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Full text of "Iglesias mozárabes : arte español de los siglos IX a XI"

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IGLESIAS  MOZÁRABES 


ESTABI,ECIMIENTO  :  OHÁFICO  :  THOMAS  :  BARCELONA 


JUNTA    PARA    AMPLIACIÓN     Dlí    ESTl'DIOS 

E    INVESTIGACIUNES    CIENTÍFICAS 


IGLESIAS  MOZÁRABES 

ARTE  ESPAÑOL 
DE  LOS  SIGLOS  IX  A  XI 


POR 


M.    GÓMEZ-MORENO 


CENTRO    DE    ESTUDIOS    HISTÓRICOS  \iíQ*^\ 

MADRID  31-  S-. 

1919 


índice   general 


PREÁMBULO:  pág.  ix. 

I.  ANDALUCÍA:  pág.  i.  Lo  mozárabe  y  lo  mudejar  o  morisco;  su 
concepto,  límites  y  caracteres.  Factores  orgánicos  bajo  la  conquista  árabe, 
pág.  2.  Libertad  religiosa,  culto,  iglesias,  p.  3.  Crisis  del  siglo  IX.  Otra 
bajo  almorávides  y  almohades,  p.  4.  Destrucción  general  de  iglesias,  p.  5. 
Bizantinismo  andaluz.  Indicios  de  arte  mozárabe,  p.  6.  Zacarías  de  Cór- 
doba. Inscripciones,  códices,  etc.  Paleografía,  p.  7.  Arquitectura  decorativa 
la  Biblia  hispalense,  p.  8. 

II.  TOLEDO.  Su  arte  bajo  los  godos,  p.  9.  Rebeliones  e  independen- 
cia, p.  10.  Inscripciones  mozárabes,  p.  11.  Obras  de  arquitectura  seudo- 
mozárabes.  Restos  de  S.  Ginés,  p.  12.  Sta.  María  de  Melque,  p.  14.  Su 
comparación  con  Sta.  Comba  y  otras  iglesias,  p.  18.  Ruinas  anejas,  p.  25. 

III.  ARAGÓN.  Restos  decorativos  zaragozanos,  p.  29.  S.  Juan  de 
la  Peña,  p.  30.  Tradiciones  históricas,  p.  31.  Descripción,  p.  33.  Obras 
del  siglo  XI,  p.  39. 

IV.  CATALUÑA.  Influencias  mozárabes,  p.  41.  Colonizadores,  p. 42. 
Influjo  científico.  Gerberto,  p.  44.  Relaciones  políticas,  p.  45.  Indicios  ar- 
queológicos, p.  46.  Arte  románico  catalán,  p.  47.  Arto  carolingio:  S.  Pedro 
de  las  Puellas,  p.  48.  Iglesias  de  Tarrasa,  p.  49.  La  de  Germigny- 
des-Prés,  p.  5o.  Restos  bizantinos.  Corrientes  artísticas  en  el  siglo  X,  p.  5i . 
Influjo  francés,  p.  52.  Corriente  meridional:  S.  Miguel  de  01érdula,p.  53. 
S.  Quirce  de  Pedret,  p.  59.  Sta.  María  de  Marquet,  p.  63.  S.  Julián 
de  Buada ,  p.  67. 

V.  ASTURIAS.  Carácter  de  su  monarquía.  Orientación  francesa, 
pág.  71 .  Arquitectura  carolingia,  p.  72.  Arquitectura  prerrománica  o  rami- 
rense,  p.  73.  Ingerencias  mozárabes,  p.  74.  S.  Salvador  de  Valdediós 
(Boides),  p.  76.  Alfonso  III  fautor  de  ella,  p.  77.  Decoraciones  de  tipo  cor- 


ÍNDICE    GENERAL 

dobés,p.78.  S.  Miguel  deVillardeveyo,p.82.S.AndrésdeBedriñana, 
pág.  83.  Sta.  Cristina  de  Lena:  su  iconostasis,  p.  84.  S.  Salvador  de 
Priesca  y  S.  Pedro  de  Nora,  p.  86.  S.  Martin  de  Salas,  p.  88.  Res- 
tos en  S.  Martín  de  Laspra  y  S.  Miguel  de  Barcena,  p.  90. 

VI.  GALICIA.  Pobreza  monumental.  Monjes  mozárabes  en  Sames, 
pág.  93.  S.  Pedro  de  Rocas,  p.  94.  Restos  en  S.  Miguel  de  Eiré  y  S.  Juan 
de  Camba,  p.  95.  Véanse  adelante  las  págs.  239  a  ibi. 

VII.  PORTUGAL.  Iglesias  godas:  S.  Fructuoso  de  Montelios  y 
S.  Pedro  de  Balsemón.  p.  97.  Concordancias  decorativas.  Coimbra, 
ciudad  autónoma,  p.  98.  Colonizaciones.  Mozárabes  y  moros,  p.  99. 
Reliquias  de  mozarabismo.  S.  Pedro  de  Lourosa:  su  fecha,  p.  100. 

VIII.  LEÓN.  Corriente  asturiana:  Cripta  de  Palencia,  p.  io5.  Fun- 
daciones monásticas.  Pobladores  mozárabes.  Reedificación  de  Zamora, 
pág.  106.  Monasterios,  p.  107.  Nombres  arabizados.  Jerarquía  de  las  perso- 
nas, p.  108.  Sistemas  onomásticos,  p.  110.  Procedencia  y  estirpe.  Indicios 
mozárabes,  p.  116.  Siervos,  p.  119.  Nombres  geográficos  árabes,  p.  120. 
Palabras  árabes  en  documentos  latinos,  p.  121.  Códices  mozárabes,  p.  130. 
Organización  social  leonesa,  p.  132.  Repoblación,  p.  135.  Diferencias  res- 
pecto de  Castilla,  p.  137.  Administración  local,  p.  138.  Conclusiones 
generales,  p.  139.  Carácter  de  los  monasterios  leoneses,  p.  140.  S.  Miguel 
de  Escalada,  p.  141.  Su  pórtico,  p.  164.  Decoraciones  accesorias,  p.  i58. 
Restos  en  Valdabasta.  S.  Adriano  de  Boñar,  p.  162.  S.  Salvador  de 
Boñar,  p.  i65.  El  arquitecto  Gino  deshecho.  S.  Martín  de  Castañeda, 
pág.  167.  S.  Juan  de  Rivadelago,  p.  170.  S.  Cebrián  de  Mazóte, 
pág.  172.  Problema  de  los  ábsides  opuestos,  p.  176.  Capiteles  de  tipo 
oriental,  p.  182.  S.  Román  de  Hornija,  p.  i85.  Fragmentos  decorativos 
en  Toro  y  Morales,  p.  189.  Sta.  María  de  Bamba,  p.  193.  El  obispo 
Frunimio,  p.  195.  Descripción,  p.  196.  Sahagún,  p.  202.  Su  consagración, 
pág.  204.  Restos  en  S.  Pedro  de  Dueñas.  S.  Pedro  de  Eslonza,  p.  206. 
Restos  en  Valdalcón,  Mellanzos,  Rueda,  Sandoval  y  Mansilla, 
pág.  208.  S.  Salvador  de  Távara.  El  códice  tavarense,  p.  209.  Restos  en 
Moreruela.  Restos  en  Ayoo,  p.  211.  S.  Pedro  de  Montes,  p.  212.  Los 
santos  Fructuoso  y  Valerio.  El  obispo  Genadio,  p.  213.  Ermita  de  la  Santa 
Cruz,  p.  21G.  S.  Clemente  de  Valdueza.  Sto.  Tomás  de  las  Ollas, 
pág.  218.  Santiago  de  Pe ñ alba,  p.  224.  El  obispo  Salomón,  p.  12b.  Des- 

—   VI   — 


ÍNDICE    GENERAL 

cripción,  p.  227.  Epigrafía,  p.  237.  Memuria  de  consagración,  p.  238.  San 
Miguel  de  Celanova.  El  obispo  i^udesindo  y  FYoila  su  hermano,  p.  239, 
Descripción,  p.  24(3.  Sla.  Maria  de  Vilanova,  p.  25o.  S.  Salvador  de 
Palaz  de  Rey,  en  León.  La  devota  Geloira,  p.  263.  Restos  en  el  Museo 
de  León,  p.  267.  San  Martín  de  Villamoros,  p.  260.  Sta.  María  de 
Villarmún.  Supervivencias  mozárabes,  p.  261. 

IX.  CASTILLA.  División  en  regiones.  Carácter  de  la  Castilla  central, 
pág.  263.  Población  mozárabe,  p.  264.  La  casta  de  caballeros.  Las  Asturias 
de  Santillana,  p.  265.  Rioja  y  Soria.  El  galicanismo,  p.  266.  Sta.  María 
de  Le  be  ña,  p.  267.  El  conde  Alfonso,  p.  2(09.  Descripción,  p.  270.  San 
Román  de  Moroso,  p.  282.  S.  Juan  de  Socueva,  p.  287.  S.  .Millán 
de  la  Cogolla.  El  presbítero  Emiliano,  p.  288.  Falsificaciones,  p.  291. 
Indicios  de  mozarabismo,  p.  292.  La  iglesia  de  Suso,  p.  296.  Su  amplia- 
ción, p.  306.  S.  Baudel  de  Berlanga,  p.  309.  Sus  pinturas,  p.  317. 

X.  PRESEAS  ECLESIÁSTICAS.  Culto  externo.  Inventarios  ecle- 
siásticos, p.  321.  El  altar,  p.  322.  Las  imágenes.  Fase  anti-icónica  española, 
p.  323.  Su  remoción  bajo  Fernando  I,  p.  324.  Indicios  históricos:  Teodulfo, 
Claudio,  p.  325.  Inventarios  inéditos,  p.  32G.  Servicio  de  altar:  cruces, 
p.  327;  capsas;  díptacos;  coronas,  p.  328:  lucernas;  candelabros,  ciriales 
y  candeleros,  p.  329;  cálices:  aquamaniles;  turíbulos  o  incensarios,  p.  330; 
signos  y  campanas,  p.  331;  cátedras;  analogios;  velos  principales,  páíeos, 
p.  332;  alhaiaras  o  alhagaras;  acitaras  o  citharas;  frontales,  p.  334;  pallas. 
Ropas  sacerdotales,  p.  335;  casullas,  dalmáticas,  túnicas,  albas,  orales 
u  orarios,  p.  336:  balteos  o  cíngulos;  capas  y  mantos,  p.  337.  Servicio  de 
mesa:  manteles,  sábanas  y  facitergia  o  fazalelias,  p.  338.  Vajilla:  infer- 
turias:  missorios  o  mensorios,  p.  339;  culiares  o  cocleares;  truliones  o 
trullos;  cifo;  salares,  sulcieras  y  pigmentarios;  taregos:  tágaras;  fixorios 
tenaces;  scalas,  p.  340;  copos;  fíalas  o  pataras;  coppas;  ferratellas;  calderas; 
moiolos;  cúcuma.  Vasos  irakés,  p.  341;  concas,  arrotomas  o  redomas, 
navatellas,  palmares,  portellas,  kana.  Alcalla;  soparías,  p.  342.  Concos  y 
aquamaniles.  Vasijas  de  cocina.  Luminarias.  Lechos.  Ropa  de  cama, 
p.  343;  culcitras  o  cozedras,  plumazos,  tapetes,  gálnapes  o  génabes,  p.  344; 
almuzallas,  sábanas,  allihafes  o  alifafes.  Librerías  eclesiásticas:  su 
carácter  y  valía,  p.  345.  Libros  eclesiásticos,  p.  346;  antiphonarium,  ora- 
tionum,  p.  348;  comicum,  manuale  v  passionum.  psalmorum  o  psalterium, 

—  vu  — 


ÍNDICE    GENERAL 

ordinum,  horarum,  precum,  p.  349;  sermonum.  Libros  divinos.  Libros 
espirituales,  p.  35o.  Opúsculos  poéticos.  Renovación  de  las  librerías,  p.  352. 

XL  MUSEO  MOZÁRABE.  Mueblaje  eclesiástico  subsistente.  Có- 
dices, p.  355.  Escrituras  uncial  v  cursiva;  escritura  minúscula.  Códices 
de  los  siglos  VI 11  y  IX.  p.  356.  Literatura  del  siglo  X:  fase  arabizada; 
códices  conservados,  p.  357:  serie  andaluza,  su  valor  artístico,  p.  368;  serie 
toledana,  p.  369;  serie  leonesa,  p.  360;  serie  castellana,  sus  pinturas,  p.  3614 
Florencio  y  Magio.  Códices  del  siglo  XI,  p.  362.  Escritura  árabe:  cifras 
numerales,  criptografía;  glosas  castellanas;  notación  musical,  p.  363;  mate- 
riales. Inscripciones,  p.  364:  serie  andaluza,  p.  365.  Piedra,  p.  369; 
escasez  de  ejemplares  mozárabes;  pila  de  León;  restos  en  Oviedo,  p.  370. 
Marfil:  serie  de  Fernando  I,  p.  371;  cruz  en  el  Louvre,  p.  372;  ara  de  la 
Cogolla,  p.  373:  caja  de  Davillier.  p.  374;  piezas  de  ajedrez.  Cristal,  p.  376; 
redoma  en  Astorga;  piezas  de  ajedrez  en  la  Cogolla,  p.  376.  Madera:  cajas 
en  Astorga,  p.  377:  otra  en  Montes.  Oro  y  plata,  p.  378;  cruces  de  Oviedo; 
caja  de  Astorga,  p.  379:  caja  de  las  Ágatas,  p.  380;  caja  de  San  Isidro  de 
León:  copa  de  Braga,  p.  382;  cáliz  de  Silos.  Bronces:  cruz  de  Peñalba, 
p.  384;  campana  de  Córdoba,  p.  386;  campana  de  León,  p.  386;  candil  de 
Madrid;  aguamanil  del  Louvre.  p.  387:  las  obras  salomónicas,  p.  388;  lám- 
paras de  tipo  copto,  p.  389;  lámparas  de  Elvira,  p.  390;  corona  de  luces 
de  Elvira,  p.  392:  candelero  de  Elvira,  p.  393;  dije  crucifero;  bronces  bár- 
baros; aguamaniles  y  concos,  p.  394.  Tejidos:  velo  de  Gormaz;  frag- 
mento de  Montes,  p.  396;  sudario  de  León,  p.  396. 

Plano  de  la  España  septentrional,  con  las  localidades  que  ata- 
ñen a  arqueología  cristiana,  y  especialmente  a  lo  mozárabe. 

Registro  de  nombres  geográficos,  pág.  397. 

Registro  de  algunas  voces  de  arquitectura,  pág.  403. 

Serie  de  láminas  numeradas,  de  I  a  CLl,  que  comprenden  199  repre- 
sentaciones fotográficas,  con  su  índice  alfabético  al  frente. 


PREÁMBULO 


DUDOSO  parecer¿\  que  el  titulo  de  este  libro  responda  bien  de  su  con- 
tenido. Q)uizá  peque  por  exceso,  dando  cabida,  bajo  título  de  mo- 
zarabismo,  a  iglesias  que  no  son  tales  sino  en  concepto  de  arte,  y 
quizá  peque  también  por  defecto,  al  tratarse  una  porción  de  cuestiones 
que  sólo  indirectamente  atañen  a  los  edificios.  Lo  primero  se  razona  por 
fuerza  de  hechos,  que  asignan  a  lo  mozárabe  un  área  de  influjos  mayor 
de  lo  que  se  pensaba;  lo  segundo,  por  necesidades  de  organización  en  ma- 
teria histórica  resbaladiza  y  apenas  autorizada. 

Por  consecuencia,  este  libro  ha  ido  formándose  con  lentitud  y  entre 
recelos,  hijos  de  una  desconfianza  prudente,  dando  lugar  a  estudios  com- 
plementarios, que  los  unos  representan  aquí  valor  negativo  tan  sólo,  no 
habiendo  servido  ahora  sino  para  excluir,  para  callar  lo  que  resultaba 
extraño  o  mal  conducido,  y  en  cambio  la  investigación  llevó  en  otros  casos 
a  establecer  derivaciones  y  puntos  de  mira  imprevistos  y  aun  contrarios  a 
las  hipótesis  que  de  antemano  se  acariciaran.  Con  todo,  este  libro  no  es 
más  que  un  fragmento,  arrancado  con  la  menor  violencia  posible,  pero 
también  con  descuaje  hoy  día  temerario,  a  la  gran  cantera  de  nuestro  arte 
godo,  cordobés,  prerrománico  y  morisco,  sin  estudiar  dignamente  aún,  y 
por  consecuencia  los  valores  cotizados  aquí  no  tendrán  sanción  de  público 
sino  el  día  en  que  toda  esta  nuestra  historia  monumental  propia  sea  bien 
divulgada.  Temores  caben  aún  de  haber  empezado  por  lo  más  ditícil,  y  de 
traer  desconcierto,  dudas,  repulsas  en  el  aprecio  de  tal  o  cual  edificio,  de 
tal  o  cual  parte;  mas  ello,  viniendo  de  buena  fe,  no  acarreará  daño,  sino  al 
contrario,  puesto  que  al  ñn  resultaría  una  orientación  más  consciente  y 
definitiva  de  crítica.  Por  otra  parte,  se  ha  procurado  plantear  el  problema 


IX  — 


PREÁMBULO 

en  su  integridad,  sin  malicia  y  poniendo  al  alcance  de  todos  el  máximo 
caudal  de  información  directa  posible,  dentro  de  nuestros  medios. 

Ahora  bien,  lo  que  si  revela  este  libro  bajo  su  titulo  es  la  índole 
monográfica,  analítica  de  su  concepción  y  desarrollo.  Son  materiales  y 
nada  más;  pero  dispuestos  para  ajustarse  definitivamente  en  obra  de  sín- 
tesis, lo  que  hubiera  resultado  fácil,  si  lograrlo  entrara  en  nuestro  plan. 
Las  hipótesis  formuladas  parecen  convidar  a  ello:  sin  embargo,  una  posi- 
bilidad de  engaño  queda  válida,  y  en  tal  caso,  yendo  a  tierra  el  edificio, 
sus  materiales  perderían  mucho  de  su  valor.  Resulta  preferible  asegurarse 
antes,  presentándolos  uno  a  uno  con  su  verdad  propia;  que  la  crítica  los 
analice,  y  que  luego  su  ajuste  sea  obra  de  conciencia  colectiva,  con  menos 
riesgo  de  instabilidad,  y  constituvendo  el  monumento  de  nuestro  pasado 
artístico.  Así,  hoy  por  hoy,  el  edificio  queda  sin  hacer  deliberadamente; 
mas  como  su  provecto  existe,  será  bueno  quitar  al  lector  el  cuidado  de  irlo 
rastreando  a  través  de  estas  páginas,  y  enseñárselo  aquí,  en  confidencia,  sin 
responder  de  su  bondad,  e  invitándole  a  retocarlo  o  a  presentar  otro.  Y  si 
pareciese  mucho  edificio  para  los  materiales  aquí  allegados,  bastará  recor- 
dar que  ellos  son  una  parte  no  más  de  la  totalidad  recogida,  pero  parte  la 
más  difícilmente  aprehensible;  el  resto  irá  saliendo  por  el  mismo  camino, 
si  ocasión,  fuerzas  y  sobre  todo  entusiasmo  no  se  apuran. 

Aparte  las  cuestiones  técnicas,  al  irse  fraguando  este  libro  no  ha  podido 
menos  de  mirarse  al  rededor,  en  historias  y  pergaminos  de  aquellos  siglos, 
en  valores  sociales,  en  datos  de  geografía,  en  indicios  arqueológicos  y  hasta 
de  observación  folkloresca.  Merced  a  ello  han  ido  poco  a  poco  ensanchán- 
dose horizontes  y  surgiendo  inesperadamente  un  concierto  de  ideas,  con 
la  explicación  de  problemas  difíciles  y  enredosos,  y  con  una  perspectiva 
más  clara  de  siglos  que  nuestras  historias,  literariamente  compuestas, 
ofrecen  descarnados  y  sin  alma.  Por  lo  mismo  que  nada  de  ello  entraba 
en  programa,  que  ha  ido  saliendo  bajo  la  mera  presión  de  los  testimonios 
acumulados,  parece  legítimo  asignar  un  cierto  valor  a  este  proceso  de 
investigación  histórica,  vislumbrado  a  compás  de  los  problemas  de  arte, 
que  con  su  objetividad  permanente  y  segura,  son  buena  guía  para  orien- 
tarnos. Cumple  ahora  desear  que  la  totalidad  de  esta  labor,  aun  seca  y  árida 
como  es,  trajese  fértil  enseñanza  para  lectores  avisados,  poniéndolos  en  con- 
diciones de  acercar  a  si  aquellas  lejanías  anteriores  al  milenario,  donde 


PRKAMIiULO 

parecen  acusarse  notas  muy  fuertes  de  nuestro  ^enio  propio,  que  luego  se 
desconciertan  y  enredan  bajo  presiones  extrañas,  haciendo  mucho  más 
difícil  su  reconocimiento  y  estudio  en  períodos  sucesivos.  Sería  justo  que, 
no  hablándose  más  entre  nosotros  de  las  tinieblas  medievales,  viésemos  allá 
hombres  y  cosas  de  que  no  nos  separan  misterios  sino  las  complicaciones 
ulteriores,  y  que  para  comprenderlos  basta  observar  sustratos  sociales  aun 
vivos  en  los  senos  de  nuestra  enrevesada  geografía.  La  vida  del  siglo  X  en 
Córdoba  no  podremos  saborearla;  pero  si  la  que  se  llevó  entre  cristianos 
y  sobre  todo  en  las  montañas,  porque  allá  giró  dentro  de  lo  vulgar,  que  no 
tiene  historia. 

Por  una  parte,  conocemos  el  proceso  del  arte  y  cultura  andaluzas, 
con  su  apogeo  bajo  el  Califato  y  una  dirección  personal  muy  bien  definida 
en  Alháquem  11:  las  historias  árabes  dieron  materia  para  verlo  así  clara- 
mente, aun  antes  de  estudiar  sus  reliquias.  Respecto  de  la  España  cris- 
tiana, un  tópico  lo  rige  todo:  es  la  lucha  contra  el  moro,  la  epopeya  de  los 
siete  siglos,  eje  y  razón  final  para  una  simplificación  histórica,  muy  á 
gusto  de  nuestros  estímulos  pasionales,  pero  que  la  realidad  no  siempre 
justifica.  Se  quiere  presentar  un  pueblo  español  reconquistando  el  perdido 
suelo,  cuando  de  hecho  su  pérdida  fué  solamente  para  los  godos  fugitivos 
y  para  su  gobierno;  además,  el  concepto  de  unidad  nacional,  entre  nos- 
otros a  lo  menos,  aparece  de  antiguo  como  una  simple  fórmula  de  servi- 
dumbre y  explotación.  Nuestra  unidad  fué  impuesta  una  y  otra  vez,  bajo 
romanos,  bajo  godos  y  bajo  árabes,  para  regular  las  operaciones  del  fisco. 
El  pueblo  español  quizá  no  tuvo  concepto  nacional  hasta  los  tiempos 
modernos,  v  ciertamente  que  no  le  tiene  aún  cumplido.  Una  España  como 
ideal  colectivo,  siquiera  en  deseo,  tal  vez  no  existió  nunca;  pues  a  través 
de  opresores  y  gobernantes  que  forjaron  su  historia  política  y  sus  linderos, 
percibimos  siempre  de  región  en  región  al  demos  rebelde  y  esquivo, 
desorganizado,  pero  siguiendo  firme  su  camino,  quizá  sin  variación  desde 
los  tiempos  más  remotos,  y  según  los  rumbos  que  su  genio  de  raza  le 
impone. 

Entre  las  gentes  del  norte  peninsular  parecen  ser  más  razonables  los 
astures,  de  estirpe  céltica  probablemente.  Ellos  acogieron  a  los  godos  fugi- 
tivos, evitándoles  someterse  a  los  árabes,  y  así  principió  el  reino  de  Astu- 
rias sin  majestad  ni  pretensiones  conquistadoras.   Cántabros  y  gallegos  se 


PREÁMBULO 

les  agregaron:  pero  hacia  oriente  los  feroces  vascones  determinaron  fron- 
tera definitiva.  En  Cataluña,  otros  godos,  tras  de  haber  mantenido  una 
sombra  de  reino  con  Aquila  y  Ardo,  buscaron  apoyo  en  Francia,  y  some- 
tidos a  ella  impusiéronse  de  nuevo  sobre  el  pueblo  indígena.  Después,  las 
primeras  guerras  fueron  para  aislarse,  dejando  yermas  sus  respectivas 
fronteras  meridionales;  y  en  compensación  el  influjo  carolingio  hizo  que 
instituciones  bárbaras  tomasen  arraigo,  y  que  un  arte  de  tipo  europeo 
gallardease  en  Oviedo  y  Barcelona,  sin  acordarse  casi  para  nada  de  Toledo 
ni  de  Córdoba. 

Luego,  la  segunda  mitad  de  aquel  siglo  IX  determinó  en  Asturias  un 
cambio  de  orientación :  la  soberanía  cordobesa  iba  perdiendo  efectividad 
sobre  la  Península  ;  Mérida,  Coimbra,  Badajoz,  Toledo,  Zaragoza,  etc.  se 
regían  por  cuenta  propia,  y  estos  focos  rebeldes  simpatizaban  con  los 
principados  cristianos  libres  del  norte.  Púsose  de  moda  guerrear  contra  el 
emir  de  Córdoba,  y  los  asturianos  siguieron  igual  rumbo  con  algún  éxito. 
El  contacto  quedaba  establecido;  Asturias  seguía  el  gran  movimiento  penin- 
sular, y  las  torpezas  del  Omeya  traducíanse  en  auge  y  ansias  de  progreso 
allá  arriba.  León,  Astorga  y  el  Bierzo  se  repoblaron;  pero  adivinando  que 
ello  era  atraer  al  enemigo,  cuidóse  de  fortificar  los  pasos  que  desde  allí 
encaminaban  a  Oviedo,  y  también  se  organizó  militarmente,  a  base  de 
castillos,  la  zona  fronteriza  oriental,  por  donde  los  cordobeses  llegaban, 
naciendo  así  Castilla. 

En  tal  grado  parecía  eficaz  el  asalto  al  poder  contra  los  árabes,  que  em- 
pezó a  profetizarse  la  restauración  del  reino  godo.  Así  lo  auguraba  el  anó- 
nimo Albeldense  -en  favor  de  Alfonso  el  Magno;  quizá  tamby&ji  alentaba 
ello  a  los  Benicasi,  reyes  de  Zaragoza,  y  es  muy  verosímil  que  idéntica 
profecía  favoreciese  a  Omar,  el  hijo  de  Hafsón,  para  imponerse  de  golpe 
como  soberano  en  toda  la  Andalucía  alta.  El  año  884,  en  que  Omar  se  alzó 
y  había  de  cumplirse  la  profecía  de  Albeldense,  fué  realmente  crítico;  y  si 
el  Omeya  de  Córdoba  no  lo  perdió  todo,  a  lo  menos  sus  enemigos  queda- 
ron impunes  y  señores  por  más  de  cuarenta  años.  Tal  desgobierno  y  rela- 
jación de  los  fundamentos  sociales  tenía  que  desatar  odios  e  injusticias;  es 
natural  que  los  cristianos  sometidos,  los  mozárabes,  padecieran;  se  les 
desterraría  como  peligrosos,  a  veces;  en  ciertas  regiones,  donde  ellos  fueron 
el  alma  de  la  guerra  civil,  les  tocaron  en  el  día  de  la  pacificación  repre- 

XII    — 


PREÁMBULO 

salías  inexorables,  determinando  su  fuga  a  pais  cristiano  siempre  que  ello 
fuese  posible;  una  clase  especial,  los  hijos  de  renegados  que  cristianizaran, 
no  tenían  otro  remedio  que  éste  para  salvar  su  vida,  y  en  comarcas  donde 
la  rebelión  no  cuajase  aun  es  verosímil  que  los  españoles  significaran  su 
protesta  emigrando. 

A  este  momento  responde  la  gran  expansión  territorial  de  Asturias, 
por  las  comarcas  que  con  el  tiempo  llegaron  a  ser  reinos  de  Portugal, 
León  y  Castilla.  Alfonso  el  Magno  tuvu  el  mérito  de  encauzar  la  corriente 
inmigratoria,  proveer  a  la  seguridad  del  país  y  legislar  de  acuerdo  con  los 
intereses  que  la  nueva  sociedad  demandaba  para  desarrollarse.  Todo  el 
organismo  bárbaro  de  Asturias  y  Galicia  quedó  para  ella  invalidado;  la 
aristocracia  y  la  esclavitud  cedieron  ante  un  pueblo,  que  en  León  se  reveló 
haciendo  patria  con  su  trabajo,  y  en  Castilla  ennobleciéndola,  mediante  su 
esfuerzo  militar  y  la  intrepidez  con  que  mantuvo  sus  derechos.  Entonces 
tomaron  cuerpo  las  instituciones  que  nos  salvaron  del  feudalismo,  nos 
hicieron  libres  y  democráticos,  y  prepararon  el  derroche  de  iniciativas 
generosas  que  marcan  el  genio  español,  mientras  los  patrones  de  afuera 
no  le  son  impuestos. 

Sin  embargo,  la  España  cristiana  del  siglo  X  se  nos  ofrece  pobre  y 
modesta.  Ofuscábala  el  imperio  cordobés,  tan  espléndido  y  rico  en  su  apo- 
geo, imponiéndola  cuanto  era  trasmisible  en  instituciones,  administración, 
mercaderías,  etc.  Recibió  tal  vez  hasta  su  habla  como  lengua  culta  entre 
ciertas  clases  sociales,  produciendo  el  gran  caudal  de  voces  árabes  que  la 
documentación  de  entonces  arroja,  y  explicándose  así  la  misera  latinidad 
de  los  poquísimos  escritos  conservados.  Toledo,  con  sus  escrituras  v  sus 
monedas,  patentizó  luego  cómo  la  lengua  árabe  pudo  conservar  categoría 
oficial  entre  cristianos  hasta  el  siglo  XIV,  cuando  ya  casi  nadie  la  enten- 
día, y  válida  entre  gentes  que  al  parecer  ni  siquiera  eran  mozárabes.  Ade- 
más, si  Andalucía  solamente  ha  conservado  de  este  siglo  X  un  escrito  latino, 
las  actas  martiriales  de  Argéntea,  la  heroica  hija  de  Omar  el  rey,  en  cam- 
bio sabemos  que  escribieron  en  árabe  cristianos  insignes,  ya  tratados  cien- 
tíficos, ya  versiones  de  obras  clásicas  y  de  los  libros  santos,  puestos  así  al 
alcance  de  los  fieles,  olvidados  ya  del  latín.  Sólo  en  Cataluña  los  estímulos 
transpirenaicos  dieron  de  sí  un  cierto  esplendor  literario  propio,  aunque 
en  parte  sobre  base  igual,  puesto  que  allí  se  tradujeron  libros  del  árabe. 

—  xni  — 


PREÁMBULO 

El  arte  cristiano  del  siglo  X  parece  asimismo  una  hijuela  del  cordo- 
bés, completándose  la  semejanza  en  punto  a  la  imaginería  religiosa,  que  lo 
musulmán  no  hubiera  podido  inspirarle,  ya  que  igualmente  fué  ajeno  a 
ella  de  antiguo  el  culto  cristiano  español.  Pero,  en  general,  revélase  lo  mo- 
zárabe del  norte  con  un  sello  de  inventiva  que  le  presta  siempre  fisonomía 
propia  respecto  de  los  tipos  califales.  Las  iglesias  de  entonces  en  territorio 
cristiano  son,  pues,  un  perfecto  reflejo  del  ambiente  social  determinado 
por  el  influjo  absorbente  de  la  España  árabe,  merced  al  contacto  con  los 
meridionales,  antaño  sometidos  a  ella,  dándose  lugar  a  un  período  histórico 
propiamente  mozárabe.  Y  no  sorprenda  este  rendimiento  de  lo  cristiano  a 
lo  moro,  puesto  que,  por  una  parte  la  Europa  del  siglo  X  no  estaba  en  con- 
diciones de  trasmitir  sino  barbarie  guerrera,  y  por  otra,  los  Estados  cris- 
tianos peninsulares,  sin  excepción,  acabaron  por  acatar  la  soberanía  del 
Califa,  ya  obedeciéndole,  como  hacían  los  condes  de  Cataluña  y  de  Portu- 
gal, ya  bajo  pacto  de  clientela,  con  poca  fidelidad  guardado,  siendo  verosí- 
mil que  ciertas  campañas  guerreras  contra  los  cristianos,  tratados  siempre 
como  rebeldes,  tuviesen  carácter  jurídico  de  incitaciones  a  la  observancia 
del  vasallaje.  Así  se  explica  también  la  promiscuidad  de  tropas  cristianas 
y  moras  en  el  ejército  cordobés,  y  su  intervención  mutua  para  resolver 
conflictos  de  soberanía. 

En  el  siglo  XI  los  valores  se  trocaron:  España  perdió  su  predominio 
mundial,  una  vez  aniquilado  el  Califato;  la  presión  que  éste  ejerciera  en 
todos  los  órdenes  sobre  los  principados  cristianos  relajóse,  y  un  empobre- 
cimiento general  fué  su  consecuencia.  En  contrario  y  a  la  par  los  Estados 
europeos  reaccionaban  favorablemente;  Italia  avivó  su  arte  a  base  de 
bizantinismo,  propagándolo  hacia  occidente  y  norte,  y  fué  una  Era  nueva 
de  prosperidad  y  adelantos.  A  España  llegó  rápidamente  por  Cataluña, 
relajándose  desde  entonces  para  esta  región  el  vínculo  nacional;  el  resto  de 
país  cristiano,  unificado  bajo  el  señorío  de  los  hijos  de  Sancho  el  Mayor, 
siguió  la  misma  tendencia:  su  arte,  con  rasgos  pujantes  de  orientalismo, 
ya  no  es  andaluz  ni  mozárabe,  pero  se  ingerta  en  cepa  castiza  y  es  nuestro, 
como  resultó  antes  nuestro  el  arte  cordobés,  aun  tomada  de  Oriente  asi- 
mismo su  esencia.  El  mal  vino  a  la  postre  cuando  se  rindió  nuestra  perso- 
nalidad en  aras  de  instituciones  exóticas,  uniformándonos  a  gusto  de  los 
cluniacenses  franceses  y  de   los  legados  pontificios,  desconcertados  aquí 

—  xiv  — 


PREÁMBULO 

ante  una  sociedad  sobre  bases  que  les  eran  extrañas.  Entonces  fermentaron 
otra  vez  por  acá  las  heces  bárbaras,  que  tan  extrañamente  habíamos  raído 
a  (ines  del  sif^lo  IX  ;  pero,  en  compensación,  el  espíritu  de  conquista  llevó- 
nos de  nuevo  y  con  más  fuer/a  sobre  los  centros  de  vida  musulmanes, 
empeñándose  la  <^vi\n  lucha  entre  iiiílujos  transpirenaicos  y  sugestiones 
andaluzas,  que  dio  a  la  España  medieval  su  complejidad,  sus  antítesis  des- 
concertantes, su  transigencia  de  ideas,  escándalo  del  mundo  por  igual 
entre  cristianos  y  entre  musulmanes,  su  poesía  enjundiosa,  su  razonar  a  la 
europea  y  sentir  a  lo  oriental;  es  decir,  cuanto  nos  caracterizara  mientras 
no  volvió  a  romperse  el  equilibrio,  echándonos  contra  Europa. 

Según  estos  datos,  el  arte  mozárabe  puede  circunscribirse  a  partir  del 
movimiento  reorganizador  del  siglo  IX,  fomentado  por  el  avance  cultural 
de  Abderrahman  II,  que  fortificó  el  alma  española  dotándola  de  ideas 
puras,  convertidas  para  la  vida  práctica  en  ansia  de  gloria  y  de  conquis- 
tas, a  base  de  un  ideal  justiciero  puesto  por  encima  de  las  leyes,  y  termina 
con  la  ruina  del  Califato,  que  fomentó  un  despotismo  regional  contra- 
rio a  los  intereses  morales  de  todos,  imponiéndose  al  fin  una  reacción, 
pero  venida  de  afuera:  por  Francia  en  favor  de  los  cristianos,  y  por 
Berbería  con  carácter  de  invasión  entre  musulmanes.  En  aquel  período, 
entre  85o  y  1030,  se  nacionalizó  España,  en  cuanto  era  posible,  y  según 
ello  es  de  valor  enorme  su  estudio. 

Otro  punto  es  la  realidad  del  arte  mozárabe;  es  decir,  su  existencia 
dentro  del  periodo  susodicho,  su  desarrollo  entre  mozárabes,  y  caracteri- 
zarse con  suficiente  individualismo  para  ser  definido.  Los  argumentos 
directos  y  positivos  que  sobre  ello  tenemos  van  consignados  en  las  páginas 
siguientes;  lo  que  falta  es  su  contraprueba,  o  sea  la  serie  de  datos  circun- 
dantes, que  nos  llevarían  a  reconocer,  por  diferencia,  que  el  contenido 
artístico  mozárabe  no  puede  ser,  en  cuanto  se  nos  alcanza,  otra  cosa  ni  de 
otro  tiempo. 

Atribuirlo  a  período  anterior,  es  decir,  al  godo,  solamente  era  lícito, 
sobre  documentos,  respecto  de  una  iglesia,  la  de  Hornija,  fundación  de 
Chindasvinto ;  las  otras  hipótesis  formuladas  en  igual  sentido,  respecto 
de  Bamba,  San  Pedro  de  Rocas  y  la  Cogolla,  carecían  de  tal  base,  y  por 
consiguiente,  a  prior  i,  sólo  habría  razón  en  un  caso  para  envejecer  nues- 

—   XV   — 


PREÁMBULO 

tras  atribuciones.  Por  el  contrario,  hay  edificios  y  restos  de  ellos  que  se 
excluyen  de  este  trabajo  por  juzgárselos  godos;  si  con  razón,  será  cosa  de 
verlo  cuando  de  lo  godo  tratemos;  baste  ahora  decir  que  sobre  esta  idea  y 
contra  el  criterio  por  ñn  adoptado  intentamos  un  día  resolver  el  problema, 
cuando  menos  en  parte,  sin  llegar  a  fiVmulas  de  clasificación  aceptables. 
Especialmente  el  esfuerzo  ha  sido  grande  respecto  de  San  Pedro  de  la  Nave, 
edificio  que,  por  su  anticlasicismo,  cuadra  mejor  dentro  del  periodo  de  la 
Reconquista:  mas  aun  resuelto  asi,  tendríamos  que  dejarlo  aparte,  como 
supervivencia  extraña  y  sin  conexiones  con  lo  mozárabe  reconocido. 

Más  de  temer  es  que,  sobre  todo  fuera  de  España,  se  defina  como 
erróneo  todo  nuestro  aparato  de  cronología,  repitiendo  lo  que  a  la  ligera 
sentaron  Marignan  y  Enlart,  a  saber,  que  en  España  no  hay  arte  cristiano 
anterior  al  románico  francés,  o  que  si  algo  hay  carece  de  valor  y  notorie- 
dad, salvo  accidentes Aunque  no  dejen  de  doler  las  injusticias,  estamos 

acostumbrados  a  que  lo  español  se  vilipendie,  sobre  la  norma  de  nuestra 
moderna  inferioridad;  el  patriotismo  francés  actúa  de  buena  fe  juzgán- 
donos; pero  aun  es  creíble  que  a  la  larga  se  nos  estudie  y  haga  justicia, 
siquiera  respecto  de  siglos  lejanos. 

Aparte  prejuicios,  este  punto  de  vista  es  legítimo  y  ha  de  tenerse  muy 
en  cuenta,  sobre  la  experiencia  de  que  ni  documentos  ni  inscripciones 
bastan  en  absoluto  para  fijar  la  edad  de  un  edificio.  La  evidencia  en  este 
punto  casi  no  existe,  y  sólo  un  criterio  muv  ampHo  e  ilustrado  hará  fe 
sobre  el  valor  que  los  datos  documentales  merezcan.  En  el  caso  actual,  la 
abundancia  de  ellos,  su  coordinación  mutua  y  conformidad,  por  analogías 
y  diferencias,  con  los  demás  datos  cronológicos  admitidos,  parecen  dar  se- 
guridades de  acierto.  Podrá  dudarse  en  años  más  o  menos,  dentro  del  pe- 
ríodo; un  margen  de  error  posible  va  descontado,  y  aun,  apurando  mucho, 
quizá  raras  fechas  de  las  abajo  consignadas  se  garanticen  absolutamente; 
pero,  traspasadas  ciertas  lindes  artísticas  y  llegando  cerca  del  siglo  XII, 
ya  no  cabe  admitir  de  buena  fe  la  posibilidad  de  que  nuestras  iglesias  se 
produjesen,  ni  todas  ni  aun  siquiera  una,  teniendo  para  contrastarlo  gran 
número  de  otras  románicas  y  moriscas  imposibles  de  asociar  con  ellas. 

Cierta  severidad  en  la  selección  ha  hecho  que  dejemos  fuera,  como 
obras  godas  o  asturianas,  porción  de  miembros  decorativos  y  aun  edificios 
relacionados  con  el  ciclo  muzárabe;  y  que  asimismo  juzguemos  aparte, 

—  XVI  — 


PREÁMBULO 

por  moriscas,  iglesias  de  Toledo,  Salamanca,  Segovia  y  Andalucía,  aun  en 
caso  de  abonar  su  mozarabismo  algún  dudoso  epígrafe.  Las  obras  románi- 
cas con  inílujús  árabes  caracterlzanse  más  fácilmente,  y  si  se  da  cabida  a 
una — Villarmún — es  por  vía  de  ilustración  muy  significativa  sobre  el  caso. 

lie  aquí  ahora  registrados  los  datos  documentales  sobre  cronología, 
tocantes  a  iglesias  de  tipo  mozárabe: 

S.  Juan  de  la  Peña:  edificación  hacia  85o;  ampliación  y  dedicación 
hacia  928. 

S.  Salvador  de  Valdediós  —  Boides,  concordancia  explícitamente 
declarada  por  Lucas  deTuy:  fundación  de  Alfonso  111;  consagrada  en  893. 

S.  Miguel  de  Villardeveyo — Velio:  bajo  Alfonso  III  (8G6-910). 

S.  Salvador  de  Távara:  fundación  de  íines  del  siglo  IX. 

Sta.  Cruz  de  Montes:  en  905. 

S.  Pedro  de  Lo u rosa:  fecha  de  912. 

S.  Miguel  de  Escalada:  por  monjes  cordobeses;  consagración  en  913; 
restauración  en  1126. 

S.  Cebrián  de  Mazóte:  por  monjes  de  igual  procedencia;  fundación 
antes  de  916. 

S.  Pedro  de  Montes:  consagración  en  919. 

S.  Salvador  de  Priesca:  consagración  en  921. 

S.  Martín  de  Castañeda:  fundada  por  monjes  cordobeses;  consagra- 
ción en  921 . 

Sta.  María  de  Bamba:  citada  desde  928. 

S.  Adriano  de  Boñar:   consagración  en  929. 

S.  Miguel  de  Olérdula:  fundación  hacia  930:  renovación  y  dedi- 
cación en  991. 

Sahagún  —  San  Facundo:  fundación  por  monjes  mozárabes;  consa- 
gración en  936. 

Sta.  María  de  Lebeña:  fundación  hacia  930. 

Santiago  de  Penal  ba:  construcción  de  931  a  937;  consagración  en  i  io5. 

S.  Miguel  de  Celanova  y  Sta.  María  de  Vilanova:  hacia  940. 

S.  Salvador  de  León:  entre  931   y  gbi. 

S.  Martín  de  Salas:  renovación  en  951. 

S.  Salvador  de  Boñar:  construida  en  980. 

S.  Millán  de  la  Cogolla:  dedicación  en  984;  restauración  hacia  1030. 

—   XVH    — 


PREÁMBULO 

Estos  datos  de  cronología,  ceñidos  a  tan  corto  período  y  a  un  área 
geográfica  relativamente  pequeña,  parece  que  habrían  de  responderá  igle- 
sias uniformes  o  cuando  menos  dotadas  de  organización  fija,  como  im- 
puesta por  un  medio  social  consciente  de  sus  necesidades  v  de  sus  gustos. 
Sin  embargo,  la  realidad  es  totalmente  otra:  no  hay  uniformidad,  no  hay 
repeticiones,  no  hay  tipos;  cada  iglesia  de  las  subsistentes  busca  por 
camino  diverso  la  satisfacción  del  ideal  cristiano,  y  este  desconcierto  no 
lleva  consigo  marca  de  evolución  progresiva,  de  selecciones  y  de  perfec- 
cionamiento. Como  si  cada  artífice  pugnase  por  acertar  en  cada  obra,  y 
como  siguiendo  su  capricho,  contra  la  ley  de  ideal  colectivo  a  que  la 
arquitectura  para  ser  fecunda  obedece. 

La  comprobación  de  esta  ley  nos  llevaría  lejos;  baste  recordar  cómo 
la  depuraci(')n  clásica  creó  los  órdenes  griegos,  cómo  de  la  disciplina  mo- 
nacal es  hijo  el  estilo  románico,  y  cómo  de  catedral  en  catedral  llegó  a  fi- 
jarse el  g()tico.  Entre  nosotros,  la  pobre  organización  asturiana  tiene  su 
tipo  de  iglesias,  pobre  también;  la  Cataluña  del  siglo  XI  revela,  desde  este 
mismo  aspecto,  un  esfuerzo  consciente  hacia  grandes  empresas,  y  nuestro 
arte  moruno,  en  evolución  mantenida,  es  reflejo  de  las  bases  inquebran- 
tables sobre  que  cada  sociedad  musulmana  actúa.  Frente  a  ello  la  arqui- 
tectura goda,  en  cuanto  podemos  conocerla,  marchó  sin  rumbo  fijo,  y  es 
natural,  puesto  que  desconcertada  se  nos  ofrece  también  la  sociedad  a  que 
servia;  luego,  respecto  del  período  mozárabe  que  estudiamos,  puede  ima- 
ginarse fácilmente  cuan  dislocados  hubieron  de  entrar  los  factores  meri- 
dionales en  el  solar  de  galaicos,  astures  y  cántabros,  entre  quienes  aun 
hoy  día  suelen  fallar,  como  no  asimiladas  bien,  las  características  latinas. 
Entonces  la  cultura  andaluza  hubo  de  implantarse  allí,  como  bajo  romanos 
la  suya,  en  colonias,  monacales  o  aristocráticas,  varias  entre  sí,  conforme 
a  su  procedencia,  y  que,  lejos  de  obtener  la  conquista  espiritual  del  país, 
fueron  reabsorbidas  por  la  rusticidad  ambiente,  aunque  dejando  rodeadas 
sus  creaciones  de  justa  admiración  por  peregrinas  y  singulares. 

Ahora  bien,  si  causas  sociales  malograron  la  selección  de  tipos  sobre 
que  desarrollar  un  estilo  propio;  si  quizá  los  artífices  no  supieron  cristali- 
zar en  un  edificio  el  modelo  que  para  iglesias  hubiera  satisfecho  a  la 
sociedad  española  premilenaria;  si  faltaron  arrestos  para  erigir  el  monu- 
mento digno   de   fijar    en    arte  los   ideales   de  todo    un   pueblo,    la    base 

—  xvni  — 


PREÁMBULO 

técnica  sobre  que  ello  pudo  haberse  realizado,  esa  si  existe  y  se  revela  en 
la  serie  de  edificios  aquí  estudiados.  Así  pues,  hoy,  que  tan  locos  andamos 
sin  ideal  y  sin  rumbo,  pudiéramos  completar  aún  la  obra  que  entonces  se 
planteó,  mirando  hacia  nuestros  fondos  con  espíritu  de  laboriosa  jactancia. 

Los  caracteres  de  este  arte  nacional  cristiano  arraigan  en  lo  visigodo  y 
guardan  paralelismo,  según  va  dicho,  con  la  evolucitm  musulmana,  de  que 
evidentemente  se  aprehendieron  formas  típicas  en  una  fase  postrera,  como 
también  y  antes  se  las  incorporó  asturianas;  de  modo  que  una  tendencia 
de  unificación  parece  animarle,  con  progresivo  y  hábil  enriquecimiento. 

Así  resulta  que  su  arco  típico,  el  de  herradura,  pasó  de  las  oscilacio- 
nes godas  a  fijarse  con  mayor  amplitud  de  rosca,  descentramiento  del 
trasdós,  alfiz  y  dovelaje  subrradial,  acusando  su  intradós  algo  de  conca- 
vidades laterales;  las  jambas  y  columnas  son  monolíticas  o  poco  menos; 
hay  arcos  doblados,  arredrándose  el  inferior  para  aligerar  su  masa;  tam- 
bién los  hay  gemelos,  y  suelen  ser  abocinados  los  de  ventanas.  El  cañón 
de  bóveda  se  desarrolló  parejo  con  los  arcos;  además  campean  las  bóvedas 
de  gallones,  a  base  de  la  baída  y  de  la  de  aristas  capialzada,  sin  trompas 
ni  pechinas  siempre,  pero  arrancando  sobre  arcos  murales,  que  concen- 
tran sus  empujes  en  los  ángulos  sabiamente,  y  también  las  hay  esquifadas 
con  nervios,  de  inspiración  cordobesa.  Para  contrarrestos,  ya  se  anulan  al 
exterior  los  alzados  curvilíneos,  ya  se  emplean  estribos  a  conciencia  de  su 
función,  va  se  desliga  del  muro  la  bóveda  para  que  él  actúe  a  favor  de  la 
segunda  solamente,  ya  por  último  la  combinación  de  ellas  constituye  un 
sistema  de  fuerzas  en  orden  de  equilibrio.  Cierto  que  son  recursos  apli- 
cados en  escala  muy  corta,  pero  también  susceptibles  de  grandes  desarro- 
llos, si  en  grande  se  acometiese  el  problema  de  los  abovedamientos. 

En  lo  accesorio  es  novedad  plausible  la  sustitución  de  cornisas  por 
aleros  de  gran  vuelo  sobre  modillones,  que  además  alcanzan  considerable 
valor  decorativo  por  razón  de  su  traza;  en  moldurajes  llegó  a  prevalecer 
la  nácela,  simple  o  en  grupos,  formándose  así  el  cimacio  de  las  columnas. 
Sus  capiteles  mantuvieron  el  tipo  corintio,  aligeradas  las  volutas,  con 
talla  de  hojas  francamente  bizantina  y  adherido  el  collarino,  que  remeda 
una  soga,  tipo  superior  en  belleza  y  arte  a  cuantos  el  Occidente  medieval 
produjo  hasta  la  revolución  gótica.  Lo  demás  de  ornamentaciíui,  cuando 
la  hay,  mantúvose   fiel  a   ciertos  prototipos  godos,   con  fauna  estilizada 

—  XIX   — 


PREAAIBULO 

bien  pobre  v  faltando  absolutamente  representaciones  humanas:  la  ley 
eclesiástica,  prohibitiva  en  este  punto,  no  registra  infracciones. 

La  composición  de  edificios  huve  do  la  sencillez  basilical  y  de  los 
ámbitos  diáfanos,  buscando  algo  de  misterio,  estructuras  complicadas, 
perspectivas  breves  en  que  la  elevación  predomina  y  que  suscitan  a  cada 
paso  novedades  imprevistas;  y  aun  quizá  el  arte  litúrgico  por  excelencia, 
los  cantos  polífonos  a  varios  coros,  evocarían  allí  extrañas  resonancias, 
vagando  de  nave  a  nave  y  de  bóveda  en  bóveda  sus  modulaciones.  Las 
luces  oscilantes  de  coronas  y  candelabros,  los  velos  de  seda  y  oro,  los 
metales  refulgentes,  las  vestiduras  espléndidas,  todo  provocaría  emociones 
vivísimas  en  estas  iglesitas,  ahora  mudas  y  plebeyamente  alhajadas.  Y  si 
todavía  cupiesen  dudas  acerca  de  la  individualidad  del  arte  mozárabe,  bas- 
taría recorrer  las  series  de  códices,  epígrafes,  marfiles,  bronces,  etc., 
conservados,  de  que  se  hace  recuento  en  las  últimas  hojas  de  este  libro. 

Realmente  no  sabemos  qué  parte  llevarían  nuestros  mozárabes  en  el 
desarrollo  de  los  estilos  andaluces  bajo  el  dominio  musulmán;  sin  embargo, 
lo  verosímil  es  que.  fieles  o  renegados,  a  españoles  se  debiera  casi  todo  el 
impulso  artístico,  por  lo  menos  hasta  los  días  de  Abderrahman  III,  cuando 
artistas  orientales  coadyuvaron  con  nuevos  elementos  sobre  los  tradicio- 
nales de  acá.  Pero  como  los  edificios  mozárabes  conservados,  en  su  mayo- 
ría son  anteriores  al  apogeo  del  Califato,  no  se  adaptan  generalmente  a 
esta  fase  última,  sino  a  un  periodo  de  evolución  previo,  mal  conocido  en 
Andalucía.  Quizá  por  ello  lo  mozárabe  aparente  más  originalidad  de  la 
que  le  corresponda;  pero  desde  luego  una  base  goda,  impregnada  de 
bi/.antinismo,  señorea  sobre  todo.  Ciertas  formas,  por  ejemplo  los  gallones, 
acredítanse  de  andaluces,  puesto  que,  a  más  de  haberlos  en  Córdoba,  pre- 
dominan de  antes  en  la  gran  mezquita  de  Cairuán,  tan  andaluza;  añádanse 
cosas  venidas  a  lo  mozárabe  de  hacia  norte  por  influjo  asturiano  o  caro- 
lingio;  todavía  rasgos  hay  que  más  bien  son  típicos  de  aquel  siglo  X  en 
general,  que  de  escuela  determinada;  pero,  aun  aquilatando  cuanto  va 
dicho,  queda  para  lo  mozárabe  un  cierto  cariz  peculiarmente  suyo. 

De  este  ciclo  artístico  no  poseemos  en  realidad  sino  segmentos,  y  ellos 
muy  cercenados  ya  por  la  guadaña  de  los  siglos;  mas  cabe  presumir  si 
su  mayor  auge  se  obtendría  en  los  linderos  septentrionales,  donde  el 
recuerdo  de  la  patria  andaluza  estimularía  a  los  desterrados  mozárabes 

—   XX   — 


PHEAMüULO 

para  crear  obras  bellas  y  lucidas,  puesto  que  allá  en  el  sur  las  restricciones 
musulmanas,  la  pobre/.a  o  el  estado  de  guerra  coartarían  para  el  culto 
cristiano  lo¿;rarlas.  Además,  si  nos  atenemos  a  la  única  serie  artística  de 
mozarabismo  andaluz  conocida,  las  inscripciones,  ellas  enseñan  que  su 
esplendor  coincidi<3  con  el  Califato,  ya  que  la  primera  y  bien  ruda  es  de 
tiempo  del  omeya  Mohámed  (852  a  886),  de  suerte  que  ni  aun  allá  es 
dable  traspasar  los  linderos  arriba  señalados  para  este  período.  Si  en 
Andalucía  v  Toledo,  como  es  probable,  las  iglesias  eran  basílicas,  resulta 
natural  que  al  mismo  tipo  obedezcan  las  primeras  fundaciones  mozárabes 
en  Le(')n,  a  saber:  Lourosa,  Escalada  y  Mazóte;  pero,  al  contacto  de  otros 
tipos  septentrionales  cruciformes  y  abovedados,  o  por  la  concurrencia  de 
al^ún  artífice  oriental  acaso,  la  estructura  de  las  iglesias  complicóse,  y 
progresivamente  fueron  surgiendo  las  de  Melque,  Bamba,  Lebeña,  Pe- 
ñalba,  Celanova,  etc.,  mientras  daba  testimonio  de  esta  evolución  en  tierra 
leonesa  el  tipo  de  modillones  que,  a  base  de  lo  cordobés,  desarrollan  en 
sentido  especial  estos  mismos  edificios.  Ni  se  olvide  que  aun  el  área  mu- 
sulmana experimentó  igual  reacción,  como  prueban  las  mezquitas  toleda- 
nas de  tipo  bizantino,  refluyendo  sobre  lo  morisco  en  iglesias  como  San 
Martín  de  Segovia  y  Sta.  María  de  Lebrija.  Separadamente  formóse  otra 
derivación  mozárabe  del  arte  del  Califato  hacia  la  parte  oriental,  de  que 
poseemos  dos  ejemplares  en  San  Millán  y  San  Baudel,  testimonios  de  la 
riqueza  de  soluciones  posibles  dentro  de  aquel  arte,  y  que,  por  responder 
a  una  fase  andaluza  más  avanzada,  tienen  ciertas  conexiones  con  lo 
morisco  posterior. 

Este  otro  gran  ciclo  de  nuestro  arte  nacional  arranca  de  la  conquista 
de  Toledo,  cuando  el  dominio  cristiano  se  ejerce  por  primera  vez  en  un 
medio  musulmán  culto,  amparado  bajo  leyes  privativas  que  dan  lugar 
socialmente  al  mudejarismo:  cae  fuera  de  nuestro  tema,  pero  es  su  com- 
plemento inmediato. 

Queda  explicar  algo  el  proceso  de  este  libro:  Trabajos  de  catalogación 
artística  emprendidos  en  tierras  leonesas  por  quien  esto  escribe,  le  pusieron 
en  contacto  con  algunos  edificios  de  la  serie  mozárabe,  cautivándole  desde 
luego.  A  poco,  un  escrito  de  carácter  técnico  sobre  el  arco  de  herradura  le 
llevó  a  extender  la  investigación,  aunque  por  medios  indirectos,  contribu- 

—   XXI    — 


PREÁMBULO 

yendo  a  ello  amigos  queridos,  cuyos  nombres  se  honra  en  consignar  aquí: 
los  Sres.  Lampérez,  Agapito  Revilla,  Simón  y  Nieto,  Vázquez  Núñez,  López 
Ferreiro  v  Huidobro.  Después,  formulado  ya  el  tema  como  labor  colectiva 
en  el  Centro  de  estudios  históricos,  emprendióse  una  excursión,  que 
ocupó  gran  parte  del  verano  de  1910,  y  en  que  tomaron  parte  D.  Francisco 
Nebot  y  Torrens,  arquitecto  y  discípulo  de  la  Escuela  de  Barcelona,  D.  Leo- 
poldo Torres  Campos  y  Balbás,  que  entonces  emprendía  igual  carrera,  y  don 
Juan  Allende-Salazar,  como  adjunto,  visitándose  cuanto  de  arquitectura 
medieval  prerrománica  llegó  a  nuestras  noticias  en  Castilla,  León,  Galicia, 
Asturias  y  Alto  Aragón:  luego,  en  el  inmediato  invierno,  recorrióse  Anda- 
lucía, con  los  aludidos  Sres.  Nebot  y  Torres;  y  aunque  trabajos  más  peren- 
torios distrajeron  a  poco  la  actividad  hacia  diversos  temas,  pudo  darse  en 
síntesis  un  avance  de  esta  cuestión,  sobre  bosquejo  escrito  en  1909,  titulado 
«De  arqueología  mozárabe»,  que  se  imprimió  en  191 3.  Entonces  repitióse 
la  excursión  a  Castilla,  con  el  mismo  Sr.  Torres  Campos,  D.  José  Moreno 
Villa  y  D.  Eladio  Oviedo,  como  adjunto,  llegándose  hasta  León  y  Berlanga. 
Respecto  de  Cataluña,  el  Sr.  Puig  y  Cadafalch  había  suministrado  notas  y 
fotografías;  el  Instituto  de  estudios  catalanes,  por  iniciativa  del 
mismo  señor,  ofreció  más  fotografías,  expresamente  hechas,  de  las  iglesias 
de  Olérdula  y  Marquet,  y  por  fin,  en  enero  de  igiS,  pudo  organizarse  una 
excursión  allá,  cooperando  en  ella  con  buen  éxito  D.  Ramón  Gil  Miquel. 
Últimamente  realizó  otra  a  la  Cogolla  D.  Pedro  M.  de  Artíñano  para 
completar  allí  cierta  información. 

Entre  tanto  habían  ¡do  preparándose  materiales  gráficos,  o  sea,  deli- 
neaciones,  perspectivas  y  dibujos,  y  redactándose  monografías  de  iglesias, 
de  modo  que  en  otoño  de  aquel  año  pudo  decidirse  ya  esta  publicación.  La 
lentitud  con  que  ella  avanzaba  dio  margen  después  a  intensificar  el  con- 
tenido de  las  introducciones  a  cada  capítulo  y  formar  los  dos  últimos,  su- 
pliéndose con  los  muy  escasos  e  improvisados  recursos  del  autor  algo  de  lo 
que  en  un  principio  y  con  esfuerzo  colectivo  de  competentes  pudo  realizar 
el  Centro,  a  saber;  un  estudio  integral  de  nuestra  sociedad  en  el  período 
prerrománico.  lia  sido  un  atrevimiento,  para  el  que  se  ruega  un  poco  de 
atención,  porque  si  el  echar  en  cara  defectos  y  errores,  algunos  ya  recono- 
cidos, sirve  a  otros  de  acicate  para  revisar  la  materia  diestramente,  como 
se  merece,  logrados  estarán  por  fin  sus  deseos. 

—  xxu  — 


PREAMHUI.Ü 

Las  aportaciones  extrañas  al  núcleo  de  colaboradores  de  Sección  van 
cuidadosamente  ancjtadas  en  el  texto,  y  quisiéramos  no  fallar  nada  en  este 
punto,  recordando,  a  m¿is  de  los  citados,  a  los  Sres.  Conde  de  (dedillo, 
Macías,  Fernández  Alonso,  Marquina,  Castillo,  Torbado,  Bravo,  Díaz- 
Jiménez,  Giner  de  los  Ríos,  Velázquez,  Alvarez,  Cabré,  P.  G.  Antolín, 
Asín,  etc.,  sin  olvidar  el  personal  de  los  museos,  archivos  y  bibliotecas  en 
que  se  ha  trabajado,  ni  las  entidades  eclesiásticas  a  que  competen  tantos 
edificios  como  aquí  se  estudian:  el  rendirles  homenaje  de  reconocimiento 
y  ¿gratitud  es  honor  para  nosotros. 

Otra  cuestión  por  aclarar  es  la  bibliográfica:  prescindiendo  de  útiles 
monografías,  este  libro  va  tras  de  otros  dos  capitales,  a  saber:  la  «Historia 
de  la  Arquitectura  cristiana  española  en  la  Edad  media»,  por  D.  V.  Lam- 
pérez,  y  «L'arquitectura  románica  a  Catalunya»,  por  D.  J.  Puig  y  Cada- 
falch  y  otros.  La  confrontación  de  textos  y  gráficos  paralelos,  entre  estas 
publicaciones  y  lo  nuestro,  será  tarea  fácil  y  provechosa  para  quien  desee 
un  conocimiento  completo  de  la  materia,  que  desde  luego  hará  ver  dis- 
crepancias, no  sólo  de  concepto  sino  aun  en  lo  descriptivo  y  representativo 
de  los  edificios.  Generalmente  este  libro  escusa  toda  polémica,  y  se  dan 
por  justificadas  incorrecciones  ajenas,  en  obras  de  tan  gran  comprensión 
como  las  aludidas  y  respecto  de  edificios  singularmente  complicados;  mas 
si  todavía  el  observador  quedase  perplejo  ante  informes  contradictorios, 
solamente  podríamos  advertirle  que  nuestro  trabajo  se  basó  en  las  infor- 
maciones previas;  que  cuando  no  bastaba  una  inspección  del  monumento, 
se  repitieron  hasta  tres  en  algunos  casos,  de  suerte  que  los  errores  de  bulto 
parecen  salvados;  y  si  no  se  habla  de  edificios  que  otros  ponen  como  de 
tipo  mozárabe,  se  han  tenido  razones  para  ello,  después  de  estudiar  la 
cuestión  íntegramente.  Declarado  esto,  si  se  nos  coge  en  faltas  graves, 
queda  ya  reconocida  la  imposibilidad  de  defensa,  y  solamente  nos  acoge- 
remos a  perdón. 

Respecto  de  colaboraciones  internas  en  este  libro,  un  factor  ha}-  difí- 
cilmente valorable  aun  para  nosotros  mismos,  debido  a  la  comunicación 
y  cambio  de  ideas  continuo,  al  observar  los  edificios,  entre  quienes  for- 
mábamos cada  excursi(')n,  y  asimismo  en  la  tarea  de  obtener  croquis,  me- 
diciones, dibujos,  etc.  Luego,  el  desarrollo  de  los  trazados  geométricos  fué 
labor  casi  exclusivamente  nuestra;  las  perspectivas  lo  son  del  Sr.  Nebot, 

—  xxni  — 


PREÁMBULO 

excepto  la  fig.  94  que  es  del  Sr.  Torres  Campos,  quien  aportó  además  un 
estudio  preliminar  de  la  iglesia  de  Moroso,  ya  vista  por  él  en  otra  ocasión; 
entre  los  demás  dibujos,  descontados  los  de  confección  casera,  son  del 
Sr.  Nebot  las  figuras  18,  33  a  37,  40  a  42,  44  a  48,  62,  gS,  98,  1 15,  1 16,  123, 
126,  142  a  147,  163,  154,  i58,  160  a  [62.  168  a  173,  202  y  203,  y  del  señor 
Moreno  Villa  las  i.  16,  Ó4.  85,  140,  141.  149,  i5o,  178  a  180,  186,187  y  189 
a  198. 

Éste  mismo  colaboró  en  obtener  datos  de  cartularios  gallegos  y  en  lo 
que  respecta  a  códices  y  miniaturas,  que  ha  estudiado  largamente,  y  el 
Sr.  Sánchez  Cantón  ayudó  con  noticias  de  erudición  literaria.  De  fotogra- 
fías, salvo  las  pocas  allegadas,  que  llevan  al  pie  indicación  de  su  autor, 
corresponden  las  de  Cataluña  al  Sr.  Gil,  y  las  demás,  a  los  Sres.  Moreno 
Villa,  Torres,  Artíñano  y  a  quien  esto  escribe.  Las  delincaciones,  en  su 
mayoría,  y  el  mapa  fueron  trazados  por  el  Sr.  Gil:  algunas,  por  el  señor 
Camps  Cazorla,  y  otras,  que  corresponden  a  las  figs.  12,  13,  91,  92,  120  y 
121,  por  el  hábil  delineante  Sr.  Fino. 

Una  declaración,  por  último,  con  que  prevenir  suposiciones:  en  el 
Centro  de  estudios  históricos  ha  habido  y  hay  maestros  en  filología 
y  jurisprudencia,  capaces  de  ilustrar  felizmente  cuestiones  de  las  aquí 
vertidas:  su  benevolencia  y  amistad  garantizaban  acudir  a  ellos  con  éxito; 
pero,  temiendo  enredarlos  en  cosas  que  inevitablemente  perturbaban  sus 
ocupaciones  propias,  o  bajo  condiciones  de  salud  desgraciadamente  pre- 
carias, faltó  decisión  para  abordarlos,  y  así  se  condenó  a  ir  en  hombros  de 
aficionado  imperito  la  balumba  de  problemas  que  llenan  este  libro. 


—   XXIV   — 


I 
ANDALUCÍA 


EL  concepto  de  mozarabismo  abarca  dos  fases,  a  saber:  la  cristian- 
dad sometida  a  los  musulmanes  y  conviviendo  con  ellos,  y  los  mo- 
zárabes emancipados,  ya  se  alzasen  como  rebeldes  en  su  tierra 
propia,  ya  emigrasen  a  paises  cristianos,  donde  ellos  representan  el  inílujo 
meridional  andaluz  bajo  diversos  aspectos.  Entran,  pues,  en  nuestra 
serie,  no  solamente  las  iglesias  propiamente  mozárabes,  sino  todas  aquellas 
de  país  conquistado,  que  deben  su  ser  a  cristianos  del  mediodía  y  siguen 
las  reglas  del  arte  godo  primero  y  del  cordobés  más  adelante,  frente  al 
otro  grupo  de  edificios  emanados  de  influjo  septentrional  v  que  significan, 
a  su  vez,  la  penetración  invasora  de  Europa. 

Nuestra  historia  tradicional,  la  escrita,  no  acusa  razones  sociales  bien 
definidas  para  el  andalucismo  en  arte;  sin  embargo,  la  observación  de 
datos  monumentales  enseña  que  su  proceso  fué  complementario  de  la 
corriente  europea  durante  toda  la  Edad  media,  y  que  avanzó  en  nuestros 
reinos  cristianos,  cuándo  v  dónde  los  estilos  de  Francia  e  Italia  hubieron 
de  ceder  ante  ventajas  que  lo  meridional  ofreciese.  Además,  cumple 
deslindar  un  campo  vastísimo,  que  no  es  propiamente  mozárabe  sino 
morisco,  es  decir,  fruto  de  la  colaboración  musulmana,  cuando,  una  vez 
trocado  el  predominio  de  fuerzas  en  la  Península,  fueron  moros  sometidos 
a  los  cristianos,  o  sea  mudejares,  quienes  ejercían  tal  influjo. 


ANDALUCÍA 

Un  límite  entre  artes  mozárabe  y  morisco  tampoco  est¿í  claro:  mas, 
como  regla  práctica  de  división  en  períodos,  habremos  de  atenernos  a  estas 
observaciones:  El  arte  mozárabe  es  sustancial:  dentro  de  una  tlexibilidad 
enorme  para  adoptar  formas  y  procedimientos  variados,  Ilota  un  principio 
de  originalidad  que  da  su  fisonomía  a  todo  el  grupo;  no  se  confunde  con 
lo  musulmán;  no  sigue  la  marcha  acompasada,  progresiva,  unilateral  de 
lo  europeo:  tiene  una  frescura  de  invención,  un  individualismo,  que  al 
parecer  se  dio  antes  en  el  arte  visigodo  y  que  no  volvemos  a  descubrir  sino 
en  Oriente:  pero  también  sigue  dando  carácter  a  lo  español  de  tiempos 
más  modernos,  en  cuanto  se  pierde  el  respeto  a  las  reglas  traspirenaicas.  El 
arte  morisco  o  mudejar  es  unas  veces  moruno  puro,  y  otras  no  con- 
serva de  tal  sino  la  envoltura,  la  técnica  o  el  ritmo,  ingertos  en  un  organis- 
mo cristiano  v  septentrional:  le  falta  alma,  poesía;  y,  mientras  el  contacto 
de  lo  gótico  no  lo  hizo  fecundo,  mantúvose  durante  siglos  como  arte  es- 
clavo, que  no  se  engalana  para  lucir  sino  para  dar  gusto  a  gentes  extra- 
ñas y  antojadizas. 

La  conquista  v  sumisión  de  España  por  los  musulmanes,  aparte 
anomalías  que  la  brutalidad  de  la  guerra  o  pactos  especiales  ocasionasen, 
giró  sobre  estos  factores  orgánicos:  trasmisión  de  las  tierras  en  general 
y  de  los  bienes  eclesiásticos  a  favor  de  los  nuevos  señores;  elegir  entre 
convertirse  al  islamismo  o  una  cuota  personal  de  tributo,  a  más  de  otra 
contribución  por  los  bienes  poseídos;  libertad  religiosa  para  todo  cristiano, 
y  también  autonomía  de  gobierno,  justicia  y  administración,  conforme  a 
la  ley  goda;  sumisión  al  califa,  respeto  al  Islam  y  castigo  de  muerte  para 
quien,  nacido  de  padre  musulmán  o  habiendo  islamizado,  tratara  de 
hacerse  cristiano.  El  califa,  como  heredero  de  los  reyes  godos  y  protector 
de  la  cristiandad  sometida,  se  arrogaba  el  derecho  de  elegir  obispos  y 
convocar  los  concilios  (i). 

De  todo  ello  solamente  una  prerrogativa  nos  interesa  explanar,  y  es 
la   libertad   religiosa,   por  lo  que  atañe  a  los  edificios  del  culto. 


(i)  Simonet:  H  istoria  de  los  m  ozárabes;  capítulos  III  y  IV.  —  Dozy:  Recher- 
ches  sur  l'histoirc  et  la  littératurc  de  l'Kspagne  pendant  le  Aloyen  age; 
3.'  edición,  tomo  I,  pág.  72  y  siguientes. 

2    


ANDALUCÍA 

A  través  de  lo  casuístico  de  la  legislación  musulmana,  es  dable  fijar, 
como  base  doctrinal  en  esta  materia,  el  reconocimiento  de  la  superioridad 
del  Islam  sobre  toda  otra  religión.  En  consecuencia,  preceptuábase  a  los 
cristianos  no  hacer  ostentación  de  cruces  ni  de  sus  ceremonias  religiosas 
en  lugares  frecuentados  por  musulmanes,  ni  molestarles  con  sus  cánticos, 
música  o  toques  de  campana;  en  cambio,  fué  obligación  dar  alojamiento 
en  algunos  santuarios  a  los  viajeros  mahometanos;  se  prohibía  hacer 
iglesias  nuevas  y  aun  renovar  las  que  se  arruinasen  en  lugares  habitados 
por  ellos;  y,  en  general,  el  derecho  a  poseerlas,  repararlas,  ampliarlas 
y  construirlas  de  nuevo  se  basaba  en  los  pactos  de  avenencia  celebrados 
cuando  la  conquista  (i).  Al  principio  debió  de  haber  pocos  tropiezos,  pues, 
rehuvendo  los  invasores  el  contacto  con  los  cristianos,  vivían  en  los  cam- 
pos y  establecieron  mezquitas  en  las  alquerías,  como  una  que  Hánax  fundó 
en  Elvira  (2)  y  la  de  Abdeláziz,  fuera  de  Sevilla.  Después,  cuando  muchos 
españoles  fueron  renegando,  el  conflicto  legal  se  impuso,  ya  que  ellos,  al 
islamizar,  pasaban  a  situación  de  privilegio  respecto  de  los  cristianos, 
y  éstos  fueron  desposeídos  de  sus  iglesias  dentro  de  las  ciudades,  quedán- 
doles las  que  estaban  en  despoblado;  mas  todo  lo  que  allí  fueron  despo- 
jos e  injusticia,  debió  de  compensárseles  con  algo  de  libertad  para  tener 
iglesias  y  conventos  en  lugares  donde  sólo  habitasen  cristianos. 

Pocos  hechos,  mas  ellos  suficientes  para  confirmar  estas  suposiciones, 
consignan  las  crónicas:  En  Barcelona  su  Catedral  fué  trocada  en  mez- 
quita, que  Ludovico  Pío  restituyó  al  culto  cristiano  con  sólo  purificarla  (3); 
en  Córdoba  los  árabes  tomaron  para  sí  las  iglesias  de  dentro  de  la  ciudad, 
y  respecto  de  su  Catedral  fué  partida  entre  cristianos  v  musulmanes:  pero 
luego,  queriendo  Abderrahman  1  hacer  de  toda  ella  Mezquita  mayor, 
en  785,  los  cristianos  hubieron  de  ceder  su  parte,  a  cambio  de  dinero  y  de 
permitirles  reedificar  las  iglesias  demolidas  fuera  de  murallas  cuando 
la  invasi(')n  (4).  Andando  el  tiempo,  en  la  primera  mitad  del  siglo  IX.  dos 


(i)    Simonet:  Ob.  cit.;  págs.  83  y  siguientes,  100,  255  y  256. 

(2)  Dozy:  Recherches,   3."  edición,  tomo  I,  pág.  331, 

(3)  Simonet:  Ob.  cit.,  pág.  286. 

(4)  Texto  del  Razí,  trascrito  en  el  Ba ya  n  ol  m  ogri  b  (tomo  11,  pág.  378  de  la  traiiuc- 
ción  de  Fagnan)  y  en  las  Analectas  de  .Mmacarí  (tomo  I,  pág.  368). 

—   3  — 


ANDALUCÍA 

monasterios  fueron  hechos  de  nuevo  en  la  sierra  de  Córdoba:  el  famoso  de 
Tábanos  y  el  de  Peñamelaria  (i ),  a  costa  de  piadosas  familias;  pero  cuando 
la  cristiandad  oprimida  llegó  a  la  exaltac¡(')n  de  protesta  que  representan 
los  mártires  de  Córdoba,  el  emir  Mohámed  ordenó,  como  represalias, 
derribar  las  iglesias  nuevamente  construidas  v  todo  adorno  y  agregación 
hecho  en  las  antiguas  basílicas;  además,  cayeron  entonces  chapiteles 
—  culmina  —  de  templos,  erigidos  más  de  tres  siglos  antes,  en  virtud  de 
la  acepción  materialista  que  daban  a  este  dicho  del  Profeta:  «El  Islam 
predomina  y  así  nada  se  elevará  sobre  él»  (2). 

Pasó  esta  crisis,  con  otros  daños  mavores  aún  para  la  cristiandad 
mozárabe,  pues  la  elevación  de  obispos  indignos  y  escisiones  internas 
compensarían  de  sobra  en  mal  lo  que  el  heroico  ejemplo  de  los  mártires 
reparase,  cuando  un  plan  gigantesco  de  liberación  mundanal  exaltó  a  los 
andaluces:  pero  entonces  fueron  castillos,  más  que  iglesias,  lo  que  levan- 
taron. De  una  sola,  en  la  alcazaba  de  Tólox,  se  habla  y  ésta  fué  convertida 
en  mezquita,  al  paso  que  caían  por  fin  los  castillos  rebeldes  bajo  la  mano 
pacificadora  de  Abderrahman  III  (3). 

Después,  la  historia  casi  enmudece  para  los  mozárabes.  Sólo  sabemos 
que  los  califas  del  siglo  X  restablecieron  una  libertad  amplísima  para  el 
cristianismo:  que  los  pactos  se  guardaban,  aun  con  menoscabo  de  la  ley 
musulmana,  y  que  los  cristianos,  en  Córdoba  por  lo  menos,  lograron 
convivir  honrosamente  con  los  árabes,  merced  a  la  adopción  de  algunas 
prácticas  de  semitismo  (4).  De  nuevas  iglesias  ni  una  palabra  es  dado 
traslucir  por  medio  alguno. 

Tal  situación  jurídica,  de  paz  v  mutuo  respeto  entre  moros  y  cristia- 
nos, duró  a  través  de  las  taifas  hasta  la  invasión  almorávide,  a  fines 
del  siglo  XI.  El  fanatismo  de  los  dominadores  africanos  abrió  entonces  un 
período  nuevo,  en  el  que  las  pasiones  se  desataron  suscitando  violencias 
contra  los  mozárabes,  según  reconocemos  por  dos  episodios:  el  de  la  des- 


(i)  Simonet:  Ob.  cit.;  págs.  395  y  451. 

(2)  Id.,  id.;  págs.  444  y  81. 

(3)  Id.,  id.;  pág.  589. 

(4J  Id.,  id.,  págs.  583,  603,  608  y  629. 


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ANDALUCÍA 

trucción  en  Granada  de  una  nia^nílica  if^lesia  por  el  populach(j  ( i),  y  la 
matanza  de  los  monjes  de  la  ¡«^lesia  del  (Aiervo,  en  el  Alf^arbe.  en  1099(2). 
Hoto  el  equilibrio,  los  mozárabes  atropellaron  a  su  vez  por  los  pactos, 
V,  puestos  al  habla  con  los  cristianos  libres  del  norte,  dieron  facilidades  v 
cooperaciim  para  el  avance  de  la  Reconquista,  acarreando  ello  el  que  los 
almorávides  les  deportasen  en  masa  a  Berbería,  y  aun  matasen  a  algunos, 
en  virtud  de  leves  que  todavía  hoy  son  practicadas  contra  el  espionaje  (3). 
Sin  embargo,  una  reacción  favorable  a  ellos  parece  haber  sucedido  a  esta 
crisis,  como  síntoma  de  la  rápida  hispanización  de  los  almorávides  (4). 

Sobrevino  luego  un  más  terrible  azote  con  la  in\asi(')n  almohade; 
v  si  va  entonces  ni  aun  los  musulmanes  andaluces,  reputados  de  inlíeles, 
hallaron  gracia  ante  la  nueva  \'  bárbara  secta,  menos  habían  de  obtenerla 
nuestros  cristianos,  politeístas  a  su  juicio,  y,  por  consiguiente,  fuera  de 
toda  lev  y  dignos  de  ser  extirpados  sin  remisión  de  la  sociedad  musul- 
mana. En  efecto,  no  solamente  quedó  abolido,  respecto  de  ellos,  el  antiguo 
pacto  de  clientela  y  su  peculiar  organización  eclesiástica  y  civil,  con  obis- 
pos, condes,  jueces  v  clero,  sino  que  Abdelmumen  decreti')  la  expulsi''>n 
general  de  cristianos  v  judíos.  Así  se  llevó  a  cabo  en  todos  los  que  no 
islamizaron,  cumpliéndose,  además,  pena  de  muerte  y  confiscación  en 
quienes  resistieron  aquella  orden.  Su  consecuencia  inmediata  fué  destruir 
todas  las  iglesias  v  sinagogas  del  imperio  almohade,  según  hacía  proclamar 
explícitamente  }' a  título  de  gloria  su  emir  Yacub  Almanzor,  a  fines  del 
siglo  XII  (5). 

Es.  pues,  bien  natural  que  no  haya  quedado  ni  una  sola  iglesia,  en 
todo  el  Mediodía  español,  anterior  a  la  Reconquista.  Lo  que  sí  abundan,  y 
en  Mérida  extremadamente,  son  vestigios  decorativos  de  un  arte  más 
o  menos  bárbaro  (6),   pero  anteriores,  salvo  muy  pocas  y  nada  seguras 


(i)  Simonet:  Oh.  cit.;  pág.  73.4.  —  Dozy:  Rccherches;  3.' edic¡(5n.  tomo  I,  pág.  351 

(2)  Id.,  id.,  pág.  257. 

(3)  Simonet:  Ob.  cit.,  pág.  750  y  siguientes. 

(4)  Id.,  id.,  pág.  760. 

(5)  Id.,  id.,  pág.  762  y  siguientes. 

(o)  Dibujados  en  Monumentos  arquitectónicos  de  España. 

—  3   — 


ANDALUCÍA 

excepciones  (i),  a  la  invasión  árabe.  Córdoba  suministra  datos,  además, 
valiosos:  no  sólo  es  verosímil  que  lo  primitivo  de  la  fachada  principal  de 
la  Gran  mezquita  sea  una  supervivencia  de  la  Catedral  antigua,  pues  lleva 
el  sello  de  bizantinisnio  correspondiente  al  siglo  VI  (2),  sino  que  también 
su  gran  serie  de  columnas,  aprovechadas  de  otros  edificios,  \'  en  especial 
iglesias,  denuncia  la  evolución  del  tipo  corintio  a  través  de  los  siglos 
bárbaros,  con  mediación  de  selectos  ejemplares  bizantinos;  además,  los 
cimacios  dan  todo  un  ciclo  de  ornamentación  v  molduraje,  que  se  corres- 
ponde paralelamente  con  ella  (3). 

Puede  creerse  que,  tras  una  poderosa  corriente  bizantina  en  Córdoba, 
se  esparció  por  Andalucía  v  Extremadura  un  arte  bárbaro,  análogo  al  de 
Toledo  y  sobre  reminicencias  latinas,  del  que  son  características  las  deco- 
raciones a  base  de  círculos,  temas  radiados  y  formas  vegetales  sumamente 
estilizadas.  En  cuanto  a  estructura  de  las  iglesias,  una  vez  decaído  el 
patrón  basilical,  nada  sabemos,  pues  la  somera  descripción  de  la  de  Santa 
María  del  Algarbe,  dada  por  el  Cazuiní,  debe  considerarse  como  una 
fantasía  oriental  (4).  Y,  ^cómo  serían  las  otras  iglesias  hechas  y  ampliadas, 
corriendo  los  siglos  VIH  y  IX,  en  virtud  de  tratos  con  los  musulmanes 
o  bajo  su  tolerancia?  Una  sola  cosa  es  dable  inferir:  su  pobreza  v  modes- 
tia, explícitamente  declarada  por  Eulogio  cuando  habla  de  las  ampliaciones 
de  antiguas  basílicas  hechas  en  tiempo  de  los  árabes  (5)  «con  ruda  estruc- 


(1)  Entre  estas  excepciones  sirva  de  ejemplo  un  ara  procedente  de  Alcaudete  y  con- 
servada en  el  Museo  de  Madrid  (número  96),  con  cruz  entre  adornos  ondulados.  Se  la  re- 
produjo en  una  lámina  de  Mon  u  mcntos,  bajo  el  número  8. 

(2)  G<3mez-Morcno:  Excursión  a  través  del  arco  de  herradura,  en  Cultura 
Española,  190G. 

(3)  Reproducciones  en  Mon  u  mcntos  arq  uitec ton  icos  de  España  y  en  el  tomo 
Córdoba  de  la  serie  España:  sus  mon  u  me  n  tos  y  artes;  pero  mucho  de  ello  perma- 
nece inédito. 

(4)  Simonet:  Ob.  cit.  pág.  524. 

(5)  Id.,  id.,  pág.  444.  —  Herculano  (Historia  de  Portugal;  libro  Vil,  parte  I), 
considerando  seguro  lo  contrario,  es  decir  que  lo  de  rudi  se  refiere  a  las  obras  visigóticas, 
corrige  caprichosamente  formationi.  El  texto  dice:  «lubet  ecclesias  nuper  structas  di- 
ruere,  et  quidquid  novo  cultu  in  antiquis  basilicis  splendebat,  fueratque  temporibus  arabum 
rudi  formationc  adieclum,  elidere».  (Memoriale  sanctorum,  libro  111,  capítulo  III). 

—   6   — 


ANDALUCÍA 

tura»  —  iLidi  for  niat  iune.  F.llo  so  aviene  con  la  extremada  escasez  y 
rusticidad  de  inscripciones  correspondientes  a  los  mismos  sif^l(js  (i), 
aunque  al^^una  de  buen  tipo,  sin  fecha,  puede  juzgarse  de  íincs  del  IX  (2). 
Respecto  de  los  siglos  X  y  XI  no  consta  que  en  su  transcurs(j  se  alza- 
sen iglesias;  pero  una  suposición  afirmativa  es  harto  verosímil,  dada  la 
buena  inteligencia  que  hubo  con  los  cristianos.  Consta  de  un  cierto  cor- 
dobés arquitecto,  llamado  Zacarías,  que  fué  al  monasterio  de  Lorbán, 
cerca  de  Coimbra,  ya 
mediado  el  siglo  X, 
para  hacer  allí  (jbras  y, 
además,  unos  puentes 
y  molinos  (3).  Existe 
porción  de  inscrip- 
ciones atildadísimas, 
con  fechas  de  923  a 
1002,  casi  todas  epita- 
fios V  a  veces  con  orla 
de  hojitas  bizantinas. 
Hay  códices  latinos 
primorosamente  deco- 
rados, y  los  hay  con 
versión  arábiga  de  tex- 
tos cristianos  (4).  Hay 
bronces,  hay  marfiles,  probando  todo  ello  un  especial  desarrollo  ar- 
tístico, bajo  los  esplendores  del  califato,  entre  los  mozárabes,  de  confor- 
midad, en  cuanto  a  estilo,  con  las  obras  musulmanas.  También  se  revela 
el  influjo  de  la  métrica  árabe  en  las  consonancias  de  algunas  poesías. 
Tocante  a  la  escritura  epigráfica,  elegante  y  graciosa,  fué  usurpada  de 


Fig.  I.   Dibujo  de  la  Biblia  hispalense,  a  mitaJ  de  tamaño. 


(i)     Hübner:  Inscriptiones  Ilispania'  christianse;  números  299,  375,  454. 

(2)  Id.,  id.,  n."  457. 

(3)  Simonet:  Ob.  cit.,  pág.  633. 

(4)  Fragmentos  de  San  Pablo,  en  la  catedral  de  Sigüenza  (l£hrle  y  I.iebaert:  Speci- 
mina...  pl.  25).  —  Libro  escurialense  de  Concilios;  hoy  en  la  Biblioteca  Nacional,  y  otros 
perdidos.  Véase  Simonet:  obra  cit.,  pág.  752. 


7 


ANDALUCÍA 


de  los  códices  v  representa  una  desviacitSn  original  del  tipo  latino  (i). 
A  falta,  pues,  de  iglesias  andaluzas,  bien  será  recordar  las  arquitecturas 
de  fantasía  que  ad(irnan  ci^dices  mozárabes,  y  sobre  todo  la  famosa 
Biblia  hispalense  (2),  en  cuyo  folio  278  cobijase  el  canon  de  Eusebio  den- 
tro de  arcos  de  herradura,  con  primorosos  atauriques,  seguramente  in- 
fluidos por  el  arte  abasí  o  mesopotámico  de  entonces,  y  destacando  sobre 
rojo  V  azul  (Lámina  1).   Además,  en  el  folio  70  vuelto,  hay  dibujada  con 

tinta  sólo  otra  pareja  de  arcos  sobre  colum- 
nas con  altas  basas  (Figura  i).  que  recuerdan 
las  de  San  Pedro  de  la  Nave,  pero  también 
cosas  orientales,  v  son  comunes  a  toda  la 
abundante  serie  de  arquerías  de  herradura  de 
otros  códices,  así  toledanos  como  leoneses,  de 
la  primera  mitad  del  siglo  X.  Esta  Biblia  fué 
obra  de  cierto  Servando,  sevillano,  que  llegó 
a  obispo  de  Bastigi,  de  quien  la  heredó  su  amigo  Juan,  obispo  de  Córdoba, 
y  a  su  muerte  quedó  vinculada  en  la  iglesia  mavor  de  Sevilla,  año  988  (3). 
Más  antiguo,  como  del  siglo  IX  y  también  andaluz  es  el  códice  Palimsesto 
de  León,  en  su  texto  reescrito  (4),  donde,  por  carteles  de  registro  de  dos 
cuadernos,  hay  otros  arquillos  de  herradura  (Fig.  2):  por  último,  una  serie 
de  ellos  adorna  la  tabla  de  sedes  episcopales  contenida  en  el  códice  Conci- 
liar árabe,  fechado  en  1049  (5)  y  testimonio  de  la  ya  completa  arabización 
de  los  mozárabes  por  aquel  tiempo. 


Fig.  2.  Dibujos  del  Palimsesto 
de  León:  tamaño  natural. 


(i)  Véanse  especialmente  en  Hübner  las  inscripciones  números  128,  222,  228,  130 
y  456;  la  obra  tantas  veces  citada  de  Simonet,  pág.  834,  y  el  Boletín  déla  Academia  de 
la  H  istoria,  tomo  LXV,  pág.  56 1. 

(2)  Existe  en  la  Biblioteca  Nacional,  procedente  de  la  librería  de  la  Catedral  de 
Toledo. 

(3)  Véanse:  Flórez:  España  sagrada;  tomo  Vil,  pág.  93.  Simonet:  obra  citada; 
páginas  627  y  640. 

(4)  Librería  de  dicha  Catedral;  códice  n."  18. 

(5)  Hoy  en  la  Biblioteca  Nacional.  Véase  Simonet:  obracit.,  págs.  720  y  siguientes. 
Sobre  toda  la  serie  de  códices  españoles  de  tipo  mozárabe,  desde  su  punto  de  vista  artís- 
tico, prepara  una  publicación  el  Centro  de  Estudios  Históricos,  que  se  editará  en  breve. 


II 

TOLEDO 


DE  propósito  se  ha  hecho  caso  omiso  de  Toledo  en  las  referencias 
anteriores,    para    estudiar   separadamente   y   con    especialidad   su 
aspecto  mozárabe,  dado  que  él  se  desarrolló  con  independencia  de 
lo  andaluz  y  sirve  de  enlace  para  con  las  ramificaciones  mozárabes  del 
norte  de  España. 

Toledo,  bajo  los  godos,  fué  centro  de  arte  muy  poderoso,  como  ates- 
tigua su  gran  serie  de  fragmentos  marmóreos,  no  inferior  a  la  emeritense, 
pero  algo  diversa,  con  predominio  de  las  decoraciones  geométricas  curvi- 
líneas y  un  tipo  especial  más  progresivo  de  adornos  vegetales,  en  bellas 
ondulaciones  y  con  acompañamiento  de  flores  y  frutos,  que  apenas  asoma 
en  Mérida  (i)  y  nunca  en  Andalucía  v  Levante.  Además,  poseemos  una 
ruina  considerable,  inédita  aún,  en  San  Pedro  de  la  Mata,  iglesia  cruci- 
forme con  arcos  de  herradura  (2).  que  autoriza  para  agrupar  a  su  lado  las 


(i)  Fragmentos  en  el  .Museo  de  Toledo,  (n."  66,  etc.)  y  otros  en  el  de  .Madrid,  (nú- 
mero 58).  Aquí  mismo,  los  procedentes  de  Guarrazar,  (números  j5,  92,  136  y  137),  y  otros 
hay  en  San  Pedro  de  la  Mata.  El  de  Mérida,  hoy  perdido,  se  grabó  en  Monumentos 
arquitectónicos  de  España,  lám.  VII,  n."  66.  Las  espléndidas  decoraciones  de  San 
Pedro  de  la  Nave  constituyen  el  último  término  de  esta  serie. 

(2)     Descubierta  por  el  Sr.  Conde  de  Cedillo,  en  cuya  compañía  la  estudiamos. 

—  9  — 


TOLEDO 

de  Santa  Comba  de  Bande  y  San  Pedro  de  la  Nave  (i).  San  Juan  de  Baños 
representa  una  desviación,  en  sentido  cruciforme,  del  tipo  basilical  (2),  y 
la  cripta  primitiva  de  la  Catedral  palentina  da  otro  testimonio  de  la  com- 
plejidad con  que  este  arte  godo  español  se  desarrolló  hacia  la  segunda 
mitad  del  siglo  Vil  (3). 

Después,  bajo  los  árabes,  decayó  Toledo  absolutamente  de  su  antiguo 
esplendor,  sin  capitalidad  v  desviada  de  los  centros  andaluces  que  hereda- 
ron el  poderío;  pues  la  necesidad  de  apoyarse  en  Oriente  y  sobre  todo  en 
el  Estrecho,  para  conservar  sus  dominios  españoles,  determinó  que  los 
musulmanes  se  alejasen  del  corazón  de  la  Península,  debilitando  con  ello 
su  señorío  en  toda  la  región  septentrional.  Ésta  quedó  así  por  cebo  de  los 
cristianos  libres  de  Asturias  y  del  Pirineo;  y  Toledo  pasó,  de  centro  y 
cabecera  de  España,  a  plaza  fronteriza,  con  vida  militar  y  estrechez  de 
subsidios,  como  atenida  a  sus  recursos  propios,  nunca  muv  pingües,  de 
seguro. 

Con  el  nuevo  régimen  cambió,  por  consiguiente,  el  ser  de  los  tole- 
danos: sus  fuerzas  dominadoras  antiguas,  cohibidas  ya,  se  derivaron  en 
aspiraciones  de  libertad,  en  hegemonía  e  independencia,  tan  bien  sosteni- 
das que,  desde  el  advenimiento  de  los  Omeyas  en  Córdoba  hasta  932,  no 
sufrió  más  yugo  que  el  de  terribles  escarmientos  y  reveses  de  fortuna,  en 
guerra  tenacísima  contra  el  poder  central.  Primero,  en  761,  hizo  su  apren- 
dizaje apoyando  al  partido  fihrí  contra  el  omeya.  Después  aparece  siempre 
moviéndose  por  cuenta  propia,  sin  bandera  árabe  ni  berberisca:  desde  797 
la  acaudilló  un  poeta  renegado  español,  Garbid;  otro  renegado,  Háxim, 
mandaba  en  829,  y  a  seguida  empiezan  a  exteriorizarse  discordias  de  reli- 
gión. Los  mozárabes  parece  que  llevaban  la  mejor  parte,  de  modo  que  un 
jefe  renegado  tuvo  que  abandonar  la  ciudad,  y  en  862  Toledo  se  alzó  en 
armas,  ante  la  persecución  que  el  emir  Mohámed  suscitó  contra  los  cris- 
tianos sometidos.  Organizóse  luego  en  cierto  género  de  república,  sujeta 


(i)  Gómez-Moreno:  San  Pedro  de  la  Nave,  iglesia  visigoda,  en  el  Boletín 
de  la  Sociedad  Castellana  de  Excursiones,  Mayo,  igoó. 

(2)  Agapito  Re  villa:  La  basílica  visigoda  de  San  Juan  Bautista  en  Baños  de 
Cerrato.  1902. 

(3j     Gómez-Moreno:    Excursión   a  través  del  arco  de   herradura. 

—    10  — 


TOLEDO 

cumo  tributaria  al  poder  cordubés,  y  en  \anu  1(js  renegados  comprometie- 
ron SLi  independencia,  \endiéndo.se  al  emir,  en  873  (i). 

Así,  parecen  reconocerse  tres  fases  en  la  historia  de  Toledo  rebelde;  y 
la  tercera,  que  abarca  desde  852  a  932,  fué  mozárabe  probablemente,  con 
alinidades  cordobesas,  como  lo  prueba  la  elecci<')n  hecha  en  Eulogio  para 
Metropolitano,  aunque  el  veto  del  Emir  la  invalidó,  y  ligada  política- 
mente con  los  reinos  de  León,  Navarra  y  Zaragoza,  a  cuya  sombra  afianzó 
su  libertad,  no  cediendo  sino  ante  la  pujanza  de  Abderrahman  111.  Su 
fuei/a  expansiva  ofrece  como  testimonio  el  hecho  de  haberse  repoblado 
Zamora,  en  893,  con  mozárabes  toledanos  (2). 

Estos  cincuenta  años  de  paz  y  autonomía  bien  pudieron  ser  favorables 
para  el  desarrollo  de  las  artes  en  sentido  cristiano;  sin  embargo,  falta  toda 
clase  de  datos  documentales  y  epigráficos  respecto  de  ello.  Por  vía  de  com- 
pensación, he  aquí  otros  indicios:  unos  versos  que  encabezan  el  himno 
mozárabe  de  San  Tirso,  usurpados  sin  duda  de  algún  epígrafe  que  exis- 
tiera en  iglesia  construida  por  un  Cixila  en  honor  de  dicho  santo,  dan  pie 
a  suponer  si  ella  se  erigiría  en  Toledo  por  el  Metropolitano  de  este  nom- 
bre, que  lo  fué  hacia  los  años  744  a  763  (3).  El  epitafio  descubierto  en 
Guarrazar,  entre  vestigios  de  edificio  godo  y  junto  al  celebérrimo  tesoro, 
parece  llevar  la  fecha  de  Era  781  (743),  no  Era  731  como  sus  editores  con- 
signan (4),  y,  por  consiguiente,  es  mozárabe.  Al  siglo  IX  avanzado  sólo 
corresponderá  probablemente  un  trozo  de  epígrafe  métrico,  redactado  con 
tipo  de  letra  muy  semejante  al  andaluz  (5);  y  ya  como  del  siglo  X  son  las 
palabras:  «Sci  Genesii»,  grabadas  con  letra  análoga  en  una  columnilla 
perteneciente  a  la  iglesia  del  mismo  titulo. 


(1)  Dozy:  Histoiredes  musulmansd'Espagne;  tomo  II.  —  Simonet:  obra  cita- 
da; capítulos  XI,  XXII  y  XXIX. 

(2)  Ba yanol  mógri  b,  pág.  204  de  la  traducción  de  Fagnam.  —  Abenhayán,  copian- 
do al  Razí:  cod.  de  Oxford,  f.  83. 

(3)  Hübner:  Inscr.  Hisp.  chr.,n."  393.  —  España  Sagrada,  tomo  V,  pág.  244. 
—  Simonet:  Ob.  cit.,  pág.  297. 

(4)  Hübner:  Ob.  cit.,  n."  i58.  El  signo  L  =  5o  se  aprecia  en  el  dibujo  publicado  en 
este  libro;  pero  sobre  todo  no  deja  duda  la  piedra  original,  conservada  en  el  Museo  Ar- 
queológico de  Madrid. 

(5)  Hübner:  Üb.  cit.,  n."  i5ó. 


TOLEDO 

En  cuanto  a  monumentos,  el  edificio  que  reputaron  iglesia  de  San 
Tirso  los  eruditos  toledanos  del  siglo  XVI.  sobre  el  dato  arriba  consignado, 
V  que  publicó  el  Sr.  Lampérez,  es  una  simple  sala  de  baño  moruno,  con 
toda  seguridad  (i).  Las  iglesias  que  mayor  carácter  de  antigüedad  ofre- 
cen allí,  a  saber:  San  Sebastián,  Santa  Eulalia,  San  Lorenzo  y  capilla  de 
Belén,  parecen  posteriores  a  la  Reconquista  y  ellas  encabezan  el  periodo 

morisco.  (2).  La  mezquita  del 
Cristo  de  la  Luz  es  otro  edificio 
que  modernamente  se  ha  querido 
mirar  como  cristiano  en  su  parte 
baja  o  a  lo  menos  en  planta;  mas  lo 
homogéneo  de  su  construcción  y  el 
estar  orientado  precisamente  con  sus 
ángulos  hacia  los  puntos  cardinales, 
contra  rito  de  iglesias  y  según  uso 
de  mezquitas,  obligan  a  juzgarlo 
como  tal  desde  sus  cimientos:  ade- 
más, excavaciones  hechas  allí  en 
1910,  con  motivo  de  la  restauración, 
tan  hábil  como  desatentada,  del 
maestro  Aguirre,  pusieron  de  mani- 
fiesto paredes  de  otras  construccio- 
nes, sobre  que  la  mezquita  se  alzara 
y  sin  relación  alguna  con  ella.  Dese- 
chado todo,  queda  por  mozárabe, 
con  alguna  probabilidad,  un  simple  resto,  procedente  de  la  iglesia  de 
San  Ginés,  demolida  en  1840,  que  se  reputaba  mezquita  en  su  cuerpo 
central  (3)  y  cuyo  muro  exterior,  en  pie  todavía,  está  lleno  de  fragmentos 


Fig.  3.  Ventana  de  San  Ginés  de  Toledo, 
hoy  en  el  Museo  de  Madrid 


(i)  Historia  de  la  arquitectura  cristiana  española  en  la  Edad  Media, 
Madrid.  1908.  Tomo  I,  pág.  213.  —  El  arco  de  herradura  deprimido,  que  el  dibujo  hace  ver, 
sería  efecto  de  un  arreglo,  en  vez  de  los  dos  arcos  gemelos  y  columna  medial  que  en  los 
tales  baños  hay  de  ordinario:  un  caso  análogo  se  da  en  el  de  Tordesillas. 

(2)  Gómcz-.Moreno:  Arte  mudejar  toledano;  en   publicación. 

(3)  Sisto  Ramón  Parro:  Toledo  en  la  mano,  iSSy;  tomo  II,  pág.  123. 


12 


TOI>EDO 

decorativos  godos.  El  tal  resto  es  una  ventana  de  dos  arcos  gemelos,  en 
forma  de  herradura,  v  partida  por  lina  y  larga  columna  de  mármol  blan- 
co: se  conserva  en  el  Museo  Arqueológico  Nacional  (Fig.  3)  (1). 

Las  arq  ui  voltas  de  esta  ventana  se  recortan  en  una  sola  pieza  de 
arenisca,  con  amplio  desarrollo  de  curvatura,  doble  línea  grabada  rebor- 
deándolas y  otra  por  contorno  de  la  piedra,  a  modo  de  alfiz  o  recuadro  (2). 
Este  elemento  falta  en  ventanillas  análogas  de  tiempo  godo,  por  ejemplo 
en  San  Pedro  de  la  Nave  y  Baños  y  en  la  monolítica  del  museo  de  Mérida, 
e  igualmente  en  otras  asturianas,  antes  de  llegar  allí  influjos  andaluces  a 
fines  del  siglo  IX  {3);  en  cambio,  es  elemento  típico  de  arquerías  morunas 
occidentales,  como  ya  en  Cairuán  se  echa  de  ver,  desde  la  primera  mitad 
del  mismo  siglo;  pero  ni  en  la  Toledo  musulmana  ni  en  Córdoba  se  dan 
ventanas  de  semejante  aspecto,  sino  con  dovelaje  trasdosado,  impos- 
tas, etc.  (4).   La  de  San  Ginés  auna  un  tipo  godo  con  la  exageración  de 


(i)     La  columna  mide  1*13  m.  de  largo;  ancho  total,   1*22;  grueso  de  los  arcos,  o'ii. 

(2)  La  palabra  al  fiz  debe  sustituir  en  nuestro  tecnicismo  arqueológico  a  la  caprichosa 
y  moderna  arrabaa,  inventada  por  cualquiera  de  nuestros  pedantes  del  siglo  último. 
Aquella  otra  se  abona  en  libro  de  tal  autoridad  como  el  Diccionario  manuscrito  del  P.  Gua- 
di.x.  (Biblioteca  Colombina,  Sevilla),  donde  se  lee,  bajo  Albanega:  «Una  parte  de  pared  o 
edificio  que  es  un  triangulillo  que  se  causa  entre  la  rosca  de  un  arco  y  lo  quadrado  del 
alfiz».  Consta  por  otros  documentos  que  albanegas  eran  llamadas  las  enjutas  de  arco  entre 
moriscos. 

(3)  Podría  ser  caso  excepcionalmente  prematuro  allí  el  de  la  ventana  del  testero  de 
la  iglesia  de  San  Tirso  (Boletín  de  la  Sociedad  Española  de  Excursiones;  tomo  XVI) 
si  datase  de  Alfonso  el  Casto;  mas  ello  no  es  indudable. 

(4)  A  tales  ventanas  llaman  ajimeces  por  corruptela  erudita,  emanada  probablemente 
de  la  lista  de  voces  técnicas  de  origen  árabe  dada  por  Cean  (Llaguno  y  Cean-Bermúdez: 
Noticia  de  los  arquitectos  y  arquitectura  de  España;  tomo  L  pág-  243),  cuya 
inexactitud  en  la  mayoría  de  las  definiciones  es  notoria.  Dicha  \oz  significa  simplemente 
solana,  y  su  acepción  antigua  es  de  balcón  grande  voladizo,  que  entre  moros  se  formaba 
con  celosías  (xemesías)  para  que  no  fuesen  vistas  las  mujeres  desde  afuera,  como  aun  se 
usa  en  nuestros  conventos  de  monjas.  En  Granada  se  dieron  repetidas  órdenes,  desde  i5oi, 
para  derribar  los  aximezes  y  balcones,  por  ser  las  calles  en  muchos  sitios  angostas;  en  1498 
se  habían  «cortado  algunos  aximezes  de  moros»  para  ornato,  e  igualmente  se  dispuso  que 
nadie  «saque  aximcz  ni  portal  ni  passadizo  fuera  de  la  haz  de  la  propia  pared*.  (Archivo 
Municipal  de  Granada). 

—    13  — 


TOLEDO 

curva  y  alliz  musulmanes,  haciendo  verosímil  que  la  clasifiquemos  entre 
lo  mozárabe. 

Respecto  de  la  columna,  que  lleva  en  si  tallados  capitel  y  basa,  y 
donde  va  escrito  el  susodicho  nombre  «Sci  Genesii»,  puede  corresponder 
al  mismo  arte,  dado  el  acento  bárbaro  que  la  separa  de  su  prototipo  corin- 
tio, si  bien  con  otras  columnillas  godas  mantiene  algo  de  parentesco.  Por 
último,  entre  columna  y  arcos  media  un  cimacio  de  caliza,  que  es  godo 
a  todas  luces,  puesto  que  los  hay  con  labores  iguales  en  Mérida  y  Córdoba, 
ciertamente  anteriores  a  lo  árabe  (i).  Es  muy  dudoso  que  todas  tres  piezas 
formasen  conjunto  en  un  principio  (2). 


SANTA  MARÍA  DE  MELQUE 


Si  en  Toledo  no  es  dable  averiguar  cómo  serían  las  iglesias  de  este 
período,  por  desquite  nos  ofrece  su  comarca  un  monumento  de  singular 
valía,  cuya  existencia  reveló  el  señor  Conde  de  Cedillo  (3).  Es  la  ermita  de 
Santa  María  de  Melque,  a  unos  36  kilómetros  de  Toledo,  hacia  O.  SO.  (4), 


(1)  Pilastras  de  la  Cisterna  y  otros  mármoles  en  Mérida,  y  cimacios  de  la  puerta  de  las 
Palmas  en  la  catedral  de  Córdoba,  que  además  ostentan  cruces  mutiladas  por  los  musul- 
manes. Uno  de  ellos  se  reproduce  en  la  pág.  414  del  tomo  correspondiente  de:  España, 
sus  monumentos  \'  artes. 

(2)  Un  dibujo,  hecho  cuando  aun  no  había  sido  tirada  al  suelo  esta  ventana,  puede 
verse  en  el  Semanario  pi  ntoresco  español ,  iSSy,  pág.  324.  La  parte  de  jambas  e  im- 
postas, que  hoy  la  completa  en  el  Museo,  es  moderna. 

(3)  Un  monumento  desconocido.  Santa  María  de  Melque;  en  Cultura 
Española,  1907, 

(4)  El  llegar  allí  es  penoso,  pues,  tras  de  31  kilómetros  por  carretera  hasta  Calvez, 
queda  una  hora  larga  de  andadura  por  camino  muerto  hasta  llegar  a  la  dehesa  de  Melque. 
Para  no  extraviarse  en  este  último  trecho,  una  vez  pasado  el  arroyo  de  Ripas,  bastará  tomar 
siempre  el  sendero  de  a  mano  derecha. 

—    14  — 


AlELQUE 

sobre  un  rebato  que  alluye  pruntaincntc  al  Taju  y  en  terreno  granítico, 
algo  quebrado  y  casi  desierto.  Dependió  siglos  atrás  del  célebre  castillo  de 
Montalbán,  que  fué  de  Templarios,  y  ellos  establecieron  una  de  sus  bailias 
en  dicha  ermita,  según  dicen.  Hoy  está  con\ert¡da  en  establo  y  pajar  (i), 
V  su  antigua  imagen  se  traslad(')  a  la  Puebla  de  Montalbán,  con  el  nombre 
aún  de  Nuestra  Señora  de  Melque.  No  sabiéndose  otra  cosa  que  le  ataña 
respecto  de  documentos,  queda  sin  historia,  hoy  por  hoy,  el  edificio, 
pudiendo  sólo  colegirse  que  en  tiempos  antiguos  hubo  allí  explotaciones 
agrícolas  de  cierta  pujanza,  según  revelan  los  diques  o  presas  que  atajan  el 
regato.  Se  habla  de  una  calzada  y  de  piedras  escritas  romanas  existentes 
por  allí,  lo  que  indujo  a  Hübner  a  suponer  un  ramal  de  vía,  no  consig- 
nado en  los  Itinerarios  (2);  pero  falta  una  comprobación,  que  en  vano  ha 
buscado  el  señor  Conde  de  Cedillo.  La  topografía  del  terreno  parece  desde 
luego  muy  desfavorable  para  el  tendido  de  carretera  en  las  proximidades 
de  la  ermita;  de  suerte  que,  lejos  de  buscar  comunicaciones  al  fundarla, 
resulta  más  verosímil  que  se  huyó  de  ellas,  recomendándose  el  sitio  por  lo 
escusado,  agreste  y  cultivable,  merced  a  la  abundancia  de  agua. 

Las  adjuntas  reproducciones  (Láms.  II  a  IX)  y  trazas  (Figs.  4.  5  y  7) 
dan  idea  del  edificio.  Por  ellas  échase  de  ver  una  pujanza  de  recursos  ar- 
quitectónicos bien  extraordinaria,  de  tal  suerte  que,  fuera  de  las  rotondas 
bizantinas,  quizá  no  subsiste  en  Occidente,  y  de  hecho  en  España,  iglesia 
abovedada  por  completo,  de  arte  prerrománico,  que  supere  en  amplitud 
y  robustez  a  esta  de  Melque  (3).  Ahora  bien,  su  ventaja  es  solamente  de 
tamaño,  no  en  cuanto  a  sistema,  porque  si  bien  un  abovedamiento  con 
cañones  de  4.60  m.  de  ancho  y  7.70  de  alto  es  extraordinario  para  aquellos 


(1)  Sólo  en  gracia  de  esta  utilidad  se  ha  mantenido  el  edificio.  Después  de  nuestras 
visitas,  enterados  sus  dueños  de  la  significación  monumental  de  Melque,  por  conducto 
del  cultísimo  jurisconsulto  D.  Felipe  Clemente  de  Diego,  se  han  apresurado  a  ordenar  un 
absoluto  respeto  hacia  la  integridad  de  esta  ruina;  mas  todavía  sería  plausible  alguna  pro- 
tección de  parte  del  Estado  que  la  garantizase  digna  y  permanentemente. 

(2)  Corpus  i  nscription  u  m  latinarum  II,  n.°  293*,  y  en  el  mapa  correspon- 
diente del  Supplementum. 

(3)  La  de  San  Pedro  de  las  Fuellas  en  Barcelona,  si  desde  un  principio  aguamó  bó- 
vedas, con  un  ancho  de  y'So  ms.  para  sus  brazos,  llevaba  mucha  ventaja  a  la  de  Melque,  y 
más  si  consideramos  que  su  grosor  de  muros  no  excedía  de  00  cmts.  tal  vez. 

—    l5   — 


t'.-T'.T-.rí  ^Trr.-' 


Fig.  4.  Planta  de  Santa  María  de  Melque  (Toledo). 


oo 


^ 


TOLEDO 


íii.^^r.j^  3i¿3i  .3.  ningún  mérito  representa  ello  en  vista  de  que  sus  muros, 
aparejados  con  sillería  de  granito,  alcanzan  a  1.40  m.  de  grosor:  por  con- 
siguiente, su  ley  estática  es  casi  la  misma  que  desarrolló  en  el  siglo  V'^II  la 
iglesita  gallega  de  Santa  Comba  de  Bande,  y  tanto  más  vale  este  cotejo 
cuanto  grandes  son  sus  analogías  de  disposición  y  estructura,  resultando 
:omo  un  prototipo  ( 

Sabida  es  va  la  prediiecci  "H  que  entre  visigodos  obtuvo  la  planta  de 
cruz  con  ramas  poco  desiguales,  particularidad  sólo  repetida  con  insisten- 
cia, durante  los  primeros  siglos  del  cristianismo,  en  el  Asia  menor,  según 

atestigua  hoy  día  una  porción  de  ruinas,  cuya 
enumeración  no  hace  al  caso  ahora  Í2),  como 
i  tampoco  insistir  en  los  otros  modelos  peninsu- 

lares. La  principal  diferencia  entre  Melque  y 
sus  análogas  visigodas,  como  también  respecto 
~^  de  la  barcelonesa  de  San  Pedro  de  las  Fuellas, 
está  en  la  cabecera,  que  forma  un  ábside  con 
curva  de  herradura,  por  dentro,  y  tres  paños  en 
rectángulo  por  fuera  íLám.  II),  según  repiten 
Santa  María  de  Tarrasa ,  obra  de  tiempo  inde- 
y  finido,  que  bien  pudiera  rebajarse  hasta  el  si- 

glo IX  (3),  la  catedral  francesa  de  V'^aison  (4),  el 
— ^     — ^    *  baptisterio  de  Venasque  í  5)  y  casi  todas  las  igle- 

Fi«.  6.  PUnU  de  Santa  Comba  .,  jívr-/-»-  í  c  ■  ii 

de  Bande íoreiue)  sias  Iconcsas  del  X.  En  Oriente  y  África  ello  se 


iii     '  ■        ■  '  ficientes,  inte- 

resa dar  .  ,  .  'la  compara- 

ción CFíg.  6). 

(i)  Véanse  especialmente:  Strzygouskí:  Kleinasíen  ein  neuland  der  Kunst- 
te.  —  Rott;  K.leínasíat¡s  :  "  ■  '  —  W.  M.  Ramsay  and  mis  G.  I.. 
;  Thousand  and  One  f^ 

(3)  J.  Puig  y  CadaCalch,  etc.:  L'arquítectura  románica  a  Catalunya,  tomo  I, 
página  321. 

(4)  Bulletin  monumental;  i^oS,  pág.  253.  —  Lasteyrie:  L'architectuí  c     .      - 
gieuse  en  France;  ñg.  161. 

(5)  Bulletin   archéolog  .    des  tr  storiques;    1904, 
página  2^7. 


—    18  — 


MELQUE 

observa  cuando  van  asociados  al  ábside  compartimientos  laterales,  con  el 
propósito  de  evitar  rincones  tan  s(Jlo:  pero  dan  ejemplos  en  contrario,  una 
iglesita  armenia  cruciforme,  cerca  de  Jinnis,  muy  análoga  a  la  de  Melque. 
si  bien  data  del  siglo  XI  o  XII  (i),  y  las  basílicas  de  Annuna  y  Guelma 
en  Argelia,  correspondientes  al  período  bizantino  (2),  que  tienen  desemba- 
razado su  ábside,  como  en  Melque  y  demás  ejemplares  españoles.  Esta 
solución  de  encuadrar  la  obra  por  fuera  dótala  de  un  refuerzo  equivalente 
al  de  los  estribos  románicos,  facilitando  mucho  el  aparejo  del  muro  v 
eludiendo  al  exterior  redondeces,  conforme  a  un  principio  de  estética, 
guardado  escrupulosamente  por  el  arte  musulmán  de  acá:  ello  presta 
carácter  a  lo  que  podríamos  llamar  bizantinismo  occidental,  en  oposi- 
ción al  de  Grecia. 

Rompen  la  simetría  del  edificio  únicamente  sus  cuerpos  laterales, 
adyacentes  a  la  capilla  mayor,  resultando  el  del  lado  de  la  epístola  mu- 
cho más  recio  de  muros  que  el  otro  y  cerrado  hacia  el  crucero.  La 
incertidumbre  que  padecemos  sobre  el  destino  de  tales  dependencias 
en  las  iglesias  españolas  hace  difícil  la  explicación  de  este  caso,  com- 
plicado rnás  por  utra  singularidad,  que  consiste  en  haber  puertas  hacia 
el  exterior:  pero  nótese  que,  fuera  de  ellas,  la  iglesia  no  tuvo  sino  otra, 
hacia  poniente,  cuando  es  lo  general  que  haya  dos.  por  razón  de  las 
procesiones. 

A  la  parte  de  la  epístola  vemos  una  capillita  hacia  el  crucero,  con  su 
altar  y  ventanilla,  según  rito:  detrás,  un  aposento,  con  puertas  hacia  la 
capilla  mayor  y  hacia  el  campo,  y  una  ventana,  de  frente  a  la  del  altar.  En 
el  otro  lado  pudiera  suponerse  desaparecido  el  altar  con  su  múrete  divi- 
sorio dentro  del  arco:  sin  embargo,  faltando  ventana  en  el  fondo,  hacia 
oriente,  resulta  menos  verosímil  un  altar  allí:  en  cambio,  pudo  servir 
aquello  de  entrada  accesoria  para  la  iglesia. 

En  el  crucero,  al  frente  de  su  brazo  de  la  derecha,  o  sea  lado  de  la 
epístola,  y  debajo  de  la  ventana,  húndese  un  gran  arco  en  el  muro,  a  mudo 
de  lucillo.   En  el  mismo  brazo,  en  dirección  a  puniente,  hay  una  venta- 


(1)  Bachmann:  Kirchen  und  Moscheen  in  Armenicn  und  Kurdistan;  figu- 
ras 19  y  30. 

(2)  Gsell:   Les    monuments   antiques   de   l'Algerie;   tomo  II.  págs.  i6ó  y  201. 

—    ly  — 


TOLEDO 

nilla  que  corresponde  por  fuera  con  un  hueco  arqueado,  como  puerta  (Lá- 
minas IV  y  V)  no  primitivo  tal  vez,  sino  hecho  para  comunicar  con  un 
cuerpo  de  habitación,  agregado  por  allí  a  la  iglesia,  y  del  que  se  ven 
señales  claramente:  recuérdese  la  ventana  de  Doña  Sancha  en  San  Isidro 
de  León. 

En  el  brazo  contrario,  por  bajo  de  la  ventana  lateral,  hay  una  puerta, 
sin  duda  postiza,  con  dintel  de  pizarra  y  que  se  cerraba  desde  afuera,  co- 
municando con  un  recinto  a  cielo  descubierto  (Lám.  IX  b),  que  rodean  lu- 
cillos arqueados,  en  semicírculo  al  parecer:  aun  le  llaman  «el  cemente- 
rio», y  debió  de  serlo.  La  torre  que,  arruinada  ya,  cabalga  en  el  centro 
del  crucero,  y  otro  cuerpo  sobre  la  capilla  mayor  es  muy  probable  que 
correspondan  al  tiempo  de  los  Templarios,  cuando  hubo  de  formarse  allí 
una  especie  de  castillo,  según  los  usos  de  la  época.  La  sobrecarga  que 
representan  estas  agregaciones  originó,  de  seguro,  los  desconciertos,  rotu- 
ras y  desplomos  que  en  todo  el  crucero  se  advierten  por  dentro. 

El  hastial  de  poniente  (Lám.  V),  forma  un  gran  arco  a  medio  punto, 
sobre  jambas  mucho  más  avanzadas,  como  en  San  Pedro  de  la  'Nave,  que 
apean  hacia  el  interior  un  poderoso  dintel;  en  cambio,  por  fuera  albérgase 
ruda  y  postiza  obra,  compuesta  de  dintel  en  tres  piezas  con  enlaces  acoda- 
dos, arquillo  para  descarga  y  paramento  de  mampostería  menuda,  hasta 
llenar  todo  el  hueco  del  arco  grande.  Reconócese,  además,  que  al  exterior 
existió  un  porche  incorporado  al  hastial  mismo,  con  puertas  laterales 
acaso,  y  bien  se  ve  relleno  de  piedra  menuda  el  sitio  donde  atizonaba  una 
pared  con  otra.  Es  verosímil  que,  excavando  el  suelo,  aparecieran  sus 
partes  bajas  o  siquiera  cimientos  conservados.  El  Sr.  Lampérez  alcanzó  a 
fotografiar  todo  este  hastial  libre;  mas  ahora  se  adhiere  un  establo  a  su 
parte  izquierda,  afeándolo  gravemente. 

El  aparejo  del  edificio  es  todo  de  sillería  de  granito,  sentada  a  hueso 
y  despezada  con  mucha  irregularidad:  hav  dinteles  de  3  m.  de  largo 
e  hiladas  de  hasta  55  cms.  de  alto,  pero  generalmente  no  pasan  ellas  de 
30  a  38,  y  aun  menos  a  veces;  tampoco  guardan  horizontalidad  con  fre- 
cuencia las  hiladas,  subiendo  y  bajando  del  modo  más  caprichoso,  o  recu- 
rriendo a  piezas  acodadas  para  resolver  algunos  ajustes.  El  grosor  de 
muros  permite  que  entre  la  sillería  de  ambas  haces  medie  un  relleno  de 
ripiazón  y  mortero  bien  fraguado. 

—  20  — 


MELQUE 


Fig.  7.   Perspectiva  axonométrica  de  la  iglesia  de  Melque. 

Hoy  el  aspecto  de  la  obra  es  rudo,  viéndose  descantilados  los  bordes  y 
como  ajustada  mal  la  sillería:  pero  ello  es  sólo  efecto  de  la  corrosión  atmos- 
férica, tan  intensa  en  el  granito,  pues  algún  paraje,  donde  la  humedad  no 
ha  hecho  estragos,  muestra  juntas  sutilísimas  y  absoluta  lisura,  tal  como 
en  San  Pedro  de  la  Nave  y  en  las  obras  morunas  andaluzas,  según  tradición 
clásica.  La  obra  del  cementerio  no  diliere  respecto  de  la  iglesia:  pero  sí  lo 
erigido  sobre  el  cimborio  y  capilla  mayor,  que  es  de  aparejo  acuñado,  mu- 
cho más  grosero  que  lo  primitivo,  y  de  la  baja  Edad  Media  seguramente. 


21 


TOLEDO 


Fig.  8.  Puerta  oriental  de  Melque.  por  dentro. 


Los  vanos  que  sirven  de  puertas  son  adintelados,  con  quicialeras 
para  dos  hojas  y  el  retallo  correspondiente;  los  dinteles,  todos  monolíticos, 

llevan  su  parte  de  alféizar  (i)  rebajado 
en  sí,  para  batiente  de  las  hojas,  como 
en  la  asturiana  iglesia  de  Valdedios.  Las 
dos  puertas  mayores,  encaradas  hacia 
oriente  y  poniente,  descárganse  mediante 
arcos,  de  tal  amplitud,  que  dentro  de  su 
hueco  encaja  libremente  el  dintel  (fig.  8), 
como  debió  repetirse  en  San  Pedro  de 
la  Nave,  a  diferencia  de  los  asturianos, 
que,  según  regla  general,  pisan  sobre  el 
dintel  igualando  su  diámetro  al  ancho  de 
la  puerta:  el  primer  sistema  da  una  elasticidad  muy  provechosa  a  la  obra. 
Estos  arcos  y  el  del  lucillo  o  nicho  del  crucero  se  desarrollan  a  medio 
punto;  los  demás  todos  son  de  herradura;  pero  como  unos  y  otros  van  des- 
pezados a  hiladas  horizontales  hasta  nivel  más  alto  que  su  centro  o  linea 
diametral,  resulta  que  la  lev  estática  en 
todos  es  una  misma.  La  parte  de  hom- 
bros enjarjada  corre  como  paramento 
llano,  sin  trasdosar;  no  así  el  dovelaje, 
sobre  cuyo  trasdós  sobresale  buen  trecho 
la  piedra  central  o  clave  en  los  arcos 
grandes:  su  despiezo  es  radial  sola- 
mente hacia  lo  alto,  en  extensií'^n  de  una 
mitad  de  semicírculo:  el  resto  se  dirige 
hacia  puntos  más  altos,  promediada  así 
la  dirección  del  despiezo  respecto  de  los 
otros  sectores  del  arco,  si  bien  con  poca 
simetría  y  exactitud  (Fig.  9).  Por  el  con- 
trario, en  los  arcos  de  descarga  y  ventanas  todo  el  dovelaje  es  suprarra- 
dial,  cun  centros  cruzados,  no  muy  simétricamente,  y  clave  triangular  de 


Fig.  9.  Arco  del  vestíbulo  de  NE.  en  Melque. 


(1)     Alféizar  es  simplemente  el  recodo  que  se  hace  en  conturno  de  un  vano  hacia 
adentro  para  encajar  las  maderas. 


22 


MELQUE 

anchísima  c¿ibez¿i,  tal  \c/.  con  propósito  de  asegurar  su  estabilidad  (Fig.  8), 
Tocante  a  su  desarrollo,  todos  los  arcos  de  heri"adui-a  tienden  a  exceder 
del  semicírculo  en  cantidad  de  un  semirradío,  li;  que  se  observa  con  exac- 
titud en  los  torales.  Respecto  de  las  ventanas,  como  llevan  fuerte  derra- 
me hacia  el  interior,  sus  haces  resultan  descentradas,  y  la  exterior,  mucho 
más  pequeña,  traspasa  el  canon  susodicho  hasta  tres  cuartos  del  radio; 
además  su  dovelaje,  aunque  mal  trasdosado,  es  completo,  pero  extrarra- 
díaK  dirigiéndose  hacia  puntos  escalonados,  con  poco  orden,  de  suerte  que 
el  de  sus  primeras  ¡untas  suele  caer  bajo  el  centro  de  la  curva  y  los  res- 
tantes encima  (Fig.  lo  y  lám.  IX).  En  realidad  ignoramos  qué  sistema  de 
plantillas  se  guardó  en  esta  y  otras  iglesias  mozárabes  de  tipo  arcaico. 

Nótase  en  los  arcos  de  herradura  que  sistemáticamente  su  diámetro 
excede  en  amplitud  al  hueco  de  entre  jambas,  y  que  sus  salmeres  están 
algo  arredrados  sobre  las  impostas,  particularidades  ambas  que  se  echan 
de  ver  en  edificios  godos  bien  caracterizados,  en  la  alcazaba  de  Mérida, 
del  siglo  IX,  y  rara  vez  en  obras  del  X.  prevaleciendo  desde  éste  en  Cór- 
doba la  tendencia  contraria.  En  medio,  pues,  de  una  serie  de  pormenores 
tradicionales  godos,  sobresale,  como  característica  la  más  avanzada  de 
Melque  en  esto  de  los  arcos,  su  amplitud  de  rosca,  que  alcanza  la  propor- 
ción moruna  típica,   y  sin  atenuación  alguna  de  saliente  en  los  salmeres. 

Las  bóvedas  de  cañón 
son  muv  peraltadas,  de  acuer- 
do con  los  arcos:  van  hechas 
con  sillarejos,  con  bastante 
regularidad,  y  desligadas,  al 
parecer,  de  los  arcos  torales: 
así  en  las  cuatro  alas  de  la 
iglesia  y  aposentos  accesorios. 
En  el  ábside  formóse  una  se- 
micúpula,  prolongada  en  am- 
bos sentidos;  y  en  medio  del 
crucero   hay   una  especie   de 

Fig.  10.  Ventana  de  la  nave  hacia  N.,  por  fuera,  en  .Melque. 

cimborio  (Láms.VIl  v  VIH), 

comparable  a  los  de  Santa  Comba  de  Bande  y  mausoleo  de   Placidia  en 

Ravena.  La  estructura  de  esta  bóveda  es  cupuliforme,  aparejada  de  sillería 


—  23  — 


TOLEDO 

y  procediendo  por  anillos,  como  si  fuese  baída;  pero  en  los  ángulos  hay 
unas  aristas,  que  luego  se  desvanecen  en  cuanto  salvan  la  parte  compren- 
dida entre  los  arcos  torales,  resultando  así  una  bóveda  de  aristas  muy  ca- 
pialzada, como  la  del  presbiterio  de  San  Vital  de  Ravena,  prototipo  de  las 
lombardas.  Otra  particularidad  suya  es  el  arrancar,  como  las  bóvedas  de 
aristas  romanas,  sobre  apeos  angulares,  principiando  en  repisas  embriona- 
rias, iguales  a  las  del  mausoleo  de  Placidia.  Este  cimborio  recibe  luz  por 
cuatro  claraboyas  redondas,  derramadas  hacia  adentro  en  dirección  oblicua. 

Respecto  de  apovos,  esta  iglesia  da  ejemplo  de  recias  semicolumnas, 
apeando  los  arcos  torales,  algo  escasas  y  despezadas  a  par  de  los  muros, 
sin  basas  ni  otro  capitel  que  la  cornisa  que  rodea  el  edificio:  ello  se  ve 
repetido  en  la  iglesia  de  Liño,  junto  a  Oviedo,  y  en  la  de  Lena:  algo  así  da 
también  un  arco  de  Escalada  y  otro  en  San  Millán  de  la  Cogolla,  según 
veremos;  mas  no  vuelven  a  registrarse,  ni  antes,  desde  tiempo  de  romanos, 
ni  después  hasta  el  período  románico.  Esta  estructura,  hija  de  un  concepto 
lógico  de  la  columna  en  función  de  pilar,  no  fué  sentida  por  el  arte  visi- 
godo ni  por  el  mozárabe,  siguiendo  la  presión  de  ideas  bizantinas;  de 
suerte  que  los  tales  fustes  de  Melque  y  de  Asturias,  simples  jambas  redon- 
deadas, según  la  ausencia  de  capitel  hace  más  sensible,  dan  idea  de  buen 
sentido  en  el  artífice.  Cosa  análoga  se  hizo  en  las  esquinas  exteriores  de 
brazos  y  cabecera,  que  están  redondeadas,  para  darles  acaso  mayor  resis- 
tencia contra  cualquier  intento  demoledor:  no  recuerdo  ejemplo  igual. 

Nuestra  iglesia  hubo  de  tener  verdaderas  columnas,  tangenciales  al 
muro,  apeando  el  arco  del  ábside,  cuyos  salmeres  vense  hoy  desbaratados 
y  sin  que  debajo  haya  señal  de  apoyos. 

Todos  los  arcos  de  herradura,  grandes  y  pequeños,  arrancan  sobre 
impostas  molduradas,  de  tipo  igual  a  las  cornisas  que,  por  dentro  y  fuera, 
rodean  todo  el  edificio,  excepto  sus  dos  cuerpos  laterales  de  la  cabecera 
interiormente;  además,  es  verosímil  que  guarneciesen  los  frontispicios  con 
que  remataban  sus  hastiales,  a  juzgar  por  el  de  oriente  que  aun  se  conserva. 
Estos  mo Murajes  revelan  extremada  barbarie,  siendo  una  de  las  notas  más 
fehacientes  del  edificio  y  única  decoración  en  todo  él.  Compónense  de  boce- 
les entre  escotas,  en  número  de  uno  a  tres,  sin  filetes  que  les  separen;  una 
mocheta  cuadrada  encima,  por  corona,  y  un  apéndice,  ya  esquinado,  ya 
oblicuo,  por  abajo  (Fig.  1 1):  Como  estilo  se  parecen  a  los  más  rudos  cima- 

—  24  — 


MELQUE 

cios  de  l¿i  mezquita  de  Córdoba,  a  alguno  de  Germigny-des-Prés  (i),  a  los 
de  San  Pedro  de  las  Puellas  y  tambieMí,  aunque  menos,  a  los  del  siglo  IX  en 
Asturias.  Entre  las  super\ivencias  romanas  de  los  moldurajes  visigodos,  y 
una  simplificación,  a  base  de  nácelas,  que  se  generalizó  en  el  siglo  X,  este 
sistema  de  Melque  aparece  como  intermedio,  por  degeneración  de  lo  romano. 
Los  edificios  anejos  antiguamente  a  la  iglesia  no  dejaron  sino  una 
señal  de  tejado,  que  entestaba  con  el  brazo  septentrional  de  la  iglesia, 
como  ya  se  dijo,  aparte  las  otras  señales  de  un  portal,  hacia  N.  y  O.,  relati- 
vamente modernas,  que  también  se  observan  (Láms.  IV  \'  V).  Hacia  S.  la 
iglesia  domina  un  áspero  paisaje  de  rocas  graníticas,  socavadas  por  co- 
rrientes de  agua,  que 
van  formando  cuenca 
más  y  más  profunda  ha- 
cia el  Tajo.  La  fuente 
de  la  Higuera,  que  nace 
a  poniente,  forma  un 
regato  interceptado  en 
muy  viejos  tiempos  por 
dos  embalses,  uno  de 
ellos  aun  útil,  a  cuyo 
pie  nace  la  fuente  que  llaman  del  Estancón,  muy  próxima  a  la  iglesia;  y 
el  otro,  aguas  arriba,  muestra  su  dique  roto,  elevado  en  amplio  talud  por 
ambas  caras  hasta  unos  diez  metros  y  con  5.io  de  ancho  por  su  cresta. 
Otro  regatillo,  que  alluye  al  anterior,  se  cruza  por  dos  diques  menores,  uno 
de  ellos  roto  y  el  más  alto  con  taladro  redondeado  en  medio.  No  es  facti- 
ble determinar  si  estas  obras  hidráulicas  son  de  cuando  los  Templarios 
poseían  Melque  o  más  antiguas. 

Sin  historia  esta  iglesia  y  sin  conocerse  otros  edificios,  fechados  y  aná- 
logos, sobre  que  basar  cronología,  no  cabe  sino  apreciar  diferencias  y 
semejanzas  para  ir  limitando  el  tiempo  en  que  pudo  erigirse. 

Como  base  de  criterio  debe  reconocerse  un  fenómeno:  la  pujanza  de 
su  construcción  por  un  lado,  y  su  barbarie  y  miseria  decorativas  por  otro; 


Fig.  II.  Moldurajc  de  impostas  y  cornisas  en  Melque. 


(i)     Haupt:  Die  Baukunst  der  Germanen;  fig.  163. 

—   25   — 


TOLEDO 

de  modo  que,  lo  uno  comprueba  desahogo  de  recursos,  prosperidad  e 
intento  acaso  de  hacerla  indestructible;  es  decir,  un  esfuerzo  de  máxima 
intensidad,  dentro  del  medio  artístico  v  social  en  que  se  formó;  lo  otro 
revela  una  atonía  pUistica  sin  igual  y  bien  elocuente,  porque  ya  nos  da  un 
jalón  preciso.  La  Toledo  del  siglo  Vil  se  distinguió  absolutamente  por  su 
exuberancia  decorativa:  mármoles  esculpidos,  que  llenan  todavía  la  ciu- 
dad, así  lo  comprueban  con  elocuencia.  Más  aún,  las  iglesias  ciertas  del 
mismo  siglo  o  que  a  él  se  atribuyen,  contando  entre  ellas  las  cercanas 
ruinas  de  Guarrazar  y  de  San  Pedro  de  la  Mata,  no  dejan  de  ofrecer 
ejemplares  de  frisos  esculpidos,  con  temas  ya  geométricos,  ya  vegetales, 
en  vez  de  las  bárbaras  estrías  de  Melque.  Antes  del  siglo  Vil  no  hay  que 
pensar  en  fecharla,  por  muchas  razones,  y  entre  ellas  esta  misma  barba- 
rie, más  y  más  inconcebible  según  nos  acerquemos  a  lo  constantiniano. 
Tenemos,  pues,  un  límite  máximo  de  antigüedad  hacia  el  siglo  VIII, 
cuando  la  invasión  árabe  desoló  la  Península,  rayendo  todo  clasicismo. 

Busquemos  ahora  un  límite  ulterior  y  próximo.  Desde  los  primeros 
decenios  del  siglo  X  vuelven  a  aparecer  iglesias  en  la  meseta  castellana, 
mientras  Toledo  caía  bajo  el  dominio  irresistible  de  los  Califas  de  Cór- 
doba. Después  de  930,  cuando  la  sitió  Abderrahman,  no  era  ya  factible 
hacer  iglesias  con  el  desahogo  que  revela  Melque;  además,  la  centraliza- 
ción y  unidad  del  imperio  trascendió  entonces  a  su  arte,  y  el  de  Toledo, 
bajo  el  Califato,  revélase  como  derivación  del  cordobés  en  formas  y  proce- 
dimientos; pero  con  cierta  originalidad  en  cuanto  al  aparejo,  usando 
ladrillo  y  mampostería,  con  preferencia  a  la  piedra  tallada.  Ornamenta- 
ción de  relieve  apenas  se  halla,  y  por  molduraje  sólo  campean  nácelas  de 
amplio  desarrollo. 

Entre  las  obras  toledanas  de  este  período  y  Melque  apenas  hay  con- 
formidad, y  desde  luego  sus  caracteres  específicos,  según  van  declarados, 
faltan  aquí.  Baste  añadir  que  la  sillería  de  entonces  no  es  a  hueso,  sino 
acuñada  y  con  argamasa;  que  los  arcos  de  herradura  van  secamente  enjar- 
jados  y  con  dovelaje  subradial;  que  las  bóvedas  capialzadas  no  son  de 
aristas  sino  baldas,  hechas  sin  cimbra  y,  por  consiguiente,  de  ladrillo,  y 
que  no  hay  fustes  entregos  ni  despezados. 

Respecto  de  otras  iglesias  ya  iremos  viendo  cómo  las  pocas  analogías 
que  guarda  esta  de  Melque  con  las  del  siglo  X  se  dan  precisamente  entre 

—  26  — 


MELQUE 

lo  más  viejo  y  arcaico,  siendo  su  cimborio  como  precedente  de  las  bóvedas 
^alltmadas  leonesas  que  en  <^ran  serie  se  ccjnservan:  así  también,  por  la 
estructura,  sus  arcos  andan  cerca  de  todos  los  otros  a  que  no  alcanzaron 
inllujos  del  Califato.  Su  ábside  tiene  similares  leoneses,  pero  más  cerca 
andan  otros  carolingios,  y  son  francamente  típicos  del  siglo  IX  su  moldu- 
raje  y  columnas.  La  robustez  de  su  mole  parece  desafiar,  más  que  siglos, 
a  los  hombres,  como  si  el  riesgo  de  incendios  y  demoliciones  pesase  gra- 
vemente en  el  ánimo  de  quien  la  hizo. 

Resumiendo:  lo  tradicional  en  Melque  es  visigodo;  hay  formas  caro- 
lingias;  hay  escasas  novedades  que  provendrán  de  lo  musulmán  andaluz, 
y  da  tipos  arcaicos  respecto  del  arte  leonés  del  siglo  X.  Y  como,  vista  la 
historia  de  Toledo,  hubo  un  período,  de  862  a  930,  en  que  se  gobernó  por 
sí  misma,  ni  más  ni  menos  que  los  Estados  del  norte,  en  relaciones  con 
ellos  y  predominando  mozárabes,  resulta  verosímil  atribuir  a  entonces, 
bien  dentro  del  siglo  IX,  la  iglesia. 


—  27  — 


III 

ARAGÓN 


OTRA  región  hist(')r¡ca  de  gran  valía  es  la  aragonesa,  donde  arraigó 
pruntu  una  capitalidad  con  gobierno  propio,  independiente  a  tem- 
poradas y  en  otras  tributario,  sobre  el  fenómeno  de  que,  aun 
prevaleciendo  allí  los  árabes,  fué  una  familia  goda  islamizada,  la  de  los 
Benicasi,  la  que  asumió  el  poder  en  el  siglo  IX,  al  arrimo  de  Asturias, 
Navarra  y  Toledo. 

Zaragoza  ostentaba  una  mezquita  muy  venerable,  fundaciiSn  del  tabi 
Hánax,  compañero  de  Muza,  y  que  es  verosímil  cultivase  la  arquitec- 
tura; mas  allí  no  queda  sino  el  recuerdo  de  dos  arcos  gemelos,  de  estilo  del 
Califato,  va  destruidos,  que  en  nada  diferían  de  lo  cordobés.  Explícase 
esta  penuria  por  la  calidad  de  los  materiales  del  país  —  ladrillo,  alabas- 
tro, yeso  —  tan  deleznables,  y  ello  se  hace  extensivo  al  periodo  visigótico. 

Tocante  a  cristiano,  Zaragoza  conserva  un  trozo  de  pretil  de  alabas- 
tro, de  Gy  cmts.  de  ancho,  con  espléndida  decoracií'm  vegetal  por  una  de 
sus  haces,  distribuida  en  tres  zonas  verticales  (Líim.  X).  Recuerda  algo 
piezas  italianas  y  coptas  (i);  mas,  dentro  de  la  Península,  no  hay  equipara- 
bles a  él  sino  ciertos  relieves  de   Escalada,  de  principios  del  siglo  X.  Por 

(i)  Fragmentos  de  ciborio  en  Cividale  (Venturi:  Storia  deU'artc  italiana;  t.  II, 
fig.  no)  y  frisos  de  Ajnas  en  el  Musco  del  Cairo  ^Gayet:  L'art  copte,  págs.  84,  218  y  219). 

—  29  — 


ARAGÓN 

consi¿;uiente,  de  tener  \ali>r  sincrónico  este  parecido,  habríamos  de  repu- 
tar mozárabe  dicho  fragmento  y  presumir  sobre  él  un  alto  desarrollo 
artístico  durante  el  período  que  estudiamos  (i).  La  epigrafía  cristiana  de 
Aragón  casi  es  también  desconocida. 

Pero  si  la  tierra  francamente  mozárabe  tan  poquísimo  da  de  sí,  en 
cambio  el  país  aragonés  fronterizo  con  Navarra  conserva  algo  muy  intere- 
sante y  mal  conocido  en 


SAN  JUAN  DE  LA  PEÑA 


Sabido  es  por  las  historias  (2)  el  papel  de  este  santuario  en  los  oríge- 
nes de  la  restauración  aragonesa.  La  leyenda  es  antigua  y  en  cierto  modo 
se  acredita  con  yacer  allí  algunos  de  los  primeros  caudillos  de  Navarra:  el 
sitio,  además,  ofrécese  como  teatro  digno  para  levantar  el  espíritu  hacia 
un  ideal  de  libertad  y  fortalecerlo  en  la  empresa  de  expeler  a  los  invasores 
del  llano,  que  desde  allí  se  domina  a  través  de  montañas  y  de  bravios 
pinares.  La  historia  podrá  dudar  de  todo;  desde  lejos  la  desolación  del 
documento  inspira  un  criterio  de  escepticismo  sano;  mas,  en  presencia  del 
monumento,  que  la  sierra  entera  con  sus  bosques  y  sus  panoramas  consti- 
tuye, ha  de  confesarse  que  las  legendarias  huidas  a  la  cueva,  la  atracción  de 
sus  anacoretas  en  la  edícula  de  San  Juan,  todo  aquello  no  comprobado  por 
la  crítica,  lo  avalora  la  fantasía  y  un  raciocinio  de  credibilidad  se  impone. 

(i)  Otro  fragmento,  pequeño,  pero  análogo  en  absoluto  al  susodicho,  como  pertene- 
ciente al  mismo  cancel,  se  descubrió  en  la  plaza  del  Pilar  y  existe  en  el  Museo  Arqueoló- 
gico de  Madrid  (Sección  2.',  n.°  10). 

(2)  A  más  de  los  libros  y  estudios  bien  conocidos  de  Abarca,  Blancas,  Moret,  Briz, 
Yepes,  Risco,  Traggia,  Quadrado,  Oliver,  etc.,  valen  para  la  historia  de  este  Monasterio  los 
códices  1397,  2078,  1 297  y  1236  de  la  Biblioteca  Nacional;  su  cartulario,  de  que  subsisten  va- 
rias copias,  por  ejemplo  el  tomo  VI  de  la  colección  Abad  y  Lasiorra  en  la  Academia  de  la 
Historia;  el  códice  de  la  Cogolla  n."  31 ,  en  la  misma  Academia,  que  trae  algunas  efemérides, 
y  la  serie  de  diplomas  reales  y  particulares  conservada  en  el  Archivo  histórico  nacional. 

—   30  — 


LA  PENA 

Los  hechos  pueden  reducirse  a  poco,  una  \'e/,  eliminadas  leyendas  a 
gusto  de  los  siglos  medios,  que  las  relaciones  más  viejas  no  incluyen. 
Muchos  cristianos  aragoneses,  huyendo  al  monte  I  ruel  por  no  rendirse  a 
los  musulmanes,  edifican  el  castillo  de  Pan(jn,  que  es  tomado  y  destruido 
luego  por  Abdelmélic  ben  (^atan,  en  734  probablemente.  Cierto  Juan  hace 
vida  eremítica  en  la  cueva  de  San  Juan  de  la  Peña,  donde  fabricó  un  ora- 
torio (edicula),  sin  que  conste  ni  aun  aproximadamente  la  fecha.  Muerto 
él  llegaron  al  mismo  sitio  dos  hermanos,  caballeros  mozárabes  de  Zara- 
goza, Voto  v  Felicio,  imitando  a  Juan  en  su  penitente  vida;  les  siguen 
otros  dos.  Benedicto  y  Marcelo,  por  cuya  agradable  conversación  y  el 
refugio  que  la  cueva  ofrecía,  comenzó  a  sentirse  gran  atracción  hacia 
el  sitio,  v  esto  en  los  primeros  decenios  del  siglo  IX. 

Ahora  bien,  entre  los  pergaminos  conservados  del  monasterio,  hay 
uno,  al  parecer  original  y  fechado  en  858,  por  el  que  García  Jiménez,  rey 
de  Pamplona,  y  Galindo,  conde  de  Aragón,  conceden  al  monasterio  de 
San  Juan  Bautista,  llamado  de  Peona  y  a  su  abad  Atilo,  la  propiedad  de 
otro  pequeño  monasterio,  San  Martín  de  Ciella.  con  sus  rentas  y  térmi- 
nos. Verdad  es  que  se  ha  supuesto  falso  este  diploma,  como  lo  es  proba- 
blemente otro,  semejante  a  él.  que  también  se  conserva  (i);  pero  no  hallo 
fundamento  para  negarle  autenticidad;  y  por  el  contrario,  sabiéndose  que 
el  monasterio  existía  en  dicho  tiempo,  se  hace  posible  la  tradición  de  que 
el  rey  aludido  amplió  su  iglesia  y  que  en  ella  fué  sepultado,  hecho 
que  confirma  el  necrologio  de  Leire  con  omitir  a  dicho  rey.  Después  hay 
noticia  de  que.  reinando  Fortún  Garcés,  a  fines  del  mismo  siglo  IX,  éste 
señaló  términos  al  monasterio,  cortando  litigios  suscitados  con  los  pobla- 
dores de  las  villas  colindantes  Benava  y  Katamesas. 

La  tradición  sigue  refiriendo  que,  cuando  Abderrahman  1 11  llevó  sus 
armas  victoriosas  contra  Navarra,  otra  turba  de  fugitivos  se  acogió  a 
nuestra  cueva,  donde  hizo  viviendas,  procedió  a  ampliar  la  iglesia  con 
nuevos  altares,  dio  sepultura  honorífica  al  cuerpo  del  ermitaño  Juan,  y 

(i)  Lstc  lleva  fecha  de  9G4  y  existe  en  el  .archivo  histórico,  bajo  el  número  H  entre 
los  diplomas  reales;  aquél  tiene  el  número  2  en  la  misma  serie,  y  fué  publicado  por 
don  J.  Oliver  (Discurso  de  recepción  en  la  .\cademia  de  la  Historia;  números  6 
y  7  de  sus  documentos). 

—   3»    — 


ARAGÓN 

fué  dedicada  por  un  obispo  Iñigo,  en  5  de  Febrero  de  incierto  año; 
además,  organizóse  una  comunidad  de  clérigos,  bajo  la  potestad  abacial  de 
Transirico,  y  cuando,  pasada  la  tempestad,  volvieron  los  refugiados  a  sus 
casas,  allí  quedó  el  monasterio  subsistente.  La  cronología  de  estos  hechos 
encaja  entre  el  año  920,  fecha  de  la  batalla  de  Valdejunquera,  v  el  939,  en 
que  se  dio  la  de  Simancas,  tan  gloriosa  para  los  cristianos;  las  campañas 
contra  Navarra  fueron,  una  en  924,  cuando  Abderrahman  destruyó  Pam- 
plona, y  otra  en  937  (i),  que  motivó  el  reconocimiento  de  su  soberanía 
por  el  rey  moro  de  Zaragoza  y  por  el  cristiano  de  Navarra,  a  quien  arre- 
bató treinta  castillos.  En  aquel  tiempo  mismo  año,  928,  el  conde  Galindo 
rectilicó  el  amojonamiento  del  término  del  monasterio,  bajo  la  autoridad 
de  Jimeno  Garcíez  como  regente. 

Llegado  a  la  mayor  edad  García  Sánchez  y  creciendo  la  fama  de 
nuestro  santuario,  subió  allí  el  conde  Fortún  Jiménez,  que,  complacido  e 
instado  por  los  monjes,  cedióles  un  territorio  vecino  con  cierta  «cova 
Gallons»,  que  se  ha  identificado  mal  con  la  cueva  bajo  que  se  abriga  el 
monasterio.  El  rev,  no  sólo  aprobó  este  donativo,  sino  que,  subiendo  a  su 
vez,  concedió  a  los  monjes  derechos  de  juridicción  para  mejor  defender 
sus  propiedades:  ello  en  969. 

En  lo  sucesivo  la  fama  y  grandezas  de  San  .Juan  de  la  Peña  fueron  en 
aumento.  Sancho  II,  García  su  hijo  y  Sancho  el  Mayor  sobre  todos,  lo 
enriquecieron  con  donaciones  de  tierras,  villas  y  monasterios;  el  último 
dispuso  introducir  en  él  los  privilegios  y  regla  de  la  casa  matriz  de  Cluní, 
eximiéndole  de  juridicción  episcopal,  y  fué  repoblado  con  doce  monjes  y 
el  abad  Paterno,  hacia  i*)i4.  Separada  luego  Aragón  de  Navarra,  la  Peña 
constituvó  el  santuario  predilecto  y  enterramiento  de  sus  reyes,  donde  una 
iglesia  nueva  fué  consagrada  en  1094  (2),  de  puro  estilo  románico.  Luego 
vinieron  calamidades:  primero,  decadencia  y  menosprecio  al  orientarse  el 
reino  hacia  la  región  catalana,  si  bien  aun  tuvo  allí  acogida  lo  gótico 
florido  con  una  obra  riquísima  y  de  las  primeras  españolas,  que  es  la  sala 
capitular  o  capilla  de  San  Victorino  en  el  claustro,  hecha  de  1426  a  1433; 
luego,  un  incendio,  propagado  desde  las  cocinas,  en  1494,  acabó  con  todo 

(i)     Véase:  Dozy:  Recherches;  3.*  edición,  tomo  I,  págs.  222  a  223. 

(2)    Academia  de  la  Historia:  códice  31   de  la  CogoUa,  en  anotaciones  del  siglo  XIII. 

—   32   — 


LA   PENA 

el  niaderajo  del  edificio,  destro/.i')  los  primores  decorati\'os  de  sus  piedras, 
que  aun  se  \en  calcinadas,  y  consumi(')  libros,  aliares,  cajas  de  reliquias, 
alhajas  y  ornamentos  ( I ).  <  )tro  incendio  acaeci<')  en  lOyS  (2),  decidiendo 
entonces  la  comunidad  trasladarse  a  un  llatKj,  por  encima  de  la  cueva, 
donde  sur^^ió  nuevo  edificio;  mas  para  el  anticuo  constituyó  un  último 
y  mayor  desastre  la  renovación  de  la  capilla  donde  yacen  algunos  reyes, 
aunque  no  tantos  como  alli  se  conmemoran  (3),  transfigurada  en-glacial 
anaquelería  bajo  Carlos  111.  Hoy  todo  nos  ofrece  sus  muros  encalados, 
sin  poesia  de  ruina  ni  la  gravedad  que  su  abolengo  reclama. 

Un  poderoso  manantial,  abriéndose  paso  en  las  entrañas  de  la  roca, 
desgarróla  hasta  franquear  ante  sí  un  valle  profundísimo,  con  enredoso 
camino  desde  arriba  e  inaccesible  por  abajo;  breñas  y  matorrales,  entre  los 
que  se  yergue  un  pinar  magnífico,  cierran  el  paisaje  por  todos  lados, 
dejando  ver,  sin  embargo,  en  una  clara  del  fondo,  la  cueva,  ennegrecida 
y  rojiza  a  trechos,  que  alberga  dentro  de  sí  todo  entero  el  monasterio,  y  a 
cuyo  pie  mana  todavía  rumorosa  la  fuente.  El  edificio  resulta  pequeño 
y  deslucido  bajo  la  aureola  soberbia  que  le  deparó  la  Naturaleza:  porque 
así,  luchando  con  ella  de  cerca,  no  puede  el  artificio  humano  sino  hacer 
notoria  la  ruindad  de  sus  creaciones.  Chocan,  sí,  las  cubiertas  del  edificio, 
simplemente  entabladas;  y  su  cuerpo  central  descubre  algo  de  obra  romá- 
nica, formando  una  especie  de  torre,  con  ventanón  de  arcos  escalonados 
lisos,  otros  dos  encima,  hoy  cegados,  y  largas  saeteras  abocinadas  en  bajo, 
que  dan  luz  a  la  iglesia  subterránea,  única  parte  del  edificio  que  nos 
corresponde  examinar  (Lámina  XI). 

Primitivamente  el  suelo  de  la  cueva  formaría  declive  muv  acentuado. 
En  medio,  a  su  pie  y  teniendo  tras  de  sí  el  manantial,  formóse  la  iglesia 
primitiva;  y  a  su  alrededor  pujarían  viviendas  y  cementerio,  escalonados 


(1)  Biblioteca  Nacional:  ms.  1236. 

(2)  Abarca:  Anales  de  Aragón;  tomo  1,  pág.  yb. 

(3)  De  Navarra  no  yacen  allí,  probablemente,  sino  Garci  Jiménez,  Garci  Sánchez  el 
Trépido  y  la  esposa  de  Sancho  el  Mayor.  A  ellos  corresponderían  las  tres  únicas  sepulturas 
anteriores  a  Ramiro  I  que  se  reconocían  sin  epitafios  antiguamccte.  (Abarca:  Anales  de 
Aragón;  tomo  I,  pág.  74). 

—  33  — 


ARAGÓN 


Figs.  12  y  13.  San  Juan  de  la  Peña  :  planta  y  sección  de  la  iglesia  subterránea. 


