atendidos los escasos
monumentos que pudieron sustraerse de la general catástrofe.
Con esto, creemos haber presentado un cuadro exacto y completo del estado
de España en tiempo de los Visigodos; bajo su imperio, hemos mostrado á nues-
tra patria cambiando, no solo de condición , sino también de aspecto. Hemos vis-
to como los Godos introdujeron en ella una nueva constitución política y civil;
como la ley dividía y determinaba los poderes; cual era el grado de civilización
de España en aquel período; cual el estado del comercio, de la navegación , de
las letras y de las artes, ó en otros términos, hemos examinado la situación políti-
(<l) En muchas lenguas modernas de Europa, la doble W se ha cambiado en Gu, y escriben
Guillelmo, Guifredo y Guiscardo, por Willelmo, Wifredo y Wiscardo.
(2) Bouterweck, Historia de la Literatura española introducción, p. 67.
246 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ca, civil , religiosa, económica, mercantil y literaria en que se encontraba Es-
paña al ser invadida por los Sarracenos, cuya historia nos toca emprender ahora.
Para el filósofo y para todo hombre que desee leer la historia con provecho, na-
da es tan importante como el exacto conocimiento de la siíuacion de los pueblos
y estados en las épocas en que se han verificado sus grandes revoluciones. Por
esto, pues, y porque la España goda es la base, por decirlo así, de nuestra histo-
ria moderna, porque entonces fué nuestra patria una nación, cuando antes no
era mas que una mera provincia; porque la civilización dio un gran paso hacia
su perfeccionamiento, por mas que al esplendor y á la pompa de Roma sucedieran
momentáneamente la rudeza é ignorancia de las tribus bárbaras ; porque el po-
der, la ley quedó asentada sobre una verdadera base, sin depender como antes
del capricho de un hombre ó de una muchedumbre ; porque se reconoció la dig-
nidad y la libertad de los asociados ; porque aumentó ía moralidad; porque dis-
minuyeron las inútiles matanzas de hombres, se tuvo mayor respeto á la huma-
nidad, á la propiedad, á la libertad individual; porque eran mas suaves las leyes
y menos rigurosos los castigos, como que dominaba entonces en España y en
Europa ía benéfica influencia del cristianismo, por todas estas razones, pues,
nos hemos detenido en explicar hasta minuciosamente en ciertos puntos la exis-
tencia de nuestra patria durante el período que acaba de transcurrir. La época
goda, aunque corta, pues solo abraza el espacio de tres siglos, es muy fecunda en
acaecimientos grandes, y el mas grande entre todos es sin duda el de la transfor-
mación social que se obró durante ella en nuestra península. Por esto importa es-
tudiarla en todos sus detalles, en todas sus instituciones, y por esto la hemos dado
en nuestra obra un lugar preferente. A través de las calamidades con que empe-
zó para España el siglo v, encuéntrase á principios del vm mas adelantada en
el camino de la civilización; durante estos tres siglos, la sociedad siguió su mar-
cha progresiva hacia su mejoramiento, y no hemos de vacilar en repetir que las
instituciones godo-eclesiásticas fueron un gran paso hacia este fin. Digamos, pues,
con el autor del discurso que precede al Fuero-Juzgo, que fué una grande época,
un período interesante y no completamente estéril en los anales del mundo, el
que se extendió para España desde el siglo v hasta el vm; que fué una gran mo-
narquía aquella cuyos gérmenes nos trajo Ataúlfo, que asentó Teodoredo, que
Eurico constituyó , que llevó tan alta Leovigildo, que sostuvieron con su in-
gente ánimo Chindasvinto y Wamba. «Sí , añadiremos con el mismo autor,
fueron unas respetables , ilustres, distinguidísimas asambleas las de los concilios
Toledanos Fué una gran nación la que venció á los Romanos, rechazó á los
Hunos, sojuzgó á los Suevos y se estableció desde el Garona hasta las columnas
de Calpe. Fueron una gran iglesia y una gran literatura las que tuvieron á su
frente á Ildefonso y á Eugenio, á Leandro y á Isidoro. Y fué mas grande aun que
todos estos elementos que le dieron vida, el célebre código que nació en esa so-
ciedad, que ordenó esa monarquía, que caracterizó esa época, que fué redactado
por esos literatos y esos obispos. Cuando faltas y yerros por una parte, cuando la
ley de la naturaleza por otra acabaron con el pueblo y sus monarcas, con los pro-
ceres y con los sacerdotes, con el poder y con la ciencia de aquella edad, el có-
digo se eximió justamente de ese universal destino , y duró y quedó vivo
en medio de las épocas siguientes , que no solo le acataron como monumen-
CAP. XIII. — ESPAÑA GODA. . 247
to, sino que le observaron como regla y se humillaron ante su sabiduría.»
Hemos terminado la tarea que nos propusimos en esta parte de la historia
de España. Juzgada la época goda por muchos y de muy diferente modo, hemos
manifestado nuestra opinión y dado sobre ella cuantas noticias hemos creído in-
dispensables para que los lectores la acepten, si la creen exacta, la modifiquen ó
la varíen, si la consideran errónea. Como en la España romana, hemos procura-
do descender hasta el fondo de la sociedad cuya existencia contamos. Igual con-
ducta, igual sistema seguiremos en nuestro sucesivo relato, pasando ahora á ex-
plicar los dolores é infortunios que por enlonces cayeron sobre la atribulada
España.
CAP. I — ESPAÑA ÁRABE. 249
PARTE TERCERA.
¡E
REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS.
Desde el año 711 hasta el 1516 de nuestra era.
CAPÍTULO PRIMERO.
Advertencia preliminar.— La Arabia. — De los primitivos Árabes. — Origen y predicación de Maho-
ma. — Conducta, política y religión del falso apóstol. — Caracteres del islamismo.— Política de los
sucesores de Mahoma. — Sus conquistas. — Su conducta para con los vencidos.— Conquista de
África. — Relaciones de los califas con sus lugartenientes. — Naturaleza del poder supremo entre
los Árabes. — Conquistas de Ocba, de Zohaír y de Hassan. — Guerra de Muza en el Magreb.
Después de haber seguido en todas sus faces por espacio de trescientos años
la existencia política de España bajo la dominación visigoda, hasta su último
monarca, tócanos ahora retroceder un siglo, y como hicimos con los pueblos
que en el siglo v invadieron nuestra península, contar someramente el origen,
las conquistas, el camino andado por el nuevo pueblo que se mezcla ahora
en sus deslinos, hasta llegar á las playas españolas. Mas habremos de hacer aun
en el largo período que á nuestros ojos se presenta y que va á ser objeto de
nuestro relato. Hasta ahora, entre la oscuridad de los primitivos tiempos, bajo
el yugo cartaginés , provincia romana , ó imperio hispano-gótico , España ha
sido siempre una. Los acaecimientos que en su suelo ocurrían, los trastornos que
la agitaban, las vicisitudes que sufría podían ser referidas con unidad, siguiendo
un orden estrictamente cronológico, como así lo hemos venido practicando; al
llegar aquí, esta unidad desaparece: no solo encontramos en el suelo español dos
pueblos enemigos, el vencedor y el vencido, entre los cuales ni sombra de fusión
existe, sino que ambos se subdividen en otros infinitos totalmente separados y
distintos casi siempre, cuando no rivales ú hostiles. Imperio árabe é imperio cris-
tiano, es la grande y profunda división que á primera vista aparece; pero luego
obsérvase dividido el primero lo mismo que el segundo en reinos, repetimos, dis-
tintos y separados, cada uno con su historia particular que importa mucho co-
TOMO II. 32
250 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
noeer. Asturias, León, Castilla, Barcelona, Aragón, Navarra y otras pequeñas
soberanías entre los cristianos; Sevilla, Córdoba, Zaragoza, Granada y otros mil
estados independientes entre los mahometanos atraerán sucesivamente nuestras
miradas, y nadie podrá desconocer la imposibilidad en que estamos de continuar
en nuestro relato el orden cronológico estricto que, como el mas claro y mejor, he-
mos seguido hasta ahora, so pena de llevar incesantemente á nuestros lectores de
una á otra parte, de hablar de Castilla y á renglón seguido de Aragón, de la or-
ganización musulmana y á continuación de la española , haciendo confuso ó inin-
teligible nuestro relato á fuerza de pretender hacerlo claro. El sistema estricta-
mente cronológico que hasta ahora hemos seguido con buenos resultados, á nues-
tro modo de ver, produciría en adelante un resultado opuesto, así es que, sin
abandonarlo del todo, emendónos áél en lo que sea compatible con la inteligencia
y cumplida relación de los sucesos, nos apartaremos de él, siguiendo nuestra his-
toria por regiones ó reinos que no por el riguroso orden de fechas, en cuanto lo
exija la claridad, primera base de las obras históricas.
Esto sentado, demos principio á nuestra tarea.
Al tiempo que Reraclio reinaba sobre el imperio romano de Oriente, que los
hijos de Clotario se disputaban en sangrientas contiendas la Galia conquistada;
casi en la época en que España arrojaba para siempre de sus playas á los Greco-
Romanos, preparábase en un extremo de Asia una revolución que habia de ejer-
cer gran influencia en nuestra patria. Mahoma huia de la Meca á Medina, y este
suceso era precursor de su próxima elevación. Entre la Arabia y la España se ex-
tiende la dilatada península africana, pero no por la distancia en que se verifi-
caba nos interesa menos esta revolución; ella comunicará un carácter nuevo á
España, dando origen al torrente que devastó y por un momento aniquiló á
nuestra patria antes de que hubiese transcurrido un siglo desde la muerte de
Mahoma.
Pero antes de emprender la historia de la dominación de los Árabes en Es-
paila, desde su invasión y conquista, dilatada serie de grandes acaecimientos y
de circunstancias memorables (1), importa explicar que eran los Árabes, cuales
eran sus cos(umbres,y que causales impulsó á abandonar las campiñas del Yemen
y á llevar los triunfantes pendones de Islam (2) hasta los extremos occidentales
de Europa, para amenazar por un momento al Occidente entero y fundar el bri-
llante imperio que resistió por espacio de ocho siglos álos esfuerzos todos.
La península de Arabia, cuyos habitantes se derramaron llegado el siglo
vn por lodos los caminos del mundo conocido y conquistaron gran parte de la
tierra, es la vasta región que rodean el mar Rojo, el Océano índico y el golfo Pér-
sico, entre la Etiopia, la Persia, la Siria y el Egipto . Los antiguos la dividían en
Arabia Pétrea, en Arabia Desierta, y en Arabia Feliz, y en efecto mas de la mi-
(1; Este es el asunto que ha tratado Conde con el auxilio de los manuscritos árabes del Es-
corial. Su obra, empero, difusa y oscura en muchos puntos, mas que como una verdadera historia
de la dominación árabe en España, puede considerarse como una recopilación de materiales y do-
cumentos para el historiador. Preciosa bajo este titulo por mas de un concepto, á ella acudiremos
con frecuencia en nuestra relación.
(2) Islam sollámala creencia de los Mahometanos; este nombre significa y se emplea en el
sentido de confianza, seguridad y resignación en la voluntad de Dios , manifestada en el Coran.
CAP. I. — ESPAÑA ÁRABE. 251
tad de la Arabia no es aun ahora sino desiertos y arenales. La misma Arabia Feliz
debe su nombre mas que á la fertilidad de su suelo, á su favorable situación en
las cosías del mar Rojo, y la parte de esta comarca en que se levanta la Meca (la
Macarobade los Griegos), cuya fundación se atribuye á Abraham, y que en un
principio no fué mas que un parador para las caravanas, es de las mas áridas de
la Península.
La Arabia Desierta confina con la Siria, y es el verdadero desierto de los
Hebreos, aquel en que se refugiaron Agar é Ismael expulsados por Abraham de
su familia. Región desafortunada , carece de agua y de vegetación , y todavía
ahora es habiíada únicamente por tribus nómadas de Árabes llamados Be-
duinos.
La Arabia Pétrea, que linda con la Arabia Desierta y puede confundirse con
ella, toma su nombre de una ciudadela llamada Petra por los Griegos. Es el país
de los Nabatheos (1), y, como la Arabia Desierta, ocúpanla hoy tribus beduinas,
casi hasta las puertas de Jerusalen.
Tampoco faltan desiertos en la Arabia Feliz, pero hállanseen ella fértiles va-
lles, deliciosos oasis, pozos y manantiales de agua viva; el aire es puro y templa-
do, sobre todo en las inmediaciones del Océano, al orieníe de Mokha, y aun á
poca distancia de la Meca, en el país de Taief. En el extremo occidental de la
Península, la naturaleza toma un aspecto mas risueño aun, y allí está el pais de
Aden ó Edén , que se sup one ser la cuna del género humano , el paraiso ter-
renal .
Los geógrafos modernos dividen la península arábiga en seis regiones á sa-
ber: el Berrial ó desierto del Norte, el Bahhrein y el Oiman, distriíos marítimos
que dan frente á la Persia, el Hegiaz y el Yemen al Occidente, mirando al África,
y por fin el Negid, vasta planicie que se eleva en el centro como una isla rodea-
da de arenales y de llanuras muy bajas.
Sorprendidos por el singular aspecto de los pastores nómadas de las regio-
nes septentrionales del Hegiaz, los únicos que conocieron, los soldados de Ale-
jandro los llamaron á causa de sus tiendas scwírai (hombres de la tienda). El
conconquislador macedonio respetó su país, y tiempos después Augusto y Traja-
no intentaron vanamente penetrar en él.
Los historiadores de la nación, dice Gagnier, dividen á los Árabes en tres
clases, á saber:
Los Árabes primitivos, que fueron los primeros después del diluvio en habi-
tar la Arabia, y cuya posteridad se ha extinguido ó confundido con los que lle-
garon después.
Los Árabes puros y sin mezcla, es decir aquellos que después déla confu-
sión de las lenguas, se establecieron en la parte de Arabia llamada Yemen ó Ara-
bia Feliz, que descendían de Kahtan ó Jotkan.
Los Mosiarabes, entendiéndose con este nombre aquellos que se hicieron
Árabes, ya mezclándose, ya aliándose con los Árabes puros. Estos Mosiarabes
(4) Los Nabathci deque habla Ammiano. Los Griegos y los Latinos confundían alas tribus
árabes diseminadas desde las orillas del mar Rojo hasta el Eufrates bajo la denominación genérica
de Sarracenos^ Soopaw.uot. Véase á Menandro, Procopio y Marcelino.
252 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
son la posteridad de Ismael, hijo de Ibrahim (Abraham), de quien Mahoma des-
cendía en linea directa (1).
Los Árabes preciábanse de unir la genealogía de sus principales tribus á
la de los patriarcas hebreos . Entre todos, profesaban á Abraham gran veneración,
y por Ismael su hijo hacían remontar su propia raza en línea directa hasta
el primer hombre. Mahoma habla de Abraham como de un santo profeta; era de
la verdadera religión (2), dice. La idolatría manchó después á los Ismaelitas, y
esta mancha es la que él, Mahoma, habia recibido lamision de borrar (3).
Ambas Arabias eran pues, residencia de diferentes kabilas ó tribus, las unas
viviendo en las ciudades, y el mayor número divagando errantes, llevando sus
tiendas y rebaños á los lugares abundantes en pastos y en agua, y conservando
en sus campamentos la existencia patriarcal que aprendieran de sus abuelos, hi-
jos de Ismael. Hablar de las costumbres de estos antiguos Árabes, seria describir
las virtudes y los vicios de la infancia de las sociedades. Said ben Ahmed, que
fué cadi de Toledo, decia que habían de considerarse dos razas de Árabes, una
estinguida ya, y otra que subsistía aun. Los que no existen y que formaban nu-
merosas poblaciones, tales como las tribus de Ad, de Themud, de Fesm y de
Yadis, han desaparecido hace mucho tiempo, y ni poseemos su historia ni los me-
dios de averiguar su origen y su descendencia (I). Los que subsisten aun forman
dos razas, la de Kathan y la de Adnan, y su historia ofrece dos épocas ó esta-
dos, de ignorancia el uno y de islamismo el otro.
Dejemos hablar, empero, a uno de sus mas reputados historiadores.
«En la época de su ignorancia (así llaman al tiempo anterior al Islam)
los Árabes, dice Abulfeda, eran célebres éntrelas nacionespor su poderío y altos
hechos; el imperio pertenecía ala kabila ó tribu deKaíhan(5), y la principal familia
de los reyes era la de losllamyares óHomairitas,eníre la que habia reyes, señores
y tohbas. Los otros Árabes, ó sea los de Adnan, eran de dos clases en aquellos
tiempos de ignorancia, y habitaban los unos en ciudades, y eran los otros pasto-
res agrestes. Los de las ciudades vivían de su trabajo, de sus tierras, de sus re-
baños, de su industria y del comercio que hacian á lo lejos á gran distancia de
sus casas. Los pastores agrestes pasaban su vida en los llanos y vagaban por los
desiertos, alimentándose de la leche y de la carne de sus camellos, errantes en
busca de pastos para sus rebaños y de manantiales ó pozos , y al encontrarlos,
plantaban sus tiendas sin cesar por esto de ser nómadas . Estas eran sus costum-
(1) Elmacin refiere del modo siguiente la emigración de Agar y de Ismael al Hegiaz. «E Ibra-
him los envió á ambos á la tierra de Hegiaz, donde Ismael se casó con una hija de los Árabes del
país, y habló árabe. Sus hijos se llamaron Ismaelitas, y délas mugeres de Hegiaz tuvo doce hijos
fuertes que llevaron el arco como el ángel lo predigera á Agar.» Elmecin, Historia Saracenica, pars í,
p. 48.
(2) «Dios conocey vosotros noconoccis. Abraham no era judío, ni cristiano, sino déla verdade-
ra religión; su corazón estaba resignado áDios, y no pertenecía al número de los idólatras.» Alco-
rán, sura 3.
(3) La religión de las tribus ismaelitas era una mezcla de sabeismo, de idolatría, de judaismo
y hasta de cristianismo corrompido. La idolatría sin embargo dominaba entre ellos.
(i) De las tribus primitivas indígenas no quedaba recuerdo alguno ni aun en tiempo de Maho-
ma. Habíanse confundido enteramente con las tribus extrangeras de la raza abrahániiea, de las que
nacieron las tribus guerreras que Mahoma sacó ele la idolatría y animó de uua misma fe. Los Ismae-
litas eran entonces los únicos Árabes.
(5) Jahtan ó Jeqtan, hijo de Heber.
CAP. I.— ESPAÑA ÁRABE. 253
bres durante la primavera y el verano, y en invierno, cuando no se encuentran
en los campos frutos ni yerbas, dirigíanse á las llanuras de Irak ó de Caldea, y á
las fronteras de Siria, y trataban de pasar el tiempo de sus cuarteles de invierno
con la mayor comodidad posible , soportando con paciencia las inclemencias de
la estación.
«Sus secías eran numerosas ; Hamyar adoraba al sol ; Cancha á la luna;
Misam á la estrella El Debarran ; Laham y Jedam á la estrella de Júpiter ; Tai á
la constelación de Sohail (Canopea) ; Kais á la Ashera el Obur (Sirio) ; Asad ala
de Mercurio; Tzaquif á un pequeño edificio en las alturas de Nahla, llamado Alat.
Entre ellos, algunos creían en la resurrección de los muertos , y decían que im-
portaba sacrificar sobre el sepulcro de cada uno su caballo ó su camello... Su
ciencia, y de ella se envanecían mucho, consistía en conocer bien su lengua y la
propiedad de sus locuciones, y en componer versos y discursos elegantes. Sabían
el curso de los astros , su salida y su ocaso ; cuales están opuestos entre sí, de
modo que al salir el uno se oculta el otro, y cual lleva lluvia y cual buen tiempo;
procediendo sus conocimientos en la materia, no de un estudio metódico, sino de
su atención continua en consultar el cielo noche y día para sus necesidades y tra-
bajos. En cuanto á filosofía, sabían muy poco. Dios no lo quería y no les había
criado para ello. Este era su estado en la época de su ignorancia; en la del isla-
mismo, bien conocido es, y lo diré si Dios quiere.»
En los tiempos poco anteriores al Islam, los Árabes eran gobernados por
sus emires ó reyes de taifas, es decir jefes de ciertas tribus, que ocupaban un de-
terminado territorio ó divagaban dentro de sus límites. Independientes y nóma-
das, divididos por valles, campamentos y pozos, aquellos pueblos estaban por lo
regular en guerra entre sí ó con sus vecinos por causas livianas, tales como con-
tiendas y enemistades de pastores sobre pastos y abrevaderos, robos y vengan-
zas, terminándose fácilmente estas guerras por consejo de sus emires ó ancianos,
que eran los jefes de sus tribus , ó por la mediación de una tribu desin-
teresada. Los mas poderosos emires ó reyes de taifas eran protegidos , unos por
los soberanos de Persia , y otros por los emperadores griegos. Los jóvenes po-
seían y adiestraban caballos, y manejaban el arco, la lanza y la espada ; gusta
ban de jugar con sus corceles, y luchaban con gran emulación en esta clase de
ejercicio. Envanecíanse sobre todo de su antiguo origen ismaelita y de su inde-
pendencia, de la gracia y elegancia de su idioma, de sus poesías sublimes ó in-
geniosas, de su hospitalidad, y de la generosa protección que dispensaban á sus
huéspedes.
Estas tribus distaban mucho de formar un cuerpo de nación cuando Maho-
ma las reunió bajo un solo Dios y bajo un solo jefe.
No trataremos aquí de caracterizar al falso Profeta, solo sí diremos que to-
do revela en él á un hombre superior ; él libró á los Árabes de sus antiguas su-
persticiones é hizo de ellos una nación, y á este título, por mas que sean muchos
los cargos que pueden dirigírsele, tendrá siempre el privilegio de excitar la curio-
sidad y la admiración. De él, lo mismo que de cuanto precedió á la llegada de
los Árabes á España, solo diremos lo indispensable para que se comprenda la
historia de nuestra patria durante su dominación.
Circunstancias particulares de nacimiento y de fortuna favorecieron el genio
254 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de Mahoma (1). Nacido en la Meca por los años 569 de Jesucristo (2), tenia ya
cerca de cuarenta años al concebir el proyecto de cambiar la faz de la Arabia.
Sus primeros años habian sido humildes y trabajosos, y aunque de una tribu
ilustre que tema parte en el gobierno de la Meca (3) y ocupaba en él el primer
lugar, habia tenido por toda herencia al morir su padre cinco camellos, algunos
muebles y una esclava etiopia (4).
No podemos referir aquí todos los sucesos de su vida, y únicamente nos toca
decir que á cuarenta años empezó á declararse contra los ídolos de su patria. La
Kaabah (casa ó templo de los dioses en la Meca, fundada á lo que se creía por. el
mismo Abraham ), contenia muy extraños ídolos, de piedra los unos, de madera
los otros, tomados de los diferentes cultos del Asia, y también la famosa piedra
negra que tanta veneración merece por parte de los Musulmanes (5). El tio de
Mahoma era gran sacerdote ó guardián de la Kaabah, y aun cuando el héroe de
quien tratamos hubiera podido sucederle, prefirió á esto y al comercio, á que an-
tes se habia dedicado, una misión mas elevada, aunque mas peligrosa. Otros y
mas altos eran sus pensamientos, y por espacio de quince años, al regresar de los
viages á que su profesión le obligaba, después de reposaren los brazos de Cadija su
consorte, retirábase á una cueva del monte Ara para entregarse á profundas me-
ditaciones. Allí fué donde, á su decir, se le apareció el ángel Gabriel, presentán-
dole un libro y llamándole profeta de Dios, y de allí salió para dar principio á sus
predicaciones. «No hay mas Dios que Dios, decia, y Mahoma es su profeta,» y
daclaró guerra implacable á toda especie de idolatría, sosteniendo la unidad de
Dios y caracterizando á los que abrazaban su doctrina con el nombre de Musli-
mes, que quiere decir tanto como hombres resignados á la voluntad divina. En-
tonces empezó á leer en público el Coran (6), con gran disgusto de los goberna-
dores de la Meca, y aunque tenia ya su libro acabado, no le leia ni le revelaba
todo de una vez, sino por páginas sueltas, según las escribía y se las entregaba el
(1) Era de ia raza de Adnan, la mas ilustre entre los Árabes, y pertenecía á la tribu de Co-
raix, la primera de aquella raza. Desceadia en linea directa de Hashem, el personaje mas dis-
tinguido de la tribu ; su padre se llamaba Abdallah, hijo de Abdelmotaleb, hijo de Hashem, hijo de
Abdmenaf, hijo de Kosai, hijo de Kelab, hijo de Movra, hijo de Caab, hijo de Lokva, hijo de Galeb,
hijo de Fehri, hijo de Malek, hijo de Al Nadar, hijo de Kenanah, hijo de Khozaima, hijo de Modre-
ca, hijo de Alyas, hijo de Modhor, hijo de Nazar, hijo de Maad, hijo de Adnan. Su madre se llama-
ba Amina y era de la misma tribu. Según todos los autores árabes, que convienen en que Adnan
era descendiente de Ismael, esta genealogía es indudable.
(2) Setenta años antes del nacimiento de Mahoma, los Hebaschites ó Abisinios (Etiopios) se ha-
bian apoderado de la parte meridional de la Arabia. En el mismo año del nacimiento de Mahoma,
atacaron á la Meca, siendo rechazados por Abdelmotaleb abuelo del falso profeta. La guerra etió-
pica fué el principio de una era que los Árabes llamaron del Elefante. De ella se habla en el Coran
iSura, 85, vers. 4).
(3) La Meca estaba gobernada por una especie de senado compuesto primero de seis, luego de
ocho y por fin de diez miembros. Sus atribuciones eran tanto religiosas como políticas. Este gobier-
no participaba de la índole de la república y de la monarquía por la exclusión del poder de uno so-
lo y por la admisión del principio hereditario. Era una especie de república aristocrática.
(4) Llamábase Baraca, y fué apellidada Omm-Aiman (la madre fiel). Mahoma solo tenia dos
meses cuando perdió á su padre, y ella fué por algún tiempo su nodriza.
(5) Créese con algún fundamento que es un areólito, y fácil seria en efecto que una piedra
caida, según pocha creerse, de las profundidades del ciclo, hubiese atraído la veneración de pueblos
sencillos é ignorantes. E^to, no obstante, no pasa de ser una conjetura.
¡6 Coran significa lectura y Al -Coran la lectura. Llámase también á este libro Kitab ó Kitab-
Allah (el libro por excelencia ó el libro de Dios), Al-kalam-sberyf (la palabra sagrada), etc.
CAP. I. — ESPAÑA ÁRABE. 255
ángel Gabriel. Con talante y voz de hombre inspirado, recitaba en las plazas pú-
blicas los pasages mas maravillosos de su obra, los mas á propósito para herir ias
ardientes imaginaciones orientales, pero aun así apenas pasaron de doce sus se-
cuaces durante los tres primeros años de su predicación. Su esposa Cadija, Alí,
Ornar, Abu-Becre y Zaid formaban parte de aquel consejo, mas en el trancurso
de diez años, el número de sus discípulos aumentó considerablemente en la
Meca y en las campiñas. Sus continuas predicaciones excitaron en alto grado el
enojo de los Coraixitas, sacerdotes del templo, y amotinado el pueblo contra éi,
el innovador hubo de tomar la fuga y refugiarse en Yathreb (Medina) (1), ciudad
situada al norte de la Meca, también en el Hegiaz. Aquel suceso fué llamado la
fuga ó la hedjira, y sirvió de cómputo para la cronología de los Árabes (2).
A Medina acudieron muchos discípulos del nuevo profeta, y como desde muy
antiguo reinaba entre esta ciudad y la Meca una rivalidad inextinguible, su par-
tido se reforzó en breve con las principales familias del país, quedando desde en-
tonces asegurado su triunfo. Por espacio de otros once años tuvo que vencer aun
con vicisitudes diversas la resistencia de los Árabes idólatras y de los Judíos,
que le eran enemigos ; pero el acero empleado en auxilio del Coran, lo allanó to-
do, y después de infinitos trabajos, de triunfos muy disputados, de combates ca-
si continuos, en los que fingía la intervención de la divinidad, el valeroso y audaz
innovador sometió por fin á sus leyes á los Coraixitas, á la Meca, á toda la Ara-
bia (3). Tomada la Meca, el camino era fácil, y en el monte de Al-Safah fué pro-
clamado primer guia y sumo pontífice de los Islamitas. El genio y la audacia de
aquel hombre fueron tales, que en el año vigésimo segundo de su misión, habia
reunido bajo sus banderas á las tribus todas de la Arabia, y se preparaba á diri-
gir en persona la guerra santa contra los Griegos y los Persas, cuando le sor-
prendió la muerte.
Mahoma murió en el año 11 de la hegira, el lunes doce de rebie prime-
ra (632), sin designar al que habia de sucederle, y de común acuerdo los prin-
cipales Muslimes nombraron á seis electores, quienes eligieron sucesivamente á
los cinco primeros califas ó sucesores de Mahoma. Abu-Becre, que fué el pri-
mero, no menos celoso que su antecesor por la propagación del Coran, formó el
proyecto de enviar á su gente fuera de la Arabia para que llevasen á otros pue-
(1) Yathreb recibió entonces el nombre de Medinath-al-Naby (ciudad del profeta). Después se
la ha llamado por excelencia Medinath, Medina la Ciudad).
(2) La hedjira (hegira) empieza el primer dia de moharrem, primer mes del año arábigo, dia
qué corresponde al viernes 16 de julio del año 622 de J. C. A pesar de que la fuga de Mahoma tuvo
lugar el 8 de rebie primera de dicho año, y su llegada á Medina el 16 del mismo mes (28 de setiem-
bre de 622), es decir sesenta y ocho dias después, los Mahometanos cuentan el principio de su era
desde el primer dia del año de esta fuga, y no del mismo dia en que esta se verificó. Mahoma
contaba entonces cincuenta y cuatro años.
(3) Después de la toma de la Meca, Mahoma reunió a los principales habitantes y les pregun-
tó qué tratos esperaban de él. o De tí, hermano generoso, hijo de un hermano generoso, contestaron,
solo esperamos bien. —Idos pues, les djjo, sois libres.» Restablecida la calma, dirigióse á la colina
de Al-Safah, donde fué proclamado soberano espiritual y temporal, y recibió el juramento de todo
el pueblo reunido. Después de esta ceremonia marchó hacia la Kaabah, á la que dio vuelta siete ve-
ces ; tocó y besó la piedra negra, y entrando en seguida en el templo, destruyó los ídolos en número
de trescientos sesenta, sin perdonar las estatuas de Abraham y de Isaac, á pesar de su respeto por
ambos patriarcas, y para purificar aquel lugar sagrado, volvióse á todas partes gritando : «Allah
Akbar ! (Dios es grande !.) etc.» (Art. Mahoma, Biog. univ., t. XXVI. \
256 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
blos el conocimiento de Dios, y los hiciesen tributarios de su imperio. Apacigua-
das algunas desavenencias domésticas, y resuelta la expedición, escribió el califa
una proclama en Medina que envió á todas las provincias de Arabia, y que decía
así : «En tu nombre, ó Dios hacedor de cielo y tierra, Señor misericordioso y cle-
mente : Abdallah Athic ben Abi Gohafa Abu Becre, á todos los Muslimes seguido-
res de la ley de Dios, salud y prosperidad ; loado sea Dios, y engrandezca las
perfecciones de su siervo. Esta carta es para que sepáis que he determinado en-
viar á Siria gentes escogidas de vosotros para sacar aquel país de poder de in-
fieles ; y quiero que sepáis también que trabajando por la propagación del Is-
lam, obedecéis á Dios, seguís las intenciones del enviado de Dios, y todos vues-
tros pasos serán recompensados del Señor con abundantes premios en el paraíso.»
Convocados los Árabes para la guerra, acudieron sin dilación y como á por-
fía de todas las tribus, así los habitantes de las ciudades como los moradores del
campo, atravesando las arenosas llanuras del Hegiaz, dejando sus rancherías y
aduares. Los pueblos de los valles del Yemen y los pastores de las montañas de
Omán, cuantos alumbra el sol desde la punía septentrional de Belis en el Eufra-
tes hasta el estrecho de Babelmandel al mediodía, y desde Basora en el golfo Pér-
sico, á la parte del oriente , hasta Suez y confines del mar Rojo al occidente,
(odos llegaron en confusa muchedumbre, voluntarios- todos, todos pobres de ar-
mas y vestidos, pero llenos de fervor y religioso celo, alegres y confiados en los
venturosos sucesos de las primeras guerras del Profeta y animados de sus pro-
mesas. En poco tiempo se reunieron en Medina innumerables tropas de á pié y
dea caballo, y acamparon por los alrededores de la ciudad.
Los habitantes salieron todos á presenciar el alarde de estas numerosas
huestes, y en presencia de todos, el califa Abu-Becre confió el mando general de
las tropas á Gezid ben Abi Sofian, á quien mandó en alta voz marchar á la con-
quista de Siria.
Hizo después una breve oración, rogando á Dios que amparase á ios suyos y
les diese esfuerzo y moderación y no les dejase caer en manos de sus enemigos,
y en seguida dirigiéndose á Gezid, díjole en medio del sepulcral silencio de la
multitud : «A íu cuidado confio la dirección de esta santa guerra, y te encargo
el mando y acaudillamiento de estas tropas : no las oprimas, ni trates con alta-
nería ni aspereza ; mira que todos son Muslimes ; entiende que van en tu compa-
ñía prudentes y esforzados capitanes ; consúltalos en las ocasiones, no presumas
demasiado de tu parecer, aprovéchate de sus consejos, y cuida siempre de obrar
sin precipitación, no como temerario y sin juicio. Con todos has de ser justo, que
quien no fuere justo y cabal, no prosperará.» A las tropas dijo: «Al encontraren
la pelea á vuestros enemigos, haced como buenos Muslimes; acordaos de ser dignos
descendientes de Ismael. En la ordenanza y disposición de las huestes y en las
batallas, seguid vuestras banderas, obedeced á vuestros caudillos ; no cedáis ni
volváis la espalda á vuestros enemigos, pues peleáis por la causa de Dios ; no os
lleven viles deseos, y nunca temáis entrar en las peleas , ni os espante el ex-
cesivo número de los contrarios. Si Dios os diere la victoria, no abuséis de ella
ni ensangrentéis vuestras espadas en los rendidos, en los niños, en las mujeres y
débiles ancianos ; en las entradas y paso por tierra de enemigos, no hagáis talas
de árboles, ni destruyáis sus palmas y frutales, ni estraguéis, ni queméis sus
CAP. I. — ESPAÑA ÁRABE. 257
campos ni sus casas, y de ellos y de sus ganados tomad cuanto os convenga. No
destruyáis ninguna cosa sin necesidad, ocupad las ciudades y fortalezas, y des-
truid aquellas que pueden ser asilo á vuestros contrarios. Tratad siempre con
piedad á los rendidos y humillados, y así Dios usará con vosotros de misericor-
dia. Oprimid á los soberbios y rebeldes, y á los que sean pérfidos á vuestras
condiciones. No haya falsía ni doblez en vuestros convenios y tratos con los ene-
migos, y sed siempre con todos fieles, nobles y leales, manteniendo constantes
vuesira palabra y prometimiento. No turbéis la quietud de los monges y solita-
rios, ni destruyáis sus moradas , pero tratad con rigor de muerte á los enemigos
que resistan armados las condiciones que les impongamos.»
En esfas palabras , en este entusiasmo ardiente y tranquilo á la vez, se re-
vela todo el genio musulmán. Tal será en adelante el papel de los califas , pontí-
fices mas que jefes políticos. Ábu Becre, Osear, Otman y Ali ejercerán así el
mando, y dominando á los ejércitos desde la Meca ó Medina, dirigirán los nego-
cios todos espirituales y temporales de los creyentes.
Dividió el califa aquellas tropas en dos grandes ejércitos; el primero partió
contra la Siria, y el segundo, á las órdenes de Khalid ben Walid marchó para
las Iracas y confines de Persia. ¿Quién, esclama Lafuente, será capaz de detener
estos torrentes que se creen impulsados por la mano de Dios, ni qué imperio
podrá resistir al soplo del huracán del desierto? El Señor, dicen los historiadores
árabes, hizo venturosas estas expediciones, y dio á los Muslimes repetidos y
muy señalados triunfos contra los Griegos y Persas. Entraron por fuerza de ar-
mas en las ciudades de Tadmor , líira, Hauran , Bostra, Hemesa , Damasco y
Balbec , y la fama de estas conquistas infundía general terror en los enemigos,
de suerte que ni los mas numerosos ejércitos, ni la fortaleza de las ciudades re-
sistían el ímpetu de las huestes muslímicas. Peleaban siempre con gentes atemo-
rizadas y dispuestas á la fuga, y por el contrario los Árabes acometían seguros
de la victoria, despreciando los peligros y horrores de las batallas. En el año 13
de la hegira (634), al mismo tiempo que la antigua y populosa ciudad de Damas-
co se habia entregado á los dos caudillos de las tropas árabes , Abu Obeida y
Khalid , después de largo y sangriento cerco, el califa Abu Becre falleció , habien-
do reinado dos años, tres meses y nueve dias.
En estas primeras guerras, Jos discursos de los caudillos árabes llevan el
sello del entusiasmo guerrero y religioso que los animaba; ya esciten á sus sol-
dados , ya reten á un adversario á singular combate ó juren treguas , sus pala-
bras revelan cierta viveza, cierto ingenio. Desfiguradas por los cronistas, debi-
litadas ó desnaturalizadas por los traductores, recargadas á veces de adornos
extraños, la mayor parte de las que hasta nosotros han llegado parecen discur-
sos copiados de Tito Livio; algunas, empero, se han librado de esta doble alte-
ración, y ofrecen la naturalidad que caracteriza las expresiones apasionadas de
los héroes primitivos de Homero.
En efecto , el fervor militar de los Muslimes se manifiesta en estos prime-
ros tiempos en algunos dichos sublimes. En el año 11 de la hegira, en una bata-
lla contra los Griegos cerca de Hemesa , Dherar cae en poder del enemigo ; esta
noticia difunde el desorden entre los Sarracenos, pero un oficial , Rafi ben Omei-
ra , les grita : « ¿Qué importa que Dherar viva ó muera? Dios está vivo y nos
TOMO 11. 33
258 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
mira: pelead!» Los 31uslimes vuelven al combale y consiguen la victoria.
En un peligro semejante , otro jeíe exclama : « Mirad al cielo : pelead , pelead
por Dios , y os dará la tierra ! »
En el sitio de Bostra (año 11 de la hegira), Khalid gritaba sin cesar entre
el fragor de la batalla: « Alhamlah! alhamlah ! Algiannah! algiannah! (El com-
bate ! el combate ! El paraiso ! el paraíso ! ) » Y estas solas palabras llenan á los
suyos de incomparable ardor. Para inflamarlos , no les hablaba del saqueo ni
de los tesoros de Bostra , sino que les mostraba el paraiso abierto como la mas
bella recompensa de los que morían peleando. Khalid era el mas intrépido entre
los guerreros árabes , y los Griegos , lo mismo que sus soldados , le llamaron la
Espada de Dios (1).
Los Árabes fueron los primeros en gustar de los combates singulares , sem-
brando así los primeros gérmenes de la caballería , y entre los invasores de Es-
paña los veremos florecer á medida que serán mas cultas sus costumbres con el
aumento de riquezas. Lo mismo sucedió en Oriente bajo los califas de Bagdad
(Abassidas).
De todas las ideas, hasía de la galantería que observaremos en los Moros
españoles, hallamos quizás el principio en las sencillas y caballerescas palabras
deMahoma, aplicadas del cielo á la tierra: — Quien bien ama calla, padece,
muere y coge la palma del martirio.
Una vez lanzado á la carrera el genio de los Árabes, no se deiuvo hasta que
sometió bajo el yugo del Profeta á las tres cuartas partes del mundo entonces
conocido. En tiempo de Mahoma, el espíritu guerrero se despierta, se exalta, y
el entusiasmo religioso une su irresistible influjo al vigor natural á los Árabes ; en
tiempo de Abu Becre , cae la Siria á los golpes de Khalid ; reinando Ornar ex-
tienden los Muslimes sus conquistas hacia el Occidente. Alejandría es sitiada y
el Egipto conquistado. Ornar muere asesinado, y sucédele Otman que liene
igual suerte. Alí muere como sus antecesores, y el imperio naciente se divide
entre los partidarios de Alí y los de Moaviah , su competidor , origen de la
dinastía de los Ommiadas y primer califa de Damasco ; sin embargo, por
muchas que sean las discordias intestinas de la nación nueva, sus soldados
continúan en el exterior la obra de la conquista , y se derraman con la impetuo-
sidad del torrente por el Norte , el Oriente y el- Mediodía. La Persia , el imperio
griego, el África son atacadas á la vez é invadidas por los ejércitos árabes , y
cuanlo realizaron entonces aquellos hombres, poco antes tan despreciados, os-
tenta un carácter extraordinario de grandeza. No son los capitanes los que
guian á la multitud armada , sino esta quien los arrastran : un impulso que pa-
rece en efecto emanar de Dios y que atribuye á Dios lodos sus triunfos, los lle-
va, los empuja. En menos de cien años los límites de sus conquistas van mas
allá que los del antiguo imperio romano , y su fatalismo es para ellos segura
prenda de victoria. Por Dios y el paraiso combaten y mueren contentos ; su Dios
es quien afila sus aceros, quien da vigor á sus brazos; solo de Dios es el triun-
fo (2). Sean los califas guerreros ó no, poco importa; y en tiempo de Walid, que
(1) Vino un general llamado Khalid, á quien se apellidaba la Espada de Dios. Teof., p. 278.
^2) Véase el Coran (sura III, vers. 123).— El Señor recordando a Mahoma la victoria de Bedre,
CAP. I. — ESPAÑA ÁRABE. 2o9
residió constantemente en Damasco , fué cuando las conquistas de los Árabes
llegaron á mas apartados confines , en Oriente hasta Samarcanda (tomada en 707),
y en Occidente hasta Andalucía. Reinando el mismo soberano, un ejército árabe
llegó hasta el mar Negro, y atacó al imperio griego á pocas leguas de su capital.
Tales fueron los prodigiosos triunfos de este pueblo, favorecidos sin duda por
un singular conjunto de circunstancias para él afortunadas. Los guerreros misio-
narios de la nueva religión hallaron el Asia y el África casi abiertas á sus armas,
y al desbordar de su península , el imperio romano de Oriente, la Persia y el
Egipto estaban en plena decadencia; esto no obstante , tuvieron que vencer in-
mensos obstáculos, y la mayor parte de sus rápidas conquistas ha de atribuirse
al entusiasmo y al esfuerzo de los conquistadores.
Si los seguimos en sus guerras á través del África hasta el Estrecho , veré-
moslos en lucha con los elementos y las terribles tribus del Atlas, que la política
mas que la violencia hizo musulmanas. Desde Egipto, Amru habia pasa-
do á África en el año 640 sin poderla someter, y después de él, Otman envió
desde Medina á Egipto y al territorio africano á Abdallah ben Saad. Este, al frente
de cuarenta mil entusiastas, atravesólos desiertos de Mármara y de Barcah,
tan formidables para las legiones romanas , y llegó vencedor hasta Trípoli , puer-
to de mar rico y populoso, que bajo su antiguo nombre griego ha ocupado hasta
nuestros dias el tercer lugar entre los estados berberiscos. Ciento veinte mil
Griegos, Moros y Libios reunidos apresuradamente, marcharon al encuentro de
los Árabes, pero Abdallah atacó y dispersó á aquel ejército sin orden ni disciplina,
cuyos restos destruyeron en su fuga á Sofaytala, ciudad populosa, construida á
ciento cincuenta millas al sur de Cartago. La victoria de Abdallah fué seguida de
la pronta sumisión de todos los pueblos de la provincia; muchos adoptaron el
Islam, y los que no, pagaron tributo. Sin embargo, diezmados los Muslimes pol-
las fatigas y las enfermedades epidémicas , regresaron á Egipto después de una
expedición de quince meses , sin haber tomado en realidad posesión del país.
Pasados pocos, años, Moaviah ben Horeig hizo tres expediciones al África;
la primera el año 33 de la hegira, antes de la muerte del califa Otman , y la se-
gunda y tercera algunos años después de este califa. Moaviah entró en África
con mucha gente ilustre de Muhageries y Alansaries (1) , y fuá en su compañía
el ínclito Abdelmelek ben Meruan, que llegó á ser califa. Los Muslimes conquis-
taron ciudades y grandes alcázares y la antigua ciudad de Cirene; dejaron en
ella una guarnición árabe, y volviéronse cargados de ricos despojos.
Confiada Cirene en sus fortificaciones y en el número de sus habitantes , no
tardó en sacudir el yugo , y entonces (665 — 46 de la hegira) fué enviado al Áfri-
ca por el califa Moaviah al frente de diez mil caballos el famoso Ocba ben Nafe
el Fehri , que empezó por recobrar la Cirenaica y su capital , arruinando en el
cerco muchos antiguos y grandes edificios de la ciudad griega (2) , y edificando
en que él profeta habia puesto en fuga á los idólatras lanzando polvo contra sus rostros, le dice: No
eras tú quien lanzaba el polvo, sino Dios que lo lanzaba por tus manos. Estas palabras se leen todavía
en las lanzas de los Musulmanes.
(4) Muhageries, los que salieron con Mahoma en su fuga, y Alansaries, sus auxiliares.
(2) El Novairi (Ahmed ben Abdel Waheb), ms. árabes de la Bibl. nac, n. *702.
260 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
en cambio mezquitas y escuelas para enseñar la lengua y las doctrinas de su ley
á los hijos de los vencidos.
Mientras esto sucedía, el califa Moaviah ben Ali Sofian (1) reunió el gobier-
no de Egipto y de África, como si fueran dos pequeñas provincias , y dio el man-
do á Muhegir Diñar el Ansari , quien , envidioso de la gloria y general estima-
ción que merecía Ocba ben Nafe al ejército y á los pueblos , escribió contra él al
califa , logrando por sus artes y sugestiones que este depusiese á su rival del go-
bierno de Cirene. Preciso fué obedecer, val presentarse Ocba ante el califa para
dar cuenta de su conducta en el gobierno, de sus relaciones con Muhegir y de las
diferencias que entre él y este habían mediado , dijo con noble entereza: « Con-
quisté pueblos y regiones de infieles , llevando á ellas el conocimiento de Dios y
de su santa ley; edifiqué mansiones y mezquitas, y en premio de estos servicios
envías á Abdel Ánsar para que me prenda ; si esto no es sinrazón , dígalo tu jus-
ticia. » Moaviah le respondió : « Ya sé quien es Muhegir , y quien es Ocba. Estoy
satisfecho de tu celo y de tu justo proceder.» Y se apresuro á restituirle el mando
del territorio que habia conquistado (2).
El nuevo caliíli, Yezid (680) distisjuió y honró mucho á Ocba, y según les
cronistas árabes (rasgos característicos que son de notar, en cuanto arrojan gran
luz sobre las primeras relaciones de los conquistadores musulmanes con los su-
cesores de Mahoma), le dijo: « Ya tienes tu provincia, vé á ella, y repara tu
agravio. »
Durante la ausencia de Ocba, Muhegir , por envidia y odio á sus cosas y
memoria, hizo destruir los primeros fundamentos de una ciudad que Ocba que-
ría elevar bajo el nombre de Cairvan (3); trasladó sus primeros habitantes á dos
millas del punto por donde pasa el camino de Túnez, y mandó trazar los límites
de una ciudad nueva , de la cual se observan aun vestigios en el territorio de
Audan.
Ocba, portador de la deposición de Muhegir, llegó al Aírica , y después de
deponer á su rival, le redujo á prisión, sin que Muhegir extrañara es tas providen-
cias, que ya esperaba después de la muer íe del califa Moaviah, su favorecedor (4).
(1) Para inteligencia de nuestro relato, diremos unas pocas palabras de los sucesores de Ma-
homa (los califas) hasta la época de la conquista de España. En un principio, vemos a los cuatro su-
cesores inmediatos del profeta, el Califato perfecto, Abu Becre, Ornar, Otman y Alí, que residieron
en Medina y en la Meca, desde la muerte del profeta (632) hasta 660. A fines del reinado de Alí,
Moaviah ben Abi Sofian, de la familia de Omeya, wali (gobernador) de Siria, bajo pretexto de ven-
gar la muerte de Otman, le disputó el poder, y de ahí se originó la guerra civil. Muerto Alí, Hassan,
su hijo, le sucedió en el Hegiaz (660); pero Moaviah tomó el título de califa de Damasco, y fué el
origen de los Ommiadas. Después de él reinaron Yezid I (680) y Moaviah II ,685) en Damasco, al
tiempo que en la Meca (continuación del cisma de Alí), imperaban Abdallah, hijo de Zobeir (683),
Meruan (683), Abdelmelek (684) y por fin Walid (705\ sexto de los Ommiadas.
(2) ALunos dicen que quien le restituyó el mando fué Yezid, hijo de Moaviah, después de la
muerte de su padre, y esto parece ser lo mas probable.
(3) A unas treinta leguas al sudeste de Cartago y á siete leguas del mar. Fué capital de la parte
de África llamada por los Árabes Afrilciah, que comprende la provincia de Cartago, la Tripolitana
y la Cirenaica de los antiguos.
(4) Tales eran entre los Árabes las vicisitudes del mando. Vese, dice un autor, á aquellos capi-
tanes tan esforzados , tan arrogantes con los reyes , dejar y tomar otra vez el mando en virtud de
una simple carta del califa , siendo nuevamente generales , meros soldados y embajadores al menor
signo de su voluntad.
CAP. I. —ESPAÑA ÁRABE. 261
Ocba mandó también que no siguiese la puebla de la ciudad que fundara Muhe-
gir, y que los moradores volviesen á Cairvan, dedicando á ella mayor cuidado y
solicitud délo que hiciera en el anterior gobierno (1).
• Acabadas estas cosas, Ocba se lanzó á nuevas conquistas , llevando consigo
á Muhegir encadenado, y penetró por el país entonces desierto en que se eleva-
ron después las ciudades de Fez y de Marruecos, hasta el extremo occidental del
África. Allí fué donde, detenido por la valla insuperable del Océano, dícese que
metió en él su caballo hasta tocar el agua en las cinchas, y exclamó: «¡Señor Alá!
si estas profundas aguas no me detuvieran, yo seguiría para llevar mas adelante
el conocimiento de tu ley y de tu santo nombre. » De regreso á Gairvan , pereció
en la batalla de Tehuda, á los golpes de los Moros y Berberíes reunidos (2).
Con este motivo refiérese de Ocba un rasgo muy caballeresco. Muhegir , su
prisionero, habia sabido la sublevación que se preparaba, y advirtió á su rival el
peligro, pero era ya tarde: la rebelión estalló antes deque hubiese podido tomarse
medida alguna eficaz. Ocba aceptó la batalla, invocó al Dios deMahoma, y en su
nombre escitó á los Muslimes al combate; pero antes hizo poner en libertad á
Muhegir , que acudió en defensa dé su generoso enemigo (3) , hízole que le die-
ran armas y un caballo, y reconciliados ambos, desenvainaron la espada y mar-
charon á la pelea al frente de los caballeros muslimes. La muchedumbre de sus
enemigos alcanzó sin embargo la victoria, y arrollados los Árabes, murieron los
dos caudillos con la mayor parte de sus compañeros (43—682).
La victoria de los Berberíes en Tehuda fué debida principalmente á un jefe
á quien los historiadores llaman Ebn Kahinah. Este intentó sorprender á Gair-
van, pero los jefes Zohair y Ornar marcharon contra él , y aunque el Berberí
guiaba á mas de treinta mil hombres , con la ayuda de Dios , dicen los historia-
dores árabes , los Muslimes quedaron vencedores. Ebn Kahinah y los suyos hu-
yeron en desorden , y fueron perseguidos por siete mil caballos , que era toda
la gente de Zohair.
Esta victoria animó á los Muslimes, y acreditó mucho mas á este noble cau-
dillo , á quien escribió Abdelaziz ben Meruan , wali de Egipto , dándole gracias
á él y á todo el ejército por su constancia y valor , y á nombre del califa le en-
cargó el mando ele la conquista de África , y le envió gente y armas para refor-
zar aquel ejército que no podia atender á la conquista y sosegar las inquietudes
(1) Algunos dicen que Cairvan fué poblada por el valí Moaviah ben Horeig , que al llegar al
sitio donde se halla Cairvan , que era un valle de muy espesa arboleda, acogida de fieras , leones,
pardos , tigres y serpientes , dijo en altas voces : « Salid de este lugar, fieras que moráis en este va-
lle, salid , dejad este bosque y espesa selva.» Y lo dijo tres veces y en tres días, y no quedó allí fie-
ra, león , onza ó serpiente que no dejase luego aquel ¿bosque. Mandó á su gente cercarlo de altos
muros , clavó en medio su lanza , y les dijo : « Este es , este es vuestro Cairvan.»
(2) Cuénlanse de Ocba singulares crueldades. Llegado á Wadan , sometió esta ciudad , hizo
al rey prisionero y mandócortarle la oreja. El infeliz preguntó la causa de tan duro trato para con
un hombre con quien los Muslimes habían celebrado pacto de alianza , y Ocba le respondió: « Es
un aviso que he querido darte : cada vez que tocarás tu oreja , te acordarás de los compromisos
que has contraído , y no pensarás en hacer la guerra á los Árabes. »
(3) Ocba dijo á Muhegir: «Hoy, amigo, es día de'libertad , de martirio y de ganancia ,fla mas
preciosa para los Muslimes; y no quiero que pierdas tan buena ocasión.— Así es la verdad, respondió
Muhegir, y te doy gracias porque me concedes esta oportunidad, que cierto deseo la misma ventu-
ra.» Conde, Hist de la dom. de los Arab. en Esp., P. 4 . a c. V.
262 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y revueltas de los Berbenes (1). Entre tanto Zohair allegó la genle que estaba
en Atrabolos , y con esta y la que habia llegado de Egipto , salió de Barca 'para
dar principio á la campaña. En Cunia le salió al encuentro una hueste innumera-
ble que parecia una inundación, y aunque Zohair quiso hacerle frente, Abu Sajea y
gran parte de la caballería egipcia se opusieron á sostener la batalla. En el mo-
mento en que Zohair y sus valientes acometían á los enemigos , retiráronse ellos
del campo con precipitada marcha y si bien los Árabes de Zohair pelearon con
prodigioso esfuerzo, hubieron de ceder al número y dispersarse en desorden. Zo-
hair con pocos de los suyos volvió á Barca (año 64 de la hegira), y defendió con
constancia la frontera. Con esta victoria, los Berberíes ocuparon todo el país de
Cairvan, y se apoderaron también de la ciudad.
Al saber este desmán , pasó á África Abdelmelek ben Meruan , encontró en
Barca á Zohair , y juntas las tropas de ambos, hicieron cruda guerra á los Berbe-
ríes, y recobraron á Cairvan y las demás posesiones anteriormente perdidas. Los
Berberíes sin embargo se rebelaban siempre que se les ofrecía ocasión oportuna,
y el wali Zohair , que continuó gobernando la provincia de Barca , fué muerto
en una celada por los cristianos con gran número de los suyos.
Así estaban los asuntos de África cuando Hassan ben Naaman el Gasani.
que era wali de Egipto á la muerte de Zohair , recibió de Abdelmelek ben Me-
ruan, elevado al califato (el quinto de los Ommiadas), orden de continuar la con-
quista (692). Todas las rentas de Egipto fueron exclusivamente consagradas á
esta expedición , y Hassan se puso en marcha al frente de cuarenta mil hombres
de tropas escogidas. Con esta hueste se dirigió contra la antigua Caríago, que era
aun entonces la primera plaza fuerte de África , y la cercó y apuró tanto que al
cabo de largo sitio la entró por fuerza , destruyó sus muros , y pasó á cuchillo á
la guarnición greco-mora de la ciudad fenicia que esta vez cayó para no levan-
tarse jamás. Casi todos sus habitantes abandonaron sus bienes á los Árabes y
se refugiaron á Sicilia y á España. A aquella época se atribuye la dudosa his-
toria de Kahinah , á la que se llama reina de los Berberíes , y viuda probable-
mente del caudillo berberí de aquel nombre de que antes hemos hablado. Dícese
que sostuvo la guerra con varia fortuna por algunos años , pero que al fin fué
vencida y hecha prisionera por los Muslimes en una sangrienta batalla.
En el año 700, excitado por la fama de las grandes riquezas que los Musli-
mes hallaban en las ciudades de África , quiso pasar á ella el hermano de Ab-
delmelek, y este condescendió á su deseo ; nombrado para el gobierno de Barca,
en lugar de Hassan ben Naaman , á quien se privó del mando de la provincia,
Abdelaziz ben Meruan entró en África , y apenas llegado á Barca despojó al wa-
li Hassan de cuanto poseia, y lo tomópara si. Hassan adoleció no mucho después
(-1) Este nombre, que repetiremos con frecuencia en el decurso de nuestro relato, es genérico
y comprende á las naciones todas que habitaban en África mas allá de la frontera del imperio ro-
mano. « El nombre de Berberíes designa , no una raza única y homogénea, dice ¡VI. de Avezac (Nue-
va Bnciclop., t. II, art. Berberíes , p. 605) , sino la confusa mezcla de poblaciones, á las que en la
época de la invasión de los Árabes musulmanes , darían los dominadores romanos y bizantinos el
nombre de bárbaros.-» En todo tiempo fué costumbre inmemorial entre los Griegos y Romanos lla-
mar así á las naciones que no eran griegas ni italianas , y M. de Avezac siguiendo en esto á los mas
autorizados críticos, haco derivar el nombre de Berberíes de bárbaros, del cual poruña nueva cor-
rupción se ha hecho berberiscos.
CAP. I. — ESPAÑA ÁRABE. 2ti3
y murió de puro pesar y despecho: reveses de fortuna que son muy frecuentes en
la historia de los Musulmanes.
En tiempo de Abdelaziz empezó á darse á conocer Muza (1), el futuro con-
quistador de España. Encargado por el wali de la conquista de Almagreb (2),
desplegó gran habilidad en esta peligrosa misión; él fué el primero en emplear la
persuasión y la blandura con las indomables poblaciones de las tierras altas , y
formó los primeros lazos que las unieron después al islamismo. Las campañas
de Muza merecen una historia particular, pero no es este lugar para emprenderla.
En el año 88 de la hegira , según Ebn Haiyan , el califa Walid , hijo de
Abdelmelek , confió el gobierno supremo del África septentrional á Muza ben
Noseir, con el título de wali. Muza continuó haciendo con buena fortuna la guer-
ra á las taifas innumerables de Berberíes á caballo, sujetó en poco tiempo sus prin-
cipales cabilas , y exigió rehenes de las tribus de Masmudah , Zanhaga , Retama
y Hoara , que eran las mas antiguas y numerosas de la tierra. El wali mostra-
ba sobre todo ardiente celo en instruir á las tribus berberíes en la ley alcoránica,
y convirtió á gran número á la religión de Mahoma. Desde los primeros años de
su gobierno, llevó sus conquistas hasta las playas del Océano; sitió y tomó á Azi—
le , Tanja ( Tánger ) y Tetewan ( Tetuan ) , y únicamente resistió á sus armas
la fortaleza de Ceuta (3), merced á la vigorosa defensa de Julián el Cristiano.
Ghithisa (así escriben los Árabes Witiza) reinaba entonces en España, y propor-
cionó á su pariente Julián todos los medios para oponerse al vencedor de África.
Muza hubo de levantar el sitio , y renunció á la toma de Ceuta.
Retirado en Cairvan , continuaba desde allí su obra de proseliiismo. Todo
el pais de Almagreb le estaba sometido , y los Berberíes délas varias cabilas del
Atlas , que profesaban el sabeismo , empezaban á escuchar la palabra del após-
tol de Dios. Todos pagaban tributo ó habían celebrado alianza con los Sarrace-
nos , y por fin diez y nueve mil ginetes berberíes , en su mayor parte musulma-
nes, formaban la guarnición de Tánger bajo el mando de Tarikben Zeyad, Ber-
berí también, á lo que se cree , pero convertido desde mucho tiempo á los pre-
ceptos del Islam , habiendo quedado en Tánger únicamente algunos Árabes para
enseñar el Coran á los recien convertidos.
(i) Mussay (Moisés ) ben Noseir, de la tribu deLakhmi.
(2) Magreb ó Al-Magreb, es decir el Occidente. Así llamaron los Árabes en un principio al Áfri-
ca toda , situada al Occidente respecto de la Arabia. El nombre de Magreb fué dado después espe-
cialmente á la parte noroeste del África y al territorio del Atlas.— Al-Magreb-al-aiisalh , occiden-
te del centro , al-Magreb-al-aqssa , último occidente.
(3) Eq árabe Sebtah , antiguamente Sepia , ad Septem Fratres.— Los siete hermanos eran
siete montes , muy fáciles de contar desde las alturas de Gibraltar.
264 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
A. de i. C.
712.
CAPÍTULO II.
Venida de Muza á España. — Sucesos que siguieron á la batalla del Guadalete. — Toma de Córdo-
ba.— Entrada de Tarik en Toledo.— Condiciones impuestas por el vencedor.— Marcha de Mu-
za.— Capitulación de Sevilla. — Sitio y toma de Mérida. — Correrías de Tarik al norte de Toledo. —
Reunión de ambos caudillos en Toledo. — Desgracia de Tarik. — Victorias de Abdelaziz en las pro-
vincias orientales. — Teodomiro.— Tratado de paz entre Abdelaziz y Teodomiro.— Reconciliación
entre Tarik y Muza. — Campaña simultánea de ambos generales al centro y al este de la Penín-
sula.—Su reunión delante de Zaragoza.— Toma de Zaragoza. — Sigue la conquista. — Tarik y
Muza son llamados á Damasco . — Carácter de la conquista.
Desde el año 711 hasta el 713.
En esíe estado se encontraba el África en 711 cuando ocurrieron en España
los acaecimientos que hemos relatado en el capítulo Vi de nuestra Parte segunda.
Estaba demasiado inmediata la tempestad, dice Lafuente, y soplaba el huracán
demasiado cerca, para que pudiese libertarse de sufrir su azote nuestra penínsu-
la. Los desmanes de Rodrigo , las discordias de los Hispano-Godos, y la traición
de Julián y de los partidarios de Witiza pudieron ser los incentivos para que
Muza , que capitaneaba á un pueblo belicoso, entusiasta y triunfante , resolviese
la conquista de España. De aquí los tristes hechos que hemos referido , de aquí
la esclavitud de nuestra patria.
Muza recibió con cierto envidioso despecho la noticia del gran triunfo obte-
nido por Tarik: la gloria de su lugarteniente parecíale ser una usurpación de
la suya propia , y resolvió marchar á España para dar fin personalmente , junto
con sus hijos, ala conquista de este hermoso país. En la carta que al califa escri-
bió participándole lo ocurrido y el triunfo del Guadalete, calló el nombre del ver-
dadero vencedor , al mismo tiempo que empleó tan vagas y ambiguas palabras
que el califa le atribuyó en un principio la victoria agena. Walid, dicen las cró-
nicas árabes, recibió con indiferencia la cabeza alcanforada de Rodrigo, como
acostumbrado á semejantes presentes , y en esto el wali , aun con riesgo de que
los Godos se rehicieran , exponiéndose á perderlo todo, envió á su esforzado lu-
garteniente la orden de suspender su marcha y sus operaciones todas hasta que
llegase él con las fuerzas necesarias para dar cima á la completa dominación de
la Península. Desde aquel momento, dedicóse á toda prisa á poner en regla los
asuntos de África , reunió hopas cuyo número se hace ascender á diez mil ca-
ballos y ocho mil infante árabes y africanos , confió el gobierno de África á su
hijo Abdelaziz (1), y en la luna de rejeb del año 5*3 (712) pasó el estrecho y
(1 , El Dhobi dice que dejó en África á su hijo Abdelaziz , y esta opinión adoptan Conde y La-
fin ule y hemos adoptado nosotros ; El Habar dice que fue" su hijo Abdallah, y no Abdelola , y así
lo copia Ilomey. El ll'riki dice que Muza tardó cuatro meses en venir á España.
CAP. II. — ESPAÑA ÁRABE. 265
desembarcó en España, acompañado de sus hijos Abdelola y Meruan , cuyo nom-
bre llevó después el palacio construido en las márgenes del rio al oeste de Cór-
doba.
Asimismo entraron con él en España muchos caballeros de la tribu de Co-
raix , y oíros Árabes muy principales , como Almonazir , Alí ben Rebie Lahmi,
Hayut ben Reja Temami , y Hanas ben Abdalah Asenani , que fundó después la
gran aljama de Zaragoza. Importa, pues, distinguir casi en todo la segunda ex-
pedición de la primera.
La primera conquista fué obra del Berberisco Tarik, y la toma de posesión
definitiva, del Árabe Muza, distinción que ha de arrojar mucha luz sobre los he-
chos sucesivos de la presente historia. La rivalidad délas dos razas, que con tan-
ta evidencia se manifestará á nuestros ojos en los hechos posteriores, revélase
desde el origen de la conquista en los dos caudillos que la realizaron, y con Ro-
mey, diremos que esta distinción no nos parece haber sido indicada con la preci-
sión debida por los escritores que de esta materia han tratado.
Tarik con sus vencedores Muslimes corría todala tierra, llenando de espanto
á sus moradores, cuando con gran sorpresa suya recibió las órdenes de Mu-
za. Por un momento pensó en obedecer; pero conociendo el doble peligro de su
situación, optó por el que mas halagaba su gloria, y tomó el partido de la desobe-
diencia. Sin embargo, con su sagacidad africana, quiso escudar con especiosos pre-
textos su atrevida resolución, y reuniendo á los capitanes de su ejército, comunicóles
las disposiciones del wali. Todos manifestaron sudisgustopor tan inoportuno man-
damiento; ¿cómo era posible detenerse en ocasión tan favorable? A todos pareció
que no era bien perder tiempo ¡an precioso, y entre otros habló Julián el Cristia-
no, y aconsejó á Tarik diciéndole : (Puesto que ya venciste el gran ejército de
los Godos, y los principales señores cristianos que asistieron con su rey á la
batalla de Guadalete se han esparcido, no debes perder este tiempo en que to-
davía llevan en sus corazones el terror de tus armas: persigúelos ahora sin dar-
les espacio ni lugar; porque si se recobran, fácil cosa es que se rehagan y alle-
guen nuevas gentes, y se concierten y animen las atemorizadas tropas; así que sin
tardanza debes penetrar en las provincias y ocupar las principales ciudades, que
en siendo dueño de ellas, y en especial de la capital, ya nada hay que temer (1).»
A todos parecieron bien estas razones, y las esforzaron tanto, que Tarik, que
no deseaba otra cosa, ordenó luego las haces, distribuyó las banderas, mandó
pasar alarde de su hueste, y alabando su valor por lo pasado, y exhortándolas á
nuevas victorias, ordenó que las tropas se abstuviesen de ofender á los pueblos
pacíficos y desarmados, que solo persiguiesen álos que llevasen armas y tomasen
parte en la guerra y defensa del país, y que no robasen ni apañasen despojos si-
no en campo de batalla, ó en entrada por fuerza en las ciudades enemigas.
En seguida dividió el ejército en tres cuerpos: confió el mando del primero
áMugueiz el Rumi (2), y lo envió á Córdoba; encargó el del segundo áZayde
ben Kesadi para que caminase á tierra de Málaga, y el tercero, acaudillado por
él mismo, partió á lo interior del reino por tierra de Jaén á Tolaitola (3).
(4) Conde, Hist de la dom. de los Árabes en Esp., P. 1 .a, c. XI.
(2) El Romano, el Griego, el cristiano, el extranjero.
(3) Así desfiguraron los Árabes el nombre de Toledo, depravación de«urbs toletana» que oirían
TOMO II. 34
266 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
. La división mandada por Zayde arrolló en poco tiempo los débiles restos
del ejército visigodo hasta las provincias orientales, se apoderó de Astigis que
le opuso tenaz resistencia , impúsole un tríbulo , confió á los Judíos la cus-
todia de la plaza , en la que solo quedaron muy escaso número de Árabes , y
llevóse en rehenes á los principales habitantes. Tomó igualmente y de paso Má-
laga y Elvira, que no opusieron, á lo que parece, resistencia alguna, las trató de
igual manera, y se reincorporó con la hueslede Tarik apoca distanciade 'íoledo.
La división dirigida contra Córdoba á las órdenes de Mugueiz, no fué menos
afortunada en su camino. Llegada delante aquella ciudad, intimóle la rendición
con condiciones no muy duras, mas los Godos que la defendían se negaron á
aceptarlas, y Mugueiz dio principio ai cerco de la plaza. Un dia sus ex-
ploradores que, disfrazados de soldados godos, recorrían el país, volvieron al
campamento con un pastor á quien habían sorprendido en las inmediaciones de
Córdoba, y como el rústico sintiese gran ¡error á la vista del traje, nuevo para
él, de los soldados de Mugueiz, este procuró tranquilizarle, deseoso de sacar buen
partido de su prisionero.
Y si se pregunta qué lenguaje, en los primeros momentos de la conquista,
sirvió de intermediario entre vencedores y vencidos, recordaremos que el lalin,
no muy corrompido aun entre el clero y los mas notables habitantes de las ciu-
dades, y en estado de gerga entre las clases inferiores, era á principios del siglo
vin, la única lengua que entendían y hablaban en España los grandes y el pue-
blo, Godosé indígenas. Por lo mismo los conquistadores hubieron de comunicar por
necesidad en este idioma Con los habitantes de España, ya de un modo directo,
ó indirectamente por medio de intérpretes, lo que había de serles mucho mas fá-
cil de lo qué á primera vista puede parecemos. Vencedores déla Siria, del Egip-
to y de la Mauritania, que habian sido por espacio de largo tiempo provincias
romanas, sus filas habian debido aumentarse al pasar con naturales de aquellas
regiones, para quienes era sin duda la lengua latina muy familiar. El mismo
Mugueiz no pertenecía á la raza de los invasores; habíase unido á los Árabes, se
había convertido al islamismo, pero era de origen romano, como lo indica su
apellido de el Rumi, dado por los Árabes á cuantos habian nacido en las provin-
cias del imperio romano. Mugueiz, pu es, hubo de dirigirse en latín al pastor cor-
dobés apresado por sus exploradores.
Preguntando al labriego si conocía algún lado flaco en los muros de Córdo-
ba por donde pudiese sorprender á la ciudad, obtuvo preciosas noticias. Mitad
por miedo y mitad por deseo de servir al que le interrogaba, el pastor indicóle
en efecto un punto del muro de fácil acceso, y ofreció al general extranjero ser-
virle de guia. Llegada la noche, los Musulmanes se acercaron á la ciudad, y Dios,
según el cronista árabe de quien tomamos esta relación, favoreció su empresa.
Una deshecha tempestad alejó á cuanlos habrían podido descubrir su marcha, y
mil ginetes, llevando á la grupa otros tantos peones, pasaron el rio, llegando sin
á los cristianos, así como de Astigis hicieron Estija por Ecija, deCesaraugusta, Saracusta por Zara-
goza, y deHispalis, Esbilia por Sevilla. En estos primeros tiempos, citaremos á veces los nombres
de las ciudades y provincias españolas tales como los Árabes los corrompieron, en cuanto esto pue-
de servir para conocer el origen de muchos nombres modernos y encontrar la huella de los primí-
tiYOS.
Los árabes se apodaran por traición d& Cord<?l>a. e-rv 7YL~
CAP. II. — ESPAÑA ÁltABE. 267
ser apercibidos al pié de las murallas. El pastor que les servia de guia condújoles
al lugar por donde el muro era accesible, y en efecto, una enorme higuera que
junto á él crecia, permitia escalarlo y subir á él. Un Árabe mas fuerte ó ágil que
los demás llegó al adarve, Mugueiz desplegó su turbante y le arrojó uno de sus
extremos, sirviéndole para subir á su vez; otros le siguieron por el mismo cami-
no, y al ser en número suficiente, marcharon á las puertas de la ciudad, dieron
muerte á los centinelas, y abrieron el paso al resto de las tropas, que se precipi-
taron por las calles dando gritos de victoria y ocuparon la plaza antes que des-
puntara la aurora.
El tumulto, los alaridos de los soldados esparcieron el terror entre los habi-
tantes, quienes hubieron de someterse á la ley de los vencedores. El gobernador,
sorprendido, ó creyendo superior el número de los enemigos, no tuvo tiempo sino
para refugiarse con cuatrocientos compañeros armados en la principal iglesia de
la ciudad, que por lo visto estaba fortificada como oirás muchas de la época, ó
cuando menos rodeada de fosos. Como en ella encontraron agua y algunas pro-
visiones, defendiéronse allí por espacio de muchos dias con obstinado valor, has-
ta que Mugueiz mandó aplicar fuego á la iglesia, y perecieron todos, quedándole
á aquel lugar el nombre de Iglesia de la Hoguera.
Dueño de la plaza, Mugueiz le impuso las condiciones ordinarias, esto es, el
tributo del quinto y rehenes escogidos por él, y haciéndola su cuartel general,
llamó al resto de su división, confió á los Judíos parte de su custodia militar, y
¡cosa notable y atestiguada por muchas autoridades! dejó su gobierno á los prin-
cipales habitantes, saliendo luego á correr la tierra y á conservar en ella el terror
de la victoria. A esta política, á este ardor, á su maravillosa actividad que les
hacia multiplicarse, por decirlo así, y presentarse casi á un tiempo en diferentes
puntos, debieron los Árabes sus rápidos triunfos en España.
Jamás conquista alguna se llevó acabo con mas rapidez; en todas partes se
sitiaban y tomaban ciudades, y mientrasMugueiz seenseñoreaba de Córdoba, Tarik
ae adelantaba hacia Toledo. El terror habia llegado á su colmo; los magnates, el
clero, el pueblo no pensaban siquiera en la resistencia, y huian hacia Asturias,
hacia las Galias, hacia Italia los que pudieron hacerse con buques, llevando
cuantas riquezas les era dable. Los Árabes hallaban las ciudades medio desier-
tas (1).
A todas imponían iguales condiciones: exigían el tributo de guerra anual de
la quinta y á veces de la décima parte de la renta de tierras é inmuebles; se apo-
deraban de cierto número de rehenes, de las armas, de los caballos y animales
de tiro, y confiscaban los bienes, muebles é inmuebles, cuyos propietarios habían
huido.
Aquellos que se quedaron continuaron en el goce de sus propiedades pagan-
do el tributo dicho. A los vencidos se les dejó la libertad religiosa y el libre ejer-
cicio del culto, á condición de celebrarlo en el interior de sus iglesias y de no impe-
dir á sus correligionarios convertirse al islamismo, si así loquerian. Las iglesias
se conservaron, prohibiéndose construir otras nuevas, y respecto á los sacerdotes
y monges no parece que ninguno fuese maltratado. El testigo cristiano mas au-
(4) Ms. de Oxford.
268 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
téntico de aquel tiempo, el obispo Isidoro, continuó administrando su diócesis de
Beja, esto suponiendo que fuese ya obispo en la época de la entrada de los Árabes,
y acabó de escribir su crónica, que llega hasta el año 754, en presencia de los con-
quistadores, hallándose España cubierta de mezquitas.
En tanto Tarik y Zayde llegaron delante de Toledo (1), cuando las relaciones
de los vencidos en el Guadalete habían sembrado por todas partes el terror, y
pintado con exagerados colores, como sucede siempre, el número de los enemi-
gos, su valor y la escelencia de su caballería. Los principales señores que habían
seguido á su rey en la guerra habían muerto en la batalla, ó andaban errantes y
fugitivos; los que habían quedado en la ciudad, con la nueva de la rota del ejér-
cito y de la dirección que lomaron los Muslimes , habían huido con sus familias,
de suerte que la ciudad tenia muy poca gente de guerra y de importancia. Aunque
la fortaleza de la plaza, situada en un alto y escarpado monte ceñido por el Tajo,
pudiese permitir á los Godos oponer alguna resistencia á los invasores, ya fuese
miedo, falta de fuerzas ó de provisiones, ó todo junto, salieron á tratar sus ave-
nencias con Tarik, que recibió á los diputados con bondad y firmeza. Concertóse
que entregarían cuantas armas y caballos hubiese en la ciudad; que los habitan-
tes que quisieren abandonar sus hogares podrían salir en libertad perdiendo sus
bienes; que aquellos que se quedasen serian dueños pacífica é inviolablemente de
sus casas y posesiones, sugetas á un moderado tributo; que gozarían del libre
ejercicio de su religión, del uso de sus iglesias y derecho de conservarlas; pero
que no edificarían otras sin licencia del gobierno; que no harían procesiones pú-
blicas, que se gobernarían por sus leyes y jueces, y que no impidirian ni castiga-
rían al que se quisiese hacer Muslim. Fué una capitulación semejante ó igual á
las concedidas, como hemos dicho, á todas las ciudades españolas, y después
que los habitantes hubieron entregado armas y rehenes, las tropas y los caudillos
árabes entraron en la plaza.
Ocupó Tarik con su guardia el alcázar del rey, que estaba en una altura
dominando el rio, y allí halló inestimables tesoros, conforme hemos relatado, si-
guiendo á los cronistas árabes, al hablar de las artes y riquezas de los Visigo-
dos. En una apartada estancia, dicen algunas crónicas, encontró veinte y cinco
coronas de oro guarnecidas de jacintos y otras piedras preciosas, pues era cos-
tumbre, dicen, que después de la muerte de cada nionarc a que reinaba en España
se colocase allí su corona, escribiendo en ella el nombre de su dueño, su edad y
los años que habia reinado. Veinte y cinco reyes godos, añaden, habían reinado
en España hasla la época déla conquista, y por esto es que Tarik halló veinte
y cinco coronas reales en el alcázar de Toledo (2).
Lucas de Tuy, sin fundamento alguno, según observa Masdeu, fija la toma
de Toledo en un domingo de Ramos, probablemente del año 712, lo cual coloca-
(1) Una relación poco verosímil dice que las órdenes de Muza no llegaron á Tarik hasta encon-
trarse este delante de Toledo, y que se conformó á ellas, limitándose á tomar la ciudad.
(2) Isid. Pac.Chron.— Rodcr. Tolet. de Reb. Misp.— Conde, P. 1 .a, c. XII. Fácil y casi seguro es
que encontrase Tarik coronas, pero es muy dudoso que fuesen veinte y cinco. Desde Ttudis, el pri-
mer rey gorlo que lijó difinitivamente en España la sede del gobierno, hasta Rodrigo , se cuentan en
efecto veinte y cinco reyes; pero sabemos que Leovigildo fue" el primero en ceñir corona , y desdo
Leovigildo hasta Rodrigo se cuentan apenas diez y siete monarcas.
CAP. II. — ESPAÑA ÁRABE. 269
ria este suceso muy distante de la batalla de Guadalete, y dice que los Judíos de
la ciudad, de acuerdo con los Sarracenos, la entregaron áTarik mientras los cris-
tianos habían ido en procesión á la iglesia de Santa Leocadia, que, según esto, ha-
bía de estar fuera del recinto de la ciudad. Estos detalles, empero, dados por pri-
mera vez por un escritor del siglo xm, nos parecen en efecto muy poco autori-
zados.
Al desembarcar Muza en las playas andaluzas, supo que Tarik habia con-
tinuado la conquista contra su mandamiento , y apesarado y sañudo , dícese
que resolvió desde entonces la pérdida de su lugarteniente, cuya gloria deseaba
ante todo igualar. Instruyóse del camino que su rival siguiera, y tomó entre los
cristianos guias fieles que jamás le engañaron , dicen las historias árabes (1).
«Cuando la Providencia te pone en la mano la cuerda de la felicidad , todas las
criaturas concurren á hacerte feliz, tus mismos enemigos te ayudan, y si se ofre-
ce alguna dificultad , la fortuna cuida de vencerla y de allanarte el paso (2). »
Sus guias le condujeron primeramente á lo largo de las costas de Schahduna
(Sidonia sin duela), de la que se apoderó por asalto, y marchó en seguida hacia
Carmona, plaza fuerte, cuyas puertas le fueron abiertas durante la noche por los
partidarios de Julián, que se habían introducido en la ciudad como compatriotas
y defensores. Muza puso luego sitio á Esbilia (Sevilla) , mientras que numero-
sos cuerpos de caballería berberisca corrían la tierra para aterrorizar á las po-
blaciones. Sevilla resistió un mes, pero al fin hubo de capitular. El caudillo ára-
be le impuso las condiciones del islam, escogió rehenes, hizo en la plaza una en-
trada triunfal , y después de confiar su custodia á Isa ben Abdila el Jowail de
Medina, se dirigió á Lugidania (Lusitania). llípula , Osonoba, Pax Julia y Mir-
tilis se rindieron sin resistencia á sus armas, y según costumbre, dejó en ellas
cierto número de tropas, bajo el mando de un jefe experimentado, para contener
á la población y cuidar de los enfermos. Así ocupó todo el país desde el Betis
hasta el Anas, y siguiendo luego las márgenes de este rio, tomó de paso otras
muchas ciudades sin hallar resistencia hasta delante de Mérida, cuyos habitantes
cerraron las puertas. Obligado á detenerse ante la antigua ciudad romana, el
general árabe comprendió que habria de reunir todas sus fuerzas para reducirla,
y llamó á su lado á Abdelaziz, que se habia quedado en África, ordenándole que
le trajera nuevo refuerzo de gente. A la vista de Mérida, Muza quedó admirado por
la grandiosidad y magnificencia de la ciudad de Augusto , y parecióle que para
edificarla habían debido reunir todos los hombres su arte y poderío (3). «Ventu-
roso el que logre rendirla», exclamó al contemplarla. Esta, empero, no era fácil
empresa, pues los moradores parecían haber recobrado para defenderla un resto
del valor guerrero que abandonara á los Españoles en presencia de los Árabes.
\\) Según Ebn Hayan, los partidarios de Julián, que le acompañaban, le dijeron : (-Nosotros te
guiaremos por un camino mas glorioso que el seguido por Tarik, y él pondrá en tu poder las ciuda-
des mas opulentas del Ándalos.»
i2) Conde, P 1.a, c. XIII.
(3) Mérida ha conservado escasos restos de su antiguo esplendor, y mucho tiempo hace que
de la ciudad de los legionarios decia Nonio lo siguiente: «Urbs haec olim nobilissima ad magnam ín-
cola rum infrequentiam delapsaest, et praeter priscseclaritatis ruinas nihil ostendit.» (Hispan. Illust.,
c. 34, p 406 HO). Sin embargo, Mérida posee aun un puente de sesenta arcos, un acueducto de pro-
digiosa altura, un arco y una naumaquia, restos romanos muy notables.
270 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Muza empezó por experimentar algunas dificultades al establecer su campamento,
y hubo de rechazar una salida de los habilanles , que se apoderaron de sus
primeras tiendas. Los Sarracenos hallaban por fin enemigos que no huian.
Era aquel un género de guerra enteramente nuevo para el viejo general.
Hasta entonces la astucia y la intrepidez le habian servido para subyugar á las
tribus berberíes, pero hallábase con obstáculos de naturaleza muy distinta. Mérida
le oponía cuanto el arle y la civilización habian inventado para la defensa délas
ciudades , y él carecia de las máquinas necesarias para abrir brecha y derribar
aquellos anchos muros, aquellos baluartes, aquellas torres que por todas partes
le impedían acercarse á la plaza. Resolvió no obstante reducirla , y cada dia da-
ba un recio combate á la ciudad por diferentes partes, y provocaba con sus alga-
radas á los sitiados, quienes salían por lo regular al campo y empeñábanse com-
bales en los que con frecuencia quedaba la victoria por los Españoles. Muza
habia perdido á sus mejores capitanes y ardia en ira y en impaciencia , cuando
acudió á una estratagema que le dio muy buen resullado. Habia visto que á cier-
ta distancia de la ciudad habia una honda cueva cortada en la peña , y en ella
escondió de noche mucha gente de á pié y de á caballo. A la hora del alba, como
tenia de costumbre, salió de su campo para combatir los muros, y asimismo los
cristianos que estaban ya habituados á sus diarios rebatos , salieron á estorbar
sus combates. Mandó Muza á los suyos hacer una bien fingida retirada, de suer-
te que cargando la gente de los cercados, se fueron arredrando los Muslimes ha-
cia su emboscada. Los cristianos empeñados en la pelea y en seguir á los Árabes
con la ventaja que creían obra de su esfuerzo, llegaron combatiendo y arrollando
al enemigo mas adelante de la celada contra ellos preparada ; entonces salieron
los soldados de Muza y acometieron con gran ímpetu y vocería; los Musulmanes
antes fugitivos hicieron frente á sus contrarios con denodado ánimo, y se trabó
una sangrienta lucha que duró muchas horas, hasta que los cristianos acabaron
casi todos con la vida. Semejante revés no desalentó a los sitiados, y no tardaron
en lomar el desquite. Los Muslimes se apoderaron en un asalto de una fuerte tor-
re, pero estrechados á su vez por los cristianos que peleaban con no visto denue-
do, perecieron todos á los golpes de sus enemigos. Por esto llamaron después á
aquella torre Bordje al Clmhada, torre de los mártires.
Llegó en este tiempo Abdelaziz con siete mil caballos africanos y gran nú-
mero de ballesteros berberiscos, y viéndolos de la ciudad que el campo de los
Árabes se acrecentaba con nuevas tropas, y que en la plaza faltaba gente de guerra
y escaseaban las provisiones, determinaron capitular. Muza recibió á sus envia-
dos en su tienda, y estipuló con ellos las bases de la capitulación. Muza era ya an-
ciano, y para ocultar sus años, dice un historiador, tenia de blanco su barba, cos-
tumbre del conquistador que ha dado sin duda lugar á lo que se refiere de la im-
presión que hizo en los diputados de Mérida, en su segunda entrevista, el reju-
venecimiento del general (1). Duras fueron las condiciones que Muza les impuso:
(4 Dicese que el primer dia se les apareció Muza con barba blanca yel segundo con barba ne-
£ra que tiraba á roja. Maravillados en gran manera, volvieron a la ciudad y dijeron á los sitiados1
«¿Por ventura peleareis con hombres que rejuvenecen cuando quieren en su vejez ? pues sus reyes
así lo hacen, y nosotros los hemos visto mozos, después que los habíamos visto canos y viejos. Así
que salid, y conceded cuanto os pidieren si queréis ser salvos.»
CAP. II.— ESPAÑA ÁRABE. 271
además del tributo de guerra anuar(kharadj¡)yde la confiscación de los bienes de
aquellos que habian muerto durante el sitio ó que abandonaren la ciudad, exigió
que le fuesen entregados los ornamentos y las riquezas de las iglesias y la mi-
tad de los edificios consagrados al culto de Jesucristo para convertirlos en mez-
quitas, y escogió rehenes entre las mas ilustres familias de los Godos que se ha-
bian retirado allí después de la batalla de Jerez. Entre ellos se hallaba la reina
Egilona, viuda de Rodrigo, llamada A>lat por los autores árabes.
Dueño de Mérida, Muza hizo en la ciudad su entrada triunfal en 1.° de ja-
wal del año 93 de la hegira (11 de julio de 712), dia de Alfitra (1). Pocos dias
antes habia estallado una insurrección en Sevilla, y en ella perecieron ochenta
Árabes de los que Muza dejara en guarnición, y los demás habian debido tomar
precipitada fuga. Abdelaziz enviado por su padre contra la ciudad sublevada, en-
tró en ella con fuerzas considerables é hizo pasar á cuchillo á cuantos habitantes
no abandonaron, sus hogares, dándola después como residencia á algunas tribus
del Yemen que allí se establecieron. Abdelaziz recibió en seguida de su padre la
orden de dirigirse á la parte meridional de la Península.
En tanto que esto sucedía en Lusiíania y en Bética, Tarik, después de ocu-
parlos alcázares y fortalezas de Toledo, continuaba sus conquistas hacia el norte.
Algunas partidas de Godos recorrían la tierra, y saliendo en su persecución, las
dispersó. Llegado á Guadilhidgiara, pasó este rio, se encaminó á los montes
(Sierra de Guadarrama), los atravesó por un valle, que se llamó desde entonces
Feg-Tarik (Builrago), ocupó varias ciudades en las comarcas que formaron des-
pués Castilla la Vieja, como Medina del Campo, el fuerte de Almaya, Medinaceli
(Medinelh Salem) etc., y volvió á Toledo cargado con considerable bolin. Entre
otras preciosidades, dícese que halló en esta expedición, en Medinaceli, á lo que
comunmente se cree, la famosa mesa de Salomón, de oro y esmeraldas, de que
hemos hablado antes de ahora, y que tan gran papel desempeña en todas las re-
laciones de los conquistadores. Hay quien supone que esta inestimable joya ca-
yó en su poder en la toma de Toledo. También, según ciertos autores, Tarik solo
llegó hasta Almaya antes de regresar á la capital ; mas otros afirman que pene-
tró en Galicia y se hizo dueño, pasando por Aslorga, de todo el país hasta Gijon,
aserto que no tenemos por verosímil.
La noticia de la marcha de Muza hacia Toledo, hizo que Tarik volviese allí
á toda prisa, yen efecto, el general quería pedir á su lugarteniente cuenta severa
de su desobediencia. En su camino, el conquistador de Mérida se apoderó por
avenencia de varias plazas, persuadiendo á los pueblos que los Árabes no venían
á destruirlos ni despojarlos, ni quemarles sus campos é incendiarles sus pobla-
ciones, sino á llevarles el conocimiento del Dios verdadero (2), y que solo ha-
cían la guerra á los rebeldes y obstinados en vana é inútil resistencia. Ofrecié-
ronse á los Árabes en esta marcha los maravillosos puentes y los portentos de la
grandeza romana, de los cuales tan magníficos restos existen aun en nuestra pa-
tria, y que ellos creían obra no de los Romanos, sino de ios antiguos Jonios, se-
(4) La Pascua que termina el Ramadan.
(2) El carácter religioso de esta guerra no puede ponerse en duda. En aquella época estaban
los Árabes todavía en todo el fervor de su proselitismo, y eran los apóstoles armados de la unidad
de Dios. Todos lospueblos eran para ellos idólatras, politeístas (moscheriknn).
272 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
gun dice uno de sus autores. Admiráronles sobre todo la elegancia y solidez de
los puentes del Tajo y del Guadiana, y expresaron su sorpresa con toda la pom-
pa oriental ; á sus ojos, aquellos monumentos mas que obra de hombres, lo eran
de Genios divinos.
Llegado Tarik á Toledo antes que Muza, se apresuró á salirle al encuentro,
conociendo las malas disposiciones que traia, y reunióse con él en Medina Tal-
bera (Talayera de la Reina). Al divisarle, Tarik echó pió á tierra, y acercándose
al wali sin humildad ni altivez, ofrecióle, sabiendo su avaricia, algunas joyas
preciosas que le habían correspondido personalmente en la dislribucion del botin.
Muza recibió á su lugarteniente sin agasajo, mas no dejó estallar todo su resen-
timiento ; la entrevista fué fria, pero no borrascosa, y juntos marcharon á Tole-
do. El mismo dia de su llegada, reunió Muza los principales capüanes de ambas
huestes, y en presencia de iodos interrogó con severidad á su lugarteniente y di-
rigióle los mas vivos cargos. «¿Por qué no obedeciste mis órdenes? preguntóle el
wali con altivez. — Porque así lo determinó el consejo de guerra, contestó Tarik,
á fin de impedir que ios enemigos pudieran rehacerse, y porque así creí servir
mejor la causa del Islam.» Muza exigió la entrega del botin y la parte del tesoro
público, é insistió particularmente para que se le diese la famosa mesa de Salo-
món, que Tarik le presentó en efecto, pero falta de un pié, que de intento le ha-
bía hecho quitar con singular y característica previsión, como en su lugar ve-
remos. Muza extrañó la falta, pero díjole Tarik, que de aquel modo la habia ha-
llado. La entrevista terminó con la destitución de Tarik, á quien el wali, en nom-
bre del califa, privó del mando de su ejército, confiándolo á Mugueiz el Runii.
Añádese que la conferencia tomó al fin carácter tal, que Muza mandó prender y
azotar al vencedor de Jerez en presencia de sus compañeros de armas, sin que
nadie k no ser Mugueiz tomara la defensa del infortunado general. La cuestión
fué diferida á la decisión del califa, y según ciertos autores, Muza llevaba su
rencor hasta pretender la muerte de su rival.
Esta contienda suspendió por algún tiempo las conquistas de las armas mu-
sulmanas en el norte y oeste de la Península, en tanto que las continuaba Abde-
laziz por el mediodía y las costas orientales. Hemos visto que después del castigo
impuesto á la población de Sevilla, Abclelaziz, por orden de su padre, habia mar-
chado hacia la parte de nuestra tierra que baña el Mediterráneo, pero aquella
frontera estaba defendida por Teodomiro, el caudillo godo* que peleó antes que
ninguno con los Moros en los campos de Tarifa. En la batalla de Guadaleie por-
tóse también como un valiente, y perdida la jornada, reunió algunos centenares
de dispersos, y se retiró hacia las tierras que le pertenecían al norte de la pro-
vincia cartaginesa. Los Godos que le siguieron le aclamaron rey, y esto ha he-
cho que algunos autores, y entre ellos Masdeu, lo cuenten como el primer mo-
narca de la reconquista. El territorio que ocupaba fué llamado por los conquista-
dores tierra de Tadmir (1), é igual nombre dieron por la misma causa a una
ciudad ó fortaleza que se levantaba sin duda en las tierras particulares de Teo-
domiro, situada en la frontera occidental de Murcia, al pié de un monte, en el
(<I) Propiamente Tdmir. El nombre árabe no tiene vocal entre la T y la d, de modo que no sa-
bemos si las letras árabes que componen este nombre dicen Tudmir 6 Tadmir.
CAP. II.— ESPAÑA ÁRABE. 273
mismo lugar que ocupa hoy Caravaca (1). A pesar de contar con escaso número
de soldados, resolvió mantenerse en su tierra con sus esforzados compañeros, y no
consentir en ser de ella despojado sin combate, y al saber la marcha Abdelaziz
adelantóse con cuantos hombres válidos pudo reunir para defender su acceso.
Emposesionado de las alturas y desfiladeros de las fronteras, hostigó al enemigo
en las gargantas y pasos de las montañas, que defendió palmo á palmo, eviíando
siempre una batalla general que no consentía la inferioridad de sus fuerzas. Los
Árabes empero, á fuerza de obstinación y valor lograron llegar hasta las campiñas
de Lorca y empeñar batalla con los cristianos, quienes fueron vencidos y arrolla-
dos. La caballería africana de Abdelaziz los persiguió crudamente, y obligóles á
refugiarse en la ciudad fortificada mas próxima, que era Auriola (Orihuela).
Teodomiro quiso resistir hasta el último momento ; con fuerzas diez veces
superiores, el enemigo habia por precisión de apoderarse de la plaza, pero el
caudillo godo esperaba obtener una capitulación favorable , y sus esperanzas no
salieron frustradas. Casi sin soldados, acudió á una feliz estratagema para ocul-
tar al enemigo su debilidad: hizo que vistieran el sayo militar de los Godos to-
das las mugeres de Orihuela , que colocó en los muros de la ciudad sitiada , y díce-
se que para mayor ilusión , hizo que dispusieran sus cabellos de modo que imita-
ran la barba de los soldados godos. El Árabe victorioso cayó en el lazo; puso
cerco á la ciudad con grandes precauciones, y dispúsolo todo para un asalto
reñido y sangriento. Teodomiro salió entonces como parlamentario, y de parte
del caudillo godo, solicitó conferenciar con Abdelaziz. Este le recibió muy bien, y
el supuesto mensajero á nombre de Tadmir y de la ciudad, pidió seguridad y paz
porque se allanaban á entregarse con buenas condiciones, conforme á la genero-
sidad de los caudillos muslimes y á la nobleza del príncipe, que las pedia para
bien de sus pueblos. Abdelaziz quedó muy contento de la proposición , y trató en
seguida de las bases de la paz con el enviado del rey de los cristianos , pues Teo-
domiro no habia juzgado prudente descubrirse aun. Evidente es que no seremos
nosotros quien afirme las circunstancias tocias de esta relación , si bien nada hay
en ella inverosímil ; pero lo que sí es cierto y positivo es el tratado de paz cele-
brado delante de Orihuela entre Abdelaziz y Teodomiro , que nos ha sido con-
servado y es uno de los mas curiosos monumentos de la época. Dice así, tradu^
cido literalmente :
«En nombre de Dios, clemente y misericordioso: rescripto de Abdelaziz
ben Muza para Tadmir ben Gobdos (hijo de los Godos) : la paz sea con él y
sea este para él mismo una estipulación y un pacto de Dios y de su profeta, á
saber : que no se le hará guerra á él ni á los suyos ; que no será depuesto ni
apartado de su reino ; que los fieles no matarán , cautivarán ni separarán de los
cristianos á sus hijos y mugeres ; que no se les hará fuerza por lo que toca á su
ley (su religión) ; qu£ no se incendiarán sus iglesias , sin otras obligaciones por
su parte que las que aqui se estipulan. Queda convenido que e) poder de Tadmir
(1) De un pasage del itinerario de Abi Mohammed ben Ruzach, citado por Faustino Borbon
(Cartas para ilustrarla España árabe, etc.), parece resultar que Tadmir estaba situado entre Merpig,
y Murcia. La expresión árabe es Carietucat Tadmir (fortaleza de Tadmir), yes probable que el
nombre de Tadmir se habrá perdido y que Carietucat se convertiría en Carucat y después en Ca-
ravaca r
TOMO II. 35
274 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
se extenderá y ejercerá pacíficamente sobre las siete ciudades cuyos nombres
siguen: Auriola, Balentiia (Valencia), Locant (Alicante) , Muía, Biscaret, (Bi-
gerra) Atzis (Aspis) y Durcat (Lorca) ; que no capturará á los nuestros; que no
dará asiio á nuestros enemigos, ni les prestará socorro, y que sabiéndolo, nos
revelará sus provéelos contra nosotros. El y los suyos se obligan á pagar un tri-
buto anual de un diñar de oro (1) por cabeza, cuairo medidas de trigo , cuatro
de cebada, cuatro de mosto, cuatro de vinagre, cuatro de miel y cuaíro de
aceite, y los siervos ó pecheros la mitad. — Hecho ea 4 de rejeb del año 94 de
la hegira, y testificaron sobre esto Otman ben AbiAbdah, Habib ben Habí
Obeida, Edris ben Maicera y Abul Cassim el Mazeli. »
Firmado el convenio, Teodomiro se dio á conocer á Abdelaziz, quien se
holgó mucho de su franqueza y noble proceder, y comieron juntos, dice el cro-
nista de Muza, como si de mucho tiempo hubiesen sido amigos. El dia siguiente,
Abdelaziz y sus principales capitanes, en los cuales figuraban los firmantes del
tratado, ilustres tocios ea la historia de la conquista, entraron en Qrihuela en
lucida cabalgata para visitar á Teodomiro, y maravillados al ver los escasos
hombres de armas que en la ciudad se veian, preguntóle Abdelaziz: «¿Qué se
ha hecho la multitud de guerreros que cubrían estos días el muro? » Teodomiro
confesó entonces su estraíagema, y Abdelaziz y los caudillos musulmanes, lejos
de sentir enojo , la aplaudieron y celebraron (2). Tres días estuvieron estos en la
ciudad española, duranle los cuales fueron muy obsequiados, y transcurridos,
volvió Abdelaziz á su ejército que acampaba en la campiña , dirigiéndose con él
á los llanos de Jaén , hacia el sudoeste. Retrocedió la hueste á las comarcas de
Sierra Segura, entró en Baíza (Baza), en Acxi (Guadix), Jayen (Jaén), en Elvira
(ílliberis), en Garnatah (Granada), que poseían los Judíos, y en Anticarra (Ante-
quera), y llegó á Málaga y á las demás poblaciones de la costa, sin hallar resis-
tencia en parte alguna , y dejando , según costumbre , cierto número de Árabes y
Judíos para la custodia de las ciudades conquistadas.
En este tiempo, dice Conde, llegaron á Muza órdenes del califa, mandán-
dole restituir á Tarik el mando de las tropas que tan gloriosamente habia condu-
cido , diciéndole que no inutilizase una de las mejores espadas del Islam; y Ta-
rik, poco tiempo después de haber sido encarcelado, recibió otra vez el mando
de una de las principales divisiones, de la que venciera con él en Guadalete.
Eran tales las ideas y costumbres de aquellos hombres que, después de haber re-
cibido en público un indigno castigo, Tarik pudo de nuevo ejercer entre ellos el
mando sin que su gloria y reputación hubiesen sufrido menoscabo. Muza fingió
una reconciliación sincera, y determinó que Tarik partiese sin dilación con sus
tropas hacia la España oriental , mientras que él con las suyas se dirigiría á Ga-
licia y á las regiones del norte de la Península que no habían sido subyugadas
todavía.
El país que Tarik estaba encargado de someter es llamado de Tzogur por
los historiadores de la conquista, y sea cual fuere el origen de esle nombre, que
(1) Moneda de oro: cada diñar es de valor de veinte dirhames ó monedas de plata.
(?) Masdeu incurre en error al decir (t. XII, p. 47 y 18 de su Hist.) que Teodomiro capituló con
Abuzara. Como observa el historiador Romey, la crítica y sagacidad de Masdeu no le han librado
de muchas inexactitudes en esta parte de su obra.
CAP. II. — ESPAÑA ÁRABE. 275
figura por primera vez en los autores árabes (1) , comprendía, según el Dhobi,
desde los confines de Talavera , casi lodo el territorio al sur y al este de Toledo,
la Mancha, Alcarria y Cuenca, hasla Tortosa.
Muza y Tarik dieron principio á sus expediciones á un tiempo, y las noti-
cias que tenemos acerca de la organización de sus ejércitos hacen gran honor á
ambos generales. Las tropas habían de ir muy descargadas y á la ligera; la ca-
ballería con su piel y saco de provisión , su hortera de cobre y sus precisas ar-
mas, y la infantería sin mas embarazo que esias. Las provisiones de cada taifa,
cargadas en acémilas , eran distribuidas según las banderas, y estos bagajes
iban conducidos por pocos hombres, de suerte que no se inutilizasen brazos vi-
gorosos para el combate. La naturaleza del mando entre los Árabes era tan re-
ligiosa como militar. El general velaba por el cumplimiento de los deberes esen-
ciales del islamismo, prescribía á los soldados sus reglas de conducta, y les leia
pasages del Coran escogidos según las circunstancias; él les daba la señal de la
oración, era su juez y volvía á la buena senda á los que de ella se apartaban.
Antes de marchar de Toledo, ambos generales renovaron á sus tropas bajo pena
de muerte la prohibición de robos y pillaje, solo permitido después de las ba-
tallas en el campo enemigo y en entradas por fuerza de ciudades, y aun en estos
casos se exigía la expresa autorización del jefe.
Marchó Tarik al oriente hacíalas fuentes del Tajo, atravesó las ásperas
sierras ele Arcabica, Molina y Segoncia, y descendió á las vegas y campos que
fertiliza el rio Ebro. Muza se dirigió hacia Sentícay Salamanca, que se entregaron
sin resistencia, allanó la tierra hasta Astorga, volvió, siguiendo las márgenes del
Duero, á la parte oriental de España, y descendiendo al rio Ebro, llegó al cerco
de Medina Saracusta (Zaragoza), que tenia en gran aprieto el ejército de Tarik.
Habia ocupado ya esta hueste todas las ciudades de la comarca , pero aquella
plaza en donde se habia reunido mucha gente ele toda España , opuso á los inva-
sores una resistencia obstinada; sin embargo , un riguroso bloqueo y repetidos
asaltos habíanla reducido al último extremo, cuando la llegada de Muza hizo
decaer de lodo punto el ánimo de los cristianos, que ofrecieron rendirse con las
condiciones acostumbradas.
Envanecido el wali con el efecto que producía su llegada , y codicioso de
las grandes riquezas que sabia encerradas en la plaza, impúsoles, además de
las condiciones ordinarias , una contribución extraordinaria de guerra que habia
de entregársele el dia de su entrada en la ciudad. La necesidad hizo que los ha-
bitantes de Zaragoza suscribiesen á todo, y acudieron á sus joyas y á las precio-
sidades de sus iglesias para reunir la gran cantidad que el vencedor exigía. Mu-
za tomó en rehenes á los jóvenes mas nobles de la población, puso en ella un
buen presidio de gente escogida , y confió su gobierno á Hanax ben Abdallah
Asenani , que poco después edificó allí una mezquita magnífica y una principal
aljama.
Así iba dándose cima á la conquista de España , y continuando el ejército
(1) Algunos pretenden que Tzogur sea una corrupción del latín Tugurio que significa un país
cubierto de chozas, Tugaría a tecío appellanlur domicilia rusticorum sórdida ^Forcelleni Lexicón,
t. IV, p. 432), porque el país á que se aplica era de los mas agrestes de la Península. Otras muchas
explicaciones se dan también que son harto difusas para tener aquí cabida.
276 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
su expedición , entró sin resistencia en las mas populosas ciudades de Aragón y
Cataluña. Osea, Calagurris, Tarazona, Ilerda fueron al momento subyugadas,
y en la última ciudad los generales se separaron. Muza se dirigió á la costa, y
se apoderó de Barcelona, de Gerona, de Ampurias y de la antigua llosas, y aun
cuando se ha dicho (1) que Tarragona , Ampurias, Urgel y Ausona fueron des-
truidas por él hasta en sus cimientos , no hallamos en parte alguna testimonios
bastantes que lo acrediten , excepto por lo que toca á la última , que parece haber
sufrido en lodo su rigor la ley de los vencedores.
Según El Nowairi , Muza pasó después las montañas, y llegó al país de
Afranc, apoderándose de Medina Narbona ; pero no es probable que penetrase
hasta allí, habiéndose de atribuir sin duda á otra expedición el hallazgo de los
siete ídolos ecuestres de plata, así los llama el cronista árabe, en la principal
iglesia de la ciudad Otro historiador dice que se apoderó de igual número de
colunas de plata maciza en la iglesia de Sania María de Garcasona , en cuya ciu-
dad es muy dudoso que jamás entrase (2). Lo mas probable es que las excursio-
nes de Muza á las Galias se limitasen á algunas correrías (al garah) (3) por el
territorio que forma @1 Rosellon. Luego se tornó á España, caminó hacia Galicia
por Astorga, entró en Lusitania, y en todas partes sacó muchas riquezas que no
dividía con nadie (á).
En tanto Tarik caminaba por otro camino y observaba otra conducta. Si-
guiendo el curso del Ebro, bajó á Tortuxa (Tortosa) , y apoderóse con rapidez
increíble de Murbiter (Murviedro) , de Valencia, de Játiva y de Denia, hasta los
inciertos límites del reino de Teodomiro. Como en todas partes , los habitantes
quedaron en pacífica posesión de sus haciendas, bajo la fe y protección de los
Musulmanes , quienes solo se apoderaban de los bienes abandonados por los fu-
gitivos. Los despojos y tributos los repartía con los Muslimes , sacando el quinto
que reservaba para el califa con gran escrupulosidad , y si hemos de creer al au-
tor á quien traduce Conde, no comunicaba á Muza sus empresas, sino que escri-
bía directamente al califa, censurando la codicia insaciable del wali. Este por su
parte acusaba también á su rival cerca del jefe de los creyentes, y quejábase so-
bre todo de su indisciplina y prodigalidad , tan contrarias á los principios militares
de los Musulmanes.
De estas quejas y reconvenciones, dice un autor árabe, dedució el califa
El Walid ben Abdelmelek la conveniencia de poner en otras manos el cuidado
de la conquista, y llamó á Siria á los dos generales que con sus odios y discor-
dias comprometían así el triunfo del islamismo. Mugueiz el Rumi , que había ido
á Damasco á llevar detalladas noticias de las primeras victorias de los Árabes en
España, recibió orden de volver á la Península con encargo de transmitir á am-
bos rivales la voluntad de Walid. Tarik obedeció al instante, pero Muza eludió
la orden del calila , y noticioso de que los cristianos se refugiaban principalmen-
te en las montañas de Galicia y de Asturias, dirigióse hacia aquel lado. Dispo-
(1) Marca in Marca Hispánica.
(2) Maccary, Ms. do la üibl. nac. citado por M. Reinaud, n.° 704.
(3) Asf llamaban los Árabes á los reconocimientos que por lo regular practicaban antes de sus
expediciones de conquista.
(4) Conde, P. i.",c. XVI.
CAP. II. — ESPAÑA ÁRABE. 277
níase á emprender la guerra con vigor , cuando un segundo mensajero , Abu
Nashd (1) , le sorprendió en Lugo , en medio de su ejército, y cogiendo las rien-
das de su caballo , le notificó otra vez y de un modo imperativo la disposición
del califa (2).
A ser cierto que Muza hubiese concebido el vastísimo proyecto de conquis-
tar la Europa toda después de la España, y de no volver á Siria hasta haber so-
metido bajo la dominación de los Muslimes las Galias, la Germania, la Italia, y
el imperio romano de Gonstantinopla, desde el océano Atlántico al Ponto Euxino,
combinando esta inmensa expedición con los esfuerzos simultáneos de un ejército
musulmán que operase en el Asia Menor (3), concíbese su despecho al aban-
donar una empresa con tanta fortuna empezada. A la edad que contaba érale pre-
ciso no perder tiempo, y hubiera querido emplear útilmente para el islamismo
los restos del ardor deque se sentía poseído. Sin embargo, la obediencia era
necesaria, y por mucho que fuese su sentimienío, partió con la esperanza de que
el califa aprobaría su deslumbrante plan de conquista. Confió á su hijo Abdelaziz
el gobierno supremo de la Península, cuyo centro fijó en Sevilla, desde donde las
comunicaciones con el África eran ücilesy cortas, y reuniendo los ricos despojos,
fruto de sus afortunadas expediciones, la famosa mesa de Salomón, las coronas de
oro halladas por Tarik en el alcázar de Toledo , y una cantidad inmensa de oro y
pedrería, pasó el Estrecho y pisó otra vez el Magreb, primer teatro de sus haza-
ñas. Muchos prisioneros, entre los cuales se contaban cuatrocientos varones de
las familias regias godas que tenia en rehenes, es decir de las principales fami-
lias godas cuyos miembros podían subir al trono, le acompañaron en su marcha
triunfal hacia Damasco por el litoral africano.
Tarik habia llegado á Damasco antes que su rival, y cuéntase que esplicó su
conducta con una lealtad militar que le granjeó el afecto del califa. «Señor, dijo,
los Muslimes honrados de tus huestes que me han conocido en África y en Espa-
ña, pueden decirte cual he sido en todas ocasiones, y aun nuestros enemigos los
cristianos dirán si he sido cobarde, si cruel, si avaro.»
Cerca ya Muza de Siria, con su cortejo triunfal, adoleció Walid de grave
enfermedad, y su hermano Solimán, designado para sucederle, que deseaba re-
servar para los primeros dias de su califato la fastuosa entrada del vencedor de
España, escribióle que se detuviera en su camino y difiriese de algunos dias su
llegada á Damasco. La carta de Solimán fué entregada á Muza en Tiberias de Pa-
lestina; pero ya fuese fidelidad á Walid, ya creyese su muerte muy próxima,
continuó su marcha y llegó á Damasco con sus carros cargados de despojos y sus
largas filas de cautivos, antes de la muerte de Walid. De aquí el rencor de Soli-
mán contra Muza, rencor que no tardó en producir muy terribles efectos. Es pro-
bable que no le fué pedida explicación ninguna por el califa moribundo, y en va-
no trató de ablandar á su sucesor ofreciendo á sus pies el inmenso botin que de
España extragera. Solimán se mantuvo inflexible, é hizo espiar duramente á Muza
(1 ) Probablemente enviado por Mugueiz el Rurni .
(2) Según Ahmet (Ms. de Gotha citado por Lembke «se habia apoderado del fuerte de Baru y
del de Lek, y se habia detenido para marchar desde allí á la roca de Pelayo y al mar Verde. »
(3) El gigantesco plan de Muza está atestiguado por muchos historiadores árabes y en especia \
por Maccary. El califa lo calificó de extravagante, tan vasto y grandioso era.
278 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
su desobediencia. Quiso que ambos rivales compareciesen ante él, y secomplació
en ver al wali de África y de España acusado por su lugarteniente, á quien alenta-
ba constantemente con palabras ó miradas. La historia de esta contienda toma de
pronto en los autores árabes el carácter de un cuento ó de una crónica de la edad
media. Ál ofrecer Muza los tesoros y preciosidades que traia para el califa, le dio
la preciosa mesa verde, orlada de jacintos y esmeraldas. «Emir de los fieles,
dijo entonces Tarik, yo la hallé. — No es verdad; este hombre os engaña.— Un
pié le falta, repuso Tarik, pregúntese al que la trae que ha sido de él.» Muza
contestó que de aquel modo la habia hallado, y Tarik sacó entonces la parte de
la mesa que habia tenido la precaución de guardar, diciendo: — «Juzgúese ahora
de la veracidad de Muza.» El wali quedó convencido de impostura, y apoderán-
dose de este pretexto el resentimiento de Solimán, el vencedor de África y de
España fué condenado á ser azotado, y expuesto á un sol abrasador después de
pagar una multa de cien mil mitcales.
¡Singular nación aquella en que semejantes castigos nada tenían de infaman-
te! Aun después de sufrir tan cruda pena, Muza no abandonó la corte de Damasco,
y Solimán se complacía en oir referir al anciano guerrero, sus victorias en Alma-
greb y en España. A pesar de sus culpas para con Tarik, era Muza hombre de rara
inteligencia y de experimentada intrepidez, y el califa estaba curioso de saber
cosas nuevas acerca de sus posiciones occidentales de Jos mismos labios de uno
de sus conquistadores. Un historiador de Granada, Alí ben Abderrahman, nos ha
conservado una de estas conversaciones, que revela bien el carácter y genio ará-
bigos. Solimán interrogó un dia al wali acerca de las naciones que habia visto.
«¿ílas hallado en tus conquistas, le preguntó, pueblos muy valerosos? — Señor, mu-
cho mas de los que yo acertaría á describirte, contestó Muza.— Pues habíame de los
cristianos. — Son, dijo Muza, leones en sus castillos, águilas en sus caballos, y
mugeres en sus escuadrones de á pié; si ven la ocasión la saben aprovechar, y
cuando quedan vencidos son cabras en escapar á los montes, que no ven la tier-
ra que pisan. — ¿Y qué me dices de los Berberíes?— Que son gente muy semejante
á los Árabes en acometer, pelear y ayudarse, en el sufrimiento, en la fisonomía
y en la hospitalidad; pero son al mismo tiempo los hombres mas pérfidos del
mundo, y no cumplen palabra ni guardan pacto ni fe alguna. — Y de los de Afranc
¿qué me cuentas? — Que son gente infinita, prontos y animosos en el acometer
y pelear; pero medrosos y temidos en la fuga.— ¿Cómo te ha ido con esas gen-
tes? ¿las has derrotado ó te han vencido?— Esto no ¡por Alá! ni una bandera mía
huyó jamás, y nunca han dudado mis Muslimes en acometerlas aunque fuésemos
cuarenta contra ochenta.»
España quedaba pues sometida á las armas sarracenas. Rápida, veloz fué la
conquista, y lo que costara á los Romanos siglos enteros de luchas, realizáronlo
los Árabes en menos de dos años. Imprevisto el ataque, sangrienta la victoria, ar-
dorosa la persecución, esforzados y activos los enemigos, los Españoles no habían
podido recobrarse del estupor que difundiera en todos los pechos la triste jornada
de Jerez, cuando los corceles musulmanes corrían ya por tocios los campos y sus
pendones flotaban en todas las ciudades. ¡Singular deslino el de las naciones, que
así se precipitan y derrumban por el abismo de su perdición, como los indivi-
duos, y basta un año, un dia, una hora, para que el que era ayer pueblo rico y
CAP. II. — ESPAÑA ÁRABE. 279
floreciente se vea mañana hollado y escarnecido por escaso número de conquis-
tadores. A haber sido los Árabes cristianos, ó á no haberles inspirado con tanta
vehemencia el principio del proselitismo, á haber podido, como los bárbaros del
siglo v, recibir en sus corazones la huella de la religión de los vencidos, es casi
seguro que España, que habia ya pasado bajo tantas dominaciones, acabándose
estas por identificarse con ella y ella con estas, habría hecho con los Árabes lo
que con los Godos. Habría combatido con ellos por mas ó menos tiempo, y por
fin la fusión, la amalgama se habría verificado entre ambos pueblos. Si no suce-
dió así, si España recobró su independencia, si entre vencedores y vencidos no
hubo jamás la fusión que hemos presenciado entre Españoles y Romanos, y entre
Hispano-Romanos y Godos, débese á la religión; ella fué la que salvó entonces á
nuestra patria, como dejamos apuntado en varios parages de esta obra, ella la
que le dio la independencia yla libertad primera después de ocho siglos de comba-
tes. Justo es decir, empero, y esto prueba mas y mas cuan profunda habia de ser
la valla que separaba á Árabes y Españoles, que no fué la conquista tan ruda,
bárbara y cruel como nos la pintan nuestros antiguos cronistas, y como han dicho
después los historiadores que los han copiado. Júzguenlosinonuesíros lectores por
las capitulaciones de las ciudades conquistadas, de que acabamos de hacer méri-
to, y vean si pueden ni siquiera compararse las calamidades de la invasión árabe
con las de la romana y goda. Respecto á los bienes, respecto á las personas, res-
pecto á la religión y hasta al gobierno de los vencidos, estos fueron los caracteres
déla conquista árabe, sin que nadie por ello entienda que no fueran muy y muy
aciagos para nuestra patria los dias de la invasión. No pasa un pueblo de una
dominación á otra del lodo distinta, no pierde su independencia, no inclina la
cabeza al yugo, no ve junto á sí hombres de raza, de religión y de costumbres di-
ferentes, no experimenta en una palabra tan gran cataclismo, sin profundos tras-
tornos, sin mortal angustia, sin abundantes infortunios y numerosas víctimas.
c-v^^T^s^jij^SN^i^
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPÍTULO III.
Gobierno de los walies sucesores de Muza. — Abdelaziz benMuza.— Su administración. -Su tolerancia
para con los cristianos. — Se casa con la viuda de Rodrigo. — Muere asesinado. — Ayub. — Alhaur. —
Invasión de la Galia. — Alsamah. — Batalla de Tolosa de Francia. — Ambiza.— Conquista de la Sep-
timania.— Otros emires. — Expedición de Abderrahmaná Aquitania.— Batalla de Poitiers. — Garlos
Rlartel.— Consecuencias de aquella jornada.
Desde el año 713 hasta el 740.
Encargado Abdalaziz del gobierno de España, había puesto en Sevilla la
corte y al dyuan (1) de los Árabes, é introducido un principio de administración.
Determinó el modo de percibir los tributos, para lo cual nombró mohtasebs ó co-
lectores en las principales ciudades subyugadas, y estableció con el nombre de
alcaides magistrados superiores encargados de la dirección de los negocios ci-
viles. Los Españoles, si bien bajo la suprema inspección de estos alcaides,
tenían sus jueces, sus obispos, sus sacerdotes lo mismo que antes, y vivían por
consiguiente, bajo sus leyes y según las creencias y los ritos de la iglesia hispa-
no-gótica, no dependiendo de los Árabes, propiamente hablando, sino por lo que
tocaba al tributo. Sus obligaciones para con el gobierno de la conquista eran muy
sencillas y se reducían á dos ó tres puntos principales, que no llegaban á cons-
tituir para los vencidos el estado de vasallageá que estaban sometidos entonces los
pueblos galo-romanos de las Galias, bajo la dominación franca. Abdelaziz regu-
larizó los tributos que fueron fijados en la quinta parte de la renta, si bien
variaban desde la quinta hasta la décima en ciertos distritos privilegiados,
á consecuencia de tratados ó concesiones particulares. La sumisión de los
Españoles á los Árabes, no llevaba consigo, repetimos, estado ninguno de
vasal lage; la esclavitud romana y la servidumbre gótica, tan fuertemente
consagrada en el código visigodo, parece haber sufrido desde entonces profun-
das variaciones, hasta llegar en algunos puntos á desaparecer.
De lodos modos perdió casi instantáneamente su carácter gótico, fundado en
el derecho aristocrático de un reducido número de familias á gobernar las otras;
entre los nuevos conquistadores, la servidumbre estaba, si así podemos decirlo,
menos organizada. Fundada en el derecho del mas fuerte, no descansaba en el
(i ) Aduana; en entre los Árabes la casa del senado 6 del consejo. Dábase también este nombre
á la casa dondo se llevaba la cuenta y razón de las rentas públicas y donde se depositaban.
CAP. III.— ESPAÑA ÁRABE. 281
principio de humillación relativa de determinadas razas, y era un resultado del
azar y la fortuna que no imprimía la menor infamia. El musulmán desde la con-
dición de esclavo podia aspirar á todo con (alentó y audacia. La profesión de fe
distinla tampoco era por sí misma causa ó pretexto de servidumbre, y el ejemplo
de los Españoles es en este punió concluyente. Hubo matanzas horribles, ciuda-
des destruidas, guarniciones enteras pasadas á cuchillo, pero nunca en España
pensaron los Árabes en establecer la servidumbre. El pueblo que se conformaba
á pagarles tributo conservaba su libertad, sus propiedades, su religión, y recibía
el nombre de Mostárabe ó Mozárabe , nombre ya usado en oíros países por los
conquistadores, que significaba hecho, convertido en Árabe (1).
Abdalaziz se distinguió por su moderación y tolerancia para con los cristia-
nos, y suavizó en cuanto pudo el infortunio de los vencidos. Una muger, por
quien concibió Abdalaziz una violenta pasión, parece haber. influido mucho en la
generosa conducta del emir (2). Hemos dicho que entre los rehenes tomados por
Muza en Mérida hallábase Egilona, viuda de Rodrigo; ella hermosa, y Abdalaziz
joven y apasionado no tardaron en amarse, y á sus consejos se atribuye el singu-
lar favor con que trató el emir á los cristianos. Un crítico español (3), hablando
de la viuda de Rodrigo, exclama: «Siempre me admiraré de que se haya inven-
tado una Cava para mengua de la nación española, y se haya dejado en olvido á
Egilona y cuanto esta muger ilustre llevó á cabo para resucitar á España y en-
dulzar sus infortunios.» A ella debiéronse en efecto, antes de la partida de Mu-
za, las favorables condiciones otorgadas por Abdelaziz á Teodomiro, puesto que el
joven caudillo lahabia llevado consigo á la España oriental y obedecia ya adian-
to le mandaba. Hecho wali, se casó con ella en Sevilla sin exigirle la abjuración
de su fe religiosa. Egilona recibió de su esposo el nombre árabe de Omm al Ys-
sam, la de los ricos collares (4).
Este enlace y su conducta benévola para con los cristianos , habían de ser
muy funestos al joven Abdelaziz, de cuya fe sospecharon los suyos. Los fer-
vientes Musulmanes le echaron en rostro tratar con sobrada mansedumbre á los
pueblos conquistados , y sobre todo el reposo que concedía á aquellos que aun
no lo habían sido. Hasta se dijo que , traidor á la ley del Islam , habia abrazado
el cristianismo , y aun cuando esto no conste de un modo positivo, es lo cierto
que por amor de Egilona , Abdelaziz mostró á los cristianos tanto afecto y predi-
lección , que no ha de causarnos sorpresa el descontento de los suyos. A su blan-
dura debieron la. independencia de que gozaron los refugiados de Asturias , que
hostigados vivamente por Muza , quizás habrían debido abandonar su postrer
(4) Los autores del arte de verificar las fechas (t. II, part. 3.a p. 389\ suponen equivocadamen-
te que el nombre de Mozárabes 6 Muzárabes se habia dado á los cristianos de España en memoria
del nombre y de las concesiones de Muza.
(2) A los gobernadores de España se daba indistintamente el título de wali ó el de emir. El
emir de España dependía del de África Emir, ó mejor almir , significa , según Golius , imperator,
princeps, dux qui aliis quomodocumque prceest, impuratque.
(:i) Faustino Borbon.
(4) Dícese que la llamó también Zahra ben Isa, Flor hija de Isa (Jesús), Flor de la raza de Cris-
to ó de los cristianos ^véase Monarquía Lusitana, t. II, p. 284) —Su autor se equivoca al llamar al se-
gundo esposo de Egilona Abdelmelek , hijo de Tarik. Véase también Vestigios da lingoa arábica em
Portugal, etc., p. 202.
TOMO II. 36
282 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
asilo antes de reunirse en él en número suficiente , á no haber ocurrido la parti-
da del anciano general. Abdelaziz solo llevó sus pendones hasia el extremo de la
Lusitania , y jamás pasó el Duero; mientras sus generales recorrían la parte
nordeste de !a Península , y lomaban Pamplona y los principales pasos de ios
montes Albaskenses (montañas de los Vascos), él, de regreso de su expedición á
Lusitania, fijó su residencia en Sevilla y solo se ocupó en administración.
Oirás circunstancias que importa indicar aquí favorecieron además lacausade
nuestros mayores : hablamos de las divisiones y discordias que desde un princi-
pio se manifestaron entre los vencedores, y aun cuando carecemos de monumen-
tos con cuyo auxilio podamos explicarlas en todos sus detalles , sin embargo, es
posible con un poco de estudio manifestar en globo/sus principales motivos. Sin
contar los odios profundos de pueblo á pueblo , que no lograron borrarse bajo el
imperio de una religión común , y que animaban al Árabe, al' Sirio , al Egipcio,
al Moro contra el Berberí , y recíprocamente, habia los rencores de tribu á tribu,
de familia á familia , que desde la tierra nativa habían seguido á los conquista-
dores á la tierra conquistada , y que estallaron' desde los primeros tiempos. Las
rivalidades de ambición entre los caudillos los despertaron entonces , como des-
pués habia de hacerlo la división de las tierras. Los Yemenitas estaban por un
general , los Berberiscos por otro, y los de Siria contradecían siempre á los de
Egipto. Así se dividieron tas fuerzas musulmanas; la pasión de Abdelaziz por
Egilona hizo lo demás , y los cristianos del Norte no fueron atacados. En el ar-
dor de las primeras contiendas parece que ni siquiera se pensó en ellos , lo que
fué gran fortuna para unos y gran desgracia para otros.
Estos rumores contra Abdelaziz fueron tomando consistencia, y los enemigos
del emir luciéronlos llegar á oidos del califa Solimán , que era hombre receloso
y vano, y que irritado ya contra el padre y temeroso del resentimiento de los
hijos, omnipotentes en sus gobiernos de Cairvan, Tánger y Sevilla , acogió con
avidez el pretexto que se le ofrecía. Dióse una sentencia de muerte contra Abde-
laziz y sus hermanos, y se envió la orden fatal ácinco de los principales caudillos
del ejército de ocupación en España. El primero que la recibió fué ílabib ben
Obeida el Fehri, el fiel amigo y compañero de Abdelaziz , y aun cuando experi-
mentó tanto dolor como sorpresa, la orden del califa era categórica (1) y la obe-
diencia precisa. Los cinco jefes se pusieron de acuerdo , y como Abdelazis ape-
nas contaba enemigos, y temiesen que las tropas, -que -le amaban mucho, se suble-
vasen en su favor , resolvieron sorprenderle en su propio palacio , encargándose
Zeyad de la ejecución del plan. Abdelaziz habitaba con Egilona en una quinta á
poca distancia de la ciudad, cerca déla cual habia mandado construir una mezqui-
ta particular , y allí decidieron herirle en la oración matutina. Para apartar de él
á la muchedumbre y para precaver cualquier trastorno luego de sabida su muer-
te , gran número de emisarios corrieron los sitios públicos propalando que el wa-
lí era un mal creyente, que se habia convertido en secreto á Ja superstición cris-
tiana, y que aspiraba al poder supremo y á la humillación de los Muslimes,
llegando á decir que Egilona le cenia cada dia una corona semejante á la que
(i) Isidoro deBeja dos dice el motivo real ó el pretexto de la orden del califa. — Consilio Egi-
lonis regina; conjugis quondam Ruderici regis , quam sibi sociaverat, jugum arabicum a sua cervi-
ce conaretur averíete , etregnum invasum lliberiaj sibimet relemptare. Isid. Pal., Chron., c. 42.
CAP. III —ESPAÑA ÁRABE. 283
llevaba su primer esposo , Rodrigo el Romano. Estas calumnias animaron contra A de J-
él á la turba popular , y entonces fué cuando se hicieron públicas las órdenes
del califa.
Con esto y todo , trataron algunos de oponerse á la muerte de su caudillo, 715.
pero fué en vano. Zeyad penetró con los suyos en la mezquita, mientras Abdelaziz
rezaba en ella la oración del alba , y le hirieron lodos á la vez con sus lanzas:
cortada su cabeza , y enterrado su cuerpo en el patio de la casa , enviaron aque-
lla al califa en una preciosa caja con alcanfor y esencias , y cuéntase que al re-
cibirla Solimán, tuvo la crueldad de enseñarla á Muza, que con otros guerreros
habia entrado á visitarle. « ¿ Conoces esta cabeza? le preguníó. — Sí, !a conozco,
exclamó el anciano volviendo horrorizado el rostro ; la maldición de Dios sea so-
bre el asesino de mi hijo que valia mas que él ! » Los otros dos hijos de Muza ha-
bían sido también decapitados por orden del califa. ¡ Singular recompensa , dice
un historiador, reservada por la suerte á los esforzados guerreros de esta noble
raza! Agobiado de dolor , Muza partió para Waltichora, su país nativo , donde
murió de tristeza poco tiempo después.
Solimán no tardó en seguirle al sepulcro. Bajo este califa de tan escaso mé-
rito personal , acabóse la obra de la gran aljama de Damasco , en cuya fábrica
se gastaron cuarenta cestas de á catorce mil doblas de oro cada una. Yezid ben
Mahlabi ben Abi Sofia llevó sus armas al Asia hasta la Georgia , y su hermano
Muslema , marchando contra los Griegos , puso sitio á Constantinopla. Tarik,
como Muza , terminó sus dias en la desgracia y la oscuridad , y en parle alguna
de los anales musulmanes hallamos el modo como pasó el vencedor de Jerez los
últimos años de su vida ni la fecha de su muerte.
Igual ignorancia reina acerca del fin de Egilona , de Julián y de los hijos
de Witiza. Dicen algunos que estos perecieron en la batalla de Guadalete, y otros
los hacen sobrevivir al vencimiento de los Godos. El mayor número de historia-
dores solo nombran á dos hijos de Witiza, y ¡lámanlos Ebas y Sisebuto ; un Ara-
be (1) habla de tres , y les da los siguientes nombres : Almondo, Romiah y Ar-
tobas ; dice que se hicieron musulmanes , y que , establecidos en España ,
tuvieron numerosa prole. Sin embargo , este aserto de un escritor posterior de
muchos siglos á los hechos que refiere, sin que indique las autoridades de donde
los toma , no ha de merecernos mucha fe.
El perseguidor de Muza murió en 21 de safar del año 95 de ¡a hegira (3 de
octubre de 717), después de reinar dos años y ocho meses : Sucedióle en el im-
perio su primo Ornar ben Abdelaziz ; su madre se llamaba Omm Ázima , y era
hija del gran califa Ornar , el compañero y fiel lugarteniente de Mahoma. Ape-
llidóse Abu Nafas , y el primer dia de su reinado , que fué muy semejante al de
sus antecesores , abolió la costumbre de maldecir á Alá en los pulpitos délas
mezquitas , práctica introducida desde el tiempo de Moaviah ben Abi Sofian, que
la instituyó en el fervor de sus guerras contra el califa á quien disputaba el impe-
rio. Ornar la abolió diciendo: « Dios manda la justicia y la benevolencia.»
Desde la partida de Tarik y de Muza, Abdelaziz habia gobernado la España
cerca de diez y ocho meses , y como el califa al disponer la muerte del hijo de
(4) Ibn-el-Khauthyr.
284 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Muza no le habia nombrado sucesor , los generales y principales Muslimes se
reunieron en consejo , y de común acuerdo nombraron emir interino á Ayub , ca-
pitán experimentado y administrador inteligente , que se habia distinguido en
las guerras de África y de España. Ayub ben ílabib el Lahmi pertenecía á la fa-
milia de Muza y era primo hermano del infortunado Abdelaziz (1), y el primer
acto de su gobierno fué trasladarlo desde Sevilla á Córdoba , que situada mas en
lo interior del territorio , le pareció un centro de acción mas favorable. Ayub,
aunque guerrero , procuró en el corto tiempo que ejerció el poder introducir cier-
to orden en la administración de la conquista , y créese que áél se debe la divi-
sión de la Península en cuatro grandes regiones , que fueron designadas con los
nombres de norte (al Djouf), mediodía (al Qeblah), oriente (al Sharqyah) y
poniente ( al Garb), nombre que se encuentra en el moderno de una de las pro-
vincias occidentales de la Península. Visitó Toledo y Zaragoza, prestando oido en
todas partes á las quejas y reclamaciones de los pueblos y gobernadores , y de-
cidiendo por lo regular según justicia. El poder de los walíes de las ciudades
distantes y de segundo orden era casi absoluto como que solo dependía del walí
superior de Córdoba , y era ejercido con despotismo ó justicia según el carácter
de los hombres que lo desempeñaban ; solo la frecuente intervención del walí su-
perior podia templar su tiranía , y Ayub destituyó á muchos , conservando úni-
camente á aquellos que habían sabido captarse el afecto de cristianos , judíos y
musulmanes. Detúvose algún tiempo en Zaragoza, una de las plazas mas adelan-
tadas y fuertes que poseían los Árabes en España , y visitó luego los puertos de
los Pirineos , colocando en ellos numerosos cuerpos de observación. A lo que
parece no pasó la cordillera; la Galia era todavía para los Árabes la Gran Tierra,
a la que no llegaban sin cierta curiosidad mezclada de temor , y si bien pensaban
en su conquista, no creían llegado aun el momento de emprenderla , lo que no
impedia que tuvieran en ella algunas avanzadas y que guarniciones árabes ocu-
pasen los pueblos de la vertiente de los Pirineos que forma hoy los confines del
Rosellon , y varias fortalezas del mismo territorio hasta mas allá del Tech. Por
todas partes mostróse Ayub celoso por los intereses de los pueblos , y reparó en
cuanto pudo los desastres de las pesadas guerras ; mandó levantar de nuevo los
muros de muchas ciudades , y sobre las ruinas de Bilbilis , completamente des-
truida , edificó la ciudad que recibió el nombre de Calal-Ayub ( fortaleza de
Ayub). Sin embargo, poco tiempo gozó del gobierno , á pesar de ejercerlo tan
dignamente ; el wali superior de África , Mohamed ben Yezid , de quien depen-
día , recibió orden de destituir á lodos los Lahmi (de la tribu de Muza ) , y le
retiró el mando después de siete meses de ejercicio, nombrando en su lugar á
Alhaur, el primer emir musulmán que llevó sus algaradas hasta el interior de las
tierras de los Galo- Visigodos , ocho años después de la destrucción de la mo-
narquía toledana.
El Horr ben Abderrahman , llamado también Alhaur, era de carácter du-
ro y emprendedor , y desde su llegada trató con implacable rigor á musul-
manes y 'cristianos. Noticioso de que se cometían abusos en la imposición y co-
branza de los tributos , mandó azotar y encarcelar á los culpables. Su severidad
(í) Fué acusado, á lo que parece sin razón, de haber tomado parte en la muerte de su primo.
CAP. III.— ESPAÑA ÁRABE. 285
para con las menores faltas acabó por sublevar contra él á todos los caudillos A aeJ.c.
musulmanes , y llegando sus quejas hasta el wali de África, nombró este en lu-
gar del riguroso emir á AIsamah, tan célebre bajo el nombre de Zama en las cró-
nicas y romances caballerescos.
Es opinión común atribuir á Alhaur la toma de Narbona y la reducción de
la Septimania al yugo musulmán , mas los historiadores andan divididos sobre
este punto , y los mas dignos de fé nombran á AIsamah como el primero que rea-
lizó esta conquista. Según los últimos , Alhaur se limitó á algunas violentas ex-
cursiones , á aquellas algaradas que por lo regular precedían entre los Musul-
manes á sus expediciones de mas importancia. Conde (1) dice , sin embargo, que
Alhaur esparcía el terror en las tierras que riega el Garona al otro lado de los
montes de Al Bortat (2); pero es lo probable que pasara los Pirineos por el puer-
to de Porlus y de Gervera en su extremo oriental, y que limiiase sus correrías al
país que se extiende entre el Aude y el Mediterráneo , defendida como estaba
Narbona por gran número de clausurce y de castra.
Bajo el gobierno de Alhaur y mientras se disponia para la conquista de la
Septimania, agitáronse los cristianos del norte de España, hecho sobre el cual
hablan de una manera muy vaga los historiadores árabes. Los croni¿tas cristia-
nos contemporáneos no son mucho mas explícitos , pero á juzgar por la fecha
que atribuyen al primer levantamiento de los cristianos de Asturias al mando de
Pelayo, que dicen sucedido en 717 ó 718, debió ser esto lo que dislrajo á Al-
haur de sus nuevas conquistas. Con la extensión que su importancia requiere
explicaremos la primera formación del estado independiente , cuna de la monar-
quía española, mas parécenos que no es este para ello el lugar á propósito. La
historia de los sucesos confusos y cuya fecha no es incontestable ha de ser nece-
sariamente crítica, y el historiador, mas que atenerse á un orden cronológico ri-
guroso, ha de referirla donde lo cree mas conveniente, á fin de no alterar la cla-
ridad y el orden del conjunto, y según advertimos al principio de uno de los ca-
pítulos anteriores, continuaremos la historia de los Árabes hasta que crea-
mos llegado el momento de explicar el origen de la monarquía asturiana , aun
cuando hayamos de retroceder á fechas ya pasadas. Únicamente diremos aquí
que gobernando Alhaur hubo una sublevación de los cristianos de España
que no fué reprimida con facilidad , y que este peligro obligó al emir á regresar á
la Península pocos meses anles de su destitución, que precedió de algunos dias 74».
á la muerte del califa Ornar II, verificada en 25 de rejeb del año 101 de la he-
gira (febrero de 719), sucediéndole en el califato Yezid ben Abdelmelek (3).
Ornar habia recibido el sobrenombre de Virtuoso , y fué llorado hasta por los
enemigos de su familia. Tarifel Musawi, celoso partidario de Alí (4), exclamó al
saber su muerte: « O hijo de Abdelaziz, si humanos ojos debiesen llorar por al-
lí) P. 4.a, c. XXI.
(2) Djebal al Bortat (montañas délos puertos ) arabizando el nombre latino bárbaro portas
(3) Continuaremos indicando la sucesión de los califas, hasta que la España árabe se sustrai-
ga á su autoridad.
(4) Los partidarios de Alí se llamaban schiitas por oposición á los demás Musulmanes llama-
dos sunnüas 6 de la tradición. Las dos grandes divisiones ó cismas de los Musulmanes se han re-
partido su imperio, y en el dia la Persia, y el Asia en general, pertenece á los schiitas; la Turquía,
el Asía Menor, la Siria, el Egipto y el África hasta el Estrecho, á los sunnistas.
286 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
guno de los Omeyas , los mios te lloraran ; tú nos libraste de la infamia de la
maldición (1) , y si posible fuera, á mi vez te libraría de ella. »
El primer cuidado de Alsamah á su llegada á España fué imprimir mayor
regularidad á la administración , en cuya obra , á pesar de los esfuerzos de sus
predecesores, quedaba todavía no poco quehacer; habia que reglamentar la
división de terrenos ; los tribuios estaban mal repartidos; regiones fértiles se
veian desierlas; las tribus se habian diseminado al azar por las ciudades, y ocu-
paciones fueron estas que atrajeron ante lodo la solicitud del nuevo gobernador.
Mandó dar principio al magnífico puente de Córdoba, que quedó terminado en
tiempo de Ambiza; recorrió las provincias y estudió su estado; fué el primero
en formalizar una especie de inventario de los bienes de los Musulmanes en la
Península , y envió al califa un estado de las riquezas del país , con la descrip-
ción de sus ciudades , de sus rios , de sus costas y de sus puertos , y con la ex-
presión aproximada de su población , de su comercio y de sus recursos de toda
clase (2).
Alsamah era guerrero como todo buen musulmán, y valeroso y desprecian-
do el peligro, se exponía con resignación y á veces con alegría á los azares de las
batallas, en que la muerte abría á los fieles las puertas del paraíso. Recibió,
pues, con placer la orden de apoderarse de la Septimania y de llevar el islamis-
mo á las tierras de los infieles mas allá de los montes de AlBortat; para ello
llamó á la guerra santa (el djihed) á todos los hombres de buena voluntad que
quisieren seguirle, pues la guerra no era una obligación política, sino un deber
sagrado para los fervorosos Musulmanes. La guerra, la religión, la vida políti-
ca, la vida civil, la vida de familia eran indivisibles, y la unidad de Dios lo
resumía para ellos todo. Alsamah reunió en poco tiempo un ejército, y á su frente
emprend'ó la marcha.
¿Cuál era á principio del siglo vm el estado del país contra el cual el emir
se dirigía? ¿Quién gobernaba aquella Galia gótica una vez destruida la monar-
quía de Toledo? Una rápida mirada sobre la situación del país es aquí absoluta-
mente necesaria. Al noroeste (Neustria) habia un reino regido nominalmente por
los descendientes de Clodoveo. Al este, habíase formado un nuevo imperio, es-
tableciéndose en él una segunda invasión de Francos no menos bárbaros que los
que Clodoveo llevó dos siglos antes á la conquista de la Galia septentrional. El
reino de Austrasia no tenia otro soberano que Karl , mayordomo (maire) del
palacio , hijo de Pepino de üerestall. Al mediodía, la Septimania ó Galia gótica,
que no era ya goda , ignoraba aun á quien pertenecería, y no se hallaba en es-
tado de perlenecerse á sí misma. Finalmente, al sudoeste y hacia el centro , un
guerrero audaz, un hombre tan entendido en guerra como en administración,
llamado Eudon ó Eudo , procuraba afianzar la independencia de la Aquitania y
defenderla á la vez de Árabes y Francos. Tal era la situación de aquel país,
1) La maldición de Alí, de que antes se ha hablado.
(2 Zama ulteriorem vel citeriorcm Hiberiam proprio stylo ad vectigalia inferenda describí!
Prsedia et manualia, vel quidquid illud est quod olim praedabiliter indivisum retemptabat in Hispa-
nia gensomnis Arábica, sorte socüs dividendo (partem reliquit militibus dividendam), partem ei
omni re mobili et inmobili fisco associat. lsid. Pacens., Chr., c. 48.
CAP. III.— ESPAÑA ÁRABE. 287
cuando Alsamah se precipitó por las gargantas de los Pirineos con sus bandas de A- ^qJ-g.
Árabes y Berberiscos, á la conquista de la fierra gala. Narbona no pudo resis-
tir á sus armas , y se rindió después de veinte y ocho dias de sitio; Beziefs,
Maguelona y Agala fueron rápidamente subyugadas, y el emir llevó hasta mas
allá del Ródano el terror de las banderas musulmanas. Después de una excursión
á Provenza, dirigióse hacia Borgoña, tomó y saqueó gran número ele ciudades, y
volvió triunfante á Narbona cargado de despojos y seguido de numerosos cau-
tivos (1).
Esta primera expedición no fué mas que el preludio de lo que Alsamah se
proponia hacer , y volviendo inmediatamente sus armas contra las posesiones del
duque de Aquitania , que habia proporcionado socorros contra él á los Septimanios
vencidos, marchó hacia el Garona atravesándolos risueños valles del Aude, y
puso sitio á Tolosa. La ciudad estaba próxima á rendirse, cuando Eudo llegó á su
auxilio con un ejército considerable. La mulülud de su gente era tanta, dice el
cronista árabe á quien traduce Conde , que el polvo que sus pies levantaban os -
curecia el cielo con densísimas nubes. A la vista de tantos enemigos, los Musli-
mes parecieron vacilar por un momento , pero Alsamah les dijo : « No temáis á
esa muchedumbre: si Dios está con nosotros , ¿quién estará contra nosotros?»
Ambos ejércitos se acometieron , dice la crónica árabe, con el ímpetu de los tor-
rentes que bajan de las cumbres, y se ¡rabaron con igual ánimo; la pelea y ma-
tanza fué atroz , y la victoria estuvo dudosa largo tiempo. Corría Alsamah á to-
das partes como bravo león , y animaba á los suyos en lo mas arduo y sangrien-
to de la pelea; sus brazos desíilaban sangre que fluia al levantar su espada , y
seguido apenas de dos ó tres caballeros , habíase metido en lo mas espeso de las
filas cristianas , cuando cayó atravesado de una lanzada. La pérdida de su cau-
dillo descorazonó á los Musulmanes, y todo el ejército cedió el campo á los ene-
migos, dejándolo cubierto de cadáveres y bañado en sangre. Así murió Alsa-
mah, después de pelear con heroico valor, y así alcanzaron los cristianos señala-
da victoria bajo los muros ó muy cerca de Tolosa , el dia once de mayo de 721. n\
Lo mas recio del combate tuvo lugar en la antigua vía romana de Tolosa , que
fué llamada por los Árabes Balat-el-Chuada (la calzada de los mártires).
Los restos del ejército de Alsamah fueron reunidos por Abderrahman (2),
uno de los capitanes que mas se habían distinguido en la batalla, y dirigidos
hacia Narbona. Dícese que Eudo los persiguió hasta la vista de dicha ciudad,
pero el general árabe ejecutó con tanta habilidad su retirada, que logró burlar
los intentos de sus enemigos. Llegados á Narbona , los Árabes reconocieron á
Abderrahman por su emir, y esta elección fué confirmada por el walí superior
de África. Esforzado, generoso y atrevido, era Abderrahman así por su valor
como por la nobleza de su carácter, uno de los mas dignos héroes que se distin-
guieron entre los Musulmanes de la época, y las crónicas se complacen en referir y
ponderar sus hazañas y victorias. Al saber la rota de Tolosa, Ambiza , á quien el
(1) Postremo Narbonensem Galliam suam facit, gentemque Francorum frequentibus bellis sti-
mulat, et electos milites Sarracenorum in praedictum narbonense oppidum ad praesidia tuenda de-
center collocat. Isid. Pacens., Chr., c. 48.
(2) Es el Abderrahman de las crónicas y romances caballerescos.
288 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ie j.c. emir confiara el gobierno déla conquista al partir para su expedición , reunió
tropas y las envió en auxilio de Narbona , permitiendo así á Abderrahman con-
tener á los cristianos de la Galia gótica, entre, los cuales cundia gran agitación
ocasionada por el triunfo de los Aquitanos. Los montañeses de los Pirineos en el
territorio de Jaca fueron subyugados también por el valeroso emir, quien, según
las crónicas, reunió graneles riquezas en los paises que entonces sometió al islam.
La excesiva generosidad con que repartía el botín entre sus soldados, hizo que
estos sintiesen por él un afecto muy poco común ; su costumbre era abandonárselo
todo, excepto el quinto que mandaba la ley reservar para el califa, y esta libera-
lidad, decimos, le hizo muy querido de las tropas, que, según expresión de un
historiador árabe , miraban las montañas como llanos cuando se tralaba de ser-
virle, no habiendo obstáculo superior á su buena voluntad.
Por aquel tiempo y en 25 de la luna de jawan del año 105 de la hegira (27
724. de enero de 724) , murió el califa Yezid, á quien sucedió su hermano íiixem ben
Abdelmelek , y en tanto el gobierno de Abderrahman y su popularidad disgusta-
ron en España á algunos jefes principales , que escribieron á África acusándole
de corromper las costumbres frugales y sencillas de los Musulmanes. Estas y
otras quejas, basadas siempre en lo mismo, determinaron al gobernador de Áfri-
ca Baxar ben ílantala á destituirle, nombrando en su lugar á Ambiza ben Sohim,
que, además de su mérito personal, era Kelbi, es decir de la misma tribu que el
wali. Era Ambiza caudillo muy estimado por su valor y prudencia, y tenia el de-
puesto Abderrahman tan noble corazón que no se ofendió en lo mas mínimo con
lo que había pasado , y contentándose con el antiguo mando que habia ejercido
en la España oriental , cumplimentó al nuevo emir con muy sinceras expresiones
y protestas de amistad.
