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DISCURSOS
i,f:ídos an'ie la
REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
EN LA RECEPCIÓN PUBLICA
DEL SEÑOR
D. JULIÁN RIBERA Y TARRAGO
EL DÍA 6 DE JUNIO DE IQIS
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MADRID
«Imprenta Ibérica». — Estanislao Maestrf,
Calle de las Pozas, 12. — Teléfono 3.854
1915
DISCURSO
DEL SkSoR
D. JULIÁN RIBERA Y TARRAGO
Señores Académicos
Hoy se realiza uno de los dorados sueños que más me
ilusionaron con tentaciones halagadoras en mi ya lejana ju-
ventud. Os lo digo ingenuamente, no por el deseo de insi-
nuarme en vuestros ánimos a fin de atraerme vuestra bene-
volencia (pues de ella estoy seguro, ya que me habéis honra-
do llamándome a vuestro seno), sino como desahogo de un
sentimiento profundo de verdadera gratitud. Se os hará evi-
dente con pocas palabras.
Cuando allá en mis mocedades frecuentaba yo la Univer-
sidad, iba aprendiendo las disciplinas de Filosofía y Letras
sin vocación señalada y especial a ninguna de las múltiples
ramas que abraza esta carrera: todas me atraían, como al
turista que recorre por primera vez uu país desconocido;
pero al cursar la asignatura de Lengua árabe, noté una no-
vedad en el maestro: éste, hombre llano y asequible, brindá-
base a la comunicación frecuente y a la intimidad; no sólo in-
citaba a sus alumnos al estudio de esa lengua como disci-
plina universitaria, sino que los estimulaba y animaba a
aprenderla como medio o instrumento de investigaciones fu-
turas; y aun se ofrecía generosamente a seguir prodigando
sus enseñanzas en su propio domicilio, a prestar libros y
medios de iniciación y hasta compartir las labores con sus
discípulos más aventajados.
Aquello causóme impresión muy viva por lo halagadora
e inusitada: tal desprendimiento y generosidad eran rarí-
simos, al menos en esa forma tan franca y tan sincera. Aún
me acuerdo de la primera entrevista que tuvimos en su casa:
— 6 —
ajienas iniciada la conversación, fuó a buscar un viejo ma-
nuscrito moro cuya edición comenzaba eiilonces: la Asila
de Abenpascual, empresa en que se había empeñado con
acuerdo, ayuda y prolección de esta Academia. Kn aquel ma-
nuscrito vi una revelación plástica de lo que se podía hacer
con paciencia y laboriosidad: resolví dejar en segundo térmi-
no todos los demás estudios, para dedicarme exclusivamente
a la especialidad, a la que, si he de hablar aquí con el corazón
en la mano, no había imaginado nunca ni pensado siquiera
inclinarme; pero me decidió la consideración de que en ella
podía encontrar lo que en otras no se me ofrecía: un guía
experto y un camino anchuroso y fácil que convidaba a sa-
tisfacer y colmar todas las ansias y entusiasmos cienlííicos.
En esta Academia hallábanse entonces dos insignes ara-
bistas de honrosísima memoria: Gayangos y Saavedra, que
eran, para mi maestro, amigos entrañables, consejeros lea-
les y cariñosos, ayudas de valimiento, de quienes a toda
hora me estaba hablando el Sr. Codera con respeto y con ca-
riño. Estos dos sabios y esta Academia, constituían los amores
casi exclusivos de mi querido maestro: con ellos y con esta
Academia comunicaba, pliego tras pliego, las novedades his-
tóricas que el texto del manuscrito ofrecía; y como mi maes-
tro tuvo la bondad de asociarme inmediatamente a sus traba-
jos, y él profesaba singular y entrañable devoción a la Acade-
mia que fomentaba sus esludios y atendía con vivo interés su
empresa, no ha de sorprender (|ue, junto con las enseñanzas y
los afectos con que me distinguía, se haya infiltrado hasta lo
más hondo de mi alma la afección a la Academia que fué el
motivo de que mi vocación se fijara y se decidiese.
Si a esto se agrega además el haber tenido vosotros la de-
licadeza exquisita de elegirme para sustituir aquí al Sr. Sa-
avedra, comprenderéis claramente la satisfacción que me ha-
béis proporcionado: me obliga a perdurable gratitud.
Ese varón insigne fué, para los que tuvimos la dicha y el
honor de tratarle y de apreciar su mérito, un hombre de
vastísima cultura, de gran lucidez de entendimiento y de al-
tísimo valor moral: un sabio, un i)rudente, un bueno. Yo no
me atrevo a juzgar de sus publicaciones y libros en materias
— 7 —
extrañas a mis aficiones; sí puedo decir que si, en esas al-
canzó a sobresalir como en sus obras acerca de la historia
árabe, debe considerársele como distinguidísimo polígrafo.
De estudios arábigos, que constituyeron un entretenimien-
to de sus escasos ocios, escribió libros con que se honra-
rían otros que exclusivamente se hubieran dedicado a ta-
les materias. Su obra acerca de la Historia de la invasión
árabe, es una maravilla de agudeza, de ingenio y de sagaci-
dad: con pocos y no bien concertados textos tejió una narra-
ción de tal valor histórico, que les será difícil prescindir de
esa versión a los futuros historiadores. Su Discurso de entra-
da en la Ueal Academia Española, constituye la obra más
completa que se ha escrito sobre la literatura aljamiada, a
la que han de acudir los especialistas, siempre que de tales
materias traten, pues hizo un catálogo minucioso y concien-
zudo de lodos los manuscritos que entonces se conocían. Y
su traducción del Edrisí es trabajo fundamental, donde puso
de relieve sus excepcionales conocimientos geográficos de la
Península. En esta parte no ha habido quien pueda ponerse
en parangón con él.
Pero lo más digno quizá de ser recordado por nosotros,
es la participación asidua que en el progreso de los estudios
arábigos tomó, ayudando generosamente a los demás.
Son estos estudios, bien por lo escaso del número de per-
sonas que a ellos se dedican, bien por las supercherías a que
siempre se han prestado, bien por el hieratismo en que al-
gunos los han envuelto, disciplinas que suscitan nerviosa
emulación profesional, de envidíelas o celos entre los que
las cultivan, sobre todo en épocas en que la ignorancia ge-
neral fomenta la vanidad literaria o la pedantería de los ini-
ciados.
Saavedra se conservó, por su entereza de carácter y recti-
tud moral, completamente libre de tales pasioncillas: mantu-
vo estrecha, leal y constante amistad con Gayangos, su maes-
tro; ayudó y aun colaboró en la publicación de las obras de
Simonet, del que le separaban abismos espirituales; y her-
manó íntima y cordialmente con mi maestro. Codera.
Eran, al parecer, ambos amigos, hombres de carácter
— 8 —
muy distinto: el uno, llexible y dúctil en el trato social, ata-
ble y conuinicalivo, de fácil expresión; insinuante y hábil,
como hombre de mundo, para las relaciones y el comercio
de la vida; el otro, aragonés sencillo, de conducta franca y
rectilínea, algo esquivo, retirado y de pocas palabras, que sa-
len como explosión de convicciones íntimas, cuando la opor-
tunidad las promueve. Pero eso fué la apariencia: coincidían
en idénticas, severas y puras inclinaciones morales y religio-
sas; participaban de los mismos ideales y criterios, amplios
y holgadísimos, en materia social y política; y les unía el lazo
firmísimo de sus desinteresadas y nobilísimas ambiciones
científicas.
Saavedra, por esas dotes especiales, constituyó el brazo
derecho de C.odera, fué realmente el que dio eficacia a mu-
chas de las iniciativas de éste y contribuyó, de ese modo, al
desenvolvimiento de los estudios arábigos, logrando consoli-
dar en España una tradición científica de vida y actividad
superiores a las que se mantienen en otras ramas del saber,
y aun coordinar el trabajo permanente de generaciones su-
cesivas, condición necesaria para el arraigo de estos estu-
dios, hasta el punto que, en el terreno donde antes sólo se
destacaban plantas efímeras y de escaso desarrollo, malogra-
das por los celos y pasiones, se ha formado una corriente de
estrecha, unida y apretada fraternidad científica, que ha ve-
nido a fecundizar el campo sembrado por aquellos insignes
varones.
Saavedra desplegó toda su generosa solicitud, no sólo
aconsejando y animando, sino también apoyando a todo jo-
ven de mérito que mostrara vocación por esas d¡scij)linas:
procuraba, no sólo abrirle y facilitarle los caminos para
proseguir su iniciación y perfeccionar sus aptitudes, sino
ofrecerle y prestarle toda .su influencia social y política y
las muchas y buenas amistades particulares que mantenía
con los hombres de mayor prestigio en Kspaña. ¿Cómo ha
de extrañar el que los discípulos de la escuela de Codera
conserven devota veneración por la memoria de aquel ilus-
tre sabio?
Y he de repetir que, como yo he sido uno de los más fa-
— 9 —
vorecidos personalmente por Saavedra, agradezco con toda
mi alma la designación vuestra para que reciba yo una he-
rencia que me es tan cara y tan honrosa.
Para recibirla con algún decoro no me pareció bien venir
con las manos vacías: quise ofreceros el más valioso fruto de
mi huerto, el trabajo que juzgara más digno de la memoria
de tan insigne maestro, el más interesante que he podido en-
contrar. Sólo me ocurre la duda de que, tal vez por apresu-
ramiento, aún lo traiga un poco verde, sin aquella madurez
que yo hubiese deseado. De todos modos, si la mejor ofren-
da es aquella que con mejor voluntad se ofrece, ésta se ha
llevado toda la mía.
Con el simple enunciado os percataréis de la trascenden-
cia del punto elegido: Huellas, que aparecen en los primi-
tivos HISTORIADORES MUSULMANES DE LA PENÍNSULA, DE UNA
POESÍA ÉPICA ROMANCEADA QUE DEBIÓ FLORECER EN ANDALUCÍA
EN LOS SIGLOS IX y x; es decir, un estudio acerca de la infan-
cia de nuestra historia literaria verdaderamente nacional,
cuando comenzó nuestra lengua romance a formar una lite-
ratura popular genuinamente española.
Al tratar de explicar en un trabajo mío (1) el origen del
sistema lírico popular de los moros andaluces, la moaxaha,
supuse la necesidad de la existencia de una lírica romance,
en la España musulmana, de donde aquél derivase. Esa infe-
rencia la creía yo seriamente fundamentada en los siguientes
hechos: el ser, tal sistema, de invención popular y no erudita;
el aparecer en tales poesías asuntos europeos, inexplicables
• por tradición arábiga; y constituir sistema estrófico, extraño
completamente a la métrica árabe. Por consiguiente, exigía.
(1 ) Véanse Discursos leídos ante la Real Academia Española en
la recepción pública del Sr. D. Julián Ribera el día 26 de Mayo de
1912 (Madrid, Maestre), págs. 36 y 37.
— 10 —
para ser explicado, la inlUieiicia de una lileralura poi)uIar
iiulíjíena mantenida en capas sociales inferiores.
La convicción en mí era completa: pero hube de confesar
que tal aseveración no estaba autorizada por testimonios
bistóricos directos que afirmaran la existencia de composi-
ciones poéticas en puro romance (1). Hoy tengo la satisfac-
ción de poder jiresentar testimonio histórico, de autoridad
innegable, que afirma que el poeta que inventó el género,
Mocádem el de Cabra (muerto antes del 912 de J. C ), empleó
el romance en tales composiciones, Kl historiador de la li-
teratura arábigo-española Abenbassam (2) lo dice terminan-
temente en su Addajira (3). He aquí el texto árabe:
^¿ ^ (4) |>U-»J| >lo sÁi iSaliX:] jÍj ^] |S4) sjlág só-*»^l ^1 sJls
6Lm ¿rloJJI ^Uls JirUoJI fií^ui (-i) [JMb9«:iJl9 íMjoWl ÜsiaJll jO«J|
(^A^jigiJI jpúo ^iJl^9 ^\s \^yo S^\iC &J <iJ|Ü ^l4>iui I^J.ito jXjuJ] ^)
^ ^9j^1 iU^S^ j4¿ U>*».>8a. I3XÓ99 U>iiÍUj^ ^aiiJ::;ki^1 vj^)) ^^^ ^|
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vi« sjglg s^9laJ1 vjj ^94^1 vüU90« U)£Um ^Jf sjúiu [C)) «^14^0)^19 OjxJj
(1) Discursos citados, pág. 36, nota.
(2) Vide, sobre este autor, Pons Boigues, Ilisloriadores ij geó-
(jrafos arábifjo españoles, pág. 208. Abenbassam es portugués, de
Santarén. Kn 477 estaba en Lisboa; en 494 iué a Córdoba. Murió
en 542 1147-1148).
(3 Tomo 1 de la s«Uu-> ^^ «jaísJI, códice de la Biblioteca de
París, folios 124 r." y 124 v.", biografía de Abubéquer Obada ben
Ma Assamá. El docto escritor tunecino, mi cariñoso amigo, Ab-
delguabab Hasán Husni, que posee otro ejemplar manuscrito de
la misma obra, tuvo la dignación y el desprendimiento de en-
viármelo aquí a Lspaña, para que pudiera también aprovechar-
lo. Señalo las semejanzas y diferencias entre ambos.
(4) Según el códice de Abdclguabab Hasán líiistii, de Túnez.
ió) En el códice de Túnez añade Ui)i»U»*»9 U>J^ *^9*9
(6) Siguiendo la lectura del códice de Túnez en que aparece
má.s clara esta palabra.
— 11 —
Via volaJio ^J«Jj U>Já l4>iJ»íj^ c-^J^ls I^**^ v-»U^9^1 «Ümü SJIJ9I f»io
»xoMij^ ^«^*Jl9 '3) ^«1 ¿ááill ^ái-lí (2) ülo^iMtol) j^ ¿UíO^JI «-^jU^l
sJl Oj¿9 ^loxl ^9 \4>Jiá {'2) ^Í.»0ÓÍ Sjgi Jt2kJ¡>9«Jl íwic f«ÓJ9 jij^J)
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U>^ jiál vxo O9I ^li¿ ^íaUjJl ^9jl4) ^J ^-»9J l-¿" ^i (4) <»U>-iíi9JI
^lox^l 3J SJÍ9JI t«ól9« i»«i£ ípI ^^9 (5) joáóiJI viiikla 1^4) «í^Iac
sü|a-í»9«J1 8S4) -^ligb jij«JI ^á ^áiJgJl t*ól9« ^i^UjJl iaoi^l U^ U)«óíá
El texto transcrito es único entre los conocidos hasta el
presente; por sus afirmaciones rotundas y decisivas y por
los datos importantísimos, para la historia literaria, que nos
proporciona acerca de esta forma poética romance, requiere
estudio pormenorizado respecto de multitud de cuestiones,
que trataré de realizar algún día; mas para nuestro intento
actual hasta traducir de él el párrafo siguiente:
«El primero que compuso poesías de la medida o clase
de las moaxahas en nuestro país [Andalucía] e inventó ese
género, fué Mocádem hen Moafa, el de Cahra, el Ciego, el
(1^ El nombre de este poeta aparece en los dos manuscritos
incorrectamente y con variantes. Cotejado este pasaje con los si-
milares correspondientes de las obras árabes impresas de Aben-
JALDÚN y Abknaxáquer (que en este particular coinciden con
Abenbassam y con citas de Abenhayán, en su Almoctahis ^ms. de
Oxford y la biografía que trae Addabí (edición Codera-Ribera ,
he corregido el nombre del poeta.
(á) Siguiendo la lectura del códice de Túnez en que aparece
más clara esta palabra.
(3 1 En el de Túnez dice ,s-»^l 9I s<^l ^n vez de .^^pjOlg ^.
(-t) Falta en el de Túnez este párrafo, que sigue, de historia
literaria, coincidiendo con el de París en las dos últimas líneas.
(5) En el ms. jaÁosJj.
— 12 —
cual las compuso ciiipleando versos cortos (es decir, seme-
jantes a los hemistiquios de la métrica órahe); pero la mayor
parte de estas composiciones las hizo en formas métricas
descuidadas, sin arte escrupuloso y usando Ui manera de ha-
blar del rulgo ¡(¡naro y la lengua homance. A esas frases
vulgares o romances, llamábalas estribillo (1). (".on tales
versos cortos [no subdivididos en hemistiquios] componía
la moaxaha, sin llegar a [formas perfectas en] la combina-
ción V enlace de las rimas y sin cjue esos versos fueran real-
mente elementos orgánicos del conjunto de la estrofa> (2).
Se nota en este párrafo el tono despectivo con que este his-
toriador de la literatura española, hombre de refinado clasi-
cismo, nos relata, como cosa despreciable y casi indigna de
referirse, un suceso que, para nosotros, tiene importancia in-
mensa en la historia de nuestra cultura nacional; sin querer,
nos proporciona un dato preciosísimo: por una parte, nos
señala el origen de un género literario, el de las moaxahas y
los zéjeles, genuinamente español, que constituyó luego, por
perfecciones sucesivas, un modelo imitado en casi toda la
redondez de la tierra: en gran parte de Europa cristiana y en
casi toda la extensión del imperio musulmán en la Edad
Media (3); por otra, levanta el velo que cubría una incógnita
que se iba ya trasluciendo: la existencia de una poesía ro-
mance en la Esi)aña musulmana a fines del siglo ix y princi-
pios del x; es decir, que antes de amanecer las literaturas
vulgares romanceadas en Europa, aparecía una literatura
popular romance aquí en la Península, en el punto en que
1 Traduzco asi la palabra técnica ^¡c autorizado por va-
rias citas de Abencuzmán en que de modo indudíible la explican.
Zéjeles, XVJ, LI y LlI de su Cancionero. Además esta palabra sig-
nifica también, en acepción común, estribo.
(2) Sospecho que Abenbassam trasladó esta noticia de una
obra de Obada ben Ma Assamá acerca de los poetas españoles.
Obada, como [)erff'Ccionador del género, explicaría las modifica-
ciones que él introdujo, y Abenbassam debió copiar la explica-
ción en la biografía que dedicó a Obada.
3; Véase mi citado Discurso, pág. 40 y sigs.
i;.
'J!
menos se podía sospechar: en el centro de la Andalucía
musulmana.
Ahora bien; si dentro de la l^^spaiia musulmana en tiem-
pos tan antiguos pudieron coexistir dos literaturas popula-
res, una árabe (como luego demostraré) y otra romancea-
da, inlluyéndose mutuamente en la técnica poética y en los
asuntos, ¿hay motivo ninguno para que se mantengan las
prevenciones tradicionales de los hombres instruidos (1),
contra la posible influencia en géneros literarios que tienen
un común origen y han vivido juntos como hermanos en
una misma casa solariega?
La afirmación de Abenbassam no sólo disipa las dudas
que pudieran caber en ese respecto, sino que nos abre las
puertas a nuevas direcciones en la investigación histórica.
Una de las primeras a que excita la curiosidad es la siguien-
te: Esa poesía popular romanceada, ¿a qué género pertene
cía? ¿Fué puramente lírica o fué también épica?
Abenbassam viene a citar esa poesía romanceada como
etapa primera de un género esencialmente lírico; no nos au-
toriza, pues, a afirmar que pudiera existir alguna poesía épi-
ca. Sin embargo, la forma torpe, descuidada y popular que
nos describe en esas primeras composiciones de Mocádem,
nos hace sugerir la idea de que nos hallamos en el período
primitivo de una literatura, y es difícil concebir en los princi-
(1) Mu.Á Y FontaNals (en sus Obras completas, tomo V, pá-
gina 278) se pregunta, refiriéndose a ios musulmanes de España:
¿Hubo poesía popular narrativa entre los árabes? Todo el saber
y agudeza de Schack (que se atrevió a sostener la existencia del
género épico en España musulmana) no alcanzan a descubrirla.
Si hubo poesía popular, no fué narrativa; y la narrativa no fué
popular.
Menénuez y Pelayo, en su Anioloqia, 11, 70, dice que «en ma-
teria épica ninguna persona medianamente culta admite in-
fiuencia formal». En el tomo 1, págs. lvui y lx expresa convic-
ción parecida en lo artístico.
Renán y Dozy se expresaron de modo idéntico. Véase mi Dis-
curso citado, pág. 3.
— 14 —
píos de una lilcralura una scjiaración de géneros poéticos en
que se abstraigan o distingan, viviendo apartados, lo lírico y
lo épico l'.n las nacientes literaturas no suele hal)er tal se-
paración: si el pueblo canta, lo canta todo. Únicamente
cuando se llega a desarrollos superiores, es cuando lo lírico
se separa de lo épico.
Pero aunque esto parezca verdad indudable (1), no satis-
face tanto al entendimiento como el certificarse directa-
mente de que la realidad fué así.
„Y cómo llegar a esa demostración?
