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Full text of "Impresiones de un viaje á la China"

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IMPRESIONES 



UN VIAJE Á LA CHINA, 



DON ADOLFO MENTABERRY. 



ESTÁBLECDaENTO TIPOGRÁFICO DE EL OLOBO 

tiEíaiBo rol mi «iTiiiis loni 

i87e 

o.ü- 



^ 






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EXCMO. SR. D. MAHUEL SIIVELA. 



Mi hoy querido ahioo : i Td^ qn* onando me enpo el honor de tenarb 
por Jefe, me elevd i U eategoiú ds Primer Seorstuio ds !& Le^oa de Ispaña en 
PflkiiM í Yd^ qne duques de eomoniíarme lu instrnenones ofloules, propiu de mi 
miñan, nu did 1& partienlar de qne eBoribieee mi vú^e; i Vd., ilnitre Andímieo de 
}& Española, por eng míntoe literarioe qne igualan á los qne le distiiLgiien como 
MÚnente janseonenlto y hombre de Estado ; á Vd. «do perteneoa la dedioatoria di 
este libro. 

Saya es la idea generadora ; si la forma , si el estilo no oorrtBponde i. la inepi- 
raeioit, el lector, qne nos oonooe á ambos, onlpará á en apasionado amigo y atento 
Bervidor 



Q. B. s. H. 



%á ^,--=..i'n' '*"'"'^°°8''^ 



„Góoi^lc 



IMPRESIONES 

ÜN VIAJE A LA CHINA 



I 



Costambre inveterada es de loa yi^ercw que vuelven de remo- 
motiofi países contar maravillas, aventuras fentásticas, u8os exbtaor- 
dinnrios y caaos fenomenales que han contemplado ó saben por 
refereocia, confiando quizás eu que 

&1 mentir de las wtrelI&B 
üi mu; setcOTO mentir. 
Porque iiiiiga)U) b» de ir 
A preguntinelo i ellu. 

De manera que es prudente acoger con tanta resei'va esas nar- 
raciones como las apoteosis que ciertos maridos ae permiten hacer 
del matrimonio, con la pérfida intención de que otros naufraguen 
en las mismas sirtes en que ellos se fiíerpn é. pique. 

Líbreme Dios de cargar mi conciencia con semejajite enorme 
pecado, que tuve buen cuidado de evitar cuando cometí el Traiial 
de publicar mi Vioije d Orientó. — Y eso que ol E^pto, la ^lia, la 
Palestina, el Asia Menor, las islas del griego Archipiélago, la bella 
Stambul, mirándose en el magnifico espejo del Bosforo, con sus 
mezquitas y palacios de mármol, con sus dorados minaretes y sus 
incomparables odaliscas, tan hermosas como sensibles al amor, me 
encantaron cautivando mi corazón y mi fantasía; sin embargo, no 
por eso me entregué á la hipérbole. 

Y lo mismo me propongo hacer refiriendo mis impreeiones en el 



g,:,7.::b,G00'^lc 



vinje al Caleobe Impeño, cumpUeniío ftaf, ^imero con tm dcA>er de 
'ñnceridad y despaes con la caritativa intenúon de evitar é. algmio 
de mis lectores bastante aventurero para emprenda tan larga y aza- 
rosa excorsion, el desencaato que £ iqí Ino hizo Bufiir el paia de las 
laigaa trcoizaa negras, de los pies deformes, de las mujeres de r^os 
oblicuos y eiyuto «eoo, del baqibáj^ ¿e i% 9*^1^ (l^)r ^ V^ donde 
. el \hé se bebe ÚB «ÚDaj;, doml9 Ioi ¡MUÍtos de inarfU sirven do ca- 
cbiu-a y teigedíir, donde se comen perros y ratones, Sietes de caimán 
y bonnigas rojas, gusanos de seda fritos y salsas hecbas con aceite 
de ricino; tp país tan ceremomoso que obliga á tra^ á caalquier * 
desconocido do harnumo auyar; na pais d<^idi un aoreedvr tiwe el 
derecbo de cobrarse en nn pedazo de la carne de su deudor recald- 
trante, donde es nao y costumbre que el deudor se vengue de ese 
atropello ahorcándose á la puerta del acreedor. — Pero no antidpe- 
mos loe sucesos, y permítame el lector que le refiera cómo fui á CJii- 
na, pues traigo la evidencia de que no le importa conocer la causa 
ó rau»! que moverme pitd*^ ^U. . > 

Y, di^uea de todo, 9a el «gl(» del vapor y la electricidad, de 
los caUei truatUnticoJí y I04 istmf^ oanaUzados, ^qo^ ea un viiy« 
consistente en media hora dentro de wi siifunt q^ lo Uer» & uno de 
su casa á la estación del Mediodfa; 4ie? y ocho horas & Valencia ea. 
ferro-carñl, de allí en otras dooe ae lleg^ embarcado á Barcelona, y 
vúnticuatro después ba doblado el eabo de León y se descansa en 
Marsella, donde se sube á bordo de un pcK[iid>ot de las Menaaj&rías 
franceiOA, y en cuarenta diaa se encuentra uno en CWton, primera 
ciudad china que el viajero visita} 

Aunque así no fiíera, la modesta opinión que de mi hiunilde 
persona tengo, hace que me parezca justa y natural la indübreaeia 
del público y me releva del deber que algunos escritores (»«8n te- 
ner de hacerle indiscretas confidencias. AbÍ, pues, no alannué la 
exquisita setuñbilidad de ninguna bella lectora dtct^dole si me {lié 
máa 6 iaéaoa doloroso desprenderme de los dulees lasos que la 
natundeza forma ó aniida la úmpatía para lanzarme i navegar por ' 
marea peligrosos: no, el sentimiento ea tal ves la ániea cosa que en 
plena y absoluta propiedad pertenezca al hombre máa absoluttunen- 
tey m&a en pleno que sa inteligencia, que sos pensamientos, que 



(1) Cangh, ugolU ohinum que m em^M en ci«rtoi siqilieio! 



jvGoo'^lc 



« 

am iá¿», pses esU» pí rabo tieasn qae p«gar ti debido ilibato £ m 
siglo, emtribt^ende con m utilidad ó 9ob. bu «xi^nd^» £ la eter- 
na obra del progieBO humaoo. 

Guarde, pues, ei ralsterioso kto&iBO de nút angoctiae ó de mi» 
alef^rfas, de mil «speruuna y de bus temorw, de laa CKpantiümM da 
mi bam bami» y de mU mdiraeólioos tfirtaaia €» lo Intimo del alma, 
para decir teneillamente eámo- m« etnbae^ué «a. Harcella mía her- 
moea tarde del mee de Ortubre d«l año axytk f^jlia no Itaoa al oaso, 
en éí vapor Pduae. 

I>amDte los aein días que permansd á bordo de so flotante edi^ 
ficio nada ocurrió c[Qe digno de contar BOa; ni la Mima veaÜorOaá da 
las agaaa del Mediterráneo, que no rizaba el más ligero «opio de 
Mistral, me autoriza para hacer la deioripeion de nna tempesbad; ni 
laa vSsaatñá del Pehtae E^bai^bon uno ■iqniera de eK)B tipos de al- 
bo relieve, ninguna individualidad original y grande de eéa* gue 
con su solo aspecto se Imponen & la atención univeíaal. No kabia, 
más que gentes vulgi^ee mareadas ó soflolientaa, que cinco veces al 
díase reoflion en deiredor de grandes mesas para reparar «u fuer* 
zas, gastadas sin duda por la biisa del OMir, poes í bordo se haeé po- 
co ejercicio, y no obetfuite be viato proezas gavtrondmicas dignas de 
un apetito heliogfU)alico: el café á las ocho de la mañana, el almuer- 
zo A las nueve y media, el Itínch á las doce, la comida í las oinco 
de la tarde y el tité á laa oeho y media de la noche estaban igual- 
mente eoneonidoa, y todoa loe paef^roa ao sometidos á los horrores 
ddi mareo lee haoiaa honor. 

El tioupo cada dia in&s ^bonancñble, más bonancible de lo que 
el repósteos hnbi«« deseado, pues sns ganancu» en gran parte de- 
penden de la inapetentáa de los pasajea-os, nos fií^ propino hasta el 
fin y desde el eldoax pode eontwaplar í nú sabor el azul golfo de 
Ñipóles, au hermoso cido entonces no cargado de nubes; su anfitea- 
tro de cerros ealetnadoe, cuyaa cimas ooroqaa blancas mUos.— Mesr 
siua, ía n&y&de que nada entre loa abismos de Scila y Oaribdis, la 
divisé tamUen entre las brumaa dcJ lejano horizonte, asf como £ la 
izquierda aqnel confliso ¿imponente montón de rocas negras, que ;oh 
mitología! era la isla de Oeta. Llegamos i Port-Said, la antigua 
tierra de los Fantcnes, al amanecer ded sAimo día, tan temprano 
que el sol que íbamos á sorprender eu sil cuna, oo habla montado 
a.ún m 0u cai^o de oro. 



[iigC^GoOt^lc 



^ PortSañd ea la puerta del canal de 8u«z; población improviía- 
da, ms caías parecen de cadíoa y sólo ^ sus fechadas se destiacan 

muestiraB de tiendas, cafós, fondas j algunas de fotógrafo ... á lo le- 
joa de trecho en brecho algunos árboles Jóvenee que parecen depor- 
tados á aquel deñerto de amarilla arena por delitos poUücoe. £q 
doce horas MíraTeBamoa el canal, abrasodoepor los fulguranbea. ra- 
yos de un sol horroroeo ensu esplendor, asfixiados casi por un polvo 
9ue cegaba nuestros cgos: yo comprendí mbónces la sensación que 
un pollo títo sentiría metido en el asador y en este estado ígneo el 
PdvM nos tnwbordó en Suez al Cambodge, navio de vapor que mi- 
do 4,000 toneladas y ee impulsado por una máquina de 500 car 
balUos. 

Ko creía yo que bajo ^ sol de Oriente pudiera existir una oiu-r 
dad fea: Suez me sacó de este error. Lugar casi despoblado, en la 
extremidad de un deúerto que él limita por aquella parte, arrastra- 
ba misera existencia hasta que los ingleses fhndaxon en su puerto 
una estaciou de su gran camino para la India; despaes los trabajos 
del istmo y la vía fórrea de Alejandría aumentaron sus elementos 
de vida con los numerosos operarios, empleados y vítyeiros obliga- 
dos á. residir ó detenerse allí; y empezaron á construirse casas cu- 
yas fitchadas grises se destacan sobre el fondo azulado del G^l- 
Atta-Ka» (1). Entre las antígua« se ^seña una que sirvió de al<^a- 
ntiento & Napoleón I cuando se llamaba el general Bombarte y era 
caudillo de aquel ejercito que, próximo & ser destruido por los ma-. 
melucos, alcanzó una gran victoria electrizado por la histórica fra- 
se; "desde lo alto de esas Firámidee, cuarenta siglos os contemplan, ti 
Fué credendo, pues, con las necesidades creadas por el tranco y 
las obras del canal; mas como todo el mundo preveía que una vez 
canalizado el istmo desapare cería la ímporliancia de Suez y la natu- 
raleza no ofrezca en aquel aítío nada qne no sea repuldvo, eeos ele- 
mentos que han dado origen & tantas ciudades grandes, ricas y her- 
mosas, no consiguieron dar Á ésta fonoa de taj. Suez no es ciudad, 
villa ni aldea: es ana aglomeración de casas grandes y pequeñas 
sembradas, másUen'qne alineadas, sobre aquella arena incandescen- 
te; hay tiendas y almacenes europeos, donde se venden por gentes 
de mala catadura, maltesea, griegos é italianos, las sobras de los 

U) MonlnSiiMi. 



jvGoo'^lc 



peores artículos de Enroj»; hay también un bazar twoo, «n cuyo 
infeebo retñnto yacen haciiiadoc loi g^neroa índ^eDAs que el merca-' 
do del Cairo desecha; y una p<^lACÍon contnJiecha, leprosos unos 
y úegos otros, con tm cúUs tal, gue yo llamaría aácio si .éste fuera 
un color, pnet sus individuos no son blancoa, negros ni mulatos. 

Estas gentes arrastrui una vida d^era á costa de los europeos 
tranaeuntee;loa niños de diez 6. catoreeaños son alquiladores de bar- 
roBj aiúmaleavigoroeos, ligeros y muyútiles en todo el Egipto, dimde 
hay pocos carmages y son largas las distancias. Así es encada pla- 
za ó calle ancha hay paradas de aauos correctaipmte alineados, con 
buenos jaeces á la gineta y custodiados cada uno por un negrillo, 
cuyo trage recuerda las modaa del Paraíso terrenal antes del peca- 
do. Los infelices tienen la consigna deimportnnar í|todo el qne pa- 
sa para que monte bu burro, y cuando no lo consigue, termina su 
jactdatoria teni^iendo su mano para solicitar un bakckia, palabra 
torca qne el viajero no cesa de oir desde qne pisa la tierra de orien- 
te, y viene & significar una cosa intermedia entre la limosna y el 
regalo. 

Mada encontré que digno de comprarse fiíera, y aunque estaba 
abi'aiado por la sed, no quise entrar en ninguno dé los numerosos 
cafós y cerrecetias que vi á mi paso. Esos establecimientos respiran 
un áHto meflitico y en todos sentidos mal sano, sobre»iliendo «iitre 
los denUU miaauas los alcohólicos que perturban la razón y tuiiqui- 
lan el organismo de la población europea, la cual abusa de los lico- 
res en estos climas enervantes para sostener su energía; sale además . 
de aquellos (mtros un rumor de fichas, bolas de billar y naipes, 
meadado oon disputase imprecaciones en diversas lenguas, que el 
espíritu y el estómago impulsanlaaorganizacioneedelicadas á apar- 
tarse de aquellos focos de corrupción . ,. 

Algunas mujeres de indudable traza, ridiculamente vestidas, 
tostados sufi rostros por el sol, de mirar descarado y boca desgarra- 
da por las card^adas de la orgia, se mostraban de vez en cuando á 
la puerta áa las tiendas. EUas, lo mismo que los hombres que tí, 
tienen en la &ente no aé qu4 sello &tal y siniestro: dirfase que, ve- 
nidos de distintos puntos del fj^obo, pertenecen á la misma raza de 
r^roboB. 

Hasta la raza árabe, tan bella, tan arrogante , dotada cual 
ninguna otra de esa gt^lardía, de esa dignidad natural que hace 



[),qm7oobvGDO'^lc 



que loB hombree eavoelUe en su. «Iborpoz Urwhi wbomben \a, Qui- 
tad de einp«»di»«ft rojoa^o^i qitQ ^ (wbftptg t^nlce m tontada 
íresitie aomp im» dia4t»0A, y que tanto rea^qt? imponep oon bw 
baibaa patrÍAMalee , Apnrvce aquí ^^en^iMB'; puprpw &^w, 
mieuüirc» etuiuáUdei) cnepo oal^ello y roetrp Ifumi^Q, «íi^ ftltáv» 
«1 La mizada, ni gallairdía en cJ and^r; méfí)9,.m^, qc^e bqq 1^ ca- 
rioabuia da la Mpede humana. • 

Aáií es que ciando dieron laa cuatro de la tarde, hora iqiuFcada, 
por el comandante del Cofínhodge ptn que TvlviéBemo^ i su txjrdo, 
levantar andas y entrar en el mar Bojo, todos loq pasajero! tfiilo-- 
nu» apresuradamente en un yapor ehato, á prqp<ísito para t^racar 
al muelle, que se había aceroe4o al anden. Pronto fd ónuiibnB fio^ 
ta&te solbí bu amarras paxa desprenderse de la (H?Ua sílbalo ale- 
gremente: el pecho reepút^ba títn satisfacoion la Jsripa del maj, y el 
alma se ensanchaba gojBosa al alearse de la feta^ ciudad que habia^ 
mOB vmtado por capricho. 

^aiHtháhainoe dentado á lo largo de un eatreoho canal i forma- 
do por dos lengjtas de ar^ia que avanzan muchos metros en el iqar, 
cuando vimoa una ligera amlfarcaoion tripulada .por tá^ marineros 
y llevando fiotanta ea su j)opa la bandera &aneeBa, Dea personas 
estaban sentadas en el fondo: una era un hombre de pequeña esta- 
tura, 'cubierto con un aneho sombrero, sobre el cual flotaba m ^' 
^0 ve3.o de gasa blanca , precaución indispensable oí eston pfí^^a 
para evitar insolaciones, y vestido con un trage de laníllí^ gris, cuya 
Mnerioana lucda ea un ojal la cinta de la Legión de Honúr; se puso 
en pi^, cambiií algunas palabras con el cajátaa del pequeño vapor, 
paróse áste un mom^to, y deja atracur el bote £ su ct>Bta4o 4^ ^^ 
tribor. 

Entonce» pude apercibir la otra persona, que era una dama 
alta, quizá demasiado para una mujer, pálida y da cabellos negros, 
mirada intr^id^ y lábioe fiíerbemante arqueados ; su rostro resul- 
taba más y más acentuado por una gran cloatriz que diagonalmen- 
te lo crueaba. La herida debid ser horrible é indicaba la huella, d^ 
un corro yatagán turco; no obstante,, la dama ^a herniosa, su 
belleza haÜa sobrevivido á t^n trenlendo g(¿p«, Solmnwfie au 
hermosura tiene algo de lo que la leyenda atribuye & las amazo- 
nas, cierto earáctw de virilidad que no üenta mal en meiííi^ del 
demerto y chocuia en un salón de baile. Brevemei^ conversaron 



jvGoO'^lc 



M 

amboa ¿bn tm personaje fimncái gtte coa noet^rot viají^ , j mu 
vez déspedidoa, ea boté rem¿ Mcia 9aex y traMtro bnqoe ngmá 



Entonces me acer^a^ al conde M^ean, que era el personaje ala- 
drdo; por á sup« que las persona qus le hthiui Baladado era el 
tiSnsul de Franda en Snéz y su esposa, M. y Mme. Emerai, ettya 
trágica arentura no puede V. ignomr, — Sn efecto, ctbo recotdar... 
— tNo estaban en Yedda d e&o 1858? — FreoiMUnente, U. Abei- 
Uard, padre de esa señora, era á la sazón cónsul de Francia sn ese 
punto, y M. Emerat cancnUer: yñ sabría V. la ¡nsTirreccton de los 
fanáticos musulmanea de aquella localidad, exidtadoB por los pere- 
grinos que r^eaaban de la Meca. l)eg(dlado lin piedad d cánsnl 
inglés con cuantas personas habia en su casa, y asaltada la del 
franca, M ; Ábeillard y su esposa perecieron también ; 1« turba, 
¿bría de san^, pers^^uia al infortunado canciller de habitación en 
habitación, cuando aparece la señorita Ábeillard, la dama que acá- 
ba y. de Tor, que entonces apenas contaba qtdnoe' aflos de' edad. 
Armada de una cinútarra, entabla desesperada lucha eon aquel fcH>- 
pel de hombrea fariosos: hirió, mató y, aunque herid» ella míanos 
en la cara, pudo salvar la vida de M. Emerot; el Qofoiwfno frUMüte 
recompensó so heroísmo con una dote de 100.006 fránoos, y el 
Sultán hubo de pagarle SOO.OOO de IndemnizaiHon por el asesinato 
de sna padres. La Emperatriz £ngenia, cuyo nobleeorazon Eriente y 
comprende todo lo qoe es grande y heroico, le dio pruebas de afec- 
tnCMO inter^ é hizo "que se casSra con d canciller , condeocffado ya 
y nombrado oónsid en Sueí, En cuanto á M. Emerai taé d^nañftdo 
feliz probando de tan dulce manera su gratitud & la mujer que le 
haHa salvado la vida. 

Solottna cosa me admira, dije al conde, y és que\6emendo una 
fortuila modesta, pero mificiente, so resignen & vivir en este horri- 
ble país. — ¡Ah! ¡Ahf... replicó riéndose con la c^nstíca.Tolubilidacl 
de un marque de la corte de Luis XV, ya sabe Vd. que los frati- 
ceaes, por gércer nn poco de autoridad y lucir la cinta roja, vamos 
al cdnfiji del mnndo. 

En esto habíamos saKdo del dódslo de canitles y ensenadas que 
■ la arena forma en sus caprichosos ju^os con el mar; apeiffiw se di- 
visaba ya el gran canal de agua salada, cuya supetfide azul corta- 
ban aquf y £llí argentadas corrientes de a^ua dulce, cual ai una y 



f,™. b, G 00(^1 C 



u 

otra, Bepai^ulaii por la natoralezft dude U creación del mmido; u 
relieláraii contra la de^iJÜca voluntad del hombre empeñado en 
mezdarlae. Entramoa en el mar Bojo y nos trasbordamos al Cant- 
bodge. 

Tiene este bac|ue grandes dimensiones, bnenas co^lidades mari- 
neraa, instalación lujoaa j una limpieza igual & la que se admira en 
nuestros bnqnea de guerra, condiciones que me lo lucieron desde 
luego extraordinariamente ámp&tíco; tan Bimpáticó como serlo 
puede uúa prisión donde hay que encerrarse durante muchos dias, 
iujeto & severo reglamento y reducido casi á la.condicion de &rdo 
nnmerado. El cemandante M. de L'Escaille' me habia llevado en 
Agosto de 1868; desde Alejandría á Marsella en otro buque que en- 
tonces mandaba; nos reconocimoe inmediatamente y tuve el gas- 
to de reaaudfir con t&a bravo marino y distinguida persona las 
amenas conversaciones que habffunus intemunpido más deim año 
antea. 

Aquella tarde permanecimod al anda delante de Suez, sufrien- 
áfí el ruido atronador y crispante de las grúas que cbirreaban ele- 
vando cajas y &rdos de las chalanas abracadas al costado del vapor 
hasta el puente, para sepultarlas luego en la bodega. Al dia siguien- 
te, cuando me desperté, el Ca/mbodge navegaba á toda máquina en 
el mar Kojo, dejando á estribor la costa de Afñca y á babor la de 
Asia, coatas tristes y desolada* ambas, sin un ^rbol ni una mata, 
sin la menor huella de un manantial: colinas calcáreas de forma 
cónica ¿llanuras sin fin; pero siempre rojiza arena, tierra calcinada 
por d sol que á travá de los siglos prosigue sn implacable obra 
de combustión. Al Mediodía, cuando la temperatura se eleva á más 
de 40° Reamur, cuando debilitado y jadeante de calofj el pasajero 
se tiende sobre una ]a.x^ butaca de paja de Ceilán, de junco ó de 
bambú, á la sombra del toldo de popa, interrcgando al horizonte 
con febril y anaiosa, mirada, solo descubre las mismas áridas coatas 
que el sol parece querer fundir; la acción calórica de ese astro ful- 
mktante desprende, en efecto, de loa montículos y llauuraa que sir~ 
ven de limite al mar millones de átomos ígneos en forma de nubes 
de rehizo polvo que la brisa disuelve en el espacio y la rutilacion de 
Febo tíñe más y máa de ese color y los endeude, dando á la atmós- . 
fera el firntásticp ardiente colorido de un gigantesco globo en con- 
flagradon, grandioso espectáculo que debió impreáonar la po^ca 



g,:Í73::b, Gócele 



y leoiibie imaginación de los piimerofl tírabee que vieron esta, re- 
gión fAn profhndameato, qvñ pusieron á loa agoaa que ■urcai>an ei 
nombre de mar Rojo, no obstante ser sub agnas azules, puras, trea- 
parenteá y ricaa de espanta como las det Mediterráneo en una no- 
che serena del mes de Agosto. 

dorante dos diaa, la costa no se pierde de vista; mu como pa- 
sado el estío, el monzón sopla al N. O. y no impele hacía el mar 
las arenaa del desierto, es la estación otoñal la más favorable para 
narrar por estos mares; de modo que pudimos d^ar abiertas de 
dia y de noche las portas á fin de no asfixiamos en los oatnarotea; 
pero, asf y todo, ni en las penosas jomadas de mi pere^uaáoh S 
loH Santos Lugares cuando atravesaba la Fenicia y la Falestína, ni 
en las |tropicaleB noches de Búmt sentí on calor igual. ¡Qué será 
cuando en él mes de Julio los navegantes tienen qile cerrar las por- 
tas, entoldarlo todo caidadosamcoite, no resfárar sino aire filtrado, 
y Á pesar de estas precauciones no se libran de aspirar el rojizo polvo 
gue todo lo inrade, mancha y tiñe de «a color! 

No hay naturaleza, ni espíritu, ni aclávidad qtie resista á la 
enervante accdon de este clima; la postración fimca determina un 
abatamiento, ana pereza intelectual tan atroz, gne las ideas no aflu- 
ym al cerebro, y si acosO' aparecen, ob débilmente, como confusas 
indeterminadas sombras ó pálidos bosquejos, sin marcarse distintas 
y claras con la Sírmida pronta para su exprssion. La mente las 
adivina, las presiente, más bien que las vé, y no acierta á definirlas, 
nñenbraa que débil la voz y torpe la lengna, se pre^nta uno ú esa 
forzosa inacción será perpetua y esos importantes órganos serán 
sustituidos por algún telégrafo humane ñindado en. el magnetismo, 
que &cilite la trasmisión y el cambio de las ideas entre los hombres 
por medio de otros signos. 

Los baños Mos, los sorbetes, Isa sfwdías heladas mitigan un 
tanto loe rigores de esta travesía; pero ¿qué digo, baños &iosT... 
aunque el agua sube directammte desde el mar hfiata la pUa, por 
medió de una bomba, está tibia, y algunos segundos después de la 
íntnetBion, apenas se nota diferencia entre la temperatura del baño 
y la i^jnósf^ exterior, 

Al cuarto dia de nav^acion .por el mar Bojo, dejamos á sota- 
' vendo on islote desierto y án ninguna vegetación, seco como todo 
lo que recibe los mortales besos de sol tan ardiente. Los ingleses 



[),qm7-.obvGoO<^lc 



16 

l'e.Utimm .FUmoM (1)) {tero, uogue ee «ayo, todavía no n hAu 
atiTCrido Á p(mer guanúcíon e^ eu abraaad» j^eññ gue w lerante 
allí ergoidft y vigílanto como oacentiiMla avamado d^ arireobo d» 
F«din, «[M pauma» m la Uotle del üigoiente día, Ha^Hdaado & k>K 
fderteB ingleiea que deSenden la entrada. Una vez dentro del ettxfr- 
du>, la briía icÉnatít. alguA iAnio y devuelve coD aoa soavaa sari- 
táaé al indítiduo paite del rigor perdido, ja psede hablar y paaaar- 
ae Mbré eabieHa, compadeciéndola «nerte dd deatacsmento in^lái 
que goaroece & Ferim, peiion desnudo, árido y candente, en ouyo 
loelo la indostñoBa Alblon no ha podido pltúitur mí» c^ue cañones 
«n batería. 

Be^nerdo qne aquella noche se improvlMi un baile sobre cubier- 
ta, ilnnúnándoMel toldo tion &r(¿Qs y ha<ñendo veces de orquesta 
tras saboyaaos que iban á Calcuta con dos arpas y un violin; tris- 
tes, pero reñgnadoi , como van A todas partes, Secutabas mal ó 
peor, ña tener ocnuñeocía de la múñca eaCrlta. Hataa a%un bidaa- 
ca por efecto de las corrientes y de la brisa algo firesoa, lo eual aM>- 
tivó la oaida de alganaa parejas «obre el tablado, afortunadai&tete 
sin más conaecnenoLas^ue nna exposición de redondas y blancas, 
aunque tal vez no muy correctas, piernas holandesas, única distrac- 
ción de la fiesta para los que no bulaban. 

Anochecía coasdo fondeamos en la bahia dé Aden. jQ^é alegría 
MaU al oir el estruendo de las cadenas que retienen las auolaa an- 
siosas de clavar sus fjjárfios en el fímdo del mar! ¡Iba á pittar tierra, 
la tierra de la Aralña Feliz! HaUa realizado cacfi la mitad de mi 
vif^e y desde allí podía enviur á Europa, á España, CMta* «ertífi- ' 
cando mi existencia á las personas queridas, que por ella i'ogaban 
qnizá td cielo, y & cuya piadosa intercesión debia tal ves haber 
cruzado felizmente y á pié enjuto el mar Bojo , lo minnó que loa 
israelitas guiados por Moisés, si bien ellos no necesitaron el pro- 
saico ooncutio de un vapor de hélice, ni conocitra la brújula, el ter- 
nuimetro, el barómetro ni ningvmo de los instrumento* uáutieós 
que ayudan al hombre á bnrlar ta fdria del líquido elemento. I« 
Frovidenda vela siempre por nosotros, camina qiñzá la fongoa y 
hasta la palabra deñgnadora de loa milagros que obra, según Im 
épocas que atraviesa el mundo. Al oráculo de loa prodtfi^os paga- 



(I) 



jvGoO'^lc 



I? 

nos sacedlo el miab^a de los milaf^os oristituios, mistorio que el 
racionalismo modeino austituye por &iaámm.oa explioados científí- 
caxaente; pero los hepliOB mú siempre id^ticos> y aunijae puedan 
ezplicaxss BUS cansas como combinaciones de la naturaleza, .corno 
qgas combinaiHoues, eaúp fenómenos Be veriñcan en virtud de las 
dt^nas leyes qae dio ai universo mundo el Supremo Hacedor, re- 
sulta que no d^an de ser ntílagroB. C^uesbión de nombre. 

