Skip to main content

Full text of "Hospitales de la Nueva España"

See other formats


JOSEFINA  MURIEL 


Hospitales  de  la 
Nueva  España 

TOMO  II 

Fundaciones  de  los  Siglos  XVII  y  XVIII 


EDITORIAL    JUS.    MEXICO,  1960 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 


https://archive.org/details/hospitalesdelanu02muri 


H.— 1 


Hospitales  de  la  llueva  España 


/ 

JOSEFINA  MURIEL 


Hospitales  de  la 
Nueva  España 

TOMO  II 

Fundaciones  de  los  Siglos  XVII  y  XVIII 


f     FEB    7  W3 


EDITORIAL   JUS.    MEXICO,  1960 


Derechos  Reservados  ©  por  la  autora. 


PRIMERA  EDICION 
Julio  de  1960 
1,000  ejemplares 


Editorial   Jus,   S.  A. 
Plaza  de  Abasólo  14, 
Colonia  Guerrero. 
México  3,D.F. 


C 


HOSPITALES  FUNDADOS 
EN  EL  SIGLO  XVII 


CAPITULO  I 


LAS  ORDENES  HOSPITALARIAS 

Desde  principios  del  XVII,  la  obra  hospitalaria  en  la  Nueva  España,  em- 
pieza a  presentar  un  nuevo  aspecto,  éste  es  el  que  le  dan  las  órdenes  religiosas 
hospitalarias. 

A  la  Orden  de  la  Caridad,  establecida  ya  por  Bernardino  Alvarez  en  el  XVI, 
que  es  la  primera  orden  religiosa  mexicana,  se  le  van  a  sumar  otras  nacidas  en 
diversos  países.  La  primera  es  la  de  los  juaninos,  orden  religiosa  fundada  en 
Granada,  por  un  hombre  a  quien  primero  se  tildó  de  loco  y  que  más  tarde 
subió  a  los  altares  con  el  nombre  de  San  Juan  de  Dios.  Aquel  hombre  que 
pisoteó  todos  los  respetos  humanos  que  atan  al  hombre,  para  entregarse  des- 
pués, libremente  y  con  amor  sublime,  al  cuidado  de  los  pobres,  produjo  con  su 
ejemplo,  un  renacimiento  del  tradicional  espíritu  hospitalario. 

En  el  tiempo  que  nos  ocupa,  la  orden  juanina  se  hallaba  en  pleno  auge,  y 
de  toda  América  surgían  peticiones  reclamando  su  presencia. 

Tras  los  juaninos  llegará  a  México  otra  orden  europea,  la  de  los  Canónigos 
Reglares  de  San  Agustín,  del  Instituto  de  San  Antonio  Abad.  Era  ésta  una  or- 
den nacida  en  Viena,  en  plena  Edad  Media,  que  llegó  a  extenderse  por  España 
y  que  en  la  ciudad  de  Burgos  tuvo  su  centro  más  importante.  Fue  de  allí  de 
donde  salió  la  fundación  de  la  casa  de  México. 

Finalmente  nos  encontramos  con  otra  institución  hospitalaria  nacida  en 
tierras  de  América.  Se  trata  de  la  orden  de  Nuestra  Señora  de  Belem,  fun- 
dada por  el  canario  Pedro  de  Vetancourt,  en  la  ciudad  de  Guatemala,  hacia 
la  segunda  mitad  del  XVII,  pasando  a  la  Nueva  España  poco  después. 

Estas  órdenes  religiosas  se  diferenciaban  de  otras  existentes  en  la  iglesia, 
en  que  sus  miembros  hacían  un  voto  especial :  el  de  hospitalidad.  Así  mientras 
en  otras  órdenes  como  por  ejemplo  la  franciscana  o  la  agustina,  el  trabajo 
hospitalario  era  solamente  una  de  tantas  actividades  que  sus  frailes  podían 
desempeñar  a  voluntad,  en  éstas,  era  la  obligación  fundamental,  la  razón  mis- 
ma de  su  existencia. 

9 


En  aquella  época  en  que  no  era  la  enfermería  una  carrera  liberal,  estudiada 
y  practicada  por  seglares,  pues  los  enfermeros  y  enfermeras  eran  meros  sirvien- 
tes que  a  fuerza  de  práctica  aprendían  a  aplicar  las  medicinas;  la  aparición  de 
instituciones  dedicadas  exclusivamente  al  manejo  de  hospitales  y  cuidado  de 
los  enfermos,  fue  una  enorme  ayuda  para  los  servicios  hospitalarios.  Así  lo 
entendieron  los  patronos,  las  autoridades  civiles  y  las  religiosas.  Ya  iremos 
viendo  cómo  a  las  casas  matrices  de  cada  una  de  ellas,  llegan  las  continuas 
peticiones  de  frailes,  para  que  vayan  a  hacerse  cargo  de  antiguos  hospitales 
en  decadencia  o  bien  de  nuevos  que  se  pretenden  fundar.  A  consecuencia 
de  esto,  como  veremos,  la  mayor  parte  de  los  hospitales  de  la  Nueva  España, 
van  quedando  en  el  siglo  XVII,  a  cargo  de  las  diversas  órdenes  hospitalarias. 

Excepción  total  a  lo  dicho,  son  los  hospitales  de  Michoacán  y  regiones  cir- 
cunvecinas, las  cuales  por  la  forma  misma  en  que  están  constituidos,  siguen 
siendo  organizaciones  indígenas  tuteladas  por  los  franciscanos,  agustinos  y  el 
clero  secular,  especialmente  por  éste,  que  es  quien  poco  a  poco  va  quedándose 
con  todas  las  parroquias,  pese  a  los  privilegios  pontificios  de  los  frailes. 

Aun  cuando  todas  las  religiones  hospitalarias  tienen  como  denominador 
común  el  voto  de  hospitalidad,  cada  una  de  ellas  tiene  su  propio  carácter, 
dimanado  de  especiales  constituciones.  En  sus  obras  externas,  se  manifiesta 
en  la  especialización  de  actividades  de  cada  una  de  ellas.  La  orden  de  la 
Caridad  como  vimos  en  el  tomo  I  se  ocupaba  de  todos  los  necesitados  ya 
fuesen  locos,  atrasados  mentales,  convalecientes,  huérfanos,  desocupados,  via- 
jeros incurables,  etc.  No  hubo  orden  alguna  que  extendiera  los  brazos  con 
esa  amplitud  de  caridad  como  ella  lo  hizo.  Durante  el  siglo  XVII  sigue  sos- 
teniendo los  hospitales  que  fundara  en  el  XVI  y  solamente  toma  a  su  cargo 
dos  nuevos.  La  orden  de  San  Juan  de  Dios  realiza  también  una  obra  de  mag- 
nitud gigantesca  y  casi  tan  sin  límites  como  la  anterior  y  si  bien  no  atiende 
a  todos  los  miserables  funcionando  como  casa  de  misericordia,  sí  socorre  a 
toda  clase  de  enfermos,  extendiéndose  hasta  el  grupo  menos  socorrido  en  el 
siglo  anterior:  los  leprosos. 

La  orden  de  San  Juan  de  Dios  se  establece  en  México  y  toma  a  esta  nación 
como  centro  de  sus  actividades  en  los  dominios  hispánicos  del  hemisferio  norte. 
Así  constituyó  la  llamada  Provincia  del  Espíritu  Santo  que  comprendía  el 
Reino  de  la  Nueva  España,  *  Reino  de  la  Nueva  Galicia,  Goatemala,  Nicara- 
gua y  Yucatán,  las  Filipinas  e  Islas  de  Barlovento.  1 

Como  cabecera  y  casa  matriz  de  esta  enorme  provincia  se  hallaba  el  hos- 

*  El  Reino  de  la  Nueva  España  comprendía  el  D.  F.,  Durango  (parte),  Guanajuato, 
Guerrero,  Hidalgo,  Veracruz,  Coahuila,  parte  de  Jalisco,  Edo.  de  México,  Michoacán, 
Morelos,  Oaxaca,  Tlaxcala,  Puebla,  Querétaro,  parte  de  San  Luis  Potosí,  Tabasco, 
Tamaulipas  y  Texas. 

1  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hosp.  T.  74,  Exp.  5. 


10 


pital  de  Nuestra  Señora  de  los  Desamparados  o  San  Juan  de  Dios  de  la 
ciudad  de  México.  Para  toda  América  sólo  hubo  otras  dos  provincias  cuyas 
cabeceras  residieron  en  Panamá  y  Lima.  Estas  tres  casas:  México,  Centro  y 
Sudamérica  eran  las  únicas  a  las  que  las  autoridades  otorgaron  la  categoría 
de  conventos  y  por  tanto,  también  las  únicas  en  las  cuales  se  podía  dar  hábito 
y  tener  noviciado  o  sea  los  exclusivos  lugares  de  formación  de  los  juaninos  en 
estas  tierras. 

Se  dieron  numerosas  disposiciones  para  evitar  que  los  que  se  habían  esta- 
blecido como  hospitales  se  titulasen  conventos. 

Desde  mucho  tiempo  atrás  venía  luchándose  en  España  por  contener  el 
aumento  exorbitante  del  clero  regular.  No  podía  fundarse  convento  sin  au- 
torización especial  del  rey,  que  en  el  caso  de  América  se  otorgaba  sólo  tras  la 
información  de  las  autoridades  civiles  y  religiosas  del  lugar  y  la  aprobación 
del  Consejo  de  Indias,  si  éste  la  consideraba  de  verdadera  utilidad  pública. 
En  cambio,  para  fundar  un  hospital,  como  la  política  gubernamental  era  fo- 
mentar su  establecimiento,  no  se  requerían  tantas  condiciones.  Sin  embargo, 
como  el  peligro  estaba  en  que  obtenido  el  permiso  para  éste  los  frailes  lo 
transformasen  poco  después  en  convento,  al  aprobarse  la  fundación  de  un 
hospital  se  prohibía  expresamente  se  cambiase  su  destino.  A  pesar  de  ello 
muchos  lo  hicieron  así.  En  todo  el  XVIII  hay  una  franca  tendencia  a  restar 
importancia  al  hospital  y  dársela  al  convento,  como  veremos. 

La  extensión  de  la  obra  juanina  en  toda  la  Nueva  España  es  la  mayor 
entre  las  órdenes  hospitalarias,  tanto  por  el  número  de  hospitales  fundados 
por  sus  frailes,  como  por  las  instituciones  que  se  pusieron  a  su  cargo.  Es  tal 
la  importancia  de  ella,  que  hace  brotar  de  las  manos  reales  una  serie  de 
cédulas,  en  las  cuales  se  consignan  los  derechos,  preeminencias,  prerrogativas, 
obligaciones  y  restricciones  de  la  Orden.  Legislación  casuística,  que  más  tarde 
se  hará  extensiva  a  todas  las  órdenes  hospitalarias  del  Nuevo  Mundo.  Como 
ejemplo  de  ella  citaremos  a  la  Ley  5a.,  Libro  I,  Título  IV.  Dada  en  Madrid 
por  Felipe  IV  el  20  de  abril  de  1652. 

La  Ley  se  refiere  al  orden  que  debe  haber  en  los  hospitales  de  San  Juan 
de  Dios  y  consta  de  treinta  disposiciones.  De  ellas  extractaremos  las  más  im- 
portantes. Primeramente,  se  distinguen  tres  clases  de  hospitales  que  son:  los 
fundados  con  una  dotación  de  la  Real  Hacienda.  Estos  pertenecen  al  Real 
Patronato.  Los  fundados  por  ciudades  o  personas  particulares,  que  aunque 
dotados  con  rentas  por  sus  fundadores,  pidieron  más  tarde  ayuda  de  la  Real 
renta,  encomienda  o  repartimiento.  Finalmente  los  que  fueron  fundados  por 
ciudades  o  personas  particulares,  con  asignaciones  o  limosnas  suficientes  y  que 
nunca  solicitaron  ni  recibieron  ayuda  del  gobierno.  El  control  de  los  bienes  de 
estos  tres  tipos  de  hospitales  lo  reglamenta  el  rey  así: 

Los  del  Real  Patronato  darán  cuentas  a  los  Oficiales  Reales  o  a  la  justicia 


11 


ordinaria  anualmente.  Los  segundos  darán  cuentas  anuales  al  ordinario  ecle- 
siástico, interviniendo  en  ello  un  oficial  de  la  Real  Hacienda. 

Los  últimos  darán  las  cuentas  cada  año  al  ordinario  eclesiástico  asistiendo 
a  dicho  acto  los  diputados  de  la  ciudad  pero  éstos  sólo  en  calidad  de  asistentes, 
no  de  interventores. 

Otro  tema  de  los  que  abarca  la  ley,  es  el  referente  a  los  religiosos  que  ha 
de  haber  en  los  hospitales.  Se  ordena  que  haya  en  cada  hospital  los  "religiosos 
necesarios"  al  cuidado  de  los  enfermos,  pero  no  más.  Que  el  número  que  deba 
haber  lo  señale  el  Virrey,  presidentes  de  audiencia,  gobernadores,  corregidores 
o  comisarios  de  acuerdo  con  los  arzobispos  u  obispos  y  oyendo  al  Vicario  ge- 
neral o  prior  del  hospital. 

En  cada  hospital  habrá  solamente  uno  o  dos  sacerdotes  e  igual  ocurra  en 
las  casas  matrices. 

Los  sacerdotes  sólo  servirán  para  administrar  los  sacramentos.  Deberán  tener 
licencia  de  sus  prelados  y  no  podrán  gobernar  hospitales  ni  conventos. 

Los  frailes  que  estuviesen  de  más  en  un  convento  se  pasarán  a  otro  nece- 
sitado de  ellos.  Los  que  estuviesen  de  sobra  llenadas  las  necesidades  de  todos 
los  hospitales  de  una  orden,  se  regresarán  a  España. 

Estaba  prohibido  dar  hábito  tanto  a  criollos  como  españoles  en  los  hospitales, 
sólo  podía  hacerse  en  los  conventos  de  Lima,  Panamá  y  México. 

Quedaba  terminantemente  prohibido  convertir  los  hospitales  en  conventos. 
En  esta  disposición  se  define  claramente  cuál  es  la  razón  por  la  que  se  admiten 
las  órdenes  hospitalarias,  cuando  se  les  indica  que  los  hospitales  se  les  dan 
sólo  para  que  atiendan  a  los  enfermos,  no  para  propagar  el  instituto  de  San 
Juan  de  Dios. 

Claramente  lo  expresa  la  ley  cuando  dice  que  los  Hermanos  deben  entender 
cuando  les  encargan  un  hospital,  que  no  entran  a  él  como  dueños  y  señores 
de  ellos,  de  sus  rentas  y  limosnas,  sino  sólo  "como  Ministros  y  Asistentes  de 
los  Hospitales  y  de  sus  pobres  y  para  servir  a  Dios  en  ellos". 

Para  mayor  control  de  los  bienes  de  los  hospitales  el  rey  exige  que  los  reciban 
por  inventario  y  que  del  mismo  modo  los  entreguen  cuando  los  dejen. 

Pueden  los  frailes  tomar  de  los  bienes  de  los  hospitales  a  ellos  encargados 
para  su  sustento  y  vestuario,  pero  sin  exceso. 

Les  concede  el  rey  derecho  a  tener  iglesias,  campanas  y  a  no  pagar  derechos 
de  entierro  a  los  que  muriendo  en  sus  hospitales  en  ellos  se  enterraren. 

Finalmente  ordénase  que  sean  remitidos  a  España  en  primer  lugar  los  frailes 
que  colgasen  el  hábito  y  en  segundo  los  que  en  las  Indias  no  guardasen  debida- 
mente las  constituciones  de  su  Orden. 

El  control  de  la  vida  privada  de  los  frailes  así  como  el  cumplimiento  de  sus 
deberes  religiosos,  los  deja  la  corona  en  manos  de  los  superiores  de  la  Orden. 

Hubo  otras  leyes  anteriores  a  ésta,  por  ejemplo  la  ley  24a.  Libro  I,  Título 


12 


XIV,  dada  en  1630;  la  ley  7a.  Libro  I,  Título  IV,  dada  en  1626;  la  ley  6a. 
Libro  I,  Título  IV,  dada  en  1633  y  otras,  pero  según  parece  ésta  de  1652  fue 
la  definitiva  (no  conocemos  ninguna  otra  tan  completa),  para  reglamentar  la 
vida  y  obra  de  los  juaninos  en  estas  tierras.  *  Más  aún,  a  partir  de  1652  todos 
los  juristas  cuando  se  refieran  a  asuntos  concernientes  a  cualquiera  de  las 
órdenes  hospitalarias,  tendrán  que  hacer  mención  de  esta  famosa  ley  V,  Libro 
I,  Título  IV.  Véase  como  ejemplo  de  estas  menciones  la  que  se  consigna  en 
el  Tomo  lo.  Expediente  15  del  Ramo  Hospitales  del  Archivo  General  de  la 
Nación  de  México. 

Los  Canónigos  reglares  de  San  Agustín  del  Instituto  de  San  Antonio  Abad, 
eran  los  miembros  de  una  Orden  religiosa  fundada  en  Francia  en  1905.  Su 
fin  era  el  de  cuidar  a  los  enfermos  de  "fuego  sacro".  Se  trataba  de  una  Orden 
medioeval  que  conservaba  muchos  aspectos  de  las  órdenes  militares,  sin  serlo.2 
No  era  en  el  siglo  XVII  una  organización  pujante  y  vigorosa  como  la  de 
San  Juan  de  Dios  o  la  de  Bernardino  Alvarez.  En  sus  varios  siglos  de  exis- 
tencia había  pasado  ya  por  épocas  de  explendor,  de  auge,  de  riqueza  y  de 
relajación  tremenda.  Llegaba  a  la  Nueva  España  ya  decadente.  Sólo  tuvo  a 
su  cargo,  el  Hospital  de  San  Antonio  Abad  de  la  ciudad  de  México  y  su 
influjo  en  la  vida  religiosa  del  pueblo  fue  de  poca  importancia.  No  tuvieron 
noviciado  aquí,  ni  gozó  su  casa  de  la  menor  independencia  de  España.  Posi- 
blemente es  la  única  Orden  religiosa  que  no  se  desarrolló  aquí  por  sí  misma. 
Allá  se  decidía  todo  y  allá  se  elegía  al  prior  o  comendador. 

Sin  embargo,  no  hay  que  olvidar  que  aunque  en  muchas  ocasiones  no  fue- 
ron ellos  los  más  caritativos  con  los  pobres,  sí  fueron  al  menos  los  que 
aproximadamente  siglo  y  medio  dieron  asilo  a  unos  enfermos  despreciados  y 
abandonados  por  todos.  Estos  eran  los  que  sufrían  el  repugnante  "mal  de 
San  Antón",  "fuego  sacro"  o  "mal  leonino",  que  de  los  tres  modos  se  conocía. 
Enfermedad  que  en  su  aspecto  exterior  se  asemejaba  a  la  lepra,  con  la  que  se 
le  confundía  frecuentemente  y  que  producía  la  misma  repulsión  social  que 
ella,  siendo  que  actualmente  no  se  le  da  más  importancia  que  la  de  una  avita- 
minosis. Los  Antoninos  usaban  un  hábito  de  paño  azul  con  escapulario  y  capa 
del  mismo  color.  Sobre  ésta  tenían  bordada  la  letra  griega  tau. 

La  Orden  de  Nuestra  Señora  de  Belem,  fue  una  institución  nacida  en  Amé- 
rica y  fundada  por  el  Venerable  Pedro  de  San  José  Vetancourt  originario  de 
la  Isla  de  Tenerife,  en  las  Canarias.  Pasó  a  América  en  1650,  estableciéndose 

*  Véase  esta  legislación  en  el  Cedulario  de  Encinas  en  la  Recopilación  de  las  Leyes  de 
los  Reinos  de  los  Indios  y  en  los  capítulos  respectivos  de  la  obra  Beneficencia  de  España 
en  Indias  de  Julia  HerrÁez  S.  de  Escriche  y  el  apéndice  de  este  libro. 

2  Heimbucher,  Max,  Die  Orden  und  Kongregationen  der  Katholeschen  Kirche.  3a. 
edición,  Volumen  1,  pp.  423-424. 


13 


en  Guatemala.  Allí  se  dedicó  a  la  enseñanza  de  la  religión  y  primeras  letras 
para  los  niños  pobres.  Su  espíritu  piadoso  lo  llevó  a  tomar  el  hábito  de  Tercero 
franciscano  en  1655.  Poco  después  consiguió  un  terreno  y  con  limosnas  que 
recogió,  levantó  un  hospital,  del  que  fue  primer  huésped  una  negra  convale- 
ciente. Admiradores  de  su  obra  se  unieron  a  él  y  juntos  formaron  la  congrega- 
ción Betlemita,  en  honor  de  Nuestra  Señora  de  Belén.  Las  obligaciones  de  esta 
organización  fueron,  cuidar  a  los  convalecientes  y  enseñar  a  los  niños  pobres  a 
leer,  escribir  y  contar.  3 

La  obra  entusiasmó  a  los  reyes,  quienes  se  hicieron  sus  patrones  el  17  de 
mayo  de  1696.  La  Santa  Sede  la  aprobó  primero  en  calidad  de  hermandad. 
Sus  votos  eran  entonces  simples,  es  decir,  que  sólo  les  obligaban  mientras  vi- 
vían en  la  hermandad.  4 

Murió  José  de  Vetancourt  sin  haber  dado  reglas  ni  constituciones  a  su  con- 
gregación, pero  dispuso  en  su  testamento,  que  el  hermano  Rodrigo  de  la  Cruz 
las  escribiese.  Este  las  hizo  y  siendo  obispo  de  la  diócesis  guatemalteca  Fray 
Payo  Enríquez  de  Rivera,  las  aprobó.  S.  S.  Clemente  X,  dio  su  aceptación  en 
1672,  y  en  1674  les  concedió  ya  como  orden  religiosa,  los  votos  perpetuos  y 
otras  prerrogativas. 

Gobernando  aún  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  la  Orden  se  extendió  al  Perú  y 
a  la  Nueva  España.  En  Guatemala  residió  siempre  el  Prefecto  Mayor  o  Ge- 
neral, del  cual  dependían  las  casas  tanto  de  Guatemala  como  de  la  Nueva 
España  y  Perú.  5 

Aun  cuando  en  un  principio  se  dedicaron  sólo  a  los  convalecientes,  la  nece- 
sidad de  hospitales  los  obligó  a  recibir  enfermos.  Así  los  hallaremos  teniendo 
a  su  cargo  numerosos  hospitales  y  atendiendo  lo  mismo  a  los  convalecientes 
que  a  los  enfermos.  Anexa  a  esta  obra  desarrollaron  la  otra  prescrita  por  sus 
reglas,  la  enseñanza  de  niños  pobres.  De  este  modo  cada  uno  de  sus  hos- 
pitales fue  también  lo  que  hoy  llamaremos  un  centro  de  alfabetización. 

El  hábito  de  los  Betlemitas  era  una  túnica  color  pardo  oscuro  con  capucha 
puntiaguda.  Se  ceñía  con  la  correa  de  San  Agustín.  Se  cubrían  con  una  capa 
corta  con  un  escudo  en  que  aparecía  una  estrella  de  plata  iluminando  tres 
coronas  de  oro  sobre  campo  azul.  Símbolos  todos  de  la  visita  de  los  tres  reyes 
magos  al  Niño  Jesús  en  Belén.  Traían  colgado  al  cuello  un  rosario  en  honor 
de  Nuestra  Señora.  Como  detalle  distintivo  en  sus  personas  usaban  barba 
larga  y  poblada.  6  También  usaban  para  salir  a  la  calle  sombrero  de  ala 

3  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pag.  575. 

*  Vetancourt,  Fray  Agustín  de,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  Ciudad  de  Mé* 

xico",  pag.  37. 

5  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  5-75-576. 

*  Sosa,  Francisco,  El  episcopado  mexicano,  pag.  270. 


14 


ancha  de  lana  pardo  oscura. 7  Por  las  reformas  que  a  las  constituciones  se 
hicieron  en  1685  y  que  fueron  las  definitivas,  el  gobierno  de  la  orden  quedó 
organizado  así: 


f  Secretario  General 


Prefecto  Mayor  o 
General 

Residía  turnada- 
mente  en  Guate- <( 
mala,  Perú,  o  Nue 
va  España 

Cuatro  asistentes 


Viceprefecto 
neral 


Ge- 


Prelado  local 
Uno  en  cada  casa  <( 
de  Nueva  España 


Prelado  local 
Uno  en  cada  casa  < 
del  Perú 


Prelado  local 
Uno  en  cada  casa  <( 
de  Guatemala 


Cuatro  discretos 
Un  Maestro  de  Novi- 
cios 

Un  Enfermero  Mayor 
Un  Procurador 

r  Cuatro  discretos 
Un  Maestro  de  Novi- 
cios 

Un  Enfermero  Mayor 
Un  Procurador 

Cuatro  discretos 
Un  Maestro  de  Novi- 
cios 

Un  Enfermero  Mayor 
Un  Procurador. 8 


7  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  577-578. 
*  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  576-577. 


15 


CAPITULO  II 


LOS  HERMANOS  DE  LA  CARIDAD  DE  SAN  HIPOLITO 
EN  LAS  FUNDACIONES  DEL  SIGLO  XVII 


Hospital  del  Espíritu  Santo 
y  Nuestra  Señora  de  los  Remedios 

México,  D.  F. 


En  el  año  de  1602,  don  Alonso  Rodríguez  del  Vado  y  su  mujer  doña  Ana 
de  Saldívar,  decidieron  fundar  a  su  costa  un  hospital  y  darle  en  dote  su  enor- 
me fortuna.  Para  formalizar  su  proyecto,  firmaron  una  escritura  el  17  de  fe- 
brero y  el  13  de  marzo  del  mismo  dicho  año,  el  Virrey  don  Gaspar  de  Zú- 
ñiga  y  Acevedo  Conde  de  Monterrey,  aprobaba  la  obra.  1  Es  la  misma  doña 
Ana  quien  nos  informa  por  qué  y  cómo  se  hizo  la  fundación,  diciendo:  "el 
dicho  mi  marido  e  yo,  de  un  acuerdo  y  conformidad  con  celo  y  animo  de  servi- 
cio de  Dios  Nuestro  señor  ynstituimos  y  fundamos  de  nuestros  Bienes,  Capitales 
y  gananciales  y  los  demás  que  nos  perteneciessen  un  ospital  de  la  adbocassión 
de  el  espiritu  Santo  y  Nuestra  Señora  de  los  Remedios".  .  .  "en  la  calle  que 
disen  de  los  Oydores".  .  .  (actual  Isabel  la  Católica)  ".  .  .donde  se  qurasen  los 
pobres  enfermos  hombres  y  mugeres  españoles  y  se  les  comunicasen  los  sanctos 
Sacramentos".  .  . 2 

Los  fundadores  se  reservaron  para  sí  el  patronato,  reteniendo  durante  sus 
vidas  la  administración  de  los  bienes  con  que  lo  habían  dotado.  A  la  muerte 

1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  8,  "Los  hermanos  de  la  Caridad  de  San 
Hipólito  con  el  Prior  y  Cónsules  de  la  Universidad  de  Mercaderes".  .  . 

2  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  7,  "Ejecutoria  del  pleito  que  el  Gral. 
de  San  Hipólito".  .  . 


16 


Hospital  Real  de  Naturales  de  Acámbaro,  Gto.  Erigido  en  1532  por  los 
Franciscanos  Fray  Antonio  de  Bermul  y  Fray  Juan  Quemada  Lazo. 


Hospital  Real  de  la  Purísima  Concepción  de  Uruapan,  Mich.,  fundado  hacia  1540 
por  el  insigne  franciscano  Fray  Juan  de  San  Miguel,  cuya  imagen  aparece  en  el 
nicho  sobre  la  portada.  La  ornamentación  es  marcadamente  indígena. 


de  uno  de  los  cónyuges,  el  patronazgo  quedaría  en  el  otro  de  por  vida.  Como 
no  tenían  herederos,  al  desaparecer  ambos,  la  administración  quedaría  a  cargo 
de  dos  miembros  de  la  Universidad  de  los  comerciantes  (prior  y  cónsul)  y 
del  hermano  mayor  y  el  provincial  de  San  Hipólito.  Como  capellán  perpetuo 
se  nombró  al  Presbítero  Pedro  Rodríguez  Saldívar.  3 

Los  patronos  sólo  reclamaron  en  su  propio  beneficio  que  se  les  dijeran  misas 
en  los  aniversarios  de  sus  muertes. 4  El  cuidado  de  los  enfermos  y  toda  la 
vida  interior  del  hospital  quedaba  a  cargo  de  los  Hermanos  de  la  Caridad  de 
San  Hipólito. 

Don  Alonso  murió  el  primero  y  doña  Ana  quedóse  en  un  principio,  como 
patrona  que  era,  administrando  los  bienes,  pero  poco  tiempo  antes  de  morir 
renunció  al  patronato  en  manos  de  los  dos  comerciantes  y  los  dos  frailes  se- 
ñalados en  las  escrituras  de  fundación. 

Al  hacer  entrega  del  patronato,  doña  Ana  hizo  renuncia  de  todos  sus  bienes, 
reservándose  únicamente  la  casa  en;  que  vivía,  sus  muebles,  plata  y  esclavos, 
más  1000  pesos  de  oro  común  que  debían  darle  anualmente  y  mientras  vivie- 
ra, los  señores  cónsules  que  administraban  los  bienes  de  hospital. 

La  dotación  que  don  Alonso  y  doña  Ana  dieron  a  su  hospital  fue  muy  am- 
plia, consistía  en  primer  lugar  en  la  casa  habitación  de  los  fundadores,  que 
fue  donde  se  hizo  el  hospital,  con  sus  salas,  enfermerías,  oficinas,  iglesia,  sa- 
cristía, antesacristía,  jardín,  etc.  Cuarenta  y  cuatro  fincas  urbanas  que  com- 
prendían, casas  solas,  vecindades  y  tiendas;  más  fincas  rústicas,  que  agrupa- 
ban varias  haciendas,  todo  lo  cual  sumaba  un  capital  de  más  de  100,000 
pesos,  que  en  aquellos  tiempos  constituía  una  riqueza  enorme.  Dieron  además 
al  hospital  todo  lo  necesario  para  su  misión,  esto  es,  lo  amueblaron  y  prove- 
yeron de  todo  lo  que  un  hospital  y  una  iglesia  necesitaban  y  finalmente  le  en- 
tregaron veintidós  esclavos,  entre  niños,  hombres  y  mujeres,  para  su  servicio.5 
No  tenemos  noticias  precisas  de  cómo  varió  la  economía  del  hospital  a  través 
de  los  siglos,  pero  por  datos  relacionados  a  los  servicios  que  el  hospital  pres- 
taba, podemos  suponer  una  época  de  auge  en  el  XVII  que  se  extienda  hasta 
principios  del  XVIII.  Para  finales  de  este  último  siglo,  el  hospital  estaba  en 
penuria,  las  entradas  fijas  que  eran  las  provenientes  de  casas  y  censos,  suma- 
ban anualmente  2246  pesos,  mas  a  veces  sólo  sumaban  193  pesos  mensuales, 
cuando  los  gastos  llegaban  a  465  pesos.  Otras  veces  las  entradas  llegaban  a 
los  394  pesos  mensuales  y  los  gastos  si  no  se  hacían  reparos  y  había  pocos  en- 
fermos, no  excedían  a  los  262  pesos.  Cuando  las  entradas  aumentaban  no  era 
por  aumento  del  capital,  sino  porque  los  ingresos  extraordinarios  que  eran 

3  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  45,  Exp.  7,  "Ejecutoria  del  pleito.  .  . 

4  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  8. 

5  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  7  "Ejecutoria  del  pleito.  .  . 

17 

H  2 


las  limosnas  habían  sido  abundantes.  Empero  estos  ingresos  eran  esporádicos 
y  eventuales.  6  Sin  embargo  todavía  al  comenzar  el  siglo  XIX  los  escasísimos 
enfermos  que  allí  se  recibían,  eran  sostenidos  con  los  restos  de  aquella  gran 
dotación  que  dieran  los  fundadores. 

Aunque  el  fin  principal  del  hospital  era  el  cuidado  de  los  enfermos  espa- 
ñoles, tanto  hombres  como  mujeres,  los  fundadores  instituyeron  otras  obras 
de  caridad  anexas,  tales  como  la  ayuda  a  los  pobres  vergonzantes,  que  debía 
darse  en  el  hospital.  Esta  abarcaba  tanto  a  españoles  como  a  indígenas  de 
ambos  sexos.  Todo  lo  que  sobraba  diariamente  en  las  enfermerías  debía  darse 
a  los  pobres,  añadiéndose  pan  a  los  españoles  y  cacao  a  los  indios.  Había  ade- 
más un  aposento  especial  para  dar  diariamente  de  comer  a  los  pobres.7  Dice 
Marroquí,  y  con  él  todos  los  que  lo  han  copiado,  que  viviendo  aún  los  funda- 
dores, ellos  mismos  pretendieron  cambiar  el  destino  de  sus  bienes,  haciendo 
una  escuela  de  teología  para  los  franciscanos  en  vez  de  hospital,  pero  que  las 
autoridades  no  se  los  permitieron.  Sin  embargo,  Fray  Agustín  de  Vetancourt 
afirma  lo  contrario,  esto  es  que  primero  se  pretendió  la  escuela  y  luego,  con 
autorización  pontificia  se  hizo  hospital.8  Según  los  documentos,  escrituras  de 
fundación  y  testamento  de  los  patrones,  que  existen  en  nuestro  Archivo  Ge- 
neral de  la  Nación,  es  esto  último  lo  que  parece  cierto,  pues  no  hay  escrito 
alguno  en  que  se  note  ni  siquiera  una  ligera  tendencia  a  deshacer  la  obra  del 
hospital.  Lo  importante  es  que,  para  el  año  de  1612,  Alonso  Rodríguez  de 
Vado  y  su  mujer  Ana  de  Saldívar,  entregaban  a  la  única  orden  hospitalaria 
existente  entonces  en  México,  el  hospital  titulado  "El  Espíritu  Santo  y  N.  S. 
de  los  Remedios".  Recibió  la  institución  como  primer  Hermano  Mayor  Fray 
José  Hernández.9 

Más  de  veinte  años  vivieron  aún  los  fundadores  administrando  como  pa- 
tronos el  hospital.  Las  rentas  se  conservaban  incólumes  y  el  número  de  en- 
fermos  atendidos  era  normalmente  de  ciento  cuarenta.10 

Murió  primeramente  don  Alonso  y  todo  siguió  igual,  mas  tras  la  muerte 
de  doña  Ana,  la  armonía  reinante  entre  los  cuatro  patronos  se  rompió.  Los 
priores  y  cónsules  relegaron  a  los  frailes  al  solo  cuidado  del  hospital,  tomando 
ellos  para  sí  todo  el  poder  en  el  manejo  de  los  bienes.  Don  Alonso  Rodríguez 
de  Vado  había  dispuesto,  que  el  sobrante  de  los  productos  se  reinvirtiese, 
para  que  los  bienes  no  se  menoscabasen  jamás.  Sin  embargo  los  señores  de 

6  A.H.I.N.A.H.,  Colección  Lira,  113-48  pag.  5. 

7  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  8,  "Los  hermanos  del  hospital  de  San 
Hipólito. 

s  Vetancourt,  Fray  Agustín  de,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  Ciudad  de 
México",  pag.  40. 

8  Díaz  de  Arce,  Juan,  Vida  del  Próximo  Evangélico,  pp.  322-325. 

10  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  359-360. 


18 


la  Universidad  de  Mercaderes,  no  tomaron  en  cuenta  esta  disposición,  ni  la 
que  les  prohibía  vender  los  bienes  u  objetos  del  hospital,  manejando  y  ven- 
diendo sus  propiedades  como  si  fuesen  suyas.  Esto  causó  la  airada  protesta 
del  prior  de  San  Hipólito,  quien  consiguió  ejecutoria  en  su  favor,  reconocién- 
doseles a  los  frailes  el  mismo  derecho  en  la  administración  de  los  bienes, 
que  a  los  mercaderes,  pues  eran  patronos  con  dos  votos  al  igual  que  el  prior 
y  cónsul  de  los  comerciantes.  Lograron  los  Hermanos  de  la  Caridad  que  se 
prohibiese  a  los  comerciantes  vender  propiedades  del  hospital  bajo  pena  de 
excomunión.11 

A  partir  del  año  1634  los  Hermanos  volvieron  a  tener  parte  en  la  admi- 
nistración económica  del  nosocomio.  Su  acción  atinada  logró  que  el  hospital 
del  Espíritu  Santo  se  colocase  a  la  cabeza  de  los  hospitales  novohispanos.  El 
trabajo  fue  intenso,  el  edificio  estaba  amenazando  ruina  desde  la  inundación 
de  1629,  pese  a  los  reparos  constantes  que  se  le  hacían;  además,  como  era 
una  residencia  adaptada,  presentaba  multitud  de  incomodidades  y  para  col- 
mo carecía  de  agua.  En  1636  consiguieron  una  merced  de  agua  exclusiva 
para  el  hospital,  y  para  fines  del  siglo,  sacaban  desde  los  cimientos  un  nuevo 
edificio.  Primero  hicieron  la  parte  propia  del  hospital,  después  la  habitación 
de  los  frailes  o  convento  y  finalmente  la  iglesia.  Esta  última  tardó  muchos 
años  en  construirse  y  no  se  concluyó  hasta  17 15. 12 

Respecto  al  número  de  enfermos  que  se  atendían  tenemos  datos  consigna- 
dos por  diferentes  autores,  pero  nada  hemos  hallado  de  primera  mano.  Sosa 
nos  dice  que  los  enfermos  llegaban  a  ciento  cuarenta  13  y  Vetancourt  en  su 
Tratado  de  la  Ciudad  de  México  indica  que  cuando  las  rentas  se  menosca- 
baron el  número  de  enfermos  disminuyó  a  sólo  sesenta.  Marroquí  en  La 
Ciudad  de  México,  nos  da  una  cifra  aún  menor,  que  consideramos  es  la  de 
la  época  de  la  decadencia:  veinticinco  enfermos.  Al  ser  clausurado  sólo  tenía 
ya  un  enfermo.  En  sus  últimos  tiempos  el  hospital  atendía  hombres  única- 
mente. La  época  de  mayor  apogeo  de  esta  institución  fue  el  siglo  XVII.  A 
ésta  corresponde  un  servicio  en  promedio  de  ciento  cincuenta  enfermos  dia- 
rios. 

Organización  del  Hospital. 

El  hospital  era  atendido  por  un  personal  religioso  compuesto  de  un  Her- 
mano Mayor  y  hermanos  menores,  cuyo  número  varió  con  los  siglos.  Además 
un  capellán  que  podía  ser  clérigo  secular  o  de  la  Orden  de  la  Caridad.  Ya 

n  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45,  Exp.  7  Ejecutoria. 

12  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  359-360. 

13  Sosa,  Francisco,  El  episcopado  Mexicano,  pp.  221-222. 


19 


sabemos  que  en  los  hospitales  de  esta  congregación  los  mismos  frailes  hacían 
el  oficio  de  médicos  y  cirujanos.  Los  servicios  de  limpieza,  cocina,  etc.  los 
realizaban  los  esclavos  que  les  habían  legado  los  fundadores. 

Para  el  siglo  XVIII  las  cosas  fueron  variando.  Así  encontramos  a  ocho 
Hermanos  de  la  Caridad  incluyendo  el  prior,  un  médico,  un  cirujano  y  un 
barbero,  encargados  de  la  parte  clínica.  Para  la  cuestión  administrativa  que 
estaba  en  manos  de  los  frailes,  había  como  ayudante,  un  amanuense.  Para 
atender  a  la  iglesia,  además  del  capellán  hubo  un  sacristán  y  un  campanero. 
Dedicados  a  los  servicios,  pero  ya  no  en  calidad  de  esclavos,  sino  como  sir- 
vientes, había  un  enfermero,  un  cocinero,  un  ayudante  de  cocina,  un  lavan- 
dero  y  un  barrendero.  Todos  éstos  ganaban  un  real  semanario.14  Cuando  el 
hospital  vino  a  menos,  el  personal  se  redujo  al  prior,  cuatro  legos  y  un  do- 
nado, un  capellán  (clérigo  secular  o  sacerdote  de  la  orden),  un  médico  y 
cinco  sirvientes. 

Al  ir  a  clausurarse  la  institución  en  1820,  sólo  había  ya  un  Hermano  de  la 
Caridad.15  La  ausencia  de  enfermeras  nos  confirma  que  desde  mediados  del 
XVIII  no  se  recibían  ya  mujeres. 

Sobre  la  magnífica  labor  de  los  Hermanos  de  la  Caridad  y  respecto  a  la 
forma  en  que  atendían  a  los  enfermos,  nada  nos  habla  mejor  que  aquel  ser- 
món del  P.  Pedro  de  Avcndaño  y  Suárez  de  Souza,  dicho  en  la  festividad  del 
Espíritu  Santo  el  año  de  1697  que  ya  mencionamos  en  la  página  226  del 
tomo  I.  En  una  época  en  que  el  fervor  religioso  de  la  orden  se  hallaba  en  su 
altura  máxima,  claro  está  que  los  servicios  en  sus  hospitales  fueran  insupe- 
rables. Respecto  al  hospital  del  Espíritu  Santo  todas  las  opiniones  en  el  XVII 
están  acordes  en  que  siendo  todos  los  hospitales  de  la  Orden  de  la  Caridad 
buenos,  el  mejor  era  éste.  En  él  los  frailes  atendían  a  los  enfermos  con  una 
tan  extremada  diligencia  que  rebasaba  los  límites  de  toda  obligación,  eleván- 
dose a  los  terrenos  del  más  puro  amor  al  prójimo. 

Desgraciadamente  esta  situación  no  se  mantuvo  en  el  XVIII.  La  Orden 
entera  empezó  a  decaer  y  el  hospital  con  ella.  De  esa  época  es  un  famoso 
pleito  ocasionado  por  el  General  Fray  José  de  la  Peña,  que  se  negaba  a  dar 
cuentas  de  su  administración.  Afortunadamente  él  mismo  terminó  dándolas 
de  su  motu  proprio  eligiéndose  después  nuevo  General.  16 

Esa  mediocre  y  luego  mala  atención  a  los  enfermos,  terminó  por  ser  nula, 
al  grado  que  en  el  XIX,  no  había  ya  ningún  paciente.  En  el  siglo  XVII  en- 
contramos muy  ligado  al  hospital  al  Obispo  Aguiar  y  Seijas,  quien  se  cons- 
tituyó en  su  máximo  protector.  Las  limosnas  que  daba  diariamente  eran  más 

14  A.H.I.N.A.H.  Colección  Lira,  113-48  pag.  5. 

15  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  ¿59-365. 

16  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pag.  365. 


20 


de  30  pesos  y  sus  donativos  en  dos  años  ascendieron  a  más  de  18,300  pesos. 
A  esto  se  sumaban  frazadas,  camisas,  piezas  de  ruán  de  China,  cotense  para 
sábanas  y  colchones,  amén  de  maíz,  chocolate  y  azúcar  para  los  enfermos.  No 
se  contentaba  con  esto  su  Excelencia,  él  constante  y  personalmente  visitaba 
la  institución  pasando  largas  horas  con  los  enfermos.  Cuando  estaba  en  el 
hospital  se  amarraba  la  cabeza  con  un  paño  rojo  y  sucio,  para  confundirse 
con  cualquiera  de  los  enfermos  y  que  no  se  le  rindieran  honores.  La  caridad 
de  este  Arzobispo  se  extendía  aún  más,  había  establecido  un  servicio  de  farma- 
cia para  enfermos  pobres,  consistente  en  firmar  las  recetas  de  todos  los  más 
necesitados.  Así  con  la  sola  firma  del  arzobispo  éstos  conseguían  gratis  los 
medicamentos,  pues  él  los  pagaba  anualmente. 17 

La  iglesia  del  hospital  era  una  de  las  mejor  atendidas  de  la  ciudad,  en 
ella  se  hallaba  establecida  la  Congregación  de  San  Juan  Nepomuceno  que 
agrupaba  a  personas  distinguidas  de  México  (hombres) .  Había  en  ella  miem- 
bros de  la  Audiencia,  oficiales  reales,  clérigos,  abogados  y  otros  hombres 
importantes.  Aunque  el  fin  de  la  Congregación  era  fundamentalmente  reli- 
gioso, ocupándose  en  obras  de  culto  externo,  tales  como  misas  en  diver- 
sas festividades,  procesiones  y  otros  actos  piadosos,  los  congregantes  daban 
también  una  ayuda  a  los  enfermos,  por  ejemplo  pagaba  cierto  número  de  mi- 
sas que  se  celebraban  dentro  de  las  enfermerías,18  en  la  fiesta  de  San  Juan 
Nepomuceno.  Los  cofrades  servían  ese  mismo  día  gran  comida  a  los  enfer- 
mos y  les  daban  a  cada  uno,  un  peso  fuerte  y  otras  limosnas.19  Para  realizar 
estas  obras  la  Congregación  tenía  sus  propios  bienes,  como  lo  eran  fincas 
urbanas  que  rentaba  y  dinero  colocado  a  censo.20  El  gremio  de  la  platería 
tenía  como  una  de  sus  obras  sociales,  el  sostenimiento  de  una  cama  en  la 
enfermería  de  este  hospital. 

En  la  iglesia  del  Espíritu  Santo  se  estableció  una  de  las  llamadas  Escuelas 
de  Cristo.  Se  trataba  de  una  institución  que  había  aparecido  en  Cádiz  y  que 
el  Papa  había  aprobado  en  bula  del  10  de  abril  de  1655.  El  fin  de  ellas  era 
reunir  a  los  adultos  clérigos  y  seglares  para  dedicarse  al  estudio  de  las  sa- 
gradas escrituras  y  por  este  medio  perfeccionar  la  propia  vida.  En  la  Nueva 
España  tuvieron  gran  divulgación,  extendiéndose  por  todo  el  territorio.21 

En  el  hospital  tenían  lugar  sus  fiestas  patronales  como  lo  eran  la  del  San- 
tísimo Sacramento,  el  Espíritu  Santo  y  Santa  Ana,  a  ella  se  sumaban  las  de 

"  Sosa,  Francisco,  El  episcopado  mexicano,  pp.  221-222. 

18  A.H.I.N.A.H.  Colección  Lira.  113-48,  pag.  5  libro  de  la  Quenta. 

19  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  360-362. 

20  A.H.I.N.A.H.  Colección  Gómez  de  Orozco.  Tomo  161,  Actas  de  elecciones  del 
Hospital  del  Espíritu  Santo. 

21  Marroquí,  José  M.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  360-362. 


21 


la  Congregación.  Había  en  el  patio  del  hospital  una  imagen  del  Crucificado 
que  fue  altamente  venerado  por  el  pueblo  y  a  la  que  se  le  rendía  culto  espe- 
cialmente los  viernes  de  cuaresma.  Todo  esto  daba  vida  a  la  iglesia,  atrayendo 
al  numeroso  vecindario  que  derramaba  sus  limosnas  sobre  el  hospital.22 

Sin  embargo,  pese  a  que  a  principios  del  XIX  el  pueblo  de  la  ciudad  de 
México  seguía  interesándose  en  él,  la  obra  de  los  Hermanos  de  la  Caridad 
en  realidad  se  había  ya  concluido.  Cuando  en  1821  cumpliendo  las  disposi- 
ciones sobre  la  supresión  de  las  órdenes  hospitalarias,  el  ayuntamiento  ordenó 
visitarlos,  antes  de  llegar  a  la  clausura,  encontró  con  que  no  había  en  él 
más  que  un  enfermo.23 

Ni  aun  el  edificio  se  conservó  después  de  clausurados  sus  servicios,  pues 
vendido  a  particulares  en  la  época  ya  de  nuestra  independencia,  fue  demoli- 
do para  hacerse  en  su  lugar  el  Casino  Español  de  México. 


Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  Loreto 
Veracruz,  Ver. 

No  fueron  únicamente  los  españoles,  como  tampoco  lo  habían  sido  exclu- 
sivamente los  religiosos  quienes  se  interesaron  en  la  obra  hospitalaria.  Hubo 
también  extranjeros  que  se  ocuparon  de  ella.  Entre  éstos  ocupa  el  primer  lu- 
gar un  cirujano:  Pedro  Ronson.  El  maese  Pedro,  como  dice  en  los  viejos  pa- 
peles, era  natural  de  la  ciudad  de  Sara,  en  la  Provincia  de  Dalmacia,  junto  a 
Venecia  y  se  había  avecindado  en  la  ciudad  de  Veracruz.  No  sabemos  si  ejer- 
ció su  oficio,  posiblemente  sí,  dada  la  escasez  que  había  en  las  provincias,  de 
médicos  y  cirujanos.  De  cualquier  modo  ya  haya  sido  por  una  mera  obser- 
vación del  ambiente  social  o  bien  por  ejercer  su  propio  oficio,  cayó  en  la 
cuenta  de  los  muchos  pobres  enfermos  que  había  en  aquel  puerto  y  lo  insu- 
ficientes que  resultaban  los  hospitales  existentes.  De  ello  dimanó  una  idea, 
fundar  una  institución  en  la  que  fuera  "mi  Señor  Jesucristo  servido  en  los 
pobres  enfermos  y  personas  necesitadas".  Para  realizar  esta  obra,  firmó  un 
cobdicilo  el  31  de  octubre  de  1616  por  medio  del  cual  le  donaba  toda  su  for- 
tuna, exceptuando  una  pequeña  cantidad  que  ofrecía  para  otras  obras  pías. 

Según  los  deseos  de  Pedro  Ronson  se  fundaría  un  hospital  bajo  la  advoca- 
ción de  Nuestra  Señora  de  Loreto,  a  quien  tenía  por  abogada.  Establecía  un 

22  Vetancourt  Fray  Agustín  de,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  Ciudad  de  Mé- 
xico" pag.  40. 

23  Marroquí,  J.  M.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pag.  365. 


22 


patronato  que  reservaba  para  sí  y  que  a  su  muerte  debía  pasar  a  su  albacea 
que  lo  era  Gonzalo  García  de  la  Hacha  y  a  los  sucesores  de  éste,  siguiendo  el 
orden  de  preferencia  en  el  hijo  mayor,  y  siempre  el  varón  a  la  hembra,  la 
hija  al  pariente  y  agotándose  la  dinastía,  al  obispo  de  Tlaxcala.  Los  patro- 
nes gozarían  del  derecho  de  entierro  en  la  capilla  del  hospital. 

La  donación  que  hacía  constaba  de  las  siguientes  propiedades:  Sus  casas 
de  piedra  y  portales,  sus  casatiendas  y  bodegas,  todo  lo  cual  estaba  "en  un 
solar  entero  frente  a  la  iglesia  mayor"  de  la  ciudad.  Le  donaba  también  dos 
negros  esclavos,  uno  aserrador  y  otro  albañil.  Estos  deberían  servir  quince 
años  al  hospital,  quedando  después  libres.  Una  negra  esclava  llamada  María, 
que  en  iguales  condiciones  debería  servir  diez  años.  Los  hijos  de  esta  nace- 
rían libres  en  cualquier  tiempo. 

Las  casas  de  Ronson  deben  haber  sido  propiedades  valiosas,  pues  sólo  el 
hecho  de  que  fueran  de  piedra  nos  lo  indica.  Las  casas  en  Veracruz  eran  en 
su  mayoría,  de  madera;  también  de  esta  clase  las  tenía  don  Pedro,  pero  esas 
eran  las  que  dejaba  a  otras  obras  pías. 

Pretendía  el  fundador,  que  sus  propias  casas  fuesen  hechas  hospital  y  que 
en  la  parte  que  conviniera  se  levantara  la  iglesia  de  N.  S.  de  Loreto,  en 
donde  se  dijera  misa  los  domingos  y  días  festivos  a  los  enfermos.  Misas  que 
se  aplicarían  por  su  alma  y  las  de  sus  parientes. 

Adaptadas  ya  sus  casas  al  nuevo  uso,  si  quedaba  lugar,  se  fabricarían  "sala 
y  oficina  para  mujeres".  Este  hospital  estaría  dedicado  exclusivamente  a  ci- 
rugía, bubas,  postemas,  llagas,  heridas  y  nada  más.  Al  referirse  a  las  mujeres 
dice  "se  curen  enfermas  de  bubas,  cirugía  y  enfermedades  anexas  a  éstas, 
pero  sólo  de  estos  achaques".  Esta  especialización  se  entiende  si  se  recuerda 
que  el  fundador  era  un  cirujano. 

El  hospital  quedaría  a  cargo  de  los  Hermanos  de  la  Caridad  de  San  Hi- 
pólito, pero  en  caso  de  mala  atención,  debería  encargarse  a  los  juaninos  y 
si  éstos  también  lo  desatendían,  el  patrón  nombraría  a  quienes  debieran  ocu- 
parse de  él.  Como  los  Hermanos  de  la  Caridad  tenían  a  su  cargo  el  Hospital 
de  San  Juan  de  Montesclaros,  dejó  bien  aclarado  el  fundador  que  no  quería 
la  menor  relación  entre  uno  y  otro,  al  grado  que  los  hermanos  que  sirvieran 
en  uno,  no  podrían  servir  en  el  otro. 

Los  frailes  tendrían  a  su  cuidado  el  hospital  pero  nunca  la  posesión  de 
él.  El  patrono  administraría  las  rentas,  entregándolas  íntegras  a  los  hermanos 
para  que  las  distribuyesen  como  juzgasen  conveniente.  Además  de  los  frailes, 
habría  para  los  servicios  clínicos  un  médico,  un  cirujano,  un  barbero  y  demás 
personal  necesario  al  hospital,  que  gozaría  de  salario  señalado  por  el  patrón 
que  fuese.  Sólo  un  salario  señaló  el  fundador,  el  del  capellán,  que  gozaría 
de  300  pesos  de  oro  común  anuales. 


23 


Este  fue  el  primer  plan  del  hospital,  después  vinieron  otros.  La  primera 
reforma  la  hizo  el  mismo  Pedro  Ronson,  antes  de  establecer  el  Hospital  o  sea 
el  12  de  marzo  de  1619.  En  ella  dispuso  que  la  administración  de  los  bienes 
quedase  también  a  cargo  de  los  hipólitos,  que  el  capellán  ganase  100  pesos 
menos  y  que  la  dotación  de  esclavos  para  los  servicios  del  hospital  fuese  ma- 
yor. Así  la  esclava  María  debía  servir  por  15  años,  la  negra  Ana  Loconi  y  su 
hijito  Pedro  de  12  años  quedarían  vinculados  perpetuamente  al  hospital,  en 
cambio  el  negro  Juaneólo  sólo  estaría  20  años  para  luego  ser  libre. 

Quedó  ordenada  en  este  nuevo  cobdicilo  la  formación  de  una  sala  de  mu- 
jeres con  seis  camas.24  Murió  el  cirujano  Pedro  Ronson  en  el  año  de  1633 
quedando  encargado  de  realizar  el  proyecto  Gonzalo  García  de  la  Hacha, 
que  siendo  el  albacea  de  la  testamentaría  sería  el  primer  patrón.  Don  Gon- 
zalo se  preocupó  mucho  por  la  obra,  la  impulsó  y  además  dio  para  hacer 
el  hospital  un  terreno  junto  a  la  muralla.25  Se  llamó  desde  luego  a  los  Herma- 
nos de  la  Caridad,  pero  surgieron  muchos  puntos  de  divergencia  entre  los 
frailes  y  el  albacea,  que  impidieron  la  pronta  apertura  del  hospital.  No  se 
llegó  a  ningún  acuerdo  efectivo  hasta  1644,  año  en  que  ante  el  Obispo  de 
Puebla  y  visitador  del  reino,  don  Juan  de  Palafox  y  Mendoza,  se  aceptaron 
unas  constituciones  hechas  por  ambas  partes,  firmándolas  el  albacea  Gon- 
zalo García  de  la  Hacha  y  Fray  Francisco  de  Viruega  Amarilla,  Vicario  de 
los  Hermanos,  siendo  el  escribano  Juan  de  Villarroel.  Según  estas  constitu- 
ciones el  hospital  se  entregaba  íntegramente  a  los  Hermanos  de  la  Caridad. 
Se  harían  cargo  de  él  los  frailes  que  el  provincial  de  la  orden  designara.  En 
el  aspecto  económico  quedaron  los  frailes  en  la  mejor  situación,  pues  bienes, 
rentas,  oficinas,  etc.  todo  quedaba  a  su  exclusiva  administración.  El  cargo 
de  Capellán  no  se  dio  a  los  hermanos,  esto  fue  tal  vez  por  el  poco  número 
de  sacerdotes  que  había  en  la  Orden.  El  que  tal  oficio  desempeñara  debía 
habitar  cerca  del  hospital  y  asistir  a  él  por  la  mañana  y  por  la  noche. 

El  hermano  mayor  debería  asistir  a  la  visita  del  médico  y  cirujano  para 
enterarse  por  propios  ojos  del  estado  de  los  enfermos  y  lo  prescrito  para  su 
curación. 

Las  constituciones  determinaban  con  toda  minuciosidad  cómo  había  de  cui- 
darse del  hospital,  la  iglesia  y  los  bienes,  así  como  el  esmero  con  que  había 
de  atenderse  a  los  enfermos  y  a  los  sirvientes. 

La  caridad,  dicen,  debe  ser  pareja  tanto  para  con  los  hombres  como  para 
las  mujeres.  Con  este  criterio  la  sala  de  mujeres  no  debía  ser  un  anexo  al 

24  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  15,  "Testimonio  de  la  fundación",  co- 
pia sacada  en  1766. 

M  Díaz  de  Arce,  Libro  de  la  Vida  del  Próximo  Evangélico,  pp.  299-303. 


24 


hospital  de  hombres,  sino  una  parte  del  hospital,  tan  importante  como  la 
de  los  varones. 

Así  se  proyectaron  dos  salas,  cada  una  con  doce  camas.  Esto  fue  hecho 
con  un  criterio  verdaderamente  realista,  pues  en  Veracruz  había  multitud 
de  mujeres  sifilíticas. 

El  hospital  tendría  su  propia  botica.  Para  esta  fecha  1644  ya  estaba  la 
iglesia  acabada  y  tenía  puesto  ya  su  retablo  dorado,  la  sacristía  se  hallaba 
bien  dotada.  Para  evitar  que  la  apertura  tanto  de  la  iglesia  como  del  hospi- 
tal se  siguieran  posponiendo  indefinidamente,  se  estipuló  en  esta  escritura, 
que  la  iglesia  se  abriría  al  culto  público  en  la  infraoctava  de  la  Asunción  el 
año  de  1644  y  se  transladaría  a  la  iglesia  el  cuerpo  del  fundador  Maese  Pedro 
Ronson.  Para  ese  día  el  provincial  debería  ya  haber  nombrado  al  personal 
(Hermano  mayor  y  demás  frailes)  que  se  harían  cargo  del  hospital.  Los  cria- 
dos los  tenían  ya,  pues  eran  los  esclavos  donados,  los  cuales  sólo  esperaban 
que  la  institución  se  pusiera  en  marcha.  El  provincial  Fray  Diego  Alonso  se 
comprometió  a  terminar  en  dos  años  más  el  hospital  con  las  dos  salas  bajas,  ofi- 
cinas y  demás  servicios,  o  sea  que  a  partir  de  1646  deberían  recibir  enfermos 
sin  excusa  alguna. 

Los  Hermanos  reconocieron  el  derecho  del  patrono  Gonzalo  de  la  Hacha, 
su  mujer  y  sus  descendientes,  a  tener  sepultura  en  la  Capilla  del  hospital  y 
darles  las  mismas  preeminencias  que  tenían  los  patronos  del  hospital  del 
Espíritu  Santo  de  México,  D.  F.  Finalmente  se  comprometieron  a  cumplir 
dos  cláusulas,  de  estas  constituciones:  a  no  abandonar  jamás  el  hospital  y  a 
rezar  ellos  y  cuidar  que  los  enfermos  también  lo  hicieran,  por  el  alma  de 
Maese  Pedro  Ronson.26 

Los  hermanos  cumplieron  en  parte  lo  prometido,  inauguraron  la  iglesia  y 
solemnemente  transladaron  a  ella  los  restos  del  fundador.27  Respecto  del  hos- 
pital sabemos  que  no  empezó  a  prestar  servicios  en  el  año  de  1646.  Sin  em- 
bargo en  el  año  de  1648,  el  obispo  de  Puebla  don  Juan  de  Palafox  y  Men- 
doza, ordenó  al  hermano  Mayor  so  pena  de  excomunión  que  recibiera  en  el 
hospital,  aun  sin  concluir,  a  todos  los  pobres,  hombres,  mujeres  y  niños  "afec- 
tados por  la  enfermedad  y  peste"  que  asolaba  la  ciudad,  comisionando  al  cura 
Bachiller  Juan  Ferrer  para  que  lo  hiciera  cumplir.28  Esta  orden  fue  cumpli- 
da puntualmente  y  tanto,  que  varios  hermanos  murieron  contagiados  por  los 
apestados.  Esta  apertura  del  hospital  fue  forzada  por  las  circunstancias  y  sólo 
duró  catorce  meses.  Terminada  la  peste  el  edificio  se  cerró  nuevamente,  pues 

26  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  15. 

27  Marroquí,  J.  M.,  La  Ciudad  de  México,  tomo  II,  pp.  578-579. 

28  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  16,  "El  obispo  Don  Juan  de  Palafox.  .  .", 
2  sep.  1648. 


25 


era  urgente  terminarlo  y  pagar  los  enormes  adeudos  que  había  contraído  para 
curar  y  alimentar  a  tanta  gente  como  había  recibido.29 

No  sabemos  cuánto  tiempo  estuvo  cerrado;  empero,  por  una  noticia  que 
Trens  nos  da  sobre  su  economía,  podemos  suponerlo  funcionando  ya  normal- 
mente en  165  2. 30  Aunque  según  la  primera  voluntad  del  fundador,  el  hospi- 
tal era  fundamentalmente  para  hombres,  las  necesidades  y  las  circunstancias 
se  fueron  imponiendo,  hasta  hacer  que  se  destinase  exclusivamente  a  mujeres. 

Se  recibía  allí  a  las  sifilíticas,  a  las  tuberculosas  y  a  quienes  sufrían  otras 
enfermedades,  que  sólo  se  mencionan  como  contagiosas.  Por  las  constitucio- 
nes el  hospital  era  para  toda  clase  de  mujeres,  sin  importar  razas,  pero  las 
que  en  mayor  número  hacían  uso  de  él  eran  las  españolas,  las  de  otras  razas 
acudían  en  minoría.31.  Veracruz  debe  haber  sido  como  todos  los  puertos,  un 
lugar  un  tanto  corrompido  por  la  cantidad  de  marineros  y  aventureros  que  lle- 
gaba a  él,  de  aquí  la  prostitución  que  en  él  existía.  Por  eso  cuando  en  los 
diversos  papeles  se  menciona  al  hospital,  siempre  se  hace  alusión  a  la  gran 
utilidad  que  había  tenido,  atendiendo  a  centenares  de  mujeres  desamparadas. 

Para  prestar  sus  servicios,  que  eran  gratuitos  como  todos  los  hospitales 
de  la  época,  se  contó  primeramente  con  el  capital  que  el  fundador  había 
legado,  y  que  consistía  en  cuatro  casas  y  siete  tiendas.  Los  hipólitos  habían 
logrado  aumentar  sus  bienes  a  pesar  de  las  fuertes  cantidades  invertidas  en 
la  construcción  de  la  iglesia  y  adaptación  del  hospital.  En  1652  tenía  ya 
treinta  y  tres  casas  y  tiendas,  cuyas  rentas  sumaban  4,000  pesos  anuales.32 

A  principios  del  XVIII  o  sea  hacia  1727  según  el  decir  de  los  Hermanos, 
las  rentas  habían  disminuido  produciendo  sólo  2,517  pesos  anuales.33  Esto 
disgustó  al  pueblo  y  las  autoridades,  que  elevaron  sus  quejas  al  Virrey,  quien 
ordenó  al  Alcalde  del  primer  voto  de  la  nueva  ciudad  de  Veracruz,  que 
compeliera  a  los  inquilinos  de  las  casas  del  hospital  a  pagar  todo  lo  que 
debían  atrasado.34 

En  1766  hay  un  informe  del  Capellán  del  hospital  en  el  que  afirma  que 
las  rentas  no  eran  tan  cortas,  pues  sumaban  5,300  pesos  anuales,  lo  que  co- 
rrespondía a  más  de  100,000  pesos  de  capital  y  más  de  7,000  pesos  35  que  se 
tenían  guardados.  ¿Qué  pasaba  pues  con  los  dineros?  No  lo  sabemos,  pero  si 
consideramos  que  se  padecía  ya  en  este,  como  en  todos  los  hospitales  de 

29  Díaz  de  Arce,  Libro  de  la  Vida  del  Próximo  Evangélico,  pp.  299-303. 

30  Trens,  Historia  de  Veracruz,  tomo  II,  pp.  332-334. 

31  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  tomo  23,  Exp.  7  "Diligencias  fecha  para  la  averiguación 
de  las  enfermas  que  han  entrado.  .  ." 

32  Trens,  Historia  de  Veracruz,  tomo  II,  pp.  332-334. 

33  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  tomo  3,  Exp.  26. 

34  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  43,  Exp.  1. 

35  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  7. 


26 


aquel  siglo,  los  males  de  la  falta  de  espíritu  hospitalario,  podemos  supo- 
nerlo. Sobre  el  número  de  camas  que  tenía  la  institución  sólo  tenemos  datos 
del  XVIII,  según  ellos  había  hasta  treinta  camas  y  el  número  de  enfermas 
fluctuaba  entre  diez  y  seis  y  treinta.  Por  el  libro  de  entradas  sabemos  exacta- 
mente que  de  1756  a  1766,  o  sea  en  diez  años,  se  habían  atendido  1067  enfer- 
mas, de  las  cuales  se  habían  curado  setecientas  setenta  y  siete  y  habían  fa- 
llecido doscientas  setenta  y  dos.36 

Sin  embargo  estos  años  no  pueden  ser  un  ejemplo  certero,  pues  precisa- 
mente durante  ellos  fue  cuando  por  cuestiones  militares,  funcionó  anormal- 
mente. Sucedió  que  con  motivo  de  la  guerra  de  España  con  Inglaterra,  en 
1764  don  Fernando  Bustillos  ordenó  que  los  soldados  ocupasen  el  hospital, 
echando  a  las  enfermas  a  la  calle.  Después,  tal  vez  compadecido  de  ellas, 
las  mandó  al  que  había  sido  cuartel  del  Batallón  de  la  Corona. 

Con  este  hospital  y  el  de  Belén  logró  el  ejército  cuatrocientas  camas.37  Sin 
embargo  esto  no  agradó  a  los  Hermanos,  ni  al  patrono  del  hospital,  que  la 
era  entonces  don  Sebastián  Antonio  de  la  Vega,  para  quienes  la  guerra,  Es- 
paña e  Inglaterra  como  toda  Europa,  estaban  muy  lejos,  en  tanto  que  las 
mujeres  enfermas  estaban  ante  sus  ojos.  Don  Sebastián  y  el  Hermano  Mayor 
protestaron  ante  el  Virrey  Antonio  Ma.  de  Bucareli  pidiendo  que  se  ordenara 
el  inmediato  regreso  de  las  mujeres  a  su  hospital  y  que  el  ejército  pagara  lo 
que  costara  reparar  los  desperfectos  que  habían  causado  en  el  edificio.  Las 
enfermas  regresaron,  pero  los  soldados  no  se  fueron  del  todo.  Así  durante  al- 
gunos años  convivieron  ellos  en  unos  galerones  de  madera  construidos  en  la 
parte  posterior  del  hospital  y  otras  oficinas  que  habían  ocupado  y  ellas  en  la 
única  sala  que  les  habían  dejado  y  que  sólo  tenía  capacidad  para  diez  y  ocho 
enfermas.  Cuando  la  demanda  de  ingreso  era  mayor,  tenían  que  dormir  las 
enfermas  excedentes  en  el  suelo,  entre  cama  y  cama.  No  había  ni  siquiera  un 
sitio  en  qué  depositar  los  cadáveres.38 

En  1772  el  Virrey  Bucareli  accedió  a  que  la  tropa  desalojara  totalmente 
el  hospital.39  Para  estas  fechas  la  Orden  de  la  Caridad  sólo  tenía  allí  un 
religioso,  éste  velaba  por  que  las  mujeres  tuviesen  médico,  cirujano  y  enfer- 
meras. El  edificio  fue  arreglado  y  las  rentas  se  sanearon.40  Pero  esto  fue  por 
breve  tiempo,  pues  el  descuido  que  tuvieron  los  frailes  con  el  hospital  y  sus 
bienes,  llevó  la  institución  a  la  más  completa  ruina  en  todos  los  órdenes.  A 
consecuencias  de  esto,  los  frailes  fueron  separados  de  allí  y  el  hospital  se 

36  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  7. 

37  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  4,  Exp.  2. 

38  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  21  y  T.  43,  Exp.  2. 

39  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  21. 

40  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  32,  Exp.  27. 


27 


entregó  entonces  a  "un  grupo  de  seglares  acaudalados"  para  que  lo  admi- 
nistrasen. Estos  pusieron  todo  su  entusiasmo  y  poder  económico  en  rehabili- 
tarlo, logrando  darle  un  florecimiento  extraordinario,  como  no  lo  había  teni- 
do jamás.  Esto  ocurre  hacia  1791.  Parece  que  poco  antes  toda  la  organización 
primitiva  del  hospital  se  había  variado,  pues  según  puede  deducirse,  los  des- 
cendientes de  Pedro  Ronson  habían  renunciado  al  patronato  del  hospital  y 
éste  había  sido  puesto  bajo  la  protección  del  Rl.  Patronato  por  la  Cédula  del 
27  de  abril  de  1784.41 

Con  esto  la  institución  era  ya  una  cosa  totalmente  distinta  a  la  planeada 
por  el  fundador,  pero  que  en  aquel  momento  prestaba  así  más  eficientes  ser- 
vicios. Sin  embargo,  los  Hermanos  de  la  Caridad  no  estuvieron  de  acuerdo 
con  el  cambio  y  movieron  pleito  en  la  Rl.  Audiencia  de  México  para  que  se 
les  devolviese  el  hospital.  Así  consiguieron  una  providencia  que  ordenaba 
se  les  entregara  nuevamente.  Pero  el  Cabildo  de  la  Ciudad  de  Veracruz  se 
reunió  en  sesión  extraordinaria  y  pidió  al  gobernador  que  girase  exhorto  al  juez 
eclesiástico  para  que  no  ejecutase  la  dicha  providencia,  pues  no  era  válida, 
ya  que  el  hospital  era  del  Real  Patronato  y  como  tal,  nadie  fuera  de  la  au- 
toridad civil  representada  en  el  Virrey,  podía  dar  orden  alguna  que  lo  afectara. 

¿Cómo  se  concluyó  este  asunto?  Lo  ignoramos,  pero  el  hospital  seguía  pres- 
tando servicios,  aunque  muy  deficientes,  al  efectuarse  la  independencia  de 
México.  Hace  unos  años  fue  demolido  para  abrir  una  avenida. 


41  C.D.C.Ch.  Serie  Veracruz,  Rollo  13. 


28 


CAPITULO  III 


LOS  HERMANOS  DE  SAN  JUAN  DE  DIOS 
EN  LAS  FUNDACIONES  DEL  SIGLO  XVII 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
México,  D.  F. 

El  Virrey  don  Juan  de  Mendoza  Luna,  marqués  de  Montesclaros,  solicitó 
del  Rey  don  Felipe  III  la  venida  a  la  Nueva  España  de  los  Hermanos  de  San 
Juan  de  Dios,  para  que  en  estas  tierras  se  gozasen  aquellos  excelentes  servicios 
que  los  enfermos  pobres  disfrutaban  en  España.  Su  majestad  accedió  a  la 
venida  por  cédula  del  año  1602  y  los  juaninos  salieron  poco  después  tra- 
yendo como  superior  a  Fray  Cristóbal  Muñoz.  Empero  tardaron  mucho  en 
llegar  a  México,  pues  se  detuvieron  en  Cuba  y  Nicaragua  por  más  de  un 
año.  Su  estancia  en  estos  sitios  obedeció  a  la  necesidad  que  de  ellos  había 
también  en  esas  tierras.  Los  planes  primitivos  cambiaron  y  de  los  diez  y  seis 
destinados  a  la  Nueva  España,  once  quedaron  en  aquellos  lugares  y  sólo 
cuatro  llegaron  a  estas  tierras  trayendo  por  superior  al  P.  Fray  Juan  de  Ze- 
queira.1 

Este  retraso  ocasionó  el  que  don  Alonso  Rodríguez  de  Vado  y  su  mujer 
Ana  de  Saldívar  no  les  entregasen  como  habían  planeado  el  Hospital  del 
Espíritu  Santo  que  se  estaba  fundando,  pues  lo  habían  dado  ya  a  los  hipó- 
litos.  Por  esta  razón  al  llegar  a  la  ciudad  de  México  se  encontraron  con  que 
no  había  hospital  alguno  que  se  desease  poner  a  su  cuidado.  Así  pasaron  lar- 
gos meses  en  gran  pobreza,  viviendo  únicamente  de  la  ayuda  de  los  jesuítas, 
hasta  que  ese  gran  hospitalero  que  fue  el  Marqués  de  Montesclaros,  preocu- 

1  Cuevas,  Mariano,  S.  J.,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  333-334. 


29 


pado  por  su  situación,  ya  que  él  era  responsable  de  su  venida,  instó  al  Pres- 
bítero Dr.  Jusepe  López  a  que  les  entregase  el  Hospital  de  Nuestra  Señora 
de  los  Desamparados,  fundado  por  su  difunto  padre  el  Dr.  Pedro  López.  Con- 
vencido tal  vez  por  el  Virrey  o  cediendo  a  instancias  que  eran  órdenes,  pues 
el  patronato  del  hospital  pertenecía  desde  1599  al  rey,  aceptó  la  entrega  a 
los  juaninos.  El  Marqués  usando  entonces  de  sus  derechos  como  Vicepatrono 
lo  destinó  a  los  frailes.  Todo  esto  quedó  formalizado  por  medio  de  la  escritu- 
ra firmada  el  25  de  febrero  de  1604.  Tras  ella,  don  Pedro  de  Otalora,  oydor 
decano  de  la  Real  Audiencia,  hizo  la  entrega  formal  a  los  juaninos.2  Sin  em- 
bargo la  donación  no  era  perpetua,  sino  a  voluntad  del  virrey.  Los  Hermanos 
movieron  instancias  ante  el  monarca  y  consiguieron  que  el  21  de  noviembre 
de  1605  les  diese  permiso  para  administrar  un  hospital  en  la  ciudad  de  Mé- 
xico 3  y  que  por  Real  Cédula  del  3  de  enero  de  1606  dada  en  Valladolid  apro- 
base que  la  posesión  que  tenían  del  hospital  de  N.  S.  de  los  Desamparados 
fuese  perpetua  y  al  modo  como  poseían  los  de  España,  a  menos  que  el  rey, 
en  quien  quedaba  el  patronato,  la  revocase.  Una  vez  asegurada  la  posesión 
del  hospital,  pidieron  la  administración  de  los  cortos  caudales  que  tenía,  pues 
como  ya  vimos  al  estudiar  en  el  T.  I  el  Hospital  de  N.  S.  de  los  Desampara- 
dos, las  rentas  habían  venido  a  menos  hasta  casi  extinguirse.  Rehacer  el  pa- 
trimonio para  realizar  una  eficiente  obra  fue  uno  de  sus  primeros  propósitos.4 

La  llegada  de  los  juaninos  al  hospital,  marca  una  nueva  época,  tanto  para 
la  institución  misma  de  que  se  hicieron  cargo,  como  en  la  vida  hospitalaria 
en  la  Nueva  España.  La  fama  de  los  juaninos  empezó  a  atraer  tanto  al  pueblo 
como  a  los  hombres  ricos  de  la  ciudad.  Así  con  ambas  ayudas,  se  inició  la  trans- 
formación del  edificio,  el  aumento  en  el  número  de  enfermos  y  el  mejoramien- 
to inmediato  de  los  servicios.  La  personalidad  de  los  hermanos  fue  tal  que  la 
visión  del  antiguo  hospital  desapareció.  Los  frailes  en  todos  sus  documentos  aun 
en  los  del  XVIII  titulan  siempre  al  hospital  por  su  antiguo  nombre  de  Nues- 
tra Señora  de  los  Desamparados,  pero  al  pueblo  el  nombre  en  los  documentos 
oficiales  no  le  interesaba,  él  veía  en  la  nueva  iglesia  un  titular:  San  Juan  de 
Dios,  y  ante  sus  dolencias  un  fraile,  el  juanino.  Así  fue  que  la  institución  lle- 
gó a  llamarse  Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 

El  primer  gran  mecenas  que  tuvieron  fue  don  Francisco  Sáenz,  quien  por 
mano  del  Lic.  Gabriel  de  Soria,  levantó  a  su  costa  la  gran  iglesia  que  se  dedi- 
có en  1647.  Enriquecióla  con  pinturas,  ornamentos  y  vasos  sagrados.  Tras 
esto,  hizo  edificar  dos  grandes  enfermerías,  una  baja  para  mujeres  y  otra 

2  Cuevas,  Mariano,  S.  J.,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  t.  III,  pag.  334. 

3  Martínez  de  Grimaldi,  Mns.,  Recopilación  de  Consultas,  decretos,  etc. 

4  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  85-87. 


30 


alta  para  hombres,  con  capacidad  de  cincuenta  camas  cada  una.5  En  esa  épo- 
ca había  también  una  media  sala  dedicada  a  sacerdotes.0 

Para  el  sostenimiento  de  tanto  enfermo,  los  frailes  recorrían  la  ciudad 
recabando  limosnas  con  tal  esmero,  que  sus  pobres  quedaban  provistos  de 
todo  lo  necesario. 

Con  el  fervor  intenso  que  pusieron  en  la  obra,  lograron  convertir  el  viejo 
y  pobre  hospital  que  recibieron,  en  uno  de  los  más  importantes  de  la  Nueva 
España.  La  segunda  reedificación  del  hospital  juanino,  tuvo  lugar  a  prin- 
cipios del  XVIII  *  y  se  debió  al  interés  y  esfuerzo  realizados  por  el  visitador 
Padre  Fray  Francisco  de  Barradas.  Este  religioso  consiguió  ampliar  las  en- 
fermerías, hacer  un  nuevo  templo  que  se  dedicó  en  1734  y  obtuvo  para  el 
sostenimiento  de  los  enfermos,  fincas  rústicas  y  urbanas.7  El  famoso  incen- 
dio del  10  de  marzo  de  1776  destruyó  gran  parte  del  edificio,  sin  embargo 
volvió  pronto  a  reedificarse.  Así  sabemos  que  en  1815  se  hallaba  en  magní- 
ficas condiciones.  La  iglesia  se  había  envigado  de  nuevo,  tenía  tres  retablos 
mayores  y  ocho  medianos,  todos  de  talla  y  dorados,  había  bancas,  confesiona- 
rios y  en  el  coro  sillería  para  la  comunidad.  Las  pinturas  del  presbiterio  mos- 
traban la  vida  y  muerte  del  Santo  granadino.  La  sacristía  se  hallaba  regia- 
mente provista  de  ornamentos  de  brocado,  damascos,  muselina,  bretaña, 
encajes  y  vasos  sagrados.  Los  candiles  eran  de  madera  y  los  misales  se  ha- 
llaban forrados  de  terciopelo  carmesí  con  "chapetas  de  plata".  Las  enferme- 
rías tanto  de  hombres  como  de  mujeres  tenían  alrededor  de  cincuenta  camas 
cada  una,  en  ellas  había  un  altar  con  todo  lo  necesario  para  impartir  los 
auxilios  de  la  religión  a  los  agonizantes.  Tenían  sus  camas  de  tablas  y  tra- 
vesanos de  fierro,  pintadas  de  verde;  poseían  sus  colchones,  sábanas  de  brin, 
frazadas  de  lana,  almohadas,  y  cajas  donde  se  guardaban  los  vasos  y  otras 
cosas.  Cada  enfermería  tenía  su  propia  ropería.  Para  evitar  la  existencia  de 
insectos  tales  como  chinches  y  cucarachas,  las  paredes  tenían  un  lambrín  de 
azulejos.8 

Este  edificio  conservó  el  plano  del  anterior,  que  era  a  base  de  jardines  rec- 
tangulares a  cuyos  lados  se  distribuían  enfermerías,  oficinas,  servicios  y  habita- 
ción de  los  frailes.  La  construcción  constaba  de  dos  pisos.  La  subida  al  piso 

6  Cuevas,  Mariano,  S.  J.,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  II,  pp.  334-335. 
fl  Vetancourt,  Fray  Agustín  de,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  ciudad  de 

México",  pag.  37. 

*  Cuevas  dice  que  a  principios  del  XVII,  cosa  que  no  fue,  porque  según  él  mismo 
afirma,  el  templo  de  principios  del  XVII  lo  edificó  don  Francisco  Sáenz.  Posiblemen- 
te sea  un  error  no  del  historiador,  sino  de  la  imprenta,  y  se  trata  como  creemos  del  XVIII. 

7  Cuevas  Mariano,  S.  J.,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  334-335. 

8  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  20,  "Visita  al  hospital  de  San  Juan 
«de  Dios". 


31 


superior  se  hacía  a  través  de  una  amplia  escalinata.  Este  edificio  fue  el  que 
pasó  en  1820  al  ayuntamiento  colonial  y  más  tarde  al  gobierno  mexicano. 
Aún  puede  verse  actualmente,  pues  se  conserva  casi  íntegro  como  "Hospital 
Morelos". 

Economía. 

El  sostenimiento  de  este  hospital  a  partir  de  la  llegada  de  los  Juaninos  em- 
pezó a  hacerse  con  las  limosnas  que  recababan.  La  habilidad  para  conseguir 
la  ayuda  popular,  es  una  de  sus  características.  Hubo  entre  los  juaninos  no- 
tables limosneros,  como  por  ejemplo  el  Venerable  Fray  Francisco  Camacho, 
el  más  distinguido  de  todos,  que  logró  colectar  más  de  300,000  pesos,  y  du- 
rante años  proveyó  al  hospital  de  azúcar,  gallinas,  bizcochos,  frazadas,  etc. 
También  fue  gran  limosnero  Fray  Juan  Rodríguez  Noche  Buena.9 

Otro  de  los  medios  de  obtener  bienes  para  el  convento,  era  el  salir  los  her- 
manos cirujanos  a  curar,  a  los  enfermos  ricoc,  a  sus  casas.  Los  donativos  que 
por  este  medio  obtenían  eran  en  el  XVIII  los  más  importantes.10 

Así  fue  formándose  lentamente  un  fuerte  capital  que  constituían  fincas 
urbanas,  una  hacienda  que  parece  donó  el  Dr.  Andrés  Pérez  Costela,  canóni- 
go de  la  catedral  metropolitana,  según  afirma  Cuevas;  dinero  colocado  a 
censo  y  limosnas  ordinarias  y  extraordinarias.  No  sabemos  a  cuánto  ascen- 
derían los  ingresos  en  el  siglo  XVII,  pues  los  frailes  habían  descuidado  llevar 
libros  de  los  bienes  y  gastos  del  hospital.11  Del  XVIII  tenemos  dos  informes. 
El  uno  nos  dice  que  antes  de  1775  el  hospital  había  logrado  una  entrada 
anual  de  6,398  pesos  2  reales  sin  contar  las  limosnas.  El  otro  nos  afirma  que 
hacia  dicho  año  de  1775,  los  tiempos  eran  malos  y  las  entradas  habían  baja- 
do a  4,367  pesos.  Sin  embargo,  esto  no  era  el  total  con  el  que  contaba  el 
hospital  para  sus  gastos,  pues  añadiendo  las  limosnas  ordinarias  y  extraordi- 
narias se  sumaban  8,665  pesos  2  reales.12  Medio  siglo  después  aproximada- 
mente, o  sea  hacia  1813-15,  los  ingresos  totales  de  estos  dos  años  sumaban 
48,604  pesos  4  reales,  o  sean  24,302  pesos  2  reales  al  año.  ¿Qué  nos  indica 
esto?  ¿Un  enorme  aumento  en  la  riqueza  del  hospital?  ¿Inflación  en  la  eco- 
nomía colonial?.  .  .  Tal  vez,  pues  cuando  tal  ingreso  se  tenía,  los  gastos  eran 
mayores.  Así  en  1813-15  las  salidas  ascendían  a  50,180  pesos,  0  reales,  14  gr. 

9  Cuevas,  Mariano,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  337-338. 

10  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  t.  I  y  t.  II. 

11  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  24-41. 

12  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  .  ,  tomo  II,  pp.  85-87. 


32 


Lo  cual  nos  indica  un  déficit  al  bienio  de  1575  pesos  5  reales  1/4  gr.13  Los 
déficits  que  anualmente  sufría  el  hospital  se  pagaban  más  tarde  cuando  se 
cobraban  rentas  atrasadas  y  con  lo  que  los  hermanos  obtenían  al  curar  enfer- 
mos ricos. 

Beneficio  del  Hospital. 

Con  los  bienes  de  fortuna  que  tuvo  en  los  diversos  siglos,  prestó  servicio 
a  toda  clase  de  personas,  tanto  hombres  como  mujeres  e  incluso  militares. 
Se  atendían  en  él  enfermos  de  todos  los  males,  excepto  locos,  leprosos  y 
sifilíticos. 

En  los  principios  la  atención  era  magnífica,  en  los  documentos  y  libros 
de  la  época,  sólo  encontramos  elogios,  pero  a  medida  que  los  años  pasan  los 
servicios  decaen.  En  1716  hay  una  acusación  contra  el  hospital,  en  la  cual 
se  afirma  que  los  enfermos  eran  mal  atendidos,  no  se  les  daban  los  alimentos 
debidos,  no  se  cambiaba  ni  a  los  sucios  en  varios  días,  no  se  les  curaba  en 
semanas,  el  agua  que  se  les  daba  era  putrefacta  y  más  aún  se  llegaba  hasta 
maltratarlos;  a  los  que  acudían  cuando  los  frailes  no  los  querían  recibir, 
los  despedían  con  insultos  y  golpes.  Esto  originó  una  investigación  por  parte 
del  Conde  de  Casa  de  Heras  Soto,  alcalde  ordinario  encargado  de  la  visita 
al  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  y  aunque  no  conocemos  todo  el  proceso, 
parece  que  en  la  investigación  no  se  pudieron  comprobar  los  cargos,  pues 
los  testigos  citados  en  la  acusación  resultaron  falsos  y  ausentes.14  Cuando  en 
1774  Fray  Pedro  Rendón  Caballero  hace  la  visita  de  todos  los  hospitales 
juaninos  de  la  provincia  del  Espíritu  Santo,  reside  en  este  de  Nuestra  Señora 
de  los  Desamparados  o  San  Juan  de  Dios.  Sus  conclusiones  fueron  que  la 
institución  se  hallaba  en  perfectas  condiciones.  Según  su  informe  el  P.  Cabero 
y  sus  veintiún  capitulares  vivían  bajo  el  temor  de  Dios  observando  todas 
las  reglas  y  constituciones,  atendiendo  a  los  enfermos  en  todos  los  órdenes, 
enseñándoles  la  doctrina  y  confesándolos.  Sólo  encontró  como  defecto  el 
que  el  archivo  no  estaba  arreglado,  recomendando  a  los  priores  llevasen  un 
libro  titulado  Hacienda,  en  el  cual  anotasen  todas  las  propiedades,  limosnas, 
obras  pías,  etc.,  que  tenía  desde  su  fundación,  así  como  las  Cédulas  Reales 
que  tuvieren,  las  partidas  de  gastos  y  entradas  que  hubiere.15  Parece  que 
en  esta  época  la  cosa  marchaba  bien,  pues  en  el  informe  de  Melchor  Peramas 
dado  a  instancia  del  propio  gobierno  se  dice  que  "los  hermanos  cumplen 

13  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  20,  "Visita  al  Hospital  de  San  Juan 
de  Dios". 

M  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  21. 

10  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  .,  tomo  I,  pag.  38. 

33 

H  3 


con  caridad".16  Sin  embargo,  ya  en  esa  época  había  pasado  totalmente  aquel 
movimiento  hospitalario  que  se  realizaba  por  una  verdadera  mística  de  la 
caridad,  los  hermanos  cumplían  sencillamente  sus  deberes,  pero  sin  actos 
heroicos  ni  extraordinarios.  No  hay  en  la  literatura  popular  de  la  época 
elogios  a  los  hospitales  y  sí  mordaces  críticas  que  nos  hablan  de  su  pésimo 
servicio  más  claramente  que  los  informes  oficiales. 

No  sabemos  el  número  exacto  de  enfermos  que  se  atendían  en  el  XVII. 
En  el  XVIII  tenemos  informes  de  1772  y  1775.  El  primero  indica  que  de 
1772  a  74  habían  entrado  tres  mil  quinientos  ocho  hombres,  falleciendo  trein- 
ta; mil  cuatrocientas  diez  y  nueve  mujeres  de  la  cuales  fallecieron  doscientas 
setenta  y  cinco.  Todo  lo  cual  da  un  total  de  cinco  mil  setecientos  enfermos.17 
El  informe  de  1775  dice  que  en  los  últimos  quinquenios,  el  promedio  anual 
de  enfermos  era  de  tres  mil  novecientos  veintitrés  enfermos  anualmente,  con 
un  promedio  de  ciento  cincuenta  a  doscientos  encamados  diarios.18  Para  el 
cuidado  de  esos  enfermos  había  alrededor  de  cuarenta  y  seis  a  cincuenta  y 
seis  religiosos  y  novicios  a  más  de  siete  sacerdotes.19  El  número  alto  de  frailes, 
novicios  y  sacerdotes  se  debía  a  que  era  la  casa  central  y  la  proveedora 
de  personal  para  los  hospitales  de  la  provincia. 

El  Censo  de  Revillagigedo  de  1794  nos  da  las  siguientes  cifras:  dos  frailes, 
ocho  criados,  dos  médicos,  cuarenta  y  cuatro  enfermos,  cincuenta  y  seis 
enfermas.20 

El  funcionamiento  del  hospital  era  el  siguiente:  En  primer  lugar  estaba 
el  Prior,  que  era  quien  dirigía  el  hospital  y  controlaba  a  todos  los  frailes 
aun  en  el  aspecto  religioso.  Subordinado  a  él  se  encontraba  el  Enfermero 
Mayor  que  era  el  encargado  de  todos  los  aspectos  clínicos  del  hospital.  De  él 
dependían  todos  los  enfermos  y  a  sus  órdenes  estaban  todos  los  Hermanos 
como  coadjutores  o  ayudantes. 

En  las  Constituciones  y  Estatutos  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios,  se 
explica  que  toda  ella  se  basa  y  tiene  sentido  en  la  caridad  tal  y  como  la 
entienden  San  Pablo  y  San  Mateo.  De  allí  que  la  labor  que  los  hermanos 
realizaran  tuviera  ese  mismo  sentido.  Al  enfermo  había  que  considerarlo 
en  su  integridad  de  persona  humana  y  por  tanto  ocuparse  tanto  de  su  cuerpo 
como  de  su  alma,  de  aquí  la  orientación  toda  que  tendrá  su  trato  con  los 
pacientes. 

Al  recibirse  un  enfermo  se  anotaba  primeramente  quién  era,  quiénes  eran 

"  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  74,  Exp.  4,  formado  en  virtud  de  Superior 
Villete .  .  . 

17  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  J,  pp.  28-29. 

18  Velazco  Ceballos.,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  85-87. 

19  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  85-87. 

20  Humboldt.  Alejandro,  Ensayo  Político,  tomo  II  lib.  III-Cap.  VIII. 


34 


sus  padres,  su  esposa,  hijos,  su  estado  civil,  las  ropas  y  objetos  que  portaba 
y  el  número  de  cama  que  se  le  daba.  En  seguida  se  le  hacía  el  aseo,  se  le 
confesaba  y  luego  se  acostaba  en  la  cama  correspondiente.  Si  el  caso  era 
urgente,  el  médico  o  el  cirujano  lo  veían  de  inmediato,  si  no,  esperaba  a 
la  visita  ordinaria.  A  cada  uno  debía  dársele  de  comer  según  su  gusto,  de 
acuerdo  con  el  médico. 

Las  enfermerías  de  mujeres  estaban  atendidas  por  enfermeras  supervisadas 
por  los  hermanos.  Las  visitas  a  los  enfermos  podían  hacerse  de  9  a.m.  a 
11  a.m.  y  de  2  p.m.  a  4  p.m.  Solamente  en  la  sala  de  heridos  estaban  prohi- 
bidos los  visitantes. 

Teniendo  los  frailes  especial  obligación  de  velar  por  el  bien  espiritual  de 
los  enfermos,  procuraban  que  la  estancia  en  el  hospital  fomentase  en  ellos 
la  vida  piadosa,  para  que  al  volver  al  mundo  fuesen  mejores  cristianos. 
Ello  lo  procuraban  mediante  el  sacramento  de  la  penitencia  y  la  continua 
oración  que  se  tenía  en  el  hospital.  Con  los  agonizantes  tenían  especial  cui- 
dado, turnándose  en  velar  a  los  que  en  tal  estado  se  encontraban,  adminis- 
trándoles los  últimos  sacramentos  y  ayudándolos  a  bien  morir.  La  caridad 
de  los  hermanos  se  extendía  aun  después  de  la  muerte,  pues  celebraban 
exequias  en  las  que  participaban  todos  los  religiosos.  El  descuido  en  estos 
últimos  puntos  ameritaba  los  más  severos  castigos,  que  llegaban  hasta  la 
pérdida  del  oficio  de  prior.21 

Hubo  entre  los  frailes  de  este  hospital  notables  médicos  y  cirujanos  como 
Fray  Juan  de  Rivas,  que  era  Doctor  en  medicina  de  la  Universidad;  Fray 
Francisco  Peláez,  cirujano  diestrísimo  que  sirvió  en  la  armada  española 
cuando  se  reconquistó  La  Habana.  Además  hubo  entre  los  juaninos  frailes 
distinguidos  en  otras  ramas  del  saber  como  por  ejemplo  el  Venerable  Fran- 
cisco Colodoro,  docto  en  ciencias  eclesiásticas,  que  siendo  comisario  en  indias 
era  consultado  hasta  por  la  curia  romana  en  asuntos  difíciles,  según  dice  M. 
Cuevas.  La  labor  de  estos  frailes  que  a  diario  cumplían  la  monótona  tarea 
de  atender  a  los  enfermos,  se  hizo  más  notable  frente  a  las  grandes  epidemias 
que  azotaron  la  ciudad,  entre  ellas  la  de  1736,  en  la  que  albergaron  hasta 
885  apestados  atendiendo  hasta  9402.  Cumpliendo  su  Caritativo  deber  mu- 
rieron en  aquella  ocasión  quince  religiosos.22 

Prestó  este  hospital  por  medio  de  sus  frailes  enormes  servicios  a  los  pobres 
de  la  ciudad,  a  pesar  de  que  tuvo  también  sus  grandes  fallas  sobre  todo 
en  el  XVIII.  Recordemos  aquel  dicho  ya  mencionado  al  hablar  del  hospital 
de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  de  México.  "Si  malo  es  San  Juan  de 

u  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  25,  Exp.  3,  "Expediente  formado  en  virtud 
de  Real  Orden". 

72  Cuevas,  S.  J.,  Mariano,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  336-337. 


35 


Dios,  peor  es  Jesús  Nazareno".  De  las  épocas  malas  de  estas  instituciones 
está  sacada  la  descripción  que  Fernández  de  Lizardi  hace  de  la  vida  hospi- 
talaria, en  su  Periquillo  Sarniento. 

Entre  los  hechos  notables  del  Hospital  de  N.  S.  de  los  Desamparados  y 
San  Juan  de  Dios,  se  cuenta  un  voraz  incendio  que  tuvo  lugar  el  10  de  marzo 
de  1776.  El  suceso  quedó  consignado  en  una  de  las  hojas  volantes  que  en 
tales  casos  se  publicaban,  para  informar  a  la  ciudad  de  los  hechos  más  impor- 
tantes ocurridos  en  ella.  Como  no  había  cámaras  fotográficas  ni  por  ende 
fotógrafos  de  prensa,  iban  los  litógrafos  y  grabadores  a  presenciar  los  sucesos 
para  darlos  después  al  público  a  través  de  esa  forma  de  prensa  que  era  la 
"hoja  volante".  Se  trataba  de  exponer  ante  los  lectores  el  suceso  tal  y  como 
había  ocurrido,  con  la  misma  fidelidad  con  que  hoy  lo  haría  una  fotografía. 
Así  lo  explica  la  que  se  publicó  con  motivo  de  dicho  incendio.  "Verdadera 
copia  del  estrago  que  hizo  el  fuego  en  la  Iglesia  de  Nuestro  Padre  San  Juan 
de  Dios  de  IVÍéxico".  .  .  ,  luego  añade  para  mayor  explicación  del  suceso: 
"en  dos  horas  y  media  el  día  diez  de  marzo  de  1766  y  último  de  su  Fiesta, 
verificándose  que  los  religiosos  quisieron  emplearse  en  libertar  sus  enfermos 
más  que  en  asistir  a  su  Iglesia,  cumpliendo  con  su  Instituto".  Estas  pocas 
palabras  son  a  la  verdad,  suficientes  para  informar  del  suceso,  pues  acom- 
pañaban a  un  grabado  en  el  que  pintorescamente  está  consignado  hasta  el 
último  detalle.  Veamos  la  descripción  que  de  este  grabado  hace  don  Luis 
González  Obregón.  "En  el  fondo  de  la  lámina  se  ve  la  vieja  iglesia  con 
su  torre  a  la  derecha,  y  a  la  izquierda  la  puerta  que  daba  entrada  al  hospital, 
cuyo  costado  sur  ostenta,  en  el  piso  superior  dos  grandes  y  enrejadas  ven- 
tanas. En  la  plazoleta  formada  por  el  templo  y  el  hospital  se  desarrolla  toda 
la  escena  del  tremendo  incendio.  Por  la  puerta  principal  salen  las  llamas  y 
entran  los  frailes  y  agentes  con  cántaros  llenos  de  agua  en  cada  mano.  Afuera 
los  alabarderos  forman  el  cuadro  para  impedir  que  se  acerquen  los  curiosos. 
Detrás  de  los  alabarderos  se  ven  las  camillas  de  los  enfermos  y  a  varios  indi- 
viduos que  conducían  a  otros,  cargándolos  a  cuestas.  Sobre  unas  andas,  y 
en  medio  de  cuatro  velas,  San  Juan  de  Dios  se  disciplina  azotándose  las 
espaldas  desnudas.  Cerca  del  santo,  un  individuo  enciende  un  haz  de  leña, 
quizás  para  arrojar  en  él  las  reliquias  que  era  de  rigor  quemar  en  tales  casos. 
En  la  parte  siniestra  de  este  cuadro  aparecen  soldados  de  caballería 
y  algunos  curiosos  que  contemplan  el  fuego,  y  un  perrillo  que  ladra  furioso 
a  un  lado  de  la  estufa  que  conduce  al  Divinísimo,  detrás  de  la  cual  se  ven 
algunos  frailes  con  hábitos  y  cerquillos  y  otro  grupo  de  curiosos.  Corona  la 
lámina  una  Custodia  llevada  por  alados  angelitos  y,  a  su  izquierda,  sobre 
nubes,  está  hincado  de  rodillas,  abrazando  a  un  Santo  Crucifijo,  San  Juan 


36 


de  Dios,  como  implorando  para  que  el  Altísimo  ponga  fin  al  siniestro".23 
Con  esto  último  el  grabado  va  más  allá  del  alcance  de  la  fotografía,  pues 
consigna  no  sólo  lo  que  el  pueblo  ve,  sino  aun  lo  que  el  pueblo  cree  y  con 
tal  elocuencia,  que  no  es  necesario  decir  más.  Gracias  a  la  actividad  de  los 
juaninos  todo  el  edificio  se  rehizo,  pero  en  1800  el  templo  sufrió  las  conse- 
cuencias de  un  fuerte  temblor,  quedando  semidestruído;  sin  embargo  volvió 
a  rehacerse  y  siguió  prestando  servicio. 

Los  juaninos  estuvieron  relacionados  con  los  jesuítas  desde  su  llegada  a  la 
ciudad  de  México,  puesto  que  entonces  habían  experimentado  su  decidido 
apoyo  y  ayuda.  Habían  sido  el  Padre  Pedro  Sánchez  S.  J.  y  otros  miembros 
de  la  Compañía,  quienes  habían  instado  con  el  Virrey  para  que  se  les  diesen 
sitio  y  limosnas  para  establecerse.  Esto  creó  entre  ellos  una  constante  cola- 
boración. Los  jesuítas  de  la  Casa  profesa  iban  al  hospital  a  confesar  a  los 
juaninos  y  a  hacerles  pláticas  espirituales.  Los  hospitalarios  por  su  parte 
iban  a  cuidar  a  los  jesuítas  cuando  estaban  enfermos.  Estas  relaciones  tuvieron 
su  coronamiento  con  la  "Carta  de  Hermandad"  que  con  ellos  estableció  la 
Compañía  de  Jesús  el  10  de  febrero  de  1752. 24 

La  iglesia  de  San  Juan  de  Dios  tuvo  siempre  una  enorme  concurrencia, 
favoreciéndola  la  nobleza  con  su  presencia  y  sus  limosnas.  Era  rica,  no  sólo 
por  sus  bellos  retablos  y  valiosas  pinturas,  ornamentos  y  vasos  sagrados,  sino 
también  por  sus  apreciadas  reliquias  que  lo  eran:  un  hueso  de  San  Juan 
de  Dios,  una  capita  hecha  con  el  hábito  del  mismo  santo  y  un  hueso  de 
San  Carlos  Borromeo. 

La  suerte  del  hospital  de  San  Juan  de  Dios  cambió  con  los  azares  de  la 
política.  Primeramente  la  constitución  de  Cádiz  que  suprimió  en  1820  las 
órdenes  hospitalarias,  lo  puso  en  manos  del  ayuntamiento  y  éste  lo  varió 
de  destino  conforme  lo  desearon  los  diferentes  gobiernos.  Un  tiempo  fue 
escuela,  estuvieron  en  él  las  monjas  de  la  Enseñanza  de  Indias;  en  1845 
fue  hospital  de  las  Hermanas  de  la  Caridad;  en  1868  por  orden  de  Maxi- 
miliano, se  dedicó  a  hospital  de  mujeres  públicas  y  con  la  ayuda  de  la 
emperatriz  logró  su  mejoramiento.  Su  economía  como  la  de  todos  quedó 
gravemente  resentida  por  las  leyes  de  Reforma  que  prohibían  a  las  institu- 
ciones eclesiásticas  poseer  bienes.  Y  aunque  más  tarde  se  reformó  prohibién- 
dose la  denuncia  de  bienes  eclesiásticos  dedicados  a  la  beneficencia,  dictán- 
dose más  tarde  una  ley  protectora  de  ella,  el  hospital  junanino  en  cuanto 
institución  había  sido  ya  destruido.  El  edificio  quedaba  en  pie  y  fue  apro- 
vechado con  la  misma  idea  imperial.  Allí  siguen  curándose  las  mujeres 
sifilíticas.  El  templo  sigue  abierto  al  público  prestando  sus  servicios  religiosos, 

23  González  Obregón,  Luis,  Las  Calles  de  México,  t.  II,  pag.  169. 

24  Decorme,  Gerard,  La  Obra  de  Los  Jesuítas,  tomo  I,  pp.  329-330. 


37 


pero  hoy  en  nuestros  días  más  que  por  San  Juan  de  Dios,  su  patrono,  los 
fieles  van  por  visitar  una  famosa  imagen  del  taumaturgo  de  Padua  a  quien 
se  llama  "San  Antonio  el  Cabezón",  y  a  quien  las  jóvenes  acuden  en  busca 
de  novio. 


Hospital  de  la  Purísima  Concepción 
Colima,  Col. 

Desde  finales  del  siglo  XVI  el  Padre  Pedro  Solórzano  pretendió  la  fun- 
dación de  un  hospital  en  la  ciudad  de  Colima.  Empero,  aunque  consiguió 
entonces  la  licencia  del  Virrey  Don  Gaspar  de  Zúñiga  el  7  de  agosto  de  1599 
y  del  Ilustrísimo  Sr.  Obispo  de  Michoacán  Don  Fray  Domingo  de  Ulloa  el 
8  de  agosto  de  1600,  la  fundación  no  se  realizó  de  inmediato  por  no  haberse 
concluido  el  edificio.  El  Padre  Solórzano  dio  para  la  erección  del  hospital 
el  edificio  y  una  hacienda  para  que  de  sus  productos  se  sostuviese.  Con  el 
derecho  de  fundador  y  mantenedor  que  era  de  la  institución,  nombróse  patrono 
del  hospital,  dando  al  patronato  un  carácter  hereditario. 

Para  que  los  enfermos  estuviesen  bien  atendidos  pidió  a  los  Hermanos  de 
San  Juan  de  Dios  que  lo  tomasen  a  su  cargo.  Los  frailes  aceptaron  y  el 
8  de  febrero  de  1605  se  les  hizo  entrega  del  edificio  que  aún  se  estaba  la- 
brando y  de  la  hacienda  donada  por  el  P.  Solórzano.  La  primera  estancia 
de  los  juaninos  en  este  hospital  fue  corta,  pues  el  patrono  empezó  a  inter- 
ferir en  la  vida  de  los  hermanos,  pretendiendo  hacer  innovaciones  en  la 
institución,  cosa  que  los  frailes  no  aceptaron,  teniendo  por  tanto  que  reti- 
rarse del  hospital.  Su  ausencia  duró  hasta  la  muerte  de  Don  Pedro.  El  nuevo 
patrono,  don  Diego  Mejía  de  la  Torre,  hermano  del  fundador,  inició  nego- 
ciaciones para  el  retorno  de  los  juaninos;  para  ello  obtuvo  nuevas  licencias 
que  fueron  la  del  Ilustrísimo  Fray  Baltasar  Covarrubias,  obispo  de  Michoacán, 
dada  el  22  de  agosto  de  1615  y  la  del  Virrey  Marqués  de  Guadalcázar  dada 
en  México  el  3  de  junio  de  1616.  Tras  ellas  los  juaninos  aceptaron 
regresar.  El  3  de  junio  de  1616  tomaron  posesión  del  hospital  que  no 
se  había  aún  concluido.  Mas  su  gran  habilidad  para  despertar  el  interés 
popular  en  la  obra  hospitalaria  pronto  se  puso  de  manifiesto,  logrando  que 
las  limosnas  fuesen  abundantes  y  pudiendo  asi  concluir  el  edificio.  Sin  embargo 
como  esta  primera  construcción  había  sido  mal  hecha,  más  tardó  en  concluirse 
que  en  hallarse  ruinosa.  Nuevamente  acudieron  los  juaninos  a  la  ayuda  pública 
y  de  nuevo  lograron  hacer  el  hospital,  pero  esta  vez  levantaron  un  edificio 


38 


de  gran  solidez  y  tanta,  que  en  el  informe  dado  un  siglo  después  se  dice  que 
aún  estaba  en  pie  y  en  buen  estado. 

Los  servicios  que  prestó  durante  toda  su  existencia,  los  ignoramos  casi  to- 
talmente. Hacia  1772-1774,  época  de  decadencia  hospitalaria,  sabemos  que 
atendían  un  promedio  de  cien  enfermos  al  año.  Recibían  360  pesos  de  los 
bienes  de  la  institución  y  150  pesos  provenientes  de  limosnas.  Todo  esto  se 
empleaba  en  los  enfermos,  los  Hermanos,  los  sirvientes,  reparos  del  edificio,  y 
además  en  la  celebración  de  funciones  religiosas.  Para  estas  épocas  el  hospital 
vivía  en  constante  déficit  y  tanto  que  cuando  el  Visitador  Fray  Pedro  Rendón 
recibió  sus  informes  amonestó  al  superior  sobre  que  no  debía  gastar  más  de 
lo  que  tenía. 

Parece  ser  que  no  fue  nunca  un  hospital  de  enorme  capacidad,  pues  la 
religión  juanina  sólo  dedicaba  a  él  de  tres  a  cuatro  religiosos,  uno  de  los  cua- 
les siempre  era  un  presbítero.  Cuando  se  hizo  la  petición  de  personal  al 
Visitador  se  dijo  que  se  necesitaban  seis. 25 

Sobre  la  vida  de  los  juaninos  de  esta  región,  los  informes  que  dieron  a 
finales  del  XVIII  el  Capitán,  el  Alcalde  Mayor,  el  Cura,  el  Regidor,  el 
Comisario  del  Tribunal  de  la  Inquisición,  etc.,  fueron  favorables.  Afirmaron 
que  tanto  el  prelado,  como  los  frailes,  edificaban  con  su  caridad  a  la  ciudad. 26 

No  sabemos  en  qué  año  se  terminó  la  vida  de  este  hospital,  pero  don 
Fortino  Hipólito  Vera  en  sus  noticias  sobre  el  Arzobispado  de  Guadalajara 
lo  mencionaba  como  existente  en  el  XIX. 27 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la 
Veracruz  o  San  Juan  Bautista 

Zacatecas,  Zac. 


Al  iniciarse  el  auge  minero  en  la  ciudad  de  Zacatecas,  empezaron  a  acudir 
de  grado  o  por  fuerza,  multitud  de  personas;  unas  buscando  las  vetas  que 
las  harían  ricas,  otras  con  el  fin  de  realizar  los  trabajos  de  la  explotación 
minera.  La  dureza  de  las  labores,  las  insalubres  condiciones  en  que  se  tra- 
bajaba, el  bajo  monto  de  los  salarios  y  el  estar  los  obreros  lejos  de  sus  lugares 
de  origen  y  por  ende  de  sus  hogares,  fueron  condiciones  que  se  conjugaron 
haciendo  evidente  la  necesidad  de  un  hospital  para  pobres  enfermos.  Así  fue 

Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  100-101. 
**  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  118-124. 
27  Vera  Fortino,  Hipólito,  Catecismo  Geográfico,  Histórico  y  Estadístico. 


39 


cómo  en  ios  albores  de  la  historia  Zacatecana  encontramos  la  existencia  de 
un  hospital  denominado  de  la  Santa  Veracruz.  Unida  a  este  hospital  que  fue 
creación  de  los  primeros  conquistadores  encontramos  la  cofradía  de  la  Santa 
Veracruz  fundada  por  Juan  de  Tolosa  y  sus  compañeros.  28  Posiblemente  esta 
cofradía  se  encargaba  de  su  sostenimiento. 

Este  primer  hospital  se  hallaba  situado  en  un  sitio  llamado  de  la  Veracruz 
en  las  afueras  de  la  ciudad  y  en  donde  más  tarde  se  estableció  el  convento  de 
los  padres  dominicos.  29 

Sobre  los  servicios  que  prestó  este  antiguo  hospital  no  tenemos  noticia  al- 
guna, empero  su  existencia  en  los  momentos  en  que  se  hacían  verdaderas 
cacerías  de  indios  para  echarlos  como  bestias  a  los  trabajos  de  las  minas, 30 
vino  a  ser  un  gran  lenitivo  y  una  verdadera  ayuda  para  los  miserables. 

Por  razones  que  desconocemos  el  hospital  dejó  de  prestar  servicio  y  es 
realmente  paradójico  el  que  haya  coincidido  su  desaparición  con  el  momento 
en  que  empezaba  ya  a  perfilarse  la  potencialidad  minera  de  aquella  región. 
Mas  apenas  desapareció,  la  necesidad  de  un  eficiente  hospital  volvió  a  ser 
una  evidencia  imperiosa.  Los  ojos  de  los  gobernantes  de  la  ciudad  presionados 
por  ella  decidieron  llamar  a  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios.  El  cabildo 
reunido  el  23  de  mayo  de  1608  acordó  pedir  a  las  supremas  autoridades  civiles 
y  eclesiásticas,  permiso,  no  para  nuevo  hospital  porque  esto  hubiera  reque- 
rido largas  investigaciones  que  habrían  retardado  el  proyecto,  sino  solamente 
de  traslado  del  antiguo.  Así  el  nuevo,  porque  lo  era  en  realidad,  quedaría 
establecido  en  otro  sitio  y  erigido  sobre  otras  bases  hospitalarias.  Del  antiguo 
sólo  heredaría  el  nombre  al  que  se  añadiría  el  de  Nuestra  Señora  que  era 
el  de  la  ciudad  misma.  Así  mediante  la  licencia  del  obispo  de  la  Nueva 
Galicia  don  Fray  Juan  del  Valle,  dada  el  27  de  marzo  de  1610  y  la  de  la 
Real  Audiencia  de  Guadalajara,  dada  en  el  acuerdo  de  27  de  marzo  de  1610, 
quedó  fundado  jurídicamente  el  hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Veracruz 
de  Zacatecas.  31 

Entre  las  capitulaciones  firmadas  para  establecerlo  se  hallaba  la  licencia 
del  Comisario  General  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios  en  la  Nueva  España, 
Padre  Fray  Lucas  de  la  Cruz,  para  que  los  hermanos  pudieran  hacerse  cargo 
del  hospital.  Finalmente  el  Prior  del  Hospital  de  la  Veracruz  de  Guadalajara, 
Fray  Alonso  Pérez,  firmó  una  escritura  aceptando  las  condiciones  que  el 
Cabildo  de  la  ciudad  de  Zacatecas  ponía  para  entregarles  el  hospital.  Estas 

28  Amador.  ElÍas,  Bosquejo  Histórico  de  Zacatecas,  tomo  I,  pag.  197. 
"  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  No.  48,  Leg.  27. 

30  Arlegui,  José,  Chrónica  de  la  Provincia  de  Nuestro  Padre  San  Francisco  de 
Zacatecas,  pp.  322-323. 

31  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  No.  48,  Leg.  27. 


40 


condiciones  estudiadas  y  acordadas  por  el  cabildo  para  la  eficiente  marcha 
de  la  institución  y  salvaguardarla  de  posible  relajación  o  abusos  de  los  her- 
manos, son  las  siguientes: 

1.  El  patronato  sería  siempre  de  la  ciudad  de  Zacatecas. 

2.  Se  admitiría  en  ellos  a  toda  clase  de  personas  sin  importar  su  condi- 
ción, raza  o  enfermedad,  excepto  leprosos  y  "antoninos"  que  en  caso  de  ha- 
berlos se  remitirían  a  México. 

3.  La  orden  mantendría  en  el  hospital  el  número  de  religiosos  que  se  ne- 
cesitasen para  un  buen  servicio. 

4.  Un  religioso  pediría  la  limosna  para  el  hospital  que  todos  los  miércoles 
se  acostumbraba  demandar  en  la  ciudad.  Otro  religioso  iría  de  tiempo  en 
tiempo  tierra  adentro  a  limosnear  dinero,  maíz,  trigo,  ganado,  etc. 

5.  La  limosna  obtenida  por  uno  y  otro  sería  exclusivamente  para  el  hospital, 
no  para  la  orden. 

6.  El  hospital  y  sus  bienes  no  se  entregarían  hasta  que  llegasen  por  lo 
menos  dos  juaninos  y  bajo  estas  condiciones. 

7.  Los  frailes  que  habían  de  recibir  el  hospital  traerían  las  licencias  co- 
rrespondiente;;. 

8.  Todos  los  permisos  que  se  tramitasen  se  pedirían  no  de  nueva  fundación 
sino  de  traslado. 

9.  En  caso  en  que  los  frailes  desampararan  el  hospital  o  éste  dejase  de 
serlo  por  alguna  causa,  el  edificio  y  bienes  volverían  a  la  ciudad. 

Todas  estas  condiciones  que  aceptaron  los  juaninos  fueron  firmadas  por  los 
miembros  del  cabildo  que  lo  eran  entonces:  Don  Frey  Juan  de  Guzmán, 
Bartolomé  de  Albornos,  Rafael  de  Alzar,  Juan  Bautista  García,  Cristóbal 
Martínez,  Juan  de  Monroy,  Br.  Pedro  Gómez  Guisado  ante  el  escribano 
del  cabildo,  Andrés  Venegas.  32 

Estas  capitulaciones  difieren  un  tanto  con  el  informe  que  en  el  siglo  XVIII 
da  el  prior  de  los  juaninos  de  este  hospital,  pues  dice  que  ellos  fueron  los  que 
obtuvieron  limosnas  para  conseguir  sitio  y  edificar  el  hospital. 33  Según  esto, 
parece  que  la  obra  fue  exclusivamente  juanina,  y  no  menciona  que  la  ciudad 
tuviera  algo  que  ver  en  el  hospital.  Posiblemente  lo  que  pasó  fue  que  los 
hermanos  que  tenían  gran  habilidad  para  conseguir  la  ayuda  pública  consi- 
guieron del  pueblo  y  en  especial  de  los  ricos  mineros  ampliar  el  hospital  y 

32  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  No.  48,  Leg.  27. 

33  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  101-102. 


41 


edificar  la  iglesia  anexa.  Sin  embargo  aun  en  la  iglesia  intervino  el  ya  men- 
cionado corregidor,  don  Frey  Juan  de  Guzmán,  caballero  de  la  Orden  de 
Santiago,  quien  por  devoción  que  tenía  al  santo  de  su  nombre,  hizo  que  la 
iglesia  fuese  a  él  dedicada.  34  En  qué  fecha  exactamente  empezó  a  funcionar 
el  hospital,  no  lo  sabemos,  ni  conocemos  a  cuánto  ascenderían  sus  bienes 
al  fundarse;  pero  sabemos  que  se  fueron  incrementando  con  donaciones 
particulares,  entre  ellas  las  de  dos  sujetos  que  legaron  14,000  pesos.  35-  Así 
con  las  limosnas  recogidas  y  con  los  constantes  donativos  de  los  mineros, 
el  hospital  se  hizo  de  un  pequeño  patrimonio  que  consistió  en  dinero  colo- 
cado a  censo  y  fincas  que  se  rentaban,  a  más  de  un  teatro.  Sólo  tenemos  tres 
noticias  detalladas  de  sus  ingresos  y  se  refieren  al  XVIII. 

Uno  es  el  informe  enviado  al  Virrey  Revillagigedo  por  los  mismos  herma- 
nos, en  él  se  dice  que  el  último  quinquenio  (1789-93;  los  ingresos  habían 
arrojado  las  siguientes  cantidades: 


Recibo  ordinario 

1713.4.2 

Recibo  extraordinario 

17009.2 

Rédito  de  principales 

596.0 

Producto  de  fincas 

4560.4.2 

Producto  de  una  obra  pía 

5539.5 

Total 

29419.00 

Estas  entradas  tenían  enormes  fluctuaciones,  pues  dependían  fundamen- 
talmente de  la  bonanza  de  las  minas.  36  En  la  obra  Visita  y  Reforma  de 
los  Hospitales  de  San  Juan  de  Dios  se  encuentran  dos  noticias  más  que  nos 
sorprenden  porque  difieren  entre  sí.  En  una  se  dice  que  el  hospital  tenía 
como  únicos  ingresos  914  pesos  anuales,  producto  de  las  fincas,  más  220  pesos 
de  limosnas  que  se  colectan  anualmente.  No  se  mencionan  las  partidas  de 
gastos  extraordinarios,  ni  réditos  de  principales  ni  producto  de  una  obra  pía.  37 

En  la  otra,  que  es  el  informe  que  al  visitador  dio  el  Prior  del  hospital  de 
Zacatecas  Fray  Juan  Antonio  del  Corral,  en  1774,  se  declara  que  del  6  de 
septiembre  de  1771  al  15  de  abril  de  1774  los  ingresos  y  egresos  eran  los 
siguientes : 

34  AguilaRj  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  100-101. 

25  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  101-102. 

M  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  Leg.  27,  No.  48. 

27  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  102. 


42 


Recibo  de  hacienda 
Recibo  ordinario 


2262. 
4084. 
1599.4 
556.7 


Recibo  extraordinario 
Recibo  de  comedias 


Total 


8502.3 


Gasto  ordinario 
Gasto  extraordinario 
Gastos  de  misas 
Gasto  de  salarios 


5988.2 
2267.2  y2 

442.4 

531.4 


Total 


9129.4/2 


Lo  cual  significa  que  el  hospital  tenía  un  déficit  de  627.1  1/2  el  cual  según 
declaración  del  propio  prior  se  cubría  con  las  limosnas  que  personas  ricas  le 
habían  dado  en  agradecimiento  a  haberlas  "asistido  en  sus  enfermedades 
como  cirujano",  un  Hermano  que  tal  oficio  ejercía,  y  que  había  sido  el  prior 
anterior.  38 

El  funcionamiento  del  hospital  era  el  siguiente: 

Se  recibía  a  toda  clase  de  personas,  tal  y  como  se  había  concertado  en  las 
escrituras  de  fundación,  tanto  indios  como  españoles  y  mezclas,  y  salvo  las 
excepciones  ya  citadas,  no  había  enfermo  que  se  rechazara  incluso  dementes. 

Había  una  sala  de  30  camas  para  hombres  y  otra  con  20  camas  para 
mujeres. 39  Esto  difiere  del  informe  al  visitador  que  arroja  solamente  10  ca- 
mas de  mujeres  y  14  de  hombres.  Era  tan  numerosa  la  solicitud  de  camas, 
que  siempre  estaban  llenas  y  en  muchas  ocasiones  por  no  desechar  a  los  en- 
fermos que  acudían,  se  ponían  en  tarimas  que  había  en  las  entrecamas.  Se 
calculaba  un  promedio  de  295  enfermos  y  enfermas  anualmente.  40 

Todas  las  enfermerías  tenían  sus  camas  de  madera,  colchones,  frazadas  y 


Los  servicios  clínicos  estaban  a  cargo  de  médicos  y  cirujanos.  Un  médico 
de  los  tres  que  había  en  la  ciudad,  visitaba  a  diario  el  hospital,  pero  turnán- 
dose con  los  otros  dos,  de  tal  modo  que  los  tres  médicos  prestaban  servicio 
en  el  hospital.  Uno  de  ellos  era  en  la  segunda  mitad  del  XVIII  el  doctor  don 
José  Selalla.  Había  dos  cirujanos,  que  en  dicha  época  lo  eran  don  Miguel 

38  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  127-128. 
89  G.  D.  G.  Gh.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  Leg.  27,  No.  48. 

40  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  101-102. 

41  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pag.  125. 


colchas. 


43 


Moreno  y  don  Francisco  Quiñones.  Los  dos  visitaban  diariamente  el  hospital. 
Las  medicinas  las  daba  siempre  el  propio  hospital  sin  importar  el  precio. 42 

La  atención  a  los  enfermos  se  efectuaba  conforme  a  las  siguientes  etapas: 
En  primer  lugar  se  llamaba  al  capellán  y  se  les  administraban  los  sacramentos, 
en  seguida  los  examinaba  el  médico  o  el  cirujano,  después  se  les  daban  los 
medicamentos  y  alimentos  prescritos.  Previo  a  encamarse  los  enfermos,  se  les 
aseaba.  Una  de  las  notas  especiales  de  este  hospital  era  su  limpieza  tanto  en 
el  edificio  como  en  los  propios  pacientes. 

A  los  enfermos  que  podían  llegar  por  su  pie  al  hospital  se  les  atendía  a 
través  de  lo  que  hoy  llamamos  consulta  externa.  El  personal  que  tenía  a  su 
cuidado  la  institución  a  más  de  los  médicos  y  cirujanos  ya  citados,  estaba 
formado  por  un  grupo  de  personas  religiosas  y  otro  de  laicos.  El  religioso 
se  ocupaba  de  la  dirección,  administración  y  vigilancia,  lo  componían  un 
prior  y  varios  frailes  juaninos.  En  1793  lo  atendían  Fray  José  Saavedra  como 
prior,  Fray  José  Yepes,  Fray  Ignacio  Escobar,  Fray  Mariano  Herrera,  Fray 
José  Torres,  más  un  donado  y  cuatro  novicios. 

El  personal  laico  lo  constituían  quienes  se  consideraban  como  sirvientes, 
éstos  eran  el  sacristán  y  su  ayudante,  el  pastor,  la  enfermera  mayor  y  su 
ayudanta,  la  cocinera  y  su  ayudanta,  y  finalmente  la  lavandera  y  su  ayudanta.43 

La  iglesia  no  era  una  capillita  anexa  al  hospital,  sino  un  gran  templo,  que 
se  había  levantado  con  el  dinero  de  los  mineros  fundamentalmente.  Su  cons- 
trucción se  concluyó  en  1693. 44  Era  de  grandes  dimensiones,  tenía  ocho  al- 
tares con  sus  imágenes  unas  de  pintura  y  otras  como  Nuestra  Señora  de  los  Do- 
lores, la  Candelaria  y  San  Juan  de  Dios  de  vestir.  El  altar  mayor  era  un  retablo 
de  madera  tallada  y  dorada.  En  la  iglesia  había  un  pulpito,  un  confesonario  y 
bancas.  La  sacristía  estaba  también  provista  de  todo  lo  necesario.  4r>  Como 
los  enfermos  que  en  mayor  número  acudían  al  hospital  eran  los  trabajadores 
de  las  minas  y  los  mineros  ponían  en  él  especial  cuidado,  en  su  iglesia  esta- 
blecieron numerosas  obras  pías  que  tenían  como  fin  el  culto  a  diversas  imá- 
genes. Esto  hacía  que  hubiera  constantes  fiestas  religiosas,  que  asistieran  los 
vecinos  y  aumentaran  las  limosnas.  El  hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Ve- 
racruz,  que  en  el  siglo  XVIII  ya  era  conocido  únicamente  bajo  el  nombre  de 
San  Juan  de  Dios,  fue  en  decadencia;  el  siglo  XIX  lo  encontró  ya  en  medio 
de  una  absoluta  mediocridad.  La  orden  de  supresión  de  las  órdenes  hospita- 
larias no  lo  afectó,  los  juaninos  siguieron  en  él  hasta  ya  consumada  nuestra 

42  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  Leg.  27,  No.  48. 

43  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Guadalajara,  Rollo  18,  Leg.  27,  No.  48. 

44  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  124-132. 

41  Vera  Fortino,  Hipólito,  Catecismo  Geográfico  Histórico  y  Estadístico,  pag.  271. 


44 


independencia.  Fue  en  el  año  de  1827  cuando  J.  M.  García  Rojas,  jefe  del 
estado,  viendo  el  abandono  en  que  estaba  el  hospital,  que  atendían  dos  o 
tres  juaninos  que  no  daban  a  nadie  cuentas,  hizo  que  pasara  a  manos  del 
ayuntamiento.  El  Congreso  del  estado  expidió  el  decreto  del  11  de  mayo  de 
1827,  anulando  todas  las  dotaciones  y  prerrogativas  de  los  hermanos  y  colo- 
cándolo bajo  la  administración  del  municipio,  quien  se  hizo  cargo  de  él  to- 
mando posesión  del  edificio,  muebles  y  propiedades  que  les  correspondían.  46 


Hospital  de  la  Santa  Veracruz,  Real  de  San  Cosme 
y  San  Damián  o  San  Juan   de  Dios 

Durango,  Dgo. 


En  la  villa  de  Durango  se  pretendió  desde  finales  del  siglo  XVI  tener  un 
hospital  para  los  pobres  enfermos.  Inició  las  gestiones  su  procurador,  Diego 
de  Villar,  quien  el  17  de  abril  de  1595  *  dirigió  una  petición  al  propio  alcalde 
y  cabildo,  demandando  el  cumplimiento  de  las  leyes  del  reino,  que  ordenaban 
se  diese  un  sitio  para  hospital  y  se  le  señalara  el  noveno  y  medio  de  las  rentas 
decimales  de  la  villa,  para  su  sostenimiento. 47 

Las  autoridades  civiles  aceptaron,  señalando  un  sitio  al  sur  en  lo  que  en- 
tonces eran  los  aledaños  de  la  ciudad,  concediéronse  las  rentas  pedidas  y  se 
le  dio  por  título  la  Santa  Veracruz. 

Se  acudió  al  obispo  de  Guadalajara  en  demanda  de  autorización  eclesiás- 
tica, pues  no  era  aún  obispado  la  Nueva  Vizcaya  ( Durango ) .  El  ilustrísimo 
don  Francisco  Santos  García  la  concedió  el  31  de  julio  de  1595,  señalando 
por  patronos  del  hospital  a  San  Cosme  y  San  Damián. 

Sin  embargo  el  hospital  siguió  llevando  muchos  años  el  nombre  de  la  Santa 
Veracruz. 

Aun  cuando  es  en  el  siglo  XVI,  cuando  se  aprueba  el  hospital,  jurídicamente 
queda  fundado  y  se  inician  las  obras  de  construcción,  no  es  sino  hasta  el  siglo 
XVII  cuando  en  realidad  Durango  puede  contar  con  un  hospital. 

Cuando  el  señor  de  la  Mota  y  Escobar  visitó  la  Villa  de  Durango  (1602- 


46  Amdor,  Elías,  Bosquejo  Histórico  de  Zacatecas,  tomo  II.  pag.  338, 

*  Pastor  Rouaix  en  su  Diccionario  Geográfico,  Histórico  y  Biográfico  del  Estada 
de  Durango  afirma  que  era  procurador  en  1593. 

47  Sara  vía,  Atanasio,  Apuntes  para  la  historia  de  la  Nueva  Vizcaya,  tomo  II,  pag.  46. 


45 


1603)  se  encontró  con  que  había  un  hospital  que  se  llamaba  de  la  Veracruz, 
pero  que  en  él  no  había  enfermos  aún.  48 

En  1610,  como  se  hubiese  concluido  ya  la  capilla  y  no  se  diese  aún  hospi- 
talidad a  los  enfermos,  el  ayuntamiento  y  vecinos  de  la  Villa  acudieron  al 
gobernador  Urdiñola  pidiendo  se  entregase  la  institución  a  los  Hermanos  de 
San  Juan  de  Dios,  que  recién  llegados  a  México  se  habían  extendido  ya  a 
Colima  y  cuyo  establecimiento  en  Zacatecas  estaba  tratándose  en  aquellos  días. 

Viendo  el  gobernador  la  urgente  necesidad  de  hospital  que  tenía  la  villa 
y  que  con  la  llegada  de  los  frailes  podría  finalmente  ponerse  en  servicio,  aceptó, 
turnando  despacho  al  obispo  de  Guadalajara  a  fin  de  que  éste  también  lo 
aprobase.  El  ilustrísimo  don  Fray  Juan  de  Valle  hizo  lo  propio  en  oficio  del 
5  de  febrero  de  1610. 

Estando  de  acuerdo  los  juaninos  en  hacerse  cargo  del  hospital,  la  villa  y 
el  regimiento  de  ella  por  una  parte  y  el  Bachiller  don  Rodrigo  de  Alcaraz, 
vicario  y  juez  eclesiástico,  a  nombre  del  obispo,  les  dieron  posesión  del  hos- 
pital el  día  29  de  junio  de  1610.  49 

Al  entregárseles  el  hospital,  se  les  ponía  en  las  manos  una  institución  que 
sólo  contaba  para  su  sustento  con  el  noveno  y  medio  de  la  villa,  lo  cual 
era  entonces  muy  "corto  peculio". 

Por  parte  de  la  orden  de  San  Juan  de  Dios  se  hicieron  cargo  del  hospital 
Fray  Francisco  Ferrer  y  Fray  Juan  de  Torres.  Después  llegaron  otros  más 
que  completaron  el  número  de  cuatro  frailes  y  un  presbítero,  encargado  de 
administrar  los  sacramentos.  A  partir  de  esta  época  el  hospital  empezó  a 
funcionar  teniendo  solamente  ocho  camas.  Capacidad  exigua  que  duró 
hasta  el  XVIII. 

Recibían  socorro  en  él,  especialmente  los  indios  y  los  soldados,  que  estaban 
de  guarnición  en  el  presidio  que  cuidaba  a  la  villa  de  los  ataques  de  los  indios 
enemigos.  Además  de  éstos  se  admitía  a  los  pobres  en  general.  El  hospital 
extendía  sus  servicios  a  toda  la  ciudad  y  a  todas  las  clases  sociales,  atendiendo 
a  los  que  no  eran  pobres,  en  sus  casas.  Esto  tenían  que  hacerlo  los  frailes 
porque  en  la  villa  no  había  médico,  ni  cirujano,  ni  barbero,  ni  aun  botica. 

Los  bienes  del  hospital  en  este  tiempo  eran:  un  rancho  que  rentado  producía 
anualmente  20  pesos;  un  censo  que  producía  anualmente  18  pesos  más  el 
noveno  y  medio  que  sumaba  1,300  pesos  anuales,  aproximadamente. 

En  el  interior  de  la  villa,  no  había  muchos  vecinos  acaudalados  y  al  ex- 
terior no  podían  salir  a  demandar  limosnas  por  temor  a  los  indios  enemigos. 
Por  tanto  tenían  que  vivir  fundamentalmente  sujetos  al  noveno  y  medio. 

La  situación  se  mantuvo  así  hasta  1681  en  que  por  sentencia  del  obispo  de 

48  Mota  y  Escobar,  Feo.,  Descripción  Geográfica,  pag.  191. 

48  Saravia,  Atanasio,  Apuntes  para  la  Historia  de  la  Nueva  Vizcaya,  tomo  II,  pag.  47. 


46 


la  Nueva  Vizcaya,  Ilustrísimo  Escañuela  y  decisión  de  la  Audiencia  de  Gua- 
dalajara  se  les  disminuyó  el  noveno  y  medio  a  la  cantidad  de  400  pesos. 

Los  juaninos  protestaron  pidiendo  a  las  autoridades  una  visita  al  hospital 
para  que  viesen  la  deplorable  situación  del  edificio  y  la  miseria  en  que  vivía 
la  institución,  que  ameritaba  ayuda  y  aumento  en  vez  de  disminución  en  su 
presupuesto. 

El  ayuntamiento  hizo  una  visita  al  hospital  y  encontró  justa  la  demanda 
de  los  frailes,  pues  el  edificio  estaba  ruinoso,  no  había  elementos  con  que 
atender  a  los  enfermos,  ni  tener  en  servicio  la  botica,  que  tantos  beneficios 
daba  a  toda  la  población.  La  iglesia  compartía  esta  miserable  situación. 

Se  acudió  al  rey,  que  lo  era  entonces  Carlos  II.  Este  respondió  con  la  Cé- 
dula del  8  de  junio  de  1691  en  la  que  aprobó  la  posesión  del  hospital  dada 
a  los  juaninos  por  el  Ilustrísimo  Juan  de  Valle  en  1610  y  ordenó  se  diera  a 
los  hermanos  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos,  de  que  habían  gozado,  pun- 
tualmente, cobrándolo  de  las  Arcas  Reales.  Por  esta  cédula  el  rey  sometió 
a  los  frailes  a  la  visita  anual  de  los  oficiales  reales  y  de  un  diputado  de  la  ciu- 
dad, a  los  que  debían  dar  cuentas  de  los  bienes  del  hospital.  El  obispo  sólo 
tenía  que  vigilar  lo  que  concerniera  a  la  iglesia. 50 

Sin  embargo  parece  que  la  economía  del  hospital  no  mejoró  y  que  todo 
siguió  igual,  pues  hay  otra  cédula  del  22  de  enero  de  1716  en  que  su  ma- 
jestad ordena  al  gobernador  y  capitán  general  de  la  provincia  de  la  Nueva 
Vizcaya  se  diese  al  hospital  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos.  Esta  cédula 
fue  mucho  más  enérgica  y  más  favorable  aún,  pues  se  disponía  además,  que 
se  reedificasen  las  partes  ruinosas  del  edificio,  se  aumentasen  diez  y  seis  ca- 
mas y  se  llevasen  de  la  ciudad  de  México  un  médico,  un  boticario  y  una 
botica  completa  para  servicio  del  hospital  y  de  la  ciudad  toda.  A  esta  dispo- 
sición real  sí  se  le  hizo  caso,  empezando  a  realizarse  las  obras  en  1718  y 
concluyéndose  en  1722.  *  51  A  partir  de  esta  época  y  posiblemente  con  motivo 
de  esta  cédula  el  hospital  empezó  a  usar  el  título  de  Real. 

Usando  el  nombre  del  Hospital  Real  de  San  Cosme  y  San  Damián  lo  en- 
contramos en  1768.  52  Sin  embargo,  el  nombre  de  San  Juan  de  Dios  se  había 
metido  en  el  pueblo,  que  de  este  modo  lo  llamaba,  logrando  que  finalmente 
este  nombre  prevaleciera. 

Los  principios  del  siglo  XVIII  son  en  Durango  una  época  de  grandes 
progresos  materiales,  hay  un  "aumento  de  edificios  y  templos  y  mayor  conso- 

60  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma...,  tomo  II,  pag.  110. 

*  Saravlv,  Atanasio,  menciona  una  Real  Orden  del  25  de  abril  de  1718  en  la 
cual  se  contiene  lo  mismo  que  en  la  Cédula  citada. 

61  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  T.  47  "Sobre  arreglo  de  Administración  del  Hosp. 
de  San  Juan  de  Dios  en  Durango". 

w  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Durango,  Rollo  11,  No.  15,  1768. 


47 


lidación  en  su  organización  general".  Las  grandes  reformas  al  hospital  de 
San  Cosme  y  San  Damián  coinciden  con  esta  época.  El  edificio  se  arregla 
ampliando  las  enfermerías,  reparando  techos,  pisos,  muros,  etc.  Con  ello  pudo 
atenderse  a  veinticuatro  enfermos.  El  número  de  religiosos  se  aumentó  a  seis, 
sin  contar  el  capellán.  Se  estableció  la  botica  que  costó  3,500  pesos.  Se  llevó 
a  un  médico  cuyo  sueldo  era  de  600  pesos  anuales  y  un  boticario  examinado- 
a  quien  se  pagaban  400  pesos  anuales.  53 

La  orden  de  tomar  cuentas  al  hospital  anualmente  fue  rigurosamente  ob- 
servada por  los  diputados  y  oficiales  reales,  quienes  hasta  llegaron  a  pelear 
entre  sí  por  las  famosas  precedencias  de  asientos  en  las  visitas.  El  celo  de  estos 
señores  en  la  buena  marcha  del  hospital  se  extremó  al  grado  que  los  dipu- 
tados turnándose  lo  visitaban  diariamente  a  las  horas  de  la  comida  y  la  cena 
para  cerciorarse  de  la  buena  alimentación  y  caritativo  trato  a  los  enfermos.  54 

Para  esta  época  los  ingresos  que  el  hospital  tenía  por  concepto  del  noveno 
y  medio  de  los  diezmos  eran  de  2,499  pesos  anuales.  Además,  tenía  como 
fuente  de  ingresos  la  botica  que  seguía  siendo  la  única  de  la  provincia.  Los 
informes  que  tenemos  sobre  hospitales  en  la  segunda  mitad  del  XVIII  van 
variando.  El  Padre  Morfi  en  su  viaje  a  Durango  efectuado  de  1777  a  1778 
consignó  sobre  la  institución  la  siguiente  nota:  "está  bien  arreglado  y  bien 
atendido."  55  Contemporáneo  a  éste  es  el  informe  de  los  propios  juaninos. 
El  Hermano  Mayor  (que  indebidamente  se  titula  Prior)  del  hospital,  envía 
carta  al  Visitador  Pedro  Rendón  Caballero,  diciéndole  que  el  hospital  a  su 
cargo  tiene  una  iglesia  en  buenas  condiciones,  provista  de  altares  con  bellas 
imágenes  de  pintura  y  esculturas  de  vestir,  pulpito,  confesonario,  etc.  La 
sacristía  no  carece  de  nada.  Las  enfermerías  tienen  todo  lo  necesario  para  la 
atención  de  los  enfermos,  camas,  colchones,  etc. 

Del  año  1771  a  1774  o  sean  tres  años,  habíanse  atendido  novecientos 
sesenta  y  siete  enfermos,  hombres  y  mujeres,  de  los  cuales  habían  muerto 
noventa  y  nueve. 

El  movimiento  económico  en  esos  dos  años  había  sido  el  siguiente: 


Data 
Cargo 


22869.5 
22232.4  y2 


Alcance  contra  el  hospital 


639./2.3  gr. 


56 


Saravia,  AtanasiOj  Apuntes  para  la  Historia.  .  .,  tomo  II,  pp.  94-100. 


64  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Durango,  Rollo  11,  No.  45,  1768. 

55  Saravia,  Atanasio,  Apuntes  para  la  Historia.  .  .  ,  tomo  II.  pag.  134. 

66  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  39-44. 


48 


En  el  resumen  que  de  los  informes  de  los  Hermanos  Mayores  de  los  conven- 
tos hace  el  Visitador,  se  asienta  que  para  esta  época  el  noveno  y  medio  sólo 
les  producía  456  pesos,  pero  que  el  dinero  colocado  a  censo  y  las  limosnas 
colectadas  sumaban  7,080  pesos  los  cuales  daban  un  total  de  ingresos  de  7,536 
pesos.  Con  ellos  se  habían  sostenido  ocho  religiosos  y  asistido  doscientos  dos  en- 
fermos y  ciento  treinta  y  cinco  enfermas.  57 

Para  el  año  1775  el  obispo,  el  deán,  el  cabildo  y  otras  personas,  certifi- 
caban la  vida  ejemplar  y  buenos  servicios  de  los  juaninos, 58  pero  para  1 785 
el  Real  Tribunal  y  Audiencia  de  cuentas  declaraba  que  los  juaninos  recibían 
2,499  pesos  anuales  del  diezmo,  pero  que  no  administraban  ese  dinero  como 
debían  en  atención  a  los  enfermos,  los  cuales  estaban  en  total  descuido  y  que 
por  tanto  pedían  se  les  privase  de  la  administración  y  manejo  de  los  bienes. 59 

Suprimidas  las  órdenes  hospitalarias  esta  institución  pasó  a  manos  del  go- 
bierno del  estado  y  siguió  prestando  servicios  en  calidad  de  Hospital  Civil. 


Hospital  de  San  Juan  Bautista  o  San  Juan  de  Dios 
San  Luis  Potosí. 


Hacia  1589  se  hallaba  en  Zacatecas  como  uno  de  tantos  interesados  en  las 
minas  un  hombre  oriundo  de  Vizcaya  que  llevaba  por  nombre  Juan  de  Za- 
vala.  En  este  real  fue  tanto  mercader  como  guardaminas.  No  encontró  allí 
la  oportunidad  de  enriquecerse,  por  lo  que  en  1592,  teniendo  noticias  del  des- 
cubrimiento de  ricas  vetas  en  el  Cerro  de  San  Pedro  del  Potosí,  se  trasladó 
al  pueblo  de  San  Luis.  Allí  abrió  una  tienda  para  poder  subsistir,  mientras 
le  llegaba  la  oportunidad  de  intervenir  directamente  en  las  minas.  Asentado 
en  San  Luis  y  próspero  en  su  negocio  de  mercaderías,  empezó  a  comprar  par- 
ticipaciones en  las  minas  de  Santa  Clara,  La  Biznaga  y  Los  Muertos,  que  re- 
sultaron muy  ricas.  Hacia  1594  fue  nombrado  por  los  mineros  diputado  de 
la  república.  Su  riqueza  se  acrecentó  rápidamente.  Minas,  haciendas  de  la- 
bor, casas  y  dinero  en  efectivo,  constituyeron  aquella  enorme  fortuna  que  se 
había  formado  en  escasos  cuatro  años.  Para  suerte  de  San  Luis  Potosí,  tan 
grande  como  fue  la  fortuna  de  don  Juan,  fue  su  generosidad.  De  ella  empe- 
zó a  dar  muestras  en  1596  cuando  donó  9,000  pesos  de  oro  para  las  obras  de 
la  iglesia  mayor  de  la  ciudad.  Como  la  riqueza  no  satisface  al  hombre,  don 

67  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  111. 
88  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  39-44. 
69  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  49,  Exp.  10. 


49 

H  4 


Juan  de  Zavala  quiso  algo  más,  esto  es,  el  poder.  Vínose  a  la  capital,  en  donde 
en  1609  compró  en  remate  con  un  costo  de  110,000  pesos  de  oro  común,  la 
vara  de  alguacil  mayor  de  la  ciudad  de  México,  puesto  que  le  daba  poder, 
honra  y  buenas  oportunidades  económicas.00 

La  lejanía  de  aquel  lugar  en  el  que  se  había  enriquecido  no  lo  hizo  olvi- 
darse de  él,  ni  desatenderse  de  sus  dolores,  antes  teniéndolo  más  presente  que 
nunca,  resolvió  hacer  la  fundación  de  una  institución  hospitalaria  para  atender 
toda  clase  de  pobres,  en  especial  a  los  indios  y  españoles  trabajadores  de  las 
minas,  que  eran  los  que  en  peor  desamparo  se  encontraban.  Para  ello,  él  y 
su  esposa  se  pusieron  en  contacto  con  Fray  Bruno  Dávila,  que  a  la  sazón 
era  Prior  del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  cabecera  de  toda  la  provincia 
juanina  recién  fundada,  exponiéndole  su  deseo  de  fundar  un  Hospital  y  po- 
nerlo a  cargo  de  la  orden.  Fray  Bruno  aceptó  y  entonces  ellos  formalizaron 
su  ofrecimiento  por  medio  de  una  escritura  hecha  ante  el  notario  Francisco 
de  Arceo,  el  12  de  marzo  de  1611. 61  Don  Juan  de  Zavala  y  doña  Catalina  Váz- 
quez su  mujer,  se  comprometieron  a  dar  para  la  fundación  las  casas  que  te- 
nían en  San  Luis  Potosí.  Estas  quedaban  situadas  "en  la  parte  y  lugar  donde 
solían  tener  sus  haciendas  e  ingenios  de  fundición,  que  lindaban  por  un 
lado  con  el  sitio  de  los  ingenios  hacia  el  levante,  y,  por  otro,  con  la  calle  real 
de  San  Agustín  a  Tlaxcala,  comprendiendo  una  casa  pegada  a  la  capilla 
hacia  el  poniente  y  que  hacía  esquina  con  dicha  calle;  por  la  espalda,  que  caía 
al  norte,  confinaba  con  unos  solares  de  la  hacienda  del  capitán  Gabriel  Ortiz; 
y  por  el  sur,  con  una  plaza  y  sitio  también  de  la  propiedad  de  los  donantes".62 
Todo  esto  vendría  a  ser  el  hospital,  adecuándolo  a  su  nuevo  uso. 

Para  poner  en  marcha  el  hospital,  daban  500  pesos  de  oro  común,  trece 
camas  de  madera  con  sus  colchones  y  almohadas,  veintiséis  sábanas  de  ruán 
y  otras  tantas  frazadas  de  Castilla. 

Para  sostener  el  hospital  donaron  otras  casas  contiguas  a  las  anteriores  pa- 
ra que  rentadas  sirvieran  como  fuente  de  ingresos  al  hospital.  Su  producto 
era  de  200  pesos  anuales.03  Los  fundadores  ponían  solamente  tres  condicio- 
nes, la  una  era  que  el  hospital  se  titulase  de  San  Juan  Bautista,  la  otra  que 
fuese  perpetuamente  administrado  por  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  y 
que  en  caso  de  abandonarlo  volviera  a  sus  dueños.  La  tercera  condición  era 
que  el  hospital  fuese  siempre  gratuito  y  en  él  se  admitiese  a  toda  clase  de 
enfermos,  sin  distinción  de  clases,  ni  enfermedades,  pero  dándose  preferencia 
a  los  indios  de  la  región.  Tras  esta  escritura  firmada  con  los  juaninos  a  los 

00  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí,  tomo  II,  pp.  61-65. 

61  Pina,  Francisco,  Estudio  Histórico  sobre  San  Luis  Potosí,  pag.  38. 

62  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí,  tomo  II,  pag.  66. 

63  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  106. 


50 


cuales  se  entregaron  de  inmediato  los  500  pesos  de  oro  común,  don  Juan  y 
su  esposa  se  dirigieron  al  Virrey,  Marqués  de  Salinas,  impetrando  su  licen- 
cia. No  halló  el  Virrey  obstáculo  alguno  por  lo  que  la  otorgó  el  15  de  abril 
del  mismo  161 1. 

Poco  después  se  acudió  al  obispo  de  Michoacán  don  Baltasar  Covarrubias, 
en  cuya  jurisdicción  quedaba  entonces  San  Luis  Potosí.  El  obispo  aprobó  la 
idea  y  concedió  a  Fray  Alonso  Pérez,  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios, 
en  el  pueblo  Queyacac  licencia  para  fundar  el  hospital,  con  autorización  de 
que  en  él  hubiese  capilla  y  en  ella  se  pudieran  dar  los  sacramentos.64 

Con  todas  las  licencias,  la  escritura  celebrada  y  los  500  pesos  de  oro  co- 
mún dados  por  el  fundador,  Fray  Alonso  Pérez  y  Fray  Andrés  de  Alcázar 
llegaron  en  1611  a  San  Luis.  Presentados  sus  documentos  a  las  autoridades, 
iniciaron  de  inmediato  la  fabricación  de  las  enfermerías,  oficinas  de  servicio 
del  hospital  y  la  vivienda  de  los  religiosos.  No  sabemos  con  absoluta  certeza 
si  la  construcción  del  hospital  que  se  hizo  fue  totalmente  nueva  desde  los  ci- 
mientos, mas  paréceme  que  no  y  que  en  parte  se  aprovecharon  las  casas  de  los 
fundadores.  Posiblemente  se  tuvo  en  un  principio  una  capilla  provisional, 
pues  el  gran  templo  tardó  aún  varios  años  en  construirse.  Este  se  empezó  a 
edificar  siendo  prior  Fray  Tomás  Barrutia  y  se  concluyó  gracias  a  la  ayuda 
del  español  Francisco  de  Arellano,  quien  lo  hizo  según  asienta  el  P.  Tello 
en  su  Crónica  Miscelánea  en  agradecimiento  a  la  Virgen  de  San  Juan  de  los 
Lagos  que  le  devolvió  la  vista.  Para  hacerlo  vendió  todos  sus  bienes,  los  entre- 
gó a  los  juaninos  y  él  mismo  tomó  el  hábito  con  el  cual  murió  sirviendo  en  el 
hospital.65 

Entre  las  iglesias  de  San  Luis,  fue  una  de  las  mejores  y  más  ricamente  do- 
tadas. 

El  hospital  empezó  a  prestar  servicios  poco  después  de  la  llegada  de  los 
primeros  juaninos.  Para  el  cuidado  de  los  enfermos  el  número  de  frailes  va- 
rió, si  en  un  principio  fueron  dos,  luego  llegaron  a  ser  diez  a  más  del  sacer- 
dote que  administraba  los  sacramentos.  Había  un  cirujano  que  no  sabemos 
si  era  fraile  o  laico.66  En  su  época  de  decadencia  o  sea  a  finales  del  XVIII 
había  de  tres  a  cinco  frailes,  pero  se  decía  que  eran  necesarios  seis.67 

Desde  un  principio  las  camas  del  hospital  fueron  muy  solicitadas,  tanto 
que  rebasando  los  cálculos  de  los  frailes  y  los  fundadores,  fue  necesario  acudir 
al  obispo  demandándole  su  licencia  para  pedir  limosna,  porque  era  tal  el 
número  de  enfermos  que  acudían  que  no  había  con  qué  mantenerlos.  Ordi- 

04  Peña,  Francisco,  Estudio  Histórico  sobre  San  Luis  Potosí,  pag.  38. 

65  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí,  tomo  II,  pp.  67-68. 

M  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí,  tomo  II,  pag.  68. 

67  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  106. 


51 


nanamente  el  hospital  sostenía  veinte  camas  o  sean  siete  más  de  las  que  ha- 
bían dotado  los  fundadores.  En  épocas  de  mayor  demanda  se  aumentaban  a 
veintisiete. 

Del  siglo  XVIII  tenemos  un  informe  de  1769  a  1773  o  sean  cinco  años. 
En  esta  época  se  habían  recibido  ciento  cuarenta  y  ocho  enfermos  anuales. 
No  hay  que  olvidar  que  estas  cifras  corresponden  a  una  época  de  decadencia. 

Nunca  fue  el  Hospital  de  San  Juan  Bautista  un  hospital  rico,  por  el  con- 
trario siempre  vivió  con  problemas  económicos.  Hemos  visto  cómo  poco  des- 
pués de  fundado  tuvo  que  empezar  a  acudir  a  la  limosna  pública.  El  proble- 
ma aumentó  con  la  decadencia  de  las  minas.  Fue  necesario  reducir  el  número 
de  enfermos,  así  como  el  número  de  frailes.  Si  en  las  épocas  de  auge  los  frailes 
tenían  a  su  cargo  una  botica  que  servía  no  sólo  al  hospital  sino  a  toda  la 
población,  cuando  se  vino  a  menos,  los  juaninos  tenían  que  pedir  de  limosna 
las  medicinas  para  los  enfermos. 

Los  ingresos  del  hospital  hacia  1773  eran  una  renta  anual  de  510  pesos  más 
las  limosnas,  que  cuando  mucho  llegaban  a  400  pesos  anuales,  según  afirma 
Rómulo  Velazco  Ceballos. 

Más  de  dos  siglos  sirvieron  a  los  pobres  los  juaninos  del  hospital  de  San 
Luis  Potosí  y  no  tenemos  noticias  de  perturbación  alguna  en  la  institución. 

Durante  la  primera  parte  de  nuestra  guerra  de  independencia  o  sea  hacia 
1811  los  juaninos  de  este  hospital  favorecen  la  causa  rebelde  haciendo  de  él 
un  centro  de  conspiración,  especialmente  cuando  entró  en  contacto  con  ellos 
el  lego  juanino  Fray  Luis  Herrera,  que  había  militado  algún  tiempo  en  las 
tropas  de  Hidalgo,  sirviendo  como  cirujano.68 

Poco  después,  no  sabemos  si  a  causa  de  esto,  los  juaninos  abandonan  el 
hospital,  y  esto  motiva  que  se  abra  un  hospital  provisional,  pues  el  militar  que 
existía  no  era  suficiente.  Sin  embargo,  en  1814  Félix  María  Calleja  informaba 
que  ya  no  era  necesario  el  hospital  provisional,  pues  los  juaninos  iban  a  resta- 
blecer el  hospital  que  tenían  allí  en  San  Luis.69 

El  decreto  de  supresión  de  las  órdenes  hospitalarias  llegó  a  este  hospital 
tardíamente  poniéndose  en  práctica  ya  después  de  varios  años  de  consumada 
nuestra  independencia.  El  10  de  septiembre  de  1827  el  R.  P.  Fray  Felipe 
Quiñones,  prior  que  era  del  hospital  de  San  Juan  Bautista  o  San  Juan  de  Dios, 
como  se  llamaba  entonces,  entregó  el  convento,  iglesia  y  hospital  con  todos 
los  libros,  archivo,  objetos  de  sacristía  y  altar,  lo  mismo  que  todas  sus  fincas 
y  demás  bienes  a  don  José  María  Castañeda,  comisionado  por  el  gobierno  de 
México  para  recibir  el  hospital.  El  gobierno  civil  de  la  ciudad  de  San  Luis 
Potosí  se  preocupó  durante  los  primeros  años  que  siguieron  a  la  salida  de  los 

68  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Hist.  de  San  Luis  Potosí,  t.  III,  pp.  37-58. 
"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  I,  Exp.  8,  fol.  22. 


52 


juaninos,  en  cuidar  el  hospital  y  dar  en  él  un  buen  servicio,  pero  después  lo 
abandonó.  Sus  bienes  inmuebles  se  vendieron  y  lo  mismo  se  hizo  con  los 
capitales  que  tenía  para  sostenerse.  ¿A  quién  o  a  quiénes  favoreció  la  venta 
de  estas  propiedades  que  debían  haber  sido  inalienables,  por  ser  de  beneficio 
popular?  No  lo  sabemos.  Finalmente  el  edificio  de  la  iglesia  se  entregó  al 
clero  y  el  del  hospital  vino  a  servir  de  aduana.70 


Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción 
Orizaba,  Veracruz 

Ese  camino  de  Veracruz,  paso  obligado  para  tantos  viajeros  y  traficantes, 
era  siempre  duro  para  los  que  lo  transitaban.  Aquellos  dueños  de  recuas  de 
muías  que  iban  o  venían  del  puerto  con  las  mercaderías,  o  con  los  viajeros, 
aquellos  que  recorrían  varias  veces  al  año  el  fatigoso  camino,  se  veían  cons- 
tantemente ante  el  problema  de  que  muchos  de  sus  trabajadores  y  pasajeros, 
se  enfermaban  y  no  había  lugar  en  que  se  les  socorriese.  La  red  de  hospitales 
fundada  por  Bernardino  Alvarez  y  sus  Hermanos,  no  era  suficiente  por  la 
gran  lejanía  entre  ellos.  Uno  de  esos  sitios  en  que  la  necesidad  se  palpaba 
con  mayor  urgencia  era  Orizaba. 

Ante  tal  situación  se  reunieron  los  dueños  de  los  carros  y  planearon  fundar 
entre  todos  ellos,  un  hospital  que  pondrían  al  cuidado  de  los  hermanos  de  San 
Juan  de  Dios.  Nombraron  por  sus  apoderados  para  realizar  la  obra  a  Pedro 
Mexía  y  a  Sebastián  Maldonado,  quienes  empezaron  a  mover  instancias  ante 
ambas  autoridades  y  formalizaron  las  promesas  de  los  carreteros.  Estos  firma- 
ron una  escritura  el  29  de  mayo  de  1618,  por  la  cual  se  comprometían  a  dar 
6,000  pesos  de  oro  común,  para  el  sostenimiento  del  hospital;  de  éstos,  1,000 
pesos  los  donaba  Sebastián  Maldonado  y  la  casa,  un  terreno  anexo  y  500 
pesos  los  daba  Pedro  Mexía.  El  documento  se  firmó  con  el  Padre  Fray 
Francisco  Martínez,  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios,  quien  lo  aceptó,  y  se 
comprometió  a  llevar  a  cabo  la  fundación.  El  10  de  julio  de  1618  obtuvo  la 
licencia  del  Virrey  don  Diego  Fernández  de  Córdoba.  El  año  siguiente  o  sea 
el  29  de  mayo  de  1619  el  obispo  de  Tlaxcala  don  Antonio  Mota  y  Escobar 
dio  autorización  a  los  juaninos,  para  realizar  la  fundación,  que  quedaba  su- 
jeta al  gobierno  conforme  a  las  leyes  y  visita  del  ordinario.*  Tras  esta  escri- 

70  Peña,  Francisco,  Estudio  Histórico  sobre  San  Luis  Potosí,  pag.  39. 
*  La  licencia  se  expide  en  Puebla  de  los  Angeles  cuando  la  sede  episcopal  aún 
residía  en  Tlaxcala,  pues  no  fue  sino  hasta  1650  cuando  se  hizo  el  traslado  a  Puebla, 


53 


tura  el  obispo  extendió  un  libramiento  en  favor  de  los  Hermanos,  para  que 
se  les  entregara  lo  ofrecido  y  entre  esto,  al  menos  2,000  pesos  de  oro  común, 
para  iniciar  la  obra  (12  de  julio  de  1619).  Doce  días  después,  Fray  Alonso 
Pérez  a  nombre  de  la  religión  juanina,  acompañado  del  corregidor  de  Orizaba 
tomaba  posesión  de  la  casa  y  el  sitio  donado  por  Pedro  Mexía.71 

Al  hacerse  la  erección  los  frailes  se  comprometieron  a  dar  al  hospital  una 
advocación  mariana,  de  aquí  que  se  titulase  de  La  Concepción.  En  el  altar 
mayor  de  la  iglesia  debían  poner  una  imagen  de  ella,  y  las  imágenes  de  los 
Santos  Roque  y  Sebastián,  abogados  contra  la  peste. 