Es indudable que el método empleado por nosotros, al
inferir la existencia de la lírica, tiene virtualidad, por cuan-
to ha venido luego la confirmación histórica por medio de
testimonio irrecusable. De la existencia de una lírica en
lengua árabe, pero popular y genuinamente española, sin
precedentes clásicos, inferí entonces la existencia de otra
popular romanceada. Apliquemos, pues, ese mismo procedi-
miento de investigación a la épica. ¿No será i)rueba evidente
de la existencia de una poesía épica romance en Andalucía,
la existencia real de una épica árabe coetánea escrita en me-
tros vulgares, ajena a la tradición árabe clásica, sobre todo
si esas composiciones épicas árabes están informadas por
materias o asuntos peculiarmente españoles?
Dozy, muy conocedor de la poesía árabe clásica afir-
ma i2), «que en ella no existe epopeya, ni siquiera poesía na-
rrativa, porque es lírica y descriptiva exclusivamente.» Si,
pues, encontramos en la literatura árabe española composi-
ciones épicas o narrativas de sucesos de la historia genuina-
(1) Esto da a entender un maestro de gran autoridad en tales
materias: Gastón París, Histoire poétújue de (^Imrlemaf/ne, pág. 1.
Dice que la épica y la lírica suelen coexistir; y que comienzan
confundiéndose; en algunos pueblos no se separan; en la |)oesia
heroica nacional suelen ir mezcladas.
'2) Histoire des musulmfuis d'Jisjtafjne. Leyde, Brill, 1861.
Tomo I, pág. 13.
— 15 —
mente nacional, habremos de atribuirlas a inlluencias indí-
genas, a tendencia literaria de los españoles, ya que no pue-
den explicarse por inlluencia de la literatura clásica árabe, la
cual, según Dozy, no tiene epopeya y es exclusivamente lírica.
Cabalmente ocurre que dos composiciones muy popula-
res de la naciente literatura árabe de España, en el siglo ix,
son poemas históricos de carácter esencialmente narrativo o
épico: el de Algazal y el de Temaní ben Alcama. Ninguno
de ambos ha tenido la suerte de llegar hasta nosotros, a pe-
sar de haber sido muy divulgados en su tiempo; pero que-
dan descripciones que, aunque cortas, son lo bastante explí-
citas para juzgar ahora, con algún conocimiento, de la for-
ma poética y del contenido de ambas. Abenhayán (1) nos
dice textualmente:
«El poema de Algazal tuvo por objeto describir la con-
quista de España por los árabes; está escrito en metro re-
chez (2); es largo y de atractivo estético; expone en forma poé-
tica la narración de las expediciones guerreras que por en-
tonces se llevaron a cabo, con pormenores minuciosos
acerca de las batallas que ocurrieron entre musulmanes y
españoles; y se enumera la serie de gobernadores que rigie-
ron a España. El autor realizó una obra perfecta, tratando
(1) Apud Almacarí, i, 178. Algazal, Yahia ben Hacam, poeta
cortesano de Abderrahmen I!, ejerció varias veces el oficio de em-
bajador en cortes europeas y hubo de tratar con reyes cristianos.
Vide Almacarí, I, 223, 629, 633. Dozy, en sus Recherches, II, 269,
refiere sus aventuras en la corte normanda. Al regresar pasó dos
meses en Santiago de Galicia. Es casi seguro, pues, que poseería
el romance, que le habilitaba para esas funciones diplomáticas.
Abensaíd afirma también Almacarí, II, 123) que Algazal escribió
un poema histórico que fué imitado posteriormente por Abutálib
Elmotanabí, de Alcira, en poema del que se aprovechó luego
A^benbassam en su Addajira.
(2) El metro rechez es el más bajo, chabacano, pedestre, sen-
cillo y fácil de la métrica árabe; es casi prosa, el más adecuado
para la improvisación y desdeñado por quien se precie algo de
poeta instruido.
— 1()
los sucesos ocurridos en lodos sus aspectos. Este poema
estuvo muy divulgado.»
El de Temam ben Alcama, según el mismo historiador (1),
es un poema célebre, compuesto también en metro irvhez,
cuvo objeto era narrar la conquista de España. Menciona
los gobernadores y los califas, y describe sus guerras desde la
entrada de Táric hasta los últimos días del emir Abderrah-
men II.
Estos informes nos dan la evidencia de que los tales poe-
mas fueron narrativos, bastante extensos, de contenido esen-
cialmente histórico o épico; y, por referencias de otros histo-
riadores, se sabe que en ellos entraron narraciones popula.'es
y tradiciones orales españolas (2). Cosa perfectamente explica-
ble y natural: Algazal era, según todos los indicios, de raza es-
pañola, y Temam, aunque era de familia árabe, se había ca-
(1; Apud Al-hollato's-siijará de Benalahar. Vide Notices sur
qiiel({ues ms. arahest, por R. DozY (Leyde, Brill, 1847-1851) ate-
niéndose a la autoridad de Abenhayán y Arrazí. Para noticias
de Temam ben Alcama, véanse, además del lugar citado, Abp:na-
DARi, II, págs. 26 y 75; Benalcltía, págs. 101 y 103, y Dozy, Recher-
ches, II, 2(58.
La existencia de una poesía épica árabe popular nos la con-
firma Ahensai'd en su Almóshib y Abenelvask en su Alnv'xjrih
íapud AlmacarI, I, 167), los cuales copian una casida que (di-
cen recitó Táric ben Ziad contando las conquistas suyas en Es-
paña. Dice Abensaíd: «estos versos se lian transcrito por consi-
deración y respeto al que los dijo; pero no ¡jorque luoiesen mérito
literario aUjuno^.
Habia versos árabes vulgares «en los que los chicos no se
equivocaban». Almacakí, I, 49, refiriéndose a tiempos de Alha-
cam II.
(2; Benalcutía (edición de la R. A. de la Historia, pág. 6) tras-
lada en su crónica un resumen en [)rosa de parle de ese poema,
en que trata de los hijos de Wiliza, de la suerte que les cupo
durante varias generaciones, en especial de Sara la Goda y de
la descendencia que tuvo por casamientos con nobles ára-
bes, etc.
— 17
sado con la hija del Conde cristiano de Andalucía (1), conduc-
to por el que podía enterarse de las tradiciones familiares
de algunos linajes godos, cuyos hechos narra.
Este enlace del poeta moro con mujer española de nohle
estirpe, es de notar, porque explica algunos hechos que se-
rían, sin él, inexplicahles. Se concibe que un árabe como
Temam se sintiera entusiasmado e inspirado para cantar las
gestas de los hombres de su raza, v. gr., las peripecias y aven-
turas de la venida de Abderrahmen I, en las cuales inter-
vino de modo principal un ascendiente suyo, que lleva su
mismo nombre, Temam ben Alcama; pero no es creíble que
se le ocurriera presentarnos a un godo, como Arlabas, reci-
biendo ceremoniosamente, como un rey, a los jefes árabes
más conspicuos, con Asomáil a la cabeza, tratándolos des-
pectivamente, siendo ellos de la misma raza del poeta; ni
sintiera gusto de narrar la entrevista un poco violenta de Ar-
labas con Abderrahmen I, ni aun las aventuras de Sara la
Goda y de toda la familia de Witiza (2). El haber incluido
esos asuntos en su poema, sólo se puede explicar por media-
ción de un elemento puramente indígena, es decir, la mujer
española con quien el poeta se casó, la cual comunicaría a
su marido las leyendas populares tal como corrían entre an-
daluces que gustasen de recordar las hazañas de la gente de
su pueblo.
Resultado: que en los albores de la literatura árabe espa-
ñola, antes de que amaneciesen los primeros ensayos en pro-
sa de la historia nacional, de Abdelmélic ben Habib, de Be-
nalcutía, etc., nos encontramos dos obras poéticas narrativas,
cuya materia había penetrado en ellas por influencia del
(1) Con la hija de Rornaao, que ejercía la suma autoridad en-
tre cristianos. Véase el Nócat el Anís de Abenházam, publicado
por Seybold en la Reiñsia del Centro de Estudios Históricos de
Graudda, y Es})aña Sagrada, tomo XI, pág. 14.
(2) Benalcutía (pág. 5 alude a estos hechos en la parte de su
crónica donde narra, por autoridad de Temam, lo contenido en
el poema de éste.
— 18 -
medio español popular y no por la del clnsicismo árabe: de-
mostración clara de que la primitiva historia de los musul-
manes españoles (1), escrita en lengua árabe, aparece como
consecuencia de una fermentación épica popular indígena.
Xo debe sorprendernos, pues, que ambos poemas sean cita-
dos por los historiadores posteriores como testimonio de sus
narraciones acerca de los tiempos primitivos (2).
Ahora bien; ¿en qué lengua correrían tales narraciones
de gestas en aquellos siglos?
Hemos de recordar que la lengua romance nacional era
de uso común en toda la España musulmana: usábase de
modo corriente en el sur de Andalucía, en el oeste de la Pe-
nínsula, en Toledo, en Murcia, en Valencia y en Aragón; has-
ta fué la lengua ordinaria entre el vulgo, y aun entre la no-
cí) Hemos de insistir, i)ara cjue no haya confusión en las
ideas, o se formen ideas falsas, en que el adjetivo musulmán no
es sinónimo de árabe; es cosa distinta; como el adjetivo cristia-
no no es sinónimo de judio, auncjue la religión cristiana haya
nacido en Jiidea y fueran de raza judia ios ai)óstoles (jue la pre-
dicaron. Una cosa es la religión; otra, la raza
(2) Además de los dos mencionados poemas se podría citar
una multitud de otros de tiempos posteriores; pero la mayoría de
ellos, iníluídos ya por el pedantismo clasicista, como los de
Ahmed ben Abderrábihi no conservan la sencillez y naturalidad
de forma de los primitivos.
Kn tiempos de Almanzor, sin embargo, hubo de haber ex-
traordinario llorecimiento de poesía épica y guerrera. Acompa-
ñábanle en sus expediciones una nube de poetas asalariados con
el fin de contar y celebrar sus hazañas, y entre ellos los había de
todo género, desde el más elevado e instruido, hasta el poeta
chabacano y popular. Los historiadores recuerdan especialmen-
te que en la expedición a Santiago de Galicia, hubo poetas que
contaron en verso todas las hazañas guerreras en ella ocurridas,
desde el principio de la expedicii'm hasta el íin, sucesos, bata-
llas, etc., etc. AuriABí. pág. 149.
— 19 —
bleza, en la propia capital del reino, donde estaban los mu-
sulmanes más instruidos (1).
Hay que pensar, además, que li lengua árabe no pudo
(1) Como la extensión del uso del romance en la España mu-
sulmana es fundamento y an anquo de estos estudios, conviene
acumular cuantas autoridades se encuentren, aun las menos ex-
presivas, de fenómeno social de tanto interés. Aunípie el docto
Simonet le dedicó un magistral estudio (en su Glosario) y yo le
haya tratado varias veces (véanse mi traducción de Aljoxaní,
Historia de los jueces de Córdoba. Madrid, Maestre, 1914, pág. xx,
y mi Discurso, ya citado, pág. 19 y sigs.) conviene insistir presen-
tando nuevos testimonios.
Acerca de Toledo se conserva una anécdota en Abenp.ascual
(biog. 281\ A un austero y prestigioso misionero musulmán tole-
dano del siglo xi) se le consultó acerca de los que no sabían ha-
blar el (trabe. El contestó: «Si pronunciáis bien vuestras obras, no
os perjudicará [a vuestra salud espiritual] la lengua que habléis.-»
Esto indica, por lo menos, que allí el árabe no era hablado por
todos. (,Qué lengua hablaban? La Primera crónica general (pu-
blicada por R. Mené.ndez Pidal, pág. 632, 2.'' col., Madrid, 1903)
dice del sabio toledano Alguacaxi que era tan ladino que senieia
ba cristiano. Indicio al menos de que en Toledo se hablaba el
romance.
Respecto de Murcia he podido encontrar dos testimonios ola
ros que se completan. Renalcutí \ (edición citada, pág. 109) cuen-
ta que al presentarse el ejército de Abdala ante la capital de
Daysam ben Ishac (Tmes del siglo ix, principios del x) el pueblo
gritó, en el dialecto de aquella tierra, pidiendo paz. (Para asegurar
me del significado de la frase que traduzco, la he comparado
con otras simihues que no dejan duda, v. gr., Almuiarí, II, 751,
refiriéndose a uno de Rarbastro; Aimacarí, II, 675, refiriéndose a
un beréber; Almacahí, I, 270, refiriéndose a romance gallego;
Almacarí, i, 170, refiriéndose a romance español indudablemen-
te, y el falso Abencotaiba, 186, edición de Renalcutía de la Real
Academia de la Historia.)
¿Ese dialecto de Murcia es árabe o romance?
Abensida, sabio murciano del siglo xi, en el prólogo de su gran
diccionario Almojásis (publicado en El Cairo, tomo I, pág. 14
dice, disculpándose de los yerros que podía cometer en su obra
- 20 —
ser j)0|)iilar entre el clemenlo indígena español, sino des-
pués de varios si«»los de inllueiuia, y aun reducida (jui/.á a
ciertas clases y en contadas comarcas o poblaciones. Para la
gente Inlir.a, el aprendizaje de la len<»ua árabe lia debido
como los han cometido otros íil(')logos: «y ;,cómo no he de come-
terlos yo, si escribo en tiemj)os tan alejados [de aquellos en que
la lengua árabe se hablaba con pureza) y teniendo (¡ue imñr fa
luiliarniente con personas (¡ue hablan en romance'?»
En Murcia, pues, se habla el romance en el siglo xi y ese es el
dialecto al (¡ue se referirla el texto de Benaixutía, en el siglo ix
o princi|)ios del x. Asi se explica que en tiempos de Alfonso el
Sabio, un filósofo de Ricote enseñara a moros, judíos y cristia-
nos en la propia lengua de éstos. vVéase mi discurso acerca de
La enseñanza entre los mnsulnuines españoles, pág. 19.)
Respecto de Aragón, véase lo dicho en el Calálocjo de los ma
nuscritos árabes y aljamiados de la Jnnla, págs. xxi y siguientes.
Los musulmanes aragoneses debieron hablar romance en todo
tiempo. Asi no es de extrañar (pie en el ejército de Abenhud Al-
moctádir hubiese campecin musulmán aragonés (|ue supiese la
lengua de los cristianos aragoneses hasta el punto de poder pe-
netrar en la tienda del rey de Aragón sin ser notado. (Dozy, Re-
cherches, II, 242, S." edición.)
Respecto de Portugal casi es inútil buscar pruebas, conside-
rando que esa región ha vivido más apartada de las inlluencias
árabes que Aragón, \'alencia y Murcia; pero es curiosa anécdota
la que se nos refiere en el Manuscrito del Museo Jíúduni, fol. 2 v.",
en que aparece un sabio portugués de Santarén hablando en ro-
mance dentro de la Aljama de Córdoba. Transcribo entera la
anécdota, no sólo por ser inédita, sino porque en la frase árabe,
que traduce la romance, aparecen indicios de que ésta debió ser
un adagio popular rimado:
^1 yÁii '«iaj3U¿«J I >U)aiJ I b^ac ^ie jU^I 9^1 ^il^9 i^^^. ^^\>^\ ^a^«ji.oJ|
glilc v^ ^><9o:U| 01181 icyji^ ^9^^ *«j-» i^^« ^1 ^1 "*«ii»iajl9Jl «jÜ
(ÁLá 'Joá« j4¿9 ^oa« f^tÁüi f»ÁVi j9^U>9 váli j1j> jU^I 9^1 "JUíi
Ü>o>»IU U>JUÍ9 U>l9ÍU ¿^jJtJji <JUi '<->9^^ ^ :::»«^« Ul ^^
Nótese que en árabe resultan dos frases asonantadas y dos
— 21 —
tener siempre lys mismas diticullades (jiie ahora; no nos for-
jemos fantasmas: los españoles de entonces pudieron con-
vertirse al islamismo, ])or([ue no era preciso aprender el ára-
be para hacerse musulmán (1), y el milagro de aprenderla
por simple infusión o mero deseo, no es de pensar que
aconteciera.
Leyendo cuidadosamente las biografías de sabios musul-
manes españoles, nótase una insistente y repetida pondera-
ción del mérito de aquellos ulemas españoles que pudieron
ostentar el saber la lengua de los árabes (2). Se ve que tenían
consonantes: Cortador incisivo, que resuelve decisivo; decide lo solu-
ble ij lo que es insoluble.
Respecto de Córdoba, véase Historia de los jueces de Córdoba,
págs. XX y sigs.
Respecto de Málaga, Valencia, Aragón, etc., véase también
Glosario de Simonef, las autoridades de Abenchólchol, Aben-
buclarís, Abenalbeitar, etc., págs. ix y sigs.
Lo que Amador de los Ríos dice en su Historia de la Literatura
española, II, 74, acerca de prohibición de hablar en latín, es una
falsedad: no tiene fundamento aíguno.
(1) Habría muchos musulmanes que no sabrían rezar en ára-
be. El teólogo Abenházam dice de sí mismo que a los veintisiete
años aún no había aprendido las prácticas del rezo en la mez-
quita.
(2) Los árabes no gustaban de encerrarse en ciudades. Dozy,
Recherches, I, 295. A esto quizá obedezca el que en las grandes
poblaciones se conservara mucho tiempo el romance. De los
dialectos árabes, apenas se habla. Sábese que en Silves se habla-
ba un árabe muy puro por haber sido habitado por árabes ye-
meníes. Véase Edrisí, pág. 179; Yacut, IV, 812; Cazwiní, II, 364.
Citas acerca de la ponderación del saber árabe podríamos
presentar muchísimas Sólo pondremos algunas más calilicadas.
Abenad.\kí, II, 157 y otros historiadores dicen del monarca Ab-
dala que sabía explicarse muy bien en árabe. Abensaíü, en su Ta-
bacal al omam, pág. 74, dice de un astrónomo «que se había apli-
cado a estudiar la lengua árabe algún tiempo en Toledo» > mu-
rió en 454= 1062 ■. Alfaradí, biog. 1717, deja entrever que el saber
árabe gramaticalmente era de hombres muy instruidos. Elharra-
— 22 —
que aprenderla arlilíciosamcnle; y escuelas bien or^^anir-adas
no las luiho hasta muy larde. Así se explica el que en Anda-
lucía viviesen muchísimos musulmanes que no supieran ha-
blar más que en romance (1), aunque supiesen leer el árabe y
traducirle como ocurre hoy a muchos orientalistas europeos.
Hay que advertir, además, que el hecho de saber el ára-
be corriente no habilita para entender las composiciones
poéticas (2). En ninguna lengua del mundo se dará tal vez el
fenómeno de la diferencia tan sensible entre la lengua vul-
gar y la poética. El conocimiento ordinario de la lengua ára-
be no basta para la inteligencia de los versos compuestos
por los poetas contemporáneos, mucho menos para enten-
der los clásicos anteislámicos. Este último constituía el gra-
do más elevado de la cultura literaria, extraordinaria habili-
dad que sólo rarísimos literatos españoles alcanzaron.
Tales consideraciones deben tenerse presentes para resol"
ni. hijo del médioo de cántara de Alhaquem II (que murió en
442 = 1050), dice el Manuscrito del Museo JaUluni, fol. 55, «era sabio
en la lengua de los árabes*, y ('e un sevillano distinguido ((¡ue mu-
ri(j en 401 = 1010) recuerda que no sabia pronunciar el árabe y se
encerró algunos meses, en edad avanzada, para corregir su mala
pronunciación. Abenpascual biog. 371) refiere de un pedagogo
que enseñaba sin saber él leer ni escribir el árabe. Era de Cór-
doba y murió en Mallorca, año 417.
{!) Aljoxaní reíiere que en tiempos de Abderrahman 111 ha-
bla en Córdoba señores de alta posición social y j)olitica que
eran exclusivamente aljamiados, es decir, (jue s(')lo sabían luiblar
en romance. \'ide mi traducción de la Historia de los jueces de
Córdoba, págs. 227 y 233.
2) La inteligencia de los versos no era un saber común. Al-
FARAüi, biogs 1223 y 1446, pondera como mérito especial de los
biografiados el entender el sentido de los versos. Ahknpascuai , bio-
grafía 751, dice del biografiado que «sabia recitar versos y sk sos
FK:n\üUK LOS K.NTKNDiA». I'^n !a Tecmild, biog. 830, se pondera,
como extraordinaria habilidad, la de compiender todo lo «pie se
dice en la Colección de los seis poetas (anteislámicos;. Ahkni'as-
cüal, en la biog. 406, dice (jue el biografiado «-sabía el sentido de
los versos anteisláraicosí'.
— 23 —
ver el problema de la lengua en que correrían en- España las
muchas leyendas populares que aparecen en los historiado-
res árabes primitivos de la península.
Algunos de ellos confiesan paladinamente que han teni-
do que aprovechar, para escribir sus libros históricos, no sólo
las obras y crónicas que trataban de la historia antigua de la
Península, las cuales es de creer que estuviesen en latín (1),
sino que dicen taxativamente que trasladan consejas popu-
lares referidas por narradores aljamiados, las cuales eviden-
temente habían de estar en romance (2).