Haiciendo eebas r^é^ouea había saltado en una Múa que iba á 
üerrA, y ea breve deeanbarqué en el muelle iluminado por la cla- 
ridad de una luna esplendorosa; en compañía de varios compañeros 
de viaje, visité las batería^ bajas, anoadas de monstruosos cañones 
Amstrong, los grandes aimneenes de carbón mineral que d GoHer' 
no inglés tiene úompre llenos y disputestos para el ccmsomo de su 
flota de las Indias, los depósitos que con el mismo objeto poseen las 
compañías Peninavioñr y Oriental inglesa y Mettaagerim france- 
308, todo lo cual, así eomo la admlnUbtacton de Correos, estación 
telegráfica y demás dependencias, éabá perfectamente oi'ganizado en 
ediHcioB nuevos, sólidos, blancos y correctamente alineados á lo 
largo del paseo del mudle, camino sin árboles pe^o cutüerto de 
fin&íma arena legada con a^ua del mar y muy bien conservado. 

Desemboca eete paseo en una plaza semicircular, donde vimos 
«n vasto edificio plateado por la luna que einbdleda y daba con- 
tomos de luz y ^ntásücas proporciones á las columnas de su ele- 
gante pórtico, de&ndido por una baranda de madera. 

Este recinto exterior toma su nombre de la defensa indicada gue 
tien»! todas las caafis en la India, se llaman verandah, y sirve da 
sala de rec^^ion por las noches, y aun durante el día, en los paUes 
cuya rica vegetación permite cubrirla de verdura, hacjendo impoá- 
ble que penetren los rayos del boI; también sirve de comedor y hasta 
de alcoba'^'las noches e&lávaJea ciando el habitajibe teme asfixiar- 
se dentro de un cuarto cerrado. Aquel edifieto era la Fonda del 
P-fincipe de Odies y tan pomposo título nos decidió á pernoctar 
en ella. 

Un distin^ido viajero belga (1), un capitán de fragata español 
y yo tomamos solos eeta resolución; juntos recorrimos las halñta- 
ciones de la fonda, y en vista del calor sofocante que 4iacia, resol- 



(1} U. T'Kind da Boodembeq, minirtio <!• Bélgica ea Pekín. 



jvGoo'^lc 



Timos dormir en la baranda; esto es, en la plaza, separados ánicar 
monte de la vía páblica por la verja de madera que se eleva hasta 
una tercera parte de la altura de las columnae. El clima de Oriente 
modifica esencialmente las aeveras leyee del pudor occidental. 

La fonda estaba dirigida j servida por individuos de una aecba^ 
que los indostanes llaman jxtvais, últimos dispu^os restos de los 
sectarios de Zoroaatre. Guatro de ellos descalzos, pero mejor vesti- 
dos de lo que en estos ^ises se acostumbra , puesto que llevaban 
camisa y hasta paatalonea de algodón, colocaron prontamente tres 
camas cubiertas con sábanas que me parecieran blancas hasta que el 
sol, saliendo & la mañana siguiente, me probó lo contrario. 

El caballero belga, el capitán y yo nos deseamos mutuamente 
las buenas noches, y despojados de nuestros vestidos, nos acosta- 
mos á la luz de la gran lámpara del firmamento, suscitando la cu- 
riosidad de una multitud de árabes, cipayos y negros, más 6 ménoa, 
desnudos, que de en medio de la pla^a acudieron y agolpados cerca 
de la baranda nos miraban atónitos, hablaban irnos con otros en 
voz baja y después se rolan con estrépito. El fondista colocó un 
centinela n^ro para que nos guardara, asignándole una silla por 
garita, nos pr^untó en mal inglóe si necesitábamos algo, y oyendo 
tres no3 simultáneos que le contestaran, saludó , cerró su puerta 
con llave y nos privó de bu zoroástrica presencia: entre tanto, dos 
negrillos, de formas dé ébano pulimentado, cabeza afeitada, ojos 
hrillantes y blanquísimos dientes, hablan saltado la baranda sin ha- 
cer ruido y, armados cada cual de un abanico, se plantaron á mi 
Cabecera uno y otro á la del capitán, y nos hicieron aire; ahrí loa 
ojos sorprendido por brisa tan inesperada, y en muy malos t#mi- 
nos les'<^je en árabe que se marcharan, orden obedecida apenas pro- 
nunciada, no sin perdirme antes un hakchis. 

Poco á poco fuéronae retirando los curiosos, unos hacia las ta- 
bernas de donde hablan salido y otros se tendieron en medio de la 
plaza sobre el tapiz de arena que la cubre; allí, con voz altisonante 
y guturales inflexiones de que tan pródiga es la lengua de Mahomaj 
conversaban án darse punto de reposo; lejos un grupo se habla for- 
mado en derredor de un joven negro cuya sonora voz lanzaba al 
espacio notaS cadenciosas de esas estrofas melancólicas y dulcw, • 
cuyo compás remeda la perezosa ondulación de la palmera cuando 
nuncios _del dia, misteriosos caballos del carro de Febo, las brijas de 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



19 
la fturom socaden liB pliegues de íq ropaje de esmeraldas y rubíea; 
también solía airaTeBar la plaza, un tropd de gentéa, entonando al- 
gún canto del poema de Aatar, el vate n^io, el Homero de la Ara- 
bia, el cantor de las proezas y los amores de las belicosas tribus 
bedninas. 

Ea^ conjunto de vocea y rumores tiene su poesía', poesía inefa- 
ble que ea la mente hace bullir conftiBamente mandos de ideas nue- 
vas j antiguas, semejando en sus caprichosas ondulaciones el pensa- 
miento á un lejano horizonte que al ponerse el sol ostenta en su 
línea limítrofe arreboles de nubes nacaradas, ú-isaciones de carmin 
y oro, que en la penumbra se mezclan, se confunden formando las 
figuras más caprichosas y fantásticas; mas poético, bello como era 
ese conjunto, nos impedia dormir; vanamente me revolvía en mi 
duro lecho, buscando una postura que me alet^gase; vanamente 
también enbablé una conversación formal con mi vecino pata que 
me sirviese de narcótico. 

— ¡Capitán! — exclamé, — ¡cuan ágenos estarán nuestros amigos 
de Madrid de suponemos acostados al aire libre y contemplando 
este paisaje sin árboles! Sí supieran, si lo pudieran vemos se sor- 
prenderían tanto como yo mañana si me encuenlaro vivo y con mi 
ropa á la cabeza. 

— ¿Tiene Vd. rewolvtirí— nüjo lacónicamente el capitán.' 

— Sí, —contesté, — aquí está debajo de mi almohada, junto á la 
bolsa; axabos objetos representan la defensa y la conservación de la 
vida, nunca viajando me separo de ellos. 

— Entonces, procuremos no dormir. 

— No estiunos de acuerdo; yo dormir^lo masque pueda; así como 
asi, sí nos matan dormidos, n&da omitiremos, y si antes nos des- 
piertan no hemos de dejar que nos maten. 

Ignoro sí hablamos más, porque aqu! perdí la conciencia de mi 
ser y no la recobre hasta qlie, abriendo loa ojosj me veia inundado 
de luz y la baranda rodeada de gente curiosa dé asisUr á mi toilette. 
El capitán estaba medio vestido, y- el ministro belga, madrugador 
aistemático, á fiíer de hijo del Norte, se paseaba muy tranquilo 
por la plaza, compuesto, atUdado y rígido con éL lente al ojo, cual 
si esperase la hora de una audiencia. 

No tardamos en reunimos con él, y, después de haber sorbido 
una taza de aromático Moka, saltamos en un carruaje y nos enna- 



)vGoo<^lc 



minamos á U dudad de Aden, ^optamenie dienta. tJn oesto en- 
blerto con ün toldo de lona encerada, dos aaeatoa en el fi^do y 
otro'en el pescante, un rocin pequeño y Saco, pero muy vigoroBO, 
y un automedoute nsgro como d oafó requemado, cuya librea oon- 
BÍstia en una camisa, abierta sobre el pecho y que apenas U^^ba S 
las rodillas: tal eia nuestro tren, pobre curtamente; mas aojjt ¿ra- 
mos demasiado dichosos de encontrarlo an el conJfin salvaje de la 
ÁitXÓA Fdiz, en la abrasada orilla del mar Rojo; además el negro 
snriga guiaba hábilmente y con valentia su pobre céfiro que, en 
vordad, desplegó nn vigor y una frescura que bu exterior no pío- 
metía, recorriendo al trote largo en veinte núnntos las enairo millas 
que separan la ciudad del puerto. 

Sóbrela calzada de arena, construida y conservada tan cuida- 
dosamente como el paseo de una gran ciudad inglesa, encontramoa 
otros vehículos como el nuestro, y otros raía elegantes en que iban 
funcionarios y oñciales británicos inmaculadsmmte vestidos de 
blanco, con el casco de fieltro gris y el velo blanco adoptados por 
las tropas de Inglaterra en la India; pero lo que más fírecoeutemen- 
te obsteoía el paso, era una laiga reata de pequeños camellos, es- 
beltos y delgados, muy inferiores en su aspecto 6, los de Egipto y 
Siria, cargados de cafó ó de lana, principales productos que el de- 
ásrttí envia á la oosta para la exportación. Un asno colocado A la 
cabeza gula los camellos y á veces un .solo hombiB, unamujeróun 
niño montado en aquel pequefLo coadrápedo, vigila toda la cara- 
vana. LoB pobrce animales, asustados, se arremolinaban al roldo 
del coche, pero sus conductorea y loa demás árabes que en el cami- 
no hallamos; no deementian la tradicional dignidad que distingiie 
el porte de su rasa: nuestra vista no distraía m fijaba siquiera sa 
atención. 

Altas colinas de abrasada roca, cuyas crestas coronan baterks 
formidables, armadas de enormes cafion&s, dominan el camino por 
la derecha, y por la izquierda lo limita la ola iavasora que crece 6 
se aleja gimiendo de la playa para volver más tarde. SI horizonte 
es, por consiguiente, tan limitado y temeroso por un lado como 
bello 4 infinito por el otro: los baques surtos en el puerto, otros 
más I^oa surcando el mar, la nubécula girando en el espado y 
pl^^do sus gasas de mil modos para mirarse coqa^»ni«ite en el 
inmenso espejo de las agoas. .. y al frente nada, absolutamente nada 



)vGoo<^lc 



mis que las empiaurdoa negruzcas pegas qoa haaba la playa se ex- 
tienden y cÍTcandan la ciádad, donunadn poi ellas de tal modo, 
qne media hora de bombardeo bastaría para hacwla cenúu. 

Fara entrar en el recinto de esas fortalezas, el camino tuerce á 
1& dera^ y en rampa sube hasta la roca que, convertida eo. mart.- 
11a por el iii£;^o inglés, o&ece en este ponto una abjura, espe- 
cie de giguite aspillera formada por dos rocas cortadas á pico, más 
c^ue un pu^te une en su cúapide, puente cuyo tínico arco fonüa la 
puerta defend'da por bocas de fuego y por centinelas cipayos, vea- 
üdoB de azul y encamado, negros y mal formados, pero afectando 
la formalidad ingesa hasta ea. sus pobladas patillas. Era la ves pri- 
mera que yo vma negros con patillas y con el cabello lado, aunque, 
& decir verdad, no son negros los cipayos, sino más bien de un 
color avinado, cárdeno é incierto. Sus facciooss nada tienm de CO' 
mun con los abultados labios y deprimida frente de la raza etiópica, 
sino que más bien se asemejan £ las de la caucásica; pero les b^i^ 
en su conjunto la armonía, la nobleza, la serena é iptolig^te expre- 
sión que constituye la superioridad física de la raza blanca. 

IiOB centiaelas saludan militarmentie á nuestro paso; atravesa- 
mos el arco formidable que defíaide la entrada, y el coche empesó 
& rodar por una calzada sin árboles, pero suave y tersa como un • 
tapiz de pelo de carneo, d^ando á la izquierda, y si^npre rasante, 
1^ misma muralla de rocas que antes habíamos visto desde fuera 
avansur hasta el mar. A la derecha, en un profundo valle, la du- 
dad se descubre con sus blancas casas alineadas sobre la arena de 
oro; sus puertas y ventanas son verdes ó del propio color de la hls. 
d6ra calcinada por el sol. Koran alli 30.000 árabes más ó menos 
negros, que todos viven del tráfico con el Desierto, y principalmen- 
te de la utilidad que deja la guarnición inglesa, cuyo» cuarteles aca- 
samatados se asientan sobre la cima de las colinas; súbese á ellos 
por caminos cubiertos y loa defienden las mismas baterías girato- 
rias que á un tiempo dominan el mar y la ciudad, de tal modo, que 
podrían con sus fueg«3 echar á pique una flota invasqra, tan Colí- 
mente como reducir á escombros en medía hora la deleznalde fábri- 
ca encerrada en un círculo de piedra y hierro. 

Las casas fueron edificadas por ingleses, ó por lo. manos ellos 
dirigieron su construcdon, y á esto se debe su i^radable exterior y 
cierto aspecto limpio y saludable que Be echB.de méRO» en las ciodadw 



g,:,7.::b,G00'^lc 



otomanas. Beapetimdo la arquitectura arábiga, como más adecuada 
al dima, usos y costumbres del pak , Inglaterra ha introducido en 
cuanto ee posible el orden y el aaeo de las poblaciones europeas, be- 
neficio que quizá no agradecen bastante loa moraiores de Aden. 
Por tradiáon de raza, el vulgo de los árabes, turcos, persas, in- 
dios, chinos y malayos tienen esos cuidados por inútiles é imperti- 
nentes. 

" Café de Moka,, plomas y huevos de avestruz , canastillos más 
sólidos que primorosos, y laicos bastones negi'03 de asta debú&ilO) es 
todo lo que al viajero ofrecen, ya en las tiendas, ya los vendedores 
ambulantes. Así, pues, filé muy breve nuestro paseo por la ciudad, 
que d^amos para ir á ver laa famosas cisternas, ánico recuerdo ma 
terial con que las antiguas edades han marcado sn huella en esta. 
punto; monumwitos que los ingleses encontraron abandonados y 
ocultos por espesas capas de arena, acumuladas alli on el trascurso 
de .los siglos por el simoun , cuyos furiosos ímpetus consiguieron 
c^ar aquel abismo. 

No están l^os de la población, y aunque abiertas casi en la pen^ 
diente de una elevada monta&a , son de fádl acceso. Un pequeño 
jardin inglés, cuyos árboles enanos y raquíticos arbusuos prueban 
^ue todo el esmero, todo el trabajo que en cuidarlos se emplea e^ 
impotente para vencer la inerte resistencia de una naturaleza re- 
belde', imposible triunfer de la esteiilidad del suelo favorecida po:t 
la escasez de aguas. Esto es lo primero que se.ve cuando se empie- 
za é. subir, ascensión que solo puede hacerse á pié; en seguida, por 
calles de boj muy bien brazadas y escalinatas de piedra, se van do- 
minando sucesivamente las diversas mesetas qne forman los sig^sags 
de la montaña; pero ni la proximidad del a^a, ni la táiue sombra, 
de los árboles bastan á refrescar la atmósfera: vestidos de blanco, 
cubiertos con amplios sombreros de paja y guarecidos biyo grandes 
quitasoles, el calor abrasa, seca los labios, los ojos parece quieren 
saltar de sus órbitas, y encorvado el cuerpo por la fatiga, ae saben 
penosamente 'las altas graderías de p^ia viva hasta llegar á la b6ca 
de las cisternas. 

Cuatro son, abiertas en la roca viva , anchas como estanques y 
profundas como pozos; todas comunican unas cou otras, de manera 
que el agua que la más alta recibe de las nubes y de las corrientes 
que la lluvia forma en las hendiduras de las rocas que la dominan 



jvGoO'^lc 



y circundan, pasa, cuando llega á cierta elevación, á la inmediata 
y sucesivamente desciende á la tercera y á la cuarta , gr^i depósito 
gue alimenta las fiíentes del jardín, y otra mayor de la cual se sur- 
te el vecindario. Esta cisterna tiene una capacidad de 255.121 ga- 
lones; las demás 70.944, 21.011 y 4.881 respectivamente. 

Flores plantadas en cuadros trazados con caacos de botella cu- 
bi-en las mesetas, bordan la boca de las cisternas, formando un 
jardin de diversos niveles, que cultivan algunos árabes bajo la di- 
rección de un oficial iagl^. Tres de aquellos, casi desnudos, descal- 
zos y con la cabeza descubierta, expuestos sin la menor aprensión 
á los reeplandorea de aquel sol de fuego, trabajaban junto á la pri- 
mera cisterna, y viéndonos saludaron llevando bub diestras desde el 
pecho á la frente y gritando: ¡nakarak Saidd — Ndha/rak-Barcúc (1) 
les contesté. 

— Puesto que V. habla el árabe, — me dijo el minísti'o belga, — 
pregtínteles lá capacidad especifica de las cisternas. 

Hícelo así, y á ellos debo las cifras que dejo estampadas, 

— jPor qué no están llenas? ¡Por qué ni una sola gota de agua 
moja esas inmerjas cavidades y reverbera el sol en sus blancas pa- 
redes! 

— Todavía no ha empezado la estación de las lluvias. 

—¡Cuándo se llenarían? 

— ¡Dios lo sabe! — Me contestó uno elevando con respeto sus 
manos hacia el cielo; después, lanzando uu profundo suspiro, ex- 
clam6:^¡Tre3 año» hace que las celestes cataratas no fecundan esta 
' ■ tierra! 

Dúnosles un pequeño hahchia y bajamos al sitio donde esperaba 
el carruaje; mas antes entramos en el cementerio que al pié de la 
montaña luce sus blMicoa muros, so. negra cruz de hierro y las ver- 
des copas de algunos melancólicos cipreces que proyectaban sus 
agudas silueta? sobre las tumbas solitaria». 

Recordando que en esta mansión de muerte reposan loa morta- 
les reatos del general Mac-krohon y del contraalmirante Salcedo,, el 
capitán y yo penetramos en su recinto. Rezamos por aua almas; al 
salir, ambos permanecimos silenciosos y meditabundos durante mu- . 
chos niiiiutos: los dos pensábamos quizá en los singulares caprichos 

(1) Feliz día. — Dioa bendiga el vuestro. 



jvGoo'^lc 



^el destino, en los mexcratables designios ds la FroTidencift. Aque- 
llos maI<^;rado8 generales se embarcaron juntos paj'a Maniia: Mac- 
krohon per^ó asfixiado en In travesfa del mar Rojo, en cuyaa 
agaas no faé sepultado, merced & Saloedo goe á ello se opnao enér- 
gicamente, y tres ftño» dedpues eí mismo Salcedo, cuando r^eaaba 
de lafl islas Filipina», sucumbió 6. en vea en el Ociíano índico; su 
cadáver fué inhumado en el propio cementerio al lado de su anli- 
gao compafiero de arm!afi,.eni acuella misma tierra sobre la cual se 
había t^rodillado para orar un día, bien ajeno de imaginar que to- 
maba de antemano posesión de su última morada. 

Mientras nuestro veMculo rodaba bácia el puerto, contemplaba 
yo estupefacto la negra piel del cochero, enjuta, no obstante que 
nada le presearaba del sol, mientra» nosotros, Vestidos y á la som- 
bra, estábamos anegados en sudor. Insensible á loa rigores del ca- 
lor, únicamente su caballera larga, porque sin duda él no era mu- 
sulmán, se habia, con el tiempo, vuelto pajiza, del color de la 
yesca; aquella melena calcinada, cayendo bronca y desordenada 
sobre el aiezado cuello, parecía la crin salvaje de un león. 

Ya en el último b^-rio, cerca de las fortificacionpa, vimos witre- 
abierta la puerta de un café, y delante de ella, sentados en peque- 
ños taburetes que invaden la vía pública brindando sombra y des- 
canso al transeúnte, negrillos servidores del establecimiento, que 
nos invitaban con insistencia á entrar. La sed y la curiosidad alta~ 
das nos indujeron á aceptar; levantóse auto nosotros la cortina de 
estera de palmas que tapaba la entrada y penetramos aa Una gran 
sala cuadrada, amueblada con divanes de madera cubiertos de este- 
rilla tan fresca y tan fina como la que servia de portiers. 

No. habia mesa» como en los cafas europeos, ni tampoco skan- 
lets (1) como en los caf^ turcos; pero en breve tuvimos cada uno 
en nuestra mano una pequeña taza del aromático y espumoso licor 
de Moka, que nadie sabe preparar como los árabes: ellos hacen una 
infusión en agua hirviwite y nosotros una decocción; ellos no lo fil- 
tras,' y al beberlo saborean el finísimo polvo que impalpable flota 
sobre la eepuma. Huevos de avestruz, sujetos por cordones de seda 
encamada, pendían del techo á guisa de lámpara; el pavimento no 
era un mosáioo de mármoles, jaspes y nácar como' los de las casas 

(1) PeqaeBoa veladores da fonni cilindrica, fabricados con midera de cedro y ■ 
piezM de náaar, msuñl j oro en IqjoBo nwsiioa. 



D.qmz-.übvGoO'^lc 



damBaqainfte, sino de arena oolor araaranto apisonada y sembrado 
de piedrécitas blan<!a8 y n^ras formando feuraciueeaB y otros capri- 
chosos dibojos. Laa puerttu y ventanas cmtomadas dejaban filtraf, 
á traxés de la« corbinaH de palma , tina Inz tenue que sumía la 
estasda en suave creplísculti siempre grato á lo» espíritus contem- 
piativos, mucho míis en eatOB ardientes climaaen que cada rayo so- 
lar es un dardo enrojecido. 

Mientras gozábanlos de un hief (1) tan improvifiado como im- 
previsto, me parecía oir confuso rumor de vocea hablando quedito 
y todas á las vez; tam>HQn escucha,- «ntre el dulce cuchicheo, 'algu- 
nas risas contenidsa. "So había duda: ¿ramea espiados por una banda 
de curiosáB y alegres mujeres. 

No tardaron mis ojos en dcscnbrirla« mirando con avidez desda 
una ventana entreabierta, & la cnal todan en tropel se agolpaban, 
mostrando solamente sus ojoí ardientes j blancas den'aduras sobre 
un fondo de ébano animado. 

— Entrad, entrad, encantos del Paraíso, promesAs del Profeta, 
entrad, — les dije, descorriendo la cortina. 

Hubft un momento de vacilación, mii-áronso unas á otraa, la 
más andaz dio un paso y las demás entraron con ella en el salón. 

Cinco eran, y cada una de ellas presentaba on tipo distinto: 
una hija del Desierto* alta y -de crespa cabellera, delgada, alta de 
talle, aus piernas eran largaa y nerviosas como las del avestruz: un 
anillo de oro atravesaba la perilla de su nariz, una mal cerrada 
túnica de lienzo azul como el cellar de cuentas de vidrio que cenia 
su garganta y un par de ajorcas de plata en los tobillos componían 
todo sn atavio, Sua dientes eran blancos y agudos; bu sonrisa, bri- 
llando entre dos labios gruesos y oscuras, ' irradiaba una luz inten- 
sa sobre su rostro negro, que parecía envuelto en una aur^la de 
sensualidad. Todo su ser indicaba ^an vivacidad, y así aceptó, sin 
más ceremonia que besarme la' mano, la taza de café que le hice 
servir, no haciéndolo yo mismo, porque hubiera infringido la eti- 
queta árabe; las mujeres de Oriente no están acostumbradas á laír 
cerse servir por loa hombres, sino al contrario. 

TJna joven de color doradq, pequeños ojos y labios purpurinos, 



(1) DeBoanao, guato. La fraaa italiftoa doke /amiente, interpreta mtyor qns n; 
gUM eipafioU asa pnUltra turca. ' 



jvGoo'^lc 



que parecían destilar sangre á cansa del betel (1) que mascaba, es- 
belto talle, tánica encarnada, pecho desnudo, pi& breves y com- 
bados, pelo negro y reluciente, recogido en gigantesco moüo sobre 
la parte superior de la cabeza; su postura en tercera, el aaave ba- 
lance que agitaba bu cuerpo como si estuviera pronto á saltar y la 
lánguida complaciente sonrisa eateriotipada en auboca, todo me re-' 
veló BU condición: era ima bayadera indostánica. 

Dos naturales de Aden, cuyo cátis es de aljófar, abundosa la 
negra cabellera de azulados re&ejos, loa ojos grandes, de mirar 
sombrío y profundo 'como la noche, afilada la nariz que desfigura 
un enorme arete de plata y turquesas pendiente de una de sus alas. 
Completaban su tocador arracadas de filigrana blanca y profusión 
de collares de medallas, monedas y talismanes del mismo metal, 
que se agitan y suenan como un chinesco al menor movimiento; la 
blanca tánica, de algodón muy tosco, es corta, carece de mangas, 
y permite lucir unos brazos fuertes y bien moldeados, un seno fir- 
me y rico, y uñas piernas plantadas con la valentía y la grada de 
una estatua de bronce: tan exuberante vigor acusa lafecunda sávía 
de la raza árabe. Nacidais en la Arabia Feliz, el contento resplan- 
decía en sus rostros y con sonrisa nada avara parecían invitar á 
compartir su dicha. 

La quinta era de Abísinia, producto de esa raza delicada que 
tanto se parece á la europea en la pureza de suslfneas, la suavidad 
de sus contornos, la armonía de sus proporciones y la expresión in- 
teligente de sus fisonomías. Ella con su aspecto demostraría, si de- 
mostrado ya no estuviera, que la belleza no reside en el color, sino 
en la armonía del conjunto. Yo he visto mujeres abisínias de sem- 
blante y formas tan bellas como las circasianas; sin embargo, son 
negras, pero no de un negro bruñido como el azabache, cuyo brillo 
tanto repugna en el hotentote; no, su impalpable cátis tiene el 
mate del ébano de Ceilan, y hace que resalte más el fuego de los 
ojos, sombreados ' por largas y arqueadas pestañas, la púrpura- de 
los labios, la deslumbradora blancura de los menudos dientes y 
hasta el brillo de los, sedosos, rizos que ondulantes caen sobre la es- 
palda y seno provocantes. 



(1) Hoja de ese árbol que envuelve oiertn dósisuje "uez mosoaiU heclm polvo y 
ua poco 4a cal viva. 



g,:,7.::bfG00'^lc 



La abisima, en cnestion, era samamente joven, casi una niña, 
y apenaa osaba miramos. Como sus compañeras, iba descalza, pero 
baíitanle máioa vesíida ^ae ellas: un sim^e paño de liento blanco, 
sujebo á la cintura con un cordón a^ul, caia sobre sus torneadas 
piem&B en forma de ena^^oas y una especie de acluil de algodón ra- 
yado flotaba sobre su hombro izquierdo y daba alguna sombra ¿ su 
palpitante seno. 

Ella, como todas, trasoeodia á perfumes fuertes: esencia de 
rosa, mirra é incienso, aromas trastomadóres que juntamente con 
sos gesticulaciones demasiado expresivas, sus gritos penetrantes y 
sus desenvueltas maneras, producían una impresión directamente 
contraria á la que tal vez «[uerian producir. 

La precoz depravación de que á más de estos indicios indicaban 
ciertas frases francesas, inglesas y españolas, pronunciadas por 
ellas, y que solo se oyen en las tabamas de los barrios de Lavapitís, 
la Ciiy y la Gioiai, me inspiró un sentimiento tal de repugnancia 
mezclada de lástima, sentimientos que reflejab'an, también los sem- 
blantee de mis dos compañeros, cuyos labios contraria dolorosa son- 
risa que, habiéndonos coitóultado con una mirada, nos levantamos, 
pagamos el gasto, y saltando ligeros en el birlocho, emprendimos 
al trote nuestra vuelta el puerto. Habíanme dicho que en la fonda 
del Príncipe de Qales se vendían curiosidades de la Arabia, de la 
India y de la China. Entra, pues; mas, examinado el escaso surti- 
do de objetos que me presentaron, nada encontré de mi gusto. Ver- 
dad ea que mientras los ¿jai-sis me enseñaban sus deterioradas mer- 
cancías, yo pensaba en ellos mis que en su comercio. 

Su blanca túnica, su faja de vivos colorea, su alto gorro de car- 
tón forrado de hule que remeda á la mitra, y sus torvos y pun'ia- 
gudos zapatos, fijaron mi atención, no menos que sus redondas ca- , 
ras morenas y su respetable rotuniidad. Esta raza án patria, y 
dispersa como la hebraica, es oriunda de Persia, donde por mucho 
tiempo dominó el culto de Zoroastro; mas cuando los califas triun- 
fantes llevaron sus estandartes y las máximas de Mahoma desde . 
Bagdad hasta el Indo, los paráis se ufaron á. adjurar su fe en el sol 
y en el fuego; psrs^;üido3 como infieles, huyeron en direcciones 
varias, refugiándose la mayor parte en la Mingrelia y en la Mon- 
golia. Un numero considerable se fijó en Bombay^ y de esta ciudad 
anglo-indoít&nica procede esa pléyade de meroaderea que se encuen- 



)vGoo<^lc 



ira en toám loi ponto* de 1« Indo-clüna, hombreB activos é iobeli- 
gentea que pajua á la p&r por ser rióos y honrados. 

Los principioB de su feligion prescríbeD que se alimeuteu bien 
(ZcH'OMtfO dijo que cuando la materia eaté débil el espíritu también 
lo estará). Jamás apagan la lumbre, aunque bu oasa arda, ni hacen 
UBo de armas de fofígp; se casan con mujeres de su núama casta, ^n ■ 
mezclar su sangre con la de otra raza, y el matrimonio entre her- 
manos lo tienen por cosa licita y con &eoaencia se verifioa; sos ca- 
dáverea no se entibian, sino que quedan expuestos al aire libre en . 
la cumbre de una montaña, hasta que el sol consuma la cremación, 
sistema que ahora quieren s^Ucar en Italia y Alemania, donde ya 
ae han hecho algunos ensayos; no se creen dichosos en esta ni en la 
otra vida si en el mundo no han tenido una mujer yde ésta un Mjo, 
á fln de que su paso por la tierra no baya sido estáil. Yo sospecho, 
Zoroaatro me perdone, que este principio fué sugerido á los pwraie 
por los pontífices de su secta eon la mira de evitar la extinción dé 
la casta, cuyo fin lo seria también de bus temporalidades. 