Para vengar el desastre de Tolosa, Ambiza envió varios ejércitos á la otra
parte de los Pirineos, que en vano intentaron recobrar las plazas de que habían
sido expulsados. Narbona era la única que les quedaba , y en ella estaban sus
provisiones de toda clase. En las varias correrías que hicieron al este, las tropas
árabes llevaron constantemente lo peor , hasta que Ambiza resolvió ponerse él
mismo á la cabeza de su ejército. Carcasona fué la primera ciudad que atacó y
lomó por asalto, y en seguida se dirigió hacia el este, refiriendo un antiquísimo
autor (1) que sometió todo el país desde Carcasona hasta Nimes por medios pací-
ficos. A las ciudades que se le rendían voluntariamente limitábase á exigirles
rehenes que enviaba á Barcelona, y á todas permitía el libre ejercicio de su cul-
to. El espíritu general de los tratados de los Árabes en la Galia era el mismo
que en España, y solo variaban en sus detalles. No imponían por fuerza el isla-
mismo; contentábanse con predicarlo y con estipular en lodos sus tratados la
condición expresa de que no se pondría inconveniente alguno á la conversión de
los cristianos á la ley de Mahoma. Una división de su ejército tomó luego el ca-
mino del norte. « Dios , dice un autor mahometano al hablar de esta campaña,
habia sembrado el terror en el corazón de los infieles. Si alguno se presentaba era
para implorar gracia. Los Musulmanes ocuparon muchos paises, concedieron ca-
li) Annal. Anian. Pr.,p. 15.
CAP. III. — ESPAÑA ÁRABE. 289
pitulaciones y llegaron por fin al valle del Ródano, donde alejándose de la costa, A deJ c-
penetraron por el interior de las tierras (1).»
Ambiza en persona mandaba la expedición , y siguiendo las márgenes del
Ródano, apoderóse de Lion, llamado por los Árabes Loudun por una contracción
de Lugdunum, penetró por las orillas del Saona hasta Rorgoña , tomó y saqueó
á Augustudunum (Autun) , y volvió cargado de despojos y satisfecho de haber
corrido y reconocido la tierra. En sus guerras procedían los Árabes de dos ma-
neras muy distintas , ó por mejor decir, se proponían dos objetos : ya corrían
y asolaban un país, contentándose con reconocerlo y difundir en él el terror de
sus armas , en cuyo caso lo abandonaban al menor obstáculo que se les ofrecia;
ya aspiraban á imponer la ley del Islam de un modo regular y á constituir un
establecimiento fijo en el territorio atacado, y en este caso mostrábanse tan pru-
dentes y obstinados como en el otro atrevidos y aventureros , doble carácter que
se observa en todas sus expediciones militares. En sus guerras en las Galias, era
España su punto de apoyo ; de ella sacaban sus fuerzas y hacia ella los condu-
cían otra vez sus derrotas ó la necesidad de tomar reposo y nuevos bríos para la
campaña siguiente. Ambiza continuaba, pues, la política de su nación, pero aque-
lla distante algarada á Rorgoña habia de serle muy fatal. En uno de los muchos
combates que hubo de sostener para salir de ella con honra, recibió gran número
de heridas de las que murió al retirarse á Narbona. Algunos autores dicen que 723-
cayó alanceado en la misma escaramuza.
Pocos momentos antes de morir designó para sucederle á Hodeirah ben Ab-
dallah , cuyo nombramiento no fué ratificado por el emir de África , quien envió
en su lugar á Yahia ben Salemah, hábil y esforzado general, pero de un rigor in-
flexible. Hacíase temer así de los Muslimes como de los cristianos , y mientras
habia salido á recorrer las fronteras, los Árabes descontentos consiguieron del
nuevo gobernador de África que enviase como sucesor de Yahia á Hodeifa ben
Alhus, hombre sin talento que solo pudo sostenerse en el gobierno durante algu-
nos meses. Destituido y reemplazado por Otman ben Abu Neza , este fué muy
pronto víctima á su vez de la inconstancia de aquellos turbulentos y desconten-
tadizos jefes , y sustituido á los seis meses por Alhaitam ben Obeid , nombrado
por el mismo califa. No fué acertada, empero, la elección del soberano : apenas
instalado en su gobierno , Alhaitam manifestó un carácter avaro y cruel que le
hizo generalmente aborrecible , y en tanto Otman ben Abu Neza , su predece-
sor , habia tomado de nuevo el mando del ejército que ocupaba las posesiones
musulmanas en las provincias orientales á ambos lados de los Pirineos (2). He-
mos visto cuan comunes eran entre los musulmanes estas repentinas variaciones
gerárgicas que hacian del superior de ayer el inferior de hoy, y Alhaitam fué un
ejemplo singular de lo que venimos diciendo : después de tiranizar á España y
de perseguir á sus enemigos con suplicios y torturas , fué tratado él á su vez
como habia tratado á los demás. Una de sus víctimas instruyó directamente al
califa de sus exacciones y violencias , y el soberano envió á España á Muhamad
ben Abdallah para averiguar con imparcialidad la conducta del emir , castigarle
(1) Maccary, Ms. de la Bibl. nac, citado por Reinaud, n.« 704.
(2) Otman ben Abu Neza es el Munuza de las antiguas crónicas españolas y francesas.
tomo li. 37
290 HISTORIA GENEi-AL DE ESPAÑA.
de J- c en caso de considerarle culpable, y poner en el gobierno de España á la persona
de mayor crédito y confianza entre los caudillos que en ella se encontraban.
Poco trabajo le costó al enviado apurar la verdad, y convencido del mal gobier-
no de Alhaitam, hizo en él una ejemplar justicia que caracteriza perfectamente á
aquel pueblo raro bajo tantos conceptos. Preso en nombre del califa , despojado
de sus insignias de jefe , con la cabeza descubierta y las manos a¡adas á la es-
palda, fué paseado montado en un asno por la ciudad cuyo terror era algunos
dias antes, entre el escarnio de la muchedumbre. En seguida fué cargado de ca-
denas , embarcado y puesto á disposición del gobernador de África ,• y ando á
72í. donde Dios quiso: así dice la crónica árabe,
Muhamad dirigió personalmente los asuntos de España con prudencia y pro-
bidad por espacio de dos meses , al cabo de los cuales nombró walí al guerrero
Abderrahman , el mismo que por su excesiva liberalidad para con los soldados
habia sido antes depuesto. Este nombramiento fué recibido con general aplauso,
y solo los Berberiscos lo vieron con enojo, porque, como Árabe que era, Abderrah-
man distinguía y apreciaba con preferencia á los de su raza.
El primer cuidado del emir al íotnar posesión del poder fui disponerlo todo
para la conquista de la Gran Tierra, mas allá de los Pirineos. En aquel entonces
se hacían en Siria inmensos preparativos contra el imperio griego , y una expe-
dición debia corresponder en Occidente con el ataque de la Europa oriental.
Hizo además una visita á todas sus provincias para reparar las injusticias come-
tidas en tiempo de Alhaitam ; restableció por todas partes el orden , administró
igual justicia á cristianos y musulmanes, y exigió de todos en nombre del Coran
la exacta observancia de los tratados (1). Mandó restituir á los cristianos las igle-
sias que les habían quitado en menosprecio de las estipulaciones de la conquista;
destruyó las que se habían levantado en algunos pueblos por connivencia intere-
sada de los gobernadores , y al mismo tiempo anunciaba en las mezquitas su
gran proveció de llevar la guerra á la otra parte de los montes , excitando á los
fieles á prepararse á ella.
Sabemos ya cual era el estado de la Galia en la época en que Abderrahman
se disponía para llevar á ella la guerra sagrada. La Septimania estaba en poder
de los musulmanes, desde los Pirineos orientales hasta el Ródano. Eudo, el ven-
cedor de Tolosa, duque soberano de Aquitania , gobernaba la parte de territorio
comprendida entre los Pirineos , las fronteras de la Septimania , el Océano , el
Loire y el Ródano. Al Norte, mas allá del Loire, dominaban los Franco-Austra-
sios, y de la primitiva energía de los compañeros de Clodoveo, casi no se encon-
traban ya huellas. Los Galo- Romanos, subyugados por los primeros conquistado-
res francos y por los sucesores de Clodoveo (Merovingios) , habían pasado con
sus antiguos dominadores bajo el yugo de los Franco-A uslrasios, pueblo bárbaro,
ignorante en las letras y en el romance de las Calías, que entonces empezaba á
formarse de la corrupción del latín , y terror de las provincias del mediodía,
muchas veces asoladas por su formidable soldadesca. La Septimania sobre todo,
donde los Árabes habían establecido su dominación, temia mucho á los Austrasios,
y conquistadores por conquistadores, es seguro que los Galo-Romanos y aun los
(1) «Cumplid vuestros tratados, pues de ellos habréis de dar cuenta.» Coran, sura 17, vers. 36.
CAP. III. — ESPAÑA ÁRABE. 291
Godos, á pesar de la diferencia de religión, habrían preferido los Árabes, en quie-
nes se observaba á lo menos ciería generosidad y respeto por cuanto pertenecía
á las artes y á las ciencias, á los rudos y feroces Teuskos de Carlos el Baslardo,
paganos en su mayor número. La Aquilania y la Neustria, abierlas á ambos pue-
blos , se ofrecían como una presa al mas atrevido, y como para conquistar la
Galia eniera , era necesario apoderarse antes de ambas regioms , Abderrahman
pensó dirigir contra ellas sus primeras tropas. Dueño de Burdeos , de Poitiers,
de Tours y de París, fácil le hubiera sido esperar refuerzos, organizar la conquis-
ta y rechazar á los Austrasios hasta su antigua patria, mas allá del Rhin; y lue-
go, volviendo al Ródano, establecer la dominación musulmana en todo el país que
es ahora la Francia. Sin embargo, Dios no lo quiso así, dicen sus historiadores,
y el instrumento de que se sirvió el Señor para detenerle fué aquel Carlos ape-
llidado Martel, á quien los Árabes llaman Kaldous ó Karlé, fundador del poderío
de la segunda raza de los reyes francos.
Los preparativos de Abderrahman fueron extraordinarios , como convenia á
una expedición cuyo objeto era la conquista definitiva ele una vastísima comar-
ca. Su voz había sido oida: tribus enteras de Arabia , de Siria, de Egipto y de
África habían llegado á España , y todos los hombres en estado de empuñar las
armas se habían agrupado bajo sus banderas. Todo estaba dispuesto para la
gran empresa , y el emir iba á ponerse en marcha cuando supo que sus órdenes
habían sido desobedecidas por el gobernador de la frontera oriental , que debía
formar la vanguardia con las fuerzas de que disponía. Era este gobernador el
Berberí Ofman ben Abu Neza, que, envidioso de las glorias del wali, de carácter
inquieto y díscolo , pero belicoso y esforzado , se habia aliado con Eudo, duque
de Aquitania , y casádose con su hija llamada Lampegia. Habíala hecho prisio-
nera en una cabalgata que hiciera en tierras del duque; enamorado de su belleza,
habíala pedido á su padre por esposa, y aun cuando estos matrimonios eran de-
testados por los dos pueblos, la razón política aconsejó á Eudo consentir en él.
Amenazado por Carlos en su frontera del norte , quiso asegurar á lo menos la
del mediodía , y, á lo que parece, no se equivocó al contar con el auxilio de su
yerno musulmán.
Estos sucesos á que Abderrahman no prestara en un principio atención al-
guna, fueron para él un rayo de luz, y conoció cuanto debia temer á Abu-Ne-
za. Auxiliado este por su suegro, y al frente de fuerzas respetables , podia preci-
pitar á los musulmanes en una guerra civil, y Abderrahman resolvió anonadarle
antes que pudiera dar principio á la ejecución de sus planes. Envió, pues, aun
jefe sirio llamado Gedhy ben Zeyan al frente de un cuerpo de tropas, con orden
expresa de buscar á Abu Neza y traérselo vivo ó muerto. Gedhy se puso en cami-
no, y fué tal la rapidez de su marcha, que sorprendió á Otman en Castrum Lívise
(Puigcerdá) (1), antes de que hubiese hecho preparativo alguno para su defensa;
apenas tuvo tiempo de tomar la fuga con su esposa y algunos servidores, mas
Gedhy mandó perseguirle por los desfiladeros de las montañas. Fatigado Abu
(l) El autor árabe de quien tomamos estas noticias habla de Medina al Bab (la ciudad de la
Puerta), nombre que se habia dado sin duda á Julia Livia, por ser como la puerta por donde se pa -
sa al resto del continente europeo.
292 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Jej. c. Neza, descansaba, dice un autor árabe, con su cautiva bienamada, cerca de una
clara fuente que daba al valle fertilidad y frescura ; mas cuidadoso de su
cautiva que de su propia vida, aquel hombre tan valiente temblaba entonces aun
del ruido del agua que se precipitaba entre las peñas, y del rumor del viento en-
tre las cañas y arbustos. De pronto sus servidores creyeron oir los pasos de sus per-
seguidores, y no fué vano el recelo de sus corazones. Rodeado por los guerreros
de Gedhy y desesperando de su salvación, Otman recomendó á los suyos el cui-
dado de su esposa, y cuéntase que se precipitó en un abismo para no caer con vi-
da en manos de sus enemigos (1). Refieren otros que sacó la espada y murió com-
batiendo, herido de muchas lanzadas. Apoderados de Lampegia, corlaron la ca-
beza al desangrado cuerpo de Otman, y Gedhy se apresuró á poner á los pies
del emir estos testimonios de su pronta obediencia. Abderrahman quedó admira-
do al ver la hermosura de Lampegia, y según costumbre de la época, envióla al
califa, junto con la cabeza de su esposo y el relato de las causas que habian mo-
tivado tan rápida ejecución.
m Libre de todo recelo tocante al interior de la Península, Abderrahman se
pone en marcha. España no habia visto jamás ejército tan considerable de mu-
sulmanes, y las tropas, marchando bajo el blanco estandarte de los Ommía-
das (2), dirigiéronse por el país délos Yacceos, dice Isidoro (querrá decir por el
país de Jaca y de Navarra) (3), atravesaron los Pirineos y avanzaron hacia los Es-
lados de Eudo por los hermosos valles de Bigorra y del Bearne. La marcha de
los Árabes parece haber sido directa desde los Pirineos hasta Burdeos, á lo menos
el grueso del ejército corrió con rapidez este camino, no sin señalar su paso con
estragos y devastaciones. Tal era, hemos dicho, la costumbre de los Sarracenos:
difundían el terror para vencer luego con mas facilidad á sus enemigos, y á ella
se mostraron fieles á su entrada en la Vasconia transpirenaica. Aquella inmensa
hueste que habia sido á duras penas contenida por las estrechas gargantas de los
Pirineos, se derrama y esparce, una vez franqueada la inmensa barrera, como un
torrente devastador. En todas partes imprime huellas de sus pasos ; la abadía de
San Sabino cerca de Tarbes y la de San Severo de Rustan en Bigorra, fueron sa-
quedas ; Oleron, Bearne, Aire y Bazas fueron dejadas mas muertas que vivas, y
aunque Burdeos intentó resistirse, fué tomada y saqueada, como las demás po-
blaciones que vieran antes que ella los estandartes del Profeta. El conde que
mandaba allí en nombre de Eudo, pereció en el asalto, y los Árabes, tomándole
por el mismo soberano su enemigo, cortáronle la cabeza para enviarla á Da-
masco.
Hasta aquel momento todo se habia presentado fácil para los Sarracenos,
pero entonces empezaron para ellos los obstáculos y dificultades. Los bagajes y
el botin entorpecían su marcha, y después de pasar con cierto trabajo el Carona
y el Dordoña, encontraron por fin á Eudo que salia á su encuentro con numero-
(i) Isid. Pac, Chr.c.58.
,2) El blanco era el color de los Ommíadas, el negro el de los Abassidas y el verde el de los
Fatimitas.
(3 Armo Dí.'CXXXII. Abderaman, rex Spaniae, cum exercitu magno Saracenorum per Pampa-
lonam et montes Pyreneos transiens Burdigalem civitatem obsidet. Anales de Aniano, Duch., t. III,
p, 437.
CAP. III. — ESPAÑA ÁRABE. 293
sa hueste de Aquitanos. El recuerdo del desastre de Tolosa no contuvo á los mu-
sulmanes, y lanzándose contra el ejército enemigo, lo pusieron en completa der-
rota. Isidoro dice que solo Dios puede saber el número de muertos que hubo
entre los cristianos (1). Vencido el anciano duque, quedaba abierta la Aquitania
á los victoriosos Sarracenos, quienes adelantaron por la tierra tomando ciudades
y ocupando aldeas. Fué tan grande el botin que recogieron que cada soldado tu-
vo su parte de oro, de esmeraldas, de jacintos y de topacios, sin contar sin duda
con los objetos de mas inmediata utilidad á un ejército en campaña. Así mar-
charon sin hallar resistencia hasta penetrar en un arrabal de Poitiers que incen-
diaron, mientras el recinto fortificado de la ciudad se disponía para vigorosa de-
fensa.
Abderrahman no sabe si obstinarse en el sitio ó si marchar contra Tours,
hacia donde le atraían las inmensas preciosidades del sepulcro de san Martin, el
apóstol de las Galias (2), cuando llególe la noticia de que Kaldous ó liarle había
pasado el Loire y marchaba á su encuentro con numerosos batallones. Eudo, sin
esperanza de resistir al torrente, habíale suscitado aquel poderoso enemigo,
que fué por mucho tiempo su propio adversario en Aquitania (3), y Carlos, ame-
nazado también en sus estados por los Sarracenos, había abrazado con ardor la
causa del duque aquilano. Sabedor de la llegada de los Franco-Austrasios, Ab-
derrahman no piensa en tomar á Poitiers, y marcha hacia ellos. Los autores no
están acordes acerca del lugar de su encuentro : según unos, delante de Tours
y no á corta distancia de Poitiers , en el preciso momento en que iban á subir al
asalto de la ciudad de san Martin , supieron los Árabes la llegada de Carlos, y
vieron aparecer su vanguardia en la orilla opuesta del Loire, tomando disposicio-
nes para vadear el rio. A creer la misma versión , los musulmanes tomaron y sa-
quearon la ciudad ó uno de sus arrabales á la vista de los Francos, antes que es-
tos se hallasen en estado de trabar la pelea.
De lodos modos, allí ó cerca de Poitiers, es lo cierto que entre ambas ciu-
dades, en un dia del mes de octubre de 732, los Sarracenos que Abderrahman
guiaba á la conquista de la Galia septentrional, y los Franco-Austrasios que acu-
dían á su defensa bajo el mando del duque soberano de Austrasia, Carlos hijo de
Pepino, se hallaron frente á frente. Ambos ejércitos se miraron con cierto senti-
miento mezclado de curiosidad y temor; eran dos razas del todo distintas, casi des-
conocidas una á otra, y las dos procuraban, por decirlo así, estudiarse antes de
llegar á las manos. El contraste era sorprendente : los hombres del Norte, de in-
finitas razas y hablando muchas lenguas, iban cubiertos de hierro y de coraza de
pieles, armados con largas y rectas espadas de dos filos, con franciscas, con lar-
gas y sólidas lanzas, con robustas mazas guarnecidas de puntas aceradas. Sus
ginetes poco numerosos aparecían pesadamente equipados, y solo ellos se servían
de armas arrojadizas, tos Árabes, por el contrario, con escaso aparato militar,
iban armados á la ligera, sin coraza y sin escudo; el uso de las armas defensivas les
(4) Isid. Pac, Chr., c. 59.
(2) Ab domum beatissimi Martini evertendam destinant; at Karolus, etc., dice Fredegario.
(3) Cum consule Franciae interioris Austriae nomine Carolo, viro ab incunte setate belligero et
rei militaris experto, ab Eudone praemonito sese infrontat. Isid. Pac, Chr., c. 59.
0.
294 HISTORIA GENEKAL DE ESPAÑA.
era desconocido, ó por mejor decir, lo tenian en poco, y el turbante de lana con
que rodeaban su cabeza, era la única prenda de su traje de guerra que podia ser-
virles de alguna utilidad para la defensa. El sable y la lanza eran las armas de que
mas se servian, y sus innumerables ginetes, empleando el arco y la ballesta al pro-
pio tiempo que la espada, formaban la principal y mas terrible fuerza de sus ejér-
citos de invasión. La dificultad, empero, de mantener á los caballos en un país des-
conocido, á donde era imposible que lo llevaran todo consigo, habia disminuido de
mucho durante su marcha á través de la primera y segunda Aquitania la caballería
de Abdei rahman, al paso que la abundancia de riquezas habia relajado los lazos
de la disciplina y aminorado el ánimo de todos. Abderrahman procuraba en va-
no hacia algún iiempo excitar el fervor religioso de aquella inmensa multitud de
hombres, algunos de los cuales, los Berberíes en especial, habíanse convertido
ai islamismo hacia poco tiempo. Así él como los principales caudillos del ejército,
casi todos de sangre árabe y fervorosos creyentes, veían con pesar la impaciencia
y el escaso celo con que ios soldados del Profeta cumplían sus deberes religiosos,
aquellos deberes que con tanto amor cumplieron los primeros soldados de Maho-
xna al marchar á la conquista del mundo.
A lo que puede juzgarse por los relatos contemporáneos y sobre todo por los
mismos de los escritores musulmanes, un sentimiento de inquietud y de males-
tar se apoderó de aquellos guerreros de ordinario tan gozosos á la vista del com-
bale, al encontrarse frente á frente con ios batallones de Garlos. Por espacio de
seis dias maniobraron ambos ejércitos uno en presencia de otro, ocupando, aban-
donando y recobrando posiciones en las inmensas llanuras que se extienden en-
tre Tours y Poitiers. Los Francos se detuvieron por fin, y la campiña cubrióse
delante de ellos con las tiendas de los Árabes. Todos experimentaban cierta vaci-
lación en dar principio al ataque, hasta que llegado el séptimo u octavo dia, re-
solvió Abdenahman tomar la iniciativa del combate. Dicha la oración, cada je-
fe de tribu exhortó á los suyos recordándoles los pasajes del Coran en que mas
vivamente respira el espíritu belicoso del Profeta, y los ballesteros berberiscos
empeñaron la acción. Era un sábado del mes de octubre del año 732. Los cristia-
nos, formados en batalla, ofrecían, dice un historiador, el aspecto de una muralla
erizada de hierro, y en ella causaron apenas impresión las flechas y otras armas
arrojadizas. El ataque de los Árabes fué impetuoso y audaz como siempre, mas
no logró romper la larga línea que en la llanura formaban el pecho y el hierro
de los Austrasios ; contra ella galoparon y pelearon en vano los ginetes árabes,
y el combate se mantuvo sangriento é igual todo el dia hasta que la noche se inter-
puso entre las dos enemigas huestes.
Al despuntar de la aurora, empeñóse de nuevo la batalla. Los Árabes, exas-
perados por la resistencia déla víspera, atacan á los cristianos con indecible fu-
ror ; Abderrahman se precipita con toda su caballería contra la inquebrantable
línea de los Austrasios y la rompe. El choque fué irresistible, y siguióle una pe-
lea general : era aquella una inmensa lucha cuerpo á cuerpo, en la que los ro-
bustos soldados del Norte segaban á los Árabes con sus corlantes espadas, pero
el valor indomable de los Sarracenos y la intrepidez personal de su caudillo lo-
graron mantener sin embargo la igualdad de la batalla hasta la décima hora del
dia.
CAP. III.— ESPAÑA ÁRABE. 29 J
De pronto elévase gran tumulto en las tiendas de los Árabes: eran las tropas
del duque de Aquitania que habían hecho irrupción por aquel lado Temerosos de
perder los 'esoros que allí habían reunido, parte del ejército abandona el comba-
te para volar en defensa de su campamento. Estoque fué considerado por muchos
como una retirada, introdujo la confusión en las filas sarracenas ; en vano Ab-
derrahman intentó restablecer el orden, y peleando con los mas esforzados, cayó
con su caballo pasado de infinitas lanzas cuando la noche iba á poner fin al com-
bate. Con él acabó la resistencia de los Árabes, que abandonando confusamente
el campo de batalla, solo se libraron de una completa derrota á favor de las tinie-
blas de la noche cada vez mas oscura Isidoro nos dice que los cristianos, enoja-
dos por la interrupción de su victoria, levantaban con despecho sus espadas, de-
biendo aplazar para el dia siguiente la continuación del combate. Habrían querido
salir al momento por medio de un completo triunfo de la incertidumbre que deja
el valor en el corazón mas esforzado, y que solo se desvanece totalmente cuando
los batallones enemigos marchan fugitivos ó aparecen tendidos en el campo.
Al dia siguiente los Austrasios salen de su campamento. Las tiendas árabes
encuéntranse en el mismo lugar, pero de ellas no se eleva rumor alguno ; nin-
gún centinela las custodia. Admirados los cristianos por aquel silencio, avan -
zan con precaución temiendo una celada , hasta que sus exploradores les dicen
que los batallones ismaelitas han tomado la fuga y que durante la noche han
emprendido otra vez el camino de su patria (1). Los Europeos, añade Isidoro,
temerosos de que se les hubiesen preparado emboscadas en los caminos inmedia-
tos, los esploran todos con progresiva sorpresa, y sin ocuparse en perseguir á los
fugitivos, dividen entre sí los despojos, y vuelven alegremente á sus hogares.
Esta fué la memorable batalla de Poitiers que libró quizás al Occidente de
caer bajo el yugo de los musulmanes. Ciento catorce años hacia que Mahoma con
unos pocos partidarios había salido fugitivo de la Meca, y había bastado este cor-
to intervalo para que sus ardientes sectarios desplegasen sus pendones en las lla-
nuras de Francia , á igual distancia del Oder y del Tiber.
Dice otra versión que los cristianos persiguieron á los fugitivos durante mu-
chos dias obligándolos á sostener varios combates que siempre perdieron, hasta
el pié de las murallas deNarbona,;donde se refugiaron los débiles restos del ven-
cido ejército, y donde Carlos los cercó. En la misma relación se habla de la obsti-
nada resistencia que opusieron al caudillo austrasio que hubo por fin de levantar
el sitio. Sin embargo, el contemporáneo Isidoro de Beja, de acuerdo en esto con
todos los cronistas cristianos, nos parece mas digno de fe, y quizás el relato que
acabamos de mencionar ha confundido y anticipado la época en que Carlos Mar-
tel sitió en efecto á la ciudad de Narbona. Por sus hazañas en la batalla de Poi-
tiers dióse al duque de los Austrasios el renombre de Martel, que equivale á tan-
to como martillo, «á causa de que, dice la crónica de san Dionisio, como el mar-
tillo magulla y rompe el hierro, el acero y los demás metales, así magullaba y
rompía él en la batalla á todos sus enemigos.» Fía de advertirse, empero, que la
crónica de san Dionisio es una obra moderna, relativamente hablando , y que el
apellido de Martel no figura en ningún relato contemporáneo ; hasta dos siglos
(1) Isid. Pac, Chr , c. 59.
734.
296 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
después de la batalla de Poitiers, no le vemos aparecer en las crónicas y unirse
históricamente al nombre del vencedor de Abderrahman.
La jornada de Poitiers puso término al engrandecimiento de los Árabes en
Occidente, y fué el paso mas decisivo de la familia austrasia de Carlos hacia la
soberanía de la Galia entera. Ella completó el abatimiento de la casa real de
Clodoveo, y fué el principio y la base del imperio franco-germano de Occidente,
del cual será Garlomagno la mas alia expresión.
Al recibir la noticia de la rota y muerle de Abderrahman, el gobernador de
África nombró emir de España á Abdelmelek ben Cotan, y el califa, al confir-
mar al nombrado, dirigióle la expresa recomendación de vengar la sangre mu-
sulmana. Abdelmelek vino sin pérdida de momento á la Península, donde el relato
del desastre de las Galias habia sembrado la consternación y el desalíenlo, y es-
forzándose en comunicar nuevo vigor al decaído ánimo de los musulmanes por
medio de discursos conformes al espíritu del Coran, formó varios cuerpos de ejér-
cito que pasaron los Pirineos al mando de los mejores capitanes que se encontra-
ban en España. Abdelmelek no se puso á su cabeza, y se le hicieron cargos de
haber aprovechado en beneficio propio los desórdenes de aquella época calamito-
sa; pero la verdadera razón que le detuvo en Córdoba parece haber sido el deplo-
rable estado de la administración interior, mirada con descuido, por no decir del
todo abandonada, desde la partida de Abderrahman. Sin embargo, las repetidas
órdenes del califa para que emprendiese con nuevo vigor la guerra en las tierras
de Afranc le obligaron por fin á salir de Córdoba y á dirigirse á los Pirineos.
La derrota de los Árabes en Poitiers infundió por todas paites gran aliento
y esperanza á los subyugados cristianos. Varias poblaciones de los Pirineos, de
uña y otra vertiente, habían empuñado las armas lanzando el grito de inde-
pendencia, y llegado el walí á los desfiladeros déla Yasconia, encontró á aquellos
rudos montañeses dispuestos á impedirle el paso. El resultado del combate no
podia ser dudoso, y los musulmanes, después de sufrir grandes pérdidas, hubie-
ron de replegarse al Ebro.
Esta derrota del nuevo emir hízole perder la confianza de las tribus españo-
las, y el wali superior de África le retiró el mando para confiarlo á su pro-
pio hermano Ocba ben Alhegag, que habia dado en África numerosas pruebas
de capacidad y valor, durante la guerra contra los Berberiscos. Ocba era probo
y desinteresado, y al mismo tiempo rígido observador de la justicia y de una se-
veridad inquebrantable, que no se desmintió al ejercer las funciones de su nuevo
cargo. No bien llegó á Andalucía, privó de sus alcaidías á los caudillos acusados
de crueles ó de avaros, y llenó las cárceles de dilapidadores de las rentas públi-
cas. El delito mas grave que para ücba podían cometer los agentes del califa,
era hacer odiosa por codicia ó interés particular la autoridad que les estaba con-
fiada. Dedicando toda su solicitud á la administración del país, estableció hasta
en ios pueblos de mas escasa importancia cadíes ó jueces cuyas atribuciones eran
administrar rectamente justicia; ordenó un censo general de la población, de las
ciudades y aldeas, y fijó la repartición de los tributos sobre una base equitativa
é igual para lodos. A él debió España una institución de policía interior que ba-
jo distintos nombres se ha conservado hasta nuestros tiempos en todas las nacio-
nes modernas, tal fué la de los kaxiefes (descubridores), tropa armada y perma-
CAP. III. — ESPAÑA ÁRABE. 297
nente á sueldo del estado y alas órdenes del walí de cada provincia, encargada de A- <ie j.c.
descubrir y aprehender á los malhecheres. Ocba mostraba igual celo por la religión
y la justicia, y como la primera era para ios Árabes, como así ha de ser, la fuente
de toda ciencia , fundó gran número de mezquitas y de escuelas , y dispuso que
hubiese en cada una lecíores y predicadores que enseñasen la ley ai pueblo. La
equidad de Ocba ha sido muy celebrada por los historiadores de la conquisla, que
dicen con orgullo que hacia cuanto le parecia justo. Examinó la conducta de Ab-
delmelek , y hallándole inocente de las culpas que se le atribuían , confióle el
mando de la caballería de la frontera del norte, es decir de la Baja Navarra y de
Aragón, señalándole la plaza de Pamplona como centro de operaciones.
El proyecto de extender la conquista por el noroeste de la Septimania no
habia sido abandonado , y apasionado el califa por la idea de conquistar las Ga-
lias hasta el Ruin, mandó á Ocba que penetrase otra vez por la tierra de Afranc.
En su consecuencia dispuso el emir que los walies de la Septimania dirigiesen
un simultáneo ataque á lo largo de la línea del Ródano mientras que él invadiría
la Aquitania y el Oeste.
Disponíase á pasar los Pirineos y hallábase en Zaragoza , de cuya plaza ha-
bia hecho su cuartel general , cuando llamóle de pronto al África la noticia de
una formidable sublevación de los Berberiscos que ponia en peligro la autoridad
del califa. Ocba volvió con precipitación á Córdoba y se embarcó para el África, 737.
llevando consigo un cuerpo escogido de caballería que le era particularmente
adicto ( año 119 de la hegira).
Con mas acuerdo y unión y con un entendido capitán, que quizás habría po-
dido ser el mismo Ocba , los últimos desastres habrían sido con facilidad repara-
dos ; pero el acuerdo , el conjunto era precisamente lo que menos se encontraba
en aquellas tribus de origen diverso , llegadas de sus valles y aduares con
formas , hábitos y costumbres particulares que se empeñaban en conservar ,*y
rencores y rivalidades que querían satisfacer. La unión , el conjunto eran co-
sas imposibles para ellas , y milagro fué del islamismo reunirías á lo menos ba-
jo una sola creencia. El África era sobre todo el foco de estas discordias , y el
carácter de los Berberiscos opuso á los Árabes larga y obstinada resistencia. Las
ideas musulmanas acabaron por triunfar de ella , pero la dominación árabe no
fué jamás sinceramente aceptada. Lo mismo sucedía en España : las tribus afri-
canas ó las porciones de ellas que en nuestro suelo se habían establecido, sufrían
con impaciencia el yugo, y éntrelos conquistadores hubo siempre una sorda lucha
que estalló á veces en sangrientas guerras. Sin embargo, para la Europa , aque-
llas tribus formaban juntas la nación de los Sarracenos , y fuesen cuales fueren
sus divisiones , para los Francos de la Austrasia y de Neustria y para los Galo-
Romanos del centro eran un pueblo enemigo y odiado. Esto no obstante, los Ga-
lo-Visigodos y los Galo-Romanos de la Septimania que experimentaban la blan-
dura de su dominación , los de la extrema Galia meridional ( Provenza ), que
temían ante todolas armas destructoras délos Austrasios, inclinábanse hacia ellos,
y esto hizo que, á pesar de los escasos socorros que les proporcionaban África y
España , los Árabes de la Septimania hallasen aliados hasta entre las poblacio-
nes cristianas.
Carlos y sus guerreros se encontraban mal en la otra parle del Rhin, y las
TOMO II. 38
298 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
fértiles llanuras de la Galia meridional , que habían recorrido y asolado una vez,
dejáronles recuerdos que escitaban en sus corazones codiciosos deseos. El menor
pretexto habríales bastado para llevar la guerra á aquellas regiones si no hubie-
sen tenido á sus espaldas las postreras masas de la barbarie , los Sajones , los
Frisones y los Yenedos , aun complelamente paganos , que con frecuencia los
distraian con sus excursiones por su frontera septentrional y oriental. Carlos
veíase, pues, detenido á pesar suyo y obligado á sostener contra aquellos pueblos
guerras infuctuosas, solo para conservar ileso el norte de su imperio, y por mu-
chos que fuesen sus deseos de avanzar hacia el mediodía , hubo mas de una vez
de renunciar á sus proyectos de conquista ó cuando menos de establecimiento;
mas por cortas que hubiesen sido sus expediciones habían bastado para difundir
por todas partes el terror de su nombre.
Mauroncio , duque de los Masilios , es decir de los Greco-Romanos del lito-
ral de la Provenza , celebró alianza con el gobernador árabe de Narbona, Yusuf
Abderrahman , para resistir los nuevos ataques que temía por parte del duque
germano . Súpolo este , y como los Sajones se hallaban entonces tranquilos, par-
le en 734 con dirección al Ródano, devasta cuanto se opone á su paso , dispersa
á las tropas de Mauroncio , é iba á proceder á una división de la tierra entre sus
guerreros , cuando una nueva sublevación de los Sajones le llama precipitada-
mente á sus estados del norte.
Apenas hubo abandonado el mediodía , los señores galo-romanos estrechan
mas y mas su alianza con los Árabes de la Septimania , y como prenda de amis-
tad , entregan á Yusuf la plaza fuerte de Aviñon. Un conde de Arles se negaría
probablemente á formar parte de la coalición , pues Yusuf pasó el Ródano y puso
sitio á la ciudad, cuya toma se fija en los primeros meses del año 735. Créese que
Usez , Viviers, Valencia, Viena , León y algunas otras ciudades, mas allá de las
fronteras de la Septimania , fueron también por aquel entonces tomadas y sa-
queadas por los Árabes.
La noticia de estos hechos llega hasta la Austrasia , y Carlos, apaciguadas
ya las turbulencias que allí le llamaran, pónese otra vez en marcha con sus in-
fatigables leudos. Dirígese hacia el Ródano, y con su rapidez habitual toma
Aviñon á los Sarracenos , asalta la ciudadela y hace pasar la guarniciona cu-
chillo. Volviendo luego á la derecha , penetra en la Septimania , hace á cuantas
ciudades encuentra una guerra de exterminio y llega á grandes jornadas delante
de Narbona, centro del poder musulmán en aquel territorio. Provista la plaza de
cuanto es necesario para la defensa, resiste victoriosamente á todos los ataques
del héroe germano.
Volvamos ahora á Ocba y digamos algo de lo que sucedía en África. Llega-
do á Tánger, el walí se reunió con los generales musulmanes, y después de lomar
su consejo marchó contra los Rerberiscos , puso en derrota á sus taifas y obli-
gólas á internarse en el desierto , de modo que la guerra quedó terminada antes
de que hubiesen llegado los refuerzos pedidos á Cairvan y á Rarca. Vencedor de
los Rerberiscos, Ocba no pudo, empero, volver áEspaña tan pronto como hubiera
deseado ; temíanse en África nuevas sublevaciones , y hubo de permanecer allí,
pero sabedor del sitio que sufría Narbona , resolvió enviarle refuerzos por la vía
marítima.
CAP. III. — ESPAÑA ÁRABE. 299
La dificultad con que los Árabes habian pasado á España en el año 711 ha
podido manifestarnos la escasez de buques con que contaban en las costas
africanas á principios del siglo vm. Realizada la conquista , la necesidad de co-
municar de un país al otro habia llamado su atención , y en toda la cosía, desde
Barcelona á Cádiz , desde Gebal Tarik hasta Trípoli , abriéronse numerosos
arsenales ; muchos operarios sirios, egipcios y moros , llamados de Ascalon , de
Gaza, de Alejandría y de Trípoli habian construido gran número de buques para
el paso de los conquistadores, y en pocos años tuvieron los musulmanes en aque-
llas aguas una armada que, si bien de construcción bárbara, les permitía comuni-
car de una posesión á otra. Los musulmanes y en particular los Árabes nunca
han sido grandes marinos, pero los renegados y aventureros de Siria, de Egipto
y de Mauritania suplían sus escasos conocimientos en esta materia , y en la épo-
ca de que venimos tratando, la marina musulmana habia llegado á un floreciente
estado , como que el arsenal (daressana) de Túnez era en 736 uno de los mas
formidables de las playas mediterráneas. La antigua Cartago, destruida en 647 y
habitada únicamente por algunos pescadores cuyas chozas de ramas se elevaban
entre las ruinas de los antiguos palacios , fué del todo abandonada por la nueva
ciudad musulmana construida á pocas leguas de su recinto , y no ha cesado des-
pués de abismarse en sus propias ruinas que van desapareciendo de año en año,
indicando hoy apenas el sitio que ocupó la ciudad rival de Roma , la patria
de Dido y de Aníbal. En 720 las fuerzas navales de los musulmanes habian pa-
recido de bastante importancia para exigir un emir particular, que se llamó
emir-al-ma, (emir del agua), y aun antes de la época dicha, aquella marina na-
ciente habia manifestado su existencia en los países cristianos del litoral medi-
terráneo. Muchos buques armados en corso, es decir cargados de guerreros sar-
racenos, habian llegado á Sicilia, á Italia, á Córcega. áCerdeña y á las costas de
Provenza. Los musulmanes, pues, poseían en 737 bastantes buques para transpor-
tar con facilidad por mar un cuerpo considerable de tropas desde las costas de
África hasta mas allá del cabo de Creus, y entró en sus planes llegar embarcados
hasta la misma Narbona , siguiendo el brazo del Aude que comunica con el
mar.
Ornar ben Caled mandaba las fuerzas enviadas en auxilio de Narbona , y lle-
gado á la desembocadura del rio, encontrólo defendido con estacadas y parapetos
que Carlos habia mandado elevar para impedir tocia comunicación con la plaza si-
tiada. Entonces desembarca su gente en la playa, cerca del cabo Franqui, llamado
así por los Árabes , y acampó en el valle de Corbaria , en el punto indicado con
el nombre de Ad Vigesimum en el Itinerario de Antonino. Al saberlo, Carlos deja
algunas fuerzas delante de Narbona , y marcha con las restantes al encuentro de
los recien llegados, á quienes sorprendió en el mismo punto de su desembarque.
El ataque fué imprevisto y violento, y Carlos, que tomó parte en la pelea, hundió
con su hacha de armas la cabeza del general musulmán. Los Árabes vencidos y
dispersos fueron arrollados hasta el rio inmediato, y en él perecieron casi todos
ahogados ó bajo las flechas de los Francos , mientras intentaban volver á sus
buques. Los germanos se apoderaron del campamento y de muchas naves ene-
migas , y volvieron triunfantes delante de Narbona , cuyo cerco estrecharon mas
y mas ; pero la plaza , aunque debilitada por muchos meses de sitio y defendida
300 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA
por muy escasa guarnición , resistió á todos sus ataques, hasta que llegó á can-
sar los esfuerzos y la paciencia del victorioso duque. Fatigado de tan larga y te-
naz resistencia , y llamado además á Neuslria por mas graves intereses, Carlos se
disgustó del sitio , y á pesar de su reciente victoria , emprendió poco después el
camino de sus estados. En su camino, el duque y sus guerreros vengáronse en po-
blaciones indefensas de la resistencia que hallaran en Narbona , y las principa-
les ciudades de !a Septimania conservaron por mucho tiempo funestos recuerdos
de su paso. Beziers , Agde y Maguelona se cubrieron de ruinas , y el feroz Car-
los , en su furor por destruir , pretendió hasta incendiar el anfiteatro deNimes.
El fuego, empero, no prendió en los anchos sillares ; solo las puertas fueron con-
sumidas , y « aun en el dia, dice Agusíin Thierry, en los arcos, en las bóvedas de
sus inmensos corredores , puédense ver los negros surcos de la llama al deslizar-
se sobre las macizas piedras que no pudo derribar ni conmover (1).» El duque
de Auslrasia, fuerza es decirlo , se mostraba mas bárbaro para con los cristianos
que ninguno de los generales musulmanes que habían invadido el país , y esto
explica como la memoria y el terror de la invasión de Carlos han vivido mas
tiempo en ia Septimania que la memoria y el odio de la ocu ..ación sarracena.
La Septimania habia sido devastada, pero no conquistada, y volvió al poder
de l©s Árabes luego después de la partida de Carlos. Aprovecharon aquellos su
ausencia para llevar sus establecimientos mas allá del Ródano, y renovando su
antigua alianza con los señores provenzales , recobraron en poco tiempo cuantas
posesiones les arrebatara Carlos. Arles, Tarascón, Aviñon y Viena cayeron otra
vez bajo su yugo, y Mauroncio volvió á ser el alma y el instigador de la liga
contra los Franco-Austrasios.
Sabedor de lo que ocurría, Carlos reapareció en breve en las márgenes del
Ródano, acompañado esta vez de un cuerpo de auxiliares lombardos. Como en
la campaña anterior, desalojó prontamente á sus enemigos de cuantas plazas se
habían hechos dueños, y Mauroncio, vivamente perseguido, debió su salvación á
las sinuosidades que forma la costa en las cercanías de Marsella. Los Árabes pa-
saron de nuevo el Ródano, y toda la orilla izquierda de este rio quedó en poder
de los Francos. Ignórase porque Carlos no consideró conveniente llevar entonces
sus armas á la Septimania; quizás juzgó su conquista harto difícil, y prefirió es-
tablecer sólidamente á sus leudos en la parte de la Galia meridional que acababa
de conquistar.
Desde este momento, los Árabes no se mostraron mas en la otra parte del
Ródano y solo conservaron el prolongado y estrecho territorio, desde el Ródano
hasta el cabo de Creus, que poseyeron antiguamente los Godos.
Estas expediciones fueron hechas por los walies particulares de la Septima-
nia que, si bien dependían nominalmente de Ocba, estaban de hecho abandonados
á sí mismos. Yusufel Fehri, que tangían papel desempeñará en esta historia,
se distinguió en Septimania como guerrero y administrador en las luchas y ne-
gociaciones de aquella época calamitosa.
La posición de los musulmanes así en esta como en la otra parte de los Pi-
rineos hacíase cada dia mas penosa. A su regreso de África, Ocba halló muyre-
(< ) Cartas sobre la Historia de Francia.
CAP. III.— ESPAÑA ÁRABE. 301
vueltas las cosas de España; los walies y los gobernadores subalternos, mas
ocupados en guerras y rivalidades de raza que en el gobierno de los pueblos y en
el progreso del Islam, no habian pensado en empresa alguna del otro lado
de las fronteras. En el norte de la Península habia aparecido un nuevo po-
der, y esto en el momento en que por sus divisiones y por su debilidad no se
hallaban los conquisíadores en estado de combatirle con ventaja. La discor-
dia reinaba en todas partes, y solo Abdelmelek habia hecho esfuerzos para sos-
tener el honor de las armas musulmanas, logrando, aunque con no poco traba-
jo, rechazar las agresiones de los cristianos que empezaron á abandonarlas bre-
ñas de Asturias.
Así estaban las cosas en España cuando Ocba enfermó y murió en Córdoba,
encargando el mando á Abdelmelek, como el mas digno. Otra relación dice que
gobernó con gloria cinco años, y que en 122 de la hegira (740), Abdelmelek se
levantó contra él, le depuso y le mató ó le expulsó de España (1). Según El
Raci, el pueblo se sublevó contra Ocba en safar de 123 (diciembre de 740),
y puso en su lugar á Abdelmelek; dicho autor le hace morir durante el mismo
mes en Carcascna.
En Asia y en el estremo opuesto del Imperio, corriendo el año 122 de la he-
gira (739) habíase levantado en Kufa un biznieto de Alí, llamado Zaid ben Hu-
sein, quien murió en el primer combate que sostuvo con Yusuf ben Ornar, ge-
neral de los Ommíadas. Su cuerpo fué empalado y quemado , esparciéronse sus
cenizas al viento, y envióse su cabeza al califa Hixem, que mandó clavarla á una
puerta de Damasco. El cisma de Alí preparaba su elevación por medio de fre-
cuentes sublevaciones, y aunque vencido, revelaba de tiempo en tiempo su exis-
tencia con fuerza y energía. Estas turbulencias no influyeron de un modo directo
en España hasta la revolución que colocó en el poder á los Abassidas, pero eran
preludio de este gran suceso que habia de cambiar completamente en la Penín-
sula el aspecto de las cosas.
A. de J. C.
740.
(4) Ebn. Kaldoun.
302 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
e J. C.
CAPITULO IV.
Sublevaciones de los Berberiscos de África. — Batalla de Masfa. — Llegada de Baleg ben Baxir y de
Thaalaba ben Salema á España.— Guerras civiles en la Península.— Deposición y muerte del wa-
li Abdelmelek. — Usurpación y derrota de Baleg ben Baxir.— Thaalaba ben Salema dueño de Cór-
doba.— Llegada y gobierno de Abulkatar. — Nueva distribución de tierras entre las tribus.— Fin
del reino deTeodomiro. — Sublevación de Samaily de Thueba. — Elección de Yusuf elFehri. — Nue-
va división de España en cinco provincias.— -Gobierno y administración de Yussuf el Fehri hasta
la llegada de Abderrahman ben Moawiah ben Meruan, primero de los Ommíadas.
Desde el año 740 hasta el 756.
Hemos hablado del espíritu de independencia que animaba á los Berberis-
cos así en África como en España , y en el primero de dichos países habia esta-
llado varias veces en mortíferas y sangrientas guerras. Vencido últimamente por
Ocba, los Berberíes se habían sometido, pero las causas de sus sublevaciones
subsistían como siempre. Era la principal la violenta política de los conquistado-
res, que no se creían en seguridad sino haciendo pesar un insufrible yugo sobre las
tribus africanas. Además, los gobernadores árabes estaban dominados por todas
las pasiones que lleva consigo el ejercicio del poder, y excitados al abuso de una
autoridad que podían repentinamente perder por la instabilidad de su posición,
se apresuraban á devorar su reino de un instante. Las exacciones, la violencia,
la opresión provocaban las quejas de los gobernados; las quejas no eran escucha-
das, y de ellas se pasaba á la rebelión armada. De ahí las frecuentes y terribles
insurrecciones que nos sorprenden en la historia del África septentrional, y que
se repetían en España, como eco de lo que sucedía en la otra parte del Estrecho.
Poco después de ocurrida la muerte de Ocba, las divisiones nacionales entre
Árabes y Berberiscos manifestáronse en África con extraordinario carácter de
violencia y grandeza. Las tribus berberíes se reunieron y se levantaron de nuevo
á la voz de Chalid el Zaneti, y habiendo salido contra ellas el emir Goltum ben
Zeyad, empeñóse una batalla en los campos de Tánger, en que Collum alcanzó el
martirio, según expresión del cronista árabe, y el Zaneti la victoria. Llegada á
Egipto la noticia de este suceso, Ilantal ben Sefuan, nombrado gobernador de
África, emprende una precipitada marcha al frente de numerosas tropas, y llega
al Magreb en la luna de regeb del año 125. Los rebeldes, que supieron la llegada
de tan numerosa hueste, redoblaron sus esfuerzos, muy confiados en sus buenos
sucesos y pasadas victorias, y allegando innumerable gentío de todas sus cabilas,
así de á pié como de á caballo, pusieron su campo en las riberas del rio Masfa,
CAP. IY. — ESPAÑA ÁRABE. 303
asemejándose sobre aquellas arenosas llanuras á inmensas bandas de langostas:
tantos y tales aparecían los negros combatientes de Sus y Masmudah. Las tropas
árabes iban acaudilladas por Thaalaba ben Salema y por Baleg ben Baxir: el
primero conducíalas gentes de Siria y de Arabia y el segundo las de Egipto y de
Barca. Hantala ben Sefuan mandaba las tropas del Magreb , descendientes de los
primeros conquistadores del país.
Los historiadores describen á los Berberiscos ennegrecidos por el sol, mon-
tados en ligerísimos caballos y desnudos hasta la cintura (1). Ordenadas sus ha-
ces, se acometieron estas huestes en el abrasado desierto con espantoso alarido;
nubes de polvo y de saetas, dice el cronista árabe, hicieron aquel dia oscuro, y
dieron horrible sombra á los hijos de la guerra. La sangre corría á torrentes, y
los que peleaban parecían mas que hombres tigres ó leones despedazándose entre
sí. La impetuosidad de los Berberiscos acabó por alcanzar la victoria: los caba-
lleros árabes y sirios no pudieron resistir el calor ardiente de la pelea y del dia,
y cedieron á los Moros incansables y duros el sangriento campo. Perseguidos en
todas direcciones, muchos fueron alcanzados; otros que conocían el país se retira-
ron á los castillos y lugares fortificados, y la mayor parte, capitaneados por Baleg
y Thaalaba se retiraron hacia el mar sin cesar de combatir, y entraron en Ceuta
para luego trasladarse á España.
Abdelmelek había sido poco tiempo antes confirmado en el cargo de emir
de España por el califa Hixem, que murió aquel mismo año en Rusafah, después
un reinado de diez y nueve años siete meses y once dias (2), Hallábase el emir
en Zaragoza al saber la llegada á Ceuta de las tropas egipcias y sirias al mando
de Baleg y de Thaalaba, y temeroso de que si pasaban á España podría su pre-
sencia ser causa de nuevas turbulencias, negóse á proporcionarles asilo , impru-
dente conducta que encendió una guerra civil que no habia de terminar por com-
pleto hasta muchos años después. La negativa de abrir el Ándalos álos vencidos
de Masfa exasperó á los numerosos enemigos del emir, que, dolidos del infortu-
nio de las tropas refugiadas en Ceuta, resolvieron acogerlas en España á pesar de
Abdelmelek, como lo efectuaron , y privar á este de su autoridad. Los Berberíes
de España por su parte, alegres y alentados por la reciente victoria de sus com-
patriotas de África, cansados igualmente del yugo de los Árabes, y creyendo lle-
gado el momento de sacudirlo, se sublevaron y dirigieron su ataque contra tres
puntos á la vez : parte marchó hacia Toledo , donde mandaba Omeya , hijo de
Abdelmelek; otros se encaminaron á Córdoba, y por fin un tercer cuerpo se diri-
gió á la costa á fin de impedir el desembarque de la hueste de Baleg y Thaala-
ba. Sin embargo, este plan se frustró: Toledo opuso una resistencia inesperada,
y en una salida vigorosa contra los sitiadores, Omeya los puso en completa fuga.
(1) Maurorum hoc recogaoscens multitudo inpuguam nudi, praependiculis tantummodo an-
te pudenda príecincti. Isid Pac, Chr., c. 63.
(2) El califa Hixem murió en Rusafah el sexto dia de la luna de rebie postrera del año 125, á la
edad de 53 años. Era de estatura mediana y poseia como hombre privado muy buenas cualidades;
era sin embargo gran exactor de tributos y gastaba mucho en objetos de ninguna utilidad. Habia
dado eu el tema de tener una cantidad infinita de vestidos,y cuéntase que se podian cargar con ellos
seiscientos camellos. Esto no obstante, usábalos con gran economía y¿los guardaba tan escrupulosa-
mente que apenas hallaron al morir uno con que amortajarlo, pues todos sus cofres y armarios se
hallaron cerrados y sellados.
304 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
La expedición dirigida contra Córdoba fué igualmente rechazada , y las tropas
de Baleg y de su compañero, unidas con los Árabes que las habian llamado, dis-
persaron al cuerpo de Berberiscos que pretendia oponerse á su desembarque ya
verificado.
El triunfo, empero, no redundó en beneficio de Abdelmelek: á pesar de las
proposiciones que les dirigió el emir, los recien llegados no olvidaron su primera
negativa de recibirlos en España, y después de vencer á los Berberiscos , enemi-
gos suyos y de Abdelmelek, sin pérdida de momento marcharon contra Córdoba,
residencia del emir.
Ya fuese por odio contra el anciano wali, ya por miedo á la sana de Ba-
leg, los habitantes de Córdoba se decidieron á entregar su gobernador , y atá-
ronle á una cruz á la entrada del puente entre un cerdo y un perro , mientras
abrían sus puertas. Así esperó largas horas el infortunado wali, hasta que llega-
do Baleg mandó cortarle la cabeza , que pusieron en un garfio á la puerta de la
ciudad (año 125 de la hegira.— 743).
Los de Córdoba y el ejército proclamaron emir de España á Baleg, pero
Thaalaba ben Salema, que habia llegado con él de África, se negó á reconocerle
por tal. Dijo que solo al califa ó al wali de África pertenecía el derecho de nom-
brar á los emires de la conquista, y logró poner de su parte á la mayor parle de
las tribus españolas. Los Sirios se dividieron, muchos abrazaron su partido, y
Thaalaba se puso en marcha para Mérida con un reducido ejército que aumenta-
ba á medida que iba acercándose á la ciudad. Así pues la Península era presa de
intestinas discordias: en Córdoba dominaba Baleg con parte de las tropas sirias,
el resto de ellas habia seguido á Thaalaba, mientras que los antiguos habitantes
del país, los verdaderos Árabes y los restos de los cuerpos berberiscos, estaban
por los dos hijos de Abdelmelek, Colan y Omeya. Todos los partidarios de la ra-
za de los Fehri se habian agrupado bajo las banderas de los últimos, y la guerra
civil se habia encendido no entre dos, sino entre muchos partidos.
Vino á aumentar la confusión y el desorden el wali de Narbona Abderrah-
man ben Ocba, uno de los Árabes mas ilustres, que á la cabeza de algunas tro-
pas de la Septimania abrazó la causa de los hijos de Abdelmelek y penetró en
España para medir sus fuerzas con el usurpador. Este contaba únicamente doce
mil hombres bajo sus pendones, mas á pesar de la debilidad de sus fuerzas com-
paradas con las que traia Abderrahman, salióle al encuentro y avistóse con él en
los campos de Calal-Rhaba (Calatrava). Ambas huestes se acometieron con de-
sesperado furor, y los dos caudillos tomaron en el combale una parte personal.
Baleg andaba buscando á voces al hijo de Ocba, que le salió al paso no menos
animoso, exclamando: «Yo soy, yo soy el hijo de Ocba á quien buscas.» Y arre-
metieron el uno contra el otro y se dieron crueles botes de lanza, pero mas afor-
tunado Abderrahman, pasó de partea parte á su contrario, que cayó exánime y
sin vida. Las tropas sirias fueron vencidas y puestas en derrota, y Abderrahman
ben Ocba recibió por el heroico valor que desplegara en la batalla el renombre
de Al Mansur (el Victorioso).
Mientras esto sucedía en España, ofrecía el Oriente iguales divisiones, y los
(1) Tune intestino furore omnis conturbatur Hispania. Isid Pac., Chr., n. 66.
CAP. IV. — ESPAÑA ÁRABE. 305
pretendientes al califato turbaban la paz del imperio con sangrientas luchas. Ye- A- de J-c-
zid disputaba el poder á su primo Walid y ponia precio á su cabeza, dando así
dos Ommíadas el espectáculo de una rivalidad escandalosa en el preciso mo-
mento en que la poderosa familia de los Abassidas solo esperaba una ocasión pa-
ra hacer triunfar con las armas sus antiguas pretensiones. Las provincias toma-
ban partido, según su interés por el uno ó el otro de los competidores, y el lazo
religioso que hasta entonces atara las partes tan poco homogéneas del inmenso
imperio sometido en tan poco tiempo á la dominación árabe, parecía y estaba en
efecto próximo á romperse.
Walid Hfué proclamado en Siria el dia6 de la luna rebie postrera, el mismo
dia en que murió su tio Hixem (año 125 de la hegira— 6 de febrero de 743) (1).
En el año 126, estando bien descuidado de lo que le amenazaba recreándose con 744.
sus esclavas y cantores, los pueblos de Siria proclamaron califa á su primo Ye-
zid ben el Walid ben Abdelmelek, y este príncipe, aprobando la conmoción po-
pular, le ofreció cien mil doblas de oro á quien le presentara la cabeza de Wa-
lid. Hallábase entonces el califa en Bosra, cerca de Damasco, y abandonado por
sus guardias al acercarse los amotinados, estos, después de escalar los muros, en-
traron en los jardines donde estaba Walid y le despedazaron inhumanamente. Su
cabeza y sus manos fueron llevadas á Damasco y clavadas en las puertas de la
ciudad.
Por aquel tiempo, y á pesar de las turbulencias de Siria el wali superior de
África, Hantala ben Sefuan, habia logrado, después de sostener una osbtinada lu-
cha, aquietar la formidable insurrección de los Berberiscos que llevara á Baleg y
á Thaalaba á esta parte del Estrecho y produjera tantos desórdenes en España.
Los mas esforzados generales berberíes Ácag y Abdelwahib fueron vencidos en
Cairvan, y pagaron con la vida su insurrección. Los Árabes vencedores pasaron
la noche que siguió á su victoria en el mismo campo de batalla en medio de los
muertos y de los moribundos, entre los cuales se hallaba el valeroso Acag cu-
bierto de heridas. Hantala mandó cortarle la cabeza que fué paseada por el cam-
pamento al extremo de una pica. Entre los muertos hallóse también el cadáver de
Abdelwahib. La división de otro caudillo moro llamado Abdelmelek, se dispersó
por los montes al ser avisada por los fugitivos de la completa derrota de sus
compañeros.
Con esta insigne victoria quedaron sosegados los movimientos é inquietudes
del Magreb, y todo el país hasta el Estrecho y el Atlas quedó sojuzgado.
El wali Vencedor usó de su victoria como convenia con semejantes hombres.
Conociendo , dice la relación árabe de Conde (2), el genio inquieto y belicoso
de estos pueblos, procuró hacerlos soldados útiles del Islam; repartió armas y ca-
ballos á los que quisieron pasar á España, porque pensaba enviar á ella un emir
que la tranquilizase y deshiciese los bandos y desavenencias que la tenían á punto
de perderse. Mas de mil quinientos Mogrebinos voluntarios de las tribus de Zene-
fl) Contaba ya mas de cuarenta años, y era impío y menosprecia dor de la religión; se bañaba
en vino, era muy aficionado de la caza, y, con gran escándalo de los verdaderos creyentes, entró un
dia con su jauria en el territorio de la Meca. Hacia muy buenos versos y gustaba de la música; pe-
ro era destemplado en sus pasiones y muy dado á las mugeres y al vino.
(2) P. 4.a c. XXXII.
tomo 11. 39
306 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tes, Masmudah y Azuagos, gente muy esforzada y aguerrida, pasaron el Estrecho
con el nuevo gobernador, y esta circunstancia introdujo en España un elemento
nuevo que sirvió para contrabalancear las fuerzas sirias. HassanbenDhirar, lla-
mado también Abulkatar, guerrero distinguido y destinado ya á este empleo por
el califa, fué el hombre elegido por Hanlala para tan importante misión.
Thaalaba se habia hecho dueño de Mérida, y Córdoba le habia franqueado
sus puertas. Entre su guarnición, que se habia entregado á él sin condiciones
de ninguna clase, halló el vencido de Masfa un cuerpo de mil Berberiscos, á quie-
nes hizo desarmar y salir de la ciudad con las manos atadas á la espalda, con
orden de decapitarlos delante de la inmensa muchedumbre que habia reunido la
noticia del suceso. Así iba á ejecutarse, cuando la imprevista llegada de Abulka-
tar impidió tan horrible matanza. Aunque dueño de Mérida y de Córdoba, Thaa-
laba comprendía no poder resistir á la vez á sus enemigos del interior y á las
fuerzas del nuevo wali, y apresuróse á someterse á este. Los mil Berberiscos fue-
ron puestos en libertad y aumentaron el ejército de Abulkatar, quien mandó
prender á Thaalaba, y le envió á África para dar cuenta de su conducta á su
superior común, Hantala ben Sefuan. Desde Córdoba marchó á Toledo, don-
de dominaba aun Abderrahman ben fíabid, compañero de Thaalaba, y lo ex-
pulsó de la ciudad. Los partidarios de los hijos de Abdelmelek, sin resistencia
alguna, antes muy de su propio movimiento, prestáronle homenaje como á su je-
fe legítimo, y en la excursión que hizo en seguida el emir por varias provincias,
ganó á los Muslimes mas con su prudencia y su bondad natural que con la fuer-
za ni opinión de los valientes Africanos que le acompañaban.
La Península entera volvió á estar entonces bajo la dominación de un so-
lo jefe, cuyo poder fué por todos reconocido. Abulkatar, de edad ya avanzada,
era á la vez guerrero de experimentado valor y hombre muy celoso por el bien
de sus gobernados, perteneciendo al corto número de los caudillos musulmanes
que tomaron durante el ejercicio de su poder en España grandes medidas de orden
interior y de administración. Las últimas guerras civiles habían introducido gran
desorden en los establecimientos de las tribus ; muchas y nuevas familias ára-
bes, persas, sirias y africanas habían venido á aumentar la población de la con-
quista, y la mayor parte carecían aun de tierras y habitaciones, ó se habían apo-
derado sin derecho de propiedades territoriales que tenían ya legítimos poseedo-
res. Abulkatar mandó proceder á un nuevo censo de las tribus y distribuyó las
tierras vacantes, sufriendo la Península por segunda vez desde la caida de la
monarquía gótica, una reorganización ó revolución territorial. El lluevo reparti-
miento, que no se hizo en perjuicio de los antiguos poseedores musulmanes de las
casas y de la tierra, señaló en la Península el segundo establecimiento legal, por
decirlo así, de la raza conquistadora. La parte de la población musulmana , au-
mentada por emigraciones y agregaciones sucesivas, que vivia diseminada al
azar por la tierra conquistada, solo formaba en la época de que venimos tratan-
do colonias sin límites y casi sin habitaciones fijas: género de establecimiento na-
tural a aquellos que, acostumbrados á la vida nómada, habían pasado el Estrecho
con sus familias é instaládose á la manera délos Beduinos. Estos tan bien se en-
contraban en sus campamentos de España como en sus campamentos de África
ó de Asia, y sus tiendas les habían bastado para formar pueblos y aldeas. Los
CAP. IV.— ESPAÑA ÁRABE. 307
demás se habian mantenido en el mismo precario estado por las necesidades y
alternativas de la vida militar, y por el continuo movimiento que la guerra con-
tra los cristianos ó entre las tribus mantenía entre ellos.
Los celos y rivalidades de tribu á tribu crecían mas y mas con esta incerti-
dumbre acerca del lugar de su establecimiento, y Abulkatar tomó las disposicio-
nes convenientes para poner fin á semejante estado de cosas. Los historiadores
árabes le atribuyen, prodigándole repetidos elogios, un inteligente repartimiento de
la población musulmana no establecida todavía entre las varias provincias de Es-
paña, y dicen que señaló á cada tribu aquellas tierras ó comarcas que mas pu-
dieran recordarle la tierra y el clima de la patria nativa. Dio sobre todo gran
parte de territorio á las tribus de Arabia y de Siria, que eran las mas poderosas
en España y se disputaban entre sí la posesión de los alrededores de Córdoba,
que no podían bastar á sus pretensiones.
Los de la Palestina tuvieron el pais montuoso de Ronda, Algeciras y Medi-
na Sidonia ; los que habian apacentado sus rebaños en las márgenes del Jordán
estableciéronse en Archidona y Málaga, á orillas del Guadalhorce ; asentáronse
los de Quinsarina en tierra de Jaén; los Persas se quedaron en Loja; los de Wa-
cita en las cercanías de Cabra ; los del Yemen y Egipto en las comarcas de Sevi-
lla, de Ubeda, de Baza y de Guadix ; designóse á otros Egipcios la tierra de
Osonoba y Beja ; los Damasquinos se quedaron en las risueñas márgenes del Je-
nil y en la encantada vega de Garnathah y de Elvira, y por fin las comarcas
orientales de Almería, que formaban ía tierra de Tadmir, fueron dadas á los
Árabes de Palmira. Esto fué causa de que por algún tiempo Sevilla se llamase
Emesa; Elvira, Damasco ; Málaga, Arden ; Medina Sidonia, Palestina; Jaén,
Quinsarina; Murcia, Palmira, y así las demás.
Según hemos dicho, no se hizo esta división en perjuicio de los primeros po-
seedores musulmanes, y solo los cristianos parecen haber sido muy lastimados
en sus intereses. El reincide Teodomiro desapareció por completo: el caudillo
godo habia muerto, se ignora en que año, y Atanagildo, á quien Masdeu llama el
segundo rey de España, le habia sucedido, alo que se cree, por lósanos de 743.
Aquel reino ó territorio tributario de los Árabes estorbaba sus movimientos por
las provincias orientales, y por esto es que en distintas épocas habia sufrido re-
petidos y parciales ataques. Estrechado en lodos sus lados por las poblaciones
musulmanas, estaba, por decirlo así,á merced suya, y en el tiempo de que habla-
mos, unos pocos privilegios territoriales le distinguían apenas de los demás paí-
ses sometidos á la dominación de los Árabes. Imposible era que no se refundiese
en su imperio, y esto es lo que parece haber sucedido bajo el gobierno de Abul-
katar, sin quede él vuelva á hacer mención la historia (1).
Según todas las apariencias, hubo de empeñarse una lucha si no una guerra
entre los Godos de las regiones orientales á quienes favorecía el tratado de Ab-
delaziz, y los recien llegados musulmanes, pudiendo creerse quedantes se apode-
raron de casi toda la tierra, obligando á aquellos Godos á pagar igual tributo que
los demás cristianos de España. Con la nueva distribución de tierras asignóse
también para alimentos de los nuevos colonos lo tercera parte de lo que rénta-
la Isid. Pac. Chr., c. 63.
A. de J. C
308 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ban los bienes cultivados por los siervos de los adjemis (extranjeros), que pro-
bablemente son los antiguos Godos.
Estas disposiciones dieron á España muy corto tiempo de reposo, pues la
ambición de algunos jefes principales se disgustó en vez de hallarse satisfecha.
Entre otros se dio por agraviado Samail ben Hatin, hombre de carácter inquieto
y violento que descendía de Jamri, noble de Cufa, y uno de los que asesinaron á
Hussein hijo de Alí (1). Habia llegado á España con Baleg ben Baxir, y aunque
de ilustre prosapia, criado en tiempo de revoluciones , de fugas y extrañamien-
tos, era muy poco instruido y no sabia leer ni escribir, lo que no le impedia ser
de prudencia consumada y muy práctico en los conocimientos de la guerra y
del gobierno de los pueblos. En la distribución de tierras, Abulkaíar habia ma-
nifestado cierta preferencia por los Árabes del Yemen (Abdaritas) , y esto fué bas-
tante para indisponer á los Árabes modharilas, quienes de la tierra nativa habían
trasladado á España sus rencores contra los Abdaritas (2). Samail fomentó en se-
creto el descontento para sacar de él partido en caso necesario, y con esto coinci-
dió el negarle Abulkatar el gobierno de Zaragoza, que Baleg le habia prometido.
No se necesitó mas para que llegara á su colmo la exasperación del Sarraceno, y
unido con Thueba benSaleman el Hezami, ilustre guerrero hermano de Thaalaba,
desterrado por Abulkatar al África , resolvieron ios dos tomar venganza del emir
por los agravios que suponían haberles inferido. El estandarte rojo de los Mod-
haritas fué desplegado en las comarcas del centro, y los hombres de guerra de
ambos gefes devastaron y saquearon cruelmente los pueblos y las casas de sus
enemigos. Abulkatar llamó contra ellos en nombre del califa á toda la población
musulmana, y salió de Córdoba en su persecución al frente de numerosas tropas.
El pendón amarillo de los Yemenitas se unió á la bandera blanca del califa, y un
respetable cuerpo de ginetes é infantes alcanzó cerca de Sidonia al ejército de los
sublevados. La batalla, indecisa en un principio, terminó con la derrota de Abul-
katar á causa de la traición de muchos de los suyos que se pasaron al enemigo en
lo mas recio del combate. El wali cayó en manos de sus enemigos (regeb de 127-
748- abril de 743), y fué encerrado en una torre de Córdoba, bajo pretexto de que es-
tas eran las órdenes del califa.
Samail y su partido proclamaron á Thueba por emir de España; pero casi
al mismo tiempo Omeya ben Abdelmeleck y Abderrahman ben Ocba, que man-
daban en la frontera oriental, intentaron reponer la autoridad de Abulkatar, y
un emisario suyo enviado secretamente á Córdoba, atacó durante la noche con
treinta caballeros, los mas principales de la ciudad, la guardia de la cárcel y de-
volvió la libertad al anciano emir. Al dia siguiente el pueblo entero de Córdoba
se declaró por él, y la juventud en masa tomó las armas en su defensa. Los fugi-
tivos de la torre y otros del bando abdarita llevaron la nueva á Samail, que pasa-
dos pocos dias se dirigió con muy buena hueste sobre Córdoba. Los habitantes se
(1) Jamri fué quien depositó á los pies de Yezid hijo de Moawiah la cabeza de Ali. Llegado el
tiempo en que esta muerte debía de ser vengada, dice un autor árabe, huyó Jamri con su familia á
los confines de Siria y allí le mató el vengador Mathar. Los hijos de Jamri huyeron y entraron en
África con Coltum ben Zeyad.
12) Los Modharitas pretendían ser únicos descendientes de Ismael, á diferencia de los Abdari-
tas (árabes del Yemen), descendientes de Kaktan.
CAP. I Y.— ESPAÑA ÁRABE. 309
pusieron en estado de defensa esperando el ejército y socorro de Omeya, y en
tanto ofreciéronse muchos para verificar una salida, en la que, realizada en efec-
to llevando el emir á la cabeza, obtuvieron alguna ventaja sobre los sitiadores.
Pocos dias después Abulkatar intentó empeñar fuera de los muros una nueva ac-
ción , y Samail teníalo todo dispuesto para que en este caso los suyos fingiesen
ceder terreno hasta reunirse con un escogido cuerpo de caballería que colocó en
emboscada á fin de envolver y cortar completamente al enemigo. Abulkatar y
sus compañeros cayeron en el lazo, y en lo mas ardiente de la refriega pereció el
wali pasado de una lanzada. Su muerte ocurrió en setiembre del año 745, ó se-
gún algunos autores, en febrero de 746.
Desde este momento quedó Thueba dueño absoluto del poder y del título de
emir, y Samail se limitó á compartir con su compañero el gobierno de la Penín-
sula, tomando para sí las provincias orientales bajo el nombre de wali de Zara-
goza.
Poco tiempo antes, Ibrahim habia sucedido en Oriente á su hermano Yezid,
muerto de enfermedad en Damasco. El reinado del último habia sido de cinco
meses y doce dias , é ibrahim fué proclamado por los parciales de su hermano
sin pretensión ni repugnancia de su parte. En 127 (744) , Meruan se levantó
contra él bajo pretexto de vengar la muerte de Walid Ií, y devolver la libertad á
los dos hijos del desgraciado califa , Oíman y flakem; alcanzada una señalada
victoria contra Solimán , general de Ibrahim , entró en Damasco, donde no ha-
llando á los dos hijos de Walid, a quienes Ibrahim antes de su fuga habia man-
dado dar muerte, hizo que le proclamaran califa. Como tal le reconoció poco des-
pués el mismo Ibrahim, obtenida gracia de la vida (1), y así fué entronizado Me-
ruan II, decimocuarto y último califa de los Ommíadas, al cual veremos suceder
los Abassidas después de un reinado infeliz y turbulento.
En España , el corto período durante el cual gobernaron Thueba y Samail
fué violento y agitado por demás, y al decir de los historiadores árabes , los dos
emires oprimieron con igual dureza á musulmanes y á cristianos , de quienes
exigian con las armas en la mano tributos y pechos desacostumbrados. Su tira-
nía llegó hasta despojar de sus posesiones territoriales á los Muslimes que los
habían combatido, é introducido el desorden por todas partes, losjefes inferiores,
á ejemplo de los superiores, consideraban su dignidad solo como un medio para
enriquecerse pronto. Todos procuraban acrecentar su partido ganando con fran-
quicias y libertades los ánimos de los alcaides y capitanes de frontera , y algu-
nos habia entre estos que eran verdaderos capitanes de bandidos. En el interior,
las tribus agrícolas podían mantenerse á duras penas en sus establecimientos
sin cesar atacados , y los labradores y pastores tenían que defender con las ar-
mas sus propiedades y rebaños.
Nunca se habían hallado en una misma tierra elementos mas opuestos. Di-
vidida entre Yemenitas , Sirios , Egipcios y Berberiscos , España era el teatro en
que habían empeñado la lucha todos estos elementos tan diversos en su origen,
(1 ) Ibrahim vivió hasta el año 1 32 de la hegira en que le quitó la vida Nubuno. Otros dicen que
murió ahogado en un rio huyendo de la batalla en que Abdala , general de Alabbas , venció á Me-
ruan.
310 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y hallábase en aquel momento en un período muy crítico, abandonada por com-
pleto á dos ambiciosos, ávidos ante todo de adquirir riqueza é incapaces de com-
prender y seguir las máximas y la política elevada de los primeros musulmanes.
En tan angustiosa situación, los principales jefes detribu se reunieron en Córdoba
á fin de tomar las convenientes disposiciones para la salvación del país. Todos
convinieron en la necesidad de elegir á un emir bastante enérgico que adminis-
trara justicia por igual y los sacara á todos de aquel estado de anarquía. Buscó-
se un hombre esforzado y prudente que no se hubiese mezclado en las últimas
discordias de los partidos , de un carácter elevado y grave que le concillara
el aprecio general , y de común acuerdo fué nombrado Yussuf ben Abderrahman
el Fehri , noble coraixita , gobernador que habia sido diez años antes de la Sep-
timania. Esta importante elección, que casi separó á España del resto del imperio
preparando en ella la elevación de los Ommíadas, hízose en la luna de rebie se-
gunda del año 129 de la hegira (19 de diciembre de 746).
Toda España aplaudió tan acertado nombramiento , tanto mas en cuanto
Thueba, el único competidor que podia hasta cierto punto contrabalancear las in-
fluencias del nombrado , acababa de morir (1). Samail y Amer ben Amru,
fueron los únicos que en su corazón se sintieron ofendidos , aunque no lo
manifestaron , y Yussuf , mas deseoso de tener al primero por amigo que
por enemigo, le confirió el gobierno de Toledo y promovió á su hijo al de
Zaragoza. Interrumpidas como estaban las comunicaciones con África y Si-
ria , suprimió el cargo de emir del mar que tenia Amer ben Amru y le dio el
gobierno de Sevilla. Amer que se preciaba de biznieto de Mosab, alférez del Pro-
feta en la batalla de Bedre , era muy poderoso y babia construido un magnífico
palacio en Córdoba , fuera de sus muros y á la parte de poniente, y un espacioso
cementerio que se llamó con su nombre : grandes eran sus riquezas , dice la cró-
nica , y muchos sus parciales , pero todavía mayor su ambición.
Yussuf visitólas provincias, escuchó y satisfizo las quejas de los pueblos, ar-
regló la administración , destituyó á los malos gobernadores , mandó reparar los
grandes caminos militares de Córdoba á Toledo y de Mérida á Lisboa y Zamo-
ra , así como la magnífica via romana de Zaragoza á Tarragona ; emprendió la
reconstrucción de los puentes arruinados , y empleó y dedicó á estos trabajos y á
la edificación de nuevas mezquitas la tercera parte de las rentas de cada provin-
cia. Mandó además formar un censo de todos los pueblos de España , y la dividió
en cinco nuevas provincias ó jurisdicciones.
Hemos creido interesante continuar aquí esta división de España tal como
figura en los monumentos árabes ; por ella veremos que de las alteraciones que
sufrieron entonces los nombres latinos de las ciudades , se han derivado casi to-
dos sus nombres modernos.
De dichas cinco provincias , cuatro estaban situadas en esta parte de los Pi-
rineos y una en la parle opuesta.
Era la primera la Andalucía propiamente dicha ( El Ándalos ) ó la Bética de
los antiguos , bañada por el Guadi al Kibir ( El Gran Rio ) y por el Guadi Ana
(rio Anas ). Corthobah era su capital , y además de esta ciudad comprendía Es-
(1j En el último mes del ano 4 28 de la hegira ( setiembre ú octubre de 746).
CAP. IV. — ESPAÑA ÁRABE. 311
bilia , Carmuna , Estija , Taleca , Schedzuna , Arkosh , Libia , Malaca , Elbira,
Djahen , etc. ( Córdoba , Sevilla \ Carmona , Ecija , Itálica , Sidonia , Arcos,
Niebla, Málaga , Iliberisy Jaén).
La segunda era la provincia de Tolaitola (la antigua de Cartajena). Sus
principales ciudades eran : Tolaitola , Badja , Mentescha , Guad-Aexi , Murcia,
Muía , Lurka , Auriola , Eldjeh , Schaleba , Dania, Locant, Carthadjanah , Ba-
lentcia , Guad-al-Hakhara , ( Baeza , Montesa , Guadix , Murcia , Muía , Lorca,
Orihuela , Elche , Játiva, Denia , Alicante, Cartagena, Valencia y Guadalajara).
La tercera, formada por la Lusitania y Galicia, recibió de su capital el nom-
bre de El Mereda , y comprendía las ciudades de Mereda, Baracara , Leschbuna,
Bortokal , Lek , Eschtorka, Batalyos , Elbora , etc. ( Mérida , Braga , Lisboa,
Oporto , Lugo , Astorga , Badajoz y Evora).
El Sarkosta, parte de la Tarraconense romana , comprendía las ciudades de
Sarkosta , Tarkona , Djerunda , Barchaluna , Lareda , Tortucha , Weschka,
Tutila , Bambelona , Barbascher , Dyaka , etc. ( Zaragoza , Tarragona , Gero-
na , Barcelona , Lérida , Tortosa , Huesca , Tudela , Pamplona , Barbastro y
Jaca).
La quinta y última era la Septimania ó Galia Narbonense , llamada Arbuna,
y se extendía desde la falda oriental de los montes Al-Bortat , siguiendo las ver-
tientes que se inclinan hacia el mar de Damasco (1), hasta el rio de Nemusa ( el
Gard) que desagua en el Guad Rhoduna. Sus principales ciudades eran Arbuna,
Carkashchuna , Betieras, Agada , Macaluna , Nemusa , Lotuba , etc., (Narbo-
na , Carcasona , Beziers , Agde , Maguelona , Nimes y Lodeva) (2).
En la úllima provincia, la dominación árabe se habia mantenido hasía el Ró-
dano , pero pocos habían establecido en ella residencia fija , y habían de compar-
tir con los habitantes la defensa del país. A lo que parece, un noble godo habíase
atribuido por aquel entonces , sin que se sepa como, gran poder y autoridad so-
bre algunas ciudades de la jurisdicción de Nimes , sin duda con el título de con-
de ó de duque, según la antigua acepción de esta palabra antes de la definitiva
constitución del feudalismo. Ansemondo era el nombre de aquel Godo, muy po-
deroso á lo que se cree y dueño, aunque pagando un tributo á los Árabes, del di-
latado distrito que comprendía las ciudades de Agde, Maguelona, Beziers y Ni-
mes. En tanto acercábase á aquella frontera un enemigo formidable. Carlos Mar-
tel habia muerto en 741, y su hijo Pepino, que habia reunido en su persona la
autoridad sobre ambas divisiones del imperio franco (Austrasia yNeustria),
acababa de tomar el título de rey. Su poder se extendía además á toda la porción
de la Galia que se llamó después Delfinado y Provenza, en la izquierda del Róda-
no, y á la derecha del mismo rio, llegaba desde las fuentes del Loire hasta la fal-
da meridional de las montañas de Cevennas. Desde allí amenazaba á la Aquiíania
que de Eudo habia pasado á sus hijos , y también á las posesiones musulmanas
de aquella parte de los Pirineos , recientemente devastadas por su padre, el ter-
rible duque de Austrasia. Pepino , empero , nada emprendió contra la Septima-
(1 ) Así llaman los Árabes al Mediterráneo , y también Bahr el Scham ( mar de Siria).
(2) Así son llamadas estas ciudades en las varias geografías árabes, especialmente en El Edris
(Geographus Nubiensis).
312 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
1 J c nia durante los primeros años del gobierno de Yussuf, pero celebró alianzas
que debían servirle mas tarde , pariicularmente con el noble godo de quien aca-
749 bamos de hablar. Gobernaba Yussuf hacia tres años cuando se levantó en Oriente
el estandarte negro de los Abassidas (1) contra la bandera blanca de los Ommía-
das. Tres hermanos (2), descendientes en línea directa de Abbas , tío del Profeta
y abuelo de Alí, aquel á quien Mahoma diera en matrimonio su hija Fátima, cre-
yeron llegado el momento de hacer valer sus pretensiones al imperio y se decla-
raron en rebelión abierta contra el sucesor de Moaviah. Meruan II llamó á los
fieles en defensa de su autoridad, pero Abu Muslema, general de los descendien-
tes de Abbas, salió al encuentro de su lugarteniente Yezid y le venció en elKora-
san mientras que Abdallah Abul Abbas Asefah se hacia proclamar califa en Gu-
ía (25 de octubre de 749—132 de la hegira ). Un tio del nuevo califa , llamado
como él Abdallah, recibió el encargo de perseguir á Meruan , que no se daba to-
davía por vencido. Encontráronse ambas huestes en Turab, cerca de Musul , y
también la fortuna mostróse aquella vez contraria al califa ommíada. Mas de
treinta mil de los suyos quedaron en el campo; el vencido caudillo hubo de to-
mar la fuga, y las pocas tropas que se libraron de la espada del vencedor , se
ahogaron al vadear el Eufrates. El sin ventura Meruan llegó á Quinsarina , y
Abdallah le siguió con la flor de su caballería; siempre perseguido, trató en vano
de recobrar la ventaja y pasó á Egipto , donde opuso á Saleh, hermano de Abda-
llah, encargado de reducirle, una resistencia tenaz y desesperada, pero no menos
inútil. Alcanzado cerca de Busir-Korides (3) murió peleando al frente de un corto
730. número de caballeros fieles (27 de dilhagia del año 132 — 6 de agosto de 550).
Cuéntase que un soldado que antes vendía granadas en la plaza de Cufa le cortó
la cabeza y la presentó á Saleh, cubierta y manchada de sangriento lodo. El
general la mandó lavar y embalsamar y la envió á su sobrino Asefah, quien ha-
bíase ya arrogado en Cufa todas las prerogativas de los califas.
Así concluyó en Oriente la dinastía de los Ommíadas (4) , y desde aquel
momento la numerosa descendencia de Omeya fué objeto de las mas crudas per-
secuciones. Dos nietos de Hixem (décimo califa de los Ommíadas) , acogidos en
Cufa por el nuevo califa con aparente afecto, fueron condenados á muerte, pero
uno de ellos logró salvarse , reservado por la Providencia para muy grandes des-
tinos. Noventa caballeros, miembros de aquella ilustre raza, que habían hallado
asilo cerca de Abdallah, tio del califa, fueron convidados por aquel á un festín
(1) En las primeras filas del ejército de Abu Muslema, general de los Beny al Abbas que fué
el primero en tomar las armas en su favor , llevábanse dos estandartes negros , altos de nueve co-
dos y de un matiz diferente , llamados poéticamente la ¡Sochu y la Sombra, para indicar quizás de
un modo alegórico , según pretende un historiador , la indisoluble unión y la sucesión perpetua de
la descendencia do Hixem.
(2) Ibrahim , Abdallah Abul Abbas y Abul-Djafar. Ibrahim fué muerto desde el principio de
la rebelión.
(3) Al oeste del Nilo , en la provincia de Fium ó de Arsinoe.
(4) Contaba Meruan cuando murió sesenta y dos años, y habia reinado 5 años, 10 meses y 45
dias. Era blanco de color, de ojos garzos, de semblante majestuoso, de barba cerrada y bien puesta,
y de mediana estatura. Era magnánimo y valiente, y de entendimiento y consejo muy agudo. Ape-
llidáronle el Giadi, porquo seguía la opinión de los Aljiados que creian que el Coran y el Hado eran
criaturas. Su madre ora de nación Curda. Este fué el último califa de los Ommeyas, que en todo
fueron catorce.
CAP. IY. — ESPAÑA ÁRABE. 313
en Damasco, como en demostración de querer poner término á las discordias, a. de j.c.
De pronto entraron en el salón del banquete los verdugos deAbdallah, y arroján-
dose á una señal suya sobre los noventa caballeros , apaleáronlos hasta hacerlos
caer exánimes. El feroz Abdallah hizo extender entonces una alfombra sobre
aquellos cuerpos espirantes, y sentado con los suyos en aquel horrible suelo,
tuvo el bárbaro placer de saborear los exquisitos manjares oyendo los gemidos y
sintiendo las convulsiones de sus víctimas. Todos procuraban con la muerte de
un Omeya granjearse un título á los favores de Asefah, que por la mucha sangre
que vertió al escalar el trono, recibió es le renombre que significa el que derrama
sangre.
Uno de los últimos actos de soberanía practicados por Meruan habia sido la
confirmación de Yussuf en su ululo de emir de la Península, que hasta enlonces
solo habia tenido por elección de sus pares , y el diploma del califa llegó á manos
de Yussuf á últimos del año 132 de la hegira y cuarto de su gobierno. En aque-
lla época la España árabe solo de nombre estaba sujela á los califas de Asia, y
no se solicitaba la confirmación del emirato en Damasco ó en África sino como
un pretexto para autorizar la rebelión ó dar fuerzas á un partido.
Así estaban las cosas bajo el gobierno de Yussuf en el año 136 de la hegira, 754.
cuando Amer ben Amru, que no podía perdonar al wali su destitución del emi-
rato del mar, trató de arrebatarle la autoridad de que gozaba. Consistía su pro-
yecto en obtener del califa de la nueva dinastía un decreto destituyendo á Yussuf,
condenando á Samail á muerte ó cuando menos á destierro, é invistiéndole á él
del cargo de gobernador. La gran revolución que tan profundamente agitara el
centro del imperio se habia dejado senlir muy poco en España, si bien habíase
visto con ansiedad la lucha de las dos familias que se disputaban el califato,
cada una de las cuales contaba con declarados ó secretos partidarios. Amer pen-
só en aprovechar la nueva situación creada por la revolución de Oriente , y abra-
zó calurosamente la causa de los Abassidas, meditando estrechar en interés del
califa y en el suyo propio los flojos lazos que solo en apariencia unian á España
con el gobierno central. En su consecuencia escribió directamente á Asefah , y
lisonjeábase de que la contesíacion del caudillo de los creyentes habia de ven-
garle de sus enemigos é instituirle al propio tiempo lugarteniente del califa en
la Península. Los historiadores nos han conservado los principales rasgos de la
carta que con este motivo escribió , pintando á Yussuf y á Samail con los mas
negros colores. Según él, Yussuf gobernaba la España como absoluto dueño de
ella; él y los suyos la tenian repartida entre sí como si fuese herencia propia,
y Samail y sus hijos eran cómplices de la tiranía y del pernicioso gobierno de
Yussuf. Insistía hábilmente en que no se oia en España el nombre del califa ni
de quien se preciase de serle obediente , y terminaba , como es de rigor en seme-
jantes casos , protestando de su celo y respeto y poniéndose él y los suyos á su
disposición para cuanto les mandara. Esta carta con tanta habilidad escrita le
perdió. Sorprendida en manos del emisario encargado de llevarla á Cufa (1), fué
entregada a Yussuf, quien la comunicó á Samail, y ambos resolvieron deshacerse
(4) La sede del califato habia sido Damasco desde Moaviah hasta Meruan II; los Abassidas la
establecieron en un principio en Cufa hasta que hubieron fundado á Bagdad.
tomo 11. 40
314 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de Amer por fuerza ó por engaño. Samail habitaba por lo regular un pueblecillo
que los autores árabes llaman Sacanda, y sabiendo que Amer había de pasar por
aquellas inmediaciones , envió algunos caballeros á su encuentro para que le
invitasen á descansar en su casa. Amer, que nada sospechaba, aceptó la invita-
ción con el numeroso séquito que desde hacia algún tiempo llevaba siempre
consigo , y luego que se halló en casa de Samail y dispuesto á compartir la co-
mida de su huésped , oyó en el patio el estrépito de un combate y gritos de los
suyos. Entonces se acordó de que se hallaba en poder de un enemigo, y pronto
como el rayo saltó de la mesa, abrióse paso con su espada á través de los comba-
tientes, y se salvó con muchos de los suyos de la celada que le tendiera Samail.
Desde aquel momento era ya imposible continuar disimulando, y Amer se
puso abiertamente á la cabeza de los suyos contra Yussuf y Samail. El rebelde
se apoderó de Zaragoza, de donde arrojó al hijo de Samail (136 de la hegira —
734), y nuevas guerras civiles volvieron á ensangrentarlos campos de la Es-
paña musulmana. Los capitanes de las fronteras llevaron sus banderas hacia
el interior, y tomando partido , según su interés ó sus pasiones, en favor ó en
contra de Yussuf, empeñáronse terribles combates , álos cuales el hambre siguió
muy en breve. Atrevidos piratas, designados vagamente por Isidoro bajo el
nombre de Angelí, á lo que parece de la raza de los Anglos, hicieron varios de-
sembarcos en las costas occidentales de la Península , y aumentaron con sus
estragos las calamidades de las guerra civil. Al mismo tiempo aparecieron en el
cielo terribles fenómenos, signos de la cólera de Dios y de próximas desolacio-
nes (1).
En la época de las primeras guerras entre Am er y Yussuf verificáronse, se-
gún veremos, las conquistas de Alfonso fuera de las fronteras asturianas (2).
Alfonso llegó hasta Avila, y según dice Sebastian de Salamanca, recorrióla
Uioja alcanzando repetidas victorias,
Este era el estado de la España árabe al cumplir diez años del gobierno de
Yussuf. Las provincias todas eran presa de la guerra ó del hambre , y mientras
los cristianos procuraban extender su imperio á favor de las turbulencias y di-
sensiones de los musulmanes , ganando el terreno palmo á palmo , disputábanse
los walíes el gobierno de las ciudades. Todo era confusión, desorden, y el poder
de los Sarracenos en nuestra patria parecía amenazado de próxima ruina.
Cuarenta y cinco años habían transcurrido desde la llegada de Tarik á Es-
paña, y en este espacio de tiempo no habían podido los Árabes organizar aun un
gobierno regular. Sin embargo, muchas generaciones han nacido en nuestra Pe-
nínsula; infinitos musulmanes llevan ya el nombre de Árabes andaluces , y la
España es una patria amada, una patria nativa para la porción mas joven de las
(1) Hujus regni in anno VI, aera DCGLXXXVIII, nonis aprilis dic dominico hora i, u et fere ni,
cunctis Corduboo civibus prospicientibus tres soles miro modo lustrantes et quasi pallentes, cum fal-
ce ignea vel smaragdinea praecedente, fueruut visi, eoque ortu fama intolerabili omnes partes His-
paniae nutu Dei habitatores Angelí ordinali fuerunt vastantes. Isid. Pac, Chr., núm. 76.
(2) Christianorum regnum exlendit. (Chr. Abbeldense, núm. 52). — «Los enemigos se enorgu-
llecieron, los Rumies vencieron á Yussuf, y mil Musulmanes sufrieron el martirio, hasta que Abder-
rahman ben Moaviah entró en Andalucía en julkadah del año 138.» (Mohamed, texto árabe en Faus-
tino de Barbón, p. 209.)
CAP. IV. — ESPAÑA ÁRABE. 315
tribus africanas y asiáticas que vinieron á poblar esta tierra afortunada (1).
En cuanto á los naturales y Godos que habían permanecido en las provincias
conquistadas, no parece que las vicisitudes de toda clase que hemos referido al-
teraran en mucho durante estos cuarenta y cinco años sus relaciones con los con-
quistadores. De todos los monumentos árabes se desprende que continuaron vi-
viendo según sus propias leyes y bajo autoridades instituidas según su antiguo
código. El poder eclesiástico superior continuó ejercido por los obispos y metropo-
litanos , llamados por los Árabes Betharcath (patriarcas), y de esta iglesia que
formaban los fieles de las provincias sometidas á los musulmanes, separada en
cierto modo y sin comunicaciones con la de Asturias y demás comarcas que ha-
bían logrado sacudir el yugo sarraceno , nació la iglesia muzárabe, que hasta
nuestros dias se ha perpetuado en Toledo. El poder civil quedó en manos de ma-
gistrados elegidos conforme á los principios del Forum-Judicum y llamados con los
antiguos nombres de condes, duques, etc., quienes conocían de las causas civiles
y criminales, juzgaban á los cristianos según sus leyes, y decidían todos sus pleitos
sin intervención de la autoridad musulmana. Estábales sí prohibido aplicar por
sí mismos las sentencias capitales ó de muerte, y en este caso habían de acudir
á los gobernadores árabes, sin cuyo permiso nadie podía ser sujetado al último
suplicio. Los magistrados cristianos eran también recaudadores de los tributos de-
bidos por los suyos al fisco musulmán, al propio tiempo que de las contribuciones
particulares que á sí mismos se imponían , ya para la conservación de sus igle-
sias , ya para atender "á los gastos de ciertas poblaciones que ocupaban casi solos,
bajo la vigilancia de un alcaide musulmán. Así fué como en parte se conservaron
en algunas provincias de la Península las leyes , el orden político , los usos y las
costumbres del régimen anterior.
Un hecho empero sorprende en la historia de este período de cuarenta y cin-
co años , y es la general y rápida transformación que se observa entre los cris-
tianos así de Asturias como de las demás provincias españolas. La tradición la-
tino-gótica se modifica profundamente allí donde no desaparece del todo , y las
poblaciones cristianas del interior adoptan en poco tiempo otros usos, distinto
lenguage. Alterándose en su boca el latin, por la invasión, si así puede decirse,
del elemento árabe , empieza desde entonces á corromperse mas y mas y á reves-
tir las formas del romance que ha de ser origen del español moderno , la primera
en nacer y en fijarse entre todas las lenguas neo-latinas de Europa. En las vici-
situdes políticas, en los continuos trastornos de esta época , todo sufre cierta
transformación en España , los pueblos toman nombres nuevos , é igual variación
se produce en los nombres de los ríos , de las montañas y de las ciudades. Al
abrigo de las prolongaciones de los Pirineos se ha formado un pueblo con una
(4) No existe documento alguno que permita fijar ni aun aproximadamente el número total
de musulmanes que por los años de 755 se habían naturalizado en España, si bien es probable que
habia de ascender á un número muy considerable. Los hombres en estado de llevar las armas de-
bieron de ser proporcionalmente muy numerosos, pero aunque todo creyente fuese en caso necesa-
rio hombre de guerra, no parece que se reunieran en todo este primer periodo ejércitos de mas de
ciento ó de ciento cincuenta mil hombres. El mas formidable de todos, el que Abderrahman llevó
hasta el centro déla Galia occidental, era, según todas las apariencias, antes inferior que superior á
dicho número.
316 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
fisonomía distinta de todo lo pasado , y cierta cosa nueva, inusitada, se observa
hasta en los nombres de sus primeros monarcas (1).
En el preciso momento en que desaparecen las distinciones entre vencedores
y vencidos , en que la fusión se opera , en que Hispano-Romanos y Godos van á
formar un solo pueblo, entonces, hemos dicho, la nación es vencida y la tierra de
España recibe á tribus de lenguas , de creencias y de costumbres completamente
distintas. La conquista árabe suspende de pronto el movimiento ascendente de la
civilización romano-gótica que se manifestara en los últimos tiempos , y lanza á
España por una senda desconocida y nueva. Por espacio de ocho siglos , el ge-
nio de Oriente luchará con el genio de Occidente, el islamismo contra el cristia-
nismo ; y entre ambas fuerzas , nuestra patria vivirá obedeciendo leyes excep-
cionales que la imprimirán el carácter particular que la distingue. Su gloriosa
obra durante este ¡iempo será vencer y expulsar á fuerza de combates á los con-
quistadores musulmanes, y al salir de la lucha victoriosa , pero cansada , Colon
le abrirá un nuevo mundo , en que su ardor encontrará ancho campo para com-
batir y vencer otra vez , como si la Providencia no quisiera que consagrara ni
un solo momento á su interna y propia felicidad.
(1) Garibay hace observar con fundamento que en toda la serie de los reyes de Oviedo y de
León, ninguno se llama Witiza.Eiica, Ervigio, Wamba, Recesvinto, Chindasvinto , Recaredo,
Leovigildo . Liuva , Agila, Teudiselo , Amalarico, ni Eurico.— Pelayo, Favila , Alfonso, Bermudo,
etc., son nombres en efecto de una fisonomía distinta y enteramente nueva.
CAP. Y.— ESPAÑA ÁRABE. 317
CAPÍTULO Y.
Los cristianos en Asturias.— Pelayo.— Batalla de Covadonga.— Situación de Asturias y de los pue-
blos limítrofes á mediados del siglo vin.— Formación de un reino cristiano en Asturias.— Reinado
de Favila.— Reinado de Alfonso I.— Sus conquistas.
Desde el año 711 hasta el 756.
«¿Era toda la España sarracena? ¿Obedecía toda á la ley de Mahoma? ¿Era
en todas partes el Dios de los cristianos tributario del Dios del Islam? ¿Habian
desaparecido todos los restos de la sociedad goda? ¿Habia muerto España como
nación ?» pregunta el historiador Lafuente (1) al dar principio á la reacción de
los gloriosos sucesos que allá en Asturias se verificaron. «No, contesta el mismo
escritor ; aun vivía , aunque desvalida y pobre , en un estrecho rincón de este po-
co ha tan vasto y poderoso reino , como un desgraciado á quien han asaltado su
casa y robado su hacienda, dejándole solo un triste y oscuro albergue, en que los
salteadores con la algazara de recoger su presa no llegaron á reparar. »
Atraviesa el norte déla Península,, deleste al oeste, una cordillera de
montañas , prolongación interior de los Pirineos , y desde el valle de Bastan á las
fuentes del Eo , elévase como un límite natural y una valla en ciertos puntos in-
superable éntrelos países que separa. Los ríos que nacen en la falda septentrio-
nal de estas montañas, se precipitan muy pronto en el mar de sur á norte ; las
faldas meridionales dan origen al Ebro, al Pisuerga, al Carrion yá otras mil cor-
rientes que, siguiendo la direccionde nortea sur, describen una curva pronuncia-
da hacia el sudoeste. Casi al centro de esta cordillera está situada la comarca de
Asturias, habitada al ser destruida la monarquía goda por los descendientes de
los antiguos Asturos, los postreros en humillarse ante las águilas romanas. Allí
tomó origen la nacionalidad española.
Dominadores los Árabes de las mas risueñas y ricas provincias de la Penín-
sula , cuidaron poco de la conquista de aquellas quebradas regiones que no les
brindaban con botin ni con tierras favorables para un establecimiento. Hemos
visto, sin embargo, que desde el mediodía habian llevado sus excursiones á Gali-
cia y al litoral del Océano británico , al que llamaban mar Verde , Océano tene-
broso, habiendo dado el nombre de Galicia (Djalikiah) á cuantos países se extien-
den mas allá del antiguo Minio y de los montes Medulios á lo largo de la costa,
hasta el otro extremo de este límite en tierras de Bayona , y comprendiendo así
(4) P. 2.a lib. I, c. III.
318 HISTOBIA GENERAL DE ESPAÑA.
bajo un solo nombre parle de la actual Galicia , todo el principado de Asturias,
el señorío de Vizcaya , Guipúzcoa y parte de la Navarra alia. Habitaban entonces
este territorio los Gaíecos , ios Asturos , los Cántabros y los Yascones , pueblos
entre todos ios de la Península que menos se habían transformado. Los tres pri-
meros se habían convertido en pueblos de lengua latina, pero los Vascos con-
servaron su lengua y sus costumbres primitivas. Los Godos nunca habian ejer-
cido una soberanía absoluta en el reducido territorio de los últimos , y hemos
visto que hasta Rodrigo, protestaron contra su dominación por medio de frecuentes
sublevaciones. Este fué el rasgo distintivo de este pueblo entre cuantos habitaban
la prolongada y estrecha lengua de tierra que los Árabes llamaban Djalikiah. Los
Cántabros, los Asturos y los üalecos se habian mezclado mas con los conquistado-
res de España , y aquellos rústicos é independientes montañeses dispensaron be-
névola y cordial acogida á los que huian de las regiones meridionales una vez
destruido el imperio de Toledo.
La naturaleza del país los salvó en parte del yugo mahometano. Asturias so-
bre todo, territorio cortado en todas direcciones por inaccesibles y escarpadas
rocas , hondos valles , espesos bosques , estrechas gargantas y desfiladeros, habia
de excitar poco su conquistadora codicia , y la ignorancia geográfica en que siem-
pre estuvieron los Árabes acerca de aquellas montañas, probaria á falta de otros
testimonios haberse librado estas siempre y desde un principio de la ocupación
musulmana. En el siglo quinto de la hegira , el geógrafo de Nubia (El Edris), en
su descripción de la Península, dice: «La primera parte del quinto clima consiste
en la región septentrional de Ándalos , y encierra la Galicia, parte de Castilla y
un poco de Vasconia y de la tierra de Afranc.» Nombra luego detenida y exacta-
mente todas las ciudades de este clima, indica la distancia de una á otra á usanza
de los Árabes desde el mar Altameíh (de la oscuridad, de las tinieblas, porque,
dice el geógrafo, allí se pone el sol y allí se retiran las sombras llegada la maña-
na) al occidente, hasta Medina Bord-Biona (Bayona) al oriente, y solo se observa
un noíabíe claro por lo que toca á Asturias (1).
Esto no obstante, las tierras bajas fueron sin duda recorridas por destaca-
mentos árabes en ios primeros tiempos de la conquista, quizás bajo el gobierno
de Ayub, y hallando el pais casi desierto, se apoderaron con facilidad de las al-
deas y puertos de la costa. En la ciudad marítima de Gegio (Gijon), la mas
importante del territorio (2), establecióse un gobernador árabe que lo fué el mismo
Abu-Neza, á quien hemos visto morir en los Pirineos, no lejos de Castrum-Livise.
Al acercarse los musulmanes y en la primera emoción de la conquista, re-
tiráronse los Asturianos á sus mas escarpadas breñas, sin duda con intención de
defenderse en ellas. Los indomables habitantes de las montañas, descendientes
de aquellos Asturos Lucenses , terror de los Romanos, hicieron causa común con
los refugiados que cada dia les llegaban de las llanuras, y lodos vivían entre aque-
(1) Es de observar que el mismo El Edris describe con muchos detalles lodos los países á que
los Árabes llevaron sus armas con buen éxito; así, por ejemplo, lo hace con la Galia y sobre todo
con el territorio que recorrió Abderraliman hasta llegar á Poitiers.
(2) Gegio poseía aun entonces sus fortificaciones romanas que mandó derribar D. Juan de
Castilla. En los últimos años del pasado siglo, veíanse aun en Gijon (Risco, Esp. Sag,, tomo XXXII,
p. 58) restos a flor de tierra de sus antiguas murallas.
CAP. V. — ESPAÑA ÁRABE. 319
líos riscos, sino contentos, resignados al menos con su estrechez y sus privado- A-deJ c-
nes , prefiriéndolas al goce de sus haciendas á trueque de no verse sujetos á los
enemigos de su patria y de su fe.
Así pasaron los tres ó cuatro primeros años de la invasión hasta que can-
sados de poseer únicamente los bosques y peñascos de su país, intentaron bajar
á los valles, estableciéndose en gran número en los campos inmediatos al pueblo
de Canicas (Gangas de Onis). Entre ellos se hallaba un noble godo llamado Pe- 718.
layo por los cristianos, hijo de Favila, á lo que se cree, antiguo duque de Can-
tabria, y de la sangre real de Rodrigo (1) , y Belay por los Árabes, que á causa
de haber servido mucho tiempo en la milicia gótica, de las relevantes prendas
que le adornaban , y de la nobleza de su alcurnia , no tardó en adquirir sobre sus
compatriotas una gran influencia. Aunque no todos tenían armas, todos se sen-
tían poseídos de valor y saña contra el Ismaeliía que había venido á profanarlas
iglesias cristianas , y agrupados alrededor de Pelayo, á quien respetaban por la
fama de sus proezas , por la gallardía de su persona y la nobleza de su cuna ,
le aclamaron unánimemente por jefe y capitán previendo y deseando un pró-
ximo combate con los dominadores de España.
La noticia de lo ocurrido en Asturias no tardó en difundirse entre los Ara-
bes ; pero como esto sucedía, á lo que parece, bajo el gobierno de Alhaur, en el
momenlo en que se disponía á pasar los Pirineos para llevar la guerra á la Galia
góíica, no consideró el wali de tanta importancia el movimiento para que hubie-
se él mismo de marchar al sitio de la ocurrencia, y encargó á uno de sus lugarte-
nientes, á quien la historia llama Alkamah , la misión de sofocarlo y de obligar
á los sublevados á pagar el tributo.
Partió Alkamah con un cuerpo de ejército que debía constar de algunos mi-
les de hombres, si bien es probable, como dice Lafuente, que exagerasen su nú-
mero los primeros cronistas españoles, y llegó en breve á territorio asturiano. ¿Por
donde peneíró en él ? ¿ Por Galicia, dando la vuelta al monte Medulio de oeste á
nordeste ó por las montañas de Burgos ? Documento ninguno árabe ni cristiano
nos proporciona sobre esto el mas ligero indicio.
A la aproximación de la hueste sarracena, no intentó Pelayo hacerle frente
en el pueblo de Canicas y se retiró con todo el pueblo á un monte llamado Ause-
ba, distante dos leguas de aquel pueblo y situado en el extremo oriental de As-
turias. Las mugeres, los ancianos y los niños se refugiaron en los riscos mas al-
tos y escarpados, mientras que los hombres armados de mazas ó de espadas, los
arqueros y honderos permanecieron con Pelayo en la falda de las montañas para
defenderlas en caso de que los Árabes llegasen á penetrar en ellas.
(1) Gran variedad y confusión reina acerca de la genealogía de Pelayo. La crónica Albeldense le
hace hijo de Veremundo ó Bermudo y sobrino de Rodrigo. Sebastian de Salamanca le supone hijo de
Favila, duque de Cantabria ; y entre los modernos historiadores, dicen algunos que pertenecía á una
de las principales familias indígenas, á quienes las últimas leyes godas habían abierto la puerta de
los empleos y honores. Este punto, como todos los que á tan calamitosa época se refieren, está en-
vuelto en espesas tinieblas ; pero lo mas probable es, en vista de los autores que primero escribie-
ron sobre él, que unia á Pelayo algún lazo de parentesco con las antiguas familias reales godas. La
opinión mas generalmente recibida es la que dejamos consignada en el texto , y en este caso ha-
bían de mediar estrechos vínculos de parentesco entre el héroe de Covadonga y el duque Pedro
que, como diremos, gobernaba en Cantabria.
320 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Sobre el lugar que fué teatro de la primera hazaña de Pelayo, tenemos por
fortuna detalles de bastante exactitud. Al este del monte Auseba, un enorme
peñasco de ciento veinte y ocho pies de altura, á cuyo pié toma origen el ria-
chuelo llamado Deva (1), se eleva en el fondo de un estrecho y sombrío valle cu-
ya salida obstruye por completo. Hay en esta roca una abertura natural que for-
ma una caverna ó gruta, pudiendo contener unos doscientos hombres, y llamada
entonces como ahora por los naturales la cueva de Covadonga (2). Allí se retiró
Pelayo con cuantos hombres de armas pudo la caverna contener, y colocó á los
demás entre los bosques y malezas que cubrían la escarpada falda de los dos
cerros que por ambas partes dominan y estrechan el valle á medida que se llega
al nacimiento del Deva. Así parapetado, esperó valerosamente á los enemigos.
Sabedor Alkamah de la retirada de Pelayo no vacila en seguir sus huellas y en
penetrar por aquella angostísima cañada donde un número de hombres muy re-
ducido podían detener á un ejército entero (3). Llegados cerca de la cueva en que
Pelayo y los suyos se mantenían ocultos, los Sarracenos dan principio á aquel
combate de fama imperecedera mientras haya en España corazón que conserve el
inefable sentimiento de la patria. Las flechas que los Árabes disparaban daban la
mayor parte en la roca, y mezcladas con los dardos de los Españoles herían de
rechazo á los infieles y llevaban á sus filas la muerte. Hasta los flancos de las
montañas parecían pelear contra ellos. Las peñas, los árboles, las piedras roda-
ban confusamente hacia el valle, y los musulmanes, sobrecogidos de espanto, re-
troceden, pero la angostura del valle es obstáculo á su fuga. En esto sobrevino
una tempestad en aquellas montañas donde la mas pequeña lluvia hace salir de
madre los torrentes. Los cristianos redoblan sus esfuerzos y arrollan á los infie-
les por todas partes; algunos logran llegar á la pendiente del monte Auseba y
corren hacia la llanura, pero escrito estaba que ni un soldado musulmán había
de salir con vida de la sangrienta jornada. Al bajar por un rápido sendero la
pendiente que domina el lecho del Deva, el movedizo suelo hundióse con la con-
tinuada lluvia y todos rodaron y perecieron en las desbordadas aguas del torren-
te. Horrible fué la mortandad y el triunfo de los cristianos glorioso y completo.
Por mucho tiempo, dice Lafuente, cuando las crecientes del rio descarnaban las
faldas de las colinas, se descubrían los huesos y armaduras de los soldados sar-
racenos. En medio de la vega de Gangas, una capilla con la advocación de la
Santa Cruz muestra todavía el sitio en que se atrevió ya Pelayo atacar en campo
raso á sus diezmados enemigos. Aconteció este famoso suceso en el año 99 de la
hegira (718) (4).
( 1 ) El Deva de que aquí se trata no es el rio del mismo nombre descrito por Ptolomeo (cap. VL,
tabla 1 4.a de Europa), que nace, no en Asturias, sino en Cantabria, en Salina, en las montañas que
separan la provincia de Guipúzcoa de la de Álava, atraviesa el valle de Leniz, baña las ciudades de
Mondragon, Vergara, Piacencia y Elgoivar, y desagua en el Océano cantábrico, en el punto donde es-
tá situado Montreal'del Deva, que ha lomado su nombre. El Deva de Pelayo nace al pié de Cova-
donga.
(2) Risco, Esp. Sagr., t. XXXVII.
(3) Según las crónicas cristianas, el pérfido Oppas acompañaba al general musulmán y quiso
tratar con Pelayo de su rendición. Desoídas y rechazadas sus proposiciones, fué luego hecho prisio-
nero y muerto. Estos hechos, empero, no se hallan tan acreditados que merezcan entera fe.
(4) Sebastian de Salamanca y el monge Silense dicen haber muerto en la batalla ciento veinte
y cuatro mil musulmanes, pero esto ha de considerarse como una exageración muy propia de los
pnl
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CAP. Y.— ESPAÑA ÁRABE. 321
Un autor árabe, Abdallah ben Abderrahman, refiere el acaecimiento de es-
te modo : «Noticioso el gobernador de la Península por el califa de que los cris-
tianos reunían un ejército en las montañas del septentrión , envió contra ellos
á Alkamah. Belay , fuerte en su posición y su valor , cayó sobre los musul-
manes, de los cuales mató á mas de tres mil. Sus dardos se extraviaron, estalló
una tempestad, y el ejército quedó sumergido. Belay hizo en él gran carnicería,
y Alkamah y sus compañeros quedaron entre el número de los muertos. »
Aunque el memorable triunfo de Covadonga se explique, como hemos visto,
por sus causas naturales, preciso es no obstante reconocer en aquel conjunto de
extraordinarias y portentosas circunstancias algo que parece exceder los límites
de lo natural y humano. En pocas ocasiones ha podido ser mas manifiesta para
el hombre de creencias religiosas la protección del cielo. Por lo mismo no nos
maravilla que los escritores de una edad de tanta fe lo dieran todo al milagro y
á la mediación de la Yírgen María, cuya imagen habia llevado consigo Pelayo á
la cueva. Las historias árabes refieren también el suceso con asombro, no disi-
mulan haber sido horrible la matanza, y hacen justicia al valor y á la audacia de
Belay el Rumi, como ellos le nombran (1).
La fama de este hecho de armas no tardó en esparcirse por toda la comarca,
y el nombre de Pelayo voló de boca en boca entre el entusiasmo y las bendiciones
de todos. Según todas las apariencias, entonces fué aclamado rey el héroe de Co-
vadonga, invisliéndole de una autoridad igual ó semejante ala que ejercieron los
antiguos reyes godos (2). «En el entusiasmo de la victoria, dice Lafuente, los
Asturianos apellidaron rey á Pelayo : principio de una nueva monarquía, de la
monarquía española; porque la religión y el infortunio han identificado á Godos
y á Romano-Hispanos, y no forman ya sino un solo pueblo; y Pelayo, godo y es-
pañol, es el caudillo que une la antigua monarquía goda que acabó en Guadalete
con la nueva monarquía española que comienza en Covadonga. En la salida de
esta célebre cueva hay un campo llamado todavía de ñepelayo (síncope sin duda
de rey Pelayo), donde es fama tradicional que se hizo la proclamación levantán-
dole sobre el pavés. A una legua junto al pueblo de Solo se halla el Campo de la
Jura, donde hasta el siglo presente iban los jueces del consejo de Cangas á tomar
posesión de la vara de la justicia (3). »
Otman Abu Neza, que residía en Gijon con escasas fuerzas , no consideró
prudente permanecer allí después de la derrota de Alkamah, y emprendió la re-
tirada hacia la España oriental. Algunos historiadores mencionan una batalla
en la que dicen haber sido vencidos los infieles antes de pasar los montes; de
todos modos es positivo que desde aquel momento todo el territorio comprendido
entre el Eo, el Deva , las montañas y el mar , quedó libre de la dominación mu-
sulmana.
tiempos en que dichos autores escribieron, con objeto de excitar el entusiasmo de los cristianos. Ro-
drigo de Toledo solo habla de veinte mil hombres muertos, y aun parece el número exagerado. —
Algunos autores dicen haberse hallado y muerto en el combate el conde Julián y los hijos de Witi-
za, lo cual no pasa de ser un dicho desprovisto, á lo que se cree, de todo fundamento.
(4) Lafuente, Hist.gen.de Esp., P. 8.a, lib. 1, c. III.
(2 1 Asturum regnum divina Providentia exoritur. Chr. Albeld., n. 50
(3) Hist. gen. de Esp., 1. c.
TOMO lí. 41
32u2 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Ocupadas en la otra parte de los Pirineos las fuerzas de los Árabes, ó no
conocieron estos toda la importancia de su desastre de Asturias, ó no tuvieron
en aquel entonces tropas con que poder repararlo; y una de ambas cosas habia
de ser, puesto que dejaron á Pelayo tiempo y quietud suficiente para dedicarse
á la organización de su pequeño estado. A él acudieron desde aquel instante
cuantos no podían vivir en las tierras musulmanas por las calamidades de la
guerra civil, ó por el dolor que les causaba ver profanadas la fe y la religión de
sus mayores; aquellos cuyos hermanos , padres ó hijos habian muerto en Gua-
dalete ó en la defensa de las plazas , y aquellos en fin que preferían abandonar
sus bienes, sus casas, la tierra en que habian nacido, que conservar sus rique-
zas transigiendo con los invasores de la patria. En Cangas, en Caso, en Lucus
Asturum hallaban un asilo, y en él á hermanos cristianos como ellos. Mas allá de
los Puertos, cuanlos hombres hallaban á su paso hablaban el anüguo idioma
compuesto de latín y godo, y daban culto á Jesucristo. Encontraban sí un clima
mas duro , pueblos formados mas de cabanas que de casas ; es cierto que su nue-
va vida habia de ser la trabajosa de los montañeses con quienes habian ido á
reunirse; pero eran libres, respiraban el grato ambiente de la independencia, y
podían alimentar la esperanza de reconquistar en breve toda ó parte de la tierra
invadida. El natural amor á la libertad, el arrepentimiento quizás de no haber
hecho bastante para conservarla , los consejos de la religión , llevaban cada año
entre los primeros emigrados á algún habitante de las provincias del sur que
abandonaba su campo , su casa , su rebaño ó su oficio , para compartir la libre
existencia de los Asturianos , y á medida que esta población aumentaba iba des-
cendiendo de las breñas y los bosques á los valles y á los llanos ; los campos
eran devueltos al cultivo, y en breve las llanuras inmediatas al mar se repobla-
ron hasta la desembocadura del Eo. Las aldeas y pueblos construidos en la costa
fueron rodeados de trincheras y parapetos , y nuevas casas se añadieron á las
que constituían el recinto de las principales villas del país, Cangas de Onis, que
era la capital, Covadonga y Gijon. Los pescadores, que, aterrorizados en un prin-
cipio por las tropas de Olman y de Alkamah , habian huido á su paso hacia las
montañas del sur, volvían á sus playas; los pastores y leñadores del monte, déla
antigua raza asturiana, continuaron, sin dejar sus armas, apacentando sus gana-
dos y cortando sus bosques, ocupada siempre su imaginación en la guerra y dis-
puestos á lanzarse á ella. Los demás Asturianos, labradores, ciudadanos ó habi-
tantes de las regiones limítrofes del país de Burgos y de León , no estaban menos
animados para la resistencia, y todos se hallaron prontos cuando hubieron de pre-
cipitarse á nuevas y terribles luchas.
Esta fué la acción de Pelayo sobre el naciente reino cristiano. La paz en que
los Árabes le dejaron fué empleada por él en formar el núcleo de la nación fu-
tura. Su reinado, que empezó con una brillante victoria militar, parece haber sido
todo él consagrado después á la organización interior. La tradición no le atribuye
otro triunfo alguno contra los musulmanes, y á lo que parece no tuvo otra oca-
sión de medir con ellos sus fuerzas (1).
(I) Mariana refiere que Pelayo marchó á Asturias despechado por la afrenta hecha á su her-
mana por cierto gobernador árabe, y que al ver los cristianos su ardimiento y deseos de venganza,
CAP. Y. — ESPAÑA ÁRABE. 323
Otro caudillo godo ó indígena , llamado Pedro y calificado por los cronistas A deJ-
de duque de Cantabria (1), ejercía al este de Asturias, en la misma época en
que era elevado Pelayo á la soberanía , una especie de poder independiente so-
bre oíros montañeses que no se distinguieron contra los moros bajo su mando,
como los Asturianos con Pelayo, pero que parecen haberse sustraído también á
la dominación extranjera. Para la inteligencia délos sucesivos pasages de la
presente historia , importa no olvidar esta circunstancia, acerca de la cual no
poseemos por desgracia sino esta breve indicación.
Pelayo reinó pacíficamente por espacio de diez y nueve años, y según los
mas seguros testimonios, murió en Cangas en 737. Los restos mortales del ilus- 737.
tre restaurador de la independencia española fueron sepultados en Santa Eulalia
de Abamia á una legua de Covadonga , junio con los de su muger Gaudiosa (2).
Pelayo dejó un hijo y una hija , casada esta con el hijo del duque Pedro , de
quien antes hemos hablado. El hijo de Pelayo se llamaba Favila, y por consejo
y deíerminacion de los grandes sucedió á su padre en la autoridad suprema. En
su corto reinado de menos de dos años no hizo este monarca, dice Sebaslian de
Salamanca, cosa que de contar sea (3) sino construir cerca de Cangas la iglesia
de Santa Cruz, mencionada poco antes. Se han equivocado, pues, los autores que
han atribuido á Favila la derrota de un cuerpo de caballería árabe en la vega
de Santa Cruz; nunca este rey cruzó su espada con los musulmanes , y pasó en
completa paz los dos años que sobrevivió á su padre. Su gran pasión parece ha-
ber sido la caza, y en ella murió despedazado por un oso que habia tenido la im- 739.
prudencia de irritar (4).
La paz con los Moros (5) habia durado de hecho durante los reinados de
Pelayo y de su hijo, pero acaecida la muerte de este, las cosas cambiaron de as-
pecto. Veinte años habían transcurrido desde la batalla de Covadonga, y la po-
blación cristiana de aquellas montañas habia tenido tiempo para disponerse á la
lucha. Numerosas emigraciones del interior de España la habían aumentado , y
sus relaciones con los pueblos inmediatos al este del Deva se habían extendido y
estrechado por influencia del yerno de Pelayo. Aunque Favila habia dejado hijos,
ninguno de ellos fué llamado á reinar, acaso por sus pocos años , y Alfonso , hijo
le aclamaron por su caudillo. Esto, si puede haber dado buen asunto á Moratin, á Jovellanos y á
Quintana para sus tragedias de Ormesinda y de Pelayo, no puede tener cabida en una historia, pues
no se apoya en fundamento alguno, á no ser en el dicho del célebre jesuíta y ha de considerarse por
lo tanto como apócrifo.
(1) Duque de Cantabria, dicen unos (Gr. Albeld., 52; Sebast. Salmant., Cr. 16, etc.).— Dux ex
Álava., según la crónica de Oviedo.
(2) Obiil quidem praedictus Pelagiusin Iocum Canicas. Era DCCLXXV (anno 737) (Chr. Albeld.,
núm. 50).— Pelagius, post nonum decimum regni sui annum completum, propria morte decessit,
et sepultus cum uxore sua Gaudiosa territorio Cangas in ecclesia S. Eulalias de Velapnio fuit.
Era DCCLXXT. Sebast. Salmant. Chr., núm. 11)
(3) Propter paucitatem temporis nihil historiae dignum egit. (Sebast. Salmant. Chr. núm. 12%
(4) Fafila fJlius ejus (Pelagii) regnavit anno II. Iste levitate ductus ab ursó est interfectus.
(Chr. Albeld., núm. 51).— Sebastian de Salamanca cuenta el hecho en iguales términos.
(5) Este nombre puede emplearse en la acepción que le dan muchos historiadores, según los
cuales designa en masa á cuantos hombres arrojó la invasión á la Península desde la Mauritania
Tingitana.— «Como la mayor parte del ejército que mandaba Tarik, dice Ferreras (Hist. de Esp.
p. 4.a, sig. viii), se componía de hombres nacidos en las Mauritanias, se atribuye á los Moros la
conquista de España.»
324 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de Pedro, casado con Ermesinda , hija de Pelayo , de sangre goda también á lo
que parece (1), fué aclamado por caudillo y rey á causa de su carácter empren-
dedor y belicoso (2). Apenas elegido, aplicóse á exaltar el celo religioso y guer-
rero de aquellos moradores y predicó en cierto modo una cruzada contra los in-
fieles. Al verá los Árabes ocupados en sus guerras civiles y en sus obstinadas
expediciones contra los Francos , al considerar las escasas fuerzas que tenian
en aquellos alrededores, es decir entre los Pirineos, el Duero y el Idubeda, com-
prendió el partido que podia reportar de semejante situación, y resolvió abando-
narse á las inspiraciones del ardor religioso y bélico que le arrastraba á la
lucha.
El momento no podia ser mas oportuno. Corría entonces el cuadragésimo
segundo año del octavo siglo , y la estrella de los Árabes parecia palidecer por
todas partes. Los Francos los habían vencido varias veces al oriente de los Piri-
neos, y excepto Narbona, nada les quedaba en Septimania. Su dominación era
en todas partes amenazada ó disputada , y las guerras civiles consumían sus
mejores tropas. Los pueblos empezaban á rehacerse y á levantarse contra ellos,
y los que habitaba?, en los valles de losTirineos, pertenecientes á la raza vasca,
habían desde los primeros clias de la conquista guerreado con ventaja por su
independencia, y con mas ó menos trabajo habíanla conservado al norte de
Pamplona (3). Es cierto que los autores árabes hablan en términos muy vagos
de lo sucedido en aquella parte de la Península , y que los cronistas cristianos
no desvanecen siempre la oscuridad desús relatos ; pero , por varias palabras
esparcidas y diseminadas por las historias , parece que aquellos pueblos habian
quedado de hecho fuera de la dominación musulmana. El terror con que se ha-
bla en los manuscritos árabes traducidos por Conde de los montes Albaskenses
y de sus valerosos habitantes, á veces calificados de fieras, es una prueba his-
tórica suficiente de lo que llevamos insinuado (4).
Tenemos, pues, que aun cuando la región designada por los Árabes bajo el
nombre de Djalikyah, y que se prolongaba para ellos al este, mas allá de los Piri-
neos, hasta los límites del país que llamaban el Frandjat, fuese habitada á media-
dos del siglo vin, por pueblos distintos bajo muchos conceptos, que no reconocían
tampoco una autoridad común, estos pueblos habian mas ó menos conservado ó
recobrado su independencia y se gobernaban á sí mismos , según sus propias le-
yes y bajo jefes de su elección. Algunos habíanse también reunido y confundido,
no por herencia (pues, como hemos dicho, no se hallaba admitido este principio
en el derecho político de la época), sino por su libre voluntad, y los Cántabros se
(1) Filius Petii dunis ex. semine Leuvegildi el Reccaredi regnum progmilus, dice Sebastian,
(Chr., núm. 4 3).— El anónimo de Albelda se limita á decir: Adefonsus Petagü gener, Petri Canlabrine
ducis filius fuií.
(2) Afirma Mariana equivocadamente baber muerto Favila sin sucesión, y luego comete otro
yerro mayor y de mas trascendencia suponiendo que Alfonso subió al trono en virtud del testamen-
to de Pelayo, siendo así que ni se tiene noticia ninguna de semejante testamento, ni la monarquía
era entonces hereditaria, sino electiva, como en tiempo de los Godos.
(3) Álava, namque Vizcaya, Alaonc etUrdunia, a suis incolis reperiuntur semper esse pos-
sessae. (Sebast, .^almant , Chr., núm 14.)
(4) Según la tradición del país, los Vascos desde el mismo siglo de la conquista estrecharon
los lazos de su confederación, levantaron una bandera con tres manos ensangrentadas y esta le-
yenda en su antiguo idioma: Irurakhaí (tres en una).
CAP. V. — ESPAÑA ÁRABE, 325
habían unido con los Asturianos bajo la autoridad de un mismo rey. No puede
decirse sin embargo que iodos los pueblos cristianos del norte de España forma-
sen desde un principio una estrecha liga contra el enemigo común; mas la reli-
gión y la necesidad de la defensa establecian entre ellos inteligencias naturales,
comunicando esta liga mal formada, pero nacida de la misma naturaleza de las
cosas , con los estados de los hijos de Eudo de Aquitania , desde el Deva hasta
el valle del Ariege , por medio del territorio navarro (1), que se extendía hasla
las llanuras de una y otra falda de los Pirineos.
Al otro lado de Asturias , entre el Miño y el Eo , la tierra que forma el án-
gulo occidental y boreal de la Península y que se ha llamado Galicia , habiasido
invadida y abandonada varias veces por los Árabes desde los primeros tiempos
de la conquista. Sabemos que Muza llevó sus armas hasta Lugo y que se propo-
nía continuar su marcha triunfadora hasla las montañas de los Asturos Lucenses,
cuando una orden del califa le llamó precipitadamente á Damasco. Después , la
dificultad de mantenerse en el país, la crudeza del clima, la continua necesidad
que tenían ele hombres de guerra , hicieron que los Árabes solo conservasen en
aquel país los lagares fortificados. Dejaron algunas tropas para la custodia de
Lugo , de Tuy y de las ciudades mas inmediatas al Miño , pero no establecieron
en aquella tierra colonias militares , ni jamás fué muy grande el número de los
que la defendían. Así fué como muchas poblaciones gallegas pudieron conservar-
se independientes en algunos de sus fríos y sombríos valles al norte del Miño ,
en que los Árabes no penetraron ó por dondecuando mas se limitaron á pasar, no
enconlrando nada allí que les inspirase deseos de establecerse. Poco inquietados
ó ignorados en las profundas gargantas del Medulio , los Gallegos se mantuvie-
ron en un principio tranquilos , gobernados por los obispos refugiados entre
ellos ó por los Abades de los monasterios que allí se fundaron bajo la dominación
visigoda. Su debilidad los habia condenado al reposo en los primeros momentos,
pero entre el silencio y el misterio de sus valles habían amontonado contra el
Moro, invasor de su patria, tesoros de odio, que solo esperaba ocasión de estallar.
Así pues , al querer traspasar los límites del reino fundado por Pelayo , que en-
tonces se extendían desde el Eo (rio Miranda) hasta las fronteras de Vizcaya, Al-
fonso halló á todos los pueblos inmediatos prontos á secundarle en sus proyectos
contra los Musulmanes ; y, seguro de encontrar en todos valor y auxilio, empezó
con ruda ó incontrastable energía la guerra que en menos de veinte años puso
al pequeño reino de las montañas (2) en estado de tratar de igual á igual con el
emir que gobernaba en Córdoba.
Alfonso estableció su centro de operaciones en Canicas , en la comarca ilus-
trada por el gobierno de Pelayo , y desde aquel punto pudo ejercersu acción has-
ta el país de los Vascones al este , y al oeste mas allá de Lugo , hasta los valles
septentrionales de Galicia formados por las últimas ramificaciones de los Pirineos
interiores. Carecemos de detalles acerca del carácter y de la ocasión de
la primera campaña de Alfonso contra los mahometanos, pero es seguro
que los primeros que le siguieron al combate fueron los antiguos compañeros de
(4) Nava- Herrín, tierra llana.
(2) Regnum montauum.
326 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
e •>• c Pelayo y sus descendientes de la montaña, reforzados quizás por algunos miles de
Cántabros, hijos también délos compañeros de Pedro, duque de Cantabria, pa-
dre del nuevo rey.
Con este ejército , cuyo mando compartió con su hermana Fruela (1) , fran-
74 - queó con animoso corazón las montañas que dividen Asturias de Galicia , se apo-
deró de Lugo, ciudad episcopal y antiguo convento jurídico de los Romanos, res-
tableció en ella su antiguo obispo, entró luego en Tuy , plaza de armas, no tan
fuerte por sus murallas como por su posición en las márgenes del Miño, y restableció
el poderío cristiano en todo el país que se extiende al norte deaquel rio, que si bien
dilatado, era entonces mas que ahora sumamente quebrado y miserable. Poseemos
un curioso documento que no nos deja duda del mal estado de las ciudades de aquel
territorio, al devolverles Alfonso la libertad é independencia (2). Tal es el relato
de la restauración de Lugo por su obispo Odoario, de acuerdo con los principales
habitantes de la ciudad, vueltos como él de la emigración. Refiere como dester-
rado á remotas comarcas , él y sus compañeros habían regresado á la tierra
nativa , luego que el Señor, por medio de sus servidores Pelayo y Alfonso, hubo
restablecido en su patria el reino de los cristianos; como habia hallado la sede
episcopal de Lucum desierta é inhabitable, invenimus ipsam sedem desertam et
inhabitabilem factam; como se habían puesto al trabajo con decidido ardor y ha-
bían reedificado la casa de Dios y restaurado la ciudad por dentro y por fuera
intus et foris; como habia él devuelto al cultivo y dividido las tierras , plantando
cepas y árboles frutales, vineis et pomiferis ; y como en fin, después de señalar
á cada uno su tierra, les habia dado bueyes para la labranza y animales de carga
para el servicio doméstico, boves adlaborandum et jumenta ad ser viendum eis.
Desde la Galicia septentrional pasó Alfonso áLusitania, cuyos habitantes re-
cibieron con júbilo las huestes libertadoras de la fe; según Sebastian de Salaman-
ca, tomó á Portucale , Rraga (Bracaram M etropolitanam , como la llama el
obispo) Viseo, Flavia, Ágata, Ledesma,y luego al este á Salamanca, Zamora, Avi-
la, Segovia, Astorga , León , Saldaña, Mabe, Amaia , Simancas , Auca, Vele-
gia , Alabens , Miranda , Revendeca , Carbonaria , Abeica , Bunes , Cinisaria,
Alesanco , Oxoma , Clunia , Argantia , y Septempublica (3) , lo que significaque
recorrió al frente de sus tropas todo el país situado al norte de la cordillera Car-
petano-Vetónica , de que forma parte ¡asierra de Guadarrama , hasta las fuen-
tes del Duero.
Lástima grande que las crónicas no nos hayan relatado sino en conjunto la
serie de las conquistas realizadas por el esforzado Alfonso, ni fijado con exacti-
tud el orden de sus excursiones, ni dado noticia cierta de las dificultades con que
hubo de luchar en su atrevida cruzada. Documento alguno nos permite distribuir
aquellas de un modo conveniente y seguro entre los varios años de su reinado,
mas parece sí que de todas sus conquistas conservó solo en un principio las mas
inmediatas á Asturias. En los llanos del sur, entre Asturias yel Duero, y algo mas
(1) Cum fratre suo Froilane... (Sebast. Salmant., Chr.)
(2) Esp. Sagr , t. XI; apénd. 12.
(3) Estos nombres están en su mayor parte tomados literalmente del cronista. (Véase á Sebast.
Salml , Chr. núm. 13).
CAP. Y.— ESPAÑA ÁRABE. 327
al oeste, en las tierras que llevaban el misterioso nombre de campos Góticos (1),
limitóse á talar y devastar el país. Desmanteladas las poblaciones, pasadas á
cuchillo las guarniciones sarracenas, llevados como esclavos los hijos y mugeres
de los vencidos, hasta los cristianos eran recogidos para poblar con ellos las co-
marcas de Cantabria, Álava y Vizcaya, menos expuestas á las invasiones musul-
manas (2).
Entonces fué, añade el cronista, cuando se poblaron Primorias, Levana, Trans-
mera, Suporta , Carranza , Bardulia , que ahora se llama Castilla , y la parte
marítima de Galicia y del país de Burgos (3). Difícil es expresar con exactitud á
que pueblos modernos corresponden los nombres semi-latinos empleados por el
cronista , mas á lo que parece, estas tierras y ciudades habían de estar situadas
entre la frontera oriental de Asturias y el valle del Vidasoa, en el actual territorio
de Álava y Vizcaya.
Genios dicho que los primeros y mejores soldados de Alfonso eran asturia-
nos y cántabros. Activos, ágiles, excelentes honderos, de terrible intrepidez en el
ataque , los Asturianos sobre todo habían llegado á ser el terror de los Árabes,
según confesión de sus propios historiadores (4). Por varios pasages de los mismos
viénese en conocimiento deque aquellos esforzados montañeses bajaban en bandas
de lo alto de sus sierras , singularmente vestidos y con largas cabelleras, que
salian por debajo de un casco redondo, hecho de mallas y sujeto al cuello por
medio de una correa. Sin temor ni miedo, y poseídos de invencible ardor, precipi-
tábanse á los valles meridionales , y la extrañeza de sus armas no asombraba
menos á los Árabes que la singularidad de su traje. Además de la honda, de que
se servían con una destreza sorprendente, llevaban el dardo ibero, largo de tres
pies, que lanzaban á gran distancia con mano segura , la hoz de corte interior , al
contrario de la cimitarra oriental , el puñal cántabro para las luchas cuerpo á
cuerpo, la aguda pica de hierro y la pesada hacha de los leñadores.
Usaban también de un arma particular llamada bidente , palo de unos cua-
tro pies de largo , terminado en una media luna de hierro con una punta en me-
dio , cuyos cuernos formaban un semicírculo de unos dos pies de abertura ; ser-
víanse de esta arma para detener á los caballos en el llano y rechazar el ataque
déla caballería.
Con estas terribles milicias , Alfonso , según hemos dicho , alcanzó repetidas
victorias , y hubo pocos lugares habitados por los musulmanes en las inmedia-
ciones de Asturias que no fuesen visitados y devastados por aquellos irresistibles
campeones. Los Sarracenos podían luchar con ellos á veces con ventaja en campo
raso; pero luego que habían logrado poner en fuga á sus enemigos, ¡ infelices de
(4) Campos, quos dicunt Gothicos, usque ad¡flumen Dorium, eremavit. (Chr. Albeld., núm. 52.)
(2) Omnes quoque Árabes ocupatores supradictorum civitatum interficiens, Christianos secum
ad Patriam duxit. (Sebast. Salm. Chr., núm. *43.)
(3) Eo tempore populantur Primorias, Levana, Transmera, Supporta, Carranza, Bardulia,
quae nunc appellatur Castella, et pars marítima Galleciae, Burgi. (Id , núm. 44).
(4) Uno de estos dice lo siguiente de Alfonso, en el año422 de la hegira (El Laghi, texto árabe,
en Faust. Borbon): «Entonces tomó el mando de las Asturias Adefuns el Terrible , matador de hom-
bres, hijo de la Espada (Ebn el Saif): tomó ciudades y castillos, y nadie osaba hacerle frente. Mil y
mil musulmanes sufrieron por él el martirio de la espada; quemaba casas y campiñas, y no habia
tratados con él.»
328 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ellos si los perseguían hasta sus montanas ! cuando pasaban adelante y penetra-
ban en los desfiladeros á donde procuraban atraerlos los cristianos, rara vez
volvian tantos como habian marchado. Por esto al llegar á los senderos pedrego-
sos y erizados de maleza, que llamaban guajarras, abandonaban por lo común
la inútil persecución de los cristianos , para volver al dia siguiente á dar princi-
pio á la lucha.
Este era el carácter general de la guerra empeñada entre Españoles y Ara-
bes, desde las primeras excursiones de Alfonso en tiempo de Abdelmelek, y el
mismo será, aunque mas en grande, el que habremos de asignarle durante mucho
tiempo. Batallas campales entre ambos pueblos, no las veremos todavía, y á lo
mas podremos consignar algunos combates á los que ha quedado el nombre de
un lugar ó de un rio.
En las poblaciones que conservaba, iba Alfonso estableciendo el culto católi-
co, reponiendo obispos, restaurando ó erigiendo templos, y dotando iglesias, lo
cual le valió el dictado de Católico, que siglos adelante habia de ser apelativo de
honor de los monarcas españoles. Para defensa y seguridad de las fronteras, en
las quebradas y en los lugares mas enriscados de las breñas y montes iba erigiendo
fortalezas y castillos (castella) , de donde mas adelante habian de tomar su nom-
bre dos provincias españolas.
Las hostilidades continuaron con buen resultado para los cristianos durante
todo el tiempo de la lucha entre Amer y Yussuf , y solo se suspendieron por un
momento en el año 138 de la hegira (756), á causa de la elección de Fruela,
que se hizo aquel año en Asturias , y de la llegada á España del Ommíada Ab-
derrahman.
Desde los primeros tiempos de Pelayo hasta fines del reinado de Alfonso, el
reino de Asturias extendióse fuera de las montañas á los campos de Galicia, de
Portugal, de Castilla, de Cantabria ydelaRioja, y por los montes hasta los
Pirineos y Aragón. Ha de tenerse presente sin embargo, que aun cuando desde el
año 128 de la hegira al 138 habian los Españoles penetrado hasta Avila, tomado
á Braga, Zamora, Nájera y Logroño, y devastado todo el territorio que se llama
ahora Castilla la Vieja, habíales sido imposible mantenerse en él, lo mismo que
en Oporto, Viseo, Chaves y otras ciudades por la parte de Portugal que, conquis-
tadas por Alfonso en aquella época, vérnoslas citadas poco después por los Árabes
entre aquellas que reconocían su dominación. Alfonso empero parece haber
conservado por algún tiempo Legio y Asturica, sin duda en los postreros años de
su reinado , y dícese que mandó acuñar moneda en la primera de dichas ciuda-
des. Existe por lo menos una medalla de León atribuida á este rey por un sabio
numismático español (1).
lía de decirse, pues, que en 756 el reino de Asturias solo se habia ensancha-
do de un modo definitivo, al oeste, con la Galicia propiamente dicha, y al este,
hasta el territorio de los Vascones. En cuanto al mediodía, al futuro reino de
León, nada se habia constituido aun de una manera regular y estable, y Alfonso,
(1) Antonio Agustín, Antiquit. Rom., dial. 7, pág. 119. — La leyenda: ahfvsrex, leocivitas, lleva
encima una cruz. Hay quien dice sin embargo, que la contracción de Leo es de una época posterior.
CAP. Y. — ESPAÑA ÁRABE. 329
imposibilitado de poder ocuparlo , habíase limitado á devastar las posesiones sar- A r!e J c
racenas.
Así estaban las cosas entre los cristianos españoles cuando Alfonso murió
en Cangas en 756. Sus restos mortales fueron sepultados en el monasterio de 736-
Santa María de Covadonga, que él habia fundado , donde fueron también trasla-
dados los de Pelayo. Las sencillas crónicas cristianas refieren detalladamente
los prodigios que á su muerte acompañaron.
Veamos ahora lo que sucedía entre los dominadores del resto de la Penín-
sula.
TOMO II.
330 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPÍTULO Yí.
Llegada á España de Abderrahraan ben Moaviah ben Meruan.— Toma el título de emir.— Resisten-
cia de Yussuf el Fehri. — Abderrahmaa marcha contra Córdoba. — Batalla de Musara. — Yussuf y
Samail son derrotados. — Toma de Córdoba. — Tratado de Elvira. — Abderrahman es reconocido
emir en toda Andalucía. — Nacimiento de Hixem.— Levantamiento de Yussuf y de sus hijos.—
Muerte de Yussuf. — Los Francos toman á Narbona. — Tentativas de los Abassidas contra el emir
Abderrahman.— Desórdenes y guerras civiles. — Venida de Carlo-Magno con gran ejército á Es-
paña.— Llega á los muros de Zaragoza y se retira.— Derrota de su ejército en Roncesvalles. —
Canto de guerra de los Vascos. — Fin délos hijos de Yussuf. — Paz.— Embellecimiento de Córdoba.
— Muerte de Abderrahman.
Desde el año 756 hasta el 788.
Al referir las vicisitudes de familia que trajeron á Abderrahman á España,
el autor árabe á quien traduce Conde, exclama : — « Bendito sea aquel Señor en
cuyas manos esSán los imperios , que da los reinos, el poderío y la grandeza á
quien quiere, y quita los reinos , la potestad y la soberanía á quien quiere. Se-
ñor Alá, tu imperio solo es eterno y sin vicisitudes, y tú solo eres sobre todas
las cosas poderoso. Estaba escrito en la tabla reservada de los eternos decreíos
que , á pesar de los Beni Alabas (los hijos de Abbas) , y de sus deseos de acabar
con toda la familia de los Beni Omeyas, ya despojada del califato y soberanía del
imperio muslímico , todavía se habia de conservar una fecunda rama de aquel
insigne tronco que se establecería en Occidente con floreciente estado (1).» Ab-
derrahman ben Moaviah ben Hixem ben Abdelmelek ben Meruan, mancebo de
veinte años, pues habia nacido el año 113 en el campo de Damasco, se halló por
fortuna ausente en Zeitun cuando el califa Asefah expidió orden de muerte contra
él y su primo Solimán ben Hixem ben Abdelmelek, que ambos vivían sobrese-
guro y honrados en la corte. Avisado de la muerte de su primo y de la mucha
diligencia con que buscaban su cabeza , y provisto por amigos fieles de joyas y
caballos, se disfrazó y huyó de Siria por caminos extraviados, sin atreverse a
entrar en poblado. Así anduvo errante y fugitivo desde el año 132 entre Bedui-
nos y pastores; y aunque acostumbrado á los regalos de la opulencia y á las de-
licias de las ciudades, se acostumbró con facilidad á la rústica y dura vida del
campo, como si hubiere nacido en sus valles y rancherías. Estaba cada día con
nuevos sobresaltos; las noches pasaba con desvelo, dice el historiador árabe, y
á las alboradas era el primero en poner el freno á su caballo.
Pensando hallar mas seguro asilo en África que en Egipto, dejó á sus Be-
duinos y se dirigió á aquella tierra. Era por aquel entonces gobernador de la pro-
(1) Hist. de la dom. de los Árabes en Esp., P. 2.a, c. I.
CAP. YI. — ESPAÑA ÁRABE. 331
vincia de Barca Aben Habib , que debia su autoridad y buena suerte á los ca-
lifas Beni Omeyas ; pero siguió el aire de la fortuna que soplaba y olvidó á sus
antiguos favorecedores. Tenia este wali expiados todos los pasos y dadas las ór-
denes para prender al joven Abderrahman , y al saber que un mancebo de sus
mismas señas habia entrado en su provincia, avisó á sus alcaides y mandó bus-
carle en toda la tierra , diciéndoles que no podian prestar al califa servicio mas
agradable que la prisión de aquel fugitivo.
Ando Abderrahman por tierra de Barca, y en todas partes halló gentes bien
intencionadas y benéficas que se le aficionaban y deseaban servirle; su edad,
su gentileza, cierta majestad que resplandecía en sus ojos, y su condición afa-
ble ganaban los corazones y la voluntad de cuantos le trataban. Los Beduinos del
aduar en que estaba hospedado fueron una noche alcanzados por una compañía
de gente de á caballo , enviada por Aben Habib para prender á Abderrahman;
preguntáronles por un joven de Siria de tales señas, y no dudando ios Beduinos
que buscaban á su huésped Giafar iUnianzor, que con este nombre le llamaban
ellos, y recelando que no fuese para bien suyo, contestaron que aquel á quien
buscaban habia salido á caza de leones con otros jóvenes, y debían pasar ¡a no-
che en un cercano valle. Partieron los emisarios al lugar indicado, en tanio que
los Beduinos manifestaron á su huésped lo que les habían preguntado y sus
bien fundadas sospechas. Abderrahman agradecióles con lágrimas y sinceras
expresiones lo que por él habían hecho , y acompañado de seis esforzados man-
cebos del aduar, huyó durante la noche para procurarse en mas apartados de-
siertos seguro asilo contra las asechanzas del emir. Atravesaron grandes llanu-
ras y collados de arena, oyeron sin temor el rugido de fieros leones, y continuan-
do intrépidos algunas jornadas, llegaron á Tahart donde hallaron generosa aco-
gida.