En  cuanto  a  los  servicios  médicos,  los  Hermanos  quedaban  obligados  a 
tener  un  personal  suficiente  para  la  atención  del  hospital;  debían  recorrer 
diariamente  los  caminos  hasta  dos  leguas  a  la  redonda  para  buscar  a  los 
caminantes  enfermos.  Se  comprometían  además  a  tener  un  sacerdote  que  ad- 
ministrara los  sacramentos,  un  médico,  un  cirujano  y  una  botica  propia  para 
poder  dar  las  medicinas  adecuadas  a  los  enfermos.  En  el  hospital  recibirían 
a  cualquier  clase  de  personas,  sin  importar  la  raza  y  tendrían  una  sala  espe- 
cial para  sacerdotes  enfermos.  Estos  últimos  quedarían  obligados  a  aplicar 
las  misas  que  dijesen  mientras  estuviesen  allí,  por  los  fundadores.  Aunque 
toda  clase  de  personas,  como  hemos  dicho,  podía  ser  recibida,  el  hospital  se 
fundaba  especialmente  para  los  indios  y  criados  de  los  dueños  de  carros.72 

A  pesar  de  tantas  buenas  intenciones,  las  cosas  no  se  realizaron  como  se 
habían  planeado.  De  lo  ofrecido  por  los  carreteros,  sólo  250  pesos  pudieron 
cobrarse.73  Sin  embargo,  las  limosnas  constantes  de  los  vecinos  y  traficantes 
hicieron  posible  el  que  se  adaptasen  las  casas  donadas  y  se  levantase  iglesia.74 
Así  nos  lo  confirma  el  documento  publicado  por  Arróniz  que  aquí  insertamos: 
"Con  los  dichos  doscientos  y  cincuenta  pesos  y  limosnas  que  han  dado  los 
vecinos  de  este  pueblo,  y  Jurisdicción,  y  los  traginantes  y  de  otras  partes  que 
han  recogido  los  Frayles  del  Orden  del  Glorioso  San  Juan  de  Dios,  han  obra- 
do la  Iglesia  en  el  dicho  sitio  de  cal  y  canto,  cubierta  de  teja  con  su  altar 
mayor,  donde  está  colocado  el  Santísimo  Sacramento,  y  la  imagen  de  bulto  del 
glorioso  San  Juan  de  Dios  y  bajo  a  el  pie  de  las  gradas  dos  colaterales,  y  la 
Iglesia  ladrillada  con  su  puerta  traviesa  y  principal,  saliendo  de  ella  a  mano 
izquierda  la  enfermería  con  altos  y  bajos,  con  sus  corredores  y  en  los  bajos 
aposentos,  y  refitorio,  y  en  lo  alto  una  sala  mui  capaz  con  sus  camas  donde 

pero  aun  entonces  los  diocesanos  de  la  Angelópolis  continuaron  titulándose  obispos  de 
Tlaxcala.  (Véase  el  estudio  de  Diego  Bermúdcz  de  Castro  publicado  por  don  Nicolás 
León  en  su  Bibliografía  Mexicana  del  XVIII,  titulado  Teatro  Angelopoiitano) . 

71  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  tomo  60,  Exp.  10. 

72  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  24,  Exp.  1. 

73  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  74,  Exp.  2. 

74  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  .  t.  II.  pp.  87-88. 


54 


se  curan  los  enfermos,  ladrillada  toda  de  cal  y  canto  cubierta  de  teja,  y  afo- 
rrada y  con  su  portería  que  sale  á  el  sementerio  de  la  Iglesia  con  su  cerca 
de  cal  y  canto  y  con  sus  almenas,  y  otro  patio  dentro  cercado  asimesmo  de 
cal  y  canto  con  su  cocina,  todo  lo  cual  parece  haber  obrado  y  edificado  con 
las  dichas  limosnas".  .  ,75 

Tanto  el  hospital  como  la  iglesia  construidos  con  tanto  afán  fueron  des- 
truidos por  el  temblor  del  26  de  agosto  de  1696.  El  hospital  se  reconstruyó 
de  inmediato  pero  ya  solamente  como  construcción  de  un  solo  piso.  La  iglesia 
comenzada  a  reedificar  también  al  mismo  tiempo  tardó  muchos  años  en 
concluirse,  pues  los  frailes  aprovecharon  la  oportunidad  de  hacerle  un  edi- 
ficio de  mayor  solidez  y  techado  con  bóveda  en  vez  de  teja.  Una  parte  de 
él,  el  crucero  que  mira  al  norte  se  concluyó,  según  reza  en  la  inscripción 
que  tiene:  el  6  de  enero  de  1714.  Por  otro  letrero  al  pie  de  la  torre,  sabemos 
que  ésta  se  comenzó  a  edificar  en  1738  y  que  fue  costeada  por  un  bienhechor 
del  hospital.  La  iglesia  en  su  totalidad  fue  concluida  en  1763  ascendiendo 
su  costo  a  55,000  pesos.76 

Los  frailes  por  su  parte,  hicieron  todo  cuanto  fue  posible  por  realizar  la 
obra,  cumplían  sus  compromisos  atendiendo  a  los  pobres  en  el  hospital  y 
recorriendo  los  caminos  en  busca  de  los  enfermos  que  deambulaban  por  ellos. 
La  bondad  de  su  obra  convencía  a  los  vecinos  y  a  los  viajeros,  de  tal  modo 
que  respondían  ayudando  económicamente  a  los  hermanos.  Así  llegó  la  insti- 
tución a  tener  bienes  propios,  cuya  renta  se  volvió  la  base  para  sostener  el 
hospital. 

No  tenemos  noticias  detalladas  sobre  su  funcionamiento,  tanto  en  la  cuestión 
económica  como  en  la  clínica,  hasta  la  segunda  mitad  del  XVIII.  Para  estas 
fechas,  sabemos  que  ya  pertenecía  al  Real  Patronato.  Mas  a  pesar  de  que 
esto  servía  generalmente  para  dar  ayuda  económica  a  los  hospitales,  tener 
sobre  ellos  mayor  vigilancia,  evitar  relajaciones  posibles,  aquí  sin  embargo 
no  sirvió  de  nada,  pues  hacia  1770  la  situación  era  desastrosa  en  todos  los 
aspectos.  Los  informes  que  por  orden  del  obispo  Fabián  y  Fuero  se  recabaron 
en  Orizaba,  fueron  tremendos;  el  del  Cura,  vicario  y  juez  eclesiástico  dice 
entre  otras  cosas  esto:  Los  frailes  no  cumplen  las  cláusulas  de  la  escritura 
de  fundación,  porque  no  tienen  en  el  hospital  médico,  ni  cirujano,  ni  botica 
ni  hay  hospedería  para  sacerdotes,  y  sobre  todo,  no  hay  lo  que  se  llama  aten- 
ción a  los  enfermos. 

El  cuidado  de  los  pobres  estaba  en  manos  de  dos  frailes  y  un  donado  que 
era  mulato  o  chino.  Este  era  quien  cuidaba  aunque  pésimamente  a  los  pobres 
enfermos,  pues  los  dos  juaninos  sólo  se  dedicaban  a  la  más  escandalosa 

75  Arróniz,  Joaquín,  Ensayo  de  una  historia  de  Orizaba,  pp.  299-300. 

70  Naredo,  José  María,  Estudio  Geográfico,  Hist.  y  Estadístico .  .  .  tomo  II,  pag.  83. 


55 


juerga.  Los  bienes  los  habían  dilapidado,  las  limosnas  se  las  jugaban  en  los 
garitos  de  la  ciudad,  los  vasos  sagrados  los  habían  empeñado,  se  emborra- 
chaban públicamente  y  vivían  amancebados  con  mujeres  que  tenían  dentro 
y  fuera  del  hospital.  La  ciudad  de  Orizaba  veía  horrorizada  cómo  su  viejo 
hospital  se  había  convertido  en  el  centro  de  los  mayores  escándalos,  pero 
no  conseguía  mejorar  la  situación,  pues  aunque  sus  quejas  se  elevaban  cons- 
tantes ante  los  priores  de  la  orden,  éstos  no  les  hacían  caso  o  enviaban  peores 
frailes.77  Las  quejas  llegaron  al  Virrey  y  al  obispo  de  Puebla.  Tras  minuciosa 
investigación  y  maduras  deliberaciones  el  diocesano  envió  a  Orizaba  al  pro- 
motor fiscal  del  obispado,  quien  comunicó  a  los  hermanos  que  por  orden 
de  su  lima,  quedaban  separados  de  la  administración  de  los  bienes,  no  pudien- 
do  siquiera  recibir  limosnas.  Con  esto  se  depuró  el  hospital  y  se  dejó  a  los  frailes 
con  la  sola  ocupación  de  ser  enfermeros  de  los  pobres. 

La  administración  de  los  bienes  quedó  entonces  a  cargo  del  cura  Fran- 
cisco Antonio  Illueca,  quien  tras  ardua  lucha  con  los  frailes  logró  someterlos. 
Tal  era  la  situación  cuando  llegó  el  Visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caba- 
llero. El  superior  del  hospital  de  Orizaba  se  presentó  ante  él  con  una  serie 
de  cartas  de  personas  distinguidas  de  este  lugar,  en  las  cuales  se  les  exone- 
raba de  los  graves  cargos  imputados  por  el  obispo.  Las  cosas  presentadas 
así  eran  tan  diferentes,  que  los  frailes  resultaban  unas  buenas  personas  víc- 
timas de  un  arbitrario  prelado.78  El  Visitador,  defensor  de  su  orden,  como 
era  natural,  salió  a  la  defensa  de  los  frailes,  aceptó  por  lo  pronto  la  forma 
de  control  económico,  instituida  por  su  Ilustrísima,  y  sólo  pidió  algo  más 
para  la  alimentación  de  sus  hermanos.79  Empero  llegando  a  la  ciudad  de 
México  inició  pleito  ante  el  Virrey,  alegando  que  sólo  había  tres  frailes  re- 
lajados, que  podían  haberse  suprimido  acudiendo  a  las  autoridades  de  la 
propia  orden.  La  lucha  fue  larga,  pero  fructuosa.  Cinco  años  después  o  sea 
en  1780  consiguió  se  restituyera  a  los  frailes  en  el  total  gobierno  del  hospital.80 

Sobre  la  economía  de  la  institución  en  el  tiempo  en  que  la  administraron 
los  curas,  hay  dos  informes;  el  uno  indica  que  los  ingresos  anuales  eran  1358 
pesos  y  los  gastos  sumaban  1452  pesos.  Estos  ingresos  procedían  de  dinero 
colocado  a  censo  y  limosnas  populares. 

Los  egresos  tenían  las  siguientes  partidas: 


77  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales  Tomo  60,  Exp.  1.  Tomo  24  Exp.  1. 

78  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  41-44. 

79  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  2. 
A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  3. 


56 


Gasto  anual  manutención  de  religiosos  863 
Gasto  anual  iglesia  461 
Gasto  anual  enfermería  128 


Total        1452  pesos 

El  número  de  enfermos  desde  1769  hasta  1774  había  sido  de  ochocientos 
cuarenta  y  siete,  de  los  cuales  habían  muerto  ciento  cincuenta  y  cinco.  Para 
estas  épocas  la  clase  que  más  acudía  a  curarse  al  hospital  era  la  militar. 
En  estos  mismos  años  habían  entrado  a  curarse  ochenta  soldados,  de  los 
cuales  habían  muerto  nueve.81 

A  la  corona  le  interesaba  altamente,  en  el  siglo  XVIII,  la  existencia  de 
esta  institución,  pues  en  ella  le  eran  atendidos  sus  trabajadores  de  la  Real 
fábrica,  de  cigarrillos  y  puros,  a  más  de  los  cultivadores  de  tabaco  y  amén 
de  los  soldados.82  De  aquí  el  interés  del  Virrey  en  quitarlo  de  la  jurisdicción 
obispal  y  devolverlo  a  los  frailes.  Los  juaninos  tuvieron  a  su  cargo  el  hos- 
pital hasta  el  año  de  1827  en  que  pasó  a  manos  del  ayuntamiento.  En  1834 
se  les  volvió  a  llamar  y  permanecieron  en  el  hospital  hasta  1836,  año  en 
que  se  entregó  a  la  administración  de  varios  particulares  nombrados  por  la 
Mitra  que  constituyeron  la  "Junta  de  Caridad". 

En  1859,  con  motivo  de  las  leyes  de  Reforma,  esta  junta  pasó  a  depender 
exclusivamente  del  ayuntamiento;  se  llamó  entonces  "Junta  de  los  hospitales 
de  caridad",  pues  se  ocupaba  no  sólo  de  administrar  este  hospital,  sino  tam- 
bién el  de  mujeres.  Un  tiempo  se  le  refundió  junto  con  el  de  mujeres  en 
la  casa  que  había  sido  de  los  padres  del  Oratorio  y  edificio  de  la  Concordia. 
Con  la  llegada  de  los  franceses  se  redujo  a  parte  del  viejo  hospital  de  mu- 
jeres, pues  la  otra  parte  la  ocuparon  éstas  nuevamente.  A  la  caída  del 
imperio  volvieron  ambos  hospitales  al  edificio  de  la  Concordia. 

Los  bienes  del  Hospital  Real  de  N.  S.  de  la  Concepción  sin  respeto  alguno 
al  fin  a  que  estaban  destinados,  se  dilapidaron,  su  viejo  edificio  se  convirtió 
en  cuartel,  almacén  y  luego  se  dejó  arruinar.  El  templo  fue  reconstruido 
y  se  volvió  a  abrir  al  culto  el  5  de  mayo  de  1873.83 


81  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  41-44. 

82  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  37,  Expediente  2. 

83  Naredo,  José  María,  Estudio  Geográfico,  Histórico  y  Estadístico,  tomo  II,  pp. 
83-89. 


57 


Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción 
Celaya,  Guanajuato. 

Según  nos  informan  los  escasos  documentos  que  sobre  este  hospital  tenemos, 
la  fundación  fue  realizada  gracias  a  las  instancias  de  unos  frailes  y  al  decidido 
apoyo  de  un  monarca  español. 

La  necesidad  de  levantar  una  institución  hospitalaria  en  la  Villa  de  Celaya 
le  fue  manifestada  a  Felipe  IV  por  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  y  el 
rey  respondió  por  medio  de  tres  Reales  Cédulas,  mediante  las  cuales  les  daba 
solares  para  edificar  el  hospital,  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos  de  la  dicha 
villa  para  su  sostenimiento  y  lo  colocaba  bajo  el  Real  Patronato. 

El  Virrey,  Conde  de  Priego,  dio  su  licencia  el  8  de  julio  de  1623  y  el 
limo.  Sr.  D.  Alfonso  Enríquez  de  Toledo,  Obispo  de  Michoacán,  dio  su 
autorización  en  Pátzcuaro  el  19  de  julio  de  1625. 

No  sabemos  exactamente  en  qué  año  empezó  a  prestar  servicios,  ni  tenemos 
dato  alguno  sobre  propiedades  y  organización  en  el  siglo  XVII.  Lo  suponemos 
funcionando  en  igual  forma  que  todos  les  hospitales  juaninos.  Tuvo  siempre 
botica  propia. 

En  el  siglo  XVIII  tenía  bienes  que  le  producían  598  pesos  anuales,  más 
los  novenos  que  llegaban  hasta  los  600  pesos.  Además  se  recogían  150  pesos 
de  limosnas.  Todo  lo  cual  sumaba  1,348  pesos  anuales.  Con  esto  se  sostenían 
de  cinco  a  seis  religiosos  y  doscientos  treinta  y  seis  enfermos  anuales.  84  Estos 
datos  proceden  del  sumario  que  se  hace  refundiendo  los  informes  de  los 
superiores,  enviados  con  motivo  de  la  Visita  y  Reforma  de  la  Orden,  mandada 
por  el  Rey  y  decretada  por  el   Virrey  Bucareli  el  4  de  diciembre  de  1773. 

Este  informe  difiere  un  tanto  del  que  dieron  directamente  al  visitador  los 
priores.  Pues  en  él  se  asienta  que  las  entradas  anuales  eran  según  el  último 
quinquenio  de  2915.4  y  los  gastos  ascendían  a  2896.1.  El  número  de  enfer- 
mos del  año  1701  a  1704  eran  trescientos  tres,  de  los  cuales  habían  falle- 
cido treinta.  85 

En  el  año  de  1801  por  orden  real  se  hace  una  visita  al  hospital  de  Celaya. 
La  efectúa  don  Manuel  Fernández  Solano,  coronel  del  Regimiento  de  In- 
fantería. Su  informe  indica  que  de  1800  a  1802  los  ingresos  (novenos,  limos- 
nas y  réditos,  sumaban  6279.7  pesos,  mientras  los  gastos  ascendían  a  6088.3 1/¡ 
pesos. 

El  hospital  estuvo  generalmente  bien  atendido  por  los  hermanos  y  criados 
ayudantes.  Hasta  principios  del  XIX  a  los  enfermos  se  les  seguía  atendiendo. 

84  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  .  ,  tomo  II.  pag.  92. 

85  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  .  ,  tomo  I,  pp.  67-73. 


58 


con  esmero.  Sin  embargo  el  número  de  hospitalizados  que  tenía  era  muy  corto, 
solamente  sostenía  seis  camas.  86  La  iglesia  tenía  numerosos  altares,  todos 
con  sus  retablos  primorosamente  tallados  y  dorados.  Se  adornaban  con  bellas 
imágenes.  La  Sacristía  se  hallaba  también  provista  adecuadamente. 87 
No  sabemos  nada  de  su  desaparición  como  hospital  juanino. 


Hospital  Real  de  San  Bernardo 
Puebla,  Pue. 

Las  noticias  históricas  sobre  la  fundación  del  Hospital  Real  de  San  Ber- 
nardo de  la  ciudad  de  Puebla  de  los  Angeles  se  inician  con  una  serie  de  fal- 
sedades que  es  necesario  aclarar.  Ellas  son  las  del  resumen  del  informe  que 
los  juaninos  envían  con  motivo  de  la  Visita  y  Reforma  de  los  hospitales  de 
San  Juan  de  Dios  decretada  por  el  Virrey  Bucareli  en  1773. 

Dice  allí  que  el  hospital  de  San  Bernardo  fue  fundado  hacia  el  año  de  1530 
por  el  Ilustrísimo  Sr.  D.  Sebastián  Ramírez,  Obispo  de  Tlaxcala. 88  Los  erro- 
res son  evidentes  aun  al  menos  versado  en  estos  asuntos.  Primeramente,  Pue- 
bla se  funda  hasta  1531,  en  segundo  lugar  el  ilustrísimo  Sebastián  Ramírez  de 
Fuenleal  fue  presidente  de  la  segunda  audiencia,  pero  nunca  Obispo  de  Tlax- 
cala. En  aquellos  tiempos  el  Obispo  de  Tlaxcala  lo  era  Fray  Julián  Garcés, 
que  lo  fue  de  1527  a  1542.  Después  la  sede  estuvo  vacante  hasta  1546,  año  en 
que  llegó  Fray  Martín  Sarmiento  de  Ojacastro,  que  la  gobernó  hasta  1558, 
año  en  que  murió.  La  lista  de  obispos  sigue  y  no  hay  ninguno  de  nombre 
siquiera  parecido  al  del  presidente  de  la  audiencia. 

Por  otra  parte,  al  fundarse  la  ciudad  de  Puebla  sí  se  dispuso  la  fundación 
de  un  hospital,  pero  ya  vimos  en  el  primer  tomo  que  se  fundaron  el  de  San 
Jusepe  y  en  seguida  el  de  San  Juan  de  Letrán. 

La  historia  del  hospital  de  San  Bernardo  no  es  tan  antigua,  comienza  en 
el  siglo  XVII  y  tuvo  su  principio  como  casi  todos,  en  el  pueblo  mismo.  Había 
un  vecino  de  la  ciudad  de  los  Angeles,  Antonio  Hernández,  que  deseando  la 
fundación  de  un  hospital  de  los  hermanos  de  San  Juan  de  Dios,  ofreció  al 
Padre  Fray  Domingo  Guerra,  religioso  de  dicha  orden,  unos  solares,  mate- 
riales de  construcción  y  tres  mil  pesos  para  labrar  un  hospital.  Ante  tal  ofre- 

80  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  55,  Expediente  10. 

87  Velazco  Geballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .  . ,  tomo  I,  pp.  67-73. 

88  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  96-97. 
A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  74,  Exp.  5-2. 


59 


cimiento  los  juaninos  empezaron  a  moverse  para  obtener  las  licencias  de  ambas 
autoridades.  El  Virrey  Marqués  de  Serralvo  se  las  concedió  89  y  posiblemente 
fue  el  Ilustrísimo  Sr.  Dr.  D.  Bernardo  Gutiérrez  Quiroz  quien  dio  la  venia 
eclesiástica  y  además  se  propuso  ayudarlos. 

Los  juaninos  por  su  parte  estuvieron  recabando  limosnas  para  la  fundación, 
y  ya  reunidas,  tres  hermanos  se  trasladaron  a  Puebla  en  1629,  encabezándolos 
Fray  Carlos  José  de  Zepeda. 

Cuando  llegaron  no  tenían  más  que  una  ermita  que  la  ciudad  les  había 
donado,  pero  no  se  construían  aún  ni  las  enfermerías  ni  las  habitaciones  de 
los  hermanos.  90  Sin  embargo  el  interés  que  se  tuvo  en  Puebla  por  los  juaninos 
y  el  que  ellos  supieron  despertar  por  su  obra,  hizo  que  desde  el  obispo  hasta  el 
pueblo  y  aun  el  rey  los  socorriesen.  De  la  ayuda  obispal  dice  el  historiador 
poblano  Echevarría  y  Veytia,  que  fue  tanta  que  por  esto  el  hospital  llevó  su 
nombre ;  aunque  hay  quien  afirma  que  el  título  fue  heredado  del  santo  patrón 
de  la  ermita  donada.  91  El  maestre-escuela  de  la  Catedral  de  aquel  lugar,  don 
Juan  Godínez  de  Paz  y  el  capitán  Francisco  de  Aguilar  son  otros  de  los  favo- 
recedores conocidos;  los  otros,  los  que  constantemente  dan  y  sostienen  la  obra, 
sólo  se  llaman:  el  pueblo. 

Cuando  el  hospital  y  la  casa  de  los  frailes  estuvieron  terminados,  el  rey  lo 
tomó  bajo  la  protección  de  su  Real  Patronato.  Esto  ocurrió  en  1632.  92 

Según  parece  la  primera  iglesia  del  hospital  fue  la  ermita  de  San  Bernardo, 
pero  ésta  como  todas  sus  semejantes,  debe  haber  sido  muy  pequeña  y  tal  vez 
ya  vieja  y  maltratada  cuando  se  entregó  a  los  juaninos,  pues  el  14  de  agosto 
de  1667  se  puso  la  primera  piedra  para  una  nueva  y  gran  iglesia.  Posiblemente 
es  ésta  la  que  patrocinó  el  capitán  Francisco  de  Aguilar,  donándoles  un  terreno 
anexo  al  hospital,  dándoles  parte  del  dinero  para  la  edificación,  haciendo  los 
planos  y  dirigiendo  la  obra,  pues  era  también  maestro  de  arquitectura.  Esta 
iglesia  concluida  en  1681  no  fue  muy  afortunada,  pues  pocos  años  después  o 
sea  en  1711  fue  destruida  junto  con  el  hospital  por  un  temblor.  Los  daños  no 
pudieron  ser  reparados  fácilmente,  más  de  medio  siglo  se  pasó  en  reconstruir  la 
iglesia  que  se  estrenó  hasta  1775.  No  así  el  hospital,  que  menos  dañado  pudo 
ser  arreglado  con  relativa  facilidad.  Las  obras  de  reconstrucción  de  una  y  otra 
se  hicieron  con  limosnas  recogidas  por  los  juaninos.  93 

La  iglesia,  según  declaró  el  Prior  Fray  José  Larburu  hacia  1775,  estaba  llena 
de  altares  dorados  y  "lienzos  de  buenas  pinturas",  tenía  bancas,  confesonario, 

w  Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pag.  461. 

60  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  96. 

11  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  83-85. 

&2  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  96. 

93  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  83-85. 


60 


pulpito,  coro  y  demás,  la  sacristía  guardaba  muy  buenos  ornamentos  y  sufi- 
cientes vasos  sagrados  y  demás  objetos  útiles  en  el  servicio  del  templo. 94  Los 
altares  que  tenía  esta  iglesia  eran  de  diferentes  épocas,  pues  se  habían  con- 
servado algunos  de  los  antiguos,  por  ejemplo  los  del  crucero,  en  tanto  que  el 
altar  mayor  era  "moderno,  tallado  y  dorado",  es  decir  a  la  moda  de  fines 
del  XVIII. 95 

El  hospital,  dañado  también  por  el  temblor  de  1711,  fue  reparado  rápida- 
mente gracias  a  las  limosnas  que  con  urgencia  reclamaron  los  juaninos  del 
pueblo.  Los  muros  de  los  claustros  se  decoraron  con  una  colección  de  pinturas 
de  Fray  Juan  Carnero,  religioso  de  la  orden  juanina.  96 

La  capacidad  del  edificio  en  esta  época,  nos  dice  Echeverría  y  Veytia  que 
era  la  de  veinte  enfermos  y  veinte  religiosos.  El  informe  de  los  propios  frailes 
al  visitador  nos  hace  ver  que  el  número  de  religiosos  que  residía  allí  perma- 
nentemente era  de  doce,  entre  los  que  se  procuraba  que  uno  fuera  presbítero. 

El  promedio  anual  de  enfermos  en  esta  época  era  de  quinientos  sesenta  y 
cuatro,  hombres  y  mujeres. 

Existían  además  de  las  dos  enfermerías  de  hombres  y  mujeres,  una  dedicada 
especialmente  a  enfermos  de  sífilis,  ésta  constaba  de  seis  camas.  Su  existencia 
y  sostenimiento  habían  sido  obra  del  Ilustrísimo  Sr.  D.  Manuel  Fernández 
de  Santa  Cruz. 

El  capital  del  hospital  se  había  formado  como  todos,  a  base  de  limosnas  y 
donaciones.  Entre  éstas  tenemos  la  del  Ilustrísimo  D.  Manuel  Fernández  de 
Santa  Cruz  que  consistió  en  1,500  pesos  anuales,  a  más  de  limosnas  men- 
suales. 97. 

En  el  año  de  1775  el  antiguo  hospital  de  San  Bernardo  que  se  titulaba  de 
San  Juan  de  Dios,  poseía  un  fondo  de  32,494  pesos  que  redituaba  1,624,  a  los 
que  sumados  600  pesos  de  limosnas  anuales,  daban  un  total  de  2,224.  Según 
esto,  el  hospital  tenía  para  sus  gastos  de  sostenimiento  de  frailes,  enfermos, 
enfermeros,  médicos,  cirujanos  y  botica  3,848  pesos  anuales.  Los  gastos  de 
iglesia  no  se  incluyen,  porque  éstos  tenían  fondos  especiales.  98 

Estos  datos  de  Echeverría  concuerdan  con  el  informe  juanino  99  salvo  suma 
insignificante. 

Que  lo  que  tenían  era  insuficiente  nos  lo  muestra  otro  informe  de  los  frai- 
les en  el  que  se  dice  que  de  1771  a  1774  se  habían  gastado  10,108.4  pesos 
en  los  servicios  hospitalarios,  y  se  habían  recibido  9,571.1,  lo  cual  indica  que 

94  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  89-96. 

95  Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pp.  462-463. 

96  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  83-85. 

97  Torres,  Miguel  de,  Dechado  de  Príncipes.  .  . ,  pag.  256. 

98  Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pp.  462-463. 

99  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  96. 


61 


las  entradas  no  cubrían  los  gastos,  y  que  había  un  déficit  de  537.3.  Este  se 
saldaba  con  lo  que  los  hermanos  obtenían  saliendo  a  curar  enfermos  ricos. 
Los  enfermos  que  se  atendieron  con  esos  bienes  habían  sido  mil  setenta  y  cua- 
tro, de  los  cuales  habían  fallecido  doscientos  veintisiete. 100 

Los  servicios  en  este  hospital  los  prestaron  los  frailes  aun  después  del  fa- 
moso decreto  de  las  cortes  españolas,  pero  ya  en  el  México  independiente  el 
hospital  fue  cerrado  y  su  edificio  se  convirtió  en  cárcel.  101 


Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
San  Juan  del  Río,  Qro. 

Tomás  Enríquez  Rangel,  hombre  acaudalado  del  pueblo  de  San  Juan  del 
Río,  dejó  en  su  testamento  (9  feb.  1661)  ciertos  bienes  para  que  se  fundase  a 
beneficio  de  los  pobres  un  hospital.  Para  que  la  obra  se  llevase  a  efecto,  firmó 
poco  después,  el  13  de  julio  de  1661,  un  cobdicilo  en  el  que  nombraba  albacea 
y  por  tanto  ejecutor  de  sus  deseos,  al  cura  beneficiado  del  pueblo,  que  en 
aquel  entonces  lo  era  el  Lic.  Simón  Núñez  Vela,  quien  vino  a  resultar  patrono 
de  la  pretendida  institución,  cargo  que  se  hizo  hereditario  a  los  curas  que  lo 
sucedieran. 

Desde  años  atrás  se  habían  hecho  gestiones  ante  el  Rey  a  fin  de  conseguir 
la  autorización.  Su  Majestad  tuvo  a  bien  acceder  a  los  deseos  de  los  peticio- 
narios, enviando  una  Real  Cédula  que  colocaba  el  hospital  bajo  el  Real  Pa- 
tronato, al  que  desde  luego  quedaron  sometidos  los  curas. 

El  Ilustrísimo  Sr.  D.  Matheo  Sagade  Bugueiro.  Arzobispo  de  México,  dio  la 
licencia  eclesiástica  el  9  de  julio  de  1661,  y  el  15  del  mismo  mes  y  año,  el  Virrey 
Conde  de  Baños,  apoyado  en  la  autorización  Real,  daba  el  permiso  corres- 
pondiente. 

La  realización  del  proyecto  fue  inmediata,  pues  el  cura  Simón  Núñez  Vela 
puso  tanto  interés,  que  cedió  sus  propias  casas  en  donde  se  organizaron  enfer- 
merías de  hombres,  de  mujeres  y  todas  las  oficinas  necesarias. 

La  iglesia  se  concluyó  en  un  año  aproximadamente  y  estaba  tan  bien  hecha 
que  en  el  XVIII  subsistía  tal  cual  el  cura  la  había  levantado.  102 

Para  que  los  enfermos  estuviesen  mejor  atendidos  se  llamó  a  quienes  esta- 
ban especializados  en  ello  y  gozaban  de  mayor  fama  en  aquel  tiempo:  los 

100  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  89-96. 

m  Aguilar,  Gilberto.  Hospitales  de  Antaño,  pp.  83-85. 

102  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  88. 


62 


Hermanos  de  San  Juan  de  Dios,  a  ellos  se  les  entregó  el  hospital  el  22  de  oc- 
tubre de  1662,  tomando  posesión  de  él  a  nombre  de  la  orden  el  hermano 
Juan  Bautista.  103  Debido  precisamente  a  estos  frailes,  el  hospital  se  tituló  de 
San  Juan  de  Dios. 

Los  bienes  del  hospital  consistieron  al  fundarse  en:  10,000  ovejas  que  estaban 
puestas  a  rédito  en  una  hacienda  llamada  Sauz  y  en  un  sitio  llamado  "Los 
Coyotes".  El  dinero  colocado  a  rédito  sumaba  4,085  pesos.  Sin  embargo  parece 
que  todos  estos  bienes  se  litigaron  y  poco  quedó  al  hospital. 

En  el  siglo  XVIII  su  economía  seguía  en  la  mediocridad.  Poseía  fincas  ur- 
banas en  el  mismo  pueblo  de  San  Juan  del  Río.  El  dinero  colocado  a  rédito 
le  daba  252  pesos  anuales  y  las  limosnas  que  recogían  los  frailes  llegaban  a 
100  pesos  anuales.  Sin  contar  desde  luego  limosnas  extraordinarias,  nuevos 
legados,  etc.  Con  estos  bienes  se  sostenía  un  promedio  de  cuatro  religiosos  y 
setenta  y  dos  enfermos  anuales,  calculándose  un  promedio  de  cuatro  a  seis 
encamados  diarios. 104  Sin  embargo  por  el  informe  que  los  frailes  mismos  die- 
ron a  su  visitador,  sabemos  que  del  4  de  septiembre  de  1771  al  8  de  febrero 
de  1774  se  habían  recibido  solamente  ciento  sesenta  y  ocho  enfermos,  de  los 
cuales  habían  fallecido  treinta. 

Pese  al  limitadísimo  número  de  pacientes  que  se  recibían,  las  entradas  no 
eran  suficientes;  así  nos  encontramos  que  a  un  ingreso  de  1940.4  rl.  corres- 
pondía un  gasto  de  2573.1/2  rl.,  lo  cual  daba  un  déficit  de  558.3  1/2  rl. 
anuales. 105 

No  sabemos  si  en  otras  épocas  su  importancia,  por  el  número  de  enfermos 
atendidos  y  los  servicios  prestados  a  la  población,  fuera  mayor,  pues  los  datos 
que  sobre  este  hospital  tenemos  son  mínimos. 

Tras  una  serie  de  vicisitudes  ha  sido  mejorado  y  ampliado,  prestando  efi- 
ciente servicio  en  la  actualidad. 


Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
Mazapil,  Zacatecas 

Hacia  1671  se  encontraba  establecido  en  el  Real  de  Minas  de  San  Grego- 
rio de  Mazapil,  un  Hospital  que  estaba  al  cuidado  de  los  Hermanos  de  San 
Juan  de  Dios.  El  hospital  debe  haber  sido  una  de  las  mejores  construcciones 
del  lugar,  pues  su  iglesia  servía  al  mismo  tiempo  de  parroquia  al  dicho  Real. 

103  Vera,  Fortino  Hipólito,  Catecismo  Geográf ico-Histórico.  .  . ,  pag.  182. 

104  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  89. 

105  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  44-49. 

63 


Las  noticias  sobre  él  son  escasísimas.  Lo  suponemos  fundado  como  los  de- 
más de  los  centros  mineros  a  instancias  de  los  dueños  de  las  minas,  y  dedi- 
cado con  preferencia  a  los  trabajadores,  quienes  deben  haber  pagado  parte 
de  su  sueldo  para  su  curación,  pues  tal  era  la  forma  en  que  funcionaban, 
como  hemos  visto,  estas  instituciones. 

Lo  poco  que  sabemos  procede  de  una  información  promovida  por  el  he- 
cho de  haber  sido  herido  por  un  mulato,  el  fraile  juanino  Baltazar,  con  un 
palo  que  le  servía  de  bordón.106 

Parece  que  en  ese  año  de  1671  había  varios  frailes  en  el  dicho  hospital. 


Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
Pátzcuaro,  Mich. 

Entre  las  escasas  noticias  que  de  este  hospital  tenemos,  se  cuenta  la  rela- 
ción sacada  de  los  datos  que  los  priores  y  personas  de  crédito,  dieron  en  res- 
puesta al  informe  pedido  por  el  visitador  y  ordenado  por  el  decreto  del  Vi- 
rrey Bucareli.  Es  una  lástima  que  esta  riquísima  información  halla  sido  hecha 
tan  a  la  ligera  y  por  tanto  esté  tan  plagada  de  errores.  Sus  informes  empero 
son  en  muchos  casos,  fuente  única  y  útilísima  si  se  tiene  el  cuidado  de  usarlos 
con  las  precauciones  debidas.  Así  es,  gracias  a  ella,  que  llegamos  a  saber  que 
desde  el  año  de  1632,  había  aprobado  el  Real  Consejo  de  Indias,  la  fun- 
dación de  un  hospital  del  orden  de  San  Juan  de  Dios,  en  la  ciudad  de  Pátz- 
cuaro, en  el  reino  de  Michoacán.107  Al  aprobarse,  el  hospital  quedaba  su- 
jeto a  las  condiciones  y  circunstancias  de  todas  las  instituciones  hospitalarias 
juaninas  ya  estipuladas  en  las  leyes  de  Indias. 

¿Por  qué  se  dio  permiso  para  establecer  un  hospital  más  en  la  región  mi- 
choacana  en  donde  los  había  por  centenares?  La  respuesta  es  sencilla:  todos 
los  hospitales  fundados  hasta  mediados  del  XVII  respondían  a  las  necesidades 
indígenas  y  funcionaban  como  ya  hemos  visto  ampliamente  en  el  tomo  I,  en 
forma  de  comunidades.  En  la  época  en  que  se  fundaron,  la  población  en  su 
totalidad,  salvo  algunos  individuos,  era  indígena,  los  problemas  que  se  presen- 
taban eran  de  indios  y  la  solución  a  ellos  tenía  que  ser  también  adecuada  a 
los  naturales.  En  el  siglo  XVII  la  cosa  había  variado,  en  la  ciudad  de  Pátz- 
cuaro se  avecindaban  muchos  españoles,  criollos  y  mestizos,  por  ella  transita- 
ban multitud  de  viajeros,  pobladores  de  otras  tierras,  o  bien  aventureros.  Los 

106  C.D.C.Ch.  Serie  Zacatecas,  rollo  16,  núm.  5. 

1W  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  89. 


64 


hospitales  de  indios  no  negaban  la  entrada  a  nadie,  fuera  cual  fuese  su  raza; 
pero  mal  debían  sentirse  en  ellos  los  españoles  y  los  criollos,  puesto  que  ni 
alimentos,  ni  medicinas,  ni  aun  el  idioma,  en  muchos  casos,  les  eran  comunes. 

De  allí  el  que  se  hiciese  sentir  la  necesidad  de  un  hospital  semejante  a  los 
de  España,  y  que  el  Consejo  de  Indias  autorizase  su  establecimiento. 

El  15  de  febrero  de  1672  el  obispo  de  Michoacán  don  Fray  Antonio  de  Sar- 
miento y  Luna,  dio  en  el  pueblo  de  Acámbaro  su  licencia  de  fundación.  La 
aprobación  virreynal,  si  la  dio  como  dice  la  relación,  don  Antonio  Sebastián 
de  Toledo,  Marqués  de  Mancera,108  debió  darse  entre  los  años  1664  y  1673 
que  fueron  los  de  su  gobierno  y  no  en  1660,  como  equivocadamente  se  afir- 
ma, pues  en  tal  fecha  el  Virrey  lo  era  el  duque  de  Albuquerque  (1653-1660). 

Tras  de  concedidas  todas  las  autorizaciones  logró  llevarse  a  cabo  la  obra 
gracias  primeramente  a  don  Francisco  López  Linzaga  y  sus  hermanos,  que 
dieron  los  terrenos  en  que  se  levantó  el  hospital  y  el  convento.  Donaron  ade- 
más la  renta  y  la  propiedad  de  una  hacienda  "de  hacer  azúcar"  para  labrar 
el  hospital.  Por  su  parte  el  obispo  aplicó  350  pesos  anuales  que  se  le  habían 
entregado  para  una  obra  pía,  a  la  erección  del  hospital. 

Además  de  esto  los  frailes  recogieron  limosnas  y  consiguieron  bienhecho- 
res importantes,  así  lograron  hacer  un  hospital  que  sin  pretensiones  de  gran- 
deza era  magnífico  en  cuanto  tal,  y  una  iglesia  de  cierta  categoría. 

Para  sostener  el  hospital  los  frailes  tenían  la  hacienda,  que  vendieron,  colo- 
cando el  producto  a  censo,  por  serles  más  fácil  manejar  el  dinero  así. 

A  esto  se  añadían  los  350  pesos  que  anualmente  daba  la  obra  pía  que  les 
había  asignado  el  obispo,  diversas  donaciones  de  bienhechores  y  dinero  con- 
seguido por  los  frailes.  Todo  lo  cual  llegó  a  sumar  en  el  XVIII  1,378  pesos 
anuales  de  renta,  a  más  de  40  a  50  pesos  de  limosnas.  Descontando  200  pesos 
que  correspondían  a  unas  pensiones  que  los  Hermanos  pagaban,  les  queda- 
ban aproximadamente  1,218  pesos  anuales. 

Con  éstos  se  mantenían  en  el  año  1772-73  cuatro  religiosos  y  un  presbítero. 
Se  asistía  a  un  promedio  de  ciento  dos  hombres  y  setenta  y  dos  mujeres  al 
año.  Siendo  el  promedio  de  enfermos  encamados  diariamente  de  ocho  a  diez.109 

La  situación  del  convento  era,  según  el  informe  que  el  Prior  Fray  Vicente 
Medinilla  envía  al  visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caballero,  la  siguiente: 

El  hospital  estaba  en  buenas  condiciones,  las  enfermerías  provistas  de  lo 
necesario,  la  iglesia  en  buen  estado,  habiendo  en  ella  todo  lo  que  el  culto 
exigía.  Su  economía  andaba  medio  mal  debido  a  que  los  réditos  de  los  censos 
no  se  les  pagaban  puntualmente.110 

108  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  89. 

109  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  90. 

110  C.D.C.Ch.  Serie  Pátzcuaro,  rollo  núm.  119.  Deudas... 

65 

H  5 


Así  por  ejemplo  en  tres  años  o  sea  de  1771  a  1774  habían  ingresado  a  la 
caja  3,626.3,  los  gastos  del  hospital  habían  sido  3,712.5,  lo  cual  daba  un  dé- 
ficit de:  86.2. 

Este  se  cubría  con  las  limosnas  extraordinarias  que  algunos  bienhechores 
habían  dado  a  los  frailes  por  irlos  a  curar  a  sus  casas.111 

En  el  siglo  XVIII,  posiblemente  por  hallarse  deteriorada  la  iglesia,  se  cons- 
truyó una  nueva,  a  expensas  del  Capitán  don  Pedro  Antonio  de  Ibarra.  Se 
inauguró  y  abrió  al  público  en  1743.  Colaboró  en  esta  obra  haciendo  con  en- 
tusiasmo todas  las  instancias  necesarias  a  su  realización,  el  cura  del  lugar  que 
lo  era  don  Eugenio  Ponce  de  León.112 

Esta  iglesia  es  la  que  aún  existe  en  nuestros  días.  En  su  fachada  puede  ver- 
se la  doble  cruz.  Símbolo  que  mostraba  su  filiación  al  archi-hospital  del  Sancto 
Spirito  de  Roma  y  su  derecho  a  gozar  de  sus  mismos  privilegios  e  indulgencias. 

Este  hospital  que  prestaba  sus  servicios  sin  problemas,  en  el  XVIII,  pasó 
en  igual  forma  al  XIX  y  así  lo  sorprendió  la  guerra  de  independencia.  Igno- 
ramos detalles  de  su  vida  en  nuestro  primer  siglo  independiente,  pero  actual- 
mente lo  encontramos  en  magníficas  condiciones,  dando  servicio  a  los  pobres 
de  todas  las  clases  sociales.  Su  iglesia  sigue  abierta  al  pueblo  y  en  especial  a 
los  enfermos  allí  recluidos. 

Los  hospitales  de  indios  y  sus  organizaciones  comunales  desaparecieron,  pe- 
ro en  el  hospital  de  San  Juan  de  Dios  se  atiende  en  mayoría  a  los  indios  de  la 
región. 


Hospital  de  San  José  o  San  Juan  de  Dios 

Aguascalientes,  Ags. 

La  orden  juanina  seguía  extendiéndose  por  toda  la  Nueva  España.  En 
todas  las  provincias  queríase  gozar  de  sus  benéficos  servicios.  No  fue  excep- 
ción a  ello  la  Villa  de  Aguascalientes,  en  donde  hasta  mediados  del  siglo 
XVII  no  había  un  solo  hospital. 

Ocurrióse  al  comisario  del  Santo  Oficio  Br.  Don  Diego  de  Quijada  y 
Escalante,  establecer  un  hospital  para  los  muchos  pobres  enfermos  que  había 
en  la  Villa.  A  fin  de  formalizar  sus  deseos  y  hacer  posible  la  fundación, 
otorgó  una  escritura  de  donación  el  13  de  enero  de  1685,113  por  medio  de 

111  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  50-56. 

112  Breve  Historia  de  los  templos  de  la  ciudad  de  Pátzcuaro. 

113  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  91. 


66 


la  cual  daba  las  casas  de  su  morada  para  establecer  en  ellas  el  hospital, 
con  todo  el  terreno  o  huerta  que  les  era  anexo,  otras  fincas  más  y  dos  ha- 
ciendas llamadas  la  una  San  Nicolás  Chapultepeque  (conocida  luego  con 
el  nombre  de  la  Cantera),  y  la  otra,  El  Cepo.114  Dio  además  otras  can- 
tidades para  fabricar  iglesias  y  enfermerías. 

Con  estas  bases,  el  obispo  de  Guadalajara  Ilustrísimo  Señor  don  Juan  de 
León  Garabito  otorgó  su  licencia.  Desde  años  atrás  o  sea  desde  el  28  de 
marzo  de  1668,  se  tenía  la  licencia  otorgada  por  el  Doctor  don  Alfonso 
Zeballos  Villa,  gobernador  en  el  Nuevo  Reino  de  Galicia  y  presidente  de 
la  Real  Audiencia  de  Guadalajara.115  Por  su  parte,  los  hermanos  de  San 
Juan  de  Dios  se  comprometieron  a  llevar  a  Aguascalientes  el  personal  su- 
ficiente para  atender  el  hospital,  sometiéndose  a  las  disposiciones  de  la  ley 
5a.  del  libro  lo.  título  4o.  de  la  Nueva  Recopilación  de  Indias.  Para  este  fin 
se  enviaron  cinco  frailes,  encabezados  por  el  Padre  Fray  Domingo  de  Santa 
María,  que  iba  como  superior.  Llegaron  el  año  de  1686.11G 

Según  parece,  la  obra  se  puso  en  marcha  inmediatamente,  pues  cuando 
murió  el  patrono  fundador,  que  fue  el  9  de  noviembre  de  1686,  fue  ente- 
rrado en  la  iglesia  del  hospital. 

El  edificio  empezó  a  usarse  adaptando  las  casas  de  don  Diego  de  Quijada. 
Constaba  de  enfermerías  para  hombres  y  mujeres,  tenía  anchos  corredores, 
oficinas  de  servicio  con  gran  despensa,  botica  que  estaba  abierta  al  público, 
habitaciones  para  los  frailes  y  una  pequeña  iglesia.  Conforme  transcurrieron 
los  años  fue  necesario  hacer  reparaciones,  ampliaciones  y  aun  nuevas  ofi- 
cinas. Así  encontramos  que  el  8  de  marzo  de  1768  se  estrenó  una  nueva 
y  gran  enfermería  que  fue  costeada  por  el  señor  Cura  de  la  iglesia  de  la 
Asunción,  don  Mateo  José  de  Arteaga.  La  enfermería  estaba  al  lado  de  la 
Iglesia  del  hospital  y  frente  a  la  plazuela.  A  ese  mismo  lado  daba  una 
ventana  de  la  botica  por  donde  se  daban  gratis  medicinas  a  los  pobres. 
A  las  personas  pudientes  se  les  vendían. 

En  el  año  de  1800  se  estrenó  otra  enfermería  que  medía  26  varas  de 
largo  y  que  constaba  de  cuatro  bóvedas  cerradas.  Según  el  informe  que  el  Pa- 
dre Fray  Miguel  Moscoso  dio  a  su  visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caballero  en 
1774,  el  hospital  estaba  entonces  en  magníficas  condiciones.  Las  enfermerías 
con  buenas  camas  y  todo  lo  necesario  a  un  buen  servicio.  La  iglesia  era  bella 
y  sólida,  se  hallaba  provista  de  retablos  con  hermosas  imágenes  y  la  sacristía 
guardaba  todo  lo  que  el  culto  religioso  exigía. 

La  economía  del  hospital  en  el  XVIII  tenía  el  siguiente  movimiento: 

114  C.D.C.Ch.  Rollo  18.  Serie  Guadalajara,  "Informe  al  Virrey  Revillagigedo". 

115  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  91. 
m  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  161-162. 


67 


Ingresos  4005.3/2 
Egresos  2311.6 


Quedaba  en  Caja       1693.5 /2117 

Veinte  años  después,  las  cosas  habían  cambiado.  Al  finalizar  el  siglo  el 
hospital  tenía  déficit.  Veamos  lo  que  dice  el  resumen  del  informe  que  Fray- 
Miguel  de  Aguilera  dio  al  visitador. 


Ingresos  al  quinquenio 


Recibo  de  hacienda  y  arrendamiento  de  tierras 

3799.5 

Limosnas  ordinarias 

904.3 

Limosnas  extraordinarias 

2375.6/2 

Producto  de  la  botica 

1858.5/2 

Arrendamiento  de  Casas 

985.5 

Total  entradas 

9927.1 

Total  gasto  al  quinquenio 

10179.6/2 

Déficit  al  quinquenio 

251.7/2 

El  modo  de  cubrir  esta  falta  de  dinero  era,  ir  los  frailes  a  curar  a  sus 
casas  a  los  enfermos  ricos. 

En  el  hospital  se  atendía  a  toda  clase  de  pobres,  tanto  hombres  como 
mujeres.  En  el  resumen  del  informe  hecho  hacia  1773  se  dice  que  regular- 
mente había  de  ocho  a  diez  enfermos,  de  ambos  sexos.119 

En  una  relación  de  prelados  de  la  orden  juanina  dada  al  Visitador  Pedro 
Rendón  Caballero,  se  dice  que  había  en  las  enfermerías  ocho  camas  para 
hombres  y  otras  tantas  para  mujeres  y  que  en  general  en  los  tiempos  en 
que  no  había  epidemia,  el  número  de  enfermos  encamados  era  de  cinco  a 
seis.120 

Sobre  el  movimiento  general  de  enfermos  tenemos  los  datos  que  el  Prior 
envió  directamente  al  Visitador;  del  7  de  agosto  de  1771  a  diciembre  de 
1773,  se  habían  recibido  ciento  setenta  y  siete  enfermos,  de  los  cuales  habían 
muerto  treinta  y  dos,  habiéndose  curado  los  restantes.121 

117  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  62-67. 

118  C.D.C.Ch.  Rollo  18.  Serie  Guadalajara. 

119  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  91. 

120  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  8. 

121  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pag.  63. 


68 


El  personal  con  que  en  este  tiempo  contaba  el  hospital  para  el  cuidado 
de  los  enfermos  era  el  de  tres  religiosos,  uno  de  los  cuales  era  presbítero. 
A  éstos  hay  que  añadir,  criados  de  servicio  y  al  menos  una  enfermera. 

A  qué  grado  afectó  la  relajación  de  los  juaninos  a  esta  institución,  no  lo 
sabemos,  pues  no  conocemos  ninguna  queja  en  su  contra. 

La  existencia  del  hospital  de  San  Juan  de  Dios,  de  Aguascalientes,  se 
prolongó  hasta  el  año  de  1851,  no  así  la  de  los  frailes,  que  se  vieron  sepa- 
rados del  hospital  desde  el  lo.  de  febrero  de  1817. 

Fue  el  último  prior  el  Padre  Fray  Mariano  del  Castillo. 

Hospital  de  la  Limpia  Concepción  o  San  Juan  de  Dios 
Parral,  Chihuahua. 

En  el  Reino  de  la  Nueva  Vizcaya,  en  la  parte  que  actualmente  es  el  estado 
de  Chihuahua,  existían  varios  reales  de  minas  que  en  el  XVII,  se  hallaban 
en  florecimiento.  Uno  de  ellos  era  el  Real  de  Minas  de  San  José  del  Parral. 
Un  grupo  de  "pardos  libres"  que  residían  en  el  mineral,  había  organizado 
para  fomentar  entre  ellos  la  piedad  cristiana,  una  cofradía  que  puso  bajo 
la  advocación  de  la  Limpia  Concepción  de  Nuestra  Señora  la  Virgen  María. 
Vieron  los  cofrades  la  aflictiva  situación  de  los  trabajadores  de  las  minas  que 
caían  enfermos  y  no  tenían  quien  los  auxiliase,  muriendo  la  mayoría  de 
ellos  privados  de  todo  socorro.122 

Existía  desde  el  año  de  1599  una  Real  Cédula  que  ordenaba  que  en  todos 
los  reales  de  minas  hubiese  hospital  costeado  por  los  mineros  para  atender 
a  los  trabajadores.  Pero  de  tal  disposición  se  hacía  caso  omiso  y  la  situa- 
ción de  los  enfermos  era  angustiosa.  Finalizando  el  siglo  XVII  los  cofrades 
dispusieron  tomar  para  sí  el  trabajo  de  la  fundación  de  un  hospital.  Nom- 
braron por  su  procurador  ante  las  autoridades  respectivas  a  Antonio  Urecha, 
que  era  quien  había  sugerido  la  idea  del  hospital,  para  que  llevase  a  cabo 
todas  las  diligencias  necesarias  a  fin  de  obtener  las  autorizaciones  para  rea- 
lizar su  propósito. 

El  18  de  noviembre  de  1680  presentó  el  nombrado  Urecha,  un  memorial 
al  Gobernador  y  Capitán  General  de  la  Nueva  Vizcaya  don  Bartolomé  de 
Estrada  y  Ramírez,  demandando  la  licencia  de  fundar  una  institución  que 
sería  hospital  y  hospedería  de  pobres,  caso  que  era  común  en  el  XVI  co- 
mo ya  hemos  visto,  pero  que  en  el  XVII  ya  era  poco  frecuente.  Al  pre- 

122  Toda  esta  Relación  está  sacada  de  los  documentos  del  Archivo  Municipal  de  la 
Ciudad  de  Parral,  Chih. 

69 


sentar  la  petición,  Urecha  nos  pinta  la  dolorosa  situación  de  los  trabajadores. 
La  gente,  dice,  se  muere  más  por  las  necesidades  corporales  que  padece, 
hambres,  falta  de  cuidado  y  medicinas,  que  por  lo  grave  de  las  enferme- 
dades que  sufre. 

Urecha  al  hacer  su  petición  se  compromete  a  recoger  las  limosnas  del 
grupo  que  representa  y  otras  del  pueblo. 

Bien  escogieron  los  cofrades  a  su  procurador,  pues  era  un  hombre  que 
aún  entendía  el  sentido  de  la  caridad  cristiana.  Urecha  quería  algo  más  que 
"arrancar  a  la  avaricia"  de  los  mineros,  unos  cuantos  pesos  para  sostener 
un  hospital;  él  sabía  que  el  que  ama  al  prójimo  se  da  a  él  con  su  propia 
persona  como  Juan  de  Dios  en  Granada  o  Bernardino  Alvarez  y  Pedro 
López  en  México.  Así  él  mismo  en  el  documento  que  demandaba  el  permiso 
ofrecía  su  persona  al  servicio  perpetuo  de  los  enfermos.  Finalmente  apeló 
Urecha  al  sentido  de  justicia  de  las  autoridades,  explicándoles  que  si  eran 
esos  pobres  quienes  con  sus  trabajos  daban  a  la  nación  tanta  riqueza  era 
obligación  de  la  república  hacer  algo  por  ellos. 

El  gobernador  mandó  se  viese  el  escrito  de  Urecha  y  se  estudiase.  El  21 
de  noviembre  del  mismo  año  de  1680  el  alcalde  y  los  diputados  de  la  repú- 
blica manifestaron  su  conformidad  "por  tener  el  real  gran  necesidad  de 
hospital".  Tras  esto  el  Gobernador  concedió,  dos  días  después,  la  licencia. 
Urecha  pretendió  entonces  la  autorización  eclesiástica.  Para  ello  se  transladó 
a  la  ciudad  de  Guadiana,  donde  residía  el  obispo  de  la  Nueva  Vizcaya  y 
presentó  su  petición.  Si  bien  ante  las  autoridades  civiles  no  había  tenido 
oponentes,  ante  las  eclesiásticas  sí  los  tuvo,  ellos  fueron  los  curas  benefi- 
ciados del  propio  Real  del  Parral.  Sostenían  éstos  que  la  fundación  no  debía 
ser  hecha  por  los  cofrades,  pues,  como  "pardos"  que  eran,  no  pasaban  de 
ser  gente  baja  y  ruin,  la  mayoría  trabajadores  de  las  minas.  Afortunadamente 
estos  argumentos  no  conmovieron  al  obispo  don  Fray  Bartolomé  García  de 
Escañuela,  quien  por  el  contrario,  aceptó  la  proposición  de  Antonio  de 
Urecha  dándole  la  licencia  el  24  de  marzo  de  1680  bajo  las  siguientes  con- 
diciones: primero,  que  los  vecinos,  mineros  y  demás  fieles  que  quisieran 
cooperar  a  la  fundación  del  hospital  garantizaran  en  fincas,  300  pesos  de 
réditos  cada  año  para  sustento  o  manifestaran  tener  6000  pesos  en  reales, 
ponerlos  en  depósito  para  que  se  impusieran  a  censo  y  redituaran  anual- 
mente 300  pesos. 

Todo  lo  que  se  recogiera  de  limosnas  se  pondría  en  caja  de  tres  llaves. 

Asegurados  los  300  pesos  de  renta  anual  para  principio  de  la  dotación> 
la  cofradía  podría  abrir  cimientos  y  edificar  la  casa. 

El  hospital  se  levantaría  contiguo  a  la  ermita  en  la  que  residía  la  cofradía 
de  la  Limpia  Concepción. 

Prohibía  el  obispo  que  en  esta  iglesia  hubiese  misas  ni  otros  oficios  y  cere- 


70 


monias  los  domingos  y  fiestas  de  guardar,  porque  podían  restar  concurrencia 
a  la  parroquia  y  perjudicar  los  derechos  parroquiales. 

No  les  concedía  derecho  de  entierro,  antes  les  ponía  como  obligación  avisar 
a  los  curas  en  caso  de  fallecimiento  para  que  ellos  enterraran  a  los  muertos 
y  cobraran  los  derechos  de  entierro,  salvo  en  caso  de  absoluta  pobreza. 

Al  mismo  tiempo  daba  a  los  curas  la  obligación  de  atender  a  los  enfermos 
del  hospital. 

Los  administradores  del  hospital  quedaron  sujetos  a  rendir  cuentas  anual- 
mente en  presencia  del  Vicario  y  Juez  eclesiástico  del  Real  y  del  Alcalde 
Mayor  y  cura  foráneo.  Para  el  gobierno  del  hospital  ordenó  el  obispo  que, 
una  vez  reunido  el  dinero  indicado  se  acudiese  a  su  obispado  nuevamente 
para  que  allí  se  le  hiciesen  las  constituciones  que  habrían  de  regirlo. 

Las  disposiciones  de  esta  primera  licencia  se  alteraron  bien  pronto.  Se  pi- 
dió permiso  para  levantar  una  iglesia  que  fuese  propia  del  hospital  y  la  co- 
fradía, pues  hasta  entonces  ésta  había  residido  en  una  ermita  que  no  le  perte- 
necía. El  obispo  accedió  el  10  de  marzo  de  1681. 

Obtenidas  ya  las  licencias,  Urecha  regresó  al  Real  de  Parral,  en  donde  co- 
menzó el  duro  trabajo  de  la  reunión  de  los  6,000  pesos  ordenada  por  el  obispo. 
Intenta  primero  que  las  autoridades  civiles  presionen  a  los  dueños  de  las 
minas  a  dar  los  dineros,  basándose  en  que  el  Rey  había  ordenado  que  en  todos 
los  reales  de  minas  los  dueños  de  ellas  sostuvieran  hospital  para  los  trabaja- 
dores. Pero  el  gobernador  de  la  provincia,  el  alcalde  de  Parral  y  los  diputados 
del  lugar  se  negaron  a  molestar  a  los  mineros  y  dejaron  en  las  manos  de 
Urecha  toda  la  obra. 

Urecha  insistió  y  pidió  la  reunión  de  una  junta  de  mineros  y  vecinos, 
amenazando  a  las  autoridades  locales  con  acudir  a  la  Real  Audiencia  de  la 
Nueva  Galicia.  Tuvo  que  hacerlo  así,  pues  las  autoridades  del  real  no  le 
hicieron  el  menor  caso.  Pedro  de  Agundis  y  Zamora,  en  su  nombre  y  el  de 
los  Cofrades  de  la  Limpia  Concepción,  presentaron  demanda  ante  la  Audien- 
cia. Allí  el  fiscal  don  Pedro  de  Barreda  halló  justas  sus  peticiones  y  en  con- 
secuencia el  presidente  y  los  oidores  enviaron  una  Real  Provisión  al  Alcalde 
Mayor  de  aquel  real  para  que  hiciese  que  cada  uno  de  los  mineros  al  pagar 
a  sus  obreros  les  descontase  anualmente  el  peso  ofrecido  por  los  propios  sir- 
vientes. Esta  cantidad  se  elevaría  a  dos  pesos  cuando  se  tratase  de  los  casados. 
Advertía  la  audiencia  que  esa  contribución  debía  ser  libre  y  que  así  el  obrero 
que  no  quisiese  o  no  pudiese  darla  no  fuera  forzado  a  hacerlo.  El  lo.  de 
enero  de  1682  se  reunieron  los  mineros.  Eran  entonces  señores  de  las  minas 
de  Parral,  Nicolás  Rojo  de  Soria,  el  sargento  mayor  don  Gonzalo  de  Car- 
bajal  y  Villamayor,  Juan  de  Echavarría.  Pedro  del  Pozo  Herrera,  Domingo 
de  Apresa  y  Falcón,  Valerio  Cortés,  don  Pedro  Martínez  de  Quiroga,  Benito 
Pérez  de  Rivera,  Juan  de  Aguirre,  don  Martín  Malo,  Juan  de  Salaices  y  Do- 


71 


mingo  de  la  Fuente.  Todos  ellos  se  comprometieron  a  cumplir  lo  ordenado 
para  lograr  la  fundación  del  hospital.  Había  por  entonces  la  costumbre  de 
ajustar  cuentas  en  el  tiempo  de  la  Navidad  y  se  esperaba  reunir  para  esa  época 
el  dinero.  Se  calculaba  un  monto  de  2,000  pesos.  Esto  muestra  el  alto  número 
de  obreros  que  había  en  el  Real. 

El  interés  por  el  hospital  se  había  reanudado.  Una  semana  después  de  la 
junta,  María  Ignacia  Benítez  de  Avilés,  previa  autorización  de  su  marido  el 
alférez  Alonso  Ortiz  de  Paredes,  donaba  a  la  Cofradía  de  la  Limpia  Concep- 
ción un  terreno  para  que  en  él  se  fundase  el  hospital  y  la  iglesia.  Este  sitio 
estaba  "frente  a  la  casa  y  fuelle  de  San  Juan  de  Galdós"  y  llegaba  hasta  la 
noria  del  sargento  mayor  Gonzalo  de  Carbajal,  los  otros  dos  extremos  los 
limitaba  a  un  lado  el  Sauz  y  la  huerta  de  la  casa  del  Bachiller  Antonio  de 
Herradillo.  A  este  terreno  se  agregó  otro  que  estaba  inmediato  al  anterior  y 
que  al  no  tener  dueño  fue  denunciado  por  Urecha.  El  alcalde  dio  de  in- 
mediato posesión  de  él  al  denunciante.  Así  se  tuvo  un  terreno  de  ochenta 
varas  de  largo  por  sesenta  de  ancho  (67.040  x  58.650  metros). 

El  primer  problema  estaba  solucionado  y  había  ya  un  verdadero  entusiasmo 
por  el  hospital.  El  día  4  de  febrero  de  1682  puso  la  primera  piedra  con  gran 
solemnidad  el  Alcalde  Mayor  de  Parral,  don  Juan  Hurtado  de  Castilla,  con 
asistencia  del  Alguacil  Mayor,  Nicolás  Rojo  de  Soria;  don  Gonzalo  de  Car- 
bajal, sargento  mayor  y  el  capitán  Juan  de  Echavarría,  diputados,  además  de 
los  vecinos  principales  y  el  pueblo  habitante  del  real. 

La  obra  se  realizaba  bajo  el  impulso  y  la  vigilancia  de  Urecha.  Para  prin- 
cipios de  1684  ya  se  tenía  casi  terminada  la  iglesia  "con  sus  vigas  labradas" 
y  parte  de  las  enfermerías  y  salas  del  hospital.  Estando  para  concluirse  el  edi- 
ficio el  ayuntamiento  de  Parral  estimó  que  para  tener  en  él  eficientes  servi- 
cios nada  sería  mejor  que  ponerlo  bajo  el  cuidado  de  los  hermanos  de  San 
Juan  de  Dios.  Los  juaninos  estaban  en  Durango,  como  hemos  visto,  desde 
1610,  año  en  que  se  hicieron  cargo  del  hospital  de  la  Santa  Veracruz  y  por 
tanto  los  vecinos  de  aquellos  lugares  conocían  la  obra  que  realizaban  como 
hospitalarios. 

Informados  los  frailes  que  se  les  solicitaba  para  el  nuevo  hospital,  ofrecieron 
a  través  del  escrito  del  12  de  enero  de  1684  que  presentara  su  prior  Fray 
Bartolomé  de  Quezada,  hacerse  cargo  de  él. 

El  gobierno  del  Real  aceptó  el  ofrecimiento  el  25  del  mismo  mes  y  año 
acordándose  celebrar  las  escrituras  correspondientes  por  el  Comisario  general 
de  la  orden  para  que  la  venida  de  los  frailes  se  formalizase  y  su  situación  y 
actividad  en  el  hospital  quedase  perfectamente  determinada.  Fray  Bernabé 
obtuvo,  en  marzo  de  dicho  año,  de  su  Comisario  General,  Fray  Pedro  de 
Bolívar,  una  patente  que  lo  autorizaba  a  pasar  al  nuevo  hospital  en  calidad  de 
prior  y  llevar  como  compañeros  al  Padre  Fray  Domingo  de  Santa  María  para 


72 


que  fuese  como  capellán,  al  Padre  Fray  Felipe  de  Meneses,  en  calidad  de 
cirujano  y  a  Fray  Diego  de  San  Miguel,  donado,  para  los  servicios  de  la  casa. 
Todos  los  cuales  residían  en  el  hospital  juanino  de  Guadiana  (Dgo.). 

Meses  después  o  sea  en  diciembre,  presentaba  Fray  Bernabé  la  patente  a 
las  autoridades  del  Real.  Tras  ésto  los  diputados  de  la  República  firmaron  el 
30  de  diciembre  una  escritura  con  el  fraile,  fijándose  las  siguientes  condiciones: 
1)  El  hospital  quedaría  bajo  el  Real  Patronato  (esta  condición  la  negó  la 
Real  Cédula  de  1690  que  aprobó  el  hospital).  2)  Se  admitiría  a  todos  los 
enfermos,  hombres  y  mujeres,  excepto  los  lazarinos,  antoninos  y  locos.  3)  La 
orden  tendría  tres  religiosos  en  el  hospital  (capellán,  boticario  y  enfermero). 
4)  Se  recibiría  también  a  los  esclavos,  pero  mediante  paga  por  parte  de  sus 
dueños  (12  pesos  y  medio). 

Tras  la  firma,  el  Alguacil  Mayor,  Rojo  de  Soria  dio  posesión  del  hospital 
a  Fray  Bernabé  de  Quezada,  con  la  acostumbrada  ceremonia  de  pasearlo 
por  todos  los  sitios  y  pertenencias  del  hospital  entrando,  saliendo,  abriendo, 
cerrando  puertas  y  demás. 

Aunque  todo  parecía  arreglado,  no  pudieron  los  hermanos  hacerse  cargo 
inmediato  del  hospital,  pues  surgió  entonces  la  oposición  de  los  curas  del 
real,  que  veían  en  la  llegada  de  los  juaninos  una  disminución  en  sus  bene- 
ficios; teniendo  para  esto  el  apoyo  del  cabildo,  sede  vacante  de  Guadiana,  jurí- 
dicamente basaban  su  oposición  en  el  hecho  de  que  el  Ayuntamiento  del  real 
no  tenía  derecho  a  dar  posesión  del  hospital  a  los  juaninos. 

Fray  Bernabé,  autorizado  por  la  cofradía  y  el  ayuntamiento,  acudió  a  la 
Real  Audiencia  de  Guadalajara  y  ésta  resolvió  terminantemente  en  su  favor, 
haciendo  llegar  provisión  de  ruego  y  encargo  a  la  curia  de  Durango  en  el 
sentido  de  que  no  podían  obstaculizar  la  apertura  del  hospital  e  iglesia,  pues 
a  más  de  haberse  hecho  todo  con  las  debidas  licencias,  aun  sin  ellas  podía 
abrirse  el  hospital,  pues  en  Reales  Cédulas  estaba  mandado  que  no  se  requi- 
riesen previas  licencias  para  fundar  hospitales  con  iglesia  (no  convento),  y 
administrar  en  ella  los  sacramentos.  (Aducíase  a  la  ley  5,  título  IV,  Capítulo 
VIII).123 

La  Real  Audiencia  de  Guadalajara  sin  embargo  declaró  nula  la  escri- 
tura celebrada  entre  los  juaninos  y  las  autoridades  de  Parral. 

Celebróse  entonces  otra  que  no  difería  de  la  anterior  más  que  en  el  hecho 
de  que  se  colocaba  el  hospital  bajo  el  Real  Patronato  y  se  ordenaba,  por  tanto, 
fijar  las  armas  reales  en  la  portada  del  edificio.121 

Con  esto  el  cura,  vicario  eclesiástico  de  Parral  y  el  vicario  maestro  no 
tuvieron  más  remedio  que  ceder. 

1:3  C.D.G.Ch.  Rollo  3,  Expediente  21,  Serie  Guadalajara. 
124  Documentos  del  Archivo  Municipal,  Parral,  Dgo. 


73 


Los  trámites  habían  durado  varios  años,  era  ya  1686.  Fray  Bernabé  de  Que- 
zada  había  sido  removido  del  puesto  y  en  su  lugar  se  hallaba  Fray  Manuel  de 
San  Román.  No  faltaba  ya  más  que  una  reunión  de  mineros  para  ultimar  los 
donativos  que  sostendrían  el  hospital,  pues  como  explicaba  Fray  Manuel  de 
San  Román,  no  era  posible  abrir  la  institución  sin  saber  con  qué  dinero  se 
contaba. 

En  el  mes  de  junio  de  dicho  año  se  reúnen  los  mineros  en  las  Casas  Reales 
y  se  acuerda  lo  siguiente,  que  fue  ya  lo  definitivo:  Los  mineros  descontarían 
a  sus  trabajadores  anualmente  2  pesos  a  los  casados  y  1  peso  a  los  solteros.  Pero 
desde  luego  con  la  anuencia  de  éstos.  Los  mineros  por  su  parte  nombraban  al 
presidente  de  la  junta  encargado  de  colectar  lo  reunido  por  los  patronos  y 
entregarlo  al  Hermano  Mayor  del  Hospital.  La  cooperación  de  los  mineros 
fue  en  la  forma  siguiente.  Domingo  de  Puente  o  Fuente,  daría  un  tostón,  Juan 
de  Aguirre,  un  peso,  Diego  del  Aldarrozo  (o  de  Landavazo),  un  peso;  el  Ca- 
pitán Juan  de  Acuña,  un  peso;  y  Martín  de  Gordea  un  tostón.  Este  donativo 
lo  repetirían  todos  los  sábados,  desde  la  fecha  de  la  junta,  mediados  de  junio, 
hasta  navidad.125  En  los  documentos  de  Parral  aparecen  los  nombres  de  dos 
mineros  más,  éstos  son:  Benito  Pérez  de  Rivera  y  Sebastián  de  Arnero  que 
dieron  la  misma  donación  de  un  peso  semanal. 

Finalmente  firman  una  capitulación  los  juaninos  con  los  cofrades  de  la 
Limpia  Concepción,  que  seguían  activamente  trabajando  en  la  obra  del  hos- 
pital. Terminando  el  año  de  1686,  Antonio  de  Urecha  recaba  la  licencia  del 
Cura  Vicario  eclesiástico  de  Parral  Dr.  Thomas  Ugarte,  para  trasladar  la  Co- 
fradía que  hasta  entonces  había  residido  en  la  ermita  del  Capitán  don  Gon- 
zalo de  Carbajal  y  Villamayor,  a  la  Nueva  Iglesia. 

El  día  4  de  enero  de  1687  las  autoridades  eclesiásticas  hacen  una  visita  a 
la  iglesia  y  al  verla  concluida  y  aderezada  decentemente,  autorizan  su  aper- 
tura. El  Vicario  eclesiástico  cantó  las  vísperas  de  la  dedicación  y  el  día  cinco 
el  Padre  Fray  Felipe  Neri  de  Meneses,  del  Orden  de  San  Juan  de  Dios,  dijo 
en  ella  la  primera  misa,  tras  la  cual  se  expuso  el  Santísimo  y  se  hizo  la  solem- 
ne procesión  que  en  tales  ceremonias  se  acostumbra,  tomando  parte  en  ella, 
los  cofrades,  mineros,  obreros  y  el  pueblo  todo,  para  quien  el  hecho  prometía 
los  mayores  beneficios.  El  hospital,  sin  embargo,  no  funcionaba  aún. 

Los  frailes  siguieron  recibiendo  los  donativos,  para  octubre  de  1687  se  les 
hizo  por  parte  de  las  autoridades  la  primera  visita  para  tomar  cuentas,  las 
cuales  arrojaron  un  total  de  138  pesos  5  tomines.  En  estas  fechas  el  templo 
se  nos  describe  así:  Era  una  iglesia  de  adobe  y  lodo  "de  capacidad  proporcio- 
nada". Tenía  tres  puertas,  una  principal  al  centro  y  dos  a  los  lados,  todas  con 

115  D.C.Ch.  Rollo  3,  Exp.  21,  Serie  Guadalajara. 


74 


sus  marcos  de  piedra  labrada.  El  techo  era  de  vigas  labradas  y  ladrillo  pin- 
tado, las  paredes  todas  estaban  blanqueadas.  Tenía  coro  amplio  con  baran- 
dillas de  madera  tallada.  También  una  torre  a  la  que  faltaba  el  cuerpo  de 
las  campanas.  Toda  la  iglesia  tenía  un  pretil  de  ladrillo  y  de  cal  y  canto. 
En  el  interior  de  la  iglesia  había  tres  altares:  El  mayor,  compuesto  de  un 
colateral  dorado  de  tres  cuerpos,  todos  muy  bien  tallados  y  ornamentados 
con  pinturas.*  A  los  lados  había  otros  dos  altares,  uno  con  el  Crucificado, 
la  Virgen  y  San  Juan,  que  pertenecía  a  la  Cofradía  de  la  Limpia  Concepción. 
El  otro  altar  estaba  dedicado  a  San  Juan  de  Dios  y  se  había  hecho  con  limos- 
nas recabadas  por  Fray  Manuel  de  San  Román.  La  iglesia  tenía  su  sacristía 
sin  adorno  alguno,  pero  bien  provista. 

El  hospital,  cuya  obra  estaba  ya  muy  adelantada,  constaba  de  una  serie 
de  habitaciones  distribuidas  alrededor  de  tres  patios.  Las  habitaciones  eran 
grandes  salas  para  enfermerías,  y  oficinas,  tales  como  cocina,  despensa,  botica, 
etc.  Había  también  dos  cuartos  para  los  frailes.  La  construcción  era  toda  de 
adobe  y  lodo. 

No  sabemos  la  fecha  exacta  en  que  los  frailes  empezaron  a  recibir  enfer- 
mos, tal  vez  se  sabría  si  se  encontrara  un  libro  rojo  titulado  "Libro  donde  se 
assientan  los  enfermos  que  vienen  a  curarse  a  este  hospital".126  Por  ahora 
sólo  tenemos  el  dato  de  un  testimonio  fechado  el  13  de  septiembre  de  1688, 
en  él  se  afirma  que  los  hermanos  iban  a  poner  en  servicio  otras  seis  camas 
para  enfermos  y  una  para  un  convaleciente.  Las  camas  eran  de  tablas  con  sus 
colchones,  sábanas,  almohadas  y  frazadas.  Esto  nos  confirma  que  para  1688 
el  hospital  funcionaba  ya  y  que  sus  servicios  iban  en  aumento.  Sabemos  tam- 
bién que  la  institución  marchaba  muy  bien,  que  todo  estaba  muy  limpio  y  arre- 
glado y  que  muchos  enfermos  se  habían  curado  en  él.127 

Pocos  años  después  de  que  el  hospital  funcionaba  ya  en  todos  sus  aspec- 
tos llegó  la  aprobación  real,  10  de  octubre  de  1693  dada  en  Madrid,  pero 
ella  costó  un  sinnúmero  de  trámites  largos  y  molestos,  pues  el  rey  práctica- 
mente nulificó  todas  las  autorizaciones  dadas  por  las  autoridades  de  la  Nue- 
va España.  Por  tanto  para  la  Corona  quedó  erigido  el  año  de  1693. 

Teniendo  la  autorización  real  los  cofrades  se  aprovecharon  pronto  pidiendo 
les  diesen  para  el  hospital  2,000  pesos  de  limosna,  en  vacantes  de  la  Cate- 
dral de  Durango.128  Ignoramos  si  se  les  concedió. 

Como  al  hacerse  propiamente  nueva  erección  todas  las  escrituras  anterio- 

*  Según  me  informa  el  periodista  José  Guadalupe  Ochoa,  aún  existe  y  es  una  de  las 
reliquias  del  arte  colonial  con  que  cuenta  Parral. 

126  C.D.C.Ch.  Rollo  3,  Exp.  21,  Serie  Guadalajara. 

127  Documentos  del  Archivo.  .  .  Parral,  Dgo. 

128  A.G.I.S.  Audiencia  Guadalajara  69.  Hospital  de  Ntra.  S.  de  la  Concepción. 


75 


res  se  nulificaron,  ordenó  el  rey  que  los  frailes  firmasen  nueva  escritura.  Los 
juaninos  no  estuvieron  conformes  en  ello  y  prefirieron  abandonar  el  hospital 
el  año  de  1699,  quedándose  el  Real  sin  nadie  que  supiese  curar,  ni  aplicar 
medicinas.129 

A  este  alejamiento  de  los  frailes  se  debe  que  en  las  crónicas  juaninas  del 
XVIII  y  en  los  informes  dados  al  visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caballero  no 
se  mencione  este  hospital. 

No  tenemos  datos  acerca  de  lo  que  ocurrió  en  el  XVIII  con  el  hospital, 
pero  seguramente  continuó  funcionando  en  manos  de  civiles.  Pues  se  hace 
difícil  suponer  a  Parral  que  tenía  entonces  tanta  importancia  (por  residir  en 
el  frecuentemente  los  gobernadores  de  la  Nueva  Vizcaya,  pese  a  que  la  capi- 
tal era  Guadiana),  sin  hospital  alguno. 

Un  siglo  después,  durante  el  gobierno  de  Benito  Juárez,  el  antiguo  edificio 
del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  fue  destinado  a  escuela  pública  que  se  de- 
nominó "Escuela  99". 

En  1898  los  parralenses  iniciaron  las  gestiones  para  la  formación  de  un  hos- 
pital que  sustituyera  al  antiguo.  Para  ello  el  Dr.  Pedro  de  Lille  dio  un  te- 
rreno situado  entre  el  Arroyo  Triste  y  la  margen  derecha  del  Río  de  Parral.  La 
señorita  Constancia  de  Lille  formó  una  sociedad  llamada  de  San  Juan  de 
Dios,  que  recabó  dineros,  y  ella  dio  además  de  su  peculio  buenas  cantidades 
para  edificar  el  hospital.  En  1903  el  hospital  había  sido  concluido  y  los  dine- 
ros recabados  por  la  Sociedad  de  San  Juan  de  Dios,  se  entregaron  al  nuevo 
hospital  de  Parral  que  se  tituló  Hospital  de  Jesús  y  fue  puesto  al  cuidado  de 
las  Hermanas  de  la  Caridad  Mínimas  de  María.  En  1944  fue  destruido  por  una 
inundación,  pero  se  le  rehizo  inmediatamente  gracias  a  los  esfuerzos  de  los 
más  distinguidos  hijos  de  Parral  y  hoy  es  uno  de  los  mejores  hospitales  nor- 
teños. Por  otra  parte,  el  edificio  del  viejo  hospital  de  San  Juan  de  Dios,  sigue 
en  pie.  La  iglesia  continúa  abierta  al  culto  público  siendo  una  de  las  más 
famosas  de  la  ciudad.  La  parte  correspondiente  propiamente  al  hospital,  trans- 
formada en  escuela  como  ya  dijimos,  se  encontraba  en  pésimas  condiciones, 
hasta  hace  aproximadamente  dos  años,  fecha  en  que  el  Gobernador  doctor 
Jesús  Lozaya  Solís  le  donó  70,000.00  pesos  de  sus  bienes  particulares,  para 
que  fuese  totalmente  reconstruida,  conservándose  sus  características  arquitec- 
tónicas y  así  se  encuentra  hoy,  año  de  1959,  en  que  escribo  este  libro. 

129  C.D.C.Ch.  Rollo  3,  Exp.  21,  Serie  Guadalajara. 

Nota:  La  historia  de  este  hospital  casi  en  su  totalidad,  me  ha  sido  proporcionada 
a  instancias  del  Dr.  Jesús  Lozaya  Solís,  por  el  periodista  José  Guadalupe  Rocha  a  cuya 
recopilación  y  versión  paleográfica  de  documentos  va  fiado  este  estudio. 

Los  documentos  utilizados  se  encuentran  en  el  Archivo  Municipal.  .  .  Biblioteca  Fran- 
"klin  de  la  Ciudad  de  Parral,  Dgo. 


76 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe 
Toluca,  Estado  de  México 

Hasta  finales  del  siglo  XVII  no  tenemos  noticias  de  que  existiera  en  Tolu- 
ca hospital  alguno.  Se  trataba  de  una  región  que  los  franciscanos  habían  evan- 
gelizado. La  erección  del  convento  de  esta  orden  en  el  Valle  de  Toluca  data 
de  la  temprana  época  de  1525-1531,  aunque  convento  formal  en  Toluca  no 
lo  hubo  sino  hasta  1559. 130  Tal  vez  los  franciscanos  hallan  establecido  algún 
hospital  de  esos  que,  para  los  indios,  organizaron  en  tantos  sitios,  como  ya 
mencionamos  al  hablar  del  siglo  XVI.  Sin  embargo,  ésta  es  sólo  una  suposi- 
ción, no  tenemos  datos  precisos  para  afirmarlo.  La  primera  noticia  cierta  so- 
bre un  hospital  en  Toluca  data  de  1695. 

Fue  un  sacerdote,  el  bachiller  don  Antonio  de  Sámano  y  Ledesma,  quien 
por  escritura  del  26  de  marzo  de  1695  se  comprometió  a  construir  a  sus 
expensas  un  hospital  con  su  iglesia.  Cubrir  perpetuamente  los  gastos  de  diez 
enfermos  y  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  que  atenderían  el  hospital. 
Para  ello  dio  la  hacienda  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  y  San  José,  situa- 
da en  el  pueblo  de  Zinacantepec,  además  de  alhajas  y  otras  limosnas.  Devoto 
como  era  de  la  Patrona  de  México,  exigió  que  la  institución  se  titulase  Hos- 
pital de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe. 

De  sus  proyectos  se  informó  al  Virrey  Conde  de  Gálvez  quien  los  aprobó 
el  19  de  abril  del  dicho  año,  poniendo  como  condición  que  los  juaninos  se 
sujetaran  en  todo  a  lo  dispuesto  por  la  ley  V  título  4o.  del  libro  lo.  de  la  Re- 
copilación. 

El  arzobispo  de  México  don  Francisco  Aguiar  y  Seijas  (en  cuya  diócesis 
se  comprendía  entonces  Toluca)  dio  su  aprobación  el  20  de  junio  del  mis- 
mo 1695. 

Pese  a  que  siempre  estas  fundaciones  requerían  trámites  tan  largos  que  a 
veces  en  varios  decenios  no  lograban  realizarse,  en  este  caso  sólo  se  requirie- 
ron unos  meses,  pues  el  19  de  julio  del  mismo  año,  los  hermanos  de  San  Juan 
de  Dios  tomaban  posesión  jurídica  del  hospital.131  Parece  que  no  se  construyó 
en  un  principio  un  edificio  adecuado,  sino  que  se  adaptaron  unas  sencillas 
casas  de  adobe  de  la  hacienda  de  labor  dada  por  el  fundador,  para  que  el 
hospital  empezase  a  funcionar  y  los  frailes  tuviesen  habitación.  En  este  edifi- 
cio estuvieron  hasta  1703.  Para  esta  fecha  los  hermanos  se  habían  ingeniado 
en  recabar  limosnas,  conseguir  bienhechores  y  reunir  una  respetable  cantidad, 
que  les  permitió  construir  entonces  un  verdadero  hospital,  con  su  iglesia  y 

130  Ricard,  Robert,  La  Conquista  espiritual  de  México,  pag.  158. 

131  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  103. 


77 


convento.  En  toda  esta  obra  suena  el  nombre  de  un  fraile  llamado  Sebastián 
González,  como  el  hábil  administrador  que  logró  realizarla.132 

Este  edificio  tenía  amplias  enfermerías  en  las  que  había  camas  de  made- 
ra con  sus  colchones,  almohadas,  sábanas,  frazadas,  banquillos,  cajas  y  altar. 
El  convento  quedaba  adosado  al  hospital.  La  iglesia  según  nos  la  describe  el 
prior  Padre  Fray  Domingo  José  del  Campo,  tenía  retablos  tallados  y  dora- 
dos, menos  uno  que  aún  no  se  doraba.  En  los  retablos  había  pinturas  y  escul- 
turas. En  la  iglesia  había  bancas,  púlpitos,  confesonarios,  en  fin  todo  lo  ne- 
cesario al  culto.  Igualmente  la  sacristía  se  hallaba  bien  provista.133 

Para  atender  el  hospital  la  orden  juanina  tenía  alrededor  de  diez  frailes. 

El  número  de  enfermos  recibidos  daba  un  promedio  anual  de  doscientas 
cincuenta  y  seis  personas,  entre  hombres  y  mujeres.134  Sin  embargo,  esta  cifra, 
que  proviene  del  resumen  de  los  informes  dados  al  visitador  difiere  un  tanto 
del  informe  original  pues  en  éste  se  asegura  que  de  1771  a  1774  o  sea  en 
tres  años  había  habido  doscientos  veinte  enfermos.135  De  los  bienes  con  que 
se  sostenían,  tenemos  sólo  las  noticias  de  este  mismo  informe  que  nos  muestra: 
un  egreso  anual  de  6,575.3/2  y  un  ingreso  anual  de  5,647.7  lo  cual  daba  un 
déficit  anual  de  927.4/2. 

Este  faltante  se  cubría  con  lo  que  daban  los  enfermos  ricos,  a  los  frailes, 
que  los  iban  a  curar  y  algunas  rentas  atrasadas. 

Para  esas  fechas  el  hospital  tenía  fincas  de  cuyo  producto  se  sostenía,  posi- 
blemente también  tenía  algunos  censos. 

Aunque  no  tenemos  datos  muy  abundantes  sobre  la  forma  en  que  atendie- 
ron los  frailes  el  hospital,  por  los  pocos  hallados  parece  que  su  labor  fue  bue- 
na, pues  así  lo  reconocieron  en  diversas  épocas  el  pueblo  y  las  autoridades. 
Precisamente  en  el  tiempo  en  que  hay  en  algunos  hospitales  el  máximo  rela- 
jamiento juanino,  los  síndicos  de  Toluca  al  pedir  que  no  se  removiera  al  prior 
del  hospital  Fray  Antonio  Pérez  que  era  un  religioso  ejemplar,  nos  hablan  de 
los  beneficios  que  el  pueblo  recibía  de  esta  institución.136 

Durante  la  guerra  de  la  Independencia  se  atendieron  en  este  hospital  los 
heridos  de  la  famosa  batalla  del  Monte  de  las  Cruces.137 

Parece  que  al  comenzar  el  siglo  XIX  se  volvió  hospital  militar.  Esto  se  de- 
riva de  una  serie  de  comunicaciones  en  las  cuales  se  le  llama  Hospital  Na- 
cional de  San  Juan  de  Dios  y  otra  en  la  que  un  galeno  se  titula  cirujano  ma- 

m  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pag.  116. 

133  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  132-140. 

134  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  103. 

135  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  132-140. 
130  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  54,  Exp.  8. 

137  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  7,  Exp.  13. 


78 


yor  del  Hospital  militar  de  Toluca.  Esto  ocurre  hacia  1812.  Hay  otro  informe 
aún,  en  el  que  se  muestra  que  los  militares  se  curaban  en  el  hospital  de  San 
Juan  de  Dios  de  Toluca.138 

No  sabemos  en  qué  época  desapareció  como  hospital  juanino. 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Desamparados 
Texcoco,  Estado  de  México 

Los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  levantaron  en  Texcoco  el  hospital  de 
Nuestra  Señora  de  los  Desamparados,  que  quedó  concluido  según  reza  en  el 
cerramiento  del  arco  que  comunica  al  hospital  con  la  iglesia,  el  año  de  1695. 
Terminado  el  edificio,  aceptaron  la  dotación  de  la  renta  de  unas  casas,  que 
para  sostenimiento  del  hospital,  les  hizo  el  presbítero  don  Bartolomé  Ca- 
macho,  comisario  del  Santo  Oficio,  el  22  de  agosto  de  dicho  año.  Un  mes 
después,  o  sea  el  19  de  septiembre,  obtenían  del  Virrey  don  Gaspar  de  la 
Cerda  Sandoval  Silva  y  Mendoza,  Conde  de  Galve,  la  licencia  civil.  La  ecle- 
siástica la  obtuvieron  hasta  el  14  de  enero  de  1699  y  les  fue  otorgada  por  el 
Ilustrísimo  Deán  y  Cabildo  Sede  Vacante.139 

El  edificio  que  construyeron  los  juaninos  fue  de  una  solidez  y  dignidad, 
que  contrasta  con  todas  las  construcciones  que  lo  rodean,  pobres  en  su  ma- 
yoría. Es  uno  de  los  que  en  todos  sus  elementos  decorativos  usa  los  sím- 
bolos de  la  orden  de  San  Juan  de  Dios.  Esto  desde  luego  no  sucede  casual- 
mente, sino  que  ocurre  en  el  caso  en  que  los  hermanos,  libremente,  hacen  la 
construcción. 

El  edificio,  aunque  hoy  está  ruinoso,  nos  muestra  aún  su  disposición;  los 
claustros,  enfermerías  y  oficinas  se  desenvolvieron  alrededor  de  un  jardinci- 
llo rectangular,  en  cuyo  centro  hay  una  gran  fuente.  El  hospital  era  de  dos 
plantas.  Por  una  amplia  y  sencilla  escalera  de  piedra  se  ascendía  al  piso 
superior.  Las  numerosas  ventanas  que  caían  a  la  calle  y  a  los  terrenos  cir- 
cundantes daban  abundante  luz  y  aire  a  las  enfermerías.  Los  claustros  alto  y 
bajo  los  formaban  arcos  de  medio)  punto  sobre  pilares,  todo  lo  cual  era  de 
piedra.  Al  hospital  se  entra  por  una  gran  puerta  con  dinteles  y  frontón  de 
piedra  tallada.  La  parte  superior  del  frontón  está  interrumpida  por  una  hor- 
nacina en  la  cual  se  halla  una  escultura  del  Niño  Jesús  con  una  granada  en 

138  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.  tomo  I,  Exp.  2;  tomo  72,  Exp.  14;  tomo  7,  Exp.  13. 
"9  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  100. 


79 


la  mano;  imagen  que  es  el  símbolo  de  la  vocación  heroica  de  San  Juan 
de  Dios. 

La  iglesia  tiene  planta  de  cruz  latina,  bóveda  de  cañón  y  cúpula  con  linter- 
nilla.  La  torre  alta  y  de  planta  octagonal  se  remata  en  cúpula  cubierta  de 
azulejos.  La  fachada  principal  tenía  el  escudo  del  Archihospital  del  Espíritu 
Santo  de  Roma,  del  que  seguramente  era  filial.  El  escudo  fue  raspado,  pero 
aún  puede  distinguirse  la  doble  cruz.  En  la  fachada  lateral  aún  se  encuentra 
la  doble  cruz  y  una  hornacina  con  la  escultura  de  San  Juan  de  Dios. 

Las  partes  bajas  de  los  fustes  de  las  columnas,  en  ambas  portadas  se  hallan 
ornamentadas  con  el  símbolo  de  los  juaninos,  la  granada. 

Dentro  de  la  iglesia  había  cinco  altares  todos  tallados  y  dorados,  con  sus 
esculturas  y  pinturas.  Entre  éstas  estaba  la  bellísima  de  Nuestra  Señora  de  los 
Desamparados,  titular  del  Hospital. 

En  la  iglesia  había  también  un  púlpito  de  madera  tallado,  había  bancas  y 
dos  confesonarios.  Existía  un  amplio  coro  amueblado  con  bancas  y  "faustos". 
Tanto  la  iglesia  como  la  sacristía  estaban  dotadas  de  todos  los  elementos  ne- 
cesarios al  culto,  tales  como  lámparas,  candeleros,  frontales,  manteles,  corti- 
najes, ornamentos,  vasos  sagrados,  etc.140 

Desconocemos  casi  totalmente  la  vida  de  este  hospital,  pero  debe  haber 
tenido  gran  importancia,  porque  nació  cuando  el  hospital  indígena  fundado 
por  los  franciscanos,  ya  no  existía,  o  ya  no  prestaba  eficaces  servicios.  Ello  se 
deduce  de  varias  cosas,  la  fecha  en  que  apareció,  la  categoría  del  edificio  que 
sólo  a  base  de  una  fuerte  ayuda  popular  pudo  levantarse  y  finalmente  la  di- 
mensión de  las  enfermerías.  Desgraciadamente  no  tenemos  cifras  de  enfermos 
atendidos,  en  sus  primeros  años,  que  casi  siempre  son  los  mejores  en  todos  los 
hospitales.  De  1772  a  74  tenemos  ya  el  dato  de  que  se  recibieron  doscientos 
cincuenta  y  seis  enfermos,  de  ambos  sexos,  de  los  cuales  fallecieron  sesenta  y 
siete.  Como  vemos,  el  número  de  enfermos  atendidos  en  estas  fechas  era  esca- 
so y  las  enfermerías  sólo  tenían  ya  seis  camas  para  hombres  y  cuatro  para 
mujeres.  El  promedio  de  hospitalizados  que  los  frailes  consideraban  tener 
anualmente  era  de  sesenta  y  ocho  mujeres  y  setenta  hombres. 

Se  recibían  en  el  hospital,  hombres  y  mujeres  de  todas  las  razas  y  de  todas 
las  enfermedades,  excluyendo  como  siempre  a  los  leprosos,  antoninos  y  locos. 

Para  los  servicios  hospitalarios  había  cuatro  religiosos,  a  más  de  los  enferme- 
ros-as, seglares.  Los  frailes  alegaban  falta  de  personal  y  pedían  dos  Herma- 
nos más. 

Los  ingresos  con  que  se  sostenían  eran  una  renta  anual  de  903  pesos  más 
las  limosnas  recogidas  que  fluctuaban  entre  los  180  y  los  200  pesos  anuales.141 

140  Velazgo  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma...,  tomo  I,  pp.  110-115. 

141  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma...,  tomo  II,  pag.  100. 


80 


Para  la  fecha  a  que  nos  venimos  refiriendo,  el  hospital  vivía  en  constante 
bancarrota.  Así  por  ejemplo,  teniendo  una  entrada  de  1828  pesos  tenían 
gastos  que  montaban  2717  pesos.  Como  el  déficit  de  cada  hospital  tenía  que 
pagarlo  el  hospital  mismo  y  la  casa  matriz  de  México  no  los  ayudaba  a  ello, 
los  frailes  salían  a  curar  a  los  ricos  a  sus  casas.  El  hospital  quedaba  entonces 
desamparado,  pero  las  deudas  se  pagaban. 

No  tenemos  datos  para  afirmar  que  en  esta  institución  haya  habido  relaja- 
ción; por  el  contrario,  el  alcalde  de  Texcoco,  el  guardián  del  convento  fran- 
ciscano y  el  cura  de  dicha  ciudad,  patentizaron  la  buena  conducta  de  los 
juaninos  y  la  armonía  en  que  vivían,142  aunque  nunca  llegaron  a  afirmar  que 
los  servicios  que  prestaran  fueran  entonces  muy  eficaces,  y  nosotros  sabemos 
que  no  hubo  hospital  que  en  esta  época  se  salvara  de  la  mediocridad.  Al  mis- 
mo tiempo,  tampoco  el  pueblo  se  entusiasmaba  ya  por  la  obra  hospitalaria,  y 
los  medios  económicos  raquíticos  hacían  más  deficientes  los  servicios.  Al 
dictarse  la  orden  de  supresión  de  las  órdenes  hospitalarias,  este  hospital  vino 
al  desastre. 

Actualmente  el  edificio  está  en  ruinas  y  se  halla  ocupado  por  los  soldados 
y  soldaderas.  La  iglesia  está  abierto  al  público  y  prestando  los  servicios  corres- 
pondientes. Aunque  esta  construcción  está  en  perfecto  estado,  los  altares  ba- 
rrocos que  tuvo,  le  deben  haber  sido  quitados  en  el  siglo  XIX,  pues  fueron 
sustituidos  por  los  neoclásicos  que  en  tal  tiempo  se  usaron. 


Expansión  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  el  siglo  XVII 


r 


Hospital  de  San  Juan  de 
Dios,  México,  D.  F.  1604  <¡ 
(F.P.)* 


Hospital  de  la  Purísima  Concepción. 

Colima,  Col.  1605. 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  V eracruz  o  San 

Juan  Bautista. 

Zacatecas,  Zac,  hacia  1610. 
Hospital  de  la  Santa 


V eracruz  o  Real  de 
San  Cosme  y  San<^ 
Damián. 

Durango,  Dgo.  1610 
Hospital  de  San  Juan  Bautista. 

San  Luis  Potosí,  S.L.P.,  hacia  1612.  (F.  P. 


Hospital  de  la  Limpia 
Concepción  o  San  Juan 
de  Dios. 

Parral,  Chih.  1687. 


Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma.  .. ,  tomo  I,  pp.  110-115. 


81 


H6 


Hospital  de  San  Juan  de 
Dios,  México,  D.  F.  1604  <¡ 
(F.P.)* 


Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción. 

(Drizaba,  Ver.,  hacia  1619. 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción. 

Celaya,  Gto.,  hacia  1625  (F.  P.). 

Hospital  Real  de  San  Bernardo. 

Puebla,  Pue.  1629-1632  (F.P.). 
Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 

San  Juan  del  Río,  Qro.  1661-1662. 
Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 

Mazapil,  Zac,  hacia  1671. 
Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 

Pátzcuaro,  Mich.,  hacia  1632  (F.P.). 
Hospital  de  San  José  o  San  Juan  de  Dios. 

Aguascalientes,  Ags.  1686. 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe. 

Toluca,  Edo.  de  México,  1695. 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Desamparados. 

Texcoco,  Edo.  de  México,  hacia  1695  (F.P.). 


*  (F.P.)  Significa  fundaciones  propias  de  la  orden  de  San  Juan  de  Dios, 
los  demás  son  hospitales  fundados  por  diversas  personas  y  puestos  a  su  cargo. 

En  el  siglo  XVII  entraron  a  formar  parte  de  los  hospitales  juaninos  cuatro 
de  los  establecidos  en  el  siglo  XVI,  éstos  fueron:  La  Santa  Veracruz  de 
Guadalajara,  Nuestra  Señora  del  Rosario  de  Mérida,  Yuc;  Nuestra  Señora 
de  los  Remedios  de  Campeche,  Camp.;  y  San  Cosme  y  San  Damián  de  León, 
Gto.  Todos  éstos  quedaron  sujetos  al  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  de 
México,  D.  F.,  como  cabecera  de  la  Provincia  del  Espíritu  Santo  de  la  cual 
vinieron  a  formar  parte. 


82 


CAPITULO  IV 


LOS  CANONIGOS  REGLARES  DE  SAN  AGUSTIN  DEL  INSTITUTO 
DE  SAN  ANTONIO  ABAD  EN  LAS  FUNDACIONES  DEL  SIGLO  XVII 

Hospital  de  San  Antonio  Abad, 
México,  D.  F. 

Fue  cosa  frecuente  entre  los  conquistadores  y  primeros  pobladores  el  dar 
gracias  a  Dios,  a  la  Virgen  María  y  a  los  santos,  levantando  ermitas  a  quien 
los  había  favorecido  en  las  peligrosas  empresas  de  la  conquista  o  en  la  dura 
tarea  de  la  colonización.  En  el  año  de  1530,  uno  de  los  primeros  pobladores 
de  la  ciudad  de  México,  Alonso  Sánchez,  pidió  al  cabildo  secular  un  sitio 
para  edificar  una  ermita  a  San  Antón,  (San  Antonio  Abad).1  Se  accedió 
a  su  petición  dándole  un  solar  en  la  calzada  de  Ixtapalapa.  En  él  Alonso 
Sánchez  a  su  sola  costa,  levantó  una  capilla.  Con  tal  carácter  subsistió  apro- 
ximadamente un  siglo.  En  1628  vinieren  del  Convento  de  Burgos  varios 
religiosos  de  la  orden  de  los  Canónigos  regulares  de  San  Agustín  del  Instituto 
de  San  Antonio  Abad,2  que  se  dedicaban  exclusivamente  al  cuidado  de  los 
enfermos  de  "Fuego  Sacro"  o  "Mal  de  San  Antón".*  Traían  como  prior  a 
Fray  Gonzalo  o  Juan  González  Gil;  3  ya  en  la  ciudad  de  México,  pidieron 
se  les  diera  la  ermita  de  San  Antonio  Abad.  Se  accedió  a  su  petición  y  en- 

1  Sedaño.,  Francisco,  Noticias  de  México,  pp.  24-25. 

2  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  232-233. 

3  Sedaño,  Francisco,  Noticias  de  México,  pp.  24-25. 

*  En  un  manuscrito  hallado  por  V.  de  P.  Andrade  y  comentado  ya  por  Marroquí 
en  La  Ciudad  de  México,  se  afirma  que  el  hospital  se  fundó  en  1569.  No  creemos  esto 
posible,  pues  en  ningún  cronista  de  la  ciudad,  ni  en  las  actas  del  Cabildo,  ni  en  do- 
cumento alguno  del  XVI  se  menciona.  En  cambio  a  partir  del  XVII  se  habla  de  él 
profusamente. 


83 


tonces  aprovechando  el  sitio  anexo  a  la  propia  ermita  levantaron  de  inme- 
diato un  convento  y  un  hospital.  La  primitiva  capilla  fue  aprovechada 
durante  algunos  años,  pero  ya  fuera  porque  estaba  en  malas  condiciones 
o  bien  porque  su  tamaño  era  muy  reducido,  se  decidió  hacer  una  nueva,  más 
amplia  y  más  lujosa.  El  3  de  abril  de  1687  se  puso  la  primera  piedra  del 
nuevo  templo,4  al  mismo  tiempo  se  realizó  la  ampliación  del  hospital  que 
ya  era  insuficiente  para  albergar  a  tanto  enfermo  del  "Mal  de  San  Antón".  To- 
do este  gran  empuje  que  tuvo  el  instituto  en  esta  época  se  debió  a  un  comen- 
dador de  la  orden  que  en  calidad  de  Visitador  estuvo  en  México.5 

Estos  religiosos  hospitalarios  se  titulaban  canónigos,  su  número  máximo 
en  cada  casa  era  de  diez.  No  tenían  aquí  noviciado,  todos  venían  de  España, 
en  donde  también  se  hacía  el  nombramiento  de  prior.6  El  procedimiento  era 
el  siguiente:  el  General  de  la  orden  en  España  enviaba  una  terna  al  rey,  y 
éste  elegía  al  que  juzgaba  conveniente  de  los  tres.  Hubo  un  famoso  pleito 
porque  en  una  ocasión  en  el  XVIII  el  virrey  nombró  interinamente  a  Fray 
Domingo  Serrano,  para  que  en  calidad  de  superior  gobernase  convento  y  hos- 
pital, mientras  el  rey  hacía  la  designación  definitiva.  Esto  ocasionó  la  disputa 
que  no  terminó  hasta  que  S.M.  nombró  a  Fray  Santiago  Matías  como  prior  en 
México.7 

La  orden  no  fue  nunca  en  México  muy  observante;  por  el  contrario,  desde 
sus  principios  había  en  ella  esa  relajación  que  era  el  reflejo  fiel  de  la  pésima 
situación  en  que  estaban  los  conventos  españoles  de  la  misma  orden.  Ya  en 
1622-24  se  había  hecho  una  enérgica  reforma,  aunque  poco  efectiva.  El  des- 
orden fue  creciendo  tanto  aquí  como  allá,  hasta  el  momento  de  la  desaparición 
del  instituto. 

Los  antoninos  podían  poseer  bienes  dótales,  por  ello  no  eran  mendi- 
cantes; sin  embargo,  pedían  limosna,  pero  no  personalmente,  sino  a  través 
de  un  sujeto  contratado  para  ello,  que  se  titulaba  Colector  de  limosnas.8 

Los  bienes  con  que  comenzó  a  vivir  el  hospital  los  ignoramos  con  exac- 
titud, aunque  sabemos  que  una  buena  parte  de  sus  ingresos  la  formaban 
las  limosnas.  En  el  siglo  XVIII  varías  eran  las  fuentes  de  donde  procedían 
los  dineros.  Por  donación,  herencia  o  compra,  habían  llegado  a  poseer  va- 
rias haciendas  entre  las  que  se  contaban:  San  José  de  Buenavista,  Peña  Pobre 

*  Mejía,  Francisco,  Documentos  anexos  pag.  277  y  Sedaño,  Francisco,  Noticias 
de  México,  pp.  24-25. 

6  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  pp.  435-436. 

8  Cuevas,  Mariano,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  330-333. 

7  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  435-436. 

8  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  II,  Exp.  20.  Pleito... 


84 


y  el  rancho  de  San  Miguel  de  Choleo?  Tenían  fincas  urbanas  con  accesorias 
y  viviendas.  Era  suya  la  concesión  de  una  casa  de  juego  de  pelota.  Al  ser 
expulsados  los  jesuítas,  el  rey  pasó  al  hospital  de  San  Antonio  Abad,  el 
producto  de  la  tabla  de  la  Carne,  que  había  estado  destinada  al  Colegio 
de  San  Pedro  y  San  Pablo.  Hacían  con  frecuencia  rifas  de  animales,  para 
los  cuales  se  imprimían  boletos  que  aún  existen.  Era  fuente  de  ingresos  la 
bendición  de  animales,  pues  aunque  no  se  cobraba  por  ella,  sí  se  aceptaban 
limosnas  con  este  motivo.  Anualmente  las  limosnas  que  se  recogían  en  todas 
partes  completaban  el  cuadro  de  sus  ingresos.10 

En  el  siglo  XIX  sus  bienes  fueron  intervenidos  por  razones  que  ya  seña- 
laremos adelante. 

Muy  recién  unidos  el  hospital  de  San  Antón  y  San  Lázaro,  los  ingresos 
del  lo.  eran  insuficientes,  según  parece  por  la  mala  administración  de  los 
canónigos.  Se  deduce  de  la  angustiosa  petición  que  de  ayuda  para  ellos  hace 
el  Virrey,  a  los  obispados  de  toda  la  Nueva  España.11 

Algún  tiempo  después  de  haber  sido  intervenidos  sus  bienes,  los  informes 
cambian.  De  esa  época  tenemos  estos  datos:  Año  de  1806  a  1814  inclusive 
los  ingresos  fluctuaban  entre  los  seis  mil  y  los  cuatro  mil  pesos  anuales,  sus 
gastos  entre  los  seis  mil  y  los  dos  mil,  por  lo  que  generalmente  no  había 
déficit  sino  un  sobrante  anual  que  dio  en  los  nueve  años  citados  3912.0.3  pesos.12 

Atención  a  los  enfermos. 

El  hospital  de  San  Antonio  Abad,  como  todos  los  especializados,  no  era 
un  hospital  de  multitudes,  era  una  institución  pequeña.  El  número  de  en- 
fermos que  en  ella  había  regularmente  era  el  de  ocho  hombres  y  seis  mujeres. 
Las  enfermerías  tenían  sus  camas  de  madera  según  el  uso  de  la  época.  Todo 
estaba  bien  arreglado  y  limpio.  Como  el  mal  no  ameritaba  el  que  los  pacientes 
estuviesen  encamados,  se  les  permitía  solazarse  a  ellos  en  el  jardín  y  a  ellas 
en  la  azotea. 

Para  su  cuidado  tenían  los  servicios  de  un  médico,  un  cirujano,  una  enfer- 
mera, un  enfermero,  una  cocinera,  un  portero  y  un  compañero  de  éste. 

Las  medicinas  las  servía  por  contrata  un  boticario,  que  en  el  XVIII  sólo 
cobraba  la  mitad  del  importe,  pues  la  otra  mitad  la  daba  él  de  limosna. 

Los  alimentos  eran  buenos  y  suficientes.13  Los  desórdenes  de  los  frailes  no 

9  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  4,  Exp.  9.  Cuenta  formada... 

10  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  5,  Exp.  1. 

11  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  6,  Exp.  2. 

12  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  52,  Exp.  6. 

13  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  4,  Exp.  9,  tomo  5,  Exp.  1. 


85 


afectaban  demasiado  a  los  enfermos,  pues  todo  el  personal  que  los  atendía 
era  laico. 

El  edificio  tanto  de  la  iglesia  como  del  hospital  se  rehizo  varias  veces. 
La  descripción  que  tenemos  en  el  siglo  XVIII  nos  lo  hace  ver  como  una 
importante  construcción  que  estaba  compuesta  por  dos  partes:  la  iglesia  y 
el  hospital  con  el  convento. 

El  maestro  Francisco  Antonio  Guerrero  y  Torres  al  informar  sobre  el 
inmueble,  nos  lo  describe  así.14  La  iglesia  era  antigua  pero  de  gran  fortaleza. 
Tenía  diez  pilastras  de  cantería  sobre  las  que  se  levantaban  cinco  arcos  que 
recibían  las  bóvedas,  con  sus  correspondientes  lunetas  para  dar  la  necesaria 
elevación  y  altura  a  las  ventanas.  Para  mayor  seguridad  del  edificio  se  enca- 
denaron los  arcos  por  la  parte  superior  con  planchas  de  cedro.  Por  el  exte- 
rior de  la  paredes  de  la  iglesia  y  correspondiendo  a  las  pilastras  se  pusieron 
pilastrones  y  botareles.  La  torre  dice  el  maestro  está  bien  reconstruida  y  el 
pavimento  de  la  iglesia  es  todo  de  viguería  nueva.  Efectivamente,  el  edificio 
había  sufrido  una  total  reconstrucción.  En  el  interior  había  nueve  altares, 
de  los  cuales  algunos  habían  sido  substituidos  por  otros  nuevos  "dorados 
a  la  moda"  del  XVIII. 

En  el  altar  mayor  se  hallaba  la  imagen  titular  San  Antonio  Abad,  a  los 
lados  San  José  y  San  Pantaleón.  Había  también  un  crucifijo  de  madera  y 
una  imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Salud.  Este  retablo  principal  había 
costado  4,114  pesos.  Existían  otros  dos  retablos  nuevos,  pero  aún  no  se  habían 
dorado,  su  costo  había  sido  de  350  pesos  cada  uno.  En  el  pórtico  precedente  a 
la  iglesia  había  un  famoso  cuadro  de  la  tentación  (de  San  Antonio),  y  en 
la  iglesia  se  guardaba  como  gran  reliquia  un  cáliz  de  San  Pío  IV,  según 
dice  el  Padre  Cuevas.  El  edificio  donde  habitaban  canónigos  y  enfermos  es- 
taba constituido  por  tres  secciones  alrededor  de  patios.  La  parte  primera  era 
el  convento.  Ocupando  el  frente  y  rodeando  el  primer  patio  estaban  las 
habitaciones  de  los  canónigos,  con  su  refectorio,  salas  de  reunión,  ropería, 
archivo,  biblioteca,  etc.  En  la  parte  superior  y  saliendo  a  un  claustro  de 
arcos  iguales  a  los  de  abajo,  se  hallaban  más  de  siete  celdas  "con  sus  alco- 
bas y  otras  piezas".  Esta  sección  tenía  salida  a  una  azotea  privada  en  donde 
estaban  los  servicios  sanitarios  llamados  entonces  "lugares  comunes". 

Las  habitaciones  que  rodeaban  el  segundo  y  tercer  patio  formaban  propia- 
mente el  hospital.  En  la  parte  baja  del  segundo  se  hallaba  la  sección  de 
hombres.  Esta  parte  se  había  reconstruido  totalmente  en  el  XVIII.  La  com- 
ponían tres  piezas  grandes,  jardines  y  capilla  con  su  retablo  blanco  y  la 
imagen  de  San  Antonio  Abad.  La  enfermería  tenía  ocho  camas  bien  arre- 
gladas. Había  también  un  comedor  de  pobres  con  bancas,  mesas  y  dos  camas. 

14  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  4,  Exp.  9.  Cuenta  formada.  .  . 


86 


Por  una  escalera  de  un  tramo  se  subía  a  la  sección  de  mujeres,  cuyas  habita- 
ciones estaban  alrededor  del  claustro  superior.  Casi  todo  había  sido  también 
reedificado.  La  enfermería  tenía  sólo  cuatro  camas.  Los  hombres  como  diji- 
mos tenían  para  su  uso  los  jardines,  las  mujeres  sólo  azotehuela  a  la  que  su 
sección  tenía  acceso  privado.  En  el  tercer  patio,  que  tenía  tres  portales  sobre 
trece  arcos,  se  hallaban  las  oficinas  de  servicio,  tales  como  despensas,  cocinas, 
lavandería,  etc.  Esta  parte  también  estaba  renovada. 

Finalmente  tenía  el  hospital  en  un  pequeño  patio  su  propio  cementerio. 
En  el  XVIII  se  había  hecho  una  total  renovación  de  todos  los  edificios  de 
la  institución,  que  según  Guerrero  y  Torres  había  costado  33,189  pesos.  Sin 
embargo  todo  lo  que  en  él  había  era  pobre  y  sucio,  lo  que  demostraba  el 
poco  o  ningún  cuidado  que  los  canónigos  le  prestaban.  Ese  estado  de  su- 
ciedad y  abandono,  abarcaba  desde  la  iglesia  y  la  sacristía  con  sus  vasos  y 
ornamentos  sagrados,  hasta  las  enfermerías  y  cocinas.15 

Todo  esto  era  fiel  reflejo  de  la  relajación  que  existía  en  los  hospitales  y 
que  día  a  día  iba  en  aumento  con  gran  escándalo  de  la  ciudad. 

Hacia  1772-78  armó  gran  revuelo  la  pública  rebeldía  a  un  superior  que 
quiso  poner  en  orden  a  los  canónigos  y  hacerles  cumplir  con  sus  deberes 
religiosos  y  obligarlos  a  cuidar  a  los  enfermos. 

Los  religiosos  alegaron  que  no  tenían  constituciones  aprobadas  por  la 
Santa  Sede,  sino  sólo  por  un  abad  y  que  esa  aprobación  no  tenía  validez 
ni  los  obligaba  a  someterse  a  autoridad  alguna.  Ante  tal  anarquía,  el  Virrey 
intervino  mandando  recluir  a  los  más  rebeldes  canónigos  en  los  conventos  más 
observantes,  como  el  de  los  carmelitas.16 

Para  ese  año  de  72  ya  el  rey  había  enviado  una  Real  Cédula  encomendando 
al  arzobispo  de  México  la  visita  y  reforma  de  los  antoninos. 

El  Arzobispo  don  Antonio  Núñez  de  Haro  y  Peralta,  realizó  la  visita, 
revisó  la  casa,  los  libros,  tanto  los  referentes  al  movimiento  económico,  como 
los  que  consignaban  las  profesiones  religiosas,  entradas  y  salidas  de  enfermos, 
escrituras  de  propiedad,  cédulas  de  fundación  y  privilegios.  Después  de  una 
concienzuda  investigación  absolvió  de  cargos  al  Padre  Comendador  José  Dosal, 
mas  no  así  a  otros  canónigos,  contra  los  que  dictó  severas  medidas  reforma- 
torias. Procuró  hacerlos  cumplir  las  reglas  de  la  orden,  que  llevasen  una  ver- 
dadera vida  de  piedad  religiosa  y  finalmente  que  los  enfermos  de  "fuego 
sacro  y  enfermedades  análogas"  fueran  recibidos  benignamente  y  se  les  aten- 
diese con  caridad  y  eficacia. 

Entre  las  disposiciones  prácticas  del  obispo  se  encuentran  las  siguientes: 
Que  los  frailes  vistiesen  de  modo  uniforme  (su  hábito  azul  con  la  letra  griega 

15  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  4,  Exp.  9,  f.  380. 

18  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  7.  Visita  hecha.  .  . 


87 


tao  y  su  capa . . . )  y  que  no  volviesen  a  salir  a  la  calle  en  "Balandrones"  o 
"Turcas".  Que  no  admitiesen  mujeres  en  sus  cuartos,  ni  saliese  uno  solo  a 
la  calle,  ni  menos  aún  que  pernoctasen  fuera. 

Que  hicieran  en  cambio,  vida  común,  rezasen  en  el  coro  lo  dispuesto  por 
sus  reglas,  leyesen  libros  que  impulsasen  su  vida  espiritual,  tales  como  los 
de  Santa  Teresa,  San  Francisco  de  Sales,  Fray  Luis  de  Granada,  Fray  Juan 
de  Avila  y  otros  semejantes. 

La  última  disposición  del  obispo,  se  refería  a  la  parte  económica.  Orde- 
naba que  no  se  tomase  el  dinero  del  hospital,  más  que  para  los  fines  a 
los  que  había  sido  destinado. 

El  23  de  julio  de  1774  se  comunicaron  estas  disposiciones  arzobispales  a  los 
canónigos  que  estaban  en  el  convento,  pues  algunos  andaban  fuera  de  México. 
No  todos  aceptaron,  pues  alegaron  tener  hermanas  y  madre  a  quien  sostener 
y  por  tanto  negocios  particulares  que  les  impedían  cumplirlas.  El  17  de 
noviembre  de  1778  el  rey  aprobó  lo  ordenado  por  el  arzobispo,  dándose  a 
conocer  tal  disposición  a  los  antoninos.17  Pero  la  relajación  era  ya  incontro- 
lable, las  mismas  disposiciones  del  obispo  nos  hablan  de  los  excesos  a  los  que 
se  había  llegado. 

En  1783  uno  de  los  legos  Fray  Bernardino  Sánchez  armó  un  escándalo  tal, 
que  fue  expulsado  de  la  institución  por  el  Vicario  General  de  la  Orden  de 
San  Antonio  Abad.  Se  le  remitió  al  Virrey,  para  que  ya  en  carácter  seglar 
fuese  enviado  a  España,  en  cumplimiento  de  la  ley  que  ordenaba  que  los 
frailes  expulsos  de  sus  órdenes  no  quedasen  en  América  sino  que  se  deportasen 
a  la  península.18 

Aunque  no  todos  los  frailes  eran  de  tal  calaña,  un  porcentaje  altísimo  sí. 
Además  escudándose  en  sus  propias  constituciones  quedaban  fuera  del  control 
de  toda  autoridad.  El  asunto  era  dañino  tanto  para  la  Iglesia  como  para  el 
Estado;  fue  por  ello  que  Carlos  III  pidió  al  Papa  la  extinción  de  la  orden. 
Asunto  al  que  accedió  Su  Santidad  Pío  VI  decretándola  por  el  Breve  del  24 
de  agosto  de  1787.  19  Poco  después  el  Rey  dispuso  el  cumplimiento  del  Breve 
y  ordenó  la  inmediata  supresión  de  la  orden  en  sus  dominios,  por  su  Real 
Cédula  del  26  de  julio  de  1791. 20 

Jurídicamente  se  extinguieron  en  México  el  14  de  noviembre  de  1791,  to- 
cándole al  Virrey  Marqués  de  Revillagigedo  el  hacérselo  saber. 

La  supresión  de  la  orden  no  implicaba  la  supresión  de  los  hospitales  que 

17  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2,  Exp.  2.  Testimonio  del  auto  definitivo  sobre 
la  visita.  .  . 

18  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  11,  Exp.  16. 

19  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  8,  Exp.  3  (Copia  del  Breve  de  S.  S.  Pío  VI 
para  la  extinción  de  la  orden  hospitalaria  de  San  Antonio  Abad. 

'~°  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  56,  Exp.  16. 


88 


tenían  a  su  cargo  y  sólo  en  el  caso  de  no  existir  ya  hospital,  los  bienes  se  em- 
plearían en  otras  obras  piadosas. 

El  problema  de  los  canónigos  ordenados  sacerdotes  se  solucionaba  permi- 
tiéndoles pasar  a  otras  órdenes  o  bien  a  la  jurisdicción  obispal  como  clérigos 
seculares.  Para  su  subsistencia  se  les  dio  una  pensión  vitalicia,  cuyo  cumpli- 
miento quedaba  bajo  la  vigilancia  de  dos  representantes  del  Virrey  y  dos  del 
Arzobispo.  Esto  a  la  verdad  no  fue  cumplido  y  los  sacerdotes  vivieron  en 
indigencia.  Los  frailes  que  no  eran  clérigos  fueron  despachados  a  sus  casas. 21 

Un  ministro  de  la  Audiencia  fue  nombrado  juez  conservador  del  hospital  y 
a  un  eclesiástico  se  le  encomendó  vigilar  el  cuidado  de  los  enfermos  y  de  la 
iglesia.  Finalmente  nombróse  un  administrador  de  las  rentas.22  Ya  fuese  por  la 
similitud  que  en  la  apariencia  tenía  esta  enfermedad  con  la  lepra  o  porque 
hubiesen  surgido  problemas  administrativos  o  tal  vez  por  ambas  cosas,  se  em- 
pezó a  planear  unir  el  hospital  de  San  Antonio  Abad  con  el  de  San  Lázaro. 

El  Rey  aprobó  la  unión  el  1 1  de  noviembre  de  1 794,  siendo  Virrey  el  Mar- 
qués de  Branciforte,  pero  éste  no  la  llegó  a  cumplir.  En  1805  llegó  otra  Real 
Cédula  ordenando  al  Virrey,  que  lo  era  entonces  Iturrigaray,  el  cumplimiento 
de  la  anterior.  23  El  11  de  agosto  de  1811,  siendo  Virrey  don  Francisco  Javier 
de  Venegas,  los  enfermos  (dos  solamente  había)  se  trasladaron  a  San  Lázaro. 
Sin  embargo,  parece  ser  que  una  completa  unión  no  la  hubo  hasta  1819.  Los 
enfermos  de  "Fuego  Sacro"  quedaron  desde  entonces  como  los  leprosos,  al 
cuidado  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios.  24 

Los  bienes  de  ambas  instituciones  estaban  separados  habiendo  un  adminis- 
trador especial  que  enviaba  mensualmente  el  producto  de  los  de  San  Antonio 
Abad  a  San  Lázaro,  para  sostener  solamente  a  los  enfermos  de  "Fuego 
Sacro". 25 

El  Hospital  de  San  Antonio  Abad  con  todo  y  convento  se  rentó.  La  iglesia 
siguió  al  culto,  cuidándola  su  sacristán,  oficiando  en  ella  sus  antiguos  clérigos 
hasta  que  falleció  el  último. 26 

En  la  iglesia  de  este  hospital  existía  una  devoción  unida  al  santo  titular. 
Esta  era  la  de  dar  a  los  animales  la  bendición  de  San  Antonio  Abad,  a  fin  de 
preservarlos  de  la  peste  y  era  la  costumbre  llevarlos  al  templo  adornados  "con 
toda  clase  de  listones  y  flores".  Se  realizaban  esas  bendiciones  del  17  de  enero, 
fiesta  del  santo,  al  28  de  febrero.  Pero  también  siempre  que  alguien  lo  solici- 
taba. Como  la  parroquia  de  Santa  Cruz  de  Acatlán  ocupó  (hacia  1816-21), 

21  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  437-443. 
"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  25,  Exp.  5. 

23  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  446-448. 

24  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  25,  Exp.  8. 
26  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  25,  Exp.  5. 

28  Cuevas,  Mariano,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pp.  330-331. 


89 


mientras  se  reconstruía  su  edificio  propio,  la  iglesia  de  San  Antonio  Abad, 
los  curas  que  fueron  de  ella  en  ese  tiempo,  tomaron  a  su  cargo  dicha  devoción 
y  al  regresar  la  parroquia  a  su  propia  iglesia,  a  ella  fue  llevada  la  pía  cos- 
tumbre 27  y  allí  existe  hasta  nuestros  días. 

Al  efectuarse  nuestra  independencia  el  gobierno  comisionó  a  un  grupo  para 
que  realizase  una  inspección  en  el  que  había  sido  el  Hospital  de  San  Antonio 
Abad.  Los  comisionados,  dice  Marroqui,  sólo  encontraron  un  deshabitado  y  rui- 
noso edificio,  en  lo  que  era  el  hospital.  La  iglesia  seguía  dedicada  al  culto, 
estando  al  cuidado  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios,  que  eran  como  ya 
dijimos  quienes  habían  quedado  al  cuidado  de  los  enfermos  de  "Fuego  Sacro" 
en  el  Hospital  de  San  Lázaro. 

No  sabemos  en  qué  época  se  suspendió  el  culto  en  este  templo;  el  caso  es 
que  en  1842  un  francés  llamado  Juan  Faure  compró  el  edificio  al  gobierno, 
para  establecer  allí  una  fábrica  de  maquinaria  con  obligación  de  conservar 
la  iglesia  para  los  trabajadores.  Después  ha  pasado  a  diversos  dueños  que  han 
establecido  allí  varias  fábricas  28  pero  que  no  han  guardado  el  requisito  con 
que  se  vendió  la  iglesia. 


27  García  Cubas,  Antonio,  El  libro  de  mis  recuerdos,  pp.  162-163. 

28  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México,  tomo  I,  pag.  450. 


90 


CAPITULO  V 


HOSPITAL  DE  NUESTRA  SEÑORA  O  DE  LAS  "BUBAS" 
Puebla,  Pue. 

El  barrio  de  Analco  de  la  ciudad  de  Puebla,  sitio  en  donde  pululaban  los 
pobres,  fue  escogido  por  unos  buenos  cristianos  para  fundar  en  él  un  hospital 
dedicado  a  atender  a  los  enfermos  de  ese  "mal  vergonzoso"  que  eran  las  "bu- 
bas" o  bien  la  sífilis. 

Llamáronse  los  fundadores  Astacio  Coronel  Benavides,  que  era  caballero 
de  Santiago  y  Caballerizo  de  Su  Majestad  1  y  María  Enriqueta  Noreña,  su 
mujer. 

Devotos  fieles  de  la  Virgen  María  pusieron  al  hospital  bajo  su  protección 
titulándolo  de  Nuestra  Señora.  Como  no  tenían  hijos,  sus  bienes  y  aun  su 
tiempo  lo  dedicaban  a  su  obra.  Don  Astacio  personalmente  cuidaba  del  hos- 
pital. Mientras  el  fundador  vivió,  las  cosas  marcharon  a  pedir  de  boca,  pero 
tras  su  muerte,  pese  a  la  gran  dotación  que  de  su  propio  caudal  le  había 
dejado,  empezó  a  decaer. 

A  principios  del  siglo  XVIII  el  hospitalito  se  hallaba  en  plena  decadencia, 
por  lo  que  se  decidió  pasar  a  los  enfermos  al  hospital  de  San  Pedro,  haciendo 
en  él,  como  ya  dijimos  en  el  tomo  I,  una  sala  especial  para  enfermos  de  "bubas". 

El  edificio  del  hospital  fue  convertido  en  un  mesón  y  casa  de  viviendas, 
cuyos  productos  todos  se  enviaban  al  hospital  de  San  Pedro,  para  ayudar  a 
los  gastos  de  curación  exclusivamente  de  los  sifilíticos. 2 

Así  terminó  la  vida  propia  del  Hospital  de  Nuestra  Señora.  No  así  la  obra 
de  Astacio  Coronel  Benavides,  pues  ésta  siguió  realizándose  y  aun  con  mayor 
eficacia,  en  el  Hospital  de  San  Pedro,  durante  más  de  un  siglo. 


1  Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  I,  pag.  347. 

2  Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pag.  608. 


91 


CAPITULO  VI 


LAS  BET  LE  MITAS  EN  LAS  FUNDACIONES 
HOSPITALARIAS  DEL  SIGLO  XVII 

Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  Belem 
y  San  Francisco  Xavier 

México,  D.  F. 

Fue  Fray  Payo  Enríquez  de  Rivera  uno  de  los  grandes  arzobispos  hospita- 
leros que  tuvo  México.  Ya  desde  su  gestión  en  la  diócesis  de  Guatemala  había 
dado  muestras  de  ello.  Allá  había  promovido  la  fundación  del  hospital  de  San 
Pedro  para  sacerdotes  enfermos  y  pobres,  y  había  apoyado  la  obra  hospitalaria 
de  José  de  Betancourt. 

Muerto  éste,  él  había  intervenido  en  dar  forma  definitiva  a  la  hermandad 
betlemítica.  El  había  aprobado  las  primeras  constituciones  que  la  pusieron  en 
camino  de  hacerse  orden  religiosa,  y  finalmente  él  mismo  había  diseñado  el 
hábito  de  los  hermanos. 1 

Si  en  sus  brazos,  podemos  decir,  estuvo  la  orden  cuando  era  obispo  de  Gua- 
temala, natural  fue  que  al  ser  trasladado  al  arzobispado  de  México  fuese  una 
de  sus  primeras  obras,  el  traer  a  los  Hermanos  Betlemitas  a  fundar  un  hospital 
de  convalecientes  en  la  ciudad  de  México. 

Para  realizar  su  proyecto  contó  con  la  ayuda  de  los  jesuitas  y  especialmente, 
de  esa  tercera  orden  de  la  Compañía,  que  son  las  Congregaciones  Marianas. 

El  Pbro.  Bach.  Cristóbal  Vidal  que  había  sido  miembro  distinguido  de  la 
famosa  Congregación  de  la  Purísima,  proyectó  y  fundó  otra  bajo  el  título 
del  santo  de  moda,  en  aquel  tiempo,  San  Francisco  Xavier.  La  Congregación 

1  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado,  pag.  205. 


92 


de  San  Xavier  como  se  la  llamaba  se  estableció  en  la  iglesia  de  la  Santa  Ve- 
racruz.  Agrupó  primero  sacerdotes,  después  seglares  distinguidos,  hombres 
solamente,  al  principio,  y  luego,  familias  enteras,  como  lo  fue  la  del  Virrey, 
Duque  de  Albuquerque.  La  congregación  teniendo  como  ejemplo  al  apóstol 
del  oriente,  se  dedicaba  a  numerosas  obras  sociales,  especialmente  cuando 
estuvo  dirigida  por  el  venerable  Padre  Diego  de  San  Vítores,  S.  J.,  que  más 
tarde  fue  mártir  de  la  fe  en  las  Islas  Marianas.  Proveer  a  los  misioneros  de  lo- 
necesario  para  sus  empresas,  visitar  cárceles  y  hospitales  eran  las  obras  fun- 
damentales de  la  congregación. 2 

De  todo  esto,  resultó  que  los  congregantes  de  San  Xavier  estuviesen  dis- 
puestos a  cooperar  en  las  obras  hospitalarias  a  que  se  les  llamara.  Tenía  la 
congregación  unas  casas,  que  una  señora  había  legado  para  recogimiento  de 
viudas  y  que  los  padres  Cristóbal  Vidal  y  Luis  de  San  Vítores  habían  acon- 
dicionado para  tal  fin,  pero  que  no  se  había  puesto  en  uso,  porque  el  Rey  se 
negaba  a  conceder  la  licencia,  mientras  no  estuviese  asegurada  la  renta. 

Entre  tanto  era  en  1673  y  los  betlemitas  habían  llegado  ya  a  la  ciudad, 
hospedándose  en  el  Hospital  del  Amor  de  Dios  (que  pertenecía  al  arzobispa- 
do) .  Fray  Payo  Enríquez  de  Rivera  viendo  que  los  hermanos  tenían  necesidad 
de  un  local  y  que  la  Congregación  de  San  Xavier  tenía  uno  sin  uso,  se  los. 
pidió.  Aceptó  de  inmediato  el  Conde  de  Santiago  quien  realizó  una  labor  de 
convencimiento  entre  los  congregantes,  que  terminaron  por  aceptar,  a  con- 
dición de  que  cada  año  se  celebrase  en  la  iglesia  betlemita  la  fiesta  de  San 
Francisco  Xavier 3  y  que  el  hospital  se  titulase  Nuestra  Señora  de  Belem  y 
San  Francisco  Xavier.  El  arzobispo  dotó  y  dio  de  diez  a  doce  camas,  el  Conde 
de  Santiago  y  otras  personas  siguieron  su  ejemplo.  Así  el  9  de  marzo  de  1675, 
Fray  Payo  entregaba  el  edificio  a  los  betlemitas  y  el  31  del  mismo  mes  y  año 
se  inauguraba  el  hospital  con  sus  tres  salas.  4 

Aunque  la  fecha  en  que  se  inauguró  el  hospital  varía  en  algunos  escritores^ 
ésta  de  1675  es  la  más  segura,  pues  además  de  aceptarla  los  más  importantes, 
historiadores,  es  la  consignada  en  la  Crónica  Mexicana  Betlemítica  como  la 
fecha  de  fundación  de  la  casa  de  México.  Parece  que  el  edificio  se  fue  per- 
feccionando, pues  en  1676  el  hospital  tenía  claustro  alto  y  bajo,  y  los  muros 
se  hallaban  "cubiertos  de  buenas  pinturas".  Ya  concluido  el  hospital  se  inició- 
la  obra  de  la  iglesia.  Para  ella  contaron  los  hermanos  con  la  donación  del 
capitán  Manuel  Gómez,  quien  habiendo  sido  en  vida  gran  benefactor  del  hos- 
pital, dispuso  que  a  su  muerte,  de  su  caudal  se  hiciese  el  templo.  Se  encarga 
de  cumplir  la  orden  su  albacea  don  Pedro  Moral  de  Lope. 

2  Decorme,  Gerard,  La  obra  de  los  jesuítas,  tomo  I,  pp.  322-324. 

3  Vetancourt,  Fray  Agustín,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  ciudad  de  México",, 
pp.  37-38. 

*  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México,  tomo  I,  pag.  569. 


93. 


Parece  ser  que  el  2  de  junio  de  1681  se  había  puesto  ya  la  primera  piedra, 
esto  es,  antes  de  la  muerte  del  capitán.  Posiblemente  el  ver  que  la  obra  no 
avanzaba,  pues  en  tres  años  no  se  habían  hecho  más  que  los  cimientos,  fue  lo 
que  movió  el  ánimo  del  capitán  para  levantar  el  templo  a  su  costa.  Así  fue 
que  muerto  el  donador  en  1684,  el  13  de  noviembre  de  ese  año  se  terminaban 
los  cimientos,  se  tiraban  cordeles  para  el  alineamiento  que  de  largo  y  ancho 
debía  tener  la  iglesia,  y  tres  años  más  tarde  o  sea  el  29  de  noviembre  de  1687, 
fiesta  de  San  Miguel  Arcángel,  se  inauguraba.  El  costo  del  edificio  había  sido 
de  36,000.00  pesos. 5 

Los  betlemitas  consiguieron  para  su  iglesia  imágenes  y  grandes  privilegios, 
y  así,  su  templo  se  convirtió  en  un  gran  centro  religioso,  que  gozaba  de  la 
preferencia  de  la  sociedad  novohispana.  A  la  larga  el  edificio  del  hospital 
resultó  inadecuado  por  pequeño,  pues  sólo  tenía  diecinueve  camas  y  fue  nece- 
sario ampliarlo.  Los  frailes  comenzaron  por  comprar  los  predios  adyacentes, 
luego  llamaron  al  maestro  de  arquitectura  Lorenzo  Rodríguez  para  que  proyec- 
tase el  edificio  y  dirigiese  la  obra.  Sabemos  que  en  1760  ya  tenía  concluido  el 
lienzo  de  la  calle  de  Vergara  o  sea  el  de  la  actual  calle  de  Bolívar,  entre 
Tacuba  y  lo  que  hoy  es  Cinco  de  Mayo.  La  otra  ala  del  edificio  daba  a  la 
calle  de  San  Andrés.  La  construcción  era  de  primera,  toda  de  tezontle  y  can- 
tera. En  la  parte  baja  al  frente  había  accesorias  de  "taza  y  plato"  cuyas  rentas 
servían  al  sostenimiento  del  hospital,  por  dentro  también,  en  la  parte  baja, 
estaba  la  portería  y  la  escuela  de  leer  y  escribir  que  andando  el  tiempo  llegó 
a  ser  famosa  por  sus  crueles  métodos,  "la  letra  con  sangre  entra".  También  en 
esa  parte  baja  estaban  las  oficinas  de  los  servicios  del  hospital. 

En  la  parte  alta,  lo  nuevamente  construido,  era  propiamente  el  convento. 
Hacia  la  parte  del  callejón  se  conservó  la  vieja  construcción,  que  en  la  parte 
alta  siguió  teniendo  las  enfermerías.  Había  varios  patios,  en  el  principal  se 
hizo  un  jardín  y  en  el  claustro  bajo  que  lo  circundaba  se  colocó  un  Vía  Crucis 
que  se  hizo  famoso  por  ir  a  rezarlo  las  más  distinguidas  familias  del  virrey- 
nato.  6  Este  sólido  edificio  existe  aún  en  nuestros  días  como  una  de  las  joyas 
de  nuestra  arquitectura  colonial.  El  cronista  de  la  ciudad,  José  Ma.  Marroquí, 
dice  que  la  iglesia  de  1687  es  la  actual.  Parece  ser  que  el  templo  se  rehizo 
también,  pues  Sosa  en  su  Episcopado  Mexicano  nos  dice  que  en  1753  se  co- 
menzaron los  trabajos  de  un  nuevo  templo  de  los  betlemitas  7  que  en  todo  caso 
sería  el  actual. 

Los  betlemitas  que  llegaron  a  México  en  1673  eran  Fray  Francisco  del  Ro- 
sario, en  calidad  de  Prelado,  y  Fray  Gabriel  de  Santa  Cruz.  Hay  otros  dos 

5  Crónica  Mexicana  Betlemita,  Cap.  XI,  pp.  49-54  y  Cap.  XII,  pp.  56-57. 
0  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México. 
''  Sosa,  Francisco,  Episcopado  Mexicano,  pag.  272. 


94 


cuyos  nombres  se  discuten:  Fray  Francisco  de  la  Miseria,  y  Fray  Juan  Gilbó, 
citados  por  Marroqui  y  Fray  Francisco  de  San  Miguel,  citado  por  Vetancourt. 

Cuando  los  betlemitas  llegaron,  no  tenían  aún  todas  las  aprobaciones  pon- 
tificias necesarias  para  convertirse  en  orden  religiosa,  eran  sólo  la  congregación 
betlemítica. 

El  26  de  marzo  de  1687,  Su  Santidad  Inocencio  XI  elevó  la  congregación 
a  la  calidad  de  religión,  bajo  la  regla  de  San  Agustín.  En  junio  del  mismo  año 
el  Papa  concedía  a  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz  (que  había  sucedido  al  fundador) 
el  cargo  de  Prefecto  General  de  la  orden  por  un  sexenio.  Esto  no  gustó  a  los 
demás  betlemitas,  que  movieron  pleito  en  el  Consejo  de  Indias,  consiguiendo 
que  no  se  diese  pase  a  los  Breves  del  Sumo  Pontífice. 

En  17  de  marzo  de  1696  se  dio  el  regio  pase  bajo  las  siguientes  condiciones:  el 
Rey  sería  el  patrono  de  todos  los  hospitales  de  la  orden,  a  él  debían  darle 
cuenta  de  las  limosnas  recibidas.  Los  hermanos  tenían  la  prohibición  de 
poseer  bienes  raíces,  ni  rentas,  comprometiéndose  la  corona  a  que  en  caso  de 
faltar  las  limosnas,  la  real  hacienda  supliría  lo  necesario  al  sostenimiento  de 
los  hospitales.  El  Rey  tenía  además  el  derecho  de  nombrar  médicos,  cirujanos, 
boticarios  y  aun  capellanes,  pues  los  betlemitas  en  esa  época  sólo  eran  legos, 
no  había  sacerdotes  entre  ellos. 

Las  concesiones  que  el  rey  exigió  para  sí,  fueron  un  obstáculo  para  el 
buen  funcionamiento  de  los  hospitales,  pues  los  puestos  se  dieron  no  por  efi- 
ciencia en  la  medicina,  sino  por  influencias.  En  la  parte  económica,  la  Real 
Hacienda  se  dio  pronto  cuenta  de  la  pesada  obligación  que  se  había  impuesto 
y  se  negó  a  dar  a  los  betlemitas  lo  que  necesitaban  sus  hospitales.  En  el  Perú 
las  cosas  provocaron  sonado  pleito,  aquí  sólo  la  negativa  de  la  Real  Hacien- 
da. En  1705  oficialmente  se  quitó  el  gobierno  la  obligación  contraída  y  sostu- 
vo el  patronato  sobre  los  hospitales  betlemitas  sólo  con  carácter  honorífico.  Con 
esto  se  les  dio  el  derecho  de  poseer  bienes  y  rentas.  Aunque  ésto  se  hizo  efec- 
tivo hasta  1721.  En  1706  la  Reina  gobernadora  sujetó  a  la  visita  civil  a  todos 
los  hospitales  betlemitas,  para  vigilar  su  buen  funcionamiento  y  servicio  a  los 
enfermos. 

Todavía  lucharon  más  los  frailes  y  fue  contra  la  corona,  que  no  quería  que 
los  hermanos  se  ordenasen  sacerdotes.  Por  fin,  gracias  al  breve  de  Benedicto 
XIII  que  permitió  que  clérigos  ordenados  "in  sacris"  entrasen  en  la  orden, 
tuvieron  sacerdotes.8 

El  sostenimiento  del  hospital  en  un  principio  fue  a  base  de  limosnas,  ya  que 
como  vimos  no  podían  tener  bienes. 

Su  primer  benefactor  fue  el  Virrey  y  Arzobispo  de  México  Fray  Payo  En- 

8  Marroquí,  José  María,  tomo  I,  pp.  571-572. 


95 


ríquez  de  Rivera,  quien  no  sólo  los  hizo  venir  de  Guatemala,  sino  que  fue  su 
constante  bienhechor.  Los  hospedó  en  el  Hospital  del  Amor  de  Dios,  a  su 
cargo,  y  los  relacionó  con  las  clases  pudientes  de  México,  en  primer  lugar  con 
el  Virrey  Marqués  de  la  Laguna,  con  el  Conde  de  Santiago,  con  los  jesuítas, 
y  con  los  miembros  de  la  aristocrática  congregación,  como  ya  vimos.  Al  inau- 
gurarse el  hospital  dio  Fray  Payo,  que  entonces  era  también  Virrey,  las  pri- 
meras diez  o  doce  camas.  El  conde  de  Santiago  y  todos  los  títulos  de  México 
lo  imitaron.  Montado  ya  el  edificio  adecuadamente,  se  inventó  un  modo  de 
sostenimiento.  Cada  persona  interesada  en  la  obra  y  poseedora  de  bienes  de 
fortuna,  se  comprometía  a  pagar  los  gastos  del  hospital  por  un  día.  Encabe- 
zó la  lista  el  arzobispo  tomando  a  su  cargo  el  primer  día  de  cada  mes  que 
parece  costaba  12  pesos.  Todavía  al  retirarse  del  virreynato  y  del  arzobispa- 
do, por  la  renuncia  que  hizo  de  ambos  cargos,  dejó  al  hospital  1,000  pesos  y 
su  coche  para  que  vendiéndolo  se  ayudase  a  los  gastos  de  la  iglesia. 

El  ejemplo  del  arzobispo  fue  seguido  por  su  sobrino  el  Marqués  de  la  La- 
guna y  Conde  de  Paredes,  que  lo  sucedió  en  el  Virreynato,  tomando  a  su  cargo 
el  sostener  al  hospital  los  doce  primeros  días  de  cada  mes.  Fue  además  siem- 
pre su  decidido  protector,  lo  visitaba  con  frecuencia  para  conocer  sus  necesi- 
dades y  ayudarlo  en  cuanto  podía.  No  sólo  hizo  esto  siendo  Virrey,  sino  aun 
cuando  ya  estaba  de  regreso  en  España.  A  su  decidido  apoyo  se  debió  la  fun- 
dación del  hospital  de  Oaxaca,  como  afirma  la  propia  crónica  de  los  Betlemitas. 

El  limo,  don  Francisco  Aguiar  y  Seijas,  que  sucedió  en  la  silla  arzobispal 
a  Fray  Payo  Enríquez  de  Rivera,  ayudó  también  a  este  hospital  dándole  de 
80  a  90  pesos  mensuales.9  A  los  pobres  forasteros  que  allí  se  habían  restable- 
cido, les  daba  de  3  a  4  pesos  para  que  regresasen  a  sus  pueblos.  En  tiempo  de 
epidemia  sostuvo  seis  camas  en  esta  institución  y  pasada  ella  conservó  cua- 
tro. Para  los  pobres  que  acudían  a  la  portería  del  hospital  daba  15  pesos  men- 
suales. Interesóse  también  en  la  escuela  que  los  betlemitas  tenían  allí  y  la 
dotó  con  4  pesos  mensuales  para  las  plumas,  tinta  y  papel  que  los  niños  nece- 
sitaban. De  hecho  todos  cuantos  enfermos  salían  del  hospital  resultaban  fa- 
vorecidos por  él,  pues  no  permitía  que  ninguno  saliese  sin  dinero.10 

El  sistema  ideado  de  responsabilizar  a  los  bienhechores  en  sostener  uno  o 
varios  días  el  hospital,  dio  un  magnífico  resultado.  Los  días  que  no  fueron 
tomados,  se  cubrieron  con  la  limosna  de  10  pesos  anuales  que  muchas  perso- 
nas se  comprometieron  a  dar.11 

9  Marroquí,  José  María,  La  ciudad  de  México,  tomo  I,  pp.  569-572. 

10  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pag.  210. 

11  Vetancourt,  Fray  Agustín  de,  Teatro  Mexicano,  "Tratado  de  la  Ciudad  de 
México",  pp.  37-38. 


96 


Así  fue  como  pudieron  durante  el  siglo  XVII  vivir  exclusivamente  de  la 
caridad  pública. 

A  partir  de  1705,  fecha  en  que  el  rey  desechó  oficialmente  todo  compro- 
miso de  sostenerlos,  empezaron  a  poseer  bienes  y  a  tener  rentas.  No  tenemos 
noticias  de  su  monto. 

Nunca  se  caracterizó  la  orden  por  su  riqueza,  así  sus  hospitales  vivían  en 
constante  déficit.  En  1755  el  Rey  tuvo  que  concederles  la  quinta  parte  de 
los  bienes  de  intestados,  pues  el  hospital  de  México  estaba  en  gran  penuria. 
Igual  ocurría  con  el  de  Guadalajara,  al  que  fue  necesario  que  se  le  concedie- 
se el  noveno  y  medio  de  la  cuarta  decimal  de  aquella  catedral. 

El  hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belén  de  México  se  destinó  a  convalecien- 
tes de  todas  las  clases  sociales  y  por  ello  se  constituyó  en  un  auxiliar  de  los 
hospitales  ya  establecidos.  Tenía  una  sala  para  indios,  a  donde  iban  los  en- 
fermos dados  de  alta  en  el  Hospital  Real  de  Indios;  otra  para  negros  y  mu- 
latos, a  donde  iban  los  convalecientes  que  salían  del  Hospital  de  Nuestra  Se- 
ñora de  los  Desamparados;  había  otra  para  españoles  y  otra  para  sacerdotes 
que  salían  de  los  hospitales  de  El  Amor  de  Dios,  de  La  Concepción  de  Nuestra 
Señora  y  demás.12 

El  cuidado  de  los  enfermos  estaba  a  cargo  de  los  hermanos  en  las  salas  de 
hombres  y  de  enfermeras  en  las  salas  de  mujeres,  pues  los  frailes  tenían  estric- 
ta prohibición  de  curar  a  éstas.  Sólo  en  caso  de  grave  urgencia  podía  entrar 
a  esas  salas  el  más  anciano  y  de  más  perfecta  vida,  momentáneamente.  En 
forma  regular,  podía  entrar  un  fraile  acompañando  al  médico  en  su  visita 
pero  saliéndose  con  él.13 

Entre  los  betlemitas  hubo  médicos  y  cirujanos,  aunque  en  general,  la  parte 
clínica  quedó  a  cargo  de  un  médico,  un  cirujano,  un  barbero  y  un  boticario, 
todos  seglares,  nombrados  por  la  corona.  Primeramente  a  su  arbitrio,  más  tar- 
de, en  el  XVIII,  la  corona  sólo  escogía  entre  la  terna  que  los  frailes  le  envia- 
ban de  cada  especialidad. 

Sobre  los  servicios  que  prestó  el  hospital  hay  escasos  datos.  Sólo  para  los 
años  1680-82  tenemos  la  noticia  de  haber  convalecido  en  él  veinticinco  mil 
personas.14  No  imaginemos  por  esto  que  tal  número  es  el  normal  en  la  vida 
del  hospital,  pues  corresponde  solamente  a  la  época  del  máximo  auge,  pues 
no  pasó  ni  siquiera  un  siglo  cuando  la  orden  había  entrado  en  plena  relaja- 
ción, con  la  consecuente  baja  de  sus  servicios  hospitalarios. 

Los  problemas  íntimos  de  la  orden  betlemita  se  reflejaban  en  la  vida  mis- 

13  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pag.  210. 

1S  Manuscritos  de  la  Biblioteca  Nacional  Mns.  989.  Actas  formadas  en  el  capítulo.  .  . 
1748. 

14  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pag.  221. 

97 

H  7 


ma  de  sus  hospitales.  Después  de  muerto  el  fundador,  Venerable  José  de  Ve- 
tancourt,  empezaron  a  haber  discusiones  sobre  las  reglas,  pues  el  sucesor  Ro- 
drigo de  la  Cruz  empezó  a  transgredirlas  y  reformarlas,  siendo  que  él  mismo 
había  conseguido  su  aprobación  por  la  Santa  Sede.  Esto  hizo  que  desde  los 
principios  los  betlemitas  tuvieron  un  espíritu  de  lucha,  que  les  fue  caracte- 
rístico. Así  los  vemos  pleiteando  en  el  Consejo  de  Indias,  contra  ciertos  vi- 
rreyes, contra  el  rey,  contra  los  Hipólitos  y  contra  todo  aquel  que  en  alguna 
forma  atacara  sus  derechos  y  privilegios,  o  sencillamente  no  comprendiera  su 
obra.  Esto  en  el  primer  momento  los  favorece,  pues  clamando  por  cosas  justas 
los  hace  colocarse  en  una  situación  preeminente  y  los  lleva  al  auge,  pero  la 
cosa  se  vuelve  peligrosa  cuando  los  pleitos  se  hacen  internos.  Una  vez  había 
sido  el  motivo,  la  reforma  a  las  constituciones,  pero  este  motivo  se  repitió 
muchas  veces  causando  por  ejemplo  la  rebeldía  al  Prefecto  General  por  parte 
de  los  conventos  de  México,  Puebla,  Oaxaca  y  La  Habana.  Luego  la  causa 
fue  el  haberse  propuesto  la  beatificación  del  fundador.  Más  tarde  el  proble- 
ma surgió  por  cuestiones  de  jurisdicción,  con  los  obispos.  A  esto  se  respondió 
entre  otras  cosas  con  la  amenaza  de  clausura  del  hospital  de  Tlalmanalco, 
con  la  refundición  del  de  Oaxaca  y  con  el  proyecto  de  poner  el  de  Veracruz 
en  manos  de  seglares.  La  corrupción  en  la  orden  se  extendió  desde  mediados 
del  XVIII.  En  1748  hubo  un  serio  intento,  por  parte  de  los  frailes  mismos,  de 
unir  a  todos  bajo  el  espíritu  de  caridad  de  las  propias  constituciones,15  pero 
fracasó. 

En  1771  encontramos  a  toda  la  orden,  en  la  Nueva  España,  agotándose  en 
pleitos  internos.  Los  esfuerzos  del  Virrey  Bucareli  eran  inútiles.  De  nada  sir- 
vió que  se  mandasen  oidores  a  presidir  las  elecciones  y  a  poner  paz.  Al  refor- 
mador y  visitador  lo  amenazaron  de  muerte,  entre  ellos  se  mandaban  impri- 
mir pasquines  infamatorios.  La  discordia  y  las  disenciones  se  enseñoreaban 
en  todos  sus  hospitales.10  Los  escándalos  de  los  frailes  eran  notorios,  ya  era 
1801  y  las  cosas  iban  de  mal  en  peor. 

Se  aprendía  a  los  encandalosos,  se  les  seguía  causa,  el  rey  intervenía,  el 
arzobispo  y.  .  .  nada  se  remediaba  en  definitiva,  a  pesar  de  que  tamben  en 
aquellos  momentos  había  frailes  dignos,  conscientes  de  su  deber  y  de  su  mi- 
sión. Fue  ésta  sin  duda  una  de  las  razones  que  tuvieron  las  Cortes  Españolas 
para  lanzar  su  decreto  de  lo.  de  octubre  de  1820  suprimiendo  las  órdenes 
hospitalarias. 

Los  betlemitas  entre  tanto  habían  logrado  una  amplia  expansión  en  el 
continente.  Tenían  varios  hospitales  en  Guatemala;  en  el  Perú  ya  prestaban 
servicios  en  seis  en  1679, 17  y  en  la  Nueva  España  estaban  a  su  cargo  otros 

15  Manuscritos  Biblioteca  Nacional  Mns.  989. 

10  La  Administración  de.  .  .  Bucareli,  tomo  II,  pp.  292,  298-299-302. 

11  Anónima  Crónica  Mexicana  Be.,  pag.  26. 


98 


tantos  en  las  ciudades  de  México,  Puebla,  Guanajuato,  Oaxaca,  Veracruz  y 
Tlalmanalco. 

El  hospital  de  la  ciudad  de  México,  el  de  Nuestra  Señora  de  Belén  y  San 
Francisco  Xavier,  quedó  suprimido  en  1821,  el  edificio  se  abandonó.  Cuando 
las  monjas  del  Real  Colegio  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  abandonaron 
su  edificio,  que  amenazaba  ruina,  estuvieron  algún  tiempo  en  el  antiguo  hospi- 
tal de  San  Juan  de  Dios,  que  se  había  clausurado  como  tal,  pero  al  volverse 
a  poner  en  servicio,  las  monjas  y  las  colegialas  pasaron  a  ocupar  el  edificio 
del  Hospital  de  Betlemitas.18  Allí  estuvo  el  colegio  hasta  1822,  año  en  que  el 
gobierno  dio  parte  del  edificio  a  la  Compañía  Lancasteriana,  para  sus  escue- 
las. En  1894  la  Compañía  Lancasteriana  lo  devolvió  al  gobierno.  Mientras 
estuvo  allí  esta  institución,  la  iglesia  se  convirtió  en  biblioteca;  al  desaparecer 
ésta,  se  destinó  a  bodega  del  Ministerio  de  Fomento.19 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe 
Oaxaca,  Oax. 

A  orillas  de  la  ciudad  de  Oaxaca  por  la  parte  norte,  existía  una  ermita 
dedicada  a  Nuestra  Señora  de  Guadalupe,  que  según  cuentan,  debía  su  nom- 
bre a  que  en  un  incendio  habido  en  ella,  todo  se  había  quemado,  menos  el 
lienzo  que  ostentaba  la  pintura. 

Difieren  los  autores  en  la  época  del  dicho  suceso,  pues  mientras  José  Anto- 
nio Gay  20  afirma  se  verificó  en  tiempo  del  Ilustrísimo  Señor  Cuevas  Dávalos 
(1658-64),  Eutimio  Pérez  21  afirma  que  fue  en  el  del  Ilustrísimo  Fray  Tomás 
de  Monterroso,  O.  P.  (1665-78). 

Sea  en  una  u  otra  fecha,  lo  importante  para  nosotros  es  que  la  ermita  se 
había  quemado  antes  de  1678  y  que  reconstruida  ya  y  con  una  casita  adya- 
cente les  fue  ofrecida  a  los  betlemitas  el  citado  año  de  1678,  por  la  Sede 
Vacante,  pues  el  obispo  Monterroso  había  muerto  el  25  de  enero  de  ese  año. 
La  proposición  hecha  se  concretaba  a  la?  siguientes  condiciones:  los  frailes 
recibirían  la  ermita  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  con  todos  sus  altares  y 
alhajas.  La  casita  valuada  en  180  pesos  y  1092  pesos  para  la  fundación.  Ellos 
se  comprometían  en  cambio  a  sostener  un  hospital  para  convalecientes,  en  el 

18  Muriel,  Josefina,  Conventos  de  Monjas  en  la  Nueva  España,  pag.  47. 

19  García  Cubas,  Antonio,  El  Libro  de  mis  Recuerdos,  pag.  169. 
10  Gay,  José  Antonio,  Historia  de  Oaxaca. 

a  Pérez,  Eutimio,  Recuerdos  Históricos  del  Episcopado  Oaxaqueño. 


99 


que  habría  una  sala  especial  para  sacerdotes  de  toda  la  diócesis.  Quedaban 
obligados  a  conservar  un  colateral  de  San  Francisco  de  Paúl  y  a  respetar  el 
derecho  de  entierro  en  la  capilla,  a  los  herederos  del  capitán  Bartolomé  Ruiz. 
Posiblemente  éste  había  sido  el  fundador  de  la  ermita.  Finalmente  si  los  frai- 
les abandonaban  el  hospital,  éste  volvería  a  ser  propiedad  del  obispado,  co- 
mo lo  había  sido  antes. 

Deseaba  la  fundación,  además  de  la  sede  vacante,  el  pueblo  y  la  autoridad 
civil  de  la  ciudad,  cuyo  cabildo  no  sólo  aprobó  la  proposición  sino  que  movió 
los  medios  a  su  alcance  para  conseguirla.  Autorizó  la  solicitud  del  permiso 
que  se  requirió  al  superior  gobierno  e  hizo  demarcar  el  sitio  en  que  le  levanta- 
rían iglesia,  hospital  y  escuela  el  28  de  marzo  de  1678. 22 

Sin  embargo,  quien  por  entonces  no  aceptó  la  fundación  fue  el  prelado  de 
la  Casa  de  México  Fray  Francisco  del  Rosario,  pues  aunque  su  interés  en  ex- 
tender los  beneficios  de  su  instituto  era  grande,  no  tenía  suficiente  personal.23 
Recordemos  que  para  esta  fecha  acababa  de  fundarse  el  primer  hospital  de 
esta  orden  en  la  Nueva  España. 

Los  permisos  estaban  conseguidos,  pues  el  Virrey  Marqués  de  la  Laguna, 
gran  protector  como  hemos  visto,  de  los  betlemitas  les  dio  su  decidido  apoyo. 

Pasó  la  época  de  gobierno  diocesano  del  Ilustrísimo  Nicolás  del  Puerto 
(1679-81)  y  las  cosas  seguían  igual.  Pero  ya  en  1683  al  ser  nombrado  obispo 
el  Dr.  Sariñana  y  Cuenca,  volvió  a  insistir  ante  el  Prelado  betlemita.  Conside- 
rando éste  que  tenía  el  apoyo  franco  del  obispo,  que  las  instancias  de  la  ciu- 
dad seguían,  se  tenían  ya  todos  los  permisos,  escrituras  y  que  además  su  perso- 
nal era  ya  suficiente  para  atender  dos  hospitales,  aceptó. 

El  nuevo  obispo  entró  en  su  diócesis  el  6  de  septiembre  de  1685  y  poco  des- 
pués que  él,  o  sea  el  9  de  octubre  de  1685,  llegaron  a  Oaxaca  los  betlemitas. 
A  los  pocos  días  de  su  llegada  se  les  entregó  la  ermita  de  Nuestra  Señora  de 
Guadalupe,  el  sitio  para  la  escuela  y  hospital  de  convalecencia,  dióseles  ade- 
más la  cantidad  de  1092  pesos  para  fabricar  un  gran  templo  24  que  sustitui- 
ría a  la  ermita. 

Los  fundadores  fueron  originalmente  cinco  frailes  a  los  que  se  sumó  "el 
andariego"  Carlos  de  Jesús  y  otro  que  llevó  por  compañero  el  Prelado  de 
México  Fray  Francisco  de  Rosario,  cuando  fue  a  poner  en  marcha  el  hospital 
y  que  cuando  regresó  dejó  allá.  Los  nombres  de  los  cinco  primeros  fundado- 
res son:  Fray  Francisco  de  la  Ascensión,  en  la  categoría  de  Prelado,  éste  ha- 
bía sido  en  México  maestro  de  novicios;  Fray  Juan  de  San  Miguel;  Fray  Do- 

"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  34,  Exp.  I;  tomo  60,  Exp.  7. 

23  Anónima  Crónica  Mexicana  Betlemita,  Cap.  XIII,  pp.  60-63. 

24  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Expediente  8. 


100 


mingo  de  Jesús  María,  Fray  Francisco  de  San  Antonio  y  Fray  Tomás  de  San 
Miguel.25 

La  casa  con  que  contaban  era  muy  pequeña,  incómoda  e  inadecuada  para 
estar  sirviendo  de  hospital,  por  lo  que  los  hermanos  empezaron  a  promover 
la  limosna  pública.  Los  vecinos  habían  pedido  la  fundación  y  ellos  sabiendo 
su  interés  acudieron  a  las  personas  más  connotadas  para  que  los  ayudasen. 
Así  consiguieron  tener  de  inmediato  asegurada  la  subsistencia,  según  se  asien- 
ta en  un  informe  de  1685.  Después,  a  sus  instancias  se  fundaron  capellanías, 
se  colocó  dinero  a  censo  y  se  tuvieron  propiedades  rústicas  y  urbanas. 