Al bajar d^ carruaje en el maelle, me creí trasportado como por 
encanto & España, porgue se ineurreccionó el cochero. Esta clsae es 
idéntica en todo el orbe: pedía cuatro rupias, no obstante que se- 
gún la taññi pegada en el interior del vehículo, solo eran dos; dí- 
mosle tres por no oírle jurar y, como no oaUsfa, acudió un polioe- 
men <»payo, descalzo y mal trtúdo, pero celoso en cJ cumplimiento 
de su deber é infleinble cotao la ley misma, hizo entrar en razón al 
codid.o8o auriga. Entonces me convencí de que me hallaba léjoa de 
mi país natal. 

Desde 1839, en cuyo año tomaron poseúon loa ingleses de este 
árido peñón que Aarra el estrecho de Babel-Muideb (1), han gasta- 
do tesoros en fortificarlo y hacer que aea hf^itable hasta cierto 
punto, construyendo un pueblo nuevo con arreglo á los buenos prin- 
cipios de salubridad pública en vez del infecto montón de chozas 
que antes había. En el trascurso de los años pasados hasta la fecha, 
Aden ha ganado mucho en riqueza, en higiene y en seguridad indi- 
vidual, dentro de su muralla, se entiende, que foera está cualquie- 
ra expuesto á ser secuestrado, robado ó asesinado, ó las tres cosas 
jtíntajs, por las triboa nómadas. 



(I) Fant» it lu U^nutg. 



g,:,r.::b,G00'^lc 



Benbro de ee¿08 Umiteé la joaticia impera ; U ley ei ¡{pul para 
todos loa iodl^nafi, c(m<]iii«tedorefly exfcranjeroa: las leyea y tagla* 
meotos se aplican' coq tanta 'vi^luicia y ri^or como en la metrópo- 
li. De este modo ee expUca la resignación y hagta el contento con 
que la. poblafiióa árabe sufre una dominación extratijera, siempre 
' odiosa é intoleralAe coando ella no compensa con grandes y poúti' 
vas ventajas á ^os pueblos sometidos la pérdida de su autondtnia, 
de BU independencia, que es la suprema vanidad, el noble orgullo 
de laa nacicHiea. La Inglaterra, cuyo sistema colonial dista mucho 
de ser perfecto, couoce el secreto de fomwitar su comercio y enri- 
quecer BU Erario, proporcionando al mismo tiempo á aiis coloniaa 
un bieneatar y una prosperidad que de otra manara no tendría; al 
secreto consiste en una boeoA administración, inteligente, estable y 
bien retribuida, cuyos funcionarios eskÁa s^nroe de hacer fortuna 
con sus ahorros, sin envilecerse cometiendo cohechos' que tambimí 
saben son castigados severamente por inSexiblea tnbnnales no ave- 
zados 6, torcer la vara de la justicia ante la vulgar consideraron de 
que el reo concusionario tiene una esposa y algunos hijee. No p*- 
rec^ sino que se caAÓ obedeci^ido 6, un mandato superior, y, en todo 
caso, {qué esmiís natural? {que un padre mire por la lumra y ^por- 
venir de sos herederos legítimos, venciendo por amor ¿ ellos las 
tentocitmes de la codicia, 6 que el Estado los ame más que Á hom- 
bre que pssa por ser autor de bus días y deja impunes delitos con 
mengua de su decoro y peligro de gne las colonias se subleven para 
romper un 3?ugo esquilmador? 

Nuestras idas Filipinas f«n pobladaa, vastas y ricad, que bien 
administaradas bastarían sus rendimientos para sufragar los gastos 
de una nación, como la isla de Java, con máios recursos naturales 
sufraga los de Holanda, tiene su agricultura tan atrasada como en 
los primitivos tiempos, careeeii de una gran red de vílas terrestres y 
tde^^oas; Manila e^ alumbrada con candiles, son &ngos8S sus 
calles y los edificios caídos jamás se levantan cuando son propiedad 
del Estado; en fin, durante lá estación délas lluvias pasan meses y 
meses sin que las diversas provincias en el Archipiélago que está 
divi<Udo se comuniquen, sin que sus naturales y las tropas destaca- 
das reciban cartas ni víveres. jFor qué! 

¡Ahí si España friera un reino codicioso, un pueblo ávido, M- 
plotodoT, que no tuvisse más &i que esprimir el jugo de sus colo- 



jvGoO'^lc 



nías para abandonarlas despaea como abandona- el labrador una 
tierra esterilizada, yo, abominando esle inicuo y egoísta sistema, 
lo comprenderla; sin embargo, al cabo era un sistema. Y, si re- 
pugnando ell^tado la explotación directa de laa colonias, se diri- 
gía al mismo fin por otros medios, dando, por ejemplo, á loa eapar 
ñoles privile^os sobre los indígenas con objeto de que la agricul- 
tura,* el comercio y la industria de sus vastas poeeaÍMies estuviera 
casi exclusivamente en manos peninsulares, seria también injusto 
y contrario á toda ley económica este sistema, pero al menos prác- 
tico en BUS inmediatos resoltadoa. 

De algunos años á esta parte, el epígrafe de agnel capítulo de 
nuestro presupuesto de ingresos, que decía: "Sobrantes de Ultíra- 
mar>i no es más que una curiosidad arqueológica del genero paleo- 
gráfico-financiero; España ni un cénümo recibe de las islaa de Cu- 
ba, Puerto-Rico y Tilipinas. ¡Por qué? 

Larga, compila y asaz difusa habría de ser la respuesta á las 
do9 preguntas que anteceden, y por esta razón me abstengo de dar- 
la, cousiderfmdo ademéis que la era de paz dichosamente inaugu- 
rada recientemente extenderá su benéfica influencia más allá de 
los mores, pues convencidos como estarlo deben nuestros hombres 
de Estado de cuan necesario es mantener en constante armonía los 
intereses coloniales y los de la metrópoli, á fin de que aquellas no 
necesiten ni quieran su emancipación, dictarán laa medidas con- 
ducentes á realizar en lo posible ese ideal de la política ultra- 
marina. 

¡Misteriosa asociación de las ideas! — Porque todas las que he 
procurado condensar en los períodos anteriores asaltaban mi mente 
y á tales reflexiones me entregaba cuando la afilada proa de una 
ligera piragua hendía las aguas y yo dentro de ella las. veía mez- 
clarse fuera de la bahía con las del Océano índico; mientras tre- 
paba por la escala del Camhodge y desde su castillo de popa con- 
templaba los saltos prodigiosos y largas inmersiones de algunos 
mozos árabes y multitud de chicos que, por coger tal cual moneda 
de cobre, se arrojan desde lo alto de las vergas al fondo del m»- 
con la agilidad de consumados buzos. 

Las damas que á bordo había, contemplaban esos ejercicios de 
tritones con atención, pero impasibles, como si nada nuevo vieran, 
á pesar de la absoluta desnudez do los nadadores. Creo firmem»^, 



jvGoO'^lc 



haciendo el debido tonor á la c&stidfid que supongo y atribuyo á 
mis bellas compañeras de viaje, que si alguno de los pasajeros in- 
tentara imitarlos, todas en masa, como una sola mujer, se habrían 
retirado muy escandalizadas y protestando con púdica indignación 
de tamaña lalta del respecto que tributar debemos al bello seso; 
ya se ve, aquellos hombres no eran lo mismo que nosotros: más 
atezados, más Sacos, más sencillos, más... y sobre todo, ellae.pen- 
saban quizá como la antigua dama romana y, parodiando su ínae, 
diñan para sus adentros: "un salvaje no es un hombre. n^-SÍ este 
pensamiento surgió realmente de aquellos cerebros femeniles y lle- 
gan á penetrarlo los nadadores, ¿qué hubieran hecho?— ¡extremece 
- la idea! Hombres al fin y heridos en. la más delicada fibra de su 
dignidad varonil, ¡quién sabe el diabólico medio á que acudirían 
para demostrar el error en que hablan incurrido aquella» buenas 
señoras? Afortunadamente aquellos &,uno3 negros permanecieron 
indifer^ites ante la candida curiosidad de que eran objeto, y raudos 
como tiburones se alejaron, nadando, del vapor cuando éste apa/- 
rejÓ para zarpar. 



II 



La vida á bordo ,de un buque de gran porte, ofrece durante una 
larga travesía ciertos accidentes dignos de referencia. Por la ma- 
ñana se lucen loB trajes más ligeros y^(^prichoso3 que es dado ima- 
ginar; como, generalmente hablando, los hombres nos levantába- 
mos á'las cinoo ó las seis, después de tomar un baño subíamos todos 
sobre cubierta á tomar café ó chocolate y fumar un cigarro; las 
señoras no han salido aún de sus camarotes, y, por consiguiente, 
es lícito^asear vestidos á la china, ó sea con una paokama, que se 
compone de tres piezas: un pantalón ancho y cerrado sin botones, 
atado á la cintura por medio de una cinta pasada en jareta; una 
chaqueta Sotante y sin cuello, que se abrocha con presillas y bo- 
tone! de torzal; estas prendas son de lana muy fina, de seda ó de 
algodón rayado ó blanco. Completan el atavio matinal nn casquete 
de seda azuPque apenas cubre el ohciput, y de cuyo centro se des- 
prenden profusamente cintas estrechas de colores varios, bastante 
largas para caer sobre la espalda, y unas chinelas de Hong-Khong, 
tejidas con paja de arroz; este trage escusa la camisa; sin embai^, 



[),qm7-.obvGoO<^lc 



no i'esulba entof&m^^ deshonesto, es muy &eaco j peculiar de los 
europeos que viven ó hau vivido en la India, especialmente de los 
holandeses; mas tampoco feltan franceses y aun inglesas que lo 
adopbwi, observación que confirma más y más la tesis ppr mí aos- 
t^iida en otras publicaciones de que el pudor, las conveniencias 
de la sociedad y hasta sus leyes eu su esencia dependen) son faa- 
ciones 6 están informadas, como ahora se dice, por el clima de las 
diversas regiones del globo, cuya latitud influye hasta en la rell- 
gion que s^s habitantes profesan. 

Ni en el Oñenté, ni m^os en el extremo Oriento, puede exi- 
^TBO ¿ un inglá, qne en Londres no osaña pronimcíar la palabra 
camiaa delante de una señora, que la tenga puesta á ciertas horas 
del dia. La humanidad hace lo que puedS y no siempre lo que debe: 
en Europa el frió permite á sus habitantes afirmar y sostener rígi- 
dos principios de moral é inexorables reglas de etiqueta; mas cuan- 
do surcan los mares y en determinado país sienten las abrasadoras 
caricias del sol de los trópicos se inclinan dóciles é imitan el ejem- 
plo c[ue les dan esos mismos pueblos que califican de bárbaros, adop- 
tando BU vestido más 6 menos modificado, sus usos, sus costumbres 
y hasta sus debilidades galantes. Los residente» de Java, los oficia- 
les del ejército anglo-indostánico y los alcaldes mayores y menores 
de los distritos filipinos, saben algo de esto; mas, entíáidase bien, 
yo no los acuso ni censuro, antea propendo & disculpar eaos áealicea 
propios de la existencia indolente, suntuosa y sultanesca ás que no 
pwede prescindirse en los dimas tropicalea, donde no solamente es 
natural sino que constítuy© la única compensación de un espíritu 
civilizado que se encuentra l^os de su patria, fuera de la cultura 
occidental en que se educó y era su centro.' 

Si un baño es si^npre a^^able, figárese el lector cuái^ delicio- 
so será on estas latitud^ sumergirse, después de una Eirdorosa nodie 
pasada en la estrecha litera del camfirote, en blanca concha de már- 
mol, llena de límpida agua salada, aunque esté á ima temperatura 
casi igual á la de la at^nósfera. Sin^embargo, pasado el estrecho de 
Bab-el-Mdndéb, y entrando en el golfo de Ornan, el calor no es tan 
sofocante, brisa táiue refresca las aguas del anchuipso Océano, 
Áqui, en fin, se respira, no obstante que á medida que se avanza la 
latitud es más baja; pero habíamos salido de ese lago ardiente que 
se llama el mar Boio. 



jvGoO'^lc 



A las nueve y media todoa los pasteros estíúi convenientemente 
veetidoa é invaden el comedor; terminado el almuerzo, vuelven al 
pnente, y allí los más j(ivenes ae entretienen jugando á los tejos, 
mientras loa hombree graves pasean 6 leen tendidoa en lai^oa aUlo- 
nea de bamba; mas bu lectura era generalmente muy breve; pnes 
los liorroreB déla digestión y el balance del barco son aliados de Mor- 
feo, y pronto quedan sumidos en dulce letargo. "Yo, que nodormia 
ni jugaba, vf muecas tan poco graciosas, fenómenos fiaionómicos de 
esos cuyo secreto debía ocultarse en el miaterio de las alcobas, y 
contemplando el rostro desfigurado, la boca torcida y la colgante 
lengua de algunos durmientes, pensaba que Balzac tuvo razón cuan- 
do, en su Fisiología del Matrimonio, aconsejií á los maridos, entre 
obras máximas áUles para conjurar el Minotauro, la muy esencial 
de que cuiden de no dormirse antes y despertar después que sus 
caitas eapoaas, 

A las doce vuelve á sonar la eterna campana que llama al co^ 
medor, es la hora del luiich ó del tiphin, como en la India inglesa 
se dice. Jamones de York, galantinas, queso, pan y sandias hela- 
das, todo ello anegado en un mar de cerveza, son los componentes 
de este refigerio, por punto general. El español no bebe 6 bebe poca 
cerveza; mas los ingleses, los alemanes, los holandeses ¡qué espon- 
jas! C3omo sazona todos sus manjares con mostaro, cavia/r, cárri y 
otros ^cesos, hají menester refresco^ copiosísimos. Las sandias de 
la Arabia Feliz son las mejores* del mundo: de un tamaAo mayor 
que laa colosales de Valencia, exhalan un aroma tentador, y su co- 
lor rojo es tan subido, que están diciendo ¡comedme! 

Durante las horas de siesta, se lee, se escribe ó se duerme, ex- 
ceptuándose únicamente de esta regla, los múñeos y los enamora- 
dos, que nunca fivltanábordo, pues si pasajero que no loestaba cuan- 
do ae embarai, suele Cupido herirle con sus dardos en plena mar. 
Y es natural: loa jóvenes, cuya preocupación es el amor, hermoso 
ideal que persiguen bodas laa almas y cuya vanidad no se reconoce 
ni coiuSeea hasta el otofio de la vida, cuando la nieve de loa años 
que blanquea nuestros cabellos, calma también la fiebre de nuestros 
sentidos; ó antes de esa edad cuando pasiones voraces y amargos 
desengañoa^eevanecen cual huracán furioso las nubes que ocultaban 
al perturbaao entendimiento la verdad, que es el sol del humano 
espíritu y tiwie, como el astro del día, fülpdos rwplaadores y oscu- 



[í.qm.oobvGoO'^lc 



ras manchaB : las mancbaa de la realidad siempre tristes, que toman 
nuosbra alma Homhría á medida ciue bus resplandores iluminan nues- 
tra Inteligencia. 

Sí, en esa edad feliz que fugaz se desliza en^re placereB, cuando 
el hombre cree y espera, cuando henchida su alma de üusioneB no 
imagina siquiera que ha de llegar un dia en que la realidad de la 
vida se le presenta con toda la deformidad de au esqueleto y le diga 
que cuando más creia brillar y divertirse, amar y ser amado, no 
era sino un personaje candido, juguete de bus locas pasiones; cuan- 
do la férrea mano de un destino implacable no ba eabnijado 6odaT!a 
nuestro corazón, se siente uno dispuesto, inclinado fatalmente á 
amar y más aún viajando por mar, pues la ociosa vida del nave- 
gante brinda más ocasiones de enamorar en un dia & una mujer, 
que tal vez durante un año en tierra. Viviendo en intimo contacto, 
á cada momento los ojos se encuentran, ee cruzan sooñsasF brotan 
espontáneamente las palabras, m^zclanae los suspiros, loe pensa- 
mientos se cristalizan, bullen tumultuosos loa deseos, y el amor 
crece con rapidez pasmosa y fuerza incontrastable. For algo Uetas- 
tassio definió de esta manera el origen y progresos del 

AMOEE 

£ un fftiao nnme . '. ' 

cite d' 6Ú0 nMce, 

é che BÍ paace 

Ai vanita 

tictieiztuido iwceiide, 

bí ÍBCoatiuae 

al ñu id rende 

necesaitá. 

Es innegable, además, qu&4^ contemplación de las maravillaa 
de la naturales, conmueve el alma y la predispone á sentir con 
vehemencia las dulces emociones del amor. Al poherse el sol, cuan- 
do eu rubicunda faz se encuentra en el ocaso del diáfano cielo de 
las Indias, se le ve' trasponer rápidamente y cam sin crepúsculo, 
ahuyentando con sus postrimeros rayos refulgentes las nubes de. 
gasa caladas y de caprichosos mirages que parece escoltan su dorado 
carro y vagan ligeras por el espacio en tomo suyo: ñapando cual 
se hunde allá en la linea del horizonte el Ituninoso globo entre laa 
aguas y á estas relucientes en seguida como bruñido espejo que re- 



giiroíb/GoOt^lC 



fleja laa blancaíi c«tt^e(tnte8 lacea de naílones de esbr^Iaü , icómo 
no Tesr«D tan grandioso espectáculo la imagen de vidaT 

Agnel fuga^ CTepósculo es la juventud primera qne momentá- 
neamente biilia y deeaparece comoiua meteoro, aijnel mar es la pe- 
nambm. en qne se pierden nneetras ilusiones, actaellos laceros que 
cmz&n el espacio como cohetee deepr^Ldidos de la celeste bóveda, 
son loe indelebles recuerdos C[iie el fdma atesora j cuyos desteUos 
oonteH^La con inefable melancolía, como las odaliscas en sa harem 
vivido caer las hojas del jazmín piensan qne bub encantos ee -mar- 
chatarim como ^asi En estos momentos siente el coraron terrible 
angiBUa; parece que la vida se escapa y el iastinto de la propia 
conservación, aliado con el sentimiento de lo bello, se a^ran te- 
naces á la existencia y no pudieitdo prolongarla quieren al m^os 
gozar los instantes que dura. Entonces se ama, y se ama por ins- 
tinto, sin más fin que sembrar su camino de flores que el viento 
arrebatará sin piedad un dia; su más fragancia y su color embelle- 
cetÁa un instante de la existencia; la mirada busca ansiosa un ros- 
tro de mnjw, y el^, como presiente ó está agitada por el mismo 
sentimi^ito, electriza el espacio con sus húmedos ojos, la corriente 
tnagn^ica se establece y nace una pasión 6 cosa parecida. 

Esta observación es fruto de mis largos viajes, en ninguno de 
los cuales he d^ado de ser testigo de una ó varías pasiones. 

El Ca/mbodge contaba %ntre sus pasi^eros tres señoritas holan- 
desas, crloUas de Javft, que se hablan educado en Bruselas y vol- 
vían á la tierra de fuego donde nacieron. Toda mujer bonita tiene 
madre, marido, hermano, ó por lo menos una tia que es su cancer- 
bero, la sombra del cuadro, la primera espina de la flor de los amo- 
res, un personaje siniesbro qne desempeña papel muy principal en 
toda intriga amorosa. 

Afortunadamente, estas tres beldades eran hermanas y no habla 
más que una madre; pero esta ventaja se compensaba con dos incon- 
vwúentes: un tio, respetable por su abd<imen, y un primo buen 
mozo y d&brutal aspecto. Tres guardianes, tres nádamenos, y luego 
la circunstanóa de e«tar las niñas recien salidas del colegio, intacta 
la corola de la flor de bu timidez, de esa timidez propia de la inex- 
periencia que cubre* de rubor sus mejillas ante la mirada^ ante la 
voz de un hombre... imponen á cualquier mortal que no esté pre- 
meditando un casamiento. 



jvGoO'^Ig 



LaB trea gracias tenían además un séquito de coTux^triotas fim- 
cionañoi, negociantes 6 plantadores de eapeciae en JaV, cuya 
je^Ka gntoral no me era simpáUca, y cuyos ordinarios modalai no 
me hacían desear su sociedad, por todo lo cual no formaba yo parte 
de la corte de aquellas niñas, si bien cuando se ofrecía les prestaba 
los servidos á qne las damas tienen derecho, según las leyes de la 
galantería. Siempre gii6 hablaba con eUaa me hacían preguntas mil 
sobre Espaüa y sus costumbres, sorprendi^dose coando les refería 
algún rasgo heroico, un arranque de entusiasmo, una de esas mag- 
nificas, elocuentes y apasionadi<s páginas que solo se escriben en los 
paisea caballeivscoe. Silendosas y pensativas, yo leía en sus puras 
frentes la comparación que mentalmente hacían de la generosa san- 
gre castellana con la cerveza evaporada que circula por las venas 
holandesas. 

La hermana mayor se llamaba Ulfa, tenia diez y ocho años; era 
alta, esbelta, muy blanca, con ojos azules como záfiros, pero úa 
ejcpresion; exuberante cabellera rubia dorada, roja casi, caia en es- 
pléndidos rizos sobre sus hombros, escapados de un sombrero ador- 
nado con velo de gasa^zul más claro que la lana ide su sencillo 
trage de camino. Desde los primeros díiis de nave^cíon se mostró 
sensible á los suspiros de un joven firanoés, empleado en el Cmnp- 
tovr d'ecompte, y^bo me dio inferior idea de la delicadeza do su 
gusto. • 

La segunda respondía al nombre dé.Gret<^en, había naiúdo dos 
l^os después que su hei-mana y tenía también rubios los caJ>eIlos y 
blanco el cutis; sin embargo, era morena. Me explican^, que esta 
afirmación no es parádógica como parece á su úmple enimcíaoíon: 
Severo Catalina ha dicho en un libro célebre, que el amor es rubio, 
pero la pasión es morena. Pues bien, la celestial mirada de Gret- 
chen lanza destellos tan vivos, tan intensos, tan cargados de electri- 
cidad, sus libios sonríen de un modo tan vago y provocativo, las 
sonrosadas ventanillas de su fina nariz se entreabren con tal fre- 
cuencia para dar paso á una respiración ardiente que agita las tras- 
parentes olas de su seno, más desarrollado de lo que á su edad cor- 
responde, hay en sus movinñentos una languidez y en sos actjtudea 
un abandono, que no era posible equivocarse: cualquier hombre de 
mundo con solo camHar una mirada con la gentil criolla, se con- 
vencia de C|ue tenía delante una mujOT que, no obstante su blonda 



)vGoo<^lc 



cabellera, es morena, morena de alma de fuego y fantáaticoa ensue- 
ñOB. Gretchen m la heroína de la breve hiatoria que voy 6. referir, 
Babia entre los pasajeros españoles ün joven de v^te años, 
guapo- mozo , de -fisonomía dulce y expresiva. Muy pagado de 
su figura, peinaba con escesívo esmero su lustrosa negra cabellera 
* y au barba recortada en ag uella forma que el t^or McColini puao 
á la moda en Madrid allá por los aiLos de 1863 & 1864>; sin ranbar- 
go, debo hacerle justicia, el pelo, la barba y dos ojos vivos y pica i 
reecos hadan resaltar la palidez mate de su tez. De modo que ese 
jtíven, bien vestldoy con maneras menos afectadas, habría sido capaz 
de fijar la atención y hasta de volver loca de amor á cualquier 
dama de cuarenta años, edal fdiz en que la mujer cree, dit-on, en 
la eternidad de las pasiones; mas [ay! mi compañero de viaje, tan 
simpático y bello, se había eqmp^o en alguna ropería de Santa 
Cruz, eso saltaba á la vista, y además abusaba de la bandolina, 
prop^idia á tomar posturas acad^icas é inclinaba su cabeza sobre 
el hombro derecho con ánimo deliberado de parecer más guapo. 

Estos ligeros defectos, juntamente con la barba Niccolini, le 
hubieran perdido en todo salón elegante; pero c»mo jamás pisó 
ninguno y hasta aquel momento histórico se habia contentado con 
los fáciles triunfos que brinda el salón de Capellanes durante su 
largo Carnaval, ó bien con las flores más 6 menos frescas que algu- 
nas bellezas oto&alea habían quizá arrojado en su camino, no babia 
corrido semejante peligro. Sea como quiera, él sabia que era bonito, 
Grett^en le gustaba, y si' no declaraba su atrevido p^isamiento 
consistía en que no hablaba más idioma que el castellano, y la mo- 
rena de cabellos rubios posóa, además de su lengua nativa, la ale- 
mana, la inglesa y la francesa, poliglotbmo que no debe extrañar á 
nuestros lectores porque en todas las colonias orientales se enseñan 
á las niñas muchos idiomas, á fin de que sepan el de su futuro es- 
poso, cuya patria se ignora caá siempre; ellas saben, no obstante, 
que han de casar con un extranjero, es más, lo desean, prefiriéndolo 
á un rudo plantador que ae dnerme á las ocho de la noche rendido 
de fatiga, ó á im hombre dé negocios que cuando cesa de liablar do 
exportación é importación, de alza y de baja de valorea, no sabe quá 
decir y aburre á su mujer que, educada costosa y brillantemente en 
Europa, tiene un espíritu cultivado, altas aspiraciones en su alma 
y acaso también refinamientos de gusto, 



[),q,t^-.0bvGoO<^IC. 



Que Ia majer «1 cabo ménoj I ¡ata 
Tiens ea ta conuson oigo de artista. 

Los holandeaes aborrecen el nombre español, y por esta razón 
y otra más práctica, c|ue consiste &i los pocos compatriotas aaestros 
que visilau la isla de Java, loa padres de QreAchen no le dieron 
profeaor de la lengua do Cervantes. El doncel enamorado lo supo y 
se abstuvo de hacearse presentar á su Dulcinea; mas ai^npre la es- 
taba mirando, j ella pr(»ito se ofterclbió, gae por algo ee mujer, y 
mujer de aentimientos ton vivos como el carmi» de los trulipanea de 
BaJAvia. 

Un domingo se bailaba, con gran escándalo de los misioneros 
protestantes, luteranoB, reformistas, presbiterianos, anabaptis- 
tas, que púdicamente y uno tras otro fueron abandonando la cu- 
bierta para refugiarse en sus camarotes, donde quizá sofiañan que 
en una tribuna elevada sobre la llanura sin limibee de DelU ó desde 
la altura incomensurfible de las arlst-as del templo de Boro-Bodor, 
colosal monumento de una arqnitectura monstruosa que tomó por 
Upo de BUS molduras las cortaduras dé las sierras, y nadie sabe la 
época en que filé erigido porque á ella no se remontan las tradicio- 
nes del arte, pronunciaban nn sermón dividido en noventa puntos 
y unas cuantas comas^^' wu tal su elocuencia, tan ardiente su celo 
propagandista, que 300.000 indios se convertían al cristianismo. 
Solo un eclesiástico presenciii el baile, un joven mestizo de Tagalo 
y China, ó vice-versa, nombrado canónigo de la santa iglesia cate- 
dral de Manila en los primeros alboree de la revolución de Setiem- 
bre. Sus OJOS oblicuos relampagueaban mientras se seguían la curva 
que en sus ondulaciones forman las parejas arrebatadas en confuso 
torbellino por un wala de Stranss; mas el ñn que d señor canónigo 
se propuso al quedarse, era, como no podía menos, un fin santo. 
Fara combatir con éxito el vicio, es preciso estudiarlo de cerca, me 
dijo su reverencia. 

Sentado á la turca enlapenumbra'formada porlos faroles de co- 
lor que iliuninaban el toldo delsalon del baileylaoscuridad delres- 
to del puente, fumaba yo un habano, recordando sin pena los tiem- 
pos no remotos en que cometía la inocentada de bailar por bailar, 
cuando Qi'etchen ysupaareja se detienen junto á mi para descansar. 

Me levanté y ofrecí á la palpitante jó vea mi butaca, que ocupó, 



jvGoO'^lc 



después de haber despedido á. su caballero con una reverencia de 
gracias. Nuestra converaaciOn empezó por la siguiente pregunta: 

— iPor qné el mÁs joven de vuestros compatriotas que viene á 
bordoj no se acerca nunca á nosotras? 

. —Le parece inútil la aproximación, toda vez que no puede ex- 
presarla admiración que V. inspira. 

— Y bien, que la exprese, 

—Imposible; ese caballero no habla máa ^ue español, y V. creo 
no se ha dignado aprender esa len^a. 

— No importa; yo sé hablar con un mudo, si tiene ojos, 

— Pero, señorita, iqidén ha enseñado á V. esa distinción tan sutil 
que solo adquieren loa naturalezas superiores con la experiencia de 
• la vida? Supongo que eso no ae aprende en el colegio belga. 

— No es belga, sino inglés, el colegio de donde salgo. 

— Lo tendré presente, — o! que murmuraba á mi lado el conde 
Mejan, — para no educar en él ninguna de mis hijas. 

— Fdicito á V. por aua precoces conocimientos, — continué; — us- 
ted será una mujer íamosa; y si rodando por el mundo llego algu- 
na vez á, Batavía, deseo encontrarla casada" con un hombre respeta- 
ble, rico banquero ú opuWnlx) plantador holandés. 

— ¡Con unpolandés! V. se chancea, eso jamás; yo me caaarécon 
un español, y no quiero vivir en las Indias, sino en Europa. 

— iCon un español? — repuse con acento que parecía alaiTaado. — 
Debo advertir á V. que yo he pronunciado ciertos votos y... 

— ¡Fatuo! — gritó con cómica indignación,— tome V., esto mere- 
ce un castigo; — y me dio un abanicazo en la mano. Luego, pesaro- 
sa, dijo: — ¡le he hecho & V. daño! 

— Manos blancas no ofenden,— le contesté inclinándome. 

— ¡Ahí los españoles son insoportables con sus eternos requie- 
bros; vamos, imíteme V., levántese y demos una' vuelta. 

