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Full text of "Huellas, que aparecen en los primitivos historiadores musulmanes de la Peninsula, de una poesia epica romanceada que debio florecer en Andalucia en los siglos IX y X"

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DISCURSOS 


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REAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA 


EN   LA   RECEPCIÓN   PUBLICA 


DEL    SEÑOR 


D.  JULIÁN  RIBERA  Y  TARRAGO 


EL  DÍA  6  DE  JUNIO  DE    IQIS 


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MADRID 

«Imprenta  Ibérica». — Estanislao  Maestrf, 

Calle  de  las  Pozas,  12. — Teléfono  3.854 

1915 


DISCURSO 

DEL  SkSoR 

D.  JULIÁN   RIBERA  Y  TARRAGO 


Señores  Académicos 


Hoy  se  realiza  uno  de  los  dorados  sueños  que  más  me 
ilusionaron  con  tentaciones  halagadoras  en  mi  ya  lejana  ju- 
ventud. Os  lo  digo  ingenuamente,  no  por  el  deseo  de  insi- 
nuarme en  vuestros  ánimos  a  fin  de  atraerme  vuestra  bene- 
volencia (pues  de  ella  estoy  seguro,  ya  que  me  habéis  honra- 
do llamándome  a  vuestro  seno),  sino  como  desahogo  de  un 
sentimiento  profundo  de  verdadera  gratitud.  Se  os  hará  evi- 
dente con  pocas  palabras. 

Cuando  allá  en  mis  mocedades  frecuentaba  yo  la  Univer- 
sidad, iba  aprendiendo  las  disciplinas  de  Filosofía  y  Letras 
sin  vocación  señalada  y  especial  a  ninguna  de  las  múltiples 
ramas  que  abraza  esta  carrera:  todas  me  atraían,  como  al 
turista  que  recorre  por  primera  vez  uu  país  desconocido; 
pero  al  cursar  la  asignatura  de  Lengua  árabe,  noté  una  no- 
vedad en  el  maestro:  éste,  hombre  llano  y  asequible,  brindá- 
base a  la  comunicación  frecuente  y  a  la  intimidad;  no  sólo  in- 
citaba a  sus  alumnos  al  estudio  de  esa  lengua  como  disci- 
plina universitaria,  sino  que  los  estimulaba  y  animaba  a 
aprenderla  como  medio  o  instrumento  de  investigaciones  fu- 
turas; y  aun  se  ofrecía  generosamente  a  seguir  prodigando 
sus  enseñanzas  en  su  propio  domicilio,  a  prestar  libros  y 
medios  de  iniciación  y  hasta  compartir  las  labores  con  sus 
discípulos  más  aventajados. 

Aquello  causóme  impresión  muy  viva  por  lo  halagadora 
e  inusitada:  tal  desprendimiento  y  generosidad  eran  rarí- 
simos, al  menos  en  esa  forma  tan  franca  y  tan  sincera.  Aún 
me  acuerdo  de  la  primera  entrevista  que  tuvimos  en  su  casa: 


—  6  — 

ajienas  iniciada  la  conversación,  fuó  a  buscar  un  viejo  ma- 
nuscrito moro  cuya  edición  comenzaba  eiilonces:  la  Asila 
de  Abenpascual,  empresa  en  que  se  había  empeñado  con 
acuerdo,  ayuda  y  prolección  de  esta  Academia.  Kn  aquel  ma- 
nuscrito vi  una  revelación  plástica  de  lo  que  se  podía  hacer 
con  paciencia  y  laboriosidad:  resolví  dejar  en  segundo  térmi- 
no todos  los  demás  estudios,  para  dedicarme  exclusivamente 
a  la  especialidad,  a  la  que,  si  he  de  hablar  aquí  con  el  corazón 
en  la  mano,  no  había  imaginado  nunca  ni  pensado  siquiera 
inclinarme;  pero  me  decidió  la  consideración  de  que  en  ella 
podía  encontrar  lo  que  en  otras  no  se  me  ofrecía:  un  guía 
experto  y  un  camino  anchuroso  y  fácil  que  convidaba  a  sa- 
tisfacer y  colmar  todas  las  ansias  y   entusiasmos  cienlííicos. 

En  esta  Academia  hallábanse  entonces  dos  insignes  ara- 
bistas de  honrosísima  memoria:  Gayangos  y  Saavedra,  que 
eran,  para  mi  maestro,  amigos  entrañables,  consejeros  lea- 
les y  cariñosos,  ayudas  de  valimiento,  de  quienes  a  toda 
hora  me  estaba  hablando  el  Sr.  Codera  con  respeto  y  con  ca- 
riño. Estos  dos  sabios  y  esta  Academia,  constituían  los  amores 
casi  exclusivos  de  mi  querido  maestro:  con  ellos  y  con  esta 
Academia  comunicaba,  pliego  tras  pliego,  las  novedades  his- 
tóricas que  el  texto  del  manuscrito  ofrecía;  y  como  mi  maes- 
tro tuvo  la  bondad  de  asociarme  inmediatamente  a  sus  traba- 
jos, y  él  profesaba  singular  y  entrañable  devoción  a  la  Acade- 
mia que  fomentaba  sus  esludios  y  atendía  con  vivo  interés  su 
empresa,  no  ha  de  sorprender  (|ue,  junto  con  las  enseñanzas  y 
los  afectos  con  que  me  distinguía,  se  haya  infiltrado  hasta  lo 
más  hondo  de  mi  alma  la  afección  a  la  Academia  que  fué  el 
motivo  de  que  mi  vocación  se  fijara  y  se  decidiese. 

Si  a  esto  se  agrega  además  el  haber  tenido  vosotros  la  de- 
licadeza exquisita  de  elegirme  para  sustituir  aquí  al  Sr.  Sa- 
avedra, comprenderéis  claramente  la  satisfacción  que  me  ha- 
béis proporcionado:  me  obliga  a  perdurable  gratitud. 

Ese  varón  insigne  fué,  para  los  que  tuvimos  la  dicha  y  el 
honor  de  tratarle  y  de  apreciar  su  mérito,  un  hombre  de 
vastísima  cultura,  de  gran  lucidez  de  entendimiento  y  de  al- 
tísimo valor  moral:  un  sabio,  un  i)rudente,  un  bueno.  Yo  no 
me  atrevo  a  juzgar  de  sus  publicaciones  y  libros  en  materias 


—  7  — 

extrañas  a  mis  aficiones;  sí  puedo  decir  que  si,  en  esas  al- 
canzó a  sobresalir  como  en  sus  obras  acerca  de  la  historia 
árabe,  debe  considerársele  como  distinguidísimo  polígrafo. 
De  estudios  arábigos,  que  constituyeron  un  entretenimien- 
to de  sus  escasos  ocios,  escribió  libros  con  que  se  honra- 
rían otros  que  exclusivamente  se  hubieran  dedicado  a  ta- 
les materias.  Su  obra  acerca  de  la  Historia  de  la  invasión 
árabe,  es  una  maravilla  de  agudeza,  de  ingenio  y  de  sagaci- 
dad: con  pocos  y  no  bien  concertados  textos  tejió  una  narra- 
ción de  tal  valor  histórico,  que  les  será  difícil  prescindir  de 
esa  versión  a  los  futuros  historiadores.  Su  Discurso  de  entra- 
da en  la  Ueal  Academia  Española,  constituye  la  obra  más 
completa  que  se  ha  escrito  sobre  la  literatura  aljamiada,  a 
la  que  han  de  acudir  los  especialistas,  siempre  que  de  tales 
materias  traten,  pues  hizo  un  catálogo  minucioso  y  concien- 
zudo de  lodos  los  manuscritos  que  entonces  se  conocían.  Y 
su  traducción  del  Edrisí  es  trabajo  fundamental,  donde  puso 
de  relieve  sus  excepcionales  conocimientos  geográficos  de  la 
Península.  En  esta  parte  no  ha  habido  quien  pueda  ponerse 
en  parangón  con  él. 

Pero  lo  más  digno  quizá  de  ser  recordado  por  nosotros, 
es  la  participación  asidua  que  en  el  progreso  de  los  estudios 
arábigos  tomó,  ayudando  generosamente  a  los  demás. 

Son  estos  estudios,  bien  por  lo  escaso  del  número  de  per- 
sonas que  a  ellos  se  dedican,  bien  por  las  supercherías  a  que 
siempre  se  han  prestado,  bien  por  el  hieratismo  en  que  al- 
gunos los  han  envuelto,  disciplinas  que  suscitan  nerviosa 
emulación  profesional,  de  envidíelas  o  celos  entre  los  que 
las  cultivan,  sobre  todo  en  épocas  en  que  la  ignorancia  ge- 
neral fomenta  la  vanidad  literaria  o  la  pedantería  de  los  ini- 
ciados. 

Saavedra  se  conservó,  por  su  entereza  de  carácter  y  recti- 
tud moral,  completamente  libre  de  tales  pasioncillas:  mantu- 
vo estrecha,  leal  y  constante  amistad  con  Gayangos,  su  maes- 
tro; ayudó  y  aun  colaboró  en  la  publicación  de  las  obras  de 
Simonet,  del  que  le  separaban  abismos  espirituales;  y  her- 
manó íntima  y  cordialmente  con  mi  maestro.  Codera. 

Eran,  al  parecer,  ambos  amigos,  hombres  de  carácter 


—  8  — 

muy  distinto:  el  uno,  llexible  y  dúctil  en  el  trato  social,  ata- 
ble y  conuinicalivo,  de  fácil  expresión;  insinuante  y  hábil, 
como  hombre  de  mundo,  para  las  relaciones  y  el  comercio 
de  la  vida;  el  otro,  aragonés  sencillo,  de  conducta  franca  y 
rectilínea,  algo  esquivo,  retirado  y  de  pocas  palabras,  que  sa- 
len como  explosión  de  convicciones  íntimas,  cuando  la  opor- 
tunidad las  promueve.  Pero  eso  fué  la  apariencia:  coincidían 
en  idénticas,  severas  y  puras  inclinaciones  morales  y  religio- 
sas; participaban  de  los  mismos  ideales  y  criterios,  amplios 
y  holgadísimos,  en  materia  social  y  política;  y  les  unía  el  lazo 
firmísimo  de  sus  desinteresadas  y  nobilísimas  ambiciones 
científicas. 

Saavedra,  por  esas  dotes  especiales,  constituyó  el  brazo 
derecho  de  C.odera,  fué  realmente  el  que  dio  eficacia  a  mu- 
chas de  las  iniciativas  de  éste  y  contribuyó,  de  ese  modo,  al 
desenvolvimiento  de  los  estudios  arábigos,  logrando  consoli- 
dar en  España  una  tradición  científica  de  vida  y  actividad 
superiores  a  las  que  se  mantienen  en  otras  ramas  del  saber, 
y  aun  coordinar  el  trabajo  permanente  de  generaciones  su- 
cesivas, condición  necesaria  para  el  arraigo  de  estos  estu- 
dios, hasta  el  punto  que,  en  el  terreno  donde  antes  sólo  se 
destacaban  plantas  efímeras  y  de  escaso  desarrollo,  malogra- 
das por  los  celos  y  pasiones,  se  ha  formado  una  corriente  de 
estrecha,  unida  y  apretada  fraternidad  científica,  que  ha  ve- 
nido a  fecundizar  el  campo  sembrado  por  aquellos  insignes 
varones. 

Saavedra  desplegó  toda  su  generosa  solicitud,  no  sólo 
aconsejando  y  animando,  sino  también  apoyando  a  todo  jo- 
ven de  mérito  que  mostrara  vocación  por  esas  d¡scij)linas: 
procuraba,  no  sólo  abrirle  y  facilitarle  los  caminos  para 
proseguir  su  iniciación  y  perfeccionar  sus  aptitudes,  sino 
ofrecerle  y  prestarle  toda  .su  influencia  social  y  política  y 
las  muchas  y  buenas  amistades  particulares  que  mantenía 
con  los  hombres  de  mayor  prestigio  en  Kspaña.  ¿Cómo  ha 
de  extrañar  el  que  los  discípulos  de  la  escuela  de  Codera 
conserven  devota  veneración  por  la  memoria  de  aquel  ilus- 
tre sabio? 

Y  he  de  repetir  que,  como  yo  he  sido  uno  de  los  más  fa- 


—  9  — 

vorecidos  personalmente  por  Saavedra,  agradezco  con  toda 
mi  alma  la  designación  vuestra  para  que  reciba  yo  una  he- 
rencia que  me  es  tan  cara  y  tan  honrosa. 

Para  recibirla  con  algún  decoro  no  me  pareció  bien  venir 
con  las  manos  vacías:  quise  ofreceros  el  más  valioso  fruto  de 
mi  huerto,  el  trabajo  que  juzgara  más  digno  de  la  memoria 
de  tan  insigne  maestro,  el  más  interesante  que  he  podido  en- 
contrar. Sólo  me  ocurre  la  duda  de  que,  tal  vez  por  apresu- 
ramiento, aún  lo  traiga  un  poco  verde,  sin  aquella  madurez 
que  yo  hubiese  deseado.  De  todos  modos,  si  la  mejor  ofren- 
da es  aquella  que  con  mejor  voluntad  se  ofrece,  ésta  se  ha 
llevado  toda  la  mía. 

Con  el  simple  enunciado  os  percataréis  de  la  trascenden- 
cia del  punto  elegido:  Huellas,  que  aparecen  en  los  primi- 
tivos HISTORIADORES  MUSULMANES  DE  LA  PENÍNSULA,  DE  UNA 
POESÍA  ÉPICA  ROMANCEADA  QUE  DEBIÓ  FLORECER   EN  ANDALUCÍA 

EN  LOS  SIGLOS  IX  y  x;  es  decir,  un  estudio  acerca  de  la  infan- 
cia de  nuestra  historia  literaria  verdaderamente  nacional, 
cuando  comenzó  nuestra  lengua  romance  a  formar  una  lite- 
ratura popular  genuinamente  española. 


Al  tratar  de  explicar  en  un  trabajo  mío  (1)  el  origen  del 
sistema  lírico  popular  de  los  moros  andaluces,  la  moaxaha, 
supuse  la  necesidad  de  la  existencia  de  una  lírica  romance, 
en  la  España  musulmana,  de  donde  aquél  derivase.  Esa  infe- 
rencia la  creía  yo  seriamente  fundamentada  en  los  siguientes 
hechos:  el  ser,  tal  sistema,  de  invención  popular  y  no  erudita; 
el  aparecer  en  tales  poesías  asuntos  europeos,  inexplicables 
•  por  tradición  arábiga;  y  constituir  sistema  estrófico,  extraño 
completamente  a  la  métrica  árabe.  Por  consiguiente,  exigía. 


(1 )  Véanse  Discursos  leídos  ante  la  Real  Academia  Española  en 
la  recepción  pública  del  Sr.  D.  Julián  Ribera  el  día  26  de  Mayo  de 
1912  (Madrid,  Maestre),  págs.  36  y  37. 


—  10  — 

para  ser  explicado,  la  inlUieiicia  de  una  lileralura  poi)uIar 
iiulíjíena  mantenida  en  capas  sociales  inferiores. 

La  convicción  en  mí  era  completa:  pero  hube  de  confesar 
que  tal  aseveración  no  estaba  autorizada  por  testimonios 
bistóricos  directos  que  afirmaran  la  existencia  de  composi- 
ciones poéticas  en  puro  romance  (1).  Hoy  tengo  la  satisfac- 
ción de  poder  jiresentar  testimonio  histórico,  de  autoridad 
innegable,  que  afirma  que  el  poeta  que  inventó  el  género, 
Mocádem  el  de  Cabra  (muerto  antes  del  912  de  J.  C  ),  empleó 
el  romance  en  tales  composiciones,  Kl  historiador  de  la  li- 
teratura arábigo-española  Abenbassam  (2)  lo  dice  terminan- 
temente en  su  Addajira  (3).  He  aquí  el  texto  árabe: 

^¿  ^  (4)  |>U-»J|  >lo  sÁi  iSaliX:]  jÍj  ^]   |S4)  sjlág  só-*»^l  ^1  sJls 
6Lm   ¿rloJJI  ^Uls   JirUoJI  fií^ui  (-i)  [JMb9«:iJl9   íMjoWl   ÜsiaJll  jO«J| 
(^A^jigiJI    jpúo   ^iJl^9    ^\s    \^yo    S^\iC    &J   <iJ|Ü    ^l4>iui    I^J.ito  jXjuJ]  ^) 
^    ^9j^1    iU^S^   j4¿    U>*».>8a.    I3XÓ99    U>iiÍUj^  ^aiiJ::;ki^1   vj^))  ^^^   ^| 

^  Uil^  {r>)  U>bli«9  Ui>ÍMj«9  U>^U«  l:á4>  Üialu:  «^lüU  ^9Í>xJ)  i(«9¿^ 
ftjls  ^5Jc  oolc  IjWi^l  Um  j4>ii^l9  1P£  ^1  <>¿^)  %  )P«  ^1  ««^^^U  (X«M>i 
^  U>J  <^bj^|  04>1  ^  UaújiI  ¿^  "^Ijsl  .5^9  <>jU'«'^  ^^  j^M^-*  V^^9 
vi«  sjglg  s^9laJ1  vjj   ^94^1  vüU90«  U)£Um  ^Jf  sjúiu  [C))  «^14^0)^19  OjxJj 


(1)  Discursos  citados,  pág.  36,  nota. 

(2)  Vide,  sobre  este  autor,  Pons  Boigues,  Ilisloriadores  ij  geó- 
(jrafos  arábifjo  españoles,  pág.  208.  Abenbassam  es  portugués,  de 
Santarén.  Kn  477  estaba  en  Lisboa;  en  494  iué  a  Córdoba.  Murió 
en  542    1147-1148). 

(3  Tomo  1  de  la  s«Uu->  ^^  «jaísJI,  códice  de  la  Biblioteca  de 
París,  folios  124  r."  y  124  v.",  biografía  de  Abubéquer  Obada  ben 
Ma  Assamá.  El  docto  escritor  tunecino,  mi  cariñoso  amigo,  Ab- 
delguabab  Hasán  Husni,  que  posee  otro  ejemplar  manuscrito  de 
la  misma  obra,  tuvo  la  dignación  y  el  desprendimiento  de  en- 
viármelo aquí  a  Lspaña,  para  que  pudiera  también  aprovechar- 
lo. Señalo  las  semejanzas  y  diferencias  entre  ambos. 

(4)     Según  el  códice  de  Abdclguabab  Hasán  líiistii,  de    Túnez. 

ió)     En  el  códice  de  Túnez  añade  Ui)i»U»*»9  U>J^  *^9*9 

(6)  Siguiendo  la  lectura  del  códice  de  Túnez  en  que  aparece 
má.s  clara  esta  palabra. 


—  11  — 

Via  volaJio  ^J«Jj  U>Já  l4>iJ»íj^  c-^J^ls  I^**^  v-»U^9^1  «Ümü  SJIJ9I  f»io 
»xoMij^  ^«^*Jl9  '3)  ^«1  ¿ááill   ^ái-lí  (2)    ülo^iMtol)  j^    ¿UíO^JI  «-^jU^l 

sJl  Oj¿9  ^loxl  ^9  \4>Jiá  {'2)  ^Í.»0ÓÍ  Sjgi  Jt2kJ¡>9«Jl  íwic  f«ÓJ9  jij^J) 
<vko  (X9JI  1S4)  ^1  ^-»  *-Áo  vjg)  laá^Jl  ^1-i-i  '«-^^lo  ÍMj  :^*c  ^1 
U>^  jiál  vxo  O9I  ^li¿  ^íaUjJl  ^9jl4)  ^J  ^-»9J    l-¿"  ^i  (4)  <»U>-iíi9JI 

^lox^l  3J  SJÍ9JI  t«ól9«  i»«i£  ípI  ^^9  (5)  joáóiJI  viiikla  1^4)  «í^Iac 
sü|a-í»9«J1  8S4)  -^ligb  jij«JI  ^á  ^áiJgJl  t*ól9«  ^i^UjJl  iaoi^l  U^  U)«óíá 

El  texto  transcrito  es  único  entre  los  conocidos  hasta  el 
presente;  por  sus  afirmaciones  rotundas  y  decisivas  y  por 
los  datos  importantísimos,  para  la  historia  literaria,  que  nos 
proporciona  acerca  de  esta  forma  poética  romance,  requiere 
estudio  pormenorizado  respecto  de  multitud  de  cuestiones, 
que  trataré  de  realizar  algún  día;  mas  para  nuestro  intento 
actual  hasta  traducir  de  él  el  párrafo  siguiente: 

«El  primero  que  compuso  poesías  de  la  medida  o  clase 
de  las  moaxahas  en  nuestro  país  [Andalucía]  e  inventó  ese 
género,  fué  Mocádem  hen  Moafa,  el  de  Cahra,  el  Ciego,  el 


(1^  El  nombre  de  este  poeta  aparece  en  los  dos  manuscritos 
incorrectamente  y  con  variantes.  Cotejado  este  pasaje  con  los  si- 
milares correspondientes  de  las  obras  árabes  impresas  de  Aben- 
JALDÚN  y  Abknaxáquer  (que  en  este  particular  coinciden  con 
Abenbassam  y  con  citas  de  Abenhayán,  en  su  Almoctahis  ^ms.  de 
Oxford  y  la  biografía  que  trae  Addabí  (edición  Codera-Ribera  , 
he  corregido  el  nombre  del  poeta. 

(á)  Siguiendo  la  lectura  del  códice  de  Túnez  en  que  aparece 
más  clara  esta  palabra. 

(3 1     En  el  de  Túnez  dice  ,s-»^l  9I  s<^l  ^n  vez  de  .^^pjOlg  ^. 

(-t)  Falta  en  el  de  Túnez  este  párrafo,  que  sigue,  de  historia 
literaria,  coincidiendo  con  el  de  París  en  las  dos  últimas  líneas. 

(5)    En  el  ms.  jaÁosJj. 


—  12  — 

cual  las  compuso  ciiipleando  versos  cortos  (es  decir,  seme- 
jantes a  los  hemistiquios  de  la  métrica  órahe);  pero  la  mayor 
parte  de  estas  composiciones  las  hizo  en  formas  métricas 
descuidadas,  sin  arte  escrupuloso  y  usando  Ui  manera  de  ha- 
blar del  rulgo  ¡(¡naro  y  la  lengua  homance.  A  esas  frases 
vulgares  o  romances,  llamábalas  estribillo  (1).  (".on  tales 
versos  cortos  [no  subdivididos  en  hemistiquios]  componía 
la  moaxaha,  sin  llegar  a  [formas  perfectas  en]  la  combina- 
ción V  enlace  de  las  rimas  y  sin  cjue  esos  versos  fueran  real- 
mente elementos  orgánicos  del  conjunto  de  la  estrofa>  (2). 
Se  nota  en  este  párrafo  el  tono  despectivo  con  que  este  his- 
toriador de  la  literatura  española,  hombre  de  refinado  clasi- 
cismo, nos  relata,  como  cosa  despreciable  y  casi  indigna  de 
referirse,  un  suceso  que,  para  nosotros,  tiene  importancia  in- 
mensa en  la  historia  de  nuestra  cultura  nacional;  sin  querer, 
nos  proporciona  un  dato  preciosísimo:  por  una  parte,  nos 
señala  el  origen  de  un  género  literario,  el  de  las  moaxahas  y 
los  zéjeles,  genuinamente  español,  que  constituyó  luego,  por 
perfecciones  sucesivas,  un  modelo  imitado  en  casi  toda  la 
redondez  de  la  tierra:  en  gran  parte  de  Europa  cristiana  y  en 
casi  toda  la  extensión  del  imperio  musulmán  en  la  Edad 
Media  (3);  por  otra,  levanta  el  velo  que  cubría  una  incógnita 
que  se  iba  ya  trasluciendo:  la  existencia  de  una  poesía  ro- 
mance en  la  Esi)aña  musulmana  a  fines  del  siglo  ix  y  princi- 
pios del  x;  es  decir,  que  antes  de  amanecer  las  literaturas 
vulgares  romanceadas  en  Europa,  aparecía  una  literatura 
popular  romance  aquí  en  la  Península,  en  el  punto  en  que 


1  Traduzco  asi  la  palabra  técnica  ^¡c  autorizado  por  va- 
rias citas  de  Abencuzmán  en  que  de  modo  indudíible  la  explican. 
Zéjeles,  XVJ,  LI  y  LlI  de  su  Cancionero.  Además  esta  palabra  sig- 
nifica también,  en  acepción  común,  estribo. 

(2)  Sospecho  que  Abenbassam  trasladó  esta  noticia  de  una 
obra  de  Obada  ben  Ma  Assamá  acerca  de  los  poetas  españoles. 
Obada,  como  [)erff'Ccionador  del  género,  explicaría  las  modifica- 
ciones que  él  introdujo,  y  Abenbassam  debió  copiar  la  explica- 
ción en  la  biografía  que  dedicó  a  Obada. 

3;     Véase  mi  citado  Discurso,  pág.  40  y  sigs. 


i;. 


'J! 


menos  se  podía  sospechar:  en  el  centro  de  la  Andalucía 
musulmana. 

Ahora  bien;  si  dentro  de  la  l^^spaiia  musulmana  en  tiem- 
pos tan  antiguos  pudieron  coexistir  dos  literaturas  popula- 
res, una  árabe  (como  luego  demostraré)  y  otra  romancea- 
da, inlluyéndose  mutuamente  en  la  técnica  poética  y  en  los 
asuntos,  ¿hay  motivo  ninguno  para  que  se  mantengan  las 
prevenciones  tradicionales  de  los  hombres  instruidos  (1), 
contra  la  posible  influencia  en  géneros  literarios  que  tienen 
un  común  origen  y  han  vivido  juntos  como  hermanos  en 
una  misma  casa  solariega? 

La  afirmación  de  Abenbassam  no  sólo  disipa  las  dudas 
que  pudieran  caber  en  ese  respecto,  sino  que  nos  abre  las 
puertas  a  nuevas  direcciones  en  la  investigación  histórica. 
Una  de  las  primeras  a  que  excita  la  curiosidad  es  la  siguien- 
te: Esa  poesía  popular  romanceada,  ¿a  qué  género  pertene 
cía?  ¿Fué  puramente  lírica  o  fué  también  épica? 

Abenbassam  viene  a  citar  esa  poesía  romanceada  como 
etapa  primera  de  un  género  esencialmente  lírico;  no  nos  au- 
toriza, pues,  a  afirmar  que  pudiera  existir  alguna  poesía  épi- 
ca. Sin  embargo,  la  forma  torpe,  descuidada  y  popular  que 
nos  describe  en  esas  primeras  composiciones  de  Mocádem, 
nos  hace  sugerir  la  idea  de  que  nos  hallamos  en  el  período 
primitivo  de  una  literatura,  y  es  difícil  concebir  en  los  princi- 


(1)  Mu.Á  Y  FontaNals  (en  sus  Obras  completas,  tomo  V,  pá- 
gina 278)  se  pregunta,  refiriéndose  a  ios  musulmanes  de  España: 
¿Hubo  poesía  popular  narrativa  entre  los  árabes?  Todo  el  saber 
y  agudeza  de  Schack  (que  se  atrevió  a  sostener  la  existencia  del 
género  épico  en  España  musulmana)  no  alcanzan  a  descubrirla. 
Si  hubo  poesía  popular,  no  fué  narrativa;  y  la  narrativa  no  fué 
popular. 

Menénuez  y  Pelayo,  en  su  Anioloqia,  11,  70,  dice  que  «en  ma- 
teria épica  ninguna  persona  medianamente  culta  admite  in- 
fiuencia  formal».  En  el  tomo  1,  págs.  lvui  y  lx  expresa  convic- 
ción parecida  en  lo  artístico. 

Renán  y  Dozy  se  expresaron  de  modo  idéntico.  Véase  mi  Dis- 
curso citado,  pág.  3. 


—  14  — 

píos  de  una  lilcralura  una  scjiaración  de  géneros  poéticos  en 
que  se  abstraigan  o  distingan,  viviendo  apartados,  lo  lírico  y 
lo  épico  l'.n  las  nacientes  literaturas  no  suele  hal)er  tal  se- 
paración: si  el  pueblo  canta,  lo  canta  todo.  Únicamente 
cuando  se  llega  a  desarrollos  superiores,  es  cuando  lo  lírico 
se  separa  de  lo  épico. 