En  la  segunda  mitad  del  XVIII  los  bienes  del  hospital,  que  económicamen- 
te estaba  en  decadencia,  eran  los  siguientes:  las  dotaciones  de  particulares 
hombres  y  mujeres  sumaban  21,342  pesos;  la  hacienda  de  ganado  menor  titu- 
lada Santo  Domingo  de  Buenavista  valuada  en  32,000  pesos,  la  cual  recono- 
cía 4,000  pesos  de  censo;  11,382  pesos  de  tasaciones  y  unas  casitas  en  la  ciu- 
dad que  tenía  en  alquiler.26  Las  capellanías  establecidas  le  servían  para  pagar 
gran  parte  de  las  ceremonias  del  culto,  como  misas,  sermones,  gastos  de  sacris- 
tía, etc.  Además  y  esto  es  lo  interesante  para  la  vida  del  hospital,  con  ellas  se 
habían  dotado  varias  camas  en  la  enfermería  y  sala  de  convalecientes.27 

Para  la  construcción  de  un  edificio  más  amplio  que  el  hospital  reclamaba 
con  urgencia,  los  frailes  contaron  primero  con  los  1092  pesos,  pero  éstos  se 
gastaron  sólo  en  el  templo.  La  limosna  constante  de  los  vecinos  hizo  posible 
que  se  iniciaran  las  obras  del  hospital.  A  finales  del  XVII  aquel  insigne  be- 
nefactor de  Oaxaca  que  fue  don  Manuel  Fernández  Fiallo  les  dio  3,000  pe- 
sos, con  los  cuales  los  betlemitas  pudieron  concluir  su  hospital.28 

La  bonanza  económica  no  duró  más  de  un  siglo,  a  finales  del  XVIII  la 
mala  administración  de  los  frailes,  fruto  de  su  vida  disipada,  los  llevó  a  la 
ruina. 

Al  fundarse  el  hospital  fue  su  fin  el  cuidado  de  los  convalecientes.  Se  reci- 
bían personas  de  todas  las  clases  y  razas,  tanto  hombres  como  mujeres. 

El  número  de  individuos  recibidos  anualmente  llegó  a  ser  hasta  300  y  los 
niños  de  su  escuela  llegaron  hasta  200. 29  Pero  en  el  XVIII  empezó  a  decaer 
disminuyendo  considerablemente  el  número  de  convalecientes  y  escolares.  El 
año  de  1787,  el  Prelado  del  propio  hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe 
nos  dice  que  su  hospital  ha  venido  a  menos  y  que  en  la  escuela  ya  no  asisten 
ni  cien  niños.  Los  servicios  médicos  que  el  hospital  prestaba  no  los  conocemos 

25  Anónima  Crónica  Mexicana  Betlemita. 

26  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  7. 

27  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  34,  Exp.  1. 

28  Gay,  José  Antonio,  Historia  de  Oaxaca. 

29  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  8. 


101 


con  exactitud.  En  realidad  no  necesitaban  médico  ni  cirujano,  pues  sólo  al- 
bergaban convalecientes  y  por  ello  sus  funciones  eran  propiamente  las  de 
una  hospedería  de  pobres  atendida  por  los  frailes.  En  el  informe  que  el  obis- 
po Ortigosa  da  al  Virrey  Bucareli,30  al  proponer  el  personal  necesario  para 
la  perfecta  marcha  del  hospital,  cita  como  persona  dedicada  a  la  medicina 
únicamente  a  un  partero,  pues  pese  a  lo  dispuesto  por  la  citada  Bula  de  Ino- 
cencio XI  que  al  aprobarlos  como  orden  religiosa  y  aceptar  el  voto  solemne 
de  hospitalidad,  los  obligaba  a  recibir  enfermos,  en  el  hospital  de  Nuestra  Se- 
ñora de  Guadalupe  de  Oaxaca,  jamás  los  admitieron. 

Si  al  fundarse  el  hospital  y  en  los  momentos  de  máximo  auge  el  número 
de  frailes  era  entre  cinco  y  siete  y  las  salas  del  hospital  estaban  llenas  de  po- 
bres convalecientes,  en  la  segunda  mitad  del  XVIII  sucedía  lo  contrario,  el 
hospital  estaba  lleno  de  frailes,  un  promedio  de  doce  a  trece  y  todavía  el  vi- 
sitador de  los  Betlemitas  decía  que  se  necesitaban  diez  y  seis,  mientras  el  nú- 
mero de  convalecientes  era  de  tres  a  cuatro  diarios. 

Esta  situación  indignaba  al  Obispo  Gregorio  de  Ortigosa  quien  decía  que 
si  en  hospitales  como  el  Real  de  San  Cosme  y  San  Damián,  en  donde  había 
enfermos,  a  los  que  había  que  curar  y  atender  en  todo  pues  estaban  imposibili- 
tados para  valerse  por  sí  mismos  aun  en  los  actos  más  sencillos,  era  factible 
que  treinta,  cuarenta  y  hasta  sesenta  enfermos  estuvieran  bien  atendidos  tanto 
en  lo  espiritual  como  en  lo  temporal,  por  sólo  dos  capellanes,  dos  enfermeros, 
una  enfermera,  una  cocinera  y  una  ayudante,  no  era  posible  que  los  betlemitas 
necesitaran  diez  y  seis  personas  para  tres  o  cuatro  convalecientes. 

Pasando  a  la  cuestión  económica,  decía  el  Obispo  al  Virrey  Bucareli:  los 
betlemitas  afirman  que  sostener  a  un  convaleciente  cuesta  anualmente  120 
pesos;,  calculando  que  el  promedio  fuese  de  seis  convalecientes  diarios,  al  año 
serían  720  pesos  y  sin  embargo  el  Visitador  asignaba  para  los  religiosos  y  con- 
valecientes seis  mil  pesos  anuales  que  venían  a  ser  5,280  para  los  religiosos,  o 
sea  a  cada  uno  de  los  doce  frailes  440  pesos  anuales.  Había  veces  en  que  los 
frailes  disminuían  en  número  por  andar  muchos  fuera  recabando  limosnas, 
entonces  lo  que  a  cada  fraile  tocaba  llegaba  a  ser  hasta  el  doble  y  sin  embar- 
go. .  .  los  frailes  habían  contraído  una  deuda  de  3,000  pesos  porque  no  les 
alcanzaban  sus  entradas.  ¿Cuál  era  la  razón  de  todo  esto?  El  obispo  con  una 
clara  visión  de  las  cosas,  afirmaba  que  la  falta  de  espíritu  hospitalario.  Lo 
que  importaba  era  la  Orden,  no  el  bien  de  los  pobres.  Aquel  concepto  heroico 
de  la  caridad  que  en  forma  tan  maravillosa  se  vive  en  el  XVI  era  ya  una 
utopía.  La  grandeza  de  la  Orden,  el  aumento  en  el  número  de  sus  individuos, 
el  bienestar  de  los  que  a  ella  pertenecían,  esto  es  lo  que  importaba.  Ya  no 

30  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  255-270. 


102 


salían  los  frailes  con  sus  camillas  a  buscar  a  los  convalecientes,  como  lo  pres- 
cribían las  reglas,  para  que  en  eso,  el  cuidado  de  los  enfermos,  encontrasen 
propia  santificación.  Los  frailes  salían  de  su  convento  no  por  horas,  sino  por 
días,  semanas  y  aun  meses  sólo  para  recaudar  limosnas  y  esto  los  había  lleva- 
do a  los  peores  excesos,  pues  los  indios  sufrían  por  ellos  vejaciones  y  malos 
ejemplos  sin  cuento. 

Los  prelados  generales  de  la  orden  castigaban  a  los  frailes  relajados  pero 
eran  incapaces  ya  de  infundir  aquel  espíritu  de  caridad,  alma  de  todas  las 
órdenes  hospitalarias. 

El  Obispo  Ortigosa  le  dice  a  Bucareli  que  tal  convento  "no  sólo  es  ocioso 
e  inútil,  sino  perjudicial,  gravoso  y  dañoso  al  público"  y  para  evitar  sus  males 
y  sacar  de  él  bienes  propone  lo  que  ya  mencionamos  en  el  tomo  I  al  hablar 
del  Hospital  Real  de  San  Cosme  y  San  Damián  de  Oaxaca,  esto  es,  que  el  de 
San  Juan  de  Dios  que  se  hallaba  en  situación  semejante,  y  éste  se  uniera  al 
Real  de  San  Cosme  y  San  Damián  que  era  el  único  que  en  realidad  funcio- 
naba como  hospital.  Que  los  caudales  de  los  tres  formaran  un  fondo  común. 
Que  se  utilizara  como  edificio  del  hospital  el  de  Nuestra  Señora  de  Guada- 
lupe, rehaciéndolo,  pues  por  estar  en  las  afueras  de  la  ciudad  beneficiaban 
higiénicamente  a  la  población. 

Los  religiosos  tanto  betlemitas  como  juaninos,  serían  suprimidos  y  el 
nuevo  hospital  sería  administrado  por  laicos  tal  y  como  estaba  el  Real  de 
San  Cosme  y  San  Damián. 

Al  Obispo  le  interesaba  de  los  betlemitas  su  escuela  que  aunque  venida  a 
menos  en  estas  épocas,  cumplía  una  función  social,  pues  según  dice  su  infor- 
me: de  las  enseñanzas  de  niños  fuera  de  ésta  "absolutamente  carece  esta 
ciudad",  pues  hay  "falta  de  escuelas  y  maestros  hábiles". 

Para  substituir  a  los  betlemitas  en  su  mediocre  escuela,  él  propuso  que 
con  bienes  del  hospital  se  pagase  a  tres  o  cuatro  maestros  hábiles,  que  en 
diversos  puntos  de  la  ciudad  estableciesen  escuelas  en  donde  los  niños  de 
recursos  pagasen  su  enseñanza  y  los  pobres  la  recibiesen  gratis. 

El  magnífico  plan  que  el  obispo  Ortigosa  presentó  al  Virrey  Bucareli  no 
se  realizó  y  el  hospital  de  bletemitas  continuó  de  mal  en  peor.  Años  después 
en  1792  el  obispo  volvía  a  hablar  del  hospital:  los  bienes,  unos  se  habían 
perdido,  otros  estaban  embargados  por  litio  y  la  institución  estaba  en  total 
miseria.  Pedía  que  se  le  restituyeran  sus  bienes  o  se  suprimiera  la  institución.31 

Al  efectuarse  la  independencia  su  vida  había  ya  terminado,  los  frailes  ha- 
bían sido  suprimidos.  En  1862  el  gobierno  federal  reformó  el  edificio  dedi- 
cándolo a  hospital  civil,  en  1864  se  pasó  éste  al  ex-convento  de  los  francis- 
canos abandonándose  el  viejo  edificio;  en  1867  se  hizo  leprosario  y  centro 

31  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  24,  Exp.  9. 


103 


de  reclusión  de  mendigos.  Más  tarde  se  abandonó  nuevamente.  En  tal  estado 
lo  reclamó  en  1888  el  Ilustrísimo  Señor  Gillow  quien  lo  reedificó  haciéndolo 
seminario.  Después  se  le  quitó  al  clero  y  se  hizo  hospital  militar.32  Actualmente 
se  ha  reparado  todo  el  edificio  en  el  que  funciona  una  escuela  primaria. 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belem 
Puebla,  Pue. 


Seguía  aún  de  Prelado  de  la  casa  de  México,  cabeza  de  la  orden  betlemítica 
en  la  Nueva  España,  Fray  Francisco  del  Rosario,  cuando  empezó  a  tratarse 
la  fundación  de  otro  hospital  en  la  ciudad  de  Puebla  de  los  Angeles.  Tenía 
Fray  Francisco  ese  interés  y  esa  actividad  característica  de  los  prelados  de 
las  órdenes  nacientes,  no  delegaba  en  los  demás  la  realización  de  las  obras, 
sino  que  él  personalmente  viajaba  de  una  a  otra  parte,  viendo  las  necesi- 
dades y  posibilidades  de  realizar  su  misión  hospitalaria.  En  su  viaje  o  viajes 
a  Oaxaca  para  fundar  el  hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe,  pasó 
varias  veces  por  la  ciudad  de  Puebla  y  posiblemente  del  contacto  que  allí 
tuviera  con  el  Ilustrísimo  don  Manuel  Fernández  de  Santa  Cruz  o  con  miem- 
bros de  la  ciudad,  empezó  a  gestarse  la  idea  de  que  hiciese  allí  un  hospital 
de  convalecientes.  Fray  Francisco  del  Rosario  se  encontró  con  el  apoyo 
decidido  del  Obispo  y  el  interés  del  cabildo  de  la  ciudad.  Para  hacer  los 
trámites  de  la  fundación  que  eran  bien  largos,  puesto  que  la  Corona  exigía 
las  órdenes  nacientes:  no  delegaba  en  los  demás  la  realización  de  las  obras, 
una  serie  de  requisitos.  El  fraile  y  dos  hermanos  más  pasaban  días  en  Puebla  y 
días  en  la  ciudad  de  México,  tratando  con  la  audiencia  el  modo  de  hacer 
fácil  y  estable  la  fundación.33  El  obispo  de  Puebla  dio  licencia,  acto  que 
efectuó  el  27  de  abril  de  1682.  Ese  mismo  día  la  ciudad  decidió  dar  el  terreno 
para  el  hospital.  Para  ello  compró  a  las  monjas  del  convento  de  Santa  Catarina 
en  2,000.00  pesos  el  sitio  en  donde  había  estado  el  obraje  de  Andrés  de  la 
Fuente,  y  lo  donó  a  los  Hermanos.  El  25  de  mayo  del  mismo  año  el  Virrey 
Marqués  de  la  Laguna  gran  protector  como  hemos  visto,  de  los  betlemitas,  dio 
un  decreto,  autorizándolos  a  fundar,  de  manera  provisional,  el  hospital  en  las 
casas  que  les  daba  la  ciudad  de  Puebla.  Para  darles  el  permiso  se  acogía 
a  la  licencia  de  fundación  de  la  casa  de  México,  que  había  dado  el  Rey  el 


Camacho,  Pedro,  Ensayo.  .  .  pp.  6-27-51. 
Anónima  Crónica  Mexicana  de  los.  .  .  Betlemitas. 


104 


29  de  febrero  de  1676,  entre  tanto  se  procuraba  obtener  licencia  de  su  ma- 
jestad para  que  la  institución  tuviera  carácter  permanente.34  Los  frailes,  una 
vez  establecidos  en  Puebla,  comenzaron  a  recabar  limosnas  y  a  edificar  el 
hospital,  pues  lo  que  la  ciudad  les  dio  fue  sólo  un  terreno  con  algunos 
cuartos.  Para  construir  el  edificio  del  hospital  fue  definitiva  la  ayuda  del 
obispo  que  les  dio  considerablés  limosnas,  e  hizo  que  los  vecinos  más  acau- 
dalados lo  imitasen.35 

Pronto  el  hospital  empezó  a  prestar  servicios,  su  capilla  era  en  aquel  en- 
tonces provisional.  Diez  años  más  tarde  o  sea  en  1692  se  inició  la  cons- 
trucción de  una  gran  iglesia.  Para  cubrir  los  gastos  de  la  edificación,  los 
hermanos  se  aseguraron  consiguiendo  quince  patronos,  cada  uno  de  los  cuales 
dio  1095.00  pesos  o  sea  que  se  reunieron  según  Pitágoras  $  16,425.00  pero 
según  Echeverría  y  Veytia  $  15,330.00  Tal  vez  alguien  no  dio  todo  lo 
ofrecido. 

Los  trabajos  se  hicieron  con  gran  rapidez,  tanto  que  en  ocho  años,  la 
iglesia  estaba  concluida,  inaugurándose  solemnemente  en  1700. 

Esta  gran  iglesia  estaba  situada  de  noroeste  a  suroeste.  En  aquella  parte  se 
encontraba  el  altar  y  en  ésta  la  puerta  principal.  Hacia  la  calle  había  una 
puerta  del  lado  del  evangelio  y  hacia  el  claustro  otra  del  lado  de  la  epístola. 
Tenía  el  templo  cinco  bóvedas  y  una  cúpula  con  cimborrio  y  ventanas.  En  el 
interior  había  un  retablo  dorado  que  cubría  todo  el  muro.  En  la  parte  cen- 
tral de  este  retablo  había  un  nicho  de  cristal,  dentro  del  cual  se  encontraba 
el  misterio  del  nacimiento  de  Jesús,  todo  de  talla.  En  el  resto  del  retablo 
se  hallaban  varias  pinturas  con  temas  relativos  al  misterio.  A  todo  lo  largo 
de  la  iglesia  había  altares  que  se  hallaban  adornados  con  magníficos  retablos. 
El  mejor  era  el  de  San  Francisco  de  Paúl,  en  el  que  había,  según  dice 
Echeverría,  una  bella  escultura  del  Santo.  El  edificio  que  formaban  hospital 
y  convento  era  también  de  magnífica  construcción.  No  conocemos  el  número 
de  enfermos  que  atendieran  pero  sabemos  que  había  regularmente  catorce 
frailes. 

La  atención  que  daban  a  los  convalecientes,  dice  el  citado  historiador 
poblano,  era  buena,  pero  como  no  nos  dice  a  qué  época  se  refiere,  es  de 
relativo  valor  su  afirmación,  pues  ya  sabemos  que  varía  enormemente  de 
una  época  a  otra. 

Las  donaciones  de  particulares  y  las  limosnas  recogidas  por  los  frailes,  for- 
maron al  hospital  un  cierto  capital  que  producía  de  6,000.00  a  7,000.00  pesos 
anuales,  lo  cual  no  era  suficiente  para  los  gastos,  creándose  a  consecuencia 
de  ello  un  déficit  que  se  iba  cubriendo  a  base  de  nuevas  limosnas  recaudadas.36 

34  Echeverría  y  Veytia,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pp.  472-473. 

35  Torres,  Fray  Miguel  de,  Dechado  de  Príncipes.  .  .  p"ag.  257. 

30  Echeverría  y  Veytia,  Puebla  de  los  Angeles,  tomo  II,  pp.  472-476. 


105 


No  conocemos  la  lista  de  sus  propiedades  sólo  sabemos  de  una  que  era 
la  Hacienda  de  Piedras  Negras  en  Tlaxcala.  Esta  propiedad  vino  a  sus 
manos  antes  de  1728,  pero  el  donador  o  vendedor,  Marqués  de  Guardiola, 
no  había  tenido  muy  blancos  sus  títulos  de  propiedad.  La  Hacienda  había 
sido  de  don  Hernando  Niño  de  Córdoba  quien  la  había  hipotecado  al  mar- 
qués de  Guardiola  y  éste  tal  vez  por  adjudicación,  por  falta  de  pago  de 
réditos  o  por  otras  razones  que  desconocemos,  se  quedó  con  ella:  de  sus  manos 
pasó  a  la  de  los  frailes.  La  Hacienda  estaba  valuada  en  $  83,220  pesos  7 
reales  y  según  parece  era  la  más  importante  propiedad  del  hospital.  Sin 
embargo,  en  1728  don  Phelipe  de  Estrada  y  Niño  de  Córdoba,  presentó  una 
demanda  pidiendo  la  nulificación  de  la  escritura  de  propiedad  de  los  Her- 
manos Betlemitas.37  No  sabemos  en  qué  paró  el  pleito,  pero  el  caso  es  que 
la  situación  económica  del  hospital  en  el  XIX  se  había  vuelto  ruinosa. 

Los  nombres  de  todos  los  que  tan  generosamente  ayudaron  a  edificar  el 
hospital  y  su  iglesia,  así  como  los  de  aquellos  que  lo  sostuvieron  con  sus 
grandes  donativos  y  pequeñas  limosnas  los  desconocemos,  la  historia  nos  ha 
conservado  solamente  el  del  arzobispo  Fernández  de  Santa  Cruz.  Este  ilustre 
Obispo  no  sólo  dio  grandes  limosnas  cuando  se  levantaba  el  hospital,  sino 
ya  concluido  daba  una  limosna  mensual  e  iba  con  frecuencia  a  visitar  a. 
los  enfermos. 

Entre  las  obras  realizadas  por  los  frailes,  se  encuentra  a  más  de  la  atención 
a  los  convalecientes,  una  escuela  de  primeras  letras  donde  se  enseñaba  la 
doctrina,  la  lectura,  escritura  y  los  rudimentos  de  las  matemáticas.  Se  reci- 
bía en  ella  a  toda  clase  de  niños,  sin  cobrarse  a  nadie  por  la  enseñanza. 

Ignoro  cuándo  desapareció  este  hospital. 


Hospital  de  los  Betlemitas 
Tlalmanalco,  Edo.  de  México 

Existió  en  el  Estado  de  México  otro  hospital  que  se  hallaba  situado  en  Tlal- 
manalco. De  él  no  tenemos  más  noticias  que  una  mención  a  su  iglesia  hecha 
por  J.  Trinidad  Basurto  38  y  otra  por  el  P.  Mariano  Cuevas  S.  J.,  que  cate- 
góricamente afirma  que  los  betlemitas  tenían  en  Tlalmanalco  un  hospital.39 

37  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  3. 

38  Basurto  J.,  Trinidad,  El  Arzobispado  de  México,  pag.  376. 

Cuevas  Mariano,  Historia  de  la  Iglesia  en  México,  tomo  III,  pag.  340. 


106 


Expansión  de  la  Orden  Betlemita  en  la  Nueva  España  en  el  siglo  XVII 


r  Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Gua- 
dalupe. Oaxaca,  Oax.  1678. 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belem  y 
San  Francisco  Xavier. 
México,  D.  F.  1675. 


Hospital    de    Nuestra  Señora 
Belem.  Puebla,  Pue.  1682. 


de 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de 
Belem  (?)  Tlalmanalco,  Edo.  de 
México. 


107 


CAPITULO  VII 


HOSPITAL  REAL  DEL  DIVINO  SALVADOR 

México,  D.  F. 

Siempre  ha  habido  en  el  mundo,  para  gloria  de  la  humanidad,  personas 
que,  ocupando  lugares  ínfimos  en  la  escala  social,  que  sin  brillar  en  las 
letras,  en  las  artes,  en  las  ciencias,  o  en  el  grupo  del  poderío  económico, 
pasan  a  la  historia  por  esa  cualidad  que  es  la  más  egregia  del  hombre,  la 
grandeza  del  corazón. 

La  historia  del  hospital  del  Divino  Salvador,  es  la  historia  de  un  obrero 
que  tenía  un  gran  corazón  y  que  supo  emplearlo  en  beneficio  del  prójimo. 
La  cosa  comenzó  como  muchas  grandes  obras,  del  modo  más  sencillo  y  de 
manera  casual.  Había  en  la  ciudad  de  México  un  carpintero  llamado  José 
Sáyago,  hombre  bueno  y  cristiano,  que  vivía  con  su  mujer  la  vida  sencilla  de 
las  familias  artesanas.  Su  casa  era  humilde  y  en  ella,  su  taller  era  la  parte 
más  importante. 

La  caridad  debe  empezar  por  la  propia  familia  se  dijo  para  sí  José  Sáyago, 
el  día  en  que  abrió  las  puertas  de  su  casa,  a  una  pobre  loca,  prima  de  su 
mujer,  que  no  tenía  amparo  alguno.  Este  sencillo  acto  realizado  con  gene- 
rosidad lo  hizo  interesarse  en  la  tragedia  de  la  pobre  infeliz  y  penetrar  al 
mismo  tiempo,  dentro  del  problema  que  significaban  las  mujeres  dementes 
en  la  metrópoli. 

Es  verdad  que  existía  el  hospital  de  San  Hipólito,  pero  como  tenía  un 
carácter  nacional  (ya  lo  vimos  en  el  tomo  I),  se  concentraban  en  él  las 
enfermas  mentales  de  toda  la  nación  y  difícilmente  había  lugares.  El  resul- 
tado de  ello  era  que  numerosas  mujeres  pobres,  con  la  razón  perdida  y  aban- 
donadas de  sus  familias,  vagaban  por  la  ciudad,  hambrientas  y  andrajosas, 
sufriendo  el  abuso  de  los  malvados,  cuando  no  la  burla  y  el  desprecio  de 
los  demás. 

Ese  corazón  abierto  que  tiene  la  gente  del  pueblo,  que  la  lleva  a  compartir 


108 


el  pan  de  su  pobre  mesa,  con  los  más  necesitados;  esa  generosidad  que  vemos 
en  matrimonios  que  teniendo  una  numerosa  prole,  todavía  adoptan  al  hijo 
del  vecino  que  se  quedó  huérfano,  o  al  niño  abandonado,  para  que  no  tenga 
que  ir  a  una  fría  casa  de  cuna;  esas  virtudes  heroicas  de  los  pobres,  fueron 
las  que  impulsaron  al  carpintero  José  Sáyago  a  llevar  a  su  casa  a  las  mujeres 
dementes  que  hallaba  en  las  calles. 

Eran  los  años  de  1687  cuando  en  la  ciudad  se  corría  la  voz  de  cómo  una 
buena  familia  compartía  su  pobreza,  que  se  había  trocado  en  miseria,  con 
las  pobres  locas. 

Pronto  la  obra  tuvo  simpatizadores,  el  primero  de  ellos  fue  el  jesuíta  P. 
Juan  Pérez,  quien  desde  luego  empezó  a  ayudar  enviándoles  limosnas. 

La  noticia  llegó  a  oídos  del  arzobispo  de  México  el  Ilustrísimo  Francisco 
de  Aguiar  y  Seijas,  quien  para  cerciorarse  de  la  situación  fue  a  visitar  perso- 
nalmente al  carpintero.  La  obra  era  magnífica  pero  el  estado  en  que  allí  se 
vivía  era  desastroso  por  la  miseria  que  padecían.  Hombre  práctico  y  activo 
ordenó  a  Sáyago  buscarse  casa  amplia,  se  trasladase  allí  con  las  enfermas 
y  que  él  pagaría  la  renta  del  inmueble  y  la  alimentación  de  las  enfermas.  Con 
estos  apoyos  del  arzobispo  y  los  jesuítas,  la  obra  iniciada  por  Sáyago  empezó 
a  desarrollarse  en  grande.  Primeramente,  siguiendo  las  indicaciones  de  Su 
Ilustrísima,  alquiló  una  amplia  casa  que  estaba  situada  frente  al  Colegio  de 
San  Gregorio  de  la  Compañía  de  Jesús. 

La  casa  alquilada  por  Sáyago  se  adaptó  a  las  necesidades  de  su  nuevo  ser- 
vicio, pues  en  ella  quedó  establecido  ya  en  toda  forma  un  Hospital  cuyo 
nombre  en  esta  época  ignoramos,  para  mujeres  dementes. 

La  capacidad  del  edificio  permitió  recibir  en  él  hasta  sesenta  y  seis  enfer- 
mas, que  eran  atendidas  por  enfermeras.  En  esta  época  el  hospital  seguía 
dirigido,  según  parece,  por  el  carpintero  Sáyago  y  su  mujer  y  sostenido  por 
el  arzobispo  de  México.  Los  jesuítas  seguían  también  ayudándolo  y  estaban 
en  constante  relación  con  él.  Si  ese  contacto  se  había  iniciado  desde  la  época 
del  Reverendo  Padre  Juan  Pérez  S.  J.,  se  había  acentuado  más  al  quedar 
establecido  el  hospital  frente  al  Colegio  de  San  Gregorio.1 

La  vida  de  la  institución  continuó  tranquila  y  próspera  hasta  1698,  fecha 
en  que  por  muerte  de  su  Ilustrísima  don  Francisco  de  Aguiar  y  Seijas  2  quedó 
huérfana  y  sin  medios  para  sostenerse.  Sin  embargo  el  interés  que  en  ella  tenían 
los  jesuítas  le  abrió  un  nuevo  y  más  próspero  camino.  Hacia  el  año  de  1596 
el  Padre  Pedro  Sánchez  S.  J.,  había  fundado  en  la  Casa  Profesa  de  la  Com- 
pañía, una  Congregación  Mariana  para  la  que  consiguió  cinco  años  después, 
ia  filiación  con  la  Anunciata  de  Roma.  La  Congregación  se  llamó  del  Divino 

1  Decorme,  Gerard,  La  obra  de  los  Jesuítas,  tomo  I,  pp.  330-331. 

*  Vera  Fortino,  Hipólito,  Catecismo  Geográfico,  Histórico. .  . ,  pag.  33. 


109 


Salvador  y  agrupó  "a  las  personas  más  conspicuas  por  su  posición  y  piedad" 
que  había  en  la  ciudad  de  México.  A  ella  pertenecieron  entre  otros  hombres 
notables,  los  virreyes  Gaspar  de  Zúñiga  y  Acevedo,  Conde  de  Monterrey,  y 
don  Juan  de  Mendoza  y  Luna,  Marqués  de  Montesclaros.  Los  congregantes  se 
dedicaban  a  los  actos  de  piedad  conducentes  al  fomento  de  la  vida  cristiana 
y  a  obras  de  caridad.  Durante  casi  un  siglo  su  labor  social  consistió  funda- 
mentalmente en  la  dotación  de  huérfanas,  pero  a  partir  de  la  aparición  del 
hospital  de  mujeres  dementes,  los  padres  de  la  Compañía  empezaron  a  interesar 
a  sus  congregantes  en  él.  Así  fue  cómo,  cuando  el  Arzobispo  murió,  el  Padre 
Martínez  de  la  Parra  prefecto  de  la  Congregación,  no  tuvo  gran  dificultad 
en  mover  el  ánimo  de  los  asociados  para  que  entre  ellos  y  otras  personas  pia- 
dosas recogiesen  limosnas  para  el  hospital.  Fue  así  como  a  base  de  los  esfuerzos 
de  los  congregantes,  se  sostuvo  dos  años.  Transcurridos  ellos,  la  congregación 
decidió  tomarlo  a  su  cargo,  totalmente. 

Era  el  año  de  1690,  la  vida  del  hospital  iba  a  cambiar  radicalmente.  Ig- 
noramos si  aún  vivieran  el  buen  José  Sáyago  y  su  mujer  y  no  conocemos  las 
escrituras  que  deben  haberse  celebrado,  a  fin  de  entregar  la  obra  a  la  congre- 
gación. Pero  de  los  resultados  podemos  suponer  sus  más  importantes  cláusulas: 
El  hospital  pasaba  a  poder  de  la  congregación,  la  cual  se  comprometía  a  sos- 
tenerlo proporcionando  a  las  enfermas  todo  auxilio  material  y  espiritual  que 
ameritasen.  A  partir  de  entonces  la  institución  se  titularía  Hospital  del  Divino 
Salvador  como  la  Congregación. 

Una  de  las  primeras  medidas  dictadas  por  la  nueva  administración  fue  la 
de  comprar  una  casa  para  que  el  establecimiento  del  hospital  fuese  definitivo. 
El  año  de  1700  se  había  comprado  ya  una  buena  finca,  se  le  había  aderezado 
adecuadamente,  se  había  hecho  una  capilla  y  se  había  conseguido  una  merced 
de  agua.  En  la  obra  se  habían  empleado  7,000  pesos.  ?'  Con  todo  listo  ya, 
se  hizo  el  traslado  de  las  enfermas  en  el  citado  año. 

El  cuidado  de  las  enfermas  continuó  a  cargo  de  las  enfermeras,  la  dirección 
a  cargo  de  los  congregantes  y  la  administración  en  manos  de  las  personas  de- 
signadas por  éstos.  Los  jesuítas  atendían  el  hospital  no  sólo  en  forma  indirecta 
como  lo  hubiera  sido  a  través  de  la  congregación,  o  dando  el  solo  auxilio 
espiritual;  sino  que  directamente  vigilaban  su  buena  marcha,  cuidando  hasta 
el  que  los  alimentos  estuviesen  bien  sazonados.  Gracias  a  esta  vigilancia  se 
logró  hacer  de  él  una  institución  modelo.  Llegó  a  decirse  que  no  había  en  el 
mundo,  hospital  más  bien  asistido  y  atendido  que  éste. 

La  congregación  se  dio  a  él  como  a  su  obra  máxima,  buscando  siempre  su 

3  Decorme,  Gerard,  La  obra  de  los  jesuítas,  tomo  I,  cap.  IV,  pag.  319. 

4  Decorme,  Gerard.  La  obra  de  los  jesuítas,  tomo  I,  cap.  V,  pag.  331. 


110 


mejoramiento.  Hacia  1747  se  hicieron  en  el  edificio  importantes  reparos  y 
en  1758  se  realizaron  obras  de  ampliación  tan  importantes  que  su  costo  as- 
cendió a  18,000  pesos.  Cantidad  donada  casi  totalmente  por  el  prefecto  seglar 
don  Miguel  Francisco  Gambarte.5 

Los  congregantes  se  preocuparon  en  ir  formando  un  capital  para  el  hospital. 
Así  encontramos,  más  adelante,  con  que  tenía  dinero  colocado  a  rédito,  de 
cuyo  producto  se  sostenía  el  vestuario  y  curación  de  las  enfermas.  Este  prin- 
cipal era  de  60,300  pesos  que  por  conducto  del  Tribunal  de  la  Minería 
reconocía  la  Real  Hacienda  en  hipoteca  sobre  el  Ramo  del  Tabaco. 

Había  además  otras  instituciones  como  por  ejemplo  la  "Real  Congregación 
de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores  y  socorro  de  mujeres  dementes"  que  se 
hallaba  establecida  en  la  Catedral  Metropolitana,  y  ayudaban  constante- 
mente al  hospital.  Esta  congregación  la  había  fundado  un  padre  apellidado 
Villerías.  6 

En  el  año  de  1767,  Carlos  III  decretaba  la  expulsión  de  los  jesuítas  y  con 
ella  la  paralización,  la  decadencia  o  el  fin  de  sus  obras  apostólicas.  El  hospital 
del  Divino  Salvador  sufrió  también  el  cambio.  Las  congregaciones  no  se  su- 
primían por  el  decreto  de  expulsión,  pero  como  en  realidad  son  la  tercera 
orden  de  la  Compañía,  al  desaparecer  ésta,  fueron  una  a  una  desapareciendo. 

El  hospital  vino  entonces  a  quedar  bajo  el  Real  Patronato. 7  El  gobierno 
puso  gran  empeño  en  esta  institución  que  había  adquirido  carácter  nacional. 
En  1800  se  hizo  una  ampliación.  Parece  que  de  esta  época  data  el  cuarto 
patio,  se  renovó  la  capilla,  que  era  simplemente  un  salón  del  edificio,  y  se 
pusieron  en  servicio  diecinueve  celdas  más.  8 

En  el  año  de  1824,  siendo  ya  México  independiente,  el  gobierno  lo  declaró 
perteneciente  a  la  federación  pasando  inmediatamente  al  cuidado  del  ayun- 
tamiento. En  1847  se  puso  en  manos  de  las  Hermanas  de  la  Caridad.  La  lle- 
gada de  esta  orden  religiosa  marca  en  México  un  mejoramiento  muy  impor- 
tante en  los  servicios  hospitalarios  que  se  encontraban  entonces  en  un  ver- 
dadero caos. 

De  esta  fecha  a  1864,  época  en  que  las  monjas  cuidaron  del  hospital,  existe 
el  informe  9  que  don  José  María  Andrade  y  don  Joaquín  García  Icazbalceta 
hicieron,  a  fin  de  que  el  primero  informase  al  Emperador  Maximiliano  sobre 
el  estado  de  los  establecimientos  de  beneficencia  existentes  en  la  ciudad  y 
las  mejoras  que  ameritaban.  La  descripción  que  el  informe  hace  del  edificio 

5  Decorme,  Gerard,  La  obra  de  los  jesuítas,  tome  I,  cap.  IV,  pag.  319. 
a  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  14,  Exp.  7. 

7  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  54,  Exp.  15. 

8  Aguilar  y  Ezquerro,  Hospitales  de  México,  pp.  43  a  45. 

9  García  Pimentel,  Luis,  Informe  sobre  los  establecimientos  de  beneficencia  y 
corrección,  pp.  61-63. 


111 


está  hecha  con  detalle  y  nos  presenta  con  claridad  su  estado.  Consta  dice^ 
de  cuatro  patios,  alrededor  de  los  cuales  se  hallaban  distribuidas  celdas 
y  oficinas  de  la  manera  siguiente:  el  primer  patio  era  pequeño  y  se  en- 
contraba a  la  entrada,  tenía  su  jardín  y  su  fuente.  A  él  daban  el  recibidor  y 
la  capilla  que  seguía  siendo  una  simple  sala.  A  la  derecha  de  la  entrada,  estaba 
el  segundo  patio,  también  con  jardín  y  fuente,  lo  rodeaban  la  portería  el 
dormitorio  de  las  Hermanas  de  la  Caridad,  la  sacristía,  una  enfermería  con 
cuatro  camas,  la  botica  y  veinticuatro  celdas  con  sus  camas  para  las  locas.  En 
los  altos  se  hallaba  una  sala  con  trece  camas  dedicada  a  epilépticas,  una  bodega 
y  dos  cuartos  que  servían  de  despensa.  En  el  tercer  patio  que  también  tenía, 
como  los  anteriores,  jardín  y  fuente,  se  encontraba  un  baño  y  ocho  cuartos  con 
sus  camas  y  otro  para  depósito  de  cadáveres. 

Alrededor  del  cuarto  y  último  patio  se  hallaban,  en  la  parte  baja,  el  comedor 
y  sala  de  labor  de  las  Hermanas  de  la  Caridad,  la  sala  de  labor  de  las  locas, 
su  despensa,  cocina,  su  comedor,  diecinueve  cuartos  con  sus  camas,  el  depó- 
sito de  leña  y  carbón  y  el  de  objetos  de  albañilería.  Al  centro  del  patio  estaba 
un  estanque  cubierto  y  varios  lavaderos.  En  la  parte  superior  estaba  el  depar- 
tamento de  distinción  que  constaba  de  cuatro  piezas  con  sus  respectivas  camas. 
Para  enfermos  comunes,  había  once  cuartos  más,  con  una  cama  cada  uno  y 
seis  con  dos  camas  cada  uno.  En  esta  parte  había  una  pieza  más,  que  senda 
para  guardar  semillas.  Este  edificio  tenía,  en  resumen,  capacidad  para  noventa 
y  cinco  enfermas,  pero  el  número  que  atendía  en  esta  época  era  de  setenta 
y  seis. 

Atendían  el  hospital  un  capellán  y  un  médico  que  en  él  residían.  Un  director, 
miembro  de  la  Sociedad  de  San  Vicente  de  Paúl,  que  no  recibía  sueldo,  un 
administrador  que  cobraba  el  5%  de  lo  que  recaudaba,  seis  Hermanas  de  la 
Caridad  y  cinco  sirvientas. 

Las  enfermas  tomaban  tres  veces  al  día  sus  alimentos,  dándoseles  el  desayuno 
a  las  siete,  la  comida  a  las  once  y  la  cena  a  las  cinco  y  media.  A  las  enfermas 
que  podían  hacerlo,  se  les  daba  algún  trabajo  o  labor  de  manos  que  las 
tuviese  ocupadas  y  distraídas  (Lo  que  hoy  llamamos  terapia  ocupacional) . 

No  faltaba  a  las  enfermas  ropa  para  vestirse  y  el  hospital  se  hallaba  pro- 
visto de  todo  lo  necesario  al  servicio,  cuidado  y  regalo  de  las  enfermas.  Esto 
se  había  logrado  gracias  al  orden  y  limpieza  que  habían  impuesto  las  religiosas. 

Los  visitadores  que  realizaron  el  informe  dijeron  al  emperador  que  este 
hospital  debía  ser  modelo  para  todos  los  demás. 

Una  falla  grave  tenía  y  era,  su  corta  extensión.  De  ella  se  queja  el  infor- 
mante y  la  hace  notar  al  emperador.  Sin  embargo,  añade,  "el  aseo  y  buen 


112 


orden  de  la  casa,  no  me  dejan  lugar  de  pedir  allí  ninguna  reforma  in- 
mediata". 10 

Los  fondos  con  que  se  sostenía  en  esta  época  el  hospital,  sumaban  un  total 
de  $  136J746.6.11  Naturalmente  que  de  esto,  había  que  descontar  los  capita- 
les que  no  estaban  al  corriente.  Estos  bienes  estaban  formados  por  dinero  colo- 
cado a  censo  y  propiedades  urbanas  que  se  rentaban. 

La  caída  del  imperio,  las  leyes  de  reforma  y  finalmente  la  expulsión  de  las 
Hermanas  de  la  Caridad,  decretada  en  1874,  fueron  acontecimientos  que  re- 
percutieron en  la  vida  de  la  institución,  especialmente  esto  último  que  lo  sumió 
en  la  decadencia. 

Una  de  las  últimas  obras  inauguradas  por  el  presidente  Porfirio  Díaz,  fue 
la  del  manicomio  de  la  Castañeda.  El  acto  se  verificó,  el  lo.  de  diciembre  de 
1910.  Las  locas  del  viejo  hospital  del  Divino  Salvador  de  la  calle  de  la  Canoa 
fueron  trasladadas  al  nuevo  edificio  de  Mixcoac,  que  hasta  la  fecha  sigue 
siendo  el  único  manicomio  gratuito  de  México. 

El  antiguo  edificio  lo  ocupan  hoy  oficinas  de  la  Secretaría  de  Salubridad  y 
Asistencia. 


10  García  Pimentel,  Luis,  Informe  sobre  los  establecimientos  de  beneficencia  y 
corrección,  pag.  159. 

11  García  Pimentel,  Luis,  Informe  sobre  los  establecimientos  de  beneficencia  y 
corrección,  pag.  238. 

113 


H8 


CAPITULO  VIII 


HOSPITAL  DE  LA  SANTISIMA  TRINIDAD 
México,  D.  F. 

El  origen  del  hospital  de  la  Santísima  está  como  el  de  muchos  otros,  en  una 
cofradía.  En  este  caso  se  trató  de  una  cofradía  formada  por  un  grupo  de  sa- 
cerdotes. El  día  22  de  enero  de  1577  se  reunieron  varios  de  ellos  en  la  iglesia 
del  hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  (Hospital  de  Jesús),  bajo 
la  dirección  del  Presbítero  Lic.  Pedro  Gutiérrez  Pisa  y  planearon  una  aso- 
ciación religiosa  exclusiva,  cuyos  fines  eran  "ejercitar  la  caridad  con  los  sa- 
cerdotes, formando  una  hospedería  para  los  foráneos  y  un  hospital  para  los 
enfermos". 1 

La  idea  nacía  de  una  necesidad  sentida  por  el  propio  clero  y  surgida  del 
abandono  y  la  soledad  padecidas  por  los  sacerdotes  seculares.  Los  regulares 
de  las  órdenes,  tenían  sus  conventos,  en  ellos  sus  enfermerías  y  en  los  demás 
frailes  hallaban  su  propia  familia.  Si  iban  de  una  población  a  otra,  se  hos- 
pedaban en  los  diversos  conventos  de  las  órdenes.  Ancianos  ya,  o  imposibi- 
litados para  cualquier  labor,  el  convento  era  su  refugio  hasta  su  muerte.  No 
sucedía  ésto  al  clero  secular,  cuyos  sacerdotes  al  pasar  a  América  habían  de- 
jado generalmente  a  sus  familias:  padres,  hermanos  y  parientes.  En  caso  de 
viaje  tenían  que  hospedarse  en  humildes  mesones  y  en  casos  de  enfermedad 
iban  a  los  hospitales  generales.  En  algunos,  no  en  todos,  se  habían  estable- 
cido para  ellos  cuartos  especiales.  Si  recordamos  que  sólo  las  gentes  de  las 
ínfimas  escalas  sociales  iban  a  los  hospitales,  comprenderemos  los  sufri- 
mientos de  aquellos  sacerdotes  que  estaban  acostumbrados  a  niveles  de  vida 
más  altos,  y  si  pensamos  en  los  sacerdotes  ancianos,  incapacitados  aun  para 
celebrar  una  misa  y  por  ende  sin  posibilidad  de  tener  ingreso  alguno  para 
vivir,  comprenderemos  la  necesidad  urgente  de  erigir  una  casa  en  donde  se 

1  Sigüenza  y  Góngora,  Carlos,  Piedad  Heroica.  .     pag.  226. 


114 


les  amparase.  Para  lograrlo  primero  era  asociarse.  La  Cofradía  quedó  fun- 
dada aquel  año  de  1577  bajo  la  advocación  de  San  Pedro  Apóstol  y  establecida 
en  la  Capilla  de  Santa  Efigenia,  en  los  bajos  del  mencionado  hospital  de  Nues- 
tra Señora. 

Ocurrió  poco  tiempo  después  de  la  fundación  que  los  negros  que  eran 
poseedores  de  la  Capilla  de  Santa  Efigenia,  tuvieron  el  temor  de  que  los 
clérigos  los  fuesen  desplazando  y  para  evitarlo,  una  noche,  sin  previo  aviso, 
cogieron  la  imagen  de  San  Pedro,  patrón  de  la  Cofradía  y  la  pusieron  en  la 
calle.  Cuando  los  clérigos  fueron  avisados  acudieron  al  lugar  de  los  hechos  y 
recogieron  a  su  pobre  imagen  que  tan  intempestivamente  había  sido  lanzada 
a  la  vía  pública  y  la  llevaron  a  la  iglesia  del  Recogimiento  de  Santa  Lucía 
(que  más  tarde  se  convirtió  en  el  Convento  de  San  José  de  Gracia) .  Allí  estuvo 
durante  dos  años,  después  de  los  cuales,  se  dispuso  su  traslado  a  la  ermita 
de  la  Santísima  Trinidad,  en  la  cual  se  hallaba  establecida  la  archicofradía 
del  mismo  nombre.  Era  esta  ermita  una  de  las  más  antiguas.  Su  origen  databa 
de  un  sitio  que  Hernán  Cortés  había  dado  a  sus  soldados  en  1526  para  que 
estableciesen  la  Cofradía  de  la  Santísima  Trinidad.  Las  disposiciones  de  Cortés 
fueron  confirmadas  por  Carlos  V,  y  más  tarde  por  Felipe  II,  quien  dispuso  que 
si  la  Cofradía  no  estaba  aún  fundada  se  fundase.  2 

Esta  ermita  había  tenido  ya  su  discutida  historia.  En  el  año  de  1567  cuando 
se  planeó  la  fundación  del  Convento  de  Santa  Clara,  primero  de  la  orden 
franciscana  de  mujeres  en  México,  el  Arzobispo  Montúfar  dio  a  las  beatas 
Francisca  Galván  y  a  sus  hijas,  la  ermita  de  la  Santísima  Trinidad,  para 
que  la  usasen  como  iglesia  del  Convento  que  se  pretendía  establecer  sin  quitar 
por  esto  la  propiedad  de  la  ermita  a  la  Cofradía  de  los  Sastres.  Por  su  parte 
Francisca  Galván  y  su  marido  Alonso  Sánchez  donaron  las  casas  contiguas  a 
la  ermita  para  que  sirviesen  de  albergue  a  lo  que  por  entonces  sólo  era 
beaterío.  En  1570  llegó  la  bula  pontificia  autorizando  la  fundación  del  con- 
vento. En  1571  como  la  orden  franciscana  rehusase  tenerlas  a  su  cargo,  en 
tanto  llegaran  aclaraciones  a  la  Bula,  la  sagrada  mitra,  sede  vacante,  las 
recibió  bajo  su  jurisdicción  dándoles  el  hábito  de  clarisas,  estableciendo  con 
ellas  un  convento  formal.  Por  haberlas  recibido  el  episcopado  bajo  su  obedien- 
cia contrariamente  a  lo  dispuesto  por  el  Papa,  se  suscitó  un  tremendo  pleito 
con  la  orden  franciscana  que  culminó  con  el  destierro  de  la  Nueva  España 
de  la  fundadora  Francisca  Galván  y  el  cambio  de  las  monjas  a  otro  edificio 
(el  de  la  calle  de  Tacuba)  en  donde  quedaron  bajo  la  jurisdicción  franciscana. 

El  año  de  1576  abandonaron  la  casa,  entregándole  la  ermita  a  los  Co- 


2  A.G.I.S.  Audiencia  México  716. 


115 


frades  de  la  Santísima  Trinidad,  con  todos  los  paramentos  eclesiásticos  con 
que  la  habían  recibido.  3  * 

Un  año  después  de  este  acontecimiento,  se  fundaba  la  Cofradía  de  San 
Pedro  Apóstol.  Pero  como  los  cofrades  no  tenían  iglesia  propia,  andaban  pe- 
regrinando y  como  no  tenían  edificio  adecuado,  no  podían  dedicarse  a  la  obra 
social  deseada.  Afortunadamente  cuatro  años  después  o  sea  en  1580  la  Co- 
fradía de  San  Pedro  Apóstol,  por  acuerdo  de  la  Cofradía  de  la  Santísima 
Trinidad,  se  trasladó  a  la  ermita,  para  celebrar  allí  sus  reuniones  y  ceremonias 
religiosas.  En  1598  los  cofrades  clérigos  celebraron  una  escritura  con  los  co- 
frades sastres,  calceteros  y  jubeteros,  por  medio  de  la  cual,  los  trabajadores  se 
comprometían  a  dar  a  los  sacerdotes  la  ermita  para  todos  los  actos  religiosos 
propios  de  la  cofradía,  con  el  derecho  de  cuidarla,  atenderla  y  usarla  como 
templo  propio,  pero  bajo  la  condición  de  respetar  la  Archicofradía  de  la 
Santísima  Trinidad  que  tenían  establecida  en  ella.  Los  cofrades  obreros  se 
reservaban  el  derecho  de  nombrar  cada  año  tres  guardianes  para  cuidar  el 
orden.  Estos  debían  ser  entre  los  sastres,  calceteros  y  jubeteros,  maestros 
examinados  y  españoles.4  La  Cofradía  de  los  sastres  resultaba  beneficiada 
pues  tenía  en  su  iglesia  ceremonias  de  culto  que  le  daban  vida  y  no  le  costaba 
ni  un  centavo.  La  cosa  parecía  bien  planeada  y  así  en  armonía  vivieron  las 
dos  cofradías  por  algún  tiempo.  No  tengo  noticias  de  problema  hasta  1730, 
época  en  la  que  los  trabajadores  movieron  pleito  ante  el  Consejo  de  Indias 
alegando  que  se  pretendía  acabar  con  su  cofradía.  5 

Según  parece,  durante  el  primer  siglo  de  vida,  los  cofrades  de  San  Pedro 
no  se  dedicaron  a  ninguna  obra  social.  Dice  don  Carlos  de  Sigüenza  y  Gón- 
gora  que  ciento  doce  años  después  de  fundada  la  asociación,  fue  cuando  se 
logró  conseguir  su  fin.  Era  entonces  abad  de  ella  el  Dr.  Manuel  Escalante 
y  Mendoza,  Tesorero  de  la  Catedral  Metropolitana  y  Catedrático  jubilado  de 
Prima  de  Cánones.  6  Para  ello  consiguió  la  casa  contigua,  en  donde  estableció 
la  hospedería  y  la  enfermería  proyectada. 

¿Cómo  se  hizo  de  estos  sitios  la  Cofradía?  No  lo  sabemos  a  ciencia  cierta, 
pero  recordemos  que  las  casas  contiguas  a  la  iglesia  habían  sido  donación  de 
Francisca  Galván  al  Convento  de  las  Clarisas,  cuando  dependían  del  arzo- 
bispado. No  sería  pues  extraño  que  al  salir  de  allí  las  clarisas,  las  casas  hallan 
quedado  en  poder  de  la  mitra  y  que  el  arzobispado  a  instancias  de  su  teso- 
rero, las  hubiera  donado  a  la  cofradía  de  sus  sacerdotes.  ¿Con  qué  bienes  se 

8  Muriel,  Josefina,  Conventos  de  Monjas  en  la  Nueva  España,  pp.  142  a  147. 

*  Para  mayores  detalles,  véase  la  historia  de  este  convento  en  mi  obra  arriba  citada. 

4  A.G.I.S.  Audiencia  México  716. 

1  A.G.I.S.  Ramo  Audiencia  México  716. 

8  Sigüenza  y  Góngora,  Carlos,  Piedad  Heroica,  pp.  327  a  ¿28. 


116 


sostuvo?  Lo  desconocemos  pues  su  documentación  debe  estar  en  el  inaccesible 
archivo  de  la  Catedral  Metropolitana.  * 

Sin  embargo  por  los  edificios  que  levantó,  suponemos  que  tuvo  fuertes 
ingresos.  La  primera  obra  que  se  emprendió  fue  la  de  la  iglesia.  Se  demolió 
la  ermita  edificada  en  el  siglo  XVI  y  se  labró  en  su  lugar  una  iglesia  que  fue 
dedicada  el  19  de  septiembre  de  1667. 7  No  tenemos  noticias  de  cómo  sería, 
aunque  se  levanta  ya  en  el  siglo  del  barroco.  Posiblemente  contemporánea  fue 
la  construcción  o  adaptación  del  hospital  y  hospedería  que,  empezaron  a  fun- 
cionar hacia  1689. 

En  el  siglo  siguiente  no  se  estuvo  conforme  con  la  iglesia  y  se  planeó  una 
nueva.  Era  ya  el  apogeo  del  churriguera.  Se  tiene  más  dinero  y  más  ricas  son 
las  iglesias  que  se  levantan.  Se  derriba  la  segunda  iglesia  y  es  tal  vez  Lorenzo 
Rodríguez  o  algún  otro  de  los  grandes  arquitectos  del  XVIII  quien  hace  los 
planos  de  la  nueva  iglesia.  El  año  de  1775  se  pone  la  primera  piedra.  No 
debe  haber  habido  grandes  problemas  económicos  pues  pese  a  que  lo  elabo- 
radísimo del  nuevo  estilo  sube  mucho  los  costos,  la  obra  no  se  detiene  y  en 
pocos  años  se  concluye.  8  El  17  de  enero  de  1783  se  inaugura  un  nuevo  tem- 
plo. Una  de  sus  portadas,  la  del  poniente  que  es  la  principal  y  está  a  los  pies 
de  la  iglesia  tiene  como  motivo  principal  el  relieve  de  la  Santísima  Trinidad, 
titular  de  la  Cofradía  de  los  sastres,  que  se  conserva  y  da  nombre  al  hospital. 
La  portada  lateral  sur  está  dedicada  al  patrón  de  la  cofradía  de  los  eclesiás- 
ticos: San  Pedro  Apóstol. 

La  iglesia  es  de  planta  cruciforme  con  cúpula  en  el  crucero.  Tiene  una 
torre  muy  original,  pues  su  remate  tiene  la  forma  de  tiara  del  papado.  En  las 
portadas  aparecen  también  las  armas  pontificias  y  otros  símbolos  de  la  je- 
rarquía eclesiástica,  mostrando  con  ello  la  dependencia  con  la  iglesia  y  la 
calidad  de  las  personas  que  allí  se  albergaban.  En  el  interior,  la  iglesia  debió 
tener  sus  retablos  dorados  llenos  de  pinturas  y  ricas  esculturas  estofadas,  como 
las  del  Sagrario  Metropolitano  y  Santa  Prisca,  pero  desgraciadamente  la  moda 
nueva  acabó  con  ellos,  no  existe  uno  sólo. 

Rodeando  la  iglesia  por  los  costados  Norte  y  Oriente  se  encontraba  el 
hospital  que  se  hallaba  dispuesto  en  dos  plantas.  Las  enfermerías  y  oficinas 
se  distribuían  alrededor  de  los  claustros  que  rodeaban  los  patios. 

La  iglesia  sufrió  reparaciones  el  año  de  1855-56. 

Los  servicios  hospitalarios  que  se  prestaron  fueron  en  un  principio  de  ca- 

*  Posiblemente  dentro  de  unos  diez  o  más  años  cuando  la  obra  de  clasificación  de 
ese  archivo,  magna  obra  emprendida  por  el  historiador  Ernesto  de  la  Torre,  esté  con- 
cluida, alguien  podrá  hacer  a  fondo  la  historia  de  este  hospital.  Por  hoy  nada  sabemos 
de  su  vida. 

7  Mejía,  Francisco,  Documentos  anexos,  pag.  342. 

8  Toussaint,  Manuel,  Arte  Colonial,  pag.  299. 


117 


rácter  general.  Con  el  tiempo  sobre  estos  servicios  fue  ganando  terreno  la 
hospedería  y  como  ésta  recibía  no  sólo  a  los  sacerdotes  que  venían  de  fuera 
y  estaban  en  la  ciudad  temporalmente,  sino  también  a  aquellos  sacerdotes  que 
por  invalidez  y  edad  no  podían  ya  prestar  ningún  servicio  religioso,  resultó 
que  el  numero  de  éstos  era  mucho  mayor  que  el  de  los  enfermos. 

Así  en  el  siglo  XVIII  era  propiamente  un  asilo  de  sacerdotes  ancianos, 
muchos  de  los  cuales  padecían  locura  senil.  Los  autores  que  nos  lo  mencionan 
en  el  siglo  XIX  y  principios  del  actual  nos  lo  describen  como  un  hospital  de 
sacerdotes  dementes.  Hacia  1864  sólo  tenía  un  enfermo. 

Con  motivo  de  la  desamortización  y  nacionalización  de  los  bienes  eclesiás- 
ticos dictaba  por  los  hombres  de  la  Reforma,  el  hospital  se  fraccionó  y  pasó  a 
manos  de  particulares  quienes  lo  convirtieron  en  casas  de  vecindad.  9 

La  iglesia  estuvo  cerrada  largo  tiempo,  hasta  que  tras  de  salvarse  una  serie 
de  dificultades  se  abrió  al  culto.  Actualmente  sigue  prestando  servicio  a  la 
religión  católica. 


8  MejÍa,  Francisco,  Documentos  anexos,  pag.  342. 


118 


HOSPITALES  DEL  SIGLO  XVIII 


CAPITULO  IX 


HOSPITALES  DE  LOS  HERMANOS  DE  SAN  JUAN  DE  DIOS 
EN  EL  SIGLO  XVIII 


Hospital  de  Santa  Catarina  Mártir 
Oaxaca,  Oax. 

El  hospital  de  Santa  Catarina,  inicia  los  hospitales  del  siglo  XVIII.  Su 
fundación  empezó  a  pretenderse  a  finales  del  XVII,  pero  como  ni  escrituras 
formales,  ni  erección  jurídica,  ni  edificación  alguna,  se  hicieron  en  tal  siglo, 
lo  clasificamos  entre  los  del  setecientos. 

Había  en  Oaxaca  una  ermita  llamada  de  Santa  Catarina  Mártir,  que  según 
la  tradición,  había  sido  la  primera  iglesia  de  la  ciudad.  En  ella  se  había 
recibido  el  Ilustrísimo  Sr.  D.  Juan  López  de  Zárate,  primer  obispo  de  aquella 
tierra,  a  principios  de  1537. 1  * 

Pese  al  interés  histórico  que  representaba  dicha  ermita,  se  encontraba  hacia 
1690  en  estado  de  completa  ruina.  La  razón  era  que  la  había  destruido  un 
terremoto  y  como  los  indígenas  del  pueblo  de  Xalatlaco  *  2  a  donde  pertenecía, 
eran  muy  pobres,  no  la  habían  podido  reconstruir. 

En  1698  el  capitán  don  Antonio  Díaz  Maceda  presentó  al  Cabildo  de  la 

1  Pérez,  Eutimio,  Recuerdos  Históricos  del  Episcopado  Oaxaqueño,  pp.  3-4. 

*  En  el  "Ensayo  de  Monografía  sobre  los  hospitales  del  estado".  .  .  de  Oaxaca,  su 
autor  Pedro  Camacho  asienta  que  ocurrió  en  1528.  Esto  no  puede  ser,  pues  en  tal 
fecha  aún  no  se  erigía  el  obispado. 

*  Jalatlaco  San  Matías  "Pueblo  en  la  capital  del  estado  de  Oaxaca,  que  se  encon- 
traba a  300  metros  de  ella,  separábalo  sólo  una  calle.  Aunque  podía  ser  considerado 
barrio  de  la  ciudad,  gozaba  de  la  categoría  de  pueblo". 

2  Lamberto,  Asiain,  División  Municipal  y  prontuario  geográfico.  .  .,  pag.  165. 


121 


ciudad,  por  medio  del  procurador  general  de  la  misma,  la  petición  de  que  se 
le  diese  el  sitio  de  las  ruinas  para  hacer  en  él  un  hospital  y  una  nueva  iglesia 
a  Santa  Catarina  Mártir.  Ofrecía  además  donar  bienes  suficientes  para  el 
sostenimiento  de  la  institución.  Consultáronse  al  cura  y  a  los  naturales  y  se 
resolvió  dar  el  sitio  e  iglesia  a  condición  de  que,  una  vez  construida,  seguiría 
perteneciendo  al  pueblo.  La  respuesta,  razonable  y  justa,  no  pudo  ser  aceptada 
por  el  natural  temor  a  que  el  hospital  naciese  con  servidumbre  y  en  la  iglesia 
se  suscitasen  problemas  entre  el  párroco  y  los  frailes  hospitaleros  a  quienes  se 
pensaba  llamar.  Propuso  entonces  el  capitán  Díaz  Maceda,  y  así  se  aceptó, 
que  se  le  diese  la  total  posesión  de  lo  pedido  y  que  él  construiría  para  los 
indios  otra  ermita.  Comprometióse  el  capitán  a  conseguir  todos  los  permisos 
necesarios  y  empezó  el  largo  papeleo  acostumbrado.  3 

Al  mismo  tiempo  iniciaba  gestiones  con  los  hermanos  de  San  Juan  de  Dios, 
de  quienes  era  entonces  Comisario  General,  Fray  Francisco  Pacheco  Montión. 
Apoyó  sus  demandas  el  regimiento  de  la  ciudad.  El  V.  Dean  y  Cabildo,  sede 
vacante,  dieron  su  licencia  el  16  de  julio  de  1699,  y  el  16  de  octubre  de  1699, 
el  Virrey  don  José  Sarmiento  de  Valladares  daba  la  suya.  Los  juaninos  por  su 
parte  también  aceptaron  quedando  sometidos  a  la  famosa  ley  5a.,  tit.  IV, 
Lib.  lo.  4 

Con  estas  autorizaciones  empezó  la  edificación  que  duró  aproximadamente 
tres  años.  El  6  de  octubre  de  1702,  el  Obispo  Fray  Angel  Maldonado  en  medio 
de  solemne  ceremonia  bendijo  la  iglesia  y  el  hospital,  constituyendo  al  mismo 
tiempo,  y  ante  todo  el  pueblo  que  asistía  a  la  ceremonia,  patrono  de  toda  la 
institución  (iglesia  y  hospital),  al  capitán  Antonio  Díaz  Maceda.  Fueron  tes- 
tigos del  acto  importantes  personalidades  civiles  y  religiosas.  Al  mismo  se 
encontraban  presentes  los  hermanos  de  San  Juan  de  Dios 5  a  quienes  enca- 
bezaba como  primer  superior,  Fray  Juan  de  Loranca.  6 

Los  juaninos  recibieron  por  inventario  la  iglesia  con  todos  sus  paramentos 
y  alhajas  y  el  hospital  con  todos  los  utensilios  para  la  atención  de  los  enfermos, 
la  huerta  para  recreo  de  los  mismos  y  las  rentas  señaladas  para  su  subsistencia.  7 

El  hospital  (no  convento  como  algunos  autores  dicen,  pues  estaba  prohibido 
que  en  tal  se  transformase),  constaba  de  enfermerías,  oficinas  de  servicio  y 
vivienda  para  los  frailes. 

La  donación  que  el  capitán  dio,  sumó  40,000.00  pesos.  8  En  ella  se  hizo  el 

3  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  34,  Exp.  2. 

4  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  94. 

5  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  34,  Exp.  2. 

6  Gay,  José  Antonio,  Historia  de  Oaxaca,  tomo  II,  pag.  255. 

7  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  94. 

8  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  7. 


122 


edificio  y  quedaron  dotados  los  servicios  de  doce  camas,  y  el  sostenimiento, 
de  seis  frailes  y  un  clérigo  que  administrase  los  sacramentos. 

La  primera  generación  de  frailes  que  sirvió  a  los  enfermos  fue  ejemplar. 
Pocos  eran  los  enfermos  que  podían  recibir,  pero  los  atendían  con  verdadera 
caridad.  El  nombre  del  primer  Hermano  Mayor,  Fray  Juan  de  Loranca,  ha 
pasado  por  ello  a  la  historia,  e  igual  sucede  con  el  del  Comisario  General,  Fray 
Francisco  Pacheco  de  Montión,  que  terminó  sus  días  el  14  de  marzo  de  1736 
a  los  noventa  y  nueve  años  de  edad  y  sirviendo  como  prior  en  este  hospital.  9 
Del  buen  servicio  de  los  frailes  estaba  enterado  el  Rey,  pues  el  30  de  septiembre 
de  1714  les  envió  una  Real  Cédula,  aplaudiendo  el  cuidado  que  tenían  con 
los  enfermos. 

Pudo  el  capitán  Díaz  Maceda  ver  florecer  su  obra,  pues  aún  vivía  en  17 14. 
como  nos  consta  de  la  Cédula  que  el  Rey  le  envió,  el  mismo  día  que  a  los 
juaninos,  dándole  las  gracias  por  haber  fundado  y  dotado  a  sus  expensas  el 
hospital. 10 

Sin  embargo,  no  todo  lo  que  se  hacía  en  el  hospital  era  a  expensas  del  pa- 
trono, pues  el  pueblo,  al  ver  la  obra  de  los  hermanos,  les  daba  limosnas.  Más 
aún:  hubo  una  aportación  casi  tan  importante  como  la  del  fundador:  ésta 
fue  la  del  Mecenas  de  Oaxaca,  don  Manuel  Fernández  de  Fiallo,  quien 
poco  después  de  fundado  el  hospital  le  hizo  donación  de  30,000.00  pesos  do- 
tando con  ello  perpetuamente  diez  camas.  Esta  dotación  debe  haber  sido  he- 
cha entre  los  años  1702  y  1708,  fecha  en  que  murió  Fiallo. 11 

El  hospital  llegó  a  tener  veinticinco  camas  regularmente,  y  hasta  sesenta 
en  caso  de  epidemia.  Contaba  además  con  los  servicios  de  una  botica  que  le 
era  propia,  para  atender  a  los  enfermos;  a  más  de  los  frailes,  había  un  cirujano, 
un  médico,  un  sangrador  y  sirvientes  como  enfermera  y  mozos. 

Si  en  los  primeros  años  de  fundado  el  hospital,  los  frailes  atendían  a  los 
enfermos  de  manera  ejemplar,  a  finales  del  siglo,  ya  no  era  así.  La  causa 
de  ello  fue  la  pobreza  en  que  cayó  el  hospital,  razón  por  la  cual  los  hermanos 
salían  a  recoger  limosnas  en  los  pueblos  vecinos,  desatendiendo  el  hospital, 
pues  sólo  quedaban  allí,  el  capellán,  el  boticario,  el  enfermero,  el  sacristán 
y  el  prior  12  o  sean  cinco  de  los  nueve  o  diez  frailes  que  tenía  asignados  la 
institución.  La  situación  se  agravaba  por  la  falta  de  frailes  que  padecía  toda 
la  orden  juanina.  Sumábase  a  esto  la  relajación,  en  gran  parte  de  los  frailes. 


9  Gay,  José  Antonio,  Hospital  de  Oaxaca,  tomo  II,  pag.  255. 

10  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  4. 

11  Alegre,  S.  J.,  Francisco  Javier,  Historia  de  la  Compañía  de  Jesús.  . . ,  tomo  III, 
pp.  151-152. 

12  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  34,  Exp.  2. 


123 


El  número  de  enfermos  atendidos  de  1771  a  1774,  fue  de  775,  de  los  cuales 
fallecieron  73.  13  No  conocemos  más  datos  sobre  movimiento  de  enfermos. 

Respecto  a  los  bienes  de  este  hospital  sabemos  que  la  dotación  original 
dada  por  el  capitán  Díaz  Maceda  y  don  Manuel  Fiallo  sumaba  70,000  pesos. 
Sin  embargo,  documentos  de  finales  del  XVIII  reducen  la  donación  del 
capitán  a  14,000  pesos  y  la  de  Fiallo  a  22,780  pesos.  Esta  relación  dada  en 
1788  añade  que  el  hospital  tuvo  otros  muchos  protectores  que  le  donaron 
gruesas  sumas,  entre  ellos  se  cuenta  una  monja,  varios  capitanes  españoles, 
señores  y  señoras  de  importancia  en  la  localidad  y  un  rico  indio.  Se  afirma 
que  llegó  a  tener  80,930  pesos,  de  los  cuales  se  habían  perdido  ya  15,970  pesos. 
Los  64,960  pesos  restantes,  les  producían  3,248  pesos  anuales,  más  800  pesos 
que  cada  año  se  recogían  de  limosna,  daban  un  total  de  entradas  anuales  de 
4,048  pesos.  14.  Los  informes  que  sacados  de  los  propios  libros  del  hospital  se 
dan  con  motivo  de  la  visita  de  Fray  Pedro  Rendón  Caballero,  difieren  en  más 
de  600  pesos  anuales,  pues  los  ingresos  en  él  sólo  son  2,200  pesos  por  concepto 
de  rédito  de  sus  bienes  y  1,100  pesos  por  concepto  de  limosnas.  Lo  cual  suma 
3,300  pesos  anuales.15  Según  este  informe  dado  al  Visitador,  de  1771  a  1774, 
las  entradas  habían  sumado  9,813.3/2  y  las  salidas  sumaban  9,815.1,  lo  cual 
daba  un  alcance  contra  el  convento  de  1.5/2. 

Ahora  bien,  los  juaninos  al  dirigirse  al  visitador  se  quejaban  de  que  la 
falta  de  dinero  tenía  sumido  al  hospital  en  terrible  pobreza.  Todo  lo  había, 
pero  todo  era  malo,  desde  la  comida  hasta  las  medicinas  y  la  ropa. 

En  medio  de  estos  diferentes  informes  que  nos  hacen  sospechar  la  ocultación 
de  bienes  por  parte  de  los  frailes,  hay  una  opinión  de  gran  peso  y  es  la  del 
obispo  de  Oaxaca,  enviada  al  Virrey.  Dice  su  Ilustrísima,  que  lo  declarado 
por  los  frailes  es  falso,  que  sus  entradas  ascienden  al  triple,  que  tienen  sufi- 
cientes bienes  pero  que  se  quejan  de  falta  de  fondos  para  tener  el  pretexto 
de  salir  a  colectar  gruesas  limosnas  que  extraen  por  medios  poco  lícitos;  el 
número  de  enfermos  que  recibían,  afirmaba  el  obispo,  era  sólo  de  seis  a  ocho, 
y  éstos  muy  mal  atendidos.  La  conducta  de  los  frailes,  añadía,  es  contraria  al 
estado  religioso,  y  si  al  tomar  a  su  cargo  el  hospital,  ellos  eran  los  que  servían 
a  los  enfermos,  al  finalizar  el  siglo  sucedía  lo  contrario,  pues  los  frailes  se 
servían  de  los  enfermos  para  adquirir  abundantes  limosnas,  haciendas  y  pro- 
pagar su  instituto. 16 

Con  esta  declaración  del  obispo  llegamos  al  defecto  de  las  órdenes  hospi- 
talarias que  ya  apuntamos  anteriormente,  esto  es,  el  dar  mayor  importancia 


13  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pag.  78. 

14  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  4. 

15  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  94. 

16  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  7. 


124 


a  la  expansión  monástica  que  a  la  misión  misma  de  las  órdenes.  Los  frailes 
quieren  reclutar  adeptos  y  recabar  limosnas  para  hacer  a  su  orden  grande  y 
poderosa.  Para  conseguirlo  no  les  importa  pasar  aun  sobre  las  leyes  civiles 
que  habían  autorizado  su  establecimiento  en  América.  Así  vemos  a  los  juani- 
nos  de  este  hospital  olvidar  la  ley  V,  Tit.  IV,  Lib.  I,  que  reglamentaba  la 
institución  y  ordenaba  que  tuviese  solamente  carácter  de  hospital  y  que  el 
fraile  que  la  gobernara  se  titulase  Hermano  Mayor.  Al  olvidar  la  ley,  trans- 
formaron el  hospital  en  convento  y  dieron  al  director  de  él  el  título  de  Prior. 
El  hospital  de  Santa  Catarina  se  convirtió  entonces  en  el  segundo  convento 
de  la  orden  en  la  Nueva  España,  todo  lo  cual  resultaba  en  perjuicio  de  los 
pobres  enfermos.  Fue  por  ello  que  el  Ilustrísimo  Gregorio  de  Ortigosa,  tras 
enviar  su  severísimo  informe  al  Virrey,  trató  de  refundir  (como  ya  vimos  en 
el  tomo  I,  pág.  244,  al  hablar  del  Hospital  Real  de  San  Cosme  y  San  Damián) 
en  uno,  los  tres  hospitales  existentes  en  la  ciudad.  Santa  Catarina,  Nuestra 
Señora  de  Guadalupe  y  San  Cosme  y  San  Damián.  Los  juaninos  se  defendieron 
alegando  que  se  pidió  la  fundación  del  suyo  cuando  los  otros  ya  existían  y 
que  esto  probaba  que  era  necesario,  pues  los  otros  no  se  daban  abasto  con  los 
numerosos  enfermos  existentes. 17 

Desgraciadamente  como  ya  vimos  también,  no  triunfó  la  idea  del  obispo,, 
y  la  mala  atención  en  los  hospitales  oaxaqueños  continuó. 

Al  suprimirse  las  órdenes  hospitalarias,  el  hospital  fue  clausurado.  La  iglesia 
sigue  abierta  al  culto. 

Los  claustros  del  hospital  que  por  largos  años  estuvo  abandonado,  dieron  al- 
bergue a  un  mercado  público  y  en  tal  estado  se  encuentra  en  la  actualidad. 1& 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Caridad 
San  Cristóbal  Las  Casas,  Chiapas. 

Antes  de  hablar  propiamente  sobre  el  hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Ca- 
ridad de  Chiapas,  es  necesario  hacer  algunas  reflexiones  que  permitan  conocer 
los  nombres  que  ha  tenido  la  ciudad  y  la  dependencia  eclesiástica  y  civil  por 
la  que  ha  pasado;  pues  el  estado  de  Chiapas,  es  tal  vez,  el  que  más  modifica- 
ciones ha  tenido  en  estos  aspectos,  desde  la  conquista  hasta  nuestros  días. 

En  el  Valle  de  Hueizacatlán  el  año  de  1528  fundó  el  capitán  Diego  de* 

17  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72,  Exp.  4. 
"  Camacho,  Pedro,  Ensayo.  .     pag.  6. 


125 


Mazariegos  una  población  a  la  que  dio  por  título  Villa  Real.  Ocho  años  des- 
pués, el  7  de  marzo  de  1536,  el  Rey  concedió  el  título  de  Ciudad  Real. 
A  partir  de  entonces,  durante  toda  la  época  colonial  y  en  los  primeros  años 
de  nuestra  vida  independiente  conservó  esta  denominación.  Fue  hasta  el  25 
de  julio  de  1829  cuando  por  decreto  del  gobierno  mexicano,  se  le  cambió  su 
nombre,  dándosele  el  de  San  Cristóbal  Las  Casas. 19  Tal  nombre  no  era  ajeno 
a  Ciudad  Real,  pues  su  Catedral  tenía  por  titular  a  este  santo  y  en  recuerdo 
del  famoso  obispo  de  Chiapas  defensor  de  los  indios,  Fray  Bartolomé  de  las 
Casas,  se  le  añadió  su  apellido.  Así,  en  la  actualidad  encontramos  a  la  vieja 
Villa  Real,  llamándose  San  Cristóbal  las  Casas. 

Respecto  a  la  jurisdicción  civil,  Ciudad  Real,  pertenecía  a  la  Capitanía 
General  de  Guatemala  y  era  por  tanto  a  la  Audiencia  de  los  confines  (fundada 
en  1543)  o  audiencia  de  Guatemala  a  quien  correspondía  su  gobierno. 20  * 

En  la  jurisdicción  eclesiástica  la  cosa  se  complicó  aún  más.  Recién  fundada 
la  Villa,  quedó  colocada  dentro  de  la  diócesis  de  Tlaxcala,  que  llegó  a  ejercer 
en  ella  actos  de  gobierno,  como  lo  fue  la  visita  pastoral  que  a  su  nombre  hizo 
el  clérigo  don  Juan  Rebollo  en  1535.  El  año  de  1536  en  vista  de  la  enorme 
distancia  que  separaba  a  Tlaxcala  de  Chiapas  y  en  ocasión  de  haberse  erigido 
el  obispado  de  Guatemala,  dispuso  el  Rey  que  entrase  Chiapas  dentro  de 
esta  diócesis,  que  se  puso  a  cargo  del  señor  Marroqui.  *  En  1541  en  Sevilla 
se  hizo  la  erección  de  la  diócesis  de  Chiapas  que  comprendió  a  Soconusco 
también.  Allí  también  fue  consagrado  el  primer  obispo,  Fray  Juan  de  Arteaga. 
Al  erigirse  la  diócesis  chiapaneca,  quedó  como  sufragánea  de  la  metropolitana 
de  Sevilla.  La  parroquia  de  la  Asunción,  de  Ciudad  Real,  se  convirtió  en 
Catedral  y  se  puso  bajo  la  advocación  de  San  Cristóbal.  No  fue  sino  hasta 
1743,  cuando  se  le  hizo  sufragánea  de  la  arquidiócesis  de  México.  Sin  embargo, 
en  el  mismo  1743  se  le  separó  de  México  al  agregarla  a  la  arquidiócesis  de 
Guatemala.  Esta  era  su  situación  al  efectuarse  la  independencia  de  México 

19  García  Cubas,  Antonio,  Diccionario  Geográfico,  Histórico  y  Biográfico,  pag.47. 

20  Bravo  Ugarte,  José,  Historia  de  México,  tomo  II,  pag.  109. 

*  A  la  Audiencia  de  Guatemala  correspondía  el  territorio  de  Centro  América  con 
Chiapas  y  Soconusco.  Yucatán  con  Cozumel  le  perteneció  sólo  hasta  1548  y  Tabasco 
sólo  hasta  1550.  Sin  embargo  no  por  esto  puede  considerarse  Chiapas,  como  no  puede 
tampoco  considerarse  Guatemala,  fuera  de  lo  que  llamamos  "Indias  Occidentales  de 
la  Nueva  España".  Pues  a  pesar  de  que  desde  tiempos  de  Pedro  de  Alvarado  (1527) 
se  concedió  la  gobernación  independiente  de  Guatemala,  ésta  estaba  unida  a  la  Nueva 
España  en  multitud  de  cosas,  por  ejemplo,  algunas  veces  sus  déficits  los  cubría  la 
Nueva  España,  y  las  tropas  del  Virreynato  sofocaron  varias  rebeliones  en  su  territorio, 
Bravo  Ugarte,  Op.  cit.,  pp.  72  a  77. 

*  Respecto  a  la  erección  de  la  diócesis  guatemalteca  los  historiadores  difieren  en  la 
fecha.  Unos  opinan  que  fue  hecha  mediante  la  Bula  de  Paulo  III  dada  en  19  de  marzo 
de  1539,  mientras  otros  afirman  que  fue  dada  por  dicho  Papa  en  1538. 


126 


y  en  tal  se  mantuvo  hasta  la  segunda  mitad  del  siglo  XIX,  en  que  a  instancias 
del  gobierno  mexicano,  volvió  a  ser  sufragánea  de  México. 21 

Con  estos  antecedentes  de  la  capital  del  estado  de  Chiapas,  será  fácil  en- 
tender la  historia  de  este  hospital,  a  los  no  especialistas  en  cuestiones  coloniales. 

Las  primeras  manifestaciones  de  la  obra  hospitalaria  en  Chiapas,  se  inicia- 
ron en  el  siglo  XVI.  Un  buen  cristiano  cuyo  nombre  ignoramos,  entregó  sus 
bienes  y  su  persona  a  la  obra.  De  su  propio  peculio  compró  un  terreno  anexo 
al  convento  de  los  franciscanos  y  levantó  un  sencillo  edificio,  que  destinó  a 
hospedería  y  hospital  de  pobres,  cuyos  titulares  fueron  San  Diego  y  Santa 
Lucía.  Parece  ser  que  la  institución  llegó  a  ponerse  en  servicio  y  que  el  fun- 
dador mismo  atendía  a  los  enfermos  y  peregrinos.  Pero  la  benéfica  obra,  si 
realmente  existió  debe  haber  sido  sólo  por  breve  tiempo,  pues  habiendo  surgido 
dificultades  con  el  obispado,  el  fundador  prefirió  cerrar  su  hospital. 22  No 
sabemos  las  fechas  exactas  de  su  erección  y  clausura,  sin  embargo  podemos 
situarla  entre  1577  y  1594  o  sea  entre  la  fecha  en  que  llegaron  los  franciscanos 
y  levantaron  su  convento  y  el  año  en  que  el  obispo  Ubilla  informó  a  la  Au- 
diencia de  Guatemala  que  no  había  en  Ciudad  Real  ningún  hospital. 

Esto  nos  introduce  ya  al  segundo  intento  de  obra  hospitalaria.  Fue  el  obispo 
dominico,  maestro  Andrés  de  Ubilla  (1592-1601)  quien  comisionó  a  Baltazar 
Sánchez,  beneficiado  de  la  iglesia  catedral  de  Ciudad  Real  de  Chiapas,  para 
que  en  su  nombre  presentase  una  petición  a  la  Audiencia  de  Guatemala,  pi- 
diéndole que  en  vista  de  no  tener  la  ciudad  hospital  alguno,  ni  medios  con 
qué  sostenerlo,  ordenase  al  Alcalde  Mayor  de  ella,  les  diese  un  solar  donde 
edificarlo  y  les  otorgase  renta  en  tributos  vacos  para  su  manutención.  La  au- 
diencia estuvo  de  acuerdo  y  ordenó  el  11  de  julio  de  1594,  que  el  Alcalde 
Mayor,  de  acuerdo  con  el  obispo,  escogiesen  sitio  para  el  hospital  y  que  hecho 
esto,  volviesen  a  acudir  a  la  Audiencia,  para  que  proveyese  lo  conveniente  para 
su  sustento. 23 

El  asunto  empezaba  a  marchar  por  buen  camino  pero  por  causas  que  ig- 
noramos se  detuvo  y  el  hospital  no  llegó  a  fundarse. 

En  1635  se  hizo  el  tercer  intento.  Lo  realizó  el  fraile  juanino  Juan  de  San 
Martín  a  quien  su  prelado  envió  a  explorar  la  posibilidad  de  fundar  en  Ciudad 
Real  de  Chiapas  un  hospital.  Los  juaninos  se  hallaban  en  aquellos  años  en 
pleno  movimiento  de  expansión,  por  esto,  no  es  extraño  que  se  lanzasen  a 
las  lejanas  y  aisladas  tierras  de  Chiapas.  El  prelado  que  envió  al  fraile  debe 
de  haber  sido  el  de  la  casa  de  México,  pues  las  tierras  de  Chiapas  quedaban 
comprendidas  dentro  de  la  Provincia  del  Espíritu  Santo,  que  se  gobernaba 

21  Vera  Fortino,  Hipólito,  Catecismo  geográfico.  .  . ,  pp.  79  a  82. 

22  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  38-41. 

23  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  37-38. 


127 


desde  México,  aunque  él  puede  haber  salido  del  hospital  de  Guatemala.  AI 
llegar  a  Chiapas  Fray  Juan  de  San  Martín,  se  enteró  de  que  no  había  en 
toda  la  región,  lugar  alguno  en  que  se  auxiliase  a  los  pobres  enfermos  y  que 
había  existido  ya,  al  menos  jurídicamente  un  hospital,  el  de  San  Diego  y  Santa 
Lucía,  cuyo  edificio  estaba  abandonado  y  arruinado,  desde  hacía  más  de 
veinte  años.  Movió  instancias  el  religioso  en  la  Real  Audiencia  de  Guatemala, 
y  en  seguida  ante  el  Rey  y  la  respuesta,  de  acuerdo  con  la  política  hospitalaria 
del  estado  español,  tuvo  que  ser  favorable.  Orden  real  llegó  conminando  al 
Alcalde  Mayor  de  Chiapas  a  dar  posesión  del  viejo  hospital  de  los  hermanos 
de  San  Juan  de  Dios.  Obedeció  el  Alcalde  y  el  15  de  julio  de  1635,  cogió 
de  la  mano  a  Fray  Juan  de  San  Martín  y  metiólo  en  el  derruido  edificio  dán- 
dole posesión  públicamente  y  ante  testigos,  del  hospital.24 

Tras  esto,  el  fraile  se  dedicó  a  conseguir  la  ayuda  pública  para  reconstruir 
el  edificio  y  ponerlo  pronto  en  uso.  No  le  fue  difícil  obtenerla,  pues  la  nece- 
sidad que  de  la  institución  había,  era  evidente  para  todo  el  pueblo.  Más  de 
1,000  pesos  reunió  y  la  casa  fue  con  ellos  reconstruida.  Se  empezaron  a  reci- 
bir enfermos,  llegando  en  su  ayuda  otro  juanino  que  fue,  el  Padre  Fray  Juan 
Galán.25 

La  vida  de  este  naciente  hospital,  se  vio  interrumpida  por  dificultades  con 
el  obispado.  Este  afirmaba  que  el  Hermano  de  San  Juan  de  Dios,  había  sor- 
prendido a  la  audiencia  de  Guatemala  y  al  rey,  diciéndoles  que  el  viejo  hospi- 
tal anexo  a  la  ermita  de  Santa  Lucía  era  una  propiedad  vaca,  pues  su  fun- 
dador le  había  dejado  para  hospital  y  se  hallaba  abandonada,  cosa  que  era 
falsa  pues  la  ermita  la  había  edificado  un  tal  Antonio  Méndez  en  terreno 
del  obispado  y  con  la  condición  de  que  fuese  de  la  catedral.  El  apoderado  de 
los  frailes,  Juan  Martínez  de  Farrera  alegaba  que  lo  que  el  cabildo  de  la 
catedral  sostenía  era  falso,  que  no  podía  probar  nunca  sus  derechos  a  la  er- 
mita y  que  de  cualquier  modo  por  causa  de  utilidad  pública  no  debería  per- 
mitirse que  se  cerrara  el  hospital.  El  30  de  mayo  de  1636  la  audiencia  de 
Guatemala  amparó  a  la  catedral  en  la  posesión  de  la  ermita  de  San  Diego  y 
Santa  Lucía,  pero  ordenó  que  el  hospital  siguiese  tal  y  como  estaba,  prestan- 
do servicios  en  tanto  se  resolvía  algo  definitivo.26 

Para  echar  a  los  juaninos  se  emplearon  todos  los  medios,  desde  amenazas, 
hasta  empellones  y  finalmente  la  excomunión. 

Desgraciadamente  el  obispado  ganó,  y  el  15  de  junio  de  1643  ante  el  es- 
cribano Juan  Guirao  Becerra  se  daba  posesión  de  la  ermita  y  casa  de  Santa 
Lucía  al  mayordomo  de  la  Catedral,  sin  contradicción  alguna. 

u  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  38-40. 
28  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  42-48. 
26  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  38-48. 


128 


Obra  del  Arquitecto  Custodio  Durán  es  la  iglesia  del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 
México,  D.  F.,  hecha  en  1721-28.  (Foto  D.M.C.). 


•i 


Los  años  pasaban  y  Ciudad  Real  seguía  sin  un  hospital  estable,  hasta  que 
un  acto  regalista  de  este  autoritario  obispo  que  fue  el  Ilustrísimo  doctor  don 
Marcos  Bravo  de  la  Serna  Manrique,  hizo  que  el  monarca  español  se  ente- 
rase de  que,  contrariamente  a  todas  las  disposiciones  reales,  no  había  allí  hos- 
pital. La  cosa  sucedió  así;  el  Obispo  envió  al  Rey  para  ayudar  a  las  necesi- 
dades de  la  monarquía,  mil  pesos  provenientes  del  noveno  y  medio,  que  de- 
bían emplearse  en  el  hospital  de  la  ciudad,  en  vista  de  que  no  lo  había.  El 
Rey  agradeció  su  extremado  celo  pero  le  devolvió  los  mil  pesos  con  la  orden 
(17  de  dic.  de  1679)  de  que,  se  restableciera  el  hospital  empleándose  en  él 
aquel  dinero  y  que  de  allí  en  adelante  se  sostuviese  como  debía  ser  con  el 
noveno  y  medio.27 

En  el  Cabildo  del  3  de  septiembre  de  1680  el  Obispo  presentó  Rl.  Cédula 
en  la  que  S.  M.  ordenaba  terminantemente  la  fundación  inmediata  de  un 
hospital.  Los  pleitos  del  Obispo  con  la  Audiencia  de  Guatemala  y  su  muerte 
ocurrida  en  el  mayor  desamparo,  en  un  miserable  pueblo  28  fueron  tal  vez 
las  causas  de  que  no  se  cumpliese  la  orden.29  No  fue  sino  hasta  principios  del 
siglo  XVIII  cuando  logró  realizarse  la  fundación  de  un  hospital  estable. 

El  año  de  1708  fue  promovido  a  la  diócesis  de  Chiapas  y  Zoconusco  el 
limo.  Juan  Bautista  Alvarez  de  Toledo,  nativo  de  América,  pues  había  visto 
la  luz  primera  en  Guatemala  en  1635.  Llegó  a  Ciudad  Real  el  año  de  1710 
y  pese  a  lo  avanzado  de  su  edad,  pues  contaba  entonces  75  años,  fue  uno  de 
los  obispos  más  activos  y  discutidos.  Obras  de  importancia  desarrolló  en  Ciu- 
dad Real,  que  hacen  recordarlo,  pero  al  mismo  tiempo  su  ambición  por  los 
bienes  terrenales  fue  tal,  que  lo  llevó  hasta  la  extorsión  de  los  indios,  llegán- 
dose a  citar  sus  tropelías  como  causa  fundamental  de  la  sangrienta  subleva- 
ción de  los  tzeltales.30  Transformó  el  limo.  Alvarez  de  Toledo,  Ciudad  Real, 
al  mandarla  empedrar,  de  su  propio  peculio;  fundó  una  casa  de  recogidas 
para  recluir  en  ellas  a  las  mujeres  públicas  que  delinquían  y  le  puso  por 
nombre  Santa  Rosa  de  Viterbo.31  *  Entre  sus  obras,  una  de  las  que  mayor  tras- 
cendencia tuvieron  fue  la  fundación  del  hospital.  Para  instalarlo,  el  Obispo 
comenzó  por  comprar  un  terreno,  que  había  pertenecido  al  Sargento  Mayor 
D.  Pedro  de  Zavaleta  y  su  mujer  doña  María  Arizmendi,  edificando  en  él  el 
hospital.  En  seguida  compró  a  la  Cofradía  de  la  Caridad,  su  ermita,  cemente- 
río,  sacristía  y  anexos  que  estaban  junto  al  hospital.  Pagó  el  Obispo  a  los  cofra- 


27  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  48. 
M  Vera,  Fortino  Hipólito,  Catecismo  Histórico,  pag.  90. 

"  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  48-49. 

30  Trens,  Manuel  B.,  Historia  de  Chiapas,  Cap.  IX,  pp.  143-158. 

31  Trens,  Manuel  B.,  Historia  de  Chiapas,  Cap.  XI,  pag.  172. 

*  Vera  afirma  que  no  fue  recogimiento  de  rameras  sino  colegio  de  niñas. 

129 


H9 


des,  con  un  terreno  frente  a  la  iglesia  de  Santo  Domingo,  materiales  de  cons- 
trucción y  1,800  pesos  en  reales,  para  que  edificasen  nueva  ermita.32 

De  este  modo  la  institución  tuvo  ya  de  inmediato  su  iglesia  y  cementerio, 
dos  elementos  indispensables  en  un  hospital  de  aquella  época. 

Pese  a  que  la  ermita  tenía  todo  lo  necesario  al  culto,  el  Obispo  quiso  enri- 
quecerla más,  dándole  ornamentos,  vasos  sagrados  y  otras  muchas  cosas,  per- 
tenecientes a  capillas  de  pueblos  abandonados.33  La  iglesia  del  hospital  tenía 
cinco  altares  con  sus  retablos  tallados  y  dorados,  en  los  que  había  pinturas  de 
diferentes  santos.  El  altar  mayor  tenía  su  sagrario  para  guardar  al  Santísimo.34 

El  edificio  del  hospital  se  había  hecho  de  adobe  por  lo  cual  su  resistencia 
al  tiempo  fue  corta,  pues  hacia  1780  fue  necesario  reconstruirlo  íntegramente, 
edificándose  entonces  de  cantera.35 

Para  la  erección  del  hospital,  gastó  el  Obispo  más  de  36,000  pesos,  de  los 
cuales  7,000  procedían  de  obras  pías  del  obispado  y  29,000  de  las  rentas,  bie- 
nes personales  y  limosnas  conseguidas  por  el  propio  fundador.36 

El  año  de  1711  se  firmó  la  escritura  de  fundación,  por  la  cual  el  Obispo 
erigió  el  hospital  bajo  el  título  de  Nuestra  Señora  de  la  Caridad  y  le  hizo 
donación  de  todo  lo  que  necesitaba  para  dar  servicio.  Entre  las  diferentes 
cosas  que  le  dio  encontramos:  dos  esclavos,  un  negro  y  una  negra  y  todas  las 
cosas  que  forman  el  menaje  de  un  hospital.  Doce  camas  de  madera  para  los 
enfermos,  doce  colchones  nuevos,  veinticuatro  almohadas,  ochenta  camisas, 
doce  colchas  ele  hilo  y  lana,  doce  frazadas,  doce  cobertores  de  cama,  de  paño 
de  la  Puebla,  veinticuatro  sillas,  seis  bacinillas.  Además  de  esto  platones,  ta- 
zas grandes,  escudillas  de  caldo,  saleros  "dos  bateas  grandes,  canoas  para  ba- 
ñar a  los  enfermos.  .  ."  la  lista  sigue  mencionando  cajas,  sillas,  baúles,  telas  de 
raso,  colgaduras,  frascos,  en  fin  mil  y  una  cosas  que  sirvieron  para  poner  en 
uso  el  hospital  inmediatamente.  Su  dotación  comprendió  también  imágenes, 
entre  las  cuales  estaban:  Nuestra  Señora  de  los  Dolores,  de  bulto,  con  vestua- 
rio, una  pintura  de  la  Virgen  de  Guadalupe,  otra  de  Nuestra  Señora  la  Po- 
bre, de  Guatemala,  varias  pinturas  de  Santos  Franciscanos,  San  Miguel,  San 
Diego  de  Alcalá,  San  José,  San  Sebastián,  etc.  Finalmente  completaban  las 
pinturas,  una  del  Rey  y  otra  de  la  Reina  de  España.37 

Firmó  su  Ilustrísima  una  escritura,  el  13  de  enero  de  1712,  por  la  cual 

32  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  52-54. 

33  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  50-51. 

34  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  75-78. 

35  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  68. 

36  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  55-56. 

37  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  59-62. 


130 


daba  al  hospital  de  Santa  María  de  la  Caridad,  para  su  sostenimiento,  "vein- 
te mil  y  veinte  pesos  de  principal  en  varias  fincas  y  personas".'58 

Además  de  que,  el  hospital  contaba  con  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos, 
obtuvo  el  fundador  que  los  pueblos  de  San  Bartolomé  de  los  Llanos,  Teulte- 
peque,  Chilum  y  Bachajon  ayudaran  con  maíz  y  chile.  Rematándose  estas  es- 
pecies en  servicio  de  la  institución.39 

Para  atender  al  hospital  dispuso  Su  lima,  llamar  nuevamente  a  los  Herma- 
nos de  San  Juan  de  Dios,  haciéndoles  donación  y  entrega  del  hospital  con 
todo  cuanto  tenía.  Para  ello  obtuvo  el  23  de  mayo  de  1712  licencia  del  go- 
bernador y  Capitán  general  de  Guatemala  don  Toribio  Cosío.40 

Llegó  a  Ciudad  Real  de  Chiapas  como  "primer  fundador  y  operario"  Fray 
Salvador  González,  quien  a  nombre  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios,  tomó 
posesión  del  hospital.  Llegaba  enviado  por  el  Comisario  General  de  la  Pro- 
vincia del  Espíritu  Santo,  Reverendo  Padre  Fray  Francisco  Barradas.41 

En  manos  de  los  juaninos,  el  hospital  se  convirtió  en  una  institución  esta- 
ble, que  atendió  a  numerosos  enfermos,  hombres  y  mujeres  de  todas  razas  y 
categorías  sociales.  Estaba  sujeto  como  todos  los  hospitales  juaninos  a  las  dis- 
posiciones de  las  leyes  de  la  Nueva  Recopilación.  Tenía  una  sala  para  hom- 
bres y  otra  para  mujeres,  atendida  ésta  por  enfermeras.  La  vida  del  hospital 
se  mantuvo  tranquila  durante  aproximadamente  medio  siglo.  A  partir  de 
1770  comenzaron  las  quejas  de  los  frailes  en  el  sentido  de  que  las  rentas  no 
eran  suficientes  para  mantener  a  los  enfermos,  a  ellos  y  reparar  el  edificio, 
que  amenazaba  ruina. 

En  el  informe  juanino  al  visitador  Pedro  Rendón  Caballero  en  1774,  se 
dice  que  el  Obispo  fundador,  dotó  al  hospital  con  2,000  pesos  más  el  noveno 
y  medio  de  los  diezmos  que  el  rey  le  había  concedido.  Esto  es  un  error,  pues 
sabemos  que  la  dotación  fue  de  20,000  pesos  más  el  noveno  y  medio  señalado. 

Para  estas  fechas  sus  bienes  habían  bajado  a  15,000  pesos  que  producían 
775  pesos  anuales  más  el  noveno  y  medio  que  les  daba  900  pesos  anuales.  O 
sea  que  el  hospital  tenía  cada  año  1,675  pesos,  con  lo  cual  sostenía  a  seis  reli- 
giosos y  doscientos  once  enfermos  de  ambos  sexos.  Además  había  una  entrada 
de  80  a  100  pesos  anuales  provenientes  de  la  limosna  publica.42 

Volvemos  a  tener  noticias  del  hospital  en  1780,  con  motivo  de  la  epidemia 
de  viruela  y  tabardillo  que  azotó  la  provincia.  Fue  entonces  el  Obispo  Polan- 

38  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  63. 

39  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  55. 

40  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  92. 

41  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  55-56. 

42  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  92-93. 


131 


co  quien  acudió  en  auxilio  de  los  enfermos  y  lo  hizo  a  través  del  hospital,  pro- 
veyéndolo de  ropa,  botica,  enfermeras,  criadas  y  alimentos.43 

Parece  ser  que  a  partir  de  esta  época  su  vida  mejoró  un  tanto,  por  la  ayuda 
obispal  que  abarcó  desde  la  reconstrucción  del  edificio  hasta  los  medios  de 
sostenimiento. 


Del  año  de  1787  a  1790  siendo  prior  Fray  Gregorio  de  León  y  Galera,  el 
movimiento  de  personas  y  capitales  fue  como  sigue: 
Movimiento  de  enfermos 


Entraron 

Salieron 

Murieron 

Existen 

hombres  de  todas  calidades 

225 

179 

23 

5 

mujeres  de  todas  calidades 

225 

182 

34 

9 

Total  de  enfermos 

450 

351 

57 

11 

Liquidación  de  cuentas 
Cargo  4238.6  rls. 
data  4454.0 


215.2 

Años  de  1790  a  1793 
Movimiento  de  enfermos 


Entraron 

Salieron 

Murieron 

Existen 

hombres  de  todas  calidades 

152 

117 

32 

3 

mujeres  de  todas  calidades 

253 

191 

53 

6 

Total  de  enfermos 

405 

308 

85 

9 

Liquidación  de  cuentas 
Cargo  3130 
data  3130 


igual  0000  44 

Estos  son  los  últimos  datos  que  tenemos  sobre  los  enfermos  y  los  bienes  del 
hospital. 

En  1793  sabemos  que  fue  nombrado  prior  Fray  Juan  Manzano  y  que  seis 
años  después  volvió  a  serlo  Fray  Gregorio  de  León  y  Galera,  que  ya  para 
entonces  estaba  muy  anciano,  tanto  que  en  1800  se  hizo  necesario  enviarle  un 
compañero  que  lo  ayudara. 

En  estas  fechas  la  orden  juanina  estaba  muy  escasa  de  personal  y  parece 

43  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  68. 

44  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  68. 


132 


ser  que  en  esta  insitución  sólo  mantenía  dos  frailes.  El  año  de  1807  murió 
en  el  Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Caridad  el  último  fraile  juanino  exis- 
tente en  él,  Fray  José  Mariano  Ortiz.45 

Pese  a  que  los  juaninos  desaparecieron,  el  hospital,  al  que  el  vulgo  llamaba 
San  Juan  de  Dios,  siguió  existiendo.  De  la  pobreza  en  que  se  hallaba  se 
ocupó  la  Sociedad  Económica  de  Chiapas,  en  cuyo  nombre  el  Lic.  José  Vi- 
ves presentó  ocurso  en  el  cabildo  del  3  de  abril  de  1819  y  en  otras  varias  oca- 
siones, haciendo  diversas  proposiciones  para  mejorar  su  economía.  Entre  éstas, 
una  era  el  que  se  pidiesen  limosnas  en  las  ferias  de  los  pueblos  circunvecinos 
y  otra  que  se  le  diesen  los  bienes  y  muebles  del  Hospital  de  Comitán  que  no 
tenía  enfermos.46 

Pero  según  parece  no  se  logró  gran  cosa  de  todo  lo  que  se  pretendió  y  el 
hospital  siguió  su  vida  mediocre  y  decadente. 

Hay  en  esta  época  de  1797  a  1811  una  sola  cosa  interesante,  la  parte  que 
el  hospital  tuvo  en  la  lucha  contra  la  llamada  "epidemia  de  tiña"  (tal  vez  el 
mal  del  pinto),  iniciada  por  el  Obispo  don  Fermín  José  de  Fuero  y  en  la 
cual  colaboró  con  cierta  eficacia  el  ilustre  médico  español  Dr.  José  Mariano 
Moriño.  El  Obispo  llegó  hasta  convertir  su  palacio  obispal  en  hospital  y  con- 
ceder indulgencia  a  los  que  ayudasen  de  algún  modo  a  la  campaña. 

En  1811  pretendió  el  Presidente  Gobernador  y  Capitán  General  de  Guate- 
mala, iniciar  nueva  campaña  siguiendo  el  método  curativo  que  Moriño  había 
empleado  a  su  paso  por  estas  tierras,  pero  aunque  se  le  informó  detalladamen- 
te de  la  enfermedad;  y  medicinas  para  combatirla,  se  le  hizo  saber  que  no 
tendría  éxito  porque  había  dos  razones  que  habían  impedido  la  total  desapari- 
ción, pese  al  éxito  del  método  de  Moriño,  la  primera  era  ¿quién  convencería 
a  los  indios  que  debían  curarse  una  enfermedad  que  no  los  molestaba  mayor- 
mente? y  la  segunda  era,  si  se  llegaba  a  convencerlos  ¿dónde  estaban  los  hos- 
pitales en  que  debían  recluirse  para  su  curación?  47  * 

Consumada  la  independencia  y  tras  los  cambios  políticos  que  a  ella  siguie- 
ron en  el  estado  de  Chiapas,  el  hospital  siguió  funcionando  en  manos  de  civi- 
les dependiendo  de  una  Junta  de  Caridad. 

En  el  año  de  1869  el  gobierno  federal  dio  al  del  estado  el  ex-convento  de 
las  monjas  Concepcionistas  de  la  Encamación,  para  que  en  él  estableciera 
una  escuela  de  niñas.  En  vez  de  ejecutarse  así,  lo  que  se  hizo  fue  permutar 
este  edificio  con  el  del  hospital  en  1874.  Esto  motivó  un  pleito,  pues  el  gobier- 
no de  Chiapas  no  había  tenido  la  propiedad  del  ex-convento,  sólo  su  uso  y 

45  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pag.  72. 

46  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  66-68. 

47  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Francisco,  Colección  de  documentos,  tomo  I,  pp.  72-82. 
*  Véase  para  mayores  datos  todos  los  documentos  de  Orozco  y  Jiménez,  T.  I,  pp. 

72-82. 


133 


por  otra  parte  Carlos  Thiel  y  Francisco  Lamberger  denunciaron  ambos  edifi- 
cios como  eclesiásticos,  para  que  se  les  adjudicaran,  en  cumplimiento  de  las 
leyes  de  reforma.  Pero  afortunadamente  consideró  el  gobierno  federal  más 
importante  que  el  interés  particular  de  los  denunciantes,  el  bien  común,  que 
reportaba  la  existencia  de  un  hospital  y  legalizó  la  propiedad  del  hospital 
sobre  su  nuevo  edificio^  reconociéndole  además  el  derecho  a  sus  solares  anti- 
guos. Así  en  lo  que  fue  convento  de  momas,  el  viejo  hospital  ha  seguido  fun- 
cionando hasta  nuestros  días.  Su  capital  actual  además  del  edificio  y  solares 
es  de  24,500  pesos. 

Desde  1942  el  hospital  quedó  comprendido  dentro  de  los  Servicios  Coordi- 
nados de  la  Federación.  Respecto  al  viejo  edificio  del  Hospital  de  N.  S.  de 
la  Caridad  o  San  Juan  de  Dios,  en  1883  el  gobierno  del  estado  lo  traspasó  al 
Ayuntamiento  de  la  ciudad  y  éste  en  1889  lo  vendió  a  Manuel  Carrascosa 
quien  en  el  mismo  mes  y  año  lo  vendió  a  Jorge  Wilson  y  así  ha  seguido  pa- 
sando de  unos  a  otros  particulares.48 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  o  San  Juan  de  Dios 

Pachuca,  Hidalgo 

En  ese  centro  minero  que  fue  Pachuca,  surgió  también,  a  principios  del 
XVIII,  un  hospital  dedicado  a  los  trabajadores  de  las  minas.  Los  vecinos,  el 
alcalde,  los  diputados  y  los  oficiales  reales,  todos  a  una,  solicitaron  del  Virrey 
Marqués  de  Casa  Fuerte  y  del  Arzobispo  de  México  limo.  Fray  José  de 
Lanciego  y  Eguilaz,  la  autorización  para  tener  un  hospital  de  San  Juan  de 
Dios  en  la  ciudad. 

Autorizó  el  Virrey  la  fundación  el  12  de  julio  de  1725,  sujetándola  a  la  ley 
V,  Tít.  IV  del  libro  I,  que  reglamentaba  las  actividades  de  los  juaninos.  Dio 
su  licencia  el  Arzobispo  el  3  de  noviembre  de  1725,  en  documento  que  con- 
cretaba los  derechos  de  la  jurisdicción  eclesiástica  sobre  la  institución. 

Para  la  erección  del  hospital  no  se  contaba  con  más  bienes  que  una  capilla 
llamada  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe,  que  iba  a  ser  la  iglesia  del  hospi- 
tal. Titular  que  al  mismo  tiempo  pasaba  a  serlo  de  toda  la  institución.  Anexo 
a  ella  se  iba  a  levantar  el  hospital.  Con  el  fin  de  sostenerlo,  los  mineros  se 
comprometieron  a  dar  "un  partido  en  las  minas".  Todo  lo  demás  que  hiciera 
falta  tendrían  que  conseguirlo  los  juaninos  de  limosna. 

4S  Datos  tomados  del  archivo  del  hospital  por  el  Sr.  Lic.  don  José  Franco  a  quien 
damos  las  gracias. 


134 


Pese  a  que  los  frailes  sabían  que  la  dotación  del  hospital  era  insegura  y  tal 
vez  insuficiente,  se  lanzaron  a  realizar  la  fundación,  fiados  en  la  Divina  Pro- 
videncia. Llegados  a  Pachuca  se  dieron  a  la  tarea  de  recabar  limosnas.  El 
pueblo  fue  generoso  con  ellos  y  pronto  se  pudo  construir  la  enfermería,  habi- 
tación de  los  frailes  y  hasta  una  nueva  iglesia.49 

¿Por  qué  no  utilizaron  los  frailes  la  vieja  iglesia  que  se  les  daba?  No  lo 
sabemos,  pero  que  ellos  hicieron  una  nueva  es  indudable,  pues  en  la  informa- 
ción al  visitador  lo  declararon  categóricamente. 

Esta  iglesia  según  ese  informe  de  1774  era  bien  grande  y  tenía  ocho  altares, 
de  los  cuales,  el  mayor  tenía  su  retablo  tallado  y  dorado,  los  restantes  eran 
altares  de  lienzo,  con  buenas  pinturas.  En  todos  había  santos,  estofados  y  de 
vestir.  Completaban  el  mobiliario  las  bancas,  púlpitos  y  confesonarios.  La 
sacristía  era  amplia  y  estaba  bien  provista.50  El  templo  era  de  una  sola  nave 
con  planta  en  forma  rectangular.  Lo  cubría  una  "bóveda  de  cañón  seguido 
con  lunetas,  sostenida  por  arcos  que  asientan  en  pilastras,  además  de  una 
cúpula  semiesf erica  con  pechinas  y  linternilla".  Tenía  dos  portadas,  la  una 
viendo  al  norte  que  era  la  parte  lateral  de  la  iglesia  y  la  otra  al  oriente  que 
era  la  entrada  principal.  El  piso  de  la  iglesia  era  de  madera.51 

El  hospital  era  una  construcción  de  dos  plantas  con  amplios  corredores, 
patios  y  jardines.  Había  en  él  habitaciones  para  los  frailes,  las  oficinas  pro- 
pias de  todo  hospital  y  solamente  una  sala  de  enfermos,  pues  no  se  recibían 
mujeres,  por  entonces.  Todo  lo  necesario  al  servicio  de  los  pacientes  había  en 
ella,  desde  camas,  colchones  y  frazadas  hasta  un  altar.  Los  bienes  del  hospital 
en  esta  época  eran  dinero  colocado  a  rédito  y  limosnas.  Los  10,000  colocados 
a  censo  producían  500  pesos  anuales,  las  limosnas  y  obvenciones  le  producían 
de  1,000  a  1,300  pesos  anuales.  Por  lo  que  los  frailes  consideraban  tener  anual- 
mente 1,700  pesos  de  ingresos.52 

No  sabemos  exactamente  en  que  año  empezó  a  funcionar,  pero  supone- 
mos que  fue  desde  la  primera  mitad  del  XVIII. 

Anualmente  se  atendían  en  el  hospital  alrededor  de  doscientos  sesenta  y  dos 
enfermos.53  El  hospital  tenía  diariamente,  catorce  encamados.54 

La  orden  sostenía  para  el  cuidado  de  los  enfermos  de  este  hospital  de  N. 
S.  de  Guadalupe,  cuatro  religiosos,  de  los  cuales  uno  era  sacerdote.  Sin  em- 
bargo, ellos  mismos  consideraban  que  su  personal  era  escaso  y  pidieron  al 
Visitador  en  1774  que  aumentara  su  número  a  seis. 

49  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  107-108. 

00  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  7-14. 

81  Catálogo  de  Construcciones  Religiosas  del  Estado  de  Hidalgo,  tomo  II,  pag.  92. 

62  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  107-108. 

03  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  107-108. 

64  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  8. 


135 


Los  servicios  que  los  frailes  prestaron  a  los  enfermos  fueron  eficientes  en 
este  hospital.  Así  lo  reconocieron  las  autoridades  civiles,  Oficiales  Reales  y 
diputados,  de  la  ciudad  de  Pachuca,  cuando  el  Virrey  Bucareli  pidió  le  in- 
formasen si  era  útil  allí  la  existencia  de  los  hermanos  de  San  Juan  de  Dios. 
Todos  aseguraron  que  era  útil  y  necesaria  su  presencia,  pues  atendían  bien 
a  los  enfermos  y  no  había  razón  para  quitarlos. 

Sin  embargo,  había  algo  en  que  tanto  las  autoridades  del  lugar,  como  el 
Visitador  Pedro  Rendón  Caballero,  estuvieron  de  acuerdo  en  criticarles,  esto 
es  el  desorden  en  el  manejo  de  su  contabilidad  que  redundaba  en  perjuicio  de 
la  economía  del  hospital.  El  visitador  en  1774  los  conminó  a  poner  orden  ex- 
plicándoles pormenorizadamente  cómo  debían  hacerlo.  Las  autoridades  de 
la  ciudad  en  1776  pidieron  al  Virrey  se  les  obligase  a  dar  cuentas  al  gobierno 
una  vez  al  año. 

La  vida  del  hospital  se  amplió  a  principios  del  siglo  XIX,  con  motivo  de 
haberse  establecido  en  él  una  enfermería  de  mujeres.  Fue  el  Virrey  Arzobispo 
Lezama  y  Beaumont  quien  la  costeó,  poniéndose  en  uso  el  8  de  septiembre 
de  1809. 

Una  sala  de  mujeres  en  el  hospital  era  de  urgente  necesidad.  Al  establecerla 
el  señor  Montes  de  Oca  no  quiso  que  se  menoscabase  el  poco  dinero  que  se 
tenía  para  la  sección  de  hombres,  dividiéndolo  entre  las  dos  salas,  por  ello  fue 
que  a  ésta  la  dotó  con  capital  propio.  Así  encontramos  diversos  informes  del 
Ministro  de  la  Rl.  Hacienda  de  Pachuca,  en  los  que  dice  al  limo.  Sr.  Virrey 
que  siguiendo  sus  órdenes  ha  dado  dinero  para  la  sala  de  mujeres  del  hospi- 
tal. Por  ejemplo  el  20  de  enero  de  1810  dice  que  les  dio  300  pesos  y  el  17  de 
febrero  del  mismo  año  informa  que  ha  colocado  a  censo  18,000  pesos  al  6% 
en  favor  de  la  dicha  enfermería. 

El  hospital  tenía  para  estas  fechas  otras  fuentes  de  ingreso  como  eran: 
20,000  colocados  a  censo,  sobre  los  bienes  del  Conde  de  Regla,  los  impuestos 
sobre  la  renta  del  tabaco  y  limosnas. 

No  sabemos  a  qué  grado  afectó  la  vida  del  hospital  la  supresión  de  la  orden 
juanina  que  decretaron  las  cortes  de  España,  pero  el  hospital  siguió  funcio- 
nando muchos  años  más.  Fue  en  1837  cuando  se  le  clausuró.  Volvió  a  abrirse 
en  1852  y  siguió  prestando  servicios  hospitalarios  hasta  1869  en  que  se  le  ce- 
rró definitivamente.  Ocurrió  que  varias  destacadas  personas  de  Pachuca  pi- 
dieron al  gobierno,  locales  para  establecer  el  Instituto  Científico  y  Literario 
del  Estado  y  la  Escuela  de  Artes  y  Oficios.  El  gobernador  les  concedió  para 
ello  el  edificio  del  viejo  hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Se  hicieron  las  adap- 
taciones necesarias  para  ponerlo  en  uso  escolar  inmediatamente.  Esto  empezó 
a  transformar  el  edificio.  Luego  en  1877  para  establecer  allí  el  observatorio 
meteorológico  se  le  hicieron  nuevas  obras.  En  1897  se  hizo  una  total  transfor- 
mación del  edificio  que  llegó  hasta  cambiar  la  fachada.  La  capilla  fue  divi- 


136 


dida  en  dos,  haciéndose  un  piso  intermedio  a  la  altura  del  coro.  Finalmente 
ya  en  nuestra  época  se  le  agregó  al  sur  una  nueva  construcción  dedicada  a 
Escuela  Politécnica.55 


Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
Tehuacán,  Puebla 

El  6  de  abril  de  1742  los  "vecinos  y  moradores"  de  Tehuacán,  dirigieron 
una  petición  al  rey,  suplicando  que  les  permitiera  la  fundación  de  un  hospi- 
tal, pues  no  había  ninguno  en  la  ciudad  y  sí  gran  necesidad  de  él,  como  lo 
demostraba  la  epidemia  de  matlazahual  del  año  de  1741.  Terminaban  la  pe- 
tición precisando  que  querían  que  dicho  hospital  fuese  atendido  por  los 
juaninos.56 

El  presbítero  don  Andrés  de  Mesa  había  dejado  por  testamento,  un  terre- 
no y  6,000  pesos  para  comenzar  la  construcción  de  un  hospital  en  un  sitio 
llamado  La  Laja,  entre  Jalapa  y  Veracruz.  Nombró  albacea  testamentario  a 
su  hermano  el  Capitán  Francisco  de  Mesa.  Este  luchó  hasta  su  muerte  por 
realizarlo,  mas  no  pudiendo,  dejó  ordenado  que  al  menos  se  hiciese  en  Te- 
huacán. Su  viuda,  que  lo  fue  Gertrudis  de  Beristáin,  donó  otros  6,000  pesos 
con  el  mismo  fin  en  1744.  De  éstos  sólo  se  obtuvieron  4,000  pues  los  2,000 
situados  en  el  trapiche  de  Santa  Teresa,  perteneciente  a  sus  herederos,  no  se 
pudieron  cobrar.  Enterados  los  juaninos  de  los  deseos  de  los  vecinos  de  Te- 
huacán y  sabedores  de  que  había  ya  terreno  y  10,000  pesos,  se  dirigieron  por 
medio  de  Fray  José  Alonso  Mayoral,  comisario  general  de  la  orden,  al  fiscal 
de  la  Rl.  Audiencia  de  México,  explicándole  que  el  pueblo,  los  curas  y  los 
alcaldes  habían  pedido  la  fundación  del  hospital  de  Tehuacán,  que  había 
sitio,  dinero  y  que  de  acuerdo  con  las  Rls.  Cédulas  (27  de  marzo  de  1606, 
10  de  agosto  de  1602)  y  las  bulas  pontificias,  ya  estaban  autorizados  de  ante- 
mano para  fundar  hospitales. 

El  fiscal  de  la  audiencia  estuvo  de  acuerdo  y  por  ende,  el  Virrey  Conde  de 
Fuenclara  aceptó  dar  su  licencia,  que  concedió  el  14  de  abril  de  1744.  Igual 
hizo  el  Obispo  de  Puebla,  en  cuya  jurisdicción  iba  a  erigirse,  el  9  de  julio  de 
1744.57 


65  Catálogo  de  Construcciones  Religiosas  del  Estado  de  Hidalgo,  tomo  II,  pp.  88-92. 

86  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  56,  Exp.  11. 

67  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  74,  Exp.  3  y  tomo  56,  Exp.  12. 


137 


No  sabemos  exactamente  en  qué  año  empezó  a  funcionar  pero  parece  que 
fue  poco  después  ele  haberse  obtenido  las  licencias. 

El  Pbro.  Juan  Gonzalo  de  Mesa  le  dio  su  casa  en  la  cual  haciéndose  adapta- 
ciones se  estableció  el  hospital,  la  habitación  de  los  frailes  y  una  pequeña 
capilla  provisional. 

La  vida  del  hospital  empezó  a  desarrollarse  en  medio  de  gran  pobreza.  Los 
vecinos  de  la  ciudad  tratando  de  remediarla  la  hicieron  diversas  donaciones 
que  sumaron  800  pesos  primero  y  más  tarde,  o  sea  en  1774,  5,200  pesos  que 
puestos  a  rédito  dieron  270  pesos  anuales.  Esto  desde  luego  no  podía  alcanzar 
para  sostener  a  los  enfermos,  a  los  frailes  y  comprar  medicinas,  por  lo 
que  los  vecinos  dispusieron  costear  la  manutención  de  los  enfermos,  distribu- 
yéndose el  cargo  por  días.  Sin  embargo,  el  número  de  vecinos  pudientes  no 
alcanzó  a  cubrir  todos  los  días  del  mes,  sino  sólo  veinte  o  veintiuno.  Había 
nueve  o  diez  días  en  que  los  enfermos  pasaban  hambre.  Durante  cierta  época, 
don  Francisco  Gil,  compadecido  de  ellos,  los  alimentó  en  esos  días  vacos.  El 
quedar  la  vida  económica  del  hospital  en  manos  y  al  arbitrio  de  la  voluntad 
de  ciertos  vecinos,  hizo  que  sus  servicios  fuesen  siempre  deficientes. 

La  alimentación  de  los  enfermos,  cuando  la  había,  consistía  en  chocolate 
y  pan  como  desayuno,  caldo,  carne  y  pan  por  comida,  por  la  noche  atole  y 
pan.58 

En  la  época  de  la  Visita  de  Fray  Pedro  Rendón  el  hermano  Mayor  del 
hospital  informó  que  se  sostenían  en  el  hospital  doscientos  cinco  enfermos  y 
de  cuatro  a  seis  religiosos  anualmente.59 

Los  enfermos  atendidos  en  este  hospital  eran  solamente  hombres,  de  todas 
clases  y  razas.  A  todos  se  les  atendía  en  la  única  enfermería  que  existía.  Así 
estaban  juntos  infecciosos  y  heridos. 

En  cuestión  de  servicios  clínicos  prevalecía  la  misma  situación.  En  los  años 
que  siguieron  inmediatos  a  la  fundación,  tanto  los  vecinos  como  los  frailes  se 
esmeraron  en  que  los  enfermos  estuviesen  bien  atendidos.  Treinta  años  des- 
pués o  sea  hacia  1775  lo  encontramos  en  absoluta  decadencia:  la  cosa  se  había 
acentuado  a  causa  del  prior  Fray  Francisco  Quiñones.  Este  fue  un  fraile  típi- 
co de  la  época  de  relajación.  Dilapidaba  las  limosnas,  dejando  a  los  enfermos  sin 
alimentos  ni  medicinas.  Había  empeñado  los  vasos  sagrados  y  no  se  adminis- 
traban los  sacramentos  a  los  enfermos.  En  cambio  había  abierto  juego  público 
en  el  hospital  y  pasaban  el  tiempo  en  embriagueces  y  otros  escandalosos  vicios. 
Esto  desde  luego  llamó  la  atención  de  los  buenos  vecinos  y  autoridades,  quie- 
nes se  quejaron  al  Visitador  Pedro  Rendón  Caballero.  Fray  Francisco  Quiño- 
nes y  sus  frailes  fueron  separados  del  hospital,  que  se  puso  en  manos  de  tres, 

58  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  74,  Exp.  3. 

w  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  108. 


138 


frailes,  que  fueron  llevados  de  otro  hospital  a  Tehuacán.  00  La  situación  cam- 
bió radicalmente  pero  siguió  existiendo  en  él  el  grave  problema  de  la  pobreza. 

En  esta  segunda  época  del  hospital  hay  un  serio  intento  por  mejorar  total- 
mente los  servicios,  comenzando  por  la  reconstrucción  del  edificio.  En  1790 
se  inician  las  obras  que  abarcan:  la  reedificación  de  la  iglesia  y  del  hospital. 
Los  trabajos  quedaron  a  cargo  de  Joaquín  Quintero,  maestro  mayor  de  la 
ciudad,  quien  hizo  los  planos  y  calculó  a  la  obra  un  costo  de  25,000.C1 

Los  vecinos  prometieron  ayuda  y  los  frailes  se  apresuraron  a  pedir  permiso 
para  colectar  limosnas  en  todos  los  pueblos  a  los  que  el  hospital  favorecía, 
o  sea  no  sólo  en  Tehuacán,  sino  en  los  que  quedaban  en  el  camino  a  Vera- 
cruz,  Oaxaca  y  la  Mixteca.  También  planearon  una  rifa  de  a  medio  real  el 
billete.  Pero  resultó  que  al  pedir  la  licencia  las  autoridades  se  enteraron  de 
que  se  estaba  haciendo  una  iglesia  y  un  hospital  sin  autorización  alguna  y 
suspendieron  la  obra  el  3  de  septiembre  de  1791.  Se  acudió  al  rey,  se  enviaron 
papeles  informativos,  consiguiéndose  finalmente  la  Rl.  Cédula  del  16  de  mayo 
de  1792,  dada  en  Aranjuez,  por  medio  de  la  cual  el  rey  autorizó  que  se  re- 
cogieran limosnas  y  se  prosiguiese  la  obra.  Su  majestad  ponía  solamente  dos 
requisitos:  que  la  iglesia  fuera  modesta,  pero  decente,  para  que  en  ella  pu- 
diese estar  el  Santísimo  y  que  al  concluirse  las  obras,  no  se  pidiese  más  limos- 
na. 62 

Aunque  no  tenemos  datos  precisos  sobre  cuándo  se  concluyeron  las  obras, 
sabemos  que  para  la  fecha  en  que  se  realizó  nuestra  independencia,  el  hospi- 
tal estaba  en  uso,  lo  mismo  que  la  parte  de  residencia  de  los  juaninos,  la 
capilla  e  inclusive  el  panteón. 

La  orden  dimanada  de  las  Cortes  Españolas  respecto  a  la  supresión  de  las 
órdenes  hospitalarias  dada  en  octubre  de  1820  no  afectó  de  inmediato  a 
los  juaninos,  como  tampoco  se  cumplió  la  del  21  de  febrero  de  1821  que  or- 
denaba a  los  ayuntamientos  hiciesen  cargo  de  los  hospitales  apoderándose 
de  los  bienes  que  les  pertenecían  para  su  administración  y  servicio  de  las 
instituciones.  La  razón  de  esto  fue  el  temor  de  favorecer  con  ello  a  la  inde- 
pendencia. Una  vez  realizada  ésta,  el  ayuntamiento  de  Tehuacán  se  encontró 
en  1722  con  que  el  anciano  Fray  José  María  Rivera,  último  juanino  que  había 
en  el  hospital  lo  había  ya  abandonado  a  causa  de  una  enfermedad  mental. 
No  hubo  entonces  más  remedio  que  el  que  pasase  al  cuidado  del  municipio. 
Todos  los  ornamentos,  vasos  sagrados  y  demás  objetos  que  se  utilizaban  en 
los  servicios  del  culto,  de  la  capilla  se  transladaron  a  la  Capilla  del  Cabildo 


A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  74,  Exp.  3. 
A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  56,  Exp.  12. 
A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  56,  Exp.  12. 


139 


en  la  que  se  siguió  celebrando  por  muchos  años  la  fiesta  de  San  Juan  de  Dios, 
que  costeaba  el  propio  ayuntamiento.  03 

El  hospital  siguió  funcionando  a  cargo  del  mismo  ayuntamiento  y  aunque 
en  cierta  ocasión  los  franciscanos  pidieron  se  les  diese  el  convento  de  San 
Juan  de  Dios,  se  les  negó  en  virtud  de  que  éste  no  era  propiamente  tal  sino 
hospital  que  no  se  podía  suprimir.  64 

Finalmente  el  mismo  año  de  1822  el  panteón  privado  de  la  institución  fue 
convertido  en  panteón  municipal.65 


Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores  o  San  Juan  de  Dios 

Izúcar,  Puebla 

El  vecindario  del  pueblo  de  Izúcar,  Pue.,  que  se  hallaba  compuesto  por 
españoles  e  indios,  se  puso  de  acuerdo  para  realizar  la  fundación  de  un  hos- 
pital que  estuviese  a  cargo  de  los  hermanos  de  San  Juan  de  Dios.  Los  jueces 
y  curas  del  pueblo  los  apoyaron  en  su  pretensión. 

Dos  licencias  necesitaban,  la  del  Virrey  y  la  del  Obispo  de  Puebla  y  una 
aceptación,  la  del  P.  Comisario  de  la  orden  de  San  Juan  de  Dios.  Las  Razo- 
nes que  daban  para  desear  la  fundación  era  que  no  había  en  Izúcar  hospital 
alguno,  ni  había  médicos,  ni  medicinas,  ni  nadie  que  amparase  a  los  indios 
enfermos.  En  los  escritos  que  el  cura  Fray  Salvador  Arratia,  el  prior  del  Con- 
vento de  Santo  Domingo,  Fray  Domingo  Antonio  Carranza,  el  gobernador, 
los  Alcaldes  y  Regidores  dirigieron  a  las  autoridades,  se  hacía  especial  men- 
ción del  desamparo  en  que  habían  muerto  los  indios  a  causa  de  las  epidemias. 

Varios  vecinos  ricos  del  pueblo,  erogando  diversas  cantidades,  lograron  reu- 
nir 8,000  para  la  erección  del  hospital.66  Las  solicitudes  se  enviaron  al  Comi- 
sario de  la  Orden  Juanina,  quien  aceptó  enviar  cuatro  religiosos  para  dedi- 
carse al  cuidado  de  los  enfermos,  dar  con  el  dinero  reunido,  servicio  para 
ocho  camas  y  someterse  a  las  disposiciones  sobre  hospitales  juaninos  conte- 
nidas en  la  ley  V,  tít.  IV,  lib.  lo.  de  la  Nueva  Recopilación.  67 

El  5  de  junio  de  1743  el  Virrey  don  Francisco  de  Güemes  y  Horcasitas  con- 
cedió la  licencia,  aceptando  que  quedase  a  cargo  de  los  frailes,  pero  advir- 
tiendo que  no  debía  ser  como  lo  deseaba  el  Comisario  de  la  orden,  convento- 

63  Paredes  Colín,  J.,  Apuntes  Históricos  de  la  Ciudad  de  Tehuacán,  pag.  175. 

04  Paredes  Colín,  J.,  Apuntes  Hostóricos  de  la  Ciudad  de  Tehuacán,  pag.  177. 

65  Paredes  Colín,  J.,  Apuntes  Históricos  de  la  Ciudad  de  Tehuacán,  pag.  174. 

06  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  61,  Exp.  2. 

67  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  90-91. 

140 


hospital,  sino  solamente  hospital  y  que  el  título  de  quien  lo  gobernara  debía 
ser  el  de  Hermano  Mayor  y  no  Prior.  Concedió  el  Virrey  permiso  para  que 
tuviese  iglesia  propia  y  ordenó  finalmente  que  los  capitales  reunidos  se  colo- 
casen en  una  sola  finca  para  su  más  fácil  administración. 

El  23  de  julio  del  mismo  año  de  1748  el  limo.  Señor  don  Pantaleón  Alvarez 
y  Abreu,  Obispo  de  Puebla,  concedió  en  la  ciudad  de  T'ehuacán  su  licencia 
de  acuerdo  con  las  disposiciones  del  Virrey,  añadiendo  además  órdenes  que 
atañían  a  su  jurisdicción,  como  lo  fueron,  el  que  la  gente  que  teniendo  di- 
nero muriera  en  el  hospital  pagara  al  párroco  derechos  de  entierro  y  que  el 
Capellán  que  fuese  del  hospital  supiese  hablar  castellano  y  mexicano,  puesto 
que  indios  principalmente,  se  iban  a  atender  allí. 

Desde  el  30  de  mayo,  el  Comisario  juanino,  al  aceptar  que  sus  hermanos 
hicieran  la  fundación,  había  nombrado  a  Fray  Blas  de  Sandoval,  para  que 
realizase  los  trámites  necesarios.  Fray  Blas,  teniendo  ya  las  licencias  del  Vi- 
rrey, arzobispo  y  comisario,  se  presentó  el  6  de  agosto  del  dicho  1748,  ante  el 
alcalde  mayor  de  Izúcar.  Allí  se  organizó  inmediatamente  una  solemne  cere- 
monia que  se  inició  frente  a  las  casas  reales.  Se  citó  al  pueblo  "con  banderas 
caxas  y  clarines"  y  ya  reunido  fueron  autoridades,  frailes  y  vecinos,  hacia  el 
sitio  donado  para  hospital  y  llegados  allí  "el  alcalde  mayor  y  el  alguacil  ma- 
yor lo  tomaron  (a  Fray  Blas)  de  las  manos  y  dijeron  que  en  nombre  de  S.  M. 
(que  Dios  guarde)  sin  perjuicio  de  tercero  le  daban  y  dieron  a  dicha  reli- 
gión de  Señor  San  Juan  de  Dios  y  en  su  nombre  a  su  Paternidad,  posesión.  .  ." 
"En  cuya  señal  y  acto  de  posesión  el  dicho  Revdo.  Padre  arrancó  yervas,  mu- 
dó piedras  de  un  lado  a  otro.  .  ."  "con  lo  cual  quedó  dicha  Religión  en  pose- 
sión, la  que  tomó  quieta  y  pacíficamente  sin  contradicción  alguna".68 

Pronto  se  iniciaron  las  obras  de  edificación  del  hospital  y  en  cuanto  fue 
concluido,  empezaron  los  frailes  a  ejercer  su  caritativo  ministerio. 

La  iglesia  se  quedó  a  medio  hacer.  El  hospital  sí  se  concluyó,  pero  debe 
haber  sido  como  todas  las  construcciones  del  pueblo,  de  adobe  y  por  tanto 
poco  resistente,  pues  hacia  1770  se  hallaba  en  ruinas.  Los  vecinos  atribuían 
esto  al  descuido  en  que  los  frailes  tenían  la  institución,  pues  nunca  se  ocupa- 
ban en  hacerle  obras  de  conservación.69 

Hacia  1784  las  cosas  cambiaron,  hubo  un  juanino,  Fray  Juan  Fernández 
que  se  propuso  poner  en  orden  las  cosas.  Hizo  el  templo  y  reparó  todo  el 
hospital.70 

En  1792  el  hospital  estaba  nuevamente  cayéndose.  Los  vecinos  decían  en  la 
solicitud  de  licencia  para  rehacerlo,  que  no  era  más  que  "una  cuadra  ruinosa". 

88  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  62,  Exp.  3  y  14. 
68  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  4. 
70  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  49,  Exp.  8. 


141 


Para  reconstruirlo  cooperaron  todos  los  vecinos,  se  dividió  el  pueblo  en  dos 
zonas  y  en  cada  una  se  nombró  un  jefe  encargado  de  recoger  limosnas.  Tam- 
bién las  mujeres  colaboraron  activamente,  parecía,  dicen,  una  competencia 
por  dar  más  y  más  al  hospital.  Así  se  reunió  poco  a  poco  cal,  arena  y  piedra, 
madera,  en  fin  los  materiales  que  se  necesitaban  para  la  construcción.  Sin 
embargo,  no  eran  aún  suficientes,  porque  el  pueblo  era  pobre.  Entonces  se 
organizaron  corridas  de  toros  en  las  calles  (sin  matar  al  toro,  y  los  toreros 
eran  los  vaqueros  de  la  región),  representaciones  de  comedias  y  mogigatas, 
para  recabar  fondos.  Esto,  en  medio  de  las  protestas  escandalizadas  de  los 
franciscanos,  que  las  tachaban  de  "execrables  pecados".  71 

Como  recordaremos,  fue  compromiso  contraído  por  los  juaninos  desde  la 
fundación  del  hospital,  mantener  en  servicio  ocho  camas.  En  algunas  épocas 
lo  cumplieron,  en  otras  no,  por  la  pobreza  de  la  institución,  como  demostra- 
remos más  adelante.  En  el  informe  dado  al  visitador  Fray  Pedro  Rendón  Ca- 
ballero, dice  el  Hermano  Mayor  Fray  Pedro  Velázquez  que,  de  1771  a  1774 
habían  atendido  cien  enfermos,  de  los  cuales  diez  y  ocho  habían  muerto.72 

Hay  una  información  del  subdelegado  de  Izúcar  al  Virrey  en  la  que  dice 
que  de  1775  a  1792  habíanse  recibido  tres  mil  seiscientos  cuarenta  y  siete  en- 
fermos de  los  cuales  habían  sanado  dos  mil  novecientos  cincuenta  y  seis  y 
muerto  seiscientos  noventa  y  uno  73  o  sea  que  el  promedio  anual  de  enfermos 
atendidos  considerados  en  diez  y  siete  años  era  de  doscientos  catorce  y  fracción. 

Tal  vez  este  aumento  en  número  de  personas  atendidas  en  el  hospital  fue 
lo  que  hizo  en  1792  que  todo  el  pueblo  se  interesara  en  rehacer  el  ruinoso 
edificio.  Respecto  del  servicio  a  los  enfermos,  la  orden  juanina  sostuvo  prime- 
ro los  cuatro  frailes  prometidos,  éstos  en  1774  se  habían  reducido  a  dos.74  y 
a  veces  sólo  había  uno.  75 

Hubo  épocas  de  buena  atención,  cuando  había  suficientes  frailes  y  cuando 
entre  ellos  había  buenos  médicos,  por  ejemplo  el  Padre  Fray  Pedro  Velázquez 
en  1774  y  Fray  Juan  Antonio  Fernández  en  1784.  Ambos  frailes  ejercían 
la  profesión  médica  también  fuera  del  hospital,  pues  como  no  había  mé- 
dicos, ni  medicinas  fuera  de  él,  los  frailes  eran  los  médicos  de  toda  la  re- 
gión proporcionando  también  las  medicinas  dentro  y  fuera  del  hospital.  Por 
estas  razones,  la  salida  de  los  frailes  tenía  ventajas  para  el  pueblo  pero  tam- 
bién la  desventaja  de  que  dejaban  abandonados  a  los  enfermos  del  hospital. 
De  ello  se  quejaron  los  vecinos  quienes  decían,  en  1775,  que  generalmente  no 
había  ningún  fraile  en  el  hospital,  pues  todos  salían,  dejando  sólo  para  aten- 

71  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  62,  Exp.  3-14. 

72  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  56-59. 

73  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  62,  Exp.  3. 

74  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pp.  90-91. 

75  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  4. 


142 


der  a  los  enfermos  a  un  mozo  "que  les  untaba  las  medicinas".  La  salida  de 
los  frailes  para  atender  enfermos  particulares  servía  también  como  fuente  de 
ingresos  del  hospital.  Como  tal  la  había  tomado  hacia  1775  Fray  Pedro  Ve- 
lázquez,  tanto  que  el  Visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caballero  tuvo  que  lla- 
marle la  atención,  pues  no  le  pareció  que  los  déficits  del  hospital  se  pagaran 
con  la  constante  cura  a  personas  ricas.  Fray  Juan  Antonio  Fernández  en 
cambio  parece  que  supo  guardar  el  equilibrio  debido  y  tenía  su  labor  como 
un  ministerio  de  caridad  ante  todo.  Atendía  a  sus  enfermos  en  el  hospital  y 
ya  vimos  arriba  que  a  él  se  debió  la  restauración  del  edificio  y  su  hermosísima 
iglesia  con  su  portada  churriguera  hecha  toda  con  adobe  y  argamasa,  presentes 
siempre  tenía  a  los  pobres  que  no  podían  asistir  a  él,  saliendo  entonces  a  visi- 
tarlos en  sus  casas,  sin  despreciar  tampoco  a  los  ricos  que  sufrían.  Fray  Juan 
Antonio  fue  el  fraile  más  querido  y  apreciado  por  los  lugareños  pues  a  sus  vir- 
tudes como  religioso  añadía  profunda  "instrucción  médica  y  quirúrgica".  70 

El  gran  obstáculo  para  un  buen  servicio  en  el  hospital  fue  siempre  la  pobre- 
za, que  se  aumentó  cuando  estuvo  atendido  por  frailes  relajados.  Hubo  por 
ejemplo  entre  éstos  uno  que  se  jugó  (y  perdió  naturalmente)  1,000.00  pe- 
sos que  le  habían  donado  al  hospital.  Cantidad  que  en  aquellos  tiempos 
era  muy  alta.77 

En  el  informe  dado  al  Visitador  Padre  Rendón  Caballero,  se  hace  el 
siguiente  balance,  de  1771  a  1774  la  Data  había  sido  de  1486.2 

el  Cargo  había  sido  de  1330.6 


Alcance  contra  el  Convento         155.4  78 

Déficit  que  el  Padre  Velázquez  cubría  como  dijimos,  con  las  pagas  de 
ricos. 

Al  hacerse  la  exposición  resumida  de  todos  los  informes  de  hospitales 
juaninos,  los  frailes  atribuyen  a  éste  136.00  pesos  de  renta  y  90.00  de  limosnas. 

El  informe  del  cura  dado  al  Virrey  Revillagigedo  en  la  misma  época  1771- 
1775,  consigna  datos  semejantes.  Producto  de  bienes  del  hospital  anuales, 
140.00  pesos,  más  rentas  de  unas  casillas  y  las  limosnas  que  producen  de  60.00 
a  70.00  pesos.  Si  a  estas  cortas  rentas  añadimos  la  necesidad  de  constantes 
reparos  al  hospital,  entenderemos  por  qué  aunque  había  ocho  camas  a  veces 
sólo  se  recibían  tres  enfermos.  79  Por  esto  fue  también  que  en  1792,  cuando 
el  pueblo  en  masa  se  aprestó  a  reconstruir  su  hospital  se  iniciaron  instancias 

70  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  4;  tomo  49,  Exp.  8.  Velazco  Ceba- 
llos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  56-59. 

77  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  4.  "Informe  del  Cura.  .  . 

78  Velazco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  56-59. 

79  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60,  Exp.  4. 


143 


para  dotarlo  de  mayores  bienes.  El  gobierno  virreynal  pidió  al  Sub-delegado 
de  Izúcar  le  informara  qué  arbitrios,  de  los  que  tenía  el  pueblo,  se  podían 
tomar  para  sostenerlo.  Tras  los  informes  respectivos  se  aprobó  por  decreto 
del  20  de  febrero  de  1794  que  se  colectasen  limosnas  y  se  le  diese  el  impuesto 
de  medio  real  que  pagaba  cada  puesto  del  tianguis,  a  más  del  ingreso  de 
los  pilones  de  cada  tienda.80 

El  hospital  reconstruido  ya  y  con  una  mejor  dotación  pudo  seguir  prestando 
más  eficientes  servicios.  Así  lo  encontró  el  siglo  XIX. 

Actualmente  está  prestando  servicios  pues  hace  pocos  años  se  le  reparó  ha- 
bilitándolo de  buena  sala  de  operaciones. 


Expansión  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  el  siglo  XVIII 


N.  S.  de  los  Desamparados  o  San 

Juan  de  Dios. 
México,  D.  F. 


r  Sta.  Catarina  Mártir  o  San  Juan  de  Dios. 
Oaxaca,  Oax.  1702. 

Ntra.  Sra.  de  la  Caridad. 

San  Cristóbal  las  Casas,  Chiapas,  1712. 

Ntra.  Sra.  de  Guadalupe. 
Pachuca,  Hidalgo.  1725. 

San  Juan  de  Dios. 

Tehuacán,  Puebla,  hacia  1744. 

Ntra.  Sra.  de  los  Dolores. 
Izúcar,  Puebla,  hacia  1748. 


Estos  hospitales  se  suman  a  los  ya  mencionados  del  siglo  anterior. 


80  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  62,  Exp.  3  y  10. 


144 


Detalle  que  muestra  la  riqueza  ornamental  del  churriguera  en  la  iglesia  del  Hospital 
de  San  Juan  de  Dios  de  Izúcar,  Puebla.  (Foto  G.G.M.). 


CAPITULO  X 


HOSPITALES  DE  LOS  HERMANOS  DE  NUESTRA  SEÑORA  DE 
BELEM  EN  EL  SIGLO  XVIII 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belem 
Guanajuato,  Gto. 

Hasta  principios  del  XVIII  no  había  en  la  opulenta  ciudad  de  Guanajuato 
un  hospital  para  pobres  enfermos  de  todas  razas.  Aunque  otro  tipo  de  hos- 
pitales sí  los  había  habido  desde  tiempos  del  limo,  don  Vasco  de  Quiroga  * 
y  allá  cuando  comenzaba  a  desarrollarse  el  laborío  de  las  minas  guanajua- 
tenses.  La  llegada  de  numerosos  indígenas  que  de  diversos  pueblos  eran 
sacados,  para  echarlos  al  trabajo  minero,  hizo  surgir  cuatro  hospitales; 
pero  hospitales  en  el  sentido  medioeval  de  la  palabra,  es  decir  hospederías, 
para  aquellos  infelices  que  arrancados  de  sus  hogares  temporalmente,  se  en- 
contraban sin  familia,  sin  casa  y  en  el  más  completo  desamparo.  Se  crearon 
tantos  hospitales  como  grupos  indígenas  hubo,  o  sea  que  se  fundó  un  hospital 
para  los  indios  tarascos,  otro  para  los  mexicanos,  otro  para  los  otomíes  y 
un  último  para  los  mazahuas.  En  cada  hospital,  el  indígena  tenía  el  con- 
suelo de  convivir  con  los  de  su  nación,  como  decían  ellos,  con  los  que  ha- 
blaban su  misma  lengua,  habían  venerado  a  los  mismos  dioses,  tenían  un 
mismo  grado  cultural  y  un  modo  de  vida  semejantes.  Allí  no  se  sentían  tan 
extraños,  ni  tan  solos. 

Cada  hospital  tenía  una  enfermería  para  atender  a  los  huéspedes  que  lo 
necesitaban.  Esto  es  lo  que  distingue  tal  tipo  de  hospital  de  todos  los  demás, 

*  Nota:  Nosotros  no  los  incluímos  dentro  de  los  hospitales  fundados  directamente 
por  Quiroga,  porque  tenemos  grandes  dudas  al  respecto.  Lo  más  seguro  es  que  se 
fundasen  a  ejemplo  suyo. 

145 


H. — 10 


pues  mientras  en  los  otros,  la  enfermería  es  lo  fundamental  y  la  hospedería 
para  viajeros,  que  casi  todos  los  del  XVI  tenían,  es  lo  accesorio,  aquí  sucede 
lo  contrario  y  tanto,  que  las  enfermerías  llegan  a  desaparecer,  mientras  las 
hospederías  subsisten  hasta  el  XVIII. 

En  todos  estos  hospitales  había  una  capilla,  que  se  levantaba  al  unísono 
que  el  hospital.  En  1554  se  erigió  el  hospital  de  los  tarascos  y  con  él,  la 
capilla  que,  durante  mucho  tiempo  fue  la  única  en  los  alrededores  del  Real 
de  Santa  Ana,  en  que  estaba  situada.  En  esta  Capilla  ejerció  su  ministerio 
apostólico  Fray  Diego  de  Basalenque  O.S.A.,  *  religioso,  sabio  y  venerable  por 
sus  virtudes,  de  quien  las  historias  cuentan  hechos  prodigiosos  que  escapan  al 
orden  común  de  la  naturaleza,  a  las  explicaciones  de  la  ciencia  y  se  pierden 
en  el  mundo  del  milagro,  de  lo  sobrenatural.1  Las  capillas  en  estos  hospitales 
fueron  pues,  el  elemento  para  dar  a  los  indios  recién  evangelizados,  los  medios 
para  proseguir  su  vida  de  cristianos  que  hubieran  olvidado  lejos  totalmente 
de  todo  centro  misionero. 

Según  parece  fue  contemporáneo  a  este  hospital  el  que  otro  grupo  indí- 
gena fundó  en  Marfil. 

En  1556  los  indios  mexicanos  levantaron  su  propio  hospital  y  capilla, 
en  un  terreno  que  les  dio  doña  María  de  Aguirre.2 

Cuatro  años  después,  los  indios  tarascos  que  ya  tenían  un  hospital  en  Santa 
Ana,  fundaron  otro  en  Guanajuato,  al  lado  del  de  los  mexicanos.  Levan- 
tan un  templo  de  mayor  importancia  y  no  logran  concluirlo  hasta  1565. 
Esta  capilla  se  tituló  Iglesia  de  los  Hospitales  y  sirvió  de  parroquia  muchos 
años,  por  ser  la  mejor  iglesia  de  Guanajuato.  En  el  siglo  XVII  aún  servía 
como  tal  y  sus  cuidados  y  reparos  estaban  a  cargo  de  los  curas  de  la  ciudad. 
Dos  reconstrucciones  importantes  se  le  hicieron,  la  segunda  fue  en  1653, 
año  en  que  el  Sr.  Cura  Oviedo  cubrió  de  nuevo  la  Capilla  mayor  y  la 
sacristía. 

Los  otomíes,  poco  antes,  habían  levantado  ya  su  hospital  con  su  respectiva 
capilla.  Este  quedó  situado  al  otro  costado  del  hospital  de  los  mexicanos.3 

De  este  modo  quedaron  los  tres  hospitales  en  un  mismo  sitio  al  que  se 
llamó  desde  entonces  Cuesta  de  los  Hospitales. 

En  la  capilla  de  los  indios  mexicanos,  hacia  1557,  estuvo  depositada  la 
imagen  de  la  Virgen  María  que  el  rey  de  España  (Carlos  V  o  Felipe  II) 
enviara  de  regalo  a  la  ciudad.  Esta  antiquísima  imagen  fue  titulada  Nuestra 

*  Nota  2 :  La  presencia  de  un  agustino  en  este  hospital  nos  hace  pensar  en  la 
posible  vinculación  de  estas  instituciones  con  la  obra  hospitalaria  agustiniana  de  Mi- 
choacán. 

1  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  I,  pp.  110-111. 

2  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  I,  pag.  112. 

3  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  I,  pp.  123,  171,  124,  154. 


146 


Señora  de  Guanajuato.  Ocho  años  permaneció  en  la  mencionada  capilla  de 
los  mexicanos  y  después  se  le  pasó  a  la  recién  concluida  Iglesia  de  los  Hos- 
pitales en  donde  permaneció  ciento  treinta  y  un  años.  De  allí  fue  finalmente 
trasladada  a  la  iglesia  parroquial.4 

Los  Mazahuas,  llevados  también  a  las  minas,  fundaron  su  hospital,  posible- 
mente hacia  1565,  Esta  institución  se  hallaba  establecida  en  el  sitio  donde 
actualmente  se  encuentra  el  templo  de  San  José.5 

Todos  estos  hospitales  (no  sabemos  su  número  exacto  en  todos  los  reales 
del  estado  de  Guanajuato)  tuvieron  en  el  siglo  XVI  una  gran  importancia, 
pero  la  fueron  perdiendo  en  el  XVII  y  ya  no  la  tenían  en  el  XVIII.  La 
razón,  según  la  explicaron  las  autoridades  del  lugar,  era  que  ya  no  existían 
las  mismas  condiciones  que  los  habían  hecho  surgir.  Los  indios  que  traba- 
jaban en  las  minas,  se  establecían  en  los  alrededores  del  real,  con  sus  fami- 
lias, el  trabajo  de  minero  se  había  hecho  ya  una  profesión  que  seguían  padres 
e  hijos.  El  indio  no  era  ya  arrancado  a  fuerza  de  su  pueblo  y  llevado  a 
trabajar  forzosa  y  temporalmente  a  una  mina.  Por  otra  parte  no  eran  ya  los 
indios  los  únicos  que  laboraban  las  minas,  había  gran  número  de  mestizos 
dedicados  a  ello.  Los  naturales  que  no  tenían  familias  se  colocaban  general- 
mente en  casas  particulares  para  hacer  las  labores  domésticas.  En  los  viejos 
hospitales  se  albergaban,  en  número  reducido,  grupos  de  indios  vagos,  gentes 
sin  trabajo  y  algunos  peregrinos.  Sin  embargo,  entre  ellos  seguían  nombrando 
sus  autoridades  encargadas  especialmente  de  la  celebración  de  fiestas  reli- 
giosas, que  se  iniciaban  con  la  misa  de  la  Inmaculada  Concepción  o  la  Asun- 
ción, seguían  con  músicas,  cohetes  y  terminaban  en  pantagruélicas  comilonas. 
En  el  XVIII  se  llegó  a  pensar  en  la  conveniencia  de  suprimirlos,  diciéndose 
que  siendo  hospitales  no  atendían  enfermos,  pero  el  obispo  de  Michoacán 
se  opuso,  alegando  que  aunque  mal,  cumplían  su  fin,  que  era  el  de  hospedar 
indios.6 

Las  noticias  sobre  ellos  terminan  a  finales  del  XVIII.  No  tenemos  después 
información  alguna. 

La  historia  de  estos  "hospitales"  nos  informa  claramente,  que  no  había  en 
Guanajuato  hasta  1726,  hospital  alguno  y  que  en  esta  época  no  había  ya 
ni  siquiera  una  enfermería  de  indios,  que  mereciera  tal  nombre. 

El  6  de  marzo  de  1727  llegan  ante  el  ayuntamiento  de  Guanajuato  los 
P.P.  Fray  Sebastián  de  la  Madre  de  Dios  y  Fray  Francisco  de  los  Reyes,  pi- 
diendo a  nombre  del  Superior  de  la  orden  Betlemita  R.P.  Fray  Lucas  de 

4  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  I,  pp.  115-116. 
8  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guana juatens es,  tomo  I,  pag.  124. 
*  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  20,  Exp.  7,  "Exp.  sobre  la  reedificación  del 
Hospital.  .  .  de  Belem.  .  .  de  Gto." 


147 


San  José,  ayuda  para  establecer  en  la  ciudad,  un  hospital  para  pobres 
enfermos.7 

Los  frailes  habían  obtenido  ya  la  licencia  del  Virrey  don  Juan  de  Acuña, 
Marqués  de  Casafuerte,  quien  la  había  dado  exigiendo  que  se  ocurriese 
al  rey  para  la  confirmación.  No  sabemos  cuándo  daría  las  suyas  el  obispo 
de  Michoacán  en  cuya  jurisdicción  quedaba  entonces  Guanajuato.  Por  lo 
que  respecta  a  la  real  licencia,  como  había  enorme  entusiasmo  en  empezar 
el  hospital,  no  esperó  la  ciudad  tenerla  para  edificarlo:  el  ayuntamiento 
cuanto  antes,  se  apresuró  a  dar  unos  terrenos  para  que  en  ellos  se  levantase; 
éstos  pertenecían  a  la  hacienda  de  beneficio  de  metales  llamada  Cervera. 
Mas  resultó  que  esos  terrenos  tenían  dueño,  pues  pertenecían  a  la  Mariscala 
de  Castilla  doña  Isabel  Hurtado  de  Mendoza.  Se  acudió  entonces  a  esta 
dama  suplicándole  los  diese  a  los  frailes  para  su  benéfica  obra.  La  buena 
doña  Isabel  accedió  inmediatamente,  redactando  al  punto  un  documento 
de  denación,  que  el  distinguido  historiador  guanajuatense  Lucio  Marmolejo 
transcribe  y  que  dice  así: 

"Digo  yo  doña  Isabel  Hurtado  de  Mendoza  madre  del  Mariscal  de  Castilla, 
que  endono  graciosamente  por  la  parte  que  a  mí  toca  y  tocar  pueda,  como 
de  60  varas  de  sitio,  poco  más  o  menos,  de  la  Hacienda  de  labrar  metales, 
que  llaman  de  Cervera,  por  la  parte  del  Río  y  Cerro  en  que  está  la  capilla 
de  San  Roque,  a  la  religión  de  nuestra  Señora  de  Bethlem,  para  la  obra  tan 
piadosa  de  fundar  en  él  un  Hospital  de  curación,  en  la  Villa  de  Guanajuato: 
y  para  que  así  conste  en  todos  tiempos,  doy  el  presente  en  29  días  de  agosto 
en  México  de  1727.  Doña  Isabel  Hurtado  de  Mendosa". 

Un  mes  después,  en  medio  de  solemne  acto,  don  Miguel  de  Victoria  y 
Figueroa  regidor  de  la  ciudad,  a  nombre  de  ésta,  daba  posesión  solemne 
del  terreno  a  los  frailes  hospitalarios.  Los  Betlemitas  por  su  parte  se  orga- 
nizaron inmediatamente.  Ya  estaba  nombrado  para  entonces  primer  prior 
Fray  Francisco  de  la  Asunción.  Fue  éste  quien  inició  la  construcción  del 
hospital,  convento  para  los  frailes  e  iglesia.  La  obra  de  los  dos  primeros,  fue 
pronto  adelante,  no  así  la  del  templo.8 

Un  día  del  año  de  1729  cuando  nadie  lo  esperaba,  llegaron  órdenes  reales 
mandando  suspender  los  trabajos.  Acompañaba  la  orden,  una  recriminación 
del  rey  a  la  ciudad  y  a  todos  los  que  en  la  obra  habían  colaborado,  por 
haberla  hecho  sin  expresa  licencia  suya.  Vinieron  excusas,  explicaciones  pero 
no  fue  posible  continuar  los  trabajos  hasta  un  año  después,  en  que  llegó 
una  amplísima  licencia  de  Su  Majestad  contenida  en  una  Real  Cédula  de 
Fundación,  dada  el  25  de  octubre  de  1731  en  Sevilla.9 

7  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pag.  22. 

8  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pp.  22  a  24. 

*  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pp.  25  y  27. 


148 


Desconocemos  el  año  exacto  en  que  empezaron  los  Hermanos  a  recibir 
enfermos,  pero  sabemos  que  fue  poco  después.  La  casa  de  los  frailes  y  el 
hospital  con  todas  sus  oficinas  empezaron  a  prestar  servicio.  No  así  la  iglesia 
proyectada.  En  su  lugar  se  tuvo  entonces  una  capilla  provisional. 

La  labor  de  los  betlemitas  era  altamente  benéfica  a  la  ciudad.  Su  caridad 
para  con  los  enfermos  fue  elogiada  calurosamente  por  sus  contemporáneos. 
No  hemos  hallado  hasta  ahora  críticas  importantes  en  su  contra. 

En  el  hospital  recibían  a  hombres  y  mujeres  de  todas  las  clases  y  razas, 
pues  para  la  época  en  que  ellos  se  establecieron,  las  enfermerías  de  los  hos- 
pitales de  indios,  como  ya  indicamos  arriba,  no  servían  para  nada.  Pese  a 
que  todo  enfermo  debía  recibirse,  las  circunstancias  obligaban  a  los  frailes 
a  atender  preferentemente  a  los  trabajadores  de  las  minas,  pues  precisamente 
en  este  tiempo  los  minerales  guanajuatenses  tenían  su  máximo  de  obreros  y 
por  ende,  también  su  máximo  de  enfermos. 

Los  servicios  médicos  los  realizaban  los  frailes  pero  casi  seguramente  ayu- 
dados por  médicos  y  cirujanos  titulados.  Completaban  esta  ayuda  las  enfer- 
meras y  sirvientes.  Desgraciadamente  no  tenemos  mayores  datos  al  respecto. 

Los  betlemitas  realizaban  además  una  obra  educacional.  Recordemos  que 
anexa  a  sus  hospitales  tenían  siempre  escuela  de  primeras  letras. 

Al  lado  de  estas  obras  nos  encontramos  con  que  a  estos  frailes  debió 
Guanajuato  una  de  sus  más  hermosas  fiestas,  esto  es,  la  de  la  Navidad. 
Siendo  la  titular  de  la  orden  de  Nuestra  Señora  de  Belem  que  se  celebra 
precisamente  el  24  de  diciembre,  los  hermanos  le  dieron  a  la  universal  fiesta 
navideña  un  carácter  propio.  Se  iniciaba  con  la  misa  de  Noche  Buena  el 
24  y  continuaba  hasta  el  28  del  mismo  diciembre  en  medio  de  actos  reli- 
giosos y  profanos.  Alrededor  de  la  iglesia  y  en  las  calles  adyacentes  se  hacía 
feria  con  gran  iluminación,  adornos  y  puestos  en  los  que  se  vendían  toda 
clase  de  golosinas,  especialmente  dulces  típicos  del  lugar. 

Así  como  la  ciudad  compartía  la  vida  del  hospital,  éste  a  su  vez  vibraba 
al  unísono  de  la  ciudad  especialmente  en  sus  dolores.  En  Guanajuato  tres 
fueron  las  tragedias  populares:  las  grandes  catástrofes  en  los  tiros  de  las 
minas,  las  inundaciones  y  las  epidemias. 

El  cinco  de  julio  de  1760  sufrió  Guanajuato  una  de  las  más  terribles  inun- 
daciones de  su  historia.  Según  las  descripciones  del  suceso,  fue  una  tromba 
o  "culebra  de  agua"  la  que  al  filo  de  la  media  noche  cayó  sobre  la  ciudad, 
produciéndose  una  avenida  tal,  que  rebasó  en  muchos  metros  la  caja  del  río 
y  la  desbordó  sobre  la  ciudad  arrasando  inumerables  casas  y  con  ellas  más 
de  doscientas  personas.  "Siguió  el  precipitado  caudal  su  curso  por  la  calle 
de  Bethlem,  continuando  sus  averías  hasta  entrarse  con  mayor  furia  a  la  Casa 
de  la  Caridad.  .  .  el  Convento  de  religiosos  Bethlemitas,  cuyas  enfermerías, 
iglesias  y  escuelas  de  niños,  derribó  por  los  cimientos.  Los  Religiosos  en  tal 


149 


aprieto,  anteponiendo  a  su  vida  el  último  empeño  de  su  Sagrado  Instituto, 
invirtieron  el  orden  debido  de  la  caridad,  desatendiéndose  de  sí  propios,  sola- 
mente cuidaron  de  los  pobres  enfermos  que  en  aquel  domicilio  yacían  y  des- 
preciando el  próximo  peligro  que  amenazaba  a  todos,  realizaron  su  caridad 
ofreciéndose  a  la  muerte,  por  salvar  de  ella  a  sus  amados  dolientes" .  .  . 