Tahart era en cierto modo la capital de la Berbería, hallábase situada á poca
distancia de Tremecen y del mar, y su población consistía principalmente en Ze-
netas. «Esta ciudad se levanta en la orilla meridional de un rio llamado Milah,
que nace al mediodía, dice un autor del cuarto siglo de la hegira, Obaid el
Bekri de Córdoba. Otro riachuelo llamado Tarnanesk, formado por las aguas de
varias fuentes, corre al oriente de la ciudad y sirve para el consumo de los ha-
bitantes y para el riego de tierras y jardines..... Al mediodía habitan los Levatah
y los Ha varan que ocupan muchas aldeas ; al occidente se encuentran los Zava-
gah, y al norte los Matmatah, los Zennetah y los Meknasah (1).»
Los Zeneías (Zenatah) , cerca de los cuales acababa de llegar Abderrah-
man, formaban la mas importante tribu entre los Berberíes y también la mas
ilustre; á ella habia pertenecido Tarik. Hallábanse diseminados por todo el litoral
de África que los Árabes llamaban el occidente central (el Maghreb el Áussath),
comprendiendo el territorio de la destruida regencia de Argel y parte de la pro-
vincia de Constan tina (Khosanthinah ) (2).
(1) Historias de los tiempos, los Caminos y los Imperios, Ms. árabes de la Bibl. Nac
(2) Los Zenatah junto con los Senhegahy los Havarab, descendencia de los Amalecitas y délos
antiguos Árabes Yemenitas, emigrados, según las tradiciones genealógicas entre ellas conservadas,
en tiempo inmemorial, de entre los cuales habían salido los principales compañeros de Tarik y por
consiguiente los primeros conquistadores de España, ocupaban al rededor de Tahart gran número
332 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Abderrahoian y sus compañeros fueron hospedados en casa de un noble je-
que de los mas principales de la tribu zeneta, y allí los visitaron los mas distingui-
dos habitantes de Tahart, queriendo todos llevarlos ásus casas. No quiso Abder-
rahman disimular por mas tiempo su origen y desgracias sabiendo la nobleza y
generosidad de aquella tribu y que su madre Raha procedía de ella , y divulga-
da esta feliz circunstancia, todos los jeques zenetas le ofrecieron su amistad y
favor, y se acrecentó el afecto que ya le profesaban.
Entretanto en España continuaba la guerra civil : los musulmanes de las
regiones orientales mantenían el partido de los Abdaritas, que acaudillaba Amer
ben Amru , y los de Andalucía y tierra de Toledo , conducidos por el emir Yus-
suf el Fehri, peleaban contra ellos con varia fortuna en las ásperas sierras donde
nace el Tajo. El odio y el furor eran iguales por ambas partes ; talábanse los
campos, incendiábanse los edificios , y todas las provincias estaban inquietas y
los habitantes sin seguridad y sin justicia.
Sabedor de semejante estado de cosas , el descendiente de los Omeyas vio
en ello ocasión de realzar la fortuna de su familia y envió á España al fiel Be-
dre, liberto de su padre, para disponer los ánimos en su favor.
La llegada de Bedre y los relatos que hacia de las aventuras de Abderrah-
man no tardaron en formar á su señor un partido. Muchos musulmanes veían
con pesar la semi-obediencia en que se hallaba España respecto á un poder que
se habia hecho inútil, si no oneroso, pues si bien Yussuf habia interrumpido toda
relación con él desde la caida de Meruan lí , no se habia atrevido á declararse
independiente, aun después que Amer se hubo levantado contra él en nombre de
los Abassidas. Al enemigo natural de la familia cuya violenta elevación al califato
habia ensangrentado el Oriente, estaba reservado hacer desaparecer las últimas
huellas de dependencia.
Por un azar afortunado , Bedre encontró k su llegada á ochenta jeques de
las tribus sirias y egipcias reunidos en Córdoba en ausencia de Yussuf, para es-
cogitar los medios de salir de tan angustioso y aflictivo estado. Convinieron to-
dos en la poca esperanza que habia de poder salvar la España musulmana de los
horrores de la anarquía, y en el ningún remedio que podían aguardar de la cor-
te de Damasco, agitada como estaba ella misma y á tan larga distancia déla Pe-
nínsula. Uno de los presentes propuso como único medio de salvación elegir un
jefe que los gobernara con independencia del imperio de Oriente , y ante el cual
todos se inclinaran , pues ni ellos ni los pueblos habían de ser juguete por mas
tiempo de las ambiciones de sus ausentes califas. ¿ Pero dónde hallar un hombre
que reuniera las excelentes dotes que se necesitaban para este difícil cargo? Sus-
pensos estaban todos , cuando los jeques á quienes ganara Bedre propusieron al
descendiente de los Ommíadas , salvado como por milagro de la matanza de los
suyos , y refugiado entonces entre los Zenetas de Tahart , á pocas jornadas de
Andalucía. Kl nombre de Qmmíada , muy querido por los Sirios, hizo cesar to-
das las incertidumbres y reunió todos los votos hasta entonces divididos.
de ciudades y aldeas, entre otras Melilah, Tenes, Maskarah, Tremecen, Al Zalah , Al-Djezayr (Ar-
gel ), Bodjeyah (Bugía) etc., dependientes todas de la antigua regencia do Argel y del beylik de Cons-
tantina.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 333
Faltaba trasladar á Andalucía al joven Ádderrahman , y Teman ben Alka-
mah y Wahib ben Zahor que figuraban en primera línea entre sus partidarios,
equiparon un buque y pasaron al momento á África en busca del hombre que se
habia convertido en la esperanza de su causa. Llegados á Tahart y presentados
al joven proscrito, Teman le ofreció, no solo un asilo en la Península, sino tam-
bién la soberanía de las tribus musulmanas españolas , en nombre de sus princi-
pales jeques. Según una versión acreditada, le dijo estas palabras: «Los Muslimes
de España y en su nombre los principales jeques de las tribus de Arabia , Siria
y Egipto, nos envían á ofrecerte de todo buen corazón y buen talante, no solo un
asilo seguro contra tus enemigos , que este ya la tienes en el amparo de estos
nobles Zenetas , sino el imperio de los pueblos de España. Ya eres dueño de sus
corazones , y en su buena voluntad y leal obediencia apoyarás tu honra con
mas firmes fundamentos que los montes : algunos peligros y resistencias encon-
trarás ; pero no estarás solo : verás á tu lado los esforzados caudillos conquista-
dores de Occidente y los fieles pueblos que te desean y te llaman para que go-
biernes aquel estado que fué de tus abuelos. Todos correrán á las peleas y á la
muerte si necesario fuere , para colocarte y mantenerte en la soberanía que te
ofrecen (1).»
Abderrahman aceptó la oferta de buen grado y se abandonó al brillante des-
tino que ante sus ojos se ofrecía. Manifestó á los jeques africanos el motivo que
allí llevara á los caballeros andaluces y la importante proposición que le hicie-
ran , por lo cual todos le felicitaron y se ofrecieron á prestarle auxilio. Los Ze-
netas pusieron á su disposición quinientos ginetes , los de Meknasah doscientos,
y el jeque de Tahart cincuenta caballos y cien lanzas. En pocos dias fueron he-
chos todos los preparativos , y Abderrahman se embarcó para el país á donde le
llamaba su nueva fortuna.
Mientras esto sucedía, Yussuf se ocupaba en guerrear con Amer ben Amru y
su hijo, dueños de Zaragoza. El mayor desorden reinaba entonces , según hemos
dicho , en los dominios musulmanes. A favor de las turbulencias interiores de la
Península , la Seplimania se habia separado de España , y el noble godo Áuse-
mondo , de quien hemos hablado , acababa de entregar las ciudades que gober-
naba al rey Pepino. Todos acusaban á Yussuf de negligencia ó de impericie , y
cada dia disminuía el número de sus partidarios.
En tanto un viento favorable impulsaba hacia las costas andaluzas al bu-
que que llevaba á Abderrahman y su fortuna. Sus numerosos partidarios se agi-
taban por ¡odas partes para recibirle dignamente, y solo esperaban su llegada pa-
ra proclamarle emir supremo de los fletes españoles.
Yussuf acababa de vencer en Zaragoza á Amer y á su hijo (755) (2), y vol-
vía á Córdoba llevando consigo á sus enemigos cargados de cadenas, cuando una
funesta noticia vino á turbar el gozo de su victoria. Llegábale de África un com-
petidor mas terrible que aquel á quien acababa de vencer ; un Ommíada , de la
estirpe que desde Alí habia dado al Oriente sus califas , disponíase á disputar en
persona á un Fehri la soberanía de España.
(1) Ausemondus Gothus Nemauso civitatem, Magdalonam, Agaten, Büerras . Pippino regi
Francorum tradidit.Ex eo dieFranci Narbonam infestant. (Ann. deAnian., annDCCLII).
(2) La toma de Zaragoza por Yussuf se fija á fines del año 137 (7551.
334 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Refiere un escritor de un modo dramático la sorpresa y el terror que causó
esta nueva al victorioso emir. Regresaba triunfante á Córdoba , dice , con los
caudillos y las tropas de Andalucía, cuando cierto dia que descansaba en un va-
lle que llaman Guadarramla (1) , á cincuenta millas de Toledo , llegó su amigo
el wali Samail con gran prisa, y entrando muy fatigado en su pabellón , le dijo:
«En esta carta verás la importancia de mi venida ; es de un amigo de toda mi
confianza.» Yussuf leyó lo siguiente : « Señor , acábase tu imperio , ya está en
camino el que destruirá tu estado y autoridad.» Conferenciaban Yussuf y Samail
sobre el contenido de esta carta cuando llegó con gran diligencia un enviado de
Córdoba . cosas todas las dichas que produjeron entre los soldados gran agita-
ción y ansiedad.
Entró el enviado y puso en manos de Yussuf una carta de su hijo Abder-
rahman , por cuyo mandato llegaba ; decia la carta: «que un Coraixita délos hi-
jos del califa Hixem ben Abdelmelek, llamado Abderrahman ben Moaviah , pasa-
ba el mar para España; que, según ciertos avisos, debia aportar en tierrade Elvi-
ra; que era llamado por una poderosa parcialidad de los Omeyas en que estaban
los mas nobles jeques de las tribus árabes , sirias y egipcias , y que venia au-
xiliado de tropas berberíes. »
Yussuf quedó suspenso y aterrado , y después de algún espacio , temblando
de indignación y de cólera , mandó crucificar á Amer , á su hijo Wahib y al se-
cretario Alhebab el Zohri , y alancearlos hasta que hubieron espirado : crueldad
(dice el autor de quien tomamos este relato) (2) que le indispuso con su fortuna,
que desde entonces le abandonó y se pasó al bando de su nuevo rival (3). Al
dia siguiente, un tercer enviado de Córdoba le entregó una carta de su madre, en
que le decia: «que Abu Otman, uno de sus mas leales servidores, le avisaba des-
de" Caria-Toras, donde residía , de que uno de los hijos del califa ííixem, llama-
do Abderrahman bsn Moaviah, pasaba el mar, y se esperaba que aportase en las cos-
tas de Damasco (4); que habia gran alboroto y movimiento de gentes en aquellas
comarcas, y que se aseguraba que no tardaría en llegar el sucesor y legítimo due-
ño de todos los estados de Occidente.» Esto aumentó aun mas la zozobra y an-
siedad de Yussuf y de su amigo Samail , y al mismo tiempo que apresuraron su
marcha, expidieron órdenes para reunir todas sus tropas, resueltos á oponerse al
desembarque de su competidor. Su diligencia, empero, fué vana ; era ya dema-
siado tarde.
El clia tercero de la luna de julkadah del año 138 de la hegira (8 de abril
de 756), Abderrahman ben Moaviah desembarcó en üisn al Munecab (fortaleza
de las lomas) (5), con mil caballeros africanos. Los jeques principales de Anda-
lucía le estaban esperando, y luego que llegó á tierra le juraron obediencia to-
v1) En árabe rio de arena , rio arenoso.
(8) Conde, P. 2."', c. IV.
(3) En efecto , según Ebn Hayan, sus propios partidarios, indignados de tan inútil saña , apro-
vecharon la oscuridad de una noche lluviosa para pasarse a las banderas de Abderrahman, y al dia
siguiente ofreciósele el triste espectáculo de ver su campamento casi desierto. Esto sin embargo , se
aviene mal con la vigorosa defensa que le veremos oponer en breve á su competidor.
(4) Es decir en las costas de Elvira (reino do Granada).
(6) Almuñecar.— Conde se equivoca al fijar el desembarco de Abderrahman en el dia diez de la
luna de rebie primera. Veáse á Faust. Borbon, Cartas, carta XXVIII.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 335
mandóle la mano, y el pueblo , que había acudido en tropel, le aclamó con entu-
siasmo.
La noticia de su llegada se difundió rápidamente por toda la parte meridio-
nal de España, y en pocos dias se allegó á Abderrahman la geníe mas distinguida
de todas las tribus; la juventud en especial se declaró toda por él, y á porfía le
manifestaban todos su voluntad de servirle. La gentil presencia del joven que en-
tonces contaba veinte y cinco años, su talle esbelto y agraciado, su dulce mirada
y benévola sonrisa, su varonil belleza acrecentada con la alegría y satisfacción
que le producía el general aplauso de los pueblos, iodo contribuía á excilar las
aclamaciones y el alborozo de la muchedumbre, y todos gritaban con alegría,
«Dios ensalce á Abderrahman ben Moaviah, emir de España »
En pocos dias se unieron á los jeques que le acompañaban mas de veinte
mil hombres de las comarcas de Elvira, Almería, Málaga, Jerez, Arcos y Sidonia,
y al llegar á Sevilla, la ciudad entera salió á recibirle y le aclamó con indecible
contento. Obsérvese aquí que la marcha de Abderrahman no fué direcía de Al-
muñecar á Córdoba, sino que se dirigió de este á oeste por la parte de la Penín-
sula donde habitaban en gran número las tribus de Egipto y de Siria, que le eran
particularmente adictas. De Sevilla partió con precipitación hacia Córdoba, si-
guiendo las márgenes del Guadalquivir, pues era aquella ciudad el punto que
mas íe importaba y donde menos partidarios tenia.
Todo lo sabia Yussuf y todo le desesperaba, maravillándose de la ligereza y
veleidad popular, y mas todavía de la perfidia, así la llamaba él, de los jeques
de las tribus árabes y sirias. Dispuesto á hacer frente á los acaecimientos, pues
la marcha de Abderrahman desde Almuñecar hasta el Guadalquivir no había si-
do tan rápida que no le permitiera tomar varias disposiciones, habia encargado á
su hijo mayor la defensa de Córdoba; él en compañía de Samail allegaba gente de
las capitanías de Mérida y Toledo , y envió á sus dos hijos Mahomad y Casim en
busca de refuerzo á las provincias de Valencia y de Tadmir, donde contaba con
muchos y decididos partidarios.
En tanto Abderrahman se adelantaba á grandes jornadas camino de Córdo-
ba , donde el hijo de Yussuf habia sabido aprovechar los momentos y reunir
fuerzas considerables. Confiado en ellas, y advertido de que el Onimíada se ha-
llaba ya en Carmona, creyó poder vencerle de un golpe y descendió por la orilla
izquierda del Guadalquivir con numerosos escuadrones, avistando á su adversa-
rio en Merdje Rabila. Por su parte Abderrahman deseaba dar muestra de su valor
é inteligencia en las cosas de la guerra que justificara el afecto que le profesaban
sus recientes amigos, y ganosos ambos caudillos de llegar á las manos, al mo-
mento se trabó la pelea. El hijo de Yussuf portóse en ella con indecible esfuerzo,
mas no pudo resistir á la intrépida energía de los caballeros zenetas y hubo de
retirarse á Córdoba, cuya defensa de aquel modo comprometiera. Abderrahman
le persiguió hasta el pié de las murallas de la ciudad, ante la cual estableció su
campamento con ánimo, dice uñó de sus historiadores, de no levantarlo hasta ren-
dirla. Al propio tiempo publicó y esparció varias proclamas para atraer los pue-
blos á su causa, que era presentada como la del verdadero islamismo contra
el cisma de los hijos de Abbas.
La nueva de esta primera victoria de Abderrahman llenó de pesar y amar-
336 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
gura el ánimo de Yussuf, quien avisó á Samail, cuya cabeza y brazo tantas veces
le habían auxiliado en situaciones críticas, para que fuese con mucha diligencia á
socorrer á su hijo y hacer levantar el sitio de Córdoba á El Daghel, es decir al
Intruso, según así le llamaba (1). Allegadas numerosas tropas del oriente y me-
diodía de España, dirigiéronse ambos caudillos hacia Andalucía, con designio de
sorprender y exterminar al ejército de El Daghel en la llanura donde acampaba
entre el Guadalquivir y el Guadajoz. Informado, empero, Abderrahman del movi-
miente y reunión de estas gentes y de la intención de sus caudillos, dejó diez mil
hombres delante de Córdoba á las órdenes de Teman ben Alkamah, y no vaciló
en salir con otros diez mil caballos contra las numerosas tropas que mandaban
los dos acreditados capitanes.
Ambos ejércitos se encontraron cerca de un lugar llamado Musara ó Massara
por ios historiadores árabes, pero como no se avistaron hasta las últimas horas
del dia, aplazaron la batalla para el dia siguiente. Antes de despuntar la aurora
hallábanse lodos ya en movimiento en el campo de Abderrahman, y este concibió
feliz presagio por distintas circunstancias que en aquella ocasión concurrían: era
aquel dia de Arafa, que tan propicio le había sido antes, y sin recelar de la oscu-
ridad del futuro suceso, exclamó con confianza: «Dia de Adheha es, fiesta de las
víctimas, diajwma contra El Fehrí, albricias, amigos, pues espero una jornada
semejaníe á la del combate de Merdje-Rahita (2).»
Aun cuando Yussuf y Samail mandasen en persona las dos divisiones del
ejército enemigo, igual confianza no reinaba en su campamento, y un historiador
árabe cuenta así los funestos presentimientos que agitaban á los generales de
Yussuf.
Antes de salir el sol, dice, Ola ben Gebir el Ocailí, esforzado capitán del
ejérciio del Fehrí , pasó á la segunda división, que mandaba Samail, y dijo á este:
«O Abu Jayx, confianza en Dios; pero Guallah! que este dia es como el de Merd-
je-Rahita, y todo en él se presenta infausto. Dios y el destino están contra noso-
tros. ¡Ojalá me engace! ¿No ves la gente de pelea y los caudillos? Omeya y Fehrí,
Caís y Yemen: nuestro caudillo es Fehrí, y su wazir, (lugarteniente) Zofora ben
Álhariz, y tú mismo, que eres hoy wazir, eres también Caís. El dia de hoy de
juma y de las victimas, y lo mismo sucedió en la jornada de Merdje-Rahita, don-
de fueron muertos los hijos de Aihariz. Todo parece estar contra nosotros; quie-
ra Dios que no sean estos sus eternos decretos!» Samaii, disgustado de oirle ha-
blar así, le dijo: «Pon silencio á tus labios; vamos á la pelea, y seamos buenos
caballeros.»
Esto se decia en el campamento de Yussuf, poco antes de romper el alba, y lue-
go que envió esta á la llanura sus diáfanos colores, la caballería de Abderrahman
acometió á la de Yussuf, que no pudiendo resistir el choque, se replegó confusa-
(1 ) En esta acepción parece haberse empleado en un principio el sobrenombre de El Daghel que
conservó el primero de los Ommíadas de España. Los Fehrí quisieron hacer de él un título injurioso
para su antagonista, pero esto aceptó el epíteto y se honró con 61, cambiando de ahí su acepción de
iiiiniiic, cu la de ínyrediens (el que entra).
2) Merdje (pradera). Merdje Ra hit ó Rahita (la pradera de Rabila) está situada al este del risue-
ño valle de Guta, cerca de Damasco, y es célebre por haber servido de campo de batalla y de triunfo
á un Ommíada (Meruan) en el año 24 de la hegira, contra los partidarios de su competidor Sobeir.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 337
mente detrás de la infantería. El desorden no tardó en hacerse general, y antes
del mediodía huyeron los del Fehrí con general espanto, dejando el campo cu-
bierto de cadáveres, armas y despojos. Los dos jefes se separaron en su fuga, y
tomaron por opuestos caminos: Yussuf con dirección á Mérida, y Samail, hacia
el país de Jaén. Esta señalada batalla que aseguró el imperio al joven Ommíada,
se empeñó cerca de uno de los muchos coras (villas ó aldeas) que habían estable-
cido los Árabes en las márgenes del Guadalquivir, en Musara, el dia de id el Ad-
heha ó de la fiesta de las víctimas, 10 de julhejah del año 138 (15 de mayo de
756).
Cuéntase que terminada la batalla, Abul Sabah, caudillo de los Árabes del Ye-
men, dijo á sus soldados: «Ganemos dos victorias en un dia; libres estamos de
Yussuf y Samail, y no nos falta mas que dar muerte al hijo imberbe de Moaviah.
Eníonces nuestro será el poder y reinará uno de nosotros para aniquilar á los Mod-
haritas.» El consejo del Yemenita no fué escuchado, pues el valor que desplegara
Abderrahman en la pelea le habia ganado todos los corazones. El victorioso emir
disimuló su enojo, pero si hemos de dar fe al mismo historiador (1), acordóse
un año después de las atrevidas palabras de Abul , y le hizo dar muerte sin que
sepamos bajo qué pretexto.
Vencedor de Yussuf y Samail, Abderrahman volvió sin pérdida de momento
delante de Córdoba, resuelto á tomarla á toda costa; mas los habitantes asustados
capitularon y rindieron la ciudad con la única condición de que mientras verifica-
ría él su entrada por la puerta de Alcántara (la puerta del puente, la del oeste),
el hijo de Yussuf podría salir por la de levante.
Abderrahman que así conquistaba palmo á palmo su imperio, tomó en Cór-
doba muy corto tiempo de descanso: reconoció rápidamente la ciudad, capital fu-
tura del califato de Occidente que estaba llamado á fundar, instaló en ella á Abu
Otman en calidad de gobernador, y salió con mucha diligencia en persecución
de sus contrarios.
Yussuf no se daba aun por vencido, y mientras su enemigo pasaba Sierra
Morena y corría á buscarle á los campos de Mérida, dirigióse por caminos extra-
viados (sin duda por el valle de Navafria) á Córdoba , que sabia era guardada
por muy poca gente, y sorprendió la ciudad de la cual salieron á toda prisa el go-
bernador y á los jeques ommíadas que allí se habían reunido. Deseoso de alcan-
zarlos, y de vengar en ellos lo que él llamaba su traición, lanzóse sin perder un
momento á perseguirlos en dirección á los campos del país de Tzogur (2), hacia
los cuales se habian retirado.
Poseído Abderrahman de ira y de vergüenza al verse burlado por su vigi-
lante adversario, retrocede, entra de nuevo en Córdoba, donde casi no encuentra
enemigos , y sigue con todas sus fuerzas las huellas de Yussuf.
Alcanzóle en territorio de Almuñecar , donde Samail se le habia reunido
con numerosa hueste. Abderrahman empeñó al momento la batalla , y des-
pués de arrollar completamente al ejército de Yussuf y Samail , persiguió á am-
bos caudillos hasta las montañas de Elvira. Yussuf solo tuvo tiempo para ocupar
(i) Ebn Hayan en Ahmed, Ms. de Gotha citado por Lembke.
(2) Asimismo lo dice El Zobri.
tomo n. 43
338 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
el valle del Jenil y las nuevas fortificaciones con que habían sido rodeadas unas
cuantas casas de construcción árabe, á poca distancia de la antigua íliberis. Lla-
mábase aquel sitio Dar-Garnatah (la casa fuerte) , y de ella hicieron los Árabes
Granada , la última ciudad de España que volvió al poder de los cristianos.
Vivamente atacado en su postrer refugio , comprendió Yussuf no serle da-
ble oponer muy prolongada resistencia, y siguiendo los consejos de Samail , con-
sintió en entrar en negociaciones con el vencedor y en firmar con él un tratado,
pactándose que le abandonaría su título y poder , y le entregaría dentro de un
plazo señalado cuantas ciudades permanecían aun bajo su obediencia (28 de re-
bie segunda del año 139—29 de setiembre de 756).
Abu Zaid y Abul Asvad, hijos de Yussuf, fueron entregados á Abderrahman
en garantía del tratado , y el depuesto emir se instaló en Córdoba con su nume-
rosa familia. En cuanto á Samail, á cuyos consejos se debia aquella pronta y pa-
cífica solución de la empeñada contienda , recibió en recompensa el gobierno de
la frontera oriental de los Pirineos , comprendiendo todo el valle del Ebro desde
Zaragoza á Tortosa , donde había ya mandado con distinción y acierlo.
Urgente y necesario era que un entendido capiían conservara aquella fron-
tera, y sobre todo las posesiones musulmanas inmediatas á los Altos Pirineos. En
lo mas recio de la lucha entre Yussuf y Abderrahman , poco antes de la capitu-
lación de Elvira , muchos miles de musulmanes habían perecido en las gargan-
tas de los Pirineos. Para contener á los cristianos de las montañas, que con sus
correrías interceptaban las comunicaciones entre el interior y Narbona , el wali
de Barcelona , Husein ben Adejam, antes de marchar en persona al país de Elvi-
ra para tomar parte en la guerra civil , habia enviado contra ellos á su wazir
Solimán ben Schebab , quien habia sido recibido por los montañeses de la alta
Cataluña del modo como de tiempo inmemorial reciben estos á sus enemigos.
El día 2 de rebie segunda del año 139 ( 2 de setiembre de 756 ), veinte y
tres dias antes de firmarse el tratado de Elvira, sufrió una completísima y mor-
tífera derrota , cuya noticia, dicen las crónicas árabes, turbó la alegría que expe-
rimentaron los buenos musulmanes por el definitivo triunfo del descendiente de
sus antiguos califas.
Y sin embargo, no fué aquel suceso mas que una de las infinitas escenas que
ofrecía la resistencia de los naturales. Los montañeses pirenaicos , lo mismo que
los Asturianos, no habian aceptado el yugo , pero como nunca hasta entonces ha-
bían alcanzado victoria de tanta importancia , los walies de Huesca y de Zara-
goza trataron de reducirlos á la obediencia por medio de excursiones continuas á
sus valles : obstinada guerra que no podía dar resultado alguno decisivo, y que
fatigaba á los Sarracenos que debían perseguir entre riscos y breñas á hombres
valerosos , vestidos de pieles , armados de dardos y de hoces , cuyos bienes to-
dos quedaban reducidos á las armas con que se defendían.
La noticia de la última derrota y de la capitulación de Yussuf fué causa de
que se sometieran todos los jeques , así yemenilas como modharitas, del medio-
día (kebiah) y del oeste (al garb) de España. Muchas ciudades enviaron al Ommía-
da protestas de obediencia, y Abderrahman recibió á los jeques y wazíres encar-
gados de presentárselos con afabilidad y benevolencia tales , que los ganó para
siempre á su causa , confirmando , dice un historiador , á los alcaides en sus al-
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 339
caidías , y á los walies y wazires en sus gobiernos. Todos salían contentos de su AdeJ,c-
presencia, y volvían a las tribus que les habían enviado deshaciéndose en elogios
de su persona y cualidades.
Terminada la campaña y generalmente reconocida su autoridad , procedió
el joven emir á visitar las principales ciudades de Andalucía y Extremadura , y
entre ellas Mérida , donde entró con gran pompa á la cabeza de sus fieles y dis-
tinguidos Zenetas. Paseó la ciudad á caballo entre las aclamaciones de la multi-
tud , que admiraba su amabilidad y gentileza, y trató con su genial dulzura lo
mismo á los musulmanes que á los cristianos que se le presentaron. Recorrió
después algunas comarcas de los Algarbes hasta Ulysipona , y volvió á Córdoba,
satisfecho de su viaje político , y seguro de haber hecho suyos á cuantos musul-
manes habitaban aquella región.
De regreso á Córdoba, la sultana Howarah , africana , llamada así del nom-
bre de su tribu , á quien Abderrahman profesaba indecible ternura , dio á luz
un hijo que se llamó Hixem, en 4 de jawal del año 139 (1.° de marzo de 757) (1), 757.
es decir el mismo año, según la hegira, de su elevación al poder.
Córdoba , patria de Hixem , el mas amado de sus hijos , fué desde entonces
el centro de su poder , y á pesar de la incertidumbre y ele los temores que podia
abrigar acerca de su porvenir, la embelleció desde los primeros tiempos con mu-
chos y nolables monumentos. Mandó labrar la Rusafah, reparar la antigua vía
romana, plantar huertas muy amenas y echar los cimientos de muchas mezqui-
tas. Entonces fué cuando ansioso de contemplar objetos que le trajesen á la
memoria la perdida palria, mandó traer de Siria y plantó con su mano en sus
jardines aquella esbelta palma que tan célebre se hizo en los anales de la España
musulmana (2). En el propio sitio habia crecido el famoso plátano que plantara
el mas ilustre capitán romano. Aunque rey (3), pues sino usuba el título de tal,
(1) Abderrahman habia tenido ya dos hijos de una muger déla cual nada dice la historia,
cuando nació Hixem en Córdoba. Su hijo primogénito se llamaba Solimán, y habia nacido en Siria;
su hijo segundo , probablemente de la misma madre y nacido también antes de su llegada á Espa-
ña, se llamaba Abdallah.
(2) Esta palma era la única que entonces habia en España , y cuéntase que desde la torre so-
lia eomtemplarla Abderrahman , lo cual acrecentaba mas que templaba su melancolía. En una de
estas ocasiones hubo de componer aquellos tiernísimos versos que, según Conde, andaban en boca
de todos, y que dicen así :
Tú también , insigne palma, — eres aquí forastera ;
De Algarbe las dulces auras — tu pompa halagan y besan :
En fecundo suelo arraigas — y al cielo tu cima elevas,
Tristes lágrimas lloraras si cual yo sentir pudieras ;
Tú no sientes contratiempos,— como yo, de suerte aviesa:
A mí de pena y dolor , — continuas penas me anegan :
Con mis lágrimas regué— las palmas que el Forat (*) riega;
Pero laspalmas y el rio — se olvidaron de mis penas ,
Cuando mis infaustos hados — y de Alabas la fiereza
. Me forzaron á dejar — del alma las dulces prendas.
A tí de mi patria amada — ningún recuerdo te queda;
Pero yo triste no puedo — dejar de llorar por ella.
(3) La palabra rey ( melek ) no fué usada entre los musulmanes hasta dos siglos después. Al-
gunos cronistas árabes , de los siglos xn y xm llaman rey á Abderrahman, pero este no usó este
título ni tampoco el de califa, y continuó usando el modesto título de emir.
[*) El Eufrates.
340 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
leJ.C; tenia todas sus prerogativas , sentíase desterrado en la tierra de Occidente , y en
él era tan poderoso el sentimiento de la patria, que quiso rodearse de Sirios y de
los postreros restos de los Qminíadas que vivían en Irak, en Egipto y en Barca, mi-
serables y perseguidos, como vivió él en otro tiempo. Uno de sus primeros cuida-
dos fué, pues, enviar un emisario á Oriente para persuadir á muchos parciales y
afectos á los Beni Omeyas á venir á España, piadosa misión que encargó á Moa-
viah ben Salehi , uno de los que habían seguido en África su miserable suerte. A
principios del año 140, Moaviah regresó de Siria acompañado de muchos partida-
rios y de los últimos descendientes de la familia de Omeya, á quienes Abderrah-
man confió los cargos mas altos é importantes de su corte. Ellos fueron los tron-
cos de otras tantas familias nobles en España, y Moaviah ben Salehi, que habia
traído á España tan ilustres desterrados , fué nombrado cadi de los cadíes , ó
juez superior del nuevo imperio.
De un pasage de Conde (1) parece deducirse que Abul Sabah no pereció
por orden de Abderrahman á causa de su atrevido consejo después de la batalla
de Musara. Vinieron también con Moaviah, dice el indicado autor, algunos caba-
lleros de ílemesa con intentos de venganza contra Abdalla ben Abdelmelek, que
por leve ocasión habia muerto á un su pariente llamado Abul Sabah ; pero infor-
mado Abderrahman de esta enemistad y de las causas que la motivaban , logró
componer su desavenencia á satisfacción de ambas familias , sin que se añada de
qué modo.
Poco tiempo gozó el emir de las dulzuras de sus pacíficos entretenimientos,
y mientras él empleaba los primeros años de su gobierno en ordenar los asuntos
de los musulmanes de España y en consolidar su poder , Yussuf , auxiliado
por sus inmenzas riquezas, habíase secretamente formado un partido. Enfrenado
en un principio por el primer entusiasmo que habia escitado el joven Sirio perte-
neciente á la familia de los antiguos pontífices de Oriente , sucesores del Profe-
759. ta , esperó á que su entusiasmo se debilitase , y á principios del año 142 pare-
cióle llegado el momento de arrojar la máscara. Ayudado por los numerosos
parientes que contaba enCórdoba, apoderóse por sorpresa de Hisn al Modwar(2),
y dueño ele este punto, corrió y alborotó la tierra. No se habia extinguido aun el
afecto que muchos profesaban al anciano y valeroso emir , y en poco tiempo so
halló á la cabeza de veinte mil hombres armados. A juzgar por la calificación de
Romanos dada por un historiador árabe (3) á una parte del ejército de Yussuf,
cierto número de cristianos de los alrededores de Toledo , levantados en defensa
de un interés que se ignora, se habían unido á sus banderas y formaban la por-
ción mas formidable de su hueste.
Así pues Yussuf habia roto los pactos de Elvira , y desnudando otra vez la
espada, reivindicaba el poder que antes cediera. Dueño de Almodóvar, donde se
habian fortificado lodos los Fehri de Córdoba , y apoyado por las poblaciones de
los montes de Toledo , no reconocía otro emir que á sí mismo , y se disponía á
restablecer por todas partes su autoridad , como acababa de practicarlo á pocas
leguas de la capital.
(1) Parte 2.a, c. IX.
(2) Almodóvar, al oeste de Córdoba.
(3) Murphy,c. 3.
CAP. VI.— ESPAÑA ÁRABE. 341
El peligro era inminente, pero Córdoba no podia ser tomada, defendida co- a. dej. c.
mo estaba por una guarnición numerosa y por un pueblo adicto al emir ommía-
da, y Abdelmelek ben Ornar (1), wali de Sevilla, y sus hijos , que acudieron al
frente de los caballeros de Jerez , Arcos, Sidonia y Sevilla, no tardaron en reco-
brar á Almodóvar y cuantas poblaciones inmediatas á Córdoba se habían decla-
rado por Yussuf. Salieron luego en su persecución con dos divisiones del ejérci-
to ommíada, que se dirigieron la una hacia los campos de Ubeda y la otra á
tierra de Tadmir, donde estaban las fuerzas mas considerables de los rebeldes en
número y calidad, Así lograron dividir la atención y las tropas de Yussuf, y Ab-
delmelek envolvió en los campos de Lorca con su numerosa caballería á la que
mandaba el mismo Yussuf el Fehri. La suerte de las armas se decidió también
contra este y su ejército fué acuchillado. Yussuf fué encontrado en el campo de
batalla, cubierto de heridas (2), y espiró poco tiempo después de haber sido re-
conocido. Su cabeza fué enviada al emir, quien la hizo clavar á una de las puer-
tas de los muros de Córdoba (142 — 759). Samail , ya estuviese secretamente
comprometido en la rebelión de su amigo , ya experimentase por su pérdida un
doloroso sentimiento, renunció al saber estas noticias el mando que ejercía en la
frontera oriental, y retiróse á su casa de Sigüenza , donde no habia de disfrutar
de muy prolongado reposo.
De los tres hijos de Yussuf, el mayor, Abderrahman AbuZaid, fué perseguido por
el wali de Toledo y muerto en una escaramuza, siendo puesta su cabeza con la de
su padre en un garfio de la muralla de Córdoba; al segundo, Mohamad Abul Aswad,
preso á su vez en Toledo el dia nueve de la lunajulkadah del año 142(2 de marzo de 76o.
760) se le perdonó la vida con la condición de permanecer perpetuamente encerrado
en una torre del recinto de Córdoba; Cassim, el otro hijo de Yussuf, logró salvar-
se disfrazado, y halló un asilo en Algeciras en la casa de Barcerah ben Nooman
el Gasami, quien le tomó bajo su protección , con tan temerario empeño, dice el
autor árabe (3) , que allegó mucha gente ociosa y mal acostumbrada con la li-
cencia de la guerra civil , y con ella sorprendió las ciudades de Sidonia y Sevi-
lla. Teman marchó contra él, y después de arrollarle hasta sus posesiones de
Algeciras , se apoderó del joven Cassim (4), quien fué conducido encadenado á
Córdoba. Abderrahman le perdonó la vida con la misma condición que á su her-
mano, y le envió á Toledo , bajo la custodia de su wazir Bedre , para que fuese
encerrado en la torre del Tajo. En recompensa del rápido y completo triunfo
que alcanzara en su expedición contra Cassim, Teman ben Ahmed ben Alkamah
fué nombrado hagib ó mayordomo mayor del palacio de Abderrahman , siendo
el primero de aquellos ministros de los Ommíadas entre los cuales veremos figu-
rar al gran El-Mansur.
Así pues , cuatro años habían sido necesarios á Abderrahman para vencer
(1 ) El famoso Marsilio de las crónicas cristianas y de los romances moriscos. Es sin duda con-
tracción de Omaris filíus, como llamarían los cristianos á Ben Ornar.
(2) Según otra versión , tuvo lugar esta batalla entre Mérida y Toledo, y Yussuf fué muerto
por algunos oficiales de su propio ejército, que enviaron su cabeza á Córdoba en señal de sumisión.
(3) Conde . P. 2.a, c. XII.
(4) Dícese que Teman tenia orden de recibir á cuantos dejasen las armas y de no matar á los
que se rindiesen.
342 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
y sujetar á los Fehri , y para dar cima al aniquilamiento de su partido , se
encargó á Bedre la prisión del amigo y compañero de Yussuf por espa-
cio de tantos años. En su retiro, Samail no habia tenido su lengua bastante
cautiva, y habia juzgado con acritud muchos actos del joven ommíada; sus an-
tiguos hábitos de independencia y de mando no habian podido ser acallados por
completo, y fué sacrificado á los temores y recelos del nuevo poder. Arrancado
de pronto de su retiro de Sigüenza , fué llevado á Toledo , encerrado en un cala-
bozo y muerto ahorcado ó degollado , que no se sabe á punto fijo.
Mientras Abderrabman triunfaba así en España del obstinado partido de los
Fehri , sufrían grave contratiempo las armas musulmanas en la otra parle de los
Pirineos. Recuérdese aquí lo que hemos dicho antes de ahora acerca de la situa-
ción de la Septimania : hemos visto luego después que el Godo Ausemondo hubo
entregado á Pepino las principales ciudades del este , caer en poder de los' Fran-
cos toda la parte oriental de la provincia hasta mas allá del Orbe , y establecerse
aquellos á las puertas de Narbona, después de intentar en vano apoderarse
de la plaza. Desde aquel momento , las tropas francas , ocupando las pequeñas
aldeas abiertas é inmediatas á la ciudad , habian con frecuencia , ó anualmente
á lo menos , renovado sus ataques contra ella , aunque siempre con poca fortu-
na , hasta que cansado de tan obstinada resistencia, el caudillo franco , cuyo
nombre no ha conservado la historia, bloqueó estrechamente á la plaza por el lado
de los Pirineos , de donde á decir verdad no habia recibido hacia tiempo auxilio
ni refuerzo alguno. Así estuvieron las cosas hasta el año 759.
Por fin , llegado este año , la población de Narbona , que sufria hacia tres
años toda clase de privaciones , sintióse tan fatigada de la lucha como habian de
estarlo los mismos sitiadores. La gran masa del pueblo era romano , pero los Go-
dos , antiguos dueños del país, estaban en él en gran número , y aun cuando ios
hombres de ambas razas detestaban y temían por igual la dominación franca,
privados de todas relaciones con el gobierno de Córdoba , cansados de las cargas
que les imponía el sustento de la guarnición musulmana y de las privaciones que
sobre ellos pesaban , determinaron rendirse con tal que se les permitiese vivir
bajo sus propias leyes (1). Los Árabes que supieron la decisión de los cristianos,
se opusieron á que se llevase á efecto ; empeñóse en las calles una sangrienta lu-
cha que terminó con la derrota de las tropas musulmanas , y las puertas de la
plaza fueron abiertas á los soldados de Pepino (2), á mediados del año 759. Así
perdieron los musulmanes á Narbona después de cuarenta y un años de domina-
ción y de seis años y meses de cerco por haber confiado su guarda á cristianos,
dice con cierta amargura el único historiador árabe (3) que da cuenta de este
suceso.
La momentánea tregua que fué consecuencia del vencimiento de Yussuf y
de sus hijos, por corla que hubiese de ser , era muy y muy oportuna en aquellos
momentos en que la dominación musulmana, aunque entera y fuerte desde el
Ebro hasta los Pirineos , se hallaba debilitada ó en peligro en el primero de di-
(4) Permitterent eos legora suam habere. (Chr. de Anian., ann DGCLVIIIh)
(2) Quo facto, ipsi Gohti Saracenosqui in presidio illius erant occidunt, ipsamque civitatem
partibus Frankorum tradunt. (Id., sub ipso anno.)
(3) Conde, P. 2.8, c. XI.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 3Í3
chos límites y destruida por completo mas allá del segundo. Sin embargo, no
era la situación desesperada para los invasores de la Península. Las incesantes é
intestinas luchas entre las varias razas mahometanas revelaban un vicio secreto en
la organización política y social de los conquistadores, al propio tiempo que gran
fuerza y extraordinarias pasiones. Su valor , la facilidad con que recurrían á las
armas para decidir sus menores contiendas , y en medio de esto y de tan los crí-
menes cuyo relato espanta , el eminente espíritu de justicia y mansedumbre que
distinguía á la mayor parte de los príncipes de la ley , habían mantenido entre
el pueblo cristiano de las grandes capitales el respete á los conquistadores. Nin-
gún hiScOriador del primer período de la conquista habla de sublevaciones de
cristianos por cuenta propia , y por el contrario , parecen haberse mezclado muy
íntimamente en los altercados de los partidos de sus dominadores. En ciertas comar-
cas en que las grandes ciudades eran pocas, y especialmente en los altos llanos de
Guadalajaray de Medina del Campo, á ambos lados del Guadarrama, habitaban la
campiña cristianos resignados, que, si bien podian ver con pesar el yugo musulmán,
no alimentaban aun idea alguna de sacudirlo. Por esto Abderrahman no olvidó
unirlos mas estrechamente al gobierno central y á su causa , y les concedió una
carta de protección y seguridad , según expresión de Conde , en la época en que
por su victoria contra Yussuf habia pasado á sus manos el poder absoluto. Esta
carta, otorgada á los patriarcas , monges, proceres y demás cristianos de España
y á los que los siguieran, fija el tributo mediante el cual el nuevo emir les conce-
de paz y seguro á diez mil onzas de oro , diez mil libras de plata , diez mil ca-
bezas de buenos caballos y otros tantos mulos con mil lorigas, mil espadas y otras
tañías lanzas cada año por espacio de cinco años (1),
Por aquel entonces murió en Sevilla un ilustre Sirio llamado Hayud ben
Molemis el Hadrami, y aunque este hecho no ofrece gran importancia histórica,
los historiadores árabes al mencionarlo nos dicen que Abderrahman honró su
memoria con algunos elegantes versos expresando que al faltar del mundo Ha-
yud ben Molemis habían desaparecido con él la bondad, la gracia, la hospi-
talidad y el valor. El pueblo que apreciaba estos delicados y sutiles pensa-
mientos era sin duda alguna un pueblo muy civilizado , y como rasgo de cos-
tumbres lo hemos referido aquí (2). Abderrahman tributaba públicos honores
á aquellos cuyo valor y talento tenia en mucho, y solia celebrar en verso las
altas cualidades de sus amigos. Conservaba memoria sobretodo de los fa-
vores y servicios recibidos , y se complacía en manifestar en público su agrade-
cimiento. Así, al morir en 778 el wali de Toledo Habib ben Abdelmelek , uno de
los Meruanes que mas habia hecho en favor del islamismo en España , quiso
acompañar su féretro junto con sus seis hijos , y como su hijo Hixem, sentado y
afligido, no se levantase para seguirle , le dijo: « No está bien, Abul Walid, de-
(<l) Id, 1, c. — Ha de advertirse, empero, que ciertas palabras que se observan en esta escritura
que trae el Grauadino, refiriéndose á El Raci, hacen concebir graves dudas acerca desu autenticidad,
ó cuando menos acerca de la fidelidad de la copia.
,2; En el año 142 cedió Hayud á Abderrahman su casa con cuanto habia en ella, y el emir la
aceptó para no ofender á su amigo con un desaire, añade el mismo texto , y ,esta es otra expresión
que prueba hasta que punto reinaban entre los Árabes los sentimientos generosos.
344 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a de j. c. jarse abatir así por el pesar ; levántate y acompaña conmigo los mortales restos
del mejor de tu raza. »
Si los Árabes musulmanes manifestaban ya en aquel tiempo tan excelentes
disposiciones para el cultivo de las letras y de las artes y para las costumbres
que distinguen á los pueblos civilizados, una causa permanente de división sub-
sistía empero entre ellos , y esta era la organización del pueblo por tribus. De
abí las perpetuas luchas cuya penosa historia hemos referido ; de ahí las que nos
fallan referir todavía.
En efecto, la sublevación de los Fehri no será la última crisis del reinado de
Abderrahman , y si este, como el primero de los Abassidas , no ordenó á sangre
fria ei suplicio de toda una tribu y no mereció el triste renombre de Asefah , su
elevación y el establecimiento de la unidad política en Córdoba no dejaron de ser
causa del derramamiento de sangre.
Transcurridos dos años desde la última sublevación de los Fehri, disponíase
Abderrahman para visitar la España oriental , cuando tuvo aviso de haberse le-
vantado contra su wazir una tribu de Toledo , acaudillada por Hixem ben Adra
el Fehri pariente de Yussuf. Los insurrectos habían ocupado el alcázar, expul-
sado al wazir y libertado á Cassim ben Yussuf; y era tanta todavía la influencia
de los parientes del emir depuesto, que lograron reunir desde el primer momento
diez mil hombres bajo sus banderas. Abderrahman marchó contra ellos en per-
sona y los obligó á encerrarse en Toledo, cuya plaza bloqueó estrechamente. El
sitio se hacia largo y amenazaba durar mucho , así es que las tribus de Toledo
que no eran Fehritas empezaban á murmurar contra aquellos que habían puesto
ala ciudad en tan grave compromiso. Por su parte el emir, á quien ame-
nazaban en otro punto peligros de mayor importancia, ofreció á Hixem el olvido
de su desacato y perfidia con tal que le entregase sin dilación la plaza , que
763- pusiese en su poder á su hijo en garantía, y que Cassim volviese á la cárcel
(marzo ó abril de 763— á fines del año 145 de la hegira).
El hagib Teman ben Alkamah habia abogado no sin motivo por la conclu-
sión del tratado. Sabia que un enemigo mas peligroso que cuantos habia ven-
cido hasta entonces marchaba contra su señor y que este tendría necesidad de
todas sus fuerzas para resistir á tan decisiva prueba. En efecto, desde la nueva
ciudad á donde habia trasladado la sede del califato oriental (1) , el sucesor de
Asefah, ElMansur, habia visto con despecho en poder de un Ommíada la hermo-
sa tierra de España y habia dado orden á su wali de Cairvan para que recobrara
con las armas en la mano aquella posesión del legítimo califa. Mas que una guer-
ra política suscitaba al emir de Andalucía una guerra religiosa, y desde la casa
del islamismo , así era llamada Bagdad , declaraba cismático é impío al emir
usurpador , y prometía á quien le diere muerte las mayores recompensas en esta
vida y en la otra. El wali de Cairvan Alí ben Mogueith verificó su desembarco
en las costas de Andalucía con una buena hueste de gente dea pié y de á caballo
durante el mismo mes en que acababa de ser vencida la facción de Toledo, y luego
que en esta ciudad se supo su llegada con un ejército cuyo número y fuerza se
exageraban, como de costumbre, llixem se arrepintió de haber capitulado. Llamó
Bagdad fué fundada por El Mansur.
CAP. VI.— ESPAÑA ÁRABE. 345
á sus partidarios á las armas , invadieron de nuevo el alcázar, dieron muerte á
cuantos le defendian y entre ellos al wazir de la ciudad Said ben Almesib , se
apoderaron de las puertas y fortalezas de la ciudad, y proclamaron á El Mansur
califa supremo de Oriente y Occidente. Hasta entonces los enemigos interiores
de Abderrahman habían carecido de tan poderoso apoyo, y en vano Bedre corrió
á Toledo al frente de las gentes de Calatrava, Talavera , Ucles y Webcle ; la ciu-
dad se resistió , y el caudillo de Abderrahman llegó harto tarde para impedir la
marcha de Hixem que iba á avistarse con el lugarteniente del califa (1).
Este en tanto corría la tierra hasta Beja y Jabora, exhortando ár los pueblos
á tomar las armas contra El Daghel , el aventurero advenedizo , resto miserable
de una familia proscrita y excomulgada en todos los almimbares ó pulpitos de las
aljamas de Oriente. Mucha gente tímida y supersticiosa se persuadió de estas
proclamas y siguió las banderas del wali de Cairvan , que, para seducir á los ig-
norantes y gente menuda y baldía de los pueblos, llevaba delante de sí una ban-
dera que decia haber recibido de manos del califa. No faltó gente vana é incons-
tante , amiga de novedades , dicen ios cronistas árabes-españoles , que se dejó
llevar de la corriente y délas vanas promesas de Alí ben Mogueith, de suerteque
con sus Africanos y esta chusma allegadiza Gomponia en apariencia una respe-
table hueste.
Abderrahman marchó contra él , y le avistó en territorio de Badajoz. Varios
dias escaramuzaron ambos ejércitos con resultados distintos hasta que por fin se
empeñó una batalla general. Las tropas abassidas no pudieron sostener el impe-
tuoso choque de la caballería de Abderrahman (2) ; el estandarte del califa cayó
en manos del vencedor , y Alí pereció peleando á la cabeza de los suyos. Los que
pudieron salvarse de las espadas andaluzas tomaron la fuga en distintas direc-
ciones y los mas hacia la costa para volver á África. Así se libró Abderrahman
de un solo golpe del mayor peligro que le habia amenazado ; en efecto, á repor-
tar los Africanos la victoria, su poder desaparecia y España se convertía otra vez
en provincia dependiente y tributaria de los califas de Bagdad.
Abderrahman mandó corlar la cabeza, los pies y las manos al general abas-
sida , y por medio de un secreto emisario hízolos clavar en la plaza pública de
Cairvan con esta inscripción: Así castiga Abderrahman ben Mooviah ben Omeya
á los temerarios como Alí ben Mogueith, wali de Cairvan. —Otros dicen queman-
do llevar la cabeza de Mogueith al Cairo ó á la Meca á la misma presencia del
califa , quien exclamó al verla : « Este hombre es el mismo diablo. Loado sea
Dios que ha puesto el mar entre él y yo.»
La derrota de Alí no terminó sin embargo la lucha , é Hixem ben Adra sos-
tuvo por algún tiempo aun el partido de los Fehries y Abassidas. No pudo pene-
(4) Hixem ofreció á Alí, en nombre de su tribu, la verdadera capital de España, la Real ciudad
de Toledo, donde habia sido ya proclamado.
(2) En la obra de Conde se describe así esta batalla : «A la hora del alba se avistaron ambas
huestes , y principió la batalla por parte de los Africanos, que fué muy sangrienta hasta la mitad
del dia; á la tarde cargaron los Andaluces con tanta pujanza y ardimiento, que los pusieron en de-
sorden. La gente de á pié y allegadiza que habia en la hueste de los de África huyó al campamento
y principió á robarlo , y los Africanos que lo guardaban á pelear contia ellos; de suerte que en am-
bas contiendas quedaron desbaratados. Quedaron muertos en el campo de batalla siete mil Africa-
nos y entre ellos el wali de Cairvan Alí ben Mogueith, su caudillo.»
TOMO ii. 44
Sí 6 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA
e i. c. trar en Toledo que Bedre bloqueaba con extremado rigor, pero logró apoderarse
de Sidonia , llegando su audacia hasta el punto de sorprender á Sevilla con un
puñado de hombres. Las tropas ommíadas dirigiéronse á dicho punto al saber
estos sucesos , é Hixem, sin intentar defenderlo, después de saquear el arsenal
y el castillo, corrió á encerrarse á Sidonia, donde se hallaban los enemigos todos
del Ommíada. Ábdelmelek ben Ornar puso cerco á la plaza y en breve no quedó á
los sitiados mas recurso que capitular ó abrirse paso á través del campo enemi-
go. Adoptado este partido , salieron durante una noche muy oscura por dos puer-
tas diferentes , y muchos pudieron llegar sin tropiezo á las serranías de Ronda.
Sin embargo, Hixem ben Adra no fué de este número; viejo ya, cayó en poder del
terrible Ábdelmelek ben Ornar, quien, recelando que todavía la bondad del emir
le dejase la vida , dicen los historiadores musulmanes , mandó darle muerte sin
765. pérdida de momento(148 — 763). Los rebeldes que pudieron hallar un asilo en las
montañas de Ronda ganaron casi todos las costas y pasaron á África, para acoger-
se á la protección de los walies de El Mansur.
En medio de estas agitaciones continuas, de estos frecuentes combates en
que sosluvo siempre el honor de su causa , El Daghel halló tiempo para engran-
decer y hermosear las ciudades de la Península , para proteger y alentar la agri-
cultura y las artes. La antigua ciudad fenicia de Kartuba (1), convertida en resi-
dencia de un poder rival al de los califas de Oriente , tomó entonces el aspecto
de una magnífica capital.- Elegantes mezquitas , muchas casas cuadradas , déla
arquitectura particular á los Árabes , de la cual son inventores , ensanchaban su
recinto y daban á la ciudad una fisonomía nueva. A ella acudían de todos los
puntos de España y aun de Oriente , de Egiplo y de Siria los doctores , letrados
y poetas. Del desastre de su familia en Siria , Abderrahman habia salvado un
ejemplar del Coran, escrito todo él por mano de Otman , compañero y tercer su-
cesor del profeta, y habíalo regalado á la mezquita principal de Córdoba, desti-
nada á ser la ciudad santa de los musulmanes de Occidente (2). Era tan vivo el
recuerdo que de su patria conservaba , que mandó en Córdoba disponerlo todo
en lo posible á imagen de las grandes ciudades de Oriente , y sobre todo á ima-
gen de Damasco, su ciudad nativa. Por aquel tiempo mandó establecer su Zekath,
(casa de Moneda), disponiendo que se acuñaran semejantes en un todo á las que
fabricaran en Siria los califas sus mayores , sin mas diferencia que la indicación
del lugar y del año. En una parte se leia : «No hay mas Dios que Dios, único y
sin compañero,» y la leyenda decia: «En nombre de Dios , este diñar ó este
dirahma ha sido acuñado en Ándalos, en tal año.» En la oíra parte de-
cia : «Dios es único , Dios es eterno , no es hijo , ni padre, ni tiene semejante.»
La leyenda era: «Mahoma, enviado de Alá, quien le envió con la dirección y la
(4) Las alteraciones de este nombre han sido casi insensibles: los Griegos han hecho de él
Bc.pl)ú0n;< los Romanos Corduba, los Godos Corduba, Corduva y á veces Córdoba; los Árabes Cor-
\hobah, y nosotros por fin, Córdoba.
(2 Este Coran cayó después en poder de los Almohades cuando conquistaron á España.
Mandáronle cubrir do planchas de oro tachonadas de diamantes , y cuando marchaban á la guerra,
un camello ricamente enjaezado llevaba delante de ellos el libro que creían santo , encerrado en una
caja cubierta con un paño de oro. De vicisitudes en vicisitudes, el precioso Coran ha pasado á ma-
nos de los Turcos , y forma parte en el dia del tesoro de los sultanes.
GAP. VI.— ESPAÑA ÁRABE. 347
ley verdaderas, á fin de que triunfasen de toda ley, á pesar de los infieles.» Ab- A de J- c-
derrahman reunía, pues, en su persona, escepto el título de califa que no llegó á
tomar, las prerogativas todas del califato , las mismas que habían ejercido los
califas de Damasco sus antepasados , y que ejercían entonces los califas de Bag-
dad sus antagonisias , y es un error histórico muy concebible y natural , dice
Romey , que se haya hecho datar de su elevación el califato de Occidente , rival
del de los Abassidas , pues si la cosa no existió de nombre , existió sí de hecho
y en realidad. El primer Ommíada fundó en Córdoba y transmitió á sus sucesores
un poder del todo igual al de sus mas ilustres contemporáneos de Bagdad , los
califas El Mamun y Ilaraun el Reschid (1) ; pero escrito estaba que había de
fundarlo y sostenerlo á costa de fatigas sin cuento y de luchas incesantes.
Pocos meses después de la derrota de Alí y de la dispersión de ios caudillos
africanos que defendían el partido de los Abassidas , un joven de gran nombre
y de muy ponderado esfuerzo , Abdel Gafir, wali de Meknasah (Mequinez), que
se jactaba de descender de Alí y de Fátima, hija única del Profeta, presentóse en
Andalucía para continuar la lucha contra el Ommíada, llamado, según algunos,
por los restos de la rebelión pasada, que no habían abandonado todavía las frago-
sidades y riscos de las sierras de Ronda y la Alpujarra.
La cuestión tomó entonces el aspecto de una contienda religiosa, cuyas cau-
sas databan nada menos que de las primeras divisiones de los musulmanes acer-
ca del califato. Con Abdel Gafir pasaron á España varios cuerpos de ginetes
berberiscos, pues si Abderrahman tenia por él las tribus africanas que habitaban
el occidente del centro (el Magreb el Aussath) , el partido de los califas descen-
dientes de Abbas contaba con muchos parciales entre aquellas que, como la de
Mequinez, ocupaban el postrer occidente (El Magreb el Aksah). Abdel Gafir llegó
á España precedido de gran fama de virtud y magnificencia , dispuesto á recom-
pensar generosamente, decían sus partidarios, á los buenos y leales musulmanes
que tomasen las armas contra el Daghel, el intruso usurpador del emirato de Es-
paña. En vano Abderrahman quiso activar la guerra contra los fieros Alpujarre-
fíos, en vano puso á pregón las cabezas de los caudillos rebeldes, y en vano en-
vió naves de guerra que protegiesen las costas de Málaga y Almería; el wali de
Mequinez no por eso dejó de desembarcar junto á Almufíecar, y tremolando el
negro pendón de los Abassidas, al que unió el verde de los Fatimitas, que era el
suyo propio, se estableció con sus compañías de aventureros y bandidos, según
expresan los historiadores ommíadas, en las sierras de Antequera y de Ronda
(149—766). Sakfan Hafiia, y Abdallah ben Harasáh, que habían tomado parte 766.
en el último movimiento reprimido por la toma de Sidonia, reaparecieron á la
cabeza de sus partidarios, é hicieron causa común con el emir recien llegado.
A pesar de cuanto se habia dicho de su poderío, Abdel Gafir no era mas que
un valeroso jefe de partido , y la debilidad de los medios empleados no corres-
pondía en todo caso á la grandeza de sus proyectos. Limitó, pues, sus primeras
(i ) Propiamente hablando , el poder soberano no era entre los musulmanes hereditario ni elec-
tivo: adquiríase por el triunfo de las armas y la posesión efectiva de la soberanía, pero con frecuen-
cia verificábase la transmisión en una misma familia por una especie de consentimiento público.
No habia acerca de esto derecho escrito ni principios absolutos , y se fundaba todo en una conven-
ción tácita.
348 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
hazañas á algunas correrías por las inmediaciones del lugar que le servia de asi-
lo, y como por espacio de varios meses no hizo mas que guerrear así por los
alrededores de las montañas de Ronda, sin atreverse en cierto modo á perderlas
de vista, dejarémosle allí por un momento para decir algo del sitio de Toledo,
que se prolongaba hacia tres años.
En efecto, empezado en 763, este sitio duraba aun en la época en que esta-
mos, en 766. Los partidarios de Hixem ben Adra, ó por mejor decir, los enemigos
de Abderrahman, pues Hixem había muerto, continuaban impidiendo á las tropas
ommíadas la entrada en la real ciudad de los Godos, y el sitio se habia conver-
tido en bloqueo. Los sitiadores, según costumbre muy común entonces, habían
levantado una especie de ciudad provisional delante de la plaza sitiada, y desde
allí se limitaban á molestar de cuando en cuando á los centinelas de las puertas
y á apoderarse de los convoyes de víveres, que por lo comun llegaban á su desti-
no sin grandes dificultades. La ciudad era, por otra parte, muy fuerte y populosa,
pero caracterizábala particularmente la co-exis!encia dentro de sus muros de una
numerosa población de musulmanes y muzárabes (1), viviendo sin lucha reli-
giosa, y haciendo muchas veces causa comun políticamente hablando.
Así sucedía en esta circunstancia, y cristianos y musulmanes se negaban á
reconocer la autoridad del emir cordobés. No desplegaban, á decir verdad, gran
ardor las tropas sitiadoras , y mas bien que cerco parecía ser aquello una tregua
ó convenio tácito entre los de la ciudad y los del campamento de guardar cada
cual sus posiciones sin hostilizarse. No se daban combates ni se guardaban las
salidas por parte de los cercadores, no se impedían las entradas de provisiones en
barcas por el rio , y los habitantes de los pueblos comarcanos cultivaban sus
campos y conducían á la ciudad sus frutos casi sin ningún obstáculo (2).
Así se hallaban las cosas, cuando Teman ben Alkamah recibió el encargo
de reducir á Toledo y de llevar adelante las operaciones del sitio. Á su presen-
cia todo cambió de aspecto: diéronse asaltos, intentáronse escaladas por la parte
mas baja del muro, tanto que los sitiados, poseídos de temor al ver tanta acti-
vidad, resolvieron tratar de la rendición. Hicieron que Cassim ben Yussuf se
salvara á nado por la parte superior del rio, y luego abrieron sus puertas implo-
rando la clemencia del general cordobés (149—766).
Los Árabes fijan en este mismo año una doble excursión de los musulmanes
alas montañas de Galicia y Vasconia. Según su relato, ambas fueron victorio-
sas (3). Abderrahman, dicen, envió este año los caudillos de frontera Nadkar y
(1) Muzárabes, luchos convertidos en Árabes. — Esta dominación no llevaba consigo la abjura-
ción del cristianismo ni especie alguna de apostasía. Los primeros tratados que aseguraban á los
cristianos el libre ejercicio de su culto en aquellas iglesias cuya conservación se habia estipulado,
regían todavía en las ciudades sometidas á los musulmanes. Toledo tenia entonces su obispo, prela-
do distinguido por su sabiduría, del cual tendremos ocasión de hablar mas adelante con motivo de
la famosa heregía de Félix de Urgol. Muchas ciudades, y entre otras Mérida , Segovia Sigiienza etc. ,
conservaron en tiempo de los Árabes la serie no interrumpida de sus obispos. Véase á Floree, Esp.
Sagr., t. VIII, p. 81, 127 y 225; t. XIII, p. 247 y sig. etc.
(2) Conde, P. 2.a, c. XVII.
(3) Las crónicas cristianas no refieren en dicha época acontecimiento alguno de guerra: sin
embargo, una inscripción de la catedral de Oviedo, reconstruida en tiempo de Alfonso el Casto, dice
que aquella iglesia, fundada por Fruela, habia sido destruida por los infieles (gentilibus). Admitiendo
el hecho de esta destrucción, no puede fijarse en tiempo alguno a no ser en la época indicada; y en
A. de J. C.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 319
Zeid ben Aludhah á los montes de Galicia, que están al septentrión de España, y
á los montes Albaskenses; los generales musulmanes visitaron las tierras de
Galicia y persiguieron algunas reuniones y taifas de cristianos rebeldes que, con-
fiados en la aspereza de aquella tierra, negaban la obediencia al emir. Aquellos
infieles eran en su mayar parte fugitivos de las provincias de España. El histo-
riador no precisa mas esta expedición , pero algunas palabras que añade á su
relato no dejan duda ninguna acerca del carácter de aquellas algaradas sarrace-
nas. Los dos generales , continua, volvieron á Córdoba con muchas riquezas, ga-
nados y cautivos, y referían de aquellos pueblos de Galicia que eran cristianos
y de los mas bravos de Afranc (1), pero que vivían como fieras, sin lavar nunca
sus cuerpos ni vestidos, que no se los mudaban y llevaban puestos hasta que se
les caían en andrajos, y que entraban unos en las casas de otros sin pedir licen-
cia (2). Desde la llegada de Abderrahman á España, es esta la primera vez que
se hace mención en las historias árabes de una guerra contra los cristianos del
norte de la Península. El resultado de ella debió de ser seguramente volver á la
dominación del emirato de Córdoba algunas de ¡as ciudades tomadas ó despobla-
das por Alfonso el Católico en el tiempo que medió entre los años 734 y 756.
Entre tanto Abdel Gafir inquietaba desde sus montañas á los alcaides de Eci-
ja, de Baena, de Sevilla, de Carmona, de Arcos y de Sidonia, y su osadía creció á
medida que aquellos montes se convirtieron en punto de reunión de todos los
Españoles descontentos. Harto débiles, empero, en 766 para atreverse á dirigir sus
armas contra Córdoba, lanzáronse durante los últimos meses de dicho año á cor-
rer las costas de Almuñecar y Almería. Al saber sus correrías y violencias, el wali
de Elvira (3), Asad ben Abderrahman marchó contra ellos y los puso en fuga; pe-
ro, cubierto de heridas, habia debido retirarse á Elvira, donde espiró á principios
del año ISO de la hegira (marzo ó abril de 767). Asad ben Abderrahman era uno 767,
de los mas esforzados guerreros de su tiempo, y su muerte fué muy sentida por el
emir de Córdoba. A él se deben las primeras fortificaciones de Garnathah, la
ciudad de los Judíos, y el castillo que con el nombre de Alcazaba existe todavía
en Granada y forma parte de la ciudad.
Envalentonado por sus victorias , Abdel Gafir dirigió sus excursiones hacia
efecto, la reciente fundación de la iglesia de Oviedo (766), y la noticia de una reunión de cristianos
en aquel punto, quizás particularmente de cristianos refugiados, podían atraer hacia aquel lado la
atención de los Árabes, no siendo inverosímil suponer que penetrasen entonces hasta el pueblo ape-
nas formado de Ovetum, y que destruyesen la iglesia, á cuyo alrededor se habian elevado las pri-
meras casas de la futura capital de Asturias. Véase en el capítulo siguiente la historia de la funda-
ción de Oviedo en tiempo de Fruela.
(4) Daban los Árabes este nombre á los naturales de Asturias, de Galicia y de Vasconia, y lo
mismo á los pueblos galo-romanos que á los verdaderos Francos de la otra parte de los Pirineos.
(2) Conde, P. 2.a, c. XVIII.
(3) Elvira, del latin EUherís ó Illivbris. — Esta ciudad, célebre por el concilio que en ella se ce-
lebró en los primeros años del siglo iv, se halla tan arruinada que ni se sabe á punto fijo el lugar
donde existió. La opinión mas acreditada es que dicha ciudad estuvo situada un poco al norte de
Granada, en una colina que conserva todavía el nombre de Elvira, En la Alhambra de Granada se
halló una inscripción que dice así:
IMP. M. AURELIO.
PROBO. PÍO. FELICI. INVICTO.
AUG. NUM. MAGESTANTIQÜE.
DEVOTOS. ORDO. ILLIBER.
DEDICAT. P. P.
350 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c. los territorios de Arcos y Sidonia, y muchas veces llevó sus algaradas hasta los
campos de Sevilla, robando é incendiando las habitaciones aisladas. Cada vez
que se presentaba, el wali de Sevilla marchaba contra él con sus ginetes, pero el
Africano se retiraba en seguida á los montes inmediatos, donde la caballería del
wali nada podia contra sus arqueros , y desde allí volvía á empezar sus conti-
nuos amagos y nocturnos rebatos, contento con mantener á sus enemigos en con-
tinuas alarmas y con proveerse á expensas de los mismos de cuanto necesitaba.
Así hostigó por mucho tiempo á los pueblos andaluces , esperando siempre
768. los socorros que. de África le tenían prometidos. Por fin á principios del año 151
llegaron á las aguas de Tortosa diez buques cargados de soldados africanos, bajo
el mando de otro jefe abassida, Abdallah ben Habib el Seklebí. Sin embargo, de
aquel punto á las montañas de Ronda habia muy gran distancia , y el nuevo
lugarteniente del califa se habia engañado creyendo hallar apoyo y auxilio en las
poblaciones de la España oriental contra el Ommíada de Córdoba. La noticia de
este desembarque no dejó, empero, de causar cierta inquietud en Andalucía, y
Abderrahman marchó en persona al punto nuevamente amenazado, si bien antes
de llegar á Valencia recibió aviso del wali de Tortosa de haber dispersado ya
á los Africanos con gran pérdida, sin que hubiesen podido reembarcarse por
haber quemado ó dispersado sus buques las naves de guerra que habia en Tar-
ragona. En la escaramuza ó batalla que dio á los Africanos la caballería de la
misma ciudad, perecería sin duda el caudillo Abdallah ben Habib, en cuanto no
se hace oirá vez mención de él en ninguna de las crónicas musulmanas.
Gran pérdida era aquella sin duda para la causa de Abdel Gafir, pero no
tan grande como quería suponer el gobernador de Tortosa. Los vencidos se reti-
raron á los montes inmediatos, perseguidos inútilmente por ios caudillos de Ab-
derrahman, y lograron reunirse por diferentes caminos con ios rebeldes de Ronda
en cuyo auxilio habían venido. Holgóse Abderrahman con esta nueva, y aunque
ya su presencia no era necesaria, quiso pasar adelante y visitar las ciudades
que tan bien le habían servido en esta ocasión. Entró en Tortosa, Tarragona y
Rarcelona; llegó hasta Huesca y Zaragoza, y marchó por Toledo y Calaírava á Cór-
doba, donde el dia de su entrada, dice su biógrafo, fué un dia de gran fiesta.
La derrota de El Seklebi no habia producido sin embargo mas resultado
que dispersar sus tropas, y su ejército, antes desbandado que vencido, no tardó,
como hemos dicho, en reunirse con las bandas de Abdel Gafir en la serranía de
Ronda. La llegada de estos refuerzos despertó el valor del joven wali, y reunidas
todas sus tropas, se atrevió á bajar al llano y á probar fortuna por las tierras al
oeste de Antequera. Varias veces puso en fuga á las tropas de los alcaides de
Baena y Carmona, y Abdel Gafir , Uafila y Harasah recorrieron triunfantes toda
la Andalucía occidental. En Astapa encontraron y arrollaron á una parle de
la guarnición de Sevilla enviada contra ellos , y esta ventaja , muy celebrada pol-
los descontentos y amigos de novedades, acaloró los ánimos inquietos de algunos
sediciosos de Sevilla, entre ellos de un jeque llamado Hayun ben Salem, y todos
se pusieron de acuerdo para entregar la ciudad á los sublevados luego que se
presentaren. El peligro era inminente , y la guerra del Falimita lomaba por mo-
mentos un carácter mas y mas grave.
Refiérese de esta guerra un notable suceso. Era aun wali de Sevilla Ab-
CAP. VI.— ESPAÑA ÁRABE. 3ol
delmelek ben Ornar (Marsilio), á quien confiara Abderrahman aquel gobierno en
759, como uno de sus mas adictos parciales y mas esforzados guerreros. Al saber
la proximidad de Abdel Gafir, envió á la descubierta un destacamento al mando de
uno de sus hijos llamado Cassim, mancebo tímido é inexperto y no avezado á los
horrores de la guerra. Sorprendido por los campeadores contrarios , sin reflexión
volvió brida á su caballo y corrió á ampararse de su padre, quien, ciego de furor
al verle fugitivo, gritóle: «¡Muere, cobarde! tú no eres mi hijo, tú no eres un Me-
ruan! » y al mismo tiempo le arrojó su lanza y le traspasó con ella. Abdelmelek
reunió al momento sus tropas y las llevó al enemigo , empeñándose al momento
la batalla.
El historiador árabe deja adivinar los sentimientos que agitanan al infeliz
cuanto heroico caudillo; no trata de describirlos, pero nos pinta al triste padre
peleando con el deseo de encontrar la muerte en la batalla , quedando dueño del
campo llegada la noche, después de un combate bien sostenido por ambas partes
y disputado durante todo el dia. Las vencidas tropas de Abdel Gafir se dispersa-
ron en dirección á Sevilla , sin que el cansancio de la jornada permitie-
se á Abdelmelek salir en persecución suya. Los vencedores pasaron aque-
lla noche en el mismo campo de batalla , y los vencidos á poca distancia de
Sevilla, en cuyo recinto no se atrevieron á penetrar. Al despuntar la aurora del
siguiente dia agitáronse todos en la ciudad , y las calles de Sevilla presenciaron
sangrientas escenas : el jeque Hayun y sus parciales trataban de cumplir la
promesa que hicieran á Abdel Gafir, y habían trabado en las puertas un empeña-
do combate para apoderarse de ellas y facilitar el paso á su aliado. El wali de
Mequinez disponíase por su parte á prestarles auxilio, cuando le anunciaron de
pronto un nuevo ataque de Abdelmelek. Sorprendido en Aljarafe (hoy San
Juan de Alfarache), por fortuna para él á una hora muy avanzada del dia, Abdel
Gafir se mantuvo firme y trabóse entre ambos ejércitos, que apenas habían des-
cansado de las fatigas de la víspera, un sangriento combate que soio la noche in-
terrumpió. Abdelmelek cayó esta vez gravemente herido , y Abdel Gafir logró
aquella misma noche penetraren Sevilla, que entregó al saqueo. El palacio del
wali fue brutalmente devastado, robadas las casas de los opulentos vecinos y en-
trados asaco los almacenes de víveres y armas. ¡Infausta noche fué aquella! Cuan-
do la desenfrenada soldadesca se hallaba entregada á los horrores del mas atroz
vandalismo, vino á completar la confusión del sombrío cuadro la entrada de la ca-
ballería de Abdelmelek, que, capitaneada por sus lugartenientes , é irritada con la
derrota de la víspera, penetró por las calles de la horrorizada población á las pri-
meras luces del alba. El estrépito de los caballos , el sonido de los instrumentos
bélicos, los lamentos de los despojados vecinos, los gritos de los sorprendidos sa-
queadores, ios ayes de los moribundos y el crugir de las armas, todo formaba
un conjunto de lúgubres y espantosas escenas (1). Abdel Gafir con sus rebeldes
vióse obligado á evacuar la ciudad, y retiróse sin ser perseguido á Gástala (2),
donde Hayun contaba con numerosos parciales. Desde Ronda, el wali de Mequi-
nez habia penetrado hasta el corazón de Andalucía, y hallábase, aunque vencido,
(1) Lamente, Hist, gen. de Esp., P.. 2.a, 1. 1, c. IV.
(2) Ahora Cazalla. Es notable, dice Conde, la alteración de estos nombres, y así de Basta resul-
tó Baza, de Castulona, Cazlona, etc.
352 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
iej.c. al frente de un partido audaz y numeroso aun a] pié de Sierra Morena, y mas
cerca de Córdoba de lo que habia estado jamás.
Disgustado Abderrahman de ia duración de esta guerra que , sin ame-
nazarle gravemente en Córdoba , tomaba cada dia un carácter mas alarman-
te y fatigoso para los pueblos andaluces , resolvió encargarse en persona de
la dirección de las operaciones militares hasta dejarla completamente termi-
nada. Dirigió un llamamiento á los fieles , pues este era el modo como en
aquella época se faacian los reclutamientos , y tanto le habia irritado la au-
dacia del rebelde que acababa de saquear á Sevilla , que queria marchar contra
él sin pérdida de momento sin mas fuerza que los ginetes africanos de su guar-
dia. Teman ben Alkamah le disuadió de este proyecto y le redujo á esperar las
tropas que se habían pedido á Mérida. Llegaron estas al fin, y reunidos muchos
fieles, á quienes la presencia del enemigo en el territorio y tan cerca de Córdoba
773 habia conmovido y armado, partió el emir de su capital resuelto á no volver á
ella sin haber aniquilado las bandas de Abdel Gafir.
Sabedor este de las disposiciones que tomara contra él Abderrahman, com-
prendió haberse adelantado demasiado, y quiso retirarse hacia las montanas de
Ronda, su habitual asilo; pero desde Cazalla donde se encontraba hasta aquellos
montes, la retirada por entre poblaciones levantadas y armadas no dejaba de
ofrecer grandes peligros, y además estaba de por medio el Guadalquivir. Varios
caudillos creían ser lo mejor internarse por Sierra Morena , mas prevaleció la
opinión de Abdel Gafir y emprendieron el camino hacia el Guadalquivir, que va-
dearon por la parte de Lora, no lejos de su confluencia con el Jenil. Por mas que
Abderrahman dirigióse á toda prisa hacia aquel punto, no pudo llegar á tiempo
para disputarles el paso.
Yencicla esta primera dificultad, en poco estuvo que burlase el audaz aven-
turero la vigilancia y actividad de Abderrahman. Subia ya por el valle del Je-
nil que tan conocido le era , y podia lisonjearse de llegar fácilmente desde él á
aquellas breñas de Ronda que por tanto tiempo le sirvieran de seguro asilo ,
cuando al marchar con dirección á Ecija , vio llegar asustados á sus explorado-
res : del este y del oeste acudían á aquel punto las tropas ommíadas. Abdel Ga-
fir precipitó su marcha, pero de nada le sirvió, y en las cercanías de aquel pueblo,
á orillas del Jenil , fué atacado por las huestes de Sevilla y Córdoba , que llega-
ban en aquel momento de dos diferentes puntos , y que se reunieron atacando
simultáneamente al enemigo. Allí terminó la lucha sostenida con tanta obstina-
ción , pero sin grandes medios , á lo que parece , por el wali fatimita contra el
emir ommíada , y que si bien poco importante en su principio , no habia dejado
de durar siete años. Abdel Gafir fué muerto en su fuga por el nuevo wali de El-
vira , el Sirio Abdel Salem , que le cortó la cabeza con su propio alfange. Ha-
rasah, el jeque Hayun ben Salem y otros cincuenta caballeros africanos, ca-
si todos de la tribu de Mequinez, fueron muertos en la acción, y solo Hafila, ver-
dadero bandido , á quien volveremos á ver al servicio de todo aquel que quiera
hacer la guerra al emir cordobés, pudo llegar á sus inexpugnables riscos en Jas
fuentes del Guadiana. Las cabezas corladas álos cincuenta compañeros del wali de
Mequinez fueron enviadas como sangriento trofeo á Elvira, Almuñecar y Grana-
da; las de Abdel Gafir y Ilarasah á Córdoba , y la del jeque Uayun á Sevilla.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 333
La derrota y muerte de este tenaz competidor de Abderrahman sucedieron en el A- de J c
año 156 (773), y el emir vencedor consumó la destrucción de su partido publi-
cando un edicto de perdón para cuantos en un plazo dado depusieren las armas
y se acogieren á su obediencia.
Desde e) campo de batalla de Ecija , Abderrahman pasó á Sevilla para vi-
sitar y consolar , dicen sus biógrafos, al wali ábdelmelek ben Ornar, que estaba
enfermo de sus graves heridas y mas todavía en el ánimo por la muerte de su
hijo Cassim. El emir creyó conveniente alejarle de un país que le suscitaba tan
dolorosos recuerdos, y le nombró wali de Zaragoza y de toda la España orienlal,
á lo que parece , con poderes extraordinarios. Para la defensa de las cosías oc-
cidentales , sin cesar expuestas á las intentonas de los waiies abassidas del Ma-
greb, dispuso el emir por aquel entonces el aumento inmediato de la marina his-
pano-árabe, y con el título de emir del maro del agua (emir-al-ma), confió su
dirección á su hagib Teman ben Alkamah, á causa déla experiencia que en cosas
marítimas habia adquirido en sus diferentes gobiernos ele la costa orienta!. En
Tortosa, en Tarragona, en Barcelona, y hasta en el golfo de Rosas, Teman mandó
construir numerosos buques de la mayor dimensión que entonces se conocía, y se-
gún un modelo traído de Constantinopla, donde se hacían las mejores construccio-
nes navales de la época. Trabajábase también en Santa María de Oksonoba, dicen
las memorias árabes, en Sevilla, en Cartagena, y los puertos principales de España
inmediatos al África , como Almería , Aimuñecar , Algeciras , Cádiz , Huelva,
etc., se llenaron de bien construidas naves, obra de la actividad de Teman (1).
Así pues, el poder de los Ommíadas afirmábase mas y mas en el centro y
mediodía de España, y ya los hijos del emir tomaban parte en los negocios públi-
cos. Solimán, que era el mayor de ellos , tenia el gobierno de Toledo con Muza
ben íiodeira, entendido y profundo político , por wazir y consejero ; el segundo
Abdallah , era gobernador de Mérida , y tenia por wazir á Abdel Gafir ben lías-
san ben Melek. El tercero, el predilecto de su padre, el que Abderrahman desti-
naba para sucesor suyo , vivia y se educaba en su compañía, asistiendo á las
asambleas de los cadies de la aljama y al mexuar ó consejo de estado. Los his-
toriadores encarecen particularmente la brillante educación que el emir hacia dar
á sus hijos por los mejores maestros en toda clase de artes y ciencias , y las vir-
tuosas inclinaciones que se les inculcaban. Celebraban estos príncipes, dice Con-
de , los dias del nacimiento de su padre , y daban en ellos espléndidos festines
á los sabios y poetas que invitaban de todos los puntos de España ; premiaban
los mejores elogios que del emir se hacían , y ellos mismos componían versos y
discursos elegantes que leian en aquella especie de academias (2). Esta protec-
ción á las artes , en un pueblo que en tanto eslima las tenia , era un medio de
popularidad cuya eficacia no desconocía el emir , que tampoco olvidaba tener
por auxiliares en su obra de regeneración á los principales ministros religiosos,
de los cuales era él el jefe supremo ; y cuando en el año 138 (774) , murió en n\
Córdoba su amigo el cadí de los cadies , gran juez de las aljamas de España,
Moaviah ben Saiehi , nombró para tan importante destino á otro personaje no
(4) Conde, P. 2.a, c. XIX.
;2) Conde, P. 2.% c, XX.
TOMO II. 45
354 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
menos adicto á los intereses de su familia, Ilassan ben Bezar el Hudeili , varón
muy docto y virluoso , al decir de los manuscritos árabes del Escorial (i).
Aquel tiempo de respiro que al Ommíada daban sus enemigos habia de ser
como otros de que habia gozado , aunque no tan prolongados , precursor de nue-
vas ansiedades y de nuevos combates. La calma y la estabilidad solo se hallaban
para él en Córdoba, poblada por sus fieles Sirios y por familias mas ó menos deu-
das de iasuya ; fuera de su recinto , y mas en las provincias apartadas , escrito
estaba que Abderrahman habría de luchar hasta el fin de sus dias para defender
ó restablecer su autoridad en uno ó en otro punto del territorio español.
La tormenta estalló esta vez por la parle de los Pirineos. Las turbulencias
que , según los autores árabes, se suscitaron en 774 en la España oriental y en
Zaragoza, no eran mas que preludio de los graves acaecimientos de que iba á ser
teatro el país comprendido entre el Ebro y aquella cordillera. Un personage lla-
mado ílusein el Abdari, wali que habia sido, no se dice de donde, y que gozaba
en Zaragoza de gran popularidad, intentó aquel año hacer proclamar al califa de
Oriente. La manera como, según los mismos autores, hubo de proceder el nuevo
wali Abdelmelek ben Ornar para reprimir la sedición escitada por el Abdari,
manifiesta la escasa autoridad que tenia el emir de Córdoba sobre las tribus que
habitaban en Zaragoza. Cómo , con qué actos se manifestó esta sedición no lo
expresa la oscura historia de la época, mas parece que no llegó á despojar á Ab-
delmelek de su gobierno; mas que una rebelión efectiva , se limiiaria todo á
preparativos mas ó menos formidables , y lo cierto es que el wali ommíada no
abandonó la ciudad ; sin embargo , harto débil para mantenerse en ella con sus
solas fuerzas no apoyadas por la población, recurrió á los walies y alcaides de la
provincia, y avisó á los de Huesca y Tudela como mas inmediatos para que fue-
ran á auxiliarle con gente (le su confianza. Los walies pusiéronse secretamente
en camino y llegaron á Zaragoza sin que nadie lo sospechara ; Abdelmelek salió
entonces de su forzosa inacción , atacó á los jeques rebeldes ó prontos á rebelar-
se , apoderóse de su jefe , y con la implacable severidad que caracterizaba sus
acciones todas le mandó decapitar (2).
Después de la ejecución de ílusein, se cubre de nubes la historia particular
de la España oriental y especialmente de Zaragoza. Desde 774 en que los manus-
critos del Escorial nos dicen haberse aquella verificado , hasta 777 en que en las
crónicas francas hacen mención de un gobernador delamisma ciudad á quien lla-
man Ibnelarabi, nada absolutamente se sabe de lo que allí sucedió, cómo Abdel-
melek cesó de ser wali , á qué nuevos cargos fué llamado , ni por fin en quien
recayó el gobierno de la ciudad. Los acontecimientos sucesivos hasta 778 están
envueltos en las sombras del misterio , y puédese dudar de si después de la
marcha de los walies de Huesea y de Tudela una pronta reacción obligó á salir
de la ciudad al wali Abdelmelek y de si fué ó no mantenida la autoridad del emir
cordobés.
(1) Conde, P. 2.a, c XX,
(2) Ms. árab. de la Bibl. nac. n. 706.— Conde dice ( capítulo XX ) que fué el wazir y no el wali de
Zaragoza quien mandó decapitar á Husein , y hace dudar por lo mismo de si habla ó no de Abdel-
melek.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 355
Sea como fuere , es lo cierto que Abdelmelek pasó en breve á ejercer oirás a. de j.c.
funciones, en caso de que no descendiese al sepulcro , pues ignoramos por com-
pleto la fecha de su fallecimiento. No sabemos tampoco quien fué su sucesor in-
mediato , y solo algunos autores dicen sin hacer mención ninguna de Abdelme-
lek , que en 778 Abderrahman envió á Zaragoza un wali llamado Solimán ben 776.
Alarabi, que se habia distinguido á su servicio algunos meses antes en calidad
de wali de Barcelona contra el wali de Murcia, rebelde á su autoridad. Sabemos,
pues, que el wali de Zaragoza por Abderrahman era en 776 Solimán ben Alarabi,
el mismo sin duda á quien las crónicas de la época llaman Ibnelarabi. Sin em-
bargo, sea cual fuere el motivo por que se dio aquel cargo á Solimán ben Alara-
bi , ya fuese por su conducta contra el wali de Murcia ó por otra causa , es lo
cierto que fué una elección muy desacertada. Solimán , en su nuevo gobierno,
distó mucho de portarse como lo habia hecho en Barcelona , y wali de una ciu-
dad importante cuyas principales tribus rechazaban la dominación ommíada,
comprendió todas las ventajas de su posición entre ellas y concibió la esperan-
za de llegar á ser emir independiente del valle del Ebro como lo era Abderrah-
man del resto de la Península. Semejante inclinación á la independencia local era
en el fondo común tanto á los pueblos como á los caudillos musulmanes de la
época , y reprimida á duras penas bajo los reinados sucesivos, no cesó de mani-
festarse de un modo ó de otro , y verémosla reaparecer con mas ó menos tuerza
en todos los períodos de la dominación árabe.
Solimán ben Alarabi, cuya conducía no puede explicarse de otro modo, hu-
bo de comprender además que si bien le era fácil declararse independiente del
emir de Andalucía , este podia combatirle con fuerzas superiores a las suyas, y
no le dejaría impunemente dueño del valle del Ebro; consideró por lo mismo
que necesitaba el apoyo de un aliado poderoso que le ayudase en sus planes con-
tra el soberano de los Muslimes de España, y como era entonces muy grande la
fama de los reyes francos cailovingios, especialmente entre las poblaciones mu-
sulmanas del Ebro, Solimán creyó ser aquel el apoyo que le convenia y trató de
soliciíarle. Luego que hubo concebido sus proyectos de independencia, aun cuan-
do conservase todas los apariencias de un gobernador fiel al poder central , Za-
ragoza se convirtió en refugio de todos los descontentos , de iodos los hom-
bres que, abassidas ó fehries , odiaban ó desconocían la autoridad de Ab-
derrahman, y puédese creer que Cassim ben Yussuf, que desde su fuga de Tole-
do vivía oculto entre las tribus adictas al nombre de su padre , fué de aquellos
que se reunieron en Zaragoza para conspirar contra el Ommíada.
Acerca de la naturaleza y carácter de los preparativos y maquinaciones de
Solimán á principios del año 777 , estamos reducidos á meras conjeturas.
Sábese únicamente que durante los primeros meses de este año abandonó de
pronto su gobierno y pasó á las Galias con algunos de sus principales cómpli-
ces , sin que se nos diga á quien dejó en Zaragoza en calidad de wazir, en qué
pretextos fundó su repentina marcha á un país con el cual no estaban los
Árabes en relaciones amistosas , ni de qué modo fué recibida en Córdoba la noti-
cia de su partida.
Para comprender los hechos sucesivos, necesario es que al llegar aquí diri-
jamos una mirada á la Galia y expliquemos los sucesos que allí ocurrian. Pepi-
777.
336 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
no , coronado rey en 752 por la autoridad del Papa y la aclamación del pueblo,
después de haber gobernado solo quince años el reino de los Francos , habia
muerto en 18 de setiembre de 768 , cuando acababa de poner fin á la guer-
ra contra Waiffre y de establecer la dominación franca en todo el terri-
torio desde el Loire hasta las montañas de Vasconia. Pepino tenia dos hijos , Karl
y Karloman , «quienes por disposición de la Providencia divina, dice Eginhar-
do, heredaron el reino , pues los Francos reunidos en asamblea general los eli-
gieron á ambos por reyes, con la condición de que dividirían entre sí las provin-
cias , teniendo Carlos la parte de su padre Pepino y Karloman la que habia tenido
Karloman su lio. Los hijos de Pepino aceptaron esta condición , y tomaron cada
uno su parte del reino (1).»
Lo que mas nos importa saber en esta división es como fueron distribuidas
las provincias inmedialas á los Pirineos. Según Fredegario , la Aquitania se di-
vidió entre los dos hermanos (2), y pero historiadores hay que no mencionan se-
mejante división y otros que dicen expresamente haber correspondido toda la
Aquitania al primogénito, á aquel á quien llamamos Cario Magno. Por lo que
taca á la Septimania, entró sin duda aijuna en el lote de íiarloman , y hasia el
fallecimiento de este ocurrido en 771, nada sucedió en esta provincia que como
causa ó como efecto tenga relación ninguna con la historia que estamos escri-
biendo. No sucedió lo mismo en Aquitania.
Cario Magno habia debido guerrear desde un principio contra Hunaldo , el
anciano padre de Waiffre , que habia salido de su convento para vengar la
muei'te de su hijo (3), y condujo las hostilidades de ¡al modo que amenazó de cer-
ca por primera vez á los Árabes y cristianos españoles en su frontera oriental de
los Pirineos (769). Eginhardo explica es!a expedición en las breves palabras si-
guientes : «La primera guerra que emprendió , dice el secretario biógrafo , fué la
de Aquitania , y se lanzó á ella con tanto mayor ardor en cuanto habia sido em-
pezada por su padre Pepino , y creia poderla terminar en poco tiempo. A este
efecio pidió auxiiio á Karloman , y si bien este no se lo dio á pesar de haberlo pro-
metido , no dejó de emprender las hostilidades- con una actividad que las llevó
en breve á buen fin. Atacó tan vivamente á ílunaido, que desde la muerte de
Waiffre searrogabalasoberaníaéintenlabareanimar una guerra semi apagada, que
le obligó á retirarse á Vasconia. Noobstante, nopudiendo tolerar que residiese allí,
pasó el Garona, mandó levantar el castillo de Franciac, é intimó á Lupo, duque de
les Vascones, que sino le entregábala persona de Hunaldo le declararía la guerra.
Lupo tomó una resolución prudente , añade Eginhardo , y no solo entregó Hunal-
do á Carlos, sino que se sometió él también é hizo á este señor de suprovincia(á).»
Seguramente que para obrar así el duque de los Vascones aquilanos, para
entregar su anciano lio (5) á su común enemigo, era preciso que las iotimacio-
(1) Eginh., Vit. Karol. Magn.
(2) Aquilaniam ínter eos divisit.
(3) Hunaldus , regnum aíl'ectans , provincialium ánimos ad nova molienda concitavit. (Eginh
Annal )
(4 Eginh., vit. Karol. Magn.
(8) Lupo, duque de los Vascones, era hijo de Hatton, hijo de Eudo de Aquitania como Hunal-
do , y por consiguiente sobrino de este y primo del duque Wailfre, asesinado por orden de Pepino.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 357
nes del rey franco , y sobre todo las fuerzas de que disponía no le dejasen
abierto olro camino. Satisfecho por aquel acto de sumisión de parte de Lupo ,
Cario Magno no exigió mas , y volvió á sus estados del norte con su prisionero.
Poco después de esta expedición á Aquiiania, que ocupó todo el primer año
de su reinado, estalló una grave contienda entre Garlos y Karloman ; ambos her-
manos estaban próximos allegará vias de hecho, cuando la muerte del segundo,
acaecida en 711, hizo de pronto dueño á Carlos de toda la herencia de Pepino
hasta los Pirineos.
Unos ocho años transcurrieron así, sin que, de un modo particular á lo me-
nos, tuviera que ocuparse en asuntos de la Galia meridional. La Aquitania sufría
sin mucha repugnancia, ósin tratar por lómenos de sacudirlo, el yugo del vencedor,
y desde la toma de Narbona, la Septimania sehabia abandonado sin esfuerzo nin-
guno á su nueva situación. Godos y Romanos habían acabado por someterse de
buen grado á hombres que profesaban con ellos una misma fe religiosa , y la po-
lítica y las fuerzas todas de Cario Magno estuvieron durante estos ocho años
ocupadas en el norte en cierto modo periódicamente conlra los Sajones , y en el
sur contra los Lombardos: en este intervalo de tiempo, ni una sola vez tuvo oca-
sión para aparecer personalmente en Aquitania.
No seguiremos á Cario Magno en sus guerras mas allá de los Alpes y del
Rhin, donde oponía un dique á las últimas oleadas ele las invasiones germanas, y
pasaremos á explicar el suceso ó por mejor decir el incidente que le puso en re-
lación directa con la península española.
Corrían los primeros meses del año 777 , y los Sajones, eternos enemigos
del rey franco, se habían de nuevo sublevado ; Carlos marchó contra ellos , los
venció , y después de exigirles todas las señales y demostraciones de sumisión y
obediencia usadas en aquella época , emplazólos para que comparecieran ante él
en Paderborn, á una de aquellas asambleas nacionales, semi religiosas y semi mi-
litares, que se llamaban Campos de Mayo.
Hallábase pues el rey germano presidiendo esta célebre dieta en el fondo de
la Germania , cuando se presentaron algunos extranjeros cuyo traje y ar-
mas , si bien conocidos por algunos de los viejos leudos de Carlos Mar-
tel y de Pepino que habían guerreado en Seplimania , hubieron de ser objeto de
curiosidad y sorpresa para el mayor número de los asistentes. Eran los compa-
ñeros de aquel wali de Zaragoza á quien hemos visto conspirar contra Abderrah-
man, é iban á solicitar la alianza y el auxilio del rey franco contra el Ommíada
de Córdoba. Dice una crónica franca que en compañía de Ibnelarabi se hallaba
un hijo de Yussuf á quien no nombra (1), pero no cabe duda ninguna en que este
hijo de Yussuf era Cassim.
Curioso por demás seria averiguar lo que Solimán ben Alarabi prometió posi-
tivameníeá Cario Magno, en qué hizo consistir la alianza que solicitaba, y en qué
las ventajas que de ella podía reportar el monarca germano; por desgracia no po-
demos formar sobre todo esto sino meras conjeturas , y únicamente sabemos que
(i) Nam antea adhuc in Saxonia positii receperat legationem Sarracenorum in qua fui t Ib-
nelarabi et filius de Jusefi, qui latine dicitur Joseph. (Adonis, Chr., ad ann. 778, Script. Rer. Fran-
cic.,tomoV, p. 319.)
358 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de J c aquellas proposiciones agraciaron al rey, que favorecían hasta cierto puntólos pla-
nes ele su política genera!, que no las desechó, y que se preparó desde aquel mo-
mento para una expedición á España. Si manifestó á íbnelarabi y á sus compañe-
ros sus proyectos ulteriores , si exigió de ellos rehenes como prenda de su
fé , si por fin Solimán volvió en seguida á Zaragoza ó permaneció algún tiempo
en la Galia franca ó en Aquüania , cosas son estas que en parte ninguna se indi-
can, y sobre las que las conjeturas, por fundadas que puedan ser, no bastan á lle-
nar los vacíos que aquí se observan en loscronisias de ambas naciones.
Es indudable, pues, que la visita de íbnelarabi y de sus compañeros á Pa-
derborn fué la causa ocasional á lo menos de los acaecimientos posteriores.
Eginhardo dice expresamente que los ofrecimienios y promesas de Solimán deter-
minaron á Cario Magno á esta expedición, que no atribuye al deseo de socorrer á
los cristianos, como hacen los autores de la Vida de san Genulfo y de los Anales
de Metz (1), sino á la esperanza de incorporar á sus estados algunas ciudades de
España (2). La perspectiva de conquista que estos ofrecimientos y promesas le
abrian por el lado de la Península, hubo en efecto de seducirle vivamente; pero
permitido es creer que el proyecto de asegurar y ensanchar su f ron 'era de los
Pirineos no le acudió de pronto y repentinamente , sino que entraba hacia ya
tiempo en sus designios de conquistador, no habiendo hecho mas las proposicio-
nes de Solimán que apresurar la ejecución de su pensamiento. Por el afán y
prontitud con que secundó las miras de los conjurados sarracenos y realizó los
preparativos todos de la expedición , parece evidente que habia pensado en ella
antes de entonces como en una empresa buena y útil para afianzar cuando me-
nos la dominación franca en las provincias meridionales de la Galia.
778 Pero sea de esto lo que fuere, es lo cierto que en la primavera del S'guiente
año , después de asegurar las fronteras del imperio por la parte de Sajonia , en-
caminóse hacia España con gran aparato de guerra y con el mayor número de
soldados que pudo reunir (3). Acompañábale su esposa Hiidegarda, y aun cuan-
do hubiese el futuro emperador de Occidente de hallarse poseído de graves preo-
cupaciones políticas, la historia, que sabe el carácter yel religioso entusiasmo de
Carlos , no puede desconocer la posibilidad de que fuese otro de los móviles de
su gran empresa el deseo de sustraer á la Península del yugo mahometano.
Carlos pasó el Loire, en Orleans, cruzó la Aquitania y se detuvo en un an-
tiguo palacio de los duques del país , en Cassineuil , en la confluencia del Lot y
del Garona. Allí celebró las fiestas de Pascua (4), y allí dejó á su esposa, áquien
su preñez no permitía pasar adelante (5). Dividió su ejército en dos cuerpos, y
disponiendo que se dirigiera el uno á Narbona y franqueara los desfiladeros del
Pirineo oriental, púsose él al frente del segundo, mas numeroso sinduda, y diri-
gióse hacia los Bajos Pirineos.
Es indudable que Carlos llevaba un objeto político al tomar aquel camino. El
(!) Vita S. Genulfi. — Annal. Metens. ad ann. 778.
(2) Tune rcx persuasione prsedieti Sarraconi spetn capiendarum quarumdam inHispania civi-
tatum haud frustra concipiens (Eginh. Annal.)
(3) Híspaniam quam máximo poterat belli apparatu aggreditur. (Eginh. Vit. Karol. Magn.)
(4) Annal. Tilian. el Metens.
(üj Anón. Astron. Vit. Hlud. Pii.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. S.'^O
conquistador germano queria mostrarse á los Yascones y á los Aquitanos meri-
dionales recién subyugados , á la cabeza de un numeroso y aguerrido ejército y
con toda la pompa de la majestad. Así atravesó la Yasconia gala, recogiendo los
fingidos homenages de los jefes del país , y entre oíros del duque Lupo II, pri-
mo de aquei que hemos visto reconocerle por señor en 769, y en tro en España por
San Juan de Pié de Puerto y los estrechos pasos de Ibañeta , sin que historiador
alguno nos diga que sufriera en su marcha tropiezo ni hostilidad.
Pasados los Pirineos , el rey franco se dirigió á Pamplona , cuya ciudad, á
lo que parece, no le opuso resistencia. En seguida bajó por las márgenes del fcbro,
talando y devastando los campos , dicen las historias árabes , y llegó por fin á
tierra de Zaragoza.
Aquí nos encontramos con uno de los puntos mas oscuros de la presente
historia. ¿ Se apoderó Cario Magno de Zaragoza ? ¿ Cumplieron sus promesas los
Árabes que le habían ofrecido darle sin estorbo posesión de la ciudad? ¿Se ar-
repintió Solimán ben Alarabi de su conducta pasada, al considerar el modo terri-
ble como Carlos le protegía? De todos modos y fuesen cuales fueren los senti-
mientos personales del wali , no cabe duda que al llegar Carlos delante de Zara-
goza encontró las puertas cerradas y álos habitantes en actitud de defensa. ¿Qué
había sucedido en el interior de la ciudad ? ¿ De quién eran obra aquellas dispo-
siciones? ¿ De Solimán ó de los habitantes? No lo expresan los monumentos
contemporáneos , pero es seguro sí que de su propia voluntad y con ó sin las ór-
denes de su gobernador , los Árabes de Zaragoza se habían preparado para resis-
tirse del mejor modo posible , sin asustarse en lo mas mínimo al saber que el
gran rey Karilah, así llamaban á Cario Magno, marchaba contra ellos.
Las crónicas francas distan mucho de manifestarse explícitas acerca de lo
que hizo Cario Magno delante de Zaragoza : una parece insinuar que la ciudad
se rescató á precio de oro (1); otra se limita á decir que después de conquistada
Pamplona , Cario Magno se dirigió á Zaragoza (2), y el mismo Eginhardo habla
de este suceso en términos muy confusos y oscuros. Dice que Pamplona abrió sus
puertas por capitulación , pero en cuanto á Zaragoza, solo expresa que su héroe
se acercó á sus muros como si hubiese sido este únicamente el objeto de su ex-
pedición (3).
Los historiadores árabes dicen que al tener noticia de esta invasión de los
cristianos de Afranc, levantáronse las poblaciones del valle del Ebro y que, po-
niéndose á su cabeza los walies de Huesca , de Lérida y de otras fronteras, mar-
charon contra ellos y los obligaron á repasar los montes, dejando la presa y des-
pojos por la vuelta (4).
Por mas singular que parezca que Cario Magno con un ejército numeroso y
próximo á ser reforzado por el cuerpo de su ejército que habia entrado en España
(4 ) Dehinc venit ad Ccesaraugustanam urbem obsidione ¡taque cincta Caesaraugustana ci-
vitate, territi Sarraceni obsides dederunt, cuín inmenso pondere auri. { Annal. Metens., ad ann. 778,)
(2) Et inde perrexit ad Cpesaraugustam. (Annal. Ardan., ad ann. 778.)
(3 Inde... Ctesaraugustam prsecipuam illarum partium civitatem accessit. ^Eginh. Annal., ad
ann. 778.
(4) Dejar la presa por la vuelta es, según Conde, un proverbio árabe que usaban en especial
los Andaluces cuando en sus algaras ó excursiones , por librarse de los que los perseguían , abando-
naban las presas que babian hecho,
360 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
por los Pirineos orientales , al cual habia señalado Zaragoza corno punto de reu-
nión, retrocediese así delante de las huestes de los walies de Huesca, de Lérida y
de otras plazas fronterizas fieles á Abderrahman , consta de un modo indudable
que los Francos no hicieron frente á los ataques de las poblaciones levantadas
contra ellos. Amenazado en un país que no conocía, y sin una plaza importante en
que poder apoyarse, Garlo Magno consideraría frustrada la empresa por aquella
vez, ydespues de asolar el país cuanto le fué posible, de recoger cuaniioso botin y
de hacer muchos prisioneros, tomó el partido de volver á la Galia sin comprome-
ter su ejército en una lucha aventurada. Dicen algunos que sus fuerzas eran ne-
cesarias en otra parte ; que Witikind alborotaba la Sajonia , pronta á sublevarse
otra vez , y que el Franco consideró prudente acercarse á la frontera oriental del
imperio, amenazada por sus mas obstinados enemigos.
Garlos abandonó, pues, los campos de Zaragoza , y siguió las márgenes del
Ebro para volverá la Galia por los mismos puntos por donde habia entrado en
España. Llegado á Pamplona, donde habia dejado probablemente algunas tropas
francas , hizo desmantelar sus muros, sin respeto á los cristianos que constiiuian
la mayor partede la población, ni álos Árabes, sus aliados, en quienes sospechaba
traición (1). Exigió rehenes de los walies y wazires musulmanes de todas las pe-
queñas ciudades y distritos inmediatos , del rey de los Sarracenos de Jaca, según .
dice la crónica franca de Aniano , y del de Pamplona , y volvió á emprender el
camino de los Pirineos.
Hasla entonces, aunque su pronta retirada no se pareciese á la marcha de un
guerrero victorioso, ninguna derrota habia sufrido el ejército franco, que se diri-
gía hacia las Galias sin sospechar los peligros y azares que habia de correr en
su camino. Divididas en dos cuerpos, marchaban por aquellas angosturas las tro-
pas de Garlo Magno á bastante espacio y disiancia uno de otro. El rey iba á
la cabeza del primero , y « Carlos , dice el astrónomo historiador , igual en va-
lor á AiíibaLy á Pompeyo, atravesó felizmente con la ayuda de Jesucristo las al-
tas cimas de los Pirineos.» iban en el segundo cuerpo la corte del monarca , los
caballeros principales , los bagages y los tesoros recogidos en toda la expedición,
y hallóse este sorprendido en medio del valle por los montañeses vascos , que,
apostados en las laderas y cumbres de Allabiscar y de Ibañeia, parapetados en
las breñas y riscos , lanzáronse al grito de guerra y al resonar del cuerno salva-
ge sobre las huestes francas, que sin poderse revolver en la hondonada, y embara-
zándolas su misma muchedumbre, se veian aplastadas bajo los peñascos quede las
crestas de los montes caian rodando con estrépito. Los lamentos y alaridos de los
moribundos soldados de Cario Magno se confundían con la gritería de los guer-
reros vascones , y retumbando en las rocas y cañadas, aumentaban el horror del
sangriento cuadro (2). Los Vascones, dice Eginhardo, fueron favorecidos entonces
por la ligereza de sus armas y la excelencia de su posición, mientras que los Fran-
cos lenian contra sí la pesadez de su equipo y la desventaja del sitio. Imposible
fué, añade el mismo historiador, tomar inmediata venganzade aquella agresión, y
(1) Ne rebellare posset, adsolum usque destruxit (Eginh. Annal. ad ann. 778), de ira, á lo que
parece , por no haber penetrado en Zaragoza.
(2) Lafuente, Hist. gen. de Esp., P. 2.a, 1. 1, c. VI.
DERROTA DE LOS FRANCESES EN RONCESVALLES.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 361
en cuanto el enemigo, luego que hubo dado el golpe (re perpetrata) , se dispersó
de modo que ni la misma fama pudo indicar el punto de su retiro (1).
Allí murieron Egihardo, prepósito de la mesa del rey, allí Anselmo, con-
de de palacio, allí Roldan (2), prefecto de la Marca de Bretaña, allí en fin aque-
llos decantados guerreros que tanta materia dieron con sus hazañas á leyendas y
á romances.
Tal fué la famosa batalla de Roncesvalles que llenó de mortal angustia,
según dice Eginliardo en sus anales (3), el corazón del gran conquistador ger-
mano, tal el suceso que ha prestado asunto á los poetas y romanceros de todos
los países, y que han celebrado á porfía las literaturas todas de la edad media,
no sin embellecerlo y desfigurarlo con singulares episodios. Por muchos siglos,
dice Lafuente (4), enseñaron los descendientes de aquellos bravos montañeses la
roca que Boldan, desesperado de verse vencido, tajó de medio á medio con su
espada, sin que su famosa Durindaina se doblara ni se partiera; aun muestran
los pastores la huella que dejaron estampada las herraduras del caballo de aquel
paladín; aun se conservan en la Colegiata de Nuestra Señora de Ronces valles,
fundada por Sancho el Fuerte, grandes sepulcros de piedra con huesos humanos,
astas de lanzas, bocinas, mazas y otros despojos, que la tradición supone perte-
necientes á aquella gran batalla.
La memoria del famoso combate ha sido inmortalizada en las gargantas de
los Pirineos y transmitida de padres á hijos en un canto de guerra notable por
su enérgica sencillez, por su fisonomía de primitiva rudeza y por su espíritu de
apasionado patriotismo, de agreste y fogosa independencia, que algunos eruditos
creen del siglo x, sino del siglo mismo que siguió al memorable acaecimiento.
Este canto de guerra, que entonan con ligeras variaciones los montañeses de am-
bas faldas délos Pirineos, lleva el título de Altabizaren cantua, y como su texto
original seria comprendido por muy pocos, nos limitamos á poner aquí su tra-
ducción, pudiendo ver aquel los aficionados á la lengua euskara en la recopila-
ción de M. Francisco Michel, Canciones de Rolando, y en la historia de España
de D. Modesto Lafuente. Dice así:
«Un grito ha salido del centro de las montañas de los Eskaldunacs, y el
etcheco-jaona (el señor solariego), de pié delante de su puerta, ha prestado oido
y ha dicho : ¿ qué será ? Y el perro que á sus pies dormía se levantó haciendo
resonar con sus ladridos los ecos todos de Altabiscar.
«Un ruido retumba en el collado de Ibañeta, y rozando por las peñas á de-
recha é izquierda, se aproxima : es el sordo murmullo de un ejército que avan-
za. Los nuestros han respondido á él desde la cima de los montes; han soplado
sus cuernos de buey, y el etcheco-jaona aguza sus flechas.
« ¡ Ya vienen ! ¡ ya vienen ! ¡ qué bosque de lanzas ! ¡ qué de banderas de di-
versos colores ondean entre ellos ! ¡cómo brillan sus armas! ¿Cuántos son? Mu-
chacho, cuéntalos bien. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve,
(1) Vit. Karol. Magn.
(2) Hruodland.
(3) Cujus vulneris accepti recordatio magnam partem rerum feliciter in Hispania gestarum ia
corde regis obnubilavit.
(4) Hist. gen. de Esp., 1. c.
TOMO II. 46
362 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
diez , once , doce , trece , catorce , quince , diez y seis , diez y siete , diez y ocho,
diez -y nueve, veinte.
« ¡Veinte, y oíros muchos miles detrás! En vano querríamos contarlos.
¡Unamos nuestros nervudos brazos, arranquemos esas rocas, precipitémoslas so-
bre sus cabezas desde lo alto de estas montañas! ¡Aplastémoslos, aniquilémoslos!
«¿Por qué vienen á nuesíras montañas esos hombres del Norle? ¿Por qué
turban nuestro reposo? Dios levantó los montes para que los hombres no los
allanaran, Las rocas caen rodando, y aplastan los batallones: la sangre corre á
rios, las carnes palpitan. ¡ Cuántos huesos quebrantados ! ¡qué mar de sangre!
« ¡Huid, huid, los que todavía conserváis fuerzas y un caballo! Huye, rey
Cario-Magno, con tu penacho negro y tu capa encarnada. Tu sobrino, tu mas
valiente guerrero, tu amado Roldan yace tendido allá abajo. Su esfuerzo de nada
le ha servido. Y ahora, Eskaldunacs, abandonemos las rocas, bajemos al llano
asaeteando á los fugitivos.
« ¡Huyen, huyen! ¿Dónde está aquel bosque de lanzas? ¿dónde las bande-
ras de varios colores que ondeaban en medio ? Sus armas manchadas de sangre
no reflejan ya los rayos del sol. ¿Cuántos son? Muchacho, cuéntalos bien. Veinte,
diez y nueve, diez y ocho, diez y siete, diez y seis, quince, catorce, trece, doce,
once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno.
«¡Uno! ¡Ni uno siquiera hay ya! Se acabaron. Etcheco-jaona, ya puedes
volver con tu perro á casa, abrazar á tu esposa y á tus hijos, limpiar tus flechas,
guardarlas con tu cuerno de buey, y luego tenderte y dormir sobre ellas.
«Por la noche , las águilas bajarán á comer esas carnes magulladas, y esos
huesos blanquearán para toda una eternidad.»
A ser auténtica la carta de Alaon, lo que es muy dudoso, á lo menos en
todas sus partes, á pesar de muchas y respetables autoridades, el duque Lupo II
hallábase entre los Vascos victoriosos (1). Hijo de Waiffre, no es inverosímil que
tratara de vengar el asesinato de su padre, y la misma carta refiere que Carlos
se apoderó de él poco después y le mandó dar muerte. Sorprendido, dice, por
los hombres de armas del rey franco, acabó su vida extrangulado (2).
Si la expedición de Garlo-Magno no dio á los Francos conquista alguna en
esta parte de los Pirineos, afianzó sí en toda la Aquitania el poder del hijo de Pe-
pino, que colocó en todo el país condes y abades ex gente Frankorum. Como para
hacerle olvidar en parte su pasado vencimiento , su esposa Hildegarda dióle en
aquel tiempo dos hijos, que se llamaron Lolario y Ludovico: el primero murió
poco después, y el segundo fué destinado por su padre á ser rey del país en que
acababa de nacer. La erección de la Aquitania en reino, decidida en Cassineuil,
(1) El pasage de la carta de Alaon en que se afirma este hecho, del cual no se hace mención
en ninguna de las crónicas contemporáneas, dice así: «Magnus avus noster Garolus... Lupo...totam
Vasconiae partem beneficiario jure reliquit. Quam ille ómnibus pejoribus pessimus ac perfidissi-
mus supra omnes mortales, operibus ct nomine Lupus, !Iatro polius quam dux dicendus. Vifarü
patris scelestissimi, aviqueaportatu; Hunaldi improbis vesligüs inharens, arripuit Attamne dum
simulanter atrox nepos, sacramentum glorioso avo nostro Carolo multiplex dicebat, solitam ejus
majorumque suorum perfidia m expertus est in reditu ejus de Hispania: dum cum scara latronum
comités exercitus sacrilege trucidavit. Propter quocl postea jam dictus Lupus captus miseré vitam
in laqueo finivit.» (Chart. Alaon. in Aguir. Goncil. Hispan., t. III.)
(2) Propiamente, acabó su vida en un nudo, vitam in loqueo finivil.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 363
fué proclamada sin pérdida de momento, y al halagar el amor propio de los
Aquitanos, hizo reconciliar á muchos con la dominación franca. Para asegurarse
definitivamente la posesión del país, Carlos hizo entrar á los obispos en sus inte-
reses, dice el anónimo autor de la vida d,e Ludovico Pío (1) ; estableció en toda
la Aquiiania, añade, condes, abades y otros leudos de la nación franca, á cuya
prudencia y valor no podia oponerse astucia ni fuerza alguna (2). Confióles el
cuidado del gobierno, la custodia de las fronteras, y la administración de los pa-
lacios reales; dio el gobierno de Bourges á Humberto y después á Sturbio; el de
Poitiers á Abbon, el de Perigueux á Widbaldo, el de Clermont á Ithier, el de Ve-
lay á Bullo, el de Tolosa á Chorson, el de Burdeos á Seguin, el de Alby á Aymon,
y el de Limoges á Rotgario (3). Hecho esto pasó al país de los Bretones armori-
canos para establecer también allí su dominación.
Yéamos ahora lo que ocurrió en el valle del Ebro después de la desastrosa
retirada de Carlos. A juzgar por los documentos árabes en vista de los cuales ha
escrito Conde su historia, quedó todo en el mayor orden. El descuido de los wa-
líes de la frontera había sido causa de aquellas calamidades, y el rey (así se lla-
ma á Abderrahman) dióles orden de redoblar su vigilancia , de perseguir á los
cristianos de las montañas y de reducirlos á la obediencia con entradas conti-
nuas en sus valles. Por fortuna no todos los documentos están concebidos con
tanto laconismo , y uno hay que da de los acaecimientos sucesivos una relación
muy verosímil (4). Según él, luego de haberse alejado Cario Magno, estalló una
división cuya causa la historia no expresa, entre los dos caudillos árabes adver-
sarios del emir de Córdoba. Husein ben Yahia, el Abassida, cuya influencia era
muy grande en Zaragoza, habia hecho asesinar en una mezquita según unos, y
en la caza según otros, á Solimán ben Alarabi, y proclamóse emir de la España
oriental, á lo que parece, en nombre del califa de Bagdad. Lo cierto es que la re-
volución llevada á cabo por Husein fué en su principio igualmente hostil al
emir de Córdoba y al rey de los francos , y que se produjo una especie de reac-
ción contra los malos Muslimes que habían llamado á España al monarca cris-
tiano. Muchos hubieron de huir , y entonces fué cuando buscaron un asilo en
Sepiimania y en los valles de los Pirineos donde no dominaban los Abassidas,
gran número de Árabes, de Españoles y de Godos, amenazados por las violencias
y persecuciones del nuevo gobernador. La historia menciona expresamente entre
los fugitivos al hijo de Solimán, á quien llama Issum.
Como entre sus enemigos todos , aquellos que obraban en nombre del cali-
fa de Bagdad parecían á Abderrahman los mas temibles, no pudo saber sin con-
moverse la intentona de Husein ben Yahia , y resolvió abatir á toda costa el
aborrecido pendón de los Abassidas. La ambiciosa empresa y la traición de So-
liman le habían causado no taño disgusto ; habíase limitado entonces á hacer
marchar contra el rebelde sus walíes y wazires , pero en el caso presente juzgó
(4) Anón. Astron., Vit. Hlud. Pii, ad ann. 778.
12) Ordinavit per totam Aquitaniam comités abbatesque, nec nonalios plurimos, quos vassos
vulgo vocant, ex gente Frankorum, quorum prudentise et fortitudini, nulla calliditate , nulla vi ob-
viare fuerit tutum (Astron. Vit. Hlud. Pii ad ann. 778\
(3) Anón., Astron., 1. c.
(4) Ms. Arab. 706, de la Bibl. Nac.
364 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ie j. c. el suceso harto importante para marchar él mismo contra Husein al frente de
todas sus fuerzas. Partió pues para Zaragoza con gran golpe de gente , mas en
vano intentó apoderarse de la plaza con un vivo é imprevisto ataque : Zaragoza
no se intimidó ante Abderrahman como no se habia intimidado ante Cario Mag-
no , y resistió á todos los esfuerzos del emir , tanto que abandonando este á sus
generales la dirección del sitio, regresó á su ciudad de Córdoba. El ejército om-
78o. miada hubo de permanecer dos años delante de los muros de Zaragoza , es decir
hasta 780, en que cansada la plaza de tan largo sitio, entró en negociaciones con
Abderrahman, quien advertido del sesgo favorable que los asuntos tomaban, ha-
bia vuelto poco antes á dirigir las operaciones del cerco y asistir á la rendición
de la ciudad. Husein se sometió á él y le entregó sus hijos en rehenes ; y una
vez vio el emir restablecida su autoridad en Zaragoza, pasó á Pamplona, que,
privada de sus murallas por el rey Carlos , no pudo oponerle resistencia al-
guna. Desde allí prosiguió á visitar el país inmediato á Roncesvalles , teatro de
las glorias de los montañeses vascos, pero sin atreverse á penetrar por aquellos
terribles desfiladeros en que tan duro escarmiento habia hallado un príncipe
cristiano no menos esclarecido y poderoso que él; cruzando luego otra vez el
Aragón, y reducidos á la obediencia los walíes y alcaides de las ciudades y vi-
llas de aquellas inquietas comarcas, volvió por fin á Córdoba pasando por Gero-
na, Barcelona y Tortosa, asegurada, al parecer, su autoridad en aquella porción
de la conquista donde se hallaban reunidas , á lo que se cree, las tribus mas
turbulentas y rebeldes á su autoridad. Sin embargo, las mismas causas que ha-
bían originado los desórdenes anteriores habían de reproducirse en breve con
gran perjuicio de la unidad musulmana en España.
Destinado estaba el fundador del imperio árabe de Occidente á pasar una
vida desasosegada y zozobrosa. Veinte y cinco años se contaban desde su arribo
á nuestra patria, y apenas habia podido gustar de algunos momentos de reposo.
Vencedor de cien rebeliones tantas veces reproducidas como sofocadas, parecía
que sus enemigos de dentro y fuera se habían propuesto proporcionarle ocasio-
nes de ganar gloria, aunque á costa de inquietudes y peligros. Aun no habia
transcurrido un año de la sumisión de Zaragoza, cuando se vio tremolar otra vez
784 la bandera de los Fehries en el seno mismo de la Andalucía.
Hemos visto que de los tres hijos del emir Yussuf que sobrevivieron á su
padre, sucumbió el uno con las armas en la mano; á Cassim, el mas joven, encer-
rado en una torre de Toledo, y libertado por el pueblo, le hemos encontrado en
Paderborn en compañía de Solimán ben Alarabi, y es propable, por mas que la
historia no lo diga, que no permaneciera ageno á los movimientos de la España
oriental que acababa Abderrahman de sofocar. En aquel entonces se hallaba sin
duda en Septimania ó entre alguna tribu amiga de la España meridional , y no
hemos de tardar en verle reaparecer. En cuanto al otro hijo de Yussuf, Muhamad
Abul Aswad, hémosle dejado en 763 encerrado en una torre de las murallas de
Córdoba de la cual logró evadirse en 781, con circunstancias muy interesantes
que nos ha conservado la historia.
Al ser preso en 763, á consecuencia del primer levantamiento del emir Yus-
suf contra el Ommíada, los Fehries inspiraban aun graves temores, así es que
fueron muy rigurosos los primeros años de su cautiverio; pero como todo cede al
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 365
tiempo, aflojóse poco á poco el rigor de los guardas y carceleros, disminuyendo
también su vigilancia y cuidado, pero no tanto que Abul Aswad hubiese podi-
do realizar su fuga en dos ocasiones que la intentó. Luego, como verdadero
musulmán que era, resignóse á la voluntad de Dios, y por algunos años sufrió su
prisión sin proferir una queja. Sin embargo, nuevos deseos de recobrar su libertad
y de vengar á su padre asaltaron al infeliz preso, y apeló para fugarse algún dia
a un ardid tan ingenioso como de paciencia grande y ejecución difícil. Compa-
decidos sus carceleros de su triste suerte, creyeron que ningunriesgo había en que
gozase de la luz del sol, pero Muhamad se fingió ciego y lo fingió con tal propie-
dad y perseveró tan bien en su ficción, que fué de todos tenido por verdadero
ciego, y ya no le daban sino este nombre. Así pasó mucho tiempo, y en esta segu-
ridad confiados sus guardias solían dejarle salir de su encierro á unas salas bajas
de la torre, en especial en la estación calurosa del verano; permitíanle también
pasar en ellas la noche, para que gozara de la frescura, y le concedían bajar á los
aljibes por agua para lavarse. El fingido ciego vio por fin la oportunidad que
deseaba, y de acuerdo con algunos antiguos partidarios de su padre, que le vi-
sitaban en su prisión, una tarde de verano del año 781, á la hora del Aksah (1),
mientras estaban todos bañándose en el Guadalquivir y se habían ausentado ios
guardianes de la cárcel, confiados en la ceguera de Muhamad, este con el auxilio
de una cuerda se descolgó por una de la ventanas bajas de la escalera de ¡as cis-
ternas, pasó á nado el río, y con un disfraz y un cabalio que en la orilla opuesta
le tenían preparado sus parciales, se encaminó á Toledo por desusadas sendas.
Llegado allí, hospedóse entre sus amigos, quienes le proveyeron de lo necesario
y le encaminaron con seguridad á las sierras de Jaén, donde se habían secreta-
mente reunido gran número de descontentos , del antiguo partido de Yussuf.
En pocos dias se vio al frente de un reducido ejército, y había tenido tiempo de
tomar posición en aquellas montañas y de apoderarse de Segura y de Gazorla
antes de que su fuga fuese sabida en Córdoba, á lo menos por aquel á quien mas
interesaba. Temerosos los guardas de la pena que merecía su descuido, tuvieron
por mucho tiempo oculta esta novedad, hasta que por fin fuéles preciso dar parte
de lo que ocurriera, pero entonces habia ya estallado y estaba ya organizada la
insurrección. Sabedor de la empresa del hijo de Yussuf, su antiguo compañero
Hafila(2) habia corrido a su lado con sus compañeros de aventuras. Los bandi-
dos, los rebeldes y los descontentos, según dicen los historiadores ommíadas, le
aclamaron por su caudillo, y bajo las banderas de los Fehries agrupáronse mas
de seis mil hombres aguerridos y bien armados. Entonces reaparece Cassim ben
Yussuf ocupado en reclutar soldados para su hermano en la serranía de Son-
da (3).
Al saber el emir la evasión del fingido ciego, cuéntase que exclamó: «Mu-
cho temo que la fuga de este ciego nos ha de causar no poca inquietud y ha de
(<) Los Árabes daban nombres particulares á las principales divisiones del dia : llamaban al
alba bora de el Sohbi; al dia claro, el Dhoba; al mediodía, bora de eí Dokar; á la tarde, el Aschari; á
la puesta del sol el Magreb; y á la entrada de la noche ó al crepúsculo el AJcsah. A cada una de estas
horas iba unida una oración.
(2) Hafila habia sido caid ó alcaide en Septimania durante el gobierno de Yussuf.
(3) Conde, P. 2a c. XXH.
366 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c Ser motivo de que se derrame mucha sangre. » Instruido de los primeros actos de
los Fehries, Abderrahnian se puso á la cabeza de la caballería de Córdoba y di-
rigióse al teatro de la rebelión , mandando á los walíes de Murcia y de Jaén que
se le unieran con cuantas tropas pudiesen reunir. El Fehri retrocedió anie esíe
aparato de fuerzas, ó por mejor decir se encastilló en las breñas de Cazorla, re-
novando allí aquellos prodigios de resistencia aislada que con frecuencia admiran
al que estudia la historia de nuestra patria. Abderrahman alcanzó sobre él distin-
tos triunfos, pero es lo cierto que no pudo atraerle á la llanura y que por acercarse
el invierno hubo de abandonar momentáneamente la partida. Alargábase tanto
tiempo esta guerra de montaña, dice el historiador árabe, que fué forzoso sus-
penderla muchas veces, y volver á ella en estaciones convenientes (I), de modo
que aquel puñado de insurrectos hicieron frente á las tropas ommíadas repetidas
veces y por espacio de muchos años.
784 Finalmente en 784, cansado Abderrahman de aquella guerra, muy seme-
jante á la que tuvo que sostener con el wali de Mequinez, quiso terminarla de un
solo golpe, y congregados todos los hombres útiles de guerra, dispuso una bati-
da simultánea en las asperezas que daban asilo á los rebeldes. Los walíes anda-
luces allegaron sus huestes y gran número de ballesteros, y penetraron en aque-
llas montañas por todos los puntos de posible acceso. Sin embargo, por bien di-
rigida que estuviese la maniobra, no produjo tan completo resultado como de
ella se esperaba, y Muhamad logró evadirse y hacerse fuerte en Cazorla. Bien
comprendía que no podría resistir allí mucho tiempo, y aconsejábanle unos que
implorase la clemencia del emir, seguro de que seria acogido con benignidad , y
oíros que aceptara la batalla y en lo mas recio de ella se pasara ai campo enemigo.
Abul Aswad empero tenia que vengar muy crueles agravios, y prefirió correr los
azares de un combate desigual y jugar el todo por el lodo. Empeñada la pelea,
fué vencido (4 de rebie primera— 24 de setiembre), y lo fué sin quedarle re-
curso alguno. Según El Razi, perdió en la batalla cuatro mil hombres, los mas es-
forzados de su gente, sin contar otros muchos que se ahogaron en las aguas del
Guadalimar al atravesarle huyendo de los caballeros zenetas y andaluces. Cassim
volvió como pudo al país de Segura; ílaíila se dirigió con sus diezmadas com-
pañías á las montañas de Jaén y de Ronda, y Abul Aswad escapó despavorido
con unos pocos por Sierra Morena á Extremadura y al Algarbe.
Conseguida esta victoria, corrió el emir á Mérida para dirigir y terminar la
derrota de la facción de los Fehries, pues un cuerpo de dos mil hombres se ha-
bía salvado penetrando por aquella tierra. Los alcaides de Reja, de Badajoz y de
Alcántara (2) se ofrecieron á perseguir á los rebeldes, y considerando Abderrah-
man que bastarían para ello las tropas de los alcaides de Badajoz y de Alcánta-
ra, agradeció al de Beja su buena voluntad y le mandó volverse á su alcaidía(3).
Abul Aswad , vivamente perseguido , fué vencido en varios encuentros, has-
(1) Conde, P. 2.", c. XXII.
(2) Al-Canlara, ó mejor El- Cantara el Saif (el Puente de la Espada); es el antiguo LaceriPons
del Tajo, la moderna Alcántara , al norte de Mérida, La pronunciación abierta de la ah'f, como en
Alcántara, baquedado á la mayor parte délos nombres de ciudades déla Península, aun que la
alef se pronuncia en Arabia unas veces a y otras e.
(3] Conde, P. 2.a, c. XXII.
CAP. YI. — ESPAÑA ÁRABE. 367
ía que por fin se encontró sin un soldado. Solo y disfrazado, eníró en Coria a. de j. c.
(la antigua Cauria) , y en su recinto estuvo oculto durante algún tiempo. De allí
se retiró miserable y desconocido y se escondió en los bosques, padeciendo de
hambre y de sed, y acordándose, dice Conde, como de un tiempo venturoso de la
época que habia pasado en la oscuridad de su calabozo. Los trabajos de su mi-
serable vida, añade, le habían desfigurado de íal modo, que pudo permanecer ig-
norado y seguro en Alarcon, pueblo y fortaleza dependiente de Toledo, y á poco
tiempo una muerte oscura puso fin á sus infortunios (1).
Acabada la guerra en aquella provincia, Abderrahman salió de Mérida para
visiíar las ciudades situadas al oeste y al norte del Guadiana, y tomando el ca-
mino de Evora, ilustre por la residencia que hizo allí Ser torio, pasó á Lisboa, po-
blada principalmente por tribus egipcias y berberiscas; subió por el Tajo hasta
Santarem, la antigua Escalabis, patria de Santa Irene, que le hadado su nombre;
llegó por el norte hasta Coimbra (la antigua Conimbrica), Porto (Portus-Calle),
que ha dado su nombre al moderno reino de Portugal, y Braga (Bracara- Augus-
ta) la antigua capital de los Suevos en el siglo v; en todas partes hizo levantar
mezquitas y establecer escuelas públicas para la enseñanza del islamismo, y por
Astorga, Zamora y Avila, ciudades todas conquistadas antes por el rey cristiano
de Asturias Alfonso I, y abandonadas después ó poco defendidas , dirigióse á
Toledo, donde fué recibido de su hijo Abdallah y de la ciudad entera con grandes
demostraciones de alegría. Supo allí que Cassim y Hafila habían levantado de 785.
nuevo la bandera de la rebelión por tierras de Tadmir, y resuelto á aniquilarlos
dirigióse al lugar de los acaecimientos. Sin embargo, al llegará las sierras de
Alcaraz (El- Carrasco.), supo que el hijo de Yussuf, hecho prisionero por ei joven
Abdallah ben Abdelmelek ben Ornar, habia sido llevado con buena escolta á Cór-
doba, donde aguardaba que el emir decidiese de su suerte. Este Abdallah era
gran favorito de Abderrahman, y por aquel tiempo concedióle por esposa á su
nieta Ketirah , hija de Hixem. A lo que parece, una vez fuera de Córdoba, Ab-
derrahman no volvía á ella sin visitar alguna parte de sus Estados nueva para
él, y su biógrafo describe aquí el viaje que emprendió por la provincia á donde
habia ido con la resolución de combatir á Hafila y á Cassim. Visitó el fuerte de
Segura, que es como una ciudad edificada sobre la cumbre de un monte que ha-
ce inaccesible la fortaleza, y salen de su falda dos rios , uno de ellos el Guad-al
Kibir yel otro elGuad-al-Abiad, que pasa por Murcia. El primero, queva por Cór-
doba, continua el narrador, sale de este monte de una junta de aguas, que como
una laguna clara hay en el corazón de la montaña, desciende á la raiz de ella,
sale de aquel sitio profundo, y va corriendo al occidente á monte Nágida, á
Gadira, á Alcozir, á Hins Aldujar, á Alcántara Extesan y á Córdoba; el Guadala-
viar sale también de la raiz del monte, de la fuente del mediodía , y corre á Ho-
sain, Alfered,Hins Muía, Murcia, Auriola, Almodovar y al mar (2). ignórase á
qué ciudades modernas pertenecen precisamente los nombres mencionados en el
relato del historiador musulmán, y algunos hay que buscaríamos en vano bajo
(1) Conde, P. 2.a, c. XXII.
(2) Id., c. XXIII.
A. deJ. C
368 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
las modernas denominaciones que iienen las ciudades situadas en las márgenes
de ambos ríos.
En este viaje y mientras se hallaba en Denia, presentáronle la cabeza del úl-
timo y mas obstinado enemigo suyo, del esforzado Hafila, á quien Abdallah ben
Alclelmelek habia hecho prisionero en las montañas de Segura, y mandado deca-
pitar.
7se. De regreso á Córdoba, hubo de decidir de la suerte de Cassim, que llevaron
ante él encadenado (1), y no solo le perdonó, sino que le otorgó mercedes y le
dio tierras en Sevilla para que pudiese vivir conforme á su antiguo rango y so-
correr á sus parientes desvalidos. Dicen algunos que Cassim fué muerto poco
después en una contienda particular, pero de todos modos es positivo que la his-
toria nada mas nos cuenta de él, ya muriese muy pronto en efecto, ya viviera
después, según expresa la crónica árabe de Conde, sumiso siempre al emir que
con tanta generosidad le habia tratado.
Llegamos por fin al término de la carrera de Abderrahman: treinta años
llevaba de luchas el hijo de Moaviah con pocas interrupciones, al cabo de los cua-
les, vencedor siempre, logró todavía poder dedicar con quietud algunos aunque
cortos momentos a afianzar el trono de los Ommíadas y á legarle en estado bri-
llante á sus sucesores. Aquel período de apetecido sosiego fué dedicado también
por Abderrahman al embellecimiento de Córdoba, que entró entonces en la era
de prosperidad, á cuyo apogeo no tardó en llegar en tiempo de los califas poste-
riores: etla ya era entoncesael centro de la religión, la residencia de los sabios, la
lumbrerade Andalucía (2),» é igualó en poco tiempo la famade Bagdad, la esplén-
dida metrópoli de Oriente , el honor del califato, la casa de salvación (Dar el Sa-
lam). Su situación en la orilla derecha del Guadalquivir, al pié de Sierra More-
na, reunía cuantos atractivos seducían á los Árabes (3). Poseía ya numerosos al-
cázares, palacios y jardines, pero Abderrahman, queriendo dejar levantado en la
capital del imperio un templo que igualara ó excediera á los mas magníficos y
soberbios de Oriente (4), dio principio en el indicado año de 786 á la construc-
ción de la grande aljama ó mezquita mayor de Córdoba, sobre el mismo plan de
la de Damasco. Quizás llevaba en ello la idea religiosa y el pensamiento político
de apartar mas y mas á lo musulmanes españoles de la dependencia moral de
Oriente, haciendo de Córdoba un nuevo centro de la religión del Profeta. No pu-
lí) (i A pocos dias después de su venida á Córdoba le presentaron al hijo de Yussuf el Fehrí en-
cadenado, y considerando Abderrahman la inconstancia de la fortuna de los hombres, se compade-
ció del triste Cassim, y como de su natural condición era muy generoso y compasivo, luego le perdo-
nó y mandó quitar sus fierros.» Conde, P. 2.a, c. XXIII.
(2 «En este tiempo se enseñaba en España según la secta y declaraciones de El Auzei, enseñan-
za que habia introducido y practicaba en Córdoba el andaluz Saxato ben Salema, que fué discípulo
de El Auzei en Oriente, por lo cual solían llamar á este sabio el Damasquino. No dejó de enseñar en
Córdoba hasta que falleció en tiempo de Hixem, en el año 180.. . La secta ó escuela de El Auzei pre-
cedió en España á la de Malek ben Anas, quo se siguió después. Hay entre los musulmanes cuatro
sectas aprobadas, la de Malek, la deSafei, la de Hanbal y la de Hanifa. Conde, P. 2.", c. XXIV.
(3) ...Quo ad aspetu nihil potest íieri pulchrius, nihil amaBnius... Debetur hoc magna ex parte
fontium beneficio, copiosam , purissimam, suavem ct portu salubrem etiam aquam profundentibus
quibus passim irrigantur. (Nonnius, Hisp. lllust., t. m.)
(4) Los musulmanes veneran dos templos ó cosas santas, el de la Caaba de la Meca y el de la
Resurrección en Jcrusalen, al que llaman el Áksah, el lejano, a causa de su distancia, y el Sorah (de
la peña ó de ia roca), a causa del lugar donde está construido.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 369
do, empero , ver concluida la mezquita en que los ojos se pierden entre maravi- A de J' c
lias, según expresión de un poeta (1), y aunque puso en esta obra gran diligen-
cia, y aunque trabajaba él mismo en ella una hora cada dia, y gastó en la cons-
trucción mas de cien mil doblas de oro, no quiso Dios que viese el edificio
terminado (2). A Abderrahman, empero, corresponde la gloria del pensamiento
y la honra de haber dolado con rentas perpetuas los hospitales y escuelas ( ma-
drisas) que levantó á la sombra de la gran aljama.
La parte construida durante su vida correspondía á la que se ha conserva-
do hasta hoy y que forma la catedral de Córdoba. El edificio completo, tal como
fué terminado por Hixem bajo los planos de su padre, tenia otras proporciones,
según tendremos ocasión de manifestar, y no ha podido atravesar los tiempos y
llegar hasta nosotros; pero lo que de él subsiste basta para dar una maravillosa
idea de lo que era en aquella época la arquitectura árabe.
Ocupado estaba en estos trabajos y cuidados el ilustre Ommíada cuando se
sintió asaltado por el presentimiento de su próxima muerte. A fines del año 170
(787) convocó á los walíes de las seis grandes divisiones militares ó capitanías 787.
de España, Córdoba, Toledo, Mérida, Zaragoza, Valencia y Murcia (3), á los gober-
nadores de las doce ciudades principales y á sus veinte y cuatro wazires, y cuan-
do los tuvo congregados en su alcázar, en presencia de su hagib (4), del cadi de
los cadies, ele sus alkalives (secretarios y consejeros de estado), declaró su volun-
tad de dejar á su hijo Hixem por waUalahdi ó sucesor del imperio. Todos los wa-
líes y wazires presentes prestaron juramento de fidelidad y obediencia al hijo co-
mo lo habian prestado al padre, y todos por su orden tomaron la mano del joven
príncipe en señal de sumisión y acatamiento. Abderrahman, dice expresamente la
crónica árabe traducida por Conde , prefirió á su hijo Hixem , aunque mas joven
que sus hermanos Solimán y Abdallah, por haber reconocido en su tercer hijo
mas bondad, prudencia y rectitud que en los demás. El mismo autor insinúa
que la sultana Hovara, madre de Hixem, la mas querida y acaso la única esposa
que tuvo el emir, no habia dejado de influir en la elección, y aunque los dos her-
manos mayores no podían reclamar legalmente derecho de preferencia al poder,
puesto que este era electivo como lo era también en aquella época entre los cris-
tianos, no pudieron verse postergados á un hermano menor sin secretos y pun-
zantes celos. Sin embargo, no consideraron oportuno manifestar por entonces su
resentimiento, y aplazaron para mas adelante disputarle la soberanía.
Poco después de esta ceremonia , que veremos renovarse al terminar la vi-
(2) Víctor Hugo, Orientales.
(4) Conde, p. 2.a , c. XXIV.
(3) Yussuf habia dividido las posesiones musulmanas mas acá del Estrecho en cinco grandes
jurisdicciones á la vez civiles y militares, que comprendían la provincia de Narbona; las seis capita-
nías de que aquí se trata es probable que fuesen establecidas por Abderrahman después de la pér-
dida de la Septimania. Conde, según un autor árabe muy posterior sin duda al reinado de Abder-
rahman, nombra éntrelas seis capitanías a Granada, que era entonces ciudad de muy escasa impor-
tancia. En vez de Granada creemos que ha de ponerse á Córdoba, que si bien capital de Andalucía
y residencia del emir, tenia sin embargo sus walíes particulares.
(4) Este cargo equivalía al de primer ministro. El hagib era antes una especie de chambelán,
un mero prefecto del alcázar, janitor, conclavü regii cusios ct prcefectus ; pero, como el cargo de ma-
yordomo de palacio entre los Merovingios, la dignidad de hagib habíase convertido en la segunda
del Estado.
370 HISTORIA GEMEÍIAL DE ESPAÑA.
dej. c. da de cada uno de los emires ommíadas , y mediante la cual mantuvieron,
aunque sin reglas fijas, el poder en su familia , Abderrahman partió para Mérida
acompañado de Ilixem ; Abdallah , encargado de funciones que la historia no
expresa, se quedó en Córdoba , y Solimán volvió á su gobierno de Toledo.
Durante su permanencia en Mérida, á mediados del año 172 de la begira, el
788 emir adoleció de la enfermedad que le llevó al sepulcro. La fecha ele su muerle pué-
dese fijar en martes 30 de setiembre de 788 (1), de modo que su reinado, desde
el dia en que quedó dueño de Córdoba, á mediados de mayo de 756, fuá de treinta
y dos años cuatro meses y quince dias. Tenia entonces poco mas de cincuenta y
nueve años , y dejaba once hijos y nueve hijas. Iiízosele un entierro magnífico y
pomposo, acompañando su féretro toda la gente de la ciudad y de sus contornos con
señaladas muestras de sentimiento y pesadumbre (2). Este fué el primer Ommíada
de España, que supo colocarse en primera línea entre los personajes de su siglo.
Era tan grande su fama que su rival de Bagdad, El Mansur, hablaba de él con
admiración y elogiaba su valor y su talento , felicitándose de que las guerras
interiores de España le hubiesen impedido la realización del proyecto que algu-
i nos le atribuyen de llevar la guerra á Oriente y derrocar el poderío de la casa de
Abbas. Los escritores cristianos, á pesar de sus naturales antipatías, no pudieron
menos de reconocer sus virtudes : el Siiense le llama el gran rey de los Moros,
y el arzobispo D. Rodrigo dice que Abderrahman fué llamado Adahid, el Justo (3).
Tenia Abderrahman la tez blanca y sonrosada , ojos azules y cabellos ru-
bios ; era notable por una señal en el rostro, y su cuerpo era fornido y esbel-
to (4). En los postreros años de su vida habia perdido un ojo (5). Era muy afi-
cionado á la cetrería, y á este efecto mandaba criar gran número de halcones, que
llevaba consigo hasta en sus expediciones guerreras. Cuéntase que en una desús
campañas, caminando en el centro de su hueste, vióunabandada degrullas posar-
se en un valle cercano, y saliendo de su escuadrón corrió con sus halconeros á
cazarlas (6). No era menos amanle de la poesía, la que en aquel tiempo era culti-
vada por todos los Árabes distinguidos, fuese cual fuere su profesión : generales,
walíes , wazires, alcaides , todos hacían versos y, como hemos tenido ocasión de
yer , el mismo Abderrahman hacíalos también basiante buenos.
En la escuela de la adversidad habia aprendido lecciones de moderación
para los tiempos de fortuna , y el espectáculo de las crueldades de que fué vícti-
ma su familia le habían vuelto benigno y clemente; esto no obstante, algunas se-
veras ejecuciones fueron el obligado preliminar de su elevación , y, como hemos
dicho, hasta después de prolongadas y sangrientas guerras civiles no pudo lla-
marse único y supremo soberano de toda la Península. Por grande y gloriosa
que hubiese sido su fortuna , el recuerdo del precio á que habia debido corn-
il; su muerte, según Abdallah el Homaid y Abu Becre , aconteció en el año de la hegira
472 , y según el primero en 24 de rebie segunda, que corresponde á 30 de setiembre de 788. Conde
da igual fecha con un año y pocos dias de diferencia, y fíjala muerte de Abderrahman en 22 de
rebie segundo del año 471 .
(2) Conde, P. 2.a, c. XXIV.
(3) Abdcrramen magnus rex Maurorum.... Chr., n. 48.— Hist. arab. 48.
(4) Ebn. Hayan, en Ahmed.
(6) Abulfeda, Anal, Moslem., t. II, p. (¡0.
(6) Conde, P. 2.a, c. XX.
CAP. VI. — ESPAÑA ÁRABE. 371
prarla fué quizás la secreta causa de la melancolía que formaba el fondo de su
carácter , y de los escasos dias felices que él contaba en su vida.
Aunque gobernase con absoluta independencia de los califas de Oriente, no
tomó mas título que el de emir. «Dábasele el título de emir , dice expresamente
Ahmed el Makkari , y lo mismo sucedió con sus hijos ; ninguno de ellos recibió
el nombre de Emir el Mumenin (1) (Miramolin), por respeto al centro del ca-
lifato , hasta Abderrahman el Nacir , el octavo Ommíada de España (2). » Así
pues, por grande que fuese el poderío de Abderrahman , es un error hacer datar
de él la creación del califato independiente ele Córdoba , que varias circunstan-
cias retardaron , según Abulfeda , hasta el año vigésimo séptimo del reinado de
Abderrahman III el Nacir , es decir hasta el año trigésimo nono del siglo x de
nuestra era (3j .
El mismo año de la muerte de Abderrahman entró en África Edris ben Ab-
dallah , descendiente de Alí ben Abu Taleb , y después de vagar errante entre
los Africanos , se apoderó con el auxilio de varias tribus berberiscas del Magreb
el Aksah , y lo arrebató á los califas de Oriente. Edris ben Abdallah echó así
los cimientos del reino de Fez , que transmitió en herencia á su hijo Edris ben
Edris , mientras que los Aglabitas se declaraban independientes también en Cair-
van. El África propiamente dicha , desde el Egipto hasta el Estrecho, sacudía la
dominación de los califas Abassidas , como algunos años antes habíala sacudido
España. Haraun el Reschid ocupaba en aquel tiempo el califato de Oriente.
(4) Los musulmanes se dan á sí mismo el nombre de mumenin (fieles , verdaderos creyentes).
Ornar, cuya modestia consideró harto soberbio para él el título de califa (vicario ó sucesor de su
profeta , tomó el de emir el Mumenin (Emir de los fieles, jefe de los creyentes , y ha quedado á sus
sucesores.
(2) Ahmed el Makkari, Ms. arab. de la Bibl. nao., n. 758.
(3) Abulfeda, Annal. Moslem., t, II. p. 474.
372 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPITULO VIL
Asturias. — Reinado de Fruela I. — Guerra contra los Vascones y Gallegos. — Fundación de Oviedo. —
Muerte violenta de Fruela. — Reinados de Aurelio y de Silo.— Sublevación de esclavos. — Turbu-
lencias en Galicia.— Reinado de Mauregato. — Heregía de Félix deUrgel y de Elipando de Toledo. —
Reinado de Bermudo el Diácono. — Llama á su lado á Alfonso hijo de Fruela. — Abdica en su favor
la, corona. — Sube al trono Alfonso II. — De los primeros y fabulosos reyes de Navarra.— De los
condes de Galicia y de Castilla. — Principio de la Marca franco-hispana.— Situación respectiva de
los Árabes y cristianos á fines del reinado de Bermudo el Diácono.