(1^ DozY, en sus Recherches, I, 86, cree que Abenhayán utilizó
historias cristianas, hoy perdidas, para su relato de la historia an-
tigua de León.
AlmaCahí, i, 85 y 86, cita a sabios latinos (^^>c), como testi-
monio para los tiempos de la España primitiva. El mismo, tra-
tando de romanos, cristianos y godos en tiempos anteriores a la
época árabe, cita crónicas latinas anlicjuas ««aiaüJj -^«^aOj (:^»jl9á.
Abknadarí, II, 14, cita la obra s.-uÁiJ1 i(>4>^ y dice que su autor
habia visto algunos libros de los cicham (refiriéndose a noticias de
Francia, Navarra y Galicia). El mismo Abkxadakí, II, 4. cita li-
bros latinos que referían noticias de que Rodrigo no era de casa
real, de la apertura de la ca.sa en Toledo, de la Mesa, etc.
[2) Es casi seguro que muchas leyendas locales debían correr
romanceadas. Algunas de ellas no pasaron a autores árabes, por
que, como dice Almacauí, I, 140, «seria demasiado prolijo enume-
rarlas».
Abenhayán, en su Almoctabis (apud Alm carí, 1, 88 , cita a los
narradon's aljamiados s-o^«J) ¿Igj (distintos de los historiadores y
libros) como autoridad para la leyenda del rey Hispan con el
personaje mítico de los musulmanes Aljádir, jó^iJI; y en otro
lugar (Ai macabí, I, 172j, los cita para explicarlo de la Mesa. A
ellos también se referirá en otros pasajes (Almacahí, I, 160j res-
pecto a la leyenda local acerca del Palacio de Rodrigo en Cór-
doba, de formación popular seguramente, y para explicar de
modo menos fantástico la leyenda de la Mesa (Almacarí, I, 183).
Véase sobre narradores históricos que no saben árabe. Historia de
los jueces de Córdoba, pág. xii, nota.
La palabra »**ax en la historia de España se ha traducido al-
— 24 —
Realmente son muchos los rastros de len<<iia romance
que aparecen en los mismos historiadores árabes para que
puedan ocurrir dudas en este respecto (1).
\ín la historia de los primeros tiempos, cuando la falta de
personas instruidas entre las gentes árabes aquí avecindadas,
hacía difícil que hubiese narraciones genuinamente árabes,
se encuentran muliitud de consejas, leyendas, relatos histó-
ricos de asunto puramente español, los cuales han constituí-
do el fondo de la historia primitiva. Si de aquellos tiempos
sólo se hubiesen conservado las narraciones históricas he-
chas por individuos de raza árabe, como las de Ajlnir Macli-
/7í/'/a, apenas sabríamos nada del elemento español, desdeñado
por ellos. Sin embargo, la suerte ha querido que esas narra-
ciones populares se conservaran por narradores e historia-
dores indígenas, las cuales, por el simple hecho de ser popu-
lares y de aquel tiempo, llevan consigo el sello de la lengua
guna vez por cristianos. No es exacta la traducción. Comprende
no solo cristianos, sino musulmanes que hablen lengua no ára-
be. Véase Al hállalo' s siíjará, j)ág. 46.
Entre los narradores aljamiados debía correr esa literatura
popular andalu/a romanceada, sobre todo entre mujeres. Aben-
HÁZAM, en su Quitab al f ¡sal, I, 218, cita despectivamente «las con-
sejas que las mujeres cuentan en las veladas cuando están hi-
lando». Y fl mismo autor nos dice en otro lugar que las mujeres
andahizas hablan en romance. Véase mi Discnrso, pág. 2.'i.
1 ICs frecuente encontrar en las narraciones árabes palabras
romances que se han traducido. Ai.famadí, pág 217, dice de un
faqui que se llamaba ¿a«>*Jlj v.-*ijáJI ájU, 'larií (dj'ars en roman-
ce, es decir, (jue se llamaba Deja el düjallo. Ahknp.ascual nos
dice que el apodo Arraniadi, con el que es conocido lan c('lebre
poeta, es traducción árabe del apodo romance que tenia, Aba
chenisa, es decir, el de la Ceniza. Hasta j)ersonas de raza árabe
usaban nombres romances: un juez de Córdoba, cuyo apellido
árabe dan las crónicas, era conocido vulgarmente poi' Yoanes.
Kn Aljoxaní son bastantes las narraciones que evidentemente
corrían en romance. Vide mi Prólogo a la Historia de los jueces
de Córdoba.
— 25 —
en que se transmitían. Son muchísimas y se prestan a estu-
dio pormenorizado, imposible de exponer en un discurso.
Hoy sólo debo hacer un intento de clasificación provisional
del sinnúmero de leyendas o asuntos poetizados que apare-
cen en los histori.idores, para señalar cuáles se han de supo-
ner narradas o escritas en lengua árabe, cuáles en latín y
cuáles en romance.
Las leyendas formadas sobre sucesos cercanos al tiempo
de la conquista, en los que se mezclan relatos maravillosos
o ponderaciones exageradas, como aquellas en que aparece
Muza, bien contando hazañas estupendas, o bien rodeado o
acompañado de multitud de reyes con sus coronas, cargado
de inimaginables riquezas, o en las que se refieren aventu-
ras fabulosas en que salgan diablos en cajas de azófar, o se
acuda a sueños, profecías, adivinaciones, talismanes, etc., y
hasta intervenciones taumatúrgicas, tales leyendas que cons-
tituyen un género popular de literatura árabe, llamado /o/«-
hat o conquistas, es probable que estuviesen en lengua arábi-
ga, porque se han formado casi todas en Oriente o por perso-
nas que sentían aún las influencias orientales (1). Por eso han
pasado a las colecciones de cuentos de las Mil ij una noches (2).
(1) Al afirmar la influencia oriental, no afirmo que sea in-
vención árabe. De los árabes dice Dozy que «si en su literatura
aparece un cuento fantástico, es una traducción. Los cuentos de
hadas son persas o indios ; los árabes nada han inventado
de grande ni fecundo». Histoire, I, 14.
Dozv y Menéndkz Pklayo vieron con claridad la distinción en-
tre las leyendas históricas orientales y las españolas. Véase
tomo VII, pág. xxvii de las Obras de Lope de Vega. Madrid, 1897.
(2) Muchas de ellas aparecen en el falso Abencotaiba (que
publicó Gayangos, como suplemento a la Crónica de Benalcutía,
edición de la Ac. de la Hist.) Véase Almacauí, I, 163 y 164, y en
Alif Leila giia Leila (edición del Cairo), II, 84, la relación de lo de
la casa de Toledo en que se ponen los cerrojos, de la Mesa de
Salomón, etc.; y III, 42, en que se encuentra la leyenda de la Ciu-
dad del cobre. Cazwiní (edición Wüstenfeldt, II, 375, insértala
descripción de Toledo con alusión a esas leyendas.
— 2() —
Las narraciones de las lia/añas de los íuahes que vinie-
ron a la penínsnla, v. gr., la historia de la venida de Abde-
rrahnien I, comenzando por los apuros que pasó en Oriente
para librarse y huir de la persecución, siguiendo las peripe-
cias de su viaje y estancia por África hasta su llegada y pro-
clamación en la Península, conserva huellas evidentes de ha-
ber sido poetizada por persona algo erudita, letrada y enten-
dida en lengua árabe (1).
Lo mismo se puede decir de la descripción de las hazañas
de Abderrahmen I en Andalucía, algunas de las cuales por
lo teatrales y aparatosas denuncian la intervención de un
vate instruido y, por consiguiente, estaría escrita en árabe.
Lo propio ocurre con las gestas caballerescas <le Táric y
Muza, en que se insertan los discursos que pronuncian, las
cartas que escriben, etc.: son alteración de las tradiciones
primitivas, redactada por persona que desea lucir su inven-
tiva retórica intercalando en la narración documentos lite-
rarios (2).
Aun las leyendas acerca de I). Uodrigo, en que este rey
aparece en las batallas vestido a la oriental sobre trono ador-
nado de piedras preciosas, etc., tienen el sello de la literatura
legendaria de Oriente que correría en árabe.
Pero hay multitud de leyendas y narraciones más huma-
nas, más veraces y realistas, genuimente españolas, eruditas
o populares, que no es posible se hallaran primitivamente
vi) Hay chistes de palabra en la narración, que dan a enten-
der que es persona muy familiarizada en la lengua árabe. Quizá
el mismo poeta Temam, descendiente del personaje del mismo
nombre que intervino en ios sucesos. Ese autor se permite in-
ventar incidentes novelescos para dar interés a sus relaciones
históricas Véase una relación de Temam en l)oz ^ , /íec/ierc/ie.s. Ib
271. contando la embajada de Algazal,en la (}ue a[)arecen porme-
nores legeodarios de la conducta de Abdelaziz y I'>gilona; la
puerta baja para obligar a reverencia.
(2; Véase el falso Ahk.scoi aiha, publicado tras de la crónica
de Bk.nalcutia, por la Real Academia de l;i Historia, pág. 120 y
siguientes.
— 27 —
en árabe. Las eruditas es de suponer que estuviesen escritas
en latín por el clero cristiano o por autores latinos, tales
como las reierentes al traje de Adán, la vara de Moisés, el ja-
cinto de Alejandro, y las reminiscencias de tradiciones acer-
ca de la vieja ciudad de Toledo, del estrecho de Gibraltar,
de los ídolos de C.ádiz y Galicia, como otros relatos de histo-
ria antigua romana y griega de la Península y de los monu-
mentos que de estas civilizaciones en ella se conservaban.
Todas éstas, aunque pudieran suponerse transmitidas en ro-
mance para que liguraran en historias árabes (ya que los
historiadores de esa raza no supieron el latín) (1), hay que
sospechar que no andarían romanceadas en boca del vulgo.
Hay ciertas narraciones ante las cuales el ánimo comien-
za ya a dudar de si estarían en árabe, en latín o en romance:
me reíiero a las historietas populares acerca de personajes
españoles o godos, v. gr., las de los hijos de Witiza y sus des-
cendientes; las de la vida conyugal de Abdelaziz con Egilona
y la muerte de aquél; la de las hazañas de Teodomiro (2) en
Orihuela, y algunas de D. Rodrigo. Es de suponer que co-
rrieran en romance; pero como se mezclan en ellas intereses
de familias que luego se arabizaron, puede admitirse alguna
sombra de recelo, aunque poco justificado.
Mas aquellas (jue fueron forjadas por musulmanes espa-
ñoles nacionalistas, los cuales por el hecho de ser musulma-
nes no conservaban cariño alguno a la lengua litúrgica de la
religión por ellos abandonada y escarnecida, y por ser na-
cionalistas se allliaban a sectas antiárabes y gustaban espe-
cialmente del idioma nacional, de esas, digo, se puede atir-
(1) Hasta el historiador Abenházam, que por sus conocimien-
tos y erudición cristiana sugiere la idea de que sabría latín, es
tudiado atentamente se ve que no lo sabía, aunque supiera el
romance. Debo esta indicación al amigo Asín, que ha estudiado
este autor muy a fondo.
(2) DozY, Recherches, I, 50, insinúa (jue le parece sospecho.so
el relato poetizado de las hazañas de Teodomiro; pero no insiste
y hasta llega a aceptarlo como histórico.
- 28 —
mar que nacerían v correrían seguramente en román-
ce (1).
A estas sectas antiáiabes solían pertenecer la mayor |)arle
tle los ascetas nacidos y educados en la Península. Aljoxaní
trae algunas, especialmente la del juez Abenbaxir con el er-
mitaño, en la cual aparecen paralelismos de frase que inspi-
ran la sospecha de haber sido poetizada en verso (2).
Una de las narraciones más típicas en que mejor se re-
llcja el espíritu nacionalista de esos hombres devotos, encari-
ñados con las tradiciones nacionales, y que supieron herma-
nar esos cariños con las doctrinas ascéticas cristianas, mante-
niendo el espíritu antiárabe dentro del más severo islamis-
mo (3), cosas que a primera vista parecen contradictorias, es
la leyenda de la Generosidad de Artabás. Nos la refiere Be-
nalcutía. que es el historiador que por tradiciones familiares
se muestra más aficionado a referir esas narraciones popula-
res españolas. Dice (4):
(1) Lo mismo podemos decir de muchas leyendas locales de
la Península que los historiadores árabes mencionan, v. gr., las
que cita Almacarí, I, 121 y 125. En la página 140 alude a leyen-
das locales españolas "que sería prolijo enumerar». Formadas
éstas por el pueblo, que no sabia árabe ni latín, debían de estar
narradas en romance. h>n Ksi)aña debi(') pasar algo parecido a lo
que ocurrió en Persia. Hl árabe fué la lengua oficial de la diplo-
macia, de la filosofía, de las ciencias, etc.; pero no pudo ser lengua
po[)ulai en los primeros tiempos. Vide A Lilerari] History o f Per-
sia, from Firdaiim lo Sa'di, por Edward (i. Hrowne. London,
Fisher Unwin, 1906.
(2 Véase mi traducción Historia de los jueces de Córdoba, pá-
gina 64. .\si.\, en su Ahenmasarra, pág. 142, tradujo otra versión
que coincide esencialmente con la de Aljoxaní.
(3 1 De algunos de estos ascetas se dice que escribían mal el
árabe, aunque sabían muchas historietas, como de Abenazarrad,
el cual era de raza española y no árabe (Alfaraüí, biog. ]163j, o
que no sabían el árabe, como Abenguadah, y sabían multitud de
historias Alfaradí, biog. 1134 .
(4) Página 38 de la edición citada.
— 29 —
«Conlaha el maestro Abenlol)nl)a (1), Diosle haya perdo-
nado, según versión recibida de otros ancianos, algunos de
los cuales vivieron en tiempo de Arlabas, que éste [descen-
diente de Wiliza] era uno de los hombres más sagaces y as-
tutos para manejarse bien en los asuntos mundanos. Hn
cierta ocasión fueron a visitarle Abuotmán, Abdala ben Já-
lid, Abuabda, Yúsuf ben Bojt y Asomáil ben Ilátim [es de-
cir, la plana mayor de los árabes]. Saludáronle y se sentaron
en sendos sillones alrededor del trono en que Arlabas se
hallaba sentado. Apenas comenzada la conversación y he-
chos los primeros cumplimientos, hete ahí que se presenta
Maimún, el siervo de Dios, abuelo de los Heniházam, es de
cir, los porteros [del palacio real de Córdoba]. Este Maimún
era cliente siriaco [es decir, no era de raza árabe] (2). Arla-
bas, al ver que Maimún entraba en su casa, levantóse para
salirle al encuentro, le abrazó y le invitó a que se sentara en
el trono que acababa de dejar, el cual estaba ricamente cha-
peado de oro y plata. El santo varón rehusó diciendo: «Ah,
no; no me es lícito ocupar un sillón como ese», e inmediata-
mente sentóse en el suelo. Entonces Arlabas sentóse en el
suelo al lado de Maimún y le dijo: «¿,A qué se debe que un
hombre [de tanto prestigio] como vos venga a visitar a uno
[que es cristiano] como yo?» Maimún le contestó lo siguien-
te: «Como nosotros, al venir a este país, no pensábamos que
nuestra estancia en él había de ser muy larga, no dispusi-
mos las cosas para permanecer aquí; pero como allá en
Oriente se han amotinado contra los clientes nuestros, cosa
que no podíamos imaginar, ya hemos renunciado a volver a
nuestro país. Dios te ha colmado de riquezas. Quisiera que
me dieses una de tus heredades para cultivarla con mis pro-
pias manos; te pagaré lo que corresponda y tomaré lo que
de derecho estricto deba ser para mí.»
(1) Sabio español que no era de raza árabe. Lo afirma Alfa-
RADí, biog. 1187.
(2) Los clientes no son árabes. Véase la autoridad de Cháhid
en Abenmasarra, de Asín, pág. 30.
— 'M) —
Arlnhns lo replicó: Ali, no, por Dios, yo no quedaría sa-
lisfeciio (lamióos una i*ranja en conlralo de medias. >> Ordenó
que llamasen a su administrador y le dijo: í<Kntrega a csle
señor Maimún la j^ranja del Guadajo/, con todas las vacas
caballerías y esclavos que en ella hay; dale, además, el casti-
llo [que está en la provincia] de Jaén.» Kri\ un castillo que
se conoce ahora por Kl (bastillo de Házam, su poseedor
Maimún, después de darle las gracias, se marchó, y Arla-
bas volvió inmediatamente a ocupar su trono.
Díjole entonces Assomáil. «Nada le ha hecho incapaz de
ejercer el imperio que ejerció lu padre, si no es la irrellexión
de lu conducta. Vengo yo a visitarte, siendo como soy el jete
de los árabes de España, acompañado de mis amigos, que
son los personajes de más viso entre los clientes, y tú no nos
guardas más atención que la de darnos asiento en estos sillo-
nes de madera, mientras que n ese miserable que entró hace
un momento le tratas con la generosidad espléndida que has
mostrado.»
Arlabas le contestó: «Oh, Abuchauxán, qué verdad es lo
que me han contado los hombres de tu religión, que en ti no
ha |)enctrado la cultura. Si fueras algo instruido no hubieras
desaprobado la obra piadosa que acabo de hacer, tratándose
de la persona a quien la he hecho. (Efectivamente, Assomáil
era un ignorante que no sabía leer ni escribir.) A vosotros, a
quien Dios trate generosamente, sólo os honran porque sois
poderosos y ricos, mientras que a ese únicamente por amor
a Dios le he tratado con generosidad. De [Jesús] el Mesías, a
quien Dios bendiga y salve, me han contado que dijo:
«Aquel de sus siervos, a quien Dios favorece^ debe hacer
partícipes a todas las criaturas.»
Assomáil [al oír esto] (juedósc como si le hubieran hecho
tragar una piedra.
Sus compañeros dijeron enlonces; «Arlabas, no hagas
caso de éste: atiende a nuestro propósito, que es el mismo de
ese hombre que ha venido a buscarle y con quien tan gene-
roso te has mostrado.'
K\ contestó: ^Vosotros sois sujetos tan pi incipales, que
para dejaros satisfechos .se os ha de dar mucho».
— 31 —
Y les dio cien aldeas, diez para cada uno: entre ellas, To-
rox fué para Ai)Uolm!'ui; AHontíiij para Abdala ben Jálid; y
la Heredad de los olivos, en Alniodóvnr, para Assomíiil ben
Hátim.»
Ksta narración eslá forjada por alf^uien (jue pertenecía al
partido nacionalista español. \í\ i^odo Arlabas aparece en ella
como un gran señor o monarca a (juien los árabes más po-
derosos se rebajan a implorar un don, y él se digna conceder-
les feudos o propiedades suyas (1). Arlabas, español, echa en
cara al jefe de los árabes su falta de cultura o ignorancia,
sostiene doctrinas democráticas y cita doctrinas evangélicas,
como normas superiores a las profesadas por los jefes árabes.
Estos pormenores, al pronto, podrían sugerir la idea de
que fuese cristiano el narrador, ya que se cita un texto de
Jesús (2) puesto en boca de Arlabas; pero nótese que Arta
bás se cree, por el hecho de ser él cristiano, un sujeto despre-
ciable ante un asceta musulmán, y toma actitudes humil-
des, hasta sentándose en el suelo a su lado.
La historieta, pues, no podría ser simpática a los árabes
dominadores ni a los cristianos sometidos; sólo podría co-
rrer entre musulmanes nacionalistas, los cuales, por serlo,
presentan a Arlabas, español, como superior en cultura, en
educación y en generosidad a los jefes árabes; y, al 'cristiano,
como ser despreciable que debe humillarse ante un asceta
musulmán.
A esta clase de narraciones de ascetas pertenecen muchas
leyendas populares: unas con argumento evidentemente po-
lítico o nacionalista, v. gr., la leyenda del rey Hispan, en que
se trata de explicar los orígenes de la nacionalidad españo-
la, haciendo intervenir en ella a un personaje mítico musul-
(1) Por eso los historiadores árabes dicen que de Artabás se
contaban historias propias de un rey tM^slo jU^I Véase Almaca-
Rí, I, 169.
(2) Citar doctrina evangélica y aun seguirla, es propio de as-
cetas musulmanes. Véase Abenmasarra y su escuela, Asín, pág. 14.
- 32 -
man. Aljádir, jóáJI l^n la versión árabe que ha llegado a nos-
otros, este personaje habla rimando las frases, indicio de la
forma poética primitiva romance de la conseja (1). Otras son
meramente religiosas o morales que abundan en los libros
ascéticos, y ofrecen materia de largo estudio, que está por
hacer (2).
\i\ mero hecho de que una leyenda sea popularen Anda
lucía en el siglo ix, ya es bastante motivo para sospechar que
corriera romanceada, sobre todo si el medio era cristiano.