— Pero, yo no bailo, señorita. 

— Conmigo bailará V.; ¿qué se diria si me dejase en pié delante 
de tanta gente? 

Knlacé mi brazo alrededor de su talle , murmurando la pala- 
bra ¡hechicera!... y nos perdimos en la confusión del baile. 

De regreso en nuestro sitio, me entregó su abanico y sonrió más 
bien que pronunció estas palabras: 

— Debe V, tener calor. — Tomé el abanico y le hice aire con él, 



jvGoO'^lc 



- — ¡Ay! iqu^ agradable flecara!.,. ¿LoaeBpailolwabanicAiiáaa- 
pre así & las damaa? 

— Sí, hasta que se casan. ' 

— Y, una vez casadas, ¡sin dada las abanicará su maridoi 

- No, señorita. 

— iPuea quién? 

— Cuando se case V. tendré elbonor de contestar á esa pregunta. 
TJn criado pasó en este momento con una bandeja de copas de 
Champagne frappé. Gretchen tomó una , la levantó á la altura de 
mis ojos y BH la bebió en un trago; yo imitó su conducta. 

Quedóse ella pensativa duran'* algunos instantes ; de repente 
exclamó: 

— ¡HermoBa noche para pensar en amores! 

— Las personas que los tengan, — observé con intención. 

— iQué, V. no tiene? 

— No, señorita. 

— Pero íhabrá V. tenido? 

— Tampoco. 

— No lo creo; porque V. también tiene ojoí de esos en que las 
mujeres sabemos leer. 

Estas palabras fueron dichas en voz tan tmue que parecía un 
suspiro. El mozo pasó otra vez con la bandeja llena de espumantes 
copa»; la bella holandesa tomó otra copa ofrecida por mí, y viendo 
fermentar otra en mi mano, saludó qon gracia encantadora, diciendo: 

— ¡A vuestros amores! 

— ¡A vuestra belleza!— conteste saludando y bebiendo á mi vez. 
Un caballero vino á solicitar una polka, y Gretchen rae dejó, 
pero su abanico y su pañuelo, abandonados á mí lado, me indica- 
ban que volvería. 

Un colegial inesperto, un pollo sietemesino se hubiera creído 
en plena conquista: mas esta idea no me pasó por las mientes; esta- 
ba s^;uro que no era ese el móvil inspirajjor de las inocentes co- 
queterías de Gretchen; un secreto presentimiento me advertía que 
ella no era impulsada por ningún fin que me fiieae personal. 

Volvió la linda criolla; páseme en pié para entregarle su pa- 
ñuelo, y le hice aire con su abanico. 

— iDe veras, no ama V. á nadie? 

— Señorita, yo amo á todas las mujeres. 



.;CoO'ílc 



il 

— iK todas).., — intreiTumiáó riendo como ima aína; — entoncét 
también á lasfoas... ¡ahí ¡ah! 

— Las feaa, señoiibaj no son mujeres, en mi humilde opinión. 

— Es curioso; jle parecen á V. hombres? 

— No tal ; la impiesiou que me cauaan eaja de s^r^s- bípedos é 
implmues, organizadas quizá como la mujer, en lo que ésta tiene 
de humano; mas lea íálta el quid divinv/n^ la chispa eléctrica que 
enciende laa almas , y no se me alcanza au utilidad ; pero los altos 
juicios deDioasoa incomprensibles, 

Gretchen ae rió mucho de estos desatinos que yo decía con grave 
continente y voz reposada. Cuando cesó (Jfe reír rae interrogó en 
estos términos: 

— lÁiüs. V., aegun eso, & todas laa hermosas? 

— Si; pero laa amo en conjunto, como expresiones vivas de la 
belleza, como prodigios de la naturaleza , como humanas estrellas, 
como un firmamento de tentaciones. 

Esta definición de mi sentimiento estético la hizo refiexionar un 
momento, al cabo del cual, exclamó: 

— Comprendo, comprendo y quízáadmiró laardiente imaginación 
de que brotan ideas tan originales , ma^s no quisiera ser yo su esposa. 

—Por mi parte, jamáí me atreví á soñarlo siquiera. — Ella no me 
oyó ó hizo como si no oyera, y continuó: 

—¡Qué son y cómo son los hombres?... cuestión difcíl; tienen 
i^os ó no los tienen; en este caao me dan horror, yo no puedo su- 
frir nada vulgar; en cambio los hombres no vulgares me gustan, lo 
confieso, pero me dan miedo porque suelen aer, como V., exajerada- 
mente artistas y ¡ah! ¡tiemblo á la sola idea! 

— Diciendo estas palabras, sus ojos centelleaban, y este detalle 
confirmó mi opinión de que Gretchen era morena sin parecerlo. 
EUa, entre tanto, murmuraba: 

— ¡Trance cruel! ¡mbácil ó infiel... no hay término medio. 

—Sí que lo hay, no lo dude V., y yo espero que el esposo que 
usted elija se lo probará. 

Rióse locamente y repitió varias veces: 

— ¡Mi marido! ¡Mi marido!... Allá veremoa. 

El Champagne vino de nuevo á tentamos; Gretchen tomó su 
tercera copa, miróme de frente y sin dejar de sonreír. La luna, 
aquella luift cuyos destellos bordan de plata el golfo de Bangala, 



g,:,7.::b,G00'^lc 



Hnminaba en boda aa pletütad el semblante encantador, candido y 
provocativo á la vez de ia criolla.; yo la contemplaba con un arro- 
iMuniento de arjtÍBta qne tenia algo de impertinente. Levanta su 
copa lentamente y como saboreando el efecto q^ue producía; se 
acercó mucho, aunque no demasiado, & mí, y brindó ¡á vuestros 
ojos! — La tercera copa pasiS como las dos anteriores. 

Aquella mezda de candil y de desenvoltura, de casta ignoran- 
cia y de refinada galantería, constituía nn tipo digno de estudio; no 
di^ especial, porque estas antítesis son frecuentes ea las mujeres. 

— Espero que, estará V. contento de mí,— dijo con su voz máa 
dulce, — ino es verdad que soy amableí 

— Adorable, irreástible, sin par. 

— Oradas, es demasiado favor. Ahora va V. á hacerme un favor. 

— Mande V., y obedecerá como el más negro de sus esclavos. 

— Entonces presénteme V. ese joven y taciturno español; qtátTO 
bailar con él esta noche. 

Momentos después estaba hecha la presenta<Ü0Q; llevé mi con- 
descendencia ha«ta traducir sus primeros cumplimientos, y me retii 
rá. Al dia siguiente me contaron que no se habian separado duran- 
te el baile, y, lo que es máa, hablando continuamente con gran ani- 
mación. jCámo se entendían^ — Yo lo ignoro; pero es lo cierto que 
sin hablar la misma lengua ellos se comunicaban y estaban en in- 
teligencia, puesto que unaa veces parecían tristes y otras alares, 
lo mismo que dos personas que cambian entre sí ideas y senti- 
mientos. 

Loa episodios de este amor naciente fueron pronto el tema 
usual d,e las conversaciones de á bordo; sin ser malévolos, sino cu- 
riosos simplemente, muchos pasajeros tomaron como pasatiempo 
observar 6, los amantes y burlarse de los ardides* que imaginaban 
para encontrarse solos un instante, estrechar sus manos al bajar 6 
subir una escala y otros goces no menos inocentes; los holandeses 
hicieron el vacío en derredor de la interesante criatura que osaba 
amar á un hambre nacido en la misma tierra que el gran duque de 
Alba; su familia parecia no sospechar lo que pasaba, y los jóvenes 
eran felices. Únicamente dos ayas suizas, de reIij;p.on protestante, 
que iban á Batavia en busca de niñas que educar, loa criticaban acer- 
bamente; y esto es natural: las desgraciadas no eran hermosas ni 
mudiQ m^nos, y no podían ver sin envidia una dicha que el desti- 



jvGoO'^lc 



no, 6 mejor dicho, sns mal -trazadas penonas les habla rehusado, 
condenííndolAa á peip^o celibato. 

Mas Á la uatoraleza ía.é con ellim innata, Dios, en su infinita 
misericordia, les concedió la chispa divina, recibieron una educa' 
cion saperior, y estaa caalidadea les permitían enseñar lo tuiioo 
q^ue enseñar puede el aéi femenino desprovisto de encantos Ssicos: 
geo^raña, historia, literatura é idiomas. [®ét desgraciado ^ue lleva 
faldas y no es mujer, sino simplemente hfembra, para á no rige ia 
eterna ley de las compensaciones! 

Soplaba el monscm de Nordeste y el viento nos era contrario; 
pero el cambio de monzón empezaba witoncea, habiendo cesado á 
últimos de Setiembre el de Sudoeste, mucho más diwo y traidor 
que d K. E. — Maa bien que viento soplada una brisa fresca y li- 
gera que hacia más llevadera la existencia en aquella zona de fue- 
go que no se apaga hasta llegar 6, Hong-Kong, lo cual compensaba 
la lentitud de nuestra marcha. Pasada la isla de Socotora, no an- 
dábamos mas que nueve millas por hora, siendo así que el andar 
del buque es de doce; mas esto ea preferible á ser impelido por el 
fnonzoQ de H. O., que levanta olas G<Mno montaSoa, sacude los na- 
vios onal si ñieisn frágiles esquifes, y suele convertirse en uno de 
eso=r tremendos huracanes que se llaman tifones que sumergen las 
nav«s en un solo remolino. Así, pues, habiendo sido feliz mi tra- 
vesía por el Oo^Mio Índico, no tengo el derecho de que usan y abu- 
san casi todos los que tieoMi la debilidad de contar sos viajes di- 
ciendo estas presuntuosas palabras: "A la mesa casi nunca nos sen- 
litábamos mes que el comandante y yo, áeflal inegufvooa de que el 
narrador es hombre de sólido estómago, cabeza firme y algo linfá- 
tico, un lobo marino, en fín. 

La palabra mesa evoca ia idea de comida, y voy á hacer el bo- 
ceto AfA cuadro de costumbres extremo -orien'iales que presenta la 
cámara de popa, salón y comedor alternativamente en ese momen- 
to. Inmenso salón de oaoba, cuyas paredes, artéticamente talladas, 
disimnlan las puertas de diez camarotes de preferencia y de la sala 
reservada á tas señoras, tiene en su fondo, sobre la misma hélice, 
un piano banqueado por dos bibliotecas. La distancia que media 
entre cada uno de estos tres muebles la ocupan dos divanes de orín 
adaptados al medio punto de la rotonda; dos mesas para cincuenta 
cnbiertos la' dividen longitudinalmente en tres calles que facilitan 



)vGoo<^lc 



la círooUcioa de lóe mozos de comedor ; xm ma^^ulfíco aparador 
llena el, obro testero frente al piano. De la techumbre penden dos 
punkas (1) que ¿ tea bonia de eomer mueven jóvenea chinos oon la 
cabeza afeitada y sueltas ans largas trenzas, desarrollando una sua- 
ve corriente de aire, brisa artificial muy agradable, merced & cuyo 
soplo es posible comer, y tan necesaria, gue en toda la India, en el 
Sur de China, en Oochínchina, en el Cambodge, etc., no hay casa, 
fonda ni navio sin ese precioso mueble. Loa chinos afectos á este 
servicio no deben ser empleados en otras tareas, puea no solamente 
en el Celeste Imperio, sino en todos los países orientales el princi- 
pio de la libertad del trabf^o, bueno en sí, se llera haaba una exa- 
geración aatiecomímica. Un chino, sea fiíQoiondj-io público, obre- 
ro, criado 6 culi, no hace más c|ue una cosa; si, por ^emplo, el 
mayordomo de una casa ve gue esta se quema, lleva su celo hasta 
el punto de avisar al jardinero para que acuda con su regadera, 
mas nunca cogería un cubo ni una piqueta. 

En cuanto á los adscritos al manejo del pankak, son muy in- 
teresantes: pálidos, inmiivilos, con su fisonomta impasible, su táni- 
ca de blanco algodón y sus anchos calzones de seda azul, parecen 
cariátides de marfil esculpidas en las puertas do caoba, ó bajo-re- 
lieves pintados de amarillo, blanco y azul. 

Otros subditos del sublime Emperador — hijo del sol, habia á 
bordo dedicados á oficios varios; los fogoneros son naturales de 
Aden ó de Suez, úníci» seres capaces de vivir como salamandras 
en la atmósfera infernal de los hornillos. Aún así, su capataz, hom- 
bre flaco en extremo, nervioso, de cutis pajizo y vestido con un 
traje encamado que parece la librea del diablo, tiene que apelar 
al látigo para obligarles á entrar en la caldera. Estos infelices vi- 
ven poco. Malayos, chinos, indios, europeos, y también algunos 
chinee, componían la tripulación; de modo que las razas, las reli- 
giones, los trajes, las costumbres más heterogáieas y contrapuestas, 
se mezclaban allí confesamente. TJn barco es un universo en mi- 
niatura, donde tampoco faltan intrigas y pasiones gue se a^tan 
tempestuosas 6 arteras en aquel recinto limitado y mal seguro. 

For lo dicho se viene en conocimiento de gue el día eetá bien 



(1) Grande» abanicos de formi roctingiiUr, hoohoa da tela y <iue ■• agitftn por 
in«(lío i« un lísteme de pole» y oordonu muy íngenfoso. 



jvGoo'^lc 



4& 

diatríbiiido eatre loa baños, las comidas, la música, la conversación, 
la lectura y la escritura; réstame solo hablar de las noches. 

¡Ah! las noches de la India son indescriptiblds. ¿Qui&i es capaz 
de pintar oks crepúacnlos instantáneos, pero espláididos como una 
aurora boreal? jQué, pincel, qué pluma tiene el mágico poder de 
condensar sobre papel ó sobre lienzo la tenae sombra que & esos 
crepúsculos sucede, sombra que bruñe las aguas en los sitios donde 
1^ claridad de la luna no recama lujosamente con sns luces de plata 
la inmensa liquida extensión, el trasparente manto de las coquetas 
ninfos? Las estrella» brillan apenas y á lo lejos se muestran tími- 
das, respetuosos pages del sájuito innumerable de Diana, mientras 
el navio se desliza magestuoso comu un gigante rey de aquellas so- 
ledades imponentes, azota el espacio con su negro penacho de humo; 
negras é indistintas siluetas de marineros que trepan lijeroa á la 
jarcia, se destacan entre los másüles, cual -^ntásticos espíritus que 
danzan en el aire evocados por el penetrante silbido de una divini- 
dad infernal. 

T el hombre, el pasagero, el marino en tajito nuspendido entre 
dos infinitos, imagen cierta, de la existencia humana, se siente vi- 
vir y en an fantasía puebla aquellos desiertos, sin fin visible, con 
los recuerdos que su alma guarda y con los sueños que su mente 
halaga. Verdes colinas, esmaltados prados, salvages rocas, cauda- 
losos rios, mansión humilde ó espléndido palacio, las láminas to- 
das del álbum de su vida, allf las ve animadas, palpitantes. En au 
abstracción, escuchando el silencio elocuente de la natui-alezq. oye 
también el timbre de aquellas voces que más amó, reminiscencias 
de la música del corazón, ecos sagrados que trasmite por'evocacion 
el mismo genio que combina la luz y la sombra para hacernos ver 
imágenes más ó menos sobrenaturales. 

Lo que cada' viajero piensa, lo que siente en estos momentos de 
éxtañs, icómo decirlo aunque lo supiera? — Kisteríos ine&bles y 
puros, yo os respeto y no levantará siquiera una punta del velo en 
que os envuelve el divino artista de la creación. 



b, Google 



m 

Diez diao decaes de nuestra salida de Ad«t, Ufamos & Fonta 
de Galle», puerto de 1& iala de Ceílan, la isla de Rachius de los fe- 
nicios (1), la Trapobuia de ¿ri^oa y romanos, nombre derivado del 
sanocñto Tapd-vana (2) óde Tap6-ravui, bosctne de Rayana, el rey- 
de las diez cabezas coiic|iiÍstador de la iala, subyugado á stcTez por 
Rama; que en esto diñeren los autores, opinando algunos que ese nom- 
bre se deriva de Tambapamica, hoja débete, cuya forma tieue la isla; 
los árabes le llamaron Serendib, los tamules Elangey, loe iodósta- 
nes Lmka (3), loa singaleses, sus naturales Chíngala (4), y de aquí 
por corrupción europea Ceilan. Ea las lenguas malaya, siamesa y 
birmaua tiene r^pecüvameube loa nombres de Sakapura, Tevalui- 
ka y Sebo, Fueron sus primaros habitantes conocidos loa vedas, raza 
que se coiuerva todavía en el interior de la iala, p»o sin civiliza 
cion, sin cultura, degenerados sus deecendientesi-haata el últJmo 
punto, Tueltoa al estado salvaje; su idioma es ignoto y no pertene- 
ce á ninguna de las &müíaa conocidas en el mundo í^ltigico, & 
ju^^ por lo extraño de sus vocea, cuyas raicee y terminaciones no 
indican el más remoto parecido con algún lenguaje humano; su re- 
ligión es el sabeismo y su culto ofrendas á los muertos; observan 
la poliandria, que permite & cada mujer el lujo de nueve maridos 
legitimos, lujo que por lo demás se permiten todas las demás castas, 
desde los singiJeees hasta los tamules; viven en troncos de árboles 
y se i^imentan con carne de ciervo cocida al sol, miel y frutas. Sus 
armas son la maza, el arco y la flecha de asta, cuya longitud má- 
xima es un metro, siendo tan buenos tiradorea, que con ellas matan 
elefentes; para conseguirlo, le apuntan desde muy cerca y al cora- 
zón, al contrario de los europeos, que siempre tiiaD>á la Irente del 
animal. 



(1) JoToa, rey de Tiro, m»ndi gí»bar en ú templo de líslcarte ilñ» relaoioa del 
TÜye hacho á e3a islft por Cotilo, Celaco y Jamino, (Sanclioniaton, Frogmeatos.) 

(2) Bosque dal ídiiiií, donde los anasoretas (tajuuntus) hacían peniteocia, Tapat 
en sacBorito sigaifian literalmente fuego, calor, y en sentido figurado, abstracción 
completa del espirita conceatrado en un solo ñn piadoso y útil. 

(3) Retglandeaiente. * 

(4) IsU d« loa Leones. 



jvGoo'^lc 



KI 1^0 primeiro de k «r& budist», el misiBo en g«e murió Bu- 
da (1), TÍnieron del Héc&n los síngaleses, mand&dos por Vijaya, á 
la conquista de loa Vodaa. Dominu'oii el país darante máa de tres 
siglos, y Anuradiiipiira, ciudad ftiodada por un auceaor de Víjaya, 
llamado Aauracha, faé cárt» de noveats reyes; después de los aín-' 
galesea vinieron loa tamules, pueUo de la coatadel Midabar, y por 
espacio de nueve edgloa guerrearon con ellos sin poderlos desposeer 
ni ser vencidoa, situación que dló-lugar 6. una tr^ua; loa singalosee 
dominaron la paite Sur de la isla y loa tamules la dei Norte. Coria 
debió aer eata tr^oa, puesto que á la llegada de loa árabes, en el 
siglo y, no solamente habia doa reinos, aino cinco, tres de los cua- 
les nombraban sus monarcas por elección, sistema que no debió 
surtir mejores efectos en aquella iala que en el conünente europeo, 
según el siguiente dicho vulgar entre loa singaleaes:' iiCualquiera de 
"nosotros ea apto para aer rey: cuando hace falta uno se buaea un 
"hombre del campo y después de lavarlo y vesUrlo, se le siwta en 
"el trono. II — ^Los proverbios son la sabiduría de las nación^. 

En 1505 los portugneaes se apoderaron de Ceilan; pasó en 1653 
á ser poseaion de Holanda, y en 1796, Inglaterra, so protexto de 
intervenir en las contiendas de extranjeros y naturales , se hizo 
dueña de la isla, no stn luchar algunos añoa, pues haata el de 1816 
no íaé conducido prisionero á Madras Filina-Talava, último rey de 
Kandy. 

Ahora, tn%na á la hiatoria, y recorramos laa calles y paseos de 
Panta de Galles, si os place, amabilísimos lectores, honrarme con 
vuesíj^ compañía mental en aquesta visita al Edén de las ondas 
oi4eniede8, á la P^la frontal de la India. 

El puerto es malo, los buques f(mdean á su entrada y lejos del 
muelle; mas, apenas han abismado sus anclaa, ceiitenares de botes, 
caaoaa y piraguas acuden presurosos á llevarse á tierra los paeaj»' 
ros que trasportan. Las piraguas llamaron particularmente mi 
atención: largas y estrechas hasta un pvuto que si no tuvieran ba- 
lancín perderían el equilibrio, van tripuladas por dos indios des- 
nudos; generalmente son niños de diez á catorce años, que reman 
en pié, uno á proa y otro á popa; dos pasajeros se sientan frente á 
frente, á los pi^ de los remeros. No hay más asientos. 



(1) 543aiitwdeJ«nKristo. 



g,:,r.::b,G00'^lc 



El capitán de fragata y yo saltamos en una con Silva, c^ ínt^- 
prebe de la fondade Xoret, un bu^i mozo negro y ináa locuaz qae 
un barbero; durante los minutos que tardamos en llegar al muelle, 
no ceeii de encomiar laa condidones de bu ho^ieria, excelentes, in- 
mejorables, superiores & todo lo conocido é imaginado, en prueba 
de lo cual exhibía certificaciones de todos los capitanes generales, 
almirantes y altos funcionarios civiles que Eap&ita ha enviado á las 
islas Filipinas en un período de veinte a^qs. Mientras él ensartaba 
BU relación, yo examinaba la bahía, cerrada por la parte de tierra 
por grandes masas de verdura, bosques de cocoteros de inmensa ex- 
tensión casi todos; recreábame contemplando una vegetación luju- 
riosa cuya frondosidad -consuela de la aridez de las tierras que dias 
antes habíamos costeado. 

£1 desembarcadero es un malecón de tablas, en cuyo fondo se 
destaca un cementerio con su calavera pintada ep. la puerta y la lú- 
gubre inscnpcion; memento m.ori. Una compañía de cipayos, feos 
y mal traídos, pero corteses y celosos, guarda la antigua puerta de 
piedra que da acceso á la ciudad inglesa; allí esperaba el coche de 
la fonda. Subimos, y, atravesando al trote frondosas alamedas y 
algunas calles de arena, muy limpias, así como los ediEcios que las 
forman, llegamos á la morada del Sr. Loret. Todo lo que se ve re- 
cuerda que Punta de Galles ha pert^iecido á los holandeses. Sus 
casas, correctamente alineadas, no tienen en general más que un 
piso, están pintadas de blanco y de verde las persianas; una baran- 
da cubierta y defendida contra el sol por cortinas de finísimos jun- 
cos verdes, sirve de vestíbulo; allí y en todas partes se respira un 
ambiente embalsamado por las emanaciones do los jardines de mag- 
nolias y los bosques de aloes, caneleros y otros árboles aromáticos 
que rodean la ciudad; pero el calor es húmedo y sofocante, como 
que está á 12° de latitud. 

En la fonda todos los muebles son á[>ano, palo santo, de rosa, 
limonero, caoba y otras maderas preciosas. La caoba se emplea 
hasta para las' puertas, escaleras, bancos, mesas de cocina y tajos 
de -cortador. Ramilletes de magníficas Sores se ostentan por do quie- 
ra en grandes jalronea de crisóal; una baranda interior, vestíbulo 
de un hermoso jardín plantado en medio de inmenso bosque de 
palmeras, sirve de comedor; allí la brisa sopla y los surtidores mur- 
muran suavemente entre cascadas de hojas, el jazmín, los talipanM 



g,:,r.::b,G00'^lc 



de fuego, las a.zucenaa blanca», azulea y rojas esparcen bu aroma 
embriagador. ¡Cuan deleitosamente se fuma en este recinto encan- 
tador!... reclinado sobre mi diván de seda india, 6 tendido en ana 
silla-cama de Pondechery, bc sueña con el Paraíso; los pensamien- 
to?, al cristal izari^e, forman estalactitas brillantes como fría de 
gloria. Durante el almuerzo, que nos fué servido por dos hermosos 
moros malabares, negros, de blancovestidos, descalzos y con tur- 
bante rojo bordado de oro, anegando en Cfiam,pdgiie frappé loe su- 
culentos maojaree de la cocina inglesa, comprendí la existencia en 
las Indias Orientales, y con el capitán entona á dúo esta canción de 
Camprodon: « 

"Yo aapiro aquf un ambieot* 
' De inmatiM languidez, 
Y en eate paraíso 
Me Calta una mi^er." 

Faltaba, en efecto, para completar el cuadro, una %ura dulcs 
que contrastaae con la ruda combinacicMi de aquel sol abrasadoi- 
cuyos rayos se quiebran en la calada bóveda formada por las oopaa 
de gigantes palmeras; con aquel cielo de lápiz-lázuli, con aquellos 
perfumes tan sutiles; sí, en medio de tintas, de colores tan vigoro- 
samente acentuados, fioltaba una mujer rubia , de ojos de záfiro, 
albas veetit'uras, broche de flores y onduloso andtu:, acariciando el 
aire con las vibraciones eléctricas de su voz. 

El dueño de esta manúon apareció algunaa veces: es manco, 
pero se reviste de un aire tan importanteque me chocó en on ümple 
fondista. Hubo de conocerlo el negro Silva y me explicó cómo eí 
Sr. Lorei desciende de uno de los portugue3eB que conquistaron la 
Isla, tiene por espoaa una mujer muy linda , es celoso como un 
turco y no permite que nadie más que él entre en las habitaciones 
donde la ha secuestrado. Ningún buésped la ha visto nunca, ni 6. 
trav^ de. las celosías de su dorada prisión. Silva añadió que su 
digno amo dormía poco, y durante sus laicos insomios veia entre 
nubes la efigie del Minobauro y creía escuchar las sarcá^icas car- 
cajadas de Mefisbófelos. 

Hay todavía miichos portu^eses como él en Ceilan, y se dis- 
tinguen por su trage extraMario: llevan sombrero alto de copa, le- 
vita ó frac de paño negro, chaleco y corbata blancos, ana pieza de 
lienzo atada á la cintura, á quisa de pantalones, y zapatos escota: 



)vGoo<^lc 



dos. Completan sa atavio un «norme paragnaB y un aire dñjS4algo 
iipLuy finchado; son casi todos pecjueñoa hacendadoB. 

El comwcio do importación está en poder de moros y de in- 
gleses; los Mnstai^, los Mohammod alternan en las muestras de 
almaoeaea con los Smith, los Thompson y los Clifford; hay tam- 
bién tiendas de malabares donde se venden géneros del pais, pro- 
ductos naturales del aji;e y de la iudnstria, maebles de ébano, es- 
tuches, peines, cuchillos, collares, cadenas, broches y pulseras de 
concha ruHa ó negra; ele&Qi>ea de marfil, madera, piedra y hasta 
de plata; petacas y cajas de pita bastante sólidas, más de un tgido 
muy tosco é inferiores á las primorosas que los tagalos de Filipi- 
nas &brtcan con la paja de nito; pero el artículo que más abunda 
son las piedras preciosas: záfiros, esmeraldas, rubíes, amatistas, 
ópalos y topacios se ofrecen en la calle al viajero por vendedores 
ambulantes que á granel las llevan en un saco. ¡Ay del incauto 
C|ne de ellos se fia! Aunque le den peo* cinco duros una joya tasada 
por ellos en mÜ, esté seguro de que le han estabulo : esas preseas 
son pedazos de vidrio enviados & Ceilan por lapidarias de París y 
de Liverpool, y que loa naturalea finjen haber encontrado ^i las 
BÚnaa de la isla. 

No vi la menor parla fina y,- como manifcabára extrañar e^ 
iaita, me expUcortai que la antigua íama de la costa de M&naar, 
tan renombrada por sus perlas, se ha perdido porque los holande- 
sas mataron la gallina de los huevos de ■ oro, haciendo pescas cada 
cinco aüoa, cuando antes de su dfsninacion tenían lugar cada doce; 
laego vinieron los ingleses y redijeron el plazo á dos años, de mo- 
do que los acé&los no han podido aun reproducirse, y muchos 
han sido destruidos por loe peces. La última pesca se .verificó en 
Marzo de 1865, y prodigo al Gobierno ingles cinco millones de 
reales (1). 

En rigor, loa objetos de concha, loa muebles de ^bano, las pie- 
lee de tigre y los dientes de elefante negro es lo único aceptable en 
el m«^sdo de Ceilan. 

La raza indígena es fi]erie,.pero muy fea, sobre todo las muje- 
res, que, por cierto, me costaba trabajo distinguir de los hombres; 
otos, generalmente carecen de barba, usan zarzillos y llevan el 

(1) Es U Mtaeion m^jor porqne «1 msr mU tranquilo y lai oorrientM «prnuu a* 



t,zc=byG00'^lc 



pde bugo, tut largo qaa » hacaa un gran moño y lo adcmuí con 
viitOBúft peinw de aaey. Unas y otros van detcalH», y por toda. 
vesÜdon UevKa un saron (11 que no t^pa más que la parte inferior 
del cuerpo, untado todo ood el aceite jle coco, cuyo olor infesta las 
calles. iGracia^ que la brisa, los arbolee y laa florea perfiímfui el am- 
bifflite y lo purifican de eaoa nuasmas irrespirables ! Al fia logré co - 
nocer la diferencia aparente de ambos sexos : las hembras adornan 
sus bra;^ y sus piemu con pulseras y ajorcas. 

¡S^es repugnaates! Las bajaderas de Aden son diosas compa- 
radas <xm estos vestiglos de colc»' café, de estas aemi -monas eaya 
boca parece manar sangre & causa del betel que mascan-, y que, se- 
gún diceei, conserva la dentadura. Es posible, sus dientes son blan- 
cos, pero las encías aparecen descamadas y sangrientas. 