Cuando  la  inundación  pasó,  como  el  hospital  y  sus  adyacentes  estaban 
destruidos,  determinaron  las  autoridades  a  instancias  del  V.  jesuíta  Padre 
Coromina  que  se  pasasen  enfermos  y  frailes  al  colegio  de  la  Compañía  de 
Jesús  y  a  la  Capilla  del  hospital  de  los  Tarascos.  No  conocemos  los  episodios 
de  la  reconstrucción  del  hospital  pero  parece  que  ésta  se  realizó  de  inme- 
diato, construyéndose  un  pobre  edificio  de  adobe.  Dos  años  después,  o  sea 
en  1762,  prestó  grandes  servicios  durante  la  peste  de  Matlazáhuatl  que 
asoló  la  Nueva  España.  Su  capacidad  en  aquel  entonces  era  mínima,  por 
lo  que  el  ayuntamiento  tuvo  que  ampliarlo  a  su  costa,  levantando  rápidamente 
dos  grandes  salones.  Parece  ser  que  en  esta  época  se  destinó  sólo  para  hom- 
bres pues  se  improvisaron  enfermerías  de  mujeres  en  otras  casas.10 

En  1770  vuelve  Guanajuato  a  sufrir  otra  inundación  de  importancia  que 
perjudica  la  detestable  construcción  del  edificio.  La  ciudad  resolvió  en  esta 
ocasión  establecer  la  sisa  del  vino,  con  cuyo  producto  se  planeó  reparar 
los  edificios  públicos  dañados.  Al  hospital  se  le  asignaron  de  25,000  a  30,000 
pesos  pero  no  se  le  llegaron  a  dar  más  de  15,000  con  lo  que  nada  se  resol- 
vió. La  situación  continuó  así  muchos  años.  En  1778  el  prefecto  del  hospital 
pidió  ayuda  al  Cabildo  justicia  y  regimiento  de  la  ciudad,  pues  el  hospital 
seguía  viviendo  en  deplorables  condiciones.  Sólo  tenían  doce  camas,  los  de- 
más enfermos  yacían  en  tarimas,  otros  ni  siquiera  a  eso  llegaban,  pues  tenían 
que  quedarse  tirados  en  la  portería.11 

Las  iniciadas  obras  de  edificación  estaban  ya  adelantadas  y  con  poco  di- 
nero se  podrían  concluir  las  enfermerías;  los  claustros  también  estaban  a  me- 
dias. Para  concluir  el  hospital  se  propusieron  varios  medios;  uno  fue  el  que 
se  le  diese  la  sisa  del  vino  (45  por  barril  de  Castilla  y  uno  por  barril  de  la 
tierra)  y  otro,  el  que  los  bienes  de  los  hospitales  de  indios  se  entregasen  a 
éste.  Lo  primero  lo  proponía  el  prefecto  del  hospital  y  lo  apoyaba  el  Obispo 
de  Michoacán,  lo  segundo  lo  proponía  el  gobierno  de  la  ciudad  de  Guanajuato. 

La  cuestión  fue  al  Virrey  Bucareli,  pero  según  se  ve  no  tuvo  resultado 
favorable  pues  el  Obispo  se  oponía  a  que  se  quitasen  los  bienes  a  los  hos- 
pitales indígenas,  y  el  gobierno  de  la  ciudad  no  quería  dar  la  jugosa  entrada 
de  la  sisa. 

10  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guana juatenses,  tomo  II,  pp.  83  a  92  y  116. 

11  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  20,  Exp.  7.  Exp.  sobre  la  reedificación  "Carta 
del  prefecto  del  Hospital  al  Cabildo". 


150 


Los  betlemitas  luchaban  por  terminar  el  hospital,  para  que  se  inaugurase 
al  unísono  de  la  iglesia,  que  les  estaba  haciendo  don  Antonio  de  Obregón 
y  Alcocer,  futuro  Conde  de  la  Valenciana;  pero  infructuosamente,  pues  en 
1778  aún  se  seguía  discutiendo  el  modo  de  ayudarlos. 

Entretanto,  aquella  iglesia  que  los  betlemitas  plantearon  al  llegar  a  Guana- 
juato,  llegaba  a  feliz  término.  La  obra  nunca  había  sido  abandonada  del 
todo,  pero  marchaba  muy  lentamente  porque  las  necesidades  del  hospital 
eran  más  urgentes.  Sin  embargo  las  cosas  habían  cambiado.  La  mano  del 
bienhechor,  poderosa  como  la  de  todo  minero  en  bonanza,  se  había  abierto 
generosa  para  la  casa  de  Dios  y  así  en  1775,  después  de  más  de  medio  siglo 
de  iniciada,  se  inauguraba  con  toda  solemnidad  la  iglesia  de  los  Betlemitas. 12  * 

Cinco  años  después,  don  Antonio  fue  agraciado  por  el  Rey  con  el  título 
de  Visconde  de  la  Mina  y  Conde  de  la  Valenciana.  Bajo  este  título,  lo  vemos 
aparecer  constantemente  en  la  historia. 

Sus  limosnas  para  concluir  el  hospital  eran  constantes,  y  de  tal  cuantía, 
que  en  realidad  era  él  quien  a  su  costa  lo  estaba  construyendo. 

Cuando  el  hambre  de  1786,  los  graneros  del  Conde  de  la  Valenciana  se 
volcaron  a  los  pobres  a  través  del  hospital.  Desgraciadamente  en  ese  mismo 
año  de  86  murió.  Guanajuato  lloró  su  muerte  y  en  especial  los  betlemitas. 
En  la  pira  levantada  en  sus  honras  fúnebres  se  leían  entre  otras,  estas  inscrip- 
ciones que  contaban  su  caridad : 


Soneto 

A  quién  de  los  presentes  se  le  esconde 
Cuando  se  hallaba  el  templo  de  Belem, 
Muy  lejos  de  acabarse:  pero  ¿quién 
Coronar  pudo  esta  obra  sino  el  Conde? 

Su  riqueza  a  gastar  comienza  en  donde 
Escogió  albergue  Cristo  nuestro  bien 
Por  darle  con  los  Angeles  también 
Las  gracias  que  a  Dios  niño  corresponde. 

M  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pag.  210. 
*  Nota:  El  atrio  de  la  iglesia  y  la  balaustrada  de  hierro  que  actualmente  tiene 
se  le  añadieron  en  1862. 


151 


Oh  bien  llorado  Conde,  cuanto  encierra 

El  corazón  de  penas  y  amarguras, 

Y  aunque  a  tus  honras  mudo  el  labio  cierra 

Cielos,  templos  las  cantan  con  ternuras, 

Rogando  que  tu  alma  en  paz  saliera 

<c Cantando  gloria  a  Dios  en  las  alturas" ... 

" .  .  .Padre  fue  del  común  tan  a  las  claras 
Que  a  muchos  redimió  con  su  tesoro: 
Oh  Conde  limosnero,  cómo  amparas 
De  doncellas  y  viudas  el  decoro. 
Tu  mina  para  todos  a  una  ha  sido 
¡Cómo  sería  con  Dios  nuestro  partido!"  13 

Tras  la  muerte  del  Conde,  consiguió  el  prelado  del  hospital,  Fray  Eusebio 
de  los  Dolores,  que  la  Condesa  de  la  Valenciana  se  interesase  en  la  obra  del 
hospital  que  había  dejado  sin  concluir  su  difunto  marido. 

Los  trabajos  se  reanudaron  y  todo  marchaba  hacia  feliz  término,  cuando  a 
causa  de  la  mala  conducta  de  los  frailes  con  la  viuda  y  los  pleitos  internos 
de  la  orden,  la  buena  señora  acabó  por  enojarse  y  suspendió  la  obra.  Los 
betlemitas  arrepentidos  acudieron  al  intendente  Riaño  y  al  Virrey  Revillagi- 
gedo  para  que  moviese  el  ánimo  de  la  Condesa  en  su  favor.  No  fue  sufi- 
ciente el  que  volviera  a  Guanajuato  Fray  Eusebio  de  los  Dolores,  a  quien 
las  intrigas  de  sus  hermanos,  habían  hecho  irse  a  Puebla,  pues  la  condesa 
permaneció  inflexible.  La  razón  que  dio  al  Virrey  fue,  que  estaba  decep- 
cionada de  la  orden  betlemita  y  que  sus  limosnas  las  había  destinado  ya  a 
los  franciscanos,  que  acababan  de  establecerse  en  la  ciudad.  A  partir  de  esta 
respuesta  dada  en  1794  no  volvió  a  tener  contacto  con  el  hospital.14 

Sobre  los  bienes  con  que  se  sostenía  el  hospital  sólo  tenemos  un  informe 
de  1778  en  el  cual  el  Obispo  de  Michoacán,  dice  al  Virrey  que  tenían  de 
rentas  4,000  pesos  anuales  con  lo  cual  solamente  se  sostenían  veinte  personas 
y  que  para  sostener  las  cuarenta  que  se  pretendía  cuando  el  hospital  estuviese 
concluido  necesitaría  de  8  a  10,000  pesos  anuales.15 

Con  este  escaso  capital  y  con  una  ayuda  pública  exigua,  la  obra  del  hospital 
marchaba  lentísimamente,  por  eso  es  que  no  logró  concluirse  hasta  que  el 


13  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  TI,  pp.  215-240-245-246. 

14  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  68,  Exp.  2.  "Expediente  reservado". 

15  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  20,  Exp.  7.  "Carta  del  obispo..." 


152 


ayuntamiento  intervino;  reparó  la  parte  destruida  y  concluyó  las  enfermerías. 
Esto  se  realizó  en  1828  cuando  ya  los  betlemitas  habían  desaparecido.16  * 

Por  su  parte  los  betlemitas,  como  bien  lo  dio  a  entender  la  Condesa  de  la 
Valenciana,  no  tenían  aquel  fervor  hospitalario  que  tanto  bien  hizo  en  Gua- 
najuato  y  tantas  simpatías  les  granjeó.  La  decadencia  que  tan  repetidas 
veces  hemos  señalado  al  referirnos  a  esta  época,  los  había  invadido.  Ya  los 
enfermos  habían  pasado  para  ellos  a  segundo  plano,  el  egoísmo  y  los  parti- 
darismos  los  tenían  en  constantes  pleitos.  En  alguna  ocasión  la  rebelión  de 
los  frailes  a  su  Prefecto  fue  tal,  que  el  provincial  y  el  definitorio  de  la  orden 
tuvieron  que  intervenir.17  En  este  tiempo,  1803,  las  autoridades  civiles  se 
negaron  a  intervenir  en  los  asuntos  interiores  de  los  frailes.  En  1821  llegó  la 
orden  de  extinción  de  todas  las  órdenes  hospitalarias.  Los  betlemitas  tenían  que 
ser  suprimidos,  pero  las  autoridades  del  Virreinato  se  encontraban  con  que 
no  tenían  con  quiénes  substituirlos  y  la  clausura  inmediata  de  todos  los  hos- 
pitales a  cargo  de  las  órdenes,  hubiera  provocado  un  disgusto  popular  pare- 
cido al  de  la  expulsión  de  los  jesuítas.  Por  eso  fue  que  la  orden  la  hicieron 
efectiva  en  la  ciudad  de  México,  como  hemos  visto  repetidas  veces,  pues  allí 
residían  los  noviciados;  en  cambio  en  la  mayoría  de  las  provincias  dejaron 
que  los  frailes  se  extinguieran  lentamente.  Este  fue  el  caso  del  hospital  de 
Nuestra  Señora  de  Belem  de  Guanajuato.  Los  frailes  siguieron  allí  aun  des- 
pués de  consumada  la  independencia  de  la  Nación;  pero  en  1825  al  morir 
el  último  prelado,  Fray  Vicente  de  San  Simón,  el  Congreso  del  Estado  dio 
orden  de  que  el  hospital  pasase  a  manos  del  ayuntamiento  y  la  iglesia  que- 
dase a  cargo  de  los  párrocos  de  la  ciudad.  Así  se  hizo,  pero  el  ayuntamiento 
se  encontró  con  que  el  hospital  estaba  en  la  más  completa  miseria  (subsistía 
gracias  a  la  ayuda  de  un  vecino  llamado  don  Matías  Santoyo)  y  que  el  edificio 
estaba  en  pésimas  condiciones. 18  Esto  fue  lo  que  llevó  a  los  munícipes  a 
concluir  y  mejorar  el  hospital  como  ya  explicamos  arriba.  Gracias  al  interés 
de  la  ciudad  la  institución  volvió  a  levantarse,  al  grado  que  en  1833,  cuando 
ocurrió  la  epidemia  del  Cólera  Morbus,  pudo  prestar  magnífica  ayuda  por 
su  gran  capacidad.  Sin  embargo  los  servicios  eran  malos  y  no  se  encontraba 
modo  de  mejorarlos,  hasta  que  el  regidor  don  Luis  Parres  19  propuso  que  se 
pusiese  a  cargo  de  las  Hermanas  de  la  Caridad.  El  gobierno  estuvo  de  acuerdo, 
firmándose  en  23  de  marzo  de  1850  una  escritura  entre  el  Pbro.  don  Buena- 
ventura Armengol,  a  nombre  de  las  monjas,  y  los  regidores  don  Marcelino 

18  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  III,  pag.  196. 
*  Nota:  Fue  entonces  cuando  se  volvió  a  establecer  la  escuela  que  los  frailes  habían 
tenido  y  cuando  se  hizo  una  enfermería  exclusiva  para  niños. 

17  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  III,  pag.  6. 

18  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  III,  pp.  181-183. 

19  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  III,  pp.  245-311-312-313. 


153 


Rocha,  don  Miguel  Alamán  y  don  José  Ma.  Zambrano,  a  nombre  de  la 
ciudad.  El  12  de  abril  de  1850  llegaron  a  Guanajuato  diez  Hermanas  de 
la  Caridad  presididas  por  Luisa  Merladet.  Provisionalmente  se  alojaron  en 
una  casa  de  la  calle  de  San  Roque,  y  el  19  de  julio  del  mismo  año,  pu- 
dieron ya  pasar  a  vivir  a  las  habitaciones  que  en  el  propio  hospital  se  les 
habían  designado.  El  hospital  dejó  de  ser  manejado  por  el  ayuntamiento, 
se  le  puso  en  manos  de  una  Junta  de  Caridad  que  era  quien  se  entendía 
con  toda  la  parte  económica:  las  monjas  sólo  se  ocupaban  de  los  enfermos. 

Estos  fueron  los  mejores  años  del  hospital.  En  1874  el  gobierno  federal 
ordenó  la  expulsión  de  las  Hermanas  de  la  Caridad.  El  31  de  diciembre 
de  dicho  año  abandonaron  la  ciudad  contra  la  voluntad  de  toda  la  población.20 

El  hospital  pasó  desde  entonces  a  manos  del  ayuntamiento  en  las  que 
continúa  prestando  sus  servicios. 


*°  Marmolejo,  Lucio.,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  IV,  pp.  267-268-269. 
154 


CAPITULO  XI 


HOSPITAL  REAL  DE  TERCEROS 
México,  D.  F. 

La  relación  del  hospital  que  los  terciarios  franciscanos  de  la  ciudad  de 
México  establecieron  para  socorro  de  sus  propíos  miembros,  ha  sido  hecha 
ya  inmejorablemente  por  don  Juan  B.  Iguíniz  T.  F.  y  se  halla  publicada  como 
un  capítulo  de  su  Breve  Historia  de  la  Tercera  Orden  Franciscana,  publicada 
en  1951.  A  él  es  a  quien  seguiremos  casi  al  pie  de  la  letra. 

La  tercera  orden  franciscana  fue  una  institución  establecida  por  San  Fran- 
cisco de  Asís  a  fin  de  que  los  seglares,  que  por  especiales  circunstancias  no 
podían  abrazar  el  estado  religioso,  llevasen  una  vida  semejante  a  la  de 
los  franciscanos,  sin  abandonar  su  vida  en  el  mundo.  Sometidos  a  una  re- 
gla que  el  Santo  de  Asís  les  dio  de  viva  voz  y  que  más  tarde  se  escribió  con 
la  cooperación  del  Cardenal  Ugolino,  tienen  como  finalidad  alcanzar  con 
mayor  seguridad  la  salvación,  mediante  esa  unión  de  oraciones,  buenas  obras 
y  penitencias.  Las  reglas  a  que  se  someten  les  transmiten  el  espíritu  de  San 
Francisco,  que  está  contenido  en  ella  a  través  de  cada  una  de  sus  disposiciones. 

En  la  Nueva  España,  la  tercera  orden  franciscana  se  estableció  oficialmente 
en  la  ciudad  de  Puebla  el  3  de  diciembre  de  1614  y  en  la  ciudad  de  México 
el  20  de  octubre  de  1615. 1 

A  los  terciarios  franciscanos  pertenecieron  personas  de  todas  las  clases  so- 
ciales. Había  entre  ellos  virreyes  como  don  Juan  de  Acuña,  Marqués  de 
Casafuerte,  obispos  como  el  limo.  D.  Francisco  de  Aguiar  y  Seijas,  oidores, 
nobles,  personajes  de  la  entonces  aristocracia  novo-hispana,  gentes  de  la  clase 
media  y  aun  los  de  la  más  humilde  condición. 

Los  terciarios  se  distinguieron  por  su  vida  austera  dentro  de  la  sociedad, 
por  su  piedad  que  traslucían  en  la  asistencia  a  oficios  religiosos  y  penitencias, 


1  Iguíniz,  Juan  B.;  Breve  Historia  de  la  Tercera  Orden  Franciscana,  pp.  17  y  27. 


155 


en  su  propio  templo,  y  muy  especialmente  por  sus  obras  de  caridad.  Los  her- 
manos entendían  que  la  obligación  de  la  caridad  se  refiere  primeramente  a 
la  propia  familia.  Así  fue  como  procuraron  atender  ante  todo  a  las  necesi- 
dades de  los  terciarios  pobres,  enfermos  y  aun  difuntos.  Esta  idea  que  tantas 
obras  de  caridad  los  llevó  a  realizar  en  el  siglo  XVII,  alcanzó  su  coronamiento 
en  el  XVIII,  cuando  se  estableció  el  Hospital  de  Terceros. 

Presidía  la  Mesa  Directiva  el  ministro  teniente  coronel  don  Francisco  An- 
tonio Sánchez  de  Tagle,  cuando  se  propuso  fundar  un  hospital  para  los  ter- 
ciarios pobres.  El  5  de  agosto  de  1717,  el  provincial  de  la  orden  franciscana 
dio  la  aprobación.  "Tres  días  después  se  reunió  la  Mesa  a  fin  de  dar  los  pasos 
previos  para  el  caso,  encomendando  su  ejecución  legal  a  los  abogados  don 
José  de  Legaría  y  don  Isidro  de  Castañeda  con  el  concurso  del  Lic.  D.  José 
Osorio,  Teniente  Corregidor  de  la  ciudad.  El  3  de  mayo  de  1748  la  misma 
Mesa  encargó  la  dirección  de  la  obra  a  los  hermanos  ministro  Sánchez  de 
Tagle,  y  tesorero  don  José  Rodríguez  Marviño,  dándoles  amplias  facultades 
y  poderes  para  el  efecto".  2 

Las  autoridades  civiles  y  eclesiásticas  de  México  aceptaron  complacidas 
el  proyecto.  Hubo  una  oposición  momentánea  por  parte  de  los  curas  del  Sa- 
grario Metropolitano.  Pensaban  éstos,  que  con  el  cementerio  que  tendría  el 
hospital,  los  derechos  parroquiales  de  entierros  les  disminuirían.  Afortunada- 
mente su  egoísta  oposición  se  disipó,  cuando  los  terciarios  les  hicieron  saber 
que  en  el  hospital  sólo  se  enterrarían  pobres  de  solemnidad,  que  de  ningún 
modo  les  pagarían  derechos  y  que  si  alguna  persona  pudiente  se  enterraba 
allí  les  darían  los  derechos  a  los  curas. 

Se  envió  entonces  a  España  y  a  Roma  per  las  aprobaciones  real  y  pontificia. 
Estudiado  el  asunto  en  el  Consejo  se  aceptó,  y  el  Rey  Fernando  VI  dictó  su 
Real  Cédula  aprobatoria  el  24  de  febrero  de  1750,  en  el  Buen  Retiro.  La 
institución  quedó  aprobada  en  los  siguientes  términos:  gozaría  del  título 
de  Hospital  Real,  pero  a  pesar  de  ello  el  Rl.  patronato  no  tendría  interven- 
ción en  su  gobierno,  que  recidiría  exclusivamente  en  manos  del  tercer  orden 
franciscano  y  sujeto  a  los  prelados  de  la  Primera  Orden.  Gozaría  de  los  pri- 
vilegios y  exenciones  de  los  hospitales  reales  pero  sus  bienes  y  rentas  quedarían 
sujetos  a  toda  real  contribución.  Los  eclesiásticos  que  asistieran  a  los  enfermos, 
en  el  orden  espiritual,  serían  franciscanos.  Esto  y  el  quedar  exentos  de  toda 
paga  de  derechos  parroquiales,  le  daba  a  su  vez  una  total  independencia  de 
los  curas  del  Sagrario  y  de  todos  los  de  la  ciudad.  Los  mismos  terciarios  que- 
daron facultados  para  hacer  las  constituciones  del  hospital. 

Por  su  parte  S.  S.  Benedicto  XIV  en  1750  les  dio  su  aprobación,  conce- 
diéndoles numerosos  privilegios. 3 

2  Iguíxiz,  Juan  B.,  Breve  Historia  de  la  Tercera  Orden  Franciscana,  pag.  105. 
1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  9. 


156 


Con  estas  aprobaciones  los  hermanos  se  aprestaron  a  realizar  el  hospital 
planeado.  Contaban  económicamente  con  importante  suma  que  se  había  acu- 
mulado de  "las  cantidades  sobrantes  del  Cornadillo  con  que  contribuían  los 
hermanos  al  sostenimiento  de  la  hermandad".  4  Con  ella  procedieron  a  com- 
prar un  terreno  sito  en  las  calles  de  San  Andrés,  en  donde  estaba  la  casa  del 
Mayorazgo  de  los  Villegas.  Habiendo  dinero  y  entusiasmo  la  obra  se  realizó 
sin  interrupción  lográndose  que  en  una  década  aproximadamente  se  con- 
cluyese. El  6  de  diciembre  de  1760  el  limo.  Sr.  Dr.  D.  Manuel  Rubio  y  Sa- 
linas, Arzobispo  de  México,  bendecía  el  templo  colocando  en  él  al  Santísimo 
que  fue  llevado  en  solemne  procesión,  a  la  que  acompañaba  la  tercera  orden 
en  medio  del  regocijo  público.  El  día  8  del  mismo  mes  y  año  el  templo  y 
hospital  fueron  dedicados  a  la  Inmaculada  Concepción  por  el  Padre  Fray 
Felipe  Montalvo  O.F.M.  (de  la  provincia  de  San  José  de  Yucatán).  Sin  em- 
bargo la  imagen  de  la  Virgen  que  representaba  tal  advocación  no  se  colocó 
en  el  altar  mayor  hasta  marzo  de  1777. 

El  hospital  entró  en  funciones  a  fines  de  1761.  La  construcción  tenía  dos 
plantas.  La  superior  bien  elevada  para  dar  cabida  a  manera  de  entresuelo  a 
viviendas  exteriores  que  se  rentaban  a  beneficio  del  hospital.  Tenían  cabida 
en  éste  catorce  casas  en  la  calle  de  Santa  Isabel  (costado  poniente),  cinco 
en  la  calle  de  San  Andrés  (frente  norte  del  edificio)  y  cinco  más  en  el  ca- 
llejón de  la  Condesa  (costado  oriente).  Todas  estas  casas  carecían  de  comu- 
nicación con  el  hospital. 

La  construcción  toda  se  desarrollaba  alrededor  de  un  gran  patio  principal 
en  cuyo  centro  había  la  obligada  gran  fuente  de  agua.  En  el  ángulo  suroeste 
se  encontraba  la  capilla  de  grandes  dimensiones.  La  capilla  era  al  mismo 
tiempo  cementerio.  Esto  tuvo  sus  problemas,  pues  en  una  época  llegó  a 
convertirse  en  un  sitio  totalmente  insalubre  y  tan  fétido,  que  nadie  quería 
asistir  a  ella,  según  lo  afirmó  en  1786  el  Hermano  Mayor  del  hospital  don 
Francisco  Antonio  Pesquera.  Los  demás  lados  estaban  ocupados  por  habita- 
ciones para  los  sirvientes  y  el  portero.  En  la  parte  superior  se  hallaban  las 
enfermerías,  la  de  hombres  en  el  lado  poniente  y  la  de  mujeres  hacia  el  oriente. 
Hacia  el  frente  o  norte  del  edificio  estaban  las  habitaciones  del  mayordomo 
administrador,  del  médico,  del  cirujano  y  del  capellán.  En  la  parte  de  atrás  se 
hallaban  oficinas  tales  como,  ropería,  cocina,  despensa,  etc.,  y  otras  piezas 
de  servicios.  Tuvo  el  hospital  en  cierta  época  (1776  a  1788),  su  propia  botica, 
con  servicio  al  público,  que  se  hallaba  "en  los  bajos  y  entresuelo  de  la  esquina 
de  las  calles  de  San  Andrés  y  Santa  Isabel". 

Para  sostener  el  hospital  se  le  asignó  "por  dote  de  erección,  fundación  y 
renta  anual,  la  cantidad  de  4,108  pesos  de  oro  común  que  es  la  misma  can- 

4  Iguíniz,  Juan  B.,  Breve  Historia  de  la  Tercera  Orden  Franciscana,  pag.  107. 


157 


tidad  que  con  aprobación  de  los  RR.  Padres  Comisario  General  y  Provincial 
de  la  Orden  de  San  Francisco  le  ha  concedido  el  Venerable  Tercer  Orden 
para  la  manutención  de  16  camas,  sustento,  curación  y  asistencia  de  los  en- 
fermos, y  salarios  de  sus  ministros  y  sirvientes,  y  dicha  cantidad  se  compone 
de  3,608  pesos  anuales,  que  se  ha  regulado  sobran  en  cada  año  de  las  limosnas 
con  que  contribuyen  los  hermanos  después  de  concluidas  las  obras  pías  que 
están  a  cargo  de  él,  de  150  que  produce  el  rédito  a  razón  de  5  pesos,  el  capital 
de  3,000  pesos  que  en  su  testamento  legó  a  dicho  Venerable  Tercer  Orden 
D.  Alejandro  Antonio  Gómez  de  la  Barreda,  y  se  han  impuesto  en  finca  segura 
y  de  su  satisfacción,  desde  50,  de  réditos  anuales  que  resultan  de  otro  prin- 
cipal de  1,000  pesos  cedidos  por  don  Fernando  González  de  Collantes,  al 
mismo  Venerable  Orden,  y  paga  por  obligación  que  tiene  hecha  don  Jósef 
Ruiz  de  Villegas  vecino  y  del  comercio  de  esta  ciudad  a  quien  se  agregan 
también  300  pesos  que  se  han  regulado  sobran  de  los  arrendamientos  de  las 
accesorias  constituidas  en  el  circuito  de  dicho  hospital  después  de  cumpli- 
das las  obras  pías,  cuyos  principales  están  impuestos  sobre  ellas".  Sus  bienes 
se  incrementaron  con  otras  donaciones  hechas  por  los  mismos  terciarios,  a  fin 
de  que  se  aumentase  el  número  de  camas.  Por  ejemplo  don  Juan  de  Taboada 
dio  3,000  como  dotación  para  una  cama  más,  en  1762;  don  Mateo  Carbajal 
dotó  otra  con  la  misma  cantidad  en  1782  :  el  Conde  de  Santiago  don  Ignacio 
Jerónimo  Gutiérrez  Altamirano,  dotó  otra  con  150  pesos  anuales,  reservándose 
el  derecho  de  nombrar  él  o  sus  herederos  al  terciario  que  la  disfrutara. 

Pese  a  todas  estas  dotaciones  el  hospital  tenía  sus  problemas  económicos, 
en  primer  lugar  porque  para  poder  concluirlo  se  pidió  dinero  prestado.  To- 
davía en  el  año  de  1782  no  se  había  liquidado  la  deuda,  aunque  según  parece 
se  acabó  de  cubrir  con  2,129  pesos  5/2  reales  que  en  dicho  año  dio  don  Mateo 
Carbajal. 

Uno  de  los  problemas  de  todo  hospital,  es  el  aprovisionamiento  de  medi- 
cinas. Los  terciarios  pensaron  resolverlo  poniendo  su  propia  botica.  Así  las 
medicinas  les  saldrían  al  costo  y  con  los  ingresos  que  tuviera  de  la  venta  al 
público  se  pagarían.  Además  podía  resultar  un  buen  negocio  para  el  hospital. 
Ante  tal  perspectiva  compraron  una  botica  que  había  pertenecido  al  maestro 
de  farmacia  don  Antonio  García  Quevedo  en  5,290  pesos  5  reales  y  2^4  gramos. 
Pero,  como  dice  don  J.  Iguíniz,  tal  vez  por  no  saberla  administrar  o  quizás  por 
haberse  establecido  cerca  otras  dos  (la  del  hospital  de  San  Andrés  que  fue 
magnífica  y  la  otra  en  la  esquina  del  hospital  de  San  Juan  de  Dios),  también 
dentro  de  la  misma  zona  de  la  ciudad,  el  negocio  empezó  a  amenazar  pérdidas 
y  se  resolvió  en  1788  venderla  o  traspasarla  con  la  condición  de  que  quien  la 
adquiriese  proveyese  de  medicinas  al  hospital. 

3  Iguíniz,  Juan  B.,  Breve  Historia  de  la  Tercera  Orden  Franciscana,  pp.  110-111. 


158 


Sobre  los  ingresos  y  gastos  del  hospital  tenemos  un  informe  de  principios 
de  XIX  que  nos  los  da  concreta  y  resumidamente.  El  hospital  tenía  en  esas 
fechafe  ñncas  urbanas  y  dinero  colocado  a  censo.  Sus  ingresos  de  1805  a  1809 
sumaron  40,971.6.3;  sus  gastos  40,971.6.3.  Ingresos  de  1810  a  1814  sumaron 
36,330.5.0;  sus  gastos  46,524.6.6.  6 

La  baja  de  ingresos  y  aumento  de  gasto  se  atribuyó  a  la  guerra  de  inde- 
pendencia. 

Este  hospital  estaba  reservado  exclusivamente  a  los  hermanos  del  tercer 
orden. 

Para  el  gobierno  del  hospital  los  terciarios  hicieron  unas  constituciones 
que  explican  claramente  su  calidad,  sus  fines  y  la  reglamentación  de  sus 
servicios.  Helas  aquí  reunidas. 

1.  El  hospital  tendrá  por  titular  y  patrona  a  Nuestra  Señora  de  la  Pura  y 
Limpia  Concepción.  Una  imagen  en  piedra  que  la  represente  se  colocará  sobre 
la  portada  del  edificio. 

El  día  8  de  diciembre  se  celebrará  una  fiesta  solemne,  con  asistencia  de 
los  hermanos,  en  la  capilla  de  la  institución. 

2.  Es  hospital  Real  al  haberlo  recibido  su  Majestad  bajo  su  protección.  Por 
esto,  las  armas  reales  se  esculpirán  sobre  su  puerta  principal. 

3.  Los  capellanes  serán  propuestos  por  el  orden  tercero,  pero  designados 
por  el  provincial  de  la  orden  franciscana.  Los  capellanes  administrarán  los 
sacramentos  a  todos  cuantos  vivieren  en  el  hospital. 

4.  Los  enfermos  que  tendrán  derecho  al  hospital  serán  los  terciarios  pobres 
de  solemnidad.  El  control  de  entrada  se  hará  mediante  una  boleta  que  deberá 
darles  el  Hermano  Mayor  del  tercer  orden. 

5.  Los  enfermos  terciarios  que  teniendo  posibilidad  económica  acudan  al 
hospital,  por  no  podérseles  atender  en  sus  propias  casas,  podrán  ser  recibidos 
en  él.  Para  ellos  habrá  una  pieza  especial.  Estos  si  fallecieren  y  desearen  ente- 
rrarse allí,  deberán  pagar  los  derechos  parroquiales. 

6.  Cuando  se  administrare  el  viático  o  se  hiciere  entierro,  deberán  asistir  los 
hermanos  de  la  directiva  con  velas  encendidas. 

7.  Por  los  hermanos  difuntos  se  celebrará  solemne  responso  en  alguno  de 
los  días  de  su  octava,  con  asistencia  de  la  directiva. 

8.  Nombramiento  de  visitadores.  El  día  2  de  febrero  de  cada  año  al  hacerse 
las  elecciones  de  la  directiva  de  la  tercera  orden,  se  nombrarán  también  doce 


6  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  9. 


159 


personas  que  turnándose  visitarán  diaria  o  terciadamente  el  hospital,  para 
vigilar  que  los  enfermos  estén  bien  atendidos.  Toda  anomalía  en  el  servicio, 
tendrá  que  participarse  inmediatamente  a  la  directiva. 

9.  Los  días  de  precepto  habrá  misa  en  cada  una  de  las  enfermerías  para 
los  encamados  que  no  pudiesen  asistir  a  la  capilla. 

10.  El  día  de  los  enfermos  deberá  iniciarse  con  una  oración  de  acción  de 
gracias,  por  haberles  Dios  concedido  ver  el  nuevo  día.  Al  atardecer,  con  el 
enfermero  o  enfermera  mayor,  rezarán  la  Corona  de  Nuestra  Señora,  con  su 
letanía,  sin  olvidar  pedir  por  la  Iglesia,  el  Rey,  España,  la  victoria  contra  los 
infieles  y  el  aumento  espiritual  y  temporal  del  orden  tercero. 

11.  Socorro  oportuno  a  los  enfermos.  Que  en  sabiéndose  de  la  enfermedad 
de  algún  hermano  se  averigüe  inmediatamente  su  domicilio  y  así  se  vaya  por 
él  en  silla  de  manos,  con  suficiente  abrigo,  y  en  hombros  de  los  hermanos  ter- 
ceros llegue  al  hospital. 

12.  Los  convalecientes  que  salieren  del  hospital,  cuando  lo  ameriten,  sean 
llevados  en  la  forma  arriba  citada,  al  hospital  de  convalecientes  que  tienen 
los  betlemitas. 

13.  La  curación  de  los  enfermos  estará  a  cargo  de  un  médico  y  un  cirujano. 
Ambos  tendrán  derecho  a  casa  en  el  hospital. 

14.  El  cuidado  de  los  enfermos  estará  a  cargo  del  enfermero  mayor  y  dos 
ayudantes  inteligentes  en  medicina,  "para  la  sala  de  hombres  y  una  enfermera 
y  dos  ayudantas  para  la  de  mujeres".  Estos  darán  a  cada  uno  de  los  enfermos 
la  medicina  y  el  alimento  ordenados. 

15.  Cada  una  de  las  enfermerías  constará  de  ocho  camas  bien  arregladas 
(que  es  lo  que  se  puede  mantener  por  ahora) . 

16.  Que  de  los  bienes  que  se  donasen  al  hospital,  se  pida  al  Rey  exima  de 
contribución. 

17.  Que  el  Rey  autorice  a  modificar  estas  Constituciones  cuando  fuese  ne- 
cesario, con  la  anuencia  del  P.  Provincial. 7 

Estas  constituciones  tal  y  como  las  proyectaron  los  hermanos  terciarios  fran- 
ciscanos fueron  aprobadas  por  el  Rey,  con  la  única  excepción  de  la  16a.,  que 
iba  contra  la  cédula  de  fundación,  la  cual  asentaba  que  los  bienes  que  el  hos- 
pital tuviera  quedaran  sujetos  a  toda  real  contribución.  Como  al  entrar  en 
funciones  el  hospital,  el  año  de  1761,  las  ordenanzas  ya  estaban  aprobadas 

7  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51.  Exp.  9. 


160 


— pues  lo  habían  sido  en  1757 — ,  la  vida  de  la  institución  pudo  regularse  por 
ellas  desde  un  principio,  esto  hizo  que  hubiese  siempre  un  gran  orden,  pues 
la  organización  que  en  ellas  se  proyectó  regulaba  la  vida  tan  sabiamente,  que 
no  dio  cabida  a  relajación  alguna.  Por  otra  parte  el  espíritu  de  caridad  que 
animó  la  fundación  lo  tuvieron  siempre  los  terciarios,  por  lo  que  lo  vigilaron, 
lo  cuidaron  y  lo  acrecentaron  con  toda  generosidad,  procurando  que  estuviese 
dirigido  por  las  personas  más  conspicuas  del  Tercer  Orden.  Entre  estos  Her- 
manos Mayores,  tenemos  al  Conde  de  Casa  de  Agreda,  a  don  José  Ignacio 
Díaz  Castillo,  al  capitán  don  Juan  Antonio  de  Cobián,  a  don  Pedro  Martínez 
Corcuera  y  a  don  José  Antonio  Morales. 

Todos  los  informes  que  acerca  de  este  hospital  tenemos  son  un  constante 
elogio.  La  mejor  noticia  sobre  sus  servicios  nos  la  da  don  Rafael  Lardizábal, 
quien  después  de  practicar  una  minuciosa  visita  de  inspección  realizada  en 
1815,  dice  al  Rey  que  el  hospital  siempre  ha  estado  tan  bien  atendido,  que 
podía  ser  modelo  para  todos  los  de  la  Nueva  España,  por  el  orden,  adminis- 
tración y  cuidado  de  los  enfermos.  Por  ello  el  gobierno  felicitó  y  dio  las 
gracias  a  la  Orden  Tercera.8 

Siendo  este  hospital  una  institución  privada,  que  sólo  servía  a  los  terciarios 
franciscanos,  el  número  de  enfermos  atendidos  en  él  es  inferior  al  de  muchos 
otros  hospitales  de  la  ciudad.  Don  Juan  Iguíniz  nos  da  el  siguiente  cuadro  del 
movimiento  de  enfermos  correspondiente  a  los  últimos  veinte  años  de  domina- 
ción española,  que  pinta  claramente  la  vida  de  este  hospital. 


Años 

enfermos  que  ingresaron  salieron 

murieron 

quedaron 

1802 

68 

41 

11 

16 

1803 

73 

47 

5 

21 

1804 

82 

45 

20 

17 

1805 

61 

38 

7 

16 

1806 

73 

41 

13 

19 

1807 

65 

33 

14 

18 

1808 

78 

37 

21 

20 

1809 

68 

38 

13 

17 

1810 

49 

29 

11 

19 

1811 

60 

35 

13 

12 

1812 

63 

33 

17 

13 

1813 

45 

19 

11 

15 

1814 

39 

19 

13 

7 

"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  9. 


161 


1815 
1816 
1817 
1818 
1819 
1820 
1821 


18 
25 
19 
28 
25 
21 
25 


10 
14 
7 
16 
14 
14 
14 


2 
6 

5 
6 
5 
3 
5 


6 
5 
7 
6 
6 
4 
6 


Cuando  don  Mariano  José  de  Zúñiga  y  Ontiveros,  Hermano  Mayor  del 
hospital,  informa  a  don  Rafael  Landívar  sobre  la  situación  del  hospital,  le 
dice  que  la  Institución,  que  tenía  en  un  principio  ocho  camas  en  cada  sala, 
las  había  logrado  aumentar  a  veintidós  en  cada  una.  Pero  le  explica  que  el 
hospital  estaba  viniendo  a  menos,  con  motivo  de  la  guerra  de  independencia. 
Las  entradas  habían  disminuido  porque  los  réditos  de  algunos  capitales  no 
podían  cobrarse,  por  ejemplo  el  censo  establecido  sobre  la  Renta  del  Tabaco. 
Al  mismo  tiempo,  los  artículos  de  primera  necesidad  habían  aumentado  tan 
considerablemente,  que  el  número  de  camas  en  el  hospital  se  había  tenido 
que  reducir  a  seis  u  ocho  y  el  de  capellanes  a  uno.  El  hospital  tenía  para 
entonces  (1815)  un  déficit  de  10,194.1.6  al  año.9 

Consumada  la  independencia  el  hospital  volvió  a  recuperarse,  tanto  que 
José  María  Marroquí  nos  dice  que  a  mediados  del  XIX  era  uno  de  los  hos- 
pitales más  prósperos  y  mejor  atendidos  de  la  ciudad.  Sin  embargo,  su  fin  se 
inició  cuando  por  las  leyes  de  reforma  el  Tercer  Orden  quedó  suprimido,  el 
12  de  julio  de  1859.  El  hospital  siguió  subsistiendo,  pero  fue  por  poco  tiempo, 
pues  el  2  de  febrero  de  1861  el  gobierno  secularizó  los  hospitales  y  estableci- 
mientos de  beneficencia  que  administraran  órdenes  religiosas.  Se  luchó  por  que 
no  se  le  suprimiera,  pero  el  Ministerio  de  Gobernación,  basándose  en  que  era 
un  asilo  perteneciente  a  una  Orden  que  legalmente  no  existía  ya,  lo  suprimió. 

El  edificio  desocupado  se  vendió  a  un  particular,  quien  lo  convirtió  en  casa 
de  vecindad.  Durante  el  Imperio,  el  gobierno  de  Maximiliano  lo  volvió  a 
comprar,  estableciendo  en  él  el  Ministerio  de  Hacienda  y  Guerra.  Vuelto 
Juárez  se  dedicó  a  Escuela  de  Comercio.  10  Finalmente,  en  tiempo  de  Por- 
firio Díaz  se  demolió,  para  levantar  allí  el  edificio  de  Correos. 


9  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  9. 

10  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  tomo  I,  pag.  376. 


162 


CAPITULO  XII 


HOSPITAL  DE  SAN  JOSEPH  DE  GRACIA 
Orizaba,  Ver. 

Hasta  mediados  del  siglo  XVIII,  no  había  en  Orizaba  hospital  alguno  en 
que  se  acogiese  a  las  mujeres  enfermas,  pues  el  de  San  Juan  de  Dios,  existente 
desde  principios  del  XVII,  era  exclusivo  para  hombres.  Fue  a  un  grupo  de 
señoras  de  Orizaba  al  que  se  le  ocurrió  hacer  algo  por  las  mujeres  pobres. 
Para  realizar  su  proyecto  acudieron  al  cura  del  lugar  para  que  él  recabase 
permiso  y  viera  la  forma  de  erigirlo.  Las  damas  ofrecían  dar  asistencia, 
medicina  y  alimentos  a  las  enfermas  y  doña  Bárbara  de  Horue  donaba  su 
casa,  que  reunía  todas  las  comodidades  que  un  pequeño  hospital  requería. 

Estas  buenas  señoras  no  tenían  la  pretensión  de  fundar  un  hospital,  sino 
simplemente  establecer  una  casa  en  la  que  se  ejercitara  la  caridad  con  las 
enfermas. 

Don  Francisco  Antonio  de  Illueca,  que  era  a  la  sazón  el  párroco  del  pueblo, 
escribió  el  17  de  enero  de  1755  al  obispo,  sobre  la  buena  intención  de  las 
damas  del  pueblo  y  la  necesidad  que  había  de  un  hospital  de  mujeres.  Ese 
humilde  proyecto  no  perjudicaba  derechos  parroquiales,  pues  sólo  se  deseaba 
tener  en  él  un  oratorio  privado  para  las  enfermas  y  sirvientas,  a  fin  de  que 
oyesen  misa  los  días  de  precepto,  pues  para  la  administración  de  sacra- 
mentos y  entierros  se  ocurriría  a  la  parroquia. 

Sin  problema  alguno  con  la  Iglesia  ni  con  el  Estado  — las  formalidades  re- 
queridas no  rezaban  en  este  caso,  pues  no  se  iba  a  establecer  un  hospital  en 
toda  forma —  el  obispo  se  apresuró  a  dar  su  licencia,  que  fechó  el  20  de 
enero  de  1755. 

La  autoridad  civil  en  el  pueblo  era  el  Alcalde  Mayor  don  Francisco  An- 
tonio Patiño,  y  a  él  acudió  el  cura  recibiendo  también  su  beneplácito.  Es 


163 


más.  logró  interesarlo  tanto  en  el  proyecto  que  él  mismo  dio  forma  jurídica  a 
la  donación  de  doña  Bárbara,  para  que  pudiera  realizarse  de  inmediato,  dona- 
ción que  la  señora  aumentó  con  siete  camas  y  todo  lo  necesario  a  ellas,  como 
almohadas,  colchones,  sábanas,  sarapes,  etc. 

El  18  de  marzo  del  mismo  año  de  1755  se  abrió  al  público  esta  institución, 
que  se  tituló  Casa  Hospitalaria  de  San  Joseph  de  Gracia.  Estaba  situada  en 
la  calle  que  baja  de  la  sacristía  de  la  parroquia,  al  hospital  de  San  Juan  de 
Dios.  En  este  sitio  permaneció  hasta  el  año  de  1767,  en  que  el  Regidor  Alférez 
Real  Gregorio  Frade  Reguera  y  Villamil  cedió  su  casa  (situada  en  la  calle 
Real,  esquina  con  la  que  iba  a  la  huerta  del  convento  del  Carmen)  para  que 
a  ella,  que  era  más  amplia  y  cómoda,  se  pasasen  las  enfermas.  Esta  casa 
estaba  junto  a  la  Capilla  de  los  Dolores.  Esto  tenía  la  ventaja  de  que,  abrién- 
dole puertas  de  comunicación,  fácilmente  podría  convertirse  en  iglesia  del 
hospital.  Por  otra  parte  la  capilla  mejoraría,  pues  se  hallaba  abandonada,  y 
así  tendría  quien  se  ocupase  de  ella. 

La  Real  Justicia  aceptó  el  2  de  enero  de  1770  ambos  proyectos.  Se  hizo  la 
comunicación  de  la  casa  con  la  Capilla  de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores,  y 
las  enfermas  fueron  trasladadas  a  su  nuevo  edificio  que  tenía  capacidad 
para  veinte  mujeres.  Los  recursos  aumentaron,  se  dotaron  las  camas  de 
todo  lo  necesario  y  se  consiguió  de  las  autoridades  la  categoría  de  hospital. 

El  hospital  de  San  Joseph  de  Gracia  estaba  gobernado  por  un  Rector,  que 
era  al  mismo  tiempo  capellán  de  la  iglesia  contigua.  Todo  el  restante  perso- 
nal: médicos,  enfermeras  y  sirvientas,  fueron  siempre  elementos  laicos. 

Los  servicios  que  este  humilde  hospital  prestó  a  las  mujeres  pobres  de 
Orizaba  fueron  enormes.  Durante  poco  más  de  un  siglo  recibió  y  atendió  a 
todas  las  que  a  él  acudieron.  * 

En  1850  se  estableció  en  su  iglesia  una  de  las  llamadas  Santa  Escuela  de 
Cristo,  dirigida  por  los  PP.  del  Oratorio  de  San  Felipe  Neri,  que  subieron 
enormemente  el  culto  que  había  en  ella. 

En  1860  se  le  separó  de  su  relación  con  la  parroquia  y  se  le  puso  al  cuidado 
de  la  llamada  Junta  de  Caridad.  Su  suerte  cambió  a  partir  de  entonces  pa- 
reja a  la  del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  del  que  ya  hablamos  páginas  atrás, 
pues  junto  con  él  fue  trasladado,  en  1668,  a  la  casa  de  ejercicios  La  Concor- 

*  Nota:  En  toda  esta  relación  hemos  seguido  fielmente  a  Naredo,  que  resume  lo  dicho 
por  Arróniz  en  su  Historia  de  Orizaba. 

Naredo,  José  María,  Estudio  Histórico-Geográfico-Estadístico.  .  tomo  II,  pp.  149- 
153.  No  hemos  hallado  mejores  fuentes  ni  documentos  de  primera  mano. 


164 


dia,  que  tenían  los  PP.  del  Oratorio.  Allí  — salvo  algunos  meses  que  regresó 
a  su  antigua  casa —  ha  permanecido. 

El  edificio  del  hospital  fue  dedicado  a  hospicio  de  niños  desvalidos.  En 
1890  la  iglesia  quedó  a  cargo  de  los  PP.  Josefinos  y  el  hospital  a  cargo  de 
las  monjas  de  esta  misma  Orden,  que  establecieron  allí  un  colegio. 


165 


CAPITULO  XIII 


HOSPITAL  REAL  DE  SAN  RAFAEL 

San  Miguel  el  Grande,  Gto. 

Desde  la  primera  mitad  del  siglo  XVIII  los  vecinos  de  San  Miguel  el  Grande 
(hoy  San  Miguel  Allende)  empezaron  a  hacer  los  trámites  necesarios  a  la 
erección  de  un  hospital  donde  se  curasen  los  pobres,  de  todas  enfermedades, 
que  había  en  la  población.  Se  acudió  primeramente  al  cura,  a  fin  de  que 
éste  hiciese  saber  al  Obispo  de  Michoacán  (San  Miguel  el  Grande  entraba  en 
su  jurisdicción),  la  utilidad  que  esta  obra  reportaría. 

El  Obispo  estuvo  de  acuerdo.  Se  solicitó  entonces  la  autorización  del  Vi- 
rrey don  Juan  de  Acuña,  Marqués  de  Casafuerte  (1722  a  1734),  pero  por 
razones  que  ignoramos,  el  asunto  no  halló  por  entonces  respuesta  alguna.  Vi- 
nieron después  los  gobiernos  del  Virrey-Arzobispo  don  Juan  Antonio  de  Viza- 
rrón  y  de  don  Pedro  de  Castro  Figueroa  y  Salazar,  Duque  de  la  Conquista,  y 
tampoco  se  resolvió  nada,  pues  apenas  habíanse  iniciado  los  primeros  trámites 
surgió  un  pleito  entre  los  curatos  de  San  Miguel  el  Grande  y  de  Dolores,  que 
se  acababa  de  erigir,  disputándose  el  1/4  noveno  de  los  diezmos  para  sus  igle- 
sias. En  1742,  siendo  Virrey  don  Pedro  Cebrián  y  Agustín,  Conde  de  Fuen- 
clara  (1742-1746),  se  le  presentó  la  instancia  de  los  vecinos  de  San  Miguel 
el  Grande.  El  nuevo  Virrey  aprobó  la  obra  el  16  de  octubre  de  1743,  basán- 
dose en  el  parágrafo  31  de  la  erección  de  la  Catedral  de  Valladolid,  aprobada 
por  los  reyes  y  de  acuerdo  con  la  ley  23,  tit.  16,  lib.  lo.  de  la  recopilación. 1 

Pese  a  que  todos  los  trámites  legales  se  habían  hecho  ya  con  todo  éxito,  la 
obra  no  pudo  realizarse  entonces  por  falta  de  fondos,  pues  a  pesar  de  que 
el  Virrey  había  ordenado  en  1744  que  el  noveno  y  medio  de  fábricas  y  hos- 
pitales se  aplicase  íntegro  a  la  construcción  del  hospital  de  San  Miguel  el 

1  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  5. 


166 


Grande,  no  había  sido  suficiente.  Las  cosas  quedaron  en  suspenso  durante 
diez  años,  después  de  los  cuales  la  situación  había  cambiado.  Los  fondos  de- 
signados por  el  Virrey  se  habían  ido  guardando  y  ya  sumaban  4,490.00.  Don 
Francisco  de  Lara  Villagómez  había  donado  un  terreno,  en  lugar  sano  y  aco- 
modado, que  medía  110  varas  de  frente,  de  sur  a  norte,  y  190  de  fondo,  de 
oriente  a  poniente.  Unos  vecinos  habían  regalado  seis  camas  con  todo  lo 
necesario  a  ellas.  Otros  vecinos  habían  dejado  en  sus  testamentos  rentas  al 
hospital,  pero  con  la  orden  de  que  mientras  se  edificaba  se  aplicasen  a  sufra- 
gios por  las  almas  del  purgatorio.  De  todas  estas  posibilidades  de  realización 
dio  cuenta  en  1753  el  Obispo  de  Michoacán  al  Virrey,  que  lo  era  ya  el  primer 
Conde  de  Revillagigedo.  Este  ordenó  se  procediese  de  inmediato  a  realizarlo.  2 

Se  encargó  de  llevarlo  a  efecto  el  cura  del  lugar.  El  edificio  como  todos 
los  de  la  época,  estaba  formado  por  dos  partes:  el  hospital  y  la  iglesia.  Esta 
medía  cuarenta  varas  de  largo  y  diez  de  ancho,  sus  muros  medían  doce  varas 
de  alto;  tenía  crucero  y  bóvedas.  La  torre  era  de  un  solo  cuerpo  y  en  ella  se 
pusieron  dos  campanas.  En  el  interior  de  la  iglesia  había  un  altar  mayor  y 
dos  en  el  crucero,  había  también  pulpito  y  amplio  coro.  Tanto  la  iglesia  como 
la  sacristía  se  adornaron  con  numerosas  pinturas  al  óleo. 

El  hospital  se  hallaba  dispuesto  alrededor  de  un  patio  central,  con  cuatro 
corredores;  de  éstos,  tres  se  concluyeron  y  uno  se  dejó  a  medias.  Había  en  él 
veintisiete  piezas,  destinadas  unas  a  enfermerías  de  hombres,  otras  a  las  de 
mujeres  y  las  restantes  a  convalecientes  y  oficinas  del  hospital,  servicios  y 
habitaciones  de  la  servidumbre.  Finalmente,  había  también  un  camposanto 
bardeado. 

No  sabemos  exactamente  la  época  en  que  se  puso  en  servicio,  pero  debe 
haber  sido  en  las  últimas  décadas  del  XVIII.  Tampoco  conocemos  la  dispo- 
sición que  lo  puso  bajo  el  Real  Patronato,  pero  en  todos  los  documentos  se  le 
da  el  título  de  Hospital  Real. 

El  titular  que  se  le  dio  de  San  Rafael  fue  por  ser  el  arcángel  patrono  de  los 
enfermos.  Precisamente  su  nombre  quiere  decir  "medicina  de  Dios".  Ya  con- 
cluido se  colocó  bajo  la  administración  de  un  eclesiástico  titulado  Rector,  que 
dependía  totalmente  del  cura. 

Su  gobierno  quedó  reglamentado  por  Constituciones  especiales  que  hizo  el 
diocesano.  La  atención  de  los  enfermos  se  dejó  en  manos  de  un  médico,  un 
cirujano,  enfermeros  y  enfermeras,  a  más  de  sirvientes  que  se  ocupaban  de  la 
preparación  de  alimentos  y  limpieza.  3 


*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  51,  Exp.  1. 
'  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  55,  Exp.  4. 


167 


Si  en  un  principio  fue  beneficio  el  que  el  hospital  quedase  sujeto  al  curato, 
por  la  ayuda  que  éste  es  capaz  de  obtener  de  los  feligreses,  años  después  se 
volvió  lo  contrario,  pues  habiendo  crecido  la  población,  el  cura  no  podía 
atender  a  su  parroquia  y  al  hospital,  que  empezó  a  venir  a  menos.  A  princi- 
pios del  XIX  nos  lo  encontramos  en  una  completa  decadencia.  Los  fondos 
del  hospital  eran  totalmente  insuficientes  para  pagar  al  personal  que  lo  servía, 
alimentar,  dar  medicinas  a  los  enfermos  y  hacer  al  edificio  los  reparos  nece- 
sarios. En  1802  la  situación  era  la  siguiente:  el  edificio  se  había  ido  "aterran- 
do" tanto,  que  el  agua  estaba  a  punto  de  penetrar  por  las  ventanas.  Este 
aterramiento  había  hecho  las  enfermerías  húmedas  y  amenazaba  los  muros. 
Muchas  piezas  necesitaban  reparaciones  urgentes.  En  el  hospital  no  se  podían 
sostener  más  de  ocho  enfermos  por  falta  de  fondos  y  por  la  misma  razón  para 
servirles  no  había  ya  más  que  una  enfermera. 

Según  el  informe  que  el  coronel  Narciso  María  de  la  Canal  dio  al  gobierno, 
tras  de  efectuarse  la  visita  que  ordenó  el  Rey  en  Real  Cédula  de  22  de  di- 
ciembre de  1800,  la  economía  del  hospital  con  altas  y  bajas  podía  resumirse 
así:  los  tres  novenos  de  hospital  y  fábrica  parroquial  variaban  anualmente 
entre  los  500.00  pesos  y  los  2,100.00.  Poseía  un  principal  de  1,000.00  pesos, 
legado  a  don  Manuel  Fuentes,  que  redituaban  50  pesos  anuales.  Las  limosnas, 
que  en  ocasiones  llegaban  a  sumar  664  pesos  anuales,  eran  nulas  algunas  veces. 

Aquí  tenemos  una  suma  de  ingresos  y  egresos  de  quince  años  que  son  los 
comprendidos  entre  1785  y  1800. 

Entradas:  por  novenos,  limosnas  y  réditos  $  23,106.2 

Gastos:  alimentos,  salarios,  botica,  médicos,  etc.         „  19,742.5 

Resultan  en  favor  del  hospital  y  contra  el  cura         $    3,363.5  4 

Esto  ocurría  antes  de  que  la  guerra  de  independencia,  con  todos  sus  proble- 
mas conexos,  desorganizara  las  debilitadas  economías  hospitalarias. 

El  hospital  se  formó  para  el  socorro  de  toda  clase  de  pobres  enfermos,  sin 
distinción  de  razas;  pero  el  hecho  de  ser  los  indios  los  más  pobres  y  desampa- 
rados fue  convirtiéndolo  casi  exclusivamente  en  hospital  de  indios.  Tal  era 
su  estado  a  principios  del  XIX. 

En  esta  época,  el  mismo  coronel  de  la  Canal,  propuso  al  Virrey  que  se  en- 
tregase la  institución  a  una  orden  hospitalaria  y  que  se  le  diese  para  su  sos- 

4  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  54,  Exp.  4. 


168 


tenimiento  el  medio  real  al  hospital,  con  que  el  gobierno  ayudaba  a  estas 
instituciones,  pero  sus  proposiciones  no  fueron  aceptadas  y  todo  siguió  igual. 

En  1819,  en  plena  guerra  de  Independencia,  los  soldados  heridos  no  se  cura- 
ban allí  sino  en  un  hospital  provisional  que  se  organizó. 5  Esto  nos  hace 
pensar  que  ya  se  había  acabado  o  que  su  estado  era  tan  malo  que  no  pudo 
ser  utilizado. 


*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  7,  Exp.  12. 


169 


CAPITULO  XIV 


DEPARTAMENTOS  DE  PARTOS  OCULTOS 
México,  D.  F. 

Vamos  a  tratar  ahora  de  un  hospital  sui  generis.  Nos  referimos  en  realidad 
a  una  sección  del  hospicio  de  pobres.  Como  parte  del  hospicio  no  debía  ser 
incluida  en  esta  historia,  pero  como  al  mismo  tiempo  es  la  primera  Clínica  de 
Maternidad  constituida  exclusivamente  para  este  fin,  consideramos  impor- 
tante incluirla  dentro  de  los  servicios  hospitalarios  de  la  Nueva  España. 

La  historia  de  esta  institución  nos  la  ha  dejado  escrita  desde  hace  muchos 
años  el  doctor  Nicolás  León  en  el  capítulo  V  de  su  obra  titulada  La  Obste- 
tricia en  México.  Poco  hay  que  añadir  a  lo  que  él  dijo. 

Hacia  1745  el  Chantre  de  la  Catedral  de  México,  don  Fernando  Ortiz 
Cortés,  decidió  fundar  un  hospicio  para  pobres  o  Casa  de  Misericordia,  ofre- 
ciendo para  la  obra  su  casa  y  24,000.00  pesos,  pidiendo  para  ello  licencia  al 
Rey.  Apoyaba  su  petición  el  Arzobispo  de  México,  limo.  Sr.  Rubio  y  Salinas. 

La  obra  halló  eco  en  el  Consejo  de  Indias  y  el  Rey  aceptó  en  principio  la 
idea.  Sin  embargo,  tal  vez  por  la  desidia  del  Marqués  de  Croix,  a  la  sazón 
Virrey  de  la  Nueva  España,  los  años  pasaron  sin  que  llegara  a  establecerse.  El 
fundador  había  gastado  90,000  pesos  en  el  edificio  y  había  otorgado  testa- 
mento legando  a  la  institución  sus  bienes.  No  se  ven  a  través  de  los  documen- 
tos obstáculos  importantes  para  su  inmediata  realización,  y  sin  embargo  fue 
hasta  el  19  de  marzo  de  1774  cuando  se  abrió  al  público.  Para  esta  fecha  el 
fundador  ya  había  muerto,  pero  el  Arzobispo  don  Francisco  Antonio  Lorenzana 
apoyado  por  el  Virrey  Bucareli,  logró,  aun  sin  la  aprobación  definitiva  del 
Rey,  que  empezase  a  servir  a  los  pobres.  El  fue  quien  hizo  las  ordenanzas  por 
las  cuales  había  de  regirse,  ordenanzas  que  si  bien  no  se  aceptaron  de  inme- 


170 


diato,  fueron  aprobadas  con  modificaciones  en  1785,  quedando  la  institución 
bajo  el  patronato  y  protección  del  Rey. 1 

Pretendióse  con  esta  casa  dar  amparo  a  todos  los  desvalidos,  a  todos  aque- 
llos que  no  encontraban  o  habían  perdido  dentro  de  la  comunidad  social  un 
lugar  para  realizar  una  vida  digna.  Al  realizarse  este  pensamiento  tuvieron 
que  formarse,  al  lado  de  las  secciones  para  mendigos,  una  para  niños  huér- 
fanos y  otra  para  mujeres  que  habían  concebido  un  hijo  fuera  del  matrimonio. 

Esto  último  no  entraba  dentro  del  plan  trazado  por  el  Chantre.  Lo  afir- 
mamos porque  en  su  proyecto  enviado  al  Rey,  que  hemos  revisado  en  el  Ar- 
chivo General  de  Indias  de  Sevilla,  no  se  dice  nada  al  respecto.  Además,  el 
hecho  de  que  tal  sección  se  inaugurara  el  4  de  noviembre  de  1774  o  sea  separa- 
damente al  hospicio,  nos  hace  pensar  en  la  intervención  del  Arzobispo  Loren- 
zana  y  tanto  que  nos  parece  obra  suya.  Para  establecerla  se  compró  una  casa 
contigua  al  hospicio. 2  En  un  principio  se  pensó  que  tendría  que  sostenerse 
con  la  limosna  pública.  Afortunadamente,  los  albaceas  del  capitán  Zúñiga 
decidieron  emplear  la  tercera  parte  de  los  bienes  de  éste,  dejados  para  obras 
piadosas,  en  tan  benéfica  institución.  Con  esto  se  arregló  la  casa  y  se  la  dotó 
de  lo  necesario. 

El  Hospicio  de  Pobres  estaba  gobernado  por  una  Junta  de  Caridad.  En 
ella  había  cuatro  diputados  encargados  de  cada  uno  de  los  cuatro  departamen- 
tos que  formaban  la  institución.  El  encargado  del  Departamento  de  Partos 
Ocultos  debía  ser  siempre  un  eclesiástico  con  permiso  para  confesar  mujeres. 
Era  nombrado  por  la  Junta  de  Caridad.  El  primer  diputado  de  este  depar- 
tamento fue  el  señor  doctor  y  maestro  don  Juan  Antonio  Bruno. 

Al  inaugurarse  la  casa  de  don  Juan  Antonio  como  su  primer  diputado, 
dijo  un  discurso  de  apertura,  y  en  él  describió  el  objeto  y  fin  de  ella.  Sus 
palabras  comenzaron  con  una  reprimenda  a  la  sociedad,  especialmente  a  las 
mujeres  livianas  que  engendraban  hijos,  a  los  que  no  podían  dar  un  padre. 
En  seguida  describió  la  necesidad  que  la  sociedad  tenía  de  una  Institución 
en  la  que  esas  infortunadas  mujeres  y  sus  hijos  se  pusieran  a  salvo,  evitán- 
dose la  muerte  de  los  niños  a  la  vez  que  asegurándoles  un  porvenir.  Para  ellas 
se  buscaba  también  salvarles  la  vida,  impedirles  el  convertirse  en  criminales, 
con  la  práctica  del  aborto,  evitarles  el  caer  en  manos  de  mujeres  viles  que 
después  de  atenderlas  mal,  las  explotaban  bajo  la  amenaza  de  publicar  su 
vergüenza.  Finalmente,  con  el  sigilo  inviolable  de  la  Institución  se  procu- 
raría evitar  el  repudio  de  sus  familias  y  la  reintegración  a  su  medio  social. 

La  Institución,  según  el  diputado,  ampararía  a  madres  solteras  abando- 


1  A.G.I.S.  Audiencia  México  2791. 

1  La  Administración  de  Bucareli,  tomo  I,  pag.  265. 


171 


nadas,  cuidaría  el  honor  de  muchos  matrimonios,  el  decoro  de  las  familias, 
la  paz  y  la  tranquilidad  de  la  sociedad. 

Esta  alocución  nos  pinta  claramente  la  sociedad  del  XVIII  con  sus  vicios, 
sus  principios  y  sus  prejuicios.  Para  entenderla  más  aún  hay  que  señalar  que 
el  Departamento  de  Partos  Ocultos  era  sólo  para  mujeres  españolas. 

Tres  eran  los  motivos  que  habían  hecho  nacer  la  Institución.  El  uno  era 
de  orden  moral.  Este  se  refería  al  aborto,  condenado  siempre  por  la  Iglesia 
Católica.  Otro  era  el  orden  social:  había  que  cuidar  el  decoro,  la  paz  y 
la  tranquilidad  de  la  sociedad,  pero  de  una  sociedad  burguesa  en  la  cual 
las  apariencias  son  lo  fundamental.  Ya  veremos  más  adelante  con  qué  celo 
se  guarda  el  secreto  de  aquellas  mujeres,  para  salvaguardar  una  honra  sin 
la  cual  jamás  podrían  haber  vuelto  a  su  vida  familiar.  El  tercer  motivo 
competía  al  orden  público:  evitar  el  "chantage".  La  cuestión  de  los  hijos 
no  la  solucionaba  este  departamento  sino  el  llamado  Inclusa,  también  dentro 
del  mismo  Hospicio  de  Pobres. 

Si  pensamos  por  qué  razón  esta  Institución  sólo  admitía  españolas  (com- 
prendiendo en  ellas  a  las  criollas  también),  hallaremos  que  sólo  entre  ellas 
la  cuestión  era  "el  problema  de  la  vida",  pues  como  los  otros  grupos  sociales 
eran  menos  burgueses  y  a  la  vez  más  humanos,  el  problema  no  tenía  entre 
ellos  tan  álgidas  características. 

Veamos  ahora  cómo  estaba  constituido  el  Departamento  de  Partos  Ocultos. 
Aunque  formaba  parte  del  hospicio  en  cuanto  a  Institución,  su  edificio  era 
una  unidad  reservada,  cuyo  interior  nadie  podía  ver.  Las  habitaciones  de 
las  enfermas  estaban  dispuestas  de  tal  modo  que  éstas  tampoco  podían  verse 
ni  comunicarse  entre  sí.  Este  sigilo  prevalecía  en  todos  los  aspectos  de  la  Insti- 
tución, como  veremos.  El  gobierno  del  Departamento  estaba  sujeto  primera- 
mente a  la  Junta  de  Caridad,  bajo  cuya  autoridad  quedaba  el  diputado  comi- 
sionado para  su  dirección.  Este  se  encargaba,  en  calidad  de  Director  o  Admi- 
nistrador, de  la  vida  toda  del  Departamento.  Así,  él  nombraba  a  la  "ama  de 
confianza"  que  cuidaba  y  controlaba  directamente  a  las  enfermas,  a  la  coma- 
drona, al  cirujano  y  al  médico  que  debían  atenderlas.  Todo  este  personal  debía 
prestar  juramento  de  secreto.  Las  enfermas,  para  ingresar,  debían  tener  pre- 
viamente un  pase  que  daba  el  diputado.  Su  ingreso  se  hacía  días  antes  del 
parto.  Llegaban  a  la  Institución  con  el  rostro  cubierto  y  se  les  admitía  me- 
diante la  presentación  del  pase.  Su  nombre  debían  descubrirlo  solamente 
ante  el  confesor,  que  lo  anotaba  en  un  libro  secreto,  cuyo  objeto  era  evitar 
complicaciones  en  caso  de  muerte  y  proteger  a  los  hijos.  Al  interior  del  edi- 
ficio no  podía  acompañarla  nadie,  ni  parientes,  ni  amigos. 

Todo  el  tiempo  que  permanecía  en  la  Institución  podía  estar  con  el  rostro 


172 


cubierto  si  lo  deseaba,  pero  no  era  obligatorio.  En  cambio,  cuando  la  reco- 
nocía el  cirujano  debía  estar  cubierta.  A  la  hora  de  parir,  que  era  cuando 
estaban  con  ella  la  comadrona,  el  médico  y  el  cirujano,  también  podía,  si 
lo  deseaba,  cubrirse  el  rostro  y  sólo  en  caso  de  desmayo  se  le  destapaba. 

En  caso  de  muerte  se  avisaba  a  la  Junta,  se  sacaba  su  cadáver  de  noche  y 
con  el  rostro  cubierto  siempre  se  le  enterraba.  Su  nombre  se  anotaba  en 
un  libro  especial,  secreto  también,  que  se  guardaba  en  una  arca  cuyas  llaves 
tenían  solamente  el  vicepresidente  de  la  Junta  de  Caridad  y  el  diputado 
del  Departamento. 

En  caso  de  feliz  alumbramiento,  las  mujeres  quedaban  allí  hasta  su  resta- 
blecimiento. Después,  podían  regresar  a  sus  familias  o  ir  a  donde  ellas 
decidiesen. 

Los  niños  de  estas  madres  podían  irse  con  ellas  o  pasar  a  la  casa  Real 
de  Expósitos,  temporal  o  perpetuamente.  Esto  dependía  de  la  voluntad  de 
la  madre.  Era  ella  también  la  que  dictaba  el  nombre  y  las  circunstancias 
con  que  debía  asentarse  su  partida  de  nacimiento. 

Para  que  la  Institución  cumpliese  su  fin  había  una  serie  de  severas  dispo- 
siciones, a  las  que  quedaba  sujeto  el  personal  que  en  ella  servía.  Ejemplo: 
nadie  podía  informar  a  persona  alguna  si  había  o  no  enfermas,  ni  cuántas 
eran,  nadie  tenía  derecho  a  allanar  ese  lugar,  ya  fuesen  padres,  hermanos, 
maridos,  ni  cualquier  otra  persona.  De  esto  se  encargaba  la  guardia  del 
hospital. 

Ningún  empleado  podía  admitir  propina  o  gratificación,  bajo  pretexto 
alguno.  Sin  embargo,  las  enfermas  podían  dejar  a  la  Institución  la  limosna 
que  gustasen.  De  estos  bienes  no  se  anotaba  procedencia.  Para  la  buena  aten- 
ción de  las  enfermas,  el  reglamento  hacía  hincapié  en  dos  cosas:  la  constante 
limpieza  que  debía  reinar  en  él  y  que  siempre  debía  estar  listo  un  botiquín 
de  emergencia. 

Para  asegurar  finalmente  la  salida  de  las  mujeres,  se  usaban  diversas  puertas, 
efectuándose  ésta  en  hora  y  circunstancias  que  fuesen  favorables  al  secreto. 

Sobre  el  estado  en  que  estaba  la  obstetricia  en  aquellos  tiempos  ha  escrito 
ya  con  gran  amplitud  el  doctor  don  Nicolás  León  en  la  obra  mencionada. 
Como  podrá  ver  en  ella  el  lector  interesado,  las  cosas  no  habían  adelan- 
tado mucho  y  las  mujeres  daban  a  luz,  casi  en  las  mismas  circunstancias 
que  nuestra  primera  madre  Eva.  Sin  embargo,  hay  un  hecho  importante 
en  la  parte  clínica  del  Departamento  de  Partos  Ocultos;  éste  es  el  que  para 
ayudar  a  una  mujer  que  iba  a  dar  a  luz,  estuviesen  presentes  el  médico, 
el  cirujano  y  la  comadrona.  No  se  deja  a  la  madre  en  manos  de  viejas 
sucias  e  inexpertas,  se  exige  la  presencia,  los  conocimientos  y  en  muchos 


173 


casos  la  ayuda  de  los  que  más  podían  saber  entonces:  el  médico  y  el 
cirujano. 

Lo  único  lamentable  es  que  de  este  buen  (de  acuerdo  con  la  época) 
servicio  de  maternidad,  sólo  hayan  podido  disfrutar  las  mujeres  que  habían 
dado  un  "mal  paso"  y  que  no  se  les  hubiera  ocurrido  por  entonces,  hacerlo 
extensivo  a  todos  los  hospitales  públicos,  para  que  las  mujeres  pobres  y 
honradas  hubieren  podido  disfrutar  de  él. 

La  Junta  de  Caridad  dirigió  el  Departamento  de  Partos  Ocultos  hasta  el 
año  de  1821,  fecha  en  que  pasó  a  depender  directamente  del  Arzobispo  de 
México.  En  este  tiempo  las  autoridades  eclesiásticas  nombraban  a  un  canó- 
nigo que  hacía  las  funciones  del  diputado  de  la  Junta  y  daba  los  pases  de 
ingreso. 

La  Institución  siguió  funcionando  así,  hasta  que  las  Leyes  de  Reforma  la 
suprimieron. 

Hay  finalmente  algo  que  anotar:  cuando  la  Emperatriz  Carlota,  en  1865- 
1866,  decidió  establecer  en  la  ciudad  de  México  una  Casa  de  Maternidad, 
lo  hizo  en  el  Hospicio  de  Pobres,  o  sea  en  donde  ya  México  había  tenido 
un  siglo  antes  la  primera.3 


*  León,  Nicolás,  La  Obstetricia  en  México,  cap.  VIII,  pag.  309. 


174 


CAPITULO  XV 


HOSPITAL  DE  JESUS,  MARIA  Y  JOSE 
Veracruz,  Ver. 

Como  en  casi  todas  estas  fundaciones  coloniales,  una  determinada  nece- 
sidad, un  problema  social  que  sólo  se  puede  solucionar  mediante  una  insti- 
tución de  beneficencia,  es  lo  que  hace  surgir  el  Hospital  de  Jesús,  María  y 
José,  en  la  Ciudad  de  Veracruz. 

Vivía  en  aquel  puerto  un  rico  hombre  llamado  don  Juan  Antonio  Ruiz 
de  Alvarado,  quien  se  dolía  contemplando  los  peligros  y  los  fracasos  a  que 
llegaban  los  jóvenes  españoles,  de  familias  acomodadas,  que  viniendo  a  es- 
tablecerse en  la  Nueva  España  enfermaban  en  Veracruz  o  bajaban  enfermos 
de  los  barcos. 

Era  el  viejo  problema  al  que  en  el  XVI  se  había  enfrentado  Bernardino 
Alvarez  creando,  como  vimos,  su  red  de  hospitales  de  costa  a  costa.  Pero 
el  hospital  de  San  Juan  de  Montesclaros,  que  Bernardino  había  fundado, 
no  respondía  ya  a  aquellas  necesidades,  pues  en  el  XVIII,  como  ya  hemos 
visto,  servía  casi  exclusivamente  a  la  marina,  militar  y  mercante.  Se  admitió 
desde  luego  a  los  pobres  que  lo  solicitaban,  pero  eran  tan  malos  sus  ser- 
vicios, que  los  pobres  preferían  morir  en  la  calle  antes  que  ir  a  él.  Por  esta 
razón  es  que  los  jóvenes  que  enfermaban  en  Veracruz,  preferían  ir  a  casas 
de  mujeres  curanderas,  en  gran  parte  mulatas,  que  les  ofrecían  albergue, 
alimentación  y  cura  en  sus  enfermedades.  Esto  culminaba  siempre  en  la 
explotación  del  muchacho,  hasta  quitarle  cuantos  bienes  poseía  y  finalmente 
el  amancebamiento  o  matrimonio  con  ellas,  lo  que  los  sumía  en  la  medio- 
cridad y  el  fracaso. 

Don  Juan  Antonio  Ruiz  de  Alvarado  intentó  solucionar  el  problema  crean- 
do un  nuevo  tipo  de  Institución:  un  hospital  de  paga.  En  1778  acudió  al 


175 


Virrey  Antonio  María  de  Bucareli  exponiendo  su  proyecto  que  en  resumen 
es  el  siguiente:  Con  su  propio  peculio  haría  una  casa,  en  la  que  montaría 
un  hospital  con  doce  camas  para  hombres  jóvenes  españoles,  que  enfermasen 
en  el  puerto.  Estos  deberían  pagar  ocho  reales  diarios  para  sus  alimentos 
y  atención  médica.  Como  esta  corta  cantidad  no  era  suficiente  para  cubrir 
los  gastos  del  hospital,  daría  además  algunas  de  las  diez  y  ocho  casas  que 
poseía  en  Veracruz,  comprometiéndose  también  a  cubrir  salarios  de  enfer- 
meras, sirvientes,  médicos,  cirujanos,  gastos  de  botica  y  demás  cosas  que  se 
ofrecieran.  Para  edificar  el  hospital  ofrecía  un  terreno,  situado  junto  al 
Hospital  Militar  de  San  Carlos  que  medía  setenta  varas  en  cuadro.1 

Como  vemos,  es  el  primer  hospital  planeado  para  "gente  bien",  para  "per- 
sonas de  recursos  económicos".  Sin  embargo,  no  se  proyecta  en  el  sentido 
del  negocio;  todavía  en  la  idea  de  hospitalidad  predomina  el  sentido  de 
la  caridad. 

El  Virrey  Bucareli  aplaude  el  plan,  manda  al  gobernador  de  Veracruz 
que  felicite  a  don  Juan  Antonio  y  que  haga  cuanto  en  su  mano  esté  por 
que  se  lleve  a  cabo  el  proyecto. 

Desgraciadamente,  el  gobernador  había  de  antemano  pensado  en  otra 
forma  y  había  convencido  a  don  Juan  Antonio  de  que  realizase  su  propósito 
en  el  viejo  hospital  de  Montesclaros,  fundando  en  él  una  sala  de  distinción 
con  doce  camas  dedicadas  al  fin  que  deseaba.  Se  pensaba  que  esto  no  sólo 
realizaría  el  proyecto  sino  que  serviría  para  mejorar  la  aflictiva  situación  por 
la  que  pasaba  el  hospital,  situación  que  personas  muy  distinguidas  del  puerto, 
como  don  Pedro  Antonio  Cosío,  estaban  tratando  de  mejorar.2 

Se  abrió  la  sala  de  distinción  para  españoles  en  el  hospital  de  Montesclaros, 
en  1779,  pero  no  llegó  a  durar  ni  diez  años,  pues  don  Juan  Antonio  afir- 
mando que  los  hipólitos  se  ocupaban  más  de  su  propio  provecho  que  de 
los  enfermos,  quitó  las  doce  camas  y  retiró  todos  los  subsidios  a  ellas  ligados. 
Los  frailes  protestaron  diciendo  que  era  falso,  pues  los  enfermos  de  don 
Juan  Antonio  habían  sido  bien  atendidos  y  que  el  hospital  todo  estaba  me- 
jorando tanto  en  lo  material  como  en  sus  servicios.  Intervino  el  obispo  de 
Puebla  defendiéndolos,  pero  don  Juan  Antonio  se  sostuvo  en  su  decisión 
y  acudió  al  rey  para  que  lo  autorizase  a  realizar  el  hospital,  tal  como  él  lo 
había  planeado.3 

En  1783  el  rey  pedía  informes  del  proyecto  al  Obispo  de  Puebla  y  al 
Virrey.  La  cosa  parecía  marchar  a  pedir  de  boca  pero  por  razones  que 
ignoramos  allí  se  detuvo. 

1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72.  Exp.  5  bis. 

2  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  11.  Exp.  10. 

3  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  72.  Exp.  6. 


176 


V.  Padre  de  San   José  Betancur,  Fundador  de  la   Orden  Hospitalaria 
de  los  Betlemitas.  Grabado  del  libro  de  las  Constituciones. 


Patio  del  Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belem  y  San  Francisco  Xavier  en  México,  D.  F. 
Obra  monumental  del  arquitecto  Lorenzo  Rodríguez.  (Foto  D.M.C.). 


CAPITULO  XVI 


HOSPITAL  DE  COMITAN,  CHIAPAS 

En  el  pueblo  de  Comitán  en  el  lejano  Estado  de  Chiapas,  se  fundó  a 
fines  del  XVIII  un  hospital  para  atender  a  los  enfermos  de  la  localidad. 

La  Institución  fue  fundada  por  manda  testamentaria  de  doña  María  Igna- 
cia  Gandulfo,  vecina  de  dicho  pueblo  de  Comitán. 

Doña  María  Ignacia  había  heredado  de  sus  padres,  don  Carlos  María 
Gandulfo  y  doña  Rosa  de  Olvera,  una  gran  fortuna.  Habiendo  llegado  a 
edad  madura  sin  contraer  matrimonio,  ni  tener  hijos,  ni  parientes  a  quienes 
dejar  sus  bienes,  pensó  nombrar  por  herederos  a  los  pobres  enfermos  y  lo 
formalizó  por  testamento  otorgado  el  22  de  mayo  de  1789. 

Para  establecer  el  hospital  dio  la  casa  en  que  vivía  que,  según  parece,  era 
una  de  las  más  importantes  del  pueblo  y  se  hallaba  situada  en  la  Plaza 
Mayor  y  frente  a  la  iglesia  del  pueblo.  Esta  situación  era  inmejorable  ya  que 
facilitaba  la  administración  de  sacramentos  y  la  realización  de  los  entierros. 

La  casa  era  amplia  y  fácilmente  podían  hacerse  los  arreglos  para  conver- 
tirla en  hospital.  La  fundadora  dispuso  que  se  la  dividiese  en  dos  secciones 
para  que  el  hospital  pudiera  ser  mixto  y  que  se  dedicase  una  de  las  piezas 
inferiores  a  capilla,  en  la  que  se  pusiese  el  viático  y  se  dijese  misa  a  los 
enfermos. 

La  Institución  se  creaba  para  los  vecinos  pobres  del  pueblo  y  los  foras- 
teros a  quienes  afectase  alguna  enfermedad  o  llegasen  ya  enfermos.  Se  admi- 
tiría a  toda  clase  de  personas,  hombres  y  mujeres,  sin  distinción  de  clase  o 
raza.  Dice  doña  María  Ignacia  textualmente  que  a  su  hospital  se  llevaran 
los  enfermos  más  "pobres  y  faltos  de  amparo  y  humana  protección,  para  que 
se  les  asista  con  los  alimentos  posibles  y  aquella  curación  y  medicina  que 
ofrece  el  país". 

La  buena  señora  pensaba  bien,  había  que  dar  a  los  enfermos  las  medicinas 
que  el  pueblo  de  Comitán  usaba  en  sus  enfermedades,  pues  era  imposible 

177 


H. — 12 


conseguir  médico  que  aceptase  residir  allí;  es  más,  parece  que  en  este  hos- 
pital no  hubo  médico  titulado  nunca. 

Para  sostener  su  fundación,  dejó  la  hacienda  de  Santiago  Jacona  y  demás 
bienes  que  le  pertenecían.  El  gobierno  del  hospital  debería  correr  a  cargo 
de  un  mayordomo,  que  en  un  principio  podía  ser  uno  de  los  albaceas.  Los 
servicios  a  los  enfermos,  así  como  la  limpieza  del  hospital,  las  realizarían 
sirvientes  a  sueldo.  Cada  año  el  mayordomo  debía  dar  cuentas  al  Juez  Real 
del  pueblo  y  cuando  se  pudiese  al  propio  Gobernador,  Intendente  o  Juez 
principal. 

El  nombramiento  de  mayordomo  lo  harían  los  señores  jueces.  Para  realizar 
la  obra  designó  albaceas  a  Gabriel  José  Ortiz  y  a  Pablo  García,  vecinos 
del  lugar. 

La  buena  de  doña  Ignacia,  que  dio  toda  su  fortuna  a  los  pobres,  era  de 
tan  escasa  cultura  que  no  sabía  ni  escribir.  Al  hacer  su  testamento  lo  declaró, 
firmando  por  ella  Claudio  Ruiz.1 

La  obra  llegó  a  realizarse  y  el  hospital  prestó  servicios  muchos  años;  a 
principios  del  XIX  se  pretendió  pasar  sus  bienes  al  de  Ciudad  Real,  que 
estaba  muy  necesitado,  alegándose  que  en  el  de  Comitán  no  había  enfer- 
mos, ni  médicos,  ni  botica,  pero  el  testamento  de  doña  Ignacia  estaba  re- 
dactado en  términos  tan  precisos  que  no  fue  posible  violarlo.2 

En  la  época  del  porfiriato  aún  existía  y  hoy  continúa  prestando  servicios. 


1  Orozco  y  Jiménez,  Dr.,  don  Francisco.  Colección  de  Documentos,  tomo  I,  pag. 
83  a  85. 

*  Orozco  y  Jiménez,  Dr.,  don  Francisco.  Colección  de  Documentos,  tomo  I,  pag. 
68. 

178 


CAPITULO  XVII 


HOSPITALES  DE  NUESTRA  SEÑORA  DE  GUADALUPE 
TAXCO,  GRO. 


El  siglo  XVIII  es  el  siglo  del  apogeo  minero  en  Taxco.  El  nombre  de  José 
Borda  llena  el  horizonte  de  la  plata  en  México.  Sus  minas  de  Taxco  le  dan 
fortuna,  las  ricas  vetas  de  Zacatecas  lo  vuelven  a  enriquecer.  Parece  que  a 
Borda  más  le  interesaba  arrancar  a  la  tierra  sus  tesoros  que  poseerlos  él  mis- 
mo. Sus  bendecidas  manos  parecían  convertir  en  metal  precioso  las  venas  de 
la  tierra;  por  sus  manos  buenas,  siempre  abiertas,  la  plata  se  le  escapaba. 
Corría  hacia  la  parroquia  de  Santa  Prisca  que  necesitaba  hacerse  de  nuevo, 
hacia  las  zonas  productoras  de  maíz,  para  comprarlo  y  darlo  barato,  cuando 
escaseaba;  otra  vez  era  costeando  el  entubamiento  del  agua,  para  que  la  po- 
blación disfrutase  del  precioso  líquido;  otra  arreglando  un  camino,  un  puen- 
te, bien  techando  las  casas  de  los  pobres,  abriendo  escuelas,  dando  becas,  sos- 
teniendo inumerables  familias  en  Taxco,  en  Zacatecas,  en  Cuernavaca.  Bor- 
da, el  hombre  bueno,  pero  bueno  de  verdad,  que  vivía  en  contacto  con  el 
pueblo,  con  sus  necesidades  cotidianas,  supo  cuando  faltaba  agua,  o  carne,  o 
maíz,  o  cuando  era  necesaria  una  custodia,  un  cáliz,  unos  ornamentos  sagra- 
dos, o  bien  se  preocupaba  en  que  no  hubiese  "tiendas  de  raya"  para  los  obre- 
ros de  sus  minas,  ni  pagas  a  destajo  cuando  éstas  no  llegaban  al  límite  de  un 
justo  salario.  Por  eso  afirmaba  don  Manuel  Toussaint 1  que  para  referir  las 
obras  de  beneficencia  y  las  caridades  de  Borda,  era  necesario  escribir  todo 
un  Tratado;  tantas,  tan  grandes  y  de  tan  diversa  índole  son.  Pero  precisa- 
mente por  todo  esto  es  por  lo  que  a  primera  vista  no  entendemos  cómo  no  se 
le  ocurrió  fundar  un  hospital  para  sus  obreros. 

En  Cuernavaca  llegó  a  proveer  la  botica  de  la  Villa  y  a  costear  todas  las 
medicinas  que  utilizasen  los  enfermos  pobres,  pero  ni  allí,  ni  en  Taxco,  ni  en 
Zacatecas,  hizo  intento  de  fundar  un  hospital.  ¿Por  qué?  ¿Cómo  es  posible 

1  Toussaint,  Manuel,  Taxco. 


179 


que  no  erigiese  una  Institución  en  la  que  se  atendiera  a  los  trabajadores  de 
sus  minas,  él  que  personalmente  vigilaba  el  bien  vivir  de  sus  obreros?  ¿Es 
posible  que  Taxco  en  su  mayor  bonanza  careciese  de  hospital,  cuando  en  to- 
dos los  reales  de  minas  los  había?  Puede  haber  habido  varias  razones  para 
ello;  algunas  de  ellas  podrían  ser  las  siguientes:  los  hospitales,  como  sabe- 
mos, eran  para  personas  que  enfermaban  lejos  de  sus  hogares  o  estaban  en 
una  miseria  tal  que  en  sus  casas  no  había  medios  para  atenderlos.  Posible- 
mente esto  no  ocurría  en  el  Taxco  de  Borda,  pues  en  su  época  los  trabaja- 
dores de  estas  minas  no  eran  gente  traída  de  lejanas  regiones,  sino  de  los 
pueblos  y  barrios  circunvecinos.  Por  otra  parte,  los  trabajadores  de  Borda 
no  estaban  en  la  miseria.  Por  esto,  tal  vez,  la  necesidad  de  un  hospital  no 
aparecía  a  los  ojos  del  Mecenas  como  necesidad  apremiante  para  sus  traba- 
jadores. Sin  embargo,  pobres  y  necesitados  sí  debe  haber  habido  en  Taxco, 
como  en  todas  partes  y  por  ende  necesidad  de  hospital  también.  Dos  años  an- 
tes de  la  muerte  de  Borda,  don  Antonio  Alvarez,2  vecino  del  mismo  Real  dejó 
por  testamento,  fechado  en  febrero  de  1776,  10,000.00  pesos  para  la  funda- 
ción de  un  hospital.  Pero  no  se  fundó. 

Los  años  pasaron,  don  Joseph  de  la  Borda  murió  en  1778  y  la  situación  de 
los  trabajadores  de  las  minas  fue  volviéndose  mala.  En  1793  el  Subdelegado 
de  Taxco,  don  Fernando  de  Mendoza,  nos  habla  ya  de  la  miseria  de  aquellos 
obreros,  que  morían  en  las  calles  sin  que  nadie  los  ayudase.  Como  autoridad 
él  se  siente  en  la  responsabilidad  de  enfrentarse  al  problema,  pues  considera- 
ba que  la  nación  tenía  obligación,  más  que  con  nadie,  con  estos  trabajado- 
res que  habían  dado  sus  fuerzas  y  su  salud  a  la  minería  que  tanto  había  be- 
neficiado a  la  Nueva  España.  Don  Fernando  de  Mendoza  desconocía  el 
testamento  de  don  Antonio  Alvarez.  Así,  fiado  solamente,  según  él  dice,  en  el 
auxilio  de  la  Providencia,  decidió  fundar  un  hospital.  El  11  de  febrero  de  1793 
lograba  inaugurarlo. 

Cuando  ya  funcionaba  se  enteró  que  la  Cofradía  del  Santísimo  Sacra- 
mento tenía  en  su  poder  los  10,000  pesos  dejados  por  don  Antonio,  y  que 
dando  como  razón  el  que  no  eran  suficientes  para  fundar  un  hospital,  los 
había  dedicado  exclusivamente  a  celebrar  misas.  Don  Fernando  luchó  enton- 
ces por  que  su  hospital  pasara  a  manos  de  la  Archicofradía  del  Santísimo  Sa- 
cramento para  que  empleara  en  él  el  dinero  donado.  Pero  la  Archicofradía 
se  negó  a  tomarlo  bajo  su  cuidado  y  a  entregar  las  propiedades  que  repre- 
sentaban los  10,000  pesos.  El  asunto  se  llevó  por  la  vía  legal  y  el  lo.  de  no- 
viembre de  1793  se  notificó  a  la  Mesa  Directiva  que  por  orden  del  Virrey  de- 

1  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  28,  Exp.  1.  "Establecimiento  de  un  hospital 

en  Taxco. 


180 


bía  entregar  las  tres  casas  de  don  Antonio  Alvarez.  Pero  los  cofrades  siguieron 
rehusándose  a  hacerlo  y  fue  necesaria  una  muy  enérgica  orden  del  Virrey 
Branciforte,  para  que  hiciesen  inmediata  entrega  de  los  bienes. 

Para  el  año  de  1794  el  hospital  entró  en  posesión  de  ellos  y  don  Fer- 
nando de  Mendoza,  al  establecer  el  hospital,  lo  organizó  en  todos  los  aspectos. 
Le  dio  por  titular  a  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.  Lo  destinó  al  servicio, 
primeramente,  de  los  mineros  y  en  segundo  lugar  a  cuantos  pobres  y  foras- 
teros enfermasen  en  Taxco.  Para  el  gobierno  del  hospital  él  mismo  hizo  las 
Constituciones  el  6  de  noviembre  de  1794.  Por  ellas  sabemos  que  el  personal 
que  lo  atendía  lo  constituía  un  médico  y  un  cirujano,  que  no  residían  allí, 
pero  que  lo  visitaban  diariamente.  En  la  visita  eran  acompañados  por  el 
enfermero  mayor  o  enfermera  mayor,  según  se  tratase  de  la  sala  de  hombres 
o  de  mujeres.  Para  los  auxilios  espirituales  había  un  confesor,  que  no  residía 
tampoco  allí,  pero  que  acudía  cuando  se  le  necesitaba. 

La  cuestión  económica,  vital  en  todos  los  hospitales,  también  fue  pla- 
neada por  el  subdelegado.  Consideró  éste  que  si  era  una  Institución  al  ser- 
vicio de  los  mineros,  de  las  minas  debía  salir  el  dinero  para  sostenerla.  Se 
dirigió  entonces,  1794,  al  Real  Tribunal  de  Minería,  pidiendo  que  de  las 
minas  de  Taxco  se  diese  para  sostener  el  hospital  lo  que  se  llamaba  la  "piedra 
de  mano"  y  el  "real  de  muerto". 

El  Tribunal  estudió  el  asunto  y  lo  aprobó,  aceptando  también  los  bienes 
de  don  Antonio  Alvarez,  pues  todos  los  mineros  del  Real  estaban  de  acuerdo, 
excepto  uno,  que  sostenía  para  sus  trabajadores  servicio  médico,  con  cirujano, 
botica  y  pago  de  entierro. 

Pocos  son  los  informes  que  tenemos  sobre  la  vida  de  este  hospital,  ya 
que  poco  después  de  fundado  se  iniciaron  los  movimientos  de  Independencia 
y  toda  su  organización  se  desmoronó.  Sin  embargo,  tenemos  el  primer  informe 
del  movimiento  del  hospital,  correspondiente  al  año  comprendido  entre  el 
11  de  febrero  de  1793,  fecha  de  apertura  del  hospital,  y  el  último  de  diciem- 
bre del  propio  año. 

Entraron  130  enfermos;  salieron  86;  murieron  31;  quedaron  13. — Limosnas 
904.4.0;  gastado  824.5.6;  sobrante  79.5.6.  Estos  ingresos  corresponden  a  una 
época  anterior  a  la  resolución  del  Tribunal  de  Minería  de  que  se  le  diese  lo 
donado  por  Antonio  Alvarez  y  el  disfrute  de  la  "piedra  de  mano"  y  "real  de 
muerto". 

Este  informe  nos  muestra  a  cuántas  personas  fue  de  utilidad  el  hospital, 
cuán  necesaria  era  su  existencia  y  cómo  a  pesar  de  que  carezcamos  de  datos 
posteriores,  no  se  trató  de  un  hospital  proyectado  sino  de  una  Institución  que 
se  realizó  plenamente. 

No  sabemos  con  exactitud  cuándo  desapareció. 


181 


CAPITULO  XVIII 


HOSPITAL  DE  NUESTRA  SEÑORA  DEL  ROSARIO 

Monterrey,  Nuevo  León 

No  están  de  acuerdo  los  autores  respecto  a  la  fundación  y  vida  del  hos- 
pital regiomontano,  pues  mientras  algunos  afirman  que  se  trata  de  una 
vieja  Institución,  que  reedificó  el  Obispo  Llanos  y  Valdés,  otros  lo  hacen 
aparecer  como  obra  suya  que  sólo  quedó  en  proyecto.  Frente  a  todos  ellos 
está  el  edicto  dado  por  el  propio  Obispo,  en  el  cual  se  aclara  totalmente 
la  situación. 

Trasladada  en  1792  la  Silla  Episcopal  de  Linares  a  Monterrey  y  nom- 
brado Obispo  el  limo.  Sr.  don  Andrés  Ambrosio  Llanos  y  Valdés,  comenzó 
éste  a  ver  las  miserias  del  pueblo  residente  allí  y  de  los  viajeros  que  enfer- 
maban, estando  en  tan  lejanas  regiones.  Consideró  su  lima,  que  una  de  sus 
primordiales  obligaciones  era  la  de  atender  a  los  pobres  en  sus  enfermedades 
y  resolvió  hacer  la  fundación  de  un  hospital.  Que  fue  obra  suya,  lo  declara 
él  mismo  cuando  dice:  "cantaremos  alabanzas  a  la  infinita  bondad  del 
Señor,  porque  en  este  nuestro  país  en  que  los  pobres  enfermos  estaban  tan 
desnutridos  de  consuelo  y  de  socorro,  les  ha  proporcionado  todos  los  auxilios 
que  exige  la  cristiana  piedad,  con  la  fundación  de  un  hospital,  que  cum- 
pliendo con  las  decisiones  Pontificias  y  Leyes  Reales,  bajo  el  patrocinio  de 
María  Santísima  del  Rosario,  erigimos,  establecemos  y  fundamos  en  esta  Ciu- 
dad, en  la  casa  que  fue  del  Señor  Gobernador  de  esta  Provincia,  ^don  Ignacio 
Wessel  y  Guimbarda,  que  con  este  fin  hemos  comprado".  Este  auto  fechado 
el  13  de  agosto  de  1793,  por  orden  de  su  Urna,  se  leyó  en  la  misa  solemne 
que  se  celebró  en  la  Catedral  de  Monterrey  el  15  de  agosto  de  1793,  fes- 
tividad de  la  Asunción  de  María,  para  que  a  todos  llegase  la  noticia  de 
haberse  fundado  el  hospital,  y  de  que,  a  partir  del  citado  día  15,  se  reci- 
birían en  él  a  todos  cuantos  enfermos  lo  solicitasen,  no  sólo  de  la  ciudad  y 


182 


del  Obispado,  sino  a  los  forasteros  que  enfermasen  en  la  ciudad.1  Con  estas 
palabras  el  Obispo  nos  prueba  que  no  había  antes  ningún  hospital,  que  el 
de  Nuestra  Señora  del  Rosario  lo  fundó  él,  y  que  no  se  edificó  casa  exprofeso, 
sino  que  en  una  casa  (sita  en  la  actual  esquina  sureste  de  las  calles  de 
Abasólo  y  Mina)  ya  hecha,  se  estableció  y  empezó  a  prestar  servicios  inme- 
diatamente. 

Que  no  había  habido  siquiera  hospitales  de  indios  en  todo  el  Nuevo 
Reino  de  León,  lo  afirmó  en  1794  este  mismo  Obispo,  después  de  una  minu- 
ciosa investigación,  hecha  en  respuesta  a  la  circular  del  Virrey  Revillagigedo, 
en  la  cual  pedía  se  le  informase  si  había  o  había  habido  hospitales  de  indios 
en  su  Diócesis.2 

El  Obispo  Andrés  Ambrosio  Llanos  y  Valdés,  se  comprometió  a  cuidar 
personalmente  de  que  no  faltase  a  los  enfermos  nada  ni  en  lo  material  ni 
en  lo  espiritual.  No  sabemos  si  con  bienes  del  Obispado,  con  parte  de  los 
diezmos  como  era  usual  o  dei  su  propio  peculio,  le  designó  rentas.  Pero  que 
al  fundarlo  organizó  también  su  parte  económica  nos  lo  demuestra  él  mismo 
cuando  dice:  "y  para  la  buena  administración  de  las  rentas,  formaremos  las 
correspondientes  ordenanzas  que  invariablemente  se  han  de  observar.  .  ." 

En  los  escasos  informes  que  tenemos  sobre  este  hospital,  encontramos  que 
el  Obispo  fundador  tuvo  constantes  pleitos  con  la  Autoridad  civil,  tanto 
que  llegó  a  pedir  que  se  transladase  la  Silla  Episcopal  a  Saltillo. 

Posiblemente,  a  causa  de  esta  situación  el  hospital  estaba  cerrado  en  1798, 
pues  en  este  año  hubo  una  terrible  epidemia  de  viruelas  y  no  había  locales 
en  dónde  atender  a  los  enfermos,  por  lo  que  el  Ayuntamiento  dispuso  pedir 
al  limo.  Obispo  "las  llaves  del  hospital  nuevo,  el  que  se  encargaría  a  un 
sujeto  que  por  caridad  quisiese  hacerse  cargo  de  él,  buscando  hombres  y 
mujeres  prácticos  para  la  asistencia  y  curación  de  los  enfermos".  Este  hos- 
pital de  Nuestra  Señora  del  Rosario,  funcionaría  durante  el  tiempo  que 
durara  la  epidemia,  como  hospital  provisional,  a  cargo  del  Ayuntamiento. 
Pasada  la  epidemia  el  hospital  volvería  a  una  vida  normal,  dependiente  del 
Obispado. 

Pocos  años  después  se  efectuó  la  independencia  y  el  hospital  siguió  prestan- 
do servicios  en  el  México  independiente.  En  1833  prestó  gran  ayuda  cuando 
la  epidemia  del  Cólera  Morbus  que  sufrió  Monterrey.  En  este  tiempo  se  des- 
taca en  el  hospital,  como  médico  de  él,  el  doctor  Eleuterio  González.3 


1  Pérez  Maldonado,  Carlos,  Documentos  Históricos  de  Nuevo  León,  pp.  134-135. 
*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  28,  Exp.  9.  "Contestaciones  a  la  Circular.  .  ." 
'  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pp.  182-183. 


183 


Respecto  al  edificio  sabemos  que  estando  en  malas  condiciones  fue  reedi- 
ficado en  por  el  señor  Vera.  4 

Finalmente,  cuando  la  guerra  de  1847  con  los  Estados  Unidos,  el  hospital 
fue  clausurado.  Su  edificio  fue  más  tarde  el  Colegio  de  San  José  o  Colegio 
de  Niñas.  Actualmente  lo  ocupa  la  Casa  del  Campesino.5 


4  Vera  Fortino,  Hipólito,  Catecismo  Geográfico  Histérico-Estadístico,  pag.  253. 
s  Roel  Lic.,  Santiago,  Nuevo  León,  apuntes  históricos,  cap.  XIX,  pag.  69. 


184 


CAPITULO  XIX 

HOSPITAL  DE  SAN  ANDRES 
México,  D.  F. 


La  historia  del  Hospital  General  de  San  Andrés  tiene  sus  orígenes  allá 
en  el  siglo  XVII,  cuando  la  Compañía  de  Jesús  se  hallaba  en  pleno  auge, 
en  la  Nueva  España.  Hubo  en  aquel  tiempo  un  matrimonio  formado  por 
doña  Mariana  de  Aguilar  y  Niño  y  don  Melchor  de  Cuéllar,  ensayador  de 
la  Casa  de  Moneda,  que  teniendo  un  gran  amor  a  la  obra  de  los  jesuítas, 
decidieron  ayudarlos,  fundando  a  su  costa  un  Colegio-Seminario.  Papeles  con 
solicitudes,  permisos  y  escrituras  fueron  y  vinieron  ante  las  respectivas  auto- 
ridades. Doña  Mariana  y  don  Melchor  donaban  100,000.00  pesos  para  la 
fundación,  pedían  para  sí  el  patronato  del  Colegio  y  ponían  la  condición  de 
que  llevase  por  titular  a  Santa  Ana.  Las  obras  se  iniciaron  con  todo  el  cere- 
monial acostumbrado,  pero  no  pasaron  de  iniciadas,  pues  los  herederos  de 
los  fundadores  se  negaron  a  continuarlas  renunciando  al  patronato  con  todas 
sus  obligaciones  y  preeminencias.  Algún  tiempo  después  aparece  la  figura 
de  ese  gran  Mecenas  que  fue  don  Andrés  de  Carvajal  y  Tapia,  quien  decide 
llevar  a  cabo  la  obra  del  gran  seminario  jesuíta  aprovechando  el  sitio  en 
que  se  había  comenzado  la  obra  anterior.  Hallábase  éste  en  la  calle  de  Tacuba, 
exactamente  donde  se  edificó,  en  la  época  porfiriana,  el  Palacio  de  Comu- 
nicaciones. Don  Andrés  de  Carvajal  formalizó  su  ofrecimiento  por  escritura 
celebrada  el  15  de  agosto  de  1672.  Por  ella  quedaba  efectuada  la  donación 
de  cinco  haciendas,  valuadas  en  120,000  pesos,  todos  los  cuales  se  destinaban 
al  seminario,  a  excepción  de  14,400  pesos  que  se  dedicaban  a  obras  pías. 
Edificado,  pues,  este  gran  Colegio-Seminario  a  expensas  de  Carbajal  y  Tapia, 
justo  era  que  llevase  por  nombre  el  del  Santo  patrono  del  fundador:  San 
Andrés.  Construida  su  gran  casa  e  iglesia,  el  edificio  fue  en  un  principio 
destinado  a  lo  que  se  proyectó:  seminario;  pero  al  edificarse  el  gran  con- 
vento de  Tepotzotlán  los  novicios  fueron  trasladados  allá.  Dedicóse  entonces 


185 


a  Casa  de  probación  y  Residencia  de  los  padres  jesuítas.  Finalmente,  ya  en 
el  XVII,  y  poco  antes  de  que  la  Compañía  fuera  expulsada,  se  le  añadió 
otra  casa,  dedicada  a  ejercicios  espirituales.1 

Tras  la  expulsión  de  los  jesuítas,  sabido  es  que  se  formó,  por  orden  real, 
en  cada  país,  una  Junta  Superior  de  Aplicaciones  dedicadas  a  buscar  el 
mejor  empleo  para  los  edificios  y  bienes  de  la  Compañía  que  habían  que- 
dado abandonados.  El  27  de  noviembre  de  1770  la  Junta  Superior  que  por 
orden  del  Marqués  de  Croix  funcionaba  en  México,  destinó  el  Colegio,  la 
Casa  de  Ejercicios  y  todo  el  terreno  que  le  pertenecía,  a  Hospital  General 
de  ambos  sexos,  para  que  en  él  se  curasen  todas  las  enfermedadse,  salvo  las 
de  San  Lázaro,  San  Antón,  gálico  y  demencia.  Serían  recibidas  toda  clase 
de  personas,  incluso  militares  e  indios,  pero  éstos  sólo  en  caso  de  que  no 
hallasen  cupo  en  el  Real  de  Naturales. 

La  junta  dispuso  que  la  iglesia  fuese  separada  del  hospital  y  se  entregase 
al  Diocesano,  para  que  en  ella  se  enterrasen  personas  decentes  y  al  mismo 
tiempo  para  que  no  dejasen  de  celebrarse  servicios  religiosos.2 

Con  este  hospital  se  pretendía  llenar  dos  necesidades,  que  cada  día  apa- 
recían más  imperiosas;  la  una  era  un  hospital  general,  ya  los  sacerdotes  se 
habían  quejado  del  problema  que  para  ellos  significaba  asistir  a  los  enfermos 
que  se  hallaban  distribuidos  en  tantos  hospitales.3  En  el  XVIII  parecía  absur- 
da la  existencia  de  tantos  hospitales  especializados,  pues  los  enfermos  tenían 
que  hacer  verdaderas  peregrinaciones  de  uno  a  otro  y  otro  hasta  encontrar 
el  adecuado  a  su  mal. 

El  problema  existía  porque  el  enfermo  no  acudía,  como  es  normal  en  nues- 
tra época,  primero  a  un  médico  general  para  obtener  un  diagnóstico  que 
determinase  el  tipo  de  hospital  al  que  debía  ir.  Por  otra  parte  se  observaba 
cuánto  más  costoso  era  sostener  muchos  hospitales  especializados  en  vez  de 
un  general  con  salas  dedicadas  a  las  diversas  enfermedades. 

Otra  necesidad  que  había  y  se  pretendía  subsanar  era  la  de  un  hospital 
militar,  pues  aunque  en  aquel  tiempo  el  gobierno  tenía  arreglado  con  los 
juaninos  que  los  miembros  del  ejército  fuesen  atendidos  en  el  Hospital  de 
San  Juan  de  Dios,  como  esta  Institución  estaba  en  plena  decadencia,  los 
militares  eran  pésimamente  atendidos.  Fue,  por  todo  esto,  que  el  Virrey 
Marqués  de  Croix  ordenó  que  dos  salas  del  ex-colegio  de  San  Andrés  se 
destinasen  a  los  militares  del  Cuerpo  de  Veteranos,  se  arreglasen  con  camas 
apropiadas  y  se  dispusiese  para  ellos  buena  cocina.4 

1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  60.  Exp.  1  y  2. 

2  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  66.  Exp.  13. 

3  Decorme,  Gérard,  La  obra  de  los  jesuítas,  tomo  I,  pp.  294-295. 

4  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  II.  Exp.  3. 


186 


La  realización  de  todos  estos  buenos  proyectos,  empezó  a  tropezar  con 
dificultades,  que  demoraron,  entorpecieron  y  acabaron  por  dar  al  traste 
con  todo  lo  planeado. 

Al  hacerse  cargo  del  Virreinato,  Bucareli,  trató  nuevamente  de  realizarlo. 
Las  obras  de  adaptación  se  habían  encomendado  al  ingeniero  Miguel  Cons- 
tanzó.  El  problema  primero  era  la  falta  de  agua,  que  apenas  alcanzaba  a  la 
cocina.5  El  segundo  problema  era  que  los  enormes  capitales  con  que  se  creía 
contar  para  sostener  un  hospital  de  quinientas  camas,  no  eran  suficientes, 
pues  la  mayoría  de  los  dineros  pertenecía  a  Obras  Pías,  de  las  que  los 
jesuítas  sólo  eran  administradores.  Por  tanto,  no  se  podían  cambiar  de  des- 
tino utilizándolos  en  el  hospital.6  En  1777  se  pretendió  que  además  se  le 
destinasen  los  sobrantes  del  Hospital  del  Amor  de  Dios  y  que  contribuyesen 
el  Consulado,  la  Universidad,  el  Cabildo,  los  gremios,  el  Ramo  de  Avería,  etc., 
etc.  Se  proponía  también  gravar  los  testamentos  "ab  intestatos"  y  el  pulque. 
Se  trataba  también  de  aplicar  otros  bienes  de  los  jesuítas,  como  lo  eran 
algunos  de  los  pertenecientes  a  los  Colegios  de  San  Pedro  y  San  Pablo. 

Los  gastos  que  se  calculaba  tendría  el  hospital  siendo  de  quinientas  camas, 
eran  señalando  4  reales  por  cama.  Dotábase  a  la  institución  con  1.021,667.00 
pesos  de  capital,  que  produciría  en  réditos,  al  5%,  91,083  pesos  y  2  reales.  El 
mobiliario  no  costaría  nada,  pues  se  utilizaría  el  del  propio  Colegio  de  San 
Andrés  y  el  del  noviciado  de  Tepotzotlán.  Por  disposición  real  iba  a  ser  una 
copia  del  Hospital  General  de  Madrid,  llamado  de  la  Pasión.  Como  él,  estaría 
dirigido  por  una  Junta  de  Gobierno  formada  por  laicos,  quedando  bajo  la 
jurisdicción  del  Real  Patronato.  Para  aquel  hospital  el  Rey  había  aprobado 
unas  ordenanzas  el  8  de  junio  de  1760.  Copia  de  éstas  había  sido  enviada  a 
México  con  la  Rl.  Cédula  del  13  de  julio  de  1763  que  disponía  la  erección 
de  un  moderno  Hospital  General. 7 

Hay  en  este  proyecto  de  hospital,  como  en  todo  lo  dimanado  de  Carlos 
III,  una  idea  que  lo  separa  ya  de  todos  los  hospitales  anteriores,  es  la  idea  del 
mundo  liberal  al  respecto:  el  Estado  prestando  servicios,  no  ya  los  cristianos 
ejerciendo  la  caridad. 

El  Virrey  Bucareli  se  encuentra  con  que  el  proyecto  inicial  era  grandioso, 
pero  irrealizable,  dados  los  medios  económicos  con  que  se  contaba,  que  eran 
en  realidad  solamente  241,873  pesos  y  5  reales  y  4  gramos,  que  producían 
12,093  pesos  y  5  reales  y  5/2  granos.  Este  provenía  de  bienes  del  propio  Co- 
legio de  San  Andrés  y  de  los  sobrantes  del  Hospital  del  Amor  de  Dios. 

5  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  II.  Exp.  4. 
8  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  30.  Exp.  11.  Ver  tomo  26. 
7  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  II,  Exp.  5.  "Sobre  el  establecimiento  del  Hospi- 
tal General  de  San  Andrés".  1777. 


187 


El  informe  dado  el  31  de  marzo  de  1778,  por  el  fiscal  de  la  Real  Hacienda 
al  Virrey  Bucareli  fue,  por  tanto,  en  el  sentido  de  que,  con  tales  ingresos,  sólo 
podía  sostenerse  un  hospital  para  cincuenta  enfermos  y  que  a  los  militares  se 
les  podría  recibir  pagando  ellos  sus  estancias.  8 

El  brillante  proyecto  y  los  buenos  deseos  del  Gobierno  se  vinieron  abajo,  pues 
aunque  sí  se  fundó  el  Hospital  General  de  San  Andrés,  no  se  hizo  como  se  pro- 
yectaba, se  redujo  a  un  hacinamiento  de  militares  enfermos  que  vivían  en 
condiciones  infrahumanas.  En  la  información  hecha  al  Virrey  por  el  propio 
Arzobispo  de  México  se  le  describe  bajo  estos  términos:  El  hospital  en  cuanto 
a  edificio  está  deshecho;  las  enfermerías  las  han  ocupado  los  caballos;  todo 
está  lleno  de  goteras  y  la  yerba  crece  en  las  ventanas.  9  El  resto  del  edificio  lo 
ocupaban  los  limeros,  cañameros  y  gente  de  tropa. 10  Cuando  las  cosas  estaban 
en  tan  lamentable  situación  hizo  su  aparición  en  la  ciudad  de  México  una 
de  las  más  pavorosas  epidemias  que  ocurrieron  en  el  siglo  XVIII:  la  de 
viruelas,  de  1779.  La  magnitud  que  tomó  este  mal  nos  lo  pinta  el  doctor  Fer- 
nández del  Castillo  cuando  dice  que  atacó  en  la  capital  a  44,286  personas. 11 

Si  pensamos  que  en  estas  fechas,  por  hallarse  todos  los  hospitales  en  deca- 
dencia, el  número  de  camas  en  ellos  era  muy  reducido;  si  consideramos  que  los 
que  sufrían  más  intensamente  las  epidemias  eran  los  pobres  y  éstos  necesitaban 
de  los  hospitales,  comprenderemos  la  necesidad  urgentísima  que  hubo  el  año 
de  1779  de  nosocomios. 

Los  frailes  hospitalarios  con  sus  mediocres  hospitales,  mal  preparado  per- 
sonal e  insuficiente  cupo,  no  podían  hacer  mucho.  Conocemos  las  súplicas 
angustiosas  del  Prior  del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  (o  Nuestra  Señora  de 
los  Desamparados)  requiriendo  camas,  frazadas,  medicinas  y  alimentos  para 
los  apestados,  pues  estaba  teniendo  una  asistencia  de  doscientos  a  doscientos 
cincuenta  enfermos  diarios  y  no  tenía  ni  qué  darles  de  comer.  Todas  las  auto- 
ridades empezaron  a  moverse  y  se  hicieron  planes.  Clérigos  y  civiles  recolecta- 
ban limosnas,  se  recomendaba  al  pueblo  ayudar  a  los  apestados,  especialmente 
a  los  que  no  encontraban  ya  cupo  en  los  hospitales.  Uno  de  los  proyectos  más 
interesantes  fue  el  "remedio  de  inoculación"  (vacuna)  propuesto  por  el  doctor 
Esteban  Morelos.  El  pueblo  no  estaba  obligado  a  vacunarse,  pero  se  le  invitaba 
a  concurrir  voluntariamente  a  una  sala  del  Hospital  de  San  Hipólito,  para 
ser  vacunado.  Lo  que  interesaba  al  protomedicato  era  saber  si  en  época  de 

*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  11,  Exp.  5. 

*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  11,  Exp.  6. 

10  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 

11  Fernández  del  Castillo,  Francisco,  El  Hospital  General  de  México,  pag.  25. 


188 


epidemia  la  vacuna  servía.  Para  ésto  se  nombraron  dos  regidores,  que  vigilaran 
la  experimentación. 12 

Desgraciadamente,  no  conocemos  los  resultados  ni  la  intensidad  con  que  se 
desarrolló  esta  campaña,  lo  cierto  es  que  la  epidemia  duró  un  año  con  gran 
furia. 

Ya  vimos  que  el  gobierno  había  fracasado  en  el  intento  de  realizar  el  Hos- 
pital General.  En  el  año  de  1779,  y  a  pesar  de  la  consternación  general  que 
causaba  la  epidemia,  nadie  dio  una  solución  eficiente,  hasta  que  el  Arzobispo 
don  Alonso  Núñez  de  Haro  y  Peralta  decidió  enfrentarse  a  la  situación. 

El  Obispo,  hombre  ordenado,  previsor,  enérgico  y  de  gran  espíritu  organi- 
zador, estudió  el  asunto,  la  solución  que  él  podía  dar  y  la  cooperación  que  el 
Gobierno  no  podría  negarle.  En  seguida  dirigió  urgente  carta  al  Virrey,  que 
lo  era  entonces  don  Martín  Enríquez,  el  18  de  octubre  de  1779,  pidiendo 
que  se  le  entregase  "el  casco  del  Hospital  General  establecido  en  el  Colegio 
de  San  Andrés",  es  decir  el  edificio  libre  de  mobiliario,  de  personas  y  de  ani- 
males, para  poder  establecer  en  él  inmediatamente  un  verdadero  hospital  ge- 
neral, equipado  con  todo  lo  necesario  para  la  atención  de  trescientas  personas 
de  ambos  sexos,  y  del  personal  que  se  necesitaba  para  el  cuidado  y  servicio  de 
ellas.  Para  sostenerlo  ofreció  los  sobrantes  del  Hospital  del  Amor  de  Dios  (el 
Rey  había  aprobado  desde  hacía  dos  años  se  destinasen  a  un  hospital  general)  ; 
finalmente,  sus  bienes  personales  ayudarían  a  la  obra. 

A  fin  de  tener  buenos  servicios  médicos  pidió  al  Virrey  ordenara  al  Proto- 
medicato  enviar  tres  médicos,  un  cirujano  y  un  sangrador,  con  la  obligación 
de  asistir  tres  veces  al  día  al  hospital.  El  Arzobispo  queriendo  aunar  obliga- 
ciones y  justicia  decía:  todos  estos  galenos  tienen  obligación,  conforme  al 
juramento  (se  refiere  al  de  Hipócrates)  que  tienen  hecho,  de  asistir  gratuita- 
mente a  los  pobres  enfermos,  pero  — añadía —  el  hospital  los  gratificará  con- 
forme a  su  trabajo. 

Finalmente,  el  propio  don  Alonso  Núñez  de  Haro  daba  solución  al  pro- 
blema de  los  limeros,  cañeros  y  otros  que  habitaban  el  edificio  requerido, 
sugiriendo  al  Virrey  los  mandase  a  otro  edificio  de  los  jesuítas,  también  des- 
habitado a  la  sazón,  el  Colegio  de  San  Pedro  y  San  Pablo. 13 

El  fiscal  de  la  Rl.  Audiencia  y  el  Virrey  con  él,  aceptaron  la  inmediata 
realización  del  proyecto.  El  Arzobispo  hizo  una  visita  al  edificio  y  vio  en  él 
destrucción,  ruina,  mugre,  abandono,  más  aún,  el  piso  bajo  inundado,  ani- 
males deambulando  por  lo  que  debían  ser  salas  de  enfermos,  y  hasta  un  perro 
muerto.  De  todo  esto  informó  al  Virrey  el  21  de  octubre  de  1779.  Seis  días 
después,  o  sea  el  27,  el  Virrey  ordenaba  el  desalojo  total  del  edificio  excepto 

13  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 
13  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 


189 


por  lo  que  se  referiría  a  los  militares  enfermos  que  debían  permanecer  allí. 
Mandó  también  que  la  Dirección  General  de  Temporalidades,  a  cuyo  cargo 
estaba  el  edificio  y  los  bienes  todos  de  los  ex  jesuítas,  limpiase,  arreglase  y 
dejase  habitable  el  edificio.  14 

Por  su  parte,  el  Arzobispo  no  se  dio  punto  de  reposo  para  ponerlo  en  ser- 
vicio cuanto  antes.  Docenas  de  carpinteros  trabajaron  para  él  construyendo 
las  trescientas  camas  que  requirió  para  los  enfermos. 13  No  sabemos  exactamen- 
te el  día,  pero  sí  que  en  unas  cuantas  semanas  el  hospital,  totalmente  orga- 
nizado, empezaba  a  servir  a  los  apestados.  Hacia  el  mes  de  abril  de  1780  la 
epidemia  empezó  a  desaparecer.  Fue  entonces  cuando  su  lima.,  viendo  los 
beneficios  que  el  pueblo  recibía  con  el  hospital,  propuso  al  Gobierno  del 
Virreinato  sostenerlo  a  sus  expensas  durante  seis  meses  más,  para  que  el  Go- 
bierno, en  el  ínterin,  pensase  en  el  modo  de  hacer  perdurar  la  institución. 

El  tiempo  pasó  y  la  autoridad  civil  no  resolvía  nada.  El  Arzobispo  dirigió 
el  10  de  octubre  de  1780  una  terminante  carta  al  Virrey  don  Martín  Mayorga 
pidiéndole  que  señalase  persona  a  quien  se  entregase  el  hospital,  con  todos 
sus  accesorios.  16  Sin  embargo,  el  Gobierno  no  decidió  nada  inmediato:  el  Ar- 
zobispo volvió  a  insistir  señalándole  que  habían  pasado  otros  cuatro  meses  y 
que  como  el  Gobierno  no  decidía  nada,  él  le  hacía  nueva  proposición  (el  19 
de  febrero  de  1781).  Si  el  Gobierno  le  entregaba  de  manera  definitiva  el  hos- 
pital, con  las  cortas  rentas  que  tenía  asignadas  y  los  sobrantes  del  Hospital 
del  Amor  de  Dios,  él  se  comprometía  a  suplir  personalmente  todo  lo  que 
faltase  al  hospital  a  fin  de  que  continuase  en  servicio.  Pedía  al  Virrey  que, 
en  caso  de  no  aceptar  su  plan,  nombrase  persona  a  quien  se  entregara  el 
edificio.  El  asunto  se  sigue  estudiando  con  gran  lentitud;  el  Ayuntamiento 
pide  al  Arzobispo  el  20  de  abril  de  1781  que  detalle  los  dineros  que  va  a 
emplear  en  el  hospital;  el  Arzobispo  se  niega  a  hacerlo,  pues  dice  que  de  sus 
limosnas  no  dará  a  nadie  noticia  alguna,  que  por  tanto  o  aceptan  su  plan  o 
que  recojan  las  llaves.  17  En  mayo,  el  Arzobispo,  que  no  tiene  aún  respuesta 
del  Gobierno,  pero  al  mismo  tiempo  se  duele  de  haber  dispuesto  que  ya  no 
se  reciban  más  enfermos,  envía  orden  a  todos  los  curas  del  arzobispado,  a 
fin  de  que  informen  a  los  fieles  que  pueden  seguir  yendo  a  curarse  de  cual- 
quier enfermedad  que  sufrieran  al  Hospital  de  San  Andrés,  pues  sabe  cuánto 
horror  tiene  el  pueblo  a  los  demás  hospitales. 18 

Hacia  la  mitad  del  año  de  1781,  el  Virrey  tiene  que  acceder  dando  orden 

u  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 

u  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  6. 

w  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5.  Carta  del  limo.  .  .  al  Virrey. 

17  A.  G.  N.  M.  Tomo  71,  Exp.  5.  Diversas  cartas.  .  .  1781. 

u  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  I. 


190 


de  que  el  antiguo  Colegio  de  San  Andrés  y  sus  pertenencias  subsistan  en 
forma  de  hospital,  según  lo  planeado  por  el  señor  Arzobispo  Antonio  Núñez 
de  Haro  y  Peralta,  si  el  Rey  lo  aprueba. 19 

La  aprobación  real  se  dilató  aún  dos  años.  Entre  tanto,  la  anuencia  del 
Virrey  dio  al  Arzobispo  manos  libres  para  su  gran  obra  hospitalaria.  Así  lo 
manifestó  a  los  curas  del  arzobispado,  a  quienes  envió  la  circular  del  3  de 
agosto  de  1781,  haciéndoles  saber  que  el  hospital  quedaba  en  sus  manos  y  que 
había  de  sostenerse  sin  acudir  a  la  limosna  pública  ni  a  la  Real  Hacienda.  Al 
pasar  este  aviso  a  los  curas,  empezó  a  hacer  a  través  de  ellos  una  activísima 
propaganda  para  que  la  gente  depusiese  su  temor  a  la  idea  de  ir  al  hospital. 
Les  decía:  "animen  y  alisten  a  sus  feligreses  para  que  cuando  estén  enfermos 
acudan  al  Hospital  General".  Esta  labor  de  convencimiento  debían  hacerla 
utilizando  la  oportunidad  de  gran  auditorio  durante  las  ceremonias  religiosas, 
esto  es,  en  las  prédicas  que  hacían  desde  el  púlpito  al  pueblo.  Su  labor  debía 
ir  todavía  más  allá  y  utilizar  también  las  conversaciones  familiares  en  su  obra 
de  convencimiento.  Para  que  supieran  lo  que  era  realmente  un  Hospital  Ge- 
neral, él  mismo  se  los  explicaba  haciéndoles  saber  que  a  él  podía  acudir  toda 
clase  de  enfermos,  sin  importar  su  enfermedad,  ni  raza,  excepto  indios,  pues 
no  lo  necesitaban,  ya  que  para  ellos  existía  un  Hospital  General  que  era  el 
Real  de  Indios. 20 

El  Hospital  se  mantuvo  durante  dos  años  más,  en  el  mismo  estado  que 
cuando  la  epidemia  de  viruelas,  pues  el  Arzobispo  esperaba  la  aprobación 
real  para  realizar  su  plan  completo.  Por  fin,  en  la  Real  Orden  del  18  de  julio 
de  1783  el  Rey  accedió  al  plan  arzobispal  dejándolo  para  siempre  bajo  su  ad- 
ministración y  la  de  sus  sucesores,  con  la  sola  condición  de  que  diesen  cuenta 
de  su  administración  económica  al  Gobierno,  como  lo  hacían  respecto  al  del 
Amor  de  Dios.  El  28  de  agosto  del  mismo  año  envió  S.  M.  la  Real  Cédula 
del  28  de  agosto  de  1 783  haciéndole  saber  su  anuencia  al  plan,  contenida  ya  en 
la  Real  Orden  del  18  de  julio. 21 

Don  Alonso  Núñez  de  Haro  y  Peralta  recibe  gustoso  las  noticias  reales; 
acude  de  inmediato  al  Virrey  Matías  de  Gálvez,  le  ruega  le  desocupen  las  piezas 
que  quedan  ocupadas  por  extraños,  para  hacer  el  magno  hospital  que  ha  pla- 
neado. Acepta  su  lima,  el  edificio,  los  bienes  de  obras  pías  que  dependían  del 
colegio,  los  sobrantes  de  ellas  y  los  del  Hospital  del  Amor  de  Dios,  pero  se 
rehusa  a  aceptar  los  bienes  que  habían  sido  del  Colegio  de  San  Andrés,  tales 
como  fincas  rústicas,  urbanas,  censos,  etc.  Pese  a  que  la  suma  de  todos  éstos 

19  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  30,  Exp.  8. 

20  Vera  Fortino,  Hipólito,  Colección  de  Documentos,  tomo  II,  pp,  149-150. 

n  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5.  "Real  Ordenanza"...  "Real 
Cédula.  .  .  (copia). 


191 


le  daban  un  capital  de  más  de  un  millón  de  pesos,  no  quiso  meterse  en  pro- 
blemas de  conciencia  y  los  rechazó  definitivamente. 22  Después  de  esto  empezó 
a  hacerse  entrega,  por  inventario,  del  casco  del  Colegio  de  San  Andrés,  de  la 
iglesia,  altares,  ornamentos  sagrados  y  todo  lo  que  era  propio. 23  Asimismo  se 
entrega  la  Casa  de  Ejercicios  y  un  terreno  que  le  pertenecía. 24 

Consolidada  toda  esta  parte  del  proyecto,  el  Arzobispo  se  lanzó  a  algo 
más,  que  fue  la  refundición  del  Hospital  del  Amor  de  Dios  con  todos  los  bie- 
nes que  le  eran  propios,  en  el  de  San  Andrés.  Pensó  que  era  mejor  dedicar 
dentro  del  gran  Hospital  General  una  sección  a  sifilíticos  y  no  mantener  todo 
un  hospital  exclusivamente  para  ellos.  Los  enfermos  serían  transladados  a  la 
sala  señalada  para  ellos  en  el  Hospital  de  San  Andrés,  el  edificio  del  antiguo 
del  Amor  de  Dios  se  rentaría;  esto  sería  un  ingreso  más  que  permitiría  mejor 
atención  a  los  enfermos. 

Su  propuesta  la  acepta  el  Rey  en  la  Rl.  Cédula  del  18  de  marzo  de  1786. 
Parece  que  estos  acertados  y  dinámicos  proyectos  arzobispales  entusiasmaron  al 
Rey  enormemente,  tanto  que  llegó  a  conceder  que  el  hospital  no  diese  cuentas 
al  Gobierno,  mientras  el  fundador  fuese  Arzobispo;  sus  sucesores  sí  estarían 
obligados  a  darlas.  25  Esta  exención  es  realmente  inusitada  dado  el  regalismo 
de  la  época;  sin  embargo,  no  es  muy  de  extrañar  en  el  caso  del  Arzobispo 
Núñez  de  Haro,  pues  el  aprecio  que  el  Rey  le  tenía  era  tan  grande  que  lo 
nombró  Virrey,  cargo  que  ejerció  el  año  de  1787  hasta  la  llegada  de  don 
Manuel  Antonio  Flores.  Pero  ni  las  ocupaciones  de  su  nuevo  cargo,  ni  las 
ya  enormes  del  arzobispado,  lo  desviaron  de  sus  propósitos  en  favor  del  Hos- 
pital General. 

Ocupando  el  puesto  de  representante  real  hizo  las  leyes  por  las  cuales  se 
había  de  regir.  El  título  de  ellas  nos  pinta  por  sí  solo  las  numerosas  labores  de 
don  Alonso.  Dice  así:  "Constituciones  que  para  la  dirección,  gobierno,  régi- 
men y  arreglo  del  Hospital  de  San  Andrés  en  esta  Capital,  formó  su  fundador 
el  Exmo.  Sr.  Dn.  Alonso  Núñez  de  Haro  y  Peralta,  del  Consejo  de  S.  M.  Ar- 
zobispo de  esta  Metrópoli,  Virrey  interino,  Gobernador  y  Capitán  General  que 
fue  de  este  Reyno  y  Presidente  de  su  RL.  Audiencia  de  ella". 26 

Veamos  ahora  la  realización  plena  del  plan  arzobispal.  Primeramente  logró 
que  el  edificio  se  fuese  reformando  de  acuerdo  con  su  proyecto  de  Hospital 
General.  Se  fueron  haciendo  salas  para  las  diversas  clases  de  enfermedades.  Se 

22  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5.  "Cartas".  .  .  "Razón  de  las  can- 
tidades". 

23  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  30,  Exp.  10. 

24  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  11,  Exp.  6. 

25  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 

26  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  75.  (Manuscritos). 


192 


I  Mitñúi.  í  * titira  5  y  7  Máiéfé 

SN  CARALAMPIO. 

AB0CA00  CONTRA  LA  PíSTÍ. 

Caralampio.  Abogado  contra  la  peste.  Tomado  de  la  portada  de  una 
antigua  novena  impresa  en  1834. 


le  anexó  al  edificio  del  ex-colegio,  la  parte  que  se  conocía  con  el  nombre  de 
Casa  de  Ejercicios,  y  esto  fue  lo  que  se  dedicó  a  los  sifilíticos. 

El  lo.  de  julio  de  1788  habiéndose  concluido  todas  las  reformas  necesarias, 
se  transladaron  los  enfermos,  suprimiéndose  de  hecho  el  hospital  fundado  por 
Zumárraga  en  el  XVI. 27 

El  número  de  salas  y  enfermerías  se  aumentaba  día  a  día,  llegando  hasta 
darle  una  capacidad  de  mil  enfermos  encamados.  Según  Francisco  Sosa,  el 
número  de  salas  que  llegó  a  tener  fue  de  treinta  y  nueve.  28  Posiblemente  en 
este  número  incluye  algunas  oficinas  y  enfermerías  de  consulta  externa. 

Los  nombres  de  las  dependencias  del  Hospital  pueden  darnos  una  idea  de 
los  servicios  médico-quirúrgicos  que  en  él  se  prestaban,  y  son  los  siguientes: 

Cirugía  de  Hombres,  con  la  sala  de  la  Santísima  Trinidad. 

Medicina  de  Hombres,  con  las  salas  de  San  Rafael,  San  Juan  de  Dios,  San 
Ildefonso,  N.  S.  del  Carmen,  San  Roque,  Sta.  Bárbara,  N.  S.  de  Guadalupe, 
San  Pedro  Caballero  y  Presos. 

Cirugía  de  Mujeres,  con  las  salas  de  Santa  Ana  y  Santa  Margarita. 

Medicina  de  Mujeres,  con  las  salas  de  N.  S.  de  los  Dolores,  Sta.  Ana  y  San 
Joaquín. 

Cirugía  de  Tropas,  con  las  salas  de  San  Miguel,  San  Emigdio,  San  Francis- 
co, La  Purísima  y  Sr.  San  Francisco,  La  Purísima  y  Sr.  San  José. 

Departamento  de  Gálico  de  hombres,  con  la  Sala  de  Nuestra  Señora  de  la 
Soledad. 

Departamento  de  Gálico  de  mujeres,  con  la  Sala  de  Nuestra  Señora  de 
Guadalupe. 

Para  los  servicios  del  Hospital  se  tenía  una  serie  de  oficinas,  como  lo  eran: 
Ropería,  Proveeduría,  Despensa,  Cocina  del  piso  bajo,  Cocina  de  la  planta 
alta,  Refectorio,  Atoleros,  Sala  de  Juntas,  Viviendas  de  médicos  y  cirujanos  y 
demás  servidores  internos,  Anfiteatro  (provisto  de  todo  lo  necesario  para  las 
disecciones  anatómicas)  y  Depósito  de  difuntos.29 

Todas  estas  oficinas,  salas  y  enfermerías  se  hallaban  dispuestas  conforme 
a  los  cánones  comunes  a  la  arquitectura  imperante  en  la  ciudad,  esto  es,  alre- 
dedor de  patios  que  en  este  caso  eran  siete.  Alrededor  de  ellos,  en  la  plan- 
ta inferior  al  igual  que  en  la  superior,  había  amplios  claustros  que  hacían 
fácil  el  acceso  a  los  diferentes  departamentos.  Hubo  en  el  Hospital  General 
de  San  Andrés  una  importante  botica  que  surgió  de  la  reunión  de  la  antigua 
y  muy  famosa  del  Hospital  del  Amor  de  Dios  y  la  del  recién  formado.  Esta 

"  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5.  Oficio  del  Obispo  Alonso  al  Vi- 
rrey Manuel  Antonio  Flores,  7  de  junio  de  1788. 

*  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pp.  290-291. 
n  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  55,  Exp.  14. 

193 


H. — 13 


también  fue  obra  del  Arzobispo  de  México,  quien  mandó  traer  de  España, 
Manila,  Perú,  Guatemala  y  otras  partes,  todas  las  sustancias  usuales  en  la 
medicina  de  entonces.  Véase  en  el  apéndice  de  este  libro  una  de  las  listas 
de  las  medicinas  que  se  le  enviaron. 

Esta  botica  llegó  a  ser  la  mejor  de  la  ciudad  y  como  su  existencia,  aunque 
reportaba  beneficios  al  hospital,  estaba  planeada  como  un  servicio  social, 
sus  precios  eran  tan  bajos,  que  causaron  la  bancarrota  de  otras.  Recordemos 
entre  ellas  la  del  Hospital  de  Terceros,  que  tuvo  que  cerrarse.  La  botica  del 
Hospital  de  San  Andrés  llegó  a  surtir  inclusive  las  de  las  Provincias.30 

El  Cementerio  del  Hospital  se  colocó  fuera  de  él,  cosa  inusitada  en  aquella 
época,  y  el  sitio  se  ocupó  parte  con  una  velería  (pensemos  el  enorme  consumo 
de  velas  en  el  tiempo  en  que  no  había  petróleo,  ni  electricidad),  y  parte  con 
la  botica,  laboratorio  farmacéutico  y  la  ya  mencionada  sección  de  inspecciones 
cadavéricas  y  disecciones  anatómicas.  31 

La  realización  de  todos  estos  proyectos  requirió  del  Arzobispo  largos  trá- 
mites e  innumerables  trabajos,  pero  por  todos  ellos  pasó  sin  desmayo  hasta 
concluirlos. 

El  gobierno  y  la  organización  de  este  enorme  Hospital  los  planeó  su  lima, 
de  acuerdo  con  la  experiencia  obtenida  por  él  mismo,  en  el  manejo  del  Hos- 
pital del  Amor  de  Dios  y  del  provisional  que  había  sido  al  principio  San  An- 
drés y  además  según  el  conocimiento  que  se  tenía  del  Hospital  General  de 
Madrid,  que  se  consideraba  como  la  última  palabra  en  fundaciones  hospi- 
talarias. Por  otra  parte,  toda  la  literatura  que  aquí  se  lanza  demandando 
permisos,  toda  esa  larga  correspondencia  entre  el  Consejo,  Virreyes  y  Arzo- 
bispo tiene  un  contenido  ideológico  muy  distinto  ya  al  que  tenían  por  ejem- 
plo las  solicitudes  de  los  Obispos  del  XVI. 

Aquel  "amor  visceral"  de  Quiroga  por  los  pobres,  no  existe  ya  en  el  XVIII. 
Sigue  habiendo  la  idea  de  la  caridad,  pero  de  una  caridad  más  cerebral, 
que  cambia  la  donación  de  sí  mismo  hacia  el  necesitado  por  la  planeación 
razonada  de  organizaciones  que  presten  los  más  eficientes  servicios  al  pueblo. 

Por  esto  el  Hospital  General  de  San  Andrés,  último  hospital  que  se  funda 
en  la  Nueva  España,  es  al  mismo  tiempo  el  primero  que  nos  presenta  toda 
la  idea  moderna  de  un  hospital. 

Ni  a  Zumárraga  ni  a  Quiroga  se  les  habría  ocurrido  jamás  fundar  un 
hospital  como  el  de  Núñez  de  Haro.  Los  Drimeros  habrían  hallado  la  insti- 
tución un  tanto  fría,  fuera  ya  de  esa  mística  hospitalaria  en  que  ellos 
ardían.  Don  Alonso  vería  las  fundaciones  de  los  primeros  mediocres  y  defi- 
cientes en  cuanto  a  los  servicios  médico-quirúrgicos.  Los  años  habían  pasado 

80  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  2,  Exp.  12. 

31  Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  t.  1.  Pag.  353. 


194 


ya,  no  se  reunía  a  las  gentes  para  pedirles,  ante  la  peste  de  la  viruela,  la 
heroica  resolución  de  ir  a  los  jacales  de  los  indios  a  ayudarles  a  bien  morir, 
sino  que  el  propio  Arzobispo  lanzaba  proclamas  desde  los  pulpitos  pidiendo 
a  las  gentes  se  vacunasen.  Con  estas  ideas,  el  flamante  Hospital  de  San  An- 
drés queda  organizado  en  la  siguiente  forma. 

El  control  del  Hospital  está  en  manos  del  Arzobispo  que  es  quien  designa 
a  las  dos  máximas  autoridades  de  él,  estofes  al  Rector  y  al  Vicerrector.  Estos 
son  propiamente  quienes  gobiernan  el  Hospital;  bajo  su  dependencia  están 
las  diversas  secciones,  a  saber:  servicio  facultativo,  servicio  religioso,  servi- 
cio administrativo  interior  y  servicio  administrativo  exterior. 

El  Servicio  Facultativo  lo  componían:  un  Médico  Primero,  un  practicante 
mayor  y  varios  practicantes  menores;  un  Cirujano  Mayor,  con  sus  respecti- 
vos practicantes  mayor  y  menores  y  un  Cirujano  de  Gálico  con  sus  practican- 
tes mayor  y  menores  y  un  Boticario  Mayor,  con  su  practicante  y  sirvientes. 

El  Servicio  Religioso  lo  componían:  seis  capellanes,  un  sacristán  mayor 
(clérigo),  un  sacristán  menor  (criado),  y  un  Padre,  colector  de  limosnas  de 
la  iglesia. 

El  Servicio  Administrativo  interior,  lo  formaban:  el  mayordomo,  los  enfer- 
meros y  enfermeras  mayores,  los  enfermeros  y  enfermeras  menores,  los  afa- 
nadores, el  conductor  de  cadáveres,  el  cocinero,  las  galopinas  y  finalmente  los 
atoleros. 

El  Servicio  Administrativo  exterior  lo  constituían:  un  abogado,  un  procu- 
rador y  un  escribano.32 

Esta  disposición  general  fue  semejante  a  la  observada  desde  que  San  An- 
drés era  hospital  provisional,  pero  se  perfeccionó  de  acuerdo  con  diversas 
necesidades.33 

Para  que  el  Hospital  pudiera  sostenerse  sin  problemas  económicos  se  pro- 
curó el  Arzobispo  numerosos  y  diferentes  arbitrios.  Primeramente,  como  he- 
mos mencionado  ya,  se  le  dieron  los  bienes  de  obras  pías  que  dependían  del 
antiguo  Colegio  de  San  Andrés.  A  ello  se  aumentaron  los  sobrantes  del 
Hospital  del  Amor  de  Dios  y  más  tarde,  al  efectuarse  la  refundición  de  los 
dos  hospitales,  se  le  sumaron  todos  los  bienes  del  dicho  Hospital  del  Amor 
de  Dios.  A  estos  bienes,  que  fueron  los  básicos,  se  añadieron:  los  ingresos 
del  Juego  de  Pelota  que  disfrutó  en  exclusiva;  además,  la  tercera  parte  del 
valor  líquido  de  los  curatos  dados  en  interinato,  de  acuerdo  con  sus  valores, 
la  tercera  parte  de  las  dispensas  matrimoniales  que  diese  el  Arzobispo  y  la 
parte  de  derechos  parroquiales  que  los  Curas  quisiesen  ceder  de  los  enfer- 


n  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  I,  pag.  352. 
"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  pag.  24. 


195 


mos  que  murieran  con  patente  de  cofradía  *  o  con  bienes  para  costear  el 
entierro  en  las  parroquias  u  otras  iglesias. 

Quiso  el  Arzobispo  que  el  Hospital  fuese  gratuito  para  aquellos  a  quienes 
su  indigencia  no  les  permitía  pagar  los  servicios,  pero  estableció  que  fuese 
de  paga  para  todos  aquellos  que  pudiesen  hacerlo.  Se  pagaba  por  estancia 
diaria  12  reales.  Esta  cuota  debían  cubrirla:  a)  los  particulares  distinguidos; 
b)  los  clérigos  y  frailes  (excepto  los 'frailes  menores  por  ser  mendicantes  y  los 
hospitalarios)  ;  c)  los  dueños  de  esclavos  por  la  hospitalización  de  éstos.  (Se 
les  tenía  fijada  la  cuota  especial  de  1  peso  diario)  ;  d)  las  autoridades  (direc- 
tamente la  cárcel  de  donde  provenían)  por  los  presos  que  enviaban  a  curarse. 
Para  éstos  había  en  el  hospital  un  departamento  especial  llamado  de  San- 
tiago Apóstol  en  el  que  existían  secciones  de  medicina  y  cirugía,  tanto  para 
hombres  como  para  mujeres.34  Finalmente,  los  ingresos  de  la  Botica  públi- 
ca, que  según  parece  eran  bien  abundantes. 

El  Virrey  don  Antonio  María  Bucareli,  tratando  de  favorecer  al  Hospital, 
le  concedió  a  perpetuidad  un  privilegio  que  había  tenido  antes  la  Congrega- 
ción de  la  Anunciata;  éste  consistía  en  un  monopolio  de  impresiones.  El  Hos- 
pital de  San  Andrés  tuvo  derecho  de  ser  el  único  en  imprimir  el  Catecismo 
de  la  Doctrina  Cristiana;  los  "Cuadernillos  de  Gramática  que  se  intitulan 
cuartos  y  quintos";  los  Compendios  de  la  Retórica,  del  P.  Francisco  Pomey; 
dos  Florilegios  de  poetas  y  oraciones;  una  Explicación  de  tiempos,  roman- 
ces, anómalos  y  fábulas;  las  Epístolas  de  Cicerón  y,  finalmente,  cualquier 
otro  "Cuadernillo  de  Gramática"  aunque  fuese  de  autor  jesuíta.  La  única 
condición  que  el  Gobierno  ponía  era  que  llevase  impresas  las  armas  reales. 
El  Hospital  tenía  el  derecho  de  usar  directamente  el  privilegio  o  arrendarlo. 
Esto  último  fue  lo  que  siempre  se  hizo.  Al  concederse  este  privilegio  se 
conminaba  a  todos  los  impresores  a  no  imprimir  ninguna  de  las  obras  citadas 
so  multa  de  500  pesos,  cuyas  2/3  partes  eran  para  el  Hospital.35 

En  resumen:  el  Hospital  General  de  San  Andrés  llegó  a  tener,  gracias  a 
su  fundador,  entradas  que  le  permitieron  atender  a  los  enfermos  y  consoli- 
dar una  importante  fortuna.  El  producto  de  sus  veintidós  propiedades  urba- 
nas y  el  dinero  colocado  a  censo  eran  las  entradas  fijas;  en  cambio  el  noveno 
y  medio  de  los  diezmos  (a  veces  daba  33,000  pesos,  otras  27,000),  el  Juego 
de  Pelota,  las  amonestaciones  y  dispensas,  la  contribución  de  los  Curas,  la 
botica,  etc.  daban  ingresos  muy  eventuales.36 

*  La  patente  de  cofradía  daba  derecho  a  los  cofrades  a  entierro  gratis,  pues  la  co- 
fradía lo  costeaba. 

84  Marroquí,  José  Ma.,  La  Ciudad  de  México,  t.  1,  pp.  348-349. 

A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  71,  Exp.  5. 
86  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  58,  Exp.  12. 
38  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  55,  Exp.  14. 


196 


Veremos  ahora  el  movimiento  económico  del  Hospital  desde  que  estaba 
bajo  el  control  del  fundador  37  hasta  después  de  nuestra  independencia,  por- 
que nos  parece  interesante  mostrar  cómo  la  vida  de  este  Hospital  se  des- 
arrolla al  unísono  de  sus  finanzas. 

Año  de  1792. 


Entradas 

129,756.  . 

4. . 

5 

Salidas 

129,797.. 

7.. 

10 

Déficit 

41. . 

3. . 

5 

Año  de  1793. 

Hill II  d Licio 

1D1  871 

1U  i  ,o  ti.. 

7 

Salidas 

65,186. . 

4.. 

11 

Li  CU  CX  U  CX 1 1  vil 

uuucr  cici 

Administrador 

36,685. . 

2.. 

4 

Año  de  1794. 

141,703. . 

7. . 

4 

Salidas 

124^817. . 

5 

Saldo  en  po- 

der del  Admi- 

nistrador 

16,886. . 

2. . 

4 

Año  de  1795. 

Entradas 

124,094.. 

3.. 

2 

Salidas 

63,626.. 

0.. 

5 

Saldo  en  po- 

der del  Admi- 

nistrador 

60,468.. 

2.. 

9 

w  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales  Legajo  Varios  20  Provicional  "Cuenta  General  de  car- 
go y  Data.  .  ."  Hospital  de  San  Andrés. 


197 


Año  de  1796. 


Entradas  155,965.  .  6. .  10 

Salidas  154,044..  4..  6 

Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 1,921..  2..  1 

Año  de  1797. 

Entradas  145,448. .  0.  .  10 

Salidas  65,169.  .  0...  0 


Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 80,279.  .  0.  .  10 


Hasta  esta  fecha  las  cuentas  eran  revisadas  personalmente  por  el  Arzobis- 
po de  México. 


Año  de  1798. 

Entradas  194,140..  0..  0 

Salidas  107,036..  4..  0 

Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 87,104.  .  3.  .  4 


Estando  enfermo  el  Arzobispo,  revisó  y  aprobó  las  cuentas  del  año  1798 
el  Provisor  y  Vicario  General  de  españoles,  Lic.  Juan  Cienfuegos. 

Año  de  1799. 

Entradas  209,538.  .  3.  .  0 

Salidas  180,750..  7..  9 

Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 28,788. .  3. .  3 


198 


El  año  de  1799  volvió  el  Arzobispo,  con  su  diligencia  y  constancia,  a  re- 
visar y  aprobar  las  cuentas  que  le  daba  el  Administrador  del  Hospital.  Pero 
fueron  ya  las  últimas,  pues  las  de  1800  quedaron  ya  a  cargo  del  Canónigo 
Doctoral  y  Juez  Superintendente  del  Hospital  Gral.  de  Sn.  Andrés  Dn.  Juan 
Francisco  Tarado,  pues  el  Arzobispo  Dn.  Alonso  Núñez  de  Haro  había 
muerto. 

Año  de  1800. 

Entradas  152,572..  1..  3 

Salidas  119,897..  5..  6 

Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 32,675. .  3.  .  9 

Durante  la  vida  del  limo.  Núñez  de  Haro  no  se  tuvo  que  dar  cuentas  al 
Gobierno  de  la  Nueva  España  por  la  concesión  real  (1796)  que  ya  mencio- 
namos páginas  atrás.  Pero  a  partir  de  1802,  el  Rey  ordenó  que  se  enviasen 
al  Consejo  de  Indias,  y  sólo  como  un  mero  formulismo  se  mandase  copia 
a  la  Secretaría  del  Virreinato,  pero  sin  que  ésta  pudiera  intervenir  para  nada 
en  la  economía  del  Hospital.  Pero  muerto  el  Arzobispo  empezaron  las  difi- 
cultades, pues  los  Virreyes  quisieron  intervenir  en  la  administración.  En 
1801  Félix  Berenguer  y  Marquina  ya  había  ordenado  la  visita  de  un  Oidor, 
en  medio  de  las  protestas  del  Cabildo  catedralicio.  En  1804  Iturrigaray  exi- 
ge al  Gobernador  del  Arzobispado  que  se  hiciera  un  inventario  del  Hospital  y 
se  le  rindieran  cuentas,  para  lo  cual  nombró  a  D.  Miguel  Arnáiz  Contador  Ma- 
yor del  Tribunal  de  Cuentas.38 

El  asunto  va  a  la  Audiencia,  dando  el  Fiscal  la  razón  a  la  Mitra.39  No  sa- 
bemos en  qué  terminó  esta  disputa,  pero  a  la  Secretaría  del  Virreinato  siguie- 
ron enviándose  copias  del  estado  económico  del  Hospital.  He  aquí  algunos 
de  los  años  inmediatos  a  la  muerte  del  Arzobispo.40 


88  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.  t.  55,  Exp.  13.  Real  Cédula  dada  en  Aranjuez  21  juni< 
1796  (copia)  y  orden  del  Virrey. 
38  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  t.  55,  Exp.  7. 
40  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  t.  55,  Exp.  12. 


199 


Del  año  1800  a  1801. 


Entradas  152,572.  .  1.  .  3 

Salidas  119,897.  .  5.  .  6 


Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 32,675. .  3. .  9 

Del  año  1801  a  1802. 

Entradas  171,850.  .  2.  .  3 

Salidas  147,107..  4..  0 


Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 24,743.  .  6. .  3 


Año  de  1802-1803.*° 

Entradas  137,238.  .  6.  .  6 

Salidas  115,901.  .  0.  .  4 

Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 21,337.  .  6.  .  2 

Año  de  1803-1084.41 

Entradas  136,273..  4..  0 

Salidas  89,717.  .  5.  .  6 


Saldo  en  po- 
der del  Admi- 
nistrador 46,556.  .  6.  .  6 


41  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  t.  55,  Exp.  13. 


200 


Año  de  1805.** 


Entradas 

93,540.  . 

2 

Salidas 

32,339.  . 

1. . 

6 

Saldo 

61,201. . 

. 

6 

Año  de  1806-7S* 

Entradas 

270,362. . 

6.. 

5 

Salidas 

192,651.. 

5.. 

11 

Saldo 

77,711.. 

0.. 

6 

Menos  rebajas 

a  salidas 

77,803. . 

3. . 

11 

Año  de  1808.** 

Entradas 

208,853. . 

4. . 

7 

Salidas 

157,572.. 

5.  . 

7 

Saldo 

51,281.. 

7.. 

0 

Menos  rebajas 

a  salidas 

51,247. . 

7. . 

9 

Año  de  1809.*2 

Entradas 

1  £Q  J.7Q 

ioy,47y. . 

a 

O.  . 

K 
O 

Salidas 

156,766.. 

6.. 

7 

Saldo 

12,713  . . 

3. . 

10 

Año  de  1810.42 

Entradas 

138,159.. 

0. . 

2 

Salidas 

137,328.. 

3.. 

5 

Saldo 

000,831. . 

4.. 

9 

Menos  rebajas 

a  salidas 

859.. 

5.. 

9 

43  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.  t.  41,  Exp.  7-10. 

u  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  39,  Exp.  3-6-5-9. 


Año  de  1811.a2 

Entradas  135,543.  .  3.  .  10 

Salidas  118,592.  .  4.  .  2 


Saldo  16,951.  .  7.  .  8 
Menos  rebajas 

a  salidas  16,926.  .  6.  .  8 

No  tenemos  noticias  precisas  a  partir  de  1811.  Los  últimos  informes  son  de 
los  años  1821  y  1822. 

Año  de  1821. 

Entradas  58,387.  .  0.  .  8 

Salidas  76,108..  7..  6 


Déficit  17,729 
Año  de  1822. 

Entradas  96,405.  .  4.  .  2 

Salidas  92,245..  2..  7 


Saldo  4,160 

Como  podemos  observar  por  todos  estos  informes,  la  economía  del  Hospital 
fue  estable  durante  la  vida  del  fundador  y  aun  algunos  años  después,  o  sea 
hasta  1806-7;  pues  como  dice  Marroquí,  el  préstamo  forzoso  ordenado  por 
Carlos  IV  en  1806-1807  empezó  a  desequilibrar  sus  finanzas.  Las  cosas  em- 
peoraron con  motivo  de  la  guerra  de  la  Independencia  y  a  la  consumación 
de  ella.  El  Hospital  empezó  a  vivir  en  constante  déficit,  pues  los  ingresos 
habían  disminuido  considerablemente,  en  tanto  que  el  número  de  enfermos 
(que  en  tiempo  del  Arzobispo  era  de  mil  y  para  1804  había  bajado  a  seis- 
cientos) había  vuelto  a  subir  considerablemente  debido  a  la  supresión  de 
las  Ordenes  Hospitalarias,  decretado  poco  antes  de  efectuarse  la  Indepen- 
dencia. 

La  desorganización  económica  del  país,  que  siguió  a  nuestra  liberación, 
afectaba  al  Gobierno  y  eso  se  traducía,  respecto  al  Hospital,  en  no  pagar  las 
pensiones  de  los  presos  y  militares.  Los  ingresos  por  concepto  de  diezmos, 
dispensas,  privilegios,  etc..  se  habían  ido  agotando,  de  tal  modo  que  bien 


202 


podemos  decir  que,  por  su  bancarrota  económica,  el  Hospital  amenazaba  a 
su  fin  al  mediar  el  siglo  XIX. 

Innumerables  son  los  beneficios  que  este  Hospital  prestó  durante  más  de 
setenta  y  cinco  años,  tanto  por  su  carácter  de  Hospital  General  como  por 
haber  aparecido  en  los  momentos  en  que  todos  los  demás  de  la  ciudad  se 
hallaban  en  una  total  decadencia,  y  también  por  su  acertada  organización 
en  la  parte  médico-quirúrgica  como  en  la  administrativa,  que  no  iría  a  la 
zaga  de  ningún  nosocomio  moderno,  en  cuanto  a  concepción  de  lo  que 
es  una  institución  hospitalaria.  Su  magnífica  farmacia  con  su  laboratorio 
hacía  más  eficaces  sus  servicios  y  si  a  todo  esto  sumamos  condiciones  de 
higiene  y  alimentación  de  primera,  podemos  darnos  una  idea  de  los  miles 
de  mexicanos  que  resultaron  con  él  beneficiados. 

Hubo  algo  más  aún:  esto  fue  la  "Cátedra  de  Medicina  Clínica",  estable- 
cida en  el  Hospital  de  San  Andrés,  que  funcionaba  como  una  Academia, 
en  la  cual  los  practicantes,  médicos  y  cirujanos  tenían  un  centro  de  inves- 
tigaciones anatomopatológicas.44 

En  1850,  controlándolo  aún  el  Arzobispado,  se  intentó  su  reforma,  llevando 
a  él  a  las  Hermanas  de  la  Caridad.45  Pero,  años  después,  fueron  arrojadas 
de  allí  por  Lerdo.  Sin  embargo,  el  Hospital  siguió  perteneciendo  a  la  Mitra 
hasta  el  año  de  1861,  fecha  en  que  se  le  secularizó  entrando  a  formar  parte 
de  las  Instituciones  controladas  por  la  Junta  de  Beneficencia,  a  cuyo  poder 
pasaron  propiedades  por  valor  de  55,210.00  pesos. 

Finalmente,  citaremos  como  dato  curioso  que  en  la  iglesia  de  este  Hos- 
pital se  embalsamó  a  Maximiliano,  operación  que  duró  setenta  horas.  Allí 
fue  también  donde  los  conservadores  le  celebraron  solemnes  Honras  Fúnebres. 
Esto  le  granjeó  la  aversión  de  Juárez,  quien  dictó  la  orden  de  que  fuese 
destruida.46 

Esta  Institución  prestó  servicios  hasta  1910  año  en  que  fue  substituida  por 
el  nuevo  Hospital  General  de  los  tiempos  porfirianos. 

Más  tarde  fue  demolido  también  para  levantar  en  su  lugar  el  Palacio  de 
Comunicaciones. 


44  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  t.  24,  Exp.  11. 

45  Marroquí,  J.  M.,  La  Ciudad  de  México,  t.  I,  pp.  361-371. 
48  Marroquí,  J.  M.,  La  Ciudad  de  México,  t.  I,  pp.  361-371. 

203 


CAPITULO  XX 


HOSPITALES  DEL  SIGLO  XVIII 
EN  DIVERSAS  REGIONES  DEL  PAIS 

En  el  XVIII  surgen  numerosos  intentos  hospitalarios  debido  a  personas 
que  desean  hacer  pequeños  hospitales  para  determinadas  necesidades  de 
carácter  local.  Entre  éstos  tenemos  en  la  Villa  de  Córdoba,  Ver.  dos  ejemplos 
que  son:  el  de  los  Cinco  Señores  y  el  de  la  Trinidad: 

Hospital  de  los  Cinco  Señores.  Córdoba,  Ver. 

Se  formó  a  iniciativa  del  Pbro.  don  Juan  Gómez  Dávila,  en  1 756.  Lo  instaló 
en  su  propio  domicilio  (frente  al  actual  parque  Madero)  y  mantuvo  con 
sus  bienes.  Este  Hospital  estaba  dedicado  exclusivamente  a  mujeres.1 

Nunca  llegó  a  ser  un  hospital  de  gran  importancia,  pero  su  existencia, 
aunque  breve,  fue  benéfica  al  pueblo  y  merece  ser  recordado  por  la  gene- 
rosidad de  su  fundador.  Respecto  a  este  Hospital,  sólo  hay  una  mención 
en  los  Archivos  del  Virreynato. 

Hospital  de  la  Santísima  Trinidad.  Córdoba,  Ver. 

El  segundo  Hospital  de  Córdoba,  del  que  tampoco  hay  suficiente  docu- 
mentación en  nuestros  archivos,  es  el  llamado  Hospital  de  la  Santísima 
Trinidad.  Lo  único  que  hemos  hallado  es  lo  que  menciona  Gilberto  Aguilar 
y  que  aquí  transcribimos:  El  regidor  don  Ignacio  de  Tembra  y  Limones,  en 
1772-74,  fundó  de  su  propio  peculio  un  hospital  para  hombres  en  la  dicha 
villa.  Lo  tituló  de  la  Santísima  Trinidad.  La  fundación  fue  autorizada  por 

1  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pag.  70. 


204 


el  Deán  de  la  Catedral  de  Puebla,  por  estar  la  Sede  vacante,  y  posiblemente 
por  el  Virrey  A.  M.  de  Bucareli.  Dice  el  mismo  autor  que  estuvo  bajo  la 
administración  de  los  Hipólitos,  de  los  cuales  fue  prior  Fray  Rodrigo  de  la 
Fuente,  pero  no  cita  en  qué  época  ni  si  lo  fue  desde  la  fundación  hasta 
la  desaparición  del  Hospital.2  En  1779  seguía  en  funciones,  prestando  buenos 
servicios.  Aunque  la  capacidad  de  éste  y  el  de  Los  Cinco  Señores  no  era 
muy  amplia,  sí  era  suficiente  para  cubrir  las  necesidades  de  la  Villa,  en 
tiempos  normales.  En  épocas  de  epidemia  se  hacía  necesario  el  estableci- 
miento de  hospitales  provisionales,  pues  tanto  el  de  hombres  como  el  de 
mujeres  resultaban  insuficientes.3 

Finalmente,  afirma  Aguilar  que,  después  de  la  exclaustración,  se  dio  al 
hospital  el  nombre  de  San  Roque  y  que  "los  Padres  Roqueños  o  de  San 
Hipólito"  tuvieron  bajo  su  cargo  el  Hospital  hasta  1824,  año  en  que  pasó 
a  depender  del  Gobierno. 