Como ejemplo de historieta popular ¡poetizada con vehe-
mentes indicios de haber sido compuesta en verso romancea-
do y formando ])¡eza inde])endiente que se ha incrustado en
la obra de Benalcutía, es la que podemos titular El pri-
MEK CONDE HE AnDALICÍA.
Dice Benalcutía (3):
«Entre los sucesos que se cuentan de Artabás está el si-
guiente.
Abderrahmen I se incautó de las aldeas que pertenecían
al señorío de Artabás. Movióle a esta determinación el ha-
ber curio.seado la tienda de campaña de éste, cierto día en
que ambos iban de expedición guerrera, y haber visto mul-
titud de regalos que le ofrecían los vasallos en todas las pa-
radas que hacían (o campamentos) dentro de sus posesiones.
Esto causó envidia a Abderrahmen. P»esultado: que le fue-
ron arrebatadas las posesiones a Artabás.
Tuvo entonces éste que refugiarse en casa de los hijos
de su hermano, hasta que al fin llegó a la miseria. Dirigió-
(1) Es una de las que evidentemente corrieron romanceadas
entre los musulmanes de España, pues Ahe.nhayán, en su Almoc-
íafti's (apud Al.macarí, I, 88,', declara (|ue se la comunicaron na-
rradores aljamiados •^♦^jiJI bIjj.
(2) Asín prepara un estudio en que aparecen muchas leyen-
das religiosas musulmanas que se introdujeron disfra/.adamen-
te en la Europa de la I-^dad Media.
(3) Pág. 36 y sigs.
— 33 -
se a Córdoba y se presentó al canciller Abenbojt para de-
cirle (1):
«Pide permiso al Emir (c. v. g. D.) para que yo pueda verle;
Pues veugo a despedirme de ól.>
Concedióle el permiso; hizo que lo introdujeran a su pre-
sencia; notó que iba andrajosamente vestido, y los dos tra-
baron este diálogo:
'»"
«¡Oh, Artabás! ¿Qué te trae por aquí?
— Tú me has traído aquí:
Te has interpuesto entre mí y las aldeas raías
Faltando a los tratados que tus abuelos hicieron conmigo,
Sin culpa que autorice a proceder contra mí.
— ¿Qué es eso que quieres despedirte de mí?
Supongo que querrás marcharte a Roma.
— ¡Ca! no, al contrario,
He sabido que tú quieres marcharte a 3iria,
— ¿Quién dejará que yo vuelva a ella,
Si me sacaron violentamente de ella?
— Esta posición que tú ocupas,
Quieres que la reciban cómodamente tus hijos tras de ti,
O quieres desarreglarla,
Cuando estaba bien dispuesta y ordenada.
— No, por Dios, yo no quiero
Sino arreglar las cosas en favor mío y de mis hijos.
— Atiende, pues, al asunto de que vengo a tratar.»
Inmediatamente denunció iVrtabás al Kmir, con franque-
za y sin ambajes ni rodeos, todas aquellas cosas por las que
el pueblo estaba disgustado. Abderrahmen I quedó tan sa-
tisfecho y agradecido, que ordenó le fueran devueltas veinte
de las aldeas confiscadas, le obsequió con espléndidos vesti-
(1) Al traducir la historieta he creído deber distinguir en el
texto dos parles: una narrativa, en que el historiador árabe pare
ce que extracta sin atenerse literalmente a la narración poética
romance primitiva; otra, la dialogada, en que presumo que va
calcando las frases sin extractar. Esta distinción quizá nos pue
da servir para el estadio de la forma poética, el cual tratare-
mos de hacer en otro trabajo posterior.
3
— 31 -
dos V relíalos, v le concedió la dij^nidad de Conde. Este fué
EL PRIMKK CONDE DE ANDALUCÍA.»
Ksta narración tiene todas las trazas de estar formada
sobre historieta popular en verso. Es popular la explicación
de la causa que Abderrahmen tuvo para quitarle los seiio-
ríos a Artabás: la envidieta por los rej^alos; es popular lo de
presentarse en palacio andrajosamente vestido; es i)opular
la forma dialogada y el tratarse ambos como dos majesta-
des. Hasta se transparenta en la prosa árabe la forma poética
primitiva llena de paralelismos de ideas y frases propias de
la poesía (1).
El relato es imposible que lo concibiera y escribiese un
árabe: ha de ser un español, cristiano andaluz, partidario de
la jerarquía goda, que lo compusiera con el intento de ex-
plicar un hecha político de trascendencia para el pueblo cris-
tiano andaluz: la fundación del condado de Andalucía. Ese
es evidentemente el propósito de la historieta (2).
Pero el relato que, entre los que he comenzado a estu-
diar, es el más interesante y más típico de aquella épica po-
pular y más significativo, por intervenir, como figuras prin-
cipales, hombres que ni son árabes ni cristianos, sino mu-
sulmanes españoles, es el siguiente (3):
i\) Recuérdense, v. gr., los paralelismos de frase en la conver-
sación de Antigono e Ismena en el drama de Es(|uilo I.os sielc de
¡ante de Tel)as, después de la muerte de Eleocles y Polinice.
(2 í'Lsta dignidad de Conde de Andalucía subsistit) mucho
tiempo. En el reinado de Alhaquem II aún subsistía. Vide en Al-
joxANi la cita de dos condes, Rebia y Chidmir. Dozy, //i.s/., II, 267
y sígs. a Servando, siguiendo a Aiík.nhayán en su Álnwctalm, ío-
lio 70. SiMONET, Mozáratyes, 111.a Romano, etc.
(3) Los hay más extensos y de asunto y procedencia varia-
dos. V. gr., el que puede titularse El convite Hambriento, historíela
toledana (Bt.NAL<UTís pág. 4ó y sígs., y Dozv, líisloire, II, O.'i y
siguientes , que es de sentido nacionalista tTímbíén; los hay vul-
garísimos y pedestres, como la narración de una expedición gue-
— 35 —
«Muza ben Muza [rey de Zaragoza] recluló ejército y se
fué en busca de Izrac ben Moni (o Monlell), señor de Guada-
lajara y de su región ÍVonleriza. Kste Izrac vivía sometido a
los califas de Córdoba por tradición heredada de sus antepa-
sados. Hra uno de los hombres más hermosos [de Anda-
lucía].
Cuando Muza ben Muza plantó los reales frente a Guada-
lajara e Izrac se puso en movimiento para combatirle, envió
aquél un mensajero que le dijera a éste:
«¡Oh Izrac! No he venido a combatirte;
Sólo he venido a casarte;
Tengo una hija muy hermosa;
No hay en Andalucía otra más hermosa;
Tengo intención de no casarla,
Sino con el joven más hermo.so de Andalucía:
E.se eres tú.»
Izrac aceptó el ofrecimiento y autorizó las capitulaciones
matrimoniales; en vista de lo cual Muza ben Muza dio la
vuelta a su provincia y envió la mujer a Izrac.
[El monarca de Córdoba], Mohámed, al saber lo ocurri-
do, púsose en violenta agitación (temía seguramente perder
las provincias fronterizas próximas [de Guadalajara], como
se habían perdido ya para él las fronterizas lejanas [de Zara-
goza], y determinó mandar una persona fiel a On de poner a
prueba la sumisión y las intenciones de Izraz. Izrac, aunque
se mostró conciliador con el enviado del monarca, se limitó
a decir:
<Ya se verá bien claro, si me mantengo en la obediencia del monar-
ca o no.»
Luego que hubo satisfecho los naturales deseos de recién
casado, salió [de Guadalajara] con pequeña escolta y, apar-
rrera a Murcia, que tiene indicios de ser un soldado español el
que narra, con estribillos vulgares propios de la poesía popular
Este lo ha conservado Abenhay.\n en su Almoclahis, códice de
Oxford, fol. 87 r." Mi propósito actual es dar sólo unas muestras
de esa épica popular andaluza.
táiulosc de las carrelcras o caminos frecuentados, sin que
ojo humano que le conociera le pudiese ver, se plantó ante
la puerta de los Jardines [del palacio real de C.órdoba]. En
el alcázar produjo su Helada un tumulto: los pajes de pala-
cio corrieron a porlía a comunicar la buena nueva al mo-
narca. Kste ordenó que se le introdujera en |)alacio y [una vez
en su presencia] le recriminó por el hecho de haber contraí
do parentesco de afinidad con un enemigo del monarca. Izrac
le retirió el suceso tal como había ocurrido y añadió:
«¿Qué daño puede causarte el que tu amigo
Goze (1) de la hija de tu enemigo?
Si rae es posible conseguir atraerle por este niediu, lo haré.
De lo contrario, cuéntame entre los que le combatan para someterle.>
El monarca de Córdoba hizo comensal suyo a Izrac du-
rante unos días; agasajóle con regalos; le dio espléndidos ves-
tidos y, por fin, le dejó marchar.
Cuando Muza ben Muza supo lo que había pasado, re-
unió ejército, fué a Ciuadalajara y puso sitio a la ciudad. Izrac
hallábase durmiendo en la Alcazaba que domina el río; te-
nía la cabeza reclinada en el regazo de su mujer. Los del
pueblo de Guadalajara se habían diseminado por los cárme-
nes y jardines, cuando arremetió contra ellos Muza ben Muza
y los que le acompañaban, lanzándolos al río. La mujer de
Izrac alegróse al ver lo que su padre estaba haciendo, des-
pertó a su marido y le dijo:
«¡Mira lo que hace aquel león!»
Contestóle el marido:
«¡Cómol ¿cree^ a tu padre superior a mí?
Una de dos: o tu padre es más valiente que yo
O se ha acabado ya su buena reputación.»
Coge Izrac su cota de mallas, se la viste inmediatamente
y sale al encuentro de Muza; y, como Izrac era uno de los
1) El autor usa de frase un poco más plebeya que no me he
atrevido a traducir crudamente.
- 37 —
más diestros arrojadores de lanza, tiróle una lanzada tan cer-
tera, que Muza se dio cuenta instantáneamente de que es-
taba herido; encomendó el mando a otro para volverse a su
país y murió antes de llegar a Tudela.»
Este trozo de Benalcutía es evidentemente una versión
prosificada de una leyenda poética popular basada en un
hecho histórico. Es el proceso ordinario: un hecho real da
lugar a una leyenda histórica poetizada, y esta leyenda es
aprovechada luego por los historiadores, los cuales, al redac-
tar la prosa histórica, alteran la forma poética primitiva (1).
No nos queda ahora más remedio que contentarnos con la
imagen alterada de aquellas composiciones épicas.
Las huellas de la poetización popular, en este caso, son,
para mí, evidentes.
El hecho de presentarse un ejército delante de una ciu-
dad, sin que el señor de la misma esté apercibido y aun le
sorprenda durmiendo tranquila y muellemente en el regazo
de su mujer, es una inverosimilitud de concepción pura-
mente popular; la forma del mensaje en que se invita al ca-
samiento, no es sólo de concepción popular, sino que es un
trozo dialogado que ha debido pasar íntegro tal como se ha-
llaría en la primitiva redacción, aunque traducido; la contes-
tación ambigua de Izrac al mensajero del monarca, es recur-
so para complicar el cuento y mantener el interés del relato;
el viaje de Izrac por caminos extraviados, la violenta agita-
ción del monarca, el tumulto de palacio, la corrida de los
pajes, son también de gusto popular;la conversación de Izrac
con el monarca, no sólo es popular, sino propia únicamente
(1) Lo mismo ha debido de suceder con la anterior «El pri-
mer conde de Andalucía!-. Amijas han sido trasladadas casi lite-
ralmente de las crónicas árabes a la Historia de los musulmanes
de España, de Dozy I, 214 y 215). Aprovechando esas narracio-
nes poetizadas, es como Dozy ha hecho un relato tan agradable
y pintoresco. En sus Recherches, 1, 214, traduce esta historieta,
omitiendo algunos rasgos que son de poetización popular.
— 38 —
de gente de muy baja estola; y, por íin, la escena de la Alca-
zaba, en que la hija de Mu/a, teniendo al marido durmien-
do en su regazo, se alegra y entusiasma de la hazaña guerre-
ra de su padre contra los subditos de su esposo, es de un
efecto estético muy subido, pero completamente irreal. Si se
observa, por otra parte, que Benalcutía refiere el suceso sin
citar ninguna autoridad de persona determinada, y aparece el.
relato en su crónica sin antecedentes ni consiguientes, como
pieza suelta, sin enlace histórico, hay que suj)oner que la na-
rración llegó a él por vía popular y no formando |)arte de
una relación histórica anterior.
Hien examinada la historieta, forma un cuadrito de poesía
caballeresca: una joya de la primitiva épica andaluza, que
no desdice de la épica posterior castellana; una perla vene-
rable por su antigüedad, que merece figurar engarzada en
punto céntrico del precioso collar de los romances españo
les. Hay algunos otros relatos caballerescos de aquella edad;
pero no he visto ninguno que, como éste, pueda personifi-
car mejor aquel fermento épico primitivo.
¡Lástima que la éi)ica realmente española de aquellos
tiempos se haya perdido casi totalmente, y que de las únicas
muestras que se han conservado no se pueda reconstruir la
forma genuina! Sabemos que el gallego Abenmeruán, señor
de Badajoz y comarcas vecinas portuguesas, el caballero an-
dante de aquellos tiempos, unas veces sin hogar ni fortaleza,
otras rey de comarcas occidentales, tuvo historiadores de sus
hazañas, cuyas historias se perdieron (Ij; las gestas del ca-
ballero Ornar ben Hafsún, que tras muchas aventuras acabó
por ser el gran rey del Mediodía, apenas han llegado a nos-
otros por rastros en los que se Iransparenta la boga que la
épica de sus hazañas hubo de alcanzar, puesto que llegó al
extremo de forjar leyendas de su juventud, con las predic-
(1) Be.nalcutía pág. 89j no quiere contar las hazañas de e.se
gallego y las de otro caballero llamado Soromhequi, por ser de
masiado larreas de contar. Lo poco que cuenta tiene tinte caballe-
resco muv acentuado.
— 39 —
ciones y adivinaciones que el alma poj3iilar supone en lodo
tipo de gran celebridad social (1); de oíros reyes de raza his-
pana, como Abenrodolfo de Algarbe, apenas se sabe olra
cosa que su nombre y la riqueza, orden y policía de su
reino, etc., etc.
¿Y qué de extrañar es que aquella épica romance se per-
diera, si se ha perdido también la escrita en árabe? De los
poemas de Algazal y de Temam no queda más que una men-
ción breve; de los millares de poemas compuestos para na-
rrar las hazañas de Almanzor y otros guerreros, a quienes
cantaron, no sólo poetas populares, sino eruditos y clásicos,
apenas quedan algunos trozos; de multitud de poetas que
compusieron zéjeles, ni siquiera el nombre; del propio in-
ventor del género y de otros muchos que le imitaron, ni una
sola compo.sición (2). Todo lo que olía a nacionalismo hispa-
no, a cariño de civilizaciones no musulmanas, casi todo fué
desapareciendo derrumbado por modas posteriores; ni aun
de los ascetas musulmanes de aquella edad, como Abenma-
sarra, queda siquiera una hoja de sus libros. De los mejores
escritores, quizá se haya perdido lo más personal, lo de ori-
ginalidad más acentuada, que mayor interés pudiera tener
para nosotros.
En materia histórica se conservaron las narraciones de
los hechos de las familias legitimistas: los de la aristocracia
sevillana unida a. los godos (referidos por Benalculía, des-
cendiente de ella, y por Temam, casado con cristiana). Las
que tratan de Rodrigo y Julián, todas despectivas, narradas
por visigodos; y de las dinastías genuinamente españolas
los Benicasi de Zaragoza, los Beniatagüil de Huesca, y otros
(1) DozY, en su Historia, II, 192, cuenta como histórico lo que,
evidentemente, es leyenda de la juventud de Abenhafsún.
(2^ Lo más popular ha sido precisamente lo más desdeñado.
Aben'hayán, AddabI y otros citan a Mocádem, el inventor de un
sistema lírico, y nada dicen de su invención. Abenbassam, si da
noticia del invento, es despectivamente, como si aquél hubiera
cometido un pecado.
— 40 —
inmimcrahlcs que luvicron sus podas e hisloriadores, n^ ""^
sola obra de éstos (1).
Pero esa falta de noticias no debe privarnos de creer que
esa épica pudo vivir mientras hubiera un medio social en el
pueblo andaluz que conservara cariño a la lengua nacional
y a los asuntos de esa éjíica. Hasta Abderrahmen III vense
en Córdoba familias musulmanas, de alto copete, de raza es-
pañola, nobles apazguados, señores de castillos o ciudades
que capitulaban, (¡ue eran latinados. Eso indica que aun ha-
bía muy densas capas sociales en que se mantenía la lengua
nacional.
Podría irse perdiendo la viveza y robustez de la tradi-
ción poética, porque las modas literarias árabes hicieron sen-
tir influencia creciente, que vino a ser poderosa en capas su-
periores desde Abderrahmen III y Alhaquem II, monarcas
que se esforzaron por todo medio en infiltrar el clasicismo
árabe: pero hay que reconocer que éste no pudo ahogar la
vitalidad de un género popular genuinamenle español (aun-
que en lengua árabe) como la moaxaha, nacido de aquella
literatura romance.
Yo me atrevería aun a afirmar que si esa corriente popu-
lar romance pudo perder consideración en esferas del pue-
blo musulmán andaluz, hubo de adquirirla en otro medio
social, cuya importancia aún no se ha estudiado, a saber, la
colonia europea establecida en la España musulmana. Es
un hecho interesante: a medida que la población indígena
española se iba arabizando, acudían en mayor número irrup-
ciones de gente europea a establecerse en Andalucía: me re-
fiero a la multitud de gallegos, vascos, aragoneses, catalanes,
provenzales, franceses, italianos y gentes del norte de Euro-
pa que entraban en Andalucía, los cuales convivieron con el
elemento indígena español, con quien podían hermanar en
los gustos y en la lengua familiar.
(í) Abenházam, apud Alma';amí, II, 118, enumera historias es-
peciales de Abenhafsún, de Abenmeruán, de los lienicasi, de los
Beniatagüil, etc , que se han perdido.
— 41 —
Desde muy antiguo, desde las victorias árabes en F'rancia,
vinieron a Kspaña como prisioneros de guerra o esclavos (1).
Kspaña musulmana fué mercado espléndidamente provis-
to de esclavos europeos, los cuales, no por ser esclavos, ve-
nían a desempeñar papeles íntimos y sin importancia: mu-
chos de ellos, dedicados al servicio militar o personal de los
monarcas, y de la nobleza de sangre o del dinero, llegaron a
desempeñar los primeros puestos del Estado; y, aunque se
convertían al islamismo, condición que se les exigía para
obtener la libertad o los cargos públicos, no por eso dejaban
de ser europeos (2).
Para hacer evidente la importancia de este elemento so-
cial en la cultura hispana, bastará una escueta y breve enu-
meración de algunos hechos, que los historiadores nos han
conservado.
Abderrahmen I tuvo, por canciller, a uno de esos esclavos
durante su reinado (3), y eunucos eran los altos empleados
palaciegos (4).
Abderrahmen II los puso al frente de sus tropas (5), y a
(1) En el botín de guerra figuraban los prisioneros, los cuales
quedaban como esclavos. Alhaquem I trajo de Francia esclavos
franceses. Almacarí, I, 218.
Mohámed combate con Ludovico y trae prisioneros. Alma-
carí, I, 226.
Los franceses, combatiendo con las gentes del centro de Euro-
pa, hacen prisioneros y los traen a Andalucía para venderlos
como esclavos. Almacarí, I, 92.
Los judíos mantenían la industria de fabricar eunucos, espe-
cialmente en el mediodía de Francia. Dozy, HisL, III, 60.
El conde de Cataluña envía a Alhaquem II veinte mancebos
eunucos. Almacarí I, 249.
(2j Del elemento gallego y catalán en la España musulmana
5'a expuse algunas noticias en mi Discurso antes citado.
(,3) Mansor el FZunuco. Almacarí, II, 31.
(4) Almacarí, I, 236.
(5) Maisara dirige las tropas en el sitio de Toledo. Abenada-
rí, II, 86.
— 42 —
ellos pertenecía Násar, su favorito, el cual dirige la recluta
de su ejército (1) y domina en palacio.
Hn lienijios de Moliánied, los eslavos alcanzan prepon-
derancia política, social y hasta literaria (2).
Almondir tuvo idéntico servicio (3), y aun se dice que
murió envenenado por un eslavo (4).
Kn hi época de Abdala se mezclan en los más delicados
asuntos de Kstado (5), y algunos de ellos por sus servicios
políticos son nombrados ministros (6).
Abderrahmen III da los más altos cargos de la milicia y
de la administración a hombres de esta clase (7), que ad-
quirieron gran preeminencia (8). En Medina Azahra es in-
contable el número de europeos que están al servicio de este
monarca (9).