Loa moros son los únicos que en sus personas y atavíos tienen 
alguna dignidad: Aunque la piel es del mismo color, se dejan la 
la barba y afeitan su cabesa, ora ciñan turbante, ora la tragan des- 
cubierta. Su porte es altivo y fiero. 

Los indiofi tíenen barba también, pero solo llevan patillas cor- 
tadas á la inglesa, por espíritu de inútacjon & bus dominadores. 
Ahora imagine el lector el tipo que presenta on individuo de ateza - 
do cútia, con largos bigotes y frondosas patillas narras, im moño 
con BU peina y todo en la molleíra, semi -desnudo con la nagililla que 
forma su sa/ton, y armado de un quitasol. Lo repito, al acercarse á, 
la linea equinoccial se borra casi la que separa al hombre del mono. 
Darwin debió inspirarse en la contemplación de singaleses, tamu- 
les, vedas, malayos é indios, razas que juntamente con los mu- 
sulmanes y criollos etcropeos constituyen la población de la isla. 

Ia religión predominante en ella es la de Buda, pues los indí- 
genas, en BU repugnante materialismo, no comprenden el infinito; 
la idea de un 8ée Supremo se escapa £^ su limitada percepción , y 
Br&hma, el dios de los indios, no está ¿ su alcance. Como ser ra- 
cional, aspira á la per&ecion, mas su aspiración es vaga , finita: 
para ellos el estado perfecto consiste en el aislamiento absoluto, 
en huir el mundanal ruido, pero sin buscar la escondida s^ida que 
los sabios siguen , sin absorber su espíritu en la contemplación 
de un s¿r eterno é inmaterial. Así, pues, el budismo y brahmanis-- 

(1) Dduital, 



)vGoo<^lc 



mo coinciden en nlgnnos pontos cotúo exú.U)»,m»a como reli^onee, 
coiña escaeUa flloBÓficae, bu índole es tan diversa como sm fines: 
ano es pigramente terreno , y otro ae propone complir \mn misión 
divina. PoT eeo los sectarios do Biida, que no conciben lo aobrena- 
toral, nada han creado, ni siquiera grandei monmnentos artísticos, 
mientras loa de Brahma fundaron instituciones perdurables, ha- 
cimtdo>d&la India una región de portentos. 

Sí, la India lia sido la primera parte civilizada del mundo an- 
tiguo, el foco de toda tradición (1); Uanú, el Digeebo indio, Nara- 
da, Smitrí-Chaiidica, Vrihaspati, Catgayana y otros cálebres legis- 
ladores, jurisconsultos 6 comentaristas fundaron la legislación en 
que décadas están todas lad demás: la egipcia, la gri^a j la roma- 
na, copiadas literalmente de aquellas sin más diferencias que las 
necesarias impuestas por el clima, las costumbres y el tiempo, con- 
diciones las tres que poderosamente influyen en laa leyee (2). Hasta 
la poesía ^pica tiene su origen en las civilizaciones gangéticas : los 
himnos de los Vedas, los poemas titulados el SamayarM y el Ma- 
JuAaratha, compuesto el primero por Valmiki en el siglo ix antes 
de J. C; escrito el segundo en tiempos posteriores ' por Yyasa; el 
Schah-N'wmeh, de Ferdusi, dado á luz en el siglo x de nuestra era, 
y otras inmortales epopeyas, son los ecos de las primitivas civili- 
zaciones, ante las cuales la griega y la latina son filinagranodos de 
un artesón morisco ó bajos relieves de Benvenubo Oellini ; son laa 
fuentes en que bebieron su inspiración los poetas griegos, desde Ho- 
mero hasta Píndaro (3) . 

Ahora bien; como la filosoQa, la úíencia, el arte y la literatura 
de un pueblo reflejan sus costumbres^ sus instituciones f su propia 
índole; como esos distintos ramos del saber humano revelan el gra^ 
do de cultura que ese pueblo alcanza, resulta que la India es tam- 
bién cuna de todas las civilizaciones. Esto es tan cierto como que 
el sanorito es la lengua matriz: de ella se formaron los antiguos 
idiomas, y de estos se derivan los modernos; tan cierto como que 
en la Iliada de Homero trasciende el espíritu de Kamayaua, y en 
IB* fíbulas de Esopo el del brahmán Bemsamgayer. La ejecutoria 



(1) WillUm Jm)w. 

(S) MooteaguianÍMprítitMloit). 

(S) CuukJMrCMM. 



jvGoo'^lc 



que prueba U remota antigüedad de la India, y ^ue es origen de 
lai razas que pueblan la Europa, el Asia y ana parte del África, 
está eeoñta ea las IncripcioneB de sos colosales monumentos , en 
viejos manuscritos que abestiguan el ezplendor de sos ar^eSide 
sus ciencias, de su. filosofía y de su literatura; est& escrita con in- 
deleUes caraetáw hasta en sos ruina«. 

Basta, por el momento, de indidnismo, y acabemos de describir 
á vuela pluma la isla de Ceilan, qne los budistas veneran como san- 
ta mansión, consagrada por la presencia de Buda, cOtno el arca 
donde ae guardan los libros sagrados, como la playa C|ue vio partir 
la nave cargada de bonzos (1) fonáticoa con rumbo á Siam, al Cam- 
bodge, al Fegú y á la Birmania. 

San Francisco Javier predicó el Evangelio en ISIS é bizo mu- 
chos prosélitos, cuyos descendientes, unidos & los de portugueses y 
holandeses católicos, han perpetuado el catolicismo en el pais. Su 
capilla está á cargo del F. Martin, oficial carlista que emigró de 
-España en el año 1839, hombre ejemplar que reparte á su pequ^a 
grey los tesoros de ene^fa y de bondad que su alma encierra. Los 
singaJeees le respetan profundamente y le oonsoltan sus más gra- 
ves a3Ui^rt>s; ei gobernador inglós suele'acudir también í. su inter- 
vmciott en ciertas cuosbionra adminisbratívas, cuya solución no 
gasta al pueblo, con objeto de que el buen Padre los someta con 
su elcnlencia. 

No tiene el F. Martin todo su rebaño dentro de Pnuta-de-Qal- 
les; muchas ovejas están esparcidss en el desierto, inmensa osten- 
sión de bosques húmedos y temerosos, de sombra impenetrable que 
sirve de guarida al tigre y al elefante. ¡Cuántas veces el misionero 
ha recorrido á caballo estas soledades durante la noche para ir & 
socorrer un enfermo, á bendecir el alma de un moribundo, ó á ce- 
lebnu- ei santo sacrificio en algún caserío? — jCoántas veces en es- 
tas excursiones ha tenido que ocultarse en la espesura para dejar 
libre el sendero Á on elefante que avanza terrible y demoledor 
oomo una tromba, derribando árboles y rompiendo malezBs!~ 
iCo&ntas otras, amaneciendo, ha visto al tigre que, aJmyentado 
por la luz de la aurora, volvía á su madriguera, sangrientas aun 
las fEuices de su palpitante festin de la nocbel 



«) : 



)vGoo<^lc 



u 

■ Ou¿ntase ^ue un día panó el tigre tan cen» d«l F. líubiiij cft~ 
mintuido & pié eoi compañía áa an toAito íadigeiía, gne «olo tuvo 
tiempo para caer de rodillas j murmarar fervoroaaments ana ora- 
ción mirando con ñjew, & la fíerá, gae ella músmá le miraba eo& 
temor, 7 siguió rá^da aa camino. El tagre haiñá oenado bien, 
quizá la carne de un veda. Ouaado fof & visitar la capill» oabSliea 
estaba el P. Martin en el pulpito pronundaatdo un aannon «a lin- 
gales, del que naturalmente no comprendí una sola palabra. Vuel- 
to al locutorio me recibió y tave el honor de eucontranae con va- 
rios obispos del ertremo Oriente qne alli se hallaban de paso para, 
Koma, donde iban & tomar parte en el Concilio Ecom^co. A.cada 
uno le hablaba en sn idioma el buen mieionero: tan 6unlliar como 
el cast^ltuio son para ^ laiS lenguas inglesa, &anceaa, malayo, in- 
dostan^ ó el cochinchino. Breve me pareció esta visita, j si reti- 
rarme volví máa de una vez loa ojos para mirar la blanca &ohada 
que corona una cruE, y en medio de un cerco de árboles se levanta 
sobre la verde colina, dominando el florido valle que í sus piA se 
extiende hasta perderse en la ñ-ontera de aelvaa inextricaUes. 

St bosque de canela, celebrado en todas los narraciones de loe 
viajeros, íaé ol^ebo de mi última escepcion. A las cuatro de la tarde 
montamos en un costo tí capittuí, el ministro belga y yo; la curre- 
tera de Colambo, la mayor ciudad de la isla, es una hermosa cal 
zada que atraviesa un bosque inmen^ de altos y fronftosoAocote- 
ros, entre los cuales se gallardean de t^^dio en trecho grupoa de at^ 
rogantes y flexibleB palmeras. 'EA espeso ramaje de aquellos abóles 
de estimóse tronco, se entrelaza en sus empinadas copas y forma 
impenetrable bóveda que impide ^ psjso al sol; los aloes, los árbo- 
les d6 pimienta y canela aromatizan el ambiente mezclando su per- 
fume con el de las flores que modestas ctecwi entre la yerba ó esmal- 
tan cbn sus vivos colores los verdes praderas que aqni y allí, en los 
claros del bosque, rompen la monotonía del paisaje. 

Pueblos y caseríos se encuentran al paso, conociéndose su apro- 
ximación porlaaacequias, empalizadas que limitan y riegan planta- 
ciones de viñas y de plátanos, &utas deliciosas que la isla prodnc» 
en abmidancia tal, que ellas son el principal alimento del pueblo; 
también se ven muchos cbaquias, arbolee del pan, don gratuito y 
muy socorrido de la naturaleza; cabanas de im^g^ias y campamen- 
tos de gitanos se ven asimismo á lo largo del camino; aqu«Uas cotia- 



D.qmz-.obvGob'^IC 



tfníAui sobre cúnieoboa de pilobage pM-& evitar la humedad d« 
agneUa Arana roja y grasietita; éet»» súciaa y remeadadas de mil 
colora, ñrvea da refiígio al hombre y al bú&lo, al nifio y al amo, 
Á la imijer de hermosoa ojos negros y fonoaa bronceadas, mal cu- 
biertas con BU flotante camisola y sus adornos de coral. 

Si duiante la veloz cairrari del vehiculo los ojos se fijan en al- 
gún camino ó senda transversal que, partiendo de la canetera pe- 
netra y tb perde ea las profundidades del bosque, acaso vean entra 
la espesara, cerca 6 lejos, alguna expláuUda manaion, residoocia 
de rico plantador 6 de alto ñmcionaTio ingl^. 

Vasta construcción, de blancsB pairee y persianaa verdes, sos- 
tenida por columnas que rodean la« cnabro fachadas formando la 
baranda, abre su puerta sobre un peristilo defendido contra el sol 
por trasparentes de C3iina li cortinas de junco. La escalera que con- 
duce al peristilo es de mármol. Por columnas y ventanas trepan 
las enredaderas impulsadlo por la potente savia de una vegetadlon 
lujuriosa y tejen cortinajes naturales, entre cuyas mallas de hojas 
y flores suele aparecer, como azucena arrebatada por d viento, la 
mano de una hija de Aibion haciendo un ramillete. 

Tras la baranda hay una mesa servida, cubierta de plata y de 
disbalería; las redomas de Bohemia brillan como topados, grana- 
tes ó'aguas iBarinas de colosal tamaño, s^un los vinos que contie- 
nen; 1* &uberoB están cargados de pinas, banánajl y naraitjaB; ne- 
gros ó indios, con librea blanca, se preparan ya á a^tar el panka 
mientras sus amos comen. Todo está pronto; solo falta que la cam- 
pana llame con su metálica voz Á loe comensales.' 

Por el parque corren dos niños rubios y sonrosados que juegan 
persiguiMido á loe potros que librea paatan'y botan en la pradera; 
y allá, tMí la penumbra, se adivina, más bien que se ve, una mujer 
de cabaos de oro, cátis de nácar y flexible talle, que parece arras- 
trar con trabajo su vestido de gasa blanca, adornado con cintas 
azules, por una umbría calle de cocoteros; su aire distraído, la len- 
titud de en paso, que á veces detiene, ya para acariciar las flores 
con ros dedos d^ rosa, ya para golpearlas con bu fino atíck de doble 
regatón de plata, todo en ella indica una gran preocupación. {Se- 
garia sin piedad aquellas floree á impulsos de un triste pensamien- 
to?. . . ^desesperada á la idea de que nadie M las pide, que no táen« 
á qoúm ofteoerlas? — Es posible. 



g,:,7.::b,G00'^lc 



;Ah, sí fiíera solo! yo habría, por lo m^os Intentado penetrar 
aquel misterio, vivo, uaber sí aquella era un alma Inquieba, ijae 
uiente lo bello, que tiene vagaa, pero iiTresiatiblea aapiradoiua 6. la 
armonía univeraal, que es el amor, cuya Imagen tenia ante sí á 
todas horaa, contemplando una palmera y á cderba disbantña otra 
palmera que solo con ©atar cerca de aquella es feliz y produce ricos 
dátiles; siguiendo la ondulación de las ramas de otros árboles y plan- 
tas que también se buscan y ae enlaaan; viviendo, en fin,*en medio 
de una naturaleza expléndida, exuberante, enamorada, se encon- 
traba aola, sola con sus pensamientos, abstraída ^i continua medi- 
tación, convertida en el misterio, en la esfinge de aquellos bosques, 
escuchando los mil ecos que forman la respiración de la naturaleza, 
sin que ninguno responda al de sus suspiros. En una palabra, 'una 
mujer como el Oriente las sueña , como el Occidente las realiza, 
como el amor las desea, como un mando la desdeña. 

' Hice parar el carruaje para gozar lui instante más de esta vi- 
BÍon, fiel imagen de la vida del europeo en las Indias. £1 capitán 
se enco^ij de hombros como quien no comprende, y el ministro, 
aunque sonriendo con cierta compasión irónica, no parecía exento 
del sentimiento que é, mi mé dominaba. ¡Quién sabe!... acaso recor- 
daba algún episodio de su vida de j<5ven;talvez su fantasía, muslo- 
zana que su edad, comprendía, como yo, que em dulce la existenoia. 
auna de cuyas aceñas asistíamos por merced de esa díosadaiios pro- 
digios que se llama casualidad; quizá el deseo murmuraba á su oído 
que la sombra fresca de aquellos bosques es fondo digno del cuadro 
de un amor infinito, que en aquel nido embellecido por las mara- 
villas de dos civilizaciones, la anÜgua y la moderna, sería dulce 
amar, decirlo y escucharlo; que do noche, paseando bajo los gigan- 
tes cocoteros, dos miradas que buscan el mismo rayo de luna filtra- 
do por la bóveda de ramaje, deben encontráis con inefable simpa- 
tía; y que al escuchar el rugido del tigre que interrumpe aquel 
solemne silenme silencio para llamar á su fiel compañera, es grato 
sentir en su bi'azo el oxtremecimiento de una mujer que tiembla y 
oculta su adorable cábeza'en el pecho de su caballero , Inundándolo 
con las trastomadoras emanaciones de su cabellera. 

Súbitamente un rudo golpe de ta/mtami rompió la poesía de 
nuestro éxtasis, y casi al mismo tiempo apareció en la-baranda un 
señor alto, rubicundo, panzudo, calvo, con la barba recortada y 



g,:,r.::b,X^OO'^lc 



■.feitado el vi^te í, la moda yankee. Con impoñosa voz llamó á los 
niños y se cruzó de brazoi esperando ¿ bu esposa en la acbibud im~ 
paciente de im hcunbra glotíon é inteligente. 

¡Froaa, siempre prosal Lo mismo en los bosques vírgenes de la 
India que eo los dorados salones de Europa. Á una señal mia^ el 
cocbero avivó loa caballos, que pronto galoparon, mientras mia dos 
compañeras se miraban sonriendo al verme contrariado y furioso 
por una Uuaion desvanecida bruscameite por aquel Minobauro de 
barba roja. 

La carretera de Colambu es el paseo de Punta^de-Oalea: á nuee 
tro lado pasaban galopando, sobre caballos árabes, ofícialra ingle- 
sea, con suB tiaiea blancos, sus cascos de fieltro gris y su continente 
grave y patilludo; familias indígenas caminando á pié, desnudos ó 
poco menos; enormee carretas tiradas por bú&los pianos; coches de 
alquiler medio desvencijados y betones de. caza muy lujosos que 
guian ricos negocíant«s luciendo, á la par que sus trenes, lindas 
Misees y Mistreesaes sentadas á su lado y prendidas con tanta elegan- 
cir como si fueran & exhibirse en Hyde-Park. 

Frente á una casita &esca y limpia, protegida por la sombra 
de copudos árboles, echamos pié á tierra y abonamos sais peniques 
por el deredio de entrar en el jardín de canela. En vano lo busqué, 
mis ojos no lo vieron, porque ese jardin no existe más que en las 
narracionea de antiguos viajeros. H(^ solo quedan algunos árboles 
casi devastados, cuya pobreza contrasta con la &ondosidad de las 
palmeras y cocuteros. No hay más canela que él aroma de unas va- 
ritas verdes o&ecidas á buen precio al viajero por muchachos hara- 
posos que lo asedian, lo atoágan sin piedad; uno las compra por 
. librarse de ellos. Sin embargo, en el interior de la isla se produce 
ese artículo tan abundantemente, que exporta cada año por valor 
de 12 millones de pesetas. 

De regreso & la ciudad marchamos al paso, deseando gozar unos 
momentos más de las delicias de aquel sitio encantador, de aque- 
llas magnificencias naturales, de aquella vegetación potente y v%o- 
rosa que hace lamentar la horrible fealdad y servil e^íritu de la raza 
indígena. A un tercio del camino nos detuvo una turba' de chicos, 
instándonos para que visitáramos el templo de Dadala-Penzela, 
erigido en honor de Buda y rodeado de jardines. Por ellos paseaba 
un bonzo; al vwní» salió á nuestro encuentro, no sdn haber an- 



[),q(l,7-.o-bvGoO'^'IC 



r ím altjado á loo modiachos con on gesto Mtvsro, y m ofreció Á, wr- 
vi»« d» gnía. Hablaba al inglés muy inoMmetuiieate, pero, asi 
' y lodo, aceptamos guatioBOB su amkble inritadob. 

StUñmos una eMalmata de piedra, atraveíamoB 1» baranda de 
tq^Ka madera, y al bonzo exdaraó: jEntrad, seaores en la Da^báh! 
Asi se MajoRa loi templos en lengua sanserita, pero el aigniflcado 
btaral de eu. voz, es tabemácolo, depóñto de reli^uitui. De Bao- 
bab loa europeos hemos beidta Pagoda, ncnubre goiárico de todos 
loa templos indios y chinos; sin embargo, William Milne (1) opina 
que la ptdabra Pagodft M duiva de la indñi hudaida 6 de la persa 
pviliaéia, corrupcionea ambas de la voz sanicañta bhagavati, que sig- 
nifica maoñon sagrada, ó sea i^eaia. 

E3 bonzo CMivino en la ezactitod de estas etimologías; pero 
añadió: i'Tened entendido que pagoda es ntHnbre propio y esclusiro 
dsl templo búdico y no se debe aplicar á Jas toires adornadas con 
campanillas que coronan los temaos <dúnos.ii Las pagodas ñrven 
paia reuniones públioas, que nada tienen de z^gicwas, y en grave 
error incurrieron algonoa autores «uponiraido que los liudisbaa ren- 
dían cuito Á los templos mismos, toda vez que Bada recom^idó á 
sos discípulos en el momiHifiO de morir que le «levaran esttítaas y 
templos^ mas no para adorarle, sino para cons^rai virasu mrano^ 
ría, su moral, aas prediea(á<HMs y sus ^emplos de virtud. 

Esta BÍm^e reeomepdacion bastaría para acreditar á Bnda' de 
g^o BUpwkH' entre loa fil(isofos de todas las generaciones, ñ sos 
, m&timas profundas y sabias no fueran suficientes: en esas breves 
frases espuBo concisa, smcilla y elocnentem^ite el objeto de todo 
templo. Invocar á IKoa, escuchar por la voz de sus ministros los 
mandamientos de la suprema ley y edifloarse oon los ^«nplos d» 
piedad y abnegaron de sus mis predileetoe hijos. De esta, manara 
la fése aviva, se fortifícan las creencias, la mond se eleva y refle- 
jan las sociedades esta disposición del espíritu de sus individuos. 
Mahoma, esc otro hombre extraordinario, lleno de la ciencia 
in&sa que distingue á los grandes r^ormadores, se proponia ol 
mismo fin al ordwiar á sus creyentes que jamás se desprendiesen de 
su rosario, que apenas lo soltasen de ht mano, pronuneiando el 
nombre de Dios aJ pasar cada cuenta. Por este ejerdcio prometió 6. 



(1) Hi(ionra(it>ratwtute«utord«iiiuii»Ublaoln»Kl)rttOUD», 



jvGoo'^lc 



Ion íilomitM «1 perdm d» toatoa pecados oomd veca adúni d« «tu 
W»9fi Me aea^Itto meconnto. 

KI vulgo i|itif«faii»n cree, bnensmeota, en esto prtnoeaa «1 piá 
deUletm; mw «a Mpiñtu e» «tro: el ñ-ofet» de Aiah peiuá, tm 
áwU, 7 pwuá biea, que coMido ans críatma liiunaiia ii^Toea ftrvo- 
pOMSoeate á PieA, oo mttcUt» un peondo, aatu biw, as aparta de ¿1 
oou terror ^taüotivo, ni DOír snt mientea siquiera cnua ningwia 
idea culpable; en aquel iiutw:^ ee incapaz de cometer la menor ir- 
EeTweocía, {HMÜutAcioa 6 &lta. £Usaae, pu», qoe loa hombres 
piensen sien^tre en Dios y bu condióitHi m^orari; de nodo qns 
Malioma, como JwaoríBbo j como Buda, no se propuso mis fin, al 
dicfaar 60» máxima, que adiscH-ber la mente kutuana en la oontempla- 
cion divina, medio indireoto de eodéretar las almas por la senda del 
IÑen, única vfa qoe noa perfecciona y conduce reaigaados basta las 
puertas de otro mundo mejor. 

Entregado á estad reñexiones seguía yo maquínalmente al bonzo 
á través de una oscura galería que <¿nraye la nave eontral dd tem- 
plo y forma laa laterales. £a estas nada vi; pero en las paredes y 
el techo de aquella hay abigariados iapic«s y pinturas al &eseo, re- 
praseuteodo Jas siete encamaeioneB de Bnda y algunos episodioB de 
«u vida; ^e&ntes, dragones, serpientes, tigres, homla^s de volumi- 
noso abd<^eta y eqNtntables bigotes eran loa principales perso- 
najee; euadros, en ñu, que tutblMi quizá i^oa arntidoa, pere ants 
los euales e! alma perjoajaece muda é indiferante. Nada hay 3a el 
g^o ni en la manera de los iñntores indioa g ue conmueva y eJeve 
el espíritu hacia la divinidad, qiie imponga el ásctasis por la irresis- 
tihle docoencia de los tooravillas pscióricas. Privil^io ea este dd 
arte eat<íUco, 

Inútilmeate se buscaría también la parfeodon aztísbica en al di- 
bujo, en el coloñdo; no esiste armocda entre loe detajlee y oí con- 
junto. Y es que en la larga sáw d» estos genios imbuidos, pero no 
inspirados, es impostlde encontrar el Miguel Ángel, el BafW ó ^1 
Murillosdel budismo: hbs obme todas respiran un materialismo tan 
grosero, que boId 1<^íui eGbnere ^fficatigio y perecen pronío ^mo 
todo lo que es puramente humano; si una aoÍA de ellas se ha in- 
mortalizado, mientras que los ciiB<kos de artistas «ristiatuiB pockán 
Buenmlár, desapuMcerá su parte tangible, una eacod» sused» & otra 
«Kuaia, aomo im^fiKM ¡xam i otns w MKwdaii; ptaro lAÍBa{ñi«- 



D.qmz-.obvGoO'^lc 



eion nunca, iranca la idea moral, jamás el «Mitimiento religioso C|u« 
loa creó, pues siendo parte del espfíitti ós inmortal como él minao. 

En el fondo de la gran naTS) qae ledbe la Inz filtrada por traa- 
parentes de vidrioe jóntado admirablemente entre la comisa y I& 
tediumbre, hay tres altares. £1 mayor esUi sostenido por dos enor- 
mes colnmnu de pórfido negro y ostenta al pi¿ una colosal eebítua 
de Buda, hecha de madera j pintbda como un retrato. Buda no se 
distinguía por la blancura de bu tez ni por la riqueza de siu vesti- 
duras. Lámparas, alimeotadafl con aceite de coco, alumbraban el 
altar mayor, pero en los otros dos no habia luz alguna. 

Nuestro guia nos condujo eu seguida í un patio interior, espe- 
cie de atrio formado por las celdas de loa bonzos, y nos acompañó 
hastA ia puerta, en cuyo dintel (esto es común Á todas las religiones) 
nos presentó un cepillo, no para limpiamos el polvo, sino para que 
en éi depositásemos nuestro óbolo. 

Cada uno de nosotros sacó una rupia y quiso introducida por el 
buzón del cepillo; mas eatabtC hecho para monedas más pequeñas, y 
las rupias no pasaban. Cfuisado ya de hacer inútiles esfuerzos para 
cons^uirlo, qnise colocarlas ea la m^no del bonzo, pero él la retiró 
y con modesta sonrisa nos dijo que las r^las de su orden no con- 
sentían que el contacto del vil metal pro&ne IM manos de un 
religioso. Por eso eUos, á &lta de guantes, usan cepillos para tener 
' dinero sin tocado. Itabo de quedarse el buen sacerdote de Buda 
satisfecho de nuestra limosna, pues se empeñó absolutamente en 
enseñamos el jardin, cogiendo y ofreciéndonos al paso algunas flo- 
res. Yo no cesaba de mirar au estampa, que, en verdad, m^ pre- 
dispone á la risa que á la veneración: la cabeza afeitada-, depilada 
la barba, en cumplimiento de su regla monástica q ue manda arran- 
carla dos veces M mee, una túnica amarilla, contrastando con el 
bronce oscuro de su rortro y formas componían un conjunto r^rag- 
nante; sin embaído, movido á compasión por su juventud, le pre- 
guntó: 

— íPennanecereis mucho tiempo en el ctmvento? 

-7SÍ, todami vida la pasaró en el servido de Büda, fundador de 
la órd^i y su poderoso protector. 

— {Entonces habéis profesado? . 

—Sí, pero nuestros votos no son eternos; mi objeto, al abrazar el 
«stado religioso, es hacef méritos, perfecoionanBe ouilnttt me sea po- 



g,:,r.::b,G00'^lc 



BÍblc; pero yo j todos podemos retíramov j dedieamoa á ofcni profe- 
sión cuando nos parezca conveniente. Yo, — proñguió,— deseo conti- 
nuar, 7 minero tener voluntad bastante para ser haata el fin de vm 
dias agradable ¿ Buda, pues nueatro orden es la base y el Bervio dd 
budismo en toda la India, en la CSúna, en Siam, en Oochinehiaa, 
en el Ounbodge y en la Birmania. 

— íOs Uaman bonzos en esos países también? 

— ^No, en Siam se nos designa por el nombre de ialapuntéa, de- 
rivado de ^la/pat (1), y en Binnania noa llaman /oíi^ioa; pero ao-' 
mos igualmente respetados en todjks esas lUKñones. Nuestra misión, 
— dijo, animándose por grados, — es guiar hacia ]a perfección á 
nuestros semejantes por medio de eshortacionea y g'eroplos de vir- 
tud; leemos en público loa libros sagrados, y á esto se reducen 
nuestras ñmcionea sacerdotales; somos muy numerosos , pues caal- 
quiera ee admitido en la orden ai se presenta vestido de amarillo, 
y exhibe mi documento que acredite el coosenütmento paterno, no 
tener ningún defecto fidico, saber leer y escribir, y recitar las ora- 
ciones más usuales. 

No pude m^nos de sonreirme al oir al bonzo hablar en tono en- 
ético de defectos fisicos que imposibilitaban la entrada en la orden; 
¡d chato, bizco y un si es no es desnivelado de hombros! — Si no 
h^ más rigor en las demás condiciones, me explico la supina ig- 
norancia de la mayoría de estos monjes , efecto de esa indulgencia 
y de la dulce pereza á que se abandonan en sus conventos. 

Buda hizo mucho para impedirla degeneración de la orden en 
el trascurso de loe tiempos: impuso la túnica amarilla para hacer 
humildes á sus individuos (2), y mandó además que no se hicieran 
de pieza, siQode retazos. Sumana-Cudom le secundó dictando regla- 
mentos para el ri^im^i y gobierno de las boozer'as ; más son tan 
minuciosos, deaúenden á tales detalles de la vida íntima de los 
bonzos en todos sus instantes, que no me ocupan! de ellos por no 
incurrir en loa pecados de realismo y proligidad. Para terminar, 
solo dká cuáles son sus deberes principales. 

Levantarse al amanecer, pero no dar un paso antes ,que hv^a 



(1) Abuico d« paln» qns.niui Mtoí moiiica. 