—  34  — 


LA   PENA 


por  todo  el  ámbito  de  la  gruta.  Andando  el  tiempo,  establecióse  más  en  alto 
la  rasante  principal  del  monasterio,  de  modo  que  la  primera  iglesia  quedó 
subterránea,  prolongada  hacia  los  pies  con  otro  cuerpo  de  edificio  y  dis- 


Fíg.  14.  San  Juan  de  la  Peña:  perspectiva  de  la  iglesia  subterránea. 

puestas  amplias  sostrucciones  a  la  parte  del  Evangelio.  Asi,  la  iglesia  con- 
sagrada en  1094  viene  a  tener  debajo  y  justamente  hacia  su  mitad  el 
santuario  primitivo  (i). 

Éste  mide  escasamente  siete  metros  en  cuadro  de  planta,  distribuido 
ello  en  dos  naves  y  capillas  a  la  cabeza,  dirigidas  hacia  SE.,  ateniéndose, 
para  orientarlas  asi.  al  eje  transversal  de  la  gruta  (Figs.  12  a  14  y  lám.  XII). 


(i)    Respecto  de  éste  no  hay  publicado,  que  yo  sepa,  sino  dos  líneas  que  le  dedica  el 
señor  Lampérez  en  su  citado  libro:  tomo  I,  pág.  258. 

-   35   - 


ARAGÓN 

He  aquí  una  iglesia  notabilísima  por  su  disposición  geminada:  En  las 
criptas  de  Leire  y  Compostela,  románica  la  una  y  ogival  la  otra,  se  repite 
algo  así;  pero  en  su  cabecera  el  dualismo  fenece  y  hay  una  sola  capilla, 
probando  que  la  distribución  geminada  solamente  obedece  a  convenien- 
cias de  apeos  y  bóvedas.  Lo  mismo,  según  regla  dominicana,  se  observa 
en  iglesias  francesas,  descollando  entre  ellas  la  de  los  Jacobinos  de  Tolosa,  y 
en  otras  alemanas  insignificantes  (i).  San  Millán  de  la  CogoUa  resulta  otro 
caso  más  completo;  pero  ya  veremos  que  tal  disposición  se  logró  acciden- 
talmente, al  parecer.  Luego,  te- 
nemos dos  ejemplares:  uno  semi- 
románico,  en  Udalla  (Santander) 
(2);  el  otro,  del  siglo  XVI,  en  Nuez 
(Zamora),  casos  no  explicados 
aún.  Éste  de  la  Peña  marca  sime- 
tría perfecta,  imposible  de  acha- 
car a  mutilaciones  ni  reformas; 
su  explicación  verosímil  está  en 
la  liturgia  misma,  que  asignaba  a 
cada  nave  y  a  cada  capilla  una  de- 
dicación especial,  de  suerte  que, 
si  dos  eran  las  advocaciones  sobre 
que  se  alzaba  la  iglesia,  imponía- 
se una  distribución  geminada,  y, 
efectivamente,  las  memorias  históricas  de  nuestra  iglesia  hablan  de  estar 
dedicados  sus  primitivos  altares  a  san  Juan  y  a  los  santos  Julián  y  Basilisa. 
En  cuanto  a  paredes,  la  roca  misma,  cortada  verticalmente,  forma 
el  lienzo  de  cabecera  y  parte  del  costado  derecho;  lo  demás  de  éste  es  un 
revestimiento  de  mampostería,  y  los  otros  dos  lados  ciérranse  con  muros 
harto  gruesos,  hechos  con  sillares  bien  labrados  de  piedra  caliza  fina,  cuyo 
alto  viene  a  ser  de  8  a  32  cmts.,  dominando  las  hiladas  de  22  cmts.,  poco 
más  o  menos.  La  puerta  se  halla  en  el  costado  izquierdo,  formando  arco 
muy  peraltado,  de  largo  dovelaje  y  despiezo  no  radial,  sino  convergente  a 

(i)     Dehio  und  Bezold:  Die  Kirchüche  baükunst;  lám.  169. 
(2)     Lampérez:  Obra  citada;  tomo  II,  pág.  280. 


Fig.  1 5.   San  Juan  de  la  Peña: 
puerta  de  la  iglesia  subterránea. 


-    36- 


LA    PENA 


puntos  escalonados,  como  en  Mclque,  y  con  precedentes  en  lo  visigodo 
tan  sólo,  ya  que  no  hallamos  indicios  de  tal  sistema  en  otros  países  ni 
tiempos  (Plfj;.  i5). 

El  interior  aparece  abovedado  con  cañones  semicilíndricos,  hechos 
de  sillarejos  toscos  y  sin  impostas.  Atájanlos  dos  arcos,  que  lii7iitan  las 
capillas;  y  otros  dos  arquitos  comunican  entre  si  las  menguadas  naves, 

apeándose  hacia  el  centro  en   una  co- 
lumna. En  el  testero  de  las  capillas  hay 
arcos  de  poco  fondo,  sin  impostas,  sus- 
tituyendo acaso  la  ventana  de  ritual,  y 
otro  arquillo  minúsculo  taladra  el  muro 
divisorio  de  ambas  capillas,   para  ser- 
vir de  credencia  común   tal  vez,  cuyo 
solero  avanza  fue- 
ra del  ras  del  muro 
sobre  molduras  de 
nácela,  como  facili- 
tando el  poner  ob- 
jetos allí  (Fíg.  i6). 
Estos  arcos  todos  son  de  herradura,  prolonga- 
dos en  razón  inversa  de  su  tamaño,  o  sea  '/.«,  '/»  y  '/a. 
respectivamente,  del  radio  bajo  el  semicírculo;  su  des- 
piezo parece  radial,  según  lo  que  hay  visible;  respec- 
to de   impostas,   llevan   un   m oíd u raje   uniforme   y 
extraño,  que   recuerda   algunos  tipos  asturianos  del 
siglo  IX(Fig.  17)  (i).   Finalmente,  la  columna  su- 
sodicha se  constituye  por  un  simple  cimacio  con  mol-     f¡^   17.  San  Juan  de  la 
duraje  de  biseles  y  fuste  anillado  todo  (Fig.  18),  cual     T.a /í^t.^r^r 
no  recordamos  otro  en  España,  sino  es  un  rudo. frag- 
mento del   Museo  de  Oviedo,  correspondiente  al  mismo  período,  y  algo 
afine  de  los  del  pórtico  de  Monkwearmouth.  en  Inglaterra  (2). 


Fig.  16.  San  Juan  de  la  Peña: 
arquillo  medianero  entre  las  capillas. 


(i)     Exceptúanse  las  jambas  de  las  capillas  que  responden  contra  los  muros  laterales, 
retocadas  hacia  el  siglo  XII  con  baquetones  verticales  e  imposta  chaflanada. 
(2)     Enlart:  Manuel  d' Archéologie  rran»;aise;  tomo  I,  pág.  112. 


—   37   — 


ARAGÓN 


En  la  iglesia  alta,  la  puerta  que  da  al  claustro  es  un  arco  de  herra- 
dura, reconocido  ya  por  el  Sr.  Lampérez  como  perteneciente  a  la  obra 
primitiva  y  coetáneo  de  la  iglesia  inferior,  aunque  repuesto  en  el  siglo  XII 
de  mala  manera,  cuando  se  le  grabó  el  dístico  latino  que  hay  en  su  dove- 

laje  (i).  Su  prolongación 
excede  algo  de  un  tercio 
del  radio,  y  sus  impostas, 
o  mejor  dicho,  la  imposta 
que  resistió  a  los  estragos 
del  incendio,  lleva  dos  ba- 
quetones retorcidos  entre 
biseles,  de  estilo  igual  que 
lo   de  abajo   (Lám.   XI 11 

y  fig-  19)- 

Aquí,  en  la  iglesia  pri- 
mitiva, se  conserva  el  so- 
porte de  un  altar,  cilin- 
drico, de  90  cmts.  su  alto 
y  34  su  diámetro,  algo  ro- 
zado verticalmente,  como 
para  adherirse  a  una  pa- 
red, y  con  una  cavidad 
arriba,  para  las  reliquias, 
cuyo  reborde  indica  que 
tuvo  su  tapa  especial.  Los 
dos  altares  actuales  son 
macizos  de  piedra,  de 
lio  por  71  cmts.  en  su  base,  rematando  con  moldura  biselada,  y  datarán 
del  período  románico.  Entonces  decoróse  también  con  pinturas  esta  igle- 
sia, según  se  observa  en  ambas  capillas,  que  se  libraron  del  enjalbegado 
general,  gracias  a  que  en  el  siglo  XVII  se  las  inutilizó,  sacando  afuera  los 


Fig.  18.  San  .Tuan  de  la  Peña:  columna  de  la  iglesia  subterránea. 


(i)  Se  le  transcribe  en  el  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  arriba  aludido,  corri- 
giendo bien  su  primera  palabra,  Portam,  en  vez  de  Porta.  La  cuarta  se  lee  claramente 
caeli. 


-38- 


LA  PENA 

altares  y  puniendo  delante  retablos.  La  capilla  de  la  i/.quierda  resulta  de 
acceso  dificilísimo  ahcjra,  por  un  canal  de  desagüe,  y  desfigurada  a  causa 
del  iiKinantial  que  brota  en  lo  alto  de  su  testero,  llenándolo  todo  de  C(^n- 
creciones  calizas.  Percibense.  no  obstante,  grandes  vestigios  de  dichas 
pinturas  en  su  b(')veda,  figurando  la  Crucifixión,  con  ángeles  a  los  lados 
de  la  cruz,  hacia  lo  alto,  y  un  martirio  de  dos  santos,  en  pie  sobre  la  ho- 
guera que  atiza  un  esbirro  con  su  fuelle.  De  los  letreros  puede  leerse 
«ministri»  y  «...am  ian  us»,  haciendo  creer  que  representa  a  los  santos 
Cosme  y  Damián.  Su  estilo  es  románico  francés  puro,  y  no  han  merecido 
estudio  alguno  ni  aLin  menci(')n  hasta  lo  presente. 

La  prolongación  de  la  iglesia,  que  será  del  siglo  XI  \'  obedece  a  la 
de  encima,  constitu}'e  dos  naves  con  pilar  cruciforme  en  medio,  arcos  que 
arrancan  cerca  del  suelo  sin  impostas,  bóvedas  de  cañón  y  ventanas  abo- 
cinadas a  los  pies,  todo  liso  completamente.  Sirvió  de  bodega  en  tiempo 
antiguo,  según  aparece  ya  en  el  siglo  XV,  y  es 
posible  que  sus  arcos  de  comunicación,  respec- 
to de  la  iglesia  primitiva,  sean  más  modernos 
aún.  Al  costado  izquierdo  extiéndese  un  am- 
plio salón  —  sobre  el  que  hay  un  patio  \'  \  i- 
viendas  claustrales,  —  dividido  en  cinco  naves 
de  diferente  amplitud,  con  bóvedas  de  cañón 
y  arcos  cruzados  sobre  pilares,  de  estructura 
igual  que  la  susodicha  bodega. 

La  primitiva  obra  ofrece  caracteres  bas- 
tante precisos  y  que  responden  bien  a  las  noti- 
cias históricas  del  edificio.  Efectivamente,  pro- 
bada la  existencia  del  monasterio  en  858,   no 

hay  dificultad  en  hacer  buena  la  tradición  de  que  García  Jiménez,  rey  por 
aquellos  años,  no  solamente  fué  sepultado  allí,  sino  que  hizo  ampliar  el 
primitivo  oratorio  de  san  Juan,  como  su  epitafio  consignaba  (i),  compro- 


Fig.  10.  SanJuan  de  laPeña: 
imposta  de  la  puerta  del  claustro. 


(i)  Aunque  no  es  garantizable  ni  siquiera  su  existencia,  helo  aquí:  «Hic  requiescit 
famulus  Dei  sénior  García  Ximend  primus  rex  Arayonum  qui  ampliavit  dictam  ecclesiam 
sanoti  loannis  ibique  vita  functus  sepelitur».  Yepes:  Crónica  de  la  Orden  de  San  Be- 
nito; tomo  III,  fol.  14  V. 


—  39  — 


ARAGÓN 

bándolo  aquellas  otras  referencias  de  que  los  aragoneses  allí  refugiados, 
hacia  924,  hallasen  ya  una  iglesia  con  dos  altares,  tal  como  aun  se  conser- 
va, entre  los  que  dieron  honorílica  sepultura  al  cuerpo  de  Juan  el  ermita- 
ño, y  que  añadiesen  otros  dos  altares,  en  capillas  más  o  menos  adjuntas  a 
la  iglesia,  cuya  dedicación  rogaron  al  obispo  Iñigo.  Suena  también  la  fecha 
de  842,  según  unos,  y  de  874  según  otros  (i);  pero  éstas,  como  todas  las 
que  se  consignan  en  narraciones,  óbitos  y  epitafios,  no  merecen  fe  alguna, 
y  realmente  la  historia  tradicional  de  Navarra  carece  de  cronología  antes 
del  siglo  X  (2). 

Así  obtenemos  la  presunción  de  que  el  edificio  primitivo  actual  ya 
existía  en  924  y  databa  verosímilmente  de  hacia  85o.  El  no  apreciarse 
indicios  de  inlluencia  andaluza,  sino,  por  el  contrario,  una  tradición 
visigoda  neta,  caracterizada  por  la  forma  v  proporciones  de  sus  arcos 
y  despiezo  del  de  entrada,  son  desde  luego  favorables  a  dicha  hipótesis, 
y  la  refuerzan  más  otros  caracteres  secundarios,  que  reflejan  el  arte  del 
siglo  IX,  cuales  son  el  peralte  extraordinario  del  arco  de  entrada,  el  mol- 
duraje  todo  y  la  supresión  de  capitel  en  la  columna.  Por  último,  las  mol- 
duras funiformes  del  arco  alto  recuerdan  precisamente  lo  asturiano  de 
dicho  siglo.  El  fuste  anillado  y  privación  de  adorno  son  rasgos  bárbaros 
que  también  se  avienen  con  los  demás  datos. 


(i)  Blancas  (Aragón,  rerum  comm.  i588;  pág.  24)  da  la  primera  fecha,  y  la  se- 
gunda el  ms.  n."  1236  de  la  Biblioteca  Nacional,  escrito  en  1594.  Coinciden  ambos  en 
señalar  el  día  de  santa  Águeda,  5  de  febrero,  para  la  consagración,  siguiendo  la  crónica 
latina  adjunta  al  Cartulario;  pero  Blancas  lo  hace  dubitativamente,  tenida  en  cuenta  la  opi- 
nión del  príncipe  de  Viana,  que  fijó  en  día  de  santa  Ana  tal  ceremonia.  La  segunda  fecha, 
874,  se  asigna  por  todos  al  fallecimiento  del  abad  Transirico. 

(2)  Compruébase  ello  en  vista  de  la  exigüidad  de  noticias  que  pudieron  allegar  los 
escribas  de  los  códices  Albeldense  (976)  y  Emilianense  (994),  tratando  de  hacer  historia  de 
Navarra,  por  vez  primera  acaso.  Ellas  arrancan  de  906  con  Sancho  Carees,  después  de  esta 
declaración:  «Hic  a  prcdictis  regis  (Pampilonensium  nomina)  ignoro  quales  fuisse».  Y  esto 
se  decía  en  Albelda,  foco  tal  vez  el  más  culto  de  Navarra,  donde  se  congregaban  a  la  sazón 
centenares  de  monjes. 

—  40  — 


IV 

CATALUÑA 


LA  existencia  de  influjos  peninsulares  bajo  el  dominio  franco  en 
Cataluña,  es  decir,  un  posible  reflujo  de  iniciativas  meridionales 
dentro  de  la  organización  septentrional,  carolingia,  que  informó  a 
Cataluña  desde  el  siglo  IX,  es  cosa  no  investigada,  que  yo  sepa;  libro  hay, 
como  el  del  Sr.  Balari(i),  donde  tal  problema  se  elude  absolutamente, 
con  dejación  de  cuantos  datos  conducirían  a  vislumbrarlo,  y  no  menos 
curiosa  es  la  habilidad  con  que  otros  (2)  retuercen  argumentos  favorables 
al  caso.  En  el  terreno  artístico  el  Sr.  Puig  y  Cadafalch  (3)  ha  consignado 
con  lucidez  hechos  que  bastan  para  acreditar  su  existencia;  y  ahondando 
míís  en  el  propio  tema,  parece  verosímil  descubrir  aquí  un  estado  análogo 
al  del  reino  de  .Asturias,  aunque  muchísimo  menos  pujante. 

Respecto  de  maní  festaciones  sociales  y  políticas  un  hecho  parece 
seguro,  y  es  la  no  ingerencia  de  elementos  mozárabes  en  la  acción  direc- 
tiva de  Cataluña;  a  lo  menos  vo  no  hallo  vestigio  en  el  caudal  de  docu- 


(i)    Orígenes  históricos  de  Cataluña,   1899. 

(2)  Por  ejemplo,  el  Sr.  Sanpere  y  Miquel,  en  su  discurso  sobre  ^<L'ari  barhrev, 
págs.  33  y  35. 

(3)  J.  Puig  y  Cadafalch,  A.  de  Falguera  y  J.  Goday:  «L'arq  u  itcctura  románica 
a  Catalunya;  t.   1,  págs.  359  y   siguientes. 

—  41    — 


CATALUÑA 

mentación  que  se  me  alcanza.  La  íntima  conexión  con  Francia  e  Italia, 
apoyada  por  el  clero,  que  recibía  su  inspiración  del  Papa  y  del  Metropoli- 
tano de  Narbona,  determinaba  en  Cataluña  una  orientación  europea  capaz 
de  neutralizar  hasta  cierto  punto,  y  desde  luego  oscurecer,  la  corriente 
andaluza.  Algunos  datos  acusan,  no  obstante,  su  presencia.  Hacia  874, 
un  presbítero  de  Córdoba,  llamado  Tirso,  ejercía  funciones  pastorales  en 
Barcelona,  a  despecho  del  obispo,  y  con  tal  favor  y  éxito,  que  hubo  de 
apelar  al  rey  de  Francia  el  obispo  a  fin  de  invalidarlo  (1).  No  olvidemos 
que  los  francos  se  habían  hecho  dueños  de  Barcelona  por  fuerza  y  sin 
apoyo  de  su  población  indígena,  que  seguramente  prefería  el  dominio 
musulmán,  como  insinúa  el  poeta  Ermoldo  Nigelo,  comentando  el  asedio: 
«Mientras  tanto,  dice,  la  ciudad  era  inhospitalaria  para  el  ejército  franco, 
asociada  más  bien  al  partido  de  los  moros»  (2).  No  es,  pues,  extraño  que 
el  mismo  pueblo  esquivase  aún  la  autoridad  del  prelado  franco,  siguiendo 
a  un  mozárabe.  Además,  la  protesta  armada  contra  los  invasores  había 
surgido  rápidamente  cuando  los  godos,  auxiliares  de  aquéllos  en  un  prin- 
cipio, perdieron  la  benevolencia  imperial,  determinando  el  que  Aizón, 
uno  de  ellos,  alzase  el  país,  en  826,  ayudado  por  tropas  cordobesas  y  con 
gran  daño  y  vergüenza  de  los  francos  (3). 

Cataluña  entera  quedó  yerma  y  devastada:  hacia  sur,  por  los  marque- 
ses francos,  al  tiempo  de  su  conquista  (4),  y  hacia  norte  por  las  tropas 
árabes  auxiliares  de  Aizón,  en  forma  que  la  parte  de  territorio  donde  pudo 
consolidarse  la  conquista  tuvo  luego  que  recibir  gran  masa  de  colonos 
o  pobladores  de  tierra  musulmana,  ya  llegados  formando  grupos  con 

(i)     España  sagrada;  t.  XXIX,  págs.   184  y  464. 

(2)  Pasaje  alegado  a  este  propósito  por  Dozy:  Hist.  des  musul.  d'Kspagne;  t.  II, 
cap.  II.  Los  versos  dicen:  «Urbs  crat  interca  francorum  inhóspita  turmis,  maurorum  votis 
adsociata  magis.» 

(3)  Anales  bertinianos;  insertos  en  la  España  sagr.;  t.  X,  pág.  574,  y  tam- 
bién en  los  de  Einhart.  El  Sr.  Codera  pone  muy  en  duda  la  existencia  de  este  Aizón;  pero 
el  hecho  de  la  campaña  realizada  por  el  ejército  cordobés,  al  mando  de  Marohán  y  llegando 
hasta  Gerona  en  827,  es  perfectamente  histórico  y  garantiza  lo  demás.  (Estudios  críti- 
cos de  historia  árabe  española;  pág.  201). 

(4)  Capit.  an  .  8  i  5;  en  Baluze:  Capitularía  regum  francorum;  t.  I,  col.  549. 
Crónica  de  Ludovico  Pío;  texto  citado  en  .Marca  hispánica,  col.  281. 

—  42   — 


CATALUÑA 

SUS  propios  condes,  ya  sueltos  (i),  y  ellos  provendrían  de  la  baja  Cataluña 
o  bien  serian  las  {gentes  del  pais  mismo,  antaño  fugitivas  ante  el  avance 
aselador  de  los  francos.  Consta  una  primera  etapa  de  colonizadores 
mozárabes  bajo  (>arlo  Magno;  y  entre  los  nombres  de  cuarenta  y  dos  de 
ellüs,  que  se  expresan,  hay  dos  árabes,  Zoleiman  )■  Zate,  «m  il  ites»  (2). 
Consta  el  concepto  legal  bajo  que  fueron  amparados  por  los  reyes  fran- 
cos (3);  y,  además,  tenemos  recuerdo  suyo  en  varias  cartas,  por  ejemplo, 
una  de  85o  que  alude  a  los  «sujatarii  yspani»,  en  tierra  de  Gerona  (4); 
otra,  de  872,  por  la  que  se  reser\an  de  cierta  donaci'm  en  el  condado  de 
Besalú  «apprehensiones  iiispanorum»  (5),  y  una  tercera,  de  878,  más  explí- 
cita, en  que  se  exceptúa  de  ser  donado  a  la  catedral  de  Barcelona  cerca  de 
Montseny  «quod  spani  homines  de  eremo  traxerunt»  (G):  bien  sabido  es 
llamarse  entonces  Spania  privativamente  las  tierras  musulmanas  de  nues- 
tra península  (7).  Todo  ello  hace  sospechar  si  aquellos  mismos  inmigran- 
tes del  sur,  mozárabes,  serían  los  «primi  homines»  de  otros  documen- 
tos (8),  laicos  y  monjes,  colonizadores  del  país  bajo  el  señorío  franco,  y 
que  con  derecho  de  «aprisione»  llegaban  a  poseer  las  tierras  que  metían 
en  cultivo.  Uno  de  aquellos  «primi  homines»,  Galí,  lleva  nombre  que, 
corregido  en  Galib,  resulta  árabe,  y  otro  se  llamaba  Samuel,  caso  frecuente 
entre  andaluces  (9). 

(i)  Capit .  an.  816;  en  id.,  id.,  col.  5óq.  Copiada  en  la  España  sagr. ;  t.  XLIII, 
pág.  369. 

(2)  Baluze:  obra  cit.;  col.  499. 

(3)  Id.,  id.;  cois.  549  y  5Ó9. 

(4)  Marca  hispánica;  documento  núm.  XXI. 

(5)  Id.;  documento  núm.  XXXII. 

(6)  España  sagrada;  t.   XXiX.  pág.  459. 

(7)  Valga  como  ejemplo  esta  frase  de  Oliva,  el  obispo  de  Vich,  refiriéndose  a  su 
predecesor  Borrel,  que  «ab  hispanis  veniens  et  lerundam  adiens..  morte  pervenlum  estv». 
(Villanucva:  Viage  literario;  t.  VI,  pág.  291).  «.\rgento  de  Espania>\  «auro  spanescho»», 
«mancusos  de  Spania»,  «monete  Ispanie>\  etc.,  designaban  en  Cataluña  las  piezas  árabes, 
en  contraposición  a  las  del  país.  La  diferencia  entre  Ispania  y  Cotia,  es  decir,  Cataluña, 
se  declara  en  las  actas  del  concilio  de  Barcelona,  año  go6  (Villanueva:  Ob.  cil.,  i.  VI, 
página  2G2). 

(8)  Balari:  Ob.  cit.;  págs.  316  y  316. 

(9)  Id.,  id.;  pág.  321. 

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CATALUÑA 

Esta  misma  razón  del  nombre  hace  creer  mozárabe  a  un  «Abab- 
dela  qui  vocatur  Maradon»,  testigo  en  juicio  a  favor  del  obispo  de  Gerona 
en  8i8  (i);  otro  presbítero  de  Gerona,  en  908,  se  llamaba  Abdala  (2);  un 
Sálama  era  dueño  de  cierta  villa  pur  allí,  en  950(3),  y  un  Tebet  figura 
como  testigo  en  1002  (4).  Recuerdos  de  otros  hombres  de  la  misma  estirpe 
quedaron  dando  nombre  al  «villare  Abdirama»,  en  tierra  de  Besalú  (5);  al 
«vilar  de  Abdela»,  en  la  N'ellés  (6);  a  una  «villa  lafare»,  hacia  Bañólas  (7); 
a  un  «castrum  Marphani»,  cerca  de  Moya  (8),  y  a  la  conocida  villa  de 
Calaf  (9).  Acaso  también  a  lengua  árabe  corresponda  el  nombre  de  una 
«speluncam  Guandalmate»  citada  en  939  (10).  Nombres  genéricos  árabes 
en  documentación  catalana  de  entonces  deben  ser  raros:  sólo  recuerdo  un 
<^camisio  de  alcotono»  (i  i),  a  más  de  la  nomenclatura  monetal.  que  prueba 
un  desarrollo  de  comercio  muy  vivo  (12). 

Del  influjo  científico  andaluz  es  indicio  la  crónica  franca  que 
un  obispo  de  Gerona,  Godmar,  dedicó  al  califa  Alhaquem,  siendo  prín- 
cipe (13);  mas  sobre  todo  hace  fuerza  el  caso  de  Gerberto,  aquel  famoso  y 
calumniado  Silvestre  II,  que,  llevado  de  un  ansia  de  saber  excepcional 


(i)  España  sagrada;  t.  XLIII,  pág.  371.  —  Villanueva:  Ob.  cit.,  t.  XIII,  pág.  222. 

(2)  Villanueva:  Ob.  cit.;  t.  Xlll,  pág.  238. 

(3)  Id.,  id.,  id.,  pág.  24Ü. 

(4)  Id.,  id.,  id.,  pág.  257. 

(5)  Marca  hispánica;  documento  núm.   LIV.   Esp.  Sagr.;  t.  XLlll,  págs.  381, 

392  y  398- 

(6)  Esp.  sagr.;  t.  XXIX,  pág.  482. 

(7)  Marca  hisp.;  documento  CLXXIV. 

(8)  Villanueva:  Ob.  cit.;  t.  VI,  pág.  271. 

(9)  Id.,  id.;  t.  VIH,  pág.  295. 

(10)  Id.,  id.;  t.  VI,  págs.  270  y  271. 

(i  i)  Id.,  id.;  id.,,  pág.  273.  A  principios  del  siglo  XI  se  citan  pieles  «espanescas»  o 
«alfanechas»  (Balari:  Ob.  cit.;  págs.  602  y  604,  y  Homenaje  a  D.  F.  Codera,  pág.  209, 
nota  2.°),  y  desde  fines  del  mismo  siglo  abundan  ya  los  nombres  genéricos  árabes,  como  se 
infiere  de  referencias  acotadas  por  Balari.  (Ob.  cit.;  págs.  601  a  616  y  686.) 

(12)  Balari:  Ob.  cit.,  págs.  663  a  673.  —  Botet  y  Sisó:  Les  monedes  catalanes; 
t.  1,  págs.  26  en  adelante. 

(13)  Referencia  de  Masudi  consignada  por  el  Sr.  Codera:  Anuari  del  Instituí 
d'estudis  catalans;  t.   III,    1909-10,  pág.   181. 

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CATALUÑA 

entre  europeijs  de  entonces,  acud¡('),  hacia  (jGy,  a  estudiar  matemáticas  con 
Atton,  obispo  de  \'ich,  siendo  trasmisor  en  Europa  de  ciencias  ignoradas 
allá  \  peculiares  entonces  de  las  escuelas  árabes  C(jrdobesas,  como  son 
astronomía,  geometría,  música  y  tísica  (i).  Él  mismo  sostuvo  después 
correspondencia  con  catalanes  para  obtener  libros  árabes,  como  cierto 
tratado  de  la  multiplicación  y  división  de  los  números,  obra  de  un  Yúsuf, 
sabio  español,  o  sea  andaluz  (2),  y  la  traducción  que  Lupito,  barcelonés, 
había  hecho  de  un  libro  árabe  de  astrologia  (3).  Más  aún:  trastornado  el 
ánimo  de  Gerberto  con  las  turbulencias,  crímenes  y  barbarie  en  que 
hervían  Francia  e  Italia,  suspiraba  desde  allá  por  repetir  su  viaje  a  Cata- 
luña en  busca  de  paz  v  de  consuelos,  que  trataba  de  hallar  en  la  Hlosofía 
aquel  gran  espíritu  (4).  Ello  viene  a  darnos  idea  de  un  llorecimiento  cien- 
tífico catalán  en  el  siglo  X,  como  reflejo  del  de  Córdoba  y  a  base  de  tra- 
ducciones árabes  en  ciertas  materias,  cuya  repercusión  en  Europa  pudo 
ser  grande;  además,  algunos  volúmenes  contenidos  en  la  sorprendente 
librería  de  Ripoll,  creada  entonces,  se  explicarían  mu}-  bien  por  este 
medio  (5),  haciendo  ver  en  el  gran  cenobio  catalán  un  foco  de  ciencia  mo- 
zárabe, en  el  sentido  arriba  dicho. 

Por  complemento,  sabemos  de  relaciones  diplomáticas,  o  más 
bien  declaraciones  reiteradas  de  obediencia  y  clientela,  por  parte  de  los 
condes  de  Barcelona,  en  pro  de  los  califas  de  Córdoba,  hasta  974,  a  lo 
menos  (6);  hecho  de  que  los  historiadores  catalanes  no  se  han  dado  mucha 

(1)  Biografía  de  Gerberto,  por  Richer,  citada  en  Ilavet:  Leltres  de  Gerbert, 
París,  1889.  Las  alusiones  a  su  aprendizaje  con  musulmanes  fueron  consignadas  por  Risco: 
España  sagrada;  t.   XXVIII:   Advertencias  preliminares. 

(2)  Cartas  nú ms.  17  y  27,  escritas  desde  Reims  en  984:  «Libellum  a  loseph  Ispano 
editum»,  y  «loseph  sapiens  sententias  quasdam  edidit»,  dice. 

(3)  Carta  núm.  24  «Lupito  barcbinonensi»,  a  quien  dice:  «Librum  de  astrologia 
translatum  a  te  michi  pétente  dirige.» 

(4)  Carta  45,  dirigida  desde  Reims  en  984,  y  la  72,  escrita  desde  Italia  en  980. 

(5)  Se  catalogaron  en  ella,  en  el  siglo  XI,  cuatro  libros  de  medicina,  uno  de  arit- 
mética, otro  de  música,  varios  «de  computo»  y  otro  de  los  signos  del  Zodiaco.  Beer: 
Die  Handschriften  des  Rlosters  Santa  María  de  Ripoll;  págs.   io5  y   107. 

(ó)  Abenhayán  nos  ha  trasmitido  prolijos  relatos  de  dos  de  estas  embajadas,  en  971 
y  974,  que  tradujo  el  Sr.  Codera.  ( Boletín  de  la  .\cade  m  ia  de  la  Historia;  t.  Xil, 
pág.  454.) 

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CATALUÑA 

cuenta,  al  parecer,  no  obstante  su  importancia  para  reconocer  la  verda- 
dera situación  política  de  Cataluña  entonces,  como  probable  consecuencia 
de  la  embestida  victoriosa  de  Alhaquem  II  en  yOb  (i).  Asimismo  su  com- 
probación plena  dásenos  en  un:i  frase  dictada  por  el  rey  lluj^o  Cápete, 
en  988,  brindando  con  su  ayuda  al  conde  de  Barcelona  Borrell,  en  caso  de 
que  prefiriera  obedecerle  más  bien  que  a  los  árabes;  de  suerte  que,  según 
ello,  los  catalanes  seguían  reconociendo  la  soberanía  cordobesa  aun  des- 
pués de  asolada  su  capital  por  Almanzor  (2). 

Desde  entonces  empezó  a  correr  en  Cataluña  la  moneda  de  oro 
cordobesa,  en  señal  de  que  se  habían  estrechado  vínculos  de  comercio 
entre  ambos  pueblos  (3).  así  como  el  hecho  de  copiarse  en  Barcelona  los 
dinares  hamudíes  de  Ceuta  revela  planes  de  afianzar  su  propio  crédito  a 
la  sombra  del  de  las  cecas  meridionales,  hasta  llegarse  a  un  ensavo  de 
autonomía  monetaria  con  las  piezas  bilingües  arábigo-latinus  del  conde 
Ramón,  no  muy  avanzado  el  siglo  XI  (4).  La  piedra  grabada  de  la 
catedral  de  Gerona  con  el  nombre  de  la  condesa  Ermesindis,  repetido 
debajo  en  árabe,  es  otro  testimonio  del  predominio  andaluz  en  Cataluña 
por  aquellos  días  (5).  En  cambio,  su  desgarramiento  de  Francia  se  con- 
firma por  dos  intentos  de  emancipación  eclesiástica,  respecto  de  Narbona, 
restableciendo  la  metrópoli  tarraconense:  primero  con  el  abad  Cesarlo, 
en  958,  bajo  la  protecci()n  de  los  leoneses  (ó),  y  trece  años  después  con  el 
obispo  de  Vich,  Atton,  que,  apoyado  por  el  conde  Borrell,  logró  del  Papa 
ser  consagrado  arzobispo;  mas  la  muerte  violenta  que  se  le  infirió  luego, 


(i)     Dozy:  Hist.  des  mus.,  t.  III,  cap.  V. 

(2)  Carta  1 12  de  Gerberto,  escrita  en  nombre  del  rey  Iiu<í0,  donde  se  dice:  «Quia  in 
parte  si  fore  mavultis,  nobisque  potius  obedire  delegistis  quam  hismahelitis,  legatos  ad  nos 
usque  in  Pascha  dirigite.» 

13)     Botet  y  Sisó:  Ob.  cit.;  t.  I,  desde  la  pág.  26. 

(4)  Id.,  id.:  lámina  al  frente  del  tomo  I  y  págs.  72  y  81. 

(5)  Museo  español  de  antigüedades;  t.  1,  pág.  471.  La  atribución  a  dicha 
condesa,  mujer  de  Ramón  Borrell,  hecha  por  el  Sr.  Saavedra,  se  garantiza  por  la  historia 
y  por  los  caracteres  epigráficos,  mejor  que  otras  suposiciones  expuestas  por  el  Sr.  Carreras. 
(Homenaje  a  D.  F.  Codera;   pág.  21 5). 

(6)  España  sagrada;  t.  XL\,  págs.  160  y  370;  t.  XXV,  pág.  100.  —  X'illanueva: 
Ob.   cit.;  t.   Vil,  pág.   169.  —  Marca  hispánica;  documento  CXCIV. 

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CATAI.UNA 

en  971,  hace  sospechar  alguna  represalia  de  parte  de   Francia:  lo  cierto  es 
que  allí  acabó  la  emancipación  deseada  (i). 

En  síntesis:  vemos  conquistada  la  vieja  Cataluña  por  los  francos  y 
sujeta  al  imperio  carolingio;  después,  reacciones  contrarias  van  decidiendo 
un  esfuerzo  progresivo  hacia  la  independencia  y  nacionalización  del  país, 
que  se  logró  merced  al  creciente  desconcierto  y  barbarie  de  Europa. 
Frente  a  ella,  C()rdoba  desplegaba  poderío  y  cultura  en  grado  máximo, 
que  Cataluña  utilizó  para  su  propio  desenvolvimiento,  irradiando  con 
eficacia  sobre  lo  europeo.  Después  Andalucía  decae:  Cataluña  pugna  por 
recoger  su  parte  de  herencia  en  el  comercio  exterior,  fomentandcj  relacio- 
nes marítimas  especialmente  con  Italia,  v  así  creció  y  floreció  fuera  ya  de 
la  órbita  española. 

Esta  última  fase  tiene  su  representación  artística,  bien  conocida,  en 
el  arte  románico  catalán,  hijo  del  lombardo.  Su  actividad,  muy  a 
comienzos  del  siglo  XI,  parece  comprobada  con  obras  grandiosas,  cuales 
son  la  iglesia  de  Casserres,  consagrada,  al  parecer,  en  1006;  la  de  Cardona, 
erigida  de  1019  a  1040;  la  de  Tabernoles,  coetánea;  la  de  Ripoll,  consa- 
grada en  1032,  etc.  La  de  Canigó,  cuya  última  consagración  data  de  102Ó, 
desmerece  por  su  rusticidad  y  arcaísmo,  separándose  del  grupo  lombardo. 
Ahora  bien:  ^es  dable  reconocer,  dentro  de  éste,  obras  catalanas  más  anti- 
guas? No,  a  mi  juicio:  pues  considero  sobrado  inciertas  las  atribuciones 
hechas  al  siglo  X,  sobre  fechas  de  consagración,  de  otras  iglesias,  que  vero- 
símilmente fueron  después  reconstruidas:  así  como  parece  creíble  que  el 
eximio  abad  de  Ripoll  y  obispo  de  \'ich,  Oliva,  fuese  un  propulsor  eficací- 
simo de  esta  revolución  artística.  Siendo,  además,  la  arquitectura  lom- 
barda una  importación  en  Cataluña,  no  parece  razonable  en  modo  alguno 
dar  como  primordiales  ciertas  obras  rústicas  y  mezquinas,  que  si  no 
tienen  bóvedas  es  por  impotencia,  y  antes  bien  representan  desviaciones  o 
degeneración  de  un  tipo  más  elevado. 

Al  período  carolingio  en  toda  su  pujanza  corresponde  una  sola 
obra,  la  desgraciada  iglesia  de   S.  Pedro  de  las  Fuellas  en  Barcelona, 


(i)     España  sagrada;  t.  X.XV,  pág.   101;  i.  XXVIII,  págs.  04  y  siguientes. 

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CATALUÑA 

que  llegó  a  este  siglo  más  o  menos  alterada,  pero  salvándose  de  tantos  y 
tantos  estragos,  para  caer  recientemente  en  manos  desaprensivas^  que  la 
han  puesto  imposible  de  reconocer.  Es  afrenta  para  la  Barcelona  culta  de 
hoy  haber  dado  lugar  a  semejante  atropello;  mas  todavía,  gracias  a  foto- 
grafías y  dibujos,  puede  formarse  un  concepto  aproximado  de  su  cariz 
primitivo  y  de  la  gran  importancia  que  para  la  historia  del  arte  entra- 
ñaba (i).  Su  traza  cruciforme,  su  amplitud  extraordinaria,  su  aboveda- 
miento,  sus  pormenores  decorativos  y  su  romanismo,  en  armonía  con  las 
tendencias  del  Renacimiento  carolingio,  todo  ello  hacía  de  nuestra  iglesia 
un  monumento  primordial  y  único. 

Pasa  hoy  entre  los  eruditos  como  averiguado  que  una  parte  de  su 
fábrica  perteneció  a  la  iglesia  de  S.  Saturnino,  existente  ya  en  945,  cuando 
se  consagró  la  de  S.  Pedro,  y  que  a  esta  fecha  corresponde  lo  demás  (2). 
Los  documentos  hablan,  en  efecto,  de  la  iglesia  monasterial  de  S.  Pedro 
de  las  Puellas,  erigida  entonces  «contra  atrium  Saturnini,  Domini  testis», 
y  en  el  siglo  XI  todavía  se  citan  con  distinción  ambas  iglesias  (3);  pero 
como  la  de  S.  Pedro  es  calificada  más  estrictamente  de  aulam,  es  decir, 
nave  o  capilla  (4),  cabe  pensar  si  no  sería  ella  el  edificio  en  cuestión, 
perfectamente  homogéneo  todo,  sino  un  anejo,  de  los  que,  ya  renovados, 
le  circuyen,  y  si  la  advocación  de  S.  Pedro,  privativa  del  monasterio,  se 
generalizaría  al  cuerpo  de  fábrica  principal,  usurpando  al  cabo  la  primi- 
tiva de  S.  Saturnino.  Además,  constando  expresamente  que  la  iglesia  de 
S.  Pedro  fué  destruida  —  dissipata  —  cuando  entró  Almanzor  en  985  (5), 


(i)  Véanse  las  fotografías  publicadas  por  el  Sr.  Puig  en  su  citada  obra,  tomo  II, 
figuras  35,  36  y  38.  En  cuanto  a  plano,  el  de  la  figura  34  ha  de  corregirse  mediante  los 
dibujos  figuras  414  y  473.  Da  mejor  ¡dea  de  conjunto  el  que  publicó  el  Sr.  Lampérez 
(Historia  de  la  arquit.  crist.  española;  t.  I,  figura  526),  aunque  su  escala  está 
disminuida  en  "/,  y  hay  algún  error  en  la  parte  del  crucero. 

(2)  Puig  y  Cadafalch:  Ob.  cit.;  t.  11,  págs.  1 15  y  56i. 

(3)  España  sagrada;  t.  XXIX,  pág.  463.  En  un  testamento  de  962  se  nombra 
«monasterium  sancti  Petri  et  sancti  Saturnini».  (Carreras  y  Candi:  Geografía  general 
de  Catalunya;  nota  35o). 

(4)  Puig:  Ob.  cit.;  t.  II,  pág.  1 15,  nota  6." 

(5)  Próspero  Bofarull:  Los  condes  de  Barcelona  vindicados;  t.  1,  pág.  133. 
Balari:  Ob.  cit.;  pág.  277. 

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CATALUÑA 

mal  podríamos  reconocerla  en  el  edificio  conservado.  Por  consecuencia, 
cabe  que  éste  sea  el  consagrado  a  S.  SaUírnino  antes  de  946,  y  efectiva- 
mente, su  estilo  se  compafíina  mucho  mejor,  en  absoluto,  con  la  pujanza 
del  siglo  IX  carolinf;io,  haciendíj  buena  la  tradición  que  le  considenj  como 
eri^íidó  por  Ludovico  Pío  (  i ). 

Otro  problema,  quizá  más  arduo,  envuehen  las  iglesias  de  Ta- 
rrasa,  antigua  sede  episcopal  de  Egara.  No  restaurada  ella  por  los  fran- 
cos, parece,  sin  embargo,  que  el  «castrum  Terracinense»,  o  «castro  Ta- 
rraga», nombres  con  que  el  lugar  era  designado  en  el  siglo  IX,  resistía  la 
autoridad  del  obispo  de  Barcelona,  según  consta  explícitamente  por  que- 
rella resuelta  a  favor  de  éste  en  874  (2);  y  después,  en  el  último  tercio 
del  X,  se  citan  las  iglesias  de  S.  Pedro,  Sta.  María  y  S.  Miguel  de  Egara, 
con  insistente  alusión  a  la  sede  antigua  (3).  Todas  tres  fueron  levantadas  a 
un  tiempo  y  a  pocos  pasos  de  distancia  entre  sí:  parece,  además,  verosí- 
mil que  no  llegaron  a  terminarse  por  entonces  (4).  Respecto  de  S.  Miguel, 
aunque  ofrece  traza  como  de  baptisterio,  no  estando  dedicada  al  Bautista 
y  faltando  rastro  de  piscina,  no  obstante  lo  afirmado  en  contrario,  es  mera 
hipótesis  considerarla  como  baptisterio,  y  vano  el  fundar  sobre  ello  toda  la 
cronología  del  edificio.  En  realidad  parece  sensato  y  verosímil  atribuir  lo 
primitivo  de  todas  tres  iglesias  al  siglo  IX,  sobre  influjos  extraños  a  la 
tradición  española,  en  cuanto  ello  es  presumible,  juzgando  por  lo  cono- 
cido. La  existencia  de  estribos  en  partes  primitivas  de  S.  Miguel  es  argu- 
mento de  fuerza  para  no  atribuirle  mayor  antigüedad,  si  bien  ninguno  de 
los  descriptores  del  edificio  parece  haberse  percatado  de  ellos:  los  arcos 
peraltados  y  ábsides  con  desarrollo  ultrasemicircular  imprimen  también 
carácter,  haciendo  recordar  sobre  todo  ciertas  iglesias  del  Asia  Menor, 
y  desde  este  punto  de  vista    no  será   impertinente  agruparlas  con   la  de 

(O  Fr.  Francisco  Diago:  Historia...  de  los  condes  de  Barcelona;  libro  I!,  capítu- 
los XVII  y  XXIV. 

(2)  España  sagrada;  t.   X.XIX,  pág.  467. 

(3)  Puig  y  Cadafalch:  Ob.  cit.;  t.  1,  pág.  307. 

(4)  En  ninguno  de  los  estudios  hechos  hasta  el  presente  de  la  iglesia  de  S.  Pedro  se 
hace  mérito  de  los  arranques  conservados  y  bien  ostensibles  de  la  nave  primitiva,  cuyo 
aparejo  mixto  de  sillarcjos  y  ladrillo  es  uno  de  los  más  claros  temas  carolingios  que  en 
Cataluña  se  observan. 

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CATALUÑA 

Germign v-des-Prés,   en    Francia,   cuyo  españolismo  viene  alegándose 
con  un  criterio  algo  romántico. 

Esta  última  iglesia,  consagrada  en  8o(3,  ya  no  existe,  por  desgracia.  Fué 
demolida  de  1867  a  18O8,  por  amenazar  ruina  y  además  estar  muy  mal 
hecha:  v  la  sustituyó  otro  edificio  análogo,  pero  correctísimo  y  esmerado, 
como  a  los  adelantos  de  nuestro  siglo  y  a  eruditos  remend(jnes  compete. 
Se  salvaron  unos  fragmentos,  en  el  museo  de  Orleans,  y  parte  del  ábside 
principal  con  su  mosaico  que,  restaurado  también  cuidadosamente,  no 
desdice  va  del  resto  del  edificio.  Hemos,  pues,  de  atenernos,  para  juzgar 
de  lo  que  hubo,  a  testimonios  anteriores,  especialmente  los  trazados  de 
Dely  (i)  V  los  excelentes  dibujos  y  observaciones  de  Bouet,  abonados  por 
Vasseur  (2).  Según  ello  compruébanse  tres  ábsides  con  planta  de  herra- 
dura en  el  testero;  puerta  lateral,  de  que  ya  se  hizo  referencia:  arcos  peral- 
tados, mas  no  de  herradura  absolutamente:  acaso  estribos  en  los  ábsides 
mavores,  etc.  En  icSyn  aparecieron  restos  de  arquería  decorativa  por 
bajo  del  mosaico,  y  se  la  reconstruyó  en  forma  de  herradura,  no  sé  si  con 
buenos  motivos  (3).  Teodulfo,  el  fundador  de  esta  iglesia,  era  godo,  de  Ca- 
taluña o  de  la  Septimania  (4);  y  pues  consta  que  la  hizo  con  arte  diverso  del 
galicano,  es  dable  inferir  se  valiese  de  algún  artífice  de  la  Narbonense.  No 
me  parece  lícito  agruparla  entre  lo  visigodo  español  del  siglo  \'ll  y  mucho 
menos  con  lo  arabizado  del  X;  pero  sí  da  pie  para  inferir  la  existencia 
de  una  escuela  de  arquitectura  local,  a  que  correspondan  los  susodichos 
edificios  de  Barcelona,  Tarrasa  y  Germigny,  más  otros  que  en  el  SO.  de 
Francia  pudieran  reconocerse.  Escuela  de  tipo  bizantino,  con  aboveda- 
mientos  y  material  de  sillería,  que  a  su  vez  dimanase  de  una  escuela  des- 
arrollada en  las  cortes  visigóticas  de  Narbona  y  Barcelona  durante  el 
siglo  VI,  y  cuyos  influjos  pudieron  actuar  sobre  la  toledana  del  Vil,  tan 
apegada  al  tipo  cruciforme.  Aquella  basílica  de  S.  Pedro,  construida  de 
sillería  con  arte  goda  —  «miro  opere  quadris  lapidibus  manu  gotthica 


(i)     Révue  genérale  de  1 '  A  rch  ¡teclure;  t.   VIII,  pág.   113. 

(2)  Bullelin   monumental;  t.  XXXIV,  págs.  566  y  621. 

(3)  Lasteyrie:   L'archilecture   religieuse   en    France;    figura   172  y  pág    216. 

(4)  Nicolás  Antonio:    Bibliotheca  vetus;    t.  I,  pág.  339.  La  duda  acerca  de  si 
podría  ser  italiano  parece  escasamente  fundada. 

—   5o  — 


CATALUÑA 

nobiliter  C(jnstructa»  —  que  hacia  535  se  hizu  admirar  en  Kuán  (1),  puede 
ser  testiinunid  de  lo  dicho,  y  su  bizaiitinisniíj  explicaría  la  existencia  de 
restos  decorativos  peregrinos  en  Barcelona  (2);  pero  todo  ello  cae  luera  del 
tenia  actual. 

Determinado  el  carácter  con  que  se  desarroll»')  lo  carcjlin^io  en  Cata- 
luña, V  retrasado  hacia  fines  del  siglo  X  el  arte  románico-lombardo,  queda 
un  lapso,  dentro  de  este  mismo  siglo,  que  nos  interesa  explorar  con  prefe- 
rencia. Los  documentos  poco  enseñan:  pero  en  la  segunda  mitad  del  X 
ellos  alardean  de  algo  nuevo;  de  un  arte  y  de  complicaciones  de  estructura 
no  logrados,  según  es  presumible,  antes,  a  lo  menos  en  ciertas  localidades. 
Así,  en  Cux¿i  (Rosellón)  se  consigna  ser  hecha  la  iglesia  de  piedra,  cal  y 
madera  labrada  (3);  la  de  Bañóles  construyese  abovedada  para  que  no 
arda  (4);  en  Ripoll  las  bóvedas  de  cañón  se  juzgan  dignas  de  encomio  (5), 
y  en  varias  se  consagran  tres  o  cuatro  altares,  lo  que  representa  igual 
número  de  capillas  ((3):  sin  embargo,  la  presteza  con  que  todas  estas  igle- 
sias fuert)n  reconstruidas  en  el  siglo  XI,  salvo  partes  de  la  de  Cuxá  acaso, 
prueba  que  su  arte  era  demasiado  mísero  en  parangón  con  el  lombardo. 

Veamos  ya  lo  que,  por  selección,  es  dable  atribuir  en  Cataluña  al 
siglo  X.  Induciendo  hipótesis  de  hechos,  se  ofrecen  dos  orientaciones 
verosímiles  para  el  arte:  la  una  francesa,  débil,  ya  que  Cataluña  se  había 
desgarrado  de  ella  y  que  Francia,  a  su  vez,  yacía  en  una  calamitosa  pos- 
tración; la  otra,  española,  débil  también,  puesto  que  las  relaciones  de 
Cataluña  con  los  otros  Estados  cristianos  de  la  Península  debían  ser  insig- 
nificantes; y  respecto  de  Córdoba,  faltando  la  cooperación  de  mozárabes, 
que  no  se  revela  en  modo  alguno  después  del  siglo  IX,  era  difícil  adaptar 
su  arquitectura  a  los  usos  cristianos;  mas,  como  hacia  aquella  parte  el 
esplendor  de  riqueza  y  cultura  era  muy  considerable,  su  influjo  no  podría 


(1)  Duchcsne:   Ilistoriae  Francorum   scriptores  coelanei;  t.  i,  pág.  638. 
Acta  sanctoruin;  ayoslo,  t.  IV,  pág.  818,  en  la  vida  de  San  Audoeno. 

(2)  Puig  y  Cadafalch:  Ob.  cit.;  t.  I,  figuras  397  y  398. 

(3)  Id.:  id.;  Oh.  cit.;  t.  I!,  pág.  100. 

(4)  Id.:  id.;  id.,  pág.  124. 

(5)  id.:  id.;  id.,  pág.  i58. 
(ó)  Id.:  id.;  id.,  pág.  131. 

—   5l    — 


CATALUÑA 

dejar  de  ejercerse,  en  cuanto  la  pobreza  y  rusticidad  del  país  lo  consintieran. 

El  influjo  francés,  más  o  menos  directo,  quizá  pueda  hallarse  en 
ciertas  iglesias  pobres,  que  los  investigadores  catalanes  habrán  despre- 
ciado, por  ejemplo  la  de  Canapost  (Gerona),  en  su  parte  primitiva  (i),  con 
cabecera  cuadrada  y  bóvedas  de  cañón,  pero  cuyo  adornado  tejaroz  y  el 
arco  doble  de  la  puerta  permiten  clasificarla  dentro  de  lo  románico,  En 
el  Rosellón  acaso  no  sean  posteriores  las  iglesitas  de  san  Martin  de  Fono- 
llar  y  santa  María  de  Vida,  con  bóvedas  también  vareos  peraltados,  a  más 
de  lo  primitivo  de  san  Miguel  de  Cuxá  (2). 

La  otra  corriente,  la  meridional,  única  fase  que  en  este  estudio 
perseguimos,  se  patentiza  mediante  la  presencia  sistemática  de  arcos  de 
herradura  de  tipo  musulmán,  no  godo,  a  vueltas  de  abovedamiento  más  o 
menos  completo  y  gran  miseria  de  estructura,  tal  como  ni  antes  de  este 
período  ni  en  la  baja  Edad  Media  es  dable  concebirla.  Contamos,  además, 
con  un  dato  que  a  primera  vista  parecerá  baladí  y,  sin  embargo,  es  de  una 
fijeza  casi  matemática;  refiérome  a  las  ventanas,  que  primero,  en  las  basí- 
licas, eran  amplias  vcon  celosías  marmóreas;  luego,  la  inseguridad  pública 
hizo  reducirlas  a  una  angostura  extremada,  imposibilitando  el  entrar  por 
ellas,  a  costa  de  entenebrecer  las  iglesias;  pero  se  inventó  formarlas  aboci- 
nadas, con  derrame  hacia  el  interior,  lo  que,  dado  el  mucho  grosor  de  los 
muros,  poco  remediaba  la  oscuridad  susodicha:  por  último,  se  promedió, 
hacia  adentro  y  hacia  afuera,  el  derrame,  según  regla  general  ya  desde  el 
siglo  XI.  Tal  mejora  resultaba  un  éxito  demasiado  fácil  y  provechoso  para 
dejar  de  utilizarlo  siempre,  una  vez  conocido;  y,  por  consiguiente,  su 
defecto  en  edificio  religioso  vale  por  indicio  de  vetustez  o  arcaísmo  casi 
decisivo.  Es  el  caso  de  las  iglesias  a  que  se  restringe  este  estudio,  y  espe- 
cialmente las  cuatro  de  Cataluña  que  a  continuación  van   examinadas  (3). 


(i)  Era  parroquia  citada  ya  en  loiq.  (Esp.  sagr.;  t.  XLIIl,  pág.  428);  además,  en 
901  hay  testimonio  de  una  «villa  Caneposto».   (Villanueva:  Viage   lit.;  t.  XIII,  pág.  235). 

(2)  Puig:  Obra  cit.;  1.  I,  págs.  379  y  381;  t.  II,  pág.  98. 

(3)  Ellas  fueron  generalmente  desconocidas  hasta  que  las  estudió  y  publicó  el  señor 
Puig  y  Cadafalch  en  su  tantas  veces  citado  libro  (t.  1,  págs.  369  y  siguientes)  que  me 
sirvió  como  base  de  estudio;  pero  añadiendo  a  ello  la  observación  directa  de  los  mismos 
edificios  y  de  algunos  otros  que  el  preclaro  arquitecto  catalán  agrupa  juntos. 

—   52   — 


SAN  MIGUEL  DE  OLERDULA 


Entre  la  tcrlil  llanura  del  Panadcs  —  Penitense — y  el  mar  extiéndese 
una  zc^na  montuosa,  donde  surge  OlcM'dula  sobre  una  de  sus  cumbres,  con 
vistas  al  mar  y  dominando  el  llano  de  cerca.  Es  posible  que  los  habitantes 
de  éste  la  constituyesen  en  refugio  para  días  de  guerra  o  invasión;  es  po- 
sible también  que  los  colonos  de  Tarraco  hiciesen  de  ella  un  baluarte 
desde  donde  subyugar  el  país;  mas  no  cabe  duda  en  que  su  imponente 
línea  de  murallas  es  hermana  de  la  tarraconense,  aunque  algo  posterior,  de 
seguro.  En  fecha  remota  hubo  de  ser  desmantelada  y  arruinada,  ya  que  el 
nombre  Ülerda,  que  tan  a  ibérico  suena,  falta  por  completo  en  la  geogra- 
fía e  historia  clásicas,  y  dura  el  silencio  hasta  que  en  el  siglo  X,  hacia  930, 
el  conde  Suñer  la  repobló,  o  lo  intentó  al  menos.  De  hecho,  Olérdula  (i) 
valia  como  punto  avanzado  contra  el  país  musulmán,  v  asi  mantuvo  cate- 
goría de  capital  del  Panadés  y  condado  durante  el  siglo  XI.  Al  conquistarse 
Tarragona  en  1089  perdió  su  valor  estratégico:  luego,  en  1 108,  los  almorá- 
vides la  destruyeron,  y  aunque  se  la  repobló  de  seguida,  las  conveniencias 
de  la  agricultura  hicieron  camino  hacia  el  llano,  formándose  la  población 
de  Villafranca  a  sus  expensas.  Quedaba  todavía  dentro  del  recinto  una 
parroquia,  san  .Miguel,  pugnando  por  conservar  la  tradición  y  el  señorío 
antiguos;  mas  al  lin  ha  cedido  ante  otra  nue\a,  puesta  abajo:  y  en  aquel 
suelo  vuelven  a  seiiorear  únicamente  chaparros  y  tomillos,  como  hace  diez 
siglos,  como  hace  treinta,  prodigando  la  naturaleza  su  juventud  eterna 
sobre  las  ruinas  (2). 


(i)  Un  documento  de  979  la  llama  «civitate  Olérdula»  (Balari:  Ob.  cit.;  pág.  256),  y 
otro  de  1026  hace  mención  «urbis  sive  castri  Olertulas»  (Marca  hisp.;  doc.  CXCVIII) 

(2)  Es  fácil  visitarlas,  yendo  desde  Villat'ranca  del  Panadés  en  coche  o  andando, 
pues  la  distancia  es  de  unos  seis  kilómetros,  con  subida  algo  fatigosa,  una  vez  dejada  la 
carretera,  a  lo  último.  Desde  la  villa  y  por  todo  el  camino  se  columbra  perfectamente  la 
antigua  ciudad  destacando  sobre  el  horizonte. 

-   53   - 


CATALUÑA 

Una  escritura,  conservada  en  el  archivo  de  la  Catedral  de  Barcelona, 
hace  fe  de  la  reconstrucción  del  castro  de  Olérdula  por  el  conde  Suñer, 
añadiendo  que  él  mismo,  juntamente  con  el  obispo  de  Barcelona  Teude- 
rico,  empezó  su  ij^lesia  de  san  Miguel  dentr(j  del  recinto,  demarcó  sus 
términos  \'  le  subordinó  xarias  iglesias.  Además,  en  qt)!,  otro  obispo  de 
Barcelona,  \'iva.s,  a  ruego  del  presbítero  Suniefredo,  que  había  renovado 
la  susodicha  iglesia,  ediíicando  basílica  en  honor  de  san  Miguel  y  san 
Pedro,  acudió  a  dedicar  sus  altares  y  confirmar  sus  rentas  y  términos  (i). 


(i)     Dodalia  sancti    michaelis  olerdule  in  penitensi.   de   mansis.   de   honoribus.   de 
alodiis.  de  terminis.  de  affrontationibus.  de  decimis.  et  primitiis.  dominicaturis.  et  cetera. 

«IN  NOMIiNE  Domini  Dei  Eterni  miseratoris.  Hec  est  paginóla  dotis  quam  lieri  maluit 
Domnus  uiuas  barchinonensis  cathedre  cod  rus  In  honore  sancti  michaelis  angeli.  el  apos- 
tolorum  princebs  Petrus  fundata.  Comperimus  in  diuinis  uoluminibus.  qualiter  dominus 
per  moysen   legis  lator.   et  Aaron   sacerdos.  e.x  rubricatis  pellibus  iussit  sibi  preparari  ad 
inuocandum   nomen   eius.   domum.   Apost  demum   Dauid  perco  christi   cupiens  cudere 
domum    auditam   sibi   a  domino  non  hediticare.  sed  e.\  renibus  illius  processurum  qu¡ 
impleret  iussa  dei.  Qui  utique  salomón  ille  dei  dilectus  impleuit  edificauit  Domum  Dedi- 
cauitque.  Editum  namque  ex  uirgine  dominus  el  saluator  noster  ihcsus  christus.  Que  uetera. 
facta  sunt  noua.  Construuntur  basclice.  dedicanturque  ut  íiat  omnium  catholicorum  tem- 
plum  remissionis  per  aquam  regenerationis.  Nutu  dei  Actum  est.  ut  hedilicarotur  baselica 
in  honore  christi  et  beati  archangeli  michaelis.  et  clauiger  etherei  petri.  In  castrum  nuncu- 
patur  olérdula.  A  uenerabili  uiro  suniefredi  leuita  ceterisque  sulTraganeis  suis.  Qui  preno- 
tatus  Ídem  clemencia  saluatoris  suplex  deposcens  begnitatem  domni  uiuiani  presul  insig- 
nis.   ad   dcdicandum   inueniret   pretextam   hasilicam.    qui    libenler   adquiescens   precibus 
illius.    uenit   dedicauitque    basilicam.    ac   protinus   dos   illius   íirmauit.    donariaquo   fieri 
censuit  decimarum  ac  primitiarum    oblationumque  omnium.   A  termine  orti.  incoat  ad 
ipsa  spelunca.  qui  uocitatur  derrum.  et  graditur  per  ipsa  lacuna  que  dicitur  palma,  et  sic 
per  ipsa  fonte  de  canta  lupis.  et  discurrit  ipse  torrens  usque  in  gorgo  nigro.  et  iniungit  in 
ipsa  aquaque  dicunt  aragnon.  A  parte  uero  circi  inquoat  in  iamdicta  aqua  aragnon.   et 
uadit  usque  in   strata  qui  est  super  ipsa  turre,  de  elmerado.  et  pergit  usque  in  rio  qui 
dicitur  mathana.  et  discurrit  ipse  riuus  usque  in  petra  ficta,   et  uadit  usque  in   riuo  de 
fouexo.  et  sic  per  ipsa  strata  qui  pergit  ad  uilla  qui  dicitur  furriel,  et  sic  peruenit  in  aqua 
ducto  qui  dicitur  ballobono.  A  parte  uero  occidentis  inquoat  in  iamdicto  riuulo  bailo  bono, 
et  injungil  in  rio  que  dicitur  sancti  stephani.  et  sic  per  ipsa  sinapi.  et  per  ipsas  borrelarias. 
et  per  argadarias.  et  usque  ad  puio  de  fluridio.  et  per  ipsa  pineda,  et  graditur  per  ipsa 
comba  luposa  usque  in  ipsa  mare.  A  parte  uero  meridies.  inquoat  per  ipsa  mare.  et  sic  per 
ipsas  cegias.  et  per  fonte  anastasio.  et  sic  per  fonte  de  cuzinas.  et  per  ipso  capra  fico.  et 

-    54   - 


OI.KRDrLA 


Hacia  lo  más  alto  del  sitio  de  la  antif^ua  ciudad  se  conserva  esta 
iglesia  (i),  y  en  ella  parecen  reconocerse  tres  edificaciones  (Láms.  XV 
y   XV'I;    Hgs.    20  y   21):    I 'na   priniiti\a,   que   podemos   relerir  a   la   (echa 


graditur  per  ipsa  gauarra.  et  usque  in  spelunca  qui  dicitur  derruin.  Hos  términos  pre- 
censLiit  suniarius  inclitus  cotncs  cum  ccclesia  sancta  digna,  sancti  petri.  sancti  saluatoris. 
sancti  JLiÜani.  sancti  pctri.  saiuti  ciiristofori.  sancti  genesii.  sancta  niaria  luris  muros, 
qui  constru.xit  niemoratus  idcm  comes  castruin  olcrdula.  ct  inquoauil  predicta  ecclesia 
sancti  michaelis  situm  infra  muros  cum  üenerabili  uiro  tcuderico  episcopo.  ignoscat  illis 
dominus.  ct  ahluat  uniucrsis  piaculis  illorum.  isdcm  et  términos  firmare  maluit  uenera- 
hilis  pontitc.x  uiuas  ohremedium  anime  sue.  suorumque  gcnitorum.  et  ob  remedium 
anime  prelibati  sunicl'redi  su<3rumque  gcnitorum  consanguineorum  que  omnium.  cum 
ipse  non  inmérito  uiuendi  dignus,  ante  quam  egregius  pontifex  aduenlret  fatali  casu 
peruentus  quod  obtabat  uidere  non  meruit.  sed  tamen  miserante  deo  impleta  sunt.  Hec 
namque  oblata  sunl  deo.  a  religiosis  uiris  inlustribusque  in  diem  dedicationis  basilice. 
Dedit  archilcuita.  lobetus  pareliata.  una.  de  torra,  et  modiatas.  duas.  de  uinea.  Enda- 
lecus  ferragenal.  una.  Morgatus  ferragenal  et  spelunca  cum  cásale.  Ermegille  sesterada. 
una.  de  térra  in  uitrano.  Guifredo  simiüter.  una.  de  térra  in  migriniano.  Guilamagnus 
mediata,  una.  de  uinea  que  est  ad  ipsas  tortas.  Petrus  similiter.  una.  de  uinea  in  papiolo. 
Vndisclo  similiter.  una.  de  uinea  ad  ipso  pozólo.  Katuual  similiter.  una.  de  uinea  qui  est 
ad  ipso  trescorno.  Felice  K-illerio.  Altimiro.  uiridiacario.  xv.  dextros  in  longitudine.  in 
latitudine  uero.  vi.  Aldena  cum  filios  suos  ferragenal.  una.  qui  est  ad  ipsa  fonte.  Trans- 
miro  ipsa  uinea  marciola  abintcgre.  .Mbarico  semodiata.  una.  de  uinea  qui  est  ad  ipso  tres 
corno.  Teudeuino  ferragenal.  una.  qui  est  ad  ipsa  ualle.  Eruinosus  similiter.  una.  de  uinea 
in  uitrano.  Ista  oferta  sunt  deo  archangeloque.  illius  michaele.  ut  in  ultima  ora  cum 
aduenerit.  occurrat  illis  in  adiutorium.  et  manus  extranea  nos  eos  permittat  tangere.  Dig- 
nissimoque  illius  clauiculario.  oferta  sunt  simul.  ut  paradisi  ualuas  illis  aperiat.  Viuas 
gratia  dei  episcopus.  qui  ad  dedicationem  istius  altaría  ueni.  et  opus  domini  ut  ualui 
fideliter  consumaui.  Voló  namque  ut  fíat  donaria  decimarum.  primiciarumque  oblationum 
quo  omnium  ut  dictum  est.  .Amodo  et  usque  et  sempiternum.  Seniofredus  archipresbiter. 
Suniefredus  presbiter.  Julianus  presbiter.  .\udegarius  sacerdos.  Lonuardus  preshiter.  Gau- 
cefredus  presbiter.  Ermenardus  presbiter.  Vidale  presbiter.  Guillara  presbiter.  Bonaricus 
presbiter.  Maller  presbiter.  Eruigius  presbiter  cognomento  marchio  qui  et  iudex  has  quiga- 
mas  dotis  exarauit.  era  .xxx.  pus  millesima.  Annus  Domini  .DCCCC.  nonagesimus  pri- 
mus.  inditione  .v.  et  cum  duobus  litteris  superpositis  in  uerso  .x.  cum  die  et  anno  quod 
supra.  Hiis  terminj  castri  olerdule.» 

Catedral  de  Barcelona:  Antiqu i tates;  t.  IV,  t'ol.  iio.  Transcripción  del  señor  Gil  y 
Miquel. 

(1)     Puig:  Ob.  cit.;  t.  I,  pág.  382. 

—  55  — 


CATALUÑA 


aproximada  de  930,  y  será  objeto  de  estudio  especial  aliora.  Otra,  mucho 
más  amplia,  dominándola  hacia  sur,  con  cabecera  cuadrada,  nave  única, 

puerta  de  arco  sencillo  al 
costado  meridional  y  ven- 
tana de  dos  arcos  a  los 
pies;  ello  puede  creerse  lo 
terminado  en  991.  Y,  por 
último,  una  transforma- 
ción de  este  mismo  edifi- 
cio, levantando  más  sus 
paredes,  erigiendo  cimbo- 
rio y  abovedándolo  todo, 
conforme  a  los  procedi- 
mientos románicos  :  los 
caracteres  de  la  puerta  del 
hastial  y  de  la  espadaña 
acreditan  esta  obra  como 
perteneciente  a  un  arte 
avanzado,  v  se  haría  des- 
pués de  la  invasión  de 
1 108,  que  es  verosímil 
acarrease  gran  destrozo 
al  edificio.  Una  variación 
en  el  aspecto  de  la  mani- 
postería denuncia  este 
proceso  de  las  obras,  re- 
sultando por  fuera  muy 
rejuntadas  las  partes  ba- 
jas, mas  no  las  altas,  que 
son  de  aparejo  más  cui- 
dadoso y  conservan  abier- 
tos los  mechinales  donde 
se  fijó  el  andamio. 

A    lo   de    991    aun    no 

Fig.  20.  San  Miguel  de  Olérdula:  planta  general.  pUCdc    atribuiTSC    aboicn- 

—    56    — 


OLÉRDULA 

go  lombardo,  por  su  cabecera  cuadrada  y  la  ventana  del  hastial,  con  arcos 
redondos  gemelos,  que  acusan  mucha  vejez;  mas  queda  incierto  si  llevarla 
techos  o  bóvedas,  y  si  ya  ent(.)nces  acusaba  su  na\'e  la  división  en  tramos, 
con  estribos  interiores  y  arquerías  murales,  cosa  poco  verosímil,  a  mi 
juicio:  supongamos  abovedada  con  simple  cañón  la  capilla,  y  una  arma- 
dura en  la  nave,  sobre  la  línea  de  muros  que  hoy  constituye  el  fondo  de 
las  susodichas  arquerías. 

Siguiendo  esta  hipótesis,  hasta  el  siglo  XII  no  hub(j  de  procederse  a 
recrecer  por  dentro  lus  muros,  según  veremos  luego  repetido  en  Pedret, 
facilitándose  así  el  abovedamiento  general.  Los  arcos  son  redondos  y  con 
impostas  a  bisel,  que  no  vuelan  sino  en  los  frentes,  y  lo  mismo  son  las 
cornisas.  El  cimborio  ofrece  como  particularidad  ir  esquinado  hacia  el 
exterior  su  octógono,  respecto  del  cuadrado  sobre  que  cabalga,  como  en  el 
baptisterio  italiano  de  Biella  (i);  mas  por  dentro  no  difiere  del  tipo  lom- 
bardo usual.  Resulta  esbelta  de  proporciones:  el  aparejo  de  los  pilares  es 
de  sillarejos,  y  en  algún  sitio  aparecen  rejuntados  con  cintas  de  relieve. 
Una  capilla  lateral  es  moderna,  y  enfrente  nunca  tuvo  compañera. 

Examinemos  ya  la  obra  primitiva,  la  de  930,  según  apariencias. 
Una  capilla  minúscula  y  una  sola  nave  la  constituían.  Esta  última  yace 
arruinada,  pues  el  muro  septentrional  de  la  iglesia  posterior  avanza  sobre 
ella:  pero  quedan  arranques  de  su  pared  contraria,  y  aun  es  verosímil 
que  la  capilla  lateral  moderna  cabalgue  sobre  los  cimientos  de  su  hastial. 
Respecto  de  la  capilla  primitiva  quedó  sirviendo  de  sacristía,  cegado  su 
arco  V  en  comunicación  con  la  otra  capilla  mayor,  cuyo  suelo  está  casi  un 
metro  más  elevado.  En  cuanto  a  formas,  la  tal  capilla,  rectangular  por 
fuera,  truécase  en  absidal  por  dentro,  y  se  cubre  con  bóveda  de  cuarto 
de  esfera,  prolongado  hasta  entestar  con  el  muro  anterior,  que  abría  su 
arco  de  herradura  hacia  la  nave.  Recibe  luz  mediante  dos  saeteras  sin 
derrame  sensible,  pero  ensanchando  algo  de  arriba  a  abajo  por  dentro  y  al 
revés  por  fuera,  hasta  acabar  casi  en  punta.  Una  de  ellas  está  abierta  en 
medio  del  testero:  la  otra,  hacia  el  costado  derecho.  El  arco,  muy  angosto 
respecto  de  la  capilla,  está  hecho  de  sillería  (Lám.  W  y  fig.  21),  con  su 

(1)     Rivoira:   Le  origini  dclla  archittetura  lombarda;   figs.    199  y  200. 

-   57   - 


CATALUÑA 

dovelaje  muy  desigual,  sin  trasdosar  y  despezado  con  esta  orden:  sif^uiendo 
líneas  radiales  en  el  tercio  medio  de  la  curva,  horizontalmente  en  lo  bajo, 
promediada  su  direcci(')n  en  el  resto  y  con  desigualdad  un  lado  respecto 
del  otro.  Su  amplitud  excede  justamente  en  una  mitad  del  radio  al  semi- 
círculo; y  las  impostas,  cortadas  en  forma  de  nácela,  sobresalen  algo  de 
los  salmeres;  todo  ello  como  en  Alelque.  exacto.  El  aparejo,  en  lo  demás 

del  edificio,  es  de  mam- 
postería,  con  esquinas  de 
sillares  gruesos,  y  reves- 
tido todo  por  dentro.  La 
piedra  es  una  caliza  bas- 
ta, la  misma  del  suelo 
sobre  que  el  edificio  se 
alza. 

La  forma  de  ábside, 
curvo  y  con  envoltura 
cuadrangular,  va  nos  es 
conocida  en  Aíelque,  y 
también  se  da  en  santa 
María  de  Tarrasa;  pero 
nunca  trasciende  a  lo  ro- 
mánico. Las  ventanas, 
sin  derrame,  justifican  igualmente  una  gran  vejez,  si  bien  su  angostura 
marca  posterioridad  al  arte  de  las  basílicas,  y  aun  respecto  de  las  iglesias 
de  Tarrasa.  datos  de  cronología  que  se  robustecen  observando  el  arco 
toral,  perfectamente  ajustado  a  ejemplares  mozárabes  del  siglo  IX  y  prin- 
cipios del  X,  salvo  el  mayor  arcaísmo  que  representa  no  trasdosar  el  dove- 
laje, cosa  general  en  las  iglesias  catalanas  aquí  agrupadas.  La  fecha  de  930 
resulta  verosímil;  pero  en  caso  de  faltar  este  dato  sería  perfectamente  lícito 
suponer  mayor  antigüedad  al  edificio,  aunque  dentro  siempre  del  período 
mozárabe,  según  la  amplitud  del  arco  demuestra. 


Fig.  21.  Olérdula:  arco  de  la  capilla  primitiva,  por  fuera. 


—  58  — 


SAN  QUIRCE  DE  PEDRET 


Carece  de  historia.  El  lu^ar,  Pedredo.  consta  en  escritura  de  983,  y  su 
iglesia  en  otra  de  1180  (i).  Existe  juntíj  al  puente  del  mismo  nombre, 
tendido  sobre  el  Elobregat,  en  el  punto  donde,  traspasados  los  valles  altos, 
se  dilata  su  horizonte  por  la  campiña  de  Berga,  y  ocupa  un  alto,  en  ladera, 
sobre  la  margen  izquierda  del   río  (2).    Una  masía  tan  sólo  la  acompaña. 

La  portada  actual,  el  abovedamiento  de  la  nave  en  cañón  agudo,  la 
reforma  de  uno  de  los  ábsides  laterales  y  las  pinturas  de  ambos  (3),  más 
sus  puertas  que  se  abren  hov  hacia  la  capilla  mayor,  todo  acredita  una 
reforma  considerable  de  esta  iglesia  cuando  imperaba  el  arte  románico 
avanzado,  o  sea  en  el  siglo  XII.  Descartado  ello,  es  fácil  reconocer  en  lo 
más  antiguo  una  edificación  prerrománica  con  arcos  de  herradura  (Lámi- 
nas XVI  y  XVII,  y  figs.  22  y  23). 

Las  paredes  son  de  mampostería,  y  los  arcos  y  jambas,  de  sillarejos 
mal  cortados,  acusando  mayor  rusticidad  que  lo  de  Olérdula,  pero  dentro 
de  un  mismo  período  artístico.  La  capilla  mayor  es  de  base  trapecial, 
con  angosta  ventana,  hoy  cegada,  en  el  testero  (4)  y  bóveda  de  cañón  algo 
peraltado  en   forma  de  herradura;  encima  caía  el  tejado,  pero  moderna- 


(1)  Puig  y  Cadafalch:  Ob.  cit.;  t.  1,  pág.  369.  —  Un  «rio  Petrelo»  se  cita  entre  los 
confines  de   Ripnll  en  888  (Marca  iiispánica;  documento  XLVI). 

(2)  El  camino  más  corto  para  llegar  a  esta  iglesia  es  por  ferrocarril  hasta  la  estación 
de  Berga,  y  siguiendo  luego  a  pie  la  misma  vía  adelante,  sin  pérdida  posible,  hasta  el  puente 
de  Pedret,  que  son  apenas  tres  kilómetros.  Subiendo  hasta  Berga  también  hay  fácil  camino 
y  una  distancia  próximamente  igual,  por  senda  de  herradura;  la  iglesia  empieza  a  verse  en 
llegando  al  pie  del  cementerio  de  la  villa,  y  se  sigue  a  lo  largo  de  un  pequeño  valle  hasta 
dar  en  el  puente  susodicho. 

(3)  Las  del  ábside  meridional,  bien  conservadas,  se  reprodujeron  por  el  Institut 
d'Estudis  Catalans,  en   Les  pintures  muráis  catalanes;  fase.   I.    1907. 

(4)  La  que  hoy  da  luz,  en  el  costado  derecho,  es  moderna  y  lo  mismo  sus  puertas, 
suprimidas  en  el  adjunto  plano,  que  dan  a  los  ábsides  laterales. 

-  5y  - 


CATALUÑA 


mente  se  le  puso  armadura,  una  vez  alzados  los  muros  en  cantidad  de  dos 
metros,  hasta  igualar  con  el  cuerpo  de  la  iglesia.  El  arco  toral,  prescin- 
diendo de  su  deformación  por  rebajamiento,  aparece  hoy  como  de  medio 

punto  y  rozada  la 


jamba  dehaciasur, 
que,  además,  algo 
marca  de  prolon- 
gación en  herradu- 
ra, permitiendo  su- 
poner que  primiti- 
vamente fué  seme- 
jante a  los  colate- 
rales. 

De  estos  otros 
arcos  dos,  entes- 
tando  las  naves  me- 
nores, correspon- 
dían a  los  ábsides: 
el  de  hacia  norte 
quedó  deshecho  al 
elevar  el  piso;  el 
otro  se  conserva  ce- 
gado, y  es  de  herra- 
dura con  impostas 
de  nácela  muv  vo- 
ladas, como  para  'caer  sobre  columnas,  que  ya  no  existían  cuando  en  el 
siglo  XII  fué  pintado,  según  hoy  se  halla.  Los  respectivos  ábsides  son 
de  planta  ultrasemicircular,  conservando  al  exterior  su  curvatura,  en  lo 
que  habremos  de  ver  arcaísmo,  ya  que  España  no  les  conserva  así  más 
que  en  la  capilla  de  Leiría  (i),  en  la  basílica  de  Cabeza  del  Griego,  del 
siglo  VI  (2),  y  en   la   ruina  de  Marialba  (León).   Francia  ostenta  los  de 

(i)    o  Archeologo  portugués;  t.  Vil,  pág.  316. 

(2)  Memorias  de  la  Acad.  de  la  Historia;  t.  III,  lám.  VIII.  El  dibujo  ori- 
ginal para  ella,  firmado  por  Isidro  Vclázqucz,  existe  en  la  sección  de  Estampas  de  nuestra 
Biblioteca  Nacional.  —  Lampércz:  Ob.  cit.;  t.  I,  fig,  59. 


Fig.  22.  San  Quirce  de  Pcdrct:  planta. 


—    60 


PEDRET 

Germif;ny-des-Prés,  correspondientes  al  IX  (  i );  e  Italia,  el  de  la  cripta  de 
San  Salvador  de  Brescia,  atribuido  al  \'lll  {2).  \in  Pedret,  el  del  ladu  de 
la  Epístola  recibe  luz  por  dos  saeteras  con  amplisim(j  derrame  hacia 
dentro,  y  su  b<'>veda  es  como  de  cañón,  menguando  en  desarrollo  a 
tenor  de  la  cur\atura  del  muro.  El  otro  ábside  muestra  como  obra  romá- 
nica su   parte  alta,   con   bóveda   mejor   desarrollada,   cornisa  a   bisel    por 


i 


Fig.  23.  Pedret:  sección  transversal  de  las  naves. 


fuera  y  ventanillo  arqueado  que  promedia  su  derrame  hacia  ambas  haces. 
Antes  remataba  seguramente  a  igual  altura  que  su  compañero;  mas,  como 
el  terreno  va  en  declive  y  llegase  a  resultar  casi  enterrado  este  ábside, 
convino,  hacia  el  siglo  XII,  subir  de  nivel  su  solería,  y  al  par  la  bóveda, 
para  quitarle  humedades. 

Respecto  del  cuerpo  de  la  iglesia  la  hipótesis  de  los  señores  Puig 
y  Pijoán  es  exacta,  reconociéndose  que  formó  tres  naves,  separadas  por 
muros,  en  los  que  sólo  se  abrían  dos  arcos  a  cada  lado,  muy  distantes  uno 
de  otro.  Lo  de  la  izquierda,  muros  y  arcos,  se  conserva  perfectamente, 
aunque  oculto  desde  la  nave  central  por  el  otro  muro  y  arcos  que  se  le 
agregaron  en  el  siglo  XII  para  facilitar  el  abovedamiento.  Al  lado  derecho 
sólo  queda  visible  el  arranque  de  arco  inmediato  al  testero,  siendo  también 


(i)  La  planta  vulgarizada  entre  nosotros  por  el  Sr.  Lampérez  se  debe  a  M.  Lisch 
y  corresponderá  al  nuevo  edificio,  obra  suya.  La  antigua  y  fidedigna  se  dio  por  Bouct 
(Bull.   monumental;  t.   XXXIV)  y  la  siguieron   F'nlart  y  Haupt. 

(2)     Cattanco:  L'archi  tect  urc  en  1  tal  i  o  d  u  \'  le  au  .\  I  <=  siécle;  fig.  63. 


—  61    — 


CATALUÑA 

primitiva  la  parte  que  toca  al  hastial  de  los  pies  y  este  mismo,  con  una 
exigua  puerta,  arqueada  en  semicírculo  y  rudísima:  otro  arco  mayor  se 
vislumbra  en  el  muro  correspondiente  a  la  nave  lateral  de  sur,  junto  a  su 
ábside,  v  acaso  ambos  arcos  fueron  las  únicas  entradas  primitivas.  Los 
muros  de  la  nave  principal  no  sólo  están  recrecidos  por  dentro,  sino  que 
se  les  alz'i  más,  acusándose  por  fuera  variación  de  obra,  precisamente 
desde  encima  de  los  arcos  divisorios. 

De  las  naves  laterales,  la  de  hacia  sur  quedó  reducida  a  una 
especie  de  capilla,  con  ventanas  de  doble  derrame  y  bóveda  de  aristas 
moderna:  pero  la  nave  del  otro  lado  conserva  en  todo  su  lar^o  una  bóveda 
rampante,   casi   llana  y  hecha  de  lajas  pizarrosas,  como  lo  demás.    Ella 

suscita  un  problema  inte- 
resante, sobre  todo  si  la 
consideramos  primitiva,  lo 
que  no  puede  negarse  á 
priori,  examinando  su 
construcción.  Otras  así  cu- 
bren las  capillas  laterales 
de  san  Pedro  de  Tarrasa, 
pero  su  antigüedad  tam- 
poco puede  garantizarse 
bastante.  Desde  luego  ella 
no  ayuda  en  modo  alguno 
para  equilibrar  la  bóveda 
central,  ya  que  falta  en  la 
parte  de  sur,  más  compro- 
metida por  ir  descendiendo 
hacia  allí  el  terreno;  y  su  forma,  como  en  los  triforios  de  Avila  y  La  Cal- 
zada, obedece  sólo  a  comodidad  para  echar  encima  el  tejado.  Cabría  pen- 
sar en  una  solución  primitiva  con  abovedamiento  completo,  supuesto  un 
cañón  semicilíndrico  en  la  nave  mayor,  según  la  figura  23  adjunta  propo- 
ne: v  aun  podría  inferirse  que,  habiendo  cedido  a  su  empuje  toda  la  parte 
meridional,  por  la  razón  susodicha,  se  impusiera  la  reforma  del  siglo  XII, 
quedando  intacto  el  otro  colateral.  El  grosor  de  muros  haría  posible  todo 
esto;  mas,  faltándonos  modelos  que  acrediten  el  caso,  parecerá  más  razona- 


Fig.  24.  Pedret:  arco  divisorio  de  las  naves. 


—    62    — 


PEDRET 

ble  suponer  un  piimitixo  sistema  de  cubiertas  de  madera  para  las  tres  naves. 

Los  arcos  de  herrad lu'u  son  de  i^ual  tipo  que  el  de  (Jlúi'dula,  en 
cuantié  a  impostas  y  desari'olhj  de  la  curva,  C(jn  más  exceder  su  diámetro 
al  hueco  de  entre  jambas,  como  en  Melque.  Sus  dovelas  son  angostas;  en 
alf^ún  caso,  hacia  el  salmer.  están  puestas  de  espejo,  componiendo  varias 
piedras  el  grosor  del  arco,  como  en  ciertas  obras  musulmanas  de  las  más 
antiguas  (i),  y,  si  hay  dovelaje  radial,  únicamente  es  en  una  estrecha  zona 
hacia  la  clave,  pues  lo  demás  va  inclinándose  poco  a  poco,  desde  la  hori- 
zontal, según  sube  el  arco,  exagerando  lo  ya  visto  en  Olérdula  y  Melque 
(Figura  24). 

El  testero  de  la  iglesia  no  está  orientado,  sino  que  se  desvía  hacia  SE., 
tal  vez  por  ceñirse  a  los  niveles  de  la  ladera.  Sus  titulares  son  san  Quirce 
y  santa  Julita. 

En  suma,  todos  los  datos  coinciden  para  juzgar  la  iglesia  de  Pedret 
como  edificio  próximamente  coetáneo  de  san  Miguel  de  Olérdula.  con 
rasgos  mozárabes  arcaicos,  que  hacen  probable  su  atribución  al  siglo  X 
poco  avanzado.  Si  un  abovedamiento  complet(j  primitivo  se  le  compro- 
base, entonces  habríamos  de  ver  en  ello  influjo  provenzal.  nada  inverosí- 
mil si  atendemos  a  los  caracteres  que  luego  fueron  típicos  de  lo  catalán  en 
el  período  románico,  y  ello  sin  alteración  de  cronología. 


SANTA  MARÍA  DE  MARQUET 


Ni  siquiera  de  nombre  es  conocida  por  diplomas  antiguos:  y  los  per- 
gaminos que  constituirían  su  historia  dícese  que  fueron  quemados  por  uno 
de  los  últimos  poseedores  del  manso  a  que  corresponde.  Aun  conserva 

(i)  También  hay  otros  ejemplares  cristianos  poco  significativos,  como  varios  arocs 
del  recinto  de  Avila  y  la  puerta  de  la  iglesia  de  Belpuig,  en  el  Rosellón  (Lasteyrie:  Obra 
citada;  fig.  385). 

-   63    _ 


CATALUÑA 


esta  iglesia  calidad  de  ermita,  pero  ya  sin  culto  y  desprovista  del  retablo 
gótico  en  que  se  representaban  de  pintura  santa  Eulalia,  en  medio,  san  Se- 
bastián y  san  Juan  Bau- 
tista, con  sus  respectivos 
martirios,  y,  además, 
una  pequeña  imagen  de 
la  Madre  de  Dios,  que 
subsiste  y  datará  del  si- 
glo XIII.  Su  situación 
es  un  altozano  sobre  la 
orilla  izquierda  del  Llo- 
bregat,  a  medio  kilóme- 
tro por  bajo  del  puente 
de  Vilomara,  parroquia 
de  Rocafort  (i). 

En  rusticidad  de  apa- 
rejo y  mal  replanteo 
gana  con  mucho  a  la  de 
Pedret,  aunque  dentro 
de  una  misma  evoluci(Sn 
artística,  y  ha  llegado  a 
nosotros  aun  más  cerce- 
nada su  obra  primitiva 
(Láms.  XVII 1  a  XXIII, 
y  figs.  25  a  27).  La  cons- 
tituven  una  capilla,  pró- 
ximamente cuadrada,  y 
una  especie  de  crucero, 
dividido  en  tres  com- 
partimientos, de  los  que 
el  meridional  fué  destruido,  quedando,  sin  embargo,  lo  bastante  de  sus 
arcos  y  bóveda  para  juzgar  de  él.   Las  tres  naves,  que  a  continuación  se 

(i1     Desde  la  estación  de  ferrocarril  de  San  Vicente  de  Castellet  basta  andar  cosa  de  un 
kilómetro  rio  arriba  para  llegar  a  esta  iglesia,  pudiéndose  ir  aun  en  tartana. 


Fig.  25.  Santa  Maria  de  Marquet:  planta. 


-64- 


MARQUET 

desarrollaban,  lampocu  existen,  habiéndolas  sustituido  una  sola,  como  del 
siglo  Xll,  con  bóveda  de  cañón  peraltado  sobre  arcos  perpiaños,  ventanillas 
con  doble  derrame  y  puerta  arqueada,  todo  ello  de  manipostería  menuda, 
pero  cuidadosa.  De  lo  antiguo  quedan  un  arranque  y  cimientos  a  norte, 
que  permiten  reconocer  su  largo,  exactamente  el  mismo  de  la  nave  actual. 
El  aparejo  de  la  parte  primitiva  es  de  mampostería  o  sillarejos  gro- 
seros: y  sitios  hay.  en  el  lienzo  de  hacia  norte  y  partes  altas  centrales, 
donde  los  cantos  aparecen  sistemáticamente  colocados  formando  raspa, 
opus  spicatum,  que  decían  los  latinos.  Los  cañones  de  bóveda  son, 
va  peraltado  en   herradura  el  de  la  capilla  mayor,   ya  en  semicírculo  y 

paralelos  respecto  de  aquél, 
ambos  colaterales;  se  voltearon 
sobre  zarzos  de  cañas,  que  han 
dejado  su  impresión,  como  es- 
trias, en  la  argamasa,  y  asimis- 
mo la  ostentan  algunos  arcos. 
Éstos  son  de  herradura  todos: 
los  torales  con  desarrollo  de  dos 
tercios  de  su  radio,  a  más  del 
semicírculo,  y  los  arcos  meno- 
res prolongados  en  una  mitad 
del  tal  radio:  el  dovelaje  es  ho- 
rizontal por  abajo,  inclinán- 
dose débilmente  luego,  v  formando  algo  como  jarjamentos  (i)  al  tomar 
direccirSn  radial  o  suprarradial  su  tramo  superior.  En  forma  análoga  se 
fraguaron  las  bóvedas,  según  permite  verlo  la  de  hacia  sur,  hoy  medio 
arruinada.  Las  impostas,  aunque  tan  rústicas,  algo  se  acercan  al  corte  de 
nácela:  los  salmeres  quedan  retraídos  algún  tanto  respecto  de  ellas,  y  el 
diámetro  del  arco  excede  siempre,  y  no  poco,  al  hueco  de  entre  las  jam- 
bas respectivas.  Las  ventanas  tienen  amplio  derrame  hacia  adentro,  ar- 
queándose en  herradura  la  de  la  capilla  (Lámina  XXIII).  y  siendo  rec- 
tangular la  del  tramo  izquierdo. 

(i)    Jarjamentos  o  jarjas  son  los  hombros  del  arco  aparejados  a  hiladas  horizontales, 
procedimiento  usual  en  lo  árabe  español,  así  como  en  abovedamientos  góticos. 


■jvmw^ 


Fig.  26.  Marquet:  sección  transversal  por  el  crucero. 


()D    


CATALUÑA 


En  la  capilla  mayor  atraviésase  en  alto  un  madero,  que  conserva 
restos  de  adornos  pintados,  y  haria  veces  de  trabes  para  colgar  lámparas  o 
un  velo  acaso.  En  la  capilla  lateral  hay  un  macizo  cuadrado,  de  mampos- 
tería,  como  base  de  altar. 

Queda  incierto  un  punto,  a  saber,  la  cubierta  del  tramo  central  del 
crucero.  Allí  aparecen  remetidos  hoy  dos  muros,  a  derecha  e  izquierda, 
con  aberturas  para  entrar  en  las  capillas  laterales  y  soportando  una 
bóveda  de  cañón,  mucho  más  baja  que  los  arcos  torales  caberos  y  con  una 
tronera.  Encima  fórmase 
un  aposento  con  puerta  ha- 
cia sur,  no  muy  antiguo  y 
cubierto  de  madera  y  teja, 
en  forma  bien  mezquina. 
Rastros  de  otro  cerramien- 
to abovedado,  de  corona- 
ción ni  de  ventanas,  no  se 
perciben.  La  tronera  de  la 
bóveda,  para  registrar  algo 

de  la  iglesia  y  aun  deseen-   ^^^^^^^^^^^^^^^ 
der  a  ella  desde  el  referido 

Fig.  27.  Marquet:  sección  longitudinal  de  la  cabecera. 

aposento,   asegura   que   se 

trata  de  vivienda  o  refugio;  pero  la  disposición  de  la  bóveda  y  muros, 
encajados  malamente  y  deformando  toda  la  obra,  da  testimonio  de  que  ello 
fué  un  expediente  brutal  y  relativamente  moderno.  Para  resolver  cómo  se 
cerraría  aquel  tramo,  de  3  por  2.10  ms.,  donde  correspondería  cimborio  o 
una  torre,  faltan  datos  y  ejemplos  sobre  que  inferir  hipótesis;  quizá  un 
simple  cañón  atravesado  parecerá  lo  más  sencillo,  como  en  san  Pedro  de 
Tarrasa,  Canapost  y  Amelie-les-Bains  (i);  o  bien  otro  cañón  en  senti- 
do longitudinal  y  más  alto,  lo  que  podría  explicar  el  grueso  mayor  de  los 
muros  laterales  primitivos. 

Con  toda  su  rudeza,  la  iglesia  de  Marquet  constituye  un  tipo  más 
complejo,  más  singular  y  que  tal  vez  refleja  otras  construcciones  de  arte 
cuidadoso  y  fino,  ya  desaparecidas. 


(i)     Puig  y  Cadafalch:  Ob.  cit.;  t.  I,  fig.  358  y  t.  II,  fig.  146. 

—  66  — 


SAN  JULIÁN  DE  BUADA 


Así  se  llama  hoy  el  pueblecillo  a  que  esta  iglesia  corresponde,  y  así  la 
citó,  de  pasada,  el  Sr.  Sanpere  (i).  El  Sr.  Montsalvatje  la  nombra  san 
Juan  (2),  y  un  documento  de  1362  la  designa  como  parroquia  de  san  Juan 
de  Buadela,  según  Balari  (3).  De  todos  modos  no  consta  su  existencia  antes 

del  siglo  XII,  cuando  fué  cedida  a  la  cate- 
dral de  Gerona  (4);  y  está  en  su  provin- 
cia, en  la  fértil  llanura  del  bajo  Ampur- 
dán  (5),  abandonada  y  sin  culto  hoy,  de 
modo  que  es  fácil  tarde  poco  en  arruinar- 
se (Láms.  XXIV  a  XXVI  y  figs.  28  y  29). 
Su  aspecto  es  mezquinísimo:  su  cons- 
trucción revela  un  tímido  esfuerzo  ante 
el  problema  de  los  abovedamientos,  y 
contrasta  su  ruda  manipostería  en  muros 
y  bóvedas  con  el  cuidadoso  aparejo  de  los 
arcos,  hechos  con  sillares  muy  bien  cor- 
tados, atestiguando  un  esmero  inverosí- 

(i)     L'art  barbre;  pág.  30. 

(2)  Noticias  históricas  de  la  provincia 
de  Gerona;  t.  XVII,  pág.  20.  El  señor  Puig  la 
llama  sant  Feliú  de  Boada,  equivocadamente,  pues 
éste  es  otro  lugarejo  distinto,  cuya  iglesia  se  cita 
como  parroquia  en  1017  (Marca  hispánica: 
doc.  CLXXIV). 

(3)  Ob.  cit.;  pág.  106. 

(4)  Montsalvatje:  Obra  y  lugar  citados.  Dice  que  la  cesión  fué  por  Ramón  Beren- 
guer  III,  y  relaciona  el  «estilo  árabe»  del  edificio  con  la  expedición  de  los  catalanes  a 
Córdoba  en  1010. 

(5)  Desde  La  Bisbal  se  puede  ir  en  cochecillo  a  Buada;  pero  cae  mucho  más  cerca,  a 
unos  cuatro  kilómetros,  la  estación  de  ferrocarril  de  Sant  Climent,  en  la  línea  de  Palamós. 


Fig.  28.  San  Julián  de  Buada:  planta. 


—    67    - 


CATALUÑA 

mil,  dada  la  miseria  del  conjunto.  Quizá  cuando  este  edificio  surgía  se  le 
considerase  como  una  obra  maestra;  y  tal  vez  imitación  suya  es  san  Martín 
de  Fonollar.  en  el  Rosellón,  que  tanto  se  le  parece  (i). 

Una  pequeña  nave  compartida  en  dos  tramos  por  un  arco,  puerta 
lateral,  capilla  con  planta  de  trapecio  al  fondo,  y  ventanitas  en  ambos 
hastiales  constituyen  el  edificio,  muy  mal  replanteado  y  con  la  particula- 
ridad de  aparecer  desligados  los  tres  tramos  de  que  se  compone,  como  si 

hubiesen  ido  agregándose 
uno  a  otro;  pero  quizá  se 
pretendi(')  con  ello  localizar 
cualquier  ruina  o  desplo- 
mo que,  con  motivo  de  ar- 
cos y  bóvedas,  se  suscitase. 
Las  bóvedas  son  de 
cañón,  prolongado  el  de  la 
capilla  en  forma  de  herra- 
dura; y  se  voltearon  sobre 
zarzos  de  cañas,  entreteji- 
dos cuidadosamente,  que 
determinan,  al  quedar  im- 
presos en  la  argamasa,  un 
gracioso  dibujo  (Fig.  30). 
Sin  embargo,  se  superpuso 
otro  revestimiento,  y,  ade- 
más, la  capilla  y  su  arco 
tuvieron  pmturas  al  fresco 
de  santos  con  nimbos,  en 
gran  serie,  cuyos  vestigios 
aun  se  perciben,  dominando  los  colores  rojo  y  amarillo:  quizá  datasen  del 
período  románico.  La  ventana  de  la  capilla  forma  un  arquito  de  herra- 
dura, cuyo  derrame  inferior  acaso  no  es  primitivo,  pues  se  obtuvo  a  costa 
de  reducir  la  altura  del  hueco  por  fuera.  La  otra  ventana  de  los  pies  sólo 
se  vislumbra,  tapada  como  se  halla,  por  las  hiendas  del  revestido,  y  sería 


Fig.  29.  San  Julián  de  Buada:  arco  de  la  capilla. 


fi)     Puig:  Ob.  cit.;  l.  1,  pág.  379.  Fotografías  de  D.  Adolfo  Más,  de  Barcelona 

—  68  — 


nUADA 

if^ual  que  la  otra.  En  la  puerta  se  reconoce  mal  loque  haya  de  primitivo; 
quizá  fué  un  arquito,  trasdosado  por  una  contrajamba,  visible  hacia  po- 
niente y  por  ruda,  arquivolta  de  lajas; 
las  jambas  de  sillería  y  el  dintel,  que 
hoy  están  caídos,  parecen  modernos. 
Ambos  arcos  torales,  de  herra- 
dura, resultan  curiosos  por  la  total 
diversidad  de  procedimientos  con  que 
fueron  hechos,  no  obstante  hermanar 
su  aspecto  y  materiales.  El  de  la  ca- 
pilla (Fig.  29)  excede  en  poco  de  un 
tercio  del  radio  su  prolongación  por 
bajo  del  semicírculo;  las  dovelas,  en 
número  de  treinta  y  seis,  lo  que  equi- 
vale a  dar  idea  de  su  estrechez,  no  van  trasdosadas,  y  respecto  de  su  direc- 
ción pocas  atluN'en  al  centro  de  la  curva,  yendo  a  puntos  diversos,  va  por 
bajo,  ya  por  encima  de  él,  con  poca  regularidad,  haciendo  creíble  que  su 


Fig.  30.  Buada:  impresiones  en  las  bóvedas. 


Fig.  31.  Buada:  impostas  del  arco  loral. 


Fig.  32.  Buada:  impostas  del  arco  medianero. 


trazado  no  se  regía  por  un  patrón  de  conjunto,  sino  por  plantillas  empí- 
ricamente ordenadas,  variando  de  los  dos  tercios  bajos  al  central,  y  siendo 
en  este   último  tan  sólo  donde  la  forma  de  cuña  y  la  convergencia  se  pro- 


-  69  - 


CATALUÑA 

curaban  con  relativo  esmero.  Toda  la  arquivolta  se  retrae  considerable- 
mente respecto  de  jambas  e  impostas,  las  que  se  adornan  con  un  filete  y 
puntas  como  dientes  de  lobo,  modelo  casi  único  en  Cataluña,  y  sin  par  en 
cuanto  conocemos  de  aquellos  siglos  (Fig.  31). 

El  otro  arco  (Liím.  XXV)  guarda  conformidad  absoluta  con  los  musul- 
manes del  siglo  X,  resultando  mozárabe  por  excelencia  entre  todos  los  de 
Cataluña,  lo  que  tal  vez  da  indicio  de  cierta  posterioridad  respecto  del  de 
Olérdula,  por  ejemplo,  tan  arcaizante.  Su  prolongación  de  curva  llega  al 
semirradio;  sus  dovelas,  en  número  de  treinta  y  una,  convergen  al  centro 
de  la  línea  de  impostas,  si  bien  tampoco  van  trasdosadas;  su  diámetro  es 
exactamente  igual  a  la  luz  de  las  jambas,  y  las  impostas  forman  nácela 
con  breve  semibocel  debajo  (Fig.  32):  se  halla  todo  deformado,  por  haber 
cedido  las  jambas  al  empuje.  ^Se  añadirla  este  arco  después  para  asegurar 
la  obra?  De  hecho  los  muros  laterales  y  él  aparecen  desligados. 


70  — 


V 

ASTURIAS 


EN  la  región  cantábrica  el  resurgir  cristiano  después  de  la  invasión 
árabe  fué  más  rápido  e  intenso  que  en  los  Pirineos,  y  se  caracteriza 
por  ostentarse  como  prosecución  del  poder  visigodo  neto,  y  como 
oligarquía  aristocrática  por  consiguiente,  sin  arraigo  popular  y  aun  rela- 
jando aquella  fisonomía  romana  que  las  conveniencias  del  país  español 
impusieron  en  otro  tiempo  a  la  corte  de  Toledo,  con  menoscabo  y  a  des- 
pecho de  los  tradicionalismos  germánicos.  Estos  revivieron  en  el  sesgo 
legislativo  especial  de  la  nueva  Monarquía,  ya  que  en  Asturias  era  impo- 
sible mantener  ni  aun  la  ficción  de  soberanía  nacional,  abandonada  por 
el  mero  hecho  de  no  acuñar  moneda  y  de  contentarse  con  título  de  prínci- 
pes sus  caudillos.  A  la  vez,  y  robusteciendo  este  criterio,  resultaba  transfe- 
rido el  dominio  español,  con  visos  de  derecho,  a  los  musulmanes,  según 
acreditan  sus  prerrogativas  aun  sobre  lo  eclesiástico,  en  proveer  obispados 
y  convocar  concilios,  arrebatándose  así  al  godo  la  enorme  fuerza  social 
que  ellos  representaban. 

En  cuanto  a  orientación  política,  una  vez  que  el  señorío  godo  en  Astu- 
rias pudo  consolidarse,  gracias  a  pactos  con  los  musulmanes  probable- 
mente, ella  se  dirigió  hacia  Francia,  como  atestiguan  las  relaciones  que 
Alfonso  el  Casto,  primero  de  los  príncipes  asturianos  que  organizó  corte, 
sostuvo  con  Carlo-Magno,  que  le  llamaba  en  cartas  «su  cliente».  Frustrados 

—  71  — 


ASTURIAS 

luego  los  planes  de  conquista  que  el  emperador  fomentara  respecto  de 
España,  y  decayendo  progresivamente  en  poder  los  sucesivos  revés  caro- 
lingios,  la  eficacia  del  inllujo  francés  hubo  de  ir  menguando,  sobre  todo 
desde  que  una  serie  de  campañas  contra  los  cordobeses  y  largos  años  de 
paz  sucesivos  pusieron  a  Asturias  en  contacto  vivo  con  Andalucía. 

Este  intervalo  de  un  siglo,  el  IX,  se  llena  en  arte  con  una  serie  de 
edificios  cual  no  la  ofrece  tan  copiosa  país  alguno,  gracias  a  ser  la  única 
región  culta  de  España  que  se  libró  de  incursiones  musulmanas  en  el 
siglo  X.  Ello  cae  fuera  de  nuestro  tema  actual;  pero,  como  el  período  suce- 
sivo es  una  mera  y  aun  accidental  evolución  suya,  cumple  discurrir  algo 
acerca  de  sus  modalidades  típicas. 

Desde  luego,  el  arco  de  herradura,  tan  generalizado  en  edificios  ante- 
riores a  la  invasión  y  ya  típico  de  lo  cordobés,  queda  totalmente  extraño 
para  Asturias,  hasta  que  a  fines  del  siglo  IX  se  inicia  el  influjo  mozárabe. 
En  cambio,  la  forma  cuadrangular  de  las  capillas,  característica  española 
en  el  siglo  VII,  se  mantiene  siempre,  atestiguando  que  el  influjo  europeo 
no  alcanzó  a  restablecer  el  semicírculo  absidal  primitivo.  En  cuanto  al  uso 
del  ladrillo,  frecuente  en  Asturias,  sobre  todo  para  los  arcos,  provino  acaso 
de  Francia,  puesto  que  mal  puede  rastreársele  origen  dentro  de  lo  visi- 
godo, y  Asturias,  por  su  estructura  geológica,  más  bien  es  favorable  a 
edificar  con  piedra.  Resulta  un  extraño  fenómeno  la  ausencia  de  trenzados 
lombardos,  a  que  parece  se  tuvo  desapego  aquí,  mientras  gozaban  de  gene- 
ral predilección  en  Europa. 

Las  iglesias  asturianas  (i)  son  de  tipo  basilical,  con  tres  capillas,  según 
la  pluralidad  de  altares  y  advocaciones  demandaba  ya  en  aquellos  tiempos; 
dos  sacristías:  porche  o  nártex,  con  departamentos  laterales  generalmente; 
a  veces  tribuna  encima,  v  un  refugio,  sin  más  acceso  que  su  arcada  exte- 
rior, sobre  la  capilla  principal.  Pilares  monolíticos  separan  las  naves,  con 
molduras  arriba  y  abajo;  los  arcos  torales  suelen  llevar  columnas;  hay 
también  pilastras  encapiteladas,  cosa  no  vista  en  España  desde  que  cayó  lo 

(i)  A  más  del  conocido  libro  del  Sr.  Lampérez,  véanse:  Redondo:  Iglesias  pri- 
mitivas de  Asturias.  —  Selgas:  Laprimitiva  basílica  de  Santianes  de  Pravia. 
—  Monumentos  ovetenses  del  siglo  IX.  —  La  basílica  de  S.  Julián  de  los 
Prados  de  Oviedo  (en  publicación). 

—   72   — 


ASTURIAS 

romano:  la  capilla  mayor  se  decora  con  arquerías  murales,  y  las  amplias 
ventanas  llevan  losas  con  arquillos  y  adornos  varios  calados.  Esta  unifor- 
midad de  tipo  y  caracteres  acusa  desde  luego  algo  anormal  para  España, 
donde  la  polimorfía  es  lev,  atestiguando  una  fijeza  y  persistencia  de  crite- 
rio que  explicaría  lo  fecundo  de  la  acción  asturiana,  o  sea  goda,  en  el 
proceso  de  la  Reconquista. 

Hemos  de  considerar  aparte  dos  remociones  perturbadoras  del  suso- 
dicho tipo  artístico:  la  segunda  constituye  el  tema  principal  nuestro;  la 
primera  sólo  accidentalmente  nos  atañe,  y  exigiría,  dado  su  gran  valor 
monumental,  un  examen  prolijo,  distrayéndonos  demasiado  y  sin  provecho 
ahora.  Me  refiero  al  pequeño  y  desconcertante  grupo  de  San  Miguel  de 
Liño,  Santa  María  de  Naranco  y  Santa  Cristina  de  Lena,  que  tanto  ha  dado 
que  escribir  y  dibujar,  y,  sin  embargo,  sigue  mal  conocido  y  rebelde  a 
toda  filiación  de  estilo.  Una  cosa,  sin  embargo,  parece  resuelta  ya,  contra 
las  boutades  de  Marignan  a  propósito  de  su  cronología,  y  es  afianzar  en 
definitiva  la  atribución  a  Ramiro  1  (842-850)  de  estas  obras.  Tocante  al 
cuadro  de  caracteres  que  ellas  ofrecen,  ni  aun  muy  atenuado  es  dable 
rastrearlo  en  otro  lugar  simultánea  ni  anteriormente,  a  pesar  del  enorme 
avance  que  la  erudición  artística  de  la  Alta  Edad  Media  viene  dando  en 
estos  últimos  años.  Queda,  como  solución  algo  verosímil  del  problema,  el 
supuesto  de  un  agente,  con  poderosa  fantasía  y  excepcionales  dotes  de 
constructor,  que,  sobre  la  arquitectura  asturiana  ya  consolidada,  y  haciendo 
decoración  con  temas  heterogéneos,  produjo  organismos  artísticos  de  ori- 
ginalidad suma,  que  son  modelos  de  lógica,  de  ritmo,  de  progreso  y  aun 
exquisitos,  dentro  del  barbarismo  propio  de  su  siglo. 

Baste  consignar  algunos  rasgos:  Fué  típico  de  lo  asturiano,  desde 
tiempos  de  Alfonso  el  Casto  a  lo  menos,  reforzar  los  muros  con  estribos 
profusamente,  cosa  no  vista,  que  sepamos,  hasta  entonces  en  edificios 
medievales,  aunque  en  lo  romano  solía  darse  a  veces.  Pues  bien,  bajo 
Ramiro,  a  estos  estribos,  sólidos  y  recios,  corresponden  refuerzos  interio- 
res, a  modo  bizantino,  en  forma  de  columnas,  y  sobre  ellas  cabalgan  arcos 
murales  y  otros  de  través,  o  sea  perpiaños,  ciñéndose  a  las  bóvedas  de  cañón 
que  cubren  absolutamente  estos  edificios.  Resultan  inaugurados  aquí,  por 
consecuencia,  los  métodos  que  dos  siglos  más  tarde  constituyeron  el  sis- 
tema románico  lemosino.  Lo  de  estar  completamente  abovedadas  las  cons- 

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ASTURIAS 

trucciones  ramirenses  de  Oviedo  probablemente  obedeció  a  preservarlas  de 
los  piratas  normandos,  que,  incendiándolo  todo,  amenazaban  el  país  por 
aquellos  años  (i).  Asimismo,  al  erigir  Alfonso  el  Casto  en  la  catedral  de 
Oviedo  la  Cámara  santa  sobre  otra  nave  abovedada,  daría  tal  vez  modelo 
para  el  palacio-iglesia  de  Naranco.  En  lo  fundamental  estos  edificios  cua- 
dran absolutamente  con  una  explosión  de  ideales  nuevos,  que  desde  la 
mitad  del  siglo  IX  sacudió  nuestro  país  abriendo  las  Edades  modernas.  Su 
expresión  arquitectónica  consistió  en  abolir  todo  clasicismo;  en  un  nuevo 
canon  de  proporciones,  con  ventaja  de  la  vertical:  en  el  abandono  de  mate- 
riales ricos:  en  complicaciones  de  estructura,  y  en  buscar  emociones  de 
exaltación  espiritual,  en  vez  de  la  ponderada  lucidez  a  que  antes  respon- 
dió la  basílica.  Es  el  empuje  del  orientalismo  sobre  lo  europeo,  que  de 
asalto  en  asalto  llegó  a  transformar  el  Occidente;  mas  aun  para  Asturias 
la  revolución  era  demasiado  prematura  y  violenta,  y  no  llegó  a  consoli- 
darse sino  a  través  de  reacciones  atenuadas  (2). 

La  segunda  implantación  artística,  dentro  de  Asturias,  corresponde 
a  otra  crisis  más  hondamente  local,  determinada  por  un  incremento  de 
actividades  hacia  la  parte  meridional  del  país,  que  fué  absorbiendo  poco  a 
poco  y  desvirtuando  los  primitivos  ideales  políticos  de  aquella  monarquía, 
y  concluyó  por  dislocar  hacia  León  y  hacia  Castilla  los  ejes  de  su  poderío. 
Quedó  Asturias  inmovilizada  y  en  decadencia,  que  nunca  más  volvieron  a 
remediar  las  circunstancias  ulteriores,  y  en  virtud  de  ello  se  mantuvo  con 
carácter  conservador  y  aristocrático,  difícilmente  asequible  a  influjos  exte- 
riores, siempre  tardía  en  evolucionar  y  propensa  a  retrocesos  atávicos. 

Este  período  arranca  de  fines  del  siglo  IX,  bajo  Alfonso  el  Magno.  Su 
nota  artística  dase  mediante  la  aparición  de  caracteres  meridionales,  como 
el  arco  de  herradura,  el  alfiz,  la  almena  escalonada  y  decoraciones  bizan- 
tinas bien  ostensibles,  pero  accidentales  dentro  del  organismo  construc- 
tivo, y  con  tendencia  a  irse  retrayendo  su  empleo  y  debilitarse,  en  forma 

(i)  Alude  a  ellos,  probablemente,  la  inscripción  de  la  capilla  de  santa  Leocadia 
(Hübner:  I  nscr.   Hisp.  christ.;  n.°  484)  y  desde  luego  la  de  la  Catedral  (Id.;  n.°  aSg). 

(2)  Añádase  a  la  bibliografía  contenida  en  nota  anterior,  respecto  de  estos  edificios: 
Monumentos  arquitectónicos  de  España:  varias  monografías.  —  Ilaupt:  Die 
Baukunst  der  Germanen;  p.  197  en  adelante.  —  Rivoira:  Architettura  musul- 
mana;  pág.  330  en  adelante   — Marcel   Üiculafoy:    Kspagne  et   Portugal. 

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ASTURIAS 

que  un  siglo  después  disipóse  todo  lo  allegadizo,  quedando  persistente  la 
tradici(')n  asturiana  neta,  contal  fuerza  de  rutina  que  apenas  hay  diferen- 
cia entre  construcciones  de  tiempo  de  Alfonso  el  Casto,  las  de  comienzos 
del  siglo  XI  y  otras  aun  posteriores.  Al  lin,  y  quizá  por  obra  del  obispo 
D.  Pelayo  de  Oviedo  (1101-1129),  que  supo  levantar  el  espíritu  del 
país  con  sus  escritos,  y  aun  a  fuerza  de  mixtificaciones  históricas,  se 
impusieron  tardíamente  las  modas  artísticas  francesas,  entrando  un  pe- 
ríodo románico  fértil  en  arcaísmos. 

Desgraciadamente,  pocos  edificios  asturianos  del  siglo  X  se  salvaron, 
y  sólo  fragmentos  de  algunos  que  serían  muy  típicos  acaso;  pero  ello  basta 
para  determinar  las  características  susodichas  de  influjo  meridional,  com- 
probando que,  dentro  de  Asturias  y  en  el  campo  del  arte,  actuaron  los 
factores  sociales  dominantes  a  la  sazón  y  reconocidos  fuera  de  allí  con 
más  pujanza,  según  veremos.  Además,  como  no  incumbe  a  nuestro  pro- 
pósito el  cuadro  general  de  los  estilos  asturianos,  ni  aun  aquello  que  ofre- 
cen de  típico,  sino  exclusivamente  lo  que  fueron  aportaciones  mozárabes, 
el  estudio  de  edificios  en  esta  región  va  hecho  fragmentariamente,  y  se 
omiten  por  sistema  los  trazados  gráficos  de  conjunto,  salvo  en  un  caso  de 
edificio  inédito  y  como  ejemplo,  para  no  tergiversar  el  alcance  de  nuestra 
investigación. 


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SAN  SALVADOR  DE  VALDEDIOS 


«Tu  generosa  piedad,  oh  Cristo  Dios,  resplandezca  doquiera;  pues 
salva  muchas  veces  a  los  impios  tu  generosa  piedad. 

Confiésanla  los  hombres  y  te  aplauden  incesantemente  las  multitudes; 
porque  vivificas  lo  muerto  confiésanla  los  hombres. 

Seas  amparador  del  mísero;  asistas  por  tus  méritos  al  bueno;  con  la 
clemencia  en  que  sobresales  sé  tú  amparador  del  mísero. 

A  mí  mismo,  en  verdad,  crueles  me  atenazan  las  caídas  mortales  del 
alma;  y  me  hieren  las  culpas  a  mí  mismo,  en  verdad,  crueles. 

Resplandezca  ahora  clemente  tu  fructuosa  gracia:  la  que  levanta  al 
derribado  resplandezca  ahora. 

Tu  piedad  nos  asista,  amparándonos  en  cuerpo  a  todos;  y  salvándonos 
en  espíritu  tu  piedad  nos  asista»  (i). 

Con  esta  hermosa  plegaria,  consignada  en  un  mármol,  tal  vez  la 
lírica  española  cerrase  la  tradición  del  gran  Eugenio  Toledano,  que  por 
dos  veces  había  empleado  semejantes  ritornellos  en  sus  poesías  (2). 
Existe  en  esta  iglesia  de  Valdediós,  y  a  su  pie,  en  el  mismo  mármol,  se 
conmemora  la  consagración  de  ella  en  893  por  siete  obispos,  entre  los  que 
aparece  uno  mozárabe,  Eleca,  de  Zaragoza.  Pero  lo  que  no  consta  es 
quién  erigió  la  iglesia  y  quién,  por  consecuencia,  elevaba  la  deprecación 
transcrita. 

San  Salvador  de  Valdediós  escóndese  en  un  frondoso  valle  del  concejo 
de  Villaviciosa  (3),  y,  a  diferencia  de  tantas  otras  fundaciones,  conserva 

(i)  El  texto  latino  ha  sido  muchas  veces  publicado,  por  ejemplo,  en  Vigil:  Astu- 
rias monumental,  lám.  U  b  5;  Quadrado:  Recuerdos  y  bellezas  de  España: 
Asturias  y  León;  pág.  190,  y  Hübner:  I  nscriptiones  Hispaniae  christianae, 
número  261. 

(2)  Edición  de  VoUmer,  en  Monumenta  Germaniae  histórica;  t.  XIV,  pági- 
nas 240  y  262. 

(3)  Dista  unos  seis  kilómetros  de  ella  por  carretera.  Hay  establecido  allí  un  colegio 
de  religiosos,  en  el  edificio  del  antiguo  monasterio  cisterciense. 

-   7Ó  - 


VALDEDIOS 

íntegro  su  edificio,  mas  nada  de  pergaminos  que  den  a  conocer  su  histo- 
ria. La  afirmación  de  que  fué  monasterio  es  gratuita,  pues  no  basta  verla 
absorbida  por  otra  fundación  real  cisterciense,  que  la  cobijó  protegiéndola 
desde  1200,  y  sólo,  gracias  a  sus  diplomas,  sabemos  que  al  sitio  llamaban  de 
antiguo  Boiges  o  Bogies  (i).  ^Será  por  ventura  aquel  Valle  Boides  donde 
edificó  palacios  Alfonso  el  Magno  (866-910),  y  a  donde  le  relegaron  sus 
hijos  una  vez  desposeído  del  trono?  (2)  Se  le  buscaba  en  vano  cerca  de 
Gijón,  por  mala  inteligencia  del  texto  de  Sampiro,  donde  la  noticia  se 
consigna  (3);  pero,  de  ser  cierta  su  concordancia  con  Valdediós,  se  afian- 
zaría la  presunción,  ya  verosímil,  de  que  Alfonso  III  fundase  esta  iglesia, 
inspirando  a  lo  menos  su  poesía  deprecatoria,  si  no  es  que  la  compusiera 
él  mismo,  pues  de  hombre  letrado  y  erudito  dejó  fama. 

El  edificio,  en  su  disposición  general,  pertenece  al  grupo  asturiano 
neto  y  cae  fuera  de  la  categoría  mozárabe.  En  él  se  alian  la  tradición  basi- 
lical  y  los  avances  de  estructura  obtenidos  bajo  Ramiro  1,  viniendo  a  ser 
una  transcripción  atenuada,  y,  por  consecuencia,  muy  razonable,  de  los 
ideales  nuevos  que  arriba  se  analizaron,  como  puestos  a  servicio  de  un 
pueblo  aristocrático  y  conservador  (4). 

Pero,  al  tiempo  que  esta  iglesia  se  edificaba,  no  eran  ya  solamente 
Asturias  los  valles  cantábricos;  estaban  pobladas  León,  Astorga  y  Coyanca, 
y  avanzaba  por  los  Campos  Góticos  y  Zamora  hasta  el  Duero.  El  centro 
del  reino  declinaba  más  y  más  hacia  sur,  como  antes  se  dijo,  y  la  antigua 
oligarquía  goda  veía  crecer,  allá  fuera  de  sus  montañas,  en  la  llanura  fértil 
y  soleada,  un  pueblo  anónimo  que  se  organizaba  sobre  bases  diversas  de 


(1)  Vigil:  Asturias  monumental;  pág.  604. 

(2)  Sampiro:  Cronicón;  núms.  2  y  i5  de  la  edición  de  Flórez  (España  Sagrada; 
t.  XIV).  La  crónica  del  Silense  (n."  62  de  la  edición  de  Berganza:  Antigüedades 
de  España;  t.  II)  transcribe  sobre  el  mismo  texto:  «Bortes  villula»,  que  no  es  errata,  en 
vez  de  «Boites»,  puesto  que  la  misma  lección  arroja  el  ms.  8396  de  la  Biblioteca  Nacional. 

(3)  Risco:  España  sagrada;  t.  XXXVII,  págs.  2177  222.  No  es  «valle  Boidis»  sino 
«Cultrocis»  la  localidad  aneja  a  Gegione,  según  el  texto.  Así  lo  entendió  Flórez,  puntuando 
su  edición  de  contormidad  con  el  códice  Complutense  (Biblioteca  Nacional:  ms.  1358,  f.  35). 

(4)  Téngase  en  cuenta  la  bibliografía  consignada  en  la  nota  2.*  de  la  pág.  74.  En  los 
planos  publicados  falta  indicar  la  existencia  de  otra  sacristía,  hacia  norte,  y  simétrica  res- 
pecto de  la  meridional,  cuya  puerta  y  arranques  de  muros  subsisten. 

—  77  — 


ASTURIAS 


F'g-33- 
Valdedios:  ventana  de  la  nave  central. 


las  suyas  godas,  ansioso  de  libertad,  mirando  hacia  los  dilatados  horizontes 
meridionales  y  discurriendo  según  experiencias  adquiridas  en  su  trato  con 

los  moros.  Este  factor  social  nuevo  es  el 
que  hace  su  aparición  artística  en  Valde- 
dios, con  elementos  de  indudable  estirpe 
andaluza,  y  mozárabes  por  consiguiente, 
ya  que  no  son  mero  trasplante  sino  adapta- 
ciones elaboradas  con  vistas  a  un  medio 
diverso,  cual  podrían  ocurrirse  a  cristianos 
salidos  de  tierra  precisamente  cordobesa. 
En  efecto,  si  la  iglesia  de  Valdedios,  en 
todos  sus  caracteres  esenciales,  procedi- 
mientos y  formas  constructivas,  es  obra 
netamente  asturiana;  si  sus  arcos  son  de  medio  punto,  comprendidos  los 
de  cantería  que  desarrolla  su  minúsculo  pórtico  lateral,  en  cambio  hay 
una  serie  de  piezas  decorativas  sin  pre- 
cedentes conocidos  en  Asturias,  como  obra 
de  un  escultor  advenedizo,  pero  que  allá 
hizo  escuela,  según  veremos. 

Todas  las  ventanas  altas  de  la  iglesia 
(Fig.  33  y  lám.  XXIX),  más  la  de  la  sacris- 
tía que  subsiste  (Fig.  34),  son  gemelas,  del 
tipo  toledano   de   San   Ginés,   con   sendos 
arquillos  de  herradura,  alfiz,  columnitas, 
adornos  y  molduraje  sogueado,  conforme      1 
éste  a  la  tradición  asturiana  de  tiempo  de      I 
Ramiro:  los  arcos  alcanzan  al  semirradio      t 
en  su  peralte.  Entran  en  serie  también  la 
ventana  de  la  capilla  mayor  (i)  y  la  del 
aposento  de  refugio  abierta  encima  (Lámi- 
na XXVIII  y   fig.  35),  aquélla  con  tres  arcos  semejantes  a  los  demás,  pero 
cuyas  columnas  les  exceden  en  corpulencia.   La  del  hastial  de  los  pies, 


Fig.  34.  Valdedios:  ventana  de  la  sacristía. 


(i)    Véase  dibujada,  acompañando  al  texto  respectivo,  en  Monumentos  arqui- 
tectónicos,   si  bien  incorrectamente,  como  de  ordinario. 


-  7« 


VALDEDIOS 


Fig.  35.  Valdedios:  ventana  alta  del  testero. 


en  cambio,  es  muy  esbelta,  y  adorna  su 
alfiz  un  vastago  ondulado,  del  que  bro- 
tan hojas  y  flores,  de  tipo  bizantino 
(Fig.   36  y  lám.   XX Vil). 

Sus  capiteles,  con  todos  los  demás 
de  la  iglesia  y  del  pórtico  (Láms.  XXX 
y  XXXI  y  fig.  37),  excepto  los  corintios 
de  las  capillas  laterales,  son  acampana- 
dos, con  abaco  rectilíneo  y  su  collarino 
retorcido,  variando  de  los  bizantinos  y 
lombardos  tan  sólo  por  acusar,  debajo 
de  sus  ángulos,  planos  ligeramente  cón- 
cavos en  forma  de  hojas,  y  así  quedan 
distribuidos  en  dos  series  los  campos  de 
ornato  que  les  llenan:  recuerdan  los  de 
Naranco  y   Lena,  sin  su  rigidez  ni  los  recuadros  de  molduras.   Como  en 

los  bizantinos,  su  decoración  es  de 
mero  relleno;  pero,  en  vez  de  ta- 
llarse a  biseles,  modela  trazos  con- 
vexos, destacados  uniformemente 
sobre  campo  llano  y  con  bárbaro 
desgarbo,  aunque  a  través  de  ello  se 
rastrean  temas  decorativos  usuales 
en  lo  bizantino  y  muy  especial- 
mente en  Córdoba. 

Todo  parece  comprobar  que 
aquí  hubo  un  tracista  andaluz,  bien 
experto  en  el  arte  musulmán  de  su 
país,  actuando  sobre  el  torpe  y  ru- 
tinario cincel  de  un  asturiano.  En 
los  capiteles  v  ventana  de  la  capilla 
mavor.  primera  cosa  hecha  tal  vez, 
revélase  lo  que  el  artista  asturiano 
daba  de  sí  trazando;  a  saber,  una 
especie  de  palmas,  de   las  que   no 


íSS^c^&ÉS^^i^^, 


Fig.  3Ó.  Valdedios:  ventana  de  la  lachada  principal. 


—  79  — 


ASTURIAS 

sabía  salir,  por  lo  visto;  luego,  aparece,  en  los  capiteles  del  hastial  (Lámi- 
na XXXI),  una  trenza  de  tres  ramales,  corriendo  por  su  abaco,  tal  vez 
única  en  Asturias,  mientras  era  tema  usual  en  dibujos  cordobeses;  y  por 
todas  partes  repítense  con  variedad  palmetas,  tulipanes,  cogollos,  tallos 
ondulados,  hojas  dobles  y  picudas,  etc. 

De  las  celosías  del  porche  consérvanse  dos  (Lám.  XXXII),  no  menos 
excepcionales  para  Asturias:  la  una  es  de  entrelazados  en  cuadrícula,  con 


Fig.  37.  Valdedios:  capiteles  del  porche  lateral. 


Fig.  38.  Adorno  cordobés  del 

año  855.  (Catedral:  puerta  de 

san  Esteban.) 


un  cierto  ritmo,  que  acaso  arguye  conocimientos  de  la  evolución  del  lazo 
andaluz,  ya  iniciada.  La  otra  es  preciosa,  con  roleos  y  cogollos,  demos- 
trando, mejor  aún  que  los  capiteles,  ser  modelo  cordobés,  ineptamente 
interpretado,  su  dibujo  (Fig.  38).  Queda  un  útimo  rasgo,  tan  elocuente 
que  por  sí  solo  da  evidencia  al  cuadro:  el  rematar  ambos  hastiales  con 


—  80  — 


VALi)r:i)i()s 

almenas,  semejantes  a  las  que  coronan  la  íjran  ^;iMezquita  cordobesa 
(Fi¿^.  3()),  y  de  donde  parten  tíxlas  las  repeticiones  conocidas  del  mismo 
tipo;  con  la  particularidad 
de  que  estas  de  Valdedios 
son  únicas  en  acercarse  a 
las  cordobesas  más  anti- 
guas por  la  sinuosidad  de 
su  cima,  argumento  defi- 
nitivo en  favor  de  nuestra 
tesis  (i).  Los  aleros,  con 
ladrillos  volados  asoman- 
do una  esquina,  como  dientes  de  sierra,  son  otra  novedad  respecto  de 
Asturias,  y  también  de  estirpe  oriental  o  andaluza  (2). 


(i)  Al  hastial  de  los  pies  fué  añadida  en  tiempos  modernos  una  espadaña,  que 
muchos  juzgan  primitiva,  y  sobre  ella  fué  izada  la  almena;  mas  antes  cabalgaría  en  el 
vértice  del  frontispicio,  según  el  otro  hastial  enseña.  A  lo  largo  del  caballete  del  tejado  se 
enfilan  otros  remates  bulbosos,  muy  singulares. 

(2)  Esta  forma  decorativa  se  halla  tal  vez  primero  en  las  ruinas  sasanidas  de  Firuz- 
abad  (Dieulafoy:  L'art  antique  de  la  Perse;  IV  parte,  lám.  XV),  trascendiendo  luego 
a  lo  musulmán  de  Oriente  —  palacio  de  Racca  —  y  Occidente  —  palacio  de  Sedrata  (Arge- 
sia)  —  y  a  lo  bizantino  y  lombardo.  No  muy  entrado  el  siglo  X  la  veremos  en  la  iglesia 
mozárabe  de  san  Aliüuel  de  Escalada. 


Fig.  39.  A.  Valdedios:  almena  del  testero, 
B.  Catedral  de  Córdoba:  almena. 


—    81     — 


SAN  MIGUEL  DE  VILLARDEVEYO 


Cita  Sampiro,  entre  las  fundaciones  de  Alfonso  III,  la  iglesia  de  san 
Miguel  de  Velio  (i),  que  es  indudablemente  esta  parroquial,  del  concejo 

de  Llanera  (2),  aunque  no  se 
haya  dicho,  que  yo  sepa. 
Conservando  su  aspecto 
primitivo  conociéronla  arrui- 
nada los  eruditos  del  siglo  úl- 
timo, y  la  atribuyeron  al  IX; 
pero  después  ha  sido  recons- 
truida totalmente,  en  1884, 
quedando  por  testimonio  úni- 
co de  su  abolengo  ilustre  una 
celosía  de  piedra  en  lo  alto 
del  testero  (Fig.  40),  seme- 
jante a  otras  de  Arguelles  y 
de  Liño,  y  sobre  todo  a  la  del 
hastial  de  esta  última  iglesia; 
pero  toda  ella  más  recia  y 
basta,  como  el  material  daba 
de  si.  Además,  en  ser  de  he- 
rradura sus  arquillos  estriba 
'-v^/  >--         la  principal  diferencia,  testi- 

Fig.  40.  Villardeveyo:  celosía  de  la  antigua  iglesia.  monio  dc   intlujOS    nueVOS  (3). 


(i)    Cronicón;  n."  2  de  la  edición  de  Flórez  arriba  citada. 

(2)  Es  fácil  visitar  este  pueblo,  apeándose  del  ferrocarril  en  la  estación  de  Villabona, 
de  la  que  dista  poco  más  de  un  kilómetro. 

(3)  Vigil  (obra  citada;  pág.  416)  dice  que  D.  Pedro  Armada  Valdés  hizo  una  descrip- 
ción de  esta  iglesia  antes  de  su  derribo;  pero  en  vano  se  ha  buscado,  a  ruegos  míos,  en  el 
archivo  de  la  Universidad  de  Oviedo. 


¡2  — 


SAN  ANDRÉS  DE  BEDRIÑANA 


Sirve  de  parroquial  a  una  aldea  cerca  de  Villaviciosa,  hacia  norte  (i). 
De  su  historia  ni  una  palabra  se  sabe,  ni  hace  gran  falta,  ya  que  la  parte 
conservada  primitiva  recibió  de- 
coración verosímilmente  por  el 
mismo  artista  seudoandaluz  que 
la  de  san  Salvador  de  \'aldedios. 
Es  de  nave  única  y  hasta  sin 
porche,  como  ermita,  puesto  que 
si  tiene  puerta  lateral  ella  es  mo- 
derna. Postiza  también  su  cabe- 
cera, lleva  un  arco  toral  romá- 
nico sobre  cuatro  columnas, 
como  del  siglo  XI 11  ya:  pero  la 


Fig.  41.  Bedriñana:  ventanas  laterales  de  la  iglesia. 

capilla  mayor,  asi  como  otras  dos  late- 
rales hacia  norte,  parecen  más  moder- 
nas. Mide  la  nave  7,65  por  4,33  m.  de 
hueco.  Su  puerta,  a  los  pies,  está  hecha 
con  tres  piedras,  según  costumbre  en  el 
siglo  IX:  sobre  ella  existe  una  ventana 
arqueada,  con  celosía:  las  esquinas  son 
de  sillares,  y  en  la  que  revuelve  hacia 
norte  queda  un  modillón  de  corte  con- 
^-  ^  vexo  V  con  estrias,  tipo  repetido  muchas 
Fig.  437B¡dlTñana:  celosía,  a  los  pies  de  la  iglesia,     veces  por  allá,  desdc  que  cn  Santullano 

(i)    Dista  ella  escasamente  tres  kilómetros,  hacia  norte. 


-  83 


ASTURIAS 


de  Oviedo  aparece,  sirviendo  para  apoyar  las  rastras  de  una  armadura,  que 
tal  hubo  de  ser  la  cubierta  de  dicha  nave.  En  los  lienzos  de  sus  costados 
abríanse,  casi  a  tres  metros  de  altura,  seis  ventanas  gemelas,  de  las  que  sub- 
sisten una  a  norte  v  dos  a  mediodía,  sin  su  columnita  central  todas  (Fig.  41). 
Con  decir  de  ellas  que  son  idénticas  a  las  de  Valdedios,  se  escusa 
repetir  lo  de  sus  arcos  de  herradura,  guarnición  y  alfiz  sogueados,  adorni- 
Uos  en  las  albanegas  y  sencillas  columnas  laterales.  Respecto  de  la  celo- 
sía (Fig.  42)  también  responde  al  mismo  criterio  artístico  que  la  principal 
de  Valdedios,  adivinándosela  compuesta  por  tallos  ondulados  y  tangen- 
ciales, con  sus  brotes  de  roleos.  y  todo  ello  rítmico,  a  modo  cordobés;  pero 
el  intérprete  no  acertó  sino  a  recortar  y  grabar  finamente  círculos  con 
protuberancias  formando  espirales.  No  obstante  produce  buen  efecto,  y 
aun  vale  como  obra  maestra  en  su  género.  Mide  99  por  56  centímetros. 


SANTA  CRISTINA  DE  LENA 

La  célebre  ermita  (i)  sólo  nos  interesa  por  cuanto  se  la  dotó  de  un  pere- 
grino iconostasis  (2)  en  tiempo  desconocido,  si  bien  próximo  al  de  su  edi- 
ficación. Iconostasis  así  había  en  todas  las  iglesias  asturianas  de  estos  siglos, 
pero  sólo  el  de  Lena  se  ha  conservado  completo:  y  que  él  fué  postizo  demués- 
trase por  el  modo  de  adherirse  a  los  muros  y  por  su  arte  bien  diverso,  a 
más  de  estar  hecho  con  piezas  de  acarreo,  cuya  ausencia  caracteriza  justa- 
mente el  grupo  de  edificios  a  que  este  de  Lena  corresponde  (Lám.  XXXIII). 

Tres  arcos  peraltados,  sobre  columnas,  le  forman:  éstas  son  de  mármol 
y  hermanan  con  ciertos  capiteles  certísimos  de  tiempo  de  Ramiro  I,  puesto 
que  se  hallan  en  Santa  María  de  Naranco,  y  datarán  de  entonces  (Lá- 
mina XXXIV).  Son  más  probablemente  godas  las  piezas  del  cancellum  o 

(i)  Véase  la  bibliografía  de  la  pág.  74,  nota  2.',  y,  además,  el  estudio  especial  de 
D.  Juan  B.  Lázaro,  discreto  restaurador  del  edificio.  Existe  la  ermita  dos  kilómetros  apartada, 
hacia  norte,  de  la  estación  de  Campomanes,  correspondiente  al  ferrocarril  de  León  a  Oviedo. 

(2)  Es  el  nombre  que,  en  las  iglesias  de  ritos  orientales,  designa  la  delantera  del 
presbiterio,  generalmente  con  arcos  y  donde  se  colocan  imágenes,  de  que  proviene  el 
llamarla  así.  Detrás  corre  un  velo  para  ocultar  a  lus  laicos  el  oficio  divino,  desde  la  consa- 
gración a  la  comunión. 

-  84  - 


f.ENA 


pretil,  con  adornos  y  letreros,  que  forman  barrera  en  el  intercolumnio  cen- 
tral, l-^ncima  de  los  tres  arcos,  bien  peraltados,  sube  un  trecho  macizo  con 
cinco  celosías,  rudas  y  desiguales,  de  las  que  la  central  lleva  una  serie  de 
arquillos  de  herradura  calados;  y  sobre  ello,  por  fin,  cabalgan  otros  tres 
arcos,  rematando  la  obra.  ^Estará  inspirada  en  las  arquerías  de  la  Gran 
Mezquita  cordobesa  esta  idea  de  arcos  superpuestos?  No  parece  inverosí- 
mil, y  en  todo  caso  el  hecho  de  la  semejanza,  junto  con  los  arquillos  de  la 
celosía,  dicen  algo  de  mozarabismo.  Otras  celosías  de  éstas  son  cuadricu- 
ladas o  jaqueladas,  como  las  de  Priesca,  y  recordando  algo  la  primera  de 
Valdedios,  más  complicada  y  bella:  están  hechas  utilizando  losas  de  már- 
mol antiguas,  pues  quedan  restcjs  de  inscripción  visibles  en  una  de  ellas. 
Hemos  de  volver  a  encontrarnos  con  iconostasis  y  trabes  en  igle- 
sias del  siglo  X,  dando  a  entender  que  su  existencia  fué  general  en  España 
antes  de  la  reforma  galicana  bajo  Alfonso  VI.  En  todo  el  Oriente  siguen 
usándose,  y  de  allí  pasaría  la  moda  al  Véneto,  dispuesta  la  trabes  direc- 
tamente sobre  columnas,  como  por  ejemplo,  en  la  Catedral  de  Torcello. 
Casos  más  antiguos  ofrecen  las  ruinas  de  San  Pancracio  en  Canterbury  (i); 
quizá  también  las  de  otra  iglesia  romana  mal  definida  (2)  y  San  Miguel  de 
Capua  (3);  pero  sobre  todo  basílicas  africanas,  como  la  de  Benian,  del 
siglo  V.  y  las  de  Tigzirt  (4).  Por  consecuencia,  es  de  creer  que  estos  mode- 
los, algunos  de  ellos  también  con  arcos  v  escalerillas  laterales,  como  en 
Lena,  fueron  usuales  en  Occidente,  por  lo  menos  en  ciertas  regiones  donde 
el  tegurium  o  baldaquino,  que  en  Roma  cobija  los  altares,  no  tuvo 
acogida.  Respecto  de  su  uso,  los  ritos  orientales  han  conservado  la  práctica 
de  ocultar  a  los  fieles  una  parte  de  la  liturgia,  mediante  el  velo  que  se 
corre  tras  del  iconostasis;  y  aunque  en  Occidente,  al  parecer,  no  hav 
memoria  de  que  ello  se  practicase,  tenemos  aún  las  cortinas,  «velum  qua- 
dragesimale»,  con  que  se  cubren  los  altares  en  cuaresma,  como  recuerdo 
de  una  práctica  análoga.  Sería  costumbre,  a  lo  menos,  recatar  el  santuario 
fuera  de  las  horas  litúrgicas,  puesto  que  velos  en  abundancia,  donados  a 
nuestras  iglesias  en  los  siglos  de  que  tratamos,  atestiguan  el  hecho. 

(i)  Rivoira:   Le  origini  della  architettura  lombarda;  fig.  425. 

(2)  Id.:  id.;  figs.  427  y  428. 

(3)  Cattaneo:   L'architccture  enltalic..,;  pág.    179. 

(4)  Gscll:   Les  monumcnts  antiques  de  lAlgcrie;  t.   H,   figs.   117  y   137. 

—   85   — 


SAN   SALVADOR  DE   PRIESCA 
Y  SAN  PEDRO  DE  NORA 


Diversa  categoría  vienen  mereciendo  estas  iglesias  que,  sin  embargo,  son 
hermanas:  la  de  Priesca  figura  en  los  «Monumentos  arquitectónicos 
de  España»,  y 

1 


se  la  trae  y  lle- 
va con  los  prin- 
cipales edificios 
de  la  serie  astu- 
riana; consta  su 
consagración  en 
921,  y  responde 
con  absoluta  fi- 
delidad al  tipo 
de  iglesias  arri- 
ba descrito  (i). 
La  de  Nora  (2)  • 

(i)  Es  del  con- 
cejo de  Villaviciosa, 
y  dista  de  su  capi- 
tal unos  seis  kiló- 
metros hacia  orien- 
te,  poco  desviada 
de  la  carretera  que 
va  hacia  Colunga  y 
Ribadesella. 

(2)  Deteniéndo- 
se en  San  Claudio, 
estación  que  es  del 
ferrocarril  de  Ovie- 
do a  Trubia,  pue- 
de llegarse  a  Nora 
andando  poco  más 
de   dos  kilómetros. 


Fig-  43- 
San  Pedro  de 
Nora:  planta. 


86  — 


PRIESCA  Y  NORA 

es  absolutamente  desconocida;  de  su  historia  no  sabemos  sino  que  en  qoS 
se  la  cedió  a  la  Catedral  de  Oviedo  (i),  y  su  edificio,  aunque  algo  más 
sencillo,  sigue  el  tan  invariable  modelo,  con  mayor  esbeltez  y  desahogo 
en  su  traza  (Figs.  43  y  44). 

Respecto  de  estructura,  ellas  retroceden  a  los  métodos  de  un  siglo 
antes,  caída  en  el  vacío  toda  la  gran  evoluciiui  lograda  bajo  Ramiro  y  aun 

bajo  Alfonso  el 
Magno,  sin  quedar 
en  su  bárbara  de- 
coración rasgos  de 
mozarabismo  tam- 
poco. Nos  encon- 
tramos, pues,  ante 
un  rutsinarimo 
evidente  y  una  de- 
cadencia, que  res- 
ponde muy  bien  al 
estado  político:  As- 
turias caía  ya  fuera 
del  círculo  de  pro- 
greso del  reino;  la 
corte  residía  en  León,  y  nuevas  fuerzas  e  ideales  lo  impulsaban  todo  hacia 
sur;  su  papel  histórico  había  terminado. 

No  obstante,  como  la  inmovilidad  en  arte  es  absurda,  v  más  o  menos 
a  la  zaga  todo  marcha  convergente  hacia  un  ideal,  en  estas  iglesias  no 
podía  menos  de  acusarse  un  reflejo  de  lo  que  ya  caracterizaba  el  arte 
leonés,  y  así  ostentan  el  arco  de  herradura,  tímido,  incierto  a  veces  y  como 
a  desgana,  pero  marcando  con  sello  elocuente  la  obra.  En  Priesca  nótase 
cierta  progresión:  las  arquerías  murales  de  su  capilla  mayor  son  a  medio 
punto;  los  demás  arcos  de  la  cabecera,  simplemente  peraltados,  aunque  no 
mucho,  y  los  de  las  naves  y  porche,  de  herradura,  con  prolongación  equi- 

fi)  Vigil:  obra  citada;  pág.  229.  Es  una  de  las  iglesias  citadas  como  residencia  de 
obispos  en  el  concilio  segundo  de  Oviedo  (España  sagrada;  t.  XXXVII,  pág.  aSo  y 
t.  XIV,  pág.  401). 


Fig.  44.  San  Pedro  de  Nora:  perspectiva  interior. 


-    87 


ASTURIAS 

valente  a  un  cuarto  de  su  radio.  Dos  ventanas  gemelas,  hecha  de  ladrillo 
una  y  monolítica  la  otra,  dan  una  curva  bien  peraltada,  mas  dudosamente 
reentrante.  En  estas  ventanas  es  novedad  para  Asturias,  en  sentido  mo- 
zárabe, la  desaparición  de  columnas  laterales;  y  la  segunda  ventana  lleva 
su  alfiz  correspondiente,  sin  dejar  espacio  entre  él  y  los  arquillos. 

En  Nora  arcos  y  bóvedas  son  peraltados  y  casi  siempre  reentrantes, 
pero  sin  exceder,  ni  aun  llegar  a  veces,  a  un  cuarto  del  radio  su  prolonga- 
ción vertical  respecto  del  semicírculo. 


SAN  MARTÍN  DE  SALAS 


De  esta  iglesia,  en  su  estado  antiguo,  no  existen  ya  sino  fragmentos 
empotrados  en  edificio  moderno  e  insignificante,  aunque  sea  de  arte  gótico 
la  puerta  del  hastial  (i).  Consta  su  donación  a  la  Catedral  de  Oviedo  en  896; 

pero  sobre  todo  conocemos  la  recons- 
trucción de  961,  gracias  a  los  suso- 
dichos fragmentos,  entre  los  que 
abundan  inscripciones,  ya  deprecati- 
vas ya  históricas  (2).  Resulta  de  ellas 
que,  destruida  de  mucho  tiempo  atrás 
la  iglesia,  un  cierto  Adefonso,  con- 
fesso,  o  sea  penitente,  la  mandó  re- 
novar, mejorándola,  en  dicho  año,  y 
allí  fué  sepultado  en  969.  Ahora  bien, 
Fig.  45.  San  Martín  de  Salas:  para  crcer  de  cstírpe  real,  como  se  ha 

ventana  en  su  fachada  meridional. 

supuesto,  a  este  piadoso  y  culto  per- 
sonaje,  monje  tal  vez,  no  hay  razón  alguna:  precisamente  Adefonso,  el 


(i)  San  Martín  constituye  hoy  un  barrio,  próximo  a  la  villa  de  Salas,  y  ésta  se  halla 
sobre  la  carretera  de  Oviedo  a  Tineo,  en  la  que  hay  servicio  ordinario  de  coches. 

(2)  Vigil:  Obra  citada;  con  láminas,  que  copió  Hübner  en  I  nscri  pt  iones  Mis- 
paniae  christianae,  núms.  494  a  604. 


Fig.  46.  San  Martín  de  Salas:  fragmentos  en  la  fachada  septentrional. 


SAN    MARTÍN    DK  SAI.AS 

primogénito  de  Froila  II,  con  quien  se  ha  tratado  de  identificar,  edificó 
otra  iglesia  en  el  mismo  año  (j5i,  y  la  inscripción  alusiva  de  ello  consigna 
su  ascendencia,  cosa  que 
falta  en  las  de  Salas  (i). 
Subsiste  a  la  cabe- 
cera una  ventanilla  con 
arcos  gemelos  de  herra- 
dura y  guarnición,  todo 
ello  en  una  sola  piedra, 
que  mide  5o  por  38  cen- 
tímetros (Lám.  XXXV).  Otras  cuatro  ventanas  compónense  de  tres  arcos, 
levemente  prolongados  en  herradura  y  más  ancho  el  central,  excepto  una 
que  los  tiene  iguales,  sobre  parejas  de  columnas  y  con  alfiz,  desarrollado 

en  faja  con  adornos.  Su  ancho  to- 
tal se  acerca  a  80  cmts.  (Fig.  46). 
Dos  de  estas  ventanas,  colocadas 
hoy  hacia  sur,  están  completas;  las 
otras,  en  el  lado  contrario,  no  con- 
servan sino  la  piedra  superior,  con 
arcos  y  alfiz  (Fig.  46);  y  todas  ellas, 
en  el  campo  que  media  entre  unos 
y  otro,  albergan  leyendas  depre- 
catorias. Hay,  además,  tres  tableros 
con  la  cruz  tan  repetida  en  Asturias 
e  inscripciones  (Fig.  47),  y  dos 
fragmentos  de  frisos  decorativos. 
La  prodigalidad  ornamental  de 
Valdedios,  que  se  nos  eclipsara  en 
Priesca  y  Nora,  vuelve  a  enriquecer  estas  piedras,  si  bien  ya  en  despedida 
definitiva.  Hay  algún  adorno,  como  tallo  vegetal,  donde  se  mantiene  la 
técnica  de  relieves  de  Valdedios;  pero  en  todo  lo  demás  la  talla  es  resuel- 
tamente a  biseles,  como  bizantina,  y  sus  temas  repiten,  a  veces  con  exacti- 
tud, otros  andaluces,  aunque  desarrollados  a  capricho,  dando  clara  prueba 

(i)     Vigil:  Obra  citada,  pág.  329:  inscripción  de  Santa  Eulalia  del  Valle. 


Fig.  47.  San  Martin  de  Salas: 
Piedra  en  la  fachada  meridional. 


-  8y- 


ASTURIAS 

de  mozarabismo.  Alguna  vez  aun  perseveran  las  tradicionales  molduras 
sogueadas;  mas  la  piedra  donde  ello  se  observa,  con  cruz  y  letrero  desva- 
necido, pudiera  ser  más  antigua. 

En  1006  era  monasterio,  cuando  fué  cedido  segunda  vez,  juntamente 
con  otros  y  todos  sus  bienes,  a  la  Catedral  de  0\  iedo  por  la  reina  Velas- 
quita  (I ). 


SAN  MARTÍN  DE  LASPRA 
Y   SAN   MIGUEL   DE   BARCENA 


Tras  las  piedras  excepcionales  de  San  Martín  de  Salas  no  volvemos  a 
hallar  cosa  parecida.  Rutina  y  modelos  antiguos  siguen  campeando  en  las 

escasísimas  obras  conservadas;  pero 
el  arco  de  herradura  tampoco  des- 
aparece, según  dos  ejemplares  de 
ventanas  monolíticas,  diseñando 
sendos  arquillos  gemelos  y  ambas 
fuera  de  su  lugar  primitivo,  por  re- 
edificación de  las  iglesias  a  que  co- 
rresponden. 

La  una  está  en  Laspra,  territorio 
de  Aviles  (2);  lleva  por  parteluz  una 
columnilla  sin  capitel,  y  otras  dos 
medias  a  los  lados,  indicando  que 
probablemente  corresponde  a  los 
primeros  años  del  siglo  X.  Su  tama- 

Fig.  48.  Laspra:  ventana.  _  ,  c  r  ..        /ir-  o\ 

no  es  de  76  por  63  cmts.  (Fig.  48). 
El  segundo  ejemplar,  rudísimo,  con  arquillos  casi  redondos  del  todo  y 


(i)     España  sagrada;  t.  XXXVIll,  pág.   285. 

(2)     Dista  pocos  centenares  de  metros  de  la  modernísima  estación  veraniega  de  Las 
Arenas,  a  donde  llega  un  ramal  de  ferrocarril  desde  Aviles. 


—  90  — 


LASPRA  Y  BARCENA 


sólo  una  columna  en  medio  (Fig.  49),  se  conserva  en  lo  alto  del  testero  de 
la  iglesia  de  Barcena,  concejo  deTine(j(i),  donde  hubo  un  monasterio 
fundado  en  973  por  los  condes  D.  Vela  y  Totilde,  se{j;ún  dicen  (2).  La 
iglesia  de  hoy  es  románica,  de  la  segunda  mitad  del 
siglo  XII,  a  lo  menos,  y  está  muy  derrotada. 

En  el  claustro  hay  una  piedra  sepulcral,  muy 
bárbara,  con  orla  andaluza  de  hojas  y  letrero  que 
parece  decir: 

«-|-  Hin  nomine  domini  ec  lapide  posite  a  kapite 
corpore  conlegite  requiescit  ic  fámula  dei  arogontine 
confessa  et  obiit  lili  feria  die  kalendis  septembris  era 
milessima  XLI  a.» 

Corresponde  al  año  1003  (3).  Probablemente  la 
difunta  es  una  Aragonte,  conocida  como  nieta  de 
los  condes  fundadores  (4);  y  el  horrible  estilo  con  que  está  redactada 
prueba  la  incultura  miserable  a  que  Asturias  llegó  en  este  tiempo.  Su 
tipo  de  letra  es  también  mozárabe  (Lám.  XXXVI). 


Fig.  49- 
Barcena:  ventana." 


(i)     Dista  de  Tineo  unos  once  kilómetros  por  sendas  de  herradura. 

(2)  Yepes:  Corónica  de  la  orden  de  S.  Benito;  t.  VI,   f.    13. 

(3)  Vigil:  Obra  citada;   pág.  673  y  lámina  correspondiente.  La  transcribió  Hübner 
(Obra  citada,  n.°  5o6),  interpretándola  mal. 

(4)  España  sagrada,  t.   XXXVIII,  pág.  64. 


—  91 


VI 

GALICIA 


NO  obstante  las  grandezas  relatadas  acerca  de  la  iglesia  de  Compos- 
tela,  obra  de  Alfonso  III  (i),  ello  es  que  ni  aparece  resto  alguno  allí, 
ni  las  amplias  excavaciones  practicadas  en  el  subsuelo  de  la  basí- 
lica han  aportado  elementos  decorativos  del  siglo  IX  o  X,  que  yo  sepa. 
Todo  hace  sospechar  que  el  arte  gallego  en"  estos  siglos  fué  pobre  y  ano- 
dino, comprobándolo  edificios  tan  miserables  como  la  capilla  de  Samos  (2) 
y  la  del  abad  Tranquila  junto  a  Rivas  de  Sil. 

Samos  dio  albergue,  sucesivamente,  al  abad  Argerico  y  su  hermana 
Sarra,  venidos  desde  Spania,  o  sea  de  país  musulmán,  en  tiempo  del  rey 
Froila;  al  obispo  Fatalix,  de  la  misma  procedencia,  bajo  Ramiro  I,  con- 
cesión refrendada  luego  por  Ordoño  en  853;  a  cierto  Audofrido  y  a  un 
presbítero,  cordobeses,  puestos  allí  por  el  mismo  rey  en  852;  y,  por  último, 
al  abad  Offilón,  la  monja  María  y  el  presbítero  Vincencio,  que  llegaron 
también  huyendo  de  Córdoba  (3).  En  902  anejóselc  otro  monasterio,  bajo 
título  de  san  Vicente,  fundado  en  786  por  Aduano,  hijo  de  cierto  Egila, 
emigrado  de  país  musulmán  con  su  familia,  reinando  Froila  (4).  Mas  la 

(i)    España  sagrada;  t.  XIX,  pág.  344. 