Kn el reinado de Alhaquem II, un eslavo es la persona de
su confianza: el canciller del imperio, a quien en cierta oca-
sión regala cien esclavos franceses que visten a la provenzal,
según Dozy (10;. Un eslavo es su bibliotecario real (11); es.
(1) Para combatir a los normandos. Abenadarí, II, 86. El mo
narca está servido por eslavos. Henalcutía, 69 y 70, 76 y 77. Encar-
ga delicadas misiones a Eidon. Henu.cutía, 72, 78 y 79. Vi de ade-
más Duzv, ¡listoire, II, ló2 y ló3,
(2) Abenguéchih sobresale como hombre culto en letras ára-
bes. Al-hollato's siíjdrá, 76. Chodor y Fatin, personajes de alta
consideración en palacio, se distinguen como letrados. Tecinila,
biografía 17. A estos extranjeros llamábaseles eslanos.
(3) Eidón dirige la caballería. Abe.vadaiu, II, 118.
(4) Por Maisur. Be.valcutía, 102.
v5) Abenadakí, II, 128.
(6) Be.nalcutía, 112.
(7)* Abenadarí, II, 170, 173 y 280.
(8) Abenadarí, II, 277 y 280.
i9) Algunos historiadores hacen ascender el número a 13.750.
.\i.mac kí, I, 372. Otros dicen 3.750. Almacarí, I, 373. Otros, 6.087.
.^LMACAhí, I, 346.
{lOj Almacarí, I. 247
nr. Almacarí, 1, 249 y 256.
— 43 —
lavos fueron los que firmaron el acta de proclamación cuan-
do ascendió al trono (1); y eslavos son los que rodean al
monarca en las recepciones palatinas y los que gobiernan
ciertos asuntos políticos y militares (2).
En los tiempos de Almanzor el número, la inlluencia y
el poder de los eslavos llegan a la plenitud, no sólo en la mili-
cia y gobierno, sino basta como clase social (3). Tanto arrai-
go adquirieron, que llegaron al extremo de poner y quitar re-
yes (4), y al fin se erigieron en tales fundando dinastías (5).
Casi todos estos extranjeros, para conseguir el medro en
país musulmán, solían renegar de su religión y convertirse
al islamismo; pero vinieron después tiempos de decadencia
para el poder político de los musulmanes españoles, y enton-
ces ocurrió fenómeno distinto: el devenir militares cristianos,
a quienes no se exigía renegar ya de su religión a pesar de
ponerse al servicio de los musulmanes.
Aun en tiempo de los Omeyas se vieron en Córdoba ejér-
(1) Almacarí, i, 250.
(2) Almacarí, I, 251 y 472. En cierta ocasión salieron del alcá-
zar 800. Almacakí, i, 257. •
(3) Sobresalen en el palenque literario, Almacarí, II, 57, 59, 60
61, 257, 259; forman la mayoría de sus tropas, Almacarí, I, 393.
En los ejércitos de Almanzor el domingo era fiesta, pues tenía
leoneses, castellanos y navarros a su servicio, Dozv, /7í.s7., III,
183; Muñoz R «miíko, El Estado de las personas en los reinos de As-
turias y León, pág. 122 Catalanes esclavos, Dozy, //ís/., IIÍ, 199;
gallegos, Dozy, //í.s7., 111,235. Véanse además sobre los eslavos en
la//ís/oría de Dozy, tomo III, págs. 134, 146, 260, 300, 312, 329»
358, etc.
No es de extrañar que de Almudafar, hijo de Alraanzor, nos
digan que era aficionado a tener tertulias con gente que hablaba
romance.
(4) Addabí, págs. 20, 21, 25 y 27, Abensaío, manuscrito núme-
ro 80 de la Academia de la Historia, folio 90 Almacarí, I, 281
y 316.
(5) Jairán y Zohair, reyes de Atraería, Almacarí, I, 317, y Mo-
chéhid en Denia, Almacarí, II, 359.
- 44 —
citos de calalaiu's, llamados para inlervcnir en favor de un
jiaiiido político (1). Aliuolácim heii Soiiiadih tiene militares
cristianos a su servicio (2), como Almutamen, de Zaragoza (3).
Ahenniardanís, de Valencia, se apoya en tropas cristianas,
contra los almohades (4), y el héroe nacional más famoso de
la España cristiana, el Cid, entre musulmanes vivió (5) y al
servicio de los musulmanes anduvo bastante tiempo.
Ksos extranjeros venidos a Andalucía de países europeos,
al llegar a la fortuna, es de creer que llamasen a sus familias,
para que compartiesen con ellos la posición y riqueza adqui-
ridas: el padre de Násar, favorito de Abderrahmen 11, en Cór-
iloba vivía, y se entendía perfectamente con el pueblo ha
blando en romance (6). De esa manera se acrecentaba su
número e influencia dentro de la sociedad andaluza y, aun
cuando se convirtieran al islamismo, mantenían el espí-
ritu europeo de los españoles musulmanes indígenas. Al-
gunos de ellos fueron partidarios acérrimos del choubismo,
partido que sostenía la superioridad intelectual de los pue-
blos no árabes sobre el árabe: célebre es la carta literaria de
Abengarcía, autor árabe de origen vasco, escrita con ese in-
tento (1 ¡ de probar la inferioridad del pueblo árabe compa-
rado con los hombres de razas europeas.
(1 Adüabí, pág. 20.
(2j Al MACAKí, II, 335.
3) AL.MACARÍ, I, 432 y 433.
(4) Almacarí, i, 289. Y hablaba con sus soldados castellanos
navarros y catalanes en la lengua de éstos. liecherches, Dozy, I,
365 y 366.
5i K\ Cid Campeador En su mismo nombre lleva, a mi juicio,
huellas del romance andaluz: Cid Campeator ^como le llaman
los historiadores árabes), es de formaci«'m idéntica a Cid Bono,
apellido usado entre los moros de Valencia, según estos histo
riadores. Creo muy probable que pertenezca y proceda de la len-
gua vulgar del pueblo que le dio ese nombre, y no de origen
germánico, como quiere Dozv, Recherches, II, pág. 58.
(6 Vide Discurso mió citado, pág. 22.
(7; Hfc.NjAíR, 419. Abengarcía vivió en la corte de un rey de
— 45 —
Viviendo esos europeos en Andalucía, era natural que
se asimilasen la cultura popular iudí<*ena, la cual casaba con
sus gustos europeos; y es de |)ensar que los que volviesen a su
país de origen comunicaran allá lo que aquí habían apren-
dido; sobre todo habían de gustar de referir sus hazañas per-
sonales o sus aventuras. Kran, pues, estos extranjeros un
medio a propósito para que vivieran las tradiciones popula-
res andaluzas, especialmente las guerreras y caballerescas.
El mismo Abencuzmán, en medio de sus lirismos poéticos,,
deja deslizar de cuando en cuando frases pronunciadas por
militares cristianos, en lengua romance, que tienen trazas de
pertenecer a narraciones vulgares que todo el mundo sabía.
Tales consideraciones las creo yo muy importantes, por-
raza europea, Icbalodaula, de Denia. Abensaíd, manuscrito 53 de
la Real Academia de la Historia, fols. 43 y 53.
Los eslavos escribieron también en árabe para defenderse.
Habib el eslavo escribió un libro para demostrar las excelencias
y mérito de los hombres de su raza, contra un grupo de cordobe
ses que negaban el mérito a los eslavos. TecmiUi, biogs. 1212 y 89.
Estos europeos estaban enterados de las composiciones poé-
ticas de moda en Andalucía, puesto que Obada, autor de moa-
xahas, dirigió versos laudatorios a eslavos que iban acompaña-
dos de franceses. Almacarí, I, 316.
Algunos de ellos volvían a su país natal, después de haber
logrado fortuna, honores y riquezas en Andalucía. La familia del
rey de Denia, Mochéhid, quiso quedarse en Europa después de
haber estado en España. Vide Codera, Mochéhid, conquistador de
Cerdeña. Centenario de la nascita de Michele Amari, vol. 2, pág. 115
y siguientes. Se ve en este trabajo un ejemplo probatorio: Ali,
hijo de Mochéhid, estuvo en Alemania largo tiempo; aprendió la
lengua de los cristianos, entre quienes pasó la juventud, y se ins-
truyó en la religión cristiana. Luego, por mediación de su padre,
se hizo musulmán.
Abenházam. en su Fisal, III, 12, recuerda el caso de un vasco-
navarro, persona de gran posición, que deseaba con empeño lle-
var a Córdoba a su familia; pero que no pudo conseguirlo por
las dificultades de las comunicaciones en aquellos tiempos de
guerra civil.
— ii] —
que, dcniostrndn la coiilimiidad del clemcnlo europeo dentro
de Andalucía, nada tiene de extraño que ése haya sido el
nexo de la continuidad de las manifestaciones ¿picas, enla-
zando las j)ri mili vas del sii^lo ix con las posteriores de litera-
turas romances europeas (1).
(í) Son innnmiM-ablps los datos súpitos (|ue aparecen en histo-
riadores (jue indican constantes comunicaciones entre la Espa-
ña musulmana y Kuropa. Aunque no muy sistematizados, voy a
exponer algunos:
AhknaDíRí, II, 100, y AlmaCvrí, I, 226, recuerdan el caso de
Forlún hen García, el Tuerto, el cual fué llevado de Navarra a
Córdoha; en esta capital |)ermaneció veinte años; luego le solta-
ron y vivií) en su jiaís hasta edad muy avanzada. Ocurrió esto
en tiempos del rey Mohñmed.
Ai.ma(:ai\í, 1, 31(), menciona europeos que tuvieron (¡ue huir
de Andalucía, j)or crímenes que realizaron, para escapar de la
justicia.
Ai.Faraüí, hiog. 952, da noticias de un alcalde moro de Tu-
dela que cayó prisionero de cristianos y fué rescatado luego.
Murió en 337.
Edrisí edición Dozy), pág. 241 recuerda a musulmanes de
Almería (}ue fueron cautivos.
Mu.Ñoz Ro.vibKO, Estado de /as ¡jcrsoiuís, págs. 30, 31, 36, 43, 45 y
97, menciona familias de esclavos musulmanes en país cristiano.
AnoABí, pág. 35. A la hatalla de Alarcos acudieron multitud de
comerciantes judíos para comprar esclavos. Almacarí, I, 279. En
ella cayeron miles de prisioneros.
Alm»c\rí, i, 263, 344 y 813. Redención de esclavos.
Abensaid manuscrito 223 r." Ahensigíiar, de Lishoa, jioota fa-
moso, fué cautivado por cristianos. Tuvo (|ue sufrir mucho hasta
ser rescatado.
Abknh.ízam. (Ihúmhara, caj)ítulo de la familia de Ahderrah-
men lll Un hiznieto de éste, llamado Yecid, renegó del islamis-
mo y se fué a país cristiano. Luego reingresó en el islamismo.
Tras la reconquista de Toledo y Zaragoza, multituíl inmensa
de musulmanes fjuedaron en país cristiano.
La comunicaci('>n por causas políticas fué muy Irecuente,
aparte de la que imi)onia el estado de guerra.
Emhajadas. Al.macarí, I, 223, 227, 235 y 252; II, 355.
- 47 -
Yo creo a los conocedores de la épica española les
bastará fijarse un poco en esos restos venerables, de (jue be-
mos dado una muestra, para encontrar allá en el centro
de Andalucía los precedentes de la épica posterior, preceden-
tes que ostentan caracteres semejantes y lo bastante claros
para evidenciarse de la continuidad de la tradición épica
genuinamenle española.
Pero esa épica española posterior, del poema del (^id y
de los romances, se ha creído por muchos derivada de la
francesa (1). Como la de España parecía más moderna, no es
El rey Ordoño muere en Córdoba. Dozy, Ilisloire, III, 104.
Príncipes cristianos se educan en corte musulmana. Dozy,
Recherches, I, 215 y 216.
Moros y cristianos acuden a bodas de príncipes moros. Alma-
CARí, I, 424.
El comercio del Mediterráneo fué también motivo de comu-
nicación constante. Artículos de exportación e importación.
Almacarí, II, 148.
Viajeros cristianos vienen a Andalucía. Los monjes Usuardo
y Odilardo, de Saint Germain des Prés, en 858. Düzy, Histoire, II,
166. La monja Roswita, célebre poetisa latina de la segunda mi-
tad del siglo X. Dozy, Histoire, III, 92.
Alarifes de Constantinopla y de todas partes trabajan en Me-
dina Azahra. AlmaCarí, I, 380.
(1) Es de notar la insistencia y unanimidad de los más in-
signes historiadores franceses de la literatura en negar la exis-
tencia de antigua epopeya nacional en Hispana y de adjudicarle
origen francés, o explicar, por imitación francesa, nuestra epo-
peya, el cantar del Cid y los romances. Gastón París, Histoire
poétiqíie de Charlemagne, París, 1865, pág. 203, dice que España
no ha tenido epopeya, e insinúa que «cantares de gesta» no pue
de venir a los españoles más que de F'rancia, por ser palabra
francesa. Léon Gautier (Chanson de Rolaiid, pág. cxl), dice que
todos ios eruditos están de acuerdo en que el poema del Cid se
compuso siguiendo como modelo canciones de gesta francesas.
JosEPH Bédiek (Leyendes épiques, II, 177' cree que Francia tiene
epopeya cuando los demás pueblos eran bárbaros, divididos, ira-
— 48 —
de extrañar que se cayese en la tentación de adjudicarle ori-
gen francés; sobre todo lijándose en que la épica í'rancesa y
la española tienen muchos caracteres comunes que podrían
explicarse por un origen común; pero descubierta la existen-
cia de una liteíatura popular romance española en tan re-
molos siglos, y siendo la francesa innegablemente j)oster¡or
a la andaluza, ¿es de i)ensar que la francesa estuviese libre
por completo de la inlluencia de aquella nuestra épica pri-
mitiva? Yo creo (¡ue será muy difícil probar la entera ori-
ginalidad de la épica francesa, una vez demostrada la exis-
tencia de una literatura popular romance en Andalucía en
el siglo IX (1).
Yo no quisiera hacer afirmación ninguna que no estu-
viese bien fundada. No puedo personalmente, por juicios
pro[)ios, hacerlas, puesto que conozco muy imperfecta y li-
geramente la epopeya francesa; pero cabe que exponga mis
impresiones, ateniéndome, en lo técnico y delicado, a la au-
toridad de los más eximios historiadores de esa litera-
tuia.
De pronto salta a la vista en la epopeya francesa un fe-
nómeno extraño: ésta no arraiga, ni siquiera aparece, en los
países del sur de Francia, cercanos a provincias musulmanas
españolas, donde los ecos de la estruendosa lucha con los
moros pudieran repercutir suscitando ardores guerreros e
impulsos épicos; sólo vive poderosa allá en el norte de Fran-
potentcs, y que la literatura francesa ha debido ¡ns()irar todas
las literaturas de Furopa.
A nadie le ocurre que de Fspaíia pueda venir influencia algu-
na que ex[)lj(|ue tales fenómenos, aun(|ue ios asuntos sean real-
mente españoles. Dozv busca el origen normando de algunas re-
laciones y del espíritu caballeresco Xvkof, Storia dell\'¡)o¡)ea
f ranéese nel medio evo ''Torino, 1(S<S<S', pág. 157). Véase L'epopée
caslillane, de R. Menénüez Pu) aL, cuyos trabajos constituyen la
reivindicación más decisiva de la é{)ica española.
(1) GASTÓN, obra citada, j)ág. 11. Aunque hay noticias de can-
tos franceses en el siglo vii al x, la épica francesa se contituye
realmente en el siglo xi en el norte de 1'' rancia.
- 49 -
cia (1), donde la amenaza del peligro musulmán fué muy
pasajera.
¿,Y qué hechos son los que canta esa épica francesa del
Norte? Pues canta... las luchas con los musulmanes de Ks-
paña, con ese tremendo enemigo del sur (2), cuando ese ene-
migo ya no })odía ser temible para los franceses del norte,
porque andaba ya de vencida combatido por los montañeses
pirenaicos ¿No es esto cosa relleja, mediata, algo artificiosa y
poco espontánea? ¿No indica que esa épica está movida por
extraños impulsos, estímulos de emulación, competencia o
imitación de otra épica producida directamente por el hervor
de la lucha, en pueblo que realmente fuera el que interviniese
activa y vivamente en los sucesos? Mientras se desconocía la
existencia de una literatura anterior, pudo plantearse la cues-
tión de otro modo; pero ahora ya no tenemos más remedio
que relacionar esas dos épicas. Para la comparación hemos
de acudirá los venerables restos que hemos estudiado ante-
riormente, V. gr., al tipo narrativo de Izrac el de Guadalajara.
(Lon él tenemos un individuo que personifica la especie (3).
Comparemos, pues, aquella épica primitiva con las épicas
posteriores española y francesa.
La épica española primitiva no aparece como fría imita-
(1) En los países del sur, como Provenza, floreció el género
lírico derivado de la métrica andaluza (vide mi Discurso citado,
pág. 40 y sigs.).
No hay prueba de que la épica floreciese en tierras provenza-
ies según Nviiop, Storia deU'ejxjpea francese nel medio evo.
{2) Lo que ha dado carácter esencial a la épica francesa es:
«La lucha de Europa cristiana contra los sarracenos, bajo la
hegemonía de Francia. > «Carlomagno es el centro orgánico.» «Los
enemigos son los musulmanes de España.» Gastón, Histoire poé-
tiqíie de Charlemagne, París, 1865.
(3) Nos autoriza a ello la consideración que expone Rajna en
Le origini deU'epopea francese (Urenze, 1884), pág. 283, en que
dice: «Un individuo de una especie, descubierto en un estrato de
la costra terrestre, denuncia la existencia de la especie.» Y luego
aplica este criterio a la literatura.
á
— 50 —
ción de lileratiiia extraña. Ivs narración de sucesos cuya me-
moria está muy fresca, puesto que de la realización del su-
ceso a su inclusión en una crónica, apenas pasa un siglo, du-
rrnle el cual hubo de forjarse la leyenda aprovechada por
la crónica (1). Kn esto coincide con la castellana y en parte
con la francesa de los siglos xii y xiii (2).
Se forma al hervor de la lucha en tiempos y lugares en
que era muy" viva. Coincide en esto con la castellana (3).
Los personajes son históricos (4). Lo mismo ocurre en la
castellana y la francesa (5).
Late en aquella narración una idea política; un sentimien-
to público de protesta contra la feudalidad de los señores,
en el anárquico desorden de la época, brillando el triunfo
de la lealtad al monarca central. En esto coincide con la
castellana y la francesa (6).
Los hechos principales son caballerescos: duelo entre
campeones. Semejante a la épica castellana y francesa (7).
Si interviene la mujer es para excitar la emulación y el
(1^ El historiador Abenalcutía, que narra lo de Izrac, murió
en 367 de la Hégira. Alfaradí, biog. 1316. El emir Mohámed,
en cuyo reinado ocurrió el suceso, murió en 273 de la Hégira.
AuDABí, pág. 16. La diferencia: menos de un siglo. ■
f2j Bkdier, 1,8.
'3) El cantar del Cid está compuesto por autor que vive en
lugares fronterizos a los musulmanes, en los sitios de los suce-
sos, no lejos de Guadalajara. M. P., Epopée, pág 119.
(4) Dozy y los demás historiadores de la España musulmana
la han aprovechado como material histórico. Véase Dozv,ensus
Heclienhes, .'1=" edición, II, 199, lo que dice ce la poesía popular
castellana.
(5) Gastón, 12. Relatos de suce.sos reales que luego se poeti-
zan o idealizan. Nvrop, 357. La épica francesa se distingue de
todas por su carácter histórico.
(6) Gasto.n, pág. 15. La fidelidad al soberano. Bkdikr. pág. 1.
'7) Ga.stün, 15. Gran papel del campeón. Xyrop, 86 ííuerreros
sarracenos en combates singulares. Mk.nknuhz Pioaí., E¡)oj)ée, re-
cuerda que es usanza vieja entre musulmanes.
— 51 —
pundonor caballerescos, pero releíanse a segundo término
los lazos de familia y de amor. Kste aparece sin reíinamien-
tos cortesanos ni románticos. Coincide en esto peculiarmenle
con la castellana y tiene sus semejanzas con la francesa más
antigua (1).
La acción suele ser un episodio guerrero, a cuyo relato
se va directamente, sin preámbulos, con naturalidad, inge-
nuidad y hasta con algún tinte local; se exponen las emba-
jadas en forma directa, como en los trozos dialogados. Coin-
cide en esto con la castellana y en parte con la francesa (2).
En resumen, es la andaluza una épica muy humana, en
que no se apela, para dar interés artístico a la narración, a
entes sobrenaturales, diablos ni genios, ni abstracciones, ni
erudiciones. Se elige un acontecimiento de trascendencia y
se le da un desarrollo natural y humano. En esto coincide
con la castellana y la antigua francesa.
Aparte de estos caracteres generales, hay ciertos signos
concretos muy dignos de ser notados.