(2) Enm tiempo Ut Ulu d« «m color do se luaban mi* que por U mtüi InJInu 
«||a« d« \k poblkoion india, por loa panM. 



g,:,7.::b,G00'^lc 



luí butnie para dvtiajfuir 1m v^u* d«.lw tb»Atm, A fia d»no 
maUr, ni fton. pcnr iiukdverteiiaia, ningim lácbo, pues todo náe taú 
nmdo es inTÍolaUe, amujae sea insecto dañino. Se lavan los dientoa, 
toman un baSo, se vúiten, lesan en oomonidad, y en seguida eada 
cual boma tma marmita, salen á la calle, all! se disposan y m pa- 
ran-tmo tí uno «n Us puertas de la» easaa. Alli aguardan süentáo- 
BOs, con la marmita en la maoo, hasta que almas carüativu se 
asoman j la llenan de urroz blanco con salsa picante. Con esta pfo- 
TÍsion vuelven al convento y almuerzsji, cada uno en su celda. 

A las doce comen, y hasta la ouiñana siguiente no prueban, ee 
decir, no deben probar bocado ; únicamente son lícitos el tbe y loa 
r^:eaeoa. Unos guardianes, llamados aanrang-acaig cet^ eocaxgadoa 
de vigilar estas comunidades, y sefialar á U atd>oridad local, ctum- 
do es indígena, ó al superioT de la orden cuando es europea , Um 
bonzoa cuya conducta es reprensible. No se puedeu casar ni acdi^ 
carse siguiera á una mi^er, aunque ésta sea su hernuma ó bu ma- 
dtfi, y se trate de salvarlas áel iaego ó del agua: la majar , conü- 
derada como ser impuro y no persona cabal aqui, coulo en can to- 
dos los. países aaiátioos , mancharía con su contacto la pureza del 
nuuye; sin embargo, Buda se permitió la dnnasia de castoae y aim 
la de tener hijos, paro entonces todavía no h^ia fundado la ó^dOD, 
y además. . . las leyes tampoco en la India tras 6 cisgim^ética, íb- 
■ular 6 de tierra firme, tienen efecto rei>roaHivo. 

Su infeliz esposa imás le valiera no haber nacido!... oerto día 
que los bongos no t^iian que comer, Buda la inmoló y dio alimen- 
to á la c<»unnldad con su carne; rasgo digno de un bomlnre qoe en 
otra ocasión babia cortado de la suya propia para satis&oM' el 
hambre de animales fiun^coé. Aun estuvo deferíate con su mi^er: 
áUa, al fin, sirvió de pasto á homlffes, y ^ euparte, lo £uéd«bea- 
tia*; pero se (firá: ípor qué entonces ¿I no- se sacrificó, y de^uea, 
el muy cruel, lo hizo con su dulce compañera?— La respuesta es 
mt^ ^cil: Buda era en lo fbioo un monstruo de gordura, y ^¡m un 
par de túrdigas que se cortara pudo hartar á ima manada de tágree; 
su esposa, por el contrario, «ra de esesM* carnes, y lo» bwuos pre- 
sentes tan numerosos que apenas quedaron sus huesos. 

Los bonzos, es cierto, no deben matar persona ni animal alguno, 
ni en caso de justa defensa;- más Buda, va. su aJta filosom, p^nó 
quizá: as! como así, mi mujer es carne de mí carne y huesos de 



)vGoo<^lc 



mia fanoK»; pw «Muj^juiutte, maiándola yo no oeau¿a «MijBftio, 
sino que pra<^ico ana uoputafion en tni cuerpo. iDiót nos Ubre d* 
la liSgica india! 

Tan boTToido Bacrificio se cita como ejemido ' de Ion geaenwOB 
sattjmiraitos de Boda por los bonzos cuando predican la-caridad. 

Cuando es lima nueva ó luna llena, loa booK» conrocaa .al 
pueblo «i el (onplo; hqo de ellos sabe & un sillón dorado y u sien- 
ta sol^e sus ^áemaa cruzadas; lee un texto de los sagrados libros y 
diserta algún tiempo sobre el tema de los preceptos y virtudes ds 
Somana-Cudom, exaltando sobre todas la caridad, lo cual «e otaa- 
prende: ellos viven de las limosnas del público; sin «nbargo, m 
preciso hacerles justicia; aunque su r^la es severa, la obsenfaa 
puntualmente, bim sea por convicei(ai ó bien por conTemeneia, y 
la o1:MerTan por qne quieren, pues ja dije antea que pueden romper 
BU yugo cuando les parezca insoportable. 

Algunas veces son invitados á las ceremonias y fiestas de fiuni- 
lia; p«o antea de entru* en una casa «e aseguran de si ti«ie más d» 
un piso y id el «ap^or está habitada, por no exponezsa í la afiren- 
ta de c^ne nadie, y menos una mujer, tenga los pea en sitio más 
elevado que' los suyos. 

Tanto me entretuvo este estudio, que cuando llegue á 1» Soad». 
era de noche, lo cual no indica que fuera tarde; pero ea tan biev» 
el crepásculo en los paiies orj^ibales, que í las seis anochece. . . Son 
días de noche, oomo diría Pedro Alarcon, puesto que á la lue de la 
lana se leen cartas y periódicos de letra tan menuda como M 
Fimes. 

Loret es el fondista predilecto de los españoles qne por aqoi pa- 
san; mas hay otras dos ñmosas: La Oriental, monumento aontuOso 
cuya fábrica costó cieb mil duros, y la de Sea-Ven (vista del Mar), 
célebre por ias etiquetas tan inverosimilefi como escakroaa que sn 
propietario pone en las botellas de licor: Mvsrte de Jacob, Abre 
el Ojo, Relámypagoa y Truenoa, Besa/me- Pronto; como q»i«Títe«, 
me parece que basta. Ahora bien; acaecer puede que una pudibun- 
da lady pida unas gotas de licor para hacer xea grog; acude presu- 
roso un camarero inconsciente y le suelta la siguiente retaJula: re- 
lámpagos y truenos, béwme pronto, {ó prefiflie Vuestra Oroiáa la 
muerte de Jaeobi — Estas tres frasee, así disparadas á quamsi-rc^a, 
ion el argumento de un drama y ha^a de ana tragedia; por qjsm- 



)v Google 



pío, ¿ el marido eg yankee sacn bu rewolvBr y tiende al cunsrero 
»ie nn tiro. 

Tengo yo la manía, cuando viajo, de bañarmeen aguas ilusbree. 
an pajrajes que la liistoiiá menciona conmemorando algún aconte- 
cimiento trascendental, como el peiigio corrido ó la simple inmer- 
sión de personajes leg^idiuioB: . mania r^ue me hizo sumergir en el 
Jordán, on el mismo sitio donde San Juan Bautista bautizó á. Jesús 
Nazareno; en el Nilo, que sostuvo la cuna de Mois^; en el Melea, 
que echó á su orilla la de Homero; en las aguace Chiprej que me- 
cieron la concha de V^nus; en el Cidno, donde tomó Alejando un 
huno casi mortal; en el Gránico, lechó mortal de Federico Barba- 
Koja; enla playa de Iie8boo3,liquidatumba de Safo; y no entre en la 
Piscina de Salomón porque ya está seca. También- he atravesado el 
Hflletponto, como Leandro y lord Byron, quiaá por iguales moti- 
vos, mas por distinto sistema. 

Digo esto, paja justificar mi deseo de bañarme en la bahia de 
Funta-de-Oales, deseo que no realicé por complacer á Silva. £1 
digno negro me manifestó que no iría conmigo, porque la babfa 
Mtá infestada de tiburones que devoran diez ó doce indinas por 
semana. 

— Eso no va con nosotros, — repliqué, — yo soy blanco y tú eres 
negro; ¿esos peisB les gusta la carne bronceada. iQiié temes? 

— Temo, señor, que no distingan de rasas, y si nos comen por 
error, aunque ellos luego se arrepientan, nosotros comidos estamos. 

Este razonamiento me convenció y sacñfiqué mi deseo eai aras 
d* la integridad de mi individuo. 

Al acostarme noté qne solo habla tina sábima en mi cama; lla- 
mé, y un malabar -vino' á explicarse que en laa Indias nadíose tapa 
para dormir. Únicamente por decenda, y para defenderle de las 
miríadas de mosquitos, lanceros alados que zumban sin cesar, cul^e 
la cama un gran mosquitero de finísima gasa blanca; la» ventanas 
no se cierran mas que con persianas. El aire, cuyas corrientes ae 
evitan cuidadosamente en Europa^ en estos climas se bnacMi con el 
ansia de nú supremo bien. 

A las cinco de la tarde del dia siguiente zarpó el Cambodge, mar- 
chando ttíi rápidamente que en breve la isla se perdió en el horiion- 
te y las aerea brisas del mar sucedieron al záfiro embalaamado que se 
respira en el paraíso que acababa de abandonar para lanzarme en ple- 



lí.qmz-.übvGoO'^l'C 



05 
no OoUb de Bengala. Solo »e deecubria la cabeza de un gigante dé 
piedra, coronado de verduia, que se llama el pico de Adaní, nombre 
que simboliza, no una, aino varías superaüciones. 

LoB mahometanos afirman que una pequeña cabidad elíptica 
que hay en su cambie «a la huella migma del pi^ de nuestro primer 
abuelo, del d^terrado del Facaiso, en castigo de bu incontinencia, 
de Adam en persona; los brahmanes sostienen que es el de Siva, j 
los budistas que ^el de Buda. Estos creen que cuando Buda se 
trasladó de C^an & Siam y Annam, hiao el viaje saltando de ana 
montafla en otra, y en- la cima de todas d^á impresa la huella de bu 
paso. Tanto esta como otra marcada en una albura Á 130 kilóme- 
tros de Bangkok, son lugares de peregrinación.' 

También lo es el templo de Ealany, ciudad fundada en el si- 
glo ni, sutes de Jesucristo, por el mismo Buda, en conmemoración 
dQ' an desembarco, que tuvo lugar allí hace 2.425 años ; pero aún 
inspira más veneración el Dalaba-MvXigave, 6 templo del diente, 
asi llamado porque en su recinto está depositada una urna de oro 
que contiene un colmillo auyo. Esta es una superstición más de los 
sectarios, pues el tal incisivo jamás tuvo el honor de nacer en man 
díbula tan ilustre, habiendo muchos que por tradición creen perte- 
Aeoió á Hameman, mono giganteBCo, divinizado b/q la antigüedad, 
ó máa bien en.la fábula, que atribuye á este dios con rabo el incen- 
dio de Lanka. 

Según ella, irritado e) orangután, ató & la punta de socola gran 
ca&üdad de mateñasiinfiámableB, diólea fiíego, y, corriendo fréni- 
co por calles y terrados en medio de pavorosa noche, incendió todas 
las casas y redujo la eindad & pavesas. La verdad histórica es que d 
cadáver Buda faé quemado el año 513, antes de la Era oristiana, que 
ii diente, causa de esa superstición, era un colmillo de Gotama, ter- 
cero y último de los Budas (1) y que este hueso fud durante oolto 
ñgloa la itmiasticable manzana de discordia entre varias ciudade* d* 
la India, que se disputaban la preciosa reliquia; hasta que en d si- 
glo ir de nuestra Era viho á parar á Calan; loa tiempos corrieron, 
la isla cayó en poder de Portugal, y un príncipe, D. Cmtóbal d» 
Braganza, se lo llevó á Ooa el año 1560, que ^% importacicót Bo 
taáréA agrado del muy Reverendo Anobispo de aquela áxitaú, j 

W UVm. 



)vGoo<^lc 



algtmofl meoea deanes hizo con ella público aubo de &: sus cenizas 
fiíéron arrojadas al mar. Intrigas políticas y regios amoríos, que á 
cuento no vienen, indujeron & Yicrama, rey de Kandy, á suabitnir 
lareliquia perdida con otra que mandó foqar y consiste en un trozo 
de marfil, largo como de seis centimetros , labrado en forma de 
diente de cocodrilo. (1) 

IV • 

A bordo volví á encontrar mis bellas holandesas, con su enojado 
séquito de compatríotaa de ojoa vidriosos é incomensurables pióa. 
El joven andaluz qUe cautivara el corazón de Gi^tchen estaba allí 
también, luciendo sobre su chaleco una cadena de concha enrique- 
cida con numerosos diges, entre ellos el indispensable corazón, un 
anela y otros emblemas de constancia y fidelidad. Gretchen lleva- 
ba un collar de carey dorado y trasparente como el topacio: indu- 
dablemente se- había verificado un cange - de regalos destinados á 
«ervir de recuerdo y de consuelo en la ausencia que se acercaba. 

Entre tanto, seguíamos bajando en latitud^ sin que se alterase 
la límpida tersura de las aguas: decididamente, el tridente de 
Neptuno había obrado un gran prodigio libi-ándonos de los tifones; 
pero andábamos poco , el monzoii soplaba por la proa y toda la 
fuerza impulsiva de la máquina no alcanzaba más veloádad que 
siete ú ociio millas por hora. 

El 28 de Octubre pasamos á la vista de la« íslarNicobar: yo so- 
lo divisé la mayor, cuya lica v^^tacion arranca de la misma orilla 
del max y hace que parezca una selva virgen flotando entre las 
olas. Está situada á 200 kilómetros N. O. de Sumatra y produce 
gran cosecha de betel y de nueces de coco que exportan bus mora- 
dores. 

Pulo Pinajig, la isla de las palmeras, cuyo fruto sirve para com- 
poner el buyo, posó después fugaz ante nuestros ojos, ostentando el 
pabellón inglés, que es el que más refiejan estos marra. Inglaterra 
posee wt» isla deede 1786 y, aprovechando la frondosidad y freseu- 
■ ja de ese oasis planteado en medio del Oc¿ano, han establecido tm 
' aantttarWiin destinado á los convaleoíenies de las terribles enfenns- 



(1) Sotuk y Coab). (Cidnioa*.) 



t,7c=byG00'^IC 



áadea suacitardas por el climn enervante y mortífero de laa Indias: 
el enfermo que logra dominarlas, recobra sua perdidas fuerzas en 
medio de aquellas frescas plantaciones de ananas, en las «ualea no 
sé si admirar más el delicado fruto ó la hermoaa flor. Los indfge- 
nas fabrican y venden al viajero excelentes cuchillos malayos, los 
célebres y destructores Ki^ y unos basbones de raíz de palmera 
muy tierna, que los ingleses llaman lawyers (abogados) consideran- 
do BUS argumentos contundentes y detñsivos (1). 

Estas maravillas no distraían de sus amorosas ansias á la blan- 
ca hija de Java ni al fogoso español: se miraban, se buscaban, se 
juntaban, conversaban y lo que el labio trémulo no acertaba á de- 
cir, lo explicaba elocuentemente una mirada negra ó azul. Trud, la 
hermana menor, languídecLa: sus parpados enrojecidos, tristes sus 
bellos OJ04, la risa había huido de sus labios; estando en plena con- 
versación general, se levantaba súbita é iba & encerrarse en nu ca- 
marote cuando más alegre aspecto presentaba el puente. 

íPor qué BUS lágrimas furtivas? ¿porqué su afición á la soledad? 
iPoT qaé su naciente seno se hincha y palpita cuando parece estar 
más tranquila ¿Por qué sus manitas no se cansan de acariciar los 
anillos del collar de carey que el novio de Gretcben le r^;aló tam- 
bién al mismo tiempo que á esta, tal vez por disimular sn ainor, 
por cortesía ó porque siendo rubias ambas, el instinto ^e la armo- 
nía inspirií al rendido galán?.. Yo no podía creerle capaz de un co- 
nato de bigamia platónica, y hoy mismo declaro que Ignoro el con- 
tenido de las preguntas que anteceden y no lo quiero saber; pero, 
es lo cierto que cada dia' sus mejillas subían de color, la verdad ea 
que cuando se retiraba do nosotros, su hermanay el español estaban en 
el periodo álgido desús coqueteos. Pura casualidad, sin "duda, pero 
casualidad que me permite señalar el siguiente fenómeno psicolóí^- 
co-fi«íolágico: una hija del Mediodía, sé pone pálida y ojerosa on'se- 
mejante caso, y la mujer de raza cimbria se pone colorada; esto . 
prueba una vez más que las mismas causas suelen producir distin- 
tos efectos, sobre todo, cuando se trata de pasiones y tempeíamen- . 
toa combinados. 

Cerca del estrecho de Malaca (2) son frecuentes laa lluvias; pwo 



(1) -M. Chirlas liemire. Li Cimohmshina.IVuteAiué, etUB3yaunwd«Citnbo4g«, 



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iqu¿ lluvias! grttndes inundaciones como en el Ecuador y en loa Tró- 
plcQd, son bellas en su horror. En estos parajes las nubes no guar- 
dan, como en Europa, la consideración de derramar au contenido 
en gotas, cual si fueran inmensas regaderas manejadas por Titanes, 
sino que audaces bajan de sii albura y muy cerca de nues'tra atmós- 
fera, abren sus esclusas y sueltan de golpe un torrente de agua. 
Afortunadamente, estos chubascos pasan pronto y el cielo recobra 
su explendor y su trasparencia. 

Contemplaba uno de estos grandiosos espectáculos, plisando 
quizá en otra cosa, que el pensamiento es de suyo rebelde y amigo 
de divagar por los espacios sin permiso del individuo cuyo huésped 
es; no hay carcelero capax de incomunicar el espíritu, indócil pri- 
sionero que abusa de auimpalpabilidad para dominar la cárcel don- 
de debia estar encerrado, lo cual se explica de diversos modos, en- 
tre otros, por el sistema del conde de Maistre; i'Entre el hombre 
y el otro, llámese como se quiera, vale el hombre tan poco, que el 
airo «8 el que triunfa, n Ciertamente, esto ninguna relación tiene 
con los amores de un andaluz y naa javanesa, y, por lo mismo, 
me sorprendí cuaado dos diaa antes de llegar á Stngapoore m» 
abordó el enamorado doncel, diciendo: 

— ¿Quiere Vd. hacerme un favor? 

^Con nracho gusto, amigo mío. 

—Gracias: voy á explicar á Vd. de que se trata.* 
Por corresponder á la solemnidad de este preámbulo, tomé una 
actitud grave y atenta. El continuó: 

— TTsted habrá conocido que yo amo á Qretcben. 

— Tiene Vd. muy buen gusto; pero creo que es á ella y no á mi 
á qtiien lo debe comQnicar. 

—Ella lo sabe ya y... en fia, sin vanidad, participa, comparte, 
•e asocia á mis deseos perfectamente lícitos. 

— Sea enhorabuena; mas no veo la parte que me corresponde en 
«•te asunto; Vd. conoce el refrán de <iá quien Dios se la dé, Saa 
Pedro se la bendiga;ii y puesto que Vd. ama á esa linda HüLorita, 
no tiene sino aceptar la dicha que se le ofrece. 

— fCómo noi Una parte es^ncialísima le incumbe á Yd. lYo m^ 
qm^o casar! 

-^T bien, yo no me opongo. 
—En ello es^oy; mas, para casarme con Qretchen, me he.de an- 



giiroíb/GoOt^lC 



tender antee coa su familia; yo no hablo franca, y quisieni que 
OBted, en mi nombre, íe dirigiese á la. madre, pidiéndole formal- 
mente la mano d« su bija. 

—[Formalmente! Ye lo creo, no conozco nada más formal que ■ 
ese paso; mas ha de permitir Vd. que yo decline ase honor. 

—De ninguna manera; Yd. es el español mfU caracterizado que 
viene i bordo; además tengo para mí que Vd. sabrá I9 que decir 
procede en caaos balea, y tratará el asonto de un modo superior. 

— usted ea muy amable; pero se 'engaña atribuyáidome esa ca- 
pacidad que no tengo ni quiero tener; yo jamás he pedido una 
bluica mano á la madre, al padre, al tio, ni siquiera al tutor de bu 
propietaria: mi sistema es pedírsela á ella misma. 
Entoncee me miró asombrado, y exclamó: 

—¿Será Yd. quizá uno de esos hombree que cí&an bu felicidad 
en el celibato absoluto! 

— ¿Absolu... quéiAl contrario, muy al contrario, palabrada ho- 
nor; ípor qui^ ó por qué cosa me toma Vd.í 

—No quiere decir e«o,— se apresuró á añadir todo confuso y ca- 
riacontecido, 

Yí anublarse la frente del pobre joven, y volver bu inquieta 
mirada hacia donde estaba su novia, que, por cierto, no nos perdía 
de vista. Estaba en el secreto de lo que hablábamos, según supe 
después: la niña quería casarse á bordo, donde no faltaban cu- 
raa, ó, cuando menos, quedar comprometida: realidad 6 espe- 
ranza. 

Ya no resistí más; el caso era tentador por lo raro y divertido, 
y me presta á hacer lo que mi paÍBano>deeeaba, pero con ciertas 
restríctáonee. 

— Yo, — digo, — no niego á Vd. mi cooperación, mas declino 
toda responsabilidad y el carácter de su representante; ¡quiere 
ostéd'que lo acompase en calidad de intérprete á la entrevista con 
sti fiítura suegra? Estoy pronto y me lo debe agradecer, porque no 
iré sin temor: hágase Vd. cargo; se trata,de una suegra, aunque 
sea in pa/rtibus injidelium; de una suegra, que,, generalmente, es 
un animal dañino; de una suegra de Java, como quien dice, de una 
pantera: ¡piénselo Vd. bien! ¡Medítelo! 

— Hada tengo que pensar; ella lo quiere, adelante; vamos donde 
está sn madre. 



g,:,r.::b,G00'^lc 



T diciendo y haciendo, me cogió del brazo; aai nos encamina- 
mos al cas^o de popa. 

Allf, sentada en ana silla de tijera, eataba la respetable mamá, 
grave, rígida , severa, majestuosa como un pastor metodista. Yo 
nunca la Labia hablado, mi paisano tampoco; de modo que nuestra 
visita le sorprendió tanto , que caló aua lentes para asegurarse de 
que realmente éramos nosotros mismos en persona y no en efigie. 
El pretendiente hizo ima reverencia, yo le imité, y la señora 
contestó 6. nuestro ealudo con una lijera inclinación de cabeza; 
momentos de pausa; el joven ae turba y la señora no comprende la 
situación. 

— Hable Vd.^ hable, — rae dijo él; — hable Vd. primero, yo tra- 
duciré MI sc^idaí Dig» Vd. que tengo que hablarle de un asunto 
sumamente grave. 

—Señora, tengo el honor de preaentar á Vd, al señor , que desea 
celebrar con ella una breve conferencia. 

— Con-fe-ren-cia, — repitifi lentamente ia matrona, — y, ¿acerca 
dequéí 

— Lo ignoro, señora,— la conteste;— yo, a»mque á primera vista 
parezco un hombre, debo decir á Vd. que en este momento soy solo 
nn dicáonario parlante, un traductor, una bocina que trasmite la 
voz; un eco que j-epei-cnte loa sonidos; mi personalidad no la he 
traído porque mi amigo solo ha reclamado el concurso de mi 
lengua. 

Ella sonrió, é invitándonos con un gesto á ocupar dos taburetes 
inmediatos, me dijo: 

— E^toy pronta á oír á ese caballero; icómo se Ilamaí- 

— D. José Jiménez y Gaj'cía. 

— Usan los españoles nombres tan extraordinarios, que jamás 
podrá pronunciar uno siquiera. 

— Es natural, señora; como en Holanda los apellidos son tan 
sencillos como el de Van Varbérghentiwptonz, no tiene Vd, costum- 
bre de oir los que son difíciles. 

— Dígale Vd., — interrumpió el novio, — que yo amo á 8u 
hija. 

— Señora, entremos en materia: el Sr. D. José üene el honor ¡Je ■ 
participar á Vd. que ama á bu hija. 

-— íA cuál de ellas?- 



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71 

— ^A laaefioiita Greboben. 

— Sste afecto la honra sobre manera^ pero ella, ise ha apercibi- 
do de algo! 

—Y aun de algos,— iba yo á replicar,— pero me contuvo la so- 
lemnidad del acio, y me limitó á inúeri-ogar á Jiménez; 

— iQue si se ha apercibido?... 

—Ciertamente, — y ella también me ama,— replicó vivamente 
con acento sentido y lleno de convicción tan profunda, qxiB la BeÜo- 
ra lo comprendió sin que yo le tradujera'la frase, y mi sonrisa ex- 
céptica se cruzi con la auya irónica y burlona, una sonrisa entera- 
mente femenina; la madre se habia eclipsado en aqutí momento. 
Yesque las mujeres se conocen entre sf, y, en general, opinan 
muy mal unas de otras, injusticia que á mf me indigna. 

— {Conque nú hija le ama?... Vnes no me ha dicho nada. 

— Seaora, bu timidez, el respeto que Vd. le inspira, la habrín 
contenido en sus expansiones. ' 

— Si sai fuera, tampoco ae lo hubiera dicho á él. 

—Señora, la pasión trasforma, anima, precipita y... 
. — Pero, fli no puede haber tal pasión; y hace apenas un mes que 
se ven y quince dias que se hablan. 

— Señora, en los barcos es más frecuente el contacto. 

— ¡No me hable Yd. de contactos! mi hija es amable con todo el 
mundo por carácter y educación; estoy segura de que é. V. le trata 
lo mismo que & él! 

— ¡C^alá^era así! — se me escapó decir, — pero confieso con sen- 
timiento que en un trato y otro hay esenciales diferencias, 

— iConque quedamoa en que se aman! Muy bien; ly qué! 

— ^Nada; que el Sr. Jiménez aspira á casarse y pide á Yd. res- 
petuosamente la mano de la señonta Gretchen. 

La holandesa no se conmovió, ni pestañeó siquiera oyendo esta 
petición áquemaropa; d novio estudiaba ansioso su fisonomía, y sus 
movimientos. 

Yo no he estado más serio en mi vida. 

— jMi hija ha autorizado á Vd. para dar este paso! 

— Á. mí no, se&ora, pero tal vez sí á este caballero. 

— Tenga Vd. la bondad de preguntárselo. 
Hícelo así, y la contestación fué afirmativa. 

— Es singular, -murmuró.- ¡Y yoque nadas «pechaba! ¡Qué chicas! 



jvGoO'^lc 



— iGceá Vd. que IO0 áoúí» tUjatc» as habrán apenáUdo? 

—Lo ignoro. 

—¡Usted lo había notado! 

— Si, señora. 

— ¡Entonces los demáa tambieal 

—Es probable. 
Becogióae un momento, 7 después dijo: 

— iComprenden Vds. que, ausente ini esposo, yo no pueda dar 
una respuesta positiva? Entre tanto, consultaré á mi hermano, ha- 
blaré con mi hija, y cuando haya tomado resolucionj tendré el ho- 
nor de contestarles. 

Lerantámonoa al oír estas palabras, saludamos, y en la handtf 
de es^ibor quiso abrazarme mi paisano, qu& estaba entusiasmado, 
■ contwito, fuera dé sí, loco de al^;TÍa; inmediatamente fué á contir- 
aelo todo, Dios sabe en que idioma, 6. su impaciente prometidai 
Una vez solo, me vi rodeado por el capitán, el ministro, el conde 
,Mejaa y otros pasajeros que de l^OB habisji asistido á la conferen- 
cia y sospechaban Hu objeto. Conté la historia, se comentó y pa- 
semos uá'rato sumamente ameno. Más tarde la niña me dio las gra- 
das, yo le dije que bien podia dar algunas quien tenia tantas, pero 
las tomaba i cuenta Ínterin llegaba el momento oportuno de pi-esen- 
tarle la nota de mis derechos de traductor. No sé que interpreta- 
ción dio á mis palabras, pero ella se ruboriza. 

Al dia siguiente vimos aurgir de entre las aguas la verde y fe- 
raz península de Malaca, y no sin grandes precauciones nos aven- 
turamos en el temeroso estrecho del mismo nombre. A barlovento 
se veia un cerco de espuma ciñendo la pradera ímnen«a y el espeso 
bosque, como un festón de aj-miño adornando un manto verde; la 
blanca vela de alguna embarcación malaya que bogaba casi rozan- 
do la playa, corría veloz sobre las aguas, se paraba y giraba alter- 
nativamente como un alción que baja del espacio, suspende su vuelo 
y pesca á ñor de agua, agitando sus nevadas alas para sostenerse. 
Malaca era antes punto de escala de los barcos que pasaban el 
estrecho; mas hoy su importancia y la de otros establecimientos 
enteros ha decaído, y únicamente los vaporea de la Compañía Pe- 
ninsular y Oriental inglesa tocan en Pulo-Pinang. 

El ti-áficp en los puertos del estrecho concluyó con la domina- 
ción portuguesa; pero su ruina se consumó á loa cincuenta aSos de 



byCoOt^lc 



haberse establecido alU los íngleMs. Mitaca solo atenta 30.000 ha- 
lütan:«8 indígeaaB, boluidea», cbinoa, portugaeses, é ingleses. Ia 
guarnición se compone de tropas cipayas. 

Esbábamoa á los 3* de latitud K. , cerca ya da la Unea eqoí- 
noooial 7 da Singapoor, qae se halla al V — 30. A^ní pensaba desean- 
Bar algunos días para continuar daspiies mi viaje á Pekin; los de- 
más puiajeroa españoles se separan en ese panto de los qne van 
& China, toouuido ellos el mmbo de las islas Filipinas. Todos 
son onpleados civiles lí militares, negociíoites, banqueros , merca- 
deres, ni uno; el comercio de exportación de ese archipiélago, 
que seña considerable, yace postrado por los obstáculos que oponen 
nnestrsB insoportables aduanas, nuestra tramitaáoQ labraintdoa, 
nuestra legislación suspicaz, y tan sabia que estorba el comercio y 
no evita el contrabando, todo lo cual aleja de allí, como de toda 
tíerza española, navea y comerciantes. 

Apenas toma posesión de su cargo un ministro de Ultramar, re- 
nueva el personal alto y bajo de las provincias ultranutnnaa, desda 
Capitán general, Almirante é Intendente hasta los directores de las 
fábricas de tabaco y otros más subalternos . Hecho esto, yacree haber 
,, complido su misión: revolucionarios y conservadores se diferencian 
respecto á la administración colonial en que estos mantienen el ttaivr- 
quo y aquellos acometen reformas peligrosas, siempre en sentido po- 
lítico, i¡a va sans diré, descuidando la gestión económica, la cuestión 
arancelaria, sin osar entrar resueltamente por la yi& que conduce á 
la libertad de comercio y de navegación, la franquicis de los puertos 
y otras medidee propias á aumentar el tráfico y con el la prosperi- 
dad de las colonias y de su Metrópoli. 