En  Tuxtla,  Chiapas,  sabemos  que  existía  una  Institución  denominada  Hos- 
pital de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.4  No  hemos  podido  averiguar  su 
origen  ni  los  servicios  que  prestó. 

Proyectado  Hospital  de  Santa  Inés  de  Monte  Policiano.  Puebla,  Pue. 

En  Puebla,  durante  el  siglo  XVIII,  se  pretendió  la  fundación  de  un  hos- 
pital para  mujeres  convalecientes.  El  intento  fue  obra  de  Fray  Bernardo 
de  Andia  O.  P.  Fray  Bernardo  había  fundado  en  1632  la  Cofradía  de  Santa 
Inés  de  Monte  Policiano,  autorizada  por  Bula  de  Clemente  IX  en  1632,  y 
establecida  en  la  iglesia  de  Santo  Domingo,  de  Puebla.  Su  fin  era  ayudar  a 
los  pobres  y  en  especial  a  las  jóvenes  que  a  causa  de  su  extrema  pobreza 
no  podían  asistir  a  misa  ni  a  otros  actos  religiosos  por  falta  de  vestuario.  5 

A  esta  Cofradía  pertenecieron  dos  ricos  hombres  de  Puebla:  el  uno  fue 
Mateo  de  Ledesma  y  el  otro  Miguel  Raboso  de  la  Rosa.  A  los  bienes  que 
el  primero  dejó  se  debió  al  establecimiento  de  un  Beaterío  que  tenía  la  misma 
titular  que  la  Cofradía.  La  enorme  fortuna  del  segundo  permitió  que  dicho 
Beaterío  dejara  su  vieja  y  ruinosa  casa  y  se  pasara  a  otra  mucho  mejor,  cons- 
truida ex-profeso  y  con  gran  iglesia.  Al  mismo  tiempo  dejaba  de  ser  Beaterío 

2  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pag.  69. 

3  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  20,  Exp.  8. 

4  Orozco  y  Jiménez,  Dr.  Feo.,  Colección  de  Documentos,  t.  I,  pag.  85. 

5  A.G.I.S.  Audiencia  México.  850  Testimonio  de  los  instrumentos  sobre  el  beaterío 
de  Santa  Rosa. 


205 


de  Santa  Inés  de  Monte  Policiano  y  se  convertía  en  el  Convento  de  Santa 
Rosa  de  Lima,  de  monjas  dominicas,  sujetas  al  Ordinario.6 

Como  el  que  había  manejado  todos  los  caudales  era  Fray  Bernardo  de 
Andia  (en  carácter  de  testamentario  de  los  dos  citados  fundadores),  se  pudo 
dar  cuenta  de  que  cuando  se  trasladaran  las  monjas  al  nuevo  edificio  de 
la  calle  de  Santa  Rosa,  su  antigua  casa  de  la  Calle  del  Beaterío*  quedaba 
sin  uso. 

No  estuvo  tranquilo  con  esta  situación  Fray  Bernardo,  que  veía  inutili- 
zados los  bienes  de  Mateo  de  Ledesma  y  planeó  entonces  la  fundación  de 
un  hospital  para  mujeres  convalecientes  que  se  titularía  de  Santa  Inés  de 
Monte  Policiano  y  que  estaría  bajo  el  patronato  de  la  Cofradía  de  este 
nombre. 

El  proyecto  del  fraile,  que  llegó  hasta  el  Consejo  de  Indias,  nos  pinta  un 
hospital  con  doce  cuartos  independientes  para  que  en  cada  uno  de  ellos 
se  albergase  una  convaleciente.  Las  mujeres  vivirían  en  él  una  vida  un  tanto 
conventual,  por  el  retiro  del  mundo  que  tendrían  allí. 

Su  comunicación  al  exterior  sólo  se  haría  a  través  de  un  torno.  Gobernaría 
el  hospital  una  rectora.  Las  convalecientes  gozarían  de  un  gran  jardín  para 
su  recreo  y  tendrían  siempre  una  abundante  y  adecuada  alimentación.  Fray 
Bernardo  dispuso  que  tuvieran  quinientas  gallinas  para  su  alimento  y  que 
la  comida  se  les  diera  bien  sazonada.7 

El  buen  dominico  hizo  todos  estos  planes  antes  del  cambio  de  las  beatas 
al  nuevo  edificio,  pues  quería  que  de  inmediato  se  aprovechara  la  antigua 
casa  del  beaterío.  Sin  embargo,  no  pudo  realizarlo,  porque  la  vida  se  le 
acabó.  Lo  único  que  logró  hacer,  como  último  intento,  fue  dejar  un  testa- 
mento por  el  cual  disponía  el  paso  de  las  beatas  al  nuevo  edificio  y  el  empleo 
del  antiguo  para  hospital  de  mujeres  convalecientes.8 

A  la  muerte  de  Fray  Bernardo  las  beatas  consiguieron  el  apoyo  del  limo, 
don  Manuel  Fernández  de  Santa  Cruz,9  además  de  la  constante  protección 
de  los  dominicos  que  no  pararon  hasta  verlas  como  monjas  en  su  hermoso 
convento.  La  obra  del  hospital,  en  cambio,  no  tuvo  quien  la  estimulase. 
Así,  no  hemos  hallado  noticia  alguna  de  que  se  haya  realizado. 


8  A.G.I.S.  Audiencia  Méx.  699. 

*  La  Calle  del  Beaterío  Viejo  es  hoy  Calle  3  Norte  800,  la  del  Convento  de  Santa 
Rosa  es  hoy  Calle  3  Norte  1200  según  se  consigna  en  la  obra  de  Hugo  Leight  Las  Ca- 
lles de  Puebla. 

7  A.G.I.S.  Audiencia  Guadalajara  69  Papeles  tocantes  al  beaterío  de  Santa  Rosa. 

8  A.G.I.S.  Audiencia  México  850. 

9  De  Torres,  Fray  Miguel.  Dechado  de  Príncipes.  .  .  pp.  247  a  251. 


206 


Hospital  de  San  Lázaro. 

En  Mérida,  Yucatán,  el  Intendente  promovió  en  1791  la  formación  de 
una  Junta  Benéfica  a  fin  de  establecer  en  la  ciudad  un  hospital  para  leprosos 
que  se  titularía  Hospital  de  San  Lázaro. 

Se  trataba  de  hacer  una  Institución  lo  más  semejante  posible  a  la  de  la 
ciudad  de  México,  tanto  que  se  pide  al  Virrey  Revillagigedo  que  ordene 
se  les  envíen  los  Estatutos  por  los  que  se  rige  la  de  aquí.  Se  les  responde  que 
no  es  posible  porque  no  hay  Estatutos,  pese  a  que  en  la  ley  II,  título  IV  al  lo. 
se  dan  por  existentes.10 

Parece  ser  que  la  idea  de  establecer  un  hospital  para  leprosos  surgió  de 
una  orden  real  en  tal  sentido,  pues  habiendo  muchos  de  estos  enfermos  en 
Yucatán  no  era  posible  mandarlos  hasta  la  lejana  ciudad  de  México,  que 
era  donde  por  disposición  real  debían  refundirse  todos  ellos,  como  ya  expli- 
camos en  el  t.  I.  de  esta  obra.  El  hospital  se  fundó  y  estaba  en  funciones 
todavía  a  finales  de  la  época  porfiriana. 

Hospital  de  la  Misión  de  la  Purísima. 

En  la  Huasteca  Potosina,  en  el  año  de  1791  Fray  Andrés  Vayas  O.  F.  M. 
Ministro  de  la  Misión  de  la  Purísima  Concepción  (?),  de  la  Custodia  de  San 
Salvador  de  Tampico,  promovió  la  fundación  de  un  hospital  de  Betlemitas. 
Se  dirigió  al  Virrey,  Segundo  Conde  de  Revillagigedo,  pidiéndole  que  permi- 
tiese a  Fray  Basilio  de  San  Ignacio,  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  de  Belén, 
que  andaba  por  esos  rumbos  recogiendo  limosnas,  se  quedase  allí,  pues  era 
buen  médico  (como  lo  había  probado  con  muchas  curaciones)  y  en  la  Misión 
no  había  nadie  que  supiese  medicina.  Para  el  establecimiento  del  hospital  los 
vecinos  se  comprometían  a  levantar  edificio  y  sostenerlo  con  sus  limosnas. 

El  proyecto  no  siguió  adelante  porque  los  vecinos  no  dieron  nada  de  lo 
prometido.11 

Hospital  del  Alamo,  Texas. 

En  el  norte,  fuera  ya  de  nuestro  actual  territorio  nacional,  pero  dentro  de 
un  territorio  que  entonces  formaba  parte  de  la  Nueva  España,  existieron 
también  hospitales.  Sabemos  que  en  la  provincia  de  Texas,  en  la  ciudad 

10  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  54,  Exp.  4. 
u  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  54,  Exp.  3. 


207 


de  San  Antonio  de  Béjar,  se  hallaba  el  Hospital  del  Alamo.  En  1807  se 
envió  a  él  como  cirujano  a  Jaime  Gurza,  quien  lo  era  de  primera  clase 
graduado  en  el  Rl.  Colegio  de  Cirugía  de  Barcelona. 12 

Hospitales  Provisionales. 

A  más  de  estos  hospitales  y  proyectos  se  fundaron  en  el  siglo  XVIII  mul- 
titud de  Instituciones  provisionales.  Estas  aparecían  en  épocas  de  epidemia, 
o  bien  para  atender  a  los  soldados  enfermos,  en  las  ocasiones  en  que  por 
las  guerras  de  España  se  concentraban  tropas  en  nuestras  costas.  Es  impo- 
sible dar  un  informe  más  o  menos  exacto  de  ellos. 

Para  su  establecimiento,  el  procedimiento  seguido  era  pedir  permiso  a  las 
autoridades  de  la  localidad,  generalmente  al  Ayuntamiento,  cuando  la  idea 
surgía  de  los  particulares;  pero  como  casi  siempre  quien  promovía  estas 
fundaciones  era  el  propio  Ayuntamiento,  éste  ordenaba  sencillamente  el 
establecimiento  del  hospital,  comisionando  a  una  o  varias  personas  para  ello. 
Después  de  establecido  se  daba  aviso  a  las  Autoridades  centrales  del  Virrey- 
nato;  en  seguida  los  interesados  alquilaban  una  casa,  pedían  se  les  diese 
algún  edificio  público  en  desuso  o  construían  un  galerón  de  madera. 

El  sostenimiento  de  estos  hospitales  provisionales  se  hacía  de  varios  modos: 
con  la  limosna  pública,  exclusivamente;  con  dinero  del  Estado,  es  decir  de 
la  Real  Hacienda  (este  es  el  caso,  por  ejemplo  de  los  militares,  como  ve- 
remos adelante),  o  bien  dando  una  mitad  el  Ayuntamiento  local  y  la  otra 
mitad  de  los  "fondos  públicos"  o  de  alguna  de  las  Instituciones  poderosas, 
como  por  ejemplo  el  Tribunal  de  la  Minería  o  el  Consulado. 13 

Los  hospitales  provisionales  están  generalmente  en  manos  de  seglares  a 
sueldo.  A  veces,  aun  en  los  civiles,  intervienen  elementos  militares,  por 
ejemplo  en  los  de  cuarentena,  en  calidad  de  guardianes. 

Dos  objetos  tuvieron  estos  hospitales  y  adecuados  a  ellos,  dos  tipos  de 
establecimientos  surgieron.  Se  pretendía  atender  a  los  enfermos  atacados  de 
algún  mal  epidémico  (generalmente  en  esta  época  el  vómito  prieto,  la  fiebre 
amarilla  o  las  viruelas)  y  también  aislar  no  sólo  a  los  enfermos  sino  a  los 
que  podían  ser  portadores  de  contagio.  Para  los  primeros  se  establecen  hos- 
pitales en  las  Ciudades,  Villas  y  Pueblos  en  que  aparece  la  epidemia.  Para 
los  segundos,  se  forman  locales,  que  generalmente  se  intitulan  lazaretos,  en 
los  sitios  de  entrada  a  la  Nueva  España  o  a  las  poblaciones  de  ella.  Entre 


12  Pat,  I.  NrxoN,  The  Medical  Story  of  Early  Texas:  Molli  Bennet  Memorial  Funda- 
tion,  1946,  pag.  100. 

13  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  46,  Exp.  1.  T.  3,  Exp.  33. 


208 


£  o 

O  Sí 

_  •  c, 

.2  * 


^¡  "tí 

s  -2 


n  Si 


CQ  - 

*  -2 


J3 


éstos  el  más  noatble  fue  el  establecido  en  la  Isla  de  Sacrificios  a  propuesta 
de  la  Junta  de  Sanidad  de  Veracruz  hacia  1809.  Este  adquirió  carácter 
permanente,  pues  se  vio  cuán  necesario  era  detener  en  la  Isla  a  los  tripu- 
lantes de  las  embarcaciones  en  que  venían  enfermos  contagiosos.  Los  planos 
de  este  Hospital  los  hizo  Miguel  Agustín  Mascaró.14 

Otro  de  estos  hospitales  de  cuarentena  fue  el  establecido  también  en  Vera- 
cruz,  en  la  Garita  de  Buenavista,  allí  se  levantó  un  local  ex-profeso.  Su 
objeto  fue  evitar  el  contagio  de  la  fiebre  amarilla.  Parece  ser  que  este  Hos- 
pital lo  tuvieron  a  su  cargo  los  Hermanos  de  la  Caridad  de  San  Hipólito.15  * 

Un  numeroso  grupo  de  Hospitales  provisionales  es  el  que  forman  los  mi- 
litares. A  ellos  nos  referiremos  especialmente  en  el  capítulo  siguiente. 

Los  Hospitales  provisionales  surgen,  como  hemos  indicado,  ante  una  nece- 
sidad pasajera  y  por  lo  tanto,  su  existencia  es  efímera.  Pasada  la  epidemia 
desaparecen  generalmente;  sin  embargo,  hay  excepciones  notables;  entre  ellas 
está  el  Hospital  General  de  San  Andrés,  de  la  ciudad  de  México,  y  otros 
que  están  también  mencionados  entre  los  Hospitales  de  la  Nueva  España. 


14  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  35,  Exp.  8. 

15  Aguilar,  Gilberto,  Hospitales  de  Antaño,  pag.  70. 

*  Frecuentemente  se  les  menciona  en  Puebla  con  el  nombre  de  roqueños  en  razón 
del  hospital  de  San  Roque  que  allí  tuvieron  desde  el  XVI. 

209 


H14 


CAPITULO  XXI 


HOSPITALES  MILITARES  EN  LA  NUEVA  ESPAÑA 

Para  entender  lo  que  fueron  los  hospitales  militares  y  el  porqué  de  su 
tardía  aparición,  es  necesario  hacer  una  breve  reflexión  sobre  el  ejército  que 
hubo  en  estas  tierras  en  la  época  colonial. 

Durante  el  siglo  XVI  España  era  señora  omnipotente  en  las  tierras  de 
América,  sus  dominios  conquistados  a  la  par  que  por  las  armas,  por  una 
habilísima  política,  habían  sido  finalmente  sometidos  en  el  terreno  ideoló- 
gico. Esta  triple  conquista  le  iba  dando  pueblos,  que  salvo  excepciones  de 
escasa  importancia,  vivían  bajo  su  dominio  sin  intentar  sacudirlo. 

No  fue  nunca  necesario  que  tropas  regulares  españolas  vinieran  a  sofocar 
los  raros  intentos  de  independencia,  al  igual  que  para  conquistar  América, 
no  se  había  usado  el  ejército  español.  Los  civiles  se  habían  lanzado  por 
cuenta  propia  y  con  permiso  real  (las  famosas  capitulaciones)  a  descubrir 
tierras  y  conquistar  pueblos,  tierras  y  pueblos  que  tras  la  conquista  pasaban 
a  ser  posesión  del  rey.  Empero,  ni  aun  entonces  la  Corona  enviaba  soldados 
para  sostener  su  dominio  político,  pues  en  caso  de  rebelión  (ejem.  la  del 
Mixtón)  los  encomenderos  (antiguos  conquistadores  o  primeros  pobladores) 
estaban  obligados,  so  pérdida  de  la  encomienda,  a  formar  ejército  para 
someter  a  los  rebeldes.  Sofocada  la  insurrección,  aquel  ejército  ocasional 
desaparecía. 

Por  otra  parte,  los  Reyes  luchaban  a  través  de  todos  sus  elementos  de 
Gobierno  (Consejo  de  Indias,  Audiencias,  Virreyes,  Capitanes  Generales, 
Visitadores,  Jueces  de  Residencia,  Alcaldes,  Gobernadores,  etc.),  y  en  unión 
con  la  Iglesia  (Obispos,  Clérigos  y  Frailes),  por  gobernar  con  justicia  y 
equidad.  Por  ello  fue  que,  a  pesar  de  que  los  intereses  bastardos  del  egoísmo 
y  la  ambición  hicieron  que  gran  número  de  personns  vivieran  sufriendo  el 
abuso  y  la  injusticia  de  los  prepotentes,  la  vida  en  la  América  Hispana  gozó 
de  paz.  Paz  que  durante  más  de  dos  siglos  disfrutaron  los  pueblos  situados 


210 


desde  Nuevo  México  hasta  la  Patagonia.  Esta  tranquilidad  interior  de  las 
Colonias  hizo  que  no  hubiera  en  ella  durante  los  siglos  XVI  y  XVII  un 
ejército  regular  permanente. 

La  Nueva  España,  en  el  interior,  sólo  tuvo  en  aquellos  tiempos  un  pe- 
queño grupo  de  tropas  veteranas,  que  lo  formaba  la  Guardia  del  Virrey 
o  Alabarderos  del  Virrey.1  Sin  embargo,  la  situación  en  las  costas  fue  dife- 
rente y  la  razón  eran  los  eternos  conflictos  europeos.  La  paz  que  disfrutaban 
los  dominios  no  la  gozaba  la  propia  España,  pues  se  hallaba  metida  en 
constantes  guerras  continentales.  Las  rivalidades  con  Francia  e  Inglaterra, 
por  una  parte,  y  por  otra  el  surgimiento  de  la  piratería,  que  con  su  ame- 
naza constante  a  las  rutas  y  puertos  comerciales  de  Hispanoamérica,  hicieron 
que  se  tuviera  un  ejército  permanente  en  el  mar  y  en  los  puertos.  Esto  que 
llamaríamos  la  defensa  del  mar  2  comprendía  la  ruta  seguida  por  los  barcos. 
Las  embarcaciones  iban  y  venían  de  España  a  través  del  Golfo  de  México, 
para  comerciar  con  los  puertos  novo-hispanos  de  Campeche  y  Veracruz. 
A  su  entrada  tenían  que  cruzar  por  las  Antillas,  y  a  su  salida  por  el  estrecho 
de  la  Florida,  ya  que  las  corrientes  marítimas  por  allí  los  conducían.  El 
sistema  de  defensa  de  esta  zona  se  hizo  entonces  a  través  de  una  serie  de 
fortalezas  situadas  en  Puerto  Rico,  La  Habana,  Campeche,  Veracruz  y  San 
Agustín  de  la  Florida.2 

Así  fue  como  surgieron  el  Castillo  de  San  Juan  de  Ulúa,  en  Veracruz,  y 
en  Campeche  las  murallas  y  los  fuertes  de  San  José  y  San  Miguel.  A  estas 
defensas  fundamentales  se  añaden  otras,  como  la  de  la  Isla  del  Carmen, 
también  en  el  actual  Estado  de  Campeche,  en  donde  había  un  presidio. 

En  las  costas  de  la  Nueva  España  que  daban  al  Océano  Pacífico  se  encon- 
traban dos  puntos  defensivos:  el  fuerte  de  San  Diego,  en  la  bahía  de  Aca- 
pulco,  Gro.,  y  el  presidio  de  San  Blas,  en  nuestro  actual  Estado  de  Jalisco. 

Todos  estos  establecimientos  militares  tuvieron  sólo  un  carácter  defensivo 
y  de  protección  a  la  población  civil  que  habitaba  las  costas,  sirviendo  al 
mismo  tiempo  para  salvaguardar  las  mercaderías  que  allí  se  acumulaban 
para  embarcarse  o  que  se  habían  desembarcado.  Que  no  eran  cosa  rara,  sino 
frecuente,  los  asaltos,  robos,  asesinatos  y  vejaciones  terribles  que  infligían 
a  los  costeños  los  piratas,  lo  hemos  explicado  ya  al  hablar  del  Hospital  de 
Campeche  y  puede  comprobarse  con  todo  detalle  al  revisar  las  páginas  de 
la  historia  de  esas  poblaciones.  Ahora  bien,  repetimos,  sólo  había  ejército 
regular  en  Veracruz;  en  los  demás  puertos  había  únicamente  una  pequeña 
guarnición  en  los  fuertes,  llamándose,  en  caso  de  peligro,  a  los  hombres  que 
constituían  la  población  civil,  para  la  defensa. 

1  Humboldt,  Alejandro  Von,  t.  IV,  Libro  V,  pag.  251. 

2  Velázquez,  Ma  del  Carmen,  El  Estado  de  Guerra  en  la  Nueva  España,  pag.  90. 


211 


El  peligro  de  los  piratas  se  agudizaba  en  el  mar.  Como  no  existían  entonces 
barcos  de  pasajeros  exclusivamente,  sino  que  todos  eran  mixtos  (de  carga 
y  pasaje),  los  asaltos  a  los  barcos  no  se  concretaban  al  pillaje  de  mercade- 
rías, sino  al  de  pertenencias  personales,  vejaciones,  asesinatos  y  secuestros 
de  los  viajeros.  Por  todo  esto  era  indispensable  la  protección  de  personas 
y  cosas  que  cruzaban  el  mar.  Para  ello  se  estableció  desde  el  año  de  1561 
la  flota.  Sistema  que  duró  hasta  1778. 3 

La  flota  estaba  constituida  por  los  barcos  mercantes  en  tránsito  y  los 
barcos  de  guerra  que  los  protegían.  La  flota  salía  hacia  América  dos  veces 
al  año  (de  Sevilla  en  los  siglos  XVI  y  XVII  y  de  Cádiz  en  el  XVIII).  En 
Puerto  Rico  se  dividía,  dirigiéndose  los  llamados  Galeones  hacia  el  Perú  vía 
Panamá  y  continuando  la  flota  propiamente  tal,  hacia  Nueva  España.  Pero 
se  detenía  en  La  Habana,  en  donde  se  quedaban  la  mayor  parte  de  los 
barcos  de  guerra  e  inclusive  casi  siempre  el  Comandante,  prosiguiendo  hacia 
Veracruz  los  barcos  mercantes  custodiados  solamente  por  uno  o  dos  barcos 
de  guerra.  La  tripulación  de  estos  barcos  permanecía  en  Veracruz  o  en 
Perote  (por  su  mejor  clima)  durante  la  invernada.  Cuando  la  flota  regre- 
saba a  España,  se  volvían  a  unir  en  La  Habana  los  barcos  de  guerra  que 
allá  habían  invernado,  regresando  todos  unidos  a  España,  por  el  estrecho 
de  la  Florida. 

La  zona  del  Golfo  de  México  contó  además  para  su  protección  con  la 
Armada  de  Barlovento.  Esta,  compuesta  únicamente  de  barcos  de  guerra, 
fue  creada  en  1639  y  tuvo  como  único  objetivo  limpiar  de  piratas  la  zona 
del  Caribe  y  del  Golfo.4  Las  unidades  que  la  componían  se  aprovisionaban 
en  Puerto  Rico  y  más  en  Campeche  que  en  Veracruz.  Inclusive  su  estancia 
en  estos  puertos  era  por  períodos  muy  cortos. 

En  la  ruta  marítima  del  Pacífico  la  cosa  era  bien  diferente.  No  se  for- 
maba convoy  alguno  para  cruzarlo.  Un  solo  barco  armado  perfectamente, 
era  el  que  se  encargaba  de  cubrir  la  ruta.  Por  razón  de  los  vientos  la 
embarcación  "Nao  de  China"  o  "Galeón  de  Manila",  venía  de  las  Filipinas  o 
las  costas  de  California  y  de  allí  derivaba  hacia  Acapulco  costeando.  El 
galeón  se  detenía  generalmente  en  San  Blas,  dejando  mercancías  para  Tepic 
y  Guadalajara.  Esta  embarcación  transportaba  personas  y  mercaderías  del 
Asia  Continental  (China  y  la  India  especialmente)  y  del  Archipiélago  Fili- 
pino, que  venían  destinadas  a  Nueva  España,  Perú  y  la  propia  España; 
pues  en  vez  de  dar  la  vuelta  hasta  el  Estrecho  de  Magallanes,  se  cruzaba  la 


3  Carrera  Stampa,  Manuel,  Las  ferias  novohis panas,  pp.  321-329. 

4  Ramos  y  Duarte.  Félix,  Diccionario  de  curiosidades  históricas,  geográficas,  cro- 
nológicas, etc..  pag.  38. 


212 


Nueva  España  vía  Acapulco- Veracruz,  ahorrándose  así  tiempo  y  los  graves 
peligros  que  representaba  un  mar  siempre  agitado  e  infestado  de  piratas.5 

Esta  ruta  marítima  fue  cubierta  por  la  "Nao"  desde  1565  hasta  1820, 
pero  desde  1785  empezó  a  decaer,  al  establecerse  la  Real  Compañía  de  Fili- 
pinas, que  acabó  con  el  monopolio  comercial  que  de  América  con  Asia  tenía 
Acapulco. 

Al  igual  que  en  el  Golfo,  los  piratas,  (ingleses,  holandeses  y  alemanes) 
se  dedicaron  a  atacar  a  las  poblaciones  de  las  costas  del  Pacífico,  saqueándolas 
y  procurando  interrumpir  el  comercio,  con  el  asalto  a  las  embarcaciones;  los 
pataches  que  hacían  la  navegación  de  cabotaje,  la  "Nao  de  China"  y  el 
"Galeón  de  Manila",  que  si  bien  traían  ricas  mercaderías,  regresaban  cargados 
de  preciosos  metales  (los  llamados  "situados  de  Filipinas",  que  servían 
para  sostener  a  las  Posesiones  españolas  del  Oriente).  Pese  a  que  iba  la 
"Nao"  bien  pertrechada,  sufrió  en  ocasiones  el  asalto  de  los  piratas  que  se 
apoderaron  de  todas  sus  riquezas  y  el  propio  Acapulco  tuvo  en  su  bahía 
varias  veces  ancladas  las  escuadras  piratas.  Fue  necesario  amurallar  el  Cas- 
tillo de  San  Diego,  para  ponerle  bastiones  y  dotarlo  de  gruesos  cañones.6 

Aunque  en  el  Pacífico  hubo  lo  que  se  llamó  la  Armada  del  Mar  del  Sur, 
ésta  no  custodiaba  las  costas  novo-hispanas,  sino  solamente  las  del  Virrey- 
nato  del  Perú,  al  que  amenazaban  los  piratas  más  álgidamente. 

La  llegada  de  la  flota  a  Veracruz,  que  se  efectuaba  dos  veces  al  año, 
provocaba  un  aumento  de  población  civil  y  militar  en  el  puerto.  La  pobla- 
ción civil  permanecía  en  él  brevemente,  pues  se  transladaba  de  inmediato 
a  Jalapa,  en  donde  se  verificaba  la  feria,  para  vender  las  mercaderías,  o  a 
los  sitios  de  su  destino  si  no  eran  comerciantes. 

En  Jalapa,  como  ya  vimos,  tuvo  que  hacerse  un  hospital  para  los  mercaderes 
que  iban  a  la  feria.  La  tripulación  militar  de  la  flota  tenía  que  permanecer  en 
Veracruz,  en  espera  de  vientos  propicios.  Lo  malsano  del  puerto  hacía  que 
se  salieran  a  las  poblaciones  vecinas,  especialmente  como  explicamos  ya,  a 
Perote,  pero  no  todos  podían  hacerlo,  quedándose  muchos  y  enfermando 
de  los  consabidos  males.  Estos  militares  se  sumaban  al  batallón  de  tropa  vete- 
rana de  la  Armada  de  Barlovento  que  allí  residía,  distribuido  entre  el  Castillo 
de  San  Juan  de  Ulúa  y  el  pueblo.  6  bis 

En  Acapulco  sólo  la  pequeña  guarnición  del  Castillo,  formada  por  tropas 
milicianas  (negros,  mulatos  y  pardos),  era  la  única  unidad  militar  con  que  se 
contaba.  Cuando  la  nao  iba  a  llegar,  se  concentraban  allí  las  tropas  milicianas, 


5  Carrera  Stampa,  Manuel,  Las  ferias  Novohispanas,  pag.  330. 

c  Alessio  Robles,  Vito,  Acapulco  en  la  Historia  y  en  la  Leyenda,  pp.  85  a  109. 

6  bis  VelÁzquez,  María  del  Carmen,  El  Estado  de  Guerra  en  la  N.  E.,  pag.  90. 


213 


resguardadoras  de  los  forzados  que  iban  a  embarcarse  en  el  galeón  o  la  nao 
rumbo  a  las  colonias  penales  del  Pacífico. 

La  llegada  de  estos  navios  aumentaba  el  número  de  militares,  pues  durante 
los  meses  que  la  nao  permanecía  anclada,  mientras  se  efectuaba  la  feria  para 
la  venta  de  sus  mercancías,  se  iban  concentrando  en  el  puerto  los  soldados 
reclutados  para  las  Filipinas  a  la  vez  que  los  citados  guardianes  de  los  presos. 

La  Villa  de  Campeche  tuvo  también  una  concentración  militar  constante, 
que  se  intensificaba  temporalmente. 

Campeche  — como  hemos  visto  en  el  tomo  I —  era  un  puerto  importante 
por  la  riqueza  de  materias  primas  de  la  región  que  en  él  se  embarcaban,  así 
como  por  ser  la  garganta  por  donde  desembocaba  todo  el  comercio  del  sureste 
de  la  Nueva  España,  especialmente  el  de  Yucatán. 

Esa  riqueza  comercial  de  la  Villa  atrajo  la  codicia  pirata,  por  lo  que  fue 
preciso  fortificarla,  primero,  hacer  en  ella  un  fuerte,  y  más  tarde  amurallarla 
totalmente. 

Para  su  defensa  se  hizo  necesario  tener  tropas  milicianas  residentes  en  el 
propio  Fuerte.  A  esta  población  militar  estable  se  añadió  otra  temporal  que 
fue  la  proveniente  de  la  Armada  de  Barlovento  y  de  los  barcos  militares  que 
formaban  la  flota  cuando  se  detenían  allí. 

La  existencia  de  estas  concentraciones  militares  en  los  puertos,  hizo  sentir 
la  necesidad  de  lugares  en  que  pudieran  ser  hospitalizados  los  enfermos. 

Durante  los  siglos  XVI  y  XVII  no  existen  hospitales  militares,  propiamente 
dichos,  en  ninguna  parte  de  la  Nueva  España,  empero  la  necesidad  urgente 
de  atender  a  los  miembros  del  ejército  hizo  que  algunos  de  los  hospitales  ci- 
viles se  hicieran  mixtos,  dedicando  parte  de  sus  salas  a  atender  a  los  miembros 
del  ejército  y  la  armada.  Esto  es  lo  que  sucedió  en  los  tres  sitios  ya  mencio- 
nados, como  recordaremos.  En  Veracruz,  en  el  Hospital  de  San  Juan  de  Montes- 
claros,  se  atendía  desde  su  fundación  en  el  XVI  a  todos  los  oficiales  y  marine- 
ros, tanto  de  la  Flota  Mercante  como  de  la  Armada  Real,  que  llegaban  proce- 
dentes de  La  Habana,  Campeche,  Guinea,  Cartagena  de  Indias,  etc.  Se  recibía 
también  a  todos  los  miembros  de  la  tripulación  de  la  Flota  Mercante,  y  a  todos 
los  individuos  pertenecientes  al  ejército  acantonado  en  San  Juan  de  Ulúa. 

Como  los  miembros  del  Ejército  y  la  Armada  no  eran  pobres  de  solemnidad, 
no  se  recibían  gratuitamente  como  todos  los  demás  enfermos,  sino  que  se  ha- 
bía establecido  una  forma  de  Seguro  Social  para  ellos.  Los  superiores  lo  des- 
contaban del  sueldo  y  lo  entregaban  al  hospital.  El  militar  enfermo  tenía  así 
derecho  al  servicio  hospitalario.  * 

El  Hospital  de  N.  S.  de  la  Consolación,  de  Acapulco,  era  también  mixto; 
en  él  se  atendía  a  los  infantes  del  Fuerte  de  San  Diego,  a  los  artilleros  que 

*  Véanse  detalles  en  el  tomo  I,  pag.  215. 


214 


venían  en  los  navios  de  Filipinas,  así  como  a  todos  los  soldados  y  tripulantes 
de  los  galeones  surtos  en  el  puerto;  también  recibía  a  las  tripulaciones  de  los 
pataches  que  iban  al  Perú;  en  fin,  a  todo  cuanto  soldado  lo  solicitaba.  En 
este  hospital,  tanto  el  ejército  como  la  armada  tenían  establecido,  al  igual 
que  en  Veracruz,  un  Seguro  Social.  * 

En  Campeche,  la  necesidad  se  vio  tan  urgente  que  al  erigirse  el  Hospital  de 
Nuestra  Señora  de  los  Remedios  se  declaró  en  sus  escrituras,  como  razón  de  su 
fundación,  el  que  sería  para  atender  a  los  militares,  tanto  a  los  soldados  resi- 
dentes en  el  Fuerte,  como  a  los  marinos  de  la  Armada  de  Barlovento  y  de 
la  flota. 

Este  hospital  era  también,  como  ya  vimos,  para  civiles.  Los  miembros  del 
ejército  y  la  armada  recibían  atención  en  él,  mediante  una  contrata  que  era 
en  realidad  también  un  Seguro  Social.  Este  fue  establecido  en  1631  y  entró 
en  vigor  en  enero  de  1632.  ** 

En  el  resto  del  país,  aun  cuando  no  había  hospitales  militares  por  no  haber 
ejército  en  ellas,  los  escasos  soldados  (tropas  milicianas  o  las  que  en  misiones 
especiales  recorrían  el  país)  eran  atendidos  en  los  hospitales  civiles,  en  apo- 
sento separado,  cuando  era  posible,  o  en  las  salas  generales  con  ciertas  distin- 
ciones, pero  desde  luego,  mediante  el  pago  de  sus  estancias.  Esto  en  los  siglos 
XVI  y  XVII  es  cosa  excepcional  por  la  escasez  de  militares  en  el  centro  de  la 
Nueva  España,  pero  en  el  XVIII  — con  la  creación  del  moderno  ejército  que 
España  deseaba  tener  en  sus  colonias —  las  cosas  cambiaron  radicalmente. 

El  peligro  que  en  los  siglos  XVI  y  XVII  habían  sido  los  enemigos  de 
España  en  el  mar,  había  perdido  importancia.  Los  piratas  — sin  dejar  de  ser 
una  amenaza  a  las  costas  y  al  comercio —  no  tenían  ya  tanta  importancia. 
En  cambio,  el  peligro  extranjero  estaba  ahora  en  tierra.  Inglaterra  y  Francia 
tenían  colonias  en  la  propia  América.  Ejércitos  de  ambas  naciones  fácilmente 
podían  invadir  los  dominios  españoles,  ya  que  España  estaba  en  continuas 
guerras  con  ambas  naciones.  No  era  éste  un  peligro  imaginario  o  en  potencia, 
sino  real  y  actuante.  Recordemos,  por  ejemplo,  que  los  ingleses  tomaron  La 
Habana  en  1762. 

La  organización  del  ejército  de  la  Nueva  España  se  inicia  bajo  el  gobierno 
del  Virrey  Revillagigedo  I  (1746-1755),  que  lo  fue  bajo  el  reinado  de  Fernan- 
do VI.  Se  continuó  intensamente  bajo  el  reinado  de  Carlos  III,  mediante  los 
virreyes  Joaquín  de  Monserrat,  Marqués  de  Gruillas  (1760-1766),  Carlos 
Francisco  de  la  Croix,  Marqués  de  Croix  (1766-1771),  y  de  don  Antonio  Ma. 
de  Bucareli  y  Ursúa  (1771-1779). 

No  pretendemos  hacer  la  historia  del  desarrollo  del  ejército  de  Nueva  Es- 

*  Véase  el  tomo  I,  pag.  204. 

**  Véase  el  tomo  I,  pp.  156-157. 


215 


paña,  sólo  constatar  las  épocas  en  que  se  organizó,  para  poder  entender  la 
aparición  de  los  hospitales  militares. 

Revillagigedo  reglamentó  el  Batallón  de  la  Corona  y  organizó  a  las  fuerzas 
militares  existentes  en  Veracruz,  en  una  sola  compañía,  dio  estabilidad  al 
Cuerpo  de  Lanceros  de  Veracruz,  que  estaba  formado  por  voluntarios,  ha- 
ciendo que  fueran  entrenados  por  oficiales  españoles,  organizó  el  servicio  mi- 
litar de  toda  la  Nueva  España,  quitando  las  quintas  y  levas  y  sustituyéndolas 
por  los  Cuerpos  Milicianos,  hechos  por  sorteos  a  base  de  padrones  y  listas.  7 

Continúan  la  obra  de  reforma  militar  iniciada  por  Revillagigedo,  los  traba- 
jos realizados  por  don  Juan  de  Villalba,  en  tiempo  de  Cruillas,  tendientes  todos 
a  mejorar  las  milicias  de  Nueva  España.  Croix  y  Bucareli  culminan  la  obra, 
que  por  otra  parte  no  llega  a  gozar  de  simpatía  popular,  pues  pese  a  que  se 
ofrecían  ventajas  a  los  milicianos,  como  pagos,  premios,  retiros  e  igualdad  ra- 
cial en  la  milicia,  a  los  mexicanos  no  les  interesaba  el  ejército.  Las  tropas  ve- 
teranas españolas  que  se  traían,  desertaban  llegando  aquí,  y  los  milicianos, 
por  su  parte,  hacían  lo  mismo.  Por  eso,  dice  Humboldt,  aun  cuando  a  finales 
del  XVIII  el  ejército  sumaba  32,200  hombres  (blancos,  pardos  y  negros)  en 
realidad  soldados  disciplinados  solamente  había  de  8  a  10,000.  8 

He  aquí  la  lista  que  Humboldt  nos  da  sobre  el  ejército  existente. 

1.  Tropas  veteranas  en  el  Reino  de  la  Nueva  España  propiamente  dicho: 

A)  Infantería.  Guardia  del  Virrey  (1568),  Regimiento  de  la  Corona,  Regi- 
miento de  Nueva  España,  Regimiento  de  México  y  Puebla  (desde  1788-9). 
Batallón  de  Veracruz  (1793). 

B)  Cuerpos  de:  Artillería,  Ingenieros,  Voluntarios  de  Cataluña. 

C)  Compañías:  de  Acapulco  (1773),  Presidio  de  la  Isla  del  Carmen  (1773), 
San  Blas  (1788). 

D)  Dragones  del  Presidio  del  Carmen. 

2.  Tropas  veteranas  en  las  provincias  internas  (gobernadas  por  el  Virrey  de 
México.  (Compañías  presidíales  y  volantes). 

A)  Vieja  y  Nueva  California.  Presidios  de  N.  S.  de  Loreto  (1720),  San 
Carlos  de  Monterrey  (1770),  San  Diego  (1770),  San  Francisco  (1776),  Ca- 
nal de  Santa  Bárbara  (1780). 


7  Velázquez  ChÁvez,  María  del  Carmen,  El  Estado  de  Guerra,  pp.  91  a  95. 

8  Humboldt,  Ensayo  Político,  tomo  IV,  libro  V,  pag.  252. 


216 


B)  Nuevo  Reino  de  León.  Presidio  de  San  Juan  Bautista  de  la  Punta  de 
Lampizos  (1781). 

C)  Nuevo  Santander.  Tres  compañías  volantes  formadas  en  1783. 

La  época  e„n  que  se  forma  este  ejército  corresponde  al  tiempo  en  que  se 
sufre  la  decadencia  hospitalaria,  y  como  el  organizar  el  ejército  no  se  organi- 
zan de  inmediato  los  hospitales  militares,  los  milicianos  tienen  que  acudir  a 
los  hospitales  existentes. 

En  Veracruz  coinciden  a  veces  las  tripulaciones  de  los  barcos,  los  soldados 
que  llegaban  de  México,  los  cuerpos  de  forzados  para  las  islas  de  Barlovento 
y  los  desterrados  a  otras  colonias.  La  aglomeración  en  tan  insalubre  ciudad 
daba  un  número  de  enfermos  altísimo.  Los  hospitales  eran  insuficientes,  la 
falta  de  alojamientos  y  falta  de  cuidados  incrementaba  la  enfermedad  y  au- 
mentaba el  número  de  muertos.  Para  formarnos  una  idea  tenemos  estos  da- 
tos: la  estadística  demostraba  que  habían  muerto  de  vómito  en  Veracruz,  en 
los  meses  de  abril  a  octubre  del  año  1803,  mil  quinientos  soldados.  En  el  tiem- 
po en  que  estuvieron  allí  acantonados  los  regimientos  de  la  Corona  y  de  Nueva 
España  murieron  del  primero  cuatrocientos  dieciocho  y  del  segundo  ochocien- 
tos dos. 

Naturalmente  que  el  pánico  a  la  peste  se  hacía  general  y  entonces  los  solda- 
dos desertaban  en  gran  número.  Esos  mismos  regimientos  tuvieron  entonces 
novecientas  dos  deserciones  el  primero  y  seiscientas  noventa  y  seis  el  segundo.  9 

Cuando  a  causa  de  la  guerra  con  Inglaterra  (1797)  se  acantonaron  tropas 
en  Córdoba,  Orizaba,  Jalapa  y  Perote,  e  hicieron  cuartel  general  a  Orizaba. 
Se  llegaron  a  tener  ocho  mil  hombres,  pero  viendo  su  inutilidad  se  les  redujo 
a  seiscientos  de  infantería  y  caballería.  Pues  bien,  todos  éstos  perecieron  víc- 
timas de  enfermedades. 

Las  autoridades  palpaban  la  necesidad  urgente  de  establecer  un  servicio 
hospitalario  exclusivo  para  militares. 

Tres  fueron  las  formas  como  se  trató  de  solucionar  el  problema  de  acuer- 
do con  el  lugar,  el  número  de  militares  y  el  tiempo  que  estaban  allí  acantonados. 

En  los  lugares  donde  la  guarnición  militar  era  corta  y  existía  Hospital  Civil 
capaz  de  prestar  un  regular  servicio,  los  miembros  del  ejército  se  atenderían  en 
el  Hospital  Civil,  mediante  el  pago  de  las  estancias.  El  pago  no  lo  hacía  el 
enfermo  sino  su  jefe  militar,  descontándolo  del  sueldo.  En  el  XIX  se  excep- 
túan los  Cuerpos  de  Zapadores  (indios)  que  tenían  derecho  a  ser  curados 
gratis  en  todos  los  hospitales,  al  igual  que  los  sirvientes  y  soldados. 10  A  todos 


9  Velázquez,  María  del  Carmen,  El  Estado  de  Guerra,  pag.  197. 

10  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  I,  Exp.  2. 


217 


los  hospitales  civiles  que  atendían  a  la  tropa  el  Rey  les  daba  el  Real  Mensal  a 
manera  de  subvención.  11 

Cuando  el  número  de  militares  era  excesivo,  o  bien  cuando  el  Hospital 
Civil  estaba  en  malas  condiciones,  o  no  existía,  se  erigiría  un  Hospital  Militar. 
Según  el  tiempo  que  las  tropas  fueran  a  permanecer  en  el  lugar,  el  hospital 
tendría  el  carácter  de  provisional  o  permanente  llamado  también  de  plaza. 

El  gobierno  de  unos  y  otros  se  hizo  en  un  principio  por  medio  de  ordenan- 
zas particulares,  que  surgían  del  ambiente  en  que  se  establecían,  a  pesar  de 
que  desde  1739  el  Rey  había  aprobado  en  Aran  juez  unas  ordenanzas  para 
hospitales  militares,  que  por  orden  real  se  imprimieron.  Más  tarde  según 
veremos,  se  repitió  el  intento  de  unificar  el  gobierno  y  régimen  de  estas  ins- 
tituciones. 

Como  cuestión  general  aplicable  a  todos,  diremos  que  el  Virrey,  como  jefe 
supremo  del  ejército  de  la  Nueva  España,  mandaba  sobre  los  hospitales  mili- 
tares a  través  del  superintendente  general  de  hospitales,  que  él  mismo  nom- 
braba. Este  se  encargaba  de  vigilar  el  establecimiento  de  los  que  fuesen  ne- 
cesarios y  la  buena  marcha  de  los  ya  establecidos.  A  su  vez,  contaba  con  la 
ayuda  del  Comisario  Ordenador  de  Guerra,  que  tenía  a  su  cargo  la  vigilancia 
directa  de  cada  hospital.  La  dirección  de  éstos  estaba  en  manos  del  con- 
tralor. 

El  aprovisionamiento  de  los  hospitales  se  hacía  por  medio  de  una  contrata 
que  se  ponía  en  pública  subasta.  Por  contrata  se  abastecían  también  las  me- 
dicinas, 12  salvo  excepción  en  algunas  épocas,  como  señalaremos. 

Veamos  ahora  los  hospitales  militares  de  plaza  y  provisionales  que  estableció 
el  gobierno  de  la  Nueva  España. 

Siendo  el  puerto  de  Veracruz  el  más  importante  en  la  estrategia  militar, 
tuvo  que  ser  allí,  y  en  las  poblaciones  vecinas,  en  donde  se  estableciera  el 
mayor  número  de  hospitales  militares.  Así  nos  encontramos  en  el  propio  puerto 
el  Hospital  Real  de  San  Carlos;  en  Jalapa,  el  Hospital  Real  de  San  Fernando; 
en  Orizaba,  el  Hospital  Real  de  San  Fernando;  en  Córdoba,  el  Hospital  Real 
y  Militar,  y  finalmente  en  Perote,  el  Hospital  Real  y  Militar  del  Fuerte  de 
San  Carlos. 

Al  fortalecerse  los  contingentes  del  ejército,  en  el  Golfo  de  México  y  en  el 
Pacífico,  surgieron  en  ambas  partes  los  nosocomios  militares. 

En  el  actual  Estado  de  Campeche,  en  la  Isla  del  Carmen,  en  la  Laguna  de 
Términos,  nació  el  llamado  Hospital  del  Rey. 

'En  el  Estado  de  Nayarit,  en  el  puerto  de  San  Blas,  se  estableció  otro  hos- 

11  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  XVIII,  Exp.  6. 

12  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  16,  Exp.  4. 


218 


pital  militar.  Tierra  adentro,  para  atender  a  los  soldados  que  defendían  el 
norte,  se  fundó  en  San  Luis  Potosí  el  Hospital  de  Santa  Rosa. 

En  el  centro,  comenzando  el  siglo  XIX,  se  fundó  en  Toluca  el  hospital  mi- 
litar de  Nuestra  Señora  de  la  Merced. 

Al  lado  de  estos  hospitales  de  plaza  aparecen  los  provisionales,  que  — salvo 
excepciones  durante  la  guerra  de  independencia —  nunca  son  de  campaña. 
Los  hospitales  provisionales  nacen  casi  siempre  en  razón  de  epidemias  como 
auxiliares  de  otras  instituciones  y  en  ocasiones  son  tan  indispensables  sus  ser- 
vicios, que  aun  pasada  la  enfermedad  no  desaparecen  sino  que  se  convierten 
en  hospitales  fijos. 

Finalmente,  en  los  momentos  en  que  tienen  lugar  los  combates  de  la  guerra 
de  independencia  surgen  también  los  hospitales  de  línea. 

De  todos  ellos  hablaremos  alternadamente  enfocándolos  por  zonas. 


Hospitales  militares  en  el  Estado  de  Veracruz 

Hospital  Real  de  San  Carlos,  Veracruz,  Ver. 

Los  primeros  hospitales  militares  provisionales  se  erigieron  en  Veracruz  el 
año  de  1749  a  petición  del  Conde  de  la  Gomeda,  comandante  del  navio  de 
guerra  La  Reyna,  que  no  quiso  enviar  a  sus  marinos  enfermos  al  decadente 
hospital  de  Montesclaros  y  pidió  al  Virrey  Revillagigedo  un  sitio  más  digno 
para  su  gente.  El  Virrey  lo  aceptó  y,  a  costa  de  la  Real  Hacienda,  se  curaron 
por  primera  vez  los  militares  en  un  hospital  adecuado  para  ellos. 

Pero  a  finales  de  ese  mismo  año,  al  irse  la  flota,  el  hospital  se  clausuró. 
En  1762,  con  motivo  de  la  guerra  con  Inglaterra,  hubo  en  el  puerto  gran  mo- 
vimiento de  tropas,  lo  que  obligó  a  las  autoridades  locales  a  abrir  hospitales 
provisionales.  Para  esta  época  era  Virrey  el  Marqués  de  Cruillas  que,  como 
sabemos  fue  uno  de  los  organizadores  del  ejército  novohispano.  Cruillas,  que 
se  interesaba  en  que  las  tropas  estuviesen  dignamente  atendidas  en  sus  en- 
fermedades, dio  a  don  Fernando  Bustillos  el  título  honorario  de  Comisario 
Ordenador  de  Guerra,  título  honorífico  que  implicaba  el  enorme  trabajo  de 
organizar  los  hospitales  necesarios  para  la  numerosa  tropa  acantonada  allí  y 
los  miembros  de  flota  y  la  armada  que  se  concentraban  también  en  el  puerto. 13 

Don  Fernando  dio  orden  de  que  el  ejército  ocupara  para  servicio  hospita- 
lario las  bodegas  del  Hospicio  de  Betlemitas  y  el  Hospital  de  Loreto. 

13  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  20,  Exps.  3  y  4. 


219 


Los  Betlemitas  con  gusto  cedieron  su  edificio,  pues  consideraron  obra  pa- 
triótica ayudar  al  ejército  en  el  momento  de  la  guerra.  Los  Hermanos  de  la 
Caridad,  por  el  contrario,  se  indignaron  — y  con  razón —  pues  el  Hospital  de 
Loreto  era  un  hospital  de  mujeres.  Al  llegar  la  tropa,  aquellas  enfermas  fueron 
arrojadas  a  la  calle  como  vimos  al  estudiar  páginas  atrás  la  historia  de  este 
hospital.  Los  frailes  protestaron,  plantearon  el  asunto  a  las  autoridades  y  con- 
siguieron, como  dijimos  ya,  que  las  mujeres  se  fuesen  al  que  había  sido  cuartel 
del  Ejército  de  la  Corona. 

A  este  hospital  provisional,  establecido  en  el  de  Loreto,  se  le  llamó  primero 
Hospital  de  San  Joaquín,  María  y  José.  14 

Pero  los  frailes  seguían  argumentando  y  consiguieron  que  los  soldados  de- 
jaran para  las  mujeres  siquiera  una  enfermería,  pues  no  era  posible  prestarles 
servicios  médicos  en  el  cuartel.  Así  hay  una  segunda  etapa  del  hospital  en  la 
que  está  unido  al  de  Loreto.  Para  este  tiempo  los  militares  fabricaron  en  la 
parte  posterior  del  edificio  unos  galerones. 

En  1764  los  hospitales  provisionales  empezaron  a  extinguirse  por  orden  del 
Virrey,  empero  a  excepción  del  de  San  Carlos,  que  se  hizo  fijo  o  de  plaza.  15 

Los  Hermanos  de  la  Caridad  protestaron  por  ser  un  atropello  a  los  dere- 
chos del  Hospital  de  Loreto.  Por  lo  pronto  no  consiguieron  nada;  fue  hasta 
1772  cuando  el  Virrey  Bucareli  les  dio  la  razón  y  accedió  a  la  salida  de  las 
tropas  del  hospital.  16  Sin  embargo,  los  soldados  no  se  alejaron  demasiado, 
pues  se  quedaron  ocupando  la  parte  posterior  de  la  misma  manzana;  así  de 
este  modo  el  Hospital  de  Loreto,  que  caía  a  la  calle  de  este  nombre,  y  su  igle- 
sia, siguieron  prestando  servicios  a  las  mujeres  enfermas,  en  tanto  que  viendo 
hacia  el  Barrio  de  Minas  se  hallaba  el  Hospital  Militar,  que  quedaba  fron- 
tero a  la  muralla. 

Por  esto  es  que  muchos  autores  y  en  muchos  documentos  se  menciona  al 
Hospital  de  San  Carlos  como  sustituto  del  de  Loreto.  Cosa  falsa,  pues  ambos 
convivieron  independientes  por  muchos  decenios.  * 

Por  cuestiones  económicas  fue  por  lo  que  se  estableció  en  ese  sitio.  Se 
quisieron  aprovechar  las  piezas  que  en  la  parte  de  atrás  del  Hospital  de  Lo- 
reto se  habían  construido  por  cuenta  del  Rey  y  no  querían  desperdiciar  el  terre- 
no que  era  bastante  grande.  Sin  embargo,  el  sitio  era  pésimo.  Se  hallaba  en  el 
extremo  último  de  la  ciudad,  lejos  del  mar  y  teniendo  enfrente  una  muralla 

14  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  6. 

15  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  16. 

16  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3,  Exp.  21. 

*  Véase  el  plano  de  la  ciudad  de  Veracruz  publicado  por  Trens  en  su  Historia  de 
Veracruz. 


220 


de  gran  altura.  No  había  vientos  que  lo  refrescaran  y  el  terreno  en  que  estaba 
era  pantanoso  y  tenía  inmediata  una  laguna  de  aguas  pútridas. 17 

Su  situación  era  tan  mala  que  ya  en  1766  el  Virrey  Marqués  de  Croix  ha- 
bía ordenado  un  proyecto  para  hacerlo  nuevo  en  otro  sitio.  Se  encargó  el 
plano  y  el  presupuesto  al  ingeniero  militar  Manuel  Santiesteban.  Este  escogió 
un  terreno  cuyo  costo  era  de  7,969.00  pesos,  hizo  los  planos  del  hospital  y 
calculó  su  costo  en  153,054.00  pesos.  Su  capacidad  estaba  calculada  para 
quinientos  enfermos. 18 

Sin  embargo,  pese  al  interés  que  en  los  asuntos  militares  tuvo  Croix,  la 
cosa  no  se  llevó  a  efecto  y  los  enfermos  siguieron  allí. 

El  primer  edificio  del  hospital  no  era  una  buena  construcción,  ni  adecuada, 
ni  capaz  para  dar  cabida  a  tanta  tropa  de  tierra  y  mar  que  a  él  acudía. 

Lo  constituía  una  serie  de  galerones  y  piezas  anexas  que  se  habían  ido  ha- 
ciendo conforme  a  las  necesidades  más  urgentes. 

Hacia  1779  el  intendente  general  de  hospitales,  don  Pedro  Antonio  de  Cosío, 
informaba  al  Virrey  don  Martín  Mayorga  el  lamentable  estado  del  hospital  y 
la  necesidad  apremiante  de  una  ampliación.  El  Virrey  la  aprobó,  se  trajo  la 
obra  a  pregón  y  como  no  hubo  postores  la  Real  Hacienda  la  tomó  a  su  cargo. 19 
En  1781  la  obra  estaba  ya  por  concluirse.  20 

En  1783  se  aprueba  la  más  importante  de  sus  ampliaciones;  los  planos  y 
presupuestos  los  hizo  el  ingeniero  militar  Miguel  del  Corral.  De  acuerdo  con 
ellos  se  aprovecharía  el  viejo  edificio  mejorando  la  distribución  y  edificando 
una  sección  nueva.  La  obra  importaba  156,327.00  pesos  y  el  hospital  aumen- 
taba su  capacidad  a  mil  doscientos  enfermos  y  ciento  treinta  y  dos  convale- 
cientes. 21 

No  tenemos  exactas  noticias  sobre  si  se  realizó  totalmente  este  proyecto.  Pe- 
ro algunos  informes  hacen  pensar  que  así  fue.  Lo  que  sí  sabemos  es  que  cons- 
tantemente se  trató  de  mejorarlo.  Una  de  las  más  importantes  reformas  en 
materia  de  higiene,  fue  la  construcción  de  W.C.,  o  lugares  comunes,  como  se 
les  llamaba  entonces,  pues  no  fue  fácil  para  el  contralor  del  hospital  convencer 
a  las  autoridades  de  la  Real  Hacienda  que  le  dieran  el  dinero  necesario  para 
construirlos.  No  se  convencían  los  buenos  señores  de  que  la  acumulación  de  ma- 
terias fecales  en  barriles,  y  el  trayecto  de  éstos  por  toda  la  ciudad  hasta  verterlos 
en  el  mar,  era  causa  de  epidemias.  Año  y  medio  (desde  junio  de  1798  hasta  no- 


"  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2,  Exp.  8. 

18  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  6. 

19  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  23,  Exp.  20. 
*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  38,  Exp.  3. 

21  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  49,  Exp.  9. 


221 


viembre  de  1799)  pasó  el  contralor,  ayudado  por  los  médicos  del  hospital,  en 
probar  ante  diversas  autoridades,  la  necesidad  de  establecerlos.  Finalmente, 
consiguió  que  la  Junta  Superior  de  la  Rl.  Hacienda,  previo  estudio  de  la  Mesa 
Primera  de  Marina,  de  los  Contadores  Mayores  del  Rl.  Tribunal  de  Cuentas  y 
del  Fiscal  de  la  Rl.  Hacienda,  aprobaran  y  le  dieran  3,484.00  pesos  para 
W.C. 22. 

Tal  vez  lo  aprobaron  cuando  les  demostró  que  la  Rl.  Hacienda  se  ahorraría 
350  pesos  anuales,  que  es  lo  que  costaban  los  barriles.  Ni  el  contralor  ni  los 
médicos  se  detuvieron  allí;  unos  y  otros  lucharon  por  seguir  mejorando  los 
servicios  higiénicos.  Así  lograron  también  años  después  que  se  mejorase  el 
servicio  de  baños  con  la  construcción  de  un  gran  hornillo  y  pailón  para  que 
los  baños  tuviesen  agua  caliente  siempre,  23  y  los  enfermos  se  pudiesen  bañar 
sin  todos  los  problemas  que  implicaba  calentar  agua  en  calderos  para  cada 
baño. 

Una  de  las  últimas  reformas  del  edificio  fue  la  ampliación  ordenada  por 
Revillagigedo  al  ingeniero  militar  Miguel  del  Corral,  consistente  en  la  cons- 
trucción de  una  sala  de  presos.  Esto  se  efectuó  en  1794.  24  En  1800  esta 
sala  se  amplió.  25  Hacia  1807  y  1808  fue  necesario  hacer  grandes  reparaciones. 
El  edificio  estaba  en  malas  condiciones,  los  techos  de  las  salas  de  medicina  y 
cirugía  se  goteaban,  los  corredores  amenazaban  ruina,  las  ventanas  estaban  en 
tan  mal  estado  que  el  agua  entraba  inutilizando  parte  de  las  enfermerías.26 

Veamos  ahora  cómo  estaba  organizado  el  hospital.  Al  establecer  el  Hospi- 
tal de  San  Carlos,  don  Fernando  Bustillos  como  Comisario  Ordenador  que 
era,  reunió  a  una  Junta  de  Facultativos,  médicos  y  cirujanos  del  país  y  los 
extranjeros  que  habían  venido  en  la  Flota  al  mando  del  Marqués  de  Casa 
Tilli,  que  se  hallaba  a  la  sazón  surta  en  el  Puerto.  La  Junta  formuló  un  regla- 
mento para  el  servicio  del  hospital,  estableció  el  número  de  médicos,  ciruja- 
nos, capellanes  y  sirvientes,  etc.,  que  debía  tener  el  hospital,  así  como  los  suel- 
dos que  debían  ganar;  se  dieron  las  reglas  para  la  asistencia  de  los  enfermos 
y  "se  tarifaron  los  alimentos  y  especies  de  que  se  debían  componer  las  racio- 
nes, medias  raciones  y  dietas".27 

Este  reglamento  provisional  se  convirtió  en  Ordenanza  al  transformarse  el 
hospital  provisional  en  Hospital  de  Plaza. 

Las  ordenanzas  se  adecuaban  perfectamente  a  las  necesidades  del  lugar  y 

'a  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  19,  Exp.  15. 

23  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  38,  Exp.  21  y  tomo  13,  Exp.  19. 

24  A.  O.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  58,  Exp.  2. 

25  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2,  Exp.  15. 

K  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13,  Exps.  14  y  19. 
"  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  20,  Exp.  4. 


222 


a  los  medios  con  que  se  contaba,  pues  precisamente  habían  nacido  en  con- 
tacto con  esas  dos  realidades.  Su  vigencia  duró  más  o  menos  diez  y  seis  años. 
Durante  ese  período  el  personal  del  hospital  lo  compusieron:  1. — El  Contra- 
lor (director  del  Hospital  Militar).  2. — El  Oficial  de  Entradas.  3. — El  Ma- 
yordomo. 4. — El  Capellán.  5. — Cuerpo  Médico-quirúrgico,  formado  por  tres 
médicos  y  un  cirujano.  6. — Enfermeros,  guardias  y  sirvientes.  En  esta  época 
no  había  practicantes,  pues  habiendo  tres  médicos  de  planta  se  considera- 
ban innecesarios  sus  servicios. 

Conocemos  los  nombres  de  los  tres  primeros  médicos  que  sirvieron  en  el 
hospital.  En  calidad  de  primer  médico  estuvo  el  Dr.  en  medicina  don  Fran- 
cisco Ximénez  Pérez:  era  segundo  médico  don  José  de  Avila  y  tercero  don 
Christóbal  Tamariz.28 

En  enero  de  1777  mandó  el  Virrey  A.  M.  de  Bucareli  al  Intendente  Gene- 
ral de  Hospitales  de  Veracruz,  que  lo  era  don  Pedro  Antonio  de  Cosío,  que 
adaptara  las  Ordenanzas  nuevas  de  hospitales  militares  a  las  que  regían 
en  el  Hospital  Real  de  San  Carlos.  Se  trataba  de  unas  Ordenanzas  que  el 
Intendente  General  del  Ejército  de  Cuba,  Nicolás  Joseph  Rapum,  había  hecho 
para  un  hospital  de  la  Isla;  Ordenanzas  que  enviadas  al  rey  para  su  aproba- 
ción, parecieron  tan  acertadas  a  S.  M.,  que  las  mandó  imprimir  y  aplicar, 
en  lo  posible,  en  todos  los  hospitales  militares  de  sus  Dominios.  Don  Pedro 
Antonio  de  Cosío  respondió  que  las  Ordenanzas  existentes  en  San  Carlos  eran 
en  parte  mejores  que  las  de  Rapum  y  en  parte  no,  pues,  por  ejemplo,  en 
aquéllas  se  ordenaba  que  hubiera  un  médico  y  en  Veracruz  tenían  tres,  en 
cambio  se  ordenaban  disecciones  anatómicas  y  éstas  no  se  hacían  aquí.  Hizo 
entonces  unas  nuevas  que  fueron  adaptación  de  las  cubanas  de  acuerdo  con 
las  posibilidades  y  medios  con  que  se  contaba,  desechándose  las  cosas  que  no 
servían  en  el  ambiente  de  Veracruz,  por  ejemplo  todo  lo  referente  a  ali- 
mentación. 

Estas  Ordenanzas  fueron,  según  parece,  las  que  rigieron  en  el  hospital  de 
ahí  en  adelante.  Según  ellas,  el  hospital  quedó  organizado  en  la  siguiente 
forma:  la  dirección  estaba  a  cargo  de  un  Director  o  Contralor  que  lle- 
vaba un  registro  por  Regimientos  y  Batallones  para  anotar,  Compañía  por 
Compañía,  los  enfermos  y  heridos  que  entraban,  los  que  sanaban  y  los  que 
morían,  anotando  si  se  trataba  de  oficial,  sargento,  cabo,  tambor,  trompeta  o 
soldado. 

De  esto  se  pasaba  informe  a  la  Contaduría  y  Tesorería  General. 
Las  obligaciones  del  Contralor,  que  eran  realmente  las  del  Director  del 
hospital,  eran  entre  otras  las  siguientes:  al  llegar  al  hospital  por  la  mañana 

28  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  20,  Exp.  4. 


223 


debía  ver  si  todo  estaba  aseado  y  si  se  daban  los  desayunos  como  estaba  pres- 
crito, lo  mismo  hacía  a  la  hora  de  la  comida  y  de  la  cena.  Debía  vigilar  que 
la  despensa  y  la  ropería  estuvieran  bien  surtidas,  que  las  medicinas  se  dieran 
bien  y  a  tiempo,  que  las  cajas  de  cirugía  estuvieran  completas  y  los  instru- 
mentos en  buen  estado.  En  compañía  del  Comisario,  cada  seis  meses,  revi- 
saría la  botica. 

Bajo  su  cargo  quedaba  el  control  de  los  capellanes,  médicos,  cirujanos, 
enfermeros  y  sirvientes.  La  atención  espiritual  estaba  encomendada  a  sacer- 
dotes del  clero  secular,  los  cuales  visitaban  el  hospital  diariamente,  decían 
misa  y  administraban  los  sacramentos  a  los  enfermos  y  servidumbre. 

Los  enfermos  podían  dejar  bienes  para  sus  entierros  pero  nunca  nombrar 
herederos  a  los  capellanes.  El  cuerpo  médico  lo  formaban  médicos,  cirujanos 
y  practicantes.  Estos  eran  sólo  ayudantes  de  los  médicos  y  cirujanos,  pero  no 
podían  ejercer  sus  funciones.  Los  practicantes  vivían  en  el  hospital,  los  mé- 
dicos y  cirujanos  iban  a  él  por  la  mañana  y  por  la  tarde,  a  más  de  cuando 
se  les  llamaba  en  casos  urgentes. 

El  médico  y  el  cirujano  debían  vigilar  por  sí  mismos  la  preparación  de  sus 
recetas  y  no  dejar  a  los  practicantes  realizar  curaciones  difíciles.  Ambos  de- 
bían prescribir  las  dietas  a  sus  respectivos  enfermos  de  acuerdo  con  los  tipos 
de  alimentación  que  se  daban  en  el  hospital. 

Era  obligación  del  cirujano  dar  un  curso  de  Cirugía  y  otro  de  Disecciones 
Anatómicas,  practicadas  en  los  cadáveres  de  los  que  murieran  en  el  hospital. 
El  curso  tendría  lugar  de  noviembre  a  marzo,  por  ser  el  tiempo  más  fresco 
y  consistía  en  dos  operaciones  de  cirugía  y  dos  disecciones.  Esto  debía  hacerse 
en  presencia  de  los  practicantes,  los  cuales  tomarían  parte  activa  realizando 
operaciones  y  disecciones  bajo  la  vigilancia  del  Cirujano  Mayor.  A  los  que 
lo  hicieran  bien  podía  extendérseles  certificado  de  práctica  en  el  hospital. 

El  practicante  era  en  el  hospital  un  auxiliar  del  médico  y  del  cirujano. 
Tenía  que  dar  las  medicinas  prescritas,  ayudar  a  curar,  informar  a  los  mé- 
dicos, etc. 

Para  ser  practicante  se  requería  haber  llevado  un  curso  de  Filosofía,  tener 
un  año  de  práctica  previo  a  su  ingreso  en  el  hospital  y  ser  aprobado  por  el 
Médico  Mayor  del  mismo. 

Para  complementar  los  servicios  clínicos,  estaba  el  Boticario  Mayor.  Este, 
a  más  de  servir  todas  las  medicinas  que  se  le  requerían,  debía  dar  a  los  prac- 
ticantes de  botica  un  curso  de  "Operaciones  Químicas"  en  el  invierno,  refe- 
rente a  las  medicinas  usuales  en  el  hospital.  En  la  primavera  daría  otro  de 
"Lecciones  Botánicas  y  Drogas  Extranjeras",  instruyendo  a  los  practicantes 
especialmente  sobre  las  plantas  que  hubiera  en  las  cercanías  del  hospital. 


224 


Cuando  quedara  convencido  del  saber  de  sus  discípulos,  podía  darles  la  "Fe 
de  práctica". 

Otras  personas  que  servían  al  hospital  eran,  el  despensero,  el  cocinero  ma- 
yor, el  enfermero  mayor,  los  enfermeros  menores  y,  finalmente,  los  sirvientes. 

Este  reglamento  de  hospitales  terminaba  con  una  exhortación  a  los  enfer- 
meros y  criados  para  que  obedecieran  al  Enfermero  Mayor  y  asistieran  con 
"prontitud,  celo  y  caridad"  a  los  enfermos.29 

Los  médicos  y  cirujanos  que  servían  en  los  hospitales  militares  podían  ser 
civiles  o  bien  ingresar  al  Ejército  como  médicos  y  cirujanos  militares,  en  cuyo 
caso  gozaban  de  una  serie  de  prerrogativas  y  mayores  salarios. 

¿Cómo  se  sostenían  los  hospitales  militares? 

Hemos  visto  ya  que  los  militares  fueron  en  toda  la  época  colonial  los 
únicos  que  pagaban  por  su  estancia  en  los  hospitales  civiles.  Esto  era  justo, 
puesto  que  todos  ellos  estaban  planeados  con  el  propósito  de  ejercer  la  cari- 
dad con  las  gentes  más  pobres.  El  militar  — fuera  cual  fuera  su  grado  dentro 
del  Ejército — ,  ganaba  un  sueldo  que  le  permitía  vivir  sin  acudir  a  la  limosna 
pública.  Su  presencia  en  los  hospitales  obedecía  no  a  miseria,  sino  al  aleja- 
miento de  sus  hogares,  a  la  ausencia  de  sus  familias  cuando  ellos  necesitaban 
cuidados.  Por  estas  razones  es  por  lo  que,  como  ya  vimos,  el  militar  era  aten- 
dido en  los  hospitales  civiles  mediante  un  pago.  Este  pago  es  de  dos  modos: 
lo.  Cuando  se  trata  de  hospitales  a  los  que  acuden  de  vez  en  cuando,  se  hace 
un  convenio  con  el  interesado  o  su  jefe.  2o.  Cuando  se  trata  de  hospitales 
a  los  que  acuden  constantemente  gran  número  de  militares  se  establece  para 
ellos  el  Seguro  Social. 

El  primer  caso  es  esporádico  y  sin  importancia,  el  segundo  es  el  que  priva 
regularmente  y  tiene  tal  alcance  que  bien  podemos  afirmar  que  el  Ejército 
y  la  Marina  gozaron  durante  toda  la  época  colonial  de  Seguro  Social,  en  la 
forma  en  que  ya  lo  explicamos  en  páginas  anteriores. 

Estos  hospitales  (especialmente  el  de  la  Consolación  de  Acapulco,  San  Juan 
de  Montesclaros  de  Veracruz  y  N.  S.  de  los  Remedios  de  Campeche),  que 
daban  el  servicio  médico,  hospitalización  y  medicinas  a  los  militares  de  tierra 
y  mar,  vivían  generalmente  en  gran  pobreza,  porque  lo  que  el  Ejército  y  la 
Armada  daban,  a  pesar  de  que  era  de  acuerdo  con  la  graduación  y  el  sueldo 
que  percibía  cada  enfermo,  era  muy  corto.  La  cosa  se  entiende  si  se  piensa 
que  en  aquellos  tiempos  nadie  pagaba  en  los  hospitales;  por  lo  tanto,  pagar 
poco  parecía  mucho.  Por  otra  parte  era  frecuente  que  los  jefes  militares,  es- 
pecialmente los  de  la  Armada,  se  hiciesen  a  la  mar  sin  cubrir  las  cuotas  de  sus 
subordinados. 

Por  estas  razones,  al  establecerse  los  hospitales  militares  el  Gobierno  tomó 
29  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exp.  7. 

225 


H15 


a  su  cargo  el  sostenimiento  íntegro  de  ellos.  A  partir  de  entonces  todos  los 
hospitales  militares,  tanto  de  Plaza,  como  provisionales,  funcionaban  por 
cuenta  de  la  Real  Hacienda.30  Por  su  parte,  había  designado  que  las  Adua- 
nas de  las  diversas  partes  del  país  dieran  lo  recaudado  en  el  ramo  de  alcaba- 
las para  el  sostenimiento  de  estas  Instituciones.  Así,  por  ejemplo,  tenemos  no- 
ticias que  la  Aduana  de  Irapuato  entregó  para  este  efecto  17,635.00  pesos 
del  año  de  1812  al  de  1815.31 

No  imaginemos  por  esto  una  situación  económica  muy  bonancible  en  estas 
Instituciones;  por  el  contrario,  siempre  vivieron  apretadamente  y  el  personal 
que  servía  en  ellas  era  mal  pagado.32  * 

Los  empleados  de  todas  las  categorías  se  pasaban  la  vida  pidiendo  aumen- 
to de  salarios.33  Esta  mala  paga  fue  sumiendo  a  la  Institución  en  la  medio- 
cridad. Así  vemos  que  si  al  principio  el  Hospital  de  San  Carlos  tenía  bue- 
nos médicos,  como  lo  fueron  don  José  Avila  y  don  Francisco  Herrera,34  y 
magníficos  cirujanos,  como  don  Juan  de  Puerto,  don  Francisco  Hernández  y 
don  Diego  Gavaldón,35  al  correr  los  años,  o  sea  hacia  1800,  los  facultativos 
fueron  siendo  substituidos  por  enfermeros  que  lo  único  que  sabían  hacer  era 
aplicar  ungüentos.  Y  era  natural  que  esto  sucediese  cuando  a  un  médico  se 
le  pagaba  6  reales  diarios 36  se  le  obligara  a  atender  a  varios  centenares  de 
pacientes  y  además  se  ponía  en  juego  su  vida,  pues  la  mayoría  de  los  enfermos 
lo  eran  de  alguna  epidemia.  En  los  empleados  menores  ocurría  lo  mismo. 

En  contraste  a  los  empleados,  los  Directores  fueron  en  general  personas  ex- 
celentes que  lucharon  infatigablemente  por  el  mejoramiento  del  hospital.  En- 
tre ellos  tenemos  a  don  Santiago  Lugo  (hacia  1793)  y  a  don  José  Zavaleta  y 
Moreno  (hacia  1799). 37  Finalmente,  añadiremos  respecto  al  personal  que  en- 
tre contralor,  capellanes,  médicos,  enfermos,  etc.,  se  sumaba  un  número  de 
cuarenta  y  cinco  personas.38  Para  la  cuestión  de  cirugía,  parece  que  fue  a  pe- 
tición del  cirujano  Francisco  Hernández  que  se  proveyó  al  hospital  de  cajas 
de  aparatos  y  otros  utensilios  indispensables  de  que  carecía.  39  * 

30  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  16,  Exp.  5. 

31  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  1 ,  Exp.  sin  número. 

32  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  2,  Exp.  8. 

*  Pueden  revisarse  las  cuentas  de  los  hospitales  provisionales  de  Veracruz  en  el 
A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  16,  Exp.  8. 

33  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exps.  8  y  10. 

34  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  Exp.  10. 

35  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  Exp.  12. 

36  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  9,  Exp.  15. 
3Í  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exp.  10. 

38  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  2,  Exp.  15. 

39  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  Exp.  2. 

*  Véase  la  lista  de  utensilios  en  el  apéndice  final. 


226 


Veamos  ahora  quiénes  se  curaban  en  el  Hospital  Real  de  San  Carlos.  Al 
establecerse  el  hospital  en  calidad  de  provisional,  empezaron  a  atender  en  él 
sólo  los  miembros  del  Ejército.  Más  tarde,  como  vimos,  los  Comandantes  de 
los  barcos  empezaron  a  pedir  que  su  gente  se  recibiese  allí  en  vez  de  que  fue- 
ran a  Montesclaros.  Finalmente,  al  suprimirse  éste,  la  Marina  también  se 
asistió  allí.  Pormenorizando,  diremos  que  a  fines  del  XVIII  iban  allí  los  indi- 
viduos de  la  tropa,  los  del  resguardo,  los  de  la  dotación  de  los  buques  meno- 
res del  Rey,  los  del  servicio  del  puerto,  de  los  bergantines,  guardacostas,  bajeles 
de  la  Real  Armada  y  los  de  ruta  del  correo.40 

Los  enfermos  que  con  más  frecuencia  se  atendían  en  el  hospital  eran,  se- 
gún la  terminología  del  tiempo,  los  "virolentos,  escorbúticos,  diarré ticos,  éti- 
cos, sarnosos,  sifilíticos",  los  que  anualmente  sufrían  por  las  epidemias  de 
vómito  prieto  y  calenturas  pútridas  y  finalmente  los  lesionados  que  se  cu- 
raban en  las  salas  de  cirugía.41 

Como  medidas  higiénicas  para  evitar  la  propagación  de  las  enfermedades 
contagiosas,  tenemos  en  primer  lugar  el  lavado  de  la  ropa,  las  sábanas  se 
cambiaban  cada  ocho  días,  en  casos  contagiosos  se  quemaban  las  ropas  del 
enfermo  y  si  la  cosa  se  consideraba  de  mayor  gravedad  se  quemaban  también 
los  muebles,  se  mandaban  "picar  las  paredes  y  sacar  a  plana"  la  sala  ente- 
ra.42 

En  ocasiones,  por  ejemplo  cuando  llegaba  un  navio  con  enfermos  conta- 
giosos, se  alquilaba  una  casa  que  funcionaba  como  hospital  provisional,  y  se 
concentraban  allí  todos  estos  enfermos.  Así  se  evitaba  la  propagación  de  la 
epidemia  a  través  del  Hospital  de  San  Carlos.43 

Respecto  al  número  de  enfermos  que  se  atendían  anualmente  en  esta  Ins- 
titución, es  difícil  dar  datos  exactos  en  promedio,  pues  la  variación  de  un 
mes  a  otro  y  de  un  año  a  otro,  a  causa  del  aumento  o  disminución  de  las  epi- 
demias, es  enorme.  Sin  embargo,  daremos  algunos  datos  de  diversas  épocas 
para  formarnos  una  idea  del  movimiento  de  enfermos  que  tenía  el  hospital. 
El  8  de  octubre  de  1783  tenía  el  hospital  cuatrocientos  veintiséis  enfermos, 
el  15  de  octubre  del  mismo  1783  tenía  el  hospital  quinientos  sesenta  y  cuatro 
enfermos.44  En  los  últimos  seis  meses  del  año  1792  el  hospital  llegó  a  tener 
cuatrocientos  treinta  y  siete  enfermos.  En  ese  año  la  capacidad  del  hospital 
fue  insuficiente  y  tuvieron  que  instalarse  dos  hospitales  provisionales.45 

40  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exp.  10. 

41  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  Exp.  3;  t.  2,  Exp.  8;  t.  9,  Exp.  27. 

42  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  23,  Exp.  11;  t.  19,  Exp.  3. 

43  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  44,  Exp.  4;  t.  19,  Exp.  4. 

44  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  38,  Exp.  5. 

45  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exp.  10. 


227 


Hay  que  tener  en  cuenta  que  en  esta  época  San  Carlos  tenía  cómodamen- 
te trescientas  cuarenta  camas  y  que  cuando  el  número  de  enfermos  pasaba 
de  allí  era  con  gran  incomodidad,  poniendo  tarimas  entre  cama  y  cama  y 
ocupando  hasta  los  corredores. 

En  1810  entraron  7033  enfermos,  sanaron  6407,  murieron  293. 

En  1812  entraron  13926  enfermos,  sanaron  12409,  murieron  1283. 

En  1813  entraron  7385  enfermos,  sanaron  6485,  murieron  778. 

En  1814  entraron  3996  enfermos,  sanaron  3728.  murieron  140. 46 

¿Qué  gastos  tenía  anualmente  el  hospital? 

Tenemos  algunas  noticias  precisas. 

Año  de  1810 


Alimentación 

62,067 

.  .2 

.  10 

Sueldo  de  empleados 

13,075 

.  .6 

.  2 

Medicinas 

12,839 

..3 

.  4 

Total  de  gastos  anuales 

87,982 

.  .4 

.  2 

En  1812  el  gasto  total  anual  fue  de  153,449.. 7. 9 

En  1813  el  gasto  total  anual  fue  de  90,367.  .3.8 

En  1814  el  gasto  total  anual  fue  de  66,175.  .1.7 


El  Hospital  de  San  Carlos  tuvo  contrata  para  la  administración  de  medi- 
cinas y  para  aprovisionamiento  de  víveres  sólo  en  los  últimos  años.  Cuando 
ésta  se  le  propuso  al  Virrey  Revillagigedo  éste  no  la  aceptó,  sin  embargo  en 
1816  se  aprobó.  En  dicho  año  ganó  la  contrata  don  Juan  Guisarola.  El  anuncio 
del  remate  da  un  dato  interesante:  éste  es  que  se  calculaba  un  gasto  de  9^2 
reales  diarios  por  cada  estancia  de  enfermo.47 

La  contrata  de  la  botica,  en  cambio,  se  suspendió  hacia  1808,  teniendo  a 
partir  de  entonces  el  hospital  su  botica  propia. 

Como  auxiliares  del  Hospital  de  San  Carlos,  pero  controlados  por  él,  fun- 
cionaron varios  hospitales  provisionales. 

La  necesidad  de  estos  hospitales  nacía  casi  siempre  de  la  llegada  de  la 
Flota,  que  muy  frecuentemente  llegaba  cargada  de  enfermos  48  o  de  las  epi- 
demias. 

Veamos  algunos  datos  sobre  estos  hospitales  provisionales  para  formar- 
nos una  idea  sobre  su  importancia. 

46  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  9,  Exp.  6;  t.  38,  Exp.  27. 

47  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  38,  Exp.  28. 
4S  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  50,  Exp.  12. 


228 


Hospital  Provisional  de  N.  S.  de  Belén. 

Esta  casa  que  los  betlemitas  tenían  en  Veracruz,  funcionaba  como  hospe- 
dería y  casa  de  convalecencia  para  los  propios  Hermanos,  por  eso  se  le  lla- 
ma con  frecuencia  también  convento. 

Los  betlemitas,  que  eran  frailes  hospitaleros,  no  podían  permanecer  inacti- 
vos cuando  el  puerto  estaba  lleno  de  enfermos.  Ofrecían  su  casa,  cedían  las 
salas  de  convalecencia  y  en  ocasiones  hasta  sus  propias  celdas.49  Pero  suce- 
día a  veces  que  las  autoridades  abusaban  y  dejaban  alojado  en  el  convento  un 
batallón  entero.  Allí  estuvo,  hacia  1798,  el  Batallón  de  la  Nueva  España  que 
dejó  en  condiciones  ruinosas  el  edificio.50 

Los  años  en  que  funcionó  este  hospital  provisional  son  los  de  1789,  1792, 
1794,  1798  y  1799.51 

El  personal  que  lo  atendía  lo  constituían:  un  capellán  (betlemita),  un 
cabo  de  sala,  un  practicante  de  medicina  y  un  cirujano.  En  el  año  de  1798 
lo  fueron  José  María  Reyes  y  José  de  Muesca,  respectivamente.  Este  último 
era  cirujano  del  Navio  de  Guerra  San  Fulgencio  que  se  hallaba  en  el  puer- 
to.52 Todos  los  gastos  del  hospital  corrían  a  cargo  de  la  Real  Hacienda.  Al 
salir  los  soldados,  por  haber  concluido  la  epidemia,  el  Gobierno  indemnizaba 
a  los  frailes  mandando  reparar  los  desperfectos  que  en  la  casa  hubiera  hecho 
la  tropa. 

Las  medicinas  se  enviaban  desde  el  Hospital  Real  de  San  Carlos. 

El  Hospital  Provisional  de  Belén  prestaba  un  servicio  de  setenta  camas.53 

Hospital  Provisional  de  El  Rosario. 

Este  hospital  surgió  con  motivo  de  la  epidemia  de  1798,  a  petición  del 
Contralor  del  Hospital  de  San  Carlos  que  veía  la  insuficiente  capacidad  de 
la  Institución  a  su  cargo.  Se  alquiló  entonces  la  casa  de  la  Cofradía  del  Ro- 
sario y  se  la  habilitó  con  cien  camas  que  proporcionaron  los  reales  almace- 
nes. Se  nombró  un  capellán  para  administrar  los  Sacramentos  a  los  moribun- 
dos. Del  Hospital  de  San  Carlos  se  enviaron  practicantes  y  medicamentos. 
Para  los  servicios  de  vigilancia  y  limpieza  se  destinaron  guardias  militares  y 


4f  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  i.  72,  Exp.  8. 
60  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales.,  t.  19,  Exp.  14. 

"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  38,  Exp.  18;  t.  72,  Exp.  8;  t.  50,  Exp.  12;  t.  19, 
Exp.  22  y  14. 

62  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19,  Exp.  22. 
cs  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  72,  Exp.  8. 


229 


forzados,  respectivamente.  La  duración  de  este  hospital  fue  de  un  año.  Para 
mayo  de  1799  había  ya  desaparecido.54 

Hospital  Provisional  de  El  Estanco  Viejo. 

Para  junio  de  1799  la  epidemia  había  pasado  y  no  quedaba  para  atender 
a  los  soldados  y  marinos  más  que  el  Hospital  de  San  Carlos. 

Pero  en  septiembre  de  1799  una  intensa  epidemia  volvió  a  azotar  Vera- 
cruz.  La  tripulación  de  los  barcos,  los  soldados  del  Fuerte,  los  artilleros  y 
las  tropas  acantonadas  allí,  al  igual  que  la  población  civil,  sufrieron  terri- 
blemente. La  incapacidad  del  Hospital  de  San  Carlos  volvió  a  ponerse  de 
manifiesto. 

El  Contralor  don  José  Zavaleta  y  Moreno  pidió  a  la  Junta  Provisional  de 
la  Real  Hacienda,  cuyo  Presidente  era  don  Pedro  Thelmo  Landero  y  Gonzá- 
lez, que  se  le  diese  la  casa  del  Estanco  Viejo,  que  ocupaban  escasas  tropas 
de  Nueva  España  y  milicias  agregadas,  para  hacer  en  ella  hospital  militar, 
pagando  por  ella  1,500  pesos  anuales.  La  Junta  lo  aprobó  habilitándose  de  in- 
mediato para  hospital  con  camas  y  demás  utensilios  proporcionados  por  los 
reales  almacenes. 

Se  nombró  capellán  a  don  José  María  Sánchez  y  médico  a  don  Jacinto  Gó- 
mez, que  desempeñaban  los  mismos  cargos  en  el  Regimiento  de  la  Corona. 

Del  Hospital  de  San  Carlos  se  enviaron  medicinas  y  dos  practicantes  que 
lo  fueron  José  María  Herrera  y  Mariano  Morales.  Los  servicios  los  realiza- 
rían, como  era  usual,  la  tropa  y  los  forzados.55 

Hospital  Provisional  en  la  casa  del  médico  Cristóbal  Tamariz. 

La  epidemia  de  1799  seguía  en  todo  su  apogeo  y  no  era  suficiente  el  hos- 
pital provisional  establecido  en  el  Estanco  Viejo.  Se  acudió  entonces  a  la 
casa  de  don  Cristóbal  Tamariz,  que  ya  había  sido  alquilada  en  varias  ocasio- 
nes para  este  fin.  Se  pagaron  por  el  alquiler  100  pesos  y  se  la  habilitó  para 
servir  a  su  máxima  capacidad.  Esta,  desgraciadamente,  era  corta  y  sólo  podía 
albergar  sesenta  camas. 

Se  nombró  capellán  al  Br.  don  Melchor  Ruiz  de  Valle  y  por  practi- 
cantes a  Juan  Ortega  y  Martín  Serralde. 

El  contralor  del  Hospital  de  San  Carlos  propuso  el  7  de  septiembre  de 

54  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  t.  19.  Exp.  20. 
56  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  19.  Exp.  19. 


230 


1799  la  apertura  del  provisional  y  éste  entró  en  funciones  dos  días  después, 
al  aprobarlo  la  Junta  Provincial.58 

HospitahProvisional  en  la  casa  de  don  Angel  Blanco. 

Hacia  el  13  de  septiembre  del  mismo  trágico  año  de  1799  fue  necesario  al 
Contralor  del  Hospital  de  San  Carlos  conseguir  la  apertura  de  otro  hospital 
provisional.  Para  ello  se  alquiló  la  casa  de  don  Angel  Blanco  en  800  pesos 
anuales  y  de  los  reales  almacenes  se  habilitó  haciendo  de  ella  un  hospital 
con  cien  camas.  Se  nombró  capellán  al  presbítero  don  José  María  Prado  y 
practicantes  a  Vicente  Foyos  y  José  Félix  Ximénez.57 

Otros  Hospitales  Provisionales. 

En  1798  hubo  Hospital  Militar  provisional  en  la  casa  del  padre  Erazo.58 
En  1800-1801  funcionó  en  calidad  de  provisional,  para  atender  a  los  mili- 
tares enfermos  de  Arroyo  Moreno,  el  Hospital  de  San  Andrés,  que  según 
parece  prestó  excelentes  servicios.59 

En  1806  don  José  Zavaleta  y  Moreno  pide  la  apertura  de  un  hospital  pro- 
visional para  atender  a  los  enfermos  de  calenturas  estacionales.60  Sin  duda 
hubo  otros  muchos  hospitales  provisionales  para  el  Ejército  y  la  Armada, 
que  funcionaron  en  diversas  épocas  y  que  escapan  a  nuestro  conocimiento. 
Esto  en  realidad  no  tiene  mayor  importancia,  pues  lo  interesante  es  señalar, 
como  ya  lo  hemos  hecho,  este  movimiento  hospitalario  que  surge  para  cubrir 
la  deficiente  capacidad  del  Hospital  Real  de  San  Carlos  en  casos  de  urgente 
necesidad. 

Veamos,  finalmente,  algunos  rasgos  característicos  de  todos  ellos. 

Los  hospitales  militares  provisionales  de  Veracruz  dependieron  siempre 
del  Contralor  del  Hospital  Rl.  de  San  Carlos.  Nacían  a  petición  de  él  y  des- 
aparecían cuando  él  informaba  que  ya  no  eran  indispensables.  En  este  caso, 
los  pocos  enfermos  existentes  en  cada  uno  de  los  provisionales  eran  llevados 
al  Hospital  Central,  que  era  San  Carlos. 

El  proceso  que  se  seguía  para  establecer  un  hospital  era  el  siguiente:  el 
Contralor,  como  dijimos,  informaba  de  la  necesidad  al  Gobernador  Intendente ; 

86  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2.  Exp.  4. 
57  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2.  Exp.  3. 
68  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  19.  Exp.  19. 

59  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  46.  Exp.  6. 

60  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13.  Exp.  16. 


231 


éste  daba  las  órdenes  para  su  establecimiento  y  al  mismo  tiempo  turnaba  ofi- 
cio a  la  Junta  Provisional  de  la  Real  Hacienda  de  Veracruz,  la  cual  una 
vez  que  aprobaba  los  gastos  que  por  cuenta  del  Rey  debían  hacerse,  man- 
daba informe  a  la  Junta  Superior  de  la  real  Hacienda  de  México  para  su 
aprobación  definitiva,  que  debía  tener  el  beneplácito  del  Virrey.61 

Como  estos  trámites  eran  extremadamente  largos  bastaba  la  aprobación 
de  la  Junta  Provincial  de  Veracruz  para  establecer  el  hospital;  esto  no 
tardaba  más  de  dos  o  tres  días.  Así  la  aprobación  de  la  Junta  Superior  de 
la  Real  Hacienda  de  México  y  la  del  Virrey  eran  ya  posteriores  al  estable- 
cimiento de  los  hospitales.  Las  cosas  tenían  que  hacerse  de  este  modo  por 
la  urgencia  de  todos  los  casos. 

Los  servicios  que  estos  hospitales  prestaron  no  fueron  nunca  muy  buenos, 
por  los  defectos  naturales  de  toda  cosa  improvisada.  Tenían  un  reglamento  por 
el  cual  se  manejaban,  estaban  bajo  el  gobierno  del  Contralor  de  San  Carlos, 
que  no  se  daba  abasto  para  atender  detalladamente  a  cada  uno  de  ellos.  Sólo 
había  para  los  enfermos  un  médico,  lo  cual  era  insuficiente;  los  practicantes 
que  mandaban  a  ellos  no  eran  los  practicantes  mayores  de  San  Carlos  o  sea 
médicos,  sino  simples  enfermeros,  por  lo  general  irresponsables.  Las  medicinas 
tenían  que  enviarlas  desde  San  Carlos,  pero  de  allí  a  su  vez  se  pedían  a  otra 
botica.  Esto  traía  consigo  un  constante  retraso  en  la  aplicación  de  los  me- 
dicamentos. 

Las  casas  se  alquilaban  a  alto  precio  y  no  tenían  nunca  la  capacidad  re- 
querida, por  ello  los  enfermos  se  amontonaban  en  los  corredores  que  se  ce- 
rraban con  petates.  Esto  nulificaba  la  ventilación  en  las  cuartos,  aumentaba 
el  calor  e  intensificaba  las  epidemias. 

La  Real  Hacienda,  por  su  parte,  sufría  con  esto  fuertes  gastos. 

Por  todo  ello,  en  1802,  se  presentó  al  Gobierno  el  proyecto  de  hacer  mu- 
cho mayor  el  Hospital  de  San  Carlos  y  suprimir  definitivamente  los  provi- 
sionales.62 

Sin  embargo,  parece  que  el  Gobierno  no  lo  aceptó,  pues  como  ya  vimos, 
en  1806  el  Contralor  de  San  Carlos  pedía  la  urgente  erección  de  un  hospital 
provisional. 


C1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  19.  Exp.  20. 
62  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2.  Exp.  8. 


232 


Hospital  de  San  Juan  de  Ulúa 
Primer  Hospital  de  Campaña.  Veracruz,  Ver. 


En  el  año  de  1798,  por  orden  del  Virrey  don  Miguel  José  de  Azanza  se 
organiza  en  el  Castillo  de  San  Juan  de  Ulúa  el  primer  hospital  de  campaña. 
España  estaba  nuevamente  en  guerra,  la  defensa  de  Veracruz  tenía  como 
base  el  Castillo  de  San  Juan  de  Ulúa,  en  el  que  residía  la  principal  fuerza 
de  artillería.  Por  tanto,  los  enemigos  lo  tomarían  como  blanco  de  sus  ataques 
y  fácilmente  se  les  ocurriría  sitiarlo.  Estas  dos  circunstancias  combinadas 
exigían  que  hubiera  en  él  un  hospital  para  atender  a  los  heridos  en  combate. 

Dicho  hospital  con  capacidad  para  400  enfermos,  quedó  organizado  con  el 
personal  y  salarios  siguientes: 

Un  capellán,  40  pesos  y  ración,  mensuales. 

Dos  cirujanos,  20  pesos  cada  uno,  mensuales,  más  ración. 

Dos  médicos,  100  pesos  cada  uno,  mensuales. 

Un  contralor,  80  pesos  mensuales. 

Dos  comisarios  de  entradas,  45  pesos  cada  uno,  mensuales. 

Un  enfermero  mayor,  35  pesos  mensuales. 

Cuatro  cabos  de  sala,  30  pesos  cada  uno,  mensuales. 

Un  mayordomo,  40  pesos  mensuales. 

Un   guardarropa,  35  pesos  mensuales. 

Dos  practicantes  menores,  30  pesos  cada  uno,  mensuales. 

Un  cocinero  mayor,  25  pesos  mensuales. 

Trece  practicantes  (enfermeros) ,  30  pesos  cada  uno,  mensuales. 

Un  jeringuero,  30  pesos  mensuales. 

Estos  sueldos  fueron  los  señalados  en  caso  de  guerra,  pero  mientras  ésta 
llegaba  se  les  consideraba  en  reserva,  y  entonces  capellán,  médico  y  cirujanos 
ganaban  solamente  la  mitad  del  salario,  los  demás  nada.  Esto  motivó  una 
protesta  pidiendo  que  les  diesen  una  gratificación  equitativa,  mientras  llegaba 
el  caso  de  guerra.63 

Al  adecuarse  parte  del  Castillo  para  hospital,  se  le  dotó  de  los  utensilios 
y  medicinas  adecuadas  a  un  hospital  de  campaña.* 


63  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13.  Exp.  10. 
*  Véase  la  lista  de  ellos  en  el  Apéndice  final. 


233 


Hospital  Real  y  Militar  de  San  Fernando 

O  rizaba,  Ver. 

Por  cuenta  de  la  Real  Hacienda  se  fundó  en  (Drizaba,  hacia  1762,  un  hos- 
pital militar  denominado  San  Fernando. 

El  objeto  de  esta  Institución  fue  el  de  auxiliar  a  las  tropas  que  iban  en 
tránsito  hacia  Veracruz  o  hacia  México.64 

Se  le  puso  a  cargo  de  Andrés  Fernández  de  Otáñez. 

No  sabemos  si  este  hospital  se  acabó  pronto  o  no  tenía  edificio  propio; 
en  1781  se  compra  una  casa  para  hospital  militar,  pues  la  Real  Hacienda 
gastaba  mucho  pagando  alquileres  de  las  casas  en  que  se  improvisaban. 

La  necesidad  de  hospital  había  aumentado  al  hallarse  acuarteladas  allí 
gran  número  de  tropas. 

La  casa  comprada  en  1781  se  arregló  para  servir  como  hospital  de  plaza.65 

Hacia  1791  ese  edificio  se  saca  a  remate,  pues  como  el  peligro  de  guerra 
había  pasado,  no  había  ejército  acuartelado  allí  y  por  tanto  no  había  en- 
fermos.66 

Sin  embargo,  el  ejército  vuelve  cuando  en  1794  España  declara  nueva  gue- 
rra a  Inglaterra.  El  Virrey  Branciforte  ordena  el  acantonamiento  de  tropas 
en  Córdoba,  Jalapa,  Perote  y  Orizaba.  Por  tanto,  vuelve  a  surgir  un  hos- 
pital militar.  Sabemos  que  en  el  tiempo  del  Virrey  Calleja  (1813-16)  había 
en  Orizaba  un  importante  hospital  militar. 


Hospital  Real  y  Militar  de  San  Carlos 
Perote,  Ver. 

Hacia  1760-66  se  proyecta  en  los  llanos  de  Perote  una  fortaleza  para  alma- 
cenar provisiones,  armamentos  y  demás,  que  podían  emplearse  para  auxi- 
liar en  caso  necesario  al  Puerto  de  Veracruz.  El  rey  aprueba  la  obra  en 
1769  y  se  comienza  el  año  de  1770  bajo  la  dirección  de  los  ingenieros  Miguel 
del  Corral  y  Manuel  Santiesteban,  terminándose  en  1777.  La  fortaleza,  11a- 


64  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  49.  Exp.  7 
n  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  35.  Exp.  1. 
,/;  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  35.  Exp.  2. 


234 


mada  de  San  Carlos,  era  "un  cuadrado  fortificado  de  120  varas  de  lado 
exterior".  Tenía  cuatro  baluartes:  San  Carlos,  San  Antonio,  San  Julián  y 
San  José.67 

No  sólo  sirvió  para  almacenamiento  sino  para  residencia  de  los  ejércitos, 
que  constantemente  se  acantonaban  en  ella.  Fue  tal  vez  por  esto  por  lo  que  po- 
co tiempo  después  de  concluida,  o  sea  hacia  1783,  se  estableció  en  ella  un 
hospital  militar.  Su  capacidad  normal  fue  de  veinte  a  treinta  camas.  Al  co- 
menzar el  siglo  XIX  se  aumentaron  a  cien  para  soldados  y  veinte  para 
oficiales.68 

La  Real  Hacienda  lo  tenía  muy  racionado,  por  lo  que  ni  aun  los  indis- 
pensables instrumentos  de  cirugía  tenía  en  buenas  condiciones.  Diversas  pe- 
ticiones nos  indican  que  todo  era  en  él  escaso  y  malo.69 

Hacia  1816  aún  seguía  prestando  servicios  y  parece  que  en  esta  fecha  algo 
había  mejorado.70 


Hospital  Real  y  Militar 
Córdoba,  Ver. 

En  la  Villa  de  Córdoba  se  había  establecido  un  hospital  militar,  convir- 
tiendo el  antiguo  de  San  Juan  de  Dios  en  hospital  de  tropa.71 

A  partir  de  entonces  económicamente  pasó  a  depender  de  la  Real  Hacienda, 
quien  se  encargó  de  proveer  de  todos  los  utensilios  necesarios  a  un  hospital 
de  campaña. 


€7  Trens,  Manuel,  Historia  de  Veracruz,  tomo  2,  pag.  496. 

08  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  6.  Exp.  4,  10  y  11. 

68  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13.  Exp.  10,  tomo  6.  Exp.  10. 

70  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1.  Exp.  1. 

71  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  9.  Exps.  9-10. 


235 


Hospital  Real  y  Militar  de  San  Fernando 
Jalapa,  Ver. 

El  hospital  militar  de  San  Fernando,  de  Jalapa,  fue  fundado  por  el  briga- 
dier don  Fernando  Mijares  y  Mancebo,  Comandante  General  de  dicha  plaza, 
en  vista  de  que  el  hospital  de  San  Juan  de  Dios,  en  el  que  se  atendía  a  los 
soldados,  daba  muy  mal  servicio.72  Se  utilizó  para  su  establecimiento  una 
casa  situada  en  la  Plazuela  del  Rey.73 

No  sabemos  la  fecha  exacta  en  que  se  fundó,  pero  parece  que  fue  al 
finalizar  el  siglo  XVIII.  Cuando  la  guerra  de  independencia  prestó  importantes 
servicios,  pues  en  el  camino  México  a  Veracruz  había  gran  cantidad  de 
tropa. 

Su  falla  fue  siempre  la  raquítica  dotación  económica  que  le  tenía  destinada 
la  Real  Hacienda.  Constantemente  se  lee  en  los  documentos  al  respecto,  la 
petición  de  más  cirujanos,  pues  sólo  había  uno,  al  que  ayudaban  enfermeros 
y  practicantes.  No  había  en  él  contralor  y  en  ocasiones  ni  capellán. 

Hacia  1816  se  pretendió  hacer  de  él  un  gran  hospital  militar,  pero  las 
autoridades  de  la  Real  Hacienda  estudiaron  el  asunto  y  decidieron  no  sólo 
no  mejorarlo,  sino  suprimirlo,  alegando  que  era  innecesario,  pues  había 
buenos  hospitales  militares  en  Córdoba,  Orizaba,  Perote  y  Veracruz.  En  jun- 
ta celebrada  el  17  de  enero  de  1817  se  acordó  que  fuera  definitivamente 
suprimido  y  se  enviasen  los  enfermos  al  hospital  que  tenían  los  Hipólitos, 
en  dicha  villa.74 


Hospital  del  Rey  en  el  Presidio 
de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  Campeche 

El  año  de  1773  dio  una  disposición  el  Virrey  don  Antonio  Ma.  de  Bucareli 
para  establecer  en  el  Presidio  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  (hoy  Ciudad 
del  Carmen),  Campeche,  un  hospital  militar.  Su  establecimiento  tuvo  lugar 
el  año  de  1774.  Fue  el  mismo  Virrey  Bucareli  quien  dispuso  la  formación  del 
reglamento  del  hospital.  Este  reglamento  fue  adicionado  más  tarde  por  el  Vi- 


72  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  I,  Exps.  18-19. 
13  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1.  Exp.  1. 
74  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1.  Exp.  1. 


236 


rrey  Conde  de  Revillagigedo  e  impreso  en  México  en  1791.  Gracias  a  este 
reglamento  sabemos  cómo  se  organizó  el  hospital. 

Se  estableció  en  local  del  propio  presidio,  se  puso  bajo  la  dirección  de  un 
administrador,  nombrado  por  el  gobernador  del  mismo;  la  atención  clínica 
estaba  a  cargo  del  cirujano  (el  que  ya  tenía  el  presidio),  y  cosa  extraña,  no 
había  médico.  Ayudaban  al  cirujano  un  boticario,  que  era  practicante,  y  al 
mismo  tiempo  un  sangrador  (el  que  ya  tenía  el  presidio)  y  un  cocinero. 

La  Real  Hacienda  se  encargó  de  dotarlo  de  todo  el  menaje  necesario.  A  su 
cargo  quedó  también  el  pago  del  salario  y  la  administración  de  las  medicinas. 
Sin  embargo,  la  estancia  de  los  enfermos  no  era  gratuita,  pues  a  cada  uno  le 
descontaban  de  su  sueldo  4  reales,  mientras  estaba  hospitalizado.  En  cambio 
se  abolió  la  costumbre  de  quitar  a  todos  cada  mes  un  real  para  servicio  de 
hospital.  La  capacidad  del  hospital  fue  de  veinticinco  camas.  Quienes  se  cu- 
raban en  él  eran  los  soldados,  pues  los  oficiales  se  atendían  en  sus  propias 
casas,  siendo  curados  en  ellas  por  el  cirujano  del  presidio,  mediante  propina 
que  le  daban. 

Los  gastos  del  hospital  en  cuanto  a  salarios  eran  los  siguientes: 

Administrador  24  pesos  al  mes. 

Cirujano  40  pesos  al  mes. 

Boticario  18  pesos  al  mes. 

Sangrador  18  pesos  al  mes. 

Enfermero  13  pesos  al  mes. 

Cocinero  13  pesos  al  mes. 

Gratificación  para  24  camas       25  pesos  al  mes. 

Total  mensual  151  pesos  mensuales. 

El  administrador  controlaba  el  hospital  en  todos  sus  aspectos. 

El  cirujano-médico,  como  gozaba  de  un  sueldo  tan  escaso,  tenía  autorización 
para  trabajar  fuera  del  presidio,  atendiendo  no  sólo  a  los  oficiales  sino  tam- 
bién a  las  familias  de  éstos  por  su  cuenta. 

Todo  el  personal  del  hospital  podía  ser  o  no  militar,  excepto  el  enfermero,, 
que  debía  ser  civil.  75 

Todos  los  empleos  del  hospital  los  proveía  el  gobernador  del  presidio,  ex- 
cepto el  del  cirujano,  que  según  el  reglamento  debía  ser  confirmado  por  el 
Virrey.  Sin  embargo,  prácticamente  vemos  que  el  nombramiento  venía  a  ser 
real.  Esto  traía  el  problema  de  que  en  ocasiones  pasaran  varios  años  sin  pro- 


Biblioteca  Nacional  de  México.  Sección  de  Manuscritos,  Ms.  1251. 


237 


veer  la  plaza,  quedando  el  hospital  prácticamente  abandonado  de  servicio 
quirúrgico.76 

Igual  acontecía  con  el  puesto  de  boticario.  Además,  los  sueldos  eran  tan 
cortos  que  nadie  quería  ser  boticario  en  esa  plaza,  pues,  por  ejemplo,  mientras 
en  el  presidio  de  San  Blas  se  pagaban  1,500  pesos  anuales  a  los  boticarios  exa- 
minados, en  el  del  Carmen  tenían  asignados,  para  esta  época,  300  pesos  al 
año.  77  Por  esto  con  frecuencia  hubo  sólo  practicantes  de  botica  y  aun  éstos  no 
duraban  allí  mucho  tiempo.78 

Por  otra  parte,  el  aprovisionamiento  de  medicinas  fue  uno  de  sus  graves 
problemas,  pues  la  ruta  a  seguir  era  bien  larga:  México,  Veracruz  y  Campe- 
che; finalmente,  una  goleta  lo  llevaba  a  través  de  la  Laguna  de  Términos  al 
Presidio  del  Carmen. 

En  1809  aún  se  seguía  la  misma  lenta  ruta.  79 

No  sabemos  la  fecha  en  que  el  hospital  dejó  de  funcionar.  El  último  dato 
que  tenemos  de  él  es  del  año  de  1810,  fecha  en  que  se  toma  en  alquiler  una 
casa  para  botica,  pues  se  iba  a  tener  verdadero  boticario  y  era  necesario  un 
local  que  no  había  en  el  hospital.  80 


Hospital  del  Presidio  de  San  Blas,  Nayarit 


El  único  hospital  propiamente  militar  que  hubo  en  las  costas  del  Pacífico 
fue  el  que  se  estableció  en  el  Presidio  del  Puerto  de  San  Blas.  San  Blas  tenía 
gran  importancia  estratégica,  y  aun  comercial,  aunque  no  tanta  como  Aca- 
pulco.  Por  el  hecho  de  haber  allí  un  presidio,  se  concentraba  en  él  gran  nú- 
mero de  tropas.  Para  la  asistencia  de  los  militares  enfermos  allí  no  hubo  du- 
rante muchos  años  más  que  un  cirujano,  que  se  enviaba  desde  México  en 
momentos  de  gran  necesidad,  por  ejemplo  en  casos  de  epidemia.  81 

En  1776,  siendo  Virrey  don  José  de  Gálvez,  se  destinó  a  un  cirujano  y  a 
un  capellán  como  residentes  en  el  presidio,  para  que  "dependientes,  trabaja- 
dores y  vecinos  tuvieran  el  pasto  espiritual  debido"  y  el  socorro  temporal  que 
necesitaban. 


78  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  2,  Exp.  17. 

77  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  41,  Exp.  19. 

78  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  68,  Exp.  1. 

79  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  9,  Exp.  1. 

80  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  9,  Exp.  8. 

81  La  administración  de  Bucareli,  tomo  I,  pag.  183. 


238 


No  fue  sino  hasta  1780  cuando  se  proyectó  la  fundación  de  un  hospital 
militar  en  el  presidio  y  se  aprobó  un  reglamento  que  dio  las  bases  para  esta- 
blecerlo. Según  éste  se  establecería  en  una  casa  con  suficiente  capacidad  para 
albergar  a  todos  los  enfermos.  Se  pondría  a  cargo  de  un  contralor,  el  cual  lle- 
varía las  cuentas  y  vigilaría  la  buena  atención  a  los  enfermos.  El  contralor  se 
encargaría  de  seleccionar  al  personal  que  atendería  al  hospital:  médico, 
sangradores,  enfermeros,  etc.  La  alimentación  de  los  hospitalizados  variaría 
según  la  tasación  hecha  en  el  hospital  de  San  Carlos,  de  Veracruz,  "ración, 
media  ración  y  dieta",  según  la  enfermedad. 82 

El  hospital  se  establecía  para  atender  a  los  soldados  del  presidio  y  marineros 
que  llegaban  al  puerto. 

Tenemos  algunas  noticias  estadísticas  que  permiten  formarnos  una  idea  so- 
bre la  importancia  de  sus  servicios.  De  1782  a  1786  se  hospitalizaron  diez  mil 
ciento  cuarenta  y  nueve  marineros  y  quinientos  cuarenta  y  cinco  soldados  o 
sean  diez  mil  seiscientos  noventa  y  cuatro  enfermos. 

El  hospital  tuvo  su  propia  botica,  que  fue  importante  para  la  marina,  por- 
que de  ella  se  proveían  todos  los  barcos  del  Rey.  He  aquí  algunos  datos  sobre 
este  servicio. 

En  1782  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Favorita. 
En  1782  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Princesa. 
En  1783  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Favorita. 
En  1783  se  proveyó  de  medicinas  el  paquebot  San  Carlos. 
En  1784  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Favorita. 
En  1784  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Princesa. 
En  1784  se  proveyó  de  medicinas  el  paquebot  San  Carlos. 
En  1784  se  proveyó  de  medicinas  el  paquebot  Aranzazu. 
En  1785  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Favorita. 
En  1785  se  proveyó  de  medicinas  la  fragata  Princesa. 
En  1785  se  proveyó  de  medicina  el  paquebot  Aranzazu. 
En  1785  se  proveyó  de  medicina  la  goleta  Felicidad. 83 

Por  lo  que  vemos,  la  botica  de  este  hospital  era  muy  importante  para  la 
marina,  a  la  cual  tenía  que  surtir  de  todo  lo  que  requiriese.  Esto  la  obligaba 
a  estar  ampliamente  provista,  cosa  que  no  era  fácil,  pues  la  transportación  de 
México  a  San  Blas  era  siempre  un  serio  problema.  Muchas  veces  las  medicinas 
llegaban  descompuestas  o  los  frascos  rotos  y  vacíos. 

El  aprovisionamiento  de  medicinas  y  la  administración  de  la  botica  del 
Hospital  de  San  Blas  quedaba  a  cargo  de  un  contratista,  que  celebraba  con- 

82  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exp.  1. 

83  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exp.  1. 


239 


trata  cada  determinado  número  de  años  con  la  Real  Hacienda.  Esto  tenía 
graves  defectos,  pues  el  contratista  buscaba  su  provecho  y  no  el  del  hospital. 
Por  esto  se  empezó  a  pedir  que  al  menos  hubiese  en  la  botica  un  boticario  a 
sueldo.84  El  año  de  1798  se  entregaba  la  botica  al  farmacéutico  don  Miguel 
de  Palacio.85  g  i 

No  era  sólo  la  botica  sino  el  hospital  todo  el  que  se  aprovisionaba  por  con- 
trata. Muebles,  comida,  utensilios  de  limpieza,  ropa,  todo  lo  proporcionaba  el 
contratista  a  quien  la  Real  Hacienda  entregaba  la  cantidad  estipulada  en  la 
contrata.  Esto  tenía,  entre  otros  defectos  el  que,  por  ejemplo,  cuando  las  me- 
dicinas, los  alimentos,  etc.,  subían  de  precio,  él  proporcionaba  a  la  institución 
los  de  peor  calidad,  porque  de  otra  manera  su  contrata  resultaba  incosteable. 

Del  año  1782  a  1786  se  calculaban  los  siguientes  egresos:  86 


El  sostenimiento  del  hospital  quedó,  según  parece,  en  un  principio,  a  cargo 
de  la  Real  Hacienda:  pero  a  partir  de  1790  — fecha  en  que  se  publicó  el  de- 
creto del  Virrey  Revillagigedo,  poniendo  en  vigor  el  reglamento  para  el  go- 
bierno de  la  Compañía  de  Infantería  residente  en  San  Blas —  cada  enfermo 
tuvo  que  pagar  de  acuerdo  con  su  sueldo  cierta  cantidad  por  su  estancia  en 
el  hospital.  Esto  se  hacía  reteniendo  a  los  sargentos  tres  reales  diarios,  y  dos 
reales  diarios  a  tambor,  cabo  y  soldado.  87 

Esta  costumbre  duró  sólo  hasta  1797,  fecha  en  que  llegó  una  orden  real 
prohibiendo  que  a  los  soldados  residentes  en  San  Blas  se  les  descontase  dinero 
alguno  por  su  hospitalización,  mandándose  al  mismo  tiempo  que  todos  los  gas- 
tos los  costease  la  Real  Hacienda.  88  Este  interés  de  que  los  soldados  del  pre- 
sidio estuvieran  bien  atendidos  parece  relacionado  con  los  intereses  de  la  Co- 
rona. San  Blas  debía  tener  siempre  una  Compañía  de  Infantería  en  buenas 
condiciones:  había  que  dar,  por  tanto,  a  los  soldados  las  máximas  facilidades, 
tanto  para  tenerlos  en  buena  condición  física  como  para  que  no  desertasen. 

Por  esto  — como  ya  vimos —  los  sueldos  de  los  facultativos  en  San  Blas 
eran  más  altos  que  en  cualquier  otro  servicio  médico  militar.  En  la  documen- 

M  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exp.  3. 

■  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exp.  7. 

M  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exp.  i. 

"7  Biblioteca  Nal.  Secc.  Manuscritos.  Ms.  1251. 

"  Biblioteca  Nacional  Secc.  Manuscritos  Ms.  469  p.  430. 


En  comida  y  medicinas 

En  medicinas  dadas  a  los  barcos 


13,367.4.0 
1,890.0.5 


La  Rl.  Hda.  dio  al  contratista 


15.257.4.5 


240 


Portada  del  Hospital  del  Divino  Salvador,  en  su  edificio  original.  Al 
hacerse  la  reconstrucción,  en  el  presente  siglo,  para  convertirlo  en  ofi- 
cinas de  la  Secretaría  de  Salubridad  y  Asistencia,  se  modificó  total- 
mente la  fachada.  (Foto  D.M.C.). 


tación  al  respecto  nos  encontramos  con  frecuentes  aumentos  de  sueldo,  con 
gratificaciones  y  aun  con  una  disposición  ordenando  a  los  oficiales  "capi- 
tán y  subalternos  que  cuidaran  de  la  buena  asistencia  de  los  enfermos  en  lo 
espiritual  y  temporal,  como  uno  de  los  puntos  más  importantes  de  su  obli- 
gación". 89 

No  sabemos  hasta  qué  fecha  prestó  servicios  este  hospital,  sólo  sabemos  que 
hasta  finales  del  régimen  colonial  seguía  en  funciones. 


Hospital  de  Santa  Rosa 
San  Luis  Potosí,  San  Luis  Potosí. 

En  San  Luis  Potosí  hubo  un  hospital  militar.  Sabemos  que  existía  en  1793 
y  que  tenía  por  titular  a  Santa  Rosa.  90  Su  objeto  era  atender  a  los  enfermos 
de  la  tropa  acantonada  allí. 

No  tenemos  mayores  noticias  sobre  él. 


Hospitales  Provisionales  durante  la  Guerra  de  Independencia 

Las  guerras  por  la  independencia  de  México  hacen  surgir  una  serie  de  nue- 
vos hospitales  para  atender  a  los  militares  heridos  en  los  combates.  Dos  son  los 
tipos  de  hospitales  que  se  forman  entonces;  unos  son  los  hospitales  de  línea. 
Estos  no  tienen  nombre,  se  improvisan  en  donde  la  batalla  ocurre.  En  ellos  son 
practicadas  las  curaciones  de  emergencia.  De  allí  los  heridos  se  transladan  al 
segundo  tipo  de  hospital,  o  sea  al  provisional,  establecido  en  las  poblaciones. 
A  éstos  ayudaban  los  hospitales  que  ya  existían  en  ellas. 

Entre  los  hospitales  provisionales  que  van  surgiendo  conforme  se  va  desarro- 
llando la  guerra  de  la  independencia,  tenemos  los  siguientes: 

Hacia  1811,  cuando  Félix  María  Calleja  regresaba  de  Guadalajara  esta- 
bleció en  San  Luis  Potosí  un  hospital  provisional  en  el  Convento  de  San 
Agustín.  Nombró  contralor  de  él  a  don  Jacinto  Pimentel,  que  había  sido  ad- 

89  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  67,  Exps.  5  y  9.  Biblioteca  Nacional  Secc.  Ma- 
nuscritos Ms.  1251. 

90  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  28,  Exp.  9. 

241 


H16 


ministrador  de  Alcabalas,  en  Aguascalientes.  91  Este  hospital  empezó  a  fun- 
cionar en  medio  de  la  mayor  pobreza  e  insalubridad.  Las  salas  destinadas  a 
los  enfermos  eran  húmedas  y  mal  ventiladas;  no  había  siquiera  tarimas  para 
recostar  a  los  enfermos.  La  Real  Hacienda  procuraba  remediar  las  necesidades 
más  urgentes;  por  ejemplo,  en  este  caso  se  mandaron  construir  de  inmediato 
camas  de  madera.  92  Pero  no  podía  hacer  mucho,  porque  la  guerra  había 
desorganizado  sus  ingresos. 

Para  esas  fechas,  los  juaninos  que  tenían  el  Hospital  de  San  Juan  de  Dios 
de  esa  población,  lo  habían  abandonado  con  motivo  de  los  problemas  sur- 
gidos a  causa  de  ser  sus  frailes  simpatizantes  del  movimiento  insurgente.  Re- 
cordemos a  fray  Luis  de  Herrera,  procedente  de  Celaya,  que  había  sido  fu- 
silado en  1811.  93 

En  1814  las  cosas  habían  cambiado  y  la  Orden  Juanina  había  aceptado 
restablecer  el  hospital  de  San  Luis  Potosí.  Con  este  motivo  el  propio  Calleja 
ordenó  al  Intendente  de  la  ciudad  la  supresión  del  hospital  provisional  fun- 
dado en  el  convento  de  San  Agustín.  94  De  allí  en  adelante  los  militares  heridos 
en  campaña  serían  curados  en  el  Hospital  de  San  Juan  de  Dios. 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Merced,  Toluca. 

En  junio  de  1813  se  funda  en  Toluca,  hoy  Estado  de  México,  el  hospital 
provisional  de  Nuestra  Señora  de  la  Merced.  Ignoro  en  qué  parte  se  erigió. 
Sólo  sabemos  que  prestó  eficientes  servicios  a  los  soldados. 

Estuvo  atendido  por  un  cirujano  mayor  y  otros  menores.  Las  medicinas  las 
proveía  un  boticario  con  el  cual  el  cirujano  mayor  había  firmado  una  con- 
trata. Esta  se  celebró  en  una  forma  muy  especial,  consistente  en  recibir  el 
boticario  "un  real  y  tres  cuartillos  reales  por  cama",  fuera  cual  fuese  el  precio 
de  las  medicinas  recetadas.  Esto,  según  parece,  a  la  larga  fue  perjudicial  a  la 
Real  Hacienda  y  a  los  enfermos. 

Tenemos  datos  sobre  el  número  de  enfermos  que  se  atendieron  en  él. 

De  junio  a  julio  de  1813  entraron  208  enfermos. 

De  julio  a  agosto  de  1813  entraron  257  enfermos. 

De  agosto  a  septiembre  de  1813  entraron  158  enfermos. 

Del  lo.  al  23  de  septiembre  de  1813  entraron  13  enfermos. 

Total:  el  hospital  recibió  736  enfermos,  de  los  cuales  se  aliviaron  684  y  mu- 


61  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1,  Exp.  8. 
"  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  69,  Exp.  6. 

63  VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí,  tomo  III,  pp.  57  y  58. 
94  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1,  Exp.  8. 


242 


rieron  52.  El  24  de  septiembre  de  1813  el  hospital  fue  suprimido.  Los  mili- 
tares enfermos  pasaron  a  curarse  al  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  de  esa 
población. 95 

Hospital  Provisional  de  Taxco,  Gro. 

Hacia  el  año  de  1811  el  capitán  don  Mariano  García,  comandante  de  la 
tropa  realista,  estableció  un  hospital  en  la  casa  del  señor  José  Joaquín  de 
Zárate  y  doña  Ana  María  su  esposa.  Esta  casa  servía  a  veces  de  hospital  y  a 
veces  de  cuartel. 

Cuando  el  ejército  ocupaba  una  casa  era  rentada,  pero  la  mayoría  de  las 
veces  los  pobres  dueños  no  percibían  la  renta  prometida.  Este  hospital  fue 
uno  de  tantos  casos. 96 

Hospital  Provisional  de  Telólo apan. 

En  1814  el  coronel  Eugenio  Villasana  tomó  en  arrendamiento  la  casa  de 
don  Jorge  Román,  para  establecer  en  ella  un  hospital  militar  provisional. 
Este  funcionó  en  dos  etapas:  la  primera  hasta  el  año  de  1817  y  la  segunda  des- 
de cuando  tomó  el  mando  de  las  tropas  realistas  de  esa  zona  el  capitán  Are- 
chavala,  o  sea  de  1817  a  1820,  fecha  en  que  el  hospital  se  suprimió.  97 

Hospital  Provisional  de  San  Miguel  el  Grande.  Gto. 

Hacia  1819  se  hallaba  establecido  un  hospital  provisional  en  lo  que  era  la 
Villa  de  San  Miguel  el  Grande, 98  para  curar  a  los  militares  acantonados  en 
esa  zona  y  a  los  heridos  provenientes  de  la  guerra  de  independencia. 

No  tenemos  más  datos  sobre  él. 

Puebla  y  México. 

Durante  la  guerra  de  independencia  no  se  fundaron  hospitales  provisionales 
ni  en  Puebla  ni  en  México,  porque  en  ambas  ciudades  había  hospitales  capaces 
para  atender  a  los  soldados  residentes  en  ellas  y  a  los  heridos  en  campaña. 

95  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1,  Exp.  2. 
M  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  1,  Exp.  10. 
97  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  7,  Exp.  15. 
88  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  7,  Exp.  12. 


243 


Así,  en  el  Hospital  de  San  Pedro,  de  Puebla,  fueron  atendidas  las  tropas  que 
formaban  los  regimientos  de  Navarra,  Murcia,  Castilla,  Dragones  de  San  Car- 
los, Cazadores  de  San  Luis  y  Milicia  de  la  ciudad  de  Puebla. 

En  la  ciudad  de  México  los  militares  se  atendían  en  el  Hospital  General  de 
San  Andrés,  en  donde  había  una  sala  común  para  los  soldados  y  una  de 
distinción  para  los  oficiales. 

La  estancia  de  militares  en  uno  y  otro  hospital  era  mediante  paga  que  hacía 
la  Tesorería  General  del  Ejército,  descontándola  a  los  cuerpos  respectivos. 
Pero  estos  pagos  se  hacían  muy  irregularmente  y  en  medio  de  las  protestas 
de  directores  de  los  hospitales.  99 


n  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  7,  Exps.  16  y  11.  tomo  69,  Exp.  14. 


244 


CAPITULO  XXII 


EPIDEMIAS  DE  LOS  SIGLOS  XVII  Y  XVIII 


"La  peste"  siguió  siendo,  en  la  Nueva  España,  durante  los  siglos  XVII  y 
XVIII  uno  de  los  factores  que  al  lado  de  las  sequías  e  inundaciones,  detu- 
vieron el  lento  progreso  de  la  colonia.  En  las  regiones  costeras  de  México  se 
continuaba  sufriendo  toda  esa  serie  de  enfermedades  endémicas  de  que  ya 
hablamos  repetidas  veces,  al  mencionar  los  hospitales  de  esas  regiones.  En  el 
centro  del  país  y  la  Mesa  Central  se  gozaba  de  mejor  salud,  salvo  en  las  épocas 
en  que  aparecían  las  epidemias.  Vamos  a  mencionar  algunas  de  las  más  im- 
portantes. 

En  1642  hubo  una  que  asoló  verdaderamente  la  ciudad  de  Puebla,  pese 
a  los  esfuerzos  que  por  aislar  a  los  enfermos  hizo  el  Arzobispo,  limo.  Cuevas 
Dávalos. 1 

En  1643  el  matlazahuatl  o  tifo  exantematicus  se  extiende  por  todo  Michoacán 
y  parte  de  Guanajuato.  2  Esta  es  la  más  terrible  epidemia  del  XVII;  fue  tan 
destructiva,  especialmente  en  Michoacán,  que  en  Tzintzuntzan,  por  ejemplo, 
de  veinte  mil  indios  que  la  poblaban  no  quedaron  arriba  de  doscientos.  Se 
calcula  que  de  seis  partes  de  población  indígena  murieron  cinco.  Lucharon 
contra  la  peste  las  autoridades  y  los  particulares,  pero  quien  realizó  la  labor 
más  importante  fue  el  limo.  Sr.  D.  Fr.  Marcos  Ramírez  de  Prado,  formando 
numerosos  hospitales  provisionales  y  lazaretos,  pues  no  eran  suficientes  los  hos- 
pitales existentes.  Procuró  la  salud  de  los  enfermos  y  su  aislamiento,  para 
evitar  la  propagación  de  la  epidemia. 3 

Pero  sus  esfuerzos  se  estrellaron  contra  la  ignorancia  médica  de  la  época 
y  la  virulencia  de  la  enfermedad. 


1  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pp.  183-184. 

2  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  I,  pag.  449. 

3  Sosa,  Francisco,  El  Episcopado  Mexicano,  pp.  198-199. 


245 


En  1648  vuelve  a  Puebla  nueva  peste  que  causa  la  despoblación  en  la  ciu- 
dad y  que  reviste  gran  crudeza,  por  su  larga  duración :  catorce  meses.  4  Nue- 
vamente fue  el  Obispo,  en  esta  ocasión  Palafox  y  Mendoza,  quien  encabezó 
la  lucha  contra  la  enfermedad.  3 

En  1691  y  1692  la  ciudad  de  México  siempre  tranquila,  sufrió  una  épo- 
ca de  zozobra,  de  angustia  y  de  dolor.  Heladas,  inundaciones,  falta  de  to- 
da clase  de  alimentos,  injusticias,  hambre,  motines  y  finalmente  como 
remate  de  todo  lo  anterior,  la  peste.  Enfermedad  que  llenó  de  enfermos 
todos  los  hospitales  existentes  y  dejó  cadáveres  en  las  calles,  las  acequias 
y  los  atrios  de  las  iglesias,  mientras  el  pueblo  se  encerraba  en  sus  casas  pre- 
so de  pánico.  Pero  la  intensidad  de  la  epidemia  fue  tal  que  no  respetó  el 
aislamiento,  por  ejemplo,  de  las  monjas  en  los  conventos.  Sabemos  que  en 
San  Jerónimo  diez  fueron  las  víctimas.  6  La  ciudad  entera  vio  con  terror 
aquella  peste,  que  se  consideró  castigo  del  cielo.  Así  lo  entendieron  personajes 
tan  distinguidos  como  don  Carlos  de  Sigüenza  y  Góngora  y  otros.  Los  sobre- 
vivientes se  consideraban  privilegiados  de  la  fortuna.  Pasaron  los  años  y  la 
ciudad  volvió  a  su  normalidad:  el  recuerdo  de  los  seres  queridos  que  habían 
perecido,  se  iba  olvidando.  Cuando  de  pronto,  en  1695,  nueva  y  mortífera 
epidemia  apareció  en  México.  Centenares  de  víctimas  hubo,  entre  ellas 
una,  una  que  por  sí  sola  basta  para  calificar  de  trágica  a  esta  enfermedad. 
Las  monjas  del  Monasterio  de  San  Jerónimo  fueron  presas  del  mal.  Sor  Juana 
Inés  de  la  Cruz  acudió  a  auxiliar  a  sus  hermanas  y,  como  ellas,  fue  también 
su  víctima.  El  17  de  abril  de  1695  la  ciudad  conmovida  lloraba  su  muerte. 

Con  ésta  concluyeron  las  grandes  epidemias  del  XVII. 

En  el  siglo  XVIII  la  Nueva  España  continuó  sufriendo  terribles  epidemias. 
La  insalubridad  en  las  zonas  costeras  continuó  a  lo  largo  de  toda  la  centuria 
e  inclusive  se  acentuó  en  la  zona  de  Veracruz.  La  lucha  efectiva  contra  las 
enfermedades  epidémicas  se  inició  en  ese  siglo,  pero,  como  veremos,  en  las 
últimas  décadas. 

Mencionaremos  algunas  de  las  más  fuertes  epidemias  que  se  sufrieron  en 
estas  tierras.  En  1707  hubo  la  de  viruelas  que  azotó  especialmente  al  actual 
Estado  de  Guanajuato,  en  donde  causó  tremendos  estragos.  7  En  1735  apa- 
reció la  que  se  llamó  "el  gran  matlazahuatl".  *  A  él  nos  hemos  referido  ya 

4  Díaz  de  Arce.  Vida  del  Próximo  Evangélico,  pp.  299-303. 

i  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  3.  Exp.  16. 

6  ChÁvez,  Ezequiel,  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz,  pag.  398. 

'  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pag.  9. 

*  El  matlazahuatl  - — que  en  los  siglos  XVI  y  XVII  es  el  nombre  indígena  que  designa 


246 


en  dos  ocasiones  al  hacer  la  historia  del  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  de 
México  y  especialmente  al  tratar  los  hospitales  provisionales  del  siglo.  Fue  esta 
epidemia  la  más  tremenda  que  en  dicha  época  sufrió  la  Nueva  España,  en 
extensión  e  intensidad  sólo  comparable  a  las  del  siglo  XVI. 

Por  los  síntomas  que  de  ella  nos  dan  los  historiadores:  escalofrío,  dolor  de 
cabeza  y  estómago,  alta  temperatura  y  hemorragia  nasal,  se  supone  que  se 
trató  de  una  epidemia  de  tifo.  Dado  que  los  indígenas  eran  los  que  vivían 
en  las  condiciones  más  insalubres  y  aglomerados  en  los  jacales,  fue  en  ellos  en 
quienes  más  se  cebó  la  enfermedad.  Se  aplicaban  los  remedios  humanos  cono- 
cidos entonces,  se  procuraban  algunas  medidas  higiénicas,  poco  eficaces  en  su 
mayoría,  puesto  que  el  mundo  de  los  microbios  aún  era  desconocido.  Se 
acudió  a  los  remedios  sobrenaturales.  Se  hicieron  rogativas,  las  campanas  de 
los  templos  no  dejaban  de  doblar.  Se  llevaba  en  procesión  a  las  imágenes  más 
veneradas  y  famosas  por  sus  milagros.  Las  diversas  órdenes  religiosas,  tanto 
de  hombres  como  de  mujeres,  elevaban  sus  preces  en  comunidad  por  la  cesa- 
ción de  la  peste.  El  Arzobispo-Virrey  don  Juan  Antonio  de  Vizarrón  y  Eguia- 
rreta,  los  Hermanos  de  las  Ordenes  Hospitalarios,  y  muy  especialmente  los 
jesuítas,  trabajaron  heroicamente  en  auxilio  de  los  apestados. 

El  último  remedio  al  que  se  acudió  fue  a  la  jura  de  la  Santísima  Virgen 
de  Guadalupe  como  Patrona  del  Reino  de  la  Nueva  España.  Tal  acto  se 
verificó  en  el  año  de  1737. 

La  enfermedad  empezó  a  declinar  lentamente  hasta  desaparecer.  *  Pero  el 
saldo  de  muertos  que  había  dejado,  según  Alamán,  era  de  dos  millones,  de 
los  cuales,  40,150  correspondían,  de  acuerdo  con  los  registros  de  entierros  a  la 
ciudad  de  México.  El  panorama  en  los  estados  no  era  menos  macabro.  Se- 
gún Pérez  Verdía,  en  el  Estado  de  Jalisco  los  ranchos  y  villorrios  quedaron 
despoblados.  8 

Hacia  1748  sufrió  Veracruz  una  fuerte  epidemia,  a  la  que  ya  nos  referimos 
al  hablar  del  Hospital  de  Loreto  de  ese  puerto.  No  tenemos  noticias  de  que  se 
haya  extendido  a  otros  estados. 

Un  año  después  la  región  del  Bajío  — tras  varios  siglos  de  desastres  agrícolas 
incontrolables — ,  en  aquel  entonces  sufrió  verdadera  hambre.  Los  alimentos 
que  se  consumían  entonces  eran  de  mala  calidad;  Esto  unido  al  estado  ané- 


al  tifo —  en  el  XVIII  pierde  su  primitivo  significado  y  viene  a  ser  sinónimo  de  epi- 
demia nada  más.  O  sea,  lo  que  en  el  XVI  significaba  la  palabra  "cocolixtle". 

*  Para  mayores  datos  al  respecto  consúltese  la  obra  de  Cayetano  Cabrera  y  Quintero 
titulada  Escudo  de  Armas  de  la  Ciudad  de  México. 

8  Pérez  Verdía,  A.,  Historia  del  Estado  de  Jalisco,  tomo  II,  pag.  9. 


247 


mico  en  que  se  hallaba  el  pueblo,  ocasionó  el  año  de  1750  otra  epidemia  que 
asoló  esa  región.  9 

En  1762-63  en  todo  el  país  se  sufre  una  intensa  epidemia  de  viruelas  lla- 
mada impropiamente  matlazahuatl.  El  Virrey  Marqués  de  Branciforte  encabezó 
la  lucha  contra  este  mal  dando  órdenes  para  que  se  organizaran  sociedades 
para  el  socorro  de  los  apestados. 10 

Una  de  las  regiones  más  afectadas  por  la  enfermedad  fue  Guanajuato. 11 
En  algunos  pueblos  la  epidemia  había  causado  tal  ausencia  de  brazos  en  los 
campos,  que  se  hizo  necesario  dictar  la  exención  temporal  de  impuestos  para 
muchos  pueblos.  Así,  se  les  concedió,  por  ejemplo,  a  los  de  la  Concepción  y 
San  Francisco  del  Rincón.  12  Se  calcula  que  el  número  de  víctimas  de  esta 
epidemia  llegó  a  diez  mil  personas.  13 

En  1779  la  ciudad  de  México  sufrió  otra  asoladora  epidemia  de  viruelas. 
Contra  ella  lucharon  intensamente  y  en  varias  formas  tres  personajes:  el 
Arzobispo  de  México  limo.  Sr.  D.  Alonso  Núñez  de  Haro  y  Peralta,  el  Virrey 
D.  Martín  Mayorga  y  el  Dr.  Ignacio  Bartolache.  El  Arzobispo  era  un  hombre 
de  espírtu  abierto  hacia  lo  nuevo  y  gran  organizador.  En  lugar  de  seguir  los 
pasos  de  sus  antecesores,  organizando  muchos  hospitales  provisionales,  que  por 
hallarse  distribuidos  en  los  barrios  más  populosos  se  convertían  en  foco  de 
contagio,  planeó  un  gran  hospital  general  en  las  orillas  de  la  ciudad:  el 
Hospital  de  San  Andrés,  al  que  ya  nos  referimos.  Este  sí  reunía  las  condiciones 
ideales  de  amplitud,  ventilación,  limpieza,  eficiente  servicio  médico-quirúrgico 
y  buena  alimentación. 

Consejero  del  Arzobispo  en  esos  momentos  fue  el  Dr.  Ignacio  Bartoloche, 
que  a  su  vez,  al  lado  del  Gobierno  (Virrey  y  Ayuntamiento),  hace  primera- 
mente un  plan  para  impedir  la  propagación  de  la  viruela,  plan  que  a  pesar  de 
ser  su  autor  un  brillante  representante  de  "la  ilustración"  en  México,  tiene 
recuerdos  vivos  del  medioevo. 

He  aquí  el  extracto  de  sus  puntos  más  importantes: 

1 )  .  Se  pondrán  luminarias  en  las  calles,  con  específicos,  perfumes  y  una 
hoguera  perpetua  entre  el  albaradón  que  corre  de  San  Lázaro  a  la  Garita  Vieja 
de  Texcoco. 

2)  .  Para  mayor  purificación  del  aire,  se  dispararán  algunos  tiros  de  cañón. 

3)  .  Se  procurará  el  aseo  y  limpieza  de  las  calles,  ventilación  de  los  templos 

9  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pag.  66. 

10  A.G.N.M.  Ramo  Epidemias,  tomo  I,  Exp.  2. 

11  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pp.  103-105-109. 

12  C.D.C.CH.  Serie  León,  Rollo  17,  Cajas  1761-1762. 

13  Bravo  Ugarte,  José,  Historia  de  México,  tomo  II,  pag.  289. 


248 


y  parroquias  donde  haya  cementerio.  Se  aumentará  la  profundidad  de  las 
sepulturas,  especialmente  en  los  nosocomios. 

4)  .  En  los  hospitales,  mientras  se  den  los  alimentos  y  las  medicinas  a  los 
enfermos,  se  debe  tocar  el  órgano. 

5)  .  Se  erigirán  nuevos  campos  santos  en  las  afueras  de  la  ciudad  para  evi- 
tar que  los  cadáveres  se  acopien  en  las  parroquias. 

6)  .  Finalmente,  se  hará  un  plan  de  regocijo  público  y  se  pondrán  campanas 
de  música  en  las  calles,  por  las  noches,  para  alegrar  al  pueblo. 14 

José  Ignacio  Bartolache  hace  algo  más,  que  va  bien  de  acuerdo  con  su  an- 
tiguo cargo  de  Catedrático  de  Medicina  en  la  Real  y  Pontificia  Universidad. 
Escribe  y  publica  unas  "instrucciones  que  pueden  servir  para  que  se  curen  los 
enfermos  de  viruelas  epidémicas" ,  para  divulgar  sus  conocimientos  acerca  del 
modo  como  debían  atenderse  a  los  virolentos.  El  librito  en  cuestión  compren- 
día tres  partes.  La  primera  se  refería  a  su  concepto  de  lo  que  eran  las  viruelas. 
En  esta  materia  no  añadía  nada  a  las  ideas  de  la  época.  La  segunda  eran  sus 
prescripciones  como  médico,  para  ayudar  a  los  enfermos  en  la  lucha  contra  la 
enfermedad.  Esta  parte  se  distinguía  por  las  medidas  higiénicas  y  los  escasos 
medicamentos.  La  tercera  parte  es  tal  vez  la  más  interesante,  porque  fue  una 
lucha  contra  la  ignorancia  popular  que  usaba  los  más  variados  menjurjes, 
yerbas  y  supersticiones  combinándolos  y  cambiándolos  día  a  día  con  el  más 
funesto  resultado. 

La  lucha  contra  esta  epidemia  fue  general  y  constante,  pero  a  pesar  de  la 
certera  ayuda  del  Obispo,  las  Ordenes  Hospitalarias,  ambos  cleros,  el  Ayunta- 
miento y  el  pueblo,  no  pudo  evitarse  que  sufrieran  la  enfermedad  cuarenta  y 
cuatro  mil  doscientas  ochenta  y  seis  personas,  de  las  cuales  murieron  ocho  mil 
ochocientas  veinte,  según  consigna  Andrés  Cabo. 

Hacia  1780,  fuera  por  las  medidas  higiénicas  del  Arzobispo  o  por  los  planes 
fantásticos  de  Bartolache,  o  por  cosa  natural,  la  epidemia  fue  desapareciendo 
en  la  ciudad  de  México. 

Chiapas,  en  cambio,  sufría  entonces  una  doble  mortífera  epidemia  de  vi- 
ruelas y  tifo,  según  ya  consignamos  al  hacer  historia  del  Hospital  de  Nuestra 
Señora  de  la  Caridad  de  esa  población. 

En  1786,  después  del  hambre  del  año  anterior,  una  terrible  peste  azotó  la 
Nueva  España.  Entre  las  regiones  más  duramente  Castigadas  tenemos  a  Gua- 
najuato. 15  Según  calculó  Humboldt,  de  esta  epidemia  murieron  ocho  mil 
personas. 

La  última  de  las  grandes  epidemias  que  enlutaron  a  la  Nueva  España  fue 


14  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  71,  Exp.  5. 

J5  Marmolejo,  Lucio,  Efemérides  Guanajuatenses,  tomo  II,  pp.  342-343. 


249 


la  que  tuvo  lugar  de  1796  a  1797.  Procedentes  del  Perú,  desembarcaron  en 
Guatemala,  varios  enfermos  de  viruela.  El  Presidente  de  la  Real  Audiencia 
de  ese  lugar  lo  comunicó  de  inmediato  al  Virrey  de  la  Nueva  España,  el  cual 
a  su  vez  giró  órdenes  por  "cordillera"  a  todos  los  intendentes,  subdelegados,  al- 
caldes, ordinarios,  etc.,  a  fin  de  que  en  todo  el  virreynato  se  tomaran  precau- 
ciones, para  evitar  la  propagación  de  la  enfermedad.  Entre  éstas,  la  inmediata 
era  separar  en  casas  de  campo,  distantes  a  lo  menos  un  cuarto  de  legua  de  las 
poblaciones,  a  los  apestados. 

Sin  embargo,  la  epidemia  se  extendió  pronto  a  Yucatán,  Tabasco,  Oaxaca 
y  luego  a  Veracruz  y  Acapulco. 16  En  Veracruz  la  sufrieron  en  casi  todas  las 
villas  y  pueblos;  entre  otras  citaremos  por  ejemplo  la  villa  de  Orizaba  y  los 
pueblos  de  Coatzacoalcos  y  Chinameca. 

En  1797  ya  la  sufría  la  ciudad  de  México.  17  Al  llegar  la  epidemia,  dos 
personajes  volvieron  a  encontrarse  para  combatirla:  el  Arzobispo  Haro  y 
Peralta  y  el  médico  J.  Ignacio  Bartolache.  Había  cambiado  el  Virrey,  que 
lo  era  entonces  el  Marqués  de  Branciforte,  pero  lo  que  más  había  cambiado 
era  la  ciencia.  Ya  no  se  pensó  de  inmediato  en  hospitales  para  juntar  a  los 
apestados;  se  pensó  en  salvaguardar  a  la  ciudad  de  la  epidemia.  Para  ello  se 
halló  un  método  empezado  a  usar,  con  reservas,  en  las  cortes  europeas;  éste 
fue  el  de  la  inoculación  antivariolosa.  Era  un  año  antes  que  Jenner  descu- 
briera la  vacuna  y  nueve  antes  que  Balmis  llegara  con  su  famosa  expedición 
contra  la  viruela. 

En  aquel  tiempo,  1797,  sólo  se  sabía  que  inoculando  la  linfa  de  un  grano 
de  viruela  a  una  persona  sana,  ésta  quedaba  inmune  a  la  enfermedad.  La  lucha 
se  inició  de  inmediato.  Ya  desde  1796  habían  preparado  el  ambiente  culto  de 
México,  las  publicaciones  en  favor  de  la  inoculación  de  las  viruelas,  hechas 
por  La  Gaceta  de  México  y  en  97  la  reimpresión  del  "Instructivo"  de  Bartola- 
che.  El  Virrey  mandó  al  protomedicato  que  publicase  un  folleto  en  que  se  mos- 
trase claramente  el  modo  de  practicar  la  inoculación,  folleto  que  reimprimió  La 
Gaceta  de  México  para  mayor  divulgación.  18 

El  Arzobispo  Núñez  de  Haro  y  Peralta  tuvo  una  parte  muy  importante  y 
efectiva  en  la  lucha,  pues  se  encargó  de  propagar  la  inoculación  entre  el  pue- 
blo. Ordenó  en  diversas  circulares  a  todos  los  párrocos  del  arzobispado,  que 
divulgaran  y  convencieran  a  través  de  los  pulpitos  y  aun  en  las  conversaciones 
familiares,  sobre  el  beneficio  de  la  inoculación.  Como  centro  de  inoculación 
se  erigió  el  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  en  donde  se  llevaba  un  registro  de 

16  C.D.G.GH.  Serie  Pátzcuaro,  No.  118. 

17  A.G.N.M.  Ramo  Epidemias,  tomo  VI. 

1S  Fernández  del  Castillo.  La  expedición  de  Francisco  Xavier  Balmis  (obra  inédita 
próxima  a  publicarse) . 


250 


personas  vacunadas.  A  éstas  se  añadieron  otras  medidas,  unas  de  orden  reli- 
gioso y  otras  de  orden  higiénico. 

Su  labor  de  convencimiento  fue  heroica,  por  las  innumerables  dificultades 
con  que  tropezaban  los  inoculadores,  principalmente  la  ignorancia.  Sin  em- 
bargo, fue  un  éxito,  pues  la  epidemia  de  viruelas  pasó  pronto  y  no  dejó  una 
estela  de  muertos  tan  grande  como  las  anteriores. 

Esta  campaña  se  estaba  desarrollando  al  mismo  tiempo  que  en  otras  partes  de 
la  Nueva  España.  En  Oaxaca,  en  el  Itsmo  de  Tehuantepec  y  en  Veracruz  había 
tenido  también  buen  resultado.  Se  relata  el  ejemplo  del  pueblo  de  Izhuacán 
de  los  Reyes,  en  el  cual  el  subdelegado  de  Jalapa,  don  Gaspar  de  Iriarte,  mandó 
inocular  la  linfa  de  brazo  a  brazo  a  más  de  cuatrocientos  individuos,  de  los 
cuales  solamente  veinte  murieron,  calculándose  que  éstos  ya  estaban  conta- 
giados antes  de  la  vacunación.  * 

Esta  es  otra  de  las  etapas  más  interesantes  sobre  el  uso  de  la  vacuna  en  el 
virreynato.  Y  lo  más  importante  es  que  el  pueblo  empezó  a  convencerse  de 
la  efectividad  de  la  vacuna. 

.  La  lucha  contra  la  viruela  estaba  ya  en  marcha.  La  siguiente  etapa  fue 
la  campaña  que  se  hizo  en  tiempo  de  Iturrigaray,  de  1804  a  1808,  que  abarcó 
casi  todo  el  territorio  nacional  y  nuestra  parte  del  vecino  país  del  norte. 

Finalmente,  con  la  llegada  de  la  expedición  de  Balmis  quedan  establecidos 
de  manera  fija  los  centros  de  vacunación  que  conservarán  la  linfa,  y  llevarán 
el  registro  de  todos  los  ciudadanos  inoculados.  Con  ello  queda  en  pie  una 
campaña  constante  contra  esa  enfermedad. 

Cuando  México  logra  su  independencia  la  peor  de  las  epidemias  había 
dejado  de  ser  una  pavorosa  tragedia  nacional.  ** 

Quedaban,  desde  luego,  todas  las  diversas  enfermedades  que  con  carácter 
endémico  había  en  nuestras  costas  y  otras  nuevas,  como  la  fiebre  amarilla,, 
que  llegaron  después. 


*  Estos  datos  fueron  sacados  por  la  señorita  Rosaura  Hernández  y  presentados  en  el 
Congreso  de  Historia  celebrado  en  la  ciudad  de  Jalapa  en  1951.  Proceden  —según  su 
propia  información—  del  A.G.N.M.  Ramo  Epidemias,  tomo  VIII,  tomo  III,  tomo  V  y 
tomo  VIL 

**  Véase  la  interesante  obra  próxima  a  editarse  del  Dr.  Fernández  del  Castillo  sobre 
la  Expedición  de  Francisco  Xavier  Balmis. 


25  1 


CAPITULO  XXIII 


PROTECTORES  CELESTIALES 
IMAGENES  FAMOSAS 
COSTUMBRES  Y  SUPERSTICIONES 


Alrededor  de  los  enfermos  como  alrededor  de  todo  lo  que  se  desconoce  ha 
habido  generalmente  un  ambiente  de  misterio.  Cuando  de  una  enfermedad  se 
conoce  la  causa  y  se  llega  a  los  medios  para  curarla,  la  ciencia  rompe  aquel 
nimbo  misterioso,  el  hombre  puede  confiar  en  su  inteligencia  y  luchar  contra 
ella.  No  será  por  ello  omnipotente,  pero  no  estará  ya  inerme  ante  lo  descono- 
cido. Si  hoy,  en  la  era  atómica,  el  hombre  se  ve  aún  impotente  ante  multitud 
de  enfermedades  que  azotan  a  la  humanidad,  ¡  que  seria  en  aquellos  tiempos 
en  que  se  ignoraba  la  existencia  de  los  microbios,  no  se  tenían  rayos  X,  no  se 
hacían  análisis  clínicos,  ni  se  conocían  los  antibióticos!  ¡  Qué  sería  tres  o  cuatro 
siglos  atrás,  cuando  el  hombre  no  acertaba  aún  a  definir  siquiera  las  más 
simples  enfermedades,  cuando  los  medicamentos  eran  inadecuados,  cuando 
los  males  se  consideraban  productos  de  extraños  humores  del  cuerpo,  las 
boticas  expendían  polvos  de  cuerno  de  unicornio  y  a  las  piedras  preciosas  como 
las  esmeraldas  se  les  atribuía,  por  la  sola  inmersión  en  las  pócimas,  poderes 
curativos !  ¡  En  siglos  en  que  la  medicina  no  había  podido  separarse,  en  las 
mentes  populares,  de  la  superstición  y  la  brujería,  pese  a  la  intensa  lucha 
en  que  en  este  terreno  hacía  la  Inquisición! 

La  respuesta  es  fácil  de  adivinar:  el  hombre  con  más  frecuencia,  con  mayor 
angustia  y  con  más  urgencia  acudía  a  lo  sobrenatural.  Si  era  persona  de  cul- 
tura rogaba  a  Dios,  a  la  Virgen  María  y  a  los  Santos  por  medio  de  oraciones 
y  prácticas  piadosas.  Si  era  ignorante,  mezclaba  lo  ortodoxo  con  la  superstición 
y  la  brujería. 

Al  pasar  la  religión  católica  a  estas  tierras,  las  devociones  pasan  también, 
pero  van  adquiriendo  modalidades  nuevas  y  es  más,  una  serie  de  devociones 


252 


empiezan  a  aparecer  aquí,  como  nacen  en  cada  uno  de  los  pueblos  cristianos,, 
con  características  sui  generis. 

Cada  hospital  tiene  un  nombre  propio  que  es  el  de  la  advocación  de  Dios, 
la  Virgen  o  del  Santo  a  quien  adopta  por  patrón  o  protector. 

Salvo  excepciones  el  nombre  del  hospital  es  el  de  alguien  relacionado  con 
las  enfermedades  o  con  la  acción  básica  de  los  hospitales,  caridad,  misericor- 
dia, amparo.  Entre  los  nombres  de  los  santos  más  usuales  tenemos  los  de  San 
Cosme  y  San  Damián,  que  fueron  médicos  del  primer  siglo  cristiano;  San 
Carlos,  distinguido  por  su  heroica  obra  en  favor  de  los  apestados  de  Milán; 
San  Lázaro  que  sufrió  en  sí  mismo  la  más  fea  de  las  enfermedades,  la  lepra; 
San  Juan  de  Dios,  a  quien  el  Papa  nombró  patrón  de  los  enfermos  y  los  hos- 
pitales. Nuestra  Señora  de  los  Desamparados,  Nuestra  Señora  de  la  Caridad 
fueron  también  nombres  comunes  en  estas  instituciones. 

En  el  retablo  mayor  de  la  iglesia  se  encuentra  la  imagen  del  patrono  del 
hospital.  A  él  se  invoca  cuando  hay  una  epidemia,  a  él  acuden  a  diario  los 
enfermos  hospitalizados.  El  se  va  convirtiendo  en  un  centro  de  devoción  po- 
pular, alrededor  del  cual  se  desarrollan  una  serie  de  sucesos  interesantes. 

Generalmente  se  establece  una  cofradía  que  se  encarga  de  dar  culto  a  la 
imagen.  Anualmente  se  le  celebra  una  fiesta  precedida  de  novena,  fiesta  que 
tiene  parte  religiosa  y  parte  profana,  que  se  alternan.  Hay  una  típica  verbena, 
hay  una  procesión,  hay  danzas  en  el  atrio  de  la  iglesia,  y  en  el  interior  hay 
misas  y  sermones,  que  pronuncian  los  más  afamados  oradores  sacros.  Famosas 
fueron  las  fiestas  a  Nuestra  Señora  de  la  Salud  en  su  hospital  de  Pátzcuaro, 
el  8  de  diciembre.  'Las  de  San  Hipólito,  en  el  hospital  de  su  nombre  en  la 
ciudad  de  México,  las  de  Nuestra  Señora  de  Belem,  el  24  de  diciembre  en  su 
hospital  de  Guanajuato,  la  de  San  Lázaro  en  el  hospital  de  los  leprosos  y  tantas 
otras  que  hemos  señalado  ya  a  lo  largo  de  este  estudio. 

En  la  iglesia  hay  además,  en  los  retablos  laterales  o  menores,  otras  imágenes 
que  a  veces  también  son  las  de  los  Santos  abogados  contra  diversas  enferme- 
dades, por  ejemplo  Nuestra  Señora  de  la  Bala,  que  estaba  en  la  iglesia  del 
hospital  de  San  Lázaro;  el  Santo  Niño  Gachupincito,  en  Puebla  y  San  Taraco 
Mártir,  en  la  iglesia  del  hospital  de  San  Juan  de  Dios  de  México  eran  abo- 
gados dé  las  embarazadas.  Había  también  en  otras  muchas  iglesias  que  no 
eran  de  hospitales,  imágenes  veneradas  en  relación  con  los  enfermos  por 
ejemplo,  Nuestra  Señora  de  la  Fuente,  en  la  Iglesia  del  Convento  de  Regina 
Coelli,  Nuestra  Señora  de  la  Soledad,  en  su  santuario  de  Oaxaca;  Nuestra 
Señora  de  la  Manga,  en  Puebla;  todas  abogadas  de  las  mujeres  encinta.  Los 
santos  más  invocados  en  toda  la  Nueva  España  para  los  felices  partos,  además 
de  los  ya  citados  eran:  San  Vicente  Ferrer,  San  Ramón  Nonato,  San  Félix 


253 


Cantalicio,  San  Ignacio  de  Loyola,  San  Carlos  Borromeo,  San  Anastasio,  San 
Francisco  de  Paula,  San  Simón  de  Rojas  y  Santo  Domingo  de  Silos;  contra  el 
flujo  excesivo  y  contra  la  detención  de  la  menstruación  Santa  Livina. 1 

Ante  cada  enfermedad  se  invocaba  a  distinto  santo.  Por  ejemplo,  a  Santa 
Lucía  se  le  consideraba  abogada  de  los  ojos,  San  Jacobo  de  Bevaña  era  el 
abogado  contra  el  "mal  de  hernias,  roturas  y  quebraduras"^  San  Rafael  era 
médico  y  medicina  de  los  dolientes  en  general.  San  Nicolás,  el  protector  de  los 
niños  enfermos;  San  Jorge  no  era  aquí  el  santo  invocado  contra  las  enferme- 
dades herpéticas,  como  en  Europa,  sino  San  Lázaro.  La  devoción  a  San  Blas, 
abogado  contra  los  males  de  la  garganta,  desde  los  primeros  siglos  cristianos, 
pasó  a  la  Nueva  España  tal  y  como  se  acostumbraba  en  la  península;  San 
Acacio,  abogado  contra  los  males  de  la  cabeza,  fue  muy  popular  en  la  época 
colonial,  actualmente  su  devoción  ha  desaparecido.  San  Juan  de  Dios,  fue 
siempre  el  abogado  general  de  los  enfermos,  en  estas  tierras.  Invocado  tam- 
bién contra  toda  enfermedad  lo  fue  San  Salvador  de  Horta. 

Ante  la  aparición  de  la  peste  se  acudía  con  una  gran  preferencia  a  la 
Santísima  Virgen  María.  Esta  costumbre  la  inició  en  realidad  don  Vasco  de 
Quiroga,  al  darles  a  sus  amados  tarascos,  la  imagen  de  Nuestra  Señora  de  la 
Salud,  para  que  a  ella  acudieran  en  aquellas  terribles  epidemias  que  los  azo- 
taban. La  Virgen  de  la  Salud  es  una  Inmaculada  Concepción  y  su  fiesta  se 
celebra  el  8  de  diciembre,  ésta  es  una  devoción  europea  que  pasa  a  México 
adquiriendo  nuevo  sentido,  pues  la  devoción  a  la  Inmaculada,  es  en  la  Nueva 
España,  una  devoción  eminentemente  hospitalaria. 

Según  las  regiones  se  acudía  a  la  Virgen  bajo  diversas  advocaciones,  La 
Virgen  del  Pueblito,  en  Querétaro;  la  Soledad,  en  Oaxaca;  Nuestra  Señora 
de  la  Manga,  en  Puebla;  Nuestra  Señora  de  los  Remedios,  en  la  ciudad  de 
México.  En  1737  ante  aquella  pavorosa  epidemia  que  diezmó  la  Nueva  Es- 
paña, las  autoridades  civiles  y  eclesiásticas  decidieron  invocar  oficial  y  públi- 
camente a  la  Santísima  Virgen  de  Guadalupe  jurándola  Patrona  de  la  Nueva 
España.  Se  le  trajo  en  procesión  desde  la  Villa  de  Guadalupe  y  se  hizo  la 
jura  solemne  aprobada  por  la  Santa  Sede.  La  protección  que  México  recibió 
se  mostró  en  la  disminución  inmediata  de  la  enfermedad.  En  testimonio  de 
ello  se  escribieron  libros  como  el  de  Cabrera  y  Quintero,  titulado  Escudo  de 
Armas  de  la  Ciudad  de  México,  y  en  la  Basílica  de  Guadalupe  se  pintó  un 
gran  mural  que  a  manera  de  ex  voto  perpetúa  el  suceso. 

A  otros  muchos  santos  invocaban  en  su  angustia  los  apestados,  entre  ellos 
tenemos  a  Santa  Rosalía,  a  San  Sebastián,  a  San  Antonio  de  Padua,  a  San 
Pedro  Tomás  "especial  abogado  contra  todo  género  de  peste,  epidemia  o  en- 


1  León  Nicolás,  La  obstetricia  en  México,  cap.  IV. 


254 


fermedad  contagiosa",  a  Santa  Bárbara,  al  Divino  Rostro,  a  San  Roque,  a  San 
Zacarías  y  a  San  Caralampio  a  quien  se  atribuía  el  favor  de  preservar  a  los 
pueblos  "de  hambre,  peste  y  aires  contagiosos". 

Alrededor  de  todas  estas  devociones  surge  una  literatura  religiosa  muy  inte- 
resante y  no  estudiada  aún.  La  forman  jaculatorias,  oraciones,  novenas,  qui- 
narios, sermones,  reseñas  históricas  de  las  imágenes,  santuarios  y  milagros 
realizados.  * 

Muchas  de  éstas  están  escritas  pur  religiosos  y  notables  sacerdotes,  otras 
hay  que  se  imprimen  sin  la  debida  licencia  eclesiástica  y  sus  autores  son  anó- 
nimos. Pero  la  escriban  los  doctos  o  los  ignorantes,  esta  literatura  es  siempre 
popular,  porque  es  para  el  pueblo. 