Pero  aunque  esto  parezca  verdad  indudable  (1),  no  satis- 
face tanto  al  entendimiento  como  el  certificarse  directa- 
mente de  que  la  realidad  fué  así. 

„Y  cómo  llegar  a  esa  demostración? 

Es  indudable  que  el  método  empleado  por  nosotros,  al 
inferir  la  existencia  de  la  lírica,  tiene  virtualidad,  por  cuan- 
to ha  venido  luego  la  confirmación  histórica  por  medio  de 
testimonio  irrecusable.  De  la  existencia  de  una  lírica  en 
lengua  árabe,  pero  popular  y  genuinamente  española,  sin 
precedentes  clásicos,  inferí  entonces  la  existencia  de  otra 
popular  romanceada.  Apliquemos,  pues,  ese  mismo  procedi- 
miento de  investigación  a  la  épica.  ¿No  será  i)rueba  evidente 
de  la  existencia  de  una  poesía  épica  romance  en  Andalucía, 
la  existencia  real  de  una  épica  árabe  coetánea  escrita  en  me- 
tros vulgares,  ajena  a  la  tradición  árabe  clásica,  sobre  todo 
si  esas  composiciones  épicas  árabes  están  informadas  por 
materias  o  asuntos  peculiarmente  españoles? 

Dozy,  muy  conocedor  de  la  poesía  árabe  clásica  afir- 
ma i2),  «que  en  ella  no  existe  epopeya,  ni  siquiera  poesía  na- 
rrativa, porque  es  lírica  y  descriptiva  exclusivamente.»  Si, 
pues,  encontramos  en  la  literatura  árabe  española  composi- 
ciones épicas  o  narrativas  de  sucesos  de  la  historia  genuina- 


(1)  Esto  da  a  entender  un  maestro  de  gran  autoridad  en  tales 
materias:  Gastón  París,  Histoire  poétújue  de  (^Imrlemaf/ne,  pág.  1. 
Dice  que  la  épica  y  la  lírica  suelen  coexistir;  y  que  comienzan 
confundiéndose;  en  algunos  pueblos  no  se  separan;  en  la  |)oesia 
heroica  nacional  suelen  ir  mezcladas. 

'2)  Histoire  des  musulmfuis  d'Jisjtafjne.  Leyde,  Brill,  1861. 
Tomo  I,  pág.  13. 


—  15  — 

mente  nacional,  habremos  de  atribuirlas  a  inlluencias  indí- 
genas, a  tendencia  literaria  de  los  españoles,  ya  que  no  pue- 
den explicarse  por  inlluencia  de  la  literatura  clásica  árabe,  la 
cual,  según  Dozy,  no  tiene  epopeya  y  es  exclusivamente  lírica. 

Cabalmente  ocurre  que  dos  composiciones  muy  popula- 
res de  la  naciente  literatura  árabe  de  España,  en  el  siglo  ix, 
son  poemas  históricos  de  carácter  esencialmente  narrativo  o 
épico:  el  de  Algazal  y  el  de  Temaní  ben  Alcama.  Ninguno 
de  ambos  ha  tenido  la  suerte  de  llegar  hasta  nosotros,  a  pe- 
sar de  haber  sido  muy  divulgados  en  su  tiempo;  pero  que- 
dan descripciones  que,  aunque  cortas,  son  lo  bastante  explí- 
citas para  juzgar  ahora,  con  algún  conocimiento,  de  la  for- 
ma poética  y  del  contenido  de  ambas.  Abenhayán  (1)  nos 
dice  textualmente: 

«El  poema  de  Algazal  tuvo  por  objeto  describir  la  con- 
quista de  España  por  los  árabes;  está  escrito  en  metro  re- 
chez  (2);  es  largo  y  de  atractivo  estético;  expone  en  forma  poé- 
tica la  narración  de  las  expediciones  guerreras  que  por  en- 
tonces se  llevaron  a  cabo,  con  pormenores  minuciosos 
acerca  de  las  batallas  que  ocurrieron  entre  musulmanes  y 
españoles;  y  se  enumera  la  serie  de  gobernadores  que  rigie- 
ron a  España.  El  autor  realizó  una  obra  perfecta,  tratando 


(1)  Apud  Almacarí,  i,  178.  Algazal,  Yahia  ben  Hacam,  poeta 
cortesano  de  Abderrahmen  I!,  ejerció  varias  veces  el  oficio  de  em- 
bajador en  cortes  europeas  y  hubo  de  tratar  con  reyes  cristianos. 
Vide  Almacarí,  I,  223,  629,  633.  Dozy,  en  sus  Recherches,  II,  269, 
refiere  sus  aventuras  en  la  corte  normanda.  Al  regresar  pasó  dos 
meses  en  Santiago  de  Galicia.  Es  casi  seguro,  pues,  que  poseería 
el  romance,  que  le  habilitaba  para  esas  funciones  diplomáticas. 
Abensaíd  afirma  también  Almacarí,  II,  123)  que  Algazal  escribió 
un  poema  histórico  que  fué  imitado  posteriormente  por  Abutálib 
Elmotanabí,  de  Alcira,  en  poema  del  que  se  aprovechó  luego 
A^benbassam  en  su  Addajira. 

(2)  El  metro  rechez  es  el  más  bajo,  chabacano,  pedestre,  sen- 
cillo y  fácil  de  la  métrica  árabe;  es  casi  prosa,  el  más  adecuado 
para  la  improvisación  y  desdeñado  por  quien  se  precie  algo  de 
poeta  instruido. 


—  1() 

los  sucesos  ocurridos  en  lodos  sus  aspectos.  Este  poema 
estuvo  muy  divulgado.» 

El  de  Temam  ben  Alcama, según  el  mismo  historiador  (1), 
es  un  poema  célebre,  compuesto  también  en  metro  irvhez, 
cuvo  objeto  era  narrar  la  conquista  de  España.  Menciona 
los  gobernadores  y  los  califas,  y  describe  sus  guerras  desde  la 
entrada  de  Táric  hasta  los  últimos  días  del  emir  Abderrah- 
men  II. 

Estos  informes  nos  dan  la  evidencia  de  que  los  tales  poe- 
mas fueron  narrativos,  bastante  extensos,  de  contenido  esen- 
cialmente histórico  o  épico;  y,  por  referencias  de  otros  histo- 
riadores, se  sabe  que  en  ellos  entraron  narraciones  popula.'es 
y  tradiciones  orales  españolas  (2).  Cosa  perfectamente  explica- 
ble y  natural:  Algazal  era,  según  todos  los  indicios, de  raza  es- 
pañola, y  Temam,  aunque  era  de  familia  árabe,  se  había  ca- 


(1;  Apud  Al-hollato's-siijará  de  Benalahar.  Vide  Notices  sur 
qiiel({ues  ms.  arahest,  por  R.  DozY  (Leyde,  Brill,  1847-1851)  ate- 
niéndose a  la  autoridad  de  Abenhayán  y  Arrazí.  Para  noticias 
de  Temam  ben  Alcama,  véanse,  además  del  lugar  citado,  Abp:na- 
DARi,  II,  págs.  26  y  75;  Benalcltía,  págs.  101  y  103,  y  Dozy,  Recher- 
ches,  II,  2(58. 

La  existencia  de  una  poesía  épica  árabe  popular  nos  la  con- 
firma Ahensai'd  en  su  Almóshib  y  Abenelvask  en  su  Alnv'xjrih 
íapud  AlmacarI,  I,  167),  los  cuales  copian  una  casida  que  (di- 
cen recitó  Táric  ben  Ziad  contando  las  conquistas  suyas  en  Es- 
paña. Dice  Abensaíd:  «estos  versos  se  lian  transcrito  por  consi- 
deración y  respeto  al  que  los  dijo;  pero  no  ¡jorque  luoiesen  mérito 
literario  aUjuno^. 

Habia  versos  árabes  vulgares  «en  los  que  los  chicos  no  se 
equivocaban».  Almacakí,  I,  49,  refiriéndose  a  tiempos  de  Alha- 
cam  II. 

(2;  Benalcutía  (edición  de  la  R.  A.  de  la  Historia,  pág.  6)  tras- 
lada en  su  crónica  un  resumen  en  [)rosa  de  parle  de  ese  poema, 
en  que  trata  de  los  hijos  de  Wiliza,  de  la  suerte  que  les  cupo 
durante  varias  generaciones,  en  especial  de  Sara  la  Goda  y  de 
la  descendencia  que  tuvo  por  casamientos  con  nobles  ára- 
bes, etc. 


—  17 

sado  con  la  hija  del  Conde  cristiano  de  Andalucía  (1),  conduc- 
to por  el  que  podía  enterarse  de  las  tradiciones  familiares 
de  algunos  linajes  godos,  cuyos  hechos  narra. 

Este  enlace  del  poeta  moro  con  mujer  española  de  nohle 
estirpe,  es  de  notar,  porque  explica  algunos  hechos  que  se- 
rían, sin  él,  inexplicahles.  Se  concibe  que  un  árabe  como 
Temam  se  sintiera  entusiasmado  e  inspirado  para  cantar  las 
gestas  de  los  hombres  de  su  raza,  v.  gr.,  las  peripecias  y  aven- 
turas de  la  venida  de  Abderrahmen  I,  en  las  cuales  inter- 
vino de  modo  principal  un  ascendiente  suyo,  que  lleva  su 
mismo  nombre,  Temam  ben  Alcama;  pero  no  es  creíble  que 
se  le  ocurriera  presentarnos  a  un  godo,  como  Arlabas,  reci- 
biendo ceremoniosamente,  como  un  rey,  a  los  jefes  árabes 
más  conspicuos,  con  Asomáil  a  la  cabeza,  tratándolos  des- 
pectivamente, siendo  ellos  de  la  misma  raza  del  poeta;  ni 
sintiera  gusto  de  narrar  la  entrevista  un  poco  violenta  de  Ar- 
labas con  Abderrahmen  I,  ni  aun  las  aventuras  de  Sara  la 
Goda  y  de  toda  la  familia  de  Witiza  (2).  El  haber  incluido 
esos  asuntos  en  su  poema,  sólo  se  puede  explicar  por  media- 
ción de  un  elemento  puramente  indígena,  es  decir,  la  mujer 
española  con  quien  el  poeta  se  casó,  la  cual  comunicaría  a 
su  marido  las  leyendas  populares  tal  como  corrían  entre  an- 
daluces que  gustasen  de  recordar  las  hazañas  de  la  gente  de 
su  pueblo. 

Resultado:  que  en  los  albores  de  la  literatura  árabe  espa- 
ñola, antes  de  que  amaneciesen  los  primeros  ensayos  en  pro- 
sa de  la  historia  nacional,  de  Abdelmélic  ben  Habib,  de  Be- 
nalcutía,  etc.,  nos  encontramos  dos  obras  poéticas  narrativas, 
cuya  materia  había  penetrado  en  ellas  por  influencia  del 


(1)  Con  la  hija  de  Rornaao,  que  ejercía  la  suma  autoridad  en- 
tre cristianos.  Véase  el  Nócat  el  Anís  de  Abenházam,  publicado 
por  Seybold  en  la  Reiñsia  del  Centro  de  Estudios  Históricos  de 
Graudda,  y  Es})aña  Sagrada,  tomo  XI,  pág.  14. 

(2)  Benalcutía  (pág.  5  alude  a  estos  hechos  en  la  parte  de  su 
crónica  donde  narra,  por  autoridad  de  Temam,  lo  contenido  en 
el  poema  de  éste. 


—  18  - 

medio  español  popular  y  no  por  la  del  clnsicismo  árabe:  de- 
mostración clara  de  que  la  primitiva  historia  de  los  musul- 
manes españoles  (1),  escrita  en  lengua  árabe,  aparece  como 
consecuencia  de  una  fermentación  épica  popular  indígena. 
Xo  debe  sorprendernos,  pues,  que  ambos  poemas  sean  cita- 
dos por  los  historiadores  posteriores  como  testimonio  de  sus 
narraciones  acerca  de  los  tiempos  primitivos  (2). 


Ahora  bien;  ¿en  qué  lengua  correrían  tales  narraciones 
de  gestas  en  aquellos  siglos? 

Hemos  de  recordar  que  la  lengua  romance  nacional  era 
de  uso  común  en  toda  la  España  musulmana:  usábase  de 
modo  corriente  en  el  sur  de  Andalucía,  en  el  oeste  de  la  Pe- 
nínsula, en  Toledo,  en  Murcia,  en  Valencia  y  en  Aragón;  has- 
ta fué  la  lengua  ordinaria  entre  el  vulgo,  y  aun  entre  la  no- 


cí) Hemos  de  insistir,  i)ara  cjue  no  haya  confusión  en  las 
ideas,  o  se  formen  ideas  falsas,  en  que  el  adjetivo  musulmán  no 
es  sinónimo  de  árabe;  es  cosa  distinta;  como  el  adjetivo  cristia- 
no no  es  sinónimo  de  judio,  auncjue  la  religión  cristiana  haya 
nacido  en  Jiidea  y  fueran  de  raza  judia  ios  ai)óstoles  (jue  la  pre- 
dicaron. Una  cosa  es  la  religión;  otra,  la  raza 

(2)  Además  de  los  dos  mencionados  poemas  se  podría  citar 
una  multitud  de  otros  de  tiempos  posteriores;  pero  la  mayoría  de 
ellos,  iníluídos  ya  por  el  pedantismo  clasicista,  como  los  de 
Ahmed  ben  Abderrábihi  no  conservan  la  sencillez  y  naturalidad 
de  forma  de  los  primitivos. 

Kn  tiempos  de  Almanzor,  sin  embargo,  hubo  de  haber  ex- 
traordinario llorecimiento  de  poesía  épica  y  guerrera.  Acompa- 
ñábanle en  sus  expediciones  una  nube  de  poetas  asalariados  con 
el  fin  de  contar  y  celebrar  sus  hazañas,  y  entre  ellos  los  había  de 
todo  género,  desde  el  más  elevado  e  instruido,  hasta  el  poeta 
chabacano  y  popular.  Los  historiadores  recuerdan  especialmen- 
te que  en  la  expedición  a  Santiago  de  Galicia,  hubo  poetas  que 
contaron  en  verso  todas  las  hazañas  guerreras  en  ella  ocurridas, 
desde  el  principio  de  la  expedicii'm  hasta  el  íin,  sucesos,  bata- 
llas, etc.,  etc.  AuriABí.  pág.  149. 


—  19  — 

bleza,  en  la  propia  capital  del  reino,  donde  estaban  los  mu- 
sulmanes más  instruidos  (1). 

Hay  que  pensar,  además,  que  li  lengua   árabe  no  pudo 


(1)  Como  la  extensión  del  uso  del  romance  en  la  España  mu- 
sulmana es  fundamento  y  an  anquo  de  estos  estudios,  conviene 
acumular  cuantas  autoridades  se  encuentren,  aun  las  menos  ex- 
presivas, de  fenómeno  social  de  tanto  interés.  Aunípie  el  docto 
Simonet  le  dedicó  un  magistral  estudio  (en  su  Glosario)  y  yo  le 
haya  tratado  varias  veces  (véanse  mi  traducción  de  Aljoxaní, 
Historia  de  los  jueces  de  Córdoba.  Madrid,  Maestre,  1914,  pág.  xx, 
y  mi  Discurso,  ya  citado,  pág.  19  y  sigs.)  conviene  insistir  presen- 
tando nuevos  testimonios. 

Acerca  de  Toledo  se  conserva  una  anécdota  en  Abenp.ascual 
(biog.  281\  A  un  austero  y  prestigioso  misionero  musulmán  tole- 
dano del  siglo  xi)  se  le  consultó  acerca  de  los  que  no  sabían  ha- 
blar el  (trabe.  El  contestó:  «Si  pronunciáis  bien  vuestras  obras,  no 
os  perjudicará  [a  vuestra  salud  espiritual]  la  lengua  que  habléis.-» 
Esto  indica,  por  lo  menos,  que  allí  el  árabe  no  era  hablado  por 
todos.  (,Qué  lengua  hablaban?  La  Primera  crónica  general  (pu- 
blicada por  R.  Mené.ndez  Pidal,  pág.  632,  2.''  col.,  Madrid,  1903) 
dice  del  sabio  toledano  Alguacaxi  que  era  tan  ladino  que  senieia 
ba  cristiano.  Indicio  al  menos  de  que  en  Toledo  se  hablaba  el 
romance. 

Respecto  de  Murcia  he  podido  encontrar  dos  testimonios  ola 
ros  que  se  completan.  Renalcutí  \  (edición  citada,  pág.  109)  cuen- 
ta que  al  presentarse  el  ejército  de  Abdala  ante  la  capital  de 
Daysam  ben  Ishac  (Tmes  del  siglo  ix,  principios  del  x)  el  pueblo 
gritó,  en  el  dialecto  de  aquella  tierra,  pidiendo  paz.  (Para  asegurar 
me  del  significado  de  la  frase  que  traduzco,  la  he  comparado 
con  otras  simihues  que  no  dejan  duda,  v.  gr.,  Almuiarí,  II,  751, 
refiriéndose  a  uno  de  Rarbastro;  Aimacarí,  II,  675,  refiriéndose  a 
un  beréber;  Almacahí,  I,  270,  refiriéndose  a  romance  gallego; 
Almacarí,  i,  170,  refiriéndose  a  romance  español  indudablemen- 
te, y  el  falso  Abencotaiba,  186,  edición  de  Renalcutía  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia.) 

¿Ese  dialecto  de  Murcia  es  árabe  o  romance? 
Abensida,  sabio  murciano  del  siglo  xi,  en  el  prólogo  de  su  gran 
diccionario  Almojásis  (publicado  en  El  Cairo,  tomo  I,  pág.  14 
dice,  disculpándose  de  los  yerros  que  podía  cometer  en  su  obra 


-  20  — 

ser  j)0|)iilar  entre  el  clemenlo  indígena  español,  sino  des- 
pués de  varios  si«»los  de  inllueiuia,  y  aun  reducida  (jui/.á  a 
ciertas  clases  y  en  contadas  comarcas  o  poblaciones.  Para  la 
gente  Inlir.a,  el  aprendizaje  de  la  len<»ua  árabe   lia   debido 


como  los  han  cometido  otros  íil(')logos:  «y  ;,cómo  no  he  de  come- 
terlos yo,  si  escribo  en  tiemj)os  tan  alejados  [de  aquellos  en  que 
la  lengua  árabe  se  hablaba  con  pureza)  y  teniendo  (¡ue  imñr  fa 
luiliarniente  con  personas  (¡ue  hablan  en  romance'?» 

En  Murcia,  pues,  se  habla  el  romance  en  el  siglo  xi  y  ese  es  el 
dialecto  al  (¡ue  se  referirla  el  texto  de  Benaixutía,  en  el  siglo  ix 
o  princi|)ios  del  x.  Asi  se  explica  que  en  tiempos  de  Alfonso  el 
Sabio,  un  filósofo  de  Ricote  enseñara  a  moros,  judíos  y  cristia- 
nos en  la  propia  lengua  de  éstos.  vVéase  mi  discurso  acerca  de 
La  enseñanza  entre  los  mnsulnuines  españoles,  pág.  19.) 

Respecto  de  Aragón,  véase  lo  dicho  en  el  Calálocjo  de  los  ma 
nuscritos  árabes  y  aljamiados  de  la  Jnnla,  págs.  xxi  y  siguientes. 
Los  musulmanes  aragoneses  debieron  hablar  romance  en  todo 
tiempo.  Asi  no  es  de  extrañar  (pie  en  el  ejército  de  Abenhud  Al- 
moctádir  hubiese  campecin  musulmán  aragonés  (|ue  supiese  la 
lengua  de  los  cristianos  aragoneses  hasta  el  punto  de  poder  pe- 
netrar en  la  tienda  del  rey  de  Aragón  sin  ser  notado.  (Dozy,  Re- 
cherches,  II,  242,  S."  edición.) 

Respecto  de  Portugal  casi  es  inútil  buscar  pruebas,  conside- 
rando que  esa  región  ha  vivido  más  apartada  de  las  inlluencias 
árabes  que  Aragón,  \'alencia  y  Murcia;  pero  es  curiosa  anécdota 
la  que  se  nos  refiere  en  el  Manuscrito  del  Museo  Jíúduni,  fol.  2  v.", 
en  que  aparece  un  sabio  portugués  de  Santarén  hablando  en  ro- 
mance dentro  de  la  Aljama  de  Córdoba.  Transcribo  entera  la 
anécdota,  no  sólo  por  ser  inédita,  sino  porque  en  la  frase  árabe, 
que  traduce  la  romance,  aparecen  indicios  de  que  ésta  debió  ser 
un  adagio  popular  rimado: 

^1  yÁii  '«iaj3U¿«J  I  >U)aiJ  I  b^ac  ^ie  jU^I  9^1  ^il^9  i^^^.  ^^\>^\  ^a^«ji.oJ| 

glilc    v^    ^><9o:U|    01181    icyji^  ^9^^  *«j-»  i^^«  ^1  ^1  "*«ii»iajl9Jl  «jÜ 

(ÁLá  'Joá«  j4¿9  ^oa«  f^tÁüi  f»ÁVi  j9^U>9  váli  j1j>  jU^I  9^1  "JUíi 

Ü>o>»IU  U>JUÍ9  U>l9ÍU  ¿^jJtJji  <JUi  '<->9^^  ^  :::»«^«  Ul   ^^ 

Nótese  que  en  árabe  resultan  dos  frases  asonantadas  y  dos 


—  21  — 

tener  siempre  lys  mismas  diticullades  (jiie  ahora;  no  nos  for- 
jemos fantasmas:  los  españoles  de  entonces  pudieron  con- 
vertirse al  islamismo,  ])or([ue  no  era  preciso  aprender  el  ára- 
be para  hacerse  musulmán  (1),  y  el  milagro  de  aprenderla 
por  simple  infusión  o  mero  deseo,  no  es  de  pensar  que 
aconteciera. 

Leyendo  cuidadosamente  las  biografías  de  sabios  musul- 
manes españoles,  nótase  una  insistente  y  repetida  pondera- 
ción del  mérito  de  aquellos  ulemas  españoles  que  pudieron 
ostentar  el  saber  la  lengua  de  los  árabes  (2).  Se  ve  que  tenían 


consonantes:  Cortador  incisivo,  que  resuelve  decisivo;  decide  lo  solu- 
ble ij  lo  que  es  insoluble. 

Respecto  de  Córdoba,  véase  Historia  de  los  jueces  de  Córdoba, 
págs.  XX  y  sigs. 

Respecto  de  Málaga,  Valencia,  Aragón,  etc.,  véase  también 
Glosario  de  Simonef,  las  autoridades  de  Abenchólchol,  Aben- 
buclarís,  Abenalbeitar,  etc.,  págs.  ix  y  sigs. 

Lo  que  Amador  de  los  Ríos  dice  en  su  Historia  de  la  Literatura 
española,  II,  74,  acerca  de  prohibición  de  hablar  en  latín,  es  una 
falsedad:  no  tiene  fundamento  aíguno. 

(1)  Habría  muchos  musulmanes  que  no  sabrían  rezar  en  ára- 
be. El  teólogo  Abenházam  dice  de  sí  mismo  que  a  los  veintisiete 
años  aún  no  había  aprendido  las  prácticas  del  rezo  en  la  mez- 
quita. 

(2)  Los  árabes  no  gustaban  de  encerrarse  en  ciudades.  Dozy, 
Recherches,  I,  295.  A  esto  quizá  obedezca  el  que  en  las  grandes 
poblaciones  se  conservara  mucho  tiempo  el  romance.  De  los 
dialectos  árabes,  apenas  se  habla.  Sábese  que  en  Silves  se  habla- 
ba un  árabe  muy  puro  por  haber  sido  habitado  por  árabes  ye- 
meníes.  Véase  Edrisí,  pág.  179;  Yacut,  IV,  812;  Cazwiní,  II,  364. 

Citas  acerca  de  la  ponderación  del  saber  árabe  podríamos 
presentar  muchísimas  Sólo  pondremos  algunas  más  calilicadas. 
Abenad.\kí,  II,  157  y  otros  historiadores  dicen  del  monarca  Ab- 
dala  que  sabía  explicarse  muy  bien  en  árabe.  Abensaíü,  en  su  Ta- 
bacal al  omam,  pág.  74,  dice  de  un  astrónomo  «que  se  había  apli- 
cado a  estudiar  la  lengua  árabe  algún  tiempo  en  Toledo»  >  mu- 
rió en  454= 1062  ■.  Alfaradí,  biog.  1717,  deja  entrever  que  el  saber 
árabe  gramaticalmente  era  de  hombres  muy  instruidos.  Elharra- 


—  22  — 

que  aprenderla  arlilíciosamcnle;  y  escuelas  bien  or^^anir-adas 
no  las  luiho  hasta  muy  larde.  Así  se  explica  el  que  en  Anda- 
lucía viviesen  muchísimos  musulmanes  que  no  supieran  ha- 
blar más  que  en  romance  (1),  aunque  supiesen  leer  el  árabe  y 
traducirle  como  ocurre  hoy  a  muchos  orientalistas  europeos. 

Hay  que  advertir,  además,  que  el  hecho  de  saber  el  ára- 
be corriente  no  habilita  para  entender  las  composiciones 
poéticas  (2).  En  ninguna  lengua  del  mundo  se  dará  tal  vez  el 
fenómeno  de  la  diferencia  tan  sensible  entre  la  lengua  vul- 
gar y  la  poética.  El  conocimiento  ordinario  de  la  lengua  ára- 
be no  basta  para  la  inteligencia  de  los  versos  compuestos 
por  los  poetas  contemporáneos,  mucho  menos  para  enten- 
der los  clásicos  anteislámicos.  Este  último  constituía  el  gra- 
do más  elevado  de  la  cultura  literaria,  extraordinaria  habili- 
dad que  sólo  rarísimos  literatos  españoles  alcanzaron. 

Tales  consideraciones  deben  tenerse  presentes  para  resol" 


ni.  hijo  del  médioo  de  cántara  de  Alhaquem  II  (que  murió  en 
442  =  1050),  dice  el  Manuscrito  del  Museo  JaUluni,  fol.  55,  «era  sabio 
en  la  lengua  de  los  árabes*, y  ('e  un  sevillano  distinguido  ((¡ue  mu- 
ri(j  en  401  =  1010)  recuerda  que  no  sabia  pronunciar  el  árabe  y  se 
encerró  algunos  meses,  en  edad  avanzada,  para  corregir  su  mala 
pronunciación.  Abenpascual  biog.  371)  refiere  de  un  pedagogo 
que  enseñaba  sin  saber  él  leer  ni  escribir  el  árabe.  Era  de  Cór- 
doba y  murió  en  Mallorca,  año  417. 

{!)  Aljoxaní  reíiere  que  en  tiempos  de  Abderrahman  111  ha- 
bla en  Córdoba  señores  de  alta  posición  social  y  j)olitica  que 
eran  exclusivamente  aljamiados,  es  decir,  (jue  s(')lo  sabían  luiblar 
en  romance.  \'ide  mi  traducción  de  la  Historia  de  los  jueces  de 
Córdoba,  págs.  227  y  233. 

2)  La  inteligencia  de  los  versos  no  era  un  saber  común.  Al- 
FARAüi,  biogs  1223  y  1446,  pondera  como  mérito  especial  de  los 
biografiados  el  entender  el  sentido  de  los  versos.  Ahknpascuai  ,  bio- 
grafía 751,  dice  del  biografiado  que  «sabia  recitar  versos  y  sk  sos 
FK:n\üUK  LOS  K.NTKNDiA».  I'^n  !a  Tecmild,  biog.  830,  se  pondera, 
como  extraordinaria  habilidad,  la  de  compiender  todo  lo  «pie  se 
dice  en  la  Colección  de  los  seis  poetas  (anteislámicos;.  Ahkni'as- 
cüal,  en  la  biog.  406,  dice  (jue  el  biografiado  «-sabía  el  sentido  de 
los  versos  anteisláraicosí'. 


—  23  — 

ver  el  problema  de  la  lengua  en  que  correrían  en-  España  las 
muchas  leyendas  populares  que  aparecen  en  los  historiado- 
res árabes  primitivos  de  la  península. 