(2)  Villa-Amil  y  Castro;   Iglesias  gallegas;  pág.   19. 

(3)  Yepes:  CorónicadelaOrden  de  san  Benito;  t.  III,  f.  216  vto. —  Sandoval: 
Historias...;  p.  143.  —  Esp.  sagr.;  t.  XIV,  pág.  367.  —  Bibl.  nac,  ms.  18387,  f.  260.  — 
Arch.  hist.  nac;  ms.  267  B,  fs.  363  a  355,  donde  se  copian  tres  cartas  reales  inéditas. 

(4)  Se  hizo  esta  fundación  con  monjes  de  Samos,  uno  de  ellos  arquitecto,  que  firmó 
así:  «Avolinus  e(d)itor  ct  mazon  qui  cum  propria  manu  misit  fundamentum  in  illam 
ecclesiam.»  Esp.  sagr. ,  t.  XL,  p.  367.  Véase,  además,  el  susodicho  ms.  18387,  f.  262. 

—  93  — 


GALICIA 

relajación  y  los  vicios  no  cesaron  de  corromper  aquella  casa,  exigiendo 
una  inmediata  reforma.  La  semilla  mozárabe  parece  haber  prendido  muy 
mal  en  Galicia,  v  careci(3  de  elicacia  en  lo  tocante  a  arte.  Sólo  hacen  excep- 
ción las  iglesias  del  ilustre  san  Rosendo,  Celanow  y  Vilanova,  que  son 
de  estilo  mozárabe  leonés,  como  en  su  lugar  veremos  (i). 


SAN  PEDRO  DE  ROCAS 


A  este  monasterio,  análogo  por  su  disposición  al  de  San  Juan  de  la 
Peña,  viene  atribuyéndose  origen  godo,  sin  más  garantía  que  una  extraña 
inscripción  allí  conservada  (2),  que  se  asigna  a  la  Era  611,  cuando  su  tipo 
de  letra  y  otros  indicios  obligan  a  leer 
Era  1 1 1 1  (5cxi),  dando  al  signo  6,  valor 
de  mil.  de  lo  que  es  probable  haya  otros 
ejemplos.  Con  más  verosimilitud  corre 
la  leyenda  del  caballero  Gemondo,  reti- 
rado a  este  sitio  para  hacer  vida  eremí- 
tica, V  donde  luego  fundó  un  monas- 
terio, a  instancias  de  Alfonso  III,  do- 
tado por  el  mismo  rey.  Al  fin  se  in- 
corporó como  priorato  a  Celanova  (3). 

(i)     Capitulo  VIII;  al  final. 

(2)  Boletín  de  la  Acad.  de  la  Histo- 
ria; t.  XLI,  pág.  5o2.  La  losa  en  que  está  gra- 
bada cubre  una  pequeña  caja,  abierta  en  la  peña, 
donde  tal  vez  se  contendría  el  archivo  del  mo- 
nasterio, o  a  lo  menos  los  títulos  de  propiedad 
indivisa  que  corresponderían  a  individuos  cuyos 
nombres  consigna  el  letrero,  diciendo  simple- 
mente: « -f- Her editas  n.  Eufraxi  Eusani  Quinedi 
Eati  Flavi  Ruve  era  S'CX'I.»  Mide  la  piedra  49  por  82  cmts.,  y  se  adorna  con  retor- 
cidas molduras  y  una  cruz,  tendida  a  lo  ancho. 

(3)  Yepes:  Obra  citada;  t.  IV,  f.  197  v.  Se  halla  este  santuario  a  distancia  de  unos 
once  kilómetros  hacia  NE.  de  Orense.  Puede  irse  por  carretera  hasta  Vilar  de  Ordelles,  y 
luego  por  sendas  un  trayecto  como  de  tres  kilómetros. 


Fig.  5o.  San  Pedro  de  Rocas:  soporte  de  altar. 


—  94  — 


ROCAS 


La  excavación  artística  de  sus  cuevas  forma  tres  capillas  con  ábsides 
en  semicírculo;  mas,  como  sus  portadas  de  cantería  no  traspasan  segura  - 
mente  los  últimos  anos  del  si^lo  XII,  es  verosímil  que  ábsides,  lucillos  y 
arcos  interiores  no  sean  tampoco  más  antiguos. 

Primitivamente  debían  ser  simples  cuevas,  hechas  capilla  y  viviendas, 
según  costumbre  acreditada  por  documentos  del  siglo  X  fi),  conserván- 
dose del  tiempo  de  la  fundación,  con  toda  probabilidad,  el  altar  de  la 
capilla  o  gruta  de  la  izquierda,  hacia  norte,  que  es  una  mesa  de  granito, 
cuyo  soporte,  cuadrado  en  su  base,  lleva  parejas  de  arquitos  de  herra- 
dura esculpidos  en  cada  frente,  sobre  fustes  y  zócalo  sogueados,  y,  además, 
un  monograma  adherido  a  una  cruz  y  compuesto  de  las  letras  R\'.  Mide 
77  cmts.  de  altura  por  44  de  base,  y  coincide  perfectamente  con  el  estilo 
asturiano  de  fines  del  siglo  IX,  impregnado  de  mozarabismo  (Lám.  XXX\M 


y  fig.  5o). 


SAN    MIGUEL    DE    EIRÉ 
Y  SAN  JUAN  DE  CAMBA 


Según  noticias  y  dibujo  de  D.  Ángel  del  Castillo,  en  Mosteiro  de  Eiré 
(Lugo),  a  pocos  kilómetros   de    Rocas  (2),  tapando  un  hueco  al  poniente 
de  su  iglesia  románica,  existe  una  ventanilla  mono- 
lítica, formando  arcos  de  herradura  gemelos,  de  labor 
tosca  y  cuyo  tamaño  es  de  60  por  36  cmts.  (Fig.  5i.) 


F'ig.  5i.  Eiré:  ventana. 


(i)  Por  ejemplo:  uno  de  990  consigna,  que  «Pelagius  cog- 
nomento Zuleiman  frater»  dona  «illa  penna  intus  cabala,  voca- 
bulo  sancti  Martini  episcopi,  ad  ¡líos  moñacos  prenominati  Cres- 
centi  et  Gamil  cum  omnia  mea  que  intus  abebam»;  a  saber, 
cereales,  ropa  y  utensilios  de  oro  y  plata  para  el  culto.  (Tumbo  de  la  Catedral  de  León; 
f.  270  V.)  Véanse  más  adelante  las  descripciones  de  San  Millán  de  la  Cogolla,  San  Juan  de 
Socueva,  etc. 

(2)     Unos  diez  y  nueve,  hacia  norte,  pasado  el  Sil  y  sobre  la  divisoria  de  los  ríos  Cabe 
y  Miño.  El  titular  de  esta  iglesia  es  san  Miguel. 

-  95   - 


<A 


GALICIA 

Otra  análoga  conserva  el  museo  de  Orense  (Fig.  52),  procedente  de 
San  Juan  de  Camba,  antiguo  monasterio  de  la  diócesis  de  Astorga,  pero 

enclavado  en  tierra  gallega, 
y  que  va  no  existe  (i).  Mide 
la  piedra  Sy  por  64  cmts.: 
quizá  está  mutilada  en  las 
impostas  y  es  de  granito 
basto. 

Dos  relieves  rudísimos,  de 
o  la  misma  procedencia  y  con 
escenas  sagradas,  a  saber,  la 
adoración  de  los  Magos  y  el 
bautismo  de  Cristo,  parecen 
corresponder  al  siglo  XI,  y 
es  verosímil  que  la  ventana 
les  sea  coetánea.  Desde  luego, 
ésta  y  sus  similares  arriba 
consignadas,  estaban  puestas,  sin  duda,  en  el  testero  de  las  respectivas 
iglesias,   iluminando  el  altar,  según  rito  (2). 

(i)  Dista  unos  38  kilómetros  al  este  de  Orense,  en  tierra  de  Caldelas.  No  lo  he  visi- 
tado; pero  el  Sr.  Vázquez  Núñez  afirmaba  que  allí  no  había  sino  las  piedras  que  él  recogió 
para  dicho  museo. 

(2)  Es  citado  este  monasterio  en  documento  de  io85  (España  sagrada;  t.  XVI, 
pág.  468). 


Fig.  52.  San  Juan  de  Camba:  ventana. 


-96- 


VII 


PORTUGAL 


LA  arquitectura  de  este  país  bajo  los  godos  ilústrase  mediante  dos  igle- 
sias, conocidas  desde  ha  pocos  años:  San  Fructuoso  de  Montelios,  junto 
a  Braga  (i),  y  San  Pedro  de  Balsemón,  antiguo  lugar  de  Medelo  o 
Amedello,  cerca  de  Lamego  (2).  La  de  Montelios,  edificada  por  el  santo 
cuya  advocación  lleva,  cerca  del  año  660,  resulta  ejemplar  máximo  nues- 
tro del  tipo  bizantino  cuadrado  y  con  crucero  central,  a  que  pertenecen 
la  mezquita  del  Cristo  de  la  Luz,  en  Toledo,  y  San  Martin,  en  Segovia, 
revelándose  además  como  simplificación  de  San  Vital,  en  Ravena,  y  con- 
génere, por  sus  triples  arcadas  inscritas  en  tres  de  los  arcos  torales.  Su 
robustez  de  muros  denuncia  un  abovedamiento  completo;  los  arcos  son 
de  herradura,  de  tipo  godo;  y  las  columnas,  corintias,  llevan  responsiones 
laterales  encapiteladas  igualmente,  a  modo  de  pilastras,  pero  corriendo 
en  torno  de  cada  pilar.  Menos  clásica,  la  iglesia  de  Balsemón  es  de  tipo 
basilical  sencillo  con  capilla  cuadrada;  sus  impostas  de  gran  rollo  resultan 


(i)  Boletín  de  la  real  Associaíao  de  Architectos  civis  e  Archeologos 
portugueses;  1898,  p.  18:  la  reconstrucción  ideada  aquí  por  el  Sr.  Korrodi  es  inadmi- 
sible.—  Albano  Bellino  :  Archeologia  Christíá;  1900,  p.  33. —  Terra  portu- 
guesa;  191Ó,  p.  5o. 

(2)  Arte;  1908,  n.°'' 39,  40,  48. — Terra  portuguesa;  1916,  n.°'  ó  y  7.  —  Arte 
románica  em  Portugal;  láms.  41  a  45.  —  Boletín  de  la  Sociedad  Castellana  de 
excursiones,  n."  84:  artículo  del  Sr.  Lampérez. 

—   97   — 
»3 


PORTUGAL 

similares  de  otras,  seguramente  godas,  que  existen  aprovechadas  en  la 
Alcazaba  de  Mérida.  y  de  una  hermosa  quicialera  del  Museo  de  Sevilla, 
procedente  de  la  Giralda:  también  las  hay  en  las  naves  extremas  de  la  pri- 
mitiva Gran  Mezquita  de  Córdoba:  son  así  los  modillones  asturianos  del 
siglo  IX.  en  Oviedo.  Goviendes,  Valdediós,  Bedriñana.  Llera,  etc..  y  final- 
mente, ciertas  impostas  de  Santullano.  Valdediós  y  Priesca.  si  bien  éstas 
dan  al  rollo  mucho  menor  campeo  entre  su  molduraje.  La  ornamentación, 
bárbara  como  es.  recuerda  partes  de  Sta.  Comba  de  Bande  (Orense)  y  San 
Pedro  de  la  Nave  (Zamora),  y  también,  los  moldurajes  sogueados  asturia- 
nos: pero  sus  antecedentes  legítimos  han  de  verse  en  las  Cítanías  romano- 
célticas  de  la  región  misma  portuguesa,  representando  así  el  arte  indígena 
en  persistente  actividad. 

La  transformación  ulterior  del  país  realizóse  a  la  mitad  del  siglo  VIII, 
cuando  Alfonso  I.  te.  llevándose  consigo  a  los  cristianos  de  la 

frontera  por  él  arras<i>i¿.  y  ^a.  aambre  que  hizo  huir  en  sentido  contrario  a 
berberiscos  y  árabes,  determinaron  la  despoblación  del  territorio  hasta 
Viseo.  Coirabra.  libre  del  reparto  de  tierras  entre  musulmanes  (i).  man- 
tuvo probablemente  un  gobierno  autónomo,  y  fué  respetada  también  por 
Alfonso,  constituyendo  acaso  el  foco  más  p*3tente  de  mozarabismo  en  el 
pais  occidental.  L'n  hecho  vino  a  trastorr..  :o  después  de  8óó.  pues, 

amenazada  por  enemigos,  obtuvo  el  auxilio  de  Alfonso  el  Magno,  que  no 
solamente  la  incorporó  a  sus  estados  sino  que  llevó  hasta  allí  pobladores 
gallegos,  quedando  nuevamente  urbanizadas  Braga.  Oporto.  Viseo.  Lamego 
y  demás  ciudades  irr."  '"~'2S  hasta  el  Tajo.  En  987.  la  sumisión  de 
Coimbra.  Viseo  y  La:.  ._.  :..-  Almanzor.  aunque  acarrease  las  usuales 
devastaciones,  no  {>arece  haber  desquiciado  mucho  las  bases  sociales  ya 
establecidas  (3),  y  por  ñn  realizó  su  conquista  dennitiva  Fernando  I.  de 
1067  a  10Ó4. 


(1)    Dozt:  Recherches ;  t.  I,  p.  74.  También  Saniarém,  más  a  sur. 

(a)  Chroaica  Albeldease:  «Coaimbriam  ab  inimicis  possessam  eremavit,  et 
galleéis  postea  p.op-.:laTii.>  Sampiro  parece  corregir  lo  anterior,  diciendo :  «Conimbriam  ab 
iaimicis  obsessam  defendit,  suoque  imperio  subiugavit.» 

(3)  Portugaliae  monumenta  histórica:  cartae:  n.*  CLXXXXIV.  alude  ya  en 
ioo5  a  la  invasión  como  cosa  pasada.  Véase  Herculano:  Hist.  de  Port.;  L  III,  nota  .XI II. 


-98- 


PORTUGAL 

Los  fondos  diplomáticos  por  mi  conocidos  aclaran  bien,  respecto  de 
lo  anterior,  algunos  puntos :  La  colonización  gallega  compruébase  por  tes- 
timonios directos  (i>;  mas.  junto  a  los  advenedizos  del  norte,  persevera 
una  masa  de  población  diferente,  con  nombres  arabizados  a  medias,  &ol>re 
todo  en  territorio  de  Coimbra,  y  de  cepa  tan  cristiana  que  afecta  a  nume- 
rosos presbíteros  y  monjes,  sobre  características  exactamente  iguales  que 
las  leonesas,  en  cuyo  examen  nos  detendremos  luego  trátase,  por  tanto,  de 
mozárabes,  y  su  foco  más  ostensible  dase  en  el  monasterio  de  Lorbán, 
cerca  de  Coimbra,  cuyas  relaciones  con  andaluces  arriba  quedaron  apun- 
tadas, a  propósito  dd  arquitecto  cordobés  Zacarías  ípág.  7),  y  cuyo  origen 
mozárabe  parece  indudable.  Citas  de  esclavos  moros  hay  también;  pero 
más  elocuente  resulta  la  presencia  de  musulmanes  perfectamente  reconoci- 
bles, a  quienes  no  alcanza  rastro  de  nombres  europeos,  citándoseles  siem- 
pre en  igual  forma,  con  su  filiación  respectiva  y  un  gentilicio,  que  nunca 
se  da  entre  cristianos  (2).  Es,  pues,  notorio  que  ni  La  dominación  astu- 
riana, por  lo  menos  en  tierra  de  Qjímbra.  ni  la  de  Almanzor  destruyeron 
la  convivencia  religiosa,  como  tampoco  probablemente  su  organización, 
ya  que  se  observa  el  hecho  de  no  registrarse  por  allá  juicios  con  prueba 
caldaria.  según  práctica  goda  de  Asturias,  sino  que  regia  La  ley  romana 
del  Librum  i udicum.  Todavía  cuando  Fernando  I  conquistó  a  Q»imbra 
puso  allí  por  cónsul  o  alvazir  a  Sisnando,  hijo  de  David,  un  mozárabe 
educado  en  La  corte  de  Sevilla,  y  él  facilitó  la  afluencia  de  otros  cristia- 
nos llegados  de  tierras  musulmanas  (3). 


(1)  AfjCf  S70:  «Villa  qac  prssimas  crum  o^rnum  ct  aJbcDdc  Adeíonsom  pnDC.ptm 
tí.  comité  L-addií  Vin'taraLni>.  «Prescrant  nosxroi  pnore%  cum  corou  et  cum  ílvcndc  de 
rege».  Pon  mon.  hist.,  a.*V,  VI). — Año  1C38:  «Venerant  saos  friMTok»  id  pre- 
Mirii  e:  ¿d  ^opauná^m  terra.m  per  iOKÍooe  dotnini  Adeíonsi  prÍAc:pb».  il<l^  n.*  CCCIV). 

(2)  Pon.  moii.  áist.:  cartae.  N.»  XII,  año  8crr  *Abdel§ar  ma uro».  —  Núme- 
ros XIV  j  XV^L,  a.  907:  «Maociputs  pomipat^  Maiiamen  et  Sahema  et  Zafara  ip&as  siau- 
ns».  —  N.**  CCXXIX,  CCXXX  y  CCXL,  corre&poQdiefiícs  t  Loroáa.  aix»  ioi5  j  loiS: 
«cadeo  tierras  i  de  Adderahnien  neptus  de  Hant.  Zuleimar  itcn  Giarab 
Aciki  j  Oborroi  ...._-.  ^...:^  testigos,  eritrt  mochos:  lahu  iben  Fa.-h  ;oca  Abcm  Alha- 
zaai.  Halaí  ibe^  Aada  AiaoiaT^  Ahmat  ii>ea  L'mar  .Ainiurad;.  A>deii?  •^e••5  Zttds  AikairJ. 

(jl    Pon.  Bon.  faift.,  n.'I>LXXXI.— :^  :-r.czM;  san  íec 
-íist.  de  Pon.,  >•  ed^  t.  lU,  p- <ji   —  l-.ii 

—  99  — 


PORTUGAL 

Con  esta  persistente  acción  del  elemento  indígena  en  Portugal,  no 
puede  extrañar  que  los  documentos  latinos  ofrezcan  un  cierto  caudal  de 
formas  romanceadas,  reflejo  del  habla  vulgar,  y  palabras  árabes,  alusivas 
principalmente  a  importaciones  comerciales  y  a  técnica  de  organización 
andaluza  (i).  Respecto  de  arte,  un  solo  edificio  parece  haberse  conservado 
de  este  periodo,  v  él  ofrece  predominantes  caracteres  de  arcaismo.  Toma, 
pues,  consistencia  el  supuesto  de  que  la  arquitectura  mozárabe  no  cobró 
fisonomía  peculiar  y  valores  de  sistema  constructivo  sino  después  y  en 
tierra  leonesa,  como  se  irá  viendo. 


SAN  PEDRO  DE  LOUROSA 


En  territorio  de  Coimbra,  sobre  la  vertiente  izquierda  del  Mondego, 
y  cerca  ya  de  las  estribaciones  de  la  sierra  de  la  Estrella  existe  esta  iglesia, 
hoy  parroquial  de  un  lugarejo  correspondiente  al  concejo  de  Oliveira  do 
Hospital,  y  en  lo  antiguo  encomienda  de  la  orden  de  Malta  (2);  único 
dato  a  que  alcanza  para  mí  su  historia,  más  la  fecha  de  912,  según 
veremos. 

(i)  a  las  que  se  citan  en  el  capítulo  siguiente  añádanse  éstas,  consignadas  en  Port. 
mon.  hist.,  bajo  las  fechas  adjuntas:  Aleara  o  karia,  alquería:  años  897  y  looi. — 
Alkazoua,  alcazaba:  1094. — Addarbis,  calle:  1083. — Scnoga,  sinagoga:  968. —  Maza- 
ría, almacería,  tienda:  960. — Assamassa,  solana?:  1080.  —  Mazadoria,  manantial:  944. 
—  Alfagia,  alegato  favorable:  1039. — Menequiis,  clase  de  maravedís;  1084. — Hallices, 
clase  de  sueldos  o  moneda:  1046. — Mohomati,  ídem:  977. — Adaraga,  escudo:  1041. — 
Alhácama,  cabestro:  922.  —  Arriaces,  gavilanes  de  espada:  1078. — Alcalla,  vasija 
de  barro:  1042.  —  Alleale,  abalorio?:  968.  —  Almitiga,  especie  de  forro:  1043. — 
Acou ve,  capuchón:  1090.  —  Alamir,  especie  de  tela:  994. —  Hubeidi,  idem:  1093. — 
Olarí,  idem:  1021. —  Dulcerí,  idem:  1008.  En  cambio,  suprímanse  alimonia  y  folie, 

(a)    Tomás  López  :  Mapa  de  Portugal,  1778.  ■  ,  >  '  ¡'  -.    > 

—    100  — 


LOUROSA 

El  edificio  recibió  alteraciones  profundas  que  dificultan  reconocer  lo 
primitivo,  mientras  un  estudio  directo  más  apurado,  que  circunstancias 
políticas  dificultan  hoy  para  los  españoles,  y  sobre  todo  exploraciones,  no 
resuelvan  las  incertidumbres  de  hoy  (i)  (Figura  54:  láminas  XXXX'll 
y  XXXVIII). 

Su  amplitud  y  distribución  desde  luego  responden  al  tipo  basiücal, 
con  nave  de  5.38  m.  de  ancho;  otras  colaterales,  de  2.20.  aproximada- 
mente, por  8.63,  separadas  entre  sí  por  arquerías  de  a  tres  huecos,  como 
en  Balsemón,  y  aquí  también  sobre  columnas.  Éstas  marcan  un  punto  de 
mayor  analogía  con  las  iglesias  mozárabes  leonesas  de  tipo  basilical,  res- 
pecto de  las  asturianas;  pero  su  especialidad  consiste  en  ser  de  orden 
dórico  romano,  sin  cimacio  ni  collarino.  Capiteles  así  no  recuerdo  otros 
sino  en  la  ampliación  tardía  de  San  Millán  de  la  CogoUa,  y  la  falta  de 
cimacio  solamente  fué  algo  general  en  Asturias:  pero  si  estas  columnas  son 
romanas  y  aprovechadas,  cosa  muy  verosímil,  su  anormalidad  quedaría 
explicada;  por  basas  existen  capiteles  iguales,  invertidos,  hoy  bajo  tierra, 
lo  que  afianza  más  dicha  hipótesis,  repitiéndose  el  caso  en  Balsemón  y  en 
la  cripta  de  la  Catedral  de  Falencia,  donde  sirven  de  basas  capiteles  dóri- 
cos y  aun  jónicos  romanos.  Los  fustes  son  cortos,  de  i.i5  m.  en  longitud; 
las  impostas,  que  sirven  de  arranques  a  los  extremos  de  estas  arquerías, 
forman  nácela,  y  sobre  ellas  v  sobre  los  capiteles  retráense  algo  los  salme- 
res.  cosa  que,  según  ya  sabemos,  parece  señal  de  arcaísmo.  Tocante  a  los 
arcos. "son  de  herradura,  con  despiezo  radial,  dovelaje  trasdosado,  robusto, 
y  amplitud  de  un  tercio  de  su  radio  bajo  el  semicírculo,  como  en  lo 
godo:  acusa,  pues,  todo  ello  más  de  tradicionalismo  que  de  evolución 
andaluza  (Fig.  55). 

La  nave  central  resulta  hoy  muy  prolongada  hacia  los  pies:  mas 
en  lo  antiguo  pudo  ello  formar  porche,  dados  la  excesiva  amplitud 
—  tres  metros — de  su  arco  de  entrada  y  una  ventana  encima,  que  parece 
acreditar  la  existencia  de  tribuna  alta,  como  en  San  Miguel  de  Liño 
y  en  Valdediós.  y  ello  no  obstante  el  caso  contrario  de  San  Juan  de  Baños: 
porque  aquí  en  Lourosa  existe,  como  prolongación  hacia  los  pies  del  cola- 

(i)  Arte;  1911,  n.*"  82,  83  y  87. — Terra  portuguesa;  191Ó,  n.°*  9,  10  y  i3. — 
Arte  románica  em  Portugal;  láms.  40  a  52,  y  VIII. 

—    lOi    — 


PORTUGAL 


Fig.  54.  San  Pedro  de  Lourosa;  planta  restituida. 
—    102    — 


LOUROSA 


teral   de   norte,   un  cuerpo  de  edificio  en  que  se  aloja  vetusta  escalera, 

hoy  sin  uso,  cuya   única  explicación  es  haber  servido  para  dicha  tribuna. 

La  ventana  del  hastial  mide  i.5o 
por  0.88  metros;  adintelada  y  sin 
derrame  por  dentro,  muestra  ha- 
cia el  exterior  dos  arquillos  de 
herradura  rebordeados,  sobre  pi- 
lastras con  molduraje  por  cabeza  y 
pie,  como  en  otros  asturianos,  y 
faltando  el. soporte  medial  (fig.  56). 
Debajo,  el  arco  de  entrada  primi- 
tivo resulta  de  medio  punto  con 
gran  dovelaje;  mas  pudieron  ser 
rozados  sus  salmeres  e  impostas 
en  el  siglo  XVIII,  al  meter  dentro 
otro  arco  menor;  y  por  relleno 
entre  ambos  hay  una  piedra,  como 
dintel  de  ventana,  donde  se  lee, 
hacia   adentro,    en    caracteres    de 

1 1  cmts.  de  alto:  «E R  A  DCCCCL»,  que  corresponde  al  año  912  (Fig.  67). 
La  cabecera  ofrece  mayores  dificultades  aún 

para  restituirla.  En  el  testero  de  las  naves  laterales 

hay  arcos  de  herradura;  otros  dos  más  allá,  en  los 

costados  de  la  central,  indican  que  se  formaba  una 

especie  de  crucero,  tal  vez  mediante  la  interposi- 
ción de  un   iconostasis,  como  en   Escalada,  y  allí 

entestaba  la  capilla  mayor,  hoy  ampliada  y  deshe- 
cha. Sobresaliendo  a  los  costados  de  las   naves, 

hay  cuerpos  de  edificio,  con  puertas  hacia  norte  y 

sur  respectivamente,  iguales   entre  sí,  adinteladas 

y  con  arco  escazano  para  descarga,  exactamente 

como  en  Melque;  la  pared  septentrional  deja  ver 

su   aparejo  de  granito  en  sillería  grande,  y  para 

estrechar  su  puerta  modernamente  aprovecharon 

dovelas  de  otro  arco  de  herradura  (Lám.  XXXVIl).  Nótense  las  jambas 


Fíg.  55.  Lourosa:  arquerías  desús  naves. 


Fig.  5o.  Lourosa:  ventana  del 
hastíjl. 


—    103    — 


PORTUGAL 

atizonadas  de  dicha   puerta,   como  suelen   verse  en  Asturias  y  Toledo, 
derivación  de  la  tendencia  al  monolitismo  propia  de  este  periodo. 

Puertas  laterales  así  hacen  recordar  San  Pedro  de  la  Nave,  como  acer- 
tadamente alegó  el  Sr.  Pessanha,  y  también  Santullano  de  Oviedo,  impo- 
niéndose restituir  dos  alas  de  crucero  salientes  y  capillas  menores,  aunque 
para  éstas  no  haya  elementos  de  reconstrucción  perceptibles,  y  aunque  su- 
ministre ejemplo  negativo  Santa  María  de  Marquet.  La  solución  de  capillas 
en  esta  iglesia  preséntase  indecisa;  mas  ella  o  ellas,  desde  luego,  serían 
sus  únicas  partes  abovedadas. 


qCC€€%1 


Fig.  57.  Lourosa:  Piedra  sobre  el  arco  de  entrada. 


La  piedra  con  fecha  912,  aunque  por  si  no  constituya  dato  explícito, 
convida  sin  embargo  a  tomarse  como  referencia  del  año  en  que  se  hiciera 
el  edificio.  Ejemplos  tales  hay  en  periodos  subsiguientes,  cual  es  el  de  la 
Catedral  de  Sigüenza;  mas  no  en  el  que  nos  ocupa.  Si  ella  faltase,  el  fechar 
esta  iglesia  suscitaría  controversias,  pues  quizá  se  buscasen  argumentos 
para  creerla  goda;  mas,  en  realidad,  sus  caracteres,  afianzados  por  dese- 
mejanzas con  los  edificios  godos,  inclinan  a  creer  que  su  cronología  más 
adecuada  va  con  la  fecha  preinserta,  que  guarda  un  cierto  paralelismo 
con  San  Miguel  de  Escalada,  y  que  tal  vez  da  idea  del  tipo  dominante 
basilical  mozárabe.  Su  lisura,  aun  en  moldurajes,  y  sus  columnas  aprove- 
chadas préstanse  a  reflexionar  sobre  el  fenómeno  de  no  existir  vestigios 
apreciables  de  arquitectura  mozárabe  en  la  regiones  meridionales,  pues 
ciertamente  edificios  como  el  de  Lourosa,  una  vez  demolidos,  apenas  deja- 
rían rastro. 


104  — 


VIII 

LEÓN 


LOS  arcos  de  herradura  y  dem¿is  indicios  mozárabes  registrados  en 
Asturias  v  Galicia  sólo  eran  reflejo  débil  del  movimiento  desarro- 
llado al  sur  de  la  cordillera  Cantábrica,  en  los  territorios  nuevamente 
poblados  bajo  Ürdoño  I  y  a  que  dio  enorme  impulso  Alfonso  el  Magno. 
Dos  corrientes  de  arte  luchan  allí:  La  una,  meridional,  da  lugar  a  los 
fenómenos  arriba  enunciados  y  que  estudiaremos  ahora;  la  otra,  procedente 
de  Asturias,  apenas  tuvo  desarrollo:  la  cripta  de  la  catedral  palentina, 
en  su  tramo  primero,  sería  lo  principal,  como  trasunto  exacto,  pero  más 
pujante,  que  es  de  la  nave  baja  u  oratorio  de  Naranco;  pero  ya  su  ábside 
constituye  anomalía,  y  además  razones  históricas  abren  la  sospecha  de  si 
aquello  será  una  obra  simplemente  románica  de  tiempo  de  Sancho  el 
Mayor  (i).  Mármoles  de  tipo  asturiano,  como  los  empleados  en  las  igle- 
sias de  Alfonso  el  Casto  y  Ramiro  I,  abundan  en  otras  leonesas  de  las  más 
antiguas,  cuales  son  las  de  Mazóte  y  Escalada,  y  en  la  ya  rehecha  de  San 
Pedro  de  Montes,  habiéndolos  también  con  aspecto  de  cosa  visigoda  en  este 
mismo  punto,  en  xMoreruela  de  Távara  y  en  Camarzana. 

(i)  Quadrado:  Falencia.  —  Simón  y  Nieto:  Descu  br  i  m  icntos  arq  ucológicos 
en  la  Catedral  de  Falencia;  publicado  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  lispañola  de 
Excursiones;  tomo  XIV.  Las  teorías  desarrolladas  aquí  por  el  benemérito  erudito  palentino 
son  muy  contrarias  a  lo  e.xpucsto  arriba. 

—   io5  — 
14 


LEÓN 

Algunas  de  estas  localidades  son  históricas:  Moreruela  (i)  fué  mo- 
nasterio fundado  por  san  Froila,  siguiendo  iniciativas  de  Alfonso  1 11;  y 
San  Pedro  de  Montes,  el  antiguo  cenobio  de  san  Valerio,  en  el  siglo  VI, 
obtuvo  una  restauración  próspera  en  895  con  san  Genadio,  protegido 
tambicMi  del  mismo  rev.  Parece  muy  significativa  la  acción  que  desarrolló 
Alfonso  en  propagar  el  monacato,  especialmente  en  los  campos  leoneses, 
mientras  repoblaba  toda  la  zona  amplísima  septentrional  del  Duero,  yerma 
desde  los  tiempos  del  primer  Alfonso,  y  por  consiguiente  inadecuada  para 
ofrecer  expansión  al  régimen  señorial  asturiano,  por  falta  de  conquistados 
a  quienes  reducir  a  servidumbre.  Es  de  creer  que  en  los  monasterios  viese 
el  gran  rey  un  medio  de  colonización  eficaz,  educando  al  pueblo,  rom- 
piendo tierras  eriales  y  organizando  trabajo,  ya  que  por  allí  la  barrera  del 
Duero  no  exigía  puestos  militares  contra  la  morisma  tan  imperiosamente 
como  en  la  región  oriental  castellana. 

El  primer  proceso  de  avance  repoblador  es  natural  que  dimanase 
de  Asturias,  o  más  bien  del  Bierzo  y  estribaciones  meridionales  de  la  sierra: 
sabemos,  en  efecto,  que  Astorga  se  pobló  con  bercianos  (2);  mas  ello 
debió  resultar  precario  y  sobre  manera  difícil,  si  los  señores,  como  es 
natural,  negaban  a  siervos  y  familiares  licencia  para  abandonar  sus  tierras, 
y  aunque  la  tutela  real  cobijase,  en  cuanto  era  dable,  a  los  fugitivos,  se- 
gún consta.  La  solución  eficaz  había,  pues,  de  proceder  en  sentido  contra- 
rio, es  decir,  de  hacia  sur,  atrayendo  al  elemento  asimilable  de  tierra  mu- 
sulmana, y  en  primer  término  a  los  mozárabes  o  cristianos  sometidos, 
cuya  emancipación  no  constituía  problema  para  Asturias.  Precisamente  la 
ocasión,  a  fines  del  siglo  IX,  era  propicia,  dado  el  desconcierto  y  anarquía 
reinantes  en  país  de  moros,  mientras  esa  misma  anarquía  daba  fuerza  y 
estabilidad  al  reino  de  Alfonso  III. 

Los  hechos  comprobatorios  abundan:  ün  cronista  árabe  relata  que 
Zamora  se  pobló  en  893  con  gente  de  Toledo;  que  un  cristiano  de  allí 
costeó  su  cerca,  y  que  luego  acudieron  a  vivir  en  aquella  comarca  las  gentes 


(1)  La  forma  primitiva  de  este  nombre  pudo  ser  Marelola  o  Morelola,  variantes  que 
consigna  un  documento  de  gSi  ?  (Cartulario  de  Sahagún,  número  18).  La  forma  Morariola 
se  da  en  otro  de  igual  fecha,  correspondiente  a  Celanova.  (Su  becerro,  f.  149  v.). 

(2)  Flórez:  Españ  a   sagrada;  tomo  XVI,  pá^.  425. 

—    106   — 


LEÓN 

de  la  Irudtcra  árabe  (i).  C^onsta  que  el  susodichu  Rey  acogió  al  obispo 
mozárabe  de  Ercávica,  Sebastián,  expulsado  por  los  moros,  colocándole  en 
la  silla  de  (Jrense.  Además  él  compró,  en  904,  la  iglesia  arruinada  de  los 
santos  Facundo  y  l^rimitivo,  con  las  tierras  vecinas,  para  que  allí  fundase 
un  abad  Alfonso  y  sus  compañeros  venidos  de  Andalucía,  dando  asi  origen 
al  célebre  monasterio  de  Sahagún  (3),  y  otros  monjes,  de  procedencia 
cordobesa  precisamente,  fundaron  los  de  Escalada,  Mazóte  y  Casta- 
ñeda. Con  posterioridad,  cierta  doña  Palmaria  y  sus  compañeras,  huidas 
de  tierra  de  moros  (4),  fundaron  el  de  Vi  me,  en  Sanabria,  y  se  cree  vero- 
símil que  lo  mismo  sucedería  respecto  de  otros  monasterios  cuya  historia 
se  desconoce,  pero  que  mantuvieron  indicios  de  mozarabismo  (5);  por 
ejemplo,   mediante  la  cita  de  un  «Martinus  abba  cordovensis»  (0). 

Hay  más:  una  sentencia  dada  en  Astorga  en  878,  ante  el  Rey,  obispo 
y  corte,   resulta  confirmada,  entre  otros  personajes,   por   unos  diez  con 

(O  Fraj^mentos  inéditos  de  la  crónica  de  Abcnhayán,  contenidos  en  el  códice  de 
Oxford,  fol.  83,  y  citando  al  Razí,  en  esta  forma:  «Dice  Isa  ben  Áhmed:  y  en  ese  año  [280= 
893]  dirigióse  Adel'onso  hijo  de  Ordoño,  rey  de  Galicia,  a  la  ciudad  de  Zamora,  la  despo- 
blada, y  la  construyó  y  urbanizó,  y  la  fortificó  y  pobló  con  cristianos,  y  restauró  todos  sus 
contornos.  Sus  constructores  eran  gente  de  Toledo,  y  sus  defensas  fueron  erigidas  a  costa 
de  un  hombre  agemí  de  entre  ellos.  Así,  pues,  desde  aquel  momento  comenzó  a  florecer  la 
ciudad,  y  sus  poblados  se  fueron  uniendo  unos  a  otros,  y  las  gentes  de  la  frontera  fueron 
a  tomar  sitio  en  ella».  Nota  del  Sr.  Asín. 

(2)  P'spaña  sagrada;  tomo  XVII,  pág.  244.  No  se  le  confunda  con  otro  Sebastián, 
sobrino  del  Rey,  que  cita  incidentalmcntc  el  mismo  diploma  (pág,  246);  de  seguro  aquel  a 
quien  dedicó  su  crónica  real,  congetura  que  no  hallo  utilizada  por  nadie  a  este  propósito, 
y  él  fué  obispo  de  Salamanca. 

(3)  Escalona:  Historia  del  monasterio  de  Sahagún;  doc.  XXII,  cuyo  original 
lleva  el  n."  i5  en  su  cartulario,  conservado  en  el  Archivo  histórico  nacional. 

(4)  Así  debe  entenderse  una  cita  de  Flórez,  sobre  documento  astorgano  ya  perdido: 
Ksp.  sagr.,  t.  XVII,  p.  161.  «Mocelemes»  vale  tanto  como  «musulmanes»  y  no  es  de- 
signación topográfica  conocida  ni  verosímil. 

(5)  No  se  cuente  el  de  .\  pe  liare  o  A  bel  lar,  cerca  de  León,  pues  su  cartulario 
justifica  mal  la  hipótesis  acariciada  por  el  Sr.  Díaz  Ximénez:  Boletín  de  la  Academia 
de  la  Historia,  tomo  XX,  pág.  128. 

(6)  Tumbo  de  la  Catedral  de  León,  fol.  388  v.  Es  donación  al  monasterio  de  Abellar; 
pero  se  otorgaría  en  tierra  de  Campos,  probablemente,  y  el  abad  figura  como  testigo.  Su 
fecha,  921  o  poco  antes,  pues  en  dicho  año  confirmó  la  donación  Ordoño  II.  (Id.,  f.  38o  v.) 

—    107  — 


LEÓN 


nombres  árabes  y  entre  ellos  un  presbítero  (i).  En  carta  del  obispo  de 
León,  cuatro  años  anterior,  figura  también  un  testigo  con  nombre  árabe  (2); 
otros  tres,  a  lo  menos,  en  diploma  cortesano  de  898  (3)  y  más  aún  en  escri- 
turas de  887,  896  y  900  (4).  Después,  entr¿ido  el  siglo  X,  los  casos  análogos 
se  multiplican  enormemente,  de  suerte  que  hacen  mayoría  los  documen- 
tos leoneses  y  castellanos,  ya  reales  ya  particulares,  en  que  figuran 
individuos  con  tales  nombres,  sabiéndose  a  veces  su  gerarquía  social.  De 
gente  de  iglesia  abundan  presbíteros  y  diáconos,  en  tanto  número  que  los 
registrados  pasarán  de  un  centenar;  añádanse  diez  y  ocho  abades  (5), 
dos  abadesas  (6),  dos  prepósitos  (7)  y  algunos  monjes  (8).  Entre  los  perso- 


(i)     España  sagrada,  t.  XVI,  pág.  426. 

(2)  Id.,  t.  XXXIV,  pág.  430. 

(3)  Yepes:  Corónica  de  la  Orden  de  San  Benito;  t.  II,  escrit.  XIV. 

(4)  Tumbo  de  la  Catedral  Legionense;  fs.  212  v. ,  46  y  2o5. 

(5)  Son  estos:  Domno  Mélic,  antes  de  929  (tumbo  Legionense,  f.  462  v.).  Abeiza; 
año  926  (becerro  de  Cárdena,  f.  54).  Zanom;  937  (tumbo  Astoricense:  Esp.  sagr. ,  t.  XVI, 
p.  438).  Abogalebh  presbiter,  abad  probablemente  de  Barelánica,  hacia  940  (cod.  de  Sma- 
ragdo  en  la  Catedral  de  Córdoba).  Domno  Vellite,  de  Valdevimen;  961  (tumbo  Leg.,  fs.  200  v. 
y  207).  Ramellus,  de  Algadef;  969  a  962  (cart."  Sahagún,  nros.  389  y  395).  Domno  Hisccam, 
de  Valcavato;  962  (tumbo  Astoric).  Hilal;  967  (tumbo  Leg.,  f.  39).  Zithaius  o  Citaius,  de 
Apeliare;  972  a  974  (tumbo  Leg.,  f.  408;  cart.  Sahagún,  nros.  426  y  429^.  Salvatus  cogno- 
mento Hilal,  o  simplemente  domno  Hílale,  de  Valdesálice;  984  a  1000  (tumbo  Leg.,  fs.  i54 
y  176;  Esp.  sagr.,  t.  XXXVI,  f.  IV).  Domno  Eiza,  de  Algadef;  ioo5  (cart.  Eslonza,  n."  10 
p.).  Daudi  y  Ziti,  en  el  Bierzo;  ioi5  (tumbo  Astoric).  Theodomlro  cognomento  Muza,  de 
San  Dictino,  en  Astorga;  1014  (B.  Nac,  ms.  9194).  Havive  y  Citte,  en  id.;  1029  (Id.).  Otro 
Habibi,  de  San  Prudencio,  en  la  Rioja  (Yepes:  Ob.  cit.;  t.  V,  f.  89).  Pctrus  prolix  Citis  o 
Petro  Citiz,  de  Sta.  Marta  de  Tera;  1083  (tumbo  Astoric). 

(6)  Hamama  y  Habba  cognomento  Leokadia,  en  Santiago  de  León;  año  982  (tumbo 
Leg.,  fs.  321  V.  y  347). 

(7)  lohannes  cognomento  Zaide;  año  1000  (becerro  Sahag.,  f.  195  v.).  Habzon,  de 
Villazeit;  1012  (cart.  Sahag.,  n."  468). 

(8)  Frater  Abdela;  año  917  (tumbo  Astor.).  Mutarraf;  941  (becerro  Sahag.,  f.  85  v.). 
Frater  Montakem;  952  (tumbo  Leg.,  f.  167  v.).  Habze  monago;  958  (Id.;  f.  37Ó  v.).  Cazeme 
monago;  980  (Id.;  f.  374).  Frater  Abolbalite;  982  (Id.;  f.  321  v.).  Pelagius  cognomento 
Zuleiman  frater;  990  (Id.,  f.  370  v.).  Frater  Hazeme;  1002  (Id.,  394  v.).  Hapze  monacho; 
1014  (San  Dictino  de  Astorga:  Bib.  Nac.  ms.  9194).  Frater  Valite;  ioi5  (tumbo  Astor.). 
Xabe  monago;  1030  (tumbo  Leg.,  f.  336). 

—    108  — 


LEÓN 


najes  palatinos  (if^uran  diez,  jueces  (i),  cinco  alguaciles  (2)  y  dos  o  tres 
criados  del  rev  en  funciones  judiciales  (3).  Además,  un  Cíjmisario,  acaso 
(4);  un  merino  (5):  un  tesorero  {(')),  un  conde  (7),  cuatro  mayordomos  (8), 
dos  apoderados  (9),  un  despensero  (10),  un  alférez  del  rey  en  Castilla  (i  i),  un 


(1)  Índices:  Vistrcmirus  co<ínoinento  Hatee,  en  Leiín;  g\5  (tumho  Leg.,  f.  204-205). 
Kbrahem  iben  Zeiten,  Ziuhar  y  RcvcUe,  en  Astorga:  924  (tumbo  Astoric:  Bibl.  real, 
ms.  II.  F.  4,  f.  226  V.).  Abaiub  iudex  arbicier;  941  a  968  (cart.  Sahag.,  nros.  370  y  380;  be- 
cerro id.,  fs.  192  y  i55).  Amar;  946  (bec.  Sahag.,  f.  58).  Abozekar;  958  (Id.,  f.  i55).  Froila 
Abaiubiz;  967  a  970  (cart.  Sahag.,  n."  24).  Gutinus  Zclimiz;  970  a  977  (cart.  Sah.,  nros.  24, 
27,  435  y  427).  Abrameliz;  985  (Id.,  n.''439). 

(2)  Saiones:  Datnun  filius  Arbori;  año  878  (Esp.  sagr. ,  t.  XVI,  p.  425).  Mazarefe;  944 
(bec.  Cárdena,  f.  17).  Valiti;  959  (cart.  Sahag.,  n.°  387).  Eben  Abdella;  972  (Id.,  n."  423). 
Abolkazeme;  1024  ^tumbo  Leg.,  f.  154). 

(3)  «Illa  (villa)  determinavit  et  asignavit  per  iussione  nostra  (Hordonii  regis)  puero 
nostro  Abaiub  iben  Tebite»;  año  918  (tumbo  Leg.,  f.  199).  Este  mismo  individuo,  alguna 
vez  con  título  de  «iudex»  (tumbo  Leg.,  f.  449  v.),  figura  en  una  porción  de  escrituras  leo- 
nesas como  testigo,  desde  91 5  hasta  953. —  «Ego  Adefonsus  rcx...  concedo...  ipsa  villa... 
sicuti  pueros  nostros  Zuleiman  et  Aiub  determinaverunt  et  consignaverunt»;  931  (becerro 
Card.,  f.  53  V.).  Otra  diligencia  de  embargo  realizó,  por  mandato  de  Ramiro  III,  Quati- 
nus  Zelemi,  personaje  palatino  conocido,  en  977  (bec.  Sahag.,  f.  209). 

(4)  «Abaiub  iben  Allcama  c'tario»,  que  puede  leerse  comilario;  942  (tumbo  Leg., 
f.  439  V.). 

(5)  «Cite  loanis  maiorino  de  Morales»  de  Tera;  1083  (tumbo  Astoric:  Arch.  histórico 
nac,  ms.  1 195  B). 

(6)  «Munius  Aiub  cubicularius  testis»;  945  (cart.  Sahag.,  n."  i5). 

(7)  «Abolazan  Hanniz  comes  confirmat»;  959  (cart.  Sahag.,  n.°  389). 

(8)  «Uazimar  qui  et  maiordomus  confirmat»:  entre  los  magnates  de  palacio;  o85 
(cart.  Sahag.,  n.°  439).  —  «Fuit  homo  nomine  Zuleiman  ct  fuit  maiordomus  regina  domna 
Tarasia  et  tenuit  omnem  mandationem  eius  in  multisque  locis».  Después  se  le  llama 
«frater»  y,  seguramente,  es  el  Pelagio  cognomento  Zuleiman  arriba  citado  (tumbo  Legión., 
f.  345  V.;  año  994).  Quizá  distinto  es  otro  «Zuleiman  maiordomus»,  en  961  (cart.  Sahag., 
n.°  425).  «Eixame  maiordomus»,  en  987  (Id.,  n."  449). 

(9)  «Abdezalam  qui  fuit  vicarius  .\dultí  quando  domno  Cixila  consignavit  ipsas 
vineas  ad  Ncpotiano  et  Ncpotianus  tradidit  cas  ad  Abdezalam'>v,  929  (tumbo  Leg.,  f.  439  v.). 
—  «Hauma  frater  de  domno  Hanni  rideiussor»;  954  (tumbo  Leg.,  f.  430). 

(10)  «Ababdella  cellarario  de  domno  Ovecco  episcopo  de  Legione,  testis»;  943  (tumbo 
Leg.,  f.  389  V.). 

(1 1)  «Izani  alfierez  rex»;  992  (becerro  Card.,  f.  54  v.). 

—    109  — 


LEÓN 


vasallo  ( I )  \'  Lin  jefe  de  la  i;uardia  o  zahbascorta,  ejerciendo  en  Toro  (2), 
más  otro  tal  que  aparece  en  Sahagún,  venido  de  Córdoba  en  1003  para  con- 
firmar paces  con  los  cristianos,  a  consecuencia  de  la  muerte  de  Almanzor 
seguramente  (3).  El  resto  de  nombres  árabes,  por  muchos  centenares, 
corresponde  a  dueños  de  fincas,  confirmantes  y  testigos  de  escrituras, 
resultando  así  que  la  gran  masa  de  estas  gentes  figuraba  entre  la  burguesía 
culta,  ganaderos  y  labradores  de  León  y  de  Castilla  (4). 

Un  cierto  número  de  citas,  comprendidas  entre  las  fechas  902  a  1000, 
y  algunas  posteriores  menos  ciertas,  designan  individuos  bajo  nombre  de 
estirpe  cristiana,  ya  latino  ya  godo,  seguido  de  un  cognomento  o  sobre- 
nombre precisamente  árabe  y  análogo  a  la  «cuniav>  clásica,  de  lo  que  da 
buen  testimonio  el  comenzar  con  gran  frecuencia  por  abu,  como  entre 
árabes,  contraído  en  ab  muchas  veces.  Dicha  palabra  «cognomento»  media 
entre  ambos  nombres,  no  sin  que  haya  excepciones,  ya  por  faltar  ella, 
como  en  «Recemirus  qui  et  Abulfeta»  (5),  en  vez  de  «Recemirus  cogno- 
mento Abolfeta»,  que  es  lo  usual  (6);  ya  por  trasposición,  en  este  caso: 
«Muza,  confessor,  et  nomen  eius  Teudemiro»  (7).  El  sistema  no  era  nuevo 
ni  peculiar  de  nosotros,  puesto  que  abundan  ejemplos  coetáneos  y  aun  muy 
anteriores  de  «cognomento»  sin  nada  de  arabismos,  por  ejemplo:  Tajón, 
el  célebre   obispo  aragonés  del  siglo  \'II,   llamábase   «Tajus  cognomento 

(i)    «Marban  vasallo,  confirmat»;  974  (becerro  Sahag.,  f.  214  v.). 

(2)  «Zahbascorta  Venabolhauz  sedente  in  Toro»;  998  (bec.  Sahag.,  f.  43). 

(3)  «In  presentía  qui  ibi  fuit  Zacbascorta  Ebembacri  quando  venit  de  Cordova  pro 
pace  confirmare  ad  romanos  in  Domnos  Sanctos;  1003  (becerro  Sahag.,  f.  144  v.). 

(4)  Aunque  aquí,  en  Castilla,  los  arabizados  no  resultan  desempeñando  cargos, 
dase  el  caso  de  un  «domino  Abolbalite  de  Arcos»,  en  la  corte  de  la  condesa  doña  Urraca, 
año  1027.  (Serrano:  Cart.  de  Covarrubías;n°  XV.) 

(5)  Escritura  de  919  en  el  tumbo  Legionense;  y  Esp.  sagr.,  t.  XXXIV,  p.  449.  En 
igual  forma  se  explicará  que  otros  individuos  se  llamen  «Vassalle  et  Haliffa»,  en  976  (tumbo 
Leg.,  f.  47)  y  «Hoba  et  Telia»  en  964  (bec.  Sahag.,  f.  184). 

(6)  Tumbo  Legionense,  f.  38;  documento  de  902.  Parecen  casos  de  omisión  análogos 
estos:  Speraindeo  Algalebe;  año  969  (cart.  Sahag.,  n."  387).  Cixila  Abuhabze;  960  y  970 
(bec.  Sahag.,  f.  136  y  206).  Gómez  Abdella;  960  (cart.  Sahag.,  n."  392).  loannes  Alatar;  970 
(Id.,  n." 421).  VermudoAboleze;  940 (Escalona:  Hist.  de  Sahag. ,  doc.  XVIII). 

(7)  Documento  de  Sahagún  de  ion,  publicadapor  Escalona:  Hist.  de  Sahagún, 
n.°  LXVL 

—    1 10  — 


LEÓN 


Samuhel»,  y  el  francés  san  Ouen  era  «Audoenus  cognomento  Dado»  (i); 
en  Piasca  tenemos  un  «Deodavit  cognomento  Amorellas»  hacia  86 1  (2); 
en  875  es  citado  un  colono  leonés  «Cesario  cognomento  Caubello»  (3);  un 
diácono  de  Aslorga  se  llamó  «Celeri  cognomento  Romanus»  (4),  y  asi 
muchos.  En  cambio,  apenas  se  da  caso  de  nombre  y  sobrenombre  árabes 
para  una  misma  persona,  ni  de  nombre  árabe  y  sobrenombre  latin(jí5).  lo 
que  prueba  un  sistema  íljo,  y  que  desde  luego  la  aparición  de  nombres 
árabes  leoneses  no  fué  por  moda  caprichosa,  sino  que  nombre  y  «cogno- 
mento» obedecían  a  razones  determinadas  y  constantes.  Respecto  del  nom- 
bre varias  alusiones  hacen  saber  que  era  impuesto  en  el  bautismo  (G),  lo 
que  excluirla,  por  tradiciím  cuando  menos,  que  fuese  de  estirpe  árabe;  y 
aun  para  el  «cognomento»  algo  mediaba  de  prevenci()n  religiosa,  puesto 
que  estos  leoneses  casi  nunca  se  llamaron  Mahómad,  considerado  tal  nombre 
como  una  cierta  filiación  espiritual  del  Profeta,  impropia  de  cristianos  (7). 
Esto  mismo  ya  fué  observado  por  Simonet  respecto  de  los  mozárabes; 
y  además  valga  recordar  que  entre  ellos  repitióse  precisamente  el  sistema 
leonés,  cuando  menos  aplicado  a  personas  de  alta  categoría  social,  a  saber: 
un  nombre  cristiano,  preferido  siempre  en  los  documentos  latinos,  y  otro 


(i)     Acta  sanctorum  ,  Agosto,  t.  IV. 

(2)  Cart.  de  Sahag.,  n.°  358. 

(3)  España  sagrada,  t.  XXXIV,  p.  431. 

(4)  Id.,  t.  XVI,  p.  437. 

(5)  Hay  estas  excepciones:  «Fata  connomentum  Velitc»;  9Ó9  (cart.  Sahag.,  n.°  418). 
«Ozmanus  cognomento  Ceite»;  993  (bec.  Sahag.,  f.  163  v.).  «.Meleke  cognomento  Uellite»; 
i048(tumbo  Leg.,  f.  25i  v.).  «Zuleman  Lcgioniz  cognomento Salamona»;  1017  (Id.,  f.  278  v.^. 
Como  dudoso,  «Abolbin  cognomento  Abundancias»,  en  930  (Id.,  f.  2i5). 

(6)  A  un  presbítero  «Rademundus  qui  cognominatus  Heyreth»  se  le  llama  también 
«Heyret  presbiter  qui  de  baptismo  Rademundus»,  en  961  (tumbo  Leg.,  f.  411).  Respecto  do 
otro,  «Saluti  cognomento  Meliki»  (cart.  Sahag.,  nros.  389  y  390),  se  repite  igual  giro  en  906, 
diciendo:  «Melic  presbiter  qui  de  babtismo  Saluti  vocatur»  (tumbo  Leg.,  f.  465). 

(7)  Parecen  excepción  de  lo  dicho  estas  citas:  un  Mahomath,  dueño  de  finca  en  tierra 
leonesa;  año  946  (tumbo  Leg.,  f.  416  v.).  Mafhomate,  confirmante  de  escritura  castellana 
en  960  (cart.  Covarr.,  n.°  I).  Mahomate,  poseedor  de  una  viña  en  tierra  de  Burgos;  año  981 
(bec.  Card.,  f.  83  v.).  «Ajuz  xMcdumat»,  testigo  de  escritura  en  Astorga  en  937  (  Esp.  sagr., 
t.  WI,  p.  438).  El  Mahematus  de  escritura  sahaguntina  de  922  (Su  cart.,  n."  364)  se  corrige 
en  Mahemutus,  o  sea  Mahmud,  por  otra  de  926  (becerro  Sahag.,  f.  135). 

—    III    — 


LEÓN 


árabe,  del  que  usaban  para  comunicarse  con  los  dominadores.  Bien  cono- 
cidos son  el  metropolitano  hispalense  Juan,  llamado  Zeit  entre  árabes,  y 
el  obispo  Recemundo,  por  otro  nombre  Rabi,  hijo  de  Zit  (i).  Un  perso- 
naje cordobés,  Leovigildo,  llevaba  por  sobrenombre  Abdesalam  (2);  el 
célebre  conde  Servando,  el  de  Hagege(3):  un  Sisnando,  portugués  ilustre, 
el  de  Abuamir  (4),  y  así  otros. 

Ahora  bien,  no  siempre  se  consignan,  respecto  de  nuestros  a  rabiza- 
dos  leoneses,  nombre  y  sobrenombre  a  la  vez,  sino  uno  u  otro,  según  se 
infiere  de  las  varias  alusiones  a  una  persona  misma;  por  ejemplo:  el  suso- 
dicho «Recemirus  cognomento  Abolfeta»  se  nombra  otras  veces  ya  sólo  por 
el  cognomento,  ya  «Abolfeta  iben  December»  o  «Recemirus  iben  Decem- 
ber»  (5):  un  «Vincenti  cognomento  Citiamone»  debe  ser  el  «Zitamon  Avol- 
valiti»  de  otra  escritura  (6):  de  igual  modo,  un  «Ruderico  cognomento 
Abolmondar»  es  el  «Abolmondar  Sarraciniz»  o  «Abolmondar  presbiter» 
de  otros  diplomas  (7);  un  «Luvila  cognomento  Iscam»  suele  llamarse  Iscia- 
me  o  Iscam  (8),  y  «Saluti  cognomento  Meliki»  firmaba  Melichi  o  Saluti, 
a  secas  (9).  Por  consecuencia,  en  estos  casos  lo  árabe  aparece  o  no  según 
sea  «cognomento»  o  nombre  lo  que  se  consigne:  aquéllo  resulta  preferido. 

Mucho  más  frecuente  es  añadir  el  nombre  del  padre,  ya  precedido 
de  filius,  ya  con  su  equivalente  árabe,  iben  o  eben  (10),  rara  vez  en  la 

(1)  Simonet;  Historia  de  los  mozárabes;  págs.  320  y  606. 

(2)  Id.,  id.;  p.  478. 

(3)  Id.,  id.;  p.  554,  nota  1.' 

(4)  Id.,  id.;  p.  655. 

(5)  Años  904  a  944.  Sahagún:  cartulario,  nros.  2  y  14;  becerro,  fs.  198  v.  y  172.  Tumbo 
Legionense,  f.  198,  etc. 

(6)  Cartulario  de  Sahagún,  n  "  449;  becerro  de  id.,  t".  63.  Sus  techas,  987  y  973. 

(7)  Becerro  de  Cárdena;  fs.  34,  58  v.  y  90  v.,  correspondiendo  a  los  años  932  a  939. 

(8)  Sahagún;  cartulario,  n."  387;  becerro,  fs.  95  v.,  58,  etc. 

(9)  Tumbo  Legionense,  fs.  73,  465,  etc. 

(10)  He  aqui  las  más  antiguas  citas.  878:  Datnun  filius  Arbori  (Rsp.  sagr. ,  t.  XVI, 
pág.  425).  896:  Aomar  filius  Teodemiri,  Abohalaf  filius  Mazuia  (tumbo  Legionense,  f.  4Ó), 
898:  Lupi  Benalgotiz,  Zaite  iben  Aiub  (Yepes:  Obra  cit.,  t.  II,  doc.  XIV).  904:  Recemirus 
iben  December  (cart.  de  Sahagún,  n."  2).  9o5:  Rapinato  iben  Conantio  (Id.,  n.°  5).  9i5:  Sis- 
gutu  iben  Mauratelli  diaconus,  Maurelli  eben  Deben,  Gibuldus  filius  Almundi,  Abaiub 
aeben  Tebite,  Teodomiru  filius  Mudarraf,  Ci.xila  íilii  Ezhac  (tumbo  Leg. ,  f.  2o5),  etc. 

—     112    — 


l.EON 


forma  de  plur¿il,  bcni,  usiida  con  propiedad  aludiendo  a  colectividades 
familiares  o  a  puntos  de  su  residencia,  si  acierto  en  la  interpretación  de 
ciertas  palabras  (i).  Los  casos  de  nombre  y  filiación  árabes,  y  aquellos  en 
que  uno  u  otro  es  cristiano  abundan  mucho  y  por  igual:  en  cambio  son 
minoría  exigua  los  nombres  cristianos  ligados  por  la  palabra  «iben»,  no 
probando  ello  diferencia  de  estirpe  sino  uso  del  nombre,  y  no  de  cogno- 
mento, en  ios  individuos  así  designados:  recuérdese  el  ejemplo  de  «Abolfe- 
ta  iben  December»  o  «Recemirus  iben  December»,  tratándose  de  un  mismo 
personaje.  En  todo  caso  estas  formas  de  filiación  no  traspasan  el  siglo  X. 
Otro  sistema  equivalente  fué,  por  el  contrario,  ganando  terreno,  hasta 
predominar  del  todo,  y  consiste  en  poner  simplemente  el  nombre  del  padre 
en  genitivo,  seguido  o  no  de  z,  a  modo  castellano,  reconociéndose  nombres 
árabes  de  filiación  terminados  en  ez  o  iz  hasta  el  último  tercio  del  XI  (2). 
Mas  como  estas  desinencias  se  ajustasen  mal  a  la  estructura  de  nombres 
árabes,  resulla  que  en  ciertos  casos  la  filiación  carece  de  matiz  propio, 
dejándonos  sospechar  si  se  trata  más  bien  de  un  sobrenombre  (3).  Dase 


(i)  923:  Froila  veni  Gonta  (tumbo  de  Castañeda,  f.  39).  974:  Arias  veni  Karute  (be- 
cerro Sahag  ,  f.  214  V.).  9o5:  Beneservande,  nombre  topográfico  (Es p.  sagr.,  t.  XXXVII, 
p.  335).  982:  «Carraria  que  discurrit  ad  Vaneiuniz».  1009:  «Carrale  que  discurrit  ad  Vani- 
keibas»  (tumbo  Leg.,  fs.  321  v.  y  318).  1023:  «villa  in  Vanidona»  (Biblioteca  Nacional, 
ms.  9194).  978:  Benuimber,  vila  cerca  de  Covarrubias  (Yepes;  obra  citada;  t.  V,  doc.  XXII). 
1077:  «Casata  de  Vanimirel  (bec.  Sahag.,  f.  232  v.),  etc. 

(2)  Ejemplos  más  antiguos:  en  gi5,  Abzuleman  Fredenandi  (tumbo  Leg.,  f.  2o5). 
917:  Gonantius  Zaleme,  Theodemiro  Mutarrafiz  (Id.).  Hacia  930:  Velasco  Hakamez,  Gun- 
disalvus  Validiz,  Petro  Haviviz  (Id.;  fs.  367  y  388  v.),  etc.  En  937  se  registran  nombres  de 
filiación  en  it,  entre  ellos:  Ensila  Gamarit,  Aboamar  Handinit  (España  sagrada,  t.  XVI, 
Pág-  438). 

(3)  Recuérdese  la  nota  6.*  de  la  pág.  1 10.  Ejemplo  de  ello:  en  lulianus  Motahar 
(cart.  Sahag.,  n.°  373)  creeríamos  que  lo  árabe  era  sobrenombre  si  no  constase  designado 
en  esta  otra  forma,  lulianus  aben  Motaher  (cart.  Eslonza,  n.''2ii).  La  particularidad  de  ser 
árabe  el  primer  nombre,  alejando  esta  hipótesis,  hace  suponer  consignada  la  filiación  en 
los  siguientes  ejemplos:  Aiuz  Medumat,  Aiza  Zitavit,  Mahacer  Zibalur  (Esp.  sagr., 
t.  XVI,  p.  438),  Hacen  Algiab  (bec.  Cárdena,  f.  34),  Amroze  Alvalite  (tumbo  Leg.,  f.  2i5) 
y  Abdella  lunes  (cart.  Sahag.,  n.°449).  En  cambio,  Zaayti  o  Zet  Manzor  (tumbo  Leg.,  fs.  449 
V.  y  445),  Citi  Alhaire  (bec.  Sahag.,  f.  171  v.),  CidcCuleb  (tumbo  Leg.,  f.  296)  y  otros  varios 
que  principian  igualmente  son  verdaderos  nombres  compuestos. 

—    113   — 
i5 


LEÓN 


algún  ejemplo  de  verdadero  mote  en  Pela^ius  Alfane^^o  (el  Cabrito),  sier- 
vo (i),  y  en  «Zuleiman  Quoxo»,  es  decir,  cojo,  (2),  de  acuerdo  con  otros 
motes,  anejos  a  individuos  con  nombre  cristiano,  cuales  son:  «I'^roila 
Rubio»,  en  944:  «Godesteo  Nafarro»,  en  961;  «Paternus  Fabanecra»,  en  970; 
«Donelle  Kalvo»,  en  987;  «Velasco  Manco»,  en  1062,  etc. 

Las  hembras  solían  llevar  también  «cognomento»,  en  forma  igual 
que  los  varones  (3),  o  sea  pospuesto  a  nombre  cristiano  (4);  en  cambio 
nunca  se  designa  su  filiación,  y  desde  luego  la  proporción  de  nombres 
árabes  entre  ellas  es  muy  escaso,  traspasando  apenas  una  docena  los  regis- 
trados (5). 

Una  sola  cita  de  siervo  leonés  hallamos  en  la  documentación  del 
siglo  X,  y  es  la  de  «laha  Yuzef»,  servo  de  Lázaro  Tello  que,  a  nombre  de 
su  señor  probablemente,  compró  una  vila  en  926  (6),  y  adviértase  la  ano- 
malía de  estructura  de  este  nombre  respecto  de  los  arriba  consignados. 
También  se  hace  notar  ausencia  de  sobrenombre  y  de  filiación  en  las  desig- 
naciones de  judios,  que  son  algo  frecuentes  en  León,  ya  lleven  nombre 
hebreo  ya  de  los  vulgares  árabes,  cuales  son  Habzecri  y  Aziz,  en  varones; 


(O  Tumbo  de  Celanova,  f.  56.  Entre  siervos  gallegos  abundan  sobrenombres  toma- 
dos de  animales,  como  Cabrela,  Connelio,  Xorra,  Leclon,  Perrot  {?),  Muía,  Carneiro,  Po- 
dengo,  Aquilón. 

(2)     En  1014:  tumbo  Legionensc;  f.  316  v. 

(3j  Teodegundia  cognomento  Anza,  esclava  (López  Ferreiro:  Mist.  de  la  Cat-edral 
de  Santiago;  t.  II,  ap.  XXX),  Simplizia  cognomento  Zeza  (tumbo  Leg.,  f.  435),  Maria 
cognomento  Tenehen  (Id.,  f.  442  v.),  Quirita  cognomento  Emulmutarrar(cart.  Legionense; 
año  949),  Emilo  cognomento  Hamita  (cart.  Sahag.,  n."  394),  Columba  cognomento  Ilaviva 
(tumbo  Leg.,  f.  363  v.).  En  Toledo  una  mujer  mozárabe  se  llamaba  Eolalia  Hala  (Simonel: 
Hist.  de  los  mozárabes,  p.  829). 

(4)  La  ya  citada  abadesa  «Habba  cognomento  Lcokadia»  aparece  como  excepción, 
quizá  por  llevar  traspuesto  el  nombre. 

(5)  Son  estos:  Zuheila  (tumbo  Leg.,  f.  316),  Oniuzef  (id.,  f.  209),  Vehel  (id.),  Mau- 
mina  (id.,  f.  432  v.),  Omalkazeme  (id.,  f.  309),  Haviva  (id.,  f.  292  v.),  Korexia  (id.,  f.  274), 
Hamama  abbatissa  (id.,  f.  321  v.),  Heznona  (id.,  f.  388  v.),  Masfara  (id.,  f.  301),  Hadida  o 
Hatita  (cart.  Leg.,  años  940  y  959),  Maluca  (becerro  Sahag.,  f.  102  v.),  Omaialde  (id.,  fs.  63 
y  183  v.)  y  Omaiube  o  Amaiub  (cart.  Sahag.,  n.°  485;  tumbo  Astor. ,  en  976;  Esp.  sagr., 
t.  XVI,  p.  455).  Aun  no  tengo  confianza  en  el  arabismo  de  alguno  de  estos  nombres. 

(6)  Tumbo  Legionense,  f.  201. 

—    114  — 


LEÓN 


Cete  y  Xaba,  en  hembras.  Además,  en  el  año  qoS  figura  un  cierto  Habaz 
o  Nabaz  «quondam  iudeus  postea  vero  christianus  et  monacus»  (i). 

El  uso  de  sobrenombre  v  llliaciim  no  hubo  de  ser  general,  ni  aun  entre 
cristianos  leoneses  varones,  sino  restringido  a  individuos  de  cierta  catego- 
ría o  de  cierta  procedencia:  y  las  gentes  de  clase  popular  debían  llevar  un 
nombre  sólo,  árabe  o  cristiano  indistintamente,  según  comprueban  los 
datos  que  poseemos  de  familias  enteras.  La  religiíjn  no  entraría  para  nada 
en  dar  preferencia  a  unos  u  otros,  sino  que,  en  unos  casos,  el  trato  con 
musulmanes  en  sus  ciudades  haría  preferir  nombres  árabes,  como  también 
aprender  su  lengua,  y  al  contrario,  la  población  rural  que  viviese  aislada 
seguiría  hablando  romance  y  llamándose  como  sus  progenitores,  con 
nombres  vulgares,  indígenas,  latinos  o  godos.  El  ejemplo  en  León  de  cierto 
Froila,  presbítero,  que  únicamente  se  denuncia  de  pertenecer  a  nuestros 
arabizados  porque  al  firmar,  en  vez  de  signo,  escribía  su  propio  nombre 

en  árabe,  ^Mjuí  yfi  (2),  hace  creer  que  así  habrá  muchos,  imposibles  de  ser 

reconocidos,  llevando  nombres  cristianos.  Especialmente  entre  monjes,  y 
aun  en  aquellas  comunidades  de  origen  andaluz,  donde  consta,  por  in- 
dicios, que  era  familiar  el  árabe  como  lengua  literaria,  los  nombres  perso- 
nales S(jn  casi  exclusivamente  cristianos,  sin  más  excepciones  que  las  arriba 
consignadas.  Escasean  también  muchísimo  nombres  mujeriles  árabes, 
según  ya  se  dijo,  frente  a  un  gran  número  de  otros  bárbaros  y  latinos,  con 
carácter  de  calificativos  domésticos  y  afectuosos  muchos  de  los  segundos; 
y  como  este  mismo  fenómeno  se  observa  en  la  población  mozárabe  toleda- 
na (3),  puede  ello  admitirse  como  testimonio  de  la  incompleta  arabización 
de  estas  gentes,  que  no  alcanzaba  a  lo  íntimo  de  la  familia,  donde  las  conve- 
niencias del  trato  social  carecían  de  fuerza.  En  un  principio  la  corte  leo- 
nesa y  el  palacio  episcopal  de  Astorga  abundaban  en  individuos  arabizados, 
que  coadyuvarían  con  su  mayor  cultura  a  la  organización  administrativa 
y  política,  y  ya  hemos  visto  cómo  ellos  no  faltan  desempeñando  cargos 
importantes  durante  todo  el  siglo  X;   pero  sus  características  especiales 


(i)     Tumbo  Leg.,  f.  392  v. 

(2)  Cartulario  de  Sahagún,  n.°  29.  Su  fecha,  974. 

(3)  Pons  Boigues:    Escrituras    mozárabes   toledanas. 

—    Il5   — 


LEÓN 

debieron  poco  a  poco  desvirtuarse,  absorbidas  por  el  medio  social  en  que 
vivían,  mientras  la  casta  señorial  castellana  preponderaba  y  mientras  el 
bajo  pueblo  agrícola  olvidaría  sus  asimilaciones  meridionales,  de  suerte 
que  en  el  transcurso  del  siglo  XI  los  indicios  de  arabismo  en  personas 
vemos  irse  desvaneciendo  rápidamente. 

Menguadas  noticias  poseemos  acerca  de  la  procedencia  y  estirpe 
de  aquellas  gentes  arabizadas  leonesas.  Que  ellas  eran  cristianas  en  su  tota- 
lidad se  prueba  por  el  concilio  de  Coyanca,  año  io5o,  donde  no  se  autoriza 
a  moros,  sino  a  judíos  solos,  para  morar  entre  cristianos,  situación  legal 
que  no  vari(3  hasta  conquistarse  Toledo.  En  pro  de  su  mozarabismo  debe 
alegarse  un  hecho  elocuentísimo,  mediante  las  escrituras  zamoranas  que 
poseemos.  Sábese,  como  va  dicho,  que  poblaron  allí  cristianos  de  To- 
ledo y  de  las  tierras  musulmanas  fronterizas;  pues  bien,  en  documentos  de 
970  y  983  resulta  que  la  gran  mayoría  de  personas  citadas  llevan  nombre 
árabe,  quedando  entre  las  excepciones  una  hembra,  un  abad  y  un  monje, 
que,  sin  embargo,  tenía  un  sobrino  con  nombre  árabe  (i).  Además,  un 
documento  leonés,  sin  fecha,  pero  tardío,  cita  «illa  vinea  qui  fuit  de  Domi- 
nico muccaravi»,  o  sea  mozárabe  (2),  y  otro  diploma  de  1022  nos  revela  el 
establecimiento,  en  cierta  alquería  leonesa  y  bajo  los  auspicios  de  Alfonso  V, 
de  tres  «muzaraves  de  rex  tirazeros»,  es  decir  tapiceros,  de  los  que  uno 

(i)  Son  estos,  en  970:  Vitalis  con  fessor,  su  sobrino  Abdelmec,  domnus  lusto  abba, 
Ablabaz,  Zalle,  Zaitamira,  Donnan,  Zuleiman,  Ornar,  loannes  Alatar,  Abamorie,  Abderra- 
keman,  Isciam,  lahia,  Motarraphe,  Placidia,  Escla,  Seror  y  Aloni  (?);  Se  trata  de  dueños  de 
fincas,  que  por  colindantes  registra  la  escritura,  siendo  natural  que  no  se  consignen  sus 
respectivas  filiaciones  y  nombres,  excepto  uno,  aunque  les  llevasen  (cartulario  de  Sahagún, 
n.°42i).  Dos  escrituras  de  983  añaden  los  siguientes,  en  calidad  de  testigos  casi  todos: 
Taureli,  Zeit  diaconus,  K.azem  presbiter,  Hodman,  Algalip  diaconus,  Kazan,  Zait,  Domi- 
nicus  Zicri  diaconus,  Zeit  Abuibet  y  siete  más  con  nombre  cristiano  (becerro  de  Celanova, 
f.  149);  Abdimelki,  Temam,  K.azem,  Alaz,  Zaalon,  Abdalla  presbiter,  etc.  (Id.  id.,  f.  i5o). 
En  otra  de  loio  se  nombran:  lohannes  Azetello  mendiguero,  Abzaet  y  Naet,  entre  varios 
cristianos  (Id.  id.,  f.  149).  Otros  individuos  zamoranos:  Aiub  presbiter  zamorense,  resi- 
diendo en  la  Corte;  945  (cart.  Sahag.,  núm.  i5V  Allaytte  bresbiter  de  Zamora;  962  y  982 
(Id.,  n.°  395  y  Esp.  sagr.,  t.  XXXIV,  p.  464).  «In  Zamora  curtes  que  fuerunt  de  Aiub 
Zulemaniz»;  986  (cari.  Sahag.,  n."  447). 

(2)     Tumbo  Legionense,  f.  357. 

—    116   — 


LEÜN 


llevaba  el  nombre  árabe  de  Abiahia  (i).  Un  «Hakam  cordubense»  fincaba 
como  colono  cerca  de  Sahaf^ún  en  9G4  (2),  y  el  llamarse  Cordobeses  (3)  y 
Toletanos  (4)  dos  alquerías  leonesas  prueba  qué  gentes  las  poblaron. 


(i)  Plazo  intcr  iVatrcs  de  sancti  Alartini  do  Valle  de  Salicc  abba  domno  Adulfo  et 
niuzaravcs  de  rcx.  =  In  nomine  Patris  ct  Filii  et  Spiritu  Sancti  et  individué  scilicel  Trini- 
tatis  sanctis  verus  Deus:  ad  nuiltis  quidem  est  scitum  non  ad  paucis  est  dcclaratum.  Orla 
fuit  intencio  in  Valle  de  Archos  inter  fratres  de  sancti  Martini  de  Valle  de  Salice  abba 
domno  Adulfo  et  muzaraves  de  rex  tirazeros  nominatis  Vincente  et  Abiahia  et  lohannes  cui 
dedit  rcx  villa  de  Paliarelios  cum  omnias  adiacencias  eorum.  Inquircntes  fuerunt  ipsis 
muzaraves  ad  ipso  abbate  super  nominatum  per  hercdilatcs  in  Valle  de  Archos  quos  fue- 
runt de  Lctico  ct  de  Fulgenzo  et  de  Zalama.  Venientes  in  presencia  rex  abentes  intencia 
super  ipsas  hereditates:  ordinavit  ille  rex  ut  dedissent  de  amborum  partís  scientcs  et  firma- 
mcntum  secundo  dcterminassent  et  íirmassent  cum  sacramentum  verum  sic  et  fecerunt. 
Prescntavit  ¡lie  abba  domno  Adulfo  frater  Froila  et  Xabe  Danieliz  et  Ovecco  in  presente 
viccario  de  comde  dompno  Moniu  suo  maiordomo  Arias  Fortuniz  et  salón  Abolkazeme,  et 
de  parte  muzaravis  Salvatori  ct  Viatero.  Recensantes  fuerunt  amborum  ut  agnoverunt 
secundo  illi  abba  veritate  tcnentc  cómodo  ipsas  ercditates  comparavit  ille  abbate  domno 
Hilale  de  homines  de  préstamo  determinatas  et  scientes  vero  firmantes  ipsis  desuper  nomi- 
natis: iuraturi  sumus  Froila  et  Xabe  et  Ovecco  per  sacra  sacramenta  et  eciam  per  caldaric 
ignem  ,  per  manu  saion  Abolkacem  .  Factum  est  ita  nunc  modo  ut  nullus  hominem  de 
parte  rex  noque  de  qualiter  lives  homo  de  ipsas  hereditas  disturbancia  in  ipsum  monastc- 
rium  non  faciant  nec  inmodice.  (Jt  si  aliquis  homo  per  ipsas  hereditates  inquietacione  fcce- 
rit  vel  in  corrumpendum  venerimus  in  primis  careant  suis  ad  frontibus  lucernis  et  cum 
luda  traditorem  in  eterna  dampnatione  deleantur  de  libro  vite  usque  in  perpetuum.  Ad 
diem  tremendum  iudicii  cum  Domini  Xpi.  non  abeant  parte  in  regni  Dei.  ct  desuper  pariet 
auri  talentis  x  et  hunc  factum  nostrum  íirmum  et  stabilitum  permaneat  in  omni  robore  et 
perpetua  firmitate.  Factum  scrípture  agnicionis  notum  die  quod  erit  VI  kalendas  aprilis 
Era  LXIl  super  millesima.  —  Adefonsus  Vermudiz  nutu  fultus  in  regnum  manu  mea  con- 
firmavi  —  Nunus  Dei  gracia  cpiscopus  manu  mea  confirmavi  —  Moniu  Moniz  manu  mea 
rovoravi  — armiger  Rudericus  Uelazi  —  Didacus  Frcdinandiz  —  Garsca  Moniz  —  Froila 
lohanniz  —  Arias  Fortuniz  —  Ordonius  Veremudiz  maior  domi  rex  —  Anaia  Zitiz  —  Assur 
lemeliz  —  frater  Lazarus  tcstis  —  Froila  frater  testis  —  iterum  Lazarus  presbiter  testis  = 
Potro  cxaravit  —  Vela  I-^nncquiz  manu  mea  —  Moniu  Ruderizi  manu  mea  —  Munio  Garsca 
manu  mea  —  muzaraves  Vincencius  —  Johanncs  —  Abiahia, — (Catedral  de  León:  tumbo  I; 
fol.  154  mod.) 

(2)  Su  cartulario,  n."4o6. 

(3)  Id.,  n.°  370,  correspondiente  a  941:  «villa  de  Cordobeses». 

(4)  Cita  de  916,  en  Esp.  sagr. ,  t.  XXXIV,  p.  436:  hoy,  Tóldanos. 


LEÓN 


Ahora  bien,  si  la  procedencia  de  país  musulmán  es  cosa  evidente,  no 
tanto  lo  que  al  problema  de  su  estirpe  se  refiere.  Dozy,  sobre  menos 
datos  de  los  que  hoy  poseemos,  sentó  la  hipótesis  de  que  fuesen  berbe- 
riscos (i);  y,  dando  vuelo  a  su  fantasía,  llegó  a  ver  en  los  maragatos  la 
descendencia  de  aquellos  arabizados  cristianos  del  siglo  X.  Sus  argumentos 
carecen  de  solidez  en  absoluto:  entre  los  nombres  personales  uno  solo  halló 
berberisco,  Taurel;  además,  es  falacísimo  traer,  a  colación  de  iMalacoria  o 
iMalacuera  (2),  suceso  alguno  de  berberiscos  ni  de  maragatos;  y  tocante  a 
éstos  no  cabe  suponer  seriamente  sino  que  puedan  ser  reliquia  de  los  mo- 
riscos granadinos  (3).  Romey  (4)  creyó  que  el  influjo  árabe  en  León  pro- 
vino de  los  cautivos,  tránsfugas  y  renegados  sarracenos,  hechos  subditos 
leoneses,  opinión  combatida  por  nuestro  gran  H  ere  ulano  (6),  que  man- 
tuvo a  su  vez  la  teoría  del  mozarabismo,  abonada  por  tantos  y  tantos  datos 
como  vamos  exponiendo. 

Sin  embargo,  no  ha  de  negarse  algún  valor  relativo  a  los  otros  fac- 
tores sociales  posibles:  la  historia  del  mártir  de  Córdoba  Félix  enseña 
que  era  gétulo,  es  decir,  mauritano  o  berberisco;  que  desde  Compluto  fué 
llevado  a  Asturias  y  que  allí  se  hizo  cristiano  y  monje  (G).  Este  caso  pudo 
repetirse,  máxime  cuando  una  fraternidad  entre  invasores  berberiscos  y 
dominadores  árabes  no  llegó  a  establecerse,  y  cuando  además  es  verosímil 
que  entre  aquéllos  les  hubiese  cristianos,  puesto  que  hijos  de  cristianos 
eran  ciertamente;  mas,  fuera  del  referido,  yo  no  hallo  hecho  alguno  sobre 
que  afianzar  teoría.  Una  alusión  clara  de  convertido  leonés  nos  falta:  el 
calificarse  de  «christianus  exiguus»  cierto  «Petrus  cognomento  Abderrali- 
man»  (7)  no  es  convincente.  Listas  de  prisioneros  o  «mancipia»  posee- 

(1)  Recherchcs;  t.  I,  p.  116. 

(2)  España  sagrada;  l.  XXllI,  págs.  310  y  381. 

(3)  Es  la  opinión  vulgar;  además  no  hallo  cómo  explicar  de  otro  modo  que  los  colla- 
res de  las  maragatas  sean  iguales  a  los  de  las  moriscas  granadinas,  no  volviéndose  a  ver 
en  otras  regiones.  La  designación  de  maragatos  no  es  geográfica  ni  local,  y  debió  aplicár- 
seles en  Castilla,  donde  ellos  traficaban  como  arrieros. 

(,4)  Hist.  de  España,  t.  IV,  cap.  III. 

(5)  Hist.  de  Portugal,  t.  III,  pág.  i(j5  y  nota  XIV,  pág.  426. 

(6)  E.ulogio  de  Córdoba:  Memoriale  sanctoru  m ;  lib.  111,  cap.  VIH. 

(7)  Cart.  de  Sahagún;  n."  38G,  año  968. 

—    118   — 


m:ón 


mos  variiis,  especialiiicnto  en  Galicia;  la  de  Santiaj^o,  de  (ji  i  ( i),  arroja  una 
serie  de  nombres  godos,  latinos  y  árabes,  y  entre  éstos  alf^unos  de  los  que 
se  imponían  a  esclavos  únicamente,  probando  que  los  individuos  aludidos 
dimanaban  de  mercados  musulmanes,  así  como  los  otros  serían  españoles 
islamizados  o  mozárabes  hechos  prisioneros  en  fi;uerra.  Una  segunda  lista 
inédita,  de  1032,  ofrece  iguales  características,  y  es  de  «mancipios  et  man- 
cipellas  quos  fuerunt  ex  gente  smaelitarum  et  agarini»  (2),  y  otra,  de  1042, 
sólo  contiene  nombres  europeos,  aunque  se  consigna,  igualmente,  que 
corresponde  a  siervos  de  tribus  ismaelitas  (3).  Entre  los  «servos  de  origine 
maurorum»  heredados  por  san  Rosendo,  y  que  él  asignó  como  «pistores» 
a  su  monasterio  de  Celanova,  figuran  un  «Fees  mauro  de  monte  Corduba» 
y  un  «Salvator  Rodesindiz  fuit  maurus»  (4),  y  asimismo  resulta  curiosa 
ima  alusi(Sn  al  procedimiento  de  adquirir  siervos  en  tierra  de  moros  «a  uña 
de  caballo»  (5).  Obsérvese  que  en  Galicia  y  el  Bierzo,  donde  estos  siervos 
de  país  musulmán  abundan,  la  población  libre  arabizada,  de  tipo  leonés  v 
castellano,  falta  casi  en  absoluto,  no  procediendo,  por  consiguiente,  derivar 
la  una  de  los  otros.  Además,  como  entre  cristianos  la  esclavitud  no  se 
redimía  convirtiéndose,  lo  contrario  que  entre  moros,  parece  natural  que 
el  interés  no  moviese  a  los  musulmanes  cautivos  a  un  cambio  de  religión, 
sino  a  largo  plazo  y  más  bien  por  inllujos  del  ambiente  social;  pero  desde 
luego  no  satisface  este  medio  para  explicar  las  categorías  preeminentes  a 
que  cierto  número  de  arabizados  correspondía,  y,  sobre  todo,  vista  la 
ausencia  casi  absoluta  de  siervos  en  la  región  habitada  por  ellos. 

Nuevo  orden  de  datos  concordantes  ofrecen  las  escrituras,  con  nom- 


(1)  L(jpez  Ferreiro:  Hist.  de  la  Catedral  de  Santiago;  tomo  I!,  ap.  XXX. 

(2)  Becerro  de  Celanova:  folio  161  v. 

(3)  Esp.  sagr.;  t.  XXXVII,  p.  293. 

(4)  Bec.  de  Celanova;  fs.  198  y  56. 

(5)  Al  conceder  un  abad  Armentario  a  cierto  monasterio  de  Astorga,  en  920,  una 
viia  en  el  Bierzo,  heredada  de  sus  padres,  añade:  «et  homines  de  nostra  criazón  qui  sunt 
intus  in  illa  villa  quos  fuerunt  ex  nostra  condictione  per  unguUas  caballunas  quos  adduxi- 
mus  extra  sarrazinorum  ex  tribu  hismaelitarum,  id  esi  luliano  et  eius  coniuge  nomine 
luliana  quos  fuit  comparata  in  una  mulla  et  stent  semper  ipsos  homini  in  servitio  in  ipsa 
villa  tam  illos  quam  stirpe  sua  qui  ex  illorum  nati  fuerint.»  Tumbo  astoriccnce:  copia 
en  el  Arch.  hist.  nac;  ms.  n.°  1193  B,  f.  8ó. 

—    I  K )   — 


LEÓN 


bres  geográficos  árabes  en  tierras  leonesas,  tomados  de  apelativos  per- 
sonales en  su  gran  mayoría  (i);  pero  algunos,  muy  escasos  relativamente, 
acusan  designaciones  topográficas,  v  son  estos: 

En  Asturias:  Villa  de  Almunia;  año  1042  (Esp.  sag.,  t.  XXX\'lll, 
p.  291-292). 

En  Galicia:  San  Pedro  de  Mezquita;  io5i  (tumbo  de  Celanova,  f.  i58). 

En  el  Bierzo:  Almázcara;  año  1000  (Esp.  Sagr.,  t.  XXXVI,  p.  vm). 

En  tierra  de  Astorga:  Alhannastros:  929  (tumbo  Astoric).  Rivulo 
Almuzara;  i025  (id.).  Xodanebebel;  1027  (Esp.  sagr.,  t.  XVI,  p.  460.) 
Zamuta;  1022  (tumbo  Astor.).  Zauttes:  1028  (id.). 

En  tierra  de  Zamora:  Villa  Alkamin;  909  (bec.  Sahag.,  f.  126).  Algo- 
tre;  962  (id.,  f.  42).  Hadraysces;  966  (cart.  Sahag.,  n.°  408).  Xaharices; 
1029  (id.,  n.°  474). 

En  tierra  de  León:  Alcoba;  1042  (Esp.  Sag.,  t.  XXXVI,  p.  xlmi). 
Castro  Alcova;  885:  en  documento  de  autenticidad  dudosa  (id.,  t.  XIX, 
p.  339).  Alcorzekis;  1026  (tumbo  Legión.,  f.  297  v.).  Villare  de  Almazarefe; 
964  (id.,  f.  309).  Vallelio  de  Alver;  911  (id.,  f.  386  v.).  Garrafe;  989 
(id.,  f,  313  V.).  Muzandiga;  1023  (id.,  f.  327  v.).  Valle  Rozzaffe,  963 
(cart.  Sahag.,  n.°  403). 

En  tierra  de  Campos:  Villa  Alcopa;  989  (Quadrado:  Zamora,  cap.  I). 
Almanza;  1044  (cart.  Sahag.,  n.°  5oo).  Almaraz;  1087  (López  Ferreiro: 
Hist.  de  Santiago,  t.  III,  p.  28).  Almanara;  960  (cart.  Sahag.,  n.°  22). 
Valle  de  Almunia;  977  (bec.  Sahag.,  fs.  143  v.  y  187  v.).  Valle  de  Anebza; 
1046  (id.,  f.  1 15).  Villa  Avasta;  1046  (id.,  id.).  Castro  Fadoth;  916  (España 
sagrada,  t.  XXXIV,  p.  436).  Villa  Giniganate;  967  (cart.  Sahag.,  n.°4i7). 
Villa  Mazockos;  986  (id.,  n.*'  440). 

En  tierra  de  Burgos:  Alkocero;  1068  (cart.  Moral,  n.°  I).  Haraluzela; 
1068  (id.).  Villa  de  Mezerese;  978  (cart.  Covarrubias,  n.°  VII).  Villa  Mes- 


(i)  He  aquí  algunos,  recordados  al  azar:  Castrum  Gunzalvo  ibcn  Muza,  hoy  Castro- 
gonzalo;  Castrello  de  líale,  hoy  Castilfalé;  Villa  de  Zait  o  Villaccle,  Castrum  de  Abeiza 
Guterriz,  Castro  Mutarraf,  Castro  de  Abaiub,  Castro  de  Muza,  Valle  de  Zuleiman,  Valle 
de  Aboxoque,  Sta.  Eugenia  de  Haggege,  Puteo  de  Abdurama,  hoy  Pozadurama;  Autero  de 
Abozaabel,  Valle  de  Mahmude,  villas  de  Avelacet,  de  Havivi,  de  Autman,  de  Maizara,  de 
Axarifcs,  de  Azuake,  de  Nazare,  etc.,  etc.  Poquísimos  de  entre  ellos  se  han  perpetuado. 

—    120  — 


LEÓN 


kina;  962  (becerru  (^iirdeña,  1".  87).  Mazarctiis;  io3()  (cartulario  Arlanza). 
.\lLi/,iehar;  loyS  (Muñoz:  Fueros,  p.  260).  Villa  de  Zafalanes:  978  (cartu- 
lario (A)varr.,  n."  \'I).  \'illa  /(jiiiicta:  loHS  (bec.  Card.,  f.  97). 

En  tierra  de  Xájera:  Zahara  y  Zafira  u  Azofra;  1076  (Muñoz:  Fueros, 
ps.  293  y  294). 

La  lücalización  de  estos  nombres  da  perfecta  ¡dea  del  territorio  ara- 
bizado,  que,  dejando  libre  la  región  montañosa,  con  Galicia  y  el  Bierzo, 
casi  totalmente,  progresa  más  y  más  en  dirección  hacia  sur  por  las  co- 
marcas de  Astorga,  León  y  Castilla;  pero  comprende  sobre  todo  la  región 
seca,  donde  el  sistema  de  praderas  y  árboles  con  regadío  es  sustituido 
por  cultivos  amplísimos  en  secano,  de  viña  y  cereales,  a  saber,  el  Páramo 
y  tierras  de  Zamora  y  Campos.  Despoblado  todo  ello  desde  el  siglo  N'lll, 
fué  allí  la  dominación  musulmana  demasiado  efímera  para  que  hayan  de 
atribuirse  a  entonces  nombres  árabes  topográficos.  Además,  relacionados 
con  aquéllos  que  derivan  de  personas,  suelen  figurar  éstas  mismas  en  los 
documentos,  como  propietarios  y  fundadores  de  las  granjas  aludidas.  Otra 
observación  cuadra,  y  es  reconocer  que,  si  bien  aquella  gente  llevaba 
nombres  árabes  por  lo  común  y  marcaba  con  designaciones  tales  algunos 
pueblos,  como  hemos  visto,  la  lengua  árabe  no  debió  de  hablarse  sino  en 
ciudades,  entre  la  gente  culta,  entre  judíos  acaso  y  en  ciertos  monasterios. 
El  vulgo  de  campesinos  se  expresaría  en  romance,  pues  de  otro  modo  no 
se  explica  la  ausencia  general  de  nomenclatura  árabe  en  los  deslindes  de 
terrenos,  que  con  tanta  frecuencia  se  consignan  escritos,  aJ  contrario  de 
como  en  Aragón  sucedió  más  tardíamente,  por  ejemplo. 

Relacionado  con  lo  expuesto  arriba,  importa  mucho  coleccionar  las 
palabras  árabes,  que,  como  nombres  apelativos  de  cosas,  se  dan  en 
los  mismos  textos  latinos,  pues  ellas  prueban  eficazmente  la  calidad  de 
aportaciones  que  este  elemento  meridional  llevó  consigo  (i). 

(1)  Lo  conocido  de  público  hasta  hoy,  referente  a  esta  materia,  es  una  lista  de  diez 
palabras,  anteriores  al  año  mil,  recogidas  por  el  Sr.  Codera  (Discurso  de  recepción  en  la 
Academia  Española),  y  otras  catorce,  con  etimologías  aceptables,  incluidas,  como  anteriores 
al  siglo  XI 1,  en  el  glosario  del  índice  de  documentos  de  Sahagún,  por  el  Sr.  Vignau. 
Aquí  van   acotadas   unas  ciento  setenta,  fruto   imprevisto  y  sorprendente  de  la  revisión 

—    121    — 
16 


LEÓN 


En  punto  de  naturaleza  y  campo  escasean  ellas  muchísimo,  como  va 
dicho,  no  obstante  tratarse  de  gentes  que  vi\ian  de  productos  agrícolas 
por  completo,  v  cu\as  referencias  llenan  inlinÍLlad  de  documentos  leone- 
ses, gallegos  y  castellanos.  Son  estas: 

Alcor:  colina.  911:  tumbo  Legionense.  f.  386  v. 

Allarace:  caballo.   982:   López  Ferreiro:  llist.   de  la  Catedral 
de  Santiago,  t.  II,  p.  178. 

Azémila:  caballo  albardón.  1063:  Muñoz:  Fueros...  p.  230. 

Metranza  (kavallo  en):  ^cerril?  1076:  cart.  Sahagún,  n°  586. 
Las  palabras  que  se  refieren  a  obras  rústicas  son: 

Almunia:  huerto  con  casa.  916:  España  sagr.,  t.  XXXI V,  p.  441 . 

Aldia,  aldea:  granja.  1030:  Bibl.  nac;  ms.  18387,  f.  241  v. 

Mazaría:  ^vivero?  Siglo  XI:  bec.  Sobrado,  f.  23. 

Almuzara:  cercado.  964:  bec.  Cárdena,  f.  96. 

Azenia:  rueda  hidráulica.  946:  cart.  Sahag.,  n."  iG. 

Xafarice:  cisterna.  916:  Esp.  sagr.,  t.  XXXIV,  p.  440. 

Alisare:   borde.    1039:   Esp.  sagr.,   t.   XXXVI,   p.  xl. 

Allizaze:  cimiento.  1028:  bec.  Sahag.,  f.  140  v. 

Vereda:  camino  para  ganado.  1002:  tumbo  Leg.,  f.  321  v. 

Adovera:  sitio  de  hacer  ladrillos.  1063:  bec.  Cárdena,  f.  5i  v. 

Atemina:  estercolero.  1026:  bec.  Sahag.,  f.  222  v. 
Conceptos  urbanos  envuelven  estas  otras  palabras: 

Alfoze:  término  de  pueblo.  945:  bec.  Card.,  f.  76  v. 

Alvares:  egidos.  998:  Esp.  sagr.,  t.  XL,  p.  409. 

Arravalde:  suburbio,  arrabal.  960:  bec.  Celanova,  f.  70. 

Mezkita:  oratorio.  1031:  id.,  f.  i85. 

Alfóndega:  posada.  1033:  tumbo  Legión.,  f.  298  v. 

de  escrituras,  en  gran  parte  inéditas;  pero  esta  abundancia  obliga  a  reducir  las  citas  para 
cada  palabra  a  una  sola,  generalmente  la  más  antigua,  sin  variantes,  etimologías  ni  crí- 
tica, que  podrán  tener  cabida  en  estudio  especial.  Entonces  será  hora  de  aquilatar  conceptos, 
depurando  lo  que  ahora  sólo  con  carácter  provisional  se  ofrece.  El  acopio  de  voces  córtase 
hacia  1100;  mas  cabe  aventurar  la  idea  deque  el  período  sucesivo  haría  patente  un  gran 
descenso  en  palabras  nuevas,  mayor  aún  que  el  observado  en  el  siglo  XI,  respecto  del  X, 
hasta  reaccionar,  dentro  del  romance  castellano,  más  tarde  y  a  impulsos  de  conquistas 
territoriales. 

—    I  22   — 


LEÓN 


Maragata:  venta.  1003:  bec.  Celan.,  f.  OG  v. 

Azore:  muralla.  1076:  Muñoz:   Fueros,  p.  2(ji. 
A  conceptos  personales  se  refieren: 

Kben,    iben  o  aben:    hijo,  para  designar   la    l¡liaci<Mi.  898,  etc.: 
Véase  arriba,  pá^.  i  12. 

U  nía  :  madre,  en  sentido  de  a\a  o  ama,  quiz.'i.  (j'")8:  bec.  Card.,  f.  Gy. 

Mozlenios,    mocelemes.    muzleimitax:    musulmanes,   moros. 
994:  Esp.  Sag.,  t.  X\'l,  p.  i(m,  etc. 

Muzáraves    o    muccára\'i:   ci'istianos  sometidos  a  mí)ros.  i(j24: 
tumbo  Legión.,  I".  154. 

Mal  lato:  criado  de  servicio.  934:  Esp.  sagr.,  t.  XL,  p.  400. 

M  a  lata:  «puella^>,  moza.  Siglo  XI:  glosas  silenses,  f.  317  v. 

Forro:  hombre  libre.  1074:  Muñoz:  Fueros,  p.  275. 

Mesk-ino:   pobre.    1032:    Esp.   sag.,   t.   XL,   p.   411. 

Mazarefe:  ¿mercader?  950:  cart.  Eslonza,  supl.  P.,  n.^G. 

Tirazero:  tejedor  de  seda.  1024:  tumbo  Legión.,  f.  ¡54. 

Alveidar:  herrador,  albeitar.  1023:  bec.  Celanova,  f.  157. 

Zerraco:  sillero.  Siglo  XI:  id.,  f.  67. 
Personales  tambitMi,  pero  más  afectos  a  organización   colectiva,  son 
estos  nombres: 

Alvazile:  consejero.  1076:  Esp.  Sagr.,  t.  XXXVIll,  p.  314. 

Zahbascorta:  prefecto  de  policía.  998:  bec.  Sahag.,  f.  48. 

Zavazouke:   prefecto  del  mercado.  1020:  Fuero  de  León,  .x.xxv. 

A  la  miro:  comandante.  964:  bec.  Celanova,  f.  146. 

Alfiérez:  abanderado.  932:  bec.  Card.,  f.  54  v. 

Alcayde:  caudillo.  1076:  Muñoz:  Fueros,  p.  284. 

Alcalde:  juez  municipal.  1069:  Id.,  id.,  p.  249. 

Alcaedi:  juez.  1081:  Bib.  nac,  ms.  n."  720. 

Aimoxerif:  contador  o  mayordomo.  1081:  Id.,  id. 

Alidar:  abogado.  1088:  cart.  Eslonza,  supl.  P..  n.°  18. 

Guliffa:  testigo  jurado.  gbS:  cart.  Cat.  Jaca. 

Azetor:  ¿encubridor?.  io55:  cart.  Sahag.,  n."  531. 

Harra/.e:  guardia.  95o:  tumbo  Legión.,  f.  449  v. 
A  los  mismos  conceptos,  de  orden  social  y  administrativo,  responden 
estas  palabras  con  significación  objetiva: 

—   123  — 


LEÓN 


Aleive:  deshonor.  logS:  Vignau:  cart.  Eslonza,  p.  368. 

Maneria:  falta  de  hijos.  gSo:  Muñoz:  Fueros,  p.  28. 

Adrias:  tributo  por  yugadas  (i).  897:  Vigil:  Asturias,  p.  58. 

Alcabalas:  impuestos,  iioi:  Yepes:  Corónica.  t.  V,  p.  494. 

Nubtio,  nució:  derecho  de  sepultura.  1020:  Fuero  de  León.  xwi. 

A  n  nafa  ka:  derecho  de  aprovisionamiento.  972:  id.,  f.  88. 

Atafeke:  avenencia  judicial.  ii'44:  bec.  Celan.,  f.  131  v. 

Alalas:  ¿gananciales?  103 1:  id.,  f.  36  v. 

Albaroc:  propina,  robra.  gOS:  bec.  Sahag.,  f.  46. 

Adufaira:  renta  en  pago.  964:  tumbo  Legión.,  f.  447. 

Alimonia:  subsidio.  960:  cart.  Sahag.,  n°  21. 

Saturca:  limosna  sagrada.  946:  id.,  n."  372. 

Falifa:  pacto  de  alianza.  Siglo  XI:  Anales  Complutenses. 

Alvende:  ^;promesa?  870:  Santa  Rosa:  Elucidario,  t.  1,  p.  109. 

Azofra:  ¿prestación?  1069:  Muñoz:  Fueros,  p.  248. 

Albara:  exención.  1039:  bec.  Card.,  f.  98  v. 

Maquila:  pago  en  grano.  970:  cart.  de  Ibeas  de  Juarros. 

Almutelio:  medida  de  áridos.  966:  bec.  Card.,  f.  32. 

Almude,   almute:  lo  anterior.  1028:  bec.  Cogolla. 

Kafiz:  otra  medida,  cahiz.  1061:  cart.  Irache. 

Arrelde:  peso  de  cuatro  libras.  1020:  Muñoz:  Fueros,  p.  71. 

Arrobo:  cuartal.  1102:  id.,  p.  391. 

Garfato:  medida  de  un  puñado.  Siglo  XI:  Id.,  p.  173. 

Albala:  registro.  gSo:  Yepes:  Corónica,  t.  V,  escr.  X. 

Metcal:  peso  de  oro,  diñar.  giS:  L.  Ferreiro:  ob.  cit.,  t.  II,  p.  85. 

Morabetino:   lo  mismo,  maravedí.  1082:  cart.  Oña,  suplemento. 

Hazumí  (argentum):  clase  de  moneda.  984:  bec.  Sobrado,  f.  28  v. 

Caz  mí  (argento):  ¿dirhemes  de  Alcásim?io72:  bec.  Sahag.,  f.  104. 

Alfetena:  sedición,  revuelta.  1031 :  Esp.  sag. ,  t.  XXXVIII,  p.  288. 

Annuteba:  aviso  de  guerra.  969:  bec.  Card.,  f.  63  v. 

(i)  Adras,  en  el  cronicón  de  Cárdena  (Berganza;  Antigüedades  ..,  t.  II,  p.  583), 
aludiendo  al  voto  de  Santiago.  El  diploma  ovetense  citado  en  el  texto,  sin  duda  genuino, 
tiene,  entre  otras  excelencias,  la  de  rebatir  la  antigüedad  o  permanencia  de  aquel  voto,  pro- 
bablemente histórico  sin  embargo,  pues  Alfonso  111  cobraba  esta  renta  en  Asturias,  a  lo 
menos,  y  la  empleó  en  erigir  castillos  v  palacios,  según  instituci(^n  de  sus  predecesores. 

—    124  — 


LEÓN 


Fossatum;  tala,  devastación.  978:  Muñuz:  Fueros,  p.  49. 

Arcato:  correrla  militar.  974:  id.,  p.  3H. 

Atalaya:  reconocimiento  militar.  1017:  cart.  uña,  n.°  9. 

Azeipha:  expedición  de  verano.  Siglo  X:  Cron.  de  Sampiro. 

Al  mafala:  campamento.  1064:  Britto:  Monar.  1  usyt.,  1. 11,  f.  377  v. 

Recoage:  cabalgada.  1099:  Muñoz:  Fueros,  p.  347. 
Es  decir,  que  tanta  exigüidad  de  nomenclatura  rural  árabe  como 
resultó  al  principio,  desaparece  ante  la  vida  urbana  y  administrativa  del 
país  leonés,  como  si  la  abundancia  de  palabras  meridionales  nuevas  en 
este  orden  rellejase  conceptos  nuevos  también,  dentro  de  aquella  sociedad, 
e  imitados  de  las  organizaciones  musulmanas.  No  sería  razonable  lo  con- 
trario, a  saber,  que  usos  tradicionales  asturianos  cambiasen  de  nombre  en 
León;  pero,  aun  dado  caso  de  ser  así,  el  hecho  de  un  influjo  poderoso, 
merced  a  los  arabizados  cristianos,  queda  subsistente,  y  ello  es  natural 
toda  vez  que  se  ponían  en  contacto  un  idioma  riquísimo,  como  el  árabe, 
y  una  jerga  deshecha,  cual  era  entonces  el  romance.  Además,  no  se  olvide 
que  sólo  poseemos  esa  nomenclatura  a  través  de  documentos  latinos,  en 
los  que  el  notario  se  esforzaba  siempre  por  salvar  la  pureza  del  artificio 
lingüístico,  traduciendo  las  denominaciones  bárbaras  del  lenguaje  común, 
y  sobre  todo  neologismos,  hasta  que  la  fuerza  de  la  costumbre  se  impuso. 
Resulta  notable  la  pobreza  de  nomenclatura  monetal,  formando  vivo 
contraste  con  la  opulencia  catalana,  como  síntoma  de  una  escasa  poten- 
cialidad comercial  en  León  y  de  poca  moneda  —  primero  francesa,  tal 
vez  (i),  y  luego  árabe  —  circulante,  cosa  que  la  documentación  acredita 
bien,  consignando  frecuentísimas  transacciones  y  tributos  en  especie  y 
actividad  agrícola  productora  tan  sólo;  mas  ello,  con  la  ganadería  y  los 
hilados  caseros  —  pannos,  lenzos  —  que  aun  perduran  fabricándose  en 
nuestras  montañas,  bastaba  para  vivir. 

Ahora  bien,  si  las  características  leonesas  acusan  sobriedad  y  falta  de 
estímulos  progresivos  en  el  vulgo,  también  son  notorios  los  refinamientos 
y  fastuosidad  de  las  clases  elevadas,  que  se  acreditan  por  muchos  docu- 
mentos y  por  tal  cual  pieza  conservada  en  nuestras  iglesias.  Esto  había  de 
alimentar  la  importación  de  productos  exóticos  de  artes  suntuarias,  y  algo 

.'I  * 

(1)     «Solidos  gallicenses»,  en  885  y  906:  becerro  de  Celanova,  fs.  43  y  128  v. 

—    I  25   — 


LEÓN 

de  industria.  Atestiguan  lo  segundo  frecuentes  transacciones  de  seda  en 
Galicia  (i)  y  aquella  colonia  de  mozárabes  tirazeros,  o  sea  tapiceros, 
protegidos  de  Alfonso  V,  a  que  arriba  se  aludió  (2).  En  cuanto  al  comercio 
leonés,  en  manos  de  judios  probablemente  (3).  nada  trasluce  de  relaciones 
levantinas,  con  Navarra  o  Cataluña  (4),  y  poco  de  cosas  europeas,  francas 
o  franciscas,  como  decían  (5);  abundan  más  las  telas  bizantinas,  si  tal 
valor  tiene  el  calificativo  de  greciscas  (6),  pero  sobre  todo  la  gran  masa 
de  importaciones  venía  de  tierra  musulmana,  según  la  mera  lista  de  nom- 
bres árabes  alusivos  a  ello  hace  patente. 

Refiérense  a  primeras  materias,  casi  todas  exóticas,  estas  palabras: 

Almafil,  ammafide:  marfil.  942:  bec.  Celanova,  f.  3. 

Alaules:  perlas.  1063:  Esp.  sagr.,  t.  XXXIV,  p.  cl.xxxix. 

Cenne:  latón  o  fuslera.  io25:  cart.  Sahagún,  n."47i. 

Algotón:  algodón.  960:  Esp.  sag.,  t.  XXX1\',  p.  455. 

Alchaz:  seda.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 

Alphaneke:  piel  de  comadreja  blanca.  923:  bec.  Sahag.,  f.  237. 

Cingabe:  piel  de  ardilla.  976:  cart.  Sahag.,  n.°  430. 

Gardunio:  piel  de  gato  garduño.  1060:  bec.  Celan.,  f.  183. 
Utensilios  varios: 

Arrodoma  o  rotoma:  frasco.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 

(1)  Allí  se  hacían  pagos  mediante  libras  de  sirgo  (loio:  bec.  Celanova,  fs.  63,  65,  etc.) 
y  un  proceso  consigna  el  robo  de  mil  libras  (1047:  id.,  f.  131  v.). 

(2)  Págs.  1 16  y  117. 

(3)  El  proceso  de  1047,  citado  en  nota  anterior,  versaba  sobre  el  hecho  de  que  cierto 
Menendo  Gundesalviz  tenía  «suos  hebreos  in  sua  casa  qui  facicbant  suo  mercaiu  et  de 
homes  plures»,  cuando  les  fueron  arrebatados  la  seda  y  sayales  y  lienzos  en  gran  número. 

(4)  Sólo  en  1 126  se  citan  «solidos  de  Uñeros  iaqueses»:  cart.  Eslonza,  supl.,  n."  26. 
(6)     «Facistergulo  francisco»;  938;  bec.  Celan,  f.  6  —  «Caliccm  franciscum»,  «fialas 

argénteas  franciscas»:  942;  id.,  f.  3.  — «Kappa  franziska»:  1003;  cart.  Melón.  —  «Spata 
franka  obtima»:  looó;  tumbo  Legionense,  f.  320  v. 

(6)  Abundan  referencias  con  tal  calificativo,  que  no  era  de  color,  pues  una  vez  se 
habla  de  dalmática  grecisca  cárdena  (938:  bec.  Celan.,  f.  5);  mas  tampoco  puede  inferirse 
que  se  tratase  de  géneros  preciosos.  Debían  ser  cosa  bizantina  los  ciclatones,  o  sea  broca- 
dos formando  círculos,  que  más  adelante  se  llamaron  «pallia  rotata»:  Hay  cita  de  ciclaton 
en  1073  (Esp.  sag.,  t.  XXXVl,  p.  lx),  pero  no  abundan  hasta  el  siglo  XII,  y  es  palabra 
que  pudimos  recibir  a  través  del  árabe. 

—    126   — 


LEÓN 


A/.cptrc:  c¿ilLlereUi.   1042:  Esp.  saj^r.,  1.  XXXV'I,  p.  xliii. 

Ganza:  escudilla  grande.  971»:  tunibu  Legiun.,  f.  334. 

Tacara:  vaso.  1074:  cart.  Samos. 

Bi/ath  (navicella):  fuente  llana.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 

.A  Imanara:  candelero.  (170:  tumbo  Le^^ion.,  f.  334. 

Máncale:  mesa.  1073:  Ksp.  sa^.,  t.  XXX\1,  p.  l\. 

Árganas:  alforjas.  922:  cart.  Sahag.,  n."  3(34. 

Limace:  riCüraza?  922:  bec.  Sobrado,  f.  45  v. 

Alavés  (lancea):  de  bordes  ondulados.  1034:  bec.  Sahag.,  f.  50  v, 

lleites  (spolas):    de  cuello  largo.  932:  bec.  Card.,  f.  87. 

Artarfe:   punta,  acicate.  932:  Id.,  id. 

Ballugas:   borceguíes.  1074:  cart.  Samos. 

Amorcesce:    labor    metálica    formando   cadena.    1063:   España 

sagrada,   t.  XXXVI,  p.  cl.\.\.xix. 
Natamia:  labor  de  cuentas  enfiladas.  988:  cart.  Samos. 
Eyracli,   iraké,  erag:  ^del  Irak.?  942:  bec.  Celanova,   f.  3,  etc. 
Romí:  manufactura  griega  o  romana.  io85:  tumbo  Ovetense. 
Reiteles:  alhaja  incierta.  928:  bec.  Celanova,  f.  84  v. 
Prendas  de  vestir,  de  cama  y  de  mesa  y  paramentos: 
Almexía:  túnica  cerrada.  919:  bec.  Celanova,  f.  130. 
Pintella:  cierta  túnica  exterior.  938:  id.,  f.  5. 
Algupa:  túnica,  cota.  943:  bec.  Card.,  f.  94. 

Adorra:  túnica  abotonada.  936:  Rev.  hispanique,  t.X'lI,  p.  317. 
Moffarrex:  túnica  abierta.  1099:  cart.  Sahag.,  n.°  710. 
Mutebag:  túnica  ceñida  sin  mangas.   1103:  cart.  Sahag.,  n.°  730. 
Feyrach:  ropón.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 
Arrita:  manto.  998:  cart.  Santillana,  f.  23  v. 
Feruzí:  especie  de  manto.  921:  bec.  Card.,  f.  10  v. 
Zarama:  capa.  947:  tumbo  Legión.,  f.  216. 
Kabsane:  sobretodo.  933:  cart.  Sahag.,  n.°  3(17. 
Barragán:  manto  de  lana.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 
Zoramen:  albornoz.  955:  id.,  f.  29  v.      ' 
Mobatana:  manto  forrado.  944:  bec.  Card.,  f.  14. 
Alfimiane:  toca.  929:  Rev.   hisp.,  t.  Vil,  p.  316. 
Alhagara:  velo.  979:  tumbo  Legión.,  f.  331  v. 

—   127  — 


LEÓN 


Alara:  quizá  lo  anterior.  969:  Elucidario,  t.  1,  p.  109. 

Almágana:  velo  bordado.  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Almeleha:  sábana  de  vestir.  927:  tumbo  Legión.,  f.  385. 

Allihafe  o  alifafe:  manto  rico  de  pieles.  93H:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Fatele:  manta  de  abrigo.  942:  id.,  f.  3. 

-Mmuzalla:  cobertor  rico.  938:  id.,  f.  3. 

Izare,  izale:  sábana.  922:  cart.  Sahag.,  n.°  364. 

Fazale:  mantel.  996:  id.,  n."  455. 

Fazalelia:  lo  anterior.  1002:  Esp.  sag.,  t.  XXXVl,  p.  xiv. 

Cithara:  cortina.  969:  Esp.  sagr.,  t.  XVIII,  p.  337. 

Mataraffe:  tapete.  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Anamat:  paramento,  frontal.  1083:  bec.  Sahag.,  f.  66  v. 

Almandra:  cogin.  1063:  Elucidario,  t.  I,  p.  96. 

Folie:  manta  para  caballo.  922:  bec.  Card.,  f.  37. 
Serie  tan  copiosa  no  abarca,  sin  embargo,  sino  prendas  de  cierto 
valor  y  amplitud  que  merecían  consignarse  en  inventarios,  con  destino 
eclesiástico,  por  lo  común,  o  como  precio  en  transacciones.  Acreciéntase, 
además,  con  otra  serie  de  nombres  calificativos,  determinando  colores, 
manufactura  o  adorno  de  las  mismas  prendas,  cuya  explicación  es  vaga  y 
aun  incierta,  generalmente,  cosa  bien  experimentada  siempre  que  de 
indumentaria  tratamos.  Son  estos: 

Carmez:  carmesí.  914:  bec.  Card.,  f.  20  v. 

Saibí:  rubio.  969:  Santa  Rosa:  Elucidario,  t.  1,  p.  108. 

Zamor:  rojizo,  gbo:  Esp.  sag.,  t.  XXXIV,  p.  455. 

Zumake:  bermejo.  922:  bec.  Card.,  f.  37. 

Meskí:  pardo.  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Amarello:  amarillo.  919:  cart.  Sahag.,  n.°  361. 

Azul:  esto  mismo.  944:  bec.  Card.,  f.  14. 

Alvexí:  brocado.  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Morgom:  bordado.  938:  id.,  id. 

Hatani:  bordado  con  oro.  927:  tumbo  Legión.,  t.  386. 

Atibachi:  brocado.  969:  Esp.  sagr.,  t.  XVIII,  p.  337. 

Tiraz :  tejido  de  seda  labrado.  934:  Esp.  sagr. ,  t.  XL,  p.  400. 

Batunada:  forrada.  1019:  tumbo  Lucense. 

Exagege  o  exakeka:  tela  de  seda.  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

—  128  — 


LEÓN 

Sardone:  especie  de  tafetán.  1068:  bec.  Sahag.,  f.  G2. 

Kaskerxí:  ^;tejido  de  seda  cruda?  938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Albaz:  paño.  927:  tumbo  Legión.,  f.  385. 

Marayze:  tela  rameada.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 

Habí:  tela  de  lana  roja.  994:  bec.  Card.,  (.  73  v. 

Morcús:    tela  blanca  y  negra.    959:    Elucidario,  t.    I,   p.  108. 

Canzi:  paño  compacto.  10G8:  bec.  Sahag.,  f.  62. 

Cazaví:  tejido  de  canutón.  998:  cart.  Santillana,  f.  23  v. 

Leztori:  tela  listada.  1042:  Esp.  sag..  t.  XXX\'I,  p.  .xliii. 

Vitione:  tela  para  forrar.  942:  bec.  Celan.,  f.  3. 

Acata:  ^gironada?  932:  cart.  Sahag.,  n.°  3O7. 

Suruz:     ¿?     938:  bec.  Celan.,  f.  5. 

Aluz:     ¿?     gbg:  Elucidario,  t.  i,  p.  109. 

Ozolí:     ¿?     998:  Esp.  sagr.,  t.  XL,  p.  409. 

Zuranni:     ¿?     941:  bec.  Liévana,  f.  37  v. 

Bazorí:     ¿?     1042:  tumbo  Lucense. 

Oveite:     ^r*     998:  Esp.  sagr.,  t.  XL,  p.  409. 

Fazenzal:  ¿?  996:  cart.  Sahag.,  n.°  455. 
Faltan  absolutamente  verbos  y  partículas  en  este  acarreo  de  voces 
árabes  leonesas,  como  es  natural,  dada  la  lengua  en  que  la  documentación 
fué  redactada  (i).  Respecto  de  apelativos,  es  latino  o  bárbaro  cuanto  se 
refiere  a  conceptos  vulgares  y  apremiantes  de  la  vida:  lo  árabe  toca  sólo  a 
refinamientos  suntuarios,  lujo,  mercadería,  complicaciones  y  trabas  socia- 
les, que  arguyen  la  presión  de  otro  estado  de  cosas  más  complejo  y  orga- 
nizado, cual  había  de  ser  el  de  Córdoba  y  aun  de  Zaragoza,  la  corte  semi- 
española  semiárabe,  cuya  superioridad  de  cultura  era  notoria.  El  haber  te- 
nido allí  Alfonso  el  Magno  a  su  hijo  Ordoño.  para  educarse  con  los  Benicasi 
musulmanes  (2),  demuestra  cómo  aquel  gran  rey  orientaba  el  porvenir  de 
los   leoneses   hacia  el  arabismo,  que   tanto  progresó,  efectivamente,  bajo 


(i)  Suele  darse  etimología  árabe  a  nuestra  preposición  hasta ,  derivándola  de  hatta; 
pero  no  son  favorables  a  ello  las  formas  arcaicas  adía  (945:  bec.  Card.,  f.  jb  v.),  adte  (1092: 
cart.  Sahas.,  n."  65o),  ata  (983:  tumbo  Astoricense)  y  fasta  (1074:  .Muñoz:  Fueros,  p.  274). 
Sólo  hallo  hata  una  vez,  en  1098  (cart.  Silcnse). 

(2)     Cron.  al  bel  dense,  n."  67  de  la  edición  de  Flórez:   l-:sp.  sagr. .  t.  XIII.  p.  453. 


17 


LEÓN 


aquel  mismo  Ordoño,  segundo  de  su  nombre.  Nótese,  además,  que  tal 
desarrollo  no  fué  progresivo  ni  duradero,  sino  que  más  bien  tiende  a 
extinguirse  pasado  el  siglo  X,  y,  desde  luego,  una  vez  que  la  estirpe 
navarra  y  afrancesada  de  Sancho  el  Mayor  se  alzó  con  las  herencias  de 
Castilla  y  de  León  en  la  persona  de  Fernando  I.  La  conquista  ulterior  de 
Toledo  abrió  nuevos  cauces  al  inlUijo  meridional;  mas  éste  quedó  locali- 
zado, habiendo  de  ceder  en  general  bajo  la  presión  de  otra  corriente,  la 
galicana  o  europea,  más  congénere  y  de  arraigo  definitivo. 

También  conduce  a  fa\"or  de  nuestro  tema  la  serie  de  códices  escri- 
tos con  caracteres  minúsculos,  que  en  gran  número  se  conservan,  no  sola- 
mente producidos  en  tierras  mozárabes,  a  saber,  Andalucía  y  Toledo,  sino 
en  la  zona  cristiana  libre.  La  antigüedad  de  estos  últimos  quizá  no  pasa  de 
fines  del  siglo  IX,  mientras  otros  del  sur  les  exceden  acaso  en  más  de 
medio  siglo;  pero  todos  forman  un  solo  grupo,  caracterizado  por  aquella 
letra  «mozáraba  vel  toletana»,  según  la  apellidaban  en  el  siglo  Xlll  (i),  que 
hoy,  con  notoria  inexactitud,  llamamos  visigoda,  y  que,  aun  pareciéndose 
a  la  lombarda,  va  en  contraposición  con  todas  las  escrituras  europeas.  Los 
más  antiguos  libros,  que  en  León  y  Asturias  se  registran,  emigraron  de 
Andalucía,  según  canta  uno  de  ellos:  «Samuel  librum  ex  Spania  veni»  (2). 
Luego,  aparecen  otros,  de  tipo  toledano,  con  este  dictado:  «Adefonsi  prin- 
cipis  librum^>,  refiriéndose  al  Magno  rey,  según  todos  los  indicios  (3);  y  de 
seguida  introdújose  por  costumbre  dotar  de  un  «explicit»  o  suscripción 
cada  códice,  donde  se  expresan  la  fecha,  principe  reinante,  nombre  del 
escriba  y  aun  el  del  monasterio  donde  se  editaba.    Estos  datos  arrancan 

(i)  «Littera  ista  niO(;:arava  appellatur  vel  toletana»,  en  un  códice  de  las  laimologías 
de  san  Isidoro,  procedente  de  Zaragoza  y  conservado  en  el  Escorial  (&.  1.  3).  «Estas  letras 
mofarabas»:  en  el  Beato  de  Ashburnham.  «Un  libro  de  letra  toledada»:  1319,  cartulario  de 
Liévana,  f.  67  v.  Lo  mismo,  en  el  expediente  de  la  «Ordinatio  ecclesiae  Valentinae»:  Cua- 
derno I  de  trabajos  de  la  Escuela  española  de  arqueología  e  historia  en 
Roma,  p.  81. 

(2)  Códice  misceláneo  de  la  catedral  de  León,  procedente  de  Abellar,  n.°  22. 

(3)  Biblioteca  del  Escorial:  Sentencias  de  san  Isidoro  (T.  II.  25)  y  Etimologías 
(P.  I.  7).  Otro,  citado  por  Morales,  en  Oviedo  (Viage  santo,  p.  97),  cuyo  paradero  se 
ignora  hoy. 

—    130  — 


LF.ON 


del  ¿iño  9*32  (i),  aluden  a  reyes  leoneses  casi  excliisivaiiieiile,  y,  aeleniás,  a 
condes  de  (>ast¡lla  con  frecuencia,  acreditando  escritorios  de  gran  activi- 
dad en  su  /.ona,  desde  la  niiiad  del  si^h^  X.  Algo  antes  hablase  producido 
una  \erdadera  re\ oluciíui  en  este  arte  de  los  C(')dices,  caracterizada  por  la 
espléndida  aunque  bárbara  serie  de  los  Comentarios  al  Apocalipsi, 
escritos  por  Beato  de  Liévana.  Su  más  antiguo  ejemplar  conocido,  el  de 
Mr.  Thompson  (antes,  de  Ashburnham),  data  de  (juG  (2)  y  está  escrito  y 
miniado  por  cierto  Magius,  al  parecer,  en  un  mcjnasterio  de  san  Miguel, 
que  puede  creerse  fuera  el  de  Kscalada  (3),  cuya  fundaci(')n  m()zárabe  ya 
sabemos;  y  el  segundo  se  termin(')  en  ijhH  por  un  discípulo  de  Magius, 
precisamente  en  el  monasterio  de  Távara,  que  también  n(js  es  conocido. 
En  estos  libros,  y  en  muchos  más  de  la  serie,  se  prodigan  representacio- 
nes de  la  vida  corriente:  faenas  campestres  de  vendimia,  lagar  y  mata- 
dero, escenas  de  guerra,  músicos,  etc.,  árboles  exóticos,  como  la  palmera, 
sendos  letreros  cúficos,  meandros  y,  sobre  todo,  vistas  de  ciudades  y  edifi- 
cios, llenos  de  arcos  de  herradura,  alguna  \ez  con  sus  dovelas  alternadas 
blancas  v  rojas,  otros  arcos  de  l(')bulos,  almenas  escalonadas,  puertas  con 
cerrojos,  como  los  que  aun  subsisten  morunos,  llaves,  altares,  lámparas, 
lechos,  cátedras,  etc.  El  ambiente  que  estos  libros  y  su  arte  traspiran,  sobre 
un  orientalismo  notorio,  es  bien  otro  de  aquella  diáfana  tranquilidad  que 
informó  la  basílica,  saturada  de  luz  y  bajo  la  inspiración  del  Evangelio. 
Los  Beatos  arrastran  hacia  un  mundo  misterioso,  inquietante,  lleno  de 
horrores  y  de  amenazas,  que  los  discípulos  del  Apocalipsi  oponían  al  gro- 
sero rebajamiento  del  pueblo  cristiano,  incapaz  ya  de  sentir  la  emoción  de 
lo  bello,  el  amor  que  la  Naturaleza  inspira  a  toda  alma  sensible  y  las  dul- 

(i)     Vita  patrum,   en  la  Biblioteca  nacional;   ms.  n."  10007. 

(2)  Ksta  fecha  parece  indudable,  pues  resulta  consignada  así:  «dúo  gemina  ter  lerna 
ccnties  et  ter  dena  bina  era»;  o  sea  2  +  2  =  4;  3X3X  100  =  900;  3  X  10X2  =  60,  que 
componen  Era  964;  sin  embargo,  se  ha  interpretado  por  Era  932  (año  894):  A  descrip- 
tive  catalogue  of  the  second  series  of  li  f  t  y  ms.  in  the  collection  ot'  H.J. 
Thompson.    1902;   p.  304. 

(3)  Un  abad  Víctoris  regía  el  monasterio  donde  fué  escrito  el  códice  en  cuestión;  el 
mismo,  probablemente,  que  ligura  en  una  confirmación  real  de  920  (Ksp.  sagr.,  l.  X\'l, 
p.  430),  sin  que  conste  el  nombre  de  su  monasterio;  pero  con  ello  se  alianza  la  hipótesis  de 
su  proximidad  a  León. 

—    131    — 


LEÓN 


zuras  de  la  palabra  de  Cristo,  y  que  por  lu  mismo  necesitaba  el  revulsivo 
punzante  de  los  Novísimos  para  reaccionar  hacia  lo  bueno.  Un  misticismo 
de  \  irilidad  terrible  inspir(')  aquellas  representaciones  y  aquellos  textos, 
evocadores  de  una  emociim  nueva  y  de  un  ideal,  antitesis  de  clasicismo, 
que  había  de  informar  el  arte  de  la  Edad  Media  avanzada  en  toda  Europa; 
pero  aquí  en  España  se  anticipó  casi  dos  siglos,  precipitado  por  la  tensión 
de  espíritu,  la  lucha  de  ideas,  los  estímulos  que  la  vecindad  de  moros  y 
cristianos  produjo;  dándose  el  caso  de  no  trascender  a  Europa  con  éxito 
hasta  el  si^^lo  XII  los  comentarios  de  las  profecías  de  Patmos  y  de  Daniel, 
que  habían  sido  nuestro  libro  favorito  en  el  X. 

Y  es  notable  en  estos  códices  leoneses,  que  muchos  de  entre  ellos 
contienen  anotaciones  y  escolios  árabes,  ni  más  ni  menos  que  los 
de  las  series  toledana  y  andaluza,  dando  testimonio  de  que  en  los  monaste- 
rios de  país  cristiano  eran  también  familiares  la  lengua  y  escritura  árabes, 
andando  el  siglo  X,  o  sea  que  eran  mozárabes,  y  esto  en  Távara,  en  Sa- 
hagún.  en  León,  en  la  Cogolla,  en  Barelánica,  en  Carrión,  etc.,  puesto  que 
no  siempre  es  conocida  la  procedencia  de  tales  libros  (i).  Valga,  por  fin, 
observar  que,  hacia  la  primera  mitad  del  siglo  XI,  en  códices  de  la  Cogolla 
y  de  Silos,  son  glosas  romanceadas  las  que  vienen  a  sustituir  a  las  ára- 
bes (2),  acreditando,  en  apariencia  cuando  menos,  la  absorción  del  ele- 
mento meridional  por  el  castellano. 

Las  cartas  y  diplomas  enseñan  todavía  más  cosas,  a  vueltas  de  su 
trivialidad  habitual,  en  punto  de  organización.  Asturias,  Galicia  y  aun 
el  Bierzo  mantuvieron  su  régimen  señorial  bárbaro,  con  el  triste  cortejo 
de  siervos  y  «criationes»  perseverando  siglos,  de  suerte  que  hasta  en  el  XI 

(i)  Los  códices  leoneses  con  notas  árabes  son  estos:  Sentencia  de  san  Isidoro,  en  el 
Escorial,  arriba  mencionado.  Biblia  primera  complutense,  en  la  Biblioteca  universitaria  de 
Madrid  (ms.  n."  31)-  Biblia  de  la  Catedral  de  León  (n."  6).  Biblia  primera  de  San  Isidro  de 
León  (n."  2).  Biblia  de  la  Cogolla,  en  la  Academia  de  la  Historia  (n."  20V  Morales  de  san 
Gregorio,  en  la  Biblioteca  nacional  (n."  80).  Fuero  juzgo  primero,  en  id.  (n."  10064).  Con- 
ciliar de  Sahagún,  en  id  (n."  1872).  Conciliar  de  Carrión,  en  Id  (n.°  10041).  Comentarios 
de  Beato,  primeros,  en  id  (Vit.  I.  4).  Comentarios  de  Beato,  de  Távara,  en  el  Archivo 
histórico  nacional  (V.  36,  n."  257). 

(2)    Acad.  de  la  Historia:  ms.  de  la  Cogolla  n.°6o.  —  Museo  británico:  ms.  n.°  30853. 

—    132  — 


LEÓN 


se  registran  allá  con  trccLicncia  las  listas  de  esclavos,  siervos  y  familias 
adscritos  perpetuaiiieiite  al  sucio.  No  asi  en  las  \ertientes  internas  del  país, 
«in  t'oris  montes»  o  «térra  de  loris»,  como  decían  íi),  o  sea  en  la  banda 
septentrional  del  Duero,  donde  se  rc\ela  desde  un  principio  cierto  estado 
social  nuevo  y  diferente,  bajo  la  tutela  del  Soberano,  que  ejercía  un  domi- 
nio patriarcal  y  absorbente  en  todos  los  órdenes.  El  dualismo  antiguo  de 
señores  y  siervos  se  transforma  en  Estado  llano,  con  simple  vasallaje,  bajo 
la  forma  de  prestaciones  y  tributos.  En  torno  del  rey,  en  León,  aparecen 
obispos,  abades  y  clero,  individuos  arabizados,  «pueros»,  o  sea  «mallatos», 
y  otras  gentes  oscuras,  que  vendrían  a  constituir  una  alta  servidumbre 
o  clientela  de  tipo  musulmán,  reclutada,  en  parte  acaso,  entre  mozárabes 
cortesanos,  sin  que  figuren  hasta  cerca  de  la  mitad  del  siglo  X  condes  pala- 
tinos, o  sea  la  nobleza  goda.  En  cambio,  no  faltaban  allí  señores  árabes 
refugiados,  y  consta  de  uno,  Omeya,  hijo  de  Ishac,  que  asistía  a  Ramiro  II, 
aconsejándole,  en  la  batalla  de  Simancas  (2).  Cuando  salían  los  pueblos  de 
la  potestad  real  por  donación,  sus  gentes  no  rendían  al  nuevo  señor  sino 
prestaciones  personales,  de  tiempo  en  tiempo  y  reglamentadas  (3),  y  las 
tierras  se  trasmitían  sin  hombres  de  servicio,  salvo  tal  cual  esclavo 
moro  (4).  Desde  luego  las  familias  de  criazón,  los  siervos  adscritos  a  igle- 
sias y  monasterios  no  aparecen  nunca,  y  esto  desde  un  principio,  en 
cuanto  los  documentos  alcanzan,  sin  que  se  perciban  rastros  de  evolución 
respecto  de  otro  estado  previo.  Así,  el  país  nuevamente  poblado  bajo  Ordoño 
y  Alfonso  el  Magno  resulta  con  características  sociales  también  nuevas. 

Sus  bases  orgánicas  traslúcense  mediante  referencias  documentales;  las 
tierras  abandonadas  por  sus  antiguos  dueños,  allá  en  el  siglo  de  la  invasión 
árabe,  fueron  apreendidas  por  dichos  reyes,  como  cosa  propia,  al  parecer, 

(i)  Privilegio  de  Ordoño  I  a  la  Catedral  de  Oviedo  (Esp.  sagr. ,  t.  XXXVII,  p.  323), 
cuyo  original  apareció  ha  poco  en  el  Archivo  histórico.  —  Carta  de  Alfonso  III,  de  875 
(Esp.  sag.,  t.  XXXIV,  p.  431).  —  Cartulario  de  Samos,  n."  1.  —  Becerro  de  Celanova, 
fs.  8  y  166. —  Tumbo  Legionense,  f.  397,  etc.,  etc. 

(2)  Dozy:   Recherches;  3.'  edición,   págs.   167  y  xxix. 

(3)  Sobre  este  punto  quizá  no  haya  documento  más  antiguo  y  circunstanciado  que 
el  fuero  de  Cirueña,  de  972:  Bol.   de  la  Acad.  de  la  Hist.,    t.  XXl.X,  p.  34?. 

(4)  Por  ejemplo,  en  el  cart.  de  Sahagún,  n."  37.S.  El  doc.  397  consigna  «.uno  serbo», 
como  precio,  entre  animales,  caso  explicable  si  eran  nobles  asturianos  los  otorgantes. 

—    133  — 


LEÓN 


V  empleando  en  ello  el  trabajo  de  su  ser\idLinibre  (i).  Ellos  conser\aron, 
como  bienes  patrimoniales,  una  parte  de  dichas  tierras,  que  trasmitieron  a 
sus  hijos  (2),  administradas  a  veces  por  hombres  arabizados  (3),  y  otras 
fueron  cedidas  a  personajes,  catedrales  y  monasterios.  Además.  Alfonso  el 
Maf^no,  va  ejercitado  en  repoblar  la  comarca  de  Orense  por  encargo  de  su 
padre  (4),  promulgó  un  edicto  de  repoblación,  hacia  el  año  876  (5),  biin- 
dando  aquel  suelo  vastísimo  y  fértil,  repartido  en  suertes  (()),  a  quienes 
acudiesen  a  roturarlo  y  colonizarlo,  y  ello  con  propiedad  absoluta,  salvo  la 
tributación  real  (7).  Aun  se  alude  más  concretamente  al  ordenamiento  para 

(1)  «Señera  ad  Turrem  de  Sea.  Maria  Alva  qu¡  fuit  de  presura  de  avio  nostro  domno 
Hordonio»:  habla  Garsea,  príncipe,  en  909  (tumbo  Leg.,  f.  434  v.).  —  «Villa  Alkamin... 
secundum  nos  illut  desqualido  de  gente  barbárica  manu  propria  cum  pueris  nostris 
adprehendimus»:  habla  Alfonso  III,  en  909  (bec.  Sahagun,  f.  120;  copiado  por  Escalona, 
bajo  el  n.°  IV).  —  «Quinionein  nostrum  proprium  de  presura  patris  nostri  bone  niemorie 
dominissimi  Adefonsi  de  populatione  ordinationis  eius  ct  est  in  Valle  de  Mora»;  habla 
Ramiro  II,  en  Q18  (tumbo  Leg.,  f.  200),  Los  tales  colonos,  servidores  o  libertos  del  rey, 
serán  aquellos  iuniores  que  solían  excluirse  en  las  donaciones  territoriales,  quedando 
afectos  al  dominio  real  (Vignau:  cart.  de   Eslonza,  p.   9). 

(2)  Véase  el  texto  primero  de  la  nota  anterior. 

(3)  «Fuit  homo  nomine  Zuleiman  et  fuit  maiordomus  regina  domna  Tarasia  et 
tenuit  omnem  mandationem  eius  in  multisque  locis»;  994  (tumbo  Leg.,  f.  345  v.).  Lste 
«Pelagius  cognomento  Zuleiman»  era  «fratcr»,  o  sea  monje,  y  obtuvo  de  la  r'úna  doña 
Teresa  testar,  o  sea  donar,  cierto  santuario  rupestre  en  990  (id.,  f.  270  v.). 

(4)  España  sagrada;  t.  XVII,  p.   244. 

(5)  Esta  fecha  se  induce  únicamente  de  cierta  «presura»  realizada  «anno  tercio  ante 
illa  disfecta  de  Pulburaria»,  y  esta  batalla  se  dio  en  878  (tumbo  Leg.,  f.  204). 

(6)  «Hereditate...  quam  habuimus  de  sorte  antiqua»:  934  (bec.  Sahag.,  f.  i58).  —  «Et 
habuimus  ea  (térra,  villa)  de  sueco  antiquo»:  928  y  930  (id.,  f.  i5o  v.).  —  «Sulco  antiquo 
dividente  termino»:  939  (tumbo  Leg.,  f.  448). 

(7)  «lulianus  (presbiter)  exivi  ad  térras  populandas  per  heditum  regis  donni  Adefonsi 
principis  et  comitum  Savaricum,  prendidi  villa  de  exqualido  relicta  ab  antiquo  secus 
flubios  Camba  et  Vive  et  nominis  villa  luliani  in  territorio  Pin^ie»:  912  (Arch.  Hist.,  ma- 
nuscrito 1 195  B,  f.  74). —  Habla  Alfonso  IV  en  931,  confirmando  al  monasterio  de  Cárdena 
la  posesión  de  Villafrida:  «sicuti  et  obtinuistis  de  populatione  primeva  in  diebus  principum 
priorum  nostrorum  avorum  et  parentorum»  (bec.  Card.,  f.  63  v.).  —  «Memoria  illi  fuit  eo 
quod  habuerit  in  tempere  tune  adprehensione  in  Rivosicco  cum  alios  plures  et  post  illud 
ea  sibi  vindicavit  ab  integro.  Postea  vero  discurrente  era  DCCCCVllII  ...  domno  Garseani 
rex  fecit  de  ipsum  locum  Riuvosicco  testamentum»  etc.:  934  (tumbo  Leg.,  f.  387).  —  Dona- 

—    134  — 


LEÓN 


repoblar  la  ciudad  de  Le(')n,  dado  por  el  mismo  rey  (ij.  Esta  acción  di- 
recta suya  revélase  mejor  en  la  parte  central  de  los  nuevos  dominios,  pues 
en  las  extremas  hubieron  de  intervenir  condes,  se^ún  el  antiguo  régimen; 
y,  efectivamente,  consta  de  uno,  llamado  Sabarico,  en  la  regi(')n  gallega 
próxima  al  Bierzo,  que  se  mantuvo  adscrita  a  Astorga  (2). 

La  repoblación  se  hizo  unas  veces  por  individuos  sueltos,  que  acudían 
a  fundar  vilas,  tarde  o  temprano  transformadas  en  pueblos  (3);  mas  lo 
general  debi(3  de  ser  agruparse  varias  familias,  «sortitores»  o  «sodales», 
que  permanecían  asociadas  y  con  tierras  comunes  (4).  Flste  sistema  de  la 
indivisii')n  del  sucio  resulta  generalizadísimo,  puesto  que  en  las  testamen- 
tarías, no  S(')lo  era  corriente  la  proindivisi(')n  entre  C(jherederos  (5),  sino 
la  ad(jpci(')n  o  protiliac¡(')n  de  personas  extrañas,  que  entraban  como  copar- 


ciún  de  un  campo  «sicut  illud  de  scalido  prendidit»:  912  (id.,  f.  394).  —  «Terra  que  fuit 
presura  de  nostros  parentes  que  est  in  loco  Rivosicco  que  vocitant  Bobatella»;  941  (bec.  Saha- 
gún,  f.  85  V.).  —  «Habuimus  ipsum  bustum  de  presura  de  guardiatores  Froila  et  Latccio, 
et  presserunt  cas  abios  nostros  de  iscallido  in  tempore  antiquo...  de  nostros  antecessores 
qui  ipsum  bustum  ganaverunt»:  938  (id.,  f.  202  v.).  —  «Que  parentibus  meis  in  locum 
eremum  prehendere  vel  scadare  aut  scalidare  potuerunt  sicut  antiqua  gens  dereliquerunt»: 
955  (bec.  Card.,  f.  11  v.). — «Nostram  hereditatcm...  ubi  habuerunt  nostros  abios  el  nostros 
parentes  vustos  que  prendiderunt  de  escalido  et  vindigaverunt  et  tenucrunt  iure  quieto 
sicut  antiqui  dereliquerunt,  ct  posucrunt  términos  Gum  domno  Gundisalbo  tilio  impera- 
tori  nosiro  domno  Adefonso  princebs,  et  adgregati  lucrunt  ibi  concilio  et  posuerunt  termi- 
num  in  illo  loco  hubi  vocitant  Canalelia»:  gbo  (cart.  Kslonza;  supl.  P.  n."  7).  Aquí  aparece 
Alfonso  III  con  dictado  de  emperador,  como  después  otros  reyes  leoneses. 

(1)  «Prcsit  Vimara  cum  suos  filios  aqua  in  Vernesga  ad  populalionem  de  Legione  ad 
editum  principi  bone  memorie  domnissimi  Adefonsi  de  istirpe  antiquo  ante  qualibet  pre- 
sura signa  vel  decora,  et  lavoraverunt  presea  et  aduxerunt  aqua  et  tactos  suos  molinos 
abuit  iuri  quieto  in  facicm  universi  anno  tercio  ante  illa  disfecta  de  Pulburaria  possidentes 
per  annos  multos»:  915  (tumbo  Leg. ,  f.  204). 

(2)  Véase  la  nota  6."  de  la  página  anterior. 

(3)  «Villa  mea  quam  ego  Manni  Oveccoz  qui  et  contcsso  populavi  a  populacione 
prima  quam  abui  de  avorum  ct  parentorum  mcorum  in  territorio  Palencie  ripa  rivulo 
ICarrione»:  977  (tumbo  Leg.,  í.  322). 

(4)  Sodales:  bec.  Sahag.,  f.  212  V.  —  Parce ra:  Id.,  f.  4.S  v.  —  Sortitores:  Ksca- 
ona,   Hist.   de  Sahagún,   doc.   XCIII. 

(5)  Véanse  especialmente  las  particiones  testamentarias  entre  san  Rosendo  y  sus 
hermanos,  contenidas  en  el  becerro  de  Celanova,  f.  ibó. 

-    .35    - 


LEÓN 

tícipes  o  sea  «heredes»  con  iguales  derechüs  (i);  además,  la  proindivisión 
alcanzaba  a  las  salinas,  molinos,  hornos,  pesquerías,  etc.  Los  condueños 
disponían  libremente  de  lo  suyo,  pudiendo  venderlo,  y  de  hecho  es  fre- 
cuente la  reabsorción  por  individuos  ricos  o  monasterios,  que  iban  poco  a 
poco  adquiriendo  raciones  de  suelo  hasta  poseer  su  totalidad.  Las  suso- 
dichas colectividades,  fundidas  con  el  transcurso  del  tiempo  bajo  la  razón 
común  de  «heredes»,  que  responde  a  su  calidad  de  propietarios  del  suelo, 
fueron  origen  probable  de  las  categorías  de  hombres  libres  llamados  de 
balanario  (2)  y  de  benefactoría  (3),  frente  a  los  llamados  «iuniores»,  suje- 
tos a  prestación  y  tributo  personal,  por  su  calidad  de  antiguos  libertos 
del  rey.  Además,  ellas  constituyeron  organismos  locales,  dotados  de  cierta 
tacultad  gubernativa,  como  acreditan  la  independencia  de  su  acción  en 
asuntos  judiciales  (4)  y  algunos  ejemplos  de  acuerdos  en  común  sobre 
cesión  de  fincas,  si  bien  ellos  corresponden  a  territorio  castellano  (5). 

(i)  Véase,  como  ejemplo,  una  carta  del  becerro  de  Sahagún,  .  224  v.,  extractada  por 
el  Sr.  Vignau,  en  su  índice  de  los  doc.  del  mon.  de  Sahagún,  bajo  el  n."  6o5. 

(2)  Tumbo  Legionense,  f.  402  v.,  donde  se  consigna  un  pleito  sobre  si  ciertas  tierras 
eran  de  valanario  o  propias  de  un  tal  Argemiro  y  su  esposa  Auria;  año  941. 

(3)  Sentencia  contra  los  habitantes  de  la  «villa  sancti  Laurenti  in  Valle  Ibdonia», 
cerca  de  Astorga,  «que  fuit  hereditas  sánete  Marie  (Astoricensis)  et  aliquibus  temporibus 
intumuerunt  omnes  havitantes  in  ea  quorum  parentes  et  avi  solitum  habuerant  exercere 
servitium  ad  supradictum  locum  et  e.xterminarunt  se  inde,  sicut  mei  averant  eos  infanzones 
terre  ipsius  havitatores,  asserentes  quod  erat  benefactoría»:  1046.  (B.  N.,  ms.  712,  f.  88.)  — 
Pleito  sobre  si  unos  solares  eran  de  benefactoría  o  «in  préstamo»:  1064  (tumbo  Leg.,  f.  331). 

(4)  Becerro  de  San  Martín  de  Castañeda  (B.  N.,  ms.  18382,  f.  41):  Pleito  de  Calende, 
sobre  propiedad  de  esta  vila  y  de  su  pesquería  en  el  lago  de  Sanabria,  entre  dicho  monaste- 
rio y  Ranosindo  con  sus  gasalianes:  año  927.  Celebróse  en  la  iglesia  de  san  Pedro  de  villa 
Spino,  territorio  Sampire  (Bierzo),  actuando  como  jueces  «Gutier  Fernández,  Froyla  Veni- 
gonta,  Dauti,  Maurelle,  Kldcmiro,  Lilla,  Trasarico,  Trabessa,  Absalon  vel  aliorum  iudi- 
cum»,  y  recibiendo  las  fianzas  el  sayón  Anagillo,  sin  presidencia  ni  más  trámites. 

(5)  «Ego  Filauria,  Teoda,  Adica,  Gundisalvo,  Taione,  Isciame,  Gomiz,  item  Adica, 
Valdeo  et  omni  collado  de  Melgare  una  cum  domino  Rexindo  damus  in  sancta  basílica 
sancti  lohannis  et  ad  abbatc  lubla  uno  prato  ad  F'onte  Auria...  pro  animas  nostras  et  de 
parentes  nostros»;  932  (bec.  Sahag.,  f.  95).  —  «Nos  totos  omnes  concilio  pleno  de  Agusyn 
maiores  et  minores  iubenes  et  senes  nostras  spontaneas  volumptales  sic  donamus  atque 
roboramus  ad  tibí  domino  nostro  comité  García  Ferdínandiz  illa  defesa  pro  eo  quod  inge- 
nuastí  nos  de  illo  labore  de  íUos  castellos  per  sécula  seculorum»:  972  (bec.  Cárdena,  f.  3). 

—    136  — 


LEÓN 

Castilla,  efect¡\ amento,  bajo  aspcctu  análogo  al  de  la  tierra  propia- 
mente leonesa,  desaiToll<')  una  organizaciini  más  compleja  y  perfeccionada. 
Las  iniciativas  no  partían  allá  exclusivamente  del  rey  sino  de  los  condes, 
soberanos  de  hecho  y  aun  ccm  cierto  derecho,  puesto  que  Alfonso  el  Magno 
debió  la  corona  al  conde  Rodrigo;  pero  esta  misma  insubsistencia  legal  de 
títulos  para  declararse  independientes  y  usurpar  las  prerrogativas  reales 
dio  a  Castilla,  como  a  Navarra  y  Aragón,  cierto  cariz  democrático,  debido 
a  que  sus  condes  sólo  a  fuerza  de  prestigio  personal  afirmaron  una  supre- 
macía notoriamente  eficaz  y  laudable.  Ello  explica,  tal  vez,  la  fuerza  con 
que  se  impusieron  allí  instituciones  populares,  con  ventaja  sobre  las  teo- 
rías de  regalismo  absoluto.  Por  otra  parte,  la  inseguridad  de  fronteras  y 
ser  paso  obligado  de  tropas  enemigas  hacia  León,  ya  que  el  Duero  cortaba 
desde  mediodía  el  acceso,  obligó  a  fomentar  en  Castilla  una  situación  de 
privilegio,  merced  a  franquicias  y  exenciones  tributarias,  en  favor  de  un 
orden  especial  de  gentes  aptas  para  la  guerra,  considerado  muy  por  en- 
cima de  los  labriegos  o  villanos,  y  ocupando  ciudades  fortificadas  y  casti- 
llos, lo  que  dio  su  fisonomía  y  destinos  singulares  al  país. 

Por  el  contrario,  en  tierra  leonesa  no  parece  acusarse  nada  semejante, 
consecuencia  natural  de  la  confianza  que  inspiraba  su  frontera  del  Duero, 
sin  puentes,  de  seguro,  e  invadeable.  El  elemento  militar  falta,  y  con  él 
los  fueros  con  carácter  de  exenciones  tributarias,  que  no  hacen  su  apari- 
ción antes  de  Alfonso  V  tal  vez  (i),  es  decir,  al  generalizarse  las  teorías 
castellanas.  No  hay  castillos  ni  más  ciudades  muradas  que  las  capitales: 
el  condado  se  revela  en  forma  de  mera  tenencia  o  vicariato  por  el  rey,  sin 
carácter  permanente,  y  mucho  menos,  hereditario;  no  se  destacan  señores 
ni  grandes  propietarios,  y,  cuando  puede  sondearse  algún  encumbra- 
miento,  su   origen   está   en   simples   mercedes   del   rey  (2).   El  ambiente 


(i)  Aparece  como  excepción  un  privilegio  concedido  al  monasterio  de  Abellar  en  929 
por  Alfonso  el  Monje,  señalándole  términos  «sine  rosso  et  homicidio  et  fossataria  vobis 
concedimus»;  pero  el  hecho  de  consignarse  al  ñn  del  tumbo  Lesiónense  (f.  452  v.),  con  letra 
diversa  de  lo  demás,  el  no  existir  su  original  tampoco,  sino  copia  suelta  en  letra  del 
siglo  XI 11,  y,  sobre  todo,  su  redacción  le  hacen  muy  sospechoso  de  falsedad. 

(2)  Por  ejemplo:  el  testamento  de  Hermenegildus  Felici,  diácono,  en  936  (tumbo 
Leg.,  f.  397).  —  Documentación  de  doña  Salomona  (Id.,  f.  277  y  sigs.). 

—    137   — 
18 


LEÓN 

sensible  es  de  vulgaridad  general,  rústico  y  mezquino,  aunque  sin  las 
depravaciones  y  grosería  de  Galicia.  Todo  es  plebe,  de  la  que  solamente  el 
clero  y  monasterios  se  destacan,  sin  salir  de  cierta  vulgaridad  tampoco, 
según  acreditan  los  libros  que  manejaban;  pero  quizá  con  buen  espíritu 
moral  y  religioso,  que  legitimaría  su  ascendiente. 

De  administración  local  poco  se  trasluce.  Probablemente  las  colec- 
tividades vecinales,  llamadas  «collaciones»  con  frecuencia  (i)  y  reunidas  en 
«concilio»,  se  regirían  con  igual  sencillez  que  los  concejos  de  hoy  en  el 
país  mismo;  y  aun  las  viudas  gozaban,  como  hoy,  de  todo  derecho  (2).  El 
único  funcionario  oficial  era  el  sayón,  encargado  de  las  exacciones  legales;  la 
fuerza  representativa  estaba  en  los  vecinos  honrados,  «homines  bonos»  (3); 
actuaban  ellos  mismos,  en  número  ilimitado,  reuniéndose  en  la  iglesia, 
y  allí  ejercían  autoridad,  refrendaban  escrituras  y  ventilaban  sus  pleitos 
conforme  a  la  ley  gótica  (4),  sin  más  sanción  ulterior  ni  aun  apelación, 
que  sepamos.  En  Astorga  el  obispo  presidía  los  juicios;  en  León,  ya  se 
constituía  en  tribunal  el  rey  con  su  corte  de  obispos  y  magnates;  ya 
juzgaba  el  obispo  (5),  ya  un  mayordomo  o  un  «préside»,  alcalde  tal  vez,  y 
esto  en  causas  criminales  (6).  Cuando  el  litigio  era  entre  mujeres,  presidía 
la  reina  (7).  Sólo  en  casos  especiales  actuaba  un  juez  del  rey,  o  sea  un 
alvacil,  en  los  concejos;  así  como  en  localidades  de  realengo,  probable- 

(i)  Recuérdese  la  nota  6.'  de  la  pág.  136,  donde  se  alude  a  la  «coUacio  de  Melgare», 
que  seguramente  era  de  laicos,  puesto  que,  años  después,  Filauria  e  Isciame,  dos  de  sus 
individuos,  resultan  casados.  El  tumbo  Legionense  (f.  212)  menciona  «homines  de  colla- 
cione  sancti  loannis  in  Vega»,  año  938;  y  en  diploma  de  Astorga,  sin  fecha  (B.  N.,  ms.  9194, 
f.  146),  confirman  varios  hombres  «in  coUacione  sancti  Petri». 