La víspera del dia en que debíamos llegar á S^Jigapoor, la ma- 
dre de Oret(^en me avisó, por medio de su hermano, que esperaba 
en el salón; acudí presuroso y me encontré entre los dos. Ella tomó 
la palabra. 

— Prometí á V.,— -dijo, — contestar á la pretensión de su compa- 
triota que pide la mano de mi hija cuando hubiese reflexionado. 
Yo no incliné án proferir una palabra. 

-^Pues bien,^-contínuó, — el resultado de mis reflexiones, de 
acuerdo con el consejo de mi cuñado aquf presente, es que yo nada 
puedo resolver sin anuencia de mi marido; éste se halla «n Batavis 
y aquí no puedo consultarle y saber BUj)pinion. 



jvGoO'^lc 



— ^Es jiuto, eeilora¡ pero el novio ae o&ece á pedir él mismo el 
consentimiento que V. echa de m^oa; irá á -BatoVia con eoa ot^eto, 
bí V, lo autociza. 

— Yo nada Antorizo, y prohibo í ese caballero que se.-acerque 
más á mi- hija. ' 

— (No le parece á V., señora, que es inútil mortificar & esai 
criatunis, quedándoles solo un dia para estar juntos? Mejor es, á 
nú jiücio, diarias vivir y evitar desmayos, s&icopee y otros ex- 
cesos. 

— 3ea como "V, quiere; pero que él no lleve á cabo el viaje gue 
proj6cta;..escribiendo á mi espose conseguirá lo mismo. 

— Se lo diré asi, -¡-dije poniéndonie en pié. 

— Un momento aán; jel novio se llama?... Ya no recuerdo su 
nombre. 

— Hé aqui su tapeta, que me dio esta mañana: eUa expresa su 
nombrn.y su empleo. 

— iQaé sueldo tiene? 

— Seis mil pesetas. 

— iAl mes! . 

— No, al año. 

— ¡ImposiUe! — exclamó el tio, — mis sobrinas naterón y se han 
educado en la abundancia; tienen costumbre de vivir grandemente, 
con carruajes, vestidos hechos en París, necesitan muchos criados, 
una instalación confortable y un buen cocinero frajicés; además, 
los angelitos no d*étestan el Champagne. 
A esto procedía la siguiente contestación: 

—'I Entonces que la no vía lleve una dote proporcionada á siu gasto& 
personales, alas necesidades que se ha creado, y asunto concluido, u 
Pero yo no di semejante respuesta, mis labios se hubieran 
reeistido á pronunciar frases tan prosaicas, que es düícil hablar de 
lo que se ignora, y yo nunca he sabido la aritmética del amor, la 
cotización de las dotes, contar los caudales de una mujer bonita, 
pues creo que su belleza y sus virtudes constituyen su fortuna y aus 
blasones; la primera aristocracia del mundo nació de la distinción 
entre las criaturas favorecidas por la naturaleza y las maltratadaí^ 
por el cincel del gran escultor de la hiimanidad, era, pues, de orí- 
gen divino. 

Solo aventuré la idea de que careciendo Jiménez de caudal y no 



jvGoo'^lc 



alcaiizaji,do su soeldo más que Á cubiir bub gaaU» penon&les, ao po- 
día permitirse el lujo de mía mujer que exigiese mis que un cora- 
zón tierno y apesiomido, bí ella, por bu parte, no tenia el preau- 
puesSo perfectameal^e nivelado. Ni la mamá ni el tio se dieron por 
aludidos; ambos guardaron un silencio de mal agüero, silencio que 
el último rompió para recordiír que Jiménez era un estranjeru, ca- 
tólico además, y estas circunstancias no podian menos de separar á 
Gretchen de su familia y de su patria. 

— Doloroso trance para todos y sobre todo, para la niña, si no se 
lo pagan Nmi, — murmuré yo, comprendiendo que la bodat^no tenia 
hechura. 

Luego en voz alba: 
— ¿No teme Vd., señora, que Gretchen su&a cruelmente por esta 
negativa? 

— ¡Bah! será un disgusto pasagero; ¡es tan joven! Al cabo de un 
mee no se acordará de esta hisioria. 

—Así sea, — dige saludando, y me retiré. 
Elnovio escucliaba esta conversación dtjsde una lumbrera abierta 
sobre nuestras cabezas; todo lo habia oido; pero como se hablaba 
en francés, no entendió una sola palabra: era el suplicio de TáDtalo, 
y deseando satis&cer au ardiente curiosidad , salió á mi encuentro 
en la escalera y me interrogó con su mirada, diciendo con angus- 
tiada voz: 
— ¿Negada? 
—No. 

— íConcedida? 
—lío. 

— íEntonces? 

—Calma, amigo mió, mucha calma, y escácheme. 
■ Le conté' lo ocurrido, sin omitir un detalle, de lo relativo al 
presupuesto conyugal que babian presentado aquellas bUenaa gen- 
tes. Kl creía rica á su novia, y sin asustarse de laa cifras, me apretó 
la mano y corrió á referírselo todo. Ella nos estaba espiando; sen- 
tada lejos de nosotros, cubria su encendido rostro con im libro abier- 
to, en cuya lectura parecía absorta; sin embargo, yo creí notar que 
no volvía las hoJBA. De repente se. levanta y corre frenética hacia 
raí, se apodera de mí brazo invitándome á pasear sobi-e cubierta y 
comenzó á hablar. 



bvGoo<^lc 



'— Ko creo haber oMnprondido bien & Pepe; s^n>n ^ <^cei °^ ^ 
mil» no gnlore qua me caae coa un extr&ajero, alegando di pre- 
texto de qae me alejária de ella, y yo estoy rasnelba i caaume hon, 
grémalgrécoa mi español. Han erado, nn duda, que podría aó- 
píffUr la vida coa un holandés, con tm ehoucroutte, con nn tonel 
de cerveza: ¡ahí lah! qne mal me conocen; y en Java además iho» 
rlUe existMicial ni nn año, ni un mes, ni una semuia. To necesito 
el aire de Europa, sos aalonee, bos cór^, el trato de sus hombree 
mpeñorea, de ana grandes a^orai^ tan elegajites y ^tingnidae. 
lün plantador, un n^odante yot... [ah! ]oh!... 

Y la pobre ñifla reía convulsivamente, reía por no llorar, esta- 
ba roja como las amapolaa en Mayo. 

— Señorita, reflexione Vd.; si tales son stut miras, Jiménez tam- 
poco le sirve para mando, porgue ¿1 se va á establecer en Manila; 
y aunqne esta ciudad sea mejor que Batavia, ambas son asiítiicas. 

—'Yo le baria volver á España. 

■—Con BU modesto sueldo no es posible hacer grandes viajes. 

—No tendré más que vestidos de percal. 

—No podría Vd. andar en co<íie. 

—Me estaré sinnpre en casa. 
Como se ve, & cada condicional mío respondía oon un ñtturo per- 
fe^. La juventud y la paaion de nada dudan. Yo proseguí diciendo: 

— No bebería Vd. Champagne de la veum CUquot, «no Valde- 
prilas tinto ó blanco de Rueda. 

— Beberé agua pura, y al lado de mi Pepe nunca estaría triste, 
En fin, mi madre dirá lo que quiera, pero yo convencere á PH^< 
¡es tan bueno, me quiere tanto! **■' " 

— jY 8i & también niega su consentiiuientol 
, — Me pasaré' sin él. ' 

Tanta resolución meaaombró, é involuntariamente me pregunté 
si ertana en presencia de una gran pañon; mas no, , . yo la había 
visto fmviar cartas á Berlín en todos los puntos de escala, diciendo 
á su novio que eran para xm. aya que tuvo siendo niña, mientras 
en los sobres estampaba el nombre alemán de un subteniente de 
húsaies de Silesia. 

Esta reflexión me tranquilizó y me propuse exasperarla. 

—Sin el consentimiento paterno no se puede Vd. casar hasta 
eu mayor edad. 



jvGoO'^lc 



-^Tmdvé paeÍNiGÍa donuibe cincd ulos; pero [Dios mió! et de- 
masiado largo el plazo; me moriria antes, y 70 quiero vivir; oada, 
me escapara con ¿1. . 

— No lo hará Vd.; pero ai lo hiciese, le Buplico vaja A Esp»ña, 
y acuérdese de mí en sub latos de ocio. 

— ¡Quá picaro es Vd.! — dijo soltuido mi brazo y alejándose ^- 
tre furiosa y risueña, amenazándome graciosamenteconHU abanico. 



Siucrapoor. 

Ia vista de eata isla sorprendió á los pasajeros que como yo 
surcaban por vez prímei» estos maree: apareció como por -encanto; - 
CU4I si del f<nido de la« aguas saliera en aquel instante. Y ,ea qu* 
Ki la India, región de prodigios, surgen de Improviso, cuando me- 
nos le piensa, sin qus previamente nadie lo sospeche, bosques, mon- 
tañas y ciudades, como efectos de bruma, como fenómenos de es- 
pejismo. , 

Al U^ar á la altura de Yahor, el práctico mando virar, quedó 
este p^to Á bcu-lovento, y en virtud deestahábil maniobra enfili^ 
mos la boca del puerto, qae es estrecha y difícil de tomaj:, encon- 
trándonos ■egoidMnraite en pleqs rada, una rada ancha y profunda 
que la tierra defiende por todas partes, tierra que no se vó, pero 
qae ae adivina por los árboles y las cbabs que sustenta: bosques y 
praderas se eaüenden hasta el festón plateado que'las ondas bordan 
al romperse en la playa; apenas^ cuando baja la marea se destaca 
una línea toja entre el azul del mai y el verde de los campos; nó 
bay iaá9 «olucion de continuidad; ¡generosa tierra que, anñosadt 
mostrar la pujanza de su rica savia, abre su seno y deja que germi- 
nen Ifia semillas, qae broten las plantas tapizando de múltiples ca- 
lores llanuras y colinas, elevando basta el cielo el frondoso rama- 
j« de árboles, que parecen gigantes coronados de verdnral 

Vaporea europeos. Juncos chinos y barcas malayas surcan vtlo* 
oes las aguas en todas direcciones, deslizándose lábilmente entre el 
dódalo de buqaes con las banderas de todas las naciones. lA wpa- 
ñola flotaba en tres barcos, dos mercantes y uno de goma, ^ 
V«nc4dora, valiente corbeta quQ hÍ2o la campaña del. Patlfico. 



)vGoo<^lc 



Las mensajerías frajicesaa tienen para aus buques un fondean- 
dei-o especial junto al muelle de New-Hasbour, arrabal distante 
dos millas de la ciudad, formado en aii mayor parte con los talle- 
res y almacenes de esa compañía y de la Peninsular y Oriental in-' 
glesa. El heredero de los antiguos rayáha de Yahor tiene en este 
arrabal su residencia, im palacio magn^'fico rodeado de jardines y 
bosquea sin fin; allí vive oabentosa y pomposamente, como vivieron 
sus antepasados en au corte, gozando del &U3bo oneutal y del confort 
inglés, es decir, libando el cáliz de dos civilizaciones, libre de lc« 
cuidados inherentes á todo gobierno, ain pensar en guerras civiles 
ni extranjeras^ en invasiones ni en conquistas; cobra una pensión de 
dos mil libras esterlinas que el teaoi-o inglés paga en virtud de una 
de las cláusulas del tratado por el cual el 'i-ayah, su padre, cedió la 
isla de Singapoor á Inglaterra, suma que seria insuficiente para su- 
fragar los gastos de una, existencia opiúenta digna de bu rango, si el 
ex-aoberano no ae hubiera reservado la propiedad de vastos territo- 
rios cuya renta basta y sobra para satisfacer loa caprichos más ami- 
tuosos que él y sus descendientes pudieran tener. 

Mientras nuestro buque atracaba al muelle y lo amarraban, tu- 
ve tiempo de contemplar á mi sabo r loa juegos con que divertían 
sus ocios loa tripulantes de las pií-aguas: cada una de estas v» mon- 
tada por dos niños desnudos y armados de un corto remo, con el 
cual manejan hábilmente su frágil nave, que á veces, es cierto, pre- 
senta su quilla al aol; pero son loa pequeños remeros buzos con- 
sumados, é instantáneamente reaparecen sobre el agua, enderezan 
su barcayae ©ntrabienen haciendo con ella mil atrevidos ejercicios, 
como un buen ginete hace saltar, botar, encabritarse y andar de 
costado á sv: corcel favorito. Llegó el momento de desembarcar, é 
fundaron el puente mercaderes, intérpretes y fondistas, esa turba 
'ávida y servicial.que hace presa del viajero en todos loa puntos por 
donde pasa; muchos de es^s se precipitan hacia la escala, g&noeos 
'de saltar á tierra,- llamando unos á su criado, otras á su doncella, 
aquél despidiéndose á gritos de su compañero de camarole, del hom- 
bre tK)n quien ha compartido durante treinta diae un espacio cer- 
rado do dos meiros en cuadro, intimidad que, como es forzosa, no 
engendra cariño amistoso ni más aenjimiento que el deseo de per- 
derse máSuamenbe de vis^t; ¡y ego que deben conocerse bien!— Qui- 
zá sea «sCo mianio. 



b/Goot^lc 



Yo ture el honor de ser redbído por el Minietro Plenipotencia- 
rio de España en China, y por aua Secretarios D. Ramón Gutiérrez 
Osaa y D, Ramiro Gil de Ulibarri, y por. el Comandante de la Ven- 
cedora, D. Juan Gorvantea. Dos palanquines, especie de ómnibus 
arrastrados por un tronco de caballos enanos, que guia un malabar 
r de rojo turbante, noa oaporaban, y dentro de elloi hicimos el trayec- 
to hasta la ciudad. La carretera ea magnfñca, como todas las ingle- 
aa« y como eran las españolas antes de la revolución, cuyos prohom- 
bres, en su afán descentralizador, las entr^aron á, laa dipnbaoionee 
provinciales que invertían en fasiles para la milicia ciudadana, 
encargada de velar por la libertad, es decir, de sostener la anarquía 
y el deepotiemo de los caciques de la localidad, los caudales qne re- 
caudaban en loe pueblos para entretener bus vías de comunicación. 
Resultado: que muchos diputados ge hicieron contratistas, qne mu- 
chos contratistas ñieron diputados; ellos mismos ae aprobaban aos 
cuentas y las carreteras so convirtieron en barrancos, no respetan- 
do los pcopietarioa colindantes ni aun los álamos plantados en las 
cunetas, cortados ó arrancados de cuajo, so pretexto de quesus lai 
cea minoran el desarrollo de la^ plantas en los linderos: como si «I 
Estado, cuando mandó trazar las carreteras, no hubiera indemniza- 
do ampliamente £ los ten*atenieQtes de este perjuicio. 

La doble fila de hermosos eucaliptiia que borda el camino de 
New-Haabonr á Singapoor, y la protege contra los ardores del sol, 
me entríatecia, recordando la desolación de los de Valencia y Cas- 
talla, devastados por vándalos poseídos de una furia eetólida.y fia- 
dos en la impunidad, sin queme distragera el serpenteodeloscanalee 
que por la derecha bajan hacia el mar llevando el a^u» sobrante de 
los campos desecados, ni el vasto risueño horizonte en que se pieor- 
den laa grandes plantaciones de ananas que empiezan áia izquierda 
del camino. 

Ue apeé en la Fonda de Europa, la mejor de Singapoor, cuya 
descripción hará, porque m,en su aspecto ni en su instalación as pa- 
rece á^las hospederías de.Occidente, edificios m¿9 ó m¿noa grandes 
con puertas, ventanas y balcones como todos los demás, amuebla' 
dos suntuosa 6 modestamente, pero que todos revisten cierto .carác- 
ter de uniformidad. 

Este , por no asemejarse en nada á aquellos , ni siquiera estí st- 
toado ea plaza ó calle : sobre una inmensa eaplaaada cubitrta d» 



)vGoo<^lc 



vérduf» y oorbulá por cuatro hermosa* calzadas , se tizKO. tres edi - 
fieiofl de doa enerpot, excepto al del medio qne solo tiene uno y 
pnaenta máa fwliada qne los dos laterales ; las paredes son blanca», 
verdes laa persiuua y atrevidas las dobles coltminstaa de la baran- 
da y de la galería alta que circuye el pieo principia , adornadas con 
los mismos trasparentes chinos y cortinas de junco que se usan eo 
Ceilan. Las barandas estiin provistas de divuies de bambú , tapiza- 
dos con finlaima estera de palmas , qaa brindan al viajero y al pa 
■eante descanso ; una ma^nffica vista al mar , que está cercano ; y 
una brisa embalsamada por el aroma de eepléndidas fíores trópica^ 
lea , como jazmines dobles , azucenas rojas , tulipanes negros que 
esmaltan los cuadros de jardin inglrá por au trazado , miis en el coal 
crecen altas palmeras y bananos de anchas hojas. Una c«rca de 
piedra gris separa el jardin de la vía pública : pero las veijas se 
abren para dar paso & los carruajes que conducen viajeros y éstos 
discurren libremente'á través de las calles de este vergel. 

Las cocinas, loa comedores, galñnetes del lectura y babitatño- 
nea del fondista están en la planta baja del ak, derecha; la izquier- 
da es un palacio Con todas sus dependencias : cocheras , cuadras , y 
jardín separado del general , pero se alquila raras veces, únicamen- 
te cuando llega un gran personaje 6 una familia numerosa y opu- 
lenta. En cuanto al edifício central , está dividido en cuartos que 
en lai^ga crujía se suceden y abren sobre la baranda de madera ; cada 
coarto se divide en dos por medio de un biombo qne separa el salón 
de la alcoba; el mobiliario es soncülo , pero confortable : ana có- 
moda , un gran velador , un escritorio , un diván y varias butaca* 
de bambú; la cama es un tablado de caoba con bancos de hierro, 
ana ddgada colchoneta de crin , un mosquitero , una sábana y cin- 
co almohadas. La alcotá tiene una puerta de servicio qne da á un 
patíio interior, fin el cual hay cuartos de baño cuyo número corres- 
pmide con el del que cada huésped ocupa , pues en la India es bs- 
cesario y grabo bn&arse en agria fria cuatro 6 cinco veces al Bis, 
tanto como en Europa nos lavamos laa manos y la cara : el calor, 
ia hi^ene y la precisión de cambiar varias feces de traje ertMSU>r 
tf intwiorasl lo exijen. 

Loa camareros so^ jóvenes chinos que chapdrrean la lengua 
iii|^wa;.ia librea coosisie en un ancho pantoioa «zul, larga blusa 
blajaca7ajaMb«bii^ut»QC)p«8d*d:^«siuil»defielUQ; dcsos-ca- 



g,:,7.::b,G00'^lc 



bexa» afeitadas pemjan treni^ tm largas j jprqeaaB, «[uq tie^^a^vv 
la, codicia de coalqaies' pelnctuero «mbicioBO. Log chioq^ r«coj«Q aji 
trenza ea forma dd rodete cuando se enliregan & bub faenas; pero ñ 
el amo Uajna, lasoélta piwurOBO j acude al llapiamiento, gaf ea 
grave irreverenda, Began la etiqueta china, pres^tarse ¿ un tape- 
rior, hacer 6 recibir una visita con la trenza recojid»; eatt^ m<pzos 
desmientan con m .vigor, actividad y mafia, la infetior id^ qm 
inspiran á primera viata sus rostros lamaos j sa aire afeminado. 

El fondista es frqoc^, lo cual quiere deeir que s«t>e dar de oo- 
mer: loa franceses son cocineros por instinto, por Tocación; itpá^p 
oomo elIoB entiende ese oficio. Vatel 7 Cúreme fqeron do jR^N^des 
artista* culinarios; el baro9 Bria^e, un girau profesa 69 es^ arte 
que BnUat-Savaxin ha elevado i ciencia, escribiendo su FisÍ9J£^| 
del gos^: IpsaforiinnoB le aawjagt man^e, l'hmtm* oiyüifié (2if«; 
dimé lo gue comee, i» diré qni&i er^s, son ímí ^JC^d^ j tfpf ^if- 
fimd9s, cot^ao el de ^puCfon, l'eatil c'e»t thorfuaie.- £n «f94t9, v ^ gs- 
ülo revela 1» instracc^on, el instila artística y haata el cfitifi^ de 
un individuo, sus gustos gastronómicos indican la delicada» fj la 
vulgaridad de sus pensami^tos. Un dia, viajando por la U^pcha, 
me dijo un personaje francés: ^ jétaia roi d'BapagTis, j'ácilerc^ 
tontee les cwisinierea espagnolea ^n FraTice pendqnt deuíe an/aéea; 
á eoureteu reÜea aauí'aient lewr metier. Estegrito de indignación fiíé 
arrancado por el ayuno que nos h^bia impuesto en Manzanares una 
Mantornes, con un horrible estofado ydos gallinas, ya anióanas y, & 
mayor abundamiento, asadas con aceite crudo. La verdad e«, que en 
España solo, un millón escaso de siis habitantes sabe .comer; el rffto 
se nutre, pero no discierne lo que es comida y lo que es alimento, 
lo cual explica nuestra decantada sobriedad: la cocina española no 
puede formar gastrónomos; ella nos hace sobrios, y si la economía 
animal lo consintiera, los españoles habidam^a llegado & taner cs- 
tóma^B de Camaleón. 

Ei^Singapoor sentía yo nndvdce bi^oaít"'' pútuido tierra fínne 
y ain pensar en partir al diasif^en^t, eoD>o dúlzate une^iTV>inea 
pi^ h^ia accedido. Ala«aietedelft tazdevei» sentada i lanteja re- 
donda una eocieijad cosmopoUi^; oj^ lu^}l#r bodas las Lengí^; ^49 
como en este mundo no hay dicha completa, hub^ de ab^vifx i^ 
comidftj pprqw ]» dsploroble CMjatMíhre 4» fiMfíftr W ^ W** ^ 



g,:,7.::b,G00'^lc 



el humo descomponga laB'salsafl y áé náuseas & toda persona que, 
no «atando habituada á respirax la densa atmósfera de loa cafes, re- 
pugna y le molesta en aquel instante el olor á tabaco, por mfís q^ue 
ella misma sea un fumador endurecido. En laa colonias, el medio 
social deja mucho que desear en punto ^ educación. 

En mal hora salí y me lancé á vagar por los jardines; sin que- 
rer sorprendí un dulcísimo coloquio. Gretchen so despedía de bu 
amante. 

— ^Adios, adloa, amada mía. ¡ÁMl iPoi qué hemos de separamos 
tan pronto? 

Decia él con desesperado acento. 

— Ne me ditea adieu, diteamoi au revoir, — mormurat» sollozan- 
do ella. 

Estas voces llegaban á mis oídos sin que viera á loa que las pro- 
nunciabaja; iba á retirarme para no oír más, cuando la voz semi- 
iu&ntil de Truda vibró argentina, lenta y temblorosa, diciendo: 

— Puesto que va Vd. á ser mi hermano, déme un beso de des- 
pedida. 

— ¡Yo, señorita!... dispense Vd., pero ain permiso de su herma- 
na.,, yo... no... sé... si debo. 

Aqui tuve que morderme el labio infenor para ahogar una car- 
cajada que hubiera resonado en la arboleda sombría, porque el cre- 
púsculo se habia condeneado bastante, como en los ámbitos del 
teatro de la Opera resuena la escéptica y burlona de Mefíatófeles, 
eco del generoso grito que Fausto lanza viendo desaparecer á Mar- 
garita 

¡Felieitád'itckl/ 
/Ah/,.,fitffsU! . 

Páreme, y mientras sacudía la ceniza de mi cigarro, vi que Qret- 
chen contestaba: 

— Sí, besadla, amigo mió, yo lo permito. 
Sonó el suave chasquido de dos besos simultáneos; yo estaba 
estático y abría tantos ojos como la estatua del asombTo; mas no 
tardé en comprender el móvil de la conducta asaz complaciente de 
la hermosa rubia. 

— ¡Ahora me teca á mil exclamó, — y sin duda hubo de colgarse 
al .cuello de mi paisano, según eran sonoros y apretados los ósea- 



t,rc=b,G00'^IC 



los que con él cambiaba. Ko quise saber más y abaadoné aqaeí 
sitio; andando, meditaba, j la. síntesis de mis meditaciones está es 
las siguientes exclamadonee que involuntariamente brotaron de mis 
labios: ¡Oh precocidad de la» generaciones que avanzan!— iOb 
prodigios de la severa educación inglesa! — El Minotauro se ha es- 
capado del laberinto de Creta y recorre todos los países. 

Aquella misma noche se embarcaron las niñaa holandesas para 
la isla de Java^ Jiménez las acompañó hasta el último instajite, é 
inmóvil permaneció en la orilla del mar hasta que el vapor se per- 
dió de vista; dolorosa expresión de pena y duda contraía su juve- 
nü semblante. Quizá decia con Espronceda: 

Allá T> la nave. 
iQuien m1>« do tb! 
tAy del que se fia 
Del viento y del mar! 

Singapoor es una palabra compuesta de Singa y Fura, que en 
lengua malaya significan León y Ciudad; resulta, pues, que es ciu- 
dad de los Leones. Inglaterra se posesionó de ella en 1819, y le 
conservó su nombre quizí porque el leopardo que campea en el es- 
cudo de las armas británicas ae parece aX León; está dividida en 
cuatro barrios: malayo, indio, chino y europeo, fundado este lilti- 
mo por Sir Stamphord Rafles, primer gobernador de la isla, cuyo 
nombre fi^ra en una plaza donde él mismo se erigió un monumen- 
tro, mandando construir una fuente de mármol en el sitio eñ que 
desembarcó. En SaJIessquare está la estación telegráfica. 

Otro monumento se levanta en la gran esplanada que limita el 
mar: en el centro de una plaza formada por los soberbios palacios 
del Tribunal de Justicia, la alcS,ldfa , la administración de correos 
y la Biblioteca pública, se ha erigido una columna en honor de lord 
Dalhousie que en Í8Ó0 pronunció un discurdo sobre el libre-cambio. 
La Bolsa, el Tribunal de comercio, la Logia masónica, útuada cer- 
ca de la fonda de Europa, y muchas- residencias particulares, son 
también edificios grandiosos y de monumental aspecto. 

Dos raimientos de cipayos y tres baterías , al mando de oficia- 
lea ingleses, guarnecen á Singapoor, cuya poblabion asciende á 
80.000 almas, 25.000 chinos, 10.000 indios, 20.000 malayosy el 
resto europeos; mas ninguna de aquellas ra^as aspira á emancipar- 
se, gracias á la política de los ugentes ingleses, tan prudente como 



g,:,7.::b,G00'^lc 



fírinej tan cuidadoBa do loa ínteresea materiales de bus colonias G|ue 
colman de prosperidad. Singapoor es puerto franco; bodas las mer- 
cancías del mundo se encuentran en sus vastos almacenes; casi to- 
das las industrias modernas se lian implantado en su suelo por la 
iniciativa del genio europeo y la maravillosa aptitud que el chino 
tiene para toda clase de trabajos; él no inventa nada ; pero es ro- 
busto, sobrio, perseverante, laborioso: désele un modelo y una bue- 
na dirección, y lo imitará todo. 

La situación de Singapoor, entre el Océano Indico y el mar de 
China, la convierte en (depósito general del comercio de ambas re- 
jonea, en la Alejandría del extreíno Oriente. Así, todas las razas se 
han dado cita en ella; se hablan todas las lenguas; todas las reli- 
^ones se profesan con igual libertad, y se ostentan los trages más 
diversos; el comercio está en manos de ingleses, alemanes, holán- 
desee, suizos y fi-ancesee: loa españolee brillan por su ausencia aqiií 
como en todos los centros de tráfíco, porgue en España los indivi- 
duos qne forman las clases conservadoras se eetánen su casa, ylos 
populares se dividen en dos castas; una que trabaja, pf^^, obedece 
y sufre, y obra que grita, conspira, se subleva , la fusilan <S triun- 
&; todo lo espera, hasta' el maná y la isla de Jauja, cuando vengan 
los suyos. Los suyos vienen un dia, y el mundo rueda como solia; 
estupor profundo; gran indignación ; i nos han engañado! ¡nos han 
vendido! gritan; y vuelven la vista á obra parte, sin fijarla atenta- 
mente nunca en su propio trabajo, en su iniciativa misma. - 

Muchos políticos y algunos historiadores sostienen que la deca- 
den<ña de nuesbro pa& daba, 6 tuvo su origen, del descubrimiento 
y conquista de las Américas, de nuestra intervención en las gran- 
des guerras continentales de los si^oa svi, xvn y xvnx; pero, esa 
afirmación que seria fundada brabándose dé obra nación, no lo es 
en España, en el pueblo dobado de tal potencia vibal que por más 
heridas que á mismo se abre no logra suicidarae. No, un país que 
despierba del lebárgico sueño -del reinado de Carlos II, y recobra su 
poderío y su inflencia en e¡ mundo, bajo Felipe V y Alberoni, ese 
país no decayó realmente hasta que el rey Don Fernando VI enfre- 
nó su espiribu belicoso y conquistador; el fin que aquel soberano se 
proponía era noble, era elevado , era trascendental; pero se malo- 
gró porque nuesbro pueblo cesó de guerrear y no se aplicó at braba- 
jo. De lo contrario, siendo laborioso, dedicando su actividad á cul- 



t,7o=bvGoO'^lc 



bÍTtur loa caAi^a y á fomentar la indontria y el comemo, poco nos 
hubiera afectado la pérdida del imperio colonial; maa cuando no se 
conqaistFa, no se trabaja más que en tramar conjuraciones que em- 
piezan por motin 7 acaban por revolución, que, mal dirigida, ae 
desborda como aselador torrente cuyas barbosas aguas aocaban los 
cimientos del edificio social, desarrollando una perspectiva de hor- 
rores y desaabres que alarman la opinión p¿blica, asustan á la co- 
lectividad, y de sn seno Tiace un hombre, se levanta un brazo que 
lo sujeta, á guisa de dique, con el &eno de la dictadura, grave mal, 
pero mal necesario, que si bien detiene momentáneamente el ma- 
gestuoso vuelo de la idea liberal, salva el sugeto que es una nadon, 
una sociedad, nn miembro de ese Briarco de millones de brazos que 
, m llama la humanidad. En fin, cuando loa pueblos lo derriban 
todo y nada edifican, decaen , se debilitan y mueren por consun- 
don. 