Algunos  de  ellos  confiesan  paladinamente  que  han  teni- 
do que  aprovechar,  para  escribir  sus  libros  históricos,  no  sólo 
las  obras  y  crónicas  que  trataban  de  la  historia  antigua  de  la 
Península,  las  cuales  es  de  creer  que  estuviesen  en  latín  (1), 
sino  que  dicen  taxativamente  que  trasladan  consejas  popu- 
lares referidas  por  narradores  aljamiados,  las  cuales  eviden- 
temente habían  de  estar  en  romance  (2). 


(1^  DozY,  en  sus  Recherches,  I,  86,  cree  que  Abenhayán  utilizó 
historias  cristianas,  hoy  perdidas,  para  su  relato  de  la  historia  an- 
tigua de  León. 

AlmaCahí,  i,  85  y  86,  cita  a  sabios  latinos  (^^>c),  como  testi- 
monio para  los  tiempos  de  la  España  primitiva.  El  mismo,  tra- 
tando de  romanos,  cristianos  y  godos  en  tiempos  anteriores  a  la 
época  árabe,  cita  crónicas  latinas  anlicjuas  ««aiaüJj  -^«^aOj  (:^»jl9á. 

Abknadarí,  II,  14,  cita  la  obra  s.-uÁiJ1  i(>4>^  y  dice  que  su  autor 
habia  visto  algunos  libros  de  los  cicham  (refiriéndose  a  noticias  de 
Francia,  Navarra  y  Galicia).  El  mismo  Abkxadakí,  II,  4.  cita  li- 
bros latinos  que  referían  noticias  de  que  Rodrigo  no  era  de  casa 
real,  de  la  apertura  de  la  ca.sa  en  Toledo,  de  la  Mesa,  etc. 

[2)     Es  casi  seguro  que  muchas  leyendas  locales  debían  correr 
romanceadas.  Algunas  de  ellas  no  pasaron  a  autores  árabes,  por 
que,  como  dice  Almacauí,  I,  140,  «seria  demasiado  prolijo  enume- 
rarlas». 

Abenhayán,  en  su  Almoctabis  (apud  Alm  carí,  1,  88  ,  cita  a  los 
narradon's  aljamiados  s-o^«J)  ¿Igj  (distintos  de  los  historiadores  y 
libros)  como  autoridad  para  la  leyenda  del  rey  Hispan  con  el 
personaje  mítico  de  los  musulmanes  Aljádir,  jó^iJI;  y  en  otro 
lugar  (Ai  macabí,  I,  172j,  los  cita  para  explicarlo  de  la  Mesa.  A 
ellos  también  se  referirá  en  otros  pasajes  (Almacahí,  I,  160j  res- 
pecto a  la  leyenda  local  acerca  del  Palacio  de  Rodrigo  en  Cór- 
doba, de  formación  popular  seguramente,  y  para  explicar  de 
modo  menos  fantástico  la  leyenda  de  la  Mesa  (Almacarí,  I,  183). 
Véase  sobre  narradores  históricos  que  no  saben  árabe.  Historia  de 
los  jueces  de  Córdoba,  pág.  xii,  nota. 

La  palabra  »**ax  en  la  historia  de  España  se  ha  traducido  al- 


—  24  — 

Realmente  son  muchos  los  rastros  de  len<<iia  romance 
que  aparecen  en  los  mismos  historiadores  árabes  para  que 
puedan  ocurrir  dudas  en  este  respecto  (1). 

\ín  la  historia  de  los  primeros  tiempos,  cuando  la  falta  de 
personas  instruidas  entre  las  gentes  árabes  aquí  avecindadas, 
hacía  difícil  que  hubiese  narraciones  genuinamente  árabes, 
se  encuentran  muliitud  de  consejas,  leyendas,  relatos  histó- 
ricos de  asunto  puramente  español,  los  cuales  han  constituí- 
do  el  fondo  de  la  historia  primitiva.  Si  de  aquellos  tiempos 
sólo  se  hubiesen  conservado  las  narraciones  históricas  he- 
chas por  individuos  de  raza  árabe,  como  las  de  Ajlnir  Macli- 
/7í/'/a, apenas  sabríamos  nada  del  elemento  español, desdeñado 
por  ellos.  Sin  embargo,  la  suerte  ha  querido  que  esas  narra- 
ciones populares  se  conservaran  por  narradores  e  historia- 
dores indígenas,  las  cuales,  por  el  simple  hecho  de  ser  popu- 
lares y  de  aquel  tiempo,  llevan  consigo  el  sello  de  la  lengua 


guna  vez  por  cristianos.  No  es  exacta  la  traducción.  Comprende 
no  solo  cristianos,  sino  musulmanes  que  hablen  lengua  no  ára- 
be. Véase  Al  hállalo' s  siíjará,  j)ág.  46. 

Entre  los  narradores  aljamiados  debía  correr  esa  literatura 
popular  andalu/a  romanceada,  sobre  todo  entre  mujeres.  Aben- 
HÁZAM,  en  su  Quitab  al f ¡sal,  I,  218,  cita  despectivamente  «las  con- 
sejas que  las  mujeres  cuentan  en  las  veladas  cuando  están  hi- 
lando». Y  fl  mismo  autor  nos  dice  en  otro  lugar  que  las  mujeres 
andahizas  hablan  en  romance.  Véase  mi  Discnrso,  pág.  2.'i. 

1  ICs  frecuente  encontrar  en  las  narraciones  árabes  palabras 
romances  que  se  han  traducido.  Ai.famadí,  pág  217,  dice  de  un 
faqui  que  se  llamaba  ¿a«>*Jlj  v.-*ijáJI  ájU,  'larií  (dj'ars  en  roman- 
ce, es  decir,  (jue  se  llamaba  Deja  el  düjallo.  Ahknp.ascual  nos 
dice  que  el  apodo  Arraniadi,  con  el  que  es  conocido  lan  c('lebre 
poeta,  es  traducción  árabe  del  apodo  romance  que  tenia,  Aba 
chenisa,  es  decir,  el  de  la  Ceniza.  Hasta  j)ersonas  de  raza  árabe 
usaban  nombres  romances:  un  juez  de  Córdoba,  cuyo  apellido 
árabe  dan  las  crónicas,  era  conocido  vulgarmente  poi'  Yoanes. 
Kn  Aljoxaní  son  bastantes  las  narraciones  que  evidentemente 
corrían  en  romance.  Vide  mi  Prólogo  a  la  Historia  de  los  jueces 
de  Córdoba. 


—  25  — 

en  que  se  transmitían.  Son  muchísimas  y  se  prestan  a  estu- 
dio pormenorizado,  imposible  de  exponer  en  un  discurso. 
Hoy  sólo  debo  hacer  un  intento  de  clasificación  provisional 
del  sinnúmero  de  leyendas  o  asuntos  poetizados  que  apare- 
cen en  los  histori.idores,  para  señalar  cuáles  se  han  de  supo- 
ner narradas  o  escritas  en  lengua  árabe,  cuáles  en  latín  y 
cuáles  en  romance. 

Las  leyendas  formadas  sobre  sucesos  cercanos  al  tiempo 
de  la  conquista,  en  los  que  se  mezclan  relatos  maravillosos 
o  ponderaciones  exageradas,  como  aquellas  en  que  aparece 
Muza,  bien  contando  hazañas  estupendas,  o  bien  rodeado  o 
acompañado  de  multitud  de  reyes  con  sus  coronas,  cargado 
de  inimaginables  riquezas,  o  en  las  que  se  refieren  aventu- 
ras fabulosas  en  que  salgan  diablos  en  cajas  de  azófar,  o  se 
acuda  a  sueños,  profecías,  adivinaciones,  talismanes,  etc.,  y 
hasta  intervenciones  taumatúrgicas,  tales  leyendas  que  cons- 
tituyen un  género  popular  de  literatura  árabe,  llamado /o/«- 
hat  o  conquistas,  es  probable  que  estuviesen  en  lengua  arábi- 
ga, porque  se  han  formado  casi  todas  en  Oriente  o  por  perso- 
nas que  sentían  aún  las  influencias  orientales  (1).  Por  eso  han 
pasado  a  las  colecciones  de  cuentos  de  las  Mil  ij  una  noches  (2). 


(1)  Al  afirmar  la  influencia  oriental,  no  afirmo  que  sea  in- 
vención árabe.  De  los  árabes  dice  Dozy  que  «si  en  su  literatura 
aparece  un  cuento  fantástico,  es  una  traducción.  Los  cuentos  de 

hadas son  persas  o  indios ;  los  árabes  nada  han  inventado 

de  grande  ni  fecundo».  Histoire,  I,  14. 

Dozv  y  Menéndkz  Pklayo  vieron  con  claridad  la  distinción  en- 
tre las  leyendas  históricas  orientales  y  las  españolas.  Véase 
tomo  VII,  pág.  xxvii  de  las  Obras  de  Lope  de  Vega.  Madrid,  1897. 

(2)  Muchas  de  ellas  aparecen  en  el  falso  Abencotaiba  (que 
publicó  Gayangos,  como  suplemento  a  la  Crónica  de  Benalcutía, 
edición  de  la  Ac.  de  la  Hist.)  Véase  Almacauí,  I,  163  y  164,  y  en 
Alif  Leila  giia  Leila  (edición  del  Cairo),  II,  84,  la  relación  de  lo  de 
la  casa  de  Toledo  en  que  se  ponen  los  cerrojos,  de  la  Mesa  de 
Salomón,  etc.;  y  III,  42,  en  que  se  encuentra  la  leyenda  de  la  Ciu- 
dad del  cobre.  Cazwiní  (edición  Wüstenfeldt,  II,  375,  insértala 
descripción  de  Toledo  con  alusión  a  esas  leyendas. 


—  2()  — 

Las  narraciones  de  las  lia/añas  de  los  íuahes  que  vinie- 
ron a  la  penínsnla,  v.  gr.,  la  historia  de  la  venida  de  Abde- 
rrahnien  I,  comenzando  por  los  apuros  que  pasó  en  Oriente 
para  librarse  y  huir  de  la  persecución,  siguiendo  las  peripe- 
cias de  su  viaje  y  estancia  por  África  hasta  su  llegada  y  pro- 
clamación en  la  Península,  conserva  huellas  evidentes  de  ha- 
ber sido  poetizada  por  persona  algo  erudita,  letrada  y  enten- 
dida en  lengua  árabe  (1). 

Lo  mismo  se  puede  decir  de  la  descripción  de  las  hazañas 
de  Abderrahmen  I  en  Andalucía,  algunas  de  las  cuales  por 
lo  teatrales  y  aparatosas  denuncian  la  intervención  de  un 
vate  instruido  y,  por  consiguiente,  estaría  escrita  en  árabe. 

Lo  propio  ocurre  con  las  gestas  caballerescas  <le  Táric  y 
Muza,  en  que  se  insertan  los  discursos  que  pronuncian,  las 
cartas  que  escriben,  etc.:  son  alteración  de  las  tradiciones 
primitivas,  redactada  por  persona  que  desea  lucir  su  inven- 
tiva retórica  intercalando  en  la  narración  documentos  lite- 
rarios (2). 

Aun  las  leyendas  acerca  de  I).  Uodrigo,  en  que  este  rey 
aparece  en  las  batallas  vestido  a  la  oriental  sobre  trono  ador- 
nado de  piedras  preciosas,  etc.,  tienen  el  sello  de  la  literatura 
legendaria  de  Oriente  que  correría  en  árabe. 

Pero  hay  multitud  de  leyendas  y  narraciones  más  huma- 
nas, más  veraces  y  realistas,  genuimente  españolas,  eruditas 
o  populares,  que  no  es  posible  se  hallaran   primitivamente 


vi)  Hay  chistes  de  palabra  en  la  narración,  que  dan  a  enten- 
der que  es  persona  muy  familiarizada  en  la  lengua  árabe.  Quizá 
el  mismo  poeta  Temam,  descendiente  del  personaje  del  mismo 
nombre  que  intervino  en  ios  sucesos.  Ese  autor  se  permite  in- 
ventar incidentes  novelescos  para  dar  interés  a  sus  relaciones 
históricas  Véase  una  relación  de  Temam  en  l)oz ^ , /íec/ierc/ie.s.  Ib 
271.  contando  la  embajada  de  Algazal,en  la  (}ue  a[)arecen  porme- 
nores legeodarios  de  la  conducta  de  Abdelaziz  y  I'>gilona;  la 
puerta  baja  para  obligar  a  reverencia. 

(2;  Véase  el  falso  Ahk.scoi  aiha,  publicado  tras  de  la  crónica 
de  Bk.nalcutia,  por  la  Real  Academia  de  l;i  Historia,  pág.  120  y 
siguientes. 


—  27  — 

en  árabe.  Las  eruditas  es  de  suponer  que  estuviesen  escritas 
en  latín  por  el  clero  cristiano  o  por  autores  latinos,  tales 
como  las  reierentes  al  traje  de  Adán,  la  vara  de  Moisés,  el  ja- 
cinto de  Alejandro,  y  las  reminiscencias  de  tradiciones  acer- 
ca de  la  vieja  ciudad  de  Toledo,  del  estrecho  de  Gibraltar, 
de  los  ídolos  de  C.ádiz  y  Galicia,  como  otros  relatos  de  histo- 
ria antigua  romana  y  griega  de  la  Península  y  de  los  monu- 
mentos que  de  estas  civilizaciones  en  ella  se  conservaban. 
Todas  éstas,  aunque  pudieran  suponerse  transmitidas  en  ro- 
mance para  que  liguraran  en  historias  árabes  (ya  que  los 
historiadores  de  esa  raza  no  supieron  el  latín)  (1),  hay  que 
sospechar  que  no  andarían  romanceadas  en  boca  del  vulgo. 

Hay  ciertas  narraciones  ante  las  cuales  el  ánimo  comien- 
za ya  a  dudar  de  si  estarían  en  árabe,  en  latín  o  en  romance: 
me  reíiero  a  las  historietas  populares  acerca  de  personajes 
españoles  o  godos,  v.  gr.,  las  de  los  hijos  de  Witiza  y  sus  des- 
cendientes; las  de  la  vida  conyugal  de  Abdelaziz  con  Egilona 
y  la  muerte  de  aquél;  la  de  las  hazañas  de  Teodomiro  (2)  en 
Orihuela,  y  algunas  de  D.  Rodrigo.  Es  de  suponer  que  co- 
rrieran en  romance;  pero  como  se  mezclan  en  ellas  intereses 
de  familias  que  luego  se  arabizaron,  puede  admitirse  alguna 
sombra  de  recelo,  aunque  poco  justificado. 

Mas  aquellas  (jue  fueron  forjadas  por  musulmanes  espa- 
ñoles nacionalistas,  los  cuales  por  el  hecho  de  ser  musulma- 
nes no  conservaban  cariño  alguno  a  la  lengua  litúrgica  de  la 
religión  por  ellos  abandonada  y  escarnecida,  y  por  ser  na- 
cionalistas se  allliaban  a  sectas  antiárabes  y  gustaban  espe- 
cialmente del  idioma  nacional,  de  esas,  digo,  se  puede  atir- 


(1)  Hasta  el  historiador  Abenházam,  que  por  sus  conocimien- 
tos y  erudición  cristiana  sugiere  la  idea  de  que  sabría  latín,  es 
tudiado  atentamente  se  ve  que  no  lo  sabía,  aunque  supiera  el 
romance.  Debo  esta  indicación  al  amigo  Asín,  que  ha  estudiado 
este  autor  muy  a  fondo. 

(2)  DozY,  Recherches,  I,  50,  insinúa  (jue  le  parece  sospecho.so 
el  relato  poetizado  de  las  hazañas  de  Teodomiro;  pero  no  insiste 
y  hasta  llega  a  aceptarlo  como  histórico. 


-  28  — 

mar  que  nacerían  v  correrían  seguramente  en  román- 
ce  (1). 

A  estas  sectas  antiáiabes  solían  pertenecer  la  mayor  |)arle 
tle  los  ascetas  nacidos  y  educados  en  la  Península.  Aljoxaní 
trae  algunas,  especialmente  la  del  juez  Abenbaxir  con  el  er- 
mitaño, en  la  cual  aparecen  paralelismos  de  frase  que  inspi- 
ran la  sospecha  de  haber  sido  poetizada  en  verso  (2). 

Una  de  las  narraciones  más  típicas  en  que  mejor  se  re- 
llcja  el  espíritu  nacionalista  de  esos  hombres  devotos,  encari- 
ñados con  las  tradiciones  nacionales,  y  que  supieron  herma- 
nar esos  cariños  con  las  doctrinas  ascéticas  cristianas,  mante- 
niendo el  espíritu  antiárabe  dentro  del  más  severo  islamis- 
mo (3),  cosas  que  a  primera  vista  parecen  contradictorias,  es 
la  leyenda  de  la  Generosidad  de  Artabás.  Nos  la  refiere  Be- 
nalcutía.  que  es  el  historiador  que  por  tradiciones  familiares 
se  muestra  más  aficionado  a  referir  esas  narraciones  popula- 
res españolas.  Dice  (4): 


(1)  Lo  mismo  podemos  decir  de  muchas  leyendas  locales  de 
la  Península  que  los  historiadores  árabes  mencionan,  v.  gr.,  las 
que  cita  Almacarí,  I,  121  y  125.  En  la  página  140  alude  a  leyen- 
das locales  españolas  "que  sería  prolijo  enumerar».  Formadas 
éstas  por  el  pueblo,  que  no  sabia  árabe  ni  latín,  debían  de  estar 
narradas  en  romance.  h>n  Ksi)aña  debi(')  pasar  algo  parecido  a  lo 
que  ocurrió  en  Persia.  Hl  árabe  fué  la  lengua  oficial  de  la  diplo- 
macia, de  la  filosofía,  de  las  ciencias,  etc.;  pero  no  pudo  ser  lengua 
po[)ulai  en  los  primeros  tiempos.  Vide  A  Lilerari]  History  o f  Per- 
sia, from  Firdaiim  lo  Sa'di,  por  Edward  (i.  Hrowne.  London, 
Fisher  Unwin,  1906. 

(2  Véase  mi  traducción  Historia  de  los  jueces  de  Córdoba,  pá- 
gina 64.  .\si.\,  en  su  Ahenmasarra,  pág.  142,  tradujo  otra  versión 
que  coincide  esencialmente  con  la  de  Aljoxaní. 

(3 1  De  algunos  de  estos  ascetas  se  dice  que  escribían  mal  el 
árabe,  aunque  sabían  muchas  historietas,  como  de  Abenazarrad, 
el  cual  era  de  raza  española  y  no  árabe  (Alfaraüí,  biog.  ]163j,  o 
que  no  sabían  el  árabe,  como  Abenguadah,  y  sabían  multitud  de 
historias  Alfaradí,  biog.  1134  . 

(4)     Página  38  de  la  edición  citada. 


—  29  — 

«Conlaha  el  maestro  Abenlol)nl)a  (1),  Diosle  haya  perdo- 
nado, según  versión  recibida  de   otros  ancianos,  algunos  de 
los  cuales  vivieron  en  tiempo  de  Arlabas,   que  éste   [descen- 
diente de  Wiliza]  era  uno  de  los  hombres  más  sagaces  y  as- 
tutos  para   manejarse   bien  en   los  asuntos   mundanos.   Hn 
cierta  ocasión  fueron   a  visitarle  Abuotmán,  Abdala  ben  Já- 
lid,  Abuabda,  Yúsuf  ben  Bojt  y  Asomáil   ben  Ilátim    [es  de- 
cir, la  plana  mayor  de  los  árabes].  Saludáronle  y  se  sentaron 
en   sendos   sillones   alrededor  del  trono   en  que   Arlabas  se 
hallaba  sentado.  Apenas   comenzada  la  conversación  y  he- 
chos los  primeros  cumplimientos,   hete  ahí  que  se  presenta 
Maimún,  el  siervo  de  Dios,  abuelo  de  los  Heniházam,  es  de 
cir,  los  porteros  [del  palacio  real  de  Córdoba].  Este  Maimún 
era  cliente  siriaco  [es  decir,  no  era  de  raza  árabe]  (2).  Arla- 
bas, al  ver  que  Maimún   entraba  en  su  casa,  levantóse  para 
salirle  al  encuentro,  le  abrazó  y  le  invitó  a  que  se  sentara  en 
el  trono  que  acababa  de  dejar,  el  cual  estaba  ricamente  cha- 
peado de  oro  y  plata.  El  santo  varón  rehusó  diciendo:    «Ah, 
no;  no  me  es  lícito  ocupar  un  sillón  como  ese»,  e  inmediata- 
mente sentóse  en  el  suelo.    Entonces  Arlabas  sentóse  en  el 
suelo  al  lado  de  Maimún  y  le  dijo:   «¿,A  qué  se  debe  que  un 
hombre  [de  tanto  prestigio]  como  vos  venga  a  visitar  a  uno 
[que  es  cristiano]  como  yo?»  Maimún  le  contestó  lo  siguien- 
te: «Como  nosotros,  al  venir  a  este  país,  no  pensábamos  que 
nuestra   estancia  en  él  había  de  ser  muy  larga,   no  dispusi- 
mos las  cosas  para  permanecer  aquí;  pero  como  allá  en 
Oriente  se  han  amotinado  contra  los  clientes  nuestros,  cosa 
que  no  podíamos  imaginar,  ya  hemos  renunciado  a  volver  a 
nuestro  país.  Dios  te  ha  colmado  de  riquezas.  Quisiera  que 
me  dieses  una  de  tus  heredades  para  cultivarla  con  mis  pro- 
pias manos;  te  pagaré  lo  que  corresponda  y  tomaré  lo  que 
de  derecho  estricto  deba  ser  para  mí.» 


(1)  Sabio  español  que  no  era  de  raza  árabe.  Lo  afirma  Alfa- 
RADí,  biog.  1187. 

(2)  Los  clientes  no  son  árabes.  Véase  la  autoridad  de  Cháhid 
en  Abenmasarra,  de  Asín,  pág.  30. 


—  'M)  — 

Arlnhns  lo  replicó:  Ali,  no,  por  Dios,  yo  no  quedaría  sa- 
lisfeciio  (lamióos  una  i*ranja  en  conlralo  de  medias. >>  Ordenó 
que  llamasen  a  su  administrador  y  le  dijo:  í<Kntrega  a  csle 
señor  Maimún  la  j^ranja  del  Guadajo/,  con  todas  las  vacas 
caballerías  y  esclavos  que  en  ella  hay;  dale,  además,  el  casti- 
llo [que  está  en  la  provincia]  de  Jaén.»  Kri\  un  castillo  que 
se  conoce  ahora  por  Kl  (bastillo  de  Házam,  su  poseedor 

Maimún,  después  de  darle  las  gracias,  se  marchó,  y  Arla- 
bas volvió  inmediatamente  a  ocupar  su  trono. 

Díjole  entonces  Assomáil.  «Nada  le  ha  hecho  incapaz  de 
ejercer  el  imperio  que  ejerció  lu  padre,  si  no  es  la  irrellexión 
de  lu  conducta.  Vengo  yo  a  visitarte,  siendo  como  soy  el  jete 
de  los  árabes  de  España,  acompañado  de  mis  amigos,  que 
son  los  personajes  de  más  viso  entre  los  clientes,  y  tú  no  nos 
guardas  más  atención  que  la  de  darnos  asiento  en  estos  sillo- 
nes de  madera,  mientras  que  n  ese  miserable  que  entró  hace 
un  momento  le  tratas  con  la  generosidad  espléndida  que  has 
mostrado.» 

Arlabas  le  contestó:  «Oh,  Abuchauxán,  qué  verdad  es  lo 
que  me  han  contado  los  hombres  de  tu  religión,  que  en  ti  no 
ha  |)enctrado  la  cultura.  Si  fueras  algo  instruido  no  hubieras 
desaprobado  la  obra  piadosa  que  acabo  de  hacer,  tratándose 
de  la  persona  a  quien  la  he  hecho.  (Efectivamente,  Assomáil 
era  un  ignorante  que  no  sabía  leer  ni  escribir.)  A  vosotros,  a 
quien  Dios  trate  generosamente,  sólo  os  honran  porque  sois 
poderosos  y  ricos,  mientras  que  a  ese  únicamente  por  amor 
a  Dios  le  he  tratado  con  generosidad.  De  [Jesús]  el  Mesías,  a 
quien  Dios  bendiga  y  salve,  me  han  contado  que  dijo: 

«Aquel  de  sus  siervos,  a  quien  Dios  favorece^  debe  hacer 
partícipes  a  todas  las  criaturas.» 

Assomáil  [al  oír  esto]  (juedósc  como  si  le  hubieran  hecho 
tragar  una  piedra. 

Sus  compañeros  dijeron  enlonces;  «Arlabas,  no  hagas 
caso  de  éste:  atiende  a  nuestro  propósito,  que  es  el  mismo  de 
ese  hombre  que  ha  venido  a  buscarle  y  con  quien  tan  gene- 
roso te  has  mostrado.' 

K\  contestó:  ^Vosotros  sois  sujetos  tan  pi  incipales,  que 
para  dejaros  satisfechos  .se  os  ha  de  dar  mucho». 


—  31  — 

Y  les  dio  cien  aldeas,  diez  para  cada  uno:  entre  ellas,  To- 
rox  fué  para  Ai)Uolm!'ui;  AHontíiij  para  Abdala  ben  Jálid;  y 
la  Heredad  de  los  olivos,  en  Alniodóvnr,  para  Assomíiil  ben 
Hátim.» 

Ksta  narración  eslá  forjada  por  alf^uien  (jue  pertenecía  al 
partido  nacionalista  español.  \í\  i^odo  Arlabas  aparece  en  ella 
como  un  gran  señor  o  monarca  a  (juien  los  árabes  más  po- 
derosos se  rebajan  a  implorar  un  don,  y  él  se  digna  conceder- 
les feudos  o  propiedades  suyas  (1).  Arlabas,  español,  echa  en 
cara  al  jefe  de  los  árabes  su  falta  de  cultura  o  ignorancia, 
sostiene  doctrinas  democráticas  y  cita  doctrinas  evangélicas, 
como  normas  superiores  a  las  profesadas  por  los  jefes  árabes. 

Estos  pormenores,  al  pronto,  podrían  sugerir  la  idea  de 
que  fuese  cristiano  el  narrador,  ya  que  se  cita  un  texto  de 
Jesús  (2)  puesto  en  boca  de  Arlabas;  pero  nótese  que  Arta 
bás  se  cree,  por  el  hecho  de  ser  él  cristiano,  un  sujeto  despre- 
ciable ante  un  asceta  musulmán,  y  toma  actitudes  humil- 
des, hasta  sentándose  en  el  suelo  a  su  lado. 

La  historieta,  pues,  no  podría  ser  simpática  a  los  árabes 
dominadores  ni  a  los  cristianos  sometidos;  sólo  podría  co- 
rrer entre  musulmanes  nacionalistas,  los  cuales,  por  serlo, 
presentan  a  Arlabas,  español,  como  superior  en  cultura,  en 
educación  y  en  generosidad  a  los  jefes  árabes;  y,  al 'cristiano, 
como  ser  despreciable  que  debe  humillarse  ante  un  asceta 
musulmán. 

A  esta  clase  de  narraciones  de  ascetas  pertenecen  muchas 
leyendas  populares:  unas  con  argumento  evidentemente  po- 
lítico o  nacionalista,  v.  gr.,  la  leyenda  del  rey  Hispan,  en  que 
se  trata  de  explicar  los  orígenes  de  la  nacionalidad  españo- 
la, haciendo  intervenir  en  ella  a  un  personaje  mítico  musul- 


(1)  Por  eso  los  historiadores  árabes  dicen  que  de  Artabás  se 
contaban  historias  propias  de  un  rey  tM^slo  jU^I  Véase  Almaca- 
Rí,  I,  169. 

(2)  Citar  doctrina  evangélica  y  aun  seguirla,  es  propio  de  as- 
cetas musulmanes.  Véase  Abenmasarra  y  su  escuela,  Asín,  pág.  14. 


-   32    - 

man.  Aljádir,  jóáJI  l^n  la  versión  árabe  que  ha  llegado  a  nos- 
otros, este  personaje  habla  rimando  las  frases,  indicio  de  la 
forma  poética  primitiva  romance  de  la  conseja  (1).  Otras  son 
meramente  religiosas  o  morales  que  abundan  en  los  libros 
ascéticos,  y  ofrecen  materia  de  largo  estudio,  que  está  por 
hacer  (2). 