(2)  «Goda  et  Senda  mulicres  viduas  ut  habeant  foro  secundum  habuerunt  parentela 
eorum»:  año  966  (tumbo  Leg.,  f.  373). 

(3)  «Homines  bonos  qui  ibi  presentes  fuerunt»  al  otorgamiento  de  una  escritura,  987 
(tumbo  Leg.,  f.  292  v.).  —  «Homines  bonos»:  «in  concilio  de  Palaciolo  et  de  Ceia»,  1003 
(bec.  Sahag.,  f.  212  v.);  «rogaverunt»,  998  (Id.,  f.  184);  «rogant»,  1027  (tumbo  Leg.,  f.  302).— 
«Concilio»  en  Astorga,  sobre  pleito  ante  el  obispo,  magnates  de  palacio  «et  multorum  fili 
benenatorum  hominum»:  1026  (Id.,  f.  277). 

(4)  Vignau:  obra  cit.,  núms.  614  y  826.  Tumbo  Leg.,  f.  i85,  etc.,  etc. 

(5)  Vignau:  id.;  núm.  586. 

(6)  Tumbo  Leg.,  fs.  463  y  394,  datos  ambos  correspondientes  a  1039. 

(7)  Id.;  f.  302  V.,  año  1057. 

-    138- 


LEÓN 


mente,  ejercía  el  conde  o,  en  representación  suya,  un  mayordomo  o  vica- 
rio. De  «maiorino»,  en  tierra  leonesa,  no  recuerdo  sino  citas  muy  tar- 
días (i). 

El  hecho  histórico  social,  que  todas  estas  series  de  datos  vienen  a 
poner  de  relieve,  podrá  tal  vez  formularse  bajo  la  siguiente  generalización: 
Colonizada  la  vertiente  meridional  cantábrica,  con  el  Bierzo,  Astorga,  León, 
Amaya,  etc.,  Alfonso  111  se  aprovechó  de  sus  victorias  sobre  los  cordobe- 
ses para  extender  la  repoblación  hasta  el  Duero,  con  Zamora  y  los  Campos 
góticos.  El  procedimiento  adoptado  para  ello  hubo  de  consistir  en  atraer 
a  gentes  de  la  zona  musulmana  fronteriza  y  amparar  a  los  fugitivos  anda- 
luces, especialmente  monjes,  inadaptables  al  medio  musulmán  y  obliga- 
dos, ante  las  revueltas  del  país,  a  expatriarse.  Estas  gentes,  que  se  reco- 
nocían a  sí  mismas  como  romanas,  no  godas,  según  el  concepto  árabe 
de  «romíes»,  hiciéronse  valer  de  tal  modo  que  sus  nombres  brillan  en  la 
corte  de  León,  en  los  palacios  episcopales  y  en  la  administración  del  reino 
durante  todo  el  siglo  X;  ellos  aportaron  elementos  meridionales  de  todo 
género  y  signos  de  cultura,  cuales  son  los  arriba  enunciados;  mas,  por 
encima,  flota  algo  más  profundo  y  humano,  más  decisivo  tal  vez  en  el 
porvenir  nacional,  y  es  un  sentido  democrático,  aprendido  en  la  vecindad 
con  musulmanes  y  en  la  común  desgracia  de  los  sometidos  españoles. 
Cuánto  pudiese  haber  de  acción  modificativa  en  ese  pueblo,  respecto  de 
la  base  asturiana  o  sea  goda,  quizá  se  refleje  a  través  de  los  ordena- 
mientos famosos  de  León  y  Coyanca;  pero  realmente  es  factor  imposible 
de  aislar  hoy  día.  En  cambio,  la  parte  pasiva,  el  lastre  echado  por  el  vulgo 
de  arabizados  leoneses,  labriegos  trabajados  por  la  adversidad  y  esclavos 
del  suelo,  perdura  verosímilmente  en  el  tipo  castellano,  prosaico,  tran- 
quilo, contento  con  mirar  crecer  sus  mieses  en  la  llanura  feraz;  pasando 
con  nabos  y  centeno,  criados  a  duras  penas  entre  los  canchales  de  la  zona 
pobre:  serán  aquellos  villanos,  cuyos  orígenes  no  sin  sagacidad  trató  de 
inquirir  el  benedictino  Sarmiento  (2).  Ellos  mantuviéronse  ajenos  al  im- 
pulso conquistador  de  los  montañeses,  y  así  quedaron  acorralados  tras  de 

(i)     Año  1042:  cart.  de  Morerucla,  n."  i.  —  Año  1045:  cart.  de  Eslonza;  supl.,  n.°  10. 
(2)     Valladares:  Semanario  erudito;  tomo  V. 

—    139  — 


LEÓN 


las  colonias  militares  que  progresivamente  se  iban  fundando,  como  avan- 
zadas contra  la  morisma,  en  los  bordes  de  la  meseta  castellana,  y  donde 
floreció  nuestra  casta  de  hidalgos  inquietos,  holgazanes  y  soñadores. 

La  vida  de  los  monasterios  leoneses  nos  es  conocida  con  cierta 
precisión.  Los  reyes  solían  favorecerlos,  cediéndoles  iglesias  v  vilas  con 
jurisdicción  sobre  sus  habitantes;  pero  la  munificencia  particular  a  favor 
de  ellos  revélase  muy  parca  en  un  principio,  determinando  esto  la  des- 
aparición y  fusión  de  muchas  fundaciones.  Sahagún,  cuyo  gran  cartulario 
poseemos,  no  recibió  de  particulares  sino  unas  ocho  donaciones  desde  su 
fundación  hasta  960,  al  paso  que  alcanzan  a  36  en  los  veinte  y  cinco  años 
sucesivos,  y  asi  progresivamente.  Hágase  cuenta  de  que  las  adquisiciones 
monásticas  reflejan  más  bien  días  de  miseria  y  calamidades,  a  cuvo  remedio 
acudían  los  monjes,  recibiendo  en  compensación  fincas  de  los  favorecidos; 
así,  por  ejemplo,  el  año  gSo,  que  fué  de  hambre,  o  año  pésimo,  como  se  le 
llamaba  (1),  tradúcese  en  los  becerros  castellanos  de  Cárdena  y  Valpuesta 
por  un  auge  extraordinario  en  el  número  de  fincas  adquiridas,  a  título  de 
cesión  casi  todas;  y  como  esto  mismo  se  da  respecto  del  965.  no  sólo  en 
dicho  libro  de  Cárdena,  sino,  además,  en  el  de  Sahagún,  es  dable  inferir 
que  también  éste  sería  mal  año.  Sin  embargo,  la  primera  mitad  de  aquel 
siglo  X  fué  para  los  monasterios  leoneses  su  período  más  fecundo  en  arte, 
cuando  el  entusiasmo  de  los  monjes  les  llevaba  a  labrar  con  sus  propias 
manos  y  esfuerzo  iglesias,  alardeando  de  no  oprimir  al  pueblo  con  pres- 
taciones personales,  a  que  el  derecho  jurisdiccional  autorizaba. 

Estas  iglesias  son  las  estudiadas  a  continuación,  donde  lo  andaluz  de 
su  arquitectura  se  justifica  por  un  ambiente  mozárabe,  comprobado  en  su 
origen  respecto  de  varias  comunidades,  y  formando  grupo  bien  homo- 
géneo, original  y  de  valor  extraordinario,  dentro  de  la  evolución  del  arte 
cristiano.  Ellas  aparecían  antes  como  algo  exótico  y  accidental  dentro  del 
ambiente  leonés;  mas  ahora,  una  vez  reconocida  la  integridad  de  manifes- 
taciones meridionales  y  arabizadas  que  hicieron  irrupción  en  aquel  suelo, 
dicha  arquitectura  resulta  expresión  monumental  adecuada  y  aun  típica 
de  nuestra  España  cristiana  en  el  siglo  X. 


(i)     Bulletin   hispanique;  t.  Vil,  p.   335. 

—    140  — 


SAN  MIGUEL  DE  ESCALADA 


l.a  historia  de  este  edificio  se  consigna  exclusivamente  en  una  ins- 
cripción latina,  publicada  por  Risco  (i),  y  de  cuya  existencia  poseemos 
testimonios  anteriores  (2),  pero  nadie  más  la  copió  y  ha  desaparecido.  Ella 
dice  (3)  que:  «Este  local,  de  antiguo  dedicado  en  honor  del  arcángel  Miguel 
y  erigido  en  pequeño  edificio,  tras  de  caer  en  ruinas,  permaneció  largo 
tiempo  derrotado,  hasta  que  el  abad  Alfonso,  viniendo  con  sus  compañe- 
ros de  Córdoba  su  patria,  levantó  la  arruinada  casa  en  tiempo  del  poderoso 
y  serenísimo  príncipe  Alfonso.  Creciendo  el  número  de  monjes,  erigióse 
de  nuevo  este  hermoso  templo  con  admirable  obra,  ampliado  por  todas 
partes  desde  sus  cimientos.  Fueron  concluidas  estas  obras  en  doce  meses, 
no  por  imposici()n  autoritaria  ni  oprimiendo  al  pueblo,  sino  por  la  vigi- 
lancia insistente  del  abad  Alfonso  y  de  los  frades,  cuando  ya  empuñaba  el 
cetro  del  reino  García  con  la  reina  Mumadona,  en  la  era  g5i,  y  fué  consa- 
grado este  templo  por  el  obispo  Jenadio  a  doce  de  las  calendas  de  diciem- 

(i)  España  sagrada;  t.  XXXV,  p.  311.  Copiada  varias  veces,  por  ejemplo  en  las 
Inscripliones  llispaniae  christianae,  por  Hübncr,  bajo  el  número  469,  con  algunas 
incorrecciones. 

(2)  Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia;  t.  XXXII,  p.  369. 

(3)  «Hic  locus  antiquitus  Michaelis  archangeli  honore  dicatus, 
brcvi  opere  instructus,  post  ruinis  abolitus,  diu  mansit  dirulus, 
doncc  Adcfonsus  abba  cum  sociis  advcniens  a  Corduvensi  patria 
edis  ruinam  crexit  sub  valentc  seren(issim)o  Adefonso  principe. 
Monachorum  numero  crcsccntc  demum  hoc  tcmplum  dccorum 
miro  opere  a  fundamine  exundique  amplilicatum  erigitur. 

Non  iussu  imperiali  ve)  oppresione  vulgi 

sed  abbatis  Adefonsi  et  fratrum  instante  vigilantia 

duodenis  mensibus  peracta  sunt  haec  opera, 

Garsea  sceptra  regni  paragens  Mumadomna  cum  regina 

Era  DCCCCLI 
Sacratumque  templum  ab  episcopum  lennadium  Xii  kal.  decembrium.» 

—    141    — 


LEÓN 

bre».  La  fecha  corresponde  a  20  de  noviembre  de  913,  y  no  vuelve  a 
saberse  otra  cosa  hasta  1040,  año  en  que  un  nuevo  epígrafe  conmemora  la 
exención  jurisdiccional  del  monasterio,  al  parecer.  Tenemos,  pues,  una 
fundación  mozárabe  de  tiempo  de  Alfonso  IIl  y  con  monjes  cordobe- 
ses, perfectamente  documentada. 

La  iglesia  lleva  caracteres  de  tal,  que  perseveran  hasta  en  añadiduras 
románicas  del  siglo  XII;  además,  aunque  su  fecha  de  consagración  es  pre- 
cisa, el  edificio  suscita  problemas  e  incertidumbres,  como  de  ordinario,  y 
hemos  de  irlos  salvando.  Por  de  pronto,  si  algo  queda  del  pequeño  san- 
tuario donde  primero  se  instalaron  los  cordobeses,  han  de  ser  materiales 
sueltos;  acaso  varias  columnas  de  tipo  asturiano  que  en  la  actual  fueron 
aprovechadas  (i).  En  cuanto  al  buque  de  la  iglesia  no  puede  dudarse  que 
todo  surgió  de  una  vez:  sus  muros  guardan  absoluta  unidad  en  la  parte 
baja,  y  su  planta  no  deja  comprobar  modificación;  pero  en  el  curso  de  la 
obra  manifiéstase  con  toda  claridad  un  cambio.  Al  principio,  los  materiales 
eran  recogidos  por  aquellos  contornos,  y  les  caracteriza  su  grosería;  la 
mano  de  obra  se  escatimaba,  cortando  grandes  sillares,  y  no  hay  de  arte 
sino  algunas  molduras.  Luego,  se  trajo  caliza  fina,  como  la  de  Boñar,  con 
la  que  están  labrados  arcos  de  gracilidad  típica;  un  escultor  habilísimo  la 
entalló  con  gran  arte,  y  se  asentaron  capiteles  de  mármol  blanco,  hechos 
expresamente  y  en  perfecta  armonía  con  la  obra  de  piedra;  las  aras  de 
consagración  datan  de  entonces,  y  todo  hace  creer  que  ello  fué  realizado 
en  913.  Por  comprobación  se  impone  el  cotejo  de  otros  relieves,  copia 
verosímil  de  los  de  Escalada,  en  Boñar,  que  corresponden  a  920;  además, 
nuestra  iglesia  existía  ya,  de  seguro,  hacia  940,  cuando  le  fué  añadido  un 
pórtico,  que  nada  de  común  tiene,  en  cuanto  a  arte,  con  lo  demás  del 
edificio,  y  cuya  data  se  comprueba  mediante  analogías  evidentes  respecto 
de  Peñalba  y  Celanova,  según  veremos. 

El  edificio  existe  en  un  rellano,  por  encima  del  camino  que  va  a 
Rueda  del  Almirante,  dominando  la  amplia  vega  del  Esla,  de  cara  al  sol 

f  1)  Además,  en  el  museo  de  León  se  conserva,  como  procedente  de  esta  localidad,  un 
trozo  de  piedra  arenisca  recortado,  con  labor  geométrica  a  biseles,  de  aspecto  godo,  y  esta 
inscripción,  cuyo  tipo  de  letra  puede  referirse  al  siglo  Vil,  clara  y  completa,  mas  ininteligi- 
ble para  mí:  LCPA  *  RN  «SUO.  Quizá  es  fragmento  de  arquillos  decorativos  para  ventana. 

—    142  — 


ESCALADA 

y  dispuesto  a  media  ladera  de  un  pelado  cerro,  que  antes  llevó  encinas, 
destacado  en  el  borde  de  la  misma  meseta  en  cuya  punta  meridional  surgió 
la  romana  Lancia  (i).  Del  claustro  y  viviendas  monásticas  no  quedan  ya 
ni  aun  los  tapiales  que  fotografías  antiguas  acusan  (2);  a  la  espalda,  contra 
el  muro  septentrional  de  la  iglesia,  van  aglomerándose  las  arcillas  del 
monte,  arrastradas  por  la  lluvia,  y  una  soledad  absoluta  la  envuelve,  que 
se  traduciría  en  ruina  para  el  edificio  si  el  Estado  no  hubiese  acudido 
pocos  años  atrás  con  una  obra  de  consolidación  muy  laudable,  dirigida  por 
el  arquitecto  D.  Juan  B.  l>á/.aro  (3). 

Es  difícil  explicar  hoy  la  elección  de  aquel  sitio  para  monasterio,  si 
no  fué  exclusivamente  apego  al  santuario  de  san  Miguel  que  le  precedió, 
pues  allí  no  hay  agua  siquiera.  Respecto  de  sus  fundadores,  nótese  que 
andaluz  era  también,  y  Alfonso  de  nombre,  el  abad  primero  de  Sahagún, 
citado  en  escrituras  de  904  y  916,  sin  que  pueda  asegurarse  por  ningún 
indicio  tratarse  de  una  misma  persona,  ni  aparecen  relaciones  entre  los 
monjes  de  San  Miguel  y  los  de  Sahagún;  y  aun  hay  más,  puesto  que  Reces- 
vindo  se  llamó  el  segundo  abad  de  Sahagún,  cuyas  memorias  alcanzan 
hasta  947,  e  igual  nombre  llevaba  en  940  el  abad  de  San  Miguel.  Esta  casa 
parece  fué  dotada  por  Ramiro  III,  llegando  a  ser  muy  rica  y  de  patronazgo 
real.  Por  serlo,  D.^  Sancha  y  su  hermano  Alfonso  VI  la  cedieron  en  ii55 

(i)  El  camino  para  ir  allá  desde  León  ofrece  algunas  dificultades,  por  no  ser  transi- 
table para  coches  desde  que  se  aparta  de  la  carretera,  al  pie  de  la  meseta  de  Lancia,  hoy 
Villasabariego.  Ha  de  irse,  pues,  a  caballo,  o  bien  seguir  adelante  en  coche  hasta  pasado  el 
puente  de  Mansilla,  y  luego,  a  mano  izquierda,  por  otra  carretera  que  bordea  la  orilla  iz- 
quierda del  Esla,  hasta  llegar  a  Villamondrín,  frente  a  l'^scalada.  El  paso  del  río,  durante  el 
estiaje,  es  fácil  aunque  molesto  por  una  presa  de  molino  que  allí  lo  cruza;  además,  hay 
barca,  si  bien  con  servicio  bastante  irregular.  La  excursión  ha  de  hacerse  durante  un  día, 
porque  en  Valdabasta,  barrio  próximo  donde  vive  el  guardián  de  Escalada,  no  hay  aloja- 
miento alguno,  y  para  obtenerlo  habría  que  llegar  hasta  Gradcfes  o  hasta  Mansilla.  La  dis- 
tancia desde  León,  por  el  camino  más  corto,  no  baja  de  30  kilómetros. 

(2)  Principalmente  la  de  Laurent,  que  va  reproducida  en  la  adjunta  lámina  núme- 
ro XXXIX. 

(3)  Este  mismo  señor  publicó  un  estudio  del  monumento,  especificando  la  tendencia 
y  amplitud  de  las  obras  realizadas  por  él  en  1895,  modelo  en  su  género  y  no  imitadas  des- 
pués en  casos  similares  desgraciadamente.  Se  insertó  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  es- 
pañola de  Excursiones,  tomo  XI  (1903),  págs.  8,  36,  69  y  74,  quedando  sin  terminar. 

—    143  — 


LEÓN 


a  la  abadía  francesa  de  San  Rufo,  transformándose  en  priorato  de  canónigos 
regulares,  con  rápida  y  progresiva  decadencia,  hasta  acabar  en  parroquia 


Fig.  57.  San  Miguel  de  Escalada:  planta 

rural  pobrísima.  Al  P.  Fita  se  debe  la  reconstitución  histórica  de  Escalada 
con  abundancia  de  documentos  inéditos  (i). 

(i)     Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia,  tomos  XXXI  y  XXXll. 

—    144  — 


ESCALADA 

Su  iglesia  (Fi^s.  Sy  a  5();  láms.  XXXIX  a  XLVII)  (i)  es  una  basílica 
con  tres  ábsides  y  crucero;  mas  éste  no  se  acusa  al  exterior,  desde  donde 

.  las    naves   aparecen   corridas 

de  largo  a  largo,  quedando 
circunscrito  por  dentro  a  una 
simple  discontinuidad  en  la 
organización  de  arquerías  y 
a  unos  atajos  en  las  naves 
laterales;  pero  si  respecto  de 
la  estructura  del  ediíici(j  ello 
representa  poco,  en  cambio 
el  tal  crucero  limita  perfecta- 


^^  f  mente    la   parte   destinada   a 

^    a  presbiterio,  con  otro  atajo,  a 

¡^v^.^v^lliH,    ^fc.,^^.,.,,^^^  I  mitad  de  altura,  en  la  nave 

«  mavor,  a  modo  de  iconosta- 


^   -o    sis,  formando  tres  galanos  ar- 
^    «    eos,  delante  un  madero,  ten- 


•S  dido  a  la  misma  altura  que  su 
$^\  I  remate,  y  pretiles,  de  los  que 
s^    rt    grandes  trozos  se  conservan. 


(i)  En  Monumentos  ar- 
quitectónicos de  España  apa- 
recen cuatro  láminas  referentes  a 
ella,  con  planta,  alzados  y  detalles 
en  gran  número,  dibujadas  por 
D.  Ricardo  Velázquez,  y  son  de  las 
más  recomendables  por  su  exacti- 
tud y  buen  arte  de  toda  la  serie. 
En  la  última  lámina  son  ajenos 
de  Escalada  los  capiteles  números 
6  y  g,  que  existen  respectivamente 
en  las  iglesias  de  Santa  Cruz  y  San  Lorenzo  de  Sahagún.  Kl  pretil  n.°  4  de  la  lámina  3.' 
ya  no  existe,  que  yo  sepa,  y  el  del  n."  3,  lámina  4.*,  debe  también  tenerse  en  cuenta, 
pues  no  se  le  ha  fotografiado  en  grande,  si  bien  aparece  en  nuestra  lámina  XLIV. 

—    145  — 


í9 


LEÓN 

Obsérvese  que  la  parte  restante  de  naves  constituye  un  cuadrado  perfecto. 
Los  ábsides,  dispuestos  sobre  planta  de  herradura  muy  desarrollada, 
parecen  un  retroceso  hacia  el  tipo  godo  de  la  basílica  de  Cabeza  del  Griego 
y  de  Marialba,  que  pasó  a  las  mezquitas  andaluzas  y  africanas  para  sus 
mihrabes,  y  es  típico  del  grupo  leonés  mozárabe.  Ya  les  vimos  así  en 
Pedret,  bajo  los  mismos  influjos  probablemente,  si  bien  las  capillas  leo- 
nesas difieren  por  ir  envueltas  en  un  macizo  cuadrangular,  como  los 
mihrabes  y  como  otros  ábsides  ya  reconocidos,  en  Melque,  Santa  María  de 
Tarrasa,  etc.  No  volviéndose  a  repetir  ello  en  el  período  románico-morisco 

—  salvo  el  caso  transicional  de  \'illarmún  —  resulta  de  estos  ábsides  un 
argumento  cronológico  bien  seguro  para  lo  mozárabe. 

Que  todo  el  edificio  estaba  preparado  para  no  llevar  bóvedas,  excepto 
en  los  ábsides  —  las  de  los  brazos  del  crucero  son  notoriamente  modernas 

—  pruébase  por  la  delgadez  de  muros,  que  no  pasan  de  56  centímetros, 
fabricados  —  excepto  lo  alto  de  la  nave  mayor  y  paramento  del  ábside 
central — con  mampostería  revestida  y  esquinas  de  sillares,  que  resistieron 
siglos  y  siglos,  gracias  a  su  buen  mortero;  mas  como  la  obra  carece  de  es- 
tribos, aun  en  los  puntos  donde  se  ejerce  la  presión  de  las  arquerías  inte- 
riores, resultaron  desplomos,  que  comprometían  gravemente  su  permanen- 
cia antes  de  la  reparación  susodicha.  En  la  mampostería  entró  piedra  de 
varias  clases,  la  que  el  suelo  daba,  predominando  una  pudinga  rojiza  gro- 
sera y  piedra  toba;  ía  cepa  se  formó  con  pedruzcos  muy  corpulentos,  y  en 
cuanto  a  las  esquinas,  jambas  y  pilares  son  de  sillería  de  piedra  muy  basta, 
caliza  al  parecer,  en  gran  aparejo,  que  llega  hasta  67  centímetros.  Los  dos 
pilares  (Fig.  60)  de  base  cruciforme,  van  despezados,  hilada  por  hilada, 

en  una  o  dos  piezas,  alcanzando  algunas  97  centímetros  de 
alto:  pilares  así,  aunque  muy  raros  antes  de  lo  románico, 
les  teníamos  desde  el  siglo  VIH  en  la  gran  Mezquita  de 
Córdoba.  Piedras  mayores  aún  hay  en  las  jambas  de  los 
arcos,  alternando  a  veces  las  enhiestas  con  otras  tendidas, 
Fig.  60.  Escalada:       que  entran  como  tizones  en  la  mampostería  para  trabazón 

pilares  del  crucero.  ,,>,■,  •       ■       ^     i    >  -vtihx 

de  la  obra.  Las  jambas  del  ábside  principal  (Lam.  aLIII) 
llevan  incorporados  fustes,  como  en  Melque  y  Asturias,  destacando  poco 
más  del  semicilindro,  procedimiento  excepcional,  aun  respecto  de  esta 
iglesia,  como  si  al  principio  no  hubiesen  pensado  sus  constructores  en  co- 

—   146  — 


ESCALADA 

lumnas  m¿\rm(')reas  sueltas,  cuales  son  las  que  sostienen  las  arquerías  de 
las  naves.  En  los  ábsides  menores  y  brazus  del  crucero  coronan  las  jambas 
impostas  molduradas,  que  vuelan  sólo  por  el  intradós,  según  costumbre 
andaluza,  abarcando  además  la  misma  pieza  algo  de  jamba  y  algo  de 
arquivolta,  como  se  practici')  en  edificios  cordobeses  del  siglo  IX.  El 
molduraje  (Fig.  6i)  se  compone  de  amplísima  escota  entre  dos  boceles 
minúsculos,  resultando  anómala  tal  combinación,  puesto  que  lo  usual  en 
este  grupo  de  edificios,  como  en  lo  godo  y  andaluz,  es  el  predominio  de 
la  nácela  o  semiescota  casi  absolutamente. 

A  punto  de  voltearse  los  arcos  hubieron  de  mejorar  las  condiciones 
de  trabajo  en  el  edificio,  acarreándose  entonces  piedra  caliza  compacta, 
que.  por  su  gran  finura,  se  prestaba,  no  sólo  a  tallar  dovelajes  con  la  pre- 
cisión debida,  sino  además  a  esculpir  miembros  decorativos,  que  en  esta 
iglesia   constituyen    su    nota   más 
singular.  Efectivamente,  los  arcos 
(Lám.  XLV)  están  despezados  en 
desiguales,  pero  angostas  dovelas, 
y  ellas  trasdosadas    y    con    juntas 
sutilísimas;  su  curva  es  de  herra- 
dura, con  amplitud  que  varía  de     — 
un    tercio   a   la    mitad    del   radio, 
aproximadamente,  sobre  el  semi- 
círculo,  excepto    los   laterales   del 
crucero,  mucho  menos  desarrolla- 
dos, por  atenerse  su  alto  a  la  ra- 
sante  de   armaduras   del    cuerpo   de    la    iglesia,    comprobando   ello   que 
desde  luego  no  se  pensó  en  destacar  el  crucero  respecto  de  las  naves.  En 
cuanto   al    despiezo   sería    necesario    hacer   plantillas    para   determinar 
bien  su  trazado,  pues  evidentemente  el  sistema  usual  es  casi  tan  com- 
plejo e   incierto  como  en   Melque.   Parece,  sin  embargo,  que  las  juntas 
próximas  a  la  clave  son  radiales  v  las  sucesivas  convergentes  un  tercio 
del   radio   más  abajo.    En   los  ábsides   laterales,    cuyos    arcos   serian    los 
primeros  en  hacerse,  el  despiezo  parece  radial  en  absoluto  (Lám.  XLIV);  el 
arco  de  enmedio  ofrece  como  particularidad  llevar  descentrado  por  eleva- 
ción su  trasdós  (Lám.  XLIII),  obedeciendo  a  influjo  cordobés  precisamen- 


I'ig.  6i.  Escalada:  impostas  de  arcos 


—    147    — 


LEÓN 

te  (i),  y  los  del  iconostasis. llegan  a  un  límite  máximo  de  gracilidad  y  ele- 
gancia (Láms.  XLI  y  XLII). 

Al  principio  de  la  construcción  se  prepararon  para  los  arcos  simples 
impostas  sobre  sus  jambas,  salvo  en  el  ábside  mavor,  según  va  dicho; 
después,  bajo  un  régimen  de  más  amplios  recursos,  encapiteláronse  las 
jambas,  o  bien  se  les  adaptaron  columnas  tangentes,  haciendo  juego  con 
las  otras  sueltas  que  separan  las  naves.  De  antas  o  jambas  con  capitel  hay 
algún  caso  en  Asturias  (2);  pero  sobre  todo  abundan  capiteles  así,  de  base 
rectangular  y  de  estilo  corintio  bárbaro,  en  esta  región  del  NO.,  proban- 
do que  se  les  usó  desde  antes  de  la  invasión  musulmana  (3).  Precisamente 
aquí  en  San  Miguel  se  aprovecharon  dos,  recortándolos  para  acomodarlos 
al  arco  de  la  nave  lateral  derecha,  mientras  se  hacían  otros  nuevos  análogos 
para  el  de  enfrente  y  para  el  iconostasis.  Las  columnas  tangentes  a  jambas, 
pero  llevando  capiteles  entregos,  o  sea  tallados  en  un  sillar  que  entra  en  el 
muro,  constituyen  regla  generalísima  en  Asturias  antes  del  período  romá- 
nico, y  su  repetición  en  Escalada  es  particularidad  muy  digna  de  anotarse, 
pues  demuestra  un  influjo  asturiano,  que  no  vuelve  a  observarse  en  las 
demás  iglesias  de  esta  serie.  Otra  particularidad,  achacable  a  la  misma 
causa,  es  la  ausencia  de  cimacio  sobre  los  capiteles,  que,  en  relación  con 
arcos  de  herradura,  constituye  caso  único,  fuera  del  menos  significado  de 
Lourosa.  Realmente  les  hay  en  Escalada,  sobre  las  columnas  exentas  de  sus 
naves,  pero  como  simples  tableros  incorporados  a  los  arcos  (4). 

(i)  El  hecho  se  repite  con  mucha  posterioridad,  aplicado  al  arco  semicircular,  en  la 
arquitectura  lombardo-toscana,  sin  explicación  conocida,  que  yo  sepa.  Acaso  derive  tam- 
bién de  lo  español,  puesto  que  vemos  la  iglesia  románica  de  San  Pedro  de  Galligans,  en 
Gerona,  con  sus  ventanajes  y  una  puerta  dispuestos  de  igual  modo,  o  sea  descentrado  el 
trasdós  de  sus  arquivoltas. 

(2)  San  Salvador  de  Priesca,  en  los  arcos  de  sus  capillas  laterales.  Las  pilastras  deco- 
rativas de  Santullano  de  los  Prados  son  poco  de  fiar,  tal  como  se  hallan  de  recortadas  hoy. 

(3)  Les  hay  romanos  en  el  museo  de  Pontevedra  y  en  Alija  de  los  Melones  (León). 
Posteriores,  en  San  Tirso  de  Oviedo,  e  iconostasis  de  Lena,  unos  y  otros  aprovechados,  y  en 
Camarzana  y  Sta.  Marta  de  Tera  (Zamora).  Desde  el  siglo  X  en  adelante  quizá  no  haya 
otros  en  estas  comarcas. 

(4)  Para  uno  de  ellos,  sobre  la  primera  columna  del  lado  del  Lvangelio  hacia  los  pies, 
aprovechóse  un  mármol  con  epitafio  métrico  pagano,  sólo  en  escasa  parte  visible,  y  ella  no 
bien  leída  todavía  (Bol.  Acad.  H  ist .;  t.  XXXI,  p.  514). 

—    148  — 


ESCALADA 

Los  ábsides  cúbrensc  c<jii  b(')\cdas  cupuliformes,  de  tipo  especial, 
pues  forman  tres  cascos  al¿;o  cóncavos  y  delante  un  cuarto  paño  como  de 
bóveda  de  aristas,  proyectando  su  semicírcuhj  tras  del  arcu  de  entrada.  Ya 
vimos  en  Melque  la  bóveda  baída  con  aristas;  aquí  tenemos  otro  caso  aná- 
logo, a  base  de  cúpula,  y  varios  más  observaremos  en  iglesias  del  mismo 
grupo,  constituyendo  un  verdadero  sistema,  C(m  arraigo  en  las  cúpulas 
gallonadas  bizantinas  y  andaluzas.  Como  ejemplar  más  antiguo  recuérdese 
la  constantinupolitana  de  S.  Sergio  y  Baco  (i).  Los  ábsides  colaterales  de 
Escalada  no  pueden  estudiarse  en  su  estructura  por  hallarse  revestidos,  y 
además  les  desfiguran  cornisas,  probablemente  modernas;  el  ábside  central 
si  tiene  visible  su  aparejo  de  caliza  fina,  a  hiladas  horizontales  muy  angos- 
tas, excepto  el  casco  anterior,  volteado  como  arco;  las  aristas  se  acusan, 
como  en  las  bóvedas  de  sillería  romanas,  en  piezas  acodadas,  que  sirvieron 
de  guía  seguramente  para  tramar  la  bóveda,  y  ella  arranca  sobre  un  anillo, 
a  modo  de  friso,  esculpido.  Las  ventanas  son  rectangulares  y  con  derra- 
me hacia  adentro.  Sobre  la  bóveda  del  ábside  mayor,  hasta  la  armadura 
del  tejado,  media  un  hueco,  que  trae  a  la  memoria  los  aposentos  o  refugios 
de  las  iglesias  asturianas,  si  bien  aquí  no  aparece  ventana  ni  puerta  que  le 
corresponda. 

El  muro  del  ábside  principal  lleva  un  paramento  exterior  de  sille- 
ría de  arenisca,  limitado  por  dos  estribos,  lo  que  se  reconoce  como  obra 
del  siglo  XII,  y  prosigue,  abarcando  el  colateral  de  hacia  sur,  hasta  unirse 
con  la  torre,  que  es  del  mismo  tiempo  (Lám.  XL).  Salvóse,  no  obstante,  en 
esta  reforma  toda  el  ala  del  tejado,  hecha  con  la  misma  caliza  fina  de 
adentro,  y  obra,  en  su  género,  selecta  (Fig.  62).  Compónese  de  modillones 
en  curva  de  nácela,  formando  lóbulos  convexos,  con  sus  respectivas  tabicas 
y  cobijas,  y  arrancando  sobre  una  cornisita  de  dientes  de  sierra  entre  dos 
listones.   Este  último  tema  es  oriental  (2);  se  le  halla  en  Córdoba   rara 

(i)  Sus  diez  y  seis  cascos  son  alternativamente  llanos  y  cóncavos  (A.  van  Millingen: 
Byzaniine  churches  in  Constantinople,  fig.  28).  Otras  ciipulas  bizantinas  de  gallo- 
nes son  frecuentes  en  iglesias  del  siglo  X. 

^2)  Como  cornisa,  o  sea  volando  sobre  su  listón  de  abajo,  existe  en  los  palacios  sasa- 
nidas  de  Sarvistán  y  Firuzabad,  en  las  ruinas  de  Raccay  de  Rabatammán,  en  iglesias  bizan- 
tinas desde  el  siglo  X  en  adelante,  en  el  palacio  musulmán  argelino  de  Sedrata,  etc.  Como 
friso,  tal  como  en  Escalada,  se  da  en  la  torre  de  San  Apolinarc  en  Ravena  (Ricci:  Ravenna, 

—    149  — 


LEÓN 


Fig.  Ó2.  Escalada:  alero  del  ábside  principal 


vez  (i),  pero  sí  mucho  en  obras  toledanas,  hecho  con  ladrillos  (2).  Es  pro- 
bable que  se  repitiese,  más  reducido,  en  los  ábsides  laterales,  pues  hay  un 
pequeño  tro- 
zo bajo  el  te- 
jado contiguo 
a  la  torre. 
Tocante  a  los 
modillones 
son  de  estir- 
pe cordobesa; 
allí  les  tene- 
mos iguales 
en  las  partes 
más  primiti- 
vas de  la  gran 

Mezquita;  siguieron  imitándose  a  través  del  Califato  y  perseveran  hasta  el 
período  morisco  (3).  En  lo  leonés  caracterizan  todo  el  grupo  mozárabe, 
y  luego  se  adaptaron  a  lo  románico  (4). 

fig.  53),  en  la  cabecera  de  San  Ambrosio  y  torre  de  San  Sátiro  en  Milán  (Cattaneo:  obra  ci- 
tada, figs.  121  y  127),  aquélla  y  éstas  atribuidas  al  siglo  IX,  y  en  edificios  posteriores  lom- 
bardos y  catalanes,  por  ejemplo  San  Pedro  de  Galligans. 

(i)  Guarniciones  de  arcos  en  las  naves  de  la  Gran  Mezquita,  correspondientes  a  la 
ampliación  de  Alháquem. 

(2)  A  partir  del  año  1000,  en  las  fachadas  del  Cristo  de  la  Luz  (Gómez-Moreno: 
Arte  mudejar  toledano);  en  lo  posterior  morisco,  hasta  el  siglo  XIV,  y  en  toda  la 
irradiación  castellana  del  mismo  arte. 

(3)  Así  son  todos  en  el  susodicho  edificio,  incluyendo  restauraciones  posteriores  a  la 
conquista  cristiana,  y  en  iglesias  de  la  misma  Córdoba,  por  ejemplo  San  Miguel. 

(4)  Ejemplos  románicos:  San  Isidro  y  Santa  María  del  Camino  en  León;  la  catedral  y 
la  colegiata  del  Sar  en  Compostela,  etc.  El  grupo  francés,  provenente  de  la  misma  cepa, 
abarca  iglesias  de  Auvernia,  Nevers,  Perigeux,  etc.  (Viollet-le-Duc:  Diction  naire...  t.  IV, 
págs.  309  y  322).  Realmente  los  ejemplares  de  Galicia  y  Francia  no  se  derivan  del  arte  leonés 
sino  del  árabe  de  Córdoba.  La  teoría  de  Viollet-le-Duc  a  este  propósito  es  tan  ingeniosa 
como  insubsistente,  pero  no  conociendo  nuestro  arte  era  legitimo  apelar  a  la  fantasía  en 
busca  de  explicación  para  una  forma  artística  sin  precedentes  europeos  y  tan  bella  como  la 
de  los  modillones  de  Clermont-Ferrand,  a  los  que  acompañan  cobijas  con  platillos  gallona- 
dos,  igualmente  cordobeses. 


—   i5o 


ESCALADA 


La  nave  central,  de  pies  a  cabeza,  levántase,  por  encima  de  las  co- 
laterales, cuanto  fué  necesario  para  dotarla  de  ventanaje  a  lo  largo.  Esta 
parte  del  edificio  varia  por  estar  fabricada  con  ladrillos  y  barro,  dando  un 
grosor  de  45  centímetros  a  los  muros  largos;  las  esquinas  prosiguen  de 
sillería,  como  abajo,  y  los  hastiales  siguen  también  de  mampuesto  hasta 
su  cima.  Los  ladrillos  son  rojos,  durísimos  y  alabeados,  por  excesiva  co- 
chura, midiendo  30  centímetros  de  largo,  por  la  mitad  de  ancho  y  hasta  6 
de  grueso.  Todo  inclina  a  creer  que  aun  esta  parte  del  edificio  es  primiti- 
va, y  que,  si  se  varió  de  material,  fué  para  aliviar  de  carga  las  arquerías 
sobre  que  tales  muros  posan.  El  ventanaje  consta  de  seis  arquillos  a  cada 

I  lado,  dispuestos  sobre 
los  macizos,  aproxi- 
— T\       madamente: el  último 


^^f^t{       hace   excepción,    ca- 
^  ji\^^    ^"X'^.íO'U       vendosobresurespec- 


Fig.  '13.  Escalada:  modillones  del  alero,  a  los  extremos  de  las  naves 


tivo  arco  del  crucero; 
mas  sólo  es  decorati- 
vo y  no  se  acusa  por 
fuera.  Interiormente 
son  todos  iguales,  a 
medio  punto  y  abo- 
cinados; pero  con  de- 
rrame que  varía  de 
uno  a  otro,  alternati- 
vamente, dejando  su 
abertura  exterior  ya  algo  ancha  ya  angosta.  Los  arquillos  de  afuera  están 
recortados  en  una  sola  piedra  cada  uno.  Otras  ventanas,  grandes,  rectan- 
gulares y  provistas  de  celosías  de  piedra,  hay  en  el  copete  de  los  hastiales. 
Frisos  de  dientes  de  sierra  entre  listones,  como  el  del  ábside  central, 
pero  hechos  con  ladrillos,  según  cuadra  a  su  estructura,  corren  por  estos 
hastiales,  debajo  de  sus  ventanas,  encima,  guarneciendo  las  pendientes  del 
tejado,  y  además  a  todo  lo  largo  de  los  muros  laterales,  sobre  sus  ventani- 
llas (Lám.  XL).  En  las  esquinas,  tanto  de  esta  nave  central  como  de  las 
bajas,  vuelan  modillones  de  piedra,  análogos  a  los  de  la  capilla  mavor, 
pero  dispuestos  en  línea  recta  y  oblicuamente  sus  lóbulos,  que  además  se 


—   i5i  — 


LEÓN 


adornan  por  los  costados  con  rosetas  varias  (Fig.  63).  Estos  modillones 
constituían  los  extremos  de  las  alas  del  tejado,  cuyos  demás  elementos  eran 
de  madera,  según  dos  ejemplares  de  modillones  descubiertos  por  el  señor 
Lázaro,  iguales  a  los  de  piedra,  pero  algo  cóncavos  en  su  corte  general  y 
con  florecillas  de  seis  pétalos,  todas  iguales,  talladas:  su  grueso  es  de  siete 
centímetros  (Fig.  64). 

Las  armaduras  de  las  naves  bajas  son  recientes,  y  sustituyen  a  otras 
modernas  y  malas,  según  el  Sr.  Lázaro.  La  de  la  nave  central  se  conserva 
muy  bien,  no  pasa  del  siglo  XIV  y  es  obra  morisca  notable,  embellecida 
con  pinturas  de  ataurique  y  los  blasones  de  Castilla  v  León  repetidos.  La 
primitiva  estuvo  algo  más  baja,  y  su  punto  era  menor,  según  acreditan  los 
hastiales. 


Fig.  64.  Escalada:  modillón  de  madera,  procedente  de  la  nave  principal 

De  puertas,  una,  con  doble  plancha  de  madera  y  no  grande,  se  ve 
tapiada  en  el  muro  septentrional,  acaso  primitiva  y  destinada  a  una  sa- 
cristía, que,  sin  embargo,  no  ha  dejado  huellas.  De  otra  puerta,  muy  grande, 
se  conservan  las  jambas  de  sillería  en  medio  del  hastial  de  poniente;  parece 
que  tuvo  plancha  de  madera,  y  en  tal  caso  la  precedería  un  zaguán,  según 
costumbre.  Hacia  sur,  donde  estuvo  el  claustro,  existe  la  única  puerta  ac- 
cesible hoy  —  aparte  un  postigo  moderno  —  con  arco  de  herradura,  muy 
achaparrado  (Lám.  XLVII).  Sobre  él  hay  una  piedra  con  inscripción, 
bárbaramente  redactada  y  en  rudos  caracteres  mozárabes  escrita,  donde 
parece  vindicarse  la  jurisdicción — honorem — de  San  Miguel,  en  el  año  1040, 
y  sigue  una  escueta  mención  de  Fernando  y  Xancia,  reyes,  de  Cipriano, 
obispo  de  León,  y  de  Sabarico,  abad,  con  los  frades  y  socios  que  servían  la 


—    l52   — 


ESCALADA 

iglesia  (i).  Además,  en  un  salmer  de  dicho  arcü  eslá  el  epitafio  del  abad 
referid(j,  que  dice: 

«  t  Obiit  Sabaricus  abba  die  IP  feria  VIII  kalendas  nobembres 
era  LXLVir'  super  niilessima  (año  io5(j):  ipse  fecit  iste  arcum:  a  suo  cabo 
iace:  non  abea  parte  cum  Christo  orno  qui  de  isto  loco  sakare.  Amen»  (2). 

Consta,  pues,  que  Sabarico  «hizo»  este  arco.  Sus  impostas  llevan  mol- 
duraje  como  el  de  los  arcos  interiores  de  la  cabecera  (Fig.  61.  perfil  3.°); 
el  desarrollo  de  la  arquivolta  excede  justamente  en  una  mitad  del  radio  al 
semicírculo;  su  despiezo  es  suprarradial,  pero  sin  convergencias  deter- 
minadas ni  siquiera  simetría,  tal  como  se  observa  en  ciertos  arcos  del 
siglo  IX,  por  ejemplo  los  de  Melque  y  Alcazaba  de  Mérida,  y  el  intradós 
desarrolla  una  cierta  concavidad  a  los  lados,  lo  que  se  repite  en  la  cabecera 
de  esta  misma  iglesia,  en  varias  más  del  siglo  X,  que  iremos  anotando,  y 
en  el  Cristo  de  la  Luz  en  Toledo  (3).  Desconcierta  este  cuadro  de  caracte- 
res para  ser  obra  del  siglo  XI  muy  avanzado;  pero  la  solución  está  en  ella 
misma,  viendo  trazadas  con  bermellón,  sobre  sus  dovelas,  letras  en  orden 
alfabético,  idénticas  a  las  de  la  inscripción  de  1040,  según  es  costumbre 
proceder  cuando  se  rehace  una  obra  de  sillares  para  no  equivocar  el 
orden  de  piezas.  Hemos,  pues,  de  suponer  que  este  arco  es  de  los  más 
viejos  de  Escalada,  que  Sabarico  lo  repuso,  llevándolo  quizá  de  otro  sitio, 
y  así  se  explica  que  veinte  años  después,  al  escribir  el  epitafio,  lo  reputa- 
sen obra  suya. 

(i)  La  transcripción  de  Quadrado,  única  vulgarizada,  es  algo  defectuosa.  Su  copia 
literal  dice: 

^<Honorem  sci  Micaeli  arcangeli  |  era  LXXXVIII'  super  mila  |  regnante  principe  sere- 
nisimo  I  domno  nso  Fredinandus  rex  et  Scancia  re  |  su  uirtus  Xpi  Ciprianus  Dei  gracia  epi 
in  sea  Maria  |  sub  mscdiá  et  platas  Dni  Sabaricus  aba  |  cum  ómnibus  t'ratribus  et  socüs 
suis  I  cum  timorem  Dni  in  eglesia  sectantes». 

(2)  Publicada  ya,  pero  con  graves  yerros,  en  el  Boletín  de  la  Acad.  de  la  His- 
toria; t.  XXXI,  p.  478.  En  la  transcripción  de  arriba  van  desligadas  las  abreviaturas,  que 
no  ofrecen  vacilaciones  graves,  aun  dada  su  barbarie. 

(3)  Su  razón  de  ser  no  se  me  alcanza;  pero,  si  esta  particularidad  no  llega  a  compro- 
barse en  Andalucía,  será  cosa  de  asimilar  la  susodicha  mezquita  toledana  al  grupo  septen- 
trional mozárabe,  en  cuanto  a  su  estructura.  Con  el  revestimiento  general  que  hoy  la  en- 
mascara por  dentro,  desde  su  restauración  desdichada,  quedó  invisible  la  concavidad  suso- 
dicha de  las  arquivoltas. 

—    1^3  — 


LEÓN 


Ante  dicha  puerta,  cubriendo  todo  el  frente  meridional  de  la  iglesia 
hasta  ligar  con  la  torre  del  siglo  XII,  hay  un  píirtico  de  arcos  de  herra- 
dura sobre  columnas.  Su  número  es  de  doce,  pero  han  de  cor.^iderarse  dos 
tramos  perfectamente  distintos:  los  siete  arcos  occidentales,  lindantes  con 
el  cuerpo  de  la  iglesia,  son  lo  más  antiguo;  los  cinco  restantes  fueron  aña- 
didos, seguramente,  después  de  hecha  la  torre,  y,  aunque  imitan  a  los  pri- 
meros, la  diferencia  entre  ambos  grupos  es  harto  sensible. 

Los  arcos  más  antiguos  (Lám.  XLVI),  no  sólo  son  coetáneos,  sino  aun 
obra  del  mismo  artífice  que  la  iglesia  de  Santiago  de  Peñalba,  pues  ofrecen 
idénticos  caracteres,  permitiendo  atribuirlos  al  decenio  de  930,  v  su  moza- 
rabismo  es  absoluto.  Ellos  rebasan  en  amplitud  a  los  demás  de  esta  iglesia, 
llegando  la  proporción  entre  alto  y  ancho  de  su  curva  a  4  :  5;  el  trasdós 
sube  considerablemente,  como  en  los  cordobeses,  de  suerte  que  su  propor- 
ción es  la  normal  andaluza,  3  :  4,  y  se  guarnece  con  una  moldura  de  doble 
inflexión  cóncava  (Fig.  65),  que  además  trascendía  en  líneas  rectas  cons- 
tituyendo alfiz,  como  en  Peñalba,  Celanova  y  Córdoba.  En  cuanto  al  des- 
V  piezo,  en  el  arco  extremo,  donde  el  dovelaje  es  completo,  éste 

converje  a  un  punto  inferior  a  los  centros  y  único;  en  los  demás, 
que  están  enjarjados,  por  ser  sus  hombros  monolíticos,  la  parte 
adovelada  converje  al  centro  de  la  curva  del  intradós,  habiendo 
una  pieza  de  ajuste  en  vez  de  clave.  Las  columnas  de  todo 
S^^  este  tramo  forman  serie  también  con  las  de  Peñalba:  son  siete 

iguales,  provistas  de  cimacio,  y  la  primera,  a  partir  de  los  pies 

rig.  03. 

Escalada:      de  la  iglesia,  está  en  contacto  con  una  jamba  monolítica.  Luego, 
moiduraje     gigy^  pared  en  áneulo,  que  cierra  el  pórtico,  hecha  con  sillare- 

del  pórtico.  o        r  &         '  t  r 

jos  de  arenisca,  sin  guardar  hiladas,  pero  ajustándose  perfecta- 
mente entre  sí.  En  ella,  de  cara  a  poniente,  hay  una  ventana  con  arcos 
gemelos  monolíticos  de  herradura,  columna  partiéndola,  de  igual  estilo 
que  las  otras  vecinas,  y  alfiz  (Lámina  XLVII);  además  lleva  por  dentro 
alféizar  con  quicialeras  para  encajar  hojas,  cosa  mal  explicable  dada  su 
disposición  actual. 

De  pórticos  así  hay  precedente  en  el  de  Valdediós,  aunque  cerrado  y 
con  ventanas  (Lám.  XXIX);  posteriores  son  los  de  San  Salvador  de  Deva 
y  San  Isidro  de  León,  ambos  al  norte  de  sus  respectivas  iglesias;  varios 
en  tierra  soriana,  por  ejemplo  los  de  San  Esteban  de  Gormaz,  románicos 


—  164 


ESCAÍ.ADA 

todos,  y  por  último  Ui  serie  segoviana,  tan  cumplida  y  que  derivará  de  la 
anterior.  Realmente  los  modelos  del  pórtico  de  Escalada  nos  son  descono- 
cidos, y  tampoco  es  dable  comprobar  si  a  ejemplo  suyo  se  harían  otros:  la 
fragilidad  de  tales  construcciones  ha  hecho  su  desaparición  fácil. 

En  Escalada  la  decoración  merece  un  estudio  especial.  No  hay  otra 
tan  rica  en  iglesias  del  siglo  X,  y  ella  cierra  casi  nuestro  ciclo  ornamental 
cristiano  de  la  Edad  Media  remota.  Forma  tres  series:  piezas  aprovecha- 
das; las  hechas  hacia  913,  que  son  lo  más  y  lo  mejor;  y  columnas  corres- 
pondientes al  pórtico,  de  hacia  930,  que  forman  ciclo  aparte,  cuyas  mani- 
festaciones iremos  después  observando  en  otros  edificios. 

Se  aprovecharon  todos  los  fustes  del  interior,  excepto  dos,  situados 
junto  al  hastial  de  poniente,  que  son  de  piedra  caliza;  y  además  tres  en  la 
parte  menos  antigua  del  pórtico.  Los  primitivos  son  de  mármol,  rara  vez 
blanco,  generalmente  manchado  con  vetas  grises,  y  alguno  de  bella  pudin- 
ga;  sólo  dos  llevan  collarino  y  varios  se  componen  de  trozos  empalmados. 
Respecto  de  basas,  algunas,  de  mármol,  parecen  godas;  las  otras  son  de 
piedra,  groseras  y  desarrolladas  en  curva  continua  de  gorja.  Cinco  capi- 
teles pertenecen  a  este  mismo  grupo  de  aprovechamientos,  y  son:  dos 
para  pilastras,  en  el  arco  travesano  de  la  nave  colateral  hacia  sur,  cortados 
en  un  tercio  de  su  ancho,  por  venir  grandes  para  este  sitio:  llevan  una  fila 
de  hojas,  ancho  abaco  salpicado  de  adornillos  y  collarino;  pueden  ser 
godos.  Otros  dos  capiteles  (Lám.  XLVIII),  en  las  primeras  columnas  exen- 
tas de  las  naves,  son  corintios,  bárbaros,  con  hojas  lisas,  que  revuelven  su 
punta  considerablemente,  y  collarino  propio:  están  rotos  y  desgastados, 
conociéndose  que  rodaron  mucho  antes  de  colocarse;  algo  recuerdan  los  de 
Goviendes  en  Asturias,  lo  que  llevaría  a  clasificarlos  dentro  del  siglo  IX, 
mas  con  fijeza  no  sé  a  qué  arte  correspondan.  El  último  capitel,  puesto 
junto  a  uno  de  los  anteriores  (Lám.  XLVllI),  es  muy  corpulento  y  her- 
mana con  los  del  iconostasis  de  Santa  Cristina  de  Lena;  su  fuste  parece 
corresponderá,  dado  lo  bien  que  ajusta,  y  su  cimacio  podrá  ser  el  que  lleva 
la  susodicha  columna  vecina,  con  molduraje  sogueado,  particularidad  que 
decide  a  creer  estas  piezas  asturianas  y  no  anteriores  a  Ramiro  I. 

Pronto  hubieron  de  agotarse  las  piezas  decorativas,  más  o  menos  an- 
tiguas, disponibles  para  ir  enriqueciendo  el  edificio,  y  hubo  que  pensar  en 
hacerlas  nuevas.   Entonces  nacieron  capiteles  de  mármol  grisiento,   para 

—   i55  — 


LEÓN 

completar  las  columnas  de  las  naves,  pues,  dado  el  gran  peso  que  habían 
de  recibir,  exigíase  material  más  compacto  que  la  caliza.  Con  ésta  se  hicie- 
ron los  capiteles  entregos,  y  además  frisos  ornamentales,  pretiles,  aras  y 
celosías,  siendo  de  notar  que  estas  piezas  de  caliza  fina  llevaban  teñidos  de 
rojo  los  fondos  del  adorno,  según  dejan  ver  perfectamente  capiteles  y 
frisos,  siguiendo  la  costumbre  de  Andalucía.  Quizá  todo  ello  fué  obra  de 
un  solo  artífice,  diestro  en  el  relieve  a  biseles,  con  el  rigor  de  esquematis- 
mo que  desde  tiempos  godos  se  practicaba  sobre  modelos  bizantinos;  do- 
tado de  fantasía  para  componer  inagotable  serie  de  caprichos  ornamenta- 
les, girando  sobre  pocos  temas,  y  de  gusto  nada  selecto,  si  comparamos 
con  otras  obras  que  pudieron  servir  de  modelo,  pues  resulta  evidente  su 
inspiración  de  acarreo,  aprendida  en  los  edificios,  especialmente  godos, 
que  abundarían  entonces.  Más  indicios  de  su  procedencia  meridional  su- 
giere el  haber  representado  aves  cogiendo  un  pez  con  el  pico,  asunto  propio 
de  simbolismos  orientales  (i),  pero  que  hallamos  repetido  en  obras  cordo- 
besas del  siglo  X  (2)  y  en  la  decoración  de  códices  andaluces  y  toledanos 
mozárabes,  sobre  modelos  coptos  acaso;  también  hay  leones,  que  no  re- 
cuerdo sino  en  Naranco  y  Lena,  mientras  fué  representación  predilecta 
entre  musulmanes;  alguna  palmera;  la  trenza  de  cuatro  ramales,  ajena  a 
las  tradiciones  goda  y  asturiana  (3);  y  por  último,  el  friso  del  iconostasis, 

(i)  El  águila,  teniendo  entre  sus  garras  un  atún  o  un  delfín,  aparece  en  monedas 
griegas  de  Sinope  y  de  Istrus;  quizá  las  imita  un  disco  de  bronce  esmaltado  descubierto  en 
Wroxeter  (Reports...  of  the  Society  of  Antiquarics  of  London;  1913,  lám.  10, 
n.°  16),  y  un  ave  entre  peces  se  halla  esculpido  en  el  dintel  romano-siriaco  de  Jarbetclbeida 
(De  Vogüé:  Syrie  céntrale;  t.  1,  lám.  24).  A  este  último  caso  podría  darse  una  explica- 
ción, de  acuerdo  con  el  simbolismo  cristiano,  bien  sencilla;  mas  en  realidad  ésta  y  tantas 
otras  escenas  de  animales  vencedores  y  vencidos,  rapaces  y  mansos,  entran  en  un  simbo- 
lismo talismánico,  acaso,  de  los  pueblos  jonios,  explotado  luego,  más  o  menos  consciente- 
mente, por  cristianos  y  musulmanes. 

(2)  Pilas  de  Almanzor,  copias  verosímilmente  de  un  prototipo  siriaco:  una  en  la 
Alhambra,  con  inscripción  suplantada  de  Mohámed  III  (Rev.  de  Archivos;  t.  XXIX, 
lám.  IV);  gran  parte  de  otra,  con  fecha  de  988,  en  el  Museo  arqueológico  de  Madrid,  y  más 
fragmentos  de  la  misma  en  Sevilla,  uno  de  ellos,  en  su  Museo,  con  trozo  de  orla  represen- 
tando cisnes  y  peces.  (Id.;  t.  XXI,  lám.  XI  y  t.  XXXIII,  lám.  II). 

(3)  Se  la  halla  en  el  nimbar  de  Cairuán,  de  provenencia  mesopotámica,  siglo  IX,  y 
en  piezas  del  califato  cordobés.  Así  puede  atribuirse  a  origen  meridional  su  repetición  en 

—   1 56  — 


ESCALADA 


tallado  en  yeso,  arte  peculiar  de  moros  en  nuestra  Península.  No  perdamos 
de  vista,  sin  embargo,  que  la  composición  general  del  ornato  no  recuerda 
obras  cordobesas,  sino  las  espirales  de  follaje  con  aves  entre  medias,  que 
caracterizan  la  decoración  de  San  Pedro  de  la  Nave,  en  su  segunda  fase 
más  bizantina  (i),  y  un  fragmento  inédito  del  museo  de  Oviedo,  proce- 
dente de  Liño,  según  dicen,  (Fig.  66);  también,  otras  obras  precisamente 
orientales,  como  la  decoración  de  San  Nicolás  de  Mira  (2),  relieves  de  Ate- 
nas y  del  Athos,  de  Ravena  y  Venecia,  donde  se  dan  enlaces  de  cuadrados, 
como  en  Escalada;  y  especialmente  el  otro  pretil  de  Zaragoza,  con  esplén- 
didos roleos  de  follaje,  arriba  descrito  y  reproducido  (Lám.  X). 

De  esta  serie,  y  hechos  con  mármol,  hay  siete  capiteles  dentro  de  la 
iglesia  y  uno  en  el  pórtico  (Lám.  XLIX);  entregos,  de  caliza,  hay  hasta 
cinco  parejas,  y  coinciden  todos  en  re- 
medar el  orden  corintio,  llevar  con- 
sigo el  collarino  y  carecer  a  veces  de 
abaco.  Sus  hojas  son  lisas,  como  pen- 
cas, o  acusando  un  nervio  central, 
cuando  m.ás:  en  vez  de  caulículos  tienen 
simples  tallos  corvos,  o  bien  anchas 
alas  rayadas;  les  acompañan  flores,  a 
modo  de  palmetas  en  abanico,  otros 
tallos  u  hojas,  joyeles,  leones  y  aves 
llenando  huecos,  todo  ello  caprichoso, 
desgarbado,   feo   tal   vez.    Aunque   en 

realidad  son  ejemplares  únicos,  su  modelo  podría  reconocerse  en  cualquier 
remedo  bárbaro  de  aquellos  otros  capiteles  romanos  con  hojas  lisas  que 
tanto  abundan. 

De  frisos  esculpidos  hay  uno  en  torno  del  ábside  central,  sirviendo 
de  imposta  a  su  cúpula,  y  mide  21  centímetros  de  alto;  otros,  con  breve 


Fig.  66.  Museo  de  Oviedo: 
fragmento  decorativo,  procedente  de  Liño 


un  capitel  (Lám.  XXXI)  de  San  Salvador  de  Valdediós,  caso  único  entre  nosotros,  fuera  de 
Cataluña  —  iglesia  de  San  Pedro  de  las  Puellas,  en  Barcelona  —  y  de  ciertos  códices,  por 
influjo  corolingio  verosímil. 

(i)    Boletín  de  la  Sociedad  castellana  de  Excursiones:   1906. 

(2)     Rot:   Kleinasiatische  denkmáler;  fig.   i25. 


-   i57  - 


LEÓN 


nácela  debajo,  corren  sobre  el  arco  de  este  mismo  ábside,  a  lo  ancho  de  la 
nave,  y  sobre  los  dos  arcos  travesanos  colaterales;  y  además,  está  el  de 
yeso,  que  corona  el  iconostasis.  Todos  desarrollan  vastagos  ondulados,  con 
su  brote  de  hoja  en  cada  sinuosidad,  y  dentro,  ya  un  cogollo,  ya  racimo, 
ya  leones,  ya  aves  en  variadas  posturas  y  algunas  con  las  alas  abiertas. 
Pocas  veces  estos  animalejos  resultan  graciosos;  mas  ha  de  considerarse 
que  para  el  tiempo  en  que  fueron  hechos  equivalen  a 
obras  maestras.  En  cuanto  a  prototipo,  parece  legítimo 
buscar  obras  bizantinas,  por  ejemplo  los  marfiles  cala- 
dos que  guarnecen  las  tapas  del  sacramental  de  Monza, 
regalo  del  rey  Berengario  (i). 

Las  dos  celosías,  puestas  en  los  frontispicios  de 
ambos  hastiales  (Figura  67),  son  de  piedra  caliza  tam- 
bién, y  repiten  exactamente  una  composición  ornamen- 
tal, a  base  de  arquillos  de  herradura  y  venera  o  palmeta 
en  abanico,  tema  usual  en  decoraciones  godas.  Se  pare- 
cen a  otras  de  Asturias;  mas  en  sutileza  estas  de  Esca- 
lada difieren. 

Sin  lugar  fijo,  pero  seguramente  hechos  para  nues- 
tra iglesia,  se  han  salvado  hasta  seis  trozos  de  pretiles 
(Láms.  L  a  Lll),  de  caliza  fina,  cuyo  tamaño  aproxi- 
mado es:  I '02  de  alto;  o'62  a  o'Gy  de  ancho,  que  antes  hubo  de  ser  mucho 
más,  y  o'23  m.  de  grueso;  llevan  labor  de  relieve  por  una  de  sus  caras,  for- 
mando dos  series,  de  cuatro  y  dos  piezas,  a  tenor  de  sus  respectivos  ador- 
nos; pero  como  no  ajustan  entre  sí  las  partes  recortadas  es  imposible 
cerciorarse  de  su  tamaño  y  disposición  primitivos.  Hay  algún  fragmento 
de  la  misma  serie  en  el  museo  de  León;  otro  paño,  totalmente  diverso, 
que  no  he  podido  hallar,  fué  dibujado  por  el  Sr.  Velázquez  (Figura  68), 
y  finalmente,  sirviendo  de  dintel  a  la  puerta  de  la  adjunta  capilla  de  san 
Fructuoso,  debajo  de  torre,  existe  un  octavo  paño  (Lám.  Lili),  recortado 
en  semicírculo,  pero  completo  longitudinalmente,  que  mide  ¡'27  m.  y  her- 
mana con  el  otro  perdido,  por  el  adorno  de  una  de  sus  zonas;  lleva  en  sí 
un  epitafio  sin  fecha,  pero  del  siglo  XII,  que  habrá  sustituido  a  otro  letre- 


Fig.  67.  Escalada: 
celosías  de  los  hastiales 


(i)    Colasanti:  L'arte  bisaniina  in  Italia;  lám.  90. 

—   i58  — 


Í':SCALADA 

ro  primitivo,  tal  ve/.  La  culocaci(')n  (^rij^inaria  de  estos  pretiles  hubo  de  ser 
acotando  el  presbiterio,  quizá  entre  las  columnas  del  iconostasis,  cuyas 
basas  están  mutiladas  lateralmente,  huecos  que  coinciden  con  el  tamaño 
de  dicho  último  tablero,  y  otros  cerrarían  los  arcos  de  las  alas  del  crucero, 
en  cuyas  jambas  hay  unas  muescas  que  pudieron  servir  para  encajarlos. 
La  decoración  de  tales  pretiles .  


/JIH^'^Í. 


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se  distribuye  en  zonas  verticales, 
alternativamente  anchas  y  angos- 
tas; unas  veces  ellas  albergan  red 
de  cuadrados,  de  tipcj  bizantino, 
como  arriba  se  dijo,  y  que,  a  su 
vez,  se  llena  con  florones,  cogollos, 
racimos,  palmetas  y  aves  pico- 
teando; otras  veces  son  tallos,  de 
los  que  brotan  simétricamente  ho- 
jas, racimos  y  cogollos;  o  bien  los 
tallos  forman  espirales,  como  en 
los  frisos,  o  serie  de  círculos  enla- 
zados y  casi  siempre  con  aves  entre 
medias;  hay  también  una  red  de 
mallas  de  cuatro  lóbulos  con  flo- 
recitas,  y  cintas  de  doble  bisel 
trenzadas. 

Afines  de  estas  piezas  son  tres 
aras,  correspondientes  sin  duda  a 
los  ábsides.   Dos  de  ellas  son  casi 

iguales  (Figs.  69  y  70);  la  otra,  mayor,  y  todas  tres  de  caliza  fina  con  orlas 
talladas,  formando  trenzas  de  dos  ramales  y  a  doble  bisel,  ya  desarrolla- 
das en  curva  ya  en  ángulos  rectos,  y  la  tercera  con  tallos  ondulados  y  ho- 
jas, idénticos  a  los  frisos  y  pretiles.  No  cabe  duda  tocante  a  que  estas  pie- 
dras son  coetáneas  entre  sí  y  respecto  de  todo  el  edificio;  además,  sus 
caracteres  epigráficos  cuadran  perfectamente  con  la  fecha  de  consagración, 
913,  y  con  el  mozarabismo  de  los  monjes  constructores.  Baste  comparar 
sus  letreros  con  los  de  la  arqueta  Ovetense  de  las  ágatas  (año  910),  Montes 
(año  919),   Boñar  (año  920?)  y  Castañeda  (año  921),  para  desvanecer  las 


Fig.  68.    Pretil   procedente  de   Escalada:   hoy   perdido 


¡59    


LEÓN 


hipótesis  que  acerca  de  una  más  remota  antigüedad  formularon  los  seño- 
res Fita  y  Hübner  (i).  Al  ara  mayor,  no  conocida  en  facsímil  sino  por  los 
«Monumentos  arquitectónicos»,  se  atribuyó,  en  cambio,  la  fecha  de  1126, 

consignada  en  otra  ins- 
cripción que  corre  por 
sus  cantos,  cuando,  en 
realidad  es  perfecta- 
mente hermana  de  las 
aras  menores,  y  todas 
tres  enumeran  las  reli- 
quias santas  contenidas 
en  sus  respectivos  alta- 
res (2).  Ahora  bien,  el 
principal  hubo  de  ser 
restaurado  en  1 126;  en- 


+H0[lN/qLT/]RESVN7RE[iQy|E 
S/1NCTIEMILI/1MI  PRBRl 

SANCJ1B/1RT0L°ME1/1P5Ü 
SRNCTISTEFflNlLEVITE 
SflNCTLMARTlMIEnSCOR 


F¡g.  69.  Escalada:  ara  de  uno  de  sus  altares 


tonces,  SI  no  antes,  se 
le  añadió  una  reliquia 
de  Santiago  el  Mayor,  consignada  en  un  letrerito  junto  al  borde  (3),  y  se 
conmemoró  el  hecho  mediante  la  inscripción  del  canto  (4),  grabada  con  tor- 
peza y  desaliño,  que  contrastan  con  el  atildamiento  de  las  primitivas  (5). 


(i)  Inscript.  Hisp.  christ.,  n."382.  Su  tamaño  superficial  es  de  1*03  por  o'82  me- 
tros, según  se  desprende  de  los  correspondientes  dibujos  de  Monumentos  arquitectó- 
nicos, y  no  son  de  mármol  sino  de  caliza  fina. 

(2)  Las  hay  del  mártir  cordobés  Acisclo;  de  otros  dos  santos,  Cristóbal  y  Columba, 
acaso  los  martirizados  en  la  misma  ciudad  por  los  musulmanes;  de  san  Millán,  el  célebre 
presbítero  venerado  en  la  Cogolla;  de  san  Adrián,  san  Julián  y  santos  Cosme  y  Damián,  con 
especial  culto  en  otras  iglesias  leonesas,  etc. 

(3)  «f  Sci  lacobi  apsli  frtr  sci  loannis».  Su  tipo  de  letra  coincide  con  el  de  la  inscrip- 
ción de  Boñar  de  980,  abajo  reproducida. 

(4)  «  t  Sub  Christi  nomine  Petrus  et  episcopus  de  sánete  Marie  qui  feci  restauracione 
in  sancti  Mikaeli  die  V  feria  XVII  kalendas  iuli  era  milessima  et  CXXVI:  rcx  Adefonso 
Suero  Alvaric  abas». 

(5)  El  ara  mayor  se  conserva  en  su  sitio,  formando  la  mesa  del  altar  principal;  las 
otras  están  allí  mismo,  dentro  de  cajones  fuertemente  clavados,  y  por  consiguiente  invisi- 
bles. Fotografías,  mal  retocadas,  de  éstas  se  grabaron  en  el  Bol.  de  la  Acad.  de  la  H  ist. , 
t.  XXXIII,  págs.  218  y  221. 


—    160  — 


ESCALADA 


hinSWTRELiO-VIERECONDITE 

5flHnTEN/l  RIÑE  ^ 

ETSANCTECE  CI  Lie    <^ 
e^SANTl  ACIS  CU    ^9 

ETSANCTI  CRISTO  FORl 
eTS/lNE^E:OLVM  Be  ' 


Fig.  79.  Escalada:  ara  del  otro  altar  colateral 


En  el  tramo  de  p<'>rtico  más  antigucj  sus  siete  C(jlumnas  tienen 
fustes  de  caliza;  pero  las  basas,  capiteles  y  cimacios  son  de  mármol  blanco 
y  exactamente  if^uales  entre  s!:  las  basas  son  áticas;  los  capiteles  (Lámi- 
na LIV),  corintios,  de 
tipo  especial  y  con  so- 
gueado collarino;  los 
abacos  forman  tres  ba- 
quetoncillos  y  nácelas 
entre  medias.  Es  de 
notar  que  un  capitel 
lleva  cierto  remiendo 
por  abajo,  no  menos 
antiguo,  y  en  él  escul- 
pida pequeña  ave  pi- 
cando un  racimo  (Fi- 
gura 71).  El  alto  de 
estos  capiteles  es  de  26 
centímetros.  En  la  ventana  del  hastial  del  mismo  pórtico  su  columnilla 
es  de  igual  tipo,  toda  de  mármol,  sin  cimacio  y  con  hojas  lisas  picudas  su 
capitel. 

Hay  más:  en  la  parte  moderna  y  postiza  del  pórtico,  otros  cinco  capi- 
teles mayores  (Lám.  LIV)  —  como  que  miden  39  centímetros  de  alto,  excep- 
to uno  que  sólo  llega  a  34  —  son  corintios,  con  hojas  gallardísimamente 
retalladas,  a  biseles  como  siempre,  y  sogueado  su  collarino.  Son  de  la 
misma  escuela  que  los  precedentes,  pero  mu- 
cho más  bellos,  y  todos  corresponden  a  un 
taller  bizantino  que  abasteció  de  piezas  tales 
los  edificios  leoneses  de  hacia  920  a  940,  a 
saber,  Mazóte,  Hornija,  Bamba,  Sahagún, 
Peñalba  y  acaso  Eslonza.  Reconócese  que 
estos  cinco  pertenecieron  a  edificio  de  tipo 
bizantino,  con  pilares  y  columnas  tangencia- 
les a  los  mismos,  pues  llevan  una  cara  lisa  y 
vertical  para  adherirse  al  muro.  Uno  de  ellos 

Fig.  71.  Escalada: 
se   corona    con    cimacio    propio,    exactamente         remiendo  de  un  capitel  de  su  pórtico 


161  — 


LEÓN 

como  los  del  primer  tramo.  Vn  sexto  capitel  igual,  pero  destrozado,  hay 
en  el  almacén,  juntamente  con  trozos  de  otro  y  de  un  cimacio,  y  por  últi- 
mo, en  el  parteluz  de  la  ventana  de  la  torre,  que  cae  sobre  la  puerta  suso- 
dicha del  dintel  esculpido.  ha\-  otro  bello  ejemplar,  de  di\erso  tipo,  aun 
dentro  de  la  misma  serie  (i). 

En  la  iglesia  del  próximo  lugarejo  de  Valdabasta,  que  ha  venido  a 
sustituir  como  parroquial  a  la  de  Escalada,  hay  otro  capitel  semejante,  pero 
de  46  centímetros  de  alto,  y  labrado  por  todas  cuatro  caras.  Sirve  de  pila 
para  el  agua  bendita,  puesto  sobre  otro,  menor  y  roto,  pero  semejante,  que 
estuvo  adosado  a  un  muro,  como  los  San  Miguel. 


SAN  ADRIANO  DE  BOÑAR 


Boñar  es  hoy  el  antiguo  territorio  o  alfoz  de  Boniare,  citado  en  953,  y 
antes  Balneare,  según  documento  de  928,  en  las  montañas  de  León,  nom- 
bre que  le  vino  por  una  fuente  de  aguas  cálidas,  cuya  virtud  medicinal 
aun  se  explota.  Allí  además  es  citada  como  localidad  Bóvata,  junto  al  arroyo 
del  mismo  nombre,  al  pie  de  un  antiguo  castro  y  cerca  del  «stagnum  Tin- 
traria»,  que  hoy  desecado  es  el  hoyo  de  Trinitera;  lugar  donde  un  conde 
Gisvado  o  Guisvado,  con  su  mujer  Leuvina,  y  aconsejándose  de  los  obispos 
Genadio,  Atila  y  Cixila,  decidieron  ampliar  honoríficamente  cierto  monas- 
terio —  atria  —  en  honor  de  los  santos  Adrián  y  Natalia  y  bajo  la  regla 
de  san  Benito,  cuya  iglesia  fué  consagrada  por  los  obispos  Cixila  y  Fruni- 
mio.  Después,  en  929,  los  fundadores  obtuvieron  del  rey  Alfonso  IV  que, 
con  su  corte  y  cinco  obispos,  concurriese  al  nuevo  edificio,  autorizando 
todos  un  diploma  por  el  que  los  condes  lo  dotaban  espléndidamente.  No 
vuelve  a  saberse  más  sino  que  en  1099  la  infanta  Urraca  cedió  este  monas- 
terio al  de  Eslonza;  que  después  fué  usurpado  por  cierto  Ruderico  Vermú- 
diz  y  su  esposa  Gontrodo,  quienes  lo  retuvieron  hasta  1 134,  y  que  entonces 

(1)  Alguna  idea  da  su  reproducción  en  «Monumentos  arquitectónicos».  Los 
arquillos  que  caen  sobre  él  son  de  herradura,  por  tradición  dentro  del  arte  románico. 

—    162   — 


BOÑAR 

se  le  llama  «monasterium  Balneari<jrum  in  territorio  de  Fiuénnar»,  así 
como  en  1289  es  apellidado  Sant  Adriano  de  las  Callas,  o  sea  Caldas,  por- 
que a  su  lado  iiay  otra  fuente  termal.  Reducido  luego  a  priorato,  como 
simple  parroquia  alcanzó  los  tiempos  modernos. 

Aparte  ello,  a  un  tiro  de  ballesta  de  San  Adriano,  realizóse  otra  funda- 
ción, con  título  de  San  Salvador,  en  980,  monasterio  que  era  de  mujeres 
en  994  y  996,  cuando  recibió  ciertas  fincas  y  enseres  en  donación  tempo- 
ral,  incorporándose  también  por  fin  a  Eslonza,  desde  principios  del  siglo 
XII  a  lo  menos  (i). 

Ninguna  de  ambas  iglesias  conserva  sino  pocos  restos  de  su  edificio 
primitivo,  costando  trabajo  aun  enterarse  de  su  respectivo  sitio,  lo  que  es 
dable  merced  a  las  noticias  que  Sandoval  recogió.  Por  ellas  venimos  a 
saber  que  el  monasterio  de  San  Adriano  estuvo  en  el  actual  barrio  de  la  Lo- 
silla, junto  al  arroyo,  donde  hay  una  iglesia  completamente  moderna.  La 
del  Salvador,  reedificada  en  el  siglo  XU,  está  en  el  otro  barrio  de  San 
Adriano,  junto  a  las  Caldas,  y  a  ella  se  trasladaron  las  supuestas  reliquias 
de  san  Adrián  y  santa  Natalia  en  1268,  motivando  ello  el  nombre  actual 
del  lugarejo.  En  realidad  no  se  sabe  a  qué  dos  santos  correspondían  las  re- 
liquias trasladadas  en  dicho  año  (2). 

En  la  Losilla,  metido  en  una  pared  de  la  sacristía,  y  en  el  testero  de  la 
capilla  de  San  Adriano,  que  es  también  moderna,  quedan  dos  trozos  de  un 
friso,  idéntico  al  de  la  capilla  mayor  de  Escalada,  con  facetas,  como  dien- 
tes de  sierra,  entre  dos  listones,  hecho  en  piedra  caliza  fina,  y  midiendo 
12  centímetros  de  alto.  Desde  aquí  fué  trasladado  al  museo  de  León  un 
paño  de  pretil,   también  como  los  de  Escalada  (Lám.  LV),  aunque  de 


(i)  Sobre  todo  esto  véanse:  Vignau:  Carlulario  del  monast.  de  Eslonza,  nú- 
meros XXIIl,  XXV,  V,  LXIII  y  CLXXIII.  —  Id.:  índice  de  documentos  de  Sahagún, 
números  764,  7Ó7,  2298,  etc.  —  Yepes:  Corónica  de  la  orden  de  san  Benito,  tomo  IV, 
f.  355,  donde  se  transcribe  literalmente  un  impreso  de  Fr.  Prudencio  de  Sandoval,  redacta- 
do en  1602  sobre  el  terreno,  y  que  se  incluye,  después  del  capítulo  de  Eslonza,  en  ejemplar 
de  su  libro  de  Las  fundaciones,  n."  3-8334  de  la  Biblioteca  nacional. 

(2)  Sandoval:  lugar  citado.  La  inscripción  puesta  entonces  decía,  según  él:  «Hic  iacent 
sacra  ossa  duorum  sanctorum,  pro  quibus  multa  miracula  Dominus  fecit,  quorum  trans- 
latlo  séptimo  calendas  iulii  a  domino  Petro  Martino  abbate  devotissime  facta  tuit  era 
MCCCVI.» 


163  — 


LEÓN 

labor  algo  más  tosca,  dividido  en  tres  zonas  verticales:  la  una  con  trenza 
de  cuatro  ramales,  otra  con  roleos  conteniendo  amplias  hojas,  zarcillos  y 
racimos  menudos,  v  la  central,  más  ancha,  también  con  roleos  vegetales, 
pero  añadiendo  aves  en  actitud  de  picotear:  es  de  caliza  verdosa  basta  y 
mide  ro2  metros  de  ancho,  93  centímetros  de  alto  y  18  de  grueso  (i). 

En  la  casa  rectoral  se  conserva  un  trozo  —  mide  31  por  26  centíme- 
tros —  de  la  inscripción  que  existió  en  el  hastial  de  poniente  de  la  igle- 
sia (2)  y  copiaron  Ambrosio  de  Morales  y  Sandoval  (Lám.  LV).  Es  una 
losa  de  mármol  blanco;  sus  caracteres  miden  dos  centímetros  de  alto,  y 
dice,  supliendo  dentro  de  paréntesis  cuadrados  lo  que  hoy  falta  y  disueltas 
las  abreviaturas: 

f  Hec  Christi  aula  sanctorum  Adriani  et  N[atalie  nomine  dicata] 

instruxit  Dei  famulus  Gisvad[o  cum  coniuge  Leuvina] 

era  discurrente  nobies  centen[a  octava  et  quinquagena.] 

Sit  tibí  Domine  ratum  famulorum  p[urissimum  votum,] 

quod  tibi  alacri  devo[tione  in  honore  tuorum  testium  paraverunt.] 

Suscipiant[ur  a  te  pie  Deus  orationes  miserorum:] 

qui[squis  hic  tristis  ingreditur  reus  a  prece  letior  inde  redeat. 

Consecratumque  templum  ab  episcopis  Cixilane  Frunimio  et  Fortis 

era  DCCCCLVIII  (?)  IIII  idus  octobris]  (3). 

(1)  Además,  en  el  mismo  museo  existe  un  trozo  de  otro  paño  de  pretil  compañero, 
con  iguales  tallos,  formando  círculos  en  dos  zonas,  y  hojas,  una  de  ellas  como  vista  de  perfil, 
muy  semejante  a  las  que  guarnecen  un  ara  de  Escalada. 

(2)  Localízala  Sandoval  «en  la  pared  que  cae  al  poniente,  por  la  parte  de  afuera,  de- 
baxo  de  un  pequeño  campanario  donde  está  una  campana  de  poco  más  de  veinte  libras,  que 
no  cabe  allí  mayor.» 

(3)  La  copia  de  Morales  resulta  muy  descuidada,  a  diferencia  de  la  de  Sandoval  que 
es  casi  exacta,  en  cuanto  puede  juzgarse  por  el  trozo  conservado.  Únicamente,  en  vez  de 
«Cixilane»,  pone  «Cixilla  nomine»,  donde  Morales  «Cixilanensi»,  porque  uno  y  otro  no 
tuvieron  en  cuenta  la  forma  de  ablativo  usual  Cixilane,  correspondiente  al  nominativo  Ci- 
xllanis  consignado  en  el  texto  del  diploma  de  929.  Morales  da  como  fecha  de  consagración 
la  era  DCCCCLXIIII;  mas  como  ni  en  uno  ni  en  otro  año  el  dia  marcado  fué  domingo,  la 
tal  fecha  queda  incierta  y  sospechosa  de  mal  leída:  el  día  tres  de  los  idus  de  octubre  de  la 
era  964  sí  cayó  en  domingo,  y  este  retraso  de  tiempo  viene  mejor  para  el  pontificado  de  For- 
tis, obispo  de  Astorga,  cuyas  memorias  ciertas  parecen  arrancar  de  922. 

—    164  — 


DONAR 

Lo  que,  traducido  en  romance,  significa:  «Este  recinto  de  Cristo,  de- 
dicado bajo  la  advocaci(')n  de  los  santos  Adrián  y  Natalia,  construyó  el 
siervo  de  Dios  Guisvado  con  su  esp(jsa  Leuvina,  corriendo  el  año  920. 
Séate,  oh  Señor,  acepto  el  deseo  purísimo  de  tus  siervos,  puesto  que  ellos 
lo  aparejaron  para  tí  con  activa  devoción  en  honor  de  tus  mártires.  Sean 
acogidas  por  tí,  oh  Dios  piadoso,  las  oraciones  de  los  desgraciados,  en 
forma  que  quien  entre  aquí  triste  como  reo,  mediante  su  plegaria  luego 
marche  alegre.  Se  consagró  este  templo  por  los  obispos  Cixilano,  Fruni- 
mio  y  Fortis,  el  día  doce  de  octubre  de  920  (ó  926).» 

La  otra  inscripción  histórica  de  San  Salvador  se  conoce  de  público 
por  copias  de  los  mismos  editores,  tomadas  sobre  una  piedra  caliza,  que 
hay,  a  poca  altura  del  suelo,  en  el  muro  meridional  de  la  misma  iglesia. 
Ella  contiene  tres  epígrafes:  dos,  perfectamente  iguales  en  cuanto  a  tipo,  y 
con  caracteres  del  siglo  XII,  que  son  los  publicados,  y  un  tercero,  entre 
medias,  en  letra  semicursiva  y  del  mismo  tiempo,  pero  desaliñadísima, 
como  obra  de  cualquier  desocupado.  Contiene  esta  jaculatoria:  «Ave  fylia 
dey  patrys  ave  mater  dey  fylya  ave  spon»...  y  no  se  escribió  más.  Respecto 
de  las  otras  inscripciones,  la  no  histórica  debió  ser  compuesta  en  el  si- 
glo Xll,  pues  su  estructura  de  versos  así  lo  acredita  (i):  la  histórica  dice 
así,  a  la  letra: 


In  aula  dni  nsi  ihu  xpi  sci  salvatoris 

regnante  dmo  ramiro  rex  cialarie  ermegildo  abba 

oac  si  indi  sub  xpi  dei  gra  sisnando 

epis  gino  fecit  era  m'*  lx'*  viii  dnicus  notuit. 


Está  perfectamente  clara,  bien  conservada  y  con  triples  puntos  sepa- 
rando las  palabras;  no  hav  pues  el  «Callaciae^>  ni  «Ermenigildo»  ni  «ac  si 
indignus»  ni  «notavit»,  y  la  era  es  1068  sin  duda,  no  1018.  Sería  cosa  de 
echarse  a  nadar  por  un  piélago  de  conjeturas  para  explicarla;  sin  embargo, 
por  esta  vez  sabemos  a  qué  atenernos,  viendo  en  el  muro  contrario  de  la 


(1)     Al  principio  del  segundo  verso  no  ha  de  leerse  «nec»,  como  pone  Hübner,  sino 
«ñeque».  La  transcripción  de  Morales  también  aqui  es  errónea. 

—    l65   — 


LEÓN 


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u^ 


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bir  Ví3r- 


misma  capilla,  hacia  norte,  otra  piedra,  que  es  la 
original,  donde  aquel  Doniinicus  del  siglo  XII  leyó  y 
copió  lo  transcrito,  no  muy  perspicazmente.  Ha  pasa- 
do a  través  de  la  erudición  moderna  sin  merecer  sino 
una  alusión  de  Sandoval,  no  tenida  en  cuenta,  que 
sepamos  (i). 

La  piedra  (Fig.  72)  es  caliza,  de  Boñar;  su  haz 
mide  ryo  por  o'22  metros,  y  de  fondo  liega  a  62  cen- 
tímetros, lo  que  se  aprecia  gracias  a  estar  metida  en 
esquina:  lleva  por  ambos  extremos  y  rodeando  la 
inscripción  una  serie  de  adornos  tallados  a  bisel,  de 
los  más  rudimentarios:  semicírculos,  recuadros,  as- 
pas, rosetas  y  aquella  rueda  elizoidal  que  desde  lo 
ibérico  viene  campeando,  ya  como  símbolo  ya  por 
mero  adorno,  en  las  regiones  occidentales  de  la  Pe- 
nínsula (2).  Su  letrero  dice: 


in  aula  dni  nsi  ihu  xpi  sci  salvato    f  ermegildo  auba 
ris  regnante  dmo  ranimiro  rex    ciala  rieo  ac  si  indi 


sub  xpi  dei  gracia  sisnando  epis    gno  feci  era  mi  xvín 

Su  tipo  epigráfico  nada  o  muy  poco  tiene  de 
mozárabe,  recordando  más  bien  lo  visigodo,  excepto 
en  la  forma  cuadrada  de  la  c.  El  copista  Dominico 


(1)  «Lo  mismo  dize  otra  piedra,  que  está  a  un  lado  de  la 
puerta  del  norte,  metida  en  la  pared,  y  es  un  hermoso  sillar  de 
dos  varas  de  largo  y  una  quarta  de  alto.»  Como  está  puesta  a 
más  de  tres  varas  del  suelo  y  muy  llena  de  musgos,  seguramente 
Sandoval  no  se  tomó  el  trabajo  de  cotejar  su  texto  con  el  otro, 
salvo  en  cuanto  a  su  fecha,  que  la  prefirió  acertadamente. 

(2)  Este  arte  hubo  de  conservarse  en  la  carpintería  popu- 
lar, como  acredita  una  pequeña  caja  del  relicario  de  la  Catedral 
de  Astorga,  obra  verosímilmente  de  Genadio,  el  obispo  santo,  y 
aun  perduran  supervivencias  reconocibles,  sobre  todo  en  Portugal 
(Arte;  1908,  p.  24). 


—    166  — 


BOÑAR 

no  advirtió  que  el  contexto  de  cada  renglón  forma  dos  partes,  que  han  de 
leerse  por  separado,  y  de  ahí  prcnienen  sus  oscuridades  c  invenciones; 
mas  aun  queda  difícil  de  entender  para  mi  el  «auba  |  cialarieo»,  si  no  está 
por  «abbatiola»,  en  sentido  de  pequeño  monasterio,  y  por  «reo».  Supuesto 
ello,  su  sentido  sería: 

«En  el  recinto  de  Jesucristo  nuestro  Señor,  Ermegildo,  aunque  peca- 
dor e  indigno,  hizo  este  humilde  monasterio  de  san  Salvador,  en  el  año  980, 
reinando  don  Ranimiro  rey  y  siendo,  bajo  la  gracia  de  Cristo  Dios,  obispo 
Sisnando». 

Realmente  ya  que  este  buen  Hermegildo  no  había  de  alcanzar  fama 
por  su  estilo  literario,  tuvo  éxito  cumplido  en  dar  que  hacer  siglo  tras  siglo 
a  los  hombres  curiosos,  intrigados  por  el  enigma  de  la  tal  piedra.  A  su  vez, 
el  Gino,  inventado  por  Dominico  y  hecho  arquitecto  por  Llaguno  y  Lam- 
pérez,  se  desvanece;  mas  en  cambio  podría  entrar,  si  place,  nuestro  Her- 
megildo (i). 


SAN  MARTÍN  DE  CASTAÑEDA 


Gastaría  o  Castinaria  llamaban  en  el  siglo  X  (2)  al  monasterio  que, 
bajo  la  advocación  de  san  Martín,  fué  repoblado  entonces  por  monjes  cor- 


(i)  Probablemente  datan  de  este  mismo  período,  reflejando  el  arte  asturiano,  unos 
fragmentos  de  losa  de  cuarcita,  de  13  centímetros  de  grosor,  tallados  por  ambas  haces  con 
labor  igual,  compuesta  de  dos  zonas,  la  una  estrecha,  junto  al  borde,  con  línea  en  zigzag  y 
la  otra  con  trenza  de  dos  ramales,  como  la  que  rodea  el  ara  mayor  de  Escalada,  pero  no 
dispuesta  en  biseles  su  talla,  sino  todo  grabado  simplemente  y  picados  los  fondos:  quizá 
sean  de  pretiles.  Conozco  un  solo  trozo,  recogido  por  un  labriego,  que  lo  halló,  entre  otros 
similares,  en  la  peña  Salona,  sobre  las  Caldas  de  Boñar,  donde  hay  cimientos  de  un  casti- 
llo, según  dicen. 

(2)  En  los  siglos  XI  y  Xlll  se  escribió  Castañeira,  y  en  el  Xll  Castineira  y  Castanaira. 
Véase  su  libro  becerro  en  la  Biblioteca  Nacional,  ms.  n."  18382.  Otro,  en  forma  de  apeo 
de  fincas,  hecho  en  1714,  hay  en  el  Archivo  histórico,  añadido  con  noticias  interesantes 
(n."  170  B).  Aquí  también  su  cartulario  original  (VI,  Sao). 

—    167  — 


LEÓN 


dobeses,  en  la  solana  del  monte  Suspiazo  y  dominando  el  lago  de  Sana- 
bria.  Es  un  sitio  de  imponderable  magnificencia,  pero  tan  retirado  y 
agreste,  que  no  sería  dable  mucha  holgura  para  sus  monjes,  atraídos  allí 
hacía  916,  quizá  con  el  aliciente  de  las  pesquerías  del  lago,  desde  Mouzoute, 
en  tierra  de  Campos,  donde  primero  habitaron,  con  un  abad  Martín,  que 
no  hay  dificultad  en  identificar  con  el  «Alartinus  abba  cordovensis»  citado 
arriba  (i).  En  921,  como  veremos,  fué  reconstruido  el  edificio.  De  su  anejo, 
San  Juan  de  Rivadelago.  hay  noticia  en  tiempo  cercano  a  la  fecha  anterior; 
luego,  padeció  la  decadencia,  que  al  parecer  fué  general  hacia  el  siglo  Xí, 
en  todos  estos  monasterios,  y  no  sabemos  si  con  intención  de  restaurarlo 
Alfonso  Vil,  a  ruegos  de  Arnaldo,  obispo  de  Astorga,  le  impuso  por  abad 
a  un  monje  famoso  de  Carracedo,  Pedro  Cristiano,  de  noble  estirpe,  en  i  i5o. 
Por  fin  y  tras  larga  resistencia,  en  1245  el  abad  Bibiano  accedió  a  some- 
terlo al  Cister,  siguiendo  el  ejemplo  de  Carracedo. 

El  edificio  de  su  iglesia  fué  renovado,  bajo  influjos  artísticos  zamora- 
nos,  en  la  segunda  mitad  del  siglo  Xll.  Interesantes  a  nuestro  propósito  no 
quedan  sino  cuatro  piezas  de  pizarra  arcillosa,  aprovechadas  en  una  casa 
frontera,  como  dovelas  de  arco  (Fig.  73),  iguales  entre  sí,  con  labor  re- 
petida de  hojas  bizantinas,  a  biseles,  y  su  fondo  teñido  de  rojo,  lo  que  hace 
creerlas  del  siglo  X,  aunque  no  con  cer- 
tidumbre, por  lo  anómalo  de  su  estilo, 
que  ninguna  otra  cosa  mozárabe  recuerda. 
Muy  significativa  es  además  la  inscrip- 
ción histórica  (Lám.  LVI)  (2),  conservada 
en  lo  alto  del  hastial  de  la  iglesia,  en  un 
tablero  de  mármol  blanco,  de  47  por  71 
centímetros.  Sus  letras  son  de  carácter 
mozárabe    atenuado,    como    las    aras    de 

Escalada,  que  hace  sospechar  si  sus  autores,  siendo  andaluces,  tenderían 
a  evitar  las  formas  paleográficas  allí  en  uso,  acercándose  al  tipo  más  ro- 
mano que  en  el  norte  perseveraba:  ello  explicaría  ciertas  fluctuaciones  y 


Fig.  73.  Castañeda:  dovelas  de  un  arco 


(1)  Página  107. 

(2)  Aunque  en  esta  reproducción  aparezcan  como  de  relieve  sus  letras,  ellas  están 
grabadas  en  hueco,  según  costumbre. 


—   168  — 


CASTAÑEDA 

el  asomar   verf^onzanle  de  caracteristicas  andaluzas  las   más  privativas. 
Así  en  este  epígrafe  se  da  sistemáticamente  la  forma  de  n  que  podriam<js 
llamar  coja,  asi  como  enlaces  de  letras,  lo  alargado  de  proporciones,  etc. 
Respecto  de  su  contexto,  es  clarísimo  remedo  del  de  la  otra  inscripci(')n 
histórica  de  Escalada  transcrita  antes  (i),  con  extravagancias  explicables  por 
asimilación  de  ella  y  por  el  deseo  de  obtener  algo  como  hemistiquios  con- 
sonantados.  Resulta,  pues,  evidente  que  los  monjes  de  Castinaria  estaban 
en  relaciones  con  los  de  Escalada,  cosa  natural  ya  que  la  misma  inscripción 
consigna  que  su  abad  Juan,  renovador  del  monasterio,  procedía  de  Córdo- 
ba. Las  copias  publicadas  de  antiguo  son  erróneas  en  varios  puntos  y  sobre 
todo  en  la  fecha,  arbitrariamente  modificada  para  concertarla  con  los  años 
de  un  Ordüño  rey,  a  que  allí  se  alude.  En  consecuencia,  fué  atribuida  por 
Ambrosio  de  Morales  al  962  —  era  novies  centena  no(vies  de)na  —  apo- 
yándose en  el  hecho  de  llamarse  Juan  el  abad  de  entonces,  según  consta 
por  diplomas;  otro  erudito,  fray  Bernardo  de  Villalpando  (2),  supuso  la 
de  i)iC)  —  corrigiendo:  novies  centena  (sexies)  nona  —  pero  las  letras  cla- 
rísimas de  la  piedra  no  autorizan  tales  lecturas,  y  en  cambio  arrojan,  aun- 
que bajo  forma  abreviada  y  difícil  de  entender,  la  era  969,  —  era  nobi(es) 
et  s(emis)  centena  nona  —  o  sea  año  921,  perfectamente  admisible,  y  más 
cuando  otro  documento  consigna  un  abad  Juan  en  927. 

La  inscripción  dice  textualmente,  pero  disueltas  sus  abreviaturas: 

Ilic  locus  antiquitus  —  Martinus  sanctus  honore  dicatus 

brevi  opere  instructus  —  diu  mansit  dirutus 

doñee  lohannes  abba  a  Córdoba  venit  —  et  hic  templum  litavit 

edis  ruginam  a  fundamine  erexit  —  et  acte  saxe  exarabit 

non  imperialibus  iussus  —  et  fratrum  vigilantia  instantibus  (3) 

dúo  et  tribus  mensibus  —  peracti  sunt  hec  operibus 

llordonius  peragens  sceptra  —  era  nobles  et  semis  centena  nona. 

Su  versión  castellana  viene  a  ser  lo  siguiente:  «Este  local,  de  antiguo 

(i)    Página  141. 

(2)  Yepes:  Corónica,  t.  V,  f.  91  v. 

(3)  Debía  decir  «iussibus»  correctamente  y  para  la  consonancia  del  verso,  y  luego 
«sed»  en  vez  de  «et»,  que  descubre  una  ciega  transcripción  sobre  la  de  Escalada. 

—    169  — 


LEÓN 

dedicado  en  honor  de  san  Martín  y  erigido  en  pequeño  edificio,  mantú- 
vose caldo  mucho  tiempo,  hasta  que  el  abad  Juan  vino  de  Córdoba  y  pensó 
hacer  aquí  un  templo.  Erigió  desde  sus  cimientos  la  arruinada  casa  y  la- 
bróla con  obra  de  piedra:  no  por  imposiciones  autoritarias,  sino  con  la 
insistente  vigilancia  de  los  monjes,  fueron  ejecutadas  estas  obras  en  cinco 
meses,  teniendo  Hordoño  el  cetro,  en  el  año  novecientos  veinte  y  uno.» 
Puesto  que  la  reconstrucción  se  llevó  a  cabo  en  tan  pocos  meses  (i), 
no  iría  con  grandes  empujes  ni  suntuosidad,  y  así  se  explica  que  falten 
por  allí,  como  despojos  suyos,  las  columnas  marmóreas  que  generalmente 
suelen  conservar,  aun  después  de  reedificadas,  otras  iglesias  de  entonces. 

RIVADELAGO.  —  En  la  iglesia  parroquial  de  este  pueblecillo,  situado 
junto  a  la  entrada  del  río  Tera  en  el  lago  de  Sanabria,  y  dependiente  de 
San  Martín,  existe  otro  mármol  con  inscripción  (Fig.  74),  procedente  de 
una  ermita  arruinada,  San  Juan  el  viejcj,  cuyos  vestigios  aun  se  regis- 
tran, a  distancia  de  unos  700  metros,  hacia  NP].,  y  en  el  confín  de  su  vega. 
Mide  5G  por  38  centímetros;  sin  que  pueda  determinarse  la  amplitud  de 
sus  mutilaciones  al  principio,  cu}"a  lectura  aparece  incierta,  como  asi- 
mismo alguna  otra  palabra,  todo  ello  dificultado  por  la  barbarie  de  su 
lenguaje.  Dice  así: 


[ho]c  templum  c[ondidi]  (?) 
lohanne  Babtista  honore 
dicatum.  llic  requiescor 
ego  peccator  Manesindus 
prioris  loce    s  t  e  u  s  . 
Queso  vos  s(anc)tisimi  serví 
D(e)i  qu(m)  epitafiu(m)  hec  prelegi 
tis  pro  me  reu(m)  exora[re] 
D(omi)n(u)m  non  pigeant. 

(i)  Ambrosio  de  Morales  tradujo,  sin  embargo,  «se  acabaron  todas  estas  obras  en 
dos  años  y  tres  meses.»  Quizá  simplemente  para  obtener  la  consonancia  de  «tribus»  — 
«mensibus»  se  descompuso  el  numeral  «quinqué»,  y  esto  es  más  sencillo  que  suponer 
omitida  la  palabra  «annis». 

—    170  — 


CASTAÑEDA 

Nótese  que,  si  la  inscripciim  histórica  de  (^.astañeda  ofrece  disimulado 
el  tipo  de  letra  andaluz  o  mozárabe,  en  esta  otra,  por  el  contrario,  mués- 
trase claro  V  con  toda  pure/a,  resultando  grandísimo  su  parecido  con  las 
del  siglo  X  que  se  conservan  en  (^.órdoba. 

El  «steus»  aparece  grabadcj  más  profundamente,  con  letras  espacia- 
das y  de   diverso   tipo,    como  si  alli   se  hubiese  dejado  hueco  para  otra 

palabra,  quizá  el  nombre  propio  del 
sitio.  La  deprecación  última  recuerda 
esta  otra,  contenida  en  un  diploma 
real  del  año  (J13:  «.et  pro  nos  orare 
non  pigeant»  (i). 

Su  traducción  podrá  ser:  «Edi- 
fiqué este  templo,  dedicado  en  honor 
de  san  Juan  Bautista.  Aquí  descanso 
yo  pecador,  Manesindo,  prior  de  este 
lugar.  Ruégoos,  oh  santísimos  siervos 
de  Dios  que  leéis  este  epitafio,  que 
no  se  cansen  de  rogar  por  mí,  delin- 
cuente, al  Señor.» 

Hay  noticia  de  otra  fundación 
próxima,  hecha  por  un  mozárabe, 
no  andaluz  probablemente,  llamado 
Zuleiman,  quien  con  su  compañero 
Cipriano,  compró  tierras  en  un  luga- 
rejo  llamado  Intranio,  al  norte  de 
Castañeda,  por  donde  confinan  los  territorios  de  Sanabria  y  Cabrera,  lin- 
dante con  Abania,  hov  La  Baña.  Establecieron  allí  una  colonia  monástica, 
con  iglesia  dedicada  a  los  santos  Cosme  y  Damián;  mas,  no  pudiendo  llegar 
al  ápice  de  perfección  que  deseaban,  y  tomado  consejo  del  obispo  Salo- 
món, se  decidió  someterlo  a  Castañeda  en  953,  a  cambio  del  auxilio  nece- 

(i)  Vignau:  Cart.  de  Esl  onza;  11."  II.  —  .M  transcribirse  dicho  epitafio  en  el  bece- 
rro de  1714,  folio  20,  se  hizo  tan  mal  que  su  última  línea  dice:  *<anno  novingentessimo», 
y  de  aquí  lo  tomó  el  Sr.  Fernández  Duro  para  insertarlo  en  sus  .Memorias  históricas  de 
Zamora,  tomo  I,  pág.  262. 


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Fig-  74- 
Rivadelago:  epitafio  de  la  ermita  de  san  Juan 


171    — 


LEÓN 

sario  (i).  A  estos  sucesos  podrá  referirse  la  tradición  de  un  frey  Jólime, 
quizá  el  mismo  Zuleiman,  que  vivió  retirado  en  una  cueva  de  la  sierra,  a 
una  legua  de  Castañeda,  en  donde  a  principios  del  siglo  XVIII  subsistían 
paredes  antiguas  a  que  llamaban  «la  casa  del  Santo»  (2). 


SAN  CEBRIAN  DE  MAZÓTE 

Es  fenómeno  interesante  que  haya  llegado  a  tiempos  moddrnos  en  la 
gran  meseta  castellana  un  grupito  de  edificios  de  la  Edad  Media  remota, 
formado  por  las  iglesias  de  Hornija,  Mazóte,  Bamba,  Baños  y  catedral  de 
Falencia,  a  pesar  de  las  correrías  de  Abderrahmen  III  y  Almanzor,  en 

(i)  «Hec  cst  cartula  pacti  vel  testamenti  quem  fieri  maluimus  ego  Zuleiman  con- 
versi  una  pariter  cum  germano  meo  Sisaberto  necnon  et  abbati  nostro  Maior  tibi  domino 
lohannes  abba  et  omni  congregationi  degentes  in  monasterio  sancti  Martini  in  Domino  Deo 
sempiternam  saluiem  amen.  Ambiguum  esse  non  potest  set  plerisque  cognitum  patet  eo 
quod  conparavn  ego  Zuleiman  et  congermano  meo  Cipriano  locello  in  loco  predicto  que 
vocitant  Intranio  inter  térras  de  fratres  de  sancto  Martino  eo  quod  fecissemus  ibidem  mo- 
nasterio qualiter  fructum  caperemus  animarum  nostrarum.  Hcdificavimus  domos,  con- 
struximus  ecclesia  vocabulo  sanctorum  Cosmas  et  Damiani  seu  et  Servandi  et  Germani, 
plantavimus  pomiferis,  collegimus  fratres  et  laceravimus  multis  annis  ita  ut  invenissemus 
locum  in  regione  vivorum;  sed  obsistente  zabulo  et  peccato  nostro  inpediente  non  potuimus 
pervenire  ad  apicem  perfectionis.  Nunc  verummodo  in  tempere  etiam  expctivimus  conger- 
mano meo  Sisaberto  a  domino  Salomone  episcopo,  et  fabulavit  ille  a  domino  lohannes  abba 
qui  illum  in  dicione  sua  tenebat,  et  commotus  a  misericordia  concessit  germano  meo  ut 
vel  de  illo  habuissem  auxilio  qualiter  in  confessione  Domini  perdurantes  unanimiter  Do- 
mini  fruercmur  auxilio  ut  navigantcs  inter  undas  quoque  Domino  protegente  pervenisse- 
mus  ad  portum,  quod  habitavimus  unanimiter  novem  annis  et  nec  siquidem  potuimus 
pervenire  ad  portum  salutis.  Hanc  nos  videndo  talia  cogitavimus  extremum  diem  exitus 
nostri,  confugium  facimus  ad  sancti  Martini  et  ad  ipso  lohannes  abba  tradimus  nos  meme- 
dipsos  et  ipsum  locum  cum  omni  suo  accessu  vel  recessu  etiam  et  pausata  quom  habcmus 

in  Heres  et  in  Lausata  et  in  Sioya  et  in  Cassaio Facta  series  pacti  vel  testamenti  pridie 

idus  septembris  in  era  DCCCCLXLl.  Regnante  serenissimi  principis  nostri  Mordonio  rex  in 
Legione.  Ego  Zuleiman  confessor...  Ego  Maior  qui  ibidem  regimem  tenui...  Ego  Sisaberto... 
Condesindus  abba  confirma.»  Becerro  de  Castañeda;  f.  42. 
(2)     Arch.  hist.  nac;  libro  170  B. 

—    172   — 


mazotp: 

cuya  táctica  sabido  es  que  entraba  no  dejar  iglesia  en  pie  donde  quiera 
que  tocf)  merodeando  la  soldadesca;  pero  realnienie  la  tierra  de  Campos  no 
cala  de  paso  en  aquellas  expediciones,  y  además,  respecto  de  las  tres  pri- 
meras iglesias,  quizá  influyó  el  ampararse  con  el  monte  de  Torozos,  cuyas 
espesuras  fácilmente  podían  servir  de  abrigo  a  los  cristianos,  desde  donde 
acometer  con  ventaja  a  los  núcleos  de  tropas  morunas,  que  por  necesidad 
habían  de  ir  muy  diseminados  en  su  faena  de  robar  y  asolar  el  pai». 

Entre  dichas  iglesias,  la  de  San  (-ebrián  de  Mazóte  es  la  más  escondi- 
da; y  tanto,  que  aun  hoy,  arrasado  ya  dicho  monte,  cuyo  nombre  antiguo 
fué  Tarsa  y  l'araza,  cae  fuera  de  camino  para  todas  partes  (i),  expli- 
cando ello  la  tardía  y  escasa  información  que  respecto  de  su  arte  conocía- 
mos (2).  De  documentación  hay  aún  mayor  penuria:  varias  citas,  a  partir 
de  1 107,  siempre  dan  por  nombre  Mozout,  Mozot  o  Mazóte  al  lugar;  antes, 
en  1013,  se  nombra  «flumen  Muzghod»  al  riachuelo  que  pasa  por  allí,  hoy 
Bajoz;  en  1040  se  le  llama  «ribu  Mozaudi»,  pero  al  dorso  del  documento 
repitióse  dicho  nombre  bajo  la  forma  Muzuodi,  y  finalmente  en  1124  se 
decía  Mo(¿oti,  igualándose  con  el  del  pueblo.  Recuerda  el  de  cierto  indi- 
viduo Mozhote  que  vivía  cerca  de  Sahagún  en  946,  y  un  Mozaute,  lec^nés, 
de  974:  probablemente  todo  viene  del  nombre  personal  árabe  Masud. 

Respecto  de  la  iglesia  quizá  nos  descubre  algo  de  su  historia  un  pri- 
vilegio de  gb2,  a  favor  del  monasterio  de  Castañeda,  en  Sanabria,  pues 
haciéndose  allí  memoria  de  los  tiempos  de  Ordoño  II  y  año  91G,  desde 
cuando  poseyó  dicho  monasterio  las  pesquerías  del  lag(;  de  Sanabria, 
declárase  que  aquellos  monjes  son  los  que  primero  habitaron,  con  su  abad 
Martín,  en  Mouzoute  (3).    De  este   nombre   no  se  conoce  otra  localidad; 

(i)  Pueden  utilizarse  para  ir  allá  los  automóviles  y  coches  que  prestan  servicio  de 
Valladolid  a  la  Mota  del  Marqués  y  a  Tiedra,  andando  al  fin  un  trayecto  de  cinco  a  tres  kiló- 
metros en  ambos  casos,  respectivamente,  y  con  mucha  pérdida  de  tiempo.  La  distancia 
desde  Valladolid  es  de  unos  38  kilómetros  por  carretera  directa,  que  pasa  por  Bamba  y  To- 
rrelobatón,  de  suerte  que,  aun  en  coche,  puede  recorrerse  el  camino  de  ida  y  vuelta  en  un 
día.  También  desde  Hornija  puede  irse  a  caballo. 

(2)  Véase  la  bibliografía  inserta  por  el  Sr.  Lampércz  en  su  citado  libro. 

(3)  «Textuní  de  ripa  de  stangno.  Verba  series  agnitione  facta  erit  nobies  centena  nobies 
dena  tempore  gloriosi  serenissimi  domini  Ordonii  principis  relatum  quod  fuit  tempore  pre- 
térito de  regno  avii  sui  domnissimi  Ordonii  regis  quod  c.x  tune  usque  actenus  per  curricula 

—    '73   — 


LEÓN 


además,  el  tal  monasterio  poseía  «sernas»  y  viñas  en  tierra  de  Campos,  o 
sea  en  Rioseco,  Villaceide  y  Coianca,  desde  antes  de  940,  es  decir,  cuando 
apenas  contaba  con  otro  suelo  que  su  propio  término,  y  añádase  que  cierta 
donación  al  mismo,  hecha  en  968,  aparece  refrendada  en  el  concejo  de 
Villa  de  Zait  —  hoy  Belver  de  los  Montes  —  no  lejos  de  Mazóte,  haciendo 
pensar  que  dichos  monjes,  cordobeses,  como  los  de  Escalada,  fundaron 
primero  el  monasterio  en  cuestión,  regidos  por  aquel  Martín,  abad  cordo- 
bés, cuya  noticia  en  otro  lugar  apuntamos  (1).  y  que  luego,  tal  vez  huyen- 
do de  la  sequía  general,  hambre  y  epidemias  de  916  (2),  se  retiraron  a  Sa- 
nabria.  Si  ello  es  exacto,  el  origen  v  cronología  de  nuestro  monasterio 
quedarán  estrechamente  ligados  con  los  de  Escalada,  Castañeda  y  Saha- 
gún,  razonándose  muy  bien  su  mozarabismo,  según  ya,  en  hipótesis,  y 
sobre  los  caracteres  artísticos  del  edificio,  expuso  el  Sr.  Agapito  Revilla  (3). 
Desgraciadamente  la  conservación  de  esta  iglesia  deja  mucho  que 
desear  y,  entre  partes  destruidas,  encubiertas  y  renovadas,  lógrase  a  duras 
penas  formar  juicio  de  su  aspecto  antiguo,  quedando  siempre  incertidum- 
bres,  que  sólo  una  exploración  de  piqueta  y  azada  podrá  resolvernos.  Esto 
sería  barato  y  hacedero,  salvo  los  riesgos  que  la  indiscreción  de  un  restau- 
rador erudito  traería  consigo  irremediablemente;  mas,  con  todo,  las  ven- 

annorum  xxxvi  de  piscaría  lacu  maris  egrediente  rivulo  Terie  quod  emimus  fratres  de  Cas- 
tinaria  que  fuimus  habitantes  in  Mouzoute...  Nos  vero  supradicti  fratres  cum  abbate  nostro 

Martinus  abba  conparavimus  ipsa  piscaría  ex  utraque  parte  rivulo et  habuiínus  iurc 

quieto  per  temporum  regum  domni  Hordonii  domni  Froílaní  domni  Adefonsi  et  domni 
Ranemiri  sereníssimi  regís  hodíe  xxxvi  annos  usque  in  presens  tcmpus  gloriosí  princípis 
nostrí  domni  Ordonií  regís  prolis  domni  Ranemiri  secundo  anno  regni  sui».  Becerro  de 
San  Martín  de  Castañeda:  Bib.  nac,  ms.  18382,  f.  39.  —  Yepes:  Corónica,  t.  V,  n."  xiv. 
(i)     Página  107. 

(2)  Bayanolmógrib,  traducción  de  Fagnam,  t.  II,  p.  278. 

(3)  De  vicisitudes  históricas  apenas  sabemos  otra  cosa  que  referencias  de  su  nombre: 
una  en  1 149  (Manrique:  Annales  cistercienses;  t.  II,  p.  88);  otra  en  1 193,  cuando  Al- 
fonso IX  resolvió  una  contienda  surgida  entre  la  catedral  de  Zamora  y  D."  María  Vela  y  sus 
hermanos,  que  habían  recibido  de  Fernando  II  cierta  vila  en  cambio  de  San  Cipriano  de 
Mazóte  (Zamora  ilustrada;  n.°  41),  y  una  carta  real  de  1228  por  la  que  el  mismo  rey 
daba  a  la  catedral  de  Falencia  las  rentas  de  este  lugar  (Bibl.  nac,  ms.  13123).  En  1305  se 
fundó  un  convento  de  monjas  dominicas,  con  señorío  sobre  el  pueblo,  y  aun  subsiste  el 
edificio  que  ocupara. 

—    174  — 


MAZÓTE 

t¿ijas  de  reconocer  en  su  iiUcj^ridad  lo  primitivo  se  sobreponen,  y  hacen 
deseable  ver  alf^ún  día  limpio  y  desembarazado,  de  cuanto  moderno  sea 
incompatible,  el  edificio. 

Por  tamaño  excede  a  todas  nuestras  ij^lesias  del  mismo  siglo;  su  es- 
tructura posee  rasaos  de  originalidad  bien  notables,  y  en  su  construcción 
entran  elementos  andaluces  y  bizantinos,  que  desde  luego  avaloran  esta 
obra,  \  nos  la  ofrecen  acaso  como  prototipo  de  la  arquitectura  mozárabe 
leonesa. 

Su  planta  (Fig.  yS)  es  basilical,  C(jn  tres  naves  y  crucero,  l-^ste 
remala  con  exedras,  ejemphj  nunca  más  visto  en  España,  inspirado  acaso 
en  los  «trichoros»  orientales  v  romanos,  cuya  función  principal  era  el  ate- 
nuar, mediante  sus  b(')vedas,  los  empujes  del  cimborio.  En  iglesias  da  in- 
signe ejemplo  la  de  la  Natividad  en  Belén,  con  dos  ábsides  a  los  extremos 
del  crucero,  que  datan  de  Justiniano  (i).  Las  del  Athos  ofrecen  como  típica 
la  existencia  de  ábsides  colaterales  así,  que  sirven  de  coros,  con  su  sillería 
y  atril  respectivo  (2),  disposición  exactamente  repetida  en  una  de  las  capi- 
llas rupestres  de  IJrgub  (3)  y  en  la  catedral  armenia  de  Exmiadzin  (4),  que 
se  atribuye  al  siglo  Vil,  y  ella  posee  además  otros  ábsides  opuestos  en  sen- 
tido longitudinal  (Fig.  76);  exedras  colaterales,  gemelas  y  recuadradas  por 
fuera,  poseía  igualmente  la  basílica  de  Ruhaiba  en  Siria,  hoy  arruinada  (5); 
respecto  de  Occidente,  recuérdese  la  capilla  de  San  Lorenzo  de  Grenoble. 
con  cuatro  ábsides,  opuestos  dos  a  dos,  edificio  que  se  atribuye  al  siglo  \"l: 
pero  A.  Saint  Paul  lo  creyó  carolingio,  lo  que  tal  vez  esté  más  justificado, 
teniendo  en  cuenta  semejanzas  de  sus  capiteles  con  los  nuestros  de  Astu- 
rias (6),  y  además  la  iglesia  de  Germigny-des-Prés,  antes  explicada  (7). 

A  la  cabecera  desarróllanse  dos  capillas  laterales  cuadradas:  entre 
ellas  media  un  tramo  rectangular,  hecho  capilla  mayor  ahora  y  con  muro 


(i)  Vinccnt  et  Abel:   Bcthléem,  lám.  II. 

(2)  Grüneisen:  Sainte  Marie  Anliquc;  fig.  369. 

(3)  Rott:  K.Iei  nasiatische  Denkmáler;  fig.  70. 

(4)  Lynch:  Armenia;  t.  I,  lámina  en  la  pág.  244. 

(5)  Vinccnt  ct  Abel:  obra  citada,  fig.  6. 

(6)  Bulicti  n  archéologiquc,   1893,  láms.  I  a  VIII. 

(7)  Pág.  5u. 


'7 


5  — 


MAZÓTE 


de  cerramiento  muy  posterior,  en  el  que  se  advierte,  por  dentro  y  hacia  lo 
alto,  el  dovelaje  de  un  arco  bien  grande,  sea  o  no  primitivo,  como  descar- 
gando algún  hueco  inferior,  y  debajo  una  ventana  rectangular,  muv  sos- 
lavada  de  abajo  a  arriba,  como  para  salvar  la  altura  de  otro  cuerpo  de  edi- 
ficio que  allí  prosiguiese  hacia  afuera.  Efectivamente,  observando  en  el 

plano  las  proporciones  de  la 
iglesia,  su  amplitud  de  alas  y 
capilla  de  los  pies,  resulta  pobre- 
mente desarrollada  la  cabecera, 
y  échase  de  menos  un  ábside, 
análogo  al  de  Melque,  y  parejo 
en  curvatura  a  los  otros  feneci- 
mientos de  la  iglesia:  sólo  reco- 
nociendo la  pared,  tras  del  actual 
retablo,  y  excavando  por  fuera 
en  el  inexplicable  macizo  que 
allí  hay,  podríase  comprobar  si 
ello  es  o  no  exacto.  Ni  extrañe 
su  desaparición,  porque  todo  el 
r  1  M    edificio  descubre  lastimosas  hue- 

Fig.  70.  Catedral  de  Exmiadzin  (.\rmenia):  planta  ^^S  de  píqUCta  demoledora,   COn 

la  que  fueron  al  suelo  sus  bóve- 
das, —  salvo  las  del  ala  septentrional  del  crucero  y  capilla  del  mismo 
lado  —  los  altos  de  la  nave  central,  hacia  sur,  y  otros  muros  travesanos 
y  arcos,  mutilaciones  que  parecen  efecto  de  un  derribo,  suspendido  en 
buena  hora,  más  bien  que  amputaciones  obligadas  por  causa  de  ruina. 

El  coro  occidental,  a  los  pies,  sería  otra  capilla,  a  modo  de  contra- 
ábside, cuyo  diámetro  alcanzaba  a  6.74  metros;  pero  el  derribo  aludido 
solamente  dejó  reconocible,  hacia  la  parte  baja,  su  curvatura,  y  tan  escasa- 
mente que  los  Sres.  Agapito  y  Lampérez  no  la  echaron  de  ver.  Su  existen- 
cia implica  otro  problema  de  orden  litúrgico,  aun  no  esclarecido,  porque 
en  realidad  es  deficiente  la  hipótesis  de  que  ábsides  así  obedezcan  al  cam- 
bio de  orientación,  comprobado  en  iglesias  de  Oriente,  la  de  Balbek  (i) 


(i)    Strzygowski:  Kleinasicn,  p.  2 ló  y  siguientes. 

—    177  — 


23 


LEÓN 

por  ejemplo.  Inglaterra  suministra  indicios  de  otros  tales,  desde  el  siglo  VII 
(i);  hacia  el  IX  les  hubo  en  Alemania,  siendo  bien  notorio  y  elocuente  en 
este  sentido  el  plano  del  monasterio  de  St.  Gall  (2):  añádase  la  capilla  de 
Grenoble,  antes  aludida;  y,  según  se  dice,  también  asi  era  la  iglesia  de  Ger- 
migny-des-Prés.  En  África  se  cuentan  la  gran  basílica  copta  de  Erment,  las 
argelinas  de  Orleansville  y  Matifu  y  las  tunecinas  de  Uppenna,  Feriana 
V  Mididi,  todas  de  arte  constantiniano  (3).  En  España  consérvase  el  dato 
de  dos  coros,  que  pueden  reputarse  ábsides,  construidos  por  un  abad 
Locúber,  año  691,  en  iglesia  cerca  de  Castulo  (4);  además,  la  parroquial 
de  Camarzana  en  el  valle  de  Vidríales  (Zamora)  (5),  Santiago  de  Peñalba, 
donde  pudo  tomarse  a  Mazóte  por  modelo,  y  Santa  María  de  Lebeña,  que 
tiene  cuadradas  sus  capillas  y  obedece  a  diverso  rumbo.  Finalmente,  hay 
edificios  romanos  con  ábsides  opuestos,  que  no  pueden  suponerse  iglesias, 
por  carecer  de  la  orientación  ritual;  ejemplos:  el  Gasón  de  Jumilla,  estu- 
diado por  el  Sr.  González  Simancas;  una  ruina  de  Úxama  y  otra  en  San 
Julián  de  Valmuza  (Salamanca),  enriquecida  con  pavimentos  de  mosaico; 
mas  difícilmente  podrán  ser  aducidas  como  explicación  del  problema 
que  nos  ocupa. 

Esta  iglesia  de  Mazóte  (Láms.  LVII  a  LIX;  figs.  77  y  78),  como  la  de 
San  Pedro  de  la  Nave,  ofrecía  dos  tipos  de  estructura:  el  bizantino, 
verosímilmente,  por  las  bóvedas  de  su  cabecera,  y  el  latino  en  sus  techa- 
das naves.  La  central  alcanzaba  doble  altura  que  las  colaterales;  y  éstas, 
sin  ventanas,  abrirían  probablemente  dos  puertas  en  los  lienzos  de  sur  y 
norte,  acaso  donde  mismo  están  los  actuales  y  renovados  huecos;  dicha 


(1)  Rivoira,  Le  origini  della  architett  ura  lombarda,  págs.  5o2,  670  y  Ó89. 
—  Lnlart:  Manuel  d'archéologie  fran^aise,  t.   1,  págs.   119,   169  y  i85. 

(2)  Mabillon:  Ann.  benedict.,  t.  III,  pág.  570. 

(3)  Gsell:  Les  monuments  antiques  de  TAlgeric,  t.  II,  págs.  222  y  343. — 
Gauckler:  Basiliques  chréiionnes  de  Tunisic. 

(4)  Hübncr:  Inscript.  Hisp.  christ. ,  núms.  5o2  y  670.  Publicóla  como  toledana, 
siendo  de  Bailen,  D.  R.  A.  de  los  Ríos:  Monum.  arquit.  de  España:  Toledo;  pág.  39. 

(5)  La  constituye  una  sola  nave,  y  de  su  ábside  occidental  no  quedan  sino  cimientos; 
además,  en  un  huerto  próximo,  están  los  dos  capiteles  para  pilastras  a  que  arriba  se  aludió, 
parejos  a  otros  que  hay  en  Santullano  de  Oviedo  y  San  Pedro  de  Montes,  si  bien  éstos  co- 
rresponden a  columnas,  y  también  quedan  solerías  de  mosaico  vulgares. 

—   178  — 


MAZÓTE 

nave  central  llexaba  en  lo  alto  un  \entanaje,  sej^ún  se  conserva  perfecta- 
mente hacia  septentri(')n,  f^uardando  distancias  iguales  entre  sí  y  sin  corres- 
pondencia posible  con  los  cinco  arcos  bajos  medianeros;  además  obsérvase, 
como  en  Escalada,  que,  si  bien  por  dentro  todas  estas  ventanas  son  igua- 
les, su  derrame  se  acentúa  alternativamente  más  o  menos,  resultando  por 
fuera  dos  huecos  de  18  centímetros  y  otros  dos  de  46  en  anchura,  y  con 


Fig.  77.  Mazóte:  sección  parcial  de  la  iglesia 

rebajo  exterior  para  encajar  celosías  de  piedra,  según  costumbre.  Entre  la 
nave  medial  y  el  crucero  atravesábase  un  muro,  cuyas  señales  permane- 
cen, sobre  un  arco,  de  seguro,  que  ha  desaparecido,  y  éste  a  su  vez  alber- 
garía probablemente  un  iconostasis  o  trabes,  como  en  Bamba,  según 
rito  español.  El  crucero  comprende  dos  alas  abovedadas  y  tramo  central 
más  alto,  con  ventanas  laterales,  cuyas  jambas  perseveran  hacia  sur,  de- 
jando un  hueco,  aproximadamente  igual  a  los  más  anchos  del  cuerpo  de  la 
iglesia  y  derramado,  pero  con  menos  amplitud,  hacia  adentro;  su  cubierta 
es  creíble  que  fuese  de  carpintería,  en  atención  a  lo  alargado  de  su  planta — 
5.55  por  4.86  metros  —  y  a  la  delgadez  de  muros,  no  contrarrestados  y 
con  ventanas  laterales,  que  hacen  inverosímil,  igualmente,  un  cañón  de 
bóveda.  Las  capillas  laterales  son  bajitas,  y  el  tramo  de  cabecera  entre 


—   170  — 


LEÓN 


medias,  con  el  que  hoy  se  comunican  mediante  arcos  modernos,  llevaba 
seguramente  bóveda  de  cañón,  pues  resulta  lo  alto  de  las  gualderas  todo 
socavado,  denunciando  su  derribo.  El  suelo  actual  en  toda  la  iglesia  debe 
estar  más  elevado  que  el  primitivo,  y  hay  un  pozo  en  la  nave  de  en  me- 
dio, hacia  los  pies.  Orientación  del  edificio,  perfecta. 

El  aparejo  de  los  muros  es  de  mampostería,  con  algo  como  cintas 
intercaladas  de  piedra  menuda  en  algunos  lienzos;  las  esquinas,  de  sillería, 
guardan  hiladas  con  el  mampuesto;  por  dentro,  jambas  y  pilas  se  forman 
igualmente  con  sillares  muy  largos  y  de  24  a  30  centímetros  en  alto;  y 
asimismo  de  piedra  caliza  y  con  sutiles  juntas  es  el  dovelaje  de  los  arcos, 
notándose  que  éste  y  la  sillería  de  las  jambas  sobresalen  algo  de  los  para- 
mentos, que  iban  revestidos. 

La  bóveda  que  se  conserva  en  un  ala  del  crucero  —  pues  la  otra  es 
de  ladrillo  tabicado,  moderna  —  forma  cañón  semicilíndrico,  rematando 
con  una  semicúpula  algo  prolongada  en  herradura,  sin  imposta  en  su 
arranque;  y  como  por  bajo  de  ella  el  semicilindro  de  la  exedra  abarca 
parte  de  los  arcos  laterales,  resulta  la  rosca  de  éstos  arqueada  también  y 
disminuyendo  progresivamente  de  grosor  hasta  la  clave  por  uno  de  sus 
lados  (Lám.  LVIII).  La  bóveda  de  la  capilla  lateral  vecina  es  de  aristas, 
de  tipo  romano,  o  sea  por  intersección  de  dos  semicilindros  (i),  que  se 
apean  en  los  rincones  sobre  columnas,  sin  mediación  de  imposta  ni  cima- 
cio. En  la  capilla  del  lado  meridional  sólo  quedan  arranques  de  la  bóveda 
compañera,  pues  el  enorme  desplomo  de  la  pared  lateral  exterior  provoca- 
ría su  ruina. 

Los  arcos  son  todos  de  herradura,  incluvendo  las  ventanas  por  su 
haz  interior.  En  cuanto  a  proporciones  alcanzan  el  mayor  desarrollo, 
que  viene  a  ser  una  prolongación  de  tres  quintos  del  radio  por  bajo  del 
semicírculo;  resultando  constituidos  sobre  un  triángulo  de  igual  base  que 
altura,  y  en  relación  como  cuatro  a  cinco  respecto  del  diámetro:  esto  en 
los  arcos  grandes,  pues  los  de  las  ventanas  son  mucho  menos  prolongados. 
Su  intradós  forma  concavidad  bien  acentuada,  quizá  para  avivar  más 
las  aristas,  y  ello  se  observa  con  persistencia  notable  en  todo  el  grupo 
leonés  del  siglo  X.  Las  impostas  son  recios  abacos  de  piedra  sin  moldu- 

(i)    Se  repiten  así  en  el  algibe  de  la  Gran  mezquita  de  Córdoba. 

—    180  — 


MAZÓTE 

raje  alguno,  excepto  en  las  ventanas,  dunde  turman  pequeña  nácela  y  se 
incorporan  a  la  curvatura  ilel  arco,  haciendo  a  su  vez  oficio  de  salme- 
res  (Fig.  yy).  Respecto  del  despiezo,  poco  puede  verse  con  los  enlucidos; 
pero  en  las  ventanas  obsérvase  gran  descentran! ientu  del  trasdós,  como  en 
arcos  árabes  desde  el  siglo  X;  dovelaje  muy  regular,  con  empalmes  hacia 
la  extremidad  superior  de  algunas  dovelas,  y  su  trazado  parece  ser  radial, 
a  lo  menos  desde  la  segunda  junta  en  adelante,  yendo  la  primera  a  otro 

■■•7  punto  más  bajo,  como  en  ar- 
cos visigodos.  De  los  mavo- 
res  no  hay  visible  sino  un 
trozo  (Fig.  80),  donde  se 
nota  igualdad  de  anchos  en 
el  dovelaje,  dos  primeras 
juntas  horizontales,  y  luego, 
desde  la  altura  del  centro  de 
la  curva,  con\ergen  ellas  no 
a  este  punto  sino  a  otro  infe- 
rior, acercándose  así  a  los 
procedimientos  musulmanes 
de  aquel  siglo;  además,  hu- 
bieron de  llevar  una  guar- 
nición de  yeso,  figurando 
molduraje  de  trasdós  muy 
descentrado,  según  puede  apreciarse  por  las  líneas  de  su  contorno  y 
por  unas  mellas  hechas  en  cada  dovela  para  sujetar  el  yeso,  de  seguro. 
Todos  los  arcos  grandes  se  apean  sobre  columnas,  ya  exentas  ya 
tangenciales  al  muro,  y  coronadas  estas  últimas  por  capiteles  desligados  de 
la  pila,  no  entregos  como  en  lo  asturiano  y  románico  se  acostumbrara. 
De  basas  no  puede  saberse  por  quedar  soterradas.  Los  fustes  varían  mucho 
en  su  diámetro,  desde  los  de  las  capillas,  que  son  delgaditos,  hasta  los 
exentos,  que  miden  de  35  a  40  centímetros.  Son  generalmente  de  mármol 
blanco  sucio,  con  vetas  negras  o  de  tonalidad  gris  o  rosada;  tres  hay  de 
granito  muy  oscuro;  uno  de  éstos  desarrolla  estrías  biseladas  y  en  espiral, 
pudiendo  ser  obra  del  siglo  IX,  y  varios  se  forman  con  trozos  empalmados 
groseramente.   En  el  cementerio,  contra   la  cabecera  de  la  iglesia,  existe 


Fig.  79.  Mazóte:  ventana  de  la  nave  principal 


181    — 


LEÓN 


tirado  otro  fuste  de  mármol  blanco,  muy  deshecho,  con  labor  esculpida  de 
imbricaciones  y  algo  como  estrías  por  su  remate  superior;  mide  en  largo 
2.45  metros  y  su  diámetro,  aproximadamente,  32  centímetros:  parece  godo. 
Los  capiteles  forman  colección  notabilísima  en  esta  iglesia:  llegaría 
su  número  a  cuarenta,  de  los  que  permanecen  veinte  y  nueve,  y  entre 
éstos  hay  unas  siete  parejas  iguales  entre  sí,  dominando  gran  variedad, 
aunque  dentro  del  tipo  corintio  siempre.  Dos  iguales, 
romanos,  hay  en  el  crucero,  muy  elegantes  y  bellos,  con 
flores  en  su  eje  medial  y  parecidísimos  a  otros  de  An- 
dalucía (i).  De  tipo  bárbaro,  correspondientes  al  arte 
asturiano  con  probabilidad,  hay  trece:  ya  con  folíolas 
talladas  y  sin  caulículos:  corpulentos  algunos  de  ellos, 
que  están  en  la  capilla  del  lado  izquierdo:  otro  bajito 
(Lám.  LX,  i.°)  y  otro  con  abaco  rectilíneo  y  arrancando 
sobre  amplia  y  lisa  nácela;  ya  van  rayadas  sus  hojas 
como  estrías,  siendo  así  una  pareja  colocada  en  el  coro 
de  los  pies  de  la  iglesia,  con  óvulos  de  tipo  bizantino  en 
su  abaco  (Lám.  LXÍV,  2°).  y  un  tercero  ostenta  vasos 
a  modo  de  cálices  con  asitas  en  medio  de  sus  frentes; 
otro  hay,  de  elegantes  proporciones,  que  algo  recuerda 
los  capiteles  gallegos  de  Sietecoros,  con  venas  de  relieve 
sus  hojas,  un  retorcido  caulículo  en  medio  y  parejas  de 
informes  aves  llenando  huecos  (Lám.  LX,  2.°):  por  fin, 
dos  más  con  hojas  lisas,  semejantes  a  otros  del  Museo  de 
Oviedo  y  de  Escalada,  y  con  finos  caulículos  uno  de  ellos. 

Una  tercera  y  principal  serie,  la  más  homogénea,  se  constituye  en 
primer  término  por  todos  los  capiteles  exentos  de  las  naves,  que  son 
ocho,  iguales  de  dos  en  dos  y  muy  robustos.  Un  par  de  ellos  resulta  dema- 
siado pequeño  para  un  tan  amplio  cimacio  como  lleva  encima;  son  capite- 
les primorosos  y  de  rica  estructura;  sus  astrágalos  fueron  recortados,  al 
parecer,  y  en  cambio  añadiéronseles  abacos  postizos  con  palmetas  rudas  y 
molduraje  (Lámina  LXllI);  los  seis  restantes  son  muy  corpulentos,  llevan 


Fig.  80.  Mazóte: 
arco  lateral  hacia  sur 


(i)     Uno  de  ellos  reproducido,  sobre  fotografía  del  Sr.  Lampérez,  en  el  Boletín  de 
la  Sociedad  Española  de  Excursiones,  t.  X,  lámina. 


I«2 


MAZOTK 

astrágalü,  va  liso  va  sogueado,  caulículos  finos  \'  a  veces  retorcidos,  hojas 
sumamente  encorvadas  por  su  extremidad,  adhirit'ndose  alguna  vez  a  ex- 
trañas varetas;  sus  foliólas  van  retalladas  con  elegancia  y  uno  de  ellos 
ostenta  cruces  griegas,  con  las  letras  alfa  y  omega  pendientes  (Láms.  LXl 
y  LXII).  Entran  en  serie  cuatro  capiteles  menores,  correspondientes  al 
extremo  superior  izquierdo  de  las  naves  y  a  los  arcos  de  las  capillas  late- 
rales, con  astrágalo  liso  y  en  cambio  labor  sogueada  en  el  abaco  de  uno 
de  ellos  y  en  el  equino  de  otro.  Una  última  pareja  sirve  hoy  de  pilas  para 
el  agua  bendita:  estos  capiteles,  que  tal  vez  se  arrancarían  del  iconostasis, 
son  grisientos,  miden  46  centímetros  de  alto,  con  gran  esbeltez  de  propor- 
ciones; llevan  sogueados  su  astrágalo  y  abaco,  las  folíolas  alcanzan  poco 
relieve,  se  acompañan  con  palmetas  en  lo  alto  y  carecen  de  caulículos 
(Lám.  LXIV,  i.°). 

Su  belleza,  perfección  técnica  y  refinamientos  ponen  estos  capiteles  a 
la  cabeza  de  todos  sus  similares,  españoles  y  franceses,  correspondientes  a 
la  Edad  Media  remota,  pudiéndose  asegurar  de  ellos  una  cosa,  y  es  su  abo- 
lengo oriental,  siriaco  acaso,  más  bien  que  bizantino,  y  con  tal  pureza  de 
estilo  y  tal  variedad  que  han  de  creerse  obra  de  artistas  asiáticos.  Es  de 
advertir  que  estas  piezas  inauguran  porción  de  otras  más  —  las  del  pórtico 
de  Escalada  entre  ellas  —  esparcidas  por  tierra  leonesa  en  edificios  de  la 
primera  mitad  del  siglo  X  exclusivamente,  no  volviéndoseles  a  hallar  del 
Duero  para  abajo,  ni  en  Galicia,  Asturias  y  Castilla,  salvo  imitaciones  en 
Lebeña  y  Vilanova.  de  fecha  algo  posterior  que  los  originales  marmóreos. 
Y  más  admirable  es  que  ni  en  Cairuán,  cuya  Gran  mezquita  brinda  con 
riquísima  serie  de  capiteles  bizantinos,  ni  en  Italia  ni  en  Oriente  mismo 
conózcanlos  ejemplares  equiparables,  haciendo  inverosímil  la  hipótesis  de 
que  fuesen  piezas  de  comercio  traídas  de  un  extremo  a  otro  del  Mediterrá- 
neo. Es  muy  típico  en  ellas  el  astrágalo  sogueado,  tal  como  se  halla  en  los 
fragmentos  del  altar  de  San  Clemente  en  Roma,  del  siglo  VI  (i),  que  pro- 
piamente remeda  una  corona  de  laurel,  y  es  tema  desarrollado  con  profusión 
en  Asturias  en  el  siglo  IX,  como  sabemos,  sobre  reminicencias  bizantinas 


(i)  Venturi:  Storia  dell'arte  italiana,  t.  1,  fig.  74.  Véanse  también  las  figuras  4.}5 
y  45i  del  mismo  libro.  —  British  Museum:  Catalogue  of  Early  Christian  Antiqui- 
ties,  láminas  XIII  a  XVIII,  que  reproducen  la  célebre  arqueta  de  Proyecta. 


-    183   - 


LEÓN 


acaso.  Respecto  de  fecha,  viene  diciéndose  que  todos  estos  mármoles  son 
godos,  y  en  verdad  que  su  estilo  no  es  indigno  del  siglo  de  Justiniano;  pero 
falta  razón  positiva  en  su  apoyo:  ni  las  iglesias  godas  que  aun  subsisten,  ni 
el  caudal  de  sus  despojos,  conservado  copiosamente  en  Toledo,  Mérida, 
Sevilla,  Córdoba,  etc.,  ofrecen  un  solo  ejemplar  que  ni  de  lejos  se  les  pa- 
rezca (i),  y  en  cambio  los  edificios  leoneses  del  siglo  X  les  mantienen 
siempre  en  series  homogéneas,  como  hechos  expresamente  para  ellos  y  con 
una  de  sus  caras  vertical  y  llana  casi  siempre;  mientras  los  capiteles  godos, 
a  no  ser  entregos,  aparecen  completos,  aunque  se  arrimen  al  muro,  como 
se  observa  en  San  Juan  de  Baños.  Fueron  hechos,  pues,  para  construccio- 
nes ajenas  a  los  métodos  visigodos,  en  cuanto  podemos  juzgar  de  ellos, 
inclinando  todos  los  indicios  a  creer  que  son  de  la  primera  mitad  del 
siglo  X,  y  que  se  harían  en  la  región  de  Astorga  o  del  Bierzo,  donde  hay 
canteras  de  mármol  blanco,  por  ejemplo  en  Filiel  y  Camposagrado. 

Otro  miembro  decorativo  sustancial  en  los  edificios  medievales  es  el 
alero  del  tejado,  que  en  el  grupo  leonés  de  que  tratamos  adquiere  un 
desarrollo  muy  grande,  conforme  a  las  condiciones  climatológicas  del  país 
y  a  ejemplo  de  las  obras  cordobesas.  En  Mazóte  no  hemos  logrado  hallar 
ni  uno  siquiera  de  los  modillones  que  formarían  su  alero;  únicamente  con- 
serva el  lienzo  septentrional  una  cornisita,  quesería  su  alicer  o  moldura 
de  apoyo,  hecha  con  piedra  caliza  fina,  de  doce  centímetros  de  alto  y  for- 
mando dientes  de  sierra  entre  dos  filetes  (Fig.  79),  exactamente  como  las 
ya  vistas  en  la  capilla  mayor  de  Escalada  y  en  Boñar. 

Más  curiosos  aún  son  los  vestigios  de  pintura  decorativa  conservados 
a  la  altura  de  las  ventanas  de  la  nave  central,  sobre  el  revestido  de  yeso 
blanco  que  cubre  la  mampostería,  y  consiste  simplemente  en  un  fingido 
aparejo  de  ladrillos  rojos  entre  anchos  tendeles  blancos,  cual  se  acostum- 
braba en  edificios  musulmanes  andaluces  de  siglos  posteriores. 

En  i5i8,  según  letrero  pintado  que  observaron  los  señores  Lampérez 
y  Agapito,  concluyóse  una  armadura  en  el  tramo  central  del  crucero,  de 
la  que  subsisten  sus  cuadrales  y  estribado,  con  canes  de  tipo  morisco  y 
pinturas  lombardas.  Una  simple  viga  la  separaba  de  la  armadura  de  la 


(1)     En  Toledo  son  bizantinos  un  capitel  del  segundo  patio  del  colegio  de  Santa  Cruz 
y  el  del  cementerio  del  Cristo  de  la  Vega,  pero  nada  tienen  que  ver  con  los  leoneses. 


—    184 


HORNIJA 

nave,  que  píirece  rehecha  después  y  se  adornó  con  groseras  pinturas.  Macia 
el  mismo  tiempo  fueron  decorados  los  muros  del  susodicho  tramo  con 
ventanas  a  medio  punto,  como  de  ladrillo,  pintadas.  Edificación  acaso 
más  antigua  y  de  sillería  es  la  que  envuelve  la  capilla  lateral  de  NE.,  con 
huecos  en  alto  muy  grandes,  entre  machones,  que  luego  se  redujeron  a 
ventanillas  arqueadas.  En  el  siglo  XVI  añadióse  a  SE.  una  sacristía;  y, 
andando  los  años,  hacia  1778,  se  realizó  la  gran  transformación  del  edifi- 
cio, con  su  abovedamiento  general  de  ladrillo  tabicado,  la  monumental 
espadaña  de  sillería  que  surge  a  los  pies,  una  capilla  lateral,  para  baptis- 
terio, hacia  norte,  etc.  La  espadaña  tiene  adarajas  a  la  vista,  para  enlace 
con  otros  muros  no  existentes  aún,  y  una  portada  en  medio,  haciendo 
creer  en  un  proyecto  de  reconstrucción  general,  que  por  gran  suerte  no  se 
llevó  a  cabo. 


SAN  ROMÁN  DE  HORNIJA 


En  la  continuación  a  la  Historia  de  los  reyes  godos  por  san  Isidoro, 
que  se  atribuyó  de  antiguo  a  san  Ildefonso,  dícese  que  Chindasvinto 
murió  fuera  de  Toledo,  año  663,  y  que  fué  sepultado  en  el  monasterio  de 
San  Román  de  Hornisga,  junto  al  río  Duero,  que  él  había  edificado 
desde  sus  cimientos;  y  que  yacía  dentro  de  la  misma  iglesia,  en  un  gran 
sarcófago  con  frontispicios  puntiagudos  por  sus  cuatro  frentes,  pues  así 
parece  explicarse  la  frase  del  cronista  (i),  mejor  que  suponiéndola  referen- 
te a  un  crucero  de  edificio,  como  entendió  Morales. 

Fuera  de  esta  noticia,  cuya  comprobación  no  arroja  el  edificio,  hay  la 
cita  de  891,  cuando  Alfonso  1 11  cedió  a  San  Salvador  de  Tuñón,  en  Astu- 

(i)    «Cindasvinthus extra  Tolctum  pace  obiit,  in  monasterioque  sel.  Romani  de 

Hornisga  secus  fluvium  Dorii,  quod  ipse  a  fundamento  aedificavit,  intus  ecclesiam  ipsam 
in  cornuto  per  quatuor  partes  monumento  magno  sepultus  fuit». 

—   i85  — 
24 


LEÓN 

rias,   entre  otras  muchas  propiedades,   «monaslerium  sancti   Romani  de 

Ornica iuxta  flumine  Dorio»  (i):  pero  quizá  esta  referencia  no  tenga 

más  apoyo  que  el  texto  anterior,  y  aun  todo  el  diploma  no  deja  de  inspirar 
recelos.  Hubo  de  ser  reedificado  el  monasterio  en  la  primera  mitad  del 
siglo  X,  como  se  probará  después;  mas  no  hallo  cita  documental  segura, 
referente  al  mismo,  hasta  que  en  1124  se  confirmó  la  posesión  de  su  tér- 
mino por  la  reina  Urraca,  siendo  abad  Pelagio  (2).  Ya  entonces  dependía, 
como  priorato,  de  San  Pedro  de  Montes,  en  el  Bierzo,  y  como  tal  sigue 
apareciendo  en  varios  documentos,  por  ejemplo,  dos  bulas  pontificias,  que 
cita  Yepes  (3),  y  un  diploma  zamorano  de  1202,  autorizado  por  el  prior  de 
«S.  Romani  de  Ornisia»,  cuyo  sello  conserva  pendiente.  Aun  duraba  la 
misma  situación  en  1479,  cuando  el  abad  de  Montes  otorgó  foro  a  San 
Román,  que  permanece  inédito.  Luego,  dicen  que  hubo  intentos  de  resta- 
blecer aquí  una  comunidad  exenta,  sin  buen  éxito  por  falta  de  rentas  con 
que  sustentarse;  por  ello  en  1489  D.  Alonso  de  Fonseca,  obispo  de  Osma  y 
comendatario  del  monasterio  de  Ornija,  entró  en  negociaciones  para  ven- 
derlo a  San  Benito  de  Valladolid,  con  bula  pontificia  autorizándole,  como 
se  llevó  a  cabo,  y  volvió  a  ser  priorato  suyo  por  bula  de  1603  (4). 

La  iglesia  actual  es  una  construcción  amplia,  de  una  sola  nave, 
cuyo  ancho  mide  y'So  metros,  repartida  en  tres  tramos,  con  estribos  de 
sillería  y  lienzos  de  tapia  y  ladrillo,  en  los  que  se  abren  ventanas  góticas 
con  tímpanos  de  claraboyas,  como  del  siglo  XV,  y  se  haría  probablemente 
cuando  el  susodicho  intento  de  restauración,  dejando  por  cabecera  la  obra 
antigua,  como  en  Bamba;  pero  ello  se  demolió  del  todo  en  el  último  tercio 
del  siglo  XVI,  según  Ambrosio  de  Morales  acredita,  sustituyéndolo  por 


(i)     España  sagrada,  t.  XXXVIl,  pág.  341. 

(2)  Archivo  hist.  nac;  documentación  de  San  Benito  de  Valladolid;  caja  232:  inser- 
to en  diploma  de  Sancho  IV.  Ornisia  es  la  forma  bajo  que  aparece  aquí  el  nombre  del 
lugar,  y  así  dura  hasta  el  siglo  XIV  por  lo  menos.  En  carta  real  de  1279  se  le  llama  Ornija, 
siempre  sin  H;  Sandoval  aun  escribe  Ornixa;  pero  Morales  restableció  eruditamente  la 
forma  Hornixa,  que  ha  prevalecido  en  lo  moderno.  Ornisia  era  también  el  nombre  del 
arroyo  que  pasa  por  allí,  citado  para  localizar  un  «castrum  de  Abeiza  Gutérriz»  en  diplomas 
de  916  y  955  (Esp.  sagr. ,  t.  XXXIV,  págs.  436  y  459). 

(3)  Corónica  de  la  orden  de  San  Benito,  t.  II,  f.   184. 

(4)  Arch.  hisi.  nac;  sala  VI,  cajas  232  a  236. 

—    186  — 


HORNIJA 

un¿i  simple  capilla  CLiadr¿ida;  y  por  último,  a  fines  del  XVllI,  agre^^óse  a 
los  pies  un  tramo  de  nave,  con  torre  en  el  hastial  y  capillas  laterales,  obra 
sosísima  de  un  t'ra\'  Juan  Ascondo,  arquitecto.  Por  delante  }'  a  cierta  dis- 
tancia queda  un  amplio  cimiento  de  grava  y  argamasa,  con  restos  de  para- 
mento de  manipostería,  que  nada  enseña. 

Respecto  del  edificio  antiguo  Sandoval  y  Yepes  no  supieron  otra 
cosa  que  glosar  a  su  modo  lo  dicho  por  Morales,  y  tampoco  esto  es  de  gran 
claridad  ni  provecho.  En  un  pasaje 
equipara  los  arcos  de  Hornija  a  los 
de  Bamba,  lo  que  viene  a  significar 
que  eran  de  herradura  (i);  otro  pa- 
saje dice  así:  «"^'o  vi  la  iglesia  anti- 
gua, de  obra  gótica,  con  su  cruzero 
de  cuatro  brazos,  como  la  descrive 
S.  Ildefonso  quando  habla  de  su  fun- 
dación. Mas  por  ha  ver  después  que- 
rido ensanchar  la  capilla  mayor  se 
ha  perdido  la  forma  de  la  fábrica 
antigua,  y  solo  quedan  muchas  de 
las  ricas  colunas  de  diversos  géneros 
y  colores  de  mármoles  que  avía  por 
todo  el  edificio»;  además  contenía 
dos  capillas,  que  en  la  una  mostrá- 
base el  sarcófago  de  mármol  blanco, 
sin  letrero  alguno,  donde  yacía  el 
cuerpo  de  Chindasvinto,  venerado 
allí  como  santo,  y  en  la  otra  esta- 
ba colocada,  sirviendo  de  altar,  un  ara  antigua  con  inscripción  de 
reliquias    allí    depositadas,    pero    sin    fecha    ni    alusión    histórica    (2). 

El  edificio  cayó  por  entero;  sólo  quedan  sus  mármoles,  atestiguando 
riqueza  y  en  algún  modo  el  arte  a  que  pertenecía.  Desde  luego  suscítase 
un  conflicto  entre  el  dato  de  su  fundaci<')n  por  Chindasvinto  y  el  carácter 

(1)  Viage  santo,  pág.  87. 

{2)    Corónica  general  de  España,  lib.  XII,  cap.  28. 


Fig.  81.  Hornija:  ara  de  un  altar 


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LEÓN 


de  los  susodichos  despojos,  que  nada  de  común  ofrecen  con  los  notoria- 
mente godos,  y  al  contrario  respecto  de  obras  mozárabes  leonesas  del 
siglo  X.  El  altar  aludido,  con  su  inscripci(')n,  subsiste  convertido  en 
pila  V  no  viéndose  de  letras  sino  algunas  hacia  los  ángulos,  que,  sin  embar- 
go, bastan  para  concordar  la  lectura,  no  completa  ni  muy  fiel,  por  desgracia, 
de  Morales  (i).  Ahora  bien,  sus  caracteres  epigráficos  corresponden  al 
siglo  IX  o  principios  del  X,  con  la  C  rectilínea,  el  ápice  izquierdo  de  la  T 
alargado  y  la  A  sin  travesano.  La  piedra  es  de  granito,  con  base  cuadrada 
y  molduraje  de  tradición  romana  formando  cornisa  (Fig.  8i). 

Otro  elemento  decorativo  notable  son  los  modillones  que  tuvo  el 
alero  del  edificio,  unos  puestos  hoy  como  losas  en  el  portal  de  la  iglesia, 
bajo  de  la  torre,  y  otros  allí  a  la  vera  sueltos  y  muy  rotos.  El  dibujo  ad- 
junto (Fig.  82)  da  idea  buena  de  su  corte  cóncavo,  repartido  en  lóbulos 
convexos  y  sin  adorno  alguno;  su  alto  es  de  64  centímetros:  el  grueso, 
de  21,  y  están  hechos  de 
caliza  basta.  Si  su  tama- 
ño estaba  en  relación  con 
el  del  edificio,  esta  iglesia 
hubo  de  exceder  a  las  { 
otras  del  grupo  mozárabe  >* 
leonés,  en  las  que  se  repi- 
ten modillones  iguales, 
aunque  menores  y  gene- 
ralmente decorados:  ellos 

inícianse  en  Escalada,  se-  F¡g.  82.  Hornija:  modillón  de  alero 


(i)    Muchas  veces  repetida  y  siempre  sobre  el  texto  de  Morales  (Inscr.  Ilisp.  chris., 
n.°  140).  Quizá  pudiera  restituirse,  atendiendo  a  la  exigua  parte  conservada,  en  esta  forma: 

In   nomi  ne   Dni 
Salvatoris   mundi   (?) 
hic   sunt   reliquie 
sel  Romani  monachi 
sci  Martini  epi  sce  Ma 
riñe  virgs  sci  Petri  apli 
sci  loannis  bpte  sci  Aciscli 


et  aliorum  numero  scoru. 


18»  — 


IlOKiNIJA 


Fig.  Í3.  Toro:  capitel  en  la  iglesia  de  Sio.  Tomás 


gún  ya  se  adujo,  y  van  repitiéndose  en  Peñalba.  Celanova,  Vilanova, 
Lebeña,  Moroso  y  la  Cogolla,  hasta  pasar  a  hj  románico.  Sus  prototipos 
tambicMi  va  dicho  que  son  cordobeses, 
y  además  parece  averiguado  que  en 
los  edificios  godos  no  se  usaron  ale- 
ros de  modillones,  sino  cornisas. 

En  col  umnas  la  serie  de  Horni- 
ja es  notabilísima  y  suscita  proble- 
mas, a  la  par  que  la  de  Mazóte,  de 
gran  transcendencia  artística.  Hay 
piezas  en  la  iglesia  misma,  sirxiendo 
de  pila  para  agua  bendita  y  sostenien- 
do el  pulpito;  en  la  adjunta  casa  del 
priorato,  construida  en    1768;  en  un 

molino  que  le  perteneció;  en  la  iglesia  de  San  .luán  en  Morales,  y  en  las 
de  Santo  Tomás  y  ermita  del  Canto  en  Toro.  El  número  total  de  capiteles 
vistos  llega  a  diez  y  seis,  y  hay  basas,  fustes  y  cimacios  en  crecido  número. 
Todo  ello  —  salvo  algunos  grandes  fustes,  de  granito  —  es  de  mármol 
blanco,  algo  sucio  y  veteado  generalmente,  cuyas  canteras  más  próximas 
conocidas  se  hallan  en  el  Bierzo;  los  capiteles  mayores,  cuyo  diámetro 
inferior  se  acerca  a  38  centímetros,  estuvieron  exentos  y  son  cuatro,  nada 
parejos  de  estilo;  medianos,  o  sea  de  unos  27  centímetros,  hay  nueve,  todos 

ellos  con  una  de  sus  caras  llana 
y  vertical,  para  fustes  que  ha- 
bían de  ir  tangenciales  al  muro 
y  ligados  a  la  fábrica  solamente 
por  sus  cimacios,  particularidad 
muy  notable,  porque  en  lo  visi- 
godo no  parece  haberse  obser- 
vado tal  cosa,  como  antes  se 
dijo.   Al  contrario,   fué  uso  ge- 

Fig.  tí4.  Morales  de  Toro:  capitel  en  la  iglesia  de  S.  Juan  neralísimO    en     nueStraS    ¡glesías 

leonesas  del  siglo  X,  bastando 
ello  para  fechar  desde  luego  las  piezas  en  cuestión  y  comprobar  que  el 
edificio  hubo  de  parecerse  por  su  estructura  a  Santa  María  de  Lebeña.  Las 


—   181)  — 


LEÓN 


grandes  piezas  exentas,  sin  embargo,  hacen  sospechar  si  existirían,  a  más 
del  crucero,  naves  prolongadas,  como  en  Mazóte. 