Desde el año 757 hasta el 791.
Hemos referido hasta el fin y caracterizado lo mejor que nos ha sido dable
el reinado del primer emir independiente de Córdoba , y liémoslo hecho en un
solo capítulo , sin mezclar en él la historia particular del reino de Asturias , con
el cual por otra parte apenas se halló aquel en contacto durante este período
de mas de treinta años , para no aminorar el interés de acaecimientos de tanta
imporíancia. Ahora retrocederemos para explicar hasta el punto á que de nues-
tro relato nos hallamos, la historia del reino cuyo establecimiento y vicisitudes
hemos dicho hasta su tercer rey Alfonso el Católico.
¡Cuan bella ocasión la de las revueltas que despedazaban á los musulmanes
para haberse ido reponiendo los cristianos y haber dilatado ó consolidado las ad-
quisiciones de Alfonso, si los príncipes que le sucedieron hubieran seguido con
firme planta la senda por él trazada y abierta , y si hubiera habido la debida
concordia y acuerdo entre los defensores de una misma patria y de una misma
fe ! exclama el historiador Lafuenle al dar principio á la explicación del reinado
de Fruela. ¿Pero porqué deplorable fatalidad, pregunta el mismo autor, desde los
primeros pasos hacia la grande obra de lareslauracion, cuando era común elinfor-
tunio , idéntico el sentimiento religioso , las creencias las mismas , igual el amor
á la independencia , la necesidad de la unión urgente y reconocida , el interés
uno solo , y no distintos los deseos ¿por qué deplorable fatalidad, decimos , co-
menzó á infiltrarse el germen funesto de ladiscorclia, de la indisciplina y de la in-
docilidad entre los primeros restauradores de la monarquía hispano-cristiana?
Por base lo asentamos ya en otro lugar , contéstase á sí propio el historiador ci-
tado. Era el genio ibero que revivia con las mismas virtudes y con los mismos
vicios , con el mismo amor á la independencia y con las mismas rivalidades de
localidad. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia , y
los reyes de Asturias no podían recabar de los Cántabros y Vascos sino una de-
pendencia nominal ó forzada (1).
(1 Hist. gen. deEsp., P. 2.a 1. I, c. V.
CAP. Vil. — ESPAÑA ÁRABE. 373
Así sucedía en efecto , y como tendremos ocasión de observarlo y deplorar- A> (,e'
lo mas de una vez en el presente capítulo , distaba mucho de reinar entre los
cristianos el espíritu de unión y de concordia que habría debido animar á hom-
bres que marchaban á la reconquista de una misma religión y de una misma
patria.
Gran oscuridad envuelve los úllimos años del reinado de Alfonso I, y no
sabemos como le fué dado su hijo por sucesor. La elevación de Fruela,
á juzgar por los vivos sentimientos de oposición que contra él estallaron durante
su reinado , parece no haber debido verificarse á gusto de todos ; quizás proce-
dióse á su elección tumultuosamente , á la manera como se hacia con los prime-
ros reyes godos , por los principales militares compañeros de su padre , y por lo
mismo natural era que se acarrease desde un principio la enemisiad de los mag-
nates y prelados.
Fruela sucedió, pues, á su padre Alfonso en 757, que fué el siguiente en que 757.
Abderrahman I se hizo dueño de las regiones andaluzas. Según lo que puede co-
legirse de los monumentos de aquel tiempo, era Fruela de corazón esforzado, de
condición áspeía y dura, de genio irritable en demasía, y poseído, como todos los
hombres de su época, de gran ardor religioso, y de odio profundo á los musul-
manes.
Mariana, y siguiendo á este historiador el mas moderno Lafuen te, atribuyen
á Fruela una medida que, según el último, le enagenó gran parte del clero y del
pueblo. Tal fué la de prohibir los matrimonios de los sacerdotes y aun obligar á
los ya casados á separarse de sus mugeres, costumbre antigua en España, dice
Lafuente, y desde el tiempo de Witiza muy recibida y generalizada. A pesar de
los explícitos términos en que sientan el hecho los escritores citados, imposible
nos es prestar al mismo eníera fe y por lo mismo presentarlo á nuestros lectores
como decididamente incontestable. Además de lo singular que parece que toma-
ra un monarca sobre sí la responsabilidad de decidir sobre tan graves asuntos,
mayormente sin deliberación ni consejo dejas personas competentes, no halla-
mos que el suceso se apoye en testimonio "alguno que pueda llamarse histórico,
y además le vemos contradicho por muchos historiadores, entre ellos por Masdeu
y por el mas moderno Romey. No se olvide tampoco que no es cosa positiva, como
en su lugar hemos dicho, sino que es por el contrario muy y muy dudosa esa re-
lajación de la disciplina católica que se supone haberse introducido desde el rei-
nado de Witiza. Por esto es, pues, que sin dar al hecho otra autoridad que la que
justamente tienen los dos autores citados, nos limitamos á consignarlo aquí con
las reservas y observaciones expresadas.
El rasgo distintivo del carácter de Fruela parece haber sido el espíritu guer-
rero, y, según la crónica Albeldense, alcanzó victorias (1), si bien no nos dice
contra quienes. Según Sebastian de Salamanca, consiguió también repetidos
triunfos contra los Sarracenos de Córdoba (2), y cuenta que en Poníumio empe-
ñó una batalla con los Caldeos (así llama á los Árabes), en la que perecieron cin-
cuenta y cuatro mil enemigos, y con ellos su duque á quien llama Ornar, hijo de
(1) Victorias egit. (Chr. Albeld., n. 53.)
i2) Victorias multas egit adversum hostem cordubensem (Sebast. Salm. Chr, n. 16).
374 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Abdei'rahman, hijo de Hixem (1), nombre que no hallamos mencionado en nin-
guna historia árabe, las que guardan también profundo silencio acerca de este
combate. Achaque solia ser de los escritores de uno y otro pueblo consignar sus
respectivos triunfos y omitir los reveses. Tarea penosa para el historiador im-
parcial, dice Lafueníe (2), la de vislumbrar la verdad de los hechos por entre la
escasa y escatimada luz que en época tan oscura suministran los parciales apun-
tes de los escritores de uno y otro bando, secos y avaros de palabras los unos,
pródigos de poesía los otros.
Acerca del reinado de Fruela no se halla sino esíe corto testimonio en la
crónica de Albelda : « Fruela, hijo de Alfonso (3), reinó once años. Consiguió
victorias, pero de costumbres rudas y crueles, dio muerte por celos de la corona
á su hermano Yimerano, después de lo cual, á causa de su crueldad, fué asesi-
nado en Canicas en el año 806 (de la era de Augusto, es decir en 768 de la era
cristiana).» Esto es lo único que de Fruela nos dice la mencionada crónica. Se-
bastian ofrece mas detalles, pero algunos de ellos, como los cincuenta y cuatro
mil muertos de Pontumio, nos parecen cuando menos muy dudosos. Ambos cro-
nistas, empero, están acordes en hablar de los triunfos militares de Fruela, y
sírvense los dos de las mismas palabras: Victorias cgit. El texto de Sebastian
sobre esíe reinado dice así : «Muerto Alfonso , sucedióte en el gobierno su hijo
Fruela, hombre ardiente y enérgico en las armas, y alcanzó numerosas victorias
contra el enemigo de Córdoba. En el lugar llamado Pontumio de la provincia de
Galicia, empeñó un combate con los Caldeos, en el cual fueron muertos cincuen-
ta y cuatro mil enemigos; su joven general, llamado Haumar, hijo de Abderra-
mhan ben Hiscem, hecho prisionero en el mismo campo de batalla, pereció por la
espada. Sublevados los Vascones contra él, los venció y subyugó, y habién-
dose prendado allí de cierta doncella llamada Munia, hízola su esposa y tuvo de
ella un hijo llamado Alfonso. Levantados contra él los pueblos de Galicia, devastó
su territorio, y por fin mató por sus propias manos á un hermano suyo llamado
Yimerano, por lo cual, en justa aplicación de la pena del talion, fué poco después
muerto por los suyos (4). Reinó once años y tres meses, y fué enterrado con su
esposa Munia en Ovetum, en el año de la era española 806 (768).»
Además de su hijo, Lucas de Tuy y Rodrigo de Toledo dan á Fruela una
hija llamada Jimena, á la que dicen madre de Bernardo del Carpió, personage
(1) In loco qui vocatur Pontumio (aliud Pontrivio) provincias Gallaecise praeliavit, eosque ex-
púgnalos quinquaginta quatuor milliaChaldaeoruminterficit: quorum ducem adolescentem, nomine
Haumar, filium de Abderraman Iben Hiscem, captum in eodem loco, gladio interemit. (Sebast.
Salmant Chr , n ° 16.)— Deest apud Berganzam gladio.
(2) Hist. gen. de Esp., P. 2." 1. I, c V.
(3) Estas palabras (Mus ejus, id est Adefonsi (Chr. Albeld,, in Florez, Esp. Sagr., t. XIII, p 45<),
parecen estar en contradicción con lo que se dice en la página anterior. En la lista de los reyes cris-
tianos de Asturias (Id., p. 449; Chr. Albeld., n.° 47) leemos:
Pclagius, etc.
Dcinde íilius ejus Fabila.
Deinde Adefonsus gener Pelagii.
Post illum frater ejus Froila.
(4) ...yui, non post multum temporis, talionem juste accipiens, á suis interfectus est. (Sebast.
Salm., Chr., 1. c.)
CAP. Vil. — ESPAÑA ÁRABE. 375
fabuloso, y convencido ya de tal (1), cuyas inventadas proezas han sido objeto a. de j. c
de los cantos populares de los siglos xu y xin en que se inventaron.
La rebelión de los Vascones acaecida en el año tercero del reinado de Fruela, 761-
es decir por los años de 761, es característica de este pueblo. Los Vascos esta-
blecidos en los valles de Álava, de Guipúzcoa y de la moderna Vizcaya, peleaban
por su independencia contra las preiensiones que sobre ellos tenían, á título sin
duda de sucesores de los Godos, los reyes cristianos de Asturias. Sus usos par-
ticulares, su idioma, sus costumbres, su fisonomía, todo distinguía y separaba
á los hombres de aquella raza del resto de la España romanizada, todo hacia de
ellos un pueblo aparte, habituado á gobernarse por sí mismo bajo jefes á quienes
llamaba jaones, y no sometiéndose á la fuerza sino precaria y condicionalmente.
Con pena sufrían, pues, el yugo asturiano, y sometidos de nuevo después de otro
de sus mil levantamientos, los lazos que á los cristianos de Asturias los unian .
habían de ser flojos y desatarse ó romperse á la primera ocasión.
Reducidos los Vascos, Fruela hubo de combatir en el extremo opuesto del
reino con los Gallegos, sublevados contra él. El cronista, según hemos visto, se
limita á mencionar el hecho, y entonces fué quizás cuando se encontró con los
Árabes en Pontumio y alcanzó el triunfo que sin duda ha exagerado mucho Sebas-
tian de Salamanca. Algunos indicios permiten fijar la expedición á Galicia en el
cuarto ó quinto año de su reinado.
En este último año, dos piadosos varones, el abad Fromistano y su sobrino
el presbítero Máximo, erigieron un templo en honor de san Vicente mártir en un
lugar cubierio de malezas y arbustos, como á dos leguas de la antigua selva lla-
mada por los Romanos Lucus Asturum (2). Este fué el origen de Oviedo. Muchos
cristianos refugiados ó naturales de aquellas asperezas desmontaron el terreno al
rededor de la nueva iglesia; la fertilidad de los campos inmediatos favoreció su
establecimiento, y en poco tiempo se agruparon numerosas viviendas al rededor
de la fundación de Fromistano y de Máximo. Fruela pasó por aquel sitio, quizás
al regresar de su expedición á Galicia, y complacido por la hermosura del país
y la feracidad del suelo, mandó construir una nueva iglesia de mayores dimen-
siones bajo la advocación del Redentor (3).
Tal es el origen positivo de la capital de Asturias, y en cuanto á su nombre
de Ovetum, hácesele derivar de su situación, casi central entre los dos rios que
forman los límites extremos de Asturias al este y al oeste, el Ove (actualmente
el Eo) y el Deva. De ahí sin dudase llamó en un principio Ooedevmn y después
por contracción, Ovetum. Esto, empero, no pasa de ser una etimología por mu-
chos puesta en duda, y hay quien dice que la verdadera raiz de Ovetum es el
nombre de la colina en que se halla situada, llamada Jovetamm en tiempo de
los Romanos.
Respecto al asesinato de Vimerano por su hermano Fruela como también al
(4) Véanse las notas de Mondejar á Mariana, edic. de Valencia, 1787, y las de Sabau, edic.
de Madrid, 1818.
(2) Fromistanus abbas et Maximus presbyter basilicara S. Vicentii Ievitse et martyris funda-
verunt eo ipso monte atque loco, quo paulo post á rege Froila condita fuit ecclesia S. Salvatoris et
ci vitas Ovetensis (Risco, Esp. Sagr., t. XXXVII, apénd. VI, p. 309).
(3) Risco, Esp. Sagr., t. XXXVII, ap. VI.
376 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
del mismo Fruela por los suyos, á suis, según expresión del cronista, no tenemos
mas noticias que las que proporcionan los dos monumentos citados. Sin duda ha-
bría de ser muy interesante saber las circunstancias de ambas sangrientas esce-
nas, y estar iniciado en las pasiones , en los intereses , en los móviles que á
sus actores animaron, pero es preciso resignarse á esta completa ignorancia,
careciendo como carecemos de los elementos necesarios para hacer revivir á
nuestra visía los personages de aquellos siglos en que se escribían muchas cró-
nicas, pero ninguna memoria, en que se anotaban los hechos y se nombraban los
hombres, pero sin caracterizarlos ni pintarlos. No nos quedan de aquel tiempo
armas, inscripciones, medallas, joyas, cuadros ni esculturas, ni siquiera existe
una crónica que pueda llamarse propiamente contemporánea; y por esto es que
se experimenta tan intensa alegría cuando después de revolver y mirar por mu-
cho tiempo estas efigies medio borradas, buscado y comparado con indecible es-
fuerzo aquellos rasgos vagos y fugitivos de una época sepultada ya bajo el polvo
de los siglos, se llega de pronto á formarse en el ánimo una viva representación
de ella, y á evocar de las frías cenizas y de las ruinas de lo pasado una imagen
de lo que fué.
Muerto Fruela, su hijo Alfonso no fué llamado por los magnates asturianos á
sucederá su padre, ya por odio á su estirpe, ya por su extremadamocedad. Como
hemos dicho, el poder real no habia sido dado entonces á una familia , y los nie-
tos de Pelayo, lejos de ceñir la corona, murieron todos en la oscuridad. — «Nin-
guno de los hijos de Favila, dice Florez, le sucedió en el poder, que no estaba
aquel pequeño estado para colocar corona y cetro donde faltaban cabeza y mano.
Entonces, añade, no habia ley de sucesión hereditaria, y en tanto subsistían en
este punto los principios de gobierno de los Godos, que si se admitía por sobera-
no al hijo del monarca, era por elección y no de otra manera (1).» Si después de
un prolongado reinado, un soberano entendido y amado dejaba un hijo en edad
de gobernar, era por lo regular elegido como homenage á la buena memoria de
su padre. A veces le asociaba este á su poder durante su vida, con el consenti-
miento de los grandes de la nación, y le aseguraba así el rango supremo ; pero
esto no constituía el derecho monárquico hereditario como se ha definido des-
pués. El período godo nos ha ofrecido repetidos ejemplos de semejantes asocia-
ciones, y así fué transmitido el reino por Ghindasvinto á Recesvinto, por Leovi-
gildo á Recaredo, y finalmente por Egica á Witiza. Acaecida pues la muerte de
Fruela, los grandes asturianos nombraron rey á uno de los principales conjara-
(1) Florez, Reinas católicas, t. I. Ignórase lo que fué de los hijos de Favila, pero se encuentra
huella de una de sus hijas en un antiguo cartulario, cuya autenticidad no es positiva. Según el Me-
nologio Cisterciense (Genealogía B. Othonis Frisingensis ecclesise pra;sulis), la segunda esposa de
Cario Magno, Hildcgarda, tenia por abuela á una hija de Favila y por consiguiente á Pelayo por bis-
abuelo. «Gonzo, vel Gozo, Suevorum primus dux, ex Yona, filia Liderici, rectoris Flandrúe , genuit
Lantfredum et Odam, qusc nuptui tradita Amoldo, duci Austriae Mossellanica;. Lantfredus, ex Gar-
silla filia Gotobaldi, ducis Bavarin), genuit Luytfridum. Luytíridus, ex Favinia, filia Favílljj, regís
Hispaniarum, suscepit liberos virilis sexus sex, Godefridum, etc. Godeíridus, dux Suevorum,
ex S;mva, tilia Desiderii, regis Longobardorum, genuit Emericum et Hildegardam, quse locata
fui t Carolo Magno imperatori.» (Chrysost. Henr., in Menelogio Cisterc, ed. Antuerpias, ann. 4li30,
sub die 7 scpt., p. 302.)— Por que clase de negociaciones y de medios, donde y como se casó Fa-
vinia con Luitfrido, ignórase completamente.
CAP. VII. — ESPAÑA ÁRABE. 377
dos, á Aurelio, hijo de otro Fruela, hermano de Alfonso el Católico (1). Ignórase a. de j.c,
si el joven Alfonso permaneció en un principio en Canicas, ó si hubo de buscar
un asilo en Álava, patria de su madre; pero se cree, y es lomas probable, que
pasó los primeros años de su vida (á lo mas podia contar siete años al morir su
padre, en 768) en el monasterio de Sammanos, hoy Samos en Galicia: á lo menos
así se dice en una carta de Ordoño, conservada en dicho monasterio (2). Aurelio
reinó seis años, desde 768 hasta 774, y estuvo en paz con los Árabes, despre-
ciando la ocasión que se le ofrecía para combatirlos con ventaja, ocupadas co-
mo estaban sus fuerzas en sus divisiones y luchas intestinas (3). Tuvo no obs-
tante que reprimir en su propio reino una insurrección de esclavos, cuyo verda-
dero carácter no se halla en parte alguna suíicientemenie definido (4). Creen los
mas que aquellos servi ó libertini serian los cautivos que Alfonso eí Católico ha-
bía recogido en sus expediciones por las tierras sarracenas , distribuidos entre
sus compañeros de armas, y á quienes es probable que se diesen tierras para que
las cultivaran en beneficio de sus señores. Aurelio sofocó su intentona con gran-
de habilidad (industria), lo que hace creer que no emplearia únicamente íafuerza
para volverlos á su servidumbre primera, y que su sumisión fué quizás conse-
cuencia de algunas concesiones. La paz en que vivió Aurelio con los musulmanes
fué causa de que condescendiera, según dice Lafuente (5), en que algunas don-
cellas cristianas de linaje noble se casaran con Sarracenos, lo que acaso dio orí-
gen á la famosa fábula inventada cerca de cinco siglos después del tributo de las
cien doncellas (6). Durante este reinado, Silo futuro rey, dice la crónica Albel-
dense, tomó por esposa á Adosinda, hermana del rey Fruela, con la cual obtuvo
después el reino (7). Aurelio falleció de muerte natural en Cangas después de
seis años de pacífico reinado (8), y fué enterrado en la iglesia de S. Martin en el
valle de Langreo, en el año 774. 774,
A Aurelio sucedió Silo, estando acordes los dos cronistas en atribuir á su
enlace con Adosinda, hija de Alfonso I. la causa de su elevación ai trono.
A lo que parece , era Adosinda muger de carácter enérgico y varonil, y las
(1) Aurelius, filius Froylani fratris Adefonsi, successit in regnum. (Sebast. Salm. Chr., n. 47.)
(2) Postea vero proavus meus jam supradictus Dominus Adefonsus adhuc in pueritia remo-
ravit ibidem in Sammanos, et in alium iocellum, quoddicunt Sobregum, in ripa Laura cum fratres
multo temporein tempore persecutionis ejus. (Florez, Esp. Sagr. t. XIV, Apénd. 3, p. 369.)
(3) Iste cum Ismaelitis pacem habuit (Sebast. Salmant. Chr. n. 48).
(4) La crónica Albeldense dice (n.° 54): «Eo regnante servi, dominis suis contradicen tes,
ejus industria capti in pristina sunt servitute reducti.» Y Sebast. (n. 47): «Cujus tempore libertini
contra proprios dóminos arma sumentes tyrannica surrexerunt.» A lo que añade casi en los mis-
mos términos que el Albeldense : «Sed principis industria superati, in servitutem pristinam sunt
omnes reducti.»
(5) Hist. gen. de Esp., P. 2.a 1. 1, c. V.
(6) Mariana, que en los capítulos anteriores á aquel en que cuenta el reinado de Fruela ha dado
cabida acerca de Cario Magno y de Bernardo del Carpió á tantos hechos fabulosos como de ellos se
cuentan, acoge también y aplica á Aurelio lo del tributo de las cien doncellas. '-La loa, dice, que por
esta causa ganó (la de haber sujetado á los esclavos) la oscureció del todo y amancilló con un asien-
to muy feo que hizo con los Moros, en que se obligó de darles cada un año cierto número de donce-
llas nobles como por parias.» (Hist. de Esp., 1. VIí, c. VI.) La invención de este supuesto tributo está
ya hoy tan desautorizada que no hemos de detenernos siquiera en su impugnación.
(7) Suo tempore Silofuturus rex Adosindam Froilee regis sororem coDjugem accepit : cum qua
postea regnum obtinuit. (Chr. Albeld. n. 54.)
(8) Sebast. Salmant. Chr., n. 47; Chr. Albeld. n. 54.
TOMO il. 58
378 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dos crónicas citadas no son las únicas que dan á entender haber sido la reina
una muger no vulgar : otros dos contemporáneos muy dignos de fe lo manifiestan
con iguales fórmulas de respeto, en cierta manera implícito (1), pues para honra
de aquellos tiempos, ha de decirse que no hay ni sombra de servilismo en los
elogios que aquellos monges y obispos tributaban ó sus superiores gerárquicos.
Como su antecesor, vivió Silo en paz con los musulmanes , á causa de su madre,
dice la crónica Albeldense (2), sin añadir olra palabra. Ignórase quien fuese la
madre de Silo y que influencia podia ejercer en la conservación de la paz entre
árabes y cristianos, mas Ferreras conjetura que períeneceria auna ilustre familia
musulmana y qué de ahí dimanaría el influjo singular de aquella muger, á quien
el cronista atribuye la paz que reinó entre árabes y cristianos durante el reinado
de Silo. Los Gallegos, siempre rebeldes al yugo, se sublevaron otra vez, y Silo
los venció en el monte Ciperio, hoy Cebrero, y volvieron á entrar bajo su domi-
nación. Es probable que los reyes de Asturias tenian ya entonces en Galicia, lo
mismo que en las demás provincias de sus estados, gobernadores en su nombre
con el lííulo de condes. Andando el tiempo, muchos se declararon independientes;
en la época en que nos encontramos, su nombre permanece oculto todavía éntre-
las tinieblas de lo desconocido.
Desde el principio de su reinado, fijó Silo su residencia en Pravia (3), pe-
queña villa de Asturias, situada á la izquierda del Nalon, después de su confluen-
cia con el Narcea. Allí fundó el monasterio y la iglesia de San Juan Evangelista,
según lo manifiesta la singular inscripción que damos en la nota, no solo como
documento histórico, sino como muestra del gusto de la época. Silo princeps fe-
cit, dice esta inscripción, y lo dice, según Morales, de mas de trescientas maneras
distintas, pues es legible en todos sentidos y direcciones (4). Después de un rei-
<4) Etheriiet Beati Episcop. ad Elipand., Esp. Sagr., t. V, p. 359.
(2) CumSpania, ob causara matris, pacem habuit. (Chr. Albeld,, 1. c.)
(3) Iste dum regnum accepit, in Pravia solium firmavit. (Cbr. Albeld., n. 55.)
(4) Doscientas ochenta y cinco letras, dispuestas en quince líneas, forman este singular entre-
tenimiento.
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CAP. YH.— ESPAÑA ÁRABE. 379
nado bástanle tranquilo de nueve años, Silo murió sin sucesión en Pravia, donde
fué sepultado, en el año 783. 783
Mauregato viene en pos de él en la lisia de los primeros reyes asturianos.
La tradición refiere lo siguiente acerca de su advenimiento al trono : en 783,
luego de fallecido Silo, su viuda Adosinda hace proclamar rey por los grandes
de palacio, á la manera de los Godos, al joven hijo de Fruela, Alfonso, que con-
taba ya entonces edad bastante para empuñar el cetro; los caudillos militares y
civiles que habían contribuido ó aprobado la muerte de su padre, se oponen a
esta elección; Mauregato, hijo bastardo del primer Alfonso, á quien habia tenido
de una esclava mora de aquellas que él en sus excursiones habia llevado á Astu-
rias, pénese al frente de los descontentos, y es aclamado rey. Hay quien dice que
el bastardo Mauregato, que por su madre se hallaba en relaciones con los con-
quistadores, reclamó el auxilio de Abderramhan, emir de Córdoba, el cual le
acudió con un ejército musulmán para ayudarle á derribar del trono á su sobri-
no, y que á esto debió apoderarse del reino. Acerca de las causas que produje-
ron la elección de Mauregato, y del modo como se verificó, nada hallamos de po-
sitivo en los monumentos de la época, pero es indudable que, sobre no estar
justificado este llamamiento á los Árabes, bastaba el recelo de los que habían
tenido parte en la muerte de Fruela para que vieran de mal ojo el poder real en
manos de su hijo, cuya venganza temían, y para que ayudaran con todas sus
fuerzas á arrebatarle la corona.
Han dado á este reinado cierta celebridad las fábulas con que fué exornado
en tiempos posteriores. Entre ellas es lamas vulgar y conocida la del famoso tri-
buto de cien doncellas cristianas al emir de Córdoba, grosera invención que no
ha de ser siquiera refutada por su inverosimilitud y ninguna clase de fundamen-
to. Aparece por primera vez en el relato de un historiador que escribió mas de
cuatrocientos años después de la muerte de Mauregato (1) , y Mariana, sin te-
ner presente que en el capítulo VI (lib. Vil) habia aplicado lo del infame tri-
buto al rey Aurelio, no vacila en aplicarlo también en el capítulo VII á Maurega-
to. No consta empero por ningún documento auténtico, ni por ningún escritor de
aquellos tiempos, diremos conSabau, andador de la obra del ilustrado jesuíta, que
este príncipe pidiese socorro á los Moros ni que hiciese el concierto vergonzoso
de darles las cien doncellas: y así debe refutarse por una fábula inventada para
denigrar la fama de nuestros reyes, y recibida y propagada inconsideradamente
por nuestros historiadores.
Dejando esto aparte , pues mas extensas reflexiones no merece, hemos bus-
cado en vano algunas particularidades acerca de los hechos y del carácter propio
del reinado de Mauregato , pero de los dos únicos monumentos cuyo testimonio
es de algún peso en estos oscuros tiempos, el uno se limita á mencionar este rei-
nado y á señalar su duración (2), y aunque el otro mas explícito, le consagra al-
gunas líneas, no nos dice lo que sobre todo quisiéramos saber, esto es, el estado
social , las costumbres , las ideas , el modo de vivir de los Asturianos , y la in-
A. de J. C.
(4) Roder. Tolet. Rer. Hispan. Gest., lib. IV, c. 7, in Nebriensis, fol. XXXII.
(2) Maurecatus regn. ann. V. (Chr. Abeld., n. 56).— En el Códice de la Abadía de San Millan
léese además: «Tyrannice accepto regno.»
380 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. fluencia que sobre todo ejerció el hijo ilegítimo de Alfonso , una vez hecho rey. —
« Muerto Silo , dice Sebastian de Salamanca , la reina Adosinda , de acuerdo con
los magnates de palacio ; elevó al trono á Alfonso , hijo de su hermano el rey
Fruela ; pero su tio Mauregato , hijo de Alfonso el Mayor , si bien nacido de una
esclava , le despojó por sorpresa de la soberanía , y le obligó á buscar asilo en
el país de Álava , entre los parientes de su madre. De esta manera conquistó
fraudulentamente Mauregato la corona que ciñó por espacio de seis años. Murió
de muerte natural , y fué sepultado en Pravia en la iglesia de San Juan Apóstol,
en el año DCCCXXVÍÍ (789) (1).»
Sábese sin embargo que durante este reinado apareció en Asturias una he-
regía que no era en el fondo otra cosa que una especie de nestorianismo disfra-
zado , la cual tuvo su origen en dos obispos españoles, interrogado entre otras
cosas Félix, obispo deürgel, por su amigo Elipando, metropolitano de Toledo ,
acerca de si Jesucristo, bajo el aspecto de su naturaleza humana, era hijo verda-
dero ú adoptivode Dios, contestó: «Hijo adoptivo (2). «Elipando abrazó con ardor
esta doctrina y la propagó entre los cristianos de Asturias y Galicia , contribu-
yendo á que fuese adoptada por muchos la reputación de santidad de que Eli-
pando disfrutaba. Tres eclesiásticos , Jonás , Eterio , y Beato , cuyos escritos
poseemos, salieron á combatirla (3). Jonás era diácono , Eterio obispo de Osma,
residente en Asturias , y el tercero tnonge y abad del monasterio de San Martin
de Lievana. Elipando , aunque prelado de una ciudad sometida á los musulma-
nes , reivindica en cierto modo en sus cartas su título de metropolitano, y se ad-
mira de que pueda acusarse de error al obispo de la sede de Toledo , que nunca
habia predicado cosa alguna contraria á los dogmas verdaderos (4). Cierto Fi-
delio se hallaba en relaciones con Elipando, y era el celoso propagador de su doc-
trina en Asturias (5).
Elipando adoptó quizás esta doctrina para oponerla á la definición que ha-
cen los musulmanes de Dios : Dios es único , Dios es eterno ; no es padre ni es
hijo , y no tiene semejante, formulada sin duda alguna con objeto de confundir
á los muschrikun , trinitarios ó politeistas , como llamaban ellos á los cristianos.
Así pues , el arrianismo reaparecía bajo una nueva forma , en cuanto la doctrina
de Félix de Urgel no era otra cosa en el fondo sino la doctrina de Arrio en es-
tado mas místico , y por esto, además de ser rebatida victoriosamente por los es-
critores citados, fué anatematizada en los concilios celebrados en Narbona yFranc-
fort durante el reinado de Cario Magno.
Mauregato , según nos ha dicho Sebastian de Salamanca , falleció de muerte
789 natural en Pravia en 789 , y sucedióle en el trono Veremundo ó Beremundo (6)
( nombre convertido después en Bermudo ), hermano de Aurelio , é hijo por con-
siguiente de aquel otro Fruela , hermano de Alfonso el Católico, que hizo con
(1) Sabast. Falm. Chr., n 49.
(2) Eginh. Annal., ad ann. 792.
(3) Jonás Aurel., Bibl. Patr., t. XIV, p. 168;— Ether. et Beat. ad. Elip. Epist., Florez, Esp.
Sagr., t V.
(4) Elip. Epístj. II ad Fidel.; Florez 1. c.
(ti) Véanse acerca de esta curiosa cuestión los documentos originales en Florez, 1. c.
6) Veremundus sobrinus Adefonsi majoris, filius videcet Froilani fratris sui iSebast. Salm.
Chr., n. 20).
CAP. Vil. —ESPAÑA ÁRABE. 381
él sus primeras campañas contra los Sarracenos en 742. Fué elegido Bermudo, k- de J- c
dice Sebastian de Salamanca (1) ; luego la monarquía continuaba aun siendo
electiva. Bermudo era diácono , y así por primera vez en este punto se conculca-
ron las leyes godas que inhabilitaban para el ejercicio del poder real á los que
hubiesen recibido la tonsura. Aunque diácono , estaba casado con Nunila (2), de
quien tuvo dos hijos Ramiro y García, si bien creen algunos que la mención que
de dichos hijos se hace en la crónica de Sebastian de Salamanca , pudo ser inter-
polada por Pelayo de Oviedo , gran corruptor , según le llama Bomey , de ios
antiguos monumentos de la historia de España , y se fundan al pensarlo así en
que no se habla de tales hijos en la mayor parte de las copias que ele la crónica
de Sebastian han quedado.
Era Bermudo hombre generoso y magnánimo (3) , y mas ilustrado de lo
que la índole de aquellos tiempos comunmente permitía. Llamó á su lado y con-
firió el mando de las milicias cristianas al hijo de Fruela, que estaba en cierto
modo destinado para la corona , y luego que el joven Alfonso húbose captado
las voluntades prevenidas contra él , asocióle á su poder que abdicó por fin com-
pletamente en su favor. Este acto del todo espontáneo por su parte fué motivado,
según el testimonio de Sebastian, por el recuerdo de los deberes que le imponía
el orden sagrado de que se hallaba revestido (4). Volvió, pues, noblemente á sus
funciones de diácono después de haber sido rey , contento por dejar en el trono
á Alfonso, que entonces contaba veinte y siete años , hacia el cual habia conce-
bido, á lo que parece, muy viva amistad. La abdicación de Bermudo en favor de
Alfonso verificóse en el año DGCGXX1X de la era española , es decir en 791. El m-
marqués de Mondejar, en vista de un privilegio inédito de la iglesia de San Vi-
cente de Oviedo , fija el advenimiento del nuevo rey en 14 de setiembre del año
antes dicho (5), Bermudo vivió muchos años después de su abdicación , sin que
ni en un punto se turbara la buena armonía entre él y su sucesor (6). Acabó su
vida en paz , ignórase en que año (7).
Los ocho monarcas que reinaron en Asturias desde el principio del renaci-
miento cristiano en aquellas montañas hasta el año 791 , no tuvieron residencia
fija , y como hemos visto habitaron unas veces en Cangas y otras en Pravia,
resultando del estudio de los monumentos originales que ninguno residió en
Ovetum, aun cuando lo contrario diga el P. Mariana. El primero que trasladará
la corte á Oviedo será Alfonso, sucesor de Bermudo (8), y es probable que no lo
verificara hasta algunos años después de ceñir la corona.
(4) In regno eligitur (Sebast. Salm., Chr., n. 20).
(2) Risco, Esp. Sagr., c. XXXVII , p. 1 25.
(3) Vir magnanimus fuit, dice Sebastian de Salamanca; y el anónimo de Albelda, añade: Iste
per ann III, clemens adfuit et pius.
(4) Sponte regnum dimisit, reminiscens ordinem sibi impositum diaconi (Sebast. Salm. Chr ,
n. 20). — La crónica Albeldense dice también: voluntarle regnum dimisit ;n 57 .
(5) Este pasage, que el autor ha traducido, dice así: oEn la era 829 fué elevado al trono el gran
Alfonso el 1 8 dia de las calendas de octubre,» es decir el 14 de setiembre de 791. (Véase á Mon-
dejar, Advertencias á la Historia de Mariana , adven. 124, pág, 62, y Risco, Esp. Sagr. , t. 37, p. 132.)
(6) Et cum eo pluribus annis clarissime vixit ^abast, Salm. Chr., n. 20).
(7) Sebastian de Salamanca termina lo que de él nos dice con estas solas palabras: Vitam in
pac» finivit.
(8) Iste prius solium regni Oveti firmavit Sebast. Salm. Chr., n, 21).
382 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Dirijamos ahora una mirada general á la España cristiana , y veamos su
estado al finalizar el reinado de Bermudoel Diácono.
Los pueblos. que en un extremo del Pirineo empezaban á llamarse Navarros
ocupaban las tierras medias de aquellos montes que se extienden por ambas ver-
tientes. Eran de raza vasca y hablaban la lengua euskara , y su posición entre
los Árabes , los Francos y los Asíurianos los llevó á singulares alternativas
de sumisión , alianza y guerra con estas diferenles naciones. En los primeros
tiempos de la conquista , gobernáronse independientes como mejor pudieron,
á lo que parece , bajo jetones de su elección ; mas tarde recibieron condes de
institución franca ó asturiana. Animados del mismo espíritu de religión é in-
dependencia que los Asturianos , alzábanse contra los musulmanes , pero ofen-
díales y esquivaban depender de otros hombres, aunque fuesen cristianos y es-
pañoles como ellos, mostrando la antigua tendencia al aislamiento y la repugnan-
cia á la unidad heredadas délos pobladores primitivos. Si preferían su indepen-
dencia al gobierno de los reyes de Asturias, ¿cómo habían de sufrir la dominación
de los Francos de Aquitania sus vecinos, siendo extrangeros , por mas que fue-
sen también cristianos? Así es que si la necesidad los obligaba á veces á aceptar
la alianza ó á tolerar el dominio de los monarcas francos para libertarse de los
Sarracenos , nunca aquella alianza fué sincera , nunca dejaron de romperla tan
pronto como les fué dable. En cambio se aliaban otras veces con los Árabes
para librarse de los Francos , y en esta alternada lucha, dice Lafuenle (1) , en-
cajonados entre dos pueblos que aspiraban á dominarlos, no sabemos á cual mos-
traban mas antipatía , si al uno por ser mahometano , ó al otro por ser extran-
jero.
Hasta fines del siglo ix no aparece un jefe ó caudillo de los Navarros cuya
existencia esté históricamente demostrada , pero esto no ha impedido á ciertos
historiadores inventar ó admitir toda una serie de reyes , y hablarnos del origen
del reino de Navarra aun antes de que se hubiese formado el de Asturias. Gari-
bay, Morales , Mariana y otros empiezan el catálogo de los reyes de Navarra con
cierto Garci Ximenez, señor de Amezcua y Abarzuza, nombrado, á lo que dicen,
en 716 ó 718. A es le, que se hallaba casado con Iñiga, y á quien atribuyen un
reinado de cuarenta y dos años , hacen suceder su hijo Garci Iñiguez , que
reinó cuarenta y cuatro años y dejó un hijo llamado Fortun. Este, apellidado
Garcés, empezó á reinar en el año 802, tuvo por esposa á Teudia, hija ele Galin-
do, conde de Aragón ; de ella nacióle Sancho Garcés , y murió en 816 después
de trece años de reinado. Sancho Garcés sucedió á su padre, y muerto en 832,
tuvo por sucesor á su hijo Gimeno Iñiguez.
Obsérvese que desde 716 estos reyes fabulosos de Navarra tienen ya nom-
bres españoles , como si hubiesen sido de un uso común en aquella época. La
sucesión está admirablemente combinada y nada hallaríamos que decir á ella
sino constase que no existia en 716 un reino de Navarra regularmente consti-
tuido (2).
(1) Hist,, gen do Esp., P. 2." 1. 1, c. IX.
(2) En apoyo de la existencia de estos reyes, cftanse entre otras cosas las inscripciones sepul-
crales conservadas en el monasterio de San Juan de la Peña; pero se ha demostrado hasta la ev¡-
CAP. VII.— ESPAÑA ÁRABE. 383
Así ha de concluirse en vista del testimonio unánime de los mas incontes-
tables documentos. Remontándonos tan alto como nos es posible hacerlo en este
punto, hallamos primeramente al continuador de la crónica Bicíarense que escri-
bía en 724 , y que nada nos dice de la fundación del reino de Navarra en 716.
Isidoro de Beja, que acabó de escribir en 734, tampoco nos habla de este hecho,
y Sebastian de Salamanca, muy posterior, como sabemos, pues no empezó á es-
cribir su crónica hasta 886, no solo no nombra á ningún soberano de Navarra,
sino que al mencionarla lo hace siempre como con una provincia sujeta á los
reyes de Asturias en el momento en que escribía. Lo mismo puede decirse de
la crónica Albeldense , y á mediados del siglo ix, San Eulogio de Córdoba, que
hizo un viaje á Navarra y que escribió luego su excursión á dicho país, habla
siempre de aquella provincia como dependiente del único príncipe de los cristia-
nos españoles, es decir dei rey de Asturias (1). El mismo monge de Silos, tan
propenso á errores, que escribía á fines del siglo xi ó á principios del xn, ha-
bla de los Navarros del siglo vm y de parle del ix como de un pueblo depen-
diente de Asturias (2), y por fin el absoluto silencio observado sobre este
punto por las crónicas francas, que tan á menudo hablan de los habitantes de
aquellos montes, nos parece concluyente y decisivo. Sin embargo, si Navarra no
era gobernada por reyes en el siglo ix, tenia duques ó condes que aspiraban á la
independencia; una crónica franca nombra como condes de Navarra en 850 á II-
duon y á Nution (3). Esto es positivo, pero de semejante estado de cosas á un
reino constituido media grandísima disíancia. En el decurso de esia obra vere-
mos por qué causas, en qué año y porqué hombre se estableció el condado inde-
pendiente que se convirtió luego en el reino particular de Navarra.
Y si investigamos ahora cual era la situación de las demás provincias que
se convirtieron después en reinos independientes y rivales , ya unidos contra los
Árabes, ya guerreando entre sí, veremos que á fines del siglo vm se hallaban to-
dos en un mismo punto, excepto el reino de Asturias. Habia ya empero condes
en Galicia, ó en otros términos gobernadores encargados de la custodia y admi-
nistración de las ciudades, que soñaban quizás en la independencia. Habíalos en-
tre los Vascones euskaros , lo mismo que entre los Navarros , y aun cuando he-
mos de tardar cerca de un siglo en tener noticias positivas acerca de los condes
particulares de la parte de la antigua Cantabria que los escritores del siglo vm
llaman comunmente Bardulia, y que corresponde á la parte septentrional de Cas-
tilla la Vieja, existian ya en la época en que ahora nos venimos ocupando.
En cuanto á la Marca franco-hispana tampoco se habia formado al subir ai
trono Alfonso íí; sin embargo, era ya fácil presentir y entrever desde entonces su
próximo nacimiento.
Algunos años antes, en 781, después de hacer coronar en Roma por el pon-
tífice Adriano al joven Ludovico como rey de Aquiíania, Cario Magno habíale en-
dencia por muchos críticos españoles que tales inscripciones son apócrifas y fueron inventadas en
interés dei monasterio en tiempos mucho mas modernos. (Véase Masdeu, Hist. Crit0, c. IX, p. 43,
50, 60, etc.)
[A) Sanct. Eulog. Opera, Epist. ad Guiliesindum í'ampilonensem, Compluti, 4574, fol 96.
(2) Silens. monach. Ghr., n. 27.
(3) Fragmentum Chronici Fontanellensis, ad ann. 850.
384 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
viado á sus estados cuando apenas contaba tres años , acompañado por leudos
francos de fidelidad experimentada. Llevado en su cuna desde Roma hasta Or-
leans, pusiéronle á caballo al llegar á este punto, revestido de armas proporcio-
nadas á su pequeño cuerpo, y fuéronle, por decirlo así, sosteniendo hasta To-
losa (1). Su principal ministro, el primero que gobernó la Aquitania en nombre de
Ludovico, bajo la alta y suprema dirección de Cario Magno, llamábase Amoldo
y era hombre de gran habilidad política y de prudencia consumada, al decir del
anónimo astrónomo autor de la vida de Luis el Pió , y entonces empezó una
nueva era para el mediodía de la Galia, cuyos efectos no tardaron en experimen-
tarse en la Península.
En el año 785, los Francos, á quienes nada habia quedado en esta parte de
ios Pirineos de la infausta para ellos expedición de 778, habíanse acercado otra
vez á aquella cordillera. Gerona, Urgel y Ausona, mal defendidas y medio arrui-
nadas por las guerras, habían caido en su poder, sin que esto causara al parecer
la menor sensación en Córdoba , pues sin duda serian aquellas plazas tomadas
sin gran aparato ni estrépito de armas. No dejaba, empero, de tener este hecho
importancia suma, y para asegurar mejor las fronteras de la nueva conquista,
confióse su gobierno y su custodia á gran número de personas. En contra de
la costumbre establecida en el reino, donde no habia mas que un conde para ca-
da diócesis , las de esta frontera fueron divididas en varios gobiernos , teniendo
cada uno su conde particular. El gobernador dado aquel año á Gerona fué el pri-
mer conde franco establecido en los Pirineos españoles en nombre de Ludovico ,
ó por mejor decir de su padre Cario Magno.
¿Pero se conformaban de buen grado ios habitantes de esta parte de ia Pe-
nínsula, sufrían de buena voluntad el gobierno y ia superior dominación de los
Galo-Francos de Aquitania? La historia nos dirá cuan pronto aquellos Españoles,
celosos de su independencia como todos , aprovecharon la primera ocasión para
convertir la Marca franco-hispana en estado español y en condado independiente.
(1) Anón. Astron., Vit. Hludovic. Pii.
c-^c^CX5SiT6^^>-a^>
CAP. VIII. — ESPAÑA ÁRABE. 385
CAPÍTULO Yílí.
Solemne proclamación de Hixem en Córdoba. — Rebelión de sus dos hermanos Solimán y Abdallah.
— El emir los vence.— Sumisión definitiva de Abdallah y Solimán. — Turbulencias en la España
oriental. — Proclámasela guerra sania. — Expediciones contra los cristianos. — Invasión de Asturias.
— Campañas consecutivas. — Entran los Árabes en Septimania.— Incendio de los arrabales de Nar-
bona. — Batalla del Orbieu. — Guillermo deTolosa es vencido.— Termina Hixem la gran mezquita de
Córdoba.— Su descripción. — Continuación de la guerra santa. — Derrota de los Árabes en Asturias.
—Fin del reinado de Hixem.
Desde el año 788 hasta el 796.
Celebrados los funerales de Abderrahman , su hijo Hixem fué solemne- a. de j. c
mente proclamado emir en 24 de rebie segunda del año 172 (1.° de octubre de 788
788). Paseó á caballo las calles de Mérida con numeroso séquito de caballeros,
y rezóse por el la chotba ú oración pública en todas las mezquitas de España (1).
Ayudaba al entusiasmo con que era saludado el nuevo emir, que contaba enton-
ces trinta y un años (2), su majestuosa presencia , su índole apacible y la
fama de religioso y justiciero de que ya gozaba, siendo por esto apellidado El
Adhel (el Justo) y El Rahdij (el Benigno), á causa de su bondad. El primer acto
del nuevo emir fué el nombramiento del walí Abu Omeya Abdel Gafir ben Abdel
Guewara su amigo, que habia sido gobernador de Sevilla después de Abdelme-
lek ben Ornar, para el importante cargo de hagib.
El reinado de Hixem empezó con una guerra civil. Transcurridos pocos me-
ses desde su elevación al poder , sus hermanos maquinaron contra él en sus
gobiernos de Toledo y Mérida; pero como Abdallah viese acogidos con escaso fa-
vor por los habitantes de la última capital sus subversivos proyectos, y hallase
gran oposición en su wazir, uno de los veinte y cuatro que habian prometido fi-
delidad á Hixem en la ceremonia en que habia sido reconocido como sucesor de
su padre, marchó á Toledo cerca de Solimán y allí convinieron en gobernar sus
provincias como señores de ellas, con total independencia del emir de Córdoba,
y defender de mancomún su soberanía. Su rebelión estalló prematuramente qui-
zás, á causa de un imprevisto suceso. Llamado á sus consejos el wazir de
Toledo Galib ben Teman el Tzakiíi, como leal á su soberano y hombre pruden le,
se opuso á sus intentos , y les afeó su determinación. Ofendido Solimán de sus
(4 ) La chotba ú oración pública por el reyes uno de los primeros derechos de la soberanía en -
tre los musulmanes: debe hacerse en las mezquitas principales todas las fiestas por el chatib ó pre-
dicador de ellas; se hace desde el minbar ó pulpito, y contiene alabanzas á Dios, bendiciones al pro-
feta y súplicas por la vida y prosperidad del rey.
(2) Habia nacido en 1.° de marzo de 757.
tomo u. 49
386 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
razones , mandóle encarcelar y cargar de cadenas , y al llegar á Hixem la
noticia de lal violencia , escribió á su hermano Solimán pidiéndole cuenta de la
causa ó motivo de aquella sin razón. Cuéntase que al recibir la carta de su
hermano, Solimán se abandonó á tan furiosa saña que, mandando sacar á Ga-
lib de su calabozo, hizo que le clavasen en un palo en presencia del enviado de
Hixem , diciendo luego al mensaejro; «Vé, y di á tu señor que nos deje mandar
en nuestras pequeñas provincias, que esta libertad no es gran recompensa del
agravio que se nos hace, y refiérele también lo que ha valido aquí su intempes-
tiva soberanía (1).»
Llenó de justo enojo y de indignación á Hixem la desatentada conducta de
sus hermanos, y declarándolos enemigos del estado , dio orden de armar contra
ellos todas las huestes, y él mismo, á la cabeza de veinte mil hombres, partió
contra Toledo. Al saber su llegada, Solimán salió de la ciudad, dejando el cui-
dado de defenderla á su hermano y á su propio hijo, y con quince mil soldados
aguerridos, marchó al encuentro de las tropas andaluzas. Ambas huestes se en-
contraron cerca de üisn Buikh (la fortaleza de Bulkh) , lugar desconocido en el
dia, y como si fueran enemigos de ley, lengua y costumbres distintas, se mez-
claron en sangrienta batalla que se mantuvo igual buena parte del dia; pero á la
caida del soi los de Solimán cedieron el campo, y solo la llegada de la noche im-
pidió su completa derrota. A favor de la oscuridad, el vencido Solimán se retiró
del campo de batalla para buscar un asilo en los montes inmediatos , y como
los vencedores no hallasen al dia siguiente enemigos con quienes combatir, con-
tinuaron su marcha á Toledo, á la que pusieron estrecho bloqueo. Abdallah de-
fendía la plaza con habilidad y valor, pero mas que todo la protegía la fortaleza
de su enriscada posición, inaccesible en muchos puntos, como ya sabemos.
En tanto Solimán, después de reunir sus dispersos soldados, desciende de la
sierra, corre los campos de Córdoba y ocupa la fortaleza de Sefonda. Abdallah
beu Abdelmelek el Meruan sale contra él, desalójale de Sefonda, le vence, y le
obliga á tornar á los montes y ampararse en ellos. En vano pidió Solimán auxilio
al wazir de Mérida y á los principales jeques de la comarca: lejos de obtenerlo,
supo que aquel wazir y aquellos jeques habían tomado las armas contra él, y
perseguido por los campeadores de abdallah el Meruan, pudo llegar á duras
penas á través de montañas y precipicios hasta tierra de Tadmir.
En Toledo, el sitio apretaba, Solimán no volvía, los víveres escaseaban, y
cundia el desaliento entre los habitantes; por esto Abdallah tomó la resolución de
entrar en pactos con el emir su hermano, y como este hubiese vuelto á Córdoba,
solicitó un salvoconducto y uua escolla de los jefes del campo enemigo. Obteni-
do lo que deseaba, atravesó el campamento sin darse á conocer y se dirigió á
Córdoba, enviando delante á su wazir para anunciar á Hixem la llegada de su
hermano. El emir le recibió con los brazos abiertos, sin estar en su mano hacer
otra cosa, dice la crónica árabe, y concertada la entrega de Toledo y el olvido de
lo pasado, lo cual habia de entenderse también con Solimán en caso de consentir
como Abdallah en ponerse á merced del emir, ambos hermanos partieron á To-
ledo con la caballería de Zenetas y Andaluces. Abdallah se adelantó al estar
(!) Conde, P. 2.a, c. XXV.
CAP. VIII. — ESPAÑA ÁRABE. 387
cerca de Toledo, y corrió á prepararlo todo para la rendición de la ciudad, donde a. de j.c
fué recibido Hixem con grandes demostraciones de contento. Instaló en calidad
de wali á un pariente del wazir tan inhumanamente sacrificado; dio á Abdallah
una casa de recreo situada en uno de los mas amenos sitios de la campiña del
Tajo, y regresó á Córdoba á preparar los medios para reducir a Solimán, obstinado
todavía en su rebelión.
En efecto, mas enfurecido que desalentado por la pérdida de Toledo, Soli-
mán andaba por tierras de Tadmir levantando los pueblos y reuniendo numerosos
cuerpos de voluntarios. Hixem envió un ejército contra él y confió la vanguar-
dia á su hijo Alhakem, que por primera vez se ensayaba en el acaudillamien-
to de tropas. La hueste de Solimán hallábase entonces en los campos de Lor-
ca, esperando á su general que reclutaba gente por los pueblos inmediatos, y
el impaciente Alhabkem, con el ardimiento y la inconsideración de un joven que
no ve los peligros, la arremetió impetuoso, sin esperará que llegara su padre con
el resto del ejército, y tuvo la fortuna de arrollarla. Guando llegó el ejército de
Hixem no habia ya enemigos con quienes pelear, y si bien el emir sintió gran
alegría por el primer triunfo de su hijo, no pudo menos de amonestarle y repren-
derle por su ardor inconsiderado (1).
Según hemos dicho, no estaba Solimán en su hueste el dia de la batalla,
y cuando los fugitivos restos de su gente llegaron donde estaba y le refirieron el
desgraciado suceso, quedó pensativo, y sin decir otra palabra que «mal haya mi
fortuna! » partió con algunos caballeros hacia Valencia sin camino ni dirección
cierta. Pasó por las inmediaciones de Denia, sin cesar perseguido por los explo-
radores de su hermano, y entró por fin en Djezirah Jucar, lugar fuerte y rodea-
do por el rio, según lo indica su nombre árabe (la isla del Jucar). Desde allí
escribió á Hixem rogándole quisiese olvidar lo pasado y recibirle en su gracia
con las mismas condiciones que á su hermano Abdallah, ó como le pareciese.
Holgó mucho el emir de este allanamiento, pero como conocía el carácter impe-
tuoso y arrebatado de su hermano, propúsole que para su seguridad podia esta-
blecerse en Tánger ú otra ciudad de Almagreb , donde con el valor de los bienes
que en España poseía podria adquirir otros equivalentes. A todo se allanó Soli-
mán, y concluida su avenencia en los primeros meses del año 174 de ia hegi-
ra (790), cuéntase que recibió de Hixem por sus posesiones sesenta mil mitcales 790.
ó pesantes de oro y que se fué á morar á Tánger (2).
Al mismo tiempo que Solimán y Abdallah desconocían en Toledo la autori-
dad de Hixem, Said ben Hussein, walí de Tortosa, se resistía á recibir en aquella
ciudad al nuevo walí que habia nombrado el emir para sucederle en su gobierno.
Ignórase la causa de la destitución de Hussein, mas puédese creer que era cono-
cido por uno de aquellos walíes que mantenían secretas relaciones con los Fran-
(1) Díjole, según Conde (P. 2.a, c. XXVI) «que si bien convenia mucho el ardimiento y valor
en la guerra, no eran menos necesarias la prudencia y reflexión: que no deben aventurarse los suce-
sos cuando sin temeridad ni precipitación puede ser mas cierto y mas completo el triunfo. Que mu-
cha, veces por imprudente confianza y necia presunción de sus propias fuerzas, y por no dar parte
en la gloria de sus imaginados triunfos á otro compañero, muchos caudillos perdieron batallas muy
importantes, que causaron la ruina de algunos estados, y á sus nombres perdurable infamia.»
(2) Conde, P. 2.a, c. XXVI.
388 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. eos, dueños de Gerona, de Áusona y de Urgel, en esta parte de los Pirineos, y
muy poderosos en la otra. El walí de Valencia Muza ben Hodeira recibió orden
de castigar al rebelde, y llegado cerca de Tortosa con la caballería de Valencia,
de Murbiter (Murviedro) y de Nules, encontró á Said ben Hussein que salia á su
encuentro. Empeñóse la batalla entre ambas huestes, y la de Valencia puso en
fuga á la de Said, pero habiéndose lanzado en su persecución, cayeron los ven-
cedores en una emboscada que el enemigo les tenia puesta : Muza ben Hodeira
pereció en la refriega, y los suyos hubieron de emprender la fuga.
Esto sucedía en los últimos meses del año de la hegira 172 (789), y así
permanecieron las cosas por espacio de algún tiempo, hasta que el ejemplo de
Hussein fué imiíado en toda la España oriental. Bahlul ben Makluc, caudillo de
aquella frontera, se apoderó de Zaragoza y formó una especie de liga para su
independencia común con los walíes de Barcelona , de Huesca y de Tarragona.
El nuevo walí de Valencia Abu Otman recibió también el encargo de sofocar la
rebelión, y en los primeros meses del año 790 marchó con numeroso ejército á la
España oriental. Su campaña fué tan afortunada que venció y decapitó á Hus-
sein, cuya cabeza envió a Córdoba, y redujo sucesivamen'.o todas las ciudades
sublevadas , imponiendo en su camino igual castigo á los walíes rebeldes cogi-
dos con las armas en la mano. Los triunfos de Abu Otman coincidieron con la
sumisión de los hermanos del emir, y la noticia de ellos se celebró en Córdoba
con públicos regocijos. Hixem escribió de su propio puño una carta de gracias
al valeroso Abu Otman, y le dio el mando de la frontera de Afranc, prometien-
do enviarle refuerzos cuanto antes para recobrar las ciudades que en aquella
tierra habían perdido los Muslimes.
Afianzado en el interior en la posesión de la soberanía, quiso Hixem publi-
car en España el algihed ó guerra santa. Los Francos al este y los Asturianos al
norte de sus fronteras se agitaban y tomaban cada dia una actitud mas amenaza-
dora, é Hixem comprendió la necesidad de resucitar en los musulmanes españo-
les el fervor religioso de los buenos tiempos del Islam, dándole en el rincón oc-
cidental de Europa que ocupaba, lugar mas desahogado y menos disputado.
Los autores árabes cuentan del modo siguiente la repentina reaparición del
primitivo espíritu musulmán, que fué el rasgo distintivo y característico del rei-
nado del segundo Ommíada.
m. Venido el año 175 (791), dicen , mandó Hixem publicar en toda España el
algihed 6 santa guerra, envió sus cartas á todas las capilanías, se leyeron en los
alminbares ó pulpitos de todas las aljamas, y todos los buenos Muslimes quisie-
ron concurrir con sus personas , con sus armas y caballos , ó con sus limosnas,
por merecer los inefables y copiosos premios prometidos á los que ayudasen á tan
digna empresa. Tres ejércitos , animados de un celo que recordaba el fervor de
las huestes musulmanas en los primeros años de la hegira , se levantaron á la
voz de Hixem, quien dio el mandodel primero ásuhagíb,el wali Abdelwahid ben
Muguei!, el del segundo á su yerno Abdallah ben Abdelmelek el Meruan , y el
tercero marchó á las órdenes de Yussufben Bath el Ferasi. Entraron estas hues-
tes en tierra del Guf ó norte de España: una división de treinta y nueve mil
hombres corrió y taló las comarcas de Aslurica, Luco y Galicia, lomando cauti-
vos, ganado y despojos, y causando en aquellos pueblos el espanto y la desoía-
CAP. YI1I. — ESPAÑA ÁRABE. 389
cion ele las terribles tempestades. Otra columna marchó hacia la España orien- A- d9 J- G
tal, penetró en los montes Albortat , sojuzgó á sus habitantes , y apoderóse de
muchos cautivos y ganados. En el año 176 conlinuaron las entradas por los
valles de los montes Albaskenses hasta dentro en tierras de Afranc : los pue-
blos huian á las grutas de las fieras y abandonaban sus poblaciones. En el
año 177 se tomó por fuerza de armas la ciudad de Gerunda , y sus moradores
fueron degollados: la misma muerte tuvieron los de Medina Narbona, y la espa-
da de los Muslimes hizo en sus defensores y pueblo tan atroz matanza , que solo
sabe el número de ellos Dios que los crió. Los despojos de estas ciudades fueron
muy ricos en oro, plata y preciosos paños, y el quinto que de ellos tocó á ílixem
se elevó á mas de 45,000 mitcales ó pesantes de oro. Cuando llegaron á Córdo-
ba estas riquezas y las nuevas de tan venturosas expediciones, hubo en la ciu-
dad grandes alegrías. El emir destinó el quinto que le pertenecía para la fábrica
de la mezquita mayor de Córdoba , y por su orden quedó en la frontera Abda-
llah ben Abdelmelek el Meruan , á quien hizo wali de Zaragoza (1).
Así en globo y sin mas detalles explican los cronistas musulmanes las ope-
raciones de la guerra santa desde 731 hasta 793. Si deseamos de los sucesos de
esta guerra una relación mas detallada , preciso nos será tomarla en ei punto en
que siguiendo á los Árabes la hemos empezado y aclarar y explicar someramente
los puntos principales.
En su primera expedición á Asturias en el año 791 , los Sarracenos se limi-
taron, á lo que parece, á correr , devastar y aterrorizar el país , particularmente
el territorio de Galicia. En sus excursiones uno de sus destacamentos encontró al
rey de Asturias Bermudo en un lugar llamado Burbia(2), empeñóse la pelea, y el
resultado de ella lo traducen en su favor las historias musulmanas y de muy dis-
tinta manera los cronistas cristianos. Esto sucedía en el último año del reinado
de Bermudo , cuando ya Alfonso acaudillaba las huestes asturianas (3).
En el año 792, dirigiéronse los Árabes mas particularmente hacia las mon- 792
tañas vascas cuyos valles asolaron quizás hasta el de Bastan , y volviéronse vic-
toriosos y cargados de botin , de rebaños y cautivos.
Hasta 793 no penetraron en los campos de la provincia de Narbona para 793.
atacar á los Francos propiamente dichos.
La ocasión no podia ser mas oportuna : las fuerzas todas de Cario Magno se
hallaban ocupadas en la frontera oriental de su reino , y aun cuando presintiera
vagamente un ataque por el lado de los Pirineos (4) , creia á los Árabes andalu-
ces con sobrado qué hacer en sus propios asuntos para que de mucho tiempo
emprendiesen cosa alguna contra él. Contaba con aliados entre los caudillos mu-
(1) Conde, P. 2.a, c. XXVII.
(2) Junto á Villafranca de Vierzo, en la provincia de León.
(3) Eo regnante Veremundo, prselium facturo est in Burbia (Chr. Albel., n. 57^.-— Hic Galle-
ciam devastavit ;H¡xem) anno Arabum GLXXV, et in reditu obviuro habuit Veremundum (Roder.
Tolet., Hist. Arabum, c. XXI).— En 178, dice Hamed (Murfy, c. III), Yussuf ben Bath entró por or-
den de Hixem con un ejército en la provincia de Galicia , y venció al rey Bomond (así llama á Ber-
mudo el historiador árabe ).
(4) Tenemos de ello una prueba en la carta que Cario Magno escribió por entonces al papa
Adriano, en la que manifestaba sus temores sobreesté punto (Adrián, papa?. Epist. adKarol.Magn.,
Script. Rerum Francic, t. V).
390 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
sulmanes de la frontera y entre otros con Abu Taher, que en el plaid celebrado
en Tolosa en 790 habia solicitado y obtenido de Luis un tratado de paz. Así pues,
y por exigirlo las circunstancias , Carlos habia creído sin peligro poder enviar á
su hijo Luis, rey de Aquitania, con cuantas tropas pudo levantar en su reino , á
la defensa de su otro hijo Pepino, rey de Italia , contra quien se habían subleva-
do los deBenevento.
Luis , que habia lomado parte en la guerra con los Abaros , habia vuelto á
Aquitania durante el otoño de 792 , y tomando poco después el camino del monte
Genis, habia penetrado en Italia , celebrando en Ravena la fiesta de Navi-
dad (1). Allí reunió sus fuerzas con las de su hermano , y juntos penetraron en
la provincia de Benevento, en cuyos campos guerreaban en los primeros meses
del año 793.
Ausen'e pues, se hallaba Luis y las mejores milicias de Aquitania , cuando
Hixem dirigió á la Galia el ejército musulmán mas numeroso que de mucho
tiempo se hubiese visto. Tomada Gerona y pasados á cuchillo sus habitantes, pe-
netró aquella hueste en Septimania , y no cabe duda en que corrió y devastó sin
obstáculo los campos de la Gaiia hasta los muros de Narbona , cayendo en su
poder cuantos pueblos-, iglesias y abadías halló en su camino , y por fin hasta los
mismos arrabales de Narbona. Preséntase aquí sin embargo una dificultad : Nar-
bona, la fortificada plaza que por tantos años habia resistido á las armas de los
Francos ¿fué tomada é invadida de pronto por los Árabes? No solo se desprende
así de sus relaciones sino que hablan de la reconquista de la ciudad por los Fran-
cos cuatro años mas tarde , lo cual da á sus palabras una precisión notable.
Esto no obstante, reinan sobre este punto muchas y muy fundadas dudas: la ex-
presión los de Narbona, de que se sirve el escritor árabe que antes nos ha referido
la rápida y victoriosa campaña de la Septimania , puede aplicarse tanto á los
habitantes de la Narbonense como á los de la misma ciudad , y Narbona (Arbu-
na) así significaba la plaza como el territorio que de ella dependía. En cuanto al
inmenso botin recogido en la campaña , que es aducido como prueba del mismo
hecho , además de ser quizás algo exagerado , pudo haber sido tomado en las po-
pulosas y ricas poblaciones inmediatas á la antigua ciudad romano-goda , y tam-
bién al pié mismo de sus murallas. En efecto, durante los treinta años que re-
conocía la dominación franca , Narbona habia visto formarse junto á ella gran-
des arrabales , en los que habia ya en aquel tiempo una iglesia de gran impor-
tancia (2).
Singular es que los Árabes nada digan explícitamente del hecho de ar-
mas mas notable de aquella campaña, de la señalada victoria alcanzada contra
el duque Guillermo de Tolosa en las márgenes del ürbieu. Las crónicas francas,
y sobre todo la Moissiasense , nos permiten suplir en este punió el vacío que se
observa en su relación. Con el bolín recogido en los arrabales de Narbona , el
ejército de Abdelmelek lomó el camino de Carcasona , donde se prometía sin du-
da hacer los mismos estragos ; pero apenas habia pasado el Orbieu , á poca dis-
tancia del punto en que desagua en el Aude, encontró á Guillermo, que acudía
(1) Anón. Astron. Vit. Hludov. Pii.
(2) Hist. del Languedoc, t. I.
CAP. VIII. — ESPAÑA ÁRABE. 331
presuroso á detener sus pasos con algunos condes aquilanos que no habían se-
guido á Luis á Italia, y con cuantos soldados habían podido reclutar en un país ya
tan exhausto de hombres á consecuencia de las levas anteriores. Avistáronse am-
bas huestes, y como cediendo á un irresistible empuje, llegaron al momento á las
manos. La pelea duró muchas horas con gran matanza por una y otra parle, hasta
que los Franco-Aquitanos acabaron por llevar lo peor: á pesar de los esfuerzos y
déla intrepidez personal de su duque, los que escaparon á las espadas musulma-
nas hubieron de emprender una precipitada retirada , y el campo de batalla
quedó por los Sarracenos. Estos, empero , habían comprado tan cara la victoria
que, en vez de perseguir al enemigo vencido , se retiraron también á su vez ha-
cia los Pirineos , cargados de muchos y ricos despojos.
Los principales sucesos de la expedición de Septímania , el saco é incendio
de los arrabales de Narbona , la rota de Guillermo de Tolosa , el singular regreso
de los Sarracenos á España, después de una victoria, lodo ello está indicado con
explícitos rasgos en el precioso pasage de la crónica Moissiacense del cual hemos
tomado las noticias que preceden (1). Solo falta en él el nombre del Orbieu, pero
suplen este vacío los Anales de Anniano, tan breves en todo aquello que tiene
referencia á los Árabes andaluces (2).
Las crónicas francas no tratan de ocultar la gravedad de la jornada en que
quedó vencido Guillermo. Mientras Carlos se hallaba ocupido en 793 en la reu-
nión del Rhin con el Danubio por medio de un canal, á cuya obra atribuía gran
importancia política , «recibió dos noticias muy funestas , dice Eginhardo. La
una que la Sajonia entera se hallaba sublevada , y la otra que los Sarracenos
habían penetrado en Septímania , y después de pelear con las guarniciones de la
provincia y de dar muerte á gran número de Francos , habían vuelto victoriosos
á su país (3).»
La retirada de los Árabes hacia los Pirineos hubo de hacerse lenta y victo-
riosamente , si podemos expresarnos así. Al propio tiempo que renunciaban k
penetrar mas adelante por tierra de los cristianos , no abandonaron el país de
Narbona hasta después de sacar de él cuanto les fué posible , y hasta se dice que
obligaron á los pueblos á trasladar las piedras de sus propias habitaciones hasta
la puerta del palacio de Hixem en Córdoba (4). En lo que no cabe duda alguna
es que muchas ciudades y villas de la Narbonense , á lo menos las situadas en-
tre el Tet y los Pirineos , quedaron entonces en poder de los Árabes.
«Con estos venturosos sucesos, dicen las crónicas árabes, el rey Hixem era
muy temido de sus enemigos y muy amado de sus pueblos : con su clemencia,
liberalidad y condición fácil y humana granjeábalas voluntades de todos: era
(1) Iste audiens iHixem) quod rex Karolus partibus Avarorum perrexisset, et existimaos quod
Avari contra regem fortiter dimicassent, et ob hanc causara ia Franciam revertí non licuisset. mi-
sit ^ Ahdelmelec unum ex principibus suis cum]exercito magno Sarracenorum ad vastandum
Gallias. Qui venientes Narbonam suburbium ejus igne succederunt, multos christianos, ac prseda
magna capta, ad urbem Carcasonam pergere volentes, obviam eis exiit Wilhelmus aliique comités
Frankorum cum eo.... Wilhelmus autem pugnavit fortiter in die illa.... Sarraceni verocollectis spo-
liis, reversi sunt in Spaniam.
(2) El teatro preciso de esta batalla , fué á lo que parece el valle de Villedaigne (vallis Aquita-
nica), situado en el camino ordinario de Narbona á Garcasona. ( Hist del Lang., t. I, p. 453).
(3) Eginh. Annal., ad ann. 793.
(4) Ahmed, en Murfy, c. 3,
794.
392 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
c muy caritativo con los pobres de cualquiera religión, y pagaba los rescates délos
que caian en manos de sus enemigos(l)». «Príncipe muy piadoso, añaden, cuida-
ba délos hijos y mugeres de los que morian en la guerra, y considerando como
un deber sagrado la terminación de la gran mezquita de Córdoba, trabajaba él
mismo en la obra algunas horas cada dia, á ejemplo de su padre. »
Bajo su reinado llevóse á feliz término aquella maravilla, en cuya descrip-
ción se complacen los autores árabes. «La magnífica aljama de Córdoba, dicen,
aventaja á todas las de Oriente, y tiene seiscientos pies de largo por doscientos
cincuenta de ancho : fórmania treinta y ocho naves á lo ancho y diez y nueve á
lo largo, mantenidas en mil noventa y tres columnas de mármol : éntrase en su
alkibla (2) por diez y nueve puertas cubiertas de planchas de bronce de maravi-
llosa labor, y la puerta principal está cubierta de láminas de oro : tiene nueve
puertas á oriente y otras tantas á occidente. Sobre la cúpula mas alta hay tres
bolas doradas y encima de ellas una granada de oro : de noche para la oración
se alumbra con cuatro mil setecientas lámparas, que gastan veinte y cuatro
mil libras de aceite al año, y ciento veinte libras de aloe y ámbar para sus per-
fumes (3). la lámpara del oratorio secreto (mihrab) es de oro y de maravillosa
labor y grandeza.» Hixem reedificó además el puente de Córdoba (4) y otros mu-
chos edificios que necesitaban ser reparados. .Para agraciar al emir y por orden
suya, Farkid ben Haun el Diwani, natural de Córdoba, labró en este tiempo la
hermosa fuente llamada de su nombre Ainfarkid, que era uno de los mas bellos
monumentos de Córdoba. Al llegar á este punto hallamos en Conde una noticia
curiosa acerca de la retribución de los empleados públicos musulmanes. Hixem,
dice, dio el cargo de wali de la plaza de Córdoba á Solimán ben Foleis, que ha-
bia sido cadi en tiempo de Abderrahman, y era su asignación quinientas doblas
al año (S) .
En 174 (794), Abdelkerim, hijo del wali de Ja frontera Abdelvahid, invadió
de nuevo el país de ilia y de los Castillos (6), al tiempo que Abdelmelek, hermano
de Abdelkerim, entraba por distinto camino por tierra de los cristianos. En Asíor-
ga encontró al rey de Galicia y al de Vizcaya (7) (nombre singular que no con-
cuerda con nada de lo que acerca de los cristianos sabemos); pero estos no se atre-
vieron á atacarle, y Abdelmelek penetró hasta muy adentro por aquel suelo clási-
co de la restauración española, devastando campiñas y destruyendo iglesias. El
regreso empero no fué tan feliz como la ida: Alfonso II, que reinaba entonces en
(\\ Conde, P. 2.a c. XXVIII.
(2) La parte destinada á la oración, que se hacia con el rostro vuelto hacia la Meca,
(3) Esta prolijidad es propia de los Árabes: el autor de la historia de Fez, Abdel Halem de
Granada, cuenta hasta el número de tejas que cubrían la aljama de aquella ciudad, á saber:
467,300, y dice que tenia 15 puertas grandes para los hombres y 2 pequeñas para las mugeres, y
que se alumbraba con 4700 lamparas, pero ñolas encendían todas sino en las noches del ramazan
y en la que llamaban de Candiles.
(4j Dice un autor árabe que al preguntar cierto dia Hixem á uno de sus ministros qué pensa-
ban los Cordobeses de aquella restauración, le contestó el ministro : «Aseguran que no habéis tenido
otra idea que proporcionaros paso para ir á la caza.» Desde aquel momento juró Hixem no pasar
en su vida por aquel puente, y refieren que cumplió su palabra.
(5) Conde, l. c.
(6) Expresión de Ahmed, c. 3.
7) Id., I C
CAP. VIII. — ESPAÑA ÁRABE. 393
Asturias supo con maña atraer á los enemigos á un lugarpantanoso llamado Lutos
(Lodos), y saliendo entonces los cristianos, que emboscados los esperaban, em-
bistiéronlos tan bravamente, que, embarazadosy confusos los Moros en un terreno
fangoso y paradlos desconocido, sufrieron horrible mortandad. Las crónicas cris-
tianas hacen subir el número de muertos á setenta mil, y aun cuando sea se-
guramente exagerado este número, es lo cierto que perecieron allí los mas afama-
dos caudillos de la hueste, entre ellos Yussuf ben Bath, y que los mahometanos
perdieron cuanto botin y prisioneros traían (1). Duranle este mismo año , dicen
las crónicas árabes, Abdelkader, general de Hixem, persiguió á los bárbaros de
Takerna que se habían rebelado, é hizo en ellos tal malanza que dejó la tierra
yerma y despoblada (2): Trasladamos esta breve noticia tal como la hallamos en
Conde, sin que nos haya sido dable adquirir en autor alguno oirás mas circuns-
tanciadas y precisas acerca de esos bárbaros y de ese lugar llamado Takerna.
La expedición de 794 á Galicia fué la última que se emprendió duranle este
reinado. ¿Habíase extinguido de pronto por efecto de aquella derrota el espíritu
religioso y guerrero de los musulmanes españoles que caracterizara su principio?
Difícil es creerlo así, pero de todos modos es lo cierio que desde aquel momento
hubo de hecho una tregua, no solo entre los Árabes y Asturianos, sino también
entre aquellos y los Aquitanos. Por grande que fuese el deseo de Garlo Magno de
recobrar en Seplimania lo que habia perdido en la expedición del año •anterior,
muy graves intereses le detenían en el Norte, donde habia de contener á los Sa-
jones, sus mas terribles enemigos. Por esta parte, pues, Hixem nada tenia que
temer.
La guerra santa, á pesar de la derrota de Asturias, habia llenado en gran
parte el objeto que Hixem se propusiera al publicarla. Cuarenta años de turbu-
lencias y de guerras intestinas habían podido hacer considerar á las tribus mu-
sulmanas como incapaces de hallar otra vez el secreto de 711 , el entusiasmo é
irresistible ardor de los compañeros de Tarik y Muza, el ardor aventurero de los
vencidos de Poitiers; cuando de pronto habia reaparecido algo del aníiguo esfuer-
zo allí donde no parecía conservarse espíritu alguno de unión y de común afecto.
Numerosos ejércitos se habian formado en pocos dias á la voz de los jefes del
culto ; habíase otra vez extendido á lo lejos la fama de las armas y del nombre
musulmán, y los cristianos de España y de las Galias habian podido apreciar de
nuevo de que eran capaces aquellos hombres á quienes creían para siempre divi-
didos y buenos únicamente para guerrear entre sí sin tregua ni descanso.
Y es innegable que Hixem contribuyó en mucho á este renacimiento del an-
tiguo espíritu del Islam, y que laausteridad y pureza de sus costumbres, la igual-
dad de su carácter, el fervor verdadero y comunicativo de su fe, la firmeza en fin
y aquella bondad que elogian en él sus historiadores y que nada desmiente en los
actos conocidos de su vida, fueron otras tantas causas de su influencia sobre los
Árabes andaluces, que le granjearon su estimación y afecto, y que hicieron mas
fáciles la unión y reconciliación de las tribus. Dícese que Hixem habia tomado
por modelo al mejor califa de su familia, á Ornar II, que gobernó dos años el ca-
(4) Conde, P. 2.», c. XXVITI.
(2) Id., l.c.
TOMO II. 50
394 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
lifato de Damasco, sin que le animara el menor odio y sirviendo en todos sus ac-
tos de edificación á sus subditos. Era justo y piadoso, repiten á porfía las memo-
rias árabes, haciendo á lo que parece de ambas cualidades los requisitos esencia-
les de un buen emir según el Coran. El segundo Ommíada de España poseia
también estas virtudes que se manifestaban en los actos todos de su soberanía.
A. ejemplo del califa á quien tomara por modelo, enviaba á las provincias del im-
perio hombres de su confianza para que examinasen la conducta de los walies,
wazires, alcaides y demás empleados principales, y cuando se les convencía de
injusticia, cuando un acto arbitrario les era justamente imputado, el wali, wazir
ó alcaide que de él se habia hecho culpable era sin pérdida de momento desti-
tuido de su cargo, obligábasele á reparar el mal que causara, y su nombre era
publicado en las mezquitas por el cadí de los cadíes (1). Como su padre, propú-
sose embellecer á Córdoba, ala que doló con muchos y magníficos edificios, abrió
en ella un hospital y escuelas para enseñanza de la lengua arábiga, y Conde nos
hace saber la singularidad de haber obligado á los cristianos á servirse de ella,
prohibiéndoles escribir en su lengua latina (2). En cuanto á las letras y artes, no
solo las protegía, sino que en persona las cultivaba, y entre los poetas de su cor-
te se complacía en celebrar en verso las galas de la naturaleza y otros asuntos
poéticos (3). La arquitectura y la poesía parecen haber sido después de la guerra
las dos pasiones dominantes en los Árabes de la época. Entre los hombres distin-
guidos á quienes Ilixem amaba y protegía, cítase á Amerben Abu Giafar, llamado
por un autor árabe el mas grande poeta de su siglo, y fallecido en Córdoba, donde
era cadi al maut ó intendente de herencias propias del fisco , que el rey, como
padre universal, dice el autor árabe traducido por Conde, hereda á los que no
tienen herederos. También bajo este reinado vivió y murió en Córdoba Said ben
Abdus, conocido por el Godei, Andaluz que viajó á Oriente y fué discípulo de Ma-
lek ben Anas, fundador de una de las cuatro sectas ortodoxas admitidas por los
Sunnitas. El Godei fué el primero que enseñó en España según la doctrina de su
maestro.
Hixem se recreaba mucho en el campo y en las amenas huertas y jardines
de sus palacios, y en el año 178 (794), hallándose en Córdoba cultivando por su
propia mano algunas flores y plantas, cuéntase que un célebre astrólogo le dijo:
(1) Ahmed, c. 3.
12) Conde. P. 2.a, c. XXIX.
(3) Conde (c. XXVIII) traduce unos versos que hizo Hixem cierto dia en que le proponían la
adquisición de una heredad muy feraz y amena contigua á sus jardines. Sabedor el emir de que
deseaban adquirirla otros, abstúvose de comprarla por no perjudicarlos, y compuso con este mo-
tivo la siguiente poesía, que revela no tanto ingenio como grandeza de ánimo:
Mano franca y liberal — es blasón de la nobleza,
El apañar intereses las grandes almas desdeñan:
Floridos huertos admiro — como soledad amena,
El aura del campo anhelo, — no codicio las aldeas,
Todo lo que Dios me da— es para que á darlo vuelva:
En los tiempos de bonanza — infundo mi mano abierta
En el insondable mar — de grata beneficencia;
Y en tiempo de tempestad — y de detestable guerra,
En el turbio mar de sangre — baño la robusta diestra:
Tomo la pluma ó la espada, — como la ocasión requiere,
Dejando suertes y lunas— y el contemplar las estrellas.
CAP. Y1II. — ESPAÑA ÁRABE. 395
«Señor, trabaja en estos breves dias para el tiempo de la eternidad.» Hixem le A- de J c-
preguntó porque le decia aquella sentencia, y el astrólogo le rogó que no le man-
dase añadir otra cosa, que sin pensar lo habia dicho. Instóle el emir que no le
ocultase su pensamiento, seguro de que por nada del mundo se enojaría, y en-
tonces el astrólogo le dijo estar escrito en el cielo que Hixem moriría antes de
dos años. No se entristeció el emir, dice la crónica, por el anuncio de su temprana
muerte; antes al contrario prosiguió entretenido en sus jardines hasta la hora
acostumbrada, oyó luego cantar, jugó al ajedrez como solia y mandó dar al as-
trólogo un buen vestido (1). Desde aquel momento repetía con frecuencia estas
palabras: «Mi confianza es Dios y en él espero.» Aunque era sabio y superior á
las creencias vulgares sobre el influjo de las estrellas, persuadido, añade la cró-
nica, de qué todo se mueve al soplo de la divina voluntad, según los eternos de-
cretos, no quiso dilatar la solemne declaración de su futuro sucesor en el impe-
rio. Reunió, pues, á los principales walies, waziresy alcatibes, álos secretarios
y consejeros de Estado, al cadi de los cadies de España, y en presencia del ha-
gib declaró á su hijo Alhakem wali alhacli, es decir, como hemos ya indicado, fu-
turo sucesor de su padre. Alhakem contaba veinte y dos años, tenia reputación
de esforzado, y era de gentil presencia y buen ingenio. Esta ceremonia, copia de
la que diera á Hixem el imperio, verificóse en el año 179 de la hegira (795). 795
El vaticinio del astrólogo, si fué cierto, no tardó en cumplirse: en los prime-
ros dias de la luna de safar del año siguiente, Hixem fué atacado de !a enferme-
dad que le condujo al sepulcro á los doce dias de la misma luna (25 de abril de 796.
796).
Cuéntase que antes de morir dio á su hijo Alhakem estos buenos consejos,
atribuidos por algunos equivocadamente á su padre Abderrahman : «Deposita en
tu corazón, dijo solemnemente Hixem á su hijo, y no olvides nunca estos conse-
jos que quiero darte por el mucho amor que le tengo. Considera que los reinos
son de Dios, que los da y los quita á quien quiere, y pues Dios nos ha dado el
poder y autoridad real que está en nuestras manos por su divina bondad, démos-
le gracias por tanto beneficio y hagamos en todo su santa voluntad, que no es otra
que hacer bien á todos los hombres, y en especial á los encomendados á nuestra
protección. Haz justicia igual á pobres y á ricos, y no consientas injusticias en tu
reino , que es camino de perdición ; sé benigno y clemente con los que de tí de-
penden , que todos son criaturas de Dios ; confia el gobierno de tus provincias y
ciudades á varones buenos y experimentados ; castiga sin compasión á los minis-
tros que opriman tus pueblos a sin razón con voluntarias exacciones. Gobierna
con dulzura y firmeza á tus tropas cuando la necesidad te obligue á poner las
armas en sus manos ; sean ellas los defensores del estado , no sus devastadores,
y cuida de tenerlas pagadas y seguras de tus promesas. Nunca ceses de gran-
jear la voluntad de tus pueblos , pues en su amor consiste la seguridad del Es-
tado, en el miedo el peligro, y en el odio la ruina cierta. Procura por los labra-
dores que cultivan la tierra y nos dan el necesario sustento; no permitas que les
talen sus siembras y plantíos , y en suma haz de manera que tus pueblos te ben-
digan y vivan contentos á la sombra de tu protección y bondad , que gocen se-
(4) Conde, P. 5.", c. XXIX.
396 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
guros y tranquilos de los placeres de la vida. En esto consiste el buen gobierno,
y si lo consigues , serás feliz y lograrás la fama del mas glorioso príncipe del
mundo (1).»
Después de un reinado de siete años, seis meses y veinta y cinco dias, mu-
rió Hixem á la edad de treinta y nueve años , un mes y veinte y seis dias. Los
autores árabes que cuentan por años lunares le dan cuarenta años, cuatro meses
y ocho dias de edad y de reinado siete años, nueve meses y diez y ocho dias.
No será por demás que antes de pasar á referir la historia del hijo de Hi-
xem, con el cual nos internaremos en el siglo ix, apuntemos algunos rasgos
característicos del que va á terminar. Por desgracia, únicamente sobre muy re-
ducido número de puntos, ó por mejor decir solo sobre uno ó dos puntos del con-
junto de hechos que constituye el estado social de un pueblo podemos deducir
de los raros monumentos históricos de la época algunas nociones positivas, dig-
nas de encontrar aquí un lugar.
Después de las luchas y divisiones del reinado de Abderrahman, hemos visto
renacer entre las tribus hispano-musulmanas el antiguo espíritu del islamismo.
La guerra volvió á ser lo que Mahoma quiso que fuera, esto es, una obra de sa-
crificio, de fe, de proselitismo, una obra sagrada, y este carácter religioso halla-
rémoslo en adelante con mayor ó menor intensidad en todas las grandes épocas
de la lucha entre Árabes y cristianos, ó lo menos hasta la caida del califato de Cór-
doba. Sin embargo, veremos modificarse profundamente la organización de los
ejércitos musulmanes, y durante el reinado del hijo de Hixem, un sueldo fijo, un
equipo uniforme harán de ciertos cuerpos privilegiados una especie de milicia
permanente. En la época , empero, de que ahora tratamos, las cosas no habían
llegado aun á este punto.
La organización de las huestes continuaba la misma que en tiempo de Alsa-
mah y de Abderrahman, el vencido de Poitiers. Los hombres que componían los
ejércitos musulmanes ( únicamente para el caso de guerra ) estaban los unos á
sueldo del emir, y estos eran los menos, y eran los demás voluntarios que se ar-
maban á sus expensas y se proveían de todo lo necesario. Combatían por Dios,
por el Profeta y por el Islam, y la perspectiva del paraíso hacíales desear mas que
temer ser mártires en las refriegas. Varios empleados seguían el ejército, encar-
gados de atender á sus necesidades y de proveerles de víveres y vestidos.
Así organizados, los ejércitos musulmanes tenían algo de regulares, y á pe-
sar de las notables diferencias entre sus distintas partes, según las componían
hombres de esta ó de aquella raza, habia entre ellos igualdad completa en cuan-
to á la disciplina.
Sus costumbres llevaban todavía impreso fuertemente el sello oriental. Se-
gún uso de Oriente, llevaban consigo y plantaban de noche las tiendas que les
servían de abrigo, y al día siguiente, si convenia adelantar ó retroceder, cargá-
banse con ellas los mulos y ligeros carros que llevaban los bagajes del ejército,
y también los camellos, nuevos huéspedes que los Árabes habían trasportado y
aclimatado en España, y que han desaparecido de este suelo con los conquista-
dores que los trajeron. Tiendas, camellos, mulos y caballos alados á las estacas,
(1) Conde, P. 2.a, c. XXIX.
CAP. VIII. — ESPAÑA ÁRABE. 397
guerreros sentados en rueda junto á las hogueras de la noche, tal debía ser el
aspecto de un campamento musulmán. La Arabia se había trasladado á la Penín-
sula, y por la mañana, plegadas las tiendas, ensillados los caballos y los baga-
jes cargados, poníanse todos en marcha. La tierra removida y la humareda de
las hogueras abandonadas, indicaban únicamente que allí había acampado y dor-
mido un ejército.
Nada europeo se había mezclado aun á fines del siglo vm en el traje de los
hombres de guerra, y continuaban usando la holgada y cómoda túnica, el ancho
turbante y las armas de Asia. Los Árabes de toda raza, los Persas, los Sirios y los
Egipcios llevaban el traje de su país sin alteración ninguna. El vestido particu-
lar, de origen y forma asiáticos también, de las poblaciones del África occidental,
de los Berberiscos de entonces , era casi el mismo que el de los Berberiscos de
ahora. El color del traje, la forma diferente del turbante , la forma de la espa-
da eran otros tanlos signos característicos de cada tribu. La acción del tiempo ,
el prolongado trato con los cristianos modificaron mucho estos usos de los mu-
sulmanes españoles del siglo vm, pero sin lograr jamás despojarlos de su carác-
ter oriental, que ellos por el contrario imprimirán de un modo indestructible á
ciertas regiones de España. El estribo ancho , la silla en forma de concha y de
sillón para los jefes principales, usados entonces, se encuentran todavía en varias
provincias de nuestra Península.
Por lo que toca á las ciencias, letras y artes, nada podemos añadir á lo que
hemos dicho antes de ahora. Muchas composiciones en verso en lasque respira
un notable sentimiento poético, llegadas de aquel siglo hasta nosotros, manifies-
tan que la poesía era entonces cultivada con provecho. A juzgar por los monu-
mentos arquitectónicos de la época, y solo por inducción, pues nada dicen sobre
esto sus cronistas, los Árabes habían de ser un pueblo geómetro por naturaleza,
por naturaleza matemático; en efecto es imposible que nombres capaces de con-
cebir y ejecutar la gran mezquita de Córdoba no tuvieran á lo menos un admira-
ble instinto de aquella ciencia.
A esto se limita cuanto sabemos de los Hispano-Musulmanes de este siglo.
Interesante por demás seria poseer algunas nociones acerca del estado del comer-
cio , de la industria y de la navegación de este pueblo ; quisiéramos saber sobre
todo su modo de vivir, sus usos y costumbres, y sobretodo aclarar algo la oscu-
ridad que reina acerca de la diferencia entre las tribus. Quizás podamos difun-
dir sobre todo ello un rayo de luz en el curso de esta obra, mas por incompletas
que sean las noticias que preceden, parécenos que revelan algún tanto la fisono-
mía particular de la España árabe durante el siglo vm, y por esto las hemos da-
do en el presente lugar.
398 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPÍTULO IX.
Emirato de Alhakem. — Sus guerras contra sus tios. — Sitio de Toledo.— Entrada délos Franco-Aqui-
tanos en la Marca hispana. — Expedición de Alhakem contra ellos.— Continuación de la guerra con-
tra Solimán y Abdallah. — Toma de Toledo.— Los tios del emir son vencidos; muerte de Solimán;
tratado de paz con Abdallah. — Sitio y toma' de Barcelona por Ludovico Pió.— Oiígen del conda-
do de Barcelona —Guerras y vicii-itudes de ambos pueblos en el valle del Ebro. — Turbulencias.
— Conspii acones.— Sublevación de Mérida.— La bella Alkinza.— Guerrasen la frontera de Galicia.
— Tregua con Alíonso II —Los Francos intentan apoderarse de Tortosa.— Los Normandos.— Toma
de Tortosa.— Excursiones marítimas por el Mediterráneo.— Tratado de paz con los Francos. — Nue-
vas guerras en Galicia. — Victorias de los cristianos acaudilladospor Alfonso. — Horrorosas escenas
en Córdoba.— Emigración de veinte mil Cordobeses.— Vicisitudes y conquistas de estos desterra-
dos.—Misantropía de Alhakem; sus demencias , su muerte»
Desde el año 796 hasta el 822.
Alhakem fué proclamado emir en 14 de safar del año 180 (28 de abril de
796), cuando contaba veinte y cinco años. Todos esperaban en él un digno su-
cesor de su padre y abuelo, dice una crónica árabe; su noble fisonomía lo anun-
ciaba, su buena educación y los ejemplos paternos lo persuadian. Dios solo, em-
pero, es sabedor: Alhakem era docto y de ingenio, pero vano y de natural duro
y fácil solo para la ira (1). Así nos hace presentir la crónica una notable dife-
rencia entre el tercer emir ommíada y sus dos antecesores. En cada nuevo rei-
nado procedíase al nombramiento de un hagib, y criado Alhakem desde la infan-
cia con Abdelkerim, poeta, sabio y guerrero ilustre, hijo de Abdelwahid, hagib
que fué de su padre, eligióle para ocupar aquel alto puesto é hizo de él su ami-
go y hombre de confianza.
Como su padre , tuvo el nuevo emir que guerrear luego de haber sido ele-
vado al poder supremo, y debió hacerlo contra los mismos compelidores que lo
disputaron á Bixem. Solimán y Abdallah, hijos de Abderrahman, sintieron rena-
cer de nuevo á la muerte de Hixem sus pretensiones á la soberanía de España ó
cuando menos de algunas de sus provincias , de cuya posesión se consideraban
injustamente despojados. Desde el año 790, Solimán vivió en Tánger, donde pa-
rece que con sus riquezas se habia creado gran número de amigos y parciales,
y Abdallah, que parece no haber salido de la Península durante tocio el reinado
de Ilixcm, residía en el palacio cercano á Toledo que le regalara su hermano al
recibirle con los brazos abiertos, según hemos visto en el capítulo anterior.
Fácil hubiera sido á Abdallah excitar un levantamiento inmediato contra
su sobrino, pues también habia adquirido gran número de partidarios en la tier—
4) Conde, P. 2.", c. XXX.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 399
ra de Toledo y habia ganado la voluntad de algunos alcaides de aquella comarca, a. de j.
en especial de uno llamado Obeida ben Amza, hombre astuto y de valor; pero
queriendo ante todo concertarse con su hermano, dejó encomendado á Obeida
mantener el descontento en el país de Toledo, y con toda su familia marchó á
Tánger, á lo que se cree, durante el mes que siguió á la muerte de Hixem.
Los acontecimientos sucesivos revelan claramente lo que resolvieron ambos 797
hermanos en sus conferencias de Tánger. Después de una corta permanencia en
África, Abdallah partió para Aquisgran: «En 797, de regreso á su palacio de
Aix, Carlo-Magno, nos dice Eginhardo, recibió en él á Abdallah , Sarraceno, hijo
del rey Ibin Mauga, procedente de Mauritania (1).» — Ibin Mauga llamó el cro-
nista franco á Abderrahman I por corrupción de su nombre patronímico ben
Moaviah.
¿Qué iba á hacer Abdallah á la corte de Garlo-Magno? No lo expresa cró-
nica alguna contemporánea, pero se adivina muy fácilmente. « En aquel tiempo
Carlo-Magno llamó de Italia á Pepino y de España á Luis, continua Eginhardo;
en este mismo lugar recibió á los diputados de los Hunos con sus presentes, y los
despidió muy satisfechos. Dio audiencia en seguida á un diputado de Alfonso,
rey de Asturias y Galicia, después de lo cual envió otra vez su hijo Pepino á Ita-
lia, y Luis, su otro hijo, á Aquitania, y con este á Abdallah, que fué conducido á
España, y puesto , según su deseo, en manos de hombres á cuya fe no vaciló en
confiarse (2).»
Vemos, pues, que el analista cristiano no nos dice el motivo ni el objeto
que llevaron á Abdallah cerca del mas poderoso príncipe que entonces en Euro-
pa se conocía, y las demás crónicas francas no se muestran mas explícitas; pero
no puede dudarse que inspiraron al Sarraceno iguales motivos que á Solimán ben
Alarabi cuando en 777 marchó á Paderborn cerca del mismo monarca. Los au-
xilios que de Carlos esperaba Abdallah, y lo que resolvieron en sus conferencias,
ni Eginhardo ni nadie nos lo dicen, y así es que hemos de contentarnos con se-
guir el hilo de esta relación.
Mientras Abdallah negociaba secretamente cerca de Carlo-Magno en su in-
terés común, Solimán reunía un ejército en África que, según todas las apa-
riencias, hallóse dispuesto á entrar en campaña á fines del verano del año 797.
De regreso á Toledo, Abdallah habia hallado á Obeida ben Amza y á los alcaides
que le eran adictos (los hombres fieles de que habla Eginhardo) en las mejores
disposiciones, y no tardó en arrojar completamente la máscara. Obeida ganóle
las fortalezas de Ucles, de Ubeda y de Santiberia, alzó banderas por él, y con un
atrevido golpe de mano se apoderó de las puertas del alcázar de Toledo. De todos
los alcaides de la comarca, ninguno habia permanecido fiel al emir sino Amru el
de Talavera.
Esto sucedía durante el oíoño del año 181 (797), y al mismo tiempo Soli-
(1) Ibique Abdellam Sarracenum filium Ibin Maugae regis, de Mauritania ad se venientem,
suscepit (Eginh. Annal., ad ann. 797).
(2) ...lbi legatum Hadefonsi, regis Asturiee atque Galleciae, donasibi deferentem, suscapit. Inde
iterumPipinum ad Italiana, Hludovicum ad Aquitaniam remisit, cumquoet Abdellam Sarracenum
irejussit, qui postea, ut ipse voluit, in Hispaniam ductus, et illorum fidei quibus se credere non du-
bitavit, commissus est (Ibid., 1. c.)— Los Anales Lauricenses dicen únicamente: Inde Abdallah Sar-
racenum cum filio suo Hludovico in Hispanias revertí fecit
¿00 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
man pasaba á España desde África con un numeroso ejército, invocando su título
de hijo primogénito del glorioso emir Abderrahman. Al saber la doble empresa
de sus lios, Alhakem, como rey con armas, juventud y ánimo dispuesto á la so-
beranía ó á la muerte, dice la crónica, no se intimidó por mas que le amenazase
guerra larga, peligrosa y sangrienta. Allegando cuantas tropas pudo reunir,
partió primeramente hacia Toledo donde el peligro parecia mas inminente, y dejó
a la caballería de Arcos , de Jerez, de Sidonia y de Sevilla el cuidado de impedir
la reunión de Abdallah y Solimán. Sin embargo, no habia llegado aun delante de
Toledo cuando esta reunión se habia ya verificado y llenaban la ciudad las tro-
pas de ambos hermanos : Solimán habia probablemente desembarcado su hueste
en Valencia y Denia y atravesado á marchas forzadas la distancia que separa á
Toledo de la costa. En tanto Luis de Aquitania , de vuelta á Tolosa, enviaba sin
pérdida de momento un ejército á esta parte de los Pirineos, como sin duda lo
habia prometido á Abdallah. Créese que acaudillaba estas tropas Guillermo de
Tolosa, deseoso de tomar de los Sarracenos el desquite de la batalla del Orbien.
Las crónicas francas nos dicen muy poca cosa de las operaciones de este
ejército, pero por las historias árabes sabemos que venció á los caudillos musli-
mes fronterizos Bahlul y Abu Tahir, dos de aquellos jefes que se pasaban, según
la ocasión, de los emires de Córdoba á ios reyes francos, y de los reyes francos á
los emires de Córdoba; esta vez, empero, fuesen cuales fueren los motivos de su
conducta, habíanse opuesto, aunque en vano, á las armas de los Francos aquita-
nos (1). Las mismas historias nos dicen que este ejército se apoderó de Narbona
y de Gerona, y que amenazó con suerte semejante á las ciudades de la frontera
oriental (2). Acerca de la reconquista de Narbona, téngase presente lo que antes
hemos dicho : lo mas probable es que por ella ha de entenderse la reconquista
del territorio que, comprendiendo casi todoel actual Rosellon, habia quedado desde
793 en poder de los musulmanes. Los Francos recobraron también á Gerona,
dominada otra vez por los Árabes hacia cuatro años, pero no se limitaron á esto
sus victorias : Pamplona, Huesca y Lérida se rindieron á sus armas, y Hassan,
walí de lluesca, entregó su ciudad á los enemigos con ruines tratos (3). Y no era
esto todo: á favor de la agitación suscitada por la irrupción de los Francos, habia
tenido lugar un levantamiento en Barcelona, á consecuencia del cual un Árabe
llamado Zaid habíase apoderado del gobierno y ofrecido la ciudad á Carlo-Magno.
Todo ello fué escrito á Alhakem desde Zaragoza ó Huesca por el alcaide de la
última ciudad Abdelsalem ben Walid, según parece desprenderse de una crónica
árabe (4); en cuanto á los hechos relatados aparecen con certeza de los textos ori-
ginales de ambas naciones.
Aunque todo parecia haber de detenerle en Toledo donde se ventilaban en
definitiva sus mas caros intereses, Alhakem no pudo contenerse al saber estas
noticias, y encargando á su fiel Amru la continuación del sitio, partió para la
España oriental, seguido únicamente de la caballería de su guardia.
(1) Abu Tahir moriria probablemente en esta campaña, pues desde este momento su nombre
desaparece completamente de la historia.
(2) Conde, P. 2.a, c. XXX.
;:¡) id.
(4) Id.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 401
Su presencia, sus modales, sus ardientes discursos animan por todas partes a. dej c.
á los pueblos, y los hombres de armas se agrupan al rededor de su bandera.
Desde Zaragoza dirige su voz á los buenos musulmanes , y de todos los puntos
de la provincia responden á su llamamiento. Impaciente por castigar á los walíes
y alcaides rebeldes de la frontera y de volver delante de Toledo donde está en
peligro todavía su fortuna, parte de Zaragoza, recobra las plazas de Huesca y
Lérida, donde los cristianos no se atreven á esperarle, entra en Barcelona y en
Gerona, atraviesa los Pirineos y manda decapitar en Narbona á cuantos infieles
le llegan á las manos (1). — Otra vez nos encontramos con Narbona reconquis-
tada por los musulmanes, siendo así que no era aquella una plaza para ser to-
mada y recobrada de este modo á la primera embestida. Por esto hemos de con-
siderar este suceso como una falsa interpretación de los textos árabes, y de todos
modos como un punto muy dudoso. — De esta expedición, según los mismos tex-
tos, llevóse cautivos niños y mugeres, y muchos y preciosos despojos, recibiendo
por ello de los soldados y del pueblo el nombre de Almudafar (vencedor afor-
tunado). A ser cierto, como parece, que entrase en Barcelona, abriríale las puertas
Zaid, el Árabe que habia logrado apoderarse del gobierno, y quizás Alhakem le
confirmó en su título y autoridad.
Satisfecho con sus rápidos triunfos, Alhakem dejó en las fronteras reconquis-
tadas á su hagib Abdeikerim y al wali Foteis ben Solimán , y emprendió á toda
prisa el camino de la España central.
Tiempo era ya de que lo hiciera. Mientras merecía y recibía en la fron-
tera el sobrenombre de Almudafar, el partido de sus lios habíase reforzado con
numerosos parciales. Toledo y todas las fortalezas de la comarca se habían de-
clarado en su favor, y Valencia , Tadmir , Denia y casi todas las ciudades marí-
timas de la costa meridional reconocían también su bandera. Valencia sobretodo
se mostraba muy adicta á los hijos de Abderrahman , y en especial á Abdallah,
á quien apellidaban Ai Valendi{E[ Valenciano) (2).
Colocado en la alternativa de vencer á sus tíos ó de abdicar el emirato,
no habia para Alhakem término medio , y consagró todas sus fuerzas á la em-
presa, resuelto á perecer en ella ó á reportar la victoria.
Esto no obstante, la fortuna que guiara sus armas en su campaña de 797 en ras-
las fronteras , no pareció hasta 799 dirigir sus operaciones en las riberas del Ta-
jo, y entonces venció en varios reencuentros á las tropas de Solimán y de Abda-
llah , recobrando sucesivamente alrededor de Toledo cuantas fortalezas habia
perdido , Uclés , Ubeda , Santiberia, etc. Poco después, y como consecuencia de
las victorias de su sobrino , Solimán y Abdallah pasaron á la España meridional,
donde Alhakem los persiguió confiando al alcaide de Talavera Amru la dirección
del sitio de Toledo , única plaza de la España central que sostenía aun la causa
de los hijos de Abderrahman. Este Ámru, á quien veremos sucesivamente wali de
Toledo y de Zaragoza, es el mismo personaje á quien las crónicas cristianas llaman
Ambrós , Amaroz ó Amruis , y que tan importante y singular papel desempeñará
mas tarde en Toledo y en los Pirineos.
(1) Conde, P. 2 a c. XXX.
1%) Ebn el Abar, t. II, p. 33.
TOMO II. ol
402 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ejC Así seguía la guerra sin acaecimientos notables, y á principios del año
80O, 800 la situación de los hijos de Abderrahman era todavía la misma. Sin embar-
go , no tardaron las cosas en cambiar de aspecto: Toledo abrió sus puertas y en-
tregó al vencedor el alcaide Obeida ben Amza , á quien Amru mandó decapi-
tar (1). Dueño este de Toledo, nombró á su hijo Yussuf gobernador de la ciudad, y
se apresuró á reunirse con el emir con las fuerzas de que pudo disponer sin peli-
gro para la conservación de Toledo. Alhakem habia esiablecido, á lo que parece,
su cuartel general en Chinchilla , y allí le trajo Amru la noticia de la rendición
de Toledo y un importante refuerzo de tropas .
Durante algunos meses, todos los esfuerzos de Alhakem solo lograron conte-
ner, pero no vencer el partido de sus lios en el mediodía de España. Por mucho
tiempo evitaron estos empeñar una batalla general , pero cansados al fin de la
inceríidumbre de su situación , quisieron decidir la contienda de una vez. Para
ello pusieron en movimiento todos sus soldados y tomaron con decisión el camino
de Córdoba , resueltos á abrirse paso con las armas en la mano.
El ejército de Alhakem continuaba en Chinchilla como para cerrar el ca-
mino de Andalucía á los competidores del emir , fatigado también de su pro-
longada inacción. Al saber la marcha de ambos hermanos hacia Córdoba,
pénese también en movimiento y sale á oponerse á su paso , hasta que ambas
huestes , dice la crónica , como de un acuerdo se encontraron y acometieron con
igual odio y esperanza de victoria, en el mismo punto en que, mozo todavía, Al-
hakem habia vencido á su tio Solimán armado contra su padre Hixem. En lo mas
recio de la batalla Solimán recibió una flecha en el cuello, cayó, y murió piso-
teado por la caballería. Desordenáronse con este golpe las bandas rebeldes , y
Abdallah se retiró á Valencia á favor de la noche , seguido de unos pocos (2).
El dia siguiente fué hallado entre los cadáveres el cuerpo de Solimán ; lle-
vado delante de Alhakem , este le miró enternecido , y lloró á su tio, dicen las
crónicas, acordándose de su padre. Alhakem mandó tributar á Solimán los hono-
res fúnebres que se hacían á los emires , y asistió á la ceremonia con todo su
ejército.
Desde Valencia, donde le hemos visto refugiarse, Abdallah envió su sumisión
al emir , pues aun cuando era muy querido en el país y hubiera podido fácilmen-
te mantenerse en él por algún tiempo , no quiso prolongar una resistencia que
consideraba sin duda inútil é infructuosa.
Alhakem recibió muy bien á los mensageros de su tio, y solo exigió que le
diese en rehenes sus hijos, permitiéndole morar donde bien le pareciese. Abda-
(1) El Nowairi, p. 468., y Conde, P. 2. c. XXXI .
(2) «Pelearon todo el dia con admirable esfuerzo, y á la tarde los de Alhakem, siguiendo á sus
caudillos y el ejemplo de su rey, rompieron y desbarataron la primera batalla de Solimán , a pesar
del valor de este y de su hermano Abdallah, que bien mostraron este dia de quien eran hijos. Soli-
mán , procurando rehacer el orden de sus gentes vencidas y desanimada s, se opuso al tropel de los
mas impetuosos combatientes, y él solo puso en duda otra vez la victoria que tan declarada estaba
por su subrino. Abdallah acudió también con sus caballeros , y viendo Alhakem que tan pocos
valientes arredraban y detenían el triunfante carro de la victoria, seadelantó hacia ellos con sus Ze-
netas, y en este punto una saeta entró por la gola á Solimán, y cayó de su caballo y allí fué atrope-
llado y muerto entre los pies de la caballería. Abdallah, que vio caer á su hermano, desesperó de la
fortuua, y siguió la fuga de su vencida gente. La venida de la noche suspendió los horrores déla
atroz matanza. » Conde 1, c.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 403
llah partió en seguida á Tánger desde donde envió á su sobrino sus dos hijos
que se llamaban Esfah y Cassim. El emir los recibió afectuosamente , y señaló
mil mitcales al mes y cinco mil mas al fin de cada año á su padre , á quien ofren-
dó que viviera á su elección en Valencia ó en Tadmir, en caso de preferir estas
ciudades á su residencia de Tánger. Hizo mas aun; juzgando á sus primos capa-
ces de ocupar los elevados puestos del Estado , nombrólos aquel mismo año para
un honroso empleo y dio por esposa al primogénito su hermana, la hermosa y ce-
lebrada Alkinza (1). La rebelión de sus tios , las varias guerras que fueron de
ella consecuencia y las negociaciones que le pusieron fin , ocuparon exclusiva-
mente á Alhakem hasta la conclusión del año 184 de la hegira , correspondiente
con pocos dias de diferencia á fines del año 800 de la era cristiana.
Mientras esto sucedía en la España meridional, era teatro la España orien-
tal de acaecimientos sobre los cuales nos dan muy vagas noticias las crónicas
árabes, pero que merecen toda la atención del historiador.
Acabamos de ver que tomado por Alhakem el desquite de la primera inva-
cion de los Franco-Aquilanos de 797, habia regresado prontamente á Toledo para
contener la amenazadora ycreciente insurrección de sus tios, y en efecto, esta era
y debia ser su idea dominante. En ello estaban empeñados su emirato y su vida, y
por esto desde su regreso de las fronteras de la Septimania dirigió sus fuerzas to-
das contra aquel escollo de su fortuna. Al considerar los grandes progresos, que
hicieran sus tios en su corta ausencia , hubo de comprender cuan peligroso era
para él abandonar la partida, aun cuando no fuese sino por un momento y para
llevar á buen fin una expedición victoriosa.
Por esto sus esfuerzos , sus recursos , su atención toda habíanse dirigido
contra Solimán y Abdallah durante los años 798 , 799 y 800. En este intervalo
de tiempo, los triunfos de los Francos en la España oriental no habian podido
distraerle del principal objeto que se proponia , esto es la sumisión de sus tios,
y como como estos triunfos son de gran importancia en la presente historia con-
viene seguirlos y relatarlos paso á paso.
A fines de 797 hemos dejado á los Franco- Aquitanos vencidos por Alhakem,
y rechazados de cuantas posesiones acababan de conquistar , y á la España orien-
tal y á parte de la Septimania sometidas otra vez bajo la dominación cordobesa.
Este contratiempo, sin embargo, no hizo renunciar al gobierno aquitano á nin-
guno de sus proyectos sobre España, y no tardó en creer llegado el momento de
intentar su realización con mayor empeño y constancia de la que antes habia em-
pleado.
A principios del año 798 habíase reunido en Tolosa un plaid, y en él se re-
solvió, entre otras cosas una expedición á la Marca hispana. Balhul, duque de los
Sarracenos, según le llama el anónimo astrónomo, quemandaba en los montuosos
lugares inmediatos á Aquitania (el mismo que el año anterior habia sido vencido
por los Francos ) envió á esta asa mblea mensageros con presentes para ofrecer y
(1) Alkinza, Tesoro.— Los Árabes daban á sus hijas nombres de significación poética y agra-
dable, como Sobeiha, Aurora; Badina, Dulce ó Plácida; Niama, Gracia; Saida, Feliz; Soeida, Afortu-
nada; Sétima, Pacífica; Amina, Fiel; Zahra, Flor; Salñra, Florida; Zohraita, Floreciente; Safio,,,
Pura; Leila Flasanna, Sealh, Golis, Buena noche, Buena hora, Alba feliz; Nasiha, Cándida, Deliciosa;
Ketirah, Fecunda; Luiliu Perla; Melihnh, Hermosa, etc.
404 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
solicitar la paz (1). Difícil es por esta sola indicación determinar precisamente el
punto en que esteBalhul ejercia su autoridad; quizás mandaba enlas inmediaciones
de Castrum Liviae , en el nacimiento del Segre , ó mas al noroeste hacia el valle
de Aran ; lo cierto es que su gobierno no habia de carecer de alguna importan-
cia. Luis dispensó muy buena acogida á sus enviados , y les otorgó cuanto pe-
dían en nombre de su duque. A juzgar por los acaecimientos ulteriores, Luis hu-
bo no solo de concederles la paz , sino celebrar con ellos alianza , pues no se
trataba aquí de sumisión , según los precisos términos del anónimo historiador.
Ignóranse los motivos que indujeron á Balhul á cambiar de partido , pero es lo
cierto que se pasó enteramente á la causa aquitana , á la que prestó muy grandes
y útiles servicios. -
La expedición resuelta tenia por objeto inmediato reponer las cosas en el
estado que tenían antes de la última campaña de Almudafar, y por objeto sub-
siguiente llevar mas lejos la conquista en caso de que la posibilidad lo permitie-
ra. El ejército franco-aquitano recobró fácilmente los puntos avanzados que ha-
bían sido ocupados por los Árabes en la otra parte de ios Pirineos, pero pasados
estos montes, encontró mas obstinada resistencia. Esto no obstante, entró en Ge-
rona, tomada y perdida tres veces en un año, y asimismo, á lo que parece, en
todas las plazas fuertes hasta el cabo de Creus , inclusas quizás Rosas y Ampu-
rias.
A consecuencia de esta campaña y en este mismo año , tomó el gobierno
aquitano algunas disposiciones que manifiestan su intención de mantenerse en
la Marca después de haberla conquistado. Luis, dice el astrónomo historiador,
dispuso que se establecieran en aquellas fronteras fuertes guarniciones, y mandó
repoblar y reconstruir la antigua Ausona, tan floreciente en otro tiempo y en
aquella sazón casi desierta, la fortaleza de Cardona, Castramserra (Caserras),
Solsona, Manresa, Berga y otros pueblos y villas arruinadas, formándose un dis-
trito que fué como el núcleo del futuro principado de Cataluña. Un leudo de
Luis llamado Burrel ó Borrel, de raza franca ó aquitana, fué encargado con el tí-
tulo de conde de custodiar y defender el territorio (2). Al llegar aquí vemos rea-
parecer á Ilassan, walí de Huesca, á quien las crónicas francas llaman Azan, de
modo es que Alhakem no le despojaría de su gobierno en su expedición de 797.
Hassan envió las llaves de su ciudad y ricos presentes al rey (parece que Egin-
hardo habla aquí de Cario Magno y no de Luis), prometiéndole según costumbre
entregarle la plaza luego que la ocasión se presentase ó que el rey lo considerase
oportuno (3).
Estos preliminares de conquista, ó por mejor decir, de establecimiento fueron
admirablemente secundados por las discordias que en aquel entonces dividían á
(1) Ubi Bahaluc quoque, Sarracenorum ducis, qui locis montuosisAquitanise proximis princi-
pabatur, missos pacem petentes et dona ¿feren tes suscepit et remisit ( Astron, Anón., Vit. Hlu-
dov. Pii).
(2) Ordmavitillo tempore ¡n finibus Aquitanorum circumquaque firmissimam tutelam. Nam
civitatem Ausonan, castrum Gardonam, Castramserram, et reliqua oppida olim deserta, munivit,
habitari fecit, et Burello comiti, cum congruis auxiliis, tuenda commisit (Anón, Astr., Vit. Hludov.
Pii).
(:}) Azan Sarracenus praifectus Osero, claves urbis cum alus donis regi misit, promittens eara
se traditurum si opportunitas eveniret ^Eginb. Annal., ad ann. 799).
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 405
los Moros españoles. En 799, el gobierno aquitano no hizo expedición alguna á a. dej. e.
esta parte de los montes, pero, tranquilo y sosegado en el país de que se apode-
rara, empleó el tiempo en levantar en él fortalezas y trincheras. Las obras de
restauración de las ciudades de que antes hemos hablado no hubieron de termi-
narse hasta este mismo año 799.
Así estaban probablemente las cosas en el último año del siglo vm, y vién-
dose seguro en toda la línea de los Pirineos orientales, pasó Luis á España con
un ejército, á lo que se cree, no muy numeroso. El objeto de la expedición de Luis
era, al parecer, conocer hasta qué punto podia confiar en las promesas y compro-
misos de los gobernadores de Barcelona y Huesca , Zaid y Hassan.
En las inmediaciones de Barcelona, Zaid salió al encuentro del rey, prestóle
homenage, pero no le entregó la ciudad. El rey pasó adelante, no queriendo ó no
pudiendo reducirla á viva fuerza, y adelantándose hasta Lérida la lomó por asal-
to y destruyó gran parte de su belleza poniéndola por el suelo (1). Apoderóse
luego y entregó á las llamas varios castillos y fortalezas del camino de Lérida á
Huesca, y llegado delante de esta ciudad, vio que Hassan cumplía sus pactos del
mismo modo que Zaid. La plaza debía de ser fuerte, pues Luis no pudo apode-
rarse de ella, y después de talar los campos, de convertir en cenizas todas las
mieses de aquel extendido llano, él y su ejército, temerosos del próximo invierno,
regresaron á Aquitania.
En la primavera del siguiente año celebróse en Tolosa un plaid general del m.
reino de Aquitania con pompa y aparato extraordinarios. En él se discutieron y
determinaron muchas cosas importantes, y entre ellas una especie de cruzada
contra los Moros de Barcelona.
El historiador que con mas detalles habla de esta célebre asamblea nos dice
que Guillermo de Tolosa, entonces duque y después santo, fué el orador mas
vehemente y el instigador mas fogoso en favor de la expedición , y nos lo dice
con circunstancias y rasgos felices que pintan lo que la letra muerta de las cró-
nicas deja apenas entrever.
El rey, después de reunir á su alrededor á sus principales caudillos, flor y
honra de la nación, consultóles sobre los intereses del estado y ante todo sobre
el gran asunto que en cada primavera se agitaba en las asambleas de los Fran-
cos, esto es, donde habia de hacerse la guerra aquel año : — Este es el tiempo en
que se recurre á las armas para resolver las contiendas de nación á nación, esta
es la época de las batallas. La guerra no tiene misterios para vosotros, hombres
escogidos , á quienes Carlos ha confiado la custodia de las fronteras de la patria;
decidnos sobre esto vuestro parecer con entera franqueza , y mostradnos á nos,
que lo ignoramos, el camino que importa seguir.— Tales son á corta diferencia
las palabras que Ermoldo Nigelo pone en boca del rey de Aquitania (2).
Lupo Sanción, príncipe de los Vascones (3), que se hallaba en la asamblea,
(<) Pujadas, Crónica universal del Principado de Cataluña, lib. IX, c. XHI.
(2) Ermoldi Nigelli Carmen de Rcbus Gestis Hludovici Pii, lib. I, v. 121 y sig.
(3) Lupo Sanción era, á lo que parece, hijo de aquel Lupo II, hijo de Wa i ffre, á quien Cario
Magno mandó prender después de la batalla de Roncesvalles. Según la carta de Alaon, acaecida la
muerte de Lupo II , la Vasconia fué dividida entre sus dos hijos Adalrico y Lupo Sanción, quienes
siguieron opuesto camino: el uno, educado en la corte de Carlos, abrazó la causa franca, y es aquel
406 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
toma la palabra después de Luis, y con muchas fórmulas de respeto hacia el rey,
se declara contra toda idea guerrera. A su vez emite Guillermo su opinión, y sus
palabras revelan su odio, y quizás también su rencor por sus pasadas derrotas,
contra la nación cruel que deriva su nombre de Sara, valerosa sí, tanto como
confiada en la velocidad de sus caballos y en la fuerza de sus armas, que él co-
noce demasiado, si bien conoce ella también la fuerza de las suyas. Habla de los
males que á la Aquitania ha causado, y nombra á Barcelona como el fin que to-
dos habían de proponerse, insta, conjura á Luis para que se apodere de la im-
portante plaza. «Una vez tomada, dijo, habremos adquirido de un golpe la paz y
la tranquilidad.» Su discurso arrastra tras sí á Luis y á la asamblea entera; el
rey apoya altamente las palabras del caudillo franco, de Guillermo su amigo, y el
poeta añade que Luis, vaticinando á los dominadores de Barcelona la suerte fatal
que les esperaba, exclamó: c< Estrecharé de cerca tus murallas, ciudad soberbia;
lo juro por esías dos cabezas,» añadió mostrando la de Guillermo y la suya, pues
casualmente se apoyaba entonces en la espalda del conde Wilhelm (1).
Resuelta la expedición, pensóse en los medios de llevarla á cabo, y expedi-
das de Tolosa las órdenes oportunas, levantáronse milicias en todos los puntos
del reino: Francos, Vascones, Godos y Aquitanos (2) ó Galo -Romanos de las
provincias centrales del reino, de Tolosa, de la Guiena y de la Auvernia, Pro-
venzales y Borgoñones enviados por Cario Magno en clase de auxiliares, forma-
ron el gran ejército, que al caer el verano, época elegida como la mas favorable
para la expedición, se puso en marcha para los Pirineos orientales.
Luis se adelantó con las milicias de Tolosa hasta Rosellon donde encontró
reunido el ejército. Establecióse un campamento en las inmediaciones de la ciu-
dad, y decidióse que Luis esperaría allí noticias del sitio antes de pasar adelante.
El anónimo historiador nos dice explícitamente que no se quiso que tomase el
rey parle en la empresa hasta que su resultado hubiese dejado de ofrecer duda
ninguna (3). Allí fué seguramente, en el momento de despedirse de las milicias
aquitanas prontas á penetrar en las gargantas de los Pirineos, cuando pronunció
el rey Luis el discurso que le atribuye Ermoldo Nigelo, aunque parezca que ha-
ble el rey á la vista de los muros de Barcelona (4).
El poeta historiador describe luego la rápida marcha de la hueste aquitana,
que pasados los Pirineos llegó sin obstáculo delante de Barcelona. Numerosos
de que aquí se trata; el otro permaneció fiel á los rencores y tradiciones de su raza. Créese que
Lupo Sanción fué padre de Asiriano y de Sancio Sancionis, duques tiempo después de la Vasconia
citerior.
(4¡
Possim aut Barchinona tuos fera cerneré muros
Qu« tot bella meis Iretificata canis,
Testor utrumque caput (humeris fortasse recumbens
Wilhelmi comitis, haec quoque dicta dabat)
ermold nigell., Carm., 1. 1, v. 469 et sig.
(2) Caetera per campos stabulat diíTusa juvenlus
Francus, Wasco, Getha, sive Aquitana cohors
ermold. nigell., Carm., 1. I, v. 27? et 278.
(3) Anón. Astron., Vit. Hludov. Pii, p. 92.
(4) Este discurso termina del modo siguiente (v. 297, 298):
Nunc nunc actutum muros properemus et arces,
O Franci, et redeat prístina vis animis.
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. á07
trabajadores, dice, derribaban árboles, levantaban estacadas, construían torres de
madera, armaban escalas, arrastraban piedras, manejaban arietes y todo género
de máquinas de batir, mientras que un Moro seguido de una muchedumbre de
gente paseaba por lo alto de los muros de la plaza. Era Zaid que preguntaba:
«¿Qué significa, compañeros, este desusado estrépito?» á lo que uno de su comiti-
va, profeta de infortunio, contestó manifestando sus temores y el miedo que le
inspira aquella raza fuerte y endurecida en la guerra que sitia á Barcelona, y
que de grado ó por fuerza ha sometido á cuantos pueblos ha tenido por enemi-
gos (1). Semejante elogio de los Francos en boca de un Árabe es fácil que no
fuese oido por el poeta que lo refiere, pero de todos modos es muy posible que
los musulmanes tuvieran de los Francos aquella opinión nacida y justificada por
las victorias de Cario Magno.
El jefe musulmán alienta á los suyos en nombre de Córdoba; todos se dis-
ponen para la defensa, y los asaltos de los sitiadores, aunque dados con brio y
gran golpe de gente, son rudamente rechazados con no poca pérdida de la hueste
cristiana. Por esto quizás suspendiéronse por algún tiempo las operaciones (2), lo
que parece indicar que las emprendidas antes habían dado escaso ó ningún re-
sultado.
No dudando de que Alhakem consideraría de gran importancia la conserva-
ción de Barcelona, los cristianos habian tomado sus disposiciones, y un cuerpo de
ejército se mantenía á conveniente distancia del campamento hacia el Ebro para
detener los refuerzos que llegasen de la otra parte del rio. El anónimo astrónomo
es quien nos da estos curiosos detalles. Dividido, dice, el ejército en tres cuerpos
para entrar en España, el rey habia conservado uno consigo en Rosellon ; habia
confiado el mando del segundo, de aquel cuya misión expresa era el sitio de Bar-
celona, á Rostaño, conde de Gerona, y Guillermo y Ademaro mandaban el terce-
ro, que, acampado entre Lérida y Tarragona, habia de rechazar en caso necesario
los refuerzos procedentes de Córdoba.
De esta división formaba parte un cuerpo auxiliar que tenia por caudillo á
un musulmán á quien ya conocemos, á Balhul, recien aliado délos Francos. A lo
que parece, era Balhul un verdadero jefe de tropas ligeras; encargado del gobier-
no del Pirineo central, habíase hecho bienquisto de los habitantes cristianos de
aquellas montañas, y la mayor parte de sus batallones estaban formados por aque-
llos rústicos y bravos montañeses avezados á todo género de privaciones y fatigas.
Con estas bandas, el Moro devastaba las campiñas, esparcía el terror éntrelas po-
blaciones musulmanas del bajo Ebro, y en una de sus atrevidas excursiones lle-
gó á apoderarse de Tarragona, que hizo su plaza de armas. Con igual fortuna
llegó hasta el país de Toríosa, de cuya plaza, empero, no pudo apoderarse, y li-
mitóse á asolar cruelmente sus alrededores (3).
Los historiadores árabes no hacen mención de cuerpo alguno enviado en au-
xilio de Barcelona mientras duró el sitio, y todo lo mas hablan de preparativos
para socorrer la plaza (4). Los historiadores cristianos dicen, y esta versión es
(4) Ermold. Nigell., Carm., lib. I, v. 337 y 338.
(2) Id., v. 380 y sig.
(3) Conde, P. 2.", c. XXXII.
14) Id, 1. c.
¿08 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
muy verosímil, que marcharon tropas de Andalucía contra los Franco- Aquitanos,
pero que sabiendo al llegar á Zaragoza que ocupaba el camino de Barcelona un
ejército mandado por el duque Guillermo y el porta-estandarte Ademaro (1), te-
mieron empeñar con él batalla, y frustrado el objeto de su expedición, se dirigie-
ron á Asturias, donde, á lo que se dice, recibieron muy dura acogida (2). Esta
excursión de los Árabes á Asturias no se menciona de un modo preciso en ningu-
na crónica española.
De todos modos es indudable que el cuerpo mandado por Guillermo pudo
reunirse con el que cercaba la ciudad bajo el mando del conde Rostafío , y para
que Guillermo llevase así sus tropas hacia Barcelona preciso era que se hubiese
desvanecido toda clase de peligro por la parle de Córdoba. Las bandas deBalhul,
reforzadas quizás con algunos destacamentos de la división de Guillermo, queda-
ron únicamente á vanguardia para proteger el ejército.
Una vez en el campamento sitiador, Guillermo activó las operaciones del
cerco con todo el ardor de su temperamento militar. Cada dia dábanse al adarve
empeñados asaltos y cada dia redoblábase mas el rigor del bloqueo. Las puertas
de la ciudad, dice el anónimo astrónomo, fueron ían estrechamente cerradas y
custodiadas, quenada podia entrar ni salir por ellas. El hambre que sufrían los
sitiados era horrible y arrancaban y comian los viejos cueros de que estaban
aforradas las puertas de sus muros. Prefiriendo algunos la muerte á tanta angus-
tia, precipitábanse de lo alto de la muralla (3), y la desesperación había llegado á
su colmo, sin que por esto acudiera á los sitiados la idea de rendirse. Los hor-
rores de su miseria fueron sobrellevados por ellos con un heroísmo que parece
haber excitado la admiración y hasta la piedad de sus propios enemigos.
Sin embargo, semejante estado de cosas no pudo durar por mucho tiempo
con igual rigor. Es probable que dueños del mar, y poseyendo buques en número
suficiente para proveer á la ciudad de todo lo necesario, los Árabes de Barcelona
no hubieron de sufrir sino momentáneamente el hambre con tan vivos colores
descrita por el historiador astrónomo. Un retardo en la vuelta délas naves envia-
das por provisiones á Tortosa, á Denia ó á otros punios pudo muy bien ser cau-
sa de aquella escasez, cuya continuación en un mismo grado de intensidad habría
hecho imposible la defensa de la plaza.
Barcelona, pues, no sufría absoluta y continuamente el hambre y las priva-
ciones: sus buques llevaban á ella desde las costas y puertos inmediatos, no sin
ciertas dificultades, los víveres necesarios para la subsistencia de los habitantes,
trigo, carne y miel (4) ; pero esto no impedia que el prolongado sitio causase á
los Barceloneses muy graves perjuicios y que deseasen vivamente su conclusión.
El otoño tocaba á su fin, y los Árabes confiaban que el invierno obligaría á
sus enemigos á lomar otra vez el camino de los Pirineos; por lo mismo fué ma-
•
(1) Erat cnim ibi Wilhelmus, primus signifer Hadetnarus, etc. (Anón. Astron. Vit Hludov.
Pi¡ .
(2) Id. I. c. Hay motivo para dudar do esta derrota de los Sarracenos en Asturias, pues si
bien en la mayor parte de las ediciones impresas de la vida de Luis el Pió por el anónimo astró-
nomo se encuentran estas palabras que la confirman : Sed multo graviorem reportaverwit, hcec ver-
ba, dice el concienzudo Dom Bouquet, desiderantur ín tribus Codd. (D. Bouquet, t. VI, p. 92).
(3) Anón. Astron. 1. c.
(4) Ermold. Nigell., lib. I, v 399.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 409
yor su confusión y sorpresa al ver desde las murallas los preparativos para la
continuación del bloqueo, construir chozas, clavar estacas, colocar tablones, le-
vantaren fin por todo el campo alrincheramienlos y abrigos que indicaban in-
tención resuelta de pasar allí el invierno. Para colmo de su desgracia, percibieron
un movimiento y agitación desusada en el campo enemigo por el lado del Piri-
neo : era el rey Luis que llegaba con un refuerzo de tropas para animar con su
presencia á los soldados y compartir con ellos los trabajos del sitio. Seguros ya
de que Barcelona tendría mas ó menos tarde que abrirles sus puertas, Guillermo,
Rostaño, Bara y los demás caudillos del ejército habíanle dicho ser llegado el
momenlo de abandonar el Rosellon (1), y sabida en la ciudad la causa de la agi-
íacion observada en el campamento cristiano, no quedó duda ninguna de la irre-
vocable resolución tomada por los Francos de no cejar hasta ser dueños de la
plaza.
El desaliento de los musulmanes llegó entonces á su colmo, y hablábase ya
públicamente de rendición ; solo Zaid rechazaba con energía esta idea, y para
reanimarlos íes daba esperanzas de recibir de Córdoba pronto y eficaz socorro.
Un pasage de Ermoldo Nigelo expresa bien la incertidumbre, el temor, la agita-
ción de los sitiados en aquellos críticos momentos: — «Córdoba no te envia el au-
xilio que te ha prometido, hace decir á Zaid por uno de sus compañeros; la guer-
ra, el hambre, la sed, nos sitian por todas partes. ¿Qué podemos hacer sino im-
plorar de los Francos la paz? Créeme, Zaid, apresurémonos á enviarles mensageros
que pacten con ellos nuestra rendición (2).»
Zaid, empero, añade Ermoldo, permanecía sordo á estas sugestiones, y no
perdia la esperanza en los socorros de Alhakem. No contento con esperarlos, con-
cibió entonces el atrevido proyecto de marchar á Córdoba en su busca para vol-
ver á su cabeza á libertar á Barcelona, y el poeta historiador, de quien hemos
tomado los principales rasgos de esta relación, cuenta del modo siguiente la em-
presa de Zaid y los incidentes singulares que fueron de ella consecuencia.
En sus incesantes rondas por las murallas de la ciudad, el jefe árabe habia
observado un punto del campamento en que se elevaban muy raras cabanas á
gran distancia una de otra, y parecióle fácil abrirse por aquel lado camino , sin
que nadie observara, ni impidiera su marcha. En su consecuencia dispúsolo todo
en la ciudad, cuyo gobierno encargó á un jefe de su confianza, llamado por las cró-
nicas Hamur ó Gamir (Ornar quizás), pariente suyo ó de su tribu, según algunos, y
según otros su propio hermano, y se preparó á ejecutar su designio á la noche
siguiente. Al participar á sus compañeros el paso que meditaba, encargóles efi-
cazmente que no se desanimaran ni asustaran por nada, que defendieran los
muros con brio, pero que no provocaran al enemigo con salidas imprudentes. A
estas instrucciones, desforzado caudillo añadió otra que revela su valeroso áni-
mo y su gran previsión : en caso de caer en manos de los cristianos, lo que era
muy posible, recomendó á los suyos que no lo creyesen todo perdido, que se re-
sistiesen aun, que desoyeran su voz si, prisionero de los Francos, le imponían estos
(1 ) Ut urbs tanti nominis gloriosum nomen regi propageret, si illam eo prsesente superan con-
tiogeret, suggestioni huic admodum honeste res assensum prsebuit. Anón. Astron., 1. c.
(2) Ermold. Nigell., Carm., lib. I, v, 429 y sig.
TOMO II. 52
410 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
como rescate de su vida la condición de mandar abrir las puertas de la ciudad.
Insistió sobretodo en que antes de llegar á tan ignominioso extremo, lo sufriesen
todo hasta su propia muerte, y los dejó poseidos de su generoso ardor, dispues-
tos á todo antes que entregar la plaza.
Llegó la noche, una noche tenebrosa de invierno, y Zaid salió á caballo por
una puerta secreta , dirigiéndose al punto del campamento que creia poder atra-
vesar sin ser visto ni oido. Gomo si el animal comprendiera el peligro que corría
su dueño , hubiérase dicho que procuraba apagar el ruido de sus pisadas. Ca-
ballo y caballero habían pasado ya el recinto del campamento ; algunos pasos
mas y Zaid estaba libre de todo peligro. Lisongeábase ya de haberlos evitado to-
dos, cuando de pronto una desigualdad del camino hace tropezar y relinchar al
caballo ; el animal se levanta , emprende otra vez su rápida carrera , pero era
ya tarde: el relincho del corcel habia puesto el campamento en agitaeion ; las
centinelas acuden de todas partes, y un pelotón de soldados ocupa el camino que
seguia Zaid. Al ver su empresa frustrada por aquella vez , el caudillo musulmán
quiso volver á Barcelona ; pero la alarma habia cundido por todas partes , y des-
cubierto y perseguido, es preso y conducido á la tienda del rey.
Juzgúese si la prisión de Zaid , del jefe ó príncipe de los Sarracenos barce-
loneses , para hablar como el historiador Nigelo , hubo de causar alegría entre
los cristianos , y terror y desaliento entre los defensores de la plaza sitiada.
Sucedió como Zaid habia previsto. Los Francos quisieron valerse de su pri-
sionero para que mandara á los suyos la entrega de la ciudad , y Guillermo , en-
cargado de esta especie de ejecución militar , llevó á Zaid hasta el pié de los mu-
ros con un brazo atado , y el otro suelto. Al llegar Zaid á sitio de poderse hacer
oir de los suyos, agolpados en las murallas , extendió hacia ellos la mano que le
quedaba libre, diciendo en altavoz que franqueasen sus puertas, si bienal
mismo tiempo doblaba los dedos y apretaba las uñas en la palma de la mano,
cwmo para darles á entender que hicieran lodo lo contrario de lo que con la voz
les ordenaba.
Atento á los movimientos del caudillo sarraceno , cuyas palabras dictaría
quizás alguno de los Árabes de los que con Balhul se habían pasado al partido
aquitano , Guillermo no tardó en observar aquellos gestos expresivos , y se irritó
hasta el punto de poner la mano en el rostro dé su valeroso enemigo (1).
Sin embargo, las se#as de Zaid no habían sido vanas, y sus compañeros de
la ciudad manifestaron haberlas comprendido redoblando su ardor y vigilancia
en la defensa de sus muros.
Por fin , tantos esfuerzos , tan obstinado valor iban á ser vencidos ; la ener-
gía y ardor de los sitiadores aumentaban á medida que crecían las dificultades,
y también ellos redoblaron sus ataques y los medios de ofender á los sitiados.
Resuelto un ataque general con todas las fuerzas, pusiéronse en movimiento con-
tra la ciudad cuantas máquinas de guerra se empleaban entonces; eran tantas,
Hoc vero agnoscens Wilhelmus , concitus illum
Percussit pugno, non simulatiter agens
Dentibus infrendens versat sub peclore curas;
Miratur itiauriim,sed magis ingenium.
Ermold. Nigell., Carm. 1. 1, v. 489 y sig.
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CA?. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 411
dice la crónica , que faltaba silio para colocarlas ; pero aun así y todo apenas
pudieron abrir algunas brechas , tal era el espesor de las murallas. Los cristia-
nos intentan por último el asalto , mientras que sus ballesteros é innumerables
máquinas lanzan contra los sitiados torbellinos de flechas, de dardos y de piedras.
Ermoldo Nigelo refiere que un dardo lanzado con fuerza por el mismo rey
Luis atravesó el espacio y fué á caer en medio de la ciudad , clavándose hasta el
mango en un edificio de mármol (1). Al ver esto, dice el cantor de Ludovico Pió,
la turbación y el espanto se apoderaron de los Sarracenos , y arrollados por todas
partes resuelven rendirse.— ¿Qué podían hacer? pregunta. Faltábales su rey, así
llama á Zaid , sus principales duques habian perecido bajo las flechas de los
cristianos , y el combate se debilitaba á cada momento. Vencidos por fin , diez-
mados por el hierro y por el hambre, consinlieron en capitular (2).
En tan apurada situación obüenen sin embargo del vencedor honrosas con-
diciones , entre ellas la de salir de la ciudad con sus familias , con armas y baga-
jes , y la de poder retirarse libremente á la parte de territorio musulmán que
les agradase escoger (3). Firmada esta capitulación , franquearon las puertas y
la entrada de Barcelona al ejército aquitano.
Luis solo envió á una parte del ejército para emposesionarse de ella , que-
dándose él en el campo hasla tanto, dice Pujades (4), que estuviese todo bien dis-
puesto y concertado , para juntamente triunfar y dar la gloria y gracia al Señor
por la victoria obtenida. El dia siguiente , ordenada la hueste , y formada una
solemne procesión de sacerdotes que entonaban salmos é himnos , dirigióse el
rey á la iglesia de Santa Cruz (5).
Varias son las opiniones que sobre estas palabras del anónimo historiador
se han formado. Pedro de Marca, Pujades y oíros deducen de ellas que la princi-
pal iglesia de los cristianos barceloneses llevaba ya entonces el título de iglesia
de Sania Cruz, que es el mismo que tiene la catedral actual ; pero Pagí (ad
ann. 801 ) refuta semejante aserto, y dice que en 790 los Sarracenos, ya
comprándola ya arrebatándola por fuerza á los cristianos , habian convertido
en mezquita su iglesia principal (6), y que solo después de haber ido procesio-
nalmente á ella el rey Ludovico , tomó el nombre de Sania Cruz. La última parle
de esta opinión empero queda completamente destruida con solo observar que se
menciona dicha iglesia bajo aquella invocación en las actas del concilio de Bar-
celona del año 599 (7).
Sea lo que fuere de estos detalles secundarios, el rey Luis permaneció poco
(1) Ermold Nigell, 1. I, v. 517 y 518.
(2) Ibid., 1, c, v. 523 y 524.
(3) Et se et civitatem, concessa facúltate secedendi, dediderunt hoc modo. (Anón. Astron .,Vit.
Hludov. Pii, loe. cit.)
(4) Crónica universal del principado de Cataluña , lib. IX, c. XVIII.
(5) Antecedentibus ergo eum in crastinum et exercitum ejus sacerdotibus et clero, cum so-
lemni apparatu et laudibus hymnidieis portam civitatis ingressus , et ad ecclesiam sanctae et victo-
riosisimaj Crucis, pro victoria sibi collata gratiarum actionem Deoacturusprogressusest. (Ibid. 1. c.i
(6) Este aserto de Pagf parece justificado por estos versos de Ermoldo Nigelo (1. I, v. 533 y 534):
Mundavitque Hludovicus locos ubi daemonis alma colebant
Et Christo gratias reddidit ipsepias.
(7) Florez, España Sag , t. XXIX, p. 149.
412 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tiempo en la ciudad conquistada , y dejando en ella en calidad de conde á
Bara ó Bera , noble Godo , uno de los capitanes que mas se habían distinguido
en el asedio , con fuerte guarnición de Francos y Españoles , licenció su hueste
y se volvió á Aquitania.
Desde allí envió al emperador su padre (pues Cario Magno habia recibido en
Roma del papa León la corona de emperador de Occidente, el año anterior) á uno
de los condes del victorioso ejército para informarle del resultado feliz de la cam-
paña. Además del infortunado Zaid, remitióle, como trofeos de la victoria , mu-
chos despojos de guerra , armas, corazas, ricos vestidos, cascos con penachos flo-
tantes, y un caballo de especie rara, á lo que parece, con su maníilla , su silla j
su freno de oro (1).
En Lion encontró el mensajero Bego á un ejército que Cario Magno enviaba
en auxilio de su hijo , temeroso de que hubiese sucedido á este algún contra-
tiempo , á las órdenes de Carlos, hermano mayor del rey de Aquitania. Carlos
volvió al lado de su padre en compañía del conde Bego para ser de los primero»
en participarle la victoria conseguida.
El emperador recibió la noticia de la toma de Barcelona con extraordinario jú-
bilo. Quizás por un momento, dice Romey, halagóle la idea de unir un dia la Es-
paña entera á su imperio de Occidente. Zaid fué mal recibido y no mejor tratado
por el poderoso emperador, y cuenta Eginhardo que él y cierto Roselm ( gober-
nador de una ciudad de Italia, de Chieti, culpable de igual engaño que el goberna-
dor de Barcelona) fueron condenados á destierro. Ni anales ni crónicas nos dicen
bajo que cielo fueron á cumplir su condena.
Hemos contado extensamente esta campaña porque de ella dala el principio
déla Marca franco -hispana y del condado de Barcelona, que de tan gran peso
fué en las guerras y sucesos de toda la edad media. Cuna, por decirlo así, de una
gran monarquía, importábanos dejar bien consignadas cuantas noticias posee-
mos relativas á este acaecimiento.
Inexplicables cosas se advierten en la historia de aquella época , y una de
ella es sin duda no haber socorrido el emir de Córdoba á los apurados defensores
de Barcelona. En efecto, ¿qué hacia Alhakem mientras los Franco-Aquitanos
ocupaban y dominaban en la España oriental del modo que acabamos de ver?
Según una crónica árabe, preparaba un ejército para marchar en auxilio de Bar-
celona , pero á la verdad hubo de andar muy remiso en los preparativos cuando
no los terminó hasta hallarse todo concluido. Acaso no le pesaba ver compro-
metido á aquel Zaid que antes habia cometido la imprudente ligereza de ofrecer
á Cario Magno la entrega de la plaza , y es lo cierto que aun no habia salido á
campaña cuando supo la pérdida de Barcelona. Como tenia sus tropas dispues-
tas, dirigióse con ellas á Zaragoza , como para decidir allí lo que mas importaba,
acompañándole en esta expedición Amru , el vencedor de Toledo , que obtenía
entonces todo su favor , y el general de la caballería Muhamad ben Mofreg el
Fantauri , que era muy querido de Alhakem por su erudición y valor. En su
(1) Ducitur interea ad Carolum longo ordine praeda
Maurorum spollüs, tuuneribusque ducum;
Arma et loricae, vestes, gale;eque comantes,
l'artus equus faleris, áurea frana eimul.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 413
camino supieron la sublevación de Toledo, provocada por las violencias y cruel- a. as j.
dades del hijo de Amru , wali de aquella ciudad desde que la tomara su padre.
El pueblo habíase apoderado del imberbe wali convertido en tirano y queria dar-
le muerte , mas gracias á la intervención de los principales habitantes, habíanse
limitado los amotinados á encerrarle en una fortaleza. Así lo escribían al emir los
que salvaron á Yussuf ben Amru del furor popular, y á esto anadian violentas
quejas contra el temerario wali, acabando por pedir su destitución en su nombre
y en el de la ciudad entera. Amru, con un pensamiento oculto de venganza con-
tra los nobles Toledanos que habían sabido enfrenar á su desacordado hijo, se-
gún lo hacen casi evidente los acontecimientos posteriores , convínose á reempla-
zar á su hijo en el gobierno de Toledo , y el emir por sus buenos servicios se lo
concedió. En su consecuencia marchó en seguida á su gobierno , y Yussuf fué
enviado á las fronteras en calidad de alcaide de Tutila (Tudela) (1).
La lucha entre los Franco-Aquitanos y los Árabes no tenia solamente por teatro
la España oriental propiamente dicha, sino que se habia empeñadoen toda la línea
de los Pirineos, sibien era mas viva enla marca central donde se habían establecido
los Francos. El gobernador ó conde de esta marca era en aquel entonces cierto
Aureolo que residia, en cuanto puede deducirse de muy vagas indicaciones (2), en
los valles meridionales del centro de los Pirineos , hacia las fuentes del rio Ara-
gón. Es indudable sí que poseia porcuenla del gobierno aquitano varias fortale-
zas tomadas ó construidas últimamente en los collados y junto á los torrentes que
bajan de aquellos montes. Entre las ciudades ya en aquel tiempo adquiridas por
los Aquitanos colocan algunos á Jaca , y es lo cierto que aquella marca ó conda-
do, que puede considerarse como el núcleo primitivo del reino de Aragón , habia
de comprender el nacimiento y parte del valle por donde corre el Gallego , for-
mando como un ángulo saliente en el territorio de España , cuyo vértice era en-
tonces, á lo que se cree, por la parle del sur, el antiguo fuerte de Galagurris (en el
dia Loharre), á poca distancia de Huesca (3). A la derecha del Aragón , hacia el
noroeste exiendíase la marca de Vasconia hasta los valles septentrionales de la
Navarra española. Los límites de ella, lo mismo que los de la anterior, serian sin
duda inciertos y flotantes á cada nuevo movimiento de un pueblo contra el
otro , según las victorias del uno ó del otro bando.
Las alternativas , las alianzas , las guerras , las intrigas , en una palabra los 8°s-
sucesos de esta lucha no pueden ser apreciados por la historia, y únicamente sa-
bemos que Alhakem tomó parte en ella en 802 con las tropas que habia llevado
á Zaragoza. Marchó primeramente á Pamplona , que, sin estar en poder de los
Aquitanos, tampoco, á lo que parece, se hallaba bajóla dominación musulmana,
puesto que la crónica árabe dice que el emir la ocupó (4); restableció en seguida
su autoridad en Huesca , donde probablemente mandaría decapitar á Hassan,
(4) Conde, P. 2 a, c. XXXII.— El escritor árabe menciona expresamente á Tudela entre las ciu-
dades fronterizas, lo que demuestra que en la época de que se trata los Aquitanos se habían acer-
cado mucho al rio Ebro.
i2) Dice el monge Engolismensis que residia en la dirección de Huesca y Zaragoza (Monach .
Engol., Vita Carol. Magno, ad ann. 809).
(3) Castrum vetus Calagurrim, hodie Loharre, XII M. P. ab Osea, in colle situm, munivit (Lu -
dovicus), ejusque custodiam commisit Aureolo comiti (Marc. Hisp., p. 284).
(4) Conde, P. 2.% c. XXXII.