En la épica francesa es frecuente adjudicar a un perso-
naje francés hazañas que otro ha realizado (3). A Carlomag-
(1) Nyrop, 348. En los más antiguos poemas la mujer ocupa
puesto insignificante. Los héroes se ocupan sólo del gran proble-
ma: combatir. Salen mujeres, pero no dulcineas. (íaston, ló, poca
intervención de mujeres. Sin embargo, en varios poemas fran-
ceses se verifica casamiento, como en el de Izrac, si bien como
desenlace final, Nyrop, 68, 87 y 145. Mené.ndez Pidal, Epopée, 176.
La presencia de la dama para exaltar el fervor guerrero.
(2) Gastón, 12. Hechos guerreros generalmente: mensajes,
desafíos, muertes, venganzas, etc. La épica francesa se formó,
según este autor, de composiciones fragmentarias, conservando
siempre las huellas de ese carácter: la muerte de Rolando, la
toma de tal ciudad, etc.
En las historias españolas de los musulmanes cada expedi-
ción guerrera lleva su nombre popular para designarla. Vide
Almocíabis, de Abenhayán, passim.
(3) Gastón, 431, afirma que es hecho extremadamente fre-
cuente en la historia de las poesías transportar a un héroe los
relatos de otro más antiguo.
- 52 -
ho, personaje central de la epopeya francesa, le hacen correr
aventuras que él no pudo correr y que hubieron de contarse
sc<íuramente de otros, una de ellas tiene, para nuestro obje-
to, siguilicación sin<<ular: sale desterrado de Francia para
marcharse a la corte de un rey musulmán de España (1), en la
cual vive como caballero desconocido; pero adquiere tal pre-
dicamento, que acaba por casarse con la princesa, hija de ese
rey (2). Este episodio tiene todas las trazas de ser un injerto
de otra narración de algún francés enterado de las cosas que
sucedían en España. Realmente en España, como antes he-
mos referido, es frecuente adquirir alta posición social los
guerreros de Europa (3).
Pero las que más me han llamado la atención son estas
dos coincidencias (4). El rey musulmán más traído y lleva-
do en la épica francesa, v. gr., en la Chanson de Rolaiul, es
1) Abenliafsún tuvo que huir de su tierra y pasar la juven-
tud en África; sirvió después en la corte del Emir de Córdoba.
Fortuno, un caballero navarro, pasó veinte años en Córdoba
prisionero. Lo soltaron al fin. \'ide Primera Crónica (jeneral, pá-
gina 307.
2) Gastón, 230; Nyrop, 84. Casamiento de caballero francés
con hija de ley moro aparece también en las (¡estas de Elie, Ny-
rop, 191 etc.
(3) AuoxANí recuerda uno de esos casos. Un esclavo, mediante
información de dos testigos falsos, adquiere la fortuna de su di-
funto patrono y se casa con su bija. La falta de escrúpulos del
juez que tiene fama de integ( rrimo) indica que el caso era fre-
cuente en Córdoba, puesto que aun después de descui)¡erla la
falsedad mantiene firme su sentencia. También hay ejemplos de
principes cristianos que van a educarse en corte musulmana.
Dozv, en sus liecherches, I, 216 y 217, cita el caso del hijo de Al-
fonso III de León, que va a Zaragoza, corte de Muza.
i4) Hay otras muchas que no tendrán valor hasta que se acu-
mule un gran número de ellas, v. gr., a Carlomagno le predice la
Virgen María, al venir a P^spaña (Gasto.n, 280j, cosa semejante a
lo que Mahoma predijo a Taric (en sueños) al venir a España,
Almacarí, i, 142.
— 53 —
precisamente el rey de Zaragoza, es decir, el rey que inler-
vJLMie en el relato de Izrac el de (iiiadalajara (1).
Y el apellido de Izrac el de Guadalajara, campeón mu-
sulmán diestro y valiente, que aparece en el manuscrito de
Benalcutía en la forma Moni (y con el diminutivo Monlell)
se aplica en la épica francesa a un caballero sarraceno (2) y
(1) El rey de Zaragoza en la épica francesa es Marsilio El nom-
bre árabe del monarca en el relato de Izrac es Muza. Así como del
apellido de Izrac, Moiü, se formó un diminutivo y aparece como
tal en Moiitell, del mismo modo pudiéramos suponer quo el ape-
llido (le Muza tuviera un diminutivo aragonés, Miizello o Muziello,
el cual explicara [)or semejanza la forma francesa. En la épica
francesa se emplean nombres alterados de j)ersonajes que vivie-
ron mucho después de los sucesos, v. g., Alnuicnr y AinusUtnl
(2) Gastón 248. La coincidencia es más digna de notar sa-
biendo que los nombres de personas árabes que salen en la épica
francesa no son inventados; suelen estar formados sobre nom-
bres verdaderos o reales, aunque con variantes de la pronun-
ciación vulgar: Abderrahraen unas veces se transcribe por lira-
manl o Bramante (Nyrop, 84); otras por Desramé i^BnoiEii, Legen ■
des, 11).
El nombre de Almanzor es Aumacor {Cbanson de Roland,
LXVIII); Almostánsir titulo califal de Alhaquem II ■, es Amnstant;
y al califa le llama aUjalifes. Tales formas suponen, en los trans-
misores, conocimiento directo de la pronunciación vulgar. Saben
que Almanzor y Almostánsir son títulos de dignidad. Es de pre-
sumir que fueran franceses que han estado en España, donde
podrían conocer la épica popular española.
Se hace más evidente esa comunicación de europeos que han
vivido en la España musulmana en algunas canciones de gestas
que están más saturadas de influencias españolas, v. gr., en Bne-
ves de Conmarchis par Adenés li Ruis, canción de gesta publica-
da por M. Aug. Scheler. Bruxelles, 1874 . El asunto de ésta es la
toma de Barbaslro Nombran al Amaslant de Cordres (Almostán-
sir de Córdoba: y se da el nombre árabe a algunas damas, como
Sororée que parece ser iJt^ya (dama de Malatrie, Ujilj s^l, hija
del Amustant), Sor marinde, i»i4)J| *^«I j9j^, etc.; pero sobre todo es
notable que se aluda a los reyes Rubións, es decir, a los Omeyas
de Córdoba, que son rubios (véase mi Discurso pág. 16), adjetivo
— 54 —
valiente que combate en Kspaña con Carlomagno, en las for-
mas Omoni. Eaninoní, Alinonfe (1).
En resumen, en la ópica francesa aparecen dos tipos his-
tóricos de la épica andaluza primitiva.
Es demasiada coincidencia para achacar el hecho a sim-
ple casualidad, sobre todo sabiendo que no es un hecho ais-
lado (2). Porque las inlluencias orientales en la literatura na-
rrativa francesa no son cantidad despreciable. Jcanroy con-
fiesa (3) que «las historias que sirven de fondo a los fabliaiix
franceses son casi todas de origen orienlah.
que no es fácil se le ocurriera sino a persona muy familiariza-
da con los asuntos españoles. El adjetivo nibión pertenece al
dialecto romance que se hablaba en Andalucía.
Dados tales antecedentes, se comprenderá (|ue no es irracional
la conjetura acerca del nombre del rey Marsilio de Zaragoza, (jue
hemos insinuado antes, como diminutivo del Muza, del romance
aragonés, Muziello.
(1) Es decir, el mismo apellido i)recedido del articulo, unas
veces del articulo árabe al, otras del artículo gallego o andaluz o.
Rajna, pág. 263, cree que debe ser transformación del apellido
germano Eqil-nmnd. La palabra mont es tan latina y tan usada en
Andalucía, que no es de creer que fuera germánico ese apellido.
2 En la épica francesa salen multitud de guerreros musul-
manes españoles, como el horrible Ferragus (que pelea contra
los doce pares, Nvrop, 8', Fierabrás (Nyrop, 89), etc. Hédiü» (Le
gendes, pág. 88) cita a sarraceno gigante que sirve en l'>ancia.
Y hasta en Chants populaires de la Bretagne (Harzaz-Hreiz , pu-
blicados por Vilamaríjué, salen moros como caballeros famosos
en Francia. Vc-ase 4." edición, París, Leipzig, 18tG.
Es frecuente el uso de vocablos y apellidos moros españoles,
algunos de ellos con traducción del árabe. En la Chaiisoii de Ro
land a la mujer de Marsilio unas veces le llama Bramic/o/i/t;, otras
veces Brami//ííi/ír/e, como traduciendo donie l^ia por inunde, que
es buena traducción. Así es como puede explicarse el 'I'enmgdnt
como traducción de jóiJl. personaje mítico de los musulmanes,
que va errante ¡lor el mundo, el cual a()arece como dios musul-
mán en la épica francesa
(>i En su obra Les origines de la poésie Igrique en f ranee an
muyen age, pág. 11.
— 55 —
Ahora bien; lo que ha pasado casi inadverlido— por el
deseo de adjudicar la inlhiencia a relaciones directas o me-
nos antipáticas, cuales son las del imperio bizantino (1) — , es
que las inlluencias venían de España. Algunos cuentos orien-
tales, antes de llegar a Francia, habían venido a España, de
donde fueron exportados, llevando el marchamo indeleble
de su viaje por la Península (2j.
Por consiguiente, no es extraño que a la épica france-
sa hayan pasado elementos de la épica primitiva española,
cuando las corrientes de la imitación empujaban en ese sen-
tido. De España, nación la más civilizada de Europa en
aquel entonces, partían las inlluencias científicas y artísticas;
en Europa penetraron la teología y la filosofía musulmanas
personificadas muy principalmente en Averroes (3) y en
Avempace y Abentofáil, que eran españoles; el sistema lírico
popular andaluz penetró en la Provenza; pasó la astronomía,
la medicina, las matemáticas; pasaron cuentos populares,
a|)ólogos, ¿no pasaría nada de la épica popular andaluza,
muy asequible a la población europea que vivía en España?
En la historia humana nada suele perderse: las corrien-
tes de comunicación entre los pueblos se establecen unas ve-
ces por capas inferiores (4); otras por capas superiores; y mu-
(1) Gasten prefiere a veces decidirse por explicar los rastros
orientales por comunicación con los bizantinos. Iíédikr, II, 177.
(2) En la obra Fahliaux ei contes des poeten francois des XI,
XII, XIII, XIV et XV'^ siécle, piibliés par Bahbzan i París, Crape-
let, 1808), pág. 107, y en Anciens Fabliaux, III, pág. 248, se inserta
una narración oriental en que se adjudica a un musulmán espa-
ñol uno de los principales papeles del cuento: señal evidente de
que la narración hubo de ser transmitida por narradores espa-
ñoles; porque es procedimiento ordinario el aplicar los cuentos a
la nación o gente entre quienes vive el narrador, para excitar
mayor interés:
D'an Espaignol oí conter
Qiii uers Mecqiie uoloit aler, etc.
(3) Véase Asín, Abenmasarra, pág. 128.
(4) Véase un ejemplo de comunicación invisible o desconocida
en la filosofía en Abenmasarra, de Asín, p. 118, y en general, p. 128,
- .")() —
chas veces por ambas al mismo tiempo. Puede al¿>una vez
dudarse, cuando las corrientes van escondidas por las entra-
ñas de la tierra, como las del Guadiana; pero hay que acep-
tar en esos casos que las huellas son señales o indicios de la
corriente (1).
Ábrese, pues, un camino nuevo a las investigaciones con
el dato precioso de la existencia de una literatura romance
tn Andalucía. Lo que hace falta ahora es afinar el análisis
de esos venerables restos y sondear las capas profundas de la
civilización hispana. No se han estudiado aún los autores y
las obras más genuinamente españoles y más originales,
como las de Abenházam, que describe a Andalucía con ojos
V gustos realmente españoles, apartándose de la tradición
clásica de los árabes (2); los poetas populares apenas han co-
menzado a estudiarse (3); los místicos, en cuyas obras apa-
recen multitud de tradiciones populares antiguas, aún están
sin explorar la mayor i)arte: y forman literatura ingente (1).
Lo más íntimo de la historia social de la España musulma-
na está por esclarecer; por consiguiente las exploraciones en
ese sentido prometen cosecha abundante y rica.
La curiosidad nos debe impeler en esa dirección, porque
(í ) Rara vez y de modo esporádico se ha reconocido en |)e-
queños pormenores. Xyrop (pág. 105) dice que en el poema An
seis de Chartoíiiie se nota influencia de la leyenda de Hodrino ij
la Cava. En el poema de Otfier se incluye la misma estratagema
de que usó Teodomiro. Xvkop, 1(5(5.
(2) Ha comenzado ya a ser estudiado por Asín y menudean
las ediciones de sus obras en VA Cairo y en luiropa. Hace poco se
ha publicado su libro del Amor, 'rank-al-luiiudiiia, |)or el docto
romanista y arabista D. K. Phtküf, catedrático de la Universidad
de San Pefersburgo. Leyde, Hrili, 1814.
(3l Yo intenté un ensayo al estudiar el Cancionero de Aben-
cuzmán en mi Discurso citado.
(4 El Toi'.T'jsí, en su Láinjjata de Principes, inserta bastan
tes historietas, algunas de las cuales, por ser españolas, las tradu-
jo Dozv Véanse Hecherches, II, págs. Gl y (52, 2:^5, 24ÍJ y 242.
— 57 —
aún hay muchos problemas que no se han resuello delinili-
vamenle en la historia de las literaturas europeas, los cuales
no son ajenos a estos estudios. Los orígenes suelen ser lo
más oscuro: el hecho mismo de utilizar la lengua romance
una literatura, es fenómeno que se explica perfectamente
en la Espafía musulmana, cuya población, no sabiendo el
árabe y habiendo tenido que despreciar el latín, lengua litúr-
gica de la religión abandonada, no tuvo más remedio que
utilizar el romance familiar (1). En fin, lo cierto e indudable
es que los andaluces hicieron literaria la lengua nacional,
antes que los otros pueblos latinos de Europa (2).
Este solo hecho es bastante para que España ocupe un
primer lugar en los orígenes del renacimiento literario de
Europa en la Edad Media.
He llegado, señores Académicos, al final de mi diserta-
ción. No sé si habré sabido exponer mis ideas en forma que
haya llevado a vuestro ánimo el convencimiento acerca de
la importancia del estudio que he tratado de iniciar. Sea
cualquiera la opinión que forméis, sólo desearía que fue-
sen benévolamente interpretadas mis intenciones de demos-
traros la gratitud con que he recibido el honor de vuestra
elección.
He dicho.
(1) Si es verdad que la épica se debe a fermento de razas que
conviven, como dice Gastón París, en su Histoire po¿'li(¡ue de
Charleniagiie, pág. 3, en pocos países podría ofrecerse el abigarra-
do conjunto, que se ofrecía en España, en aquel tiempo, de razas
y religiones las más distintas y más encontradas.
{2) Es coincidencia notable: el primer dialecto romance de
Italia que se hace literario es, según afirma Dante, el siciliano,
es decir, el hablado en un país musulmán, como en España lo
fué el andaluz y el gallego.
NECUOLÜGIA DE D. EüUAKÜO SAAVEDUA
Para trazar debidamente su biografía y dar noticia por-
menorizada de su labor literaria y cienlílica, fuera necesario
escribir un tomo de más que regulares dimensiones: tal fué
la fecundidad de su ingenio y la vasta y abundante aplica-
ción de sus talentos y laboriosidad. Habremos de contentar-
nos con un brevísimo resumen de los principales hechos de
su vida y ceñirnos, en la enumeración de sus obras, a lo pu-
ramente histórico, sin incluir su rica y variada producción
en otros órdenes científicos.
Nació en Tarragona en 27 de Febrero de 1829. Su fami-
lia era modesta; su padre, militar.
Estudió la segunda enseñanza en Lérida; cursó en Ma-
di id la carrera de Ingeniero de caminos, canales y puertos,
que terminó en 18Ó1; e hizo también la carrera de Arquitec-
to, cuyo título obtuvo en 1870.
Casó con doña Dolores Forner, nieta del literato Juan
Pablo F'orner.
Fué Profesor de la Escuela de Ingenieros, Director gene-
ral de Obras públicas, Arquitecto del Ministerio de Fomento,
Senador del reino (por elección de la Real Academia de la
Historia), Presidente de la Junta consultiva de Obras públi-
cas. Vocal de la Comisión consultiva de las obras del canal
de Suez, Consejero de Instrucción pública. Académico de
la Historia en 1862, de la de Ciencias exactas, físicas y na-
turales en 1869, de la Academia Española en 1878, Funda-
dor y Presidente de la Real Sociedad Geográfica, Miembro
honorario de la Arqueológica de Bruselas, Correspondiente
— no —
de la l^eal Academia de Ciencias de Lisboa y del Inslilulo
de correspondencia arqueológica de Homa, etc.
Como ingeniero dirijíió miillilud de obras, entre las cua-
les se puede citar el ferrocarril de I^alencia a Ponferrada;
hizo los estudios de las vías férreas del Pirineo central; y
asistió a la inauguración del canal de Suez. Se jubiló como
Inspector de primera del Cuerpo de Ingenieros en lí)()().
Fué hombre de extensísima y bien cimentada cultura;
posevó varias lenguas que hubo de utilizar como instrumen-
to de investigación v estudio, no sólo en su carrera de inge-
niero y arquitecto, sino también en su calidad de historiador,
arqueólogo, numismático, economista, gramático y orien-
talista.
Tenía tal llexibilidad de atención y memoria tan feliz,
que podía penetrar en todas las disciplinas como en campo
propio.
Fué escritor culto, castizo, sin afectaciones ni rebusca-
mientos; exponía con claridad y nobleza de estilo.
Fué incansable en la labor: el continuo trato social en las
cien ramas de su actividad, no le distraía de su trabajo asi-
duo en el gabinete.
Toda loable iniciativa que a su alrededor surgiera, tenía
en él una ayuda o estímulo: y todo joven de mérito que a él
se acercara, obtenía desde luego su simpatía y su ])rotección.
Por eso fué querido y respetado por hombres de todo rango,
partido, comunión y clase.
Esa tan abierta generosidad con que se inclinaba a favo-
recer a todo el mundo, hizo que se prestara a colaborar en
multitud de revistas y hasta en diarios políticos, escribiendo,
acerca de las materias más variadas, artículos de mera vul-
garización; pero aun en estas obras que, por lo circunstan-
ciales, podían juzgarse efímeras, lograba, por la lucidez de
su exposición y por su ingenio en buscar originales puntos
de vista, dar a la materia tratada un interés permanente.
Su labor personal científica fué muy abundante y meri-
toria.
La lista más completa de sus obras la ha dado el excelen-
tísimo Sr. D. Daniel de Cortázar, su íntimo amigo, en el Dis-
— 61 -
curso leído en Id Real Academia de Ciencias exaclaa, físicas ¡j
naturales, con motivo de la solemne entreíja de la medalla
Kcheíjarai] al K.vcmo. Sr. D. Eduardo Saavedra.
De esa lisia hemos extractado los siguientes títulos de sus
obras históricas:
Descripción <l« la vía romana do Úxania a Augustóbriga. -1 t. 4."
Madrid, 18- :0. En las Memorias de la Real Acad. de la Hist. — Reproducido
por el < Noticiero de Soria» en 1891.
D scurso de entrada en la Real Academia de la Historia, en 28 de Di-
ciembre de 1862. — Las obras públicas en la antigüedad.
Prólogo y capítulo 1." de la Epigrafía romana de León, por el
P. Fita.— León, 186G.
Bibliografía. -Antigüedades prehistóricas de Andalucía, por D. Ma-
nuel de Góngora. -Rev. de Obr. Púb. 1869.
Contestación al discurso <le entrada de D. Juan Facundo Riaño en
la Real Academia ae la Historia, en 10 de Octubre de 1869. —La Políti-
ca española en la Edad Media.
Joyas arábigas. —Museo Español de Antig. T. I, 1872.
La antigua ciudad de 3Iurgi. — La Ilustración Española y Ameri-
cana. Madrid, 1872,
Inscripción de Boñar. -Museo Español de Antig. Madrid, 1872,
Astro.'abios árabes. — Mu eo Español de Antig. T. VI. 1875.
La historia de los amores de París y Viana, trasladada por un mo-
risco. -Revista Histórica. T. III. 1876.
Inscripciones árabes de Badajoz. — Museo Español de Antig.
T. VII L 1877,
Inscripción árabe de Mértola.— La Academia. T. I. 1877.
Cuestión heráldica, las armas de España. — Revista Histórica. T. IV.
Madrid, 1877.
Monasterio de Poblet. — Anales de la Construcción y de la Industria.
Madrid, 1877.
El Aleo. án. — Conferencia en la Institución libre de Enseñanza.—
Rev. de España, 1878.
Discurso de entrada en la Real Academia E.spañola el 29 de Diciem-
bre de 1878. -La literatura aljamiada.
El cuadrante solar de Yecla y los relojes de sol de la antigüedad. —
Museo Español de Antig. T. X. Madrid, 1878.