\i\  mero  hecho  de  que  una  leyenda  sea  popularen  Anda 
lucía  en  el  siglo  ix,  ya  es  bastante  motivo  para  sospechar  que 
corriera  romanceada,  sobre  todo   si  el   medio  era  cristiano. 

Como  ejemplo  de  historieta  popular  ¡poetizada  con  vehe- 
mentes indicios  de  haber  sido  compuesta  en  verso  romancea- 
do y  formando  ])¡eza  inde])endiente  que  se  ha  incrustado  en 
la  obra  de   Benalcutía,   es  la  que   podemos  titular   El  pri- 

MEK    CONDE    HE    AnDALICÍA. 

Dice  Benalcutía  (3): 

«Entre  los  sucesos  que  se  cuentan  de  Artabás  está  el  si- 
guiente. 

Abderrahmen  I  se  incautó  de  las  aldeas  que  pertenecían 
al  señorío  de  Artabás.  Movióle  a  esta  determinación  el  ha- 
ber curio.seado  la  tienda  de  campaña  de  éste,  cierto  día  en 
que  ambos  iban  de  expedición  guerrera,  y  haber  visto  mul- 
titud de  regalos  que  le  ofrecían  los  vasallos  en  todas  las  pa- 
radas que  hacían  (o  campamentos)  dentro  de  sus  posesiones. 
Esto  causó  envidia  a  Abderrahmen.  P»esultado:  que  le  fue- 
ron arrebatadas  las  posesiones  a  Artabás. 

Tuvo  entonces  éste  que  refugiarse  en  casa  de  los  hijos 
de  su  hermano,  hasta  que  al  fin  llegó  a  la   miseria.  Dirigió- 


(1)  Es  una  de  las  que  evidentemente  corrieron  romanceadas 
entre  los  musulmanes  de  España,  pues  Ahe.nhayán,  en  su  Almoc- 
íafti's  (apud  Al.macarí,  I,  88,',  declara  (|ue  se  la  comunicaron  na- 
rradores aljamiados  •^♦^jiJI  bIjj. 

(2)  Asín  prepara  un  estudio  en  que  aparecen  muchas  leyen- 
das religiosas  musulmanas  que  se  introdujeron  disfra/.adamen- 
te  en  la  Europa  de  la  I-^dad  Media. 

(3)  Pág.  36  y  sigs. 


—  33  - 

se  a  Córdoba  y  se  presentó  al  canciller  Abenbojt  para  de- 
cirle (1): 

«Pide  permiso  al  Emir  (c.  v.  g.  D.)  para  que  yo  pueda  verle; 
Pues  veugo  a  despedirme  de  ól.> 

Concedióle  el  permiso;  hizo  que  lo  introdujeran  a  su  pre- 
sencia; notó  que  iba  andrajosamente  vestido,  y  los  dos  tra- 
baron este  diálogo: 


'»" 


«¡Oh,  Artabás!  ¿Qué  te  trae  por  aquí? 

— Tú  me  has  traído  aquí: 

Te  has  interpuesto  entre  mí  y  las  aldeas  raías 

Faltando  a  los  tratados  que  tus  abuelos  hicieron  conmigo, 

Sin  culpa  que  autorice  a  proceder  contra  mí. 

— ¿Qué  es  eso  que  quieres  despedirte  de  mí? 

Supongo  que  querrás  marcharte  a  Roma. 

—  ¡Ca!  no,  al  contrario, 

He  sabido  que  tú  quieres  marcharte  a  3iria, 

— ¿Quién  dejará  que  yo  vuelva  a  ella, 

Si  me  sacaron  violentamente  de  ella? 

— Esta  posición  que  tú  ocupas, 

Quieres  que  la  reciban  cómodamente  tus  hijos  tras  de  ti, 

O  quieres  desarreglarla, 

Cuando  estaba  bien  dispuesta  y  ordenada. 

— No,  por  Dios,  yo  no  quiero 

Sino  arreglar  las  cosas  en  favor  mío  y  de  mis  hijos. 

— Atiende,  pues,  al  asunto  de  que  vengo  a  tratar.» 

Inmediatamente  denunció  iVrtabás  al  Kmir,  con  franque- 
za y  sin  ambajes  ni  rodeos,  todas  aquellas  cosas  por  las  que 
el  pueblo  estaba  disgustado.  Abderrahmen  I  quedó  tan  sa- 
tisfecho y  agradecido,  que  ordenó  le  fueran  devueltas  veinte 
de  las  aldeas  confiscadas,  le  obsequió  con  espléndidos  vesti- 


(1)  Al  traducir  la  historieta  he  creído  deber  distinguir  en  el 
texto  dos  parles:  una  narrativa,  en  que  el  historiador  árabe  pare 
ce  que  extracta  sin  atenerse  literalmente  a  la  narración  poética 
romance  primitiva;  otra,  la  dialogada,  en  que  presumo  que  va 
calcando  las  frases  sin  extractar.  Esta  distinción  quizá  nos  pue 
da  servir  para  el  estadio  de  la  forma  poética,  el  cual  tratare- 
mos de  hacer  en  otro  trabajo  posterior. 

3 


—  31    - 
dos  V  relíalos,  v  le  concedió  la  dij^nidad  de  Conde.  Este  fué 

EL  PRIMKK  CONDE  DE   ANDALUCÍA.» 

Ksta  narración  tiene  todas  las  trazas  de  estar  formada 
sobre  historieta  popular  en  verso.  Es  popular  la  explicación 
de  la  causa  que  Abderrahmen  tuvo  para  quitarle  los  seiio- 
ríos  a  Artabás:  la  envidieta  por  los  rej^alos;  es  popular  lo  de 
presentarse  en  palacio  andrajosamente  vestido;  es  i)opular 
la  forma  dialogada  y  el  tratarse  ambos  como  dos  majesta- 
des. Hasta  se  transparenta  en  la  prosa  árabe  la  forma  poética 
primitiva  llena  de  paralelismos  de  ideas  y  frases  propias  de 
la  poesía  (1). 

El  relato  es  imposible  que  lo  concibiera  y  escribiese  un 
árabe:  ha  de  ser  un  español,  cristiano  andaluz,  partidario  de 
la  jerarquía  goda,  que  lo  compusiera  con  el  intento  de  ex- 
plicar un  hecha  político  de  trascendencia  para  el  pueblo  cris- 
tiano andaluz:  la  fundación  del  condado  de  Andalucía.  Ese 
es  evidentemente  el  propósito  de  la  historieta  (2). 

Pero  el  relato  que,  entre  los  que  he  comenzado  a  estu- 
diar, es  el  más  interesante  y  más  típico  de  aquella  épica  po- 
pular y  más  significativo,  por  intervenir,  como  figuras  prin- 
cipales, hombres  que  ni  son  árabes  ni  cristianos,  sino  mu- 
sulmanes españoles,  es  el  siguiente  (3): 


i\)    Recuérdense,  v.  gr.,  los  paralelismos  de  frase  en  la  conver- 
sación de  Antigono  e  Ismena  en  el  drama  de  Es(|uilo  I.os  sielc  de 
¡ante  de  Tel)as,  después  de  la  muerte  de  Eleocles  y  Polinice. 

(2  í'Lsta  dignidad  de  Conde  de  Andalucía  subsistit)  mucho 
tiempo.  En  el  reinado  de  Alhaquem  II  aún  subsistía.  Vide  en  Al- 
joxANi  la  cita  de  dos  condes,  Rebia  y  Chidmir.  Dozy,  //i.s/.,  II,  267 
y  sígs.  a  Servando,  siguiendo  a  Aiík.nhayán  en  su  Álnwctalm,  ío- 
lio  70.  SiMONET,  Mozáratyes,  111.a  Romano,  etc. 

(3)  Los  hay  más  extensos  y  de  asunto  y  procedencia  varia- 
dos. V.  gr.,  el  que  puede  titularse  El  convite  Hambriento,  historíela 
toledana  (Bt.NAL<UTís  pág.  4ó  y  sígs.,  y  Dozv,  líisloire,  II,  O.'i  y 
siguientes  ,  que  es  de  sentido  nacionalista  tTímbíén;  los  hay  vul- 
garísimos y  pedestres,  como  la  narración  de  una  expedición  gue- 


—  35  — 

«Muza  ben  Muza  [rey  de  Zaragoza]  recluló  ejército  y  se 
fué  en  busca  de  Izrac  ben  Moni  (o  Monlell),  señor  de  Guada- 
lajara  y  de  su  región  ÍVonleriza.  Kste  Izrac  vivía  sometido  a 
los  califas  de  Córdoba  por  tradición  heredada  de  sus  antepa- 
sados. Hra  uno  de  los  hombres  más  hermosos  [de  Anda- 
lucía]. 

Cuando  Muza  ben  Muza  plantó  los  reales  frente  a  Guada- 
lajara  e  Izrac  se  puso  en  movimiento  para  combatirle,  envió 
aquél  un  mensajero  que  le  dijera  a  éste: 

«¡Oh  Izrac!  No  he  venido  a  combatirte; 

Sólo  he  venido  a  casarte; 

Tengo  una  hija  muy  hermosa; 

No  hay  en  Andalucía  otra  más  hermosa; 

Tengo  intención  de  no  casarla, 

Sino  con  el  joven  más  hermo.so  de  Andalucía: 

E.se  eres  tú.» 

Izrac  aceptó  el  ofrecimiento  y  autorizó  las  capitulaciones 
matrimoniales;  en  vista  de  lo  cual  Muza  ben  Muza  dio  la 
vuelta  a  su  provincia  y  envió  la  mujer  a  Izrac. 

[El  monarca  de  Córdoba],  Mohámed,  al  saber  lo  ocurri- 
do, púsose  en  violenta  agitación  (temía  seguramente  perder 
las  provincias  fronterizas  próximas  [de  Guadalajara],  como 
se  habían  perdido  ya  para  él  las  fronterizas  lejanas  [de  Zara- 
goza], y  determinó  mandar  una  persona  fiel  a  On  de  poner  a 
prueba  la  sumisión  y  las  intenciones  de  Izraz.  Izrac,  aunque 
se  mostró  conciliador  con  el  enviado  del  monarca,  se  limitó 
a  decir: 

<Ya  se  verá  bien  claro,  si  me  mantengo  en  la  obediencia  del  monar- 
ca o  no.» 

Luego  que  hubo  satisfecho  los  naturales  deseos  de  recién 
casado,  salió  [de  Guadalajara]  con  pequeña  escolta  y,  apar- 


rrera  a  Murcia,  que  tiene  indicios  de  ser  un  soldado  español  el 
que  narra,  con  estribillos  vulgares  propios  de  la  poesía  popular 
Este  lo  ha  conservado  Abenhay.\n  en  su  Almoclahis,  códice  de 
Oxford,  fol.  87  r."  Mi  propósito  actual  es  dar  sólo  unas  muestras 
de  esa  épica  popular  andaluza. 


táiulosc  de  las  carrelcras  o  caminos  frecuentados,  sin  que 
ojo  humano  que  le  conociera  le  pudiese  ver,  se  plantó  ante 
la  puerta  de  los  Jardines  [del  palacio  real  de  C.órdoba].  En 
el  alcázar  produjo  su  Helada  un  tumulto:  los  pajes  de  pala- 
cio corrieron  a  porlía  a  comunicar  la  buena  nueva  al  mo- 
narca. Kste  ordenó  que  se  le  introdujera  en  |)alacio  y  [una  vez 
en  su  presencia]  le  recriminó  por  el  hecho  de  haber  contraí 
do  parentesco  de  afinidad  con  un  enemigo  del  monarca.  Izrac 
le  retirió  el  suceso  tal  como  había  ocurrido  y  añadió: 

«¿Qué  daño  puede  causarte  el  que  tu  amigo 

Goze  (1)  de  la  hija  de  tu  enemigo? 

Si  rae  es  posible  conseguir  atraerle  por  este  niediu,  lo  haré. 

De  lo  contrario,  cuéntame  entre  los  que  le  combatan  para  someterle.> 

El  monarca  de  Córdoba  hizo  comensal  suyo  a  Izrac  du- 
rante unos  días;  agasajóle  con  regalos;  le  dio  espléndidos  ves- 
tidos y,  por  fin,  le  dejó  marchar. 

Cuando  Muza  ben  Muza  supo  lo  que  había  pasado,  re- 
unió ejército,  fué  a  Ciuadalajara  y  puso  sitio  a  la  ciudad.  Izrac 
hallábase  durmiendo  en  la  Alcazaba  que  domina  el  río;  te- 
nía la  cabeza  reclinada  en  el  regazo  de  su  mujer.  Los  del 
pueblo  de  Guadalajara  se  habían  diseminado  por  los  cárme- 
nes y  jardines,  cuando  arremetió  contra  ellos  Muza  ben  Muza 
y  los  que  le  acompañaban,  lanzándolos  al  río.  La  mujer  de 
Izrac  alegróse  al  ver  lo  que  su  padre  estaba  haciendo,  des- 
pertó a  su  marido  y  le  dijo: 

«¡Mira  lo  que  hace  aquel  león!» 

Contestóle  el  marido: 

«¡Cómol  ¿cree^  a  tu  padre  superior  a  mí? 
Una  de  dos:  o  tu  padre  es  más  valiente  que  yo 
O  se  ha  acabado  ya  su  buena  reputación.» 

Coge  Izrac  su  cota  de  mallas,  se  la  viste  inmediatamente 
y  sale  al  encuentro  de  Muza;  y,  como   Izrac   era  uno  de   los 


1)     El  autor  usa  de  frase  un  poco  más  plebeya  que  no  me  he 
atrevido  a  traducir  crudamente. 


-    37  — 

más  diestros  arrojadores  de  lanza,  tiróle  una  lanzada  tan  cer- 
tera, que  Muza  se  dio  cuenta  instantáneamente  de  que  es- 
taba herido;  encomendó  el  mando  a  otro  para  volverse  a  su 
país  y  murió  antes  de  llegar  a  Tudela.» 

Este  trozo  de  Benalcutía  es  evidentemente  una  versión 
prosificada  de  una  leyenda  poética  popular  basada  en  un 
hecho  histórico.  Es  el  proceso  ordinario:  un  hecho  real  da 
lugar  a  una  leyenda  histórica  poetizada,  y  esta  leyenda  es 
aprovechada  luego  por  los  historiadores,  los  cuales,  al  redac- 
tar la  prosa  histórica,  alteran  la  forma  poética  primitiva  (1). 
No  nos  queda  ahora  más  remedio  que  contentarnos  con  la 
imagen  alterada  de  aquellas  composiciones  épicas. 

Las  huellas  de  la  poetización  popular,  en  este  caso,  son, 
para  mí,  evidentes. 

El  hecho  de  presentarse  un  ejército  delante  de  una  ciu- 
dad, sin  que  el  señor  de  la  misma  esté  apercibido  y  aun  le 
sorprenda  durmiendo  tranquila  y  muellemente  en  el  regazo 
de  su  mujer,  es  una  inverosimilitud  de  concepción  pura- 
mente popular;  la  forma  del  mensaje  en  que  se  invita  al  ca- 
samiento, no  es  sólo  de  concepción  popular,  sino  que  es  un 
trozo  dialogado  que  ha  debido  pasar  íntegro  tal  como  se  ha- 
llaría en  la  primitiva  redacción,  aunque  traducido;  la  contes- 
tación ambigua  de  Izrac  al  mensajero  del  monarca,  es  recur- 
so para  complicar  el  cuento  y  mantener  el  interés  del  relato; 
el  viaje  de  Izrac  por  caminos  extraviados,  la  violenta  agita- 
ción del  monarca,  el  tumulto  de  palacio,  la  corrida  de  los 
pajes,  son  también  de  gusto  popular;la  conversación  de  Izrac 
con  el  monarca,  no  sólo  es  popular,  sino  propia  únicamente 


(1)  Lo  mismo  ha  debido  de  suceder  con  la  anterior  «El  pri- 
mer conde  de  Andalucía!-.  Amijas  han  sido  trasladadas  casi  lite- 
ralmente de  las  crónicas  árabes  a  la  Historia  de  los  musulmanes 
de  España,  de  Dozy  I,  214  y  215).  Aprovechando  esas  narracio- 
nes poetizadas,  es  como  Dozy  ha  hecho  un  relato  tan  agradable 
y  pintoresco.  En  sus  Recherches,  1,  214,  traduce  esta  historieta, 
omitiendo  algunos  rasgos  que  son  de  poetización  popular. 


—  38  — 

de  gente  de  muy  baja  estola;  y,  por  íin,  la  escena  de  la  Alca- 
zaba, en  que  la  hija  de  Mu/a,  teniendo  al  marido  durmien- 
do en  su  regazo,  se  alegra  y  entusiasma  de  la  hazaña  guerre- 
ra de  su  padre  contra  los  subditos  de  su  esposo,  es  de  un 
efecto  estético  muy  subido,  pero  completamente  irreal.  Si  se 
observa,  por  otra  parte,  que  Benalcutía  refiere  el  suceso  sin 
citar  ninguna  autoridad  de  persona  determinada,  y  aparece  el. 
relato  en  su  crónica  sin  antecedentes  ni  consiguientes,  como 
pieza  suelta,  sin  enlace  histórico,  hay  que  suj)oner  que  la  na- 
rración llegó  a  él  por  vía  popular  y  no  formando  |)arte  de 
una  relación  histórica  anterior. 

Hien  examinada  la  historieta,  forma  un  cuadrito  de  poesía 
caballeresca:  una  joya  de  la  primitiva  épica  andaluza,  que 
no  desdice  de  la  épica  posterior  castellana;  una  perla  vene- 
rable por  su  antigüedad,  que  merece  figurar  engarzada  en 
punto  céntrico  del  precioso  collar  de  los  romances  españo 
les.  Hay  algunos  otros  relatos  caballerescos  de  aquella  edad; 
pero  no  he  visto  ninguno  que,  como  éste,  pueda  personifi- 
car mejor  aquel  fermento  épico  primitivo. 

¡Lástima  que  la  éi)ica  realmente  española  de  aquellos 
tiempos  se  haya  perdido  casi  totalmente,  y  que  de  las  únicas 
muestras  que  se  han  conservado  no  se  pueda  reconstruir  la 
forma  genuina!  Sabemos  que  el  gallego  Abenmeruán,  señor 
de  Badajoz  y  comarcas  vecinas  portuguesas,  el  caballero  an- 
dante de  aquellos  tiempos,  unas  veces  sin  hogar  ni  fortaleza, 
otras  rey  de  comarcas  occidentales,  tuvo  historiadores  de  sus 
hazañas,  cuyas  historias  se  perdieron  (Ij;  las  gestas  del  ca- 
ballero Ornar  ben  Hafsún,  que  tras  muchas  aventuras  acabó 
por  ser  el  gran  rey  del  Mediodía,  apenas  han  llegado  a  nos- 
otros por  rastros  en  los  que  se  Iransparenta  la  boga  que  la 
épica  de  sus  hazañas  hubo  de  alcanzar,  puesto  que  llegó  al 
extremo  de  forjar  leyendas  de  su  juventud,  con  las  predic- 


(1)     Be.nalcutía   pág.  89j  no  quiere  contar  las  hazañas  de  e.se 
gallego  y  las  de  otro  caballero  llamado  Soromhequi,  por  ser  de 
masiado  larreas  de  contar.  Lo  poco  que  cuenta  tiene  tinte  caballe- 
resco muv  acentuado. 


—  39  — 

ciones  y  adivinaciones  que  el  alma  poj3iilar  supone  en  lodo 
tipo  de  gran  celebridad  social  (1);  de  oíros  reyes  de  raza  his- 
pana, como  Abenrodolfo  de  Algarbe,  apenas  se  sabe  olra 
cosa  que  su  nombre  y  la  riqueza,  orden  y  policía  de  su 
reino,  etc.,  etc. 

¿Y  qué  de  extrañar  es  que  aquella  épica  romance  se  per- 
diera, si  se  ha  perdido  también  la  escrita  en  árabe?  De  los 
poemas  de  Algazal  y  de  Temam  no  queda  más  que  una  men- 
ción breve;  de  los  millares  de  poemas  compuestos  para  na- 
rrar las  hazañas  de  Almanzor  y  otros  guerreros,  a  quienes 
cantaron,  no  sólo  poetas  populares,  sino  eruditos  y  clásicos, 
apenas  quedan  algunos  trozos;  de  multitud  de  poetas  que 
compusieron  zéjeles,  ni  siquiera  el  nombre;  del  propio  in- 
ventor del  género  y  de  otros  muchos  que  le  imitaron,  ni  una 
sola  compo.sición  (2).  Todo  lo  que  olía  a  nacionalismo  hispa- 
no, a  cariño  de  civilizaciones  no  musulmanas,  casi  todo  fué 
desapareciendo  derrumbado  por  modas  posteriores;  ni  aun 
de  los  ascetas  musulmanes  de  aquella  edad,  como  Abenma- 
sarra,  queda  siquiera  una  hoja  de  sus  libros.  De  los  mejores 
escritores,  quizá  se  haya  perdido  lo  más  personal,  lo  de  ori- 
ginalidad más  acentuada,  que  mayor  interés  pudiera  tener 
para  nosotros. 

En  materia  histórica  se  conservaron  las  narraciones  de 
los  hechos  de  las  familias  legitimistas:  los  de  la  aristocracia 
sevillana  unida  a. los  godos  (referidos  por  Benalculía,  des- 
cendiente de  ella,  y  por  Temam,  casado  con  cristiana).  Las 
que  tratan  de  Rodrigo  y  Julián,  todas  despectivas,  narradas 
por  visigodos;  y  de  las  dinastías  genuinamente  españolas 
los  Benicasi  de  Zaragoza,  los  Beniatagüil  de  Huesca,  y  otros 


(1)  DozY,  en  su  Historia,  II,  192,  cuenta  como  histórico  lo  que, 
evidentemente,  es  leyenda  de  la  juventud  de  Abenhafsún. 

(2^  Lo  más  popular  ha  sido  precisamente  lo  más  desdeñado. 
Aben'hayán,  AddabI  y  otros  citan  a  Mocádem,  el  inventor  de  un 
sistema  lírico,  y  nada  dicen  de  su  invención.  Abenbassam,  si  da 
noticia  del  invento,  es  despectivamente,  como  si  aquél  hubiera 
cometido  un  pecado. 


—  40  — 

inmimcrahlcs  que  luvicron  sus  podas  e  hisloriadores,  n^  ""^ 
sola  obra  de  éstos  (1). 

Pero  esa  falta  de  noticias  no  debe  privarnos  de  creer  que 
esa  épica  pudo  vivir  mientras  hubiera  un  medio  social  en  el 
pueblo  andaluz  que  conservara  cariño  a  la  lengua  nacional 
y  a  los  asuntos  de  esa  éjíica.  Hasta  Abderrahmen  III  vense 
en  Córdoba  familias  musulmanas,  de  alto  copete,  de  raza  es- 
pañola, nobles  apazguados,  señores  de  castillos  o  ciudades 
que  capitulaban,  (¡ue  eran  latinados.  Eso  indica  que  aun  ha- 
bía muy  densas  capas  sociales  en  que  se  mantenía  la  lengua 
nacional. 

Podría  irse  perdiendo  la  viveza  y  robustez  de  la  tradi- 
ción poética,  porque  las  modas  literarias  árabes  hicieron  sen- 
tir influencia  creciente,  que  vino  a  ser  poderosa  en  capas  su- 
periores desde  Abderrahmen  III  y  Alhaquem  II,  monarcas 
que  se  esforzaron  por  todo  medio  en  infiltrar  el  clasicismo 
árabe:  pero  hay  que  reconocer  que  éste  no  pudo  ahogar  la 
vitalidad  de  un  género  popular  genuinamenle  español  (aun- 
que en  lengua  árabe)  como  la  moaxaha,  nacido  de  aquella 
literatura  romance. 

Yo  me  atrevería  aun  a  afirmar  que  si  esa  corriente  popu- 
lar romance  pudo  perder  consideración  en  esferas  del  pue- 
blo musulmán  andaluz,  hubo  de  adquirirla  en  otro  medio 
social,  cuya  importancia  aún  no  se  ha  estudiado,  a  saber,  la 
colonia  europea  establecida  en  la  España  musulmana.  Es 
un  hecho  interesante:  a  medida  que  la  población  indígena 
española  se  iba  arabizando,  acudían  en  mayor  número  irrup- 
ciones de  gente  europea  a  establecerse  en  Andalucía:  me  re- 
fiero a  la  multitud  de  gallegos,  vascos,  aragoneses,  catalanes, 
provenzales,  franceses,  italianos  y  gentes  del  norte  de  Euro- 
pa que  entraban  en  Andalucía,  los  cuales  convivieron  con  el 
elemento  indígena  español,  con  quien  podían  hermanar  en 
los  gustos  y  en  la  lengua  familiar. 


(í)  Abenházam,  apud  Alma';amí,  II,  118,  enumera  historias  es- 
peciales de  Abenhafsún,  de  Abenmeruán,  de  los  lienicasi,  de  los 
Beniatagüil,  etc  ,  que  se  han  perdido. 


—  41  — 

Desde  muy  antiguo,  desde  las  victorias  árabes  en  F'rancia, 
vinieron  a  Kspaña  como  prisioneros  de  guerra  o  esclavos  (1). 
Kspaña  musulmana  fué  mercado  espléndidamente  provis- 
to de  esclavos  europeos,  los  cuales,  no  por  ser  esclavos,  ve- 
nían a  desempeñar  papeles  íntimos  y  sin  importancia:  mu- 
chos de  ellos,  dedicados  al  servicio  militar  o  personal  de  los 
monarcas,  y  de  la  nobleza  de  sangre  o  del  dinero,  llegaron  a 
desempeñar  los  primeros  puestos  del  Estado;  y,  aunque  se 
convertían  al  islamismo,  condición  que  se  les  exigía  para 
obtener  la  libertad  o  los  cargos  públicos,  no  por  eso  dejaban 
de  ser  europeos  (2). 

Para  hacer  evidente  la  importancia  de  este  elemento  so- 
cial en  la  cultura  hispana,  bastará  una  escueta  y  breve  enu- 
meración de  algunos  hechos,  que  los  historiadores  nos  han 
conservado. 

Abderrahmen  I  tuvo,  por  canciller,  a  uno  de  esos  esclavos 
durante  su  reinado  (3),  y  eunucos  eran  los  altos  empleados 
palaciegos  (4). 

Abderrahmen  II  los  puso  al  frente  de  sus  tropas  (5),  y  a 


(1)  En  el  botín  de  guerra  figuraban  los  prisioneros,  los  cuales 
quedaban  como  esclavos.  Alhaquem  I  trajo  de  Francia  esclavos 
franceses.  Almacarí,  I,  218. 

Mohámed  combate  con  Ludovico  y  trae  prisioneros.  Alma- 
carí, I,  226. 

Los  franceses,  combatiendo  con  las  gentes  del  centro  de  Euro- 
pa, hacen  prisioneros  y  los  traen  a  Andalucía  para  venderlos 
como  esclavos.  Almacarí,  I,  92. 

Los  judíos  mantenían  la  industria  de  fabricar  eunucos,  espe- 
cialmente en  el  mediodía  de  Francia.  Dozy,  HisL,  III,  60. 

El  conde  de  Cataluña  envía  a  Alhaquem  II  veinte  mancebos 
eunucos.  Almacarí  I,  249. 

(2j     Del  elemento  gallego  y  catalán  en  la  España  musulmana 
5'a  expuse  algunas  noticias  en  mi  Discurso  antes  citado. 
(,3)     Mansor  el  FZunuco.  Almacarí,  II,  31. 

(4)  Almacarí,  I,  236. 

(5)  Maisara  dirige  las  tropas  en  el  sitio  de  Toledo.  Abenada- 
rí,  II,  86. 


—  42  — 

ellos  pertenecía  Násar,  su  favorito,  el  cual  dirige  la  recluta 
de  su  ejército  (1)  y  domina  en  palacio. 

Hn  lienijios  de  Moliánied,  los  eslavos  alcanzan  prepon- 
derancia política,  social  y  hasta  literaria  (2). 