Hay  novenas  preciosas  como  aquel  ejercicio  de  los  Dolores  escrito  por  Sor 
Juana  Inés  de  la  Cruz  y  sermones  doctísimos  que  son  fuente  inagotable  de 
noticias  históricas,  a  la  par  que  lecciones  de  teología  en  medio  del  lenguaje 
barroco  tan  a  tono  con  los  retablos  frente  a  los  cuales  se  pronunciaba. 

En  toda  esta  literatura  abundan  los  versos  bajo  los  títulos  de  himnos,  res- 
ponsorios,  gozos  o  plegarias.  He  aquí  por  ejemplo  algunos  de  los  dedicados  a 
San  Antonio  impresos  en  la  Imprenta  de  Zúñiga  y  Ontiveros  en  1778,  pero 
anónimos. 

"Pues  vuestros  santos  favores 
Dan  de  quien  sois  testimonio, 
humilde,  y  Divino  Antonio 
Rogad  por  los  pecadores". 

Glosa 

Sanáis  mudos,  y  Tullidos, 
Paralyticos,  leprosos, 
A  endemoniados  furiosos 
Restituís  los  sentidos: 
Volvéis  los  bienes  perdidos; 
y  curáis  todos  dolores, 
humilde  y  Divino  Antonio, 
Rogad  por  los  pecadores". 


*  Véase  la  bibliografía  general. 


255 


Otros  a  San  Rafael  compuestos  por  el  Br.  José  Manuel  Sartorio  dicen  así: 

.  .  "Te  alabamos,  venerando 
Al  soberano  escuadrón 
De  aquellos  excelsos  príncipes 
Que  en  el  cielo  te  dan  loor. 

A  Rafael  especialmente 
que  es  medicina  de  Dios, 
Que  fue  compañero  fiel 
y  que  a  Asmodeo  ligó. 

En  los  gozos  del  Quinario  a  San  Pedro  Thomas  se  hallan  estos  versos. 

.  .  ."Contra  la  peste  abogado 
Te  conoce  el  mundo  entero 
y  por  su  Patrón  primero 
Chipre  te  tiene  jurado 
Con  dardos,  fuiste  pasado. 
Por  la  fe  en  Alejandría: 
Líbranos  de  todo  mal 
por  el  Nombre  de  María. 

La  peste,  ese  nombre  que  hacía  surgir  la  palidez  en  los  rostros  y  el  temor 
en  los  corazones,  hizo  que  aparecieran  no  sólo  devociones  auténticas,  autori- 
zadas e  impulsadas  por  la  Iglesia,  sino  también  otras,  que  la  Inquisición  no 
pudo  controlar,  porque  incontrolable  es  la  superstición  entre  los  ignorantes,  o 
bien  porque  el  funcionamiento  de  la  Inquisición  en  el  XVIII  dejaba  ya  mu- 
cho que  desear. 

Las  cruces  de  San  Zacarías  tan  divulgadas  en  la  época  de  peste  están  lle- 
nas de  superstición.  Se  trata  de  una  cruz  doble  con  seis  pequeñas  cruces  y 
diez  y  ocho  iniciales  distribuidas  a  lo  largo  y  en  los  brazos  de  ella.  Cada  cruz 
y  cada  inicial  van  alternadas  y  a  cada  una  de  ellas  corresponde  una  oración. 

Por  ejemplo  "La  Cruz  de  Cristo  es  poderosa  para  expeler  la  peste  de  este 
lugar  y  de  mi  cuerpo".  "A. — Antes  de  existir  el  cielo  y  la  tierra  existía  Dios 
y  Dios  es  poderoso  para  librarme  de  esta  peste".  "La  Cruz  de  Cristo  ahuyenta 
los  demonios,  el  aire  corruptible  y  la  peste".  "G. — Péguese  mi  lengua  a  la 
garganta  y  a  mis  fauces  si  no  os  bendijese;  librad  a  los  que  esperan  en  vos; 


256 


Santa  Lucía,  Abogada  contra  las  enfermedades  de  los  ojos.  Tomado  de  la  portada 
de  una  antigua  novena  impresa  en  México  en  1821. 


en  vos  confío,  libradme  ¡oh  Dios!  de  esta  peste,  a  mí  y  a  este  lugar  en  el 
cual  se  invoca  vuestro  Santo  Nombre". 

Finalizaba  con  una  explicación  sobre  el  origen  de  esta  devoción,  dicién- 
do  que  San  Zacarías  Obispo  de  Jerusalén,  la  había  llevado  al  Concilio  Tri- 
dentino,  cuando  Trento  era  azotado  por  la  peste.  "Las  dichas  letras  fueron 
antiguamente  escritas  en  un  pergamino  por  el  mismo  Santo  Obispo,  de  su 
propia  mano,  y  después  se  encontraron  en  un  convento  de  religiosas  de  Es- 
paña, y  tenidas  en  gran  veneración  (con  admirable  efecto)".  Termina  el 
folletito  con  esta  advertencia.  "En  Portugal  se  ha  notado  que  no  ha  entrado 
el  contagio  en  las  casas  en  cuyas  puertas  han  puesto  estas  cruces,  ni  en  las  per- 
sonas que  las  llevan  consigo".  Es  decir,  estas  cruces  eran  especies  de  amu- 
letos infalibles. 

Al  lado  de  estas  oraciones  y  devoción  a  los  santos,  había  objetos  benditos 
autorizadas  por  la  Iglesia  como  lo  eran  los  cordones  de  San  Blas  para  la 
garganta  y  las  velas  de  San  Ramón  Nonato  que  se  expendían  en  el  Convento 
de  la  Merced,  las  de  San  Francisco  de  Paula  y  de  N.  S.  de  la  Luz,  que  se 
vendían  en  la  Catedral  y  las  de  la  Consolación,  en  San  Cosme.  Velas  todas 
que  se  encendían  en  el  momento  del  parto,  como  una  oración  ardiente  a  la 
Virgen  y  a  los  santos. 

Pero  hubo  también  objetos  ligados  a  devociones  supersticiosas  como  lo 
fue  la  llamada  Santa  Piedra  Imán. 

Finalmente  podíamos  añadir  a  estas  costumbres  algunas  prácticas  que  re- 
basan los  límites  de  la  superstición  y  entran  en  los  terrenos  de  la  brujería. 
Estas  son  por  ejemplo  las  llamadas  "limpias",  mezclas  de  conjuras,  oraciones 
y  pases  con  yerbas  de  "poderes  curativos". 

Cuando  los  protectores  celestiales  de  una  manera  evidente  habían  acudido 
a  las  súplicas  de  sus  devotos,  éstos  lo  agradecían  de  hermosas  maneras,  por 
ejemplo  levantando  una  ermita,  promoviendo  la  erección  de  un  templo,  bien 
haciendo  construir  a  sus  expensas  algún  hermoso  retablo  o  llevando  a  la 
iglesia  la  pintura  que  mandaban  hacer  del  benefactor,  para  que  allí  recibie- 
se culto. 

EJ  pueblo  también  hacía  lo  mismo,  en  la  medida  de  sus  fuerzas,  esto  era 
cooperando  con  sus  centavos,  que  daba  de  limosna,  para  edificar  los  templos. 
Gran  cantidad  de  iglesias  de  México  se  han  construido  por  este  medio. 

Hubo  además  una  forma  especial  y  mucho  más  personal  de  agradecer  por 
parte  del  pueblo,  ésta  fue  la  del  ex-voto.  Pinturas  de  artistas  anónimos  que 
fuera  de  todo  academismo  y  con  la  sola  afición  y  buena  voluntad,  mostraban 
el  favor  recibido  en  pequeños  cuadritos  de  madera  o  lámina,  que  luego  se 

257 


H17 


llevaban  al  templo,  donde  la  imagen  favorecedora  se  veneraba,  dejándolos 
clavados  sobre  los  muros  de  él  para  perpetua  memoria  del  favor  y  del  agra- 
decimiento. 

Multitud  incontable  de  nuestras  joyas  coloniales  tuvieron  su  origen  en  el 
agradecimiento  a  Dios,  a  la  Virgen  María  y  a  los  Santos. 


258 


CAPITULO  XXIV 
GOBIERNO  Y  LEGISLACION 


Parte  primera:   La  Nueva  España 
Siglos  XV1-XVU  y  XVIII 

1.  Tipo  de  Institución  que  eran  los  hospitales  y  jurisdicción  a  que  estaban 
sometidos. 

Los  hospitales  estuvieron  vinculados  desde  las  épocas  primitivas  de  la  Era 
Cristiana  a  la  Iglesia,  a  través  de  las  catedrales,  parroquias  y  Ordenes  Reli- 
giosas. La  razón  era,  según  ya  explicamos  en  el  Capítulo  Primero  de  esta 
obra,  el  sentido  de  caridad  que  tenían  entonces  estas  Instituciones.  Al  tomar 
la  Iglesia  como  un  deber  de  caridad  el  cuidado  de  los  enfermos  a  través  de 
los  hospitales,  fue  dictando  reglamentaciones  que  ordenaron  la  vida  de  estas 
Instituciones.  Estas  disposiciones  se  refieren  fundamentalmente  a  dos  aspectos 
de  los  hospitales:  la  vida  interior  de  la  Institución  y  sus  relaciones  con  el 
mundo  circundante  (gobierno  civil,  eclesiástico  y  pueblo).  Estas  leyes  y 
ordenanzas  a  las  cuales  se  ajustó  la  vida  y  obra  de  los  hospitales  dimanaron 
de  los  Concilios  nacionales,  provinciales  y  ecuménicos  de  la  Iglesia  Católica.* 
De  todos  los  Concilios  celebrados,  los  que  tienen  una  trascendencia  directa 
en  la  vida  y  gobierno  de  los  hospitales  de  la  Nueva  España  son :  el  Ecuménico 
Concilio  de  Trento  (1545-63)  y  el  Tercer  Concilio  Provincial  Mexicano 
(1585). 

El  Concilio  de  Trento  declaró  que  todos  los  hospitales  dependían  de  la 
Iglesia  en  cuanto  que  eran  Instituciones  religiosas  (aunque  el  fundador  y 

*  Véanse  por  ejemplo  las  citas  del  tomo  I  de  esta  obra  en  la  pag.  18. 


259 


el  personal  que  los  atendieran  fueran  laicos)  y  que,  por  tanto,  quedaban 
sujetos  a  la  jurisdicción  del  Ordinario  Eclesiástico.  Esto  implicaba  que  el 
permiso  de  fundación  debía  concederlo  el  diocesano,  que  las  Ordenanzas  a  que 
se  ajustara  el  gobierno  interior  de  la  Institución  debían  también  ser  apro- 
badas por  el  mismo  y  que  quedaba  sujeta  a  la  inspección  del  obispo.  Para 
evitar  problemas  con  la  autoridad  civil  se  hizo  una  excepción,  que  fue  la 
de  los  hospitales  que  estuvieran  bajo  la  inmediata  protección  de  los  reyes.1 

Estas  declaraciones  fueron  de  enorme  trascendencia,  pues  como  se  afirmó 
que  los  hospitales  eran  Instituciones  religiosas,  al  establecerse  el  Real  Patro- 
nato que  ponía  a  todas  estas  Instituciones  bajo  la  protección  real,  todos  los 
hospitales  quedaron  incluidos  en  él. 

No  quiere  esto  decir  que  todos  los  hospitales  fuesen  reales,  pues  desde 
ahora  aclararemos  que  una  cosa  es  que  fuesen  del  Real  Patronato,  por  ser 
Instituciones  religiosas,  y  otra  el  que,  fundadas  y  dotadas  por  los  reyes, 
fuesen  Hospitales  Reales.  En  cuanto  que  los  hospitales  eran  del  Real  Patro- 
nato, el  rey  pudo  ordenar,  como  lo  hizo,  desde  su  establecimiento  hasta 
su  gobierno.  Así  dice  el  jurista  Ribadeneyra,  que  en  razón  del  Real  Patro- 
nato y  conforme  al  Concilio  Tridentino,  todos  los  hospitales  requerían  para 
su  erección:  1.  Fundarse  con  Real  licencia;  2.  Dar  cuentas  al  Rey;  3.  Ser 
inspeccionados  por  la  autoridad  civil.2  Sin  embargo,  como  el  Real  Patro- 
nato no  privaba  a  los  Obispos  de  sus  derechos  sobre  el  gobierno  de  las  Ins- 
tituciones religiosas,  el  Obispo  también  intervenía  en  el  control  de  ellas. 
Así,  era  derecho  de  los  Diocesanos  autorizar  fundaciones,  visitar  los  hospi- 
tales para  ver  el  buen  trato  a  los  enfermos  y  tomar  cuentas  a  los  priores 
o  administradores. 

Por  esto  es  que  va  a  existir  esa  doble  autoridad,  fruto  natural  de  esa 
unión  de  la  Iglesia  y  el  Estado  que  existió  en  nuestra  época  colonial. 

Podemos  decir  en  términos  generales  (las  variantes  las  señalaremos  más 
adelante),  que  la  fundación  y  gobierno  de  los  hospitales  quedaban  sujetos: 
al  Rey,  a  través  de  las  autoridades  que  lo  representaban  en  la  Nueva  España 
y  al  Consejo  de  Indias;  al  Obispo  de  la  Diócesis  donde  estuviera  situada 
la  Institución,  a  excepción  de  los  casos  en  que  el  hospital  perteneciera  a 
una  Orden  religiosa  que  gozara  de  independencia  del  Ordinario  Eclesiástico, 
como  por  ejemplo,  la  franciscana  y  la  agustina. 

Los  Hospitales  Reales,  que  en  cuanto  tales  estaban  fuera  de  toda  juris- 
dicción episcopal,  entraron  frecuentemente  en  ella,  por  disposición  real.  En 

1  "Hospitalia  enim  quae  secundum  se  subsunt  jurisdictioni  et  visitationi  ordina- 
riorum,  si  sent  sub  inmediata  Regum  protectione  a  tale  eximuntur  juridictione".  Concilio 
de  Trento  Sesión  22  Reforma.  Cap.  8. 

2  Ribadeneyra,  A.  J.  de,  Manual  Compendio,  pp.  236-238. 


260 


la  mayoría  de  los  casos  en  que  el  hospital  era  de  fundación  obispal  y  luego 
se  pedía  al  Rey  lo  tomase  bajo  su  protección,  el  Obispo  y  sus  sucesores  lo 
seguían  administrando,  por  disposición  Real,  pero  gozando  del  título  y 
ventajas  de  las  instituciones  reales.  Ejemplo  de  ello  son,  en  la  Nueva  España, 
el  Hospital  Real  de  Santa  Fe,  de  Michoacán,  fundado  por  el  Obispo  Qui- 
roga  y  el  Hospital  del  Amor  de  Dios,  fundado  por  el  Arzobispo  Zumárraga. 

Por  eso  dice  Solórzano  y  Pereyra  en  su  Política  Indiana  3  que  los  Arzo- 
bispos y  Obispos  tienen  el  derecho  de  visitar  los  hospitales,  los  Reales,  por 
disposición  real,  los  de  indios  porque  se  sustentan  con  bienes  de  comunidad 
(bienes  legos)  y  los  de  patronato  particular,  porque  así  lo  ha  dispuesto  el 
Concilio  de  Trento.  Añade  el  mismo  jurista  una  excepción,  la  de  aquellos 
hospitales  en  los  cuales  no  había  iglesia,  altar,  ni  campanas.  Estos  quedaban 
bajo  la  sola  jurisdicción  real.  En  la  Nueva  España  no  conocemos  ninguno 
que  estuviera  en  esas  condiciones. 

2.  Primeras  Reales  Cédulas  promoviendo  la  erección  de  hospitales 

El  impulso  que  los  Reyes  de  España  dan  a  la  obra  hospitalaria,  dimana  del 
interés  que  ellos  tuvieron  siempre  por  ese  tipo  de  obras  sociales.  Recordemos 
que  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos  hubo  un  renacimiento  hospitalario, 
que  una  de  las  más  bellas  obras  arquitectónicas  que  dejaron  estos  Monarcas 
fue  el  Hospital  de  los  Reyes,  en  Santiago  de  Compostela,  cuyos  planos  se 
convierten  en  el  prototipo  de  la  arquitectura  hospitalaria.  Finalmente,  con- 
sideremos que  al  efectuarse  el  descubrimiento  de  América  era  cuando  tenía 
lugar  en  España  el  mencionado  renacimiento  hospitalario.  Apenas  iniciada 
la  colonización,  el  interés  de  los  católicos  Monarcas  se  manifiesta  en  una 
Instrucción  dada  a  Frey  Nicolás  de  Ovando  en  1503,  en  la  cual  se  ordenaba 
hiciese  hospitales,  y  en  otra  dada  por  el  Rey  a  Diego  Colón  el  3  de  mayo 
de  1509. 4  Las  reales  órdenes  se  suceden  unas  a  otras,  dirigiéndose  a  todos 
los  puntos  de  la  América  Hispana  e  Islas  Filipinas.  Respecto  a  la  Nueva 
España  la  más  antigua  que  conocemos  es  la  Real  Cédula  del  Emperador, 
dictada  en  septiembre  de  1534  y  dirigida  a  la  segunda  Audiencia  y  al  Obispo 
Zumárraga  para  que  den  facilidades  a  Fray  Juan  de  Paredes  a  fin  de  que 
éste  pueda  establecer  dos  hospitales  en  Veracruz  (uno  en  San  Juan  de  Ulúa 


3  Solórzano  y  Pereyra,  Política  Indiana,  pp.  268-269. 

4  Palm,  Erwin  W.,  Multa  Pancis  Médica,  Vol  III.  No.  5,  pag.  59. 

*  No  hay  noticias  de  que  hayan  llegado  a  funcionar,  tampoco  sabemos  nada  de 
su  existencia.  v 


261 


y  otro  en  el  Peñón).  Al  año  siguiente  se  dicta  un  mandato  para  que  se  haga 
otro  en  Tatelulco  (Tlatelolco)  .5  * 

Entre  todas  estas  numerosas  cédulas,  que  sería  tedioso  enumerar,  existe 
una  dada  por  el  mismo  Carlos  I  que  es  tal  vez  la  de  mayor  trascendencia; 
nos  referimos  a  la  del  7  de  octubre  de  1541,  por  la  cual  se  ordena  a  los 
Virreyes,  Audiencia  y  Gobernadores  "que  con  especial  cuidado  provean  que 
en  todos  los  pueblos  de  Españoles  e  Indios  de  sus  Provincias  y  jurisdicciones 
se  funden  hospitales  donde  sean  curados  los  pobres  enfermos  y  exercite  la 
caridad  christiana".6 

Esta  disposición,  aunque  desde  luego  no  fue  la  inspiradora,  sí  fue  la  que 
impulsó  de  manera  oficial  el  gran  movimiento  hospitalario  del  siglo  XVI. 
Con  harta  frecuencia  se  lee  en  los  documentos  de  la  época,  que  al  fundarse 
un  pueblo  o  al  trazarse  una  ciudad,  se  constituye  jurídicamente  el  hospital 
o  que  se  deja  en  la  primitiva  traza  un  sitio  o  unos  solares  para  el  mismo; 
ejemplo:  el  hospital  de  San  Jusepe,  de  la  ciudad  de  Puebla.  Desgraciada- 
mente la  ley  no  se  cumplió  con  absoluta  exactitud. 

A  la  Autoridad  eclesiástica  también  le  pidió  el  rey  la  fundación  de  hos- 
pitales. Hay  una  Real  Cédula  del  13  de  febrero  de  1541  en  la  que  se  dice 
al  Arzobispo  de  Santo  Domingo,  que  ponga  en  cada  Parroquia  un  hospital. 

Esta  ley  no  se  aplicó  tampoco  exactamente,  pues  aunque  en  muchas  pa- 
rroquias se  levantaron  hospitales,  no  en  todas.  El  único  sitio  en  que  esta 
orden  se  realiza  plenamente  es  en  la  Diócesis  del  limo.  Vasco  de  Quiroga 
y  a  través  del  Clero  regular  formado  por  agustinos  y  franciscanos,  como 
vimos  en  el  tomo  I. 

Las  Cédulas  Reales  con  el  fin  de  obligar  a  las  Autoridades  y  al  Clero  a 
fundar  hospitales,  se  suceden  constantemente  a  través  de  todo  el  siglo  XVI. 

Julia  Herráez,  en  su  documentado  estudio,  cita  el  plan  para  la  fundación 
del  hospital  mencionado  por  Ovando  en  el  Libro  l9  de  la  Gobernación 
espiritual  de  las  Indias,  el  cual  ordena  que  "en  todos  los  lugares  de  Indias 
donde  se  erigiere  Iglesia,  Catedral  o  Parroquia,  en  el  mismo  lugar  se  erija, 
funde,  construya  y  dote  un  hospital,  mandamos  se  les  dé  solar  competente 
de  lo  realengo  si  lo  hubiese  y  si  no  de  particulares,  pagándoselo  cerca  de 
la  iglesia.  .  ."  Se  dispone  además  que  tenga  buenas  enfermerías,  oficinas, 
habitación,  administradores  y  sirvientes.7 

Hay  una  cédula  de  18  de  mayo  de  1553  dirigida  a  la  Audiencia  de  Nueva 
España  en  la  cual  se  le  encarga  el  cuidado  de  hacer  hospitales  para  indios  po- 

0  Herráez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pag.  53. 
*  No  hay  noticias  de  que  hayan  llegado  a  funcionar. 

c  Recopilación,  Ley  I,  título  IV.  Lib.  lo. 

1  Herráez,  Julia.,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  54-55. 


262 


bres  naturales  y  forasteros.  Y  otra  de  1573  en  la  que,  al  tratar  de  los  descu- 
brimientos se  ordena  que,  en  las  nuevas  poblaciones  "se  señalen  sitios  para  los 
hospitales,  que  los  de  enfermedades  contagiosas  se  pongan  en  las  afueras  de  la 
ciudad  y  los  que  no  lo  sean  se  hagan  junto  a  los  templos  e  iglesias". 

Mas  no  sólo  los  pueblos  y  las  ciudades  los  necesitaban,  había  algo  más: 
aquellos  núcleos  de  población  que  surgían  donde  las  vetas  del  oro  y  la  plata 
eran  descubiertas.  Allí,  en  los  áridos  despoblados  donde  los  indios  eran  lle- 
vados a  trabajar,  también  urgían  hospitales.  Así  lo  entendió  Felipe  II  cuando 
en  su  Cédula  del  10  de  enero  de  1589  autorizó  que  los  indios  pudieran  ser 
llevados  a  los  trabajos  mineros,  bajo  las  condiciones  de  que:  el  temple  de 
la  tierra  no  los  dañara,  tuvieran  justicia  que  los  protegiera,  bastimentos  para 
poderse  sustentar,  buena  paga  en  sus  jornales  y  "hospitales  donde  sean  cura- 
dos, asistidos  y  regalados  los  que  enfermaren".8 

Todas  estas  leyes  que  disponían  la  fundación  de  hospitales  fueron  acogidas 
y  realizadas  según  el  mayor  o  menor  fervor  religioso  de  las  Autoridades  civiles 
y  eclesiásticas  de  cada  lugar.  Por  eso  es  que  en  regiones  como  Michoacán, 
vemos  realizadas  plenamente  esas  disposiciones  ideales  de  que  hubiese  un 
hospital  en  cada  pueblo,  pero  en  otras  muchas,  no  existe  hospital.  Y  esto 
sucedía  tanto  aquí  como  en  todo  el  mundo  hispánico.  Por  eso  es  también 
que  al  siglo  de  mayor  fervor  religioso  o  sea  al  XVI  corresponde  el  mayor 
número  de  fundaciones  hospitalarias. 

3.  Disposiciones  para  la  erección  de  hospitales 

Ahora  bien,  según  el  espíritu  de  estas  leyes,  no  habría  sido  necesaria  la 
obtención  de  una  licencia  para  la  fundación  de  hospital  alguno,  pues  la  orden 
traía  implícita  la  licencia;  pero  esto  rezaba  sólo  con  las  Instituciones,  podría- 
mos decir,  oficiales  (o  sean  las  fundadas  por  la  Iglesia  y  los  Ayuntamientos) 
no  las  particulares.  En  el  siglo  XVI,  se  acudía  al  rey  sólo  en  el  caso  en  que 
se  deseara  hacer  de  la  Institución  un  Hospital  Real.  Así  lo  hacen  Zumá- 
rraga,  con  un  Hospital  del  Amor  de  Dios,  y  Vasco  de  Quiroga  con  el  de 
Santa  Fe  de  Michoacán,  hospitales  que  son  aprobados  y  recibidos  bajo  la 
protección  Real  el  29  de  noviembre  de  1540  y  el  lo.  de  mayo  de  1543,  respec- 
tivamente.9 

Las  reales  cédulas  que  conocemos  son  únicamente  para  apoyar  hospitales  ya 
establecidos,  como  el  primero  de  San  Lázaro  de  México  en  1530.  10 

8  Recopilación.  Ley  I,  título  XV.  Lib.  VI. 

*  Recopilación.  Ley  10,  tit.  IV.  Lib.  I.  Recopilación.  Ley  12,  tit.  XXIII.  Lib.  I. 
10  Herráez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pag.  63. 


263 


Los  particulares,  cuando  pretendieron  fundar  un  hospital,  tuvieron  que 
recabar  una  licencia  real.  Esto  quedó  instituido  como  requisito  indispensable 
para  la  fundación,  por  la  Real  Cédula  del  17  de  mayo  de  1591,  dada  por 
Felipe  II,11  que  autorizó  a  los  particulares  para  construir  y  dotar  hospitales 
previa  licencia  suya  y  de  sus  sucesores  sin  perjuicio  del  Patronato.  Pero  esto 
ocurre  a  finales  del  XVI,  pues  en  todo  el  siglo  bastaron  las  licencias  del 
Virrey  y  los  obispos.  Tal  vez  por  esto  se  queja  el  Marqués  de  Villa  Man- 
rique a  Felipe  II,  el  4  de  febrero  de  1587,  diciéndole  que  en  los  hospitales 
del  Reino  de  la  Nueva  España,  tanto  en  los  pueblos  como  en  las  ciudades, 
no  se  guardaba  puntualmente  el  Real  Patronato  y  eran  administrados  arbi- 
trariamente, carecían  de  ordenanzas  aprobadas  y  no  tenían  licencia  de 
fundación.12  Tras  de  este  informe  viene  la  Real  Cédula  de  1591  arriba  citada, 
que  es  la  que,  a  partir  de  entonces,  va  a  regir  plenamente  durante  los  siglos 
XVII  y  XVIII  a  todas  las  Instituciones  hospitalarias  particulares  y  oficiales. 
Con  esto  se  salvaguardó  el  Real  Patronato. 

Dice  a  este  respecto  Solórzano  y  Pereyra  en  su  Política  Indiana  que  los 
reyes,  en  virtud  del  Real  Patronato,  tenían  derecho  sobre  todas  las  funda- 
ciones religiosas  de  las  Indias  y  que  por  ello  fue  necesaria  una  Real  Cédula 
que  permitiera  a  los  particulares  construir  y  dotar  hospitales,  con  el  derecho 
de  reservar  para  ellos  el  Patronato,  sin  perjuicio  de  los  derechos  del  Real 
Patronato. 

Prácticamente  la  cosa  se  hacía  de  la  siguiente  manera:  se  solicitaban  las 
licencias  del  Virrey  y  del  Obispo  en  cuya  Diócesis  iba  a  erigirse  el  hospital 
y  obtenidas  ambas  se  iniciaba  la  edificación  o  acondicionamiento  del  local, 
en  tanto  que  la  licencia  civil  iba  al  Consejo  de  Indias,  para  su  aprobación. 
En  caso  de  rechazo,  las  licencias  obispal  y  virreynal  quedaban  nulificadas. 
Ejemplo:  el  hospital  de  Parral. 

4.  Disposiciones  para  el  gobierno  interior  de  los  hospitales 

Cosa  semejante  ocurría  con  las  ordenanzas,  que  podía  hacerlas  el  fundador 
pero  someterlas  a  la  aprobación  del  Obispo  y  del  Virrey.  Tratándose  de 
Instituciones  reales  la  aprobación  debía  darla  el  Consejo  de  Indias.  En  los 
hospitales  militares  las  Ordenanzas  se  hacían  en  España  y  eran  de  carácter 
general  para  todos  los  de  esta  clase,  aunque  se  les  adaptaban  las  modali- 
dades a  que  las  condiciones  de  cada  región  obligaban. 

Según  hemos  visto  a  lo  largo  de  esta  obra,  no  todas  las  ordenanzas  se 
mandaban  a  España  para  su  aprobación,  pues  según  parece,  esto  sólo  ocurría 

11  Recopilación.  Ley  X,  tit.  IV.  Lib.  lo.  (Capítulo  6o.  del  Patronazgo). 

12  Trens,  Historia  de  Veracruz,  tomo  II,  pp.  289-290. 


264 


con  los  Hospitales  Reales;  citaremos,  por  ejemplo,  al  Hospital  del  Amor  de 
Dios,  que  fundado  por  Zumárraga  y  colocado  bajo  la  protección  real,  tiene 
unas  ordenanzas  que  fueron  hechas  por  Fray  Juan  de  Zumárraga,  Arzobispo 
Metropolitano  y  don  Antonio  de  Mendoza,  Virrey  de  la  Nueva  España  y 
que  requirieron  para  su  vigencia  la  aprobación  del  Consejo  de  Indias. 

Ejemplos  como  éste  pueden  encontrarse  no  sólo  en  los  hospitales  de  la 
Nueva  España  sino  en  todos  los  de  toda  Hispano-América.13  Estaban  sujetas 
a  la  aprobación  real  — y  aun  pontificia —  las  Hermandades  hospitalarias  que 
iban  surgiendo,  junto  con  los  Estatutos  y  Ordenanzas  para  el  gobierno  de 
sus  hospitales.  En  cambio,  no  conocemos  aprobación  de  las  Ordenanzas  de 
esos  centenares  de  hospitales  de  indios  que  hubo  en  Michoacán,  Jalisco  y 
otros  muchos  sitios,  de  las  cuales  gran  parte  estaban  escritas  en  las  lenguas 
indígenas.  Por  ejemplo,  citaremos  las  que  hizo  Fray  Alonso  de  Molina,  comen- 
tadas en  el  tomo  I  de  esta  obra. 

Aunque  las  Ordenanzas  de  cada  hospital  eran  hechas  por  sus  fundadores, 
tenían  que  ajustarse  a  ciertas  bases,  sin  las  cuales  no  recibían  la  aprobación 
de  los  Obispos  y  sin  ella  no  podían  tener  vigencia. 

Estas  bases,  que  son  tradicionales  en  toda  la  Historia  de  la  Iglesia,  refe- 
rentes a  estas  Instituciones,  son  expuestas  con  toda  claridad  en  el  III  Concilio 
Provincial  Mexicano.14  La  esencia  de  ellas  puede  concretarse  en  los  siguientes 
puntos. 

I.  Que  los  hospitales  sean  para  pobres  y  sólo  por  excepción  se  reciba  a  los 
que  tengan  bienes  de  fortuna,  pero  esto  sólo  mediante  paga.  A  los  pobres 
no  se  les  permita  pagar  cosa  alguna  bajo  ningún  pretexto. 

II.  Que  se  dé  instrucción  religiosa  a  los  enfermos;  para  esto  haya  en  todas 
las  capillas  de  los  hospitales  una  "tabla  de  la  doctrina  cristiana".  Se  procure 
la  salvación  eterna  de  los  enfermos  procurando  que  se  confiesen  en  el  término 
de  tres  días  después  de  su  ingreso  al  hospital,  administrando  los  sacramentos  a 
los  moribundos  y  dando  a  todos  facilidades  para  oír  la  Santa  Misa  (de  estas 
disposiciones  nace  la  necesidad  de  oratorio  o  capilla  en  todos  los  hospitales, 
que  más  tarde  — en  siglos  posteriores —  con  el  espíritu  barroco  se  convierte 
en  la  necesidad  de  hacer  grandes  iglesias  anexas  a  los  hospitales),  y  también 
se  dé  entierro  a  los  que  en  ellos  fallecieren  asistiendo  a  él,  el  beneficiado  y 
el  Cura  del  lugar. 

III.  Haya  sala  para  hombres  y  por  separado  sala  de  mujeres. 

Que  se  lleve  en  un  libro  un  detallado  registro  de  enfermos,  señalando 
patria,  edad,  oficio,  estado,  etc.,  anotándose  las  pertenencias  con  que  llegan 
al  hospital,  para  que  se  les  devuelvan  a  su  salida. 

13  Herráez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pag.  61. 

14  III  Concilio  Provincial  Mexicano,  1585,  cap.  III,  tit.  XIV,  pp.  303-307. 


265 


Se  procure  que  hagan  testamento.  (Estaba  prohibido  que  testasen  en  favor 
de  los  confesores  y  empleados  del  hospital). 

IV.  Quedaba  prohibido:  recibir  malhechores,  ebrios  y  demás  maleantes, 
entretenerse  en  juegos  de  azar  y  que  de  fuera  llevasen  manjares  a  los  enfermos. 

V.  Los  Administradores  y  Enfermeros  mayores,  dice  el  Concilio,  debían 
estar  adornados  de  un  celo  cristiano,  mostrarse  piadosos,  benignos  y  fieles, 
confesar  sus  pecados  y  recibir  la  Sagrada  Eucaristía,  en  determinadas  fiestas. 
Los  encargados  del  hospital  debían  comprar  todo  lo  necesario  para  que 
nada  faltase  a  los  enfermos  y  los  Enfermeros  mayores  debían  cuidar  la  lim- 
pieza de  los  enfermos  y  del  hospital.  En  estas  disposiciones,  la  parte  médica 
se  deja  a  los  galenos. 

Estas  reglas  son  los  lincamientos  generales  solamente,  pues  el  Concilio  dis- 
puso que  cada  hospital  tuviera  sus  propias  ordenanzas,  ajustadas  a  éstas  y 
aprobadas  por  el  Ordinario  Eclesiástico,  su  Oficial  o  Visitador,  y  que  una 
vez  que  las  Ordenanzas  se  aprobasen,  debían  cumplirse  sin  excusa  alguna, 
so  pena  de  ser  expulsados  de  las  Instituciones. 

Los  Obispos  en  sus  Diócesis  conservaban  toda  su  autoridad  para  establecer 
en  ella  las  reglas  de  gobierno  hospitalario  que  juzgasen  convenientes. 

5.  Control  de  los  hospitales  por  parte  de  las  autoridades 

La  inspección  de  los  hospitales,  como  medio  de  control  de  ellos,  la  reali- 
zaban los  Obispos  o  sus  representantes,  excepto  en  los  casos  en  que  se  tratase 
de  Institución  real.  Los  Obispos  podían  tomar  cuentas  a  los  Mayordomos 
y  Administradores,  ''cobrar  los  alcances  y  ponerlos  en  las  caxas  a  donde 
tocaren,  para  que  de  allí  se  distribuyeran  en  cosas  necesarias".15  En  el  caso 
de  tratarse  de  Hospital  Real,  las  visitas  las  hacían  acompañados  de  la  Auto- 
ridad civil  :  ésta  podía  ser  el  Oidor,  denominado  Juez  de  hospitales  y  colegios,16 
y  en  las  Provincias,  los  Gobernadores  o  los  Jueces  y  Oficiales  Reales  comi- 
sionados para  ello. 

Hay  una  Real  Cédula  de  Felipe  II  dirigida  a  los  Virreyes  del  Perú  y 
Nueva  España  que  les  ordena  el  "que  cuiden  de  visitar  algunas  veces  los 
hospitales  de  Lima  y  México  y  procuren  que  los  Oydores,  por  su  turno,  hagan 
lo  mismo'',  cuando  aquéllos  no  puedan.  Se  ordena  también  a  los  Presidentes 
y  Gobernadores  que  vigilen  la  cura,  servicio  y  hospitalidad  que  se  hace  a  los 
enfermos,  estado  del  edificio,  dotación,  limosnas,  etc.17 

m  Recopilación.  Ley  III.  tit.  IV.  Lib.  I. 

A.G.N.M.  Ramo  Duplicado  de  Reales  Cédulas.  Yol.  I.  Exp.  192,  pag.  172.  enero 
1562.  Yol.  I.  Exp.  192,  pag.  170,  enero  1564. 
Recopilación.  Ley  III.  tit.  IY.  Lib.  I. 


266 


Naturalmente  que  esta  doble  autoridad,  amparada  en  dobles  reales  cédulas, 
provocó  constantemente  el  choque  de  ambas  autoridades.  Así,  empezamos 
a  ver  a  través  de  la  historia  de  los  hospitales,  esa  pugna  que  resulta  en  daño 
para  las  Instituciones. 

Recién  comenzado  el  siglo  XVII  el  Rey  tiene  que  dictar  otra  Real  Cédula 
en  que  empieza  a  delimitar  los  derechos  de  ambas  autoridades.  Nos  referi- 
mos a  la  dada  el  23  de  mayo  de  1604  en  Valladolid  y  en  la  cual  se  ordena 
al  Virrey  y  Justicias  que  no  se  entrometan  en  nombrar  Mayordomo  de  hospital 
ni  en  tomar  cuentas,  sino  que  dejen  en  ello  libertad  a  los  Obispos.18  Los 
choques  llegaron  hasta  convertirse  en  obstáculo  para  la  obra  hospitalaria. 
Así  se  desprende  de  la  Real  Cédula  de  1587  en  la  que  el  Rey  tiene  que  orde- 
nar a  sus  representantes  y  Audiencia  que  no  sólo  no  se  entrometan  y  contra- 
digan lo  que  los  Obispos  disponen,  sino  que  ayuden  a  la  obra.19 

El  28  de  agosto  de  1591  Felipe  II  dictó  otra  Real  Cédula  ordenando  que 
los  Mayordomos  y  Administradores  de  las  fábricas  de  iglesias  y  hospitales 
de  indios,  se  nombraran  conforme  a  lo  dispuesto  por  el  Real  Patronato.  Esto 
se  complica  más  cuando  las  fundaciones  de  hospitales  no  las  hacen  ni  el 
Rey  ni  el  Obispo,  sino  los  particulares,  pues  el  problema  de  bienes,  dotaciones, 
diezmos  y  demás  va  complicando  el  asunto  de  los  Patronatos  y  por  ende 
de  jurisdicciones. 

La  ley  decía  así:  "Si  algún  particular,  de  su  propia  hacienda  quisiere  fun- 
dar Monasterio,  Hospital,  Ermita.  .  .  u  otra  obra  pía  en  las  Indias  previa 
licencia  nuestra",  se  cumpla  la  voluntad  de  los  fundadores  y  "que  en  esta 
conformidad  tengan  el  Patronazgo  de  ellos  las  personas  a  quienes  nombraren 
o  llamaren",  conservando  los  Arzobispos  y  Obispos  la  jurisdicción  que  les 
permite  el  Derecho.21 

Para  poder  entender  estos  problemas  veamos  previamente  la  cuestión  refe- 
rente al  sustento  de  los  hospitales,  que  es  de  donde  dimanaron  todos  las 
complicaciones  y  en  la  cual  se  basó  la  clasificación  que  se  hizo  buscando  la 
solución  a  los  problemas  del  gobierno  hospitalario. 

Sostenimiento  de  los  hospitales 

Primeramente,  hay  que  considerar  que,  conforme  al  Real  Patronato  con- 
cedido por  el  Papa  Alejandro  VI,  la  fundación  de  hospitales  — como  la  de 
toda  Institución  religiosa —  entraba  en  la  jurisdicción  real.  Que  conforme 

18  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  45.  Exp.  8. 

19  Recopilación.  Ley  44,  tit.  IV.  Lib.  I. 

20  Encinas,  Diego,  Cedulario,  tomo  I,  pp.  218-219. 
:i  Recopilación.  Ley  43,  tit.  VI.  Lib.  lo. 


267 


a  la  obligación  que  dicho  Patronato  confería  a  los  Reyes,  éstos  debían  pro- 
curar el  sustento  de  los  hospitales.22  Dice  el  jurista  Ribadeneyra  que  esa 
condición  hizo  que  los  diezmos  no  fuesen  al  rey  sino  que  se  redonasen  a 
todas  las  iglesias  para  su  edificación,  dotación  y  defensa  y  para  el  sustento 
de  los  hospitales,23  en  cuanto  que  eran  Instituciones  religiosas.  Por  ello  no 
sólo  se  ocuparon  de  dar  leyes  que  promovieran  la  fundación  de  los  nosoco- 
mios, sino  también  de  dar  disposiciones  para  sustentarlos. 

a)  Diezmos 

La  fundamental  — por  el  carácter  de  ley  general  con  que  se  dictó —  fue  la 
contenida  en  la  Real  Cédula  del  3  de  febrero  de  1541,  dada  por  el  Empe- 
rador don  Carlos  y  el  Cardenal-Gobernador.24  En  ella  se  hace  la  distribu- 
ción de  los  diezmos  eclesiásticos,  que  fue  uno  de  los  grandes  problemas  entre 
Iglesia  y  Estado,  designando  una  parte  de  ellos  para  el  sustento  de  los 
hospitales. 

Veamos,  para  este  asunto,  cómo  se  hizo  la  mencionada  distribución.  Se 
ordenó  que  de  los  diezmos  correspondientes  a  cada  Iglesia  Catedral  se  sa- 
casen "dos  partes  de  cuatro  para  el  Prelado  y  Cabildo",  y  de  las  otras  dos 
se  hicieran  nueve  partes;  de  éstas,  dos  serían  "para  el  Rey,  tres  para  la  fábri- 
ca de  Iglesia  Catedral  y  Hospital;  y  de  los  restantes  cuatro  novenos  sea  dado 
el  salario  de  los  curas  que  la  erección  mandase,  para  que  el  Mayordomo  del 
Cabildo  haga  con  ello  lo  que  la  erección  mandare".25 

Gráficamente  esto  significaba  lo  siguiente: 

1  1  >     |     I     i     \      1     I      1     1  I 

v.  v  JL^Jl — y — ^  y  4 

Prelado  y  Cabildo  El  Rey  Fábrica  de  Sustento  de  cié- 

Parroquia  y  rigos  y  ministros 
Hospital       del  culto 

La  ley  añadía  que  cuando  los  diezmos  no  fuesen  suficientes,  debería  su- 
plirse de  las  Cajas  Reales  y  que  cuando,  por  el  contrario,  fueran  suficientes, 


22  Recopilación.  Ley  27,  tit.  XXVII.  Lib.  I. 

23  Ribadeneyra.  Antonio  Joaquín  de,  Manual  Compendio.  .  .  pp.  78-79. 

24  Recopilación.  Ley  23,  tit.  XVI.  Lib.  I. 

25  Recopilación.  Ley  23,  tit.  XVI.  Lib.  I. 


263 


el  Prelado  y  el  Cabildo  los  cobraran  y  administraran  y  los  Oficiales  Reales 
sólo  recabaran  los  dos  novenos  señalados  al  Rey. 

Dice  Ribadeneyra  que  al  redonar  el  Rey  los  diezmos  a  la  Iglesia,  éstos  ad- 
quirían otra  vez  su  espiritual  naturaleza,  a  pesar  de  que  el  Monarca  intervi- 
•    niera  con  su  derecho  en  las  causas  decimales.26 

Las  necesidades  hospitalarias  eran  enormes  y  lo  asignado  en  el  reparto  de 
los  diezmos  era  tan  pequeño  que  no  podía  satisfacerlas.  Por  ello  los  Reyes 
intervinieron  a  través  de  lo  que  les  era  propio  o  sea  la  Real  Hacienda.  Así  lo 
confirmaba  Felipe  IV  en  su  Real  Cédula  del  5  de  octubre  de  1626  diciendo: 
"de  los  diezmos  que  a  nos  pertenecen  por  concesiones  Apostólicas,  hemos 
dotado  todas  las  iglesias  de  nuestras  Indias,  Arzobispados  y  Obispados  de 
ellas,  supliendo  Nuestra  Real  Hacienda  lo  necesario  para  su  dotación  de  ali- 
mentos y  congrua  sustentación".27  Y  añade  el  mismo  jurista:  "En  las  iglesias 
donde  los  diezmos  no  alcanzan  el  Rey  suple  con  su  erario".  28 

Veamos  ahora  hasta  dónde  llegó  esa  suplencia  y  su  eficacia.  Consideremos,, 
primeramente,  la  ayuda  para  las  fundaciones  de  hospitales.  Citaremos  el 
ejemplo  típico  que  tenemos  en  la  ciudad  de  México.  Al  hacerse  la  erección 
de  la  Catedral,  se  destinó  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos  para  un  hospital. 
Este  lo  aplicó  Zumárraga  al  hospital  que  él  mismo  fundara.  Sin  embargo, 
no  les  fueron  suficientes  y  entonces  se  acudió  al  Rey.  Este  mandó  que  de  la 
Real  Hacienda  se  diera  al  Arzobispo,  lo  que  había  gastado  en  la  construcción. 

Hacía  falta  un  Hospital  de  indios.  Los  franciscanos  habían  iniciado  la  obra 
pobremente,  improvisándolo  todo,  pero  pronto  se  vio  que  era  necesario  hacer 
de  ella  una  verdadera  Institución  hospitalaria  y  se  acudió  al  Rey.  El  Prínci- 
pe don  Felipe  respondió  dando  para  la  fundación  2,000  pesos  de  oro  toma- 
dos de  las  Penas  de  Cámara  o  de  la  Real  Hacienda.29  Sin  embargo,  esto  no 
es  lo  más  frecuente,  en  general  los  Reyes  no  hacen  las  fundaciones,  sino  que 
ayudan  al  sustento  de  los  hospitales  ya  fundados. 

b)  Mercedes  reales 

Ante  la  insuficiencia  del  noveno  y  medio  de  los  diezmos,  el  Rey  dispuso,, 
no  por  ley  general  sino  en  particular  para  numerosos  hospitales,  la  ayuda 
real.  Esta  se  va  a  ejercer  de  diferentes  modos,  dando  ayuda  en  dinero  proce- 
dente de  la  Real  Hacienda.  Así  tenemos  la  Real  Cédula  de  1521  referente 
a  los  Hospitales  de  Panamá,  otra  de  1528  referente  al  Hospital  de  Santa 

26  Ribadeneyra,  Antonio  Joaquín  de,  Manual  Compendio.  ..  ,  pag.  117. 

27  Recopilación.  Ley  XXVII,  tit.  VII.  Lib.  lo. 

28  Ribadeneyra,  Antonio  Joaquín  de,  Manual  Compendio.  .  .,  pag.  79. 

29  Véase  el  tomo  I  de  esta  obra. 


269 


Marta.  La  primera  no  fija  monto  a  la  donación  y  sólo  dice  que  se  dé  de  la 
Real  Hacienda  lo  que  fuere  menester;  la  segunda  indica  que  la  ayuda  será 
por  el  tiempo  que  el  Rey  quisiere.  Las  Reales  Cédulas  se  continúan  ince- 
santemente. Así  tenemos  las  referentes  al  Perú,  dadas  en  1529,  1553  y 
156  7  30  y  la  de  mayo  de  1553  referente  al  Hospital  Real  de  los  Indios  de  Mé- 
xico,31 que  fijan  la  cantidad  que  perpetuamente  gozarán  los  hospitales  para 
su  sustento.  Igual  sucede  con  la  de  1608,  dada  para  el  Hospital  de  Porto- 
belo.32  En  1559,  para  el  de  Santiago  de  Guatemala;  en  1567,  para  el  de  San 
Andrés  de  Españoles,  en  la  Ciudad  de  los  Reyes  (Perú). 

Hemos  mencionado  estos  hospitales  extranjeros  para  explicar  mejor  la  po- 
lítica hospitalaria  del  Gobierno  español.  Las  Reales  Cédulas  referentes  a  Mé- 
xico y  no  consignadas  en  la  Nueva  Recopilación,  ni  en  cedularios  como  el  de 
Encinas  y  otros,  son  muy  numerosas  y  las  hemos  citado  ya  a  lo  largo  de  este 
estudio,  en  la  historia  particular  de  cada  hospital.  En  síntesis,  diremos  que 
de  los  hospitales  fundados  en  el  siglo  XVI  gozaban  de  la  ayuda  real  nueve, 
sin  contar  los  de  Michoacán  y  Jalisco  de  los  que  sabemos  que  muchos  la 
tenían,  pero  es  imposible  fijar  su  número. 

En  los  siglos  XVII  y  XVIII  la  ayuda  Real  se  sostiene  como  la  habían  de- 
cretado los  Monarcas  del  XVI,  pero  se  amplía  muy  poco.  Entre  los  nuevos 
hospitales  ayudados  por  los  Reyes  en  el  XVII,  tenemos  el  de  Convalecientes 
(Betlemitas) ,  al  que  se  le  dan  en  1606  dos  sitios  y  estancia  de  tierra; 33  el  de 
San  Francisco  de  Campeche,  ayudado  en  1673  con  500  ducados  de  renta  en 
pensiones  de  encomiendas  de  indios.34  Para  los  numerosos  hospitales  de  Amé- 
rica y  Filipinas  hay  también  Mercedes  Reales  en  esta  época,  e  igualmente 
que  para  Nueva  España,  son  en  menor  número  que  en  el  XVI.  En  el  siglo 
XVIII  se  da  ayuda  al  Hospital  de  San  Antonio  Abad,  de  la  Ciudad  de  Mé- 
xico, concediéndosele  el  lo.  de  marzo  de  1768,  1,000  pesos  anuales  por  diez 
años.35  El  4  de  noviembre  de  1758  el  Rey  concede  al  Hospital  de  San  Miguel 
de  Guadalajara  "el  líquido  que  queda  vacante  del  Obispado  de  Guadalajara, 
rebajadas  las  cargas".36 

La  efectividad  y  duración  de  las  dotaciones  reales  en  la  Nueva  España  la 
hemos  estudiado  ya  en  cada  uno  de  los  hospitales,  pero  en  términos  generales 
podemos  afirmar  que  nunca  fue  tan  generosa  como  para  sostener  íntegra- 

30  HerrÁez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pag.  36. 

31  Recopilación.  Ley  22,  tit.  II.  Lib.  I. 

32  Recopilación.  Ley  18,  tit.  IV.  Lib.  I. 

33  A.G.N.M.  Ramo  Duplicado  de  Reales  Cédulas.  Vol.  5,  pp.  49-50. 

34  HerrÁez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pag.  39. 

35  HerrÁez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  39-40. 
M  HerrÁez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  45-46. 


270 


mente  ni  un  solo  hospital.  Como  ejemplo  citaremos  al  Hospital  Real  de  los 
Indios,  de  la  ciudad  de  México.  Este  se  fundó  con  bienes  de  la  Corona,  Felipe 
II  le  asignó  importante  cantidad  para  su  sustento  y  dispuso  que  si  no  era 
suficiente  se  le  pidiese  más.  No  sabemos  si  se  acudió  al  Monarca  o  no,  el  caso 
es  que  no  bastó  a  sostenerlo  su  ayuda,  y  que  fue  necesario  añadir  el  real 
de  hospital  que  como  contribución  se  impuso  a  los  indios.  Como  esto  tampo- 
co era  suficiente,  los  Reyes  le  otorgaron  el  goce  económico  de  ciertos  mono- 
polios como,  por  ejemplo,  el  del  teatro. 

Considerando  que  los  hospitales  en  aquella  época  no  son  un  servicio  del 
Estado  sino  caridad  pública  que  la  Iglesia  controla,  no  puede  menos  que  re- 
conocerse que  fueron  los  Reyes  muy  generosos  y  que  su  profundo  espíritu 
cristiano  los  hizo  ser  puntales  de  la  obra  hospitalaria  en  América. 

Veamos  ahora  de  qué  fondos  procedía  la  ayuda  real.  Cuando  el  Rey  dice 
"de  mi  Real  Hacienda"  siempre  señala  de  cuáles  fondos  debe  emanar  la 
merced.  Esta  en  general  procede  de:  Penas  de  Cámara,  Escribanía  Mayor  de 
Minas,  Derechos  de  almojarifazgo,  Encomiendas  vacas,  Reales  novenos,  Re- 
partimientos, Cajas  de  Comunidad,  Derechos  de  Anclaje  y  Cisas.  Ahora 
bien,  no  sólo  se  ayudaba  a  los  hospitales  dándoles  fondos  de  la  Real  Hacien- 
da, sino  también  otorgándoles  concesiones,  como  por  ejemplo,  el  goce  de 
un  monopolio,  como  lo  fueron  el  teatro,  el  juego  de  pelota  y  bolos,  la  impre- 
sión de  libros,  loterías,  rifas,  etc.,  o  bien  concediéndoles  el  permiso  para 
recabar  la  limosna  pública.  Se  ayuda  a  los  hospitales,  aminorando  sus  gastos 
con  exenciones  de  impuestos,  alcabalas,  derechos  en  los  tribunales,  etc.  Ejem- 
plo: la  Real  Cédula  del  4  de  enero  de  1633  que  eximió  a  los  frailes  de  pagos 
de  impuestos  de  bienes,  limosnas,  mandas  y  legados.37  También  se  les  soco- 
rre, ayudando  a  los  frailes  hospitalarios,  con  dejarles  viajar  gratis  en  las  flotas. 

La  imposición  de  la  contribución  del  ^  real  de  Hospital  a  los  indios,  sólo 
existió  en  Perú  y  Nueva  España  y  servía  para  sostener,  como  hemos  visto, 
el  hospital  exclusivo  de  ellos. 

Para  el  sostenimiento  de  los  hospitales  de  los  obreros  de  las  minas,  el  Rey 
dispuso  que  los  dueños  de  ellas  pagaran  el  encame  de  sus  trabajadores.38 
Esto  con  frecuencia  no  se  cumplió,  siendo  entonces  los  trabajadores  los  que, 
creando  una  especie  de  Seguro  Social,  pagaban  una  corta  parte  de  su  salario 
para  sostener  su  propio  hospital. 


A.G.N.M.  Ramo  Duplicado  de  Reales  Cédulas.  Vol.  74.  No.  150. 
Recopilación.  Ley  I,  tit.  XV.  Lib.  VI. 


271 


Los  hospitales  reales 

Aun  cuando,  todos  los  hospitales  quedaban  comprendidos  dentro  del  Real 
Patronato,  sólo  de  treinta  y  uno  sabemos  que  fueron  Hospitales  Reales  (sin 
contar  los  de  Quiroga,  los  franciscanos  y  los  agustinos). 

De  estos  hospitales,  aunque  solamente  uno  fue  fundado  con  dineros  de  la 
Corona,  todos  al  ser  recibidos  bajo  la  tutela  directa  de  los  Reyes  recibían  a 
la  par  que  privilegios,  cierta  dotación  económica  en  cualquiera  de  las  for- 
mas enunciadas  arriba.  Hay,  además,  numerosos  hospitales  que  reciben  este 
socorro  sin  llegar  a  ser  por  ello  Hospitales  Reales.  Para  ejemplo  de  ello  cita- 
remos el  Hospital  de  San  Juan  de  Letrán  de  Puebla,  Pue.,  y  el  de  Ntra.  Sra. 
de  los  Remedios  de  Campeche.  Es  decir,  hubo  una  política  en  favor  de  la 
incrementación  de  la  obra  hospitalaria,  pero  al  mismo  tiempo  una  franca 
tendencia  a  no  monopolizar  ni  absorber  dentro  del  Estado  los  hospitales  sino, 
por  el  contrario,  dejar  absoluta  libertad  para  este  tipo  de  obras,  como  puede 
verse  a  lo  largo  de  estos  estudios. 

c)  La  ayuda  de  la  Iglesia 

No  bastaron  los  diezmos  ni  la  ayuda  real  para  llenar  las  necesidades  hos- 
pitalarias de  la  Nueva  España,  se  precisaba  mucho  más.  Así  lo  entendió  la 
Iglesia  desde  que  se  inició  la  evangelización. 

Principia  la  obra  un  seglar  que  pronto  se  convirtió  en  Obispo  de  Michoa- 
cán,  el  limo,  don  Vasco  de  Quiroga,  lo  siguen  en  la  Jerarquía  eclesiástica  el 
limo,  don  Fray  Julián  Garcés  O.  P.,  Obispo  de  Tlaxcala;  el  limo,  don  Fray 
Juan  de  Zumárraga  O.  F.  M.  Arzobispo  de  México;  el  limo,  don  Fray  Fer- 
nando de  Alburquerque  O.  P.  Obispo  de  Oaxaca;  el  limo,  don  Fray  Domin- 
go de  Arzola  O.  P.  Obispo  de  Guadalajara  y  el  limo,  don  Fray  Juan  de  Me- 
dina Rincón  O.  S.  A.  de  Michoacán. 

En  el  siglo  XVII  continúan  la  obra  hospitalaria,  con  nuevas  fundaciones, 
los  Obispos  de  Oaxaca  y  Puebla  que  lo  fueron  el  limo,  doctor  don  Isidro 
Sariñana  y  el  limo,  doctor  don  Manuel  Fernández  de  Santa  Cruz,  res- 
pectivamente. En  el  XVIII  el  limo,  don  Fray  Juan  Bautista  Alvarez  de 
Toledo  O.  F.  M.,  Obispo  de  Chiapas;  el  limo,  don  Ambrosio  Andrés  Llanos 
y  Valdés,  Obispo  de  Monterrey;  el  limo,  don  Alonso  Núñez  de  Haro  y 
Peralta,  Arzobispo  de  México. 

Todos  estos  Prelados  mencionados  son  únicamente  los  fundadores  de  hos- 
pitales, pero  hay  otros  que  se  distinguieron  por  su  celo  hospitalario,  dando 
fuertes  sumas  que  aseguraran  la  subsistencia  de  las  Instituciones,  velando 


272 


'San  Andrés  Avelino,  Abogado  contra  el  insulto"  (Parálisis  facial  periférica). 
Tomado  de  la  portada  de  una  antigua  novena. 


por  su  buena  marcha  o  bien  ampliándoles  y  engrandeciéndoles,  como  lo 
hemos  visto  en  innumerables  casos  mencionados  en  este  estudio. 

De  todos  estos  hospitales  fundados  por  los  Obispos,  unos  se  sostuvieron 
con  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos,  pero  la  mayoría  se  fundaron  con  los 
bienes  particulares  de  los  mismos,  a  los  que  se  añadió,  para  el  sustento,  el 
noveno  y  medio  de  los  diezmos.  Como  en  muchas  ocasiones  el  diezmo  ya 
estaba  dedicado  a  otros  hospitales  fundados  por  los  Curas  o  los  Ayunta- 
mientos o  los  vecinos  de  las  poblaciones  de  las  Diócesis,  el  sostenimiento 
del  hospital  tenía  que  hacerlo  íntegramente  el  Obispo.  En  ocasiones  el  diezmo 
era  insuficiente  y  entonces  el  Obispo  suplía  lo  faltante. 

¿De  qué  bienes  disponía  el  Prelado  para  sus  obras  hospitalarias?  Del  no- 
veno y  medio  de  los  diezmos,  de  las  rentas  del  Obispado,  de  las  entradas 
que  como  Obispo  gozaba  para  sus  gastos  propios,  de  los  bienes  que  él  como 
particular  poseía  y  finalmente  de  los  bienes  que  para  Obras  Pías  le  daban 
los  seglares. 

De  todos  estos  bienes,  mucho  fue  a  parar  al  servicio  de  los  pobres  a 
través  de  los  hospitales. 

En  la  Jerarquía  Eclesiástica,  además  de  los  Obispos  fueron  fundadores 
los  Canónigos  de  las  Catedrales  y  los  Curas  de  las  parroquias.  A  ellos  se 
deben  seis  hospitales,  de  los  cuales  cinco  contaron  para  su  establecimiento 
y  sustento  con  los  bienes  propios  de  los  fundadores  y  sólo  uno  (Hospital 
de  León)  se  sostuvo  con  el  noveno  y  medip  de  los  diezmos,  pues  quien  lo 
estableció,  que  fue  el  Bachiller  Espino,  no  tenía  bienes  algunos. 

A  estos  podemos  añadir  los  innumerables  hospitales  fundados  por  las  Orde- 
nes religiosas  franciscana  y  agustina,  los  cuales  se  sostuvieron  con  los  bienes 
y  trabajos  comunales  de  los  indios  beneficiados  con  cada  institución,  bienes 
que  los  frailes  obtenían  como  merced  del  Rey  y  que  consistían  en  tierras. 

Los  particulares 

Como  hemos  demostrado  a  lo  largo  de  toda  esta  historia,  el  pueblo  cris- 
tiano tiene  en  la  obra  hospitalaria  un  lugar  primerísimo.  El  pueblo,  repre- 
sentado por  dos  clases:  los  ricos  y  los  pobres. 

Los  primeros  son  los  que  hacen  las  fundaciones,  dotan  a  los  hospitales 
de  bienes  raíces  para  su  subsistencia,  reconstruyen  las  iglesias,  amplían  los 
edificios,  dotan  cierto  número  de  camas,  hacen  a  los  hospitales  sus  here- 
deros por  testamento  y  otros  les  dan  ayudas  periódicas  que  les  permiten 
subsistir  cuando  los  propios  bienes  vienen  a  menos. 

Generalmente  cuando  una  persona,  una  familia  o  Asociación  hace  una 
fundación  hospitalaria,  reclama  para  sí  o  los  suyos  el  Patronato  y  éste  casi 

273 


H18 


siempre  con  el  carácter  hereditario.  Muchas  veces  el  reconstructor  pide 
también  este  derecho,  patronato  que  le  otorga  privilegios:  oraciones  de  los 
enfermos  y  frailes,  sitio  en  la  iglesia,  entierro  en  la  misma,  derecho  a  tomar 
cuentas  y  ver  el  buen  trato  a  los  enfermos.  Por  su  parte,  queda  con  la  obli- 
gación de  sostener  el  hospital  y  mantenerlo  en  buen  estado.  Hay  casos  en 
que  sus  herederos  no  pueden  cumplir  estas  obligaciones  y  renuncian  al 
Patronato  en  favor  del  Rey  o  de  alguna  persona  o  Institución  que  cumpla 
lo  que  ellos  ya  no  pueden.  Ejemplo:  los  herederos  del  doctor  Pedro  López 
renunciaron  al  Patronato  del  Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Desam- 
parados, por  dificultades  económicas  que  no  les  permitieron  reconstruirlo. 

Los  patronos  tienen  también  entre  sus  derechos  el  de  poner  sus  Es- 
cudos en  las  puertas.  Las  fundaciones  particulares  traen  problemas,  pues 
existe  el  Patronato  Real  sobre  todas  las  Instituciones  religiosas,  y  también 
el  derecho  de  los  Obispos.  Para  evitar  el  choque  de  jurisdicciones,  Felipe  II 
dicta  en  el  Pardo  su  Real  Cédula  del  27  de  mayo  de  1591,  por  medio  de  la 
cual,  se  autorizan  y  delimitan  las  fundaciones  de  Patronato  particular.  Dice 
el  Rey  que  si  algún  particular  "de  su  propia  hacienda  quisiere  fundar  monas- 
terio, hospital,  ermita.  .  .  u  otra  Obra  Pía  en  las  Indias,  previa  licencia  nues- 
tra, se  cumpla  la  voluntad  de  los  fundadores"  y  "que  en  esta  conformidad  ten- 
gan el  Patronazgo  las  personas  que  nombraren  o  llamaren",  conservando  los 
Arzobispos  y  Obispos  la  jurisdicción  que  les  permite  el  derecho.89  Sin  embar- 
go, el  punto  no  quedará  suficientemente  aclarado  hasta  mediados  del  XVII. 
Fue  entonces  cuando  otra  Real  Cédula  autorizó  el  uso  de  Escudo  de  Armas 
(pero  sólo  en  los  casos  en  que  el  Rey  no  fuese  Patrono)  sobre  las  puertas  de 
Hospitales  de  Patronato  particular. 

La  ayuda  de  la  gente  pobre  en  los  hospitales,  también  es  de  gran  impor- 
tancia. Ellos,  salvo  excepciones,  como  los  mineros  y  los  carreteros,  no  son 
los  que  fundan,  pero  sí  son  los  que  con  su  humilde  centavo  sostienen  a  los 
hospitales,  los  reconstruyen,  levantan  grandes  iglesias  y  cuando  a  muchas 
Instituciones  se  les  acaban  sus  bienes,  ellos  con  su  ayuda  constante  las  hacen 
subsistir. 

Estas  Fundaciones  particulares  en  el  XVI  tienen  gran  importancia  y  nos 
muestran  esa  comunidad  de  pensamiento  entre  Iglesia,  Gobierno  y  pueblo 
respecto  a  los  servicios  hospitalarios.  Las  erecciones  por  parte  de  los  particu- 
lares son  numerosas  en  el  XVI,  pero  su  mayor  auge  lo  tienen  en  los  siglos 
XVII  y  XVIII.  Así,  en  el  siglo  XVII,  de  veinticinco  hospitales  fundados, 
veintiuno  son  obra  de  particulares  (familias,  Cofradías,  Congregaciones  de 
obreros,  etc.) . 


39  Recopilación.  Ley  43,  tit.  VI.  Lib.  I. 


274 


Todos  estos  tienen  como  base  económica  la  dotación  de  los  fundadores, 
a  la  que  se  añadirá,  para  su  sostenimiento,  la  limosna  pública.  Algunos 
por  ejemplo  el  del  Espíritu  Santo,  de  México,  y  el  de  Nuestra  Señora  de 
Loreto,  de  Veracruz,  se  sostuvieron  exclusivamente  de  los  bienes  que  les 
dieron  sus  fundadores.  Esto  significa  que  en  el  siglo  XVII  el  sostenimiento  de 
los  hospitales  es  obra  de  particulares.  En  el  siglo  XVIII,  de  los  diez  y  siete  nue- 
vos hospitales,  sólo  uno  es  fundado  por  los  Juaninos,  los  diez  y  seis  restantes 
son  fundados  en  esta  proporción:  diez  por  particulares,  cinco  por  miembros 
del  Clero  y  uno  por  los  Terciarios  franciscanos. 

Todos  los  fundados  por  seglares  tuvieron  como  base  los  bienes  de  los 
fundadores  y  con  ellos  se  sostuvo  la  gran  mayoría.  Algunos  otros,  por  diver- 
sas causas,  se  vieron  en  la  necesidad  de  acudir  a  la  limosna  pública,  como 
complemento  a  sus  menguadas  o  insuficientes  rentas.  De  estos  hospitales  cua- 
tro dependían  económicamente  de  los  Obispados.  En  resumen:  podemos  decir 
que  ni  las  Mercedes  Reales  ni  los  diezmos,  fueron  suficientes  para  la  obra 
hospitalaria,  que  a  pesar  de  la  gran  ayuda  de  la  Iglesia  a  través  de  la  jerar- 
quía, las  Ordenes,  etc.,  tampoco  fue  suficiente,  y  que  fue  necesario  acudir  a 
los  particulares  los  cuales  respondieron  magníficamente  desde  el  XVI,  y  su 
ayuda  se  intensificó  en  el  XVII  y  en  el  XVIII,  a  tal  grado,  que  comparando 
porcentajes  de  las  fundaciones  en  cada  siglo  *  podemos  afirmar  que  si  en  nues- 
tro primer  siglo  colonial  el  peso  de  la  obra  lo  llevan  la  Iglesia  y  el  Estado, 
en  los  siglos  posteriores,  ambos  detienen  su  avance  y  se  concretan  a  lo  ya 
establecido,  claro  que  no  de  manera  total,  como  ya  señalamos  arriba,  en  tanto 
que  los  particulares  son  los  que  económicamente  sostienen  la  obra  hospitalaria. 

Las  Ordenes  Hospitalarias 

En  el  siglo  XVI  la  única  Orden  Hospitalaria  existente  es  la  de  los  Herma- 
nos de  la  Caridad  de  San  Hipólito.  En  esta  época  de  treinta  hospitales  exis- 
tentes (descontando  los  de  indios  del  centro  de  la  Nueva  España)  siete  hospi- 
tales están  a  cargo  de  dicha  Orden  Hospitalaria.  De  éstos,  seis  los  establecieron 
ellos  mismos  teniendo  como  única  base  económica  para  su  fundación  y  susten- 
to la  limosna  pública.  El  séptimo  de  sus  hospitales  fue  uno  establecido  por 
el  Excmo.  Fray  Julián  Garcés,  que  se  puso  a  su  cuidado  en  1568. 

En  el  siglo  XVII  — que  es  el  siglo  de  las  Ordenes  Hospitalarias —  de  vein- 
ticinco hospitales  fundados,  veintitrés  quedan  a  cargo  de  los  frailes,  pero 
sólo  son  fundados  por  ellos  los  siguientes:  San  Juan  de  Dios,  de  la  ciudad 
de  México;  Nuestra  Señora  de  la  Concepción,  en  Celaya,  Gto.,  y  Nuestra 
Señora  de  los  Desamparados,  en  Texcoco,  que  son  obra  de  los  Juaninos; 


*  Véanse  en  el  Apéndice  los  Cuadros  Generales  de  desarrollo  hospitalario. 


275 


finalmente  San  Antonio  Abad,  que  es  fundación  de  los  Canónigos  Regulares 
de  dicho  título.  En  el  siglo  XVIII.  entre  los  diecisiete  nuevos  hospitales  que 
surgen,  sólo  uno  es  fundado  por  los  frailes  hospitalarios,  éste  es  el  de  Nuestra 
Señora  de  Belém,  en  Guanajuato. 

Ahora  bien,  las  Ordenes  Hospitalarias  sólo  en  los  principios,  o  sea  en 
el  XVI,  podían  fundar  libremente  hospitales;  en  el  XVII  y  en  el  XVIII, 
salvo  excepciones,  no  se  les  permitía,  pues  el  rey  sólo  les  había  autorizado 
ser  administradores  y  enfermeros  de  hospitales  ya  existentes  como  veremos 
más  adelante. 

Las  Ordenes  Hospitalarias  no  poseían  bienes  que  pudieran  ser  aplicados 
a  sus  obras  sociales.  Vivían  de  la  limosna  pública  o  de  los  bienes  que  cada 
hospital  poseía  para  sustento  de  sus  enfermos  y  personal  que  los  atendía. 
Por  ello  es  que,  cuando  los  Betlemitas,  Juaninos  o  Hipólitos  quieren  fundar 
un  hospital,  lo  único  que  pueden  hacer  es  sugerirlo  a  los  buenos  cristianos, 
para  que  hagan  la  fundación  y  luego  el  hospital  se  entregue  a  ellos.  Aunque 
en  general  ocurre  el  caso  contrario,  son  las  necesidades  y  el  fervor  religioso, 
los  que  hacen  surgir,  como  hemos  visto  ampliamente,  un  hospital  y  ya  fun- 
dado o  a  punto  de  fundarse,  se  entrega  previo  permiso  real  y  obispal,  a  los 
hospitalarios.  Los  particulares  hacen  esto  por  comodidad,  ya  pasaron  el  siglo 
XVI  y  la  mística  hospitalaria  que  llevan  a  un  Pedro  López,  o  a  un  Bernar- 
dino  Alvarez  a  servir  personalmente  a  los  enfermos.  En  los  siglos  XVII  y 
XVIII  la  caridad  no  llega  a  esas  alturas,  generalmente  hablando,  y  el  que 
funda  un  hospital  desea  ponerlo  inmediatamente  en  manos  de  las  personas 
que  se  especializan  en  el  cuidado  de  los  enfermos,  para  no  ocuparse  él  del 
asunto.  Los  frailes  por  su  parte  una  vez  recibido  el  hospital  se  encargan  de 
administrar  sus  bienes  y  cuidar  a  los  pobres  enfermos. 

La  obra  de  los  Juaninos,  de  los  Betlemitas  y  de  los  Hipólitos,  en  la  parte 
económica,  consistió  en  interesar  a  los  ricos  para  que  invirtieran  sus  bienes 
en  unas  Instituciones,  que  les  redituarían  en  la  otra  vida.  Y,  por  otra  parte, 
conseguir  de  los  pobres  la  constante  limosna  para  la  conservación,  reedi- 
ficación, ampliación  y  gasto  diario  de  los  hospitales.  La  limosna  se  deman- 
daba mediante  unas  capillitas  con  la  imagen  del  Santo  Patrono  de  cada 
Institución  y  una  cajita  adosada  a  ella  a  manera  de  alcancía.  Los  frailes 
recorrían  con  ellas  las  zonas  que  disfrutaban  los  beneficios  del  hospital,  que 
era  donde  estaban  autorizados  a  hacerlo;  pero  en  la  época  de  relajación  o 
de  escasez,  sin  licencia  alguna,  recorrían  de  uno  a  otro  extremo  la  Nueva 
España  y  en  algunas  ocasiones,  excepcionales  en  realidad,  llegaron  a  extor- 
sionar a  los  indios  para  que  les  diesen  los  dineros  que  demandaban. 


276 


Clasificación  de  los  hospitales  para  su  gobierno 

Para  evitar  los  abusos  naturales  de  la  condición  humana,  que  pudieran  dar- 
se lo  mismo  entre  seglares,  que  entre  frailes  o  clérigos,  el  rey  dio  en  la  famosa 
ley  V,  Tit.  IV  Lib.  I  *  de  la  Recopilación,  una  serie  de  disposiciones  que 
reglamentaron  el  gobierno  de  los  hospitales.  En  esta  ley  los  párrafos  20  y  22 
distinguen  los  diversos  tipos  de  hospitales  que  puede  haber  en  los  dominios 
españoles  y  los  clasifican  según  la  base  económica  que  tuvieron  para  fun- 
darse y  los  bienes  con  que  se  sostenían.  Cosa  importantísima  para  concluir 
con  los  pleitos  jurisdiccionales  que  entorpecían  constantemente  la  obra  hos- 
pitalaria. 

Según  esta  ley  podemos  distinguir  tres  clases  de  hospitales:  lo.  Los  que 
fueron  dotados  por  la  Real  Hacienda  desde  sus  fundaciones  y  que  por  tanto 
son  Hospitales  Reales.  En  éstos,  los  Oficiales  Reales  o  en  su  defecto  la  Justi- 
cia ordinaria,  debía  tomar  las  cuentas.  2o.  Los  instituidos  por  ciudades  o  per- 
sonas particulares,  que  los  hayan  dotado  con  rentas  y  limosnas,  pero  a  los 
que  después  haya  sido  necesario  darles,  para  su  subsistencia,  una  renta 
real,  encomienda  o  repartimiento  de  indios.  En  éstos  las  cuentas  las  tomaría 
el  Ordinario  eclesiástico  (obispo),  interviniendo  un  oficial  de  la  Real  Ha- 
cienda. 3o.  Los  que  fueron  fundados  por  ciudades  o  particulares  con  asigna- 
ciones o  limosnas  suficientes.  En  ellos  las  cuentas  las  tomarían  el  Ordinario 
Eclesiástico  (Obispo)  con  asistencia,  no  intervención,  de  los  diputados  de  la 
ciudad. 

La  cuestión  de  la  toma  de  cuentas  es  importantísima  en  el  gobierno  de  los 
hospitales,  pues  es  el  medio  de  control  de  ellos.  La  vigilancia  que  los  Oidores 
y  Obispos  tenían  en  las  Instituciones,  sobre  el  buen  trato  y  atención  a  los 
enfermos,  hubiera  sido  incompleta  e  insuficiente  para  controlar  la  vida  de 
un  hospital,  sin  el  control  de  la  parte  económica,  pues  de  ella  derivaban  bue- 
nos o  malos  servicios,  así  como  de  una  relajación  en  los  Administradores  de 
los  hospitales  derivaba  una  ruina  económica. 

La  buena  marcha  de  un  hospital  la  advertía  el  Gobierno  en  las  cuentas: 
las  fallas,  los  déficits  injustificados,  eran  un  índice  de  los  malos  servicios.  Por 
eso,  en  ellas  se  basaron  los  cambios  de  Administradores,  la  supresión  de  Or- 
denes y  hasta  el  cierre  de  hospitales.  Pero  con  esta  vigilancia  también  se  des- 
cubrieron, muchas  veces,  miserias  justificadas,  déficits  continuos  que  hicieron 
mover  los  ánimos  del  Rey  para  conceder  mercedes,  otorgar  el  goce  de  mono- 
polios y  autorizar  la  petición  de  limosnas. 

Completando  la  vigilancia  civil,  estaba  la  de  los  Obispos,  quienes  no  sólo 


*  Véase  en  el  Apéndice  esta  ley  en  toda  su  integridad. 


277 


tomaban  las  cuentas  en  los  hospitales  correspondientes  a  su  jurisdicción,  sino 
que  también  vigilaban  directamente  la  moral,  las  buenas  costumbres,  de 
acuerdo  con  la  idea  hospitalaria  de  la  época,  imponiendo  las  censuras  y  cas- 
tigos eclesiásticos  a  los  miembros  de  la  Iglesia  que  no  cumplían  sus  deberes 
de  frailes  hospitaleros,  promoviendo  la  separación  de  los  relajados  de  los 
hospitales  y  aun  la  extinción  de  ciertas  Ordenes  religiosas.  La  aplicación  de 
los  castigos  de  orden  civil  a  los  seglares  que  servían  en  los  nosocomios,  tam- 
bién fue  usual. 

Aunque  el  espíritu  de  esta  ley  — como  ya  vimos  al  principio  de  este  capí- 
tulo—  aparece  en  Reales  Cédulas  del  siglo  XVI,  éstas  no  llegan  a  delimitar 
exactamente  el  control  de  los  hospitales;  por  ello  es  que  podemos  afirmar 
que  fue  hasta  1652  cuando  quedó  fijado  íntegramente  el  gobierno  de  los 
hospitales.  No  quiere  esto  decir  que  ésta  fuese  la  última  dada  a  propósito 
del  gobierno  de  los  hospitales,  como  tampoco  que  haya  sido  la  primera.  Hay 
muchos  detalles  administrativos  que  poco  a  poco  se  van  determinando  por 
medio  de  otras  cédulas. 

Entre  las  que  se  dieron  antes  que  ésta  y  que  nos  muestran  el  interés  y  la 
intervención  del  Estado  en  el  gobierno  hospitalario,  se  encuentran  muchas  de 
la  primera  mitad  del  siglo  XVII.  En  ellas  el  tema  central  es  la  aprobación 
de  hospitales  y  Ordenanzas  para  su  gobierno.  Existen  también  en  cantidad 
innumerables  Reales  Cédulas  referentes  a  excensiones  de  impuestos  para  be- 
neficio de  los  hospitales,  todo  lo  cual  no  varía  en  nada  lo  substancial  de  las 
leyes  del  XVI.  El  propósito  de  ellas  sigue  siendo  favorecer  y  aprobar  la  fun- 
dación de  hospitales,  evitar  las  interferencias  de  ambas  Autoridades  en  su 
gobierno,  recibir  bajo  el  amparo  regio  a  las  instiutcinoes  que  lo  soliciten  y 
luchar  por  un  buen  servicio  a  los  pobres  enfermos.  Las  Cédulas  que  en  este 
siglo  aparecen  ya  escasamente,  son  las  que  se  refieren  a  promover  u  ordenar 
la  fundación  de  hospitales. 

La  mayoría  de  estas  cédulas  las  hemos  mencionado  ya,  en  la  historia  de  ca- 
da hospital,  ahora  vamos  a  referirnos  sólo  a  algunas  de  las  de  carácter  gene- 
ral que  consideramos  más  interesantes. 

Al  iniciarse  el  XVII  a  los  Reyes  les  interesa  saber  qué  hospitales  hay,  qué 
carácter  tienen  y  a  quiénes  sirven.  Para  esto  se  envía  una  Real  Cédula  a  los 
Obispos  en  1618  pidiendo  un  informe  detallado  de  los  que  hay  en  sus  res- 
pectivas diócesis,  incluyendo  lugares,  bienes,  limosnas,  enfermedades  que  se 
curan  en  cada  uno  y  a  quiénes  se  recibe  en  ellos.40 

En  1635  hay  otra  que  pide  informes  sobre  el  Hospital  de  Cortés,  los  gastos 
que  ha  hecho  en  él  y  el  título  o  provisión  que  le  ha  dado  el  Patronato.41 

40  Recopilación.  Ley  III,  Tit.  XIII,  Ley  25. 

41  HerrÁez.  Julia.  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  37-88. 


278 


Sin  embargo,  el  grupo  más  interesante  de  Reales  Cédulas  de  este  siglo  sigue 
siendo  el  que  se  refiere  al  gobierno  de  los  hospitales.  La  primera  es  la  de 
1604  que  pretende  delimitar  la  autoridad  civil  en  el  gobierno  de  los  hospi- 
tales.42 

Hay  una  de  1619  que  obliga  a  las  Autoridades  de  la  Nueva  España  a  visi- 
tar el  Hospital  Real  y  a  castigar  a  los  legos  o  religiosos  que  no  cumplían  sus 
deberes  hospitalarios.43  En  1626  hay  una  dada  para  el  Perú,  en  la  cual  se 
ordena  que  la  contribución  que  los  indios  dan  para  sus  hospitales  no  se  em- 
plee en  ninguna  otra  cosa  sino  sólo  en  ellos.44 

El  celo  de  los  Reyes  por  el  buen  cuidado  de  los  pobres  enfermos  se  mani- 
fiesta en  la  Real  Cédula  de  1632,  en  la  cual  conmina  a  las  Autoridades  de 
todos  sus  Dominios  a  vigilar  la  buena  marcha  de  los  hospitales,  so  pena  de 
que  ello  sea  "capítulo  de  Residencia".45 

Hay  una  Real  Cédula  del  15  de  noviembre  de  1616  en  la  que  se  dispone 
que  se  dé  ayuda  en  vestuario  a  las  personas  que  viajaban  en  las  Flotas  y  Ar- 
madas en  calidad  de  enfermeros.46 

En  esta  cédula  se  inicia  además  el  control  de  los  Juaninos  al  disponerse  que 
no  se  permitiese  a  dichos  frailes,  que  iban  sirviendo  en  las  naves,  quedarse 
en  las  Indias. 

En  1630  Felipe  IV  disponía  que  no  se  consintiera  a  los  religiosos  del  Beato 
Juan  de  Dios  estar  ni  fundar  en  las  Indias,  si  habían  pasado  a  ellas  sin  licen- 
cia. Y  si  la  tenían  no  se  les  entregara  hospital  alguno  ni  se  les  permitiera  fun- 
darlo si  previamente  no  se  obligaban  a  dar  cuentas  de  rentas  y  limosnas,  a  ser 
visitados  por  los  Justicias  eclesiásticas  y  seculares  y  a  no  alegar  bula  alguna 
que  de  esto  los  dispensase.47 

En  1632  hay  tres  interesantes  cédulas,  la  del  30  de  enero,  y  la  del  11  de 
abril  y  otra  de  1630,  que  tienen  como  objeto  reglamentar  las  actividades 
juaninas  en  el  servicio  hospitalero.  Todas  estas  leyes  se  originaron  en  los 
informes  que  tuvieron  los  Reyes,  en  el  sentido  de  que  estos  frailes  se  estaban 
introduciendo  en  América  para  fundar  conventos,  ordenarse  sacerdotes  y 
ejercer  labores  diferentes  a  los  de  su  misión  de  hospitalarios.48 

La  Real  Cédula  de  1824  impuso  la  toma  de  cuentas  a  los  frailes  para  con- 
trolar la  economía  hospitalaria.49  Lo  que  a  nosotros  nos  interesa  señalar  aquí 

42  A.G.N.M.  Ramo  Hosp.,  t.  3,  Exp.  3. 

43  Recopilación.  Ley  20,  Tit.  I,  Lib.  lo. 

44  Recopilación.  Ley  7,  Tit.  I,  Lib.  lo. 

45  Recopilación.  Ley  19,  Tit.  IV,  Lib.  lo. 

48  Recopilación.  Ley  51,  Tit.  XXX,  Lib.  9o. 

47  Recopilación.  Ley  24,  Tit.  XIV,  Lib.  I. 

48  HerrÁez,  Julia.  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  89-90. 
4S  Recopilación.  Ley  13,  Tit.  IV,  Lib.  lo. 


279 


es  que  la  legislación  hospitalaria  de  los  siglos  XVII  y  XVIII,  se  destina 
sobre  todo  al  gobierno  de  los  hospitales  y  como  éstos,  en  estas  épocas,  quedan 
en  manos  de  los  frailes,  casi  toda  la  legislación  se  refiere  a  ellos.  Aunque, 
desde  luego,  no  quiere  esto  decir  que  no  se  prestase  atención  a  fundaciones 
mercedes,  etc. 

En  prueba  de  ello,  además  de  las  reales  cédulas  citadas  ya  en  la  historia 
de  cada  uno  de  los  hospitales,  citaremos  como  ejemplo  estos:  Real  cédula 
de  1768,  que  concede  1,000  pesos  anuales  por  el  término  de  10  años  al 
Hospital  de  San  Antonio  Abad,  en  la  ciudad  de  México.  En  1779  se  conce- 
den limosnas  al  Hospital  de  San  Lázaro  de  la  Nueva  España;  en  1667  se 
permite  al  Hospital  de  Betlemitas  pedir  limosnas,  y  en  1774,  se  ordena  que  la 
ciudad  de  México,  como  patrona  del  Hospital  de  San  Lázaro,  lo  reedifique. 

Hay  otro  grupo  de  Reales  Cédulas  referentes  a  mejorar  los  servicios  clíni- 
cos de  los  hospitales,  estableciendo  Academias  de  Medicina  y  Cátedras  Clíni- 
cas en  los  hospitales. 

Los  reyes  se  preocupan  también  con  gran  interés  en  estos  siglos  de  que  la 
parte  de  los  diezmos  correspondiente,  se  aplique  a  hospitales.  A  ese  fin  está, 
por  ejemplo,  dada  la  ley  IV,  título  IV,  libro  I  y  otras  como  las  de  1758, 
1760,  1763  y  1764.50 

Otras  cédulas  se  dictan  para  el  gobierno  de  los  hospitales  militares;  entre 
éstas  citaremos  la  del  año  de  1627,  que  los  puso  bajo  el  control  militar.51 
También  una  serie  de  cédulas  hechas  con  el  fin  de  mantener  las  preeminen- 
cias de  la  Corona  y  en  especial  para  los  hospitales  reales.  Y,  finalmente,  se- 
ñalaremos las  Reales  Cédulas  recomendado  a  las  Autoridades  velen  por  con- 
tener y  evitar  la  relajación  de  las  Ordenes  Hospitalarias. 

Las  últimas  disposiciones  sobre  hospitales  las  darán  las  Cortes  españolas 
en  1812  y  1820.  Pero  eso  es  ya  el  siglo  XIX. 

7.  Legislación  española  a  principios  del  XIX  y  legislación  mexicana  en  el 
propio  siglo. 

Hemos  visto  cómo  en  la  primera  época  los  Reyes  y  la  Iglesia  (a  través  de 
ambos  Cleros),  dictan  una  legislación  hospitalaria  que  tiene  dos  tendencias: 
la  una  es  la  creación  de  hospitales,  la  otra  el  asegurarles  el  sustento.  Hay  una 
tercera,  que  en  aquella  época  tiene  menos  importancia:  la  que  se  refiere  al 
control  de  los  hospitales  por  parte  del  Gobierno.  Así  tenía  que  ser,  pues  lo 

50  HerrÁez,  Julia.  Beneficencia  de  España  en  Indias,  pp.  39-46. 

51  Recopilación.  Ley  14,  Tit.  IV.  Lib.  lo. 


280 


importante  era  introducir  en  América  una  Institución  indispensable  a  una 
sociedad  cristiana. 

Viene  un  segundo  período  que  se  inicia  ya  bien  entrado  el  siglo  XVII.  En 
éste  el  objetivo  principal  de  las  reales  cédulas  va  enfocándose  hacia  el  control 
por  parte  del  Gobierno  de  los  hospitales.  La  cosa  se  entiende  si  se  advierte 
que  en  este  siglo  las  fundaciones  hospitalarias  escapan  de  manos  del  Go- 
bierno civil  y  de  los  Ordinarios  eclesiásticos  y  van  quedando  en  manos  de  los 
civiles  y  los  frailes.  Los  patronatos  particulares  evaden  en  gran  parte  la 
intervención  del  Gobierno. 

Por  todo  ello  es  que  en  este  siglo  se  dicta  la  famosa  ley  V,  tit.  IV  del  Li- 
bro I  de  la  Recopilación  que  pretende  el  control  íntegro  de  las  Ordenes  Hos- 
pitalarias (excepto  en  la  que  a  los  religiosos  concernía,  pues  era  asunto  de 
sus  propios  Prelados). 

El  tercer  período,  o  sea  el  siglo  XVIII,  salvo  excepciones,  tiene  las  mismas 
características  que  el  anterior,  pero  con  nuevos  perfiles.  Continúan  las  Funda- 
ciones de  los  particulares  y  el  predominio  'de  las  Ordenes  Hospitalarias,  pero 
ambas  de  manera  decadente.  Unos  faltos  de  aquel  espíritu  que  llevaba  a  los 
fundadores  a  servir  en  los  hospitales,  y  los  otros  con  los  ojos  fijos  en  sí  mis- 
mos, olvidados  de  los  enfermos  y  viviendo  en  casi  total  relajación.  En  este 
tiempo  los  Reyes  no  se  interesan  en  nuevas  fundaciones,  las  concesiones  de 
mercedes  se  hacen  escasas.  Hay  multitud  de  disposiciones  dadas  para  cerrar 
hospitales  y  quitar  a  los  frailes  de  la  administración.  La  adopción  de  hospita- 
les bajo  el  amparo  regio  se  acentúa,  pero  ya  no  para  que  la  Real  Hacienda 
los  socorra,  sino  generalmente  con  el  interés  por  parte  del  hospital  de  gozar 
del  título  y  preeminencias  reales  y  por  parte  de  la  Corona,  de  tener  mayor 
ingerencia  en  el  gobierno  de  estas  Instituciones.  ^ 

Los  Obispos,  en  las  grandes  fundaciones  que  realizan  en  este  siglo,  no 
llaman  ya  a  los  frailes  hospitaleros  para  que  se  hagan  cargo  de  sus  hospita- 
les, sino  que  ponen  sus  Instituciones  en  manos  de  los  seglares  (enfermeros  y 
enfermeras).  Cosa  que  tampoco  les  da  resultado,  pues  un  verdadero  espíritu 
de  caridad  no  existía  en  éstos. 

Por  su  parte,  la  Inquisición  que  se  encontraba  en  plena  decadencia  (dí- 
galo si  no  su  regalismo  en  el  caso  de  Hidalgo),  había  perdido  el  control  de 
la  vida  de  clérigos  y  frailes  a  los  que  los  Obispos  no  logran  — pese  a  sus  es- 
fuerzos—  corregir. 

8.  En  esta  situación  surge  un  cuarto  período  en  la  legislación  hospitalaria; 
este  es  el  que  abarca  lo  que  llamaríamos  Pr e-independencia,  Independencia 
y  Reforma. 


281 


Hemos  señalado  ya  en  las  historias  particulares  de  cada  hospital,  cómo 
desde  años  antes  de  iniciarse  la  Independencia,  la  economía  de  los  hospitales 
tenía  frecuentes  desfalcos,  originados  — en  parte —  por  malversaciones  de 
fondos,  por  mala  administración,  o  sencillamente  porque  los  bienes  habían 
venido  a  menos.  A  esto  se  añadía  el  que  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos  de 
que  gozaban  muchos  hospitales  no  se  entregaba  puntualmente  y  las  subven- 
siones  que  la  Real  Hacienda  les  daba  también  se  retrasaban  de  año  en  año. 
Las  limosnas  que  los  frailes  recababan,  eran  cada  día  menores,  por  el  des- 
prestigio de  ellos  y  el  poco  interés  que  en  tales  obras  había. 

Las  cosas  así  nos  hacen  pensar  que  a  principios  del  XIX  el  panorama  hos- 
pitalario era  de  una  gran  pobreza,  no  diremos  miseria,  porque  los  bienes  de 
los  hospitales  aún  constituían,  aunque  mal  administrados,  un  poderoso  ca- 
pital. 

En  esos  momentos  ocurre  la  guerra  de  Independencia.  Esta  desarticula  en 
forma  por  demás  severa  la  economía  hospitalaria,  sobre  todo  respecto  a  las 
grandes  Instituciones.  Los  diezmos  difícilmente  se  cobran,  el  medio  real  de 
hospital,  no  puede  obtenerse  más  que  parcialmente,  los  bienes  rurales  casi 
no  producen  y  las  limosnas  se  reducen  más  aún.  Pese  a  todo  esto  los  hospi- 
tales seguían  prestando  servicios  a  tono  con  la  época  y  con  el  estado  de  la 
Medicina. 

Es  entonces  cuando  ocurre  la  gran  innovación. 

Parte  segunda:  México 
Siglos  XIX  y  XX 

El  mundo  había  cambiado.  Un  pensamiento  nuevo  triunfaba  dentro  del 
mundo  occidental.  Dios,  como  centro  del  mundo  medioeval,  es  substituido 
por  el  hombre  como  centro  del  mundo  moderno.  El  hombre,  que  se  entiende 
asimismo  como  ser  pensante,  va  a  estructurar  un  nuevo  mundo,  en  el  cual 
Dios  queda  fuera.  El  poder  de  los  Reyes  ya  no  va  a  ser  de  origen  divino,  va 
a  dimanar  del  pueblo. 

El  Dios  de  Descartes  va  siendo  en  el  pensamiento  liberal  como  un  sol  en 
el  ocaso  que  termina  por  desaparecer  y  al  que  desde  las  tribunas  parlamenta- 
rias se  le  dará  muerte  oficial,  diciendo  que  no  existe. 

La  organización  política  de  los  Estados  cambia,  la  autoridad  y  el  enorme 
poder  político  de  la  Iglesia  se  desmorona.  El  liberalismo  económico  transfor- 
ma el  régimen  de  la  propiedad,  la  idea  de  la  producción,  etc.,  y  dentro  de 


282 


este  mundo  con  nuevos  horizontes  las  antiguas  Instituciones  hospitalarias  no 
tienen  ya  cabida.  Se  sustentaban  sobre  el  ideal  cristiano  de  la  caridad  y  eran 
reconocidas  por  todos  los  Gobiernos  como  Instituciones  religiosas.  Al  iniciarse 
aquel  movimiento  que  va  de  la  filosofía  a  la  política,  abarcando  hasta  las  for- 
mas de  la  vida,  las  viejas  Instituciones  de  los  hospitales  sufren,  al  lado  de  la 
Iglesia,  los  embates  del  liberalismo. 

Estos  se  harán  a  base  de  leyes.  Las  primeras  se  dictan  en  España,  en  1812, 
o  sea  antes  de  nuestra  independencia,  y  su  objetivo  es  separar  la  Institución 
hospital  de  la  Institución  Iglesia.  Es  el  primer  paso  para  hacer  del  hospital 
una  Institución  laica;  el  último  lo  dará  Juárez.  En  la  nueva  Constitución  de 
la  Monarquía  se  lee  el  siguiente  párrafo:  Está  a  cargo  de  los  ayuntamientos  el 
"cuidar  de  los  hospitales,  hospicios,  casas  de  expósitos  y  demás  Establecimien- 
tos de  beneficencia,  bajo  las  reglas  que  se  prescriban".52  A  esto  se  añadió  el 
decreto  de  supresión  de  las  Ordenes  Hospitalarias,  dado  por  las  Cortes  Es- 
pañolas el  mismo  año  en  que  se  puso  en  vigor  la  Constitución,  o  sea  en 
1820.  El  tal  decreto  tiene  aplicación  en  la  Nueva  España  el  año  de  1821. 

Estas  dos  disposiciones  venían  a  unirse  a  una  anterior;  ésta  es  la  de  la 
Real  Cédula  del  25  de  diciembre  de  1804  que  ordenó  la  enajenación  de  bie- 
nes raíces  y  capitales  de  Capellanías  y  Obras  Pías  y  los  trasladó  a  las  Cajas 
reales  para  la  consolidación  de  Vales  reales.  La  disposición  la  explicaba  el 
Rey  así:  "Siendo  indisputable  mi  autoridad  soberana  para  dirigir  a  estos  y 
otros  fines  del  Estado  los  Establecimientos  públicos,  he  resuelto,  después  de 
maduro  examen,  se  enajenen  todos  los  bienes  raíces  pertenecientes  a  hospita- 
les, hospicios  y  casas  de  misericordia,  de  reclusión,  de  expósitos,  cofradías, 
memorias,  obras  pías  y  patronatos  de  legos".53  * 

Esta  Orden  perjudicó  gravemente  los  medios  de  sustentación  de  los  hos- 
pitales, con  gran  desagrado  del  pueblo.  Las  otras  dos  causaban  aún  mayor 
daño,  pues  la  una  tendía  a  separar  los  hospitales  de  la  Iglesia  y  hacerlos  de- 
pender del  Gobierno,  cosa  que  los  minaba  en  sus  bases,  y  la  última  iba  más 
allá,  pues  tratando  de  convertir  los  hospitales  en  Instituciones  civiles,  quita- 
ba de  ellos  al  único  personal  especializado  en  servicios  hospitalarios. 

Esto  no  podía  agradar  a  un  pueblo  católico  como  era  el  de  la  Nueva  Es- 
paña. El  Virrey  Apodaca  se  dio  cuenta  de  ello  y  comprendió  que  de  realizar 
de  inmediato  estas  disposiciones,  el  descontento  del  pueblo  contra  el  Gobierno 
aumentaría  y  serviría  para  atizar  la  hoguera  de  la  independencia.  Por  eso 

52  Hernández  Dávalos.  Colección  de  documentos  para  la  historia  de  la  guerra  de 
Independencia  de  México. 

68  Mora,  José  Ma.  Luis.  Obras  sueltas  pp.  177  a  250. 

*  Influencia  del  liberalismo  en  la  economía  que  empieza  a  sentirse  y  que  hallará 
su  auge  en  las  leyes  de  Reforma. 


283 


sólo  se  atrevió  a  aplicar  el  Decreto  en  la  Ciudad  de  México,  dejando  a  los 
Intendentes  la  libertad  de  aplicar  la  ley  a  discreción,  tal  y  como  lo  hemos 
visto  en  la  historia  particular  de  cada  hospital. 

La  medida  era  hábil,  pues  como  las  casas  matrices,  o  sea  los  únicos  hospi- 
tales-conventos donde  había  noviciados,  estaban  en  la  Ciudad  de  México,  al 
suprimirse  éstos,  los  de  las  Provincias  quedaron  aislados,  cortados  de  las 
fuentes  que  los  nutrían  y  condenados,  por  tanto,  a  la  extinción. 

De  acuerdo  con  esta  disposición,  en  enero  de  1821  se  procedió  a  lanzar  de 
los  hospitales  a  los  Juaninos,  a  los  Hermanos  de  la  Caridad  de  San  Hipólito 
y  a  los  Betlemitas,  a  éstos  con  doble  razón,  puesto  que,  además,  tenían  escue- 
las a  su  cargo.54 

Todos  los  hospitales  de  la  Ciudad  de  México  que  estaban  a  cargo  de  Orde- 
nes Hospitalarias,  pasaron  a  depender  del  Ayuntamiento. 

Esto  es  muy  importante  para  aclararnos  que  no  fue  el  Gobierno  mexicano 
el  único  factor  que  acabara  con  los  venerables  hospitales  de  la  Colonia,  sino 
que  solamente  fue  el  que  completó  la  obra  destructora,  como  fiel  seguidor  de 
la  corriente  liberal  que  nos  llegaba  a  través  de  España.  El  México  recién 
independizado  no  altera  en  nada  el  negro  panorama,  pues  como  el  pensa- 
miento liberal  era  profesado  por  todos  los  partidos  aunque  con  diversos  ma- 
tices, desde  Iturbide  hasta  Juárez,  todos  los  gobernantes  siguieron  dictando 
una  serie  de  disposiciones  que  acabaron  con  todos  los  hospitales  de  la  Colonia. 

Consumada  la  independencia  y  desaparecido  el  efímero  Imperio  del  liber- 
tador don  Agustín  de  Iturbide,  México  era  una  nación  libre,  que  tenía  dere- 
cho a  constituirse  y  a  regirse  según  la  forma  de  gobierno  que  deseara.  Sin 
embargo  no  había  un  único  ideal  nacional.  Desgraciadamente  había  dos 
ideas  en  pugna  que  en  un  principio  se  perfilaron  bajo  las  banderas  del  centra- 
lismo (tradicionalista)  y  federalismo  (innovador),  y  que  más  tarde  se  defi- 
nieron como  Partidos  Conservador  y  Liberal. 

¿Cómo  se  constituiría  México  y  cómo  se  gobernaría?  Eran  las  materias  a 
discusión,  y  por  ello  la  Patria  se  desangraba  en  una  inacabable  guerra  civil 
que  destruía  la  ya  maltrecha  economía  nacional;  tenía  al  Erario  público  en 
bancarrota,  impedía  el  establecimiento  de  un  Gobierno  fuerte,  capaz  de  sos- 
tener las  Instituciones  nacionales,  de  enfrentarse  a  conflictos  internacionales, 
de  evitar  la  desmembración  de  nuestro  territorio,  de  ocuparse  de  elaborar  y 
realizar  un  equilibrado  plan  de  gobierno,  en  el  que  el  bien  común  fuera  fin 
del  Estado.  Naturalmente  que  frente  de  ese  cúmulo  de  problemas  las  Institu- 
ciones hospitalarias,  que  España  había  erigido  en  medio  de  la  conquista  de 
América,  fueron  olvidadas.  Interesaba  la  cuestión  política  y  a  ella  están 

w  AlamÁn.  Lucas.  Historia  de  México,  t.  IV,  pag.  52. 


284 


dedicadas  nuestras  primeras  Constituciones.  La  cuestión  de  beneficencia  no> 
se  menciona  en  ellas. 

Vamos  a  recordarlas,  mencionando  las  leyes  que  respecto  a  hospitales  dieron 
los  Gobiernos  que  se  rigieron  por  ellas. 

La  Constitución  de  Apatzingán,  dada  por  Morelos  en  1814,  se  refiere  al 
interés  nacional  de  aquel  momento:  constituir  a  México  como  Nación  inde- 
pendiente. En  ella  nada  se  menciona  sobre  beneficencia  y  es  natural,  eso 
hubiera  sido  objeto  del  Gobierno  independiente,  pero  Morelos  no  alcanza  a 
la  independencia. 

El  Plan  de  Iguala  tampoco  se  refiere  a  ella,  pero  al  declarar  en  su  artículo 
XIV  que  el  Clero  regular  y  secular  seguiría  conservando  todos  sus  fueros  y 
propiedades,  dejó  a  los  hospitales  en  la  misma  situación  que  estaban  en  la 
Colonia.  Sin  embargo,  las  cosas  no  siguieron  igual  de  hecho. 

En  septiembre  de  1821,  el  nuevo  Gobierno,  o  sea  la  primera  Regencia 
(don  Agustín  de  Iturbide,  don  Juan  O'Donojú,  Ilustrísimo  don  Antonio 
Ma.  Pérez,  don  Manuel  de  la  Bárcena,  don  Isidoro  Yáñez  y  don  Manuel 
Velázquez  de  León),  viendo  el  desastroso  estado  en  que  se  encontraban  los 
hospitales,  por  haberse  entregado  a  los  Ayuntamientos  y  hallarse  privados  de 
medios  de  vida,  dispuso  no  la  devolución  de  los  hospitales  a  los  frailes,  sino 
que  los  bienes  que  habían  pertenecido  a  las  Ordenes  hospitalarias  suprimi- 
das se  entregaran  sin  dilación  a  los  Ayuntamientos  para  el  sostenimiento  de 
las  Instituciones  respectivas.55 

Esto,  en  principio,  empieza  a  marcarnos  la  ignorancia  que  había  sobre  las 
viejas  Instituciones  hospitalarias,  pues  según  sabemos  por  la  ley  5  título  IV 
del  Lib.  I  de  la  recopilación,  los  bienes  raíces  no  pertenecían  a  las  Ordenes 
religiosas  sino  a  los  hospitales,  en  los  cuales  los  frailes  no  eran  "dueños  y 
señores  de  ellos  y  de  rentas  y  limosnas"  sino  solamente  "ministros  y  asisten- 
tes de  sus  hospitales  y  de  sus  pobres",  personas  que  recibían  los  bienes  de  los 
hospitales  por  inventario,  cuando  se  hacían  cargo  de  ellos,  y  que  por  inventa- 
rio los  habían  de  entregar  cuando  el  Rey  los  quisiese  quitar  de  la  adminis- 
tración. 

Cuando  se  suprimieron  las  Ordenes  Hospitalarias,  automáticamente  todos 
sus  hospitales,  con  todos  sus  bienes,  por  derecho  debieron  pasar  a  manos  del 
Gobierno.  Parece  que  esto  no  había  acontecido  y  que  por  ello  al  consumarse 
la  independencia,  la  Regencia  devolvió  los  bienes  a  las  Instituciones.56 

Había  otro  tipo  de  hospital :  el  Hospital  Real  de  los  Indios.  A  éste  se  le  su- 
primirá por  dos  razones.  Una  era  que  en  él  se  hallaba  viva  la  diferencia  racial, 

55  Velasco  Ceballos,  Rómulo.  Fichas  bibliográficas  sobre  las  asistencias  en  Mé- 
xico, pag.  51. 

60  Sierra,  Justo.  México,  su  evolución  social.  Parte  IV  por  Miguel  Macedo,  pag.  713. 


285 


y  la  independencia  había  proclamado  la  abolición  de  los  distingos  de  razas  y 
castas.  Por  tanto,  había  que  suprimir  una  Institución  que  las  consagraba, 
pese  a  que  ésta  era  no  vejación  sino  privilegio.  Pudo  haberse  cambiado  el 
sentido,  el  objeto  del  hospital  y  dedicarlo  a  partir  de  entonces  a  toda  clase 
de  pobres  aprovechando  el  edificio,  las  corporaciones  médicas  que  en  él  fun- 
cionaban y  los  bienes  con  que  se  sostenía.  Pero  había  algo  más:  era  el  único 
hospital  fundado  por  el  Rey  y  esto  no  se  podía  olvidar.  La  Regencia  misma 
dio  la  orden  de  clausurarlo  el  año  de  1821. 

A  los  indios  se  les  consoló  de  la  pérdida  de  su  hospital  con  el  decreto  del 
21  de  febrero  de  182  2, 57  por  medio  del  cual  se  les  liberaba  de  pagar  la  con- 
tribución del  medio  real  del  hospital  con  que  ayudaban  a  sostener  su  Ins- 
titución. 

La  supresión  del  Hospital  Real  de  Indios  no  es  un  hecho  aislado,  es 
parte  de  una  política  seguida  a  partir  de  la  independencia,  que  acertada  y 
justa  a  primera  vista,  ha  causado  en  la  realidad  enormes  daños.  Igualar  al 
indio  ante  la  ley  fue  un  noble  y  humano  ideal,  pero  en  realidad  significó 
el  abandono  del  indio  ante  la  ley,  en  la  que  no  encajaba  su  idiosincrasia.  Es 
sólo  en  nuestros  tiempos  cuando  los  Institutos  indigenistas  han  enfocado  nue- 
vamente el  viejo  problema  del  indio,  considerándolo  como  una  persona  hu- 
mana, con  un  modo  de  ser  propio. 

Había  un  tercer  grupo  de  hospitales  que  no  habían  pertenecido  a  Orden 
Hospitalaria  alguna,  pero  que  dependían  unos  de  los  Obispados  y  otros  de 
las  asociaciones  de  seglares  con  nexo  religioso,  tales  como  las  Cofradías,  Ter- 
cera Orden,  etc.  o  bien  sin  nexo  religioso,  como  el  Hospital  de  Jesús  en  la 
ciudad  de  México  y  varios  otros  en  los  Estados.  Este  tercer  tipo  de  hospita- 
les es  el  que  va  a  continuar  su  vida  tranquila  algunos  años  más. 

Las  Bases  Constitucionales  de  1822  y  la  Constitución  de  1822  no  se  refieren 
para  nada  a  Beneficencia.  Igual  acontece  con  la  de  1824  en  la  que  la  cuestión 
del  federalismo  tiene  la  máxima  importancia. 

La  Constitución  de  1836  (Centralista),  aunque  no  llega  a  tener  vigencia, 
es  interesante,  porque  en  ella  se  habla  ya  de  hospitales.  En  la  parte  sexta, 
artículo  25,  se  asienta:  "Estará  a  cargo  de  los  Ayuntamientos  la  policía  de 
salubridad  y  comodidad,  cuidar  de  las  cárceles,  de  los  hospitales  y  casas  de 
beneficencia  que  no  sean  de  fundación  particular".58 

El  Proyecto  de  Reforma  de  1840  (Federalista  moderada)  se  vuelve  a  re- 
ferir en  términos  semejantes  a  los  hospitales,  diciendo:  "Toca  a  las  Juntas 
Departamentales  dictar,  con  sujeción  a  las  leyes,  las  disposiciones  convenien- 
tes a  la  conservación  y  adelanto  de  establecimientos  públicos  de  instrucción 

57  Fernández  del  Castillo.  El  Hospital  General  de  Méx.  pp.  30-31. 
rs  Tena  Ramírez,  F.  Leyes  Fundamentales,  pag.  283. 


286 


y  beneficencia  del  Departamento,  que  se  hallen  bajo  la  protección  del  Go- 
bierno y  de  acordar  la  creación  de  otros  nuevos".  (Tít.  VI,  art.  136,  inciso 
IV).  Y  más  adelante  señala  que  "el  cuidado  de  los  hospitales  y  casas  de  be- 
neficencia que  no  sean  de  fundación  particular  corresponde  a  los  Ayunta- 
mientos" (art.  150,  sección  IV).59 

Según  vemos,  el  Gobierno  seguía  controlando  todos  los  hospitales  que  ha- 
bían sido  de  Ordenes  Hdspitalarias  y  sólo  dejaba  fuera  de  su  vigilancia  a  los 
que  llama  "fundación  particular"  o  sea  ese  tercer  grupo  que  ya  señalamos. 

La  cuestión  hospitalaria  va  a  seguir  igual.  Al  Gobierno  no  le  interesa  hacer 
innovación  alguna  en  ese  terreno.  Los  hospitales  cumplen  su  misión  medio- 
cremente. No  acontece  lo  mismo  en  la  cuestión  de  salubridad  pública,  que 
■es  en  aquel  momento  un  tema  nuevo  y  palpitante  en  Europa.  El  4  de  enero 
de  1841  se  crea  el  Consejo  de  Salubridad  y  el  12  de  enero  de  1842  se  confir- 
ma su  creación  siendo  Presidente  interino  el  Gral.  Santa-Anna.  El  objeto  del 
Consejo  de  Salubridad  era  vigilar  la  enseñanza  y  ejercicio  de  la  Medicina 
(lo  que  en  la  Colonia  hacían  la  Universidad  y  el  Protomedicato) ,  fomentar 
los  estudios  de  Higiene,  dar  dictámenes  médico-legales,  conservar  la  vacuna 
(legado  de  Carlos  IV),  visitar  los  Establecimientos  públicos,  dictar  a  las 
Autoridades  las  medidas  de  higiene  pública,  proponer  lo  concerniente  a  la 
Policía  Sanitaria  y  formar  el  Código  Sanitario  de  la  República  Mexicana.60 

La  creación  de  un  Organismo  dedicado  al  cuidado  de  la  salud  pública, 
era  un  enorme  beneficio  para  un  país  desangrado  constantemente  por  epi- 
demias y  endemias;  empero,  por  las  complicadas  cuestiones  políticas  del 
momento,  por  la  primacía  de  ésta  sobre  todos  los  demás  intereses  de  la  Na- 
ción, el  Consejo  de  Salubridad  fue  en  aquella  época  poco  eficaz  y  funcionó 
con  grandes  dificultades  sin  llegar  a  hacer  nunca  el  Código  Sanitario. 

Los  dos  Proyectos  de  Constitución  del  año  1842  (Federalistas)  están  tan 
dominados  por  la  preocupación  del  momento,  imponer  el  federalismo,  que  se 
olvidan  de  mencionar  temas  como  educación,  beneficencia  y  salud  pública. 

Las  Bases  Orgánicas  de  1843  (Centralistas)  sí  contienen  disposiciones  al 
respecto.  En  el  capít.  VII,  art.  134,  inciso  III,  se  dice  que  son  facultades  de 
las  Asambleas  de  los  Departamentos  "crear  fondos  para  Establecimientos 
de  instrucción,  utilidad  o  beneficencia  pública".  En  el  inciso  VIII  se  añade 
el  cccrear  y  reglamentar  Establecimientos  de  beneficencia,  corrección  o  segu- 
ridad". Y  finalmente  en  el  inciso  IX,  se  dice:  "Cuidar  la  salud  pública  y 
reglamentar  lo  conveniente  para  conservarla".61 

En  esta  Constitución  sí  preocupa  la  salud  pública  y  tanto,  que  el  Estado 

89  Tena  Ramírez,  F.  Leyes  Fundamentales,  pp.  279-280. 

m  Palavicini,  Félix.  México. — Historia  de  su  evolución  social,  t.  III,  pag.  470 
**  Tena  Ramírez,  F.  Leyes  Fundamentales,  pp.  307-370. 


287 


se  arroga  para  sí  la  obligación  de  cuidarla  independientemente  de  los  par- 
ticulares. No  se  prohiben  Fundaciones  privadas,  pero  éstas  se  admiten  sólo 
como  complemento;  lo  fundamental  debe  realizarlo  el  Estado.  Sin  embargo, 
todo  quedó  en  el  papel,  pues  el  Estado  no  hizo  nada  digno  de  mención.  Lo 
único  importante  en  la  cuestión  hospitalaria  de  México  en  esta  época  fue  el 
permiso  que  se  otorgó  para  que  vinieran  las  Hermanas  de  la  Caridad. 

Llegaron  las  Hermanas  el  14  de  noviembre  de  1844,  llamadas  por  Dña. 
María  Ana  Gómez  de  la  Cortina. 

La  llegada  de  estas  Damas,  enfermeras  de  profesión  y  cuya  vida  moral 
se  garantizaba  por  la  Regla  de  San  Vicente  de  Paul,  trajo  para  México  la 
renovación  más  adecuada  y  benéfica  en  servicio  de  los  pobres  enfermos.  El 
estado  de  los  hospitales  a  la  llegada  de  ellas  era  desastroso,  como  hemos 
visto.  Muchos  habían  sido  clausurados,  pues  los  Ayuntamientos  no  habían 
tenido  personal  que  supliera  a  los  frailes  hospitalarios,  y  los  fondos  propios 
de  los  hospitales  en  parte  se  habían  perdido  o  se  habían  disminuido  por  la 
situación  caótica  que  atravesaba  la  nación. 

Las  mujeres  que  trabajaban  en  los  nosocomios  eran  personas  a  sueldo,  sin 
los  ideales  mínimos  de  la  enfermera  o  el  fraile;  en  general,  eran  personas 
iletradas.  La  fama  de  inmoralidades  en  los  hospitales  públicos,  había  hecho 
exclamar  a  Sigüenza  y  Góngora  en  su  Piedad  Heroica  que  sería  escandaloso 
que  en  el  retiro  quieto  de  un  convento  de  monjas  sanas  se  ocuparan  del  cui- 
dado de  los  hombres  enfermos.  Sin  embargo,  no  fue  así,  llegaron  las  Herma- 
nas de  la  Caridad  y,  ante  la  espectante  mirada  de  Autoridades  y  pueblo,  ini- 
ciaron la  renovación  hospitalaria  dando  dignidad  a  la  obra  con  su  conducta. 
Gobierno  y  pueblo  se  convencieron  ante  los  hechos,  del  enorme  beneficio  que 
prestaban  a  la  Nación  y  pronto  empezaron  a  descargar  sobre  ellas  el  peso  de 
los  servicios  hospitalarios,  que  el  Estado  no  había  podido  soportar.  Así,  se  les 
encargaron  en  breves  años,  en  la  ciudad  de  México,  los  hospitales  siguientes: 
el  del  Divino  Salvador  (enfermos  mentales),  el  General  de  San  Andrés,  que 
en  aquellos  tiempos  seguía  siendo  el  más  importante  de  la  Ciudad,  pues  tenía 
620  camas,  y  el  de  San  Juan  de  Dios.62 

Para  esta  época  quedaban  en  la  ciudad  ocho  hospitales:  1.  San  Pedro  (que 
sólo  tenía  dos  enfermos  sacerdotes  dementes),  2.  Terceros,  con  diez  camas: 

3.  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  o  Jesús  Nazareno,  con  cuarenta  camas; 

4.  San  Juan  de  Dios,  con  sesenta  camas;  5.  El  Divino  Salvador,  con  ochenta 
y  ocho  camas;  6.  San  Lázaro,  con  cincuenta  y  seis  camas;  7.  San  Andes,  con 
las  seiscientas  cincuenta  ya  mencionadas  y  8.  San  Hipólito  con  ochenta  y 


e~  García  Icazbalceta,  J.  Informe  sobre  los  Establecimientos  de  Beneficencia  y  Co- 
rección,  pag.  47. 


288 


cinco  aproximadamente.  De  éstos  sólo  seis  recibían  enfermos,  pues  el  de 
San  Pedro,  para  sacerdotes  enfermos,  estaba  prácticamente  fuera  de  servicio 
e  igual  acontecía  con  el  de  San  Lázaro.63 

Si  consideramos  que  de  los  seis  restantes,  el  de  Terceros  tenía  un  carácter 
privado  y  los  de  El  Divino  Salvador  y  San  Hipólito  eran  exclusivos  para 
dementes,  nos  encontramos  con  que  sólo  quedaban  en  la  Ciudad  tres  hos- 
pitales capaces  de  prestar  servicios  a  los  enfermos:  estos  eran  el  de  San 
Andrés,  el  de  San  Juan  de  Dios  y  el  de  Jesús.  Esto  significaba  que  a  me- 
diados del  siglo  XIX  el  número  de  camas  para  enfermos  se  había  reducido 
en  varios  miles  y  que  sólo  quedaban  setecientos  cincuenta.  Si  pensamos 
que  de  éstas,  setecientas  diez  se  pusieron  en  manos  de  las  Hermanas  de  la 
Caridad,  entenderemos  por  qué  cuando  Juárez  da  su  decreto  de  26  de  fe- 
brero de  1863,  por  el  que  suprime  todas  las  Ordenes  religiosas,  exceptúa 
a  éstas. 

La  situación  económica  de  todos  los  hospitales  seguía  siendo  mala,  pues 
el  de  Jesús,  a  pesar  de  que  era  un  servicio  público  de  procedencia  íntegra- 
mente laica  y  particular  (aún  no  existía  lo  que  más  tarde  se  llamó  Bene- 
ficencia Privada)  como  lo  eran  los  bienes  de  la  familia  del  Conquistador, 
sufrió  en  el  ambiente  reinante  la  mutilación  de  sus  rentas  y  en  ocasiones 
hasta  el  embargo  de  sus  propiedades. 

Instituciones  como  la  Casa  de  Cuna  tuvieron  que  cerrar  por  largo  tiempo, 
por  adeudarle  el  Gobierno  $  137,000.00  Los  Gobiernos  exigían  a  las  Insti- 
tuciones préstamos  que  luego  no  les  pagaban  y  las  dejaban  en  bancarrota. 

El  hospital  de  San  Andrés,  aunque  seguía  bajo  la  dirección  y  sosteni- 
miento del  Arzobispado,  por  todas  las  razones  ya  citadas  se  hallaba  en  gran 
pobreza.  Su  número  de  camas  se  había  reducido  a  menos  de  la  mitad  y  su 
déficit  anual  era  de  $  40,000.00.  El  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  por  dis- 
posición de  las  Cortes  Españolas,  había  pasado  al  Ayuntamiento.  Allí  sus 
bienes  desaparecieron  y  la  Institución  quedó  clausurada.  Después  el  edi- 
ficio se  dio  a  las  Madres  de  la  Compañía  de  María  para  que  tuvieran  allí 
su  escuela.  Las  monjas  abandonaron  este  hospital  cuando  se  les  dio  el  edi- 
ficio del  también  clausurado  Hospital  de  Betlemitas. 

Fue  entonces  cuando  un  grupo  de  vecinos  de  la  ciudad,  encabezados  por 
el  doctor  Gaspar  Ceballos,  se  decidió  con  sus  propios  bienes  a  fincar  nueva 
fortuna  para  abrir  y  sostener  el  Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Reunieron 
$  200,000.00  y  la  Institución  volvió  a  prestar  servicios  dirigida  por  los  se- 
glares que  formaron  la  Cofradía  de  San  Juan  de  Dios.64 

n  Sierra,  Justo.  México.  Su  Evolución  Social.  Parte  IV  por  Miguel  Macedo  pag.  713. 
04  García  Icazbalceta,  J.  Informe  sobre  los  establecimientos  de  Beneficencia  y  Co- 
rrección. .  .  pag.  45. 

289 


H19 


El  Hospital  del  Divino  Salvador,  cuyas  propiedades  habían  venido  a  menos, 
se  sostenía  con  limosnas.  El  13  de  julio  de  1824  el  Congreso  había  lanzado 
un  decreto  en  los  siguientes  términos:  "Pertenece  a  la  Federación  el  Hos- 
pital del  Divino  Salvador,  erigido  en  México  para  Asilo  de  mujeres  de- 
mentes".65 Siendo,  por  tanto,  del  Estado,  se  le  concedió  desde  entonces  para 
su  mantenimiento  el  goce  de  una  lotería.  Se  sostenía  con  ésta,  con  los  pocos 
ingresos  de  lo  que  le  daban  sus  propiedades  y  con  la  limosna  pública,  con 
lo  que  resultaba  que  el  Hospital  era  del  Estado,  pero  lo  sostenía  el  pueblo. 

El  Hospital  de  San  Hipólito  gozaba  del  mismo  privilegio.  Su  economía 
dependía  exclusivamente  del  Ayuntamiento,  quien  desde  la  extinción  de  las 
Ordenes  Hospitalarias  se  había  hecho  cargo  de  él  incautándose  sus  bienes, 
los  cuales  había  destinado  al  Estado  de  México  desde  que  éste  se  creó 
(1824). 66 

El  Hospital  de  San  Lázaro  estaba  en  tan  desastroso  estado  que  pocos  años 
después  (1847)   fue  clausurado,  como  veremos. 

El  Hospital  de  Terceros  era  el  único  que  se  encontraba  en  buena  situa- 
ción (a  pesar  de  que  el  número  de  camas  era  muy  reducido),  porque  en 
él  — como  Institución  religiosa  privada —  ningún  Gobierno  había  metido 
la  mano,  excepto  con  algunos  préstamos,  como  en  los  demás. 

El  Hospital  de  San  Pedro  no  era  ya  tal. 

Los  demás  hospitales  de  la  Ciudad  ya  no  existían  como  Instituciones,  sólo 
quedaban  de  ellos  sus  edificios.  Sus  bienes,  que  pudieron  ser  la  base  del 
patrimonio  de  la  Beneficencia  Pública,  se  habían  evaporado  o  bien  desvir- 
tuado de  sus  fines.  Ejemplos:  el  gran  patrimonio  del  Hospital  Real  de  los 
Indios,  que  una  vez  clausurado  se  destinó  al  sostenimiento  del  Colegio  de 
San  Gregorio 67  "a  fin  de  que  en  él  se  educaran  jóvenes  de  los  llamados 
indios".  El  destino  no  era  malo,  pero  es  absurdo  empobrecer  un  servicio 
público  por  mejorar  otro.  Si  se  me  dice  que  más  importante  es  la  educa- 
ción, diré  que  primero  es  el  ser  y  luego  el  modo  de  ser.  El  otro  ejemplo, 
que  aún  tiene  menos  justificación,  es  el  del  Hospital  de  San  Hipólito  ya 
mencionado  arriba. 

Hemos  citado  a  la  Ciudad  de  México  como  ejemplo,  puesto  que  sus  Ins- 
tituciones formaban  el  centro  hospitalario  más  importante  de  aquellos  tiempos. 
Respecto  a  los  Estados  la  situación  era,  cuando  no  semejante,  peor.*  Los 

03  Sierra,  Justo.  México.  Su  evolución  Social.  Parte  IV  por  Miguel  Macedo  pag.  713. 

Colección  de  Decretos,  pag.  64. 
n  Colección  de  Decretos,  pag.  81. 

*  Datos  pormenorizados  de  éstos  se  hallan  en  la  historia  particular  de  cada  hos- 
pital relatada  en  este  estudio. 


290 


bienes  de  muchos  de  ellos  habían  desaparecido  por  los  problemas  político- 
económicos  de  la  nación.  Los  de  otros  estaban  en  los  Ayuntamientos,  pero 
no  prestaban  los  servicios  debidos,  por  las  deficiencias  administrativas  que 
un  Estado  casi  anárquico  involucra.  Los  más  de  ellos  compartían  la  pobreza 
del  Erario  público.  Y  un  Estado  paupérrimo  no  podía  atender  con  largueza 
a  la  Beneficencia  Pública.  ¿De  qué  servía  que  las  Constituciones  atribuyeran 
a  los  Gobiernos  Estatales  la  obligación  de  atender  a  los  hospitales,  si  no 
tenían  medios  para  hacerlo?  Por  otra  parte,  las  ideas  liberales,  que  son  el 
fondo  sobre  el  que  se  desarrolla  esta  época  de  la  historia  mexicana,  no 
eran  propicias,  para  el  auge  de  la  Beneficencia.  Se  supone  que  la  beneficencia 
aumenta  la  mendicidad  y  la  vagancia. 

Pasemos  ahora  a  la  siguiente  etapa.  Bases  Orgánicas,  Acta  Constitutiva  y  las 
Reformas  del  47. 

En  este  período  en  que  nuestros  conflictos  políticos  hacen  crisis,  mientras 
la  Nación  se  enfrenta  a  la  guerra  con  los  Estados  Unidos,  aunque  no  parece 
el  momento  propicio  para  que  los  Gobiernos  se  ocupen  de  la  beneficencia 
pública,  es  el  tiempo  en  que  surge  el  primer  hospital  del  Estado.  Nace  al 
fragor  de  la  guerra  del  47  ante  la  incapacidad  de  atender  a  los  heridos. 
Utilízase  para  ello,  el  antiguo  Colegio  de  los  frailes  Agustinos,  llamado  de 
San  Pablo.  Abrióse  al  servicio  del  Ejército  el  23  de  agosto  de  1847,  que- 
dando desde  entonces  dependiendo  del  Ayuntamiento. 

Su  número  de  camas  en  aquel  momento  fue  innumerable,  aprovechán- 
dose la  gran  capacidad  del  edificio.  Pasada  la  guerra,  se  le  limitó  a  sesenta 
camas  "para  enfermos  libres",  esto  es  sin  contar  con  los  presos  que  se  le 
agregaron  el  7  de  octubre  de  1850  y  los  leprosos  de  ambos  sexos  que  se 
refundieron  allí  el  12  de  agosto  de  1862  al  clausurarse  el  Hospital  de  San 
Lázaro.  Hacia  el  año  de  1864,  la  Sociedad  de  Beneficencia  Española  man- 
tenía una  sala  con  seis  camas  para  sus  nacionales,  e  igual  hacía  la  Benefi- 
cencia Francesa  con  ocho  para  los  suyos.  Para  esta  última  fecha  el  hospital 
tenía  doscientas  trece  camas,  de  las  cuales  ciento  sesenta  ocupaban  los 
presos  y  veintiséis  los  leprosos,  el  resto,  o  sea  sólo  veintisiete,  lo  ocupaban 
los  "enfermos  libres".68  Estos  en  su  mayoría  eran  heridos  provenientes  de 
riñas  o  accidentes.  Por  tanto,  puede  decirse  que  este  es  el  primer  hospital 
de  sangre,  o  de  emergencia  que  tuvo  la  ciudad  de  México.  Lo  atendieron 
desde  entonces,  hasta  su  expulsión,  las  Hermanas  de  la  Caridad.  Al  triunfo 
de  la  revolución  de  Ayutla,  del  Federalismo  y  del  Partido  Liberal,  las  cosas 
tomaron  nuevo  cariz.  Había  un  nuevo  Presidente:  Ignacio  Comonfort  y  se 
había  aceptado  como  base  del  Gobierno  el  Estatuto  Orgánico  Provisional  de 

García  Icazbalceta,  J.  Informes  sobre  los  Establecimientos  de  Beneficencia.  .  . 
pag.  49. 


291 


la  República  Mexicana,  al  cual  debía  ajustarse  la  vida  de  la  Nación  en 
tanto  se  aprobaba  la  nueva  Constitución. 

En  este  Estatuto,  pese  a  la  breve  vigencia  que  iba  a  tener,  sí  hay  una 
preocupación  por  la  salud  de  los  ciudadanos  y  la  ayuda  a  las  clases  menes- 
terosas. En  la  sección  IX,  artículo  17,  hay  tres  incisos  que  a  ello  se  refieren 
diciendo:  "es  obligación  del  Gobierno,  en  cada  Estado,  crear  fondos  para 
Establecimientos  de  beneficencia.  .  ."  "Cuidar  de  la  salubridad  pública  y 
reglamentar  lo  conveniente  para  conservarla".69  Mientras  rige  este  Estatuto 
tiene  lugar  la  expedición  de  las  primeras  leyes  que  van  a  modificar  la  pro- 
piedad en  México  y  por  ende  afectarán  a  los  propietarios,  entre  los  que  se 
encontraban  los  pocos  hospitales  sobrevivientes.  El  liberalismo  entra  con 
ella  directamente  a  la  economía  nacional. 

La  ley  fue  dada  por  el  Presidente  interino  Ignacio  Comonfort  un  año 
antes  de  la  promulgación  de  la  Constitución  del  57.  Se  trata  de  la  famosa 
ley  de  desamortización,  dada  el  25  de  junio  de  1856,  discutida  en  un  día, 
28  de  junio  de  1856,  y  aprobada  de  inmediato  por  78  votos  contra  15.  El 
texto  de  esta  ley  dice  así: 

Artículo  I.  Todas  las  fincas  rústicas  y  urbanas  que  hoy  tienen  y  administran 
como  propietarias  las  corporaciones  civiles  o  eclesiásticas  de  la  República  se 
adjudicarán  en  propiedad  a  los  que  las  tienen  arrendadas  por  el  valor  corres- 
pondiente a  la  renta  que  en  la  actualidad  pagan,  calculada  como  rédito  al 
seis  por  ciento  anual. 

Artículo  II.  La  misma  adjudicación  se  hará  a  los  que  hoy  tienen  a  censo 
enfitéutico  fincas  rústicas,  urbanas  de  corporación,  capitalizando  al  seis  por 
ciento  el  canon  que  pagan  para  determinar  el  valor  de  aquéllas. 

Artículo  III.  Bajo  el  nombre  de  Corporaciones  se  comprenden  todas  las 
comunidades  religiosas  de  ambos  sexos,  cofradías,  archicof radías,  congrega- 
ciones, hermandades,  parroquias,  Ayuntamientos,  colegios,  y  en  general  todo 
Establecimiento  o  Fundación  que  tenga  el  carácter  de  duración  perpetua  o 
indefinida. 

Artículo  XXV.  Desde  ahora  en  adelante  ninguna  Corporación  civil  o  ecle- 
siástica, cualquiera  que  sea  su  carácter,  denominación  u  objeto,  tendrá  capa- 
cidad legal  para  adquirir  en  propiedad  o  administrar  por  sí,  bienes  raíces, 
con  la  única  excepción  que  expresa  el  artículo  8o.  respecto  de  los  edificios. 

Artículo  VIII.  Sólo  se  exceptúan  de  la  enajenación  los  edificios  destinados 
inmediata  y  directamente  al  servicio  u  objeto  del  Instituto  de  las  Corporacio- 
nes, aun  cuando  se  arriende  alguna  parte  no  separada  de  ellos,  como  los 

69  Tena  Ramírez,  Felipe.  Leyes  Fundamentales  pp.  514-515. 

292 


conventos,  Palacios  Episcopales  y  Municipales,  colegios,  hospitales,  hospicios, 
mercados,  Casas  de  corrección  y  beneficencia.70 

Artículo  XXXV.  Los  réditos  de  los  capitales  que  reconozcan  las  fincas  rús- 
ticas o  urbanas  que  se  adjudiquen  o  rematen  conforme  a  esta  ley,  continuarán 
aplicándose  a  los  mismos  objetos  a  que  se  destinaban  las  rentas  de  dichas 
fincas. 

A  través  de  esta  ley  se  trasluce  la  miseria  del  Estado  y  del  pueblo  al  que 
había  que  darle  algo  de  inmediato,  aun  a  costa  de  la  ruina  de  toda  Insti- 
tución constructiva.  Este  algo,  eran  los  bienes  que  se  llamaban  de  manos 
muertas,  o  sea  no  sólo  los  de  los  religiosos  difuntos  que  quedaban  en  sus 
Comunidades,  sino  también  los  de  todas  aquellas  personas  altruistas  que 
habían  dejado  sus  bienes  para  la  educación  del  pueblo,  para  el  cuidado  de 
los  enfermos,  para  la  investigación  científica  y  la  preparación  de  los  maes- 
tros en  la  Universidad.  Los  de  los  Gobiernos  reales,  previsores,  que  habían 
dotado  a  los  Municipios  de  bienes  propios  para  que  su  vida  no  fuera  mise- 
rable, ni  pesara  como  gran  carga  sobre  los  pueblos.  Aquellos  con  que  los 
Reyes  dotaron  a  las  Comunidades  indígenas  para  salvaguardarlos  de  la  miseria 
en  que  la  ambición  de  los  latifundios  podría  colocarlos. 

La  propiedad  urbana  y  rústica  pedía  hacía  tiempo  una  reforma,  pero  no 
era  necesaria  para  ella  la  destrucción  de  nuestras  más  nobles  Instituciones 
y  esta  ley  afectaba  directamente  a  las  Comunidades  indígenas,  corazón  de 
México  — a  los  Municipios,  alma  de  nuestra  vida  democrática — ,  a  la  ins- 
trucción pública  en  todas  las  ramas  y  a  la  Beneficencia  pública,  ya  entonces 
en  la  pobreza. 

Esta  ley,  además,  cerraba  las  puertas  a  la  generosidad  de  todos  aquellos 
que  quisieran  hacer  donaciones  en  el  futuro  para  acrecentar  la  cultura,  la 
economía,  o  mejorar  al  indio.  Véase  el  artículo  XXV. 

La  ley,  por  su  artículo  VIII,  dejaba  a  las  escuelas,  colegios,  Universidades, 
hospitales,  conventos,  Arzobispados,  Obispados,  cofradías,  Congregaciones, 
Ayuntamientos,  etc.,  los  edificios  que  tuvieran  en  uso  en  el  momento  en  que 
la  ley  se  expedía.  Esto  dio  lugar  a  que  hasta  los  Palacios  Municipales  per- 
dieran parte  de  sus  edificios.  Como  ejemplo  podemos  citar  la  pérdida  que 
tuvo  el  Ayuntamiento  de  la  Ciudad  de  México,  al  cual  pertenecía  la  man- 
zana entera  en  que  estaba  situado  y  al  cual  sólo  le  queda  la  mitad,  pues 
teniendo  rentada  parte,  ésta  se  adjudicó  a  los  arrendatarios  71  siendo  actual- 
mente una  casa  de  comercio. 

Las  fincas  contiguas  al  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  de  Michoacán,  que 
se  estaban  arreglando  para  enfermería  de  mujeres  y  habitaciones  de  las 

70  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  parte  la. 

71  Sierra,  Justo,  México.  Su  evolución  social  Miguel  Macedo  Parte  IV,  pag.  677. 


293 


Hermanas  de  la  Caridad,  se  denunciaron  y  fue  necesaria  la  intervención  de 
Lerdo  de  Tejada.  Gobernador  de  Michoacán,  para  que  no  se  adjudicaran. 
Pero  en  cambio  el  Hospital  de  San  Juan  de  Dios  de  México  tenía  una  de- 
pendencia que  se  usaba  sólo  en  caso  de  epidemia  y  se  rentaba  cuando  no 
la  había.  Esta  casa  se  denunció  y  no  obstante  las  demostraciones  que  hizo 
el  Rector  del  hospital,  don  José  Ma.  Medina,  no  se  le  exceptuó,  perdiéndose 
así  también  parte  del  edificio  del  hospital.72 

Al  amparo  de  esta  famosa  ley,  se  cometieron  toda  clase  de  arbitrariedades 
contra  la  propiedad,  llegan  a  denunciarse  y  adjudicarse  las  vías  públicas  y 
las  plazas,71  arbitrariedades  que  el  Gobierno  no  quiso  controlar. 

Los  edificios  quedaban,  pero  ¿con  qué  iban  a  sostenerse  las  Instituciones 
si  se  les  quitaban  sus  propiedades,  si  sólo  se  les  dejaban  los  réditos  de  los 
capitales  al  6%  anual  y,  más  aún,  si  se  les  negaba  el  derecho  a  recibir 
legados? 

A  la  Ley  Lerdo  se  sumaron  la  Ley  Juárez,  la  Ley  Iglesias,  persecuciones 
contra  párrocos,  Obispos  y  Ordenes  religiosas,  presión  sobre  los  católicos, 
etc.,  todo  lo  cual  sumado  dio  por  consecuencia  que  al  aprobarse  la  Consti- 
tución el  5  de  febrero  de  1857.  en  la  cual  estas  leyes  se  elevaban  a  precepto 
constitucional  (cap.  II,  art.  30),  se  levantara  una  ola  de  descontento  que 
culmina,  para  lo  que  a  nuestro  asunto  interesa,  en  el  establecimiento  de  dos 
Gobiernos:  uno  Consevador,  encabezado  por  Zuloaga,  en  la  Capital  de 
la  República,  y  otro  Liberal,  el  de  Juárez,  en  Veracruz  (quien  como  Ministro 
de  la  Suprema  Corte  y  de  Gobernación,  al  haber  sido  eliminado  de  la  Pre- 
sidencia Comonfort  por  ministerio  de  la  ley  ocupaba  el  puesto  de  Presidente 
interino,  en  apego  a  la  Constitución  del  57). 

Veamos  qué  hicieron  unos  y  otros  por  lo  que  se  refiere  a  hospitales.  En  la 
Capital,  el  Gobierno  de  Zuloaga,  dictó  la  ley  del  28  de  febrero  de  1858,  por 
la  cual  se  obligó  a  los  adjudicatarios  a  devolver  al  Clero  las  propiedades 
denunciadas.  Un  año  después,  estando  en  Veracruz  Juárez,  en  calidad  de 
Presidente  interino,  empieza  a  dictar  sus  famosas  leyes  de  Reforma,  las  se- 
guirá dando  siendo  Presidente  constitucional  cuando  la  Intervención  fran- 
cesa y  las  terminará  tras  la  caída  de  Maximiliano. 

De  estas  leyes  vamos  a  señalar  las  que  afectaron  directamente  a  los  hospitales. 

Ley  del  12  de  julio  de  1859.  Nacionalización  de  los  bienes  del  Clero.  Esta 
ley  venía  a  consumar  la  obra  iniciada  en  la  Ley  Lerdo  y  en  su  artículo  lo. 
dice  así: 

"Entran  al  dominio  de  la  Nación  todos  los  bienes  que  el  Clero  Secular  y 
Regular  ha  estado  administrando,  con  diversos  títulos,   sea  cual  fuere  la 

n  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II.  parte  la.  Resolución  14  de  octubre  1856 
resolución  9  septiembre  1856. 


294 


clase  de  predios,  derechos  y  acciones  en  que  consistan,  el  nombre  y  aplica- 
ción que  hayan  tenido". 

Artículo  2o.  "Una  ley  especial  determinará  la  manera  y  forma  de  ingresar 
al  Tesoro  de  la  Nación  todos  los  bienes  de  que  trata  el  artículo  anterior". 

Artículo  4o.  "Los  ministros  del  culto,  por  la  administración  de  sacra- 
mentos y  demás  funciones  de  su  ministerio,  podrán  recibir  ofrendas  y  acor- 
dar con  las  personas  lo  que  han  de  darles  por  sus  servicios,  pero  ni  las  ofren- 
das ni  las  indemnizaciones  podrán  hacerse  en  bienes  raíces". 

Artículo  5o.  "Se  suprimen  en  toda  la  República  las  Ordenes  religiosas, 
archicofradías,  congregaciones  o  hermandades  anexas  a  las  Comunidades  re- 
ligiosas, a  las  Catedrales,  parroquias  o  cualesquiera  otras  iglesias". 

Artículo  6o.  "Queda  prohibida  la  fundación  de  Ordenes  religiosas.  .  . 
sea  cual  fuere  la  denominación  que  quiera  dárseles.  .  ." 

Artículo  22o.  "Es  nula  toda  enajenación  de  los  bienes  que  se  mencionan 
en  esta  ley,  ya  sea  que  se  verifique  por  algún  individuo  del  Clero  u  otra 
persona  que  no  tenga  expresa  autorización  del  Gobierno".73 

El  13  de  julio  de  1859,  o  sea  el  día  siguiente,  te  expidió  otra  ley  que 
ordenaba  la  forma  de  hacer  la  nacionalización.  Esta  disponía  instaurar  en 
cada  población  de  México,  una  Comisión  encargada  de  valuar  los  bienes 
nacionalizados  y  el  nombramiento  de  peritos  para  que  "en  el  término  de 
ocho  días  formen  planos  de  división  de  los  edificios  que  ocupaban  las  Co- 
munidades suprimidas.  Se  valuará  separadamente  cada  fracción  y  se  ven- 
derán estas  fracciones  en  subasta  pública.  Se  admitirá  el  pago  de  la  3a. 
parte  del  valor  en  efectivo  y  las  otras  terceras  en  crédito  de  la  deuda  nacional 
reconocida  cualquiera  que  sea  su  orden".74 

Como  surgieran  una  serie  de  conflictos  y  protestas  por  algunos  edificios  de 
servicio  público  que  se  creyó  no  estarían  comprendidos  en  la  ley  de  nacionali- 
zación, el  presidente  Juárez  dictó  en  el  mismo  Veracruz  la  Resolución  del  4 
de  agosto  de  1859,  en  la  cual  se  aclaraba  que  los  hospitales  y  edificios  anexos 
a  los  templos,  sí  estaban  comprendidos  en  la  nacionalización.  Sin  embargo, 
para  aminorar  la  dureza  de  la  disposición,  se  añadió  que:  " pueden  los  que  los 
ocupan  seguir  en  ellos  si  a  tal  los  autoriza  el  gobierno,  previo  estudio  de  su 
caso  si  lo  solicitan".  75 

Corolario  de  estas  leyes  fue  la  del  2  de  febrero  de  1861  en  la  que  Juárez 
dice  así: 

"En  vista  de  las  facultades  de  que  me  hallo  investido.  .  .  ordeno:  Art.  lo. 
Quedan  secularizados  todos  los  hospitales  y  establecimientos  de  beneficencia 

73  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte  2a.,  pp.  1-61. 
'*  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte  2a.,  pag.  69. 
75  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte  2a.,  pag.  113. 


295 


que  hasta  esta  fecha  han  administrado  las  autoridades  o  corporaciones  ecle- 
siásticas". 

2o.  El  gobierno  de  la  nación  se  encarga  del  cuidado,  dirección  y  manteni- 
miento de  dichos  establecimientos  en  el  Distrito  Federal,  arreglando  su  ad- 
ministración como  parezca  conveniente. 

3o.  Las  fincas,  capitales  y  rentas  de  cualquier  clase  que  les  corresponden  les 
quedarán  afectos  de  la  misma  manera  que  hoy  están. 

4o.  No  se  alterará  respecto  de  dichos  establecimientos  nada  de  lo  que  esté 
dispuesto  y  se  haya  practicado  legalmente. 

5o.  Los  capitales  que  se  reconozcan  a  los  referidos  establecimientos  ya  sea 
sobre  fincas  particulares,  ya  por  fincas  adjudicadas,  seguirán  reconociéndose 
sin  que  haya  obligación  de  redimirlos. 

6o.  Si  alguna  persona  quisiera  redimir  voluntariamente  los  que  reconozca, 
no  podrá  hacerlo  sino  por  conducto  de  los  directores  o  encargados  de  los  esta- 
blecimientos con  aprobación  del  gobierno  de  la  Unión  y  con  la  obligación  de 
que  los  capitales  así  redimidos  se  impongan  a  censo  sobre  otras  fincas. 

7o.  Los  establecimientos  de  esta  especie  que  hay  en  los  Estados  quedarán 
bajo  la  inspección  de  los  gobiernos  respectivos  y  con  entera  sujeción  a  las  pre- 
venciones que  contiene  la  presente  ley. 

El  5  de  febrero  de  1861,  o  sea  dos  días  después,  Juárez  expidió  la  ley  que 
había  de  reglamentar  los  establecimientos  de  beneficencia  que  el  gobierno 
había  tomado  bajo  su  dependencia.  76 

En  el  título  X,  artículo  64,  de  ella  declara,  que  se  comprenden  bajo  el  nom- 
bre de  establecimientos  de  beneficencia  a  los  hospicios,  hospitales,  casas  de  de- 
mentes, orfanatorios,  casas  de  maternidad  y  en  general  a  todos  aquellos  que 
reconozcan  por  base  la  caridad  pública,  así  como  los  destinados  a  la  instruc- 
ción primaria,  secundaría  y  profesional. 

En  el  artículo  65  se  prometía  formar  una  lista  de  los  existentes  en  el  D.  F. 
y  Estados  Federales,  de  aquellos  a  los  que  se  les  ha  concedido  continúen  con 
sus  bienes  para  su  subsistencia.  En  el  artículo  66  se  declaraba  que  los  bienes  de 
estas  instituciones:  no  estaban  comprendidos  en  la  adjudicación  de  capitales 
de  la  ley  de  nacionalización  del  13  de  julio  de  1859. 

Art.  67.  Los  establecimientos  de  beneficencia  que  administran  corporaciones 
eclesiásticas  o  juntas  independientes  del  gobierno  se  secularizarán  y  se  pon- 
drán bajo  la  inspección  inmediata  de  la  autoridad  pública,  nombrando  el  go- 
bierno en  el  D.  F.  y  los  gobernadores  en  los  estados  a  los  directores  y  adminis- 
tradores de  ellos. 

Art.  68.  El  gobierno  general  y  los  gobernadores  reglamentarán  todo  lo  con- 
Tc  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte  2a. ,  pag.  368. 


296 


cerniente  a  dichos  establecimientos  en  lo  administrativo  y  económico  vigilando 
esto  especialmente,  pues  los  cortes  de  caja  se  publicarán  en  los  periódicos. 
Veamos  cómo  afectaron  estas  medidas  a  los  hospitales. 

La  ley  de  desamortización  de  1856  produce  efectos  destructivos  e  irrepara- 
bles, como  veremos,  en  las  muy  menguadas  economías  hospitalarias,  no  sólo 
en  los  hospitales  dependientes  del  clero,  sino  aun  en  los  que  dependían  de  los 
ayuntamientos,  puesto  que  los  bienes  de  éstos  también  eran  afectables  de 
desamortización.  Por  esto  es  que  al  disponerse  que  en  los  estados  fueran  los 
ayuntamientos  los  que  sostuvieran  los  hospitales,  éstos  se  encontraron  sin  fon- 
dos para  hacerlo. 

La  ley  de  nacionalización  del  12  de  julio  y  la  del  13  del  mismo  mes  y  año 
de  1859  afectó  seriamente  a  los  hospitales,  ya  que  los  bienes  que  les  habían 
quedado  fueron  objeto  de  denuncias,  pues  expresamente  decía  la  ley  que  sus 
bienes  sí  estaban  comprendidos  en  la  nacionalización.  Poco  fue  lo  que  les  que- 
dó después  de  esto.  Millones  de  pesos  en  bienes  raíces  perdió  entonces  la  bene- 
ficencia pública  en  todo  el  país.  La  ley  de  secularización  del  28  de  febrero  de 
1861  que  pone  a  los  hospitales  en  manos  del  gobierno  afecta  a  los  hospitales 
en  su  gobierno  pero  no  tiene  el  alcance  que  se  cree. 

Primeramente,  hay  que  considerar  que  la  gran  masa  de  los  hospitales  o  sean 
los  de  las  órdenes  hospitalarias,  ya  habían  sido  secularizados  (Constitución 
Española  1812  y  Decreto  de  las  Cortes  de  1820  aplicado  en  1821)  y  estaban 
en  manos  de  los  ayuntamientos.  Los  hospitales  que  seguían  dependiendo  del 
clero  eran  muy  pocos,  como  por  ejemplo,  en  la  ciudad  de  México,  sólo  el  ge- 
neral de  San  Andrés  y,  en  Guadalajara,  el  magnífico  hospital  de  San  Miguel 
de  Belem.  Ambos  eran  atendidos  por  seculares,  médicos,  enfermeras  y  en- 
fermeros. 

Los  hospitales  del  gobierno  eran  los  que  estaban  en  manos  de  una  congrega- 
ción religiosa:  las  Hermanas  de  la  Caridad.  Pero'  respecto  a  éstas,  Juárez  se 
dio  cuenta  que  sacar  de  ellos  a  las  Hermanas,  equivaldría  a  volverlos  a  sumir 
en  el  desastre  en  que  se  encontraban  a  raíz  de  la  supresión  de  las  órdenes  hos- 
pitalarias y  privarlos  de  los  buenos  servicios  que  gracias  a  ellas  habían  llegado 
a  tener.  Por  lo  cual  diez  y  siete  días  después  de  ordenar  la  secularización  de 
los  hospitales  dictó  la  Suprema  Orden  del  19  de  febrero  de  1861,  en  la  cual 
declaró  que  deseando  "conservar,  proteger  y  fomentar  todos  los  establecimien- 
tos de  beneficencia.  .  .  resolvía.  .  .  que  el  de  las  Hermanas  de  la  Caridad  con- 
tinúe prestando,  según  cumple  a  los  fines  de  su  instituto,  sus  importantes  ser- 
vicios a  la  humanidad  afligida  y  a  la  niñez  menesterosa,  bajo  la  inspección  del 
gobierno.  .  ."  77 

"  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte  2a.,  pag.  368. 


297 


Por  la  citada  ley  de  secularización,  el  gobierno  se  comprometió  a  sostener 
todos  los  hospitales,  tanto  en  el  D.  F.,  como  en  los  estados,  éstos  a  través  de  los 
gobiernos  estatales. 

Ahora  bien  ¿qué  medidas  dictó  para  realizarlo? 

Los  artículos  3,  4,  5  y  6  citados  arriba  lo  dicen  y  prácticamente  fue  lo  si- 
guiente: dejar  a  cada  hospital  lo  que  a  pesar  de  las  leyes  de  desamortización 
y  nacionalización  les  había  quedado,  sin  devolverles  nada  de  lo  que  se  les 
había  quitado,  y  atenidos  a  lo  que  el  gobierno  prometía.  El  gobierno,  por  su 
parte,  poco  podía  darles,  puesto  que  los  bienes  de  los  ayuntamientos  habían 
sido  desamortizados  y  el  erario  estaba  en  bancarrota.  Si  las  cosas  se  hubieran 
planeado  con  una  visión  constructiva  de  limpio  amor  al  pueblo  de  México, 
se  habrían  nulificado  las  desamortizaciones  y  nacionalizaciones  de  los  patri- 
monios hospitalarios  (no  sólo  de  los  bienes  que  habían  tenido  los  hospitales 
dependientes  del  clero,  sino  también  y  muy  especialmente,  los  de  aquellos,  en 
gran  mayoría,  que  habían  sido  fundaciones  de  particulares,  administrados  por 
órdenes  hospitalarias  y  que  habían  pasado  a  manos  de  los  ayuntamientos,  pues 
esto  equivalía  a  aumentar  la  riqueza  de  aquella  rica  clase  media  de  México, 
privando  a  los  pobres  de  lo  que  era  suyo.  Pero  el  liberalismo-  hecho  política 
en  aquellos  momentos  no  permitía  ver  la  sencilla  realidad. 

Si  Juárez  se  hubiera  decidido  en  aquellos  momentos  a  nulificar  la  desamor- 
tización de  los  bienes  de  los  hospitales,  una  multitud  de  haciendas,  ranchos, 
fincas  urbanas,  censos  y  capellanías,  habrían  podido  constituir  la  base  eco- 
nómica de  un  Ministerio  de  Beneficencia  Pública  que  pudo  haber  vivido,  sin 
recurrir  al  pobre  erario  nacional  y  prestar  a  los  necesitados  los  servicios  que 
no  pueden  diferirse,  puesto  que  la  vida  humana  es  sólo  una. 

La  ley  del  5  de  febrero  de  1861  es  la  primera  reacción  del  propio  gobierno 
ante  el  peso  de  toda  la  beneficencia  pública  sobre  sus  espaldas.  Hospicios,  hos- 
pitales, manicomios,  casas  de  maternidad  y  toda  la  instrución  pública,  en  to- 
dos sus  grados,  era  una  carga  con  la  que  el  estado  no  podía  por  sí  solo.  Fue 
por  ello  que  tratando  de  salvar  algo,  decretó  que  los  capitales  que  habían  que- 
dado a  las  instituciones  de  beneficencia,  tras  la  desamortización,  no  eran  na- 
cionalizables.  Pero  ya  poco  podía  salvarse,  pues  esta  ley  se  dio  dos  años  después 
de  aquella  que  expresamente  los  había  comprendido  en  la  nacionalización. 
Juárez  se  percata  de  la  situación  caótica  de  la  beneficencia  pública  y  conside- 
rando la  urgencia  de  reorganizarla  da  su  ley  del  5  de  febrero  de  1861  que  es 
su  primer  intento  de  organización  de  la  beneficencia  o  sea  la  disposición  de 
que  los  gobiernos  de  los  estados  y  del  D.  F.  inspeccionen  las  instituciones  y 
hagan  reglamentos  y  vigilen  que  no  haya  malversación  de  fondos.  Esta  ley 
va  a  completarse  con  varios  decretos  que  vamos  a  citar  en  orden  cronológico. 

El  28  de  febrero  de  1861 ,  dio  un  decreto  mediante  el  cual  creó  la  Dirección 


298 


General  de  Fondos  de  la  Beneficencia  Pública,  dependiente  del  Ministerio  de 
Gobernación.  * 

El  fin  de  esta  medida  era  organizar,  coordinar  y  sostener  con  impuestos,  lo- 
terías, fondos  dótales  y  legados,  la  beneficencia  pública,  y  transformarla  en 
un  servicio  público  dependiente  del  estado. 

El  gobierno  de  Juárez  parece  se  iba  a  lanzar  a  una  obra  constructiva  en 
verdad  de  beneficio  popular.  No  serían  ya  las  instituciones  hospitalarias  ins- 
tituciones sostenidas  por  el  amor  al  prójimo,  por  la  caridad,  sino  instituciones 
del  estado  que  velaba  por  la  salud  pública.  Pero  el  estado,  a  su  vez,  necesitaba 
medios  suficientes  para  sostenerlas.  Por  ello,  con  el  fin  de  concentrar  todas 
las  fuerzas  de  gobierno  y  particulares  en  la  Dirección  Nacional  de  Fondos  de 
Beneficencia  Pública,  dispuso  el  12  de  marzo  de  1861  que  todos  los  capitales 
de  fundación  para  dotar  o  socorrer  huérfanos,  debían  consignarse  a  dicha 
dirección,  volviendo  a  hacer  hincapié  en  que  dichos  capitales  no  eran  denun- 
ciabas, ni  redimibles.  Igual  cosa  se  decía  en  los  avisos  del  3  y  15  de  abril  del 
mismo  1861. 78 

Existía,  además,  el  peligro  de  que  el  espíritu  de  caridad,  tan  arraigado  en 
el  pueblo,  pudiera  en  un  afán  de  crear  instituciones  benéficas,  hacer  surgir 
nuevamente  el  poderío  económico  del  clero,  por  medio  de  donaciones,  legados, 
testamentarías,  etc.  Previniendo  esto,  el  gobierno  se  adjudicó  todos  los  bienes 
legados  por  los  particulares  para  socorro  público,  lanzando  a  través  de  la  Di- 
rección General  de  Beneficencia  Pública,  la  circular  del  2  de  febrero  de  1862. 
en  la  que  se  ordenaba  a  los  escribanos  públicos  del  D.  F.  informar  sobre  los 
testamentos  con  legado  a  los  pobres,  a  colegios,  a  hospitales,  a  hospicios,  etc.,, 
de  10  años  a  esta  parte;  hipotecas  a  favor  de  los  mismos  de  30  años  a  esta 
parte.  Se  daba  a  los  escribanos,  jueces,  síndicos  y  albaceas  30  días  para  infor- 
mar, so  pena  de  multa  del  10%  de  lo  que  no  declararan,  y  bajo  el  halago  del 
10%  de  los  bienes  denunciados.  79 

Ahora  bien,  en  la  Secretaría  de  Gobernación  Juárez  había  establecido  la 
Dirección  de  la  Beneficencia  y  para  normar  sus  actividades  había  encargado 
al  Sr.  Francisco  Zarco  que  hiciese  un  reglamento.  Este  lo  hizo,  entrando  en 
vigor  el  5  de  mayo  de  1861,  reglamento  que  cuidaba  y  promovía  el  acrecenta- 
miento y  eficacia  de  las  Instituciones  Benéficas.80 

Antes  de  un  mes,  o  sea  el  25  de  marzo  de  1861,  el  Secretario  de  Goberna- 
ción se  dirige  a  los  Doctores  Gabino  Bustamante  y  Juan  N.  Navarro,  consul- 

*  Véase  en  el  Apéndice  el  texto  completo  del  decreto. 

*8  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  II,  parte,  2a.,  pp.  392-402. 

*9  Nuevo  Código  de  la  Reforma,  tomo  I,  pp.  497  a  499. 

80  Peza,  Juan  de  Dios,  S.  Beneficencia  de  México,  pag.  9. 


299 


tándoles  sobre  la  posibilidad  de  establecer  una  casa  de  maternidad  y  hospital 
infantil  en  la  Casa  de  niños  expósitos  o  en  otro  sitio  de  la  ciudad.81  Los  doc- 
tores estudian  el  asunto  y  responden  declarando  antihigiénico  establecer  hos- 
pital alguno  en  la  Casa  de  niños  expósitos  y  dictaminando  que  debía  hacerse 
en  el  antiguo  Hospital  de  Terceros,  cuyo  edificio  e  instalaciones  hospitalarias 
eran  inmejorables.  La  Maternidad  tendría  20  camas  como  mínimo  y  los  niños 
contarían  con  varios  salones. 

El  plan  de  los  médicos  para  los  servicios  clínicos  era:  Poner  la  dirección 
del  hospital  en  manos  de  la  Escuela  de  Medicina,  "en  cuyo  Establecimiento 
se  está  echando  de  menos,  desde  su  fundación,  una  clínica  de  partos". 

Los  médicos,  como  personas  prácticas,  al  presentar  su  plan  añadieron  una 
idea  para  realizarlo  inmediatamente:  emplear,  para  sostenerlo,  los  fondos 
mismos  con  que  contaba  el  Hospital  de  Terceros.82 

El  asunto  se  estudia,  y  el  9  de  noviembre  de  1861  Benito  Juárez  hace  saber 
que  el  Congreso  de  la  Unión  ha  decretado  el  establecimiento  en  la  Capital 
de  un  Hospital  de  Maternidad  e  Infancia,  para  el  cual  había  designado  el 
edificio  del  Hospital  de  Terceros.83 

Pero  ¿qué  sucedió  entre  el  9  de  noviembre  del  61  y  el  17  de  enero  del  62? 
No  lo  sabemos,  sólo  conocemos  un  decreto  del  propio  Juárez  que  pasando 
sobre  lo  ordenado  por  el  Congreso  de  la  Unión,  en  uso  de  las  amplias  facul- 
tades de  que  se  hallaba  investido,  decretó  que  no  se  diera  el  edificio  del 
Hospital  de  Terceros  al  Hospital  de  Maternidad  e  Infancia  y  que  el  Ministro 
de  Relaciones  y  Gobernación  designara  para  ello  otro  edificio.84 

Lo  curioso  del  caso  es  que  el  edificio  del  Hospital  de  Terceros  fue  vendido 
poco  después  a  un  español  de  apellido  Garres,  amigo  de  Manuel  Doblado, 
Ministro  de  Relaciones  y  Gobernación,85  y  el  Hospital  de  Maternidad  e  In- 
fancia no  se  fundó. 

Las  Instituciones  hospitalarias  seguían  en  bancarrota;  fuertes  clamores  lle- 
gaban a  oídos  del  Presidente  Juárez,  quien  se  vio  precisado  a  acceder  a  las 
solicitudes  que  le  hacían  declarando  exentos  de  la  contribución  del  2%  sobre 
capitales  a  los  que  pertenecían  a  la  Beneficencia  Pública  en  todo  el  país,  de- 
rogando todas  las  disposiciones  en  contrarío.86 

Sin  embargo,  todas  estas  medidas  se  nulificarán  ante  la  proximidad  de  la 

81  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  289. 

82  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pp.  391-392. 
"  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  612. 

84  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  618. 

85  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  618.  Nota  del  Decreto  del  17  de 
enero  de  1862. 

v'  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  618. 