Pudieran  ser  godos,  si  no  más  antiguos  aún,  y  proceder  del  edificio 
fundado  por  Chindasvinto,  dos  capiteles  de  los  medianos,  enteramente 
iguales,  que  copian  el  orden  corintio  romano  con  toda  precisión  }■  aun  con 
detalles  clásicos,  si  bien  rudos  en  cuanto  a  su  técnica  y  llevando  consigo 
un  collarino  angosto;  además  tienen  una  cara  lisa  y  vertical,  mutilación 
que  pudo  hacerse  en  el  siglo  X  al  aprovecharlos  en  otro  edificio  (Lámi- 
nas LXVl  V  LX\'II,   i.°).  También  de  tipo  romano  puro,  con  retorcidos 


Fig.  85.  Hornija:  capitel  en  la  casa  del  Priorato 


Fig.  86.  Hornija: 
capitel  que  sostiene  el  pulpito  en  su  iglesia 


caulículos,  pero  sin  collarino,  es  otro  capitel  de  los  mayores,  que  existe 
sosteniendo  el  coro  de  la  iglesia  toresana  de  Santo  Tomás  Cantuariense, 
junto  con  otro  de  tipo  bizantino,  y  ambos  sobre  fustes  de  mármol  blanco, 
de  2'o8  metros  de  alto  y  o' 38  de  diámetro. 

Los  restantes  capiteles  encajan  en  patrón  bizantino,  siempre  bajo  tipo 
corintio,  más  o  menos  alterado,  y  conformes  en  lo  de  llevar  un  collarino 
esculpido  a  manera  de  soga.  Hermanan  perfectamente  con  los  otros  de 
Mazóte,  Sahagún,  contornos  de  Eslonza,  pórtico  de  Escalada,  Peñalba, 
Lebeña  y  Celanova,  mas  ninguna  otra  serie  le  llega  en  variedad  de  tipos, 
haciendo  verosímil  una  prioridad  de  tiempo,  salvo  la  de  Mazóte  acaso.  He 
aquí  su  análisis:  Un  gran  capitel  hay,  prototipo  de  los  de  Sahagún,  con 
tres  filas  de  hojas  iguales  entre  sí,  escotadas,  hendidas  a  biseles  y  revueltas 
sus  folíolas  con  arte  admirable,  que  singulariza  este  grupo  (Lám.  LXV, 
abajo).  Otro,   de  igual  tamaño,  o  sea  con  62  centímetros  de  altura,  es  más 


IQO   — 


IIOKMJA 

exactainenie  C(H-inlio,  con  caulículus,  flores  y  trenzas  en  su  abac(j,  ubra 
magistral  (Láni.  LX\',  encima).  Se  le  parece  el  otro  de  Turo,  a  que  antes  se 
aludi"),  nuiv  deteriorado,  con  menos  hojas  y  florones  variados,  y  sin  colla- 
rino, revolviéndose  en  cam- 
-^  bio  su  zona  inferior  de  hojas 

en  ligera  curva;  pero  no  sa- 
ía^  bemos  si  ello  provendrá  de 
=i:u/    un    cercenamiento   moderno 

Fig.  87.  Hornija  y  Morales  de  Toro:  basas  para  rcducir  SU  altO  íFig.  83). 

En  la  serie  de  tamaño  me- 
diano, o  sea  con  30  o  pocos  más  centímetros  de  altura,  excepto  dos  que 
sólo  llegan  a  26,  reveíanse  dos  tendencias:  ya  las  hojas  son  de  clásica 
forma,  y  las  acompañan  palmetas,  flores,  aves,  algún  cáliz  y  trenzas  varia- 
das (Láms.  LXVI,  LXVIII  y  LXX;  fig.  84);  ya  la  disposición  es  más  libre, 
transformándose  sus  hojas  en  cogollos  y  palmas,  con  esquematismo  bizan- 
tino y  adoleciendo  de  cierta  mezquindad  (Láms.  LXVI  y  LXVll.  2.°):  en 
un  capitel  de  estos  últimos  faltó  piedra  para  una  hoja  y  se  la  sustituyó, 
repitiendo  el  caso  de  Escalada,  por  una  paloma  picando  racimo  (Fig.  85). 
Estas  representaciones  animales  son  esquemáticas  e  infantiles.  El  capitel 
del  pulpito  (Lám.  LXIX)  es  imitación  inexperta  y  quedó  con  hojas  lisas, 
excepto  por  una  cara,  donde  reaparecen  los 
procedimientos  asturianos  de  talla  (Fig.   86). 

Este  último  capitel,  que  iba  exento,  lleva     - 
un  fuste  adornado  todo  con  estrías  en  espiral 
biseladas,  dispuestas  en  dos  tramos  y  coronadas 

Fig.  88.  Hornija:  cimacio 

por  filas  de  hojas,  poco  artísticamente  esculpi- 
das; su  diámetro  es  de  18  centímetros  (Lám.  LXIX).  Otro  fuste  hay  con 
estrias  asimismo;  los  demás  son  lisos,  sin  collarino  siempre,  como  es  na- 
tural, y  ya  cilindricos,  ya  en  tronco  de  cono  poco  acentuado  (i). 


(i)  En  Monumentos  arquitectónicos  de  España  grabóse  una  lámina  repro- 
duciendo esta  columna  del  pulpito  entera  y  los  dos  capiteles  grandes  de  nuestra  lámina  LXV. 
Además,  los  tres  del  portal  de  la  casa  del  priorato,  muy  defectuosamente  interpretados,  la 
inscripción  del  ara  y  otra  sepulcral  del  siglo  XIll,  era  i25o,  grabada  en  un  gran  sillar  que  se 
conserva  en  el  ángulo  SE.  de  la  iglesia  moderna. 

—    191    — 


LEÓN 


De  basas,  hay  tres  grandes,  áticas,  sin  plinto  y  con  su  escota  muy 
desarrollada,  ya  con  tendencia  cónica  ya  de  amplia  curva,  según  se 
extrema  en  un  cuarto  ejemplar,  de  menos  diámetro,  que  hay  en  Morales 
de  Toro,  bajo  el  capitel  antes  reproducido  (Fig.  87,  perfil  3.°).  Otra  gran 
basa,  de  piedra  basta,  carácter  romano  bárbaro  y  mezquino  desarrollo, 
hay  ante  una  casa  frente  a  la  iglesia  de  San  Román;  pero  ella  no  es  seguro 
que  perteneciese  al  mismo  edificio  que  las  otras. 

Hay,  además,  fragmentos  de  cimacios,  sirviendo  de  base  a  lastres 
columnas  de  la  fachada  del  priorato.  Son  del  tipo  usual  leonés,  que  acom- 
paña siempre  —  excepto  en 
Mazóte  —  a  las  series  de  ca- 
piteles susodichos  bizanti- 
nos, y  que  además  se  les 
halla  en  Bamba.  Compónen- 
se  de  dos  nácelas,  una  sobre 
otra,  guarnecidas  por  conta- 


o'Ti 


Fig.  89.  Hornija:  adorno  de  un  cimacio 


rios  y  con  un  tablero  de  coronación  (Fig.  88).  Uno  de  estos  tres  mármoles 
tiene  además  por  un  frente  labor  de  girones  y  orla  curiosamente  adornada, 
que  no  parece  de  estilo  posterior  al  siglo  X,  si  bien  tampoco  hallamos 
cosa  equiparable  (Fig.  89). 

Toda  esta  serie  de  mármoles,  tan  bien  caracterizada,  permite  creer 
que  la  iglesia  de  Hornija  fué  de  tipo  mozárabe,  formando  crucero,  como 
en  Mazóte  y  Bamba,  ya  fuese  de  tipo  bizantino,  como  ésta  última  y  la  de 
Lebeña,  ya  con  prolongación  de  naves,  como  en  Escalada  y  Mazóte,  y, 
por  correlación  de  fechas,  dataría  de  hacia  930  (i). 

Resulta  imposible  hallar  hoy  en  la  Academia  de  la  Historia  la  papeleta 
correspondiente  a  un  letrero,  «en  el  cuerpo  de  la  iglesia  (de  Hornija),  en 
un  poste  quadrado,  parte  de  él  de  piedras  de  mármol  y  parte  de  otras», 
copiado  así:  NN-DÑ|H-C-R-B-  SISTE  |  lOANNIS  |  MONACHI  | 
PECCA  I  TORI  (2). 


(i)     San  Román  de  Hornija  tiene  estación  de  ferrocarril  en  la  línea  de  Medina  del 
Campo  a  Salamanca. 

(2)     Hübner:   Inscr.   Hisp.  christ.,  n."  52* 


—    192 


SANTA  MARÍA  DE  BAMBA 


No  es  fácil  averiguar  C(3mo  ni  cuándo  se  dio  por  cierto  que  este  pueblo 
fué  Gérticos,  la  vila  o  heredad  de  Recesvinto,  donde  le  alcanzó  la  muerte 
en  672  y  donde  Wamba  fué  elegido  por  sucesor  en  el  reino  de  los  visigo- 
dos. La  semejanza  entre  el  nombre  actual  y  el  de  este  rey  tampoco  parece 
asegurar  su  etimología  ni  la  concordancia;  otros  dos  Bamba  radicaron  en 
la  provincia  de  Zamora;  el  uno  hacia  norte,  en  Lampreana,  con  iglesia  de 
santo  Tomás  (i),  y  el  otro  al  sur  del  Duero,  hacia  Salamanca,  en  Val  de 
Xema,  donde  hubo  monasterio  de  san  Martín,  que  fué  de  Templarios  en 
el  siglo  XII  (2);  con  la  particularidad  de  que,  si  Gérticos  ha  de  ser  un 
Bamba,  cuadra  mejor  su  reducción  a  este  último  lugar,  ya  que  san  Ju- 
lián (3)  y  la  crónica  de  Albelda,  según  el  códice  de  Alcalá  (4),  declaran 
que  estaba  situada  en  territorio  Salmanticense.  Con  todo,  la  otra  hipótesis 
quizá  es  muy  antigua,  según  lo  dicho  en  la  continuación  anónima  de  san 
Isidoro  (5)  y  en  la  crónica  de  Sebastián,  de  que  Gérticos  reconocíase  a  la 
sazón  en  el  monte  de  Cauria,  citado  con  frecuencia  en  documentos  de  Sa- 
hagún  del  siglo  XI,  hacia  Tordehumos  (6),  por  encima  del  Bamba  que  nos 


(i)  Donación  al  monasterio  de  San  Martín  de  Castañeda  por  Sancha,  hermana  de 
Alfonso  VII,  en  ii53,  y  otras  sucesivas.  (Bib.  nac,  ms.  18382,  fs.  5  a  ó).  Estaba  a  NE.  de 
Villafáfila,  entre  las  lagunas  saladas  que  por  allí  se  extienden. 

(2)  Donaciones  a  la  catedral  de  Zamora  conservadas  en  su  archivo;  años  1 122  a  1232. 

(3)  Historia  de  Wamba,  en  la  Esp.  sagr.,  t.  VI,  p.  535.  Dice  así,  refiriéndose  a  la 
muerte  de  Recesvinto:  «In  villula  qui  antiquitas  Gérticos  nomen  dedit,  quae  fcrc  ccntum 
viginti  millibus  ab  Urbe  Regia  distans  in  Salmanticensi  territorio  sita  est». 

(4)  «In  villa  Gérticos  territorio  Salmanticensi  obiit:»:  Bibl.  nac,  ms.,  1358.  Otro 
códice,  en  el  Museo  Británico  (n."  14092),  repite  lo  mismo,  con  yerros. 

(5)  «In  villa  nomine  Gérticos  quae  in  monte  Cauriensi  sita  est  propria  mortc  dccessit». 

(6)  «Subtus  monte  Cauriense  iuxta  Autero  de  Pumos»:  1088.  ^Becerro  de  Sahagún, 
f.  24).  Allí  estaba  el  monasterio  de  S.  Pedro,  que  luego  se  llamó  de  la  Espina,  y  resulta  ser 
el  monte  mismo  de  Torozos  a  que  antes  se  aludió  (pág.  173). 

—    193   — 
a5 


LEÓN 


ocupa  ahora,  y  en  ello  se  fundará  tal  vez  la  interpolación  de  este  nombre, 
incorporada  a  la  crónica  de  Sebastián  en  el  texto  publicado  por  Barrau- 
Dihigo  (i). 

Su  posición  es,  andadas  tres  leguas  a  occidente  de  Valladolid,  en  te- 
rreno algo  montuoso  y  de  ingrata  vista  por  la  absoluta  falta  de  arboleda, 
ya  que  el  célebre  bosque  de  Torozos,  que  le  dominaba,  no  existe.  En  lo 


Fig.  90.  Sta.  María  de  Bamba;  planta 

alto  del  pueblo  álzase  la  iglesia,  hoy  parroquial  y  en  lo  antiguo  monas- 
terio, cuyo  abad  Ñuño  es  citado  en  945  y  gSi  (2);  después  fué  convento 
de  caballeros  de  san  Juan  desde  el  siglo  XII;  pero  lo  más  notable  es  apa- 
recer una  sede  Bambense  con  su  obispo  Frunimio,  de  928  a  948.  Los 
documentos  son  tres:  un  diploma  original  de  Alfonso  IV,  expedido  en  la 

(i)    «Recesvindus in  villam  propriam  venit  cui  nomen  erat  Gerticos,  quae  nunc 

[a  vulgo  appellatur  Bamba  et]  in  monte  Caurac  esse  dignoscitur.»  (Revue  hispanique; 
t.  XXIII,  p.  240). 

(2)  «Nunnus  abba  sce.  Marie  Bambe»  (cart.  Sahagún,  núms.  i5  y  18).  — «Fratres 
de  Bamba»:  949  (bec.  Sahag.,  f.  58). 


—    194  — 


RAMRA 


primera  fecha  preinserta,  Nerosimilmente  (i);  ulro  de  948(2),  y  la  suscrip- 
ción del  Cíxiice  can<'>nic(_)  de  San  Juan  de  la  Peña,  hü_\'  perdido,  expresan- 
d(j que  habla 
sido  escrito 
en  938  en  el 
«monasterio 
U  b  a  m  b  e  » , 
bajo  el  go- 
bierno del 
obispo  Fru- 
nimio,  por 
Ñuño  diáco- 
no, proba- 
blemente el 
mismo  que 
luego    apa- 

abad,  según 

Fig.  91.  Bamba:  sección  de  la  nave  central 

va  dicho  (3). 

Este  Frunimio  debe  ser  aquel  obispo  de  León,  bien  conocido,  que  duró  allí 


(i)  «Frunimius 
episcopus  Bambensi  se- 
dis  confirmat»:  cartula- 
rio de  Sahagún,  n."  14. 

(2)  «Frunimius 
episcopus  Bambensae 
scdis  confirmat»:  Fsp. 
sagr.,tomoXXXVni, 
pág.  275. 

(3)  «Explicit  li- 
ben canonum  Deo  iu- 
bante  sub  die  xvu  Ica- 
lendas  iulias  die  vi  fe- 
ria hora  secunda  lxxvi 


W'y^/^/wMwmm^/^/^^^^^^ 


Fig.  02.  Bamba:  sección  de  las  naves  laterales 


ter  terna  cencies  era.  Conpletusque  in  monasterio  Ubambe  a  Nunno  diácono  licet  indigno 
sub  regiminc  Frunimii  episcopi  regnante  Ihesu  Xristo  eterno  ct  cathedra  residens  Ranimi- 


-    195   - 


LEÓN 

hasta  enero  de  928,  cuando  hizo  testamento  en  favor  de  su  Catedral,  donán- 
dola fincas  y  objetos,  y  que  luego  vivió  retirado,  hasta  963,  a  lo  menos  (i). 
Ciertamente  que  Risco  dio  como  seguro  que  su  retiro  fué  en  San  Andrés 
de  Perameno,  por  la  intervención  que  tuvo  a  favor  de  sus  ermitaños  en  944; 
pero  los  otros  datos  de  Bamba  son  más  concluyentes,  haciendo  creíble  que 
Frunimio  fundó  este  monasterio,  como  su  predecesor  Cixila  el  de  Apellare, 
y  ello  hacia  928.  A  la  munificencia  del  mismo  es  verosímil  que  se  debiera 
la  edificación  de  su  iglesia,  y  aunque  el  ejemplo  de  la  diócesis  de  Siman- 
cas, creada  precisamente  hacia  los  mismos  años,  y  el  título  de  santa  María, 
raro  en  monasterios  de  entonces,  podrían  llevarnos  a  sospechar  un  intento 
de  sede  episcopal  nueva  en  Bamba,  sin  embargo,  lo  más  probable  es  que 
se  la  aplicase  el  título  de  sede  sin  más  motivo  que  ser  residencia  de  un 
obispo  dimisionario  y  sin  jurisdicción  pastoral,  como  el  andaluz  Fatalis 
cuando  residía  en  Samos  (2)  y  Rudesindo  en  Celanova  (3). 

La  decadencia  de  Bamba  hubo  de  ser  rapidísima,  y  gracias  a  ella  se 
libró  de  renovaciones  el  edificio,  hasta  que,  bajo  los  Hospitalarios,  padeció 
gran  reforma,  cavendo  una  mitad  de  la  iglesia  para  dejar  sitio  a  tres  naves, 
con  cubiertas  de  madera  y  separadas  por  arquerías  muy  airosas.  Quedó  la 
cabecera  primitiva  con  todo  el  lienzo  septentrional,  que  basta  para  formar 
idea  de  la  distribución  y  estructura,  con  fijeza  no  lograda  por  quienes 
estudiaron  antes  el  edificio. 

Éste  parece  haber  sido  un  ejemplar  de  tipo  bizantino,  con  planta  en 
forma  de  cruz  inscrita  en  un  cuadrilátero,  y  todo  cubierto  con  bóvedas, 
cual  nos  lo  ofrecen  el  Cristo  de  la  Luz  en  Toledo,  San  Martín  de  Segovia, 
en  su  parte  más  vieja,  Germigny-des-Prés,  etc.;  mas  con  la  particularidad, 
no  advertida  aún,  de  contrarrestarse  los  empujes  de  sus  arquerías  mediante 
estribos,  que  traen  recuerdos  de  Asturias  y  de  otra  iglesia,  la  de  Santiago 
de   Peñalba,   perteneciente  al   mismo  grupo.   También   el  ser  de   planta 

rus  in  regno  inperante  paterno  anno  autem  rcgni  sui  vi  menscs  viii  dies  .\ii.  Tu  vero  qui 
legeris  memento  mei.»  1239:  Ordinatio  ecclesiae  Valentinae  (Escuela  española  de 
arqueología  e  historia  en  Roma:  cuadernos  de  trabajos:  I). 
(i)     Esp.  sagr.;  t.  XXXIV,  p.  236. 

(2)  «Sub  dominio  Fatalis  episcopi  cimeterio  Samonensi»:  Esp.  sagr . ,  t.  XL,  p.  21 5. 

(3)  «Rudesindus  episcopus  Dumicnse  sedis  Cellenovensc»:  Esp.  sagr.,  t.  XVIII, 
p.  340. 

—    196  — 


BAMBA 

cuadrada  sus  tres  capillas  implica  una  tradición  goda  u  asturiana,  que 
luego  cayó  en  los  edificios  de  estructura  mozárabe  más  compleja.  (I''igu- 
ras  90  a  94;  láminas  LXXl  a  LXXIII). 

Respecto  de  proporciones  esta  iglesia  ofrece  notable  contraste:  ios 
arcos  son  relativamente  bajos,  no  traspasando  el  duplo  de  su  ancho  ios  más 
esbeltos;  en  cambio,  ias  bóvedas  suben  hiasta  un  triplo  del  ancho  de  las 
naves,  y  es  verosímil  que  superase  esta  proporción  su  compartimiento 
central,  obedeciendo  todo  a  la  conveniencia  de  dar  luces  directas  a  cada 
tramo,  de  suerte  que  en  realidad  las  alturas  son  mínimas  en  todo  el  edifi- 
cio. Tocante  a  anchos,  la  proporción  entre  sus  naves  central  y  colaterales 
es  como  tres  a  dos,  siendo  cuadrados  todos  los  tramos  de  aquélla  y  las  ca- 
pillas colaterales,  infiriéndose  de  esto  que  el  cuerpo  de  la  iglesia  es  alarga- 
do, en  desacuerdo  con  los  prototipos  bizantinos,  y  por  apego  a  las  tradicio- 
nes occidentales  probablemente.  Orientación,  normal. 

El  aparejo  de  los  muros  es  de  mampostería.  En  el  lienzo  septentrio- 
nal obsérvanse  cintas  de  lajas  menudas  entre  cada  fila  de  cantos  gruesos, 
como  en  lo  árabe  toledano;  las  capillas  guardan  el  mismo  orden,  pero 
sin  acusar  cintas,  bien  careadas  y  de  parejo  tamaño  sus  piedras,  que  forman 
hiladas,  en  correspondencia  con  los  sillares  de  las  esquinas,  cuyo  alto  varía, 
menguando  progresivamente  de  abajo  a  arriba,  y  su  labor  es  poco  esme- 
rada, siendo  de  piedra  caliza  basta  todo  ello  (Lám.  LXXI).  Al  contrario, 
los  estribos  y  los  pilares  de  adentro  son  de  sillería  muy  bien  labrada  y  con 
juntas  sutiles,  alternando  sin  orden  hiladas  de  unos  64  centímetros  y  otras 
que  no  pasan  de  20:  así  también  de  cuidadoso  es  el  dovelaje  de  los  arcos,  y 
las  bóvedas  van  hechas  regularmente  con  sillarejos  largos  y  angostos  bien 
cortados.  Las  pilas  e.\entas  son  cuadradas  en  su  base. 

De  bóvedas  no  existen  sino  seis,  todas  ellas  de  cañón,  desarrolladas 
en  igual  sentido  que  el  eje  de  la  iglesia,  arrancando  sobre  impostas  y  algo 
prolongada  su  curva  en  forma  de  herradura,  sobre  todo  en  la  capilla 
mayor.  El  tramo  central  no  puede  saberse  ya  cómo  se  cubría,  tal  vez  con 
bóveda  de  aristas  o  de  gallones,  y  abriendo  ventanas  en  sus  lunetos.  De 
los  tramos  colaterales  al  mismo  sí  queda  indicio  en  una  cornisa  de  impos- 
ta, reconociéndose  que  eran  cañones,  atravesados  respecto  del  eje  de  la 
iglesia,  y  a  conveniente  altura  para  que  las  otras  bóvedas  contiguas  reci- 
biesen en  firme  sus  empujes.   Las  impostas  son  de  filete  liso,  y  obsér- 

—   197  — 


LEÓN 


vase  que  ellas  rodean  por  la  cabecera  los  tramos  de  naves  conservados, 
cortándose  en  medio  por  ventanas  rectangulares,  que  parecen  anti- 
guas (Lám.  LXXII).  El  muro  de  sur  aparece  desplomado,  con  deforma- 
ción de  los  arcos  y  bóvedas  de  aquella  parte,  atestiguando  que  el  edificador 
no  logró  acertar  en  el  contrarresto  de  empujes. 

Los  arcos  son  de  herradura,  sobre  impostas  de  molduraje  y  con  in- 
tradós algo  cóncavo  en  sentido  transversal,  como  se  observa  en  Mazóte  y 
otras  iglesias  mozárabes  leonesas;  su  despiezo  queda  incierto  por  hoy,  pues 

la  iglesia  fué  re- 
vestida grosera- 
mente, primero 
con  barro  y  paja 
V  encima  con 
yeso,  de  modo 
que  sólo  están 
visibles  algunas 
juntas  bajas  y 
éstas  son  hori- 
zontales, ha- 
ciendo suponer 
radial  el  despie- 
zo; respecto  de 
amplitud,  la 
curva  en  las  na- 
ves laterales  al- 
canza a  dos  ter- 
cios de  la  circunferencia;  los  medianeros  quedan  algo  cortos,  o  sea  con  pro- 
longación de  dos  quintos  del  radio  por  bajo  del  semicírculo  (Lám.  LXXIII); 
el  de  la  capilla  mayor  está  oculto  por  un  revestimiento  de  madera  y  el  que 
daba  al  centro  del  crucero  tiene  unos  arranques  verticales,  salientes  e 
interrumpidos  de  mala  manera,  sobre  los  que  se  desarrolla  en  semicírculo. 
Esta  anomalía  no  parece  explicable  sino  en  caso  de  existir  allí  un  iconos- 
tasis,  como  los  de  Escalada  y  Lena  y  como,  según  indicios,  les  hubo 
generalmente  en  nuestras  iglesias  de  aquellos  siglos,  formando  tres  arcos 
sobre  columnas,  cuyos  apeos  laterales  serían,   en  tal  caso,  los  salmeres 


Fig.  03.  Bamba:  sección  transversal,  desde  la  cabecera 


—    198    — 


HAMBA 


Fig.  94.  Sta.  María  de  Bamba;  perspectiva  isomctrica  del  edificio 

conservados  (Fig.  93).  Además,  ante  el  arco  de  la  capilla  mavor  v  a  los 
costados  del  tramo  anterior,  hay  gruesos  maderos,  como  trabes  o  pérgu- 
la, que  servirían  para  colgar  lámparas  y  cruces,  y  también  para  tender 
los  velos,  completando  con  el  iconostasis  el  cerramiento  del   presbiterio. 


—   199  — 


LEÓN 


Las  impostas  de  los  arcos  todos  (Fig.  96)  son  de  caliza  lina,  primo- 
rosamente labrada,  formando  grupos  de  nácelas  o  semiescotas  escalonadas, 
en  número  de  dos  o  tres,  y  entre  medias  baquetones,  ya  remedando  em- 
brionariamente contarios,  ya  con  rayas  oblicuas,  ya  como  hojitas  enfiladas: 
es  modelo  persistente  en  casi  todas  las  iglesias  mozárabes  leonesas,  según 


Fig.  95.  Bamba:  impostas  de  los  arcos 

iremos  viendo;  pero  estos  ejemplares  de  Bamba  resultan  los  más  ricos  y 
variados,  dentro  de  la  serie.  Del  alero  exterior  no  puede  reconocerse 
vestigio  alguno. 

Una  gran  pieza  decorativa  posee  esta  iglesia  y  es  su  pila  para  agua 
bendita  (Lám.  LXXIV),  de  mármol  blanco,  en  forma  de  taza  gallonada 
por  dentro,  exactamente  igual  que  las  árabes,  y  con  aspecto  de  capitel  co- 
rintio por  fuera,  tallados  sus  cauliculos  y  hojas  sobriamente  y  con  cierta 
rigidez  de  líneas,  a  modo  griego;  la  parte  medial  de  cada  frente  queda  lisa 
y  algo  convexa,  y  por  abajo,  en  vez  de  astrágalo,  lleva  una  escotadura:  su 
alto,  40  centímetros.  Los  capiteles  marmóreos  convertidos  en  pilas  son 
numerosísimos:  pero  esta  pieza  ofrece  muchas  dudas  sobre  si  es  una  de 


—  200 


I5AMBA 

tantas  o  si,  al  contrario,  fué  desde  luego  labrada  como  pila,  y  a  esto  nos 
inclinamos  con  preferencia.  Respecto  de  tiempo,  su  parecido  con  capiteles 
de  Mazóte,  y  en  general  con  toda  la  decoraci(')n  bi/.antina  mantenida  en  este 
grupo  leonés  mozárabe,  aconseja  reputarla  como  del  siglo  X:  pero  recono- 
ciendo ser  la  pieza  más  arcaizante  y  clásica  entre  todas,  de  suerte  que  su 
mayor  vecindad  artística  se  halla  en  capiteles  de  Itálica  y  de  la  Catedral 
de  Córdoba,  correspondientes  al  periodo  romano,  aunque  de  cincel  griego. 
Además,  en  esta  iglesia  subsiste  un  largo  trozo  de  friso,  aprovechado 
como  material  en  su  torre,  con  labor  de  rombos,  según  repiten  varias  veces 
mármoles  godos  de  Córdoba,  por  ejemplo:  parece  de  piedra  basta  (Fig.  96). 
El  Museo  arqueológico  de  Valladolid  contiene  otra  pila,  de  mármol 
blanco,  que,  según  dicen,  proviene  de  esta  misma  iglesia  de  Bamba.  Es 
de  ocho  gallones,  no  solamente  por  dentro,  sino  también  al  exterior,  como 

•  •      las  andaluzas  (i),  y  junto  a  su  borde  la 

i  ^^  ^Jk^ '/'il^^  Ik  'Jk'        adorna  una  cenefita  de  entrelazados  ara- 

^h;#Ai¥~iyy ^   ^'''  """■  ^'""  ''""'"•  '"^■' ""''«"'''"'' "° 

\  /\  /^  J^/iLS^—:'^      parece  traspasar  el  siglo  Xlll:  su  diámetro 

exterior  es  de  47  centímetros.  El  mismo 

Pig.  96.  Bamba:  friso  en  la  torre 

museo,  y  también  como  procedente  de 
Bamba,  conserva  un  soporte  de  altar  marmóreo,  con  cajita  para  reliquias 
en  lo  alto,  cuadrangular,  esculpido  a  modo  de  pilastra  y  con  grandes  cru- 
ces; su  alto  I '32  metros,  y  de  base  26  centímetros:  es  pieza  visigoda  indu- 
dable, y  otros  ejemplares  semejantes  hay  en  Mérida,  Córdoba  y  Toledo. 
Ha  de  tenerse  en  cuenta  que  las  atribuciones  consignadas  en  el  inventario 
de  dicho  Museo  ofrecen  muy  escasa  garantía  de  exactitud. 

En  síntesis,  la  iglesia  de  Bamba  merece  clasificarse  dentro  del  grupo 
mozárabe  leonés,  con  afinidades  las  más  directas  en  Peñalba  y  Lebeña,  si 
bien,  tal  vez  por  economía  o  premura,  ni  tiene  mármoles  ni  se  apean  sobre 
columnas  sus  arcos.  Los  cañones  con  sección  de  herradura  recuerdan  la 
iglesia  goda  de  Baños;  pero  ello  no  autoriza  para  retrotraer  más  allá  del 
siglo  X  su  construcción,  dado  que  también  reaparecen  en  San  Miguel  de 
Celanova.  La  fecha  de  928  es.  aproximadamente,  admisible. 

(i)  Su  prototipo  es  la  pila  del  Museo  arqueológico  de  Granada,  con  inscripción  de 
Alháqucm  II  y  fecha  de  970.  Vaciado  suyo  existe  en  el  Musco  de  .Madrid. 

—   201    — 
26 


LEÓN 

De  obras  posteriores  la  más  inherente  es  una  torre,  levantada  sobre  el 
tramo  de  nave  central,  con  dos  arcos  por  lado,  semicirculares,  hoy  maci- 
zos, y  todo  ello  de  aparejo  igual  que  lo  primitivo,  sobre  lo  que  se  alza  otro 
cuerpo,  más  moderno  y  con  arcos  también  para  las  campanas.  Las  naves 
corresponden  al  arte  románico,  bajo  la  evolución  ogival.  de  modo  que  sus 
arquerías  son  apuntadas;  el  aparejo,  de  sillería  estrecha;  portada  muy  rica 
en  el  hastial,  con  fecha  de  Era  1233;  una  capilla  adyacente,  con  dos  bóvedas 
de  ogivas  lisas,  capialzadas,  y  arco  medianero  a  medio  punto  sobre  re- 
pisas; claustro  hacia  norte,  con  bóveda  de  aristas  en  uno  de  los  ángulos, 
hecha  con  lajas,  y  algunos  lucillos  y  arcos  de  poca  significación.  Toda  esta 
obra  parece  ser  de  escuela  zamorana,  cuando  menos  en  su  elemento 
románico. 


SAHAGÚN 


Alfonso  el  Magno,  movido  a  compasión  hacia  el  abad  Adefonso  y  sus 
compañeros,  idos  de  tierra  de  moros  a  sus  Estados,  compró  en  904  cierta 
villa  de  Zacarías,  junto  a  la  calzata  o  vía  romana,  que  desde  la  Rioja  y 
Burgos  cruzaba  a  León,  con  su  iglesia  parroquial  o  basílica  de  los  santos 
Facundo  y  Primitivo,  arruinada  como  estaba,  desde  883,  por  las  tropas 
cordobesas:  cedióla  a  los  susodichos  para  que  en  ella  estableciesen  un  mo- 
nasterio ejemplar,  y  así  se  verificó,  bajo  la  advocación  de  los  mismos  santos 
mártires,  cuyas  reliquias  allí  se  veneraban  (i).  En  un  principio  fué  llamado 
Zeiense  el  monasterio,  por  estar  en  la  vega  del  río  Zeia  o  Cea  y  depender 
del  castillo  del  mismo  nombre;  mas,  de  ordinario,  decíase  al  lugar  «Domnos 
sanctos»  (2)  o  «Sancto  Facundo»,  lo  que  se  contrajo  en  Sanfagund  y 
Sahagún, 

(i)  Cartulario  de  Sahagún:  núms.  i  y  i5,  publicados  por  Escalona  en  su  Historia 
de  Sahagún,  bajo  los  números  II  y  XXII. 

(2)  «Domini  sanciisimi»  llamó  Alfonso  111  a  los  mártires  aludidos,  en  su  diploma  de 
904,  primero  de  los  arriba  citados.  — «In  locum  Domnos  sanctos  et  aula  Facundi  et  Primi- 
tivi-,  dice  otro  diploma  de  960  (n."  21  del  Cartulario). 

—   202   — 


SAHAÜÚN 

La  fundación  prosperó,  favurecida  pur  utros  reyes  y  sin  variar  su 
carácter  muzárabe  priniiiivo,  hasta  Allbnso  VI.  Hecho  monje  allí  por 
fuerza  este  rey,  cuando  luego  recobró  la  corona,  no  sabemos  si  por  amor 
a  la  casa  o  por  deshacer  lo  antiguo,  puso  desde  1080  como  abades  al  frente 
de  ella,  sucesivamente,  a  dos  monjes  franceses  de  Cluní,  Rodberto  y  Ber- 
nardo, famoso  el  segundo  por  haber  llegado  a  ser  arzobispo  de  Toledo  y 
reformador  de  la  Iglesia  española,  es  decir  introductor  del  culto  y  modas 
galicanas,  bajo  la  salvaguardia  de  los  legados  pontificios.  Sahagún,  hecho 
cabeza  de  la  orden  cluniacense  en  Castilla,  transformó  sus  edificios  con  pu- 
janza correspondiente  a  la  nueva  era  románica;  el  abad  Bernardo  fundó  a 
su  vera  el  Burgo  de  Sahagún,  origen  de  la  villa  actual,  en  io85,  dotándolo 
de  un  fuero,  célebre  por  su  barbarie  y  tiranía  frente  a  todos  los  españoles, 
y  así  llegó  a  plantearse  la  dura  guerra  que  burgueses  y  monjes  sostuvieron 
entre  sí  durante  siglos,  pidiendo  franquicias  los  unos  y  firmes  en  la  legali- 
dad los  otros,  hasta  consumarse  la  extinción  del  señorío  monacal,  con  dos 
incendios  y  derribo  en  el  XIX  (2). 

Ya  no  pesa  sobre  el  caserío  de  Sahagún  la  mole  del  prepotente  monas- 
terio; las  grandezas  de  éste,  sus  tesoros  artísticos,  sus  glorias,  su  cultura  no 
fueron  heredados  por  la  democracia  de  la  villa;  se  quedó  ésta  con  aires  de 
poblachón  incivil,  entre  ruinas  hechas  muladares,  y  en  cuanto  a  los  pro- 
vechos tampoco  parecen  lucir  allí  en  proporción  del  estrago  (3). 

Bajo  el  nuevo  régimen  comenzó  a  labrarse,  en  1121,  una  iglesia,  digna 
de  tal  monasterio,  conforme  a  los  modelos  románicos,  o  más  bien  protu- 


(2)  J.  Puyol  y  Alonso:  El  Abadengo  de  Sahagún. 

(3)  Es  curiosa  y  ejemplar  la  manera  como  el  monasterio  fué  vendido:  salió  a  subasta 
en  Madrid,  juntamente  con  el  convento  próximo  de  Tríanos,  como  bienes  nacionales.  Ac- 
cidentalmente se  hallaba  presente  en  aquel  momento  un  catalán,  que  viendo  sin  licitadores 
estas  fincas,  ocurriósele  pujarlas  y  en  él  se  remataron  por  unos  pocos  miles  de  reales.  Luego, 
procuró  enterarse  de  hacia  qué  parte  del  mundo  caían  sus  nuevas  propiedades,  fué  allá  y 
año  tras  año  transformó  los  edificios  en  material  vendible,  salvándose  la  torre  de  la  iglesia 
y  partes  adyacentes,  porque  el  reloj  de  la  villa  estaba  montado  allí,  y  además,  la  puerta  late- 
ral del  templo,  porque,  adquirida  por  el  Estado  la  zona  correspondiente,  para  abrir  una  ca- 
rretera, D.  Eduardo  Saavedra  tuvo  un  rasgo,  único  tal  vez  en  los  anales  de  la  ingeniería 
española,  pero  digno  de  su  elevado  espíritu,  haciéndola  pasar  bajo  de  aquella  portada,  sub- 
sistente en  calidad  de  arco  de  triunfo. 

—   203   — 


LEÓN 


ogivales,  puesto  que  bóvedas  de  ogivas,  muy  arcaicas,  la  cubrían.  Es  creen- 
cia, sin  embargo,  que  la  iglesia  antigua  quedó  en  pie,  tocándola  por  su 
hastial  de  poniente;  más  o  menos  tarde  se  la  echó  encima  una  pared  del 
coro  de  los  monjes,  dando  ello  motivo,  cuando  el  terremoto  de  lySS,  a  que 
se  resintiesen  sus  bóvedas,  y  para  remediarlo  hubo  precisión  de  alzar  en 
medio  otra  pared,  en  apoyo  de  la  de  encima,  quedando  asi  el  edificio  pri- 
mitivo desfigurado  y  sin  uso.  K\  muy  erudito  arquitecto  D.  Ricardo  Ve- 
lázquez  asegura  haber  visto  aún  arranques  de  un  arco  de  herradura  y 
columnas  marmóreas:  dicen  que  sus  muros  quedaron  soterrados  entre  la 
carretera  v  la  casa  de  los  señores  Font,  donde  seria  bueno  practicar  exca- 
vaciones; pero  realmente  hoy  no  poseemos  a  la  vista  sino  porción  de  co- 
lumnas espléndidas,  que  dan  razón  de  su  época  y  estilo  exactamente. 

Consta  que  la  consagración  de  esta  iglesia  fué  en  29  de  junio  de  936, 
presente  Ramiro  11  y  con  asistencia  de  siete  obispos  y  ocho  abades,  según 
expresa,  por  rara  casualidad,  un  diploma  de  otro  monasterio  (i).  Además, 
el  mismo  rev.  en  937,  hacía  una  donación  a  los  monjes  de  Sahagún  «pro 
repparacione  eglesie  vestre»  (2),  y  otros  privilegios  reales,  desde  944,  a  lo 
menos,  hasta  1094,  aluden  en  su  preámbulo  a  esta  nueva  iglesia,  bajo  la 
fórmula  «et  templo  dicato  (o  dedicato)  mire  magnitudinis  ornato  (o  com- 
posito)».  Lo  de  la  «magnitud»  queda  probado  por  otros  ejemplos  que  no 
hace  fe  de  grandor,  y  efectivamente,  dícese  que  media  esta  iglesia  cosa  de 
cincuenta  por  treinta  pies  (14  por  8'40  metros);  iba  distribuida  en  tres 
naves  casi  iguales,  con  bóvedas:  era  toda  de  piedra:  «muy  hermosa  y  pro- 
porcionada; en  sus  paredes  se  ven  varias  columnas  de  piedra  pequeñas  y 
delgadas  y  llenas  de  molduras,  que  indican  mucha  antigüedad,  y  su  fábrica 
es  parecida  a  las  antiquísimas  de  Oviedo».  La  llamaban  últimamente 
capilla  de  san  Mancio,  por  venerarse  alli  reliquias  suyas;  además  con- 
tenía los  sepulcros  de  Alfonso  y  Recesvindo,  primeros  abades  del  monas- 


(i)  Biblioteca  Nacional;  ms.  720,  f.  236,  donde  se  registran  incorrectamente  varios 
diplomas  de  San  Isidro  de  Dueñas,  para  uso  de  Sandoval  acaso.  Entre  ellos  figura  la  do- 
nación por  Ramiro,  rey,  de  una  vila,  «subtus  castcllum  Donnas»,  en  el  día  «IIT  kls.  iulias 
discurrente  era  DCCCCLXXIII  anno  III  regni  nri.  feliciter  commorantes  in  Domnos  sáne- 
los alio  die  sacracionis  eiusdem». 

(2)     Diploma  de  Ramiro  II;  n."  13  del  Cartulario.  Su  fecha  segura  es  Era  975. 

—   204  — 


SAHAGUN 


teriü,  el  du  una  santa  Luinbrosa,  guardadora  del  nüsnKj  cuando  la  deso- 
lación de  Almanzor,  y  los  de  aquellos  siete  condes  que  murieron  en  la 
batalla  de  Uclés,  según  dicen  (i). 

Procedentes  del  mismo  edificio,  son  conocidas  cuatro  parejas  de  capi- 
teles y  dos  más,  sueltos;  cuatro  gruesos  fustes,  también  de  mármol  blanco, 
dos  de  granito  y  un  cimacio.  Éste  es  exactamente  igual  a  los  del  pórtict) 
de  Escalada;  los  fustes  carecen  de  molduras,  probando  que  corresponden 
a  capiteles  provistos  de  astrágalo,  como  en  efecto  le  llevan  todos  los  arriba 
enumerados,  con  labor  en  forma  de  soga,  y  ellos  se  ajustan  al  tipo  corin- 
tio, con  caulículos  o  sin  ellos  y  hojas  de  sinuosos  contornos,  distribuidos 
en  foliólas  retalladas  a  bisel,  con  gusto  exquisito,  que  da  una  supremacia 
de  clasicismo  a  este  grupo,  sobre  todos  los  /■^'^JTíIlJii 
demás  de  la  serie  leonesa-bizantina  de 
capiteles  del  siglo  X.  (Domo  prototipos 
quizá  deban  reputarse  los  mayores  de 
Hornija,  reproducidos  antes. 

Resulta  verosímil  que  la  iglesia  de 
Sahagún,  no  obstante  sus  bóvedas,  que 
realmente  no  constan  como  primitivas, 
fuese  de  tipo  basilical,  con  dos  columnas 
exentas  a  cada  lado,  por  lo  menos,  sepa- 
rando sus  naves,  ya  que  son  dos  las  parejas  de  capiteles,  una  con  caulí- 
culos y  otra  sin  ellos,  que  llevan  labor  en  toda  su  periferia  para  ir  exen- 
tos; otras  dos  parejas  tienen  una  cuarta  parte  llana  y  vertical,  para  adhe- 
rirse al  muro,  quizá  en  los  extremos  de  las  arquerías  divisorias:  y  respecto 
de  los  capiteles  sueltos,  uno,  con  el  cimacio,  pudo  corresponder  al  arco 
toral  y  el  otro,  menor  que  todos,  a  una  ventana,  tal  vez. 

La  pareja  de  grandes  capiteles  exentos,  sin  caulículos,  está  en  la 
iglesia  de  San  Lorenzo  de  Sahagún:  mide  cada  pieza  unos  48  centíme- 
tros de  alto,  y  sirve  de  soporte  a  la  pila  del  agua  bendita,  excavada  a 
su  vez  en  un  cimacio,  que  hubo  de  corresponder  a  capitel  de  unos 
30  centímetros  (Lám.  LXXV). 


Fig.  97.  San  Pedro  de  las  Dueñas:  capitel 


(i)     Escalona,  obra  citada,  pág.  232.  Otras  referencias  en  Yepes:  Corónica,  t.  III, 
p.  173.  Otras  en  el  ms.  del  P.  Guardiola,  en  la  Bibl.  Nao.,  n.°  i5iq,  f.  126. 


20D   — 


l-EÓN 


De  la  ütra  pareja,  con  caulículos,  un  capitel  estíi  en  el  Museo  de 
Falencia,  recogido  por  D.  Francisco  Simón;  el  otro,  un  poco  mayor, 
pues  llega  a  63  centímetros,  está  en  el  Museo  de  León  (Lám.  LXXVI); 
ambos  muy  mutilados.  De  las  parejas  con  parte  lisa,  tres  piezas  están  en 
este  mismo  Museo  de  León  (Lám.  LXXVII)  y  la  otra  en  Santa  Cruz 
de  Sahagún,  sirviendo  de  pila:  su  alto  aproximado  es  de  42  centímetros  y 
se  conservan  mucho  mejor  (i). 

Un  capitel,  sin  caulículos,  en  todo  análogo  a  los  anteriores,  pero  con 
alto  de  34  centímetros  v  muy  destrozado,  está  en  el  Museo  de  Palé n cía, 
y  por  último,  otro,  con  caulículos  y  hojas  del  todo  lisas,  sirvió  de  pila  en 
San  Pedro  de  las  Dueñas,  monasterio  cercano  y  dependiente  de  Saha- 
gún; su  alto,  24  centímetros  (Fig.  97). 

De  los  fustes,  dos,  de  mármol,  están  en  los  portales  de  la  plaza,  que 
corresponden  al  Ayuntamiento:  los  otros,  en  una  calleja,  en  el  derruido 
convento  de  la  Peregrina  y  en  una  huerta,  todo  ello  en  Sahagún;  son  cortos, 
en  proporción  de  su  grosor,  y  vienen  bien  para  la  mayoría  de  los  capiteles 
arriba  dichos. 

En  la  iglesia  de  Santiago  de  Sahagún  hay  una  pila  para  agua  ben- 
dita, de  mármol  jaspeado  rojizo,  como  el  de  Cabra,  formando  ocho  ga- 
llones profundos,  por  dentro  y  por  fuera,  como  las  pilas  árabes  andaluzas, 
a  partir  del  siglo  X,  bien  labrada.  Recuérdense  la  de  Bamba,  por  dentro, 
y  la  del  Museo  de  Valladolid. 


SAN  PEDRO  DE  ESLONZA 


Las  cercanías  de  este  monasterio  están  sembradas  de  vestigios  arqui- 
tectónicos, que  componen  una  serie  de  columnas,  perfectamente  similar 
de  la  de  Sahagún,  contándose  en  ella  los  ya  descritos  capiteles  y  cimacios  del 

(1)  Dibujado  fielmente  por  el  Sr.  Velázqucz,  en  Monumentos  arquitectónicos, 
entre  piezas  correspondientes  a  San  Miguel  de  Escalada,  como  arriba  se  dijo,  y  reproduc- 
ción suya  va  por  cabeza  de  la  serie  de  láminas  adjunta. 

—   206  — 


i:SLÜNZA 

pórtico  moderno  de  Escalada,  localidad  que  sólo  dista  unos  cinco  kilóme- 
tros hacia  oriente  de  Eslonza.  Es  presumible  si  todo  ello  procederá  de  aquí, 
si  bien  el  edificio,  arruinado  ya,  nada  conserva  de  antes  del  siglo  XVI,  a 
no  ser  los  cuatro  fustes  de  mármol  blanco  de  una  portada,  puesto  que  no 
solían  labrarse  tales  allá  desde  el  período  románico. 

La  fundación  de  este  monasterio  fué  obra  del  rey  García,  en  913,  utili- 
zando una  antigua  basílica  de  santa  Eulalia  (i).  Fué  quemado  por  Al- 
manzor  (2)  y  estaba  disuelto  en  iocjíj,  cuando  doña  Urraca,  la  de  Zamora, 
se  esmeró  en  reformarlo  y  dotarlo,  con  ayuda  de  su  hermano  Alfonso  VI. 
Entonces  hace  relación  un  diploma  de  su  iglesia,  edificada  con  admirable 
obra  y  suntuosidad  real,  por  el  abad  Adiuvando,  cuyas  memorias  llegan 
hasta  952  desde  la  fundación,  y  mandada  consagrar  por  el  rey  García  (3), 
dato  este  último  en  contradicción  con  el  estilo  de  la  serie  de  columnas  re- 
feridas, no  anteriores  a  930  probablemente,  siendo  así  que  el  rey  murió 
en  914;  pero  el  caso  habitual  fué  de  hacerse  las  iglesias  años  después  de 
establecido  el  monasterio,  cuando  su  expansión  exigía  local  mayor  que  el 
primitivo.  Si  la  parroquial  de  Villarmún  se  inspiró  en  Eslonza,  como  es 
verosímil,  dada  su  proximidad,  tendríamos  indicio  de  que  esta  otra  iglesia 
perteneció  al  grupo  mozárabe,  con  ábsides  como  los  de  Escalada. 

Descritos  ya  los  mármoles  de  esta  última  localidad,  no  puestos  en  obra 
del  siglo  X,  y  los  de  Valdabasta  (4),  quedan  por  revisar  los  siguientes: 

(1)  Diploma  de  este  rey,  fechado  en  30  de  agosto  de  912,  no  aludiendo  aún  sino  a  la 
basílica  de  santa  Eulalia  y  san  Vicente.  Otro,  de  13  de  octubre  de  913,  en  que  aparece 
fundado  ya  el  monasterio,  bajo  la  advocación  de  santa  Eulalia  y  los  santos  Pedro  y  Pablo, 
y  gobernándolo  el  abad  Adiubando.  Publicados  por  Vignau:  Cartulario  del  monasterio 
de  Eslonza;  núms.  I  y  H. 

(a)  Vignau:  índice  de  documentos  de  Sahagún;  número  755,  que  corres- 
ponde al  año  988. 

(3)  Diploma  de  Urraca,  hija  de  los  reyes  Fernando  y  Sancha,  fechado  en  14  de  mayo 
de  1099,  donde  se  consigna,  «quod  cenobium  (apostolorum  Pctri  et  Pauli  in  valle  Elisonza 
situm)  tritavus  meus  Garsias  rex  in  culmine  regni  positus  construxit,  ctiam  et  coUegio  mo- 
nachorum  sub  regula  sancti  patris  Bencdicti  Dco  militancium  decoravit,  eum  benedictione 
abbatis  Adiuvandi  perornavit,  qui  regio  sumptu  eclesiam  miro  opere  edificavit,  quam  supra- 
fatus  rex  in  honore  predictorum  apostolorum  consecrare  fccit»,  etc.  (Vignau:  Cartulario 
de  Eslonza;  pág.   14.) 

(4)  Páginas  161  a  1Ó2. 

—   207   — 


LEÓN 


V^ALDALCÓN.  —  Capitel  utilizado  como  pila  en  su  iglesia.  Es  de 
mármol  blanco  sucio,  con  caulículos  como  los  del  pórtico  de  Escalada, 
pero  talladas  sus  hojas  como  en  los  de  Sahagún,  recordando  el  acanto 

griego;  tiene  una  cara  lisa  y  vertical  para  adhe- 
rirse a  muro;  astrágalo  sogueado:  alto,  36  cen- 
tímetros. 

MELLANZOS.  —  Sirviendo  de  base  al  pul- 
pito de  su  iglesia,  capitel  muy  semejante  a 
los  menores  del  pórtico  de  Escalada;  su  alto, 
27  centímetros. 

RUEDA  DEL  ALMIRANTE.  —  Fué  villa 
importante  y  amurallada,  en  el  siglo  XII,  sobre 
vestigios  de  un  castro  antiguo,  probablemente, 
y  a  poca  distancia  de  Escalada,  río  arriba.  Su 
iglesia  conserva  la  capilla  mayor,  de  fines  del 
if      mismo  siglo,  bárbaramente  ordenada,  con  bó- 
veda de  cañón  sobre  ogivas  y  columnas,  dos 
de   las   cuales    llevan    capiteles    de    mármol 
blanco,  semejantes  a  los  mayores  de  Escalada. 
Otros  dos  de  la  misma  serie,  con  un  frente  liso, 
sirven  de  peana  a  dos  postes  en  el  portal  mo- 
derno de  la  misma  iglesia;  su  alto,  41  centíme- 
tros.   Además,   con   ellos   hay    un    cimacio, 
compuesto  de  nácelas  y  boceles,  como  los  de 
Escalada  también. 
SANDOVAL.  —  A  orillas  del  Esla,  poco  más  abajo  de  Mansilla,  es- 
tuvo este  monasterio  del  Cister,  fundado  en  1167.  Su  iglesia,  que  se  con- 
serva bien,  ostenta,  sirviendo  de  pila  para  el  agua  bendita,  un  magnífico 
capitel,  de  48  centímetros  de  alto,  como  los  mayores  del  pórtico  de  Esca- 
lada y  de  Valdabasta,  y  labrado  en  redondo. 

MANSILLA  DE  LAS  MULAS.  —  Es  la  villa  más  importante  del 
territorio,  al  paso  de  la  carretera  que  cruza  por  Sahagún  hacia  León.  Allí, 
sirve  de  guardacantón  en  una  bocacalle,  junto  a  la  plaza  del  Mercado,  un 
magnífico  fuste  de  columna  de  mármol  blanco,  partido  en  dos  mitades, 
con  2G  centímetros  de  diámetro  y  más  de  tres  metros  de  alto.  Cúbrese  todo 

—  208  — 


J. 


/y  Vi 


m 


Fig,  98 
Mansilla  de  las  Muías:  fuste  de  columna 


TAYA HA 


él  C(jn  imbric¿icii)ne.s  de  relieve  al^u  C(jnvoxas,  en  turma  almendrada,  como 
pina,  y  rematand(j  por  arriba  en  astrágalo  con  (')vljIos  de  tijKj  bizantino.  Es 
pie/.a  excepcional,  compañera  di¿;na  de  la  serie  de  capiteles  reseñados 
(Fifi.  y8). 


SAN  SALVADOR  DE  TÁVARA 


Desde  aquella  mención  de  torres  en  la  basílica  Eborense  de  San  Man- 
cio,  dispuestas  para  que,  aun  de  lejos,  reconociese  por  ellas  el  viajero  la 
espléndida  ciudad  (i),  quizá  no  hay  otra  en  nuestro  país  hasta  la  que  su- 
ministra el  códice  de  Beato  llamado  Tavarense  (2).  Al  fin  de  este  libro,  a 
modo  de  «explicit»,  hay  un  texto  escrito  con  palabras  latinas,  pero  de  lo 
más  ininteligible,  por  el  que  se  infiere  la  muerte  del  monje  «arcipictore» 
Magio  en  968,  dejando  sin  terminar  el  códice,  para  lo  que  fué  llamado  al 
propio  monasterio  Tavarense  su  discípulo  Emeterio,  presbítero,  que  efec- 
tivamente le  dio  fin  en  tres  meses,  a  28  de  julio  de  970;  y  ponderando  lo 
fatigoso  de  su  labor,  según  costumbre,  exclama:  «Ü  turre  Tabarense  alta  et 
lapídea  insuper  prima  teca  ubi  Emeterius  tribusque  mensis  incurvior  sedit, 
ct  cum  omni  membra  calamum  conquassatus  fuit».  Sin  embargo,  aun 
tuvo  alientos  para  llenar  el  dorso  de  la  hoja  con  una  representación  de  la 
torre  misma,  como  hecha  de  sillería  policroma,  con  arcos  de  herradura, 
un  andén  volado,  de  madera,  en  torno  del  cuerpo  superior,  tejado  y  sobre 
él  dos  ligeras  torrecillas  con  otras  tantas  campanas.  Tres  hombres  suben  a 
la  torre,  desde  su  segundo  cuerpo,  mediante  escaleras  de  mano,  que  irían 
colocadas  en  el  interior,  aunque  el  artista,  para  mayor  claridad,  las  hace 


(1)  España  sagrada;  t.  XIV,  pág.  377:  «Nc  parum  esset,  circa  basilicam  muri  ¡n 
latum  dispositis  turribus  instruuntur,  ut  quisque  de  longe  conspexerit  splendidam  iudicet 
supcrcrcvissc  civitatem^>.  * 

(2)  Archivo  histórico  nacional:  V.  35,  n."  257.  Fué  comprado  para  la  extinguida  Es- 
cuela diplomática  a  D.  Ramón  Alvarcz  de  la  Braña. 

—   209  — 


LEÓN 


visibles  desde  afuer¿i,  y  otro  hombre  abaju  hace  sonar,  mediante  cuerdas, 
una  de  las  campanas.  Al  lado,  en  un  cuerpo  de  edificio  anejo  a  la  torre, 
aparecen  Emeterio  «fatigatus».  pluma  en  mano;  el  monje  Sénior,  frente  a 
él.  escribiendo,  y  otro  indi\idüo  cortando  pergamino  con  grandes  tijeras 
(Lám.  LXXVllI).  El  códice  está  lleno  de  escolios  ¿irabes,  probando  moza- 
rabismo  en  aquellos  monjes  que  lo  utilizaron  (i). 

El  tal  cenobio  Tavarense  o  Taborense  (2),  nombre  que  recuerda  los 
Tapori  de  Plinio,  llevaba  la  advocación  de  san  Salvador,  según  declara  el 
mismo  códice  (3);  debió  de  existir  en  la  actual  villa  de  l^ávara,  pro\  incia  de 
Zamora;  y  consta  su  fundación,  a  fines  del  siglo  IX,  por  el  santo  abad  Froila, 
bajo  los  auspicios  de  Alfonso  III.  congregándose  allí  seiscientos  fieles  de 
ambos  sexos,  dedicados  al  servicio  divino  (4).  La  iglesia  actual,  consagrada 
en  1 137  (5),  conserva  a  sus  pies  una  gran  torre,  como  de  entonces,  romá- 
nica y  con  arquerías  sencillas  en  sus  cuerpos  altos:  lleva  escalera,  de  48 
centímetros  de  ancho,  embebida  en  el  muro,  con  losas  escalonadas,  sir- 
viéndola de  techo;  y  está  hueco  todo  el  interior  de  la  torre  misma,  al  que 
se  entra  desde  la  iglesia  por  un  arco,  rudamente  hecho,  en  forma  de  herra- 
dura. Es  probable  que  éste,  y  acaso  toda  la  mitad  baja  del  edificio,  lisa  y  de 
manipostería  de  pizarra,  sea  obra  primitiva;  quizá  también,  la  ventanilla, 
formando  arco  sobre  columnitas.  que  hay  sobre  la  puerta  de  la  escalera; 

(i)  Otro  códice,  copia  del  Tabarense,  hecha  en  el  siglo  XII,  poseyó  el  monasterio  de 
las  Huelgas  de  Burgos,  que  estuvo  en  manos  del  P.  Flórez,  cuando  éste  publicó  el  texto 
de  Beato,  y  lo  describe,  copiando  con  variantes  buenas  su  «explicit»  (Sancti  Beati... 
in  A  pocal  ypsin...  com  mentaría;  pág.  xxxvni).  Salió  de  Kspaña,  quizá  por  mal  ca- 
mino, y  hoy  existe  en  la  librería  de  Mr.  Morgan,  en  Nueva  York,  según  noticia  y  fotografías 
que  debo  al  profesor  H.  A.  Sanders.  La  copia  de  la  torre  contenida  en  el  es  bastante  libre, 
pero  en  lo  esencial  concuerda  y  carece  de  letreros. 

(2)  Esta  segunda  forma  ortográfica  ofrece  otro  texto  original  del  siglo  X,  transcrito 
más  abajo. 

(3)  «In  Tavarense  arcistcri  sub  umbráculo  sci.  Salbatoris». 

(4)  Biblia  mozárabe  de  la  catedral  de  León;  fol.  101  v.,  donde,  relatando  la  vida  de 
san  Froila,  se  dice:  «Edificabit  Taborense  ccnovium  ubi  congregavit  utratramque  (sic) 
sexum  centies  seni  animas  Domino  servientium». 

(5)  Dice  una  inscripción,  junto  a  su  portada:  «Rubertus  cps.  consecravit  ista  cclam. 
in  era  .MCaLX.W  abbas  quod  erat  Dominicus  Adefonsus  in  sci.  Martini  orate  pro  illo  in 
pater  [noster] ». 

—    210  — 


Ilf  l^lJirhv,-^ 


TAVARA 

mas  ello  queda  incierto,  mientras  no  se  la  pueda  ver  de  cerca,  lo  que  me 
fué  imposible.  \í\  cuadrado  exterior  de  la  torre  mide  6.8(j  metros:  )■  el 
arco,  en  su  anchura,  1.43. 

La  segunda  fundación  de  Froila,  asistido  por  Attila  su  colej^a,  fué  en 
el  mismo  valle,  junto  al  l^sla,  \'  se  llam<')  Morerola,  hoy  Moreruela  de 
Til  vara,  donde  se  juntaron  doscient(js  monjes  haciendo  vida  regular. 
Allí  la  iglesia  es  del  siglo  XIII,  pero  C(;nser\a  fragmentfjs  much(j  más  vie- 
jos, cuales  son,  trozos  de 
algún  friso  con  labor  de 
trenzas,  y  una  celosía 
para  ventana,  de  már- 
mol, arqueada,  con  orla 
de  roleos  vegetales,  se- 
m¡Hor(')n  lobulado  y  pi- 
lastrillas,  según  tradi- 
ción goda  todo  ello,  y  por 
consiguiente  no  corres- 
ponde a  nuestro  asunto. 
AYÓO  DE  vidría- 
les.—  Muy  al  norte  de 
estas  localidades,  cerca  de  los  montes  que  dividen  la  cuenca  del  Tera  y 
los  valles  de  Astorga,  existe  este  pueblo,  con  amplia  iglesia  de  los  siglos 
XV  a  X\'I.  Su  portal  se  apoya  en  dos  columnas  iguales,  de  mármol 
blanco  veteado  de  gris,  pertenecientes  a  la  misma  serie  que  las  mayores 
de  Mazóte,  aunque  ellas  son  relativamente  pequeñas,  midiendo  sus  cilin- 
dricos fustes  dos  metros  de  alto  por  22  centímetros  de  diámetro:  los  capi- 
teles, 33  centímetros  de  alto,  y  36  las  basas.  Estas  últimas  son  muy  nota- 
bles por  su  gran  desarrollo  y  extraña  composición  de  molduras,  resultando 
una  de  ellas  acampanada  y  la  otra  casi  cilindrica  (Fig.  100).  Los  capiteles 
son  corintios;  el  uno,  con  retorcidos  caulículos  y  abaco  sogueado,  a  dife- 
rencia del  otro  que  carece  de  aquéllos  y  lleva  labor  de  rombos  biselados 
en  el  abaco:  las  hojas  y  palmetas  están  exquisitamente  y  a  biseles  talladas, 
según  costumbre  (Fig.  loi). 

En  esta  localidad  había  un  monasterio)  o  cassa,  dedicada  a  san  Fruc- 
tuoso, el  solitario  del  Bierzo,  a  la  que  Gelvira,  <vl)eo  dicata  et  Christi  ancil- 


Fíg.  100.  Ay^o:  basas  de  columnas  en  su  iglesia 


211    


LEÓN 


la  prolis  Beremudo  princeps»,  donó  en  io52  una  «villa  nomine  Graniocelio 
in  Vitriales»,  que  fué  de  su  padre  (i).  Consta  otra  donación  a  este  monas- 
terio por  Severo,  obispo  de  Coria,  en  1 156, 
"yl K-: f^i*^ "^  \-  luego  fué  anexionado  al  de  San  Martín 
de  Castañeda;  pero  los  Templarios  se  lo 
apropiaron,  dando  lugar  a  una  bula  pon- 
tificia en  I  182  V  a  una  sentencia  canc'mica 
en  1326,  obligándoles  a  restituirlo:  todavía 
en  el  siglo  XVI  lo  tenia  usurpado  el  i\íar- 
qués  de  Alcañices  (2).  Quizá  sea  prudente 
concordarlo  con  el  monasterio  Agegio,  ci- 
tado en  una  carta  de  940  (3),  nombre  que 
parece  ser  el  personal  árabe  Hachach,  se- 
gún la  transcripción  antigua,  como  tam- 
bién podría  ser  aquél  de  donde  procedía 
san  Genadio,  y  en  cuyo  testamento  le  llama  Ageo  (4);  pues  aunque  el 
diploma  de  1062  da  las  formas  Ayo  y  Aió,  no  se  olvide  la  transformación 
análoga  de  Legione  en  Leione  y  Leone. 


1 

Fig.  10 1.  Ayóo:  capitel  en  su  iglesia 


SAN  PEDRO  DE  MONTES 


El  territorio  Bergidense,  hoy  Bierzo,  por  donde  corre  el  Sil,  ciérrase 
hacia  oriente  con  la  alta  montaña  del  Teleno,  nacimiento  de  dicho  rio;  y 
sus  estribaciones,  a  grande  altura  y  con  rápidas  vertientes,  extiéndense 
hacia  sur,  separando  aquel  territorio  de  los  valles  de  Sanabria:  llaman  hoy 

(i)    Arch.  hist.  nac,  ms.  iigS  B,  f.  SgS. 

(2)  Becerro  de  Castañeda,  de  1714,  en  el  Archivo  histórico.  No  he  podido  lograr  el 
texto  de  ninguno  de  los  documentos  concernientes  a  Ayóo  desde  el  siglo  XII,  que  sólo  por 
referencias  van  aquí  mencionados. 

(3)  Esp.  sag.;  t.  XVI,  pág.  129. 

(4)  Id.,  id.,  pág.  130. 


—   212  — 


MONTES 

a  esta  cordillera  la  Aguiana,  corrupción  de  «monte  de  Aquiliana»,  que 
fué  su  nombre  antiguo.  Uno  de  sus  senos  es  el  Valdueza,  denominado  así 
por  el  riachuelo  Üza,  que  le  baña,  valle  frondoso  y  de  apacible  clima  en 
verano;  pero  ello  se  compensa  con  padecer  inviernos  largos,  crudísimos  e 
inhospitalarios.  Allí,  hacia  lo  alto,  desgárrase  un  cabezo  de  peñas,  con  tres 
C(jrtaduras  arliliciales  o  fosos,  a  la  parte  oriental,  }■  dentro  una  breve  lla- 
nada con  su  fuente  debajo:  hoy  le  llaman  el  r,astr(j;  mas  un  privilegio 
de  Ordoño  11  le  designa  como  «castello  antiquissimo  l<u(¡ano»  (ij,  y  mu- 
cho antes  los  escritos  de  san  Valerio,  cuya  muerte  acaeció  en  (mj5,  men- 
cionan  «quodam    castellum.   cuius  vetustus  conditor  nomen   dedit  Ru- 

piana,   inter  excelsorum  alpium  convallia»  (2).  Ll  es  uno  de  tantos 

reductos  primitivos,  castros  o  citanias,  donde  se  guarecían  las  gentes  del 
país  en  tiempos  inciertos,  pero  quizá  no  muy  remotos. 

Bien  cerca  y  por  debajo  del  Castro  eligió  su  retiro  san  Fructuoso, 
buscando  soledad,  no  mediado  aún  el  siglo  VI,  y  edificó  allí  un  oratorio 
en  honor  de  san  Pedro  apóstol.  Cosa  de  treinta  años  después,  otro  asquea- 
do del  mundo,  el  susodicho  Valerio,  siguiendo  las  huellas  de  aquél,  reco- 
gióse en  la  misma  celda,  y  allí  pasó  más  de  veinte  años,  resistiendo  pena- 
lidades y  contradicciones,  que  él  mismo  dejó  escritas  con  ingrata  pluma, 
hasta  que  por  fin  un  su  sobrino,  llamado  Juan,  logró  hacer  habitable  el 
sitio,  construyó  monasterio,  ampli()  la  iglesia  y  ello  fué  célebre  ya  en  todo 
el  Bierzo  (3). 

La  invasión  musulmana  daría  de  través  con  aquella  Tebaida  espa- 
ñola; pero  quedaban  sus  recuerdos,  que  movieron  a  un  monje  de  grandes 
alientos,  Genadio,  con  doce  compañeros,  a  restaurar  allí  la  vida  eremítica 
en  896.  Limpiaron  de  maleza  y  árboles  el  sitio,  repararon  las  arruinadas 
habitaciones,  roturaron  y  cultivaron  tierras,  con  cuyo  producto  sustentar- 
se, y  fué  abad  Genadio,  hasta  que  sus  grandes  dotes  le  exaltaron,  unos 
cuatro  años  después,  a  la  silla  episcopal  de  Astorga.  Celoso  y  encariñado 
con  su   fundación,  que  primero  se   llamaba  monasterio  Rufianense  (4), 


(i)    Sandoval:  Fundaciones;    inoncstcrio  de  S.   Pedro  de  Montes,  f.  20.  v. 

(2)  España  sagrada;  t.  XVI,  p.  398. 

(3)  Id.,  id. 

(4)  Id.,  id.,  p.  414. 

—    213    — 


LEÓN 

tomando  nombre  del  castro  susodicho,  dispuso  reedificar  su  ij^lesia  de 
San  Pedro,  transformándola  con  ampliaciones  y  obras  admirables,  por 
mano  de  los  monjes  mismos  y  con  largueza  de  pagas:  Genadio  y  otros  tres 
obispos  la  consagraron  en  919  (i). 

Era  opinión,  acreditada  por  Morales  y  Sandoval.  que  subsistía  la 
misma  iglesia  de  entonces  (2):  pero  desgraciadamente  no  es  asi;  un  edifi- 
cio románico  del  siglo  XIl  la  sustituye,  quedando  tan  sólo  de  mavor  anti- 
güedad varias  columnas  de  mármol  en  su  torre,  con  capiteles  de  tipo 
asturiano,  principalmente  los  dos  del  último  cuerpo,  que  pueden  verse  de 
cerca:  uno,  semejante  a  los  de  Santullano  de  Oviedo,  Camarzana  y  Revilla 
de  Pomar  (3),  y  otro  muy  bárbaro,  con  hojas  sueltas,  ruines  caulículos, 
veneras,  rosetones  y  aves  pareadas,  que  recuerda  el  arte  de  las  pilastras  de 
la  misma  iglesia  de  Santullano  y  capiteles  del  iconostasis  de  Lena. 

Pegado  además  al  muro  meridional  de  la  iglesia,  que  lindaba  con  el 
claustro  pequeño,  existe  un  tablero  de  mármol  blanco,  de  i'oi  por  0*46 

(i)  Inscripción  que  abajo  se  copia. — Testamento  de  Genadio,  donde  dice:  «Cumque 
adhuc  sub  patre  apostoli  el  abbate  meo  Arandiselo  in  Ageo  monestcrio  degercm,  vitam 
eremitarum  delectatus,  cum  duodenis  fratribus  et  benedictione  supradictis  scilicet  ad  san- 
ctum  Petrum  ad  sanctum  ercmum  perrexi,  qui  locus  positus  a  beato  Fructuoso  et  institutus, 
post  quem  sanctus  Valerius  eum  obtinuit...  historiae  et  vitarium  corum  scripta  doclarant»; 
Sandoval;  libro  citado,  f.  27. 

(2)  Morales:  Viage  santo,  p.  172.  —  Sandoval:  Fundaciones,  f.  24  v.  Éste  indi- 
ca que  su  arquitecto  estaba  sepultado  en  la  iglesia  misma,  con  epitafio,  que  Flórez  copió  en 
facsímil  (Esp.  sagr.,  t.  XVI,  p.  61)  y  se  refiere  a  un  Viviano,  maestro  y  constructor  de 
iglesias,  sin  fecha;  pero  Llaguno  y  los  modernos  dan  por  sentado  que  fué  el  arquitecto 
de  quien  se  valió  Genadio  para  sus  edificios.  (Noticia  de  los  arquitectos  y  arq  u  itec- 
turadc  España;  t.  1,  p.  10).  Dice  así: 

7  Quem  tegit  hic  paries   dictus  fuit  hic  Vivían us 

Sit  Deus  huic  requies   angeliceque  manus 

Iste  magister  erat   et  conditor  ccclesiarum. 

Nunc  in  eis  sperat  qui  preces  pocis  earum. 
Su  paleografía  corresponde  al  siglo  XII  o  principios  del  XIII,  y  este  mismo  tiempo 
denota  su  redacción,  como  obra  personal  y  hecha  en  vida,  lo  que  explicaría  la  carencia  de 
fecha.  El  edificio  actual  de  San  Pedro  es  una  iglesia  románica  de  arte  avanzado  y  aun  ar- 
caizante, pues  tiene  ogivas  en  su  ábside,  y  ello  será  con  toda  verosimilitud  la  obra  de  Vi- 
viano. 

(3)  Boletín  de  la  Sociedad  castellana  de  Excursiones,  año  XVI,  p.  448. 

—   214  — 


MONTES 

mctrus,  d(jnde,  en  caradores  dcsgarbadíís  semimozárabcs,  relátase  la  histo- 
ria del  edificio,  \'  debi(')  esculpirse  a  raiz  de  la  consagraci<')n  susodicha,  que 
principalmente  conmemora  (I.¿im.  LXXiX).  Su  sentido  es:  «Kl  bienaven- 
turado l'^'uctuoso,  insigne  en  méritos,  después  de  fundar  el  cenobio  Com- 
plutense, también  hizo  un  oratorio  pequeño  en  este  sitio,  con  nombre  de 
san  Pedro.  Después  de  ello,  el  no  inferior  en  méritos  y  santo  Valerio  amplió 
el  edificio  de  esta  iglesia.  Modernamente,  Genadio,  presbítero,  con  doce 
frades,  lo  restaurt)  en  el  año  8()5.  Una  vez  hecho  obispo,  erigiólo  de  nuevo 
desde  sus  cimientos  admirablemente,  como  se  echa  de  ver.  no  mediante 
opresi(')n  del  pueblo,  sino  con  grande  costa  y  con  sudor  de  los  frades  de 
este  monasterio.  Fué  consagrado  este  templo  por  cuatro  obispos:  Genadio, 
astoricense;  Sabarico,  dumiense;  Frunimio,  legionense,  y  Dulcidlo,  sala- 
manticense,  en  24  de  octubre  del  año  919»  (i)- 

Genadio  había  consagrado  cinco  años  antes  la  iglesia  mozárabe  de  Es- 
calada, aun  no  correspondiendo  a  su  diócesis,  lo  que  prueba  cierto  género 
de  relaciones  con  sus  monjes.  Quizá  la  vista  de  aquel  edificio  peregrino  le 
movió  a  renovar  esta  iglesia  de  San  Pedro,  y  aun  puede  creerse  que  su 
trato  con  los  mozárabes  de  Escalada  siguió  siendo  asiduo,  puesto  que  entre 
la  inscripción  histórica  de  allá  y  ésta  de  San  Pedro  hay  contactos  evidentes 
en  el  desarrollo  general  y  ciertas  frases.  Recuérdese  lo  de  «brevi  opere», 
«miro  opere  a  fundamine...  erigitur»,  «non  oppresioni  vulgi  sed...  fratrum 

(1)    Insigne  meritis  beatus  Fructuosas,  postquam  Complutense  condidit 

ccnobium,  et  nomine  sancli  Petri,  brebi  opere  in  hoc  loco  fccit  oratorium; 
post  quem  non  inpar  mcrilis  Valerios  sanclus  opus  aeciesie  dilatabit. 
Nobissime  Gennadius  presbiter  cum  xii  fratribus  restaurabit,  era  dccccxx.xiii'; 
pontifex  etfectus  a  funda mentis  mirifice  ut  cernitur  dcnuo  crexit, 
non  oppresionc  vulgi,  sed  largitate  pretii  et  sudorc  fratrum  huius  monasteri. 
Consecratum  est  hoc  templum  ab  episcopis  iiiioi",  Gennadio  Astoricense,  Sabarico 
Dumiense,  Frunimio  Legionense,  el  Dulcidio  Salamanticense;  sub  era 
nobies  centena,  decies  quina,  terna,  et  quaterna,  viiii"  kalendarum  nobembrum. 

Nótese  que  la  quinta  línea,  donde  se  contiene  la  principal  conmemoración  a  que  obe- 
dece este  epígrafe,  está  redactada  con  letras  mayores  que  lo  restante.  Hübner,  ai  copiarla 
sobre  Morales,  erró  la  fecha  (Inscript.  Ilisp.  ch  rist .,  n."  243  ),  y  corregido  ello,  en  la 
pág.  97  del  Supplemen  t  u  m  ,  aun  resulta  poco  fiel  su  texto.  Fl  de  Quadrado,  en  cambio, 
es  bueno,  como  de  costumbre. 

—    2l5    — 


LEÓN 

instante  vigilantia»  en  la  de  Escalada,  haciendo  verosímil  que  una  misma 
persona  redactase  ambos  textos;  y  las  particularidades  mozárabes  epigráfi- 
cas del  segundo,  sensibles  en  la  T  revuelta  por  su  ápice  izquierdo,  la  N 
coja,  etc.,  hacen  sospechar  si  también  andarían  en  la  reconstrucción  de 
San  Pedro  andaluces. 

ERMITA  DE  LA  SANTA  CRUZ.  —  Cierto  Saturnino,  discípulo  de 
Valerio,  construyó  por  su  mano  un  templo  pequeño,  con  nombre  de  Santa 
Cruz  y  de  San  Pantaleón,  sobre  cierta  roca  donde  acostumbraba  san  Fruc- 
tuoso hacer  oración,  por  bajo  del  monasterio  de  San  Pedro;  hízolo  consa- 
grar por  Aurelio,  obispo  de  Astorga  y  después  le  añadió  una  reducidísima 
celda  para  vivienda  suya  (i). 

No  consta,  pero  créese  que  este  oratorio  fué  el  reedificado  en  goS,  cuya 
fábrica  vio  Sandoval:  descríbela,  diciendo  que  estaba  «fundada  sobre  un 
risco  que  cae  dos  tiros  de  arcabuz  de  San  Pedro,  sobre  el  río  Oza...  como 
parece  en  una  piedra  que  está  en  la  pequeña  lumbrera  que  tiene  encima 
del  altar,  que  está  con  letras  bien  formadas  romanas»,  y  la  copia,  errando 
su  fecha  (2). 

Ya  tampoco  existe;  pero  al  ser  reconstruida,  más  abajo  de  la  antigua  y 
junto  al  camino,  en  1723,  colocáronse  encima  de  su  puerta  los  fragmen- 
tos decorativos  de  aquélla,  formando  groseramente  una  ventanilla  gemela, 
quizá  con  el  mismo  orden  que  guardarían  en  el  testero  antiguo,  según  vio 
Sandoval.  Son  dos  pilastrillas  de  caliza  blanca,  con  labor  esculpida  de 
círculos  enlazados,  a  biseles  y  con  buen  arte,  que  se  revelan  como  obra  de 
tiempos  godos,  y  pueden  creerse  despojos  del  edificio  primitivo.  Otra  pie- 
dra recorta  dos  arquillos  incompletos,  rebordeados  y  con  alfiz,  me- 
diando entre  unos  y  otro  esta  inscripción:  «Aece  sce  Crucis»,  que  significa- 
rá probablemente:  «Ecce  (signum)  sanctae  Crucis»  (3);  y  por  remate  hay  un 
tablero  con  cruz  de  relieve,  como  la  de  los  Angeles,  y  pendientes  de  ella 
las  letras  alfa  y  omega,  según  costumbre  asturiana;  los  fondos  de  esta  cruz 


(1)  Esp.  sagr.,  t.  XVI,  págs.  408  y  41 1. 

(2)  Lugar  citado,  f.  20. 

(3)  Hübncr:   Inscr.   Hisp.   christ.,   n."  246,  transcribe,  sin  embargo:  Acc(clcsi)e 
s(an)cíl)e  Crucis»,  y  lo  mismo  Quadrado. 

—   216  — 


MONTES 


AELESIELIIVLÍS 


y   \i\   iiiscripci'in    están    teñidos  de    rojo,    como   los   relie\es   de    I']scalad¿i 
(Figura  loi).  Seguramente  ambas  piezas  no  serán  anteriores  al  siglo  IX. 

Por  lin,  sirviendo  de  jam- 
ba, con  las  dos  piedras  godas 
susodichas,  está  el  tablero  de 
la  i  nscri  pe  i('>n  .  que  mide 
41,  18  \'  7  centímetros  en  sus 
tres  dimensiones  y  es  de  gra- 
nito, al  parecer  (Fig.  102). 
Sus  letras  hermanan  con  las 
de  los  arquillos  y  con  el  gran 
epígrafe  de  consagraci(')n  de 
San  Pedro. 

Lo  escrito  en  el  trente, 
con  grandes  abreviaturas, 
dice:  «In  honore  sánete  Cru- 

Cis  sánete  Marie   SanCti    loan-  Fig.  km.  Momcs:  piedras  de  la  ermita  de  la  SamaCruz 

nis  Babtiste  sancti  lacobi  sancti 
Matei  sancti  Clementis».  Y  en 
el  canto  derecho  se  añade:  «Era 
DCCCCXLIII  kalendisdecem- 
bris».  Podría  dudarse  si  las 
tres  cifras  últimas  de  la  fecha 
corresponden  a  la  Era  o  al  día: 
mas  no  ha}'  punto  delante,  y 
además,  cayendo  en  domingo 
el  primero  de  diciembre  de  la 
Era  1)43,  asegúrase  la  primera 
hip('>tesis  y  el  año  yo5.  por 
consiguiente  (i ). 

i\)  Hühncr,  en  el  lu^ar  citado, 
aun  admitiendo  esto,  equivocó  la  fe- 
cha, por  no  estimar  la  L  pendiente 
de  X,  y  puso  Era  913. 


c£Oj 


I    '    ■ 


Fig.  102.  Montes:  inscripción  de  la  ermita  de  la  Sta.  Cruz 

—    217    - 


38 


LEÓN 


SAN  CLEMENTE  DE  VALDUEZA.  —  Es  un  pueblecillo,  camino 
de  San  Pedro  de  Montes,  en  lo  bajo  de  la  cuenca  del  Oza  y  junto  a  sus 
aguas.  Su  iglesia,  citada  en  documento  de  992  (i),  quizá  sea  la  misma  que 
fundó  Juan,  otro  de  los  discípulos  de  Valerio,  aunque  lo  escrito  referente 

a  ella  deja  mucho  que  desear  en 
cuanto  a  precisión  topográfica 
(2),  y  aun  se  conserva  desmante- 
lada, sirviendo  de  cementerio. 
Forma  un  rectángulo,  de  io'85 
por  6'75  metros,  con  muros  de 
i'io  metros  de  grosor,  hechos 
con  lajas  de  pizarra,  material 
único  en  aquel  país,  y  conserva 
rastros  de  pinturas,  quizá  del 
siglo  XVI;  su  frente  oriental  cié- 
rrase en  dirección  algo  oblicua, 
con  pared  llana,  que  no  mues- 
tra apariencias  de  ser  moder- 
na, y  enfrente  hay  una  ventana 
abocinada  y  con  arco  de  herradura,  groseramente  hecha,  como  todo 
(Fig.  103).  Será  cosa  del  siglo  X;  pero  ventanas  así,  en  bajo,  no  eran 
costumbre  a  los  pies  de  las  iglesias,  sino  en  su  cabecera,  de  suerte  que 
asalta  la  sospecha  de  si  ésta  iría  dispuesta,  contra  la  orientación  de  ritual, 
encarando  su  altar  hacia  poniente. 


Fig.  103.  San  Clemente  de  Valdueza: 
ventana  de  la  iglesia  vieja 


SANTO  TOMAS  DE  LAS  OLLAS 


En  medio  del  Bierzo,  donde  confluyen  el  Bóeza  y  el  Sil,  sobre  Ponfe- 
rrada.   puja  entre  ambos  ríos  un   macizo  rocoso,  en  parte  granítico  y  en 

(i)     Biblioteca  nacional;  ms.  9194,  f.  73:  «villa  Oza  in  Vergido  ad  scm.  Clementem». 
(2)     Esp.  sagr.,  t.  XVI,  p.  408. 


—   218 


LAS    OLLAS 

parte  pizarreño,  que  llaman  Colinas.  Allí  está  el  pueblecillo  que  recibe 
nombre  de  su  iglesia,  la  que  en  lo  antiguo,  hacia  los  siglos  XII  y  XIII,  por 
su  posición,  era  llamada  Santo  Tomás  de  Entram  basaguas,  y  dicen  que 
perteneció  a  San  Pedro  de  Montes.  Después,  por  haberse  establecido  allí 
hornos  de  alfarería,  cuyos  restos  perseveran,  cambió  de  sobrenombre  por 
el  actual  (i). 

El  archivo  de  Montes  ardió  probablemente,  con  su  librería,  pocos  años 
después  de  la  exclaustración,  y  nada  se  conserva  de  él  que  pudiera  ilustrar 
la  historia  de  esta  iglesia:  pues  aunque  una  de  la  misma  advocaci'Mi  fundó 
Genadio,  consta  localizada  en  un  valle  próximo  a  Peñalba  en  la  misma 
sierra.  Sus  caracteres  artísticos,  por  otra  parte,  si  bien  denuncian  con  bas- 
tante fijeza,  merced  a  la  estructura  de  sus  arcos,  este  período  que  estudia- 
mos, con  todo,  no  entran  de  lleno  en  el  cuadro  general  mozárabe  ni  en  el 
asturiano,  como  tampoco  se  les  explica  por  reminicencias  godas,  sino  que 
más  bien  tienen  relación  con  obras  carolingias,  dejando,  por  tanto,  un 
margen  de  indecisiones  respecto  de  su  fecha  v  de  los  inílujosque  presidie- 
ran al  'construirla.  Sin  embargo,  discrepancias  mucho  mayores  v  aun 
absolutas  ofrece  si  se  la  compara  con  lo  nuestro  románico;  de  suerte  que 
tal  vez  sea  razonable  atribuirla  a  los  tiempos  de  Genadio.  En  todo  caso  es 
el  edificio  menos  normal  dentro  de  la  serie  leonesa  mozárabe  (Lámi- 
nas LXXX  y  LXXXI;  figs.  104  a  106). 

Compónese  de  nave  y  capilla,  con  orientación  exacta  y  aparejo  de 
mampostería,  que,  por  estar  revestido  en  su  mayor  parte,  no  deja  ver  bien 
si  todo  alcanza  una  misma  antigüedad.  La  nave  tiene  puerta  hacia  sur, 
románica  y  muy  sencilla,  que  se  conoce  estar  remetida  en  obra  más  vieja; 
otra  hubo  a  los  pies,  hoy  cegada,  con  arco  semicircular,  al  parecer,  v  hacia 
norte  hase  agregado  una  capilla  moderna. 

En  ancho  excede  la  nave  a  la  capilla  mavor;  mas  aparecen  sus  muros 
ligados  entre  sí,  dando  fe  de  ser  coetáneos,  y  en  altura  se  igualarían,  antes 
de  haber  sido  rebajada  la  nave  en  todo  su  perímetro. 

La  capilla  mayor,  por  fuera,  descubre  parcialmente  su  mampos- 
tería de  pizarra  y  menudos  rollos,  sin  que  entren  piezas  largas  formando 

(i)  Dista  solamente  un  kilómetro,  hacia  norte,  de  Ponferrada,  por  carretera.  El 
párroco  vive  en  Ponferrada. 

—   2  I  <  I   — 


LEÓN 


Fig.  1 06.  Sto.  Tomás  de  las  Ollas:  planta 

esquinas,  como  es  costumbre,  aun  en  los  aparejos  más  descuidados,  para 
su  trabazón,  obtenida  aquí  mediante  la  fuerza  del  mortero,  muy  grande, 
puesto  que  ni  desplomos  ni  grietas  aparecen.  De  sus  dos  ventanas,  la  de 
hacia  sur  es  moderna  v  la  contraria  está  cegada.  En  el  testero  no  hay,  ni 
parece  haber  existido  nunca,  sino  un  nichito  en  lo  alto,  albergando  rús- 
tica cruz  de  piedra,  hecho  de  sillería  y  en  cuyo  dintel  hay  dos  semicírculos 

grabados  concéntricos,  simu- 
lando arco:  la  falta  de  venta- 
na sobre  el  altar  es  anormali- 
dad notable.  Una  cornisa  de 
lajas  de  pizarra,  moderna, 
corona  el  edificio. 

Por  dentro  (Lám.LXXXI) 

sorprende    ver    desarrollada 

en  redondo  esta  capilla,  con 

cúpula  de  cascos  y  arque- 

V////y^//h?;//;///ftfP/     ría  mural  ciñéndola,  parti- 

Fig.  io5.  Sto.  Tomás  de  las  Ollas:  sección  longitudinal  Cularidad    que.    a    más    de    SU 

tamaño,  relativamente  gran- 
de—  seis  metros  de  ancho  —  lleva  fuera  de  los  límites  usuales  este  ejem- 
plar de  capilla,  respecto  de  las  otras  similares  de  Escalada,  Mazóte.  Peñal- 
ba.  etc..  v  cuvo  precedente,  del  siglo  W.  es  la  basílica  de  Segóbriga.  como 


?20    


LAS    OLLAS 

va  sabemos  (Pág.  6o).  Parece  redonda,  y  sin  embargo  las  mediciones  arro- 
jan un  exceso  de  5o  centímetros  en  el  radio  longitudinal,  respecto  de  los 
trasversales,  siendo  pur  consiguiente  ovalada.  En  torno  hay  un  rebanco 
o  poyo,  sobre  el  que  se  distribuyen,  colateralmente  al  arco  de  entrada, 
ocho  cortos  pilares  monolíticos  de  granito,  con  zócalo  y  cabeza  simple- 


Fig.  lOÓ.  Sio.  Tomás  de  las  Ollas:  perspectiva  i  mayor 

mente  chaflanada,  v  sosteniendo  nueve  arcos  de  herradura.  Éstos  guar- 
dan la  proporción  usual  del  siglo  X.  o  sea  excediendo  en  una  mitad  del 
radio  al  semicírculo:  su  dovelaje.  de  granito,  sobre  jarjas  perfectamente 
definidas,  es  radial,  con  junta  en  medio  y  trasdosado  (Fig.  107). 

.\rquerias   murales   asi.  en   ruedo,   pero  semicirculares  y  sobre  co- 
lumnas, las  hay  en  obras  carolingias  provenzales.  como  la  catedral  de  \  ai- 


22 1 


LEÓN 


son  (i)  y  el  baptisterio  de  Venasque  (2),  y  fueron  mantenidas,  allí  mismo  y 
en  Borgoña,  a  través  de  la  era  románica;  por  ejemplo,  en  la  rotonda  de  Dijon 
y  en  St.  Restitut  (3),  obedeciendo,  probablemente,  al  mismo  sistema  de 
apeos  que  determinó  en  Asturias  la  organización  rectilínea  de  Naranco  y 
Lena  y  capillas  mayores  de  SantuUa- 
no  y  Priesca;  asimismo,  en  Francia. 
San  Lorenzo  de  Grenoble.  naves  late- 
rales de  San  Pedro  de  Vienne  (4)  y 
crucero  de  San  Martín  de  Angers  (5). 
En  Ravena  San  Juan  in  Fonte  resulta 
prototipo  de  esta  serie,  a  la  mitad  del 
siglo  V.  Es  un  sistema  cuyo  funda- 
mento mecánico  parece  ser  la  inde- 
pendencia entre  bóveda  y  muros,  ha- 
ciendo que  aquélla  cargue  sobre  tales 
arquerías,  en  contacto,  pero  desliga- 
das, de  los  muros  que.  no  recibiendo 
carga,  rebajarían  libremente,  al  hacer 
asiento,  sin  comprometer  las  cubier- 
tas; éstas,  sobre  apoyos  rígidos  —  mo- 
nolitos —  y  al  mismo  tiempo  flexibles 

arcos     trasdosados  podían      res-       Fig.  107.  Sto.  Tomás  de  las  Ollas:  arquería  mural 

ponder  de  su  equilibrio;  y  los  muros 

no  hacen  oficio  sino  de  caja  inerte,  aun  recibiendo  el  empuje  de  arcos  y 
bóvedas.  Todo  el  sistema  gótico  pudo  emanar  de  aquí,  solamente  con 
llegarse  a  un  concepto  claro  de  empujes  y  contrarrestos. 

En  el  caso  de  Santo  Tomás,  el  voltear  una  arquería  curvilínea  llevaba 
consigo  dificultades  de  estereotomía  graves,  que,  sin  embargo,  se  eludieron 


(i)     Enlart:  Manuel  d'A  rchéologie  frangaise;  fig.  42. 

(2j     Lasteyrie:  L' Arch  itect  ure  religieuse  en  France;  figs.  noy  ni. 

(3)  Id.,  figs.  271  y  435.  Además,  capilla  sepulcral  de  Cambon  (Auvernia),  giróla  de 
Tournus,  etc. 

(4)  Id.,  figs.  34  y  35. 

(5)  Gailhabaud:  Monumenis  anciens  et  modernes. 


222    — 


LAS    OLLAS 

con  una  sencillez  y  perfección  sorprendentes.  Bastó  trasformar  en  polí- 
gono, a  partir  de  ellos,  la  redondez  de  la  capilla,  pero  situando  las  quie- 
bras o  vértices,  no  en  los  macizos,  sino  en  los  ejes  de  tales  arcos;  asi,  cada 
pilar  va  en  un  solo  plano  con  sus  dos  ramas  correspondientes  de  arqui- 
voltas,  y  todo  se  redujo  a  trazar  oblicuamente  la  junta  central  del  dovelaje 
para  ajustarlo  a  la  quiebra.  Ello  mismo  repite,  aunque  sin  formar  arquería 
continua,  la  capilla  octogonal  de  Binbirk.ilisse,  en  Asia  Menor,  cuyos  arcos 
también  son  de  herradura  (i). 

La  cúpula  es  de  cascos,  u  sea  lombarda,  como  la  de  Aquisgrán  caro- 
lingia  y  muchas  árabes  andaluzas  posteriores;  mas  aquí  el  número  de  cascos 
llega  a  once,  uno  más  de  los  que  la  ordenación  mural  exigía,  y  aun  ellos 
desiguales,  por  el  desconcierto  que  ocasiona  el  arco  toral.  Arranca  sobre 
moldura  de  nácela,  interrumpida  por  el  arquillo  semicircular  de  la  ven- 
tana subsistente  primitiva,  que  forma  derrame  interior,  según  costumbre. 

El  gran  arco  de  entrada  para  la  capilla  seria  de  herradura,  como  lo 
es  el  otro  que  le  trasdosa  por  fuera,  con  saliente  de  24  centímetros:  mas 
hubieron  de  rozarse  los  arranques  del  primero,  para  quitar  estorbos,  y  su 
desarrollo  es  exactamente  el  típico  árabe,  ya  observado  en  la  arquería 
mural  de  adentro.  Las  impostas,  con  moldura  de  nácela,  corrían  en 
común  para  ambas  arquivoltas;  y  respecto  del  dovelaje,  que  es  de  sillería 
de  granito,  sólo  hay  visibles  algunas  juntas,  especialmente  la  de  en  medio, 
y  distanciadas  cosa  de  40  centímetros,  que  será  el  ancho  de  las  dovelas, 
medido  por  el  intradós,  quedando  incierto  su  punto  de  convergencia.  El 
caso  de  parejas  de  arcos  así,  concéntricos  y  retraído  brevemente  el  menor, 
fué  usual  en  la  arquitectura  lombarda  de  ladrillo,  desde  el  siglo  VI  a  lo 
menos,  como  acusa  el  ventanaje  superior  de  San  Vital  de  Ravena  (2):  lo 
mismo,  en  edificios  orientales  menos  antiguos  y  en  lo  árabe  toledano, 
pudiendo  rastrearse  un  origen  común  en  obras  de  la  decadencia  romana; 
por  ejemplo,  el  palacio  imperial  de  Tréveris  (3). 

Sobre  dicho  arco,  por  fuera  y  tocando  casi  a  la  pared,  hav  tendido  un 
madero  a  todo  lo  ancho  de  la  nave,  que  pudo  servir  de  trabes  o  pérgula, 


(i)    Strzygowski:  Kleinasien,  ñgs.  17,  18,  108  y  109. 

(2'l     Rivoira:  Le  origini  della  architettura  lombarda;  fig.  63. 

(3)     Id.,  fig.  549. 

—   223   — 


LEÓN 


faltando  iconostasis,  para  suspender  cortinas,  lámparas,  etc..  como  se 
observó  en  Marquet,  Escalada  y  Bamba:  y  poco  más  arriba  sobresale  del 
muro  una  cornisa  de  fílele  cuadrado,  como  en  los  testeros  de  Escalada 
(Lám.  LXXX). 


SANTIAGO  DE  PEÑALBA 


Después  que  Genadio  hubo  renovado  la  vida  eremítica  en  San  Pedro 
de  Montes,  año  896,  fundó  allí  cerca,  en  las  mismas  vertientes  del  monte 
de  Aquiliana.  y  una  legua  desviados  hacia  oriente  de  San  Pedro,  tres  ere- 
mitorios, con  sus  respectivas  iglesias,  a  saber:  el  aula  monasterial  de 
San  Andrés,  el  de  Santiago  de  Peñalba.  v  entre  ambos,  en  un  recóndito 
valle  que  llaman  Silencio,  el  oratorio  de  Santo  Tomás.  Para  dotación  de 
los  mismos  señaló,  en  escritura  o  testamento  de  919,  las  tierras  que  les  ro- 
deaban, libros  de  rezo,  cálices,  cruces,  coronas  y  lámparas  de  metal  (i):  y 
un  año  después,  el  mismo  Genadio  que,  ya  libre  del  inaguantable  yugo 

(1)  Según  el  traslado  castellano  del  testamento  de  Genadio,  que  vulgarizó  Morales 
(Corónica;  lib.  XV,  cap.  xlv),  resulta  distinción,  primeramente,  entre  el  monasterio  de 
Santiago  y  otro  de  Peña  Alva,  mediando  entre  ambos  el  de  Santo  Tomás  en  el  Silencio; 
mas  luego,  en  el  reparto  de  libros,  no  suena  Peñalba,  probando  no  haber  tal  distinción,  de 
acuerdo  con  la  actual  topografía  y  según  el  texto  latino  del  documento  mismo,  una  vez 
corregida  la  puntuación  propuesta  por  Sandoval  (Fundaciones,  f.  27  v.),  en  esta  forma: 

«Omnem  solicitudinem  omnemque  industrian!  erga  supradictum  cremum  exercens, 
ecciesiam  sancti  Petri,  quam  dudum  restauraveram,  miris  aediiicaminibus  revolvens  am- 
pliavi  ct  in  melius  ut  potui  erexi.  Deinde  autcm  in  montibus  illis  aulam  nomine  sancti  An- 
dreae  construxi  aliudque  monasterium  ad  ordinem  monasticum;  intcrvallum  distendcns 
in  memoriam  sancti  lacobi  tertium  construxi,  quod  vocatur  Pennalba;  inter  utrumque  vero 
locum,  qui  dicitur  ad  Silentium,  in  honorem  sancti  Tomac  quartum  oratorium  fabricavi». 

Su  traducción  es:  «Desplegando  toda  mi  solicitud  y  todo  mi  ingenio  sobre  el  yermo 
susodicho,  amplié  y  erigí  cuanto  mejor  pude  la  iglesia  de  san  Pedro,  que  había  restaurado 
poco  antes,  transformándola  con  admirables  edificaciones.  Después  construí  en  aquellos 
mismos  montes  un  claustro,  bajo  la  advocación  de  san  Andrés,  y  otro  monasterio  según 

—   224  — 


Í'ENALHA 

pastoral,  \  ivía  retiradu  entre  los  anacoretas  del  Silencio,  dispuso  de  la  vila 
de  Laguna,  on  Somoza,  según  la  venían  disfrutando  los  obispos  de  Astorga, 
para  que  una  mitad  de  ella  la  poseyesen  el  C(')nclave  cenobial  de  Santiago 
y  demás  reclusiones  o  celdas  de  su  contorno,  cuyos  Irades  o  monjes  en  días 
señalados  concurrían  allá  platicando  juntos  por  la  salud  de  sus  almas,  y  la 
otra  mitad,  los  demás  eremitas  dispersos  por  aquel  yermo  (i). 

Dos  discípulos  le  siguieron,  uno  tras  otro,  en  su  sede,  luego  que  la 
hubo  él  renunciado,  como  va  dicho.  Fortis.  el  primero  de  ellos,  elegido 
obispo  hacia  ()2(>.  reinando  Ordoño  11,  hizo  vot(j  de  edificar  otra  casa  o  ce- 
nobio, a  fin  de  congraciarse  con  el  maestro,  y  deseando  atraerse  bendiciones 
en  pro  de  su  alma;  lo  que  gozosamente  oído  por  Genadio.  santificó  un  sitio 
en  el  Silencio  para  edificarlo,  y  allí  fué  principiado,  siguiendo  sus  instruc- 
ciones; mas  asaltó  a  Fortis.  hacia  930.  la  muerte  sin  llevarlo  a  término. 
Entonces  Salomón,  al  sucederle,  ya  en  tiempo  de  Ramiro  11  Í931  a  93 1), 
deseó  consumar  el  designio  de  su  maestro;  y  congregados  los  abades  y  con- 
fesores de  aquellos  lugares,  a  una  voz  proveyeron  que  se  mudase  la  obra 
comenzada,  por  ser  inconveniente  el  sitio  de  Silencio  para  cenobio,  y  que 
se  reconstruyese  muy  cerca  de  allí,  en  el  lugar  ya  fundado  y  más  apto  de 
Santiago.  Por  consecuencia,  «empezamos  y  concluímos  en  aquel  sitio,  dice 
Salomón  mismo,  cuanto  la  piedad  del  Señor  otorgó  y  ahora  aparece»  (2); 
allí  colocó  reliquias  de  Santiago  y  san  .Martín,  sus  patronos;  allí  fué  se- 
pultado el  cuerpo  de  Genadio.  al  morir  en  936.  probablemente,  y  allí 
acudió  luego  tan  gran  turba  de  confesores  a  residir,  que  Salomón,  vista  la 
aspereza  del  lugar  y  pocos  rendimientos,  aumentó  su  dotación  con  cier- 
tas posesiones  de  la  mitra,  en  9  de  febrero  de  937.  autorizándole  para 
ello  el  príncipe  Ramiro.  A  los  tres  años,  éste  último  coadyuvó  con  más 

orden  monástico;  separado  un  trecho,  construí  en  memoria  de  Santiago  un  tercer  monas- 
terio, que  se  llama  Peñalba,  y  entre  uno  y  otro,  en  el  lugar  que  se  dice  Silencio,  fabriqué 
un  cuarto  oratorio  en  honor  de  santo  Tomás».  Efectivamente,  el  valle  del  Silencio  cruza 
entre  Peñalba  y  la  derruida  ermita  de  san  Andrés. 

(1)  España  sagrada;  t.  XVI,  p.  429. 

(2)  Constru.\imus  illud  (coenobium)...  in  alium  locum  qui  ibi  erat  fundatum  el  plus 
aptum  sancti  lacobi  aposioli  vocabulum,  et  ubi  manct  tumulatum  ipsius  donni  lennadi 
Corpus...  Inchoavimus  et  explevimus  in  eo  loco  quantum  pietas  Domini  iusit  et  nunc  appa- 
ret   (Testamento  de  Salomón;  España  sagrada,  t.  XV),  p.  435). 

—    225    — 

29 


LEÓN 


ofrendas,  entre  las  que  descuella,  por  conservarse  aún.  una  cruz  de  azófar 
con  su  inscripción  dedicatoria  (i),  y  hay  referencia  de  otras  dádivas  de 
fincas  en  el  siglo  XI:  pero  la  vida  del  monasterio  se  pasó  en  la  oscuridad. 
Luego,  consta  su  anexión  a  la  Catedral  de  Astorga,  como  priorato  suyo, 
en  el  siglo  XII  (2),  y  acabó  por  reducirse  a  simple  parroquia. 

Resulta  de  lo  dicho  alguna  vacilación  para  fechar  nuestra  iglesia, 
aunque  dentro  de  límites  muy  restringidos.  En  efecto,  Genadio,  corriendo 
el  segundo  decenio  del  siglo  X,  fundó  y  dotó  el  cenobio  de  Peñalba:  pero 
la  mención  secundaria  que  de  él  hizo  en  su  testamento,  postergándolo  al 
de  San  Andrés,  cuyo  edificio  cuéntase  haber  sido  humilde,  y  los  hechos 
sucesivos,  hacen  creer  que,  si  a  Genadio  algo  se  debe  de  lo  actual,  ello  fué 
a  consecuencia  de  las  iniciativas  de  Fortis  v  de  Salomón.  Bajo  su  direc- 
ción, efectivamente,  principióse  otro  cenobio  en  el  Silencio,  quizá  sobre  el 
oratorio  anterior  de  Santo  Tomás:  incorporado  luego  a  Peñalba  por  Salo- 
món, es  posible  que  en  la  obra  definitiva  tomase  cuerpo  un  plan  artístico 
desarrollado  antes  en  el  Silencio:  mas  la  gloria  de  todo  parece  recabarla 
Salomón  para  sí  en  la  frase  trascrita:  «empezamos  y  concluímos  en  aquel 
sitio  cuanto  la  piedad  del  Señor  otorgó  y  ahora  aparece».  Bajo  una  modes- 
tia casi  jactanciosa  trasparentase  aquí  su  bien  justa  satisfacción,  viendo 
erguirse  el  edificio  de  Peñalba,  monumento  digno  para  conmemorar  la 
grandeza  y  santidad  de  Genadio,  y  cuyo  mozarabismo  resulta  explicable, 
visto  el  ambiente  en  que  se  movían  aquellos  obispos,  rodeados  de  persona- 
jes laicos  y  clérigos  con  nombres  árabes  (3).  En  resolución,  puede  fijarse  la 
cronología  de  nuestra  iglesia  entre  el  tercer  decenio  de  aquel  siglo,  bajo  la 
acción  común  de  Genadio  y  Fortis,  el  acceso  de  Salomón  al  episcopado  de 
Astorga,  en  931,  y  la  fecha  precisa  de  su  conclusión  en  937.  El  oratorio  de 
San  Miguel  en  Celanova,  próximo  en  fecha  y  de  muy  semejante  arquitec- 
tura, como  veremos,  garantiza,  sin  género  de  duda,  estas  conclusiones. 

Hoy  el  monasterio  ha  cedido  lugar  a  unas  veinte  casas,  que  se  agrupan 


(i)    Gómez-Moreno:  Santiago  de  Peñalba;  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  cas- 
tellana de  Kxcursiones;  año  Vil,  p.  204. 

(2)  España  sagrada;  t.  XVI,  p.  485,  donde  figura,  en  1154,  un  «Pelagius  Astori- 
censis  ecclesiae  prior  tenens  monasterium  sancti  lacobi  Pinnae  Albae». 

(3)  España  sagrada;  t.  XVI,  págs.  426,  432,  437  a  438;  t.  LXVIIl,  p.  326,  etc. 

—    226  — 


FENALBA 

humildes  en  torno  de  su  iglesia,  a  media  ladera  bajo  uno  de  los  picos  de  la 
Aguiana,  donde  puja  un  cuchillo  gigantesco  de  caliza  marmórea  blanque- 
cina, entre  los  pizarrales,  al  que  cuadra  la  designación  de  Peñalba.  y  que 
sirvió  de  material  para  nuestra  iglesia.  Córtalo  por  abajo  un  valle  hondo  y 
umbrío,  que  es  el  Silencio;  aunque  no  sepamos  si  por  tradición  ha  conser- 
vado el  nombre,  o  si  más  bien  es  de  imposición  erudita  moderna,  sobre  los 
documentos  del  siglo  X.  Allí  se  desliza  un  arroyo  abundante,  v  entre  tajos 
asoman,  a  man(j  derecha,  las  cinco  cuevas  donde  se  recluían  los  anacoretas 
antiguos,  casi  inaccesibles,  excepto  la  supuesta  de  san  Genadio.  a  que  se 
ha  facilitado  un  sendero  (i). 

La  iglesia  de  Santiago  consérvase  hasta  hoy  en  perfecta  integridad, 
gracias  a  su  excelente  construcción,  tan  peregrina  que  aun  en  el  siglo  de 
Ambrosio  de  Morales  pudo  «ser  mirada  y  alabada  su  traza  y  fábrica»  (2), 
llegando  Sandoval  a  juzgarla  de  «obra  mosayca»  y  «la  cosa  más  curiosa  y 
digna  de  ser  vista  que  entre  las  antigüedades  tiene  España»  (3),  juicios  que 
suscribe  plenamente  la  crítica  moderna,  reputándola  como  uno  de  los  jalo- 
nes más  preciosos  que  la  arquitectura  de  la  Edad  Media  rem(;ta  conserva, 
testimonio  de  la  fuerza  extraordinaria  v  personalismo  de  nuestro  arte  na- 
cional entonces,  y  ejemplar  mozárabe  de  los  más  potentes  (Figs.  108  a  1 10 
y  láms.  LXXXIl  a  LXXXIX). 

Constituyela  una  sola  nave,  que  mide  1 1  por  5  metros,  dividida  en  dos 
tramos  poco  desiguales,  mediante  un  gran  arco  sobre  columnas,  v  forman- 
do cimborio  el  principal:  sendos  aposentos  laterales  le  acompañan,   para 


(i)  El  viaje  a  Peñalba  es  factible  en  verano  con  relativa  facilidad.  Se  puede  ir  y  volver 
a  caballo,  desde  Ponferrada  del  Bierzo,  dentro  de  un  día  y  con  cierto  desahogo,  pues  la  dis- 
tancia es  de  unos  20  kilómetros.  Ponferrada  tiene  estación  de  ferrocarril  en  la  linea  de  Ga- 
licia y  hospedajes  aceptables;  el  alquilar  caballería  no  será  difícil,  salvo  en  tiempo  de  trilla. 
Puede  también  recorrerse  en  coche  una  gran  parte  del  camino  y  el  resto,  andando,  aunque 
la  ascensión  resulte  fatigosa. 

En  una  misma  jornada  es  posible  visitar,  además,  San  Pedro  de  Montes,  yendo 
desde  Peñalba  por  camino  casi  llano  y  de  magnífica  vista,  y  descendiendo  luego  directa- 
mente, hasta  dar  con  el  de  subida,  poco  antes  del  pueblo  de  San  Clemente;  mas,  fallando 
alojamiento  regular  en  estos  sitios,  sería  necesario  apresurar  mucho  el  viaje. 

(2)  Viage  santo,  pág.   174. 

(3)  Fundaciones:  San  Pedro  de  Montes,  f.   19  v. 

—    227    — 


Figs.  io8  y  .09.  Santiago  de  l'eñalba:  planta  y  sección  longitudinal 


PE N ALBA 

sacristías  o  celdas,  que  dan  forma  de  cruz  al  edificio;  dos  puertas  franquean 
la  entrada  por  el  tramo  secundario,  y  en  los  testeros,  hacia  oriente  y  po- 
niente, desarróllanse  capillas  curvilíneas,  aunque  por  fuera  disimulen  su 
redondez  con  macizos  rectangulares,  según  costumbre:  la  una  alcanza  a 
tres  cuartos  de  círculo  en  su  base;  la  otra  es  en  planta  como  un  arco  peral- 
tado. V  ambas  apean  sus  arcos  delanteros  sobre  columnas  tangenciales  al 
muro,  como  siempre.  De  estas  capillas,  la  secundaria  u  occidental  contiene 
el  sepulcro  de  san  Genadio,  a  mano  derecha,  no  sobresaliendo  del  suelo 
más  que  la  tapa  de  su  sarcófago,  y  al  otro  lado  yace  un  san  l'rbano,  abad 
desconocido  del  monasterio,  bajo  tapa  de  dos  vertientes. 

El  haber  sacristías  o  aposentos  laterales  venía  siendo  costumbre  espa- 
ñola desde  tiempos  godos  —  ejemplos  en  San  Pedro  de  la  Nave  y  Santa 
Comba  de  Bande  —  y  perseveraron  sistemáticamente  con  ella  las  iglesias 
asturianas;  mas  en  lo  mozárabe  leonés  este  caso  de  Peñalba  es  único.  Res- 
pecto de  ábsides  opuestos  ya  se  habló  a  propósito  de  la  iglesia  de  Mazóte: 
fué  una  modalidad  algo  frecuente  en  iglesias  medievales  de  muy  varias 
fechas,  pero  sin  llegar  a  constituir  regla,  sino  es  en  el  Rhin,  al  parecer.  Su 
presencia  obedece,  verosímilmente,  a  razones  no  litúrgicas;  y  en  efecto, 
Lasteyrie  apunta  una  bien  plausible,  afianzando  hipótesis  ya  formulada:  la 
de  que  el  ábside  occidental  sirvió  para  contener  sepulcros  de  personajes 
venerables  (i).  Consta,  en  efecto,  que  el  de  la  basílica  de  Orleansville  (Ar- 
gelia) se  hizo  en  476  para  las  reliquias  del  obispo  Reparato:  que  en  el  céle- 
bre santuario  de  San  Martín  de  Tours  el  cuerpo  de  este  santo  yacía  en  áb- 
side especial  y  con  acceso  directo  a  los  peregrinos,  que  no  interrumpían 
así  los  actos  litúrgicos:  que  el  ábside  occidental  de  Matifu,  antigua  Rusgu- 
nia,  junto  a  Argel,  contenía  sepulcros,  y  así  también  otro,  al  costado  dere- 
cho de  la  basílica  de  Zraia  (2).  Aquí  en  Peñalba  la  repetición  del  caso 
parece  argumento  definitivo;  y  como  hubo  prohibición,  mantenida  seve- 
ramente en  lo  antiguo,  de  sepultar  dentro  de  las  iglesias,  quizá  se  ocu- 
rriese la  idea  de  añadir  un  oratorio  adherente  a  las  mismas,  para  los  cuer- 
pos de  obispos  u  otros  difuntos  venerables,  a  que  el  pueblo  rendía  culto, 
previniéndose  así  su  declaración  canónica  de  santidad. 

(1)    L'Architecture  religieuse  en  France,  p.  70. 

(i)     Gsell:  Les  monuments  antiques  de  l'Algerie,  t.   II,  págs.  222  y  342. 

—   230  — 


PENALBA 

LüS  muros  del  ediíiciu,  y  aun  sus  esquinas,  están  hechos  de  manipos- 
tería de  pizarra  y  caliza,  muy  (irme  v  entera:  su  grueso  general  es  de 
72  centímetros,  y  se  refuerzan  con  estribos  de  otra  tanta  corpulencia,  no 
excesivos  y  bien  puestos,  revelando  un  concepto  de  su  función  mucho  más 
sabio  que  el  demostrado  en  Cataluña  y  Asturias  anteriormente,  y  de  acuer- 
do con  los  ya  vistos  en  Bamba;  pero  como  este  uso  racional  del  estribo 
también  se  observa  en  la  Gran  Mezquita  de  Córdoba,  en  tanto  que  obras 
posteriores  del  norte  lo  desxirtuaron,  queda  realmente  dudoso  el  influjo  a 
que  obedecen  las  iglesias  de  Bamba  y  Peñalba  en  ese  punto,  no  siendo 
ello,  desde  luego,  atributo  genérico  de  mozarabismo. 

El  abovedamiento,  general  y  con  desahogo,  da  fe  de  un  gran  dominio 
y  confianza  en  los  métodos  empleados.  Las  sacristías  y  el  tramo  primero 
de  nave  se  cubren  con  cañones  semicilíndricos,  en  proporción  dupla  el 
alzado  respecto  de  la  planta,  y  con  la  particularidad  de  extenderse  su 
moldura  de  arranque  por  tres  de  los  muros,  como  en  Bamba.  El  segundo 
tramo  o  cimborio  es  más  elevado,  formando  cúpula  a  modo  bizantino, 
pero  con  desarrollo  muy  nuevo  (Lám.  LXXXVIII):  es  de  gallones,  recor- 
dando el  prototipo  romano  del  serápeo  de  Tívoli,  cuya  analogía  con  -el  de 
San  Sergio  en  Constantinopla,  por  la  alternación  de  cascos  llanos  y  cónca- 
vos, hace  patente  Rivoira  (i);  también  se  parece  a  las  cúpulas  de  Escalada, 
y  sobre  todo,  a  la  absidal  de  San  Lorenzo  de  Grenoble,  arrancando,  como 
ésta,  sobre  arcos.  Sus  gallones  son  ocho,  pero  lógrase  el  tránsito  del  cua- 
drado al  oct(í)gono  sin  mediación  de  trompas  ni  pechinas,  con  sorpren- 
dente facilidad,  ventajas  y  bello  aspecto,  pareciendo  extraño  que  no  se  re- 
pitiera en  edificio  alguno  conservado,  y  así  resulte  único  ejemplar  éste, 
que  sepamos,  en  la  historia  de  la  arquitectura.  Compónese  de  cascos  muy 
cóncavos,  cuya  especialidad  consiste  en  un  desarrollo  mayor  de  los  corres- 
pondientes a  los  ángulos,  que  nacen  a  nivel  más  bajo  que  los  otros,  a  par- 
tir de  unos  embrionarios  saledizos,  especialmente  a  la  parte  de  la  cabecera: 
mas  todos  los  cascos  resultan  parejos  una  vez  alcanzada  su  nivelación. 
Por  base  de  apoyo  no  hay,  pues,  un  anillo,  como  en  Escalada  v  otros 
ejemplares  musulmanes  de  Andalucía  —  desde  los  de  la  Mezquita  de  Cór- 
doba, cuyos  actuales  prototipos  vemos  en   Cairuán  —  sino  cuatro  arcos 

(i)     Le  origini  dclla  Architettura  lombarda;  ñg.  343. 

—   231    — 


LEÓN 


adheridos  a  los  muros,  sobre  repisas  dispuestas  en  los  rincones  y  con  mol- 
dura por  guarnición:  arcos  que  ofrecen  de  ventaja  concentrar  en  los  ángu- 
los del  cuadrado  la  carga,  restando  empujes  a  los  muros,  y  haciéndoles, 
en  cierto  modo,  independientes  de  las  cubiertas,  según  el  sistema  que.  a 
propósito  de  Santo  Tomás  de  las  Ollas,  queda  expuesto.  En  el  crucero  de 
San  Martín  de  Angers  y  mausoleo  de  Placidia  en  Ra\ena  se  aplici)  a  b(')ve- 
das  baldas  este  mismo  procedimiento  de  arcos. 

Las  dos  capillas  de  nuestra  iglesia  ostentan  asimismo  cúpulas  gallo- 
nadas (Lám.  LXXXIX),  pero  dispuestas  sobre  un  anillo,  con  siete  cascos  y 
porción  semicilindrica,  entestando  con  el  arco  de  entrada  que  la  intersecta, 
va  que  su  altura  mínima  no  permite  voltearlas  en  redondo  simétricamente, 
V  lo  mismo  sucede  en  las  de  Escalada,  más  sencillas,  pero  tan  similares  que 
evidencian  la  coordinación  artística  de  todo  este  grupo  leonés  de  iglesias. 

A  excepción  de  los  susodichos  arcos  de  la  cúpula  y  otro  de  la  puerta 
septentrional,  por  dentro,  volteados  en  semicírculo,  todos  los  demás  en 
Peñalba  son  de  herradura,  según  tipo  musulmán,  sobresaliendo  como  es- 
pecialmente significativos  el  de  la  capilla  de  hacia  oriente  (Láms.  LXXXIIl 
y  LXXXIX)  y  los  dos  gemelos  de  la  entrada  principal,  por  fuera  (Lámi- 
nas LXXXV  y  LXXXVI),  que  llevan  alfiz  o  recuadro  y  otra  moldura  guar- 
neciendo el  trasdós  de  su  rosca,  exactamente  como  en  los  seis  arcos  más 
antiguos  del  pórtico  de  Escalada,  obra  segura  del  mismo  artífice.  En  estos 
ejemplares  el  descentramiento  de  líneas  de  la  arquivolta  es  muv  percepti- 
ble, haciendo  alargar  la  cla\e  una  cuarta  parte  más  que  los  salmeres,  según 
se  hizo  notar  en  Escalada  y  Mazóte.  Su  trazado  y  proporciones  coinciden 
con  normas  cordobesas  usuales  en  el  siglo  X,  notándose  que  estos  arcos 
trasdosados  por  moldura  reservan  la  medida  típica  —  tres  cuartos  del  diá- 
metro en  su  flecha  o  altura  —  para  la  curva  del  trasdós,  resultando  recre- 
cida hasta  cuatro  quintos,  y  aun  algo  más  a  veces,  la  del  intradós:  el  en- 
tronque cordobés  y  precisamente  califal  de  este  grupo  de  iglesias  queda 
con  ello  patente. 

Los  arcos  lisos  no  descentran  su  dovelaje,  pero  en  las  tres  puertas  res- 
tantes del  edificio  —  sacristías  y  entrada  septentrional  (Fig.  1 1 1)  —  perse- 
vera la  susodicha  proporción  de  los  cuatro  quintos.  Los  demás  aliénense  a 
la  regla  general  de  tres  cuartos,  o  sea  excediendo  su  flecha  en  una  mitad 
del  radio  al  semicírculo,  y  con  desarrollo  de  dos  tercios  de  circunferencia 

—  232  — 


PEÑAI.BA 

la  rosca.  Dichas  puertas  llevan  además  incorpurado  con  las  impostas  el 
arranque  de  su  duvelaje,  coiikj  se  usaba  en  r.órdoba  durante  el  sif^lo  ÍX  y 
vimos  repetirse  en  Escalada;  también  el  intradós,  en  los  arcos  grandes, 
forma  aquellas  concavidades  laterales  observadas  en  esta  última  iglesia, 
en  Mazóte  y  Bamba  y  en  el 


Cristo  de  la  Luz,  como  va 
dicho.  En  cuanto  al  despiezo 
es  radial  siempre,  sin  clave  y 
empalmadas  alj^unas  dovelas 
de  los  arcos  mayores,  que  al-  / 
ternan  con  las  enterizas,  como 
en  Mazóte;  pero  desde  los 
arranques  hasta  la  línea  dia- 
metral las  juntas  son  hori- 
zontales, variando  en  esto  de 
lo  acostumbrado  en  las  igle- 
sias anteriores  v  en  lo  cordo- 
bés. Su  labor  es  muv  cuida- 
dosa, favoreciendo  para  ello 
el  excelente  material  calizo 
que    la   Peña  alba  deparaba. 

La  puerta  principal  es  muy  digna  de  alabanza:  sus  dos  arcos  gemelos, 
sobre  columnas,  son  novedad  usurpada  de  las  ventanas,  pues  ellas  repiten 
exactamente  la  misma  disposición,  forma  v  juego  de  molduras  en  la  .Mez- 
quita de  Córdoba,  Tornerías  v  torre  de  Santiago,  en  Toledo,  y  torre  de  la 
mezquita  de  Abentulún,  en  el  Cairo  (i),  obra  de  mano  cordobesa  induda- 
ble. Por  dentro  cobíjales  otro  gran  arco,  sirviendo  de  alféizar,  en  cuyas 
impostas  enmangaban  las  hojas  de  madera  (Lám.  LXXXVIl).  A  los  arqui- 
llos de  las  sacristías  se  adaptan  por  dentro  robustos  dinteles  o  planchas 
con  quicialeras  para  dos  hojas,  única  madera  que  hay  en  todo  el  edificio. 
Sobre  el  arco  medianero  de  la  nave,  descargándolo  y  con  fin  decorativo 
principalmente,  ábrese  otro  arco  de  herradura,  como  ventana,  similar  de 
otros  tales  que  hav  en  el  Cristo  de  la  Luz.  en  edificios  de  Oriente  y  aun  en 

(i)     Velázquez  Bosco:  Medina  Azzahra;  fi^.  4. 

—    233   — 


Fig.  III.  Peñalba:  puerta  septentrional 


30 


I.EON 


lo  románico.  De  ventanas,  son  adinteladas  v  sin  derrame  las  de  los  ábsi- 
des, provistas  de  celosías  de  mármol  antiguamente:  resultan  derramadas 
hacia  adentro,  desiguales  y  algo  descentradas  las  cuatro  de  la  nave,  que 
mantienen  señales  de  travesanos  a  sus  lados,  como  para  reja  o  vidriera;  e 
igualmente,  con  derrame  amplio  interior  y  recortados  en  forma  de  herra- 
dura sus  dinteles,  los  tragaluces  de  las  sacristías. 

Constituven  decoración  la  más  rica  en  esta  iglesia  nueve  columnas, 
apeando  los  principales  arcos  y  tangentes  a  sus  jambas,  a  las  que  no  se 
incorporan  sino  los  cimacios.  Su  material  es  mármol  blanco,  manchado 
de  gris  parcialmente,  llegando  hasta  ofrecer  intensas  vetas  negruzcas  en  al- 
gunos fustes,  sobre  todo;  exceptúanse  los  grandes  del  arco  medianero,  que 
son  de  granito  y  algún  tanto  ahusados.  Las  basas  mantienen  el  tipo  ático, 
pero  con  su  escota  muy  desarrollada,  juzgando  por  las  de  la  puerta,  únicas 
visibles  del  todo.  Los  cimacios  llevan  dos  o  tres  nácelas,  ya  cabalgando 
una  sobre  otra  directamente,  ya  interpuestos  menudos  boceles,  con  labor 
somera  como  de  contarlo,  e  iguales  a  los  registrados  en  el  pórtico  de  Escala- 
da, Hornija,  Bamba,  Sahagún  y  Rueda  (Láms.  XC  y  XCI).  Los  capiteles 
son  corintios,  muv  uniformes  entre  sí,  variando  sólo  ligeramente  los  de  la 
puerta,  menores  en  tamaño,  y  apenas  difieren  de  los  de  Escalada,  en  su 
tramo  primitivo  de  pórtico,  asegurando  un  absoluto  sincronismo  entre 
ambas  obras,  pero  con  alguna  ventaja  de  arte  en  los  de  Peñalba:  talla  a 
biseles,  estriados  caulículos,  collarino  sogueado,  bizantinismo,  etc.  son  sus 
caracteres:  los  mismos  tantas  veces  expuestos,  analizando  series  análogas, 
en  este  capítulo.  .      ' 

Pieza  decorativa  de  mucho  valor,  mas  desgraciadamente  fragmentaria, 
es  la  celosía  de  la  ventana  del  ábside  occidental.  Mide  129  por  o'56  me- 
tros, es  de  caliza  blanca,  y  no  restan  sino  el  cerco  y  algunas  partes  adhe- 
ridas a  él,  sobre  todo  en  lo  alto,  formando  composición  de  tallos  ondulados 
y  hojas  a  biseles,  con  arte  similar  al  de  los  capiteles  susodichos  y  pretiles 
de  Escalada  (Fig.  1 12).  Igual  concierto  muestran  las  restantes  piezas  deco- 
rativas, cuales  son  las  repisas  del  cimborio  e  impostas  de  los  arquillos 
de  las  sacristías,  compuestas  de  nácelas  escalonadas,  como  los  cimacios  (Fi- 
gura 113);  y  el  m oíd u raje  de  los  arcos  que  le  llevan,  a  bisélese  idéntico 
al  del  pórtico  de  Escalada  (Fig.  114).  Las  cornisas  son  simples  filetes 
cuadrados. 

—  234  — 


PENALHA 


Otro  elemento  de  estudio  son  It^s  aleros  del  tejado,  con  sus  modi- 
lones.  más  galanos,  pero  semejantes  a  los  de  Escalada  y  Hornija.  Desarro- 
llan curva  de  nácela  sus  enfilados 
baquetones,  en  número  de  seis  u 
siete,  y  adornan  sus  costados  cir- 
culillos  con  llores  de  seis  pétalos 
o  la  rueda  helizoidal,  generalmen- 
te adaptada  al  baquetón  superior, 
de  doble  corpulencia  que  los  otros, 
V  además  suelen  acompañarles 
unos  trazos  picudos,  a  modo  de 
cuernos  (Fig.  ii5).  Muchos  modi- 
llones han  desaparecido,  sustitu- 
yéndoles rudas  lajas  de  pizarra,  y 
en  las  sacristías  y  capilla  occiden- 
tal nada  se  conserva  de  ellos.  Lue- 
go, forman  tejado  losas  pizarreñas, 
clavadas  sobre  maderos  livianos, 
conforme  al  uso  del  país,  y  sin 
constituir  armadura.  Por  último. 
en  la  capilla  mayor  y  sacristías  so- 
bresalen del  muro,  un  metro  por  debajo  de  su  cima,  unas  canales  o  gár- 
golas, muy  pequeñas  y  lisas,  que  probablemente  servirían  para  verter  el 
agua  llovediza  filtrada  hasta  los  ríñones  de  las  bóvedas,  en  evitación  de 
recalos:  también  las  hay  en  Asturias,  pero  ctjrrespon- 
diendo  a  los  aposentos  de  refugio  que  suelen 
llevar  en  lo  más  alto  sus  iglesias,  a  partir  de 
Santullano  de  los  Prados.  Consérvanse  por 
acá  otras  dos  gárgolas  primitivas,  notabilísi- 
mas e  inéditas:  la  una  en  el  Museo  de  Oviedo, 
formando  cabeza  de  león,  y  la  otra  en  el  de 
Mérida,  muy  larga,  llena  de  adornos  bárba- 
ros y  con  un  rostro  humano. 

Rodea  el  edificio  un  miserable  portal  cu- 

Fig.  I  I  3.  Impostas  de 

las  sacristías  bierto.    quc    sirvíó    de    cementerio,    dejando 


Fig,  1 12.  Peñalbu:  ventana  del  ábside  occidental 


235    — 


LEÓN 


Fig,  1 1 5.  Peñalba: 
modillón  del  alero 

SO.  La  solería 
era  de  losas  de 
pizarra ,  sobre 
que  se  alza  un 
entarimado  de 
madera,  sin  de- 
jar visibles  las 
basas  de  las  co- 
lumnas. Final- 
mente, es  digna 
de  atención  la 
pila  para  agua 
bendita,  quizá 
coetánea  del  edi- 
ficio: hecha  de 
mármol  gris  con 
vetas  negras,  mi- 
de I '06  por  o'yS 
metros,      figura 


libre  sola- 
mente     la 
cabecera:  y 
a    los    pies 
álzase   una 
d  e  s  m  e  s  u  - 
rada  espa- 
daña, desfigurando  las  líneas  exteriores  pri- 
mitivas.  Por  dentro,  su  encalado  y  pintura 
modernos  le  afean:    en    tiempo    más    lejano 
fueron  pintados  los  arcos  al  óleo,  rectificando 
algo  su  despiezo  con  líneas  oscuras;  las  pare- 
des tenían  enlucido  blanco,  y  en  la  capilla 
occidental  percíbese  un  zócalo  rojo  muy  ter- 


-t^  ^7- -  - 


Fig.  1 16.  Peñalba:  pila  para  el  agua  bendita 
—    236    — 


PENAI.BA 

una  artesa  por  dentro  y  guarnécela  exteriormente  por  tres  ladus  robusta 
moldura  de  gorja.  Pudiera  ser  una  coronación  de  pedestal  romano  apro- 
vechada; perú  todavía  choca  más  el  soporte,  alargado  también,  ensan- 
chandi;  progresivamente  por  sus  caras  largas,  conforme  sube,  y  cun  unas 
\    X    ^  r^  "ff-^ r^^'=f=' ir\   ,5  -í   v   v  ^-t^    %é-      niuescas  inexplicables  abajo 

thiCPfeTROHAWS  <'-- ™ >■  -- -i 

_  -  ,.        .   -        .    .       ,      .  l)e   monumentos  epitírá- 

Fig,  1 17.  Penalba:  epitaño  grabado  en  la  cabecera  ^r  ti'  "■ 

fieos  hay  en  Peñalba  un  sim- 
plicisimo  epitafio,  que  podrá  datar  del  siglo  X,  con  letras  mozárabes,  de 
dos  centímetros  de  alto,  diciendo  «f  Hic  Petronatus  (iacet)»  (Fig.  117): 
está  grabado  junto  al  ventanillo  de  la  sacristía  septentrional,  que  se  abre 
hacia  oriente,   en   una  de  las  piedras  que  lo  forman.  Otro  epitafio,  con 

fecha  de  979,  bar- 

baramente  redac- 
tado y  sin  carácter 
mozárabe,  se  con- 
signó en  unaloseta, 
de  28  centímetros 
en  cuadro,  caída  de 
su  sitio  en  el  por- 
tal (Fig.  1 18).  Dice 
así:    «¡^   [In    ho]c 

.umulo  requi[esc),t         ^j    Qj   E  Tlj  jj  A   FTA  1  PTlífTV 

tamulusD(e)i[grla-      y- rr -; r "  : ' ^ t^^Z^6^""^^' '^""^=^~^  _ ^ ^-— 

de  memorie  D,i,-    (X  ISMQ  Kl^5^MMl_S_ 
mi[alne    boc(atü)    I  €  ¡^H  'J\^\  j  f\  X  Vi  I     N\J\ 

ost)r(i)squio[b]it    \ 
die    IIP    f(e)r(i)a 
or(a)IIPXII™ok(a)- 
l(en)das   mar(tia)s    [_ 
era  M'í™)^  XVII'i'a». 
Otro  epitafio,  poco 

legible  y  rudo,  eñ  el  testero  del  ábside  occidental,  quizá  llo\e  por  fecha  la 
Era  io52;  otro  hubo  de  un  Vilias,  muerto  en  la  Era  1080:  posterior  será  un 
lucillo  con  dos  arcos  románicos,  adosado  al  mismo  ábside,  y  en  una  jamba 


g  5  o  íWM^^Tú 


o"8- 

©   1 


^P^  FP^R^nr?" 


Fig.  I  i)s.  Heñalba:  epiíaiio  en  ti  portal 


237    — 


LEÓN 


de  la  puerta  septentrional  se  grabó  en  versos  leoninos  el  epitafio  de  cierto 
abad  Stéfano,  franco,  fallecido  en  la  Era  1 170  ( i ). 

Una  inscripción  histórica  posee  además  el  edificio,  grabada  en  su  re- 
vestimiento interior,  a  mano  derecha  de  la  puerta  principal,  v  luego  pinta- 
das de  rojo  sus  letras  y  de  negro  un  recuadro  (Fig.  1 19).  Dice  lo  siguiente: 
«In  era  C^  XLIIl  pus  m(i)l(le)  et  Vil  idus  m(a)rc(i)  consecrata  est  hec 
ecl(esi)a  in  honore(ml  s(an)c(t)i  lacobi  ap(osto)li  et  plurimor(um)».  No  se 

íT*  escribió  más, 

I  '^  fy     X  C  faltandolapa- 

iHEíiAcxiinFntETvjnD^ 

fc-— = — í  i>«La  torum»  V  de- 

mil  CONSECRAAESTOCECL  A 

«.  wJL  t  tancias.    Esta 

IHHOHORE.SCllACOBIApIlETpkiRf/^CJy    consagración 

•*  '  en  I  io5  resul- 

Fig.  iiQ.  Peñalba:  memoria  de  consagración 

ta  mexplica- 
ble  para  nosotros,  aunque  abunden  casos  de  iglesias  consagradas  tardía- 
mente. Desde  luego,  un  criterio  cerrado  legitimaría  el  fijar  entonces  su 
conclusión:  mas  no  creo  defensible  tal  hipótesis.  Letreros  sepulcrales 
mucho  más  antiguos  vimos  grabados  en  las  mismas  piedras  del  edificio: 
y,  sobre  todo,  a  principios  del  siglo  XII  v  aun  muchos  años  antes,  la  arqui- 
tectura leonesa  usual  era  la  románica,  puesta  de  moda  por  las  dos  famosas 
iglesias  de  San  Isidro  de  León  y  Santiago  de  Compostela:  así  lo  acreditan,  en 
el  Bierzo  mismo,  San  Esteban  de  Gorullón,  reedificada  de  1093  a  1 100.  con 
portada  netamente  compostelana;  San  Miguel,  en  la  misma  villa:  Santa  Ma- 
ría de  Bisbayo,  aun  más  vieja  probablemente;  la  iglesia  de  Cacabelos.  de  ha- 
cia 1 108;  las  de  San  Martín  de  Salas,  Carracedo  y  Espinoso,  y,  más  a  norte, 
en  Laciana,  la  de  Robles,  consagrada  en  1090.  Ninguna  de  estas  iglesias  ofre- 
ce puntos  de  contacto  con  Peñalba.  Más  aún,  tenemos  en  el  oratorio  de 
Celanova  un  argumento  de  analogía,  positivo  e  incontrovertible,  en  favor  de 
la  cronología  admitida:  v  otro  tanto  significa  la  abundancia  de  caracteres  co- 
munes que  estos  edificios  mozárabes  leoneses  arrojan,  con  fuerza  definitiva 
para  quienes  alcancen  noción  de  nuestras  evoluciones  artísticas. 

(i)     Bol.  de  la  Soc.  Casi,  de   Kxcursiones;  año  Vil,  p.   204. 

-   238   - 


SAN  MIGUEL  DE  CELANOVA 


Ingrato  es,  cuando  se  desea  reconstituir  U)  antiguo,  no  hallar  delante 
sino  un  nombre,  una  fecha,  sequedades  inexpresivas  y  vacías  de  sentido 
espiritual:  pero  es  más  triste  dar  con  historias  hechas  que,  ante  el  conflicto 
de  contradicciones  y  convencionalismos,  se  hace  necesario  desvirtuar, 
quedando  sólo  en  pie  las  mismas  fechas,  nombres  e  insustancialidades  de 
costumbre.  Es  el  caso  de  san  Rosendo,  la  gran  figura  de  Galicia  en  el 
siglo  X,  que  ante  la  crítica,  en  vez  de  salir  vivificada,  se  oculta  y  escapa, 
dejándonos  percibir  sin  embargo  un  aroma  de  algo  bello  y  sensible. 

He  aquí  lo  que  al  parecer  hay  de  cierto,  en  lo  que  nos  atañe,  de  la 
figura  histórica  de  Rudesindo:  Él  era  hijo  mayor  de  un  conde  (Juttier 
Menéndiz  y  de  ilduara.  emparentados  con  los  reyes  leoneses  (i),  que  les 
favorecieron  con  señoríos  v  fincas  en  varias  comarcas,  especialmente  Gali- 
cia. Coimbra,  Zamora,  etc.  Años  llevarían  de  casados  ios  condes  en  912, 
cuando  Guttier  donó  a  su  esposa  varias  propiedades  y,  en  compensación  de 
gananciales,  asignóla  dinero  y  siervos  de  origen  moro,  ganados  probable- 
mente en  expediciones  guerreras  que  le  fueron  confiadas,  como  duque,  en 
tierra  portuguesa  {2).  Falleci()  él  en  934,  y  entonces  Rudesindo  hizo  par- 
tición de  bienes  con  sus  cuatro  hermanos  restantes  (3).  entrando  en  ella 
también  la  herencia  de  su  madre,  aun  viva.  Según  la  tradición  del  siglo  XII. 

(1)  Geloira.  la  hija  de  Ramiro  II,  le  llama  tío  suyo:  y  el  mismo  parentesco  había, 
naturalmente,  entre  sus  respectivos  padres,  como  declaran  cartas  del  susodicho  Ramiro, 
de  Alfonso  IV  y  de  la  hermana  de  ambos.  Scemena  (Becerro  de  Celanova,  fs.  37,  74  v..  173 
y  174  V.),  Alfonso  V  decía  que  el  conde  Hermegildo  Menéndiz,  padre  de  Guttier,  «regio 
genere  de  propinquis  erat»  (Id.;  f.  4  v.  —  Yepes:  t.  V,  escr.  v).  El  entronque  real,  sin  em- 
bargo, no  resulta  definido. 

(2)  Becerro  de  Celanova;  f.  ig8:  «Aditio  etiam  tibi  per  hanc  scripturac  donationis 
quantumcumque  ganare  valui  de  qua  dote  in  coniugio  copulavi  vcl  ganare  aut  aucmentare 
potuero  que  usque  ovitum  meum  de  munificentia  regis  de  preda  vel  de  ex  aliquo  ganato 
quod  te  per  legem  gotorum  non  conpctebat  tam  in  argento  in  scrvos  de  origine  maurorum 
medietatem  tibi  et  posteritati  tue  dono  atque  concedo.» 

(3)  Becerro  de  Celanova;  f.  lóó  v.  Su  fecha,  a  1 1  de  marzo. 

—   239   — 


LEÓN    :   GAl^lCIA 

Rudesindo  habí¿i  nacido  en  Monte  Córduba,  junto  a  Salas,  donde  Ilduara 
hizo  construir  una  iglesia  de  san  Miguel  (i).  Por  incidencia  se  cita  en  do- 
cumentos un  <^monte  Córduba»  (2),  y  además  una  vila  en  Asturias,  llama- 
da Cordovarium,  junto  al  río  Aranco,  trasferida  en  propiedad  a  Ilduara 
por  su  marido,  según  el  documento  de  912  a  que  arriba  se  aludió  (3),  y 
fácil  de  identificar  hoy  con  San  Miguel  de  Cordovero,  ayuntamiento  de 
Salas,  en  el  valle  de  Arango,  que  riega  el  arroyo  Aranguín,  datos  que  in- 
clinan con  probabilidad  a  localizar  aquí,  en  Asturias,  la  patria  de  Rude- 
sindo, y  no  en  Corva,  localidad  portuguesa,  como  se  admite  generalmente. 
Rudesindo  era  obispo  del  monasterio  de  San  Martin  Dumiense.  junto  a 
Braga,  quizá  desde  y2i  a  lo  menos  (4),  y  ello  como  simple  título,  no  apa- 
reciendo comprobado  que  ejerciese  ministerio  pastoral  allí  ni  en  Mondo- 
ñedo.  Su  hermano  menor,  Froila,  casado  con  Sarracina,  donó  en  936  una 
vila,  en  territorio  de  Búbalo,  llamada  Villare,  heredada  de  sus  padres,  para 
que  allí  estableciese  Rudesindo  un  monasterio,  bajo  su  gobierno,  con  tem- 
plo de  san  Salvador  y  nombre  de  Cellanova  (5).  Fué  cumplido  así,  ayu- 


{i)     Kspaña  sagrada;  t.  XVIll,  p.  379. 

(2)  Véase  arriba;  p.   iig, 

(3)  «In  territorio  Asturiense  villa  quem  vocitant  Cordovarium  ab  integritate  qui  est 
fundata  iuxta  ripa  rivi  Arancum.»  Figura  después  en  cada  «colmcllum  divisionis»  de  la 
testamentaría  susodicha. 

(4)  En  927  se  le  denomina  «Rudesindus  sci.  Martini  Dumiensis  monasterii  episco- 
pus»;  pero  esta  fecha  es  dudosa  (Bec.  de  Celanova,  f.  62).  La  cita  más  antigua  en  que  se 
alude  a  él  quizá  sea  una  donación  de  916,  encabezada  así:  «Ego  Nepotianus  et  uxor  mea 
Alagundia  tibi  subrino  meo  Rudesindo  salutem»  (Bec.  Celanova,  f.  28  v.).  En  921,  al  parecer 
con  seguridad,  suscribió  como  «episcopus  Dumiense  sedis»  la  restauración  del  monasterio 
de  Rivadesil  (Arch.  hist.  nacional:  diplomas  de  Samos;  n."  2.  Yepes:  Corónica;  t.  IV, 
escr.  XXXI.  Esp.  sagr.,  t.  XVII,  p.  18).  Sigue  una  donación,  en  927,  salvo  error,  de  vilas 
en  territorio  asturiano,  por  Patruina  «vobis  nepto  meo  domno  Rudesindo  episcopo» 
(Id.;  r.  173),  y  luego  otras  de  932  (Id.;  f.  173  v.),  933  (Id.;  f.  i52  v.)  y  936  (Id.;  f.  172).  Este 
último  documento  es  más  explícito,  declarando  que  Rudesindo  vivía  entonces  en  un  mo- 
nasterio llamado  San  Salvador  de  Fegio,  a  orillas  del  Miño. 

(5)  Becerro  de  Celanova;  f.  93.  Yepes;  t.  V,  escr.  iv.  —  La  carta  de  donación  de  San- 
cho Ordóñez,  que  consta  en  el  mismo  libro  becerro  al  f.  1.S2  v.,  fué  impresa  en  la  España 
sagrada,  t.  XVIII,  p.  326.  La  confirmación  a  Froila  por  Scemena  en  936,  inserta  en  el  fo- 
lio 174  V.  del  becerro,  se  publicó  en  la  Revue  hispanique,  t.  X,  p.  371. 

—    240   — 


CELANOX  A 

dándole  también  su  niadre  Ilduara  \'  puniendo  por  abad  a  l'rankila,  el 
mismo  que.  bajo  los  auspicios  del  cunde  Guttier  y  de  Rudesindu.  había 
repoblado,  en  921,  el  monasteriu  de  Rivadesil  (1 ),  y  reformadu  en  927  el  de 
Rivalogio  (2).  Ilduara  y  Rudesindo  enriquecieron  en  j^rande  la  nueva  casa 
de  Celanova  con  (incas,  ganado,  ropas,  servicio  de  mesa,  etc.,  en  938  (3) 
V  942  (4),  respectivamente:  y  siguióse  dunaci<')n  de  vilas  en  950,  por  Ado- 
sinda,  hermana  del  obispo,  casada  con  Scemenu  Didaci  (5).  Aun  \i\ia  el 
abad  l'"iankila  en  969,  en  Celanu\a,  al  lad(j  de  Rudesindu,  que  ucupaba 
preeminente  luj^ar  allí,  como  Fatalis  en  Sainos,  Cixila  en  Apeliare  y  Fru- 
nimio  en  Bamba,  situación  turbada  por  el  nombramiento  de  Rudesindo 
para  obispo  de  Iria,  en  tiempo  y  bajo  circunstancias  discutibles.  Lo  son 
igualmente  una  especie  de  virreinato  sobre  Galicia,  que  se  le  atribuye,  vic- 
torias sobre  normandos  y  moros  y  su  abaciazgo  en  Celanova.  Murió  aquí 
en  977  ((3). 

La  personalidad  moral  de  Rudesindo  queda  menos  definible  aún 
que  sus  actos:  él  dejó  adscrita  a  Celanova  una  porción  de  familias  (7).  con 
apelativo  de  maurus  algunas,  que  probablemente  descenderían  de  aque- 
llos «servos  de  origine  maurorum»  adquiridos  por  el  conde  su  padre,  cuya 
descendencia  perpetuamente  había  de  ocuparse  en  servicio  de  los  monjes, 
señalándose  los  oficios  que  cada  una  ejercería:  panaderos,  cocineros,  por- 
queros, lavar  las  cubas  y  hacer  baños  donde  los  monjes  lavasen  su  cuerpo, 
andaderos,  olleros,  carpinteros  de  froga,  vinateros,  lenceros,  herreros,  etc., 
sin  que  la  calidad  de  monjes,  alcanzada  por  alguno  de  estos  siervos,  redi- 


(i)  Documento  citado  arriba.  Tres  años  anterior  es  la  inscripción  iiistórica  suya, 
puesta  allí  mismo,  en  la  ermita  de  San  Juan  del  Cachón,  y  que  aun  se  conserva. 

(2)  Becerro  de  Celanova,  f  Ó2.  Esp.  sagr. ,  t.  XVlil,  p.  325. 

(3)  Id.,  f.  5  V.:  parece  estar  inédita. 

Í4)     Id.,  f.  2  V.  Ycpes;  t.  V,  escr.  1:  copia  muy  descuidada. 

(5)  Id.,  f.  7  V. 

(6)  El  hecho  ocurrió  entre  su  testamento,  otorgado  en  17  de  enero,  y  una  carta  real 
de  21  de  marzo,  donde  ya  consta  «sanctissimum  corpus  eius  honoritice  humatum'*  en  Ce- 
lanova (Revue  hispaniquc,  t.  X,  p.  4ii\  resultando  justificada  la  celebración  de  su 
aniversario  en  i  de  marzo. 

(7)  Becerro  de  Celanova;  f.  94:  es  diploma  real,  importante  y  al  parecer  inédito,  de 
1002,  que  resume  la  historia  del  monasterio. 

—   241    — 
31 


LEÓN    :    GALICIA 

miese  su  condición  social  (7).  En  esto  seguíase  la  legislación  asturiana,  en 
desacuerdo  con  los  nuevos  usos  del  país  leonés,  donde  ni  un  solo  caso  de 
siervos  y  familias  registran  sus  monasterios,  como  ya  sabemos.  Rudesindo 
queda  fuera,  por  consiguiente,  de  los  que  consideramos  como  influjos  mo- 
zárabes, y  su  fundación  no  se  revela  diferente  de  los  otros  monasterios  ga- 
llegos. Hay,  sin  embargo,  un  diploma,  escrito  quizá  por  Rudesindo  mis- 
mo, donde  resplandecen  ideas  de  justicia  pura,  con  motivo  de  restituir  la 
ingenuidad,  y  prerrogativas  de  ciudadanía  romana,  a  una  liberta  suya  con 
nombre  árabe,  Muzalha,  en  943.  dándole  además  una  parte  de  sus  bienes 
patrimoniales,  libremente  y  sin  imposición  de  señorío  alguno  (i).  Intriga 
saber  quién  fuese  aquella  arabizada,  que  mereció  del  insigne  obispo  tan 
señaladas  mercedes;  pero  nada  es  dable  traslucir  respecto  de  ello.  Muzalha, 
cuyo  nombre  hace  sospechar  que  procediese  de  mercado  musulmán,  pudo 
ser  su  aya,  su  educadora,  la  que  le  infundiese  una  delicadeza  de  costum- 
bres fácil  de  rastrear  en  sus  actos:  mas  todo  ello  no  alcanza  grado  de  certi- 
dumbre alguno.  Hay  otra  particularidad,  reveladora  de  gustos  depurados, 
lujo  y  aficiones  suntuarias  en  Rudesindo,  que  son  las  listas  de  objetos  ofre- 


(7)  «Notitia  de  pistoribus  huius  sce.  Cellenove  quos  eps.  Rodesindus  tradidit  hic  qui 
in  hoc  cenobio  Deo  servirent»  (Becerro  de  Celanova,  f.  56):  es  interesante  por  la  evolución 
de  apellidos  que  descubre.  Allí  consta  que  «Aulfus  fuit  de  criatione  de  epo.  Rudesindo, 
stituit  ei  servitium  suum  sicuii  alus  fccit,  ut  custodiret  greges  porcorum  et  abluere  cupas  et 
de  semine  illius  faceré  balneos  in  quibus  fratres  Cellenove  corpora  abluissent». 

(i)  In  nomine  Domini  ego  Rudesindus  episcopus  tibi  liberte  mee  Muzalha  salutem. 
Incertum  vite  tempus  est  eo  quod  mortali  ducimur  casu,  quia  nec  initium  nascendi  novi- 
mus,  nec  finem  scire  valemus  cum  ab  hac  luce  celerius  transeamus,  atque  prophetico  elo- 
quio  docti  qui  dicit:  dissolve  colligationes  impietatis,  solve  fascículos  deprimentes,  dimitte 
eos  qui  confracti  sunt  liberos,  et  omne  honus  eorum  disrumpe.  His  enim  monitis  adten- 
dentes,  tam  in  honore  pii  Redemptoris  nostri  cuius  nos  omnes  sanguine  redempti  cogno- 
scimur,  verum  et  in  propitiatione  animarum  genitorum  meorum  Guttiherris  et  Ylduare, 
simul  et  a  penis  mee  libcratione,  Absolvimus  te  ab  omni  nexu  servitutis  qualiter  detersa 
caligo  servili  clara  in  aulam  ingenuitatis  resplendeas,  et  non  te  liberam  ínter  liberos  statuo, 
verum  et  inter  ydoneos  lícentiam  tribuo.  Civium  romanorum  consequi  priviiegium,  et  ad 
inponendum  capiti  tuo  nitorem  ingenuitatis,  Concedo  tibi  omne  peculium  vol  peculiarem 
tuum  quicquid  aucmcntari  vel  aucmentare  deinceps  cum  Domini  adiutorio  potucris.  Adi- 
tiens  aditio  insuper  tibi  vacca  vitulata  et  bovem  et  similem  rationem  de  alus  meis  roborem 
restaurationis  adobtivi  que  mii  in  colmellum  divisionís  exierunt  inter  germanos  meos:  in 

—   242   — 


CKLANÜVA 

cidüs  por  él  y  por  Ilduara  a  Celanova,  tan  ricas  en  nomenclatura  técnica  y  es- 
pecialmente en  palabras  árabes,  designando  telas,  ropas  y  vasos,  q  ue  de  segu- 
ro no  tienen  rival  en  los  documentos  cristianos  similares  de  aquel  siglo  ( i). 

villas  nominatas,  id  sunt:  in  Caldcllas  Piniaria  media,  in  Sallare  de  Genetivi  duas  partes, 
in  Bubale  Mauregati  Vizamondi  ct  in  Pumares  do  Viduas  et  Fraxeneto,  in  Porlucal  villa 
de  Lc¿a,  sub  ca  tanicn  rationc  sérvala,  ut  si  cogente  necessitate  acciderit  libi  animi  volun- 
tas de  ipsa  hercdilate  pro  venderé,  non  vendas  nisi  heredibus  tuis  qui  uno  modo  tccum 
anbus  liberi  sunt,  aut  ct  ad  confessoribus  monasterü  Cellenove  qui  tibi  pro  tuo  iustum  tri- 
buant  pretium.  Va  nuUi  te  alicuius  dominio  subdo,  nisi  quem  tu  ipsa  tibr'elegeris  ad  dcfen- 
denduní  tam  regia  potestas  quam  quemlibet  de  gente  nostra  vcl  qui  tibi  placuerit.  Hoc 
tantum  libi  precipio,  ut  in  diem  natalis  Domini  cereum  et  oblationem  in  domum  Domini 
ot't'eras  et  pauperibus  stipendium  pro  anime  mee  in  quo  valueris  inpendas.  Siquis  hanc  se- 
riom  libcrtatis  vel  restaurationis  quislibet  generis  homo  tam  de  propinquis  meis  quam  et  de 
extrañéis  ausu  temerario  infringere  quiverit,  sit  excomunicatus  el  ab  omni  cetu  sanctorum 
privatus  ct  insuper  parict  rcgie  polestali  auri  talentum.  Facía  scriptura  ingenuitatis  et  re- 
staurationis sub  die  x"  kalendas  octobris  Era  dcccclxxxi'.  Sub  Christi  nomine  Rudesindus 
episcopus  in  hanc  scripluram  ingenuitatis  el  restaurationis  manu  mea  (signo).  Ego  YIduara 
hanc  reslauralionem  supra  mcmorali  pontificis  ñlii  mei  gratuito  animo  confirmo  el  pro 
mea  el  expialione  roborem  mea  manu  indidi  (signo).»  Becerro  de  Celanova,  f.  6o  v. 

Por  referirse  a  una  mora,  esclava  de  familia  arabizada,  puesto  que  el  jefe  de  ella  tenia 
por  cognomento  Meruán,  vale  aducir  aquí  otra  carta  de  ingenuidad,  sin  fecha,  sacada  del 
mismo  libro,  folio  134.  Dice  así: 

«In  Dei  nomine.  Ego  Goldregoto  una  cum  filiis  meis  tibi  mancipia  mea  lulia  in  Do- 
mino Deo  eternam  salutem.  Dubium  quidem  non  esl  sed  multis  manet  notum  eo  quod 
fuerunt  genitores  tui  de  tribus  ismaelitarum  tribu  salomorum.  Necnon  ctiam  et  ipsa  su- 
pradicta  domina  nostra  Goto,  placuil  nobis  alque  convenit,  et  propria  nobis  accessit  et 
spontanea  mea  volumtáte,  ut  pro  remedium  anime  noslre  vel  de  virum  mcum  Adanaricum 
cognomento  .Maruan,  ut  in  dio  iudicii  ante  Domino  mcrcede  vel  indulgentiam  accipiamus, 
facimus  tibi  scriptura  ingenuitatis  vel  restaurationis  ut  sis  libera  et  obsoluta  ab  omni  nexu 
vel  fece  servili  ingenua  cive  qui  romanum  deexernimus  ut  ubi  volueris  vivendi  manendi 
fovendi  maneal  indubitala  posterilas  Neminem  quidem  te  micimus  servicium  vel  patroci- 
nio retenere  nisi  Deum  et  rege  poiestatis.» 