414 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. cuyo nombre no veremos ya mas en la historia ; y entonces fué cuando, deseoso
de acreditar su valor, el alcaide de Tutila, Yussuf ben Amru, entró con sus gen-
tes por tierra de los Francos y cayó en una emboscada prisionero del enemigo.
Usábase entonces el sistema de rescates, y vemos que Ben Yussuf, avisó á su pa-
dre su desgracia, y que este le rescató poco después (1).
El rebelde Balhul ben Maklul permaneció con sus bandas aventureras en
la España oriental aun después de la retirada de los Francos, y desde Tarragona,
donde le hemos visto establecerse en 801 , no habia cesado de hacer excursiones
por las márgenes del Ebro, exigiendo á las poblaciones sorprendidas fuertes con-
tribuciones de guerra. Por arruinada que estuviese (2) y aunque desprovista de
murallas, la antigua capital de la Tarraconense era un punto de apoyo y como
un centro desde donde Balhul obraba vigorosamente en un radio de quince le-
guas. Alhakem marchó contra él con todas sus fuerzas, y se apoderó de Tarragona
que, desmantelada como estaba, no pudo sostener un sitio, pero solo encontró en
ella muy escasos moradores: los restantes, acaudillados por Balhul, habrán salido
al campo en dirección á Tortosa para combinar mejor sus medios de resistencia.
El emir los persiguió, mas no le fué dable reducir el rebelde con la facilidad que
se habia prometido; Balhul sostuvo varios combates sin mucha desventaja, y solo
pudo ser vencido en una gran batalla cerca de Tortosa, en la que Alhakem hubo
de desplegar todas sus fuerzas. Después de pelear durante catorce horas sin per-
der un palmo de terreno , cayó con vida en poder del emir , quien le hizo deca-
so4. pitar inmediatamente , en el año de la hegira 188 (804) (3).
Hecho esto, el vencedor no intentó siquiera recobrar á Barcelona. Asegura-
das las fronteras, nos dicen con mucha vaguedad los autores de su nación (4),
Alhakem volvió por Tortosa á Valencia, y por Játiva, Denia y tierra de Tadmir á
«os. Córdoba. Luego de su regreso en el año 189 de la hegira (805), lomó algunas
medidas políticas, entre otras la de enviar una embajada á Edris, hijo de Edris ,
para felicitarle por su elevación y celebrar con él un tratado de alianza contra
sus comunes enemigos de Oriente y de África. Edris ben Edris habia sido nom-
brado jefe de los fieles del África occidental por las principales tribus del Magreb
el Aksah , y era el segundo soberano africano de la dinastía de los Edrisitas.
Quinientos caballeros andaluces acompañaron esta embajada , que fué recibida
con muy grandes honores por el joven Edris, no en Fez, que no estaba fundada
todavía, sino en Walili, la antigua Volubilis. Hasta dos años después (191 déla
hegira) no adquirió Edris de las tribus zenetas de Suagah y de Yergus el terreno
en que fundó aquella capital, por precio de seis mil dirhemes.
Por aquel tiempo ocurrió en Toledo una horrible catástrofe. Amru, que ha-
bia reemplazado á su hijo Yussuf en el cargo de walí de dicha ciudad, meditaba
tomar cruel venganza de los Toledanos, y solo esperaba ocasión oportuna para rea-
lizar su intento. Sabedor de que Alhakem enviaba cinco mil caballos á la España
(4) Conde, P. 2.a, c. XXXII.
(2) Esta ruina ha sido quizás exagerada ; Tarragona estaba sin fortificaciones en el año 802,
pero adviértase que se conservan aun en ella muchos y grandes restos de edificios romanos.
(3) Conde, l'. 2.a, c, XXXII.
(4) Id., le
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 415
oriental bajo el mando de su hijo Abderrahman , mozo de quince años , y de que A-deJ
esas tropas habían de pasar por aquellas inmediaciones , vio en ello la co-
yuntura que buscaba, y saliendo al paso del príncipe, le rogó que entrara
á descansar en Toledo. Los principales musulmanes de la ciudad unieron
sus instancias á las de Amru , y Abderrahman consintió en hospedarse en
el alcázar. Para obsequiar á tan ilustre huésped dispuso el walí aquella noche
un magnífico festín á que convidó á los vecinos mas distinguidos y notables
de la ciudad, y al paso que los convidados entraban sin desconfianza algu-
na en el alcázar, apoderábanse de ellos los guardias de Amru, conducíanlos á
una pieza subterránea, y allí los iban degollando. Así perecieron cuatrocientos
nobles Toledanos, y el trágico término del festín lo pregonaron á la mañana si-
guiente las cuatrocientas cabezas que el bárbaro Amru hizo enseñar al pueblo
para inspirarle terror. Tal es la relación mas acreditada de lo que sucedió aquella
noche en Toledo (1), si bien hay quien cree que los cuatrocientos jeques fueron
encerrados en las subterráneas prisiones del alcázar, difundiéndose la noticia de
su muerte para mayor escarmiento (2). Hubiese ó no el emir ordenado ó con-
sentido la horrenda matanza, es lo cierto que así por lo menos se divulgó por la
ciudad y cayeron sobre él gran parte del odio y de la animadversión pública. En
cuanto a Abderrahman era muy joven para que pudiera sospecharse de él haber
provocado acto de tan negra traición, pero los Toledanos jamás olvidaron que él
habia sido el pretexto de la misma , y lo probaron rebelándose varias veces con-
tra su persona luego que llegó á ser emir. Tuvo lugar este suceso en el año 190
(806). Tres dias después, el joven Abderrahman partió con los cinco mil caba- 806-
líos que conducia á la frontera (3). Era esta por aquella parte la línea del Ebro,
y en efecto el hijo de Alhakem se dirigió y se detuvo en Zaragoza.
Las crónicas francas hablan en este año de un acaecimiento que, según las
apariencias todas, fué la causa de haber marchado aquel refuerzo de tropas á Za-
ragoza. «Los de Navarra y Pamplona, dicen, que se .habían dado á los Sarracenos
algunos años antes (probablemente en la época del viaje de Alhakem á Pamplo-
na, en 802), volvieron á ponerse por sí mismos llegado este año bajo la obedien-
cia del emperador (4).»
Ignórase si ocurrió antes ó después de la ejecución de los cuatrocientos je-
ques toledanos la sublevación de Mérida. Habia dado el rey el gobierno de esta
ciudad á su primo Esfah, quien, descontento de su vazir, le destituyó de su cargo
y puso otro de su confianza. El vazir depuesto, que era muy favorito de Alhakem,
dirigióse á Córdoba, y una vez allí logró persuadir al emir de que su destitución
envolvía de parte de Esfah el proyecto de sustraerse á la autoridad del emirato y
de proclamarse independiente. Creyólo Alhakem y á su vez dispuso la destitución
de Esfah , reemplazándole con su propio wazir. Envanecido este con su triunfo,
corrió á Mérida, y al mandar á Esfah que saliera de la plaza, negóse este ó obe-
decer diciendo que á un nieto de Abderrahman no se le despedía como á un li-
li) Conde, P. 2.a, c. XXXIII.
l2) Aschbach, Geschichte der Ommaijaden in Spanien, etc.
(3) Conde , 1. c.
(4) Navarri et Pampilonenses qui superioribus annis ad Sarracenos defecerant, in fidem re-
cepti sunt ^Eginhardi Annal. ad ann. 806).
416 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
berto ú hombre vulgar (1). Esta respuesta enfureció á Alhakem, quien mandó
que su caballería marchara al momento contra su primo, pero al presentarse de-
lante de Mérida halló cerradas las puertas é impedido el paso. En el colmo de la
irritación, el emir marchó entonces á Mérida con determinación de entrar por
fuerza en la ciudad y hacer en ella cruel escarmiento.
Esfah no podia consentir en exponer á las gentes de Mérida á la saña del emir
y solamente quería cierto número de caballeros para salir por una puerta cuando
Alhakem entrase por otra , temiendo dar ocasión á que por su causa padeciese
la ciudad. Los habitantes , empero, sin consentir en su marcha, se preparaban
para defenderle, y una guerra terrible amenazaba á Mérida , cuando por una de
las puertas de la plaza se ve salir montada en un fogoso corcel á una muger
árabe lujosamente vestida, que, acompañada de dos solos esclavos, atraviesa im-
pávida el campo de los sitiadores, y se dirige y llega á la tienda del emir. Era
Aikinza, hermana de Alhakem y esposa de Esfah , que , con ánimo varonil habia
salido á interceder y con persuasiva elocuencia pedia gracia al hermano en fa-
vor del esposo. Alhakem se conmovió á la vista de su hermana y al escuchar sus
razones perdonó y olvidó todo lo pasado. Esfah fué reintegrado en sus funcio-
nes de gobernador de Mérida con gran contento de los habitantes, de quienes
era muy amado, y Alhakem entró en la ciudad en compañía de su hermana,
aceptando por algunos dias la hospitalidad de su cuñado.
Por aquel mismo tiempo fué sofocada otra rebelión de mucha menor impor-
tancia: Ilasem ben Wahib, que habia tomado las armas cerca de Beja y mar-
chaba hacia Lisboa, fué á su vez reducido por los walíes ommíadas de la provin-
cia (2), quienes, á lo que parece, guerreaban entonces con cierto ardor en las fron-
teras de Galicia, no dejando de molestar á los cristianos. «Los cristianos de aque-
llos montes, dice una crónica árabe, concertaron treguas con los caudillos mus-
limes, que las otorgaron al rey que ellos tenían, llamado Anfus (3).» Esta tregua
celebrada en 806 con los cristianos de Galicia es muy de notar en cuanto inau-
gura las primeras relaciones diplomáticas, si podemos decirlo así, entre el go-
bierno de Córdoba y los reyes cristianos del norte de la Península, y en cuanto
fué otra de las causas que hicieron odioso el emir á las tribus cordobesas. En
efecto, entre las quejas que se alegaban contra el gobierno de Alhakem, menció-
nase expresamente por un escritor árabe como una de las principales, su alianza
con el que se titulaba rey de los cristianos en Galicia (4).
Hallábase Alhakem en Mérida al lado de su hermana y de su cuñado, cuan-
do recibió de su primo Gassim aviso de volver á Córdoba donde su presencia era
muy necesaria. Y así era en realidad , pues aprovechando su ausencia, gran nú-
mero de jeques adversarios suyos á causa de la dureza y egoísmo de su gobier-
no habían conspirado contra él y fijado los ojos en Cassim, hijo de Abdallah, para
elevarle al emirato. Ya fuese por temor, ya por fidelidad* este solo en apariencia
se prestó á sus intenciones, y fuerza es decir que desempeñó en todo este asunto
un papel muy deshonroso. Fingió escuchar con satisfacción las proposiciones de
(4) Conde, P. 2.a, c. XXXIII.
(2) Assemani, Bibl. onent., p. T72.
(3) Conde, P. 2. ", c. XXXIV.
(*) Id., 1. c.
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 417
los conjurados, tomó parte en sus debates , y luego denunció á los principales je-
fes de la conspiración en número de trescientos. «No se durmió el rey, dice la
crónica , y por diligencia del walilcoda ó presidente del consejo, á la tercera
vela de la noche vio tendidas sobre sus alfombras las trescientas cabezas de los
conjurados. Mandó el rey que amaneciesen puestas en garfios en la plaza, y es-
crito sobre ellas : por traidores enemigos de su rey (1).»
En tanto continuaba la guerra en toda la línea de los Pirineos, en todos los
valles en que los Árabes confinaban con los Francos, pero continuaba oscuramente
y sin suceso alguno que haya sido conservado por la historia. El emir y el rey,
ocupados en otros intereses, habían abandonado en cierto modo á sí mismos los
pueblos y las guarniciones de la frontera, y el límite de ambos territorios era
teatro de combates de avanzadas, de excursiones recíprocas y de devastaciones
continuas, mezcladas con intrigas y rivalidades locales de valle á valle y, por de-
cirlo así, de pueblo á pueblo. Hasta se ignoran los nombres de los generales de
frontera, de los walíes, alcaides y condes que lomaron parte en aquellas excur-
siones y sorpresas, en aquella alternativa de triunfos y derrotas que constituían
los ordinarios accidentes de la lucha entre Árabes y cristianos en la Marca his-
pana. Sin embargo, despréndese de todos los documentos que los Francos se ha-
llaban en via de conquista y de establecimiento, que dominaban en todos los va-
lles de la cordillera pirenaica hasta el Ebro , que habían en fin trasladado la
lucha muy lejos de los primeros límites de la Aquitania , al territorio enemi-
go. En efecto, aquella tierra que ahora se disputaba era antes musulmana;
los Franco-Aquilanos, ayudados por los naturales, la habían hecho cristiana, y
en la lucha toda la ventaja pareció inclinarse á su favor. Como antes de la toma
de Barcelona, los Francos no habían de temer las eternas agresiones de los Mu-
sulmanes contra el territorio de la Galia, y ellos eran ahora quienes amenazaban
á su vez las tierras musulmanas. Barcelona les ofrecía contra sus enemigos todos
los recursos de la tierra y del mar, era para ellos un punto de apoyo para domi-
nar toda la comarca, y de la misma Barcelona «que por tanto tiempo fuera
para los moros seguro baluarte, de donde salían montados en sus veloces caba-
llos los guerreros conquistadores de las tierras cristianas, y donde volvian car-
gados debotin (2),» podían á su vez partir sus milicias cubiertas de hierro, y
llevar sus expediciones, ya al noroeste, hasta las márgenes del Segrey del Ginca,
ya al sudoeste, hasta la desembocadura del Ebro y el puerto de los Alfaques.
Por aquella parte parecía Tortosa el indispensable complemento de las
conquistas francas, y los jefes del gobierno aquitano habían de prometerse desde
el año 801 extenderlas hasta aquella ciudad. Por su situación en la orilla iz-
quierda del Ebro, Tortosa les parecía con razón digna de ser disputada á los
musulmanes, y de tanta mayor importancia en cuanto únicamente su posesión
podia asegurarles de un modo definitivo la de todo el país que se llamó después
Cataluña, entre el Ebro, el Noguera Ribagorzana y los Pirineos. Sin embargo,
desde que perdieron Barcelona, los Árabes habían hecho de Tortosa su plaza de
armas, y fortificada con grandes gastos, habíase convertido aquella ciudad en
(1) Conde, P. 2.a, c. XXXIV.
(2) Ermol Nigell., lib. I, v. 67 y sig.
tomo H. 53
418 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ie i. c. baluarte de la parte de España oriental que formó después el reino de Valencia,
el punto de defensa de la hermosa costa, por cuyo don bendecían los Árabes a
Dios (1). Provista de todo, y abrigando en su recinto á una población numerosa,
en cuanto sin duda se refugiarían en ella los musulmanes salidos de Barcelona
con armas y bagages , ia conquista de Tortosa no dejaba de ofrecer muy graves
dificultades que, á lo que parece, fueron apreciadas por el gobierno aquitano, en
sos. cuanto nada emprendió contra la plaza hasta el año 809. Llegada esta época,
Cario Magno llamó á su hijo á Aquisgran, sin duda para tratar y sentar las ba-
ses de esta expedición, y en efecto, Luis á su regreso á Aquitania dispuso inme-
diatamente una leva de tropas y partió para Barcelona.
En esta ciudad habia dado cita á los condes convocados con los hombres
de armas para formar parte de la expedición proyectada, y las milicias aquita-
nas llegaron en breve de todas partes siguiendo las huellas de Luis, que dio la
orden de marcha, luego que estuvieron reunidas. El ejército pasó el Llobregat,
y se dirigió reunido á Santa Colomba (Santa Coloma de Queralt), á igual distan-
cia de Barcelona y de la confluencia del Ebro y del Segre. Llegado allí, dividióse
en dos cuerpos, y tomando Luis consigo el mas numeroso, confió el otro á gene-
rales experimentados, condes todos en la Marca hispana ó en Septimania. Con
la hueste que se habia reservado, Luis tomó por la izquierda de Santa Coloma,
marchó hacia Tarragona, la lomó por segunda vez á los Musulmanes y devastó
su campiña: según el anónimo astrónomo, todo cuanto halló en su camino, cas-
tillos, fortalezas y poblaciones, sufrió los rigores de una ejecución militar, y
lo que se libró de las llamas fué destruido por el hierro (2); continuando luego
su marcha victoriosa á lo largo de la costa , llegó en breve delante de Tortosa, á
la que puso cerco.
Mientras esto sucedía, el otro cuerpo de que hemos hablado ponia en ejecu-
ción, á las órdenes de Isembardo, de Ademaro, de Bara y de Borre!, las instruc-
ciones que habia recibido. Salido de Santa Coloma al mismo tiempo que el resto
del ejercí ¡o, las infinitas precauciones que lomaba para ocultar su marcha al
enemigo habían por precisión de retardarla. Andaba únicamente de noche, y pa-
saba los dias en los bosques, así es que desde Santa Coloma á las márgenes del
Segre empleó seis dias enteros, ó por mejor decir, seis noches; el séptimo día atra-
vesó el Segre mas allá de su confluencia con el Ebro, luego este rio , no lejos del
punto en que recibe las aguas de aquel, y desde allí dirigiéndose al sudoeste va-
deó el Guadalope, y entró en el país fértil y descubierto que se extiende entre di-
cho rio y Rio-Martin.
Aquel país era la porción del valle dei Ebro en que mas abundaban las po-
blaciones árabes, y sobretodo los Árabes labradores; casi todos los pueblos de
aquella comarca llevan aun en eldia nombres árabes; era un territorio rico en ga-
nado y en víveres, de escaso lujo, pero de mucho cultivo, donde las tribus gozaban
en abundancia de todos los bienes de la tierra, y de todo ello estaban informados,
ai parecer, los caudillos aquitanos. El objeto de la expedición de Isembardo, Ade-
(1 ) Las monedas de Valencia del siglo xn decian: «Alabado sea Dios porque nos ha dado esta
tierra.»
(2) Universaque loca, castella, municipia, usque Tortosam vis militaris excedit et flamma vo-
raz consumpsit.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 419
maro, Bara y Borrel era sorprender á aquel país desprevenido, sembrar en él el
espanto por medio de una irrupción repentina (1), y reunir el mayor botin posible.
Este úliimo punto habia de entrar por mucho en los motivos de la expedición, en
una época en que los hombres de guerra habían de mantenerse á sus propias ex-
pensas. Todo pasó en un principio según deseábanlos Franco-Aquüanos. Los Ara-
bes fellahs (2) diseminados por las campiñas en grupos poco numerosos, sintié-
ronse poseídos de terror ante aquella tropa de resueltos invasores, cuyo número
exageraban sin duda; todos tomaron la fuga sin intentar siquiera defenderse , y
la división aquí tana reunió sin trabajo en las abandonadas aldeas crecido botin
de toda clase. Alentados entonces con la facilidad con que habian podido correr
la tierra desde las márgenes del Ebro hasta las fuentes del Guadalope, y no ob-
servando en el país síntoma alguno de resistencia, los cristianos creyeron poder
pasar mas adelante, y como oyesen hablar de una villa opulenta situada á pocas
millas mas allá del monte en cuya base nace el Guadalope, quisieron visitarla y
llevar á ella el terror de sus armas.
De ella les separaba únicamente una montaña (la Peña Golosa), y pasándola
por el puerto que conduce en el dia al pueblecillo de Calbe, bajaron rápidamente
hacia la población (3). Llamábase esta Alhamrah, la Roja; es la Villa-Rúbea del
astrónomo, y aun en el dia lleva el nombre de Alhambra, lo mismo que el rio en
cuyas márgenes está situada, uno de los tributarios del Guadalaviar, que corre ha-
cia Valencia procedente de Albarracin. La misma causa que hizo nombrar después
Alhamrah á un barrio y al principal edificio de Granada, hizo dar este nombre al
pueblo y valle de la España oriental de que aquí tratamos, y donde acababan de
penetrar los Francos (4). Sorprendida la población, no les opuso la menor resis-
tencia; los habitantes les abandonaron sus casas, y saciados de botin, pensaron
los Aquitanos en acudir á la cita que el ejército principal les habia ciado bajo los
muros de Tortosa. La marcha no se efectuó, empero, sin contratiempo.
Oigamos aquí las mismas palabras del astrónomo: — « Cuantos pudieron es-
capar de aquel ataque, dice, corrieron por todas partes á difundir la noticiadel su-
ceso. Reunióse entonces considerable multitud de Sarracenos y Moros, y fueron á
esperar á los nuestros á la salida de un valle llamado Ibaña, que, muy profundo y
angosto, está rodeado por todas partes de elevadísimas montañas, de modo que los
cristianos habrían podido ser aniquilados casi á pedradas, si Dios no los hubiese
desviado de penetrar en él. Mientras los Moros los esperaban al paso, ellos bus-
caron y hallaron por otra parte un camino mas descubierto y regular. »— El
astrónomo no da mas noticias acerca de este camino, que parece debió ser el que
(4) Ex improviso in pavorem solverentur.
(2) El Beduino es el árabe nómada y pastor; el FeUah, el árabe cultivadoT y sedentario.
(3) Qui ubi omnes incólumes evaserunt, terram hostium latissime vastaverunt, et usquevil-
lam eorum maximam, quae Villa-Rúbea vocatur, pervenerunt.
(4) En efecto, este nombre es igual al de la Alhambra de Granada, alterada también por la adi-
ción de una b.— En Aragón hay tres pueblos llamados Villarroya ó Villarroja, de las tierras y pe-
ñas de un tinte rojizo sobre que están edificados : uno en los alrededores de Daroca, diócesis de Za-
ragoza, otroá tres leguas de Calatayud, obispado de Tarragona , y por fin Vilarroya de los Pina-
res, á diez y ocho leguas de Alcañiz. Los tres podrian ser la Villa-Rúbea del anónimo astrónomo
si la descripción y las circunstancias de su relato no conviniesen excl usivamente al pueblo llamado
todavía Alhambra y al valle del mismo nombre situados en los límites de Aragón y Valencia.
120 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
se dirige por la izquierda hacia los campos de Yillahermosa. — «Creyendo que
los Francos tomaban aquel camino mas por temor que por prudencia, continua
el biógrafo, los Sarracenos salieron en su persecución; pero los nueslros, po-
niendo su botín en seguridad, volvieron la cara al enemigo, pelearon con encar-
nizamiento, y con el auxilio de Jesucristo obligaron al enemigo á volverles las es-
paldas. En seguida prosiguieron su viaje hasla los reales de Ludovico, donde lle-
garon con muy poca pérdida de gente a los veinte dias de su partida (1) ».
El cronista franco enaltece tanto como le es posible la expedición de Isem-
bardo y de sus ilustres compañeros, pero diríase que lo hace para no hablar
apenas de los acaecimientos posteriores. — «El rey, añade, experimentó por su
regreso muy grande alegría, y después de devastar en todas direcciones los cam-
pos de Tortosa, se volvió á su reino.»— Este modo de dar cuenta de haber levan-
tado Luis el sitio de Tortosa infunde algunas sospechas, y en efecto en los autores
árabes hallamos el porqué de las concisas palabras del astrónomo. Siempre en
aquella época, y en todas, el historiador que desea descubrir la verdad en medio
de los relatos, sino contradictorios, subordinados á lo menos á los afectos y pa-
siones de aquellos que los escribieron, ha de entregarse á estos estudios y compa-
raciones críticas.
Alhakem, nos dicen los escritores árabes , se hallaba en Lusitania ocupado
en combatir con los cristianos de los montes de Galicia, cuando supo que la Es-
paña oriental habia sido invadida por los Francos y que estos marchaban contra
Tortosa. Al momento escribió á su hijo, que desde el año 806 ejercia las funcio-
nes dewali de Zaragoza, para que se dirigiese á Tortosa con cuantas tropas pudie-
se reunir; iguales instrucciones envió al wali de Valencia, y ambas huestes mu-
sulmanas llegaron á la orilla derecha del Ebro, uno ó dos dias después de haber-
se reunido la división de Isembardo con el ejército principal. Las dos pasaron el
Ebro por el puente de Tortosa, y atacando á los Franco-A quítanos en su campa-
mento, los obligaron á levantar el sitio. Los autores árabes dicen que Abderrah-
man, como si llevara la victoria asida á sus banderas, rompió y deshizo á sus
enemigos con horrible matanza, y que los cristianos huyeron dejando los campos
cubiertos de abundante cebo para las aves y carnívoras fieras (2).— Esto puede
ser muy bien una exageración árabe, y es probable que la pérdida de Luis en
hombres de armas no fuese tan grande como supone el cronista musulmán.
De lodos modos es lo cierto que hubo batalla, que los Árabes quedaron victorio-
sos, y que esta fué la verdadera causa que calla el anónimo historiador déla reti-
rada del hijo de Cario Magno á Aquitania (3).
El hijo de Alhakem, que acababa de rechazar con tan buena fortuna la expe-
dí Anón. Astron., Vit. Hludov. Pii.
(2) Conde, P. 2.a, c XXXV.
(3) Esta derrota de Ludovico l'io está atestiguada por todas las crónicas musulmanas. — Ro-
drigo (*), hijo de Carlos rey de los Francos, reunió un ejército, dice Ahmed (in Murfy, c. 3), y mar-
chó contra Tarragona; pero Alhakem envió contra él á su hijo Abderrahman, quien venció á los
Francos y los obiigó á retirarse. — Sitiada Tortosa por los cristianos, dice Cardona (que escribió sobre
este punto en vista del manuscrito árabe de la Bibl. nac. que lleva el n.° 704), Abderrahman, hijo de
Alhakem, acudió en auxilio de la plaza, atacó á los Francos en sus líneas, y después de una victo-
ria por largo tiempo disputada, los obligó á levantar el sitio.
(*) Ksteamor da siempre á Luis el nombre de KodrifcO.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 421
dicion del hijo de Cario Magno, contaba apenas entonces diez y nueve años. Go- A- Je j.c.
bernador de la provincia de Zaragoza desde el año 806 , habia empezado á for-
marse en la práctica de los negocios y de las armas en una edad en que la mayor
parte dejos hombres no han salido todavía de la infancia. Su victoria contra los
Francos ganóle entre los suyos no poca honra y fama, si bien en vez de recoger
los frutos de su primera victoria, corrió á recoger aplausos en Córdoba, siendo
nombrado en su lugar valí de Zaragoza, Amru gobernador de Toledo. El gobier-
no de Zaragoza era tentador para un musulmán del temple de Amru; lodo el va-
lle del Rbro, Tudela, Huesca, Barbastro, Lérida y las principales ciudades de la
Marca dependían de Zaragoza y de su wali, y Amru vio entonces ocasión de enri-
quecerse, de dominar y de hacerse quizás independiente. Empezó por ponerse de
acuerdo con los cristianos y los hombres nacidos de padres de ambas religiones,
á cuya clase pertenecía él (1), y formóse con facilidad una especie de partido en
la comarca. Investido de sus nuevas funciones á mediados de 809, intrigó con el
conde franco de la Marca de Yasconia, que residía no lejos de Huesca, y á quien
estaba principalmente confiada la custodia de las fortalezas y poblaciones situa-
das entre el Cmca y el Aragón. Era dicho conde entonces el mismo Aureolo de
quien hemos hablado antes de ahora, y si bien la historia no expresa la clase de
relaciones que Amru mantuvo con él, es lo cierto que muerto el conde á fines del
año 809, el Sarraceno se apoderó repentinamente de las plazas que mandaba, ó
para hablar el lenguaje de la época, del ministerio de Aureolo (2), lo que parece
indicar, y sea esto dicho de paso, que aquellas plazas no eran muy fuertes, ó que
Amru tenia en ellas inteligencias y amigos dispuestos á entregárselas. Gran su-
ceso habría sido la restauración del poder musulmán en aquella parte de la cor-
dillera pirenaica si el hombre que acababa de realizarla hubiese obrado de bue-
na fe y no en interés propio; pero su conducta ulterior indica que abrigaba ya
desde enlonces intenciones de dominación personal que el tiempo y las circunstan-
cias, y sobre iodo la pronta intervención del emir de Córdoba, le impidieron rea-
lizar. Como asustado él mismo de lo que acababa de hacer, luegoque se vio due-
ño de aquellas plazas, vaciló acerca del partido que tomaría, apelando por fin á la
ordinaria política de los walies de aquella frontera : por un lado escribió al emir
poniendo á su disposición, con la alegría de un celoso musulmán su nueva
conquista, mientras por otra despachaba un mensage á Cario Magno ofreciendo
ponerse ásu servicio (3).
Este ofrecimiento de Amru , se dirigía únicamente á ganar tiempo, pero
Cario Magno creyó en él de lleno. Los mensageros de Amru habían llegado á fi-
nes del año 809 cerca del emperador y este envió al momento embajadores (mis-
si) al walí, que llegaron á Zaragoza á principios del año 810. El astuto y falaz Mo- Mo-
ro no dejó de renovar sus promesas, pero sin duda para aplazar su ejecución so-
licitó conferenciar con los caudillos de la frontera de España á fin de ponerse con
ellos de acuerdo sobre diferentes puntos, ofreciendo siempre estar él y los su-
yos á disposición del emperador. Los enviados de Cario Magno hicieron saber la
(\) El Nowairi, ms. aráb. de la Bibl.nac, n.'1 645.
(Z) Eginh. Annal., ad ann. 809.
(3) Id., 1. c.
422 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
petición á su soberano, y este que, á lo que parece, secomplacia en estas intrigas
y negociaciones con los jefes árabes , consintió en la demanda de Amru. La con-
ferencia sin embargo no llegó á celebrarse, y esto fué, según Eginhardo, por mu-
chas causas que, como acostumbra, omite para que el lector las adivine (1).
Eo tanto continuaba la guerra en todos los demás puntos entre los Árabes
y el imperio. Durante este año los musulmanes atacaron por mar la Cerdeña y
luego la Córcega. La primera dependía aun en la época de que estamos tratando
de los emperadores griegos de Oriente, y hasta el año 815, cansada de las ince-
santes excursiones de los Moros, y no recibiendo socorro alguno de Constanlinopla,
no se puso bajo la protección de Luis el Pió, ó se dio á él, como entonces se de-
cía. La Córcega se habia dado al imperio hacia ya muchos años, y esto no obs-
tante, los Árabes, no hallando en la isla guarnición franca, la asolaron y la some-
tieron casi toda á su dominación. En Lusitania y en las tierras que los Árabes
poseían aun entre el Duero y el Miño, los musulmanes y los cristianos habían
empeñado también rudos combates. La tregua de tres años estipulada en 806 en-
tre Alfonso y los generales de Alhakem acababa de espirar, y los cristianos de Ga-
licia habian bajado en gran número á Lusitania, llevándolo todo á sangre y fuego.
Alfonso , que los acaudillaba, llevó sus armas hastalos muros de Lisboa, cuyo ter-
ritorio devastó después de intentaren vano apoderarse de la plaza. Llegadas estas
nuevas áCórdoba, partió el emir con escogida caballería en defensa de la provincia
amenazada, y si bien pudo rechazar las milicias asturianas de Alfonso, no fué
tan feliz contra los montañeses cristianos del antiguo país de los Gallegos de Braca-
ra, que guerreaban libremente bajo condes de su elección. En la época de que tra-
tamos hallábase ocupado aun en combatirlos sin poder obligarlos á una batalla
general ni rechazarlos por completo á la otra parte del Miño, frontera del poderío
musulmán en España en tiempo del abuelo de Alhakem, que este se hallaba em-
peñado en conservar. No habia guerra contra cristianos sino por mantener fron-
tera, dice la crónica musulmana, y no con deseo de ampliar y extender los lími-
tes del reino, ni por esperanza de sacar grandes riquezas, por ser los cristianos
gente pobre de montaña , sin saber nada de comercio ni de buenas artes (2). Y ai
ver como se habla por los Árabes de las guerras de aquella época , diríase que
necesitaban para no ser despojados de sus fronteras , tanto valor y resolución
como habian necesitado sus mayores para conquistarlas.
Nunca, en efecto, ni aun en los tiempos de Tarik y de Muza habia sido la
guerra tan ardiente entre ambos pueblos. En todas partes peleaban los cristianos
con los musulmanes, y según dicen los escritores de esta nación, los caudillos de
las fronteras no tuvieron reposo en dos años. Guerreábase en Galicia, en las in-
mediaciones de Asturias, en Navarra, al sur, al norte y al este, en todas las fron-
teras, y sobre todo, á lo que parece, en las inmediaciones de los Pirineos, en las
cuatro puertas de Gibal Albortal (3).
(1) Amaroz, Casaruagustae praefectus, postquam imperatoris legati ad eum venerunt, petiit ut
colloquium ficret intcr ipsum et Hispanici limiii custodes, promittens sein eodemcolloquio cum óm-
nibus in imperatoris ditionem esse venturum; quod iicet imperator ut fieret annuisset, mulüs in-
tervenicntibus causis, mansit interfectum (liginh. Anual., ad ano 840).
(2; Conde, P. 2.a, c. XXXVI.
(3) Id., P 5.\ c. XXXV.
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 423
En la España oriental dábanse sobre todo los grandes golpes de la guerra. La
vana tentativa del año anlerior contra Tortosa y la derrota de Luis no habían
hecho abandonar á los Francos el proyecto de apoderarse de la plaza, y Cario
Magno ordenó en 810 una nueva expedición contra ella. No quiso, empero, pordi-
ferentes causas que su hijo mandase el ejército, y entre estas causas menciona
expresamente el anónimo astrónomo la necesidad de defender las costas de
Aquitania de las piraterías de los Normandos. Anles de pasar adelante conviene
quizás que digamos algunas palabras acerca de aquellos atrevidos piratas que,
salidos del fondo del Jutland y del mar Báltico por los años de 787, some-
tieron por espacio de doscientos años á periódicas devastaciones las costas todas
de la Europa occidental, y á quienes veremos á mediados de este siglo llevar sus
armas hasta las campiñas de Andalucía y emprender el sitio de Sevilla.
Los piratas de Gerrnania, tan célebres bajo el nombre común de Norman-
dos (1), eran de la misma raza y hablaban la misma lengua primitiva que los
Francos esíablecidos en las Galias y en la olra parte del Rhín; pero desde la con-
versión de estos al cristianismo, la diferencia de religión y de costumbres habia
destruido toda clase de afecto entre estas dos grandes familias de origen teutó-
nico. El odio profundo de los Normandos hacia los Francos, á quienes calificaban
de renegados y consideraban como una raza degenerada, se enardecía mas y mas
por las crueles prácticas del culto de Odin , de modo que se mezclaba un princi-
pio religioso á la pasión de combatir, á la necesidad de una vida errante y á la
insaciable sed de botin que impulsaban á los hombres del Norte á bajar de sus
montañas y abandonar sus islas para correr aventuras por todos los mares. Reu-
níanse bajo las órdenes de un jefe para formar una hueste de piratas, lanzábanse,
sin mas equipage que sus armas , en barcos de dos velas ; arrostraban en aque-
llas débiles embarcaciones los peligros de una navegación á veces muy terrible
por el proceloso Océano, tomando por auxiliar al huracán , según ellos mismos
decían (2), y cuando la calma reaparecía, sin cuidarse del número de los naufra-
gios, agrupábanse al rededor del buque en que flotaban las insignias del mando,
y seguían contentos el camino de los Cisnes (3). Rey del mar en su barca, el jefe
de la armada convertíase en rey de combate en la playa invadida, según lo ex-
presaba su enérgico lenguaje (4). Penetraban en el interior de las tierras por la
(4) North-menn, noríh-malhre, hombres del Norte. Este era el antiguo nombre de los Norue-
gos: en latin, Nordmannus, Norlhmannus, Northomannns1etc. — Este nombre ha conservado su signi-
ficación y su carácter primitivos en el norman de los Ingleses. — Los Árabes, como veremos después,
designaban á los Normandos y en general á todos los pueblos de las regiones boreales, con el nombre
de Magioges, al cual con frecuencia vese añadido en sus autores el de Yagioges, entendiendo con
estas palabras la posteridad de Gog y deMagog, es decir los pueblos septentrionales, á quienes di-
cen arrolló Alejandro hacia el polo ártico encerrándolos con un fuerte muro que mandó construir
entre el ' áucasoy el mar Caspio. Ebnel Ewardi, en su libro titulado Kikridat el ^rf/iií? Jíerbelod, p.
456), dice hablando de este país: «El pueblo de Gog y de Magog se encuentra en lo mas alto del Sep-
tentrión, después de atravesar el país de los Kaimakios 6 Kaimakys (Tartaros-Kalmukos) y el de
los Seklavos ó Seklebis (Eslavos ó Esclavones).
(2) oLa fuerza de la tempestad, cantaban, ayuda al brazo de nuestros remeros: el huracán nos
obedece, y nos arroja á donde queremos ir.» (Ag. Thierry, Hist. de la Conquista de Inglaterra por los
Normandos, 1. 1, 1. 1,p. 11 4) El historiador dicho apoya su traducción en esta cita latina: Marinoe tem-
pestatis procella nostris servit remigiis (Abbo Floriacensis).
(3) «Ofer svan rade,¡> decían sus antiguas canciones (Ag. Thierry, 1 1, p. 1 10).
(4) Kong, kineg, king, título que se expresa en latin por la palabra rex; era el jefe ó caudillo de
iM HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
desembocadura de los rios, remontando su corriente con sorprendente rapidez, y
por una y otra orilla derramábanse por el territorio, apoderábanse de los caballos
para ser mas veloces en sus irrupciones, acuchillaban á los habitantes á quienes
no reducían á cautiverio, recogian todo el ganado, incendiaban las casas y lle-
vaban delante de sí cuanto podia convertirse en botin ; complacíanse sobre todo
en derramar la sangre de los sacerdotes católicos, en arrebatar de las iglesias los
ornamentos sagrados, y con un singular refinamiento de profanación, en convertir
en establos los templos de Jesucristo.
Estos eran los nuevos enemigos que se habían levantado contra el imperio de
Cario Magno, últimos batallones de la barbarie que codiciaban su parte de la Eu-
ropa romana. En 787 habían aparecido por primera vez en las playas de Ingla-
terra, en el año 800 habían atacado las costas déla Galia occidental, y después una
especie de instinto atraíalos vivamente hacia aquel lado. Carlos era harto previsor
para no presentir desde el primer momento los obstáculos que podían crear seme-
jantes enemigos a! poder mejor establecido ; los preparativos y amenazas de uno
de sus reyes inmediato al Elba , entonces límite de su dominación por la parte
del norte, hiciéronle comprender la urgencia de adoptar medidas para proteger
las costas del imperio contra los atrevidos piratas (1), y por su orden constituyé-
ronse y apostáronse naves en todos los rios que desaguan en el mar Germánico.
La aplicación de este sistema de defensa á la Aquitania habia sido causa de que
renunciase Luis al mando de la próxima expedición á España.
Para representarlos á los dos en ella, según expresión del biógrafo astróno-
mo, es decir al emperador y al rey, envió el primero á la corte del segundo á
Ingoberto, uno de sus leudos, á quien las crónicas francas no dan otro nombre
que el de enviado (missus) (2) , y este era quien , mientras Luis obraba en su
reino conforme á las instrucciones de su padre , habia de guiar al ejército fran-
co-aquitano á esta parte de los Pirineos , para intentar si seria mas feliz contra
Tortosa de lo que lo habia sido el mismo Luis el año anterior.
Como en la pasada campaña, señalóse á Barcelona por punto de reunión del
ejército. Luego que este se halló completo bajo sus banderas, trataron los caudi-
llos de las disposiciones que habian de tomarse para el mejor éxito de la expedi-
ción, y resolvióse que, como el año anterior, se hiciesen dos distintas irrupciones,
descubierta la una y clandestina la otra (clandestina irruptione) ; que Ingoberto
á la cabeza de la hueste mas numerosa marcharía contra Tortosa, mientras que
un cuerpo destacado, compuesto de gente escogida, iria á sorprender al enemigo
y á merodear por las tierras de la derecha del Ebro , para atender seguramente
á ¡as necesidades del ejército. Para efectuar con mas facilidad el paso del rio,
valla que en la expedición anterior habia opuesto, á lo que parece, algunos obs-
táculos á la marcha de las tropas, mandóse construir en Barcelona barcas por-
tátiles, divididas en cuatro piezas bastante ligeras para poder ser transportadas
por dos acémilas, y dispuesto y preparado lodo, la parle mas numerosa del ejército
aquellos hombres , el mas sabio y poderoso, de la palabra kcn, saber y poder , dice M. Agustín
Thierry, (Hist. de la Con. de Ing. por los Norm., 1. 1. p. 409).
(4; Eginh., Vita Karoli Magni.
(2) ...Misit ei missum suum Ingobertura qui filii praesentiam pncferret, et vice amborum con-
tra hostes exercitum duceret.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE.
se dirigió hacia Tortosa á las órdenes de Ingoberto, mientras que el resto, man-
dado por Ademaro, Bara y algunos otros, tomó el camino del rico territorio que
ya olra vez invadieran. Los caudillos de aquel cuerpo escogido nada omitieron
para ocultar sus movimientos al enemigo; lo mismo que la vez pasada , dirigié-
ronse por Santa Coloma, y siguieron casi igual itenerario, si bien las circunstan-
cias posteriores indican que pasaron el Ebro mas abajo de su confluencia con el
Segre. Caminaban solo de noche, muy en silencio y por desusadas veredas; ocul-
tábanse de dia en los bosques, y no llevaban tiendas ni encendían fuego (1).
Tres dias de marcha los condujeron á orillas del Ebro , y preparando sus barcas,
las pusieron á flote y atravesaron el rio , llevando á sus caballos del diestro y á
nado al rededor de sus ligeras embarcaciones (2). El walí de Tortosa, Obeidalah,
á quien el cronista franco llama Abaidun (3), sabedor de los proyectos formados
por los Francos, habia escalonado algunos destacamentos de soldados en la orilla
opuesla, mas para darle aviso de su aparición que para oponerse á su paso. Qui-
so la casualidad que al tiempo que los Francos pasaban sin ser vistos por el punto
del Ebro que habían elegido, uno de los Moros apostados mas abajo, que se bañaba
en el rio, apercibió excrementos de caballo arrastrados por la corriente. Cogiólos
y oliólos , y con el instinto particular de un árabe , dijo á sus compañeros no
ser aquellos excrementos de un animal acostumbrado á pacer por las praderas,
sino de un caballo ó mulo alimentado con cebada, y que sin duda alguna los ene-
migos habían pasado el rio (4). Dos hombres montaron al momento á caballo,
marcharon á la descubierta, y luego que divisaron á los enemigos , corrieron á
advertirlo á Abaidun. Su movimiento, empero, no pasó desapercibido para los
Aquitanos, quienes, al verse descubiertos, siguieron rápidamente las huellas de
los dos ginetes y sorprendieron al débil destacamento de Árabes que custodiaba
el Ebro. Atacados estos, tomaron la fuga abandonando sus efectos de campamen-
to, y los Francos pasaron aquella noche abrigados bajo sus tiendas (5). Al dia
siguiente, Abaidun salió al encuentro de los Francos con cuantas tropas pudo reu-
nir, y empeñóse una batalla que, si bien , según el historiador cristiano , terminó
con gran ventaja de los últimos , no dio mas resultado que permitir á los vence-
dores retirarse y reunirse sin ser molestados con sus compañeros bajo los muros
de Tortosa. Después de esto los cristianos estrecharon el cerco de la plaza duran-
te algunos dias, y desquitándose de la inutilidad de sus esfuerzos con las devas-
taciones que ejercieron por el territorio de las cercanías , levantaron su campa-
mento y regresaron á Aquitania.
H) Ccelo pro tecto utentes, foco, ne fumo deprehenderentur , renuntiantes, sylvis se die occu-
lentes, nocte, quantum posse dabatur, iter agentes
(2) ...Quarto die Hibero compactis navibus, ipsi quidem transpositi, equos autemnatatui com-
miserunt.
(3) Abaidun, Abaidum, Adbaidu, Abaydus, Abaiduin, corrupciones distintas del mismo nom-
bre árabe Obeidalah ; obeid, pequeño , humilde servidor , diminutivo de abd , servidor; Alah, Dios ;
Obeidalah, el humilde servidor de Dios.
(4) Quo viso , sicut sunt nimias calliditatis , adnatans , fimumque comprehendens et naribus
amovens, exclamavit: Cernite, inquiens, ósocii, moneo quam cávete; nam hoc stercus neconagri est,
vel cujuscumque animantis harbidis assueti partibus. Enimvero equina haec esse constat egesta,
quse certum est hordeum fuisse et ob hoc equorum vel mulorum pabula; ideoque cautius vigila-
te. Namin superioribus fluminis hujus, et cerno, nobisparantur insidiae.
(5) Omniumque relictorum nostri potiti, in eorum papilionibus illa sunt nocte hospitati.
tomo li. 54
426 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c Este fué el resultado del segundo sitio de Tortosa dirigido por el leudo fran-
co Ingoberto en 810. Una expedición marítima contra la isla de Córcega y la con-
tinuación de la guerra de emboscadas y sorpresas en las fronteras ocuparon el
resto de este año , pero á su fin ocurrió un suceso nuevo hasta enlonces , como
fué la celebración de un tratado de paz ó si se quiere de una tregua entre el em-
perador de los Francos y el emir de Córdoba. Guerreando hacia dos años con los
cristianos de los montes en la parte occidental de Españay conociendo lo difícil de
sostener á un tiempo las dos luchas de oriente y occidente, Álhakem envióemba-
jadores al emperador proponiéndole la paz , y con ellos un conde franco prisio-
nero de los Árabes hacia muchos años. Es!a embajada llegó á Aquisgran al mis-
mo tiempo y con el mismo objeto que la de Nicéforas, soberano de Constantino -
pía. «De regreso á Aquisgran en octubre , dice Eginhardo , recibió el emperador
dos embajadas dignas de memoria , y celebró la paz con el emperador Nicéforas
y con Abulaz (este era, como veremos, el sobrenombre con que los Francos cono-
cían á Alhakem), rey de los Sarracenos. Nicéforas le restituyó Yenecia, y al
propio tiempo recibió en su corte al conde Heinrico, cautivo de los Moros hacia
mucho tiempo, que le enviaba Abulaz (1).» Así se celebró la primera paz con los
Sarracenos de que se hace mención en los anales francos.
Esto no obstante, Eginhardo nos habla á fines de este año de una nueva
excursión de los Árabes á la isla de Córcega (2), pero es probable que la armada
musulmana saliera de los puertos de España antes de que se supiera en ellos la
tregua estipulada con el emperador. El mismo analista nos dice que á fines de
este año, el hijo de Alhakem expulsó á Amru de Zaragoza y obligóle á refugiarse
en Huesca (3) , y la medida realizada con tanta energía por Abderrahman podia
muy bien tener un doble objeto : castigar al traidor por sus inteligencias con los
Francos , y obligarle á devolver al emperador las plazas que ocupara por sor-
presa al morir Aureolo , á fines del año anterior. Por desgracia la breve noticia
de Eginhardo , interpolada como incidentalmente en su relato , no desvanece el
misterio en que están envueltas las negociaciones entabladas con Amru á fines
de 809 y á principios de 810.
8ii En tanto la guerra que continuaba en Galicia había cansado la paciencia
de Alhakem, quien regresó á Córdoba, encargando la dirección de la misma á sus
esforzados generales Abdelkerim y Abdallah. La paz con los Francos fué rola es-
te mismo año , probablemente porque los Árabes no cesaban en sus expediciones
marítimas contra las islas del Mediterráneo pertenecientes al imperio , y en efec-
to menciónase en esta fecha un saco de Córcega por una armada musulmana (4).
Las hostilidades empezaron otra vez entre ambos pueblos de valle á valle y de
fortaleza á fortaleza , hasta que Luis hubo preparado una nueva expedición con
objeto de apoderarse de Tortosa, que codiciaba hacia tanto tiempo.
(i) Imperator Aquasgrani veniens mense octobrio, memóralas legationes audivit; pacemque
cum Niciforo imperatoreet cum Abulaz rege Sarracenorum fecit. NamNiciforo Veneliam reddidit,
et Heimrichum comitem olim á Sarracenis captum, Abulaz remitteate, recepit (Eginh. Annal., ad
ann. 810 .
(2) Corsica Ínsula iterum á Mauris vastataest (!b¡d., I, o).
(3) Amoroz ab Abdirraman, filio Abulaz, de Cuesaraugusta expulsus , et Oscam intrare com-
pulsus est(ibid., eod. ann).
(4) Annal Frankorum, ad ann, cit.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 427
Esta vez púsose él mismo á la cabeza de un numeroso ejército, que condujo
directamente y con la mayor rapidez posible al sitio de la plaza. Provistas estas
tropas de toda clase de máquinas de guerra , hiciéronlas jugar contra los muros
por espacio de cuarenta dias , y aterrorizados los habitantes, pidieron capitula-
ción. Obeidalah entregó las llaves de Tortosa á Luis , quien las llevó con gran
contento á su padre. Esta expedición, según el biógrafo de Luis el Pió, llenó de
terror á los Sarracenos y Moros hasta el punto de temer suerte semejante para
todas sus ciudades (1).
A pesar del positivo aserto del biógrafo , la toma de Tortosa no es de aque-
llos hechos sobre los cuales no quepa duda alguna. Sin ninguna dificultad
puede admitirse que Luis desplegara en esie cerco un aparato desusado de má-
quinas de guerra , que los habitantes se atemorizasen y solicitasen entrar en ne-
gociaciones ; pero que tomase á Tortosa como habia tomado á Barcelona por
ejemplo, que dejara en ella una guarnición de sos soldados, un gobernador nom-
brado por él, y que fuera desde aquel dia incorporada á la Marca gótica con el
mismo título que las ciudades y fortalezas ocupadas por los Francos en esta par-
te del Llobregat, es un hecho muy y muy dudoso. Además de que ningún do-
cumento contemporáneo árabe ni cristiano, ano ser el biógrafo astrónomo , dice
cosa alguna de semejante ocupación , varias noticias posteriores nos hablan de
Tortosa como de una ciudad sujeta á la dominación musulmana. Es probable por
lo mismo que si en efecto el gobernador árabe de Tortosa entregó á Luis las lla-
ves de la ciudad, prometiéndole en cierto modo sumisión y fidelidad , fué para
no entregar realmente la plaza y para librarse de los peligros del sitio por medio
de una rendición aparente.
Luis volvió pues á Aquitania sin haber adelantado mucho las conquistas del
imperio por la parle del Ebro , si bien hablábase en la Galia de Tortosa como de
una ciudad nuevamente adquirida ; costumbre era considerar el reconocimiento
nominal de la autoridad de los reyes francos por los walies musulmanes sobre
sus ciudades como un título de soberanía real, aun cuando hemos visto loque
hubieron de hacer los Francos en 801 para convertir su derecho en hecho des-
pués de la donación de Barcelona hecha á Cario Magno en 197 por el gober-
nador Zaid. En una palabra, el sitio de Tortosa habia de volverse á empezar luego
que Luis se hubo alejado de sus muros , y al recibir las llaves de la ciudad de
manos de su gobernador , no habia recibido el rey mas que un signo de domi-
nación ilusoria. Luis conocía demasiado el carácter de los Árabes para no pen-
sarlo asimismo; pero los negocios interiores de su reino no le permitían emplear
mas tiempo en aquella empresa, y sabiendo por experiencia la tenac'dad de
que estaban dotados los hombres con quienes guerreaba cuando no esperaban
cosa alguna sino de su valor, es probable que fingiera creer en la realidad de su
conquista y que la enalteciera á su regreso para honra de las armas francas.
Esto no obstante, enojado Cario Magno por el insignificante resultado de la
empresa, envió este mismo año (811) un nuevo ejército á las Marcas, mandado
por uno de sus missi, llamado lleriberto. Aloque podemos conjeturar, esta
hueste tenia el encargo especial de reducir y castigar á Amru, de quien docu-
(4) Incussit metum, verentibus ne singulas civitates par sors insolveret.
428 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA
a. de j. c. mentó ninguno nos dice haber sido hostilizado en Huesca después de su expulsión
de Zaragoza, y también de recobrar quizás el valle de Ganfranc y los valles del
Gallego y del Arga, que formaban seguramente el ministerium de Aureolo, de
que Amru se apoderara. Heriberto cumplió muy bien esta parte de su cometido
hasta llegar á Huesca, donde se hallaban reunidas fuerzas considerables ; á lo
que parece, juzgó prudente establecer su campamento á cierta distancia de la
ciudad, bajo la protección de algún punto fortificado; así á lo menos parece des-
prenderse del relato que hace el anónimo astrónomo de una salida de los sitiados.
— «Algunos jóvenes inexpertos de nuestro ejército, dice, se acercaron mas de lo
de costumbre á los muros de la ciudad , y después de dirigir insultos á los hom-
bres que los custodiaban, acabaron por dispararles sus ballestas. Los de la ciu-
dad , que vieron el reducido número de los agresores , y la distancia en que se
hallaban de aquellos que podian socorrerlos , se lanzaron de pronto fuera de las
puertas y los cargaron rudamente; empeñado el combate, hubo muertos por una
y otra parte , después de lo cual volvieron los unos á la ciudad y los otros á su
campamento.»
«Los nuestros, añade el astrónomo, continuaron por macho tiempo el sitio,
devastaron el país haciendo á los enemigos cuanto mal pudieron, y marcharon á
reunirse con el rey que, á fines de otoño, estaba divirtiéndose en la caza (1). »
— Este fué el resultado de la campaña, y por mas que el historiador no quiera de-
cirlo, es evidente que la ciudad sufrió muy poco por este cerco , y que no llegó
siquiera á estar un momento en peligro. Las últimas palabras del astrónomo
parecen indicar, y sea dicho esto de paso, que este sitio fué emprendido bajo la
dirección de Heriberto por un cuerpo escogido, pero poco numeroso; soldados y
oficiales habían de ser leudos de Luis, puesto que volvieron todos, no á sus ho-
gares, sino al lado del rey, para divertirse con éi en la caza.
812- Una expedición de otra naturaleza en su principio puso de nuevo al rey de
Aquitania en contacto con España llegado que fué el siguiente año. Hemos dicho
que los naturales de la parte de la antigua Yasconia á que empezaba a darse co-
munmente el nombre de Navarra, habían pasado en 806 del poder de los Árabes
al de los Aquitanos. La causa de esta alianza ó sumisión, pues los términos va-
gos de los cronistas dejan muy oscuro este punto, no se expresa en parte alguna
y se ignora si fué interés ó temor lo que hizo volver á los Navarros bajo la fe
del emperador, según expresión del biógrafo de Cario Magno (2). De todos mo-
dos es seguro que esta alianza no produjo una muy sincera unión entre las po-
blaciones vascas y los Francos ó Galo-Francos de la otra parte de los montes; los
Vascos de ambas faldas de los Pirineos odiaban igualmente la dominación y aun
la influencia franca, y es probable que cuando en 811 ú 812 las vejaciones del
gobierno aquitano hicieron empuñar las armas á los moradores de la Vasconia
ultra-pirenaica, los Navarros españoles no ocultaron el interés que les inspiraba
la causa de sus hermanos délas Galias.
En 812, Luis reunió en Tolosa el plaid anual de su reino, y la asamblea de-
cidió por aclamación castigar por medio de las armas á los rebeldes de la Vas-
(4) Anón. Astron., Vit. Hludov. Pii.
[1) ...In fidem reversi sunt domini imperatoriB (Eginh., ad. ann. 806).
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 429
conia gala. La expedición emprendida á mediados del verano , fué rápida y vic-
toriosa; los Vascones de la ciudad de Dax, numéricamente inferiores á los Fran-
cos, fueron vencidos y subyugados por las tropas aquitanas, mandadas por Luis
el Pió, y á fines de aquel año, toda aquella parte de Vasconia reconocía otra vez
el poder del soberano (1).
Llegado hasta allí para castigar á los Yascones, y habiéndolo logrado, Luis
quiso pasar adelante para robustecer en la Navarra española su autoridad por
muchos conceptos vacilante. Desde Dax llevó sus tropas á San Juan de Pié de
Puerto y luego á Pamplona, sin encontrar la menor resistencia. En Pamplona y
su comarca hizo Luis cuanto le plugo, según dice su biógrafo, ordenó cuanto le
pareció exigir la utilidad pública y particular (2), y después de permanecer allí
algún tiempo , emprendió para volver á sus estados el mismo camino que siguie-
ra al venir, esto es, el de Roncesvalles, que tan fatal fuera á la retaguardia de
su padre treinta y cuatro años antes. Por esto tomó inauditas precauciones para
que no le aconteciese cosa igual, y le hubiera sucedido sin previsión tan oportu-
na, pues ya le esperaban los montañeses dispuestos á repetir la famosa caza.
Luis hizo reconocer y ojear antes los montes y collados , las cañadas y valles
por donde habia de pasar , y como hubiese caido en poder de los exploradores
un Navarro que tomaron por caudillo de aquellas gentes, hízole colgar de un ár-
bol; apoderándose en seguida de las mugeres y niños de algunas poblaciones de
aquellos valles, mandó colocarlos en medio délas filas de su ejército, y así atra-
vesaron aquellos terribles desfiladeros hasta llegar á sitio en que no pudieran ya
ser sorprendidos.
Según los escritores árabes, al tiempo que Luis se libraba con estas precau-
ciones de la saña délos Vascones, sufría una invasión musulmana la parte
oriental de la Septimania, esto es, el país de Narbona. En el año 197 de la he-
gira, dicen, en octubre de 812, Abderrahman que, aunque muy joven, tenia el
gobierno de la España oriental, tomó la ofensiva, entró en Gerona, llegó á tierras
de Narbona, y sacó de sus comarcas grandes riquezas, ganados y cautivos (3).
Esta invasión precedió de muy poco la tregua celebrada con los Francos
antes de terminar este año , y fué causa quizás de que se celebrara. Esta tregua
ó tratado, que está atestiguado por los autores árabes y cristianos, es el primer
acto de esta clase que parece haber sido discutido antes de ser jurado; por des-
gracia no hallamos en parte alguna el texto ó á lo menos las disposiciones prin-
cipales de este importante acto de la diplomacia musulmana , que, en caso de
haberse escrito, hubo de redactarse, como se acostumbró después, en árabe y en
latín. Lo único que de esta paz sabemos es que se celebró por tres años (4) , y
que el embajador árabe encargado de esta negociación fué el emir-al-ma Yahia ben
Alhakem, del cual hablan los autores de su nación como de un hombre distin-
(4) Anón. Astron., Vit. Hludov. Pii, c. XVIII.
(2) ...Ea qune utilitati tana publicae quam privatae conducerent ordiuavit: (Ibid., I. c).
(3) Conde, P. 2.a, c. XXXV.
(4) Eodem anno (DCCGXID Abulaser, rex Sarracenorum ex Spania, audiens famam et opínio-
nem virtutum domini Karoli impera toris, missos suos direxit, postulans paceña faceré cuna eo quam
ipse piissimus imperator denegare noluit: sed fecerunt pacem cum ipso per tres annos (Ghronicon
Moissiacense, in D. Bouquet, tom. V, p. 82).
430 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
guido y de un elegante poeta, que había estado muchas veces en embajada en
el país de los Francos y en la corte del rey de los Griegos (1). Los corsarios ára-
bes, que poco antes de la conclusión de la paz, habían devastado la isla de Cór-
cega, quedaron excluidos de los beneficios del tratado , y al regresar á España
cargados de botin y de cautivos, Ermengaudo, conde de Ampurias (2), que les
esperaba en las aguas de Mallorca, los atacó y se apoderó de ocho de sus buques,
en los que libertó mas de 500 cautivos.
Impulsados por el deseo de venganza , los que sobrevivieron á este ataque
dirigiéronse hacia Italia, sorprendieron á Civiíavecchia y Niza, que pasaron á
sangre y fuego, y acabaron por perecer casi todos en una derrota que sufrieron
en Gerdeña (3).
A lo que parece, aprovechó Luis los primeros momentos de esta paz para
hacer ejecutar mejor la carta expedida poco antes por su padre en favor de la
población de la Marca hispana. Además de los Godos que la habitaban en gran
número, como lo manifiesta el nombre de Gothia en lengua latina y de tierra de
los Godos en lengua germánica vulgar, dado comunmente á este país (4), ha-
bían acudido á él muchos cristianos del interior huyendo del dominio sarraceno.
Todos eran allí bien recibidos, porque hacían falia hombres para poblar y brazos
para el cultivo de las tierras. En poco tiempo la actividad de estos colonos dio al
país un aspecto distinto, tanto que, excitada la codicia de los condes, oprimié-
ronlos con impuestos exorbitantes, llegando hasta disputarles la propiedad de
sus tierras y la posesión de las ciudades que ellos habían fundado. Quejáronse
los malliatados colonos al emperador, quien los escuchó favorablemente, y en su
virtud expidió un prcecpptum que envió á la Gothia por uno desús müsi, el arzo-
bispo de Arles (5). Este prcecepium ó pragmática mandaba á los condes de la
Marca gótica, y especialmente á ios principales en número de ocho, devolver sus
bienes á los colonos, no imponerles tributo alguno arbitrario, y dejarles á ellos y
á sus herederos á título de propiedad lo que habían poseído por espacio de trein-
ta años (6). El texto del célebre praceplum, traducido del latin al español, dice
así:
« En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Carlos, serenísimo
augusto, coronado por la mano de Dios, emperador grande, pacífico, gobernador
del imperio romano, y por la gracia de Dios rey de los Francos y de los Lombar-
(1) Conde, P. 2.a, c. XLIX.
(2) Comes Emporitanus.
(3) Hoc Mauri, vindicare volentes, Cemtumcellas Tusciae civitatem et Nicseam provincia Nar-
bonensis vastaverunt Sardiniam quoque aggressi... pulsi ac victi, et multis suorum amissis, reces-
serunt (Eginh. Anual., ad ann. 813).
(4j La única etimología -verosímil del nombreCataluña, en latin Calalonia, esGotlialania, tierra
6 país de los Godos. El nombre germano Golhland, formado de Golh y de land, que en todos los dia-
lectos de la lengua teutónica, significa tierra, país ó patria, se iría latinizando hasta convertirse en
Gotslandia ó Gotlilandia y de él se formaría Gothalania.
(5) Praeceptum pro Hispanis qui in regnum Karoli confugerant ^Baluz. Capitul., t. II, p. 499 y
sig), dado en Aquisgran en abril de 812.
(6) Sed quoad usque Mi fideles nobis aut filiis nostris fuerint, quod per triginta annos habue-
runt per aprisionen), quieti possideant et illi et posteritas eorum, et vos conservare debeatis.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 431
dos, á ios condes Bera, Gauselino, Gisclaredo, Odilon, Ermengaudo , Laibulfo y
Erlino (1).
«Sabed que los Españoles cuyos nombres siguen, habitantes de los países
que vosotros administráis , Martin , presbítero, Juan, Quintila, Calapodio, Asi-
nario , Egila , Esteban , Rebellis , Otilo , Atila , Fredemiro, Amable , Cristiano,
Elperico , ílomodei , Jacinto , Esperandei , otro Esteban , Zoleiman , Marcha -
tello , Teoclaldo , Parapario , Gomis , Castellano , Ardarico , Vasco , Vigi-
co , Viterico, Ranoido , Suniefredo , Amancio , Cazerellos , Langobardo y Za-
te, militares, Obdesindo , Váida, Roncariolo , Mauro , Paséales , Simplicio,
Gabino y Salomón, presbítero (2), han acudido anos quejándose de las numero-
sas opresiones que sufrían de vosotros y de vuestros oficiales inferiores (3). Y
nos han dicho , así como lo atestiguan los unos de los otros á nuestro fisco, que
ciertos gefes del país los han arrojado de sus propiedades contra toda justicia,
quitándoles el beneficio de nuestra investidura de que han gozado treinta años y
mas ; representándonos que eran ellos los que en virtud de la licencia que les
habíamos otorgado habían sacado estas tierras del estado de incultura. Dicen
también que muchas ciudades que ellos mismos edificaron , les han sido quitadas
por vosotros , y que los sometéis á pechos injustos , que vuestros delegados les
exigen con violencia y á la fuerza. Por lo tanto hemos dado orden á Juan, arzo-
bispo, nuestro delegado , de presentarse á nuestro muy amado hijo el rey Luis,
para tratar con él de este negocio cuidadosa y minuciosamente. Le enviamos, á
fin de que llegando oportunamente y compareciendo vosotros por vuestra
parle á su presencia , arregle como y de qué manera hayan de vivir los Espa-
ñoles. Hemos , no obstante, ordenado expedir estas cartas, y osla despa-
chamos, para que ni vosotros ni vuestros oficiales subalternos impongáis por
vosotros mismos censo alguno á los susodichos Españoles venidos á nos de Espa-
ña con confianza, propietarios ahora de yermos ó baldíos (4) que les habíamos
dado á cultivar , y que se sabe han cultivado , ni permitáis que ellos mismos
se impongan ninguno , sino que al contrario, mientras nos sean fieles á nos y á
nuestros hijos , lo que han poseído durante treinta años lo posean tranquilos ellos
y sus herederos , y vosotros se lo conservéis. Y todo lo que hayáis hecho voso-
tros y vuestros oficiales contra justicia , si les habéis tomado algo indebidamen-
te , restituidlo al momento , si queréis obtener el favor de Dios y el nuestro. Y
para que deis mas entera fe á este escrito, hemos ordenado que vaya sellado con
nuestro anillo.
Dado el IV de las nonas de abril , en el año de gracia de Cristo XII de
nuestro imperio , el XLIV de nuestro reinado en Francia , y el XXXVIII de
nuestro reinado en Italia, en la Vindiccion. Fecho felizmente en el palacio de
Aquisgran en el nombre de Dios. Amen.»
Este prceceptum fué confirmado por dos cartas ó edictos posteriores redacla-
(1) Beranse, Gauscelino, Gisclaredo, Odiloni, Ermengario, Ademaro, Laibulfo et Erlino, co-
mitibus.
(2) Los recurrentes serian personages importantes por mas de un título, de raza y origen dis-
tintos, según lo ¡Indician sus nombres romano-hispanos, góticos y hasta sarracenos.
(3) De parte vestía et juniorum vestrorum.
(4) Erema loca.
432 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
das según el mismo espíritu, pero mas explícitas aun, sobre los derechos y deberes
de los Españoles refugiados. Su objeto era el mismo (1). «A lodos los que sustra-
yéndose á la dominación sarracena, decia el emperador á sus condes en la prime-
ra, se pongan espontáneamente bajo nuestra potestad los tomamos bajo nuestra pro-
tección particular, queriendo que sepáis que es nuestra intención que conserven su
libertad (2).» Quiere sin embargo que como los demás hombres libres (3), estos
colonos hayan de tomar las armas al llamamiento de sus condes, á quienes com-
petia regularizar el servicio. Habian también de proporcionar raciones, alojamien-
tos y bagages á los enviados del emperador y á los de su hijo Lolario, lo mismo
que á los embajadores enviados á él desde el interior de la Península (4). Fuera
de esto no podia imponérseles otra carga alguna por parte de los condes ni de
sus oficiales subalternos (5) , si bien les manda el emperador comparecer de-
lante de su conde cuando sean judicialmente llamados , no solo por las causas
mayores y delitos que enumera , sino también por toda especie de causas civiles
ó criminales (6). Los negocios de menor cuan lía , las cuestiones que se suscita-
ban entre ellos y aquellos á quienes cedían sus tierras como precio del trabajo,
podían juzgarlas entre sí , según sus antiguas costumbres (7).
Los delitos de los terratenientes quedaban sugetos á la jurisdicción de los
condes , y los colonos perdían todo derecho de propiedad sobre las tierras que
cultivaban en caso de abandonarlas, y volvian á su antiguo poseedor (8). En
todo lo demás los colonos estaban exentos de tributos y dependían directamente
del emperador, sin que hubiese de considerarse en ningún caso prestación obli-
gatoria lo que daban espontáneamente á los condes (9) , aun cuando , según
la costumbre franca, podían hacerse vasallos particulares de un conde ó feu-
datarios suyos, si lo creían mas ventajoso (10). El original de este segundo
(1 ) Contra oppressionem comitum.
(2) Qualiter.... á Sarracenorum potesta se subtrahen tes nostro dominio libera et prompta vo-
lúntate se subsiderunt, ita ad ominum vestrum notitiam pervenire volumus, quod cosdem homines
sub protectione nostra receptos in libértate conservare decrevimus.
(3) Ut sicut cseteri liberi homines.
(4) Et missis nostris aut filii nostri quos pro rerum opportunitate illas in partes miserimus,
aut legatis qui de partibus Hispaniae ad nos transmissi fuerint, paratas faciant, et ad subvectiones
eorum veredos donent.— En este pasage han de observarse dos palabras, en cuanto pertenecen al
lenguaje político particular á la edad media y son: paralas, 'parata, que significa cuanto es necesario
á la vida, los víveres y el alojamiento, y veredos, veredi, carruajes que servian en los caminos públi-
co para el transporte de las personas; veredie quipublicicursui destinati (Ducange, Glosario) deve here,
llevar, y de reheda, ruedas.
^8) Alius vero censos abéis, ñeque á comité, ñeque á junioribus et ministerialibus ejus, exi-
gatur.
(6) Cap. II. Ipsi vero pro majoribus causis, sicnt sunt homicidia, raptus , incendia, deprada-
tiones, membrorum amputationes, furta, latrocinia, alienarum rerum invasiones, etundecunque á
vicino suo aut criminaliter aut civitate fuerit accusatus, et ad placitum venire jussus, ad comitis
sua mallum omnimodis venire non recusent.
(7) Gaiteras verum minores causas, more suo, sicut hactenus fecisse noscuntur, inter se mu-
tuo definiré non prohibeantur.
\8j Si vero occidat ut colonus abead non retinetdominium agriquidatusillifueratexcolendus
(9) Ita ut haíc praestatio trahi non posset in necessitatem muneris.
(40) Cap. IV. Noverínt tamen iidemHispani sibi licentiamá nobis esse concessam, ut se in vas-
saticum comitibus nostris more sólito commendent. Et si beneficium aliquod quisquam corum ab
eo cui se commendavit fuerit consecutus, sciat se de illo tale obsequium seniori suo exhibere debe-
re, quale nostrates homines de simili beneficio senioribussuis exhibere solent.
A. deJ.C.
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 433
prcBceptum 6 rescripto fué depositado en el archivo del palacio imperial de Aquis-
gran, y se distribuyeron tres copias á cada ciudad, una al obispo, otra al conde,
y la tercera á los vecinos españoles (1).
El tercer prcecrptum (10 de enero de 816) servia de regla para las relaciones
de los Españoles entre sí , pues como los mas ricos procurasen usurpar las tier-
ras cultivadas por los demás, dispuso el emperador que aquel que se habia hecho
vasallo de un propietario, recibiendo tierras en cambio, debía disfrutar de ellas
con las condiciones pactadas, disposición que se hizo extensiva á todos los emigra-
dos españoles que en adelante se establecieron en las Marcas. Siete copias de esta
ordenanza fueron depositadas en las ciudades de Narbona, Carcasona, Rosellon,
Ampurias, Barcelona , Gerona y Beziers, en cuyos territorios formaban los Es-
pañoles refugiados una parte considerable de la población y tenían mas particu- -
lamiente sus propiedades (2).
Así fué como se establecieron en la Marca de España gran número de pro-
pietarios unidos entre sí por costumbres y leyes particulares, reconociendo em-
pero como subditos del imperio el poder mililar y judicial de los condes, y con-
servando la facultad de hacerse vasallos inmediatos del rey , de los condes ó de
sus compatriotas. Este fué el origen de las instituciones franco-góticas que en la
edad media distinguieron á nuestro Principado de los demás estados cristianos
de la Península.
Volviendo ahora á los sucesos del año 81 2, de cuyo relato nos hemos desvia-
do para examinar los tres rescriptos en favor de los Españoles defugiados en los
dominios imperiales, diremos que la paz entonces celebrada favoreció en gran
manera á los Árabes, que sostenían viva lucha con los cristianos del noroeste de
la Península. Grandes fuerzas eran en efecto necesarias á los generales musulma-
nes que allí mandaban, Abdelkerin y Abdallah, los cuales alentados por algunos
triunfos parciales, habían llevado sus campamentos hasta la otra ribera del Miño;
desde aquel momento habían crecido para los mahometanos las dificultades de
la guerra, é internados así imprudentemente en comarcas montuosas que no co-
nocían bien, habían de tener incesantemente las armas en la mano.
El resultado de esta imprudencia vino á serles fatal, y al siguiente año su- 813.
frieron completísima derrota, á pesar de los refuerzos que habían recibido. «Los
cristianos, dice la crónica arábiga, vencieron al caudillo Abdallah ben Maleki en
la frontera de Galicia; los muslimes padecieron cruel matanza; el esforzado caudillo
Abdallah murió peleando como bueno, y su caballería huyó en desorden, llevando
el terror y espanto á la hueste que acaudillaba Abdelkerim ; á pesar del valor de
este caudillo, huyeron también desbaratados, y por huir se atropellaban, que mu-
chos murieron ahogados en la corriente de un rio, cayendo confusamente de sus
(4) Cujus constitutionis in unaquaque civitate ubi praedicti Hispani habitare noscuntur, tres
descriptiones esse volumus; unam quam episcopus ipsius eivitatis habeat, et alteram quam comes,
et tertiam ipsi Hispani qui in codem loco con versantur (Praeceptum primun pro Hispan, Ludovici
l»ii, ann 816 Baluzíi Capitul., p. 551 552j.
2) De hac constitutione nostra septena praecepto uno tenore conscribere jussimus: quorum
unum in Narbona, alterum in Carcasona, tertium in Roscüiona, quartum in Empuriis, quintum in
Barchinona, sextumin Gerunda, septimumin Biterris haberi preecepimus,etexemplareorum in ar-
chivo palatii nostri, ut praedicti Hispani ab illis septem exemplaria accipere et habere possint,et
per exemplar quod ni paiatio retinemus, si rursum querela nobis delata fuerit, facilius possit definid.
TCMO II. 55
434 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
riberas unos sobre otros, y alli perecían: otros se acogían á los cercanos bosques,
y subiéndose á los árboles se escondían en la espesura de sus ramas, donde los
ballesteros enemigos por juego y donaire los asaeteaban burlándose de su triste
suerte (1).»
Cuenta iza ben Ahmed el Razi que después de esta derrota estuvieron trece
dias ambas huestes á la vista sin osar los cristianos ni los musulmanes venir á
batalla. Por fin en una sangrienta escaramuza que se empeñó por ambas parles
fué herido Abdelkerin de un bote de lanza, y dos dias después murió. Era este
general gran adelantado de la gente de Córdoba y uno de los hombres mas nota-
bles de su época, si bien no lan conocido en aquella frontera como en la de laEs-
paña oriental, donde habia tenido mando durante mucho tiempo y adquirido gran-
des riquezas , ya en la guerra , ya en sus gobiernos de Tutila , de Wesca y de
Zaragoza.
Por Sebastian de Salamanca sabemos los lugares en que sufrieron los mu-
sulmanes las dos sangrientas derrotas que acabamos de mencionar. La primera
ocurrió en Naharon, y la segunda á orillas del río Anceo en cuyas aguas pereció
gran parte de su ejército (2). Alfonso el Casto de Asturias acaudillaba á los
cristianos de Galicia (3;.
El resultado de estas victorias para los cristianos fué á lo que parece la to-
ma de posesión de todo el país que se extiende desde el Miño hasta el Duero, y
de la plaza de Zamora. Léese á lo menos en una crónica arábiga, que , luego de
pasado el invierno y la estación lluviosa, Abderrahman llevó un ejército contra
los cristianos, los expulsó de Zamora, y en las riberas de un rio , cuyo nombre
no se expresa, vengó en ellos las derrotas pasadas. Hecho esto, concertó una tre-
gua con los vencidos , y volvió triunfante á Córdoba con muchos despojos y
cautivos (4) Algunos desórdenes interiores turbaron la tranquilidad á fines de
este año, mas el reíalo del cronista no basta á comprender donde, ni porque tu-
vieron lugar estas turbulencias (5).
Al llegar aquí obsérvanse por una singular coincidencia dos acaecimientos
importantes y parecidos en la España árabe y en el imperio cristiano de Occi-
dente. En aquel tiempo, dicen los historiadores árabes , consistían ya en Abder-
rahman todo el gobierno y la reputación del Estado, y para asegurarle Ja trans-
misión de su título y poder, Alhakem reunió en Córdoba á los principales walies
y dignatarios y declaró por futuro sucesor al imperio al príncipe Abderrah-
man, cuyo valor y experiencia conocían todos. Poco antes habia sucedido un he-
cho análogo en la olra parte de los Pirineos. Cario Magno que sentía sus fuerzas
debilitadas por la edad, llamó cerca de sí á su hijo Luis, y reunidos en Aquis-
(4 1 Conde, P. 2.a, c. XXXV.
$) Uno nairujue tempore unus in loco qui vocatur Naharon, alter io fluvio Anceo perierunt.
Sebast. Salm., Chr. n. 48'.
(3) Hujus regni ano. XXX gerainus Chaldu;orumexercitus Gallaeciam petiit, quorum unus eo-
rum vocabatur Alhabbez et alius Melih, utrique Alcorexis. Igitur audacter ingressi sunt: audacius
ct deleti sunt Sebast. Salm., 1, c).
(4) Conde, P. 2.a, c. XXXV.
(ü) «En principio del año 498 (813) hubo alguna conmoción en pueblos de la Cora ó región de
Moros contra sus alcaides; pero fué coa tiempo sosegada esta inquietud, y se contuvieron las ma-
quinaciones de algunos sediciosos, y vinieron á Córdoba las cabezas délos principales. (Conde, l.c.)
CAP. IX. — ESPAÑA ÁEABE. 435
gran los obispos, los abades, los duques, los condes y los lugartenientes (loco- a> de j. c.
possitisj de su imperio, preguntó á todos, desde el mas grande hasta el mas pe-
queño, si serian gustosos en que transmitiese su título á su hijo Luis, contestan-
do lodos que este designio era sin duda inspirado por Dios (1).
Casi del mismo modo, con iguales detalles ocurrió la escena en Córdoba.
Los walies, los wazires, los alcaides y demás dignatarios se apresuraron á reco-
nocer á Abderrahman por futuro heredero de su padre, jurándole los primeros
fidelidad sus primos Esfah y Cassim, después el hagib ó primer ministro, el
cadí de los cadíes, y luego los demás walies ó consejeros de Esíado. Fué aquel
un dia solemne, dice la crónica arábiga, que se celebró con gran pompa (2).
Habíase hecho esta elección en uno de aquellos momentos de calma, tan raros en
la época de perpetuas guerras que entonces atravesaba el mundo : la tregua de
tres años con los Francos duraba todavía y, como hemos visto, Abderrahman
antes de volver á Córdoba en 813 habia celebrado una por igual número de años
con los cristianos de Galicia.
Al año siguiente y en 28 de enero, falleció Cario Magno en Aquisgran, á los 8I4
setenta y dos años de su edad, después de cuarenta y siete años de reinado como
soberano de los Francos, á los treinta y seis de haber sido fundado el reino de
Aquitania, y á los catorce de haber ceñido la corona imperial (3). El fallecimien-
to de este gran monarca interesa por mas de un título a los historiadores de to-
dos los países, en cuanto el genio de Carlos influyó de un modo directo en todos
los asuntos generales de su época. Luis, que después de haber sido reconocido
emperador en 813, habia regresado á Aquitania, fué llamado á Aquisgran por
tan triste acontecimiento. En un principio introdujo muy pocas modificaciones en
la antigua constitución del imperio. De Hermengarda, hija delnghiramno, duque
de Hasbaigne, con quien contrajera matrimonio algún tiempo antes de empren-
der el sitio de Barcelona, habia tenido tres hijos, Lotario, Pepino y Luis; al pri-
mero, que contaba quince años, envióle á Germania, y al segundo, que tenia ca-
torce, á Aquüania, sin conferirles empero el título de rey, conservando á su lado
el tercero, y reservándose, luego que los cuidados del imperio se lo permitiesen,
constituir un patrimonio mejor combinado para cada uno de sus hijos.
La muerte de Cario Magno nada cambió pues, en un principio, en las rela-
ciones entre Árabes y Francos, pero en 815, la paz celebrada por tres años en
812 fué rota como inútil, según expresión de Eginhardo (4). Las hostilidades
empezaron entonces otra vez entre ambas naciones, k lo que parece de un modo
muy débil; los Árabes sobre todo, que veian con pesar semejante rompimiento,
evitaron llegar á las manos con los Francos, y Abderrahman, que otra vez de-
(1) Supradictus vera imperator, cum jamintellexisset sibi diemobitussuifsenueratenim val-
de), vocavit filium suum Ludcwicum ad se cum omni exercitu, episcopis, abbatibus, ducibus, cc~
mitibus, loco-possitis : habuit grande colloquium cum eis A<¡uisgrani palatio, pacífice et honeste
ammonens utfidem erga filium suum ostenderent. Interrogans omnes, á máximo usque ad míni-
mum, si eis placuisset ut nomen suum, id est impera toris, filio suo Ludewico tradidisset, illi omnes
omnes responderunt, Dei esseadmonitionem illius rei. Quo facto, etc. (Opus Thegan., De gest. Lu-
dow. Pii imper.; Recop. de las Hist. de Francia de Dom. Bouquet, t. VI, p. 75).
(2 1 Conde, P. 2.a, c. XXXVI.
(3) Eginh. Annal., ad ann. 814.
(4) Pax quse cum Abulaz rege Sarracenorum facta est et per triennium servata, velut inutilis
rupta, et contra eum iterum susceptum est bellum.
815.
436 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. c de j sempeñaba el gobierno de la España oriental, envió sin pérdida de momento em-
bajadores á Luis para solicitar la prolongación de la paz momentáneamente alte-
rada. Luis accedió á su petición , pero, á lo que parece , hízose mucho de rogar;
los anales francos refieren que recibió á los diputados musulmanes en Compieg-
816- ne, lo mismo que á los enviados de los Obotritas, que permaneció allí veinte
dias, y que les dio audiencia sin determinar cosa alguna, mandándoles que fue-
sen á esperarle en la ciudad de Aquisgran (1). Allí los detuvo por espacio de
tres meses, y cuando no esperaban ya poder regresar á su patria, obtuvieron por
fin, dice el analista franco, permiso para emprender la marcha (2), sin que nos
diga si partieron satisfechos, ó si se celebró ó no la paz. Sin embargo, lo que el
mismo nos dice en el año 820 prueba haberse celebrado una nueva tregua de tres
años, y haber alcanzado los embajadores andaluces la pretensión que les había
llevado al país de los Francos (3).
8i7. Llegado el año 817 hízose la famosa partición del imperio entre los tres
nietos de Cario Magno, Lotario, Pepino y Luis (4). El primero fué asociado
al título y á la potestad del emperador; á Pepino con el título de rey fuéle ad-
judicada la Aquitania propiamente dicha, laVasconia, la Marca de Tolosa, el
condado de Carcasona en Seplimania, el rondado de Autun en Borgofia, Avalon
y Nevers. La Marca de España y la Septimania fueron segregadas del antiguo
reino aquitano y erigidas en ducado con Barcelona por capital, bajo la depen-
dencia directa de Luis y del mayor de sus hijos reconocido heredero de la dig-
nidad imperial y admitido á llevar su título provisionalmente (5).
Mientras se sostenía así la paz dentro y fuera de su reino, Alhakem, des-
prendido de todo cuidado del gobierno, vivia encerrado en su alcázar de Córdo-
ba, pasando el tiempo con sus esclavas y mugeres, entregado de lleno á los pla-
ceres sensuales. Atribuyesele haber introducido en España el uso de los eunucos,
y se le acusaba de haber hecho robar niños de las principales familias para des-
pojarlos de su virilidad (6). Tales excesos excitaron violento odio contra superso-
na,que llegó á su colmo por el menosprecio con que miraba el emir las antiguas
y venerandas prácticas religiosas y por los crecidos impuestos que á todos exigia.
Desde su regreso de Galicia, llevaba una vida indigna del caudillo de los creyen-
tes, dice la crónica arábiga, y solo se acordaba de que era rey para satisfacer cierta
sed de sangre que al parecer tenia (7), pasándose pocos dias sin dar ó confirmar
sentencia de muerte por toda especie de delitos. Este emir fué el primero en te-
ner una guardia asalariada; dos mil hombres residían conslantemente delante de
palacio en las márgenes del rio, en dos edificios construidos expresamente para
es'e uso, y otros tres mil custodiaban el interior de palacio, llevando montante,
escudo y maza de armas. Para subvenir á los gastos que le ocasionaban estas
(1) Eginh. Annal.; Anón. Astron., Vita Hludov. Pi¡, etc.
(2) Lega i etiam Abdirachman cum tribus mensibus detenti essent, et jam reditu desesperare
ccepissent, remissi sunt. <Eginh. Anual., ad ann. 8i7.)
(3) Id., ad ann. 820.
(4) Charla divisiouis Itnperii, c. 4, Baluz., t. I, p. (573.
(6) Id.,1. c.
¿6) Ebn. Hayan, c. 3.
[1] Conde, P. 2.a, c. XXXVI.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 437
tropas, impuso un nuevo derecho sobre eiertas mercancías, y esto acabó de irri- A- de J- c-
tar y exasperar al pueblo.
Un dia negáronse algunos á pagar el nuevo tributo, y atropellaron á los re- sir
caudadores ; hubo conmoción y alboroto en las puertas, y diez de los transgre-
sores fueron presos. Alhakem, cuya máxima favorita era que el pueblo tema
para que no dé que temer, mandó que los delincuentes fuesen empalados á
la orilla del rio. Llegado el dia de la ejecución, (miércoles 13 de la luna de ra-
madan del año 202— 25 de marzo de 818), acudió á presenciarla gran mu-
chedumbre de pueblo ; un soldado de la guardia hirió por casualidad á un ve-
cino, é irritada y alborotada la multitud cargó sobre él á pedradas ; refugióse el
soldado á la guardia de la ciudad, mas el pueblo amotinado atacó y arrolló á la
fuerza arnfada, y dirigióse luego al alcázar profiriendo amenazas y gritos sedi-
ciosos. Encendido en cólera Alhakem, desoye los templados consejos de su hijo y
de oíros caudillos, y reuniendo su guardia mercenaria, lanzóse contra el apiñado
pueblo á la cabeza de su caballería extrangera. Los eslavos que la componían,
pueblos de la Europa oriental venidos de su lejana patria y soldados del emir,
ignórase por qué clase de circunstancias, eran odiosos sobre todo á los fieles y
sencillos musulmanes de las clases inferiores, que aborrecían á aquellos extran-
geros manchados con la práctica de una grosera idolatría. El pueblo, empero, no
se hallaba preparado para la insurrección, originada por un imprevisto incidente,
y la multitud desarmada opuso en vano alguna resistencia; arrollada en desor-
den hasta el arrabal, la mayor parte se encerraron apresuradamente en sus ca-
sas, pero la matanza habia sido grande; muchos perecieron pisoteados por los
caballos, y trescientos prisioneros cogidos con vida fueron clavados en palos á la
orilla del rio, desde el puente hasta las últimas almazaras ó molinos de aceite (1).
Al dia siguiente Alhakem entregó á merced desús soldados el infortunado arrabal,
y dióse principio á su demolición por la parte del mediodía. El incendio, la matan-
za y toda clase de excesos, excepto la violación de las mugeres que se les prohibió,
acompañaron á la soldadesca, y al cuarto dia, mandó el emir retirar de las esta-
cas los cuerpos de los ajusticiados y recoger los cadáveres, y concedió una am-
nistía á los que habían quedado de aquel arrabal, con la condición de salir des-
terrados de Córdoba. Los sin ventura tuvieron que abandonar su amada patria,
dice el cronista árabe, y vagar miserables por los lugares y aldeas de los confines
de Toledo; gran parte de ellos hallaron refugio en aquella ciudad, y mas de
quince mil pasaron á Berbería, y continuaron su marcha hasta el Egipto. Ocho
mil permanecieron en elMagreb, mientras que los que siguieron el litoral del
África nombraron por su caudillo á Ornar ben Joaib Abu Hafas, natural de las cer-
canías de Córdoba, y llegaron á Alejandría á principios del reinado del califa
Abdallah Almamun, hijo del gran Ilaraun el Raschid. Los moradores déla ciudad,
asustados por su gran número , se negaron á darles acogida, pero exasperados
por sus prolongados infortunios, penetraron á viva fuerza en su recinto , y des-
pués de atroz matanza se apoderaron de la plaza y de su gobierno (2). Algún tiem-
(1) Conde. P. 2.», c. XXXVI —La palabra almazara de que se sirve el traductor castellano s»
compone de macizara, prensa, con el artículo al.
$J El siguiente pasaje de Makrisi (Descrip. del Egipto; da una idea de la influencia de los An-
438 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
po después, el gobernador de Egipto por Almamun, entró en negociaciones con los
desterrados de Córdoba, quienes consintieron en salir de Alejandría mediante una
suma considerable y á condición de tener libres los puertos de Egipto y de Siria,
hasta que eligieran una isla donde establecerse. Con el dinero que habian recibi-
do armaron veinte galeras y piratearon por el mar y las islas de Grecia, hasta
que en una de sus expediciones abordaron á la isla de Creta, llamada Acritas
por sus autores. No estaba entonces la isla muy poblada, á lo que parece, y
tiempo hacia que se habia eclipsado el esplendor de sus cien ciudades. La na-
turaleza, empero, es siempre la misma, y agradóles el clima y la fertilidad de
la tierra. Resolvieron, pues, quedarse en ella, é iban á establecerse en las ori-
llas de la bahía de Suda, cuando se les presentó un monge, diciéndoles poder
indicarles un siiio mas seguro y á propósito para el asiento de su nueva ciudad,
y llevóles á la parte oriental de la isla, donde se eleva actualmente Candía. La
primera residencia no fué en un principio mas que un campo atrincherado (1),
desde donde se esparramaron por el resto de la isla, pues aterrorizados sus ha-
bitantes por la llegada de los invasores, habian huido casi todos á los montes y
á los bosques. Según los historiadores del Bajo imperio, apoderáronse de veinte y
nueve ciudades, y soio una, cuyo nombre no se sabe, se defendió de sus armas,
y no les quedó sometida sino con la condición de conservar sus leyes y el ejer-
cicio de la religión cristiana. «La religión de Mahoma, dice uno de aquellos his-
toriadores, eslablecióse en el resto del país; las iglesias fueron convertidas en mez-
quitas, y la mayor parte de tos habitantes, pueblos ignorantes y rudos, abrazaron
la religión de los vencedores. Algunos persistieron en su fé y padecieron marti-
rio; de este numero fué Cirilo, obispo de Gortyna, cuya memoria ha quedado en
singular veneración entre los cristianos de la isla (2)». — Ornar ben Joaib fué el
primer emir y señor de la isla, según expresan los autores de su nación (3), y
las fuerzas imperiales intentaron en vano por dos distintas veces despojar á los
Andaluces de su conquista: la primera expedición mandada por Photin fué re-
chazada en 824 ; una armada de setenta naves, mandada por Craterio, hubo de
reiirarse también ante ellos en 825 , y en el siguiente año armóse otra numerosa
flota que, sin atreverse á atacar la isla de Creta, se limitó á defender las islas
del Archipiélago contra sus piraterías. Creta pasó luego á los hijos de Ornar ben
Joaib y permaneció bajó su dominación por espacio de ciento treinta años hasta
Abdelaziz ben Ornar, en cuyo tiempo fué conquistada por Ármelas, hijo del
emperador griego Constantino (año 350 de la hegira— 961 de J. C). Tal fué la
suerte de los desterrados de Córdoba, según la refieren las crónicas andaluzas.
daluces en Alejandría : «Desembarcados los Españoles en Alejandría, dice, aliáronse en un principio
con los Árabes de Lakhm, los mas poderosos que por allí habitaban. Introducida después la divi-
sión, trabóse sangrienta batalla, y vencidos los de Lakhm, quedaron los Españoles dueños de la
ciudad. Pasado algún tiempo, los Benu Madladji atacaron á los Españoles, y puestos en fuga hubie-
ron de abandonar sus hogares, hasta que volvieron á ocuparlos con el beneplácito de sus vence-
dores.»
(i) «Abrieron, dice Cedreno (t. II, p. 509 , un profundo foso y lo defendieron con un muro. De
ahí, añade, tomó este lugar el nombre de Chandax, que ha conservado hasta ahora — Chandax es la
palabra árabe Kandak, Kandek ó Kandik, según las varias pronunciaciones, que significa trinchera
ó foso, y de la cual es una corrupción el actual nombre de Candía.
(2 Lebeau, Hist. del Bíijo Imperio,
(3) Conde, P. 2.a, c. XXXVI.
CAP. IX. — ESPAÑA ÁRABE. 439
La inconsiderada sana y destemplada severidad de Alhakem disminuyeron a- dej. c.
la población de Córdoba de mas de veinte mil hombres , todo gente vigorosa y
útil, y procuró á la nueva ciudad de Fez ocho mil familias, á las que el emir
Edris ben Edris dio aquella parte de la población que por ellos se llamó barrio
de los Andaluces. Alhakem mandó arrasar todo el arrabal del mediodía , y no
contento aun, dejó á su hijo y á sus sucesores la orden de que no consintiesen
jamás edificar en él. El espacio que ocupaba fué convertido en campo de siem-
bra, y el emir que al principio de su reinado se apellidaba Al Morthedi (el
Afable) fué después llamado Al Rabdi (el del Arrabal) y Abul Assy (el Padre del
Mal), de que los cristianos hicieron Abulaz.
Reflexionando sobre el número de familias que la tiranía de Alhakem obli-
gó á la expatriación, positivamente indicado por los historiadores á quienes he-
mos seguido en nuestro relato, puede hacerse el cálculo aproximado de la pobla-
ción de Córdoba en aquella época. Si contamos las que aumentaron la población
de Toledo, las ocho mil que pasaron á Fez y los quince mil hombres que tomaron
á Alejandría y conquistaron la isla de Creta, hallaremos que este número, que
no podia formar menos de la octava parte de la población total de Córdoba, su-
pone que esta se elevaba aproximativamente al número considerable entonces de
ciento sesenta mil almas.
Pocos acaecimientos dignos de las historia ocurrieron durante los últimos
tiempos del reinado de Alhakem. En el año 203 (desde julio de 818 hasta junio 819.
de 819) y en el siguiente (desde junio de 819 hasta igual mes de 820), Abder-
rahman pasó á la frontera de Galicia con !a gente de Mecida, y venció á los cris-
tianos en vacíos encuentcos de poca importancia.— «Por aquel tiempo (820) el sso.
tratado jurado entre nosotros y Abulaz, rey de los Saccacenos, dice Eginhardo,
fué coto delibecadamenle, como desventajoso por ambas partes , y emprendióse
olea vez la guerra contca este rey (1)». Al momento dirigióse Abderrahman á
las fronteras francas, y contuvo las correrías y entradas que los enemigos inten-
taron. En el año 205 (820—821) volvió á Córdoba, pues su padre no tenia otro §21.
ministro de estado y de guerra que él. Al pasar por Tarcagona, mandó salir las
naves de la macina de España, que haciendo vela á Cerdeña (Djezirah Sardinia),
pelearon contra los cristianos, les quemaron su armada delante de la isla, y se
apoderaron de ocho naves enemigas.
La frecuente mención que hacen las crónicas de las expediciones de los Ara-
bes por el Mediterráneo, desde fines del siglo vm, supone un notable progreso
en la marina de este pueblo. Hémosla visto empezar en tiempo de Abderrah-
man I, por los años de 773 , y las atarazanas fundadas por él en Cartagena,
Cádiz, Tarragona, Tortosa, Sevilla y Almería, no habían tardado en producir una
marina poderosa. Las naves que de ellas habian salido buscaron un objeto para
sus expediciones, y halláronlo naturalmente en ¡as islas mediterráneas. En 798,
los Árabes andaluces atacaron y devastaron las Baleares (2), que llegado el
(1) Foedus ínter nos et Abulaz regem Sarracenorum constitutum, et neutras parti satis profi-
cuum, consulto ruptum, bellumque adversus eum susceptum est. (Eginh. Annal., ad ann. 820.)
(2) ínsula? Baleares, quae nunc ab incolis eorum Majorica et Minorica vocitantur, á Mauris pi-
raticam exercentibus depraedatee sunt [Eginh. Annal.; ad ann. 798).
¿40 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
siguiente año juzgaron prudente ponerse bajo la protección de los Francos (1).
Después, de las costas de España salieron numerosas expediciones contra las is-
las inmediatas del Mediterráneo, especialmente contraía de Córcega: una en 806
otra en 807 y la tercera en 809. En la primera, los corsarios musulmanes asola-
ron la tierra hasta la falda de los montes, donde, como de costumbre, se habían
refugiado las poblaciones de la costa. A su regreso hallaron en la playa un cuer-
po de tropas francas enviadas por Pepino desde Italia en auxilio de la isla, lo arro-
llaron y se reembarcaron. El conde de la armada, que era al mismo tiempo conde
de Genova, pereció en la acción (2).
Llegado el siguiente año, ocupóse con preferencia el emperador en la defen-
sa de Córcega, y envió á la isla un conde de sus estados, el condestable Bur-
chart, con una armada considerable , previendo un próximo ataque de los Ara-
bes andaluces (3). Allí fueron en efecto después de haber desembarcado en Cer-
deña, donde perdieron tres mil hombres en un encarnizado combale con los insu-
lanos ; atacados por Burchart á la entrada del puerto, tomóles este trece naves y
puso á las demás en fuga (i). Las crónicas no hablan de sus expediciones de
808, pero en 809 tomaron tierra en Córcega el dia del sábado santo, saquearon
una ciudad de la isla y se llevaron cautivos á todos los habitantes, excepto el obis-
po y un reducido número de ancianos y enfermos (5). Hemos hablado de sus
expediciones en los años de 810 y 812, así como también de las pocas que hicie-
ron después hasta el año á que de nuestro reíalo hemos llegado. Tocábase al fin
del emirato de Alhakem, y su hijo, que no esperaba ya conservar con la Francos
una paz reputada desventajosa por ambas partes, acababa de desencadenar por
decirlo así al pasar por Tarragona, la marina musulmana, hasta entonces conte-
nida á duras penas por la polísica de los emires.
En aquella época reunía el hijo de Albakem los poderes todos del jefe del
Estado , y solo él gobernaba el imperio é impedia su disolución. Su padre había
adolecido de una enfermedad singular ; según el unánime testimonio de los es-
critores de su nación , Alhakem , desde la horrible matanza del arrabal de Cór-
doba , fué extrañamente atormentado de grave melancolía; perdió el color, se
puso pálido y enflaqueció , y le entró calentura en fuerza de su vehemente triste-
za. Parecíale ver gente que peleaba y oír el estruendo de las armas y los alari-
(1) Insulfc Baleares, qufe á Mauris et Sarracenis anno priore depraedatae sunt, postúlate atque
-accepto a nostris auxilio, nobis se dedicarunt, et cum Dei auxilio á nostris á prtedonum incursio-
ne defensi sunt. (Annal. Loisel., ad ann. 799).— A lo que parece, las Baleares se pusieron bajo la
protección de los señores de la Galia y del distrito de Barcelona después de un combate en que los
Sarracenos fueron rechazados con pérdida :— Allata suntet signa quee, dice Eginhardo (Annal., eod.
ann. , occisis in Majonca Mauris prajdonibus erepta fuerunt.
(2) .. .. Unus tamen nostrorum Hadumarus, comes civitatis Genua?, imprudcnter contra eos
dimicans, occisus est (Eginh. Annal., ad ann. 806).
(3) Eodemquc anno 807), Burchartum, comitcm slubuli sui, cum classe misit Corsicam, ut
eam á Mauris defenderet (id.).
(4) Egressi primum Sardiniam appulsi sunt ípost) in Corsicam recto cursu perveneruut...
Iterum ibi in quodam portu ejusdem insuhíe cum classe cui Burchartum praeerat praelio decertave-
re, victiqueac fugati sunt, amissis XIII navibus .. Eginh. Annal., ad ann. 807).
5) Mauri quoquc de Hispania Corsicam ingressi, in ipso sancto Paschali sabbatho civitatem
quamda mi ripucrunt, et praetcr episcopum ac paucos senes atque infirmos uihil in eo reliquerunt.
Eginh. Annal., ad ann. 809.)
CAP. IX.— ESPAÑA ÁRABE. 411
dos de los combatientes y moribundos , y esto , dicen las crónicas , era mas fre- a. de j.
cuente cuando estaba solo y se paseaba por las salas y azoteas de su alcázar.
Muchas veces á deshora de la noche llamaba á sus esclavas y siervos para que
le entretuviesen, y se impacientaba en extremo si no venían al punto que llama-
ba. Cuentan que cierta noche, después de acostado, llamó á un siervo que tenia,
llamado Jacinto, que solia ungirle su larga barba; y como dudoso del llamamien-
to hubiese tardado un poco, le dio una gran voz y le dijo: « Dó estás, ó ben Lag-
nah? » Llegó el siervo jadeante con un frasco de algalia creyendo que su señor
deseaba perfumar su barba como de costumbre , pero Alhakem le arrebató el
bote y se lo rompió en la cabeza. El siervo Jacinto con mucha humildad le dijo
entonces : «Señor, ¿qué hora es esta de ungirnos?» y Alhakem vuelto en sí solo
le contestó estas palabras: «No temas que nos falte ungüento aun que se vierta
con profusión , que para que á los dos no nos faltara hize yo cortar tantas cabe-
zas (1). » Con frecuencia llamaba en medio de la noche á los cadíes y wazires
de la corte como para tratar con ellos de asuntos de importancia, pero al tener-
los reunidos mandaba tañer y cantar á sus esclavas , y los despedía como si
para esto solo los hubiera convocado. Otras veces allegaba sus gentes, re-
vistaba su hueste y repartía entre ella armas y caballos como para marchar á la
guerra , y luego hacíalas volver á sus casas sin emplearlas en cosa alguna. El
infeliz Ommíada estaba loco , y así permaneció por espacio de cuatro años. Dí-
cese que en su locura componía endechas de fogosa y vehemente expresión ; pero
la fiebre le iba consumiendo, y al fin un jueves, cuatro días por andar de la lu-
na de dilhagia del año 206 (25 de mayo de 822), falleció á la edad de cincuenta 822
años, después de un reinado lleno de inquietud y zozobra, de veinte y seis años,
diez meses y once dias. Alhakem era de pequeña estatura , flaco , de tez morena
y de nariz muy aguileña ; dejó veinte hijos y otras tantas hijas, y su sello lleva-
ba por divisa estás palabras : «Alhakem confia en Dios y está tranquilo (2). »
Cuentan sus biógrafos que murió arrepentido de la crueldad que en el poder ha-
bía mostrado, y el cronista musulmán, como si no estuviera muy contento de los
sucesos referidos , exclama al terminar la historia de este reinado : « ¡ Loado sea
aquel cuyo imperio es eterno y sin contrariedades (3) ! »
(1) Conde, P. a.», c. XXXVII.
(2) Ahmed , in Murfy, c. 3
(3) Conde, P. 2.a, c. XXXVII.
56
Mi HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
i G.
CAPITULO X.
Reino de Asturias.— Reinado de Alfonso el Casto.— Mensage y presentes de Alfonso á Cario Magno
en Aquisgran.— Es destronado momentáneamente, recluido en un monasterio y vuelto á acla-
mar.—Formación de un partido gótico-nacional.— Embellecimiento de Oviedo ; palacios , iglesias,
etc.— La cruz de los Angeles — Invención del sepulcro del apóstol Santiago.— Se erige en catedral
el templo de Compostela.— Restablece Alfonso el orden gótico en su reino.— Últimos hechos de
Alfonso el Casto : su muerte. — Caracteres y efectos generales de su reinado.
Desde el año 791 hasta el 842.
Hasta ahora el reino de Asturias ha nacido y crecido entre sombras y en
cierta manera misteriosamente , fuera de la acción de los Árabes , con quienes
no se ha hallado en contacto sino en las fronteras y en los campos de batalla.
Tócanos continuar aquí el relato de su progreso interior en el punto en que lo
dejamos , es decir , al subir al trono Alfonso II el Casto, en 791.
Según hemos visto, Alfonso habia ceñido la corona por abdicación que en su
favor hiciera Bermudo el Diácono en el referido año, y falta hacia al pobre reino
de Asturias , después de tantos monarcas ó indolentes ó flojos, un príncipe enér-
gico y vigoroso que le sacara de aquel estado de vergonzosa apalía ó hiciera res-
petar otra vez á los infieles las armas cristianas como en tiempo de Pelayo y de
Alfonso el Católico. Treinta y dos años han pasado desde este acontecimiento,
durante los cuales el reducido reino cristiano ha adquirido verdadera importan-
cia política, se ha robustecido y se ha formado, y fuerza nos es indicar aquí sus
rasgos mas característicos en el orden político, civil y religioso , pues en cuanto
á los hechos militares , a los encuentros que con las armas en la mano tuvieron
con los Árabes los pueblos que gobernaba Alfonso, hémoslos explicado en los ca-
pítulos que anteceden.
794. En el tercer año de su reinado (794), Alfonso habia rechazado la espedicion
enviada á Asturias por Hixem , según antes hemos dicho ; los cronistas cristia-
nos llaman Lutos (Lodos) al lugar en que alcanzaron victoria , y hacen subir á
setenta mil el numero de Sarracenos que quedaron en el campo (1). En seguida
797. y aprovechando las desavenencias de los musulmanes, hizo Alfonso en 797 una
atrevida excursión á Lusilanía , llevóla hasta las lejanas márgenes del Tajo, pe-
netró aunque momentáneamente en Lisboa , taló sus campiñas y volvió cargado
de ricos despojos.
Vamos á referir ahora un suceso que no ha sido explicado con todos sus de-
talles, y que por lo mismo solo nos es dable apreciar en sus resultados, que fue-
(4) A rege Adefonso praeoccupati;.... septuaginta feré millia ferro atque caeno sunt interfeeti
(Sebast. Salm. Clir., núm. 24).
CAP. X.— ESPAÑA ÁRABE. 443
ron muy tristes para el monarca asturiano : hablamos de sus negociaciones con a. de j.c.
el emperador Cario Magno y de la subsiguiente y momentánea deposición de Al-
fonso, insigne ejemplo de odio dado por los Españoles á la dominación extrange-
ra , que puede entrar en digno parangón con la memorable jornada de Ronces-
valles. Hallándose Cario Magno en Aquisgran, dice Lafuente (1), vio llegar unos
personages cristianos que mostraban ir de apartadas tierras, llevando consigo sie-
te cautivos musulmanes con otros tantos caballos, lujosos arneses y un magnifi-
co pabellón árabe. Eran dos nobles españoles , Basilico y Froya , enviados y
mensageros de Alfonso el Casto de Asturias , que iban á ofrecer de parte de su
rey al monarca franco aquellos preciosos dones, gloriosos trofeos de su feliz ex-
pedición á Lisboa, al propio tiempo que su alianza y amistad (2). Quedó desde
entonces Alfonso en relación íntima con el poderoso Carlos, que extendió igual-
mente á su hijo Luis de Aquitania. También á Tolosa, donde este príncipe cele-
braba una asamblea para deliberar sobre el modo de hacer otra excursión á Es-
paña , fueron mensageros de Alfonso con presentes para aquel rey, siendo de
este modo los tres monarcas el nervio de la liga cristiana de aquel tiempo. Esto
es lo que se sabe , pero ¿en qué consistían esías repetidas embajadas al señor
emperador Cario Magno , como ya entonces se le llamaba ? ¿ Hizo Alfonso ho-
menage de su tierra á Cario Magno para obtener de él protección y auxilio ? ¿ Se
puso en el número de sus leudos , según pretenden algunos historiadores (3) ?
¿ Se enagenó por semejante acto la voluntad del pueblo y de los principales cau-
dillos asturianos ? Así parece verosímil , pero no lo expresa ningún monumento
de la época. Es cierto que Eginhardo dice que Cario Magno habíase atraído en tal
manera la amistad de Alfonso, rey de Galicia y de Asturias, que este, ya le escri-
biese, ya le enviase embajadores, no quería ser llamado sino su leudo y su fiel (4);
pero esto podia ser muy bien un homenage prestado á la fama del rey franco sin
implicar reconocimiento alguno de soberanía directa ni real. Sin embargo, aun
así, tan cumplidas muestras de amistad y deferencia por parte de Alfonso á los
príncipes francos hubieron de irritar la patriótica suspicacia de los proceres de
Asturias, y no pudiendo tolerar la idea del mas remoto peligro de dependencia
extrangera, formóse un partido bastante poderoso para derrocar á Alfonso del 802.
trono en el undécimo año de su reinado y encerrarle en el monasterio de Abela-
nica (5). Son tan oscuras é incompletas las crónicas de la época que ni sabemos
el nombre del rey que la facción victoriosa puso en lugar del monarca despoja-
do. Esta exclusión empero duró muy poco : algunos meses después del suce-
so, otro partido adicto á Alfonso, acaudillado por cierto Theuda, quizás de orí-
gen godo, sacaron al rey de la reclusión y le devolvieron la libertad y el trono
de que le despojaran (6). Esto nos manifiesta quizás que los Godos adqui-
(*) Hist gen. de Esp., P. 2.a, 1. 1, c. VII.
(2) Eginh. Annal. — Id. Fuldens-Reginon, Cron. cit. por Florez, t. XI, p. 6.
(3) Aschbach, Geschichte der Ommaijades in Spanien, t. I, p. 214 et sig.
(4) Adelfonsum Galetiae atque Asturicae regem sibi societate devinxit, ut is cum ad eum vel
litteras vel legatos mitteret, non aliter se apud illum quam proprium suum appellari juberet
(Eginb., Vita Karoli Magni).
(3) Iste XI regni anno per tyrannidem regno expulsus , monasterio Abelanise est retrusus
(Cbf. Albeld., núm. 58).
(6) Indé a quodam Teudane , reí alus fidelibus reductus, regniqne Oveto est culmine restitu-
lus. (Chr. Abeld., 1. c.)
444 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
rian favor otra vez en España : eran en gran número y poderosos en el condado
de Barcelona (la futura Cataluña), que se llamaba ya Gothia, y menos numerosos
en Asturias, pero gozando de no menos influencia, formaban un partido apoyado
por el pueblo y el clero. Existen pues motivos para creer que fué obra de este
partido la nueva elevación de Alfonso, quien hubo de prometer siu duda no re-
currir otra vez á alianzas extrangeras. Fundado ó no el cargo que á Alfonso se
hacia, es lo cierto que cesaron del todo los homenages de Alfonso al rey de los
francos, y que desde aquella féchalas crónicas déla otra parte de los Pirineos no
vuelven a hablar de embajadas llegadas á Aquisgran de parte de Alfonso , rey
de Galicia y de Asturias.
Alfonso fué desde entonces rey de los Asturianos , de los Gallegos y aun de
los Eskaldunaks ó Vascos propiamente dichos , y su autoridad , muy débil entre
estos últimos, se extendía en el otro extremo de Asturias por todo el país situado
al norte del Miño. Los Navarros y habitantes del territorio de Pamplona en los
confines orientales permanecían libres de la acción de Oviedo ; aliados de los
Sarracenos en 802 , habíanse unido otra vez á los Francos en 806 y de este mo-
do habíanse conservado casi libres en las altas llanuras do Navarra. Castilla y
León estaban aun casi desiertas y sin nombre , y todos estos pueblos , sobre todo
los habitantes del campo y los montañeses de raza indígena, no se hallaban uni-
dos por un lazo igual al rey de Asturias , si bien las ciudades reconocían gene-
ralmente su autoridad y obedecían á condes nombrados por él. En todas, los
obispos y los sacerdotes, los hombres mas ilustrados de la nación y casi los úni-
cos que hubiesen conservado el depósito de las letras latinas y góticas, favore-
cían la autoridad real, como único centro que podia guiar á los pueblos á la re-
conquista de la independencia, y valíanse para lograrlo de la doble influencia
que les daban el sacerdocio y la ciencia. La religión era el único lazo común
entre aquellos hombres divididos por tantos intereses y pasiones, y los pueblos
que habian quedado independientes á consecuencia del general cataclismo de la
invasión , los cristianos de toda raza pusiéronse bajo un solo caudillo , bajo un
solo monarca, bajo el único rey cristiano que existia entonces en España, el rey
de Oviedo.
Alfonso de Asturias, que desde su advenimiento al trono habia mostrado á
los Árabes que el cetro cristiano se hallaba en manos harto mas hábiles y fuertes
que las de sus cuatro antecesores ; Alfonso, que desde la victoria de Lutos habia
paseado por dos veces los pendones de la fe hasta los muros de Lisboa (1); Al-
fonso, que desde las montañas de Galicia habia sabido hacer frente y frustrar
todos los esfuerzos del imperio musulmán, que habia con su denuedo y constan-
cia desesperado á Alhakem, al joven ó intrépido Abderrahman y á sus mejores
caudillos Abdallahy Abdelkerim; Alfonso II, que, como guerrero, habia hecho re-
vivir los tiempos de Pelayo y del primer Alfonso y pactado ya con el emir de
Córdoba como de poder á poder , dedicábase en los períodos de paz á fomentar
la religión como príncipe cristiano, y á regularizar y mejorar como rey el go-
bierno de su estado. Oviedo se embelleció con muchos y grandiosos edificios (2),
(1) En 797 y 809.
(2) La crónica habla de baños, palacios, acueductos y de toda clase de edificios públicos de
sólida y elegante arquitectura. (Sebast. Salm. Chr., n.° 21.— Chr. Albald., n.« 58.)
CAP. X. — ESPAÑA ÁRABE. 445
y el soberano multiplicó las capillas é iglesias, y engrandeció ó dotó las que ya
existían. Entre las principales que mandó elevar ha de citarse la del Salvador,
con doce altares consagrados á los doce Apóstoles (1); la de Santa María, al norte
de la ciudad, con sus dos grandes capillas laterales de san Esteban y de san Ju-
lián mártires; una capilla situada al oeste cuyo destino era recibir los cuerpos de
los monarcas, y las iglesias de San Tirso y San Julián. Alfonso elevó á Oviedo
al rango de ciudad episcopal , y un godo llamado Adulfo fué el primer prelado
que tuvo la honra de regir la primera catedral de la restaurada monarquía , pol-
los años de 812.
Deseoso el rey de adornar la basílica del Salvador con una rica ofrenda, ha-
bía reunido gran cantidad de oro y joyas con intento de hacer labrar una preciosa
cruz. Inquieto y apesadumbrado andaba, dice Lafuente (2), por no hallar en sus
estados artista bastante hábil para poder ejecutar tan piadosa obra, cuando re-
pentinamente al salir un dia de misa, dicen las crónicas y leyendas, se le apa-
recieron dos desconocidos en traje de peregrinos que habían adivinado su pen-
samiento y se ofrecieron á realizarle. Al instante los llevó Alfonso á un aposento
retirado de su palacio, y á poco tiempo, habiendo ido algunos palaciegos á exa-
minar el estado eu que los artífices tenían su trabajo , sorprendiéronlos dos pro-
digios á la vez. Los peregrinos habían desaparecido, y una cruz, maravillosamen-
te elaborada, suspendida en el aire, despedía vivos resplandores. Aquellos pere-
grinos eran dos ángeles, dijo el pueblo cristiano, y así se lo persuadió su fe; y la
preciosa cruz de Alfonso el Casto, revestida de planchas de oro y piedras pre-
ciosas, que hoy se venera todavía en la basílica de Oviedo, sigue llamándose la
Cruz de los Angeles (3).
il) Interesantes son, dice Lafuente, Hist. de Esp. P. 2.a, 1. 1, c. VIII, nota) las dos actas ó es-
crituras de fundación y donación expedidas por Alfonso el Casto, ambas en 812, que originales se
conservan en el archivo de la catedral de Oviedo, y su libro de Testamentos, cuya copia inserta el
P. Risco eu el tomo 37 de la España Sagrada. La primera empieza: Fonls vilce: ó lux, auctor luminis,
etc. La segunda : ín nomine Sanc'ce el individua; Triniíatis per infinita sceculorum soscula regnanlis.
Ego Rex Aldephonsus, indigne cognorninatus Castus, etc. En la primera después de dar á la iglesia el
atrio, el acueducto, las casas y otros edificios construidos en su circuito y muchas alhajas para el
culto y ornato del templo, le ofrece los llamados mancipios 6 clérigos sacrifican tores, á saber:
«Nonnello, presbítero, Pedro, diácono, que adquirimos de Corbello y deFafila, Secundiao, clérigo,
Juan, clérigo, Vicente, clérigo, hijo de Grescante, Teodulfo y Nonito, clérigos, hijos de Rodrigo, En -
ñeco, clérigo, que compramos de Lauro Baco, etc.» Firman este testamento el rey, tres obispos y va-
rios abades y testigos. En la segunda, después de confirmar el testamento y las donaciones de su padre
Fruela, le ofrece toda la ciudad de Oviedo que él habia circundado de un muro : offero igitur Domi-
ne... omnem Ooeliurbem, quam muro circundal-xm, te ausiliante, peregimus. .. , montes, tierras, pra-
dos, aguas y molinos fuera de la ciudad, con muchos ornamentos de oro, plata y otros metales, te-
las de seda y lino para uso de los altares, etc. Confirman con el rey esta escritura cinco obispos y
varios testigos.
¿Qué podían ser, pregunta un moderno historiador, esos sacerdotes, diáconos y clérigos que
se compraban? No podían ser otra cosa, se responde á sí mismo, siguiendo la conjetura plausible
de otro crítico ^español, que ¡hijos ó nietos de esclavos mahometanos convertidos, que el rey re-
mitía y dedicaba al servicio de la iglesia. Las historias no lo declaran y no estamos lejos de pensar
como estos autores.
Tardó la catedral de Oviedo treinta años en concluirse.
(2) Hist. gen.Me Esp., P. 2.% 1. 1, c. VIII.
(3) Los que no creen que bajasen los ángeles á fabricar esta cruz, suponen que los dos mance-
bos ó peregrinos que se presentaron al rey Alfonso ofreciéndole elaborarla, serian artistas árabes de
Córdoba que ya en aquel tiempo tenían fama de excelentes plateros, y se distinguían por el primor
y delicadeza con que trabajaban esta clase de obras.
446 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Otro prodigio señaló también el reinado del segundo Alfonso. «El año 808
es célebre, dice Ferraras , por el favor que concedió Dios á España de des-
cubrir el oculto tesoro del cuerpo del apóstol Santiago , á quien los Españoles
son deudores de las primeras luces del Evangelio, por mas que lo contrario di-
gan las naciones extrangeras, que se esfuerzan en disputarles este beneficio (1).»
Cerca de ocho siglos hacia que el cuerpo del apóstol Santiago habia sido traido
de la Palestina por sus discípulos y depositado en un lugar cerca de Iria Flavia
en Galicia; pero las continuas guerras y trastornos de aquel país habian hecho
olvidar el sitio en que el sagrado depósito se guardaba, hinchándose aquel de
maleza, espinas y matorrales, hasta que se descubrió el cuerpo del Santo en
tiempo de Alfonso II. La tradición, empero, de su existencia no lejos de Iria
Flavia se habia conservado de generación en generación ; honrábase á Santiago
como patrón del país, y en el siglo anterior habíanse elevado muchas iglesias
bajo su invocación, una entre otras á poca distancia de Lugo, á expensas de cier-
to Avezano (2). Ya en aquel tiempo varias gentes habian visto luces maravillo-
sas en el lugar presunto de la sepultura (3) , cuando en tiempo de Alfonso, deci-
mos, recibió España el particular favor de su descubrimiento. El suceso se refie-
re del modo siguiente : varios sugetos de autoridad comunicaron á Teodomiro,
obispo de Iria, haber visto diferentes noches en un bosque no distante de aquella
ciudad resplandores extraños y luminarias maravillosas (4). Acudió en su virtud
el piadoso obispo al lugar designado, y vio con sus propios ojos el mismo prodi-
gio ; entonces mandó desbrozar el terreno y escavar en él , hallándose poco des-
pués una pequeña capilla y en ella un sepulcro que no se dudó ser el del após-
tol. Las razones con que así se le persuadieron, dice Mariana (5), no se refieren,
pero no hay duda sino que cosa tan grande no se recibió sin pruebas bastantes.
El obispo con deseo de avisar al rey de lo que pasaba , partió sin dilación á la
corle , y Alfonso, pió y religioso como era, trasladóse con los nobles de su pa-
lacio, al sagrado lugar donde mandó levantar una iglesia (6) , á la que cedió las
tierras de tres millas á la redonda (7). Posteriormente la hizo merced de una
preciosa cruz de oro, copia, aunque en pequeño, de la de los Angeles de Oviedo,
(4) Hist. gen. de Esp., P. 2.a, 1. 1, c. IX.
(2) Esp. Sagr., t. XL, apénd. X.
(3) En el acta de Avezano se lee: Vidimus per multas vices magna luminaria in hunc locum et
in villa vocitata Avezani, unde inspiravit Dominus in corde nostro ut et Avezano ecclesiam visam
edificaren!, cum uxor mea Adosinda in nomine Domini nostri JesuChristi et ejus discipuli Beati Ja-
cobi.— Esta escritura está confirmada por el obispo de Lugo Odoario, en los siguientes términos:
Sub pondus amoris Domini Odoarius episcopus manu mea confirmo.— Odoario era Obispo de Lugo
en 757.
(4) Los testimonios mas antiguos acerca del descubrimiento del sepulcro de Santigo son: el acta
de Alfonso II.— Adefonsus Rex Castus, triamillia in gyro sepulcri corporis B. Jacobi, retens revelati,
ei tribuit. Era8i2, ann. 824, aut paulo post. (Esp. Sagr., c. XXIX, apénd. L), y la carta de León III,
León. hpis. (Id., t. III, apénd. IX).
(5) Hist. de Esp. 1. Vil, c. X.
;6) Esta iglesia se construyó á toda prisa con piedras y ladrillos unidos con tierra. Algún tiem-
po después, Alfonso III mandóla derribar para levantar otra mas grandiosa con cal y piedras de
sillería (Esp. Sagr., t. XIV, p. 439).
[1¡ Adefonsus rex: Per hujus nostrae serenitatis jussionem damus et concedimus huic Beato
Jacobo Apostólo, et tibi patri nostro Theodomiro episcopo, tria millia in gyro tumba? ecclessiae Beati
Jacobi Apostoli (Esp. Sagr., apénd. I, t. XIX, p. 329,.
CAP. X. — ESPAÑA ÁRABE. 447
y con permiso del papa León III trasladó la sede episcopal de Iria al lugar donde
se halló el sepulcro, que fué llamado después Compostela(l). Pronto se difundió
entre las naciones cristianas la noticia de la invención del santo sepulcro y de los
milagros del apóstol, y multitud de peregrinos acudian ya á mediados del siglo ix
á visitar el santuario de Compostela (2). Con motivo de este feliz suceso, el papa
León escribió una carta á los Españoles, precioso monumento histórico y político.
Este descubrimiento tuvo después sino inmediatamente una gran influencia
en el movimiento regenerador que habia de dar por resultado la toma de Grana-
da. En Galicia sobre todo, entre pueblos casi vírgenes, exaltáronse hasta un pun-
to indecible el celo y el entusiasmo religioso. Santiago fué visto excitando á los
fieles en los combates contra los Agarenos , y numerosas comitivas de aldeanos
iban á Compostela á jurar sobre el sepulcro del apóstol vivir y morir por la fe
de Jesucristo. En aquellos ásperos montes fué donde se sintieron primeramente
los preludios de aquel santo ardor que, propagándose á la Europa toda algunos
siglos después, habia de producir la gran epopeya de las Cruzadas y cambiar el
estado social del Occidente.
Alfonso era muy propio para secundar aquel movimiento religioso , aquel
renacimiento cristiano, por decirlo así, que produjo la poderosa orden militar de
Santiago y que hizo ganar tantas batallas : piadoso , mezclaba á su devoción
ardiente celo para militar por la causa de Cristo , y varias inscripciones que de
este rey poseemos pintan admirablemente esta parte del carácter del casto mo-
narca. Una entre otras, que se halla en el vestíbulo de la catedral de Oviedo, res-
pira cierta humildad al propio tiempo que cierto espíritu belicoso y de mando,
que pinta mejor al hombre de lo que podría hacerse con largos discursos :
« O sacerdote, legítimamente puesto en esta iglesia, cualquiera que fueses,
dice, te ruego yo Adefonso , por las entrañas de Jesucristo , que te acuerdes de
mí, ofreciendo perpetuamente sacrificios por mi alma , una vez á lo menos cada
semana , para que tengas siempre en tu ayuda á Jesucristo: y si esto dejares de
hacer , te quite Dios en vida el sacerdocio. Todo es tuyo , ó Señor , lo que me
diste , y lo que me inspiraste que hiciese. Ofreciéndote este edificio ya con-
cluido , te doy, ó Señor , lo que es tuyo. Tu pequeño siervo Adefonso te dedica
esta pequeña ofrenda , y con todo el corazón te presentamos y damos en este
templo lo que recibimos de tu mano (3) . »
(1) Campo del Apóstol, sin duda de Campus Apostoli, nombre con que era natural designar el
sitio en que se habia hallado el sepulcro. Algunos quieren hacer derivar Compostela de Campus
Stwlli, campo déla estrella, á causa de la luz que en él brillaba por la noche; sin embargo, Florez
observa con razón que nada en los contemporáneos autoriza semejante etimología. Ninguno llama á
estas luces Stcsllce. — Luminaria, Sacris lumineribus, Condelas y Luminarias son los nombres con que
se designaron durante muchos siglos.
(2) Son muy varias las opiniones acerca del año de la invención del sagrado cuerpo. Morales y
el marqués de Mondejar suponen que fué en agosto de 835, y Ferreras, como hemos visto, pretende
haber acontecido en 808.— Por la fecha del diploma del rey Casto, y mas aun por la circunstancia
de haber intervenido Cario Magno en el asunto, debió de todos modos suceder antes de 814.
,3) Otra inscripción tenemos del mismo carácter colocada al pié de una cruz votiva. Dice asi:
«Esta dádiva recibida con agrado quédese aquí en honra de Dios. La ofrece Adefonso, humilde sier-
vo de Jesucristo. Con esta señal se ampara el hombre piadoso y con ella se vence al enemigo. Quien
se atreviese á quitarla del lugar en que la pusiera mi libre voluntad , mátele Dios con un rayo. Se
acabó de hacer esta obra el año de DCCCXXVJ. »
A. de J. C
448 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Átenlo el monarca , no solo á los asuntos de interés religioso, sino también
á los civiles y políticos de su reino , adicto á las costumbres y al gobierno de los
Godos que vivian en su memoria , dio su favor , según antes hemos dicho , no
solo á los hombres de aquella nación, sino también á sus leyes é instituciones ;
restableció el orden gótico en su palacio, que organizó bajo el pié en que estaba
el de Toledo antes de la conquista ; promovió el estudio de los libros góticos,
restauró y puso en observancia muchas de sus leyes, y procuró llevar á la Iglesia
su antigua disciplina canónica (1).
Tales cuidados no amenguaron las dotes de guerrero que desde el principio
de su reinado habia desplegado. En las sucesivas irrupciones de los musulmanes
á tierra de Galicia halláronle siempre apercibido y dispuesto á rechazarlos con
valor. Sofocada la insurrección de Toledo, de que hablaremos en el capítulo si-
guiente, los Árabes empeñaron de nuevo la lucha con los cristianos del norte de
la Península , que habían dado asilo en su país á Mohamed ben Abdelgebir , y,
según algunos, habíanle antes auxiliado para rebelarse en Mérida contra el go-
bierno de Córdoba. Las milicias de Mérida , de Badalyos y de Lisbuna entraron
838. en 224 (838) por tierras de Galicia y pelearon contra Alfonso con varia fortuna,
dicen las crónicas árabes (2), lo cual significa probablemente que no la tuvieron
buena. Mohamed ben Abdelgebir libróse de la venganza de Abderrahman , y re-
cibido generosamente por Alfonso, otorgóle este un territorio cerca de Lugo donde
pudiesen vivir él y los suyos sin ser inquietados. Ingrato y traidor se manifestó el
musulmán á las bondades de Alfonso , pues rebelándose contra este como antes
se rebelara contra el emir de Córdoba , trató de crearse una soberanía indepen-
diente en Galicia contra el rey cristiano que le concediera hospitalidad y asilo.
Mohamed empezó las hostilidades apoderándose por sorpresa del castillo de San-
ta Cristina , á dos leguas de Lugo , en el que se fortificó con los suyos, esperan-
do desde allí dominar las comarcas inmediatas. Yoló el anciano Alfonso con todo
el ardor de la mocedad á castigar á sus ingratos huéspedes , y después de reco-
brar el castillo que les servia de refugio, obligólos á aceptar una batalla en la que
pereció Mohamed con casi todos los suyos. Así explica el suceso la crónica-Albel-
dense, y Sebastian de Salamanca , tan propenso á exagerar el número de enemi-
gos que morían en cada encuentro, hace subir el de este combate á cincuenta mil,
número que parece sobradamente excesivo. Alfonso regresó victorioso á Oviedo
por última vez.
Este fué el postrer hecho de armas del rey Casto , sin que ocurrieran otros
8i2¡ sucesos notables hasta su muerte sucedida en 842, á los cincuenta y dos años de
reinado y á los ochenta y dos de su edad. Ardiente cristiano , animado de la ar-
dorosa fe que tantos grandes hombres habia de producir después en Europa, Al-
fonso el Casto es la gran figura que descuella en España en la época en que vi-
vió. Su reinado fué un gran paso hacia la reorganización social de la monarquía
cristiana , y con él empezó la de Asturias á ser contada entre las naciones. Me-
reció Alfonso el renombre de Casio con que es conocido, según unos, por no haber
(1) Omnem Gothorum ordinem . sicuti Toleto íuerat, tam in Ecclesia quam palatio, in Oveto
cuneta statuit (Chr. Albeld., núm. 58).
(2) Conde, P. 2.", c. XLIV.
CAP. X. — ESPAÑA ÁRABE. M9
contraído jamás matrimonio (1) , y según otros; por ser fama que con deseo de
vida mas pura y sania no tocó á la reina Berta su mujer (2). Si esto fué así , es-
ta señora, á quien suponen hermana de Cario Magno, no hubo de venir jamás á
España , pues no se encuentra su nombre en monumento alguno. De todos mo-
dos es lo cierto que Alfonso vivió en castidad , por cuya virtud de abnegación y
penitencia prodíganle grandísimos elogios las crónicas casi contemporáneas del
monge de Albelda y de Sebastian de Salamanca.
Tal fué el carácter del rey de los cris líanos del norte y noroeste de la Pe-
nínsula ; sus restos mortales fueron depositados en el panteón de su iglesia de
Santa María , y aun se conserva inlacto el sepulcro que encierra las cenizas de
tan glorioso monarca. Los monges de los monasterios de San Vicente y San Pela-
yo iban diariamente en comunidad á orar sobre los restos del casto soberano que
fué á un tiempo ferviente cristiano , hábil gobernante y valeroso y afortunado
guerrero , y aun conserva el cabildo catedral la costumbre de consagrarle anual-
mente un solemne aniversario. Su memoria , dice Lafuente , vive en Asturias
como la de uno de los mas celosos restauradores de su nacionalidad.
(4) Absque uxore, castissimam vitam duxit (Chr. Albeld., n. 58 ).
(2) Duxerat uxorem nomine Bertam , sororem Caroli regis Francorum , quam quia nunquam
vidit et abstinuit á luxuria , Rex Castus vocatus est. (Chr. de Ovet.— Hisp, illust., t. IV, p. 76 ).
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TOMO 11. 57
450 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
CAPITULO XI.
Proclamación de Abderrahman II.— Levantamiento de su tio Abdallah. — Sitio de Valencia. — Sumi-
sión de Abdallah.— Sucesos en la Marca gótica. — Bara y Bernardo. — Sitio de Barcelona y de Ur-
gel. — Embajadores griegos en Córdoba.— Segunda derrota del ejército franco en Roncesvalles. —
Curioso episodio de la vida de Abderrahman.— Política de Luis el Pió. — Revuelta de Aizon en la
Marca gótica.— Guerras. — Sublevaciones en Mérida y Toledo. — Toma por los Árabes de un
arrabal de Marsella. — Muerte de Luis el Pió— Ramiro]I de Asturias. — Supuesta batalla de Clavi-
ja atribuida á este príncipe.— Llegada de los Normandos á Andalucía. — Sitio de Sevilla.— Carlos
el Calvo y Bernardo, conde de Barcelona. — Guerras en la Marca gótica.— Muerte de Ramiro I. —
Terrible persecución de los cristianos en Córdoba.— Martirios.— La corte^de Córdoba. — Muerte de
Abderrahman II.
Desde el año 822 hasta el 852.
Abderrahman que, según hemos dicho, era hacia mucho tiempo el único go-
bernador de hecho de la Península , entró en plena posesión del título y de los
poderes del emirato el mismo dia en que fué enterrado con solemne pompa el
cuerpo de su padre. Contaba treinta y un años, tres meses y seis dias , dice con
su acostumbrada minuciosidad la crónica arábiga, y era hermoso, alto y de muy
gentil disposición, de color moreno y muy bien dispuesta barba que tenia con
aleña, intrépido y duro en la guerra como humano y benigno en la paz, fué ape-
llidado Álmudafar, ó vencedor feliz, desde las primeras campañas en que habia
figurado. Era padre de los desvalidos y pobres, y anadia á estas prendas su ex-
celente ingenio y admirable erudición ; gustaba de la poesía y hacia elegantes
versos con toda la precisión de la ciencia métrica (1).
Hasta entonces ningún emir de la familia Omeya habia entrado á poseer el
emirato de España sin la oposición armada de un pretendiente de la misma familia,
y como su padre y su abuelo , tuvo que empezar peleando contra uno de los su-
yos. Por tercera vez se presentó en campaña aspirando á hacer valer sus preten-
siones aquel Abdallah, hijo de Abderrahman I , al que dejamos en Tánger, des-
pués de ser vencido por Alhakem, y en quien la nieve de sus canas, dice Conde,
no apagara todavía el fuego de su ambicioso corazón . Al morir su sobrino Alha-
kem , llamó Abdallah sus partidarios á las armas , y pasó de África á España
con algunas tropas , confiado vanamente en la ayuda de sus tres hijos Cassim,
Esfah y Obeidalah , que ocupaban altos pueslos en la gerarquía musulmana. El
anciano desembarcó en España con su gente, y avisado Abderrahman de su lle-
gada, salióle al paso con su caballería , obligándole en pocos encuenlros y esca-
ramuzas que entre ellos hubo á retirarse por tierra de Tadmir y á encerrarse tras
(1) Conde, P. 2.«, c. XXXVIII.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 451
los muros de Valencia , ciudad muy adicta á su persona , según antes hemos di-
cho. Abderrahman le puso cerco , pero la plaza estaba bien fortificada y mani-
festó propósito de hacer obstinada resistencia. El sitio duraba hacia algún tiem-
po, cuando llegaron Cassim y Esfah á los reales del emir para interceder con es-
te y rogar á su padre que accediera á una conveniente avenencia. La piedad del
cielo , dice la crónica, favoreció sus buenos deseos, y luego refiere en esios tér-
minos la sumisión de Abdallah.
Habia dispuesto este hacer una salida con toda su gente contra los de Cór-
doba, y un jueves, víspera del dia festivo de los musulmanes, habló á sus gentes
y les dijo: — «Mañana, si Dios quiere (1), compañeros mios, haremos nuestra ora-
ción de juma, y con la bendición de Alá partiremos el sábado y pelearemos si fuere
su divina voluntad. » Reunidas el dia siguiente todas las tropas delante de la mez-
quita de la puerta de Tadmir (Bab-el-Tadmir), les hizo una plática, y al acabar-
la dijo: — «Nobles compañías de varones, que Dios os sea misericordioso: Creed
que nos conviene pedir á su divina bondad que nos enseñe el camino que debe-
mos seguir y el partido que nos conviene tomar sin otra pretensión que confor-
marnos con su divina voluntad. Yo espero de su clemencia que nos la muestre y
nos haga entender lo que mas conviene.» En seguida alzó sus ojos y sus manos al
cielo, y añadió: «Dios mió, señor Alá, si teDgo razón y es justa mi demanda, si
mi derecho es mejor que el del nieto de mi padre, ayúdame y dame victoria con-
tra él; y si él tiene mas fundado derecho al trono que su tio, bendícele y no per-
mitas las desgracias y horrores de la guerra y discordia que hay entre nosotros,
apoya su poder y estado y ayúdale.» Todos los de la hueste y muchas gentes de
la ciudad que estaban presentes, dijeron á una voz: «Así sea.» Y en aquel ins-
tante sopló un viento muy frió y helado, extraño en aquel clima y estación, que
causó á Abdallah un súbito accidente derribándole en tierra y dejándole sin ha-
bla. La oración se acabó sin él, y lleváronle al alcázar, donde permaneció algunos
dias sin poder hablar; pero en breve, continua la crónica arábiga, desató Dios
su lengua y Abdallah dijo á sus caudillos y wazires: «Dios ha declarado su vo-
luntad, y no permite el cielo que yo intente cosa alguna contra ella.»
Los dos competidores no tardaron en celebrar la paz. Los hijos del anciano
Omeya desheredado fueron á buscarle á Yalencia y le escoltaron á caballo has-
ta la tienda de Abderrahman, junto á la cual le ayudaron á apearse.
El cronista árabe explica con minuciosidad los piadosos cuidados de Esfah
y de Cassim para con su anciano padre; el mayor, dice, asió la brida del caba-
llo, y otro tuvo el estribo para que Abdallah descabalgara. Abderrahman, con-
movido por el aspecto venerable y la blanca barba de su tio , muy parecido
á Abderrahman I, no quiso que le besara la mano como el anciano pretendía,
sino que le recibió en sus brazos, y generoso como su abuelo Hixem, concedió
(4 ) La fórmula «si Dios quiere» que usa todavía en España comunmente el pueblo, estaba ex-
presamente prescrita para los Mahometanos en el Coran. Dícese que tuvo el siguiente origen. Ha-
biendo rogado algunos cristianos á Mahoma que les contase la historia de los siete durmientes, les
respondió: «mañana os lo contaré,» olvidándose de añadir: «si así lo quiere Dios.» Reprendiéronle el
olvido, y desús resultas, dicen, que le fué revelado por Dios este verso que se añadió al Coran: «Nun-
ca digas: mañana yo haré tal cosa, sin añadir: «si Dios quiere.» Los Turcos siguen observando es-
crupulosamente esta máxima, y jamás ofrecen hacer cosa alguna , sin añadir: «si Dios quiere.» En
seha Allah. (Lafuente, P. 2.a, 1. 1, c. XI, nota.)
8S3.
452 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c. ¿ Abdallah el gobierno y señorío de Tadmir, donde falleció poco después de
esta reconciliación (208-823). Sus hijos heredaron todos sus bienes, yodícese
que con este motivo establecióse por ley general que los hijos heredasen todos
los bienes de sus padres, lo que antes no sucedia. Dispúsose además que los
testadores pudiesen disponer libremente de la tercera parte de sus bienes en favor
de propios ó extraños (1).
Estos principios eran los mismos del Coran, sobre todo en cuanto á las mu-
geres. Hase dicho con razón que el Coran era á la vez el código religioso y la ley
civil de los musulmanes. Sus disposiciones, respecto de las herencias, dicen lo
siguiente (2):
«Dad á los huérfanos lo que les pertenece. No devolváis mal por bien. No
consumáis su herencia para aumentar la vuestra. Esta acción es un delito.
«Si habéis podido temer ser injustos para con los huérfanos, temed serlo
para con las mugeres. No loméis sino dos, tres ó cuatro esposas, y elegid á aque-
llas que mas os agraden. Si no podéis mantenerlas con decencia, no toméis mas
que una....
«Los hombres y las mugeres deben tener parte de las riquezas que les han
dejado sus padres y parientes, y esta parte ha de ser determinada por la ley, ya
sea la herencia considerable, ya de escaso valor.
«Al reunirse para dividir la herencia , cuídese de mantener á los parientes
pobres y á los huérfanos, y de consolarles con palabras de humanidad.
«Aquellos que tiemblen por dejar en pos de sí hijos en la infancia, eleven
su voz en favor de ios huérfanos, penetrados de misericordia y del temor de Dios,
y decidan sobre su suerte con justicia.
«Los que devoran injustamente la herencia del huérfano, se alimentan de un
fuego que abrasará sus entrañas.
«En la división de vuestros bienes entre vuestros hijos, Dios os manda dar á
los varones doble porción que á las hembras. Si no hay mas que hembras y son
mas de dos , recibirán las dos terceras partes de la herencia ; si hay solo una,
percibirá la mitad. Si el difunto no deja mas que un hijo, sus parientes tomarán
la sexta parte. Si el difunto carece de sucesión y son herederos sus parientes ,
su madre tendrá la tercera parte de la herencia, y únicamente la sexta si aquel
tiene hermanos, una vez satisfechos los legados y las deudas. Vosotros ignoráis
quienes os son mas útiles, si vuestros padres ó vuestros hijos , y Dios, prudente
y sabio, os ha dictado estas leyes.
«La mitad de los bienes de la muger muerta sin sucesión pertenecen al ma-
rido, y únicamente la cuarta parte en caso de dejar hijos.
«Las mugeres tendrán la cuarta parte de la herencia de los maridos muertos
sin sucesión , y la octava si han dejado hijos.
«Si el heredero de un pariente remoto tiene un hermano ó una hermana,
débeseles la sexta parte de la herencia ; si son muchos , recibirán la tercera , des-
pués de satisfechos los legados y las deudas.
(D Conde, P. 2.a, c. XXXIX.
(2) Véase la cuarta sura titulada: Las Mugeres. Este capitulo empieza con algunos versículos
relativos al primer hombre, tomados del Génesis.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 453
«Guardaos de violar estos preceptos , emanados del Dios sabio y miseri-
cordioso.
« El que los observe y obedezca al profeta, entrará en los jardines, mansión
de delicias, donde disfrutará de una felicidad eterna,
«El que desobedeciere á Dios y á su enviado y traspasare sus leyes, será
precipitado en el abismo del fuego donde padecerá eternamente suplicios y opro-
bio. »
Estos eran los sagrados principios de los Árabes respecto de las herencias;
mas seguramente que en la práctica habían debido de introducirse abusos cuan-
do se nos presenta como una novedad lo dispuesto para Abderrahman acerca de
la herencia de su tio (1).
Libre el emir de los cuidados de esta guerra doméstica, iba á licenciar sus
tropas , cuando recibió noticia de una irrupción que los condes de la Marca de
España habían hecho en tierras musulmanas de la otra parle del Segre, talando
y devastando los campos, incendiándolo todo á su paso y retirándose luego car-
gados de botín (822) (2). Retuvo, pues, Abderrahman á sus soldados, y partió á
la frontera oriental; pero antes de pasar adelante y de explicar lo que allí hizo,
hemos de referir lo que habia sucedido en Barcelona, sin lo cual no podrían en-
tenderse los sucesos posteriores.
Sabemos que al apoderarse Luis el Pió de Barcelona en 801 dejó por conde
de dicha ciudad y su territorio á Bara, noble godo, que se habia distinguido en
la conquista y en las expediciones sucesivas en que tomara parte, y gobernaba
hacia diez y nueve años el condado de Barcelona á satisfacción de los reyes francos,
cuando en 820 fué acusado ante el emperador Luis de alevoso é infiel por Sunila,
también caballero godo. Historiador ninguno manifiesta expresamente quéclasede
traición y alevosía habia cometido, y estamos sobre esto reducidos á meras con-
jeturas. Creen algunos que habia entrado en negociaciones con los Sarracenos en
época posterior al tratado de 812, y otros creen que se habia formado entre los
Godos un partido que aspiraba á la independencia y que reconocía á Bara por
caudillo. De todos modos, oída por Luis la acusación propuesta contra su conde,
fué emplazado este para cierto día del mismo año 820 ante una dieta ó corte ge-
neral que se tuvo en el palacio de Aquisgran ante el emperador y sus magnates.
Allí ratificó Sunila su acusación, y desmentida por Bara (3), apeló este al juicio
de Dios á la usanza franca, dice Masdeu.
Aceptado el duelo , los dos pelearon á presencia del emperador , según cos-
tumbre de este país, es decir á caballo , á diferencia de los Francos que en los
duelos combatían á pié. Por esto dice Nigelo que entraron en liza de un modo
(4) Conde, 1. c.
(2) Comités Marcse Hispánicas trans Sicorim fluvium in Hispania profecti, vastatis agris et in -
censis, et capta non módica prseda, regressi sunt (Eginh. Annal. ad ann. 822). Esto debia suceder du-
rante el verano de 822 , puesto que Eginhardo añade : Simili modo post tequinoiiuní autumnaii*
cotnitibus Marcae Britannicse, etc.
(3) Hic venit ad regem , coram populoque senatu,
Verba nefanda canit, quae Bero cuneta negat.
(Ermol Nigel!., 1. III, V, 559 et 560).
454 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j.g nuevo y desconocido por los Francos (1). Sunila quedó vencedor y triunfante,
por la cual victoria se dio el caso por probado y averiguado contra Bara, y aun-
que por esto habia de ser condenado á muerte, usando el emperador de su cle-
mencia, se contentó con desterrarlo á la ciudad de Rothomago(Ruan), donde mu-
rió en 826 (2).
En lugar de Bara, envió Luis á Barcelona á Bernardo, hijo de Guillermo de
Tolosa y ahijado suyo, y él era quien mandaba en Barcelona en 822. No men-
ciona la historia los condes de la Marca que llevaron sus armas mas allá del
Segre, pero es probable, y así lo insinúa Pujades (3), que iba entre ellos el nue-
vo gobernador de Barcelona. Contra esta plaza dirigió primeramente sus ataques
el emir Abderrahman, y enviando á vanguardia desde Valencia al walí Abdelke-
rim, este encontró á los cristianos, no se expresa en qué lugar, los venció y obli-
gólos á encerrarse en Barcelona. Llegado el nuevo emir con todas sus fuerzas,
bloqueó la ciudad, dio á sus muros repetidos asaltos, y á creer á los historiado-
res árabes , llegó á apoderarse de ella. En seguida mandó reparar la muralla, y
continuó su victoriosa marcha hacia Urgel, en cuya plaza penetró con igual feli-
cidad (4).
Por explícito que sea este relato, las mismas razones que nos han inducido
á no admitir la toma de Tortosa por Ludovico Pió, nos mueven y nos autori-
zan para no creer tampoco la toma de Barcelona por Abderrahman. Que el emir
diera á la plaza vigorosos y repetidos asaltos, que estuvieran los musulmanes
á punto de ocupar sus muros, como dice la crónica arábiga, esto puede ser ve-
rosímil, pero comparando las varias autoridades, adquiérese casi certeza de que
no la tomaron. Sin embargo, si Ahderrahman no entró en Barcelona es probable sí
que entrase en Urgel, ó á lo menos que llevase sus victoriosas armas por todo el
condado y territorio de Barcelona (5), arrollando á ios cristianos hasta las for-
talezas de los riscos y las angosturas de las montañas. Satisfecho con haber he-
cho sentir á los Francos el terror de su nombre, volvió Abderrahman á Córdoba,
donde fué recibido con grandes demostraciones de alegría. Esta expedición, que
los Árabes consideraron de muy buen agüero para el nuevo reinado, verificóse
en el año 207 (que empezó en febrero de 822 y terminó en igual mes de 823).
824 En la primavera del siguiente año, llegaron de Constaníinopla á Córdoba
embajadores del emperador griego Miguel el Tartamudo. En guerra entonces
con el califa Almamun, en el mismo año en que los Árabes andaluces desterra-
dos de Córdoba por Alhakem le despojaban de la isla de Creta, el emperador
(1 Annuitur solio; mox illi bella lacessunt.
Arte nova Francis antea nota minus,
(Et jacciunt hastas, mucronibus insuper actis
Praelia temptabant irrita more suo.
Ermold. Nigell , 1. III, V, 605 y sig.)