Almondir  tuvo  idéntico  servicio  (3),  y  aun  se  dice  que 
murió  envenenado  por  un  eslavo  (4). 

Kn  hi  época  de  Abdala  se  mezclan  en  los  más  delicados 
asuntos  de  Kstado  (5),  y  algunos  de  ellos  por  sus  servicios 
políticos  son  nombrados  ministros  (6). 

Abderrahmen  III  da  los  más  altos  cargos  de  la  milicia  y 
de  la  administración  a  hombres  de  esta  clase  (7),  que  ad- 
quirieron gran  preeminencia  (8).  En  Medina  Azahra  es  in- 
contable el  número  de  europeos  que  están  al  servicio  de  este 
monarca  (9). 

Kn  el  reinado  de  Alhaquem  II,  un  eslavo  es  la  persona  de 
su  confianza:  el  canciller  del  imperio,  a  quien  en  cierta  oca- 
sión regala  cien  esclavos  franceses  que  visten  a  la  provenzal, 
según   Dozy  (10;.  Un  eslavo  es  su  bibliotecario  real  (11);  es. 


(1)  Para  combatir  a  los  normandos.  Abenadarí,  II,  86.  El  mo 
narca  está  servido  por  eslavos.  Henalcutía,  69  y  70,  76  y  77.  Encar- 
ga delicadas  misiones  a  Eidon.  Henu.cutía,  72,  78  y  79.  Vi  de  ade- 
más Duzv,  ¡listoire,  II,  ló2  y  ló3, 

(2)  Abenguéchih  sobresale  como  hombre  culto  en  letras  ára- 
bes. Al-hollato's  siíjdrá,  76.  Chodor  y  Fatin,  personajes  de  alta 
consideración  en  palacio,  se  distinguen  como  letrados.  Tecinila, 
biografía  17.  A  estos  extranjeros  llamábaseles  eslanos. 

(3)  Eidón  dirige  la  caballería.  Abe.vadaiu,  II,  118. 

(4)  Por  Maisur.  Be.valcutía,  102. 
v5)     Abenadakí,  II,  128. 

(6)     Be.nalcutía,  112. 

(7)*   Abenadarí,  II,  170,  173  y  280. 

(8)     Abenadarí,  II,  277  y  280. 

i9)  Algunos  historiadores  hacen  ascender  el  número  a  13.750. 
.\i.mac  kí,  I,  372.  Otros  dicen  3.750.  Almacarí,  I,  373.  Otros,  6.087. 
.^LMACAhí,  I,  346. 

{lOj     Almacarí,  I.  247 

nr.     Almacarí,  1,  249  y  256. 


—  43  — 

lavos  fueron  los  que  firmaron  el  acta  de  proclamación  cuan- 
do ascendió  al  trono  (1);  y  eslavos  son  los  que  rodean  al 
monarca  en  las  recepciones  palatinas  y  los  que  gobiernan 
ciertos  asuntos  políticos  y  militares  (2). 

En  los  tiempos  de  Almanzor  el  número,  la  inlluencia  y 
el  poder  de  los  eslavos  llegan  a  la  plenitud,  no  sólo  en  la  mili- 
cia y  gobierno,  sino  basta  como  clase  social  (3).  Tanto  arrai- 
go adquirieron,  que  llegaron  al  extremo  de  poner  y  quitar  re- 
yes (4),  y  al  fin  se  erigieron  en  tales  fundando  dinastías  (5). 

Casi  todos  estos  extranjeros,  para  conseguir  el  medro  en 
país  musulmán,  solían  renegar  de  su  religión  y  convertirse 
al  islamismo;  pero  vinieron  después  tiempos  de  decadencia 
para  el  poder  político  de  los  musulmanes  españoles,  y  enton- 
ces ocurrió  fenómeno  distinto:  el  devenir  militares  cristianos, 
a  quienes  no  se  exigía  renegar  ya  de  su  religión  a  pesar  de 
ponerse  al  servicio  de  los  musulmanes. 

Aun  en  tiempo  de  los  Omeyas  se  vieron  en  Córdoba  ejér- 


(1)  Almacarí,  i,  250. 

(2)  Almacarí,  I,  251  y  472.  En  cierta  ocasión  salieron  del  alcá- 
zar 800.  Almacakí,  i,  257.   • 

(3)  Sobresalen  en  el  palenque  literario,  Almacarí,  II,  57,  59, 60 
61,  257,  259;  forman  la  mayoría  de  sus  tropas,  Almacarí,  I,  393. 
En  los  ejércitos  de  Almanzor  el  domingo  era  fiesta,  pues  tenía 
leoneses,  castellanos  y  navarros  a  su  servicio,  Dozv,  /7í.s7.,  III, 
183;  Muñoz  R  «miíko,  El  Estado  de  las  personas  en  los  reinos  de  As- 
turias y  León,  pág.  122  Catalanes  esclavos,  Dozy,  //ís/.,  IIÍ,  199; 
gallegos,  Dozy,  //í.s7.,  111,235.  Véanse  además  sobre  los  eslavos  en 
la//ís/oría  de  Dozy,  tomo  III,  págs.  134,  146,  260,  300,  312,  329» 
358,  etc. 

No  es  de  extrañar  que  de  Almudafar,  hijo  de  Alraanzor,  nos 
digan  que  era  aficionado  a  tener  tertulias  con  gente  que  hablaba 
romance. 

(4)  Addabí,  págs.  20,  21,  25  y  27,  Abensaío,  manuscrito  núme- 
ro 80  de  la  Academia  de  la  Historia,  folio  90  Almacarí,  I,  281 
y  316. 

(5)  Jairán  y  Zohair,  reyes  de  Atraería,  Almacarí,  I,  317,  y  Mo- 
chéhid  en  Denia,  Almacarí,  II,  359. 


-    44  — 

citos  de  calalaiu's,  llamados  para  inlervcnir  en  favor  de  un 
jiaiiido  político  (1).  Aliuolácim  heii  Soiiiadih  tiene  militares 
cristianos  a  su  servicio  (2),  como  Almutamen,  de  Zaragoza  (3). 
Ahenniardanís,  de  Valencia,  se  apoya  en  tropas  cristianas, 
contra  los  almohades  (4),  y  el  héroe  nacional  más  famoso  de 
la  España  cristiana,  el  Cid,  entre  musulmanes  vivió  (5)  y  al 
servicio  de  los  musulmanes  anduvo  bastante  tiempo. 

Ksos  extranjeros  venidos  a  Andalucía  de  países  europeos, 
al  llegar  a  la  fortuna,  es  de  creer  que  llamasen  a  sus  familias, 
para  que  compartiesen  con  ellos  la  posición  y  riqueza  adqui- 
ridas: el  padre  de  Násar,  favorito  de  Abderrahmen  11,  en  Cór- 
iloba  vivía,  y  se  entendía  perfectamente  con  el  pueblo  ha 
blando  en  romance  (6).  De  esa  manera  se  acrecentaba  su 
número  e  influencia  dentro  de  la  sociedad  andaluza  y,  aun 
cuando  se  convirtieran  al  islamismo,  mantenían  el  espí- 
ritu europeo  de  los  españoles  musulmanes  indígenas.  Al- 
gunos de  ellos  fueron  partidarios  acérrimos  del  choubismo, 
partido  que  sostenía  la  superioridad  intelectual  de  los  pue- 
blos no  árabes  sobre  el  árabe:  célebre  es  la  carta  literaria  de 
Abengarcía,  autor  árabe  de  origen  vasco,  escrita  con  ese  in- 
tento (1  ¡  de  probar  la  inferioridad  del  pueblo  árabe  compa- 
rado con  los  hombres  de  razas  europeas. 


(1      Adüabí,  pág.  20. 

(2j     Al  MACAKí,  II,  335. 
3)    AL.MACARÍ,  I,  432  y  433. 

(4)  Almacarí,  i,  289.  Y  hablaba  con  sus  soldados  castellanos 
navarros  y  catalanes  en  la  lengua  de  éstos.  liecherches,  Dozy,  I, 
365  y  366. 

5i  K\  Cid  Campeador  En  su  mismo  nombre  lleva,  a  mi  juicio, 
huellas  del  romance  andaluz:  Cid  Campeator  ^como  le  llaman 
los  historiadores  árabes),  es  de  formaci«'m  idéntica  a  Cid  Bono, 
apellido  usado  entre  los  moros  de  Valencia,  según  estos  histo 
riadores.  Creo  muy  probable  que  pertenezca  y  proceda  de  la  len- 
gua vulgar  del  pueblo  que  le  dio  ese  nombre,  y  no  de  origen 
germánico,  como  quiere  Dozv,  Recherches,  II,  pág.  58. 

(6      Vide  Discurso  mió  citado,  pág.  22. 

(7;     Hfc.NjAíR,  419.  Abengarcía  vivió  en   la   corte  de  un  rey  de 


—  45  — 

Viviendo  esos  europeos  en  Andalucía,  era  natural  que 
se  asimilasen  la  cultura  popular  iudí<*ena,  la  cual  casaba  con 
sus  gustos  europeos;  y  es  de  |)ensar  que  los  que  volviesen  a  su 
país  de  origen  comunicaran  allá  lo  que  aquí  habían  apren- 
dido; sobre  todo  habían  de  gustar  de  referir  sus  hazañas  per- 
sonales o  sus  aventuras.  Kran,  pues,  estos  extranjeros  un 
medio  a  propósito  para  que  vivieran  las  tradiciones  popula- 
res andaluzas,  especialmente  las  guerreras  y  caballerescas. 
El  mismo  Abencuzmán,  en  medio  de  sus  lirismos  poéticos,, 
deja  deslizar  de  cuando  en  cuando  frases  pronunciadas  por 
militares  cristianos,  en  lengua  romance,  que  tienen  trazas  de 
pertenecer  a  narraciones  vulgares  que  todo  el  mundo  sabía. 

Tales  consideraciones  las  creo  yo  muy  importantes,  por- 


raza  europea,  Icbalodaula,  de  Denia.  Abensaíd,  manuscrito  53  de 
la  Real  Academia  de  la  Historia,  fols.  43  y  53. 

Los  eslavos  escribieron  también  en  árabe  para  defenderse. 
Habib  el  eslavo  escribió  un  libro  para  demostrar  las  excelencias 
y  mérito  de  los  hombres  de  su  raza,  contra  un  grupo  de  cordobe 
ses  que  negaban  el  mérito  a  los  eslavos.  TecmiUi,  biogs.  1212  y  89. 

Estos  europeos  estaban  enterados  de  las  composiciones  poé- 
ticas de  moda  en  Andalucía,  puesto  que  Obada,  autor  de  moa- 
xahas,  dirigió  versos  laudatorios  a  eslavos  que  iban  acompaña- 
dos de  franceses.  Almacarí,  I,  316. 

Algunos  de  ellos  volvían  a  su  país  natal,  después  de  haber 
logrado  fortuna,  honores  y  riquezas  en  Andalucía.  La  familia  del 
rey  de  Denia,  Mochéhid,  quiso  quedarse  en  Europa  después  de 
haber  estado  en  España.  Vide  Codera,  Mochéhid,  conquistador  de 
Cerdeña.  Centenario  de  la  nascita  de  Michele  Amari,  vol.  2,  pág.  115 
y  siguientes.  Se  ve  en  este  trabajo  un  ejemplo  probatorio:  Ali, 
hijo  de  Mochéhid,  estuvo  en  Alemania  largo  tiempo;  aprendió  la 
lengua  de  los  cristianos,  entre  quienes  pasó  la  juventud,  y  se  ins- 
truyó en  la  religión  cristiana.  Luego,  por  mediación  de  su  padre, 
se  hizo  musulmán. 

Abenházam.  en  su  Fisal,  III,  12,  recuerda  el  caso  de  un  vasco- 
navarro,  persona  de  gran  posición,  que  deseaba  con  empeño  lle- 
var a  Córdoba  a  su  familia;  pero  que  no  pudo  conseguirlo  por 
las  dificultades  de  las  comunicaciones  en  aquellos  tiempos  de 
guerra  civil. 


—  ii]  — 

que,  dcniostrndn  la  coiilimiidad  del  clemcnlo  europeo  dentro 
de  Andalucía,  nada  tiene  de  extraño  que  ése  haya  sido  el 
nexo  de  la  continuidad  de  las  manifestaciones  ¿picas,  enla- 
zando las  j)ri  mili  vas  del  sii^lo  ix  con  las  posteriores  de  litera- 
turas romances  europeas  (1). 


(í)  Son  innnmiM-ablps  los  datos  súpitos  (|ue  aparecen  en  histo- 
riadores (jue  indican  constantes  comunicaciones  entre  la  Espa- 
ña musulmana  y  Kuropa.  Aunque  no  muy  sistematizados,  voy  a 
exponer  algunos: 

AhknaDíRí,  II,  100,  y  AlmaCvrí,  I,  226,  recuerdan  el  caso  de 
Forlún  hen  García,  el  Tuerto,  el  cual  fué  llevado  de  Navarra  a 
Córdoha;  en  esta  capital  |)ermaneció  veinte  años;  luego  le  solta- 
ron y  vivií)  en  su  jiaís  hasta  edad  muy  avanzada.  Ocurrió  esto 
en  tiempos  del  rey  Mohñmed. 

Ai.ma(:ai\í,  1,  31(),  menciona  europeos  que  tuvieron  (¡ue  huir 
de  Andalucía,  j)or  crímenes  que  realizaron,  para  escapar  de  la 
justicia. 

Ai.Faraüí,  hiog.  952,  da  noticias  de  un  alcalde  moro  de  Tu- 
dela  que  cayó  prisionero  de  cristianos  y  fué  rescatado  luego. 
Murió  en  337. 

Edrisí  edición  Dozy),  pág.  241  recuerda  a  musulmanes  de 
Almería  (}ue  fueron  cautivos. 

Mu.Ñoz  Ro.vibKO,  Estado  de  /as  ¡jcrsoiuís,  págs.  30,  31,  36,  43,  45  y 
97,  menciona  familias  de  esclavos  musulmanes  en  país  cristiano. 

AnoABí,  pág.  35.  A  la  hatalla  de  Alarcos  acudieron  multitud  de 
comerciantes  judíos  para  comprar  esclavos.  Almacarí,  I,  279.  En 
ella  cayeron  miles  de  prisioneros. 

Alm»c\rí,  i,  263,  344  y  813.  Redención  de  esclavos. 

Abensaid  manuscrito  223  r."  Ahensigíiar,  de  Lishoa,  jioota  fa- 
moso, fué  cautivado  por  cristianos.  Tuvo  (|ue  sufrir  mucho  hasta 
ser  rescatado. 

Abknh.ízam.  (Ihúmhara,  caj)ítulo  de  la  familia  de  Ahderrah- 
men  lll  Un  hiznieto  de  éste,  llamado  Yecid,  renegó  del  islamis- 
mo y  se  fué  a  país  cristiano.  Luego  reingresó  en  el  islamismo. 

Tras  la  reconquista  de  Toledo  y  Zaragoza,  multituíl  inmensa 
de  musulmanes  fjuedaron  en  país  cristiano. 

La  comunicaci('>n  por  causas  políticas  fué  muy  Irecuente, 
aparte  de  la  que  imi)onia  el  estado  de  guerra. 

Emhajadas.  Al.macarí,  I,  223,  227,  235  y  252;  II,  355. 


-  47  - 

Yo  creo  a  los  conocedores  de  la  épica  española  les 
bastará  fijarse  un  poco  en  esos  restos  venerables,  de  (jue  be- 
mos  dado  una  muestra,  para  encontrar  allá  en  el  centro 
de  Andalucía  los  precedentes  de  la  épica  posterior,  preceden- 
tes que  ostentan  caracteres  semejantes  y  lo  bastante  claros 
para  evidenciarse  de  la  continuidad  de  la  tradición  épica 
genuinamenle  española. 

Pero  esa  épica  española  posterior,  del  poema  del  (^id  y 
de  los  romances,  se  ha  creído  por  muchos  derivada  de  la 
francesa  (1).  Como  la  de  España  parecía  más  moderna,  no  es 


El  rey  Ordoño  muere  en  Córdoba.  Dozy,  Ilisloire,  III,  104. 

Príncipes  cristianos  se  educan  en  corte  musulmana.  Dozy, 
Recherches,  I,  215  y  216. 

Moros  y  cristianos  acuden  a  bodas  de  príncipes  moros.  Alma- 
CARí,  I,  424. 

El  comercio  del  Mediterráneo  fué  también  motivo  de  comu- 
nicación constante.  Artículos  de  exportación  e  importación. 
Almacarí,  II,  148. 

Viajeros  cristianos  vienen  a  Andalucía.  Los  monjes  Usuardo 
y  Odilardo,  de  Saint  Germain  des  Prés,  en  858.  Düzy,  Histoire,  II, 
166.  La  monja  Roswita,  célebre  poetisa  latina  de  la  segunda  mi- 
tad del  siglo  X.  Dozy,  Histoire,  III,  92. 

Alarifes  de  Constantinopla  y  de  todas  partes  trabajan  en  Me- 
dina Azahra.  AlmaCarí,  I,  380. 

(1)  Es  de  notar  la  insistencia  y  unanimidad  de  los  más  in- 
signes historiadores  franceses  de  la  literatura  en  negar  la  exis- 
tencia de  antigua  epopeya  nacional  en  Hispana  y  de  adjudicarle 
origen  francés,  o  explicar,  por  imitación  francesa,  nuestra  epo- 
peya, el  cantar  del  Cid  y  los  romances.  Gastón  París,  Histoire 
poétiqíie  de  Charlemagne,  París,  1865,  pág.  203,  dice  que  España 
no  ha  tenido  epopeya,  e  insinúa  que  «cantares  de  gesta»  no  pue 
de  venir  a  los  españoles  más  que  de  F'rancia,  por  ser  palabra 
francesa.  Léon  Gautier  (Chanson  de  Rolaiid,  pág.  cxl),  dice  que 
todos  ios  eruditos  están  de  acuerdo  en  que  el  poema  del  Cid  se 
compuso  siguiendo  como  modelo  canciones  de  gesta  francesas. 
JosEPH  Bédiek  (Leyendes  épiques,  II,  177'  cree  que  Francia  tiene 
epopeya  cuando  los  demás  pueblos  eran  bárbaros,  divididos,  ira- 


—  48  — 

de  extrañar  que  se  cayese  en  la  tentación  de  adjudicarle  ori- 
gen francés;  sobre  todo  lijándose  en  que  la  épica  í'rancesa  y 
la  española  tienen  muchos  caracteres  comunes  que  podrían 
explicarse  por  un  origen  común;  pero  descubierta  la  existen- 
cia de  una  liteíatura  popular  romance  española  en  tan  re- 
molos siglos,  y  siendo  la  francesa  innegablemente  j)oster¡or 
a  la  andaluza,  ¿es  de  i)ensar  que  la  francesa  estuviese  libre 
por  completo  de  la  inlluencia  de  aquella  nuestra  épica  pri- 
mitiva? Yo  creo  (¡ue  será  muy  difícil  probar  la  entera  ori- 
ginalidad de  la  épica  francesa,  una  vez  demostrada  la  exis- 
tencia de  una  literatura  popular  romance  en  Andalucía  en 
el  siglo  IX  (1). 

Yo  no  quisiera  hacer  afirmación  ninguna  que  no  estu- 
viese bien  fundada.  No  puedo  personalmente,  por  juicios 
pro[)ios,  hacerlas,  puesto  que  conozco  muy  imperfecta  y  li- 
geramente la  epopeya  francesa;  pero  cabe  que  exponga  mis 
impresiones,  ateniéndome,  en  lo  técnico  y  delicado,  a  la  au- 
toridad de  los  más  eximios  historiadores  de  esa  litera- 
tuia. 

De  pronto  salta  a  la  vista  en  la  epopeya  francesa  un  fe- 
nómeno extraño:  ésta  no  arraiga,  ni  siquiera  aparece,  en  los 
países  del  sur  de  Francia,  cercanos  a  provincias  musulmanas 
españolas,  donde  los  ecos  de  la  estruendosa  lucha  con  los 
moros  pudieran  repercutir  suscitando  ardores  guerreros  e 
impulsos  épicos;  sólo  vive  poderosa  allá  en  el  norte  de  Fran- 


potentcs,  y  que  la   literatura  francesa  ha  debido  ¡ns()irar  todas 
las  literaturas  de  Furopa. 

A  nadie  le  ocurre  que  de  Fspaíia  pueda  venir  influencia  algu- 
na que  ex[)lj(|ue  tales  fenómenos,  aun(|ue  ios  asuntos  sean  real- 
mente españoles.  Dozv  busca  el  origen  normando  de  algunas  re- 
laciones y  del  espíritu  caballeresco  Xvkof,  Storia  dell\'¡)o¡)ea 
f ranéese  nel  medio  evo  ''Torino,  1(S<S<S',  pág.  157).  Véase  L'epopée 
caslillane,  de  R.  Menénüez  Pu) aL,  cuyos  trabajos  constituyen  la 
reivindicación  más  decisiva  de  la  é{)ica  española. 

(1)  GASTÓN,  obra  citada,  j)ág.  11.  Aunque  hay  noticias  de  can- 
tos franceses  en  el  siglo  vii  al  x,  la  épica  francesa  se  contituye 
realmente  en  el  siglo  xi  en  el  norte  de  1'' rancia. 


-  49  - 

cia  (1),  donde  la  amenaza  del  peligro  musulmán  fué  muy 
pasajera. 

¿,Y  qué  hechos  son  los  que  canta  esa  épica  francesa  del 
Norte?  Pues  canta...  las  luchas  con  los  musulmanes  de  Ks- 
paña,  con  ese  tremendo  enemigo  del  sur  (2),  cuando  ese  ene- 
migo ya  no  })odía  ser  temible  para  los  franceses  del  norte, 
porque  andaba  ya  de  vencida  combatido  por  los  montañeses 
pirenaicos  ¿No  es  esto  cosa  relleja,  mediata,  algo  artificiosa  y 
poco  espontánea?  ¿No  indica  que  esa  épica  está  movida  por 
extraños  impulsos,  estímulos  de  emulación,  competencia  o 
imitación  de  otra  épica  producida  directamente  por  el  hervor 
de  la  lucha,  en  pueblo  que  realmente  fuera  el  que  interviniese 
activa  y  vivamente  en  los  sucesos?  Mientras  se  desconocía  la 
existencia  de  una  literatura  anterior,  pudo  plantearse  la  cues- 
tión de  otro  modo;  pero  ahora  ya  no  tenemos  más  remedio 
que  relacionar  esas  dos  épicas.  Para  la  comparación  hemos 
de  acudirá  los  venerables  restos  que  hemos  estudiado  ante- 
riormente, V.  gr.,  al  tipo  narrativo  de  Izrac  el  de  Guadalajara. 
(Lon  él  tenemos  un  individuo  que  personifica  la  especie  (3). 

Comparemos,  pues,  aquella  épica  primitiva  con  las  épicas 
posteriores  española  y  francesa. 

La  épica  española  primitiva  no  aparece  como  fría  imita- 


(1)  En  los  países  del  sur,  como  Provenza,  floreció  el  género 
lírico  derivado  de  la  métrica  andaluza  (vide  mi  Discurso  citado, 
pág.  40  y  sigs.). 

No  hay  prueba  de  que  la  épica  floreciese  en  tierras  provenza- 
ies  según  Nviiop,  Storia  deU'ejxjpea  francese  nel  medio  evo. 

{2)     Lo  que  ha  dado  carácter  esencial  a  la  épica  francesa  es: 
«La  lucha  de  Europa  cristiana  contra  los  sarracenos,  bajo  la 
hegemonía  de  Francia. >  «Carlomagno  es  el  centro  orgánico.»  «Los 
enemigos  son  los  musulmanes  de  España.»  Gastón,  Histoire  poé- 
tiqíie  de  Charlemagne,  París,  1865. 

(3)  Nos  autoriza  a  ello  la  consideración  que  expone  Rajna  en 
Le  origini  deU'epopea  francese  (Urenze,  1884),  pág.  283,  en  que 
dice:  «Un  individuo  de  una  especie,  descubierto  en  un  estrato  de 
la  costra  terrestre,  denuncia  la  existencia  de  la  especie.»  Y  luego 
aplica  este  criterio  a  la  literatura. 

á 


—  50  — 

ción  de  lileratiiia  extraña.  Ivs  narración  de  sucesos  cuya  me- 
moria está  muy  fresca,  puesto  que  de  la  realización  del  su- 
ceso a  su  inclusión  en  una  crónica,  apenas  pasa  un  siglo,  du- 
rrnle  el  cual  hubo  de  forjarse  la  leyenda  aprovechada  por 
la  crónica  (1).  Kn  esto  coincide  con  la  castellana  y  en  parte 
con  la  francesa  de  los  siglos  xii  y  xiii  (2). 

Se  forma  al  hervor  de  la  lucha  en  tiempos  y  lugares  en 
que  era  muy" viva.  Coincide  en  esto  con  la  castellana  (3). 

Los  personajes  son  históricos  (4).  Lo  mismo  ocurre  en  la 
castellana  y  la  francesa  (5). 

Late  en  aquella  narración  una  idea  política;  un  sentimien- 
to público  de  protesta  contra  la  feudalidad  de  los  señores, 
en  el  anárquico  desorden  de  la  época,  brillando  el  triunfo 
de  la  lealtad  al  monarca  central.  En  esto  coincide  con  la 
castellana  y  la  francesa  (6). 

Los  hechos  principales  son  caballerescos:  duelo  entre 
campeones.  Semejante  a  la  épica  castellana  y  francesa  (7). 

Si  interviene  la  mujer  es  para  excitar  la  emulación  y  el 


(1^  El  historiador  Abenalcutía,  que  narra  lo  de  Izrac,  murió 
en  367  de  la  Hégira.  Alfaradí,  biog.  1316.  El  emir  Mohámed, 
en  cuyo  reinado  ocurrió  el  suceso,  murió  en  273  de  la  Hégira. 
AuDABí,  pág.  16.  La  diferencia:  menos  de  un  siglo.    ■ 

f2j    Bkdier,  1,8. 

'3)  El  cantar  del  Cid  está  compuesto  por  autor  que  vive  en 
lugares  fronterizos  a  los  musulmanes,  en  los  sitios  de  los  suce- 
sos, no  lejos  de  Guadalajara.  M.  P.,  Epopée,  pág   119. 

(4)  Dozy  y  los  demás  historiadores  de  la  España  musulmana 
la  han  aprovechado  como  material  histórico.  Véase  Dozv,ensus 
Heclienhes,  .'1="  edición,  II,  199,  lo  que  dice  ce  la  poesía  popular 
castellana. 

(5)  Gastón,  12.  Relatos  de  suce.sos  reales  que  luego  se  poeti- 
zan o  idealizan.  Nvrop,  357.  La  épica  francesa  se  distingue  de 
todas  por  su  carácter  histórico. 

(6)  Gasto.n,  pág.  15.  La  fidelidad  al  soberano.  Bkdikr.  pág.  1. 
'7)     Ga.stün,  15.  Gran  papel  del  campeón.  Xyrop, 86  ííuerreros 

sarracenos  en  combates  singulares.  Mk.nknuhz  Pioaí.,  E¡)oj)ée,  re- 
cuerda que  es  usanza  vieja  entre  musulmanes. 


—  51  — 

pundonor  caballerescos,  pero  releíanse  a  segundo  término 
los  lazos  de  familia  y  de  amor.  Kste  aparece  sin  reíinamien- 
tos  cortesanos  ni  románticos.  Coincide  en  esto  peculiarmenle 
con  la  castellana  y  tiene  sus  semejanzas  con  la  francesa  más 
antigua  (1). 

La  acción  suele  ser  un  episodio  guerrero,  a  cuyo  relato 
se  va  directamente,  sin  preámbulos,  con  naturalidad,  inge- 
nuidad y  hasta  con  algún  tinte  local;  se  exponen  las  emba- 
jadas en  forma  directa,  como  en  los  trozos  dialogados.  Coin- 
cide en  esto  con  la  castellana  y  en  parte  con  la  francesa  (2). 