(i)  He  aquí  un  trozo  de  la  carta  de  Ilduara,  de  938:  «.Addicimus  et  stragmina  leciuo- 
rum  galnabbes  pallias  iiii,  allihaffes  vulturinas  11  ambas  pallias  antemanum,  tapetes  iii,  al- 
muzalla  morgom  i,  plumazos  pallios  111  et  quarto  iramisirco,  culcitra  addani  i  linolas  viii, 
galnabes  laneas  xviii,  plumazos  sic  láñeos  xi,  scaleas  argénteas  iii  ex  ipsis  una  exaurata  de 
XXX  solidos  que  fuit  de  domino  et  viro  meo  ut  memoria  eius  sit  in  ea,  vasa  enea,  concum 
¡mmaginatum  cum  sua  ytria.  ínter  savanos  et  manteles  parea  x  ex  eis  litteratos  parea  vii 
fazistergias  tramisiricas  11,  casullas  de  sirico  11  una  mezqui  et  alia  alba  pintella  alias  mata- 

—    243    — 


LEÓN    :   GAIJCIA 

Otro  punto  que  ignoramos  en  absoluto  es  el  carácter  y  valor  artístico 
de  los  edificios  de  Celanova  erigidos  por  Rudesindo.  Todo  lo  actual  no 
traspasa  el  siglo  XVI;  aun  la  iglesia  anterior  parece  haber  sido  románica: 
debió  serlo  también  el  sepulcro  del  fundador,  arca  de  piedra  levantada 
sobre  columnas,  que  era  costumbre  golpear  reciamente  cuando  se  deseaba 
un  milagro  (i),  y  ningún  vestigio  subsiste  que  pueda  achacarse  al  siglo  X. 
Todo  esto,  hecha  excepción  de  un  edificio  anejo  al  monasterio,  tema  del 
presente  estudio,  }■  que  además  es  el  único  aludido  expresamente  y  con 
elogio  en  los  textos  antiguos,  como  si  algo  muy  especial  le  singularizase. 
Es  el  oratorio  o  capilla  de  San  Miguel,  dispuesta  a  pocos  pasos  del  mo- 
nasterio, hacia  norte,  frente  a  las  celdas  de  huéspedes  (2),  en  medio  de  un 
jardín  v  rodeada  en  lo  antiguo  de  sepulturas  de  abades  y  otros  perso- 
najes (3). 

Existe  una  memoria  de  1002,  en  virtud  de  la  cual  el  rev  Bermudo  11 
restauró  la  disciplina  del  monasterio,  alterada  violentamente  a  poco  de 
morir  su  fundador,  reponiendo  al  abad  Manilano  que  éste  había  elegido  (4). 
En  ella  se  principia  con  un  historial  de  la  fundación,  diciendo  que  Rude- 
sindo edificó  domicilios,  donde  reunió  a  los  monjes,  y  «que  cerca  del  al- 
macén hizo  un  oratorio  que,  aun  bajo  aspecto  de  pequeña  hospedería,  es 
de  lo   más   precioso,   a  juicio   de   todo   el    mundo»  (5).    La   biografía   del 

raffes  alias  lineas  v,  albas  de  sirico  111  exageges  una  amarella  alia  suruz  et  tercia  alba.  Ítem 
albas  de  lino  un  et  quinta  túnica,  amictos  vi,  orales  brosetos  de  auro  et  argento  t'resatos  ni, 
frontales  un  dúos  inde  mataraffes  uno  vermiculo  cum  cruce  de  argento  filo  et  alio  amarel- 
lo  et  alios  pallios  11,  pallas  vin  una  alba  de  illo  fazistergulo  tVancisco  et  alia  de  alvexi 
terzaria  exaurata  kaskerxi  quarta  tyrace  vermelia  quinta  grecisca  sexta  alba  similitudinem 
de   illis   dalmaticis   séptima   cárdena   similem    de   gricisca    et    octava    almágana   cárdena 

exaurata.  Velos  pallios  principales  11    Libros  psalterio  i  et  goticum  i Iterum  mandamus 

daré  de  illo  servitio  de  mensa  que  nobiscum  trahunt  troliones  un  sulzegas  11  salares  11  et 
octo  culiares  extra  quod  desuper  resonat  que  ad  Celamnovam  testamus.» 

(1)  España  sagrada,  t.  XVIIl,  págs.  388  y  410. 

(2)  Id.,  id.,  p.  388. 

(3)  Morales:  Viage  santo,  p.  55.  Yepes:  Corónica,  t.  V,  f.  27. 

(4)  Becerro  de  Celanova,  f.  94. 

(5)  «Rudesindo hedificavit  domicilia  in  quo  adunavit  moñacos,  et  ipsc  super  eos 

paterfamilias  degentes  vitam  monasticam  actualem  in  cenobio,  et  próximo  in  promtuario 
fecit  oraculum  quem  visu  ospitiolum  parvum  ut  est  pretiosior  in  oculis  hominum. 

—    244   — 


CELANOVA 

santo,  escrita  por  el  munje  Ordoño  hacia  i  r8o  (i),  glosa  indudablemente 
este  pasaje,  cuando  expone  que  Rudesindo  «hizo  además,  dentro  del  claus- 
tro monasterial,  junto  al  almacén  y  no  lejos  de  sus  iglesias,  un  oratorio  de 
san  Miguel  arcángel,  con  visos  de  pequeña  hospedería,  cubierto  con  ad- 
mirable obra  lapídea  y  muy  admirable  a  vista  de  quienes  lo  contem- 
plan» (2).  Además,  el  santo  fundador,  en  su  carta  de  dotación  del  monas- 
terio, año  942,  encargaba  sufragios  en  ciertos  días,  y  que  «en  la  íiesta  de 
san  Miguel  arcángel  se  ofrezca  el  oficio  divino  en  memoria  d^  mi  amado 
hermano  PVoilano»  (3),  el  mismo  a  quien  se  debió  la  primera  idea  y  el  sitio 
de  Celanova  en  ()^i),  como  ya  se  dijo.  Parece  inferirse  de  ello  cierta  devota 
inclinación  de  Froila  hacia  el  Arcángel  y,  efectivamente,  el  edificio  suso- 
dicho lleva  sobre  la  puerta  una  oración  deprecatoria  en  favor  suyo.  Para 
Rudesindo  y  aun  para  su  monasterio  no  es  dable  hallar  concomitancias 
mozárabes  (4);  pero  la  capilla  de  san  Miguel,  obra  suya  comprobada,  ofrece 
las  mavores  analogías  con  edificios  leoneses  mozárabes,  justificando  ello 
que  la  estudiemos  en  este  capítulo,  no  obstante  radicar  en  Galicia  (5). 

Ambrosio  de  Morales  y  el  P.  Yepes  (6)  coincidieron  con  los  antiguos  en 


(1)  Existe  en  un  códice  de  la  Biblioteca  municipal  de  Oporto,  según  comunicación 
de  D.  Eladio  Oviedo;  y  debe  ser  el  que  cita  Herculano,  procedente  de  Alcobaza,  n.°  133. 

(2)  «Fecit  (Rudesindus)  et  intra  monasterii  claustrum,  prope  promptuarium  non 
longe  ab  eisdem  ecclesiis  (principalis  in  honorem  Sci.  Salvatoris,  secunda  sci.  Petri,  tertia 
sci.  lohannis  apostoli),  sancti  Michaelis  archangeli  oraculum,  visu  ospiciolum  parvulum, 
miro  lapídeo  opere  tabulatum,  oculis  valde  admirabile  cernentium.v  Nota  del  Sr.  Oviedo. 

(3;  «Festa  vero  sancti  arcangeli  Michaelis  dedicetur  sepe  (obsequellam)  in  memoria 
dilecti  fratris  mei  Froilani.» 

(4)  Como  prueba  de  la  escasez  de  elementos  arabizados  en  Galicia,  entre  su  pobla- 
ción libre,  he  aquí  los  nombres  de  individuos  tales  que  resultan  en  la  documentación  ga- 
llega de  Celanova  coetánea  de  Rudesindo:  Homari,  presbiter,  compra  finca  en  qo5  (Bece- 
rro, f.  42  v.);  Adala,  testigo  en  933  (f.  i52  v.):  K-azeme,  id.  en  934  (f.  148);  Sarracinus  iben 
Sila,  id.  en  947  (f.  83V,  Marvane,  donante  en  954  (f.  80);  Zalamma,  presbítero,  y  Havelaz 
Channiz,  firmantes  de  escritura  en  909  (f.  133  v.);  Hazeme,  testigo  en  9Ó2  (f.  bo):  Moysen 
cognomento  Abdela,  donante  en  963  (f.  7Ó  v.);  Homar,  testigo  en  969  (f.  142  v.). 

(5)  Celanova  está  en  la  provincia  de  Orense,  hacia  sur  de  la  capital  y  distante  38  ki- 
lómetros. Hay  buena  carretera  y  servicio  regular  de  coches,  que  hacen  fácil  el  viaje.  En  el 
monasterio  se  halla  establecido  un  colegio  de  las  Escuelas  Pías. 

(ó)     Viage  santo,  p.  55. —  Corónica  de  la  orden  de  San  Benito;  t.  V,  í.  2Ó  v. 

—   245   — 


n« 


LEÓN    :    GALICIA 

elogiar  efusivamente  la  capilla  de  san  Miguel,  miniatura  de  iglesia,  «brinco 
graciosíssimo»,  tan  pequeña  que  cabe  toda  en  8'5o  por  3'85  metros  de 
planta  y  6'oo  de  altura:  tan  sana  y  completa  como  el  día  en  que  se  hizo; 
tan  maja  que  alegra  verla  y  suspende  con  sus  primores.  Nave,  crucero 
y  ábside  la  componen:  el  último  es  redondo  por  dentro,  con  diámetro  de 

1  '35  metros,  encarada  su  ven- 
tanilla hacia  oriente  y  con 
credencias  laterales,  para  ce- 
lebrar el  sacrificio  sin  a\uda 
de  ministro,  como  la  exigüi- 
dad del  local  exige:  sería  prác- 
tica entre  reclusos  y  huéspe- 

des,  puesto  que  la  designación 

de  «hospitiolum»  acredita  ser 
así  el  tipo  de  oratorios  desti- 
nados a  presbíteros  forasteros 
(Figuras  120  a  122:  láminas 
XCII  a  XCVIl). 

La  tierra  gallega  ofrece 
un  material  excelente  y  fá- 
cil de  cortar  en  sillares,  el 
granito,  mientras  falta  cal,  de 
suerte  que  el  aparejo  de  si- 
llería se  impone,  cual  le  ve- 
mos en  San  Miguel  de  Celanova  (Lám.  XCII).  Los  sillares  arrojan 
mucha  desigualdad  de  tamaños,  entre  40  y  16  centímetros  de  alto,  pero 
siempre  aventajan  en  corpulencia  los  de  las  esquinas,  puestos  de  modo 
que  hace  haz  una  de  sus  caras  mayores,  como  en  lo  andaluz  fué  costum- 
bre; hiladas  angostas  se  intercalan  entre  las  más  altas,  y  a  veces  hay  piezas 
acodadas,  para  ajustar  niveles  diferentes,  como  en  el  portal  de  Escalada, 
por  ejemplo.  Están  asentadas  a  hueso,  es  decir,  sin  mortero  en  las  juntas, 
como  en  Melque,  pues  el  granito  no  traba  satisfactoriamente  con  la  cal,  y 
esta  falta  de  cohesión  justifica  que  el  grueso  de  muros  alcance  a  62  centí- 
metros, no  obstante  la  exigüidad  del  edificio.  Préstanle  además  un  apa- 
rente refuerzo  dos  pares  de  estribos,  cuya  utilidad  no  se  comprende,  y 


Figs.  120  y  121.  S.  Miguel  de  Celanova:  planta  y  sección 


—    246    


CtLANüVA 


Fig.  122.  S.  Miguel  de  Celanova:  perspectiva  isomctrica  del  edificio 

están  hechos  con  piezas  atizonadas  alternando  con  otras  sueltas  muy  lar- 
cas: si  en  Bamba  y  Peñalba  los  estribos  son  elemento  preciso  y  consciente, 
aquí  parecen  obedecer  más  bien  a  rutina,  como  otros  muchos  de  Asturias. 
La  estructura  interior  acusa  un  sistema  perfectamente  metódico,  y 
de  acuerdo  con  el  desarrollado  en  Santiago  de  Peñalba,  como  si  a  un 
mismo  artífice  se  debiesen  uno  y  otro  edificio;  pero,  en  tal  caso.  Celanova 


—  247 


LEÓN    :    GALICIA 

será  posterior  en  fecha,  puesto  que  demuestra  un  mayor  avance  del  siste- 
ma, con  depuración  de  formas  y  sutilezas,  que  es  deplorable  no  se  conso- 
lidaran como  arte  delinitivo  en  nuestro  pais.  Los  caracteres  dominan- 
tes son:  abovedamiento  general;  curva  de  herradura  engendrando  arcos  y 
bóvedas;  descentramiento  de  curvas,  que  hubieran  podido  ser  concéntricas, 
elevando  la  mayor,  y  trasferir  cargas  a  los  puntos  más  resistentes;  métodos 
que,  si  bien  son  peculiares  del  arte  califal  cordobés,  probando  un  agente 
mozárabe,  sin  embargo  revisten  apariencia  de  originalidad  en  sus  aplica- 
ciones; 

Tres  bóvedas  cubren  nuestra  iglesita:  la  una,  de  cañón  prolongado 
como  herradura,  sobre  imposta  que  además  corre  de  lado  a  lado  por  los 
pies  de  la  nave;  la  del  crucero  (Lám.  XCV),  de  aristas,  normal,  como  las 
de  Mazóte,  pero  volteada  sobre  arcos  murales,  en  forma  igual  que  el  cim- 
borio de  Peñalba,  si  bien  son  de  herradura;  sus  repisas  hermanan  con  los 
modillones  de  los  aleros,  simplemente  recortadas  formando  lóbulos  con- 
vexos, y  ellas  arrancan  de  los  muros  oriental  y  occidental,  los  más  resis- 
tentes, en  virtud  de  sus  respectivos  contrarrestos  de  capilla  y  nave.  El  cru- 
cero de  Santa  Comba  de  Bande,  edificio  próximo  a  Celanova  y  de  tiempos 
godos  seguramente,  se  cubre  también  con  una  bóveda  de  aristas,  pero  capi- 
alzada, como  las  lombardas,  y  mal  hecha;  en  ésta  de  Celanova  sus  aristas 
brotan  sobre  las  que  determinan  el  nacimiento  común  de  los  arcos  mura- 
les, en  forma  que  su  línea  general  diseña  diagonalmente  otro  arco  de  he- 
rradura. La  tercera  bóveda  corresponde  al  ábside  (Lám.  XCVII);  es  una 
especie  de  cúpula  peraltada,  con  sección  de  herradura  y  dividida  en  cascos, 
alternativamente  realzados,  más  un  paño  delantero  arqueado:  esto  último 
exactamente  como  en  sus  similares  de  Escalada  y  Peñalba. 

De  arcos,  el  de  este  mismo  ábside  (Lám.  XCIV)  es,  en  cuanto  a  su 
traza  y  guarnición,  idéntico  al  de  Peñalba,  salvo  la  simplicidad  de  moldu- 
raje;  y  su  despiezo  es  radial,  excepto  la  primera  junta  de  cada  lado  que 
converje  a  un  punto  inferior,  como  en  Mazóte,  Escalada,  etc.  El  otro  arco, 
entre  nave  y  crucero  (Lám.  XCVI),  es  doble,  para  aligerar  la  masa  de  in- 
tradós, formándose  hacia  el  crucero  una  segunda  arquivolta  más  amplia  y 
elevada,  completamente  retraída  sobre  sus  jambas,  como  suelen  algunos 
ejemplares  godos:  dicha  duplicidad  de  arquivoltas  obedece  a  igual  princi- 
pio que  el  arco  toral  de  Santo  Tomás  de  las  Ollas  y  otros  en  San  Baudel 

—  248  — 


CELANOVA 

de  Berlanga;  la  flecha  de  estos  arcos  también  excede  en  dos  tercios  del 
radio  al  semicírculo,  y  el  intradós  acusa  las  concavidades  habituales  en  este 
grupo  de  iglesias.  Las  ventanas  sun  arquillos  semejantes,  derramados 
hacia  adentro;  y  los  dos  que  miran  a  poniente  marcan  por  fuera,  relevadas 
en  la  piedra,  arquivoltas  con  su  trasdós  descentrado,  remedando  la  del 
ábside.  Por  dentro,  toda  moldura  de  impostas  corre  a  modo  de  cornisa, 
muriendo  al  contacto  de  arcos  y  bóvedas. 

En  esta  iglesia  el  molduraje  son  simples  filetes  cuadrados,  respon- 
diendo a  su  pequenez.  La  cornisa  exterior  de  la  nave  córtase  en  bisel 
a  45  grados:  la  del  ábside  (Fig.  123)  lleva,  entre  dos  filetes,  una  fila  de 
dientes  de  sierra  volados,  como  en  obras  orientales  que  se  recordaron 
en  la  pagina  149,  nota  2.^;  la  del  crucero  es  más  importante,  pues  desarro- 
la  modillones  idénticos  a  los  de  Peñalba,  si  bien  compuestos  de  un 
mayor  número  de  lóbulos  y  con  flores  y  hélices  alternando  grabadas  (Lá- 
mina XCIII). 

La  puerta  de  nuestra  iglesita  (Lám.  XCVI)  es  adintelada,  con  batiente 
para  dos  hojas  de  madera,  y  sobre  su  dintel  campea  un  tablero,  de  i'o8 
por  o'29  metros  y  de  granito,  como  todo,  en  el  que  se  grabó  la  ins- 
cripción antes  aludida,  con  caracteres  romanos,  de  cuatro  centímetros  de 
alto,  bastante  clásicos,  y  mediando  rayas  pareadas  entre  las  líneas  de  escri- 
tura y  alrededor.  Su  texto,  en  parte  rimado,  vale  poco  literariamente;  de 
modo  que,  si  lo  compuso  Rudesindo,  a  ruego  de  Froila  su  hermano,  poco 
le  honra  como  poeta  (i).  Dice  asi.  vertido  al  castellano: 

«Tú,  oh  Dios,  eres  creído  autor  de  esta  obra.  Tú,  oh  Cristo,  borra  sus 
pecados  a  todos  los  que  aquí  oren.  La  presente  memoria  recomienda  a 
Froila.  tu  indigno  siervo.  —  El  cual  desea,  y  sobre  ello  te  conjura  en  el 
Señor,  oh  buen  amado  que  lees  esto,  para  que  hagas  memoria  de  mí.  pe- 
cador, en  la  oración  sagrada.» 

(i)  Entre  las  copias  impresas,  únicamente  la  del  Sr.  Villa-amil  (Iglesias  galle- 
gas, p.  7),  es  exacta.  Dice  así: 

«  -}•  Auctor  huius  operis    tu  Deus  esse  crederis. 

Dele  pecata  ómnibus     te  Christe  hic  orantibus. 

Instat  presens  memoria    indigno  fámulo  Froila, 

qui  obtat  et  in  Domino  te  coniurat,  o  bone  dilecte  qui  legis, 

ut  me  peccatorc  memoria  babeas  sacra  e.xoratione.» 

—   249  — 
32 


LEÓN    :   GALICIA 


El  pavimento  es  de  chinarro  cementado  con  cal,  exactamente  como 
en  las  iglesias  asturianas  de  los  siglos  IX  y  X.  El  altar  es  un  tablero  de 
granito  con  molduraje  y  besantes,  que  pudiera  ser  del  siglo  XII  tan  bien 
como  de  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  puesto  sobre  un  soporte  de  piedra 

de  27  cen- 
tímetros de 
lado  en  su 
base,  pero 
rodeado  de 
obra  de  la- 
drillo,    qui- 

mentar  su 
estabilidad. 
Delante  hay 

una  parte  solada  con  azulejos  moriscos  y  góticos  del  siglo  XVI.  Ante 
la  puerta  fórmase  un  portal,  sostenido  por  pilares  de  piedra  bocelados; 
y,  como  única  restauración  en  el  edificio,  échase  de  ver  un  modillón  del 
alero  con  adornos  varios,  no  impropios  del  siglo  XII  o  del  XIII.  Sólo  estor- 
ban por  dentro  la  encaladura  y  los  pintarrájeos  de  bóveda,  arcos  y  zócalo. 


Fig.  123.  S.  Miguel  de  Celanova:  cornisa  del  ábside 


SANTA  MARÍA  DE  VILANOVA 


Entre  las  donaciones  que,  en  concepto  de  gananciales,  hizo  el  conde 
Guttier  a  Ilduara,  su  esposa,  en  912  (i),  figura  la  porción  íntegra  que  le 
correspondía  en  Villanova  (2),  localidad  apellidada  de  las  Infantas  y 

(i)    Véase  arriba,  pág.  239. 

(2)  «Sive  dono  tibi  in  Villanova  meam  portionem  ab  integrum  quantum  me  in  ea 
competet  cum  ómnibus  prestationibus  suis».  Becerro  de  Celanova,  f.  198.  Allí  tenían  su 
casa  los  condes,  según  consta  en  el  diploma  de  Sancho  Ordoñez,  año  927.  (España  sa- 
grada, t.  XVIII,  p.  325). 


—   25o   — 


VI  LAÑO  VA 

con  titulo  de  villa  en  lo  moderno,  y  distante  unos  i5oo  metros  a  norte  de 
Celanova,  subre  el  riachuelo  Arnoya.  La  misma  condesa  llduara,  madre 
de  san  Rudesindu,  l'und('»  aqui  otro  monasterio  para  mujeres,  donde  ella 
vivió  retirada,  hasta  su  muerte  en  gSS  (i),  y  también  dicen  que  la  siguió 
Adosinda,  su  hija,  luego  que  enviudó  de  Scemen(j  Didaci.  Constan  refe- 
rencias del  monasterio  en  982  y  1007  (2);  lo  demás  queda  incierto:  Yepes 
lo  cita  como  anejado  a  Celanova,  y  el  Sr.  Vázquez  Núñez  afirma  que  se 
trasladó  a  Allariz  en  1270  (3),  pero  hay  la  dificultad  de  que  el  convento  de 
Allariz,  protegido  por  Alfonso  X,  es  de  franciscanas.  Fenecido  el  monas- 
terio, su  iglesia  conservóse,  con  nombre  de  la  Capilla,  en  el  barrio  de 
Santa  María,  hasta  cerca  del  año  1880:  después  fué  arruinándose,  pero  que- 
daban partes  en  pie  hacia  1894;  ya  no  hay  sino  cimientos  y  tal  cual  miem- 
bro decorativo,  de  que  lo  más  notable  se  conserva  en  el  Museo  de  Orense. 

Recuerdos  del  Sr.  López  Ferreiro,  consignados  en  cartas  de  1907, 
dan  fe  de  que  componían  la  iglesia  una  sola  nave,  de  quince  a  diez  y  seis 
metros  de  largo  por  cuatro  de  ancho,  y  una  capilla  pequeña,  redonda  por 
dentro  \-  cuadrada  por  fuera,  como  la  de  San  Miguel  de  Celanova.  El  apa- 
rejo era  de  sillería,  muy  esmerada  y  recordando  la  de  este  otro  edificio; 
los  muros  carecían  de  estribos,  pero  interiormente  guarnecíanse  con  arcos 
murales,  unos  cuatro  a  cada  costado;  la  puerta,  en  el  lienzo  de  los  pies, 
tenía  por  dentro,  a  cada  lado,  un  nicho  de  planta  semicircular,  hecho  con 
ladrillos,  al  parecer  romanos,  y  terminando  con  arco  de  herradura,  como 
lo  eran  todos  en  esta  iglesia:  no  había  bóveda  ni  señales  de  que  nunca  la 
tuviese.  El  Sr.  Vázquez  Núñez  alcanzó  a  ver  uno  de  estos  arcos  murales 
de  herradura  y  parte  de  alero  con  modillones  (4). 

La  arquería   mural  interior  cuadra  perfectamente  con   los  apeos  de 

(i)  Su  sepulcro  estuvo  en  la  iglesia  mayor  de  Celanova  con  epitafio  que  copiaron 
Yepes  y  otros  (Hübner:  Inscr.  Hisp.  christ.,  n.°  231.  España  sagrada;  t.  W III,  pá- 
gina 90).  Su  fecha  se  aduce  con  variedad:  ya  Era  981,  ya  986,  ya  996.  Probablemente  lo  se- 
gundo, año  948,  a  que  presta  te  un  corresponsal  de  FIórez,  es  lo  exacto,  pues  consta  viviente 
hasta  los  años  947  y  948  (bec.  Celan.,  fs.  173  y  83). 

(2)  Becerro  de  Celanova;  fs.  100  v.  y  5.  La  primera  cita  corresponde  a  una  diligencia 
final  otorgada  por  Odoino,  que  dejó  inédita  el  Sr.  López  Ferreiro. 

(3)  «La  arquitectura  cristiana  en  la  provincia  de  Ürense>>:  discurso;  1894. 

(4)  Discurso  arriba  citado,  p.  27. 

—   25i    — 


LEÓN   :  GALICIA 


Peñalba  y  Celanova,  en  sus  respectivos  cruceros,  y  con  la  capilla  de  Santo 
Tomás  de  las  Ollas:  es  verosímil  que  correspondiese  a  ella  una  repisa, 
idéntica  a  las  de  Celanova,  pero  mayor,  que  existe  en  la  solana  de  una  casa, 
en  la  carretera,  frente  al  santuario  de  la  Virgen  del  Cristal  (Fig.  124).  De 
los  modillones  del  alero  quedan  varios  trozos  en  el  sitio  donde  el  edificio 

estaba  v  además  uno  entero  en  el  Museo  de  Orense, 
tambÍL'n   igual   exactamente  que  los  de  Celanova 
(Lám.  XCVlll).  Por  último,  en  dicho  Museo  con- 
sérvase un  capitel,  de  mármol  blanco,  tal  vez  de 
los  que  apeasen  el  arco  del  ábside  (Lám.  XCVlll). 
Tiene  cauliculos  retorcidos  mezquinos,  hojas  re- 
talladas con  minuciosos  y  varios  accidentes  foliá- 
ceos, de  tipo  bizantino;  así  como  entre  ellas  y  el 
sogueado  collarino  desarróllase  un  ondulado  tallo, 
recordando  los  pretiles  de  Escalada  y  demás  obras 
análogas.   En  general  todo  es  pobre  y  nimio,   pero  bien   clara  se  ve   la 
imitación  de  capiteles,  como  los  de  Hornija,  Ayóo,   Peñalba,  etc.,  hecha 
por  artista  de  menos  resolución  y  destreza. 

San  Miguel  de  Celanova  y  Santa  María  de  Vilanova  eran  edificios 
hermanos,  y  emparentados  muy  de  cerca  con  los  de  Peñalba,  Escalada, 
Bamba,  etc.  Su  fecha,  hacia  el  decenio  de  940,  afianza  la  cronología  gene- 
ral admitida,  y  sus  rasgos  de  andalucismo  alcanzan  evidencia  innegable  (i). 


Fig.  1 24.  Vilanova:  repisa 


(i)  Una  carta  de  donación  a  Rudesindo  y  su  monasterio,  por  «Giloyra  Deo  vota»,  en 
el  año  962,  lleva  por  testigos  una  porción  de  monjes,  de  Celanova  probablemente,  y  entre 
ellos  cierto  «Egeredus  magister  confessor».  Quizá  era  un  monje  arquitecto,  pero  nada  jus- 
tifica que  se  trate  del  autor  de  las  iglesias  referidas  (Bec.  de  Celanova,  f.  9). 


—   252  — 


SAN  SALVADOR  DE  PALAZ  DE  REY, 

EN  LEÓN 


Dice  Sampiro,  cuya  Crónica  data  de  hacia  el  año  982,  como  es  sabido, 
que  Ramiro  II  (931  a  96 1)  «construyó  un  monasteri(j  de  admirable  magni- 
tud, en  honor  de  san  Salvador,  dentro  de  la  ciudad  de  León,  junto  al 
palacio  real»,  y  ello  para  poner  en  él  a  su  hija  Geloira  (i),  que  vivió  con- 
sagrada al  Señor,  sin  embargo  de  ejercer  luego  una  especie  de  regencia, 
durante  la  niñez  de  su  sobrino  Ramiro  III,  años  967  a  gjb  (2).  Dicho 
monasterio  tuvo  anejo  un  cementerio  real,  donde  fueron  sepultados 
el  mismo  Ramiro  II,  Ordoño  III  (3)  y  Sancho  el  Gordo  (4),  dejando  de 
serlo  Ramiro  111  por  su  destronamiento,  y  luego  es  verosímil  que  el  edificio 
sufriera  más  o  menos  estrago  con  la  devastación  provocada  por  Almanzor 
en  988.  Sin  embargo,  el  texto  leonés  de  la  crónica  del  Arzobispo  don 
Rodrigo,  relatando  la  sepultura  de  los  susodichos  reyes  Ordoño  y  Sancho, 
le  menciona  exactamente  con  su  denominación  vulgar  de  «San  Salvador 
de  Pala(¿e  (o  Falaz)  de  Rey»  (5). 

Este  mismo  nombre  conserva  una  iglesia  parroquial,  de  las  suprimi- 


(i)    «Ranimirus filiam  suam  Geloiram  Deo  dicavit,  ct  sub  nomine  eiusdem  mo- 

nasterium  intra  urbem  Legionensem  mire  magnitudinis  construxit  in  honore  sancti  Salva- 
toris  iuxta  palatium  rcj^alis».  —  «Sepultus  tuit  in  sarcophaco  iuxta  aecclcsiam  sancti  Salva- 
toris,  in  cymiterium  quod  construxit  filiae  suae  regine  domine  Geloire». 

(2)  Esta  última  fecha  consta  en  un  diploma  de  Samos  (Re vue  hispanique;  t.  X, 
pág.  406).  Desde  el  año  siguiente  la  sustituye  Tarasia,  madre  del  rey.  La  cita  de  una  doña 
Ebera,  tia  del  mismo,  en  982  (Bec.  Sahagún,  f.  171  v.),  no  debe  referirse  a  Geloira,  aunque 
así  se  haya  supuesto. 

(3)  Dice  Sampiro,  bajo  Ordoño  III:  «Legione  sepultus  fuit,  iuxta  auiam  sancti  Salva- 
toris,  secus  sarcofagum  patris  sui  Ranimiri  regis». 

(4)  Un  interpolador  de  Sampiro  añadió,  bajo  Sancio,  hijo  de  Ramiro  II:  «Legione 
secus  patrem  suum  in  ecclesia  sancti  Salvaioris  sepultus  fuit>^ 

(5)  Biblioteca  nacional;  ms.  n."  1004Ó,  procedente  de  la  Catedral  de  Toledo. 

—   263   — 


LEÓN 


das,  cerrada  luego  al  culto  y  resuelto  su  derribo,  quizá  para  dar  gusto  a  in- 
tereses topográficos,  sin  que  ello  suscitase  protestas,  dadas  la  mezquindad 
e  insignificancia  artística  del  edificio.  Así  la  cuestión  en  1910,  el  abolengo 
histórico  del  edificio  y  alguna  idea  de  cosa  extraña  contenida  en  él  deter- 
minaron una  revisión,  cuyo  fruto  fué  reconocer  allí  partes  considerables 
de  obra  primitiva,  dignas  de  conservación  y  susceptibles  de  ensancharse 
mediante  exploraciones.  El  discretísimo,  hábil  y  entusiasta  arquitecto 
D.  Juan  C.  Torbado  hizo  algo  en  este  sentido,  resultando,  efectivamente, 
que  bajo  el  suelo  actual  prosiguen  muros  y  cimientos,  cuyo  desarrollo  se 
acota  en  el  plano  adjunto,  hecho  sobre  los  datos  que  puso  a  nuestra  dispo- 
sición dicho  señor,  con  licencia  para  hacer  público  el  resultado  de  sus  ex- 
ploraciones, a  las  que  se  debe  una  iglesia  más,  entrando  en  el  grupo  que 
estudiamos,  y  contar  León  con  un  monumento,  por  testimonio  de  sus 
grandezas  políticas  del  siglo  X.  Todavía  excavaciones  amplias  y  un  reco- 
nocimiento escrupuloso  del  edificio  arrojarían  los  datos  que  hoy  faltan  para 
formar  juicio  exacto  del  monasterio  ramirense;  ello  será  factible,  alejado 
ya  el  peligro  de  que  todo  cayese  de  una  vez  brutalmente,  y  cabe  abrigar 
esperanzas  de  restituir  a  la  posible  integridad  lo  primitivo,  salvando  con- 
veniencias de  vecindad  que  le  amenazan  (Fig.  126  y  Lám.  XCIX). 

La  parte  más  completa  subsistente  es  un  crucero  sobre  cuatro  arcos, 
formando  bóveda  de  aristas  capialzada,  o  mejor  dicho  de  gallones,  en 
número  mayor  que  la  de  Peñalba  y  correspondiendo  aristas  a  los  ángulos. 
Estas  últimas  alcanzan  desarrollo  semicircular,  de  modo  que  ellas  solas 
determinarían  una  bóveda  de  tipo  lombardo,  como  la  de  U  capilla  mayor 
de  San  Vítale  en  Ravena  y  recordando  la  de  Melque;  pero,  en  vez  de  los 
cuatro  paños  cóncavos  que  aquí  hay,  la  bóveda  leonesa  distribuye  doce 
cascos,  mediante  otras  ocho  aristas  escazanas  intercaladas  (Lám.  XCIX). 
Está  hecha  la  obra  con  sillarejos  de  piedra  toba,  sobre  cuyo  revestimiento 
percíbense  restos  de  pinturas,  figurando  sillería  con  trazos  rojos  dobles 
y  además  adornos  geométricos  sencillos  y  figuritas  en  el  intradós  de  los 
arcos  torales,  que  parecen  corresponder  al  período  románico.  Estos  arcos 
carecen  de  guarnición  e  impostas,  quedando  incierto  si  se  prolongarían  en 
forma  de  herradura;  mas  el  ejemplo  similar  de  Peñalba  autoriza  para  in- 
clinarse a  la  negativa,  y  desde  luego  se  apean  sobre  pilares  en  ángulo, 
como  en  Santa  Comba  de  Bande  y  mausoleo  de  Placidia  en  Ravena,  con 

—  264  — 


CIUDAD    DE    LEÓN 


Fig.  125.  S.  Salvador  de  Palaz  de  Rey,  en  León:  piania 


—  255  — 


LEÓN 


la  diferencia  de  que  estos  arcos  de  León  no  soportan  paredes  sino  exclusi- 
vamente la  bóveda,  según  el  sistema  observado  en  Peñalba  y  Celanova; 
en  torno  de  ellos  iban  adheridos  los  cerramientos  v  miembros  colaterales 
del  edificio,  que  así  pudieron  cercenarse  sin  comprometer  el  equilibrio 
del  cuerpo  central. 

Su  adherencia  por  el  lado  de  occidente  consérvase  casi  en  todo  su  alto, 
pero  despedazada.  Era  un  ábside,  ultrasemicircular  por  dentro  y  rectilí- 
neo al  exterior,  como  tantos  otros:  sus  muros  son  de  morrillos  o  cantos 
rodados  con  mortero  de  cal;  pero  las  amplias  y  adarajadas  esquinas  y  el  pa- 
ramento interior,  así  como  los  pilares  torales,  están  hechos  con  sillería  de 
caliza  basta,  casi  a  hueso,  pues  median  tendeles  de  solos  dos  milímetros, 
ocupados  cgn  yeso,  entre  sus  hiladas;  y  éstas  son  muy  desiguales,  desde 
6o  a  42  y  aun  22  centímetros  de  alto,  sin  que  falten  piezas  acodadas  para 
salvar  diferencias  de  nivel  en  una  hilada  misma,  como  en  Celanova,  por 
ejemplo.  La  bóveda  fué  deshecha,  una  vez  alzado  considerablemente  el 
piso;  mas  quedan  restos  de  sillarejos  de  piedra  toba,  de  i5  a  18  centímetros, 
en  hiladas  horizontales,  que  la  formaban,  y  aun  parece  rastrearse  que  sería 
de  gallones,  con  desarrollo  peraltado  en  forma  de  herradura.  De  su  arco 
toral  no  quedan  sino  arranques  laterales  y  piedras  de  asiento  para  las  co- 
lumnas sobre  que  se  apeaba.  Nótese  la  anomalía  de  estar  situada  hacia 
occidente  la  cabecera  de  la  iglesia,  pues  aunque  sería  posible  otro  caso  de 
ábsides  dobles,  como  en  Mazóte  y  Peñalba,  sin  embargo  la  existencia  de 
crucero  junto  al  ábside  occidental  y  lo  débil  de  cimientos  hacia  la  parte 
contraria,  más  bien  autorizan  a  suponer  una  orientación  anormal,  quizá 
fundada  en  la  disposición  del  palacio  a  que  iba  aneja. 

La  cepa  de  muros  antigua,  pues  solería  no  ha  sido  vista,  se  halla 
r86  metros  por  bajo  de  la  actual.  Formando  brazos  de  crucero  existen 
dos  alas  de  edificio,  reconocibles  en  un  alto  de  36  centímetros,  sin  que  lo 
premioso  de  la  excavación  permitiera  ver  si  llevaban  estribos;  además, 
hacia  norte,  hay  soleros,  como  de  otras  columnas,  difícilmente  explica- 
bles, y  al  otro  lado,  cimientos  para  jambas  de  arco.  En  la  parte  de  los  pies 
descubrióse  un  cimiento  largo,  hacia  norte,  y  enfrente  un  trozo  solo,  en 
medio  y  atravesado,  como  para  estribo,  todo  ello  de  poca  fuerza,  dando 
idea  de  que  esta  parte  del  edificio  era  menos  recia  y  firme  que  la  cabecera. 
Su  extremidad,  donde  ahora  está  el  altar  mayor  de  la  iglesia,  queda  por 

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CIUDAD   DK   I.fcÓN 


reconocer;  mas,  suponiendo  que  hasta  allí  alcanzase  lo  primitivo,  resulta- 
rla una  longitud  total  de  18*40  metros  y  un  ancho  de  S'yo  para  la  nave: 
recuérdese  ahora  la  ponderación  de  Sampiro  y  veremos  el  grado  de  reali- 
dad que  merecía  en  el  siglo  X  calificarse  de  «admirable  magnitud». 

Hoy  la  puerta  de  la  iglesia  está  en  el  ábside  primitivo:  a  un  costado 
prolóngase  grueso  muro  con  una  puerta,  no  anterior  al  siglo  X\'  tal  vez, 
correspondiente  a  una  capilla  aneja,  que  era  de  la  hermandad  de  Caridad, 
según  letrero  puesto  sobre  otra  puerta  que  da  a  la  calle  (1).  En  el  siglo  XVI 
estaba  el  nivel  interior  sólo  unos  80  centímetros  por  encima  del  primitivo: 
entonces  formóse  una  cabecera  con  bóveda  gótica  muy  alargada,  sobre 
repisas  de  estilo  de  Juan  de  Badajoz:  una  capillita  lateral  lleva  cúpula  del 
mismo  tiempo,  a  más  de  una  ventanilla  gótica  con  tres  arcos,  que  puede 

atribuirse  al 
siglo  XIV,  y 
hay  otras  bó- 
vedas de  aris- 
tas y  arcos  del 
XVI:  en  jun- 
o    g     ^iV^^^Ak    ^d^\.l     .^^ZBHffiBSIQií^^SSifliffTlTni^iPUtfV'  to,  poco  más 

que  nada. 


VESTIGIOS. 
—  Desolada 
León  por  Al- 
manzor  en  el 
año  988,  no  se 
repobló  has- 
ta principios 
del  siglo  XI, 
bajo  los  aus- 
picios de  Al- 
fonso V  (999- 


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Fig.  126.  Musco  de  León:  modillón  de  alero 


(i)     Dice:  «Hicieron  la  puerta  los  de  la  Caridad,  cuya  es  esta  capilla»,  en  letra  gótica 
del  siglo  XVI,  y  le  acompaña  un  escudo  de  armas  con  cinco  cruces,  perro,  cabra  y  león. 

—   267   — 


33 


LEÓN 


Fig.  127.  Modillón  románico  Icones 


Fig.  128.  Museo  de  León:  fragmento  de  modillón 


1028),  y  éste  mismo  consta  que  la  cercó  de  muros  (i),  que  son  los  actua- 
les. En  ellos  aprovechóse  una  gran  cantidad  de  materiales  romanos,  espe- 
cialmente sillares,  estelas  con 
epitafios,  columnas,  etc.;  ade- 
más, tal  cual  fragmento  poste- 
rior, cuya  fecha  mínima  infiére- 
se por  las  fechas  preinsertas,  y 
cuyo  mozarabismo  les  hace  me- 
recedores de  ser  tenidos  ahora 
en  cuenta.  Su  procedencia  de 
las  murallas  de  la  ciudad  acre- 
dítase por  notas  del  cultísimo 
arquitecto  D.  Ricardo  Veláz- 
quez,  obtenidas  a  raíz  de  su 
descubrimiento,  y  hoy  se  con- 
servan las  piedras  en  el  Museo 
Arqueológico  de  la  ciudad  mis- 
ma. Son  éstas: 

Modillón  de  alero,  tipo  de 
Peñalba,  con  flores  de  seis  péta- 
los adornando  sus  baquetones  y 
Fig.  129.  Modillón  de  13  Mezquita  de  Córdoba  algún  apéndice  picudo,  como  en 


(i)    Cronicón  de  Cárdena:  «Don  Alfonso...  cerró  de  buenos  muros  la  villa  de  León». 
(Esp.  sagr.;  t.  XXIII,  pág.  377). 


—  258 


CIUDAD  DE   LEÓN 

Peñalba  (Fig.  126);  se  diferencia  en  que  su  baquetón  superior  no  es  más 
corpulento  que  los  otros,  como  se  verifica  en  las  series  anteriormente  re- 
conocidas, acercándole  más  en  cambio  ello  a  los  cordobeses;  y  también  por 
la  faja  que  aparece  sobrepuesta  a  los  baquetones  mismos,  por  debajo  y  visi- 
ble solamente  en  la  extremidad  superior,  porque  el  resto  se  carga  con  una 

figurilla  de  hombre  des- 
nudo, con  la  boca  abierta 
y  ambas  manos  entre  las 
piernas,  primera  y  úni- 
[^  ca  representación  humana 
(C'^  yir^  QLie  es  dable  registrar  en 
la  serie  mozárabe.  La  pro- 
cedencia de  este  modillón 
disipa  la  sospecha  de  que 
perteneciese  al  período  ro- 
mánico sucesivo;  pero, 
además,  los  románicos,  ta- 
les como  abundan  en  las 
iglesias    leonesas    de    San 


Fig.  130.  Museo  lie  León:  fragmento  de  pretil 


Isidro  y  Santa  María  del  Mercado,  son  menos  tendidos  en  su  curva  gene- 
ral; carecen  de  flores  a  los  costados;  también,  del  remate  convexo  con 
que  fenecen  por  arriba  los  baquetones  y  de  faja  sobrepuesta,  llevando  en 
cambio,  a  veces,  alguna  hoja  o  bolas  en  su  lugar  (Fig.  127). 

Fragmento  de  otro  modillón  semejante,  pero  sin  figura.  Acusa  labor 
en  forma  de  palma,  recorriendo  asimismo  la  faja  medial;  su  grueso  es 
de  19  centímetros,  tres  más  que  en  el  precedente,  y  sus  baquetones  son 
también  algo  mayores  (Fig.  128).  La  comparación  con  otros  cordobeses 
(Fig.  129)  acredita  que,  aun  siendo  éstos  últimos  el  prototipo  común  de  las 
series  mozárabe,  leonesa,  morisca  y  auverniense,  quedaron  sus  derivacio- 
nes completamente  disociadas,  constituyendo  tipos  hermanos,  pero  irre- 
ductibles. 

Fragmento  de  pretil,  de  mármol  blanco,  esculpido  por  dos  lados  con 
follajes  bizantinos,  a  base  de  un  rombo  en  la  cara  mayor,  y  llevando,  por 
remate  de  la  misma,  un  letrero,  del  que  solamente  se  conserva  la  palabra 
REDDVNT,  en  letra  clásica,  que  puede  ser  del  siglo  X  (Fig.  130). 


—  25g  — 


SAN  MARTIN  DE  VILLAMOROS 


Villamoros  de  las  Regueras  es  un  pueblecillo,  a  cuatro  kilómetros  de 
León,  hacia  NE.,  ribera  del  Torio.  Allí,  en  la  cuesta  de  la  Candamia, 
existe  una  cueva,  que  llaman  de  San  Martín,  cavada  en  forma  de  iglesia, 
artificialmente,  con  nave  y  ábside  ultrasemicircular,  que  se  comunican 
por  un  arco  a  medio  punto.  Unas  mellas,  que  ante  él  se  advierten  a  los 

costados,  pudieron  servir  para 
encajar  la  pérgula  o  trabes  de 
costumbre.  Son  datos  obtenidos 
en  1887  por  D.  Inocencio  Arre- 
dondo  y  que  conserva  la  Insti- 
tución libre  de  Enseñanza  de 
Madrid  (Figs.  131  y  132). 

Solamente  la  forma  de  la 
capilla  induce  a  clasificar  esta 
cueva  como  obra  del  siglo  X: 
pero  ni  aun  ello  con  seguridad, 
puesto  que  la  región  misma  leo- 
nesa depara,  en  la  ruina  de  Marialba,  otro  ábside  semejante,  de  período 
más  antiguo  y  acaso  romano,  según  indicios,  estudiado  asimismo  por  el 
Sr.  Arredondo,  en  i8go,  a  quien  debo  una  reproducción  de  sus  notas; 
y  es  ruina  que  aun  se  conserva  con  ciertos  menoscabos.  La  cueva  de  San 
Martín  da  idea,  con  todo,  de  las  ermitas  rupestres,  cuya  cita  es  frecuente 
en  diplomas  del  siglo  X,  y  que  probablemente  abundarán,  sin  reconocer 
aún,  en  la  Montaña. 


Figs.  131  y  132.  Villamoros:  ermita  de  S.  Martin; 
planta  y  sección 


—    260 


SANTA  MARÍA  DE  VILLARMUN 


Todo  lo  que  hemos  podido  ir  rastreando  de  fechas,  en  edificios  leone- 
ses con  carácter  muzárabe,  apenas  alcanza  a  la  segunda  mitad  del  siglo  X. 
La  inscripción  de  Boñar  de  g8o  carece  de  signos  progresivos:  las  de  Esca- 
lada, de  io5o  y  loSg,  son  bárbaras  y  sin  arte,  y  allí  mismo  la  reposición  del 
arco  de  la  puerta  por  Sabarico  da  fe  de  una  miseria  de  inventivas  singular. 
En  Asturias,  la  parte  de  1023  en  San  Salvador  de  Fuentes  tan  simple  es 
cuanto  prolija  su  epigrafía.  El  reconstruir  con  barro  y  ladrillo  Alfonso  V 
la  iglesia  de  San  Isidro  de  León,  nuevo  cementerio  real,  en  sustitución  del 
de  San  Salvador,  v  el  rudo  aparejo  de  las  murallas  marcan  igual  pobreza 
de  arte  en  la  capital  misma.  Todo  en  el  territorio  leonés  hace  patente  que 
su  decadencia  política,  guerras  civiles  y  perseverante  desgracia  de  sus 
ejércitos,  frente  a  los  golpes  de  Almanzor,  se  reflejaron  en  rápida  im- 
potencia tocante  a  la  arquitectura;  o  fué  más  bien  que  las  aportaciones 
meridionales  se  agotaron  sin  desarrollarse  en  el  ambiente  leonés,  y  que 
luego,  cuando  Alfonso  V  restauró  la  desolación  anterior,  no  quedaban  de 
arte  sino  reminiscencias  degeneradas. 

Necesitóse  un  cambio  de  dinastía  y  de  orientaciones  para  que  León 
tomase  vida,  bajo  Fernando  I.  Ya  entonces  la  misión  artística  se  cumplió 
siguiendo  derroteros  nuevos,  con  cierto  orientalismo,  a  veces,  por  ejemplo 
en  Silos,  o  con  un  romanismo  pujante,  en  la  nueva  iglesia  de  San  Isidro: 
y  la  característica  de  este  período  es  un  absoluto  divorcio  con  todo  lo  pe- 
ninsular anterior.  Solamente  al  correr  de  los  años  llegó  a  mirarse  otra  vez 
lo  antiguo,  lo  andaluz,  reapareciendo  entonces  arcos  de  herradura  y  lobu- 
lados, bóvedas  de  crucería,  follajes  bizantinos,  caligrafías,  lazos,  etc..  etc.: 
pero  siempre  dentro  de  marco  netamente  románico,  haciendo  imposibles 
de  confundir  tales  usurpaciones  con  las  obras  de  progenie  andaluza  neta 
y  genuína. 

Este  carácter  híbrido  de  las  reacciones  artísticas  peninsulares, 
dentro  del  período  románico,  sirve  como  piedra  de  toque  a  su  vez  para 

—  261   — 


LEÓN 


afianzar  la  cronología  de  los  otros  edificios  no  románicos  vecinos,  de- 
mostrando el  hiato  que  les  separa;  y  a  este  propósito  vale  hablar  aquí  de 
la  iglesia  de  Villarmún,  única  tal  vez  donde  el  artista  románico  tomó 
por  modelo  un  tipo  mozárabe,  anterior  en  dos  siglos. 

Este  pueblecillo  dista  unos  dos  kilómetros  de  Eslonza,  hacia  sur.  Su 
iglesia  es  una  sola  nave,  techada  y  mezquina,  más  una  capilla  en  su 
testero,  de  planta  ultrasemicircular  por  dentro  y  rectilínea  por  fuera  (Fi- 
gura 133),  hecha  de  mampostería,  salvo  las  esquinas,  que  son  de  sillares 
gruesos:  cúbrese  con  una  cúpula,  sin  cornisa  en  su  arranque,  y  delante 
ábrese  un  arco  de  herradura,  con  prolongación  de  un  cuarto  del  radio 
sobre  el  semicírculo,  cabalgando  en  columnas,  con  fustes  monolíticos  tan- 
genciales al  muro,  altas  basas  áticas,  capiteles  y  biselados  cimacios,  todo 
ello  de  piedra  basta. 

Los  capiteles  son  netamente  románicos:  el  uno  lleva  caulículos  y  hojas 
hendidas,  cargando  su  punta  con  una  bola;  el  segundo,  tres  monstruos: 

basilisco,  grifo  y  sirena,  de  relieve 
plano  y  rudísimos.  El  ala  del  tejado 
vuela  sobre  modillones,  como  los  de 
San  Isidro  de  León,  con  bastones 
atravesados  los  unos,  y  otros  forman- 
do nácela  y  con  figuras  sobrepuestas 
variadas:  ya  son  cuadrúpedos  o  una 
cabeza  de  toro,  ya  hombres,  en  capri- 
^^  ^^    chosas  y  a  veces  indecentes  posturas, 

'^       ^  *        ^^    como  en  iglesias  románicas  fué  cos- 

Fig.  133.  Villarmún:  cabecera  de  su  iglesia  lUmore. 

Clara  se  ve  aquí  la  obra  de  un 
constructor  local,  encariñado  con  algún  tipo  viejo  de  iglesia;  pero  cuya 
educación  diferente  demuestran  el  aparejo  de  las  esquinas,  el  escaso  pe- 
ralte del  arco  y  la  bóveda  sin  aristas  ni  cornisa;  asistióle,  además,  un 
entallador  de  escuela  románica  leonesa,  que  libremente  desempeñó  su 
oficio  en  columnas  y  alero,  sin  arcaísmos. 


—  262  — 


IX 

CASTILLA 


PARA  ol  caso  nuestro  han  de  considerarse,  una  región  más  propia  y 
netamente  castellana,  la  de  Burgos,  y  otras  periféricas,  destacándose 
entre  ellas  Cantabria,  la  Rioja  y  tierra  soriana.  La  Castilla  central, 
donde  condes  como  Rodrigo,  Fernán  González  y  Sancho,  el  de  los  buenos 
fueros,  gobernaron  con  señorío  casi  absoluto,  no  conserva,  en  cuanto  mis 
noticias  alcanzan,  un  solo  edificio,  un  solo  fragmento  con  carácter  mozá- 
rabe, ni  tampoco  se  sabe  de  fundación  alguna  que  como  tal  pueda  recono- 
cerse. Abundaban,  sí,  gentes  arabizadas,  labriegos  generalmente,  en  cier- 
tas regiones,  por  ejemplo  hacia  Cárdena:  tal  cual  individuo  se  cita  de  más 
elevada  categoría,  y  hay  localidades  con  nombre  árabe:  pero  todo  ello  pesa 
muy  escasamente,  y  deberá  juzgarse  como  desbordamiento  accidental  del 
estadio  leonés.  Bajo  este  concepto  queda  registrado,  en  los  preliminares 
del  capítulo  anterior,  y  no  merece  más  (i).  Ahora  bien,  la  explicación  del 
fenómeno  sí  vale  el  trabajo  de  ser  estudiada. 


(i)  En  monasterios  de  los  más  secundarios  se  registran  dos  abades  con  nombre 
árabe:  en  978,  Ápaz  o  Hápaz,  presbítero  y  abad  del  de  S.  Clemente  en  Motua  de  Zafalanes, 
localidad  despoblada  hoy  en  la  cuenca  del  Ausines  (Serrano:  Cart.  de  Covarrubias, 
pág.  10),  y  hacia  940  el  ya  citado  Abogalebh,  presbítero,  de  S.  Pedro  de  Baleránica  o  Bara- 
lánica  y  luego  Baralangas,  monasterio  que  ha  hecho  famoso  su  gran  calígrafo  Florencio, 
y  estuvo  más  a  sur,  cerca  de  Tordómar,  sobre  el  Arlanza.  El  uso  de  nombre  patronímico 
permanente,  como  apellido,  contra  el  uso  castellano,  acreditase  con  el  ejemplo  de  un  «Ru- 
derico  cognomento  Abolmóndar»  o  Abolmóndar  Sarraclniz,  que  era  hijo  de  Feles  Sarracf- 
niz  y  de  Elduara  (Serrano:  Becerro  de  Cárdena,  págs.  229  y  347).  Más  valiosa  parece 
ser  la  referencia,  en  diploma  de  S.  Millán  de  la  Cogolla,  expedido  por  Fernán  González  en 

—   263   — 


CASTILLA 

De  inmigraciones  meridionales  comprobadas  hav  S(Mo  una,  en  814. 
desde  la  Alcarria,  probablemente,  y  coincidiendo  con  una  hambre  pade- 
cida entonces  en  las  tierras  del  sur  (2);  pero  es  fecha  demasiado  remota 
para  que  alcancemos  a  medir  la  eficacia  de  tal  suceso.  El  avance  repobla- 
dor castellano  va  descubriéndose  con  distinto  rumbo,  desde  norte  y  poco 
a  poco,  por  Amaya  (año  860),  Auca  (antes  de  877),  Burgos  y  Ovierna  (882), 
Cárdena  (899),  Osma,  Clunia,  San  Esteban,  Roa  y  Aza  (912);  Sepúlveda 
(930),  etc.,  en  progresión  metódica  y  aun  estratégica,  bajo  un  sistema  de 
fortalezas  que  sirviesen  de  refugio  en  casos  de  invasión  enemiga,  como 
efectivamente  se  dieron,  con  desastroso  éxito  para  los  castellanos,  que 
una  y  otra  vez  presenciaron  el  incendio  y  devastación  de  sus  ciudades  por 
los  cordobeses,  apenas  ellos  se  apercibían  de  cada  progreso  cristiano. 

Eran  condiciones  poco  tentadoras  para  que  los  mozárabes  pacíficos 
trasladasen  allá  sus  casas  ni  fundaran  monasterios.  Además,  lo  que  allí  se 
necesitaba  eran  gentes  guerreras,  dispuestas  a  vivir  sobre  el  país,  en  fuerza 
de  incursiones  contra  fronterizos,  más  bien  que  a  crearse  trabas  con  su 
trabajo,  y  afanosas  de  libertad  y  de  medros,  a  cambio  del  riesgo  en  que 
las  fortunas  del  guerrear  les  colocaban.  Este  tipo  social  no  podía  formarse 
en  las  tierras  llanas  y  fértiles  del  sur,  entre  gentes  sometidas  a  un  régimen 
metodizado  y  lleno  de  responsabilidades;  porque  donde  la  mancera  da  de 
comer  se  vive  atado  al  suelo,  prefiriendo  ceder  siempre  algo  de  sus  frutos 
antes  que  arriesgarlo  todo  frente  a  quienes  nada  tienen  que  guardar  y 
perder.  La  casta  guerrera  foméntase  allí  donde  el  suelo  no  empapa  sudor 
de  trabajo;  donde  la  caza  y  la  ganadería  familiarizan  con  los  misterios  de 
la  vida  y  la  muerte;  donde  el  hombre,  mero  espectador  de  lo  que  se  pro- 
duce, es  arbitro,  en  cambio,  de  recoger  sus  utilidades. 

Cantabria,  la  serranía  dominante  sobre  Castilla,  se  acreditó  en  lo  anti- 
guo por  la  fiereza  indómita  de  sus  pobladores,  y  ellos  mismos  serían  bien 


gSo,  de  un  üriovo  Zahaggeini,  entre  los  confirmantes,  es  decir,  de  un  individuo  que  ejercía 
el  cargo  de  «prefecto  de  los  mozárabes» — i^áhib-alachem,  según  la  transcripción  moderna 
(Bib.  nac;  ms.  712,  f.  bj  v.).  Añádase  esta  voz,  zahaggemi,  que  era  desconocida,  a  sus 
similares  registradas  en  la  página  123,  y  también  esta  otra:  atarefa,  escudo  (10Ó2:  cartu- 
lario de  Arlanza). 

(2)    Gómez- Moreno:  Anales  castellanos  (Discurso),  pág.  10. 

—   264  — 


CASTILLA 

aptos,  en  estos  primeros  siglos  de  la  Reconquista,  para  ir  rebasando  hacia 
sur  sus  linderos,  sin  más  bagaje  que  armas  y  rebaños,  sin  tradición  de 
cultura  ni  ley  moral  acaso  que  dirigiera  sus  conciencias.  Los  fueros  loca- 
les, con  exenciones  tributarias,  serian  cebo  que  los  condes  ponían  a  su 
alcance  para  ir  llenando  de  guerreros  los  castillos  necesarios  en  defensa 
del  pais,  bajo  tales  condiciones  de  franquicia,  que  resultó  imposible  más 
adelante  organizar  entre  ellos  el  sistema  feudal  francés,  predominand(j  en 
cambio  un  individualismo  exaltado.  Sólo  a  su  sombra,  corriéndose  desde 
tierr¿i  de  Campos  v  desde  la  Alcarria,  con  opuestos  designios  de  trabajo 
y  explotaciones,  irían  los  arabizados  poblando  algunas  campiñas,  en  si- 
tuación jurídica  grandemente  desventajosa  respecto  de  los  caballeros,  y 
por  consiguiente  sin  intiuir,  a  no  ser  levantando  cargas,  sobre  la  marcha 
de  vida  castellana. 

Ésta  podemos  rastrearla  en  el  fuero  de  Castrogeriz,  en  las  gestas  de 
Rodrigo  el  Campeador,  en  la  leyenda  de  Avila  y  en  el  Fuero  viejo  de  Cas- 
tilla; fué  el  nervio  de  la  Reconquista,  y  como  tal  sus  glorias  militares  lle- 
nan la  historia  cruenta  de  nuestra  España.  Pero  no  son  éstas  las  que  aquí 
perseguimos;  baste  anotar  su  desacuerdo  con  los  tipos  sociales  de  León  y 
de  Asturias,  y  la  falta  de  aquellos  signos  de  cultura  que,  sobre  influjos 
meridionales,  venimos  anotando.  Ellos  alcanzaron,  sin  embargo,  acceso  en 
el  país,  como  no  podía  ser  menos:  un  pasaje  relativo  al  conde  Sancho 
García  (ioo5  a  1021)  nos  le  descubre  vistiendo  ropas  morunas  y  sentado 
en  el  suelo  entre  cogines  mientras  daba  audiencia  (i).  Es  el  mismo  conde 
que  llegó  a  Córdoba  con  su  ejército  en  loi  i  para  imponer  allí  un  califa,  y 
también  celebró  el  primer  pacto  de  mudejarismo  de  que  hay  noticia,  reci- 
biendo como  vasallos  a  los  sarracenos  de  la  frontera  castellana  en  1019(2). 

Respecto  de  las  regiones  periféricas  de  Castilla,  la  Cantabria  occiden- 
tal, o  Asturias  de  Santillana,  resulta  sujeta  a  influjos  directamente  leoneses 
en  cuanto  a  su  arte,  de  modo  que  las  iglesias  primitivas  de  allá  podrían 
caber  en  el  capítulo  anterior,  si  a  su  vez  no  presentasen  caracteres  dife- 
renciales de  regionalismo,  en  armonía  con  las  notas  geográficas.  Son  mo- 

(i)    Dozy:  Recherchcs. ..,  3.*  edición;  t.  1,  pág.  204. 

(2)  Anales  complutenses:  l£spaña  sagrada,  t.  XXIII,  pág.  312.  Compárense 
los  Anales  Compostelanos,  bajo  el  año  loii. 

—  265  — 
34 


CASTILLA 

zárabes,  en  sentido  análogo  que  otras  de  Asturias,  no  porque  allí  sea  dable 
rastrear  colonizaciones  meridionales,  sino  por  iniciativa  puramente  indi- 
vidual y  porque  en  el  siglo  X  la  superioridad  andaluza  en  arquitectura 
refluía  sobre  cualquier  país  aledaño,  siempre  que  cierta  depuración  de 
gustos  hiciese  buscar  primores  de  estructura  en  los  edificios  sagrados. 

Las  otras  dos  regiones  aludidas  al  principio,  Rioja  y  Soria,  conservan 
un  solo  edificio  de  los  nuestros  cada  una;  pero  insigne,  discrepando  de  lo 
leonés,  como  su  alejamiento  justifica,  y  con  arabismos  altamente  expresi- 
vos, que  dan  otra  nota  más  avanzada  mozárabe.  Pudo  ella  dimanar  de 
influjos  directos,  merced  a  nuevos  artífices  llegados  de  país  musulmán, 
que  implantaran  su  gusto  propio  con  más  libertad  aún  que  en  tierra  leo- 
nesa, por  no  contrapesarlo  corriente  alguna  extraña;  y  ello  pudo  acaecer 
en  los  años  que  corrieron  entre  la  feliz  batalla  de  Simancas  (939)  y  las 
correrías  de  Almanzor,  o  después,  bajo  el  conde  Sancho  García,  mientras 
se  gozó  de  paz  y  pudieron  recogerse  los  adelantos  artísticos  del  Califato. 

Algo  más  tarde,  cuando,  disuelto  éste  y  disipada  su  amenaza,  los  cris- 
tianos rehicieron  su  poderío,  volviendo  a  cultivar  las  artes,  bajo  Sancho  el 
Mayor  y  sus  hijos,  el  predominio  navarro  llevó  consigo  una  orientación 
diferente,  la  transpirenaica,  y  con  ella  un  cambio  de  gustos,  que  atrajo 
sobre  Castilla  y  León,  reinando  Alfonso  VI,  el  cristianismo  galicano,  con 
sus  monjes,  ávidos  de  agiografías,  de  iconos  y  de  magnificencias  con  que 
alucinar  imaginaciones,  y  aspirando  no  a  la  soledad  sino  a  regir.  Su  con- 
tacto lo  agrandó  todo:  iglesias,  culto,  imágenes,  santos,  milagros,  peregri- 
naciones, guerras  civiles,  nobleza,  conquistas  y  derrotas;  y  ello  prendió, 
como  es  natural,  con  más  fuerza  en  Castilla,  donde  la  vida  aventurera 
pedía  un  apoyo  moral  de  aventuras  también  a  lo  divino,  y  donde  la  fe  en 
el  milagro  apenas  dejó  atención  para  regularse  por  la  ley. 

Ante  este  fulgurar  de  ideales  nuevos,  resultó  que  la  España  del  siglo  X 
se  desvaneciese,  y  que  el  humanismo  soñador  de  la  raza  nuestra  empren- 
diese dos  rumbos:  ya,  exaltado,  venció  en  fuerza  dinámica  a  sus  propul- 
sores de  afuera,  tomando  ilusiones  por  realidades,  con  logros  a  veces  tan 
prodigiosos  que  hacen  dudar  de  la  eficacia  de  la  razón;  ya,  deprimido, 
encerróse  en  un  culto  de  individualismo,  como  si  todas  las  realidades 
asequibles,  propias  y  extrañas,  no  valiesen  lo  que  la  inmanencia  del 
propio  ensueño. 

—  266  — 


SANTA  MARÍA  DE  LEBEÑA 


Los  valles  de  Liébana,  territorio  Li  vánense  antifi;uo,  repoblado 
bajo  Alfonso  I,  constituyen  una  región  medianera  entre  y\sturias,  León  y 
Castilla,  con  límites  naturales  de  montañas  altísimas  y  en  forzado  aisla- 
miento: pero  como  sus  aguas,  que  forman  el  río  Deva,  caen  al  mar  direc- 
tamente, parece  razonable  considerar  esta  tierra  como  apéndice  de  las 
Asturias  de  Santillana,  sin  embargo  de  corresponder  a  León  en  lo  eclesiás- 
tico, y  de  que  dependiese  de  Castilla  su  gobierno,  cuando  alcanzó  auge 
mayor  el  condado  de  Carrión  y  Saldaña.  Lo  más  famoso  allí,  en  punto  de 
iglesias,  es  el  monasterio  de  Sto.  Toribio,  antiguamente  llamado  San 
Martín,  en  el  lugar  de  Torenaio  o  Torenao,  cerca  de  Potes,  anejado  al  clu- 
niacense  de  San  Salvador  de  uña  por  Alfonso,  el  de  las  Navas,  en  1 183  (i). 
Igual  suerte  corrió  en  1187  esta  otra  iglesia  de  Sta.  María  de  Flevenia 
(2),  sobrenombre  vulgarizado,  desde  el  siglo  XIII,  en  la  forma  Leveña, 
cuyo  edificio  es  joya  de  aquel  país,  rivalizando  en  importancia  monumen- 
tal con  Santiago  de  Peñalba  (3). 

(i)  Su  becerro,  en  el  Archivo  histórico  nacional  (990  B),  folio  i.  —  índice  de  do- 
cumentos... de  la  real  Academia  de  la  Historia,  tomo  II,  pág.  39. 

(2)  Id.  id.:  «Ego  Aldefonsus  Dei  gratia  re.x  Castelle  et  Toleti  una  cun»uxore  mea 
Alienor...  dono  et  concedo  Deo  et  monasterio  sancti  Salvatoris  Onie  et  vobis  domino  Petro 
eiusdem  ecclesie  electo  universo  eiusdem  conventui  in  Levana  el  cuerano  quod  dicitur 
Planum  regis...  cum  quatuor  solaribus...  necnon  et  ecclesiam  sánete  Marie  de  Flevenia,  et 
in  Bezerril...  etc.  Pacta  carta  apud  Burgos  era  .wccxxi  kalendis  iulii.»  La  fecha  resulta 
incierta,  pero  debe  ser  Era  1225,  que  es  cuando  el  abad  Pedro  figura  también  como  electo 
en  otros  diplomas  (Índice  de  documentos...  t.  11,  p.  37). 

(3)  Hay  dos  caminos  opuestos  para  ir  allá:  el  uno  en  coche,  con  servicio  regular  des- 
de León  a  Potes,  faltando  aún  hasta  Lebeña  una  legua  por  carretera,  hacia  norte;  el  otro, 
desde  Unquera,  estación  de  ferrocarril  entre  Asturias  y  Santander,  alquilando  coche  para 
recorrer  los  31  kilómetros  que  de  allí  dista  nuestra  iglesia,  por  buena  carretera,  río  Deva 
arriba.  En  caso  de  pernoctar  habrá  de  proseguirse  hasta  Potes;  mas  la  excursión  es  factible 
en  el  tiempo  que  media  entre  el  paso  de  dos  trenes. 

—   2G7   — 


CASTILLA 

A  propósito  de  su  historia  se  alega  una  escritura  del  becerro  de 
Sto.  Toribio,  compuesto  a  principios  del  siglo  XIV  (i).  documento  dema- 
siado sospechoso  por  varios  conceptos,  pero  vulnerable  definitiva  y  direc- 
tamente en  vista  del  pergamino  original,  que  también  se  conserva,  con 
fingida  letra  mozárabe,  trasluciendo  una  falsificación  del  siglo  Xill,  hecha 
en  interés  de  los  cluniacenses  de  Oña  probablemente,  a  fin  de  acreditar 
un  milagro  de  Sto.  Toribio,  quizá  fundado  en  tradiciones  (2). 

Rechacémoslo  por  completo,  ya  que  ni  siquiera  parece  comprobado 
el  hecho  fundamental  de  la  anexión  de  nuestra  iglesia  al  monasterio  de 
San  Martín.  En  cambio,  la  documentación  auténtica  de  éste  certifica  la 


(1)  Su  última  fecha,  Era  1354,  al  parecer.  Este  documento  resulta  dos  veces  trans- 
crito, en  los  folios  3  y  8  v.,  con  variantes  considerables;  y  sobre  la  segunda  redacción,  que 
es  la  menos  descuidada,  está  hecha  la  copia  que  publicó  el  señor  Torres  Campos  (La 
iglesia  de  Sta.  María  de  Lebeña,   i885,  pág.  37),  con  algunos  verros. 

(2)  Archivo  histórico  nacional:  sala  II,  caja  212.  De  aquí  parece  venir  la  otra  copia 
impresa  por  Sandoval  en  sus  Historias  (pág.  274).  El  falso  texto  original  dice:  «In  Dei 
nomine.  Notum  sit  cuntís  ac  manifestum  quod  ego  Alfonsus  comes  et  mea  uxor  lusta 
cometissa  hedificaumus  ecclesiam  sánete  Marie  de  Flebenia  ut  transferrem  Corpus  sancti 
Turibii  in  eam,  et  quia  famulis  meis  precepí  ut  foderent,  et  cum  cepissent  fodere,  divino 
iudicio  Hagellatus  sum  usque  adeo  quod  factus  fui  cecus,  et  milites  mei  qui  erant  inmunes 
a  culpa  qui  cum  sarcuiis  cecipissent  fodere  lumen  amiserunt.  tune  obtuli  corpus  meus  et 
quantum  habui  in  Lcvana  sancto  Turibio,  et  tibí  Opila  abba,  et  clericis  ibidem  Deo  ser- 
vientlbus,  vídelicet  offero  et  concedo  eclesiam  sánete  Marie  de  Flebenia  que  est  sita  in  alfoz 
de  Celorico  cum  ecclesia  sancti  Romani  et  cum  hereditatibus  et  collaciis  et  cum  quantum 
ibi  ad  me  p^rtinet.  et  illam  meam  maredes  que  est  in  alffoz  de  Cereseda  quam  comparavi 
de  domino  meo  rege  Ordonio  cum  ómnibus  suis  pertinenciis  et  cum  suis  terminis  et  simi- 
liter  bodiam  quam  habui  ex  meis  avis.  hoc  totum  dono  et  offero  et  corpus  meum  domino 
meo  sancto  Turibio  et  sancti  Martino  pro  anima  mea  et  parentibus  meis,  eo  quod  inter- 
ventu  clericorum  recepi  lumen  quod  perdideram  a  Domino  ihu  Xpo  per  intercessionem 
beatissimi  Turibii  et  milites  mei  et  famuli  receperunt  lumen,  facta  scriptura  donationis 
era  dcccclxiii  die  iiii  nonas  decebris  sub  principe  Ordonio  in  Legione  et  comité  Ferrant 
Gonzavet  in  Castella.  Ego  comes  Alfonso  et  mea  cometissa  lusta  hanc  cartam  quam  iussi- 
mus  fieri  confirmamus  et  manibus  nostris  roboraimus.  siquis  contra  hanc  donationem 
volverit  sit  maledictis  et  luda  traditore  sepultus,  et  a  parte  regís  terre  pectet  111  libras  auri. 
Roderidus  Alfosus  confirmat.  Belasco  Muñoz  confirmat.  Ferrat  Roiz  confirmat.  Tel  Diat 
teste.  lohannes  presbiter  teste.  Sisegundus.  omnes  milites  de  Levana  testes.  —  Alfonsus 
comes»  (de  otra  letra  y  con  su  signo). 

—   268    — 


LEBENA 

existencia  de  Alfonso,  conde  de  Lévana,  y  de  su  esposa  Justa,  desde 
924  hasta  cerca  de  963  (i),  sucediéndoles  en  el  condado  un  Fernando  Ru- 
deriz,  según  consta  en  g66  (2),  y  luego  los  Benigómez  de  Saldaña.  El 
conde  Alfonso  no  consignaba  su  filiación,  haciendo  suponer  que  no  fuese 
castellano;  además  resulta  como  advenedizo,  ya  que  debía  sus  propiedades 
a  donación  real,  a  contribuciones  de  amigos  —  de  conlata  amicorum  —  y 
a  compras,  sin  aludirse  a  herencia  de  familia;  pero  lo  que  viene  más  a 
nuestro  propósito  es  saberse,  por  documenten  genuino,  que  Alfonso  y  Justa 
fundaron  y  dotaron,  junto  al  lugar  de  su  residencia,  Flevenia,  la  sobre- 
dicha  iglesia  de  Sta.   María  (3).  Tod(j  esto,   no  divulgado  hasta  hoy, 

(i)  Becerro  de  Sto.  Toribio:  «Nos  cultores  qui  sumus  abitantes  in  ecclesia  sancli 
Xpofori  locum  vocabulo  Cesaría  id  est  Sonna  et  Citi  vobis  comiti  nostro  domno  Adefonso 
et  uxor  tue  luste  ..  ut  comutaremus  pumares  in  Plano»  etc.  Era  962.  «Regnante  principe 
Froila.  Emilianus  vicarius  de  comité.»  (folio  40  v.).  —  «Hec  fuit  ínter  nos  convenció  et 
collacio  sancta  in  presencia  de  patre  nostro  et  comité  domno  Allefonso»...  Kra  979.  «Reg- 
nante Ranemiro  principe  in  Legione.  Allefonsus  comes  ubi  presens  in  ipsa  collacionc  fui  et 
ex  manu  mea  roboravi.»  (folio  38).  —  Era  984:  «príncipe  Ranimiro.  Alfonsus  comité  preses 
fui»  (f.  9  V.).  — «Et  accepímus  de  vos  térra  in  Lerones  in  illa  señera  ad  illa  orta  quam  pren- 
didistis  de  quinta  de  domno  Adefonso  comité.»  Era  looi .  «Sub  Sancio  principe  in  Legione» 
(folio  34;.  —  Cartulario  del  monasterio  de  Piasca,  en  el  de  Sahagún;  n."  379:  Era  990, 
«regnante  principe  nostro  Ordonio  in  Legione  et  comité  nostro  Adefonso  ín  Levanense.» 

(2)  «Comis  Fredenandus  Ruderiz  térra  Libanensi  »  Cart.  de  Sahagún,  n.°4i3. 

(3)  «Notum  est  Xpo  notum  sit  ecclesie  id  est  dominis  et  patronis  meis  glorióse 
sancti  Salvatoris  et  sánete  Marie  et  sancti  Romani  et  ÍVIartini  et  sánete  Prisce  et  sánete  luste 
et  Rufine  cuius  baselica  sita  est  in  locum  quod  dicitur  Flevenia  quod  nos  serbi  vestri 
Allefonssus  et  lusta  superno  timore  conpulsi  propria  et  spontanca  nostra  volúntate  absque 
aliqua  persequcione  vel  necesitate  non  potestatis  non  alícuius  ínpulsione  set  suscepio  pro 
anime  nostre  redencione  eredendo  ei  qui  dixit:  qui  diderit  unum  munum...  ( raspad  ura) 
reeipiet  in  eternum  centuplum.  et  quia  in  illa  pecunia  quamlibet  sit  arta  non  balet  ñeque 
atinguet  nisi  elemosina  ipsa  extinguet  omne  peccatum  ideo  ad  Xpo  obtatum  credidi  nobis 
premium  esse  servatum  pro  fide  expectam  quia  non  est  Deus  sícut  homo  ut  mereciatur. 
Pro  id  de  tali  promisione  gaudentes  piacuit  nobis  in  salute  nostra  uno  animo  paríque  con- 
senso ut  quidquit  visi  sumus  abere  nos  iam  supradicti  id  est  Aldefonsus  et  lusta  in  villa 
Flebenia  conccdímus  ad  ipsa  ecclesia  que  nos  laboravimus  sibe  ercditabimus  de  ea  omnia 
quantum  abemus  in  ipsam  villam  ipsos  palacios  cum  suo  exitus  et  regrcssus  et  térras  et 
vincas  ct  pumares  et  olivares  et  figares  et  pumiferos  et  molinos  sive  de  donacione  regís  seu 
etiaiii  de  conlata  amicorum  sibe  et  quod  conperabimus  et  ipsas  villas  qui  ibidem  sunt  in 
Plebenia  sibe  et  in  Cesárea  casas  et  erreos  et  molinos  et  servas  et  pumares  sceptis  illa  serna 

—  26q  — 


CASTILLA 

compensa  con  ventajas  la  descalificación  del  otro  diploma  en  que  su  his- 
toria venía  apoyándose. 

El  tal  documento  carece  de  fecha,  pudiendo  sólo  inferirse  que  es  pos- 
terior a  924,  año  en  que  los  condes  adquirieron  una  de  las  fincas  a  que  en 
él  se  alude.  Llaman  a  la  iglesia  «baselica»,  y  su  principal  advocación  era 
de  san  Salvador  y  santa  María;  expresan  haberla  ellos  construido  —  labo- 
ra vi  mus —  y  la  dotan  con  una  cruz,  caja,  cáliz  y  patena  de  plata,  lucer- 
na y  candelabro  de  bronce,  ciriales,  campana  también  de  bronce,  dos 
velos  de  seda,  un  paño  para  casulla  y  dos  dalmáticas;  cama,  colcha  y 
manta,  para  los  sacerdotes  o  monjes  que  tuviesen  la  iglesia,  y  además  los 
palacios,  tierras,  viñas,  frutales,  molinos,  campo,  dehesa,  etc.,  que  allí 
poseían  los  fundadores.  Nunca  fué  monasterio,  al  parecer,  ni  tuvo  cele- 
bridad artística  sino  en  virtud  de  los  estudios  publicados  por  D.  Rafael 
Torres  Campos,  desde  1882  (i). 

La  iglesia  de  Lebeña,  en  su  composición,  no  se  explica  fácilmente 
sino  considerada  como  un  aborto  artístico;  es  decir,  como  idea  incompleta 
en  su  desarrollo,  por  razones  ajenas  al  edificador,  que  se  atravesasen  du- 
rante el  curso  de  las  obras,  malogrando  el  plan  primitivo;  pues,  dada  su 
estructura  casi  perfecta,  repele  una  falta  de  sentido  armónico  tan  clara  y 
a  la  vez  tan  fácil  de  remediar,  según  nuestros  puntos  de  mira.  Quédanos, 
sin  embargo,  un  dejo  de  incertidumbre.  observando  las  genialidades  que 
otras  iglesias  leonesas  llevan  en  sí,  como  si  la  ley  estética  de  aquellas  gen- 
tes variase  mucho  del  modo  de  sentir  actual,  formados  como  estamos  nos- 
de  sancti  Aciscli  busta  et  exiitus  et  regresis.  id  est  de  tesauro  de  ecclesie  crucem  argenteam 
mirabile  ex  auro  et  casa  similiter  lucerna  erea  candelabrum  ereum  cálice  argenteum  et 
patena,  de  bestimentis  ornamentis  ecclesie  id  est  dúos  almaticas  una  maior  et  altera  minore 
ciriales  alies  dúos  velos  siricos  de  altera  et  ecclesie  et  panum  obtimum  pro  casulla  et  signum 
ecclesie  ereum  obtimum  et  letum  palleum  et  plumacium  pallcum  et  almuzaalia  et  kabal- 
lum.  quia  scimus  sctiptura  que  dicit:  redime  te  homo  redime  te  dum  vivis  dum  precium 
in  manibus  tuis  habes  incertum  est  enim  ut  post  mortem  nostra  quis  nos  redimat.  Ideoque 
serni  quod  supra  iam  locuti  sumus  donamus  adque  concedimus  primum  sancti  Salvatoris 
in  Flenia  ut  sacerdotes  vel  monachi  qui  ipsa  ccclcsia  tenuerint  firmiter  et  indubitanter 
illud  obtineant  vendicent  adque  defendant  sive  et  posideant.  de  omines  11  nostros  quod 
ingeniamus  post  nostrum  obitum  sint  liberi  ad  atque  ingenui  nuiliusque  adentcs  patrocinio 
nisi  solo  Deo  et  regi»  —  Becerro  de  Sto.  Toribio  de  Liébana;  f.  2. 

(1)    La  ilustración  española  y  americana,  1882,  tomo  I,  pág.  276. 

—   270   — 


LE BE NA 

Otros  bajo  la  presión  de  otros  modelos  y  de  sistemas  lejos  o  posteriormente 
fijados  (Láms.  C  a  CVII;  Figs.  134  a  137). 

Un  tipo  arquitectónico  bien  notorio,  el  cruciforme,  flota  por 
necesidad  ante  nosotros  cuando  miramos  una  iglesia  con  bóvedas,  tal  como 
ésta  de  Lebeña.  Es  tipo  que,  bajo  los  godos,  estuvo  en  boga  por  acá,  según 
demuestran  Sta.  Comba,  San  Pedro  de  la  Nave  y  San  Pedro  de  la  Mata; 
que  persevera  en  San  Pedro  de  las  Puellas  y  en  Melque,  según  se  hizo 
notar,  y  que  desde  el  siglo  X  quedó  vinculado  en  Oriente  para  las  iglesias 
bizantinas.  Sin  embargo,  hemos  de  reconocer  que,  salvo  los  dos  casos 
últimos,  nacidos  bajo  el  impulso  local  de  ideas  extrañas,  en  todo  este  pe- 
riodo que  estudiamos  no  se  depara  otro  ejemplar,  moro  ni  cristiano,  donde 
prospere  el  arquetipo  de  crucero  diáfano,  con  su  cimborio  y  brazos  domi- 
n¿intes  iguales.  En  planta,  muchas  veces  la  cruz  parece  ser  tema  orgánico 
primordial;  pero,  luego,  el  alzado  lo  desvirtúa,  quedando  tan  sólo  en  vigor 
la  afición  a  desarrollos  centrales  muy  preeminentes  y  un  cerco,  todo 
uniforme  y  bajo,  que  le  ciñe:  el  Cristo  de  la  Luz  y  las  Tornerías  en  Tole- 
do, San  Martín  de  Segovia,  San  Miguel  de  Tarrasa  y  Germigny-des-Prés 
obedecen  a  este  ideal.  Los  cruceros  de  Escalada,  Mazóte,  Peñalba,  Mar- 
quet.  Bamba,  etc.,  quedan  embrionarios,  por  falta  de  organismo  central  o 
por  discordancia  en  sus  miembros  periféricos.  Es  mucha  persistencia  para 
que  juzguemos  casual  este  hecho,  racionalmente  inexplicable,  pero  com- 
probado, y  en  consecuencia  debemos  fundar  sobre  ello  una  lev  estética 
local. 

Ahora  bien,  donde  su  existencia  se  nos  revela  con  aplastante  efectivi- 
dad es  aquí  en  Lebeña.  Su  planta  (Fig.  134)  daríanos  un  crucero  per- 
fecto, de  tipo  bizantino,  sólo  con  franquear  los  atajos  de  hacia  los  pies, 
que,  en  vez  de  cuerpos  laterales  de  nave,  forman  aposentos;  o  bastaría  la 
suposición  de  que,  por  acabar  antes  y  con  menos  costa,  se  omitió  un  tra- 
mo completo  entre  los  dos  postreros  actuales.  Además,  en  alzado,  falta 
cimborio  y,  desde  luego,  los  arcos  torales  son  bajos,  quitando  notoriedad 
al  supuesto  crucero.  Será  justo,  por  tanto,  sancionar  lo  hecho,  sin  esfor- 
zarnos en  componer  la  mente  del  arquitecto  inventor  a  gusto  con  nuestras 
ideas. 

El  hecho  real,  descontados  prejuicios  y  suposiciones,  deja  de  mani- 
fiesto un   edificio  totalmente  cubierto  con  bóvedas,  sobre  disposición 

—  271   — 


CASTILLA 

cuadriculada,  reservando  una  mitad  de  su  área  para  el  clero,  sin  ico- 
nostasis,  pero  marcada  con  un  escalón  a  todo  lo  ancho,  más  otros  que 
añadían  las  capillas.  Éstas  son  cuadradas,  pues  ya  en  lo  sucesivo  no 
hallaremos  ábsides  de  tipo  leonés,  y  si  hoy  se  comunican  entre  sí  median- 
te arcos  escazanos,  ellos  fueron  abiertos  en  i58o.  A  los  pies  fórmase  en 
medio  una  prolongación,  a  modo  de  otra  capilla,  que,  de  serlo,  nos  recor- 
darla los  contraábsides  de  Mazóte  y  Peñalba:  mas  no  está  claro  que  obe- 


«^  5  lo  Ms 

Fig.   134.  Sta.  María  de  Lebeña:  planta 

deciese  a  otro  lin  que  aumentar  la  capacidad  del  sitio  destinado  a  los 
laicos.  Quedan,  a  derecha  e  izquierda,  dos  aposentos,  similares  de  tantos 
otros  como  venimos  observando  en  iglesias  primitivas  nuestras,  godas  y 
asturianas,  aunque  dentro  del  grupo  mozárabe  no  se  repiten  sino  en 
Peñalba,  y  nunca  dispuestos  a  los  pies.  El  estarlo  aquí  recuerda,  por  otra 
parte,  los  compartimientos  laterales  de  porches  en  Asturias,  aunque  ellos 
no  se  comuniquen  con  la  iglesia,  excepto  en  San  Miguel  de  Liño;  además, 
es  poco  verosímil  suponer  una  entrada  en  medio  del  hastial  de  occidente 
aquí  en  Lebeña,  porque,  en  este  caso,  dicho  tramo  central  sería  porche, 


—  272  — 


LEBENA 


con  puerta  en  el 
fondo  y  arco  libre 
hacia  afuera,  lo 
que  no  se  verifica; 
y  para  estar  ella 
en  el  muro  exte- 
rior huelga  la  ven- 
tanilla de  lo  alto. 
Sin  embargo,  hubo 
allí  un  hueco  gran- 
de y,  según  dicen, 
informe,  antes  de 
ser  restaurado  el 
edificio,  desapare- 
ciendo entonces  sin 
que  el  arquitecto, 

D.  José  Urioste,  razonara  el  hecho.  Puertas  primitivas  serian,  probable- 
mente, las  mismas  actuales  renovadas:  la  principal,  hacia  sur,  con  pórtico 
delante,  fechado  en  1797;  la  secundaria,  en  el  lado  opuesto,  sirviendo  para 


Fig.  135.  Lebeña:  sección  transversal,  hacia  los  pies 


i  y  i  y  y  y  M  a  a  a  N 


Fig.  136.  Lebeña:  sección  por  la  nave  colateral  de  hacia  sur 
—    273    — 


CASTILLA 

una  sacristía,  también  moderna.  Su  tamaño  —  14.50  por  10.70  metros; 
grosor  de  muros,  0.60  —  es  el  acostumbrado  cuando  hay  bóvedas,  y  la 
proporción  de  vanos  anda  cerca  de  ser  dupla;  mas  la  nave  central  sube 
hasta  un  triplo  de  su  ancho. 

La  estructura  del  edificio  puede  explicarse  brevemente,  diciendo 
que  es  la  misma  de  Bamba,  pero  agregadas  columnas,  según  el  sistema 
que  empezó  a  tantearse  en  Escalada  y  se  desarrolló  en  Peñalba.  Mantiene 
una  gran  elasticidad  de  miembros,  haciendo  que  los  arcos  respondan  de 
sí  mismos,  desligados  de  los  muros  y  sobre  apeos  monolíticos,  trasdosados 
a  su  vez  por  jambas,  también  de  una  pieza  o  poco  menos.  Los  muros  pe- 
riféricos valen  de  simple  caja,  y  ni  siquiera  reciben  empuje  de  bóvedas, 
sino  dentro  de  límites  sumamente  restringidos.  No  hay  arquerías  mura- 
les; pero  todas  las  bóvedas  algún  tanto  elevadas  posan  sobre  arcos,  y  ellos, 
siempre,  sobre  apoyos  de  absoluta  rigidez  y  cohesión.  Consecuencia  lógica 
fué  el  prescindirse  de  estribos;  y  la  bondad  del  sistema  se  acredita  por  el 
estado  de  conservación  perfecto  en  que  el  edificio  se  mantiene. 

Su  aparejo,  en  los  muros,  es  de  mampostería  ordinaria,  con  esquinas 
adarajadas  de  sillares,  puestos  de  canto  y  haciendo  haz  una  de  sus  caras 
mayores.  Por  dentro,  hasta  el  arranque  de  los  arcos,  hay  un  sistema  uni- 
forme de  jambas,  hechas  de  una  pieza  generalmente,  sobre  las  que  entran 
los  cimacios,  a  diferentes  alturas,  sirviendo  de  impostas  para  los  arcos;  y 
debajo  de  aquéllos  van  simplemente  adheridos  capiteles,  fustes  y  basas, 
como  en  todos  los  edificios  leoneses  de  nuestra  serie.  Jambas  monolíticas 
vimos  en  el  pórtico  de  Escalada  y  en  Peñalba;  y  los  dos  pilares  cuadrados 
repiten  exactamente  el  caso  de  Mazóte,  si  bien  con  una  columna  adosada 
por  cada  frente,  y  compuesta  de  dos  sillares  la  pila.  El  único  material 
empleado  es  piedra  arenisca  de  buena  calidad. 

Las  puertas  de  los  aposentos  aludidos  fórmanse  con  jambas  mono- 
líticas también  y  dinteles,  descargados  por  arcos  de  medio  punto,  como  en 
Asturias,  salvo  que  ellos,  los  arcos,  dejan  completamente  libre  su  dintel 
respectivo  para  evitar  la  fractura;  no  hay  rebajo  para  batiente  de  hojas, 
aunque  las  denuncien  sus  correspondientes  quicialeras.  Las  ventanas  de 
las  capillas,  en  el  testero,  son  también  adinteladas,  hechas  con  cuatro  pie- 
dras y  muy  amplias,  para  llevar  celosías  (Lám.  5i);  pero  de  la  ventana 
central  no  queda  sino  el  solero,  desde  que  se  formó  allí  mismo  una  esca- 

—  274  — 


BCi     K 


CASTILLA 

lera,  para  la  torre  erigida  encima  en  1830,  y  que  ya  no  existe.  Las  demás 
ventanas  forman  arquillos  de  medio  punto,  muy  pequeños  y  derramados 
hacia  el  interior:  cuatro  corresponden  a  la  nave  central,  dispuestos  en  los 
hastiales  y  hacia  sur;  otros  tantos,  a  las  naves  laterales,  v  tres  al  lienzo  de 
poniente. 

Todas  las  bóvedas  son  de  cañón,  sin  peralte  ni  impostas:  hiciéronse 
con  piedra  toba,  irregularmente  despezada,  y  su  organización  es  lo  más 
saliente  del  edificio.  Hay  otros  con  tres  naves  y  abovedamiento  general  en 
Asturias  —  Liño  y  Valdediós  —  anteriores  en  fecha;  mas  el  caso  no  vuel- 
ve a  repetirse  sino  en  Bamba.  La  más  pequeña  de  estas  iglesias,  la  de 
Valdediós,  lleva  cañones  a  lo  largo,  sin  reparo  alguno;  Liño  tiene  otro  en 
su  nave  central,  elevadísimo  y  con  arcos  perpiaños,  que  ya  no  existen, 
pero  si  las  repisas  de  uno;  y  las  naves  laterales  iban  cubiertas  con  cañones 
atravesados,  altos  y  bajos,  alternativamente  y  por  tramos  (i).  En  Bamba 
ya  vimos  señal  de  cañones  atravesados,  pero  tan  sólo  en  los  brazos  corres- 
pondientes a  un  supuesto  cimborio.  Lebeña  nos  ofrece  un  cañón  central 
a  lo  largo,  cortado  en  su  mitad  por  un  atajo  sobre  arco,  al  propósito  de 
matar  el  efecto  de  largas  superficies  abovedadas,  nunca  vistas  en  lo  mozá- 
rabe leonés  y  castellano,  como  tampoco  en  lo  propiamente  árabe,  prefi- 
riéndose la  impresión  misteriosa  de  altos  muros,  que  no  permiten  ver,  sino 
forzando  la  visual,  su  acabamiento.  De  los  cuatro  arcos  medianeros,  entre 
nave  central  y  colaterales,  los  dos  de  hacia  la  cabecera  son  pequeños, 
igualando  con  los  travesanos  de  las  naves  menores,  y  los  otros  dos,  en 
cambio,  emparejan  con  los  travesanos  de  la  principal,  formando  asi  una 
especie  de  crucero,  desigualdad  a  que  responden  las  cubiertas  de  los  tra- 
mos laterales,  con  sus  cañones  atravesados,  a  diferente  altura  dispues- 
tos. Los  compartimientos  colaterales  extremos,  es  decir,  las  capillas  me- 
nores y  aposentos,  llevan  cañones,  volteados  en  sentido  longitudinal  y  muy 
bajos,  de  suerte  que  no  comprometen  con  grandes  empujes  sus  muros 
exteriores:  en  conjunto  el  sistema  de  equilibrios  resulta  perfecto  (Figuras 
135  a  137). 

En  los  arcos  de  las  tres  capillas  rómpese  la  tradición  mozárabe, 
quizá  por  influjo  asturiano,  dando  preferencia  a  la  curva  de  medio  pun- 

(i)     Haupt:  Die  Baukunst  der  Germanen;  fig.  126  y  lámina  inicial. 

—   276  — 


LEBENA 


tü,  con  peralte  en  líneas  verticales  el  de  la  capilla  mayor  y  sin  él  los  acce- 
sorios, seguramente  a  lin  de  lograr  un  altu  mínimu  para  las  bóvedas  ane- 
jas. Su  despiezo  es  radial,  y  la  arista  delantera  hubo  de  chaflanarse  en 
1 58o,  cuando  se  hicieron  los  arcos  de  comunicación  susodichos,  descanti- 
lados  igualmente.  El  arco  toral  lleva  sobre  sí  un  friso  con  adornos  de  re- 
lieve, como  en  Escalada;  de  sus  extremos  penden  suplementos  verticales, 
ruines  }'  lisos,  formando  como  un  alfiz  en  conjunto:  pero  su  mala  he- 
chura da  impresión  de  cosa  postiza,  si  bien  acaso  prim¡t¡\a  (Lám.  CU  I). 
,  ,  Los  demás  arcos,  a  saber,  cuatro  torales,  en  crucería,  y  cuatro  acce- 
sorios menores,  son  de  herradura,  con  prolongación  algún  tanto  varia- 
ble de  unos  a  otros,  entre  un  tercio  cumplido  de  su  radio  y  el  semirradio, 
en  razón  inversa  del  tamaño,  según  costumbre;  pero,  como  sus  sal m eres 
o  primeras  dovelas  avanzan  más  de  lo  que  la  curvatura  general  pide  —  al 
contrario  de  como  solía  procederse  en  tiempos  godos  —  el  efecto  óptico  de 
su  desarrollo  excede  a  las  mediciones.  El  despiezo  es  radial,  con  hiladas 
horizontales  abajo,  a  las  que  suelen  seguir  algunas  otras  convergentes  a 
punto  más  alto,  para  disimular  el  desacuerdo  de  líneas,  como  en  tantos 
casos  ya  registrados.  En  medio  suele  haber,  en  vez  de  clave,  una  pieza  de 

ajuste  muy  estrecha;  el  dovelaje  es  trasdosado,  y 
por  abajo  el  intradós  mantiene  las  concavidades 
que  desde  Escalada  a  Celanova  se  han  ido  ano- 
tando (Láms.  CU  y  CIV). 

Como  va  dicho,  las  columnas  son  entera- 
mente de  piedra  arenisca.  Sus  fustes  conservan 
el  éntasis  clásico,  más  o  menos  desgarbadamente 
y  por  excepción.  Las  basas  son  áticas,  con  bocel 
superior  menudo  (Fig.  1 38),  y  a  veces  muv  feas  ( 1 ). 
Los  cimacios  compónense  de  dos  escotas  entre 
filetes,  según  el  modelo  usual  leonés  (Fig.  139),  recordando  especialmente 
las  impostas  de  Bamba,  aunque  sin  adorno  y  más  sencillos.  Por  último, 


Fig.  138. 
Lcbeña:  perfil  de  las  basas 


(i)  El  señor  Torres  Campos  afirmó  repetidamente  que  una  de  las  basas  llevaba  cier- 
tas protuberancias,  como  garras,  en  sus  ángulos.  Hoy  no  las  tiene,  y  es  presumible  que 
sólo  fuera  una  adherencia  fortuita  de  argamasa,  y  como  tal  desapareciese  cuando  se  limpia- 
ron las  columnas.  Un  ejemplar  de  garras  sería  único  en  este  periodo,  caso  de  haberle. 


—   277  — 


CASTILLA 


los  capiteles  encajan  en  la  propia  serie  leonesa,  pudiendo  creérseles  es- 
culpidos por  el  mismo  que  hiciese  los  de  Peñalba  y  pórtico  de  Escalada: 
los  de  las  capillas  laterales  son  especialmente  análogos  a  estos  otros:  la  ma- 
yoría, cuyo  alto  llega  a  42  cmts.,  es  más  opulenta,  con 
tres  filas  de  hojas,  y  siempre  las  acompañan  caulículos 
débiles  y  collarino  sogueado;  uno  de  estos  capiteles 
mayores  lleva  solamente  dos  tilas  de  hojas,  pero  com- 
plicada la  inferior  con  roleos,  como  otros  de  Hornija 
(Lám.  CVl):  un  par  de  los  menores  tiene  caulículos 
muy  desarrollados,  ñores  entre  medias,  en  uno,  y 
abacos  rectilíneos;  pero  sobre  ellos  y  mediante  escota- 
duras fíngense  otros  abacos  de  tipo  corintio  usual  (Láms.  CVl,  a  la 
izquierda,  y  CVII). 

La  restauración  de  esta  iglesia,  efectuada  en  i8g6,  bajo  excelentes 
condiciones  técnicas  y  económicas,  redújose  por  dentro  a  una  limpia  ge- 


Fjg.  139    Lebeña: 
perfil  de  los  cimacios 


m, 


Figs.  140  a  143.  Lebeña:  modillones  de  los  aleros 


neral  y  renovación  de  enlucidos,  sin  trastorno  sensible;  por  fuera,  en  cam- 
bio, fué  un  desacierto  grave  la  reposición  de  aleros,  nada  apremiante,  des- 
de el  punto  de  vista  de  consolidar,  y  basada  en  supuestos  que  hoy  parecen 
muy  dudosamente  aceptables,  una  vez  adquirida  experiencia  mayor  de  la 


278 


LEBENA 

que  pudcj  alcanzarse  entonces.  Afortunadamente  los  datos  y  fotografías 
del  señor  Torres  Campos  (i)  dan  alguna  idea  del  estado  antiguo  y  ayudan 
a  resolver  el  problema. 

Hoy  cobijan  toda  la  iglesia,  en  sus  dos  zonas  de  tejados,  alta  y  baja, 
salientes  aleros,  volados  sobre  modillones,  en  su  mayor  parte  moder- 


7> 


^) 


im 


Figs.  144  a  147.  Lebeña:  modillones  de  los  aleros 

nos,  pero  copia  exacta,  con  toda  su  prolija  decoración,  de  los  antiguos. 
Son  éstos  de  tipo  leonés,  como  los  de  Peñalba,  por  ejemplo,  con  cinco 
lóbulos,  generalmente,  y  aventajando  el  superior  en  corpulencia  a  los  otros; 
adornan  sus  costados  las  usuales  ruedas  en  espiral  y  flores  de  seis  pétalos, 
pero  además,  hojas,  tallos  ondulados,  más  flores,  lineas  quebradas,  etc., 
con  poco  gusto  y  labor  mezquina,  que  recuerda  cosas  de  Asturias  (Figu- 
ras 140  a  147).  Por  solera  de  estos  modillones,  cuando  van  dispuestos 
horizontalmente,  y  a  modo  de  frisos  bajo  los  frontispicios  de  los  hastia- 

(i)    Conservados  por  su  hijo,  D.  Leopoldo  Torres  Balbás,  y  puestas  por  él  a  disposi- 
ción nuestra. 


—   279  — 


CASTILLA 


MiV^^i*-""^^     f      T"^ 


^SSBS^BSS^S 


l1l^Ml^|(¡»lll[^j^j|[y||||lH|llllllu^||!l:l(lllltllll^lllMllllll^|||||[|lllllJlll  III  lili  ijiii|iiillli 
Fig.  148.  Lebeña:  friso  de  encima  del  arco  toral 


les  (i),  corren  fajas  llenas  de  adornos  también,  armonizando  con  el  otro 
friso  del  arco  de  la  capilla  mayor,  a  que  se  aludió  arriba  (Fig.  148).  Su 
decoración  forma  ondula- 
ciones acompañadas  de  ho- 
jas, y  alguna  vez  aspas  a 
biseles  enfiladas  (Figs.  149 
a  154),  con  la  particulari- 
dad de  que  cada  pieza  va 
rebordeada  y  que  unas  a 
otras  se  yuxtaponen  a  ca- 
pricho, sin  enlace  ni  continuidad.  En  partes  no  removidas  cuando  la  res- 
tauración, por  ejemplo  al  costado  de  la  capilla  de  NE.  (Lám.  CV),  vense 
remetidos    y  en  gran  parte  ocultos  los  modillones,  probando  que  alguna 

vez    se    redujo    el    vuelo    de 


estos  aleros  bajos,  para  su 
mayor  seguridad,  probable- 
mente. 

Líneas  de  modillones,  co- 
rriendo oblicuamente  sobre 
los  frontispicios  y  sin  solera, 
^i^ij'^i  tal  como  se  ven  aquí  en  Le- 
beña, chocan,  por  desvirtuar, 
quizá,  un  principio  de  gran 
lógica,  guardado  en  todos  los 
edificios  del  grupo  mozárabe, 
sobre  la  razón  deque  el  alero 
sirve  para  echar  afuera  las 
aguas,  y  que  éstas  no  se  de- 
rraman sino  por  la  base  del 
tejado.  Antes  de  la  restaura- 
ción estos  frontispicios  iban 
desprovistos  de  voladizo  o  le 
llevaban  sobre  rudos  pedrus- 


!¡|l|IUini1imi¡li¿nillliminiinilimlll.||_limiiiMil/lillUlin,iililuim.»i 


Figs.  149  a  I  52.  Lebeña:  frisos  de  los  aleros 


(1)     El  de  hacia  poniente,  abajo,  fué  añadido  cuando  la  restauración,  para  embellecer. 

—  280  — 


LEBENA 


eos,  por  efecto  de  alguna  reforma  (Láni.  (]).  Todavía  los  aleros  laterales 
de  la  nave  central,  intactos  al  parecer,  rematan  sin  modillones  de  esquina, 
probando  que  el  vuelo  no  se  extendía  por  los  hastiales,  de  acuerdo  con  lo 
observado  en  Peñalba,  Escalada  y  Moroso.  Todo  hace  presumible  un  des- 
acierto en  la  restauración,  y  sería  plausible  restablecer  lo  \iej(j,  ya  que  se 
puso  mano  en  ello  ligeramente  (i). 

La  conformidad  entre  esta  iglesia  de  Lebeña  y  las  mozárabes  leonesas 
queda  evidenciado,  y  no  hay  que  insistir  en  ello.  El  prescindirse  de  estri- 
bos denota  una  mayor  fijeza  en  las  teorías  bizantinas  que  sus  hermanas 
de  Bamba  y  Peñalba.  Los  tres  arcos 
de  las  capillas  re\elan  qui/.á  un  inten- 
to inicial  de  seguir  otro  rumbo,  dan- 
do preferencia  al  medio  punto.  Quizá 
un  artista  de  educación  limitada,  el 
autor  de  sus  hermosos  capiteles  acaso, 
inlluído  por  constructores  mozárabes, 
produjo  todo  el  edificio,  eludiendo 
bóvedas  complicadas  y  sutilezas  de 
estereotomía,  en  lo  que  él  desmerece 
sensiblemente.  Respecto  de  cronolo- 
gía relativa,  el  cotejo  de  estos  capite- 
les con  los  de  Peñalba  y  su  fijeza  dentro  de  un  tipo,  característica  en 
ambas  series,  contra  la  exuberancia  de  variaciones  en  Hornija,  Sahagún, 
Mazóte,  etc.,  hace  presumible  que  interviniese  un  mismo  artista  en  ambas 
obras,  y  por  consecuencia  su  proximidad  de  fechas,  con  precedencia  la 
de  Lebeña  más  bien,  es  decir,  hacia  930;  y  ello  va  perfectamente  de  acuer- 
do con  los  datos  que  poseemos  del  conde  Alfonso,  edificador  suyo. 

Respecto  de  éste  cabe  sospechar  si  seria  un  noble  forastero,  acogido 
bajo  la  protección  de  Alfonso  el  Magno  o  de  Froila  su  hijo.  El  no  hacerse 
mención  de  bienes  heredados  y  de  nombre  patronímico:  la  extraña  refe- 
rencia de  amigos,  que  contribuyeron  a  su  auge;   el  nombre  de  Justa,  su 


ll!|l||l|l!l!li!lllfllllllMtil^ 

Figs.  153  y  154.  Lebeña:  frisos  de  los  aleros 


(i)  PJn  los  adjuntos  trazados  se  ha  hecho  abstracción  de  estas  innovaciones,  que  las 
fotografías  acusan  ampliamente.  Más  reproducciones  fototipicas  publicó  el  señor  Urioste, 
en  su  monografía  descriptiva  de  la  restauración. 


281 


36 


CASTILLA 


esposa,  extraño  en  la  región  de  norte  v  ratificado  de  andaluz  por  el  hecho 
de  figurar  las  santas  sevillanas  Justa  \'  Rufina  entre  las  titulares  de  nuestra 
iglesia,  V  la  dedicaci'jn  al  santo  cordobés  Acisclo  de  una  serna,  propie- 
dad de  los  mismos  condes,  parecen  indicios  ajustados  al  caso,  tal  vez. 


SAN  ROMÁN  DE  MOROSO 


TJn  poco  más  hacia  oriente,  lejos  ya  del  nudo  montañoso  de  los  Picos 
de  Europa,  en  el  apacible  valle  de  Iguña,  consérvase  otro  testimonio  del 
influjo  mozárabe  leonés  en  Cantabria,  mucho  menos  significativo  y  valio- 
so que  Lebeña,  pero  congénere,  si  bien  no  aparece  clara  una  derivación 
presumible  del  mismo.  Existe  sobre  la  margen  derecha  del  río  Besaya, 
hacia  lo  alto  de  un  valle  cubierto  de  robles,  y  próximamente  lo  mismo  de 
encumbrado  que  Bostronizo,  lugarejo  del  que  dista  pocos  centenares  de 
metros  hacia  norte  la  iglesia  en  cuestión,  y  unos  i8  kilómetros  de  Torre- 
lavega  en  sentido  contrario  (i). 

Sólo  documentación  tardía  conocemos  de  este  monasterio  de  San 
Román  de  Moroso,  dado  al  de  Silos  por  la  reina  Urraca,  en  1119,  junta- 
mente con  sus  anejos,  entre  los  que  figuran  la  iglesia  de  Santa  Leocadia 
de  Bostranigo,  campos  y  dehesas  (2),  permaneciendo,  hasta  el  siglo  XIV  a 
lo  menos,  como  priorato  de  Silos  (3).  Debió  quedar  abandonado  el  edificio 
cuando  la  exclaustración;  desapareció  su  tejado  y  armadura,  cayéronse  a 

(i)  Desde  la  estación  de  las  Fraguas,  en  la  línea  de  Falencia  a  Santander,  puede  irse 
a  Bostronizo  fácilmente,  pues  sólo  dista  una  media  legua  hacia  NE.,  cuesta  arriba.  En  de- 
recho, la  ruina  de  Moroso  queda  muy  cerca  de  la  vía  férrea,  a  norte  de  las  Fraguas;  pero 
las  pendientes  allí  son  enormes,  y  los  senderos,  difíciles  de  reconocer. 

(2)  «Ego  Urracha...  Ispanie  regina  regis  Aldefonsi  regineque  Constantie  filia...  fació 
cartam...  testamenti...  ecclesie  sancti  Dominici...  monastcrii  vidclicct  sancti  Romani  de 
Moroso  quod  est  in  Asturiensi  patria  et  cum  suis  ecclesiis...  cum  suo  rure  nomine  preno- 
minatum  BostranÍ90  et  cum  sua  defesa...  Facta  carta  séptimo  calendas  aprilis  era  i  iSy.» 

(3)  D.  M.  Ferotin:  Charles  de  Silos,  p.  43  y  otras. 

—   282  — 


MOROSO 

pedazos  varios  miembros,  y  asi  está,  perdida  en  medio  del  monte  y  con 
amenaza  de  seguir  arruinándose:  su  propiedad  parece  que  corresponde  a 
la  parroquia  de  Bostronizo  en  calidad  de  ermita. 

Por  tamaño  y  disposición  este  monasterio  es  de  los  más  humildes 
(Láms.  CVIII  a  CX;  figs.  i55  y  i5(3):  nave,  con  una  sola  puerta  hacia 
norte,  y  capilla  casi  cuadrada,  en  el  testero,  le  constituyen;  aquélla  mide 
6.30  por  4.50  metros  y  tuvo  armadura  de  madera  a  dos  aguas,  y  con  has- 
tiales, por  consiguiente; 


la  capilla  no  pasa  de 
3.36  por  3.20  metros, 
conservando  arranques 
de  una  bóveda  de 
cañón  semicilíndrico, 
hundida,  con  todo  el  ^¿v^^^^^^^^^ 
ángulo  de  SE.,  quizá 
por  culpa  de  la  espa- 
daña, erigida  sobre  su 
testero  durante  el  pe- 
ríodo románico,  al  pa- 
recer, con  dos  arcos  a 
medio  punto  y  moldu- 
rajes  en  chaflán  (Lámi- 
na CIX). 

Si  se  exceptúan  al- 
gunas grandes  piedras 
en  la  base  del  edificio, 
su  aparejo  es  todo  me- 
nudo, con  sillares  cuyo 
grueso  no  excede  de  30 
centímetros,  y  descien- 
de hasta  casi  una  mitad 

en  ciertas  hiladas.  Sin  embargo,  las  esquinas  ofrecen  apariencia  de  sillería 
grande,  por  llevar  sus  piedras  asentadas  sobre  uno  de  los  cantos  largos, 
como  en  Celanova,  por  ejemplo,  y  así  ofrecen  superficies  de  hasta  107 
por  63  centímetros,  alternando  con  hiladas  de  otros  sillarejos  tendidos, 


Fig.|i55.  S.  Román  de  Moroso:  planta 


í 


I 


J 


Fig.  i5ü.  Moroso:  sección  longitudin.il 


283 


CASTILLA 


Fig.   157.  Moroso:  aparejo  de  su  capilla  en  el  ángulo  de  NE. 


para  encadenamiento  de  la  obra,  con  bastante  buen  orden  (Fig.  iSy). 
Puede  observarse  que  ello  fué  asentado  a  hueso,  es  decir,  sin  mortero, 
mientras  los  paramentos  de  hiladas  estrechas  solas  llevan  tendeles  de  barro 
V  núcleo  interior  de  pedruzcos,  sistema  difícil  de  explicar  racionalmente  y 

cuyo  mal  resultado  se  denuncia  con  la 
ruina  de  la  capilla.  El  material  es  piedra 
arenisca,  semejante  a  la  de  Lebeña,  y  su 
labra  se  hizo  a  punta  de  cincel,  difiriendo 
sensiblemente  de  la  espadaña,  cuya  sille- 
ría, más  lisa,  denota  que  se  labró  a  boca 
de  escoda.  Quedan  vestigios  de  revesti- 
miento por  dentro,  de  color  rojizo. 

El  cañón  de  bóveda  susodicho  era  de 
sillarejos  también,  arrancando,  pero  sólo 
en  su  costado  derecho,  sobre  imposta  de 
bisel.  Al  mismo  lado  hay  una  credencia, 
en  forma  de  nichito;  más  arriba,  una 
Fig.  1 58.  Moroso:  ventana  del  testero         Ventana,  y  Otra  igual  en  el  testero,  am- 


—  284  — 


MOROSO 


Fig.  i5g.  Moroso:  arco  toral 

(Lám.  CX)  es  de  herradura,  con  la 
prüpürci(3n  máxima  observada  en  Ma- 
zóte, Peñalba,  etc.,  es  decir,  excediendo 
en  tres  quintos  del  radio  su  flecha  al 
semicírculo;  apenas  puede  considerarse 
trasdosado,  por  la  desigualdad  que  con 
a  tramos  se  recorta  su  dovelaje  hacia 
lo  alto,  y  el  despiezo  aseméjase  al  de 
ciertas  obras  bárbaras,  especialmente 
de  Cataluña  y  puerta  de  Escalada,  pero 
llevando  las  divergencias  hasta  hacer 
creíble  que  se  procedió  sin  regla  alguna, 
y  cerrado  sin  clave,  mediante  una  pieza 
que  ni  siquiera  guarda  simetria;  desde 
luego,  no  hav  junta  alguna  en  direcci(')n 
radial,  yendo  todas  a  puntos  más  altos, 
excepto  las  dos  primeras  que  son  hori- 
zontales (Fig.  1 59).  Otro  indicio  de  bar- 
barismo  arrojan  las  impostas  o  cima- 


bas  derramadas  hacia 
adentro  y  provistas  de 
su  losa  correspondiente, 
calada  en  forma  de  ar- 
quillo de  herradura,  que 
angosta  por  abajo  y  al 
exterior  diseña  una  es- 
pecie de  cruz  íFig.  i58). 
Otras  dos  ventanillas, 
como  saeteras,  ábrense 
hacia  sur  en  la  nave,  y 
una  más  sobre  el  arco 
toral,  bien  alta,  rebasan- 
do con  exceso  el  trasdós 
de  la  colindante  bóveda. 
Este  dicho  arco  toral 


Fig.  160.  Moroso:  imposta  del  arco  toral 


285    — 


CASTILLA 


cios  del  arco  mismo,  que,  remedando  las  usuales  nácelas  escalonadas,  no 
desarrollan  sino  chaflanes  oblicuos  en  número  de  siete  (Fig.  160).  Ahora 
vuela   completamente   al   aire   su    molduraje,    y  aun    al    lado    izquierdo 


Fig.  161.  Moroso:  modillón  cabero 


falta  la  jamba  monolítica;  pero  la  conservada  mantiene  rastros  de  co- 
lumna que  se  la  adhería  tangencialmente,  según  costumbre.  La  puerta 
de  entrada  fué  otro  arco  igual,  con  impostas  idénticas  y  falto  de  columnas 

también;  pero  se  le  desmontó 
con  intención  de  llevarlo  a 
una  finca  próxima,  y  yacen 
allí  al  lado  en  montón  sus 
piedras:  bien  hubiera  hecho 
el  culpable  en  reparar  el 
daño,  asentándolas  de  nuevo. 
Respecto  de  las  columnas, 
quizá  sea  fácil  hallarlas  en 
Fig.  162.  Moroso:  modillón  de  la  nave  algún  edíficio  dc  las  cefcanías. 


< 


286 


MOROSO 

Un  último  orden  de  miembros  importante  son  los  modillones  que 
formaron  las  alas  de  su  tejado,  en  ambas  vertientes  de  norte  y  sur,  puesto 
que  los  hastiales,  rematando  en  frontispicios,  carecían  de  ellos,  como  va 
dicho.  Son  del  tipo  leonés  usual,  con  cinco  o  cuatro  baquetones,  casi 
iguales  entre  sí,  lo  que  será  indicio  de  cierta  posterioridad,  según  las 
enseñanzas  obtenidas  en  León,  y  a  sus  costados  llevan  las  ruedas  y  flores 
de  costumbre,  pero  desgarbadas  y  sin  primor  alguno  (Figs.    i6i  y  1G2). 


SAN  JUAN  DE  SOCUEVA 


Un  artículo  de  D.  Maximiano  Regil  (i),  con  todas  sus  deficiencias,  es 
la  única  información  que  alcanzamos  respecto  de  este  modestísimo  san- 
tuario, cuya  asimilación  al  grupo  mozárabe  parece  verosímil,  aun  faltando 
comprobaciones  históricas. 

El  valle  de  Ruesga,  en  las  regiones  orientales  de  la  misma  provincia 
de  Santander,  tiene,  hacia  su  parte  sur  y  más  elevada,  un  barrio  que  lla- 
man Socueva,  adscrito  al  ayuntamiento  de  Arredondo,  por  donde  corre 
cerca  de  sus  fuentes  el  río  Asón,  y  dominado  por  la  altísima  peña  de  San 
Juan.  Ésta  es  de  caliza  gris  floja,  que  da  lugar  a  una  porción  de  cuevas, 
y  entre  ellas  una  se  transformó  en  ermita,  con  título  del  santo  Pre- 
cursor. 

Es,  pues,  una  gruta  natural,  muy  pequeña,  dividida  en  comparti- 
mientos por  muretes  de  mampostería,  y  la  alumbran  escasamente  dos  tro- 
neras (Fig.  163).  Constituyese  así  una  especie  de  nave  y  una  capilla 
redondeada,  mediando  entre  ambas  una  de  las  susodichas  paredes,  for- 
mando arco  de  herradura,  de  80  centímetros  de  luz,  con  impostas  a 
bisel  V  todo  ello  muy  rústico  (Lám.  CXI).  En  la  capilla  vese  un  nichito, 
como  credencia,  y  allí  se  conserva  el  altar  primitivo,  de  piedra  arenisca, 

(1)  Boletín  de  la  Sociedad  Española  de  Excursiones,  tomo  IV,  pági- 
na 189. 

—  287  — 


CASTILLA 


formado  pur  un  soporte  con  ochavas  algo  cóncavas  v  tablero,  de  5o  centí- 
metros en  cuadro,  chaflanado  por  abajo.  Sirve  hoy  de  base  a  una  imagen 
relativamente  moderna. 

La  capilla  redondeada,  como  los  ábsides  leoneses:   la  traza  del  arco, 
ampliamente  desarrollado,  y  aun  el  altar  justifican  la  susodicha  atribu- 

ci(')n.  pudiendo  creerse  que  se  trata  de  una 
ermita  del  siglo  X,  análoga  a  las  de  \  illa- 
morus,  la  Cogolla  y  San  Pedro  de  Rocas, 
justificando  las  referencias  de  monasterios 
rupestres  en  aquel  siglo,  donde  los  ere- 
Fig.  163.  S.Juan  de  socueva:  planta         mitassc  rccügían   para  vivir  santamente. 


A-xi 


.<  ■  ' 


SAN  MILLAN  DE  LA  COGOLLA 


<>L 


'  Emiliano  o  Millán  fué  un  pastor  de  ovejas,  que  entretenía  sus  obli- 
gados ocios  por  los  montes  pulsando  una  especie  de  cítara,  cuyas  melodías 
le  exaltaron  hacia  la  Divinidad,  arrastrándole  al  cultivo  de  su  espíritu, 
bajo  las  enseñanzas  de  un  famoso  eremita  llamado  Félix.  Volvió  luego  a 
villa  Vergegio,  su  patria,  desde  donde,  mal  avenido  con  las  gentes,  ale- 
jóse hasta  lo  más  escondido  de  la  sierra  vecina,  pasando  allí  en  la  soledad 
casi  cuarenta  años.  Por  fin,  el  obispo  de  Tarazona,  deseoso  de  aprovechar 
sus  virtudes,  forzóle  a  ordenarse  de  presbítero  y  le  puso  a  regentar  la  igle- 
sia de  Vergegio;  mas  el  santo  varón,  atento  a  ejercitar  la  caridad  socorrien- 
do necesidades,  disipó  de  tal  suerte  los  intereses  temporales  que  le  estaban 
confiados,  que  su  clero  se  alzó  en  quejas  y  fué  depuesto  del  cargo.  Retiróse 
entonces  a  su  antigua  morada,  cerca  del  lugar  mismo,  donde  tenía  un  ora- 
torio: allí  acudían  enfermos  y  endemoniados,  buscando  la  virtud  eficaz  de 
su  palabra,  hasta  que,  enfermo  y  decrépito,  hubo  de  recogerse  en  casa  de 
ciertas  vírgenes  consagradas  al  Señor,  alcanzando  la  edad  de  ciento  y 
un  años  cuando  falleció  en  574. 

Su  vida,  escrita  por  san  Braulio,  sobre  testimonios  de  personas  que 


2»»  — 


LA  COÜOLLA 

trataron  a  Emiliano  (i),  ha  dado  motivo  para  pr(jclamar  la  gloria  de  su 
nombre;  pero  también  para  discusiones  violentas,  fraudes  y  recelos  deplo- 
rables, que  aun  padecemos.  Una  fase  de  esta  contienda,  la  de  que  el  santo 
hubiera  sido  abad  y  benedictino,  cesó  ya  de  merecer  sostenerse;  otra  cues- 
tión, la  geográlica,  tuvo  últimamente  un  campeón  decidido,  el  P.  Min- 
guella  (2),  rebatiendo,  a  favor  de  la  tradiciim  y  con  éxito,  las  pretensiones 
aragonesas,  que  formulara  con  su  vehemencia  natural  D.  Vicente  de  la 
Fílente  (3).  Es  cuestión  resuelta,  y  más  si  se  toma  por  base  un  argumen- 
to, no  alegado  que  yo  sepa,  sobre  el  nombre  de  la  montaña  misma  donde 
el  santo  hizo  vida  eremítica.  Lo  común  y  moderno  es  llamarla  Distercio; 
pero  los  códices  antiguos  de  Braulio,  como  acredita  el  P.  Minguella,  dicen: 
«Dircecii  montes»  (4),  y  ésta  es  la  verdad:  un  pequeño  tratado  geográfico, 
inserto  en  códice  de  932,  pero  quizá  mucho  más  antiguo,  lo  menciona, 
diciendo:  «Dorius  nascit  in  Dircetii  montis»  (5),  de  modo  que  su  identifi- 
cación con  la  sierra  dominante  sobre  la  Cogolla  es  indudable.  Allí  descu- 
brióse una  piedra,  con  inscripción  romana  votiva,  cuva  dedicación  se  expre- 
sa en  esta  forma:  DERCETIO  SACRVM  (6),  recordando  otra  referen- 
cia epigráfica  del  monte  Teleno,  como  advocación  de  Marte  (7),  y  el  pro- 
pio monasterio  de  la  Cogolla  se  apellidaba  Dercensis  en  el  siglo  X  (8). 

(i)  Entre  las  varias  ediciones  de  este  opúsculo  hay  dos,  seguidas  de  traducción  cas- 
tellana: la  de  Sandoval,  en  sus  Fundaciones,  y  la  de  Fr.  Toribio  Minguella,  en  el 
libro  abajo  citado,  p.  213,  que  se  avalora  con  el  cotejo  de  dos  códices,  los  más  respetables. 

(2)  San  Millán  de  la  Cogolla,  libro  que  se  publicó  en  1883. 

(3)  España  sagrada,  tomo  L,  pág.  2  en  adelante,  y  folleto  posterior. 

(4)  Obra  citada,  pág.  223.  La  misma  forma  empleó,  en  el  siglo  Xii,  el  monje  Fer- 
nando, poco  alterada  en  «montis  CirceCii»  (Esp.  sagr.,  t.  L,  p.  366). 

(5)  Códice  miscAáneo  del  Archivo  histórico  nacional  (ms.  1007  B.),  f.  Ó9  v.  a  70: 
«Incipit  nomina  locorum  vel  cursu  ribulorum...  Flubius  Dorius  nascit  in  Dircetii  montis, 
et  defluit  in  occidontalcm  partem,  cadit  in  mare  oceanum,  currit  milia  CCCLX.» 

(ó)  Corpus  inscr.  lat.  II,  núm.  5809.  —  Bol.  de  la  Acad.  de  la  Historia, 
t.  III,  p.  131,  y  t.  IV,  p.  1 1. 

(7)  Additamenta  nova  ad  Corporis  vol.   II,  núm.  293. 

(8)  Suscripción  del  cod.  Emilianensc  núm.  25,  en  la  Academia  de  la  Historia,  fecha- 
do en  946:  «Gomesani  abbati  sancto  Emiliano  Dircetii  monesterii».  —  En  un  diploma  de 
Albelda  de  gSo  figura  como  confirmante:  «Stephanus  Dercensis  abas  de  sancto  Emiliano» 
(Yepes:  Corónica,  l.  V,  f.  436  v.). 

—  289  - 

37 


CASTILLA 

Las  otras  concordancias  topográficas,  sobre  esta  base,  no  entrañan  dificul- 
tad: Vergegio  será  Berceo,  distante  un  kilómetro  de  la  CogoUa  tan  sólo,  y 
el  «Castellum  Bilibium»,  donde  Félix  habitaba,  es  hoy  la  peña  de  Bilibio, 
a  cuyo  pie  se  desliza  el  Ebro  al  entrar  en  la  Rioja.  Queda  sin  explicar 
cómo  el  pueblo  del  santo  caía  en  la  diócesis  de  Tarazona;  pero,  ignorán- 
dose sus  linderos,  falta  base  para  discutir  sobre  ello. 

No  consta  si,  como  pasó  en  Montes,  respecto  de  Fructuoso,  el  ejemplo 
de  Emiliano  tendría  imitadores,  que  organizasen  vida  monástica  en  aquel 
mismo  paraje  antes  de  la  invasión  musulmana.  Una  basílica  sí  hubo  de- 
dicada al  santo,  donde  los  milagros  hechos  en  su  nombre  atraían  alas  tur- 
bas, según  el  caluroso  epígrafe  compuesto  en  verso  por  Eugenio,  el  gran 
poeta  toledano;  mas  nada  sabemos  respecto  del  lugar  donde  existiera  (i). 
Ni  aun  consta  la  residencia  de  monjes  en  la  CogoUa  bajo  el  dominio  mu- 
sulmán, y  antes  de  conquistar  los  navarros  la  Rioja,  no  obstante  resultar 
ello  verosímil  para  los  otros  monasterios  próximos  de  Monte  Laturce  y  Al- 
belda. La  vida  del  de  San  Millán  solamente  se  acredita  como  consecuencia 
de  la  toma  de  Nájera,  en  923,  por  Sancho  Abarca,  rey  que  es  mencionado 
como  primer  bienhechor  del  monasterio  (2);  pero  los  diplomas  conocidos 
no  alcanzan  sino  a  García  Sánchez,  su  hijo,  en  dos  grupos,  según  aluden 
a  Tuta,  la  madre,  o  a  Tarasia,  esposa  de  dicho  rey.  En  cuanto  a  fechas, 
los  unos  serán  de  927  á  929  y  los  otros  de  930  á  946.  Son  donaciones  de 
varios  monasterios  a  San  Millán,  de  vacarizas,  ermitas,  la  dehesa  limítrofe 
y,  por  último,  vilas  próximas  a  Nájera.  Siguen  confirmaciones  y  dádivas 
de  Sancho  Garcés  y  García,  el  Trépido;  luego,  una  restauración  por  San- 
cho, el  Mayor;  esplendores  bajo  García,  el  de  Peñalén,  su  hijo,  y  decaden- 
cia sucesiva.  No  fueron  solos  en  tributar  homenaje  a  Emiliano  los  reyes 
de  Pamplona,  sino  que  también  constan  donaciones  por  Fernán  González, 


(1)  Wollmer:  Carmina  Eugeni  toletani  episcopi,  p.  241. 

(2)  Diploma  confirmatorio  de  la  dehesa  del  monasterio  por  Sancho  el  Mayor,  en  1010. 
Se  conservan  dos  libros  becerros  de  la  Cogolla:  el  uno,  muy  antiguo,  de  letra  toledana,  y 
el  otro  de  letra  francesa.  Ambos  los  alega  repetidas  veces  el  P.  Minguella;  mas  el  primero, 
sobre  todo,  célase  hoy  al  estudio  de  los  eruditos.  Por  mi  parte  no  he  podido  disponer  sino 
de  extractos  incompletos  y  poco  escrupulosos,  que  posee  la  Biblioteca  nacional;  manus- 
critos números  712  y  897. 

—  290  — 


LA  CüGOLLA 

en  (J47  y  960,  y  por  un  rey  Ordoño.  Verdaderamente,  la  devoción  al  santo 
arraigó  sobre  todo  en  (^astilla,  de  suerte  que  los  reyes  navarros  considera- 
ron preciso  conceder  inmunidad  a  los  pei'e^rinos  castellanos  que  iban  a  la 
CogoUa  en  tiempos  de  guerra  (1). 

Contra  lo  arriba  expuesto  exhíbense  testimonios  remotos  de  la  existen- 
cia del  monasterio,  consignados  en  sus  códices,  que  hoy  guarda  la  Acade- 
mia de  la  Historia,  donde  se  contienen  a  lo  menos  ocho  fechas,  escalonadas 
entre  621  y  906,  nombres  de  un  «comes  Rusconum»,  de  abades  y  aun  la 
serie  completa  de  ellos  a  partir  de  san  Millán;  pero  todo  es  absolutamente 
apócrifo,  según  el  mero  estudio  de  su  paleografía  delata  (2),  como  también 
la  célebre  piedra  ochavada,  «descubierta»,  es  decir,  hecha  en  1601,  y  fruto 
de  la  torpísima  indiscreción  de  algún  monje  que,  por  estos  medios,  y,  ade- 
más, raspando  unas  cosas  v  corrigiendo  otras,  en  diplomas  y  libros,  creyó 
asegurar  las  glorias  del  monasterio,  contrariadas  a  fines  del  siglo  XVI  por 
los  aragoneses  (3).  Otra  etapa  de  fraudes  hubo  allí  mismo  en  el  siglo  XII, 
que  produjo  la  introducción  de  diplomas  falsos  en  el  libro  becerro,  sobre 
todo  el  famoso  de  los  votos  de  san  Millán  y  otros  varios,  encaminados  a 
dotar  de  riqueza  y  exenciones  la  casa  (4).  Bien  notorio  resulta,  efectiva- 

(i)  Carta  del  rey  Sancho  de  Navarra,  de  1068,  publicada  en  romance  por  Yepes:  Ce- 
rón ica,  t.  1,  f.  266  V. 

(2)  España  sagrada;  t.  XX.X1I1,  p.  171,  sobre  testimonio  de  otro  monje,  archi- 
vero posterior  del  monasterio  mismo,  que  deploraba  el  caso. 

(3)  La  piedra  ochavada  existe,  patentizando  con  sus  adornos  que  precisamente  data 
del  tiempo  en  que  se  la  publicó,  y  los  designios  transparéntanse  demasiado  en  el  acta  que 
publicó  Sandoval;  además,  como  éste  no  alega  ninguno  de  los  datos  apócrifos  conteni- 
dos en  los  códices,  parece  verosímil  que  se  confeccionasen  algo  después,  cerca  del  mismcs 
año  1 60 1. 

(4)  A  más  del  de  los  Votos  (índice  de  los  documentos...  de  la  Acad.  de  la  Historia; 
l.  I,  ps.  233  y  410.  España  Sagrada;  t.  L,  p.  376),  corresponden  a  esta  serie  un  diploma 
de  929,  confeccionado  sobre  otro  auténtico  del  rey  García  registrado  en  el  becerro  primi- 
tivo, bastando  el  cotejo  de  ambos  para  certificarse  de  la  falsedad,  y  otro  de  1030,  a  nombre 
de  Sancho  «rex  Hispaniarum»,  que  ambos  constan  en  un  mismo  pergamino,  con  letra 
francesa  del  siglo  XII  (Bol.  de  la  Acad.  de  la  Historia;  t.  XXIV,  p.  239).  Análogo  al  último 
y  falso  igualmente  podrá  ser  el  otro  diploma,  alegado  en  pleito  eclesiástico  de  1245,  que  pu- 
blicó Yepes  (Corónica,  t.  I,  escr.  xxii),  y  también  se  consigna  en  el  ms.  n.°  712,  f.  11, 
arriba  mencionado,  y  en  un  papel  del  Archivo  histórico  nacional. 

—  291    — 


CASTILLA 

mente,  que  si  nuestra  literatura  histíSrica  se  mantuvo  limpia  de  tachas  en 
este  período  mozárabe,  como  en  los  anteriores,  después  el  afán  de  grande- 
zas trajo  acá  todo  el  bagaje  de  amaños,  fantasías  y  sugestiones  bárbaras, 
cultivado  en  otros  países  de  antiguo,  y  es  uno  de  los  síntomas  que  caracte- 
rizan nuestro  período  románico. 

Los  datos  que  pudieran  acreditar  algo  de  mozarabismo  en  los  orígenes 
del  monasterio,  es  natural  que  hayan  desaparecido,  caso  de  haberlos,  por- 
que una  de  las  glorias  cotizadas  allí  en  el  siglo  XVII  fué  la  de  que  nunca 
hubieran  pisado  moros  aquel  suelo.  Ello  es  que  las  aclaraciones  y  glosas 
árabes,  frecuentes  en  códices  de  este  período,  faltan  en  los  de  San  Millán, 
aunque  a  fuerza  de  raspaduras  pudieron  eliminarse,  excepto  una  palabra 
escrita  en  árabe,  muy  bien,  pero  ininteligible  (i),  y  precedida  de  esta  frase 
latina:  «qui  legis  ora  pro  nobis».  Disimulado  ello  dentro  del  texto  pudo 
salvarse  de  expurgadores,  acreditándose  de  coetáneo  respecto  del  códice 
mismo,  que  es  la  célebre  Biblia  gótica  de  San  Millán  (2),  obra  del  siglo  X, 
y  no  anterior  como  sus  falsas  apostillas  quisieron  hacer  valedero.  Tam- 
bién figura  un  diácono  con  nombre  árabe,  Moterrafe,  escribiendo  cierto 
libro  de  la  CogoUa,  fechado  en  977  (3).  Añádase  que  el  tipo  artístico  de  los 
códices  emilianenses  más  antiguos  es  en  absoluto  mozárabe,  ni  podía  ser 
menos,  dado  que  la  gran  cultura  obtenida  en  la  CogoUa  durante  el  siglo  X 
tenía  que  sustraerse  al  ambiente  guerrero  e  incivil  de  navarros  y  caste- 
llanos. • 

En  Albelda  formaron  el  cenobio  primitivo  cuevas  abiertas  en  la  roca, 
probablemente  bajo  el  señorío  de  los  reyes  moros  de  Zaragoza.  Quizá  en  la 
CogoUa  sucedió  algo  parecido,  supuesto  que  la  existencia  de  ermitaños 
allí,  antes  de  la  conquista  navarra,  parece  inferirse  por  una  carta  real 
de  929,  concediendo  al  monasterio  de  San  Millán  cinco  ermitas  vecinas, 
cuyo  nombre  colectivo  de  «celia  Alfoheta»  parece  árabe  (4).  Varias  cartas, 


(1)  Podría  leerse  Axbaxnar,  pero  va  escrita  sin  vocales. 

(2)  Cód.  n.°  20  de  la  Academia  de  la  Historia;  al  f.  70. 

(3)  Cód.  n.°  29  de  la  misma. 

(4)  «Concedimus  ct  confirmamus  vobis  quinqué  heremitas  ibi  vicinas  (ad  sanctum 
Emilianum)  id  est  sancti  Martini  sánete  Marie  et  Sebastiani  et  sancti  loannis  et  sánete  Ma- 
rie  qui  vulgo  dicunt  celia  Alfoheta  cum  exitis».  Bib.  nac,  ms.  897,  f.  139. 

—  292  — 


LA  COGULLA 

desde  927,  aluden  al  <iatr¡uni  sancti  Emiliani»  y  al  cuerpo  del  santo,  que 
yacía  bajo  de  un  altar  (i),  y  otra  cláusula  de  íj2(}  justifica  la  confirmación 
de  sus  bienes  «in  devotione  et  sacratione  basilice  regentem»  (2). 

Más  explícita  memoria  tenemos  de  una  dedicación  de  la  iglesia  de 
San  Millán  en  984,  presentes  los  reyes  de  Pamplona  Sancho  y  Urraca,  se- 
gún dos  diplomas  dignos  de  crédito  (3).  Y  nótese  que,  al  calificarse  de  «su- 
perior» la  iglesia  terminada,  presupone  haber  ya  entonces  otra  iglesia  en 
bajo,  únifo  indicio  que  de  ello  se  nos  alcanza  en  el  siglo  X;  pero,  como 
antes  aludióse  a  una  consagración  de  la  basílica  de  San  Millán  en  929, 
puede  creerse  que  ella  estaría  en  el  lugar  de  Yuso,  siendo  quizá  la  primi- 
tiva. El  edificio  superior  o  iglesia  de  Suso,  como  se  la  llama,  verosímil- 
mente ocupa  el  lugar  de  la  ermita  donde  san  Millán  habitaba  y  donde  re- 

(i)  Donación  de  las  vilas  de  Locrunio  y  Assa:  «patroni  nostri  Emiliani  sanctissimi 
sublimius  ac  reverentius  venerari  altarlo  ubi  corpus  cius  sacra  cum  veneratione  tumula- 
tum  quiescit  necnon  et  sanctorum  sanctarumque  ibidem  recondite  noscuntur  reliquie 
sanctis  scilicet  sánete  Marie  scmper  virginis  et  genitricis  Domini  nostri  lesu  Christi  et 
sancti  Michaelis  archangeli  et  sanctorum  apostolorum  Petri  et  Pauli  et  sancti  Andree  apos- 
toli...  Facta  carta  offertionis  et  confirmationis  sub  era  ter  terna  centena  sex  dena  et  viii  (?)». 
B.  N.,  ms.  897,  f.  143. 

(2)     Id.  id.,  f.  139:  «Confirmatio  generalis  ad  sanctum  Emilianum». 

Í3)  «De  confirmatione  villa  Gonzalvo  et  Cordovin  et  luniz Facta  carta  confirma- 
tionis era  M  •  XX  •  secunda  in  die  dedicationis  ecclesie  sancti  Emiliani»...  Id.,  f.  145.  — 
«De  confirmatione  omnium  villarum  sancti  Emiliani:  Sub  nomine  sánete  individué  Trini- 
tatis,  hec  est  pagina  confirmationis  quam  fieri  iussi  ego  Sancio  rex  una  cum  Urraca  regina 
in  honore  sancti  Emiliani  presbiteri  et  confessoris  Christi.  Ita  confirmamus  vobis  abbati 
Sisebuto  ceterisque  servis  Dei  in  arcisterio  sancti  Emiliani  Domino  ministrantibus  villas 
quas  párenles  mei  ob  remedium  animarum  suarum  antecessoribus  vestris  et  potius  beatis- 
simo  Emiliano  devotissime  concesserunt  tali  tenore  ut  omni  anno  tribus  vicibus  exceptis 
creberrimis  orationibus  specialiter  pro  remedio  animarum  nostrarum  fiat  commemoratio 
missarum  psalmorum  clamorum  nostrorum  apud  Deum,  et  obtentu  precum  vestrarum  ve- 
niam  consequi  mereamur  noxarum  nostrarum.  Facta  carta  confirmationis  in  era  mxxii  in 
die  dedicationis  ecclesie  superioris  sancti  Emiliani.  Ego  igitur  Sancius  conf.  ínclita  domna 
Urraca  conf.  Ranimirus  prefati  regís  germanus  conf.  Domna  Urraca  clusdem  regís  germa- 
na conf.  Garsea  ipsius  regís  filius  conf.  Sancius  Lupiz  prior  In  omni  imperla  curie  rega- 
lis  conf.  Orlolus  episcopus  conf.  Benedictus  eplscopus  conf.  lulianus  episcopus  conf.  Mar- 
cellus  abba  conf.  Fortunius  Galindonis  dux  conf.  Fortunlo  Garseanis  conf.  Slsebutus  abba 
sancti  Emiliani  exaravll».  Id.,  f.  14Ó  v. 

—   293   — 


CASTILLA 

cibió  sepultura  su  cuerpo.  En  el  siglo  XII  manteníase  vivo  el  recuerdo  de 
que  esta  iglesia  misma  la  quemó  Almanzor  (i),  contra  las  modernas  pre- 
tensiones de  la  casa,  y,  efectivamente,  un  relato  de  la  última  campaña 
dirigida  pur  el  terrible  caudillo,  en  1002,  pone  como  términos  de  ella  El 
Cenobio  —  Aldeire  —  y  Canillas,  que  pueden  reducirse  muy  bien  a  San 
Millán,  como  Dozy  adujo  sagazmente  (2),  y  a  un  lugarejo  situado  al  paso, 
dos  leguas  hacia  norte  (3). 

Este  desastre,  comprobado  todavía  en  el  edificio  mismo,  justifica  el 
que  carezcamos  de  fechas  para  el  escritorio  y  colección  diplomática  de  la 
Cogolla  después  de  997  (4),  reanudándose  en  loio,  bajo  el  mismo  abad 
Ferrucio  y  rey  Sancho,  el  Mayor  (5).  Entonces  había  caído  ya  el  antiguo 
nombre  de  monasterio  Dercensis,  llamándose  de  Vergegio  (6),  apelaciones 
eruditamente  impuestas  sobre  el  relato  brauliano  quizá,  sin  que  la  denomi- 
nación de  Cugolla,  en  latín  Cuculla,  se  registre  antes  de  1180,  aplicada 
primero  a  uno  de  los  picos  que  dominan  aquel  valle,  según  parece  abo- 


(i)  «Antequam  hopnino  ex  tolo  ab  animis  labatur  huic  operi  inserendum  videlur, 
qualiter  Almazor  rex  maurorum,  tempere  Ferrucii  abbatis  (lo  fué  de  993  a  1014),  combusit 
monesterium  sancti  Emiliani  superioris,  cuius  dilapidationis  vestigia  parent  usque  odie  in 
fracta  capitella,  que  manent  in  fronte  altarium  ecclesie».  Códice  n.°  23  de  la  Academia  de  la 
Historia,  f.  39,  en  anotaciones  de  mano  de  Fernando,  monje  de  la  Cogolla,  intercaladas  en 
su  opúsculo  sobre  los  milagros  de  san  Millán,  que  publicó  La  Fuente  (  España  sagrada, 
t.  L,  p.  374),  pero  incompleto  y  tomándolo  de  otro  ejemplar  (cód.  n."  10),  que  presenta  una 
redacción  posterior,  más  atildada,  pero  desmereciendo  en  cuanto  a  espontaneidad  y  lisura. 

(2)  Recherches...,  3.'  edición,  t.  1,  p.  193. 

(3)  La  transcripción  de  la  forma  árabe  Canalex  por  Canillas  abónase  con  ejemplos 
geográficos  de  la  región  granadina.  Dozy  redujo  esta  localidad  a  Canales  de  la  Sierra,  pue- 
blo al  cabo  de  un  valle  próximo,  junto  al  nacimiento  del  río  Najarilla,  en  localidad  frago- 
sísima, insignificante  y  que  no  es  camino  sino  para  perderse  en  la  sierra. 

(4)  El  códice  conciliar,  llamado  Emilianense,  fué  terminado  en  994.  Otro  de  Silos, 
guardando  conformidad  con  los  de  la  Cogolla,  va  fechado  en  1009. 

(5)  Este  primer  diploma,  confirmación  de  licencia  sobre  pastos,  consta  en  el  suso- 
dicho ms.  n.°  897,  f.  1 52. 

(6)  «Atrium  sancti  Emiliani  presbiteri  qui  est  monasterio  in  Eergegio»,  según  dona- 
ción de  952  (Llórente:  Provincias  vascongadas;  t.  III,  p.  328).  Además,  el  monasterio 
«sancti  Emiliani  de  Vergegio»  consta  entre  los  destruidos  que  restauró  Sancho  el  Mayor, 
según  diploma  de  1027.  (Id.  id.,  p.  366),  y  en  escritura  de  Cárdena  de  1059. 

—  294  — 


I.A  COGOLLA 

nar  su  etimología  de  «ccumbre  picuda^*  (i),  y  luego  al  cenobio  mismo  (2). 
Hasta  entonces  parece  que  no  se  habla  tocado  a  la  sepultura  del  santo, 
que  yacía  en  el  suelo,  debajo  de  un  altar,  como  los  diplomas  del  siglo  X 
acreditan;  pero  en  1030  eleváronse  las  reliquias  sobre  el  altar  mismo, 
solemnemente,  puestas  dentro  de  una  arca  de  plata  (3),  con  lo  que,  según 
dicen,  crcci(')  hi  devoción  popular.  Llegado  el  año  1053,  cuéntase,  ade- 
más, que  García  Sánchez,  habiendo  fundado  la  iglesia  de  Santa  María  de 
Nájera,  trató  de  enriquecerla  con  el  cuerpo  de  san  Millán  y  subió  por  él  a 
la  iglesia  de  Suso:  mas  un  prodigio  hizo  detenerse  al  pie  del  valle  a  la 
comitiva,  depositar  las  reliquias  en  la  enfermería  del  monasterio,  que  es- 
taba en  el  lugar  de  Yuso,  y  promover  allí  la  construcción  de  otra  iglesia, 
donde  fuesen  veneradas  dignamente.  Concluyóse  la  obra  en  1067,  y  hacia 
1076  otra  arca  riquísima,  enchapada  de  oro,  con  cinceladuras,  pedrería  y 
marfiles  esculpidos,  sustituyó  a  la  de  plata  (4).  Finalmente,  hay  noticia  de 
otra  consagración,  en  1137  y  presente  el  Emperador,  según  diploma  des- 
conocido (5);  más  todos  los  edificios  medievales  de  Yuso  desaparecieron 
renovados  en  el  siglo  XVI. 


(i)  Diploma  real  de  1180,  copiado  en  el  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional,  nú- 
mero 712,  f.  25  V.  Alusión  en  Yepes:  Corónica;  t.  I,  f.  373. 

(2)  Regístrase  el  monasterio  «sancti  Emiliani  de  la  Cuculla»  desde  1 192,  en  diplomas 
de  Alfonso  VIII,  que  conserva  el  Archivo  histórico  nacional;  núms,  10  y  11. 

(3)  Diplomas  sospechosos,  a  lo  menos  con  esta  fecha,  citados  arriba,  y  relato  del  monje 
Fernando,  basado  en  los  mismos,  al  parecer  (España  sagrada;  t.  L,  p.  365),  donde 
constan,  además,  los  sucesos  posteriores.  Fechas  escuetamente  consignadas  en  el  códice  de  la 
Academia,  n."  39,  f.  2  v.  Carta  real  de  1053,  publicada  por  Yepes  (Corónica;  t.  I,  n."  .\xiii). 

(4)  Su  descripción,  amplísima  y  de  gran  valor,  la  hizo  Sandoval  en  sus  Funda- 
ciones. Hoy  existe  solamente  una  parte  de  sus  marfiles  y  piedras,  puestos  en  arca  mo- 
derna; lo  demás  pereció  cuando  la  francesada.  La  fecha  que  se  le  viene  asignando,  1030,  es 
errónea,  y  asimismo  su  atribución  a  un  Aparicio;  mas  el  nombre  de  los  autores  constaba 
claramente  en  uno  de  los  marfiles  perdidos,  con  retratos  y  letrero,  en  el  que  podía  leerse: 

«Enel rmagis]tro  et  Rodolpho  filio.»  Sobre  fotografías  tan  sólo  y  no  aludiendo  a  dicho 

libro,  estudió  el  señor  Sentenach  los  relieves  principales  de  esta  arca  y  de  la  de  san  Féli.x, 
sin  distinguirlas  tampoco.  (Bol.  de  la  Soc.  española  de  Excursiones,  t.  XVI). 

(5)  Referencias  a  una  carta  de  Alfonso  Vil,  donando  a  San  Millán  la  vila  de  Ma- 
driz,  fechada  en  2  de  noviembre  de  1137  en  el  monasterio  mismo,  a  donde  el  rey  fué,  con 
varios  obispos,  a  la  consagración  de  su  iglesia  (Biblioteca  nacional;  ms.  5790;  fs.  98  y  102). 

—  295  — 


CASTILLA 


Respecto  de  la  iglesia  de  Suso,  creíase  axiomático,  según  tradición 
monacal  de  los  últimos  siglos,  que  ella  era  el  oratorio  mismo  edificado  por 
san  Millán,  y  asi  vino  admitiéndose  por  tratadistas  de  arte,  salvo  aquellos 
más  remisos  que  definían  como  árabe  todo  arco  de  herradura.  Hoy,  cono- 
cida mejor  la  historia  del  monasterio,  el  visigotismo  de  su  iglesia  es,  desde 
luego,  poco  verosímil,  y  aun  se  impone  absolutamente  negarlo,  una  vez 
examinados  sus  caracteres  artísticos.  La  realidad  corresponde,  según  todas 
las  apariencias,  a  un  edificio  de  tipo  mozárabe  y  del  siglo  X  avanzado. 

San  Millán  de  Suso  álzase  a  media  ladera,  en  la  solana  de  un  empi- 
nado valle,  cubierto  de  encinas,  a  vista  del  monasterio  de  Yuso  y  pocos 
centenares  de  metros  más  arriba  (i).  Forma  un  conjunto  de  construccio- 
nes vulgares,  del  que  sobresalen  escasamente  las  cumbres  de  su  iglesia,  con 
una  ridicula  torrecilla  (Lám.  CXII),  y  cuyo  revoco  reciente  le  ha  robado 
el  escaso  matiz  de  vejez  y  monumentalidad  que  antes  acusara.  Por  dentro, 
la  impresión  sigue  siendo  desfavorable  (Láms.  CXIII  y  CXIV),  en  térmi- 
nos de  que  sólo  a  fuerza  de  abstracciones  lógrase  reconocer  allí  algo  de 
valor,  algo  emocionante,  fuera  del  paisaje,  que  éste  sí  vale  y  mantiene  la 
prez  de  las  tradiciones  emilianenses.  En  recientes  obras  de  reparación  ha 
podido  omitirse  cal  en  la  iglesia,  deshacerse  algunas  partes  desfavorables 
y  sin  arte,  como  sus  bóvedas  tabicadas  del  siglo  XVIII,  que  encubren  los 
altos  del  edificio,  y  explorar  algo  de  lo  encubierto  y  maltrecho;  pero  se 
malogró  la  ocasión,  reduciéndose  lo  bueno  a  descubrir  dos  capiteles  inte- 
resantísimos. Gracias,  con  todo,  a  la  escasez  de  medios  y  a  no  terciarse  re- 
miendos eruditos,  el  edificio  se  conserva  con  todos  los  estragos  que  el 
incendio  de  Almanzor  provocara,  según  el  monje  Fernando  los  observó  en 
el  siglo  XII,  y  en  disposición  de  poderse  estudiar  sin  mixtificaciones. 

Una  tajadura  de  la  roca,  donde  hay  abiertas  varias  cuevas,  y  un 
manantial  que  por  allí  derrama  su  agua,  juntamente  con  la  fertilidad  del 


(i)  La  estación  de  ferrocarril  menos  distante  es  la  de  Haro,  a  32  kilómetros  de  la  Co- 
golla,  y  allí  es  fácil  alquilar  coche,  pudiéndose  ir  y  volver  dentro  de  un  día.  También  puede 
irse  desde  Nájera  y  desde  Santo  Domingo  de  la  Calzada,  localidades  que  tienen  servicio 
regular  de  coches  desde  Haro.  El  alojamiento  en  la  Cogolla  y  aun  en  Santo  Domingo  ape- 
nas pueden  recomendarse. 

—  296  — 


LA  COGULLA 

terreno,  razonan  la  elección  de  sitio  para  viviendas  en  el  lugar  de  Suso. 
Primero,  las  cuevas  servirían  de  habitación;  a  ellas  irían  arrimándose 
construcciones  suplementarias,  y  en  especial  un  edificio  para  iglesia,  y  así 
quedó  hecho  monasterio;  los  de  San  Pedro  de  Rocas  y  San  Juan  de  la  Peña 
ofrecen  disposición  análoga. 

Como  esta  última  iglesia,  la  de  Suso  es  de  dos  naves,  con  sus  corres- 
pondientes capillas  a  la  cabecera  (Figs.  1G4  a  166):  mas  hay  razones  para 
creer  que  no  fué  tal  su  aspecto  primitivo.  En  efecto,  dichas  capillas  for- 
man un  cuerpo  de  edificio  que  entesta  con  la  cortadura  del  terreno,  sobre- 
pujándola V  descollando  sobre  las  otras  construcciones.  Por  dentro  se  divide 
en  dos  tramos  iguales  y  cuadrados,  con  sus  respectivas  bóvedas  a  grande 
altura;  un  arco  media  entre  ellos,  otro  se  abre  hacia  una  de  las  cuevas  su- 
sodichas v  dos  más  hacia  las  actuales  naves,  todos  ellos  de  herradura:  pero 
los  últimos  no  son  iguales  entre  sí.  viéndose  el  uno  sobre  parejas  de  co- 
lumnas, V  descentrado  v  mal  hecho  el  del  tramo  próximo  a  la  gruta. 

Si  este  último  arco  se  considera  posterior  y  adventicio,  lo  demás  tiene 
disposición  de  iglesia  por  sí.  valiéndole  de  capilla  la  cueva,  que  pudo  ser 
el  oratorio  primitivo.  Aunque  parezca  pequeña —  12  por  3.70  metros — , 
no  lo  es  mucho  para  aquellos  tiempos,  llevando  bóvedas,  y  además  su  ga- 
lana construcción  compensa  para  ennoblecerla.  Solamente  su  orienta- 
ción, hacia  norte  casi,  va  contra  rito,  pero  justifícase  como  impuesta  por 
la  topografía  natural  y  con  ejemplos  similares  en  las  otras  dos  iglesias 
citadas  de  la  Peña  y  Rocas.  Por  contra,  su  disposición  de  ahora,  formando 
capillas  gemelas  al  extremo  de  dos  naves,  peca  de  insólita  por  varias  razo- 
nes, como  son:  la  desigualdad  de  arcos  y  descentramiento  de  uno  de  ellos; 
el  gran  arco  medianero  entre  ambas,  no  visto  jamás,  que  yo  recuerde,  en 
capillas  antiguas:  su  elevación  grandísima,  superando  a  las  naves,  y  su 
traza  entera,  en  planta  y  cubiertas,  reñida  con  lo  usual  en  iglesias  de  este 
período;  faltar  ventanas  en  el  testero,  pues  aunque  hay  una  pequeña,  cae 
tan  alta  que  no  podía  llenar  la  prescripción  de  rúbrica,  y,  finalmente,  no 
justificarse  por  duplicidad  de  advocación,  como  sucede  en  la  Peña,  el  caso 
de  naves  gemelas.  Por  consecuencia,  creo  verosímil  que  dicha  parte,  y 
sólo  ella,  constituyó  la  iglesia  del  monasterio  antes  de  alcanzar  éste  su  re- 
forma en  el  siglo  XI. 

Con  ello  no  estaba,  sin  embargo,  completa  la  iglesia:  Sus  dos  naves 

—  297  — 
38 


CASTILLA 


—   298   — 


LA  COGULLA 


É 


actuales  se  quiebran  cerca 
del  promedio,  en  razón  del 
ángulo  que  la  peña  forma, 
sirviendo  de  muro  a  lo 
largo  del  costado  izquier- 
do. Bien  se  conoce  que  di- 
cha quiebra  limita  dos  tra- 
mos de  construcción  di- 
versos, y  que  el  de  hacia 
los  pies  fué  agregación  pos- 
terior, con  intento,  delibe- 
rado ya,  de  formar  las  dos 
naves.  El  tramo  primero 
desarrolla  a  lo  largo  una 
arquería  de  tres  vanos  en 
curva  de  herradura,  sobre 

o. 