(2) Esto suceso causó en Cataluña tan honda sensación que la palabra Bara quedó significan-
do para el pueblo traidor y alevoso á su señor y á la fe jurada, y en cierto usage de Barcelona
que habla de los que faltan á la fidelidad debida, se leen estas palabras: Sia fvt de olí. lo que de Bara
firobat se den fer.
(3) Cr. univ. del Princ. de Cataluña, 1. X, c. XVIIT.
(4) Conde, P. 2.', XXXIX.
(o) «En tierra de Barcelona,» dice el traductor castellano de los manuscritos del Esco-
rial. (Conde 1. c.)
CAP. XI.— ESPAÑA ÁRABE. 455
solicitaba del emir de Córdoba su alianza y auxilio contra su enemigo común el
califa de Bagdad. Los embajadores bizantinos fueron recibidos en Córdoba con
grandes honores, y su entrada en la capital del imperio musulmán de Occiden-
te se efectuó con gran solemnidad y entre gran concurso de pueblo. Llevaban
consigo muchos y muy hermosos caballos con ricos y vistosos jaeces, que nun-
ca se vieron tales en España, dice la crónica (1). Abderrahman recibió ,sus pre-
sentes, los alojó en su palacio, y al partir, cumplida ya su misión, colmólos de
magníficos regalos; en cuanto al objeto de su embajada, si bien dice Conde que
les dio muy buena respuesta, no parece que llegase esta nunca á traducirse en
hechos, ocupado exclusivamente como estaba entonces en sus propios asuntos.
Sin embargo, para corresponder á la deferencia del emperador Miguel y conser-
var una amistad que le halagaba por mas de un concepto y de la cual podia
prometerse muchas ventajas políticas, mandó. partir con los embajadores á Yahia
nen Alhakem, marino de granmérito, con caballos andaluces y espadas toledanas (2)
para el emperador, devolviendo así á Miguel embajada por embajada y presentes
por presentes.
Aquel mismo año ó á principios del siguiente, recibió Abderrahman en Cór-
doba otra embajada menos espléndida, pero no menos interesante. Los Vasco-
Navarros, que, según hemos dicho, miraban con mas horror á sus vecinos de raza
germana, aunque cristianos, que á los mismos musulmanes, amenazados de una
nueva invasión franca por los puertos de Roncal y Ronces valí es, iban á deman-
dar auxilio á los Árabes contra sus vecinos de la otra parte de los montes. El
emir admitió de buena voluntad la petición y alióse con aquellos montañeses
contra el enemigo que tan duros rebatos le daba en su frontera oriental.
Y no era infundada la noticia de una irrupción de los Francos por aquella
parte de los Pirineos, motivada por el genio insumiso é independiente de los
pueblos de raza vascona, que en aquellas regiones habitaban. A fines deíaño 823,
los condes Eblo y Asenario, llamado por algunos Aznar, lugartenientes del rey
de Aquitania en las Marcas de Vasconia, recibieron orden de pasar los montes en
la dirección designada, ignórase si para hacer la guerra a los Árabes ó so-
lamente á los naturales del país. Sea como fuere, Eblo y Asenario tomaron su
camino por el puerto que conduce á Navarra y á la capital del territorio; atra-
vesaron sin obstáculo el prolongado valle de Roncesvalles, y avanzaron hasta
Pamplona, que, desmantelada todavía desde el tiempo de Cario Magno, no pudo
oponer ninguna resistencia. Eblo y Aznar entraron en ella con grandes fuerzas,
y cumplido su objeto (negotio peracto) (3), trataron de emprender su regreso á
Aquitania por el mismo camino. Nadie nos dice el fin de esta campaña em-
prendida con numerosas tropas y terminada sin combate, sin haber dejado
una sola guarnición en los lugares recorridos, y por esto es que hemos de
limitarnos á los términos mas vagos que nunca del anónimo historiador.
(4) Conde, P. 2.a, c. XXXIX.
(2) La fabricación de armas en Córdoba y en Toledo se habia perfeccionado extraordinaria-
mente durante este reinado, y sus productos no tardaron en ser célebres en todo el Occidente;
durante la edad media fueron muy buscadas las armas salidas de aquellas fábricas, así por la
excelencia de su temple como por la elegancia y buen gusto de sus adornos.
(3) Anón. Astron., Vit. Hludov. Pii.
456 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a Los nuestros, dice este en su obra, experimentaron de nuevo la perfidia
acostumbrada del lugar, la astucia y el fraude natural é innato en sus habitan-
tes. Rodeados por todos lados por los moradores del país, las tropas fueron der-
rotadas, y los caudillo cayeron en poder de los enemigos.» Este es el relato
del anónimo astrónomo; las historias de Navarra cuentan el suceso del modo
siguiente: «A su retirada (la de los Francos), acometiéronlos los ¿Navarros según
su costumbre, y derrotaron todo el ejército, quedando la mayor parte con bagages
y banderas en el campo de batalla. Los condes fueron hechos prisioneros. Aznar,
que era vascon y tenia parientes y amigos entre los Navarros, recobróla libertad,
bajo juramento de no hacer la guerra contra Navarra; pero Eblo fué enviado
con título de regalo á Abderrahman, rey de Córdoba, cuya amistad y alianza ne-
cesitaban y solicitaban los Navarros contra los Franceses.»
Sufrieron pues los Franco-Áquiíanos, dice Lafuente, otra segunda derrota
en Ronces valles, que, si acaso menos sangrienta que la primera, sirvióles de
tan dura lección y escarmiento, que no volvieron mas á visitar aquellos funes-
tos lugares. Alguna parte del triunfo debió de tocar á los Sarracenos como auxilia-
res, si bien la gloria principal fué de los Vascones, y así lo confiesa el mismo
astrónomo biógrafo, que ciertamente en esto no podrá ser tachado de parcial.
Y en efecto, de las crónicas andaluzas se deduce claramente haber to-
mado los Árabes una parte en la derrota de los Francos, «Los walíes de la fron-
tera, dicen, tuvieron en este año (209 de la hegira — 824) sangrientas batallas con
los cristianos de los montes de Afranc, los vencieron con cruel matanza en los
valles de los montes de Albortat, y en la batalla de Bort-Jezar (1), que es la
puerta de tierra de Pamplona, desbarataron á los de Afranc y cautivaron sus
caudillos, que vinieron con muchos despojos á Córdoba (2).»
Queda pues establecido por el testimonio combinado de los historiadores
españoles, árabes y francos, que á fines de 823, el emperador Luis envió á Pam-
plona un numeroso ejército bajo el mando de dos condes llamados Eblo y Ase-
nario, de quienes no se sabe otra cosa sino que hicieron lo que se les habia man-
dado, sin duda en interés de los Aquitanos. Ejecutadas sus órdenes, salieron de
la ciudad por el camino ordinario délos Pirineos, cuyos peligros no parecieron te-
mer, y los Vascones unidos con los Árabes hicieron entonces lo mismo que al
regreso de Cario Magno: atacaron al ejército franco desde lo alto de sus mon-
tes con tanto furor é ímpetu que quedó allí sepultado todo él, excepto algunos
prisioneros. Eblo y Asenario fueron de este número, y en la división del botin
y de los cautivos entre ambos pueblos aliados, Eblo tocó á los Árabes y fué en-
viado á Córdoba. Asenario, que cayó en manos de los Vascones, fué puesto en
libertad, y el anónimo astrónomo y las historias navarras atribuyen este favor á
que era de su sangre, es decir de su nación (3). No parece sin embargo que su
alianza con los Árabes sujetara en nada los Vascones; por el contrario todo in-
(1¡ Los escritores árabes mencionan cuatro puertas principales en el Pirineo, Bort Oxma-
r.i, Tíort Jaco, Bort Jezar y Bort Bayona. La de Jezar, según se escribe, puede interpretarse la re-
tuerta, y es por Roncesvalles.
(2) Conde, P. 2.", c. XL.
(3j Asenario vero, tanquam qui eos aflinitaíe sanguinis tangeref, pepercerunl.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 457
duce á creer que continuaron gobernados por jefes instituidos de un modo partí- a. de j.c.
cular é investidos de poderes no tan extensos como los condes reales francos ó
asturianos, hasta que al fin causas religiosas y políticas los movieron á recono-
cer por algunos años la autoridad de los reyes de Oviedo, antes de erigirse en
reino independíenle bajo monarcas nacionales.
Recapitulando aquí las vicisitudes sufridas por el país de Navarra desde la
primera vez que entraron los Francos en España en 778, veremos que perma-
neció bajo la dependencia de los reyes de esta nación hasta el año 802, si bien,
no hablando crónica alguna de condes francos dejados por Cario Magno ó
su hijo para la custodia y el gobierno del país, puede suponerse que jamás fué
considerada como tierra conquistada. En 802, Navarra se alió con los Árabes,
pero volvió cuatro años después á la alianza de los Francos, probablemente por te-
mor de sus fuerzas superiores, pues trató de emanciparse de ellos en 812, en
cuyo año hemos visto á Luis el Pió restablecer su vacilante autoridad en Pam-
plona. ¿Cuál era esta autoridad? ¿Cómo se ejercía? ¿Qué ventajas reportaban de
ella los Francos? Preguntas son estas á las que es imposible contestar, pero fue-
se cual fuese, es lo cierto que se mantuvo hasta este año de 824, en que pare-
ce que los Francos hubieron de abandonar definitivamente sus pretensiones sobre
aquella parte de la Península.
Todo eran guerras entonces en España. Mientras esto sucedía en los Piri-
neos , Abderrahman envió á la frontera del norte (del guf) á Obeidalah, hijo
de Abdallah , y hermano de Esfah y de Cassim, á quienes ya conocemos ; era
caid (1) de los saifís , es decir , capitán de la guardia de los del cuchillo (de la
espada en forma de cuchillo) (2), cuerpo que formaba parte de las tropas perma-
nentes de Abderrahman. Esta expedición á la frontera era necesaria, en cuanto
los cristianos hacían por ella frecuentes excursiones, dicen las memorias arábi-
gas , de modo que la guerra era permanente y perpetua en España , en este ó en
el otro punto. Las tropas de Obeidalah pelearon con ventaja contra Alfonso y le
obligaron á refugiarse en sus montañas y fortalezas , pero el ataque de los cau-
dillos asturianos, si bien no se halla mencionado en ninguna crónica cristiana,
no dejó de causar cierta inquietud en Córdoba, á juzgar por lo que añade Conde:
— « El wali Obeidalah , dice , volvió á Córdoba con muchos despojos y cautivos
y fué muy bien recibido del rey Abderrahman por la importancia de aquella ex-
pedición (3). » Después de algunos meses de reposo , el emir envióle de nuevo á
la frontera , donde estuvo dos años guerreando con numerosas tropas contra los
mismos enemigos , lo cual prueba que aquellos cristianos de las montañas , tan
despreciados, eran los mas constantes y terribles enemigos de los Agarenos.
Como un agradable alivio, dice Lafuente (4), á la fatigosa narración de tan-
tas guerras, se presenta aquí un corto episodio del reinado del segundo Abder-
rahman , que aprovechamos con gusto , porque al propio tiempo que nos infor-
(1) Caid , propiamente conductor.
(2) La forma y el nombre de la espada eran tan numerosos y diversos , tenían tantos sinóni-
mos entre los antiguos Árabes, que uno de sus autores (Mohamed ben Ali) compuso un libro expre-
samente para este objeto con el nombre de Esma el Saif, de los Nombres de la Espada.
(3) Conde, P. 2.a, c. XL.
(4) Lafuente, P. 2.a, 1. I, c. XI.
tomo ii. 58
825,
458 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ma de las ocupaciones pacíficas de los príncipes musulmanes , nos proporciona
ir conociendo por los hechos el carácter galante y caballeresco de nuestros do-
minadores de Oriente. En este tiempo mandó el rey Abderrahman , refiere Con-
de , construir hermosas mezquitas en Córdoba , y en ellas puso fuentes de már-
mol y de varios jaspes , y trajo á la ciudad aguas dulces desde los montes con
encañados de plomo , y la llenó de fuentes y edificó baños públicos de mucha co-
modidad , y abrevaderos y grandes pilas para las caballerías. Edificó alcázares
en las ciudades principales de España, reparó los caminos y construyó las rusa-
fas á orillas del rio de Córdoba : dotó las madrisas ó escuelas de muchas ciuda-
des y mantenía en la de Córdoba trecientos niños huérfanos. Las horas que hur-
taba á los negocios graves del Estado , se entretenía con los sabios y buenos in-
genios que habia en su corte, que eran muchos gustando de informar-
se de las costumbres de los reyes infieles y de los pueblos y ciudades que aque-
llos habían visto. Habia hecho hagib al wali de Sidonia Aben Gamrí , y con este
sabio caudillo solía jugar al jahtrang ó al ajedrez , que era de los mas diestros
jugadores que en aquel tiempo se celebraban , y competía con él Abderrahman
á este juego con grandes apuestas de joyas muy preciosas. Era en extremo libe-
ral y dadivoso , y gastaba mucho con sus esclavas , pagando sus gracias y sus
mas cortos obsequios con joyas inestimables. Cuenta Ibrahim el Catib y otros
que un dia regaló á una niña esclava suya , muy linda y preciosa , un collar de
oro , perlas y piedras de valor de diez mil dinares ó doblas de oro , y como al-
gunos wazires de su confianza que estaban presentes encareciesen tan sobresa-
liente dádiva , diciendo que aquel collar era joya de las que ennoblecían el teso-
ro real , y podían servir en un apuro ó vicisitud de fortuna , Abderrahman les
dijo : « Me parece que os deslumhra el brillo del collar y la estimación imagina-
« ria que dan los hombres á la rareza de estas pedrezuelas y á la figura y linde-
« za de sus perlas ; pero ¿ qué tienen que ver con la hermosura y gracia de la
« humana perla que Dios ha criado ? Su resplandor encanta los ojos de quien la
« mira , y arrebata y desmaya los corazones : las mas bellas perlas, los jacintos
« y esmeraldas mas preciosas que ofrece la naturaleza en su especie , no delei-
te tan así los ojos ni los oidos , no tocan el corazón ni recrean el ánimo ; y así me
« parece que Dios ha puesto en mis manos estas cosas para que yo las cié su
« propio destino , y sirvan de adorno y gargantilla á esta preciosa muchacha. »
Sin embargo , para subvenir á los gastos de la guerra y á su fausluosa libe-
ralidad , Abderrahman habia aumentado considerablemente los pechos y tribu-
tos , y las grandes ciudades sobre todo hacían oír amargas quejas contra seme-
jantes vejaciones. En los grandes centros de población los cristianos eran nume-
rosos , y, á lo que parece, no dejaban de tener comunicación con lo restante de
Europa; muchos que se dedicaban al comercio pasaban de España á las Galias, á
Germania y hasta á la isla de los Bretones (1), y por escrito ó de, viva voz su
descontento contra el emir de Córdoba llegaba y despertaba eco en la otra par-
te de los Pirineos. Los Judíos, numerosos también en las capitales del imperio,
andaban igualmente desazonados, y con lodos los demás no podían tolerar que
(1) Eulogio habla en sus cartas de un su hermano, natural de Córdoba , que ejercia entonces
el comercio en Maguncia.
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CAP. XI.— ESPAÑA ÁRABE. 459
el emir estuviera ganando fama de espléndido y generoso exigiéndoles mayores
tributos de lo acostumbrado. La ciudad de Mérida faabia tenido que sufrir parti-
cularmente por las necesidades y la esplendidez del príncipe. El azaque (1) ha-
bía extendido de dia en día sus pretensiones á mayor número de objetos , pues
limitado en un principio á los frutos de la tierra y á las crias de los ganados, era
preciso pagarlo ya de casi todas las cosas. No causaba menos disgusto la contri-
bución mantenida sobre ciertos artículos de primera necesidad , causa principal
de la sublevación del arrabal de Córdoba en tiempo de Alhakem , y todo esto ha-
cia que el descontento fuese general y profundo. Semejante esiado de cosas llegó
á noticia de Luis el Pió , ya estuviera algún eclesiástico en correspondencia es-
crita con un amigo habitante en la Galia ó en la Frankia, ya le hubiese instruido
verbalmente de ello un mercader viajero salido entonces de Andalucía.
El emperador conoció la utilidad que podría reportar de esta situación de
los ánimos , y deseoso de suscitar al Moro cuantos obstáculos y tropiezos le fue-
sen posibles, escribió á los Meridanos la siguiente caria :
« En nombre del Señor Dios y de nuestro Salvador Jesucristo , Luis , por
disposición de la Providencia divina , emperador augusto , á los primados y á
todo el pueblo de Mérida , salud en el Señor (2).
« Hemos sido informados de vuestra tribulación y de las vejaciones que su-
frís de parte de vuestro cruel rey Abderrahman, cuya codicia no cesa de oprimi-
ros. Lo mismo hacia su padre Abulaz , el cual os sobrecargaba de tribuios que
no debíais satisfacer , convirliendo así á los amigos en enemigos , y á los servi-
dores leales en rebeldes. Gomo su padre , quiere ahora Abderrahman privaros
de vuestra libertad , cargaros de pechos é injustos tributos , vejaros y humilla-
ros ; pero nos consta también que , como es propio de hombres fuertes , habéis
rechazado siempre vigorosamente las injusticias de vuestros inicuos reyes, y re-
sistido con valor á su avaricia y avidez. Por tanto , para consolaros y exhortaros
á que perseveréis defendiendo vuestra libertad contra los ataques de vuestro
cruel monarca , y resistiendo, como hasta aquí lo habéis hecho , á su dureza y
tiranía, os dirigimos la presente carta. Y como este mismo rey es tan adversario
y enemigo nuestro como vuestro , os proponemos combatir de concierto contra
él. Nuestra intención con el auxilio de Dios Todopoderoso es enviar un ejército á
nuestra Marca , llegado que sea el verano próximo , y tenerle allí á vuestra dis-
posición. Si Abderrahman y sus soldados intentan marchar contra vosotros, nues-
tro ejército se lo impedirá atrayéndolos hacia sí , y sus fuerzas nada podrán con-
tra vosotros. Os aseguramos además que si queréis separaros de Abderrahman
y daros á nosotros , os volveremos vuestra antigua libertad íntegra y plena y os
mantendremos libres de todo censo y tributo. Vosotros mismos escogeréis la ley
bajo la cual queráis vivir , y os trataremos en todo como amigos y compañeros,
(1) El azaque 6 la purificación era, según la ley, un don obligatorio para el servicio de Dios, y
un seguro medio , según las ideas musulmanas , para conservar y aumentar los demás bienes : es,
dice Conde , el diezmo de todos los frutos de siembra, plantío y cria de ganados , de los productos
del comercio y de la industria , del beneficio de las minas é invención de tesoros.
(2) Hludovicus , divina ordinante Providentia , imperator augustus , ómnibus primatibus et
cuncto populo Emeritano , in Domino salutem.
460 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
6 h G' honrosamente confederados para la defensa de nuestro imperio. Os deseamos
salud en Jesucristo. »
En tanto que Luis el Pió suscitaba así enemigos interiores á Abderrahman ,
este iba á hallar auxiliares y aliados en las fronteras y en el seno mismo del im-
perio , y un levantamiento de los propios subditos de Luis precedió en efecto en
la Marca española al que el emperador previera y fomentara desde tan lejos
contra su adversario por medio de su carta á los habitantes de Mérida. El jefe de
esta rebelión, que acabó de complicar la situación ya muy crítica de los Francos
en la Marca gótica , llamábase Aizon , y de él solo se sabe que era Godo , cir-
cunstancia que no ha de perderse de vista por la razón que luego diremos. Go-
bernador de la Guiena , y preso después en el palacio del emperador por ciertos
excesos cometidos en su gobierno , huyó de su cárcel al llegar el otoño , y diri-
giéndose á la frontera española , encontróse luego al frente de un partido nume-
826, roso qUe |e permitió apoderarse de Ansona , vencer á cuantos se atrevieron á re-
sistirle y poner guarnición en los castillos y fortalezas de que pudo apoderarse.
Una ciudad que la historia llama Roda , que es probablemente la del Ter, en la
comarca de Vich, quiso defenderse de sus armas y fué destruida hasta en sus ci-
mientos. Luis supo estos sucesos mas allá del Rhin, en la dieta de Seltz á media-
dos del mes de octubre , y dijéronle también que Aizon , para robustecer mas su
partido y resistir mejor á los Francos , habia enviado á Córdoba uno de sus her-
manos solicitando el auxilio de Abderrahman, quien al momento habia puesto á
su disposición un ejército.
Marchaba este á las órdenes de Obeidalah, hermano de Esfah y de Cassim.
El godo Wil Mund ó Vigemundo, hijo de Bara , el gobernador de Barcelona des-
terrado á Rúan, no despreció ocasión tan propicia de tomar venganza de los ene-
migos de su padre y se unió á los rebeldes, lo cual hubo sin duda de ser parti-
cipado á Luis en la misma dieta de Seltz. — «Aunque muy afectado por estas
noticias, dicen los historiadores francos, creyó sin embargo no haber de empren-
der cosa alguna con precipitación y antes de oir sobre ello la opinión de su con-
sejo (1).»
Reunidos los Árabes y los partidarios de Aizon, Godos probablemente como
él, penetraron en Cerdafía, sembrando á su paso la devastación y el incendio (2).
Rindiéronseles muchos castillos, que hasta entonces se habían resistido, y engro-
saron sus filas con muchos descontentos de la dominación franca, que eran en
gran número en aquellas montañas (3). En tanto el emperador Luis, después de
oir á su consejo, habia decidido enviar contra Aizon y los Árabes un numeroso
ejército que pudiera vencerlos en una sola campaña; antes, empero, quiso que
partieran enviados que probaran someter á los rebeldes por pacíficas vias, en-
viados que fueron el abad Elisacar, su canciller, y dos condes, Hildebrando y Do-
nato. A su llegada, encontraron estos toda la marca gótica en poder de los insur-
rectos ó de sus aliados los Árabes , excepto Barcelona y Gerona, donde el conde
(1) Anón. Astron., Vit. Hlud. Pii.
(2) Junctique Sarracenis, Cerritaniam et Vallensem rapinis atque incendiis quotidie infecta-
bant (Eginh. Anna]., ad ann. 827).
3) Pluriunque etiam á nobis deücerent, et eorum se societate conferrent (Anón. Astron., 1. c).
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABK. 461
Bernardo habia concentrado sus fuerzas. Los tres delegados imperiales hicieron
vanos esfuerzos para volver al país bajo la obediencia del emperador, pero solo
lograron sostener el decaído ánimo de los Francos por medio de promesas de pró-
ximo socorro. Sabian en efecto que imponentes fuerzas, al mando de Pepino, rey
de Aquitania, y de dos leudos del emperador, Matfriedo y Hugo, se habían puesto
en marcha contra los enemigos. Esto hizo que Aizon solicitara nuevos refuerzos de
Abderrahman, y en efecto otras tropas de Córdoba, la guardia pretoriana del rey
de los Sarracenos , según dice el anónimo astrónomo , habíanse reunido con las
que peleaban con Aizon. A lo que parece, fué él mismo á buscarlas á Córdoba,
pues las llevó, dice el autor citado , junto con Abumaruan, su jefe (Abu Meruan
sin duda), á Zaragoza, y desde Zaragoza á Barcelona.
En esto llegó el ejército franco, pero ni un solo momento se encontró en
los lugares donde el enemigo reclamaba su presencia. La tropa de Abu Meruan
atravesó y devastó en todas direcciones los territorios de Barcelona y de
Gerona sin encontrar á nadie que se opusiera á su paso , reunió muchos des-
pojos y cautivos, y se retiró hacia Zaragoza sin ser hostilizada y á pequeñas jor-
nadas. Semejante conducta de los caudillos francos fué justamente considerada
como una traición (cuya causa era, al parecer, el odio que profesaban los jefes del
ejército al gobernador de Barcelona, Bernardo), y los cronistas todos de la época
deploran esta campaña como muy afrentosa para las armas francas. Los fenó-
menos celestes que en aquel entonces se observaron no dejaron de prestarles ma-
teria para singulares reflexiones : viéronse en el cielo, dicen, extraños prodigios,
como fatales presagios que los hechos confirmaron (1).
En febrero del siguiente año, reunióse un plaid en Aquisgran en el que se M7
examinó con gran calor, según el biógrafo de Luis el Pió, «la causa de aquellos
capitanes acusados de haberse portado cobarde y vergonzosamente en la última
guerra hecha en la frontera de España. Después de un detenido examen, quedó
justificado que los jefes á quienes el emperador confiara el mando eran los úni-
cos autores de todo el daño, y en su consecuencia fueron castigados con la priva-
ción de sus empleos (2). »
Hablábase entonces con gran insistencia de una formidable expedición pro-
yectada contra la Aquitania por Abderrahman, para la cual en efecto reunía este
numerosas tropas, y esta voz fué causa de que, reunido otro plaid en junio del
mismo año, se resolviese el envió de un ejército á los Pirineos , bajo el mando de
Lotario, hijo primogénito del emperador, y de su hermano Pepino, rey de Aqui-
tania.
Todo estaba ya dispuesto, y ambos reyes se encontraban en León de Francia
prontos á emprender la marcha, cuando un incidente interior vino á trastornar
los planes de Abderrahman y á hacer inútil la marcha del ejército franco. De
León fuerza nos es ahora trasladarnos á Andalucía.
El descontento de los Meridanos acababa de estallar. Abderrahman se dis-
ponía para marchar á la frontera de los Francos donde Muhamad ben Abdelsalem,
que habia sido wazir del emir anterior, le habia precedido á la cabeza de la ca-
k. deJ. C.
(4) Eginh. Annal.; Anón Astron., etc.
(2) Anón. Astron.
462 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ballería de su guardia, cuando un inesperado levantamiento de los de Mérida,
dice la crónica, suspendió la partida. El rigor excesivo de los oficiales del walí
de aquella capitanía en las cobranzas de las reñías del azaque dio ocasión al des-
contento y sublevación de los moradores , según confesión de un escritor árabe,
particularmente adicto á los Ommíadas. Las previsiones de Luis el Pió habian
quedado realizadas. Era el principal instigador de la rebelión cierto Mahomed
ben Abdelgebir, recibidor de rentas que habia sido durante el emirato de Alhakem,
y destituido de su empleo, á lo que se dice, por haberse declarado al principiar
el reinado de Abderrahman en favor de su competidor Abdaliah. El pueblo amo-
tinado acometió con furor las casas de los wazires, y el walí, que se llamaba
Aben Mafot , solo con la fuga pudo librarse de la muerte. Mahomed y los mas
osados se apoderaron del mando, repartieron armas, vestidos y dinero á la gente
menuda, sin distinción de creencias, y se prepararon para la defensa de aquel
violento y tumultuario gobierno. Por mucho empeño que pongan los historiado-
res árabes en disimularlo, parece que la gravedad ó importancia de aquella re-
belión no puede ponerse en duda, y esto hace comprender como renunció el emir
á la realización de sus grandes planes, que consistían en devolver al imperio sus
antiguos límites hasta la cordillera pirenaica. Las tropas destinadas á guerrear
contra los Francos recibieron orden de dirigirse á Mérida, y el walí de Toledo
Abdelruf ben Abdelsalem recibió el mando en jefe de la expedición. Llegada esta
delante de Mérida, las tropas destruyeron muchos edificios y casas de campo,
talaron la huerta y estragaron la tierra, males que Abderrahman no quería, al
decir de sus biógrafos, y por los cuales reprendió al general Abdelruf, á quien
prohibió al mismo tiempo tratar la plaza en caso de tomarla con los honores or-
dinarios de la guerra. Abdelruf sin embargo, se hallaba aun muy distante de
poder poner en planta estas instrucciones, pues Mérida no era plaza que se to-
mase fácilmente, y mas de cuarenta mil hombres armados llenaban sus muros.
El sitio se prolongaba hacia muchos meses , y los Meridanos sufrían con impa-
ciencia las privaciones y fatigas que á él iban anexas. Entre los defensores de la
ciudad no todos respetaban las propiedades de los habitantes, sino que miraban las
casas de los mercaderes y gente rica como legítima presa y premio de su valor y
atrevimiento. — «En tan triste situación, dice la crónica, los buenos muslimes, y
aun los que por aborrecimiento á los gobernadores ó por vanos deseos de novedad y
mudanza se habian holgado neciamente de sus propios peligros, anhelaban ahora
por restablecer la obediencia y el orden, únicos apoyos de la pública seguridad.
Valiéronse para esto de la honrada juventud, que a su pesar andaba armada entre
los amotinados, y acordaron que, saliendo de noche algunos de los mas principales
al campo de los cercadores, ofreciesen al walí Abdelruf franquear en hora con-
venida algunas puertas y torres para que las tropas del rey, apoderadas de ellas,
arrojasen de la ciudad á los rebeldes y malhechores. Así se logró aprovechando
las tinieblas de la noche: seis nobles mancebos salieron secretamente de Mérida,
y se presentaron á Abdelruf con quien convinieron en la hora y señal para abrir
las puertas en la siguiente noche El walí dio órdenes muy rigurosas á la
caballería que habia de correr las calles al entrar en la ciudad para que no hi-
ciese mal sino á la chusma que se opusiera armada , y mandó á la gente de á
pié que ocupara las murallas y las plazas sin apartarse ninguno de sus banderas,
A. de J. G
CAP. XL— ESPAÑA ÁRABE. 4C3
manifestando á los caudillos la voluntad del rey en el castigo de los rebeldes. Ve-
nida la noche y su tercera vela, se acercaron con silencio al muro las gentes de
Toledo, abriéronse las puertas y las tropas las ocuparon sin dificultad. Al des-
puntar de la aurora fué general el espanto y la sorpresa de los revoltosos de Mé-
rida y del común de los habitantes: la caballería de Abderrahman corría las ca-
lles persiguiendo á la multitud; muchos dejaban Henos de terror las armas, y to-
dos inciertos corrían á todas partes. Los caudillos de la rebelión se salvaron entre
el tropel de los fugitivos, y al mediodía la ciudad estaba ya libre de ellos. Que-
daron muertos en las calles como setecientos , y toda la multitud desapareció,
oculta en la ciudad ó fugitiva en los campos (1).» Mohamed se refugió en Gali-
cia, según antes hemos visto, y después que Abdelruf hubo sosegado los ánimos
de los vecinos pacíficos, avisó al emir del allanamiento de la ciudad. A los po-
cos días un indulto general de Abderrahman acabó de disipar el temor del cas- 8¿8
ligo que á muchos inquietaba.
Apenas había tenido tiempo Abderrahman para celebrar tan agradable acae-
cimiento , cuando tuvo aviso de igual inquietud y alboroto en Toledo. « La po-
blación de esta ciudad era grande , dice Conde , y habia en ella muchos cristia-
nos y judíos muy ricos , gentes, aunque sometidas , enemigas de los muslimes
que por señores los aborrecían , y á su propio riesgo suscitaban desavenencias y
se alegraban del mal del estado (2). » Los sediciosos hallaron un caudillo cual
ellos le querían : Hixem el Aliki , mancebo muy rico de Toledo, con deseos de
venganza (3), procuraba suscitar un levantamiento popular contra el wali de la
ciudad, Aben Mafot ben íbrahim. A este fin esparció mucho dinero entre la gen-
te pobre , ganó á los Berberíes de la guarda del alcázar, y todo lo tenia prepara- .
do esperando ocasión oportuna. Un suceso inesperado , cual fué la prisión de uno
de los conjurados , fué causa de que se anticipase el rompimiento : los partida-
rios de Hixem se apoderaron del alcázar , y dieron muerte y arrastraron por las
calles á los ministros y guardias fieles que quisieron oponerse á sus violencias,
« y toda la ciudad , dice el autor árabe á quien traduce Conde , manifestó ale-
grarse de ver arrastrados por la plebe los ministros de su opresión. » El wali
Aben Mafot estaba en el campo, y esta fué su fortuna , y avisado del motín y de
las muertes , se retiró á Calat-Rahba , avisando antes al emir lo que habia suce-
dido. Abderrahman dispuso al momento que con parte de la caballería de su
guardia saliera su hijo Omeya á reunirse con el wali Aben Mafot á castigar á los
rebeldes de Toledo , quienes, después de aclamará Hixem por su caudillo, fue-
ron bastante audaces para salir al encuentro de las tropas que contra ellos se en-
viaban. La manera vaga y oscura con que las crónicas árabes refieren los hechos
sucesivos , parece indicar que la victoria favoreció varias veces las banderas de
los sediciosos. — «Encontráronse estas huestes , dicen , pelearon con varia for-
(i) Conde, P. 2.a, c. XLI.
(2) Id., c. XLII.
(3) Esta es la ordinaria vaguedad con que escriben los autores árabes. ¿ De qué quería ven-
garse Hixem el Atiki ? El historiador Romey dice que quizás se hallaba irritado por la muerte 6
prisión de su padre, de un hermano ó de un amigo en la época de la horrible celada de Amru. D©
todos modos, es este un punto sobre el cual reina gran incertidumbre.
461 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. tuna, y lograron algunas victorias que aumentaron su orgullo y esperanzas (1). »
De esto parece poder deducirse que el hijo del emir fué vencido en distintos en-
cuentros por Hixem el Atiki, quien , como tendremos ocasión de ver, supo man-
tener su autoridad de hecho y defenderla por espacio de nueve años contra el
emir y sus mejores generales.
« Entre tanto la ciudad de Mérida , continúa la crónica , gobernada por el
wali Abdelruf, manifestaba estar contenta en la calma de la obediencia, del orden
y de la buena policía. Recogió Abdelruf á los pobres , dio ocupación á los ocio-
sos , persiguió á los vagabundos , mandó velar á los cadíes para evitar y preve-
nir las maquinaciones de los malos , puso gran recaudo en los depósitos de ar-
mas , y hacia rondar las calles de dia y de noche por partidas de caballería, ha-
biendo establecido guardias permaneníes en las plazas y barrios de mucha con-
currencia (2). » Todo esto supone un estado violento , y no tardaremos en ver el
fin que el mismo tuvo.
832. Tres años habían pasado sin que los generales del emir hubiesen podido
obtener ningún triunfo señalado contra los rebeldes de Toledo , cuando en el año
217 (832), Omeya, hijo de Abderrahman, pudo hacerlos caer en una celada á
orillas del Alberche , causando en sus filas gran matanza y obligando á los res-
tantes á refugiarse en la ciudad, cuyos fuertes muros les dieron medio de conti-
833. nuar en su rebelión. Llegado el siguiente año , las tropas de Mérida, mandadas
por el wali Abdelruf , pelearon con los de Toledo en los campos Maghazul , sa-
liendo estos completamente derrotados ; esto no obstante , no se rindió todavía
la ciudad , en cuyo recinto se ampararon los que sobrevivieron al desastre.
Por aquel tiempo reprodújose la rebelión de Mérida, y esta vez marchó Ab-
derrahman en persona para reprimirla ; pero ya los habitantes habían llama-
do á los bandidos y malhechores que andaban por tierras de Lisboa , acaudilla-
dos por el rebelde Mahomed ben Abdelgebir. Estas bandas de descontentos , á
quienes las crónicas árabes califican con la dureza antes dicha , introdujéronse
poco á poco en la ciudad , y aprovechando la ausencia de Abdelruf, ocupado en-
tonces delante de Toledo , acometieron de noche las guardias de las puertas.
Dueños de ellas , de los depósitos de armas y vestidos , repartiéronlo todo entre
la gente menuda del pueblo , y se entregaron á las violencias y excesos acostum-
brados. En tanto Abderrahman habia visto engrosadas sus tropas al llegar á Ain-
Coboxi (la fuente de los carneros) con las fuerzas de los alcaides y walies á quie-
nes habia convocado , y pasado revista de la hueste , hallóse al frente de ciento
veinte banderas con cuarenta mil hombres (3). Habló el rey álos caudillos , dice
la crónica musulmana , y les mandó que hiciesen la guerra como contra herma-
nos seguidores de una misma creencia , que en el momento que volviesen brida
y huyesen, ya no eran sus contrarios, sino hijos, y hermanos extraviados y regi-
dos de mal consejo, que convenia desarmarlos y darles otro castigo que la muer-
te , de que solo eran dignos los promovedores de la rebelión (4). Llegado delán-
(1) Conde, P. 2.a, c. XLII.
(2) Id., 1. c.
(3) Cada bandera constaría de 380 hombres.
(4) Así lo practicaban los musulmanes en sus guerras civiles desde la lucha entre Alí y Moa-
viah, bajo el nombre de costumbre de Alí.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 465
íe de Mérida , dispuso el emir dar varios asaltos á la plaza , que todos fueron va- A <1«-1 c
nos : los muros de Mérida, romanos en parte , habian sido flanqueados de torres
después de la conquista , y con mucho trabajo se derribaron algunas , cavando
sus cimientos y sosteniéndolos en gruesos leños que el fuego destruia. Todo es-
taba dispuesto para entrar la ciudad por varias partes , pero el rey, que deseaba
evitar la matanza y las calamidades de un asalto , mandó arrojar á la ciudad
saetas con escritos prometiendo una amnistía general , de la cual solo estaban
exceptuados los caudillos á quienes nombraba. Algunos de estos escritos cayeron
en manos de los exceptuados de la amnistía ó de sus amigos , pero como la de-
fensa era imposible , Mohamed y sus cómplices tomaron la fuga , entregándose
los habitantes á merced y discreción del emir.
Magnánima y generosa fué la conducta de Abderrahman. Al excusarse los
principales Meridanos por no haber podido prender á los caudillos rebeldes, cuén-
tase que les dijo : «Doy gracias á Dios que en este dia de complacencia me ha
librado del disgusto de ajusticiarlos y mandarlos matar : tal vez abrirá Dios los
ojos de sus entendimientos y volverán de su locura , y si no lo hacen , Dios me
dará poder para impedir que pertúrbenla quietud de mis pueblos (1).» Per-
maneció el emir algunos dias en Mérida , y mandó levantar las fortalezas derri-
badas y reparar los muros , aunque algunos le aconsejaban que los destruyera
para evitar nuevas rebeliones. El amil ó gobernador de la provincia quedó en-
cargado de las obras, siendo empleados en ellas por disposición de Abderrahman
todos los pobres de la ciudad.
Continuaba entretanto la guerra contra los rebeldes de Toledo, quienes sos- 835.
tuvieron el sitio durante tres años mas ( hacia seis que se habian sublevado)
con una constancia indecible, haciendo frecuentes salidas contra los walies Aben
Mafot y Abdeiruf. Al fin estrechados y reducidos á lo alio de la ciudad, les fué
forzoso entregarse por no perecer de hambre. El esforzado Hixem cayó vivo, pe- 838
ro herido , en poder de Abdeiruf, y este mandó cortarle la cabeza , que fué col-
gada de un garfio en la puerta de Bab-Sagra (2). .
Abdeiruf entró en Toledo en 223 (838), y mandó publicar una amnistía ge-
neral conforme á las órdenes que de Abderrahman habia recibido. Ocupóse lue-
go en reparar los maltratados muros , restableció la buena policía de la ciudad,
y separó los cuarteles por medio de puertas para mayor seguridad de los veci-
nos. Poco después Abderrahman confirmó en el gobierno de Toledo y de su pro-
vincia al ilustre waíi Abdeiruf y llamó á Aben Mafot á su consejo de Estado (3).
Entonces fué cuando los Árabes rompieron otra vez las hostilidades contra
los cristianos del norte de la Península , por haber dado estos asilo , según he-
mos dicho en el capítulo anterior , al desleal Abdelgebir. El resultado y las cir-
cunstancias de esta lucha quedan ya explicadas en el lugar designado.
Mientras esto sucedía en Galicia, habia empezado de nuevo la guerra en
la Marca española y preciso es convenir en que las circunstancias parecían COn-
tO Conde, P. 2.', c. XLIII.
(2) En el dia Bisagra por corrupción de la palabra árabe bab, puerta, y de la latina sacra,
que era su antiguo nombre en tiempo de los Godos.
(3) Conde, P. 2.a, c. XLIII.
TOMO II. g9
466 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
jurarse para el triunfo de las armas musulmanas . Para la completa inteligencia
de las causas é incidentes de esta guerra y de los hechos subsiguientes, pre-
ciso nos es decir aquí algunas palabras acerca de los Francos^ y manifestar la
situación en que se hallaba entonces su imperio.
Hemos visto que después del duelo entre Bara y Sunila, Ludovico el
Pió habia dado por sucesor al primero un Franco llamado Bernardo, hijo
de Guillermo de Tolosa, cuyos infortunios nos han de parecer aun mayores
que los de su predecesor. En 829, después que auxiliado por varios caba-
lleros de la Marca habia el conde de Barcelona obligado á los rebeldes Ai-
zon y Wil Munt á refugiarse á Aquitania , quedando el país pacificado , pero
en muchas partes despoblado y yermo, Luis, que era padrino de Bernardo, lla-
móle á su lado y le nombró camarlengo, sin quitarle por ello el gobierno de la
Marca gótica que comprendía la Septimania y el condado de Barcelona. Ya
antes habia debido de ocupar un elevado empleo en el palacio imperial, pues
en 823, cuando Judit, la segunda esposa de Luis el Pió, dio á luz un hijo, que
después fué emperador con el nombre de Carlos el Calvo, corrió la voz de que
era fruto de sus intimidades con el conde Bernardo. El odio que á este profe-
saban los hijos de) emperador, Lotario y Pepino, junto con la escasa ó ninguna
autoridad de que gozaba el anciano y caduco Luis, fué causa de que en 830
tuviese Bernardo que huir de la corte para sustraerse á tanto encono, perdien-
do poco después el ducado de Septimania y no quedándole mas refugio que la
ciudad de Barcelona. A pesar de su cariño por él, el emperador le privó de este
último cargo en 832 en virtud de nueva acusación de sus enemigos, y en una die-
ta que después de hechas las paces con sus hijos tuvo Luis en Theudon en el
año referido, pidió Bernardo licencia para disculparse por medio del duelo del
falso crimen que se le imputaba. Las palabras de Bernardo no fueron desmen-
tidas por acusador alguno y por lo mismo el conde quedó absuelto. Esto no
obstante no se le devolvió el gobierno de Barcelona que ejerciera por espacio
de doce años, y que pasó á Berenguer, hijo del conde Hunrico. Este murió des-
pués de cuatro años de gobierno en 836, y Bernardo, que habia recobrado gran
ascendiente y favor en la corte de Luis, fué segunda vez nombrado conde de Bar-
celona y de la Septimania, con mas amplios poderes que antes.
Así se hallaban las cosas en 838 en la Marca gótica cuando Abderrah-
man juzgó conveniente llevar á ella sus pendones. En el año mencionado, el
emir mandó al walí de Zaragoza que allegase las banderas de toda la España
oriental y fuese á correr las tierras de Afranc (1), pareciendo ser el objeto de esta
guerra, mas que apoderarse del territorio, recoger despojos y botin. Obeidalah
ben A bd alian y su walí Aben Abdelkerim hicieron por espacio de dos años de-
vastadoras excursiones por aquel país con gran espanto de los cristianos, y
cierto Muza, gobernador de Tudela de Navarra , penetró en Cerdaña sembrando
á su paso la desolación y el terror (2). Esto es cuanto nos dicen de esta guerra
las crónicas arábigas. La debilidad del imperio franco que no curaba por cier-
to el moribundo Luis, y que sus hijos se disputaban entre sí como una presa,
(4) Conde, P. 2.*, c. XLIV.
(2) Conde, 1. c, y líaccary, ms. arab. de la Bibl. nac, n. 704.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 4=67
favoreció los ataques del emir de Córdoba, y sin duda que en el estado de a. dej.c.
confusión en que se hallaba la Marca gótica, trabajada y agitada en sentidos
diversos por numerosos partidos, hubo de encontrar en ella aliados y auxiliares,
como otra vez los habia ya encontrado y como, según atestigua la historia, los
encontrará mas tarde. Al ver al imperio débil y dividido, atacáronle los Ara-
bes por todas partes, así por tierra como por mar. «Las naves de España, dice
Conde, partieron de Tarragona (1) este año, y juntas con las que habia en las
islas Yebisat y Mayoricas, fueron á las costas de Afranc, aportaron en ellas,
robaron las cercanías de Marsella, y tomaron muchas riquezas y cautivos en
los arrabales de aquella ciudad (2).»
Al paso que el imperio de Cario Magno se debilitaba, dice Lafuente, crecía
en importancia el hispano-sarraceno, y otra vez llegaron á Córdoba enviados
del emperador de Constantinopla, que lo era entonces Teófilo, encargados de
pedir á Abderrahman socorro contra el califa de Oriente Almoatesim. Recibiólos
el emir con mucha honra, y escribió al emperador griego que luego que pudie-
se desembarazarse de las guerras domésticas que le ocupaban, enviaría sus
naves en su ayuda, despidiendo luego á los embajadores colmados de ricos
presentes. Es de advertir que al propio tiempo que el emperador griego acudía
á Abderrahman implorando auxilio contra los califas abassidas de Asia, estos
mantenían relaciones políticas con el jefe cristiano del imperio de Occidente,
en las que se trataría sin duda de los Ommíadas, cismáticos poseedores de Es-
paña. Las crónicas francas mencionan por aquel tiempo un mensage enviado
por Almamun, hijo de Haraun el Reschid á Luis el Pío, á quien fueron ofrecidos
en nombre del califa preciosas lelas y perfumes (3).
En 840, falleció en Alemania el emperador Luis. Algún tiempo antes de 840.
morir habia hecho dos parles iguales de sus estados, dejando á su hijo mayor
Lotario la parle que quisiere elegir (4). El príncipe eligió la primera, que com-
prendía la Francia oriental, el reino de Italia, algunos condados de Borgoña, el
reino de Austrasia con Metz su capital, y la Germania, excepto la Baviera, que
dejó Luis á su tercer hijo, llamado como él. La segunda abarcaba el reino de
Neuslria, la Aquitania, siete condados del reino de Borgoña situados en las
márgenes del Saona y del Ródano, la Provenza, es decir el territorio encerrado
entre ios Alpes, el Ródano y el Mediterráneo, y además la Seplimania y sus
marcas. Este extenso reino fué dado por expresa voluntad del emperador á Car-
los, su último hijo, nacido de la emperatriz Judit, y reputado, como hemos dicho
hijo adulterino de esta y del conde de Barcelona. En esta nueva partición del
gran imperio de Cario Magno, los hijos de Pepino, rey de Aquitania, quedaban
excluidos de la sucesión de su padre, y esta circunstancia es muy de notar, en
cuanto fué mas tarde origen de muchas turbulencias y discordias para la Galia
meridional y los países á ella inmediatos.
(\) Esta es la segunda vez que nos dicen las crónicas haber salido del puerto de Tarragona
las naves de España, y esto confírmalo que antes hemos manifestado, esto es que Tarragona no
se hallaba en el siglo IX tan arruinada y desmantelada como se supone.
(2) P. 2.a, c. XL1V.
(3) Script. Rerum Francia, en Dom Bouquet, t. VII, p. 199.
(4) Véase el Acta de división en las Capitulares de Baluzio, p. 573.
4:68 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. También, como hemos visto, afirmábase y engrandecíase el pequeño reino
de Asturias bajo el cetro del segundo Alfonso, cuyos últimos hechos y falleci-
miento dejamos en otra parte referidos.
8*a Muerto el monarca asturiano sin hijos que pudieran aspirar al trono por
derecho de nacimiento, aun cuando este derecho hubiese sido reconocido enton-
ces, que, repetimos, no lo era, aquella herencia real, vacante después de un rei-
nado de mas de cincuenta años, hubo de pronto de despertar la ambición por
tanto tiempo contenida de los elegibles y pretendientes á la corona. El aserto
de algunos historiadores de que Alfonso habia en cierto modo asociado al po-
der y designado para sucederle á Ramiro, hijo de Bermudo el Diácono, no se
halla suficientemente acredilado, y todo induce á creer que la sucesión de Al-
fonso fué con gran ardor disputada entre los dos principales competidores que
la historia menciona. Estos sucesos, tales como se desprenden de los monumen-
tos contemporáneos, sin mezcla de lo que á ellos han añadido escritores menos
antiguos, hubieron de pasar á lo que parece del modo que vamos á referir.
El pretendiente que contaba con mayor probabilidad de buen éxito, Rami-
ro, muy querido de Alfonso, á lo que se asegura, hallábase ausente de Oviedo
al fallecer el último monarca. Se encontraba en la provincia llamada entonces
Bardulia (Castilla), á donde habia ido para tomar por esposa á la hija de un no-
ble del país. De esta ausencia se aprovechó otro magnate no menos poderoso
para hacer que sus parciales le aclamasen por rey en Oviedo; llamábase Nepo-
ciano, y ocupaba en la corte del difunto Alfonso un eminente empleo; era con-
de palatino, comes palatii, y gozaba de iodo el crédito que este cargo llevaba
consigo en tiempo de los Godos. Informado de ello Ramiro, resolvió disputar el
poder á su rival, y encaminándose á Galicia, donde sin duda contaba con ma-
yor número de partidarios que en Asturias, reunió en poco tiempo en Lugo un
considerable ejército, con el cual se dirigió hacia Oviedo en busca de su com-
petidor. Nepociano salió á su encuentro a la cabeza de sus tropas, compuestas
de Asturianos y Vascones, y ambas huestes se avistaron cerca del rio Ñarcea,
entre Cangas de Tineo y Cornellana. A lo que parece, la batalla no llegó á em-
peñarse por haber sido abandonado Nepociano por todos sus soldados, ignórase
por qué causa; la mayor parte de ellos se pasaron á las banderas de Ramiro, y
el conde palatino hubo de apelar á la fuga. Alcanzado empero en las inmedia-
ciones de Pravia por dos condes de la parcialidad de Ramiro, á quienes llama
la historia Escipion y Sonna, fué llevado ante su afortunado rival, quien le
condenó á perder la vista y á pasar en un monasterio el resto de sus dias. Así,
dice Lafuente, subió al trono de Asturias el hijo de Bermudo el Diácono. El ven-
cido, el conde Nepociano, era pariente de Alfonso el Casto, y un ilustre y real
personage en el sentido gótico de la palabra, que ciñó en efecto la corona por
muy corto tiempo, y por esto la crónica Albeldense le coloca en la serie de
los reyes de Asturias (1). Esto no obstante, el nombre de Nepociano no figura en-
tre los primeros reyes de la independencia española en las historias posteriores
á dicha crónica, ni tampoco en la del contemporáneo Sebastian de Salamanca,
(1} Deindo Nepotianus, cognatus regis Adefonsis, dice la crónica Albeldense {n. 47). Post Ne-
potianum Ranimirus, añade.
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 469
ya á causa de su entronización tiránica, dice el maestro Florez, ya de los pocos
instantes que se mantuvo en el trono. x
Es indudable que Ramiro era hijo de Bermudo el Diácono, y así lo atestigua
Sebastian de Salamanca (1). La opinión de Pellicer y Mondejar que supone dos
Bermudos, el Diácono y otro, hijo de Fruela I, al cual hace padre de Ramiro,
no reposa en testimonio alguno (2).
De las guerras de Ramiro con los Moros no expresan las historias de aque-
lla edad sino que dos veces peleó con ellos y en entrambas fué vencedor (3). Por
lo mismo , dice Lafuente, y por no apoyarse en fundamento alguno racional histó-
rico , ha rechazado ya la sana crítica la famosa vicíoria de Glavijo que historia-
dores posteriores atribuyeron á este príncipe , y que ha constituido por si-
glos enteros una de las mas generalizadas y populares tradiciones españo-
las (4). El arzobispo Rodrigo, que escribió cuatrocientos años después de la
muerte de este rey , es el verdadero autor de la leyenda que de boca en boca y
de historia en historia ha llegado hasta los últimos años del siglo pasado como
un hecho positivo é indubitado. La sustancia de lo que contó el arzobispo y des-
pués de él tantos otros , es como sigue: Abderrahman, emir de Córdoba, pidió á
Ramiro el acostumbrado tributo de las cien doncellas (S) ; indignado el mo-
narca, llamó á la corle de León (6) á los principales de su reino, á los arzobis-
pos (7), obispos, abades y demás personas ilustres, y con el consejo de tan respe-
table congreso, mandó tomar las armas á todos los que por su edad y vigor eran
capaces de ellas, marchando desde luego contra los musulmanes, y empezando las
excursiones militares por la Rioja hasta Nájera y Albelda. Según la misma re-
lación, allí estaban los cristianos cuando se vieron de repente amenazados por un
ejército numerosísimo de Moros, no solo de España, sino de Marruecos y de otros
países de África. La batalla fué infelicísima para los Españoles, que se retiraron
fugitivos á llorar su desgracia en un collado que llaman Clavijo. El rey, en me-
dio de su tristeza y cuidados, se quedó adormecido y vio entre sueños al apóstol
Santiago , quien le alentó para que volviera el dia siguiente á la pelea , seguro de
que quedaría vencedor, pues él mismo, montado en un caballo blanco y con una
bandera del mismo color en la mano, combatiría á la cabeza del ejército y á la
vista de todos. Atónito el príncipe con la visión, comunicóla al amanecer á los
obispos y grandes de la corte, y luego todo el ejército, que oyó con aplauso in-
creíble tan alegre noticia, recibió los sacramentos y se puso en armas. Invocaron
los Españoles á Santiago , y con la asistencia visible del Apóstol , hicieron tan
gran matanza de infieles que fueron sesenta ó setenta mil los que quedaron ten-
(1 ) Post Adefonsi decessum Ranimirus, filius Veremundi principis, electus est in regnum, etc.
(2) «En suma, dos solos son los apoyos de la nueva opinión; la poca crítica de Pellicer, quepre-
flrió la autoridad de la Compostelana á la de todos los autores mas antiguos, y la disposición en que
estaba el marqués de Mondejar de asirse de cualquier cosa con tal que pudiese servirle para desa-
creditar á Mariana.» (Masdeu, Hist. crít., t. XII, p 134).
(3) Adversus Sarracenos bis pneliavit et victor extitit. (Sebast. Salm., Chr.)
(4) Hist. gen. de Esp., P. 2.a, 1. 1, c. XI.
(5) Véase lo que sobre esto hemos dicho en el reinado de Mauregato.
(6) En aquel tiempo, ni León era corte, ni habia salido aun de las tinieblas y ruinas en quo la
sepultaron los Árabes.
(7) Este título no se conocia aun en España.
470 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. (¡¡jos en el campo, sin los que fueron matando de camino hasta dentro de los
muros de Calahorra. Albelda, Calahorra y Clavijo fueron premio de esta victoria,
y en la segunda de estas ciudades, según el propio relato contenido en el diploma
de Ramiro, iiamado del Voto de Santiago, prometió la nación española, por agra-
decimiento y memoria de tan gran suceso, ofrecer anual y perpetuamente á la
iglesia de Santiago las primicias de la cosecha y vendimia, y dar al santo Apóstol
parte de todo el botinque se cogiese en las expediciones contra Moros, contándole
como el primer soldado de caballería del ejército cristiano, cuya percepción con-
tinuó realizándose hasta tiempos muy recientes (1). Esta es la relación de la ba-
talla de Clavijo tal como resulta del diploma del Voto, de donde le han copiado
los historiadores. Rodrigo de Toledo fué el primero en mencionarla en su obra (2),
y Mariana, que acogió sin examen ni crítica cuanto halló en el libro del arzobispo,
añadió por su cuenta no pocas circunstancias de la batalla.
Inútil nos parece insistir sobre la falsedad de este relato. Además del irre-
cusable testimonio que resulta del silencio de los cronistas anteriores á Rodrigo
de Toledo, es decir de los cronistas que escribieron en los cuatro siglos mas
próximos al supuesto acaecimiento, abundan las pruebas contra la autenticidad
del diploma del Voto, pruebas que han sido puestas de relieve por los mejores
críticos españoles (3). En sus escritos puédense ver los anacronismos que se ob-
servan en aquel documento.
Ramiro era sin embargo un rey guerrero , y si la historia poco ó nada nos
dice de sus guerras con los Árabes , explícanos como rechazó desde el principio
de su reinado un ataque de los Normandos y venció los reiterados esfuerzos de
sus rivales para arrebatarle la corona. La crónica no expresa la fecha precisa de
estas últimas tentativas, y solo nos dice que un conde palatino llamado Aldroito
se levantó contra el rey, y este mandó aplicarle la pena de ceguera prescrita en
las leyes visigodas. Otro rebelde, llamado Piniolo, también conde del palacio,
quiso destronar á Ramiro, y este le condenó á muerte junto con sus siete hijos (4).
¡Severidad terrible la del nuevo monarca, exclama Lafuente! Rien que Ramiro,
añade el mismo historiador, era inexorable y duro en el castigo de toda clase de
delitos. A los ladrones hacíales también sacar los ojos, con lo que purgó de sal-
teadores sus estados , y á los Agarenos y Magos les hacia quemar vivos. Este
rigor hizo que los cronistas de aquella edad le llamaran el de la vara de la jus-
ticia (5).
sis liemos dicho que Ramiro rechazó á principios de su reinado un ataque de
(4) Véase el Diario de las sesiones de las Cortes de Cádiz de 481 2, y Toreno, Rev. de Esp. 1. XXI.
(2; De Kebus Hispanic, in Nebriense.
(3) José Pérez, Dissertationes Ecclesiasticfie, tit. Diploma celebcrrimum de Voto, p. 286 y sig.—
Véase también la disertación del canónigo de Lugo D. Joaquín Antonio del Camino, impresa en el
tomo IV de las Memorias de la Real Academia de la ¡listaría; Ortiz, Discurso Idstórico-leaal sobre el
pretendido diploma del Voto de Santiago; Florez, Esp. Sag., t. XIX; Ferreras, Sinopsis, t. IV; Masdeu,
Hist. Crít.. t. XII, etc.
(4) Interim Ranimirus princeps bellis civilibus s;epó impulsus est: nam comes palatii Aldoroi-
tus adversus rcgcm meditans, regio praicepto exca'catus est. Piniolus etiam, qui posteum comes
palatii fuit, patula tyrannide adversus regem surrexit: et ab eo una cum septem fiiiis suis inte-
remptus est (Sebast. Salm. Chr , núm. 24).
i5) Virga justitiae fuit. Latronus oculos evellendo abstulit; magicis per ignem finem imposuit:
sibiquc tyrannos mira celeritate subvcrtit atque eitcrminavit (Chr. Albeld. n.* 59].
A. de J.
CAP. XI.— ESPAÑA ÁRABE. 471
los Normandos, quienes á fines de 843 llevaron sus excursiones mas lejos de lo
que antes se habían atrevido. Con una armada de setenta naves , bajo el mando
de un caudillo llamado Wittingur , penetraron por primera vez por el océano
Cantábrico y amenazaron las playas de Asturias. Hacen su primera tentativa de
desembarque en Gijon, pero intimidados por las fortificaciones de la ciudad y la
actitud resuelta de los habitantes , pasan adelante yendo á desembarcar mas
allá del cabo Ortegal, cerca del antiguo puerto de Brigantium, en el dia la Coru-
ña, sembrando la desolación por los territorios inmediatos. Ramiro despachó in-
mediatamente un ejército contra ellos, y consiguió con el valor de sus tropas
que los enemigos, después de haber perdido en tierra mucha gente y en el mar
algunas naves, se apartasen de aquellas costas para probar mejor fortuna en
las de Portugal y Andalucía. — Los que se libraron de la matanza, dice Sebastian,
penetraron en Hispalis, ciudad de España, hicieron en ella gran botin, y dieron
muerte por el hierro y el fuego á gran número de Caldeos (1). — Así llama pol-
lo regular Sebastian á los Árabes andaluces, porque muchas de sus tribus eran
originarias de Caldea.
Este relato concuerda perfectamente con el de los Árabes. — En el año 229
(843), dicen estos, vinieron á las costas de Alisbona cincuenta y cuatro naves
normandas (2). Estuvieron delante de la ciudad trece dias talando y quemando
los campos y las poblaciones, y allegadas por los caudillos muslimes las gentes
de las comarcas, los Normandos se embarcaron con sus presas y desaparecieron.
Poco después volvieron á infestar las costas délos Algarbes, corriendo la tierra
hasta Sidonia; algunas de sus naves llegaron hasta África, pero reunidas luego 84*
todas en la desembocadura del Guadalquivir en el año 230, entraron en el rio el
dia 8 de la luna de muharram (25 de setiembre de 844) y subieron hasta Sevilla.
Cuando en una ú otra ribera divisaban un pueblo ó aldea que tentaba su codicia,
saltaban atierra, la devastaban y trasladaban los despojos á sus naves. Así di-
fundieron el espanto por todas las poblaciones ribereñas , hasta que llegados á
Cabtal, pelearon y vencieron á las tropas de la comarca que estaban allí reuni-
(í) Estas atrevidas expediciones de los Normandos causaron gran sensación en Europa, y se
hallan mencionadas en todas las crónicas de la época. Los Anales de San Bertin lo hacen en los si-
guientes términos: — Nortamnni per Garrondam Tolosam usque proficiscentes, prsedas passim im-
puneque perficiunt. Unde regressi quidam, Galliciamque aggressi, partim balistariorum occursu,
partim tempestate maris intercepti, dispereuut: sed et quidam eorum, ulterioris Hispaniae partes
adorsi, diu acriterque cum Sarracenis dimicantes, tándem victi resiliunt (Annal. Bertin., ad anno
844). El texto de Sebastian dice así:— Itaque subsequenti tempore Nordomannorum classes per sep-
tentrionalem Oceanum ad littus Gegionis civitatis adveniunt, et inde ad locum qui dicitur Farum
Bregantium perrexerunt: quod ut comperit Ranimirus jam actusrex, missit adversus eos exerci-
tum, cum ducilliis etcomitibus, et multitudinem eorum interfecit, ac naves igne combussit: qu¡
vero ex eis remanserunt civitatem Hispaniae Hispalim irruperunt, et praedam ex ea capientes, plu-
rimos Chaldaeorum gladio atque igne interfecerunt (núm. 23).— Ignórase donde el monge Silense, que
copia en todo lo demás á Sebastian de Salamanca (Chr. monach. Silen, p. 289), ha tomado el nú-
mero de 70 que pretende ser el de las naves normandas perdidas en aquel entonces.
(2) En otro lugar de este tomo hemos caracterizado á estos terribles piratas.— Los escrito-
res árabes los pintan con tan negros colores como los cristianos: — Los Magioges (Normandos), dice
Conde (P. 2.', c. XLIV), gentes fieras, habitadores de las últimas tierras boreales, robaban las po-
blaciones, y degollaban á cuantos podian haber á las manos con bárbara crueldad, sin perdonar á
mugeres, niños ni ancianos, ni aun á los animales domésticos: cuando no hallaban ya presas que ha-
cer incendiaban y destruían los edificios, talaban los campos, y eran enemigos de todo el género
humano.
572 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c. das. Saquearon en seguida el arrabal de Sevilla, cuyos habitantes habian huido
á Garmona, y se fortificaron en Tablada, pero los esforzados muslimes de la ciu-
dad los vencieron, y el dia 12 de la misma luna se retiraron, sabiendo que iban
contra ellos quince naves que enviaba Abderrahman con muy escogida gente.
En su retirada desembarcaron otra vez en las costas de los Algarbes , anies
que las tropas de Mérida , Senterin y Colimria hubiesen acudido para guardar
aquellas playas. Abderrahman había ido al frente de su caballería en auxilio de
Sevilla, y al llegar encontró los edificios derribados y los muros destruidos ; to-
do lo mandó reparar , y para resistir en adelante á aquellos nuevos y terribles
enemigos, mandó construir muchas naves en Cádiz, Cartagena y Tarragona. Con-
fió el cuidado de los avisos y comunicaciones de mar y tierra á su hijo Yacub,
llamado Abu Cosa, y ordenó que hubiese en todas las capitanías de España un
sahib el herid (capitán de veredas), con cieno número de correos á caballo en-
cargados de llevar con mucha diligencia de un lugar á otro las noticias y los
mandamientos del gobierno (1).
Tales fueron las disposiciones tomadas por Abderrahman para la defensa
846. de España. Por aquel tiempo, en el año 232 (846), hubo en nuestra península
gran sequía; los ganados perecían por falta de abrevaderos, se abrasaron las
viñas y árboles frutales, faltaron las cosechas de trigo y cebada, y llegaron de
África enjambres de langostas que no dejaron un tallo de yerba en todo el cam-
po. Muchas gentes de España, huyendo del hambre , pasaron á África á pesar de
la gran escasez que allí reinaba, y como en el siguiente año continuase la carestía y
falta de frutos, perdonó Abderrahman álos pueblos el diezmo que debían pagarle,
y abrió obras públicas á fin de ocupar y mantener á los pobres, á quienes pagaba
de sus ahorros particulares. Levantó la Ruzafa á la orilla del rio de Córdoba,
hizo traer agua de la sierra en encañados de plomo, mandó labrar muchas fuen-
tes en la ciudad y baños de mármol para comodidad de los vecinos , reparó
con magnificencia los dos palacios de Meruan y de Mugueit y otros hermosos
edificios de Córdoba y, según hemos dicho , embelleció la capital con muchas
y costosas obras. Durante su reinado se empedraron por primera vez las calles
de Córdoba, y la antigua ciudad patricia llegó á un grado de esplendor desco-
nocido hasta entonces.
También Ramiro, entre sus bélicas ocupaciones pensó en embellecer la ca-
pital de su poco antes miserable reino. No menos piadoso y devoto que sus pre-
decesores, erigió cerca de Oviedo varios templos, que aun subsisten en el dia,
notables, no solo por su solidez , sino también por cierta regular proporción y
belleza de arquitectura que justifica las alabanzas que les prodiga el cronista
Salmantino. Entre ellos es notable el que bajo la advocación de Santa María
edificó en la falda del monte llamado Naranco, á media legua de Oviedo.
Mientras esto sucedía, la tierra de los Godos (Gothalania), entre el Ebro y los
Pirineos, era teatro de una lucha encarnizada entre las facciones que en ella se
disputaban el poder, favoreciendo varias circunstancias las pretensiones de los
partidos. Luego de acaecida la muerte de Luis el Pió, estalló una guerra entre
sus hijos, manifestándose sobre lodo irritados los descendientes de Pepino por la
(i) Conde, P. 2.', c. XLV.
CAP. XI, — ESPAÑA ÁRABE. 473
exclusión á que se les condenaba. Estos últimos formaron en la Sepümania un
partido contra Carlos el Calvo, y á lo que parece, Bernardo, conde de Barcelona,
entró secretamente en esta parcialidad, con la idea, dicen algunos, de declararse
independiente en los países colocados bajo su gobierno. Por esío ó por otras
causas, Carlos llamó á Bernardo á una asamblea que convocó en Tolosa, y según
los anales de San Berlín, convencido el conde de crimen de lesa majestad (ma-
jestatis reus), fué condenado á sufrir la pena capilai (1). Añaden otros que Ber-
nardo fué muerto por la propia mano de Carlos, y en los Anales de Metz se
lee lo siguiente sobre este trágico suceso: «Carlos mató á Bernardo, duque de
los Barceloneses, que se presen laba á él lleno de confianza, sin sospechar nin-
gún daño de parte del rey (2).» Oigamos, empero, un testimonio mas detallado:
«Mientras que con la mano izquierda y como si hubiese querido levantarle, di-
cen los Anales Fuldenses, cogió el rey el cuerpo del conde, con la otra hundió-
le un puñal en el costado, y así le mató cruelmente, no sin crimen, puesio que
violaba con ello la religión y la fe jurada, ni sin sospecha de haber cometido
un parricidio, pues era común opinión que Bernardo era su padre, lo mismo que
era su semblante un testimonio natural éirrecusable del adulterio maternal. Des-
pués de este deplorable asesinato, bajó de su trono salpicado de sangre y, po-
niendo el pié sobre el cadáver, dijo: — «Maldüo seas que has mancillado el lecho
de mi padre y tu señor (3).»
Veamos ahora las consecuencias de esta muerte en lo que se refiere á la
his'oria que eslamos escribiendo. Bernardo tenia un hijo, llamado Guillermo,
que no dejaba de ejercer cierta influencia en la Marca gótica, y que deseando ven-
gar á toda costa á su infeliz padre, se levantó contra Carlos el Calvo, reunió sus
numerosos parciales y atacó á Aledran, conde nombrado por el rey en lugar de
Bernardo, que, en su calidad de godo y pariente del penúltimo conde de Bar-
celona Berenguer, perseguía á la facción franca. Para asegurar mejor el éxito
de su rebelión, el insano mozo, llevado por sus deseos de venganza, coligóse con
el emir de Córdoba y puso en armas toda la Galia gótica, declarándose en
favor del despojado hijo de Pepino. Esla rebelión fué como la señal de otras mu-
chas, y dio motivo á los partidarios del último para levantar su bandera en
Septimania y en territorio aquitano. Al propio tiempo el conde Sancho, á quien
algunos llaman Aznar, se sublevaba en la Vasconia contra Carlos el Calvo, de
modo que en el año cuadragésimo quinto del siglo ix eran todo turbulencias y
guerras desde Pamplona á Barcelona. Así á lo menos puede inferirse desiertas
palabras de san Eulogio de Córdoba, quien refiere en una de sus cartas que, ha-
biéndose puesto en viaje para Francia, donde residían sus hermanos, no le fué
posible pasar los Pirineos, á causa de las partidas armadas que los infestaban (4).
(1) Annal Bertin., ad ann 844.
(2j Karolus Bernhardum Barcilonensem ( los Anales Fuldenses dicen Barcenonensem ) du-
cem incautum, et nihil malí ab eo suspicantem occidit. (Annal. Metens., eod.ann.)
(3) Hist gen. del Languedoc, t. I, p. 83.
(4) Wilhelmi toda Gothia perturbata erat incursu. .. ausilio fretus Habdarraghmanis regis
Arabum.... invia et indibilia cuneta reddiderat ipsa iterum, quse Pampilonem et Seburicos li-
mitat, Gallia Comata , in excidium prfledieti Caroli contumaciores cervices factionibus comitis San-
cii Sancionis erigens, contra jus praefati principis veniens, totum illud obsidens iter, immane pe-
TrtMO II. 60
474 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c. Semejante esiado de lucha, cuyos detalles no nos explican las memorias contem-
847 poráneas, se prolongó hasta el año 847, ven medio délas inevilables vicisitudes de
tan complicadas guerras, mezcladas sin duda con muchas intrigas y singulares
alianzas, Guillermo, apoyado por los Árabes, sostuvo vigorosamente su parcialidad
contra Carlos el Calvo; pero en dicho año, á consecuencia de negociaciones que se
ignoran, el rey franco celebró la paz con el emir de Córdoba, y le separó del par-
tido de los rebeldes (1). Sin desalentarse, Guillermo continuó solo la lucha, y
sis. mas, á lo que parece, por astucia que por fuerza de armas, logró apoderarse de
849- Barcelona y de Ampurias en 848, y de la persona del conde Aledran en 849 (2).
850. Su triunfo, empero, fué de muy corta duración, pues en el siguiente año sus con-
trarios le vencieron y le dieron muerte, y repusieron á Aledran en el condado
de Barcelona. Durante este mismo año rompióse de nuevo la paz entre Árabes
y Francos, pareciendo haber sido la causa de este rompimiento la intercesión de
Carlos el Calvo en favor de los cristianos españoles durante la persecución que
sufrieron de parle de Abderrahman II, según mas adelante veremos (3). Las na-
ves agarenas atacaron la Provenza é hicieron sufrir las mas grandes calamida-
des á los pueblos de la costa y en especial á la ciudad de Arles, aun cuando su
armada pereció al regreso á consecuencia de una tempestad.
En este mismo año terminó el glorioso reinado del primer Ramiro; sus res-
tos mortales fueron sepultados en el panteón de los reyes erigido por Alfonso el
Casto, y su muerte no alteró la especie de armisticio tácito que habia entonces
entre los Sarracenos y los cristianos de Galicia (4).
Cataluña era el principal teatro de la guerra entre Árabes y Francos, y dos
851 ejércitos musulmanes pasaron el Ebro; el uno, á las órdenes del wali de Zarago-
za, penetró por los valles inferiores de los Pirineos, donde se apoderó de mu-
chas fortalezas, mientras el otro, mandado por Aben Abdelkerim, llegó delante
de Barcelona y asaltó sus muros. Los Judíos que, á lo que parece, eran muy nu-
merosos en la ciudad, lomaron partido á favor de los Árabes y fueron causa de
que estos pudiesen apoderarse de sus puertas (5), al propio tiempo que una nue-
va armada musulmana sembraba el terror por las costas de Provenza y entre-
gaba á las llamas un arrabal de Marsella. A lo que se cree, no se empeñó Ab-
derrahman en conservar su nueva conquisla, contentándose con desmantelarla y
perseguir al enemigo hasta tierras de los Francos (6). Barcelona sufrió mucho
con semejante golpe, y hasta bastante tiempo después no la vemos figurar de
nuevo en las crónicas francas como una ciudad de su dominación. Del con-
de Aledran, competidor de Guillermo, nada puede decirse sino que en 852 no
era ya gobernador de Barcelona, ya hubiese muerto en su defensa el año ante-
riculum commeantibus ingerebat (Sanct. Eulog. Epist. Wuiliesindo Pampilonensi sedis episc, i»
Hisp. illustr., t. IV, p. 328).
(4) Dom Bouquet, t. Vil, p. 42, 64 y 66.
(2; Guielmus, filius Bernardi, Impurium et Barcinonam, dolo magis quam vi capit. (Annal.
Bertin., ad ana 848).
(3 Dom Bonquet, t. VII, p. 64, 74 y 354.
(4) Febast. Salm. y Chr.Albeld.
(5) Mauri Barcinoncm, Judaeis prodentibus, capiunt, interfectisque pené ómnibus Christianis
et urbe vastata, impune redeunt (Aunal. Bertin., ad ann. 852).
(6) Murpby, c. 3.
CAP. XI.— ESPAÑA ÁRABE. 475
rior, ya hubiese sido llamado á otras funciones. Su sucesor tuvo por nombre A' d® J
Udalrico.
En la época en que Abderrahman acababa de realzar así en la Galia la gloria
del nombre mahometano, recibió en Córdoba un nuevo testimonio del alto con-
cepto en que le tenían los emperadores de Oriente. Teófilo, vencido por el suce-
sor de Almamun , Almoatesim , envióle por segunda vez embajadores , solici-
tando con urgencia su alianza y su ayuda contra el califa de Bagdad.
La fortuna que guiara en la Marca gótica á las armas musulmanas, los
triunfos que adquiría su marina en sus repelidas excursiones contra las islas y
las cosías de la Galia meridional y del mar de Toscana, hicieron entonces de los
Sarracenos españoles un objeto de espanto para la Europa entera. Su marina ha-
bía tomado en los últimos tiempos un desarrollo extraordinario, y no era el
menos temible de sus medios de agresión. Naves salidas de los puertos de Espa-
ña habían penetrado mas de una vez en el Adriático y en el mar de Siria, y
uno de sus buques, al cual el cronista califica de sorprendente por su considera-
ble magnitud, y que de lejos, dice, parecía un baluarte, atrevióse á doblar el cabo
de la Coruña y á penetrar en el Océano tenebroso, tan temido por los Árabes (1).
Después de amenazar con un desembarco á la isla de Oya en Bretaña, en la de-
sembocadura del Loire, retrocedió á consecuencia de un terror pánico, cuyo re-
lato nos ha conservado el historiador cristiano (2).
Los autores árabes hablan con escasos detalles de estas expediciones marí-
timas de los Musulmanes españoles contra los estados cristianos, y aun á veces
no llegan siquiera á mencionarlas , vacio que llenan casi siempre las crónicas
cristianas. Resulla en efecto de los monumentos mas auténticos que el imperio
del Mediterráneo pertenecía entonces á los Sarracenos de toda raza, pero princi-
palmente á los Musulmanes de España. El papel que desempeñaron en la Ita-
lia meridional lo prueba de un modo evidente. Vérnoslos intervenir en una
contienda sobrevenida entre Siconulfo , duque de Salerno y de Amalfi, y Radel-
giso, duque de Benevento, y, llamados en auxilio del primero apoderarse de la
ciudad de Tárenlo, mientras que los Musulmanes de Sicilia, aliados de Radel-
giso, se hacian dueños de Barí en la entrada del mar Adriático. Con la ayuda de
los Musulmanes españoles, Siconulfo quedó vencedor de su enemigo y le expulsó
de Benevento ; pero sus aliados islamitas, no queriendo renunciar á los benefi-
cios que se habían prometido al ver abiertas á sus armas las puertas de Italia,
atreviéronse á penetrar hasta los muros de Roma , devastaron sus arrabales , y
saquearon las iglesias de San Pedro y San Pablo, siuadas extramuros, en el ca-
mino de Ostia : gran conflicto y sobresalto grande para toda la cristiandad.
Que los aliados de Siconulfo fuesen Árabes andaluces, es cosa sobie la cual
(1) «Ignórase lo que puede haber mas allá de aquel Océano, dice el Edris, que escribia muchos
siglos después; nadie puede saber sobre aquel mar coi-a alguna positiva á causa de su difícil y
peligrosa navegación, de s us profundas aguas y de sus frecuentes tempestades. Témense también
los enormes monstruos que lo surcan y los huracanes que en él reinan, y á pesar de hallarse
allí muchas islas, habitadas las unas y desiertas las otras, no hay marino que se atreva á navegar
por sus profundidades á no ser sguiendo la costa sin perderla jamás de vista. Las olas de aquel
mar aunque se agitan de continuo y se elevan como montañas, no llegan á romper nunca, que si lo
hicieran seria imposible sostenerse en ellas y atravesarlas.» (Gegr. Nubiens., iv Clima).
(2) Dom Bouquet, t. VI, p. 308.
¿76 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
no cabe la menor duda (1), pero no es tan cierto que pertenecieran al mismo
pueblo los Sarracenos que llevaron la desolación hasta las puertas de la capital
del mundo crisüano. Cuando menos ha de decirse que no existe texto alguno que
así lo manifieste, y Gibbon atribuye explícitamente el silio de Roma á un ejérci-
to musulmán procedente de las costas de África. Los anales francos, y en espe-
cial los de San Bertin, dan muy curiosos detalles sobre esia atrevida empresa,
pero como no designan á los devastadores de la campiña romana sino con el
nombre de Sarracenos ó Moros que daban indistintamente á los Musulmanes de
cualquier país, no es fácil determinar de un modo positivo si el hecho referido
pertenece á nuestros Árabes andaluces ó á los Árabes de la Libia y de la costa
mauritana, muy dispuestos entonces para semejante expedición, como lo prueba
la reciente conquista que acababan de hacer de la Sicilia.
Por aquel tiempo los cristianos de Córdoba hubieron de sufrir dias amargos
y de ruda prueba ; la tormenta de la persecución descargaba ya con furia sobre
aquellos íieles que hasta entonces habían logrado gozar de cierta libertad y re-
poso, y á la era de tolerancia habia sucedido una era de martirio. ¿ Qué habia
motivado este cambio ?— Para ia inteligencia de nuestro sucesivo relato, es indis-
pensable dar aquí algunas explicaciones acerca de los principios de la legislación
musulmana acerca de las demás religiones. Según ella, los cristianos gozaban del
libre ejercicio de su culto, con tal que permaneciesen sumisos y pagasen tributo;
conservaban el uso de sus iglesias, pero no podían edificar otras nuevas, en vir-
tud de aquellas palabras de Mahoma : «No permitáis que los infieles levanten
sinagogas, iglesias ni templos nuevos , pero dejadles que reparen los edificios
antiguos, y aun que los reconstruyan, con tal que sea sobre su antigua área (2). »
Córdoba contaba en su recinto tres iglesias y tres monasterios ; eran las prime-
ras la de San Cipriano , la de San Ginés y la de Sanfa Eulalia , y los segundos
el de San Zoilo , el de San Acisclo y el de los santos mártires Fausto , Javier y
Marcial. Extramuros existían ocho monasterios : uno bajo la invocación de san
Cristóbal en la orilla izquierda del Guadalquivir , el segundo en los montes in-
mediatos dedicado á la Virgen María, y llamado monasterium C 'ate ciar e ns e ; el
tercero (monasterium Tabanense) en los mismos montes , y otros cinco por
fin en aquellas inmediaciones, consagrados el primero al Salvador, el segundo á
san Zoilo y los otros tres á san Félix, al bienaventurado Martin de Tous y á los
santos mártires Justo y Pastor. En todos estos templos, tocábanse las campanas
para reunir al pueblo , quien asistía á los divinos oficios sin que nadie se opu-
siera á ello. Los ministros del culto llevaban en púbiieo el hábito ele su instituto,
y los monges de las varias órdenes transitaban por las calles con la barba afei-
tada ó crecida y con sus coronas y tonsuras, según las antiguas coslumbres. Sin
embargo, para gozar de estas libertades era condición indispensable ser cristiano
ó hijo de padres que profesasen la misma religión ; el nacido de un musuiman y
[\) El siguiente texto lo prueba de un modo irrecusable: — Interea Siconulfus Beneventum
crebris pr.i liis graviter affligcbat, atque, ut dici solet, malo arboris nodo malus infigendus est cu-
neus, contra Agarenos Had¿}lg¡si Libycos, Ismaelitas Hispanos accivit (Muratori t. II, p. 241).
(2) «Algunos doctores llegan á exigir, dice M. Hcinaud (Invasiones de los Sarracenos, p 277),
que al reconstruir la iglesia se emplee la misma tierra, las mismas piedras, y en una palabra, los
mismos materiales. »
CAP. XI. — ESPAÑA ÁRABE. 177
una cristiana ó de un cristiano y una musulmana, el mulado ó muzlita (1) habia
de pertenecer á la religión de Mahoma , en virtud de estas palabras del profeta:
« El hijo de padre y madre de religión distinta , seguirá por necesidad aquella
que sea mejor. » Ahora bien, para los Musulmanes la religión mejor es la suya »
y el magistrado podia obligar por fuerza á profesarla al hombre que hubiese na-
cido en las circunstancias dichas. El cristiano que pisaba una mezquita habia
de abrazar la fe de Mahoma ó era mutilado de pies y manos. El que una vez lle-
gaba á pronunciar estas palabras de su símbolo : no hay mas Dios que Dios y
Mahoma su Profeta, aunque fuese solo por juego ó en estado de embriaguez,
era tenido ya por musulmán y no era libre de profesar otro culto. El que tenia
comercio con mujer musulmana entendíase que abrazaba su religión. El cristia-
no que de hecho ó de palabra injuriaba á Mahoma ó á su religión, no tenia otra
alternativa que el islamismo ó la muerte.
Con esto se comprenderá si tenían los conquistadores mil ocasiones y pre-
textos para molestar y perseguir á los vencidos Españoles , mayormente cuando
á pesar de la tolerancia que practicaba el gobierno musulmán , y á pesar de ha-
ber adoptado gran parte de los Mozárabes el turbante , el albornoz y el calzón
ancho de los Moros , conservábanse como era natural vehementes antipatías en-
tre los individuos de las dos religiones. Entre ciertas clases del pueblo, dice La-
fuente (2), es difícil si no imposible que haya la suficiente prudencia para disimu-
lar estos odios y animosidades, y que no las dejen estallar en actos positivos de
recíproca hostilidad ; y esto era lo que acontecía sin que bastara á evitarlo el ce-
lo y vigilancia así de los cadíes árabes como de los condes cristianos. « Ninguno
de nosotros, escribía por aquel tiempo un cristiano (852), se atreve á manifestar
abiertamente sus creencias , y cuando sus sagrados deberes obligan á los ecle-
siásticos á presentarse en público, luego que los Musulmanes ven en ellos las in-
signias de su orden, los insultan y los persiguen á pedradas. Si oyen el sonido
de la campana, prorumpen en maldiciones contra la religión de Cristo (3). » Los
cristianos por su parte, al oir al muezzin (4) llamar á la oración á los muslimes,
apresurábanse á exclamar : Salva nos, Domine, ab audito malo, et nuno, et in
ceternum. Con esto y otras cosas análogas, exasperábanse unos y otros, y á la
provocación y á los denuestos seguíanse los alborotos , las violencias y las riñas.
Envenenada la contienda y llevados muchos cristianos ante los tribunales,
sintieron nacer en sus corazones el santo amor del martirio, que algunos sacer-
dotes, y principalmente el presbítero Eulogio, varón muy versado en las letras
divinas y humanas, represenlábanles como la mas incomparable felicidad que pu-
diesen alcanzar en la tierra. No temiendo y buscando para sí mismo la muerte,
Eulogio predicaba á todos la constancia de los primeros confesores, y encarcela-
das dos jóvenes doncellas cristianas, llamadas Flora y María, compuso un libro
titulado : Enseñanza para el martirio, con cuyas palabras, dice su biógrafo, en-
(1) De este nombre se ha derivado nuestra palabra mulato.
(2) Hist. grn. de Esp., P. 2.a, 1. 1, c. XI.
(3 Alvarii Indiculus luminosus, en Florez, Esp. Sag., t. XI, p. 229.
(4) Lis funciones del muezzin consisten en anunciar las horas del rezo desde lo alto de las
mezquitas.
478 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
señóles á despreciar los tormentos (1). Multitud de sacerdotes, de vírgenes , de
hombres de todas las clases del pueblo fueron martirizados en esle sangriento
período, sufriendo todos la muerte con una heroicidad que recordaba la de los pri-
mitivos tiempos de la Iglesia. Eulogio celebró su constancia cou el merecido en-
tusiasmo, y en sus escritos y en su vida por Alvaro de Córdoba, hállanse todos
los detalles de esta persecución que tantas víctimas causó, y que, triste episodio
del reinado que estamos relatando, se prolongó hasta el siguiente (2).
Yióse con este motivo, refiere Lafuente, un fenómeno singular en la histo-
ria de los pueblos: el de un concilio de obispos católicos congregado de orden de
un califa musulmán. Seguro el emir de que cada suplicio que mandaba no hacia
mas que provocar la espontaneidad de los martirios, convocó en 852 un concilio
nacional de obispos mozárabes en Córdoba, que fué presidido por Recafredo,
metropolitano de Sevilla. La asamblea decretó no haber de considerarse como
mártires aquellos cristianos que con sus insultos ó provocaciones exasperaran á
los infieles y recibiesen por ello la muerte, doctrina que, aunque conforme al
espíritu de los apóstoles y á la prudencia y mansuetud manifestada siempre por
la Iglesia, no dejó de causar vivo disgusto en muchos, hasta el punto de decir el
historiador Mariana que los cristianos eran combatidos por frente de los bárba-
ros , y por las espaldas de aquellos que estaban obligados á favorecerlos y ani-
marlos. También Eulogio escribió con ardor contra esta doctrina calificándola
de debilidad deplorable, y como, á pesar de todo, no cesara la santa audacia de
los fieles ni el rigor de los mahometanos, siguiéronse repetidos suplicios y una
gran dispersión de mozárabes.
Después de un reinado de cerca de treinta y un años, Abderrahman II murió
el último dia de la luna de safar del año 238 (19 de agosto de 852), á la edad
de sesenta y cinco años, tres meses y seis días (3). Sucumbió, á lo que parece, á
un ataque de apoplegía, y los cristianos que tantos motivos de queja tenian con-
tra él, consideraron su muerte como un castigo del cielo. Dicen nuestras crónicas
que, asomándose una tarde á las ventanas de su alcázar, y viendo algunos cuer-
pos de mártires colgados á orillas del rio, los mandó quemar y que, hecho esto,
le acometió un accidente que causó su fallecimiento aquella misma noche. Las
historias musulmanas aseguran que su muerte fué llorada por sus pueblos como
la de un padre, y se deshacen en elogios de él por su magnificencia. Profunda-
mente instruido en materias religiosas, estaba igualmente versado en las ciencias
naturales, y era tan buen guerrero como distinguido sabio y poeta. Levantó pala-
cios, trazó magníficos jardines, y á ejemplo de tos emperadores romanos, mandó
construir en toda España puentes, templos y acueductos, habiendo añadido dos
nuevos pórticos á la gran mezquita de Córdoba. En su tiempo las rentas anuales
del Estado se elevaron á 1.000,000 de dinares, cuando bajo sus predecesores no
(4) lbi sanclis virginibus Flora? et Mari», pro fíde comprehensis, illud documentum martyra-
le uno libro composuit, in quo eas ad marlyrium verbis tenacissimis solida vit, easque ct per se
verbis et per epístolas moriera contemnero docuit (Divi Eulogii Vita, auctore Alvaro, Hisp. illustr,,
t. IV, p 224).
(2) Hasta la muerte de Eulogio, que fué decapitado en Córdoba en 859 en tiempo de Muhamad,
bijo y sucesor de Abderrahman II.
(3) Conde, P. 2 a, c. XLVI.
CAP. XI.— ESPAÑA ÁRABE. 479
habían excedido nunca de 600,000. Abderrahman fué el primero en adoptar la
costumbre de no salir en público sino en las grandes solemnidades, á fin de au-
mentar, decía, el respeto hacia la persona del soberano. Los autores árabes no
están conformes en el número de sus hijos; uno de ellos le da cuarenta y cinco
hijos varones y cuarenta y una hembras, al paso que otro pretende que dejó has-
ta ciento cincuenta hijos varones y cincuenta hijas (1) . Había hecho grabar en
su sello la siguiente divisa: «El servidor del misericordioso (Abd el Rahman) obe-
dece con alegría los decretos de Alá.» Esta divisa, que él inventó y que fué el
primero en usar, fué luego adoptada por sus sucesores del mismo nombre (2).
Por diferentes pasages de nuestro relato ha podido venirse en conocimiento
de cuan cultivada era la poesía en la corte de Abderrahman, y la música, aunque
prohibida en cierto modo á los mahometanos por un versículo del Coran (3), no
era menos estimada; los que profesaban este arte fueron honrados en este siglo
de un modo particular, en Oriente por los califas abassidas , y en Occidente por
Abderrahman II y sus sucesores. Por desgracia los escritores árabes que con
mas entusiasmo celebran los maravillosos efectos de la música, nada nos dicen
de positivo acerca de los varios géneros de sus melodías ni de las reglas de su can-
to, á no ser que tenian cuatro frases armónicas ó modos principales, que llamabau
raices, á los que daban el nombre de las diferentes regiones de donde proba-
blemente les habían venido. Dichos cuatro modos tenian cierto número de deri-
vados , adoptarlo cada uno á un género particular de poesía ó á la expresión de
un sentimiento distinto. De estos modos, ó por mejor decir raices, la llamada Ishak
estaba destinada al amor, y los cantos elegiacos se modulaban según la llamada
Dughiah. Esto no obstante, el arte musical estaba contenido en tan estrechos lí-
mites, que sus variados acompañamientos no salían jamás de una octava. Entre la
escala arábiga y la italiana hay tan notable semejanza, que es muy probable que
la antigua enseñanza musical, llamada comunmente solfeo, se debe á los Árabes
andaluces (4), y hay muchas razones para creer haber sido ellos los inventores de
las notas actualmente usadas, base esencial del arte moderno, sin que Guid'Arezzo
hiciera mas que modificarlas y vulgarizarlas en Europa (5). Sea de esto lo que
fuere, es lo cierto que el arte musical fué en aquella época muy cultivado por los
Árabes > y que Abderrahman manifestaba por los grandes músicos la mas viva
predilección. Disputábalos á sus rivales los califas de Asia, y habiéndole hablado
un viajero del mérito y gran celebridad de que gozaba en Oriente Alí ben Zeriab,
famoso músico del Irak, envióle una especie de embajada para que le hiciese
magníficas proposiciones en caso deque quisiera trasladarse á Córdoba. Acep-
[4) Murphy, c. 3.
(2) Abderrahman significa literalmente servidor del misericordioso. — La mayor parte de los
nombres árabes tienen como el dicho un significado propio y característico.
(3) Entre los manuscritos árabes del Escorial, Casiri describe dos tratados sobre la materia ,
cuyo objeto es probar que el cultivo de la música en nada es contrario á la ley. Bibl. Hispana. -
Arab., 1. 1, p. 483.
(4) Sus notas eran llamadas A la mi re; B fa re mi; C sol fa ut (Laborde, ensayos sobre la mú-
sica antigua y moderna, t. I, p. 477).
(5) Debérnosles indudablemente la invención del laúd (el aud) , al que consideraban como el
mejor de los instrumentos. Usaban también del órgano, de la flauta, del arpa y de varias clases de
guitarras. Este último instrumento, cuyo nombre es árabe (kytara) era el favorito de los conquis-
tadores de España.
480 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
tadas estas, el emir salió á caballo al encuentro del artista y le hospedó en su
palacio. Este sabio, según le califica la crónica arábiga, formó en Córdoba gran
número de discípulos que igualaron después á los mas famosos de Oriente (l).
La poesía, la elocuencia, las artes todas fueron honradas y cultivadas du-
rante este reinado, y entre todos los placeres, prefería Abderrahman, según nos
dice su biógrafo, el que le proporcionaba la lectura de buenos libros (2). Todo
esto justifica los elogios que al reinado de Abderrahman II se han dispensado,
y manifiesta el grado de cultura y refinamiento á que ya en sus costumbres ha-
bían llegado los Musulmanes españoles.
(4) Conde, P. 2.a, c. XL.
(2) Murphy, c. 3. — La guerra, los ejercicios corporales y la lectura son considerados por los
Árabes como las mas nobles ocupaciones de los hombres, loque resume poéticamente este prover-
bio: «El mejor lugar es en el mundo la silla de un corcel fogoso; el mejor amigo es un buen libro.»
CAP. XII — ESPAÑA ÁRABE. 481
CAPÍTULO XII.
Reinado de Muhamad I. — Contiendas entre loshanbalistas y los malekitas.— Continúala persecución
contra los cristianos. — Eulogio, Alvaro, Sarason. — Concilios en Córdoba — Apostasfas.— Guerra
contra los Francos y los Gallegos. — Ordoño I de Asturias.— Sus primeras victorias. — Desgracia y
rebelión de Muza y de su hijo Lopia ben Muza, valí de Toledo. — Guerras que fueron su conse-
cuencia.—Alianza de Muza con los Navarros.— Verdadera batalla de Clavijo. — Toma de Toledo
por el emir.— Nueva irrupción marítima de los Normandos en Galicia y en Andalucía.— Expedi-
ciones de Ordoño contra los Árabes. — Rebelión de Hafsun.- La España oruntídse separado
Córdoba. — Matanza de los Musulmanes en los campos de Alcañiz. — Vicisitudes de la guerra con-
tra Hafsun y los cristianos del norte de la Península. — Batalla de Rotah el Yehud. Fin del reina-
do de Ordoño I. — Proclamación de Alfonso III el Magno.- Breve usurpación del conde Fruela. —
Guerras de Alfonso contra los Vascones y los Árabes— Casa con una hija de García de Navarra.
— Conjuración de los cuatro hermanos de Alfonso.— Brillantes victorias de este sobre los Árabes
en Lusitania y en Zamora. — Calamidades en el imperio musulmán.— Batalla de Aybar.— Muerte
de Ornar ben Hafsun. — Paz entre Alfonso y Muhamad. — Acaecimientos varios. — Muerte de Mu-
hamad I.
Desde el año 852 hasta el 886.
A Abderrahman, segundo de este nombre y cuarto emir de la familia de los
Beni Omeyas en España, sucedióle su hijo Muhamad, apellidado Abu Abdallah,
quien fué proclamado en Córdoba el día G de la luna de rebie primera del
año 238 (20 de agosto de 852). Contaba entonces la edad de treinta años, y ha-
cia concebir las mas lisonjeras esperanzas. En los primeros meses de su reinado
suscitóse una cuestión entre los aümes y alfaquies de la aljama de Córdoba contra
el hafit (nombre que sedaba á los doctores que conservaban en su memoria las
referencias tradicionales de la sunna, fundándose en ellas para resolver !as cues-
tiones difíciles) Abu Abderrahman Baki ben Machalad. Este sabio andaluz habia
estudiado en Oriente con los mas famosos doctores de su tiempo , discípulos de
Ahmed ben Muhamad ben Hanbal, y profesaba en Córdoba las doctrinas de esta
secta. Los principios de Malek reinaban entonces casi exclusivamente en España,
y los malekiias poseian los cargos todos de las aljamas. Esto hizo que la de Cór-
doba se opusiera á la enseñanza del hafit, y representase al emir, cabeza de la
religión, que no convenia aquella diferente exposición del Coran; la mezquita de
Córdoba seguía tradiciones apoyadas en mil trecientos doctores, á los que el hafit
y los de su escuela solo podían oponer doscientos ochenta y cuatro, de los cuales
apenas habia diez de autoridad y aprobada fama. Muhamad les mandó juntarse
en su presencia, y después de oir atentamente las explicaciones de los acusadores
y del acusado, decidió que las diferencias que habia en la opinión de los hanbalis-
tas en nada alteraban la esencia de la ley ni eran contrarias á la sunna (tradición
recibida). Reconoció además que en las doctrinas de Baki habia doctrinas de
TOMO II. Gl
182 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
buenas y saludables prácticas, y declaró que no era justo impedir aquella ense-
ñanza, que podia ser útil á la ilustración de los pueblos, y mas todavía los vir-
tuosos ejemplos del hafit, que era hombre de muy loable vida.
No se templó, antes arreció con Muhamad I la borrasca de la persecución
contra los cristianos. Llevado por su fanatismo religioso, comenzó el nuevo emir
por lanzar de su palacio á los cristianos que servian en él , y por destruir mu-
chos de sus templos. Entonces alcanzó la codiciada corona del martirio el ilus-
trado y fervoroso Eulogio, cuando acababa de ser elevado á la sede metropolita-
na de Toledo. Habia dado asilo en su casa á Leocricia, que, siendo hija de padres
mahometanos habia abrazado la verdadera fe, y llevados los dos ante los jueces
sarracenos fueron ambos decapitados.
Otros muchos derramaron su sangre generosa en defensa de la fe, pero justo
es decir que no todo fué pureza , virtud y perseverancia en esta época de tribu-
lación y de prueba. Algunos cristianos apostataron de su religión ante los rigo-
res y suplicios y aun hubo obispos, como fueron los de Málaga y Elvira, Hosti-
gesio y Samuel, que, no contentos con haber convertido sus casas en lupanares in-
mundos, y con propalar heregías acerca de la naturaleza de Cristo, excitaron á
Muhamad á imponer á los cristianos nuevas y onerosas cargas, haciendo para ello
un escrupuloso y general empadronamiento y ofreciéndose ellos á hacer de sus
diócesis uno minucioso y exacto. Entonces apareció en la liza el abad Samson ,
hombre docto y de ingenio agudo, dispuesto a sostener la causa de los oprimidos
cristianos, pero el disidente Hostigesio negoció con Muhamad ¡a reunión de un
concilio de los obispos de la comarca para que en él fuese juzgado Samson y se obli-
gase á todos los obispos á presentar la relación de sus diocesanos á fin de exigir-
les nuevos y crecidos tributos. Extraña singularidad la de este lamentable episo-
dio de la historia cristiana, exclama el hisloriador Lafuente. Un obispo disidente,
inmoral , avaro , manchado de heregía , instiga á un califa de Mahoma á cele-
brar un concilio de obispos cristianos para condenar al mas celoso defensor de la
pureza de la fe (1). Celebróse este concilio en Córdoba , asistiendo á él el prelado
de esta ciudad y los de Cabra, Elche, Medina Sidonia, Ecija y Almería. En vano
Samson sustenta con sólidas razones su doctrina: Hostigesio y el conde Servando,
gran opresor de los cristianos, logran quesea declarada perniciosa por todas
las iglesias de Andalucía. Samson demuéstrala nulidad de la sentencia arrancada
por la violencia y el dolo, y se retractan de ella algunos obispos, entre ellos Va-
lencio de Córdoba , que elevan á Samson á la dignidad abacial de la iglesia de
san Zoilo para demostrar el aprecio que les merecían sus preclaras cualida-
des (2). Irritados Hostigesio y Servando, acuden á la calumnia y á la intriga , y
alcanzan de Muhamad que Samson sea depuesto y desterrado á Martos, donde
escribió una defensa de su doctrina con el título de Apologético. La persecución
continuó mas y mas encendida; los insultos y profanaciones contra los fieles y sus
templos no cesaron del todo hasta que la tormenta fué calmándose con la acción
del tiempo, y que la atención de los Musulmanes se distrajo hacia los campos
(1 ) Hist. gen. de Esp., P. 2.a, 1. I, c. XI.
(2) El título de abad dado a Samson no lo era de dignidad monástica, sino de gobierno parro-
quial, y en Portugal y Galicia son llamados así todavía los curas propios de las iglesias.
CAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 483
de batalla á donde los llamaban nuevas guerras contra los cristianos de la Pe-
nínsula.
Tal fué, dice Lafuente, este episodio tan glorioso como sangriento de la igle-
sia mozárabe española, que podremos llamar la era de los martirios, y que
produjo además de una multitud de hechos heroicos mezclados con oíros de
lamentable recuerdo, un catálogo de santos con que se aumentó el marlirologio
de España, y los luminosos escritos de san Eulogio, de Pablo Alvaro y del abad
Samson,que han llegado hasta nuestros días, y sin los cuales nos veríamos priva-
dos de las noticias de este período de lucha religiosa, tanto mas gloriosa cuanto
era con mas desiguales armas sostenida (1).
El celo religioso del emir no se contentó con perseguir á los cristianos de sus
estados, sino que quiso medir sus armas con aquellos que eran una amenaza
incesante para sus fronteras.-— Deseando Muhamad, dice la crónica, la propaga-
ción del Islam en las fronteras de España, y contener los movimientos é inquie-
tud que en ellas causaban los de Galicia y los de Afranc, encargó á los walies
de Mérida y Zaragoza allegar sus gentes , y entrar en aquella tierra. Por la parte
de Afranc fueron sus algaras muy venturosas: las huestes sarracenas pasaron los
Pirineos y talaron la tierra de Narbona, tomando muchos ganados y cautivos.
Los pueblos, según expresa la crónica, huian por todas partes de los vencedores
Muslimes, y aun salían á ofrecerles sus bienes para templar su saña. En la
frontera de Galicia pelearon con varia fortuna , y el wali Muza ben Zeyad fué
vencido cerca de Hins-Albeida (la fortaleza de Albeida) por los cristianos, que
se apoderaron de dicha plaza pasando á cuchillo á la guarnición musulmana (2).
El vencedor de Muza, cuyo nombre no expresan las crónicas árabes, fué el rey
de Asturias Ordoño I, que sucediera á su padre Ramiro en 850. Volvía de guer-
rear y reducir á los Yascones de Álava , cuando recibió aviso de que un ejército
agareno se disponía á impedirle el paso. Ordoño no vaciló en marchar contra el
enemigo y alcanzó una famosa victoria, que puso en su poder la fortaleza de
Albeida ó Albelda.
Esta derrota de los Musulmanes tuvo para el imperio ommíada gravísi-
mas consecuencias. El general Muza de quien estamos tratando , era godo de
origen; nacido cristiano, habia renegado de su fe y abrazado el islamismo por
ambición, y en vida de Abderrahman, padre de Muhamad, habia hecho muy
brillante carrera. Esto era causa de que el godo musulmán contara en Córdoba
con numerosos enemigos, que se aprovecharon de aquel desastre militar para
dañarle, pues viendo al emir profundamente afligido por la pérdida de Albelda,
propagaron las mas negras calumnias contra el caudillo vencido; acusáronle de
traición, y le infamaron diciendo que por ruines tratos y dones que habia recibi-
do de los cristianos habíase perdido aquella fortaleza. Elemirdióoidosá los malsi-
nes, que no debiera, dice Conde, y depuso del mando á Muza ben Zeyad, wali de
Zaragoza, y á su hijo Lopia ben Muza, wali de Toledo (3).
Ofendidos estos caudillos, y confiando en el amor de los pueblos de suspro-
(4) Hist. gen. de Esp., P. 2.a, 1, I, c. XI.
(2) Conde, P. 2.*, c. XLVIII.
(3) Conde, 1. c.
484 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j.c. vincias, solicitaron con secretas inteligencias hacer treguas y procurarse el
favor de los cristianos de Navarra y Vasconia, inclinados siempre á aliarse con
los Árabes con tal que esto redundase en beneficio de su independencia. Los dos
walies levantaron entonces el estandarte de la rebelión, y todas las ciudades de
sus gobiernos se declararon en su favor. Zaragoza, Tudela, Huesca y Toledo
abrazaron su causa, y en esta última ciudad organizó Lopia, llamado por los
cristianos Lupo, cuanto era necesario para la defensa.
La alianza de Muza con los Navarros fué, á lo que parece, tan estrecha, que
les prestó auxilio en sus contiendas con los reyes francos, que no habian renun-
154 ciado todavía á todas sus pretensiones sobre ellos. En el preciso momento en que
Muhamad atacaba en Toledo á su hijo Lupo, pasó Muza los Pirineos, sembró
el terror por los condados de la Galia meridional, é hizo prisioneros á dos duques
de los Vascones orientales, dependientes del reino de Aquitania, llamados Sanc-
tion (Sancho) y Epulón. Carlos el Calvo, amenazado y vencido en sus tierras, so-
licitó la paz del wali victorioso, y la obtuvo á fuerza de presentes.
En tanto el ejército de Andalucía, mandado por el emir en persona, sitiaba á
Lupo en Toledo. El escritor árabe se engaña al decir que el rey de Galicia envió
á Lupo gran refuerzo de gente, pues aun cuando es seguro que se encontraban
en las filas de Muza muchos cristianos, eran del país ó mozárabes. En los
primeros dias del sitio, cayó Lupo en una emboscada enemiga: deseoso el
emir de pelear cuanto antes con los rebeldes, á quienes pretendía reducir de un
solo golpe, y suponiendo con fundamento que no saldrían sin necesidad de sus
murallas para correr los azares de un combate , acudió á una estratagema muy
sabida y practicada con mucha frecuencia, pero siempre con buenos resultados.
Escondió parte de su hueste en un frondoso y espeso bosque, y con poca gente y
caballería apareció en las vegas de Toledo, manifestando recelos y temores, y no
parando en ninguna parle. El wali de Toledo, que pensó ser aquello la vanguardia
de un ejército aun distante, quiso aprovechar la ocasión y con todas sus tropas
salió contra ella. Las tropas andaluzas Irabaron con poco empeño ligeras escara-
muzas, y llegaron perdiendo terreno hasta Wadacelete, que así llamaban al valle
donde eslaba la emboscada. Entonces salió la cabaliería de Córdoba, que acaudi-
llaba el rey con Hixem ben Abdelaziz, é hicieron en los Toledanos horrible ma-
tanza; ocho mil cristianos y siete mil musulmanes quedaron en el campo de ba-
talla.
Este señalado triunfo no tuvo sin embargo consecuencias por lo que toca á
la rendición de Toledo: los que escaparon de la matanza volvieron á la ciudad y
rechazaron toda transacción á pesar de haberles ofrecido el emir el olvido de lo
pasado, con tal que consintiesen en ponerse á su merced. En vano dio Muhamad
repelidos asaltos á la plaza, y viendo que el cerco seria largo, se volvió á Córdo-
ba , dejando encargado el ejército á su hijo Almondhir, que hacia entonces sus
primeras armas. Cerca de él se hallaban en calidad de wazires Abdelmelek ben
Abdallah é Uixem ben Abdelaziz , famosos caudillos y experimentados generales.
Como el emir lo presintiera , era aquel el principio de una guerra que no
debia concluir muy pronto, de una de aquellas guerras complexas é intermina-
bles como las vemos con tanta frecuencia en la historia de nuestra patria. El si-
tio de Toledo habia sido emprendido á fines del año 854 , y duraba todavía al
CAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 485
llegar el siguiente año, que encontró á Muza dueño y señor de un reino muy AG d* J
considerable, formado por los llanos centrales de España, por la Riojay por casi 85s"
todo el Aragón. A lo que parece, contaba con aliados no solo en Navarra , sino
también en Vizcaya, en Bardulia y en la orilla derecha del Tajo, y con ellos re-
forzaba cada dia su partido. Su poderío era tanto en la parte oriental de España
que pudo en 855 enviar numerosas tropas en auxilio de su hijo sitiado. Entonces
viéronse los Andaluces obligados á levantar el cerco, mas no queriendo Aloion-
dhir abandonar del todo la partida, acantonó sus fuerzas en Calatrava, Talavera
y Zurita, plazas fuertes de aquel territorio, y desde ellas hacia frecuentes excur-
siones contra la ciudad. Lupo, empero, rechazó siempre victoriosamente sus ata-
ques, y luego que su padre acudió á su lado para tomar parte en la lucha , al-
canzaron los dos sobre las tropas del emir muy decisivas ventajas ; una vez
pusieron á los Andaluces en completa derrota y los arrollaron con gran ma-
tanza hasta los muros de Talavera, haciendo prisioneros á dos de sus jefes prin-
cipales, Coraixita el uno, llamado Uaben Namha ; el otro tenia por nombre El
Borth (Alporz),y de su desgracia fué partícipe su hijo Azeth probablemente Ah-
delaziz (1).
Envanecido Muza con estos triunfos y con los que obtuviera en la España
oriental, hacíase llamar el tercer rey de España (2), y éralo en efecto dominando
como dominaba sobre el vasto territorio que hemos dicho, confinando al este con
las posesiones de los Francos en los Pirineos , al sur y al oeste con los países
musulmanes fieles al emir Ommíada , y por fin al norte con los valles navar-
ros y vascones, tan rebeldes al yugo del monarca asturiano. Garseanus (García),
jefe de estos pueblos, habia tomado por esposa á una hija del renegado, si bien
de este suceso ignóranse todas las particularidades, y solo lo sabemos por califi-
car incidentalmente Sebastian de Salamanca á García el Navarro de yerno
del caudillo Muza (3). Sin embargo , en las crónicas posteriores hállanse algunas
noticias acerca de este personage con tanta brevedad mencionado por el obispo
historiador; era, á lo que parece, un conde de Bigorra, conocido con el nombre
deEnecho, y acostumbrado desde la infancia á los combates y á las expediciones
guerreras. En aquellos tiempos turbulentos, habia tomado gran ascendiente entre
los pueblos pirenaicos primero, y luego entre los habitantes de los llanos de Navar-
ra, acabando por fijar su residencia en Pamplona. A causa de su arrojo en las
peleas habia sido apellidado Arista, palabra que así en vasco como en griego
significa el mas esforzado, el primero entre todos (4). A esto se limita cuanto
hemos podido recoger de este personage , pero escasas como son estas noti-
cias, dan gran luz sobre el origen político de Navarra, en cuanto, según todas las
probabilidades históricas, el nieto de este Garsea Enecho, muerto, como veremos,
(1) Ex Chalaseis dúos quidem magnos tyrannos , unum ex genere Alkorexi nomine Ibenamaz,
alium militem nomine Alporz cum filio suo Azeth (Sebast Salm. Chr., n. 26).
(2) Unde, ob tantse victorife causam, tantum in superbia intumuit ut se á suis tertium regem
in Hispania appellari prteceperit Id., 1. c).
(3) Sebast Salm, Chr. n. 26.
(4) Cum Cabella, Legio, Navarra variis Arabum incursionibus vastarentur, vir advenit ex Bi-
gorric* comitalu, bellis et incursibus ab infantia assuetus, qui Enecho vocabatur, et quia asper in
praeliis Arista (¿pto-o;) agnomine dicebatur, et m Pyrensei partibus morabatur, et post ad plana
Navarraedescendens, ibi plurima bella gessit (Rod. Tolet., de Reb. Hisp., 1. V, c. XXI,1.
486 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
doJ c. peleando contra el rey de Asturias, fué quien, según expresión del monge Vigilo,
se proclamó rey en Pamplona en el año 943 de la era española (905 de J. C). (1).
Llegado á este extremo de gloria y poderío, Muza ensanchó por todas partes
los límites de su dominación, de manera que alarmó vivamente al monarca as-
turiano , muy irritado ya contra él por su alianza con los Navarros, que desde
hacia algún tiempo desconocían mas y mas su soberanía. En vano el emir habia
reunido todas sus fuerzas contra su poderoso adversario: reservado estaba á Or-
doño librar de él á los Ommíadas de Córdoba al propio tiempo que al reino as-
turiano. Muza habia penetrado en la Rioja, y Ordoño marchó contra él, avistan-
do sus tiendas en el monte Laturce, cerca de Clavijo (2). Los cristianos pelearon
con indecible encarnizamiento, dieron muerte á mas de diez mil enemigos, y
después de poner en fuga á los otros, penetraron en su campamento, en el que
hallaron entre otros ricos despojos los preciosos presentes que Muza habia re-
cibido de Carlos el Calvo. Entre los muertos se halló el yerno y amigo de Muza,
García de Navarra, y el mismo Muza, herido tres veces por la lanza de Ordoño,
solo debió su salvación á un amigo que tenia entre los vencedores, quien le dio
un caballo para que huyera con mas rapidez (3). Muza no murió de sus heridas,
como algunos han supuesto; llegó á la España oriental, donde dos hijos suyos
Ismael y Fortun, mandaban el uno en Zaragoza y el otro en Tudela, y mantúvose
allí independíense, aunque con menos esplendor y poderío que antes, hasta el
ano 870 en que murió en Zaragoza cercado por Almondhir, según veremos á su
tiempo. Desde aquel suceso, Lupo solicitó y obtuvo la amistad de Ordoño, pero
á pesar de los auxilios que dicen algunos haber recibido de él, intentó en vano
mantenerse en Toledo. Cansados los labradores y vecinos pacíficos de la ciudad
de los males de la guerra y de ver cada año destruir sus mieses, sus huertas y
sus casas de campo, ofrecieron al emir entregarle la ciudad y aun las cabezas
de los jefes rebeldes si les otorgaba perdón. Prometióselo así Muhamad, y la
85r ciudad le abrió sus puertas. Lupo pudo fugarse disfrazado y se refugió en la
corte de Asturias cerca de su nuevo amigo Ordoño.
Mientras Muhamad sometía á Toledo bajo la autoridad de Córdoba, los
bárbaros Magioges, para servirnos de la expresión de las crónicas arábigas, re-
novaron sus excursiones por las costas de la Península. Vencidos primeramente
en las costas de Galicia por Pedro, conde de una ciudad marítima de aquella co-
marca, quizás de Brigantium (4), pasaron con sesenta naves á las costas de An-
dalucía y corrieron las [ierras de Raya, Cártama, Málaga, y los fértiles campos
al oeste de Ronda , haciendo en todas parles los estragos de las tempestades (5).
(1) Additio de Regibus Pampilonensibus (al fin de la crónica Albeldense, Esp. Sag., t. XIII,
p. 463): — In era DCCCCXLIII, surrexit in Pampilona Rex nomine Sancio Garseanis.
(2) Esla fué la verdadera batalla de Clavijo, y es probable que fuese la que por error se atri-
buye á Ramiro.
(3) Ipse vero (Muza) ter gladio confossus, semivivus ovasit, multumque ibi bellici apparatus,
sive et muñera qu;r ei Carolus rex Francorum direxerat. perdidit, et nunquam postea elTectum vic-
loriae habuit (Sebast. Salm., núm. 86).— Ipsius Muz jaculo vulneratum ab amico quondam é nostris
verum cognoscitur fuisse salvatum, et in tutiora loca amici equo esse sublatum (Chr. Albeld.,
n. 60).
(4) Ejus tempore (Ordonii) Lordomani iterum venientes in Gallaeciae maritimis, á Petro comité
interfecti sunt (Chr. Albeldense., n. 60),
(5) Conde, P. 2.", c. XL1X.
GAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 487
No se atrevieron á entrar mucho por el interior, pero entregaron á las llamas los *• *• '• e.
pueblos inmediatos al mar, y destruyeron muchos edificios y atalayas levanta-
das en aquellas costas. Saquearon enlre otras la mezquita de Algeciras, llamada
de las Banderas, porque, según El Edris, reunió allí Tarik en tiempo de la con-
quista las banderas de los Musulmanes para celebrar consejo. Muhamad envió
su caballería contra ellos, y reembarcándose los piratas luego que supieron su
llegada, pasaron á las costas de África, donde, á lo que dice Sebastian, invadie-
ron una ciudad á la que llama Nachor, haciendo gran matanza de Caldeos (1).
Dirigieron luego su rumbo hacia las islas Baleares, que sufrieron iguales devas-
taciones, entraron en el Ródano, llegaron hasta las aguas de Grecia (la grande
Grecia sin duda; Sicilia, Malla, Gozzo, etc.) , y volvieron á invernar á las costas
españolas, desde donde sus naves cargadas de botin tomaron de nuevo el camino
de la Escandinavia á principios del año 860 (246 de la hegira) (2). 86®.
Alentado por la gran victoria que acababa de obtener contra Muza, el esfor-
zado Ordoño llevó la guerra á las márgenes del Duero, apoderóse de muchas
ciudades y fortalezas, entre otras de Salamanca y Coria, á cuyos gobernadores
hizo prisioneros, y pasó á cuchillo á cuantos hombres armados se le pusieron
delante, llevándose cautivos á Asturias á los niños y mugeres (3). Es probable
que no se esforzó en conservar las dos ciudades dichas, limitándose á destruir
sus murallas, pero así y todo la expedición del valeroso monarca despojó para
siempre á los Árabes de toda dominación al norte de aquel rio. No se limitaron
á esto las expediciones de Ordoño : dice la crónica Albeldense que con el auxilio
de Dios, el belicoso rey engrandeció el reino de los cristianos, pobló á Legio,
Asturica, Tudo y Amagia, reparó las fortificaciones de muchas plazas al sur de
Asturias, y quedó repetidas veces vencedor de los Sarracenos (4). Estas nuevas
llegaron al emir de Andalucía, quien mandó salir contra los cristianos á su hijo
Almondhir á la cabeza de un numeroso ejército. Partió el príncipe, y avistando
á los cristianos en las márgenes del Duero, los venció con gran matanza, dicen
las crónicas árabes, y recobró varias de las ciudades anteriormente perdidas,
enlre ellas Coria y Salamanca. Vencedor en aquel punto, Almondhir volvió sus
armas contra los cristianos del nordeste de la Península que habían auxiliado al
rebelde Muza, vadeó el Ebro, penetró por Álava en la alta Navarra y montes de
Afranc, y pasó á sangre y fuego los campos de Pamplona. Aunque no se dice
expresamente si se apoderó ó no de la ciudad, es lo probable que se limitase á
penetrar en tres fortalezas inmediatas á ella, en una de las cuales hizo pri-
sionero á un cristiano muy esforzado y principal llamado Fortun , á quien
llevó consigo á Córdoba (5), donde vivió veinte años, al cabo de cuyo tiempo fué
restituido á su patria con gran número de compañeros de clase inferior. Según
(4) Sebast. Salm., Chr. n. 26.
(2) Conde, P. 2 a, c. XL1X; Murphy, c. 3.
(3) Los cristianos extendieron sus algaras hasta las cercanías de Salamanca y de Coria, y
vencieron al walí de aquella frontera Zaid ben Cassim. ^Conde, 1. c).
(4) Chr Albeld., n. 59.
(5) Era quizás este Fortun hijo de Muza ó nieto del mismo, nacido del matrimonio entre Gar-
eía y la hija del renegado.— Murphy (c. 3) dice al hablar de este suceso que Muhamad hizo pri-
sionero á Fortun, hermano del rey. (¿Qué rey podia ser este?)
488 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. dej.c Conde, una vez obtenida la libertad, Fortun permaneció voluntariamente en
Córdoba y vivió en ella hasta la edad de ciento veinte y seis años.
m Llegado el año 249 (863), ¡os cristianos de Galicia y de losa Pirineos hi-
cieron repetidas excursiones, robaron los pueblos, talaron los campos y lleva -
ronse cautivos á muchos muslimes de la frontera. Muhamad dispuso que los wa-
líes y caudillos de las provincias allegasen sus gentes para la guerra san'a, y
publicada esla resolución en todos los alminhares de España, juntáronse las
banderas en las capitanías para partir al primer aviso (1). No sin temor se su-
po en Córdoba que Ordoño había entrado en Lusitania, corrido la comarca
de Lisboa, incendiado á Cintra, saqueado los pueblos abiertos y cogido multitud
de ganados y cautivos; pero antes que Muhamad pudiese marchar en socorro
de aquella provincia, habia el rey cristiano regresado á sus montañas. Eslono obs-
tante parlió el emir con la caballería andaluza, después de incorporársele las ban-
deras de Mérida, entró por tierras de Galicia hasta Santyac (2), siendo esta la
primera vez que hallamos este nombre en las memorias arábigas. Recogidos y
atrincherados ya los cristianos en sus impenetrables riscos, poco ó nada pudo
hacer Muhamad en venganza de las pasadas derrotas, y volvió por Zamora á
tierra de Toledo.
Por aquel tiempo, en las fronteras de Áfranc, ó para Hablar con mas pre-
cisión, en los elevados valles que han formado después el alto Aragón, tomaba
origen una rebelión que vino á ser de mucha importancia, y que no es fácil
comprender á no recordar la composición de los ejércitos que conquistaron
y se dividieron la Península bajo el mando de Tarik y de Muza. Sabemos que
los Africanos ó Berberiscos, que, acaudillados por el primero, contribuyeron
mas á la conquista, fueron los peor tratados en la distribución de la tierra
invadida, siendo relegados en cierto modo á los límites extremos del este y del
norte, como el puesto mas peligroso y difícil de guardar. Los Berberíes se
establecieron, pues, en gran número en la España oriental y en los altos valles
de los Pirineos, y la injusticia de la primera división, unida á los odios de raza
que separaban ya profundamente á los Africanos de los Asiáticos, hizo desde
entonces á los primeros enemigos irreconciliables de los segundos, á quienes
consideraban como opresores. Entre los pueblos conocidos por la Europa bajo
el nombre común de Sarracenos no existia homogeneidad alguna, y aunque
todos ó el mayor número á lo menos pertenecían á la raza semítica, eran muy
dislinias sus creencias; muchos profesaban el islamismo, otros el judaismo, y
otros en fin eran todavía idólatras. Según muchos y sabios etnógrafos, las tri-
bus africanas convertidas ó no al islamismo, que con tanta prontitud habían
realizado la conquista guiadas por Tarik, descendían de los Árabes Kushylas arro-
jados del Yemen por los Árabes Kathanytas, á quienes disputaron su posesión mu-
chos siglos antes del nacimiento de Mahoma. Reunidas un momento para apo-
derarse de España, aquellas tribus habían llevado á la tierra conquistada los
rencores que las animaban á unas contra otras en su patria primitiva, y de ahí
esas divisiones que sorprenden, esas luchas tan multiplicadas y frecuentes en-
(4, Conde, I'. 2.\ c. XLIX.
%) Contracción árabe de Sanclus. Jacubtts.
CAP. XII.— ESPAÑA ÁRABE. 489
tre hombres que nos imaginamos unidos por la doble comunidad de raza y de A de J
religión. Nada de esto existía en efecto, y semejan te estado de cosas, que he-
mos indicado varias veces en el decurso de esta obra, habia de ser recordado
aquí, en cuanto solo él explica el rápido favor que un hombre esforzado y animo-
so obtuvo casi en el primer momento entre pueblos que no eran el suyo.
Este hombre se llamaba Hafsun, y habia nacido en Andalucía, de la raza
si no proscrita, excluida al menos de los beneficios inmediatos de la conquista.
Era de origen pagano, de oscura y desconocida prosapia, y vivia del trabajo de
sus manos en Ronda hasta que descontento con su pobre suerte se fué á Torgiela
(Trujillo) en busca de fortuna. No hallando iampoco allí recursos con que vi-
vir, hízose salteador de caminos con oíros compañeros á quienes por su valor
acaudillaba, cobrando gran celebridad por su obstinada resistencia á los caxie-
fes que le perseguían. Hafsun y su cuadrilla luciéronse dueños de un castillo
llamado Gal ai- Yabas ter, hasta que por último, arrojados de Andalucía en el 86**
año 250 (864), se trasladaron á las fronteras de los Francos, es decir, á los va-
lles centrales de los Pirineos.
En ellos moraban los Africanos, judíos en su mayor parte, y Hafsun, quizás
judío como ellos, trató de buscar entre aquellos habitantes parciales y soldados.
Recibido en uno de los. principales fuertes de la frontera, llamado Rotah el Yehud
(Roda de los judíos), lugar inexpugnable por la aspereza de su situación sobre
peñascos cercados del rio Isabana, estableció allí su cuartel general, y dio prin-
cipio á sus excursiones contra los Mahometanos, no tardando en ver acudir á él
considerables refuerzos. «Los cristianos de aquellos montes, dice la crónica mu-
sulmana, viendo la fortuna que acompañaba á las primeras cabalgadas del ban-
dido, buscaron su amistad, y unidos para la desobediencia y rebelión, se con-
federaron los de Hainsa, Ben-Aware y Ben-Asque (Benavarre y Benasque) y
corrieron impetuosos como los rios que bajan de aquellos monies hasta Barbas-
tar, Wesca y Afraga (Barbastro, Huesca y Fraga), levantando los pueblos, y pro-
metiéndoles seguridad y amparo contra los walies de aquella frontera, al
tiempo que talaban los campos y quemaban las poblaciones que se resistían á
tomar su voz y seguir su bando (1). » Así ocuparon varias fortalezas de aquella
tierra hasta la comarca de Lérida, sin que el wali de Zaragoza, que era entonces
uno de los hijos de Muza, ó quizás el mismo Muza, se opusiese ni contrariase en
lo mas mínimo el movimiento de ios rebeldes. El alcaide de Lérida, llamado Ab-
delmelek, hizo mas aun: abrazó el partido de Hafsun, y le dio entrada en su
ciudad, ejemplo que fué seguido por otros alcaides de fortalezas menos importan-
tes. Envalentonados los rebeldes con tan próspera fortuna, atreviéronse acorrer toda
la tierra hasta las riberas del Ebro y fértiles campiñas de Alcañiz, engrosando sus
filas con todos los descontentos, fuesen cristianos, judíos ó musulmanes.
Cada vez mas inquieto Muhamad con esta insurrección que tan rápidamen-
te crecía, y no pudiendo enviar tropas contra el rebelde por tenerlas ocupadas
incesantemente en el Duero contra los cristianos, trató al menos de asegurarse
la neutralidad del imperio franco, cuya frontera gótica tocaba con la de sus
propios estados, y envió una embajada á Garlos el Calvo con magníficos pre-
(1) Conde, P. 2.a, cXL.
TOMO II. <J2
490 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dej. c sentes (1). Carlos no rechazó sus ofrecimientos y envió á su vez mensageros á
Córdoba para estipular las condiciones de la paz.
En tanto aprovechaba Hafsun el reposo en que se le dejaba, buscando y en-
contrando auxiliares entre las belicosas poblaciones del centro de la cordillera
pirenaica, y convencido Muhamad, en vista de las noticias que cada dia recibia,
de que no le era dable perder ni un momento, escribió á los walies para levantar
un poderoso ejercito que acabase de un golpe con aquellos temerarios. A la ca-
beza de numerosas tropajs dirigióse á Toledo donde se le reunieron otras nue-
vas, al tiempo que se reunían y marchaban al¡Ebro, á las órdenes de su nieto
Zeid ben Cassim, todos los hombres de guerra de Valencia y Murcia. La reu-
nión de estas fuerzas debia de tener flugar á orillas del Ebro, y una vez verifi-
cada, habían de marchar juntas en busca de Hafsun y reconquistar uno á uno
los fuertes de que se apoderara el rebelde en la otra parte del rio.
Temeroso Hafsun de verse aniquilado por fuerzas tan considerables , recur-
rió á la astucia , ó por mejor decirá la falsía y al engaño. Escribió humildemen-
te al emir, y cou fingidas palabras "y sumisión pérfida protestaba por cielos
y tierra de que todos sus pasos eran artificio y disimulo para engañar á los ene-
migos del islam ; decía que á su tiempo volvería contra ellos sus armas , y que
si el emir le ayudase con las tropas de Valencia y Murcia que con él marchaban,
se obligaba él á sorprender á los cristianos en sus posesiones al sur del Segre y
anonadar su poder. Tantas protestas y buenas palabras , y las que añadió el
astuto enviado acabaron por convencer al emir, y después de asegurada la fron-
tera de Afranc , y de prometer al rebelde el gobierno de Huesca ó tal vez el de
Zaragoza para cuando hubiese cumplido sus ofrecimientos , dejó allí á las tropas
que acaudillaba Zeid ben Cassim para que ayudasen á Hafsun en su empresa,
envió la mayor parte de su ejército , como innecesario ya, á las fronteras de Ga-
licia , y tomó él el camino de Córdoba.
Las tropas de Zeid se incorporaron con las de Hafsun en los campos de Al-
cañiz , y con las demostraciones mas afectuosas acamparon confiadas junto á los
que creían sinceros aliados. Llegada la noche, mientras los soldados de Murcia y
de Valencia (Sirios y Egipcios ) se hallaban entregados al sueño , los de Hafsun
y Abdelmelek se echaron sobre ellos , y degollaron al mayor número antes que
pudieran ponerse en estado de defensa. Muy pocos salieron ilesos de la horrible
matanza , y entre los primeros que sucumbieron cayó el joven Zeid ben Cassim,
que murió peleando valerosamente antes de haber cumplido diez y ocho años
(252—866).
Poseído el emir de indignación al saber en Córdoba el horrible suceso, con-
vocó al momento á todos sus jefes militares para una guerra á muerte contra el
rebelde y traidor Hafsun. Almondhir fué llamado de las fronteras de Galicia , y
todo su ejército no tuvo mas que una voz para marchar á aquella guerra de jus-
ta venganza. Numerosos voluntarios se ofrecieron de Córdoba y Sevilla , y todas
866.
(1) Carolus, VIII kal. novembris legatum Mahometregis Sarraceuorum, cum magnis et mul-
tis muneribus ac litteris de pacect foedere amicali loqueatibus solemni more suscepit, quem cum
honore et debito salvamento ac subsidio necessario in Silvanectis civitate, opportunum tempus quo
remitti honorificé adregem suum posset, operiri disposuit (Anual. Bertin., adann. 863).
CAP. XII.— ESPAÑA ÁRABE. 491
las tropas ardían aun en ira cuando el príncipe las llevó contra los rebeldes, reu-
nidos entonces en los valles y riscos de Roíah el Yehud, que era el nido del pérfi-
do Ornar ben Hafsun , según le llaman las historias árabes. Empeñada la pelea
con encarnizamiento, las compañías de Hafsun, mandadas por este jefe y por Ab-
delmelek , sostuvieron vigorosamente el ataque de los soldados de Almondhir,
pero , á pesar de las ventajas que la posición les daba , quedó la victoria por los
Musulmanes andaluces , quienes, dice Conde , saciaron sus espadas sedientas de
sangre. Abdelmelek escapó herido con ciento de los suyos y se acogió al fuerte de
Rotah, pero al dia siguiente los soldados de Almondhir atacaron la fortaleza sin que
los detuvieran las breñas y escarpados riscos que la hacían al parecer inaccesi-
ble. Entre los valientes que la defendieron hasta morir nombra la crónica arábi-
ga al caudillo Abdelmelek , que cayó acribillado de heridas. Su cabeza fué en-
viada al emir como trofeo de aquella victoria , que no tardó en producir la ren-
dición de Lérida , de Fraga , de Ainsa y de todas las fortalezas de la comarca.
Hafsun no se atrevió á prolongar una lucha tan desigual, y se refugió en los montes
de Arbe , después de distribuir sus tesoros entre sus parciales y de prometerles
volver entre ellos luego que ío considerase ocasión oporíuna (1). Así quedó re-
ducida la primera rebelión de Hafsun, cuya importancia nos descubren las fies-
tas con que fué celebrado en Córdoba el vencimiento del bandido. Almondhir
fué recibido en la capital con aclamaciones de triunfo ; Muhamad con los mas
principales caballeros salió á recibirle á gran distancia, repartió armas, vestidos
y caballos á muchos jóvenes que habían hecho en esta ocasión sus primeras ar-
mas , y aquel dia fué para la población entera un dia de fiesta y de general ale-
gría (2).
El mismo año en que Muhamad alcanzó contra Hafsun tan importante vic-
toria ( 866 ), murió en Oviedo el rey Ordoño í, después de un reinado de mas de
diez y seis años (3). Este monarca merecía los elogios que le tributan las cróni-
cas contemporáneas (4) así por su piedad y virtudes , como por haber engrande-
cido el reino y héchole respetar de los Musulmanes , con los cuales tuvo otros
reencuentros en que salió victorioso , cuyos pormenores y circunstancias no es-
pecifican las historias. El fué el primero en reedificar algunas de las ciudades ro-
manas que Alfonso I habia deslruido y desmantelado un siglo hacia , y que los
Árabes habían renunciado á conservar , ya por hallarse muy expuestas á las ex-
cursiones del enemigo , ya porque su situación septentrional hiciera molesta y
triste la permanencia en ellas. Sucesor de dos reyes que habían afirmado sobre
sólidas bases el pobre y combatido establecimiento de Pelayo y Alfonso el Cató-
(4) Conde P. 2.a, c. LII.
(2) Conde, 1. c.
(3) Con este rey acabó su crónica el obispo Sebastian de Salamanca, y empezó la suya el obis-
po Sampiro de Astorga.
(4) Ranimiro defuncto Ordonius filius ejus successitf in regnum , magnae potentise atque mo-
destioe fuit. — Civitates desertas , ex quibus Adefonsus major Chaldaos ejecerai, iste repopulavit, id
est , Tudem, Astoricam, Legionem et Amayam patriciam (Sebast , Salm. Chr., n. 25,.— Iste christia-
norum regnum cum Dei juvamine ampliavit. Legionem, Asturicam, simul cum Tude et Amagia po-
pulavit; multaque et alia castra munivit (Chr. Albeld,, n. 60). Adversus Chaldacos scepisime preeliatus
est, et triumphavit in primordio regni sui (Sebast. Salm. Chr., n. 25).— Super Sarracenos victor
ssepius extitit Chr. Albeld., n. 60).
492 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
lico , fué Ordoño su digno continuador. Durante el largo tiempo que ciñera la
corona , Alfonso el Gasto habia comunicado cierta vida á los elementos de civili-
zación recogidos en Asturias después de la conquista. Sin hablar de la religión
que habia sido el objeto principal y como el fin de su gobierno, las letras latinas,
el estudio de los Padres de la Iglesia hispano-gótica , el del derecho según el có-
digo visigodo , habian recobrado gran favor , lo que era conservar ó impedir á
lo menos que se disolvieran y dispersaran los restos de la antigua política y cul-
tura que se salvaron de la gran tormenta que echó por tierra la obra social de
los Visigodos en España. Después de él, Ramiro, de genio belicoso, habiaexcitado
y satisfecho por medio de sus continuas guerras el ardor militar de los Asturia-
nos y Gallegos, y Ordoño, que participaba del carácter del uno y del otro, gober-
nó con acierto el reino que habia defendido con vigor. Al acaecer su muerte, de-
jólo engrandecido en una tercera parte , y si no mas unido internamente , mas
temido y respetado por sus enemigos exteriores.
Has ía entonces sin embargo , el reino de Asturias no habia ejercido en Es-
paña una influencia igual ni comparable á la del emirato de Córdoba ; pero al
morir Ordoño , subió al trono de Oviedo su hijo Alfonso , y en tiempo de este
rey , que ciñó la corona por espacio de cincuenta años, el poder cristiano hizo
muy rápidos progresos y contrarestó en breve en la Península el poderío musul-
mán.
Catorce años solamente tenia Alfonso cuando su padre le asoció al gobierno
del reino, y diez y ocho cumplia cuando en 6 de mayo del año 866 entró á
reinar solo bajo el nombre de Alfonso III, después de confirmar los prelados y
proceres la voluntad de su padre. Sin embargo, apenas nombrado rey, elevóse
contra él un competidor para disputarle la corona. Las funciones de conde del
Galicia eran entonces de las mas considerables del Estado á causa de la impor-
tancia de aquella provincia , llena de una población belicosa y enérgica , y aque-
llos que las ejercían , por poco que hubiesen sabido conciliarse los ánimos del
pueblo , hallábanse casi en la misma línea que el rey de Oviedo , aun cuando
le estuviesen sometidos nominalmente. Cierto Frueía, de familia real, es decir de
una de las principales del Estado entre las cuales se elegían los reyes , desem-
peñábalas al morir Ordoño , y quiso disputar el cetro al joven hijo del difunto
monarca. Apoyado por los magnates de Galicia , casi siempre en oposición con
los de Asturias , proclamó los derechos que según él le asistían. Marchó atrevi-
damente sobre Asturias á la cabeza de un ejército , y hallando desapercibidos á
los nobles y al rey , penetró en Oviedo y se apoderó del palacio y de la corona
mientras que Alfonso habia de buscar su salvación en uno de los muchos casti-
llos levantados por su padre al este y al sur délas montañas de Pelayo. Ignóra-
se lo que sucedió en Oviedo durante la usurpación de Frueía , y únicamente sa-
bemos que duró muy poco. Los electores palatinos de Alfonso , que solo en apa-
riencia habian abandonado ásu elegido, no tardaron en conjurarse contra su rival,
y le dieron muerte en su propio palacio. Alfonso, llamado olra vez , volvió á to-
mar posesión del reino antes de haber cumplido diez y nueve años (1).
(1) Et non post multa témpora , ispo Froilane tiranno et infausto rege a fidelibus nostri prin-
cipis Oveto interfecto , idem gloriosus puer ex Castella revertitur ( Chr. Albeld).
CAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 493
No fué esta la única prueba reservada á Alfonso en los primeros años de su A- ,ie J- c
gobierno. Algunos historiadores habíannos en 867 de una insurrección de las pro- §6?.
vincias vascas seguida en breve de otro acaecimiento igual : según dichos auto-
res, la presencia y resolución del joven monarca que voló á apagar aquel incen-
dio , desconcertó á los sublevados, que, asustados ó arrepentidos, le prometieron
obediencia y fidelidad, llevándose Alfonso á Oviedo cargado de cadenas al conde
Eiion, autor del levantamiento (1). Privados de su caudillo, los Vascos cesaron en
su resistencia, y el rey de Oviedo creyó haber sometido la Vasconia; pero apenas
habia salido del territorio de las tres repúblicas ( así llamaban los Vascos á sus
provincias confederadas) (2) eligieron los Vizcaínos á un nuevo jaon , á quien
designan todavía los montañeses con el nombre de Jaon Zuri, el Señor Blanco,
y proclamaron su independencia bajo el árbol de Guernica. Irritado Alfonso, en-
vió un nuevo ejército á las órdenes de Odoario para sofocar la renaciente insur-
rección , y encontrando sus tropas á los Vascones en un lugar llamado Padura,
cerca del sitio donde mas adelante se levantó Bilbao , empeñóse sangrienta ba-
talla. Los Vascones, cuenta la tradición, alcanzaron completa victoria, ayudados
por su aliado Sancho Estiguiz Ortunio, señor de Durango, que encontró la muer-
te en la pelea. Odoario pereció también en la refriega , y ios miserables restos
del ejército real viéronse perseguidos hasta las puertas de Oviedo. De este suce-
so recibió su nombre de Arrigorriaga el campo árido y pedregoso en que .tu-
vo lugar , aludiendo á la mucha sangre de que quedó teñido , pues aquella pala-
bra significa en la lengua del yus piedras bermejas. Del Jaon Zuri, reputado co-
munmente como primer señor de Vizcaya, descienden los ilustres caballeros de la
casa de Haro , que por espacio de tantos años fueron señores de aquella tier-
ra (3). Desde aquel momento los Vascones , á lo que ellos aseguran, gozaron de
sus fueros y obedecieron á jefes particulares hasta que « reinando en Castilla y
León Enrique II de este nombre , el señorío de Vizcaya fué dado á su hijo Juan,
quedando desde entonces incorporado á la corona de Castilla (4).»
Volvamos ahora á la historia positiva-, á la que se apoya en textos, en mo-
numentos, y no en la tradición siempre sospechosa. A no consultar sino aquel gé-
nero de pruebas, Alfonso IR hubo de pelear dos veces contra los Vascones suble-
vados contra él, luego que hubo recobrado la'corona de Oviedo. A sus primeras
armas presidiría sin duda muy varia fortuna , y la crónica contemporánea dice
que venció y humilló á los rebeldes. La historia, pues, no corrobora cuanto cuen-
ta la tradición acerca de la batalla de Arrigorriaga, á la cual si bien no calificare-
mos de fabulosa, tampoco daremos completo asentimiento. Tampoco sabemos la
fecha precisa de estas rebeliones délos Vascones, si bien todo induce á creer que
se verificaron en los dos primeros años del reinado de Alfonso.
Aunque de pocos años Alfonso, y teniendo por rival á un príncipe lan ave-
zado á los combates, tan valeroso y resuelto como Muhamad de Córdoba, estaba
(4) Eylonemvero , qui comes illorum videbatur, ferro victum secumOvetoattraxit (Chr. Sam-
piri, p., 838).
(2) Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. — Adviértase que escribimos esto apoyados únicamente en las
tradiciones vascas , y no en datos y documentos de la historia positiva.
(3) Garibay, 1. 1, 1. IX.
(4) Id., 1. c.
494 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c destinado á dar gran impulso á la restauración española y á merecer el renombre
de Magno que se le aplicó y con que le conoce la posteridad. Hasta el tercer año de
su reinado empero, no tuvo ocasión de medir por primera vez sus fuerzas con los
S6S Musulmanes. Corría entonces el año 868, y libres de toda guerra civil desde 866,
la mayor parte de ellos consideraban esta inacción como culpable. La guerra era
la ley y la necesidad de aquel pueblo , y el espíritu belicoso del profeta pareció
despertarse de pronio en la nación entera. En todas Jas mezquitas proclamábanse
las máximas del Coran que lo revelan, y Muhamad, cediendo al entusiasmo ge-
neral, dispuso una expedición contra Galicia. Hasta aquí hemos visto á la marina
musulmana guerrear únicamente contra las islas y las costas del Mediterráneo,
y Muhamad fué el primero que pensó en emplearla contra los cristianos del nor-
te de la Península. Reunida una poderosa armada, dirigióse con buen viento á
Galicia y llegó en breve á su destino ; pero ai abordar á la desembocadura del
Miño, desencadenóse una tormenta de cuyas resultas se perdieron ó estrellaron ca-
si todas las naves. A duras penas pudieron salvarse algunos de sus tripulantes, y
de este número fué el almirante ábdelhamid ben Ganim, que regresó por tierra
á Córdoba, no sin exponerse á caer prisionero de los cristianos.
Alentado el rey de Asturias con este desastre , tomó á su vez la ofensiva, y
pasando el Duero y ocupando á Salamanca, corrió la tierra lusitana y puso sitio
á la ciudad de Coria, de que su padre se había ya apoderado, á algunas leguas
del Tajo (1). Las nuevas de estas desventuras llenaron de tristeza á los de Cór-
doba, y los mas virtuosos y severos miraban estos infaustos acaecimientos como
castigos del cielo por la falta de fervor en las prácticas religiosas, y por la con-
ducta de los muslimes que pensaban mas en las vanidades y deleites que en la
propagación del islam. Otros decían que en el servicio de Dios no conviene bus-
car atajos ni excusar fatigas, y que por esto aquella expedición por mar no habia
querido Dios que fuese venturosa (2).
Sin embargo, Alfonso no pudo conservar á Salamanca ni tomar á Coria. A la
noticia de su excursión, los walies de la frontera reunieron sus hombres de guer-
ra y entraron á su vez por el territorio cristiano; pero en cambio, habiéndose in-
ternado mas de lo que la prudencia aconsejaba, viéronse de pronto acometidos y
envueltos en un sitio donde no podia maniobrar la caballería, y padecieron gran
matanza (3). Estas nuevas turbaron la alegría de los muslimes de Andalucía y
consternaron á los defensores de las fronteras; así lo confiesa la crónica arábiga,
y Alfonso se retiró á su capital con todos los honores de la guerra , y probable-
mente con un rico boiin y muchos prisioneros.
Al propio tiempo hacían los Sarracenos una vana tentativa contra Pamplona,
la principal ciudad navarra. Los walies de aquella frontera Ishac ben Ibrahim el
Ocaili y Zaide ben ílustam emprendieron sin fruto el cerco de la plaza. Apode-
rados ya de algunas torres de sus muros, estrechaban á los habitantes de muy
cerca, cuando llegando muchas gentes de Afranc, fué forzoso á aquellos caudillos
levantar el campo y retirarse á Tutila y riberas del Ebro (4). García, hijo del yer-
(1 1 Conde, P. 2.\ c. Lili.
2 Id., 1. c.
13) Id., 1. c.
14) Id., 1. c
CAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 495
nodeMuza, mandaba probablemente en la ciudad, y los prontos auxilios que reci- A- deJ- c-
bió de los Pirineos prueban hasta que punió se habían ya confederado y unido las
poblaciones de aquellos montes que habían en breve de formar un reino inde-
pendiente así de sus vecinos de la Galia, como de sus vecinos de Iberia.
Esta expedición tendria probablemente por objeto castigar á García y á sus
Navarros de los auxilios que habían prestado y prestaban todavía á los jefes mu-
sulmanes de la España oriental que desconocían la autoridad de Córdoba, y á
quienes se trataba por fin de reducir. Vemos en efecto que á principio del si-
guiente año, Muhamad mandó juntar sus gentes de Andalucía y de Mérida y envió 869-
á su hijo Almondhir contra Zaragoza, que su wali mantenía separada de Córdoba.
Las crónicas musulmanas dan á este wali el nombre de Muza, y en caso de no
ser el viejo antagonista de Muhamad, era seguramente uno de sus hijos. Puede
creerse, pues, que á pesar déla toma de Toledo en 839, continuaba Zaragoza adic-
ta á la parcialidad de Muza. Almondhir llegó delante de la plaza, cuyas puertas
se cerraron á su presencia ; detúvose allí veinte y cinco días , y por no perder
tiempo, dice la crónica, pasó á la frontera de Afranc, es decir á Navarra, corrió
y taló la tierra de Álava, y volvió con mucho botin al cerco de Zaragoza (1). Al-
mondhir permaneció en la España oriental hasta el año de la hegira 257 (870) y 8?o.
puso muy apretado cerco á Zaragoza , pero durante él murió el vali Muza no sin
sospechas de haber sido ahogado en su misma cama, y la ciudad se rindió poco
después.
Pero el espíritu de rebelión, dice Lafuente, estaba encarnado ya en el cora-
zón de los Musulmanes españoles, y á pesar de la muerte trágica de Muza y de
la rendición de Zaragoza, otra sublevación estalló en la siempre inquieta Tole-
do. Dirigíala Abdallah, nieto del mismo Muza é hijo de aquel Lupo que huyera de
la ciudad en 859. Según confesión de sus mismos enemigos, era Abdallah Muha-
mad ben Lopia un general experimentado y animoso, y como habia permanecido
mucho tiempo en Asturias junto con su padre, los cristianos favorecian sus desig-
nios y rebelión (2). Avisado Muhamad del movimiento y alboroto de los Toleda-
nos, mandó reunir las gentes de Andalucía , y con la caballería de su guardia se
dirigió á tierra de Toledo. Los habitantes de la ciudad estaban dispuestos á re-
sistir y á defenderse con obstinación; pero su prudente caudillo no quiso aventu-
rar su seguridad dentro de los muros, recelando con razón de la ligereza y natu-
ral inconstancia de la gente popular. Sabiendo cuan numerosa hueste seguía al
rey , salió de la ciudad con pretexto de hacer un reconocimiento , y envió poco
después algunos caballeros para que aconsejasen á los principales que se ofrecie-
sen á la obediencia del emir, pues no tenían fuerza ni disposición para resistirle.
El populacho quiso despedazar á los enviados en el furor de su inconsiderada re-
solución, pero contenido por los hombres mas prudentes y de mas influjo, estipu-
lóse por fin la entrega de la ciudad á condición de que se echaría un velo sobre
lo pasado. Muchos caudillos aconsejaron al rey que destruyera los muros y tor-
reones de la plaza para quitar en adelante la ocasión y confianza que aquellas
fortificaciones daban á los ánimos inquietos de sus habitantes, pero, según dice la
Conde, P. 2.a, c. Lili.
Id., P. 2.a, c. LIV.