En  resumen,  es  la  andaluza  una  épica  muy  humana,  en 
que  no  se  apela,  para  dar  interés  artístico  a  la  narración,  a 
entes  sobrenaturales,  diablos  ni  genios,  ni  abstracciones,  ni 
erudiciones.  Se  elige  un  acontecimiento  de  trascendencia  y 
se  le  da  un  desarrollo  natural  y  humano.  En  esto  coincide 
con  la  castellana  y  la  antigua  francesa. 

Aparte  de  estos  caracteres  generales,  hay  ciertos  signos 
concretos  muy  dignos  de  ser  notados. 

En  la  épica  francesa  es  frecuente  adjudicar  a  un  perso- 
naje francés  hazañas  que  otro  ha  realizado  (3).  A  Carlomag- 


(1)  Nyrop,  348.  En  los  más  antiguos  poemas  la  mujer  ocupa 
puesto  insignificante.  Los  héroes  se  ocupan  sólo  del  gran  proble- 
ma: combatir.  Salen  mujeres,  pero  no  dulcineas.  (íaston,  ló,  poca 
intervención  de  mujeres.  Sin  embargo,  en  varios  poemas  fran- 
ceses se  verifica  casamiento,  como  en  el  de  Izrac,  si  bien  como 
desenlace  final,  Nyrop,  68,  87  y  145.  Mené.ndez  Pidal,  Epopée,  176. 
La  presencia  de  la  dama  para  exaltar  el  fervor  guerrero. 

(2)  Gastón,  12.  Hechos  guerreros  generalmente:  mensajes, 
desafíos,  muertes,  venganzas,  etc.  La  épica  francesa  se  formó, 
según  este  autor,  de  composiciones  fragmentarias,  conservando 
siempre  las  huellas  de  ese  carácter:  la  muerte  de  Rolando,  la 
toma  de  tal  ciudad,  etc. 

En  las  historias  españolas  de  los  musulmanes  cada  expedi- 
ción guerrera  lleva  su  nombre  popular  para  designarla.  Vide 
Almocíabis,  de  Abenhayán,  passim. 

(3)  Gastón,  431,  afirma  que  es  hecho  extremadamente  fre- 
cuente en  la  historia  de  las  poesías  transportar  a  un  héroe  los 
relatos  de  otro  más  antiguo. 


-  52  - 

ho,  personaje  central  de  la  epopeya  francesa,  le  hacen  correr 
aventuras  que  él  no  pudo  correr  y  que  hubieron  de  contarse 
sc<íuramente  de  otros,  una  de  ellas  tiene,  para  nuestro  obje- 
to, siguilicación  sin<<ular:  sale  desterrado  de  Francia  para 
marcharse  a  la  corte  de  un  rey  musulmán  de  España  (1),  en  la 
cual  vive  como  caballero  desconocido;  pero  adquiere  tal  pre- 
dicamento, que  acaba  por  casarse  con  la  princesa,  hija  de  ese 
rey  (2).  Este  episodio  tiene  todas  las  trazas  de  ser  un  injerto 
de  otra  narración  de  algún  francés  enterado  de  las  cosas  que 
sucedían  en  España.  Realmente  en  España,  como  antes  he- 
mos referido,  es  frecuente  adquirir  alta  posición  social  los 
guerreros  de  Europa  (3). 

Pero  las  que  más  me  han  llamado  la  atención  son  estas 
dos  coincidencias  (4).  El  rey  musulmán  más  traído  y  lleva- 
do en  la  épica  francesa,  v.  gr.,  en  la  Chanson  de  Rolaiul,  es 


1)  Abenliafsún  tuvo  que  huir  de  su  tierra  y  pasar  la  juven- 
tud en  África;  sirvió  después  en  la  corte  del  Emir  de  Córdoba. 
Fortuno,  un  caballero  navarro,  pasó  veinte  años  en  Córdoba 
prisionero.  Lo  soltaron  al  fin.  \'ide  Primera  Crónica  (jeneral,  pá- 
gina 307. 

2)  Gastón,  230;  Nyrop,  84.  Casamiento  de  caballero  francés 
con  hija  de  ley  moro  aparece  también  en  las  (¡estas  de  Elie,  Ny- 
rop, 191   etc. 

(3)  AuoxANí  recuerda  uno  de  esos  casos.  Un  esclavo,  mediante 
información  de  dos  testigos  falsos,  adquiere  la  fortuna  de  su  di- 
funto patrono  y  se  casa  con  su  bija.  La  falta  de  escrúpulos  del 
juez  que  tiene  fama  de  integ(  rrimo)  indica  que  el  caso  era  fre- 
cuente en  Córdoba,  puesto  que  aun  después  de  descui)¡erla  la 
falsedad  mantiene  firme  su  sentencia.  También  hay  ejemplos  de 
principes  cristianos  que  van  a  educarse  en  corte  musulmana. 
Dozv,  en  sus  liecherches,  I,  216  y  217,  cita  el  caso  del  hijo  de  Al- 
fonso III  de  León,  que  va  a  Zaragoza,  corte  de  Muza. 

i4)  Hay  otras  muchas  que  no  tendrán  valor  hasta  que  se  acu- 
mule un  gran  número  de  ellas,  v.  gr.,  a  Carlomagno  le  predice  la 
Virgen  María,  al  venir  a  P^spaña  (Gasto.n,  280j,  cosa  semejante  a 
lo  que  Mahoma  predijo  a  Taric  (en  sueños)  al  venir  a  España, 
Almacarí,  i,  142. 


—  53  — 

precisamente  el  rey  de  Zaragoza,  es  decir,  el  rey  que  inler- 
vJLMie  en  el  relato  de  Izrac  el  de  (iiiadalajara  (1). 

Y  el  apellido  de  Izrac  el  de  Guadalajara,  campeón  mu- 
sulmán diestro  y  valiente,  que  aparece  en  el  manuscrito  de 
Benalcutía  en  la  forma  Moni  (y  con  el  diminutivo  Monlell) 
se  aplica  en  la  épica  francesa  a  un  caballero  sarraceno  (2)  y 


(1)  El  rey  de  Zaragoza  en  la  épica  francesa  es  Marsilio  El  nom- 
bre árabe  del  monarca  en  el  relato  de  Izrac  es  Muza.  Así  como  del 
apellido  de  Izrac,  Moiü,  se  formó  un  diminutivo  y  aparece  como 
tal  en  Moiitell,  del  mismo  modo  pudiéramos  suponer  quo  el  ape- 
llido (le  Muza  tuviera  un  diminutivo  aragonés,  Miizello  o  Muziello, 
el  cual  explicara  [)or  semejanza  la  forma  francesa.  En  la  épica 
francesa  se  emplean  nombres  alterados  de  j)ersonajes  que  vivie- 
ron mucho  después  de  los  sucesos,  v.  g.,  Alnuicnr  y  AinusUtnl 

(2)  Gastón  248.  La  coincidencia  es  más  digna  de  notar  sa- 
biendo que  los  nombres  de  personas  árabes  que  salen  en  la  épica 
francesa  no  son  inventados;  suelen  estar  formados  sobre  nom- 
bres verdaderos  o  reales,  aunque  con  variantes  de  la  pronun- 
ciación vulgar:  Abderrahraen  unas  veces  se  transcribe  por  lira- 
manl  o  Bramante  (Nyrop,  84);  otras  por  Desramé  i^BnoiEii,  Legen  ■ 
des,  11). 

El  nombre  de  Almanzor  es  Aumacor  {Cbanson  de  Roland, 
LXVIII);  Almostánsir  titulo  califal  de  Alhaquem  II  ■,  es  Amnstant; 
y  al  califa  le  llama  aUjalifes.  Tales  formas  suponen,  en  los  trans- 
misores, conocimiento  directo  de  la  pronunciación  vulgar.  Saben 
que  Almanzor  y  Almostánsir  son  títulos  de  dignidad.  Es  de  pre- 
sumir que  fueran  franceses  que  han  estado  en  España,  donde 
podrían  conocer  la  épica  popular  española. 

Se  hace  más  evidente  esa  comunicación  de  europeos  que  han 
vivido  en  la  España  musulmana  en  algunas  canciones  de  gestas 
que  están  más  saturadas  de  influencias  españolas,  v.  gr.,  en  Bne- 
ves  de  Conmarchis  par  Adenés  li  Ruis,  canción  de  gesta  publica- 
da por  M.  Aug.  Scheler.  Bruxelles,  1874  .  El  asunto  de  ésta  es  la 
toma  de  Barbaslro  Nombran  al  Amaslant  de  Cordres  (Almostán- 
sir de  Córdoba:  y  se  da  el  nombre  árabe  a  algunas  damas,  como 
Sororée  que  parece  ser  iJt^ya  (dama  de  Malatrie,  Ujilj  s^l,  hija 
del  Amustant),  Sor  marinde,  i»i4)J|  *^«I  j9j^,  etc.;  pero  sobre  todo  es 
notable  que  se  aluda  a  los  reyes  Rubións,  es  decir,  a  los  Omeyas 
de  Córdoba,  que  son  rubios  (véase  mi  Discurso  pág.  16),  adjetivo 


—  54  — 

valiente  que  combate  en  Kspaña  con  Carlomagno,  en  las  for- 
mas Omoni.  Eaninoní,  Alinonfe  (1). 

En  resumen,  en  la  ópica  francesa  aparecen  dos  tipos  his- 
tóricos de  la  épica  andaluza  primitiva. 

Es  demasiada  coincidencia  para  achacar  el  hecho  a  sim- 
ple casualidad,  sobre  todo  sabiendo  que  no  es  un  hecho  ais- 
lado (2).  Porque  las  inlluencias  orientales  en  la  literatura  na- 
rrativa francesa  no  son  cantidad  despreciable.  Jcanroy  con- 
fiesa (3)  que  «las  historias  que  sirven  de  fondo  a  los  fabliaiix 
franceses  son  casi  todas  de  origen  orienlah. 


que  no  es  fácil  se  le  ocurriera  sino  a  persona  muy  familiariza- 
da con  los  asuntos  españoles.  El  adjetivo  nibión  pertenece  al 
dialecto  romance  que  se  hablaba  en  Andalucía. 

Dados  tales  antecedentes,  se  comprenderá  (|ue  no  es  irracional 
la  conjetura  acerca  del  nombre  del  rey  Marsilio  de  Zaragoza,  (jue 
hemos  insinuado  antes,  como  diminutivo  del  Muza,  del  romance 
aragonés,  Muziello. 

(1)  Es  decir,  el  mismo  apellido  i)recedido  del  articulo,  unas 
veces  del  articulo  árabe  al,  otras  del  artículo  gallego  o  andaluz  o. 
Rajna,  pág.  263,  cree  que  debe  ser  transformación  del  apellido 
germano  Eqil-nmnd.  La  palabra  mont  es  tan  latina  y  tan  usada  en 
Andalucía,  que  no  es  de  creer  que  fuera  germánico  ese  apellido. 

2  En  la  épica  francesa  salen  multitud  de  guerreros  musul- 
manes españoles,  como  el  horrible  Ferragus  (que  pelea  contra 
los  doce  pares,  Nvrop,  8',  Fierabrás  (Nyrop,  89),  etc.  Hédiü»  (Le 
gendes,  pág.  88)  cita  a  sarraceno  gigante  que  sirve  en  l'>ancia. 
Y  hasta  en  Chants  populaires  de  la  Bretagne  (Harzaz-Hreiz  ,  pu- 
blicados por  Vilamaríjué,  salen  moros  como  caballeros  famosos 
en  Francia.  Vc-ase  4."  edición,  París,  Leipzig,  18tG. 

Es  frecuente  el  uso  de  vocablos  y  apellidos  moros  españoles, 
algunos  de  ellos  con  traducción  del  árabe.  En  la  Chaiisoii  de  Ro 
land  a  la  mujer  de  Marsilio  unas  veces  le  llama  Bramic/o/i/t;,  otras 
veces  Brami//ííi/ír/e,  como  traduciendo  donie  l^ia  por  inunde,  que 
es  buena  traducción.  Así  es  como  puede  explicarse  el  'I'enmgdnt 
como  traducción  de  jóiJl.  personaje  mítico  de  los  musulmanes, 
que  va  errante  ¡lor  el  mundo,  el  cual  a()arece  como  dios  musul- 
mán en  la  épica  francesa 

(>i  En  su  obra  Les  origines  de  la  poésie  Igrique  en  f  ranee  an 
muyen  age,  pág.  11. 


—  55  — 

Ahora  bien;  lo  que  ha  pasado  casi  inadverlido— por  el 
deseo  de  adjudicar  la  inlhiencia  a  relaciones  directas  o  me- 
nos antipáticas,  cuales  son  las  del  imperio  bizantino  (1) — ,  es 
que  las  inlluencias  venían  de  España.  Algunos  cuentos  orien- 
tales, antes  de  llegar  a  Francia,  habían  venido  a  España,  de 
donde  fueron  exportados,  llevando  el  marchamo  indeleble 
de  su  viaje  por  la  Península  (2j. 

Por  consiguiente,  no  es  extraño  que  a  la  épica  france- 
sa hayan  pasado  elementos  de  la  épica  primitiva  española, 
cuando  las  corrientes  de  la  imitación  empujaban  en  ese  sen- 
tido. De  España,  nación  la  más  civilizada  de  Europa  en 
aquel  entonces,  partían  las  inlluencias  científicas  y  artísticas; 
en  Europa  penetraron  la  teología  y  la  filosofía  musulmanas 
personificadas  muy  principalmente  en  Averroes  (3)  y  en 
Avempace  y  Abentofáil,  que  eran  españoles;  el  sistema  lírico 
popular  andaluz  penetró  en  la  Provenza;  pasó  la  astronomía, 
la  medicina,  las  matemáticas;  pasaron  cuentos  populares, 
a|)ólogos,  ¿no  pasaría  nada  de  la  épica  popular  andaluza, 
muy  asequible  a  la  población  europea  que  vivía  en  España? 

En  la  historia  humana  nada  suele  perderse:  las  corrien- 
tes de  comunicación  entre  los  pueblos  se  establecen  unas  ve- 
ces por  capas  inferiores  (4);  otras  por  capas  superiores;  y  mu- 


(1)  Gasten  prefiere  a  veces  decidirse  por  explicar  los  rastros 
orientales  por  comunicación  con  los  bizantinos.  Iíédikr,  II,  177. 

(2)  En  la  obra  Fahliaux  ei  contes  des  poeten  francois  des  XI, 
XII,  XIII,  XIV  et  XV'^  siécle,  piibliés  par  Bahbzan  i  París,  Crape- 
let,  1808),  pág.  107,  y  en  Anciens  Fabliaux,  III,  pág.  248,  se  inserta 
una  narración  oriental  en  que  se  adjudica  a  un  musulmán  espa- 
ñol uno  de  los  principales  papeles  del  cuento:  señal  evidente  de 
que  la  narración  hubo  de  ser  transmitida  por  narradores  espa- 
ñoles; porque  es  procedimiento  ordinario  el  aplicar  los  cuentos  a 
la  nación  o  gente  entre  quienes  vive  el  narrador,  para  excitar 

mayor  interés: 

D'an  Espaignol  oí  conter 

Qiii  uers  Mecqiie  uoloit  aler,  etc. 

(3)  Véase  Asín,  Abenmasarra,  pág.  128. 

(4)  Véase  un  ejemplo  de  comunicación  invisible  o  desconocida 
en  la  filosofía  en  Abenmasarra,  de  Asín,  p.  118,  y  en  general,  p.  128, 


-    .")()  — 

chas  veces  por  ambas  al  mismo  tiempo.  Puede  al¿>una  vez 
dudarse,  cuando  las  corrientes  van  escondidas  por  las  entra- 
ñas de  la  tierra,  como  las  del  Guadiana;  pero  hay  que  acep- 
tar en  esos  casos  que  las  huellas  son  señales  o  indicios  de  la 
corriente  (1). 

Ábrese,  pues,  un  camino  nuevo  a  las  investigaciones  con 
el  dato  precioso  de  la  existencia  de  una  literatura  romance 
tn  Andalucía.  Lo  que  hace  falta  ahora  es  afinar  el  análisis 
de  esos  venerables  restos  y  sondear  las  capas  profundas  de  la 
civilización  hispana.  No  se  han  estudiado  aún  los  autores  y 
las  obras  más  genuinamente  españoles  y  más  originales, 
como  las  de  Abenházam,  que  describe  a  Andalucía  con  ojos 
V  gustos  realmente  españoles,  apartándose  de  la  tradición 
clásica  de  los  árabes  (2);  los  poetas  populares  apenas  han  co- 
menzado a  estudiarse  (3);  los  místicos,  en  cuyas  obras  apa- 
recen multitud  de  tradiciones  populares  antiguas,  aún  están 
sin  explorar  la  mayor  i)arte:  y  forman  literatura  ingente  (1). 
Lo  más  íntimo  de  la  historia  social  de  la  España  musulma- 
na está  por  esclarecer;  por  consiguiente  las  exploraciones  en 
ese  sentido  prometen  cosecha  abundante  y  rica. 

La  curiosidad  nos  debe  impeler  en  esa  dirección,  porque 


(í )     Rara  vez  y  de  modo  esporádico  se  ha  reconocido  en  |)e- 
queños  pormenores.  Xyrop  (pág.  105)  dice  que  en  el  poema  An 
seis  de  Chartoíiiie  se  nota  influencia  de  la  leyenda  de  Hodrino  ij 
la  Cava.  En  el  poema  de  Otfier  se  incluye  la  misma  estratagema 
de  que  usó  Teodomiro.  Xvkop,  1(5(5. 

(2)  Ha  comenzado  ya  a  ser  estudiado  por  Asín  y  menudean 
las  ediciones  de  sus  obras  en  VA  Cairo  y  en  luiropa.  Hace  poco  se 
ha  publicado  su  libro  del  Amor,  'rank-al-luiiudiiia,  |)or  el  docto 
romanista  y  arabista  D.  K.  Phtküf,  catedrático  de  la  Universidad 
de  San  Pefersburgo.  Leyde,  Hrili,  1814. 

(3l  Yo  intenté  un  ensayo  al  estudiar  el  Cancionero  de  Aben- 
cuzmán  en  mi  Discurso  citado. 

(4      El  Toi'.T'jsí,  en  su  Láinjjata  de  Principes,  inserta  bastan 
tes  historietas,  algunas  de  las  cuales,  por  ser  españolas,  las  tradu- 
jo Dozv   Véanse  Hecherches,  II,  págs.  Gl  y  (52,  2:^5,  24ÍJ  y  242. 


—  57  — 

aún  hay  muchos  problemas  que  no  se  han  resuello  delinili- 
vamenle  en  la  historia  de  las  literaturas  europeas,  los  cuales 
no  son  ajenos  a  estos  estudios.  Los  orígenes  suelen  ser  lo 
más  oscuro:  el  hecho  mismo  de  utilizar  la  lengua  romance 
una  literatura,  es  fenómeno  que  se  explica  perfectamente 
en  la  Espafía  musulmana,  cuya  población,  no  sabiendo  el 
árabe  y  habiendo  tenido  que  despreciar  el  latín,  lengua  litúr- 
gica de  la  religión  abandonada,  no  tuvo  más  remedio  que 
utilizar  el  romance  familiar  (1).  En  fin,  lo  cierto  e  indudable 
es  que  los  andaluces  hicieron  literaria  la  lengua  nacional, 
antes  que  los  otros  pueblos  latinos  de  Europa  (2). 

Este  solo  hecho  es  bastante  para  que  España  ocupe  un 
primer  lugar  en  los  orígenes  del  renacimiento  literario  de 
Europa  en  la  Edad  Media. 

He  llegado,  señores  Académicos,  al  final  de  mi  diserta- 
ción. No  sé  si  habré  sabido  exponer  mis  ideas  en  forma  que 
haya  llevado  a  vuestro  ánimo  el  convencimiento  acerca  de 
la  importancia  del  estudio  que  he  tratado  de  iniciar.  Sea 
cualquiera  la  opinión  que  forméis,  sólo  desearía  que  fue- 
sen benévolamente  interpretadas  mis  intenciones  de  demos- 
traros la  gratitud  con  que  he  recibido  el  honor  de  vuestra 
elección. 

He  dicho. 


(1)  Si  es  verdad  que  la  épica  se  debe  a  fermento  de  razas  que 
conviven,  como  dice  Gastón  París,  en  su  Histoire  po¿'li(¡ue  de 
Charleniagiie,  pág.  3,  en  pocos  países  podría  ofrecerse  el  abigarra- 
do conjunto,  que  se  ofrecía  en  España,  en  aquel  tiempo,  de  razas 
y  religiones  las  más  distintas  y  más  encontradas. 

{2)  Es  coincidencia  notable:  el  primer  dialecto  romance  de 
Italia  que  se  hace  literario  es,  según  afirma  Dante,  el  siciliano, 
es  decir,  el  hablado  en  un  país  musulmán,  como  en  España  lo 
fué  el  andaluz  y  el  gallego. 


NECUOLÜGIA  DE  D.  EüUAKÜO  SAAVEDUA 


Para  trazar  debidamente  su  biografía  y  dar  noticia  por- 
menorizada de  su  labor  literaria  y  cienlílica,  fuera  necesario 
escribir  un  tomo  de  más  que  regulares  dimensiones:  tal  fué 
la  fecundidad  de  su  ingenio  y  la  vasta  y  abundante  aplica- 
ción de  sus  talentos  y  laboriosidad.  Habremos  de  contentar- 
nos con  un  brevísimo  resumen  de  los  principales  hechos  de 
su  vida  y  ceñirnos,  en  la  enumeración  de  sus  obras,  a  lo  pu- 
ramente histórico,  sin  incluir  su  rica  y  variada  producción 
en  otros  órdenes  científicos. 

Nació  en  Tarragona  en  27  de  Febrero  de  1829.  Su  fami- 
lia era  modesta;  su  padre,  militar. 

Estudió  la  segunda  enseñanza  en  Lérida;  cursó  en  Ma- 
di  id  la  carrera  de  Ingeniero  de  caminos,  canales  y  puertos, 
que  terminó  en  18Ó1;  e  hizo  también  la  carrera  de  Arquitec- 
to, cuyo  título  obtuvo  en  1870. 

Casó  con  doña  Dolores  Forner,  nieta  del  literato  Juan 
Pablo  F'orner. 

Fué  Profesor  de  la  Escuela  de  Ingenieros,  Director  gene- 
ral de  Obras  públicas,  Arquitecto  del  Ministerio  de  Fomento, 
Senador  del  reino  (por  elección  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia),  Presidente  de  la  Junta  consultiva  de  Obras  públi- 
cas. Vocal  de  la  Comisión  consultiva  de  las  obras  del  canal 
de  Suez,  Consejero  de  Instrucción  pública.  Académico  de 
la  Historia  en  1862,  de  la  de  Ciencias  exactas,  físicas  y  na- 
turales en  1869,  de  la  Academia  Española  en  1878,  Funda- 
dor y  Presidente  de  la  Real  Sociedad  Geográfica,  Miembro 
honorario  de  la  Arqueológica  de  Bruselas,  Correspondiente 


—  no  — 

de  la  l^eal  Academia  de  Ciencias  de  Lisboa  y  del  Inslilulo 
de  correspondencia  arqueológica  de  Homa,  etc. 

Como  ingeniero  dirijíió  miillilud  de  obras,  entre  las  cua- 
les  se  puede  citar  el  ferrocarril  de  I^alencia  a  Ponferrada; 
hizo  los  estudios  de  las  vías  férreas  del  Pirineo  central;  y 
asistió  a  la  inauguración  del  canal  de  Suez.  Se  jubiló  como 
Inspector  de  primera  del  Cuerpo  de  Ingenieros  en  lí)()(). 

Fué  hombre  de  extensísima  y  bien  cimentada  cultura; 
posevó  varias  lenguas  que  hubo  de  utilizar  como  instrumen- 
to de  investigación  v  estudio,  no  sólo  en  su  carrera  de  inge- 
niero  y  arquitecto,  sino  también  en  su  calidad  de  historiador, 
arqueólogo,  numismático,  economista,  gramático  y  orien- 
talista. 

Tenía  tal  llexibilidad  de  atención  y  memoria  tan  feliz, 
que  podía  penetrar  en  todas  las  disciplinas  como  en  campo 
propio. 

Fué  escritor  culto,  castizo,  sin  afectaciones  ni  rebusca- 
mientos; exponía  con  claridad  y  nobleza  de  estilo. 

Fué  incansable  en  la  labor:  el  continuo  trato  social  en  las 
cien  ramas  de  su  actividad,  no  le  distraía  de  su  trabajo  asi- 
duo en  el  gabinete. 

Toda  loable  iniciativa  que  a  su  alrededor  surgiera,  tenía 
en  él  una  ayuda  o  estímulo:  y  todo  joven  de  mérito  que  a  él 
se  acercara,  obtenía  desde  luego  su  simpatía  y  su  ])rotección. 
Por  eso  fué  querido  y  respetado  por  hombres  de  todo  rango, 
partido,  comunión  y  clase. 

Esa  tan  abierta  generosidad  con  que  se  inclinaba  a  favo- 
recer a  todo  el  mundo,  hizo  que  se  prestara  a  colaborar  en 
multitud  de  revistas  y  hasta  en  diarios  políticos,  escribiendo, 
acerca  de  las  materias  más  variadas,  artículos  de  mera  vul- 
garización; pero  aun  en  estas  obras  que,  por  lo  circunstan- 
ciales, podían  juzgarse  efímeras,  lograba,  por  la  lucidez  de 
su  exposición  y  por  su  ingenio  en  buscar  originales  puntos 
de  vista,  dar  a  la  materia  tratada  un  interés  permanente. 

Su  labor  personal  científica  fué  muy  abundante  y  meri- 
toria. 

La  lista  más  completa  de  sus  obras  la  ha  dado  el  excelen- 
tísimo Sr.  D.  Daniel  de  Cortázar,  su  íntimo  amigo,  en  el  Dis- 


—  61  - 

curso  leído  en  Id  Real  Academia  de  Ciencias  exaclaa,  físicas  ¡j 
naturales,  con  motivo  de  la  solemne  entreíja  de  la  medalla 
Kcheíjarai]  al  K.vcmo.  Sr.  D.  Eduardo  Saavedra. 

De  esa  lisia  hemos  extractado  los  siguientes  títulos  de  sus 
obras  históricas: 


Descripción  <l«  la  vía  romana  do  Úxania  a  Augustóbriga.  -1  t.  4." 

Madrid,  18- :0.  En  las  Memorias  de  la  Real  Acad.  de  la  Hist. — Reproducido 
por  el  < Noticiero  de  Soria»  en  1891. 

D  scurso  de  entrada  en  la  Real  Academia  de  la  Historia,  en  28  de  Di- 
ciembre de  1862.  —  Las  obras  públicas  en  la  antigüedad. 

Prólogo  y  capítulo  1."  de  la  Epigrafía  romana  de  León,  por  el 
P.  Fita.— León,  186G. 

Bibliografía.  -Antigüedades  prehistóricas  de  Andalucía,  por  D.  Ma- 
nuel de  Góngora.  -Rev.  de  Obr.  Púb.  1869. 

Contestación  al  discurso  <le  entrada  de  D.  Juan  Facundo  Riaño  en 
la  Real  Academia  ae  la  Historia,  en  10  de  Octubre  de  1869.  —La  Políti- 
ca española  en  la  Edad  Media. 

Joyas  arábigas.  —Museo  Español  de  Antig.  T.  I,  1872. 

La  antigua  ciudad  de  3Iurgi. — La  Ilustración  Española  y  Ameri- 
cana. Madrid,  1872, 

Inscripción  de  Boñar.  -Museo  Español  de  Antig.   Madrid,  1872, 

Astro.'abios  árabes. — Mu  eo  Español  de  Antig.  T.  VI.  1875. 

La  historia  de  los  amores  de  París  y  Viana,  trasladada  por  un  mo- 
risco. -Revista  Histórica.  T.  III.  1876. 

Inscripciones  árabes  de  Badajoz.  — Museo  Español  de  Antig. 
T.  VII L  1877, 

Inscripción  árabe  de  Mértola.— La  Academia.  T.  I.  1877. 

Cuestión  heráldica,  las  armas  de  España. — Revista  Histórica.  T.  IV. 
Madrid,  1877. 

Monasterio  de  Poblet.  — Anales  de  la  Construcción  y  de  la  Industria. 
Madrid,  1877. 