Contestación al discurso de recepción de D. Fidel Fita, en la Real
Academia de la Historia, en 6 de Julio de 1879. —Dilucidando la revo-
lución de los payeses de Remensa en el siglo xv.
El alhadiz del baño de Zarieb. - Cuento aljamiado. — Museo ilustra-
do, 1881,
— (Vi —
La Geografía <le Kspaña del Edrisi. — Bol. ile la Soc. Geog. Madrid,
1881-l8a">.
La liisloriade la ciudad do Alnt«tn. — Novela aljamiada. — Rev. His-
pano-Amerioana. Abril, lí-^i.
Vinjp lie Kl»no Hafnta por España. -Rev. Hisp. Ainer. 1." Dic. 1882.
Kl «'!<lad(» de las eieiuias en tiempo de Aristóteles. —Conferencia
pronunciada en el Ateneo de Madrid en 1882. Anales de la Construc-
ción y de la Industria, lb85.
('ur!<o de liistorin: Oriente. — Revista Contemporánea, 30 Nov. 18S2.
Anti;;üed;.des preliisto. icas de Iluelva. — Boletín de la Real Acade-
mia de la Historia, Ma Irid, 1882.
InforuK' sobre el Escudo de Armas de la 3Ioneda. — Boletín de la
Real Academia de la Historia. T. IV. Madrid, 1884,
Note snr un astrolabe árabe dn Musée de F lorence,— Coraptes rendus
du IV. e Congrés international des Orlen talistes, París, 1884.
Excavaciones de Clunia, — Boletín de la Real Academia de la Histo-
ria. T. IV. Madrid, 1884.
Juicio crítico de la Numismática arábif^o-es])afio)a de D. Francisco
Codera.— Bol. «le la Afail. de la Hist. Madrid, 1-86.
La cuestión ds Ando. ra. — Boletín de la Real Academia de la Histo-
ria. Madrid, 1886.
Geografía árabe de Portugal.— Revista Archeológica. T. I. 1887.
La Romaiquia. reina de SeTilla.— La Ilustración Artística, T. VI,
núm. 2^7. ]>^~i .
Juicio crítico de Aiálaga musulmana, por D. Francisco Guillen Ro-
b¡e.«.— Bol. de la Acad. de la Historia. T. III. Madrid, 1888.
Juicio crítico de Antigüedades sorianas, por D. Antonio Pérez Rio-
ja. — Bol. de la Acad. do la Hist. t, IV, Madrid, 1888.
Contestación al discurso de entrad* de I). Antonio Sáncbez Mognel
en la R. Acad. de 1», Historia. — El antiguo regionalismo y las lenguas
provinciales. Madrid, 18t8.
Inscripciones árabes de la casa de ViHaceballos en Córdoba. — Bole-
tín de la Ací-.deiiiia de la Historia. 1889.
Inscripción arábiga de Pechina, — Boletín de la Academia de la His-
toria. 1887.
Prólogo al libro de D. Jotquín de Gonz'ilez, titulado Fatho-1-anda-
luci. lí:«9.
Inscripción arábiga de Kvora. — Revista Archeológica. T. III. 1889.
Los almoráviíles en Ef'pflña.— El Ateneo. T. II. 1889.
.luicio crítico de la Mauritania tingitana, por Mr. Tísaot. — Boletín
de la Academia de la Historia. 1889.
.Juicio crítico del Tarij Mansurí, publicado por Amari.— Boletín de
la Academia de la Historia. Madrid, 1889.
Sch!aj)arelli. Notizie d' I'alia. — Extracto de la geografía del Urna-
rí. — Boletín de la Real Academia de la Historia. Pág. 99. 1889.
— 63 —
El ladrillo de Zamora. — «Recuerdo publicado en Soria». Madrid, 189!).
Inscripciones árabes do Xela.— Bol. de la Acad, de la Hist. T. XIl.
Madrid, 18!)0.
Ideas de los antiguoss obre las tierras atlánticas. -Conferencia en el
Ateneo en 1891, con motivo de la celebración del Centenario del descu-
brimiento de América.
Juicio crítico de la Tecmila de Ab-^n Alabar. - Publicada por
D. Francisco Codera. Bol. de la Acad. de la Hist. Madrid, 1891.
Dos inscripciones arábigas de la provincia de Almería. — Bol. de la
R. Acad. de la Hist. Madrid, 1892.
Inscripciones arábigas de Elche.— Bol. de la R. Acad. de la His-
toria. Madrid, 1892.
El sepulcro de Almanzor I en Badajoz. — Bol. de la R. Acad. de la
Historia. xMadrid, 1892.
Aurora, reina de Córdoba. - «El Día», 14 Febrero de 1892. — Repro-
ducido por el «Noticiero de Soria» en Abril.
Las campañas de Ordeño II en el país de Soria. — -Recuerdo de
Soria». 1892
El talayot. -Estudio de este géaero de antigüe lade.'i, publicado en el
libro «Limosna». Madrid, 1892.
Estudio de la invasión de los árabes en Esptña. — 1 v. 8.° Madrid,
1892.
El monasterio de Gr-idefes, en la provincia de León. -Boletín de la
Real Academia de la Historia. T. XX, 1892.
El reloj del sol de Acaz en la Exposición Hi-'torico-Enropea. — El
Centenario, tomo 4." Madrid, 1893.
Noticia bibliográfica del libro titulado Soria, por D. Nicolás Ra-
bal.— Boletín de la Real Academiíi de la Historia. Madrid, 1895.
D. Pascual Gayangos.— Necrología. Ilustración E-<pañola y Ame-
ricana. Madrid, 1897. 2 ° semestre.
Note sur un astrolabe belga du XVI siécle.— III.® Congrés scientifi-
que internatioTal des catliolique-;, 1897.
Introducción a la Colección de estudios árabes donde se establecen
reglas fijis para la ortografía y la prosodia de los nombres árabes.—
Madrid, 1898.
Informe del libro «Le? Hcthcenes ont-ils colonisé la Catalogue»,
por D. (}. J. de Guillen García. — Boletín de la Real Academia de la
Historia. Madrid, 1899.
Contestación al discurso de entrada de D. Adolfo Carrasco en la
Real Academia de la Historia el 1 ° de Julio de 1900. -Referente a la
historia de las arm is de fuego.
Juicio critico de la Historia de España de D. Rafael Altamira.—
Revista crítica, 1900.
Note snr l'histoire de la resolution des équations cubiques. — Con-
gróa International d'Histoire de Paris, 1900. 5.* secc.
- 64 -
Contestación ¡\\ discurso do roco])ción de D. Antonio Vives en la
Real Academia de la Historia el 7 de Julio de líiOl. — Algo referente a
la moneda castellana.
Necrolo;;ia del Dr. Emilio Hübner.— Boletín de la Real Academia
de la Historia. T. XXXIX, l'.K)!.
liK Marina militar musiilmaii.'i en KspafiA. -La Viila Marítima, nú-
mero -2. i;Ht2.
Discurso contra el art. H." del Proyecto de ley de garantías para la
exportación de obras de arte, pronunciado en la sesión del Senado de
10 de (octubre de ISMl.
Introducción al homenaje a D. Francisco Codera. — Biografía. Zara
goza, 1ÍH»4.
Cuestiones de prosodia. Beróher-Alniorávid. — Homenaje a D. Fran-
cisco Codera. IO04.
Prólogo al libro titulado «Poblel», obra de Adolfo Alegret. Barce-
lona, r.H)4.
La mujer mozárabe. — Conferencia dada en el Círculo de San Luis el
21 de Abril de 1904.
Pelayc — Conferencia dada el fi de Febrero de 1906 en la Asociación
de Ccuferedcias.
El árabe literario. — Publicado en la Revista «España en África».
Abril, 19C»6.
Gnadalete y Covadonga. — «P^l Universo, 2(5 de Enero de 1908. — Nú-
mero 24¿3.
La bataille de Calatafiazor .— Mélangcs Hartwig Derenbourg. Pa-
rís. 19(>í,».
DISCURSO
DEL
EXCMO. SR. D. FRANCISCO CODERA
Señohes Académicos:
Sensil)le ha sido, para la brillantez de este solemne acto
de recepción del nuevo Académico, que mis relaciones espe-
ciales con el recipiendario y con el ilustre compañero a
quien viene a sustituir, me hayan como designado para dar-
le la bienvenida, cuando tan pocas condiciones reúno para
tales desempeños, pues ni siquiera puedo, por los achaques
de mis años, leer personalmente este desaliñado discurso.
Aunque se han publicado varios esbozos de biografía del
Sr. Saavedra por los que le han sucedido en las dos Acade-
mias hermanas, la Españolay la de Ciencuis Exactas, Físicas y
Xaturales (sin contar lo que de él acaba de recordar el Sr. Ri-
bera, que le reemplaza en ésta, y las que se publicaron a raíz
de su muerte, y aun antes, por varias entidades literarias),
creo que no huelga el que le dedique algunas palabras sobre
sus relaciones con esta Real Academia y de un modo especial
con los estudios arábigos.
Discípulo el Sr. Saavedra de nuestro común maestro el
Sr. D. Pascual de Gayangos, con quien mantuvo constante e
íntima amistad, hubo de ver con agrado mi traslación desde
Zaragoza a la cátedra de Lengua árabe de la Central, en la
cual tuve el honor de suceder en realidad a mi maestro des-
pués de varios años de interinidad. El Sr. Saavedra, por las
ocupaciones propias de sus muchos cargos en su carrera de
Ingeniero, no tuvo ocasión de dedicarse principalmente al
estudio de las cosas árabes, a las que sólo pudo prestar aten-
ción secundaria en sus largos años de trabajo, aunque con
gran cariño, alentando o ayudando en cuanto estaba de su
— (ÚS —
parte a todos los que nos consagrábamos a ellos de un modo
principal o casi exclusivo, y creo que esta l'né la causa de
que, al llegar a Madrid el Sr. Ribera, pensara ya en proponer
su ingreso para esta Real Academia.
1£1 ejercicio de su profesión de Ingeniero de Caminos
l)uso al Sr. Saavedra en condiciones especiales para estudiar
las vías romanas y para conocer de visa la Geografía actual
de las regiones por él recorridas, y quizá con esto se des-
arrolló en su espíritu la afición a la Geografía árabe españo-
la, de la que tantos enigmas aclaró, siendo de sentir que, por
los mucbos que aun le quedaban sin resolver, no bubiera
pensado en publicar los abundantes datos que tenía reuni-
dos, disponiendo además de los que durante muchos años
babía coleccionado nuestro maestro el Sr. (iayangos, y po-
diendo contar en los cuarenta años últimos con los que yo
iba anotando en mis lecturas, y que generalmente nos comu-
nicábamos, basta el punto de que, cuando le ocurría una so-
lución, la consignaba en cédula especial para que yo la unie-
se a mi colección, que sabía no ser personal, sino destinada
a la biblioteca de los arabistas de la Escuela (rayangos. De
esta escuela era el Sr. Saavedra como el representante más
autorizado, y en este concepto actuó, en realidad, en el pri-
mer tomo de la Colección de Esludios Árabes, publicada por
los adictos a la escuela del Sr. Gayangos (cuyo retrato figura
en la dedicatoria), presentándola al público en un prólogo
que encabeza el primer tomo de aquella colección. En sus
últimos años pensamos más de una vez en publicar los datos
geográficos reunidos; pero ya era tarde: nuestra edad no con
sentía ya tal compromiso, por las arduas investigaciones que
muchos nombres geográficos habían de exigir; y es tanto más
de lamentar, cuanto que ha de ser ya difícil que otro alguno
llegue a reunir las dos condiciones de anibisla y geógrafo que
reunía el Sr. Saavedra, indispensables para poder encontrar
la solución de tales problemas de toponimia árabe-española.
Otro de los aspectos más interesantes y menos conocidos
de la vida científica del Sr. Saavedra, es la ayuda y colabora-
ción que siempre prestó a cuantos le consultábamos alguna
cuestión, no limitándose a suministrar en el momento cuan-
- ()0 -
to le sugería su vasta erudición y gran sentido practico, sino
que, aun después de acabadas las consultas, solo en su gabi-
nete de trabajo, en la torzada inacción a que le condenaba
su ceguera, meditaba en la cuestión que se le había pro|)ues-
to y daba por fin con soluciones nuevas.
Cuando murió el Sr. D. Francisco Sinionet, que apenas
había comenzado la impresión de su obra Hisloria de los Mo-
zánibes de España, premiada por esta Academia muchos
años antes, dadas las condiciones en que quedaba el manus-
crito, era poco menos que imposible el continuar y terminar
la impresión de tan voluminoso y complicado trabajo. Na-
die se dará por ofendido si digo que sólo el Sr. Saavedra era
capaz de llevar a término semejante tarea de publicar un
original, esciilo con mala letra, con muchas tachaduras y
adiciones al margen o en papeles pegados a las hojas, sin
llamadas bastante claras y con abundantes citas, cuya remi-
sión era insegura. Como los auxiliares del Sr. Saavedra no
podían evacuar las citas de textos árabes, en algo le ayudé,
y casi me remordía la conciencia de no haberme brindado a
hacer yo el trabajo personalmente. No satisfecho el Sr. Saa-
vedra con la publicación del manuscrito en las condiciones
indicadas, echó sobre sí el peso de formar y añadir índices,
muy pormenorizados, de materias y nombres propios, índices
de los cuales he dicho, alguna vez, que representan gran par-
te del valor real de la obra del Sr. Simonel. Y esta inmensa
labor del Sr. Saavedra creo que pasó casi inadvertida, como
si se hubiera tratado de la publicación de un manuscrito que
pudiera ser enviado a la imprenta en condiciones de editarse
sin la intervención del autor.
Acrece el mérito del Sr. Saavedra en la publicación de la
obra del Sr. Simonet la circunstancia de que en ésta abun-
dan apreciaciones históricas, con las que no estaba confor-
me, y que, sin embargo, él no se permitió modificar, pues no
era esta su misión, ya que la Academia había acordado que
el Sr. Simonet publicase su libro, una vez vencida la resisten-
cia que se había manifestado muchos años antes a que se
publicase la obra premiada si el autor no introducía ciertas
modificaciones, a las cuales nunca se prestó.
- 7() -
Por haber asistido el Sr. Saavedra a la inauguración del
Canal de Suez, visitando pnrte del Kgipto y poniéndose en
relación con los indígenas en cuantas ocasiones se le ofre-
cieron, sabía por experiencia propia la utilidad que para com-
prender mejor la historia árabe tienen esta clase de viajes, ya
que no sea hacedero el entablar relaciones íntimas con mu-
sulmanes. Por esto, al prepararse la iMiibajada del excelentí-
simo Sr. D. Arsenio Martínez Campos a Marruecos, concibió
la idea de que uno de los arabistas fuese agregado a la comi-
sión diplomática, y obtenido el beneplácito del Sr. P»ibcra,
el Sr. Saavedra gestionó con el líxcmo. Sr. D. Segismundo
Moret, ministro de Kstado, que el Sr. Ribera fuese agregado
como auxiliar, proponiéndonos ambos (pues el Sr. Saavedra
obraba de acuerdo conmigo) el encargar al joven arabista
que procurase ver y adquirir, a ser posible, libros manuscri-
tos. El carácter oficial de su misión en tales circunstancias
de nada le sirvió; tanto, que a las repetidas indicaciones he-
chas al ministro de Pastado del Sultán por el Sr. Embajador,
aquél se hizo el sordo, hasta que por fin contestó, que si el
Sr. Ribera quería ver la librería del Sultán, se hiciera moro.
Esto no obstante, el Sr. Ribera pudo adquirir algunos libros,
por intermedio de judíos, y otras obras de mayor importan-
cia, entrando como por .sorpresa en una librería mora, a la
cual ya no pudo volver después, porque al verle el librero, le
cerraba el paso. Los libros adquiridos por el Sr. Ribera en la
ciudad de Marruecos obran en la biblioteca de esta Acade-
mia y de ellos di cuenta detallada en el Boletín (1).
Sólo como una prueba más del interés y afecto que el se-
ñor Saavedra profesaba a los arabistas que trabajaban en mi
casa, citaré un donativo especial para nuestra biblioteca, que
ya estaba abierta a todos: por los años 18<S0 debió de tener
el propósito de hacer algún trabajo como de toponimia es-
pañola o cosa parecida, y, al efecto, extrajo multitud de pa-
peletas de los libros de Monfcrúi y de Caza de Alfonso XI, de
I). Juan Manuel y de Pero López de Aijala, anotando los
M) Tomo XXIV. Xúmoro de Mayo de 1.S94, págs. 365 a 370.
- 71 —
nombres tojiográficos de los términos rurales mencionados
al describir las cacerías; el número de papeletas pasa de
(¡iiince mil, que sería curioso estudiar desde los puntos de
vista bistórico y filológico, a los cuales se prestan. Creyendo
yo interpretar así la mente del autor, esa colección está a la
disposición de los estudiosos.
* *
Y cumplido este, para mí, sagrado deber, que la amistad y
el cariño me imponían, be de pasar a haceros la presenta-
ción del nuevo académico. Mas para ello me sería difícil
emular con mi torpe palabra lo que dijo de él el excelentísi-
mo Sr. D. Alejandro Pidal en el acto de la recepción solem-
ne del Sr. Ribera en el seno de la Real Academia de la Len-
gua. A ello, pues, me remito, limitándome a mencionar los
trabajos más especialmente bistóricos y de estudios arábigos
debidos a su pluma.
Ya lo habéis oído: el Sr. Ribera proclama haber sido dis-
cípulo mío, por haber asistido a mi clase, cuando hace más
de treinta años enseñaba yo lengua árabe en la Universidad
Central, y aunque parece que podría yo gloriarme de ello,
por mis particulares convicciones me permito insinuar una
rectificación: el Sr. Ribera, por circunstancias especiales, no
pudo asistir a clase en los primeros días de curso, y hubo de
iniciarle en las primeras lecciones un su amigo ínfimo, que
había emprendido antes que él el estudio de la asignatura,
el Sr. Meneu, profesor hoy de Lengua hebrea y accidental-
mente de árabe en la Universidad de Salamanca. Resulta,
pues, que no fui yo quien inició al Sr. Ribera en los estu-
dios arábigos, si bien, como él ha dicho, fui la causa ocasio-
nal de su verdadera vocación; las causas efectivas de sus
progresos en tales estudios fueron sus felices disposiciones y
su asiduo trabajo: suiím ciiiqíie. Con este motivo permitidme
que os llame la atención sobre un hecho bastante vulgar: en
general, los profesores, cuando tienen un discípulo que des-
pués llega a brillar o a ser una notabilidad, parecen creer que
el éxito se debe a ellos, y alguno lo ha dicho casi terminan-
Icmenle. Yo creo (|uc la rolnción de niagislerio cabe rornui-
larla de varios modo^: — Fi¡l(iiio s<ibe inuclio i¡ ha sido discí-
pulo mío: así, sólo se aíiriiia la existencia de los dos hechos
sin relación de caus;il¡(l;id.--Fí//í//ío s(d)e mucho por haber
sido discípuh) mío: lo insinúan pocos; pero pienso que lo
creen muchos.— F/;/(//ío .sa/)í' mucho, a pesar de haber sido
discípulo mío: esto no lo piensa nadie, aunque quizá sería la
verdad en muchos casos.
Cuando el Sr. Uibera comenzó sus esludios arál)¡<»os, co
menzaba yo también la temeraria empresa de publicar mi
Biblioiheca Arábico Hispana: en a((uel curso, aun auxiliado
con muy buena voluntad e inteligencia por uno de los mejo-
res discípulos de años anteriores, pudimos sólo publicar un
fascículo de 10<S pnginas, pues yo, entendiendo muy poco de
las cosas de imjirenla, había ad(|uirido una fundición de
tipos árabes, y haciendo yo de cajista, instaladas en mi cuarto
las cajas, fui componiendo el texto y enseñando el oíicio a
mi antiguo discíi)ulo Sr. (>uenca, quien comenzó a componer
sobre el texto original, dedicando a esta tarea los ralos que
le dejaban libres sus ocupaciones escolares y tle opositora
cátedras; a íin de curso, me encontré sin auxiliar para conti-
nuar la empresa, pues mi aprendiz cajista había sido nom-
brado, en virtud de oposición, catedrático de Latín. Termi-
nado el curso, al despedirse de mí el Sr. Ribera y su amigo,
propáseles si en el curso siguiente querrían ayudarme en la
empresa, y aceptada la proposición, al reanudar las tareas
en Octubre, quedaron constituidos ambos en directores de
la especie de imprenta árabe montada en mi casa, ya de un
modo más amplio y con aumento de personal, que no faltó;
pues el trabajo de cajista, sin ser muy pesado, producía lo
suficiente para atender o ayudar a las necesidades de la vida
estudiantil; así es que pasaron por la imprenta árabe varios
de mis alumnos, que algunos llegaron a ser catedráticos o
archiveros.