^  columnas  robustas,  y  en- 
«  cima  se  abre  otra  fila  de 
§     seis     arquillos,     la     que 

y, 

^  mencionó  Sandoval,  visi- 
2  ble  únicamente  hoy  desde 
encima  de  las  interpuestas 
¿  bóvedas.  Nótese  que  el 
Oí)  arco  bajo  de  en  medio  es 
más  ancho  y  alto  que  los 
laterales,  resultando  con 
simetría  de  pórtico,  antes 
bien  que  de  arquería  divi- 
soria entre  naves,  y  éstas 
mismas  tienen  anchura 
muy  desigual,  haciendo 
todo  creíble  que,  efectiva- 
mente, la  nave  de  a  mano 
derecha  o  meridional  fuese 
pórtico,    y    que    la    otra 


—  299  — 


CASTILLA 


quedase  al  descubierto,  con  la  peña  en  el  fondo  y  allí  dos  de  las  grutas: 
la  que,  al  parecer,  contuvo  el  cuerpo  de  san  iMillán,  recordándolo  así 
ahora  un  antiguo  cenotafio,  y  otra,  menor  y  doble,  donde  suponen  que 
el  santo  se  recluía  durante  las  cuaresmas  (i).  Así  quedaba  constituida  una 
especie  de  atrio  o  claustro,  con  puerta  exterior  en  el  muro  de  sur,  for- 
mando arco  de  herradura  sobre  parejas  de  columnas,  y  en  comunicación 
con  la  iglesia  por  el  otro  arco  susodicho,  que  también  las  lleva  (Lámi- 
na CXI  11).  Más  razones  apuyan,  al  parecer,  esta  solución,  especialmente 
la  imposibilidad  de  que,  \endu  cubiertas  ambas  naves,  dejase  de  cortar 
su  armadura  el  tejaroz  de  las  capillas  que,  sin  embargo,  existió  completo 
por  aquel  lado,  y  subir  el  muro  de  la  derecha  —  descabezado  como  está  — 
casi  tanto  como  el  medianero  de  los  arcos,  cuando  lo  natural  era  dejarlo 
mucho  más  bajo  para  tender  encima  faldones  de  armadura  con  la  pen- 
diente necesaria.  Si  a  ello  se  agregan  la  desigualdad  de  naves,  falta  de 
muro  antiguo  sobre   la   peña,  dificultades   para   echar  afuera   las  aguas 

de  lluvia  que  ella  re- 
coge, simetría  espe- 
cial de  los  arcos  del 
supuesto  pórtico,  dis- 
paridad de  los  torales 
y  anomalías  en  las 
capillas,  tendremos 
indicios  más  que  su- 
ficientes en  favor  de 
la  solución  propuesta 
(Fig.  167). 

Revocada  entera- 
mente por  dentro  la 
iglesia,  para  disimu- 

Fig.  1Ó7.  S.  Millán  de  Suso:  planta  primitiva  restituida  lar    quízá  loS  eStragOS 


(i)  Más  a  la  izquierda  y  en  alto  hay  entrada  para  otra  cueva  con  varios  senos  y  altar, 
a  la  que  van  ligadas  tradiciones  del  mismo  santo.  Plano  de  ella,  hecho  en  1757,  hay  en  el 
manuscrito  18387,  f.  347,  de  la  Biblioteca  nacional.  Al  e.xtremo  contrario,  tras  del  altar 
mayor,  está  la  capilla  de  Sta.  Áurea,  que  pudo  ser  también  cueva  primitivamente. 


300   — 


LA  COGOLLA 

del  incendio,  bien  ostensibles  desde  encima  de  las  bóvedas,  no  hay 
niedio  de  reconíjcer  el  despie/o  de  Kjs  arcus,  a  que  tan  iniptjrtantes  con- 
clusiones lleva  ordinariamente.  Por  fuera,  reconócese  aún,  en  parte,  el 
aparejo  de  muros  primitivo:  es  de  sillería  de  piedra  caliza  íina,  muy 
bien  labrada  y  con  diferencias  considerables  de  altura  sus  hiladas,  lo  que, 
sin  embargo,  y  en  las  partes  superiores  a  lo  menos,  depende  solamente  de 
la  colocación,  alternando  con  regularidad  una  de  22  a  25  centímetros  con 
otra  de  34  a  38,  formadas  estas  últimas  con  sillarejos  angostos,  pero  asen- 
tados de  cara  sobre  uno  de  sus  cantos  largos,  como  en  Celanova  y  Moroso 
vimos  y  como  fué  regla  en  los  aparejos  andaluces  durante  el  Califato.  Hi- 
ladas más  bajas  muestran  sillares  de  hasta  un  metro  por  64  centímetros  de 
haz,  y  a  veces  proceden  formando  quiebras  y  ondulaciones,  como  en  Mel- 
que.  El  mortero,  en  tendeles  finísimos,  es  de  yeso,  conforme  también  al 
uso  de  Andalucía.  En  el  muro  de  la  cabecera,  hacia  oriente,  a  gran  altura, 
distingüese  por  fuera  una  ventanilla  como  saetera,  de  64  por  1 5  centíme- 
tros, derramada  hacia  adentro  \-  única  primitiva,  ya  que  las  tres,  muy 
grandes,  de  hacia  sur  se  abrieron  con  posterioridad,  como  su  falta  de  din- 
tel acredita. 

Los  arcos  son  de  herradura,  con  amplitud,  generalmente,  de  dos  ter- 
cios de  circulo,  exactos,  que  es  la  medida  cordobesa  típica;  su  diámetro 
excede  al  hueco  de  entre  jambas,  y  las  impostas  siempre  forman  nácela, 
muv  amplia,  como  entre  moros  se  acostumbraba;  la  elevación  de  jambas 
suele  llegar  al  duplo  del  ancho  del  vano:  dos  arcos  tienen  parejas  de  co- 
lumnas adosadas,  como  en  la  Gran  mezquita  de  Córdoba,  y  los  del  pórtico 
se  apean  en  otras  columnas,  con  gruesos  y  despezados  fustes  y  sobre  rudos 
plintos.  Los  arquillos  de  encima  recuerdan  los  de  la  Gran  mezquita 
de  Damasco  y  otros  de  Jerusalén  y  de  El  Cairo;  no  tienen  más  finalidad 
que  aligerar  de  peso  el  edificio,  embelleciéndolo,  y  parecen  ser  de  medio 
punto,  llevando  recortada  su  arquivolta  en  solas  dos  piedras. 

De  capiteles  no  puede  juzgarse  ni  en  los  arcos  divisorios  ni  en  el 
toral  de  las  columnas,  pues  ya  el  monje  Fernando  declaró  que  estaban 
destruidos  por  el  fuego.  No  así  dos  del  arco  de  entrada,  sobre  su  jamba 
izquierda,  últimamente  descubiertos  (Lám.  CXVlll):  están  hechos  con 
caliza  fina,  como  todo  el  edificio,  y  son  de  tipo  corintio,  pero  con  singu- 
laridades de  estilo  que  solamente  les  acerca  a  los  cordobeses  de  tiempo  del 

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CASTILLA 


Califato,  y  más  aún  a  los  de  la  Aljafería  de  Zaragoza.  Efectivamente,  su 
traza  general,  tan  esbelta:  la  forma  de  sus  hojas;  el  poner  en  ellas  temas 
decorativos  libres,  de  tradición  bizantina,  y  el  corte  de  las  pequeñas  volu- 
tas, en  cuanto  pueden  reconocerse,  mutiladas  como  se  hallan,  son  carac- 
teres de  estirpe   andaluza,  con 
mediación,  tal  vez,  de  modelos 
'J.f,    zaragozanos;  pero  además  con- 
tienen rasgos  peculiares,  que  les 
asimilan  a  otras  piezas  decora- 
tivas mozárabes   de    las   arriba 
estudiadas,  como  son:  su  talla  de 
follajes,  rehundidos  entre  filetes 
salientes,  que  dan  la  ilusión  de 
un  grabado  en  hueco;  otros  ador- 
nos a  biseles,  de  repertorio  cris- 
tiano, a  saber:  la  rueda  helizoi- 
dal,  trenza  de  dos  ramales,  círcu- 
los combinados,  y,   finalmente, 
un  pez,  como  ballena,  que  pudo 
tener  debajo  una  figura  humana 
y   representar  a  Jonás,  siendo, 
en   tal  caso,    la    única  obra   de 
índole   figurativa   registrada  en 
lo  mozárabe;  pero  sus   mutila- 
ciones, tal  vez  por  los  soldados 
de    Almanzor,    dejan    el    punto 
dudoso  (Figs.  i68  y  169).   Los  fustes  carecen  de  collarino,  y  en   uno  de 
ellos  hay  grabada,  con  letras  del  siglo  X  o  del  XI,  la  palabra  lOHANE. 
El  alero  del  tejado,  correspondiente  a  las  capillas,  vuela  sobre  una 
cornisa  de  nácela  y  le  forman  modillones,  que  son  ejemplares  insignes 
de  arte  decorativo  (Lám.  CXVI).  Corresponden  al  tipo  cordobés,  con  lóbu- 
los en  curva  de  nácela,  como  los  leoneses,  pero  avanzando  mucho  menos 
y  robustecidos  por  delante  con  un  suplemento  angosto  y  calado,  que  da 
forma  cuadrangular  al  conjunto  (Lám.  CXVll  y  figs.   170  a  176).  En  los 
modillones  andaluces  del  Califato  suele  haber  una  faja  realzada,  en  el 


Fig.  168.  S.  Millán  de  Suso:  capitel  del  arco  de  entrada 


—    302 


LA  COGOLLA 

mismo  lu^ar  que  estíos  suplementos;  Cíjmo  \a  vimos  sobre  imitaciones 
leonesas;  pero  también  hay  ejemplares, —  T'ig.  129  —  en  la  ampliación  de 
la  Gran  mezquita  cordobesa  hecha  bajo  Almanzor,  con  suplemento  pro- 
minente (Fig.  177),  de  modo  que  la  derivación  directamente  califal  de  los 
modillones  de  la  (>op;olla  resulta 
comprobada,  y  este  mismo  tipo 
sobrevive  en  obras  de  carpinte- 
ría morisca  (l'^ig.  17H).  Desgra- 
ciadamente, los  estragos  del  in- 
cendio, que,  sobre  todo,  atacó 
la  parte  de  hacia  las  naves,  y  lo 
frágil  de  su  material  calizo  mo- 
tivaron que  uno  solo  de  estos 
modillones  se  conserve  íntegro; 
pero  bien  se  reconoce  que  la 
forma  y  decoración  de  dichos 
suplementos  variaba  de  uno  a 
otro,  tanto  como  el  adorno  de 
las  albanegas  o  triangulillos 
de  los  modillones  mismos.  Su 
repertorio  decorativo,  herma- 
nando con  los  capiteles,  respon- 
de a  tradición  goda,  como  en  la 
serie  leonesa:  trenzas  de  dos 
ramales,  meandros,  segmentos 
de  círculos,  rueda  helizoidal  de 

dos  tipos,  rosetas  con  seis  pétalos,  pentágono  estrellado,  etc..  todo  ello  a 
biseles  y  con  buen  arte.  Los  modillones  miden  48  centímetros  de  alto,  43  de 
ancho  y  20  de  grueso;  los  de  las  esquinas,  que  volarían  más.  están  des- 
trozados; las  metopas  son  casi  cuadradas  y  sus  cobijas  no  existen;  pero 
en  cambio  se  añadió  encima  otro  orden  de  canecillos  de  madera,  con  su 
tablazón  correspondiente,  salvando  así  los  deterioros  de  lo  primitivo. 

En  íntimo  enlace  con  el  alero  construyéronse  las  bóvedas  de  estas 
capillas,  en  forma  que,  sin  desbaratar  aquél,  no  pudieron  éstas  modificarse, 
y  sus  materiales  son  igualmente  piedra  caliza  blanquecina  y  yeso.  El  se- 


Fig.  1Ó9.  S.  Millán  de  Suso:  capitel  del  arco  de  entrada 


303    — 


CASTILLA 

ñor  Lampérez.  único  en  hablar  de  tales  bóvedas,  desconcertado  ante  la 
novedad  que  ellas  representan,  las  supuso  rehechas  siglos  después  y  bajo 
influjos  ogivales  arcaicos;  mas.  en  atenciim  a  lo  susodicho  y  apreciados  la 
antigüedad  y  carácter  del  alero,  impónese  dar  como  coetáneas  las  bóvedas, 
y  ello  sin  dificultad,  puesto  que  también  obedecen  a  una  evolución  espa- 
ñola \'  moruna,  perfectamente  reconocida. 

Trátase  (Lám.  CXV)  de  bóvedas  esquifadas  con  nervios  radiales, 
en  número  de  ocho,  arrancando  sobre  cornisas  de  nácela,   iguales  que  la 


A 


^IV 


V 


Fig.  170   '^.  Millán  de  Suso: 
.  modillón  del  alero,  por  ambas  haces 

del  exterior  y  a  nivel  con  ella 
probablemente:  los  nervios 
son    de   corte    cuadrangular. 


formando  arcos  de  medio  punto  sobre  las  diagonales  y  peraltados  los 
otros;  su  ancho  es  de  33  centímetros  y  sobresalen  unos  22  del  cuerpo  de  la 
bóveda,  no  sólo  por  debajo,  sino  también  por  el  trasdós,  haciendo  creer 
que  los  cascos  encajan  en  dichos  arcos  como  tableros  de  carpintería  engar- 
golados. Semejante  a  estas  bóvedas  no  conozco  sino  otra  en  lo  alto  de  la 
torre  nueva  de  San  Martin  de  Arévalo,  obra  morisca  no  posterior  a  la 
segunda  mitad  del  siglo  XII,  puesto  que  a  su  pie  arrimase  un  pórtico  de 
estilo  románico  aviles  el  más  puro.  Los  ejemplos  que  alega  el  Sr.  Lampé- 
rez en  favor  de  su  hipótesis  caen  demasiado  lejos,  porque  en  ellos  los 
arcos  van  aplicados  fuera  de  las  aristas,  al  promedio  de  cada  paño,  como 
lo  están  igualmente  en  la  torre  vieja  de  la  Catedral  de  Oviedo  y  crucero  de 
San  Martín  de  Segovia,  probablemente  obra  morisca  esta  última,  como 
lo  es  otra  bóveda,  esquifada  asimismo,  en  la  torre  vieja  de  la  susodicha 


—  304  — 


K^§S] 


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r¡  i\o:^ 


LA  COGOLI.A 

iglesia  de  San  Martin  de  Aré\alu,  donde  los  arcos  van  dispuestos  dia^o- 
nalinente,  cuniu  of^ivas,  acercándose  así  al  tipo  niás  complejo  de  su  veci- 
na. Sabemos,  además,  que  el  arte  calilal  andaluz  us(')  corrientemente  de 
bóvedas  sobre  arcos  cruzados,  con  admirable  variedad  de  soluciones;  que 
la  bóveda  esquifada  fué  niuy  suya,  como  acre- 
ditan ejemplares  cordobeses,  también  del  si- 
¿;lo  X,  y  que  en  su  aspecto  general,  estructura, 
molduraje,  etc.,  las  de  la  Cogolla  hermanan 
perfectamente  con  estas  otras,  de  suerte  que  n<j 
hay  dificultad  intrínseca  en  clasificarlas  dentro 
de  la  misma  serie,  dando  de  lado  a  semejanzas 
incompletas  con  obras  ogivales  nuestras,  que, 
en  parte  a  lo  menos,  pudieron  originarse  por 
virtud  de  intlujos  moriscos. 

Hechas  estas  observaciones,  apenas  ha}'  que 
insistir  sobre  el  carácter  del  edificio:  No  hay 
razón  técnica  ni  menos  histórica  para  mantener 
la  atribución  a  tiempos  godos.  Su  conformidad 
con  el  arte  del  Califato  da  un  grado  máximo 
de  mozarabismo,  dentro  de  la  zona  cristiana, 
como  obra  evidentemente  inspirada  en  lo  cor- 
dobés; y  aun  su  pórtico,  si  acertamos  llamán- 
dole así,  trae  vislumbres  orientales,  con  su  ar- 
quería superior,  sin  otro  ejemplo  en  España. 
Tocante  a  fecha,  la  de  su  dedicación  en  (184 
resulta  fidedigna,  desde  luego,  y  verosímil  para 
el  cuadro  de  caracteres  artísticos  observados. 
Indirectamente  favorecen  este  supuesto  las  ven- 
tajas que  ofrecía  tal  sitio  para  la  concentración 

de  monjes,  creyendo  ponerse  así  a  salvo  de  las  devastaciones  que  Alman- 
zor  realizaba  por  aquellos  años:  varios  códices  emilianenses,  y  en  especial 
el  de  Concilios,  escrito  de  962  a  994.  prueba  la  tranquilidad  con  que  se 
procedía  en  su  escritorio,  y  asimismo  ayudarían  a  la  prosperidad  de  la 
casa  repetidas  donaciones  de  vilas,  por  los  reyes  Sancho  y  García,  entre 
los  años  971  y  997, 

—  305  — 


Figs.  171  y  172. 
S.  Millán:  modillones 


39 


CASTILLA 


Fig.  173.  S.  Millán:  modillón  y  canecillo 


La   restauración   subsi- 
guiente del  monasterio,  bajo 
Sancho   el   Mayor,    trayendo 
consigo    una   gran    afluencia 
de  peregrinos,  pudo  motivar 
que  se  ampliase  hacia  ponien- 
te la  iglesia,  y  con  ello  trans- 
formarla en  dos  naves.  Ya  entonces  la  orden 
benedictina  de  Cluní  campeaba  en  Navarra, 
y  haría  sentir  su  influjo  sobre  los  monjes  del 
país,    estimulando  un   ideal  de   engrandeci- 
mientos,  popularidad   y  dominio,   antes    no 
conocido,  al  parecer.  En  arquitectura  sobre- 
vinieron   los   modelos   románicos,    pero    en 
localidades  como  esta  de  la  Cogoila,  tan  a 
trasmano,  sus  reglas  de  construir  es  verosímil 
que  no  llegasen  al  pronto  sino  muy  atenuadas 
y    bajo   envoltura   de   formas   tradicionales. 


Figs.  174  a  176.  S.  Millán  de  Suso:  modillones  de  las  capillas 


—    306    — 


LA  COGULLA 


Asi  es,  en  efecto:  el  tramo  de  naves  gemelas  añadido  fué  cubierto  con 
dos   b(')vedas  de  cañón,    y   sus   paredes   meridional   y  occidental   llevan 

cuatro  ventanas  de  arco 
semicircular  y  derramadas, 
promediando  hacia  adentro 
y  hacia  afuera,  cosa  no  vista 
jamás  en  el  período  anterior; 
su  aparejo  es  de  sillería  or- 
dinaria de  toba  caliza;  un 
estribo  muy  recio  contra- 
rresta el  empuje  de  la  arque- 
ría divisoria,  y  en  cambio 
falta  para  las  bóvedas,  a  lo 
que  se  deberá  tal  vez  su  des- 
trucción, no  quedando  sino 
los  arranques. 

Otro  cantar  son  dicha 
arquería  y  el  alero,  pues  ellos 
perseveran  apegados  a  la  tra- 
dición española:   dos  arcos, 

Fig.  177.  Córdoba:  repisas  de  la  fachada  oriental  de  la  Mezquita 

separando  las  naves,  forman 
continuación  a  los  del  antiguo  pórtico, 
siendo,  como  ellos,  de  herradura  sobre 
columnas;  pero  las  arquivoltas  parecen 
de  ladrillo;  su  desarrollo  es  menor,  no 
excediendo  sino  en  un  cuarto  del  radio  al 
semicírculo,  y  ábrense  menos  que  los 
respectivos  intercolumnios.  Sus  impos- 
tas córtanse  oblicuamente,  y  una  lleva 
grabados  trazos  en  zis-zas.  Las  colum- 
nas, compuestas  de  varias  piezas,  pare- 
cen aprovechadas,  a  juzgar  por  su  varie- 
dad de  collarinos:  las  adosadas  carecen  de 
basa  y  de  capitel,  y  la  exenta  de  en  medio  ^.       „  „.    .      ^  ^ 

-'  f  j  p,g    178.  Hino)osa  de  Duero: 

les   lleva   formando    bocelones  de    bárbara  canes  de  la  armadura  de  su  iglesia  vieja 


—  307 


CASTILLA 

estructura.  El  alero  meridional  iba  sobre  cornisa  de  nácela,  pero  no 
quedan  sino  dos  de  sus  modillones,  junto  al  ánf2;Ld(j  de  sur-oeste:  son  de 
arenisca  rojiza,  e  igualan  en  tamaño,  forma  y  decoración  a  los  de  la  cabe- 
cera, salvo  carecer  de  su  aleta  suplementaria,  y  las  metopas  o  tabicas 
medianeras  quedan  a  ras  del  muro,  probando  variación  de  principios  esté- 
ticos ¡respecto  de  la  cabecera  (Figs.  179  y  180).  Resulta,  pues,  lícito  dudar 
si  corresponderían  dichos  modillones  a  la  obra  más  antigua  o  si  en  el  siglo 


Figs.  170  y  180.  S.  Millán  de  Suso:  modillones  en  el  ángulo  SO.  de  la  iglesia 


XI  se  les  copió  tan  pulcramente:  lo  primero  es  en  absoluto  preferible, 
dadas  las  circunstancias  de  que  el  color  rojizo  de  su  piedra  parece  efecto 
del  fuego,  y  que,  si  al  organizarse  las  dos  naves,  quedó  el  pórtico,  por  su 
banda  septentrional,  bajo  la  techumbre  común  de  ellas,  su  alero  estaba  de 
sobra  y  pudo  ser  trasladado  a  la  parte  nueva  de  hacia  sur,  uniformando 
así  en  todo  su  largo  esta  fachada. 

Hecho  luego  el  monasterio  de  Yuso,  quedaría  la  iglesia  superior  muy 
postergada,  y  ello  le  valió  para  conservarse.  Su  mérito  principal  estaba  en 
los  recuerdos  del  santo,  v  sobre  todo  haber  sido  depósito  de  sus  reliquias 
durante  siglos,  lo  que  movió  a  perpetuar  el  hecho  construyendo  un  mag- 

—  308  — 


LA   COGULLA 

nifico  cenotafio,  a  modo  de  sepulcro,  con  imagen  yacente,  rodeada  de 
pequeños  monjes  y  de  peregrinos  que  le  imploran,  en  la  cueva  donde 
yaciera,  y  además  engalanarla  cun  una  bóveda  de  aristas  capialzada  y 
arcos  redondos  sobre  columnas,  todu  ello  de  arte  francés,  y  obra  segura- 
mente del  propio  maestro  que  en  Santo  Domingo  de  la  Calzada,  bien  cerca 
de  allí,  erigiera  su  Catedral  y  la  adornara  cun  otro  sepulcro  e  imágenes. 
La  fecha  de  i  iSy,  en  que  se  principi(')  este  otrcj  edificio,  vale  apr(jxiniada- 
mcnte  para  determinar  el  tiempo  de  la  obra  referida,  que  también  herma- 
na con  el  claustro  alt(3  de  Silos;  y  el  arte  exquisito  de  este  incógnito 
maestro,  primer  introductor  de  lo  ogival  en  Castilla,  según  parece, 
actuando  en  la  (>ogolla,  suministra  una  contraprueba  decisiva,  respecto  de 
las  pobres  bóvedas  con  nervios  de  las  capillas,  que  en  modo  alguno 
pueden  asignarse  al  mismo  agente.  ' 


SAN  BAUDEL  DE  BERLANGA 


Es  ermita  distante  unos  nueve  kil(')metros  de  Berlanga,  hacia  SE., 
entre  Caltójar  y  Casillas,  y  erigida  en  la  humbría  de  un  pequeño  valle,  que 
derrama  sus  aguas  hacia  el  río  Escalóte.  Hoy  todo  aquel  sitio  está  raso  y 
sembrado,  pero  no  ha  mucho  que  era  monte  de  robles,  quedando  a  su  vera 
la  ermita.  Ella  se  funda  sobre  peña  viva,  que  sirvió  además  de  material 
para  su  construcción,  y  es  una  caliza  basta  de  color  gris.  Como  a  diez  pasos, 
hacia  oeste,  nace  un  manantial,  y  todavía  concurre  allí  la  gente  de  los  pue- 
blos inmediatos,  en  son  de  romería,  el  día  de  san  Baudilio,  aunque  ya  nada 
de  ceremonial  religioso  se  celebra  en  la  ermita,  y  aun  estuvo  abandonada 
y  sin  puerta  durante  años,  según  dicen. 

Su  traza  es  muv  sencilla:  un  rectángulo,  con  apariencias  de  cua- 
drado, aunque  mide  8'5o  por  y'So  metros;  puerta  hacia  norte,  único  frente 
del  edificio  que  el  declive  del  terreno  deja  libre  hasta  su  base,  y  capilla, 
de  4' 10  por  3'6o  metros,  a  su  cabecera,  desviada  bastante  de  la  orientacii'm 
normal,  o  sea  hacia  NE.  Quedaría,  pues,  en  obra  vulgarísima,  de  no  haber 

—  309  — 


CASTILLA 


Fi^.  i8i.  S.  Baudel  de  Berlanga:  plaata 


Fig.  183.  S.  Baudel  de  Berlanga:  sección  longitudinal 
—    310   — 


CASTILLA 

presidido  en  su  fábrica  el  desi¿;n¡o  de  excluir  ki  iiiadei-¿i  en  absoluto,  \a  por 
lujo,  no  impropio  del  periodo  que  venimos  estudiando,  \a  más  bien  para 
prevenirse  contra  incendios.  Además  esta  iglesia  es  singularísima  por  lo 
que  respecta  a  su  tribuna,  conservada  muy  bien,  no  obstante  ser  obra  sutil, 
y  en  ella  es  posible  reconocer  un  tipo  de  vivienda  para  monje  «incluso»  o 
ermitaño,  tal  como  no  se  hallará  otra  en  edificio  de  aquellos  siglos  acaso. 
En  el  rincón  de  hacia  sur  húndese  una  gruta,  cuyo  alto  excede  poco  de 
un  metro,  en  forma  de  calleji'm  anguloso  v  con  dos  senos  algo  amplios, 
tal  vez  excavados  artificialmente:  pudo  habitarse  antes  de  existir  la  ermita, 
V  ser  ella,  juntamente  con  el  manantial,  motivos  para  su  edificación,  en 
honor  y  recuerdo,  quizá,  de  algún  solitario  venerable.  La  tradición 
aplica  este  hecho  al  santo  titular,  pero  sin  fundamento  conocido.  (F'igu- 
ras  i8i  a  183;  láms.  CXIX  a  CXXV). 

Para  abovedar  la  nave  de  esta  iglesia,  tan  ancha  como  es  y  tan  pobre- 
mente fraguada,  era  indispensable  que  una  solución  extraordinaria  entrase 
previamente  en  los  cálculos  del  edificador,  pues  ni  aun  los  arrestos  caro- 
lingios  hubiesen  bastado,  sin  un  lujo  de  materiales  inverosímil,  para  resol- 
ver el  problema  según  los  principios  clásicos.  En  Córdoba  el  apogeo  califal 
abrió  campo  nuevo  y  más  fecundo  al  abovedar  ligero  y  galano;  pero  tam- 
bién hacer  bóvedas  cordobesas  a  su  tamaño  era  cosa  reservada  para  un 
gigante  de  la  arquitectura.  El  edificador  de  nuestra  pobre  iglesia  hubo  de 
aportar  solución  más  precaria,  pero  digna  de  hombrearse  con  las  alabadas 
en  su  género.  No  parece  sino  que  los  términos  del  problema  eran  estos, 
elevar  al  duplo  bóvedas  como  las  de  San  Millán  de  Suso,  con  ruindad  de 
medios  insuperable.  .         - 

Efectivamente,  el  aparejo  de  los  muros  es  una  mampostería  mal  con- 
certada, con  grosor  de  un  metro;  abajo,  enormes  sillares  de  pudinga  sirven 
de  zarpa,  y  otros,  mal  cortados  y  no  grandes,  forman  las  esquinas:  aun 
mantiénense  abiertos  los  mechinales,  donde  entraron  las  agujas  del  anda- 
mio al  hacerse  la  obra,  y  varias  grietas  denuncian  que  los  empujes  inte- 
riores remo\'ieron  aquello,  sin  comprometer  demasiado  su  estabilidad.  En 
cuanto  a  proporciones,  resulta  el  edificio  tan  alto  como  ancho  por  fuera 
(Lám.  CXIX). 

La  nave  sorprende  por  dentro  (Lám.  CXX),  viendo  alzarse  en  medio 
un  redondo  pilar  o  macho,  que  contribuye  al  sostén  de  su  bóveda,  porque 

—  3'2  — 


BERLANGA 


ésta  no  diliere  de  las  de  San  Milláii  sino  en  que  sus  arccjs,  en  ve/  de  cru- 
zarse, irradian  del  macho  hacia  la  periferia  (Lánis.  (>XX1  y  CXXV),  cunio 
ramas  de  palmera,  se^ún  frase  de  un  primer  descriptor  de  este  edificio  ( i), 
y  siendo  por  consiguiente  doble  su  número.  El  material  es  piedra  toba, 
fraguada  con  yeso  y  revestida  también  con  éste,  a  modo  andaluz,  como  en 
la  Cogolla.  La  b()veda  es  de  tipo  esquifado,  muy  deprimida,  y  gravitando 
por  consiguiente  más  sobre  el  macho  que  no  empujando  contra  los  muros. 
Los  arcos  son  delgaditos,  de  herradura  y  variad(js  en  cuanto  a  desarrc^llo, 
según  la  magnitud  del  espacio  que  cubren;  llevan  peralte  los  más  angostos 
y  todos  aparecen  deformados  al^ún  tanto.  Los  que 
van  en  sentido  diagonal  no  parten  de  los  rincones 
sino  de  unas  pequeñas  ochavas  dispuestas  en  ellos, 
sobre  trompas  abocinadas  con  arco  de  herradura, 
según  el  modelo  cordobés  típico  (Fig.  184  y  lámina 
CXXII),  y  esta  particularidad,  a  más  de  tantos  otros 
indicios,  aleja  la  sospecha  de  que  pudiéramos  ha- 
llarnos ante  una  creación  de  tipo  ogival,  como  admi- 
tieron los  Sres.  Mélida  y  Alvarez  al  describir  esta 
iglesia  (2). 

Propiamente  el  macho  no  llega  sino  hueco  hasta 
la  bóveda,  ni  ésta  cierra  sino  dejando  en  medio  una 
especie  de  linterna,  apenas  adivinada  por  dichos 
señores  y  realmente  apenas  visible,  pero  que  consti- 
tuye una  de  las  particularidades  más  insignes  del 
edificio.  Ella  tiene  su  base  a  nhitad  de  la  altura  del 
abovedamiento,  sin  más  acceso  que  unas  lumbre- 
ras, como  arquillos  de  herradura,  cerrando  en  pico 
por  abajo  y  dispuestos  entre  los  arcos  de  la  bóveda, 

en  el  punto  donde  el  macho  fenece:  su  anchura  mayor  es  de  24  centíme- 
tros, y  a  través  de  ellas  percíbese  un  local  cilindrico,  cuyo  diámetro 
apenas  alcanza  un  metro,   y  cubierto  por  una  cupulilla  con   nervios 


Fig.  184.  S.  Baudel: 
trompas  de  los  rincones 


(i)     D.  Elias  Romera,  en  el  Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia;  1S.S4;  t.  V, 

Pág-  33 •• 

(2)     Boletin  de  la  Sociedad  i:spañolade  E.xcursiones;  t.  XV,  pág.  144.  1907. 

—   313   — 


40 


CASTILLA 

cruzados,  de  tipo  cordobés  perfecto  (Fig.  i85).  Estos  nervios  son  seis, 
puestos  en  cruz  dos  de  ellos  y  los  otros  cuatro  pareados,  como  en  las 
cúpulas  segovianas;  desarrollan  arcos  de  herradura,  como  en  las  del 
Cristo  de  la  Luz,  y  su  remate  por  abajo  son  nácelas  minúsculas;  están 
pintados  de  rojo  y  blanqueado  lo  demás.  Para  nuestros  sentires  del  arte, 
meramente  efectistas,  este  primor  de  obra,  destinado  a  no  verse,  resulta 
una  puerilidad;  mas  los  antiguos,  y  especialmente  los  orientales,  amaban 

el  arte  por  su  fin,  desen- 
tendiéndose de  espectado- 
res. Si  aquí,  pues,  reser- 
vóse para  tal  sitio  una  tan 
pulcra  bóveda,  es  porque 
algún  destino  elevado  se 
le  reservaba;  ni  podía  ser 
otro  que  guardarse  allí,  a 
cubierto  de  robos  y  pro- 
fanaciones, las  preseas  sa- 
gradas, como  alguna  cajita 
con  reliquias,  una  cruz  o 
un  cáliz  precioso,  dados 
el  aislamiento  y  situación 
fronteriza,  respecto  de  mo- 
ros, de  esta  iglesia,  que 
agrandaban  tales  peligros. 
La  capilla  principal, 
en  cambio,  es  muy  sencilla,  cubriéndose  con  bóveda  de  cañón,  sin  impos- 
tas; y  su  ventana  del  frente,  aunque  es  como  saetera,  forma  un  arco 
abocinado  de  herradura  en  su  derrame  interior,  como  las  trompas  suso- 
dichas. Cinco  escalones  la  realzan  sobre  el  piso  de  la  nave. 

Otra  capilla  corresponde  a  la  tribuna,  puesta  en  alto  a  los  pies  del 
edificio  (Lám.  CXXV).  Avanza  ella  en  medio,  hasta  tocar  el  macho  cen- 
tral, siendo  tan  exigua  que  no  alcanza  sino  a  i'io  metros  en  cuadro  su 
planta.  El  arco  de  entrada  va  sobre  fustes  ruines;  su  bóveda  es  de  cañón 
sin  impostas;  a  mano  izquierda,  en  bajo,  hay  un  par  de  arquillos  semicir- 
culares, con  fuste  entre  medias,  pero  sin  capitel  rii  impostas  en  los  arran- 


>  o.So  1,0  I. Jo /Vi 

Fig.  i85.  S.  Baudel:  cúpula  de  la  linterna  central 


—    314    — 


BERLANÜA 

ques,  y  encima  da  luz  otro  arquillo  de  herradura,  que  a  la  vez  serviría 
para  registrar  la  puerta  de  la  iglesia,  puesto  que  cae  delante.  Allí  podría 
celebrarse  misa  en  privado,  y  esto  hace  creer  que  la  tribuna  se  formó  para 
retiro  de  algún  presbítero,  celada  desde  abajo  por  un  pretil  de  i'i3  metros 
de  altura  e  independiente  de  la  iglesia,  aunque  hoy  se  comuniquen  por  una 
rotura  del  pretil  y  escalera  rudísima.  Su  puerta  antigua  cae  cerca  del  án- 
gulo meridional,  en  el  lienzo  de  los  pies,  y  a  bastante  altura  desde  afuera 
para  que  el  entrar  ofreciese  dificultades,  y  así  el  aislamiento  del  monje 
podía  ser  efectivo.  Una  ventana,  como  la  de  la  capilla  mayor,  daba  vista 
y  luz  hacia  poniente. 

hsta  tribuna  cabalga  sobre  un  sistema  de  columnas,  arquillos  y 
bóvedas  muy  curioso,  con  altura  total  de  i'8o  metros  (Láms.  CXXIII  y 
CXX1\').  Recuerda,  por  ejemplo,  las  cisternas  bizantinas,  con  sus  arque- 
rías  cruzadas   y   bóvedas,    que 


r  -y 


aquí  son  esquifadas,  o  más  bien 
como  armaduras  de  cinco  pa- 
ños, hecho  todo  con  piedra  toba 
y  yeso;  pero  además  los  techos 
se  formaron  sobre  un  entrama- 
do de  maderas,  que  se  afianzan 
en  el  muro  de  los  pies,  asegu- 
rando contra  desplomos  y  tor- 
ceduras  una  obra  tan  minúscu- 
la, y  ello  hace  recordar  los  ma- 
derajes análogos  que  envuelven, 
en  la  gran  Mezquita  cordobesa, 
sus  bóvedas. 

Repetidamente  va  dicho  que 
los  arcos  son  de  herradura: 
pero  dase  una  excepción  en  la 
puerta  de  la  tribuna,  que  es  de 
medio  punto,  trasdosado  y 
sin  impostas  por  fuera  (Fig.  i86);  su  dovelaje  recuerda  los  de  Melque  y 
congéneres,  procediendo  en  líneas  suprarradiales,  y  probando  que  esta- 
mos ante  una  obra  de  tradición  indígena,  bien  lejos  de  los  procedimientos 


Fig.  186.  S.  Baudcl;  puerta  exterior  de  la  tribuna 


-  3i5 


CASTILLA 

románicos  y  de  todo  clasicismo.  Los  demás  arcos,  grandes  y  pequeños 
—  excepto  aquella  pareja  decorativa  de  la  capillita  —  y  contando  los  de  las 
bóvedas,  son  de  herradura,  hechos  de  piedra  toba,  mal  trasdosados 
generalmente  y  con  despiezo  radial.  En  cuanto  a  desarrollo  varían,  lle- 
gando a  los  dos  tercios  del  círculo,  como  en  el  arte  andaluz  y  toledano 

del  siglo  X,  los  de 
la  puerta  principal 
y  capilla  de  la  tri- 
buna, en  tanto  que 
descienden  mucho 
el  toral  y  otros  pe- 
queños. Las  im- 
postas son  gene- 
ralmente nácelas, 
que  en  el  arco  de 
entrada  (Fig.  187) 
se  incorporan  con 
los  salmeres  en 
una  sola  pieza, 
como  se  observa 
en  otros  cordobe- 
ses del  siglo  IX  y 
en  algunos  mo- 
zárabes; difieren 
las  arquerías  de 
la  tribuna,  por 
arrancar  sobre  pie- 
zas de  base  cruci- 
forme y  desarrollo  vertical,  caracteres  que  recuerdan,  ya  cimacios  cordo- 
beses de  tiempo  del  Califato,  ya  los  de  Mazóte,  pero  cuya  mejor  explica- 
ción sería  el  deseo  de  mermar  salientes  y  tropezaderos  en  obra  que  cae 
precisamente  a  la  altura  de  la  cabeza.  iMás  notable  es  el  hecho  de  que, 
así  el  arco  total  como  el  de  la  puerta,  sean  dobles,  incluyéndose  uno 
dentro  y  algún  tanto  retraído  respecto  del  otro.  Lo  mismo  se  vio  ya  en 
Santo  Tomás  de  las  Ollas  y  en   Celanova,   explicable   por  el   grosor  de 


Fig.  187.  S.  Baudcl:  puerta  principal 


—    316    — 


BERLANÜA 


,  ». 


muros,  cuando  no  esta  en  proporción  con  los  vanos,  porque  entonces  la 
{^ran  masa  de  intrad(')S  abrumarla  su  aspecto  si  por  cíícIkj  medio  no  se 
la  compartiese,  y  es  procedimiento  que  del  arte  h^mbardo  pasó  con  ex- 
traordinaria profusi(')n  al  románico  francés,  sin  que  esto  prevenga  en 
modo  alguno  la  cronología  de  nuestra  iglesia.  F^l  arco  de  entrada  y  el  de  la 
tribuna  llevan  por  dentro,  en  su  alféizar,  un  segundo  arco  escazano, 
de  bre\isima  Hecha,  casi  como  dintel  ado\elado,  y  respaldando  el  primero 
hay  una  plancha  de   madera,  donde  enmangaban  las  hojas  de  la  puerta. 

Las  columnas  todas  carecen  de  capitel;  pero  abajo  las  de  la  tribuna 
llevan  un  plinto,  ya  descantilado  ya  con  molduraje  y  algún  cerco  de 
rayas  oblicuas,  dándose  esto  último  en  las  cuatro  delanteras,  correspon- 
dientes a  la  capilleja,  y  es  lo  único  de  adorno  que  hay  eñ  todo  el  edificio 
(Fig.  1 88).  Los  fustes  aparecen  groseramente  labrados,  quizá  para  reves- 
tirlos, ya  que  todo  el  interior,  \  _. 
excepto  ellos,  está  enlucido 
con  yeso,  siguiendo  la  cos- 
tumbre moruna. 

Las  cubiertas  dicen  que      ¿.M^ATr?.^. 
fueron    de    piedra.    Hoy  son      ^^^jl^^-J 
tejados,    y    por    aleros    co-      IlÍiMI- 

rren    losas    ligeramente    reta-  Pig.  1 88.  S.Baudel:  basas  de  columnas  de  la  tribuna 

liadas  en  moldura  de  nácela. 

Esta  ermita  de  San  Baudel,  aparte  su  arquitectura,  adquiere  gran 
notoriedad  por  la  decoración  pictórica  que  la  reviste  completamente 
por  dentro,  si  bien  no  hace  al  caso  nuestro  estudiarla,  por  corresponder  a 
otro  arte  y  a  otro  período;  mas  como  algunos  la  tomaron  por  base  para 
fechar  el  edificio,  hay  que  juzgar  sobre  ello.  Su  procedimiento  esa  temple 
y  con  pocos  colores;  las  pinturas  de  las  bóvedas  perdiéronse  a  fuerza  de 
recalos;  la  capilla  mayor  y  el  rincón  oriental,  en  gran  parte,  fueron  enca- 
lados, no  manteniéndose  visible  y  bien  conservado  sino  una  mitad  del 
total.  Sus  representaciones  son  del  Evangelio,  empezando  en  la  btSveda.  y 
fueron  dispuestas  en  tres  zonas,  más  una  adoración  de  los  Magos  y  ángeles 
con  escudos,  alanceando  al  dragón,  pintados  en  la  capilleja  de  la  tribuna. 
Su  estilo  es  seudobizantino,  absolutamente  rutinario,  con  arquitecturas  de 
arcos  angulares,  redondos  y  escazanos  sobre  columnas  bizantinas,  e  inte- 


—  317  — 


CASTILLA 

resando  sobre  todo  ciertas  figuras  tomadas  del  natural,  especialmente  el 
grupo  de  guerreros,  guardianes  del  sepulcro,  cuyo  traje  es:  loriga  con  al- 
mófar, calzas  rojas,  zapatos  de  orejas,  yelmo  picudo  con  guardanás  y 
escudo  en  forma  de  almendra.  Otra  zona  inferior  desarrolla  asuntos  de  la 
vida  ordinaria,  expuestos  con  naturalismo  sincero,  especialmente  cacerías, 
personajes  militares,  animales,  telas  de  Oriente  y  adornos,  sin  cosa  que 
revele  influjos  moriscos,  pero  si  hay  un  gran  camello  y  un  hombre  con 
traje  talar,  yelmo,  lanza  y  adarga  redonda  con  sus  borlas  (Láms.  CXXII  y 
CXXIII).  En  la  capilla  se  traslucen  letreros  en  mavúsculas  romanas,  pero 
ilegibles  (i).  Será  verosímil  fecharlas  entre  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XII  y  principios  del  XIII,  valiendo  para  ello  las  otras  pinturas  de 
San  Isidro  de  León,  aunque  mucho  más  francesas,  que  datan  de  hacia  i  i8o; 
pero  es  cuestión  ajena  de  lo  nuestro,  no  ayudando  sino  para  comprobar 
una  fecha  mínima  de  antigüedad  para  el  edificio.  Deducir  otra  cosa,  es 
decir,  que  él  sea  coetáneo  de  ellas,  va  en  contradicción,  no  solamente  con 
los  caracteres  arquitectónicos,  sino  con  la  experiencia  de  que  lo  verdade- 
ramente raro  es  que  un  edificio  se  haya  pintado  luego  de  terminarse. 

En  cuanto  a  datos  de  historia  no  se  conocen  sino  referencias  del  «mo- 
nasterio sancti  Bauduli»,  dependiente  de  Berlanga,  y  envuelto  en  los  liti- 
gios que,  sobre  límites  de  jurisdicción  entre  las  diócesis  de  Osma  y  Sigüen- 
za,  se  ventilaron  en  1136,  dando  lugar  a  una  bula  de  Inocencio  II,  en  el 
año  inmediato,  por  la  cual  decidió  que  pasasen  del  obispado  de  Osma  al 
de  Sigüenza  varias  parroquias  situadas  al  sud  del  Duero,  y  entre  ellas  «Ber- 
langam  cum  ómnibus  terminis  suis  et  cum  monasterio  sancti  Bauduli»  (2). 
En  consecuencia,  el  primer  obispo  segontino  Bernardo,  al  dotar  su  Catedral 
en  1 144,  pudo  hacer  donación  especial  de  dicho  monasterio  con  sus  perte- 
nencias, cediéndolo  a  los  canónigos  para  atender  a  sus  necesidades  (3). 

(i)  El  Sr.  Romera  habla  de  un  «letrero  gótico,  algo  estropeado,  en  el  altar,  donde  se 
expresa  haber  construido  el  santuario  Sansón  y  su  esposa».  Ello  seguramente  se  refiere  a 
una  inscripción,  en  letra  francesa  del  siglo  XVI,  difícil  de  leer  en  el  zócalo  del  retablo,  y 
que  naturalmente  no  puede  aludir  sino  a  la  obra  del  mismo. 

(2)  Loperraez:  Colección  diplomática  del  obispado  de  Osma;  pág.   18. 

(3)  «Monasterium  nichilominus  sancti  Bauduli,  quod  circa  Berlangam  situs  est,  ves- 
tris  usibus  cum  ómnibus  pertinentiis  suis  adhabendum  concedo».  Archivo  de  la  catedral 
de  Sigüenza;  copia  suya  en  la  Biblioteca  nacional,  ms.  13073,  f.  117. 

-   318  - 


BERLANGA 

Verdad  es  que  modernamente  se  ha  dado  pur  supuesto  que  estas  noticias 
nada  tenían  que  ver  C(jn  nuestra  iglesia,  confundiendo  el  concepto  del  gran 
edilicio,  asciterio  o  cenobio,  donde  centenares  de  monjes  se  congregaban, 
con  el  monasterio  simple,  que  solía  no  albergar  sino  a  cuatro  o  seis  perso- 
nas, cuya  pequenez  y  simplicidad  hizo  que  en  su  gran  mayoría  pereciesen 
sin  dejar  rastro,  y  cuando  entre  los  conservados  del  grupo  mozárabe  figu- 
ran el  de  Moroso  y  los  catalanes,  más  pequeños  y  ruines  aún  que  el  de 
San  Baudel.  Ha  de  creerse,  pues,  indudable  que  el  monasterio  del  siglo  XII 
y  la  ermita  de  hoy  son  una  misma  cosa. 

Viniendo  a  juzgar  los  caracteres  del  edificio,  resulta  exacta  la  expre- 
sión del  Sr.  Lampérez  de  ser  éste  «el  ejemplar  más  mahometano  de  la  ar- 
quitectura mozárabe».  No  en  balde  también  es  el  más  moderno  acaso  y, 
desde  luego,  próximo  a  las  ciudades  aragonesas  musulmanas,  donde  las  tra- 
diciones del  norte  habían  de  valer  menos,  y  donde  la  cultura  de  la  Frontera 
superior  árabe  influiría  vivamente,  dado  que  los  Benicasi  y  los  Tochibíes  de 
Zaragoza  gobernaban  de  común  acuerdo  con  sus  vecinos  cristianos.  Es  de- 
plorable que  lo  ignoremos  todo  respecto  de  arte  aragonés  antes  de  mediar  el 
siglo  XI,  quedando  incierto  si  nuestra  iglesia  recibiría  de  allá  su  ser;  pero 
el  hecho  de  una  procedencia  más  o  menos  directamente  andaluza,  es  decir, 
su  mozarabismo,  parece  indudable,  y  tanto  que  la  tradición  local  no  se 
hace  patente  sino  en  el  arco  de  entrada  a  la  tribuna.  Respecto  de  fecha, 
debemos  atenernos,  más  bien  que  a  formas  algún  tanto  arcaicas  en  colum- 
nas y  arcos  y  a  la  ausencia  casi  absoluta  de  adorno,  al  avance  técnico  que 
representan  sus  bóvedas  de  crucería,  trompas  y  cimacios  acodillados,  refe- 
ribles al  arte  del  Califato,  según  se  propagó  a  las  provincias  musulmanas 
a  fines  del  siglo  X,  en  cuanto  los  edificios  de  Toledo  enseñan. 

Ahora  bien,  la  conquista  de  Berlanga  por  cristianos  fué  bajo  Fernan- 
do I,  según  testimonio  del  Silense;  también  se  achaca  ello  a  Alfonso  VI, 
pero,  desde  luego,  quedó  abandonada  hasta  que  Alfonso  I  de  Aragón  la 
repobló  poco  después  de  i  io8  (i),  constando  como  señor  de  ella  un  Fortún 
Azenárez  hacia  1130(2).  Son  fechas  demasiado  tardías  estas  últimas  para 
que  sea  dable  referir  a  entonces  nuestro  edificio,  y  más  teniendo  en  cuenta 

(i)     Bedoya:  Memorias  históricas  de  Berlanga.   1845. 
(2)     Muñoz:  Fueros  municipales;  págs.  467  y  477. 

—   319  — 


CASTILLA 

los  disturbios  que  agitaron  aquellos  años,  y  que  San  Baudel,  lejos  de  abri- 
garse al  amparo  de  la  ciudad,  avanza  buen  trecho  delante  hacia  la  frontera 
que  moros  y  castellanos,  en  guerra  contra  el  rey  aragonés,  amenazaban. 
Con  anterioridad  sólo  alcanzamos  a  saber  que,  pasado  el  azote  de  Alman- 
zor,  la  autoridad  del  conde  de  Castilla  Sancho  pesó  grandemente  sobre 
toda  la  frontera,  y  que  Berlanga  le  quedó  sometida,  aunque  sin  dominio 
directo  probablemente  (i);  entonces,  en  los  primeros  decenios  del  siglo  XI, 
sería  posible  que  un  monasterio  se  organizase  con  cierta  seguridad  en  los 
contornos,  y  así  naciese  este  peregrino  edificio.  Ello  supuesto  poseeríamos 
dos  iglesias  netamente  mozárabes:  la  de  Melque  y  la  de  San  Baudel. 


i ;  ■  .1 


■    I 
(i)     España  sagrada;  t.  XXIII,  págs.  308  y  319. 

—   320  — 


•  X 
PRESEAS  ECLESIÁSTICAS 


AUNQUE  perdura  el  culto  cristiano  en  la  mayoría  de  las  iglesias 
estudiadas  arriba,  la  evolución  del  mismo  fué  tan  aparatosa  en  los 
ocho  siglos  últimos,  que  ni  aun  siquiera  después  de  indagar  los  ele- 
mentos de  información  salvados,  podemos  formar  cabal  idea  del  aspecto 
que  ellas  ofrecieron  en  un  principio.  Desde  luego,  respecto  de  los  monas- 
terios, es  decir,  de  la  vida  claustral,  puede  renunciarse  a  la  ilusión  de 
conocerla;  pero  tocante  a  culto  externo  quizá  sea  dable  inquirir  algo 
con  provecho,  según  iremos  ahora  \iendo  a  través  de  documentos,  de 
pinturas  y  de  escasas  reliquias. 

Base  principal  de  estudio  para  ello  son  los  inventarios  de  iglesias, 
consignados  en  testamentos  o  donaciones,  que  se  conservan  numero- 
sos (i);  pero  síMo  respectan  a  la  zona  libre,  de  modo  que  el  culto  propia- 


(ij  He  aquí  en  serie  cronológica  los  más  importantes  que  conozco  de  tierra  leonesa, 
con  su  fuente  bibliográfica,  que  servirá  como  referencia  para  las  citas  sucesivas: 

Catedral  de  Oviedo:  812.  España  Sagrada;  XXXVll,  313.  —  S.  Martín  de  Klabio: 
853.  Llórente:  Provincias  vascongadas;  III,  80.  —  S.  Felices  de  Auca:  864.  Id.,  id;  III, 
Q3._  S.  Vicente  de  Armerecio:  867.  L.  Ferreiro:  Hist.  de  Santiago;  11,  14.  — S.Salva- 
dor de  Sozello:  870.  Portug.  mon.  hist.,  n.°  VI. —Sta.  Maria  de  Mezonzo:  871.  L.  Fe- 
rreiro; II,  22.  — Cat.  de  Orense:  886.  Fsp.  sagr.,  XVII,  245.— S.  Salvador  de  Herías:  889. 
Bec.  Celanova,  f.  17  v.  —  Cat.  de  Lugo:  897.  Esp.  sagr.:  XL,  385.  —  S.  Juan  de  Villa 
Froliulfi:  910.  Galicia  histórica;  I,  393.  —  Santiago  de  Compostela:  911.  L.  Ferreiro; 

—  321   — 
41 


PRESEAS 

mente  mozárabe  lo  desconocemos  por  este  conducto.  Sin  embargo,  como 
no  se  ven  diferencias  entre  la  documentación  asturiana,  gallega  y  portu- 
guesa anterior  a  los  influjos  meridionales  y  la  del  periodo  subsiguiente 
mozárabe,  salvo  en  nombres  de  telas  y  vasos,  cabe  inferir  que  este  punto  del 
servicio  eclesiástico  no  varió  mucho  hasta  fines  del  siglo  XI,  manteniéndose 
la  unidad  de  rito  y  sus  características  nacionales,  según  desde  la  edad  apos- 
tólica se  organizaron  por  acá.  • 

Lo  primero  que  importa  discernir  es  el  punto  hierático.  Aquí,  la 
consagración  del  altar,  mediante  el  depósito  de  reliquias  santas  en  él, 
parece  rito  indispensable.  Los  altares  tenían  forma  de  mesa,  con  soporte 
único  y  relativamente  angosto,  en  cuya  cabeza  formábase  una  cavidad  o 


II,  65.  —  S.  Sebastián  de  Monsácer:  914.  Id.,  11,  54.  —  S.  Pedro  de  Montes;  giS.  Sandoval: 
Fundaciones;  17  v.  —  Id:  918.''  Yepes:  Cerón  ica:  II,  xiiii.  —  S.  Julián  de  Samos:  922. 
Esp.  sagr.;XlV,  370. — Sahagún:  922.  Vignau:  Índice  de  Sahagún,  p.  iii . — Sta.  María 
de  Aguilar:  922.^  Museo  español  de  antigüedades:  I,  5gg. — S.  Cosme  de  Abeliare:  927. 
Infra;  págs.  326  y  348. — S.  Julián  de  Boñar:  929.  Infra:  pág.  338. — Sta.  María  de  Piasca: 
930.  Ind.  de  Sahagún,  114.  —  S.  Salvador  de  Celanova:  938.  Supra,  p.  243.  —  Id.:  942. 
Galicia  hist.,  p.  754,  nota. — Sta.  Marina  de  Paradela:  947.  L.  Ferreiro;  II,  128. — Santiago 
de  Valdeavita:  949.  Ind.  de  Sahagún,  128. — S.  Juan  de  Vega:  gSi.  Esp.  sagr.;  XXXIV, 
453.  —  S.  Salvador  de  Sobrado:  962.  L.  Ferreiro;  II,  146.  —  Id.:  gSb.  Id.;  II,  i56.  —  S.  Sal- 
vador de  Porma:  969.  Ind.  de  Sahagún;  140. — S.  Salvador  de  Vimaranes:  959.  Port. 
mon.  hist.;  lxxvi.  —  S.  Juan  de  Caaveiro:  góó.''  L.  Ferreiro:  11,  122.  —  S.  Salvador  de 
Lorenzana,  969.  Esp.  sagr.;  XVIII,  336.  —  Santiago  de  León:  970.  Tumbo  de  León, 
f.  334.  —  S.  Salvador  de  Pozuelo:  973.  Ind.  de  Sahagún,  169.  —  Celanova:  977.  Yepes; 
V,  II.  —  S.  Cosme  de  Covarrubias:  978.  Id.;  V,  xxii.  — Sta.  Eulalia  de  Curtís:  990.  Esp. 
sagr.;  XIX,  386. — S.  Salvador  de  Bóvata:  996.  Ind.  Sahagún,  176. — Cat.  de  Lugo:  998. 
Esp.  sagr. ;  XL,  409.  —  Cat.  de  León:  1002.  Id.;  XXXVI,  xiv.  —  Vimaranes:  1008.  Port . 
mon.  hist.;  cci. — S.  Isidoro  de  Callobre:  1018.'' L.  Ferreiro;  III,  35. — S.  Martín  de  Lalín: 
1019.  Infra,  p.  327. — S.  Salvador  de  Valle  Gaudiosa:  1019.  Bec.  Sobrado,  f.  43. — S.  Salva- 
dor de  Leza:  1021.  Port.  mon.  hist.;  rxxLviii.  — S.  Salvador  de  Villa  Mirelie:  io25.  Ind. 
de  Sahagún,  188.  —  Santiago  de  Meylán:  1030.  Tumbo  de  Lugo,  n."  1 1 1 .  —  Sta.  María 
de  León:  1042.  Esp.  sagr.,  XXXVI,  xliii.  —  Catedral  de  Lugo:  1042.  Infra,  p.  328. — 
Catedral  de  Oviedo:  1045.  Vigil:  Asturias,  72.  —  Vimaranes:  io58.  Port.  mon.  hist.; 
ccccvn.  —  S.  Isidro  de  León:  1063.  Esp  .  sagr. ;  XXXVI,  clxxxix.  —  S.  Martín  de  Vacca- 
riza:  io65.  Port.  mon.  hist.;  ccccxlviii. —  Catedral  de  León:  1073.  Esp.  sagr.;  XXXVI, 
Lix  y  Lxi.  —  .S.  Pedro  de  Eslonza:  1099.  Yepes;  IV,  xxxvi.  —  S.to  Tomé  de  Nemenio:  iio5. 
L.  Ferreiro;  III,  58.  —  S.  Cosme  de  Covarrubias:  1 1 12.  Serrano:  Fuentes;  I,  xxi. 

—   322   — 


ECLESIÁSTICAS 

sepulcro,  donde  se  depositaban  cajitas  de  reliquias,  cubriéndose  luego 
con  el  ara  o  tablero,  cuadrado  y  no  muy  grande,  que  solia  llevar  inscrip- 
ción declaratoria  de  las  reliquias  allí  contenidas:  el  cultu,  pues,  de  ellas 
fué  capital  en  nuestras  iglesias. 

No  puede  admitirse  otro  tanto  respecto  de  imágenes.  El  canon 
famoso  del  concilio  de  Eliberri:  «Aprobóse  que  no  debe  haber  pinturas  en 
las  iglesias,  para  que  no  sea  pintado  en  paredes  lo  que  se  reverencia  y 
adora»  (i),  mantúvose  válido  entre  nosotros;  y  claro  está  que,  prohibido 
ello,  otros  signos  icónicos,  a  saber  estatuas  y  relieves,  más  peligrosos  de 
ostentar,  quedaban  prejuzgados.  En  el  periodo  antemusulmán  las  trans- 
gresiones comprobables  redúcense  a  pocas  y  de  muy  remota  malicia: 
asuntos  bíblicos,  en  el  pavimento  de  la  basílica  mallorquína  de  Sta.  María; 
otros  y  figurillas  de  apóstoles,  en  San  Pedro  de  la  Nave;  personajes  ecle- 
siásticos, en  el  episcopio  emeritense,  y  poco  más  si  acaso.  Después  aun 
ellas  faltan,  como  si  la  severidad  canónica  se  acentuase,  puesto  que  en 
Asturias  los  minúsculos  relieves  de  los  edificios  ramirenses  carecen  de  sig- 
nificación religiosa,  y  en  cambio,  un  hecho  positivo  de  altísimo  valor  son 
las  pinturas  de  SantuUano  de  los  Prados,  en  Oviedo,  que  cubren  sus  pare- 
des totalmente,  sin  contener  más  representación,  signo  ni  leyenda  cristia- 
nos que  la  cruz  áurea  con  alfa  y  omega  pendientes  (2),  cual  se  repite,  ya 
esculpida  ya  pintada,  como  signo  máximo  de  la  religión  cristiana,  por 
todas  partes.  Ni  se  arguya  privación  por  ineptitud  en  el  pintor  de  Oviedo, 
porque  él  mismo  decoró  también  la  iglesia  de  San  Miguel  de  Liño,  donde, 
entre  adornos  idénticos,  rastréase  una  figura  de  perfil,  sentada  en  cátedra, 
que  tal  vez  sea  retrato. 

Aun  en  los  objetos  aplicados  al  culto  la  misma  privación  es  regla: 
cruces  de  altar,  cajas  eucarísticas,  libros  litúrgicos,  etc.,  no  llevan  sino 
el  Agnus  Dei,  el  Tetramorfos,  ángeles...  En  las  Biblias  todo  el  nuevo  Tes- 
tamento carece  absolutamente  de  ilustraciones,  sin  más  excepción  que 
unas  pequeñas  escenas  en  la  Biblia  de  la  Catedral  de  León  y  una  Majestad 


(1)  Canon  XXXVI:  «Placuit,  picturas  in  ecclesia  esse  non  deberé;  ne  quod  colitur 
et  adoratur  in  parictibus  depingalur.» 

(2)  Fortunato  de  Selgas.  La  basílica  de  San  Julián  de  los  Prados  en  Ovie- 
do:  1916. 

—   323   — 


PRESEAS 

y  la  Anunciación  al  frente  de  la  Biblia  de  San  Isidro.  Otro  libro  lleva  dibu- 
jados a  Maria  v  Juan  dolientes,  al  pie  de  una  simple  cruz  adornada  con  pe- 
drería. Tardíamente,  libros  de  rezo,  como  el  Antifonario  de  León  de  1067, 
ostentan  representaciones  de  santos  y  de  Cristo;  su  natividad,  circuncisión, 
epifanía,  las  mujeres  ante  el  sepulcro,  ascensión,  etc.;  pero  asunto  pro- 
piamente contrario  al  secreto  primitivo  de  los  dogmas  no  hay  sino  la  Cru- 
cifixión del  códice  gerundense  de  Beato,  pintada  por  Ende,  quizá  extran- 
jero, en  975.  Es  de  observar  además  que  la  actitud  de  bendecir  en  nuestras 
figuras  de  Cristo  ajustase  al  rito  oriental  y  no  al  romano,  o  sea  con  los  dedos 
pulgar  y  anular  tocándose.  No  olvidemos  que  todos  estos  libros  son  caste- 
llanos, cayendo  fuera  de  la  órbita  propiamente  mozárabe,  v  que  represen- 
tarán influjos  transpirenaicos:  los  códices  andaluces,  toledanos  y  leoneses, 
aun  siendo  muy  numerosos,  no  ofrecen  caso  alguno  de  transgresión,  en  lo 
que  a  esta  regla  de  abstenciones  respecta. 

Los  inventarios  de  nuestras  iglesias  enseñan  elocuentemente,  primero 
con  su  silencio  y  luego  con  datos  positivos,  cuándo  \'  C()mo  se  propagó 
el  culto  de  las  imágenes:  los  reyes  Fernando  1  y  Sancha  pusieron  en 
San  Isidro  de  León  un  primer  Crucifijo,  el  de  marfil  famoso,  que 
atesora  hoy  nuestro  Museo  arqueológico  nacional;  e  inmediatamente  los 
inventarios  de  10G3  y  1073  consignan  éste  y  otros  Crucifijos  y  frontales 
de  oro  y  plata,  con  representaciones  probablemente,  a  la  vez  que,  en  el 
pórtico  o  cementerio  real  de  San  Isidro,  recibíanse  por  decoración  de 
capiteles  escenas  de  la  resurrección  de  Lázaro  y  curación  del  leproso, 
todo  ello  como  avances  de  romanismo  importados  desde  Navarra,  según 
luego  hizo  irrupción  definitiva  con  Alfonso  VI  (1).  Respecto  de  las  imá- 
genes conservadas  a  que  se  atribuye  piadosamente  una  mayor  antigüedad, 

(i)  Aun  en  Cataluña,  donde  los  influjos  extraños  predominaron,  sólo  constan  «reta- 
bulos»  de  metal  precioso  hacia  el  mismo  tiempo  (Marca  hispánica,  col.  1 193)  y  «tabulas 
argénteas  ante  altare»  desde  principios  del  siglo  X  (Id.,  cois.  840  y  973.  —  Villanueva: 
Viage;  t.  VI,  pág.  273).  Asimismo,  en  Coimbra  se  consignaba  plata  para  un  frontal  en 
1087  (Portugaliae  mon.  hist.,  n.*  DCLXXVllj.  La  escritura  de  fundación  de  Santa 
María  de  Covadefonga  (Covadongaj  expresa:  «transtulimus  in  ipsam  ecciesiam  imaginem 
beate  Maric  de  Monte  Sacro»,  como  hecho  relatado  en  718,  pero  la  falsedad  del  documento, 
no  anterior  al  siglo  XII,  quedó  reconocida  ya  por  Risco  (España  sagrada,  ^t.  XXXVII, 
págs.  95  y  303.) 

—   324  — 


ECI.KSIASTICAS 

SU  examen  artístico  lo  contradice  absí^lutamente  \'  sin  excepci<')n  concjcida, 
según  es  nijtorio. 

Más  indicios  dan  fe  de  este  periodo  anti-icónico  español:  Teodulfo, 
la  gran  figura  nuestra  en  la  corte  de  Garloinagno  (i),  al  decorar  con  un 
mosaico  absidal  su  iglesia  de  Germigny,  lejos  de  imitar  a  italianos  y  bizan- 
tinos representando  imágenes  sagradas,  efígió  el  arca  del  Testamento  guar- 
dada por  querubines;  v  en  el  sal('>n  de  banquetes  de  su  palacio  episcopal 
de  Orleans,  probablemente,  mandó  pintar  una  alegoría  de  la  tierra  y  ade- 
más el  orbe  todo  con  sus  ríos,  devorados  por  el  mar  que  ceñía  las  tierras, 
y  con  los  vientos  en  figura  humana  soplando  (2).  Aun  más  significativo  es 
el  caso  de  otro  español,  Claudio,  a  quien  Ludovico  Pío  hizo  por  fuerza 
obispo  de  Turin,  para  que  educase  en  el  Evangelio  a  aquellas  gentes:  mas 
él,  viendo  llenas  de  imágenes  las  basílicas  y  que  el  pueblo  las  aduraba  así 
como  a  simples  cruces,  predicó  en  contra,  calificándolo  de  idolatría,  según 
la  doctrina  de  san  Agustín,  y  aun  atrevióse  a  destruir  todo  aquello,  de 
donde  vinieron  escándalos  y  controversias  (3).  El  emperador  reunió  una 
especie  de  concilio  en  925,  y  poco  después,  muerto  ya  Claudio,  sus  detrac- 
tores atreviéronse  a  impugnarle;  pero  nótese  que  en  el  fondo  no  se  conde- 
naba sino  su  celo  inmoderado  e  iconoclasta,  por  contrario  a  la  teoría  bien 
conocida  de  san  Gregorio,  declarada  en  caso  análogo  contra  Sereno,  obispo 
de  Marsella;  pues  en  lo  de  considerar  supersticioso  el  culto  de  las  imágenes 
estaban  acordes  todas  las  iglesias  occidentales,  donde  el  concilio  Niceno  de 
787  fué  contradicho,  y  a  este  propósito  nunca  se  le  alega.  En  cambio  llegóse 
hasta  proclamar  allá  como  doctrina  canónica  el  canon  de  Eliberri,  sin  adu- 
cir ejemplo  español  tocante  a  representaciones  sagradas,  mientras  se  dolían 
de  las  costumbres  supersticiosas  de  Italia  y  de  algunas  regiones  de  Oriente, 

(i)  Es  curioso  el  empeño  que  ponen  los  franceses  en  desconocer  la  patria  española 
de  Teodulfo,  cuando  tan  claramente  la  consignan  él  mismo  y  el  cronista  de  su  abadía  de 
Fleury,  coetáneo  y  bien  informado.  En  cambio  le  hacen  padre  de  cierta  Gisla,  que  en  rea- 
lidad sería  nada  menos  que  la  hija  del  Emperador  bien  conocida. 

(3j     Migne:  Patrología  latina;  t.  io5,  col.  336. 

(3)  «Veni  in  Italiam,  civitatem  Taurinis.  Inveni  omnes  basílicas  contra  ordincm 
veritatis  sordibus  anathematum  imaginibus  plenas,  et  quia,  quod  omnes  colebant,  ego  de- 
strucre  solus  coepí,  et  idcirco  aperuerunt  omnes  ora  sua  ad  blasphemandum  me,  et  nisi 
Dominas  adiuvisset  me,  forsitam  vivum  deglutissent  me.»  ( Patrol.  lat. ;  t.  io5,  col.  460.) 

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PRESEAS 

y  ello  aunque  Jonás,  principal  contradictor  de  Claudio,  conocia  nuestro 
país,  habiendo  residido  en  Asturias  (i). 

Ha  querido  verse  en  Claudio  un  revolucionario,  un  hombre  superior 
a  su  siglo.  Nada  menos  puesto  en  razón  que  tal  juicio,  pues  no  solo  él 
mismo  protestaba  contra  la  novedad  de  sus  doctrinas,  sino  que  sus  comen- 
tarios bíblicos  nos  le  revelan  como  un  perfecto  ortodoxo,  ceñido  a  corear 
las  sentencias  de  los  Padres  más  acreditados  y  sin  rastro  de  ideas  propias 
ni  atrevimientos.  De  su  Apologético  sobre  las  imágenes  no  queda  sino 
un  extracto  hecho  por  adversarios:  fuerza  tendrían  sus  argumentos  cuando 
tal  revuelo  produjeron  en  el  imperio  carolingio;  mas,  dados  los  anteceden- 
tes del  caso,  es  presumible  que  Claudio  no  hizo  sino  propagar  reglas  ya 
sancionadas  en  España,  manteniendo  además  la  antigua  doctrina  romana 
contraria  a  ostentar  el  oprobio  de  la  Pasión  de  Cristo;  y  respecto  de  la  no 
absoluta  eficacia  de  las  peregrinaciones  e  intercesión  de  los  santos,  al  pre- 
gonarla Claudio  no  hace  sino  comprobar  la  elevación  moral  del  medio  en 
que  se  educara. 

Sobre  el  altar  de  las  iglesias  antiguas  no  había  nada  permanentemente, 
y  sólo  fué  costumbre  colgar  encima,  pendientes  de  la  bóveda  o  de  arque- 
rías y  perchas,  las  coronas,  luminarias,  arquetas  y  vasos,  que  solemniza- 
ban el  lugar  sagrado.  En  Asturias  todas  las  iglesias  de  este  periodo  man- 
tienen argollas,  donde  las  cadenas  apropiadas  a  tal  uso  prendían:  y  aunque 
nada  así  repiten  las  iglesias  de  tipo  mozárabe,  hay  miniaturas  castellanas 
que  comprueban  la  misma  práctica.  Los  inventarios  consignan,  además, 
estas  piezas  directamente  aplicadas  al  culto,  bajo  el  concepto  de  «minis- 
teria  altaris»  u  otros  equivalentes  (2),  y  son  las  que  siguen: 

(1)  Véanse:  Agobardo:  De  i  inagi  n  i  bus  sanclor  u  m  .  —  (Claudio:  obras.  —  Bún- 
galo: Adversus  Claudium . — Joñas:  De  cultu  imaginum.(Patr.lat.;t.  104  a  106). 

(2)  Valgan  como  ejemplo  estos  tres  inventarios,  al  parecer  inéditos:        j. 
Monasterio  de  Abeliare;  testamento  de  su  fundador  el  obispo  Cixila,  en  927:  «ítem 

ministeria  altaris:  cruces  duas  una  erea  et  una  argéntea  fusilem  gemaiam  et  deauratam, 
capsam  argenteam  gematam  el  deauratam  et  alia  de  stagno,  kalicem  argcnteum  cum  sua 
patena  similiter  gematam  et  deauratam,  et  alies  dúos  de  stagno,  coronas  argénteas  111 
unam  ex  eis  gematam  et  deauratam,  capsuUa  ebúrnea  per  incensó,  inferturia  argéntea, 
aquamaniles  cum  susceptoribus,  candelabros  éreos  dúos  cum  duodecim  brachiis,  lucernam 

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ECLESIÁSTICAS 

Cruces:  Gencralniente  cada  iglesia  tenia  varias:  las  unas,  hechas  de 
bronce  o  de  latón,  y  otras,  que  se  llevarían  en  las  procesiones  de  los  días  so- 
lemnes, eran  de  oro  o  plata,  dorada  con  frecuencia,  y  a  veces  con  piedras 
preciosas  adornándolas  y  aun  otras  pendientes;  suele  constar  su  peso,  de  400 
a  58  sueldos,  y  que  eran  fundidas.  Una,  representada  en  cierta  miniatura, 
es  de  la  forma  tradicional  goda,  con  alfa  y  omega  colgando  de  sus  brazos, 
largo  astil  y  peana.  Se  conservan  ejemplares,  como  en  su  lugar  veremos. 

eream,  incensarium  ereum,  signum  ereum,  kampanam  et  aguisum  ex  eodem  metallo.  Sane 
et  vela  altaris  ita:  palleum  principaiem  et  dúos  frontales  similiter  palíeos  tcrcium  vero  ver- 
miculum  de  alhaz  quartum  pinctum  quintum  haddaní  scxtLim  alvum  et  kamisam  lineam. 
Ítem  savanos  XII  ct  III  manteles,  facitergias  III,  stamineas  III,  kasullas  lineas  V  duas  Janeas 
unam  vermiculam  et  aliam  albam,  albas  autem  V  et  duas  túnicas  pro  diebus  quadragesime 
habentem  unaqueque  suis  amictis,  orarios  VIII  unum  textiiem  cumunionibus  dúos  brosi- 
tos  seu  haddanis  II  et  III  albos,  scalas  argénteas  V.  Lectuaria  per  ospitibus:  genabes  .XII 
palleas  III  tramisirgas  III  polimatas  laneas  VI,  plumazos  XII  VI  palíeos  et  VI  tramisirgos, 
tapedes  VI,  almelehas  hatanis  VI.»  Becerro  T  de  la  Catedral  de  León,  f.  385. 

Monasterio  de  San  Martín  de  Lalín,  dotado  por  Adosinda  en  1019:  «Idemptidem  con- 
cedimus  ipsam  eclesiam  quos  ibidem  lavoramus  cum  omni  ornamento  et  ministeria  eius, 
id  est  signus  III  metallus,  cruces  duas  argénteas  miro  opere  conpositas,  capsa  una  argén- 
tea, coronas  duas  argénteas,  cálices  dúos  argénteos  et  III"  de  ammalide  et  HIT  eirake  el 
patenas  suas  argénteas,  digtacus  éneos,  turivulos  dúos,  inferturia  de  argento,  lucerna  enea, 
candelabros  dúos,  campaneas  V,  velos  principales  IIII,  alhaiaras  de  sirgo  III  et  de  lino  II, 
frontales  VIII,  pallas  VII  de  super  altare,  item  alias  de  super  cálices  V,  casulla  pesinia  cum 
vatanada  tiraze,  alia  eirake,  greciscas  III,  tiraze  una,  dalmáticas  duceri  una,  pesinias  II, 
oveite  I,  tiraze  I,  casulas  fazanzales  II,  de  lino  V,  tónicas  II,  alvas  V  cum  suos  amictos, 
orales  diagonales  auriteste  I.  grecisco  I,  alfimiano  I,  alios  polemdos  lili.  Libros  eclesiásticos 
psalterios  III,  antiphonalium  I,  comnico  I,  manualio  I,  ordinos  IIII,  orationum  I,  passio- 
num  I,  regule  beati  Benedicti,  liber  beati  Martin!,  alio  beali  Agustini,  sinonanimarum, 
liber  iudicum,  canticorum  I,  preco  I,  versario  I,  virginitatis  sánete  Marie.  —  In  Venesegio 
signo  I,  cruce  I,  cálice  con  sua  patena,  velos  principales  II,  alhaiara  I,  frontales  III,  casula 
una  de  linu,  alva  I  con  suo  amicto,  orales  II.  —  ítem  in  sea.  Tegla  in  Anzo  signo  I,  cálice  I 
de  argento,  cruce  una  de  argento,  velo  principale  I,  alhaiara  I,  frontales  III,  casula  I,  ora- 
les 11,  pallas  II.  —  PZt  ad  ipsum  superdictum  monasterium  pertinet,  id  est  lectus  palíeos  II, 
tramisirgus  III,  mutas  de  mensa  II  litteratas,  litones  XXX.  Servltium  de  mensa  argénteo 
de  C  solidos  cum  duas  salares,  escalas  lili  argénteas,  ferratella  1  argéntea,  copa  de  argento 
con  sua  cooperturia  que  siat  super  altare  pro  cálice.  Vasos  eirakes,  id  sunt  palmare  1,  arre- 
domas III,  navccella  1  eirake;  conquos  11  con  suos  aquamaniles,  cancistales  II.»  Archivo 
histórico  nacional;  Catedral  de  Lugo,  tomo  2.°,  n."  46. 

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PRESEAS 

Capsas:  Resultando  ellas  de  uso  general  en  nuestras  iglesias,  verosímil 
parece  que  sirvieran  para  la  reserva  eucarística;  tardíamente  consígnase 
respecto  de  algunas  cajas  su  destino  para  reliquias,  y  otra  contenía  los 
Evangelios,  dato  que  permite  asimilar  a  ella  los  superevangeliares  me- 
tálicos citados  algunas  veces.  Eran  de  oro,  de  electro,  y  las  más  de  plata; 
éstas  últimas  pesaban  de  260  a  5o  sueldos,  y  solían  ir  doradas  y  enrique- 
cerse con  piedras  preciosas  y  perlas.  Habíalas  también  de  estaño;  una  era 
de  vidrio  oriental  —  ágata? — ,  dispuesta  formando  arcos  (i),  y  últimamente 
se  hicieron  de  martil  con  engarce  metálico.  Se  conservan  todavía  tres  de 
carácter  mozárabe,  con  reliquias. 

DiPTACos:  Cítanse  varios  dípticos  de  marfil,  uno  de  cobre  y  otro  de 
plata  con  peso  de  80  sueldos:  su  uso  no  estaba  generalizado,  al  parecer,  ni 
queda  muestra  de  ellos,  fuera  del  consular  de  Oviedo. 

Coronas:  Quizá  no  haya  inventario  de  iglesia  donde  no  figuren;  aun 
solían  contarse  dos  o  tres  en  cada  una,  y  eran  a  veces  de  oro,  pero  gene- 
ralmente de  plata,  con  peso  de  120  a  33  sueldos  algunas  de  ellas;  otras  iban 
doradas,  y  ostentando  piedras  preciosas  y  gemas  pendientes.  Cítanse  tam- 
bién de  bronce,  de  azófar,  de  cobre  y  de  vidrio.  Recuérdense  las  de 
Guarrazar:   mas,   aparte  representaciones  en  miniaturas,  no  se  conserva 

Catedral  de  Lugo:  dotación  por  Pedro,  obispo,  en  1042:  «Dicimus  cciam  et  de  miste- 
ria  eclesiastiga  frontales  III  candidum  deaurato  I,  alium  cum  argento  opere  polemito,  111° 
bazorí;  corona  argéntea  I,  calicem  de  argento  deaurato  quos  nobis  concessit  üutier 
Adefonso,  et  corporale  palea  de  super  cálices  mirivice  conposita.  Tenplum  principale 
dozoruno  et  alium  subter  cumsimile,  quos  nobis  concessit  Gilvira  Ruderiquiz;  cruce 
argéntea  pensante  solidos  C  et  alia  dcaurata  cum  lapidibus  quos  restauravimus,  kapsa  simi- 
liter  deaurata  cum  lapidibus  pensante  solidos  CC  et  alia  similiter  deaurata  quos  restauravi- 
mus. Vestimenta  sacerdotale:  kasuUas  greciscas  II  iraké  I  marayz  zomde  I  dalmatiga  ere- 
cisca  I  et  alia  e.xakeke  I.  Libros  eclesiastigos  oracionum  I  de  toto  anni  circulo,  ordinum 
episcopale  I,  psalterium  cum  canticorum  et  imnorum  perfectum,  sceptra  kanoiium  I, 
croniga  regum  I.  Signum  ex  mctailo  pensante  libras  CLXXX.  Serbicio  de  mensa  concas 
argénteas  II,  scalas  argénteas  lili,  salare  I,  cócleas  VI,  supostorio  I,  cirialc  I,  conko  et 
aquamanile  pare  I.»  Id.  id.;  tomo  9.°,  n."  92. 

(i)  Sobrado:  dotación  por  Sisnando,  obispo,  en  955:  «Capsam  evangeliorum  similiter 
argenteam  solidos  C  deauratam  lapidibus  preciosis  ornatam.»  —  Compostela:  dotación  por 
Ordoño,  rey  de  Galicia,  en  91 1:  «Cabsasduas  ex  auro  obtimo  cum  lapillis  et  margaritis  miro 
opere  compositas  et  cum  nomine  nostro.  Aliam  ex  vitro  transmarino  in  arcos  dispositam.» 

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ECLESIÁSTICAS 

ninguna.  Entre  las  inventariadas  en  San  Isidro  de  León  consta  la  diadema 
áurea  que   us(')  la  reina  Sancha,  ofrecida  al  santuario  por  ella  misma  (i). 

Lucernas:  Estaban  hechas  de  cobre,  bronce  o  latón;  especifícase  que 
ima  era  fundida,  y  solían  tener  pie  y  un  remate,  quizá  de  tapadera.  Gene- 
ralmente había  una  sola  en  cada  iglesia,  sin  contar  las  muchas,  sobre  tod(j 
de  vidrio,  puestas  en  candelabros.  El  transcribirse  su  denominaci<')n  la- 
tina por  la  árabe  candil  da  idea  de  su  forma,  y  así  son  los  ejemplares  con- 
servados; pero  en  miniaturas  aparecen  como  simples  platillos  con  peana. 

Candelabhos:  Según  indica  su  nombre,  eran  para  llevar  lucernas  y 
cirios;  colgábanse  ante  el  altar,  en  la  pérgula  o  percha,  y  les  correspon- 
día la  palabra  árabe  almanara,  que  alguna  vez  se  usa  con  distinción. 
Menciónanse  de  plata  uno  con  quince  lucernas  de  vidrio,  otro  con  siete, 
un  tercero  pesaba  quinientos  sueldos  y  otro,  regalo  de  Alfonso  el  Magno 
a  la  Catedral  de  Lugo,  llevaba  una  lucerna  también  argéntea,  encima  un 
aro  ?  y  allí  escrito  el  nombre  del  donante.  Había  también  candelabros  de 
bronce,  entre  ellos  una  pareja  compuesta  con  doce  brazos,  y  otros  de 
cobre  fundido  y  aun  de  hierro,  citándose  dos  o  tres  en  cada  iglesia  (2). 
Las  miniaturas  les  muestran  pendientes  de  cadenas  y  con  brazos  para 
candelas,  de  tres  en  tres.  Sólo  han  llegado  a  nosotros  ejemplares  musul- 
manes del  siglo  IX,  en  la  mezquita  de  Elvira  (Granada),  de  bronce  y 
semejantes  a  otros  coptos,  ya  en  forma  de  disco  ya  de  corona  y  con  brazos 
para  lucernas  en  torno. 

Ciriales  y  candeleros:    Figuran  entre  ellos  un  candelero  de  plata, 

(i)  Compostela:  dotación  por  Ordoño,  en  911:  «Coronas  ex  auro  obtimo  prefulgen- 
tes III  cum  lapidibus  preciosis  órnalas.» — S.  Isidro  de  León:  dotación  por  Sancha,  en  10Ó3: 
«Coronas  tres  áureas;  una  ex  his  cum  scx  alfas  in  gyro  et  corona  de  alaulcs  intus  in  ea  pen- 
dens,  alia  est  de  anemnates  cum  olovitreo  áurea,  tertia  vero  est  diadema  capitis  mei  auream.» 
La  palabra  alfas  probablemente  es  árabe,  significando  gemma. 

(2)  Catedral  de  Oviedo:  dotación  por  Alfonso  el  Casto,  en  812:  «Candelabrum  argen- 
teum  cum  lucernis  vitreis  XV,  et  lucernas  argénteas  de  alio  candelabro  VIIII.» —  Catedral 
de  Lugo:  dotación  por  Alfonso  III  en  897:  «Candelabrum  de  argento  cum  lucerna  argéntea 
pesiperius  (sic)  lucerne  hereus  ibique  nomina  nostra  Heteras  scripta.»  (Su  tumbo,  en  el 
Archivo  histórico  nacional,  n."  57.) —  Eslonza:  dotación  por  la  infanta  Urraca,  en  1099: 
«Kandelabrum  cum  septem  lucernis  argenteum  ante  altare  illuminandum.»  —  Abeliare: 
dotación  por  Cixila,  en  927:  «Candelabros  éreos  dúos  cum  duodecim  brachiis.»  —  Cova- 
rrubias;  rii2:  «Et  I  candclavro  cum  X  brazos  ct  1  mazana.» 

—   329  — 

42 


PRESEAS 

dos  parejas  de  ciriales  de  latón  y  otros  de  bronce:  similares  debían  ser  ciertas 
lampadas  de  plata  que  consigna  un  inventario.  Dos  canicistalesde  bron- 
ce y  un  casistale  para  lucerna  serian  soportes  a  modo  de  candeleros  tam- 
bién (i).  De  este  tipo  consérvase  un  ejemplar  andaluz,  procedente  de  Elvira. 

CÁLICES:  Unos  eran  de  oro  con  piedras  preciosas,  perlas  e  incrusta- 
ciones de  vidrio;  los  demás,  generalmente,  de  plata,  con  pesos  que  caen 
entre  6o  y  i5  sueldos,  comprendidas  sus  patenas  o  parópsides;  varios 
iban  dorados  y  con  gemas,  según  costumbre,  y  uno  se  califica  de  francés. 
Citanse  otros  de  estaño  y  de  marfil  y  uno  yrake,  acaso  de  vidrio,  con 
patena  de  plata.  Su  número  llega  hasta  cinco  en  algún  inventario  (2). 
Ninguno  se  conserva  anterior  al  de  Silos,  a  no  ser  la  copa  de  Braga. 

Aquamaniles:  Entre  piezas  de  iglesia  constan  varios  de  plata,  y  algu- 
nos de  ellos  esculpidos  y  dorados;  también,  de  igual  materia,  un  urceum 
y  urceolos,  con  peso  de  ocho  sueldos,  y  por  fin,  concos,  uno  de  azófar 
y  los  demás  de  bronce,  que  serían,  así  como  una  peí  ve,  para  verter  agua 
en  ellos.  Donde  más  abundan  menciones  de  estas  piezas  es  entre  la  vajilla 
de  comedor:  pero,  aplicadas  al  culto,  valdrían  para  bautizar,  para  el  agua 
bendita,  lavarse  las  manos  el  sacerdote  y  como  vinajeras.  Existen  ejem- 
plares de  bronce,  que  parecen  godos,  coincidiendo  con  ciertas  representa- 
ciones en  miniaturas. 

Turíbulos  o  incensarios:  Los  de  plata  pesaban  de  33  a  60  sueldos; 
algunos  hubo  de  oro,  pero  su  mayoría  era  de  bronce  fundido,  de  latón  y 
de  cobre,  en  número  de  hasta  tres  juntos.  Les  complementaban  sus  corres- 
pondientes offerturias  o  inferturias,  o  sea  platillos  para  el  incienso, 
que  solían  ser  de  plata,  sirviendo  para  lo  mismo  también  unas  cajitas  de 
plata  o  de  marfil,  como  entre  bizantinos  se  acostumbraba.  En  las  minia- 

(i)  Vimaranes;  969:  «Candelabros  II,  lucernas  idem,  lampadas  de  c  slds.»  —  Cat.  de 
Orense;  886:  «Eream  lucernam  cum  suo  casistale  vestisque  fusiles.»  —  Sobrado;  955:  «Can- 
delabra  tria  enea  fusilia,  canicistales  II  ex  ere,  lucerna  cum  pede  suo  eneum  fusile.»  — 
Covarrubias;  11 12:  «Ex  I  cirial  cum  VI  mazanas  de  cazmí  malo.» 

(2)  Compostela:  dotación  de  Ordoño  rey,  en  911:  «Calicem  aureum  cum  sua  parap- 
side  cum  lapillis  et  margaritis  oloviireum  ornatum.» — Sobrado:  dotación  de  955:  «Calicem 
argenteum  solidis  L  deauratum  cum  patena  lapidibus  preciosis  compositum  et  alterum 
argenteum  purum. —  Lalín:  dotación  por  Adosinda  en  1019:  «Cálices  dúos  argénteos  et  IIT 
de  ammafide  et  HIT  eirake  et  patenas  suas  argénteas.» 

—   330  — 


ECLESIÁSTICAS 

turas  el  incensario  suele  representarse  bajo  la  forma  usual  de  copa,  con 
tapadera  calada  y  pendiente  de  cadenas.  Respecto  de  ios  offerturia,  eru- 
ditos extranjeros  los  explican  como  bandejas  para  la  ofrenda  presentada 
por  los  fieles  durante  la  misa;  pero  nuestra  documentación  no  apoya  esta 
hipótesis,  a  no  ser  un  caso  en  que  se  las  llama  fialas  probablemente  (i). 
Signos  y  campanas:  lin  algunos  inventarios  ofrécense  con  distinción 
ambos  nombres,  sin  aclararse  la  diferencia  de  concepto:  mas  como  tam- 
bién se  citan  «sif^num  metalli  miriñci  sonanti  campana»  y  «signos  fusiles 
ex  metallo  et  totidem  campanis»  (2),  puede  creerse  que  las  campanas  pro- 
piamente eran  fundidas  y  de  una  aleación  admirable  por  su  timbre,  en 
que  entraba  lat(')n,  es  decir,  cobre  y  cinc,  según  consta  (3),  mientras  los 
signos  ordinarios  eran  de  cobre  o  del  bronce  usual  (4).  Algunos  tenían 
varios  agisos  o  badajos  (5);  el  número  de  signos  suele  llegar  a  cuatro:  el 
de  campanas,  a  cinco,  y  una  vez  aparecen  cuatro  mayores  y  otras  tantas 
menores:  en  cuanto  a  peso  citanse  signos  de  70,  100,  140,  180  y  200  libras; 
varios  juntos,  hasta  mil  libras,  y  una  campana  12.  Un  signo  califícase  de 
«ministrandíssimum»,  quizá  por  destinarse  a  ser  llevado  a  mano  para 
avisar  la  presencia  del  Sacramento  fuera  de  la  iglesia,  como  aun  hoy  se 
acostumbra  (O).  De  campanas  manuales  queda  un   famoso  ejemplar  en 

(i)  Oviedo;  812:  «Capsella  argéntea  pro  incensó,  offertorium  pro  incensó  argenteum.» 
—  Sobrado;  gbb:  «Turibulum  argenteun"!  fusile  cum  offertura  solidis  XL  » —  S.  Isidro  de 
León;  1063:  «Turibulos  dúos  áureos  cum  inferturia  áurea.»  —  Catedral  de  León;  1073: 
«Turibulum  argenteum  cum  sua  infertoria.» — Guimaranes;  969:  «Turificarlos  II;  unum 
tcnentem  L  solidos  et  alium  LX  cum  suis  íielis  oblatis.» 

(2)  Portugal  iae  monu  menta  historicae:  chartae;  núms.  ccccxlviii  y  lxxvi. 

(3)  Dexterigo,  presbítero,  dota  el  monasterio  de  Meylán,  sobre  el  Miño,  en  1030: 
«Offero...  signos  dúos  ex  metallo  fusiles  illo  uno  de  CXL  libras  quos  mii  laborarunt  in 
Sámanos  de  meo  alaione  et  per  precio  meo,  et  illo  aillo  de  LXX  libras  quos  conparavi  cum 
tius  et  magister  meus  Vegitus  presbiter.»  Arch.  hist.  nac;  tumbo  de  Lugo,  n.°  111. 

(4)  La  dotación  de  Obona  por  Adelgaster  (Esp.  sagr.;  XXXVII,  308)  consigna 
«Duas  campanas  de  ferro»;  pero  téngase  en  cuenta  que  el  documento  es  apócrifo  y  pro- 
bablemente fraguado  en  el  siglo  Xll,  cuando  el  monasterio  alcanzó  gran  íiorecimlento. 
Repite  lo  mismo  la  carta  de  Covadonga,  arriba  condenada  (pág.  324). 

(5)  Monsácer:  «Slgnum  cum  aquisibus  suis.» — Paradela:  «Signum  de  metallum  cum 
suos  agisos.» 

(6)  Celanova;  942:  «Signos  cum  agisos  II  et  teriium  ministrandisslmum,  campa- 

—   331    — 


PRESEAS 

Córdoba;  de  las  grandes,  ninguna  anterior  a  la  de  San  Isidro  de  León, 
fechada  en  1086;  pero  en  la  pintura  de  la  torre  Ta várense  vemos  campa- 
nas colgadas  de  sus  asas  y  que  sonaban  mediante  cuerdas,  tirando  desde 
abajo  (Lám.  LXXVIIl).  La  inscripción  de  dicha  campana  de  León  y  un 
pasaje  de  Eulogio  ratifican  lo  ya  sabido  por  los  inventarios,  a  saber,  que 
aquí  llamaban  signos  a  las  campanas  grandes,  como  nombre  genérico  (i). 

Cátedras:  De  mueblaje  eclesiástico  poco  sabemos:  la  cátedra  episco- 
pal de  Compostela  era  de  madera  y  hueso,  con  clavos  y  bolas  de  plata  y 
de  admirable  trabajo,  así  como  su  escabel  (2).  Varias  miniaturas  y  los 
marfiles  de  San  Millán  represéntanlas  en  forma  de  sillón,  con  brazales, 
alto  espaldar  y  remates  torneados.  En  las  iglesias  españolas  no  debió  estar 
la  cátedra  en  el  fondo  del  santuario,  según  costumbre  romana,  sino  en  el 
coro  o  aprisco  formado  en  medio  de  las  naves. 

Analogios:  Así  llamaban  a  unos  atriles  para  colocar  los  libros  litúr- 
gicos mientras  se  leían.  Según  miniaturas,  eran  de  madera  también,  con 
soportes  torneados  y  arquillos  de  herradura  por  adorno. 

Velos  principales:  Este  nombre  y  tanibién  vela  altaris  o  vela 
templi  daban  a  las  cortinas  con  que  se  ocultaba  el  santuario,  ya  fuese  duran- 
te una  parte  de  la  liturgia,  como  aun  se  acostumbra  en  Oriente;  ya  en  los 
tiempos  penitenciales,  de  lo  que  son  reminiscencia  nuestros  velos  de  cua- 
resma; ya  fuera  de  las  horas  litúrgicas,  permitiendo  esta  incomunicación 
dar  empleo  con  cierta  libertad  a  la  parte  de  iglesia  reservada  a  los  laicos, 
donde  consta  que  efectivamente  se  celebraban  asambleas  populares  y  jui- 
nas II.» — Curtis;  dotación  por  Pedro  obispo,  en  990:  «Signa  ex  metallo  bona  pensantes  libras 
mille.»  —  Monasterio  de  San  Vicente,  a  orillas  del  Miño,  dotado  por  Fáfila,  confesor,  en 
962:  «Signum  metallum  canpana.»  (Becerro  de  Celanova,  f.  191  v.)  —  Cariavio;  1076: 
«Campanas  duas  cum  suis  tinlinabülis.»  (Esp.  sagr.;  XXXVIIl,  327.) 

(i)  «Nonnullas  apud  Cordubam...  urbem  basilicarum  turres  everteret,  templorum 
arces  dirueret,  et  excelsa  pinnaculorum  prosterneret,  quae  signorum  gesiamina  erant;  ad 
conventum  canonicum  quotidie  christicolis  innuendum.»  (Apologelic  us  martyrum; 
22).  —  De  igual  modo  se  entendía  en  Francia,  como  testifica  una  referencia  coetánea,  sobre 
la  iglesia  de  Germigny  (villa  Germaniacus),  erigida  por  nuestro  Teodulfo,  aludiendo  al 
maderaje  de  su  torre,  «de  qua  signa  pendebant».  (Baluzius:  Miscellanea,  t.  I,  p.  492). 

(2)  Compostela;  911:  «Cathedram  episcopalem  ligneam  atque  oseam  cum  clavis  et 
malis  argentéis  cum  suo  scabello  miro  opere  conpositos.»        ,  .  ir  , 

—   332   — 


ECLESIÁSTICAS 

cios,  dormían  los  caminantes,  etc.  No  había  para  ello  entre  nosotros,  como 
en  Italia  y  bVancia,  el  tef^urium  o  baldaquino,  sino  pérgulas  e  ico- 
nostasis,  al  modo  que  en  Oriente  y  África,  según  ya  sabemos;  pero  estos 
velos  principales  no  pendían  de  allí,  sino  ante  el  arco  de  la  capilla  mayor, 
subiendo  y  bajando  mediante  poleas,  que  aun  se  conservan  en  San  Salva- 
dor de  Valdediós,  y  así  lo  atestiguan  algunos  inventarios,  llamando  velos 
de  polegia  a  los  susodichos.  Ellos,  generalmente,  califícanse  de  palíeos 
o  ex  palléis,  género  de  piezas  textiles  que  también  se  aplicaron  a  fron- 
tales, cubiertas  de  lecho  y,  excepcionalmente,  a  vestiduras  amplias.  En 
tiempos  ulteriores  resulta  pallium  como  voz  genérica  de  sederías  ricas: 
mas  al  principio  distinguíase  entre  «sérico  pallio»  y  «simplici  pallio»;  en 
Cataluña  se  citan  «palleo  cum  auro  factum»  y  «palíeos  grecos»  o  «gre- 
zescos»;  nótese  además  que  nuestros  inventarios  nunca  asignan  color  a  los 
palíeos,  ni  especifican  su  materia,  pudiendo  inferirse  de  todo  ello  que  se 
trata  de  manufacturas  polícromas,  como  tapicería.  Notoriamente,  eran 
cosa  preciosa,  v  el  valor  de  uno,  estimado  en  quince  sueldos  (i),  no  resul- 
ta desproporcionado.  Pocas  veces  estos  velos  principales  se  consignan  como 
séricos  o  de  seda;  uno  estaba  bordado  figurando  papagayos,  al  parecer, 
y  otros  se  califican  de  dozoruno  o  lotzorí,  nombre  árabe  de  una  especie  de 
cubierta  (2).  Hubo,  además,  ciertos  velos  secundarios  o  subminores, 
declarándose  una  vez  que  se  colocaban  por  bajo  de  los  otros;  ellos  eran  de 


(i)  Ello  en  Galicia,  año  910.  Sabido  es  que  el  sueldo  carolingio  valía  doce  dineros, 
o  sea  en  total  18  gramos  de  plata.  Ya  vemos  que  esta  misma  unidad  lomábase  para  medi- 
das de  peso  en  los  documentos  de  que  tratamos;  pero  su  equivalencia  nunca  consta  y  el 
sistema  es  anormal  respecto  de  los  países  europeos. 

(2)  Catedral  de  Orense;  886:  «Velum  de  polegia  palleum  unum.» — Catedral  de 
Lugo;  897:  «Vela  templi  sérica.»  —  Compostela;  gii:  «Velos  de  polegia  dúos  principales 
ex  quibus  unum  plumatum  cum  siptacos.»  —  S.  Ciprián  de  Pinza;  dotación  por  Juliano, 
arcipreste,  en  912:  «Velos  principales  que  inter  veslibulum  et  altare  dependunt.»  ^Arch. 
hist.  nac,  ii25  B,  f.  74  v.)  —  S.  Pedro  de  Sorga;  dotación  por  Adosinda  en  967:  «Vela  siri- 
cea  principales  qui  ad  t'aciem  apendunt  altaris.»  (Becerro  de  Celanova,  f.  89.)  —  Sobrado; 
955:  «Velos  principales  palíeos  II  et  alios  subminores  lili.»  —  Catedral  de  Lugo;  1042: 
«Templum  principale  dozoruno  et  alium  subler  cumsimile.»  —  S.  Isidro  de  León;  10Ü3: 
«Velum  de  templo  lotzori  maiore  cum  alios  dúos  minores  arminios.» — La  voz  cortina, 
en  lugar  de  velo,  aparece  en  escritura  de  1043  (Bec.  Celanova,  f.  io5). 

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PRESEAS 

seda  o  de  lino  adornados;  otros,  arminios  y  otro  espaven  o  sea  extran- 
jero, como  si  respondiesen  a  influjos  meridionales,  equivaliendo  así  a  las 

Alhaialas  o  alhagakas:  Este  era  el  nombre  privativo  árabe  de  di- 
chos velos,  vulgarizado  en  la  región  leonesa,  como  tantos  otros.  Fueron 
principalmente  de  seda;  también,  greciscos  y  de  lino;  uno  era  morado; 
otros,  por  mitad  verdes,  bordados  con  oro  y  plata,  etc.  (i).  Penderían  entre 
las  columnas  del  iconostasis. 

Acitaras  o  citharas:  Voz  equivalente,  al  parecer,  de  alhaiaras,  pues 
aplicanse  a  unas  y  otras  prendas  iguales  determinativos;  pero  el  uso  de 
aquéllas  generalizóse  más  tardíamente  (2).  No  eran  tapetes  para  el  suelo, 
dadas  la  finura  y  riqueza  de  su  labor,  sino  paramentos,  doseles  o  cortinas. 
En  un  diploma  ovetense  falso,  pero  antiguo,  y  en  otro  de  fecha  muy 
avanzada  figuran  azitaras  riquísimas,  sustituyendo  a  los  acostumbrados 
velos  (3). 

Frontales:  Probablemente  se  colocarían  ante  el  altar,  como  ahora. 
Los  de  oro  y  plata  con  pedrería  se  inauguran  en  San  Isidro  de  León,  bajo 
Fernando  I,  como  ya  se  dijo;  antes  todos  eran  palíeos,  que  predominan 
en  un  principio,  y  además,  de  lino  adornados,  de  seda  bermeja,  blanca  o 
amarilla,  bordados  con  oro  o  con  plata  a  veces,  con  una  cruz  de  hilo  de 
plata,  greciscos,  etc.  (4). 

(i)  Vimaranes;  oSg:  «Alara  una  de  ah'eicí,  velos  lineas  quatuor.»  —  Bovata;  996: 
«Alfagara  facenzal  moreda  I.»  —  Lalín;  1019:  «Alhaiaras  de  sirgo  III  et  de  lino  II.»  — 
S.  Miguel  de  León;  1029:  «Alfagara  I  grecisca.»  (Esp.  sagr.,  XXXVI,  xxxv).  —  Catedral 
de  León;  1073:  «Unam  alagaram  dimisam  in  viridi.»  —  Eslonza;  1099:  «Unum  velum 
ante  altare  ponendum  auro  et  argento  frixo  mirifice  textum.» 

(2)  Lorenzana,  en  969;  Covarrubias,  en  978;  Coimbra,  en  1087. 

(3)  España  sagr.;  t.  XXXVII,  p.  317,  dice:  «Frontales,  pallas,  acitaras  auro  textas 
greciscas  bacris  et  serici  lineique  ornamenti  diversa  genera.»  —  Covarrubias;  11 12:  «Et  XII 
azitaras:  et  I  constantina  de  unna  et  alia  loztorí  et  II  morgomes  II  greziscas  et  altera  illa 
media  fazroen  et  allia  media  baebi  et  I  tapet  pallio  et  altera  fazroen  et  II  bazlis.» 

(4)  Abeliare;  927:  «Dúos  frontales  similiter  palíeos,  tercium  vero  vermiculum  de 
alhaz,  quartum  pinctum,  quintum  haddaní,  sextum  alvum.»  —  Celanova;  938:  «Fronta- 
les IIII,  dúos  inde  mataraffes,  uno  vermículo  cum  cruce  de  argento  filo  et  alió  amarello,  et 
alios  pallios  II.»  —  Aguilar;  922?:  Sex  frontales  illos  dúos  creciscos  et  illos  alios  bracillis 
et  ciclatones.»  —  Catedral  de  Lugo;  1042:  «Frontales  III:  candidum  deaurato  I,  alium  cum 
argento  opere  polemito,  111°  bazorí.» 

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ECLESIÁSTICAS 

Pallas:  Extendíanse  sobre  el  altar,  y  eran  también  palleas  con  fre- 
cuencia; pero  en  la  donación  de  llduara  constan  ocho  pallas  de  diversos 
colores  y  tejidos,  todos  ellos  preciosos  (i).  Habían  de  ser  cosa  diferente  de 
los  indumenta  o  vestimenta  blancos  de  lino,  o  sea  manteles,  con  que, 
según  rito,  se  cubría  el  altar,  llamados  alguna  vez  túnicas  de  altaría 
o  kamisas  lineas.  Cítanse  asimismo  otras  y  corporales  de  bisso;  pal- 
las riquísimas  para  cubrir  el  cáliz,  una  de  ellas  tejida  con  oro  (2),  y 
finalmente  otros  paños,  llamados  superevangeliares,  que  se  pondrían 
sobre  el  analogíum  o  atril,  como  aun  hoy  se  acostumbra,  y  eran  de 
pal  leo  a  veces. 

Las  ropas  eclesiásticas  sacerdotales  constituyen  otro  grupo  nume- 
roso de  prendas  consignadas  en  inventarios,  y  con  alusiones  en  ciertos 
libros,  por  ejemplo  el  de  Leovigildo,  presbítero  cordobés  del  siglo  IX,  titu- 
lado «De  habitu  clericorum».  Aquí  se  explica  que  el  traje  de  diáconos 
v  subdiáconos  en  la  iglesia  era  una  túnica  blanca  o  alba,  abierta  en  ambos 
costados  por  abajo;  y  el  de  los  presbíteros,  otra  semejante,  pero  negra  u 
obscura;  que  los  diáconos  usaban  enebladium,  especie  de  amito  rodeado 
al  cuello;  que  el  orare  o  estola  era  llevado  por  los  subdiáconos  sobre  el 
brazo  izquierdo,  por  los  diáconos  sobre  los  hombros  y  por  los  presbíteros 
cruzado  además  sobre  el  pecho;  que  los  obispos  solamente  usaban  en  días 
señalados  la  cetharis  o  mitra,  blanca  y  con  flecos,  llevando  de  ordinario 
casulla  con  capucha  picuda,  tal  como  las  miniaturas  enseñan,  uso  que, 
según  el  mismo  autor,  provenia  de  Torcuato  y  sus  compañeros,  los  Varo- 
nes apostólicos  evangelizadores  de  Andalucía,  que,  aun  después  de  recibir 
el  orden  episcopal,  conservaron  la  sencillez  monástica,  revelada  en  el  me- 
lote, que  dicha  otra  prenda  recordaba.  Al  contrario,  los  presbíteros  no 
velaban  con  la  casulla  su  cabeza  (3). 

(i)     Véase  arriba,  pág.  244,  nota. 

(2)  Vimaranes;  gSg:  «Palas  gliziscas  duas,...  de  aluz  quinqué.» — Cat.  de  León;  1002: 
«Pallea  de  supcr  cálice  auro  textile.» — Lalín;  1019:  «Palias  VII  de  super  altare;  item  alias  de 
super  callees  V.»— Cat.  de  Lugo;  1042:  «Corporale  palea  de  super  cálices  mirivice  conposita.» 

(3)  Boletín  de  la  Academia  do  la  Historia;  t.  LIV.  p.  5oo.  Para  juzgar  de 
cómo  entendía  la  historia  el  P.  Flórez,  a  propósito  del  referido  libro,  y  de  acuerdo  por  esta 
vez  con  el  jesuíta  Rávago,  véanse  además  las  páginas  103  y  siguientes  del  tomo  LV. 

—    335   — 


PRESEAS 

Casullas:  Abundaban  las  de  lino,  y  entre  ellas  una  cárdena:  en  lo  más 
antiguo  danse  de  lana,  teñidas  de  rojo  alguna  vez  y  otra  blanca,  sin  contar 
las  de  manufactura  moruna,  a  juzgar  por  los  nombres.  Son  menos  fre- 
cuentes las  de  algodón,  citándose  una  amarilla  y  otra  blanca:  pero,  sobre 
todo,  las  preferentes  y  ricas  eran  de  seda,  con  gran  variedad  y  nomencla- 
tura árabe:  habíalas  a  dos  haces  y  con  forro;  también,  rameadas  en  verde, 
amarillas,  bermejas,  piscinias,  greciscas,  de  tiraze,  irakés,  de  ciclaton,  de 
brocado,  bordadas  con  oro,  etc.,  pues  no  siempre  el  concepto  descriptivo 
se  ofrece  claro  para  nosotros. 

Dalmáticas:  Resultan  mucho  menos  generalizadas  y  abundantes  que 
las  casullas,  como  prenda  que  parece  ser  ajena  a  la  tradición  española;  y 
por  lo  común  no  pasan  de  una  o  dos  en  cada  iglesia  (i).  Eran  de  seda 
probablemente,  citándoselas  blancas,  amarillas,  cárdenas,  piscinias,  bor- 
dadas con  oro,  greciscas,  tirazes,  oveites,  etc. 

Túnicas:  La  equivalencia  griega  de  este  nombre,  alguna  vez  consig- 
nada, es  planeta  (2):  se  usaban,  como  ahora  todavía,  en  Cuaresma  (3), 
y  sólo  tardíamente  se  especifican  como  de  seda,  greciscas,  cárdenas  con 
franjas,  etc.  Cítanse  también  túnicas  cuculas  una  vez  (4). 

Albas:  Habíalas  de  lino  y  de  seda;  alguna  amarilla  y  otras  en  blanco 
y  negro.  Eran  complemento  suyo  los  amictos,  a  veces  bordados  y  con 
oro,  y  a  ellos  puede  aludir  también  una  cita  de  umerarii  (5). 

Orales  u  orarios:  Equivalen  a  la  stola,  como  se  hace  constar  una 
vez  (6);  eran  de  seda  especialmente,  bordados  o  tejidos  con  oro  y  plata:  al- 
guno llevaba  flecos  de  oro  y  gemas,  aumentando  su  riqueza  en  los  últimos 
tiempos,  cuando  aparecen  también  manípulos.   Cítanse  orales  de  bro- 

(1)  Única  cita  que  recuerdo,  anterior  a  la  mitad  del  siglo  X,  es  la  de  cinco  dalmáti- 
cas donadas  a  la  Catedral  de  Lugo  por  Alfonso  el  Magno  en  897. 

(2)  Celanova;  942:  «Duas  planetas  vitiones.» 

(3)  Abeliare:  véase  pág. '327. 

(4)  S.Martín  de  Villamedina;  924  fPort.  mon.  hist.,  n."  XXVIII).  —  Sobrado; 
955:  «Cugulas  de  sirgo  III;  item  cugulas  et  albas  lincas  fusiles.» 

(5)  Testamento  de  Rudesindo;  977:  «Indumenta  sacerdotum  et  levitarum  cum  bal- 
teis  et  umerariis.» 

(6)  S.  Juan  de  Vega;  gSi:  «Orales  X  quod  scripturas  dicunt  stolas.»  —  Vimaranes; 
959:  «Stolas  cultas  XII  capas  duas  stolas  litoneas.» 

—   336   — 


ECLESIÁSTICAS 

cado  y  greciscüs,  para  diáconos  y  también  un  orario  de  tela  lisa  para  las 
comuniones,  que  es  dato  importante  ( i ). 

Balteos  o  cÍNGí  los:  Especificase  que  algunos  eran  de  oro  con  pe- 
drería, y  otros  de  plata  con  piedras  también  (2). 

Capas  y  mantos:  Cítanse  alguna  capa  de  seda  y  otras  entre  orales:  mas 
no  se  divulgaron  hasta  el  siglo  XII  (3).  Respecto  de  mantos,  arranca  su 
uso  de  la  segunda  mitad  del  XI,  cuando  los  inllujos  extraños  empiezan  a 
prevalecer;  eran  ricos  también  generalmente,  y  quizá  persevera  su  empleo 
en  nuestros  modernos  capillos. 

Nótese  que  en  tan  largas  enumeraciones  de  ropas  como  figuran  en  los 
inventarios  nunca  se  especifican  representaciones  sagradas  decorándolas, 
ni  siquiera  de  animales,  flores,  etc.,  en  oposición  de  los  italianos  y  de  los 
correspondientes  al  período  sucesivo,  pudiendo  inferirse  que  los  tejidos 
usuales  eran  lisos  o  con  decoraciones  esquematizadas  y  geométricas,  así 
como  los  bordados.  Únicamente  se  habla  de  ramajes,  bajo  el  nombre  árabe 
maraize,  sin  que  pueda  excluirse  no  obstante  la  hipótesis  de  que  algunas 
voces,  entre  las  mal  explicadas,  se  refieran  también  a  oi'den  decorativo. 

Una  de  las  cargas  usuales  de  las  iglesias  era  el  alojamiento  y  manu- 
tención de  huéspedes,  ya  pobres  ya  señoriales  y  aun  reyes,  a  lo  que  obe- 
decían en  parte  las  rentas  de  que  se  las  dotaba;  proveíaselas  además  de 

(1)  Abeiiare;  927:  «Orarios  Vill  unuin  textilem  comunionibus  dúos  brositos  seu 
haddanis  II  et  III  albos.» — Celanova;  938:  «Orales  brosetos  de  auro  et  argento  fresales  III.)» 

—  Id.;  942:  «Orales  VIIII,  ex  quibus  cum  auro  et  argento  compositos  IIII.»  —  Catedral  de 
León;  1002:  «Orales  V  auro  textiles  et  illo  uno  cum  perpendes  deauratos  et  cum  gemmis.» 

—  S.  Miguel  de  León;  1029:  «Orarios  tres  do  sirgo  et  alio  texitum  cum  argento.»  (Lspaña 
sagr.,  XXXVI,  xxxv). — S.  Isidro  de  León;  10Ó3:  «Stolas  áureas  cum  amoxerce  argénteo  et 
opera  ex  auro  et  aliud  argenteum  ad  amorcece  habet  opera  olovitrca. » — Catedral  de  León; 
1073:  «Duas  stolas  argénteas  et  aliam  auro  fresam  quibus  inieci  manípulos  greciscos.»  — 
Covarrubias;  1 1 12:  «II  estolas  morcerceles  cum  suas  tablas  exoratas  et  suas  petras.» 

(2)  Celanova;  942:  «Cingulos  áureos  gematos  II,  alios  argénteos  exauratos  ex  quibus 
unum  gematum.»  —  Compostela;  911:  «Balteum  sacerdotale  ex  auro  gemmis  atque  lapi- 
dibus  constructum.»  —  Lugo;  998:  «Circulo  cum  baltheo  argénteo  et  lapidibus.»  —  León; 
1002:  «Balteum  ex  auro  puro  cum  lapidibus  suis.» 

(3)  Un  documento  gallego  de  1003  cita  «1  kappa  franziska»;  mas  no  consta  que 
fuera  de  uso  eclesiástico  (Archivo  hist.  nac:  diplomas  del  monasterio  de  Melónj. 

—   337  — 
43 


PRESEAS 

vajilla  y  lechos,  no  sólo  con  dicho  fin.  sino  para  decoro  de  los  obispos, 
abades,  etc.,  que  vivían  en  ellas,  por  lo  que  fi^^uran  en  los  inventarios  se- 
ries de  objetos  preciosos  y  ricos,  probando  una  vez  más  el  lujo  v  refina- 
mientos que  en  el  si^lo  X  desplegaba  la  alta  sociedad  leonesa  y  gallega  (i). 

Servicio  de  mesa.  El  adorno  y  pulcritud  de  ella  para  comer  no  va- 
riaba de  los  usos  actuales:  la  mantelería,  que  llamaban  «mutas  de  mensa», 
era  abundantísima,  hasta  darse  184  pares  alguna  vez:  v  aun  de  piezas  ricas 
suele  contar  dos  a  diez  pares  cada  fundación.  Había  mantilia  o  manteles, 
que  serían  grandes;  también,  sábanos,  o  sea  los  de  tamaño  menor,  como 
servilletas;  y  facitergia  o  fazalelias,  equivalentes  de  toballas  y  pañue- 
los, al  parecer.  Manteles  y  servilletas  hermanaban  formando  series,  según 
su  calidad,  y  les  apellidaban  polimitos  o  polendos,  que  querría  decir 
labrados  a  colores;  litteratos,  que  iban  adornados  con  seda,  trazando 
rayas,  y  litones  o  lintiones,  que  eran  los  más  ordinarios,  quizá  con 
labor  negra.  Las  toballas  a  veces  eran  asargadas,  es  decir,  con  sobretrama  de 
seda.  Cítanse  además  stamineas,  cosa  de  estambre;  algún  cogin  o  pul- 
billo  de  mesa,  y  respecto  de  muebles,  las  mesas  mismas,  sillas  con  espal- 
dar y  banquetas  de  refectorio,  pues  los  comensales  se  colocarían  sentados, 
aunque  alguna  miniatura  represente  a  los  del  festín  de  Baltasar  recostados 
a  modo  clásico. 

En  cuanto  a  vajilla,  las  más  vulgares  eran  de  madera,  y  alguna  alu- 
sión de  ello  suministra   un  documento  gallego  (2);  pero  las  consignadas 

(1)  He  aquí,  como  ejemplo,  otro  inventario  leonés,  por  extraña  casualidad  dejado 
inédito  por  el  Sr.  Vignau,  en  su  Cartulario  de  Esl  onza,  que  bajo  el  n.'XXV  transcribe 
una  copia  abreviada,  menospreciando  el  original  completo,  que  sólo  cita  ai  final.  Trátase  de 
la  carta  de  dotación  del  monasterio  de  Boñar,  por  Gisvadoy  Leuvina,  de  que  se  trató  arriba 
(pág.  162),  y  lleva  fecha  de  929:  «Supellectile  autem  domus  ex  sirico:  lectum  I,  galnapem 
et  plumacium;  de  lana  vero  tapete  II,  galnapem  polimatam  et  quattuor  pulmatios.  Scalam 
argenteam  I,  scifum  ereum  cum  conca  sua,  conpendeales  V,  decios  V,  sellas  scapulares  V, 
sedilias  in  refictorium  II,  mensas  III,  cupas  III.  ítem  ex  vasa  altaris:  capsam  argenteam  I, 
calicem  argenteum  I,  crucem  ercam  I,  coronam  argenteam  1,  candelabrum  ereum  I,  incen- 
sarem  ereum  I,  signum  ereum  1.  Ítem  vela  altaris:  frontales  de  sirico  II,  alhaialam  I.  Ex 
indumento  quoque  sacerdotalis:  casullas  de  lino  II.  Libros  vero  eglesiasticos:  anliphona- 
rium,  comicum,  manuale,  orationum,  precum».  Arch.  hist.  nac,  Eslonza;  parts.,  n.°  3  bis. 

(a)  Sobrado;  962:  «Vasa  lignea  usibus  humanis  apta  a  cupa  usque  ad  minima  conca.» 
(Su  becerro,  f.  3  v.).  Cubas  o  toneles  formaban  principalmente  esta  serie. 

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ECLESIÁSTICAS 

como  dotación  de  iglesias  eran  generalmente  de  plata  y  de  materias  aun 
más  preciosas,  como  lo  seria  el  vidrio  blanco  y  tallado  de  Oriente.  Según 
atestiguan  miniaturas  carolingias  y  el  Pentateuco  de  Ashburnham.  fué 
costumbre  conservar  con  ostentaci(')n  estas  vasijas  de  mesa  colgadas  de  ca- 
denillas, ni  m¿is  ni  menos  que  las  coronas  y  candelabros  de  las  iglesias,  ya 
pieza  por  pieza,  ya  varias  de  las  menores  dentro  de  un  recipiente.  Las  se- 
ries más  ricas  v  numerosas  consígnanse  en  (ialicia  desde  principios  del 
siglo  X,  pero  también  son  considerables  y  similares  en  la  regi'm  leonesa, 
faltando  en  la  castellana;  y  si  en  Cataluña  dase  algo  parecido,  la  pobreza 
del  país  denunciase  con  ser  casi  exclusivamente  de  estaño  y  cobre  las  pie- 
zas mencionadas,  con  tecnicismo  bien  diferente,  por  lo  común,  del  leonés. 
Así  quedan  localizados  el  foco  oriental,  de  asimilación  francesa,  y  el  occi- 
dental, donde  los  influjos  meridionales  predominan,  dando  lugar  a  la 
serie  de  vasos  y  artefactos  de  comedor  que  siguen: 

Preferentemente  v  bajo  el  nombre  de  «servitium  mense»  agrúpase 
un  número  determinado  de  piezas  argénteas,  que  se  presentarían  al  prin- 
cipio de  la  comida,  y  son: 

Inferturias:  Recipientes  amplios,  como  bandejas,  de  plata;  escul- 
pidas y  doradas,  a  veces.  Llamábanlas  también  intromissios,  suposto- 
rios,  discos  o  naves,  y  además  hablase  de  un  intermisium  redondo 
y  plano,  adornado  con  admirable  labor  y  dorado  (i). 

MissoRios  o  MENsoRios;  Tacitas  en  que  se  ser\ían  licores;  algunas 
veces  cuéntanse  dos,  cuatro  y  hasta  ocho  en  un  mismo  lote;  otra  vez  uno 
solo  dorado  pesaba  30  sueldos,  probando  que  también  les  había  grandes  (2). 


(i)  Compostela;  91 1:  «Intermisium  rotundum  palmiceum  miro  opere  pictum  et  exau- 
ratum.» — Sobrado;  935:  «In  servitio  de  mensa;  fixorium,  inferturia,  cocleares  IIU,  trolione 
uno,  omnia  e.x  argento  solidis  XLIII,  salarem  argenteum  1,  sulcieram  argenteam  I,  alium 
trullionem  eburneum,  pataras  vel  líalas  argénteas  X.» — Cclanova;  977;  «Fíalas  et  inferturias 
argénteas  scultas  et  auro  perlucidas.»  —  Sahagún;  98Ó;  «Nave  argéntea  que  in  nostra  mensa 
cum  suo  servitio  scmper  abutimur.» — Vimaranes;  1008:  «Servitium  de  mensa  i  salaret  infer- 
turia et  trolion  et  dúos  coliares.»— León;  1042;  «Servitio  de  mensa  et  ferturia  argéntea;  uno 
truiione  argénteo  uno  salare  argénteo  uno  disco  argénteo  culiares  argénteas  octo.» 

(2)  Sahagún;  1083;  «Uno  messorio  cum  suo  servicio  de  mensa  cum  suas  culiares  et 
uno  salare  et  uno  pigmentario  et  uno  tarego.'»  —  Vimaranes;  io58;  «1  mensurio  de  XXX  so- 
lidos deaurato.» 

—   339  — 


PRESEAS 

CILIARES  O  COCLEARES:  Cucharas  de  plata,  en  número  de  dos  a  ca- 
torce juntas.  Se  consignan  tanibitMi  el  diminLiliw)  c  li  liai  celli^s  (i)  v  la 
forma  romanceada  cugares. 

Trlliones  o  TRULios:  Cazos  o  cucharones  provistos  de  colador,  para 
servir  manjares  y  escanciar  el  vino  sin  impurezas.  Eran  de  plata  y  alguno 
de  marfil.  Excepto  una  \ez  que  constan  dos  y  otra  cuatro,  lo  ordinario  es 
figurar  uno  solo  en  cada  inventario. 

CiFo:   Canuto  para  sorber:  aparece  nombrado  uno  de  oro  (2). 

Salares,  sulcecas  o  sulcieras  y  pigmentarios:  Eran  vasijas  para 
condimentos  de  mesa,  como  su  nombre  indica.  De  pigmentarios  no  hay 
sino  dos  citas  algo  tardías  (3),  aludiendo  la  primera  de  ellas  a  un  ejemplar 
esculpido  y  dorado,  con  17  sueldos  de  peso. 

Tarecos:  Pequeñas  vasijas,  de  oro  y  de  plata,  donde  se  presentaban 
conservas  en  salazón  (4). 

Tacaras-  A  una  de  oro  refiérese  cierta  alusión  tardía,  como  todas 
las  que  se  conocen  de  estos  vasos,  probablemente  cilindricos  y  de  proce- 
dencia moruna  (5). 

Frixorios:  Debían  ser  recipientes  para  el  asado;  y  pues  consta  uno 
de  plata,  no  se  pondrían  al  fuego. 

Tenaces:  Serían  tenacillas  para  coger  manjares,  según  cita  única  (6). 

Los  objetos  siguientes  aparecen  inventariados  con  distinción  respecto 
de  lo  anterior. 

ScALAS:  Eran  escudillas  de  plata,  con  peso  de  seis  a  treinta  sueldos, 
y  en  número  de  hasta  ocho  juntas.  Estaban  doradas  a  veces,  esculpidas 

(i)  Catedral  de  León;  847:  «Scala  argéntea,  culiarccllos  argénteos  quatuor,  trulione' 
argénteo.  (Esp.  sagr.;  XXXIV,  429). 

(2)  Vimaranes;  959:  «De  servicio  mcnse  in  ihesaurum  cum  coclearios  XII  cifo  ex 
auro  ct  trulios  II.» 

(3)  Vimaranes;  io58:  «1  pimcnteira  scultile  dcaurata  continct  solidos  XVII.» — Saha- 
gún;  1083:  véase  la  nota  2  de  la  página  anterior. 

(4)  Sahagún,  1049  y  1083.  León,  1073 

(5)  León,  1073.  Sahagún,  1083.  — Sames,  1074:  «Duas  tagaras  et  uno  troliono  el 
una  infertoria  et  uno  salare  et  V  culiares.»  (Arch.  hist.  nac.) 

(6)  San  Isidro  de  León;  10Ó3:  «Servicio  de  mensa,  id  est  salare  inferturia  tenaces 
truUione  cum  coclearibus  X.» 

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ECLESIÁSTICAS 

y  aun  con  el  nombre  del  donante;  doce  I  i  ton  es  serían  nieladas  quizá  ( i). 

Copos:  Se  asimilaban  a  las  scalas,  quizá  como  tazas  cilindricas; 
pero  no  figuran  sino  en  número  de  uno  a  tres,  y  eran  igualmente  de  plata, 
esculpidos  y  aun  dorados  tal  cual  vez;  uno  pesaba  quince  sueldos  v  otro 
era  lit oneario  (2). 

Fíalas  o  patabas:  Platillos  o  tazas  equivalentes.  Cítanse  dos  france- 
sas de  plata:  en  otro  caso  sustituye  su  mención  a  la  ordinaria  de  scalas, 
como  \()ces  siníSnimas,  v  también  se  cita  una  «scala  argéntea  pagel  la».  Su 
peso  resulta  de  doce  v  de  quince  sueldos,  según  un  d(jcumento. 

CoppAs:  Tenían  tapadera;  eran  de  plata,  generalmente  dorada,  excepto 
algunas  litones;  no  se  consignan  juntas  arriba  de  cuatro;  una  pesaba 
sesenta  sueldos;  de  otra  consta  que  servía  sobre  el  altar  en  vez  de  cáliz  (3), 
y  otra,  esculpida  por  dentro  v  fuera,  pesaba  210  sueldos,  de  donde  puede 
inferirse  un  tamaño  extraordinario  (4). 

Ferratellas:  Su  tipo  originario  seria  el  de  la  herrada,  en  uso  toda- 
vía. Estas  otras  vasijas  eran  pequeñas  y  cilindricas,  citándose  una  de  plata 
y  otra  de  azófar. 

Calderas:  Serían  calderetas  con  asa;  una  de  plata  y  tres  más  se  citan. 

MoioLos:  Tres  de  plata  sobredorada  pónense  juntos,  y  eran  jarros 
cilindricos  para  beber. 

Cúcuma:  Es  decir  marmita,  de  plata. 

Vasos:  Como  voz  genérica  abarca  una  porción  de  tipos  de  vasijas, 
especialmente  copas  y  copos  de  plata  y  los  preciosos  y  óptimos  de  cristal 
o  vidrio  blanco,  coco,  etc.,  que  apellidaban  yrak.es,    eirakes,  eyraclis 

(i)  Recuérdense  estos  versos  de  Teodulfo,  hablando  de  vasos  argénteos  dorados  por 
dentro  y  nielados  al  exterior:  «Pocula  promittit  quidam  se  pulchra  daturum...  inicriusque 
aurum  exierius  nigredo  decorat,  cum  color  argenti  sulphure  lactus  abil.»  (Migne:  Patro- 
logía lat.,  t.   io5,  col.  2Hy.) 

(2)  Cat.  de  Lugo;  998:  «Scalas  sculfitas  deauratas  II,  alio  copo  sculfito.»  —  Vimara- 
nes;  1008:  «Coppo  litoneario.»  —  Cartavio;  1076:  «Copo  uno  argénteo  sculpto  el  deauraio 
et  cum  scala  una  argéntea.» 

(3)  Lalín,  en  documento  copiado  arriba,  pág.  327. 

(4)  Sahagún;  donación  del  conde  Gutier  Adefonso;  io52:  «Unum  vasculum  argcn- 
teum  quod  rustico  sermone  dicitur  copa  intus  et  foris  mirabiliter  sculptum  cum  sua  copcr- 
toria  pesante  ccx  solidos,  quod  in  quadragesime  diebus  sempcr  usi  fuimus  pocula  bibere.» 

—  34'   — 


PRESEAS 

O   eirikales.    Cítase   también    algún    vaso  con   imágenes  y  dorado  (i). 

Congas:  Eran  tazones,  ya  de  plata,  con  pesos  de  5o  a  36  sueldos  y  a 
veces  doradas,  ya  iracas,  y  en  un  inventario  aparecen  hasta  quince  sin 
especificarse  su  materia.  Una  conca  argéntea  figura  con  su  correspondiente 
urceolo  o  jarro,  y  otra  con  su  scifum  o  taza  de  bronce. 

Arroto.mas  o  redomas:  Es  tipo  de  vasijas  conocido;  eran  irakés  las 
más,  ya  de  cristal  ya  cúc urnas:  otras,  de  plata  dorada  con  dos  asas,  o  bien 
de  bronce,  y  otra  espanesca,  es  decir,  moruna  (2).  Cítanse  hasta  doce 
juntas,  y  se  conserva  una  en  Astorga,  como  veremos. 

Navatellas:  Consta  una  iraké,  y  además  una  navicella  bizath: 
serian  recipientes  alargados. 

Palmares:  Eran  vasos  irakés,  y  lo  ratifica  el  citarse  también  un  pal- 
marium  cristallinum. 

Portellas:   Tenían  asas,  como  bandejas,  y  figuran  entre  vasos  irakés. 

Kana:  Aparece  una  sola  entre  vasos  irakés.  En  Cataluña  regístranse 
can  natas  o  channadas,  con  tapadera  de  estaño,  y  recuérdense  también 
nuestras  cañas,  vasos  especiales  para  manzanilla. 

Alcalla:  Debe  ser  jarro  de  arcilla,  y  es  cita  única  de  su  especie  en  los 
inventarios  conocidos.  Con  ella  y  otras  vasijas  preciosas  menciónase  una 
tructa  de  cristallo  (3). 

Soparías:  Una  dorada  y  otras  bubalinas,  más  un  dente  elevan- 
tino,  figuran  en  Celanova;  cornuas  bubalinas,  en  Lugo,  y  corneas  o 
cornia  en  otros  inventarios  leoneses,  como  vasos,  haciendo  creer  que  alu- 
den a  los  de  forma  cónica  para  vino,  imitando  cuernos  o  de  asta  de  buey 
precisamente.  Cítase  además  un  vasito  de  una  especie  de  calabazo,  coco 
tal  vez,  esculpido,  con  tapadera  y  decoración  de  piedras  preciosas  en  ella  (4). 

fi)  Véanse  estos  inventarios,  éntrelos  citados  arriba:  Celanova,  942;  Lugo,  998; 
Lalín,  1019,  y  S.  Isidro  de  León,  1063.  —  Samos,  988:  «Octo  vasos  erakes  obtimos.»  (BibL 
nac,  ms.  18387,  f.  273  v.). — Vimaranes,  1042:  «Vasos  airages  111,  arrotomas  XII,  vasos  de  cri- 
stallo III,  una  alcalla,  una  tructa  de  cristallo.»  (Port.  mon.  hist.,  n."  CCCXXX). — 
Vimaranes,  963:  «I  vaso  immaginato  et  exaurato.»  (Id.,  n.°  LXVII). 

(2)  Bóvata,  996:  «Aredoma  erea  I,  espanesca  I.»  índice  de  Sahagún,  n."  767. 

(3)  Véase  arriba:  nota  i. 

(4)  Catedral  de  Lugo;  998:  «Alio  vásculo  in  specie  de  calaba90  sculphito  et  coopertoria 
cum  lapidibus.» 

—   342   — 


ECLESIÁSTICAS 

Como  era  costumbre  lavarse  las  manus  inmediatamente  antes  y  des- 
pués de  comer,  resulta  natural  que  figuren  con  frecuencia  concos  y 
aq  uaman  iles,  aq  ua  fusiles  o  aquemanibus  entre  las  piezas  de  come- 
dor, hechos  de  bronce  fundido,  de  latón  o  de  cobre,  citándose  concos 
immaginatos.  o  sea  con  figuras  y,  por  último,  ydrias  o  calderos,  des- 
tinados también  a  lavarse  las  manos  (i). 

Aun  suenan  más  vasijas,  tal  vez  de  cocina,  como  son:  una  tazóla 
erea,  un  aceptre  erreo,  un  mortalio  o  mortero  de  lat(')n  con  su  mano 
o  pestello,  arcas,  dornas  osea  artesas,  balneos  y  compingiales  o 
compendíales,  vasijas  que  servían  como  medida  de  capacidad,  según 
escrituras  de  Sahagún  {2). 

Para  alumbrarse  predominan  referencias  de  ciriales  de  latón,  espe- 
cialmente uno  en  forma  de  caballo;  infiérese  que  otro  de  cobre  sería  tam- 
bién así,  pues  le  llaman  caballello  (3):  cítanse  una  lucerna  de  latón,  otra 
de  dormitorio,  cancistales  o  castízales  de  br(jnce  en  parejas  v  dos 
ceroferales  de  plata  sobredorada.  En  miniaturas  del  festín  de  Baltasar 
figura  un  candelabrum  con  cirios,  sobre  astil  y  trípode. 

Los  lechos  eran  de  madera  torneada,  según  les  vemos  reproducidos 
en  miniaturas,  con  sus  cabezales  altos,  como  los  romanos:  pero  también 
de  hierro  se  les  cita,  y  análogamente  lectos  strados,  baionolas,  bis- 
ternas  y  scannos  o  tarimas.  Los  más  ricos  lechos  iban  adornados  de 
palleo,  apreciándoseles  en  ciento  v  en  doscientos  sueldos.  La  lectuaria, 
liteira  o  su  perlectile,  o  sea  ropa  de  cama,  ofrece  muchas  dificultades 
para  ser  bien  definida.  Recuérdese  que  san  Isidoro  prescribía  que  la  cama 
de  sus  monjes  había  de  componerse  de  estera,  tapete,  dos  zaleas,  manta, 

(i)  Celanova;  938:  «Concurrí  immaginaium  cum  sua  ytria.» — Id.;  942:  «Ydrias  lili  et 
V°  cervo,  concos  immaginatos  Vil.»  —  Valdeavita;  949:  «Conco  et  aquemanibus  fundenii.» 
—  S.  Juan  de  Vega;  951:  «Aquafusiles  II  et  suos  proprios  conccos».  —  Oviedo;  1045: 
«Ydria  herea  I  pro  aquemanibus.» 

(2)  Villa  Froliulfi;  910,  donde  se  enumeran:  «Cupos  cubas  tulias  escamnos  kadede- 
ras  lectos  intromissios  scalas  conkas  missorios  conpingiales  dornas  balneos  et  omne  vasa.» 
— Samos;  926:  «ICatedras  conpendiales  concas  messorios  mensas  intermisios  dornas  karros.» 
(Arch.  hist.  nac;  diplomas  de  Samos). — Boñar;  929:  véase  pág.  338. 

(3)  Catedral  de  Oviedo;  1045:  «Ciriale  similitudinem  equiis  quod  est  allatonis.»^ 
Catedral  de  León;  looa:  «Caballello  éneo  pro  céreo  portare  ad  mensa.» 

—   343  — 


PRESEAS 

tohalla?  y  dos  almohadas  ( I ).  En  el  siglo  X  las  ropas  de  cama  usuales  entre 
pobres  eran  un  tapete,  un  cobertor  y  una  almohada,  a  lo  que  añadían  los 
ricos  colchoneta,  sobrecama  con  envés  de  pieles  y  sábanas.  No  hay  noticia 
de  cielo  ni  colgaduras  que  cerrasen  el  lecho,  como  después  fué  costumbre. 
He  aquí  la  nomenclatura  de  tales  ropas: 

CuLciTRAs  o  cozEDRAs:  Eran  colchonetas  o  acaso  jergones;  habíalas 
de  lino  v  otra  es  calificada  de  inferior  con  nombre  árabe — addaní  —  Sus 
referencias  son  escasas:  quizá  no  más  que  en  tres  inventarios. 

Plumazos  (2):  Equivalen  a  colchones  lujosos  y  almohadas,  rellenos  de 
plumas  acaso.  Que  eran  lo  primero  pruébase  por  el  hecho  de  usarse  como 
voz  equivalente  pulvinaria,  y  que  se  citen  con  ellos  plumazos  de  ka- 
peza.  plu  mellas  y  fazales,  que  serían  propiamente  almohadas;  y  a  favor 
de  lo  segundo  en  lechos  pobres  valga  el  aparecer  otras  veces  capitales 
y  capites  en  lugar  de  plumazos.  Los  más  lujosos  eran  páleos,  o  sea  de 
tapicería  quizá:  otros,  asargados;  otros  de  lana,  yendo  uno  labrado  a  colo- 
res: otros  de  lienzo  de  lino  y  greciscos;  algunos  se  califican  de  bisterna- 
les;  con  ellos  van  otros  de  cabeza  palios  fazerolios,  y  respecto  de  uno 
hácese  constar  su  frunna.  Almohada  o  almuvadia  es  palabra  tardía, 
que  aparece  en   documento  gallego  de  11 16. 

ÍA petes:  Llámanse  también,  pero  con  distinción,  mantas  y  mán- 
cales; suelen  calificarse  de  antemanos,  como  otras  piezas  de  cama,  sin 
que  yo  acierte  a  saber  la  clase  de  tejido  de  seda  que  ello  significa,  pero  si 
es  voz  árabe  querrá  decir  listado:  otro  iba  en  la  delantera,  pues  se  le  llama 
de  antelecto.   Mantas,  habíalas  moriscas  y  facenzales. 

GÁLNAPEs,  GÉNABEs  O  vÉNAPEs:  En  tiempos  godos  llamábase  galna- 
bis  la  manta  velluda  de  lana  que  servía  para  cobertor.  En  el  período  que 
estudiamos  las  había  palleas,  tasadas  ya  en  diez  sueldos,  ya  en  setenta: 
otras  eran  antemanu  y  antemanissime ,  asargadas,  de  lana  y  de  lino 
labradas,  greciscas  con   franja  y  mauriscas,  calificadas  de  óptimas  (3). 

(1)  «Cuius  stratus  erit  storea  et  stragulum,  pellesque  lanatae  duae,  galnabis  quoque 
et  facistergium  geminisque  ad  capul  pulvillus.»  Regula,  cap.  14. 

(2)  La  forma  degenerada  c hornazo  aparece  bajo  el  año  8óo  en  el  lumbo  de  Sobrado, 
f.  31  V.;  pero  quizá  deba  ir  a  cargo  del  copista,  en  los  comienzos  del  siglo  XIII. 

(3)  A  propósito  de  los  páleos,  es  notable  esta  cita  de  1013:  «Pallei  superlectiles  sirgo 
veslilibus  pretiosis.»  Port.  mon.  h  ist.,  n.°  ccxxn. 

—  344  — 


ECLESIÁSTICAS 

Almuzallas:  Equivalían  a  las  gálnapes  y  mantas,  com<j  cubrecamas: 
pero  con  ventaja  en  íinura  y  riqueza,  aluiliendu  a  ellas  las  últimas  citas 
arriba  consignadas,  probablemente.  I'>an  de  paleo,  séricas,  greciscas,  de 
ciclatón,  de  lino  y  bordadas  moriscas.  Tardíamente  suelen  apellidarse 
anamat,  palabra  árabe  no  bien  definida. 

Sábanas:  Parece  seguro  que  este  nombre  no  se  aplicaba  en  nuestro 
país  sino  a  ropas  de  mesa.  Sus  equivalentes  de  cama,  las  líneas  o  lí  nu- 
las, úsanse  pocas  veces,  pero  un  inventario  consigna  treinta;  otras  voces 
sin<')nímas  árabes,  izares  y  almelehas  hatanis,  también  aparecen  por 
excepción,  e  igualmente  escasas  son  las  referencias  a  linteos  de  lino;  mas 
el  poco  valor  de  estas  telas,  producto  del  país  y  usual  materia  de  tributa- 
ción, justificará  que  no  se  las  inventariase  generalmente. 

Allihafes  o  alifafes:  Eran  colchas,  paleas  o  greciscas,  con  su  envés 
de  piel  de  marta  o  de  ardilla;  también,  vulturinos,  quizá  labrados  en  espi- 
ral, como  ruedos,  y  h  u  be  id  i  es,  acaso  hechos  en  Ubeda.  Serían  análogos  los 
fateles  v  atibachis,  que  aparecen  descrít(js  con  términos  equivalentes. 

Librerías:  El  pulso  intelectual  de  las  iglesias  nuestras,  es  decir  de  su 
clero,  puede  advertirse,  en  cierto  modo,  mirando  a  los  libros  que  fueron 
su  peculio  más  costoso,  tenida  cuenta  de  que,  si  en  lo  moderno  las  biblio- 
tecas indican  mal,  generalmente,  el  cultivo  de  espíritu  del  poseedor,  al 
contrario,  en  aquellos  siglos  era  un  libro  cosa  tan  personal  y  preciosa  como 
un  título  de  la  Deuda  hoy,  que  no  está  sino  en  manos  de  quien  se  gana  su 
explotación. 

Desde  luego  no  intentemos  buscar  pozos  de  ciencia  en  aquel  clero,  ni 
su  cultivo  como  ideal  entraba  en  la  norma  de  vida  de  los  antiguos  ceno- 
bios. Ejercicios  de  piedad,  meditación  sobre  los  textos  sagrados  y  un  es- 
tudio profundo  de  la  exégesis  bíblica,  como  medio  para  consolidar  su  doc- 
trina, según  la  entendieron  los  Padres:  a  ello  reduciríase.  por  lo  general,  el 
saber  mozárabe.  Únicamente  cuando  la  fe  o  el  buen  sentido  cristiano  tla- 
queaban,  aquellos  hombres  cogían  enardecidos  la  pluma  en  defensa  de  sus 
ideales,  con  más  pasic'm  y  buena  voluntad  que  arte:  con  más  copia  de  tex- 
tos, bien  o  mal  traídos,  que  razonamientos;  con  más  letra  muerta  que  espí- 
ritu de  crítica  y  filosofía.  En  la  corte  de  Cario  Magno  espafioles  se  llevaban 
la  prez  como  expositores  bíblicos,  y  al  frente  de  ellos  Claudio  y  Galindo 
Prudencio,  y  allí  mismo  floreció  nuestro  gran  Teodulfo,  moralista  y  delica- 

—  345  — 


PRESEAS 

disimo  poeta.  En  Córdoba  sabido  es  que  los  mozárabes  avivaron  un  rena- 
cimiento de  literatura  clásica,  movidos  ante  la  inevitable  absorción  del  ara- 
bismo, que  en  el  siglo  X  triunfó  al  cabo,  haciendo  suya  entonces,  como 
lengua  literaria,  la  de  sus  opresores;  mas,  andando  el  tiempo,  ello  nos  puso 
en  condiciones  de  beber  la  ciencia  griega  que  el  romanismo  desechara,  y 
erigirnos  en  maestros  de  filosofía  y  mística  medieval,  entre  otros  saberes, 
respecto  de  Kuropa. 

Antes  de  llegarse  a  esto,  la  inferioridad  cristiana  parecía  tal  a  los  gran- 
des filósofos  musulmanes  del  siglo  XI  que  por  ellos  la  ciencia  española 
indígena  era  considerada  nula;  y  es  que,  siendo  de  cepa  erudita  v  bíblica 
en  exclusivo,  carecía  de  valor  para  quienes  buscasen  ideas  puras  aplicables 
a  lo  científico  y  lirismos  arrancados  a  la  pasión.  Había,  ciertamente,  un 
foco  de  arte  y  de  belleza  fecundísimo  en  las  preces  eclesiásticas,  exuberan- 
tes de  fe,  con  sencilla  y  tierna  explosión  de  afectos,  que  darían  su  fruto 
entre  almas  acondicionadas  por  una  pureza  interior:  mas  sin  nervio  para 
reducir  inteligencias  perturbadas  por  la  ignorancia  o  la  barbarie.  De  aquí 
el  hecho  social  de  que  los  unos,  por  millares,  buscaron  durante  el  siglo  X 
su  purificación  en  el  aislamiento  cenobítico,  mientras  otros  progresarían 
en  bestialidad  y  rudeza,  hasta  tanto  que, un  nuevo  sistema  doctrinal,  más 
a  tono  con  su  barbarie,  removió  aquellas  conciencias,  bajo  la  idea  de  una 
Providencia  vigilante  que  llevaba  castigos  al  pecador  y  auxilios  al  bien 
intencionado,  ayudando  así,  mediante  un  problema  de  intereses,  a  purifi- 
car disipaciones.  Tal  hubo  de  ser  la  revolución  predicada  por  los  monjes 
de  Cluní,  que  arrastró  a  las  Cruzadas  y  contuvo,  por  una  parte,  las  guerras 
civiles  y,  por  otra,  la  emigración  cenobítica,  vigorizando  la  sociedad,  si 
bien  a  costa  de  perderse,  como  categoría  social  cristiana,  la  casta  antigua 
de  hombres  purificados  por  el  Evangelio.  Es  quizá  el  apogeo  de  la  Ciudad 
de  Dios  en  cenobios  y  monasterios,  a  espaldas  de  la  sociedad  militante  y 
cerrando  el  mundo  antiguo,  lo  que  hace  misterioso  e  incomprensible  casi 
para  nosotros  aquel  siglo  X. 

Este  esplritualismo  de  una  parte  de  nuestros  cristianos  de  entonces 
aparece  hoy  bajo  aspecto  de  rebajamiento  e  incapacidad;  pues  sería  iluso- 
rio buscar  en  el  «De  contemptu  mundi»  acicates  de  progreso  y  actividad 
artística  y  sobre  todo  monumental,  cuando  el  «omnia  vanitas»  encauza  la 
vida.  Gracias  al  fermento  clásico,  a  que  el  cristianismo  no  hizo  por  sus- 

—  346  — 


ECLESIÁSTICAS 

traerse,  hubo  arte  mientras  la  sociedad  laica  tu\o  fuerza  espiritual,  y  mien- 
tras el  pueblo  educado  alentó  ideales  nobles;  pero  este  factor,  debilitándose 
más  y  más,  llegó  a  perderse  casi  en  el  siglo  X  para  Occidente.  Sólo  una 
comarca  obtuvo  cierto  robustecimiento  de  vida,  dentro  del  cristianismo, 
que  fué  Andalucía,  porque  la  educación  árabe  se  implantó  allí  sobre  la 
clásica,  dando  por  fruto  este  arte  mozárabe,  infiltrado  en  la  sociedad  leo- 
nesa, gracias  a  inmigrantes  de  Andalucía,  y  que  vimos  descaecer  demasiado 
pronto,  a  tenor  que  los  cenobios  se  llenaban  de  penitentes,  comprobando 
no  ser  aquellos  hombres,  asqueados  del  mundo,  sino  mundanos  ilustrados 
y  piadosos  sus  fautores. 

Sólo  un  arte  precisaba  mantener  y  aun  fomentar  en  los  cenobios,  a 
despecho  de  austeridades:  el  de  la  escritura,  puesto  que  los  libros  eran 
fuente  de  vida  espiritual,  y  ejercicio  imprescindible  su  lectura  para  ele- 
varse hacia  Dios  mediante  el  rezo.  Si  los  monjes  eran  buenos,  a  una  edu- 
cación literaria,  intensamente  cristiana  y  piadosa,  deberemos  atribuirlo. 
y  ello  explica  la  enorme  cantidad  de  manuscritos  que  hubieron  de  produ- 
cirse en  los  siglos  IX  a  XI.  dado  el  número  de  lus  que  aun  subsisten.  Sin 
embargo,  en  su  conjunto,  de  ninguna  gran  librería  eclesiástica  podemos 
formar  juicio,  por  falta  de  inventarios,  refiriéndose  los  conocidos  a  insti- 
tuciones poco  florecientes;  mas  aun  con  ello,  reuniendo  datos,  llégase  a 
conclusiones  que  deben  acercarse  a  la  realidad,  vista  la  concordancia  de 
indicios  sobre  que  se  apoyan  (i). 

Una  serie  de  libros,  llamados  ecclesiasticos,  era  imprescindible, 

(i)  Al  frente  de  los  inventarios  conocidos  figura  el  del  códice  Ovetense  (Escorial: 
R.  11.  18,  f.  95),  fechado  en  882  y  que  publicó  últimamente  Beer  (Handschriftenschátzc 
Spaniens,  pág.  37GJ.  Júzgase  por  todos  como  alusivo  a  la  biblioteca  de  la  Catedral  de 
Oviedo,  donde  en  tiempo  de  Morales  existía  el  códice;  mas  como  éste  parece  ser  andaluz, 
y  aun  lleva  indicios  de  haber  sido  escrito,  en  su  parte  más  moderna,  por  Eulogio,  bien  pudiera 
creerse  que  el  inventario  en  cuestión  se  refiere  a  algún  monasterio  de  Córdoba.  Los  demás 
inventarios  algo  importantes,  complementarios  de  documentos  referidos  en  la  pág.  321 ,  son 
estos:  Armerecio;  867.  San  Salvador  de  Herías;  889.  S.  Pedro  de  Montes;  91 5.  Samos;  922. 
Abeliare;  927.  Celanova;  942.  S.  Juan  de  Vega;  951.  Vimarancs;  959.  Caaveiro;  96Ó?  Lalin; 
loiQ.  Catedral  de  León;  1073.  Eslonza;  1099. 

Como  más  importante  que  los  demás  e  inédito,  merece  publicarse  aqu!  el  de  Abeliare, 
intercalado  en  el  te.vto  ya  impreso  en  la  pág.  326.  Quizá  se  formó  con  libros  de  procedencia 
andaluza,  a  juzgar  por  uno  subsistente,  y  dice: 

—  347  — 


PRESEAS 

hasta  en  las  fundaciones  más  modestas,  aunque  no  siempre  se  lograse 
completarla,  y  a  ella  corresponden  muchos  códices  entre  los  conservados. 
Trátase  del  ritual  y  oficiero  toledanos  o  mozárabes,  peculiares  de  España, 
como  es  bien  sabido,  y  fruto  de  la  antiquísima  evangelización  acá  traída 
por  los  siete  Varones  apostólicos.  Desde  el  siglo  IX  muchos  inventarios 
consignan  estos  libros,  pudiendo  apreciarse  un  cierto  orden  de  agrupación, 
que  obedece  verosímilmente  a  su  empleo,  antes  de  llegarse  a  un  nuevo 
sistema  de  incorporación,  tal  vez  a  ejemplo  del  misal  y  breviario  romanos, 
lo  que  probablemente  se  realizó  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XI.  Su  no- 
menclatura primitiva  es  esta: 

Líber  antiphonarum:  Que  contiene  las  piezas  de  canto  melódico  polí- 
fono, desarrollado  en  tres  coros:  uno  con  voz  cantante,  junto  al  altar;  otro, 
respondiendo,  en  el  pulpito  o  atril,  y  un  tercero,  constituido  por  el  pueblo, 
que  cerraba  con  un  triple  «Gloria»  cada  antífona.  La  Catedral  de  León 
conserva  un  ejemplar  insigne  de  este  libro,  inédito  aún,  y  otro  hay  proce- 
dente de  la  CogoUa  (i). 

Líber  orationl  m:  Comprende  las  oraciones  anejas  a  las  antífonas,  y  de 
aquí  la  relación  que  entre  ambos  libros  se  observa,  y  no  constar  a  veces, 
por  incorporación,  el  segundo.  Un  códice  famoso  de  Verona  contiene  su 
texto  más  completo  (2). 

«Bibliotegam  in  tribus  corporibus  divisam,  Castrorum  liber  I,  civitatis  Dc¡,  collacio- 
num,  institulionum  et  regularum  septem  in  uno  corpore.  Beati  Efrem  et  lohannis  Hosau- 
rei.  Prosperi  liber  I,  vitas  patrum  et  ierontico  in  unum.  Claudiani  liber  i.  Expositum  Da- 
nielis  liber  I,  Ezechielis  liber  I.  Cronicorum  libri  III,  sententiarum  et  laterculum  in  uno 
corpore,  expositum  Zacharie  liber  I,  de  litteris  iuris  et  diversorum  epistoiis  liber  I.  Liber 
Eucerii.  Liber  Audacis  Sergii.  De  arte  Donati  et  versos  Alcirnii  et  Adelelmi  liber  I.  Simili- 
ter  exaracium  diversarum,  librum  antiqum  et  Audaci  Sermi  ac  Ponpegii  vel  luvenalis. 
Liber  Alcimi  et  Dracontili  liber  I.  Liber  Virgili  eneldos.  Prudenti  liber  I.  Eugenii  et  Marci 
Catonis  liber  I.  Alium  collectum  ex  diversis  sentenciis  liber  I.  Etimologiarum  libros  II. 
Diversos  libellos  domni  Eugenii  liber  1.  Virginitatem  sánete  Marie  liber  I.  Prosopopeia  et 
de  efficienciam  aqui  vini  et  olei  liber  I,  et  alium  de  versibus  et  prosa.  Liber  epistolarum. 
Libros  quoque  ecclesiasticos  antiphonare  1,  precium  I,  orationum  libor  1,  ordinum  liber  1, 
comnigum  unum,  manuale  liber  I,  psalterios  dúos,  orarum  liber  I.» 

(i)  Los  prólogos  del  códice  leonés  han  sido  impresos  por  Férotin,  en  su  <^Liber 
sacramen tor um»,  col.  916. 

(a)    Publicado  por  Bianchini:  Thomasii  opera:  1741. 

-   348  - 


I'XLESIASTICAS 

LihER  comicum:  Se  compilan  en  éste  las  lecciones  litúrgicas,  tomadas  de 
los  profetas,  epístolas  y  evangelios.  Hay  varios  ejemplares,  y  está  publicado 
subre  un  códice  procedente  de  Silos  (i). 

LiBEk  máncale:  Seguramente  es  el  místico  o  missale,  que  regis- 
traba las  fórmulas  litúrgicas  para  celebrar  los  santos  misterios;  y  se  llama- 
ría manual  porque  había  de  manejarlo  el  celebrante,  sin  el  atril  de  altar 
que  ahora  se  usa,  razón  por  la  que  generalmente  se  le  dividía  en  dos 
tomus,  disminuyendo  así  su  volumen  y  peso.  Está  publicado  con  título 
poco  exacto,  sobre  un  códice  toledano  (2). 

Líber  passionum:  Solía  ser  complemento  del  anterior,  conteniendo  ac- 
tas de  mártires,  aplicadas  a  sus  respectivos  oficios,  y  responde  a  un  códice 
de  Cárdena,  que  ahora  posee  el  Museo  Británico. 

Líber  psalmorum  o  psalterium:  Además  de  los  salmos,  contenía  cán- 
ticos e  himnos.  P'ué  publicado  separadamente  dos  veces  por  extranjeros, 
sobre  un  códice  toledano  y  sobre  otro  de  Silos  que  está  en  Londres  (3). 