300 


guerra  con  Francia,  que  llevó  a  Juárez,  el  7  de  mayo  de  1862,  a  publicar  la 
suprema  orden  que  obligó  a  todas  las  personas  que  reconocían  a  la  Beneficen- 
cia Pública  capitales  de  8,000  pesos  para  arriba,  se  presentaran  a  redimir  las 
imposiciones  o  las  fincas  en  el  término  de  tres  días,  pagando  de  contado  la 
cuarta  parte  del  valor  y  las  tres  restantes  en  bonos  o  créditos  contra  el  Era- 
rio nacional  dentro  de  dos  meses,  so  pérdida  de  sus  títulos  de  propiedad.87 

El  30  de  agosto  del  dicho  1862,  Juárez  suprime  uno  de  sus  mayores  acier- 
tos: la  Dirección  de  la  Beneficencia  Pública,  ordenando  que  a  partir  de  la 
fecha  del  decreto,  la  Beneficencia  vuelva  a  manos  de  los  Ayuntamientos.88 
El  8  de  octubre  del  mismo  año,  el  Ministerio  de  Gobernación,  en  cuyo  seno 
se  albergaba  la  citada  Dirección,  reitera  la  orden  de  que  sea  el  Ayuntamiento 
el  que  maneje  la  beneficencia  pública. 

Esto  es  un  paso  atrás.  Los  servicios  hospitalarios  que  el  Gobierno  se  había 
comprometido  a  sostener  vuelven  a  los  Ayuntamientos  y  son  condenados  con 
ello  a  la  miseria  y  a  la  desorganización.  Muchos  años  tendrán  que  pasar  para 
que  la  Beneficencia  Pública  deje  de  ser  un  clavo  ardiente  que  se  tiren  mu- 
tuamente Gobernación  y  Ayuntamiento.  Algunas  décadas  transcurrirán  antes 
de  que  el  Gobierno  decida  aceptar  la  cuestión  de  la  beneficencia  como  un 
problema  nacional  al  que  había  que  darle  una  digna  solución. 


LOS    HOSPITALES   DURANTE   EL   IMPERIO   DE  MAXIMILIANO 

Aunque  el  Estatuto  Provisional  del  Imperio  Mexicano  no  menciona  nada 
respecto  a  Beneficencia  Pública,  hospitales  y  salubridad,  se  tuvo  verdadero 
interés  en  estos  asuntos. 

El  Consejo  de  Salubridad  funcionó  activamente.  Tuvo  como  Presidente 
al  Dr.  Miguel  Azcárate,  como  Vice-presidentes  al  Dr.  Manuel  Berganzo  y 
a  los  boticarios  Rafael  Martínez  y  Francisco  González,  y  como  Secretario  a 
D.  José  Ma.  Reyes,89  que  controlaban  todo  lo  referente  a  medicamentos,  ve- 
lando por  la  buena  calidad  de  estos  y  su  eficiente  administración.  Vigilaba 
también  que  el  ejercicio  de  la  medicina  no  quedase  en  manos  de  charlatanes. 

Al  lado  del  Consejo  de  Salubridad  funcionó  la  llamada  Política  de  Salu- 
bridad, que  vigilaba  la  limpieza  de  la  Ciudad  y  sus  alrededores  procurando 
cegar  los  focos  de  infección.  Entre  las  cosas  trascendentales  que  hizo  este  De- 

87  Nvo.  Código  de  la  Reforma,  t.  II,  pte.  2a.  pag.  623. 

88  Nvo.  Código  de  la  Reforma.  Decreto  30  de  agosto  1862,  pag.  499. 

89  Del  Valle,  Juan.  El  viajero  en  México. 


301 


partamento,  estuvo  la  creación  de  un  matadero  general  para  controlar  la 
calidad  de  la  carne  que  se  consumía  en  la  Ciudad  de  México  y  la  limpieza 
de  atarjeas  para  avenar  las  aguas  sucias  de  la  ciudad  y  el  empedrado  de 
numerosas  calles,  para  evitar  el  encharcamiento  y  facilitar  el  aseo. 

Otra  de  las  obras  realizadas  de  acuerdo  con  el  Ayuntamiento  de  México, 
fue  el  de  la  vacunación  contra  la  viruela  negra. 

Desde  hacía  más  de  sesenta  años  el  Municipio  se  había  hecho  cargo  de 
conservar  y  suministrar  la  vacuna.  Así  se  hacía  en  las  Casas  Consistoriales 
fueran  cual  fuesen  las  circunstancias  políticas.  Esta  vacuna  era,  además,  para 
los  Estados,  a  los  que  se  remitía  periódicamente. 

En  el  primer  año  del  Imperio  se  vacunaron  en  la  Ciudad  10,773  niños.90 
No  quiere  esto  decir  que  en  la  época  de  la  República  no  se  hiciera,  sino  úni- 
camente que  este  servicio  público  estuvo  por  encima  de  todas  las  situaciones 
políticas  y  problemas  nacionales. 

D.  José  Ma.  Andrade,  por  orden  suprema  del  Prefecto  Político,  hizo  una 
visita  a  las  Instituciones  de  Beneficencia  y  Corrección  el  año  de  1863,  para 
informar  al  Emperador  Maximiliano  el  estado  que  guardaban.91 

Por  este  informe  sabemos  que  funcionaban  en  la  Capital  solamente  los  cin- 
co hospitales  ya  señalados. 

El  servicio  de  éstos  era  mensualmente  el  siguiente: 

San  Andrés  208  enfermos.  204  enfermas. 

San  Pablo  134        „  89 
San  Juan  de  Dios  55        „  34  „ 

Hospital  de  la  Ciudad  397        „  327 

Manicomios 

San  Hipólito  85  enfermos. 

Divino  Salvador  77  enfermas. 

Las  Hermanas  de  la  Caridad  seguían  sirviendo  en  estos  hospitales  en  la 
siguiente  proporción: 


w  Trigueros.  Ignacio.  Memoria  de  los  Ramos  Municipales,  pp.  75  y  55. 

dl  García  Icazbalceta.  J.  Informe  sobre  los  establecimientos  de  Beneficencia  y  Co- 
rrección. 


302 


San  Andrés  16  Hermanas 
San  Pablo  9 

San  Juan  de  Dios  6  „ 
San  Hipólito,  no  había  „ 
Divino  Salvador  6  „ 

Los  recursos  que  tenían  estas  Instituciones,  producto  de  rentas,  censos,  lote- 
rías y  limosnas,  eran  los  siguientes: 

Hospital  Capitales  Existentes    Rédito    Renta  casas  Capitales 

mensual     mensual  perdidos 

San  Andrés  37,100.00  159.25        651.25  881,848.06 

San  Juan  de  Dios  22,193.33  110.96        174.96  187,169.33 

Divino  Salvador  28,232.10  141.16        174.50         136,746.96  * 

San  Hipólito  y  San  Pablo  eran  sostenidos  por  el  Ayuntamiento,  por  de- 
creto del  lo.  de  mayo  de  1831.  El  Ayuntamiento  estaba  comprometido  a  dar 
al  hospital  de  San  Hipólito  lo  que  hubiese  menester.  El  presupuesto  de  éste 
en  1863  era  de  745.56  mensuales.  Al  hospital  de  San  Pablo,  que  era  muni- 
cipal desde  su  nacimiento,  se  daban  mensualmente  1,735.39. 
.  Al  dar  este  informe,  el  autor  señala  todas  las  mejoras  que  las  Instituciones 
requerían,  su  penuria  y  la  necesidad  urgente  de  mejorarlas.  El  mismo  Andrade 
propuso  una  medida  fundamental;  ésta  era:  la  centralización  de  los  servicios 
hospitalarios  por  medio  de  la  creación  de  una  Dirección  General  de  Benefi- 
cencia, o  sea  aquella  que  Juárez  había  creado  por  su  decreto  del  28  de  febrero 
de  1861  y  que  más  tarde,  por  razones  que  desconocemos,  había  suprimido. 
Parece  que  la  voz  del  visitador  Andrade  fue  oída,  pues  poco  después  funcio- 
naba ya  el  Consejo  General  de  Beneficencia. 

En  tiempos  del  Imperio,  1866,  hay  varias  fundaciones  hospitalarias  de 
importancia.  Una  la  hizo  el  Ayuntamiento.  Esta  es  una  Institución  que  sin 
ser  propiamente  hospital  sí  está  dedicada  a  seres  inválidos.  Se  trata  del  Ins- 
tituto Gratuito  para  Sordomudos,  cuya  fundación  fue  obra  del  Ayuntamiento 
de  México  y  que  fue  sostenida  por  el  tesoro  municipal.92 

La  Salubridad  Pública,  que  tanto  interesaba  al  Gobierno  del  Emperador, 


*  Don  José  Ma.  Andrade  aclara  que  la  cantidad  de  capitales  perdidos  no  correspon- 
de a  la  realidad,  pues  es  sólo  la  cifra  que  dan  las  adjudicaciones  que  se  hicieron  a 
precios  bajísimos  así,  por  ejemplo:  casa  del  Hospital  de  Sn.  Juan  de  Dios,  que  valía 
80,000.00,  se  adjudicó  18,000.00. 

82  Trigueros,  Ignacio.  Memoria  de  los  Ramos  Municipales,  pag.  69. 


303 


no  se  hubiera  hallado  de  acuerdo  con  las  ideas  francesas  de  salubridad  y 
medicina  (que  eran  entonces  las  preponderantes  en  el  mundo  ilustrado), 
que  imperaban  en  su  gobierno,  si  no  se  hubiera  establecido  la  reglamentación 
de  la  prostitución. 

Para  ello,  por  decreto  del  17  de  febrero  de  1865,  quedó  establecido  el 
Hospital  para  Prostitutas,  en  el  cual  residía  también  la  Inspección  de  sanidad.93 

Aunque  varios  autores  afirman  que  es  éste  el  primer  hospital  para  sifilí- 
ticos que  tuvo  México,  nosotros  hemos  visto  ya  que  desde  el  siglo  XVI  el 
Obispo  Zumárraga  había  fundado  el  Hospital  del  Amor  de  Dios  para  enfer- 
medades venéreas  y  que  al  fundarse  el  Hospital  de  San  Andrés,  en  él  se  re- 
fundió el  primero.  Por  otra  parte,  en  casi  todos  los  hospitales  existentes  en  la 
República,  había  una  sala  para  gálicos  o  bubosos,  como  se  les  llamaba  enton- 
ces, e  inclusive  varias  de  ellas. 

La  Institución  quedó  establecida  en  el  antiguo  Hospital  de  San  Juan  de 
Dios  y  era  atendida  por  las  Hermanas  de  la  Caridad. 

Dice  el  doctor  Quiroz  Rodiles  que  las  primeras  prostitutas  que  se  inscri- 
bieron fueron  llevadas  en  1868  al  Hospital  de  San  Andrés,  pues  la  Institución 
no  funcionó  hasta  que  Juárez  volvió  a  la  ciudad  de  México.  La  cosa  no  es 
exactamente  así.  Las  prostitutas  tuvieron  su  hospital  desde  1865,  pero  a  la 
caída  del  Imperio  (1867)  se  les  pasó  a  las  salas  de  sifilíticas  que  siempre 
habían  existido  en  el  Hospital  de  San  Andrés,  cerrándose  la  Institución  es- 
tablecida por  Maximiliano.  El  año  de  1869,  el  hospital  de  prostitutas  fun- 
cionaba nuevamente  en  San  Juan  de  Dios,  en  cuyos  bajos  establecieron 
las  Hermanas  de  la  Caridad  un  Reformatorio  de  mujeres.94 

Otra  fundación  hospitalaria  de  importancia  fue  la  de  una  Maternidad. 
Establecimientos  de  este  tipo  ya  los  había  habido  en  México.  Primeramente, 
porque  en  casos  urgentes  de  mujeres  desamparadas  en  muchos  hospitales  se 
atendía  a  las  parturientas,  aunque,  desde  luego,  no  era  lo  frecuente  porque 
no  era  costumbre  que  las  mujeres  fueran  a  los  hospitales  para  dar  a  luz. 
Este  era  un  acontecimiento  que  debía  verificarse  en  casa  con  toda  discreción, 
casi  siempre  con  la  ayuda  de  una  partera  o  comadrona.  Los  médicos  — salvo 
caso  grave —  no  eran  llamados  para  ello.  Una  mujer  casada  no  tenía  enton- 
ces por  qué  acudir  a  un  hospital.  Por  ello  es  que,  cuando  en  la  Colonia 
se  funda  una  Casa  de  Maternidad  (Departamento  de  Partos  Ocultos),  ésta 
es  una  Institución  para  mujeres  que  no  pueden  dar  a  luz  en  sus  hogares  por 
diversas  razones.  Es,  pues,  una  Institución  en  la  que  se  les  recibe  por  caridad. 
De  aquí  el  que  naciera  el  Hospicio  de  Pobres. 


*3  Quiroz  Rodiles,  Adrián,  Breve  Historia  del  Hospital  Mótelos,  pag.  75. 
w  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fechas  Bibliográficas,  pag.  S4. 


304 


Para  mediados  del  XIX  las  cosas  habían  cambiado  y  se  hacía  necesario 
que  las  mujeres  pobres,  que  no  podían  tener  en  su  casa  todos  los  medios  que 
la  higiene  y  la  ciencia  médica  requerían,  se  atendiesen  en  un  hospital  público. 

Tras  el  fallido  intento  en  la  primera  época  juarista,  la  Emperatriz  Carlota 
pidió  al  Emperador  ordenase  el  establecimiento  de  una  Maternidad. 

El  7  de  junio  de  1865  Maximiliano  decretó,  tras  de  oír  la  opinión  del  Con- 
sejo General  de  Beneficencia,  que  en  conmemoración  del  cumpleaños  de  la 
Emperatriz  se  estableciera  en  la  Ciudad  de  México  una  Casa  de  Maternidad, 
encargándose  de  la  ejecución  del  decreto  el  Ministro  de  Gobernación. 

Eligióse  para  establecerla  el  mismo  edificio  que  había  sido  Departamento 
de  Partos  Ocultos,  dándosele  entrada  por  la  calle  de  Revillagigedo.  Encar- 
góse de  las  obras  de  reconstrucción  y  nueva  forma  del  local  el  arquitecto 
Bustillos.  La  obra  se  hizo  con  lo  poco  que  pudo  dar  el  Gobierno  y  lo  mucho 
que  dio  don  Antonio  Escandón. 

El  10  de  abril  de  1866  el  edificio  estaba  concluido  y  amueblado  con  capa- 
cidad de  35  camas,  y  el  7  de  junio  del  mismo  año  se  inauguraba  solemne- 
mente. Tuvo  anexa  una  Guardería  infantil  para  hijos  de  mujeres  obreras, 
pero  no  llegó  a  funcionar  por  los  sucesos  políticos  que  siguieron.95 

El  puesto  de  director  de  esta  casa  se  otorgó  por  concurso  al  doctor  Aniceto 
Ortega,  puesto  que  él  mismo  renunció  poco  después,  por  falta  de  tiempo. 
Sin  embargo,  permaneció  en  la  Institución  con  el  carácter  de  profesor  de 
Clínica  Obstétrica.  Esto  fue  de  gran  interés  para  la  medicina,  pues  esta 
Maternidad  se  convirtió  en  un  verdadero  Centro  de  estudios  ginecológicos, 
donde  hacían  sus  prácticas  los  alumnos  de  la  Escuela  de  Medicina. 

Por  méritos  propios,  el  doctor  Aniceto  Ortega  siguió  en  su  puesto  aun 
después  de  la  caída  del  Imperio.* 

Al  regreso  de  Juárez  la  cuestión  hospitalaria  vuelve  a  la  misma  situación 
de  1862,  o  sea  que  persistían  los  cinco  hospitales  ya  citados  más  el  de  la 
Maternidad  fundado  por  la  Emperatriz. 

El  gobierno  de  los  nosocomios  volvió  a  manos  del  Ayuntamiento  y  la  pe- 
nuria de  las  Instituciones  se  acentuó,  porque  con  la  vuelta  de  Juárez  se 
reiniciaron  con  más  violenta  — y  en  ocasiones  aún  más  arbitrariamente — 
las  denuncias  y  nacionalizaciones. 

"5  León,  Nicolás,  La  Obstetricia  en  México,  pp.  309-310.  No  es  nuestra  intención 
hacer  la  historia  de  los  hospitales  fundados  después  de  la  independencia,  pues  el  objeto 
de  esta  obra  es  sólo  la  historia  de  los  que  se  fundaron  cuando  México  se  llamaba  la 
Nueva  España.  Estos  están  mencionados  por  haber  funcionado  en  edificios  en  los  que 
estaban  las  Instituciones  coloniales  y  otros  sólo  los  mencionaremos  por  sus  nombres  para 
fijar  un  panorama  hospitalario. 

*  Para  mayores  datos,  véase  la  Obra  del  doctor  Nicolás  León:  La  Obstetricia  en 
México. 

305 


H20 


Fue  por  ello  que  el  30  de  marzo  de  1868,  en  su  carácter  de  Presidente  de 
la  República,  decretó  que  no  eran  nacionalizables  los  edificios  destinados  a 
beneficencia.96 

En  la  Ciudad  de  México  se  vivieron  meses  de  verdadera  inquietud  por 
la  inseguridad  que  tenían  todos  los  creyentes  frente  a  los  desmanes  del  Go- 
bierno de  don  Juan  José  Baz,  Ministro  de  Gobernación.  Los  periódicos  de 
la  época  reflejan  algo  de  lo  que  se  ha  llamado  su  desgobierno,  como  por 
ejemplo  los  escándalos  e  inmoralidades  ocurridos  en  el  Hospicio  de  Pobres, 
los  deseos  de  Baz  de  destruir  la  Catedral  y  el  hecho  afensivo  de  haber  lazado 
la  estatua  de  San  Antonio,  que  estaba  en  una  hornacina  de  San  Juan  de  Dios 
y  haberla  arrastrado  por  las  calles. 

Sin  embargo,  los  servicios  hospitalarios  se  mantienen  con  cierto  decoro 
gracias  a  la  labor  — nunca  suficientemente  alabada —  de  las  Hermanas  de 
la  Caridad. 

Del  período  presidencial  de  Sebastián  Lerdo  de  Tejada  hay  dos  cosas  inte- 
resantes. Una  Circular  que  declaró  nulo  un  contrato  (no  sabemos  si  se  hizo 
aún  en  tiempos  de  Juárez  o  en  los  principios  del  Gobierno  de  Lerdo)  por 
el  cual  habían  sido  cedidos  al  Gobierno  los  capitales  de  Beneficencia  del 
Ayuntamiento  de  México?' 

Finalmente,  diremos  que  a  Lerdo  se  debió  la  última  disposición  que  hundió 
a  los  hospitales.  Esta  fue  la  ley  dada  en  diciembre  de  1874  que  decretó  la 
expulsión  de  las  Hermanas  de  la  Caridad  de  todos  los  hospitales  del  país. 

No  es  sino  hasta  la  época  del  porfiriato  cuando  se  inicia  la  ret  rganización 
de  la  beneficencia  y  la  salubridad,  empuje  que  se  detiene  con  motivo  de  la 
revolución  de  1910,  pero  que  pasados  los  años  de  desorganización  halla  en  los 
nuevos  Gobiernos  un  gran  desarrollo.  Tras  el  triunfo  del  Plan  de  Tuxtepec 
reformado  en  Palo  Alto,  Porfirio  Díaz,  victorioso  ya,  pone  de  presidente  in- 
terino a  Juan  N.  Méndez  y  le  forma  un  Gabinete  de  gran  categoría,*  en  el 
cual  es  Ministro  de  Gobernación  Protasio  Tagle.  A  éste  se  debe  la  lev  que 
decretó  el  23  de  enero  de  1877  la  creación  de  la  Dirección  de  Beneficencia 
Pública,  sacando  e  independizando  del  Ayuntamiento  todas  estas  Iastitu- 
ciones,98  pues  era  evidente  que  éste  no  podía  ocuparse  de  ellas. 

90  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fechas  bibliográficas. 

97  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fechas  bibliográficas. 

*  Ministerio  formado  por  Díaz:  Ignacio  Vallaría,  Secretario  de  Relaciones  Exteriores. 
General  Pedro  Ogazón,  Secretario  de  Guerra.  Vicente  Riva  Palacio,  Secretario  de 
Fomento.  Ignacio  Ramírez.  Secretario  de  Justicia.  Licenciado  Justo  Benítez,  Secre- 
tario de  Hacienda.  Licenciado  Protasio  Tagle,  Secretario  de  Gobernación. 

98  Peza,  Juan  de  Dios,  La  Beneficencia  en  México,  pag.  10.  García  Granados, 
Ricardo,  Historia  de  México,  tomo  I,  pag.  155. 


306 


Poco  después  o  sea  el  5  de  mayo  de  1877,  al  tomar  posesión  Porfirio  Díaz 
como  Presidente  constitucional,  se  inicia  la  época  de  la  renovación  de  la 
Benefciencia,  y  continúa  efectuándose  a  través  de  todo  el  porfiriato. 

La  reorganización  de  la  Beneficencia  se  realizó  así:  primero,  creando  una 
Dirección  central  que  se  ocuparía  exclusivamente  de  ella.  Segundo,  esco- 
giendo personas  de  distinguida  capacidad  para  dirigirla.  Tercero,  dando 
oportunidad  a  mexicanos  llegados  de  Francia,  para  planear  hospitales,  hos- 
picios y  manicomios,  según  los  adelantos  de  la  medicina  y  la  nueva  concep- 
ción hospitalaria  europea. 

La  Junta  de  la  Dirección  de  la  Beneficencia  Pública  la  formaban  los  direc- 
tores de  las  Instituciones  benéficas.  Mencionaremos  los  nombres  de  algunas 
de  estas  personas  que  integraron  la  primera  directiva:  Presidente,  doctor 
Miguel  Alvarado.  la.  Sección,  Gobierno:  doctor  Manuel  Carmona  y  Valle. 
2a.  Sección,  Administración:  señor  José  Hipólito  Ramírez  y  3a.  Sección,  Esta- 
dística: señor  Manuel  Gargollo. 

En  el  Hospicio  se  puso  de  director  al  señor  Trinidad  García;  en  el  Hospital 
Morelos,  al  doctor  Amado  Gazano,  que  transformó  y  puso  a  la  altura  de  la 
época  la  Institución.  Al  doctor  Rafael  Lavista  se  le  encomendó  el  más  impor- 
tante de  los  hospitales  de  la  ciudad,  el  de  San  Andrés.  Al  doctor  Liceaga 
se  le  encargó  el  de  Maternidad  y  al  doctor  Pomposo  Verdugo  el  de  los  locos 
de  San  Hipólito. 

EJ  Hospital  de  San  Pablo,  que  empezó  a  llamarse  Juárez,  se  encomendó 
al  doctor  Adrián  Segura.  El  hospital  de  mujeres  dementes  llamado  del  Di- 
vino Salvador,  se  puso  a  cargo  del  doctor  Francisco  Morales  Medina.  En  la 
Junta  colaboraban  otras  personas  de  gran  importancia  en  el  régimen  porfi- 
rista,  como  lo  fue,  por  ejemplo,  el  licenciado  don  Justo  Benítez,  Secretario 
de  Hacienda,  que  había  estudiado  en  Europa  la  organización  de  la  Benefi- 
cencia Pública  y  que  al  regresar  a  México  dotó  a  la  Junta  de  reglamentos, 
folletos  y  libros  que  formaron  el  primer  fondo  de  la  Biblioteca  de  la  actual 
Secretaría  de  Salubridad  y  Asistencia,  y  que  en  aquel  entonces  sirvieron  para 
que  los  encargados  de  estas  obras  pudiesen  poner  las  Instituciones  benéficas 
de  México  a  la  altura  de  las  europeas." 

El  primero  de  agosto  de  1881  hubo  un  nuevo  cambio  en  el  gobierno  de 
la  beneficencia  pública.  Este  lo  introdujo  un  Reglamento  que  colocó  a  la 
Dirección  de  la  Beneficencia  dentro  de  la  Secretaría  de  Gobernación,  pero 
a  través  de  un  Departamento  especial  que  para  esto  se  fue  creado  el  30  de 
noviembre  del  año  1880.100 

Para  este  mismo  año  el  Consejo  de  Salubridad  Pública  abandonó  la  pre- 

99  Peza,  Juan  de  Dios,  La  Beneficencia  en  México,  pag.  12. 
"°  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas y  pag.  55. 


307 


caria  vida  que  había  tenido  hasta  entonces,  por  los  problemas  políticos  de 
México  y  empezó  a  cobrar  mayor  incremento.  Siendo  Presidente  de  este  Con- 
sejo el  doctor  Ildefonso  Velasco,  en  1880,  se  le  dio  mayor  jurisdicción  federal 
y  se  le  dotó  de  recursos  en  el  presupuseto  como  dependencia  de  la  Secretaría 
de  Gobernación.101 

Tenemos,  pues,  que  desde  los  principios  del  Gobierno  del  general  Porfirio 
Díaz,  dentro  de  la  Secretaría  de  Gobernación  funcionan  por  separado  — -y 
con  independencia  de  la  propia  Secretaría —  dos  secciones:  una  que  con- 
trola la  Beneficencia  (hospitales,  hospicios,  etc.)  y  otra  que  se  encarga 
de  la  salud  pública  y  es  el  Consejo  Superior  de  Salubridad  Pública.  Este  se 
hallaba  sometido  a  la  Sección  de  Beneficencia.102 

En  ambas  hubo  dos  tendencias  importantísimas.  La  una  fue  aprovechar 
para  estos  servicios  públicos,  a  las  personas  más  capacitadas  para  ello.  La 
respuesta  no  se  hizo  esperar,  México  tenía  gente  que  valía,  médicos  emi- 
nentes que  se  volcaron  sobre  los  hospitales  públicos.  La  historia  de  la  Medicina 
en  México  no  los  puede  olvidar,  sus  nombres  están  titulando  las  calles  de 
una  Colonia  que  surgió  a  un  lado  del  hospital  más  importante  que  creó  el 
régimen  porfirista:  el  Hospital  General.  Esta  es  la  Colonia  de  los  Doctores. 

La  medicina  en  México  sintió,  gozó  y  se  empapó  de  la  influencia  francesa 
para  beneficio  de  los  pobres  enfermos.  Pues  como  Francia  representaba  en 
aquellos  momentos  el  súmum  del  saber  médico  en  el  mundo,  su  influencia  sig- 
nificó el  abandono  de  los  textos  medioevales  y  la  renovación  total  de  la  medi- 
cina y  la  cirugía,  la  entrada  de  México  a  lo  que  se  llamó  "las  luces  del  siglo". 

Vienen  textos  de  Europa,  médicos  mexicanos  realizan  viajes  de  estudio. 
Justo  Sierra  restablece  la  Universidad,  iniciándose  una  época  de  gran  labor 
constructiva. 

Veamos  ahora  qué  fue  para  el  tema  que  nos  ocupa  lo  que  hizo  el  llamado 
porfiriato.  En  lo  que  se  refiere  a  Salubridad,  desde  el  año  de  1885  se  nombró 
director  de  dicho  consejo  al  Dr.  Liceaga  y  en  él  estuvo  hasta  la  caída  de  Díaz. 
Su  gran  labor  es  difícilmente  sintetizable,  pero  vamos  a  resumirla  en  unos 
cuantos  conceptos.  A  instancias  suyas,  y  con  su  colaboración  personal,  se  hizo 
el  1er.  Código  Sanitario  Mexicano,  que  se  aprobó  el  15  de  julio  de  1891. 
Con  ello,  dice  Palavicini,  México  fue  el  primer  país  que  codificó  su  legisla- 
ción sanitaria.  Fue  el  paladín  de  la  cooperación  sanitaria  internacional  y  a 
él  se  debe  la  iniciación  de  las  Conferencias  Sanitarias  Panamericanas. 

En  todo  el  país  intensificó  los  servicios  sanitarios  federales  y  locales,  inició 
los  trabajos  de  estadística  médica,  epidemiología  y  sanidad  en  puertos  y  fron- 

101  Palavicini,  Félix  F.  México.  Historia  de  su  Evolución,  tomo  III,  pag.  470. 

102  Sierra,  Justo.  México.  Su  Evolución  Social,  pag.  720. — Miguel  Macedo. — Parte 
IV,  pag.  713. 


308 


teras.  Intervino  como  asesor  en  los  trabajos  del  desagüe  del  Valle  de  México, 
que  realizaba  el  ingeniero  Manuel  Marroquín  Rivera,  por  su  conexión  con  la 
salubridad  de  la  ciudad  de  México.  Estableció  oficinas  sanitarias  en  diversas 
partes  del  D.  F.  e  inició  las  grandes  campañas  nacionales  por  la  salud  pú- 
blica, como  lo  fueran  la  lucha  antituberculosa  y  la  lucha  contra  la  fiebre 
amarilla,  aplicando  la  doctrina  de  Finlay  sobre  el  mosquito.  Finalmente,  com- 
batió contra  la  fiebre  bubónica  en  Mazatlán. 103 

El  nombre  de  México  empieza  a  tomarse  en  cuenta  en  lo  referente  a  cues- 
tiones sanitarias  internacionales. 

Por  lo  que  a  la  beneficencia  se  refiere,  hay  desde  principios  del  régimen  un 
reconocimiento  del  valor  y  la  importancia  que  en  los  servicios  públicos  tiene 
la  ayuda  privada. 

Desde  nuestras  primeras  constituciones,  al  hablarse  de  la  ingerencia  del 
gobierno  en  la  beneficencia  y  directamente  en  los  hospitales,  se  hacía  excep- 
ción de  las  instituciones  de  fundación  particular.  *  Sin  embargo,  esto  no  fue 
tomado  en  cuenta  nunca  y  más  aún  la  ley  de  desamortización,  las  leyes  de 
Reforma  y  la  Constitución  del  57  impedían  las  obras  de  beneficencia  por  parte 
de  los  particulares  al  prohibir  que  institución  civil  alguna  pudiese  jamás  tener 
bienes  raíces.  Dice  la  Constitución  de  1857: 

Art.  27  .  .  ."Ninguna  corporación  civil  o  eclesiástica,  cualquiera  que  sea  su 
carácter,  denominación  u  objeto,  tendrá  capacidad  legal  para  adquirir  en 
propiedad  o  administrar  por  sí  bienes  raíces,  con  la  única  excepción  de  los  edi- 
ficios destinados  inmediata  y  directamente  al  servicio  u  objeto  de  la  institución". 

Pero  durante  el  régimen  porfirista  se  alienta  al  particular  y  se  fomentan  las 
fundaciones  públicas  de  carácter  privado.  Por  ello  nacen  una  Fundación  Con- 
cepción Béistegui,  que  empieza  a  crear  nuevos  hospitales,  asociaciones  como 
la  Sociedad  Filantrópica  Mexicana. 

En  1885  debe  haber  sido  ya  importante  el  número  de  instituciones  pri- 
vadas en  todo  el  país,  puesto  que  el  gobierno  tuvo  que  empezar  a  controlarlas 
a  través  de  Gobernación.104  En  1899  se  expidió  una  ley  que  dio  personalidad 
jurídica  indiscutible  a  las  asociaciones  y  fundaciones  filantrópicas. 

Sin  embargo,  no  fue  sino  hasta  el  23  de  agosto  de  1904  cuando  se  dictó 
la  Ley  de  Beneficencia  Privada  para  el  D.  F.  y  Territorios  Federales. 105 

Por  lo  que  respecta  al  gobierno  de  la  Beneficencia  Pública,  hay  entre  los 


103  Palavicini,  México.  Historia  de  su  Evolución  Constructiva,  tomo  III,  pag.  471. 
*  Véase,  por  ejemplo,  la  Constitución  de  1840,  Pte.  VI-25. 

104  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas,  pag.  55. 

105  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas,  pag.  56. 


309 


decretos  más  importantes  los  siguientes:  el  del  12  de  septiembre  de  1892,  que 
tiene  como  fin  pedir  en  toda  la  nación  noticias  sobre  bienes,  capitales  y  otras 
asignaciones  pertenecientes  a  la  Beneficencia  Pública.  Este  es  el  paso  más 
importante  para  la  reorganización  económica  de  la  beneficencia  y  el  primero 
para  su  federalización. 

El  decreto  del  3  de  mayo  de  1905  dispone  que  los  gastos  de  la  Beneficencia 
Pública  figuren  en  el  presupuesto  de  egresos  federales.  Por  este  decreto,  el 
gobierno,  o  mejor  dicho  la  nación,  toma  realmente  sobre  sí  el  peso  de  la 
Beneficencia  Pública, 106  ya  no  con  palabras,  ni  con  frases  en  las  constitu- 
ciones, decretos  y  demás,  sino  con  dinero  que  hace  realidad  lo  que  constitu- 
ciones y  decretos  ordenaban.  El  país  estaba  en  paz  y  la  federación  podía  aten- 
der ya  a  la  beneficencia  y  la  salud  públicas. 

Veamos,  finalmente,  el  panorama  hospitalario  de  esta  época. 

La  tendencia  general  fue,  salvo  excepciones,  restablecer  los  hospitales  que 
habían  desaparecido;  mejorar  los  existentes  y  hacer  nuevos,  siguiendo  las 
ideas  de  la  época  sobre  higiene,  medicina  y  cirugía.  En  la  ciudad  de  México 
se  mejoraron  los  siguientes:  El  Hospital  General  de  San  Andrés;  el  Hospital 
Juárez  (antes  de  San  Pablo)  que  continuó  sirviendo  para  heridos,  presos, 
leprosos,  tifosos  e  infecciosos  en  general;  el  de  Maternidad  e  Infancia  (fun- 
dado por  la  Emperatriz  Carlota)  ;  el  de  San  Hipólito  y  el  del  Divino  Salvador 
para  dementes  de  uno  y  otro  sexo  respectivamente. 

La  mejora  en  éstos  fue  una  verdadera  reforma  a  los  servicios  hospitala- 
rios. Primeramente,  se  les  dotó  de  un  cuerpo  médico  de  primera.  Como  ejem- 
plo de  ello  mencionaremos  únicamente  al  personal  del  Hospital  General  de 
San  Andrés.  Allí  era  director  el  médico  Rafael  Lavista  quien  tenía  a  su  car- 
go la  Sala  de  Cirugía  Mayor,  ayudado  del  practicante  Miguel  Guerrero.  La 
Sala  de  Cirugía  Menor  la  tenía  a  su  cargo  el  médico  Ricardo  Vértiz,  la  de 
Cirugía  de  mujeres  el  médico  Agustín  Andrade;  las  de  sifilíticos,  los  médicos 
Juan  Puerto  y  Mariano  Guerra  Manzanares;  la  de  medicina  de  hombres,  el 
médico  José  M.  Bandera  y  Manuel  Gutiérrez;  las  de  medicina  de  mujeres, 
los  médicos  José  Olvera  y  Miguel  Cordero.  En  él  sirvieron  también  los  mé- 
dicos Sebastián  Labastida  y  José  María  Marroquí.  El  edificio  estaba  en  malas 
condiciones  por  lo  que  se  construyó  uno  nuevo  que  es  el  actual  Hospital  Gene- 
ral. Realizó  la  obra  el  arquitecto  Gayol  con  la  asesoría  técnica  del  gran  higie- 
nista mexicano  Dr.  Liceaga.107 

En  el  hospital  de  maternidad  e  infancia  se  incrementaron  los  servicios,  en 
especial  los  que  se  refieren  a  los  niños.  Al  Dr.  Liceaga  y  al  altruismo  de 
varios  ciudadanos  se  debió  el  importante  Hospital  de  la  Infancia. 

"*  Velasco  Ceballos.  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas,  pag.  56. 
307  Peza,  Juan  de  Dios.  La  Beneficencia  en  México,  pp.  18-19. 


310 


El  Hospital  del  Divino  Salvador,  a  cargo  del  Dr.  Alvarado,  empezó  a  estar 
atendido  por  personas  que  lucharon  por  aliviar  a  los  enfermos,  en  un  esfuerzo 
por  que  dejase  de  ser  un  lugar  de  mero  confinamiento.  Se  hicieron  las  pri- 
meras historias  clínicas  buscando  luces  para  la  ciencia. 

Cosa  semejante  ocurría  en  el  Hospital  de  San  Hipólito,  en  el  que  prestaban 
servicios  el  Dr.  Labastida,  que  fue  su  director  y  los  doctores  Alvarado,  Juan 
Govantes  y  Antonio  Romero. 

A  este  hospital  se  pasaron  los  sacerdotes  dementes  que  aún  quedaban  en  el 
Hospital  de  la  Santísima  Trinidad,  que  a  la  sazón  eran  dos.  Uno  de  ellos,  el 
llamado  padre  Conejo,  había  vivido  por  largos  años  encerrado  en  una  inmun- 
da celda,  con  grillos  en  manos  y  pies.  Dicen  que  su  salud,  al  pasar  a  San 
Hipólito,  mejoró  notablemente,  al  empezar  a  aplicársele  la  nueva  terapéutica 
que  se  daba  a  los  dementes  en  este  hospital.  De  loco  furioso  se  tornó  en 
persona  pacífica  y  sociable. 

No  creyeron  los  médicos  que  fuera  posible  un  buen  servicio  a  los  dementes 
en  edificios  que  no  reunían  las  condiciones  ideales  para  su  salud  mental  y  por 
ello  se  construyó  el  Manicomio  General  de  la  Castañeda,  en  lo  que  fuera  la 
antigua  Hacienda  de  la  Castañeda,  que  compró  a  sus  dueños  la  Secretaría  de 
Gobernación,  edificio  que  se  inauguró  en  1910. 

El  Hospital  Juárez  (Hospital  Municipal)  no  estaba  en  buenas  condiciones 
en  cuanto  a  edificio,  menaje  y  alimentación,  pues  sus  gastos  excedían  siempre 
al  presupuesto.  Al  hacerse  el  nuevo  Hospital  General  se  pretendió  descon- 
gestionarlo mejorando  con  ello  su  situación.  Sin  embargo,  hay  que  decir  que 
sus  servicios  médico-quirúrgicos  eran  buenos  y  por  lo  que  a  cirugía  respecta, 
hay  que  reconocerlo  como  el  semillero  donde  se  formaron  los  cirujanos  del 
México  actual.  La  incansable  obra  realizada  por  el  Dr.  Adrián  Segura  en  su 
afán  de  salvar  la  vida  a  centenares  de  indigentes,  no  puede  olvidarse.  Tiempo 
y  saber  los  volcó  en  ellos  generosamente. 

El  Hospital  Morelos  (antiguo  de  San  Juan  de  Dios)  siguió  prestando  ser- 
vicio a  las  sifilíticas.  En  él  había  dos  secciones:  una  para  las  mujeres  honradas 
enfermas,  que  acudían  voluntariamente  al  hospital  y  otra  para  mujeres  ga- 
lantes que  remitía  la  Inspección  de  Sanidad.  Finalmente,  se  creó  un  departa- 
mente  para  pensionistas.  108 

Servicio  Médico  de  Policía.  Fue  creado  adjunto  a  cada  comisaria  para  aten- 
der heridos  y  accidentados  en  la  vía  pública. 

Hospitales  Privados.  Aparecieron  en  este  tiempo  los  primeros  hospitales 
privados,  que  fueron  los  de  las  colonias  extranjeras:  franco-suizo-belga,  espa- 
ñola e  inglesa. 

108  Sierra,  Justo,  México.  Su  Evolución  Social,  parte  IV,  Macedo,  Miguel,  pag.  720. 


311 


Cerremos  esta  visión  de  los  servicios  hospitalarios  en  la  época  porfiriana 
con  un  ligero  panorama  de  la  República. 

Sin  querer  decir  que  todos  los  hospitales  de  la  época  porfiriana  fueron  fun- 
dados por  el  gobierno,  damos  la  lista  de  todos  los  que  estuvieron  en  uso  en 
esta  época.  Unos  de  ellos  son  grandes  hospitales,  otros  meras  enfermerías. 
Unos  y  otros  dependen  del  gobierno  federal  a  través  de  la  Beneficencia  Pú- 
blica, otros  de  los  ayuntamientos  y  algunos  más  de  instituciones  industriales, 
ferroviarias  y  mineras.  109 

Puebla:  Hospital  General  (San  Pedro),  250  camas. 

Hospital  Maternidad. 

Manicomio  mujeres. 

Manicomio  hombres. 

Guadalajara:  Hospital  Civil  (San  Miguel  de  Belem),  1,000  camas. 
Hospital  de  Tequila. 
Hospital  de  Ciudad  Guzmán. 
Aguase  alientes:  Casa  de  Salud. 

San  Luis  Potosí:  Hospital  Civil  (anexo  Asilo  de  Niños  y  Casa  de  Dementes). 
San  Cristóbal  las  Casas,  Chiapas:  Hospital  Civil  (Nuestra  Señora  de  la 
Caridad) . 

Comitán,  Chiapas:  Hospital  Civil  (viejo  hospital  particular). 
Tuxtla  Gutiérrez,  Chiapas:  Hospital  (fundado  en  cooperación  por  el  ayunta- 
miento, el  cura  y  particulares). 
Mérida:  Hospital  civil. 

Hospital  de  dementes  (antiguo  hospital  de  Mérida). 

Hospital  en  Sisal  (para  viajeros  que  llegaban  al  puerto). 

Oaxaca:  Hospital  General  (subvencionado  por  el  gobierno  y  particulares). 

M órelos: 

Cuernavaca:  Hospital  civil  (fundado  por  el  gobierno). 
Cuautla:  Hospital  particular  (fundado  por  un  grupo  de  damas). 
Yautepec:  Hospital  particular  (fundado  por  un  legado  de  Luis  Rojas). 
Jojutla:  Hospital  civil  (sostenido  por  los  vecinos  de  los  alrededores), 
Tetecula:  Hospital  civil  (sostenido  por  los  municipios  y  ayudado  por  el 
gobierno  federal) . 

Veracruz:  Hospital  de  Loreto  (para  mujeres). 
Hospital  San  Sebastián  (para  hombres). 
Papanla:  Hospial  civil. 


Jalapa:  Hospital  civil. 
Orizaba:  Hospital  civil. 
Tlacotalapan :  Hospital  civil. 


)-  (pequeños  hospitales) 


Cosío  Villegas,  Historia  Moderna,  Méx.,  pp.  381,  391. 


312 


San  Andrés  Tuxtla  y  Coatepec:  Se  cerraron  en  1873  por  falta  de  presupuesto 
y  no  se  volvieron  a  abrir. 

Sonora,  Hermosillo:  Hospital  civil  (sostenido  con  subvención  federal). 

Sinaloa,  Culiacán:  Hospital  civil  (empezó  a  construirse  en  1872). 

Saltillo:  Hospital  de  las  Hermanas  de  la  Caridad  (sostenido  por  el  gobierno) . 

'Nuevo  León,  Monterrey:  Hospital  civil  (fundado  por  el  Consejo  de  Salu- 
bridad de  Nuevo  León). 

Durango:  Hospital  civil  (antiguo  de  la  Santa  Veracruz). 

Zacatecas:  Hospital  civil  (antiguo  de  San  Juan  de  Dios,  en  pésimas  condi- 
ciones) . 

Michoacán: 

Morelia:  Hospital  civil. 

Pátzcuaro:  Hospital  civil  (antiguo  de  San  Juan  de  Dios). 
Reyes:  Pequeño  hospital,  obra  de  los  vecinos. 
Zamora:  Pequeño  hospital,  obra  de  los  vecinos. 
Puruándiro:  Pequeño  hospital,  obra  de  los  vecinos. 

Estado  de  Guana juato:  Hospital  civil  (antiguo  de  Nuestra  Señora  de  Belem) . 
Guana juato:  Hospital  civil  (lo  atendían  las  Hermanas  de  la  Caridad). 
León:  San  Juan  de  Dios. 
San  Miguel  Allende:  Hospital  de  San  Roque. 

Celaya,  Irapuato  y  Silao:  Hospitales  pequeños  y  pobres  sostenidos  por  los 
vecinos  y  a  partir  de  1785  por  los  respectivos  ayuntamientos. 

Dolores  Hidalgo,  Valle  de  Santiago  y  San  Pedro  Piedra  Gorda:  Hospitales 
sostenidos  por  los  vecinos. 

Estado  de  México: 

Toluca:  Hospital  civil  (67  camas). 

Zumpango:  Hospital  civil  (desde  1867). 

T'excoco  Xilotepetl,  Tlalnepantla :  desde  1872. 

Estado  de  Hidalgo: 

Tulancingo,  Pachuca  y  Tula:  Hospitales  subvencionados  por  el  gobierno 
federal. 

Huichapan:  Hospital  particular  subvencionado  por  don  José  Ma.  Mácatela. 
Actopan  e  Ixmiquilpan :  Pequeños  hospitales. 
Zimapán:  Hospital  civil  para  heridos. 

Al  sobrevenir  la  revolución  de  1910  la  organización  hospitalaria  del  país 
sufre,  como  todas  las  instituciones  públicas  de  la  nación,  las  consecuencias  de 
la  violencia,  el  desorden,  la  pobreza  y  el  abuso,  que  acompañan  a  todas  las 
revoluciones. 

Sin  embargo,  no  pasan  mucho  saños  sin  que  los  nuevos  gobiernos  se  inte- 
resen en  la  salud  del  pueblo.  El  16  de  julio  de  1914,  el  gobierno  da  un  regla- 


313 


mentó  que  crea  la  Dirección  General  de  Beneficencia  Pública,  la  cual  subs- 
tituyó a  la  Junta  de  Beneficencia  Pública  de  la  época  porfiriana.  Esta  Direc- 
ción seguía  dependiendo  de  la  Secretaría  de  Gobernación  y  era  el  conducto 
oficial  entre  ésta  y  las  Instituciones  benéficas.  A  través  de  la  Dirección  General 
de  Beneficencia  se  empezaron  a  centralizar  estos  servicios  públicos. 

Respecto  a  la  sanidad  pública  pronto  se  hicieron  también  innovaciones.  La 
Constitución  de  Querétaro  de  1917.  en  el  artículo  73,  dio  a  la  obra  respectiva 
mayor  libertad  de  acción,  al  suprimir  el  antiguo  Consejo  Superior  de  Salubri- 
dad y  substituirlo  por  el  Departamento  de  Salubridad  Pública. 

La  Beneficencia  Privada  al  mismo  tiempo  empezó  a  sufrir  una  serie  de 
reformas  hechas  con  el  objeto  de  dar  mayor  ingerencia  al  Gobierno  en  las 
Instituciones  particulares  y  evitar  que  personal  religioso  interviniera  en  ellas. 
De  éstas  señalaremos  la  del  26  de  enero  de  1926  que  se  modificó  en  marzo 
del  mismo  año.  A  ésta  han  seguido  otras  muchas  reformas,  entre  las  cuales 
las  más  importantes  han  sido  las  de  los  años  1933,  1935  y  1937. 

Han  completado  las  disposiciones  referentes  a  sanidad  y  beneficencia,  la 
Ley  Orgánica  de  Distrito  Federal,  el  Decreto  del  29  de  diciembre  de  1937 
que  creó  la  Secretaría  de  Asistencia  Pública  y,  finalmente,  otro  Decreto, 
el  del  16  de  octubre  de  1943  en  virtud  del  cual  se  fundieron  el  Departamento 
de  Salubridad  y  la  Secretaría  de  Asistencia  Pública  en  la  nueva  Secretaría 
de  Salubridad  y  Asistencia.'1'10 

La  creación  de  esta  Secretaría  de  Estado,  su  existencia  y  su  nuevo  nombre 
involucran  un  cambio  de  pensamiento.  La  idea  de  la  caridad,  como  base 
para  las  obras  benéficas  por  parte  del  Estado,  no  existe  ya;  el  sentido  de 
la  beneficencia  pública  como  filantropía  del  Estado  — que  fue  el  concepto 
del  liberalismo —  también  ha  quedado  atrás  y  ha  sido  substituido  por  un 
nuevo  concepto  del  Estado  y  de  la  Sociedad,  dentro  del  cual  los  hospitales 
son  servicios  públicos  que  el  Gobierno  tiene  obligación  de  prestar  a  la  So- 
ciedad como  uno  de  sus  más  elementales  actos  de  justicia  social,  indispensable 
para  el  bienestar  público.  Con  estas  ideas  se  ha  hecho  una  replaneación  de 
todos  los  servicios  hospitalarios  de  la  Nación,  cuyos  lincamientos  generales 
podríamos  sintetizar  así:  el  Gobierno  federal,  a  través  de  la  Secretaría  de 
Salubridad  y  Asistencia,  de  acuerdo  con  los  Gobiernos  estatales,  siguiendo 
un  plan  nacional,  va  procurando  dotar  a  todas  las  ciudades  y  pueblos  de 
hospitales,  enfermerías,  consultorios,  etc.,  de  acuerdo  con  las  necesidades, 
medios  y  ambiente  de  cada  región.  Considerando  sus  propias  limitaciones 
ha  acudido  a  la  ayuda  pública  en  dos  formas:  permitiendo  las  fundaciones 
particulares,  gratuitas  y  de  paga,  y  obligando  a  las  Empresas  industriales  y 
a  los  obreros  a  formar  la  importante  obra  del  Seguro  Social,  que  cubre  las 

1:0  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas. 


314 


necesidades  médico-quirúrgicas  de  los  obreros,  los  trabajadores  del  Estado  y 
que  ya  se  ha  extendido  también  a  los  campesinos. 

He  aquí  una  lista  de  los  servicios  hospitalarios  en  el  México  actual.* 


En  el  Estado  de 

Querétaro         hay    7  hospitales 

con  un 

total  de 

251 

camas 

35  55 

» 

Hidalgo 

33   23  „ 

33  33 

33  33 

735 

33 

99  99 

33 

» 

México 

33      47  „ 

33  33 

33  33 

1785 

fi 

55  55 

33 

Morelos 

33      20  „ 

33  33 

33  33 

475 

33 

99  99 

33 

33 

Tlaxcala 

33  12 

33  33 

33  33 

192 

33 

53  33 

33 

33 

Puebla 

33  66  „ 

33  33 

33  33 

2510 

99 

33  33 

33 

Guanajuato 

33      45  „ 

33  33 

33  33 

1722 

99 

33  35 

Michoacán 

33      41  „ 

33  33 

33  33 

1118 

99 

53  33 

33 

■  33 

Guerrero 

33  21 

33  33 

33  33 

365 

99 

33  33 

» 

Jalisco 

33      55  „ 

33  33 

33  33 

3371 

99 

33      33  ' 

33 

» 

Nayarít 

33       13  „ 

33  33 

33  33 

347 

99 

«3  33 

33 

33 

Colima 

33          ^  „ 

„  33 

3,  33 

255 

9> 

33  33 

33 

33 

Nuevo  León 

„  26 

33  33 

53  33 

1963 

99 

33  33 

33 

Tamaulipas 

33      41  „ 

3,  33 

33  33 

1467 

55 

33  33 

33 

33 

Aguas  Calientes 

n  7 

33  33 

298 

JJ" 

33  33 

33 

» 

Zacatecas 

33  10 

33 

259 

99 

33  33 

33 

San  Luis  Potosí 

33  23  „ 

33  33 

33  33 

698 

99 

99  33 

» 

33 

Coahuila 

33  51 

33  ,3 

33  33 

1559 

9» 

33  33 

33 

33 

Durango 

33      17  „ 

33  33 

33  33 

568 

99 

»  a 

w 

Chihuahua 

33      58  „ 

33  33 

33  33 

1445 

99 

.•3  3, 

» 

» 

Baja  California 

3,  22 

33  33 

33  53 

545 

99 

33  » 
3Í  3> 

» 

33 

» 

Territorio  B.  C. 
Sonora 

33         ^  n 

33  47  „ 

33  33 
33  33 

35  55 
53  33 

141 
1295 

99 
35 

33  33 

» 

Sinaloa 

33   34  „ 

33  33 

33  35 

878 

33" 

Oaxaca 

0*7 

33    27  „ 

33  33 

3,  53 

517 

99 

33 

Tabasco 

33  12 

33  33 

55  53 

240 

99 

Chiapas 

33  31 

33  33 

33  33 

570 

99 

33 

Veracruz 

33  HO 

33  33 

3877 

99 

33 

Yucatán 

3,  32 

33  33 

33  33 

1643 

99 

33 

Campeche 

3,  8 

35  53 

226 

99 

T.  de  Q.  Roo 

»         1  33 

33  33 

53  33 

35 

99 

33 

Distrito  Federal 

3,216 

33  33 

16165 

99 

Totales     1132  47505 


*  Para  mayores  datos  véase  el  Censo  y  Planificación  de  Hospitales  realizado  por 
la  Secretaría  de  Salubridad  y  Asistencia  en  1958. 


315 


Todos  estos  hospitales  han  sido  fundados  y  son  sostenidos  por  distintos  gru- 
pos del  gobierno  y  la  sociedad.  Veamos  ahora  de  esos  1,132  hospitales  existen- 
tes en  la  República  Mexicana  el  porcentaje  que  atiende  cada  sector. 


Dependencia 


Hospitales 


Cupo 


Federales    64 

Estatales    35 

Municipales    23 

Descentralizados    24 

Privados    552 

Rural  Coop   23 

Coordinados    176 

FF.  CC   20 

Pemex    8 

I.M.S.S   32 

Beneficencia  Privada   114 

Industriales    61 


con  un  total  de    9,994  camas 

  4,563  „ 

  664  „ 

  3,515  „ 

  8,942  „ 

  666  M 

  8,984  „ 

  1,229  „ 

  209  „ 

  3,464  „ 

  3,983  „ 

  1,292 


Totales 


1,132 


47.505 


Aquí  están  incluidos  los  hospitales  militares.  Sin  embargo,  nosotros  tratamos 
de  éstos  en  particular,  separadamente,  porque  en  esa  misma  forma  nos  ocupa- 
mos de  ellos  al  referirnos  a  la  época  colonial. 


Hospitales  Militares  de  México 


La  Secretaría  de  la  Defensa  Nacional  tiene  una  dependencia  especial  encar- 
gada de  velar  por  la  salud  de  los  miembros  del  ejército  y  sus  familias.  Esta  es 
la  Dirección  General  de  Sanidad  Militar. 

La  Dirección  General  de  Sanidad  Militar  actúa  en  tres  formas:  Primera, 
preparando  a  su  propio  personal  a  través  de  la  Escuela  Médico  Militar,  la 
Escuela  de  Enfermeras  Militares  y  de  Oficiales  de  Sanidad.  Segunda,  por  me- 
dio de  una  serie  de  hospitales;  dos  en  la  ciudad  de  México,  siete  regionales 
y  catorce  Enfermerías  de  Zona.  Tercera,  para  atender  a  los  militares  en  los 
lugares  en  que  por  diversas  circunstancias  no  ha  convenido  levantar  hospital, 
se  hallan  establecidas  las  llamadas  Secciones  Sanitarias  Fijas  y  Secciones  Sa- 
nitarias en  Cuerpos  de  Tropa,  o  sean  consultorios.  De  allí  son  enviados  los 


316 


enfermos  a  los  hospitales  correspondientes,  cuando  los  diversos  casos  lo  re- 
quieren. 

He  aquí  la  lista  de  unos  y  otros  con  los  datos  de  su  capacidad,  para  que 
podamos  darnos  una  idea  de  su  importancia  mayor  o  menor  en  cada  región. 

Como  eje  de  todos  los  servicios  hospitalarios  del  ejército  se  encuentra  el 
Hospital  Central  Militar,  establecido  en  la  ciudad  de  México.  En  él  se  presta 
a  los  militares  y  a  sus  familias,  servicios  en  todos  los  aspectos  que  un  hospital 
moderno  puede  ofrecer:  en  medicina,  cirugía  y  maternidad.  En  él  se  recibe, 
no  sólo  a  los  militares  establecidos  en  la  metrópoli,  sino  a  los  enfermos  de 
cualquier  parte  del  país  a  quienes  sus  superiores  remiten  a  él  para  más  eficaz 
atención.  Este  hospital  es  a  la  vez  hospital-escuela  para  los  estudiantes  de  la 
Médico-Militar,  que  hacen  en  él  sus  prácticas  y  que  ya  recibidos  realizan  dos 
años  de  internado  como  médicos  a  tiempo  completo. 

El  Hospital  Central  Militar  tiene  ochocientas  treinta  y  seis  camas. 

En  Tlalpan,  D.  F.,  se  encuentra  el  Hospital  Militar  para  Infecto -Contagio- 
sos, dedicado  a  incurables.  Cuenta  con  quinientas  camas. 


Existen  Hospitales  Regionales  en: 

Chihuahua,  Chih.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 
Guadalajara,  Jal.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 
Irapuato,  Gto.,  con  capacidad  de  ochenta  camas. 
Ixtepec,  Oax.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 
Mazatlán,  Sin.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 
Monterrey,  N.  L.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 
Veracruz,  Ver.,  con  capacidad  de  treinta  camas. 

Existen  Enfermerías  de  Zona  en: 

Criadero,  Mil.  No.  2,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Chilpancingo,  Gro.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Hermosillo,  Son.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
El  Ciprés,  B.  C,  con  capacidad  de  quince  camas. 
La  Paz,  B.  C,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Mérida,  Yuc,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Puebla,  Pue.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
San  Luis  Potosí,  S.  L.  P.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Tampico,  Tamps.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Torreón,  Coah.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Tuxpan,  Ver.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Vicam,  Son.,  con  capacidad  de  quince  camas. 


317 


Villa  Hermosa.  Tab.,  con  capacidad  de  quince  camas. 
Morelia,  Mich.,  con  capacidad  de  quince  camas. 

Este  último  está  actualmente  en  receso.  Existen  Secciones  Sanitarias  fijas  en 
diez  y  ocho  zonas  militares  y  doce  en  comandancias  de  guarnición. 

Las  Secciones  Sanitarias  en  Cuerpos  de  tropa  las  hay  en:  Caballería,  vein- 
tiuna; Infantería,  cincuenta;  Artillería,  tres;  Ingeniera  de  Combate,  dos  y 
Transmisiones,  una. 

Completan  los  servicios  médicos  del  ejército  la  consulta  externa  de  que 
gozan  los  llamados  escalones  especiales,  Compañía  de  Sanidad  y  Fuerza  Aérea. 

Finalmente,  existe  para  los  prisioneros  de  la  Prisión  Militar  de  Santiago,  un 
servicio  de  enfermería  dentro  de  la  propia  prisión. 


318 


COMPLEMENTO  A  LOS  HOSPITALES  DEL  SIGLO  XVI 


A  pesar  de  que  esta  obra  no  ha  pretendido  nunca  ser  un  estudio  exhaustivo 
-sobre  los  hospitales  que  se  fundaron  durante  el  período  colonial  de  México, 
van  estas  páginas  como  complemento  al  primer  tomo,  referente  a  los  hospita- 
les creados  en  el  siglo  XVI,  porque  considero  falta  de  ética  profesional  guar- 
dar para  mí,  datos  nuevos  que  aún  puedo  dar  a  conocer. 

Había  clasificado  el  Hospital  de  San  Cosme  y  San  Damián,  de  León,  Gto., 
entre  los  del  XVII  porque  las  noticias  que  sobre  él  tenía,  a  esto  me  obligaban; 
empero,  los  informes  proporcionados  por  el  historiador  Wigberto  Jiménez 
Moreno  y  los  microfilms  de  los  archivos  de  León  que  acaban  de  llegar  al  Cen- 
tro de  Documentación  del  Castillo  de  Chapultepec  de  México,  D.  F.,  me  in- 
forman sobre  su  aparición  desde  finales  del  XVI. 


Hospital  de  San  Cosme  y  de  San  Damián  o  de  el  Espíritu  Santo 
o  de  San  Juan  de  Dios 

León,  Guanajuato 

Cuando  Vasco  de  Quiroga  hizo  su  viaje  a  España,  trajo  de  la  Península 
^quince  clérigos  de  reconocida  "virtud  y  letras",  a  los  cuales  fue  colocando  al 
frente  de  los  curatos  que  iba  erigiendo.  Entre  éstos  se  encontraba  el  bachiller 
Alonso  de  Espino.  No  sabemos  detalles  de  su  actividad  en  los  primeros  años 
de  su  llegada  a  la  Nueva  España;  pero  sí,  que  su  labor  era  altamente  efi- 
ciente, puesto  que  el  celoso  obispo  michoacano  lo  nombró  Visitador  de  su 
obispado,  allá  por  los  años  de  1555-1565  1  o  sea  hasta  la  muerte  de  aquel 
santo  varón.  Hacia  1569-70  lo  encontramos  de  cura  de  Jaso  y  Teremendo.  Al 

1  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Octubre  1932,  pag.  6  El 
.bachiller  Espino,  y  la  Güera  de  los  Chichimecas. 


319 


hacerse  la  fundación  de  la  ciudad  de  León,  vivía  en  la  Estancia  de  los  Sauces 
y  fue  uno  de  los  testigos  instrumentales,  posiblemente  el  que  dijo  en  ella  la 
primera  misa.  Dicen  algunos  historiadores  que  al  erigir  don  Juan  de  Medina 
Rincón  el  curato  de  León,  vino  a  ser  el  primer  párroco  el  bachiller  Espino.  Ji- 
ménez Moreno  lo  pone  en  duda,  pareciéndole  más  probable  que  lo  haya  sido 
el  Padre  Juan  de  Cuenca,  "eclesiástico  sabio,  caritativo  y  lleno  de  celo  por  la 
salvación  de  las  almas'\  Este  Padre  Cuenca  falleció  en  1580.  En  1582  ya  era 
el  bachiller  Espino  cura  beneficiado  de  León.  2 

Al  tener  bajo  su  dirección  aquella  parroquia  lo  primero  que  hizo  fue  si- 
guiendo los  pasos  de  don  Vasco,  fundar  un  hospital.  Sin  embargo,  no  le  dio 
las  características  que  tenían  los  hospitales  quiroguianos,  porque  las  circuns- 
tancias eran  distintas.  No  se  trataba  de  pueblo  de  indios  sino  de  una  villa  de 
españoles.  Así,  lo  hace  conforme  se  acostumbra  erigir  los  que  en  general  le- 
vanta la  iglesia  o  sea  a  base  de  los  diezmos.  Para  ello  acude  a  S.  M.  el  Rey  don 
Felipe  II,  pidiéndole  que  se  otorgasen  a  su  iglesia  y  hospital  la  tercera  parte 
de  los  siete  novenos  de  los  diezmos,  conforme  estaba  estipulado  en  la  erección 
de  la  Iglesia  Catedral  de  Michoacán,  del  mismo  modo  como  lo  gozaban  la 
Villa  de  Colima  y  otras  poblaciones  de  españoles.  En  su  petición  daba  cuenta 
al  Rey  de  las  necesidades  de  la  iglesia  y  hospital.  Estudiada  en  el  Consejo,  la 
despacha  el  Rey  favorablemente,  ordenando  se  ejecutase  como  lo  pedía  el 
cura,  sin  excusa  alguna. 3 

Este  primer  hospital  quedó  erigido  cerca  de  la  iglesia  parroquial  "donde 
hoy  está  la  cárcel  municipal"  4  y  tuvo  por  título  San  Cosme  y  San  Damián. 

Muy  poco  tiempo  estuvo  el  Padre  Espino  al  frente  de  su  hospital,  pues  el 
año  de  1586  fue  muerto  por  los  indios  chichimecas  que  hacían  guerra  sin 
tregua  a  los  españoles.  Murió  como  correspondía  a  un  verdadero  misionero, 
cumpliendo  los  trabajos  de  su  ministerio.  Iba  el  bachiller  Alonso  Espino  a 
confesar  a  una  india,  cuando  al  pasar  por  los  llanos  de  Comaja  les  atacaron 
los  indios,  a  él  y  a  su  acompañante  Francisco  de  Orduña,  y  los  mataron.  Sa- 
bida la  noticia,  un  caritativo  vecino  llamado  Alonso  López  de  Guzmán,  re- 
cogió los  cadáveres  y  los  llevó  a  los  llanos  de  Silao  para  darles  cristiana 
sepultura.  5 

La  villa  se  quedó  sin  sacerdote  durante  muchos  años,  pues  ninguno  del  clero 

2  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Noviembre  1932,  pp.  5  y  6 
El  bachiller  Espino  y  la  Güera  de  los  Chichimecas. 

3  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Centro  de  Documentación.  Rollo  57. 

4  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Junio  1933,  pag.  8.  Notas 
de  Historia  Eclesiástica  Leonesa. 

5  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Diciembre  1932,  pag.  5- 
El  Bachiller  Espino  y  la  Guerra  de  los  Chichimecas. 


320 


secular  quería  ir  a  tan  peligroso  sitio;  acudieron  al  regular  pidiendo  a  los 
agustinos  que  fuesen,  pero  sólo  consiguieron  que  enviasen  un  fraile  a  celebrar 
una  misa.  Finalmente,  fueron  los  franciscanos  quienes  decidieron  ir  a  la  villa, 
fundando  allí  un  convento.  6 

Para  suplir  al  fundador  y  dado  que  no  había  cura  para  hacerse  cargo  del 
hospital,  las  autoridades  eclesiásticas  de  Valladolid  ordenaron  que  quedase 
al  cuidado  de  un  mayordomo.  Para  este  cargo  debía  encontrarse  una  persona 
con  un  verdadero  espíritu  caritativo,  pues  sus  servicios  deberían  ser  gratuitos. 
A  fin  de  que  no  pudiese  usar  los  bienes  del  hospital  para  enriquecerse,  en 
detrimento  de  los  enfermos,  se  le  exigía  una  fuerte  fianza,  antes  de  ejercer 
su  oficio  y  además  quedaba  sujeto  a  la  visita  de  inspectores  eclesiásticos. 

He  aquí  una  lista  de  los  mayordomos  del  Hospital  de  San  Cosme  y  San 
Damián,  formada  por  Jiménez  Moreno:  El  primero  fue  Alonso  López  de  Guz- 
mán  (1589-1598)  ;  lo  siguió  Alvaro  Sánchez  (1599-1600)  ,  éste  rindió  cuentas 
al  beneficiado  de  Irapuato  y  entregó  la  mayordomía  al  Padre  Gaitán,  quien 
fue  mayordomo  en  1601-1602  y  tal  vez  en  1604;  el  cuarto  fue  Juan  Alonso;  el 
quinto  Andrés  Fernández  de  Campoverde  (1605-1609)  ;  Gaspar  de  Laris,  fue 
el  sexto  (1610)  ;  Juan  de  Saavedra,  el  séptimo  (1611-1612)  ;  y  Esteban  Lavis, 
el  octavo  (1613-1614)  ;  en  1616-1617.  fue  Mayordomo  y  Capellán,  a  un  mismo 
tiempo,  el  bachiller  Alonso  de  Belmonte  Rangel.  Este  fue  el  último  mayordomo 
lego,  pues  a  partir  de  1618  cambia  la  organización  del  hospital  por  la  llegada 
de  los  juaninos. 

Todos  estos  mayordomos  fueron  personas  intachables  que  tuvieron  el  puesto 
por  un  verdadero  deseo  de  socorrer  a  los  pobres,  y  más  aún,  que  llegaron  a  ser 
mayordomos  por  haberse  distinguido  antes  en  obras  caritativas.  Así,  por 
ejemplo,  Alonso  Sánchez,  era  conocido  por  las  muchas  limosnas  que  daba, 
sostenía  a  dos  huérfanas,  una  loca  y  un  paralítico  en  su  propia  casa.  Don  An- 
drés Fernández  Campoverde,  se  preocupó  por  cimentar  la  economía  del  hos- 
pital, cobró  deudas,  reclamó  el  diezmo  correspondiente  que  había  dejado  de 
dársele  y  a  su  muerte  le  legó  parte  de  su  fortuna.  7 

A  pesar  de  que  la  administración  de  los  mayordomos  fue  benéfica,  se  nece- 
sitaban segundas  manos  en  la  atención  a  los  enfermos.  Pensóse  entonces  en 
pedir  a  alguna  asociación  hospitalaria  que  se  hiciera  cargo  del  hospital.  Es- 
tando ya  en  México  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  — que  en  aquel  tiempo 
tenían  la  máxima  fama  en  España — ,  se  les  llamó.  Obtúvose  una  Real  Cé- 
dula dada  en  Madrid  el  27  de  marzo  de  1606  8  y  las  licencias  del  Virrey, 
•  

f'  C.  D.  C.  Ch.  Serie  Centro  de  Documentación.  Rollo  57. 

;  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Agosto  1933,  pag.  7.  Notas 
de  Historia  Eclesiástica  Leonesa  del  siglo  XVII. 
*  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  36,  Exp.  4. 

321 


H21 


Marqués  de  Guadalcázar  y  del  Ilustrísimo  don  F.  Baltazar  de  Covarrubias,  que 
los  autorizó  a  encardarse  del  hospital. 

La  llegada  de  los  Hermanos  se  retardó  por  causas  que  desconocemos.  No 
fue  sino  hasta  el  15  de  noviembre  de  1617  cuando  la  religión  juanina  ocupó  el 
hospital.  9  En  el  primer  año  estuvo  allí  el  Hermano  Fray  Alonso  Pérez,  que 
se  consideró  como  primer  Hermano  Mayor.  En  1618  llegaron  nuevos  frailes, 
entre  ellos  Fray  Mateo  de  Jesús  como  Prior.10  Desde  entonces  la  orden  sostuvo 
constantemente  de  4  a  6  frailes,  para  atender  a  los  enfermos. 

Llegados  los  juaninos  se  dieron  cuenta  de  lo  estrecho  que  era  el  edificio  y 
empezaron  a  mover  el  interés  popular  para  hacer  otro.  La  villa  les  cedió  unos 
solares  en  las  afueras  de  la  ciudad  y  el  Obispo  de  Michoacán  les  dio  licencia 
para  mudarlo  de  sitio.  Con  el  producto  del  censo  y  limosnas  recaudadas  levan- 
taron el  hospital.  Terminada  la  nueva  construcción,  a  base  de  limosnas  se 
transladó  a  los  enfermos,  abandonándose  las  viejas  casitas  y  sus  solares  anexos.  11 

Sin  embargo,  el  sitio  escogido  no  fue  lo  más  acertado,  pues  en  tiempo  de 
lluvias,  cuando  el  río  que  pasaba  junto  al  convento  crecía,  amenazaba  los 
muros  del  hospital.  Ocurrió  en  1637  que  una  gran  avenida  hizo  que  las  aguas 
se  desbordaran  cobre  el  edificio  llevándose  parte  de  él  y  dejando  el  resto 
medio  destruido.  Acudieron  el  Alférez  y  procurador  de  la  villa,  el  Alguacil 
Mayor,  el  Escribano  Público  y  vecinos  importantes,  sacaron  a  los  enfermos, 
los  colocaron  en  sitios  seguros  y  trataron  de  convencer  a  los  Hermanos,  de 
regresar  al  sitio  primitivo,  que  por  estar  al  centro  de  la  ciudad  y  cerca  de  la 
plaza,  les  aseguraba  un  mayor  auxilio  de  los  vecinos.  12  Sin  embargo,  no  acep- 
taron, pues  en  1773  las  viejas  casitas  y  solares  aún  subssitían  como  tales,  mien- 
tras el  hospital  permanecía  en  los  aledaños  de  la  ciudad.  13 

Al  transladarse  de  edificio  el  hospital  empezó  a  perder  su  antiguo  nombre, 
ya  sea  porque  la  iglesia  se  dedicó  a  San  Juan  de  Dios  o  bien  porque  el  vulgo 
abreviando  al  decir  "el  hospital  que  tienen  a  su  cargo  los  Hermanos  de  San 
Juan  de  Dios",  empezó  a  decir  simplemente  "el  hospital  de  San  Juan  de  Dios". 
El  caso  es  que  desde  mediados  del  XVII  hasta  el  siglo  XIX  en  todos  los  docu- 
mentos oficiales  el  nombre  original  de  San  Cosme  y  San  Damián  desaparece. 

Veamos  con  qué  medios  pudo  sostenerse  el  hospital  en  el  siglo  XVI.  Poseía 

9  Velasco,  Ceballos,  Visita  y  Reforma  a  los  Hospitales  de  San  Juan  de  Dios,  tomo 
II,  pag.  95. 

1U  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Agosto  1933.  Notas  de 
Historia  Eclesiástica  Leonesa  del  siglo  XVII. 

11  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  95. 

Nota:  La  obra  de  Velasco  Ceballos  da  por  primer  fundador  a  un  P.  Alonso  Gó- 
mez, cosa  que  es  falsa  como  hemos  visto. 

12  C.  D.  C.  Ch.  Serie  León.  Rollo  4.  Exp.  18,  Cajas  1636-39. 

13  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  II,  pag.  95. 


322 


el  noveno  y  medio  de  los  diezmos,  casas,  tierras,  bueyes  y  aperos  de  labranza, 
todo  lo  cual  en  vez  de  ser  trabajado  directamente  por  el  hospital,  se  rentaba. 
Así,  por  ejemplo,  en  1590  lo  tenía  arrendado  Antón  Frausto  y  en  1595  Alonso 
de  Belmonte  se  obligaba  a  pagar  50  pesos  por  rentarlo  durante  dos  años. 14 

Los  bienes  del  hospital  fueron  en  aumento,  pues  los  frailes  lograron  que  los 
vecinos  se  interesaran,  dando  constantes  limosnas  y  haciendo  concesiones  es- 
peciales para  el  aumento  de  sus  bienes.  Hay  multitud  de  documentos  que  nos 
informan  sobre  ello.  15 

En  el  siglo  XVII  tenía  seis  caballerías  de  tierra,  que  le  había  rentado  en 
1599  Alvaro  Rodríguez  Medrano,  por  60  pesos;  una  estancia  de  labor  con 
doce  bueyes,  cuatro  novillos,  rejas  de  arado,  carretas,  en  fin  todo  lo  necesario 
para  trabajarla;  ésta  en  1603  estaba  rentada  a  Manuel  Gómez,  en  130  fa- 
negas de  maíz  anuales,  nueve  cabellerías:  de  tierra,  cuyo  arriendo  se  puso  en 
subasta  en  1607  y  en  las  que  se  comprendían  también  ochocientas  ovejas,  trein- 
ta bueyes,  diez  rejas  de  arado,  etc.,  etc.  Estas  producían  304  pesos  anuales. 
Además  de  las  llamadas  fincas  rústicas,  seguía  teniendo  como  fuente  de  ingresos 
el  noveno  y  medio  de  los  diezmos.  Empero,  esto  no  lo  recibía  en  dinero  efectivo, 
sino  en  diversas  especies  como  maíz,  trigo,  becerros  y  ovejas.  Como  en  otras 
instituciones,  los  juaninos  consiguieron  de  su  Provincial,  Fray  Francisco  Mar- 
tínez, en  1619,  permiso  para  colocar  dinero  a  censo.  Todos  estos  diversos  in- 
gresos sumados  eran  poco  para  el  sostenimiento  del  hopital.  Por  fortuna,  el 
faltante  lo  cubrían  los  legados  de  los  vecinos.16 

Referente  al  siglo  XVIII  tenemos  varios  informes.  Hacia  1774  las  propie- 
dades eran:  dos  labores  de  tierra,  que  rentaban  26  pesos  al  año,  más  el  dine- 
ro impuesto  a  censo  y  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos  concedido  por  el  Rey, 
que  en  estas  fechas  se  cobraba  en  Valladolid  recibiéndose  ya  en  efectivo  des- 
de 1746. 

Según  el  informe  que  dieron  al  Visitador  Fray  Pedro  Rendón  Caballero,  el 
noveno  y  medio  les  producía  307  pesos  anuales  y  las  limosnas  de  90  a  100  pe- 
sos;17 según  esto  tenían  anualmente  407  pesos  aproximadamente;  de  1771 
a  74  sabemos  que  los  ingresos  habían  sido  4,027  o  sean  1,006  pesos  anuales. 

De  1793  a  99  hay  una  serie  de  informes  detallados  sobre  la  economía  y  en- 
fermos del  hospital  y  todos  difieren.  En  el  de  93  los  ingresos  de  cuatro  años  son 

14  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Junio  1933,  pag.  8.  Notas 
de  Historia  Eclesiástica  Leonesa  del  siglo  XVI. 

M  G.  D.  G.  Ch.  Serie  León.  Rollo  4.  Donaciones  de  Tierra".  .  .  Rollo  5.  Fray  Luis  de 
Mayor ga  se  le  restituya  la  hacienda".  .  .  Rollo  7.  Escrituras  originales".  .  . 

16  Jiménez  Moreno,  Wigberto.  Revista  Reina  y  Madre.  Agosto  1933,  pag.  5.  Notas 
de  Historia  Eclesiástica  Leonesa  del  siglo  XVII. 

"  Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Visita  y  Reforma,  tomo  I,  pp.  82  a  88. 


323 


7,706.2  y  los  gastos  7.657.5  con  lo  que  sólo  le  quedaban  al  hospital  48 
pesos.  18 

En  abril  de  1799  se  informaba  que  de  dos  años,  o  sea  de  1797  a  99,  las  en- 
tradas sumaban  4,067.0  y  los  gastos  4.087.32,  con  lo  que  faltaban  al  hospital  en 
dos  años  20.32. 19 

En  agosto  de  ese  mismo  año  de  1799  tenemos  otros  informes  sobre  su  eco- 
nomía. Ingresos  anuales  2,023.3  pesos,  gasto  anual  2,014.0  o  sea  que  había 
un  pequeño  déficit.  20  Finalmente,  tenemos  un  informe  del  siglo  XIX  dado 
por  el  Regidor  de  la  Villa  de  León.  En  él  se  dice  que  seguía  poseyendo 
tierras  y  tenía  dinero  puesto  a  censo.  Los  ingresos  sumaban  entonces  237  pesos 
anuales  y  los  egresos  montaban  a  339.3.6  con  lo  cual  había  un  déficit  anual 
de  102.3.6.  21  Veamos  cómo  se  empleaban  estos  bienes.  Sabemos  que  existían 
una  sala  para  enfermos  hombres  y  otra  para  mujeres. 

De  los  siglos  XVI  y  XVII  desconocemos  el  número  de  enfermos,  pero  de 
finales  del  XVIII  ya  hay  detallados  informes.  He  aquí  algunos: 

1796  entraron  126  enfermos;  salieron  curados  109;  murieron  17. 

1797  entraron  140  enfermos;  salieron  curados  122;  murieron  18. 

1798  entraron  157  enfermos;  salieron  curados  135;  murieron  22. 22 

Al  comenzar  el  siglo  XIX  aún  se  sostenía  un  promedio  semejante  en  nú- 
mero de  enfermos.  La  visita  del  subdelegado  de  la  Villa  de  León,  efectuada 
en  1801,  nos  informa  que  el  promedio  de  los  cinco  últimos  años  arrojaba 
una  atención  anual  a  150  enfermos  y  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos 
producía  aún  560  pesos  anuales.  No  se  menciona  el  monto  de  los  demás 
bienes  que  aún  poseía  el  hospital.  El  control  de  los  bienes  lo  tenía  el  Cabildo 
secular  que  era  a  quien  se  daban  anualmente  las  cuentas.21  Hacia  1812,  aun 
cuando  el  hospital  conservaba  sus  fincas  urbanas,  rústicas,  y  su  dinero  colo- 
cado a  censo,24  el  poco  producto  de  todo  ello  lo  tenía  en  apurada  situación, 
que  se  agravaba  más  porque  el  noveno  y  medio  de  los  diezmos  les  era  dado 
irregularmente  y  no  en  su  totalidad.  Llega  un  momento,  en  1814,  en  que  el 
Ayuntamiento  tiene  que  acudir  al  Obispado  de  Valladolid  para  reclamar  el 

"  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  36,  Exp.  4.  "Sobre  que  el  hermano  mayor  del 
hospital  de  San  Juan  de  Dios.  .  .  de  las  cuentas.  .  ." 

16  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  36,  Exp.  5.  en  dos  cuadernos. 

20  A.  G.  N.  M.  Ramo  Hospitales,  tomo  36.  Exp.  4.  sobre  que  el  hermano  mayor.  .  . 

a  C.D.C.Ch.  Serie  León.  Rollo  40. 

22  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  36.  Exp.  4. 

~  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  55.  Exp.  11. 

í4  C.D.C.Ch.  Serie  León.  Rollo  35.  Caja  1812.  Exp.  7. 


324 


monto  de  los  novenos,  pues  materialmente  frailes  y  enfermos  no  tenían  para 
vivir.25 

En  el  año  de  1823  se  separa  a  los  Juaninos  de  la  administración.  Al  hacer 
entrega  de  la  Institución,  el  prior  — que  lo  era  Fray  Francisco  Santa  María 
Sánchez—  da  el  siguiente  informe: 

Los  ingresos  del  Hospital  eran  los  siguientes: 


Recibo  ordinario  505.1 

Recibo  extraordinario  1,515.7 

Recibo  de  solares  1,720.2.7 

Noveno  y  medio  1,318.3 


Total  ingresos  5,059.2% 

Los  egresos  del  Hospital  habían  sido: 

Gasto  ordinario  2,854.2 

Gasto  extraordinario  4,706.2 

Obras  y  reparos  56.6 

Oficios  de  religiosos  difuntos  165.4 


Total  egresos  7,792.6. 


Pocos  años  después,  las  cosas  se  agravaban  más  aún.  La  constante  guerra 
civil  y  la  desorganización  natural  que  sufre  una  nación  al  cambiar  su  estruc- 
tura política,  llevaron  en  breve  tiempo  la  decadencia  total  al  hospital.  En 
los  años  de  1829-30,  aunque  la  Institución  seguía  poseyendo  tierras  y  cen- 
sos, los  ingresos  eran  mínimos.  Los  Juaninos  habían  sido  ya  suprimidos  y 
la  dirección  del  hospital  se  había  puesto  en  manos  de  un  Regidor  comi- 
sionado, que  era  Justo  Somera.  Este  tenía  como  Administrador  a  José  Ma. 
Loreto.  En  tales  fechas  los  ingresos  anuales  eran  237  pesos  y  los  egresos  339.3.6 
pesos,  teniendo  un  déficit  de  102.3.6  pesos  anuales.  El  número  de  pacientes 
se  redujo.  He  aquí  el  movimiento  de  enfermos  que  nos  lo  prueba: 

Entraron  15  hombres,  de  los  cuales  murieron  3,  salieron  8  y  quedaron  4 
Entraron    6  mujeres,  de  las  cuales  murieron  1,  salieron  1  y  quedaron  4 

Total     21  enfermos  de  los  cuales  murieron  4,  salieron  9  y  quedaron  8.2fi 

25  C.D.C.Ch.  Serie  León.  Rollo  35.  Caja  1814.  Exp.  19. 

26  C.D.C.Ch.  Serie  León.  Rollo  40.  Caja  1923. 


325 


El  personal  con  que  se  contaba  entonces  lo  componían:  el  mayordomo  o 
administrador,  el  capellán,  el  sacristán,  la  cocinera,  el  enfermero,  la  enfermera 
y  el  barbero.  No  tenemos  datos  sobre  la  construcción  del  edificio,  hospital  e 
iglesia  que  edificaron  los  Juaninos.  El  informe  único  que  poseemos  es  el  del 
inventario  formado  en  1823  con  motivo  de  la  entrega  del  hospital  al  Ayun- 
tamiento. 

La  iglesia  tenía  seis  altares.  El  altar  mayor  estaba  formado  por  un  retablo 
que  cubría  toda  la  pared,  tenía  su  sagrario  y  expositor.  En  él  se  hallaban 
una  imagen  de  Cristo,  de  bronce,  y  otra  del  Señor  de  la  Columna,  de  madera, 
que  tenía  resplandor  y  potencias  de  plata.  El  altar  de  San  Rafael  era  un  cola- 
teralito  de  talla  pintado;  en  él  estaba  el  titular  hecho  de  madera,  vestido  de 
estopilla;  tenía  el  guaje  de  chaquira  y  el  pescado  de  madera  y,  desde  luego, 
su  aureola  también  de  plata. 

El  altar  de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores,  era  un  medio  colateral  de  madera, 
que  se  había  comenzado  a  dorar.  La  imagen  de  Nuestra  Señora  era  de  madera 
vestida  de  seda  y  con  resplandor  de  plata.  Tenía  dos  cuadros  que  representa- 
ban a  San  Antonio  y  San  Francisco  y  otro  grande  de  la  Purísima. 

El  altar  de  Animas  era  un  retablo  grande  de  lienzo  en  que  estaban  pintados 
la  Santísima  Trinidad  y  varios  santos.  En  éste,  sobre  una  repisa  de  maniposte- 
ría, se  hallaba  la  imagen  de  San  Juan  de  Dios  de  talla,  con  su  corona  y  granada 
de  plata. 

Altar  del  Seño?  de  las  Esquípulas;  éste  estaba  formado  por  un  baldaquín  de 
bastidor  pintado  con  una  imagen  de  bulto  del  Crucificado. 

Altar  de  Señor  San  José.  Lo  formaba  un  "medio  punto"  compuesto  de  cua- 
tro lienzos  con  Santa  Librada  y  otras  mártires,  Nuestra  Señora  de  los  Dolo- 
res, San  Juan  Nepomuceno  y  San  Isidro  Labrador.  En  una  repisa  se  hallaba 
un  nicho  con  el  titular  Señor  San  José. 

El  altar  de  Santa  Gertrudis  era  un  colateral  pintado,  en  él  se  hallaba  la 
santa  de  bulto  con  vestido  de  terciopelo  negro  y  corazón  de  plata.  Había, 
además,  un  nicho  de  vidrio  en  el  que  se  hallaba  Nuestra  Señora  de  la  Cueva 
Santa  y  cuatro  profetas,  todo  de  bulto. 

Finalmente,  había  un  altar  de  San  Carlos  Borromeo.  Era  éste  un  colateral 
pequeño  y  tallado,  en  él  había  una  repisa  sobre  la  que  estaba  el  santo  titular 
de  bulto  y  vestido. 

Cada  uno  de  los  altares  tenía  sus  manteles  propios  y  la  sacristía  se  hallaba 
provista  de  ornamentos,  vasos  sagrados,  trajes  de  imágenes,  etc.  Todo  lo  ha- 
bía, pero  todo  era  viejo  y  pobre. 

En  igual  condición  se  encontraba  el  hospital.  En  las  enfermerías  no  se  men- 
cionan ya  camas,  sólo  petates,  frazadas  y  almohadas,  una  silla,  una  mesa  y  un 
cucharón.  Las  celdas  de  los  frailes  estaban  en  la  misma  pobreza.  Lo  único 


326 


notable  en  ellas  era  un  retrato  de  Fray  Pedro  Peláez.  Había  en  el  hospital 
un  cementerio  propio  y  en  él  una  capilla.  El  archivo  conservaba  aún  todos 
sus  papeles,  libros  de  fundación  y  regalías  concedidas  al  hospital,  libros  de 
protocolo,  libros  de  propiedades,  rentas  y  censo. 27 

Ignoramos  la  fecha  en  que  dejó  de  funcionar  el  Hospital  de  San  Cosme  y 
San  Damián  de  León.  El  edificio  es  actualmente  una  casa  de  vecindad.  No 
ocurrió  lo  mismo  con  el  templo  que  sigue  abierto  al  culto  católico. 


27  C.D.C.Ch.  Serie  León.  Rollo  40.  Caja  1823. 


327 


AP EN  DICE 


Ley  V,  Título  Cuarto,  Libro  I 

Que  los  religiosos  del  Beato  Juan  de  Dios,  en  la  administración  de  los  hos- 
pitales que  tuvieren  a  su  cargo,  guarden  la  forma  que  por  esta  ley  se  dispone. 

Mandamos  que  los  religiosos  del  Beato  Juan  de  Dios  guarden  en  la  admi- 
nistración de  los  hospitales  la  orden  siguiente. 

1 .  Primeramente,  que  en  ninguno  de  los  Hospitales,  que  fueren  a  cargo 
de  los  dichos  religiosos,  haya  más  de  los  que  fueren  necesarios  para  su  ser- 
vicio y  ministerio,  cura  y  limpieza  de  los  pobres  que  en  cada  uno  se  curaren. 

2.  Que  el  número  de  Religiosos  para  cada  Hospital  le  hayan  de  señalar 
los  Virreyes  o  los  Presidentes  y  Audiencias  Reales  de  las  Indias,  con  comu- 
nicación de  los  Arzobispos  u  Obispos  en  los  lugares  donde  los  huviere,  y  donde 
no,  los  Governadores  o  Corregidores  y  Comisarios,  que  para  este  efecto  se 
nombraren  por  los  Cabildos  Seculares,  con  intervención  de  los  Oficiales  Rea- 
les, donde  los  huviere,  haviendo  primero  llamado  y  oído  al  Vicario  General 
o  Prior  de  el  Hospital  para  que  informe  y  dé  razón  de  lo  que  conviniere  y 
fuere  preguntado,  y  reservamos  al  Consejo  el  proveer  sobre  el  dicho  número 
lo  que  más  convenga,  quando  se  ofrezca  ocasión  o  se  pida. 

3.  Que  para  el  nombramiento  o  señalamiento  hayan  de  considerar  y  con- 
sideren las  calidades  de  el  Hospital  de  que  se  tratare,  y  enfermos  que  en  él  se 
suelen  recoger  y  curar  unos  años  con  otros,  assi  de  Españoles,  como  de  Indios, 
y  las  rentas  fixas  que  tiene  el  Hospital  y  las  limosnas  que  se  suelen  juntar,  y 
las  demás  circunstancias  que  les  pareciere  que  se  pueden  ofrecer,  y  antes  nom- 
bren y  señalen  uno  o  dos  de  más,  que  de  menos,  por  si  acaso  alguno  de  los 
precisamente  necessarios  muriere  y  estuviere  enfermo  ausente,  y  en  esta  con- 
formidad en  los  Hospitales  donde  huviere  más  Hermanos  de  los  que  fueren 
necessarios,  se  quiten  y  remitan  a  los  que  no  tuvieren  los  bastantes,  o  se 
buelvan  a  las  Casas  Matrices  de  donde  huvieren  salido,  o  donde  debieren  estar. 


328 


4.  Que  de  los  Religiosos  que  assi  se  nombraren  se  pueda  permitir,  que  uno 
o  dos  sean  Sacerdotes,  para  que  puedan  decir  Missa  a  los  enfermos  y  admi- 
nistrarles los  Santos  Sacramentos,  atendiendo  en  esto  a  la  comodidad,  calidad, 
y  cantidad  que  para  ello  tuviere  el  tal  Hospital,  con  que  en  las  Casas  Matrices 
no  haya  más  de  dos  Sacerdotes  en  cada  una,  y  en  los  demás  Hospitales  uno 
y  dos  conforme  a  la  cantidad,  y  possibilidad  de  ellos. 

5.  Que  los  Religiosos  Sacerdotes  en  ninguna  de  las  Casas  Matrices,  ni  en 
otra  ninguna  Casa,  ni  Hospital  sean,  ni  puedan  ser  Prelados,  como  está  dis- 
puesto por  Bulas  Apostólicas,  admitidas  y  passadas  por  el  Consejo. 

6.  Que  los  Sacerdotes  que  asistieren  en  los  Hospitales  para  la  administra- 
ción de  los  Santos  Sacramentos,  hayan  de  ser  examinados  y  aprobados  por 
los  Ordinarios,  y  tener  licencia  de  ellos  para  la  administración. 

7.  Que  a  los  Religiosos  se  ha  de  dar  a  entender,  que  los  Hospitales  que 
se  les  huvieren  encargado,  o  encargaren  no  se  les  dan  para  que  en  ellos  tengan 
Conventos  de  su  Religión,  ni  la  vayan  propagando  por  esta  forma,  pues  aun 
a  las  más  antiguas  no  se  les  permite  ésto  sin  particular  licencia  nuestra,  y  otras 
están  del  todo  prohibidas  de  passar  a  fundar  en  las  Indias,  y  nuestro  ánimo  e 
intención  en  encargarles  los  dichos  Hospitales,  solo  es  de  que  assistan  en 
ellos  a  los  enfermos,  conforme  a  su  primero  y  principal  instituto,  lo  qual  han 
de  guardar  y  cumplir,  excepto  en  las  Casas  que  por  esta  nuestra  ley  irán  de- 
claradas, que  estas  solas  serán  Conventos,  y  tenidos  por  tales,  y  los  que  por 
particular  permissión  y  licencia  nuestra  se  les  permitiere. 

8.  Que  en  quanto  a  si  los  Hospitales  que  no  fueren  Conventos  han  de  tener 
Sagrario  e  Iglesia  abierta  y  Campana,  y  acudir  para  ello  a  los  Ordinarios, 
para  que  les  den  la  licencia,  siendo  conveniente,  se  guarde  en  el  Hospital  de 
la  Ciudad  de  Portobelo  lo  proveído  por  nuestro  Consejo,  y  para  los  demás 
Hospitales  se  suspende  por  aora  lo  determinado  sobre  que  huviessen  de  acudir 
y  acudiessen  a  los  Ordinarios  a  que  les  diessen  la  dicha  licencia,  siendo  con- 
veniente. 

9.  Que  en  los  Hospitales  que  no  fueren  Conventos  señalen  los  Prelados  los 
que  huvieren  de  ser  Superiores,  y  governar  los  Hospitales,  los  quales  no  usen 
títulos  de  Priores,  sino  de  Hermanos  mayores. 

10.  Que  por  esta  razón  no  han  de  poder,  ni  pueden  dar  el  Hábito  de  la 
dicha  Religión  en  los  Hospitales  a  ninguno  que  le  pidiere  y  quisiere  entrar  de 
nuevo  en  ella,  aora  sea  Criollo  de  aquellas  partes,  aora  natural  de  estos 
Reynos;  pero  porque  se  ha  entendido,  que  en  ellos  no  hay  tantos  Hermanos, 
que  basten  a  proveer  y  embiar  los  que  serán  necessarios  para  el  servicio  de  los 


329 


Hospitales,  se  les  permite  que  los  puedan  recibir  en  los  de  Panamá,  Lima  y 
México,  como  en  Casas  Matrices,  y  en  los  de  Santa  Fe  del  Nuevo  Reyno  de 
Granada,  Santiago  del  Reyno  de  Chile,  y  Villa  Imperial  de  Potosí;  de  manera 
que  éstas  sean  como  Casas  Conventuales,  y  de  Noviciado,  y  de  los  Hermanos 
que  en  ellas  se  recibieren  vayan  embiando  los  que  por  tiempo  huvieren  de 
assistir  y  fueren  menester  en  los  Hospitales  de  las  Islas  de  Barlovento,  Tierra- 
firme,  Nuevo  Reyno  de  Granada,  Nueva  España  y  Perú. 

11.  Que  en  las  tres  Casas  Matrices  de  Panamá,  Lima  y  México  puedan 
tener  y  tengan  tres  Comissarios  o  Vicarios  Generales  de  su  Religión,  a  los 
quales  estén  subordinados  los  Religiosos  y  Hermanos  que  huviere  en  las  otras 
tres  Casas  Conventuales  de  Santa  Fe  del  Nuevo  Reyno,  Santiago  de  Chile  y 
Villa  Imperial  de  Potosí,  y  los  que  como  dicho  es.  se  disputaren  y  señalaren 
para  la  assistencia  y  ministerio  de  los  Hospitales,  cada  uno  en  su  distrito;  y  a 
estos  tales  Comissarios  o  Vicarios  les  de  sus  veces  el  General  de  la  dicha 
Orden,  para  que  pueda  visitar,  corregir  y  reformar  los  Conventos  y  Hospitales, 
conforme  a  su  Regla,  y  por  lo  tocante  a  ella,  por  la  dificultad  que  havria  en 
hacerlo  desde  este  Reyno,  respecto  a  la  mucha  distancia. 

12.  Que  en  las  otras  tres  Casas  Conventuales  de  Santa  Fe,  Santiago  y 
Potosí,  los  Superiores  que  se  nombraren  puedan  intitularse  Priores,  y  no  Co- 
missarios ni  Vicarios  Generales,  porque  no  ha  de  haver  más  Casas  Matrices 
con  Comissarios  o  Vicarios  Generales,  que  las  tres  referidas  de  Panamá,  Lima 
y  México. 

13.  Que  hecho  el  señalamiento  de  los  Hermanos  que  en  cada  Hospital 
huviere  de  haver,  y  se  juzgaren  por  neccessarios,  este  número  se  llene  de  los 
que  huvieren  passado  de  España  o  huvieren  entrado  y  professado  de  nuevo 
en  la  dicha  Religión  en  las  Indias,  y  los  demás,  si  fueren  en  número  consi- 
derable, se  recojan  y  manden  venir  a  estos  Reynos  en  la  primera  ocasión. 

14.  Que  si  por  tiempo  sucediere  faltar  los  nombrados,  y  no  haver  en  las 
dichas  seis  Casas  otros  que  puedan  entrar  en  su  lugar,  de  suerte  que  sea 
necessario  embiarlos  de  estos  Reynos,  el  Virrey,  Governador  o  Corregidor  de 
la  Ciudad  o  Villa  donde  estuviere  el  Hospital  que  necessitare  de  los  Religiosos, 
de  cuenta  de  ello  al  Consejo,  y  los  que  en  él  quedaren,  o  los  Comissarios  o 
Vicarios  se  la  den  también  a  su  General,  para  que  se  embíen  los  que  fueren 
menester,  procurando  que  éstos  sean  tales,  quales  convenga,  y  el  General  hará 
presentación  de  los  que  paia  este  efecto  nombrare  en  el  Consejo,  y  por  él  se 
darán  las  Usencias  necessarias  para  su  viage,  como  se  suele  hacer  con  los 
Religiosos  que  se  embían  de  otras  Religiones. 

15.  Que  los  Hermanos  que  se  conservaren  en  el  ministerio  de  los  Hospitales, 


330 


y  los  que  entraren  en  los  que  se  les  encargaren  de  nuevo,  han  de  entender, 
que  no  entran  como  dueños  y  señores  de  ellos,  y  de  sus  rentas  y  limosnas, 
sino  como  Ministros  y  Assistentes  de  los  Hospitales  y  de  sus  pobres,  y  para 
servir  a  Dios  en  ellos  y  crecer  el  pío  y  loable  instituto  y  vocación  de  su  Religión. 

16.  Que  en  esta  conformidad  y  con  este  supuesto  han  de  recibir  por  cuenta 
y  razón  todos  los  bienes  de  los  Hospitales,  assi  muebles,  como  raíces  o  semovien- 
tes, juros,  censos,  derechos  y  acciones  que  tuvieren,  renta  y  situaciones  en  las 
Caxas  Reales,  y  la  han  de  dar  de  lo  que  huvieren  recibido,  cobrado,  gastado 
y  pagado  siempre  que  se  les  pida  a  las  personas  que  luego  irán  declaradas. 

17.  Que  la  misma  cuenta  y  razón  han  de  tener  y  dar  de  las  limosnas  que 
juntaren  y  recogieren  para  los  Hospitales,  mandas  o  legados  que  se  les  hicieren, 
o  bienes  que  quedaren  de  los  pobres  enfermos,  que  se  entran  a  curar,  o  mueren 
en  ellos. 

18.  Que  lo  que  adquiriere  la  Religión  como  suyo  por  herencias  de  sus  Reli- 
giosos, en  tanto  se  entienda  ser  de  los  Hospitales,  en  quanto  los  Religiosos  fueren 
conservados  en  ellos. 

19.  Que  assi  para  dar  las  cuentas,  como  para  ser  visitados  quando  convenga 
por  lo  tocante  al  modo  y  forma  que  han  tenido  en  el  ministerio  de  los  Hos- 
pitales y  cura  de  los  pobres  de  ellos,  no  han  de  poder  alegar  ni  aleguen  exemp- 
ción  ninguna,  ni  los  privilegios  de  su  Orden,  aunque  sean  Sacerdotes,  antes 
se  han  de  allanar  a  ello,  y  si  fuere  necessario  traer  para  este  efecto  Breve  y 
declaración  de  su  Santidad,  quedando  en  quanto  a  lo  demás  tocante  a  su 
Regla  e  Instituto  sujetos  y  subordinados  a  las  visitas  y  correcciones  de  sus 
Vicarios  y  Priores  en  la  forma  que  entre  ellos  se  ha  acostumbrado. 

20.  Que  las  dichas  cuentas  las  hayan  de  dar  a  los  Governadores,  Corregidores 
y  Cabildos  Seculares  de  las  Ciudades  o  Villas  donde  estuvieren  los  Hospitales, 
o  a  los  Diputados  que  para  este  efecto  se  nombraren  o  señalaren  por  los  suso- 
dichos, con  que  el  tomarlas,  siendo  de  Hospitales  de  nuestro  Real  Patronazgo, 
sea  por  mano  de  los  Oficiales  de  la  Real  hacienda,  donde  los  huviere;  y  donde 
no  los  huviere,  por  mano  de  la  persona  o  personas  que  nombrare  la  Justicia 
Ordinaria;  y  no  siendo  los  Hospitales  del  Patronazgo  Real,  tome  las  cuentas 
el  Ordinario  Eclesiástico,  con  que  si  tuvieren  renta  situada  por  Nos,  o  en 
Encomiendas  o  repartimientos  de  Indios  o  en  la  Caxa  Real,  assista  e  intervenga 
al  tomarlas  uno  de  los  Oficiales  de  la  Real  hacienda,  y  en  uno  y  otro  caso 
se  tomen  una  vez  cada  año,  y  no  más  y  esto  sea  dentro  de  los  Hospitales,  y 
sin  sacar  dellos  los  libros.  Y  en  quanto  a  que  a  los  Religiosos  no  se  les  lleven 
derechos  por  tomar  las  cuentas,  se  guarde  lo  acordado. 

331 


21.  Que  en  las  visitas  de  los  dichos  Hospitales  intervenga  el  Ordinario  Ecle- 
siástico, especialmente  en  los  que  tuvieren  Iglesia,  Altar  y  Campana,  conforme 
al  Sacro  Concilio  de  Trento.  Y  los  que  inmediatamente  fueren  del  Patronazgo 
Real,  por  estar  fundados  o  dotados  por  Nos  en  todo  o  en  parte,  o  con  rentas, 
limosnas  y  contribuciones  que  para  ello  hayan  hecho  las  Ciudades  y  Villas 
en  común  o  en  particular,  se  puedan  assimismo  visitar  y  visiten  cada  año,  o 
quando  pareciere  conveniente  por  los  Governadores  o  Corregidores,  con  al- 
gunos Diputados  de  sus  Cabildos,  o  las  personas  que  para  ellos  se  señalaren 
por  los  Virreyes,  y  se  podrá  procurar  que  estas  visitas  e  hagan  a  un  mismo 
tiempo  por  el  Eclesiástico  y  Seglar,  para  escusar  embarazo. 

22.  Que  en  los  Hospitales  de  Ciudades  y  de  particulares  tome  las  cuentas  el 
Ordinario,  y  assistan  a  ella  los  Diputados  de  la  Ciudad  para  poder  represen- 
tar lo  que  huviere  contra  ellas. 

23.  Que  la  sujeción  a  que  conforme  al  capítulo  18  de  este  Auto  se  han 
de  reducir  los  Religiosos,  sea  y  se  entienda  en  quanto  a  la  Hospitalidad  y  cuen- 
tas que  huvieren  de  dar,  porque  en  lo  demás,  que  no  mirare  a  esto,  sino  a 
sus  personas,  se  les  reserva  su  derecho  a  su  Religión  y  a  los  Prelados  de  ella  a 
quien  estuvieren  sujetos. 

24.  Que  si  en  algunas  Ciudades,  Villas  o  Lugares  donde  hay  o  huviere  los 
dichos  Hospitales,  estuvieren,  como  es  ordinario,  nombrados  o  se  nombraren 
algunos  Ventiquatros  o  Diputados,  para  que  por  meses  o  semanas  acudan  a 
ver  como  se  sirven  los  Hospitales,  y  se  curan  los  enfermos  de  ellos,  esto  se 
conserve,  y  los  Hermanos,  assi  Sacerdotes,  como  Legos,  tengan  toda  buena 
correspondencia  y  subordinación  en  lo  que  fuere  justo  y  honesto  a  los  dichos 
Ventiquatros  y  Diputados,  por  quanto  es  cierto  y  notorio,  que  con  las  limosnas 
que  contribuyen  ayudan  mucho  a  los  Hospitales  y  regalo  de  los  enfermos  en 
mucha  más  cantidad  de  la  que  tienen  de  renta  fixa  y  ordinaria,  y  no  es  justo 
entibiarles,  ni  retraerles  de  obras  tan  piadosas. 

25.  Que  supuesto  que  los  dichos  Religiosos  no  entran  en  estos  Hospitales 
para  hacer  Conventos  de  la  Religión,  sino  para  asistir  y  curar  los  pobres,  no 
se  les  ha  de  permitir  ni  permita,  que  muden  las  fabricas  de  ellos,  ni  hagan 
Iglesias,  Claustros  o  Celdas  a  su  voluntad,  en  que  se  sabe,  que  en  algunas 
partes  han  excedido  y  exceden,  sino  solamente  aquellas  obras,  oficinas  y  re- 
paros que  convinieren  para  la  Hospitalidad,  o  cómoda  vivienda  de  los  Re- 
ligiosos, y  esto  haviendo  primero  precedido  consulta,  y  obtenido  licencia  del 
Virrey  o  Governador  para  los  Hospitales  de  nuestro  Patronazgo  Real,  o  la  del 
Ordinario  Eclesiástico,  y  Cabildo  Secular,  y  de  los  demás  de  fundaciones  y  do- 
taciones particulares,  y  de  los  que  tuvieren  derecho  de  tomar  las  cuentas  de 
ellos,  para  que  no  les  passen  sino  lo  que  en  esta  forma  huvieren  gastado. 


332 


26.  Que  puedan  los  dichos  Religiosos  tomar  y  tomen  de  las  rentas  y  li- 
mosnas de  los  Hospitales  lo  que  buenamente  huvieren  menester  para  su  sus- 
tento y  vestuario  y  honesta  passadía,  conforme  a  su  estado  y  professión;  de 
manera  que  no  haya  en  ello  nota,  ni  excesso,  y  esto  sólo  se  les  passe  en 
cuenta  en  las  que  huvieren  de  dar,  havida  consideración  a  las  Provincias  y 
lugares  donde  vivieren,  y  gastos,  carestía  o  abundancia  de  ellos. 

27.  Que  los  Comissarios  o  Vicarios  Generales  que  han  de  residir  en  Panamá, 
México  y  Lima  puedan  con  justas  causas  mudar  los  Hermanos  que  estuvieren 
señalados  para  unos  Hospitales,  a  otros,  quando  les  pareciere  que  hay  causas 
que  obliguen  a  ello. 

28.  Que  en  las  Iglesias  de  los  dichos  Hospitales  no  puedan  enterrar  ni  en- 
tierren  más  difuntos  que  los  que  murieren  en  ellos,  si  no  fuere  pagando  ente- 
ramente los  derechos  que  pertenecieren  y  legítimamente  se  debieren  a  las 
Catedrales  o  Parroquiales,  que  ya  han  parecido  en  el  Consejo,  agraviándose 
de  esto. 

29.  Que  los  Hermanos  de  la  dicha  Religión,  que  salieren  y  huvieren  salido 
de  ella  y  dexaren  el  Hábito,  sean  traídos  a  estos  Reynos,  y  no  se  consienta 
que  estén  ni  residan  en  las  Indias. 

30.  Que  sean  embiados  y  traídos  a  estos  Reynos  los  que  no  guardaren  en 
las  Indias  las  Constituciones  de  la  dicha  Religión. 


Decreto  de  28  de  febrero  de  1861 


"El  C.  Benito  Juárez.  .  .  sabed :  Que  en  uso  de  las  facultades  de  que  me 
hallo  investido,  he  tenido  a  bien  decretar  lo  siguiente : 

Art.  lo.  Todos  los  hospitales,  hospicios,  casas  de  corrección  y  establecimien- 
tos de  beneficencia  que  existen  actualmente  y  se  funden  después  en  el  Distrito 
Federal,  quedan  bajo  la  protección  y  amparo  del  Gobierno  de  la  Unión. 

Art.  2o.  Para  ejercer  esta  protección  se  establece  una  dirección  general  de 
fondos  de  beneficencia  pública  que  dependerá  exclusivamente  del  Ministerio 
de  Gobernación. 

Art.  3o.  La  Planta  de  la  Dirección  se  organiza  del  modo  siguiente: 

Un  director  general,  con  un  sueldo  anual  de    $  4,000 

Un  contador  interventor,  con    „  3,000 

Un  tesorero,  con   „  2,500 


333 


Un  oficial  de  correspondencia,  con    „  1,500 

Un  oficial  2o.,  visitador  de  hospitales,  con  .   „  1,200 

Cuatro  escribientes  con  $  600.00  cada  uno,  son   „  2,400 

Un  portero,  con   n  400 

Gratificación  de  dos  ordenanzas    „  120 

Gastos  de  oficio    „  480 


Total    $  15,600 


Art.  4o.  Habrá,  además,  un  abogado,  defensor  de  los  fondos  de  beneficen- 
cia pública,  dotado  con  el  sueldo  de  $  3,000  anuales,  y  un  recaudador  general 
de  los  mismos  fondos,  que  recibirá  por  todo  honorario  el  2  y  medio  por  100 
del  total  que  en  dinero  efectivo  entre  en  la  tesorería. 

Art.  5o.  El  director,  el  contador,  el  tesorero  y  el  recaudador  afianzarán  su 
manejo  a  satisfacción  del  Ministerio  de  Gobernación,  y  conforme  a  las  leyes 
vigentes  para  caución  de  los  empleados  del  ramo  de  hacienda. 

Art.  6o.  La  dirección  administrará: 

I.  Las  fincas,  capitales,  rentas  y  cualesquiera  otros  fondos  pertenecientes 
hoy  a  los  hospitales,  hospicios,  casas  de  expósitos,  casas  de  corrección  y  esta- 
blecimientos de  caridad  de  cualquier  clase,  excepto  sólo  los  destinados  a  la 
instrucción  pública. 

II.  La  parte  que  conforme  a  las  leyes  vigentes  está  cedida  al  fomento  de 
estos  establecimientos,  en  los  impuestos  generales,  locales  y  municipales,  y  en 
las  loterías  autorizadas  por  el  Gobierno. 

III.  La  parte  que  destina  a  este  establecimiento  de  caridad  el  Art.  78  del 
decreto  de  5  de  febrero  anterior,  que  reglamentó  la  nacionalización  de  los 
bienes  que  administraba  el  clero. 

IV.  La  parte  de  los  impuestos  que  cualquiera  ley  señale  en  lo  adelante  a 
objetos  de  caridad. 

V.  Los  donativos  que  a  objetos  de  caridad  en  lo  general  o  a  establecimiento 
determinado  en  lo  particular  hagan  las  autoridades  o  los  particulares. 

VI.  Las  multas  que  gubernativa  o  judicialmente  se  impongan  para  objetos 
de  caridad. 

Art.  7o.  La  dirección  llevará  la  contabilidad  en  partida  doble,  haciendo 
cada  mes  un  balance  general  de  los  fondos  de  beneficencia,  y  llevando  una 
cuenta  particular  de  cada  establecimiento. 

Art.  8o.  Los  fondos  particulares  de  cada  establecimiento  de  caridad  le 


334 


quedan  afectos  como  hasta  ahora,  y  no  podrán  emplearse  en  otro  estable- 
cimiento de  la  misma  clase,  sino  cuando  no  basten  a  cubrir  los  gastos  los  fon- 
dos generales,  previa  autorización  del  Gobierno. 
Art.  9o.  Son  atribuciones  de  la  dirección: 

I.  Administrar  los  fondos  de  beneficencia  en  los  términos  indicados  en  los 
artículos  anteriores. 

II.  Promover  la  mejora,  aumento,  refundición  o  supresión  de  las  casas  de 
caridad. 

III.  Vigilar  el  buen  orden  y  administración  de  cada  establecimiento  en  lo 
particular. 

IV.  Practicar  visitas  en  estos  establecimientos,  siempre  que  lo  juzgue  con- 
veniente. 

V.  Resolver  las  consultas  que  le  dirija  el  gobierno. 

VI.  Recaudar  donativos  en  casos  de  epidemia  o  de  grandes  calamidades 
públicas. 

VII.  Hacer  observaciones  y  suspender  el  cumplimiento  de  las  órdenes  del 
•Gobierno,  en  el  caso  previsto  por  el  Art.  15  de  este  decreto. 

VIII.  Dar  instrucciones  al  abogado  defensor,  en  todos  los  negocios  ju- 
diciales o  extrajudiciales  que  le  encomiende. 

IX.  Pedir  la  remoción  de  los  empleados  de  la  oficina  y  de  los  establecimien- 
tos, por  causa  de  ineptitud  o  abandono  de  sus  deberes,  y  someterlos  ante  los 
tribunales  por  mala  versación,  faltas  u  omisiones  de  que  resulte  daño  a  los 
fondos  o  a  los  establecimientos. 

X.  Organizar  juntas  de  caridad  en  lo  general,  y  de  protección  a  estableci- 
mientos determinados,  previa  la  aprobación  del  Gobierno. 

Art.  10o.  Los  actuales  administradores,  cobradores  colectores  o  recaudado- 
res de  todos  los  establecimientos  de  caridad,  entregarán  a  la  dirección  a  los 
treinta  días  de  establecida,  los  fondos  existentes,  los  libros,  cuentas,  escrituras, 
archivos  y  todos  los  documentos  relativos  a  los  fondos  de  cada  casa,  practi- 
cando un  corte  de  caja  que  será  visado  por  el  director.  La  infracción  de  este 
artículo  es  causa  de  responsabilidad. 

Art.  lio.  Una  vez  hecha  la  entrega  que  previene  el  artículo  anterior,  no 
habrá  más  recaudadores  que  el  general  que  establece  este  decreto;  y  los 
individuos  que  hagan  pagos  a  cualquier  otra  persona,  quedan  sujetos  a  do- 
ble pago. 


335 


Art.  12o.  La  dirección  formará  su  reglamento  interior  antes  de  un  mes  de 
establecida,  y  lo  someterá  a  la  aprobación  del  Gobierno. 

Art.  13o.  La  dirección  dará  un  informe  sobre  el  estado  en  que  se  encuentre 
cada  establecimiento,  y  en  lo  sucesivo  dará  un  informe  mensual  sobre  todos 
ellos,  y  cada  año  presentará  una  memoria  sobre  todo  lo  relativo  a  beneficen- 
cia pública. 

Art.  14o.  El  orden  de  los  pagos  se  hará  en  la  forma  siguiente: 
I.  Subsistencia  y  medicinas  de  los  enfermos,  huérfanos,  etc. 
II.  Sueldos  de  médicos  y  enfermeros. 

III.  Sueldos  de  dependientes  y  empleados. 

IV.  Sueldos  de  la  dirección  general. 

Art.  15o.  Los  fondos  todos  de  que  trata  este  decreto  no  podrán  invertirse 
sino  en  los  objetos  de  su  institución,  y  cualquiera  otra  inversión  extraña  a 
ella,  es  causa  de  responsabilidad  para  el  Ministro  que  autorice  la  orden,  como 
si  incurriera  en  el  delito  de  peculado.  La  dirección,  cuando  crea  que  están  en 
este  caso  las  órdenes  del  Gobierno,  les  hará  observaciones  y  suspenderá  su 
cumplimiento  hasta  nueva  resolución,  remitiendo  el  expediente  al  congreso 
para  lo  que  hubiere  lugar,  en  el  caso  de  que  el  Gobierno  insista  en  su  orden. 

Art.  16o.  No  se  alteran  por  ahora  los  reglamentos,  estatutos  o  constituciones 
particulares  de  cada  establecimiento  de  caridad,  ni  su  servicio  en  la  parte  mé- 
dica, que  continuará  como  hasta  ahora  existe,  hasta  nuevas  disposiciones  del 
Gobierno. 

Art.  17o.  Los  ayuntamientos  ejercerán  sólo  vigilancia  de  buen  orden  y 
policía  en  todas  las  casas  de  caridad,  dando  cuenta  al  Gobierno,  por  los  con- 
ductos establecidos,  de  las  faltas  que  ellos  notaren,  y  las  asignaciones  que  de 
sus  fondos  están  hechas  a  estos  etablecimientos  se  enterarán  en  la  dirección 
general. 

Art.  18o.  Se  derogan  todas  las  disposiciones  anteriores  que  se  opongan  al 
presente  decreto. 

Por  tanto,  mando  se  imprima,  publique,  circule  y  se  le  dé  el  debido  cum- 
plimiento. Dado  en  el  Palacio  Nacional  de  México,  a  28  de  febrero  de  1861. — 
Benito  Juárez. — Al  C.  Francisco  Zarco,  encargado  del  despacho  del  Ministe- 
rio de  Gobernación. 


336 


MEDICINAS  Y  UTENSILIOS  QUIRURGICOS 
USADOS  EN  LA  COLONIA 


Factura  de  las  medicinas  despachadas  en  la  botica  del  Hospital  General  de 
San  Andrés  de  la  ciudad  de  México,  para  el  Hospital  Real  de  Acapulco, 
en  22  cajones  arpillados  y  cabezeados  y  13  tercios  con  la  marca 
y  número  del  margen 


M.  R.  A  Saber 

No.  1  i 


20 

Libras  Benedicta  laxativa 

a 

16 

reales 

0 

4 

0 

P 

0 

16 

Ungüento  blanco  simple 

a 

4 

reales 

0 

0 

8 

P 

0 

8 

j> 

Id.  La  mere 

a 

4 

reales 

0 

0 

4 

P 

0 

20 

Diacatalicón  para  ayudas 

a 

8 

reales 

0 

2 

0 

P 

0 

40 

Bálsamo  arceo 

a 

5 

reales 

0 

2 

7 

P 

4 

40 

JJ 

Ungüento  bazalicón 

a 

4 

reales 

0 

2 

0 

P 

0 

16 

JJ 

Id.  de  zacarias 

a 

4 

reales 

0 

0 

8 

P 

0 

5 

JJ 

Id.  de  estoraque 

a 

8 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

4 

Id.  cáustico 

a 

3 

reales 

0 

1 

2 

P 

0 

8 

Id.  nutrita 

a 

4 

reales 

0 

0 

4 

P 

0 

3 

Id.  cinabrio 

a 

8 

reales 

\  o 

0 

3 

P 

0 

1 

JJ 

Id.  de  mercurio  compuesto 

a 

12 

reales 

0 

0 

1 

P 

4 

1  jeringa  grande 

en 

24 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

2  Id.  chicas  para  aparato 

a 

12 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

4 

JJ 

Yerba  toronjil 

en 

4 

reales 

0 

0 

0 

P 

4 

3 

JJ 

Verbena 

en 

3 

reaes 

0 

0 

0 

P 

3 

6 

JJ 

Flor  de  hipericón 

a 

12 

reales 

0 

0 

9 

P 

0 

6 

Yerba  de  borraja 

en 

3 

reales 

0 

0 

0 

P 

3 

12 

JJ 

Raíz  de  calahuala 

a 

3 

reales 

0 

0 

4 

P 

4 

337 


H22 


No.  2 


50 

Libras  Ungüento  de  estoraque 

a 

8 

reales 

0 

5 

0 

n 

tr 

0 

50 

Aceite  de  almendras  dulces 

a 

18 

reales 

1 

1 

2 

D 

r 

4 

25 

Bálsamo  de  copaiba 

8 

reales 

0 

2 

5 

o 

0 

6 

Bálsamo  de  González 

2¡_ 

8 

reales 

0 

0 

6 

n 

tr 

o 

9 

Bálsamo  negro 

a 

32 

reales 

0 

3 

6 

D 

r 

0 

8 

Ungüento  de  plomo 

a 

5 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

10 

„      Id.  de  populeón 

a 

5 

reales 

0 

0 

6 

P 

2 

12  sartenes  chicos  para  unturas 

a 

5 

reales 

0 

0 

7 

P 

4 

1  caldereta  mediana 

en 

10 

reales 

0 

0 

1 

P 

2 

2  espumaderas 

a 

4 

reales 

0 

0 

1 

P 

0 

2  bombillas 

a 

16 

reales 

0 

0 

4 

P 

0 

No.  3 


20 

Libras 

Ungüento  de  zumos 

a 

4 

reales 

0 

1 

0 

P 

0 

20 

» 

Id.  de  altea 

a 

4 

reales 

0 

1 

0 

P 

0 

8 

Id.  de  jabón 

a 

4 

reales 

0 

0 

4 

p 

0 

10 

» 

Ungüento  del  soldado 

a 

4 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

10 

Id.  nervino 

a 

5 

reales 

0 

0 

6 

P 

2 

14 

»' 

Id.  agripa 

a 

4 

reales 

0 

0 

7 

P 

0 

8 

Id.  calabaza 

a 

4 

reales 

0 

0 

4 

P 

0 

8 

Id.  blanco  alcanforado 

a 

5 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

Pasa  a 

la 

vuelta 

4 

7 

9 

P 

4 

3 

Libras 

Ungüento  de  cinabrio 

a 

8 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

3 

Yeso 

a 

0 

reales 

0 

0 

0 

P 

0 

12 

55 

Simiente  de  mostaza 

a 

2 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

10 

35 

Id.  de  alolvas 

a 

2 

reales 

0 

0 

2 

P 

4 

6 

55 

Id.  de  chía 

a 

2 

reales 

0 

0 

1 

P 

4 

16 

Id.  de  linaza 

a 

1 

reales 

0 

0 

2 

P 

0 

3 

55 

Alhucema 

a 

5 

reales 

0 

0 

1 

P 

7 

4/2 

Hojas  de  malvas 

en 

2 

reales 

0 

0 

0 

P 

2 

Una  olla  grande  de  cobre 

estaña- 

da  para  cocimientos 

en 

28 

reales 

0 

0 

3 

P 

4 

2  sartenes  medianos 

a 

24 

reales 

0 

0 

6 

P 

0 

No.  4 

125 

Libras 

Hojas  de  malvas 

a 

/2 

real 

0 

0 

7 

P 

6 

333 


No.  5 


6  Libras  Raíz  de  orozuz 

6  „  Simiente  de  anís 

8  „  Raíz  de  chicoria 

4  „  Yerba  de  ajenjos 

25  „  Raíz  de  grama 

18  „  Hojas  de  malvas 

8  „  Flor  de  romero 

8  „  Cortezas  de  cidra 

8  „  Id.  de  granada 

20  „  Flor  de  saúco 

4  „  Cardo  santo 


16  reales 
1  real 
1  real 
1  real 

1  real 
l/i  real 
32  reales 

2  reales 

1  real 

2  reales 
2  reales 


0  1 

0  o 
o  o 
o  o 
o  o 
o  o 

0  3 

o  o 
o  o 
o  o 
o  o 


No.  6 


50  Libras  Polvos  de  malvas 
25       „      Simientes  frías 
1 3       „  Alucema 
4         „     Raíz  de  perejil 


a  1  real 

a  2  reales 

a  5  reales 

a  2  reales 


0  0  6  p  2 

0  0  6  p  2 

0  0  8  p  1 

0  0  1  p  0 


No.  7 


10  Libras  Violeta  criolla 
14       „     Yerba  borraja 

7  „      Raíz  de  altea 

25       „      Flor  de  manzanilla 

8  „      Flor  de  borraja 


a  2  reales 
a  real 

a  1  real 

a  2  reales 

a  8  reales 


0  0  2  p  4 

0  0  0  p  7 

0  0  0  p  7 

0  0  6  p  2 

0  0  8  p  0 


No.  8 


16  Libras  Aceite  de  alacranes 

16  „  Id.  de  calabaza 

9  „  Id.  de  siete  flores 
14  „  Id.  de  trementina 
12  „  Id.  violado 

25  „  Id.  de  manzanilla 

8  „  Id  de  albaricoque 

21  „  Id.  rosado 

10  Id.  almendras  amargas 


reales 
reales 
reales 
reales 
reales 
reales 
reales 
reales 
reales 


0  1  0  p 

0  0  8  p 

0  0  5  p 

0  0  3  p 
0  0  6p 

0  1  2  p 

0  0  4  p 

0  1  0  p 

0  0  7  p 


Pasa  al  frente 


6  8  2  p  I/2 


339 


No.  9 


1  Oft 
I  uo 

Libras  Aceite  rosado 

a 

reales 

u 

c 

3 

t 

P 

u 

No.  10 

25 

Libras  Aceite  de  manzanilla 

a 

4 

reales 

0 

1 

2 

P 

4 

10 

„      Id.  de  hypericón 

a 

5 

reales 

0 

0 

6 

p 

2 

9 

Id.  de  linaza 

a 

6 

reales 

0 

0 

6 

P 

6 

8 

„      Id.  de  cachorros 

a 

5 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

9 

;,      Id.  de  membrillos 

a 

4 

reales 

0 

0 

4 

P 

4 

I  o 

Bálsamo  de  calabaza 

a 

A. 

reales 

A 

u 

u 

p 
o 

P 

No.  11 

21 

Libras  Aceite  rosado 

a 

4 

reales 

0 

1 

0 

P 

4 

16 

„      Id.  de  abeto 

a 

2 

reales 

0 

0 

4 

P 

0 

10 

„      Id.  de  hipericón 

a 

6 

reales 

0 

0 

7 

p 

4 

13 

„      Id.  violado 

a 

4 

reales 

0 

0 

6 

P 

4 

10 

.,      Id.  de  siete  flores 

a 

5 

reales 

0 

0 

6 

P 

2 

10 

„      Id.  de  almendras  amargas 

a 

6 

reales 

0 

0 

7 

P 

4 

Id.  de  castóreos 

a 

O 

reales 

o 

o 

n 

u 

P 

n 

u 

No.  12 

41 

Libras  Corteza  peruviana 

a 

16 

reales 

0 

8 

2 

P 

0 

10 

,,      Rosa  Castilla 

a 

5 

reales 

0 

0 

6 

P 

2 

o 

Cabezas  de  adormideras 

a 

-2 
J 

reales 

o 

o 

2 

P 

2 

No.  13 

45 

Libras  Maná 

a 

48 

reales 

2 

7 

0 

P 

0 

4 

„      Emplastro  estomacal  de  Lemort 

a 

32 

reales 

0 

1 

6 

P 

0 

8 

„      Id.  de  ranas  con  mercurio 

a 

24 

reales 

0 

2 

4 

P 

0 

3 

„      Id.  de  jabón 

a 

16 

reales 

0 

0 

6 

P 

0 

8 

Id.  de  diapalma 

a 

16 

reales 

0 

1 

6 

P 

0 

4 

„      Id.  estomaticón 

a 

32 

reales 

0 

1 

6 

P 

0 

4 

„      Tártaro  vitriolado 

a 

16 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

4 

.,      Jabón  de  Castilla 

a 

10 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

20 

„      Almendras  dulces 

a 

16 

reales 

0 

4 

0 

P 

0 

340 


No.  14 


1 0    Libras  Flor  de  amapola 

a 

8 

reales 

0 

1 

0 

P 

0 

19       „      Raíz  de  calahuala 

a 

3 

reales 

0 

0 

7 

P 

1 

4         „      Yerba  del  ángel 

a 

1 

real 

0 

0 

0 

P 

4 

4               Raíz  de  apio 

a 

1 
1 

real 

u 

u 

u 

P 

A 
t 

No.  15 

£.\J       -LilUIclb    X  U1VU8    UC  Klllcl 

a 

90 

ron  l/>c 

0 

V) 

6 

0 
c 

P 

4 

AU                           LJ  Ilg  UL.I1  IU  IUMUU 

a 

4 

X 

I  G<xlCa 

0 

P 

0 

18       „      Raíz  de  mucílagos 

a 

1 

real 

0 

0 

2 

P 

2 

20       „      Id.  de  malvavisco 

a 

1 

real 

0 

0 

2 

P 

4 

4         „      Aceite  de  laurel 

a 

4 

reales 

0 

0 

2 

P 

0 

4                Id.  de  huevo 

a 

8 

reales 

U 

U 

P 

u 

10       „      Id.  de  membrillos 

a 

4 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

6         „      Palo  taray 

a 

1 

real 

0 

0 

0 

P 

6 

Pasa  a  la  vuelta 

1  4 

5 

0 

P 

0! 

No.  16 

6  J/2    Arrobas  de  azúcar 

a 

28 

reales 

0 

2 

2 

P 

6 

No.  17 

6/2  Arrobas  de  azúcar 

a 

28 

reales 

0 

2 

2 

P 

6 

No.  18 

7    Arrobas  de  azúcar 

a 

28 

reales 

0 

2 

4 

P 

4 

No.  19 

1    Barril  de  vinagre 

en 

80  reales 

n 

1 
1 

n 

P 

o 

No.  20 

4    Arrobas  aceite  de  olivas 

a 

18 

P- 

0 

7 

2 

P 

0 

9    Libras  Id.  de  ruda 

a 

4  reales 

0 

0 

P 

4 

341 


No.  21 


2  Arrobas  Zarzaparrilla  a  28  reales 
10    Libras  Caparrosa  a    4  reales 

3  „  Id.  grana  a 
20       „      Raíz  de  malvavisco  a 

2  docenas  de  ventosas  a 

2  pares  de  tijeras  para  aparato  a 

2  papeles  de  alfileres  en 

25  libros  de  plata  a 


28  reales 

1  real 
J/2  real 
4  reales 
4  reales 
1  yá  reales 


0  0  7 

0  0  5 

0  1  0 

0  0  2 

0  0  1 

0  0  1 

0  0  0 

0  0  4 


P  o 

P  o 

P  4 

p  4 

p  4 

P  o 

P  4 

P  5*/2 


No.  22 


16  Libras  Aceite  de  alcaparras 

20  „      Id.  de  lombrices 

25  .,      Miel  rosada 

25  „      Miel  virgen 

10  „      Aceite  anodino 


5  reales 

4  reales 

4  reales 

3  reales 

4  reales 


0  1  0  p  0 

0  1  0  p  0 

0  1  2  p  4 

0  0  9  p  3 

0  0  5  p  0 


No.  23 

4J/2    Arrobas  Aceite  de  olivas 


a  18  p. 


0  8  1  p  0 


No.  24 


1  l/i  Arrobas  Aceite  de  olivas 

19  Libras  Id.  adormideras 

20  Id.  de  azucenas 


10 
16 


Id.  anodino 
Extracto  de  saturno 


18  p. 

4  reales 

4  reales 

4  reales 

6  reales 


0  2  7  p  0 

0  0  9  p  4 

0  1  0  p  0 

0  0  5  p  0 

0  1  2  p  0 


No.  25 
100  vasos  de  vidrio 


a  /4  real 


0  0  6  p  2 


No.  26 


6  Onzas  Piedra  infernal 

6  Libras  Tintura  de  castor 

4         „      Id.  de  mirra 

1 1/2      .,      Agua  de  toronjil  compuesta 


a  16  reales 

a  48  reales 

a  32  reales 

a  16  reales 

Pasa  al  frente 


0  1  2  p  0 

0  3  6  p  0 

0  1  6  p  0 

0  0  3  p  0 

1  9  0  3  p  7 


342 


4  Va 

Libras  Espíritu  de  vino 

a 

8 

reales 

0 

0  4 

p 

4 

I  /2 

„      Id.  de  codearía 

a 

12 

reales 

0 

0  2 

p 

2 

VA 

l  /2 

„      Agua  arterial 

a 

3 

reales 

0 

0  0 

P 

4/2 

a 

3 

reales 

0 

0  0 

p 

4/2 

3 

„      Tintura  de  acíbar 

a 

16 

reales 

0 

0  6 

P 

0 

VA 

„      Espíritu  de  vitriolo  ácido. 

a 

16 

reales 

0 

0  3 

P 

0 

No.  27 

4V2 

Libras  Espíritu  de  vitriolo  ácido 

a 

16 

reales 

0 

0  9 

p 

0 

va 

Id.  de  vino 

a 

8 

reales 

0 

0  1 

p 

4 

3 

„      Agua  de  la  Reina  de  Hungría 

a 

12 

reales 

0 

0  4 

p 

4 

3 

Espíritu  de  anís 

a 

12 

reales 

0 

0  4 

p 

4 

VA 

„      Tintura  de  castor 

a 

48 

reales 

0 

0  9 

P 

0 

3 

P'.sníritii  Af*  porlpnrm 

a 

12 

reales 

0 

0  4 

p 

4 

i* 

Agua  arterial 

a 

3 

reales 

0 

0  0 

P 

4/2 

4/2 

„      Espíritu  de  nitro  dulce 

a 

24 

reales 

0 

1  3 

P 

4 

No.  28 

15 

Libras  Agua  de  la  Reina  de  Hungría 

a 

12 

reales 

0 

2  2 

P 

4 

No.  29 

x  /  * 

Libras  Tintura  de  Marte 

a 

16 

reales 

0 

0  3 

p 

0 

3 

„      Espíritu  de  vino 

a 

8 

reales 

0 

0  3 

D 

tr 

0 

3 

„      Id.  de  nitro  dulce 

a 

24 

reales 

0 

0  9 

P 

0 

3 

„      Id.  de  codearía 

a 

12 

reales 

0 

0  4 

P 

4 

l!/2 

Id.  de  canela 

a 

34 

reales 

0 

0  6 

P 

3 

I/2 

„      Agua  arterial 

a 

3 

reales 

0 

0  0 

P 

4/2 

0/2 

rtgUd    UC     tUIvJIlJJLl  LUIIijJUCalíl 

a 

16 

0 

1  3 

P 

0 

„      Agua  de  la  Reina 

a 

12 

reales 

0 

0  2 

P 

2 

1/2 

„      Tintura  anticólica 

a 

24 

reales 

0 

0  4 

P 

4 

No.  30 

8 

Libras  Raspaduras  de  cuerno  de  ciervo 

a 

1 

real 

0 

0  1 

P 

0 

20 

„  Trementina 

a 

1 

real 

0 

0  2 

P 

4 

25 

„      Sal  de  la  higuera 

a 

24 

reales 

0 

7  5 

P 

0 

25 

„     Sal  catártica  anglicana 

a 

24 

reales 

0 

7  5 

P 

0 

4 

„      Sal  prunela 

a 

6 

reales 

0 

0  3 

P 

0 

9 

„      Corteza  peruviana 

a 

16 

reales 

0 

1  8 

P 

0 

10 

„     Azúcar  cande 

a 

3 

reales 

0 

0  3 

P 

6 

12 

„  Almagre 

a 

5 

reales 

0 

0  0 

P 

5 

343; 


4 

.,      Emplastro  de  bayas  de  laurel 

a 

20 

reales 

o 

1 

o 

n 

o 

2 

„      Masa  de  pildoras  de  cinoglosa 

a 

64 

reales 

0 

1 

6 

P 

0 

8 

Mercurio  dulce  levigado 

a 

48 

reales 

0 

4 

8 

P 

0 

1 

„      Polvos  de  Juanes 

a 

24 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

1 

Antimonio  Ipvio'arlri 

24 

o 

o 

3 

P 

n 

u 

Pasa  a 

la 

vuelta 

2  2 

9 

5 

P 

3 

No.  31 

18 

Libras  Polvos  de  incienso  castellano 

a 

12 

reales 

0 

2 

7 

p 

0 

25 

Aceite  de  almendras  dulces 

a 

18 

reales 

0 

5 

6 

n 

L 

2 

3 

Polvos  de  cuerno  de  ciervo  pre- 

parado 

a 

8 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

6 

„      Polvos  de  ruibarbo  tostado 

a 

32 

reales 

0 

2 

4 

P 

0 

6 

,,      Polvos  de  ruibarbo  crudo 

a 

24 

reales 

0 

1 

8 

P 

0 

25 

„      Polvos  de  albayalde 

a 

6 

reales 

0 

1 

8 

p 

6 

4 

Polvos  de  raíz  de  Xalapa 

a 

6 

reales 

0 

0 

3 

D 
s 

0 

2 

„      Polvos  de  cardenillo 

a 

40 

reales 

0 

1 

0 

P 

0 

4 

a 

24 

o 

1 

2 

P 

o 

4  docenas  de  botes  de  barro  vi- 

driado de  a  una  libra 

a 

5 

reales  docena 

0 

0 

2 

P 

4 

No.  32 

12 

Libras  Vino  emético 

a 

8 

reales 

0 

1 

2 

n 
¥ 

0 

o 
¿ 

„      Bálsamo  católico 

a 

20 

reales 

0 

0 

5 

p 

0 

„      Tintura  anticólica 

a 

24 

reales 

0 

1 

3 

P 

4 

6 

„      Láudano  líquido 

a 

32 

reales 

0 

2 

4 

P 

0 

l/2 

„      Colirio  azul 

a 

8 

reales 

0 

0 

1 

P 

4 

l/2 

„      Tintura  de  marte 

a 

16 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

3 

„      Colirio  de  Lanfranco 

a 

8 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

1 

..      Polvos  esternutatorios 

a 

16 

reales 

0 

0 

2 

P 

0 

1 

„      Polvos  de  coral  preparado 

a 

16 

reales 

0 

0 

2 

P 

0 

V* 

„      Polvos  de  ypecacuana 

en 

40 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

4 

onzas    Esencia  de  anís 

a 

10 

reales 

0 

0 

5 

P 

0 

No.  33 

2/2 

Libras  Alkali  volátil 

a 

16 

reales 

0 

4 

0 

P 

0 

3 

„      Vino  emético 

a 

8 

reales 

0 

0 

3 

P 

0 

2 

„      Láudano  líquido 

a 

32 

reales 

0 

0 

8 

P 

0 

3 

„      Colirio  azul 

a 

8 

reales 

0 

0 

3 

D 

0 

3 

„      Tintura  de  marte 

a 

16 

reales 

0 

0 

6 

P 

0 

VA 

„      Colirio  de  Lafranco 

a 

8 

reales 

0 

0 

1 

P 

4 

344 


3  lA      „      Tintura  anticólica 

3  docenas  de  botes  de  barro  vi- 
driado de  a  2  onzas 


a  24  reales  0  0  4  p  4 

a    4  reales  docena  0  0  1  p  4 


No.  34 

2  manos  de  morteros,  una  de  pa- 


lo  y  otra  de  vidrio 

en  12  reales 

0 

0 

1 

P 

4 

18 

Libras  Espíritu  de  trementina 

a    6  reales 

0 

1 

3 

P 

4 

1 

,,      Tártaro  emético 

en  64  reales 

0 

0 

8 

P 

0 

1 

„      Alkali  fijo  mineral 

en    4  reales 

0 

0 

0 

P 

4 

4 

onzas    Esponja  preparada 

a    2  reales 

0 

0 

1 

P 

0 

-25 

Libras  Palo  de  fresno 

en    4  reales 

0 

0 

0 

P 

4 

30  nueces  moscadas  finas 

a    2  reales 

0 

0 

7 

P 

4 

1  pesito  con  balanzas  y  granatorio 

en  48  reales 

0 

0 

6 

P 

0 

1  par  de  tijeras  (digo  de  pinzas) 

en    6  reales 

0 

0 

0 

P 

6 

2  espátulas  para  aparato 

a    6  reales 

0 

0 

0 

P 

6 

Pasa  al  frente 

2  6 

5 

3 

P 

3 

No.  35 


"2    Morteros  de  tecal  uno  grande  y  otro 


pequeño 

en 

80  reales 

0 

1 

0 

P 

0 

Utensilios 

28 

Botes  de  lata  de  a  8  libras 

a 

8  reales 

0 

2 

8 

P 

0 

11 

„      „     „    de  a  20  libras 

a 

12  reales 

0 

1 

6 

P 

4 

4 

„      „     „    de  a  25  libras 

a 

16  reales 

0 

0 

8 

P 

0 

3 

„      „     „    de  a  1  libra 

a 

6  reales 

0 

0 

2 

P 

2 

S 

„      „     „    de  a  6  libras 

a 

6  reales 

0 

0 

6 

P 

0 

5 

„      „     „    de  a  4  libras 

a 

8  reales 

0 

0 

5 

P 

0 

1 

„      „     „    de  a  2  libras 

a 

4  reales 

0 

0 

0 

P 

4 

2 

„      „     „    de  a  lA  libra 

a 

3  reales 

0 

0 

0 

P 

6 

vitriolero  de  4  onzas 

a 

4  reales 

0 

0 

0 

P 

4 

1 

vitriolero  de  2^2  libras 

a 

12  reales 

0 

0 

1 

P 

4 

-92 

Botellas  negras 

a 

2  reales 

0 

2 

3 

P 

0 

74  Botijas 

a 

4  reales 

0 

3 

7 

P 

0 

91 

Tompeates 

a 

lA  real 

0 

0 

5 

P 

5/2 

2 

Bolsas  de  badana  de  3  libras 

a 

2  reales 

0 

0 

0 

P 

4 

5 

dichas  de  2  libras 

a 

VA  real 

0 

0 

0 

P 

VA 

12 

dichas  de  12  libras 

a 

3^2  reales 

0 

0 

5 

P 

2 

6 

dichas  de  6  libras 

a 

2*A  reales 

0 

0 

P 

7 

345 


6    cajones  con  divisiones  de  tablas  para  las 

botellas  a  16  reales  0  1  2  p  0 

1     cajón  grande  en  12  reales  0  0  1  p  4 

15  cajones  de  varios  tamaños  a  6  reales  0  1  1  p  2 

Arpilladura  y  cabezeado  de  22  cajones  a  20  reales  0  5  5  p  0 

Arpilladura  de  13  tercios  a  16  reales  0  2  6  p  0 


SUMA  TOTAL:  2  9  1  1  p  4/2 

Importan  los  efectos  contenidos  en  esta  factura  la  cantidad  de  dos  mil  novecientos 
once  pesos  cuatro  y  medio  reales,  salvo  yerro.  México,  Octubre  diez  y  seis,  mil  sete- 
cientos noventa  y  ocho. 

Vicente  Cervantes.  Rúbrica. 

Nota:  Van  sólo  10  arrobas  de  aceite  de  olivas,  por  haber  subido  a  un  precio  excesivo 
de  18  a  20  pesos;  y  como  está  próxima  la  cosecha  se  podrá  conseguir  con  más  como- 
didad a  principios  de  99. 

La  misma  diligencia  habría  practicado  con  la  almendra  que  estaba  a  4  pesos  libra; 
pero  habiendo  bajado  a  2  pesos  se  tomó  toda  la  cantidad. 

La  reposición  de  los  ungüentos,  aceite,  etc.,  van  en  latas  de  diversos  tamaños  por 
haber  mucha  escasez  de  este  efecto,  y  si  se  hubiesen  hecho  todas  nuevas  se  habría  cua- 
driplicado el  valor  de  dichas  vasijas. 

Lo  mismo  habría  suedido  si  las  aguas  espirituosas,  tinturas,  etc.,  se  hubiesen  repuesto 
en  vasijas  de  cristal,  las  que  por  la  escasez  han  subido  excesivamente;  y  así  ha  sido 
necesario  ponerlas  en  botellas  negras,  que  fuera  de  ser  tan  ventajosas  como  las  de  cristal, 
para  asegurar  en  ellas  cualquiera  cosa  delicada,  vale  cada  una  sólo  dos  reales,  cuando 
un  frasco  de  cristal  de  igual  cabida,  no  se  vende  en  el  día  menos  de  a  dos  pesos. 

El  orozuz  no  va  completo  porque  se  ha  escaseado  por  todas  partes  este  efecto,  y 
dentro  de  pocos  días  faltará  en  todas  estas  oficinas. 

El  maná,  aunque  parece  de  inferior  calidad,  surte  todos  los  efectos  que  se  buscan 
en  esta  medicina ;  y  a  pesar  de  su  mal  aspecto  he  pagado  a  6  pesos  libra,  400  libras  que 
se  compraron  para  esta  botica. 

Cervantes.  Rúbrica. 

Reconocida  la  cuenta  original  (de  que  es  duplicada  ésta)  se  le  puso  la  anotación  que 
sigue  para  girar  la  póliza  de  su  importe. 

Viene  la  suma  de  enfrente  2.  9  1  1  p  4.  6 

Rebaja 

Se  rebajan  2  y  4  reales  que  cargo  de  más  a  la  partida  0  0  2  4.  0 

de  40  libras  de  Bálsamo  de  Arsco 


2.  9  0  9  p  0  6 

Se  aumentan  6  tomines  6  grs.  que  cargo  de  menos:  los  6  tomines  a  la  partida  de  25 
libras  de  plata,  y  los  6  tomines  restantes  a  las  25  libras  albayalde. 

0  0  0.  6.  6 


Importa  la  factura  2.  9  0  9.  7.  0 

Lasso.  Rúbrica.  Vildosola.  Rúbrica. 


346 


Factura  de  las  medicinas  necesarias  para  la  curación  de  los  soldados 
enfermos  en  este  santo  hospital  de  n.  p.  s.  juan  de  dlos  de 

VaLLADOLID  QUE  HA  PEDIDO  EL  SEÑOR  INTENDENTE 


Arrobas          Libras  Onzas 

4  Aceite  sesamino 

6  Almendras 

1/2  De  azogue 

6  Sublimado  corrosivo 

2  Mercurio  sublimado  dulce 

2  R.  de  tormentila 

3  R.  Cerpentaría  virginaria 

1  R.  Hipecacuana  de  Brasil 

2  R.  de  Orozuz 

4  Corteza  de  quina  roja 

1  Corteza  de  quina  anaranjada 

1  Corteza  de  simaruba 

1  Corteza  Wister 

1/2  Raíz  de  ruibarbo  bueno 

2  Peonía  castellana 

2  Raíz  de  valeriana  silvestre 

2  Simiente  de  peonía 

2  Simiente  de  adormidera  blanca 

2  Simiente  de  Alcarabea 
1  Nueces  moscadas  finas 

Tafetán  inglés  6  piezas 

6  Salmirable  de  Glauvero 

3  Flor  de  azufre 

Un  tompeate  raíz  escorcionera 
Otro  Id.  de  Argimonía 

6  Sal  amoníaco  castellana 

6  Crémor  de  tártaro 

6  Sal  de  Epson  o  Catástica 

8  Vitriolo  blanco 

1  Cardenillo  flor 

12  Albayalde  poblano 

1  Opio  de  levante 

1  Cantáridas 

2  Incienso  castellano 


347 


Arrobas  Libras 

2 
1 
1 

1 

3 
2 
2 
1 

3 
2 
2 
6 
3 
2 
3 
6 


4 
3 
4 
4 
3 
3 
2 
2 
4 
3 
2 
2 
6 
4 
4 
2 


Onzas 

Mirra  en  lágrima 
Estoraque  benjuí  almendrado 
Id.  líquido 
Cera  de  panecillo 
G.  de  Galvano 
Amoníaco  almendrado 
Agua  fuerte 
Goma  laca  en  lámina 
4-  Acido  muriático  libre 

Acido  vitriólico  reconcentrado 

Bálsamo  de  copaiba 

Id.  negro 

Jabón  de  Castilla 

Esperma  de  ballena  en  escama 

Escordio 

Café  en  grano 

Alucema 

Badanas  blancas  para  emplastos  una  do- 
cena 

Seis  libras  de  plata  voladora 

Dos  docenas  de  redomitas  de  media  libra 

Dos  id.  de  a  cuatro  onzas 

Dos  id.  de  a  dos  onzas 

Ojasén  de  Levante 

Cálamo  aromático 

Sal  amoníaco  castellana 

Magnesia 

R.  genciana 

Id.  Zedoaría 

Id.  peritre  castellano 

Id.  aristoloquía  redonda 

Simiente  de  estaphisagría 

R.  Galanga 

Esula 

Azaro 

Ojos  cangrejo  pp. 
Madre  de  perlas  pp. 
Coral  rubio  pp. 
Cubebas 


348 


Arrobas  Libras  Onzas 

Goma  de  limón 

3  Simiente  de  cuscuta 
2  Simiente  armulles 

2  Simiente  saragatona 

4  Flor  de  violeta  castellana 
Un  tenate  flor  de  tila 

Una  lata  de  aceite  de  linaza 
2  Testículos  de  castor 

2  Age  (Bermis) 

2  Vitriolo  azul 

2  Acido  bórico  concreto 

Valladolid,  octubre  8  de  1817. 
Francisco  Córdova.  Rúbrica. 


Memoria  de  los  efectos  que  dice  el  boticario  le  faltan  para  el  com- 
pleto SURTIMIENTO  DE  LA  BOTICA  QUE  TENGO  PUESTA  A  SU  CARGO  EN  ESTE 
PUEBLO  PARA  SU  FIEL  Y  LEGAL  ADMINISTRACION,  LA  QUE  YO  EL  QUE  ABAJO 
FIRMA  REMITO  AL  MINISTRO  PAGADOR  DEL  REAL  FUERTE  DE  SAN  CARLOS,  EN 
VIRTUD  DE  DECRETO  DEL  SeÑOR  GOBERNADOR  DEL  DÍA  7  DEL  MES  DE  LA  FECHA, 
CON  EL  PRESENTE  INFORME  PARA  QUE  CON  ARREGLO  A  ÉL  SE  SURTA.  .  .  A  SABER 


Dos  arrobas  de  quina 

Una  dicha  cera  de  Campeche 

Doce  libras  dicha  blanca 

Doce  dichas  Crémor  de  tártaro 

Doce  dichas  Alumbre 

Seis  dichas  Piedra  ymán 

Seis  dichas  Raíz  angélica 

Seis  dichas  Sal  amoníaco 

Seis  dichas  raíz  de  genciana 

Seis  dichas  Manteca  de  cacao 

Dos  dichas  Alcanfor 

Dos  dichas  Solimán 

Dos  dichas  Mercurio  dulce 

Doce  dichas  Manaa 


Ocho  dichas  Aceite  de  palo 
Ocho  dichas  dicho  de  Beto 
Una  dicha  Opio 

Ocho  dichas  Espíritus  de  Trementina 
Cuatro  dichas  Sasafrás 
Cuatro  dichas  Lignaloe 
Una  dicha  Tescalama 
Cuatro  dichas  Chá  fino 
Cuatro  onzas  Esencia  de  Lignaloe 
Diez  y  ocho  dichas  idem.  de  anís. 
Cuatro  dichas  idem.  de  Lima 
Una  dicha  Flores  de  Zinc. 
Cuatro  dichas  Aceite  expreso  de  nuez 
moscada 


349 


Ocho  dichas  Castor 
Cuatro  dichas  Sal  de  Marte 
Una  botella  Agua  del  Papa 
Seis  dichas  Agua  fuerte 
Un  paquete  de  Bermellón 
Seis  libras  de  oro 
Cuatro  tamices  mediocres 


Dos  dichos  sutiles 

Dos  docenas  valencianas  de  a  tres  li- 
bras 

Una  dicha  idem.  de  a  seis 
Un  tenate  de  Comege 
Uno  dicho  de  yerba  de  la  Goberna- 
dora. 


Pero  te,  11  de  agosto  de  1817. 
Félix  de  Bustamante.  Rúbrica. 


Para  montar  una  botica  en  el  Hospital  de  San  Carlos  de  Veracruz,  que 
tenga  cuanto  conviene  para  la  asistencia  de  sus  enfermos,  y  para  el  despacho 
del  público,  es  necesario  gastar  a  lo  menos  veinte  mil  pesos  en  la  forma  si- 
guiente: 


En  efectos  simples  de  Europa  10,000 

En  los  del  Reino  04,000 

En  armazón  de  botica  y  rebotica  con  los  de  almacén  02,000 

Botes  de  barro  grandes  y  medianos  00,200 

Valencianas  y  Peroles  de  vidrio  de  Puebla  00,200 
Frascos  de  cristal  de  4,  2,  1  y  l/z  libras  y  de  4  onzas  comprados  en 

España  00,300 
Alambiques,  Peroles  y  amilreces  02,000 
Romana,  balanzas  grandes  y  pequeñas  con  sus  correspondientes  pesas  00,200 
Hornillos,  Hornos  y  Prensas  00,400 
En  varios  utensilios  como  ollas  grandes  de  barro,  o  barriles  para  co- 
cimientos, alambiques  pequeños  de  estaño  y  plomo,  piedras  de  pre- 
parar, morteros  de  mármol  y  de  vidrio,  íetortas,  recipientes,  ma- 
traces y  otras  menudencias  00,700 


20,000 


Invertida  esta  cantidad  con  el  acierto  e  inteligencia  que  corresponde,  que- 
dará habilitada  la  botica  para  satisfacer  completamente  la  intención  de  los 
médicos  que  cuidaren  del  hospital,  y  podrá  servirse  también  al  público  no 
sólo  en  el  menudo  despacho  de  las  recetas  que  quieran  pedir  a  dicha  oficina, 
sino  que  podrán  surtir  por  mayor  a  otras  varias  tanto  de  Veracruz,  como  del 
Reino. 

Sin  esta  circunstancia  sería  muy  gravoso  a  la  Real  Hacienda  dicho  estable- 


350 


cimiento,  y  no  hay  ningún  motivo  para  que  se  defraude  al  público,  y  a  los 
demás  boticarios  de  surtirse  de  las  medicinas  simples  y  compuestas  que  se 
repusieren  en  la  botica  del  hospital,  como  no  lo  hay  en  las  de  San  Andrés, 
y  de  Naturales  de  México,  resultando  este  producto  en  beneficio  de  sus  fondos, 
como  sucederá  indefectiblemente  en  Veracruz  respecto  del  Real  Erario. 

Para  que  todo  lo  dicho  tenga  el  efecto  deseado  debe  reponerse  todos  los 
años  la  oficina  con  los  efectos  de  mayor  consumo  tanto  en  lo  interior  del 
hospital,  como  en  el  despacho  que  se  hiciere  por  mayor  a  otras  boticas  del 
Reino,  para  lo  cual  bastarán  anualmente  doce  mil  pesos  con  tal  que  se  invier- 
tan con  el  conocimiento  y  economía  necesarios 

A  este  fin  puede  tenerse  un  correspondiente  en  Cádiz,  que  mantenga  un 
giro  competente  en  el  ramo  de  drogas;  o  mejor  en  Barcelona,  donde  son  más 
baratas  la  mayor  parte  de  las  que  están  admitidas  en  la  medicina,  y  si  fuere 
posible  se  deberá  preferir  un  puerto  de  Francia,  como  Bayona,  para  adquirir 
con  más  comodidad  las  que  vienen  del  Levante ;  por  ser  allí  mucho  más  inferior 
su  precio,  y  resultará  mayor  beneficio  a  la  Real  Hacienda.  En  estas  drogas  deben 
invertirse  cinco  mil  pesos,  pidiendo  de  cada  una  lo  necesario  con  arreglo  al 
consumo  de  cada  una. 

Por  la  vía  de  Guayaquil  deben  pedirse  la  buena  Quina  de  Loxa,  y  de 
Guanuco,  con  el  extracto  de  la  misma  corteza,  la  Canchalagua,  la  Calahuala, 
y  la  Manteca  de  cacao,  a  no  ser  que  esta  última  pueda  adquirirse  con  mayor 
economía  por  la  vía  de  Caracas,  o  de  Campeche,  a  donde  debe  pedirse  tam- 
bién el  Bálsamo  de  Copaiva  o  Aceite  de  palo.  La  mejor  Quina  de  Loxa  se 
vende  en  aquel  país,  según  tiene  entendido  el  que  informa,  de  ocho  a  nueve 
pesos  la  arroba,  y  aunque  puesta  en  Veracruz  llegue  su  costo  total  a  doce 
pesos,  podrán  comprarse  todos  los  años  tres  mil  libras  que  bastarán  para  el 
consumo  que  tenga  el  hospital  de  Veracruz,  para  habilitar  las  cajas  de  los 
barcos  mercantes,  y  de  su  Majestad,  y  para  el  despacho  que  ocurra  en  el 
público  de  Veracruz.  Son  pues  necesarios  dos  mil  y  quinientos  pesos  para 
estos  efectos,  mil  y  quinientos  para  la  Quina,  y  mil  para  la  Canchalagua, 
Calahuala,  Manteca  de  Cacao,  y  Aceite  de  Palo. 

En  Manila  debe  haber  otro  correspondiente  para  que  invierta  también  otros 
dos  mil  pesos  cada  año  en  Alcanfor,  Ruibarbo  de  China,  Estoraque,  Almizcle, 
Cabalongas,  y  Nueces  moscadas  redondas  y  largas,  Aceite  de  las  mismas  des- 
tilado y  por  expresión,  con  el  de  Clavo  y  Canela.  En  el  Alcanfor  y  Ruibarbo 
pueden  emplearse  mil  pesos,  y  los  otros  mil  restantes  en  los  demás  efectos, 
pidiendo  de  cada  uno  las  cantidades  necesarias  según  el  mayor  o  menor  con- 
sumo que  hubiere  de  ellos  en  la  oficina. 

A  Guatemala  deben  pedirse  el  bálsamo  negro,  las  pepitas  de  bálsamo  para 
hacer  la  tintura  o  bálsamo  que  dicen  del  Obispo,  la  Sal  Amoniaca  del  Volcán, 


351 


la  Laca,  y  el  Succinio  Criollo;  para  todo  esto  bastarán  quinientos  pesos  anua- 
les, porque  el  bálsamo  negro  vale  a  cuatro  reales  libra,  y  habrá  un  buen  sur- 
tido para  todo  lo  necesario  con  cuatrocientas  libras  que  importan  doscientos 
pesos,  la  Pepita  de  dicho  árbol  vale  a  2  reales  y  con  cuatrocientas  libras 
pueden  hacerse  cuatrocientas  botellas  de  dicha  tintura  del  Obispo,  que  es  una 
medicina  muy  útil  y  que  puede  prestar  muchas  ventajas  al  producto  de  la 
oficina,  porque  se  vende  comúnmente  a  ocho  reales  cada  onza;  los  doscientos 
pesos  sobrantes  se  invertirán  en  la  Sal  Amoníaca,  la  Laca,  y  Succinio  criollo, 
que  valiendo  a  dos  reales  la  primera,  y  a  cuatro  reales  los  segundos,  hay  sufi- 
cientes cantidades  para  comprar  doscientas  libras  de  la  Sal,  y  ciento  de  la 
Laca,  y  del  Succinio. 

De  La  Habana  o  mejor  de  Cartagena  de  Indias  debe  venir  la  Hipecaqua- 
na  verdadera  que  valdrá  en  buen  tiempo  de  dos  a  tres  pesos  cada  libra,  y  hay 
ocasiones  en  que  se  compra  en  México  a  veinte  y  a  veinte  y  cuatro  pesos, 
como  en  la  estación  actual,  y  por  tanto  conviene  tener  constantemente  una 
reposición  .de  doscientas  o  trescientas  libras,  así  por  la  indispensable  necesidad 
de  este  remedio,  como  por  las  conocidas  utilidades  que  ministrará  en  todos 
tiempos  la  venta  de  él.  De  la  misma  Habana  y  Cartagena  pueden  venir, 
también,  el  Ocuge  con  los  mates,  y  el  Bálsamo  rubio  del  Perú  en  masa  o  en 
coquitos,  gastando  en  todo  mil  pesos. 

La  Serpentaria  y  Palo  Sasafrás  deben  pedirse  a  San  Antonio  de  Béjar  en 
las  provincias  internas  de  este  Reino,  o  a  la  Nueva  Orleans,  si  hubiere  opor- 
tunidad de  hacerlo  porque  será  acaso  más  cómodo  su  transporte  por  agua; 
la  primera  droga  podrá  comprarse  a  doce  o  diez  y  seis  reales  y  la  segunda  a 
uno  o  a  dos  la  libra  y  como  son  géneros  de  mucho  consumo  y  de  primera 
necesidad  pueden  reponerse  trescientas  o  cuatrocientas  libras  de  la  primera, 
y  mil  de  la  segunda  invirtiendo  en  ambas  mil  pesos  poco  más  o  menos. 

El  estado  siguiente  comprende  todo  lo  dicho  hasta  aquí  con  mayor  sencillez 
y  claridad. 


En  drogas  de  Levante  5000 

En  buena  Quina  de  Loxa  1500 
En  Canchalagua,  Calaguala,  Manteca  de  Cacao  y 

Aceite  de  Palo  1000 

En  los  efectos  de  Manila  2000 

En  los  de  Guatemala      ,  500 

En  los  de  La  Habana  y  Cartagena  1000 

En  los  de  Provincias  internas  y  Nueva  Orleans  1000 


12000 


352 


Los  géneros  más  preciosos  de  Europa  que  se  comercian  en  Levante,  y  de 
que  debe  haber  siempre  competente  reposición  tanto  por  la  necesidad  de  su 
consumo  en  el  hospital,  cuanto  por  las  ventajas  que  prestará  su  venta  por 
menor  al  público,  y  su  despacho  a  los  boticarios  del  Reino,  son  los  siguientes: 

Minerales 


Alabandina  o  Manganesa 
Arsénico  blanco 
Id.  amarillo 
Bol.  Arménico 
Cardenillo 


Cinabrio 

Ninio 

Creta 

Tierra  sellada 
Tucia 


Animales  y  sus  partes 


Cantáridas 
Castóreos 

Esperma  de  la  Ballena 
Grana  Kermes 
Ojos  de  Cangrejo 


Unicornio 

Yctiocola  o  cola  de  pescado 
Ambar  gris 
Succinio  blanco 
Id.  amarillo 


Raíces 


De  Butua 

Cálamo  aromático 

Colombo 

Costo  arábigo 

Cúrcuma 

Galanga 


Hermodátiles 
Ruibarbo  de  Levante 
Zedoaria 
Nardo  Indico 
Id.  Céltico 

Esquenanto  o  paja  de  Meca 
Agárico  blanco 


Leños 


Cortezas 


Sándalo  blanco 
Id.  Cetrino 
Id.  Rojo 
Aloes 
Espalato 
Rodino 


De  Canela 
Casia  lignea 
Canela  blanca  o 
Macias 


Winterana 


353 


H  23 


Frutos 

De  Anacardos 
Agallas  de  Levante 
Pimienta  larga 
Id.  blanca 
Id.  negra 

Los  cinco  Nirabolanos 


Semillas 

De  Anacardos 
Cardamomo  mayor 
Id.  medio 
Id.  menor 
Ameos 
Santónico 


Gomas  y  resinas 


De  Almáciga 

Amoníaco 

Acíbar  Sucotrino 

Id.  Hepático 

Asafetida 

Bedelio 

Benjuí 


Betún  judaico 
Caraña 
Catecú 
Euforbio 

Escamonea  de  Alepo 
Id.  de  Esmirna 
Estoraque  Calamita 


Siguen  gomas  y  resinas 


Galbano  Opoponaco 

Yncienso  Sagapeno 

Maná  Sarcocola 

Mirra  Tragacanto 

Numia  Zumo  de  Acacia 

Opio  Id.  de  hipocistidos 


Varias  cosas 


Acido  sulfúrico 
Id.  Muriático 
Sal  de  plomo 
Crémor 
Cardenillo 
Alumbre 
Albayalde 
Tártaro  crudo 
Vitriolo  blanco 
Id.  Verde 


Id.  Cerúleo 

Ahincar 

Aceite  de  palo 

Id.  de  Bergamota 

Id.  de  Palo  rodino 

Id.  de  nuez  moscada  destilado 

Id.  de  id.  por  expresión 

Id.  de  Clavo 

Id.  de  Canela 

Id.  de  Macias 


354 


Entre  estos  efectos  debe  contarse  el  Sen  de  Levante,  aunque  se  emplee  tam- 
bién el  Sen  de  Barcelona  o  de  España,  pues  uno  y  otro  son  de  bastante  con- 
sumo y  puede  gastarse  el  segundo  en  todo  lo  necesario  al  uso  del  hospital,  por 
estar  bien  acreditada  la  identidad  de  su  modo  de  obrar,  y  guardarse  el  primero 
para  el  despacho  exterior  cuando  lo  pidieren. 