El  Aleo.  án. — Conferencia  en  la  Institución  libre  de  Enseñanza.— 
Rev.  de  España,  1878. 

Discurso  de  entrada  en  la  Real  Academia  E.spañola  el  29  de  Diciem- 
bre de  1878.   -La  literatura  aljamiada. 

El  cuadrante  solar  de  Yecla  y  los  relojes  de  sol  de  la  antigüedad.  — 
Museo  Español  de  Antig.  T.  X.  Madrid,  1878. 

Contestación  al  discurso  de  recepción  de  D.  Fidel  Fita,  en  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  en  6  de  Julio  de  1879.  —Dilucidando  la  revo- 
lución de  los  payeses  de  Remensa  en  el  siglo  xv. 

El  alhadiz  del  baño  de  Zarieb.  -  Cuento  aljamiado.  — Museo  ilustra- 
do, 1881, 


—  (Vi  — 

La  Geografía  <le  Kspaña  del  Edrisi.  — Bol.  ile  la  Soc.  Geog.  Madrid, 
1881-l8a">. 

La  liisloriade  la  ciudad  do  Alnt«tn. — Novela  aljamiada. — Rev.  His- 
pano-Amerioana.  Abril,  lí-^i. 

Vinjp  lie  Kl»no  Hafnta  por  España.  -Rev.  Hisp.  Ainer.  1."  Dic.    1882. 

Kl  «'!<lad(»  de  las  eieiuias  en  tiempo  de  Aristóteles. —Conferencia 
pronunciada  en  el  Ateneo  de  Madrid  en  1882.  Anales  de  la  Construc- 
ción y  de  la  Industria,  lb85. 

('ur!<o  de  liistorin:  Oriente. — Revista  Contemporánea,  30  Nov.  18S2. 

Anti;;üed;.des  preliisto.  icas  de  Iluelva. — Boletín  de  la  Real  Acade- 
mia de  la  Historia,  Ma  Irid,  1882. 

InforuK'  sobre  el  Escudo  de  Armas  de  la  3Ioneda.  — Boletín  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia.  T.  IV.  Madrid,  1884, 

Note  snr  un  astrolabe  árabe  dn  Musée  de  F  lorence,— Coraptes  rendus 
du  IV. e  Congrés  international  des  Orlen talistes,  París,  1884. 

Excavaciones  de  Clunia,  —  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
ria. T.  IV.  Madrid,  1884. 

Juicio  crítico  de  la  Numismática  arábif^o-es])afio)a  de  D.  Francisco 
Codera.— Bol.  «le  la  Afail.  de  la  Hist.  Madrid,  1-86. 

La  cuestión  ds  Ando.  ra. — Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
ria. Madrid,  1886. 

Geografía  árabe  de  Portugal.— Revista  Archeológica.  T.  I.  1887. 

La  Romaiquia.  reina  de  SeTilla.— La  Ilustración  Artística,  T.  VI, 
núm.  2^7.  ]>^~i . 

Juicio  crítico  de  Aiálaga  musulmana,  por  D.  Francisco  Guillen  Ro- 
b¡e.«.— Bol.  de  la  Acad.  de  la  Historia.  T.  III.  Madrid,  1888. 

Juicio  crítico  de  Antigüedades  sorianas,  por  D.  Antonio  Pérez  Rio- 
ja.  — Bol.  de  la  Acad.  do  la  Hist.  t,  IV,  Madrid,  1888. 

Contestación  al  discurso  de  entrad*  de  I).  Antonio  Sáncbez  Mognel 
en  la  R.  Acad.  de  1»,  Historia.  — El  antiguo  regionalismo  y  las  lenguas 
provinciales.  Madrid,  18t8. 

Inscripciones  árabes  de  la  casa  de  ViHaceballos  en  Córdoba.  — Bole- 
tín de  la  Ací-.deiiiia  de  la  Historia.  1889. 

Inscripción  arábiga  de  Pechina,  — Boletín  de  la  Academia  de  la  His- 
toria. 1887. 

Prólogo  al  libro  de  D.  Jotquín  de  Gonz'ilez,  titulado  Fatho-1-anda- 
luci.  lí:«9. 

Inscripción  arábiga  de  Kvora.  — Revista  Archeológica.  T.  III.  1889. 

Los  almoráviíles  en  Ef'pflña.— El  Ateneo.  T.  II.  1889. 

.luicio  crítico  de  la  Mauritania  tingitana,  por  Mr.  Tísaot.  — Boletín 
de  la  Academia  de  la  Historia.  1889. 

.Juicio  crítico  del  Tarij  Mansurí,  publicado  por  Amari.—  Boletín  de 
la  Academia  de  la  Historia.  Madrid,  1889. 

Sch!aj)arelli.  Notizie  d'  I'alia.  — Extracto  de  la  geografía  del  Urna- 
rí.  — Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia.  Pág.  99.  1889. 


—  63  — 

El  ladrillo  de  Zamora.  — «Recuerdo  publicado  en  Soria».  Madrid,  189!). 

Inscripciones  árabes  do  Xela.— Bol.  de  la  Acad,  de  la  Hist.  T.  XIl. 
Madrid,  18!)0. 

Ideas  de  los  antiguoss  obre  las  tierras  atlánticas.  -Conferencia  en  el 
Ateneo  en  1891,  con  motivo  de  la  celebración  del  Centenario  del  descu- 
brimiento de  América. 

Juicio  crítico  de  la  Tecmila  de  Ab-^n  Alabar.  -  Publicada  por 
D.  Francisco  Codera.  Bol.  de  la  Acad.  de  la  Hist.  Madrid,  1891. 

Dos  inscripciones  arábigas  de  la  provincia  de  Almería. — Bol.  de  la 
R.  Acad.  de  la  Hist.  Madrid,  1892. 

Inscripciones  arábigas  de  Elche.— Bol.  de  la  R.  Acad.  de  la  His- 
toria. Madrid,  1892. 

El  sepulcro  de  Almanzor  I  en  Badajoz. — Bol.  de  la  R.  Acad.  de  la 
Historia.  xMadrid,  1892. 

Aurora,  reina  de  Córdoba.  -  «El  Día»,  14  Febrero  de  1892. — Repro- 
ducido por  el  «Noticiero  de  Soria»  en  Abril. 

Las  campañas  de  Ordeño  II  en  el  país  de  Soria. —  -Recuerdo  de 
Soria».  1892 

El  talayot.  -Estudio  de  este  géaero  de  antigüe  lade.'i,  publicado  en  el 
libro  «Limosna».  Madrid,  1892. 

Estudio  de  la  invasión  de  los  árabes  en  Esptña.  — 1  v.  8.°  Madrid, 
1892. 

El  monasterio  de  Gr-idefes,  en  la  provincia  de  León.  -Boletín  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia.  T.  XX,  1892. 

El  reloj  del  sol  de  Acaz  en  la  Exposición  Hi-'torico-Enropea. — El 
Centenario,  tomo  4."  Madrid,  1893. 

Noticia  bibliográfica  del  libro  titulado  Soria,  por  D.  Nicolás  Ra- 
bal.—  Boletín  de  la  Real  Academiíi  de  la  Historia.  Madrid,  1895. 

D.  Pascual  Gayangos.— Necrología.  Ilustración  E-<pañola  y  Ame- 
ricana. Madrid,  1897.  2  °  semestre. 

Note  sur  un  astrolabe  belga  du  XVI  siécle.— III.®  Congrés  scientifi- 
que  internatioTal  des  catliolique-;,  1897. 

Introducción  a  la  Colección  de  estudios  árabes  donde  se  establecen 
reglas  fijis  para  la  ortografía  y  la  prosodia  de  los  nombres  árabes.— 
Madrid,  1898. 

Informe  del  libro  «Le?  Hcthcenes  ont-ils  colonisé  la  Catalogue», 
por  D.  (}.  J.  de  Guillen  García.  — Boletín  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia.  Madrid,  1899. 

Contestación  al  discurso  de  entrada  de  D.  Adolfo  Carrasco  en  la 
Real  Academia  de  la  Historia  el  1  °  de  Julio  de  1900.  -Referente  a  la 
historia  de  las  arm  is  de  fuego. 

Juicio  critico  de  la  Historia  de  España  de  D.  Rafael  Altamira.— 
Revista  crítica,  1900. 

Note  snr  l'histoire  de  la  resolution  des  équations  cubiques.  — Con- 
gróa  International  d'Histoire  de  Paris,  1900.  5.*  secc. 


-  64  - 

Contestación  ¡\\  discurso  do  roco])ción  de  D.  Antonio  Vives  en  la 
Real  Academia  de  la  Historia  el  7  de  Julio  de  líiOl. — Algo  referente  a 
la  moneda  castellana. 

Necrolo;;ia  del  Dr.  Emilio  Hübner.— Boletín  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia.  T.  XXXIX,  l'.K)!. 

liK  Marina  militar  musiilmaii.'i  en  KspafiA.  -La  Viila  Marítima,  nú- 
mero -2.  i;Ht2. 

Discurso  contra  el  art.  H."  del  Proyecto  de  ley  de  garantías  para  la 
exportación  de  obras  de  arte,  pronunciado  en  la  sesión  del  Senado  de 
10  de  (octubre  de  ISMl. 

Introducción  al  homenaje  a  D.  Francisco  Codera.  — Biografía.    Zara 
goza,  1ÍH»4. 

Cuestiones  de  prosodia.  Beróher-Alniorávid.  — Homenaje  a  D.  Fran- 
cisco Codera.  IO04. 

Prólogo  al  libro  titulado  «Poblel»,  obra  de  Adolfo  Alegret.  Barce- 
lona, r.H)4. 

La  mujer  mozárabe. —  Conferencia  dada  en  el  Círculo  de  San  Luis  el 
21  de  Abril  de  1904. 

Pelayc  — Conferencia  dada  el  fi  de  Febrero  de  1906  en  la  Asociación 
de  Ccuferedcias. 

El  árabe  literario.  — Publicado  en  la  Revista  «España  en  África». 
Abril,  19C»6. 

Gnadalete  y  Covadonga.  —  «P^l  Universo,  2(5  de  Enero  de  1908.  — Nú- 
mero  24¿3. 

La  bataille  de  Calatafiazor .— Mélangcs  Hartwig  Derenbourg.  Pa- 
rís. 19(>í,». 


DISCURSO 


DEL 


EXCMO.  SR.  D.  FRANCISCO  CODERA 


Señohes  Académicos: 


Sensil)le  ha  sido,  para  la  brillantez  de  este  solemne  acto 
de  recepción  del  nuevo  Académico,  que  mis  relaciones  espe- 
ciales con  el  recipiendario  y  con  el  ilustre  compañero  a 
quien  viene  a  sustituir,  me  hayan  como  designado  para  dar- 
le la  bienvenida,  cuando  tan  pocas  condiciones  reúno  para 
tales  desempeños,  pues  ni  siquiera  puedo,  por  los  achaques 
de  mis  años,  leer  personalmente  este  desaliñado  discurso. 

Aunque  se  han  publicado  varios  esbozos  de  biografía  del 
Sr.  Saavedra  por  los  que  le  han  sucedido  en  las  dos  Acade- 
mias hermanas,  la  Españolay  la  de  Ciencuis  Exactas,  Físicas  y 
Xaturales  (sin  contar  lo  que  de  él  acaba  de  recordar  el  Sr.  Ri- 
bera, que  le  reemplaza  en  ésta,  y  las  que  se  publicaron  a  raíz 
de  su  muerte,  y  aun  antes,  por  varias  entidades  literarias), 
creo  que  no  huelga  el  que  le  dedique  algunas  palabras  sobre 
sus  relaciones  con  esta  Real  Academia  y  de  un  modo  especial 
con  los  estudios  arábigos. 

Discípulo  el  Sr.  Saavedra  de  nuestro  común  maestro  el 
Sr.  D.  Pascual  de  Gayangos,  con  quien  mantuvo  constante  e 
íntima  amistad,  hubo  de  ver  con  agrado  mi  traslación  desde 
Zaragoza  a  la  cátedra  de  Lengua  árabe  de  la  Central,  en  la 
cual  tuve  el  honor  de  suceder  en  realidad  a  mi  maestro  des- 
pués de  varios  años  de  interinidad.  El  Sr.  Saavedra,  por  las 
ocupaciones  propias  de  sus  muchos  cargos  en  su  carrera  de 
Ingeniero,  no  tuvo  ocasión  de  dedicarse  principalmente  al 
estudio  de  las  cosas  árabes,  a  las  que  sólo  pudo  prestar  aten- 
ción secundaria  en  sus  largos  años  de  trabajo,  aunque  con 
gran  cariño,  alentando  o  ayudando  en  cuanto  estaba  de  su 


—   (ÚS   — 

parte  a  todos  los  que  nos  consagrábamos  a  ellos  de  un  modo 
principal  o  casi  exclusivo,  y  creo  que  esta  l'né  la  causa  de 
que,  al  llegar  a  Madrid  el  Sr.  Ribera,  pensara  ya  en  proponer 
su  ingreso  para  esta  Real  Academia. 

1£1  ejercicio  de  su  profesión  de  Ingeniero  de  Caminos 
l)uso  al  Sr.  Saavedra  en  condiciones  especiales  para  estudiar 
las  vías  romanas  y  para  conocer  de  visa  la  Geografía  actual 
de  las  regiones  por  él  recorridas,  y  quizá  con  esto  se  des- 
arrolló en  su  espíritu  la  afición  a  la  Geografía  árabe  españo- 
la, de  la  que  tantos  enigmas  aclaró,  siendo  de  sentir  que,  por 
los  mucbos  que  aun  le  quedaban  sin  resolver,  no  bubiera 
pensado  en  publicar  los  abundantes  datos  que  tenía  reuni- 
dos, disponiendo  además  de  los  que  durante  muchos  años 
babía  coleccionado  nuestro  maestro  el  Sr.  (iayangos,  y  po- 
diendo contar  en  los  cuarenta  años  últimos  con  los  que  yo 
iba  anotando  en  mis  lecturas,  y  que  generalmente  nos  comu- 
nicábamos, basta  el  punto  de  que,  cuando  le  ocurría  una  so- 
lución, la  consignaba  en  cédula  especial  para  que  yo  la  unie- 
se a  mi  colección,  que  sabía  no  ser  personal,  sino  destinada 
a  la  biblioteca  de  los  arabistas  de  la  Escuela  (rayangos.  De 
esta  escuela  era  el  Sr.  Saavedra  como  el  representante  más 
autorizado,  y  en  este  concepto  actuó,  en  realidad,  en  el  pri- 
mer tomo  de  la  Colección  de  Esludios  Árabes,  publicada  por 
los  adictos  a  la  escuela  del  Sr.  Gayangos  (cuyo  retrato  figura 
en  la  dedicatoria),  presentándola  al  público  en  un  prólogo 
que  encabeza  el  primer  tomo  de  aquella  colección.  En  sus 
últimos  años  pensamos  más  de  una  vez  en  publicar  los  datos 
geográficos  reunidos;  pero  ya  era  tarde:  nuestra  edad  no  con 
sentía  ya  tal  compromiso,  por  las  arduas  investigaciones  que 
muchos  nombres  geográficos  habían  de  exigir;  y  es  tanto  más 
de  lamentar,  cuanto  que  ha  de  ser  ya  difícil  que  otro  alguno 
llegue  a  reunir  las  dos  condiciones  de  anibisla  y  geógrafo  que 
reunía  el  Sr.  Saavedra,  indispensables  para  poder  encontrar 
la  solución  de  tales  problemas  de  toponimia  árabe-española. 

Otro  de  los  aspectos  más  interesantes  y  menos  conocidos 
de  la  vida  científica  del  Sr.  Saavedra,  es  la  ayuda  y  colabora- 
ción que  siempre  prestó  a  cuantos  le  consultábamos  alguna 
cuestión,  no  limitándose  a  suministrar  en  el  momento  cuan- 


-  ()0  - 

to  le  sugería  su  vasta  erudición  y  gran  sentido  practico,  sino 
que,  aun  después  de  acabadas  las  consultas,  solo  en  su  gabi- 
nete de  trabajo,  en  la  torzada  inacción  a  que  le  condenaba 
su  ceguera,  meditaba  en  la  cuestión  que  se  le  había  pro|)ues- 
to  y  daba  por  fin  con  soluciones  nuevas. 

Cuando  murió  el  Sr.  D.  Francisco  Sinionet,  que  apenas 
había  comenzado  la  impresión  de  su  obra  Hisloria  de  los  Mo- 
zánibes  de  España,  premiada  por  esta  Academia  muchos 
años  antes,  dadas  las  condiciones  en  que  quedaba  el  manus- 
crito, era  poco  menos  que  imposible  el  continuar  y  terminar 
la  impresión  de  tan  voluminoso  y  complicado  trabajo.  Na- 
die se  dará  por  ofendido  si  digo  que  sólo  el  Sr.  Saavedra  era 
capaz  de  llevar  a  término  semejante  tarea  de  publicar  un 
original,  esciilo  con  mala  letra,  con  muchas  tachaduras  y 
adiciones  al  margen  o  en  papeles  pegados  a  las  hojas,  sin 
llamadas  bastante  claras  y  con  abundantes  citas,  cuya  remi- 
sión era  insegura.  Como  los  auxiliares  del  Sr.  Saavedra  no 
podían  evacuar  las  citas  de  textos  árabes,  en  algo  le  ayudé, 
y  casi  me  remordía  la  conciencia  de  no  haberme  brindado  a 
hacer  yo  el  trabajo  personalmente.  No  satisfecho  el  Sr.  Saa- 
vedra con  la  publicación  del  manuscrito  en  las  condiciones 
indicadas,  echó  sobre  sí  el  peso  de  formar  y  añadir  índices, 
muy  pormenorizados,  de  materias  y  nombres  propios,  índices 
de  los  cuales  he  dicho,  alguna  vez,  que  representan  gran  par- 
te del  valor  real  de  la  obra  del  Sr.  Simonel.  Y  esta  inmensa 
labor  del  Sr.  Saavedra  creo  que  pasó  casi  inadvertida,  como 
si  se  hubiera  tratado  de  la  publicación  de  un  manuscrito  que 
pudiera  ser  enviado  a  la  imprenta  en  condiciones  de  editarse 
sin  la  intervención  del  autor. 

Acrece  el  mérito  del  Sr.  Saavedra  en  la  publicación  de  la 
obra  del  Sr.  Simonet  la  circunstancia  de  que  en  ésta  abun- 
dan apreciaciones  históricas,  con  las  que  no  estaba  confor- 
me, y  que,  sin  embargo,  él  no  se  permitió  modificar,  pues  no 
era  esta  su  misión,  ya  que  la  Academia  había  acordado  que 
el  Sr.  Simonet  publicase  su  libro,  una  vez  vencida  la  resisten- 
cia que  se  había  manifestado  muchos  años  antes  a  que  se 
publicase  la  obra  premiada  si  el  autor  no  introducía  ciertas 
modificaciones,  a  las  cuales  nunca  se  prestó. 


-   7()  - 

Por  haber  asistido  el  Sr.  Saavedra  a  la  inauguración  del 
Canal  de  Suez,  visitando  pnrte  del  Kgipto  y  poniéndose  en 
relación  con  los  indígenas  en  cuantas  ocasiones  se  le  ofre- 
cieron, sabía  por  experiencia  propia  la  utilidad  que  para  com- 
prender mejor  la  historia  árabe  tienen  esta  clase  de  viajes,  ya 
que  no  sea  hacedero  el  entablar  relaciones  íntimas  con  mu- 
sulmanes. Por  esto,  al  prepararse  la  iMiibajada  del  excelentí- 
simo Sr.  D.  Arsenio  Martínez  Campos  a  Marruecos,  concibió 
la  idea  de  que  uno  de  los  arabistas  fuese  agregado  a  la  comi- 
sión diplomática,  y  obtenido  el  beneplácito  del  Sr.  P»ibcra, 
el  Sr.  Saavedra  gestionó  con  el  líxcmo.  Sr.  D.  Segismundo 
Moret,  ministro  de  Kstado,  que  el  Sr.  Ribera  fuese  agregado 
como  auxiliar,  proponiéndonos  ambos  (pues  el  Sr.  Saavedra 
obraba  de  acuerdo  conmigo)  el  encargar  al  joven  arabista 
que  procurase  ver  y  adquirir,  a  ser  posible,  libros  manuscri- 
tos. El  carácter  oficial  de  su  misión  en  tales  circunstancias 
de  nada  le  sirvió;  tanto,  que  a  las  repetidas  indicaciones  he- 
chas al  ministro  de  Pastado  del  Sultán  por  el  Sr.  Embajador, 
aquél  se  hizo  el  sordo,  hasta  que  por  fin  contestó,  que  si  el 
Sr.  Ribera  quería  ver  la  librería  del  Sultán,  se  hiciera  moro. 
Esto  no  obstante,  el  Sr.  Ribera  pudo  adquirir  algunos  libros, 
por  intermedio  de  judíos,  y  otras  obras  de  mayor  importan- 
cia, entrando  como  por  .sorpresa  en  una  librería  mora,  a  la 
cual  ya  no  pudo  volver  después,  porque  al  verle  el  librero,  le 
cerraba  el  paso.  Los  libros  adquiridos  por  el  Sr.  Ribera  en  la 
ciudad  de  Marruecos  obran  en  la  biblioteca  de  esta  Acade- 
mia y  de  ellos  di  cuenta  detallada  en  el  Boletín  (1). 

Sólo  como  una  prueba  más  del  interés  y  afecto  que  el  se- 
ñor Saavedra  profesaba  a  los  arabistas  que  trabajaban  en  mi 
casa,  citaré  un  donativo  especial  para  nuestra  biblioteca,  que 
ya  estaba  abierta  a  todos:  por  los  años  18<S0  debió  de  tener 
el  propósito  de  hacer  algún  trabajo  como  de  toponimia  es- 
pañola o  cosa  parecida,  y,  al  efecto,  extrajo  multitud  de  pa- 
peletas de  los  libros  de  Monfcrúi  y  de  Caza  de  Alfonso  XI,  de 
I).  Juan  Manuel  y  de  Pero  López  de  Aijala,   anotando   los 


M)    Tomo  XXIV.  Xúmoro  de  Mayo  de  1.S94,  págs.  365  a  370. 


-    71   — 

nombres  tojiográficos  de  los  términos  rurales  mencionados 
al  describir  las  cacerías;  el  número  de  papeletas  pasa  de 
(¡iiince  mil,  que  sería  curioso  estudiar  desde  los  puntos  de 
vista  bistórico  y  filológico,  a  los  cuales  se  prestan.  Creyendo 
yo  interpretar  así  la  mente  del  autor,  esa  colección  está  a  la 
disposición  de  los  estudiosos. 

*     * 

Y  cumplido  este,  para  mí,  sagrado  deber,  que  la  amistad  y 
el  cariño  me  imponían,  be  de  pasar  a  haceros  la  presenta- 
ción del  nuevo  académico.  Mas  para  ello  me  sería  difícil 
emular  con  mi  torpe  palabra  lo  que  dijo  de  él  el  excelentísi- 
mo Sr.  D.  Alejandro  Pidal  en  el  acto  de  la  recepción  solem- 
ne del  Sr.  Ribera  en  el  seno  de  la  Real  Academia  de  la  Len- 
gua. A  ello,  pues,  me  remito,  limitándome  a  mencionar  los 
trabajos  más  especialmente  bistóricos  y  de  estudios  arábigos 
debidos  a  su  pluma. 

Ya  lo  habéis  oído:  el  Sr.  Ribera  proclama  haber  sido  dis- 
cípulo mío,  por  haber  asistido  a  mi  clase,  cuando  hace  más 
de  treinta  años  enseñaba  yo  lengua  árabe  en  la  Universidad 
Central,  y  aunque  parece  que  podría  yo  gloriarme  de  ello, 
por  mis  particulares  convicciones  me  permito  insinuar  una 
rectificación:  el  Sr.  Ribera,  por  circunstancias  especiales,  no 
pudo  asistir  a  clase  en  los  primeros  días  de  curso,  y  hubo  de 
iniciarle  en  las  primeras  lecciones  un  su  amigo  ínfimo,  que 
había  emprendido  antes  que  él  el  estudio  de  la  asignatura, 
el  Sr.  Meneu,  profesor  hoy  de  Lengua  hebrea  y  accidental- 
mente de  árabe  en  la  Universidad  de  Salamanca.  Resulta, 
pues,  que  no  fui  yo  quien  inició  al  Sr.  Ribera  en  los  estu- 
dios arábigos,  si  bien,  como  él  ha  dicho,  fui  la  causa  ocasio- 
nal de  su  verdadera  vocación;  las  causas  efectivas  de  sus 
progresos  en  tales  estudios  fueron  sus  felices  disposiciones  y 
su  asiduo  trabajo:  suiím  ciiiqíie.  Con  este  motivo  permitidme 
que  os  llame  la  atención  sobre  un  hecho  bastante  vulgar:  en 
general,  los  profesores,  cuando  tienen  un  discípulo  que  des- 
pués llega  a  brillar  o  a  ser  una  notabilidad,  parecen  creer  que 
el  éxito  se  debe  a  ellos,  y  alguno  lo  ha  dicho  casi  terminan- 


Icmenle.  Yo  creo  (|uc  la  rolnción  de  niagislerio  cabe  rornui- 
larla  de  varios  modo^:  —  Fi¡l(iiio  s<ibe  inuclio  i¡  ha  sido  discí- 
pulo mío:  así,  sólo  se  aíiriiia  la  existencia  de  los  dos  hechos 
sin  relación  de  caus;il¡(l;id.--Fí//í//ío  s(d)e  mucho  por  haber 
sido  discípuh)  mío:  lo  insinúan  pocos;  pero  pienso  que  lo 
creen  muchos.— F/;/(//ío  .sa/)í'  mucho,  a  pesar  de  haber  sido 
discípulo  mío:  esto  no  lo  piensa  nadie,  aunque  quizá  sería  la 
verdad  en  muchos  casos. 

Cuando  el  Sr.  Uibera  comenzó  sus  esludios  arál)¡<»os,  co 
menzaba  yo  también  la   temeraria  empresa   de   publicar  mi 
Biblioiheca  Arábico  Hispana:  en  a((uel  curso,  aun  auxiliado 
con  muy  buena  voluntad  e  inteligencia  por  uno  de  los  mejo- 
res discípulos  de  años  anteriores,  pudimos  sólo   publicar  un 
fascículo  de  10<S  pnginas,  pues  yo,  entendiendo  muy  poco  de 
las  cosas  de   imjirenla,    había   ad(|uirido   una  fundición   de 
tipos  árabes,  y  haciendo  yo  de  cajista,  instaladas  en  mi  cuarto 
las  cajas,  fui  componiendo  el   texto  y  enseñando  el   oíicio  a 
mi  antiguo  discíi)ulo  Sr.  (>uenca,  quien  comenzó  a  componer 
sobre  el  texto  original,  dedicando  a   esta  tarea  los   ralos  que 
le  dejaban   libres  sus  ocupaciones  escolares  y  tle  opositora 
cátedras;  a  íin  de  curso,  me  encontré  sin  auxiliar  para  conti- 
nuar la  empresa,  pues  mi  aprendiz  cajista   había  sido  nom- 
brado, en  virtud  de  oposición,   catedrático  de  Latín.   Termi- 
nado el  curso,  al  despedirse  de  mí  el  Sr.  Ribera  y  su  amigo, 
propáseles  si  en  el  curso  siguiente  querrían  ayudarme  en  la 
empresa,  y  aceptada  la   proposición,  al   reanudar  las  tareas 
en  Octubre,  quedaron   constituidos  ambos  en   directores  de 
la  especie  de  imprenta  árabe  montada  en  mi  casa,  ya  de  un 
modo  más  amplio  y  con  aumento  de  personal,  que  no  faltó; 
pues  el  trabajo  de  cajista,  sin  ser  muy  pesado,   producía  lo 
suficiente  para  atender  o  ayudar  a  las  necesidades  de  la  vida 
estudiantil;  así  es  que  pasaron  por  la  imprenta   árabe  varios 
de  mis  alumnos,  que  algunos  llegaron  a   ser  catedráticos  o 
archiveros. 