Como el Sr. Ribera, j)or sus mayores conocimientos de
lü lengua árabe, estaba en mejores condiciones para ayudar-
me en la corrección de j)ruebas, desde el primer día tomó a
su cargo esta tarea, llenándola de un modo tan cumplido, que
— 73 —
al comenzar la publicación del tercer tomo de la Bihliollicca,
creí de justicia el que figurase como coeditor, y en realidad
a él se debió la lectura de mucbos párrafos, que en el origi-
nal estaban casi borrados.
La pericia del Sr. Ribera en paleografía árabe se manifes-
tó bien a las claras en una visita de algunos días a la biblio-
teca del Escorial: habíamos examinado el manuscrito que
contiene el Alinochdin de BenaJalntr, que nos proponíamos
publicar, y como yo había emprendido la tarea de ordenar y
clasificar en parte los muchos legajos de manuscritos suel-
tos árabes que se habían formado sin pjricia alguna después
de uno de los incendios, dimos con un legajo, que entre otras
cosas sueltas contenía una hoja que se había desprendido
del códice en cuestión al echarlos al patio en las prisas del
incendio: al verla el Sr. Ribera, advirtió la semejanza o iden-
tidad de letra de la hoja con el códice indicado; para resol-
ver la cuestión pedimos el códice, y comparados los datos
que tomábamos, número de líneas por planas, alto y ancho
de la caja, carácter del papel y de la escritura, no cupo duda
de que el fragmento pertenecía a la obra de Benalabaí-, a la
cual, de acuerdo con el Sr. Bibliotecario, se incorporó en
lugar correspondiente (1).
En la labor de corregir las pruebas de los textos árabes
fui ayudado por el Sr. Ribera durante los cursos de 1882 a
83, 83 a 84 y 84 a 85, en cuyo tiempo pudimos publicar más
de la mitad del tomo 1 de la Bibliolheat Arábico-Hispana, el
tomo II y el III (2).
(1) De esto di ya noticia en la Introducción al tomo IV de mi
Bibliotheca Arábico- [íispcina (pág. xix) al dar cuenta del estado
del códice que había servido para la publicación.
(2) En 12 de Mayo de 1882 di cuenta a la Academia del con-
tenido del primer fascículo publicado en este año (Boletín de hi
Real Academia de la Historia, tomo II, págs. 164 y sigs.). En 12 de
Enero de 1883 pude dar cuenta del contenido del segundo cua-
derno, indicando que teníamos ya impreso parte del tercer fas-
cículo (en el mismo tomo del Boletín, págs. 215 a 217;, de cuyo
contenido di cuenta el 3 de Abril del mismo año (Boletín,
— 74 —
lín Febrero de liSSó, al comunicara la Academia la im-
presión del lomo III (¡ue comprende la obra de Adb-Dhabi,
dije reliiiéndome al Sr. Ribera {Boletín, lomo VI, pá<^. 2í):i):
«Ante todo, cúmpleme manifestar que la obra de Adb-Dbabi
ligiira publicada por el que suscribe y por su discípulo 1). Ju-
lián Ribera; pues habiendo tomado éste una parte tan ac-
tiva en la publicación, como la lomó ya en los últimos cua-
dernos de Abenpascual, no era razonable que íii»urara como
mero auxiliar y que de él se hiciera sólo mención en el pró-
logo; por desgracia, obligaciones de familia le han separado
de estas tareas, cuando estaba impresa poco más de la mi-
tad de la obra, cuya ausencia, no sólo ha retrasado la publi-
cación, sino que probablemente se hará notar i)or mayor
número de erratas en la parte que no ha visto» (1).
tomo III, pág. 3^5 ponderando la relativa rapidez con que lie
vahan a cabo la composición del texto árabe los alumnos que
me ayudaban en esta enojosa tarea. El 13 de Febrero de 1(S85 di
cuenta de la impresión del tomo III, y posteriormente de los de-
más, a medida que, hechos los índices y el estudio, podíamos se-
ñalar lo más importante de cada tomo; los informes constan en
el Boletín de la Academia.
(ly Aunque lo he consignado ya en otra ocasión, me parece
oportuno decir algo práctico acerca de los manuscritos árabes
del Escorial, muchos, quizá la mayor parte, están mal encua-
dernados, y como, en general, no fueron foliados, con facilidad
resultan errores históricos graves; los copistas árabes pocas ve-
ves o nunca foliaban los libros al copiarlos; a lo sumo, numera-
ban los cuadernillos; y como por otra parte muchas veces en-
volvían los cuadernos en una cubierta de cartera, sin coserlos,
con facilidad hojas o cuadernos enteros resultaban fuera de su
lugar; al arrojar a un patio los volúmenes en la confusión de un
incendio, se comprende que muchas hojas y cuadernillos bubie
ron de desprenderse, y recogidos i)or quienes no los entendían,
se colocaron en legajos sin más criterio que el del tamaño; des-
pués del incendio, escarmentados quizá con lo sucedido, encua-
dernaron los libros en el orden en que habían quedado, y lo que
resultaba suelto, se reunió en unos dos mil legajos, pues la nu-
meración llega a 1957; estas causas han debido de producir efec-
- I'ú —
Con lo dicho queda explicado por qué el Sr. Ribera no
figura como coeditor en los tomos IV, V, VI, VII y VIII de
la Bibliolhecd Arábico Hispdim.
Establecida por mediación del Sr. Gayangos en la Uni-
versidad de Zaragoza la cóledra de Lengua árabe, en lugar
de la de Lengua hebrea que había vacado, la obtuvo por
oposición el Sr. Ribera en el año 1<S87, y como yo seguía pu-
blicando ]ci Bibliolheca Arábico- HispaiKf, acordamos conti-
nuarla en Zaragoza, adonde se llevaron los tipos árabes de
nuestra propiedad. Ofrecíase, sin embargo,una dificultad, gra-
ve al parecer, que era la falta de cajistas para estos trabajos;
pero había concebido el Sr. Ribera una idea muy práctica, que
desde lueao dio excelentes result ;dos: en vez de reclutar cajis-
tas muy eventuales y transitorios entre los discípulos, como
to análogo en todas partes, pues en Túnez y Constantina halla-
mos el mismo desorden en dos manuscritos muy interesantes
para nuestra historia árabe.
Dozy hizo cargos a Casiri por no haber advertido que en un
texto que copiaba, se había pasado de la biografía de un perso-
naje a la de otro; examinado el original que copió Casiri, resulta
que el error, al menos se remontaba al original del cual se co-
pió el códice del Escorial, pues en éste el tránsito está a mitad
de página, y por lo tanto no era fácil que se ocurriese la sospe-
cha de incongruencia 'véase Boletín de la Real Academia de la
Historia, tomo XX, pág. 535'. El mismo Sr. Dozy fué víctima de
un error análogo en cuestión que hubo de tratar varias veces con
interés: los autores árabes que se conocen admiten dos reyes de
la primera dinastía de los reyes de Zaragoza en el siglo v de la
hégira, y así lo consignó Dozy en la I."" edición de sus Recherches
sur Vhistoire et la litterature de VEspagne pendaiit le imnjen age
(Leyde, 1849 ; en la 2." edición (1860 , engañado, (según él mismo
me confesó después) por un texto de Abenaljatib, que confundió
en una las biografías de Mondir I y Mondir //sin hacer mención
de Yahija, que sucedió a su padre Mondir I, admitió que no había
habido más que un re}' de la dinastía de los Tochibíes, y en la 3.^
edición (1881), aclarada la cuestión por las monedas de Zaragoza
que le habíamos comunicado, admitió que habían sido tres los
revés de la dinastía de los Tochibíes.
— 7(5 —
habíamos hecho aquí, se propuso elSr. Hil)e.ra ensenar los ele-
mentos de la eserilnra ^'nabe a un cajista de imprenta,}' pues-
to de acuerdo con un impresor, éste le facilitó uno de sus
jóvenes aprendices, que gustoso se prestó a ir a clase de ára-
be en la primera temporada de curso, de modo que pronto
se puso en condiciones de leer tan bien como los (¡ue habían
cursado la asignatura, y trabajando en su oficio propio y du-
rante muchos ratos, adquirió mayor facilidad en el manejo
de los tipos y en la rapidez de la composición; tanto es así,
que en poco tiempo el impresor hubiera podido imprimir
textos árabes al mismo precio que los de lenguas con carac-
teres latinos; en estas condiciones publicamos los lomos IX
y X de nuestra Biblioiheca, de los cuales figura como coedi-
tor el Sr. Ribera (1).
Publicados en Zaragoza los tomos IX y X de la Biblioihe-
ca, decidimos desistir de continuarla, no por haber agotado
los textos publicables, que son muchísimos, sino por dificul-
tades económicas y de otra índole, quedando los tipos en la
imprenta para ser aprovechados en la liauisla de Anigón y
en la Colección de esliidios árohes, que en unión de sus ami-
gos había comenzado a publicar el Sr. Ribera.
Trasladado a Madrid, por concurso, nuestro nuevo compa-
ñero a la cátedra de Ilislorio de lo civilización de judíos 7 /7ií/-
sulmanes en el año lí)()5, cuando ya había obtenido por opo-
sición la cátedra de Lengua árabe en la Universidad C.entral
(vacante por jubilación solicitada de quien os dirige la pa-
labra) su discípulo I)r. D. Miguel Asín Palacios, con quien
compartía los cuidados de la publicación de la lievisla de
Aragón, ésta, con nuevos colaboradores, verdaderamente
(1 J-^n dichos lomos, lo mismo (jue cii los anteriores, i)iiede
observarse que una de las clases de erratas (pie en los libros ára-
bes europeos son más o menos frecuentes, a saber, (pie el uan (9)
conjunciíjn aparezca como palabra monolítera, porque el cajis-
ta lo ha creído lal, y el editor o corrector no se ha íijado en ello,
en nuestras ediciones, por el superior conocimiento de los cajis-
tas, tal errata se hallará rara vez.
— II —
tales, se transformó en Cnlliint Española, para la cual se tra-
jeron de Zaragoza los tipos árabes, y por el mismo procedi-
miento se amaestró a nuevo cajista de imprenta, que ha
compuesto ya muchos textos árabes, entre ellos, uno publica-
do con traducción y notas j)or el Sr. Ribera, y del cual por
su importancia habré de decir luego dos palabras.
*
El Sr. Ribera no circunscribe su actividad en los estudios
árabes y de erudición a cuestiones de detalle: tiene aptitudes,
y las cultiva, para trabajos de más alto vuelo, como lo prue-
ban, además de los artículos publicados en la Reuista de Ara-
gón, en Cultura Española y otras revistas, las obras siguien-
tes, de cuya impoitancia me abstengo de hablar, ya que mi
voto se rechazaría como apasionado y además como incom-
petente por tratarse en algunas de materias en gran parte
ajenas a mis aficiones.
La enseñanza entre los musulmanes españoles. Discurso
leído en la Universidad de Zaragoza en la solemne apertura
del curso académico de 1898 a 1894. Zaragoza, 1893.
Bibliófilos i] bibliotecas en la España musulmana. Confe-
rencia leída en la Facultad de Medicina y Ciencias. Zarago-
za, 1890.
Orígenes del Justicia de Aragón. Zaragoza, 1897.
La supresión de los exámenes. Zaragoza, 1900.
El Ministro de Estado en la cuestión de Marruecos. Zara-
goza, 1902.
Lo científico en la Historia. Madrid, 1906.
La .superstición pedagógica. Madrid, 1910.
Discurso leído ante la Real Academia Española en la re-
cepción pública de D. Julián Ribera Tarrago, el 2() de Mayo
de 1912. Madrid, 1912.
Manuscritos cuíd^cs y aljamiados de la biblioteca de la
Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas,
por ü. .lulián Ribera y D. Miguel Asín. Madrid, 1912.
Historia de los Jueces de Córdoba por Aljoxaní, texto
árabe y traducción española (Madrid, 1914j, publicada por
— 78 —
la JiuiUi paní amplidción de csludios c inuesliíjdiioiu's ciailí-
/icas (Ceníro de esludios hislóricos).
Esla obra, de la cual sólo se conocía un ejemplar exis-
tente en la biblioteca de la Universidad de Oxford, babía
sido aprovecbada por Dozy, (|uien la tuvo en poca estima,
por cuanto el autor no era español y Dozy supuso (jue por
ser casi oriental y baber estado en Oriente, había aceptado
tradiciones forjadas por los sabios egipcios en acjuellas apar-
tadas regiones. Es verdad que narra tradiciones, no todas
acejitables; pero también es cierto (jue Aljoxaní aduce el
testimonio de autores españoles, siquiera sea sin especificar
sus obras— de personajes contemporáneos — y de narradores
de tradiciones, llamémosles tradicioneros de plazuelas. Es
verdad también que algunas o mucbas de las tradiciones o
anécdotas referidas por Aljoxaní podrán no ser auténticas,
y el mismo Sr. Ribera rechaza algunas importantes relativas
a los primeros tiempos de la dominación árabe; pero lo im-
portante en la tradiciones y anécdotas, verdaderas o falsas,
aceptadas por vulgo y eruditos, está en que nos indican la
mentalidad de dicho pueblo, y esto es lo que resulta del libro
Historia de los Jueces de Córdoba por Aljoxaní; ])or eso el
Sr. Ribera, al dar cuenta del contenido del libro, dice (pági-
na xixj:
cEn una palabra, la crónica hos pone en medio de Cór-
doba en los tiempos del emirato, dándonos la impresión de
la realidad, cual ninguna otra erudita o literaria es capaz de
producir. Nos cuenta cosas fútiles, escenas vulgares, sin gran-
dezas ni aparato de conjunto; pero esa inatención artística,
esas descuidadas narraciones, consienten el estudio de fenó-
menos sociales, que en otras crónicas no aparecen siquiera
esbozados ni aludidos.»
De mí sé decir que be leído con sumo gusto texto, tra-
ducción y prólogo, enterándome de muchas cesas de los mo-
ros españoles, de las cuales nada había visto en cuarenta
años de manejar libros árabes: por demás está el consignar
que esta obra de Aljoxaní debe ser leída por todos los que
hayan de hablar de historia árabe española. Especialmente
la Introducción o Prólogo del Iraduclor iienc un interés espe-
- 79 -
cial, porque en ella, al dar noticia de la obra de Aljoxaní, se
ponen de manifiesto, sintetizando los datos suministrados
por el autor, cuestiones importantes de nuestra historia, en-
tre otras, la de la lengua que se hablaba en C.órdoba por cris-
tianos y musulmanes, llegando el Sr. Ribera a la conclusión
de «que la lengua romance, la nacional, era corriente en
aquella época (siglos ix y x) entre los musulmanes de toda
clase social, en la misma capital del islamismo», y natural-
mente debe suponerse que lo mismo ocurría en todo el te-
riitorio dominado por los moros, aunque de ello no tenga-
mos noticias especiales suministradas por Aljoxaní, ya que,
dedicada su obra a la Historia de los Jueces de Córdoba, a
esta población se refieren casi todas las anécdotas referidas
por el autor. Por lo demás, tal predominio del romance era
muy natural, y no debe extrañarnos la afirmación de que «a
los musulmanes españoles les era muy difícil expresarse
en árabe». A nosotros siempre nos llamó la atención, al exa-
minar los manuscritos del Escorial, la existencia de tantos
textos poéticos vocalizados, y atribuíamos esta particulari-
dad de los textos árabes occidentales, lo mismo que la abun-
dancia de comentarios sobre obras puramente literarias de
Oriente, al poco conocimiento que los musulmanes españo-
les habían de tener de la más culta y erudita lengua árabe,
llamada 8a»j«J|, Andñcd lingiia el elegans (especialmente la
hablada por los himyaritas, como indica Freytag).
*
La tesis desarrollada por el Sr. Ribera en el trabajo, que
acabáis de oír, como otras que constituyen el fondo de otros
trabajos suyos y de otros arabistas modernos, tardarán en
ser aceptadas, aun por los llamados intelectiudes, por cuanto
directa o indirectamente van en contra de ideas erróneas
muy arraigadas de antiguo, siendo como la clave de muchas
de ellas la idea de que ninguna cosa buena puede provenirnos
de los musulmanes.
Prevención es ésta tanto más de extrañar, cuanto la Euro-
pa del Renacimiento no tuvo inconveniente en estudiar los li-
— (SO —
bros de los aiilores paganos griegos y latinos y en considerar
como oráculos a Platón, Aristóteles, Sóneca y tantos otros;y es
que, cuando se han encontrado en lucha religiosa y guerre-
ra, durante siglos, dos pueblos, como el cristiano y musulniAn,
es muy ditícil que cada uno de ellos haya llegado a enterarse
bien del modo de pensar de su adversario en todas las esferas
de la vida. Prescindamos de examinar si los musulmanes se
enteraron bien de lasideas délos cristianos;¿pero se enteraron
éstos de la religión musulmana?Kn modo alguno.durante to-
da la I'^dad Media se tuvieron en toda Europa ideas muy equi-
vocadas respecto al islamismo, ideas que se han ido rectifican-
do muy lentamente desde el siglo xiv (Concilio de Viena en
Kill), y hoy de un modo más especial por los arabistas euro-
peos (1); pero las rectificaciones tardan mucho en llegar y ser
aceptadas aun por las clases intelectuales Así no es de extra-
ñar el ver consignado en libros i ecientes, nacionales o extran-
jeros, que el Alcorán prohibe la representación pictórica y
escultural de seres vivientes, animales y aun plantas; lo re-
prueba, es verdad, alguna tradición más o menos respetada,
(1) En la Reuue dii Monde Musulmán, juin 1914, pág. 81, el
señor L. Rouvat, al dar cuenta de los trabajos de Historia árabe
que está pui)licando Leone Caelani, Príncipe de Teano, con nio
livo de tratar particularmente de su obra de vulgarización IsUiin
e Cristianesimo, L' Arabia j)reislaniica, (Ai Arabi antichi (Milano,
Ulrico Hoepli, 1911, gr. ¡n-8, XV-459 p. Pr. 8 liras), dice con-
forme a las ideas del autor: «Durante largo tiempo, la Europa,
enemiga o tributaria del Islam, ha tenido de éste y de su fun-
dador una idea completamente falsa. No será lo mismo en el
porvenir, gracias a los progresos de los estudios históricos, he-
chos de un modo más serio y más imparcial y sometidos a una
severa critica.»
Puede verse, en el mismo sentido, un excelente articulo, L'Ktu-
de du mahometisme en Bel(jif¡ue, escrito por M. Víctor Chauvin y
publicado en el Bulletin de VAcademie Roijale d'Archeolof/ie de
Bel(fi(¡ue, 1909, IV, págs. 127-145. El artículo da mucho más de lo
que promete, y si no temiéramos excedernos, lo comentaríamos
con mucho gusto; pero nos permitimos recomeji;lar su lectura.
— 81 —
pero lio el Alcorán Aun hay quien escribe entre nosotros
que los miisuliudnes odian a Cristo, cuando los árabes no le
mencionan sin añadir luego la fórmula sobre rl sea Id paz,
como se añade después de los nombres de los patriarcas del
Antiguo Testamento o de los grandes santones del isla-
mismo.
El desconocimiento de la religión musulmana por purte
de los cristianos se nota hasta en los primeros polemistas
contra el Islam: Alvaro Cordobés, en el siglo ix, a pesar de
vivir entre musulmanes, resulta tan mal enterado de lo que
dice el Alcorán o dijo Mahoma, que en su Indiciilus liimino-
siis hay párrafos que aplicados a la conducta de malos mu-
sulmanes pueden ser exactos, pero aplicados al Alcorán o a
la doctrina musulmana teórica me parecen graves errores; y
es que la fógosidad de la polémica y el prurito retórico de
las antítesis llevaron al autor más allá de lo justo, hasta ter-
giversar en parte a'go acerca del matrimonio, dando como
doctrina de N. S. Jesucristo lo que, a lo sumo, fué alguna vez
de disciplina eclesiástica (1).
De esperar es que, siquiera lentamente, vaya ganando te-
rreno la rectificación de estos y otros muchos vulgares pre-
juicios acerca del islamismo; el nuevo Académico y otros
arabistas trabajan con éxito en este sentido. Sea, pues, bien-
venido al seno de la Real Academia de la Historia, en cuyo
nombre le felicita cordialmente su ya antiguo amigo y maes-
tro— si así se le quiere llamar — , y quiera el cielo que pueda
seguir trabajando en las tareas de esta sabia Corporación
tantos años como lo hicieron los Sres. ü. Pascual de Gayan-
gos y D. Eduardo Saavedra, a quien reemplaza el nuevo
Académico.
(1) Consúltese el Indiculus luininosiis, párrafo o número 33,
en la España Sagrada, tomo XI, pág 271, párrafo que hube de
citar ya en mi Di'iciirso al recibir la investidura de Doctor en Fi-
losofía y Letras en 1866, pág. 87.
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Universily of Toronto
Library
DO NOT
REMOVE
THE
CARD
FROM
THIS
POCKET
Acmé Librarj' Card Pocket
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