¿96 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
a. de j. c crónica arábiga, no quiso Dios que tan buen consejo fuese oido (1). Muhamad se
detuvo algunos días en Toledo , y ordenadas las cosas convenientes á la quietud
de la ciudad, se volvió á Córdoba , donde fué recibido con grandes demostracio-
nes de alegría.
A esta época han de atribuirse las nuevas relaciones que estableció Alfonso
entre Asturias y Navarra; pero antes de referirlas, hemos de recordar algunos he-
chos, que la imposibilidad de contarlo todo a la vez en una historia tan com-
plexa como la que es ¡amos escribiendo, nos ha obligado á pasar en silencio hasta
llegar á este punió. Hemos visto á los Navarros de la falda occidental de los
Pirineos emanciparse en el año vigésimo cuarto de es le siglo de la dominación ó
protectorado de los reyes francos. Después de vencer á las tropas de Luis el Pió
en 824 y de hacer prisioneros á los dos condes enviados contra ellos, tratando
con consideración y amistad al que era de su sangre (causa affinitate sanguinis),
nada mas habían tenido que ver con los reyes de la estirpe de Garlo Magno y
habían quedado en una situación mixta, sujetos en parte, á lo que parece, por la
necesidad de una alianza interior, á la monarquía de Asturias. Muy pronto, em-
pero, la Vasconia gala habíase separado también del imperio franco (2), y por
los años de 836 las dos Vasconias, ó en oíros términos, las dos Navarras habían
formado una confederación contra Pepino, rey de Aquitania, que amenazaba di-
rectamente á aquella que hasta entonces había formado parte de su reino. Dí-
cese que el alma de esta confederación fué cierto Aznar, el mismo probablemen-
te que había sido hecho prisionero doce años antes, y á quien el biógrafo anó-
nimo de Luis el Pío da el nombre de Asinario. Según una crónica franca, Aznar
padeció aquel mismo año una muerte horrible, que no explica, pero su hermano
¿ancho prosiguió la empezada obra y sostuvo contra Pepino la independencia de
Navarra (3). imposible es decir si el yerno del renegado Muza, García Arista, á
quien hemos visto morir peleando contra el rey Ordoño, pertenecía á esta familia;
pero sea como fuere, es lo cierto que en la época á que de nuestro reíalo hemos
llegado dominaba en Navarra aquel García Garcés (Garsea Garseanus), goberna-
dor de Pamplona, hijo del García Arista antes nombrado. En estas circunstancias
87] fué cuando Alfonso III de Asturias, viendo la dificultad de someterle y deseoso de
robustecer el poderío de los cristianos, hizo con él una alianza política, lomando
por esposa para cimentarla á Jimena ó Sumena, hija del conde navarro (4).
Hacia esta época se refiere también la conjuración tramada contra el trono
y la vida de Alfonso por sus cuatro hermanos ó parientes. La crónica de Sam-
piro refiere el hecho con estas pocas palabras: «Cuéntase que el hermano del
rey iiamado Fruela, convencido de haber meditado la muerte del monarca, se refugió
en Castilla; pero el señor rey Alfonso con el auxilio de Dios le cogió y mandóle
sacar los ojos, lo mismo que á sus hermanos Ñuño, Yeremundo y Odoario (5).»
(1) Conde P. 2.', c. LIV. — El cronista escribía sin duda estas líneas que revelan tan amargo
sentimiento, cuando en el siglo xn habíase convertido Toledo en baluarte contra el islamismo.
(2) Omnis desciverat á nobis Vasconia.
(3) Azenaris, citeiioris Wasconiae comes, qui ante aliquot anuos á Pippino desciverat, horri-
bili rnorte interiit; fraterque illíus Sancio Sancii eamdem regionem negante Pippino oceupavit
Annal. Bertin., ad ann 836).
(4) Risco, Esp. Sagr. ,t. XXII, c. 19.
18J In bis diebus frater regis nomine Froilanus (ut ferunt, necem regis detractans, aufugit ad
CAP. XII.— ESPAÑA ÁRABE. 497
Veremundo, aunque ciego, logró evadirse de Oviedo y formarse en Astorga una A <*e j.c
soberanía independíense, en la que se mantuvo por espacio de siete años con el
auxilio délos Árabes (1). En estas circunstancias, la guerra entre Árabes y As-
turianos empezó otra vez con nueva intensidad. Llegado el año 259, Almondhir 873.
hizo entrada en tierras de Galicia y peleó con los cristianos con varia fortuna,
empeñándose una sangrienta batalla en las márgenes del rio Cea que riega los
campos de Sahagun, en la que perecieron muchos esforzados caballeros de Cór-
doba y Sevilla, de Mérida y Toledo (2). Almondhir permaneció casi todo el año
en aquella frontera, sin que pasara dia, refieren las crónicas, en que no hubiese
vivas escaramuzas entre los guerreros de uno y otro pueblo. Así permanecieron
las cosas hasta el año 874 en que España, África, Egipto, Siria y hasta la Ara- 874.
bia padecieron horrible sequía. La Meca, la madre de las ciudades, para hablar
como el historiador árabe, fué abandonada por sus; habitantes y no quedó nadie
para el servicio de ¡a Caaba, que hubo de cerrarse. En esta parte del Estrecho
las fuentes y los arroyos se secaron, los campos no produjeron frutos y la este-
rilidad y carestía fueron mayores aun que en el año 844. La gente pobre moría
de hambre, y de esto se siguió una enfermedad general que, ofreciendo todos
los caracteres de la peste, centuplicó en pocos meses el número ordinario de de-
funciones, sobre todo en las provincias meridionales de España.
Esías calamidades impidieron la continuación de las hostilidades, y duran-
te algunos años no se hizo guerra sino para conservar las fronteras. Llegado
el año 263, Almondhir penetró de nuevo en tierra de Galicia, pero rechazado por
Alfonso, este le persiguió y entró á su vez en territorio musulmán. Tomó el cas-
tillo de Deza y la ciudad de A lienza; arrojó á los mahometanos de Coimbra y la
pobló de Gallegos; apoderóse con igual fortuna de Braga, de Porto, de Auca, de
Emini, de Viseo, de Lamego y de otras plazas fronterizas, y llevó sus armas
hasta los últimos límites meridionales de la Lusitania (3). En una de estas ex-
pediciones hizo prisionero áAbul Walid,hagib entonces de Muhamad,que se res-
cató del poder del rey pagando mil sueldos de oro (millia auri solidos). Aunque
rechazado, Almondhir habia sacado de su primera excursión grandes despo-
jos, cautivos y ganados; pero los Musulmanes, al decir de sus mismos histo-
riadores, no alcanzaban estas ventajas sin graves pérdidas y muchos trabajos (4),
y eran muy insignificantes comparadas con las que obtenia el rey cristiano, por
el cual quedaban ciudades y comarcas enteras, que poblaba de cristianos, y
que para volver en poder del islamismo habian de ser conquistadas á la punta
de la espada.
Por aquel tiempo reapareció el rebelde Ornar ben Hafsun en la España
oriental. — «El pérfido Hafsun, que se habia acogido al amparo délos cristianos
Castellana. Rex quidem Dominus Adefonsus, adjutus á Domino, cepit eum, et pro tali causa orba-
vit oculis, suos fratres simul, Froilanum, Nunnum etiam, et Veremundum et Odoarium (Sampir.
Chr., n. 3\
(1) Asturicam venit et per septem annos tyrannidem gesit, Árabes secum babens. (Sampir.
Chr., 1. c).
(2) Conde, P. 2.a, c. LV.
3) Istius victoria? Cauriensis, Egitaniensis et caeteras Lusitania? limites, gladio et fame con-
sumptae, usqueEmeritam atque freta maris eremavit et destruxit. (Chr. Albeld., n. 62).
(4) Conde, 1. c.
tomo ti. <>3
498 HISTORIA GENEKAL DE ESPAÑA.
•e he- de Afranc, dicela crónica musulmana, les ofreció vasallaje y tributos y poner
en su poder los fuertes de la frontera; y con ayuda de ellos ocupó las fortalezas
de la orilla del Segre, y ellos le llamaban rey, y les pagaba tributo y vendia las
ciudades á los enemigos del islam (1). » En un principio no se tomaron, á lo que
parece, medidas decisivas contra él, ocupado como estaba Almondhir en la fron-
tera de Galicia, es decir, entre el Duero y los montes, con las tropas de Mérida y
878 Toledo. Allí pasó el año 265 , sitiando á Zamora del Duero, de que antes se
apoderara Alfonso, y apurada tenia ya á la ciudad cuando supo que el rey de
Asturias llegaba en su auxilio con numerosa hueste. Cuéntase que hubo durante
el cerco un eclipse total de luna, y cuando Almondhir puso á sus soldados en
batalla para marchar contra el enemigo, muchos tímidos y supersticiosos es-
quivaron la pelea considerando aquel suceso como de mal agüero, sin que logra-
ra volverlos á las filas y ai deber el ejemplo de su caudillo y de sus capitanes.
Con gran trabajo de los alcaides logróse retirarlos sin desorden delante del ene-
migo, y muchos distinguidos guerreros murieron al lado de Almondhir, esfor-
zándose en contener el ímpetu de los cristianos.
Nuestras crónicas fijan el lugar de la batalla en Polvararia, en las márgenes
del Orbigo, no lejos de Zamora, y hacen ascender á quince mil el número de
Sarracenos muertos en el campo (2). A consecuencia de esta batalla y por consejo
de Abul Walid, el mismo que estuviera antes prisionero, ajustóse una tregua de
tres años entre Asturianos y Árabes.
Corriendo el mismo año, según Sampiro, redujo Alfonso la ciudad de As-
torga, obligando al ciego Yeremundo á refugiarse entre los Sarracenos, sus
aliados (3).
881. Al espirar aquella tregua, el jueves 22 de la luna de jawal del año 267
(25 de mayo 881), tembló la tierra con tan espantoso ruido y estremecimiento,
que cayeron muchos alcázares y magníficos edificios. El suceso pareció tan ex-
traordinario que los historiadores nos han conservado del mismo muy detallada
relación. Hundiéronse montes, dicen, abriéronse peñascos, y la tierra se hundió
y tragó pueblos y alturas; el mar se retrajo y apartó de las costas y desapare-
cieron islas y escollos en el mar. Las gentes abandonaban los pueblos y huian á
los campos, las aves salían de sus nidos, y las fieras espantadas dejaban sus
grutas y madrigueras con general turbación y trastorno: nunca los hombres
vieron ni oyeron cosa semejante (4). Estas calamidades sumieron en el ma-
yor abatimiento los supersticiosos espíritus de los Musulmanes, y parece que fue-
ron causa de que se manifestase cierto descontento contra el emir y su hijo, que
entonces intervenía así en la dirección de los negocios civiles como en el acau-
dillamiento de las tropas. Estas cosas, dice Conde, influyeron tanto en los áni-
mos de los hombres y en especial de la ignorante multitud, qne no pudo Almon-
dhir persuadirles que eran cosas naturales, aunque poco frecuentes, que no tenían
influjo ni relación con las obras de los hombres ni con sus empresas, y que lo
(4) Conde, P. 2.», c. LV.
(2) Chr. Albeld., n. 62.
(3) Cíkcus vero ad Sarracenos fugit; tune edomuit rex Astoricam (Sampir. Chr., n. 3).
(4) Conde,], c.
GAP. XII. — ESPAÑA ÁRABE. 499
mismo temblaba la tierra para los muslimes que para los cristianos, para lasAdeJiC
fieras que para las inocentes criaturas.
No se habían recobrado todavía los Árabes del terror que les causara tan es- 8^-
pantoso terremoto, cuando una nueva calamidad cayó sobre ellos de los riscos de
Afranc y montes de Albortat , de las breñas de Aragón y de Navarra. Ornar ben
Hafsun se mosíraba mas audaz y poderoso que nunca , y unido con los cris-
tianos, bajó de aquellos montes con innumerable muchedumbre que corrió y de-
vastó la tierra hasta el Ebro. Los walies de Zaragoza y Huesca, que quisieron opo-
nerse á su paso, fueron arrollados por el torrente, y hubieron de participar al emir
súmala suerte é implorar de él prontos auxilios. Muhamad se puso en marcha con
su caballería, y reunida esta con las tropas de Álmondhir, se dirigieron todas en
busca de los sublevados. Sabedores estos de la calidad y número del ejército de
Córdoba, temieron venir á batalla, y con forzadas marchas se retiraron á los mon-
tes. En aquella ocasión, empero, dice la crónica arábiga , lo mismo eran cuestas
que llanos para los Muslimes , y una mañana á la hora del alba descubrió Ál-
mondhir el campamento de los de Afranc , hallándose ambos ejércitos tan cerca
que no fué posible que rehusaran la pelea. Trabóse esta ya alto el dia con igual
ímpetu y valor, pero no tardaron mucho los Muslimes en desordenar y romper á
los de Afranc; la matanza fué horrorosa , y los campos quedaron cubiertos de ca-
dáveres y regados de sangre. Hafsun fué herido mor taimen te , y García , jefe de
los Navarros independientes , quedó muerto con muchos compañeros en el campo
de batalla. Ai hijo de este García verémosle proclamado rey en Pamplona en 905,
y él es el verdadero origen de los reyes navarros.
Esta fué la célebre batalla de Aybar , llamada así por haberse dado en el
valle de dicho nombre, en el lugar de Larumbe, á pocas leguas de Pamplona. Ál-
mondhir permaneció en la frontera hasta el invierno, y Muhamad regresó á Cór-
doba , donde fué recibido con fiestas y aclamaciones.
Mientras estas guerras ocupaban las fuerzas todas del emirato no permane-
cía Alfonso inactivo. Espirada la tregua , entró en 881 por tierras de los enemi-
gos , apoderóse de Nepza , pasó el Anas á diez millas de Mérida, y avanzó sin
combate hasta el monte Oxifer , que se cree ser una derivación de Sierra More-
na. Allí encontró al enemigo , á quien mató quince mil hombres según unos , y
cinco mil según oíros , después de lo cual volvió victorioso á sus montañas , ha-
biendo llevado los pendones de la cruz á lugares donde no habían tremolado to-
davía (1).
La batalla de Aybar no terminó sin embargo la guerra en la España orien-
tal. Es cierto que Hafsun habíase retirado del campo cubierto de graves heridas
que debían causar su muerte pocos meses después , pero su partido quedaba con
vida, con fuerzas y con bríos para prolongar la partida durante mucho tiempo; era
aquella una guerra entre las tribus , en la que se trataba de algo mas que de in-
tereses de familia; era una guerra entre pueblo y pueblo, envenenada y eterniza-
da por rivalidades hereditarias de religión y de bienestar, y no podia concluir
sino por la extinción de las causas que la producían , por la opresión ó esterminio
de uno de los partidos ó por la separación de los intereses. Estos se hallaban en
(1) Chr. Albeld.,n. 64.
500 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de j. c cierto modo personificados en aquellos grandes nombres de rebeldes, en los Muza,
en los Hafsun, de modo que cuando falta uno, vemos aparecer á otro y aun cuan-
do todos ellos combatan en el fondo para sí y los suyos , para su tribu, para sus
parciales, vérnoslos siempre unidos contra el enemigo común, contra el Sirio y el
Árabe opresor, que desde Córdoba se esfuerza en dominar todas las tribus, que-
riéndolas someter á un poder único y supremo.
Ornar ben Bafsun habia salido moribundo de la batalla en que pereció su
amigo el conde cristiano de Pamplona, y buscó un asilo entre sus compañeros de
883. los Pirineos centrales , donde se cree que murió poco después , en 883 (1). Los
hijos de Muza continuaban mandando en las riberas del Ebro : Ismael domina-
ba en Zaragoza ; su hermano Forlun en Tudela , y ambos, cristianos ó no , eran
muy amigos del monarca asturiano. Almondhir que, según hemos visto, se habia
quedado en la España oriental después de la batalla de xiybar para perseguir y
aniquilar á los rebeldes , sitió á Ismael en Zaragoza , aunque sin resullado al-
guno ; dirigióse algunos días después contra Tudela sin mejor éxito, si bien ganó
en esta expedición un aliado importante y singular , Abdallah Muhamad ben Lo-
pia, nieto de Muza p hijo de Lupo que fuera gobernador de Toledo. Como su pa-
dre , Abdallah ben Lopia habia sido hasta entonces amigo de los cristianos, pero
celoso de las relaciones que mediaban entre el rey de Asturias y los hermanos
Ismael y Forlun , buscó la alianza del emir de Córdoba , y le prestó el auxilio
de los hombres de armas que de él dependían, ignórase por qué tíiulo. Con este
refuerzo de hombres y caballos, Almondhir alacó las posesiones de Alfonso en
Álava y Rioja, intentando apoderarse primeramente del castillo de Celorico (Cel-
loricum Castrum), que defendió con gran valor el conde de Álava Vigila Seme-
niz (Vela Jiménez). Los Sarracenos hubieron de abandonar la empresa después
de perder mucha gente, é igual suerte experimentaron en el extremo de Castilla
delante de una fortaleza llamada Pontecorvo (Ponte-Curvum), que defendió un
conde de aquel país, Didaco, hijo de Rodrigo (Diego Rodríguez). Almondhir solo
pudo apoderarsede Castrojeriz (Castrum Sigerici), que el gobernador habia aban-
donado por no hallarse en estado de defensa (2).
El rey de Asturias esperaba al enemigo en la ciudad de León , que él habia
hecho renacer de sus ruinas y dolado de sólidas fortificaciones. Almondhir en-
cargó a Abul Waiid el cuidado de sorprenderle; pero cuando este al marchar
hacia León , supo que Alfonso habia reunido allí un numeroso ejército, y descu-
brió á la distancia de quince millas las primeras avanzadas de los crislianos, pa-
só el Kzla (Flumen Estorm), incendió algunos castillos de la comarca , y acabó
por situarse en observación en un campo Jlamado Alcopo , en las márgenes del
Orbigo. Desde allí envió un mensage al rey para pedirle su hijo Abul Cassim, pri-
sionero entonces de los crislianos. Los mensageros fueron el hijo de Ismael ben
Muza y otro miembro de la misma familia á quien la crónica llama Fortum Iben
Alazela, ambos en rehenes entre los Árabes , y accediendo Alfonso á lo que se le
pedia, devolvió Cassim á su padre. En eslo el ejército musulmán tomó , llegado
el mes de setiembre, el camino de Córdoba , de donde habia salido en marzo, y
(1) Conde, P. 8.", c. LVII.
(2) Chr. Albeld., n. 68 y 69.
CAP. XII.— ESPAÑA ÁRABE. 501
el rey cristiano devolvió inmediatamente la libertad á los dos Beni-Kazzi que ha-
bía recibido de Abul Walid en cambio de su hijo (1).
Reducido á sus solas fuerzas, Abdallah ben Lopia no suspendió por ello las
hostilidades contra sus parientes ; á pesar del invierno , marchó contra Zaragoza
con el designio de arrebatarla al mayor de sus tios , Ismael ben Muza , que ha-
bía hecho de aquella ciudad su cuaríel general. Sabedoras de su marcha las tro-
pas de Zaragoza, salieron á su encuentro al mando de su gobernador, y según la
única crónica que ha referido estos hechos, empeñóse la batallaen un lugar mon-
tuoso á cinco millas de la ciudad. Ben Lopia cargó con furor alas compañías de su
tio, logrando ponerlas en precipitada fuga, y en el desorden que á este siguió, ca-
yó del caballo un primo del vencedor llamado Ismael benFortun. Su tio llamado
como él Ismael detúvose para auxiliarle, yambos fueron hechos prisioneros, junto
con otros muchos miembros de su familia, que, cargados de cadenas, fueron con-
ducidos y encerrados en el castillo de Becaria, que pertenecía á Ben Lopia. Este
presentóse en seguida delante de Zaragoza á la que sorprendió sin duda , y desde
allí envió embajadores á Córdoba, como si hubiera realizado aquella conquista en
interés y en servicio del emir. En sa contestación, Muhamad exigió la entrega de
la ciudad y de los prisioneros, y como á Abdallah disgustase este modo de apro-
vecharse de su victoria , puso en libertad á sus parientes é hizo otra vez causa
común con ellos. Entonces recibió del uno la fortaleza deValterra (Valterrce Cas-
trum), sin duda Salvatierra , y del otro Tudela y el fuerte de San Esteban : Za-
ragoza quedó también por él á título de conquista, á lo que parece, con el con-
sentimiento de sus tios y primos.
Mediante este tratado hallóse Abdallah en posesión de un magnífico territo-
rio en el Ebro superior , pero también con dos poderosos soberanos por enemi-
gos , el de Córdoba y el de Asturias, que amenazaban no dejarle un momento de
reposo. Los condes cristianos de Álava y de la Rioja fueron los primeros en ata-
carle por orden de Alfonso, y á lo que parece, arrolláronle en distintos encuentros.
Entonces Abdallah solicitó con vivas instancias ¡a paz del rey cristiano á quien hi-
ciera traición, sin que Alfonso quisiera concedérsela, ni admitirle en el número de
sus amigos. El Moro no se desalentó por esta negativa, y gestionaba en vano para
alcanzar el logro de sus deseos, cuando en la primavera de este año 883 un nue-
vo ejército de Córdoba, mandado como el anterior por Almondhir y Abul Walid,
atacó de nuevo á Zaragoza, baluarte de las posesiones del rebelde caudillo. Solo
dos dias se detuvo esta hueste delante de la ciudad , pero devastó sus cercanías,
entregó á las llamas los edificios y taló las mieses , penetrando luego , con igua-
les estragos, por territorio de Dejium (Monjardin),sin apoderarse, empero, de es-
ta plaza ni de otra fortaleza alguna de los cristianos. Los Sarracenos hicieron luego
iguales tentativas que la vez pasada contra Celoríco, Pontecorvo y Castrojeriz,
pero los gobernadores de estos tres puntos, Yela, Diego y Ñuño rechazáronlos en
breve fuera de los límites de Castilla. Arrojados en cierto modo hacíalas fronteras
de León (Legionenses términos), penetraron por ellos llegado el mes de agosto, y
sabiendo que la plaza de Sublancia se encontraba sin defensores , atravesaron el
(4) Et postea rex noster ipsos de Benikazi, quos deAbuhalit pro ejus filio acceperat, suis de-
nique amicis sine pretio dedit (Chr. Albed., n. 70}.
502 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
k. de j.c. j¡z}a> marcharon durante toda la noche para sorprenderla y la sorprendieron en
efecto antes que hubiesen llegado las tropas cristianas. De poco provecho empero,
fué á Almondhir esta conquista, pues abandonada la ciudad por sus moradores,
que se habian llevado todos los víveres y provisiones, no se atrevió el príncipe ára-
be á esperar allí la llegada de Alfonso. Retiróse, pues, hacia los estados de su pa-
dre, batiendo de paso á Cea y Coyanza, destruyendo el monasterio de Sahagun,
y dejando en la frontera á Abul Walid, no para continuar la guerra, sino para ne-
gociar la paz. — « Desde que se halla en los límites de León, dice la crónica de Al-
belda, Abul Walid hadirigido varias veces mensages de paz á nuestro rey, quien
por su parle ha enviado en setiembre al rey cordobés un embajador llamado Dul-
cidio, presbítero déla iglesia de Toledo, no habiendo regresado todavía á la ho-
ra de esta , á mediados de noviembre (1). » En la misma época, el nieto de Muza
Abdallah no habia cesado de solicitar la paz de Alfonso , y el monge de Albelda
nos lo anuncia con estas palabras que ponen fin ásu crónica : « El susodicho Ab-
daliah no cesa de enviar legados pidiendo á nuestro rey paz y gracia al mismo
tiempo ; pero todavía sabe Dios lo que será (2). » Infiérese no obstante , dice La-
fuente, que al fin la atorgaria el rey, puesto que no vuelve á hablarse de guerra
entre los dos.
El tratado de paz con Córdoba parece haber sido objeto de detenidas de-
liberaciones en cuanto Dulcidio, plenipotenciario general del monarca asturiano
para celebrarlo , habia partido para aquella capital en setiembre y no habia
regresado todavía en noviembre del año 883 en que termina el relato del anóni-
mo de Albelda. Probablemente en diciembre del mismo año ó á principios del
siguiente firmóse la paz entre ambas naciones , después de una prolongada deli-
beración de las cláusulas del tratado, en el que, alo que parece, convinieron con
gran sinceridad cristianos y musulmanes, puesto que no se quebrantó ni en el
reinado de Muhamad, ni en los de sus dos hijos y sucesores. Entre otras condi-
ciones , estipulóse una que revela bien el espíritu religioso de la época , á saber:
que los cuerpos de los santos mártires de Córdoba Eulogio y Leocricia habian
de ser trasladados á Oviedo, lo cual se verificó con gran pompa y solemnidad.
El mismo año en que se celebró esta paz, esto es en 883, Almondhir fué decla-
rado alhadi ó futuro sucesor de su padre y reconocido como tal por todos los
grandes dignatarios del imperio reunidos expresamente en Córdoba.
Zamora, Toro, Simancas y otras poblaciones del Pisuerga y del Duero que
adquirían cada dia mayor importancia, quedaron desde entonces incorporadas
al reino de Asturias. Aseguróse además al rey de Oviedo la posesión del condado
de Álava, y Alfonso aprovechó el reposo en que la paz le dejaba para multiplicar
en él los castillos y fortalezas; un conde de aquella región, Diego Rodríguez,
pobló por aquel entonces, siguiendo las órdenes de Alfonso, y sin duda fortificó á
Burgos, que tan gran papel habia de desempeñar después en la historia de nues-
tra patria (3).
Para la defensa de las costas asturianas, amenazadas por los Normandos,
884.
(1) Chr. Albeld. , n.75.
(2) Id., n 76.
(3) Populavit Burgos Didacus comes per mandatum regis Alfonsi. (Chr. Burg.,eraDCCCCXXII.
-883, Esp. Sag., t. XXII, p. 307).
CAP. XII.— ESPAÑA ÁRABE. 5 C 3
mandó Alfonso levantar en una de las mas altas peñas de la costa, junio al Océa- A de J- c
no cantábrico, el castillo de Gauzun, cuyas ruinas subsisten todavía á una legua
de Gijon , y preparándose en la paz para la guerra, como previsor y prudente
monarca, levantó otros muchos en el interior, como los de Gordon , Alba, Luna,
Arbolio, Boides y Con [meces, que todos llegaron á tener importancia histórica.
Sin embargo, no fueron estas las únicas ocupaciones del monarca cristiano.
A fines del año 884, mientras Diego poblaba á Burgos, un magnate llamado Hano
se rebeló contra Alfonso é intentó despojarle de la corona y de la vida; descu-
bierto su propósito, fué castigado con la pena de ceguera, y sus bienes confiscados
fueron dados por el rey á la iglesia de Santiago. Igual destino sufrieron los de ssss
otro rebelde llamado Hermenegildo y los de su esposa Hiberia, muger resuelta y
varonil, que aun después de la muerte de su esposo , quiso asesinar al monarca.
Los escritores de la época mencionan , pero no explican estas obstinadas y fre-
cuentes rebeliones que turbaron desde un principio el reinado de Alfonso , y nada
nos revela sus causas, que nacerian probablemente, á lo que puede conjeturarse,
del carácter personal y de las pretensiones del soberano.
A fines del año 883, poco después de haber sido reconocido Almondhir co-
mo futuro sucesor al imperio, Caleb ben Hafsun renovó , secundado por los cris-
tianos de los Pirineos, las excursiones de su padre. Sediento de venganza, des-
cendió con sus parciales á tierra de Borja , dice la crónica arábiga , desde las
montañas de Jaca donde tenia su asilo , hizo correrías por las márgenes del Ebro ,
y sus compañeros le llamaban rey (1). Llegadas estas nuevas á Córdoba, Al-
mondhir se puso en marcha con la caballería de Toledo , y tomó el camino de
Valencia, porque las algaras de los rebeldes bajaban por toda la ribera del Ebro.
Caleb ben Hafsun no esperó la llegada de las tropas y se retiró á los montes,
por lo que el príacipe se detuvo en Tortosa y encargó al walí Abdelhamid la
defensa de la frontera y observación de los rebeldes. Este caudillo peleó con ellos
con varia fortuna, y en el siguiente año (885) ocupó las fortalezas del Segre, del
Cinca y de los otros ríos tributarios del Ebro, ventajas que quedaron compensa-
das con la derrota que sufrió su ejército en Hisn-Jariz al dar en una embosca- 88r>-
da que en un angosto valle le tenían preparada. Abdelhamid cayó cubierto de
heridas en poder de los enemigos, y los restos de la vencida hueste se refugiaron
en las ciudades inmediatas (mayo ó junio de 886) (2).
Los sucesos que por aquel entonces ocurrieron en Córdoba, y en particular
la muerte del emir acaecida aquel mismo año, suspendieron la continuación de
esta guerra, y al ser proclamado Almondhir, hallóse dueño Caleb ben Hafsun de
toda la parte de la España oriental que confinaba con las posesiones de los Fran-
cos y Godos en Cataluña. Abdallah ben Lopia dominaba por su parte en Zarago-
za y en lo restante de aquella porción de la Península.
Esta era la situación de España cuando, después de un turbulento reinado
de treinta y cinco años, Muhamad murió durante el mes de safar del año 273
(julio-agosto de 886). Nacido en 207 (3), contaba por consiguiente poco mas de
sesenta y cinco años.
(4) Conde, P. 2.a, c. LVII.
(2) Id. 1. c.
(3) Murfy, c. 3.
504 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
La crónica arábiga refiere del modo siguiente la muerte de Muhamad :
« Los mas grandes acaecimientos como los mas leves , dice , el hundi-
miento de una montaña como el movimiento y caida de una hoja de sauce,
todo procede de la divina voluntad, y está escrito en la tabla de los eternos
hados como y cuando el soberano Señor lo quiere: así fué que el rey Muhamad,
estando sin dolencia alguna, y recreándose en los huertos de su alcázar con sus
wazires y familiares, dijo á Hixem ben Abdelaziz, walí de Jaén y uno de sus mas
íntimos confidentes: « La vida de los reyes es una senda sembrada en apariencia
» de aromáticas flores , pero en verdad que son rosas con agudísimas espinas : la
«muerte de las criaturas es obra de Dios , y principio de bienes inefables para
«los buenos: sin ella yo no seria ahora soberano.» Retiróse el rey á su estancia
y se reclinó á descansar, asaltándole el eterno sueño de la muerte que roba las
delicias del mundo y ataja y corta los cuidados y vanas esperanzas humanas.
Esto fué al anochecer del domingo 29 de la luna de safar del año 273 (domingo
4 de agosto de 886) (1).» — 'De sus varias mugeres, Muhamad habia tenido cien
hijos y le sobrevivieron treinta y tres, dos de los cuales, según veremos, reinaron
después de su muerte. Su secretario íntimo fué su hijo Abdelmelek, y cuéntase
de este Ommíada un rasgo característico que da gran luz sobre los acaecimien-
tos posteriores, como fué haber preferido á los Sirios postergando á los Árabes
Yeledíes en los empleos y consejos (2). A su tiempo, reinando el segundo de sus
sucesores, veremos los funestos frutos de esta preferencia
Como su padre y sus abuelos, Muhamad escribía con elegancia y hacia
buenos versos. Poseía un hermoso carácter de letra, habilidad muy apreciada
entre los Árabes, como que se lee en las máximas de Alí : « Aprended á escribir
bien; una hermosa letra es llave de riqueza.» Era también muy versado en las
ciencias exactas, é igualaba si no sobrepujaba á sus abuelos en liberalidad, valor
y elocuencia.
Fué de buenas costumbres, y tenia por los sabios la misma predilección que
su padre. Bajo su reinado falleció en Córdoba Yahia ben Alakem el Gaceli, uno
de los hombres de letras, de estado y de guerra mas notables de es le siglo , de
quien hemos hablado ya distintas veces. Su muerte fué muy dolorosa á Muha-
mad, pero habia ya cumplido su carrera, dice su biógrafo, en cuanto habían pa-
sado sobre su cabeza noventa y cuatro años. Habia nacido en efecto en el año
156 de la hegira , el mismo en que llegó á España Abderrahman ben Moaviah.
(«) Conde, P. 2.a, c. LVU.
,2) Id. 1. c.
k
P5
te
I
-g
*l
APÉNDICE
AL
TOMO SEGUNDO.
TOMO 11.
61
APÉNDICE AL TOMO SEGU
i.
Decreto del rey Marico y su traducción castellana, al conde Timoteo y demás go-
bernadores , enviándoles el nuevo Código de Leyes (1)
(Véase la pág. 40.)
Utilitates populi nostri propitia divi-
nitate tractantes, hoc quoque , quod in
jure habetur iniquum , meliori delibe-
ratione corrigimus , ut omnis legum
Romanorum , et antiqui juris obscuri-
tas adhibitis Sacerdotibus, ac nobilibus
viris in lucem diligentise melioris de-
ducía resplandeat, et nihil habeatur am-
biguum , unde se diuturna aut diversa
jurgantium impugnet objectio.
Quibus ómnibus enucleatis, atque in
unum librum prudentium electionecol-
lectis, hsec quae excepta sunt, vel cla-
rión inlerpretatione composita, venera-
bilium Episcoporum , vel electorum
Provincialium nostrorum roboravit as-
sensus.
Et ideo scriptum librum , qui in ta-
bulis habelur collectus. Goyarico comi-
li pro distinguendis negotiis nostra jus-
sit clementia destinan , ut juxta ejus
Trabajando nosotros con el favor de
Dios en todo lo que puede ser de prove-
cho para nuestros subditos , y cono-
ciendo que varias leyes del derecho me-
recían corregirse con madura delibera-
ción, hemos mandado ejecutar esta
corrección con el consejo de personas
escogidas así del clero , como de la no-
bleza , para quitar con esto toda oscu-
ridad y confusión á las leyes romanas
y antiguas y corlar las cuestiones y
disputas, con que se alargan los pleitos.
Con el juicio y buena elección de
hombres prudenles , se han recogido
las leyes en un solo libro, acerándolas
y mejorándolas según convenia ; y di-
cho libro ha merecido la aprobación de
nuestros venerables Obispos , y de los
diputados de las Provincias.
El conde Goyarico por disposición
nuestra , lo ha ordenado y dividido en
clases , para que pueda hacerse fácil-
mente uso de él en todas las causas que
(4) Año 508.
508
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
seriem universa causarum sopiatur in-
tentio ; nec aliud cuilibet , aut de legi-
bus , aut de jure liceat in disceptatio-
nem , proponere , nisi quod directi li-
bri , et subscripti viri spectabilis Ania-
ni manu , sicut jussimus , ordo com-
plectitur.
Providere ergo te conven it, ut in fo-
ro tuo nulla alia lex, ñeque juris formu-
la proferri , aut recipi prsesumatur :
quod si factum fortasse constiterit , aut
ad periculum capiíis tui, aut ad dispen-
dium tuarum noveris faculíatum. Hanc
ergo prseceptionem directis libris jussi-
mus cohserere , ut universos ordina-
tionis nostrae , et disciplina teneat , el
poena consíringat.
Subscriptio Aniani.
Anianus vir spectabilis , ex prsecep-
tione Domini nostri Gloriossissimi Ala-
rici Regis hunc codicem de Theodosiani
legibus , alque sententiis juris , vel di-
versis libris electum , Aduris anno vi-
gésimo secundo eo regnante edidi , at-
que subscripsi.
Mecognovimus .
Data sub die quarta nonas februarii,
anno vigésimo secundo Alarici Regis,
Tolosse.
se ofrezcan ; pues no queremos que en
adelante se puedan citar otras leyes ni
constituciones en los tribunales , sino
las contenidas en el ejemplar que os
remitimos de dicho código , registrado
y firmado por el respetable Aniano.
Os mandamos, pues , bajo pena de
muerte ó de confiscación de bienes, que
deis las providencias necesarias , para
que en adelante no se reciba ni admita
otra ley alguna en los tribunales de
vuestra jurisdicción. Y para que esta
nuestra voluntad se tenga presente , y
sepan todos la pena que imponemos a
los que desobedecieran á nuestro De-
creto , hemos mandado incluirlo en to-
dos los ejemplares del nuevo código.
Firma de Aniano,
Aniano, varón respetable , por man-
dado del gloriosísimo rey Aíarico nues-
tro señor , he firmado en Aduris este
código de leyes sacadas del Teodosia-
no, de las sentencias del derecho y de
otros varios libros , en el ano vigésimo
segundo de dicho rey.
Las hemos confrontado.
Dado en Tolosa á dos de febrero, del
ano veinte y dos de Alarico rey (505
de la Encarnación).
II.
Matrimonio de las hijas de Atanagildo, Galsuinda y Brunequilda.
(DE GREGORIO TURONENSE.)
(Véanse las pág. 45 y 46.)
XXVII. El rey Sigiberto (1), que veia á sus hermanos elegir esposas in-
dignas de su rango y humillarse hasta unirse en matrimonio con sus criadas, en-
vió una embajada á España con ricos presentes para soliciíar la mano de Rrune-
quilda (2), hija del rey Atanagildo. Era Rrunequilda doncella de singular hermo-
(4) Año 567.
(2) Gregorio escribe Brunichild.
APÉNDICE AL TOMO II. O 09
sura, de gracioso aspecto , de honestos y distinguidos modales, avisada en sus
resoluciones y amable en su conversación. Su padre, después de contestar satisfac-
toriamente ala demanda, envióla al rey Sigiberto con grandes tesoros, y este, reu-
niendo á los señores de su corte y disponiendo grandes fiestas, la recibió por es-
posa en medio del universal regocijo. Brunequilda profesaba la creencia arriana;
pero las predicaciones de varios obispos y las palabras del mismo rey no tarda-
ron en convertirla, y creyó y confesó la bienaventurada Trinidad reunida en un
solo Dios, recibió la santa unción , y hecha católica, persevera aun en el dia en
la fe de Jesucristo.
XXYIÍÍ. Al veresio, Chilperico(l), aunque tenia ya varias mugeres, pidió
por esposa á Galsuincla, hermana de Brunequilda, prometiendo por medio de sus
embajadores abandonar á las demás, con tal que se le concediera una esposa digna
de él, unahijaderey. Aceptando estas promesas, envióle Atanagildosu hija, igual-
mente con grandes riquezas, y llegada Galsuinda, que era mayor que Brunequil-
da, cerca de Chilperico, fué recibida con gran honor, y unióse á él por medio de
matrimonio. Al principio recibía del rey grandes pruebas de afecto, en cuanto
habia traído consigo muchísimos tesoros ; pero el amor de Fredegunda , una de
las primeras mugeres de Chilperico , fué causa entre ellos de violentos alterca-
dos. Galsuinda, que habia sido convertida ya á la fe católica y bautizada, quejó-
se al rey de los continuos ultrajes que sufría, de que no partía con ella la digni-
dad de su rango , y pidióle, en recompensa de los tesoros que ie habia traído,
permiso para volver libre á su país. El rey, disimulando sus intentos , procuró
calmarla con palabras de cariño, y por fin la hizo estrangular por un esclavo,
hallándose á la reina cadáver en su cama. Después de su muerte, manifestó Dios
su virtud de una manera ostensible : delante de su sepulcro ardía una lámpara
suspendida por medio de una cuerda, y rota esta sin que nadie la hubiese toca-
do, y cayendo la lámpara al suelo , este perdió su dureza, y como en una mate-
ria blanda quedó aquella medio enterrada sin romperse. Luego que el rey hubo
llorado su pérdida, casóse con Fredegunda pasados pocos dias, y sus hermanos,
creyendo la muerte de la reina efecto de sus órdenes secretas, le despojaron y le
privaron del trono. Chilperico tenia entonces tres hijos de Audovera, su primera
esposa: Teodoberío, de que antes hemos hablado, Meroveo y Clodoveo. Pero vol-
vamos á nuestro asunto.
III.
Apología de Brunequilda, reina de Francia y princesa española.
(DE 3IASDEU, T. X.)
(Véase la pág. 43.)
La nobilísima Brunequilda era hija de Atanagildo, rey de España, muger de
Sigiberto, rey de Melz, Cuñada de Caribello, rey de Paris, y de Gontrando, rey
de Orleans, cuñada doble de Chilperico, rey de Soissons , lia y muger de Mero-
k) Año 56?.
510 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
veo, heredero de Chilperico, madre del rey Childeberto, que sucedió á Sigiber-
to, madre también de la reinalngunda, casada con San Hermenegildo, abuela de
los reyes Teodorico y Teodoberto, sucesores de Childeberto, y visabueía de Sigi-
berto, sucesor de Teodorico. Esía reina, que íuvo la gloria de emparentarse con
tantos reyes de Francia, y el gozo de ver coronados á sus hijos y nietos, y aun
á su biznieto, sufrió por el largo curso de su vida persecuciones gravísimas de
Chilperico, rey de Soissons, y de Fredegunda su muger, y por fin acabó sus dias
con mueríe vergonzosísima por infame sentencia del rey Clotario, hijo de Frede-
gunda. El motivo de la persecución fué la muerte bárbara y alevosa que dio Chil-
perico á su mujer Galsuinda, para satisfacer los amores y celos de Fredegunda;
pues habiendo intentado los demás reyes de Francia, hermanos de Chilperico,
vengar esta muerte con una guerra , los dos culpados atribuyeron toda la ven-
ganza á Brunequilda por ser hermana de Galsuinda. En esto convienen todos los
historiadores de Francia , y no hay la menor disputa. La cuestión está en la
muerte cruelísima que mandó dar el rey Clotario á Brunequilda, y á todos sus
descendientes ; porque la sentencia fué tan atroz y escandalosa, que debe nece-
sariamente llamarse á Clotario un rey tirano, ó á Brunequilda una muger in-
fame.
Los historiadores de Francia, coetáneos, y vecinos al hecho, han guardado
un profundo silencio sobre las causas de tan bárbara sentencia, sin culpar, ni á
Clotario, ni á Brunequilda. Después de un siglo entero comenzaron á infamar á
esta princesa, y á defender al rey. El silencio de los primeros es prueba bastan-
te clara de que los subditos por una parte no podían excusar á su rey, y por otra
no tenían valor para acusarlo; y el proceso de los segundos es indicio manifiesto
de que se hizo contra verdad, y por solo amor nacional, pues comenzaron á pu-
blicarlo cuando ya no habia testigos que pudiesen desmentirlo. Fredegario, por
ejemplo, que escribía unos ciento cincuenta años después del suceso, cuenta de
Brunequilda mil maldades, que hasta entonces no se habían oído, y no cita un
autor, ni un testimonio. ¿Quién no conoce que este escritor inventa para salvar
el honor de su nación? Al contrario, el continuador de Mario Aventicense, que
escribía bajo el reinado del mismo Clotario, y lo adula con los títulos de Glorio-
so, Religioso y Dichoso, refiere la atrocísima sentencia, sin insinuar un solo de-
lito proporcionado á tan grave pena, pues no alega otra razón ó pretexto, sino
que Brunequilda pretendía dar á su biznieto el reino poseído antes por su ma-
rido, y por sus hijos y nietos. ¿Quién no ve, que el contar de un rey vivo una
acción, que por sí misma lo declara tirano, sin atraer excusa alguna de la tira-
nía, es prueba evidentísima de que no habiá'en Brunequilda el menor delito con
que poder solapar la injusticia del rey? Estas reflexiones solas debieran bastar,
según buena crítica, para tener por falsedad y calumnia todo lo que han dicho los
escritores de Francia, después de entrado el siglo vi n contra esta princesa.
Pero quiero sin embargo examinar los cargos con toda distinción , para que res-
plandezca mas su inocencia tan injustamente ultrajada
Se hace cargo á Brunequilda de la muerte de su propio marido Sigiberto,
pues dicen que el rey Clotario, cuando la sentenció, le echó en cara esta muer-
te y la de otros nueve reyes. San Gregorio de Tours , escritor coetáneo, y francés,
refiere que mataron á Sigiberto dos sicarios pagados por Fredegunda. El mismo
APÉNDICE AL TOMO II. olí
Fredegario y otros igualmente fabulosos, como son el autor de los Hechos de los
Reyes Francos y el monge llamado Aimoino, copiaron de las obras de San Gre-
gorio la misma relación, como está en el Santo. ¿No es malignidad insufrible que
un delito cometido por la mayor enemiga de Brunequildapara ofenderla y llenarla
de amargura, se atribuya á la misma persona ofendida? ¿No es locura pensar que
Clotario, hijo de Fredegunda, pudiese culpar públicamente á esta princesa de lo
que todos sabían haber sido obra de su madre?
Brunequilda se casó en segundas nupcias con su sobrino Meroveo, y habien-
do muerto, dicen, á su primer marido, mató también al segundo. No puede in-
ventarse fábula mas contraria á las mismas historias de Francia, no solo á la de
san Gregorio, pero aun á las de los mismos calumniadores de Brunequilda. Es in-
negable que Meroveo sin asistencia ni noticia de esta princesa se hizo matar por
un criado para librarse del furor de Chilperico su padre, que le perseguia de
muerte por el casamiento hecho con Brunequilda, y es igualmente indubitable,
como lo refiere san Gregorio, que fué obra de Fredegunda el hacer salir á Mero-
veo del asilo en que estaba, y hacerle caer en las manos de los que le prendieron
para entregarle al padre. Parece increíble que Fredegunda en odio á Bruneqilda
inciíase al marido contra el propio hijo ; pero no extrañará esta maldad , aun-
que tan horrible, quien lea en las historias de aquel mismo tiempo, que la mal-
vada muger aborrecía á todos los hijos de Chilperico, y á todos les procuró la
muerte. Teodoberto, á quien hizo matar en una batalla, y G lodo veo, á quien qui-
tó en una cárcel la libertad y la vida, eran hijos de Chilperico, y hermanos de
Meroveo; y fué tanto el gozo que tuvo con la pérdida del primero , que se decla-
ró amante de Gontrado Boson, porque habia tenido parte en tan infame cielito.
¿Cómo no se corren estos historiadores de defender la causa de una muger tan
perversa y cruel para denigrar la fama de una reina piadosa y amabilísima?
Los que hacen rea á Brunequilda de la muerte de Meroveo, la culpan tam-
bién de la del rey Chilperico. Esta acusación es tan claramente falsa , que aun
el autor de los Hechos de los Beyes Francos, y el monge Aimoino, siendo enemi-
gos declarados de Brunequilda, dan toda la culpa de la muerte de dicho rey á
Fredegunda su muger. Dicen que la mala hembra, viendo descubiertos sus tor-
pes amores con Landerico, hizo matar al marido que volvía de la caza, antes que
él tuviese tiempo de matarla á ella. Pero no hagamos caso de lo que dicen auto-
res sospechosos, y consultemos solamente á san Gregorio de Tours. El Santo re-
fiere que Chilperico murió á manos de un joven , sin decir como se llamaba , ni
quien era. Añade , que dos veces se hicieron averiguaciones sobre esta muerte ;
la primera por orden de Gontrando , hermano del difunto , que hizo examinar á
Fredegunda; y la segunda por disposición de Brunequilda, que mandó atormen-
tar á Sunnigisilo por sospechas que habia contra él. Fredegunda culpó á Eberul-
fo, camarero de palacio, y Sunnigisilo se confesó reo por sí mismo. Háganse so-
bre esta causa las reflexiones siguientes: Primera: Fredegunda es llamada á exá-
menes, y no Brunequilda: luego contra esta no habia sospechas, pero sí contra
aquella. Segunda: Fredegunda, siendo enemiga capital de Brunequilda, no acusa
en sus exámenes á esta princesa; luego no habia la menor sombra de razón para
poderla culpar. Tercera : Brunequilda procura que se hagan averiguaciones y
procesos sobre la muerte de Chilperico: luego no teme las resultas contra sí mis-
512 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ma. Cuarta: Sunnigisilo se confesó culpable, y al mismo liempo habia sospechas
contra Fredegunda: por estos indicios debe sospecharse que Fredegunda ordenó
la muerte, y Sunnigisilo la ejecutó.
Los enemigos de Brunequilda prosiguen diciendo que Teodorico , nieto de
esta princesa, malo á su propio hermano Teodoberto, y al hijo y nieto de este su
hermano , llamados Clotario y Meroveo. La culpan del fin desgraciado de estas
tres personas reales, porque ella, dicen , para poner discordia entre los dos her-
manos, dijo á Teodorico que Teodoberto era bastardo, y por consiguiente no te-
nia derecho á los estados que poseia. Este cargo que se hace á Brunequilda es
un tejido de incoherencias y falsedades. Cuenta la historia de aquella edad, que
Teodoberto quiso tomar á Teodorico la Alsacia : que este , como es natural , le
movió guerra: que el primero hizo las paces con engaño: que Teodorico renovó la
guerra, y venció al hermano: que Brunequilda se interpuso para que el vence-
dor no tomase otra venganza sino la de dar á su hermano las órdenes sagradas,
que era lo mismo en aquel tiempo que inhabilitarle para el trono. Esto refieren
las historias de aquel siglo y no otra cosa. Todo lo demás que se añade de pri-
siones y muertes son cuentos inventados por Fredegario , y por otros mas mo-
dernos, que ni aun en lo que dicen van acordes ; pues unos dicen que Meroveo
era hijo de Teodoberto y otros le llaman nieto; unos le hacen hijo mayor, y otros
menor; unos ponen muerto á solo Clotario y otros á Clotario y Meroveo. Se ve
con evidencia, que no solo es fábula lo que cuentan, sino que es fábula inventa-
da á pedazos, y por diversos autores, todos mancomunados á mentir contra la
hija de Atanagildo.
Teodorico, añaden, después de las muertes referidas quiso casarse con la
hija de su hermano difunto, y habiendo empuñado la espada para matar á su
abuela Brunequilda, porque quiso oponerse al matrimonio ilícito del tio con la
sobrina, la abuela se vengó de esta amenaza con hacerle dar un vaso de veneno,
de que murió; según el autor de los Hechos de los Reyes Francos , pasó todavía
mas adelante la venganza de Brunequilda, pues no solo quitó la vida á su nieto
Teodorico, sino también á los cuatro hijos del nieto , que se llamaban Sigiberto,
Corbo, Childeberto y Meroveo. Las relaciones incoherentes de los mismos calum-
niadores desmienten esta novela: pues acerca de Teodorico, dice Fredegario, que
murió de disenteria; y Joñas, escritor algo mas antiguo, refiere que murió en
Metz entre las llamas de un incendio; y por lo que toca á sus hijos, convienen
Aimoino y Fredegario en que murieron juntamente con Brunequilda á manos del
rey Clotario. Es muy digno también de reparo que representándola como muger
desalmada y sin temor de Dios ni de hombres, la pinten después tan escrupulosa,
que por la defensa del derecho canónico, que prohibe los maírimonios entre tio y
sobrino, se ponga á peligro de muerte; y esto, después de haberse casado ella
misma en la juventud con su sobrino Meroveo. ¿Quién no ve por estas mismas
contradicciones, que lodo lo que se dice contra Brunequilda son mentiras y ca-
lumnias?
Además de las muertes que he referido de diez personas reales, la culpan
de otras mil iniquidades, como de haber condenado á muerte al patricio Egilan
con el fin de confiscarle los bienes; de haber hecho mayordomo á Protadio, aun-
que tan indigno del empleo, solo porque era su amante; de haber enviado á Ber-
APÉNDICE AL TOMO II. 513
íoaldo á una guerra, para que muriese, y dejase el empleo á Protadio; de haber
confiscado los bienes á Unceleno, y dado la muerte á Yolfo, porque tuvieron par-
te en la caida de dicho su amante; de haber procurado finalmente que su nieto
Teodorico repudiase á la princesa española Ermenberga, y despojándola de todos
sus arreos y alhajas la volviese á España al rey Viterico. Ninguna de estas cosas
refieren los escritores mas antiguos y coetáneos, antes bien alaban mucho en Bru-
nequilda la honestidad, liberalidad y piedad, que son virtudes muy contrarias á
los amores torpes y á las confiscaciones y muertes , de que quisieran culparla los
modernos.
Pero dejemos toda cuestión de hechos particulares , y vamos á considerar
por una parte el juicio que formaron de Brunequilda los hombres de mayor auto-
ridad y respeto que la conocieron y trataron ; y por otra el carácter y las cali-
dades morales de los enemiges que la persiguieron. Si de este examen resulta
un hermoso retrato de esta princesa, y una pintura horrible de los que la abor-
recían, deben quedar por consiguiente desacreditados todos los escritores que
se han atrevido á calumniarla. Fredegunda, que era su mayor enemiga y per-
seguidora, fué rea de la muerte alevosa que dio Chilperico á su mujer Galsuin-
da : prometió doscientas libras de plata á san Gregorio de Tours, para que diera
su voto en concilio contra el inocente obispo Pretextato, y después de año los hizo
matar en su misma iglesia : hizo dar la muerte al rey Sigiberto, marido de Bru-
nequilda : encargó á un clérigo amigo suyo, que matase á dicha princesa, y por
no haber sabido ejecutarlo, le hizo coríar pies y manos : dio el mismo encargo á
otros dos clérigos, armándolos ella misma con dos puñales emponzoñados: fingió
una caria de Leovigildo , rey de España , para inducir al rey Gontrando á pro-
curar la muerte de dicha reina y de su hijo Childeberto : mandó quitar la vida
á su mismo marido para poder continuar en sus torpes amores : cometió por fin
tantas maldades , y vivió con tanto escándalo de todo el reino, que aun los que
procuran defenderla , la llaman adúltera y tirana , y san Gregorio dice que el
rey Gontrando, hablando con él mismo , la llamó enemiga de Dios y de los hom-
bres. De Chilperico, que persiguió juntamente con Fredegunda á Brunequilda,
no hay escritor que hable con elogio ; y solo dicen algunos en su defensa, que
las muchas iniquidades que cometió, deben atribuirse a su malvada muger, de
quien se dejaba arrastrar á cualquiera precipicio. El santo obispo de Tours que
le conocía, le llama el Nerón y el Herodes de su tiempo, y todos los demás his-
toriadores le representan como á un tirano de Francia. El monge Aimoino y el
autor de los Hechos de los reyes Francos, uno y otro enemigos declarados de la
fama de Brunequilda , refieren que Chilperico oprimia tan bárbaramente á sus
subditos con pesadísimas imposiciones, que el pueblo clamaba á Dios con los
brazos abiertos, y muchos se iban del reino y dejaban sus tierras, esperando pa-
decer menos en las agenas. El tercer enemigo de Brunequilda fué el rey Clota-
rio, hijo de Chilperico y Fredegunda, cuyos malos ejemplos y crueldades siguió
muchas veces en su largo reinado de cuarenta y seis años. ¿No es acaso para
Brunequilda de mucha gloria, que sus tres enemigos mortales, Chilperico, Gota-
rio y Fredegunda , fuesen conocidos en toda la Francia por príncipes viciosísi-
mos y perseguidores de toda virtud ?
Pero el mayor testimonio en defensa de esta princesa es el elogio que hacen
TOMO II. 63
SI 4 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de ella lodos los escritores de su siglo , no habiendo uno solo que la culpe, ni la
reprenda. Citaré solamente á tres, que por su santidad y doctrina valen por mu-
chos, á san Gregorio , obispo de Tours, asan Venancio Fortunato, obispo de Poi-
tiers, y al Pontífice san Gregorio I llamado el Grande. El obispo Turonense di-
ce en primer lugar, que Brunequilda era hermosa en el rostro, dulce en las pa-
labras, graciosa en el trato, honesta y agradable en las costumbres, y prudente
en los consejos. Cuenta después varios hechos particulares, que prueban la mu-
cha virtud de la princesa ; como el haberse presentado delante de un ejército en-
tero", vestida de hombre , y con elocuencia varonil , para detener á los generales
de una injusta violencia que iban á hacer al duque de Champaña llamado Lupo:
el haber defendido la inocencia del santo abad Lupencio , á quien habian dela-
tado con malignidad como enemigo de la misma reina : el haber perdonado y
aun favorecido al conde Inocencio, que por odio personal cortó la cabeza á dicho
abad después de haberlo la reina declarado inocente : el haber finalmente per-
donado la vida , y restituido la libertad al infame clérigo que fué á matarla por
comisión de Fredegunda. Estas pocas acciones , aunque no hubiera otras , son
características de un alma grande , y debieran bastar para llenar de rubor á los
que se atreven á infamar á una princesa (an insigne. Venancio Forlunaío en va-
rias de sus poesías la elogia extremadamente ; la llama la joya de España,
digna del rey de Francia : dice , que era hermosa , modesta, diligente , agrada-
ble , piadosa, y que antes de ser católica merecía los amores del rey, y después
de convertida mereció los de Dios; la iguala en virtud á su buena hermana Gal-
suinda ; da á las dos el título de torres ó baluartes , enviados, dice , de Toledo
para fortalecer á la Francia. San Gregorio Magno escribió á lo menos diez car-
tas á Brunequilda, y en todas la alaba por su mucha piedad y virtud. En la pri-
mera dice : « La bondad de vuestro corazón , de que tanto se agrada Dios , se
descubre y conoce en vuestro mismo gobierno , y en la educación que habéis da -
do á vuestro hijo , pues no solo le habéis asegurado el reino de esta tierra , sino
también el del cielo , arraigando en su alma con amor y cuidado materno las má-
ximas saludables de la religión Ya que tengo tan repelidas experiencias de
vuestra cristiandad y piedad..., os pido que deis ayuda y amparo al presbítero
Cándido , hijo mió dilectísimo , que se os presentará con esta carta. » La segun-
da dice así : « En las cartas que me habéis dirigido , descubro las calidades de
vuestra alma devota y piadosa, de suerte que, no solo debo alabar vuestros san-
tos deseos , sino también contentar vuestra devoción , remitiéndoos las reli-
quias que me habéis pedido de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.»
En la tercera caria habla en estos términos: «Tengo muy conocido y experimen-
tado el celo religioso con que os interesáis por la fe de Jesucristo , concur-
riendo con la mayor sinceridad á su exaltación y aumento. Esta seguridad , en
que vivo , me mueve á notificaros que la nación inglesa por el favor de Dios
quiere abrazar la religión cristiana , y como los sacerdotes mas vecinos á ella no
tienen la solicitud pastoral que debieran , me he resuelto dar este encargo al sier-
vo de Dios Agustin , que os presentará esta carta, porque tengo bien conocido su
celo, y el de los compañeros que le hedado... Espero que vuestra Excelencia, sien-
do naturalmente lan inclinada á toda obra buena, le concederá su protección y
ayuda así en atención á mis ruegos , como también por el servicio y gloria de
APÉNDICE AL TOMO II. 815
Dios. » La cuarta dice de este modo : « Muchas pruebas tengo del santo temor de
Dios que reina en vuestra alma , pero lo es grande el respeto y amor con que
miráis á los sacerdotes de Jesucristo, venerándolos y honrándolos como á siervos
del Señor. Rebosando de consuelo por ver en vos tanta cristiandad remito el
palio, según me habéis pedido, á nuestro hermano el obispo Siagro... He sabido
por relación de varias personas la caridad y empeño con que habéis favorecido
a mi hermano el obispo Agustín en su misión apostólica: por lo que os doy las
gracias que debo , y suplico al Dios de las Misericordias que os proteja y ampa -
re en este mundo , y después de muchos años de vida temporal os dé la celestial
y eterna.» En la quinta dice san Gregorio : «Ya que vos os merecéis los elogios
de todos por vuestro acertado gobierno, habéis de acrecentar vuestra gloria, ve-
lando, no solo en lo exterior de vuestros subditos , sino también en lo interior de
sus almas , y lomando principalmente á vuestro cargo el cuidado de los que
son promovidos al sacerdocio.» La sexta dice así : « La justicia y la equidad son
las dos cosas mas necesarias para el buen régimen de un estado y estas son
puntualmente las que resplandecen en vuestro acertado gobierno. Confiado en
estas calidades de vuestra alma..., os encargo la causa de Hilario , que se pre-
sentará á vos con mi carta..., pues entiendo que es injustamente perseguido por
sus contrarios , y espero que vos no permitiréis que se le agravie contra ra-
zón.» Sigue la séptima que dice así : « Doy muchas gracias á Dios, porque entre
los muchos dones de que os ha enriquecido su Divina Majestad , os ha dado
tan gran celo por la religión cristiana , que nada dejais ele hacer de cuanto se
os representa como provechoso para la gloria de Dios y bien de las almas. Ya
la fama habia divulgado lo que ahora me han referido algunos monges acerca
de lo mucho ¿fue habéis favorecido y ayudado á mi hermano el reverendísimo
obispo Agustín, en su misión apostólica de Inglaterra. Se admirarán de esta vues-
tra beneficencia los que no la tengan experimentada; mas yo que tengo de ella tan
repetidas pruebas, no puedo admirarme sino alegrarme mucho en el Señor. Vos
sabéis cuantas gracias y milagros ha obrado Dios en la nueva conversión délos
Ingleses , y ninguno mas que vos debe alegrarse de esto y regocijarse , porque
vos sois, después de Dios, la que habéis tenido mas parte en esta obra de la om-
nipotencia. Para que sea mayor el premio de vuestras buenas obras , os suplico
que deis igualmente favor á los monges que llevarán esta carta, á quienes envió
con el mismo fin á Inglaterra , juntamente con mis dilectísimos hijos Lorenzo,
presbítero , y Melito, abad. » En la octava dice el santo : « Conozco que Dios ha
derramado sus gracias y misericordias sobre vuestra alma, y principalmente lo
conozco por la sabiduría y prudencia con que gobernáis los corazones de los gen-
tiles... Como Dios suele ayudar á los hombres de buena intención , debo confiar
que bendiga vuestros negocios con tanta mayor bondad , cuanto mayor es la
solicitud que os tomáis en la causa del mismo Dios. Haced lo que es de
Dios , y Dios hará lo que es vuestro. Mandad , pues , que se junte un concilio
contra las simonias de los eclesiásticos, de que os hablé en otra ocasión. Venced
este enemigo doméstico de vuestro reino, para que con el favor de Dios venzáis
los enemigos de fuera, pues como vos os porlárades contra los enemigos de Dios,
así él se portará contra los vuestros. He aprendido con la experiencia de muchos,
que no da provecho alguno lo que se acaudala con pecado. Ninguna cosa os qui-
0 16 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
taran injustamente, mientras procuréis no tener cosa alguna contra justicia,
pues aun en este mundo el pecado siempre trae daño. » En la nona carta habla el
Pontífice de esle modo : « He oido por relación de muchos que algunos sacer-
dotes en vuestro reino viven vida tan deshonesta y relajada, que es oprobio aun
el oirlo... No teniendo celo ni virtud para corregir estos males los que debieran
hacerlo , dirijo mis ruegos á vos , para que con vuestra autoridad me permitáis
enviar un prelado , que juntamente con otros sacerdotes examine y corrija estos
desórdenes. » Sigue la décima y última en estos términos : « Entre otras muchas
prendas de vuestra alma me causa principalmente admiración , que en medio de
las olas de los negocios gravísimos que suelen agitar los ánimos de los reyes,
tengáis el vuestro tan ocupado en el culto de Dios y servicio de la Iglesia , como
si no tuvierais otra cosa en que pensar. Siendo regularmente las acciones del
pueblo conformes á las de quien gobierna , tengo motivo para juzgar á la nación
francesa mas feliz que otras , pues ha merecido tener una reina tan adornada de
todas las virtudes... Habiéndoseme preguntado si se podía promover á las sagra-
das órdenes un bigamo , he respondido estar prohibido por los cánones ; y espe-
ro que vos , que tantas cosas obráis can tanta piedad y religión, no permiti-
réis que se quebrante en nuestros dias esta institución eclesiástica. Se me ha pe-
dido también por vuestra disposición y orden que yo envié á Francia persona
digna y de autoridad, que, juntando en vuestros estados un concilio, pueda cor-
regir los desórdenes de los eclesiásticos; y veo en esto el loable cuidado que tenéis
de la vida espiritual de las almas , y de la firmeza y felicidad de vuestro reino.»
Así hablaban de Brunequiída tres escritores respetables de aquel mismo siglo , y
otros muchos testimonios podrían recogerse igualmente favorables , como lo hizo
el jesuíta Juan íloydo , que por relación del padre Dolando tenia Compuesto un
volumen entero sobre la santidad é inocencia de la insigne reina española.
IV.
Contienda entre Gontrando y Recaredo; conversión de este rey.
(DE GREGORIO TURONENSE. )
(Véase la pág. 57.)
XLV. Enviados de España se presentaban de continuo al rey Gontrando,
pero, lejos de celebrarse la paz, encendíase mas y mas el odio, y Gontrando en-
tregó entonces la ciudad de Albí á su sobrino Ghilderico. Gregorio Turonense re-
fiere aquí lo que hemos dicho de la expedición del duque Desiderio y de su lu-
garteniente Austrovaldo contra los Godos. Al saber la muerte de Didier, dice al
concluir, Austrovaldo retrocedió y marchó al encuentro del rey, que le hizo du-
que en lugar del difunto.
XLVI. Después de esto, Leovigildo, rey de las Hispanias (1), cayó enfer-
mo; díceseque hizo penitencia de su heregía, queexcitó á todos ánoabrazar nun-
(<) Post mortem Leuvichildi Hispanorum regís.
APÉNDICE AL TOMO II. 517
ca voluntariamente funestos errores y que profesó la fe católica; que en seguida
lloró sin cesar por espacio de siete dias su culpable conducta para con Dios, y
entregó el espíritu. Después de él su hijo Recaredo (1) subió al trono (ó por mejor
decir, reinó en su lugar, regnavitpro eo).
I. (2) Muerto Leovigildo, rey de las Hispanias, su hijo Recaredo hizo alian-
za con Gosuinlha (Gosuinda), su viuda, á quien trató como una madre (587). Go-
suintha era madre de la reina Brunequilda, madre del rey Ghildeberto el joven.
Recaredo era hijo de otra esposa de Leovigildo. Puesto de acuerdo con su madras-
tra, envió á los reyes Gontrando y Childeberto diputados encargados de decirles:
«Haya paz entre nosotros y hagamos alianza, áfin de que, en caso necesario, ayu-
dados de vuestro auxilio, os prestemos en cambio el nuestroconel mismo afecto. »
Los enviados dirigidos al rey Gontrando recibieron orden de detenerse en la ciu-
dad de Macón, y desde allí expidieron personas que manifestasen al rey el objeto
de su viage. El rey, empero, se negó á escucharlas, y de ahí resultaron tales ene-
mistades y rencores que á ningún habitante del reino de Gontrando le fué ya per-
mitido poner el pié en una ciudad de Septimania. Los diputados enviados al rey
Childeberto fueron, por el contrario, recibidos con gran bondad ; obtuvieron la
paz, y en cambio de los presentes que habían traído lleváronse otros muy precio-
sos para su soberano.
XYI. Por aquel tiempo (587) Recaredo, rey de España (3), tocado de la mi-
sericordia divina, reunió los obispos de su religión y les dijo: «¿Por qué se sus-
citan cada dia altercados entre nosotros y los obispos que se llaman católicos? (qui
se catholicos dicunt)?Y cuando su creencia les hace obrar infinitos milagros, ¿por
qué no podéis vosotros hacer cosa semejante? Os ruego, pues, que os reunáis y
discutáis con ellos las creencias de ambos partidos , á fin de que podamos ve-
nir en conocimiento de qué parte está la verdad. Entonces ó ellos se rendirán á
vuestras razones y creerán lo que decís, ó vosotros reconoceréis estar ellos en lo
cierto y creeréis lo que vienen anunciando.» Verificáronse las conferencias , y
reunidos los obispos de ambas religiones , los hereges sentaron las proposiciones
que tantas veces habían reproducido, y los obispos católicos contestaron con los
argumentos con que siempre los habian vencido. El rey hizo observar que los
obispos hereges nunca habian curado enfermos, y recordó que en vida de su pa-
dre, un obispo que con el auxilio de sus falsas creencias se jactaba de devolver la
vista á los ciegos, tocó con sus manos á uno que fingía serlo y le ocasionó una ce-
guera eterna, todo lo cual hemos referido mas extensamente en nuestro libro de
los Milagros (4). Así pues Recaredo, llamó en particular á los ministros de Dios, y
después de examinar sus creencias, reconoció que habia de adorarse á un solo
Dios bajo la distinción de tres personas , el Padre , el Hijo y el Espíritu Santo ,
que el Hijo no es inferior al Padre ni al Espíritu Santo; que el Espíritu Santo no
es inferior al Padre ni al Hijo, y que ha de reconocerse al verdadero Dios en esta
(1 ) Gregorio le llama Richaredus.
,2) Libro IX de Gregorio Turonense,
(3) Mas correctamente rey en España, in Hispania Richaredus rex....
(4) Es decir en el libro de Gloria Confess., c. XIII. Según MM. Taranne y Guadet, traductores
de Gregorio Turonense, este hecho sucedió no en España y en tiempo de Leovigildo, sino en África,
en tiempo de Hunerico, rey de los Vándalos.
518 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Trinidad igual y omnipotente. Recaredo, pues, que habia comprendido la verdad,
hizo que cesara toda discusión, sometióse á la ley católica, recibió la señal de la
santa cruz y la unción del santo crisma , y confesó á nuestro señor Jesucristo,
hijo de Dios, é igual al Padre y al Espíritu Sanio, y reinando en los siglos de los
siglos. Así sea. Envió en seguida diputados á la provincia de Narbona para que,
refiriendo la que acababa de hacer, atrajesen el pueblo ala misma creencia. Ha-
bia allí entonces un obispo de la secta arriana llamado Athaloco , quien turbaba
de tal modo las iglesias de Dios con proposiciones vanas é interpretaciones falsas
de las santas escrituras, que se le habría tomado por el mismo Arrio, quien, se-
gún relato del historiador Eusebio (1), sacó sus entrañas en un lugar escusado.
Como dicho obispo no permitiese á los de su secta abrazar la fe católica, y no
contase sino con corto número de partidarios , entró en su celda fuera de sí de
despecho, y apoyando su cabeza en la cama, entregó al Señor su alma perversa.
Así fué como el pueblo de hereges que habitaba esta provincia confesó la indivi
sible Trinidad y abandonó su, error.
Carta de Recaredo, rey de España, al papa san Gregorio Magno (2).
(Año 594.)
(Véase la pág. 62.)
Domino Sancto , ac beatissimo Papa? Al Santo y beatísimo Papa el Señor
Gregorio Episcopo: obispo Gregorio:
Recharedus. Recaredo.
I. Témpora quo nos Dominus sua I. En el tiempo que nuestro Señor
miseratione nefandas arrianse hseresis por su divina misericordia nos separó
fecit esse discordes , melioratos fidei de la secta sacrilega de los Arríanos,
tramite intra sinus suos catholica colli- la Iglesia Católica , viéndonos mejora-
git Ecclesia. dos en la Religión, nos recibiódenlro de
su seno.
II. Voluntatis tune nostrse fuit ani- II. Desde entonces tuvimos inten-
mus, tam reverentissimum virum, qui cion de escribirte con el mayor respeto
precederos polles antistites, omniinten- como á varón tan venerable , y tan su-
tione animi deleclanter inquirere , et perior á los demás obispos , y alabar
tam dignam acceptam Deo rem, pro no- á Dios con toda el alma según nuestra
(4) Rufino añadió dos libros á la Historia eclesiástica de Eusebio, pero como Gregorio Turonen -
se y los demás autores de la época solo conocían esta historia por la traducción latina de Rufino,
citaban toda la obra bajo el nombre de Eusebio. La muerte de Arrio se refiere en el lib. X,c. 44.
[T; Esta carta fué publicada en el año 4700 por Esteban Baluzio, que la tomó de un código an-
tiguo de la Biblioteca Colbertina. Ponemos aquí el original latino acompañado de su traducción para
que se conozca este notable documento de la época y al mismo tiempo el latin que en aquellos tiem-
pos se usaba. Las faltas que en el mismo se observan son claro indicio de la degeneración que el
lenguagc habia experimentado.
APÉNDICE AL TOMO II.
bis hominibus , modis ómnibus lauda-
ret. Unde nos multasque regni curas
gerimus , diversis occasionibus occupa-
ti , tres prseterierunt anni voluntatem
animi nostri minime satisfacere.
III. Et post hoc ad vos ex monaste-
riis Abbates elegimus , qui usque ad
tuam praesentiam peraccederent , et
muñera a nobis directa Sancto Petro
offerrent , tuse Sane [se reverenlise salu-
tem nobis manifestius nuntiarent. Qui
properantes, jam pené litora cementes
Italia?, in illis vi maris advenit, quibus-
dam scopulis propre Massilia inheren-
tes , vix suas poluerunt animas libe-
rare.
IV. Nuncautem Presbyterum, quem
tua gloria usque ad Malacitanam ur-
bem direxerat , oravimus cum ad nos-
trum venire conspectum : sed ipse cor-
poris infirmitatedetentus, nullatenus ad
regni nostri solium valuit peraccedere.
Sed quia certissimé cognovimus, cuma
tua sanctitate fuisse directum, calicem
aureum, desuper gemmis ornatum dire-
ximus, quem ut de tuaconfidimus sanc-
titate , illa dignam Apostólo , qui pri-
mus fulget honore offere dignemini.
Y. Nam et peto tuam celsitudinem
nos sacris tuis litteris aureis, oportuni-
tate reperta exquirere. Nam quantum te
veraciterdiligam, teipse, pectorisfsecun-
ditatem inspirante Domino , latere non
credo. Nonnumquam solet ut quos spa-
tia terrarum, sive maria dividunt,
Christi gratia, seu visibiliterglutinare:
nam qui te minime prsesentialiter cer-
nunt , bonum tuum illis fama patescit.
VI. Leandrumveró Spalensis Eccle-
sise Sacerdotem tuse in Christo sancti-
tati cum omni veneratione commendo,
quia per ipsum tua benevolentia nobis
est lucidata , et dum cum eodem antis-
tite de tua vita loquimur , in bonis ac-
319
flaca humanidad , por un suceso tan
digno y tan acepto a su divina Majes-
tad. Por muchas ocupaciones en que
nos embarazan los negocios del reino, se
nos han pasado tres años sin poder cum-
plir este nuestro deseo.
III. Escogimos por fin algunos aba-
des , llamándolos de sus monasterios,
para que fuesen á presentarse á tí , y
ofreciesen nuestras dádivas á san Pedro,
y saludasen en nuestro nombre á tu san-
ta Reverencia. Marcharon luego dichos
abades ; pero estando casi á la vista
de las playas de Italia, sobrecogidos de
una tempestad, que los echó á unos es-
collos cerca de Marsella , con dificultad
salvaron las vidas.
IV; En consecuencia de esto, hemos
suplicado que viniese á nuestra pre-
sencia el Presbítero que habia venido á
Málaga por orden deju gloriosa perso-
na ; pero como por motivo de enferme-
dad no ha podido venir á la corte, y por
otra parte nos consta que es enviado
tuyo , le hemos remitido un cáliz de
oro, adornado de piedras preciosas, es-
perando que se digne tu Santidad ofre-
cerlo al dignísimo Apóstol , que mere-
ció ser preferido á los demás.
V. Suplico á tu Alteza , que tenien-
do ocasión , me dirijas tus preciosísi-
mas cartas, pues siendo tú inspirado de
Dios , no dejarás de saber cuan de ve-
ras te amo. Sucede varias veces , que
la gracia de Jesucristo junta visible-
mente personas, aunque distantes una
de otra por largo trecho de mar y tier-
ra: y contigo debe suceder esto mas fá-
cilmente, porque aun los que no te ven,
por la fama conocen tus virtudes.
VI. Te encomiendo con el mayor
respeto el sacerdote Leandro de la
Iglesia de Sevilla, porque por este pre-
lado hemos sabido el amor que nos tie-
nes, y con él hablamos varias veces de
tu vida, confundiéndonos y humillan-
520
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
íibus vestris nos minores esse cense-
mus.
VII. Salutem veróluamreverendis-
sime , et sanctissime vir audire delec-
tor: et peto tuse christianitatis pruden-
tiae, ut nos gentesque nostras , quse
noslro post Deum regimine moderantur,
et vestris sunt a Christo adquisitse tem-
poribus, communi Domino luis orebó
commendes orationibus, ut per eam-
dem rem, quos orbis latitudo dissociat,
vera in Deum acta charitas feliciter con-
valescat.
donos con la memoria de tus buenas
obras.
VIL Reverendísimo y Santísimo va-
ron, he oido con mucho placer qué Dios
te conceda salud, y suplico á tu cristia-
nísima prudencia , que á los pies de
nuestro Señor te acuerdes de nosotros
y de nuestras gentes , á quienes noso-
tros, después de Dios, gobernamos, y á
quienes has visto en tus dias reducidos
al rebano de Jesucristo. Esperamos
que por tus oraciones, aunque tan se-
parados, viviremos todos unidos en
unión de caridad.
VI.
Cartas del papa san Gregorio Magno á Recaredo, rey de España.
(Año 591 y sig. j
(Véase la pag. 63.)
Las cartas que nos quedan de san Gregorio á Recaredo parecen ser tres. En
las obras impresas del santo Pontífice no se halla sino una en que eslá compren-
dida toda la primera y parte de las otras. Esteban Baluzio en sus Misceláneas ha
publicado el fragmento que faltaba de la segunda carta sacándolo de un código
manuscrito de la Biblioteca Golbertina. De la tercera no nos queda sino un artí-
culo muy corto que se ve claramente ser el último. Por las razones antes indi-
cadas , y para que se conozca mas y mas el estilo de los escritos de esta época,
insertamos el original de dichas cartas y su traducción.
CARTA PRIMERA.
Gloriosísimo, atque Prcecelentissimo fi-
lio Recharedo Regí Gothorum, atque
Suevorum (1):
Gregorius servus servorum Dei.
I. Explere verbis , excellentissime
íili, non valeo, quantum tuo opere, tua
vita delector. Audila quippenovidiebus
nostris virlule miraculi , quod per ex-
cellentiam tuam cunda Golhorum gens
ab errrore arrianac haeresis in fidei rec-
Ál Gloriosísimo y Excelentísimo hijo
nuestro Recaredo, Rey de los Godos
y Suevos.
Gregorio siervo de los siervos de Dios.
I. No puedo explicar con palabras,
excelentísimo hijo , cuanto me conso-
láis con vuestra vida y acciones. El
nuevo milagro que ha sucedido en nues-
tros dias , de haber pasado los Godos
por obra vuestra de la heregía arriana
(i ) Se da á Recaredo el titulo de rey de los Suevos , porque su padre Leovigildo los sujetó al
dominio godo con la conquista de Galicia.
APÉNDICE AL TOMO II.
lee solidilatem transíala est , exclama-
re cum Profeta libet: Hcec est inmutatio
dexterce escelsi. Cujus enim , vel sa-
xeum pectus , tanto hoc opere cog-
nito, non statim in omnipotentis Dei
laudibus, atquein tuse excellentiee amo-
re mollescat?
II. Haec me fateor quae per vos ac-
te sunt ssepe convenientibus filiis meis
dicere , saepe cum eis pariter admiran
delectat. Hsecme plerumqueetiam con-
tra me exciíant, quod piger ego et inu-
tilis tune inerli otio torpeo , quando
in animarum congregalionibus pro lu-
cro cselestis pralrise Reges elaborant?
Quid itaque ego in illo tremendo exa-
mine judici venienti dicturus sum , si
tune illuc vacuus venero , ubi tu á ex-
cellentia greges post se fidelium ducet,
quos modo ad veras fidei graliam per
studiosam et continuam prsedicationem
traxit ?
III. Sed est mihi bonae vir hoc ex
Dei muñere in magnaconsolationerquia
opus sanctum , quod in me non habeo,
diligo in te. Cumque de tuis actibus
magna exhortatione gaudeo, eaquseper
laborem tua sunt, per charitatem mea
fiunt. De conversione igitur Gothorum
in vestro opere , et in nostra exultatio-
ne íibet cum Angelis exclamare: Gloria
in excelsis Dea, et in térra pax homi-
nibus bonoe voluntatis. Nos enim ut
existimo gratiarum amplius omnipo-
tenli Domino debitores sumus qui et
si vobiscum nihil egimus, vestro tamen
operi congaudendo participes sumus.
IV. Beatus vero Petrus Apostolorum
Princeps, quam libenter muñere excel-
lenliae vestrai susceperil , ipse cunctis
liquido vita veslra testatur. Scriptum
quippe est : Vota justorum placabilia.
^¡eque enim in omnipotentis Dei judicio
quid datur, sed á quo datur aspicilur.
Hinc est enim quod scriptum est: Res-
pexit Dominus ad Abel, et ad muñera
TOMO II.
á la verdadera fe , me mueve á excla-
mar con el Profeta : Esta mudanza es
obra déla diestra de Dios. ¿ Qué pecho
habrá tan de piedra , que oyendo tan
gran novedad , no se derrita en ala-
bar áDios y en amar á vuestra persona?
II. Yo confieso sinceramente que no
me canso de repetir á mis hijos lo que
habéis hecho, y de gozarme y admirar-
me con ellos. Muchas veces me lleno de
confusión , considerando por una parte
mi inutilidad y pereza , y por otra la
actividad cojí que trabajan los reyes de
la tierra para llevar las almas al cielo.
¿ Qué podré yo decir á mi Redentor en
el dia del tremendo juicio , cuando me
vea con las manos vacías, y vos os pre-
sentéis al mismo tiempo seguido de tro-
pas de cristianos, que deben á vuestras
amonestaciones la gracia de Jesucristo?
III. Pero sin embargo , tengo yo
también algún motivo de consuelo, por-
que amo en vos lo bueno que yo no
hice : y gozándome de vuestras santas
acciones , la obra que es vuestra por
hechura, lo es también mía por afecto.
Clamemos, pues, uno y otro, vos por lo
que habéis obrado, y yo por lo que me
alegro; clamemos con los santos ánge-
les: Gloria á Dios en las alturas, y paz
en la tierra á los hombres de buena vo-
luntad: pues yo creo que participando
de vuestras buenas obras , sin haber
cooperado á ellas, debo por esto mismo
mayores gracias á Dios.
IV. Acerca de las dádivas que ha-
béis ofrecido á san Pedro Príncipe de
los Apóstoles , vuestra vida misma nos
da testimonio de que las ha recibido
con mucho agrado , pues está escrito
que las ofrendas de los justos son muy
aceptas, porque delante de Dios no se
considera la dádiva , sino el dador.
Efectivamente dice la Sagrada Escritu-
66
522 HISTORIA GENERA
ejus, cid Cain autem et ad muñera ejus,
non respexil. Dicturus quippe quia Do-
minus respexit ad muñera, prsemisitsol-
licitequia respexit ad Abel. Ex quarepa-
tenter ostenditur , quia non offerens á
muneribus, sed muñera abofferentepla-
cuerunt: vestra itaque oblatio quám sit
grata ostenditis,quidaturi aurum,prius
ex conversione gentis subditse anima-
rum muñera dedistis.
V. Quod vero transmissos abbates,
qui oblationem vestram beato Petra
Apostólo deferebant, vi maris dicitis
fatigatos ex ipso Hiñere ad Hispanias
remeasse: non numera ves ira repulsa
sunt, quee postmodum pervenerunt,
sed eoram qui íransniisisi fuerant
constan tia est probata, an scirent sanc-
to desiderio objecta pericula vincere, et
in fatigalione corporis mente minime
lassari. Adversitas enimquse bonis vo-
tis objicitur, probaíio virtuiis est , non
judicium reprobationis. Quis enim nes-
ciat quam prosperum fuit, quod beatus
Paulus Apostolus prsedieaturus ad Ita-
liana veniebat, eí íamen veniensnau-
fragium pertulil? Sed navis cordis in
marinis fluítibus integra stetit.
YI. Preeterea judico, quia crevit de
vestro opere in laudibus Dei hoc quod
dilectísimo filio meo Probino presbyle-
ro narrante cognovi: quia cum vestra
excellenlia constitutionem quandam
contra Judseorum perfidiam dedisset,
hi, de quibus prolata fuera t, rectitudi-
nem veslrae mentís inílectere, pecunia-
rum summam offerendo, molili sunt:
quam excellenlia vestra comlempsit,
et omnipotentis Dei placeré judicio re-
i DE ESPAÑA.
ra que Dios puso los ojos en Abel y en
sus dones, pero no en Caín ni en sus
ofrendas: en cuyas palabras es de ad-
vertir que primero se nombra el que
ofrece que la cosa ofrecida , porque
Dios no se complace de las personas
por sus dádivas , sino de las dádivas
porlas personas. Vuestra ofrenda, pues,
ha sido sin dudamuy agradable á Dios,
porque antes de ofrecerle el oro le ha-
béis presentado las almas de vuestros
subditos convertidos á la fe.
Y. No os sirva de pesadumbre que
los abades que venian á Roma para
presentar vuestras ofrendas á san Pe-
dro Apóstol, cansados de las borrascas
del mar, se volviesen á España antes de
llegar á su deslino; porque Dios no lo
dispuso así para rechazar vuestros do-
nes, que al fin ya llegaron, sino para
probar la constancia de los que los
traian , y ver el santo deseo con que
procuraban vencer las dificultades , y
resistir con ánimo infatigable á los can-
sancios del cuerpo. Las adversidades
que se atraviesan en el camino de la
virtud , no son indicios de reprobación:
son pruebas que hace Dios de nuestra
constancia en el bien obrar. Así el
Apóstol san Pablo, viniendo á Italia
para predicar el Evangelio padeció
naufragio; pero fué para mayor prove-
cho ; porque en medio de las tempesta-
des se mantuvo siempre firme la nave-
cilla de su alma.
YI. Conozco también lo que Dios
se complace en vuestras obras, por lo
que me ha referido mi amado hijo el
presbítero Probino , que habiéndose
publicado por vuestra orden uo decreto
contra la perfidia de los Judíos, y ha-
biendo estos ofrecido gran cantidad de
dinero para doblar vuestra rectitud,
generosamente lo habéis despreciado,
prefiriendo á la utilidad propia la causa
de Dios, y al explendor del oro el de la
APÉNDICE AL
quirens, auro innoceniiam praMulit.
Qua in re mihi David Regis factum
ad memoriam venil: cui duna concupita
aqua de cisterna Bethleemitica, quse
ínter hostiles cuneos habebatur , et ob-
sequentibus militibus fuisset allata,
proíinus dixit: Absit á me ut sangui-
nem justorum homimm bibam. Quam
quia fudit et bibere noluit, scriptum
est: Libavit eam Domino. Si igitur
ab armato Rege in sacrificium Dei ver-
sa est aqua contempta, pensemus quale
sacrificium omnipotenti Deo Rex obtu-
lit, qui pro amore illius non aquam
sed aurum accipere contempsit? Itaque
fili excelentissime , fidenter dicam,
quia libasti aurum Domino , quod con-
tra eum habere noluisti.
VIL Magna sunt hsec et omnipo-
tentis Dei laudi tribuenda. Sed ínter
hsec vigilanti sunt studio antiqui hostis
insidian cavendse, qui quanto majora in
hominibus dona conspicit, tanto haec
auferre subtiliriobus insidiis exquirit.
Ñeque enim latrunculi in via capere
viatores vacuos expetunt, sed eos
qui auri vascula vel argenli ferunt. Via
quippe est vita praesens. Et tanto quis-
que necesse est ut insidiantes spiritus
caveat, quanto majora sunt dona quse
portat.
VIII. Oportet ego excelentiam ves-
tram in tanto hoc de conversione gentis
subditas muñere quod accepit, summo-
pere custodire prius humilitatem cor-
dis , ac de inde munditiam corporis.
Cum enim scriptum sit : omnis qui
se exaltat humiliabitur , et qui se hu-
miliat exaltabitur: profecto liquet
quia ille yeraciter alta amat, qui men-
tem suam ab humilitatis radice non
desecat. Seepe namque malignus spiri-
tus ut bona destruat quibus prius ad-
versan non valuit, ad operantis men-
tem post peractam operationem venit,
tomo ii. 323
inocencia. Al oir esta relación se me
ofreció el hecho de David , que viendo
que sus soldados obsequiosos se habían
entrado por entre los enemigos para
traerle el agua, que él deseaba, de la
cisterna de Belén , les dijo que no que-
ría bebería, porque estaba comprada
con sangre de inocentes, y rodándola
por tierra, hizo de ella un sacrificio al
Señor. Si fué agradable á Dios la ofren-
da del agua, de que se privó el rey
David, ¿cuanto mas gratóle habrá sido
el sacrificio del oro que dejasteis de
aceptar por amor suyo?
VIL Son grandes las maravillas
que Dios ha obrado con vos ; pero por
esto mismo debéis guardaros mucho de
las asechanzas de nuestro común ene-
migo , pues cuanto mas ricos nos ve de
dones de Dios tanto mas se afana en
tendernos lazos para nuestra caida. La
vida no es mas que un viage; y como
los ladrones en los caminos no persi-
guen á los pasageros pobres, sino á los
que van cargados de oro y plata, así el
demonio hace mayores esfuerzos contra
los que ve mas ricos de dones y gra-
cias del cielo.
VIII. Habiendo, pues, vos recibido
de la mano de Dios el beneficio de la
conversión de vuestros subditos , es
menester que pongáis todo el cuidado
posible en la humildad de corazón , y
en la pureza de los sentidos : pues dice
la verdad eterna, que será humillado
quien se ensalza, y ensalzado quien se
humille ; y es cierto que para levantar
el corazón á las cosas del cielo , es me-
nester arraigarse profundamente en la
humildad. El espíritu maligno, cuando
no puede impedir una acción buena,
procura destruirla después de hecha
524
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
eamque tacitis cogitationibus in qui-
busdam suis laudibus excutil, ita ut
decepta mens admiretur ipsa quam
sint magna qua3 fecit. Quae dum per
ocullum tumorem apud semetipsam ex-
tolliíur, ejus qui donum tribuit, gralia
priva luí*.
IX. Hinc est enim quod per Pro-
phetaevocem contra superbieníem ani-
mam dicitur: Habens fiduciam in pul-
chritudine tua, fornicata es in nomine
tuo. Fiduciam quippe animam in pul-
chritudine sua habere, estin semetipsa
dejuxta actione praesumere. Quae in
suo nomine fornicalor, quando in hoc
quod recíe egit, non conditoris laudem
dilatar! appetit , sed suae opinionis glo-
riam requirit. Hinc rursum per Pro-
phetam scriptum est : Quo pulchrior
es descende. Anima etenim unde est
pulchrior inde descendit, quando est
virlutibus decore, quo exaltan apud
Deum debuit, ab ejus gratia per suam
elationem cadit. Quid ergo in his
agendum est, nisi ut malignus spiritus
cum nobis ad elevandam mentem re-
ducit bona quae egimus ; nos semper ad
memoriam mala nostra revocamus?
Quatenus et nostra cognoscamus esse
quae peccando fecimus , et solius omni-
potentis Dei muñera, cum peccata de-
clinamus.
X. Custodienda est quoque mun-
ditia corporis in studiis bonae actionis,
quia juxta vocem praedicantis Apostoli:
Templum Dei sanctum est, quod estis
vos: Qui rursus ait: Hcec est enim vo-
luntas Dei santificatio veslra: quam
santificalionem quid dixerit, ostendens
protinus adjunxit. Ut abstineatis vos á
fomicatione, ut sciat unusquisque ves-
trurn suum vas possidere in sanctifica-
tione et honore, et non in passionibus
desiderii.
XI. Ipsa quoque regni gubernacula
erga subjectos magno«unt moderamine
insinuando pensamientos de vanagloria,
con que el hombre se complace y se
admira de lo mucho que hizo, y merece
con esta oculta soberbia que Dios le
prive de su gracia y del mismo pre-
mio con que antes lo habia enrique-
cido.
IX. A esto aludía el Profeta cuando
dijo al alma del soberbio : Por la satis-
facción que tenias de tu hermosura has
fornicado en tu nombre: pues el glo-
riarse de las acciones buenas, es lo
mismo que vanagloriarse de la propia
belleza : y buscar en lo que se ha hecho
no la gloria de Dios sino la propia , es
como fornicar consigo mismo. Dijo
también el Profeta : Baja de donde eres
mas hermosa; entendiendo que el alma
cae de su hermosura , cuando en lugar
de crecer en gracia con las alabanzas
de Dios, la disminuye con su vanidad.
El remedio que hay en esto, es obrar
al revés de quien nos tienía, llamando
á la memoria nuestras obras malas,
cuando él nos representa y exagera las
buenas, y confesando en nuestro cora-
zón que todo lo malo que hacemos es
obra nuestra, y de Dios todo lo bueno.
X. También la pureza de los sen-
tidos es necesario para conservar el
mérito de las obras buenas ; pues como
dijo el Apóstol san Pablo, somos noso-
tros mismos el Templo Santo de Dios;
y lo que quiere Dios de nosotros es nues-
tra santificación: esto es, como lo expli-
ca él mismo, que nos abstengamos de
toda inmundicia , procurando gobernar
nuestros sentidos según las leyes de la
virtud y honestidad, y no según las in-
clinaciones de la concupiscencia.
XI. Aun en el gobierno de los sub-
ditos debemos refrenar los impulsos de
APÉNDICE AL TOMO II.
525
temperanda, ne potestas mentem sur-
ripiat. Tune enim regnum bene regitur,
cum regnandi gloria animo non domi-
natur. Curandum quoque est , ne ira
surrepat, ne fiat citius omne quod licet.
Ira quippe etiam cum delinquentium
culpas exequitur, non debet menti
quasi domina praeire, sed post rationis
tergum velut ancilla famulari , ut ad
faciem jussa veniat. Nam si semel
mentem possidens caeperit, justum esse
deputat eüam quod crudeliter facit.
Hinc enim scriptum est: Ira verijusti-
tiam Dei non operatur. Hinc rursus
dicitur: sit omnis homo velox ad au-
diendum , tardus autem ad loquendum,
et tardas ad ¡rain.
XII. Haec aulem vos authore Deo
omnia servare non ambigo. Sed occa-
sione admonitionis exorta, bonis vestris
aclibus me furlive subjungo, ut cum
non admoniti facilis, quando vobis ad-
monens additur, jam non soli faciatis.
XIII. Omnipotens autem Deus in
cunctis actibus vestris, coelestis brachis
extentione vos protegat, vobisque et
prsesentis vitae prospera, et post multa
annorum curricula gaudia concedat
«terna.
XIV. Clavim vero parvulam á sa-
cratissimo Beati Petri Apostoli corpore
pro ejus benedictione transmissimus,
in qua inest ferrum de caienis ejus in-
clusum ut quod collum illius ad mar-
tyrium ligaverat, vestrum ab ómnibus
peccatis solvat. Crucem quoque dedi
Latori prsesentium , vobis offerendam,
in qua lignum dominicae crucis inest,
et capilli beati Joannis Baptistae. Ex
qua semper solalium nostri Salvatoris
per intercessionem Praecursoris ejus
habeatis , Reverentissimo autem fratri
et Episcopo noslro Leandro pallium á
la soberbia con la moderación y tem -
planza, pues entonces el hombre reina
bien, cuando la gloria del reino no le
domina. La ira y la precipitación aun
en las cosas lícitas, es otro escollo muy
peligroso. Debemos castigar á los de-
lincuentes ; pero la ira en el castigo
debe venir como criada después de la
razón, y no antes de ella como señora;
porque cuando la ira va por delante,
nos parece justa y razonable aun la
misma crueldad. Por esto se dice en
las Sagradas Escrituras que la ira del
hombre no obra justicia delante de Dios,
y que el hombre ha de ser pronto en
escuchar , pero tardo en hablar y tardo
en enojarse.
XII. He dicho todo esto, no porque
vos necesitéis de mis consejos, sino
para tener alguna parte en vuestras
obras buenas; pues hasta ahora, habién-
dolas hecho por impulso propio, han
sido enteramente vuestras ; y en ade-
lante, por la mezcla que tendrán de mis
amonestaciones , serán juntamente de
los dos.
XIII. El Señor de los cielos os ben-
diga con su brazo poderoso, y os pro-
teja en todas vuestras acciones, dándoos
felicidad en este mundo, y después de
larga vida el premio eterno.
XIV. Os remito con el dador de
esta carta una llavecita, que ha tocado
el sagrado cuerpo de san Pedro Após-
tol, y tiene parte del hierro de las ca-
denas que , como cargaron sobre su
cuello en el martirio, así os descarguen
el alma de todo pecado. He entregado
también al mismo una cruz con parte
del sagrado madero de nuestra Reden-
ción, y de los cabellos de san Juan
Bautista, para que el Señor os dé con-
suelo y gracia por intercesión de su
santo Precursor : y por el mismo medio
desde esta silla de san Pedro Apóstol,
526
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Beati Petri Apostoli sede transmissi-
mus, quod et antiquse consuetudini , et
nostris moribus, et ejus bonitati atque
gravita li debeamus.
envió el palio al reverendísimo obispo
y hermano mió Leandro, porque es uso
antiguo y costumbre mia, y lo merece
dicho prelado por su gravedad y bon-
dad.
CARTA SEGUNDA.
Epístola secunda ejusdem Papm Sanc-
tissimi Gregorii ad eundem
Recharedum regem.
I. Ante longum tempus, dulcissima
mihi Excellentia vestra , Neapolitano
quondam Juvene veniente, mandare
curaverat , ut piissimo Imperatori scri-
berem, quatenus pacta in carthophyla-
cio requireret, quse dudum inter pise
memorias Justinianum Principem , et
jura Regni vestri, fuerant emisa, ut ex
his colligeret quid vobis servare de-
buisset.
II. Sed ad hoc faciendum duse res
mihi vehementer obstiterunt. Una quia
chartophylacium, predicti pise memo-
rias Justiniani Principis tempore, ita
surripiente súbito flamma incensum
est, ut omnino ex ejus temporibus pce-
ne nulla charta remaneret. Alea autem
quia (quod nulli dicendum est) ea,
quse contra te sunt, apud temetipsum
debes requirere, atque hasc per me in
médium proferre.
III. Ex quare hortor, ut vestra ex-
cellentia suismoribuscongrua disponat,
et quaeque ad pacem pertinent , studio-
se peragat, ut regni vestri témpora per
longa sint annorum curricula in magna
laude memoranda.
IV. Praeíerea dona vestrse Excellen-
tiee , quse pauperibus Beati Pelri Apos-
toli sunt transmissa, trescentas cocullas
accepimus, et quantum possumus, pre-
cibus exoramus, ut cujus vos pauperes
veslimenlorum largilateprolexistis, ip-
sum in tremendo die examinis protec-
Carta segunda del mismo santísimo
papa Gregorio á dicho
rey Recaredo.
I. Ha mucho tiempo que vuestra
dulcísima Excelencia, por medio de un
joven napolitano que vino á Roma, me
encargó escribiese al piísimo empera-
dor, con el fin de que se buscase en su
archivo el tratado hecho entre el prín-
cipe Justiniano de buena memoria, y
el rey Atanagildo, acerca de los dere-
chos de vuestro reino , para ver lo que
á vos se debe.
II. Por dos motivos muy fuertes no
he podido serviros. El primero, porque
en tiempo de dicho príncipe Justiniano
de buena memoria, padeció el archivo
tal incendio que no queda casi papel al-
guno de aquellos tiempos; y el segundo,
porque siendo los artículos del tratado
contrarios á vuestras regalías (lo que no
conviene que se diga) , es mejor que se
prodizcan por mi medio los documen-
tos que se hallaren en vuestra misma
corte.
III. Os exhorto, pues , que dispon-
gáis lo que os dictare la prudencia, y
lo que mas convenga á la paz y tran-
quilidad del público, para que vuestro
reinado merezca por largos años el elo-
gio de todos.
VI. líe recibido las trecientas ves-
tiduras que ha enviado vuestra Exce-
lencia de limosna á los pobres de san
Pedro, y ruego á Dios con toda mi alma
que en el tremendo dia del juicio final,
os ampare y proteja aquel mismo Se-
ñor, á cuyos pobres habéis favorecido
APÉNDICE AL TOMO II. MI
torem habeatis. Ut autem nostrum ho- y vestido. Si he tardado tanto en enviar
minem ad vestram excellentiam modo a vuestra Excelencia mi criado , no ha
minimé mitteremus, navis necessitas sido por descuido, sino por falta de
fecit, quse invenire non potest, qui ab ocasión, pues no ha habido bastimento
istis partibus ad Spanise littora valeat alguno que pasase de estas tierras á
proficisci. las de España.
CARTA TERCERA.
Praeíerea transmissimus clavim Os remito también otra llave que ha
aliam á sacralissimo Beati Petri Apos- tocado el sagrado cuerpo de san Pedro
toli corpore, quse cum digno honore Apóstol, para que, colocándola vos en
reposita, quseque apud vos invenerit lugar digno, merezcáis de Dios toda
benedicendo multiplicet. bendición y felicidad.
VIL
Noticias acerca de las revoluciones sufridas por la propiedad territorial entre las
naciones que invadieron el imperio romano.
{de Roberlson, historia del Emperador Carlos V., nota VIII.)
Parece que la propiedad territorial sufrió sucesivamente cuatro especies de
revoluciones entre los pueblos domiciliados en las provincias del imperio
romano.
1.' Mientras no salieron los bárbaros de su país no tuvieron noticia
de la propiedad territorial ni fijaron mojones en sus campos. Después de
haber dejado pacer por cierto tiempo el ganado en un distrito, abandonábalo
toda la familia para fijarse en otro, que era á su vez abandonado asimismo. Tan
imperfecto género de propiedad no imponía á los individuos ninguna obligación
positiva de servir á la comunidad y era meramente voluntario todo cuanto en
beneficio de ella hacían. Cada uno tenia libertad de tomar en una expedición
militar la parte que gustaba; seguíase á un jefe á la guerra sin obligación y
solo por afecío, y mientras no existió entre ellos otra idea de la propiedad, no es
posible descubrir en sus costumbres nada que se parezca á la dependencia feudal
ó al servicio y subordinación militar que introdujo el feudalismo.
2.° Cuando fijaron estos pueblos su asiento en países sojuzgados, re-
partióse el ejército victorioso las tierras conquistadas; cada soldado miraba co-
mo una recompensa debida á su valor y como un establecimiento ganado con la
espada todo cuanto le tocaba en la repartición, entraba en posesión de su parte
como hombre libre en su propiedad , la disfrutaba por toda la vida , disponía de
ella á su gusto y la dejaba en testamento á sus hijos: entonces recibió forma cons-
tante y duradera la propiedad territorial, y convirtióse al propio tiempo en alodial,
esto es, que el poseedor tenia sobre ella un derecho absoluto de dominio, sin
prestar vasallage ni depender de ningún señor á quien tuviese que tributar home-
528 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
nage ó consagrar servicios. Sin embargo , como estos nuevos propietarios se
veian expuestos á ser inquietados en su posesión por los antiguos moradores, y
corrian el riesgo todavía mas terrible de ser acometidos por bárbaros codiciosos y
feroces como ellos mismos, conocieron cuanto necesitaban imponerse de buen gra-
do obligaciones en defensa de la comunidad algo mas estrechas y expresas que
aquellas á que en su patria estaban sometidos. En consecuencia, desde que estos
pueblos se establecieron en las nuevas tierras, cada hombre libre se obligó á em-
puñar las armas para la defensa nacional, é incurría en graves penas cuando no
cumplía con este deber. No diré que para esto haya existido ningún contrato for-
mal rarificado legalmente; esta obligación , así como las demás convenciones que
unen á los miembros de toda sociedad, solo se fundaba en el consentimiento tá-
cito, consentimiento cuya autoridad les obligaba á reconocer la seguridad y
conservación mutua de los individuos. Subiendo al origen de esta nueva obli-
gación de los propietarios territoriales, podemos observarla en un período muy
remoto de las historias de los Francos. Chilperico, que empezó á reinar en el
año 562, multó (bannos jussií exigit) á varias personas que se habían negado á
acompañarle á una expedición. Greg. Turón, l. 5, c. 26,/?. 211. Childeberto,
que empezó á reinar en el año 576, impuso igual pena á algunos subditos su-
yos reos del mismo delito. Id., lib. 7, cap. 42, p. 372. Carlomagno mandó
que todo hombre libre que poseyese en propiedad cinco mansi, es decir sesenta
acres de tierra, debia marchar en persona contra el enemigo. Capit. an. 807.
Ludovico Pió concedió en el año 805 varias tierras á algunos Españoles que
habían huido al aproximarse los Moros y les permitió que se avecindasen en
sus estados , con tal que sirviesen en el ejército como los demás hombres
libres. Cap. pág. 500. Por esta palabra de tierra poseída en propiedad, que
leemos en la ley de Carlomagno, es preciso entender, insiguiendo el estilo de
aquella época, una tierra alodial, puesto que alodes y proprietas, alodum y
proprium, son voces enteramente sinónimas. Ducange, voc. alodis.
Muratari publicó dos actas que son la mas clara prueba de la diferen-
cia establecida entre la posesión alodial y la beneficiaria, y de ambos docu-
mentos se deduce que una persona podia tener parte de su hacienda en propiedad
alodial, de que podia disponer á su arbitrio, y la otra á título beneficiario sin
percibir mas que el usufruto, pues la propiedad debia volver después de su
muerte al señor directo. Murat, Antiq.Ital.medii(Bvi,vol. i, p. 549, 565.
Indica igual distinción una capitular de Carlomagno del año 812, edic. Baluz.,
v. 1, p. 491. Es curioso el testamento que dejó el conde Everardo, casado con
una hija de Ludovico Pió, pues al repartir sus tierras entre sus hijos distin-
gue lo que poseía por propiedad, proprielate, de loque le competía de beneficio,
y parece que eran alodiales la mayor parte de sus bienes. Aub. Alirm, opera
diplom, Lovan. 1723, v... p. 19,
Por esto tómase comunmente la voz de hombre libre en sentido opuesto á la
de vasallo, vassus ó vasallus, denotando el primero un dueño alodial y el segundo
un dependiente de su señor. Los libres tenian obligación tan sagrada de servir
al estado, que no podian entrar en las órdenes eclesiásticas sin que hubiesen
antes alcanzado consentimiento del príncipe. Es digna de notarse la razón que
se da en defensa de este reglamento: «porqué sabemos que obran así algunos
APÉNDICE AL TOMO II. 529
so por devoción, sino por dispensarse del servicio militar que deberían pres-
tar». Capitul. lib. 1, §. 114. «Si un hombre libre, siendo requerido para salir
á campaña se negaba á obedecer, era condenado, según ley de los Francos, á
pagar el hereban, esto es, una mulla de sesenta coronas.» Cap. Carol Magni.
ap. leg. Longab. lib 1, t. 14, p. 13, p. 539. Esta expresión según ley de los
Francos, parece indicar que el servicio y la pena impuesta á los que fallaban á
él, eran de una fecha tan antigua como las leyes hechas por los Francos al es-
tablecerse por vez primera en las Galias. Exigíase con tanto rigor esía multa,
«que en caso de ser insolvente el reo, se le reducía á servidumbre hasta que el
precio de su trabajo igualase al valor del hereban. » Id. Aumentó el emperador
Lotario la pena, estableciendo que si un poseedor de cierta parte de tierras es-
taba obligado á servir personalmente y se negaba á salir á campaña después de
requerido para ello, eran confiscados todos sus bienes y hasta podia ser des-
terrado. Mural. Scrip. I tal. v. 1, parí, 2, p. 153.
3.° Habiéndose fijado de un modo constante la propiedad territorial y
obligando al servicio militar, resultó de ahí otra mudanza, si bien que lenta y
gradual. Tácito dice que los jefes de los Germanos se procuraban compañeros,
comités, para que los siguiesen á todas sus expediciones y combatiesen bajo
sus banderas. Idéntica costumbre subsistió entre ellos en la época de sus nuevos
establecimientos, y aquellos hombres adictos y dedicados al servicio de sus je-
fes fueron denominados fideles, anstrustiones, ¡tomines in truste dominica, leu-
des. Tácito añade que era reputada honrosa la calidad de comes ó compañero.
De morib. Germán, cap. 13. El ojuste ó pena pecuniaria establecida por cada de
lito puede hacer juzgar del rango y condición de las personas de la edad media,
pues la compensación por un homicído in truste dominica era tiple de la que se
habia fijado por la muerte de un hombre libre. Ley. salic, tit, 44., p. 1, etc. 2.
Mientras permanecieron los Germanos en su país natal , procuraron
mantenerse adictos á sus compañeros por medio de presentes de armas
y de caballos y con servicios de hospitalidad. En tanto que no ejercie-
ron sobre las tierras ningún derecho fijo de propiedad, no eran otros ios dones
que podían hacer los jefes , ni podían sus allegados prometerse de ellos otra
recompensa; mas así que se hubieron avecindado en los países conquistados y
conocida la importancia de la propiedad, en lugar de estos presentes poco con-
siderables, dieron los jefes en recompensa porciones de tierra. A estas conce-
siones, por gratuitas, se dio el nombre de beneficios, b enejicia, y de honores,
honores, porque se tenían por muestras de distinción. Pero, ¿qué servicios eran
ordinariamente exigidos á trueque de estos beneficios? Es cosa que no puede de-
terminarse exacta y precisamente por no haberse conservado documento
bástanle antiguo capaz de servirnos de guía. Guando las propiedades de fran-
co-alodio empezaron á hacerse feudales, no lo fueron de golpe sino gradual-
mente, al modo de otras mudanzas algo importantes. Como el principa) objeto
de un vasallo feudatario era buscar un protector , cuando al principio consin-
tieron los vasallos de algunos alodiales en convertirse en vasallos de algunos
jefes poderosos , conservaron de su antigua independencia la parte compatible
con las nuevas relaciones contraidas. El homenage rendido ai superior de quien
querían depender, se denominó homenage llano {homagium planum), y solo los
TOMO II. 6 "7
530 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
obligaba á ser fieles sin empeñarlos á servir en la milicia, ni á depender de los
tribunales del señor : todavía pueden rastrearse algunas, si bien que oscuras
huellas de este homenage llano. Brussel. tit. 1, p. 97.
Entre las antiguas actas publicadas por Vic y Yaissette en su Historia del
Languedoc, se encuentran muchas que llevan el nombre de homenages, y que
al parecer son un término medio entre el homenage llano de que habla Brus-
sel, y la obligación de llenar el total empeño del feudalismo: uno promete pro-
tección, concede castillos ó tierras, mientras el otro solo da palabra de defen-
der al donador y de auxiliarle en la defensa de sus posesiones así que fuese
requerido. Pero no acompañaba á estos empeños ninguna formalidad feudal,
ni en ellos se menciona ninguno de los servicios feudales; mas bien era esto un
contrato múiuo de igual á igual, que un empeño de vasallo á señor por rendirle
homenage. Pruebas de la Hist. del Languedoc , t. 2, p. 179. Acostumbrados
ya á estos servicios, pronto se introdujeron otros gradualmente. Montesquieu
reputa estos beneficios unos feudos que en su origen obligaban á los posee-
dores al servicio militar. Espíritu de las Leyes , lib. 30, c. 3 et 16. El abate
Mably pretende que al principio no estuvieron los poseedores de tales bene-
ficios sometidos á otro servicio que al común á todo hombre libre. Observ.
sobre la Hist. de Francia, tom. 1, p. 356. Pero al comparar sus pruebas, racio-
cinios y conjeturas, parece evidente que como todo hombre libre estaba obli-
gado por propiedad alodial á servir bajo gravísimas penas, no hubiera habido
razón para conferir tales beneficios, si los que los recibían no se sujetasen á
alguna obligación nueva. ¿Cómo se hubiera despoj ado un rey de sus dominios,
si al tiempo de su división y repartición no hubiera con ellos adquirido dere-
cho á unos servicios que anteriormente no leerá posible exigir? Podemos de-
ducir, pues, que así como la propiedad alodial imponía obligación de servir á
la comunidad, asimismo los beneficios debían obligar al servicio personal á
cuantos los recibían, y á ser fieles á aquel que se los concedía. Estas conce-
siones no se hacían en un principio masque á voluntad, es decir, duraban
tanto tiempo como era de gusto del donador. No hay en la edad media, rela-
tivamente á las costumbres, otra circunstancia mas conocida que esta, pues se
podrían añadir á ella innumerables pruebas sobre las que se leen en el Espíritu
de las Leyes, lib. 30, cap. 16, y en Ducange en las voces beneficium y f'eudum.
í.° Pero no duró mucho tiempo en este estado la posesión de los bene-
ficios, pues una posesión precaria no era suficiente para hacer que los posee-
dores fuesen muy adictos á sus dueños, y pronto alcanzaron el goce vitalicio,
Feudor. lib. í, tit. I. Ducange presenta muchos pasages sacados de las anti-
guas actas y crónicas en prueba de esta aserción, Gloss. voc. beneficium. Una
vez dado este paso fué fácil obtener ó arrancar títulos á favor de los cuales
se instituyesen hereditarios los beneficios, primero en línea directa, después
en lateral y después en femenina. Leg. Longob. lib. 3, t, 8, Ducange, voc. be-
neficium .
No puede fácilmente fijarse el tiempo preciso en que fué introducida cada
una de estas variaciones. Mably conjetura verosímilmente que Carlos Martel
fué quien primero dio entrada á la costumbre de conceder beneficios de por
vida. Observ. tom. \,pag. 103 y 160. Según las autoridades en que se funda,
APÉNDICE AL TOMO II, 531
resulta evidente que Ludovico Pió fué uno de los primeros que los instituyeron
hereditarios. Ib., pag. 409. A pesar de eslo, Mabillon publicó un placite de
Ludovico Pió fecha del año 860, del cual aparece que este príncipe solo conti-
nuó concediéndolos vitalici ámenle De re Diplom. lib. 6, pag. 353. En el ano
889, Eudo de París, rey de Francia, concedió tierras á su vasallo Ricabodo,
jure beneficiario et fructuario, vitaliciamente, con solo la condición de que si falle-
cía dejando un hijo, gozaría este también vitaliciamente de las mismas tierras.
Mabill., ut supra, p. 556. Era este un grado medio entre los feudos meramente
vitalicios y los hereditarios perpetuos. Mientras subsistieron los beneficios bajo
su primera forma, y no fueron poseídos sino á voluntad del donador, no solo
ejercía este el dominium ó sea prerogativa feudal, si que también conservaba la
propiedad, y solo dejaba á su vasallo el goce usufructuario. Cuando recibieron
su última forma y llegaron á ser hereditarios, al tratar los jurisconsultos
de los feudos, continuaron definiendo los beneficios de un modo conforme á
su primer establecimiento, pero la propiedad no pertenecía ya al señor
superior, pues habia en efecto trasladádose al vasallo. Así que los señores y va-
sallos conocieron las mutuas ventajas de esta posesión feudal, les pareció á en-
trambos tan cómodo, que no fueron otorgadas y poseídas á título de feudo las
tierras, sino también los derechos de peage y de sisas, los salarios ó emolumen-
tos de los oficios y hasta las pensiones, de manera que se prometía y se exigía
recíprocamente el servicio militar. Morice. , Mem. para servir de pruebas ala hist.
de Bretaña, tom. 2, p. 78, 690. Brussel, tom. I, p. 41.
Por singular que parezca el otorgamiento y posesión feudal de tan precarias
y eventuales posesiones, todavía existen dependencias feudales mucho mas ex-
trañas. El producto de las misas celebradas en algún altar eran una verdadera
renta eclesiástica perteneciente al clero de la iglesia ó del monasterio que las ha-
cia celebrar; mas algunas veces se alzaron con este producto los nobles podero-
sos, y para afianzar su derecho sobre esta renta, la poseyeron de la iglesia á título
feudal, y á semejanza de otras propiedades, la repartieron entre sus vasallos.
Bouquet, Recop. de las Hist., tomo X,p. 238.
Igual espíritu al que convirtió en hereditarios los feudos, animó á la noble-
za á adquirir concesiones de oficios también hereditarios. Muchos de los grandes
empleos de la corona se hicieron tales en casi toda Europa
Merece también mencionarse otra circunstancia relativa á las revoluciones
sufridas por la propiedad. He manifestado que entre las tribus bárbaras que en
el siglo v y vi se repartí eron sus conquistas , era alodial la propiedad territo-
rial; sin embargo, habia esta degenerado casi enteramente en feudal en mu-
chos puntos de Europa desde principios del siglo x. Gomo la primera especie
de propiedad parece ser mas ventajosa y mas digna de excitar deseos, semejante
variación es sorprendente, sobre todo si se considera que, según la historia, se
convertía á menudo el alodio en feudo, solo por un acto voluntario del poseedor.
Montesquieu inquiere los motivos que determinaron el que se tomase un partido tan
opuesto á las ideas modernas relativas á la propiedad, y las expone con su exac-
titud y discernimiento acostumbrado, lib 31, cap. 8. La causa mas poderosa es
la que indica Lamberlo de Ardres, antiguo escritor á quien cita Ducange en la
palabra alodis. En medio de la anárquica confusión en que se sumergió la Europa
532 ' HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
después de la muerte de Cario Magno, en una época en que estaban rotos todos
los vínculos de unión entre los varios miembros del cuerpo político y en que se
veian expuestos los ciudadanos á la opresión y al pillage sin poder prometerse
ningún auxilio del gobierno, conoció cada individuo cuanto necesitaba buscar un
protector poderoso bajo cuya bandera se pusiese, y donde encontrase defensa
contra los enemigos á quienes no le era dable resistir con sus propias fuerzas.
Por esto el propietario territorial renunció á la independencia del alodio y se so-
metió al feudalismo con el fin de hallar seguridad bajo la protección de algún
señor respetable. Este cambio de alodio en feudalismo se hizo tan general en
Europa, que ya no le fué dado elegir al poseedor de tierras; antes se le obligó á
reconocer á algún señor de los llamados ligios y á depender de él. Beaumanoir
dice que en los condados de Beauvais y de Clermont, si el señor ó conde podia
descubrir algunas tierras dentro de su jurisdicción que no estuviesen obligadas á
algún servicio ni pagasen contribución ni censo, se las podia apropiar en el acto,
porque, añade, nadie, según nuestra costumbre, puede poseer como propietario
alodial. Usos, cap. M, pág. 123. Fúndase en idéntico principio aquella máxi-
ma general de la legislación de Francia, no hay tierra sin señor; parece que
estimaban en mas la propiedad alodial los habitantes de otras provincias de Fran-
cia, y que en ellas se conservó por mas tiempo sin desnaturalizarse.
Los escritores de la Historia general deLanguedoc, tomo ir, presentan muchas
actas ó títulos de concesiones, ventas ó trueques de tierras alodiales situadas en
aquella provincia. Durante los siglos ix, x, y gran parte del xi, parece haber sido
enteramente alodial la propiedad, y apenas en las actas de aquel país se encuen-
tran vestigios de dependencia feudal: el estado de la propiedad en Cataluña y en
el Rosellon parece también idéntico en los mismos siglos, pues dan fundamento
para creerlo las actas originales publicadas en el apéndice del tratado de Pe-
dro de Marca de Limite Hispánico. Parece que la propiedad alodial subsistió aun
por mas tiempo en los Países Bajos. Véase Aubert le Mire, Oper. Dipl., vol. I, pág.
34, 74, 75, 83, 817, 296 842, 847, 578. Hasta en el siglo xiv se descubren
en ellos huellas de posesiones alodiales. Id., pág. 218.
Varían las ideas humanas respecto á la propiedad según son sus luces ó el
capricho de sus pasiones, pues al mismo tiempo que se apresuraban unos á re-
nunciar á su propiedad alodial solo por depender de un superior mediante el pago
de un enfiteusis, otros parecían celosos de convertir sus feudos en propiedad alo-
dial. Nos da de ello un ejemplo un acta de Ludovico Pió publicada por Eckard,
Comment. de Reb. Francia?. Orient. vol. t,p. 855; y tenemos otro en el año
1299. ñeliqucs. MSS. omnis cevi, per Ludwig, vol. i,p. 209, y otro tercero en
el año 1337, Ibid. vol. 7, pág. 40. Lo mismo sucedió en los Países Bajos. Mirm.
Oper. 1, p. 52.
En Italia sufrió la propiedad iguales revoluciones acaecidas con el mismo
orden. Sin embargo, existen razones para conjeturar que la propiedad alodial fué
apreciada por mas tiempo entre los Italianos que éntrelos Franceses: parece que
muchas actas expedidas por los emperadores en el siglo ix conferian sobre las
tierras un derecho alodial. Murat. Antiq. med. cevi. vol. 1, pág. 575, etc. Pero
en el siglo xi encontramos algunos ejemplos de personas que desistieron de su
propiedad alodial para convertirla en feudal. Ibid. p. 610 etc. Muralori obserra
APÉNDICE AL TOMO II. 533
que la voz feudum sustituida á la de beneficium no se lee en ninguna acta autén-
tica anterior al siglo xi. Ibid. p. 594. El documento mas antiguo en que he visto
la palabra feudum es un título firmado por Roberto, rey de Francia, en el año
1008, Bouquet, Recop. de las Hist. de las Galias et de Francia, tom. 10, pág. 583,
B. Bien es verdad que se encuentra esta palabra usada en un edicto del año 790
que publica Brussel, vol. \, pág. 77, pero se ha negado la autenticidad de se-
mejante edicto, y lal vez el uso frecuente que en él se hace de la palabra feudum
es una razón que muestra que es apócrifo. La explicación dada en punto á la
naturaleza de las posesiones alodiales y feudales se confirma por la etimología de
estas dos palabras alode ó allodium, compuestas de las voces alemanas an y lot
que significan tierra obtenidapor suerte. Wachleri (//oss. Germán voce allodium,
pág. 35. De las autoridades alegadas por este escritor y por Ducange en la pala-
bra sors, se desprende que los pueblos del norte se dividieron entre sí por suerte
las tierras conquistadas. Feodum se compone de od que significaba propiedad y de
feo que denota salario 6 paga, de lo que se deduce que el feudo era una especie de
salario, concedido en recompensa de algún servicio. Wachter , en la voz feo-
dum.
Entre los Alemanes hizo el feudalismo los mismos progresos que en Francia;
pero como los emperadores alemanes, singularmente desde que la corona del im-
perio pasó de los descendientes de Cario Magno á la casa de Sajonia, aventajaron
mucho en talento á los reyes de Francia, sus contemporáneos, los vasallos del
imperio no aspiraron tan pronto á la independencia ni obtuvieron el privilegio de
obtener sus beneficios por derecho hereditario. Conrado II, llamado el Sálico, fué
el primer emperador , según las recopilaciones de la colección de los libros feu-
dales, que los instituyó hereditarios. Libri feudor.,1, tit 1 . En el año de 1024 su-
bió Conrado al trono imperial. Ludovico Pío, en cuyo reinado se hicieron co-
munes en Francia las concesiones de feudos hereditarios, entró en 814 á suceder
á su padre. No solo se introdujo esta innovación mucho mas tarde entre los
vasallos alemanes, si que también la ley no cesó de favorecer el uso antiguo aun
después que Conrado hubo establecido el moderno, y á menos que el título del
poseedor expresase que el feudo era hereditario, se presumía siempre que se ha-
bía dado de por vida. Lib. feudor. Ibid. Aun después de la mudanza establecida
por Conrado, no era extraordinario que en Alemania se otorgasen feudos vitali-
cios: existe una acta de esta naturaleza con fecha del año 1376. Charta ap Boeh-
mer, princip . juris feud. pág., 361. La transmisión délos feudos á líneas
laterales ó femeninas solo se introdujo muy lentamente en Alemania. Existe
un título del año 1201, en que se concede á las mugeres el derecho de suce-
der, bien que como muestra extraordinaria de favor y en recompensa de impor-
tantes servicios. Bohemer ibid, pág. 565. Continuóse poseyendo en franco alodio
gran parte de las tierras de Alemania, Francia é Italia, mucho después de ha-
berse introducido en ellas el uso de los feudos. Examinando el código diplomá-
tico del monasterio de Buch (Codex Diplom, monaster, Buch.J, se ve que gran
parte de las heredades del marquesado deMisnia se poseyeron hasta el siglo xm
en propiedad alodial: números 31, 36, 37, 46, etc. Apud Sript. Hist. Germán
cura Schoetgenn et Kreisigii. Altenb. 1755, vol. 2, 183, etc. La propiedad alo-
dial parece que durante el mismo período de tiempo fué común en otro distrito
534 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de la misma provincia. Reliq. Dipl. sanctim Beutiz, números 17, 36, 58. ibid
374 etc.
yin.
Declamación de san Julián , arzobispo de Toledo , traducida al español, contra los que
se rebelaron en la Galia Gótica bajo el reinado de Wamba.
ÍAño de 673.)
(De Masdeu, t. X.)
Insultatio in Tyranidem Gallice.
I. Libet tuis Gallia erroribus insul-
tare victores , quibus tanta? prolapsio-
nis cladem misera pertulisti. Ubi est
illa libertas tua, in qua male libere de
erecto tibi fastus supercilio adplaude-
bas? Ubi elatse voces , quibus Spano-
rum vires molliores esse tuis fseminis
detractabas? Ubi motus? Ubi tumentes
quibus cervicum ratione Spanorum
consortix respuebas? Ubi Spansa oris
tui fastigia, quae de incertis saepe divi-
tiis tumescebas? Ubi elata colla atque
consilia , quae suorum semper ducum
semper regimina prseberunt ?
II. Quid futurum esse putabas,
quum luis te operibus ipsa confoderes,
manibus lacerares , consiliis everleres,
fraudibus abdicares ? Tuis enim ope-
ribus jaculata es, quando criminibus
crimen addebas , negotiorum fraude
implicata, postribulis dedita, perjuris
mancípala, quse Judeeorum potius quam
fide ium Christiamícitiis insudabas. Sic
enim adulterii tenens legem, honestum
putabas omne quod feceras : ínter scor-
lorum greges more pecudum lascivire,
iníer epulas amicos perimere, innocen-
tes animas jugulare; simulabas enim le
advenienlibus gralia: quumque virum
quempiam cum conjuge et liberis hos-
piliorecepisses, inter vina sanguinem
Declamación contra larebelion de Fran-
cia (Galia Gótica).
I. Bien podemos , oh Francia , los
vencedores burlarnos de tus desaciertos,
que te han acarreado tanlastimosa caí-
da. ¿Dónde está la libertad de que te
gloriabas con tanta arrogancia aun an-
tes de conseguirla ? ¿ Dónde aquellas
voces de desprecio , con que tratabas á
los Españoles por mas cobardes que tus
mugeres? ¿ Dónde aquellos gestos y
ademanes , y aquella cerviz levantada,
con que rehusabas nuestro lado? ¿Dónde
aquella jactancia con que exagerabas
tus fuerzas y riquezas? ¿ Dónde están
los vanos consejos que te daban tus
campeones y generales?
II. ¿Qué esperabas detí, cuando por
tí misma le estabas hiriendo con tus
obras, despedazando con tus manos, per-
virtiendo con tus consejos , y destru-
yendo con tus engaños? Por tí misma
te dabas la muerte con los delitos que
anadias sobre delitos, viciando el co-
mercio con la mala fe , la honestidad
con prostituciones, la palabra de honor
con perjurios, y la religión de Jesucris-
to con el tratado de los Judíos. Todos
tus antojos lenias por lícitos sin cono-
cer mas ley que la del adulterio : reto-
zabas como el ganado lujurioso, con
tropas de meretrices; matabas á los
amigos en los convites; degollabas á los
inocentes; te fingías humana y afable
APÉNDICE
propinabas, jugulando virum, filios ab-
necando, subperstitem matrem adsume-
bas in pellicatus tui ludibrio.
III. Hoc tamen isía faciens , tanta
immunüate facinoris non tremescis, sed
super haec omnia Judseorum consortiis
animaris , quorum etiam infidelitatem,
si libens ad tendis , jam in tuis tran-
sisse fiíiis recognoscis, dum hi qui in te
chrislianitatis titulo prsefulgebant , ad
Hebreeorum probati sunt transisse per-
fidiam : eorum enim te semper judiciis
committebas, quorum jam á Deo repro-
bata corda cognoveras. Et qualiter Ju-
dseorum á te poterunt infausta veneran
sacraria , in quibus íam instanter salu-
tis tuse collocaveras curam?
IY. Agnosce misera , agnosce quid
feceris, sufficiat tibi inter febres amisi-
sse memoriam. Nunc jam depulsa fe-
brium labe nuíricem te scandali recog -
nosce , fomitem mali, matrem blasphe-
mantium , novercam infidelium , nego-
tiorum privignam , prostibulorum ma-
teriam , prodiítionis spelseum , fontem
perfidise, animarum interemtricem.
Y. Hsec enim tota ex tuis uberibus
promanasse non sufficiat: nam insuper
ne tantse calamitatis flagitio aliquid vi-
deretur deesse , regem habens , alium
tibi regem statuis , astu, non ordine;
fraudibus , non virtute. Quse enim ex
fseminis aliquando reperta est, quse vi-
rum habens, alterius viri consortia, si-
ne sui periculo concupiscat ? Tu sola
tuum postponis periculo , et perfidare
non metuens , perfidise tibi subornas
sceptrum. Quis istaquse dicta sunt, fe-
cit? In quibus hoc primum terris fa-
mosum malum apparuit, nisi inter me-
dia uberum tuorum ? Admirandus est
AL TOMO II. 835
para que aceptasen los forasteros tu
hospedage, y luego mezclabas la san-
gre con el vino, degollando á los hom-
bres y á sus hijos, y deshonrando á las
hijas y madres con tu lujuria.
III. Entre horrores tú sin embargo
no tiemblas , antes bien parece que te
animas con el apoyo de los Judíos cuya
infidelidad, si lo consideras , ya se ha
comunicado á tus hijos ; pues muchos
de ellos que se preciaban del título de
cristianos , han abrazado las máximas
de esta pérfida nación de cuyos conse-
jos has querido siempre fiarte , sabien-
do que sus corazones son reprobados
de Dios. ¿Cómo puede ser que no ve-
neres la dañosa superstición de los He-
breos después de haberles fiado con
tanto empeño el cuidado de tu misma
vida?
IY. Reconoce , desdichada , reco-
noce Lo que has hecho. Ya que perdis-
te el entendimiento en el ardor de tus
fiebres; ahora que se te han pasado,
vuelve á lo menos en tí , y reconócete
por alimentadora de escándalos y de
maldades, madre de blasfemos , ma-
drastra de infieles, hija del engaño, ce-
bo de los prostríbulos, cueva de traicio-
nes, fuente de perfidia , homicida de
las almas.
V. No estabas contenía todavía con
haber criado á tus pechos tantos hijos
de maldición, sino anadias á tus ini-
quidades la de repudiar á tu rey, colo-
cando á otro en el trono sin las formas
legítimas , con solos manejos y enga-
ños. ¿ Qué muger hubo hasta ahora,
que teniendo marido se entregase á
otro, sin prever los peligros del honor y
de la vida ? tú sola, sin considerar los
riesgos de la rebelión , compraste el
cetro para un rebelde. ¿Quién ha hecho
jamás hasta nuestro siglo tan enorme
locura ? ¿ Dónde se ha visto una mons-
truosidad tan horrorosa sino en medio
536
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ergo uterus mentís tuse, quse sub tanta
criminum conceptione non crepuit, sed
tanta admiratione concepit dolorem, ut
tantam his nostris temporibus dolorum
pepererit ubertatem.
Vi. Quod si asseras , aliuncle ve-
nisse quod ipsa susceperis , audi : an
tuis , an aliorum sit patrum consiliis,
conceptione tamen felus tu i negare non
poíerat. Si enim aliunde hoc accepisti,
quare fovisti , ad non poíius ut mem-
brorum putribus á tuis finibus repu-
listi? Si autem te genuisse, quare geni-
ta monstruosa priusquam adolescerení,
non secasti? An non polius mulieres
idóneas monstra ex se genita abnecasse,
virtutis eril indicium ; criminis quidem
si ordinatos foetus perimerent; ordinis,
si informes necarenl?
Vil. Quod si causseris, non potuis-
se te virtuti ejus resistere ; ¿ ubi sunt
illa oris tui superba fastigia , ubi tu-
mentes voces, ubi eíati motus , super-
ciliosus incessus, verborumille cothur-
nus, quibus non tam partem Spanise,
sed totam Spaniam uni pugillo tuo ad
resistendum nullo modo suffecturam
esse censebas, et verbis tonantibus
insonabas? Hic ergo nullis te justis vo-
cibus excusabas, quum etiamsi armis
non poses, fide polius armata persiste-
res, etnecem ultimam Ínterin fidelium
procellas fidelior sustineres. Devoveras
enim tuam voluntarie religioso Principi
íidem, sub divini nominis pollícilalio-
ne spondens, ut hostem te suis hostibus
exhiberes , et cum adversariis salulis
tijus usque ad effusionem sanguinis de-
c oí-lares.
VIH. Dic ergo, quis tuorum pro fide
recta occubuil, quis de tuis íidem con-
servando peremptus est , quis tuorum
occisurum se pro verilate exhibuit,
quis etiam peremplurum se pro íide,
oplavil? nemo tuorum fuit apud quem
pretiosior esset anima Uncli sui , infida
de tus pechos? ¿ Quién no se pasma de
que sin reventar pudieses concebir y
parir un monstruo tan formidable que
ha sido en nuestros dias fecundísimo
de dolores ?
VI. No puedes excusarte con decir
que te ha venido de allende , porque ó
por tu capricho ó por el consejo de
otros, en tu seno lo has concebido. Si
dices que te vino de fuera; ¿por qué lo
acogistes? ¿por qué no lo echaste como
á miembro podrido? Y si confiesas que
tú lo engendraste ; ¿ porqué no lo has
cortado antes de dejarlo crecer ? ¿ No
son acaso loables las mugeres fuertes
que matan á los monstruos que engen-
draron? Como es delito el dar muerte á
los fetos bien formados, así también es
desvarío no darla á los deformes.
VIL Si dices en tu defensa , que no
tienes fuerzas bastante para matar al
monstruo , entonces yo podré decirte
con toda razón: ¿ En qué ha parado la
hinchazón de tu boca , y la jactancia de
tus palabras? ¿ Dónde está la soberbia
de tus gestos y de tus pasos? ¿ Dónde
aquella satisfacción intolerable , con
que decías á todo el mundo , que para
resistir á un puñado de tus hombres
no bastaba toda la nación española?
No le excusa , no , el decir que no te-
nias fuerza, porque aun sin flechas ni
espadas, podia servirte de arma la fide-
lidad, peleando hasta la muerte con los
esfuerzos de los rebeldes , pues habías
jurado voluntariamente á tu religioso
príncipe , que serias enemiga de sus
enemigos , y le defenderías hasta la úl-
tima gota de tu sangre.
VIH. Hasta ahora ninguno de tus
hijos ha mantenido su palabra ; ningu-
no ha expuesto la vida por su rey; na-
die deseó morir en su defensa; no ha
habido persona que estimase mas que
su vida, la del ungido del Señor: antes
bien has dado pruebas de ser infiel en
APE1NDICE AL TOMO II.
537
in promisso, facilis in perjurio, exor-
tum in te infidelitatis ignem non solum
non perimis sed accendis ; nec verbis
taníum, sed et operibus foves. Sed heec
sunt illa tui moris signa victricia , ut
hostem non ferias, civem occidas : me-
lius forte tibi definiens civem bello
quam hostem excipere ; quippe cui vi-
res semper fuerint socios potius quam
adversarios enecare. Quum nec hoc
armis sed dolis potius et fraudibus
agas, plus timenda sunt venena tua
quam arma; plures enim fellis tui
antidolo, quam armorum jacuiis con-
fudisti.
IX. Ñeque enim in campo tua ali-
quando directa contra hostem certamina
vidimus quum íamen intra domum ve-
nena tui pectoris senserimus. Vidimus
prseparatas acies íuas, sed pro jugulo
civium non pro necibus externorum.
Quomodo tantee crudelitatis nube eras-
saris, ut liberatoribus necem, defenso-
ribus prseparares ulíionem? Quid tibi
opus fuit fordores provocare ad bellum,
validioribus prseparares excidium? Sed
ista non immerito agis, quippe quee
frenesim passa, quibus teaudeas cequa-
re non sentias. Solent enim frenelici
tune se robustiores viribus extimare,
quaudo jam in uliimo defectu videlur
natura ipsa consislere : sed heec el alia
faciunt non vitali sensu permoti, sed
mortali dissolulione jam tabidi.
X. Tu ergo si post frenesim memo-
riam recepisti, recordari te convenit,
quibus inter febres vocibus perslrepe-
bas, vel quos habendos nescia despec-
lui judicabas. Nam ecce Spanorum
exercitus post acerbissimas febres
quibus sensum amiseras, malurate tibi
oceurrit, nec lamen totus, sed quadam
sui ex ¡.rema parte collectus , vires lúas
usquequaque perdomuit colla subegit,
tumenlia ora contrivií et quid vaieas,
quidve non vaieas, melius suis gladiis,
TOMO II .
las promesas , y fácil en los perjurios,
fomentando con palabras y obras el
fuego de la infidelidad en lugar de apa-
garlo. Parece que te lleva la inclinación
á pelear con los de casa , mas bien que
con los de fuera, y á perseguir de
muerle á tus compañeros, mas bien
que á los enemigos. Y lo peor es que
no peleas con armas, sino con engaños;
y así es mas temible tu veneno que tu
espada, porque mas gentes matas con
la hiél, que con el hierro.
IX. Hemos probado dentro de casa
el veneno de tu pecho, pero jamás te
hemos visto en campaña descubrir la
frente al enemigo, y si alguna vez has
ordenado las haces, ha sido para matar
á tus ciudadanos. ¿Cómo cupo en tu
pecho tanta crueldad , que te resolvie-
ses á ciar la muerte á tus defensores y
libertadores? ¿Cómo le atreviste á
provocar á los mas fuertes, y amenazar
con la muerte á los mas valientes?
Prueba es evidente de frenesí el no co-
nocer la superioridad del enemigo;
pues suelen los frenéticos hacer mayo-
res esfuerzos, cuando están mas caidos
y mas cercanos a la muerte, no porque
tengan mas vigor, sino porque se ha-
llan desesperados.
X. Pero tú, yaque sanaste de tu
frenesí , acuérdate á lo menos de la lo-
cura con que insultabas en el ardor de
tu fiebre y de la temeridad con que
despreciabas á los que por fin te han
vencido. Acuérdate que en tus delirios
se movió contra tí un ejército , no de
toda España , sino de un solo rincón de
este reino , y luego domó tu fiereza,
holló tu cerviz, y te hizo ver con la ex-
periencia que valen mas sus espadas
que tus palabras ¿Qué dirás aho-
68
538
HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
quam tuis vocibus adprobavit. Quid
ergo misera victoribus ducis , quae fam
miserabilis jaces sub victorum mucro-
ne divicta? Ecce Spanorum exercitus
cum ordinato Principe suo te valenter
edomuit; spoliis detrivit, servituti ad-
dixit.
XI. Sed nolo hunc din semper te in-
clementiorem fuisse causseris cujus tam
citalis beneficiis revestiris. Quum enim
justa tibí servitus pro mérito debere-
tur, ut veré sanum caput languenti
membro compatiens, redactan tibi in ser-
vilutem libertatis hostiam donans , et
veteres perfidias tuse noias ciernen tiori
munu obliterans; ante te eiegit suee so-
ciam digniíati, quam tu poenitendo ab-
lueres maculas quas fecisti : scilicet ut
quia impia temeritate libertatis perdi-
deras titulum , tesiimonium reciperes
gloriosum. Sed quid mirum , ul haec
tibi non merenti prsestiterit^ qui pridem
tuis periculis socium te semper ex-
hibuit , et in tua expugnaíione im-
misit! *
XII. Admirandus est ergo aiterna-
tium iste parlium ordo. Quanta in te
crudelitás, quanta in Spanis pietas fue-
rit ! lili tibi pacem , tu illis dolus : illi
defensionem , tu perentionem excogi-
tas, lili semper ad liberalionem tui cum
ármalo tibi currebat exercitu : tu ad
aversionem illorum gladios incitas ex-
ternorum. lili hostem repelendum á te
aut vi , aut astu defmiunt : tu utroque
compendio agens, et fraudibus propriis
et viribus alienis contra Spanorum exer-
citum venis. lili semper defensionem
tui tamquara periculo sui quscrebant: tu
é contra non sine perditione tui ever-
sionis contra illos prseparas munimen-
ta. lili salutem luam, et ubi forsan ar-
cáis non currebant, preliis emebant : tu
necem illorum , quam armis patrare
non poteras, muneribus deünis compa-
randam.
ra, desdichada, viéndote caida , y bajo
los pies de los vencedores ? Los Espa-
ñoles con su rey supieron vencerte: su-
pieron domarte y sujetarte.
XI. Mas el vencedor , en lugar de
oprimirte quiso afear tus crueldades
con sus beneficios. En vez de hacerte
esclava como lo merecias, se compade-
ció de tu dolencia , te dio la libertad
que hablas perdido , borró de su me-
moria tus afrentas, te escogió por ami-
ga y compañera aun antes que te de-
clarases arrepentida, te dio el título
glorioso de libre aun antes de haber
perdido el de esclava. ¿Pero qué mu-
cho que haya sido tan piadoso con-
tigo , habiéndote siempre ayudado en
todos tus peligros , y habiendo sido en
todo tiempo tu defensor y consolador?
XII. Es admirable la contraposición
en lo que ha pasado; ¡cuánta crueldad
en tí , y cuánta piedad en los Españo-
les ! tú les ibas con engaños , y ellos
con la paz : tú con la muerte , y ellos
con la defensa : tú con espadas, contra
ellos , y ellos con armas á tu favor. Tú
los persigues con tus manejos y con las
armas agenas; y ellos trabajan en apar-
tar de tí á tus enemigos : tú les procu-
rabas la muerte aun con tu propio da-
ño ; y ellos ponen á riesgo su vida pa-
ra asegurar la tuya : tú no teniendo
mas armas , regalas á quien los mate;
y ellos donde no alcanzan con la espa-
da , compran tu libertad con dinero.
APÉNDICE
XIII. Quando enim illi aut in tuis
plagis álacres facli , aut in tuis morti-
bus aliquando laelati sunt ? Quin po-
tius si perlata nuntiorum fama aut ab
nos te obsessam , aut hostium incursa-
tione detritam eduxit , armatse illico
ad defensionem tui Spanorum manus
cita tamen exhibuit, et propria postpo-
nendo pericula cum hostibus tuis con-
fligebat. Nec enim tot interiacentibus
terris duros quosque se causabatur per-
tulisse labores , dummodo tu statum
pacis ut cumque reciperes. Eccejam
notum est, quantus in Spanos afec-
tus pietatis processit, quantus inte cru-
delitalis turbo efferbuit. Nam Spanos,
quos despeclui deputabas , et victores
et miseralores tui experta est : filii au-
lem tui , qui ex te viperina nativitate
sunt proditi , quid tibi nisi famem,
luem , autgladium attulerunt?
XIV. Hucusque igitur tibi insul-
tasse sit utile, et forsan ad emolumen-
lum salutis tibi proficeret quidquid
asperiori proclamatum est verbere, ut
verborum ista asperitas correptionis
tuse sit potius causa, quam despera-
tionis stropha. Restat ergo nunc, ut
flebile te lamentatione intendas, quanto
sis pallore deterrita, quanla macia de-
colórala; ut sub isto te semper humili-
tatis, confuitu agens, sic de praeteritis
fornicationibus erubescas , ne in cica-
tricum locum sanies recrudescat, ne
ulcus insanata jam plagse appareat, ne
vitiatus pulmo lumidum aliquid vel
superbum emittat, sed restauratis óm-
nibus ad síatum salutis et iusultasse
tibi sit utile, et suasisse perdocile: ut
de reliquo et sanus iste vigor memo-
riam teneat, et memoria ipsa jam sa-
nior reddita motus in te omnes elati
cordis abscidat. Quod et si insultantes
et suadentes protervis, ut consueta es,
motibus abnuis illis te postremo versi-
bus insultando conveniam, quibus qui-
AL TOMO II. 539
XIII. ¿ Cuándo jamás los has visto
ó gozosos en tus heridas ó alegres en
tus muertes ? Sabes bien que si alguna
vez les llegó noticia de que los enemi-
gos te amenazaban ó perseguían , cor-
rieron inmediatamente, á defenderte me-
tiéndose con el mayor peligro entre las
espadas de los enemigos y venciendo
las dificultades y fafigas de tan largo
viage , solo por el deseo de tu vida y
tranquilidad. Sobrado notoria es la pie-
dad de los Españoles por una parte , y
el furor de tu crueldad por la olra. Has
conocido tú misma por la experiencia,
que los Españoles vencedores á quie-
nes despreciabas, te han compadecido;
y tus hijos que nacieron de tus entra-
ñas de vibora , no le han ocasionado
sino miserias y muerte.
XIV. He declamado hasta ahora pa-
ra tu provecho, con el fin de que la as-
pereza de mis palabras sea castigo sa-
ludable de tus culpas, y te sirva de
corrección. Mírate con lágrimas en
los ojos ; mírate como estás afeada y
descolorida, y avergüénzate de tus for-
nicaciones , que te redujeron á un es-
tado tan infeliz. No sea que vuelvan
á abrirse tus llagas, y se renuévela
hinchazón de tu pecho. Logren mis
amonestaciones el fruto que deseo de
tu salud , pues no tuve otro fin en
ellas , sino el renovarte la memoria
de tu antigua soberbia , para que tú
misma Ja aborrezcas. Si después de
todo esto desprecias aun mis consejos,
siguiendo los impulsos de tu malva-
da inclinación , le diré lo que dijo un
hombre sabio hablando con la muerte:
540 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
dam sapiens morti insultasse convin-
eitur. Dicam ergo:
Jam sine lacrhymis cedis, nec Ya que no lloras, ni te resientes,
carmina sentís, sean espadas para tí mis palabras.
Sint tibi pro gladio quae tibí Tu remordimiento mismo te condene,
verba loquor. y te venza en los infiernos en que venció
Ipse tibi damnet morsus et el mundo con la cruz,
tártara vincat,
Qui vicit mundum per
crucis exitium.
IX
Concilios nacionales y provinciales de la España Goda.
(DE MASDE'J, T, XI.)
(Véase la pag. i 91,)
§ 1."
se .
CONCILIOS NACIONALES.
Los concilios nacionales que se conocen del tiempo de la España Goda , son
diez y nueve, uno del siglo v, dos del vi, y diez y seis del vn; el primero cele-
brado, según dicen unos, en Braga, y según otros, en Caldas de Galicia, llamada
antiguamente Aquas Gilenes; el décimo sexto en Zaragoza , y todos los demás en
Toledo:
Braga ó I. El primer concilio nacional se reunió en el año de 447, por insinuación
jiicta. e del papa san León y por motivo de los Priscilianistas. Los obispos de las cuatro
provincias, Tarraconense, Cartaginense, Lusüana y Bética, no pudiendo pasar
a Galicia por razón de las guerras, formaron congreso en otro lugar, y dirigieron
sus votos al obispo de Braga, para unirse en una misma fe con los Gallegos,
como consta por el capítulo segundo del sínodo I Bracarense. Del concilio na-
cional celebrado en esta forma, no nos queda sino una confesión intitulada
Regla de fe católica, en que se condenan diez y ocho errores de la heregía prisci-
liana: se explican con la mayor claridad los artículos del símbolo, y se añade
que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Dicha regla de fe no es sino
una copia ó reproducción déla que se hizo mas antiguamente en el concilio
Toledano del año de 400.
'o°m° N- El segundo nacional, es el que llaman Toledano NI del año de
589, á que asistieron sesenta y siete obispos, cinco por medio desús vica-
rios, y todos los demás en persona. lucieron en él la profesión de fe por es-
crito, el rey Recaredo y la reina Badda; luego ocho obispos, y otros mu -
chos eclesiásticos, que habían seguido hasta entóneosla heregía arriana,
y después de ellos los grandes del reino y demás señores de la corte. Acá-
APÉNDICE AL TOMO II. 541
bada esta función salieron de la iglesia los seglares, y quedando en ella los obis-
pos con sus presbíteros y diáconos, formaron veinte y tres cánones ó decretos,
para la reforma de la disciplina eclesiástica, que con las heregías y falta de con-
cilios se habia relajado. Se mandó por insinuación del rey que se dijese el
Credo en la misa, según el formulario constantinopolitano: se dieron órdenes
muy prudentes acerca de la administración de los bienes eclesiásticos: se toma-
ron las providencias necesarias para contener en su oficio á los clérigos y de-
más personas consagradas á Dios: se publicaron varios privilegios concedidos
por el rey á la Iglesia , y se renovaron ó moderaron varias disposiciones anti-
guas, acerca de los penitentes públicos, tribunales eclesiásticos, y convocacio-
nes de concilios.