Líber  ordinum:  Al  parecer  formaba  dos  cuerpos;  el  uno,  ordinum 
episcopalium  y  el  otro,  sacerdotali  u  m ,  según  contenían  el  ritual  de 
obispos  o  pontifical,  o  las  ceremonias  sacramentales  y  demás  aplicables  a 
diversas  circunstancias  de  la  vida  cristiana.  Se  conserva,  aunque  no  com- 
pleto, en  dos  códices  de  la  CogoUa  y  de  Silos,  que  están  publicados  (4). 

Líber  horarum:  Consígnase  pocas  veces,  relativamente,  en  los  inven- 
tarios, quizá  por  ir  englobado  con  el  siguiente.  Equivale  al  libro  de  horas, 
diurnas  y  nocturnas,  reasumiendo  el  contenido  de  varios  entre  los  libros 
anteriores,  hasta  dar  lugar  al  llamado  breviario  toledano,  del  que  abundan 
ejemplares. 

Líber  precum:  Aparece  con  mucha  frecuencia,  y  contiene  las  mise- 
rationes  o  letanías,  generalmente  en  prosa  rimada,  correspondientes  al 
oficio  divino,  y  están  publicadas  formando  parte  del  misal  y  breviario  mo- 
zárabes. Juntas  con  las  horas  aparecen  en  los  libros  de  uso  de  Fernando  1 


(i)     Morin:  Liber  comicus:   1893. 

(2)  Férotin:  Le  libcr  mozarabicum  sacrainen  toru  m  :   1912. 

(3)  Gilson:    Mozarabic    Psalter:    1905.  —  Blume:    Hymnodia    gótica:    1897. 
Además,  nuestro  Lorenzana,  en  su  Breviarium  gothicum. 

{j\)     Férotin:  Le  líber  ordinum:   1904. 

—  349  — 


PRESEAS 

y  de  la  reina  Sancha,  que  conservan  respectivamente  la  biblioteca  uni- 
versitaria de  Santiago  y  la  Real  (i). 

Líber  sermonum:  Para  edificación  de  los  fieles,  los  libros  litúrgicos  te- 
nían dispuestas  homilías  o  sermones,  que  se  recitaban  en  las  diversas  fes- 
tividades, tomando  por  modelo  quizá  los  de  san  Agustín,  y  se  conservan 
códices  con  ellos  solos,  no  publicados  totalmente,  cuales  son  dos  de  Silos 
en  el  museo  Británico,  y  otro  toledano  sobre  los  Evangelios. 

Una  segunda  y  preferente  categoría  forman  los  libros  divinos, 
es  decir,  la  sagrada  Escritura,  o  Bibliotheca,  como  decían  por  antono- 
masia, según  texto  latino  distinto  del  de  la  Vulgata,  que  hoy  estudian  ávi- 
damente los  especialistas,  y  que  revela,  de  acuerdo  con  nuestra  peculiar 
liturgia  y  demás  indicios,  la  antigüedad  remota  de  la  Iglesia  española  y  su 
independencia  respecto  de  la  evolución  romana.  Dicho  texto  créese  dima- 
nado de  Egipto;  usaron  de  él  las  iglesias  africanas,  y  desde  España  transcen- 
dió a  Irlanda.  El  ejemplar  conservado  más  venerable  parece  ser  el  Cáven- 
se. En  inventarios  constan  además,  como  volúmenes  sueltos,  el  Penta- 
teuco y  el  Eptático  que,  a  los  cinco  libros  de  aquél,  añadía  los  de  Josué 
y  Jueces.  Comprendíanse  también  exposiciones  sobre  lo  mismo,  especial- 
mente la  de  san  Gregorio  sobre  el  libro  de  Job,  que  llamaban  Moralia; 
el  Expositum  Ezechielis,  obra  del  mismo;  el  de  Daniel,  por  san  Jeró- 
nimo: comentarios  de  san  Agustín  sobre  los  Evangelios;  el  libro  de  Ca- 
siodoro  sobre  los  Salmos,  y  otros  de  autor  incierto.  La  Explanatio  in 
Apocalipsim,  por  Beato  según  se  cree,  no  es  citada  sino  una  o  dos  ve- 
ces, aunque  de  ella  quedan  tantos  y  tan  ricos  ejemplares,  probando  quizá 
ello  haberse  propagado  especialmente  entre  laicos. 

Libros  spirituales  o  místicos  llamaban  en  general  a  los  de  doc- 
tores cristianos,  fondo  el  más  nutrido  délas  librerías  eclesiásticas.  San  Agus- 
tín llevábase  la  prez,  con  sus  obras  De  Trinitate,  De  Civitate  Dei, 
Enchiridion,    Quaistiones,   Sermones  y  algunas  epístolas  (2).    Hay 


(1)  Véanse,  el  estudio  especial  de  W.  Meyer,  de  Golinga,  comenzado  a  publicar 
en  1914,  sobre  «Die  Preces  der  mozarabischen  liturgie»,  y  folletos  anteriores, 
del  mismo,  sobre  nuestra  poesía  rítmica  cristiana. 

(2)  La  suposición  del  F.  Tailhan,  proponiendo  que  se  lea  Probam  en  vez  de  Probum, 
en  la  referencia  de  ellas  consignada  en  el  catálogo  ovetense  de  882,  es  perfectamente  exacta, 

—  3^0  — 


ECLESIÁSTICAS 

un  ejemplar  del  tratado  contra  los  arríanos,  por  san  Ambrosio;  de  san  Je- 
rónimo, aparte  los. comentarios  bíblicos,  están  el  libro  De  víris  illustrí- 
bus  y  epístolas;  cítase  además  bajo  su  nombre  un  tratado  De  predesti- 
natione  et  libértate  arbitrii,  que  no  consta  escribiese  (i).  Sin  especi- 
ficar títulos,  catalóganse  obras  de  san  Juan  Crisóstomo  (Hosaurei),  san 
Efrem,  Claudiano,  san  Próspero,  san  Fulgencio,  Junilio,  etc.  A  san  Ci- 
priano se  atribuye  un  libro  titulado  Cenam  nubtiarum,  más  bien  obra 
española,  según  se  cree  (2);  de  Eucerio  se  conservan  epístolas  y  el  Líber 
erudition  u  m  ;  de  Juan  Cassiano,  lasCollationcs  seniorum,  Institu- 
tiones  V  De  octo  viti  is ,  y  de  Smaragdo,  que  murió  en  820,  aun  abun- 
dan el  comentario  a  la  regla  de  san  Benito  y  homilías.  Por  último,  san 
Gregorio  el  Magno  aparece  muy  estimado,  con  los  Dialoga  o  Geron- 
ticon  (3),  Pastoral  y  Homiliai,  a  más  de  sus  Sententiac,  compiladas 
por  nuestro  Tajón. 

Entre  los  españoles  descuella,  como  es  natural,  san  Isidoro,  con  sus 
Etymologiae,  Sententiae,  Synonima,  Genera  officiorum.  Regu- 
la, Chronica,  DifterentÍLe,  De  natura  rerum.  De  viris  illustri- 
bus.  Epistolae,  etc.  De  Apringio  hay  citas,  que  seguramente  aluden  a  su 
comentario  sobre  el  Apocalipsis,  hoy  perdido.  De  san  Leandro,  san  .Mar- 
tín Dumiense  y  Fructuoso  iban  inventariadas  las  respectivas  Reglas;  de 
Valerio  y  Braulio,  sus  cartas  y  biografías;  de  Juliano,  el  Prognosticon 
futuri  temporis;  de  Eugenio,  el  Epitameron,  y  de  Ildefonso,  el 
opúsculo  De  virginitate  sanctai  María;,  uno  de  los  que  más  se  copia- 
ron seguramente. 


pues  así  dice  el  original.  Kn  cambio,  es  inadmisible  entender  que  se  aluda  a  las  Conso- 
lationes  de  Boecio,  donde  hay  escrito:  Liber  conlationum  artis  grammatice.  (Les 
bibliothéques  espagnoles  du  Haut  Moyen  age;  págs.  302  y  303:  en  las  Nou- 
veaux  mélanges,  por  Cahler,  tomo  IV). 

(i)  Más  que  a  los  conocidos  libros  de  san  Agustín,  acércase  este  título  al  de  Hinc- 
maro:  «De  praedestinatione  Dei  et  libero  arbitrio»,  dedicado  a  Carlos  el  Calvo.  Sabida  es  la 
controversia  suscitada  en  Francia  sobre  estas  cuestiones  en  el  siglo  IX,  recrudeciendo  las 
teorías  pelagianas. 

(2)  Tailhan:  lugar  citado;  pág.  302,  nota  6.* 

(3)  Este  dualismo  de  nombres  consta  en  el  códice  de  Urgel,  fechado  en  938,  contra 
la  idea  de  Berganza,  que  atribuye  el  segundo  título  a  un  conjunto  de  reglas  monásticas. 

-  35i  - 


PRESEAS 

De  españoles  posteriores  a  la  invasión  árabe  no  se  cita,  en  cuanto 
conozco  de  inventarios,  sino  a  Elipandu  una  vez;  por  otra  parte,  siendo 
regla  general  que  las  obras  de  este  período  nos  sean  conocidas  merced 
a  ejemplares  únicos  en  letra  mozárabe,  queda  probada  su  escasa  difu- 
sión, y  por  lo  mismo  una  total  pérdida  verosímil  de  muchos  escritos. 
Entre  obras  anónimas  y  colecciones,  la  más  repetida  es  una  serie  de 
Vitas  patrum.  referente  a  monjes  orientales;  también  abundaban  el 
Líber  Canon  um,  compilación  de  actas  conciliares  y  decretales;  el  texto 
legal  llamado  Forum  iudicum  o  Líber  goticum;  y  glosarios  latinos, 
de  que  aun  subsisten  varios  ejemplares.  Otras  citas  son  más  difíciles  de 
reconocer  o  incomprensibles  (i).  Hay  un  libro  de  geometría;  otros  de  gra- 
mática, citándose  especialmente  el  Arte  de  Donato;  además,  obras  de  un 
Pómpelo  y  un  Audax,  que  pueden  suponerse  del  mismo  género.  Respecto 
de  historias,  aparecen  las  de  Orosio  y  la  Eclesiástica  por  Eusebio  y  Rufino, 
y  dos  veces  un  Laterculum,  quizá  referente  al  cómputo  pascual. 

Opuscula  poetarum  constan  separadamente  en  el  inventario  de 
882,  y  a  este  mismo  género  pertenecen  los  más  de  los  libros  llevados  por 
Eulogio  a  Córdoba  (2).  De  alto  clasicismo  figuran  tan  sólo  la  Eneida  de  Vir- 
gilio, las  sátiras  de  Horacio,  las  de  Juvenal,  algo  de  Marco  Catón,  sus  dís- 
ticos morales  seguramente:  de  Ovidio,  quizá  las  epístolas,  y  algún  comen- 
tario sobre  Porfirio,  único  libro  de  carácter  filosófico,  y  correspondiente 
a  los  de  Eulogio. 

De  bajos  tiempos  y  especialmente  cristianos  se  consignan  poemas, 
himnos,  etc.  de  Avieno,  Juvenco,  Prudencio  y  Draconcio,  españoles;  de 
Alcimo,  Venancio  Fortunato  y  Coripo,  de  san  Eugenio  el  toledano,  y  de 
Aldhelmo,  obispo  sajón,  que  murió  ya  entrado  el  siglo  VIH.  Como  anóni- 
mos figuran  los  panegíricos  en  loor  de  Atanasio  y  Justino  el  joven,  empe- 
radores del  siglo  VI,  y  obra  de  Coripo  el  segundo. 

En  otros  países  los  libros  fueron  haciéndose  viejos  y  renovándose  pau- 
latinamente, sin  crisis  de  invalidación.  España,  por  el  contrario,  vio  un 

(i)  Tales,  las  siguientes:  Casirorum  líber  I.  De  litteris  iuris.  Prosopo- 
peia.  De  efficicnciam  aqui  vini  et  olci  liber  1.  Igerarium  gerie.  Troyano 
(Eneida.'').  Librum  Hierem. 

(2)     España  sagr.,  t.  X,  pág.  55o.— Simonct:  Hisl.  de  los  mozárabes,  pág.  346. 

—   3^2   — 


pxlesiastií:\s 

día  su  antigüedaí-l  atropellada:  \  i(')  sus  Icxlos  saiiUjs,  su  lilupf^ia,  su  rezo 
puestos  en  tela  de  juicio  como  heréticos,  sin  que  valiese  lue^o  la  inmuni- 
dad reconocida  para  iibrai'Kjs  de  pr(jscripción :  \i<')  su  escritura,  que  hoy 
enamora  por  su  nitidez  v  clai'idad,  suplantada  por  la  francesa,  tan  confu- 
sa; y  como  consecuencia,  de  ^olpc.  a  fines  del  siglo  XI,  los  libros  \'iejos 
todos  cayeron  en  desuso,  ya  bajo  el  anatema  de  los  modernistas  ya  con 
inevitable  postergación,  como  difíciles  de  leer  e  inútiles  al  cabo.  Pero  así 
como  en  Córdoba  el  romanismo  no  cayó  sin  generosa  protesta  y  revulsi- 
vos, ante  Alvaro  y  Eulogio,  así  la  invasión  galicana  tampoco  dejó  de  ofre- 
cernos un  contradictor,  si  bien  aníjnimo,  que  al  tomar  en  cuenta  glorias 
nacionales  merecidas,  sabia  ponerse  a  tono  con  la  Era  nueva,  filosofando 
sobre  la  historia  de  Alfonso  VI  en  latín  salustiano,  loque  hace  merecedora 
quizá  su  obra,  la  crónica  llamada  Silense,  de  un  primer  puesto  en  los 
albores  del  Renacimiento  clásico  europeo. 

Este  hecho  de  la  renovación  de  bibliotecas  españolas  tras  del  período 
mozárabe  trajo  consigo,  ciertamente,  la  pérdida  de  mucho  antiguo:  mas, 
en  cambio,  también  rejuveneció  el  espíritu  nacional,  permitiéndole  abrirse 
cammo  libremente  hacia  donde  su  genialidad  anticlásica  le  llevara. 


—  3^3  — 


XI 

MUSEO  MOZÁRABE 


LA  suma  escasez  de  mueblaje  y  enseres  correspondientes  a  los 
siglos  que  estudiamos  lleva  consigo  dificultades  de  clasificación 
grandes,  hasta  dejarnos  en  último  término  dudosos  sobre  la  orien- 
tación a  que  algunas  piezas  obedecieron;  porque  hay  grupos,  la  orfebrería, 
por  ejemplo,  en  que  ignorándose  aún  la  fase  andaluza,  rechazar  o  incluir 
a  titulo  de  mozarabismo  ejemplares  de  Asturias  no  puede  sin  temeridad 
decidirse:  y  tocante  a  códices  una  cierta  cuantía  de  influjos  transpirenai- 
cos probables  y  de  supervivencias  obliga  a  categorías  y  distingos,  cuvo 
examen  no  es  propio  de  esta  reseña  general  que  bosquejamos.  El  criterio 
adoptado  es  de  cerrar  las  aportaciones  bajo  Fernando  I,  por  decidirse  en 
este  reinado  corrientes  de  arte  nuevas;  limitar  el  estudio  de  códices  a  gene- 
ralidades, puesto  que  sobre  ellos  se  prepara  otro  libro  especial,  y  admitir 
con  cierta  amplitud  los  demás  enseres  de  uso  cristiano,  cuya  agrupación 
se  impone,  preparando  así  su  estudio  de  conjunto,  por  hacer  aún. 


CÓDICES 

La  sustituc¡<)n  en  ellos  del  alfabeto  uncial  por  el  minúsculo  fué 
novedad  generalizada  en  los  paises  latinos  hacia  el  siglo  Vil!,  sin  que 
pueda  saberse  de  dónde  partió  la  iniciativa.  Los  motivos  y  precedentes  sí 

•        -  355  - 


MUSEO    MOZÁRABE 

aparecen  claros:  la  escritura  uncial  y  la  seniiuncial  eran  corpulentas,  y 
exigían  para  trazarse  gran  parsimonia  y  habilidad;  frente  a  ellas,  desde 
los  tiempos  clásicos,  usábase  para  documentos  sueltos  otra  escritura  sim- 
plificada y  de  rápida  ejecución,  la  cursiva,  que  aun  eñ  los  códices  servia 
para  consignar  a  veces  notas,  efemérides,  etc.,  sin  pretensiones  caligráficas, 
ahorrando  tiempo  y  fatiga,  pero  con  menoscabo  del  arte  que  en  la  confec- 
ción de  libros  venia  observándose.  Hacer  clara  y  artística  la  letra  cursiva, 
poniéndola  en  condiciones  de  suplantar  al  alfabeto  semiuncial,  pudo  ser 
ocurrencia  de  un  solo  hombre:  aunque,  una  vez  reconocidas  sus  ventajas, 
la  difusión  del  sistema  por  los  escritorios  occidentales  lograríase  con 
rapidez.  Además,  la  similitud  en  sus  orígenes  de  todas  las  escrituras 
minúsculas,  que  luego  se  diversificaron  por  regiones,  da  indicios  de  pro- 
babilidad a  la  hipótesis  susodicha. 

En  España  quizá  distingue  los  códices  de  tipo  uncial,  más  que  nada, 
su  desgarbo,  su  anticlasicismo,  en  forma  que  el  tránsito  al  nuevo 
sistema  no  representa  dejación  de  principios,  sino  más  bien  un  avance 
cumplido:  y  en  realidad  entre  códices  semiunciales  nuestros,  como  el 
Fuero  Juzgo  del  Vaticano  y  el  de  Berlín,  y  el  minúsculo  de  los  comenta- 
rios al  Génesis  de  Autún  la  variación  es  apenas  sensible  a  primera  vista. 
Ni  precisa  quizá  buscar  lejos  los  factores  de  tal  evolución,  puesto  que  la 
cursiva  romana  española,  según  documentos  inéditos,  difiere  apenas  de 
nuestra  minúscula  primitiva.  Respecto  de  fechas,  la  lista  de  diócesis  del 
códice  Ovetense  misceláneo,  escrita  antes  de  779,  ofrece  una  escritura 
minúscula  casi  pura:  luego,  el  Fuero  Juzgo  de  Colbert,  de  hacia  828,  y  las 
actas  del  concilio  de  Córdoba  de  839  acusan  fijación  de  tipo,  no  habiendo 
ya  cambios  hasta  el  siglo  X,  cuando  dentro  de  la  Península  comienzan  a 
destacarse  varias  escuelas  caligráficas.  Entre  las  demás  piezas  de  escritura 
mozárabe  primitiva  descuellan  unos  fragmentos  poéticos  de  Juvenco  y  Eu- 
genio en  la  Catedral  de  León,  otro  isidoriano  en  la  de  Barcelona,  el  códice 
de  Albi,  los  fragmentos  del  Fuero  Juzgo  de  RipoU  y  varias  Etimologías. 

Desde  el  punto  de  vista  artístico  este  primer  grupo  de  códices 
resulta  muy  pobre:  el  tipo  de  letra  es  descuidado,  sin  claro-oscuro  ni 
precisión  de  trazos;  en  los  epígrafes  suele  conservarse  el  alfabeto  uncial,  y 
el  mayúsculo  en  las  capitales  y  títulos,  pero  con  variaciones  que,  fijadas 
sobre  todo  en  Andalucía,  llegaron  a  constituir  un  bello  tipo  epigráfico  en 

—  356  — 


CÓDICES 

el  siglo  X,  y  es  de  las  características  mozárabes  más  fijas.  Suelen  darse 
páginas  enteras  en  escritura  cursiva,  y  también  glosas  marginales,  acom- 
pañadas a  veces  de  otras  árabes.  Por  vía  de  adorno  llevan  ciertas  orlas  \' 
sobre  todo  iniciales  con  hojitas,  trenzas  de  dos  ramales  y  otros  temas  sen- 
cillos, a  colores  vivos,  predominando  pajizo,  verde  y  rojo  de  minio.  Hay 
laberintos,  en  códices  procedentes  de  la  biblioteca  de  Alfonso  el  Magno, 
que  dicen  «Adefonsi  principis  librum»,  escritos  al  parecer  en  Toledo,  y 
otro  volumen  lleva  esta  deprecación  del  escriba:  «Eulogii  mementote 
peccatoris»,  acaso  puesta  por  el  santo  monje  de  Córdoba. 

Entre  los  siglos  IX  y  X  hay  diferencias  muy  profundas  tocante  a 
libros  y  literatura  nuestros.  El  IX  es  fecundo  en  la  producción  de  obras, 
tanto  mozárabes  como  leonesas,  con  cierto  valor  y  de  varios  géneros: 
simultáneamente  en  el  arte  de  los  códices  no  hay  ejemplar  que  merezca 
señalarse  por  refinamiento  alguno.  El  siglo  X,  en  cambio,  dio  escasísimo 
fruto  literario:  las  relaciones  martiriales  de  Argéntea  y  de  Pelayo,  el  seudo- 
Sebastián,  los  primeros  anales  Castellanos,  la  crónica  Iriense  y  unos 
cuantos  epígrafes,  todo  ello  de  muy  escaso  valor  y  latinidad  bárbara;  pero 
en  códices  desde  un  principio  se  desarrollan  perfeccionamientos  caligrá- 
ficos, lujo  de  iluminaciones,  materiales  más  selectos  y  un  arte  similar  al 
de  los  libros  coptos,  siriacos  y  bizantinos.  Además,  los  testimonios  litera- 
rios de  arabización  cristiana  crecen,  ya  con  glosas  de  los  códices,  aun 
en  la  zona  libre,  como  sabemos;  ya  llegando  a  ser  literaria  entre  mozára- 
bes andaluces  la  lengua  de  sus  opresores,  de  suerte  que  Recemundo,  el 
obispo,  redactó  en  ella  sus  tratados  de  astronomía;  Juan,  metropolitano 
de  Sevilla,  tradujo  al  árabe  la  Sagrada  Escritura,  y  otro  tanto  se  hizo  con 
los  textos  canónicos,  según  ejemplar  conservado.  Aun  entre  piezas  latinas 
algunos  epitafios  descubren  el  influjo  de  la  métrica  árabe,  y  luego  Toledo 
mantuvo  bajo  características  árabes  sus  notarías,  hasta  tiempos  en  que  ya 
nadie  entendía  tal  lenguaje.  Concretando  a  nuestros  códices  mozárabes, 
y  dentro  de  una  uniformidad  perfectamente  definida,  échanse  de  ver  en  el 
siglo  X  escuelas  y  tendencias  varias,  que  responderán  a  diversidad  de 
escritorios  y  a  evoluciones  sucesivas,  aunque  por  faltarnos  datos  quede 
oscuro  este  punto.  Efectivamente,  junto  a  una  obra  purista,  pero  de 
extremada  sencillez  y  con  dejos  carolingios  que  no  prevalecieron,  como  la 
Biblia  Cávense,  obra  de  Danila,  tenemos  la  Biblia  segunda  Complutense, 

-  3^7  - 


MUSEO    MOZÁRABE 


ampliamente  decorada  (Figs.    189  y   190),  y  luego   la    Hispalense,   cuyo 
mérito  principal  está  en  sus  ilustraciones,  como  ya  eñ  otro  lugar  se  dijo 

aludiendo  a  las  de  tipo  arquitectónico  (i). 
Esta  Biblia,  vinculada  en  la  Catedral 
de  Sevilla  por  cierto  obispo,  en  988,  y  escrita 
pocos  decenios  antes,  da  idea  de  la  tenden- 
cia andaluza,  impregnada  de  orientalismo, 
a  la  par  que  en  técnica  de  pintura  sigue  los 
exquisitos  procedimientos  de  aguazo  bizan- 
tinos, cuales  no  vuelven  a  reconocerse  en 
obra  alguna  española.  Pero  lo  más  notable 
son  sus  representaciones:  abundan  aves  y 
peces  con  estilizaciones  rítmicas,  a  tenor  de 
un  sentido  propiamente  oriental,  como  rati- 
fica el  incluirse  una  vez  aclaraciones  en 
árabe  (Fig.  191),  y  es  tema  representativo 
que  ya  se  analizó  a  propósito  de  relieves 
en  Escalada  (2).  Más  valor  alcanzan  tres 
figuras  humanas  simplemente  dibujadas,  re- 
tratando a  los  profetas  Naum,  Miceas  y 
Zacarías  (Lám.  XXVI):  el  uno,  sentado  de 
frente  sobre  cojines,  con  las  piernas  cruza- 
\  ^^'fl'il  das;  el  segundo,  de  pie,  con  ropaje  talar, 
'^  todo  finamente  rayado,  barba  y  toca;  el  ter- 
cero, en  silla  de  tijera,  con  amplios  zaragüe- 
lles y  zapatos,  en  actitud  de  escribir  con  la 
zurda  sobre  un  tablero,  teniendo  delante  un 
artefacto  desconocido  y  maceta  con  ramaje; 
una  especie  de  aureola  rodea  a  los  dos  últi- 
mos profetas.  Dentro  de  su  bárbara  incorrec- 
ción estos  dibujos  llevan  tal  aire  de  realismo,  sinceridad,  fuerza,  expresión 
y  desapego  a  la   iconografía  tradicional  que  nos  dan   impresión  de  algo 


Figs.  189  y  190. 
Iniciales  de  la  Biblia  Complutense 


(i)    Véanse:  pág.  8,  fig.  i  y  lám.  I. 
(3)     Fág.  1 56. 


358 


CÓDICES 


fuerte  y  sano  en  aquella  sociedad  mozárabe  del  siglo  X.  Otro  libro,  de 
procedencia  desconocida,  aquél  donde  están  las  figuras  de  iMaria  y  Juan 
dolientes  al  pie  de  la  cruz,  aludidas  arriba  y  más  terriblemente  bárba- 
ras aún.  agrega  tres  dibujos  marginales,  ajenos  al  texto,  que  representan 
bebedores  (Figs.  192  a  194):  el  uno  en  pie,  con  jarro  y  copa  en  sus  manos, 
gran  turbante  y  breves  zaragüelles;  los  otros, 
.sentados  sobre  almohadones,  empinando  redo- 
mas (i).  Una  inspiración  absoluta  del  natural 
presta  mayor  atractivo  a  estos  dibujos,  que 
ratifican  el  juicio  arriba  emitido  sobre  la  Bi- 
blia Hispalense:  su  independencia,  su  evoca- 
ción naturalista,  su  finura  de  percepción, 
bases  de  arte  verdadero.  Lo  ignoramos  todo 
respecto  de  pintura  durante  el  Califato,  mas 
quizá  estas  pequeñas  obras  den  una  tenue 
idea  de  su  carácter. 

La  serie  de  libros  toledanos  al  parecer 
es  muy  copiosa:  comprende  uno  concluido 
en  902  para  el  abad  Trasamundo,   por  Ar- 

mentario,  «regnantedomno  Adefonsum  princeps»,  y  otro  en  cuyo  explicit 
el  presbítero  Isidoro  consigna  que  lo  escribió  para  la  abadesa  Gundissa. 
en  938,  «regnante  Habderrahmen  filio  Muhammed  nepos  Habdalla,  anni 
regni  eius  XXVII"°,  luna  quod  arabice  nunccupatur  Almuharram»;  y  así 
prosiguen  nombres  de  escribas  y  aun  fechas.  Todos  estos  libros  son  de  letra 
descuidada  y  arcaizante,  pero  hecha  con  gran  soltura:  su  parte  decorativa 
parece  de  tipo  siriaco  o  armenio;  tiene  policromía  viva  a  la  acuarela*  con 
rojo,  amarillo,  verde  y  rara  vez  azul,  sobre  perfiles  de  tinta,  y  la  constitu- 
yen, a  más  de  adornos  vegetales,  trenzas,  etc.,  letras  capitales  formadas 
preferentemente  con  animales — liebre,  gallo,  pavón,  cigüeña,  peces,  cule- 
bras(Figs.  195  a  197) — y  personas,  en  grupos  y  actitudes  apropiados  a  su 


Fig.  191.  Dibujo  de  la  iJiblía  Hispalense 


(i)  Academia  de  la  Historia:  cod.  n"  26.  Contiene,  entre  otras  cosas,  el  «Libellus 
scintillae  scripturarum *  por  .\lvaro  de  Córdoba.  Dichos  dibujos  van  en  los  folios  i5i  a  iS^ 
y  el  del  Calvario  en  el  147,  al  principiar  lo  de  Alvaro.  Por  semejanza  con  otros  códices  de 
Cárdena  es  presumible  inferir  que  de  allí  vino;  mas  por  encima  está  el  atribuirle  origen 
andaluz. 


3^9  — 


MUSEO    MOZÁRABE 

papel  de  letras,  salvo  alguna  representación  más  digna,  como  la  figura  de 
san  Ambrosio  bendiciendo,  puesta  al  frente  de  su  vida  (Lám.  CXXVII, 
y  fig.  198):  otra  de  Santiago,  un  dibujo  de  Balaam  detenido  por  el  ángel, 
un  santo  predicando,  etc.  Pero  estas  insignificantes  obras,  rudas,  sin 
nervio  y  hasta  sin  gracia  generalmente,  y  en  las  que  apenas  vale  sino  la 
nota  de  color,  denuncian  tanta  frescura  de  invención  como  las  andaluzas 
en  que  debieron  inspirarse,  mas  sin  su  arte  ni  eficacia  representativa;  y  lo 
peor  fué  que  sobre  esta  escuela  se  organizó  la  leonesa,  heredando  así  su 


Figs.  192  a  194.  Dibujos  marginales  en  un  códice  andaluz 


\->     ¿^ 


rebajamiento.  Libros  litúrgicos  abundan  especialmente  en  la  serie  tole- 
dana, gracias  al  mantenimiento  aquí  del  rito  español,  pero  degenerando 
siempre  y  sin  evolucionar. 

Los  códices  de  la  zona  libre  en  una  gran  parte  no  son  fáciles  de 
distinguir  de  los  anteriores  propiamente  mozárabes,  constituyendo  ello 
uno  de  los  más  claros  argumentos  de  la  acción  meridional  sobre  que  se 
informó  este  periodo.  Artísticamente  los  aludidos  son  muy  pobres:  esca- 
sean en  figuras,  sobre  todo  humanas,  y  su  ornamentación  carece  de  origi- 
nalidad, girando  sobre  elementos  de  extracción  compleja.  Descuella  en 
esta  serie  la  Biblia  de   San  Millán  por  la  exuberancia  decorativa  de  sus 


—  3*>^ 


CÓDICES 

arquerías,  correspondientes  al  canon  de  Eusebio;  pues  en  lo  demás  es  sen- 
cillísima. 

Destacándose  entre  los  códices  de  imitación  hay  grupos  más  pro- 
gresivos, que  se  caracterizan  por  sus  avances  caligráficos.  1^1  primero 
arranca  de  un  libro  de  la  Catedral  de  León,  escrito  hacia  910  por  Tattilano 
pulcramente,  con  letras  decorativas  de  animales  y  epígrafes  en  que  el  tipo 
mozárabe  mayúsculo  se  desvirtúa  por  influjos  clásicos  extraños.  Sigúele 
la  Biblia  de  la  Catedral  misma,  fechada  en  920,  donde  el  diácono  Juan 
explayóse  trazando  una  serie  de  piezas  decorativas  extremadamente  bár- 
baras, pero  sujetas  a  un  canon  estético  especialísimo,  en  que  entra  el  mati- 


gs.  1 95  a  197.  Iniciíles  de  c(. dices  toledanos 


zado  a  listas  de  vivos  colores,  sobresaliendo  asi  alegorías  de  los  Evan- 
gelistas y  cuatro  escenas  evangélicas,  estilizadas  a  modo  caligráfico  y  sólo 
reconocibles  en  virtud  de  sus  correspondientes  letreros  (Lám.  CXXVlll), 
junto  a  las  cuales  resultan  obras  maestras  los  dibujos  andaluces  arriba 
presentados.  Mas  aun  les  ganan  en  perversión  de  diseño  otras  representa- 
ciones en  el  códice  canónico  del  abad  Superio,  no  obstante  su  excelencia 
en  la  parte  decorativa  y  colorido. 

Otro  grupo,  como  evolución  del  anterior  y  propiamente  castellano, 
al  parecer,  avanza  más  en  elegancia  de  caligrafía,  en  romanismo  de  sus 
mayúsculas  y  en  un  amplio  concepto  de  las  ilustraciones  pictóricas,  sobre 
todo.  Corresponde  a  él  una  gran  cantidad  de  códices,  que  ejercieron 
influjo  sobre  las  otras  escuelas,  absorbiéndolas  casi  al  (in.  Su  fautor  más 
conocido,  y  desde  luego  príncipe  de  nuestra  caligrafía,  es  Florencio,  el 
monje  de  Baleránica,  que  nos  dejó  una  primera  obra  en  el  Smaragdo  de 

—  3Ó1   — 


46 


'in^^ 


MUSEO    MOZÁRABE 

Córdoba,  sin  fecha,  que  dedicó  al  presbítero  Abogalebh,  calificándose  a  sí 
mismo  de  peregrino,  es  decir,  extranjero,  sin  que  podamos  inferir  otra 
cosa  sobre  ello  sino  el  orientalismo  de  su  estilo.  Una  segunda  obra  del 
mismo  fué  rematada  en  946,  donde  aparecen  figuras  humanas  y  capitales 
de  lazos  curvos  exquisitamente  bellas,  como  si  un 
tardío  influjo  carolingio  hubiese  llegado  a  él  entonces 
(Lám.  CXXXIX). 

Otro  artista  disputa  a  Florencio  prioridad,  y  es 
Maio  o  Magio,  el  inventor  probable  de  la  ingente 
serie  de  códices  de  Beato,  puesto  que  el  suyo  está 
fechado  en  926,  al  parecer,  y  sus  discípulos  le  imita- 
ron fielmente.  Él  resulta  influido  también  y  más  a 
ciegas  por  lo  carolingio,  con  sus  capitales  de  lazos 
curvos  rematando  con  frecuencia  en  cabezas  de 
sierpe,  su  pintar  densamente  al  aguazo,  con  mezcla 
de  blanco  y  de  otros  colores  entre  sí,  produciendo 
Fig.  198.  Figura  de  un       tonos  empastados  y  sombríos;  v  sobre  todo  él  parece 

códice  toledano 

haberse  lanzado  primero  a  interpretar  humanamente 
al  hombre,  a  componer  escenas  ilustrativas  del  texto  con  más  atrevimiento 
que  habilidad,  y  a  fijar  por  último  aquel  tipo  de  personajes  terribles,  con 
mirar  torcido  y  loco,  saltándose  de  sus  órbitas  los  ojos,  y  que  sin  embargo 
concierta  con  el  Miceas  hispalense.  Los  datos  de  cartografía  medieval, 
arquitectura,  indumentaria  y  mueblaje  de  todo  género  aportados  por  estas 
representaciones  las  hacen  sumamente  valiosas  (Láms.  LXXVIII,  CXXX 
y  CXXXI). 

Dentro  de  la  escuela  que  .Magio  y  Florencio  creasen  descuellan  el 
códice  canónico  Albeldense,  concluido  en  976,  con  figuras  de  aspecto  más 
bizantino,  y  el  Emilianense  concluido  en  993,  como  ya  se  dijo,  que,  junto 
con  otros  libros  de  igual  procedencia  y  de  Silos,  acusan  un  recrudeci- 
miento de  barbarie  indígena  y  de  orientalismo,  siendo  de  notar  su  prefe- 
rencia por  tonalidades  exclusivamente  azules  y  pajizas  en  la  coloración 
(Lám.  CXXXI  y  fig.  199). 

El  siglo  XI  arroja  un  lapso  estéril,  de  1009  a  1039,  en  que  no  se 
registra  libro  alguno,  y  luego  apenas  descubre  sino  el  sobrevivir  de  las 
rutinas  anteriores,  aun  dándose  códices  tan  espléndidos  como  el  Beato  de 


362  — 


CÓDICES 


Fernando  I,  hasta  que  los  ¡nfluj(;s  del  arte  románico,  o  postcarolingio  más 
bien,  hacen  su  aparición  verj^un/ante  en  el  Breviario  de  Fernando  I,  pin- 
tado por  Frictoso  en  io55,  en  los  Beatos  de  Osma  (108G)  y  Silos  (1109?),  y 
en  el  Penitencial  de  iio5. 

Aparte  ello,  existen  varios  códices  de  letra  mozárabe,  algo  singular 
por  su  predominio  de  trazos  verticales  rectos,  y  con  mayúsculas  y  capi- 
tales sobriamente  adornadas  según  patrón  carolingio  :  son  probablemente 
muy  antiguos  y  producto  de 
la  región  levantina,  puesto 
que    uno   de   ellos   consta    le 
mandó  hacer  un  obispo  Ma- 
galonense.  La  Biblia  de  San 
Juan  de  la  Peña,  conservando       a'"^^^^  Jvm 
aún  arcos  de  herradura  y  letra 
mozárabe,  es  románica  va  en 
sus    adornos;    y   el    último 
libro     de    tipo    español    con 
fecha  conocida  parece  ser  el 
Becerro  de  Sahagún,  que  al- 
canza a    1 1 10,  mientras  aqui 
mismo  se  expidieron   diplo- 
mas reales  en  letra   francesa 
desde  1080. 

Los  códices  mozárabes, 
aparte  su  interés  artístico, 
llevan  consigo  el  que  ofrece 

la  paleografía  árabe,  desconocida  por  otros  conductos  antes  del 
siglo  XII,  y  con  ello  cifras  numerales  del  IX,  tal  vez  las  más  anti- 
guas conocidas.  También  hay  escritura  hebrea  y  griega  en  algunas 
glosas;  abundan  frases  latinas  transcritas  en  mayúsculas  griegas,  como  en 
la  epigrafía  cristiana  de  Roma,  y  además  una  escritura  criptográfica, 
no  siempre  legible.  El  valor  de  las  glosas  castellanas  de  dos  códices 
ya  se  advirtió  en  su  lugar.  Otro  punto  de  estudio  es  la  notación  musi- 
cal para  canto,  en  neumas,  rebelde  hasta  hoy  a  ser  interpretada:  su  fase 
primera,  de  gran  sencillez,  obsérvase  en  el  canto  de  la  sibila  Eritrea.  según 


Fig.  19Q.   Inicial  de  un  códice  de  la  Cogolla 


—    363    — 


MUSEO    MOZÁRABE 

lo  transcribe  san  Agustín,  en  un  códice  levantino:  asimismo,  en  algunos 
versos  del  códice  de  Azagra;  pero  sobre  todo,  en  la  Biblia  de  San  Millán, 
sobre  textos  de  la  Pasión  y  del  Bautismo,  que  habían  de  cantarse  en  la 
iglesia,  como  acreditan  los  registros  marginales  que  este  libro  lleva.  De  la 
otra  fase  avanzada  son  muchos  los  modelos  en  libros  de  rezo  toledanos  (i), 
con  la  particularidad  de  que  algún  códice  de  la  CogoUa  (2),  el  precioso 
Manual  escrito  por  Dominico,  lleva  en  parte  raspada  su  notación  de  neu- 
mas  y  sustituida  pur  la  francesa,  de  modo  que  si  a  la  par  no  se  varió  de 
melodía,  cosa  poco  verosímil,  ello  podría  servir  de  clave  para  descifrar 
nuestra  música. 

Todos  los  códices  mozárabes  están  escritos  en  pergamino,  casi  tan 
fino  como  vitela  en  algunos  del  siglo  XI,  y  no  son  raros  los  casos  de 
palimpsestos,  en  parte  no  descifrados  aún.  Como  excepción  dase  un  libro 
de  Silos,  de  hacia  la  mitad  del  siglo  XI,  con  38  hojas  de  papel  al  princi- 
pio, cuva  escritura  no  varía  del  resto,  que  está  sobre  pergamino,  y  será  el 
descrito  en  un  antiguo  catálogo  como  «misal  toledano  de  pergamino  de 
trapo».  Respecto  de  encuademaciones,  las  conservadas  son  de  tablas 
gruesas,  no  siempre  revestidas  de  badana:  pero  quizá  las  hubo  más  lujo- 
sas, ya  que  ciertas  miniaturas  reproducen  tapas  de  libros  cubiertas  de 
entrelazados. 


INSCRIPCIONES 


De  la  zona  septentrional  quedan  presentadas  las  que  ostentan 
caracteres  más  visibles:  adelante  se  copiarán  las  de  objetos  eclesiásticos; 
pero  todavía  faltan  otras,  epitafios  generalmente,  afectas  al  mismo  influjo, 
aun  en  Asturias  y  Galicia,  que  no  enseñan  bastante  para  merecer  enume- 
rarlas, siendo  natural,  dado  el  tipo  mozárabe  de  escritura  corriente,  que 
las  inscripciones  participasen  de  él  más  o  menos  por  entero. 

No  así  las  de  tierras  meridionales,   pues  ellas  revelan,  a  falta  de 

(1)  Juan  F.   Riaño:   Early    Spanish    Music. 

(2)  N."  50,  en  la  Academia  de  la  Historia. 

—  3^  — 


INSCRIPCIONKS 


.■■^ 


edificios  y  mejor  aún  que  los  Cí^dices,  la  potencialidad  monumental  que 
los  cristianos  de  allá  pose}'eron  durante  el  siglo  X  y  comienzos  del  XI, 
con  más  siendo  generalmente  obras  de  arte  selectas  y  de  una  originalidad 
absoluta.  Sin  embargo,  no  es  del  caso  sino  enumerarlas,  puesto  que  su 
publicación  dignamente  será  objeto  de  un  futuro  estudio  especial.  Van 
por  orden  de  fechas  : 

852  a  886.  Epígrafe  incompleto  de  Floresindus,  «regnante  Mam- 
met  regem  sarracenorum»  (Fig.  200).  Descubierto  en  Trevélez  (Alpujarra: 
Granada)  hacia  1867. 
Existe  en  el  Museo 
arqueológico  nacio- 
nal (n.*'  16622).  Se 
consigna  en  letra  ma- 
yúscula, con  resa- 
bio seminucial  en  las 
eses,  y  van  rudamente 
picados  a  golpes  sus 
trazos  en  una  losa  de 
pizarra    negra     (  i  )• 

923.   Epitafio   de 
Eugenia,    mártir   desconocida,    redactado   en  catorce  versos  acrósticos. 
Se  descubrió  junto  a  Córdoba,  en  1544.  ^^  quedan  sino  dibujos  de  él  (2). 

925.  Epitafio  métrico,  de  igual  amplitud  que  el  anterior,  correspon- 
diente a  lohannes  Eximius,  hijo  de  Sindemiro  y  nieto  del  gran  varón 
Atanaildo,  natural  del  campo  de  Beacia  y  alumno  ortodoxo.  Existe  en  una 
casa  de  Córdoba,  grabado  en  tablero  de  mármol  blanco  (3). 

930.  Epitafio  rimado  del  presbítero  y  abad  Daniel,  descubierto  hacia 
191 1  en  término  de  Adamuz  (Córdoba)  y  aquí  conservado.  Es  una  losa  de 
mármol,  con  orla  de  relieve  figurando  un  ondulado  tallo  con  hojas,  exac- 
tamente como  en  el  epitafio  de  Cipriano  abajo  reproducido  (4). 


Fig.  aoo.  Inscripción  de  Floresindo 


(i)     Hübner:   Inscriptiones   Mispaniae   christianae;  n.°454. 

(2)  Id.,  id.;  n."  aao. 

(3)  Id.,   id.;   n."  455.  — Simonet:    llist.  de  los  Mozárabes,    pág.  834,  con  fao- 
simil  de  un  calco  malo  repintado  por  Fernández-Guerra. 

(4)  Boletín  de  la  Acad.  de  la  Historia;  t.  LXV,  p.  56i. 


365   - 


MUSEO    MOZÁRABE 

931.  Epitafio  en  nueve  versos  de  Martinus.  monje  v  obispo  Astigi- 
tano.  Hallóse  en  los  montes  de  Córdoba  en  1729  y  se  conserva  en  Málaga, 
en  la  hacienda  de  la  Concepción,  con  otras  varias,  procedentes  de  la 
colección  Villacevallos  cordobesa.  Es  un  tablero  de  mármol  con  orla 
de  tallos  ondulados  en  doble  serie  y  hojas  entre  medias  (i). 

936.  Epitafio  rimado  de  la  anciana  monja  Killio,  descubierto  cerca 
de  Córdoba,  donde  se  conserva  (2). 

948.  Epitafiio  de  lusta.  religiosa,  descubierto  con  el  anterior,  y  tam- 
bién guardado  en  Córdoba,  según  parece  (3). 

958.  Largo  epitafio  compuesto  de  veinte  y  cuatro  hemistiquios  aso- 
nantados,  conmemorando  al  presbítero  y  cantor  Samuel.  Se  descubrió 
en  Comares  (Málaga)  hacia  i855,  y  existe  en  el  Museo  de  Berlín  (4). 

962.  Breve  epitafio  de  un  Cisclus,  descubierto  en  Córdoba  antes 
de  1 586  y  allí  conservado  en  el  Museo  (5). 

963?  Epitafio,  aun  menor,  de  Matheus,  párvulo.  Hallóse  en  Cór- 
doba y  se  conserva  en  Málaga.  La  fecha  puede  ser  algo  más  avanzada, 
pues  falta  piedra  (6). 

¿?  Epitafio  rimado,  incompleto,  de  un  Teudefredo.  que  se  des- 
cubrió cerca  de  Córdoba  y  subsiste  en  Málaga.  Lleva  una  orla  de  tallos 
ondulados  con  hojas  como  de  yedra,  de  tipo  califal.  Aunque  su  fecha  no 
puede  precisarse,  parece  haber  servido  de  modelo  para  el  que  sigue, 
repitiendo  unas  mismas  frases  (7)  (Lám.  CXXXI). 

966.  Doble  epitafio  rimado  de  Speciosa  y  su  hija  Tranquilla, 
fallecida  ésta  antes,  en  927.  Su  orla  se  compone  de  doble  línea  quebrada 
enlazando,  como  en  una  de  las  aras  de  Escalada.  Procedente  de  Córdoba, 
se  conserva  en  Málaga  (8). 

(1)  Inscr.  Hisp.  chr.;  n."  223. —  Rodríguez  de  Berlanga:  Catálogo  del  Museo 
de  los  Marqueses  de  Casa-Loring,  p.  126. 

(2)  Bol.   de  la  Acad.  de  la  Hist.;  t.  LXV,  p.  558. 

(3)  Id.;  t.  LXV,  p.  467. 

(4)  1  nscr.    H  i  sp  .   ch  r. ;  n."  214. 

(5)  id.;   n."  224. 

(6)  Id.;    n."  225.  — R.  de  Berlanga:  Ob.  cit.,  p.  128. 

(7)  Id.;   n."  132.  — R,  de  Berlanga:   Ob.   cit.,   p.    129  y  lám.  XXXIX. 

(8)  Id.;   n"  222.— R.  de  Berlanga :   Ob.   cit.,   p.    128  y  lám.   XXXIX. 

-   366  - 


INSCRIPCIONES 

<)77.  Kpitafio  pequeño  de  cierta  Rulina,  descubierlu  juntamente  con 
los  de  936  y  948,  y  se  conserva  con  éste  último  ( i). 

(jHi.  Kpitalio  incomplettj  de  un  presbítero,  cuyo  nombre  queda 
incierto.  Está  en  el  Museo  de  Córdoba  (2). 

982.  Epitafio  de  Salvato,  con  orla  formando  trenza  de  dos  ramales. 
Se  descubrió  cerca  de  Córdoba  en  1870  y  existe  en  el  .Museo  municipal  de 
Sevilla  (3). 

982.  Epitafio  de  Vite,  esposa  de  Didicus  Saracini,  que  ambos 
fueron  hechos  prisioneros  en  Simancas  por  Almanzor.  Existió  en  Cór- 
doba, mas  sólo  por  copias  descuidadas  lo  conocemos  (4). 

982?  Gran  epitafio,  compuesto  de  24  hemistiquios  asonantados,  como 
el  de  968,  hermanando  ambos,  y  queda  sin  poderse  comprobar  su  fecha. 
Es  del  monje  Amansuindo,  y  se  descubrió  antes  de  i585  en  la  sierra  de 
Málaga:  no  quedan  de  él  sino  dibujos  (5). 

987.  Epitafio  de  Agoblasto  Abeatarecus,  o  sea  hijo  de  Táric.  Es- 
tuvo en  Córdoba,  y  tampoco  subsisten  sino  dibujos  malos  (6). 

991.  Epitafio  del  obispo  luliano,  descubierto  cerca  de  Tavira  (.\1- 
garbe)  y  allí  conservado,  al  parecer  (7). 

1000.  Epitafio,  en  doce  versos  acrósticos,  del  obispo  Daniel,  que  lo 
sería  de  Badajoz,  donde  la  piedra  fué  hallada  en  i52o.  No  se  conoce  sino 
una  transcripción  (8). 

1002.  Epitafio  compuesto  de  ocho  versos  acrósticos,  rimando  todos 
en  is,  y  correspondiente  al  noble  Cipriano,  hijo  de  Ellano,  al  parecer. 
Se  descubrió  en  Elvira,  cerca  de  Granada,  y  existe  en  el  .Museo  de  esta 
ciudad.  Tiene  orla  con  tallos  ondulados  de  tipo  bizantino  (9)  (Lá- 
mina CXXXI). 

(i)  Bol.  de  la  Acad.  de  la  Hist.;  t.  L.W,  p.  468. 

(2)  Ins.  Hisp.  chr.;  n.''46i. 

(3)  Id.;   n."  4Ó4. 

(4)  Id.;   n."  226. 

(5)  Id. ;   n.°  21 5.  —  Bol .  de  la  Acad.  de  la  H  ist.  ,  l.  l,Xl.\,  págs.  400  v  4o5. 

(6)  Id.;  n."  228. 

(7)  Id.;  n."  210. 

(8)  Id.;   n."  213. 

(9)  Id.;  n.°  456. 

—   367  — 


MUSEO     MOZÁRABE 

loio.  Parte  inferior  de  epitafio  métrico,  análogo  al  de  Amansuindo 
y  correspondiente  a  un  obispo.  Encontrado  hacia  1838  cerca  de  Málaga, 
donde  quizá  se  conserve  (i). 

io5i?  Epitafio  rudo  de  cierta  Florite,  encontrando  en  el  Padul 
(Granada)  y  que  se  conserva  en  el  Museo  de  esta  ciudad.  Su  paleografía  es 
completamente  diversa  de  la 
de  los  precedentes  ejempla- 
res (2)  (Fig.  201). 

Sin  fecha  danse  los  si- 
guientes, que  todos  obedecen 
al  tipo  usual  cordobés  del 
siglo  X: 

Fragmento  de  epitafio  a 
dos  columnas,  hallado  en  las 
Mesas  de  Villaverde  (Málaga) 
y  que  existe  en  el  Museo  de 
Granada.  Probablemente  co- 
rresponde a  la  primera  mitad 
de  dicho  siglo  (3)  (Lámi- 
na CXXXI). 

Epitafio  de  cierta  M  a  r  i  a . 
descubierto  en  Córdoba  y 
existente  en  el  Museo  de  la  misma  ciudad.  Su  lectura,  no  publicada,  es: 
«In  nomine  Domini  nostri  Ihesu  Xristi  obiit  nempe  fámula  Dei  Maria 
expletis  [vitej  su[e  annjis  triginta  dúo  migrabit  ab  oc  seclo  séptimo 
décimo  kalendas  iulias...»,  faltando  al  fin  la  Era  (4). 

Fragmento  de  epitafio  métrico,  rimado  todo  en  ctus,  deunMartino, 
que  está  en  el  Museo  de  Córdoba  (5). 

Gran  fragmento  de  otro  epitafio  en  versos  acrósticos,  alusivo  a  un 

(i)  Id.;  n."  216.  Corregida  la  fecha  en  Simonct :  Hist.  de  los  Mozárabes; 
pág.  636. 

(2)  Id.;  n.o  468. 

(3)  Id.;  n.'^457. 

(4)  Id.;  n.''462. 

(5)  Id.;  0.-463. 


rry^Y^ 


P'ig.  201.  Epitafio  de  Florite 


-    368   - 


INSCRIPCIONES 

obispo  Leo...,  que  se  descubrió  cerca  de  Lucena  en  1735  y  hoy  está  en 
Málaga  (i). 

rVagmento  de  epígrafe,  probablemente  métrico,  de  que  resta  una  sola 
linea,  no  bien  legible.  Estuvo  en  Toledo,  y  se  conoce  por  un  dibujo  (2). 

Epitafio  bárbaro  y  difícil  de  entender,  de  un  Dominicus,  impreso 
quizá  en  una  baldosa  de  barro,  antes  de  cocerla;  mas  ni  he  visto  de  él 
sino  vaciados  en  yeso,  hechos  por  Góngora,  ni  consta  tampoco  la  proce- 
dencia, seguramente  andaluza  (3). 

Epitaño  en  versos  acrósticos  que  todos  riman  en  a,  y  se  refiere  a 
cierta  anciana  llamada  Maria.  Estaba  mutilado  cuando  se  descubrió  en 
Córdoba,  en  i586  :  no  existe  (4). 

Epitafio  de  un  obispo  Biterrense,  posterior  a  la  Era  milésima,  que 
se  descubrió  en  Córdoba  hacia  1670,  y  fué  copiado  entonces  con  defi- 
ciencias (5). 

Dudosamente  mozárabes  son  estas  dos  inscripciones,  tal  vez  del 
siglo  IX: 

Epitafio  de  un  niño  llamado  Anni.  que  se  descubrió  en  Granada 
en  1871.  y  está  en  su  Museo  (6). 

Baldosa  donde  se  grabó,  estando  crudo  el  barro,  una  frase  evangélica. 
Descubierta  en  la  Zubia,  junto  a  Granada,  en  1888,  y  allí  se  conservará 
probablemente  (7). 

PIEDRA 

Respecto  de  territorios  arabizados  no  hay  sino  que  repetir  lo  ya  dicho 
al  comienzo  de  este  libro  :  la  imposibilidad  en  que  nos  hallamos  de  reco- 
nocer vestigio  alguno  pétreo  decorativo  con  carácter  mozárabe;  mas  como 

(i)  Hübner:  obra  citada;  n."  128.  —  R.  de  Berlanga;  obia  cit.,  p.  127. 

(2)  Id  . ;  n.''  i56, 

(3)  Id. .  11."  459.  Su  vaciado  más  completo,  en  la  Academia  de  la  Historia. 
{4)  Id.  ;  n."  130. 

(5)  Id.;  n.^  227. 

(6)  Id.;  n.'>456. 

(7)  Id.;  n.<'375. 


—   369 


47 


MUSEO    MOZÁRABE 

en  las  inscripciones,  cuando  hay  adornos,  ellos  son  de  tipo  califal  puro, 
resulta  explicable  que  no  puedan  distinguirse  de  lo  musulmán,  aun 
en  caso  de  existir,  e  igual  fenómeno  ponen  de  manifiesto  iglesias  coptas 
posteriores  a  la  invasión  árabe. 

En  la  zona  libre  septentrional  poco  hay  sobre  lo  ya  presentado.  Lo 
más  afine  a  los  atauriques  morunos  del  siglo  XI  es  una  pila  convertida 

en    sepulcro,    en    el    ce- 

\ 


menterio  real  de  San  Isi- 
drode  León, y  tapada  con 
una  losa  moderna,  que  im- 
pide ver  su  forma  interior, 
pero  desde  luego  se  le  apre- 
cian agujeros  para  desa- 
güe. Mide  1 .  1 2  por  0.60  m. 
de  base  y  0.40  de  alto:  por 
abajo  desarrolla  molduras 
en  torno,  de  perfil  bárbaro, 
y  encima  campea  de  relieve 
un  doble  tallo,  formando 
ondulaciones,  de  que  bro- 
tan largas  hojas  estriadas 
y  frutos,  alternativamente, 
estando  además  los  tallos 
surcados  a  lo  largo  por  una 
ranura:  destaca  el  relieve 
sobre  fondo  teñido  de  rojo. 
Su  comparación  con  ador- 
nos de  la  Aljafería  zarago- 
zana, aun  evidenciando  una  gran  semejanza,  permite  reconocer  en  la  obra 
leonesa  algo  de  bastardo,  que  hace  inverosímil  se  trate  de  una  pieza  im- 
portada, no  conociéndose  además  otra  tal  en  tierra  de  moros.  Dentro  del 
arte  leonés  tampoco  hay  cosa  parecida  (Lám.  CXXXII). 

La  cripta  de  Sta.  Leocadia  en  la  Catedral  de  Oviedo,  obra  del  Rey 
Casto,  tiene  ventana  en  su  testero,  cobijada  por  un  arco,  y  debajo  hay 


Fig.  202.  Tabernáculo  de  la  capilla  de  Sta.  Leocadia,  en  Oviedo 


—    370 


PIEDRA 


puesto  un   tabernáculo  de  p¡edr¿i  en   forma  de  edícula,  probablemente 
para  contener  reliquias  bajo  de  su  tapa,  y  en  el  frente,  a  modo  de  puerta, 
fórmase  un  arquillo  de  herradura,  donde  estaba   incrustado  un  tablero, 
que    no  existe.    Su    altura 
máxima  es  de  74  centíme- 
tros; el  ancho,  de  64,  y  su 
fondo  33.  La  curva  del  arco 
arguye  mozarabismo,  y  la 
talla,  con  ángulos  algo  ro- 
mos,   acredita   que   perte- 
nece al  periodo  que  estu- 
diamos (Fig.  202). 

Aunque  fragmento  de- 
corativo de  aplicación  in- 
cierta, es  digno  de  ponerse 
aquí  un  tablero  de  caliza 
fina,  que  está  en  el  Museo 
de  Oviedo,  como  proce- 
dente de  Liño:  mas  no  se 
parece  a  cuanto  allí   hay. 

Mide  35  cmts.  por  lado  de  superficie  sobre  7  de  grueso,  y  lleva  una  figura 
de  león,  simplemente  tallada  a  planos  rectos  y  con  esquematismo  que 
arguye  sentido  musulmán  más  que  bizantino,  dentro  de  un  orientalismo 
indudable.  Como  técnica  se  parece  a  los  adornos  de  Valdedios  (Fig.  203). 


Fig.  203.  Fragmento  decorativo  en  el  .Museo  de  Oviedo 


MARFIL 

Reputado  está  por  una  de  las  más  espléndidas  galas  del  Califato  espa- 
ñol su  taller  de  marfiles,  que,  trasladado  luego  a  Cuenca,  duró  hasta  cerca 
de  mediar  el  siglo  XI:  como  también  se  conoce,  aunque  no  tanto,  la  otra 
serie  de  marfiles  cristianos  con  ojos  de  azabache,  de  tiempo  de  Fernando  I, 
en  que  los  i n ti u jos  mozárabes  síMo  alcanzan  a  la  forma  de  arcos,  general- 
mente de  hei^radura.  En  uno  y  otro  grupo  la  imaginería  entra  con  prefe- 
rencia notable:  sobre  temas  religiosos  exclusivamente  en  el  cristiano,  y 


—  371   — 


MUSEO    MOZÁRABE 

como  esparcimientos  profanos  y  de  Corte  en  el  musulmán,  siendo  aquí 
perceptible  cómo  se  progresó,  de  simples  animalejos,  que  al  principio 
animaban  los  atauriques.  a  cacerías  y  otras  composiciones,  en  que  la 
figura  humana  campea  con  desenfado. 

Entre  ambas  series  y  acreditando  bien  a  las  claras  lo  arriba  expuesto 
de  mozarabismo  y  de  anti-iconismo,  tenemos  dos  piezas  cristianas  de 
marfil,  o  más  bien  sus  fragmentos. 

La  primera  fué  una  cruz  procesional  de  gran  tamaño,  cuyas  dos 
ramas  verticales  figuraron  en  una  colección  francesa  desde  1878  a  lo 
menos,  y  hoy  están  en  el  Museo  del  Louvre.  Debía  de  constar  su  pro- 
cedencia cuando  tan  resueltamente  fueron  clasificadas  como  españolas 
desde  un  principio  en  París  (i),  y  efectivamente,  su  absoluta  hermandad 
con  los  otros  fragmentos  que  luego  estudiaremos  hace  creer  que  proven- 
drían de  San  Millán  de  la  CogoUa.  Su  tamaño,  sin  contar  las  espigas  de 
enchufe  para  otra  pieza  redonda  central,  es  de  25  cmts.  aproximadamente: 
su  forma  es  la  usual,  ensanchando  por  los  extremos  en  curvas  suaves, 
según  el  prototipo  bizantino  de  la  cruz  áurea  de  Justino  II,  pero  sin  aven- 
tajar en  largo  el  tramo  de  los  pies,  v  su  decoración  es  homogénea  y  absolu- 
tamente igual  por  ambas  haces,  formando  cenefas  con  labor  de  relieve, 
que  dejan  una  parte  medial  lisa,  donde  encajarían  chapas  metálicas, 
según  hacen  creer  ciertos  taladros  y  marcas  de  ajuste.  También  el  fondo 
de  los  relieves  conserva  o  conservó  rastros  de  dorado,  que  yo  no  alcancé  a 
ver(Lám.  CXXXIII). 

La  decoración  forma  roleos  de  ataurique,  con  hojas  y  frutos  de  escaso 
desarrollo  brotando  de  cabezas  monstruosas,  y  a  trechos  rítmicamente 
campean  animalejos:  leones,  antílopes,  águilas  y  grifos,  siempre  repetidos 
por  igual,  dos  veces  en  cada  tramo,  y  todo  ello  dentro  de  una  orla  como 
de  plumas  enfiladas.  Si  comparamos  estos  elementos  con  los  marfiles  cor- 
dobeses del  califato,  los  veremos  repetidos  todos,  excepto  el  mascarón, 
que  a  su  vez  entra  en  piezas  marmóreas  similares,  sin  otra  diferen- 
cia que  cierta  pobreza  de  invención  y  mezquindad,  propias  de  artista 
secundario:  pues  un  mozárabe  allá  en  tierras  del  Norte  no  podría  com- 
petir naturalmente  con  los  maestros  de  las  atarazanas  reales  cordobesas, 

(i)    Gazette  des  Beaux  Arts,  1878,  p.  281:  en  artículo  de  A.  Darcel. 

—   372   — 


MARFH. 

aunque  en  elkis  hubiese  aprendido  su  arte.  Y  aun  puede  resultar  más 
luminosa  la  susodicha  comparaci('>n,  advirtiendo  que  las  analogías  dánse 
precisamente  con  obras  lechadas  bajo  los  Amíridas,  de  fines  del  siglo  X 
a  comienzos  del  XI — cajas  de  Braga  y  Pamplona  —  perú  con  vistas  a 
las  del  reinado  anterior  de  Alháquem — cajas  de  Zamora  y  Londres  —  de 
modo  que  podría  fecharse  nuestra  cruz  no  mucho  después  de  qjo. 

La  segunda  serie  de  fragmentos  decora  huy  un  altar  portátil,  aun 
subsistente  en  San  Millán  de  la  Cogolla.  si  bien  ha  perdido  ya  el 
tablero  de  pórlido  verde  con  que  figuró  en  la  Exposición  de  1892  (i).  Ks 
del  tipo  corriente  europeo  del  siglo  XI 1, 
como  pedestal  cun  plinto  y  ceja,  hecho 
con  madera  de  nogal  )'  midiendo  de  alto 
95  mmts.,  sobre  base  de  29  por  21  cmts.  Por 
debajo,  su  concavidad  entera  revístese  con 
un  trozo  de  tela  de  seda  asargada,  a  colores 
malva,  negro,  verde,  pajizo  y  blanco,  figu- 
rando dobles  bustos  de  leones  alados,  dentro  de  círculos  con  28  cmts.  de 
diámetro,  y  tampoco  será  posterior  al  siglo  XI 1.  Por  fuera  lleva  como  guar- 
nición tiras  de  marfil  incrustadas  en  la  madera,  y  entre  medias  chapitas 
de  plata  dorada  con  labor  de  filigrana,  que  sólo  en  parte  subsisten,  como 
igualmente  los  marfiles,  sobre  todo  en  la  cara  superior  (Lám.  CXXXIV). 
Todo  ello  da  la  impresión  de  ser  mal  acoplados  vestigios  de  mueble  dis- 
tinto, pero,  aun  admitido  ello,  precisa  reconocer  que  los  marfiles  fueron 
desde  un  principio  guarnici(')n  de  altar,  según  acredita  su  trozo  de  inscrip- 
ción subsistente  (Fig.  204). 

Éste  mide  46  por  21  mmts.,  diciendo  en  letras  mayúsculas  de  tipo  pre- 
románico,  relevadas  según  costumbre  de  árabes  y  bizantinos:  <^Hanc  aram 
sacro...»  Probablemente  constituiría  un  dístico,  pudiendo  terminar  con 
alguna  referencia  personal.  Los  demás  marfiles  forman  dos  series  de  tiras: 
las  unas,  con  22  mmts.  de  ancho,  corren  por  tres  lados  del  plinto,  repitiendo 
labor  de  atauriques  con  antílopes,  leones,  grifos  y  águilas,  dispuestos  en 
sentido  vertical,  exactamente  como  sus  similares  de  la  cruz  arriba  descrita. 


I-'ig.  204.  Ara  de  la  (Mogolla;  parle  Je  letrero 


(i)    Sala  XX,  n."  403.  Vaciado  suyo,  en  el  Museo  de  Reproducciones. 

—  373  — 


MUSEO    MOZÁRABE 


l^m 


Fig.  2o5.  Ara  de 

la  Gogolla:  mar- 

fíles 


'^\\ 


H 


con  lo  que  no  puede  dudarse  de  un  origen  común  para  todo  ello  (Fig.  2o5). 

La  otra  serie  de  tiras  es  más  angosta  — 18  mmts.  —  con  bordes  lisos  u  bien 

marcando  hojitas,  como  en  el  trozo  de  la  inscripción,  que 

son  tema  cordobés  notorio,  y  en  el  campo  enfílanse  verti- 
calmente  los  mismos  animalejos,  y  además 
ciervas,  cabras  y  liebres  (Fig.  206).  Los  fon- 
dos del  relieve  estuvieron  dorados,  afian- 
zando ello  lo  que  respecto  de  la  cruz  alirmó 
Darcel. 

Sabido  es  que  en  la  Cogolla  se  fabricó 
la  magnifica  arca  de  san  Millán,  adornada 
con  marfiles,  hacia  1070  (i);  y  como  ellos 
en  nada  se  parecen  a  los  del  ara  y  cruz  suso- 
dichos, queda  fijo  un  límite  mínimo  de 
antigüedad  para  éstos,  que  puede  retro- 
traerse  hasta    cerca  de  984,  año  en  que  fué 

r^ri^/  ^¿^         dedicada  la  iglesia  de  Suso,  como  ya  se  ave- 

hi^  .'^M¡         riguó  (2). 

Todavía  quizá  pudiéramos  acercar  otra 
obra  al  taller  mozárabe  presunto  de  la  Co- 
golla. y  es  la  cajita  de  Davillier,  en  el 
Louvre,  rectangular  y  con  tapa  llana,  donde 
campean  en  relieve  los  mismos  leones,  an- 
tílopes, águilas  y  liebres  entre  ataurique, 
no  mucho  mejores,  en  cuanto  a  técnica  y 
estilo,  que  las  piezas  arriba  consignadas; 
pero  cuya  discrepancia  resulta  mayor  aún 
respecto  de  los  marfiles  cordobeses,  pa- 
tentizándolo  así  otra   cajita  similar,   la  del 

Bargello,    de    Florencia,  obra   selecta,   que  pudo   valer    de  modelo  (3) 


Fig.  206.  Ara  de 

la  Cogolla:  mar- 

fíles 


(i)     Véase  arriba;  pág.  2g5. 

(2)  Id.;  pág.  293. 

(3)  G.  Migeon:   Manuel   dArt  musiilnian.    Los  arts   plastiqucs  et  indus- 
triéis; figs.  1 15  y  1 16. 


374  — 


MARFIL 

Finalmente,  en  el  Museo  de  Kensington  hay  un  tablerito  de  mar- 
til,  como  de  85  mmts.  de  alto,  con  decoración  análoga  a  las  susodichas, 
pero  de  estilo  cordobés  el  más  puro.  Sin  embargo,  en  un  pequeño  rectán- 
gulo reservado  hacia  su  parte  superior,  aparece  un  ángel  hasta  medio 
cuerpo,  cuya  actitud,  turma  de  alas  y  modelado  se  despegan  absolutamente 
del  resto;  añádanse  su  color,  más  blanco  que  en  lo  demás  del  tablero,  y  los 
dos  taladros  de  las  alas,  para  hacer  creer  que  se  trata  de  una  suplantación 
moderna,  en  el  sitio  dejado  liso  para  ajustar  una  pieza  de  herraje  de  la 
cajita  a  que  perteneció  el  tablero,  como  evidencian  el  reborde  superior  y 
los  cortes  laterales  chaflanados.  No  hay,  pues,  motivo  para  acoger  esta 
pieza  entre  lo  mozárabe  (i). 

En  Santiago  de  Peñalba  consérvanse,  como  de  uso  de  san  Gena- 
dio,  a  principios  del  siglo  X,  cuatro  piezas  de  ajedrez  de  marfil:  dos, 
bien  grandes  y  rotas,  forman  por  arriba  una  escotadura  de  lados  con- 
vexos (2),  adornada  con  grupos  de  circulillos  concéntricos;  las  otras,  seme- 
jantes entre  sí,  aunque  de  tamaño  desigual,  son  como  semiesferas  prolon- 
gadas en  cilindros  y  con  una  o  dos  protuberancias  en  lo  alto  :  son  tipos 
conocidos.  No  parece  inverosímil  el  origen  que  se  les  atribuye,  y  aun  quizá 
el  juego  de  ajedrez  fué  entretenimiento  de  los  monjes  aprendido  en  An- 
dalucía. 


CRISTAL 


La  talla  en  cristal,  ya  propiamente  dicho  ya  vidrio  trasparente,  no 
parece  haber  tenido  gran  desarrollo  entre  los  musulmanes  de  España,  ni 
se  conocen  aquí  piezas  comparables  a  las  orientales.  Un  vaso  con  hojas 
estilizadas  bizantinas  es  lo  único  de  este  orden  obtenido  en  Azahra  (3),  ni 
pueden  agregarse  a  ello  sino  las  piezas,  relativamente  modestas,  que  aquí 
ahora  presentamos. 

(i)     Migeon:  obra  citada;  fig.  130. 

(2)  Id.,  id.;  fig.  327:  reproducción  de  otra  pieza  semejante,  de  cristal  de  roca. 

(3)  R.  Velázquez:  Medina  Azzahra;  lám.  LV. 

-   375   - 


MUSEO    MOZÁRABE 


(D^¿^i  m 


La  principal  es  un  frasco  esférico  de  vidrio  trasparente  v  bastante  del- 
gado, con  95  mmts.  de  diámetro,  solero  y  gollete  cilindrico,  va  roto,  pero 
que  sería  largo,  como  en  las  ampollas  de  vidrio  común,  abundantes  en 
Elvira  y  Azahra.  Se  conserva  en  el  relicario  de  la  Catedral  de  Astorga, 

dentro  de  una  montura  metálica  del 
siglo  X\'II1,  que  le  desfigura,  impi- 
diendo reconocerlo  bien  (i),  y  por  sim- 
ple dicho  se  considera  cáliz  de  santo 
Toribio;  pero  ni  es  cáliz  ni  a  este  santo, 
del  siglo  V,  es  posible  referirlo.  Más 
fácil  parece  reconocer  en  él  una  de  las 
arrotomas  irakés  inventariadas  con 
frecuencia  en  el  siglo  X,  y  de  que  aun 
perdura  cita  castellana — I  redoma  erag 
—  en  iii2(Lám.  CXXXV). 

Su  decoración,  tallada  en  relieve, 
desarrolla  formas  vegetales  muy  estili- 
zadas (Fig.  207),  en  que  se  echan  de  ver 
elementos  iguales  a  los  de  jarros  fatimíes  análogos,  haciendo  ello  verosímil 
una  procedencia  oriental:  pero  igualmente  ha  de  observarse  que  esta 
forma  de  redoma  no  es  conocida  por  ejemplares  de  allá,  mientras  aquí  en 
España  era  la  usual,  como  una  porción  de  representaciones  de  bebedores 
acredita. 


Fig.  '¿07.  Decoración  de  la  redoma  de  Astorga 


El  arca  moderna  de  reliquias  de  san  Millán,  donde  subsisten  incrus- 
tados los  marfiles,  aunque  no  todos,  de  la  antigua,  lleva  por  remates  en  la 
espina  de  su  tapa  tres  piezas  de  ajedrez,  de  cristal  de  roca  tallado  y 
forma  semiovoídea,  la  central  de  ellas  mayor — alto,  5  cmts. — con  una 
especie  de  cresta  y  adorno  de  palmetas,  y  las  otras  dos  iguales  entre  sí,  a 
mitad  de  tamaño  y  con  entalladuras  sencillas  (Lám.  CXXXV).  Datando 
el  arca  de  hacia  1070,  es  verosímil  la  anterioridad,  quizá  mucha,  de  estas 
piezas,  que  hacen  recordar  las  otras,  arriba  consignadas,  de  Peñalba. 

(1)  Reprodújose  así  en  Las  joyas  de  la  exposición  hist(3rico-curopca  de 
Madrid  de  1892;  lám.  XIV. 


376  — 


MADERA 


MADERA 


Poquísimos  v  iiienLidos  objetos  caen  dentro  de  la  clasificación  im- 
puesta, y  lo  principal  es  una  cajita  f;uardada  en  el  relicari(j  de  la  Cate- 
dral de  Astorga.  Otras  tales 


para  reliquias,  ahuecadas  ruda- 
mente en  un  pequeño  tarugo, 
y  escrito  a  un  lado  con  tinta 
el  nombre  del  santo  cuyas  reli- 
quias contenía,  permanecen 
habitualmente  en  los  altares 
primitivos  de  la  región  leonesa: 
excepcionalmente  una  del  reli- 
cario susodicho  lleva  enchapa- 
dura  sutil  de  plata,  donde  fué 
grabado  el  nombre:  «S.  Pe- 
lagi»:  y  no  choque  tal  miseria, 
porque  como  antes  de  la  reac- 
ción galicana  el  culto  de  reli- 
quias por  acá  no  parece  haber 
salido  del  rito  de  consagración 
de  los  altares,  quedando  por 
consiguiente  sepultadas  ellas 
dentro  de  su  cavidad,  el  uso  de 
relicarios  espléndidos  quizá  fué 
desconocido. 

La  cajita  primero  aludida 
es  de  madera  de  peral,  en  una 


pieza    que    tendría    de    largo      ^^ 


9  cmts.,   pero  fué  cortada  por 
un  extremo  casi  en  un  tercio: 


rT^&^/ 


r/i:^/ 


HE  L_ 


Fig.   208.   Cajita  relica- 
rio de  Astorga:  A,  cara 
J¡      superior;  B,  C,  costa- 
dos; D,  cabezal;  E,  so- 
lero. 


su  ancho  es  de  25  mmts.,  y  de  i5  su  alto,  faltando  la  tapa,  que  era 
corrediza  (Fig.  208).  Cúbrela  una  decoración  grabada  primorosamente,  y 
empastadas  las  incisiones  a  colores  verde  v  negro,  distribuidos  irregular- 

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48 


MUSEO    MOZÁRABE 

mente,  resultando  un  nielado  en  madera  de  que  no  recuerdo  más  casos. 
En  los  bordes  que  rodeaban  la  tapa  y  en  un  costado  hay  decoración  de 
aspas  y  crucetas;  en  el  solero  se  distribuyen  tres  florones,  con  rayos  en 
espiral  el  de  en  medio,  según  fué  moda  en  los  canecillos  de  tipo  mozárabe, 
y  entre   medias  enfílanse  letras,   como  del  siglo  X.  donde  puede  leerse  ; 

« dio  fecit».  Al  otro  costado  y  en  el  cabezal  subsistente  hay:  «+  Sci 

Salbatoris.  s.  Mathei.  sci  Xpofori.  s.  Benedicti.»  Este  último  nombre  apa- 
rece borroso.  En  el  primer  letrero  se  consignaría  el  nombre  del  autor, 
acabado  en  dio.  Ahora  bien,  tratándose  de  Astorga,  viene  a  las  mientes 
desde  luego  el  de  su  obispo  santo,  Genadio,  el  restaurador  de  la  vida 
eremítica  en  el  Bierzo  a  íines  del  siglo  IX.  ^Tendremos  aquí  una  obra  de 
sus  manos?  Desde  luego  vale  como  testimonio  remoto  del  arte  popular, 
que  aun  se  mantiene  vivo  e  invariable  por  aquellas  montañas. 

En  el  relicario  de  San  Pedro  de  Montes  hay  otra  caja,  tumbada 
como  las  bizantinas,  abriéndose  al  ras  de  su  cobertera,  que  forma  tronco 
de  pirámide;  mide  i6  cmts.  de  largo  por  lo  de  alto,  y  es  de  madera  de  pino, 
con  filetes  incrustados  de  otra  madera  oscura,  como  taracea  simplicísima. 
Posteriormente  se  la  recubrió  con  una  tela  de  seda,  para  enriquecerla;  y 
siendo  ella  del  siglo  XIl,  probablemente,  queda  garantizada  una  mayor 
antigüedad  para  la  madera. 


ORO  Y  PLATA 

En  orfebrería  son  famosas  las  tres  cruces  asturianas:  la  de  los 
Angeles,  de  808  (i);  la  de  Compostela,  de  874(2),  y  la  de  la  Victo- 
ria, de  908  (3).  Su  arte,  en  cuanto  a  las  filigranas,  es  novedad  respecto  de 
lo  godo,  juzgando  pur  el  tesoro  de  Guarrazar,  y  esto  viene  a  favor  de  un 

(i)  Reproducida  en  coloren  Monumentos  arquitectónicos  de  España;  y 
estudio  aquí  mismo  por  D.  J.  A.  de  los  Ríos. 

(2)  Desapareció  misteriosamente  en  1906.  No  quedan  de  ella  sino  las  fotografías  de 
D.  J.  Limia,  sobre  las  que  se  hicieron  fototipias,  ampliando  sus  discos  centrales;  mas  no  se 
han  publicado.  Véase,  López  Ferreiro:  Hist.  de  la  iglesia  de  Santiago;  t.  11,  p.  171. 

(3)  Reproducciones  poco  fieles  y  estudio,  en  Mon.  arq.  de  España. 

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ÜHO    Y    PLATA 

intlujo  extrañu,  en  igual  sentido  que  la  arquitectura  del  país  inisnio;  ade- 
más, los  esmaltes  aplicados  a  la  cruz  compostelana  prueban  que  bajo  Al- 
fonso el  Magno,  desde  un  principio,  se  acogieron  procedimientos  bizan- 
tinos. Mas  aunque  no  sea  dable  atribuir  a  mozarabismo  estas  novedades, 
como  tampoco  negarlo,  mientras  ignoremos  el  rumbo  de  la  orí'ebreria 
cordobesa  (i),  desde  luego  las  fechas  de  ambas  cruces  parecen  demasiado 
remotas  para  ajustarse  a  la  corriente  leonesa,  y  mejíjr  se  explicaría  la 
presencia  de  esmaltes  relacionándola  con  ios  edificios  ramirenses,  tan  im- 
pregnados de  orientalismo. 

En  la  cruz  de  la  Victoria  (Láms.  CXXXVI  y  CXXXVII)  reapa- 
recen a  su  \  ez  aquellas  incrustaciones  de  vidrio  coloreado,  que  tanto 
prodigaron  las  jo\as  bárbaras:  pero  en  forma  especial,  como  elementos 
florales  relevados  de  por  si,  cuya  repetición  solamente  hallo  fuera  de 
España  en  una  obra  famosa,  la  patena  verde  con  peces,  del  Louvre,  proce- 
dente de  St.  Denis  (2),  que  nada  aclara  el  problema  de  orígenes,  pudiendo 
ser  obra  española  su  guarnición.  También  las  íil  igra  ñas  de  la  misma 
cruz  desarrollan  bizantinismo  exquisito,  en  evolución  progresiva  desde  la 
de  los  Angeles:  y  el  tipo  de  letra,  en  cuanto  a  la  T,  acusa  mozarabismo, 
como  si  el  taller  real  de  Gauzón,  donde  esta  magnífica  pieza  fué  labrada, 
reflejase  algo  de  atractivos  meridionales,  aquí  ya  menos  inverosímiles, 
dado  el  avance  de  fecha,  908.  Sus  esmaltes  fileteados  y  traslúcidos 
matizan  almenillas,  flores  y  animalejos,  de  colores  blanco  y  violeta,  azul 
y  verde  en  varios  tonos. 

La  caja  de  Alfonso  el  Magno,  en  el  relicario  de  la  Catedral  de  Astorga, 
quizá  destinada  en  un  principio  a  la  reserva  eucarística,  nos  revela  otra 
fase  del  arte  asturiano  (Láms.  CXXXVIll  y  CXXXIX)  (3).  Es  de  madera, 

(i)  El  uso  de  filigranas  bajo  el  Califato  no  se  acredita  sino  por  un  dije  sencillísimo  de 
Elvira,  que  se  conserva  en  el  Museo  de  Granada  (Gómez-Moreno :  Medina  Elvira;  lámi- 
na XVI,  n."  218).  Más  importancia  tendrían  a  este  propósito  los  pasadores  de  la  cajita  del 
Bargello,  arriba  mencionada  (Venturi:  Storia  dell 'arte  italiana,  t.  11,  fig.  470),  si  no 
fuese  lícito  atribuirlos  a  restauración  posterior  y  cristiana. 

(2)  Muchas  veces  reproducida,  por  ejemplo  en  Venturi :  obra  citada  ;  t.  II,  fig.  177. 

(3)  Reproducciones  de  su  frente  se  han  publicado  varias;  pero  la  mejor  cu  el 
Boletín  de  la  Sociedad  española  de  excursiones;  t.  III. 

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MUSEO    MOZÁRABE 

con  chapa  de  plata  dorada;  perseveran  guarneciéndola  incrustaciones  de 
vidrio  azul,  rojo  v  verde  sobre  montura  blanca,  con  igual  arte  que  la 
cruz  de  la  Victoria:  en  lo  demás  campea  el  repujado,  muy  bárbaro,  si  se 
compara  con  obras  similares  bizantinas  y  carolingias,  ya  reproduciendo 
vegetales  estilizados,  ya  ángeles  en  actitud  de  adoración,  probablemente, 
ya,  en  la  tapa,  el  Cordero  de  Dios,  los  símbolos  de  los  Evangelistas — falta 
una  chapa  con  dos  de  ellos  —  y  otros  ángeles,  acompañados  de  letreros 
explicativos,  que  declaran  ser  «Gabrihel»  uno  de  los  últimos;  y  además 
consígnanse  estos  nombres:  «Adefonsus  rex — Scemeña  regina».  En  el 
solero,  no  dorado  y  falto  de  los  bollones  que  le  servían  de  asiento,  hay 
una  cruz  repujada,  del  tipo  de  la  susodicha,  con  alfa  y  omega  pendientes  y 
encima  unas  flores,  cuales  se  repiten  con  frecuencia  en  lo  asturiano  y  leo- 
nés, significando  originariamente  candelabros  acaso  (i).  Mide  esta  caja 
300  por  1 95  mmts.  de  base  y  i65  de  altura.  Su  bocallave,  las  visagras  y  un 
cartel  con  rótulo  son  añadiduras  del  siglo  XVIII. 

Dichos  letreros  testifican  que  Alfonso  el  Magno  y  su  esposa  man- 
daron fabricar  esta  caja,  donándola  quizá  él,  al  cabo  de  su  vida,  cuando 
estuvo  en  Astorga.  Su  forma  es  bizantina,  con  tapa  tumbada:  pero  se  dife- 
rencia de  las  más  antiguas  en  incorporarse  a  ésta  una  mitad  de  la  parte 
vertical,  acercándose  así  al  tipo  cordobés,  de  que  sólo  conocemos  ejempla- 
res posteriores.  Quizá  cordobesa  es  también  la  idea  de  las  almenillas  picu- 
das que  le  sirven  de  remate.  Su  composición  con  arcos  recuerda  la  de 
algunos  sarcófagos  constantinianos;  y  desde  luego  que  el  no  marcar  sino 
leve  tendencia  a  la  herradura  la  serie  superior  de  aquéllos  y  ni  aun  pe- 
ralte la  inferior  acuérdase  bien  con  los  caracteres  remisamente  mozárabes 
del  medio  asturiano. 

Otra  caja  conserva  la  Cámara  santa  de  Oviedo,  con  puntos  de  ana- 
logía muy  grandes  respecto  de  la  anterior.  En  torno  de  su  base  lleva  esta 
inscripción  histórica  grabada:  «Susceptum  placide  maneat  hoc  in  ho(no)re 
D(e)i  quod  offerunt  famuli  Xpi  Froila  et  Nunilo  cognomento  Scemena. 
Hoc  opus  perfectum  et  concessum  est  seo  Salvatori  Ovetensis.  Quisquís 

(i)  Una  miniatura  castellana  del  siglo  X  reproduce  el  candelabro  del  festín  de  Bal- 
tasar en  forma  idéntica.  Recuérdese  además  que  una  pintura  del  baptisterio  de  Ponciano, 
en  Roma,  presenta  otra  cruz  con  candeleros  sobre  sus  brazos,  y  no  es  caso  único. 

-   380  - 


ORO   Y    PLATA 

auferre  hoc  donaría  nsa  presumseri  fLiIniiric  divino  intereat  ipse.  Opera- 
tum  estera  DCCCCXL^VIIP».  Sabemos,  pues,  que  la  ofrecieron  Fruela  II 
y  su  esposa  en  910,  antes  de  reinar  (Láms.  (>XL  a  CXLIl). 

Mide  42  por  27  cmts.  de  base  y  17  de  alto,  repitiendo  el  tip(j  de  la  de 
Astorga.  Es  de  chapa  de  oro  pálido,  excepto  la  base,  de  plata;  carece  de 
vidrios  incrustados,  yendo  en  cambio  tachonada  con  pedrería  menuda  y 
sin  valor;  además,  el  fondo  de  los  arcos,  que  lo  llenan  todo,  con  irregula- 
ridad bien  chocante  a  veces,  constituyese  por  tableros  de  ónice  pulimen- 
tado, que  motivó  el  llamarse  de  las  Ágatas  esta  caja.  Su  decoración 
repujada  es  toda  de  follajes  bizantinos  o  más  bien  cordobeses,  y  las 
orlas  trazan  rayitas  oblicuas  en  grupos  triangulares,  como  un  mármol  de 
Hornija  (i);  pero  el  solero  de  la  caja,  a  más  de  la  inscripción  transcrita  y 
de  cuatro  bollones  para  asiento,  lleva  en  medio  una  cruz  y  los  símbolos  de 
los  Evangelistas,  en  forma  de  bustos  alados,  que  sobresalen  de  discos 
como  escudos,  con  la  misma  orla,  a  base  de  triángulos,  y  rayos  curvos, 
exactamente  como  las  ruedas  de  las  estelas  célticas  paganas  de  por  acá, 
repetidas  luego  en  decoraciones  godas  y  leonesas  hasta  la  cajita  de  Genadio 
presentada  arriba.  Recuérdese  que  el  símbolo  del  toro  en  la  caja  de  Astorga 
va  sobre  dos  ruedas  iguales  a  éstas;  además  lo  repiten  varias  representa- 
ciones del  Tetramorfos,  en  miniaturas  de  códices  nuestros,  a  partir  del  de 
los  Morales  terminado  por  Florencio  en  946,  y  aun  dase  el  caso  de  que  la 
misma  composición  toda  forme  una  rueda  heiizoidal  con  las  alas  de  los 
monstruos  (Lám.  CXXIX).  Por  consiguiente  ha  de  buscarse  para  ella  una 
significación  adecuada  al  simbolismo  de  la  Majestad,  no  pudiendo  ser  otra, 
según  el  texto  del  Apocalipsis,  que  la  de  actividad  eterna  (2).  ^^Nacería  ello, 
por  tradición,  sobre  el  sentido  pagano  de  la  tal  rueda?  Como  técnica  esta 
caja  es  más  primorosa  que  la  de  Astorga,  pero  sin  variar  de  estilo,  y  su 
letrero  acusa  ciertas  formas  de  las  andaluzas  típicas.  Recuérdese  la  des- 
cripción de  otra  caja,  donada  por  Ordoño  II  a  Santiago  en  911,  que  habría 

(i)  Veáse  arriba,  fig.  89.  En  Andalucía,  bajo  el  Califato,  danse  adornos  de  hojitas  en 
disposición  igual :  Gómez-Moreno:   Medina  Elvira,   lám.  Vi. 

(2)  Cap.  IV:  «  Et  quatuor  animalia...  réquiem  non  habebanl  die  ac  nocte  dicentia  : 
Sanctus  sanctus  sanctus  Dominus  Deus  omnipotcns,  qui  erat  et  qui  est  et  qui  venturus 
est.  Et  cum  darent  illa  animalia  gloriam  et  honorem  el  benedictionem  sedenti  super 
thronum  viventi  in  saecula  saeculorum»... 

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MUSEO    MOZÁRABE 

de  ser  análoga,  puesto  que  tenia  vidrios  de  ultramar  dentro  de  arcos  (i). 

Nada  va  dicho  del  paño  central  de  la  tapa,  ya  que  resulta  cosa  pos- 
tiza, como  estupenda  obra  bizantina  que  es,  de  oro  puro,  con  guarni- 
ción fileteada  incrustando  vidrios  rojos,  de  que  sobresalen  a  trechos  perlas 
y  piedras  finas:  y  los  campos  están  excavados,  diseñando  dragones  y  pare- 
jas de  aves  con  un  árbol  entre  medias,  que  se  destacan  en  colores,  me- 
diante incrustaciones  mates  de  turquesa,  azul  lapis  v  el  mismo  rojo  cereza 
típico:  es  obra  capitalísima  en  su  género,  y  quizá  provenga  del  tesoro  de  los 
reyes  godos  (2). 

Sacada  de  San  Isidro  de  León,  expónese  en  el  Museo  arqueológico 
nacional  otra  caja,  semejante  y  más  pequeña — i85  por  130  mmts.  de 
base  y  135  de  alto  —  en  la  que  ya  es  evidente  y  pleno  el  influjo  andaluz, 
debiéndose  probablemente  a  un  taller  leonés,  hacia  el  siglo  XI,  aunque  la 
falta  de  elementos  cristianos  en  esta  obra  tampoco  hace  imposible  asignarla 
origen  musulmán  puro  (Láms.  C.XLllI  y  CXLIV).  Es  de  madera  de  pino; 
en  ella  se  incrustan  piezas  de  ónice,  ya  planas  ya  almohadilladas,  y  las 
recuadra  una  guarnición  sobrepuesta  de  chapa  de  plata  muy  gruesa,  cince- 
lada, dorada  v  nielada,  formando  arcos  de  herradura  de  tipo  moruno,  rec- 
tángulos y  curvas  con  enlaces,  bien  dispuestos.  Hay  rosetas  en  varios  cruces 
y  algo  de  follajes  bizantinos,  que  se  desarrollan  especialmente  en  la  aldaba 
de  cierre:  sus  nielad  u ras  forman  raspas  y  gallones,  y  es  arte  que  cam- 
pea también  en  la  arqueta  de  Alháquem  II.  existente  en  la  Catedral  de 
Gerona,  v  en  otras  piezas  cordobesas.  El  asa  es  moderna,  y  por  solero  hay 
una  chapa  de  plata  troquelada  gótica,  del  siglo  XV. 

La  Catedral  de  Braga  posee,  como  reliquia  de  san  Giraldo  v  dentro 
de  la  famosa  caja  árabe  de  marfil  convertida  en  estuche,  una  copa  de 
plata  dorada,  cuvo  alto  es  de  once  cmts..  con  base  llana,  astil  provisto  de 
nudo  y  arquillos  de  herradura  calados,  y  recipiente  semiovoídeo  (Lá- 
mina CXLIV).  Lleva  todo  él  decoración  cincelada  y  nielada,  cuyo  tema 

(1)  Véase  arriba:  pá^.  328,  ñola. 

(2)  En  Monumentos  arquit.  de  España  se  publicaron  cromolitografías  de 
esta  caja,  en  pequeño  y  muy  descuidadas;  además,  sus  letreros  e.xplicativos  son  erróneos, 
contundiéndola  con  la  de  Sta.  Eulalia,  a  que  corresponden  oirás  representaciones  de  la  mis- 
ma lámina.  Vigil  copió  bien  la  plancha  del  solero:  Asturias  monumental,  lám.  IX. 

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OKO    Y    PLATA 

principal  es  un  vastago  ondulante  de  ramaje,  albergando  en  sus  senos  tres 
leones,  en  actitud  diferente  cada  uno,  de  estilo  rudo  v  firme,  que  en  los 
animales  trasciende  a  moruno  y  en  los  follajes  recuerda  temas  de  esca- 
lada. El  pie  desarrolla  dos  lineas  concéntricas  de  escritura  mayúscula,  que 
dice  :  «+  In  nne  dni  Menendus  Gundisalvi  -f  et  Tuda  donna  sum»,  signi- 
ficando:  «En  el  nombre  del  Señor,  soy  de  Menendo  González  y  de  doña 
Tuda»  (i  ). 

Ello  no  expresa  donaci(')n  ni  uso  eclesiástico,  pues  para  cáliz  resulta 
demasiado  pequeña;  de  suerte  que  es  más  fácil  creer  se  trata  de  una  sim- 
ple copa  de  uso  domestico.  Sus  dueños  son  conocidos:  la  historia  del 
obispo  Pelayo  dice  que  Alfonso  V  tuvo  por  ayos  al  conde  Menendo  Gun- 
disalvi y  su  esposa,  y  que  casó  con  la  hija  de  ellos  Geloira,  errando  sólo  en 
el  nombre  de  la  condesa;  pero  hay  una  carta  de  Bermudo  III,  hijo  de  los 
susodichos  reyes,  por  la  que  hace  donación  a  Santiago  de  cierta  vila,  «que 
fuit  avorum  et  parentum  meorum  Alenendi  et  domne  Tote  et  ex  ea  gana- 
verunt  ipsi  mei  parentes»  (2).  Además  el  «dux  domnus  Menendus  proles 
Gundisalvi»  resulta  actuando  en  un  litigio  con  Alfonso  \'.  en  1007  (3);  él 
mismo  confirmó  documentos  en  Coimbra,  año  981,  y  en  X'imaranes, 
año  999;  mandaba  en  Leza  en  1004  y  había  ya  muerto  en  1014,  cuando  la 
condesa  domna  Tuta  ejerce  autoridad  por  sí  misma  en  Vimaranes  o  Gui- 
maraes.  Ella  firmaba  Tutadomna  y  falleció  entre  1022  y  i025,  año  en  que 
su  hija,  «comitissa  Tuda  Vigilaz»,  hizo  donación  al  monasterio  de  Vima- 
ranes de  vilas  que  fueron  de  sus  padres,  «dux  Menendus  <3undisalvi  et 
Tuta  domna»  (4).  E\  punto  histórico  no  necesita  más  aclaración,  y  el  mo- 
zarabismo  de  esta  singular  pieza  queda  perfectamente  establecido,  sobre 
todo  si  en  Coimbra,  ciudad  donde  el  elemento  mozárabe  y  musulmán  se 
mantuvieron  bien  pujantes,  como  sabemos,  encargó  Menendo  labrar  su 
copa,  antes  de  que  Almanzor  entrase  allí  en  987. 


(i)  Reproducción  sobre  fotografía,  en  Rohault  de  Flcurv :  La  Messc;  (.  IV, 
lám.  CCCXIV. —  Véanse  además:  Al  baño  Bel  lino:  Archeologia  christá,  p.  78.— Arte 
religiosa  em    Portugal,  fascículo  4.". 

(2)  López  Ferreiro:   Hist.  de  Santiago;  t.  1!,  ap.  XC. 

(3)  Id.,  id.;  ap.  LXXXIil 

(4)  Portugaliae  mon.   Iiist.:  chartae. 


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MUSEO    MOZÁRABE 

Si  por  pequeña  ella  no  parece  cáliz,  en  cambio  el  de  Silos  famoso, 
cuyo  alto  es  de  30  cmts.,  desconcierta  por  grande.  Subsiste  en  el  monas- 
terio mismo,  al  que  lo  donara  santo  Domingo  de  Silos,  su  abad  (1041-1073), 
como  declaran  estas  palabras  grabadas  en  su  solero:  +In  nomine  Domini 
ob  honorem  sci  Sabastiani  Dominico  abbas  fecit»  (Lám.  CXLV). 

Es  de  plata  dorada  y  feo  de  hechura  para  nuestros  gustos,  por  la  casi 
equivalencia  entre  copa  y  peana  e  igualdad  de  sus  curvaturas  y  del  nudo, 
contra  la  regla  generalísima  que  en  vasos  tales  rigió  siempre;  mas  aquí  en 
España  otra  ley  de  simetrías  verticales  con  eje  medial  parece  haber  valido, 
según  denuncian,  a  más  de  éste,  otros  casos  de  bronces  bárbaros,  y  tam- 
bién obras  morunas  de  tiempo  del  Califato. 

La  forma  previene  ya,  por  consiguiente,  en  favor  de  mozarabismo, 
que  acentúa  su  labor  de  filigranas,  con  alambre  liso  generalmente  y  retor- 
cido a  veces,  sin  nada  de  bizantinismos,  pero  dibujando  series  de  arcos  de 
herradura  muy  desarrollados;  y  en  vez  de  tachones,  granos  de  plata  salpi- 
can la  composición.  Disimetrías  constantes  en  la  filigrana  prueban  un  des- 
cuido extraordinario:  y  la  simplicidad  de  temas  organizados  con  ella,  tan 
lejos  de  los  estilismos  y  finuras  usuales  en  esta  clase  de  obras,  permiten 
reconocer  un  periodo  decadente  y  un  arte  ineficaz  para  satisfacer  a  los 
avances  progresivos  de  aquel  siglo  XI  (i). 


BRONCES 

No  es  propiamente  de  bronce,  sino  de  azófar  o  latón,  y  como  de  oro 
por  su  aspecto,  una  cruz  del  tipo  de  las  asturianas,  que  está  en  el  Museo 
de  León,  llevada  desde  Santiago  de  Peñalba,  la  iglesia  mozárabe  que 
nos  es  tan  conocida  (Lám.  CXLVI). 

Su  forma  es  como  la  de  los  Angeles,  pero  sin  sequedad,  gracias  a  la 
ligera  inflexión  cóncava  de  sus  líneas:  los  brazos,  iguales  entre  sí,  van 
unidos  a  un  disco  medial,  y  llevarían  otras  letras  alfa  y  omega  pendientes, 
en  vez  de  las  actuales  modernas.  Por  el  anverso  adórnala  una  orla  cincelada 

fi)  Reproducción  suya  en  Monu  memos  arquit.  de  España.  —  Otra  y  estudio 
por  Dom  E.  Roulin,  en  la  Revue  de  l'Art  chrétien;  1898. 

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BRONCES 

de  tallos  ondulados  bizantino-andaluces,  sencilla  y  salpicada  de  chatones, 
hoy  enteramente  nuevos;  pero  el  disco  medial  debe  estar  invertido,  pues  se 
acusa  su  orla  en  repujado,  igualmente  que  la  de  los  brazos  por  su  reverso. 
Éste  lleva  tenuemente  grabado,  a  leves  golpes  que  produjeron  trazos  en 
zis-zás,  una  inscripción  dedicatoria  que  dice:  «-|- '  nomine:  Domini  :  nsi 
Ihu  :  Xpi  :  ob  onorem -f"  ^anct  :  lacobi ;  aplostoli :  Ranemirus  :  rex  :  ofrt».  El 
tipo  de   letra   es 

mozárabe    con  ,  Y[(>h\\  H  E  '.  'J)  O  M IH^'-ISÍ 

triples    puntos 

IZ.  y'ia  íZl  ii;Q :  X^ J :  C$0  H  o']l.  E  M 

«aplostoli»   ex- 

S:yZ!  +SANCí:lAro;EI: 

braen  «apli»,se-  ^.  .  _,  ,         .  ^  -  ,^ 

^  Fig.  aog.  Letrero  de  la  cruz  de  Penalba 

gún  costumbre, 

resultando  que  al  cabo  le  faltó  espacio  para  el  «offert»  (Fig.  209). 
Este  Ranemiro  rey  sin  duda  es  el  segundo  de  su  nombre,  que  otorgó 
dádi\as  a  Santiago  de  Peñalba  en  940  (i).  Respecto  de  estilo,  su  carácter 
meridional  en  absoluto  cuadra  con  la  tendencia  leonesa  de  aquellos  tiem- 
pos, valiendo  por  insigne  testimonio  del  avance  mozárabe. 

En  el  campo  de  Espiel ,  lugar  de  la  sierra  de  Córdoba,  se  descubrió 
dentro  de  un  pozo,  corriendo  el  siglo  X\'l,  una  campana  pequeña  de 
bronce,  que  hoy  conserva  el  Museo  arqueológico  de  dicha  ciudad  (Lá- 
mina CXLVll).  Es  semiovoídea,  midiendo  iqS  mmls.  por  el  borde  v  otro 
tanto  de  alto,  comprendida  el  asa  con  que  remata,  en  disposición  para 
sonarla  a  mano,  va  que  el  profundo  desgaste  de  su  labio  prueba  que  el 
badajo  hería  siempre  en  dirección  paralela  del  asa  misma.  Por  lo  alto  tiene 
cuatro  perforaciones,  dispuestas  simétricamente,  quizá  para  aclarar  el 
sonido,  y  lleva  en  torno  esta  inscripción,  grabada  en  letra  mozárabe  pura: 

(i)     España  sagrada,  t.  .\V1,  p.  134. 

-   385   - 
49 


MUSEO    MOZÁRABE 

«4-  Offert  hoc  munus  Samson  abbatis  in  domum  sci  Sabastiani  martiris 
Xpi  era  DCCCCLXLIII.»  La  lectura  de  la  fecha,  correspondiente  a  qbb,  es 
segura,  como  se  ve  por  la  adjunta  fotografía:  no  obstante,  asígnasele  mayor 
antigüedad  por  los  editores  —  Era  913  ó  963 — con  deseo  en  muchos  de  ele- 
varla más  allá  del  año  890  en  que  falleció  Samson,  abad  v  literato  cordo- 
bés famoso,  a  quien  sin  embargo  es  imposible  referir  este  pequeño  mo- 
numento. El  monasterio  mismo 
de  San  Sebastián,  a  que  perte- 
neció, es  desconocido  (1). 

Otra  campana,  bien  gran- 
de, se  mantiene  en  San  Isidro 
de  León,  muv  notable  por  su 
antigüedad,  pues  ostenta  este 
letrero  cincelado  cerca  del  bor- 
de: «In  nme  Dni  ob  honorem 
sci  Laurenti  arce  dcni  Ruderi- 
cus  Gundisalbiz  hoc  signum 
fieri  iusit  in  era  C^  XX"  IHP 
pus  T"  S.»  Corresponde,  pues, 
al  año  1086  (Fig.  210). 

Su  forma  es  más  elegante, 
abriéndose  hacia  el  borde,  por 
donde  mide  bj  cmts.  de  diáme- 
tro; el  asa  es  redonda,  con  re- 
bordes por  fuera,  como  en  la  de 
Córdoba:  va  reforzada  por  dos 
suplementos  laterales,  y  bajo  de  ellos  hay  también  pequeños  taladros. 
Tenía  sonido  muv  argentino,  pero  se  cascó  ha  pocos  años,  y  aun  amenaza 
desprenderse  un  trozo,  con  la  fecha  precisamente.  Las  letras,  de  tres  cmts. 
en  su  alto,  guardan  similitud  con  el  tipo  mozárabe;  además  es  absoluta 
su  analogía  con  las  campanas  de  la  torre  Tavarense,  dibujada  en  un  códice 
del  siglo  X,  como  ya  sabemos  (Lám.  LXXVlll). 

(1)     Hübner:  Inscr.  Hisp.  christ.;  n."  221,  con  facsímil  del  letrero,  algo  imper- 
fecto.—  R.  de  Fleury:  obra  cit.;  lám.  499. 


Fig.  lio.  Campana  de  San  Isidro  de  León 


386 


BRONCES 

El  Museo  arqueológicu  nacional  conserva,  procedente  de  fon- 
dos ant¡¿;uos  (n."  857),  una  lucerna  o  candil  de  bronce  con  dos  piqueras 
V  este  letrero  grabado:  *.-f-  Oc  opus  Salomonis  erat»  (Lám.  CXLVlil). 
Debió  destinarse  a  estar  colgado,  como  denuncian  orificios  en  la  nariz  de 
sus  piqueras,  y  aunque  falta  el  asa  sirve  para  imaginarla  otro  candil  de 
mi  colección,  descubierto  en  tierra  granadina  (Lám.  CXL\  II).  que  ofrece 
similitud  completa  de  lineas  respecto  de  aquél,  aunque  menos  elegante  y 
con  una  piquera  sola,  que  es  lo  normal;  su  asa  remata  en  cabeza  de  ciervo, 
remedando  obras  clásicas;  mide  22  cmts.  de  largo,  en  proporción  que  da 
igualdad  de  tamaño  para  ambos,  y  su  fundición  es  tan  perfecta  que  el 
recipiente  no  llega  a  un  milímetro  de  grosor;  la  aleación  parece  tener  cinc, 
a  juzgar  por  su  tono  pajizo,  siendo  por  consiguiente  azófar. 

Este  tipo  de  candiles  reconócese  como  degeneración  del  cristiano  pri- 
mitivo, conocido  por  varios  ejemplares,  con  asa  figurando  una  cabeza  de 
grifo  o  de  caballo;  pero  los  españoles  varían  en  tener  más  escotada  la 
piquera  y  un  gollete  muy  largo.  Después,  en  el  siglo  X  avanzado,  el  asa 
degeneró  en  un  anillo,  del  que  brota  gran  hoja  plana,  con  calados  y  cin- 
celaduras, siendo  ejemplar  príncipe  de  esta  serie  el  de  Elvira,  en  el  Museo 
de  Granada,  perfectamente  conservado,  con  su  tapa  cónica  y  despaviladeras 
pendientes  de  una  cadenilla  (1).  Como  tipo  intermedio  véase  otro  ejem- 
plar del  Museo  de  Madrid,  cuva  asa,  de  simple  chapa  arqueada,  remata  en 
la  misma  cabeza  del  ciervo  (2). 

Por  similitud  con  la  inscripción  del  candil  referido  impónese  asociarle 
otra  pieza,  un  aguamanil  en  forma  de  pavo  real,  que  está  en  el  Museo 
del  Louvre  (Lám.  CXLIX).  Su  cresta  lleva  taladros  en  que  es  fácil  reco- 
nocer dos  arquillos  de  herradura;  el  asa  es  a  modo  de  sierpe,  y  por  allí  se 
introducía  el  líquido;  la  cola  rodéase  con  seis  circulillos,  y  los  espolones, 
prolongados  en  herradura,  dan  estabilidad  a  las  patas  sin  más  base.  Una 
labor  grabada,  en  forma  de  escamas,  remeda  las  plumas  del  ave,  y  en  la 
pechuga  vense  dos  líneas  de  escritura  finamente  grabada;  la  superior  dice: 


(i)     Gómez-Moreno:   Medina  Elvira;  lám.  .\. 

(2)     Revista   de   Archivos;   1899;  lám.  I.  Otro  semejante  al  de  Elvira,  pero  muy 
oxidado,  se  reproduce  aquí  en  la  pág.  13. 

-   387   - 


MUSEO    MOZÁRABE 

«-f-  Opus  Salomonis  eral>>;  y  la  iníeriur,  en  árabe,  significa:  «Hecho  por 
Abdelmélic  el  cristiano^>  (Fig.  2ii)(i).  La  conformación  de  ojos,  entera- 
mente como  en  leones  de  tiempo  del  Califato  (2);  la  cresta  y  la  cola,  que 
recuerdan  soluciones  análogas  en  otros  bronces  de  Elvira;  la  boca  del  asa, 
como  la  de  nuestros  candiles,  y  principalmente  la  repetición  del  «opus  Sa- 
lomonis erat».  son  fuertes  indicios  para  creer  obra  andaluza  este  singular 
aguamanil,  así  como  el  nombre  del  artitice  delata  su  mozarabismo. 

Los  textos  alusivos  a  obras  salomón iegas  se  registran  sobre  todo 

en  España:  en 
el  siglo  VI,  el 
tesoro  de  losvi- 
sigodos  poseía 

— "  ~"  '  piezas  sorpren- 

^1;=^]   ¿3X^1  A±cXo^         dentes   y   pre- 


+opVS"S/^LoM^NlVa^Tv 


Fij,;.  2.1.    Letrero  del  afiuamanil  del  Louvrc 


ciosas  de  tal 
manufactura; 
un  documento 

inglés  cita  «duobus  urceolis  pretiosissimis  ex  operibus  Salomonis»;  Este- 
fanía, reina  de  Navarra,  mandó  vender,  en  io52,  «illos  vasos  vel  forteras 
salomonaticas»;  en  Covarrubias,  año  11 12,  se  inventariaron  «I  copa  cum 
suo  cobertuorum  de  labor  salamoniego  et  III  basos  de  plata  de  labor  sala- 
moniego»,  y  en  el  diploma  apócrifo  de  Obona,  del  mismo  siglo  XI 1,  cons- 
tan «tres  vasos  salomoniegos»  (3).  Parece  tratarse  de  una  manufactura, 
más  bien  que  de  material,  aunque  desde  luego  éste  es  siempre  bronce  o 
plata.  Sobre  ello,  atendiendo  a  las  dos  piezas  arriba  descritas  y  clasificadas 
como  tales  por  sus  mismos  letreros,  cabe  deducir  que  la  obra  salomónica 
seria  de  fundición  a  la  cera,  arte  casi  perdido  en  la  Edad  media,  y  que  debió 
restaurarse  por  influjos  orientales,  siendo  quizá  España  el  primer  país  occi- 
dental en  que  ello  se  lograra.  Realmente  una  pieza  de  fundición  como  el 


(i)     a.   Prevost  de  Longpérier:   Revue  archéologique;   i865,  p.   366.  —  Migeon: 
Manuel  dart  musulmán;  t.  II,  íig.  186. 

(2)  Por  ejemplo,  ciertos  bronces  del  Museo  de  Granada:  Gómez-Moreno:  Medina 
Elvira,  lám.  IX. 

(3)  Véase  Du  Cange  :  Dictionarium   mediae  et  infimae  laiinitatis. 


-   388   - 


BRONCES 


aguamanil  del 
sorprender  á 
profanos. 

Entre  los 
bronces  cop- 
tos  del  Museo 
del  Cairo  va- 
len a  nuestro 
propósito  los 
fragmentos  de 
una  lámpara 
(Fig.  212),  en 
forma  de  dis- 
co, de  4G  cen- 
tí  metros  de 
diámetro,  con 
círculos  ,  ar- 
quillos V  cru- 
ces, entre  va- 
retas radiales, 
calados  en  él, 
y  tres  asas  de 
lasquependía, 
mediante  ba- 
rras metálicas 
convergentes 
en  una  pieza 
trifolia,  que  a 


Louvre  revela  destreza  singular  y  dominio  de  la  técnica  para 


-W' 


Fig.  212.   lámpara   copta  en  el  .Museo  Jel  Cairo 


SU  vez  remata 
en  otra  asa  (i). 

Un  segundo  ejemplar,  procedente  de  Calabria,  pasó  a  la  colección 
Basilewski  (Fig.  213),  con  disco  menor — 23  cmts.  —  y  abreviada  su  com- 
posición de  ornato,  pero  concordante;  llevaba  tres  cadenas  de  suspensión. 


(i)     Strzygowski :    K.optische   K.unst;    n."«  9154  y  qi56. 


-   389 


MUSEO    MOZÁRABE 


y  por  remate  un  disco  vertical  calado  (i).  Otro  platillo  de  lámpara,  muy 

semejante   al   copto  y  sin  aspecto  de  gran  vejez,  aunque  clasificado  de 

bizantino,  hay  en  el  xMuseo  Británico  (2),  y  un  tercero,  de  34  cmts.  de 

diámetro  y  finito,  salió  a  la  venta  en  Granada  en  1910  y  1914.  arrastrado 

quizá  de  lejos  por  el  comercio 

(Fig.    214);    sin  embargo,  la  //^^^~~^^ 

forma   de  herradura    de    sus  ^S^    \^  (  ¡y-*  -^ 

arquillos  v  los  remates  acó-  ^,.-— JI    J    v^^^^'^^^^"^^^^^ (      ^ 

razonados  inclinan  a  favor  de 
un  origen  andaluz,  asi  como 
las  cruces  no  permiten  dudar 
de  su  cristianismo. 


Fig.  213.  Platillo  de  una  lámpara  calabresa 


Desde  luego,  los  aros  de 
la  periferia  y  aun  el  central 
servían  para  encajar  vasos 
cónicos  de  vidrio,  iluminando 
artísticamente:  y  aun  puede 
creerse  que  a  este  tipo  de  lu- 
minarias, tal  vez  no  muy  pro- 
pagado por  Europa  desde  las 
regiones  orientales,  aludirán 

lus  lychnos,  pintorescamente  descritos  por  san  Paulino  de  Ñola  (3)  v  de 
origen  clásico  al  parecer.  Ninguna  representaci(')n  eclesiástica,  entre  tan- 
tas como  hay  en  monumentos  gráficos,  corresponde  a  dicho  tipo,  sin 
embargo,  y  tampoco  hay  lámparas  tales  de  mezquita,  no  obstante  reme- 
dar ellas  por  lo  general  obras  cristianas. 

Esto  a  reserva,  sin  embargo,  de  excepción  insigne  en  nuestra  Gran 
Mezquita  de  PZlvira.  Reconstruida  en  864  por  el  emir  Mohámed,  incen- 
diada en    1 010  por  los   berberiscos  y   no  vuelta  a  reedificar  ya  (4).  tenia 


(i)     R.  de  Fleury  :   La  messe;   lám.  439. 

(2)  British    Aluseum:    A    guide  to   the    early   Christian    and    Byzantine 
antiquities;   fig.  41 . 

(3)  R.  de  Fleury:  obra  citada;  t.  VI.  pág.  4. 

(4)  Texto  de  Abenaljatib  en  Dozy :   Recherches. . . ;  t.  1,  p.  331 . 


—   390  — 


BRONCES 


m&)^. 


lám  paras  exactamente  similares  de  las  susodichas;  y  seis  de  ellas,  más  o 
menos  incompletas,  sacadas  de  sus  ruinas,  existen  en  el  Museo  arqueológico 
de  Granada  (i).  Dos  entre  ellas  ofrecen  características  de  arte  avanzado, 
V  datarán,  a  lo  más, 
de  cuando  se  recons- 
truyó la  mezquita; 
pero  las  otras  cuatro 
son  tan  similares  de 
las  cristianas,  aun 
faltándoles  cruces  , 
que  sin  dificultad 
podrían  creerse  pa- 
sadas de  iglesias  a  la 
mezquita. como  lue- 
go, siglos  adelante, 
fueron  tantas  otras 
piezas  de  mezquitas 
a  nuestras  iglesias. 
Desde  luego,  si  no 
son  mozárabes  indi- 
vidualm.ente,  de  se- 
guro copian  otras 
tales,  manteniéndose  como  cosa  regional,  va  que  no  trascendió  su  modelo, 
que  sepamos,  a  periodos  musulmanes  sucesivos. 

Las  lámparas  de  Elvira  (Láms.  CXLIX  y  CL  y  fig.  21 5)  abundan  en 
las  mismas  varetas  radiales,  circuios  y  remates  cordiformes  ya  dichos:  pen- 
den de  tres  cadenas:  entre  los  trípodes  de  suspensión  hay  uno  casi  exacta- 
mente igual  que  el  copto  (Fig.  216),  v  también  un  disco  de  suspensiiSn  es 
semejante  al  calabrés  (Fig.  217);  pero  más  abundan  pelotas,  va  verdugadas, 
ya  lisas.  Los  platillos  de  aspecto  más  viejo  miden  de  44  a  36  cmts.  de  diá- 
metro; dos  son  casi  exactamente  iguales:  los  otros,  menores  y  más  finos, 
llevan  series  de  arquillos  de  herradura,  siendo  quizá  prototipos. 


Fig.  214.  Platillo  de  lámpara  español 


(,1)     Gómez-Moreno:  .Medina  Elvira;  p.  8  y  lám.  VIH. 

—  39»   — 


MUSEO    MOZÁRABE 


En  el  conglomerado   informe  de   bronce,   carbón,   plomo   derretido, 
vidrio  V  estera  de  esparto  quemada,  que  salió  en  1874  de  las  ruinas  de  la 

Mezquita  de  EI- 


^^>r^. 


^y^ 


vira,  y  una  vez 
entresacadas  las 
seis  lámparas , 
gracias  a  la  pa- 
ciencia y  habili- 
dad de  mi  be- 
nemérito padre, 
quedóimposible 
de  recomponer 
otro  objeto  de 
más  tenue  masa, 
incompletísimo 
y  deshecho,  pero 
en  el  que  pudo 
adivinarse  una 
corona  de  lu- 
ces, de  las  que 
tanto  hablan  los 

documentos.  Pasados  muchos  años  vino  a  publicarse  otra  tal.  aunque  más 
sencilla,  que  posee  el  .Museo  copto  del  Cairo  (1).  pudiendo  arianzarse  crite- 
rio va  sobre  los  fragmentos  granadinos  (Fig.  218). 
Constituíala  un  aro  cilindrico,  de  28  cmts. 
aproximadamente  de  diámetro  por  9  de  alto,  con 
bordes  reforzados  salientes  v  calada  en  lo  demás 
labor  de  circuios  secantes,  como  una  de  las  pri- 
mitivas celosías  de  la  Catedral  de  Córdoba.  En 
el  borde  superior  engarzaban  tres  anillas  para  las 
cadenas  de  suspensión,  y  de  entre  medias  caían 
hacia  afuera  horizontalmente  doce  barritas  triangulares  articuladas,  de 
unos  diez  cmts.  de  largo,  aplastadas  por  su  extremidad  hasta  formar  aran- 


hpcwmt 

Fig.  21 5.  Disco  de  lámpara  de  la  Mezquita  de  Elvira 


Fig.  216.  Colgadero  de  lámpara 
de  Elvira. 


(i)     Gayet:  L'arl  copie;  pág.  29Q. 

—   392   — 


BRONCES 


délas,  en  donde  encajaban  los  vasillos  de  vidrio,  soportes  que  equivalían 
a  los  delfines  de  documentos  antiguos,  comprobados  por  la  corona  del 
Cairo  y  por  otro  artefacto  de  luces  argelino,  en 
forma  de  basílica,  perteneciente  a  la  colección 
Basilewsky  (i). 

Fuera  de  dicha  Mezquita,  entre  las  ruinas  del 
caserío  incendiado  al  mismo  tiempo  que  aquélla, 
descubrióse  un  candelero  de  bronce,  que  puede 
creerse  también  de  tipo  español  cristiano,  pues 
los  conocidos  musulmanes  son  cortos  y  con  cubo 
para  encajar  el  cirio,  mientras  éste  de  Elvira  es 
muy  esbelto,  con  base  redonda  y  púa  terminal, 
para  ensartar  el  cirio,  según  la  costumbre  anti- 
gua (Fig.  219).  Su  decoración  es  muy  sencilla,  reconociéndose  que  fué 
vaciado  sobre  un  modelo  a  torno,  y  se  reduce  a  nudos  como  arandelas 


Fig.  217.  Bronce  de  Elvira 


Fig.  218.  Corona  de  luces   de  la  Mezquita  de   Elvira  (restauración) 

arriba  y  abajo,  entre  los  que  media  una  larga  y  más  gruesa  zona  anillada; 
su  alto  es  de  49  cmts.  Consérvase  en  el  Museo  de  Granada,  con  otros 
bronces  notabilísimos  de  la  misma  procedencia. 

La  población  de  Elvira  hubo  de  constituirse  en  su  gran  mayoría  por 


(1)     R.  de   Fleury;  obra  citada;  lám.  438. 

—  393  — 


5o 


MUSEO    MOZÁRABE 


renegados  españoles  y  mestizos;  pero  que  también  hubo  mozárabes  acre- 
dítase por  un    dije   de   plomo   fundido,  allí  también   descubierto,   y  le 

constituye  una   cruz   dentro  de  aro,  cuyo  diámetro  es  de 

dos  centímetros  (Fig.  220). 

Otro  gran  lote  hay  de  bronces  cristianos,  que  al  pare- 
cer solamente  se  descubren  hacia  el  NO.  de  España.  Son 
jarros  con  gollete  acampanado,  base  equivalente,  si  bien 
las  hay  con  menor  desarrollo,  y  asa  no  siempre,  que  suele 
rematar  por  abajo  en  un  mascarón;  ade- 
más, platos  hondos,  con  tetón  en  me- 
dio. El  alto  de  aquéllos  acércase  a  24  cen- 
tímetros; el  diámetro  de  los  platos,  a  22. 
Unos  y  otros  llevan  decoración  verdu- 
gada, de  fundición,  y  casi  todos  además 
letreros  y  adornillos grabados.  Sus  leyen- 
das, sumamente  bárbaras  y  difíciles  de 
interpretar,  parecen  deprecaciones  en  favor  de  individuos 
que  se  nombran;  y  como  cierta  miniatura  represente  a 
un  hombre  bautizando  con  un  jarro  idéntico,  es  de  inferir 
que  para  esta  ceremonia  se  destinasen. 

Probablemente  así  eran  los  aquamaniles  y  concos 
registrados  en  nuestros  inventarios  de  iglesias,  pudíendo 
referirse  al  siglo  IX  aproximadamente;  pero  como  obras 
de  tipo  asturiano  y  origen  bárbaro,  sin  otras  conexiones 
con  lo  mozárabe  que  la  forma  de  algunas  letras  o 
tal  cual  adorno.  En  atención  a  ello  quede  su  estudio 
para  otra  ocasión.  Baste  consignar  que  la  pieza  príncipe 
de  esta  serie,  un  jarro  del  Museo  de  León,  lleva  este  letrero:  «+  In 
nomine  Dni  Arvildi  vita  Ds  concedat». 


Fig.  220.  Dije  de 
Klvira 


Fig.  119.  Candelero 
de  Elvira 


TEJIDOS 

Aparte  los  lienzos  y  paños  con  que  el  país  cristiano  proveería  a  sus 
necesidades  ordinarias,  sabemos  por  el  sinnúmero  de  testimonios  alega- 


—  394 


TEJIDOS 

dos  arriba  sobre  inventarios,  que  las  iglesias  de  Le(jn  y  Galicia  con  sus 
monasterios  atesoraban  tejidos  preciosos,  sederías  especialmente  labra- 
das con  oro,  cuyas  variadísimas  designaciones  cun  nombres  árabes  delatan 
su  procedencia;  y  adeniíís  tenemos  el  dato  de  aquellos  ti  race  ros  mozá- 
rabes, que,  estando  a  servicio  de  Alfonso  V,  poblaron  la  aldea  leonesa 
de  Pajarejos  (i). 

Fantasías  de  clasificación  refieren  a  aquellos  siglos  ejemplares  ricos, 
que  probablemente  son  más  modernos;  pero  queda  uno,  el  velo  de  San 
Esteban  de  Gormaz,  conservado  aquí  como  trofeo  y  que  lleva  en  su 
inscripcií'^n  testimonio  auténtico  de  haberse  tejido  para  el  califa  Hixem  (2). 
Es  de  lino,  como  almaizar,  con  ancho  de  1.12  m.,  v  en  la  extremidad 
conservada  lleva  zonas  varias  con  trama  de  seda,  entre  las  que  descuellan 
letreros  y  una  serie  de  medallones  con  animales  y  bebedores.  Las  sedas 
van  matizando  de  blanco  a  celeste,  pajizo,  verde  y  morado,  más  oro  de 
Chipre,  o  sea  cabritilla  dorada  revuelta  sobre  hilo  de  seda.  El  procedi- 
miento de  labor  es  a  punto  de  tapiz,  exactamente  como  las  telas  coptas,  y 
es  de  creer  que  a  esto  llamasen  tiraz  en  árabe. 

Dos  ejemplares  leoneses  permiten  ser  agrupados  con  el  anterior, 
dándonos  quizá  idea  de  lo  que  allí  se  fabricaba  sobre  modelos  andaluces. 

El  uno  es  fragmento  que  proviene  del  más  famoso  y  antiguo  monas- 
terio del  Bierzo,  el  de  Montes.  Su  borde  lleva  hilos  de  fleco  muy  ralos, 
formados  por  la  urdimbre  de  lino;  siguen  una  zona  de  22  mmts.,  con 
trama  carmesí  de  seda,  otra  zona  de  lino  toda,  con  69  mmts.,  y  luego,  una 
principal,  labrada  de  punto  de  tapiz,  en  ancho  de  22  mmts.  también,  y 
por  fin  otra  zona  carmesí  de  amplitud  incierta.  La  cenefa  labrada  lleva 
sedas  de  colores  blanco,  celeste,  índigo,  amarillo,  verde  y  carmesí,  for- 
mando adorno  esquemático  de  gusto  indefinido,  con  técnica  exactamente 
igual  que  el  velo  de  Hixem,  pero  sin  oro,  resultando  además  su  gama 
cromática  mucho  más  viva  y  alegre.  Los  tintes  son  excelentes  y  la  mano 
de  obra  en  todo  irreprochable,  dentro  de  las  deficiencias  propias  de  la 
tapicería  (Lám.  CLl;  izquierda). 


(1)  Véase  arriba;  págs.  116  y  117. 

(2)  P.  M.  de  Artiñano:  Catálogo  de  la   Exposición  de  tejidos  españoles, 
1917;  lám.  I.   El  tal  velo  o  enseña  militar  existe  en  la  Academia  de  la  Historia. 


—   395 


MUSEO    MOZÁRABE 

El  Otro  ejemplar  es  una  pieza  de  2.77  m.  en  cuadro,  y  que  tal  vez 
alcanzó  doble  longitud,  quedando  sólo  uno  de  sus  cabos,  con  fleco  de 
urdimbre.  El  tejido  de  lino,  a  distancia  de  19  cmts.  del  fleco,  da  lugar  a 
una  cenefita  labrada,  de  5  cmts.,  en  que  vuelve  a  darse  igual  técnica  de 
tapicería,  con  trama  de  seda  en  colores  blanco,  azul,  verde  pálido,  malva 
y  tabaco,  diseñando  temas  de  remoto  carácter  vegetal  entre  rombos,  y  algo 
como  contarios  a  los  bordes.  Su  tonalidad,  fría  y  débil,  recuerda  la  del 
velo  de  Hixem,  pero  es  más  descuidada  su  técnica.  Valga  advertir  que  el 
remate  de  cenefas  en  las  tres  telas  referidas  es  perfectamente  similar,  a 
listas  polícromas  (Lám.  CLI ;  derecha). 

Sirvió  esta  última  tela  para  envolver  la  mitad  de  los  huesos  de  san 
Froilán  en  el  relicario  de  la  Catedral  de  León,  donde  aun  subsiste, 
quedando  garantizada  su  existencia  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XII  por 
el  sello  episcopal  que  ligaba  los  cabos  de  la  tela  misma  (i);  pero  no  sería 
inverosímil  retrotraer  su  origen  a  fines  del  siglo  X,  cuando  se  llevaron  a 
la  Montaña  desde  León  las  reliquias  del  santo,  para  salvarlas  de  Almanzor. 

(i)  E.  Diaz-Jiménez:  Reliquias  de  la  Iglesia  de  de  León;  págs.  17,  19 
y  26.  Esta  última  cita  corresponde  al  sudario  del  cuerpo  de  san  Pelayo,  ahora  invisible; 
mas  coincidiendo  su  descripción  con  la  del  otro  en  lo  principal,  cabe  presumir  que  se 
trate  de  otra  tela  semejante  y  completa,  pues  mide  3  por  1.22  metros,  con  cenefas  de  rojo  y 
amarillo  por  ambos  extremos. 


—  396 


REGISTRO    DE   NOMBRES   GEOGRÁFICOS  ") 


Abellar  ü  Abeliare:  págs.  107,  137, 
196,  241,  326,  329,  334,  347. 

Adamuz,  365. 

Ajnas,  29. 

Albelda,  40,  290,  292,  362. 

Albi,  356. 

Alcaudete,  6. 

Algarbe,  5,  6. 

Alija,  148. 

Amaya,  139,  264, 

Amelie-les-Bains,  66. 

Angers,  222,  232. 

Annuna,  19. 

Arévalo,  304,  306, 

Arguelles,  82. 

Arredondo:  véase  Socueva. 

Aquisgrán,  223. 

Astorga,  77,  107  a  1 1 1 ,  1 15,  119,  120, 
135,  138,  166,  376,  377.  380,  381. 

Athos,  175. 

Autun,  356. 

Ávila,  62,  63. 

Ayoo,  21 1 ,  252. 

Badajoz,  367. 

Bailen,  178. 

Balbek,  177. 

Balsemón  o  Balsemáo,  97,  loi. 

Bamba,  XV,  XVII,  XXI,  161,  172,  179, 
192  a  202,  206,  224,  231,  233,  234, 
246,  252,  271,  274.  276,  277,  281. 

Bande:  véase  Sta.  Comba  de 


Bañólas,  pág.  5i . 
Baños,  10,  13,  loi,  172,  184,  201. 
Baralánica,   108,  132,  263,  361. 
Barcelona,  3,  i5,  18,  25,  42  a  48, 
5i ,  157,  271 ,  356. 
Barcena  del  Río,  91. 
Bedriñana ,  83. 
Belén,  175. 
Belpuig,  63. 
Benian,  85. 

Berlanga,  319:   véase  S.   Baudel  de 
Berlín,  356,  366. 
Biella,  57. 
Binbirkilisse,  223. 
Bisbayo,  238. 
Boides  o  Boiges,  xvii,  77. 
Boñar,  xvii,    142,    159,    160,    162  a 
167,  184,  261,  338. 
Braga,  373,  382. 
Brescia,  61. 
Buada,  67  a  70. 
Burgos,  210,  264. 
Cabeza  del  Griego,  60,  146,  220. 
Cacabelos,  238. 

Cairo,  29,  233,   301,   389,  392,  393. 
Cairuán,  xx,   13,  97,   ¡56,   183,  231. 
Caldas:  véase  Boñar. 
Calzada   (Santo    Domingo   de    la), 

62,  309. 
Camarzana,  io5,  148,  178,  214. 
Camba,  96. 


(i)    No  es  completo,  pues  faltan  referencias  accidentales  que  no  tocan  a  arte,  las  de 
lugares  desaparecidos,  generalmente,  y  muchas  del  capítulo  X,  repetidísimas. 


—  397 


REGISTRO 


Cambón,  pág.  222. 

Canapost,  52,  66. 

Canigó,  47. 

Canterbury,  85. 

Capua,  85. 

Cárdena,  109,  140,  263,  264,  349. 

Cardona.  47. 

Carracedü,  238. 

Carrión,  132. 

Casillas:  véase  S.  Baudel. 

Casserres,  47. 

Castañeda,  xvn,  107,  159,  167  a 
170,  173,  212. 

Castulo,  178. 

Cava,  35o,  357. 

Celanova,  xvii,  xxi,  94,  114,  119, 
142,  154,  189,  190,  196,  201,  226, 
238  a  252,  256,  277,  283,  301,  316, 

33I'  342- 
Cividale,  29. 

Clermont-Ferrand,  i5o. 

Cogolla,  XV,  XVII,  XXI,  XXII,  24,  36, 
95,  101,  132,  189,  288  a  309,  312, 
313.  348.  349,  360,  362  a  364,  372 

a  374>  376. 

Coimbra,  7,  324,  383. 

Comares,  366. 

Compluto,  1 18. 

Compostela,  36,  93,  119,  i5o,  238, 
328  a  330,  332,  35o,  378,  381. 

Constantinopla,  149,  231. 

Córdoba,  xx,  3,  4,  6,  13,  14,  23,  25, 
45,  5i,  79  a  81,  85,  lio,  141,  146, 
149,  i5o,  i54,  169,  170,  180,  201, 
231,  233,  258,  259,  303,  307,  312, 
3i5.  316.  332,  346,  347,  352,  362, 
365  a  369,  375,  385,  392. 

Corullón,  238. 

Covadonga,  324,  331. 

Covarrubias,  329.  330,  334,  388. 

Coyanca,  77,  1 16,  139. 

Cuenca,  371. 


Cuxá,  págs.  5 1 ,  52. 

Damasco,  301. 

Deva,  154. 

Dijón,  222. 

Dueñas:  véase  S.  Pedro  de  las 

Dume,  240. 

Eiré,  95. 

Elvira,  3,  329,  367,  376,  379,  387, 
388,  390  a  394. 

Erment,  178. 

Escalada,  xvn,  xxi,  24,  29,  81,  103 
a  io5,  107,  131,  141  a  164,  167  a 
169,  179,  182  a  184,  188,  190,  191, 
198,  2o5,  207,  208,  2i5,  217,  220, 
224,  231  a  235,  246,  248.  252,  261, 
271,  274,  277,  278,  281,  285,  358. 

Eslonza,  161  a  163,  190,  206  a  208, 

262,  329. 

Espinoso,  238. 

Evora,  209. 

Exmiadzin,  175,  177. 

Feriana,   178. 

Firuzabad,  81 ,  149. 

Florencia,  374,  379. 

Fonollar,  52,  68. 

Fuentes,  261. 

Germigny-des-Prés,  25,  5o,  61,  175, 
178,  196,  271,  325,  332. 

Gerona,  42  a  44,  46,  67,  148,  i5o, 

324,  382. 
Gérticos,  193. 

Gormaz:  véase  S.  Esteban  de 
Goviendes,  98,  i55. 
Gozón,  379. 

Granada,  5,  13,  i56,  201,  367  a  369, 
379,  387,  388,  390  a  393. 
Grenoble,  175,  178,  223,  231. 
Guarrazar,  9,  11,  26,  328,  378. 
Guelma,  19. 

Hinojosa  de  Duero,  307. 
Hornija,  xv,   161,   172,   i85  a  192, 
2o5,  234,  235,  252,  278,  281,  381. 


-  398 


GEOGHAFir.O 


Jarbetelbeida,  pág.  i55. 

Jerusalén,  301 . 

Jinnis,  19. 

Jumilla,  178. 

Lalín,  327. 

Lancia,  143. 

Laspra,  90. 

Le  be  ña,  xvii,  xxi,  178,  183,  189, 
190,  201 ,  267  a  282,  284. 

Lebrija,  xxi. 

Leire,  31,  36. 

Leiría.  60. 

Lena,  24,  73,  79,  84,  85,  148,  i55, 
i56,  198,  214,  222. 

Le(')n  ,  XVII,  8,  20,  77,  108  a  140,  142, 

1 5o,  154,  1 58,  206,  210,  238,  253  a 

259,  261,  262,  318,  323,  324,  329  a 

334,  348,  35o,  361,  370,  382,  384 

386,  394,  395. 

Liño,  24,  73,  82,  loi,  157,  272,  276, 

323.  371- 

Londres,  349,  35o,  373,  375,  390. 

Lorbán,  7,  99. 

Losilla:  véase  Boñar. 

Lourosa,   xvii,  xxi,  100  a  104,  148. 

Lucena,  369. 

Lugo,  328  a  331,  342. 

Madrid,  7  a  11,  13,  30,  1 56,  201,  324, 
365,  382,  387,  395. 

Málaga,  366  a  369. 

Mansilla  de  las  Muías,  208. 

Marialba.  60,  146,  260. 

Marq  uet,  xxii,63  a  66,  104,224,271 . 

Mata:  véase  S.  Pedro  de  la 

Matifu,  178,  230. 

Mazóte,  xvii,  xxi,  io5,  107,  161 ,  168, 
172  a  i85,  189,  190,  192,  198,  201, 
211,  220,  230,  232,  233,  248,  256, 
271,  272,  274.  281,  285,  316,  320. 

Melque,   xxi,    14  a  27,   37,  58,  63, 

103,  146,  147,  149,  153,   177,  246, 

254,  271,  301 ,315.  320. 


Mellanzos,  pág.  208. 
Mérida,    5,   9,    13,    14,    23,   98,    153, 
201,  235,  323. 
Mididi,  178. 
Milán,  1 5o, 
Mira,  157. 

Monkwearmouih,  37. 
Montalbán,  i5. 
Montelios,  97. 

Montes,  xvii,  io5,  106,  159,  178, 
186,    212    a    217,    219,    224,    290, 

378,  395- 

Monza,  i58. 

Morales  de  Toro,  189,  191,  192. 

Moreruela,  io5,  106,  211. 

Moroso,  XXIV,  189.  281,  282  a  287, 

301.  319. 

Mosteiro  de  Eiré,  95. 

Mozote:  véase  Mazóte. 

Nájera,  290,  295. 

Naranco,  73,  74,  79,  84,  io5,  i56,  222. 

Narbona,  42,  46,  5o. 

Nave:  véase  S.  Pedro  de  la 

Nevers,  i5o. 

Nora,  86  a  88,  89. 

Nuez,  36. 

Obona,  331,  388. 

Olérdula,  xvii,  xxii,  53  a  59,  63,  70. 

Ollas:  véase  Sto.  Tomás  de  las 

Oña,  267,  268. 

Orense,  96,  107.  134.  25 1,  252.  330. 

Orleans,  325. 

Orleansville,  178,  230. 

Osma,  264,  363. 

Oviedo,  13,  37,  74,  98,  148.  157,  159, 
182,  2(H,  235,  304,  328,  329,  331, 
347'  37<>-  37''  37^  a  380.  Véase 
Santullano. 

Padul,  368. 

Palencia,  10,  loi,  io5,  172,  206. 

Pamplona,  373. 

París,   356,  372,  374,  379,  387,  389. 


399 


REGISTRO 


Pedret,  5g  a  64,  146. 

Peña:  véase  S.  Juan  de  la 

Peñalba,  xvii,  xxi,   142,    154,    161, 

178,  189,  190,  196,  201,  220,  224  a 

238,  246,  248,  249,  252,  264,  256, 

258,  267,  271,  272,  274,  278,  279, 

281,  285,  375,  384,  385. 

Peñamelaria,  4. 

Piasca.  III. 

Pontevedra,  148. 

Pravia,  72. 

Priesca,  xvii,  85a87,89,98, 148,222. 

Rabatammán,  149. 

Racca,  81,  149. 

Ravena,  23.  24,  97,  149,  157,  222, 
223,  232,  254. 

Revilla  de  Pomar,  214. 

Rivadelago,  168,  170. 

Robles  de  Laciana,  238. 

Rocas,  XV,  94  a  95,  288,  297. 

Roma,  85,  183,  356,  380. 

RipoU,  45,  47.  5i,  356. 

Rivadesil,  93.  240,  241. 

Rouen,  5i. 

Rueda  del  Almirante.  142,  208,  234. 

Ruhaiba,  175. 

Sahagún,  xvii,  107,  iio,   132,  140, 

143,  145,  161,  174,  190,  202  a  206, 

234,  281,  341,  363. 

Saint  Restitut,  222. 

Salas  del  Bierzo,  238. 

Salas:  véase  S.  Martin  de 

Saldaña,  267. 

Samos,  93,  196,  241 . 

San  Adriano:  véase  Boñar. 

San  Baudel,  xxi,  248,   309  a  320. 

San  Clemente  de  Valdueza,  218. 

Sandoval,  208. 

San   Esteban   de  Gormaz,  154.  395. 

San  Juan  de  la  Peña,  xvii,  30  a 
40,  94,  195,  297,  363. 

San  Juan  del  Cachón,  241. 


San  Martín  de  Salas,  xvii,   88  a 

90,  240. 
San  Millán:  véase  Cogolla. 
San  Pedro  de  la  Mata,  9,  26,  271. 
San  Pedro  de  la  Nave,  xvi,  8  a  10, 
13,  20  a  22,  97,  98,  i57,  178,  230, 

271,  323. 
San  Pedro  de  las  Dueñas,  2o5,  206. 
Sanpetersburgo,  389,  393. 
San  Prudencio,  108. 
Santa  Comba  de  Bande,  10,  18,  23, 
98,   230,  248,  254,  271,  287,  318. 
Santa  Eulalia  del  Valle,  89. 
Santa  María  (Mallorca),  323. 
Santa  Marta  de  Tera,  108,  148. 
Sant  Gall,  178. 
Santiago:  véase  Compostela. 
Santillana,  265,  267. 
Santo  Tomás  de  las  Ollas,   218 
a  224,  232,  248,  252,  316. 
SantuUano,   72,   83,   98,    148,    178, 

214,  222,  235,  323. 
Sarvistán,  149. 
Sedrata,  81,  149. 

Segóbriga:  véase  Cabeza  del  Griego. 
Segovia,  XXI,  97,  ¡55,  196,  271,  304. 
Sevilla,  3,  8,   13,  98,  i56.  358,  367. 
Sietecoros,  182. 
Sigüenza,  7,  104,  318. 
Silos,   132,  261,  282,  309,  349,   35o, 

362,  363,  365,  384. 
Simancas,  196. 
Sobrado,  328  a  331. 
Socueva,  95,  287,  288. 
Tábanos,  4. 
Tabernoles,  47. 
Tarazona,  288. 
Tarragona,  53. 

Tarrasa,  18,49,58,62,66,146,271. 
Távara,  xvii,  131, 209a 21 1,332,386. 
Tavira,  367. 
Tera:  véase  Santa  Marta  de 


—  400  — 


GKOGRAKICO 


Tigzirt,  85. 

Tívoli,  231 . 

Toledo,  XXI,  6,  8  a   14,  2('),  78,  97, 

106,     ii5,     116,     i5o,     163,     184, 

196,    201,    233,    271,     314.     319, 

357,  359,  369. 

Tolosa,  36. 

Tólox,  4. 

Torcello,  85. 

Tordesillas,  12. 

Toro,  lio,  189  a  191 . 

Tournus,  222. 

Tours,  230. 

Trevélez,  365. 

Tréveris,  223. 

Tuñón,  i85. 

Turín,  325. 

Úbeda,  345. 

Udalla,  36. 

Uppenna,  178. 

Urgel,  35 1. 

Urgub,  175. 

Úxama,  178. 

Vaisón,  18,  221. 

Valdabasta,  162,  207. 

Valdalcón,  208. 

Va  Id  ed  ios,  xvii,  22,  76  a  81,  83  a  85, 
89,98,  loi,  154,  157,  276,  333.  371. 


Valdesaz,  i  17. 
Valdevimen,  108. 
Valdueza:  véase  San  Clemente  de 
\'almuza,  178. 
Valpuesta,  140. 
Valladolid,  201 ,  206. 
Velio:  véase  Villardeveyo. 
Venasque,  18,  122. 
Venecia,  157. 
Verona,  348. 
Vich,  43  a  47. 
Vida,  52. 
Vienne,  222. 

Vilanova,   xvii,  94,   183,   189,  25o 

a  252. 
Villacete,  108. 
Villamoros,  260,  288. 
Villardeveyo,  xvii,  82. 
Villarm  ún,  xvii,  146,  207,  261,  262. 
Villaverde,  368. 
Vimaranes,  330,  331. 
Vime,  107. 
Wroxeter,  i55. 
Zamora,   11,  77,   106,  107.  116.  120, 

Í39.  373- 
Zaragoza,  29  a  31,  76,  157.  302,  370. 
Zraia,  230. 
Zubia,  369. 


401 


5i 


REGISTRO  DE  ALGUNAS  VOCES  DE  ARQUITECTURA 


ADARAJAS.  Dentellones  que  se  forman  en  la  interrupción  lateral 
de  un  muro,  para  su  trabazón  al  proseguirlo. 

AJIMEZ.  Saledizo  ante  una  ventana,  como  balcón  cerrado  con  celu- 
sías,  para  asomarse  las  mujeres  sin  ser  vistas.  La  acepción  moderna  de 
ventana  gemela  carece  de  autoridad:  véase  pág.  13,  nota  4. 

ALBANEGAS.  Enjutas  de  arco;  o  sea  el  hueco  trianf^ular  que  media 
a  cada  lado  entre  su  rosca  v  el  recuadro  o  alfiz:  véase  pág.  13,  nota  2. 

ALFÉIZAR.  Recodo  que  se  forma  en  torno  de  un  vano  hacia  aden- 
tro, para  encajar  las  maderas. 

ALFIZ.  Recuadro  decorativo  de  arco  morisco.  Modernamente  y  a 
capricho  le  llaman  arrabaa. 

ARISTA.  Intersección  saliente  de  dos  superficies,  que  pueden  ser 
cóncavas.  Bóveda  de  aristas  normal  es  la  simple  intersección  de  dos 
cañones  perpendiculares  e  iguales. 

ARQUIVOLTA.  Rosca  de  arco,  o  sea  su  parte  curva,  hecha  con 
piezas  cortadas  en  dirección  radial  generalmente.  Escribir  archivulta 
es  purismo  inadmisible  ya;  mas  pronunciar  la  ch  no  tiene  atadero. 

ARRABAA.     Véase  alfiz. 

ATAURIQUE.     Ornamentación  morisca  de  tipo  vejetal. 

BAIDA.  Bóveda  cupuliforme  o  de  casquete  esférico  sobre  base  poli- 
gonal, generalmente  cuadrada.  Su  desarrollo  total  es  como  pechinas 
prolongadas  por  arriba  hasta  cerrar  en  curva  continua.  Su  sección  diago- 
nal da  un  semicírculo;  las  normales,  arcos  escazanos. 

BAQUETÓN.     Moldura  como  bocel  pequeño. 

BOCEL.     Moldura  convexa  semicilíndrica. 

CANON.  Bóveda  semicilíndrica,  generalmente;  mas  puede  ser  tam- 
bién su  línea  generatriz  apuntada,  elíptica,  escazana,  peraltada  o  de 
herradura. 

—  4'"'3  — 


VOCKS  DE 

CAPIALZAR.  Desarrollar  un  arco  o  bóveda  con  oblicuidad  progre- 
siva, siendo  horizontales  y  paralelos  sus  arranques.  La  bóveda  de  aris- 
tas capialzada  tiene  su  clave  central  más  alta  que  los  arcos  formeros,  y 
su  sección  diagonal  da  un  semicírculo  o  un  arco  apuntado. 

CIMACIO.  Miembro  suelto,  como  abaco  de  gran  desarrollo,  que  va 
sobre  el  capitel,  con  aumento  del  plano  superior  de  apoyo.  Es  elemento 
medieval  casi  constante  y  típico. 

CINTA.  Hilada  angosta  y  con  ancho  fijo,  que  distribuye  en  zonas 
la  organización  general  de  una  obra. 

COBIJA.  Pieza  monolítica,  generalmente  llana,  con  que  se  cubre  un 
vano.  Aplícase  a  los  tableros  que,  volando  entre  modillones,  constituyen 
el  ala  de  un  tejado. 

DERRAME,  Corte  oblicuo  del  muro  en  la  periferia  de  un  vano, 
aumentando  su  capacidad  de  una  haz  a  otra,  o  promediado  hacia  ambas 
y  con  desarrollo  mínimo  a  la  mitad  de  su  grosor.  Así,  las  ventanas  aboci- 
nadas y  saeteras. 

DESCANTILAR.  Robar  su  arista  a  una  esquina,  mediante  un  corte 
longitudinal  oblicuo:  como  chaflanar. 

DESPEZAR.  Cortar  el  material  de  conformidad  con  la  estructura 
de  la  obra;  sobre  todo  en  los  arcos  su  despiezo  es  esencial. 

DOBLAR.  Reforzar  un  miembro  con  otro  equivalente.  Arco  do- 
blado es  el  que  lleva  sotopuesta  una  segunda  rosca,  concéntrica  y  de 
menos  grosor. 

ENJALBEGAR.  Blanquear  una  pared,  con  lechada  de  cal  general- 
mente. 

ENJARJAR.     Organizar  un  arco  o  bóveda  con  jarjas. 

ENTREGAR.  Incorpiorar  al  muro  un  miembro  saliente,  dotado  de 
masa  complementaria  que  entra  en  obra  como  tizón.  Columna  entrega 
es  la  jamba  recortada  como  tal  columna  parcialmente. 

ESCAZANO,  Arco  de  menos  desarrollo  que  el  semicírculo,  al  tercio 
de  él  generalmente:  también,  escazarí  y  escarzano. 

ESCOTA.  Moldura  cóncava  semicilíndrica,  o  de  más  desarrollo  aún. 
Decir  escocia  es  italianismo. 

ESPEJO.  Piedra  colocada  en  un  muro  presentando  su  cara  mayor, 
como  acera,  y  se  aplica  generalmente  a  mamposterías  de  poco  tizón. 

—  404  — 


ARQUITKCTIJK  \ 

ESQUIFADA.  Bóveda  de  cascus  llanos,  que  avanzan  en  linea  con  los 
muros  de  apoyo;  se  ¡ntersectan  formando  rincones  o  aristas  entrantes,  y 
sus  secciones  normales  son  semicírculos.  Llamarla  bóveda  en  rincón 
de  claustro  es  galicismo  deshonrible;  mas  cuando  tiene  por  base  un 
octógono  regular,  cuádrale  el  nombre  de  cúpula  lombarda. 

ESTRIBOS.  Pilares  adheridos  a  los  muros  para  contrarresto  de  arcos 
y  bóvedas;  como  fenecí  o  contrafuerte,  en  cierto  modo. 

FORMERO.  Arco  pegado  al  muro,  preparando  el  nacimiento  o 
arranque  de   una   bóveda;  como    forma.  Decir   formalete  es  galicismo. 

GALLÓN.  Casco  cóncavo,  rematado  en  redondo,  generalmente,  por 
su  extremidad  más  ancha. 

GORJA.  Moldura  de  curva  compuesta,  por  arriba  cóncava  y  luego 
convexa:  también,  papo  de  paloma. 

HERRADURA.  Arco  desarrollado  en  más  del  semicírculo,  exce- 
diendo generalmente  su  flecha  o  altura  en  un  tercio  o  en  la  mitad  del  radio: 
es  nombre  moderno. 

HOMBROS.  Parte  inferior  de  arco  o  bóveda,  que.  no  empujando 
contra  los  muros,  se  despieza  libremente,  ya  incorporada  a  ellos  ya  maci- 
zado su  trasdós  para  refuerzo. 

HUESO  (A).-  Disposición  de  los  sillares,  asentados  en  contacto  unos 
con  otros,  sin  cuñas  ni  tendeles. 

ICONOSTASIS.  Cerramiento  ante  el  coro  y  altar,  en  las  iglesias 
orientales,  que  atraviesa  la  nave  principal,  formando  arquería  sobre  co- 
lumnas, generalmente. 

IMPOSTAS.  Miembros  horizontales,  salientes  y  moldurados  por  lo 
común,  sobre  que  arranca  un  arco  o  bóveda. 

INTRADÓS.     La  cara  o  superficie  interior  y  cóncava  del  arco. 

JARJAMENTO  o  JARJA.  Porción  inferior  u  hombro  de  un  arco 
o  bóveda,  que  se  erige  sin  cimbra  y  a  hiladas  horizontales,  rematando  en 
corte  oblicuo  para  salmer  de  la  primera  dovela. 

JEMESÍA  o  XEMESÍA.  Enrejado  de  piedra,  ladrillos,  yeso  o  ma- 
dera, para  dar  luz  y  ventilación,  sin  registro  desde  afuera:  como  celosía. 

LISTÓN.     Moldura  cuadrada  de  poca  saliente. 

MECHINALES.  Agujeros  que  resultan  en  una  pared,  por  ocuparse 
durante  su  construcción  con  las  agujas  del  andamio. 

—  4o5  — 


VOCES  DE 

MEDIO  PUNTO.  Curva  semicircular,  tratándose  de  arco.  Se  llamó 
así  por  ir  su  punto  o  centro  a  mitad  del  ancho.  Por  analogía,  tercio  pu  nto 
es  el  arco  de  dos  centros  dispuestos  al  tercio  de  su  ancho;  cuarto  punto, 
el  que  se  organiza  sobre  cuatro  divisiones,  y  todo  punto  el  que  tiene  sus 
centros  en  los  arranques.  Parece  que  los  tratadistas  modernos  no  se  han 
dado  buena  cuenta  de  esta  nomenclatura,  propia  de  los  maestros  ogivales. 
MOCHETA.  Listón  cuadrado  con  que  remata  horizontalmente  un 
miembro  o  paramento. 

MODILLÓN.  Miembro  voladizo  sobre  que  asienta  una  cornisa  o 
alero,  o  bien  los  extremos  de  un  dintel:  como  can  y  canecillo. 

NÁCELA.  Moldura  cóncava,  que  arranca  vertical  y  suele  desarrollar 
un  cuarto'de  cilindro. 

PARTELUZ.     Pilar  medial  de  un  vano;  como  alaros  en  lo  morisco. 
PECHINA.     Saledizo  en  forma  de  triángulo  esférico,  dispuesto  en  un 
rincón  para  apeo  de  cúpula  o  anillo. 

PERALTE.  Porción  vertical  sobre  que  se  desarrolla  la  curvatura  de 
un  arco  o  bóveda,  partiendo  de  sus  impostas. 

PÉRGULA.  Trabe  o  madero  horizontal,  y  a  veces  sobre  columnas, 
de  que  pendía  el  velo  ante  el  altar  de  las  basílicas,  atravesando  su  nave 
mayor. 

PERPIAÑO.     Miembro  travesano:  ya  sea  el  sillar  que  va  de  una  haz 
a  otra  en  un  muro,  ya  el  arco  que  atraviesa  perpendicularmente  una  nave. 
PLANCHA.     Dintel  de  madera  que  cierra  un  vano. 
PUDINGA.     Piedra  formada  por  un  conglomerado  de  cantos  menu- 
dos, según  imitan  nuestros  mármoles  artificiales. 

RAMPANTE.  Construcción  en  declive,  como  el  arco  y  la  bóveda  que 
tienen  sus  impostas  oblicuas  o  a  distinto  nivel.  También  llamaban  así  a  lo 
capialzado  de  una  bóveda. 

RASTRA.  Madero  que  se  asienta  a  lo  largo  del  muro,  para  trabazón 
o  apoyo  de  techo. 

REPISA.  Miembro  voladizo  sobre  que  carga  un  arco  o  pilar:  antes, 
represa. 

RESPONSIÓN.     Pilar  dispuesto  a  modo  de  columna,  o  sea  pilastra, 
y  guardando  correspondencia  con  una  columna. 
ROSCA.     Arquivolta  o  dovelaje  de  arco. 

—  406  — 


ARQUITECTURA 

SALMERES.  Piezas  en  el  ¿irranque  del  arco,  una  a  cada  lado,  ya 
rematando  simplemente  sus  jambas  o  jarjas,  o  dispuestas  sobre  las  im- 
postas, para  recibir  encima  las  dovelas. 

SARPANKL  o  CARPANEL.  Arco  rebajado  elíptico:  del  francés 
anse  de  panier. 

TABICA.  Tablero  que  cierra  vertical  u  oblicuamente  el  huec<j  entre- 
dós miembros  salientes,  como  la  metopa  clásica. 

TAPIA.  Obra  de  argamasa  o  tierra  apisonada,  que  fragua  dentro  de 
una  horma,  formada  con  tableros  y  agujas  movedizos.  Su  tamaño,  de  dos 
varas  de  largo  y  una  de  alto,  valía  por  medida  superficial. 

TEJAROZ.     Alero  de  tejado  o  guardapolvo. 

TIZÓN.  Pieza  alargada  que  entra  en  obra  puesta  de  cabe/a,  que- 
dando ocultas  dentro  del  muro  sus  caras  mayores. 

TOBA.     Piedra  caliza  estalactítica,  muy  esponjosa. 

TRASDÓS.  Superficie  exterior  convexa  de  un  arco  o  b('>veda,  con- 
trapuesta al  intradós.  Llamarla  extradós  es  barbarismo  insigne. 

TROMPA.  Arco  o  elemento  de  bóveda  que,  cabalgando  en  un  rincón 
diagonalmente,  contribuye  al  sostén  de  ciertas  bóvedas  o  de  un  ochavo, 
en  equivalencia  de  la  pechina. 

VERDUGO.     Cinta  saliente,  como  baquetón. 

ZAPATA.  Especie  de  cimacio,  alargado  y  sobresaliendo  por  dos 
frentes  opuestos. 


—  407 


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