Como  el  Sr.  Ribera,  j)or  sus  mayores  conocimientos  de 
lü  lengua  árabe,  estaba  en  mejores  condiciones  para  ayudar- 
me en  la  corrección  de  j)ruebas,  desde  el  primer  día  tomó  a 
su  cargo  esta  tarea,  llenándola  de  un  modo  tan  cumplido,  que 


—  73  — 

al  comenzar  la  publicación  del  tercer  tomo  de  la  Bihliollicca, 
creí  de  justicia  el  que  figurase  como  coeditor,  y  en  realidad 
a  él  se  debió  la  lectura  de  mucbos  párrafos,  que  en  el  origi- 
nal estaban  casi  borrados. 

La  pericia  del  Sr.  Ribera  en  paleografía  árabe  se  manifes- 
tó bien  a  las  claras  en  una  visita  de  algunos  días  a  la  biblio- 
teca del  Escorial:  habíamos  examinado  el  manuscrito  que 
contiene  el  Alinochdin  de  BenaJalntr,  que  nos  proponíamos 
publicar,  y  como  yo  había  emprendido  la  tarea  de  ordenar  y 
clasificar  en  parte  los  muchos  legajos  de  manuscritos  suel- 
tos árabes  que  se  habían  formado  sin  pjricia  alguna  después 
de  uno  de  los  incendios,  dimos  con  un  legajo,  que  entre  otras 
cosas  sueltas  contenía  una  hoja  que  se  había  desprendido 
del  códice  en  cuestión  al  echarlos  al  patio  en  las  prisas  del 
incendio:  al  verla  el  Sr.  Ribera,  advirtió  la  semejanza  o  iden- 
tidad de  letra  de  la  hoja  con  el  códice  indicado;  para  resol- 
ver la  cuestión  pedimos  el  códice,  y  comparados  los  datos 
que  tomábamos,  número  de  líneas  por  planas,  alto  y  ancho 
de  la  caja,  carácter  del  papel  y  de  la  escritura,  no  cupo  duda 
de  que  el  fragmento  pertenecía  a  la  obra  de  Benalabaí-,  a  la 
cual,  de  acuerdo  con  el  Sr.  Bibliotecario,  se  incorporó  en 
lugar  correspondiente  (1). 

En  la  labor  de  corregir  las  pruebas  de  los  textos  árabes 
fui  ayudado  por  el  Sr.  Ribera  durante  los  cursos  de  1882  a 
83,  83  a  84  y  84  a  85,  en  cuyo  tiempo  pudimos  publicar  más 
de  la  mitad  del  tomo  1  de  la  Bibliolheat  Arábico-Hispana,  el 
tomo  II  y  el  III  (2). 


(1)  De  esto  di  ya  noticia  en  la  Introducción  al  tomo  IV  de  mi 
Bibliotheca  Arábico- [íispcina  (pág.  xix)  al  dar  cuenta  del  estado 
del  códice  que  había  servido  para  la  publicación. 

(2)  En  12  de  Mayo  de  1882  di  cuenta  a  la  Academia  del  con- 
tenido del  primer  fascículo  publicado  en  este  año  (Boletín  de  hi 
Real  Academia  de  la  Historia,  tomo  II,  págs.  164  y  sigs.).  En  12  de 
Enero  de  1883  pude  dar  cuenta  del  contenido  del  segundo  cua- 
derno, indicando  que  teníamos  ya  impreso  parte  del  tercer  fas- 
cículo (en  el  mismo  tomo  del  Boletín,  págs.  215  a  217;,  de  cuyo 
contenido  di   cuenta   el  3  de  Abril  del   mismo   año  (Boletín, 


—  74  — 

lín  Febrero  de  liSSó,  al  comunicara  la  Academia  la  im- 
presión del  lomo  III  (¡ue  comprende  la  obra  de  Adb-Dhabi, 
dije  reliiiéndome  al  Sr.  Ribera  {Boletín,  lomo  VI,  pá<^.  2í):i): 
«Ante  todo,  cúmpleme  manifestar  que  la  obra  de  Adb-Dbabi 
ligiira  publicada  por  el  que  suscribe  y  por  su  discípulo  1).  Ju- 
lián Ribera;  pues  habiendo  tomado  éste  una  parte  tan  ac- 
tiva en  la  publicación,  como  la  lomó  ya  en  los  últimos  cua- 
dernos de  Abenpascual,  no  era  razonable  que  íii»urara  como 
mero  auxiliar  y  que  de  él  se  hiciera  sólo  mención  en  el  pró- 
logo; por  desgracia,  obligaciones  de  familia  le  han  separado 
de  estas  tareas,  cuando  estaba  impresa  poco  más  de  la  mi- 
tad de  la  obra,  cuya  ausencia,  no  sólo  ha  retrasado  la  publi- 
cación, sino  que  probablemente  se  hará  notar  i)or  mayor 
número  de  erratas  en  la  parte  que  no  ha  visto»  (1). 


tomo  III,  pág.  3^5  ponderando  la  relativa  rapidez  con  que  lie 
vahan  a  cabo  la  composición  del  texto  árabe  los  alumnos  que 
me  ayudaban  en  esta  enojosa  tarea.  El  13  de  Febrero  de  1(S85  di 
cuenta  de  la  impresión  del  tomo  III,  y  posteriormente  de  los  de- 
más, a  medida  que,  hechos  los  índices  y  el  estudio,  podíamos  se- 
ñalar lo  más  importante  de  cada  tomo;  los  informes  constan  en 
el  Boletín  de  la  Academia. 

(ly  Aunque  lo  he  consignado  ya  en  otra  ocasión,  me  parece 
oportuno  decir  algo  práctico  acerca  de  los  manuscritos  árabes 
del  Escorial,  muchos,  quizá  la  mayor  parte,  están  mal  encua- 
dernados, y  como,  en  general,  no  fueron  foliados,  con  facilidad 
resultan  errores  históricos  graves;  los  copistas  árabes  pocas  ve- 
ves  o  nunca  foliaban  los  libros  al  copiarlos;  a  lo  sumo,  numera- 
ban los  cuadernillos;  y  como  por  otra  parte  muchas  veces  en- 
volvían los  cuadernos  en  una  cubierta  de  cartera,  sin  coserlos, 
con  facilidad  hojas  o  cuadernos  enteros  resultaban  fuera  de  su 
lugar;  al  arrojar  a  un  patio  los  volúmenes  en  la  confusión  de  un 
incendio,  se  comprende  que  muchas  hojas  y  cuadernillos  bubie 
ron  de  desprenderse,  y  recogidos  i)or  quienes  no  los  entendían, 
se  colocaron  en  legajos  sin  más  criterio  que  el  del  tamaño;  des- 
pués del  incendio,  escarmentados  quizá  con  lo  sucedido,  encua- 
dernaron los  libros  en  el  orden  en  que  habían  quedado,  y  lo  que 
resultaba  suelto,  se  reunió  en  unos  dos  mil  legajos,  pues  la  nu- 
meración llega  a  1957;  estas  causas  han  debido  de  producir  efec- 


-      I'ú  — 

Con  lo  dicho  queda  explicado  por  qué  el  Sr.  Ribera  no 
figura  como  coeditor  en  los  tomos  IV,  V,  VI,  VII  y  VIII  de 
la  Bibliolhecd  Arábico  Hispdim. 

Establecida  por  mediación  del  Sr.  Gayangos  en  la  Uni- 
versidad de  Zaragoza  la  cóledra  de  Lengua  árabe,  en  lugar 
de  la  de  Lengua  hebrea  que  había  vacado,  la  obtuvo  por 
oposición  el  Sr.  Ribera  en  el  año  1<S87,  y  como  yo  seguía  pu- 
blicando ]ci  Bibliolheca  Arábico- HispaiKf,  acordamos  conti- 
nuarla en  Zaragoza,  adonde  se  llevaron  los  tipos  árabes  de 
nuestra  propiedad. Ofrecíase,  sin  embargo,una  dificultad,  gra- 
ve al  parecer,  que  era  la  falta  de  cajistas  para  estos  trabajos; 
pero  había  concebido  el  Sr.  Ribera  una  idea  muy  práctica,  que 
desde  lueao  dio  excelentes  result  ;dos:  en  vez  de  reclutar  cajis- 
tas  muy  eventuales  y  transitorios  entre  los  discípulos,  como 


to  análogo  en  todas  partes,  pues  en  Túnez  y  Constantina  halla- 
mos el  mismo  desorden  en  dos  manuscritos  muy  interesantes 
para  nuestra  historia  árabe. 

Dozy  hizo  cargos  a  Casiri  por  no  haber  advertido  que  en  un 
texto  que  copiaba,  se  había  pasado  de  la  biografía  de  un  perso- 
naje a  la  de  otro;  examinado  el  original  que  copió  Casiri,  resulta 
que  el  error,  al  menos  se  remontaba  al  original  del  cual  se  co- 
pió el  códice  del  Escorial,  pues  en  éste  el  tránsito  está  a  mitad 
de  página,  y  por  lo  tanto  no  era  fácil  que  se  ocurriese  la  sospe- 
cha de  incongruencia  'véase  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia,  tomo  XX,  pág.  535'.  El  mismo  Sr.  Dozy  fué  víctima  de 
un  error  análogo  en  cuestión  que  hubo  de  tratar  varias  veces  con 
interés:  los  autores  árabes  que  se  conocen  admiten  dos  reyes  de 
la  primera  dinastía  de  los  reyes  de  Zaragoza  en  el  siglo  v  de  la 
hégira,  y  así  lo  consignó  Dozy  en  la  I.""  edición  de  sus  Recherches 
sur  Vhistoire  et  la  litterature  de  VEspagne  pendaiit  le  imnjen  age 
(Leyde,  1849  ;  en  la  2."  edición  (1860  ,  engañado,  (según  él  mismo 
me  confesó  después)  por  un  texto  de  Abenaljatib,  que  confundió 
en  una  las  biografías  de  Mondir  I  y  Mondir  //sin  hacer  mención 
de  Yahija,  que  sucedió  a  su  padre  Mondir  I,  admitió  que  no  había 
habido  más  que  un  re}'  de  la  dinastía  de  los  Tochibíes,  y  en  la  3.^ 
edición  (1881),  aclarada  la  cuestión  por  las  monedas  de  Zaragoza 
que  le  habíamos  comunicado,  admitió  que  habían  sido  tres  los 
revés  de  la  dinastía  de  los  Tochibíes. 


—  7(5  — 

habíamos  hecho  aquí, se  propuso  elSr.  Hil)e.ra  ensenar  los  ele- 
mentos de  la  eserilnra  ^'nabe  a  un  cajista  de  imprenta,}'  pues- 
to de  acuerdo  con  un  impresor,  éste  le  facilitó  uno  de  sus 
jóvenes  aprendices,  que  gustoso  se  prestó  a  ir  a  clase  de  ára- 
be en  la  primera  temporada  de  curso,  de  modo  que  pronto 
se  puso  en  condiciones  de  leer  tan  bien  como  los  (¡ue  habían 
cursado  la  asignatura,  y  trabajando  en  su  oficio  propio  y  du- 
rante muchos  ratos,  adquirió  mayor  facilidad  en  el  manejo 
de  los  tipos  y  en  la  rapidez  de  la  composición;  tanto  es  así, 
que  en  poco  tiempo  el  impresor  hubiera  podido  imprimir 
textos  árabes  al  mismo  precio  que  los  de  lenguas  con  carac- 
teres latinos;  en  estas  condiciones  publicamos  los  lomos  IX 
y  X  de  nuestra  Biblioiheca,  de  los  cuales  figura  como  coedi- 
tor el  Sr.  Ribera  (1). 

Publicados  en  Zaragoza  los  tomos  IX  y  X  de  la  Biblioihe- 
ca, decidimos  desistir  de  continuarla,  no  por  haber  agotado 
los  textos  publicables,  que  son  muchísimos,  sino  por  dificul- 
tades económicas  y  de  otra  índole,  quedando  los  tipos  en  la 
imprenta  para  ser  aprovechados  en  la  liauisla  de  Anigón  y 
en  la  Colección  de  esliidios  árohes,  que  en  unión  de  sus  ami- 
gos había  comenzado  a  publicar  el  Sr.  Ribera. 

Trasladado  a  Madrid, por  concurso,  nuestro  nuevo  compa- 
ñero a  la  cátedra  de  Ilislorio  de  lo  civilización  de  judíos  7  /7ií/- 
sulmanes  en  el  año  lí)()5,  cuando  ya  había  obtenido  por  opo- 
sición la  cátedra  de  Lengua  árabe  en  la  Universidad  C.entral 
(vacante  por  jubilación  solicitada  de  quien  os  dirige  la  pa- 
labra) su  discípulo  I)r.  D.  Miguel  Asín  Palacios,  con  quien 
compartía  los  cuidados  de  la  publicación  de  la  lievisla  de 
Aragón,  ésta,   con   nuevos  colaboradores,  verdaderamente 


(1  J-^n  dichos  lomos,  lo  mismo  (jue  cii  los  anteriores,  i)iiede 
observarse  que  una  de  las  clases  de  erratas  (pie  en  los  libros  ára- 
bes europeos  son  más  o  menos  frecuentes,  a  saber,  (pie  el  uan  (9) 
conjunciíjn  aparezca  como  palabra  monolítera,  porque  el  cajis- 
ta lo  ha  creído  lal,  y  el  editor  o  corrector  no  se  ha  íijado  en  ello, 
en  nuestras  ediciones,  por  el  superior  conocimiento  de  los  cajis- 
tas, tal  errata  se  hallará  rara  vez. 


—   II    — 

tales,  se  transformó  en  Cnlliint  Española,  para  la  cual  se  tra- 
jeron de  Zaragoza  los  tipos  árabes,  y  por  el  mismo  procedi- 
miento se  amaestró  a  nuevo  cajista  de  imprenta,  que  ha 
compuesto  ya  muchos  textos  árabes,  entre  ellos,  uno  publica- 
do con  traducción  y  notas  j)or  el  Sr.  Ribera,  y  del  cual  por 
su  importancia  habré  de  decir  luego  dos  palabras. 

* 

El  Sr.  Ribera  no  circunscribe  su  actividad  en  los  estudios 
árabes  y  de  erudición  a  cuestiones  de  detalle:  tiene  aptitudes, 
y  las  cultiva,  para  trabajos  de  más  alto  vuelo,  como  lo  prue- 
ban, además  de  los  artículos  publicados  en  la  Reuista  de  Ara- 
gón, en  Cultura  Española  y  otras  revistas,  las  obras  siguien- 
tes, de  cuya  impoitancia  me  abstengo  de  hablar,  ya  que  mi 
voto  se  rechazaría  como  apasionado  y  además  como  incom- 
petente por  tratarse  en  algunas  de  materias  en  gran  parte 
ajenas  a  mis  aficiones. 

La  enseñanza  entre  los  musulmanes  españoles.  Discurso 
leído  en  la  Universidad  de  Zaragoza  en  la  solemne  apertura 
del  curso  académico  de  1898  a  1894.  Zaragoza,  1893. 

Bibliófilos  i]  bibliotecas  en  la  España  musulmana.  Confe- 
rencia leída  en  la  Facultad  de  Medicina  y  Ciencias.  Zarago- 
za, 1890. 

Orígenes  del  Justicia  de  Aragón.  Zaragoza,  1897. 

La  supresión  de  los  exámenes.  Zaragoza,  1900. 

El  Ministro  de  Estado  en  la  cuestión  de  Marruecos.  Zara- 
goza, 1902. 

Lo  científico  en  la  Historia.  Madrid,  1906. 

La  .superstición  pedagógica.  Madrid,  1910. 

Discurso  leído  ante  la  Real  Academia  Española  en  la  re- 
cepción pública  de  D.  Julián  Ribera  Tarrago,  el  2()  de  Mayo 
de  1912.  Madrid,  1912. 

Manuscritos  cuíd^cs  y  aljamiados  de  la  biblioteca  de  la 
Junta  para  ampliación  de  estudios  e  investigaciones  científicas, 
por  ü.  .lulián  Ribera  y  D.  Miguel  Asín.  Madrid,  1912. 

Historia  de  los  Jueces  de  Córdoba  por  Aljoxaní,  texto 
árabe  y  traducción  española  (Madrid,   1914j,   publicada  por 


—  78  — 

la  JiuiUi  paní  amplidción  de  csludios  c  inuesliíjdiioiu's  ciailí- 
/icas  (Ceníro  de  esludios  hislóricos). 

Esla  obra,  de  la  cual  sólo  se  conocía  un  ejemplar  exis- 
tente en  la  biblioteca  de  la  Universidad  de  Oxford,  babía 
sido  aprovecbada  por  Dozy,  (|uien  la  tuvo  en  poca  estima, 
por  cuanto  el  autor  no  era  español  y  Dozy  supuso  (jue  por 
ser  casi  oriental  y  baber  estado  en  Oriente,  había  aceptado 
tradiciones  forjadas  por  los  sabios  egipcios  en  acjuellas  apar- 
tadas regiones.  Es  verdad  que  narra  tradiciones,  no  todas 
acejitables;  pero  también  es  cierto  (jue  Aljoxaní  aduce  el 
testimonio  de  autores  españoles,  siquiera  sea  sin  especificar 
sus  obras— de  personajes  contemporáneos — y  de  narradores 
de  tradiciones,  llamémosles  tradicioneros  de  plazuelas.  Es 
verdad  también  que  algunas  o  mucbas  de  las  tradiciones  o 
anécdotas  referidas  por  Aljoxaní  podrán  no  ser  auténticas, 
y  el  mismo  Sr.  Ribera  rechaza  algunas  importantes  relativas 
a  los  primeros  tiempos  de  la  dominación  árabe;  pero  lo  im- 
portante en  la  tradiciones  y  anécdotas,  verdaderas  o  falsas, 
aceptadas  por  vulgo  y  eruditos,  está  en  que  nos  indican  la 
mentalidad  de  dicho  pueblo,  y  esto  es  lo  que  resulta  del  libro 
Historia  de  los  Jueces  de  Córdoba  por  Aljoxaní;  ])or  eso  el 
Sr.  Ribera,  al  dar  cuenta  del  contenido  del  libro,  dice  (pági- 
na xixj: 

cEn  una  palabra,  la  crónica  hos  pone  en  medio  de  Cór- 
doba en  los  tiempos  del  emirato,  dándonos  la  impresión  de 
la  realidad,  cual  ninguna  otra  erudita  o  literaria  es  capaz  de 
producir.  Nos  cuenta  cosas  fútiles,  escenas  vulgares,  sin  gran- 
dezas ni  aparato  de  conjunto;  pero  esa  inatención  artística, 
esas  descuidadas  narraciones,  consienten  el  estudio  de  fenó- 
menos sociales,  que  en  otras  crónicas  no  aparecen  siquiera 
esbozados  ni  aludidos.» 

De  mí  sé  decir  que  be  leído  con  sumo  gusto  texto,  tra- 
ducción y  prólogo,  enterándome  de  muchas  cesas  de  los  mo- 
ros españoles,  de  las  cuales  nada  había  visto  en  cuarenta 
años  de  manejar  libros  árabes:  por  demás  está  el  consignar 
que  esta  obra  de  Aljoxaní  debe  ser  leída  por  todos  los  que 
hayan  de  hablar  de  historia  árabe  española.  Especialmente 
la  Introducción  o  Prólogo  del  Iraduclor  iienc  un  interés  espe- 


-  79  - 

cial,  porque  en  ella,  al  dar  noticia  de  la  obra  de  Aljoxaní,  se 
ponen  de  manifiesto,  sintetizando  los  datos  suministrados 
por  el  autor,  cuestiones  importantes  de  nuestra  historia,  en- 
tre otras,  la  de  la  lengua  que  se  hablaba  en  C.órdoba  por  cris- 
tianos y  musulmanes,  llegando  el  Sr.  Ribera  a  la  conclusión 
de  «que  la  lengua  romance,  la  nacional,  era  corriente  en 
aquella  época  (siglos  ix  y  x)  entre  los  musulmanes  de  toda 
clase  social,  en  la  misma  capital  del  islamismo»,  y  natural- 
mente debe  suponerse  que  lo  mismo  ocurría  en  todo  el  te- 
riitorio  dominado  por  los  moros,  aunque  de  ello  no  tenga- 
mos noticias  especiales  suministradas  por  Aljoxaní,  ya  que, 
dedicada  su  obra  a  la  Historia  de  los  Jueces  de  Córdoba,  a 
esta  población  se  refieren  casi  todas  las  anécdotas  referidas 
por  el  autor.  Por  lo  demás,  tal  predominio  del  romance  era 
muy  natural,  y  no  debe  extrañarnos  la  afirmación  de  que  «a 
los  musulmanes  españoles  les  era  muy  difícil  expresarse 
en  árabe».  A  nosotros  siempre  nos  llamó  la  atención,  al  exa- 
minar los  manuscritos  del  Escorial,  la  existencia  de  tantos 
textos  poéticos  vocalizados,  y  atribuíamos  esta  particulari- 
dad de  los  textos  árabes  occidentales,  lo  mismo  que  la  abun- 
dancia de  comentarios  sobre  obras  puramente  literarias  de 
Oriente,  al  poco  conocimiento  que  los  musulmanes  españo- 
les habían  de  tener  de  la  más  culta  y  erudita  lengua  árabe, 
llamada  8a»j«J|,  Andñcd  lingiia  el  elegans  (especialmente  la 
hablada  por  los  himyaritas,  como  indica  Freytag). 

* 

La  tesis  desarrollada  por  el  Sr.  Ribera  en  el  trabajo,  que 
acabáis  de  oír,  como  otras  que  constituyen  el  fondo  de  otros 
trabajos  suyos  y  de  otros  arabistas  modernos,  tardarán  en 
ser  aceptadas,  aun  por  los  llamados  intelectiudes,  por  cuanto 
directa  o  indirectamente  van  en  contra  de  ideas  erróneas 
muy  arraigadas  de  antiguo,  siendo  como  la  clave  de  muchas 
de  ellas  la  idea  de  que  ninguna  cosa  buena  puede  provenirnos 
de  los  musulmanes. 

Prevención  es  ésta  tanto  más  de  extrañar,  cuanto  la  Euro- 
pa del  Renacimiento  no  tuvo  inconveniente  en  estudiar  los  li- 


—  (SO  — 

bros  de  los  aiilores  paganos  griegos  y  latinos  y  en  considerar 
como  oráculos  a  Platón,  Aristóteles, Sóneca  y  tantos  otros;y  es 
que,  cuando  se  han  encontrado  en  lucha  religiosa  y  guerre- 
ra, durante  siglos, dos  pueblos, como  el  cristiano  y  musulniAn, 
es  muy  ditícil  que  cada  uno  de  ellos  haya  llegado  a  enterarse 
bien  del  modo  de  pensar  de  su  adversario  en  todas  las  esferas 
de  la  vida.  Prescindamos  de  examinar  si  los  musulmanes  se 
enteraron  bien  de  lasideas  délos  cristianos;¿pero  se  enteraron 
éstos  de  la  religión  musulmana?Kn  modo  alguno.durante  to- 
da la  I'^dad  Media  se  tuvieron  en  toda  Europa  ideas  muy  equi- 
vocadas respecto  al  islamismo, ideas  que  se  han  ido  rectifican- 
do muy  lentamente  desde  el  siglo  xiv  (Concilio  de  Viena  en 
Kill),  y  hoy  de  un  modo  más  especial  por  los  arabistas  euro- 
peos (1);  pero  las  rectificaciones  tardan  mucho  en  llegar  y  ser 
aceptadas  aun  por  las  clases  intelectuales  Así  no  es  de  extra- 
ñar el  ver  consignado  en  libros  i  ecientes,  nacionales  o  extran- 
jeros, que  el  Alcorán  prohibe  la  representación  pictórica  y 
escultural  de  seres  vivientes,  animales  y  aun  plantas;  lo  re- 
prueba, es  verdad,  alguna  tradición  más  o  menos  respetada, 


(1)  En  la  Reuue  dii  Monde  Musulmán,  juin  1914,  pág.  81,  el 
señor  L.  Rouvat,  al  dar  cuenta  de  los  trabajos  de  Historia  árabe 
que  está  pui)licando  Leone  Caelani,  Príncipe  de  Teano,  con  nio 
livo  de  tratar  particularmente  de  su  obra  de  vulgarización  IsUiin 
e  Cristianesimo,  L' Arabia  j)reislaniica,  (Ai  Arabi  antichi  (Milano, 
Ulrico  Hoepli,  1911,  gr.  ¡n-8,  XV-459  p.  Pr.  8  liras),  dice  con- 
forme a  las  ideas  del  autor:  «Durante  largo  tiempo,  la  Europa, 
enemiga  o  tributaria  del  Islam,  ha  tenido  de  éste  y  de  su  fun- 
dador una  idea  completamente  falsa.  No  será  lo  mismo  en  el 
porvenir,  gracias  a  los  progresos  de  los  estudios  históricos,  he- 
chos de  un  modo  más  serio  y  más  imparcial  y  sometidos  a  una 
severa  critica.» 

Puede  verse,  en  el  mismo  sentido,  un  excelente  articulo,  L'Ktu- 
de  du  mahometisme  en  Bel(jif¡ue,  escrito  por  M.  Víctor  Chauvin  y 
publicado  en  el  Bulletin  de  VAcademie  Roijale  d'Archeolof/ie  de 
Bel(fi(¡ue,  1909,  IV,  págs.  127-145.  El  artículo  da  mucho  más  de  lo 
que  promete,  y  si  no  temiéramos  excedernos,  lo  comentaríamos 
con  mucho  gusto;  pero  nos  permitimos  recomeji;lar  su  lectura. 


—  81    — 

pero  lio  el  Alcorán  Aun  hay  quien  escribe  entre  nosotros 
que  los  miisuliudnes  odian  a  Cristo,  cuando  los  árabes  no  le 
mencionan  sin  añadir  luego  la  fórmula  sobre  rl  sea  Id  paz, 
como  se  añade  después  de  los  nombres  de  los  patriarcas  del 
Antiguo  Testamento  o  de  los  grandes  santones  del  isla- 
mismo. 

El  desconocimiento  de  la  religión  musulmana  por  purte 
de  los  cristianos  se  nota  hasta  en  los  primeros  polemistas 
contra  el  Islam:  Alvaro  Cordobés,  en  el  siglo  ix,  a  pesar  de 
vivir  entre  musulmanes,  resulta  tan  mal  enterado  de  lo  que 
dice  el  Alcorán  o  dijo  Mahoma,  que  en  su  Indiciilus  liimino- 
siis  hay  párrafos  que  aplicados  a  la  conducta  de  malos  mu- 
sulmanes pueden  ser  exactos,  pero  aplicados  al  Alcorán  o  a 
la  doctrina  musulmana  teórica  me  parecen  graves  errores;  y 
es  que  la  fógosidad  de  la  polémica  y  el  prurito  retórico  de 
las  antítesis  llevaron  al  autor  más  allá  de  lo  justo,  hasta  ter- 
giversar en  parte  a'go  acerca  del  matrimonio,  dando  como 
doctrina  de  N.  S.  Jesucristo  lo  que,  a  lo  sumo,  fué  alguna  vez 
de  disciplina  eclesiástica  (1). 

De  esperar  es  que,  siquiera  lentamente,  vaya  ganando  te- 
rreno la  rectificación  de  estos  y  otros  muchos  vulgares  pre- 
juicios acerca  del  islamismo;  el  nuevo  Académico  y  otros 
arabistas  trabajan  con  éxito  en  este  sentido.  Sea,  pues,  bien- 
venido al  seno  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  en  cuyo 
nombre  le  felicita  cordialmente  su  ya  antiguo  amigo  y  maes- 
tro— si  así  se  le  quiere  llamar — ,  y  quiera  el  cielo  que  pueda 
seguir  trabajando  en  las  tareas  de  esta  sabia  Corporación 
tantos  años  como  lo  hicieron  los  Sres.  ü.  Pascual  de  Gayan- 
gos  y  D.  Eduardo  Saavedra,  a  quien  reemplaza  el  nuevo 
Académico. 


(1)  Consúltese  el  Indiculus  luininosiis,  párrafo  o  número  33, 
en  la  España  Sagrada,  tomo  XI,  pág  271,  párrafo  que  hube  de 
citar  ya  en  mi  Di'iciirso  al  recibir  la  investidura  de  Doctor  en  Fi- 
losofía y  Letras  en  1866,  pág.  87. 


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