III. Del nacional tercero no nos quedan sino dos cánones, el uno sobre la
castidad de los ministros del altar , y el otro sobre el aseo de las iglesias. Aun-
que no firmaron en él sino trece obispos, debe tenerse sin embargo por nacional,
porque son de diferentes provincias, y entre ellos hay tres metropolitanos. Se
celebró en Toledo en el año de 597 , reinando todavía Recaredo. Este no se com-
prende por lo general entre los Toledanos.
IV. En el año de 610 (por instancias, según parece, de la mayor parte de
los obispos de la Cartaginense, que se habían juntado en concilio provincial),
publicó el rey Gundemaro un decreto, en que mandaba que en adelante el
obispo de Toledo fuese respetado por metropolitano, no solo de la Carpeíania, sino
de toda la provincia Cartaginense. Este decreto real , como logró las aproba-
ciones y firmas no solo de muchos obispos de todas las provincias, pero aun de
cinco metrapolitanos, equivale á un concilio nacional.
Y. En el año 633 se tuvo el concilio que llaman Toledano IV, con 4-°??Toied
,,-.,, , . Ano 633.
asistencia del rey Sisenando y de sesenta y nueve obispos, entre quienes
ocupaba el primer lugar san Isidoro de Sevilla. Se formaron en él setenta y cin-
co cánones, en que no tanto debe admirarse el número, cuanto el acierto y
prudencia con que se trata de tan diversas materias , Biblia , liturgia, concilios,
tribunales, fiestas, ayunos, sacramentos, celibato, seminarios, convictos, obis-
pados, parroquias, monasterios, ermitas, inmunidades, sepulcros, vírgenes,
hebreos, esclavos, penitencia pública, bienes eclesiásticos y otros muchos artí-
culos de religión y disciplina. Se cerró el concilio con un decreto, en que am-
bas potestades, eclesiástica y secular, juraron fidelidad al nuevo rey Sisenando
y declararon que el antecesor con toda su familia, merecía ser privado perpe-
tuamente, no solo de los bienes de la tierra, pero aun de la comunión de los fie-
les.
VI. Llamo concilio sexto nacional al Toledano V del año primero del 8-°£eToied.
1 Ano 636.
reinado de Chintilla, y 636 de la era cristiana, porque lo convocó y aprobó
el rey, se trató de asuntos políticos, se dieron órdenes generales para toda la
Dación, y aunque no asistieron sino veinte y cuatro obispos y un solo me-
tropolitano, los habia de casi todas las provincias. En el primer decreto se inti-
maron rogaciones anuas para el mes de diciembre, y en los ocho siguientes
se trató de la elección de los reyes.
VII. El séptimo concilio nacional de cincuenta y dos obispos, se celebró 6°Alne0T60318d<
en Toledo, bajo el mismo rey, en el año 638. Tiene diez y nueve capítulos,
542 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
en cuyos quince primeros se trata principalmente de judíos, monges, penitentes,
libertos, ordenaciones, beneficios y bienes de la Iglesia. En los cuatros últi-
mos se dan providencias sobre la elección del rey y castigo de los rebeldes, y
se manda en términos expresos que nadie se atreva en adelante á privar de bie-
nes, ni de honores á los hijos y descendientes de los reyes. Debemos á las dili-
gencias del padre maestro Florez el proceso de una causa que se trató en esle
mismo concilio, cuya copia conserva la iglesia de León en un código antiguo de
pergamino. Marciano, obispo de Ecija, depuesto por falsos delitos en un concilo
de Sevilla, apeló al Toledano nacional. Los padres, habiendo examinado la causa
con el mayor rigor y hallado que falsamente se le alribuia el haber tenido á üs-
tania por camarera, y de haber consultado sobre su vida y la del rey á una adi-
vina llamada Simplicia, mandaron que volviese á su silla con todos los honores,
y que el obispo Habencio, su enemigo que la ocupaba, se sujetase á la penitencia
que el inocente calumniado quisiese imponerle.
Vííí. Treinta y nueve obispos acudieron al octavo concilio nacional, con-
vocado en Toledo por el rey Chindasvinto en el año de 646. Las rebeliones, que
entonces eran muy comunes, el sacrificio de la misa, las visitas diocesanas, los
funerales de los obispos^, la ociosidad de los ermiíaños y la permanencia de
los prelados en la corte son los asuntos de los seis decretos que se publica-
ron.
IX. Bajo el reinado de Recesvinto, año de 653, se tuvo en Toledo el conci-
lio nacional nono, que fué el primero en que los obispos dieron lugar á otras fir-
mas de personas eclesiásticas y seculares. El rey presentó á los Padres una me-
moria, en que, después de haber hecho la profesión de la fe, les suplicó tres co-
sas: la primera, que moderasen el juramento hecho por la nación de no perdonar
jamás á los rebeldes: la segunda, que ordenasen con entera libertad cuanto les pa-
reciese conveniente para el bien de la Iglesia y del Estado; y la tercera, que pues-
to que en España , por la misericordia de Dios, no quedaban otros enemigos de-
la religión sino los Judíos, les pusiesen freno y procurasen desarraigar sus erro-
res. En cumplimiento de tan piadosas súplicas, publicó el concilio doce cánones,
en que se absolvió á la nación del juramento que habia hecho contra los rebel-
des y desertores; se renovaron bajo pena de excomunión, los decretos hechos por
Sisenando conlra los Judíos, y se dieron disposiciones muy sabias en varios asun-
tos de disciplina, principalmente en orden al celibato y honestidad de los eclesiás-
ticos. Firmaron cincuenta y dos obispos presentes y otros diez ausentes , diez
abades , el arcipreste y el primicerio de la catedral , y diez y seis condes de
palacio.
X. El mismo Recesvinto convocó otro concilio en Toledo en el año de 655,
firmado por diez y siete obispos, seis abades, dos dignidades y cuatro condes.
Se formaron en él diez y siete decretos, cuyos asuntos principales son la honesti-
dad del clero, y los bienes y libertos de la Iglesia.
«d© Toledo XI. El concilio que llaman Toledano X corresponde en mi cuenta al on-
ceno nacional , celebrado en el año 656 bajo el reinado del mismo Recesvinto ,
con asistencia de veinte y cinco obispos. Se hicieron en él siete cánones, concer-
nientes á disciplina eclesiástica en materia de fiestas, clérigos, monges, viudas
y Judíos. Acabadas las decisiones canónicas, se trataron dos causas, la del obis-
655.
APÉNDICE AL TOMO II. 543
po Potamio , que en pena de su flaqueza se habia retirado espontáneamente
a un monasterio, y la del testamento de Recimiro, obispo de Dumio, que habia
dejado mas mandas de las que podia.
XII. El doceno concilio nacional, que es el que lleva el título de Toledano <aAñoT68i?°
XII , se tuvo por orden del rey Ervigio en el año de 681, con asistencia de trein-
ta y ocho obispos , cuatro abades y quince señores de palacio , á quienes el rey
presentó una memoria, suplicándoles que examinasen su elección y la deposi-
ción de Wamba, para quitar todo motivo de discordias y tumultos. Se entabló lue-
go esla causa como muy importante, y leidos los papeles y testimonios, se decla-
ró de común acuerdo que Wamba, en peligro próximo de muerte, habia recibido el
hábito de religión y la venerable señal de la tonsura sagrada, y con finna de su
mano habia nombrado por sucesor á Ervigio, y rogado á Julián, obispo de Tole-
do, que lo consagrase; y por consiguiente que estaba bien depuesto, y que la na-
ción quedaba libre del juramento de fidelidad que le habia dado, y debia reconocer
por su verdadero señor al nuevo rey. Dada esta sentencia, se pasó á tratar de ma-
terias eclesiásticas, de la penitencia en la muerte, de las excomuniones , del nú-
mero de obispados, de la elección de los obispos, del sacrificio de la misa y de
otros objetos de disciplina, con que se llenaron en todo trece artículos.
XIII. El mismo Ervigio, con el fin de anular varias leyes de Wamba, y de 13^T683dc
obtener el perdón para los que se rebelaron en tiempo de este rey, convocó en
Toledo en el año de 683 otro concilio nacional el mas numeroso de todos, pues
firmaron en él setenta y cinco obispos, cinco abades, tres dignidades, y veinte y
seis grandes. Sus capítulos son trece, y en ellos se mandó, en primer lugar, todo
lo que pidió el rey á favor de su familia ; después se hicieron varios decretos
canónicos , que tienen por objeto las fiestas , el culto de las iglesias , la peniten-
cia en la muerte, la residencia de los eclesiásticos , y los derechos de los metro-
politanos.
XIV. La aprobación del concilio ecuménico VI , solicitada por el papa san 14AñoTb984d'
León II, dio motivo al concilio nacional decimocuarto, que para mayor brevedad
se celebró de un modo desacostumbrado, pues se tuvieron cinco concilios provin-
ciales en Sevilla, Mérida, Braga, Tarragona y Narbona, y luego con los diputa-
dos de ellos se juntaron todos los votos en Toledo en el año de 684 , reinando to-
davía Ervigio. Los doce capítulos del concilio no tienen otro asunto sino el que
tengo dicho. Firmaron en él el obispo de Toledo con todos sus sufragáneos y lue-
go los diputados de las provincias , que eran ocho , dos de Tarragona , dos de
Narbona, dos de Braga, uno de Mérida y otro de Sevilla.
XV. Como se siguieron después cuestiones, entre el obispo san Julián y ^^ño T68ld
el papa san Benito II, se celebró en Toledo otro concilio nacional en 688, con
la asistencia de sesenta y seis obispos, ocho abades, tres dignidades de la cate-
dral y diez y siete condes. Se emplean en él diez y ocho capítulos enteros, desde
el nono hasta el veinte y siete, en formar la apología de san Julián y de la igle-
sia de España, contra las censuras de Roma. Los ocho primeros capítulos , y los
ocho últimos, fuera de la profesión de fe acostumbrada, no tienen otro objeto,
sino el de asegurar en el trono al rey Egica, y absolverle de los juramentos que
habia hecho á favor de los hijos del antecesor.
XVI. En el año de 691, por orden del mismo rey Egica, se tuvo en Zara- Zaragoza.
Año 69),
¡)íí HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
goza un concilio, que aunque defectuoso y sin firmas, se conoce claramente ha-
ber sido nacional por haberlo convocado el rey, por el formulario de las gracias
que se dan á su magestad, por la libertad con que se reforma y mejora un de-
creto del concilio nacional décimo tercero, y por la generalidad con que se pro-
hibe á todos los obispos de cualquiera provincia el consagrar iglesias ó prela-
dos fuera de los dias de domingo. Después de este decreto, que es el primero, se
siguen otros cuatro. En ellos se manda que los sufragáneos no señalen el dia de
la Pascua sin consultar y oir al metropolitano : que los curas abades no den alo-
jamiento á seculares dentro del monasterio: que aunque el obispo puede quitar la
libertad á los ahorrados de la Iglesia, que no reconocen su Patrona, no debe ha-
cerlo, sino después de haberlos avisado y amonestado , y que las viudas de los
reyes, para mayor seguridad y decencia, tomen el hábito religioso en algún mo-
nasterio de vírgenes.
i6« de Toledo XVII. Sesenta y dos obispos, cinco abades, y diez y seis condes asistieron
en Toledo, por disposición del rey Egica, al concilio nacional décimo séptimo del
año de 693. Es memorable la profesión de fe que se hizo en este concilio, por la
mucha doctrina con que se explica en ella el misterio de la Santísima Trinidad.
Síguense varias leyes muy prudentes; unas contra los Hebreos idólatras, sodo-
mitas, suicidas y rebeldes; y otros sobre el sacrificio de la misa, oraciones pú-
blicas, bienes eclesiásticos y convocaciones de concilios. En el capítulo trece, que
es el último, aprueba el rey todos los decretos sinodales, y manda que los obispos
de la Narbonense, ya que no habian asistido al congreso por la peste, los acepten
y firmen en sínodo provincial.
170 de Toledo XVIII. El concilio nacional décimo octavo, cuyo número de obispos no se
sabe, se tuvo por orden del mismo Egica en la ciudad de Toledo, año de 694. Sus
cánones son ocho, y sus objetos el bautismo, el lavatorio del Jueves Sanio, el
aseo de las iglesias, la misa de difuntos, la institución de ayunos extraordinarios
y la seguridad del rey y de su muger y familia.
is° de Toledo XIX. Del último concilio nacional , que es el que llaman Toledano XVIII,
incierta, convocado por Witiza en el año de 701 , no nos queda sino el título. Sobre la
falta de sus cánones discurren los modernos de dos maneras, pero todos cargando
la mano injustamente sobre el rey godo. Unos dicen que no se han conservado
porque eran contrarios á la religión y piedad, en virtud del influjo del príncipe,
que habia torcido á los obispos. Oíros sospechan con Baronio, que los cánones
eran buenos, y que por esto el malvado rey cuando se pervirtió, los hizo rasgar ó
borrar. Isidoro Pacense, que merece mas fe que todos los modernos juntos, ase-
gura que Witiza reinó quince años clementísimamente (desde el de 696 hasta el
de 711) 2/ que en este tiempo floreció por gravedad y prudencia Félix, obispo de
Toledo, que celebró en la corte muy buenos concilios , aun cuando reinaban juntos
Witiza y Egica (desde 696 hasta 701 j. De estas palabras se coligen tres cosas: lo
primero, que Witiza no fué rey malo, como pretenden los escritores modernos; y
por consiguiente, ni mandó hacer malos cánones, ni deshizo los buenos; lo segun-
do, que bajo su reinado se celebraron muy buenos concilios, y en consecuencia es
temeridad y calumnia, el suponer impiedad ó falta de religión en el Toledano
XVIII: lo tercero que se han perdido lodos los buenos concilios de que habla Isi-
doro Pacense, y se habrán perdido asimismo otros muchos mas antiguos; y así
APÉNDICE AL TOMO II. 545
no hay para que formar tantas sospechas por la falta de los cánones de que se tra-
ta. Pero sin embargo , en caso que quisiéramos discurrir , mas bien debiera
atribuirse la pérdida á la facción de Rodrigo, porque habiéndose celebrado el
concilio, cuando Witiza por muerte de su padre quedó solo en el reino, es natu-
ral que se formasen decretos (como se acostumbraba) para asegurarle el trono, y
estos seguramente no podían merecer la aprobación del partido contrario , que
coronó después á Rodrigo, viviendo todavía el antecesor.
§ 2.'
CONCILIOS PROVINCIALES.
Los concilios provinciales cuyas actas se han conservado, son solos veinte
y uno: uno de Lusitania, cuatro de Galicia, cuatro de la Cartaginense , ocho de
la Tarraconense , dos de la Bélica y otros dos de la Narbonense.
El de la provincia Lusitana se tuvo en Mérida en el año 666 , l bajo el rei-
nado de Recesvinto, presentes doce obispos, el metropolitano y once sufragáneos.
En los veinte y tres capítulos que tiene, se trata de varios asuntos de disciplina
eclesiástica: los principales son la castidad de los ministros del altar, la forma
y tiempo délos concilios, los derechos del metropolitano y del sufragáneo, los
límites de los obispados y parroquias, las visitas diocesanas, la distribución de los
beneficios y bienes de la Iglesia , y la administración de los sacramentos sin
simonía.
De los concilios provinciales de Galicia no nos quedan sino cuatro , tres
del siglo vi , y uno del vn ; pues otro que se cita mas antiguo con la fecha de
Braga del año de 411 , parece ser apócrifo por varios títulos , y no tiene mas
autoridad que la del padre D. Bernardo de Brito. En el tomo tercero de la Real
Academia Portuguesa hay dos disertaciones , una en defensa de dicho concilio,
compuesta por D. Francisco Leitam Ferreira, y otra de D. Manuel Pereira de
Silvaleal, que prueba ser fabuloso.
I. El primer concilio provincial de Galicia es el que se celebró en Braga
con asistencia de ocho obispos en el año de 561, inmediato al de la conversión
del rey Miro ó Mirón. Se leyó al principio con general aprobación la Regla de fe
católica, reproducida por todos los obispos de la nación española contra la
heregía de los Priscilianistas en el año de 447 ; y luego , para mayor con-
firmación y claridad, se formaron diez y siete cánones contra los principales
errores de dichos hereges. Ea segundo lugar, se leyeron las definiciones canó-
nicas de los concilios generales, y de algunos otros particulares , y después de
ellos la carta que habia escrito veinte y tres años aníes el papa Vigilio á Profu-
turo, obispo de Braga. Por fin se formaron veinte y dos cánones para corregir
la relajación de las personas sagradas, restablecer la uniformidad de la litur-
gia, distinguir los grados y jurisdicciones del clero, repartir con equidad los
69
TOMO II.
546 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
bienes de la Iglesia , y reformar en todas las demás cosas la disciplina ecle-
siástica.
^e QLugo. ji Aunque no es genuina ó antigua la relación que corre de un con-
cilio de Lugo del año de 569 , no puede sin embargo negarse que por ese
tiempo, con poca diferencia, se tuvo en Galicia un concilio provincial en que se
dividieron los estados de los reyes suevos en dos provincias eclesiásticas,
sujetando la una á la iglesia de Braga y la otra á la de Lugo.
2-\ ?e BS^a- III. Del tercer concilio de Galicia, llamado Bracarense II, y celebra-
Ano 0/*¿. 7 ■»
do en el año de 572, con asistencia de seis obispos bracarenses, y otros seis
1 acenses, nos quedan diez cánones ó decretos. En ellos se trata de las visitas
diocesanas, de la consagración de las iglesias , de la administración de los sa-
cramentos, del tribunal de los clérigos, de la celebración de la Pascua y del
sacrificio de la misa. En su prefación se cita el concilio de Braga del año 561,
llamándolo Bracarense I, que es prueba de que no se conocía el otro mas anti-
guo, que suponen algunos celebrado en 411.
3 aüo B675Sa" ^' ^l último concilio de la provincia de Galicia , á que asistieron ocho
obispos, se tuvo en la misma ciudad, en el año cuarto de Wamba, 675 de la era
cristiana. La materia del sacramento de la Eucaristía, los vasos y ornamentos
sagrados, el, decoro y honestidad de los clérigos, las procesiones del Sacra-
mento, la administración de las órdenes y de los bienes la Iglesia, forman el
objeto de sus nueve cánones.
cabtagi- La provincia Cartaginense cuenta cuatro concilios del tiempo de los Godos,
uno celebrado en Valencia y los demás en Toledo.
2'°Adño5j7edo I- Su primer concilio provincial es el que llaman Toledano II, cele-
brado en 527 por solos seis obispos, aunque firmado después por otros dos de
Cataluña, que llegaron á Toledo por aquellos dias. No tiene sino cinco decretos:
el primero sobre los niños ofrecidos á la Iglesia por sus padres, el segundo so-
bre los clérigos que pasan de una iglesia á otra, el tercero acerca déla castidad
de los eclesiásticos, el cuarto sobre los beneficios, y el último sobre los impedi-
mentos matrimoniales.
DeAño154oda H- El segundo concilio déla Cartaginense se tuvo con asistencia de siete
obispos en la ciudad de Valencia, por los años de 546, bajo el reinado de Teu-
dis, que algunos códigos llaman Teodoredo, y otros Teodorico, por yerro de
los copistas. Sus cánones son seis, y tratan de la misa, de los obispados vacan-
tes, del entierro de los obispos y del castigo de los clérigos vagabundos.
III. El tercer concilio celebrado en Toledo por quince obispos en el año
de 610, no tuvo otro objeto sino el de fijar en la corte la única silla metropo-
litana de la provincia Cartaginense, que es lo mismo que mandó consecutiva-
mente el rey Gundemaro en el decreto firmado por todos los obispos de España.
Tampoco este se cuenta entre los Toledanos .
MAñoT675do' ^- El cuarto concilio provincial de la Cartaginense que lleva el título
de Toledano XI, se celebró reinando Wamba en el año de 675, presentes
diez y nueve obispos, seis abades y el arcedean de la catedral. Los asuntos de
que se trató en diez y seis capítulos, son la liturgia, los órdenes sagrados, el
tribunal eclesiástico, el sacramento de la Eucaristía, el sacrificio de la misa y
la convocación de los concilios provinciales.
APÉNDICE AL TOMO II. 547
De la provincia Tarraconense nos quedan ocho concilios, dos celebrados en tabraco-
r ^ ' NENSE.
Barcelona, y los demás en Tarragona, Gerona, Lérida, Egara, Zaragoza y Huesca.
I. El de Tarragona, que es el mas antiguo, lleva la fecha del año 516. De„o„"a"
Los obispos que asistieron son diez: sus cánones trece: sus asuntos princi- aüosig.
pales la honestidad y vida ejemplar de los clérigos, la jurisdicción de los metro-
politanos, la asistencia á los divinos oficios, las visitas diocesanas, la forma de
los juicios, la vida monástica y los concilios provinciales.
II. El de Gerona, que es el segundo, se celebró con asistencia de siete obis- D|¿Jjr¿t°a'
pos en el año de 517. Sus decretos, que son diez, tienen por objeto la liturgia,
los ayunos, el bautismo y la honestidad del clero.
III. El tercer concilio provincial se tuvo en Barcelona por los años de 540, i.°de Baree-
poco mas ó menos, presentes siete obispos. Los títulos que nos quedan de sus Añosio.
diez cánones, tratan del oficio divino y de las obligaciones del eclesiástico, del
penitente y del monge.
IV. El concilio de Lérida de 546, á que asistieron nueve obispos, es el D2ñoé546.a'
cuarto provincial de la Tarraconense. Se formaron en él diez y seis decretos con
el mayor celo y prudencia, así para la regla de los clérigos, monges y demás
personas consagradas á Dios, como también para impedir en todo el pueblo los
pecados mas dañosos y de mayor escándalo.
Y. Catorce obispos asistieron en el año de 592 al concilio quinto provin- 2° ál^ra'
cial, que llaman segundo de Zaragoza, y en él se mandó que las iglesias de Ano 5^-
los Arrianos se volviesen á consagrar, y las reliquias que habia en ellas se pro- .
basen con fuego.
YI. Al sexto provincial, que se tuvo en Huesca en el año de 598, no se DA3ñoU69§a'
sabe cuantos obispos asistieron, porque no tiene firmas. Se encargó en él la cas-
tidad á todos los eclesiásticos, y se mandó á los obispos sufragáneos que llama-
sen cada año á concilio á sus abades , presbíteros y diáconos.
VII. En el año de 599, tuvieron en Barcelona doce prelados de la provincia 2.0 de Barce-
Tarraconense el concilio séptimo provincial. Declararon que los obispos deben kñTm.
distribuir el crisma á las parroquias sin interés, que los sagrados órdenes se
han de dar á sus tiempos y con los acostumbrados intervalos, y que los hombres
y mugeres que tomen el hábito religioso ó de penitencia, aunque estén en el siglo,
no puedan casarse.
VIII. El último concilio provincial de la Tarraconense se tuvo en la an- oe Egara.
Año 01 4
tigua Egara , que corresponde á Tarrasa de Cataluña, en el año de 614 ; y de él
no se sabe otra cosa , sino que se renovó y confirmó el canon del concilio de
Huesca acerca de la castidad de los eclesiásticos. Firman catorce obispos , y co-
mo entre ellos hay algunos de otras provincias , se puede conjeturar que el me-
tropolitano de Tarragona lo procurase para dar mayor autoridad á lo decre-
tado.
Los concilios que nos quedan de la provincia Bética, son dos solos , uno y bética.
otro celebrados en Sevilla , el primero por san Leandro , y el segundo por san
Isidoro.
I. Del que se celebró en el año de 590 , con asistencia de ocho obispos, i.'deseviiia.
;* r Ano 590.
no tenemos sino una carta dirigida a Pegasio , obispo de Ecija, á quien se noti-
cian tres cosas : la primera que son inválidas las donaciones que habia hecho
548 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
su antecesor Gaudencio , de algunos esclavos de la Iglesia ; la segunda que di-
chos esclavos , aunque puestos en libertad por el obispo , deben volver al servi-
cio del templo : la tercera que por determinación del concilio se dejaba á la dis-
posición de los jueces seculares el castigo de las mugeres que conviviesen con
eclesiásticos.
8'°íio <H5.la' W. El segundo concilio Hispalense, en que firmaron también ocho obispos,
lleva la fecha del año 619. Los principales asuntos de sus trece capítulos son
los límites de los obispados y parroquias, la administración de los órdenes sagra-
dos , la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos , los derechos propios del
obispo , los libertos , los monges , los bienes de la Iglesia y la condenación de
la secta de los Acéfalos , á que dio motivo un sectario extrangero , que, conven-
cido por nuestros obispos, abjuró la heregía.
narbonense De la provincia Narbonense quedan dos concilios , uno tenido en Agde
en 516 , y otro en Narbona en 589.
De Agde. I. El primero se celebró con expresa licencia de nuestro rey Marico, pre-
sentes treinta y cuatro obispos , todos de Francia. Los órdenes sagrados , la
castidad y vida ejemplar de los clérigos, las fiestas , los ayunos , la pe-
nitencia pública, la división entre monasterios de hombres y de mugeres,
la subordinación de los monges al obispo , la inmunidad eclesiástica, los bienes
de la Iglesia y la convocación de concilios cada año, forman el principal objeto
de sus cánones, que son setenta y uno.
D Añor589a* ^n e^ seSundo concilio se juntaron, por orden de Recaredo , siete obis-
pos de la provincia Narbonense , para firmar los decretos y definiciones del To-
ledano III, á que no habían asistido. Hecho esto, se formaron otros quince
cánones , dirigidos la mayor partea corregir los abusos del clero de Francia.
X.
Resultado de las excavaciones practicadas en las Huertas y Fuente de Guarrazar , tér-
mino de Guadamur, provincia de Toledo, donde fueron halladas las coronas góticas
que hoy dia se encuentran en el Museo de antigüedades de Cluny.
(Véase la pag. 236.)
1/
Ministerio de fomento. — Instrucción pública. — Negociado 1.° — Para
complemento de una información iudicial sobre el hallazgo de antigüedades en
el término de la villa de Guadamur que por el Juzgado de primera instancia de
esa ciudad se ha llevado á cabo en virtud de Real orden fecha 25 del mes ante-
rior, la Reina (Q. D. G. ) ha tenido á bien mandar disponga V. E. se practiquen
excavaciones en el terreno y en los sitios inmediatos , donde dichos objetos
parecieron , con el fin de investigar si fué este en lo antiguo sagrado y eclesiás-
España Croda.
tlane-t d-0-
P,Alai^rn^c-
i. Corona, de Súmulas. 2 Coron¿t votiva, del abad^ Teadosio, 5 Crup? a/re oí-
da por Luoe-Uux. í¡, Tracrrventa di otra coren a votiva . ¿ Piedraj/ra badit.
APÉNDICE AL TOMO II. 549
tico. Las excavaciones deberán hacerse á presencia de Y. E. ó de la persona que
designe al objeto , de dos individuos de la Real Academia de la Historia , de uno
de la Comisión de monumentos de esa provincia y de un Oficial auxiliar del mi-
nisterio de mi cargo.
De Real orden la digo á Y. E. para su inteligencia y efectos consiguientes.
— Dios guarde á Y. E. muchos años.— Madrid 9 de Abril de 1859.-— Corvera.
— Señor Gobernador de la provincia de Toledo.
Excelentísimo Sr . : Hasta el dia de hoy , en que los trabajos de excava-
ciones practicadas en las Huertas y Fuente de Guarrazar ofrecen ya algún resul-
tado , respecto de los extremos que abraza la Real orden de 9 del corriente, no ha
juzgado esta Comisión conveniente poner en el superior conocimiento de Y. E. el
procedimiento empleado en dichos trabajos.
Teniendo en cuenta las líneas que ofrecían los muros existentes al extremo
del Mediodía de las referidas Huertas y Fuente , y los frogones y sillares que se
descubrían en los lados de Oriente y Norte , acordó la Comisión establecer las
principales zanjas de investigación en el terreno de propios , contiguo á la fuen-
te , que prometía por todos los signos exteriores formar el cuerpo de la iglesia ó
templo allí existente de antiguo. Trazadas tres líneas , que partían del centro á
las extremidades superiores , empezóse allí la excavación con los medios que el
ayuntamiento de Guadamur se sirvió prestar á la comisión , mientras esta obte-
nía del señor Gobernador de la provincia los útiles necesarios para dar mayor
ensanche á los trabajos. Cuatro de los ocho confinados , destinados á este servi-
cio , se emplearon desde luego en la extracción de las piedras sueltas , que llena-
ban la parte anteriormente excavada en las Huertas, habiendo creído la Comi-
sión oportuno estimular el celo de todos , con los premios que desde luego esta-
bleció en la forma que juzgó mas conveniente.
Removidas algunas piedras , se halló en el sitio que designó Francisco Mo-
rales como lugar en que existían las coronas históricas y demás objetos antiguos,
una tachuela de oro, igual en todo á lasque el Morales presentó á Y. E. el dia 10,
y asimismo un fragmento de mármol gris , del llamado de san Pablo , tallado y
exornado de molduras, en forma circular , lo cual fué causa de que se redoblara
el esmero y diligencia en la exploración comenzada. La tachuela estaba , sin em-
bargo , sobre una de las piedras que cubrían los sepulcros , y esto hizo sospe-
char que habría podido ser arrojada de propósito y con un fin determinado. Al
extraerse las piedras , se sacaron ya varios restos de esqueletos y entre ellos un
maxilar superior, unos parietales, un fémur, etc.
La excavación se hacia entre tanto con actividad en el prado inmediato á la
fuente ; y dispuestas las tareas en tal manera que se fuese levantando el terreno
por capas de cuatro á seis pulgadas de espesor , para no destruir objeto alguno
y conservar intacto todo pavimiento , si existia , bien pronto se dio en la parte
central con la piedra viva , que consistía en una capa de granito descompuesto
en gran parte por la humedad , lo cual hizo que se dirigiera todo el cuidado de
550 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
la Comisión al extremo oriental, en la bifurcación oblicua que se habia estableci-
do, por si allí existia alguna fábrica ó primitiva cripta.
Obtenidos los útiles que se pidieron al señor Gobernador , se formó el 11
un lavadero junto á la fuente de Guarrazar , disponiéndose que todas las arenas
arrastradas por los aluviones y la tierra movediza de la primera excavación fue-
sen cuidadosamente acribadas y pasadas por el lavadero, que por tener agua cor-
riente debia producir el mejor resultado, á existir monedas ú otros objetos artísti-
co—históricos , capaces de ilustrar los descubrimientos en el concepto que la
Real orden del 9 previene. Solo se encontraron un pequeño zafiro de color muy
bajo y semejante á los que presentó á V. E. el mencionado Morales , y dos frag-
mentos de perla y de esmeralda , pertenecientes sin duda á las coronas anterior-
mente descubiertas.
Entretanto se tiraron nuevas líneas de excavación para descubrir en toda su
longitud el muro del Mediodía : y mientras se adelantaban una y otra tarea, se
efectuó un detenido reconocimiento sobre las alturas inmediatas del lado del Nor-
te , recogiéndose varios trozos de mármol blanco y de colores con entalles y la-
bores, así como otros fragmentos de piedra de la llamada franca, con diversos or-
natos. Los trozos de mármol son en concepto de la Comisión, de antigüedad ma-
yor que los fragmentos referidos y mas importantes en consecuencia.
La crudeza del dia hizo levantar los trabajos antes de la hora prefijada , no
sin que la Comisión acordase los que debían empezarse al siguiente , ya en las
Huertas de Guarrazar, propiedad de Francisco Morales.
La comunicación que va por separado , informará á V. E. de las causas
que impidieron á la Comisión el dia 13 bajar al sitio de las excavaciones, que di-
rigidas á dichas Huertas con la orden de no pasar de la superficie de cualquier
pavimienlo que se encontrara , y siempre procediendo por capas horizontales,
continuaron en todo aquel dia. A la tarde presentó el capataz de ios confinados
un pequeño fragmento , al parecer de una estatua de mármol , único objeto ha-
llado dentro de las indicadas Huertas.
A las nueve y media de la mañana de ayer se trasladó la Comisión al sitio
referido y encontró con no poca satisfacción , descubierto un pavimiento de gran-
des losas de granito y otras formaciones, el cual proseguía en el mismo sentido
de las sepulturas excavadas por los primeros descubridores y por la Comisión de
Monumentos de la provincia. El examen de este pavimiento, que ofrecía de cinco
á seis metros de largo por cinco de ancho, dando á entender que habia sido
destruido por la parle del Norte en diversa época, hizo ala Comisión modificar su
dictamen en orden á la posición del edificio allí existente; y en tanto que á pre-
sencia del Alcalde y del Teniente se hacia un reconocimiento para determinar si
habia nuevas sepulturas, se establecían otras líneas de exploración en la parte
mas oriental de las citadas Huertas, á fin de descubrir el límite de aquella fá-
brica. E! reconocimiento mostró una sepultura regular, construida de mampos-
lería y ladrillo con el espesor de 33 centímetros, en la cual se conservaba un es-
queleto con el rostro al Oriente y los brazos lateralmente colocados : se descom-
puso del todo al sacarlo , si bien las húmeros y fémures se extrajeron casi ente-
ros, disponiendo la comisión recogerlos cuidadosamente, á fin de entregarlos al
señor cura de Guadamur para darles nueva sepultura. La exploración ofreció en
APÉNDICE AL TOMO II. 551
breve, en lo que la Comisión juzgó parle angular del edificio, un machón com-
puesto de sillares y como de metro y medio en cuadro y en la línea oriental cla-
ros vestigios de cimientos que se unian á otro machón, del cual solo se veia ya
un sillar, aunque muy notable, porque de él parecia partir otra línea á cerrar
en el costado del Norte toda aquella fábrica. En esta zanja se encontró un frag-
mento de friso de piedra franca, semejante á otro hallado en la lateral.
En tal estado quedaron, Excmo. Sr., los trabajos ya casi entrada la noche:
la Comisión dio las órdenes oportunas para que se siguieran en el mismo senti-
do; y hoy, luego que haya despachado el correo, bajará á inspeccionar las obras,
procurando rectificar todas las medidas y aun trazar con toda exactitud el plano
del edificio. Terminará manifestando á V. E. que ha recibido toda muestra de
respeto y consideración por parte del ayuntamiento de Guadamur (y particular-
mente las está recibiendo de sus Alcaldes) é indicando al propio tiempo que no
se han presentado hasta ahora el individuo de la Comisión de Monumentos de la
provincia, ni el delegado del señor Gobernador de que habla la Real orden del 9.
Dios guarde á V. E. muchos años. Guadamur 15 de abril de 1859. —
Excmo. Sr.— José Amador de los Rios.— Emilio Lafuente Alcántara. — Excmo.
Sr. Ministro de Fomento.
Excmo. Sr.: Como tuvo esta comisión la honra de poner en el superior
conocimiento de Y. E. con fecha de anteayer, se han proseguido los trabajos de
excavación en la parte oriental durante todo el dia de ayer y de hoy, ocupándo-
se en rectificar con el mayor cuidado todas las medidas de lo descubierto en los
dias anteriores, y disponiendo levantar las losas de los sepulcros, que formaban
el pavimento en la parte central de la excavación, por si contenia alguna de
ellas inscripción ú otro vestigio cuyo examen pudiera ser conveniente.
Ningún indicio histórico se halló en dichas sepulturas, fuera del convenci-
miento de que en todas existían esqueletos en la misma forma que el extraído
anteriormente, y de que no todas las tapas se componían de tres piedras, ha-
biendo algunas que cerraban del todo los sepulcros con una sola losa , según se
muestra por el diseño adjunto.
La excavación producía entre tanto notables resultados. Frente al machón
descubierto primeramente se hallaron en breve otros sillares que describían mas
ai Oriente el ángulo de una fábrica, cerrándola del todo; y esta consideración
produjo desde luego el convencimiento de que debían establecerse dos líneas de
exploración, dirigidas una al Occidente y otra al Norte, á fin de reconocer lo
que, en concepto de la Comisión, era indudablemente planta del edificio. Tiradas
las cuerdas y abierta la zanja de Occidente en la extensión de tres metros , apa-
reció otro ángulo, que desenvuelto en su totalidad, mostró con entera evidencia
que en aquella parte doblaba el muro, tomando la dirección del Norte.
En este sentido se prosiguió desde luego la excavación, continuando por
uno y otro lado la traza de dicho muro, que á la distancia de 3,71 ofreció un
nuevo ángulo con dirección á la parte interior del edificio. En este ángulo existia
aun el pavimento primitivo, compuesto de grandes losas de arcilla , las cuales
552 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
no pudieron medirse, pues que deshechas por la humedad, se descompusieron
enteramente al extraerlas.
El reconocimiento de esta nueva fábrica movió á la Comisión á juzgar que
pudiese existir en la parte opuesta, que es la oriental, algún pequeño ábside; y
con el deseo de esclarecer este punto, importantísimo para la investigación ar-
queológica , se trazó convenientemente el semicírculo que debia aquel describir,
si en realidad existia. A la distancia de 0,82 descubrióse, en efecto, un sillar
de 0,14 por 0,40, que se entraba en la línea general con todo su grueso, y que
respondía exactamente al otro descubierto y levantado en el costado del Norte,
al verificar los anteriores estudios. La exploración del semicírculo dio el resultado
de un cimiento , que al parecer arrancaba en el ángulo formado por el muro y el
sillar referido; pero no presentando con fijeza la línea que se buscaba, ya por
la excesiva pendiente del terreno, ya por la misma naturaleza de la construcción
en aquel sitio, y perdiéndose del todo como á la distancia de un metro, se de-
sistió de aquel trabajo, no sin haberse extraído, fuera ya del trazado del semi-
círculo, uno de los fragmentos de mármol tallado mas notables que en toda la
excavación han aparecido.
Quedaba, pues, en claro todo lo que existia de la planta del edificio, te-
niendo la comisión la poco grata seguridad de que nada mas podía descubrirse
hacia la parte del Norte, atendido el ya indicado desnivel del terreno, descarnado
á la vez por las corrientes de las aguas y por el laboreo de aquellas tierras que,
según declaración del Alcalde y vecinos de Guadamur, han arrojado con frecuen-
cia multitud de sillares. Los adjuntos apuntes informarán á V. E. con mayor
claridad de cuanto va expuesto, en orden á este interesante punto, así como
también al resto de las excavaciones.
Difícil es resolver , con la seguridad que la Comisión deseara, todas las
cuestiones arqueológico-monumentales á que da lugar el descubrimiento indica-
do : faltan datos preciosos y de todo punto indispensables para proceder con el
debido acierto, cuando lo existente de la mencionada planta es, como verá V. E.,
una parte, y no la mayor de la que debia ofrecer todo el edificio. Teniendo, sin
embargo, presente cuanto enseña el examen de los monumentos religiosos de
aquella edad; atendiendo á la orientación de todo lo descubierto, y á la corres-
pondencia que guarda con la situación de los sepulcros; considerando, por úl-
timo, el estado en que aparecen los esqueletos que se han extraído, no está muy
lejos la Comisión de creer que tuvo el templo de que se trata, el ábside 6 cabe-
za (testudo) en la parte oriental , y la imafronte 6 los pies en la de Occi-
dente.
Sea como quiera, parécete oportuno llamar la atención de V. E. muy par-
ticularmente respecto de los numerosos fragmentos encontrados en las distintas
líneas de excavación , y en especial en las que se refieren al mencionado edificio.
Todos prueban de un modo incuestionable que el templo allí construido en lo an-
tiguo, aunque reducido en las proporciones, lo cual es una de las mas inequívo-
cas señales de su antigüedad, se hallaba en extremo enriquecido por el arle, y
encerraba diversas construcciones de variados mármoles y piedras: interés que
se aumenta, al examinar algunos fragmentos que denotan corresponder á objetos
mas delicados, los cuales se componían de fino mármol de Carrara. De esta cía-
APÉNDICE AL TOMO II. 553
se es el pequeño trozo que el Juez de Toledo, D. Fernando de la Cuadra, acom-
pañó á la información judicial.
El estudio de los objetos referidos será indudablemente de no escaso pro-
vecho y luz para los arqueólogos , porque ha de contribuir con mucha eficacia á
ilustrar una de las épocas menos conocidas en la historia de las artes españolas.
Digno es en verdad de repararse, como indicó ya la Comisión en el parte
elevado á Y. E. con fecha del 15, que entre los fragmentos de frisos y capiteles
de mármol y los de piedra franca se advierte alguna diferencia respecto de su
antigüedad y del estado recíproco del arte arquitectónico. Puede tal vez prove-
nir esía diferencia de la distinta naturaleza de los materiales , si bien trasciende
algún tanto á la composición, lo cual revela ya diversos autores ; mas á pesar
de dicha desemejanza se atreve á consignar la Comisión, sin temor de ser des-
mentida, que unos y otros fragmentos corresponden á la edad visigoda, dándo-
nos á conocer el comercio que sustuvo España durante aquella dominación con
el Imperio bizantino, que señoreó las mas billas provincias de la Península en
las cosías orientales y meridionales hasta los reinados de Sisebuto y de Suin-
tila. La comisión no vacila en afirmar que el examen de estos preciosos frag-
mentos, que se hermanan grandemente con los que de igual época existen en
Toledo , ha de contribuir á labrar en el ánimo de los arqueólogos el convenci-
miento de que antes de la invasión sarracena se habia insinuado en el suelo es-
español la influencia de las artes bizantinas, refrescando en cierto sentido la tra-
dición romana, como sucede también respecto de las letras.
Los objetos á que la comisión se refiere , son :
1.' Un gran fragmento de jamba de puerta , de mármol blanco, bien con-
servado.
2.° Otro id. de mármol gris , del llamado de san Pablo.
3.° Otro id. de un arco de pequeñas dimensiones , del mismo mármol.
í.° Un trozo de losa , del mismo mármol.
5.° Un gran fragmento de friso , de piedra franca.
6.° Otro id. id. mas pequeño.
7.° Otro id. id.
8.° Otro id. id.
9.° Otro id. como de un capitel.
10. Otro id. de un capitel.
11. Otro id. de un friso doble , partido por un baquetón.
12. Otro id. de un capitel.
13. Otro id. id.
14. Otro id. de ornato sobrepuesto , de mármol.
15. Otro fragmento de friso.
16. Un trozo de losa de mármol (al parecer de Macael).
17. Una teja de arcilla cocida , algo fracturada.
18. Un trozo de mortero.
A estos objetos debe añadir la Comisión una pesa de arcilla cocida , que es
de suma importancia como objeto arqueológico, y un fémur del esqueleto extraí-
do de su orden para confirmar la existencia del cementerio. En poder del Sr.
Guerra , individuo de esta Comisión , existen asimismo dos fragmentos de capi-
TOMOH. ^
554 HISTORIA GENEilAL DE ESPAÑA.
teles de mármol , hallados sobre el terreno en el primer reconocimiento que el
dia 10 se hizo , al cual se sirvió asistir V. E.
Descubierta la planta del edificio , recogidos los objetos artístico-arqueoló-
gicos ya indicados, no quiso la Comisión dejar de adquirir la certeza de la exten-
sión total del cementerio , que se mostraba en cierto modo independiente de su
capilla ó iglesia, y para lograrlo dispuso dos líneas de exploración á uno y otro
lado de la linde de las tierras de propios y las Huertas de Guarrazar. El cemen-
terio se prolongaba en efecto hasta el muro que parece describir la linde ; pero
sin pasar al prado contiguo , donde por varias partes se habia tropezado con
la piedra viva.
Quedaba solo determinar la extensión del muro que formaba el recinto de
dicho cementerio , y que , terminado este , servia en concepto de la Comisión,
para coniener el terreno, defendiéndolo de las inundaciones. A este punto se diri-
gió, pues, ia excavación, encontrándose á los 32 metros de longitud otro muro
que partía de Mediodía á Norte , poniendo fin á toda aquella construcción de
opus incertum , que es , en sentir de la Comisión , posíerior á la del templo. El
declive no consintió tampoco en este lado seguir excavando , perdiéndose muy
luego la fábrica descubierta.
La Comisión acordó , finalmente , hacer nuevos reconocimientos á uno y
otro lado de la Fuente y Huertas de Guarrazar. En las alturas de la derecha
mandó levantar un sillar grande , que parecía haber contenido una cruz, clava-
da en una caja cuadrangular que la perforaba en ei centro; pero ningún cimien-
to se halló alrededor , ni en todo el cerro. Lo mismo sucedió en el de la izquier-
da , en dirección al castillo denominado de Cervatos ; dándose , en consecuen-
cia , por terminada la exploración , á que asistieron los confinados armados de
azadas y barrones , para atender á lo que fuera necesario.
Tal es, Excmo. Sr., el resultado que hasta ahora van ofreciendo las excava-
ciones que la Real orden del 9 del actual encomendó á la Comisión que informa.
De ellas, y de las frecuentes investigaciones hechas sobre el área del templo y
cementerio , ha sacado el firme convencimiento de que el depósito de los obje-
tos artísticos y coronas de oro y pedrería , llevadas al extrangero , existió real
y positivamente en el ángulo Sudoeste del cementerio , donde la Comisión pro-
vincial de Monumentos halló , en 27 de febrero próximo pasado , dos cajas de
fábrica, de que todavía encontró notables vestigios (de la mas importante) la in-
vestigadora de la Real Academia de la Historia en su primera visita. Muy deno-
tar es sin duda , que , aun vedadas las excavaciones de Real orden y custo-
diado aquel sitio por la Guardia civil , se ha puesto tal empeño en la destruc-
ción de dichas cajas, que solo á larga distancia se encuentran ya algunos peque-
ños fragmentos de la argamasa que las componía , cuyo espesor era de 0,13. La
Comisión debe añadir que lodos los transeúntes y vecinos de Guadamur , que se
han acercado á los trabajos, designaban unánimemente aquel sitio como depósi-
to de lo que ellos denominan Tesoro.
No terminará este informe sin poner en conocimiento de V. E. que no se ha
presentado á esta Comisión el individuo de Ja provincial de Monumentos, de que
habla la Real orden del 9, á pesar de haber pasado á su Presidente oficio con
este propósito. Todo el dia de ayer ha esperado la Comisión en vano su llegada.
APÉNDICE AL TOMO II. 555
En vista de todo , y no contando con útiles é instrumentos necesarios para
trazar las curvas de nivel , que determinen con exactitud el excesivo declive del
terreno en que existió el edificio de que va hecho mérito , cree muy conveniente
que se sirva V. E. nombrar uno de los profesores de la Escuela especial de Ar-
quitectura , á fin de que pasando á las Huertas y Fuente de Guarrazar , practi-
que dicha operación con el mayor esmero , y reconocida la planta del expresado
edificio, exponga su dictamen respecto de su orientación , uso y demás puntos
ya indicados, para lo cual no ha querido la Comisión que se profundicen en cier-
tos punios las zanjas exploratorias , reservándose, luego que por dicho profesor
se fijen los referidos datos , y con acuerdo del mismo , ampliar la excavación
en la parte mas oriental del muro del Mediodía, donde hay indicios de que pro-
sigue la fábrica.
Dios guarde á V. E. muchos años. Guadamur 17 de abril de 1859.-— Ex-
celentísimo Sr. — José Amador de los Rios. —Emilio Lafuente Alcántara.
4.9
Excmo. Sr.: En cumplimiento de la orden verbal de V. E., relativa á cuan-
to esta Comisión tuvo la honra de proponer en 17 del corriente , pasó de nuevo
á Toledo , acompañada del profesor de la Escuela de Arquitectura , D. Jeróni-
mo de la Gándara, del Académico de San Fernando, electo de la Historia, D Pe-
dro de Madrazo y del Oficial de ese Ministerio , D. Teodoro Ponte de la Hoz,
que invitado al efecto y llevado de su amor á las artes , se incorporó á la Comi-
sión desde su salida de la corte , sintiendo los que suscriben que no lo hiciera
D. Aureliano Fernandez Guerra , por impedirlo sus ocupaciones oficiales.
De acuerdo con el Gobernador de la provincia , que según la orden de
V. E., comunicada por el telégrafo, tenia ya dispuesto el carruage para Guada-
mur , se dirigió la Comisión á esta villa á las ocho de la mañana del 25, no sin
que juzgase conveniente pasar recado de atención, por si se servia acompañarla,
al individuo de la de Monumentos , que manifestó el Goberdador haber sido de-
sigoado para los fines de la Real orden del 9. A las diez y media llegó la Comi-
sión á las Huertas y fuente de Guarrazar , y pocos minutos después se presenta-
ron en el mismo sitio el Alcalde y Teniente de Alcalde de aquel pueblo, con otros
miembros del Ayuntamiento y cuatro trabajadores, conforme al aviso oficial que
al propósito habia dicha Autoridad local recibido.
Empezáronse acto continuo los trabajos facultativos encomendados al profe-
sor D. Jerónimo de la Gándara, y trazadas las curvas de nivel, así respecto de
la planta del edificio descubierto como del cementerio adjunto , procedióse á fi-
jar la orientación por medio de la aguja magnética, obteniéndose casi absoluta-
mente el resultado que señaló ya la Comisión en sus anteriores comunicaciones.
Determinado este punto , de no escaso interés para las disquisiciones ar-
queológicas á que ha de dar lugar el descubrimiento, confrontáronse con el ma-
yor esmero todas las medidas ; y hechas nuevas caías en la parte del Norte y
del Oriente para reconocer la extensión del muro que aun se conserva en uno y
otro sentido, se halló plenamente comprobado cuanto esta Comisión tuvo la hon-
ra de observar respecto de este punto en su oficio del 17. En la primera direc-
ción desapareció muy luego todo vestigio de cimiento , efecto del excesivo decli-
556 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
ve producido por las lluvias y por el laboreo de las tierras : en la segunda se
tropezaba á menos de un metro con la piedra viva , lo cual mostraba que no ha-
bía podido proseguirse por allí la fábrica , objeto del reconocimiento.
Quedaba por examinar el muro del Mediodía , en cuya parte central resul-
taba un espacio de 1,195, notándose á sus lados algunos indicios de fábrica con-
forme la Comisión habia ya indicado á Y. E. Hechas las convenientes acotacio-
nes por el profesor mencionado , y conviniendo este en la necesidad de profun-
dizar la excavación en el espacio que aparecía como puerta „ dispúsose esta
operación, y llevóse á cabo con el mayor cuidado, descubriéndose del todo los
muros compuestos de sillares , que formaban en efecto una puerta ó tránsito,
prolongándose hacia el fondo hasta la profundidad de 0,6
Al llegar á este punto empezó á manifestarse una losa ó batiente de mármol
del llamado de san Pablo, igual en todo al que la comisión halló aplicado en otras
construcciones y ornatos de que tiene ya conocimiento V. E. Presentaba esta lo-
sa en sus extremos anteriores dos cajas cuadrangulares, en las cuales pudo muy
bien fijarse la reja de hierro, ó el cerco de madera, en que se sujetaba acaso la
puerta , que servia de cerramiento , aunque por ofrecer también dicho batiente
próximo á los extremos laterales dos canales en ángulo recto , que tendrían tal
vez objeto análogo, seria hoy muy aventurado determinar el uso á que unas y
otras relativamente se destinaron. De toda esta interesante construcción podrá
Y. E. formar entero concepto por el detalle, que á la planta del edificio y corte
trasversal del terreno acompaña; advirtiendo que las dimensiones del expresado
batiente son 1,195 de longitud por 170 milímetros de latitud y que difieren al-
gún tanto las de las cajas y canales referidos, pues que las del lado oriental pre-
sentan 125 — 20, 60—55 mientras que las del occidental suben á 150 — 40,
61—55, no resultando tampoco iguales los espacios que las citadas canales des-
criben.
A 9 centímetros de la superficie de esta batiente y en el interior de la parte
ya conocida del edificio, mostráronse al mismo tiempo claros vestigios del pavi-
mento, en la forma que habian aparecido en el ángulo occidental , según la Co-
misión hizo ya presente á V. E. La humedad habia causado en este sitio menor
estrago; pero tenida en cuenta la experiencia anterior, se procedió al examen -de
las baldosas de arcilla cocida, allí existentes, con tal esmero que se logró al ca-
bo tomar sus dimensiones, las cuales se reducían á 22 por 38 centímetros y 5 de
espesor. El pavimento no pasaba de parte de la tercera hilada, continuando des-
pués la tierra natural sin interrupción hasta el fondo de la roca, que constituye
el cimiento general del edificio.
Persuadida hasta la evidencia de que el espacio resultante en el muro era
una puerta, ya por demostrarlo así el expresado batiente, ya por indicarlo con
toda claridad los paramentos labrados de los sillares que la formaban, juzgó la
Comisión muy conveniente, de acuerdo con el profesor Gándara, proseguir en
aquel punto la excavación , á lo cual la animaba no solo el haber notado en la
misma dirección vestigios de un muro , como va indicado arriba, sino también
el descubrirse, al Mediodía de la ya descrita losa de mármol, inequívocas señales
de un pavimento de hormigón romano, el cual excedía del ancho de la mencio-
nada puerta. En este momento, por instancia del Sr. D. Pedro de Madrazo que
APÉNDICE AL TOMO II. 557
habia manifestado vehementes deseos de reconocer la altura de la derecha de las
Huertas de Guarrazar, se dirigieron á la misma el expresado D. Pedro, D. Teo-
doro Ponte de la Hoz, el Alcalde y Teniente alcalde de Guadamur con otros seño-
res, habiendo encontrado en el tránsito el Sr. Ponte el fragmento de voluta de
mármol blanco, que es adjunto.
Siguióse entre tanto la exploración comenzada, ocupándose en semejante
trabajo todos los hombres de que la Comisión podia disponer; y no sin fatiga, pol-
lo recrecido del terreno, se consiguió dejar libre un considerable espacio, fiján-
dose con exactitud dos muros laterales, separado el oriental 1,07 del vivo de los
machones de la puerta, y distante el occidental 0,45 délos mismos. Ofre-
cía el primero de estos muros la longitud de 2,02, y prolongándose el segundo
en linea recta hasta cuatro metros, donde aparecía , en ángulo, si bien un tan-
to removido , un grueso sillar , que denotaba sin duda la terminación de dicho
muro, pues que á su lado vuelve á levantarse la roca viva enteramente desnuda
y lavada por un arroyo que tiene en ella su cauce natural.
Era de suma importancia reconocer el pavimento de aquella suerte de ca-
pilla que se extendía de Oriente á Occidente por el espacio de 2,730, parecien-
do á la Comisión poco todo el cuidado que al descombrarla, se pusiera. Creció
este, y fué ya grande la espectaliva al notar que el hormigón romano pasaba de
muro á muro, manifestándose en la parte central y algo mas baja una gran losa,
que pareció primero de mármol de san Pablo, como la del batiente. Al cabo des-
cubierta en toda su extensión, así como el pavimento de aquella estancia, fué ya
posible reconocer que era de pizarra, teniendo 1,75 de longitud por 0,72 deancho,
bien que en el lado oriental mostraba no pequeña fractura, producida indudable-
mente por el desplome de los muros, cuyos sillares habian caido sobre ella. En
el sitio que dejaba en descubierto la indicada fractura, se advirtió por el intersticio
de otras dos losas de granito colocadas en sentido inverso, un hueco cuya profun-
didad no era posible apreciar con la exactitud apetecida: esta circunstancia, que
no pudo menos de llamar la atención de todos los presentes, vueltos en este mo-
mento de su excursión los Sres. Ponte, Madrazo, etc., dio motivo á varias hipóte-
sis sobre la eonsiruccion que podría existir debajo.
Con el convencimiento de que era un sepulcro, acordóla Comisión proceder
á levantar la referida losa, empeño que hubiera sido muy difícil sin el accidental
auxilio de la humedad que reblandecía el hormigón romano, bien que esta mis-
ma humedad era contraria á la conservación de la pizarra. Descarnada en todo
su espesor hasta encontrar la tierra natural, dispúsose, pues, la extracción de la
losa, operación que no quiso la Comisión confiar del todo á los trabajadores; y
mientras, sacándola á fuerza de brazos, tenia el disgusto de que se partiera pol-
la parte fracturada, lograba la satisfacción, que se comunicaba á todos los cir-
cunstantes, de que se percibiera en ella una larga leyenda latina coronada de
una cruz, que cerraba un círculo con varios ornatos.
La Comisión no juzga necesario manifestar á Y. E. el efecto que este descu-
brimiento produjo. Su primer cuidado fué reconocer aquella inscripción, para lo
cual mandó trasladar la lápida á la próxima fuente de Guarrazar, á fin de lavar-
la y facilitar su lectura; pero no abandonó entre tanto el sepulcro. Cubierto este
por cuatro losas de granito, como todas las sepulturas del próximo cementerio,
558 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
contenia en efecto un esqueleto sobre un lecho de cal y arena, guardando la mis-
ma orientación que determinaba su lápida funeraria, y que era en todo la que
habian presentado los esqueletos anteriormente extraídos. Los brazos aparecían
lateralmente colocados y vueltas hacia arriba las palmas de las manos.
Hecho detenidamente este reconocimiento y extraídos los huesos de la se-
pultara, que fueron encomendados al Alcalde, hasta la superior resolución de
V. E., tomáronse todas las medidas de aquella, advirtiéndose que sus muros eran
de manipostería, y que para formar el asiento de las piedras que la cerraban , se
habian colocado, en sentido inverso, varias tejas; circunstancia que, por hallarse
estas en excelente estado de conservación, se aprovechó para fijar sus dimensio-
nes, lo cual no habia podido antes lograrse del todo.
Mientras esta operación se llevaba á cabo, lavada ya la precitada lápida, se
habian leído perfectamente las últimas líneas y parle de las primeras, de las cua-
les resultaba una serie de comprobaciones históricas, cuya importancia aprecia-
rán convenientemente los arqueólogos.
En los postreros renglones se leia:
hig vite curso (sw) anno finito
crispinus prsbt peccator
in Xpi pace quiesco. Era dcc
XXXI.
Segura la Comisión de la trascendencia de este descubrimiento, y no sién-
dole ya posible apurarla lectnra de la lápida, por lo avanzado de la tarde, remi-
tió aquel trabajo para su vuelta á esta capital, reservándose consultar oportuna-
mente cuantos datos y personas pudieran ilustrarla. Así lo hizo oyendo, entre
otros, á los Sres. D. Juan Eugenio Harlzenbusch y D. Aureliano Fernandez Guer-
ra, conviniendo con ellos en que en el epigrama latino hay tres versos (de san
Eugenio según unos, ó de su discípulo el rey Chindasvinlo, según otros); y en
que pudieran llenarse las lagunas de la inscripción en esta ó parecida manera:
quisquís hunc tabule
legeris titulum huius
tinque locum réspice situm
perquire picimm malui abere
hic tumulum sancjim
sacer ipse minisvYR ann:s sexa-
ginta pep.egi témpora
vite
futiere perfunctum sanctis
CO'hMENDO TUENDUM
Ut CUm FLAMMA VORAX VE-
niET COMBURERE TÉRRAS
ce/í'bus sanctorum mérito
APÉNDICE AL TOMO II. 551)
SOGIATUS RESURGAM
HIG VITE CURSO ANNO FINITO
CRISP1NUS PRESB1TER PEGGATOR
IN XRIPST1 PACE QU1ESGO. E-ERA DCC-
XXXI.
Los tres versos que empiezan con las palabras funere per/wictum , y termi-
nan en sociatus resurgam, son , pues , variado el género , el sexto , séptimo y
octavo del epitafio de la reina Reciberga y dan no poca luz sobre la tradición
literaria de aquellos dias.
Permítanos V. E. que nos detengamos un instante sobre varios puntos , en
nuestro concepto muy importantes para la investigación que nos ha sido enco-
mendada ; tales como la fecha de la lápida sepulcral , la naturaleza del sitio en
que exislia , la calidad de la persona allí enterrada , la edad en que fallece y la
circunstancia de haber acabado su vida en aquel lugar sagrado , obteniendo a
su muerte sepultura en una de ías partes mas notables del edificio.
Corresponde la fecha al año quinto del reinado de Egica : esto es , al 693
de la Encarnación ; por manera que no queda duda alguna respecto de la exis-
tencia anterior del edificio descubierto allí por la Comisión ; y considerando que
su consíruccion pudo preceder al fallecimiento del presbítero Crispin en un pe-
ríodo de 80 á 90 años , es mas que probable que se levantara á principios del
siglo vn. Cobran en este caso no pequeño precio los fragmentos de jambas, fri-
sos, capiteles y otros miembros de arquitectura que tuvo la Comisión la honra de
presentar á V. E. con su informe del 17, y que ha diseñado después con grande
esmero y exactitud el profesor D. Jerónimo de la Gándara. Como se observa en
el expresado escrito , es ya un hecho demostrado que mucho antes de la inva-
sión mahometana se cultivaba en la España Central el arte , que tiene su prin-
cipal desarrollo en la corte de Justiniano y sus sucesores, correspondiendo y en-
lazándose estrechamente la historia de la arquitectura con la historia de las le-
tras , y dando , como ellas , á conocer la gran transformación operada en el ter-
cer Concilio Toledano.
Diez y ocho años antes de la invasión de Tarig subsistía en io que hoy lle-
va el título de Huertas de Guarrazar un edificio ricamente exornado , al lado
del cual se hallaba un dilatado cementerio, de cuya disposición primitiva podrá
Y. E. formar cabal juicio por el plano y corte que acompañan. En la parle mas
principal y en una capilla, cerrada al parecer cuidadosamente, se hallaba el en-
terramiento de un sexagenario sacerdote , que había terminado allí el curso de
su vida. Ahora bien : tenidos en cuenla estos preciosos datos , y atendiendo al
sentido y al espíritu religioso que domina en la inscripción arriba copiada, ¿se-
rá posible dudar de que el edificio descubierto fué real y verdaderamente un
templo cristiano , y sobre cristiano , un templo católico ?
La Comisión se extendería de buen grado en nuevas reflexiones, enlazándo-
las con el descubrimiento fortuito de las coronas históricas , cuya extracción de
la Península ha dado motivo á las presentes investigaciones. Teme extralimitar-
se del encargo que recibió de V. E. y dar á esta comunicación excesivo bulto.
560 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Consignará no obstante, porque lo juzga de no escaso interés en el concepto his-
tórico , que el hormigón del pavimento que rodeaba y recibia la lápida funera-
ria , era del todo igual al que halló en 27 de febrero próximo pasado la Comi-
sión de Monumentos de la provincia en las dos fosas ó cajas contiguas al terre-
no concejil , ó sea en la extremidad S. O. del cementerio. Circunstancia es esta
no para despreciada , cuando se trata de fijar el verdadero sitio en que se con-
servaban las coronas y demás objetos artísticos que tan vivamente han intere-
sado á las Corporaciones sabias y al Gobierno de S. M., como prueba la Real or-
den del 9.
Juzga la Comisión que sus trabajos han llenado completamente el objeto que
S.M. se propuso al dictar la disposición referida, quedando su encargo terminado.
Los planos levantados por el profesor Gándara, en los cuales van señaladas las
líneas de exploración y las zanjas de excavación, fijándose al par el declive del
terreno, convencerán á V. E. de que no se ha omitido medio alguno para deter-
minar la existencia y forma de los preciosos restos de aquel santuario que pu-
dieran interesar al estudio arqueológico y á las ulteriores miras del Gobierno. El
hecho se ha demostrado con toda evidencia ; y si pudiera desearse por alguno
que se diese mayor amplitud á las excavaciones, sin negar que seria posible ha-
llar nuevos fragmentos de ornamentación ú otros objetos análogos á los ya des-
cubiertos, la Comisión cree oportuno indicar, de acuerdo con el citado profesor
don Jerónimo de la Gándara, que no darían mas importantes resultados respec-
to del fin á que los trabajos verificados se referían, conforme á lo mandado en
la citada Real orden del 9.
Deber es de la Comisión , al poner término á sus tareas , recomendar á la
consideración de V. E. el distinguido catedrático de la Escuela Superior de Ar-
quitectura , de que lleva hecho mérito : con ceio , que iguala solo á su inteli-
gencia en el noble arte que profesa , se ha prestado graciosamente á diseñar
cuantos objetos han producido las excavaciones, y á levantar los planos y trazar
los cortes del cementerio y santuario de Guarrazar , abandonando para ello sus
ocupaciones habituales. V. E. juzgará del modo como ha desempeñado su com-
promiso por los dibujos adjuntos ; por todo lo cual , si V. E. tuviese á bien dis-
poner que se prosiguiesen las excavaciones referidas, la Comisión se atrevería á
designarle para dar cima á dichos trabajos. Debe añadir que , por si V. E. se
servia adoptar esta resolución , previno al Alcalde de Guadamur que no permi-
tiese tocar en las excavaciones , suplicando después al Gobernador de Toledo
que diese también sus órdenes al efecto.
La Comisión juzga , por último, de su deber recomendar á V. E. el celo y
desinterés manifestados en una y otra ocasión por el Alcalde de Guadamur y los
individuos de su Ayuntamiento, proponiendo á V. E. se sirva darles las gracias
en nombre de S. M., si así lo estimase conveniente.
Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid 28 de abril de 1859.— Excmo.
Sr.— José Amador de los Rios.— Emilio Lafu en te Alcántara. — Excmo. Sr. Minis-
tro de Fomento.
Excmo. Sr.: En vista de las comunicaciones , que adjuntas remito á Vi L,
APÉNDICE AL TOMO II. 561
de la Comisión nombrada por Real orden de 9 de abril para hacer excavaciones
en las Huertas y fuente de Guarrazar , término de Guadamur , provincia de To-
ledo , donde fueron halladas las coronas góticas , que hoy dia se encuentran en
el Museo de Antigüedades de Gluny , y atendiendo á la inteligencia , actividad
y celo desplegados por D. José Amador de los Rios , individuo de número de la
Real Academia de la Historia y Decano de la facultad de filosofía y letras en la
Universidad centra!, y por D. Jerónimo de la Gándara , profesor de la Escuela
de Arquitectura , que gratuitamente han desempeñado los trabajos á que ha da-
do lugar dicho encargo, y teniendo en consideración la eficacia y desinterés ma-
nifestados por D. Fabián de Diego , Alcalde de la villa de Guadamur, y por los
demás individuos de la Corporación municipal, la Reina (Q. D. ii.) se ha dig-
nado mandar se les den las gracias en su Real nombre y se publiquen en la Ga-
ceta las comunicaciones referidas.
De Real orden lo digo á V. I. para su inteligencia y efectos oportunos.
Dios guarde á V. I. muchos años. Madrid 6 de mayo de 1859. — Corvera. —Se-
ñor Director general de Instrucción pública.
XI.
Época de la pérdida de España.
Viernes dia 5/ de julio 'del año 711.
(DeMasdeu, t. XV).
La época de la famosa batalla en que tuvo fin el reino de los Godos , y co-
menzó el dominio de los Árabes en España , con ser una noticia tan importante
y señalada , sin embargo de esto , es un artículo de los mas oscuros y dudo-
sos , y muy controvertido entre los modernos. Esteban Balucio la adelanta mas
que ningún otro , poniéndola aun antes del reinado de Witiza por los años de
690, poco mas ó menos, y lo mas tarde en el de 93; porque así le convenia, co-
mo á francés , para adelantar la sujeción de los obispos de Cataluña al metro-
politano de Narbona. Dos fundamentos alega en prueba de su opinión. El pri-
mero , que después de Juan , obispo de Egara ó Tarraga , que asistió al conci-
lio de Toledo del año 693, no nos queda noticia de otros prelados que le sucedie-
sen en aquella iglesia ; y por consiguiente , habiendo sido los Moros los que
destruyeron la catedral Egarense , debían haber entrado en España , y aun en
Cataluña , por aquellos tiempos. El otro fundamento de Balucio es la autoridad
de Urbano II. que en carta dirigida á Rerengario , obispo de Vique , con fecha
del mes de julio del año de 1091 , dice que los Moros se apoderaron de Tar-
ragona trescientos noventa años antes, que es decir en el año de 701 , y en otra
carta que escribió á su legado Rainerio , insinúa una fecha todavía mas anti-
gua , pues dice que la sujeción de Tarragona y de las demás iglesias de Cata-
luña á la de Narbona , contaba ya cuatrocientos años , de donde se colige que
hubo de efectuarse con poca diferencia en el de 690. Cualquiera conocerá sin
mucho trabajo la insubsistencia de estos fundamentos ; pues el primero se redu-
ce á un argumento negativo y dudoso, y el segundo á expresiones vagas y gene-
TOMO II. *71
562 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
rales de un escritor de autoridad por su carácter , pero no por la edad en que
escribía. Juan, obispo de Tarraga , pudo vivir muchos años después de haber
firmado en el concilio de Toledo , y pudo tener sucesor , sin que tengamos no-
ticia de él : y Urbano II, no solo es autor sobrado distante de los tiempos de
que se trata, sino que habló también con demasiada generalidad , y aun con in-
coherencia, y como poco informado del asunto ; pues en una carta dice que
Tarragona cayó en poder de los Moros en el año 701, y en la otra , que en el
de 690 estaba ya sujeta á Narbona en lo espiritual por motivo de la irrupción
de los mahometanos. Es evidente , pues , que Balucio sin fundamento ninguno
adelantó sobrado el dominio de los Árabes en nuestra península. Otro tanto lo
retardó con igual equivocación Sigeberto Gemblacense , que escribía en los Paí-
ses Bajos á principios del siglo xn; pues lo pone en los años de setecientos veinte,
atribuyendo toda la gloria al general Abdiraman, hijo de Muavia,que no solo es
error histórico , pero aun anacronismo muy grande , porque dicho general, que
fué el primer rey de Córdoba , tardó todavía treinta y seis años en pasar á Es-
paña. JXo tienen mayor fundamento las opiniones de Fray Alonso Venero , que
nombró el año de 719, y de otros Españoles, que han señalado por época el mes
de julio del año de 715; no habiendo escritor antiguo que la retarde tanto , y
siendo claramente contrarias á las pocas noticias expresas que nos han quedado
de tan ruidosa desgracia.
Oirás fechas hay algo mas fundadas , que no suben sino hasta el año de 711,
ni bajan del de 714. El marqués de Mondejar, á quien siguen otros muchos
de nuestra edad , defiende la de 711: Juan de Perreras y su traductor Hermilly,
la de 712: Musancio y La Taure, con otros insignes cronólogos, la de 713 : los
padres Mariana y Moret, con otros muchos de nuestra nación, la de 714. Todos
tienen en su favor la noticia general y cierta de que sucedió la desgracia de Es-
paña bajo el califato de Valid , cuya muerte ponen los escritores árabes á mitad
del mes de Guimadi , segundo de la hegira 96 , que es decir, á fines de febrero
del año de 715.
Pero el mejor modo de averiguar la verdad ó de arrimarse á ella, es oir y
examinar lo que dicen sobre el asunto los escritores mas cercanos al hecho. El
mas antiguo de todos es el continuador del Biclarense, que acabó su crónica con
la muerte del califa Jezid Abuchalid, sucedida, según las historias délos Árabes,
en el mes de enero de 724. Las palabras del anónimo son las siguientes : «En
la era de 749, Rodrigo ocupó el reino de los Godos , mas por engaño que por
valor; lo tuvo un año solo, porque desde luego, habiendo recogido muchas tro-
pas, quiso embestir á los Árabes, que ya de mucho tiempo talaban la provincia
con sus excursiones, y murió en la batalla en el año quinto del reinado de Ulit. »
Dos fechas nombra aquí el autor: el año de 749 de la era española, que corres-
ponde al año cristiano de 711 : y el año quinto del califa Valid, que comprendió
los cinco meses últimos del año de 709 y los siete primeros del 710. Aunque
parece que las dos fechas no concuerdan, sin embargo no es así ; porque el anó-
nimo habló seguramente, como muchos acostumbran, no del año quinto corrien-
te, sino del quinto cumplido, que llegó hasta el mes de agosto del año de 711,
pues hasta dicho tiempo no cumplió el califa su sexto año, y así podia contar al
quinto. Puestos estos principios, se colige que la pérdida de España, según el
APÉNDICE AL TOMO II. 563
continuador del Biclarense, hubo de suceder en uno de los siete meses primeros
del año de 711 ; porque solo en estos siete meses se juntó el año quinto cumpli-
do del califato de Valid con la era de 749, que son las dos fechas del autor.
El segundo por antigüedad es Isidoro Pacense, que escribía por los años de
754, y habló en estos términos: «Era la era de 749, año cuarto del imperio de
Justiniano (el segundo) 92 de la hegira de los Árabes, y quinto del califa-
to de Ulit, Rodrigo, por consejos de los Grandes , ocupó el trono lumultuo-
riamente. Reinó un año solo , porque desde luego recogió muchas tropas para
ir contra Taric y Abuzara, y contra los demás Árabes y Moros, que enviados á
España por Muza, desde mucho tiempo antes hacían excursiones por la provincia
y saqueaban muchas ciudades, y fueron después ayudados por otros, que vinieron
por mar en el año quinto del imperio de Justiniano, sexto del califato de Ulit,
hegira 93 de los Árabes, y era de 750. Recogidas , pues , dichas tropas , el rey
Rodrigo entró en batalla con ellos, y puesto en fuga el ejército de los Godos, que
habían acudido á la guerra con mala fe, y con intención de sostener cada uno su
partido y su ambición de reinar, murió juntamente con sus émulos ; y con ellos
pereció el reino y la patria, corriendo el año sexto de Ulit.... En la misma era de
749, año cuarto del imperio de Justiniano, quinto del califato de Ulit, y 92 de la
hegira, mientras los enviados arriba dichos (Taric y Abuzara) destrozaban la Es-
paña, aumentando el fuego de la guerra con disensiones intestinas , vino el mis-
mo Muza en persona por el Estrecho gaditano , para acrecentar la desgracia de
nuestra desdichada nación... En la era de 750, año sexto del imperio de Justinia-
no, y 94 de la hegira, Muza, á los quince meses cumplidos , fué llamado por su
soberano.... y realmente se presentó á Ulit, estando ya este príncipe en el último
año de su califato.» Las cuatro ó cinco palabras que he puesto en letras mayús-
culas (aquí en letra bastardilla), son añadidura que yo hice al texto latino Pacen-
se, porque me parece evidente que falta allí algnna cosa por descuido de los copis-
tas. Las razones que tengo para ello, son las siguientes: l.alacláusula sin alguna
añadidura no tiene sentido, porque sin ella la expresión latina transductis pro-
montoriis, que indica, según parece, pasage de mar y de promontorio ó cabos,
debiera referirse al rey D. Rodrigo, de quien no se puede decir que pasó el mar
para dar la batalla á los Moros. Razón 2.a Isidoro Pacense siguió no solo en la
sustancia, pero, aunen muchas expresiones, al continuador del Biclarense: luego
es muy creíble que habiendo nombrado dos fechas en una misma cláusula, haya
referido la primera á la batalla del rey Rodrigo, como lo hizo el anónimo á quien
él sigue; y la segunda á otro acontecimiento posterior, pues no pudo poner un
mismo hecho en dos tiempos diversos. Razón 3.' Según el mismo Isidoro , Muza
llegó á España en la era de 749, y la batalla de D. Rodrigo fué con Taric y
Abuzara antes de la llegada de dicho general: luego él no pudo poner la batalla
en la era de 750, que es fecha posterior al arribo de Muza; y por consiguiente,
es indubitable que dicha era de 750 debe referirse á otro suceso distinto, lo cual
no puede verificarse sin suplir palabras en el texto, como lo hice. Razón 4.a
Añade el mismo Isidoro que Muza fué llamado á la corte de Damasco en la mis-
ma era de 750, después de quince meses de su venida á España, luego supo-
niendo él mismo que la batalla se dio antes de dicha venida, hubo de ponerla
necesariamente unos diez y seis meses á lo menos antes del regreso de Muza, y
S64 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
por consiguiente en la era de 749, que es la primera fecha que se nombra, y
corresponde al año cristiano de 711. Veamos ahora si concuerdan con esta fecha
las otras dos que indica el auior del califato de Valid y de la hegira de los Ara-
bes. Lahegira 92 es puntualmente la que hubo de ser, porque no cogió si-
no dos meses y cuatro dias del año de 710, y mas de nueve meses y medio
del de 711. Acerca del año quinto de Valid, Isidoro habló, como en otras cosas,
siguiendo al continuador del Bic'arense, y entendiendo como él, por año quinto
el qninío cumplido, que llegó, según dije antes, hasta el mes de agosto de 711;
antes bien se conoce que quiso declarar esto mismo con añadir al fin de la cláu-
sula, que « el califa caminaba entonces por su año sexto », peragente Ulitannum
sextum. Lastres fechas, pues, indicadas por el Pacense, era de 719, hegira
92, y año quinto de Valid, se juntan amigablemente en los siete meses pri-
meros del año de 711, en cuyo espacio de tiempo, según este autor, hubo de
suceder la pérdida de España. El P. Maestro José Pérez y el marqués de Mon-
dejar, que trataron de propósito este asunto, juzgaron que el Pacense lo habia
puesto en la era española de 750, por no habérseles ofrecido las reflexiones y
cuentas que acabó de insinuar; y yo mismo, porque no me ocurrieron antes,
juzgué y dije lo mismo en la Ilustración décima de mi tomo décimo. Es cierto
que Isidoro, en otro lugar de su Crónica, hablando mas en general , dice que el
califa Ulií por medio de su general, llamado Muza, domó á los Godos , les quitó
el reino, y los hizo tributarios en la era de 730 : pero se ve claro que su < bjelo
aquí no es la batalla de D. Rodrigo ganada por Taric, sino el triunfo de Muza,
que acabó de destruir el reino de los Godos, sujetándolo á su califa, lo que pun-
tualmente sucedió en la era insinuada de 750, año de Jesucristo de 712.
El tercer autor entre los antiguos es Pablo Diácono , no el de Mérida, sino
el Italiano, que escribió después de la mitad del siglo vm, y á quien siguió en-
teramente después de otro siglo Anastasio Bibliotecario, el célebre escritor de las
Vidas de los Papas. Pablo Diácono habló así : «Los Sarracenos viniendo por mar
desde el lugar de África, que liaman Ceuta , se entraron por ¡oda la España.
Después de diez años pasaron con mugeres é hijos á la provincia de Aquitania
para fijarse en ella, en tiempo que Carlos estaba mal avenido con Eudon, prínci-
pe de aquellas tierras: pero sin embargo se coligaron los dos para defenderse
de los enemigos, y echándose sobre ellos, mataron á trescientos setenta y cinco
mil.» Las palabras del Bibliotecario Romano son estas: «Los impíos Agarenos,
después de haber ocupado y tenido por diez años las provincias de España, al
año onceno intentaron pasar el Ródano y apoderarse de las tierras de Francia
gobernadas por Eudon. Este duque, haciendo una leva general, cercó á los Sar-
racenos, é hizo tal destrozo de ellos, que murieron en un solo dia hasta trescientos
setenta y cinco mil, según refiere el mismo duque en su carta á Gregorio II.»
Los modernos disputan mucho sobre la época de la famosa victoria de Eudon;
poniéndola (como puede verseen Baronio, Pagi y De Marca) quien en 725,
quien en 726, quien en 732 y quien en 734. Pero lo cierto es, que todas estas
fechas son falsas é inverosímiles. Son inverosímiles , porque según ellas, la pér-
dida de España, sucedida diez años antes, debiera ponerse en el de 715, ó 716,
ó 722, ó 724, que en opinión de todo el mundo son fechas sobrado atrasadas.
Merecen también nota de falsedad por ser claramente contrarias á las memorias
APÉNDICE AL TOMO II. 5Q5
mas antiguas de la nación francesa; pues el autor de los Anales Nazarianos, y el
de los Anales Petavianos, que vivian y escribían en el mismo siglo en que su-
cedió la batalla de Tolosa, la ponen expresamente en el año de 721. Supuesta
la firmeza de esta época, de que es cierto que no debe dudarse por ser de autores
contestes y tan antiguos, se colige que Pablo Diácono y Anastasio Bibliotecario,
acerca del tiempo de la pérdida de España, siguieron la opinión del continuador
delBiclarense y de Isidoro de Beja, que la ponen antes del agosto del año de 711,
pues desde julio, por ejemplo, de este año, hasta agosto de 721, en que fué
la victoria de Eudon, van cabalmente los diez años cumplidos que suponen en-
trambos.
El cuarto autor por orden de antigüedad es Sebastian, obispo de Salaman-
ca, que escribió en tiempo del reinado de Alonso III , cerca del año de 870. Sus
palabras son estas: «Los delitos de Witiza fueron la causa de la ruina de Espa-
ña. Como entonces los reyes y los sacerdotes hollaron la ley de Dios, en pena
del pecado perecieron todas las tropas de los Godos bajo la espada de los Sarra-
cenos. Entretanto murió Witiza de muerte natural después de diez años de reino,
y se en ¡erró en Toledo en la era de 749. Muerto Witiza, Rodrigo fué nombrado
rey por los Godos Los hijos del difunto, movidos de envidia, porque Rodri-
go habia ocupado el reino de su padre de ellos, enviaron embajadores á África,
pidiendo ayuda á los Árabes Rodrigo cuando supo el arribo de estos, se pre-
sentó en campaña con todas las tropas de los Godos, que fueron enteramente des-
truidas.» Es cierto que habla el autor con mucho desorden, refiriendo la misma
batalla dos veces , y confundiendo los dos años primeros en que reinó Rodrigo ,
por ocupación, en vida de Witiza, con el año último en que reinó solo, y por le-
gítimo nombramiento: pero dándole el orden que falta, se ve claramente que la
sustancia de la relación es esta: «El reinado de Witiza fué lleno de desórdenes:
Rodrigo con este motivo ocupó el trono: murió después Witiza en la era de 749:
Rodrigo continuó en reinar por legítimo nombramiento; pero luego vinieron los
Moros, llamados por los hijos del difunto, y le quitaron el ejército y la corona.»
La única fecha que nota el obispo de Salamanca, es la de la muerte de Witiza
en la era de 749, año cristiano de 711; pero en esta misma fecha, aunque no lo
expresa , debe entenderse incluida la época de la ruina de España; así porque
el autor habla de ella antes y después de la muerte Witiza, como de cosa suce-
dida con poca diferencia por el mismo tiempo; y así también porque nos consta
por los mejores documentos que efectivamente la célebre batalla del Guadalete
fué en el mismo aüo de la muerte de Witiza.
El quinto autor por orden cronológico es el Monge, que compuso la Crónica,
llamada por unos Albeldense y por otros Emilianense. Este escritor del año
de 883 habló dos veces de la pérdida de España. En la primera dice así: «Ro-
drigo reinó tres años. En su tiempo los Moros llamados por conjuración del país
en la era de 752 ocuparon las Espafías, y se apoderaron del reino de los Godos.»
Esta relación se lee con las mismas palabras en la Cronología Moyssiacense de los
reyes godos, cuyo autor, de quien no se sabe la época, no añade autoridad en el
asunto, porque se ve que no hizo sino copiar. El segundo texto del Albeldense
es como sigue : «Por favor y convenio de los mismos Godos entraron los Sar-
racenos en España en el año tercero del reinado de Rodrigo, dia 11 de noviembre
566 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de la era de 752. En la egira 100 (otros leen 101) entró en primer lugar Abuza-
ra por orden del general Moza, que se quedó por entonces en África para mante-
ner limpia y sosegada la Mauritania. Al olro año entró Taric. Al tercer año,
mientras Taric estaba ya en batalla con Rodrigo, entró Muza, hijo de Muzeir, y
pereció el reino de los Godos.» Las fechas que nombra este autor no concuerdan
entre sí de ninguna manera, porque las egiras que insinúa, de 100 ó 1 01 , tocaron
parte del año cristiano de 718, todo el año de 719, y parte del de 720, que no tie-
nen nada que ver con la era de 752, año cristiano de 714, en que pone el autor el
fin del reinado de D. Rodrigo, y mucho menos con la era de 750, año cristiano
de 712, en que supone comenzó á reinar. Dice el P. maestro Florez, que los co-
piantes de la crónica Albeldense pudieron equivocarse de una X, notando la egi-
ra G, ó CI, en lugar de la de XC, XC1. Pero la inconsecuencia de las fechas no
se compondría ni aun con esta corrección, porque las egiras 90 y 91 que son
las indicadas por la conjetura de Florez cogieron parte del año 708, todo el 709
y parte del 710, que según la era nombrada por el Albeldense, son fechas muy
anteriores al reinado de í). Rodrigo. Luego de todos modos es evidente que las
fechas del autor no concuerdan entre sí, y que sobre ellas no puede fijarse la
época de la pérdida de España.
Sigúese por orden de antigüedad el Moro Rasis , que escribía á fines del
siglo ix, y de cuya historia nos queda un fragmento legítimo, publicado por el
Sr. Casiri en el tomo segundo de la Biblioteca arábiga. «Muza, hijo de Nassiro
(dice Rasis ó Razeo), oyendo que Tareko habia sujetado la España en la egira
92, se encendió de envidia , dejó el gobierno de África á un hijo suyo , y con un
cuerpo de diez mil hombres, y otros tres hijos que tenia, Abdelaziz, Abdelelay
Manían, pasó á Algeciras, donde desembarcó en el mes de ramdan de la egi-
ra 93. » Dos egiras nombra el autor; la de 92, que empezó á 28 de octubre de 710
y acabó á 17 de octubre de 711; y la de 93 , cuyo principio fué á 18 de octubre
de 711 y el fin á 5 del mismo de 712. Según esto la batalla de D. Rodrigo, que
es la indicada en la primera fecha, sucedió por lo que dice Rasis, ó en los dos
últimos meses del año 710 ó en los diez meses primeros del de 711.
Dos siglos después de Rasis , á fines del XI , y principios del XII , escri-
bió el Monge Silense , y poco antes de él el autor de la Crónica Complutense.
Este segundo dice que en el año de 712 los Moros se apoderaron de España, pro-
posición demasiado general, que no toca la primera entrada de los Árabes, ni la
batalla del Guadalete. Las palabras del Silense son estas: «En la era de 747 (ano
de 709), Ulit, rey fortísimo de los bárbarosde toda el África, envió á España 25,000
hombres de infantería, dándoles por general á Taric el Vizco, y por guias al con-
de D. Julián y los hijos de Witiza D.Rodrigo, oyendo que habían venido
los Árabes, formó un buen ejército de Godos, se presentó á los enemigos imper-
turbable, y peleando con ellos infatigablemente por siete dias consecutivos, mató
hasta 16,000 Esparciéndose después por toda el África la fama de la fideli-
dad de D. Julián, Muza, general de los ejércitos del rey africano, pasó á España
con infinita gente para renovar la guerra Entonces fué la batalla, en que
murió I). Rodrigo. » En esta relación llena de equivocaciones, no se nombra sino
una fecha, que es la de la primera entrada de los Árabes en el año de 709: pa-
ro se echa de ver claramente, que la desgracia de D. Rodrigo, á juicio del mis-
APÉNDICE AL TOMO II. 567
mo autor, hubo de suceder mucho después , pero no mas tarde del año de 711.
El Geógrafo Nubiense Alscarifo Adrisi , que escribió á mitad del siglo xn,
es el autor que se sigue por orden de tiempos. Sus palabras son estas: «La ciu-
dad, llamada Isla- Verde en Andalucía, es la primera que fué vencida por los Ma-
hometanos, cuyo arribo sucedió en el año 90 de la egira. La sujetó Moisés, hijo
de Nossair, que emprendió aquella jornada por los Maruanitas, juntamente con
Tarec, hijo de Abdalla.» Se ve que el autor estaba mal informado, pues confun-
dió la guerra de Muza con la de Tareco, que fué distinta y anterior. La egira 90
que nombra, cogió los 43 dias últimos del año de 708, con diez meses y siete dias
del de 709; pero debe advertirse que el autor no la refiere á la desgracia de don
Rodrigo, de quien no habla, sino á la primera tentativa de los Árabes, que hubo
de suceder sin duda mucho antes de la gran batalla.
En la misma edad del Nubiense escribió el Anónimo del siglo xn, autor de
Ja crónica llamada Lusitana, cuyo texto dice así: «Los Sarracenos conquistaron
á España, reinando D. Rodrigo en la era de 749 (otros leen de 750). Antes del
reinado de D. Pelayo reinaron dichos Sarracenos en España cinco años; y Pelayo
subió al trono en la era de 754. » La pérdida de España, según este autor, suce-
dió en el año cristiano de 711, que es el que corresponde á la primera fecha que
nombra de la era española, sin que deba hacerse caso de la versión menos co-
mún, que la retarda un año; porque puestos los otros dos puntos históricos del
mismo escritor, que Pelayo empezó á reinar en 716, y que los Árabes antes de él
habían reinado cinco años, parece que hubo de poner la desgracia de D. Rodri-
go en 711, aun cuando hubiese hablado de cinco años incompletos, porque el
reinado de los Árabes no empezó desde aquel punto, sino después de la conquista
de Córdoba y Toledo, y de mucha parte de España.
Sigúese por orden de tiempos Jorge Elmacino , hijo de Abuljaser , que es-
cribió á fines del siglo xn, ó principios del siguiente. Dice este Egipcio en su His-
toria Sarracénica que «Tarico en la egira 93 se apoderó de España y Toledo , y
llevó al califa Yalid , hijo de Abdulmelic , la mesa de Salomón hecha de oro y
plata con tres ruedos de margaritas. » La egira 93 que aquí se nombra , empe-
zó á 18 de octubre de 711, y acabó á 5 de octubre de 712; pero es menester
advertir que el autor la pone, no por fecha de la batalla de Guadalete , sino por
época general de la ocupación de España , y de su corte Toledo , que son cosas
sucedidas en el discurso de un año después de dicha batalla ; y por consiguien-
te se colige que la desgracia de D. Rodrigo hubo de suceder , según el autor,
en la egira 92, que es decir antes de 18 de octubre de 711.
Después de Elmacino escribió Abu Abdalla Álsalen, hijo de Alchatibo, de
quien se conservan en la Biblioteca del Escorial dos historias útilísimas ; la una
de los califas de Oriente y reyes de España , intitulada , según el gusto de los
Árabes , Vestido bordado ; y la otra del reino y reyes de Granada , con el títu-
lo de Explendor de Plenilunio. En la primera historia habla así : « Imperando
Valid en Damasco , Muza , hijo de Nassero , obtuvo el gobierno de tocia el Áfri-
ca , y conquistó la Mauritania. Su vicario Tareco , hijo de Zaiad , atravesó el
mar , y á 8 del mes de ragiab , dia de la feria quinta , de la egira 92, ocupó el
monte (de Gibraltar), que tomó de él el nombre que tiene. Rodrigo , rey de los
Españoles , salió á encontrarse con las tropas mahometanas , y dando la batalla
568 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
sobre el rio Guadalete , no lejos de la ciudad de Jerez , fué vencido y muerto;
y con esto se abrió la puerta á los Árabes para apoderarse de España. Muza, hi-
jo de Nassero , luego que oyó la noticia , acudió en persona.» En la segunda
historia añade lo siguiente : « Ben Alcutia dejó escrito que Juliano , para ven-
garse de las injurias que le habia hecho el rey Rodrigo , llamó á los Árabes , y
que e! general Tareco , hijo de Zaiad, vencido y muerto D. Rodrigo cerca del
Guadalete , dividió su ejército en tres cuerpos, y tomó con ellos las ciudades de
Córdoba , Málaga , Granada , Jaén y Toledo. Pero Moavia , hijo de Uescham,
rey de España , y otros escritores , retardan la toma de estas ciudades hasta la
llegada de Muza , que á los principios de la egira 93 sujetó las ciudades de
Murcia , Granada y Málaga.» El primer texto nos dice que Taric llegó á Espa-
ña á 8 del mes de ragiab de la egira 92 , que es decir á 30 de abril de 711; y
el segundo nos declara, que el arribo de Muza hubo de ser á fines de la misma
egira 92, ó á los primeros dias de la siguiente , que es decir en el mes de octu-
bre del mismo año de 711, pues al principio de la egira 93 habia ya llegado
con sus conquistas hasta Murcia. Establecidos estos dos punios históricos, se si-
gue necesariamente que la batalla del Guadalete , sucedida después del arribo
de Taric, y aníes del de Muza, hubo de ser en el año de 711, después del dia 30
de abril , y antes del mes de octubre.
San Pedro Pascual, ó Pascasio , autor del siglo Xiu, que escribió contra la
secta mahometana en las cárceles de Granada , dice en el capítulo siete de su
obra, que «ochenta y un años después de la muerte de Mahoma entraron
los Moros en España, según se lee en las historias y crónicas de aquellos tiem-
pos.» Se sabe que la muerte de Mahoma fué á principios de junio de 632;
pero aun con este principio no se puede averiguar con toda certeza la fecha in-
sinuada por san Pedro Pascual , pues no nos dice si los ochenta y un años
que nombra , son cristianos ó arábigos : si habló de años cristianos, el in-
greso de los Sarracenos hubo de ser en 713, porque 632
y. . 81
forman la suma de 713
Si habló de años arábigos , que tienen regularmente once dias me-
nos que los nuestros , á cada uno de los años. ....... 81
es menester quitarles dias 11
que es decir en todo dias 891
que forman dos años y poco mas de cinco meses; y por consiguiente la en-
trada de los Árabes, según esta cuenta, hubo de suceder en el año de 711.
En el mismo siglo xm escribieron Lucas de Tuy, Rodrigo Ximenez y
Alonso el Sabio. El primero se explicó en estos términos: «Rodrigo, hijo de
Teudifredo, con acuerdo de los Grandes de la nación goda, sucedió á Wi-
tiza en el reino, en la era de 748 Ulit en la era de 752 dispuso que
Taric Estrabon (que es decir el Vizco) pasase á España con veinte y cinco
mil hombres D. Rodrigo peleó con Taric...., y después con Muza y
fué muerto , según creo , en esta última batalla , aunque no se sabe de cier-
to que muriese en ella : reinó siete años y seis meses. » Según las cuentas
del Tudense , que van sin duda muy erradas , el principio del reinado de
APÉNDICE AL TOMO II. 5*69
D. Rodrigo fué en el ano de 710, la primera enlrada de los Moros en Es-
paña en 714, y la batalla del Guadalete con la muerte del rey godo en 717
ó 718.
Rodrigo Ximenez habló del asunto en ambas á dos sus historias , la espa-
ñola y la arábiga. El texto de la primera es el siguiente: «Viviendo toda-
vía Witiza, empezó á reinar D. Rodrigo, último rey de los Godos , en la hegira
91 (debe leerse 90, según se echa de ver por todas las demás fechas que siguen)
era de 749 (año de 711). Tarif apellidado Abienzarcha , fué el primero que
pasó á España con cien caballos y cuatrocientos infantes en el mes de ramadan
de la hegira 91, era de 750 (año de 712) El segundo pasage de Árabes
fué con Tarec Abentiet, que era vizco , en el mes de ragiab de la hegira 92, era
de 751 (año^de 713) La batalla del Guadalete duró ocho dias, de domin-
go á domingo , y la rota del ejército cristiano fué en domingo , á los cin-
co dias antes de los idus de schaual de la hegira 93, era de 752 (año de 714).»
En la Historia arábiga se explica así : Ulit, hijo de Abdelmelic , subió al
trono en la hegira 91, y al año quinto de este califa ocupó D. Rodrigo el reino de
los Godos, que ardia en sediciones Muza, general de Ulit , en el año cuarto
de es le príncipe, dispuso que fuese á España Taric, y por su medio ahuyentó á
D. Rodrigo , y sujetó la nación. Acudió después el mismo Muza en persona , y
tomó muchísimas ciudades é infinitas riquezas.» Las varias fechas que nombra
Rodrigo Ximenez, tomándolas como suenan, son tan incoherentes y contradicto-
rias , que por ellas parece imposible poder apurar la verdad. En un lugar dice
que el rey Rodrigo ocupó el trono en la hegira 90, que es decir , en el año de
709; en otro, que en la era de 749, que corresponde al año de 711; y en otro,
que en la\hegira 96, año de 715. Taric, según él dice, fué á España, ó en el
mes de ragiab de la hegira 92, que es decir en abril ó mayo de 711; ó en la
era de 751, que es el año de 713, ó en la hegira 95, que estuvo incluida la ma-
yor parte en el año de 714. La batalla de D. Rodrigo sucedió , según sus
cuentas , ó en la hegira 93, año de 712; ó en la era de 752, que es el año de
714; ó en la hegira 96, año de 715; y lo mas notable es, que se dio, según unas
cuentas, al tercer año de D. Rodrigo, según otras, al primer año, y según otras,
tres años antes de su reinado. Igual oscuridad se descubre en la fecha del dia
y mes. El mes , asegura que fué el de schaual : pero aun con nombrarlo tan
claramente, no podemos saber qué mes fué: porque si fué el schaual de la hegi-
ra 93, como él dice, correspondió al mes de julio: si fué el schaual, que
cayó (como añade) en la era de 752, correspondió á junio: y si por schaual, que
es el décimo mes de la hegira , entendió el décimo mes del año, correspon-
dió al octubre : y con esto tenemos tres diferentes meses , como arriba tenemos
tres diferentes años. El dia , dice que fué el quinto antes de los idus ; pero como
los Árabes no tenían idus , y los Romanos ora los ponían en el dia trece , y ora
en el quince, no podemos saber que cuenta llevó el autor. Si puso los idus á los
13 , la batalla hubo de suceder en el dia 9 del mes , y si ios puso á los 15,
hubo de suceder en el dia 11. En suma , según las varias fechas de Rodrigo Xi-
menez , sucedió la batalla del Guadalete en el dia 9 ó en el 11 del mes de ju-
nio , ó julio, ú octubre del año de 712 , 714 ó 715.
El aulor de la Crónica general compuesta por orden de D. Alonso el Sabio,
TOMO II. 11
570 HISTORIA. GENERAL DE ESPAÑA.
que es el último documento de que me queda que hablar , se explica en estos
términos : «El primer año del reinado de Rodrigo fué en la era de 750, cuando
andaba el año de la Encarnación del Señor en 712...... é el de Mohamad , en
que fué alzado rey de los Alárabes, en 91 Andados tres años del reinado del
rey Rodrigo, que fué en la era de 752, cuando andaba el año de la Encarnación
en 714 fué la pasada de los Alárabes en el mes que dicen en arábigo ra-
gel El rey Rodrigo , cuando lo sopo , ayuntó todos los Godos , que con él
eran, é fuese muy atrevidamente contra ellos , é duro la facienda ocho dias,
que nunca ficieron se non lidiar de un Domingo fasto otro Mas ios cristia-
nos , porque estaban foigados tornaron todos flacos , é viles , é lasos , é non
podieron sofrir la baíalia , é tornaron las espaldas , é foyeron , é esío fué á once
dias del mes que dicen en arábigo xabel, é es el doceno mes de los Moros.» El
autor de la Crónica general sigue , al pié de la letra , no solo la opinión de
D. Rodrigo Ximenez , pero aun su modo de contar hegiras y meses según el uso
de los años cristianos; y con las últimas palabras confirma clarameníe lo que di-
je antes acerca del quinto idus schaual , que debe tomarse por el dia onceno del
décimo mes del ano.
Divídanse ahora en tres clases todos los autores que hasta aquí hemos oido,
según la antigüedad y mérito de cada uno. Pónganse en la primera. los mas anti-
guos, que son los de los siglos vm y ix, el Continuador del Biclarense , Isidoro
de Beja, Pablo Diácono, Anastasio Bibliotecario, Sebastian de Salamanca y el
Anónimo Aibeidense : en la segunda los autores árabes , y los demás que escri-
bieron antes del siglo xm, Ahmedo Rasis, Jorge Elmacino, Abu Abdallah Alsa-
lem, el monge Silense, el Anónimo Complutense, el Geógrafo Nubiense y el
Anónimo Lusitano; en la tercera clase san Pedro Pascual, Lucas de Tuy , Rodri-
go Ximenez y el autor de la Crónica general, escritores todos del siglo xm, y por
consiguiente muy modernos respecto de los primeros. Hecha esta división, exa-
mínese cual fué la opinión dominante en cada una de las tres clases ó épocas
arriba dichas; y luego cualquiera con justa crítica podrá averiguar y decidir
cual es la época mas probable de la famosa batalla del Guadalete y de la pérdida
de España.
Entre los autores de la primera clase, solo el Anónimo Aibeidense, que es
el último y mas moderno, toma por época el dia 11 de noviembre del año de
714, pero contradiciendo aun esto mismo en las fechas que nombra de la hegira.
Todos los demás escritores van uniformes en indicar el año de 711, y aun con
la particularidad de estrecharse cuatro de ellos (que son el Continuador del Bi-
clarense, Isidoro de Beja, Pablo, Diácono y Anastasio Bibliotecario) en los siete
meses primeros de dicho año.
Los autores de la segunda clase van acordes con los de la primera, antes
bien Abu Abdallah nos da mayor luz para estrechar el tiempo todavía mas;
pues de los siete meses arriba dichos excluye los cualro primeros, poniendo por
consiguiente la desgracia de España en uno de los tres meses que se siguen, ma-
yo, junio ó julio.
Los autores de la tercera clase son solo cualro. El primero no habla de la
batalla del Guadalete, sino de la entrada de los Árabes en general; y aun esta
no se sabe si la pone en 711, ó en 713: el segundo pone la batalla en 717 ó 718,
APÉNDICE AL TOMO II. 57 i
que es muy notable anacronismo , y los otros dos en 11 de octubre de 714.
Resulta de lo dicho , que las opiniones de los autores citados no son sino
tres: la una la del año 717, que no tiene mas apoyo sino el de Lucas de Tuy: la
otra la del año 714, cuyos únicos fiadores son el Anónimo Albeldense, D. Rodri-
go Ximenez y el autor de la Crónica general: la tercera la del año 711, que tie-
ne á su favor (fuera del Anónimo Albeldense de fines del siglo ix) á lodos los
autores de la primera y segunda clase, españoles y extranjeros, de los siglos vm,
ix, x, xi y xii, y aun otros mas modernos , de que no he hecho caso, como son
los autores de la Crónica de Coimbra y de la de Burgos. Me parece que poca
crílica es menester para preferir esta opinión á todas las demás.
Puesto por época fija de la desgracia de España el año de 711 , queda que
averiguar el mes y el dia: pues de lodo lo que se dice de domingo, y de dia de
san Martin, son aserciones de modernos y sin fundamento alguno. Entre tantos
autores que han hablado del asunto, solo hacen memoria del mes Abu Abdaliah,
Rodrigo Ximenez y el autor de la Crónica general; pues el Anónimo Albeldense
y el Moro Rasis, que también lo nombran, no refieren la fecha á la batalla del
Guadalete, sino á la entrada de Muza, que fué posterior. Los tres autores citados
distinguen dos fechas; una la de la entrada de Taric y otra la de la famosa batalla
ganada por este general. Por no haber hecho esta distinción se han equivocado
en sus cuentas muchos escritores modernos, y me equivoqué yo también en mi
tomo décimo, poniendo el fin del reinado de D. Rodrigo tres meses antes de lo
que debia. La entrada de Taric, según Abu Abdaliah (con quien va conforme
Rodrigo Ximenez por lo que toca al nombre del mes) fué á 8 de ragiab de la
hegira 92 que corresponde á 30 de abril de 711. La batalla, según Rodrigo
Ximenez, fué á los cinco días antes de los idus de schaual; y según el autor de la
Crónica general, que dice lo mismo con mas claridad, fué en el dia 11 de dicho
mes. Aunque estos dos autores trastornaron el orden de las hegiras por haberlas
contado á su modo, según el sistema délos años Julianos, es natural que la fecha
arábiga que citan del dia 11 de schaual , la sacasen de escritores árabes, que
no han llegado á nuestra noticia ; y en consecuencia de esto debemos recibirla por
buena, y como dada por Árabes, hasta que no se convenza lo contrario, pero sin
imitar el mal uso que hicieron de dicha fecha estos dos autores, sacándola de su
año de 711, y refiriendo el 11 de schaual al 11 de octubre , á que, según las
cuentas arábigas, no puede referirse. El dia, pues, onceno del mes de schaual
de la hegira 92, corresponde, según el cálculo de los Mahometanos, al dia 31 de
julio del año de 711, que según la letra dominical D, que corría entonces, cayó
en viernes; y esta por consiguiente , aunque no indicada hasta ahora por ningún
escritor, debe tenerse por época fija de la pérdida de España, mientras no se
descubran mejores documentos que nos enseñen otra cosa.
Sirven para confirmar esta fecha las de las dos entradas de Taric y Muza,
que hubieron de suceder, según el orden de la historia, la primera poco antes de
la batalla, y la segunda cosa de un año después. Taric llegó á Gibraltar, como
se dijo, á 30 de abril. Así él, como D. Rodrigo, antes de la jornada decisiva,
necesitaron de algún tiempo; el primero para descubrir terreno, y temar la suer-
te con excursiones y escaramuzas; y el segundo para tomar las medidas necesa-
rias, levantar nueva gente, y marchar con ejército y provisiones contra el ene-
572 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
migo. El espacio que corre de tres meses desde el dia último de abril hasta el úl-
timo de julio, no era ni poco ni sobrado en las circunstancias en que se hallaban
las dos naciones combatientes.
XII.
Crónica de los reyes visigodos conoGida con el nombre de Vulsa.
Damos aquí la preciosa crónica de los reyes visigodos, atribuida por unos
á Julián de Toledo y por otros á un obispo llamado Yulsa, sin fundamento, em-
pero, así unos como otros, á creer al historiador Masdeu. Sin embargo, esta cró-
nica es de una autenticidad positiva, y, según todo lo indica, de un autor ante-
rior á Rodrigo, y contemporáneo de Ervigio, de Egica y de Witiza. Ponemos
también su traducción, aun cuando podría muy bien pasar sin ella á causa de
su sencillez, conformándonos en cuanto al texto á la edición de Masdeu coleccio-
nada y corregida en vista de los mejores códices.
Chronica regum visiyothorum.
1 Athanaricus regnavit annos XIII.
2 Alaricus regnavit annos XXVIII in Italia.
3 Ataulphus regnavit annos V.
4 Sigericus regnavit dies VIL
5 Nalia regnavit annos III.
6 Theuderedus regnavit annos XXXIII.
7 Thurismundus regnavit anno I.
8 Theudoricus regnavit annos XIII.
9 Euricus regnavit annos XVII.
10 Alaricus regnavit annos XXIII,
11 Gesalicus regnavit annos III, et in latebra
ann. 1.
ítem Theudoricus de Italia regnavit in His-
pania, tutelam agens Amalarico nepoti
suo per consors annos XV.
12 Amalaricus regnavit annos V.
13 Theudis regnavit annos XVII mens. V.
14 Theudiselus regnavit an. I, mens. V, dies
XIII.
15 Agila regnavit annos V, mens. III, dies
XIII.
16 Athanagildus regnavit annos XIII, mens. VI.
17 Liuba regnavit ann. I.
18 Liuvigildus regnavit annos XVIII
19 Reccaredus regnavit annos XV, mens. I.
(alias VI), dies X.
20 ítem Liuba regnavit ann. I, mens. VI
21 Witericus regnavit annos VI, mens. X.
22 Gundemarus regnavit ann. I, mens. X,
dies XIII.
23 Sisebutus regnavit annos VIII, mens. VII,
dies XVI.
24 ítem Reccaredus regnavit mens. III.
25 Suinthila regnavit annos X.
2ü Sisennndus regnavit annos IV, mens. XI,
dies XVI.
Crónica de los reyes visigodos.
1 Atanarico reinó trece años.
2 Alarico reinó veinte y ocho años en Italia.
3 Ataúlfo reinó cinco años.
4 Sigerico reinó siete dias.
5 Valia reinó tres años.
6 Teodoredo reinó treinta y tres años.
7 Turismundo reinó un año.
8 Teodorico reinó trece años.
9 Eurico reinó diez y siete años.
10 Alarico reinó veinte y tres años.
1 1 Gesaleico reinó tres años, y escondido otro
año.
ídem Teodorico II, rey de Italia, reinó en
España, como tutor de Amalarico su nie-
to, y en su compañía quince años.
12 Amalarico reinó cinco años.
13 Teudis reinó diez y siete años, cinco meses.
14 Teudiselo reinó un año, cinco meses y tre-
ce dias.
15 Agila reinó cinco años, tres meses y trece
dias.
16 Atanagildo reinó trece años y seis meses.
17 Liuva reinó un año.
18 Leovigildo reinó diez y ocho años.
19 Recaredo reinó quince años, un mes y diez
dias.
20 Liuva II reinó un año y seis meses.
21 Witerico reinó seis años y diez meses.
22 Gundemaro reinó un año, diez meses y tre-
ce dias.
23 Sisebuto reinó ocho años, siete meses y diez
y seis dias.
24 Recaredo II reinó tres meses.
25 Suintila reinó diez años.
26 Sisenando reinó cuatro años, once meses y
diez y seis dias.
APÉNDICE
37 Chintila regnavit annos III, mens. IX,
dies IX.
28 Tulga regnavit annos II, mens. IV.
89 Chindaswinthus solus regnavit annos VI,
mens VIII, dies XI.
ítem cum filio suo domino Reccesvintho
rege regnavit annos IV , mens. VIII, dies
XI. Obiit pridie kal. octobris era DGXCI.
30 Reccesvinthus regnavit annos XVIII, mens.
VII, dies XI. Obiit kal. sept. die IV fe-
ria hora IX, era DCCX, an. Incarnat,
Domini Nostri Jesu Christi DCLXXII , an.
Cycli decem novenalis VIII, luna III. ítem
cum patre suo regnavit annos IV, mens.
VIII, dies XI.
31 Suscepit autem domnus Wamba regni gu-
bernacula eodem die quo ille obiit, in su-
pradictis kalend. sept. dilata unctionis so-
lemnitate usque in die XIII kal. octob.,
luna XXI, era qua supra. ídem quoque
gloriosus Wamba rex regnavit ann. VIII,
mens. I, dies XIV. Accepit quoque
poenitentiam prsedictus princeps die do-
minico exeunte, hora noctis primo, quod
fuit pridie idus octobr. luna XV, era
DCCXIIX.
32 Suscepit autcm succedente die secunda fe-
ria, gloriosus domnus noster Ervigius
regni sceptra, quod fuit id. oot. luna XVI,
era DCCXIIX, dilata uncionis solemnitate
usque in supervenientem diem domini-
cum, quod fuit XII kal. novembr., luna
XXII: era que supra. ítem quoque glorio-
sus Ervigius rex regnavit annos VII,
diebus XXV (usque ad diem V. id no-
vembr.), in quo die, in ultima aegritudine
positus, elegit sui successorem in regno
gloriosum nostrum dominum Egicanem;
et altero die, quod fuit XVII hal. decemb.
sexta feria, sic idem dominus Ervigius
accepit pcenitentiam et cunctos séniores
absolvit, qualiter cum jam dicto principe
glorioso domino Egicane ad sedem regni
sui in Toleto accederent.
33 Unctus est autem dominus noster Egica in
regno ecclesia sanctorum Petri et Pauli
prsetoriensis sub die VIII, ka!, decembr.,
die Domin. luna XIV. Era DCCXXV.
34 ünctus est autem Witiza in regno die quo
fuit, XVIII kal. dec. Era DCCXXXIX.
AL TOMO II. 573
27 Chintila reinó tres años, nueve meses y
nueve dias.
28 Tulga reinó dos años y cuatro meses.
29 Chindasvinto solo reinó seis años, ocho
meses y once dias.
ídem con su hijo el señor Recesvinto rey,
reinó otros cuatro años, ocho meses y
once dias. Murió en el dia último de se-
tiembre de la era 691 (año 653).
30 Recesvinto reinó veinte y tres años, siete
meses y once dias. Murió á primero de
setiembre, dia de miércoles, á las nueve
de la mañana, en la era de 71 0 , año de la
Encarnación de N. S. Jesucristo 672, año
ocho del número áureo, dia tres de la lu-
na. Habia reinado con su padre cuatro
años, ocho meses y once dias.
31 El señor Wamba tomó las riendas del go-
bierno en el mismo dia primero de se-
tiembre, dilatando la solemnidad de la
consagración al dia 19 del mismo mes,
veinte y uno de la luna, en la era arriba
dicha. Reinó el glorioso rey Wamba ocho
años, un mes y catorce dias. Recibió la pe-
nitencia sacramental en domingo al ano -
checer, dia 14 de octubre, quince déla
luna, era de 718 (año de 680).
32 El glorioso Ervigio nuestro señor tomó el
cetro el dia siguiente, que fué lunes,
15 de octubre , 16 de la luna, era 718,
difiriendo la solemnidad de la consa-
gración al primer domingo inmediato,
que fué á 21 de octubre , y 22 de la
luna, en la era arriba dicha. Reinó el
glorioso rey Ervigio siete años y veinte
y cinco dias, hasta el 9 de noviembre en
que adoleciendo de su última enferme-
dad, nombró sucesor en el reino al glo -
rioso nuestro señor Egica ; y luego en el
dia 1 5 del mismo mes, que cayó en vier-
nes, recibió la penitencia sacramental, y
despachó á los Grandes del reino para
que colocasen ensu corte de Toledo al di-
cho glorioso príncipe el señor Egica.
33 Nuestro señor Egica fué ungido rey en la
iglesia de los santos apóstoles san Pedro
y san Pablo pretoriense , á 24 de no-
viembre, dia de domingo, 14 de la luna,
era 725 (año 687).
34 Witiza fué ungido rey á 20 de noviem-
bre de la era de 739 (año del Señor 701).
La crónica de Vulsa propiamente hablando llega solo hasta el rey Ervigio,
y aunque expresa la fecha de la consagración de Egica y Witiza , no dice la
de su muerte ni manifiesta cosa alguna de su sucesor Rodrigo. Los autores mas
antiguos que han hablado de los tres últimos reyes godos son el Continuador de
la crónica de Juan Biclarense, Isidoro de Beja, el monge Albeldense y Sebastian
574 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
de Salamanca ; los dos primeros vivieron y escribieron en la primera mitad del
siglo vni , y los dos segundos á fines de ix. Su relato es por otra parte muy os-
curo y está mezclado con fábulas en los dos úlümos; Masdeu, empero, ha tratado
de armonizar sus testimonios, y ka añadido á la crónica de Vulsa la continuación
siguiente:
33 Egica regnavit annos XIV.
34 Witiza regnavit annos VJI , mens. III. Vi-
xit prseterea annos II. Obiit Toleti era
DCCXLIX ineunte.
35 Rudericus á Gothis eligitur in regno idibus
íebr. era DCCXLVII. Regnavit annos II,
mens. II et semis. Fugatus est a Sara-
cenis era DCCXLIX.
33 Egica reinó catorce años.
34 Witiza reinó siete años y tres meses. Vivió
después otros dos años. Murió en Toledo
á principios de la era 749.
36 Rodrigo fué nombrado rey por los Godos á
13 de febrero de la era de 747. Reinó
dos años y dos meses y medio. Fué ven-
cido de los Moros en la era de 749.
XIII.
Catálogo cronológico indicando el principio, el fin y la duración de¡ reinado de los
reyes suevos y de los reyes visigodos de España.
reyes suevos.
Principio.
Fin.
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
Hermenerico 409.
Rechila 438.
Recciario 448,
Maldras 457.
Frumario 460.
Remismundo 464.
438.
448.
456.
460.
464.
469.
Reinaron los Suevos hasta Remismundo
INTERREGNO, Ó PERÍODO DE REYES DESCONOCIDOS.
Cariarico 550. . . 569. . . .
Teodomiro óAriamiro 558. . . 583. . . .
Miro 669. . . 684. . . .
Eborico, hijo 583. . . » . . .
Andeca.
PRIMEROS REYES CRISTIANOS DE LOS VISIGODOS.
I. Atanarico 339. . . 382. . . .
II. Alarico 382. . . 4*0. . . .
III. Ataúlfo (En Italia) 410. . . 442. . . .
Duración.
años, meses.
40
59
49
25
45
anos, meses.
43 »
28 »
2 »
dias.
dias.
REYES VISIGODOS AL SUR DE LA GALIA,
(de quienes dependía parte de España),
I. Ataulfo(4) 442. . . 4I5 6
II. Sigerico 445. . . 445 »
(4) Ataúlfo, elegido en Italia rey de los Visigodos en 440, en lugar de Alarico, reinó cinco años
en esta cualidad, según eipresa la crónica de Vulsa, dos en Italia y tres en la ¿eptimania y en Bar-
celona.
APENDIÜE AL TOMO II.
57o
Principio. Fin. Duración.
años, meses.
III. Valia 415. . . 419 4 »
IV. Teodoredo 419. . . 451 32 »
V. Turismundo, hijo . 451. . . 453 2 »
VI. Teodorico, hermano. .... . 453. . . 466 13 »
días.
RETES VISIGODOS DE ESPAÑA,
(reuniendo bajo su dominación la España y la Galia gótica).
I. Eurico. hermano
II. Alarico II, hijo
III. Gesaleico (4) bastardo., . . . .
IV. Teodorico rey de Italia en su cuali-
dad de tutor de Amalarico (2)
V. Amalarico, hijo.. .
VI. Teudis general. . .
VII. Teudiselo, general..
VIII. Agila
IX. Atanagildo. . . .
Interregno. . . .
X. Liuva, conde (3). .
XI. Leovigildo, hermano.
XII. Recaiedo, hijo (4). .
XIII. Liuva II
XIV. Witerico
XV. Gundemaro. . . .
XVI. Pisebuto
XVII Recaredo, segundo hij(
XVIII. Suintila. general. . .
XIX. Sisenando, conde. .
XX. Chintila
XXI. Tulga. hijo. . . .
XXII. Chindasvinto (6\. .
XXIII. Reces vinto, hijo (6).
XXIV. Wamba(7). . . .
XXV. Ervigio ,8). . . .
XXVI. Egica 9). ...
XXVII Witiza (10). . . .
XXVIII. Rodrigo (11). . . .
466.
483.
506.
511.
526
531.
548.
549.
554
»
567.
568.
586.
601.
603.
6I0.
612.
621.
621.
631.
636.
640.
642.
649.
672.
680.
687.
701.
■709.
483.
506.
511.
526.
531.
548
549.
554.
567.
»
568.
586.
601.
603.
610.
612.
621.
621.
63!.
636.
640.
642.
649.
672.
68».
687.
701.
709.
711.
17
23
4
45
5
17
1
5
13
»
1
18
15
4
6
4
40
4
3
2
6
23
8
7
44
7
10
10
6
3
«
11
13
13
13
16
16
9
»
11
44
44
25
(4) Gesaleico reinó tres años en su país y uno en fuga, como dice la crónica de Vulsa.
(2) Teodorico reinó en Italia diez y ocho años, y en Italia y simultáneamente en España, como
tutor de su nieto Amalarico, quince; en todo treinta y tres anos.
(3 Liuva solo reinó un año en la Galia gótica y en España, y otros dos en Narbona, después
de haber asociado al trono á Leovigildo.
(4) Recaredo fué el primer rey godo católico. Once reyes arríanos le habian precedido, y le si-
guieron diez y seis reyes católicos. Como hemos visto, Witerico conspiró en favor del anianismo,
pero no pudo lograr su restauración.
(5) Chindasvinto reinó sin compañero desde el 48 de mayo de 642 hasta el 19 de febrero
de 649 6 8 11
Continuó reinando con su hijo hasta 30 de setiembre de 653. . 4 8 11
Total.
(6) Recesvinto reinó con su padre desde el 1 9 de enero
de 649 hasta 30 de setiembre de 653. ... ....
Continuó reinando solo hasta primero de setiembre de 672. .
44
4
18
22
11
41
Total.
23
11
(7) Wamba reinó desde el primero de setiembre de 672 hasta 14 de octubre de 680.
(8) Ervigio reinó desde el 1 5 de octubre de 680 hasta el 9 de noviembre de 687, en que nombró
á Egica su sucesor; murió en 15 del mismo mes.
(9! Eürica reinó desde 9 ó 15 de noviembre de 687 hasta mediados de noviembre de 701 .
(10) Witiza empezó á reinará mediados de noviembre de 701, fué destronado á mediados de
febrero do 709, y vivió dos años reinando Rodrigo. »
(4 4) El reinado de Rodrigo duró desde mediados de febrero de 709 hasta fines de julio de 74 4 ,
en todo dos años, cinco meses y quince dias.
576 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
XIV.
Literatos de la España Goda.
LENGUAS CULTAS.
Avito, presbítero de Braga, grecista; siglo v.
Pascanio, diácono de Dumio, grecista; siglo vi.
Juan Biclarense, obispo de Gerona, grecista; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla, doctor en las dos lenguas griega y hebrea; si-
glo vn.
Julián, obispo de Toledo, grecista; siglo vn.
MÚSICA.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vi.
Gonancio, obispo de Falencia; siglo vil.
Juan, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Eugenio III, obispo de Toledo; siglo vn,
Julián, obispo de Toledo; siglo vil.
POESÍA.
Draconcio; siglo v.
Merobaudo el Joven; siglo v.
Orencio; siglo v.
Serena Augusta; siglo v.
Geponio, obispo en Galicia; siglo v.
Martin, obispo de Dumio; siglo vi.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vil.
Conancio, obispo de Palencia; siglo vn.
Máximo, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vn.
Sisebuto, rey; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Ildefonso, obispo de Toledo; siglo vn.
Eugenio ilí, obispo de Toledo; siglo vn.
Julián, obispo de Toledo; siglo vn.
Valerio, abad de San Pedro de Montes; siglo vn.
Tajón, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Rustico; siglo vn.
ORATORIA.
Merobaudo el Joven; siglo v.
León, consejero de Estado; siglo v.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vi.
II
APÉNDICE AL TOMO II. 577
Montano, obispo de Toledo; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vn.
Sisebuto, rey; siglo vn.
Conancio, obispo de Palencia; siglo vn.
Justo, obispo de Toledo; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Protasio, obispo de Tarragona; siglo vn.
HISTORIA.
Pablo Orosio, presbítero; siglo v.
Idacio Limicense, obispo en Galicia; siglo v.
Anónimo, autor de las Eras de los Mártires; siglo i.
Juan Biclarense, obispo de Gerona; siglo vi.
Anónimo , autor de la Cronología; siglo vi.
Pelagio, presbítero de Tarazona; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vn.
Máximo, obispo de Zaragoza; siglo vil
Redempto, eclesiástico de Sevilla; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Ildefonso, obispo de Toledo; siglo vn.
Julián, obispo de Toledo; siglo vn.
Félix, obispo de Toledo; siglo vn.
Valerio, abad de San Pedro de Montes; siglo Vn.
Melito; siglo vn.
Anónimo, autor de la Crónica de Vulsa, siglo vn.
FÍSICA Y MATEMÁTICA.
Castorio, Godo, geógrafo; siglo vi.
Luciniano, obispo de Cartagena, geómetra; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla, físico, naturalista, aritmético, astrónomo, geóme-
tra; siglo vn.
Juan, obispo de Zaragoza, astrónomo; siglo vn.
Eugenio II, obispo de Toledo, astrónomo; siglo vn.
JURISPRUDENCIA.
Eurico, rey; siglo v.
Alarico, rey; siglo v.
Martin, obispo de Dumio; siglo vi.
Leovigildo, rey; siglo vi.
Recaredo, rey; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vn.
Sisebuto, rey; siglo vn.
Sisenando, rey; siglo vn.
Chin tila, rey; siglo vn.
Chindasvinto, rey; siglo vn.
Recesvinto, rey; siglo vn.
tí
TOMO II.
578 HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA.
Wamba, rey; siglo vn.
Ervigio, rey; siglo vil
Egica, rey; siglo vil.
LITURGIA.
Pedro, obispo de Lérida; siglo vi.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vi.
Conancio, obispo de Sevilla; siglo vil
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vii.
Juan, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vil
Eugenio III, obispo de Toledo; siglo vii.
Ildefonso, obispo de Toledo; siglo vn.
Julián , obispo de Toledo; siglo vil
ascética.
Severo, obispo da Málaga; siglo vi.
Donato, abad sirvitano; siglo vi.
Eutropio, obispo de Valencia; siglo vi.
Juan Biclarense, obispo de Gerona; siglo vi.
Martin, obispo de Dumio; siglo vi.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vil
Fructuoso, obispo de Braga; siglo vil
Valerio, abad de San Pedro de Montes; siglo vil
escritura sagrada.
Justo, obispo de Urgel; siglo vi.
Apringio, obispo de Beja; siglo vi.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vii.
Julián, obispo de Toledo; siglo vil
teología dogmática y moral.
Pablo Orosio, presbítero; siglo v.
Vital, monge, ó clérigo; siglo v.
Constancio, monge ó clérigo; siglo v.
Toribio, obispo de Astorga; siglo v.
Bachiario, monge; siglo v.
Justiniano, obispo de Valencia; siglo vi.
Leandro, obispo de Sevilla; siglo vi.
Massona, obispo de Mérida; siglo vi.
Montano, obispo de Toledo; siglo vi.
Luciniano, obispo de Cartagena; siglo vi.
Severo, obispo de Málaga; siglo vi.
Eutropio, obispo de Valencia; siglo vi.
Martin, obispo de Dumio; siglo vi.
APÉNDICE AL TOMO II. 579
Aurasio, obispo de Toledo; siglo vn.
Tajón, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Fulgencio, obispo de Ecija; siglo vn.
Isidoro, obispo de Sevilla; siglo vn.
Ildefonso, obispo de Toledo; siglo vn.
Idalio, obispo de Barcelona; siglo vn.
Eugenio III, obispo de Toledo; siglo vn.
Braulio, obispo de Zaragoza; siglo vn.
Julián, obispo de Toledo; siglo vn.
Sisebuto, rey; siglo vn.
LITERATOS NO INCLUIDOS EN LAS CLASES ANTECEDENTES.
Asturio, obispo de Toledo; siglo v.
Fortunal; siglo v.
María Augusta; siglo v.
Severo, obispo de Menorca; siglo v.
Ascanio, obispo de Tarragona; siglo v.
Tarra, monge; siglo v.
Nebridio, obispo de Barcelona ó Tarrasa; siglo vi.
Toribio, monge de Palencia; siglo vi.
Elpidio, obispo; siglo vi.
Artemio, obispo de Tarragona; siglo vi.
Quirico, obispo de Barcelona; siglo vn.
Heladio, obispo de Toledo; siglo vn.
Bulgarano, conde; siglo vn.
Teudisilo, monge; siglo vn.
FIN DEL TOMO II.
ÍNDICE del TOMO II.
PARTE SEGUNDA.
ESPARA GODA.
Desde el año 413 hasta el 711 de nuestra era,
CAPÍTULO I.
Desde el año 413 hasta el 440,
Pá§.
Procedencia de las tribus bárbaras que invadieron la Península.— Primeros
tiempos déla dominación goda m España. — Muerte de Ataúlfo. — Sigerico
y "Walia.— Guerras entre los invasores. — Teodoredo. — Los Romanos inten-
tan reconquistar la España. — Estado déla Península durante la invasión. —
Emigración voluntaria de los Vándalos, — Engrandecimiento de los Sue-
vos.— Operaciones de Teodoredo en las Galias. — Bacaudos españoles. . . 6
CAPÍTULO II.
Desde el año 440 hasta el 466.
Conquistas de los Visigodos en las Galias. — Movimiento de los Suevos en
España. — Estado político de los Godos á la caída del imperio romano. —
. Atila. — Teodoredo y Aecio se unen contra él.— Batallado los campos Cata-
láunicos. — Muerte de Teodoredo.— Turismundo. — Teodorico. — El empera-
dor A vito.— Teodorico en España. — Sus victorias contra los Suevos. —
Acontecimientos en el reino godo hasta la elevación de Eurico 21
CAPÍTULO III.
Desde el año 466 hasta el 587.
Reinado de Eurico.— Política de este rey.— Engrandecimiento del reino de
los Godos.— Conquistas en España. — Conquistas en las Galias. — Fin del
imperio de Occidente.— Reinado de Alarico. — Su derrota y su muerte. —
Rivalidad entre Amalarico y Gesaleico.— Intervención de Teodorico rey
de Italia.— Definitivo establecimiento de la monarquía goda en España. —
Reinados de Teudis, de Teudiselo, de Agila, de Atanag-ildo, de Liuva I y
de Leovigildo 37
CAPÍTULO IV.
Desde el año 587 hasta el 672.
Reinado de Recaredo.— Su conversión al catolicismo.— Conspiraciones.— Movi-
582 índice del tomo ii.
mientos en la Septimania — Rebelión de Athaloco en Narbona. —Empresas
de los Francos contra la Septimania. — Bata'la de Carcasona. — Tercer conci-
lio de Toledo.— Reinado de Liuva II.— Usurpación de Viterico.— Reinado
de Gundemaro.— Reinado de Sisebuto. — Sus victorias contra los Imperia-
les.— Edicto de proscripción contra los Judíos.— Reinado de Suintila.—
Definitiva expulsión de los Imperiales. — Elevación de Sisenandoé interven-
ción del rey franco Dsgoberto.— Cuarto concilio de Toledo.— Reinado de
Cbintila. — Concilios quinto y sexto de Toledo.— Reinado de Tulga.— Reina-
do de Chindasvinto y Recesvinto. . 57
CAPÍTULO V.
Desde el año 672 hasta el 701.
Elección de Wamba — Insurrección de los Vascones.— Rebelión del conde
Hilderico en la Galia Narbunense. — Traiciou de Paulo. — Sumisión de los
Vascones. — Campaña de "Wamba contra Paulo.— Toma de Narbona y de
Niines.— Castigo de los conjurados — Triunfo de Wamba. — Influencia civi-
lizadora de la Iglesia.— Circunstancias particulares de este reinado. — Pri-
mera invasión y derrota de los Sarracenos de África.— Traición de Ervigio
y abdicación de "Wamba.— Concilios XII, XIII y XIV de Toledo.— Egica.—
Concilios XV, XVI y XVII de Toledo.— Conjuraciones.— Asociación de Wi-
tiza en el reino T7
CAPÍTULO VI.
Desde el año 701 hasta el 711.
Reinado de Witiza. — Contraria opinión de los historiadores acerca de este
rey.— Relato del P. Mariana,— Disensiones civiles. —Término del reinado de
Witiza.— Rodrigo.— Bandos y discordias que dividian el reino.— Causas
que fueron preparando la ruina de la monarquía. — Situación de los Árabes
en África á priucipios del siglo vm.— Los hijos de Witiza y el conde
Julián. — Tradicionales amores de Rodrigo y Florinda.— Los partidarios de
Witiza y los Judíos instigan á los Sarracenos para que invadan á Espa-
ña.— Conducta de Muza. — Invasión de los Sarracenos á las órdenes de
Tarik.— Batalla del Guadalete.— Muerte de Rodrigo. —Finis Hispanise. . . 101
CAPÍTULO VII.
garácter moral de los Godos —Su estado político. — Monarquía electiva antes
y después de Recaredo. — Títulos y honores de los reyes.— Los hijos del
rey no heredaban — Concilios de Toledo.— Su influencia. — Inconvenientes
de la intervención directa del clero en el gobierno del Estado. — Opinión del
autor sobre esta materia. — Oficio palatino. — Duques, condes, gardingos y
vicarios.— Régimen municipal.— División de clases.— Nobles y plebeyos. . 120
CAPÍTULO VIII.
Estado civil.— Hombres libres y siervos.— Patronos y libertos.— Patronos y
buccelarios. — Tierras alodiales, beneficiarías y tributarias.— Primer derecho
civil de los Godos en España.— Abolición de la Ley Romana.— Examen
histórico del Fuero Juzgo. — Juicio crítico sobre este célebre código. — Sus
diversas clases de leyes.— Análisis de algunas de sus disposiciones. — Sobre
la familia. — Nupcias, dotes, derecho de sucesión, peculio de los hijos, tute-
la, viudedad. — Colonos, vinculaciones, feudus. — Prescripción 197
CAPÍTULO IX.
Continuación del mismo asunto —Sistema judicial.— Tribunales y jueces.—
Atribuciones del juez y de sus agentes. — Obligaciones y responsabilidad
de los jueces. — Abogados y procuradores. — Delaciones. — Tormento. —
Pruebas del agua y del fuego —Prueba de testigos.— Apelaciones.— Siste-
ma penal. — Pena de muerte, de ceguedad, de decalvacion, de infamia, de
servidumbre, de vergüenza y de azotes.— Penas pecuniarias.— Personali-
dad de las penas.— Legislación contra los Judíos 152
índice del tomo ii. bS'd
CAPÍTULO X.
Constitución de la Iglesia— Consideraciones generales. — Del arrianismo.—
Triunfo de la unidad católica. — Orden gerárquico del clero. — Impugnación
de la doctrina que establece la absoluta independencia de la Iglesia goda.
— Derechos del Papa.— Relajación de la disciplina y directa intervención
de la potestad secular en los asuntos eclesiásticos.— Derechos de los reyes.
— Metropolitanos, obispos, presbíteros.— Rectores 6 Curator es. —Derecho
de Patronato. — Casas canonicales y seminarios 167
CAPÍTULO XI.
Continuación del mismo asunto.— Clérigos inferiores. —Dignidades. — Rentas
eclesiásticas y su administración. — Matrimonio y continencia de los cléri-
gos.— Leyes y observancias particulares de la Iglesia hispano-gótica. —
Inmunidad eclesiástica.— Tribunal eclesiástico para las causas de los po-
bres y del bien público. — Concilios nacionales, provinciales y diocesanos.
— Sacramentos. — Excomunión. — Penitencia sacramental y ceremonial.—
Tonsura monástica, clerical y de¡ penitencia.— Ordenes sagradas.— Monges
y monjas. — Orísen y diferencias de la vida monástica. — Reglas monacales
de España. — Vida monástica.— Memoria de algunos monges insignes. . 185
CAPÍTULO XII.
Límites territoriales de la España goda. — Capitales de España.— Sus pro-
vincias.— Capitales de las provincias.— Nombres délas ciudades y villas. —
Organización militar. — Ejército y sus oficiales.— Armas y trajes de los sol-
dados.—Algunas costumbres del pueblo visigodo. — Industria. — Agri-
cultura.— Metales y minas. — Comercio. — Pesas y medidas.— Monedas. —
Marina.— Ciudades fundadas por los Godos 208
CAPÍTULO XIII.
Letras y bellas artes en la ^época visigoda. — Principales escritores de este
período; historiadores, poetas, teólogos, etc. — Paulo Orosio. — Etimologías
de san Isidoro de Sevilla. — Discípulos de Isidoro. — Escuelas. — Bibliotecas.
— Estado de las ciencias. — Medicina. — Arquitectura. — Principales fábricas
délos Godos. — Sus caracteres. — La tradición artística de la antigüedad no
se interrumpe en nuestra Península. — Tesoros de los Visigodos. — Coronas
de Guarrazar. — Pintura y escultura. — Música. — Medallas. — Su carácter. —
Inscripciones lapidarias. — Signos particulares empleados en en ellas. — Era
española. — Era de Jesucristo. — Caracteres numéricos. — Corrupción del latin
en las inscripciones. — Déla rima. — Variaciones del lenguage. — Conclusión
del período godo 220
PARTE TERCERA.
ESPAÑA ÁRABE
Y REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS.
Desde el año 711 hasta el 1516 de nuestra era.
CAPÍTULO I.
Advertencia preliminar.— La Arabia.— De los primitivos Árabes.— Origen y
predicación de Mahoma.— Conducta, política y religión del falso apóstol.—
§84 ÍNDICE DEL TOMO II.
Caracteres del islamismo. — Política de los suc- sores de Mahoma. — Sus con-
quistas.— Su conducta para con l<s vencidos. — Conquista de África. — Rela-
ciones de los califas con sus lugartenientes. — Naturaleza del poder supre-
mo entre los Árabes. — Conquistas de Ocba, de Zohair y de Hassan. —
Guerra de Muza en el Magreb 249
CAPÍTULO II.
Desde el año 711 hasta el 713.
Venida de Muza á España. — Sucesos que siguieron á la batalla del Guada-
lete. — Toma de Córdoba. — Entrada de Tarik en Toledo. — Condiciones
impuestas por el vencedor. — Marcha de Muza. — Capitulación de Sevilla. —
Sitio y toma de Mérida. — Gorrerías de Tarik al norte de Toledo. — Reunión
de ambos caudillos en Toledo. — Desgracia de Tarik. — Victorias de Abde-
\aziz en las provincias orientales. — Teodomiro. — Tratado de paz entre Abde-
laziz y Teodomiro. — Reconciliación entre Tarik y Muza. — Campaña simul-
tánea de ambos generales al c-ntro y al <-ste de Ja Península. — Su reunión
delante de Zaragoza. — Toma de Zaragoza. — Sigue la conquista. — Tarik y
Muza son llamados á Damasco. — Carácter de la conquista 264
CAPÍTULO III.
Desde el año 713 hasta el 740.
Gobierno de los walies sucesores de Moza. — Abdelaziz ben Muza. — Su admi-
nistración.— Su tolerancia para con los cristianos. — Se casa con la viuda
de Rodrigo. — Muere asesinado. — Ayub. — Alhaur. — Invasión de la Galia. —
Alsamah. — Batalla de Tolcsa de Francia. — Ambiza. — Conquista de la Sep-
timania. — Otros emires. — Expedición de Abderrahaian á Aquitania. — Bata-
lla de Poitrers. — Carlos Martel. — Consecuencias de aquella jornada. . . - 280
CAPÍTULO^IV.
Desde el año 740 hasta el 756»
Sublevaciones de los Berberiscos de África. — Batalla d-} Masfa.— Llegada de
Bale^ ben Baxir y de Thaalaba ben Salema á España. — Guerras civiles en
la Península. — Deposición y muerte del wali Aodelmelek. — Usurpación y
derrotada Baleg ben Baxir.- Taaalaba ben Salema du°¡no de Córdoba. —
Llegada y gobierno de Abulkatar. — Nueva distribución de tierras entre las
tribus. — Fin del reino de Teodomiro. — Sunluvacion deSamail y de Thueba.
— Elección de Yusuf el Fenri. — Nueva división de España en cinco pro-
vincias.— Gobierno y administración de Yussuf él Febri hasta la llegada
de Abderrahman bsu Moaviah ben Meruau, primero de los Ooimiadas. . 302
CAPÍTULO Y.
Desde el año 711 hasta el 756.
Los cristianos en Asturias. — Pelayo.— Batalla de Covadonga. — Situación de
Asturias y de los pueblos limítrofes á mediados del siglo viii.— Formación
de un reino cristiano en Asturias,— Reinado de Favila. — Reinado de Alfon-
so L— Sus conquistas • 317
CAPÍTULO VI.
Desde el año 756 hasta el 788.
Llegada á España de Abderrahman ben Moaviah ten Meruan.— Toma el
título de emir.— Resistencia de Yussuf el Fehri.— Abderrahman marcba
contra Córdoba.— Batalla de Mudara.— Yussuf y Samail son derrotados. —
Toma de Córdoba.— Tratado de Elvira.— Abderrauman es reconocido emir
en toda Andalucía.— Nacimiento de Hixem. — Levantamiento de Yussuf y
de sus hijos.— Muerte de Yussuf.— Los Francos toman á Narbon a.— Tenta-
tivas do los Abassidaa contra el emir Abderrahman.— Desórdenes y guer-
ÍNDICE DEL TOMO n. 585
ras civiles. — Venida de Cario Magno con gran ejército á España.— Llega
á los muros de Zaragoza y se retira. — Derrota de su ejército en Roneesva-
lles.— Canto de guerra de los Vascos. — Fin de los hijos de Yussuf. — Paz.—
Embellecimiento de Córdoba. — Muerte de Abderrahman 330
CAPÍTULO VIL
Desde el año 757 hasta el 791.
Asturias. — Reinado de Fruela I. —Guerra contra losVascones y Gallegos. —
Fundación de Oviedo. — Muerte violenta de Fruela. — Reinados de Aurelio
y de Silo.— Sublevación de esclavos. — Turbulencias en Galicia. — Reinado
de Mauregato. — Heregía de Félix de Urgel y de Elipando de Toledo. —
Reinado de Bermudo el Diácono. — Llama á su lado á Alfonso hijo de Frue-
la.—Abdica en su favor la corona.— Sube al trono Alfonso II.— De los pri-
meros y fabulosos reyes de Navarra.' — De los condes de Galicia y de Casti-
lla.— Principio de la Marca franco-hispana.— Situación respectiva de los
Árabes y cristianos á fines del reinado de Bermudo el Diácono 372
CAPÍTULO VIII.
Desde el año 788 hasta el 796.
Solemne poclamacion de Hixem en Córdoba.— Rebelión de sus dos hermanos
Solimán y Abdallah.— El emir los vence. — Sumisión definitiva de Abdallah
y Solimán. — Turbulencias en la España oriental. — Proclámase la guerra
santa. — Expediciones contra los cristianos. — lnvasion::de Asturias. — Cam-
pañas consecutivas.— Entran los Arates en Septimania. — Incendio de los
arrabales de Narbona. — Batalla del Orbieu.— Guillermo de Tolosa es venci-
do.—Termina Hixem la gran mezquita de Córdoba.— Su descripción. —
Continuación de la guerra sania. — Derrota de los Árabes en Asturias. — Fin
del reinado de Hixem » . 385
CAPÍTULO IX.
Desde el año 796 hasta el 822.
Emirato de Alhakem.— Sus guerras contra sus tios.— Sitio de Toledo.— En-
trada de los Franco-Aquitanos en la Marca hispana. — Expedición de Alha-
kem contra ellos.— Continuación de la guerra contra Solimán y Abdallah.
— Toma de Toledo. — Los tios del emir son vencidos; muerte de Solimán;
tratado de paz con Abdallah. — Sitio y toma de Barcelona por Ludovico
Pió. — Origen del condado de Barcelona. — Guerras y vicisitudes de ambos
pueblos en el valle del Ebro. — Turbulencias. — Conspiraciones. — Subleva-
ción de Mérida.— La bella Alkinza. — Guerras en la frontera de Galieia. —
Tregua con Alfonso II. — Los Francos intentan apoderarse de Tortosa. —
Los Normandos. — Toma de Tortosa. — Excursiones marítimas por el Medi-
terráneo.— Tratado de paz con los Francos. — Nuevas guerras en Galicia. —
Victorias de los cristianos acaudillados por Alfonso. — Horrorosas escenas
en Córdoba. — Emigración de veinte mil Cordobeses. — Vicisitudes y con-
quistas de estos desterrados.— Misantropía de Alhakem; su demencia, su
muerte 398
CAPÍTULO X.
Desde el año 791 hasta el 842.
Reino de Asturias. — Reinado de Alfonso el Casto.— Mensage y presentes de
Alfonso á Cario Magno en Aquiserran. — Es destronado momentáneamente,
recluido en un monasterio y vuelto á aclamar. — Formación de un partido
gótico nacional. — Embellecimiento de Oviedo; palacios, iglesias, etc. — La
cruz de los Angeles.— Invección del sepulcro del apóstol Santiago.— Se erige
en catedral el templo de Compostela.— Restablece Alfonso el orden gótico
en su reino.— Últimos hechos de Alfonso el Casto; su muerte.— Caracteres
y efectos generales de su reinad o 442
TOMO TI. 14
586 Í1NDICE DEL TOMO 11.
CAPÍTULO XI.
Desde el año 822 hasta el 852.
Proclamación de Abderrahman II. — Levantamiento de su tio Abdallah.—
Sitio de Valencia —Sumisión de Abdallah.— Sucesos en la Marca gótica.
— Bara y Bernardo.— Sitio de Barcelona y de Urgel.— Embajadores griegos
en Córdoba. — Segunda derrota del ejército franco en Roncesvalles.—
Curioso episodio de la vida de Abderrahman —Política de Luis el Pió.—
Revuelta de Aizon en la Marca gótica. — Guerras.— Sublevaciones en Mé-
rida y Toledo.— Toma por los Árabes de un arrabal de Marsella. —-Muerte
de Luis el Pió.' — Ramiro I de Asturias. — Supuesta batalla de Clavijó atri-
buida á este príncipe.— Llegada de los Normandos á Andalucía.— Sitio de
Sevilla.— Carlos el Calvo y Bernardo, conde de Barcelona.— Guerras en la
Marca gótica.— Muerte de Ramiro I.— Terrible persecución de los cristia-
nos en Córdoba.— Martirios.— La corte de Córdoba.— Muerte de Abderrah-
man II 450
CAPÍTULO XII.
Desde el año 852 hasta el 886.
Reinado de Muhamad I. — Contiendas entre los hanbalistas y los malekitas.
—Continua la persecución contra los cristianos — Eulogio, Alvaro, Sam-
son.— Concilios en Córdoba. — Apostasías.— Guerra contra los Francos y
los Gallegos.— Ordoño I de Asturias.— Sus primeras victorias.— Desgracia
y rebelión de Muza y de su hijo Lopia ben Muza, walí de Toledo.— Guerras
que fueron su consecuencia.— Alianza de Muza con los Navarros. — Verda-
dera batalla de Clavijo.— Toma de; Toledo por el emir.— Nueva irrupción
marítima de los Normandos en Galicia y en Andalucía. — Expediciones de
Ordoño contra los Árabes. — Rebelión de Hafsun. — La España oriental se
separa de Córdoba. —Matanza de los Musulmanes en los campos de Alcañiz.
— Vicisitudes de la guerra contra Hafsun y los cristianos del norte de la
Península. — Batalla de Rotah el Yehud. — Fin del reinado de Ordoño I. ~
Proclamación de Alfonso III el Magno— Breve usurpación del conde
Fruel a.— Guerras de Alfonso contra los Vascones y los Árabes.— Casa con
una hija de García de Navarra.— Conjuración de los cuatro hermanos de
Alfonso. — Brillantes victorias de este sobre los Árabes en Lusitania y en
Zau ora— Calamidades en el imperio musulmán.— Batalla de Aybar.—
Muerte d i Ornar ben Hafsun. — Paz entre Alfonso y Muhamad. — Acaeci-
mientos varios. — Muerte de Muhamad I , 481
APÉNDICE AL TOMO SEGUNDO.
I.— Decreto del rey Alarico y su traducción castellana, al conde Timoteo y
demás gobernadores, enviándoles el nuevo Código de Leyes 507
II.— Matrimonio de las hijas de Atanagildo, Galsuindi y Brunequilda, (de
Gregorio Turonense) 508
III.— Apología de Brunequilda, reina de Francia y princesa española, (deMas-
deu t. X) 509
IV.—' Contienda entre Gontrando yRecaredo; conversión de este rey, (ote
Gregorio Tnronense) 516
V.— Carta de Recaredo, rey de España, al papa san Gregorio Magno. . . . ole
VI.— Cartas d<d papa san Gregorio Magno á Recaredo, rey de España. ... 520
VIL— Noticias acerca de las revoluciones sufridas por la propiedad territo-
rial entre las naciones que invadieron el imperio romano, (de Bobertson,
Historia del Emperador Carlos V, nota VIII) • 531
Vni. —Declamación de san Julián, arzobispo de Toledo, traducida al español,
contra los que se rebelaron en la Galia Gótica, bajo el reinado de Wamba. 5^4
IX —Concilios nacionales y provinciales de la España Goda, (de Masdeu, t. XI). o40
$ i, o— Concilios nacionales 2™
£ 2.°— Concilios provinciales ' A'
X.— Resultado de las excavaciones practicadas en las Huertas y fuente de
ÍNDICE DEL TOMO II. 587
Guarrazar, término de Guadamur, provincia de Toledo , donde fueron ha-
lladas las coronas góticas que hoy dia se encuentran en el Museo de anti-
güedades de Cluny . 548
XI.— Época de la pérdida de España, viernes dia 31 de julio del año 711, (de
Masdeu, t. XV) 561
XII.— Crónica de los reyes visigodos conocida con el nombre de Vulsa. . . 572
XIII.— Catálogo cronológico indicando el principio, el fin y la duración del
reinado de los reyes suevos y de los reyes visigodos de España 574
XIV. — Literatos de la España Goda 576
PIN DEL IND1CB DEL TOMO H.
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