Las  facturas  de  las  referidas  drogas  deben  formarse  por  un  profesor  inteli- 
gente, porque  habiendo  entre  ellas  algunas  de  más  consumo  que  otras,  sería 
importuno  pedir  cantidad  igual  de  todas,  perjudicando  de  este  modo  al  objeto 
principal  del  establecimiento. 

Muchas  de  dichas  drogas  podrán  comprarse  también  con  ventaja  en  Vera- 
cruz  en  algunas  ocasiones,  en  cuyo  caso  se  dispondrán  las  facturas  que  se 
pidieren,  con  arreglo  a  la  reposición  de  cada  una  para  causar  en  todo  el  menor 
gasto  posible,  y  esta  operación  dependerá  también  de  los  buenos  conocimientos 
prácticos  de  que  deberá  estar  adornado  el  Boticario  mayor  que  cuidare  de 
la  oficina. 

Los  demás  efectos  medicinales  de  Raíces,  Yerbas,  Cortezas,  Leños,  Flores, 
Semillas  y  Frutos  que  se  usan  en  las  oficinas,  como  también  la  Sal  Catártica  o 
de  Higuera,  el  Aceite  de  Almendras,  los  Aceites  esenciales  y  otros  varios  ren- 
glones de  España,  se  pedirán  a  Cádiz,  o  a  Barcelona  en  cantidades  conve- 
nientes, quedando  a  la  inteligencia  y  pericia  del  Boticario  mayor  pedir  úni- 
camente los  que  no  pudieren  conseguirse  en  el  Reino,  y  los  que  siendo  comu- 
nes a  ambos  países,  se  hallen  con  más  comodidad  en  España  que  aquí. 

Gastados  anualmente  doce  mil  pesos  para  la  reposición  de  los  efectos  di- 
chos, y  teniendo  siempre  competente  surtido  de  los  que  fueren  de  mayor  con- 
sumo, habrá  suficiente  cantidad  con  la  tercera  parte  del  valor  invertido  para 
atender  a  todo  el  consumo  del  hospital,  y  vendidas  las  dos  terceras  partes 
restantes  al  público  y  a  los  barcos  mercantes,  ya  en  efectos  simples,  y  ya  en 
los  compuestos  que  necesitaren,  producirán  a  lo  menos  veinte  y  cuatro  mil 
pesos,  con  los  que  pueden  costearse  los  sueldos  del  Boticario  mayor,  Oficiales 
y  Mozos,  habiendo  la  ventaja  de  que  salga  de  balde  la  medicina  gastada  en  el 
hospital,  de  que  quede  suficiente  cantidad  para  continuar  las  compras  ex- 
presadas para  el  surtido  que  queda  indicado. 

Las  drogas  que  deben  reponerse  en  grandes  cantidades  para  que  nunca 
falte  lo  necesario  a  la  oficina  y  para  que  haya  el  sobrante  necesario  a  la  ha- 
bilitación de  barcos,  y  surtimiento  público  son:  la  Sal  Catártica,  Crémor  de 
Tártaro,  Maná,  Sen,  Ruibarbo,  Quina,  Alcanfor,  Castóreos,  Hipecaquana, 
Serpentaria,  Simarrua,  Butua,  Cálamo,  Galanga,  Zedoaria,  Cardamomo  Ma- 
yor, Medio  y  Menor,  con  las  principales  gomas  de  Levante,  y  entre  ellas  par- 
ticularmente el  Opio,  la  Escamonea,  Benjuí,  Amoníaco,  Galbano,  Mirra, 
Acíbar,  Asafetida.  El  ácido  sulfúrico,  el  Aceite  de  Almendras  y  las  Raíces, 


355 


Yerbas,  Flores  y  Frutos  Castellanos  de  mayor  consumo  porque  son  también 
los  que  en  todos  tiempos  ministrarán  en  favor  de  la  oficina  los  productos  que 
quedan  expuestos.  .  ." 

(Sigue  hablando  de  las  ventajas  económicas  de  tener  boticas  en  los  hospi- 
tales, declarando  que  ignora  por  qué  en  Cádiz  se  han  suprimido  y  continúa)  : 

"El  profesor  que  se  hiciere  cargo  de  este  manejo  debe  poseer  en  eminente 
grado  todos  los  conocimientos  pharmacéuticos,  para  preparar  con  el  más 
riguroso  método  y  con  toda  la  posible  economía  cuantas  preparaciones  ofi- 
ciales reconoce  esta  ciencia,  sin  exponerse  por  su  ignorancia  a  adquirirlas 
adulteradas  y  a  mayor  costo;  debe  poseer  unos  conocimientos  más  que  regu- 
lares en  la  Chimica  para  disponer  por  sí  mismo  todas  las  operaciones  nece- 
sarias a  la  oficina,  a  fin  de  causar  el  menor  costo  por  ellas  y  asegurarse  de 
su  legítima  elaboración.  Debe,  finalmente,  estar  instruido  en  la  botánica 
y  en  los  demás  ramos  de  la  Historia  Natural,  para  saber  pedir  las  drogas 
más  útiles  y  necesarias,  para  elegirlas  con  los  caracteres  que  las  distinguen, 
y  para  reponerlas  con  la  inteligencia  debida;  a  todo  lo  dicho  debe  reunir 
un  fondo  de  conducta  y  probidad  bien  acreditada,  porque  sin  estas  con- 
diciones será  despreciable  su  ciencia,  y  muy  perjudiciales  a  la  oficina  todos 
sus  conocimientos". 

"Un  hombre  tal  no  se  encuentra  en  Nueva  España,  ni  puede  encontrarse 
nunca  mientras  los  boticarios  se  gobiernen  bajo  el  pie  que  se  han  dirigido 
hasta  el  día  dependiendo  de  unos  Protomédicos,  que  por  falta  de  los  cono- 
cimientos necesarios  aprueban  a  unos  miserables  oficiales  sin  principios,  sin 
instrucción  y  sin  conocimientos  en  la  materia,  que  jamás  pueden  ser  me- 
dianos profesores,  los  pocos  que  pudieran  desempeñar  este  encargo  no  deja- 
rían las  comodidades  de  sus  casas,  aunque  se  les  ofreciese  una  dotación 
muy  ventajosa;  P.  O.  las  justas  providencias  tomadas  por  el  acreditado 
celo  de  V.  E.  sobre  este  particular,  podrán  proporcionar  en  lo  sucesivo  al- 
gunos boticarios  más  decentes  que  los  que  se  han  examinado  hasta  aquí, 
si  llegan  a  tener  cumplido  efecto  las  superiores  determinaciones  de  V.  E. 
como  lo  desea  eficazmente  todo  ej  Cuerpo  de  pharmacéuticos  y  como  inte- 
resa generalmente  al  bien  público". 

"Por  esta  razón  conviene  pedir  a  España  el  boticario  mayor  que  hubiere 
de  cuidar  de  la  botica  de  San  Carlos,  y  no  pedirlo  a  cualquiera  Ciudad 
de  España  sino  directamente  a  Madrid  en  donde  sobran  jóvenes  de  los 
conocimientos  indicados  y  de  buenas  costumbres,  que  desempeñarán  aquel 
delicado  encargo  con  el  esmero  y  eficacia  correspondientes.  Si  el  Real  Con- 
sulado y  el  Ilustre  Ayuntamiento  de  Veracruz  representaren  a  la  Junta  Su- 
perior de  Pharmacia  la  necesidad  de  un  profesor  de  las  circunstancias  dichas, 
y  dejaren  a  su  cuidado  la  elección  de  él,  podrá  lisonjearse  el  Hospital  de 


356 


San  Carlos  que  lo  adquirirá  tan  completo  como  se  desea  y  según  importa 
para  que  se  erija  la  oficina  en  los  términos  más  ventajosos  y  se  conserve 
con  la  prosperidad  que  ha  anunciado  el  que  informa". 

"Un  buen  Pharmacéutico  adornado  de  las  circunstancias  enunciadas  an- 
teriormente, debe  gozar  un  sueldo  de  tres  mil  pesos,  y  el  Oficial  mayor  o 
ayudante,  que  debe  ser  examinado  y  de  buenos  principios  para  suplir  en 
las  enfermedades  y  ausencias  del  primero  todas  sus  veces,  pueden  asignár- 
sele a  lo  menos  mil,  animándolo  con  la  esperanza  de  que  será  atendido 
en  la  vacante  del  Boticario  Mayor  cuando  llegue  el  caso  de  proveer  su 
plaza,  con  tal  que  haya  acreditado  su  pericia  y  conducta  en  el  destino  de 
Oficial  Mayor". 

"A  los  dos  oficiales  que  deben  acompañar  a  los  Médicos  en  las  visitas 
diarias  para  un  apunte  exacto  de  las  medicinas  que  recetaren,  y  servir  al 
despacho,  y  a  todo  lo  concerniente  a  la  oficina,  pueden  asignárseles  mil 
y  doscientos  pesos,  setecientos  al  que  obtenga  el  nombramiento  de  primero, 
y  quinientos  el  que  ocupe  el  segundo  lugar,  ofreciéndoles  que  serán  aten- 
didos en  la  primera  vacante  de  Boticario  Mayor  y  Oficial  Mayor  a  su  res- 
pectivo ascenso,  si  acreditaren  con  su  instrucción  y  buen  porte  que  son 
dignos  de  ocupar  aquellos  lugares". 

"Los  tres  mozos  que  son  necesarios  en  el  Obrador  para  moler,  destilar 
y  ayudar  en  todo  lo  demás  que  ocurra,  pueden  ganar  los  doscientos  diez  y 
seis  pesos  que  se  les  asignan  en  la  citada  lista  de  la  página  23,  porque 
siendo  estos  destinos  de  fácil  mecanismo  podrán  desempeñarlos  en  todos 
tiempos  los  primeros  que  se  presentaren". 

"Regulando,  pues,  por  un  quinquenio  los  gastos  que  deben  ocurrir  en 
la  botica  de  San  Garlos  con  arreglo  a  lo  que  queda  expuesto  resultan  las 
cantidades  siguientes: 

Para  montar  la  botica  según  se  ha  insinuado.  20,000 
En  la  reposición  de  la  misma  en  los  cuatro  años  siguientes.  48,000 
En  los  sueldos  de  Boticario  Mayor  y  Ayudante,  Oficiales  y  Mozos.  29,240 

97,240 

"En  esta  cantidad  de  97,240  pesos  hay  un  exceso  de  300  y  200  respecto 
de  la  que  estimaron  necesaria  los  Señores  Acevedo  y  Carvajal  para  el 
gasto  de  la  botica  en  los  cinco  años,  pero  no  es  de  admirar  la  diferencia 
habiéndose  asignado  un  sueldo  más  crecido  a  los  dependientes  y  reguládose 
una  reposición  de  efectos  simples  mucho  mayor  que  la  que  se  indica  en 
la  lista  de  la  página  23.  En  ésta  se  supone  que  habrá  suficiente  con  2000 
pesos  para  el  consumo  de  cinco  años,  y  en  aquélla  se  regulan  6200  para  el 


357 


mismo  tiempo:  con  la  primera  habrá  lo  preciso  para  el  consumo  del  hos- 
pital y  quedarán  muy  pocos  sobrantes  para  el  del  público  y  con  la  segunda 
resultarán  más  de  4000  para  el  último  caso,  y  su  producto  debe  pasar  de 
10000  pesos,  si  las  compras  de  los  efectos  se  hacen  como  se  ha  prevenido, 
y  si  el  manejo  de  ellos  se  confía  a  un  profesor  de  instrucción  y  fidelidad 
según  se  ha  manifestado". 

"No  es  posible  prescribir  reglas  seguras  en  un  asunto  de  esta  naturaleza, 
estando  sujeto  a  infinitas  variaciones  que  dependerán  del  mayor  o  menor 
número  de  enfermos  que  mantenga  el  hospital,  y  del  mayor  o  menor  con- 
sumo que  tengan  las  reposiciones  que  se  hicieren,  podrán  ser  éstas  en  más 
o  menos  cantidad  según  las  circunstancias  y  serán  proporcionales  sus  pro- 
ductos, pero  cederá  siempre  en  beneficio  del  hospital  una  Botica  propia, 
y  serán  siempre  reales  sus  ventajas,  si  se  gobierna  como  queda  dicho". 

Dios  guarde  la  vida  de  V.  E.  muchos  años.  México  y  febrero  4  de  1808. 

Vicente  Cervantes.  Rúbrica. 

La  Junta  Superior  de  la  Real  Hacienda  el  28  de  abril  de  1808. 

Aprobó  el  proyecto  del  Administrador  de  la  botica  del  Hospital  General 
de  San  Andrés  de  la  Ciudad  de  México  y  acordó  enviarlo  al  Rey  para  su 
aprobación. 

Yturriorarav.  Rúbrica.        Catani.  Rúbrica.  Borbón.  Rúbrica. 

Monterde.  Rúbrica.  Vildosola.  Rúbrica.  Félix  Sandaldo.  Rúbrica. 


Utensilios  que  formaron  la  dotación  del  Hospital  de  Campaña  del 
Castillo  de  San  Juan  de  Ulúa,  Veracruz 

2  docenas  de  catres  para  fracturados, 

3  aparatos  con  sus  correspondientes  envases  y  ungüentos  para  curaciones, 
6  arrobas  de  hilas,  3  arrobas  de  estopa, 

3  tratados  completos  de  vendajes, 
400  varas  de  lienzo, 
18  cajas  de  fracturas, 
40  jamones  comunes, 
18  manoplas  izquierdas  y  derechas, 

9  jeringas  chicas, 

1  docena  de  vendajes  de  hoja  de  lata  para  brazos, 
1  caja  de  instrumentos  de  cirugía, 


358 


3  bultos  de  algorico  jena, 
18  esponjas  finas, 

1  bulto  de  alfileres, 

1  bulto  de  agujas  de  todos  tamaños, 

1  bulto  de  hilo, 

1  bulto  de  pita  torcida, 

1  pieza  de  hilo  con  300  varas, 

3  casitas  de  cobre  para  los  aparatos, 

3  chocolateros  de  cobre  para  aparatos, 
1 2  torniquetes  almados, 
12  tortones  almados, 

12  hojas  de  lata  para  cataplasmas  y  aparatos.1 

Veracruz,  20  mayo  1805. 


Dotación  de  cirugía  para  el  Hospital  Real  de  San  Carlos  de 
Veracruz,  Veracruz 

12  tratados  de  vendaje, 
200  varas  de  venda  de  2  pulgadas, 
50  compresas  sueltas  de  todos  tamaños, 

1  libra  de  hilo  ordinario, 

2  libras  de  estopa  blanca, 
2  libras  de  hilos  finos, 

50  agujas  de  coser, 

1  libra  de  alfileres, 
12  juegos  de  férulas, 
12  manoplas, 
20  jamones  verdaderos, 
50  varas  de  cintas, 
12  cartones, 

8  torniquetes, 

1  caja  de  instrumentos  quirúrgicos, 
100  tablillas  para  fracturas, 
6  vas.  de  emplasto  de  "Andrés  de  la  Cruz".2 

Veracruz,  agosto  1806. 

1  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13.  Exp.  10. 

2  A.G.N.M.  Ramo  Hospitales,  tomo  13.  Exp.  17. 


359 


BIBLIOGRAFIA 


Aguilar,  Gilberto.,  Hospitales  de  Antaño.  México,  1944. 

Aguilar,  Gilberto  y  Esquerro,  Roberto,  Los  Hospitales  de  México.  Edición  de  la 

Casa  Bayer,  México,  1936. 
AlamÁn,  Lucas,  Disertaciones  sobre  la  Historia  de  la  República  Mexicana.  Tomo  II: 

Imp.  José  Mariano  Lara,  México,  1844. 
AlamÁn,  Lucas,  Historia  de  México.  Editorial  Jus,  México,  1942. 

Alegre,  Francisco  Javier,  Historia  de  la   Compañía  de  Jesús  en  Nueva  España. 

Publicada  por  Carlos  María  Bustamante,  tomos  I,  II,  III,  México,  1941. 
Alessio  Robles,  Vito,  Acapulco  en  la  Historia  y  en  la  Leyenda.  Imprenta  Mundial, 

México,  1932. 

Almarza,  N.  Dr.,  Hospital  de  Jesús  (Antiguo  de  la  Concepción),  México,  D.  F.  1946. 
Amador,  ElÍas,  Bosquejo  Histórico  de  Zacatecas.  Tomos  I  y  II,  reimpreso  en  1943 
por  orden  del  Supremo  Gobierno  del  Estado.  Zacatecas.  Talleres  Tipográficos  "Pe- 

droza",  Ags. 

Ancona,  Eligió,  Historia  de  Yucatán  desde  la  época  más  remota  hasta  nuestros  días. 
Imp.  de  Jaime  Jesús  Roviralta,  Barcelona,  1889. 

Anónima,  Vida  de  San  Vicente  de  Paúl.  Colección  "Vidas  Populares",  Madrid.  Apos- 
tolado de  la  Prensa  S.  A.,  1947. 

Arriaga,  Lic.  Antonio,  La  Organización  Social  de  los  Tarascos.  Morelia,  1938. 

Arroniz.  Joaquín,  Ensayo  de  una  Historia  de  (Drizaba,  Imprenta  de  J.  B.  Aburto. 
1867. 

Aven  daño  SuÁrez,  de  Souza,  Sermón  del  primer  día  de  la  Pasqua  del  Espíritu  Santo. 
En  su  Hospital  de  México  a  la  fiesta  titular  del  Orden  de  la  Charidad.  26  de  mayo 
de  1697  años.  Dixolo  Dn.  Pedro  de  Avendaño  Suárez  de  Souza  y  los  saca  a  luz  el 
Rmo.  padre  Fray  Juan  Cabrera,  Provincial  del  Orden  de  la  Charidad,  en  efta  Pro- 
vincia de  S.  Hipólito  de  México.  Y  lo  dedica  Al  Secretario  Gabriel  de  Mendieta 
Rebollo,  Efcribano  Mayor  y  de  Cavildo  por  fu  Mageftad,  en  efta  Ciudad.  A  cuyas 
expenfas  fe  da  a  la  eftampa  con  Licencia.  En  México  por  Juan  Joseph  Guillcna  Ca- 
rrafeofo.  Impreffor  y  Mercader  de  Libros.  Año  de  1697. 

Ayala,  Miscelánea.  Breve  relación.  .  .  año  de  1735. 

Basalenque,  O.  S.  A.  Fr.  Diego,  Historia  de  la  Provincia  de  San  Nicolás  Tolentino. 

Edición  Tipografía  Barbedillo  y  Cía.,  1886. 
Basurto  J.,  Trinidad,  El  Arzobispado  de  México,  por  el  presbítero  J.  Trinidad  Basur- 

to,  Misionero  Apostólico  y  Párroco  de  la  Iglesia  de  Regina  de  esta  Capital.  Obra 


360 


biográfica,  geográfica  y  estadística,  escrita  en  presencia  de  los  últimos  datos  referen- 
tes a  esta  Arquidiócesis,  ilustrada  con  profusión  de  grabados  y  con  las  cartas  geo- 
gráficas del  Arzobispado.  México,  Talleres  Tipográficos  de  "El  Tiempo",  Primera 
de  Mesones  18,  1901. 

Boy  Pisa,  Jorge,  Grandezas  de  Pátzcuaro.  Pátzcuaro,  Tip.  la  Palma  de  Oro,  Basílica 
15.  1944. 

Beaumont  O.  F.  M.  Fr.  Pablo,  Chronica  de  Michoacan.  Talleres  gráficos  de  la  Na- 
ción, México  1932.  Publicaciones  del  Archivo  General  de  la  Nación  de  México. 

BenÍtez,  José  R.,  Historia  Gráfica  de  la  Nva.  España.  Recopilada  y  redactada  por 
iniciativa  de  la  Cámara  Oficial  Española  de  Comercio  en  los  Edos.  Unidos  Mexi- 
canos y  editada  por  la  misma.  Imp.  Instituto  Gráfico  Oliva  de  Villanova.  México 
1929. 

Burgoa  O.  P.,  Fr.  Francisco  de,  Geográfica  Descripción.  Publicaciones  del  Archivo 

General  de  la  Nación  de  México.  Talleres  gráficos  de  la  Nación,  México,  1932. 
Burgoa  O.  P.,  Fr.  Francisco  de,  Palestra  Historial.  Publicaciones  del  Archivo  General 

de  la  Nación  de  México.  Talleres  gráficos  de  la  Nación.  México,  1932. 
Breve  Historia  de  los  Templos  de  la  Ciudad  dé  Pátzcuaro.  Páazcuaro,  8  de  Dic.  1927. 

Tipografía  Mercantil.  Morelia. 
Cabo,  Andrés,  Los  tres  siglos  de  México  durante  el  Gobierno  Español  hasta  la  entrada 

del  Ejército  Trigarante.  Jalapa.  Tipografía  Veracruzana  de  A.  Ruiz,  1870. 
Cabrera  y  Quintero,  Cayetano,  Escudo  de  armas  de  México.  Imp.  de  Bernardo  Ho- 

gal,  Méx.  1746. 

Camacho,  Pedro,  Ensayo  de  Monografía  sobre  los  hospitales  del  Estado  y  particular- 
mente sobre  el  Hospital  General  de  esta  ciudad.  Talleres  de  Imprenta  y  encuader- 
nación  del  Gobierno  del  Estado.  Oaxaca  de  Juárez,  Oax.  Sep.  1927. 

Carreño,  Alberto  María,  Cedulario  de  los  siglos  XVI  y  XVII.  México,  1947.  Edi- 
ciones Victoria. 

Carreño,  Alberto  María,  Nuevos  Documentos  inéditos  de  Fray  Juan  de  Zumárraga 
y  Cédulas  y  Cartas  Reales  en  relación  con  su  gobierno.  Ediciones  Victoria.  México, 
D.  F.,  1942. 

Carreño,  Alberto  María,  Un  desconocido  cedulario  del  siglo  XVI.  Ediciones  Vic- 
toria, Méx.  1944. 

Carrera  Stampa,  Manuel,  "Las  Ferias  Novohispánicas" ,  Historia  Mexicana  7.  Enero- 
Marzo  1953,  El  Colegio  de  México. 

Carrillo  y  Ancona,  Ilmo.  Dr.  Crescencio,  El  Obispado  de  Yucatán.  T.  I  y  II. 
Mérida,  Yucatán,  1892,  Imp.  de  Ricardo  B.  Caballero. 

Códice  Franciscano.  Informe  de  la  Provincia  del  Sto.  Evangelio  al  Visitador  Lic.  Juan 
de  Ovando,  Informe  de  la  Provincia  de  Guadalajara  al  mismo.  Cartas  de  Religiosos 
1533-1569,  Editorial  Chávez  Hayhoe,  Méx.,  D.  F.  1941. 

Colección  de  los  decretos  y  órdenes  del  Soberano  Congreso  Mexicano.  Desde  su  ins- 
talación el  24  de  Febrero  de  1822  hasta  el  30  de  Octubre  de  1823  en  que  cesó.  Se 
imprime  por  orden  de  su  Soberanía.  México  1826.  Imprenta  del  Supremo  Gobierno 
de  los  Estados  Unidos  Mexicanos  en  Palacio. 
777  Concilio  Provincial  Mexicano  celebrado  en  México  el  año  de  1585.  2a.  Edición  en 
Latín  y  Castellano  por  Mariano  Galván  Rivera.  Barcelona.  Imp.  Manuel  Miró  y 
D.  Marsá,  1870. 


361 


Constituciones  de  la  Sagrada  Religión  de  la  Caridad  de  S.  Hipólito  Martyr.  Fundada 
en  las  Indias  Occidentales  por  el  Venerable  Padre  Bernardino  Alvarez,  Confirma- 
da por  N.  S.  S.  P.  Inocencio  XII.  Impreso  en  México  por  Doña  María  de  Ribera, 
Impreffora  del  Nuevo  Rezado,  Año  de  1749. 

Constituciones  que  para  el  mejor  gobierno  y  dirección  de  la  Real  Casa  de  Sr.  S.  Joseph, 
de  Niños  Expósitos,  de  esta  Ciudad  de  México,  formó  el  limo.  Sr.  Dr.  D.  Alonso 
Núñez  de  Haro  y  Peralta,  del  Consejo  de  S.Mag.,  Arzobispo  de  esta  Santa  Iglesia 
Metropolitana.  Aprobó  el  Rey  nuestro  señor  (Dios  le  guarde)  y  mandó  observar  en 
todo  y  por  todo  con  las  declaraciones  que  contienen.  Impresas  en  México  en  la  Im- 
prenta del  Lic.  D.  Joseph  de  Jauregui,  Calle  de  San  Bernardo. 

Constituciones  y  Ordenanzas  para  el  régimen  y  gobierno  del  Rospital  Real  y  General 
de  los  Indios  de  esta  Nueva  España,  Mandadas  guardar  por  S.  M.  en  la  Real  Cé- 
dula del  27  de  octubre  del  año  de  1  776.  Con  licencia  del  Superior  Gobierno.  Im- 
presas en  México  en  la  Nueva  Oficina  Madrileña  de  Dn.  Felipe  de  Zúñiga  y  Onti- 
veros,  Calle  de  la  Palma,  año  de  1778. 

Cosío  Villegas,  Daniel,  Historia  Moderna  de  México.  La  República  Restaurada. 
Vida  Social.  Editorial  Hermes,  1956. 

Couto.  Bernardo,  Discursos  sobre  la' Constitución  de  la  Iglesia,  México,  1857. 

Crónica  Mexicana  de  los  Religiosos  Hospitalarios  Betlemitas,  escrita  por  un  Hermano 
del  Instituto  por  los  años  de  1688  y  1689  (fragmento).  Publicada  por  Edmundo 
O.  Gorman  en  el  Boletín  del  Archivo  General  de  la  Nación,  T.  XII,  Número  1 
Enero-Feb.  Marzo  1941. 

Cuevas  S.  J.,  Mariano,  Documentos  inéditos  del  siglo  XVI  para  la  Historia  de  Mé- 
xico. México,  1914. 

Cuevas,  Mariano,  Hist.  de  la  Iglesia  en  Méx.  4  tomos,  Imp.  Asilo  Patricio  Sanz. 

México,  1924. 
ChÁvez,  Ezequiel,  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz. 
Chronología  Hospitalaria  y  Resumen  Historial...  Madrid,  1714. 

De  Fonseca,  Fabián  y  De  Urrutia,  Carlos,  Historia  de  la  Real  Hacienda.  Impren- 
ta de  Vicente  García  Torres,  México,  1880. 

De  los  Ríos  O.  P.,  Fr.  Francisco,  Puebla  de  los  Angeles  y  la  Orden  Dominicana. 
Imp.  "El  Escritorio",  Puebla,  1910. 

Decorme  S.  J.,  Gerard,  La  Obra  de  los  Jesuítas  Mexicanos  durante  la  Epoca  Colo- 
nial, 1572-1767.  2  tomos.  México,  1941,  Antigua  Librería  Robredo  de  José  Po- 
rrúa  e  hijos. 

Del  Paso  y  Troncoso,  Epistolario  de  la  Nueva  España,  Madrid,  1914,  Estudio  Foto- 
gráfico de  Hauser  y  Menct. 

Del  Paso  y  Troncoso,  Papeles  de  la  Nueva  España,  T.  III.  "Descripción  del  Arzo- 
bispado de  México".  Manuscrito  del  Archivo  de  Indias.  Año  1571,  Segunda  serie. 
Geografía  y  Estadística.  Imp.  Estudio  Tipográfico  Sucesores  de  Rivadeneyra.  1905, 
Madrid. 

Diccionario  de  Curiosidades  Históricas,  Geográficas,  Hiero  gráficas,  Cronológicas,  etc. 
de  la  República  Mejicana,  por  Félix  Ramos  I.  Duarte,  Méjico.  Imprenta  de  Eduar- 
do Dublán.  1899. 

Diccionario  Universal  de  Historia  y  de  Geografía.  Méx.  1854.  Imp.  F.  Escalante  y  Cía. 
Díaz  de  Arce,  Juan,  Libro  de  la  vida  del  Próximo  Evangélico  el  V.  P.  Bernardino 


362 


Alvarez.  Reimpreso  en  Méx.  en  la  Imprenta  Nueva  Antuerpiana  de  D.  Ghristóval  y 
D.  Phelipe  de  Zúñiga  y  Ontiveros.  Año  de  1762. 

Diccionario  de  Geografía,  Historia  y  Biografía  Mexicana,  por  Alberto  Leduc,  Dr.  Luis 
Lara  Pardo  y  Carlos  Roumagnac.  París,  1910.  Imp.  Vda.  de  Couret. 

Echeverría  y  Veytia,  Mariano,  Historia  de  la  fundación  de  la  ciudad  de  Puebla  de 
los  Angeles.  Puebla,  1931,  2  tomos,  Imprenta  "Labor",  Mixcoac.,  D.  F. 

Elogios  Fúnebres  con  que  la  Sta.  Iglesia  Catedral  de  Guadalajara  ha  celebrado  la 
buena  memoria  de  su  Prelado  el  limo,  y  Rvmo.  Señor  Ntro.  D.  Fr.  Antonio  de  Al- 
calde. Guad.  1793.  Imp.  de  Mariano  Valdés  Téllez  Girón. 

Encinas,  Diego  de,  Cedulario  Indiano.  Edición  Facsimilar  de  la  de  1596,  Madrid 
1945,  Ediciones  Cultura  Hispánica. 

Escobar  O.  S.  A.,  Fr.  Matías  de,  Americana  Thebaida,  Edición  de  Fr.  Miguel  de 
los  Angeles  Castro,  Imp.  Victoria  S.  A.  México,  1924. 

Espinosa,  Fr.  Isidro  Félix,  Crónica  de  la  Provincia  Franciscana  de  los  Apóstoles 
Sn.  Pedro  y  Sn.  Pablo  de  Michoacán.  Segunda  Edición.  Apuntamientos  bibliográ- 
ficos por  el  Dr.  Nicolás  León.  Prólogo  y  notas  de  José  Ignacio  Dávila  Garibi,  México, 
D.  F.  1945,  Editorial  Santiago. 

FarfÁn,  Fr.  Agustín,  Tratado  breve  de  la  Medicina  y  de  todas  las  enfermedades, 
hecho  por  el  Fadre  Fr.  Agustín  Farfán,  Doctor  en  Medicina  y  religiofo  indigno  de 
la  Orden  de  Sn.  Aguftín  en  la  Nueva  España.  Ahora  nuevamente  añadido.  Dirigido 
a  Dn.  Luys  de  Velafco  Cavallero  del  hábito  de  Santiago  y  Virrey  de  efta  Nueva 
Efpaña.  En  México  con  Privilegio  en  Cafa  de  Pedro  Ocharte  D.  1592  Años. 

Fernández  de  Lizardi  (El  Pensador  Mexicano),  El  Periquillo  Sarniento.  Segunda 
Edición,  T.  II,  Méx.  1885.  J.  Valdez  y  Cueva.  Calle  del  Refugio  núm.  12.  R.  Araujo. 
Calle  de  Cadena  núm.  13. 

Fernández  del  Castillo,  Francisco,  El  Hospital  General  de  México,  Méx.,  1946. 

Fernández  del  Castillo,  Francisco,  "El  Hospital  de  San  Lázaro",  Gaceta  Médica  de 
México.  Tomo  LXXXII,  Marzo-Abril  de  1952. 

Fernández,  Justino,  "El  Hospital  Real  de  los  Indios  de  la  Ciudad  de  México".  (Ana- 
les del  Inst.  de  Inv.  Estéticas,  Año  III,  T.  II,  No.  3,  1939). 

Fernández,  Justino,  Uruapan.  Pub.  de  la  Sría  de  Hacienda  y  Crédito  Público.  Ta- 
lleres de  Impresión  de  Estampillas  y  Valores.  México,  1936. 

Flores,  Francisco  A.,  Historia  de  la  Medicina  en  México.  Oficina  Tipográfica  de 
la  Secretaría  de  Fomento.  Méx.  1886-88. 

Gallegos  Rocafull,  José  María,  El  pensamiento  Mexicano  en  los  siglos  XVI-XVII. 
Centro  de  Estudios  Filosóficos,  Imprenta  Universitaria.  Méx.  D.  D.,  1951. 

García  Cubas,  Antonio,  Diccionario  Geográfico,  Histórico  y  Biográfico  de  los  Estados 
Unidos  Mexicanos.  México.  Antigua  Imprenta  de  Murguía,  1888. 

García  Cubas,  Antonio,  El  libro  de  mis  recuerdos,  narraciones  históricas  y  anecdó- 
ticas. .  .  Editorial  Patria  S.  A.  Ave.  Uruguay  25.  México,  D.  F.  1950 

García  Granados,  Ricardo,  Historia  de  México  Librería  Editorial  de  Andrés  Botas 
e  Hijos,  México,  Tomos  I,  II  III,  IV  (  sin  fecha  los  dos  primeros).  1823-1824  el 
tercero  y  cuarto  respectivamente. 

García  Icazbalceta,  Joaquín,  Los  Médicos  en  México,  Edición  "El  Tiempo". 

García  Icazbalceta,  Joaquín,  Informe  sobre  los  establecimientos  de  beneficencia  y 
corrección  de  esta  Capital;  su  estado  actual;  noticia  de  sus  fondos.  Reformas  que 
desde  luego  necesitan  y  plan  general  de  su  arreglo  presentado  por  José  María  An- 
drade.  Méx.  1864.  Escrito  postumo  de  Don  Joaquín  García  Icazbalceta.  Publicado 


363 


por  su  hijo  Luis  García  Pimentel.  Individuo  correspondiente  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia  de  Madrid.  Miembro  de  las  Sociedades  de  Geografía  y  de  America- 
nistas de  París.  México.  Moderna  Librería  Religiosa  de  José  L.  Vallejo  S.  en  C. 
Calle  de  Sn.  José  El  Real  Minero  3.  París  en  casa  de  Donnamette  30  Rué  des  Saints- 
Péres.  Madrid,  Librería  de  Gabriel  Sánchez,  Calle  de  Carretas  No.  21.  1907. 
García  Icazbalceta,  Joaquín,  Obras.  Tipografía  Agüeros,  1905. 

Garza  Ballesteros,  Dn.  Lázaro  de  la,  Quinta  Carta  Pastoral,  Tercera  Carta  Pas- 
toral. 

Gay,  José  Antonio,  Hostoria  de  Oaxaca,  T.  I  y  II.  Imp.  del  Comercio.  México,  1881. 

Gómez  de  Cervantes,  Gonzalo,  La  Vida  Económica  y  Social  de  Nueva  España. 
México,  1944.  Antigua  Librería  Robredo  de  José  Porrúa  e  Hijos. 

González  ObregÓn,  Luis,  Las  Calles  de  México.  5a.  Edición,  T.  II.  Ediciones  Bo- 
tas. México,  1941. 

Grijalva  O.  S.  A.,  Fr.  Joan  de,  Chronica  de  la  Orden  de  N.  P.  Sn.  Agustín  en  las 
Provincias  de  la  Nueva  España.  Imp.  Victoria,  S.  A.  Méx.,  1926. 

Guía  del  Desfile  Histórico  en  la  Ciudad  de  Pátzcuaro,  8  de  dic.  1929.  Tipografía  "El 
Arte",  Pátzcuaro,  Mich. 

Gutierre  de  Lievana,  Juan,  Descripción  de  Guastepeque,  por  el  Alcalde  Mayor  Juan 
Gutiérrez  de  Liévana,  24  de  sep.  de  1580.  Publ.  como  Apéndice  en  Oaxtepec  y  sus 
Reliquias,  de  Enrique  Juan  Palacios. 

Gutiérrez,  Lic.  Blas  José,  Nuevo  Código  de  la  Reforma.  Leyes  de  Reforma.  Colec- 
ción de  las  disposiciones  que  se  conocen  con  este  nombre,  publicadas  desde  el  año 
de  1855  al  de  1868.  Formada  y  Anotada  por  el  Lic.  Blas  José  Gutiérrez.  Catedrá- 
tico de  procedimientos  judiciales  de  la  Escuela  de  Jurisprudencia,  México.  Impren- 
ta de  "El  Constitucional".  Calle  del  Corazón  de  Jesús  Núm.  16.  1868.  T.  I,  T.  II 
pte.  la.,  T.  II  pte.  2a.,  T.  II  pte.  3a.,  T.  III. 

Heimbucher  Max.  Die  Orden  und  Kongregationen  der  Katholeschen  Kirche  3a.  edi- 
ción, Vol.  I. 

Hernández  DÁvalos,  J.  E.,  Colección  de  Documentos  para  la  Historia  de  la  Inde- 
pendencia de  México,  de  1808  a  1821.  4  tomos.  México.  José  María  Sandoval,  Im- 
presor. Calle  de  Jesús  María  número  4.  1880. 

Hernández,  Rosaura,  Factores  de  perturbación.  Epidemias  y  Calamidades  Públicas. 
Trabajo  presentado  en  el  X  Congreso  de  Historia  celebrado  en  Xalapa,  Ver.  Inédito. 

HerrÁez,  Julia,  Beneficencia  de  España  en  Indias,  Avance  para  su  estudio.  Consejo 
Superior  de  Investigaciones  Científicas,  Escuela  de  Estudios  Hispano-Americanos. 
Sevilla,  1949. 

Humboldt,  Alejandro,  Ensayo  Político  sobre  la  Nueva  España.  Tercera  Edición. 
5  tomos,  París.  Librería  de  Lecointe,  1836. 

Icaza,  Francisco,  Diccionario  Biográfico  de  Conquistadores  y  Pobladores  de  la  Nue- 
va España.  Madrid,  1923. 

Izquierdo,  J.  Joaquín,  Raudon,  Cirujano  Poblano  de  1810.  Ediciones  Ciencia,  Mé- 
xico, D.  F.,  1949. 

Jiménez  Moreno,  Wigberto,  "El  Bachiller  Espino  y  la  Guerra  de  los  Chichimecas" . 
"Notas  de  Historia  Eclesiástica  Leonesa  del  Siglo  XVI".  "Notas  de  Historia  Ecle- 
siástica Leonesa  del  Siglo  XVII".  Revista  Reina  y  Madre.  León,  Gto.,  Méx.,  Sept. 
1932  y  Oct.  1932. 

Jiménez  Rueda,  Julio,  Herejías  y  supersticiones  en  la  Nueva  España.  Imprenta  Uni- 
versitaria. México,  1946. 


364 


Labastida,  Lic.  Luis  G.,  Colección  de  leyes,  decretos,  reglamentos,  circulares,  órdenes 
y  acuerdos  relativos  a  la  desamortización  de  los  bienes,  corporaciones  civiles  y  reli- 
giosas. Palacion  Nacional.  México,  1893. 

Labrador  S.  J.,  Antonio,  Vida  del  Padre  de  los  Pobres.  .  .  San  Juan  de  Dios.  Ter- 
cera edición.  Madrid,  1947. 

Leicht,  Dr.  Julio,  Las  Calles  de  Puebla.  Imp.  A.  Mijares  y  Hno.  México,  1934. 

León,  Nicolás,  La  Obstetricia  en  México.  Tip.  de  la  Vda.  de  F.  Díaz  de  León.  Mé- 
xico, 1910. 

León,  Nicolás,  El  limo.  Señor  Don  Vasco  de  Quiroga,  Primer  Obispo  de  Michoacán, 
Grandeza  de  su  Persona  y  de  su  Obra.  Tip.  de  los  Sucesores  de  F.  Díaz  de  León, 
México,  1903. 

León,  Nicolás,  Plantas,  animales  y  minerales  de  Nueva  España  usados  en  la  Medi- 
cina. México,  1915. 

León,  Nicolás,  Bibliografía  Mexicana  del  Siglo  XVIII.  Teatro  Angelo politano.  His- 
toria de  la  Ciudad  de  la  Puebla.  Escrita  por  D.  Diego  Bermúdez  de  Castro,  Escri- 
bano Real  y  Notario  Mayor  de  la  Curia  Eclesiástica  del  Obispado  de  Puebla.  La 
publica  por  vez  primera  el  Dr.  N.  León,  Profesor  de  Etnología  en  el  Museo  Nacio- 
nal. Año  1746. 

León,  Nicolás,  ¿Qué  era  el  Matlazahuatl  y  qué  el  Cocoliztli  en  los  tiempos  pre-Co- 
lombinos  y  en  la  época  hispánica?  Méx.,  Imp.  Franco-Mexicana,  1919. 

Lerdo  de  Tejada,  Miguel  M.,  Apuntes  históricos  de  la  Heroica  Ciudad  de  Vera- 
Cruz.  Imp.  Ignacio  Cumplido.  México,  1850. 

López  Cogolludo,  Fr.  Diego,  Historia  de  Yucatán.  Imp.  de  Manuel  Aldana  Rivas. 
Mérida,  1868. 

Lorenzana,  Concilios  Mexicanos.  I  y  II.  Méx.  1769. 

Llorca  S.  J.,  Bernardino,  Manual  de  Historia  Eclesiástica.  Editorial  Labor,  S.  A. 
1946. 

Martínez  de  Grimaldi,  Francisco,  Recopilación  de  todas  las  Consultas  y  decretos 
Reales  que  se  hallan  en  la  Secretaría  de  la  Nueva  España.  Biblioteca  de  Palacio 
Real  de  Madrid.  Manuscritos. 

Martínez  Gracida,  Manuel,  Catálogo  Etimológico.  Imprenta  del  Edo.  en  el  Ex- 
Obispado.  Oaxaca,  1883. 

Marroquí,  José  María,  La  Ciudad  de  México,  T.  I-II-III.  Tip.  y  Lit.  "La  Europea" 
de  J.  Aguilar  Vera  y  Cía.  México,  1900. 

Mejía,  Francisco,  Documentos  anexos  al  informe  presentado  al  Congreso  de  la 
Unión  el  16  de  Sept.  de  1874. 

Memoria  de  las  Operaciones  que  han  tenido  lugar  en  la  oficina  especial  de  desamor- 
tización del  D.  F.  Méx.  1862. 

Mendieta  O.  F.  M.,  Fr.  Jerónimo  de,  Historia  Eclesiástica  Indiana.  Imp.  en  Méx.  en 
1870.  Edición  de  Icazbalceta. 

Mendoza,  Antonio  de,  Ceremonias  y  Ritos.  Madrid,  1875. 

Mendizábal,  Miguel  Otón,  Demografía  Colonial  del  siglo  XVI  (1519-1599).  Bole- 
tín de  la  Sociedad  Mexicana  de  Geografía  y  Estadística.  T.  48.  México,  1939. 

Mora,  José  María  Luis,  Obras  sueltas  de  José  María  Luis  Mora,  ciudadano  meji- 
cano. Revista  Política.  Crédito  Público.  Tomo  I,  París.  Librería  de  Rosa,  1837. 

Moreno,  Juan  José,  Fragmentos  de  la  Vida  y  Virtudes  del  limo,  y  Rmo.  Sr.  Dr.  D. 
Vasco  de  Quiroga.  Imp.  en  la  Imprenta  del  Real  y  más  Antiguo  Colegio  de  S.  Ilde- 
fonso. México,  1766. 


365 


Mota  y  Escobar.  Alonso  de  la.  Descripción  Geográfica  de  los  Reinos  de  Nueva 
Galicia,  Nueva  Vizcaya  y  Nuevo  León.  Introducción  por  Joaquín  Ramírez  Caba- 
ñas.  Segunda  Edición.  Editorial  Pedro  Robredo.  México.  D.  F.,  1940. 

Motoli.nÍa  O.  F.  M..  Fr.  Toribio  Benavente,  Historia  de  los  Indios  de  la  Nueva 
España.  Edición  Chávez  Hayhoe.  Méx.  1941. 

Muñoz  O.  F.  M.,  Fr.  Diego,  Descripción  de  la  Provincia  de  San  Pedro  y  San  Pablo 
de  Michoacán.  Imp.  en  Guadalajara  en  la  Imprenta  Gráfica.  1950. 

Muriel,  Josefina,  Conventos  de  Monjas  en  la  Nueva  España,  Ed.  Santiago.  Méx.  1946. 

Muro,  Manuel,  Historia  de  San  Luis  Potosí  por  Manuel  Muro,  Miembro  honorario 
de  la  Sociedad  Mexicana  de  Geografía  y  Estadística,  precedido  de  un  juicio  crítico 
escrito  por  el  Sr.  Lic.  D.  Emilio  Ordaz.  San  Luis  Potosí.  Imprenta,  Litografía  y  En- 
cuademación de  M.  Esquivel  y  Cía.  1910.  3  tomos. 

Xaredo.  José  María.  Estudio  Geográfico,  Histórico  y  Estadístico  del  Cantón  de  la 
Ciudad  de  Orizaba,  escrito  por  losé  María  Naredo,  quien  lo  dedica  a  su  H.  Ayun- 
tamiento. 2  T.  Orizaba.  Imprenta  del  Hospicio.  Corrección  13.  1898. 

Noticias  de  las  fincas  pertenecientes  a  Corporaciones  Civiles  y  Eclesiásticas  del  Dis- 
trito Federal,  de  México.  México,  1856. 

Ocaranza,  Fernando.  Historia  de  la  Medicina  en  México.  México,  1934.  Editado 
por  la  Pipcrazine  Midy. 

Orozco  y  Berra.  Manuel  y  Alfredo  Chavero,  Diccionario  Geográfico,  Histórico 
y  Biográfico,  de  Industria  y  Comercio.  México,  1874. 

Orozco  y  Berra,  Manuel,  Memoria  para  el  Plano  de  la  Ciudad  de  México.  Méx. 
Imp.  Santiago  White,  1867. 

Orozco  y  Jiménez.  Francisco.  Colección  de  Documentos  Históricos,  inéditos  o  muy 
raros  referentes  al  Arzobispado  de  Guadalajara.  Volumen  IV,  Guadalajara.  enero 
10  de  1925. 

Orozco  y  Jiménez.  Dr.  D.  Francisco.  Colección  de  Documentos  inéditos  relativos 
a  la  Iglesia  de  Chiapas,  hecha  por  el  limo.  .  .  obispo  de  la  misma.  San  Cristóbal  las 
Casas.  Noviembre  de  1906.  En  la  Imprenta  de  la  "Sociedad  Católica". 

Oviedo  S.  J.,  Juan  de,  Vida  Exemplar ,  Heroicas  Virtudes  y  Apostólicos  Ministerios 
de  el  V.  P.  Antonio  Núñez  de  Miranda,  de  la  Compañía  de  Jesús.  Imp.  por  los 
Herederos  de  la  Vda.  de  Feo.  Rodríguez  Lupercio.  Méx.,  año  de  1702. 

Palacios,  Enrique  Juan,  Huaxtepec  y  sus  reliquias.  Pub.  Secretaría  de  Educación. 
Secc.  de  Arqueología.  Imp.  Talleres  Gráficos  "El  Bufete",  S.  A.  Méx.  1930. 

Palavicini  Félix  F.,  México.  Historia  de  su  evolución  constructiva,  T-I-II-III.  Distri- 
buidora Editorial  "Libro"  S.  de  R.  L.  Bucareli  12.  México,  D.  F.  1945. 

PalMj  Erwin  Walter.  Los  Hospitales  Antiguos  de  la  Española.  Ciudad  Trujillo,  Re- 
pública Dominicana.  1950. 

Pavía,  Lázaro,  Reseña  biográfica  de  los  doctores  en  medicina  más  notables  de  la 
República  Mexicana  desde  las  épocas  más  remotas  y  sus  progresos  en  el  presente 
siglo.  Imp.  Dublán.  1897. 

Peña,  Francisco,  Estudio  Histórico  sobre  San  Luis  Potosí,  por  el  canónigo  Francisco 
Peña.  San  Luis  Potosí.  Imprenta  Editorial  de  "El  Estandarte".  1894. 

Pérez,  Eutimio,  Recuerdos  Históricos  del  Episcopado  Oaxaqueño.  Imprenta  de  Lo- 
renzo San  Germán.  Oaxaca,  1888. 

Pérez  Galaz,  Juan  de  Dios,  Diccionario  Geográfico  e  Histórico  de  Campeche.  Cam- 
peche, Camp.,  Méx.  1944. 


366 


Pérez  Verdía,  Lic.  Luis,  Historia  Particular  del  Estado  de  Jalisco.  Tres  tomos.  Gua- 
cíala jara,  1910.  Imp.  de  la  Escuela  de  Artes  y  Oficios  del  Estado. 

Peza,  Juan  de  Dios,  La  Beneficencia  en  México.  Imprenta  de  Francisco  Díaz  de 
León.  Calle  de  Lerdo  número  3.  México,  1881. 

Planos  de  la  Ciudad  de  México.  Siglos  XVI  y  XVII.  Estudio  Histórico,  Urbanístico 
y  Bibliográfico  por  Manuel  Toussaint,  Federico  Gómez  de  Orozco  y  Justino  Fer- 
nández. Méx.  1938. 

Prieto,  Alejandro,  Historia,  Geografía  y  Estadística  del  Estado  de  Tamaulipas  por 
el  C.  Ingeniero  Alejandro  Prieto.  Obra  adicionada  de  algunos  artículos  descriptivos 
y  otros  concernientes  a  las  mejoras  materiales  proyectadas  en  aquel  Estado.  México. 
Tip.  Escalerillas  Núm.  13,  1873. 

Ramos  y  Duarte,  FÉliz,  Diccionario  de  Curiosidades  Históricas,  Geográficas  Cro- 
nológicas. .  .  de  la  República  Mexicana.  1899.  México.  Imprenta  de  Eduardo  Dublán. 

Ramírez  Cabanas,  Joaquín,  La  Ciudad  de  Veracruz  en  el  siglo  XVI.  Imprenta  Uni- 
versitaria. México,  1943. 

Recopilación  de  las  Leyes  de  los  Rey  nos  de  las  Indias.  Edición  facsimilar  de  la  Cuarta 
Impresión  hecha  en  Madrid  el  año  de  1791.  Consejo  de  la  Hispanidad.  Madrid, 
1943. 

Ricard,  Robert,  La  Conquista  Espiritual  de  México.  Ed.  Jus  -  Ed.  Polis,  México,  1947. 
Rivera  Cambas,  Manuel,  México  Pintoresco,  Artístico  y  Monumental.  Imp.  de  la 
Reforma  No.  7.  Méx.  1880. 

Rivera,  Manuel,  Los  gobernantes  de  México.  T.  I.  México.  Imp.  de  J.  M.  Aguilar 
Ortiz.  la.  de  Santo  Domingo  núm.  5.  1872. 

Roel,  Lic.  Santiago,  Nuevo  León.  Apuntes  históricos.  T.  I  y  II.  Monterrey,  1938. 

Romero  de  Terreros,  Manuel,  De  la  Real  Academia  de  Bellas  Artes  de  San  Fer- 
nando. Grabados  y  Grabadores  en  la  Nueva  España.  Ediciones  Arte  Mexicano.  Mé- 
xico, MCMXLVIII. 

Romero,  José  Guadalupe,  Noticias  para  formar  la  historia  y  la  estadística  del  obis- 
pado de  Michoacán,  presentadas  por  la  Sociedad  Mexicana  de  Geografía  y  Esta- 
dística en  1860.  México.  Imp.  de  Vicente  García  Torres.  1862. 

Sahagún  O.  F.  M.,  Fr.  Bernardino  de,  Historia  de  las  Cosas  de  la  Nueva  España. 
Edición  Robredo.  México,  1938. 

Saldívar,  Gabriel,  Historia  Compendiada  de  Tamaulipas.  México,  1945. 

Saldívar,  Gabriel,  "Noticia  Suscinta  de  los  primeros  hospitales  de  América".  (Opúscu- 
lo inserto  en  la  Revista  Asistencia,  publicación  mensual  de  la  Beneficencia  Pública 
en  el  Distrito  Federal.  Marzo  de  1935). 

Salinas  de  la  Torre,  Gabriel,  Testimonios  de  Zacatecas.  Imprenta  Universitaria. 
Méx.  1946. 

Santoscoy,  Alberto,  Historia  del  Hospital  Real  de  San  Miguel  (Epoca  Colonial). 
Escrito  por  Alberto  Santoscoy.  El  autor  se  reserva  el  derecho  de  propiedad,  Guada- 
lajara.  Imprenta  del  Diario  de  Jalisco.  Prisciliano  Sánchez  36.  Folleto.  7  julio  1897. 

Saravia,  Atanasio  G.,  Apuntes  para  la  Historia  de  la  Nueva  Vizcaya.  T.  I  y  II.  Ins- 
tituto Panamericano  de  Geografía  e  Historia,  Méx.,  D.  F.,  1930  y  1941. 

Sedaño,  Francisco,  Noticias  de  México  recogidas  por  Francisco  Sedaño  vecino  de 
esta  ciudad  el  año  de  1756.  Coordinados,  escritos  de  nuevo  y  puestos  en  orden  alfa- 
bético en  1800.  Primera  impresión  con  un  prólogo  del  Sr.  D.  Joaquín  García  Icaz- 
balceta  y  con  notas  y  apéndices  del  Presbítero  Vicente  de  P.  Andrade.  Edición  de  la 
"Voz  de  México".  México.  Imprenta  de  J.  R.  Barbedillo  y  Cía.  Escalerillas  21,  1880. 


367 


Sierra,  Lio.  Justo,  México.  Su  evolución  social.  México.  J.  Ballesca  y  Compañía, 
Sucesor.  Editor.  1901. 

Parte  IV.  Los  Municipios:  Establecimientos  Penales,  Asistencia  pública,  por  Mi- 
guel Macedo. 

Sigüenza  y  Góngora,  Carlos,  Obras.  "Piedad  Heroica  de  Hernán  Cortés".  Editado 

por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Mexicanos.  Imp.  de  Muiguía.  Méx.  1928. 
Sherburne  F.  Cook  and  Simpson  L.  Byrd,  The  population  of  Central  México  in 

the  sixteenth  century.  Ibero  Americana:  31.  University  of  California  Press.  Berkeley 

and  Los  Angeles,  1948. 
Sosa,  Francisco  de,   El  Episcopado  Mexicano.   Editorial  Helios.   Segunda  Edición. 

México,  D.  F.  1877. 

Tello  O.  F.  M.,  Fr.  Antonio,  Libro  Segundo  de  la  Chronica  Miscelánea  en  que  se 
trata  de  la  Conquista  Espiritual  y  temporal  de  la  Sta.  Provincia  de  Xalisco.  Imp. 
La  República  Literaria.  Guadalajara,  1891. 

Torquemada  O.  F.  M.,  Fr.  Juan  .  de,  Monraquía  Indiana.  Imp.  Nicolás  Rodrigué 
Franco.  Madrid.  1723. 

Torres,  Fray  Miguel  de,  Dechado  de  Principies  Eclesiásticos  que  dibujó  con  su 
exemplar,  virtuosa  y  ajustada  vida  el  Illust.  y  Exc.  Señor  Dn.  Manuel  Fernández  de 
Santa  Cruz.  Madrid.  Por  Manuel  Román  (sin  fecha,  pero  en  las  aprobaciones. 
1721). 

Toussaint.  Manuel,  Arte  Colonial  de  México.  Ed.  Universidad  Nal.  Aut.  de  México. 

Inst.  de  Investigaciones  Estéticas.  Imp.  Universitaria.  México,  1949. 
Trens,  Manuel  B.,  Historia  de  Chiapas.  México,  1948. 

Trens,  Manuel  B.,  Historia  de  Veracruz,  T.  II.  Segunda  parte.  Libro  primero.  La 
Dominación  Española  (1519-1808).  Jalapa-Enríquez,  1947.  Imp.  Talleres  Gráficos 
del  Gobierno  del  Estado  de  Veracruz. 

Trigueros,  Ignacio,  Memoria  de  los  Ramos  Municipales  correspondientes  al  semestre 
de  Julio  a  Diciembre  de  1866.  Presentado  a  S.  M.  el  Emperador  por  el  Alcalde  Mu- 
nicipal de  la  Ciudad  de  México,  Ignacio  Trigueros.  México.  Imprenta  Económica. 
Puente  de  Jesús  Nazareno  No.  7.  1867. 

Valle,  Juan  N.  del,  Completa  guía  de  forasteros,  1864.  México.  Imp.  de  Andrade  y 
Escalante.  1864. 

Velasco  Ceballos,  Rómulo,  Fichas  Bibliográficas  sobre  Asistencia  en  México.  Se- 
cretaría de  Salubridad  y  Asistencia.  México.  D.  F.,  1945.  Impresa  por  Artes  Gráfi- 
cas del  Estado.  Av.  Juan  E.  H.  y  Dávalos  185. 

Velasco  Ceballos,  Rómulo.  Visita  y  Reforma  de  los  Hospitales  de  Sn.  Juan  de 
Dios.  T.  I  y  II.  México,  1945. 

Velíázquez,  María  del  Carmen,  El  Estado  de  Guerra  en  la  Nueva  España  1760- 
1808.  El  Colegio  de  México,  1950. 

VelÁzquez,  Primo  Feliciano,  Historia  de  San  Luis  Potosí  por  el  Lic.  Primo  Felicia- 
no Velázquez  de  la  Real  Academia  de  Historia  de  Madrid;  de  la  Academia  Mexica- 
na Correspondiente  de  la  Española  de  la  Lengua  y  de  la  Sociedad  Mexicana  de  Geo- 
grafía y  Estadística.  Sociedad  Mexicana  de  Geografía  y  Estadística.  4  tomos.  México, 
D.  F.,  1947. 

Vera,  Fortino  Hipólito,  Colección  de  Documentos  Eclesiásticos  de  México  o  sea 
Antigua  y  Moderna  Legislación  de  la  Iglesia  Mexicana.  T.  I  y  II.  Amecameca,  Im- 
Prenta  del  Antiguo  Colegio  Católico,  a  cargo  de  Jorge  Sigüenza.  1887. 


368 


Vera,  Fortino  Hipólito,  Catecismo  Geográfico-Histórico-Estadístico  de  la  Iglesia  Me- 
xicana. Imp.  del  Colegio  Católico.  1881. 

Vetancourt  O.  F.  M.j  Fr.  Agustín  de,  Teatro  Mexicano.  Imp.  en  México  por 
María  Benavides  Vda.  de  Juan  de  Rivera.  1697. 

Villasenor  y  Sánchez,  Joseph  Antonio,  Theatro  Americano,  Reimpreso  en  Mé- 
xico, D.  F.,  abril,  1952.  Editora  Nacional,  S.  A. 

Zavala,  Silvio,  La  Utopía  de  Tomás  Moro  en  la  Nueva  España  y  otros  estudios.  Bi- 
blioteca Histórica  Mexicana  de  Obras  Inéditas.  México,  1937. 


Novenas  y  Oraciones  de  diversos  siglos  relacionadas 
con  hospitales  o  enfermedades 

Alabado  al  Señor  del  Rebozo  que  se  venera  en  la  iglesia  de  Sta.  Catalina  de  Sena. 
México,  1793. 

Día  Trece  de  Cada  Mes  en  Obsequio  y  Culto  del  Seráfico  Taumaturgo  S.  Antonio  de 
Padua,  impreso  a  devoción  de  unos  devotos  del  glorioso  Santo.  Con  licencia:  en 
México  en  la  Imprenta  Nueva  Madrileña  de  don  Felipe  de  Zúñiga  y  Ontiveros, 
Calle  de  la  Palma,  año  de  1778. 

Novena  a  la  Gloriosa  Virgen  y  Mártir  Santa  Lucía,  Abogada  de  los  ojos.  Dispuesta 
por  el  padre  Juan  Carnero,  profeso  de  la  Compañía  de  Jesús.  Dala  a  la  estampa 
un  afecto  devoto  de  la  Santa.  Con  indulgencia  para  todos  los  que  la  rezaren  que 
concedió  el  limo.  Sr.  D.  Pedro  Nogales  Dávila  del  Orden  de  Alcántara,  del  Consejo 
de  su  Majestad,  y  Obispo  de  este  Obispado,  mi  Señor.  México,  1821.  Oficina  de 
D.  Alejandro  Valdés,  calle  de  Santo  Domingo. 

Novena  al  Centro  Purísimo  de  la  Caridad,  singularísimo  lenitivo  para  todo  género  de 
enfermedades,  especialísimo  consuelo  de  afligidos,  al  Glorioso  San  Salvador  de  Horta, 
hijo  del  orden  de  N.S.P.S.  Francisco  y  de  la  Santa  Provincia  del  reino  de  Cataluña. 
Dispuesta  por  el  P.  Fr.  Francisco  de  la  Concepción,  hijo  de  la  Santa  Provincia  del 
Santo  Evangelio.  México,  1846.  Imprenta  de  Luis  Abadiano  y  Valdés.  Calle  la.  de 
Sto.  Domingo  Núm.  12. 

Novena  al  gloriosísimo  Sr.  San  Jacobo  de  Bevaña,  Abogado  del  mal  de  hernias,  ro- 
turas, quebraduras;  Protector  de  las  ovejas  y  Patrón  de  la  buena  muerte.  Por  el 
Br.  Manuel  José  de  Paz,  Presbítero  de  este  Arzobispado.  Con  las  licencias  nece- 
sarias. México.  Imprenta  de  la  Escuela  Correccional.  Ex  Convento  de  San  Pedro 
y  San  Pablo,  1893. 

Novena  al  glorioso  Mártir  S.  Caralampio,  Sacerdote  secular  griego  de  los  primeros 
siglos  de  la  Iglesia,  abogado  poderoso  y  a  favor  de  alma  y  cuerpo,  y  especialmente, 
contra  los  contagios.  Dada  a  luz  por  un  devoto  del  Santo  que  desea  conozcan  y 
experimenten  todos  su  gran  valimiento.  Madrid.  Imprenta  de  D.  V.  Hernando, 
1834. 

Novena  del  Glorioso  Príncipe  y  Sagrado  Arcángel  Sn.  Rafael.  Médico  y  medicina  de 
los  dolientes,  guía  y  defensa  de  los  caminantes,  abogado  y  protector  de  los  preten- 
dientes, consuelo  y  alivio  de  los  afligidos.  México.  Antigua  imprenta  de  Murguía. 
Calle  del  Coliseo  Viejo  Núm.  2. 

Novena  dedicada  a  Jesucristo  en  su  imagen  del  Señor  del  Hospital  que  se  venera  en 
la  Ciudad  de  Texcoco.  México.  Imprenta  de  Inclán.  S.  José  el  Real  Núm.  16.  1878. 

369 


H24 


Novena  de  Abraham  de  la  Ley  de  Gracia  el  Gloriosísimo  Patriarca  Sr.  Sn.  Juan  de 
Dios.  Dispuesta  por  el  R.  P.  Fr.  José  Francisco  Valdés,  Religioso  de  San  Diego. 
México,  1840.  Imprenta  de  Luis  Abadiano  y  Valdés,  dirigida  por  J.  M.  Mateos. 
Calle  de  las  Escalerillas  Núm.  13. 

Novena  de  la  Milagrosa  Imagen  del  Niño  Jesús  Peregrino  el  Enfermero,  que  se  venera 
en  la  Santa  Caridad  y  RR.MM.  Capuchinas  descalzas  del  Puerto  de  Santa  María. 
Compuesta  por  un  religioso  de  la  Vida  Activa  del  Orden  de  la  Santísima  Trinidad 
Descalza.  Sácala  a  luz  un  devoto  de  las  Benditas  Animas  del  Purgatorio,  exortando 
en  ella  a  su  devoción.  Reimpresa  en  México  por  don  Felipe  de  Zúñiga  y  Ontiveros. 
Calle  de  la  Palma,  año  de  1776. 

Obsequio  en  Honra  del  Inclito  Mártir  San  Hipólito,  para  venerarlo  el  día  trece  de 
cada  mes.  Dispuesto  por  el  Br.  don  José  Manuel  Sartorio,  Presbítero  de  este  arzo- 
bispado. A  solicitud  del  Sr.  Conde  de  la  Torre  Cossío.  Con  las  licencias  necesarias. 
Imprenta  de  don  Mariano  de  Zúñiga  y  Ontiveros,  año  de  1819. 

Oración  que  fue  hallada  en  el  Santuario  de  Moncerrato.  México. 

Quinario  para  implorar  el  amparo  del  portentoso  Virgen,  Doctor  y  Mártir  Carmelita, 
San  Pedro  Tomás.  Obispo,  Arzobispo,  Patriarca,  Nuncio,  Legado  y  Capitán  General 
de  la  Iglesia:  especial  Abogado  contra  todo  género  de  Peste,  Epidemia  o  Enferme- 
dad contagiosa  y  en  cuyo  corazón  se  halló  impreso  El  Dulcísimo  Nombre  de  María. 
Dispuesto  por  un  sacerdote  de  la  ciudad  de  México  el  año  de  1794  y  reimpreso  por 
un  devoto  del  Santo  en  1894  para  que  por  su  intercesión,  los  habitantes  de  esta 
nación,  sean  libres  del  cólera,  del  tifo  y  de  toda  enfermedad  contagiosa.  México. 
Tip.  "El  Libro  Diario",  5  de  Mayo  Núm.  19,  1894. 

Traducción  de  las  Jaculatorias  de  San  Zacarías,  Obispo  de  Jerusalén.  Invocaciones  de 
Jesucristo,  Himno  y  Oración  a  San  Roque,  para  pedir  a  Dios  nos  libre  de  la  peste 
y  oraciones  contra  rayos,  temblores  de  tierra  y  muertes  repentinas.  México.  Imprenta 
de  Abadiano  (sin  fecha). 

Triduo  en  honor  de  la  Milagrosa  Imagen  de  Jesucristo  Crucificado  que  se  venera  en 
el  Hospital  de  Salamanca.  Compuesto  por  Antonio  E.  Sánchez.  Guanajuato.  Re- 
impreso por  F.  A.  Oñate.  c.  de  la  Campana  n.  3.  1877. 

Triduo  Devoto  en  obsequio  de  María  Santísima  de  Guadalupe.  Para  implorar  su  pro- 
tección en  la  presente  enfermedad  del  Cólera  Morbus.  Guanajuato.  Reimpreso  por 
J.  E.  Oñate.  c.  de  Alonso  n.  12.  1850. 


Manuscritos 


Ramos  consultados  en  el  Archivo  General  de  la  Nación  de  México. 
Ramo  Historia. 

Ramo  Clero  Secular  y  Regular. 
Ramo  Obispos  y  Arzobispos. 
Ramo  Hospitales. 

Ramo  Duplicado  de  Reales  Cédulas. 
Ramo  Mercedes. 

Sección  de  Manuscritos  Biblioteca  Nacional  de  México. 


370 


Archivo  General  de  Indias,  Sevilla,  España. 

Archivo  Histórico  del  Instituto  Nacional  de  Antropología  e  Historia. 
Centro  de  Documentación  del  Castillo  de  Chapultepec,  México. 


Relación  de  las  siglas 


C.D.C.Ch.  Centro  de  Documentación  del  Castillo  de  Chapultepec. 
A.G.I.S.  Archivo  General  de  Indias,  Sevilla,  España. 

A.G.N.M.        Archivo  General  de  la  Nación  de  México. 


NOTA  A  LA  PAGINA  106 


En  el  Archivo  General  de  la  Nación  de  México.  Ramo  Historia,  tomo  113, 
existen  informes  sobre  la  fundación  del  Hospital  de  Tlalmanalco  que  por 
un  descuido,  imperdonable,  no  quedaron  incluidos  en  la  parte  correspondien- 
te. Sin  embargo  he  decidido  añadirlos  aunque  sea  al  final  del  libro  por  su 
gran  importancia,  puesto  que  ellos  constituyen  lo  único  que  sabemos  de  la 
historia  de  esta  institución. 

El  presbítero  Miguel  del  Moral  López,  vecino  y  labrador  del  pueblo  de 
Tlalmanalco  en  la  provincia  de  Chalco  "llevado  de  un  gran  celo,  amor  y  cari- 
dad para  con  los  pobres",  legó  el  tercio  de  su  caudal,  para  que  en  el  pueblo 
se  fabricase  un  "hospital  de  curación  en  beneficio  de  todo  el  vecindario  de 
españoles  e  indios  de  esta  provincia". 

Hizo  el  legado  testamentario  hacia  1729-30  y  dejó,  dispuesto  que  la  fun- 
dación y  administración  quedaran  a  cargo  de  los  Betlemitas.  Los  frailes  lo 
aceptaron  sin  discusión  decidiendo  enviar  ocho  religiosos. 

Llegados  éstos,  el  alcalde  y  ayuntamiento  dispusieron  darles,  con  acuerdo 
del  superior  gobierno,  la  mitad  de  la  plaza  pública  "que  por  estar  fabricada 
a  mano  por  los  antiguos  comprendía  en  sí  mucha  piedra"  que  los  frailes  usa- 
ron de  inmediato  para  fabricar  las  oficinas  del  hospital.  Ayudólos  económica- 
mente la  abuela  del  fundador  Dña.  María  de  Acevedo,  dándoles  $  3,000. 
Otras  personas  les  donaron  lienzos  de  pintura  para  adornar  el  hospital  y 
limosnas  que  los  frailes  recogían  en  las  rancherías.  Los  betlemitas  establecie- 
ron, en  lo  primeramente  construido  una  "escuelita  de  juventud",  pero  no  fun- 
cionó de  inmediato  por  falta  de  maestros. 

Los  bienes  donados  por  el  fundador  que  sumaban  20,000  pesos,  produ- 
cían 1,000  pesos  anuales  con  lo  cual  los  frailes  no  veían  posibilidades  de  levan- 
tar como  querían  hospital,  iglesia,  convento  y  escuela.  Con  las  limosnas  no 
se  podía  contar  pues  eran  mínimas  y  muy  eventuales,  por  tanto  decidieron 
doce  años  después,  regresar  a  México,  llevarse  los  cuadros  que  les  habían 
donado,  poner  lo  construido  al  cuidado  de  una  persona  que  vigilase  se 


372 


conservara  y  dejar  el  dinero  donado  por  el  fundador  como  estaba,  puesto  a 
rédito  hasta  que  llegase  a  constituir  un  capital  de  60,000  pesos  que  produci- 
rían 3,000  pesos  anuales,  con  lo  cual  ya  sería  posible  establecer  el  hospital. 
Esto  como  es  de  suponer  motivó  la  airada  protesta  de  los  indios  que  sólo  vie- 
ron en  la  ida  de  los  frailes  su  abandono  de  la  obra  y  un  solapado  fraude  a  los 
pobres  que  eran  los  dueños  del  legado.  La  encabezó  el  Cacique  y  Principal 
de  la  cabecera  de  Tlalmanalco  y  gobernador  de  ella,  Lázaro  de  Galicia  y  a 
él  se  sumó  el  ayuntamiento  con  todos  sus  alcaldes  y  regidores. 

El  asunto  fue  a  la  Audiencia  y  cuando  los  frailes  expusieron  sus  razones 
y  probaron  que  los  20,000  pesos  legados  no  se  habían  perdido  sino  que  se 
habían  aumentado  ya  a  25,000,  la  Real  Audiencia  el  26  de  Oct.  de  1742  les 
dio  la  razón  y  conminó  a  los  indios  a  no  impedir  los  planes  de  los  betlemitas 
so  pena  de  traerlos  a  la  Real  Cárcel  de  Corte  y  remitirlos  a  los  obrajes. 

No  hay  después  noticia  alguna,  pero  por  menciones  que  existen  en  el  Ramo 
Fuero  Eclesiástico  en  nuestro  Archivo  General  de  la  Nación  parece  ser  que 
el  hospital  llegó  a  establecerse  tal  y  como  lo  deseó  el  fundador  y  lo  planea- 
ron prudentemente  los  frailes  hospitalarios.  Varios  historiadores  nos  hablan 
de  la  famosa  escuela  que  tenían  los  betlemitas  en  Tlalmanalco.  Los  viejos 
pobladores  de  la  región  aún  la  recuerdan. 

Actualmente  iglesia  y  hospital  han  desaparecido  en  cuanto  instituciones. 
El  edificio  conservado,  en  parte,  es  ahora  palacio  municipal.  Sobre  la  portada 
está  aún  la  hornacina  con  el  misterio  de  Belén,  Jesús,  José  y  María,  símbolo 
de  los  betlemitas.  De  la  iglesia  no  queda  más  que  una  bella  espadaña.  Del 
hospital  se  conserva  su  patio  cuadrado,  con  sus  claustros  que  lo  enmarcan,  pero 
todo  reconstruido  en  este  año  de  1960.  Parece  que  los  salones  dedicados  a 
escuela  están  igual  que  en  tiempos  coloniales  y  en  ellos  se  continúa  dando 
enseñanza  al  pueblo. 


373 


o     o  o 


r  « 


3.2 


o     o  o 


5  < 

o, 

IB 

q 


°  -5  «. 


fe 
i* 

.o 

"¿3 


a 
¿3 


"53 
5, 

o 

as 


¿r-5 


C 

fcftí 
53 


O  O 


o  o 


o 


.o  _ 

O  o 

o  » 

(3  £ 
-o  2 


— 


o 


•so  .o 

Í/T  CQ 
fe5  *  O 

73  ~  -  w  o 


o  .5 


*o  §w  fe  c 
c  3  O  J  S.S  c 


o  0 


O  o 


y. 


o 


-o 


¿  2  ;2 
»  o  Z 

rt  Q  rt 

— *  o  — 1  tí 

_  "O  c« 

c  o  « 
£  c  c  - 

u  s  e  h 
Q       fe  Q 


Vi    O    ^      .  M  > 

es  —  o  ca 

c  -o  -z  °  ~  c  — • 

u  s  rt  ví  rt 

o  o  o 

oí  Brt 

3 


o  o 


o     o  o 

£  X  £ 


o 


ta 


■  i 

N  1) 

•83 


no 
u 

0  <u  o 


O  O 


o  o 


0 

c 


o  o 


O    .      .2  £U 
o  O  »¡  d.«¡  o  2 

>  £  §  g«j  S 


o, 

"O 

c 

o 
k. 


—  c 

OJ  l£) 
lO  lO 


^  O 

a  3 


•  o 

;  «o 

04  en 

eo  m 


< 

c 

fe 

o 


co  eo 

LO  LO 


O  E3 


m  eo 


o 

cés  y 
siásti- 

.2  > 

9> 
0 

r  v4> 
.  -  u 

o 

Gar 
Eclc 

13  M 
G 

t-H 

naga 

o 

[ulián 
3Íldo. 

5  8 
2  O 

1 

día 
iaut 
día 

c 

£ 

>. 

N 

< 

fe 

u 
a 

o 

c 

o 
O 


o    ^  .  2 


P  fe 


fe  -rt  o  -a  bO^ 
fe  *c  S 


c    fe  « 


.  fe  T3  S 


C/3 


. 


o 

fe 

13  fe 


ni  >— < 

>—>  93. 


Ch  2 


Q  fe 
rt  ^ 

o  fe 

C/3 


ü  2 

¡j 

-rt  fe  rt 
00  rt  •  3 

c  « 

oo  fe 


oo 


-3 .2 


00  00 

00 

óo 

oo 

No 
No-Si 

oo 

en  un 

■ 

M 

nos 
itos 

nos 

O  O 

■M  -U 

O 

o 

O 

Hipólití 

No-Juani 
No-Hipól 

ani 

HH  H-t 

Hipó 

Hipó 

Hipó 

No-Ju 

O  o 

No 

No 

No 

No 

o  o 

No 

O  o 

No 

No 

o 

No 

o  o 

No 

o 

Z  ' 

O  0 

No 

No 

No 

o 

No 

.¿  o 


o  o 


00      £  00 


pq 


o     o  o 

£  £  £ 


CO 


O 


O  o 


O  O 

55  50 


< 


tí 

•»  2 
a,  g 

PQ  • 

"  tn 

9 
«  c 
a  o 


3 

<  3 

o  v 


S  §«  So* 


-a  e 


2  «i  2  «  C 

W  ü  ™  W  sO 

£  "e3  S  "c3  'o 

o  <u  o  <u  «« 

tí    tí  P 


n  aj 

«P  ¿ 

S  §  § 

S   W3  S2 

S  2  S 
títí 


0)  P3 

C  O 
P 


a  .tí 
P 


tí 

8 

pq  a>  a) 

«■g  « 
«  8  * 
c  "  c 

8¿  i 
6^  S 


P  P 


P  o 
S 

"23 

oí 


vn  O  V  1-1  <U 
•-h    tí    C    N  3 

3.S.S  ».S 
P  P 


l^»  CM  CM 


CM  O 


CM  1**  CO 
00       CO  CO 

m     m  m 


m  o 
ai  en 


00  CO 


3  ü 

N   N  N 

i-,    Ih  u. 

N  "3         >    >  > 

r^  —  <  <  < 

5  .|SS  § 

2       5  £  c 

O        pqpq  cq 


N 
O 

S-4 

c3 
> 

< 

O 
tí 

T2 


o 
c 

I 

£ 


3 
Oh 


3 
JO 


2      M  _ 
•tí  O  >-< 

K  o^O 


N 

V 

cu 

o 

ü  Oh 


0) 

-o 


P3 


O 

O  aj  • « 
P 

2  g 


<  o 

p 


o 
-o 

a 

O 

tí 
'o 

> 


g  j 

12° 


«  5  t:  o-c 

o  >-i  t»  .52  13 

ü  O 


o 
tí 

'& 
tí 


o  o 

r2  3 

V 

cf 


rv.'  CU 


o  o 

en  o 

SI 
U 
^ 


ai 

Ü 

§  í 

as 

M 

3  ^ 


a  . 

tu  u 

o> 

tí 


ti 


•  Oh  - 
3  tí 
00 


3 

."2 
Ú  § 

íf 

N  ñ 

d 

00  00 


•  »po  o 
£tíU  « 


.2  6 

Pá  D 
tí 


3 

Si 

3 
P 


tf  »3 


O) 

3 

O 


r2  a 
tí 

o?  ó       ^  — •  « 

g  3  rt        a^^TJ  c  ^  - 

1  :^  o»!  &^  ^.2 
6  3tía,  S^p^S 


U 


&    Z,  oo 


tí 


3  O 
00  _ 


O  3 


s  « 
R  O 


v.  ""O 

o  «« 

Su 


£"3 

rt  2 
55  —  O 

glj.S 

rtr1  S 


o  o 


o  o 


o  o  o 
£    Z  £ 


o 


-o  o 
<u  -ex, 


q  5 


o     o     o  o 

£  £  £  £ 


o     o     o  o 

£  £  £  £ 


o  o 


~  .rt 

c  »° 

^    «i  Íh 

w  0-,  o., 

en 


rt  S 


S  c 

q  *o 


5  « 
So 


o  o 


o  o 


rt  tí 

ll 

ü  . 

tí  P 


rt  S 


en 


4J  H-l 


a  I 

•  2i  o 
«  S 


o     o  o 

£  £  £ 


0h«^ 

S  * s 

rt  G  5  O 

o  .5  o  ^ 


O  C£> 

-H  O  — ' 


CM  <M 


N 

O  O 
3  "O 
bo 

.  O 
§> 


13  TJ 
— 


C/J 


o  o 

O  i) 


2  a 

tt)  rt 


O  O 
Oh 


oj  O 
O  , 

U  rt 

la 


ü 


J      rt  o 

rt  .  ^ 
O       ^-  T3 

2    ¿  3 


o  >> 


£  rt 

N 


!  rt 

N 


S  rt  8)  «Ta*  <u'C 


ü  OT3 


3 

ss 

a 


-rt  bo 

S  rt 
otó 


ri  o  rt 


Oh  -o  (73  «-< 

rt 


o  N 


a;      bo  rt 

>  d  = 


O       g       O    «  2? 
-.rt    .  fL,  cj       (y  o 


rt  c3 

i  ^  £  :2 

00  cj  .  d  rt- .  o  -o  _  3  *— s 
.pílQ.Jgü^^ortOH  . 

2     &  tí     ¿  tó  cg 


!  ^  rt 

,¿  N 


C/3 


3     o  s 


c 

V3 


O  o 


o  o 


i  á 


ai 


q/2 


73 


.a  3 


3  S 


3  d  £  e¡  S 

-•O  T3  O  vO  O 


<S  o 
o  »* 


o. Sí 
'-3  PQ 

*  s 

3  o 
*0  o 


o  ^ 


o  M 


HH  0) 

c 

•  s 

3  -j 

O  0) 

3 


00  CM 

r-.  co 
(O  «o 


00  00 


N 

o  X 


3  T3 

a 

«.2 

O  1/3 
0)  s 


jo  C3 

o  «w 

.3.2 

O  cj  fi 

ü 


i 
I 

C/2 


s-i-s 

£§3 


en 


fe  fi 

-««JO 


K'   3  „£)   %  +->        í<    rrt  _Q         O  3 

|r<||  al1sJl83~3 

bD  -m  e«  .600)4)013        o  o 

ll^  yip¡iiil.i||a 


0 


C/2 


.y 


3  o 


3  « 


u 

<u  ""O 
o 

U  3 

►—5 


a3 

3 

Ü 
■5  ^ 
o 

_r«3 

ce  a> 
s-c  c/3 

c3  . 

2 


•       S  ° 

&q  Q  cu  S  o 
<u  .3 

Q,    •  1)  w>        C  r-r 

g  45 


0) 


.  o 
3 
D-t 


(U  en 

W  'u  . 
3  fe 

•si  3 


-o  . 

X 

3 

ÜO 

cu  r 

¿o 

N 

2 


s  | 

I  H 
|fe|fe 

í-Tc/2  T3 
O  ci 


O 


la 

«o 

«, 


■  i 

*  ~  « 

W    K  Q  o, 

*  «o 


5  i 


o  o 


o      o  o 

£  £  ;z; 


C  -53 
«3 


o  o 


«  ffl 

i  ¿í 

«o       "T!  C2 


2¿ 

— 


Q  '3 


05 

C  g 
O  o 


- 


—  1/3 

O 


(/J 

_  4J 
G  u 
-O  o 

'z  "2 


H  O 


C/3  c/3 

a 


Q      Q  a 


4> 
c/1  r- 

a.J 

O  PQ 

2  o. 
o  *■« 
Q 


o, 


2,  á 


T3  O  O 

t;  2  ^  ^ 

C  C  oj  .  _ 

.2  "G  « -o  S.S 

g    O    O   C  vpj 


o  5 


o 


S  u  ñ  O  >s  «J 


.5  2 

3 


O 


bfl  Cu 


2^- 
a- 


I  o 


o 
-o 
c 


O  „ 
n 
«  O 


-o 

X  C3  £ 


O  « 

o. 2 

e-a 


^  -_ 


.  C/3 

3  Ü  -  c 

. /U  3  cg 

£  ta 


C/3 


o 


O  rt  3n 

— .  3  Oh 


C3 


3 
O 


o 


á  i3 


"O 


o  «3 


Pí  rt 


4;    Cí    O  ¡V 

O  es  w  O  *^ 


O  .£ 


o  o 


tí  re  re 


S  ra  ra 


o     o  o 

£  £  £ 


o  o 


o     o     o  o 

£   2;  £ 


o  o 


o  o 

£  £  tf>  w 


o  o 


o 

0 

o 

O 

a 

u 

r2 

a 

'o 

1 

¿3 

o 

o 

o 

rti 

rti 

Q 

rti 

ra 

re 

ra 

Oh 

Ok 

Oh 

tí 

s/j 

e 

OO 

ra 

ra  - 
u  tí 

V 

*o 

tí 

cu  »o 

c 

"o 

en 

.So 

£ 

1 

O 

o 

*S 

Q 

Q 

•  I    I  4} 

1/5  b>  O 

tí  ca  n-i 

•73  tí  B 

2* 

O 

Q 


o  o 


«  3  3Q§ 


.2:  ~> 
^  O 

Q 


v 
T3 

N 

'3 
tí 

o 

"tí  o 

c  g 


I  I 

•tí  O 

1  « 

I  -s 

c 


ra 
X 

CU 


«■Oí  to 
"O 

tí  re 


N  . 

w  cu  ra 
tí  «C  X 
_  re  «3 

.  Oh 

o  .2  o 
6  "  S  ^ 


0) 

H  S 

.s8 

O  ifi 

ra  ■ 
tí  3 

S  * 


»o 

en 
O 

i/T  cu 
cu 


cu  o 

tí«  *g  •  . 

r2  co 

43  o  ■  . 

>í¿  i-»  ra 

£  £  en 


«-i  o 


O 

S-. 

-O 
U 

s 

¡lií 

O  03 


La  autora  agradece  cumplidamente  a  quienes  le  ayudaron  a  la  realización  de 
este  estudio,  poniendo  a  su  alcance  documentos  y  obras  raras  de  bibliotecas 
y  archivos  que  no  están  abiertos  a  la  consulta  pública.  Al  mismo  tiempo  a  los 
que  le  enviaron  copias  de  manuscritos  de  hospitales  existentes  en  lugares  de 
difícil  acceso: 

Rev.  P.  D.  Jesús  García  Gutiérrez  "J"  1958. 

Maestro  D.  Rafael  García  Granados  -|-  1956. 

Gral.  Brig.  M.  C.  Francisco  Vargas  Basurto  "f  1958. 

Gral.  Brig.  M.  C.  Jesús  Lozoya  Solís. 

Sr.  D.  Salvador  Ugarte. 

Sr.  Lic.  D.  Manuel  Septién  y  Septién. 

Sr.  D.  José  Guadalupe  Rocha. 

Srita.  Dña.  Dolores  Torres  Servín. 

Srita.  Dña.  Luz  Gorráez. 

Sr.  Lic.  D.  José  Franco. 

A  los  que  con  sus  sabios  consejos  y  atinadas  críticas  la  orientaron  y  ayudaron 

a  aclarar  dudas  y  solucionar  problemas: 
Maestro  D.  Wigberto  Jiménez  Moreno. 
Dr.  D.  Francisco  de  la  Masa. 
Dr.  D.  José  Miranda. 
Maestro  D.  José  María  Luján. 
Maestro  D.  Ernesto  de  la  Torre. 

Al  Tte.  Corl.  M.  C.  Santiago  Mar  Zúñiga  y  al  Sr.  D.  Carlos  Martínez  Marín 
su  colaboración  en  el  aspecto  gráfico  de  esta  obra. 

A  la  Srita.  Rosa  Camelo  que  corrigió  las  pruebas  y  a  las  Maestras  Sritas.  Gua- 
dalupe Borgonio  y  Rosaura  Hernández  que  hicieron  los  índices. 


380 


INDICE  ONOMASTICO 


A 

Abasólo,  Calle  de,  183 
Acámbaro,  65 

Acapulco,  211-214,  216,  225,  250 
Acevedo,  357 

Acevedo,  Dña.  María  de,  372 

Actopan,  313 

Acuña,  Cap.  Juan  de,  74 

Acuña  Marqués  de  Casa  Fuerte,  Virrey 

don  Juan  de,  134,  148,  155,  166 
Agreda,  Conde  de  Casa  de,  161 
Aguascalientes,  66,  67,  69,  82,  242,  312, 

315 

Aguiar  y  Seijas,  Obispo  Francisco,  20, 

77,  109,  155 
Aguilar,  Capitán  Francisco,  60 
Aguilar,  Gilberto,  204,  205 
Aguilar  y  Niño,  Mariana  de,  185 
Aguilera,  Fray  Miguel  de,  68 
Aguirre,  Juan  de,  71,  74 
Aguirre,  María  de,  146 
Agundis  y  Zamora,  Pedro  de,  71 
Alamán,  Lucas,  247 
Alamán,  Miguel,  154 
Alamo,  Hospital  de,  206,  207 
Albornoz,  Bartolomé  de,  41 
Alburquerque,  Duque  de,  65,  93 
Alburquerque,  Fray  Fernando  de,  272 
Alcaraz,  Bachiller  Rodrigo  de,  46 
Alcázar,  Fray  Andrés  de,  51 
Aldarrozo  o  de  Landavazo,  Diego  del,  74 
Alejandro  VI,  267 
Alonso,  Fray  Diego,  25 
Alonso,  Juan,  321 


Alvarado,  Doctor,  311 
Alvarado,  Doctor  Miguel,  307 
Alvarez,  Antonio,  180,  181 
Alvarez,  Bernardino,  9,  13,  53,  70,  175, 
276 

Alvarez  de  Toledo,  Fray  Juan  Bautista, 

129,  272 
Alvarez  y  Abreu,  Pantaleón,  141 
Alzar,  Rafael  de,  41 

América,  9,  11,  13,  88,  114,  125,  129, 
210,  212,  213,  215,  261,  270,  271, 
279,  281,  284 

Amor  de  Dios,  Hospital  del,  93,  96,  97, 
187,  189-195,  261,  263,  265,  304 

Analco,  91 

Andia,  Fray  Bernardo  de,  205,  206 
Andrade,  Doctor  Agustín,  310 
Andrade,  José  María,  111,  302,  303 
Angeles,  Ciudad  de  los,  59 
Antillas,  211 
Apatzingán,  285 
Apodaca,  283 

Apresa  y  Falcón,  Domingo  de,  71 

Aran  juez,  139,  218 

Aranzazu,  Paquebot,  239 

Arceo,  Francisco  de,  50 

Archivo  General  de  la  Nación,  13,  18 

Arechavala,  Capitán,  243 

Arizmendi,  María,  129 

Armengol,  Presbítero  Buenaventura,  155 

Arnaiz,  Doctor  Miguel,  199 

Amero,  Sebastián  de,  74 

Arteaga,  Fray  Juan  de,  126 

Arteaga,  Mateo  José  de,  67 

Arzola,  Fray  Domingo  de,  272 


381 


Arratia,  Fray  Salvador,  140 
Arróniz,  54 
Arroyo  Moreno,  231 
Arroyo  Triste,  76 

Ascención,  Fray  Francisco  de  la,  100 
Asia,  212,  213 
Asunción,  25,  67 
Asunción,  Parroquia  de  la,  126 
Asunción,  Fray  Francisco  de  la,  148 
Avendaño  y  Suárez  de  Souza,  P.  Pedro, 
20 

Avila,  Doctor  José  de,  223,  226 
Avila,  Fray  Juan  de,  88 
Ayutla,  291 

Azanza,  Miguel  José  de,  233 
Azcárate,  Doctor  Miguel,  301 

B 

Bachajon,  131 

Baja  California,  315,  317 

Bajío,  247 

Bala,  Nuestra  Señora  de  la,  253 

Balmis,  250,  251 

Bandera,  Doctor  José  M.,  310 

Baños,  Conde  de,  62 

Barcelona,  207,  351,  355 

Bárcena,  Manuel  de  la,  285 

Barlovento,  Armada  de,  213-215 

Barlovento,  Islas  de,  10,  217,  330 

Bartolache,  Doctor  Ignacio,  248-250 

Barradas,  Fray  Francisco  de,  31,  131 

Barreda,  Pedro,  71 

Barrutia,  Fray  Tomás,  51 

Basalenque,  Fray  Diego,  146 

Basurto,  J.  Trinidad,  106 

Bayona,  351 

Baz,  Juan  José,  306 

Béistegui,  Fundación  Concepción,  309 

Belén,  14 

Belén,  Hermanos  de  Nuestra  Señora  de, 
145 

Belén,  Hospital  de  Nuestra  Señora  de, 

27,  97,  107,  145,  153 
Belén,  Hospital  Provisional  de  Nuestra 

Señora  de,  229 
Belén,  Nuestra  Señora  de,  14,  149,  253, 

313 


Belén,  Orden  de  Nuestra  Señora  de,  9, 
13,  207 

Belén  y  San  Francisco  Xavier,  Hospital 

Real  de  Nuestra  Señora  de,  92,  93,  99, 

104,  107,  276 
Belmonte  Rangel,   Bachiller  Alonso  de, 

321,  323 
Benedicto  XlII,  95 
Benedicto  XIV,  156 
Benítez,  Licenciado  Justo,  307 
Benites  de  Avilés,  María  Ignacia,  72 
Berenguer  y  Marquina,  Félix,  199 
Berganzo,  Doctor  Manuel,  301 
Beristáin,  Gertrudis,  137 
Bernabé,  Fray,  72,  73 
Betancourt,  José,  92 
Bethlem,  Calle  de,  149 
Betlemitas,  Hermanos,  92,  106,  229,  372 
Betlemitas,  Hospital  de,  99,   106,  280, 

289 

Blanco,  Hospital  Provisional  en  la  casa 

de  don  Angel,  231 
Bolívar,  Calle  de,  94 
Bolívar,  Fray  Pedro  de,  72 
Borbón,  358 
Borda,  José,  179,  180 
Branciforte  Marqués  de,  89,   181,  234, 

248,  250 

Bravo   de   la   Serna   Manrique,  Doctor 

Marcos,  129 
Bueno,  Juan  Antonio,  171 
Bucareli  y  Ursúa,  Antonio  María  de,  27, 

58,  59,  64,  98,  102,  103,  136,  150, 

170,   176,   187,  188,  196,  205,  215, 

216,  220,  223,  236 
Buenavista,  Garita  de,  209 
Buen  Retiro,  156 
Burgos,  9,  83 

Bustamante,  Félix  de,  350 
Bustamante,  Doctor  Gabino,  299 
Bustillos,  Fernando,  27,  219,  222,  305 

C 

Cabero,  Padre,  33 

Cabo,  Andrés,  249 

Cabrera  y  Quintero,  254 

Cádiz,  21,  37,  212,  351,  355,  356 


382 


California,  212 

California,  Nueva  216 

California,  Vieja,  216 

Calleja,  Félix  María,  52,  234,  241,  242 

Camacho,  Presbítero  Bartolomé,  79 

Camacho,  Fray  Francisco,  32 

Campeche,  82,  211,  212,  214,  215,  218, 

225,  238,  270,  272,  315,  351 
Campo,  Fray  Domingo  José  del,  78 
Canal,   Coronel  Narciso   María  de  la, 

168. 

Canarias,  Islas,  13 
Candelaria,  Nuestra  Señora  de  la,  44 
Canoa,  Calle  de  la,  113 
Caracas,  351 
Carbajal,  Mateo,  158 
Carbajal  y  Villamayor,  Gonzalo  de,  71, 
72,  74 

Caridad,  Cofradía  de  la,  129 

Caridad,  Hermanas  de  la,  37,  111-113, 

153,  154,  203,  288,  289,  291,  294,  297, 

302,  304,  306,  313 
Caridad,  Hermanos  de  la,  19,  20,  23, 

24,  28,  111,  220,  275,  284 
Caridad,  Hospital  de  Santa  María  de  la, 

131 

Caridad,  Hospital  de  Nuestra  Señora  de 

la,  125,  130,  133,  144,  249,  312 
Caridad,  Nuestra  Señora  de  la,  253 
Caridad,  Orden  de  la,  9,  10,  19,  20,  27 
Caridad  Mínimas  de  María,  Hermanas  de 
la,  76 

Caridad  o  San  Juan  de  Dios,  Hospital 

de  Nuestra  Señora  de,  134, 
Carlos  I,  262 
Carlos  II,  47 

Carlos  III,  88,  111,  187,  215 
Carlos  IV,  202,  287 
Carlos  V,  115,  146,  268 
Carlota,  174,  305,  310 
Carmen,  Convento  del,  164 
Carmen,  Ciudad  del,  236 
Carmen,  Isla  del,  211,  216,  218 
Carmen,  Presidio  de  Nuestra  Señora  del, 
236,  238 

Carmen,  Sala  de  Nuestra  Señora  del,  193 
Carmona  y  Valle,  Doctor  Manuel,  307 
Carnero,  Fray  Juan,  61 


Cartagena  de  Indias,  214,  352 
Carvajal,  357 

Carvajal  y  Tapia,  Andrés  de,  185 
Carranza,  Fray  Domingo  Antonio,  140 
Carres,  300 

Casa  Fuerte,  Marqués  de,  véase  Acu- 
ña Marqués  de  Casa  Fuerte,  Juan  de 

Casas,  Fray  Bartolomé  de  las,  126 

Castañeda,  Hacienda  de  la,  311 

Castañeda,  Isidro,  156 

Castañeda,  José  María,  52 

Castañeda,  Manicomio  de  la,  113,  311 

Castilla,  50,  148 

Castilla,  Regimiento,  244 

Castillo,  Fray  Mariano  del,  69 

Castro  Figueroa  y  Salazar,  Conde  de  la 
Conquista,  Pedro,  166 

Cataluña,  216 

Catani,  358 

Ceballos,  Doctor  Gaspar,  289 

Cebrián  y  Agustín  Conde  de  Fuenclara, 

Pedro,  166 
Celaya,  58,  82,  242,  275,  313 
Centroamérica,  1 1 

Cerda  Sandoval  Silva  y  Mendoza,  Conde 

Galve,  Gaspar  de,  77,  79 
Cervantes,  Vicente,  346 
Cervera,  Hacienda,  148 
Cicerón,  1 96 

Cienfuegos,  Licenciado  Juan,  198 

Cinco  de  Mayo,  Calle  de,  94 

Cinco  Señores,  Hospital  de  los,  204,  205 

Ciprés,  Enfermería  el,  317 

Ciudad  de  los  Reyes,  270 

Ciudad  Guzmán,  Hospital  de,  312 

Ciudad  Real,  126,  127,  178 

Clemente  IX,  205 

Clemente  X,  14 

Coahuila,  315 

Coatepec,  313 

Coatzacoalcos,  250 

Cobián,  Capitán  Juan  Antonio  de,  161 

Colima,  Villa  de,  320 

Colima,  38,  46,  81,  315 

Colodoro,  Francisco,  35 

Colón,  Diego,  261 

Comanja,  320 

Comitán,  178,  312 


383 


Comitán,  Hospital  de,  133,  177 
Comonfort,  Ignacio,  291,  292,  294 
Concepción,  248 

Concepción,  Hospital  de  Nuestra  Seño- 
ra de  la,  35,  114,  275 

Concepción,  Hospital  Real  de  Nuestra 
Señora  de  la,  53,  54,  57,  58,  82,  97 

Concepción  o  Jesús  Nazareno,  Hospital 
de  Nuestra  Señora  de  la,  288 

Condesa,  Callejón  de  la,  157 

Conejo,  Padre,  311 

Consolación,  Hospital  de  Nuestra  Seño- 
ra de  la,  214 
Consolación,  Virgen  de  la,  257 
Constanzó,  Ingeniero  Miguel,  187 
Convalecientes,  Hospital  de,  270 
Cordero,  Doctor  Miguel,  310 
Córdoba,  204,  217,  218,  234-236 
Córdova,  Francisco,  349 
Coromina,  Padre,  150 
Coronel  Benavides,  Astacio,  91 
Cortés,  Hernán,  115 
Cortés,  Hospital  de,  278 
Cortés,  Valerio,  71 
Corral,  Fray  Juan  Antonio  del,  42 
Corral,  Ingeniero  Miguel  del,  221,  222, 
234 

Cosío,  Pedro  Antonio,  176,  221,  223 
Covarrubias,  Fray  Baltasar,  38,  51,  322 
Criadero,  317 
Cristo,  Escuela  de,  21 
Croix  Marqués  de  Croix,  Carlos  Fran- 
cisco de  la,  170,  186,  215,  216,  221 
Cruces,  Monte  de  las,  78 
Cruz,  Sor  Juana  Inés  de  la,  246,  255 
Cruz  Fray  Lucas  de  la,  40 
Cruz,  Fray  Rodrigo  de  la,  14,  95,  98 
Cuautla,  312 
Cuba,  29,  223 
Cuéllar,  Melchor  de,  185 
Cuenca,  Padre  Juan  de,  320 
Cuernavaca,  179,  312 
Cueva  Santa,  Nuestra  Señora  de  la,  326 
Cuevas,  Mariano,  32,  35,  86,  106 
Cuevas  Dávalos,  Arzobispo,  245 
Culiacán,  313 


CH 

Chapultepec,  Castillo  de,  319 

Chiapas,   125-129,  131,   133,   144,  177, 

205,  249,  272,  312,  315 
Chihuahua,  69,  81,  315,  317 
Chilpancingo,  317 
Chilum,  131 

China,  21,  212,  213,  351 
Chinameca,  250 

D 

Dalmacia,  22 
Dávila,  Fray  Bruno,  50 
Desamparados,   Nuestra   Señora   de  los, 
253 

Desamparados  o  San  Juan  de  Dios,  Hos- 
pital de  Nuestra  Señora  de  los,  11,  30, 
33,  36,  79,  80,  82,  97,  144,  188,  274 

Descartes,  282 

Díaz,  Porfirio,  113,  162,  306-308 
Díaz  Maccda,  Antonio,  121-124 
Divino  Salvador,  Congregación  del,  109, 
110 

Divino  Salvador,  Hospital  del,  108,  110, 
111,  113,  288-290,  302,  303,  307,  310, 
311 

Doblado,  Manuel,  300 
Dolores,  Fray  Eusebio  de  los,  152 
Dolores,  Nuestra  Señora  de  los,  44,  111, 
130 

Dolores,  Sala  de  Nuestra  Señora  de  los, 
193,  326 

Dolores  o  San  Juan  de  Dios,  Hospital  de 

Nuestra  Señora  de  los,  140,  144 
Dosal,  José,  87 

Durango,  45,  47,  48,  72,  73,  75,  81,  313, 
315 

E 

Echavarría,  Juan  de,  71,  72 
Echevarría  y  Veytia,  60,  61,  105 
El  Cepo,  67 

El  Estanco  Viejo,  Hospital  Provisional  de, 

230 

El  Rosario,  Hospital  Provisional  de,  229 


384 


Encinas,  270 

Enríquez,  Martín,  189 

Enríquez  de  Rivera,  Fray  Payo,  14,  92, 

93,  95,  96 
Enríquez  de  Toledo,  Alfonso,  58 
Enríquez  Rangel,  Tomás,  62 
Erazo,  Padre,  231 

Escalante  y  Mendoza,  Doctor  Manuel, 
116 

Escandón,  Antonio,  305 

Escañuela,  47 

Escobar,  Fray  Ignacio,  44 

España,  9,  11-13,  27,  29,  30,  65,  84,  88, 

96,  130,  146,  156,  160,  194,  207,  211, 

212,  215,  254,  261,  283,  284,  319,  321, 

330,  350,  355,  356 
Espino,  Bachiller  Alonso  de,  273,  319, 

320 

Espíritu  Santo,  Hospital  del,  16,  18,  19, 

25,  29,  275,  319 
Espíritu  Santo,  Provincia  del,  33 
Estados  Unidos,  184,  291 
Estrada  y  Niño  de  Córdoba,  Phelipe  de, 

106 

Estrada  y  Ramírez,  Bartolomé  de,  69 
Europa,  27,  287,  307,  308,  350,  353 

F 

Fabián  y  Fuero,  Obispo,  55 

Faure,  Juan,  90 

Favorita,  Fragata,  239 

Felicidad,  Goleta,  239 

Felipe  II,  115,  146,  263,  264,  266,  267, 

271,  274,  320 
Felipe  III,  29 
Felipe  IV,  11,  58,  269,  279 
Fernández,  Fray  Juan  Antonio,  141-143 
Fernández  de  Campoverde,  Andrés,  321 
Fernández  de  Córdoba,  Diego,  53 
Fernández  de  Fiallo,  Manuel,  101,  123, 

124 

Fernández  de  Lizardi,  36 
Fernández  de  Otáñez,  Andrés,  234 
Fernández  de  Santa  Cruz,  Doctor  Ma- 
nuel, 61,  104,  106,  206,  272 
Fernández  del  Castillo,  Doctor,  188 
Fernández  Solano,  Manuel,  58 


Fernando  VI,  156,  215 
Ferrer,  Fray  Francisco,  46 
Ferrera,  Bachiller  Juan,  25 
Fiallo,  véase  Fernández  de  Fiallo,  Ma- 
nuel. 

Filipinas,  10,  212-215,  261,  270 
Finlay,  Doctrina,  309 
Flores,  Manuel  Antonio,  192 
Florida,  211,  212 
Foyos,  Vicente,  231 

Frade  Reguera  y  Villamil,  Gregorio,  164 

Francia,  12,  211,  215,  301,  308,  351 

Frausto,  Antón,  323 

Fuenclara,  Conde  de,  137 

Fuente,  Nuestra  Señora  de  la,  253 

Fuente,  Andrés  de  la,  104 

Fuente,  Fray  Rodrigo  de  la,  205 

Fuentes,  Manuel,  168 

Fuero,  Obispo  Francisco  Fabián,  133 

G 

i 

Gaitán,  Padre,  321 

Galán,  Fray  Juan,  128 

Galicia,  Lázaro  de,  373 

Galván,  Francisca,  115,  116 

Gálvez,  Conde  de,  véase  Cerda  Sando- 

val  Silva  y  Mendoza  Conde  de  Gál- 

vez,  don  Gaspar  de  la 
Gálvez,  José  de,  238 
Gálvez,  Matías  de,  191 
Gambarte,  Miguel  Francisco,  111 
Gandulfo,  Carlos  Mari, a  177 
Gandulfo,  María  Ignacia,  177 
Garcés,  Fray  Julián,  272,  275 
García,  Juan  Bautista,  41 
García,  Cap.  Mariano,  243 
García,  Pablo,  178 
García,  Trinidad,  307 
García  de  Escañuela,  Fray  Bartolomé,  70 
García  de  la  Hacha,  Gonzalo,  23-25 
García  Icazbalceta,  Joaquín,  111 
García  Quevedo,  Antonio,  158 
García  Rojas,  J.  M.,  45 
Gargollo,  Manuel,  307 
Gavaldón,  Doctor  Diego,  227 
Gay,  José,  99 
Gayol,  Arquitecto,  310 

385 


H25 


Gazano,  Doctor  Amado,  307 
Gil,  Francisco,  138 
Gilbó,  Fray  Juan,  95 
Gillow,  Ilustrísimo,  104 
Godínez  de  Paz,  Juan,  60 
Gomeda,  Conde  de  la,  219 
Gómez,  Jacinto,  230 
Gómez,  Manuel,  323 
Gómez,  Capitán  Manuel,  93 
Gómez  Dávila,  Presbítero  Juan,  204 
Gómez  de  la  Barreda,  Alejandro  Anto- 
nio, 158 

Gómez  de  la  Cortina,  María  Ana,  288 

Gómez  Guisado,  Bachiller,  Pedro,  41 

González,  Doctor  Eleuterio,  183 

González,  Francisco,  301 

González,  Fray  Salvador,  131 

González,  Sebastián,  78 

González  de  Collantes,  Fernando,  158 

González  Gil,  véase  Gonzalo,  Fray 

González  Obregón,  Luis,  36 

Gonzalo,  Fray,  83 

Gordea,  Martín  de,  74 

Govantes,  Doctor  Juan,  3 1 1 

Granada..  9,  70 

Granada,  Fray  Luis  de,  88 

Guadalajara,  39,  40,  45-47,  67,  73,  82, 

97,  212,  241,  270,  272,  279,  312.  317 
Guadalcázar,  Marqués  de,  38,  322 
Guadalupe,  Virgen  de,  254 
Guadalupe,  Ermita  de  Nuestra  Señora  de, 

100,  134 

Guadalupe,  Hospital  de  Nuestra  Señora 
de,  77,  82,  99,  101-104,  125,  135,  144, 
179,  181,  205 

Guadalupe,  Real  Colegio  de  Nuestra  Se- 
ñora de,  99 

Guadalupe,  Sala  de  Nuestra  Señora  de, 
193 

Guadalupe,  Villa  de,  254 

Guadalupe  o  San  Juan  de  Dios,  Hospital 

de  Nuestra  Señora  de,  134 
Guadalupe    y    San   José,    Hacienda  de 

Nuestra  Señora  de,  77 
Guadiana,  70,  73,  76 
Guanajuato,  58,  82,  99,   145-154,  166, 

243,  245,  246,  248,   249,  253,  275, 

276,  313,  315,  317,  319 


Guanajuato,  Nuestra  Señora  de,  146,  147 
Guardiola,  Marqués  de,  106 
Guatemala,  9,  10,  14,  15,  92,  96,  98, 

126-131,  133,  194,  250,  351 
Guayaquil,  351 

Güemes  y  Horcasitas,  Francisco  de,  140 

Guerra,  Fray  Domingo,  59 

Guerra  Manzanares,  Mariana,  310 

Guerrero,  179,  211,  243,  315,  317 

Guerrero,  Miguel,  310 

Guerrero  y  Torres,  Francisco,  86,  87 

Guinea,  214 

Guiran  Becerra,  Juan,  128 
Guisarola,  Juan,  228 
Gurza,  Jaime,  207 

Gutiérrez  Altamirano,  Conde  de  Santia- 
go, Ignacio,  158 

Gutiérrez  Pisa,  Presbítero  licenciado  Pe- 
dro, 114 

Gutiérrez  Quiroz,  Doctor  Bernardo,  60 
Guzmán,  Fray  Juan  de,  41.  42 

H 

Heras  Soto,  Conde  de  Casa  de,  33 
Hermosillo,  313 
Hernández,  Antonio,  59 
Hernández,  Doctor  Francisco,  226 
Hernández,  Fray  José,  18 
Hcrradillo,  Bachiller  Antonio  de,  72 
Herráez,  Julia,  262 
Herrera,  Doctor  Francisco,  226 
Herrera,  José  María,  230 
Herrera,  Fray  Luis,  52,  242 
Herrera  Fray  Mariano,  44 
Hidalgo,  52,  134,  144,  313,  315 
Hidalgo,  Miguel,  281 
Horue,  Bárbara  de,  163,  164 
Hospicio  de  Pobres,  306,  307 
Hospital  Central  Militar,  317 
Hospital  del  Rey,  236 
Hospital  de  la  Ciudad,  302 
Hospital  General,  308,  311 
Hospital  Militar,  220 
Hospital  Militar  Provisional,  231 
Hospital  Para  Prostitutas,  304 
Hospital  Real  de  Acapulco,  337 
Hospital  Real  y  Militar,  218,  235 


386 


Hueizacatlán,  125 

Huichapan,  313 

Humboldt,  216,  249 

Hurtado  de  Castilla,  Juan,  72 

Hurtado  de  Mendoza,  Isabel,  148 

I 

Ibarra,  Capitán  Pedro  Antonio  de,  66 

Iglesias,  Ley,  294 

Iguala,  Plan  de,  285 

Iguíñiz,  Juan  B.,  155,  158,  161 

Illueca,  Francisco  Antonio  de,  56,  163 

India,  212 

Indias,  12,  37,  262,  269,  274,  279,  328- 
330 

Indias,  Archivo  de,  171 

Indias,  Consejo  de,  11,  64,  65,  95,  98, 

116,  170,  199,  206,  210,  260,  264,  265 
Indias,  Leyes  de,  64,  67 
Indios,  Hospital  Real  de,  270,  271,  285, 

286,  290 
Infancia,  Hospital  de  la,  310 
Inglaterra,  27,  211,  215,  217,  219,  234 
Inocencio  XI,  95,  102 
Irapuato,  226,  313,  317,  321 
Iriarte,  Gaspar  de,  251 
Isabel  la  Católica,  Calle  de,  16 
Iturbide,  Agustín  de,  284,  285 
Iturrigaray,  89,  199,  251 
Ixmiquilpan,  313 
Ixtapalapa,  83 
Ixtepec,  317 

Izhuacan  de  los  Reyes,  251 
Izúcar,  140-142,  144 

J 

Jalapa,  137,  213,  217,  218,  234,  236, 

251,  312 
Jalisco,  211,  265,  270,  315 
Jaso,  Cura  de,  319 
Jenner,  250 
Jerusalén,  257 
Jesucristo,  22 
Jesús,  Niño,  79 
Jesús,  Carlos  de,  100 
Jesús,  Compañía  de,  37,  109,  150,  185 


Jesús,  Fray  Mateo  de,  322 

Jesús,  Hospital  de,  76,  114,  286,  289 

Jesús  María,  Fray  Domingo  de,  100,  101 

Jesús  María  y  José  Hospital,  175 

Jesús  Nazareno,  36 

Jiménez  Moreno,  Wigberto,  319-321 

Jojutla,  312 

Juan  Antonio,  176 

Juan  Bautista,  63 

Juan  de  Dios,  70 

Juaneólo,  24 

Juaninos,  325 

Juárez,  Benito,  76,  162,  283,  284,  289, 

294-301,  303-307,  333,  336 
Juárez,  Hospital,  307,  310,  311 
Juárez,  Ley,  294 

L 

Labastida,  Doctor  Sebastián,  310,  311 
La  Biznaga,  49 
La  Cantera,  67 

La  Habana,  35,  98,  211,  212,  214,  215, 
352 

La  Purísima,  Sala  de,  193 
Laguna,  Marqués  de  la,  96,  100 
Laguna  y  Conde  Paredes,  Marqués  de 

la,  96,  104 
La  Laja,  137 

Lamberger,  Francisco,  134 

Lampizos,  Punta  de,  217 

Lancasteriana,  Compañía,  99 

Lanciego  y  Eguilaz,  Fray  José  de,  134 

Landero  y  González,  Pedro  Thelmo,  230 

Landívar,  Rafael,  162 

Laris,  Gaspar  de,  321 

La  Paz,  B.  C,  317 

Lara  Villagómez,  Francisco  de,  167 

Larburu,  Fray  José,  60 

Lardizábal,  Rafael,  161 

La  Reyna,  Navio  de  Guerra,  219 

Lasso,  346 

Lavista,  Doctor  Rafael,  307,  310 
Lavis,  Esteban,  321 
Ledesma,  Mateo  de,  205,  206 
Legaría,  Licenciado  José  de,  156 
León,  82,  273,  313,  319,  320,  327 
León,  Doctor  Nicolás,  170,  173 


387 


León  Garabito,  Juan  de,  67 

León,  Villa  de,  324 

León  y  Galera,  Fray  Gregorio  de,  132 

Lerdo,  Ley,  294 

Lerdo  de  Tejada,  Sebastián,  203,  294, 
306 

Lezama  y  Beaumont,  Arzobispo,  136 
Liceaga,  Doctor,  307,  308,  310 
Lille,  Constancia,  76 
Lima,  11,  12,  266,  330,  333 
Limpia  Concepción,  Cofradía,  70-72,  74, 
75 

Limpia  Concepción  o  San  Juan  de  Dios, 

Hospital  de  la,  69,  81 
Linares,  182 
Loconi,  Ana,  24 
López,  Doctor  Jusepe,  30 
López,  Doctor  Pedro,  30,  70,  274,  276 
López  de  Guzmán,  Alonso,  320,  321 
López  de  Zárate,  Doctor  Juan,  121 
López  Linzaga,  Francisco,  65 
Loranca,  Fray  Juan  de,  122,  123 
Lorenzana,    Arzobispo    Francisco  Anto- 
nio, 170,  171 
Loreto,  José  María,  325 
Loreto,  Nuestra  Señora  de,  22,  23 
Loreto,  Hospital  Real  de  Nuestra  Seño- 
ra de,  22,  219,  220,  247,  275,  312 
Loreto,  Presidio  de  Nuestra  Señora  de, 
216 

Los  Coyotes,  63 

Los  Muertos,  49 

Lozoya  Solís,  Doctor  Jesús,  76 

Lugo,  Santiago,  226 

Luz,  Nuestra  Señora  de  la,  257 

LL 

Llanos  y  Valdés,   Obispo  Andrés  Am- 
brosio, 182,  183,  272 

M 

Mácatela,  José  María,  313 
Madero,  Parque,  204 
Madre  de  Dios,  Fray  Sebastián  de  la, 
147 

Madrid,  11,  75,  187,  194,  321,  356 


Magallanes,  Estrecho  de,  212 
Maldonado,  Fray  Angel,  122 
Maldonado,  Sebastián,  53 
Malo,  Martín,  71 

Manga,  Nuestra  Señora  de  la,  253,  254 

Manila,  194,  212,  213,  352 

Manzano,  Fray  Juan,  132 

Mar  del  Sur,  213 

Marfil,  146 

María,  23,  24 

Marianas,  Islas,  93 

Marmolejo,  Lucio,  148 

Martínez,  Cristóbal,  41 

Martínez,  Fray  Francisco,  53,  323 

Martínez,  Rafael,  301 

Martínez  Concuera,  Pedro,  161 

Martínez  de  Farrera,  Juan,  128 

Martínez  de  Quiroga,  Pedro,  71 

Martínez  de  la  Parra,  110 

Marroquí,  José  María,  18,  19,  90,  94, 

95,  128,  162,  202,  310 
Marroquín    Rivera    Ingeniero  Manuel, 

309 

Mascaró,  Miguel  Agustín,  209 
Maximiliano,   37,   111,    162,   203,  294, 

301,  302,  305 
Mayoral,  Fray  José  Alonso,  137 
Mayorga,  Martín,  190,  221,  248 
Mazapil,  63,  82 

Masariegos,  Capitán  Diego  de,  125,  126 

Mazatlán,  309,  317 

Medina,  José  María,  294 

Medina  Rincón,  Fray  Juan  de,  272,  320 

Medinilla,  Fray  Vicente,  65 

Mejía  de  la  Torre,  Diego,  38 

Méndez,  Antonio,  128 

Méndez,  Juan  N.,  306 

Mendoza,  Antonio  de,  265 

Mendoza,  Fernando  de,  180,  181 

Mendoza  Luna  Marqués  de  Montescla- 
ros,  Juan  de,  29,  110 

Meneses,  Fray  Felipe  de,  73 

Merced,  Convento  de  la,  257 

Merced,  Hospital  Militar  de  Nuestra  Se- 
ñora de  la,  219,  242 

Mérida,  82,  206,  312,  317 

Merladet,  Luisa,  154 

Mesa,  Presbítero  Andrés,  137 


388 


Mesa,  Capitán  Francisco  de,  137 

Mesa,  Presbítero  Juan  Gonzalo  de,  138 

Mexia,  Pedro,  53,  54 

México,  9-13,  18,  21,  28-30,  36,  38,  41, 
47,  50,  52,  56,  62,  70,  77,  79,  81-84, 
87,  88,  92-100,  104,  106-111,  113-115, 
126,  128,  134,  144,  148,  153,  155-157, 
170,  174,  179,  183,  185-188,  194,  198, 
206,  209,  216,  217,  232,  234,  236- 
239,  241,  251,  253,  254,  257,  263, 
266,  269-272,  275,  280,  282,  285,  286, 
288,  290-295,  297,  298,  302-305,  307, 
308,  311,  313,  315-317,  319,  321,  330, 
333,  336,  337,  346,  351,  352,  358 

México,  Audiencia  de,  28,  137 

México,  Ciudad  de,  16,  18,  22,  25,  29, 
284,  306,  310 

México,  Desagüe  del  Valle  de,  309 

México,  Golfo  de,  211,  212,  218 

Michoacán,  10,  38,  51,  58,  64,  65,  82, 
147,  148,  150,  152,  166,  167,  245, 
261,  263,  265,  270,  272,  293,  294, 
313,  315,  318,  320,  322 

Mijares  y  Mancebo,  Fernando,  236 

Milán,  253 

Mina,  Calle  de,  183 

Miseria,  Fray  Francisco  de  la,  95 

Misión  de  la  Purísima,  Hospital  de,  206 

Mixcoac,  113 

Mixteca,  139 

Mixtón,  210 

Molina,  Fray  Alonso  de,  265 

Monroy,  Juan  de,  41 

Monserrat  Marqués  de  Cruillas,  Joaquín 

de,  215,  216,  219 
Montalvo,  Fray  Felipe,  157 
Monterde,  358 

Monterrey,  182,  183,  272,  313,  317 

Monterroso,  Fray  Tomás  de,  99 

Montesclaros,  Hospital  de,  219,  227 

Montes  de  Oca,  136 

Montúfar,  Arzobispo,  115 

Moral  de  Lope,  Pedro,  93 

Moral  López,  Miguel  de,  372 

Morales,  José  Antonio,  161 

Morales,  Mariano,  230 

Morales  Medina,  Doctor  Francisco,  307 

Morelia,  313,  318 


Morelos,  312,  315 
Morelos,  Doctor  Esteban,  188 
Morelos,  Hospital,  32,  307,  311 
Morelos,  José  María,  285 
Moreno,  Miguel,  43,  44 
Morfi,  48 

Moriño,  Doctor  José  Mariano,  133 
Moscoso,  Fray  Miguel,  67 
Mota  y  Escobar,  Antonio,  45,  53 
Muesca,  José  de,  229 
Muñoz,  Fray  Cristóbal,  29 
Murcia,  Regimiento,  244 

N 

Naturales,  Hospital  de,  351 
Navarra,  Regimiento,  244 
Navarro,  Doctor  Juan  N.,  299 
Nayarit,  218,  238,  315 
Neri  de  Meneses,  Fray  Felipe,  74 
Nicaragua,  10,  29 
Niño  de  Córdoba,  Hernando,  106 
Noreña,  María  Enriqueta,  91 
Nuestra   Señora  de   las   "Bubas",  Hos- 
pital, 91 

Nueva  España,  9-11,  13-15,  21,  29-31, 
40,  66,  75,  98,  100,  104,  115,  125, 
150,  155,  161,  170,  175,  180,  185, 
194,  199,  207-218,  230,  245,  247, 
249-251,  253,  254,  259-262,  264-266, 
270,  272,  275,  276,  279,  280,  283,  319, 
330,  356 

Nueva  Galicia,  10,  40,  67,  71 

Nueva  Orleans,  352 

Nueva  Vizcaya,  45,  47,  69,  70,  76 

Nuevo  León,  182,  183,  313,  315,  317 

Nuevo  México,  211 

Nuevo  Reino  de  Granada,  330 

Nuevo  Reino  de  León,  217 

Nuevo  Santander,  217 

Núñez  de  Haro  y  Peralta,  Arzobispo 
Alonso,  87,  189,  191,  192,  194,  199, 
248,  250,  272 

Núñez  Vela,  Licenciado  Simón,  62 


389 


o 

Oaxaca,  96,  98-104,  107,  121,  123,  124, 

139,   144,  250,  251,  253,  254,  272, 

312,  315,  317 
Obregón  y  Alcocer  Vizconde  de  Mina  y 

Conde  de  la  Valenciana,  Antonio  de, 

151 

O'Donojú,  Juan,  285 

Olvera,  Doctor  José,  310 

Olvera,  Rosa  de,  177 

Orduña,  Francisco  de,  320 

Orizaba,  53-56,  163,  164,  217,  234,  236, 

250,  312 
Ortega,  Doctor  Aniceto,  305 
Ortega,  Juan,  230 

Ortigosa  Obispo  Gregorio  de,  102,  103, 
125 

Ortiz,  Capitán  Gabriel,  50 
Ortiz,  Gabriel  José,  178 
Ortiz,  Fray  José  Mariano,  133 
Ortiz  Cortés,  Fernando,  170 
Ortiz  de  Paredes,  Alonso,  72 
Osorio,  Licenciado  José,  156 
Otalora,  Pedro  de,  30 
Ovando,  Frey  Nicolás  de,  261,  262 
Oviedo,  Cura,  146 

P 

Pacífico,  Océano,  211-214,  218,  238 
Pacheco  Montión,  Fray  Francisco,  122, 
123 

Pachuca,  134-136,  144,  313 
Padua,  38 

Palacio,  Miguel  de,  240 

Palafox  y  Mendoza,  Juan  de,  24,  25,  245 

Palavicini,  308 

Palo  Alto,  306 

Panamá,  11,  12,  212,  269,  330,  333 
Papantla,  312 

Paredes,  Fray  Juan  de,  261 
Parral,  69,  71-74,  76,  81 
Parral,  Hospital  de,  264 
Parral,  Río  de,  76 
Parres,  Luis,  153 
Pasión,  Hospital  de  la,  187 
Patagonia,  2 1 1 


Patiño,  Francisco  Antonio,  163 
Pátzcuaro,  58,  64,  82,  253,  313 
Pedro,  24 

Peláez,  Fray  Francisco,  35 
Peláez,  Fray  Pedro,  327 
Peña,  Fray  José  de  la,  20 
Peña  Pobre,  Hacienda  de,  84 
Peñón,  262 

Peramas,  Melchor,  33 

Pérez,  Fray  Alonso,  40,  51,  54,  322 

Pérez,  Fray  Antonio,  78 

Pérez,  Antonio  María,  285 

Pérez,  Eutimio,  99 

Pérez,  Juan,  109 

Pérez  Costela,  Doctor  Andrés,  32 
Pérez  de  Rivera,  Benito,  71,  74 
Pérez  Verdía,  247 

Perote,  212,  217,  218,  234,  236,  350 
Perú,   14,   15,  95,  98,   194,  212,  213„ 

215,  250,  266,  270,  271,  279,  330 
Pesquera,  Francisco  Antonio,  157 
Piedras  Negras,  Hacienda  de,  106 
Pimentel,  Jacinto,  241 
Pío  IV,  86,  88 
Pitágoras,  105 
Polanco,  Obispo,  131,  132 
Pomer,  Padre  Francisco,  196 
Ponce  de  León,  Eugenio,  66 
Portobelo,  Hospital  de,  270 
Portugal,  257 

Pozo  Herrera,  Pedro  del,  7 1 
Prado,  José  María,  231 
Priego,  Conde  de,  58 
Princesa,  Fragata,  239 
Profesa,  Casa,  109 

Puebla,  24,  25,  56,  59,  60,  82,  91,  98, 
99,  104,  105,  107,  130,  137,  140,  141, 
144,  152,  176,  204,  216,  243,  246, 
253,  254,  262,  272,  312,  315,  316 

Pueblito,  Virgen  del,  254 

Puente  o  Fuente,  Domingo  de,  74 

Puerto,  Doctor  Juan  de,  226,  310 

Puerto,  Nicolás  del,  100 

Puerto  Rico,  211,  212 

Purísima  Concepción,  Hospital  de  la,. 
33,  81 

Puruándiro,  313 


390 


Q 

Querétaro,  62,  82,  254,  314,  315 
Queyacac,  51 

Quezada,  Fray  Bartolomé  de,  72,  74 
Quijada  y  Escalante,  Bachiller  Diego  de, 

66,  67 
Quintana  Roo,  315 
Quintero,  Joaquín,  139 
Quiñones,  Fray  Felipe,  52 
Quiñones  Fray  Francisco,  44,  138 
Quiroga,  Vasco  de,  145,  194,  254,  261- 

263,  272 
Quiroz  Rodiles,  Doctor,  304 

R 

Raboso  de  la  Rosa,  Miguel,  205 

Ramírez,  José  Hipólito,  307 

Ramírez,  Sebastián,  59 

Ramírez  de  Prado,  Fray  Marcos,  245 

Rapum,  Nicolás  Joseph,  223 

Real,  Calle,  164 

Real  de  Terceros,  Hospital,  155,  156 

Real  del  Parral,  70,  71 

Rebolledo,  Juan,  126 

Regla,  Conde  de,  136 

Remedios,  Nuestra  Señora  de  los,  254 

Remedios,  Hospital  de  Nuestra  Señora  de 

los,  16,  18,  82,  215,  225,  272 
Rendón  Caballero,  Fray  Pedro,  33,  39, 

48,  56,  65,  67,  68,  76,  124,  131,  138, 

142,  143,  323 
Revillagigedo  I,  215 
Revillagigedo  Segundo  Conde  de,  206 
Revillagigedo,  Virrey,  34,  42,  88,  143, 

152,  167,   183,  206,  216,  219,  222, 

228,  237,  240 
Revillagigedo,  Calle  de,  305 
Reyes,  313 

Reyes,  Fray  Francisco  de  los,  147 
Reyes,  Hospital  de  los,  261 
Reyes,  José  María,  229,  301 
Riaño,  152 

Ribadeneyra,  260,  268,  269 
Rivas,  Fray  Juan,  35 
Rivera,  Fray  José  María,  139 


Rocha,  Marcelino,  153,  154 
Rodríguez  del  Vado,  Alonso,  16-18,  29 
Rodríguez  Marviño,  José,  156 
Rodríguez  Medrano,  Alvaro,  323 
Rodríguez  Noche  Buena,  Fray  Juan,  32 
Rodríguez  Saldívar,  Presbítero  Pedro,  17 
Rojas,  Luis,  312 
Rojo  de  Soria,  Nicolás,  71-73 
Roma,  66,  80,  109,  156 
Román,  Jorge,  243 
Romero,  Doctor  Antonio,  311 
Ronson,  Pedro,  22-25,  28 
Rosario,  Fray  Francisco  del,   94,  100, 
104 

Rosario,  Hospital  de  Nuestra  Señora  del,. 
82,  183 

Rubio  y  Salinas,  Doctor  Manuel,  157, 
170 

Ruiz,  Capitán  Bartolomé,  100 
Ruiz,  Claudio,  178 

Ruiz  de  Alvarado,  Juan  Antonio,  175 
Ruiz  de  Valle,  Bachiller  Melchor,  230 
Ruiz  de  Villegas,  Josef,  138 

S 

Saavedra,  Fray  José,  44 

Saavedra,  Juan  de,  321 

Sacrificios,  Isla  de,  209 

Sáenz,  Francisco,  30 

Sagarde  Bugueiro,  Matheo,  62 

Salaices  y  Domingo  de  la  Fuente,  Juan 

de,  71,  72 
Saldívar,  Ana  de,  16-18,  29 
Salinas,  Marqués  de,  51 
Saltillo,  183,  313 

Salud,  Nuestra  Señora  de  la,  86,  253, 
254 

Sámano  y  Ledesma,  Antonio,  77 
San  Acacio,  254 
San  Agustín,  14,  83,  95 
San  Agustín,  Calle  real  de,  50 
San  Agustín,  Convento  de,  241,  242 
San  Agustín  de  la  Florida,  211 
San  Anastasio,  254 
San  Andrés,  Calle  de,  94,  157 
San  Andrés,  Colegio  de,  186,  187,  18% 
191,  192,  195 


391 


San  Andrés,  Hospital  de,  158,  185,  190, 
192-196,  199,  203,  231,  238,  288,  307 

San  Andrés,  Hospital  General  de,  209, 
244,  288,  297,  302-304,  310,  337, 
351,  358 

San  Andrés  de  Españoles,  Hospital  de, 
270 

San  Andrés  Tuxtla,  313 

San  Antón,  Ermita  de,  83 

San  Antón  y  San  Lázaro,  Hospital  de,  85 

San  Antonio,  255,  306,  326 

San  Antonio,  Baluarte,  235 

San  Antonio,  Fray  Francisco  de,  101 

San  Antonio  Abad,  83,  86,  90,  276 

San  Antonio  Abad,  Hospital  de,  13,  83, 

85,  89,  90,  270,  280 
San  Antonio  Abad,  Orden  de,  88 
San  Antonio  de  Béjar,  207,  352 
San  Antonio  de  Padua,  254 
San  Antonio  el  Cabezón,  38 
San  Bartolomé  de  los  Llanos,  131 
San  Bernardo,  60 

San   Bernardo,    Hospital    Real    de,  59, 

61,  82 
San  Blas,  254,  257 
San  Blas,  Puerto,  218,  239 
San  Blas,  Hospital  del  Presidio  de,  238- 

240 

San  Blas,  Presidio  de,  21 1,  212,  216,  238 

San  Caralampio,  255 

San  Carlos  Borromeo,  37,  253,  254,  326 

San  Carlos,  Dragones  de,  244 

San  Carlos,  Fortaleza,  235,  349 

San  Carlos,  Hospital  Militar  de,  176 

San  Carlos,  Hospital  Real  de,  218-220, 

222,   223,   226-232,   239,   350,  356, 

357,  359 

San  Carlos,  Hospital  Real  y  Militar  de, 

234 

San  Carlos  de  Monterrey,  Presidio,  216 

San  Carlos,  Paquebot,  239 

San  Cosme,  253,  257 

San  Cosme  y  San  Damián,  Hospital  de, 

82,  319-322,  327 
San    Cosme    y    San    Damián,  Hospital 

Real  de,  47,  48,  102,  103,  125 
San  Cristóbal  Las  Casas,  125,  126,  144, 

312 


Sánchez,  Alonso,  83,  115,  321 
Sánchez,  Alvaro,  321 
Sánchez,  Baltazar,  127 
Sánchez,  Fray  Bernardino,  88 
Sánchez,  José  María,  230 
Sánchez,  Padre  Pedro,  37,  109 
Sánchez   de   Tagle,   Francisco  Antonio, 
156 

Sándalo,  Félix,  358 
San  Damián,  253 

San  Damián  o  San  Juan  de  Dios,  Hos- 
pital Real  de,  45 

San  Diego,  Fuerte  de,  211,  213,  214,  216 

San  Diego  de  Alcalá,  130 

San  Diego  y  Santa  Lucía,  Hospital,  127, 
128 

Sandoval,  Fray  Blas  de,  141 

San  Emigdio,  Sala  de,  193 

San  Felipe  Neri,  164 

San  Félix  Cantalicio,  253,  254 

San  Fernando,  Hospital  Real  de,  218 

San  Fernando,  Hospital  Real  y  Militar 

de,  234,  236 
San  Francisco,  Hospital  de,  270 
San  Francisco,  Presidio  de,  216 
San  Francisco,  Sala  de,  193 
San  Francisco  de  Asís,  155,  158,  326 
San  Francisco  de  Paula,  100,  105,  254, 

257 

San  Francisco  de  Sales,  88 

San  Francisco  del  Rincón,  248 

San  Francisco  Xavier,  93 

San  Fulgencio,  Navio  de  Guerra,  229 

San  Gregorio,  Colegio  de,  109,  290 

San  Gregorio  de  Mazapil,  63 

San  Hipólito,  17,  19,  253,  302,  303,  310 

San  Hipólito,  Hermanos  de  la  Caridad 

de,  17,  23,  209 
San    Hipólito,    Hospital   de,    108,  188, 

288-290,  307,  311 
San  Ignacio,  Fray  Basilio  de,  206 
San  Ignacio  de  Loyola,  254 
San  Ildefonso,  Sala  de,  193 
San  Isidro  Labrador,  326 
San  Jacobo  de  Bevaña,  254 
San  Jerónimo,  246 
San  Jerónimo,  Monasterio  de,  246 
San  Joaquín,  Sala  de,  193 


392 


San  Joaquín,  María  y  José,  Hospital  de, 
220 

San  Jorge,  254 

San  José,  86,  130,  147,  157,  326 
San  José,  Sala  de,  193 
San  José,  Fray  Lucas  de,  148,  149 
San  José  o  Colegio  de  Niñas,  Colegio 
de,  184 

San  José  de  Gracia,  Convento  de,  115 
San  José  del  Parral,  69 
San  José  o  San  Juan  de  Dios,  Hospital 
de,  82 

San  José,  Baluarte,  235 
San  José  de  Buenavista,  Hacienda  de, 
84 

San  José,  Fuerte  de,  211 

San    Joseph    de    Gracia,    Hospital  de, 

163,  164 
San  Juan  Bautista,  Hospital,  81 
San  Juan  Bautista,  Presidio,  217 
San  Juan  Bautista  o  San  Juan  de  Dios, 

Hospital  de,  49,  50,  52,  302-304 
San  Juan  de  Dios,  9,  12,  13,  30,  36-38, 

44,  54,  61,  75,  80,  140,  141,  163, 

193,  253,  254,  306,  326,  328 
San  Juan  de  Dios,  Convento,  140 
San  Juan  de  Dios,  Hermanos  de,  29,  40, 

46,  50,  53,  58,  63,  67,  77,  79,  81,  89, 

90,   121,   122,   128,   131,   136,  144, 

321,  322 

San  Juan  de  Dios,  Hospital,  29,  30,  33, 
35,  36,  47,  59,  62-64,  66,  69,  76,  79, 
82,  99,  103,  133,  134,  136,  137,  144, 
158,  164,  186,  188,  235,  236,  242, 
243,  247,  250,  253,  288,  289,  293, 
294,  311,  313,  322,  347 

San  Juan  de  Dios,  Hospital  Nacional 
de,  78 

San  Juan  de  Dios,  Iglesia,  322 

San  Juan  de  Dios,  Orden,  34,  40,  46, 

51,  53,  54,  64,  74,  79,  131 
San  Juan  de  Dios,  Sala  de,  193 
San  Juan  de  Dios,  Sociedad,  76 
San  Juan  de  Galdós,  72 
San  Juan  de  Letrán,  Hospital  de,  59, 

272 

San  Juan  de  Montesclaros  Hospital  de, 
23,  175,  176,  225 


San  Juan  de  Ulúa,  211,  213,  214,  233, 
261,  358 

San  Juan  de  Ulúa,  Hospital  de,  233 
San  Juan  de  los  Lagos,  Virgen  de,  51 
San  Juan  del  Río,  62,  63,  82 
San  Juan  Nepomuceno,  21,  326 
San    Juan    Nepomuceno,  Congregación 
de,  21 

San  Julián,  Baluarte,  235 

San  Jusepe,  Hospital  de,  59,  262 

San  Lázaro,  248,  253,  254 

San  Lázaro,  Hospital  de,  89,  90,  206, 

253,  263,  280,  288-291 
San  Luis,  Cazadores  de,  244 
San  Luis  Potosí,  49-52,  81,  219,  241, 

312,  315,  317 
San  Martín,  Juan  de,  127,  128 
San  Mateo,  34 
San  Miguel,  130 
San  Miguel,  Fuerte  de,  211 
San  Miguel,  Hospital  de,  270 
San  Miguel,  Sala  de,  193 
San  Miguel,  Fray  Tomás  de,  101 
San  Miguel  Allende,  166,  313 
San  Miguel  Arcángel,  94 
San    Miguel    de    Belém,    Hospital  de, 

297,  312 

San  Miguel  de  Chalco,  Rancho  de,  85 

San  Miguel  el  Grande,  166,  167,  243 

San  Miguel,  Fray  Diego,  73 

San  Miguel,  Fray  Francisco  de,  95 

San  Miguel,  Fray  Juan  de,  100 

San  Nicolás,  254 

San  Nicolás,  Chapultepeque,  67 

San  Pablo,  34,  302,  303 

San  Pablo,  Colegio  de,  291 

San  Pablo,  Hospital  de,  307,  310 

San  Pantaleón,  86 

San  Pedro,  115 

San  Pedro,  Hospital  de,  91,  92,  244, 

288-290,  312 
San  Pedro  Apóstol,  Cofradía  de,  115 
San  Pedro  Caballero,  Sala  de,  193 
San  Pedro  del  Potosí,  Cerro  de,  49,  116 
San  Pedro  Piedra  Gorda,  313 
San  Pedro  y  San  Pablo,  Colegio  de,  85, 

187,  189 
San  Pedro,  Tomás,  254,  256 


393 


San  Rafael,  167,  193,  254,  256,  326 

San  Rafael,  Hospital  Real  de,  166 

San  Ramón  Nonato,  253,  257 

San  Román,  Fray  Manuel  de,  74,  75 

San  Roque,  54,  154,  255 

San  Roque,  Hospital  de,  205,  313 

San  Roque  Sala  de,  193 

San  Salvador  de  Horta,  254 

San  Sebastián,  54,  130,  254 

San  Sebastián,  Hospital  de,  312 

San  Simón  de  Rojas,  254 

San  Simón,  Fray  Vicente  de,  153 

Santa  Ana,  21,  93,  146,  185 

Santa  Ana,  General,  287 

Santa  Bárbara,  255 

Santa  Bárbara,  Sala  de,  193 

Santa  Bárbara,  Presidio  de,  216 

Santa  Catarina,  122,  125 

Santa  Catarina,  Convento  de,  104 

Santa  Catarina  Mártir,  Ermita  de,  121 

Santa   Catarina   o   San   Juan   de  Dios, 

Hospital  de,  121,  125,  144 
Santa  Clara,  49 

Santa  Clara,  Convento  de,  115 
Santa  Cruz,  Fray  Gabriel  de,  94 
Santa  Cruz  de  Acatlán,  Parroquia  de,  89 
Santa  Efigenia,  Capilla  de,  115 
Santa  Fe,  Hospital  Real  de,  261,  263 
Santa  Fe  del  Nuevo  Reino  de  Granada, 
330 

Santa  Gertrudis,  326 
Santa  Inés  de  Monte  Policiano,  205,  206 
Santa  Isabel,  Calle  de,  157 
Santa  Librada,  326 
Santa  Livina,  254 
Santa  Lucía,  254 
Santa  Lucía,  Ermita  de,  128 
Santa   Lucía,   Iglesia   del  Recogimiento 
de,  115 

Santa  Margarita,  Sala  de,  193 
Santa   María   Sánchez,   Fray  Francisco, 
325 

Santa  María,  Fray  Domingo  de,  67,  72 

Santa  Marta,  Hospital  de,  269,  270 

Santa  Prisca,  179 

Santa  Rosa,  Calle  de,  206 

Santa  Rosa,  Hospital  de,  219,  241 

Santa  Rosa  de  Lima,  Convento  de,  206 


Santa  Rosalía,  254 
San  Taraco  Mártir,  253 
Santa  Teresa,  88 
Santa  Teresa,  Trapiche  de,  137 
Santa  Veracruz,  Hospital  de  la,  72,  82,. 
313 

Santa  Veracruz,  Iglesia  de  la,  93 
Santa  Veracruz  o  Real  de  San  Cosme 

y  San  Damián  Hospital  de,  81 
Santiago,  Conde  de,  93,  96 
Santiago  de  Chile,  330 
Santiago,  Orden  de,  42 
Santiago,  Valle  de,  313 
Santiago  de  Compostela,  261 
Santiago  de  Guatemala,  Hospital  de,  270 
Santiago  Jácoma,  Hacienda  de,  178 
Santiago  Matías,  Fray,  84 
Santiesteban,  Ingeniero  Manuel,  221,  234 
Santísima  Trinidad,  193 
Santísima  Trinidad,  Cofradía,  116,  117 
Santísima  Trinidad,  Ermita,  115 
Santísima  Trinidad,  Hospital  de  la,  114, 

204,  311 

Santo  Domingo,  Convento  de,  140 
Santo  Domingo,  Iglesia  de,  130 
Santo  Domingo  de  Buenavista,  Hacien- 
da, 101 

Santo  Domingo  de  Silos,  254 

Santo  Niño  Gachupincito,  253 

Santos  García,  Francisco,  45 

Santoyo,  Matías,  153 

San  Vicente  de  Paul,  112,  288 

San  Vicente  Ferrer,  253 

San  Vítores,  Diego  de,  93 

San  Vítores,  Luis  de,  93 

San  Xavier,  Congregación  de,  92,  93 

San  Zacarías,  255-257 

Sara,  Ciudad  de,  22 

Sariñana,  Doctor  Isidro,  272 

Sariñana  y  Cuenca,  Doctor,  100 

Sarmiento  de  Ojacastro,  Fray  Martín,  59 

Sarmiento  de  Valladares,  José,  122 

Sarmiento  y  Luna,  Fray  Antonio  de,  65 

Sartorio,  Bachiller  José  Manuel,  256 

Sauces,  Estancia  de  los,  320 

Sauz,  63 

Sáyago,  José,  108-110 

Segura,  Doctor  Adrián,  307,  311 


394 


Salalla,  Doctor  José,  43 
Serralde,  Martín,  230 
Serralvo,  Marqués  de,  60 
Serrano,  Fray  Domingo,  84 
Sevilla,  171,  212 

Sigüenza  y  Góngora,   Carlos   de,  116, 

246,  288 
Silao,  313,  320 
Sinaloa,  313,  315 
Sisal,  312 
Soconusco,  126 

Soledad,  Nuestra  Señora  de  la,  253 
Soledad,  Sala  de  Nuestra  Señora  de  la, 
193 

Solórzano  y  Pereyra,  261,  264 

Somera,  Justo,  325 

Sonora,  313,  315,  317 

Soria,  Licenciado  Gabriel  de,  30 

Sosa,  Francisco,  19,  193 

Sudamérica,  1 1 

T 

Tabasco,  250,  315,  318 

Taboada,  Juan  de,  158 

Tacuba,  Calle  de,  94,  115,  185 

Tagle  Protasio,  306 

Tamariz,  Doctor  Chistóbal,  223,  230 

Tamaulipas,  315 

Tampico,  206,  317 

Torado,  Doctor  Juan  Francisco,  199 

Tatelulco,  262 

Taxco,  179-181 

Taxco,  Hospital  Provisional  de,  243 
Tehuacán,  137,  139,  144 
Tehuantepec,  251 

Teloloapan,  Hospital  Provisional  de,  243 
Tello,  Padre,  51 

Tembra  y  Simanes,  Ignacio  de,  204 

Tenerife,  13 

Tepotzotlán,  185,  187 

Tequila,  Hospital  de,  312 

Terceros,  Hospital  de,  194,  288-290,  300 

Teremendo,  Cura  de,  319 

Términos,  Laguna  de,  218 

Tetecula,  312 

Teultepeque,  131 

Texas,  206 


Texcoco,  79,  81,  82,  248,  275 

Texcoco  Xilotepetl,  313 

Thiel,  Carlos,  134 

Tierra  Firme,  330 

Tilli,  Marqués  de  Casa,  222 

Tlacotalpan,  312 

Tlalmanalco,  98,  99,  106,  107,  372,  373 
Tlalnepantla,  313 
Tlalpan,  317 

Tlaxcala,  23,  50,  53,  59,  106,  126,  272, 
315 

Toledo  Marqués  de  Mancera,  Antonio 

Sebastián  de,  65 
Tolosa,  Juan  de,  40 
Toluca,  77-79,  219,  242,  313 
Torreón,  317 
Torres,  Fray  José,  44 
Torres,  Fray  Juan  de,  46 
Toussaint,  Manuel,  179 
Trens,  26 
Trento,  257 

Trento,  Concilio  de,  259,  261,  33? 

Tula,  313 

Tulancingo,  313 

Tuxpan,  317 

Tuxtepec,  Plan  de,  306 

Tuxtla  Gutiérrez,  205,  312 

Tzintzuntzan,  245 

U 

Ubilla,  Andrés,  127 
Ugarte,  Doctor  Thomas,  74 
Ugolino,  Cardenal,  155 
Ulloa,  Fray  Domingo,  38 
Urdiñola,  46 

Urecha,  Antonio,  69-72,  74 
V 

Valenciana,  Condesa  de,  152,  153 
Valladolid,  30,  166,  267,  321,  323,  324,. 
347,  49 

Valle,  Fray  Juan  del,  40,  46,  47 
Vayas,  Fray  Andrés,  206 
Vázquez,  Catalina,  50 
Vega,  Sebastián,  Antonio  de  la,  27 


395 


Velazco  Ceballos,  Rómulo,  52 
Velázquez,  Fray  Pedro,  142,  143 
Velázquez  de  León,  Manuel,  285 
Venecia,  22 
Venegas,  89 
Venegas,  Andrés,  41 
Vera,  Fortino  Hipólito,  39,  184 
Veracruz,  22,  23,  25,  26,  28,  40,  46, 
53,  98,  99,  137,  139,  163,  175,  209, 
211-219,  223,  225,  229-236,  238,  239, 
246,  250,  251,  261,  275,  294,  295,  315, 
317,  350,  351,  355,  356,  358,  359 
Veracruz  o  San  Juan  Bautista,  Hospital 
de  Nuestra  Señora  de  la,  39,  40,  44, 
45,  81 

Veracruz,  Cofradía  de  la  Santa,  40 
Verdugo,  Doctor  Pomposo,  307 
Vergara,  Calle  de,  94 
Vértiz,  Doctor  Ricardo,  310 
Vetancourt,  Fray  Agustín  de,  18,  19,  95 
Vetancourt,  José  de,  98 
Vetancourt,  Pedro  de  San  José,  9,  13,  14 
Vicam,  Enfermería  Sonora,  317 
Victoria  y  Figueroa  Miguel  de,  148 
Vidal,  Presbítero  Cristóbal,  92,  93 
Viena,  9 

Vildósola,  346,  358 

Villa  Hermosa,  318 

Villa  Imperial  de  Potosí,  330 

Villalva,  Juan  de,  216 

Villa  Manrique,  Marqués  de,  264 

Villa  Real,  126 

Villar,  Diego  de,  45 

Villarroel,  Juan  de,  24 

Villasana,  Coronel  Eugenio,  243 

Villerias,  111 

Viruega  Amarilla  Fray  Francisco  de,  24 

Viterbo,  Santa  Rosa  de,  129 

Vives,  Licenciado  José,  133 

Vizarrón  y  Eguiarreta,  Arzobispo  Juan 

Antonio  de,  166,  247 
Vizcaya,  49 


W 

Wessel  y  Guimbarda,  Ignacio,  182 
Wilson,  Jorge,  134 

X 

Xalatlaco,  121 

Ximénez,  José  Félix,  231 

Ximénez  Pérez,  Doctor  Francisco,  223 

Y 

Yáñez,  Isidoro,  285 
Yautepec,  312 
Yepes,  Fray  José,  44 
Yturrigaray,  358 

Yucatán,  10,  82,  157,  206,  214,  250,  315 
Z 

Zacatecas,  39-42,  46,  49,  63,  81,  82,  179, 

313,  315 
Zamora,  313 
Zárate,  Ana  María,  243 
Zárate,  José  Joaquín  de,  243 
Zarco,  Francisco,  299,  336 
Zavala,  Juan  de,  49-51 
Zavaleta,  Pedro  de,  129 
Zavaleta  y  Moreno,  José,  226,  230,  231 
Zeballos  Villa,  Doctor  Alfonso,  67 
Zepeda,  Fray  Carlos  José  de,  60 
Zequeira,  Fray  Juan  de,  29 
Zimapán,  313 
Zinacantepec,  77 
Zoconusco,  129 
Zuloaga,  294 

Zumárraga,    Arzobispo,    193,    194,  261, 

263,  265,  269,  272,  304 
Zumpango,  313 
Zúñiga,  Capitán,  171 
Zúñiga  y  Acevedo  Conde  de  Monterrey, 

Gaspar  de,  16,  38,  110 
Zúñiga  y  Ontiveros,  Mariano  José  de, 

162,  255 


396 


INDICE  GENERAL 
Hospitales  Fundados  en  el  Siglo  XVII 


Capítulo  I 

Las  Ordenes  Hospitalarias    9 

Capítulo  II 

Los  Hermanos  de  la  Caridad  de  San  Hipólito 
en  las  fundaciones  del  siglo  XVII. 

Hospital  del  Espíritu  Santo  y  Nuestra  Señora  de  los  Remedios.  México 

D.  F   16 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Loreto.  Veracruz,  Ver   2Z 

Capítulo  III 

Los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  las  fundaciones  del  siglo  XVII. 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  México,  D.  F   29' 

Hospital  de  la  Purísima  Concepción.  Colima,  Col   3& 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Veracruz  o  San  Juan  Bautista.  Zaca- 
tecas, Zac   38- 

Hospital  de  la  Santa  Veracruz,  Real  de  San  Cosme  y  San  Damián  o  San 

Juan  de  Dios.  Durango,  Dgo   45 


397 


Hospital  de  San  Juan  Bautista  o  San  Juan  de  Dios.  San  Luis  Potosí  .  .  49 

Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción.  Orizaba,  Ver   53 

Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción.  Celaya,  Gto   58 

Hospital  Real  de  San  Bernardo.  Puebla,  Pue   59 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  San  Juan  del  Río,  Qro   62 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Mazapil,  Zac   63 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Pátzcuaro,  Mich   64 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Aguascalientes,  Ags   66 

Hospital  de  la  Limpia  Concepción  o  San  Juan  de  Dios.  Parral,  Chih.  .  .  69 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.  Toluca,  Edo.  de  México  .  .  77 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Desamparados.  Texcoco,  Edo.  de  Mé- 
xico   79 

Expansión  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  el  siglo  XVII   81 

Capítulo  IV 

Los  Canónigos  Reglares  de  San  Agustín  del  Instituto  de  San  Antonio  Abad 
en  las  fundaciones  del  siglo  XVII. 

Hospital  de  San  Antonio  Abad.  México,  D.  F   83 

Capítulo  V 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  las  Bubas.  Puebla,  Pue   91 

Capítulo  VI 

Los  Betlemitas  en  las  fundaciones  hospitalarias  del  siglo  XVII. 

Hospital  Real  de  Nuestra  Señora  de  Belem  y  San  Francisco  Xavier.  Mé- 
xico, D.  F  i   92 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.  Oaxaca,  Oax   99 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belem.  Puebla,  Pue   104 

Hospital  de  Betlemitas.  Tlalmanalco,  Edo.  de  México                      106,  372 

Expansión  de  la  Orden  Betlemita  en  la  Nueva  España  en  el  siglo  XVII  107 


398 


Capítulo  VII 

Hospital  Real  del  Divino  Salvador.  México,  D.  F   108 

Capítulo  VIII 

Hospital  de  la  Santísima  Trinidad.  México,  D.  F   114 

Hospitales  del  Siglo  XVIII 
Capítulo  IX 

Hospitales  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  el  siglo  XVIII. 

Hospital  de  Santa  Catarina  Mártir.  Oaxaca,  Oax   121 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Caridad.  San  Cristóbal  las  Casas, 

Chiapas   125 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  o  San  Juan  de  Dios.  Pachu- 

ca,  Hgo.  .   134 

Hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Tehuacán,  Pue   137 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores  o  San  Juan  de  Dios.  Izúcar, 

Pue   140 

Expansión  de  los  Hermanos  de  San  Juan  de  Dios  en  el  siglo  XVIII  .  .  144 

Capítulo  X 

Hospitales  de  los  Hermanos  de  Nuestra  Señora,  de  Belem  en  el  siglo  XVIII. 
Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Belcm.  Guanajuato,  Gto   145 

Capítulo  XI 

Hospital  Real  de  Terceros.  México,  D.  F   155 

399 


Capítulo  XII 


Hospital  de  San  Joseph  de  Gracia.  Orizaba,  Ver   163 

Capítulo  XIII 

Hospital  Real  de  San  Rafael.  San  Miguel  el  Grande,  Gto   166 

Capítulo  XIV 

Departamento  de  Partos  Ocultos.  México,  D.  F   171 

Capítulo  XV 

Hospital  de  Jesús  María  y  José.  Veracruz,  Ver   175 

Capítulo  XVI 

Hospital  de  Comitán,  Chiapas   177 

Capítulo  XVII 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.  Taxco,  Gro   179 

Capítulo  XVIII 

Hospital  de  Nuestra  Señora  del  Rosario.  Monterrey,  N.  L   182 


400 


Capítulo  XIX 


Hospital  de  San  Andrés.  México,  D.  F   185 

Capítulo  XX 

Hospitales  del  siglo  XVIII  en  diversas  regiones  del  país. 

Hospital  de  los  Cinco  Señores.  Córdoba,  Ver   204 

Hospital  de  la  Santísima  Trinidad.  Córdoba,  Ver   204 

Hospital  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe.  Tuxtla,  Chiapas   205 

Proyectado  Hospital  de  Santa  Inés  de  Monte  Policiano.  Puebla,  Pue.  .  .  205 

Hospital  de  San  Lázaro.  Mérida,  Yuc   207 

Hospital  de  la  Misión  de  la  Purísima   207 

Hospital  del  Alamo.  Texas,  E.U.A   207 

Hospitales  Provisionales    208 

Capítulo  XXI 
Hospitales  Militares  en  la  Nueva  España 

Hospitales  Militares  en  el  Estado  de  Veragruz 

Hospital  Real  de  San  Carlos    219 

Hospital  Provisional  de  Nuestra  Señora  de  Belem    229 

Hospital  Provisional  del  Rosario   229 

Hospital  Provisional  de  El  Estanco  Viejo   230 

Hospital  Provisional  en  la  casa  del  médico  Cristóbal  Tamariz   230 

Hospital  Provisional  en  la  casa  de  don  Angel  Blanco   231 

Otros  Hospitales  Provisionales    231 

Hospital  de  San  Juan  de  Ulúa.  Primer  Hospital  de  Campaña,  Ver   233 

Hospital  Real  y  Militar  de  San  Fernando.  Orizaba,  Ver   234 

Hospital  Real  y  Militar  de  San  Carlos.  Perote,  Ver   234 

Hospital  Real  y  Militar  de  Córdoba,  Ver   235 

Hospital  Real  y  Militar  de  San  Fernando.  Jalapa,  Ver   236 

Hospital  del  Rey  en  el  Presidio  de  Nuestra  Señora  del  Carmen.  Campeche  236 

Hospital  del  Presidio  de  San  Blas.  Nayarit   238 

401 

H26 


Hospital  de  Santa  Rosa.  San  Luis  Potosí,  S.  L.  P   241 

Hospitales  provisionales  durante  la  guerra  de  la  independencia   241 

Capítulo  XXII 

Epidemias  de  los  siglos  XVII  y  XVIII   245 

Capítulo  XXIII 

Protectores  celestiales,  imágenes  famosas,  costumbres  y  supersticiones  .  .  252 

Capítulo  XXIV 
Gobierno  y  Legislación. 

Parte  Primera:  La  Nueva  España.  Siglos  XVI,  XVII  y  XVIII   259 

1.  Tipo  de  Institución  que  eran  los  hospitales  y  jurisdicción  a  que  esta- 
ban sometidos    259 

2.  Primeras  Reales  Cédulas  promoviendo  la  erección  de  hospitales  .  .  261 

3.  Disposiciones  para  la  erección  de  hospitales    263 

4.  Disposiciones  para  el  gobierno  interior  de  los  hospitales    264 

5.  Control  de  los  hospitales  por  parte  de  las  autoridades    266 

6.  Clasificación  de  los  hospitales  para  su  gobierno    277 

7.  Legislación  española  a  principios  del  XIX  y  legislación  mexicana 

en  el  propio  siglo    280 

Parte  Segunda:  México.  Siglos  XIX  y  XX    282 

Los  hospitales  durante  el  Imperio  de  Maximiliano    301 

Al  regreso  de  Juárez   305 

La  reorganización  de  la  Beneficencia   307 

Servicios  hospitalarios  durante  la  época  porfiriana   312 

Al  sobrevenir  la  Revolución  de  1910    313 

Servicios  hospitalarios  en  el  México  actual    315 

Hospitales  Militares  de  México   316 


402 


Complemento  a  los  Hospitales  del  Siglo  XVI 


Hospital  de  San  Cosme  y  de  San  Damián  o  del  Espíritu  Santo  o  de  San 


Juan  de  Dios.  León,  Gto   319 

Apéndice 

Ley  V,  Título  IV,  Libro  I   328 

Decreto  del  28  de  Febrero  de  1861   , .  333 

Medicinas  y  utensilios  quirúrgicos  usados  en  la  Colonia   337 

Bibliografía    360 

Cuadros  Sinópticos    374 

Indice  Onomástico   381 


403 


FE  DE  ERRATAS 


PÁGINA 


LÍNEA 


Dice 


Debe  decir 


35 
87 
191 
204 
272 
288 
312 
312 
336 


100 
105 


29 
27 
2 

penúltima 
29 

penúltima 
37 
40 

última 


2 
25 


1868 

Antonio  Núñez  de  Haro 
Antonio 

Ignacio  de  Tembra  y  Limones 

Ambrosio  Andrés 

Andes 

Papanla 

Tlacolalpan 


1865 

Alonso  Núñez  de  Haro 
Alonso 

Ignacio  de  Tembra  y  Simanes 

Andrés  Ambrosio 

Andrés 

Papantla 

Tlacotalpan 


Después  de  Pérez  Galaz  debería  estar  citado  Pérez  Maldonado 
Carlos,  Documentos  Históricos  de  Nuevo  León.  Anotados  y  co- 
mentados. 1596-1811.  Ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Monte- 
rrey. México,  1947. 

Francisco  de  Paul  Francisco  de  Paula 

Francisco  de  Paul  Francisco  de  Paula 


Acabóse  de  imprimir  el  día  19 
de  noviembre  de  1960  en  los 
Talleres  de  la  Editorial  Jus, 
S.  A.,  Plaza  de  Abasólo  14, 
Col.  Guerrero,  México  3,  D.  F. 
El  tiro  fue  de  1,000  ejemplares. 


50