El hombre que^tíene la desgracia de no encontrar en sn patria 
nn modo de vivir, ó que en ella se arruina, emigra, y en las Amé- 
licas, en las Indias, en la China ó en Egipto busca, y frecuente 
halla una foituna que realiza y lleva á su pab natal, aumentando 
la riqueza nacional, pues con los capitales importados de las colo- 
nias ae fomentan la industria y el comercio , se* acometen nijevas 
empresas; todo lo cual acrece la potencia tributiva de loa contri- . 
bnyentes, y el Estado puede rebajar los impuestos sin desatender 
ningún servicio de pública utilidad; mas bay gentes que prefieren 
holgar, renegando del gobierno, á quien echan la culpa hasta de 
las sequías y de las innundaciones. Esto podrá ser cómodo, pero el 
radccinio es eminentemente estúpido. 

Ahora volvamos la vista á Singapoor, ciudad que á pesar de su 
espláidido cielo, de su ostentosa vegetación, delconfort de sus casas, 
de la abundancia que reina, de la animación del movimiento que 
el tráfioo imprime á toda población mercantil, no ee alegre; hay en 
la atmósfera que allí se respira, algo que pesa, que oprime y excita 
el deaeo vehemente de abandonarla cuanto antes. 

En mi concepto, esta impresión es causada por la fealdad é in- 
noble carácter de las razas que constituyen su población; nn egoís- 
mo sórdido, una desnudez que no llega á ser deshonesta porque es 
aaquer(»ia, un aislamiento com|deto en medio de aquella multitud 
abigarrada, son condiciones capaces de hacer aborrecible un pafa; 



)vGoo<^lc 



98 

yo creo que siendo el hombre rey de 1» creación, deb&en todas par- 
- bee mostiaree eniperior á, cuanto le circunda; creo que todM las ma- 
ravillas de la naturaleza fueron creadas para eu regalo, para for- 
mar el fondo del cuadro en que la humanidad se destaca, pero 
envilecidos como estón indios y malayos, por una et^na servi- 
dumbre, pues sin han solido cambiar de dueño no han variado 
de condiúones, tienen en sus físonomiaa, en au aspecto, un sello tal, 
que á mí, lo conGeao, más que parte integrante de la especie huma- 
na, me parecen tsa conjunto, una imitación bastante mal hecha. 

T cuenta que al hablar de fealdad, no juzgo estéticamente, por 
más profunda que sea mi convicción, de que la cara es espejo del 
alma y la belleza el primer atributo de la nobleza, de derecho divi- 
no, como privilegio concedido por el Creador á sus ele^dos, quiero 
prescindir de esta teoría y solo me fijaré, en el hecho de que hom- 
bree que usan moio, hombres que apenas piensan ni sienten, hom- 
bres que reunidos en colectividad, pasan como nación, como pue- 
blo de una á otra mano, de una á obra dominación, de los mongoles 
á los persas, de loa árabes á los chinos, y luego sucesivam^ite bajo 
el poder de portugnesea, holandeses y britanos, aunque sean, como 
son, gentes vigorosas y trabajadoras, aunque, casi todos sepan leer 
y muchos eacribiri carecen de dignidad y en su frente llevan im- 
preso el sello de la fatalidad que los condena á perpetua servidum- 
bre. Únicamente loa malabares, por cuyas venas corre sangre aga- 
rena, tienen un porte noble y se distinguen por su valor, cualida- 
des reconocidas por el gobierno y los particulares, que los emplean 
con preferencia á todos los otros. 

Dicho esto, renuncio á pintar las mujeres y Job niños que nacen 
de esta prosapia, limitándome á manifestar, que en cada genera- 
ción que se sucede disminuye su semejanza con la raza humana y 
tienden á confundirse coa el mono; empero, nada de esto se refiere, 
ni referirse puede, sin notoria injusticia, á los chinos cuya casta es 
tan diferente de aquellas, qne el contraste resalta de la simple com- 
paración de BUS respectivas fisonomías, vestidos, habitaciones, cos- 
tumbres y diverso modo de ser. 

El barrio malayo.es un enjambre de barracas de madera, levan- 
tadas sobre dmiontos de pUob^ tan cerca del agua, que la marea 
las inunda cuando sube; por las estrechas enlodadas calles, no es 
posible andar sino con zancos, pues aunque el mar se haya retirado, 



jvGoO'^lc 



1m ñgoBñ esfeaacadM corren por debajo de lu cune, donde bacina- 
dos, medio desnados j enteíamente oácioa, vegetait, que no Tiv«n, 
loa malayt», llenos de enfermedades repi^inaates, más resignados y 
Iiasta contento) con sn suerte. El barrio indio constituye el arrabal 
de ^ngapoor, si bien las casas diaeminadaa sin <írden ni concierto 
hacia el campo, más bien parecen chozas de labradores; verdad es 
que el indio es generalmente agricultor, cazador ó tendero, mien- 
tras el malayo es pescador 6 batelero, y el malabar soldado, eocbe- 
ro 6 mozo de caballos. En cada barrio hay multitud de eacuelas es- 
tAblecidas por los jefes religiosos de las respecüras comunidades 
para dar á loa niños una educación más ó menos elemental coa la 
debida separación de cultos. 

Realmente, el barrio chino es lo que la ciudad ofrece de más 
curioso é interesante, y mis lectores serian de esta opinión ai yo 
acertase á dar algún colorido al bosquejo que intento hacer de él. 
Sus casas constan de dos piaoa: el bajo destinado & taller y tienda, 
donde se t¿ á loa hijos del Celeste linperio trabajar día y noche, ora 
con luz natural, ora con la artificial que destellan unas linternas 
de pergamino pintado de vivos colorea, suspendidos profiísamente 
de los techos, pórticos y fechadas: están de tal manera construidas 
esas linternas, que apagadas parecen urnas de madera, y encendidas 
fenalee de cristal de Bohemia esmaltado con caprichosas figuras, 
siendo tan grande la afición de los chinos á este sistema de alum- 
brado que, no obstante estar iluminadas con gas las calles todas de 
la ciudad, dios persisten en su tradicional fentástica costumbre de 
colgar linternas dentro y fuera de sna moradas.— El piso prin- 
<ápal tiene en su frente una galería de cristales de colores varic», 
con figuras más ó menos correctas; allí se ocultan las mujeres cu- 
riosas, como todas, de ver, saber y decir lo que en el mundo pasa, 
más nadie las ve, ni penetrar puede el misterio que las envuelve en 
BU bogar domático tan herméticamente cerrado á toda indiscreta 
mirada, que los harenes turcos son plaau públicas comparados 
con ¿1. ■ 

En el fondo de cada tienda hay siempre una imagen de Confu- 
cio, pintada sobre on lienzo blanco, sobre el cual resaltan más y 
más los vivos coloree de la estampa; el gran moralista chino tenia 
s^;un parece, hermosos bigotes inclinados como lae ramas del sauce: 
era más encamado que un pid roja y más grueso que tres bajas de 



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81 

fttiúiidd ^ áifiM y taviertÉ, que «bisUdds 1« «HrUttt^itt. Uá^ 
^cá8 ^ItéMAS dé erl«ttí , tdriot y UmpAiM dd Meite dé eooo 
noiñiiUii el Altjur de Coiiftido. 

te» cMtioá eleg&ntM, irresistibles, p«tttí-maitr«Bi tUtn^, Ifl- 
^uguiúod, ^llaH 6 gomosos fáenen Is eokbombiQ de {tMeAf jpot IM 
eáUeÜ donde h^ mnchin tieadm, lafiieado nu calsoUM de eedá tixal 
oeléiM, M iotté, pacAcma negn, también de toda eóu botónelEi de 
oró d dé eilBt&I, ata medias blancu y sos babachaa de bot-dádo rtUo 
f ¿f^eta nietas de fieltro, sit largft trMiza, 01170 éi^posóT átuitefitan 
OOrdóiieA de toTZtil mezcUdos con el cabello, oae sotoe Is esptddá y 
ll^;a hasta las corbaa; casi todos llevan la cabeza detcabierta, pero 
ügttnoÉ iniU dvtlizadoe, 4 nnesbra nsania llevtai oh lombrero 
4e paja, y tod<» el impmicindible para^aA en 1» mano. Á.A aa 
víate lajuTebtaddofadAi ánicamente, pora los á^teeanoii man tra- 
jea mas modestos, aunque del mismo corto; loa cooíis (1) no llevan 
más gue un coito calzón de IÍM120 ctado 7 tm aombrefo de corteza, 
dé roten ó dé joQcOft, muy ancho y que remata en punta, como 
el ted^o de tm klOAko; no se eat^gan sobre laá espaldas, iflbo én un 
hombro sutiteiiba;ü ub tObeH I&rgo de dos meb-os, & cayos «ítnSttLós 
atan lás cüerdasí|ué áUjéta&IOAbiiltóspéií'ectamwité e^uillbftidOd pa- 
ih formar tina éápecáe de bálanisa. De esta maúera discun^ por laA 
calléii mostrando impúiUCos Bfis cobrizos rdémbros ¿ubiettt» áh una 
fiel táá bieói Cuitiáa, qu:énoiiérdlíiBic|Ui6r&coaél coütfUitonádií ttaA- 
védelroteñ, tú dejatñ^aórenloaaembltúiteslamteór eontftuscioa 
causada por el esfuerzo muscular, necedario párft soítéiiér ana eaOrmtt 
carga: al verlcM, con Su tallft médiuiA, stU, fbrUas redondas y 'pAk- 
das 7 tiettdidog Ojos n^j;roB, páJéceTL CfUriátideB de marfil antigOo. 

Él chino és BÓbrió 7 eictromiulanlente limpió; el hombre ta, pót 
ló general, roas béntídso; es dócir, máiOS íbo qué la mujer dí&laí, 
biéu entendido, 7, para que en todo conixstfteil loa usos dé éstos p&f- 
ses con los de Süropa, nos descabrea parasalúdar en la cáUe ni en- 
trando en un st¿on; serfa esta grave &lta de etiqueta, demasiado 
&miUü- y póco liinpiO; colocan & su iáqúierdtl & la p^rstítift & quien 
honran, 7 com6 nOaotrOs hacemos lo conldnrio, resulta, gne Á pri- 
mera TÚbá nos jú^;an toscos y nial édücsdos, cOttMbay^do bo po- 



O) 



g,:,r.::b,G00'^lc 



e6 Mft i^ éttótíeA '& ^tie eii sa Xer^a». eurojieo tea sintfaimo dé 
Gífbafd; dietadó qtte pof efédiúdün flos áplicaA eStU gentes a^ari- 
IISA y de dbKcnfl. mirada; pero este fenófiíeno tiene sa explicaciotí, 
bq CttltuiA, sa ciVilízdáon estaba en todo sti esptebddr cuiúido Iftit 
naciones d« Occidente sallan apenaa'del estado pñtnitivo: tnas, co- 
ftio dice CSiabeaübrland, el g^aio cJviUzíúlor es una tuitoTcha, on 
globo rutilante que pxs. dando vueltas en tomo al mundo y, nece- 
saiiomente, coando alnmbrs anas regiones, deja Iba otras vnmidas 
eH Ift ofcuridad. Sttcedíó, pues, que la Carv'a laminosa, qae i. través 
do la« edades matea el progreso de la hnmanidad, teniendo como 
tieneti todad laa carras sinaosas sne puntos de parada, hizo naft 
TCÉpecto de la C%íaa, tan larga qae después de muchos siglos dará 
todavía.; \oú cliinos, incomunicados completamente con A i'esto del 
tmiTerso haata liace {tocos años, digeron, sin duda: pnesto qae nos- 
<±ro8 ya no progresamos, los pueblos que inoran ñiera de la mu- 
r^Ua que enciera nuestro imperio , tampoco ; ed así , qae ellos 
úo Hablan despertado de ese letargo del sentido moral que se lla- 
ma barbarie cuando la China llegaba á la met«i de la humana cin- 
ácion, luego son bárboroA y nosotros el prototipo de la eaUdaria. 
¡laocentes! bien caro han pagado su error. 

^n^pOM posee ttb Jardín botánico y zoológico, notable como 
Stoseo de fegetalek, pues en ^ vss'io recinto Úorecen plantas de 
tod<H 1<B «limad; pero en Zoología deja bAs.^ante qi» dMéttr: ia co- 
lección de anitaalea es tan incompleta, que no tiene ua serio ejem - 
piar dól tigre, cuya especie es vulgar síi la isla, y sus feroces Indi- 
Tldaos sBcriñcan cada b&.o centenares de victimas. ÜU Gobierno 
gratifica con 10 libras esterlinas al cazador que presenta un tigre 
muerto pot á; la Sociedad Mercantil abona igual Suma, y, sin em- 
bargo, h» indígenas &o muestran mucho ardor por ganar estos pre- 
mios, instándoles esa fiera un t*Tor invencible. 

M paseo más concurrido eü la Verde esplansda qae se extiende 
entre la fonda dé Europa y el mar; allí van rA caer la tarde nume- 
rosas carruajea ¿argados de blondas hijas de Albion, acompañada^ 
de obftífOs y rabictmdoB maridos; antes, de dos á cuatro, lo» solda-^ 
dos "Van ¿ júgtiJr á 1& pelota, arrojándoAiala uDoa á otros, que la re- 
chftz&n 6on pala* de made», ^ercicio re^mentario qne tiene por 
objetó ooaseTVir ágil ^ cuerpo y olásticos los mósculo»; es también 
el hipódromo dúftdd t<s Ih^Jdses w UttttégUi i m. direcñoB &v*ori- 



)vGoo<^lc 



ta, coiTÍ«ido ellos mismos coa 1a habilidad de consumados jodbaj/*. 
El rayaJí de Yohore es el primer aportman de la isla, 7 loe oñcia- 
lea de la guarnición te disputan el h<mor de caerse de sus caballos, 
dicho sea liii ofwisa de estos bravos militares y cumplidos gentU- 
men, & quienes debi machas atendones. 

La casualidad me hizo, conocer á dos de ellos en un bang[aete 
dado á bordo de la Vencedora por sa comandante i la Ilación de 
España, terminado el cual, de sobre mesa, entre ana taza de Moka 
y ana copa de Kirch, hablamos de arman, de caballos, de gimna^' 
sia, de caza, etc.; al despedirse me invitaron á almorzar la mañana 
úgaiente en sa cuartel. Sabido es qne loa oficiales de an regimiento 
inglés viven en comunidad, alegados en el mismolocalciaesu tropa, 

-pero en pabellones separados y capaces, según sa graduación; co- 
men jontos y pa^n á escote, exceptuándose de esta regla loa casa- 
dos, fenómeno i&ro en esa clase, pues genei'almente no suden con- 
toter matrimonio hasta obtener un grado superior; y si antes co- 
meten esa debilidad, se retiran del servicio, comprendiendo con 
Balzac que ese estado civil ea ana profesión ú oficiOj y yo añadiré 

'que muy ordinario, entre otxsA razones por la de que lo hace todo 
el mondo. 

Yo hatúa leido y escuchado bastante acerca del lijoso confort 
gae reina ot esta^ mansiones de hijos de Marte, y él deseo de ver 
confirmada por la realidad los sueños de mi fantasía me hizo acu- 
dir puntualmente á la cita; daba la una en el reloj del cuartel 
cuando descendí de un palaogain al pié del vestíbulo del pabellón 
general con mis dos colegas, nn teniente y dos alféreces de navio. 
Recibidos galantemente por nuestros dos anfitriones, atravesamos 
la baranda, y en un vasto y,el^;;ante fiímadero abierto sobre ella 
tavo lugar la presentación á los demás oficiales; ausoite d coronel, 
nos hizo los honores el mayor. Un gran velador de mármol blan- 
co, colocado eit el coitro del salón, bajo una lucerna de cristal con 
mecheros de gas y rodeado de sillones de bambd, divanes turcos á 
lo liu-go del zócalo de las paredes y mesas de juc^o en loa interva- 
los componían el sencillo mueblaje del fumadero. Á. derecha y á 
izquierda dos puertas de crujía y freoite á las de entrada otra co- 
municando con el comedor, disimulada, por un biombo tapizado da 
seda carmesi y con marco y pié de caoba, impedía que la mirada 
escudriñóse prematurunente aquel santuario de la gastronomía. 



jvGoO'^lc 



91 

Para hacer boca, como vulgarmente n dice, se ñrrió un vino 
de Jerez, C|ue el mayor se jaciiaba de haber comprado éi mismo ea 
las bodegas de Fenmartin, habiendo hecho expresamente con ese 
objeto un viaje desde Qibraltar & la tierra donde ae cria y &brica 
el verdadero néctar de oro. Loa ingleses agradecieron macho el 
elogio que rinánimes le tribatamos.^ — ^Usted nació cerca de esa tier- 
ra, me decian, j su voto es de gran peso como testimonio de la 
autenticidad del origen del vino; sin embargo, ellos le hadan mis 
honor que nosotros con sus copioaas libaciones: ftdba en los estóma- 
gos españolea la esponja que naturaleza parece haber colocado en 
los ingleses, alemanes y rusos, con el fin exclusivo de absorber 
grandes dosis de alcohol. Criados respetuosos y rígidos, dentro de su 
librea de cutí blanco, circulaban, ofreciendo en bandejas de bruñi- 
da plata copas de cristal mu^lina, y el escanciador seguia lle- 
vando en otra el trasparente frasco Heno del generoso licor que le 
daba el aspecto de un colosal topacio. En esto se presentó el ma- 
' yordomo, hombre de cierta edad, el rostro orlado de patillas grísea 
y un vientre lleno de dignidad, cuya circunferencia envidiaria más 
de un senador ó consejero de Estado para aparentar una reepetabi- , 
lídad que no üene, y desde el dintel de la puerta del comedor anun- 
ció con voz solemne qae el almuerzo eetaba servido. Loa ingleses 
formaron en dos filas; cediéndonos el paso, entramos los españolea' 
y ellos después. 

La mesa estaba caUerta de loza blanca, brillante cristalería y 
grandes piezas de plata, p^tenecientea ¿ la vagilla del r^miento, 
pues cada uno tiene la suya & costa de los oficiales. Apenas toma- 
moa asiento, cuatro chinos agitaron la panka con tal brío, que era 
demaúado: producía, en vez do t^ne brisa, un furioso vendabal, 
caso previsto, porque los platos tenían doble fondo, y en su inte- 
rior algunas ascuas que impiden se enfrien los manjares. Ei lector ■ 
me escusará ai ño le digo cuáles fueron éstos; mas yo ignoro el 
arte que poseía Alejandro Dumas para confeccionar menua provo- 
cativos é indtadores á la gula; era el ilustre autor del Conde de 
Montecristo, novelista tan chispeante y fecundo, como gran coci 
ñero; tanto brilló au talento por la pluma como toanejando el asa- 
dor, la espumadera y las cacerolas; yo, humildemente, me inclino 
ante ambas supeñoiidadea, declarando que, sí pudiera, emnlaiia la 
primera; mas la s^pinda no tienta mi amtñcion, me reconozco in- 



jvGoO'^lc 



(ügDó dé uaftT el mandil y la gorra blancos; y confino qat al sslir 
dé un banquete no Conservo más que la, impresión de ñ be comido 
bien ó mal. Jamás me acuerdo de la liata de platos j me limitaré 
& decir que fiíímos muy bien tratados por los oficiales de S. M. B., 
espécialmeate en el capítulo de vinos, llamando sobre todos la aten- 
ción un sodor^waier, bebida compuesta de Champagne /rapp/, agua, 
■ soda j hojaa de menta piperita, servida en grandes jarrea de plata 
labrada en vez de botellas de agua, Ifc[uido que, según los ingleses, 
es bueno solamente para uso estemo. 

No hubo brindis, y la conversaron se sostuvo en inglés, francés 
y español, s^on estaban colocados l'is anfitriones y los huéspedes 
al rededor de la mesa; a«[uel que no sabia más que uno de los tres, 
interpolaba algunos vocablos de loa otros dos, resultando un mo- 
saico de idiomas muy curioso y divertido. 

Terminado el almuerzo y convertido en humo el inevitable 
cigarro que se fuma tomando café, an ayndaute del gobsmador y 
el teniente lord Cras, nosAcompañarcm^i nuestra visita al estable - 
(ñmi^itü. Enel^beUon central están, no solamente las salas de 
recepñon y el comedor, sino también las habitaciones del coronel, 
el mayor y los ayudantes; estas últimas, adornadas con muebles de 
madera de alcanfor y trofeos de armas, presentan un aspecto aenca- 
11o y de una elegancia enteramente militar, no atando en ningún 
departamento de oficial su cuarto de baño. En el piso bajo están el 
gimnasio, la eaia de armas y el tiro de pistola; detrás dd edificio 
hay una serie de pequeñas casas rásticaa: son las perreras, y en ellas 
' vi muchos canes de varias rama, algunos enseñados para la caza, 
abundante en los bosqne» que rodean á Singapoor y muy perseguid 
da por los militares, quienes pueden entregarse á este ejercicio con 
iuma &cilidad, viviendo, como viven, en medio de una selva espe- 
sísima, cuya más alta loma corona el edificio, que acabo de des- 
cribir. 

Alineados con él, en cnanto lo permiten las ondulaciones del 
terreno, hay otros muchos de menores dimensiones, donde se alojan 
uno, dos y hasta tres oficiales, teniendo cada cual su respectivo jar- 
dín, que los soldados cuidan con eatnero; enfrente de esta linea de 
construcciones, pero ya «a la llanura, hay otra paralela forma- 
da por las caballerizas, ocupadas por corceles árabes, ingleses, 
filipinos, aostralíanoB é i&d^eiuui, á los cuales se suj^ á dii- 



g,:,7.::b,G00'^lc 



tinto F^men, »egun va procedencia y el objeto Á que ee destinan, 
sean de batcüla, de caza, de carrera ó de tiro. A lo lejos, formando 
ángulo recto con la linea de las cabaUerizag, se ve otm máe larga 
de.grañdes edificios con on Bolo,piso: son los ouaiteles de la t^ropa 
difffl^diea de los de ntteatros ejércitos, en sna dimenüonoe j discri- 
bncion; e^uelloB son mayores y tienai cuartoa sepamdoa para los 
soldados, cabos y sargentos casados. Cada matrimonio dispone de 
una Balita, una alcoba y una cocina, pues en Inglaterra las clases 
de tropa no están arranchadas y sf loe oficiales. Las cuadras, las 
catnaB, los armeros, las dependencias todas, están perteotamente lim- 
pias; mil hombres habría alojados, y decían admirados los oficiales 
españolesgneDuestrogobiemoacumnlaria en un espacio igiül S.OOO 
cuando menos. Asf la salud del soldado inglés es excelente; verdad 
66 también, que sin tanta holgura y comodidad pereeaiíA ó no 
podría servir, mimtrA el soldado español ee de hierro y se baée sin 
comer, beber, ni dormir, cualidades que inspiraron al mariscal Vau- 
van las sguientee palabras: i<alli dcude on ejército fi«iicés tiene lo 
necesarío, an ejército español nada en la abundancia, y uno inglA 
se muere de hambre. 

Eran la» tres y media y el sol no se babia dignado aparecer; 
encapotado el horizonte, sambrio y plomizo el áelo, las nnbes des- 
pedian algunas graeaas y tibias gotas gue caiau pesadamente sobre 
los arbolea y, pendientes de sus verdes hojas, bríllaban temblorosas 
como liquidas esmeralda*). Despedímonos, puag, de nuestros guerre- 
ros anfitriones, no sin d^ar tapetas para el coronel y para el esta- 
blecimiento, donde se archivan en memoria de cada viúta; é ins- 
tantes después nuestros palanquines rodaban v^ocee por la calzada 
de amaranto festoneada de veidnra. Los caballos se estremedan en 
su volador galope y la oblicua inclinación de sus orejas indicaba el 
terror que sentían viendp aproximarse la tormenta rugiente en 
lontananza; lívidos relámpagos rasgaban el fondo oscuro del cielo, 
bramaba ronco y amenazador el trueno, la atmiiafera enrarece por 
momentos, dificultando la respiración, y las arterias latian coa ve- 
hemencia. 

Yo aspiraba con ánaia las aerea emanaciones de la húmeda tier- 
ra para fortíficar un tanto mis pulmones, mas las corrientes eléctrí- 
cas que cruzaban el espacio me anonadaban, clavándinne Mt mi 
asiento como una masa inerte, lo cual- no intwrompia el áctMis 



g,:,7.::b,G00'^lc 



COD qoe admiraba, la belleza imponente de aquél paisaje de man- 
gnitanea, bananeros, ananas plantados en las mJÍrgeiiea del cami- 
no, Á gaisB de valla, que lo cierra, y al mismo tiempo sirve de mar- 
co al magnífico cuadro de las palmeras de alta cima , oscilando & 
merced del viento qae silba entre las hojas de bu redonda bóveda, 
délas boogas cargadas de fruto, del cocotero de nudoso tronco, cu- 
ya altura inconmensurable contrasta con la modesta elevación de 
la palmera acuática que naco al borde de las acequias y cuya» ho- 
jas se rizan y se combinan en forma de abanico, todolo cual resalta 
sobre el fondo de un inmenso tapiz de verde c&ped que solo se 
pierde de vista cnando lo ocultan en sus inestricablea sombras los 
, bosques rfrgenes 4 inexplorados que cabré la mayor parte de la 
isla. Ia lluvia arreciaba, inundando el coche por sus ocho ventani- 
llas; finé pivdflo cerrarlas todas, y basta que, corriendo á traváa de 
aqad turbión, llegad á la fonda, no tuve más perspectiva que 
nuestro auriga, malabar bronceado que en su peecaabe t^uantaba 
impasible el chubasco, recibiendo torrentes de agua sobre su des- 
nudo cu»*po, que sin duda era impermeable, pues la escurría como 
Un water-prooff. 

De regreso en la fonda, quise descansar, pero en vano ; mi ha- 
bitación íaé invadida por una turba de mercaderes indios qne ven- 
den piezas schales de Kaschmir, tapetes , almohadones y taburetes 
de paño ricamente bordados en seda y oro , cajas, relojeras y cu- 
chillos de sándalo con incrostacioneB de nácar y plata; después en- ' 
traxon algunos buzos ofreciendo enormes' conchas, j, por último, 
varios malayos con sus famosos kríea de tosca vaina dé madera, 
acerca de los cuales cuentan siempre una leyenda triaca ó melo- 
dramática, relación fantástica de.las víctimas que ha hecho su ace- 
rada hoja, historias de celos, de piratas 6 de cazadores que suelen 
interesar al comprador. Según ellos, en lo antiguo, este arma, que 
es al mismo tiempo sable, cuchillo y puñal, se febricaba del si- 
guiente modo: se enterraba una barra de hierro, y la tierra que la 
cabria era regada con aguas marítimas y humanas; naturalmente, 
el hierro se enmohecía, y en este estado el armero lo extraía y ma- 
citacaba en frío todas los dias, volviéndola á enterrar después , y 
repitiendo el ri^o, Al cabo de un mes, la barra había perdido 
gran parte de sa volumen y el orín no aparecía ya ; entonces se 
foijaba la hoja. Cono se ve, era eeta industria enteramente primi- 



)vGoo<^lc 



tiva; hoy esbC abajtdonada, pTofiriendo los indlgenu los ^aebradí- 
Kos aceros de Sheffield y de BirminghaTi , nuU baraboa y fiícileí de 
adquirir. 

Singapoor tiene el caríw^r de toda ciudad coomopelita ; ea de- 
cir, que no tiene mngtmo ni reviste on aello especial : en ella se 
mezclan las razaa, loe idiomas ylos cnltoSj en confiuion babilónica; 
^ y como ea impoáble fdndir elementos tan <üscordea en nn mismo 
crisol, sus diferencias de or^en, de religión y de costumbres resal- 
tan en la estructura física, en los vestidos, hasta en la arquitec- 
tura de ana respectivos monumentos: laa colunmaa góticas que sos- 
tienen las bóvedas sombrías é imponentes de la iglesia católica del 
Buen Pastor, contrastan con el sencillo orden toscano de la iglesia 
protestante de San Andrá; la sinagoga no tiene senf^anza alguna 
con la mezqoita; el templo de Confucio no se parece á la, pagoda 
búdica; y son de distinta construcción y estilo las viviendas de 
enropeos, chinos, Indios y malayos, 

Smpero, estos contrastes, esas diferencias, aquella confuúon se 
explican fiícUmente como* un fenómeno natural, recordando que loa 
primeros pobladores de la isla fueron unos cnantos malayos fn^ti- 
vos; estos se posesionaron de ella & principios del eáglo XII, y m su 
época creció tanto el comercio, que Singapoor fué rival de Malaca; 
laego llegaron los indios, los chinos, los persas y loe tumenios, que 
desde las márgenes del Eufirates acudían buscando fortuna y tole- 
rancia reli^osa; en el Irascunode los tiempos vinieron otros pue- 
blos, cuyas castas no se cruzan legalmeate con las otras, y la sepa- 
ración sé ha perpetuado. 

Ningan viajero europeo que pasa por Singapoor deja de subir 
al Bukit-Tima, montaña de estaño, desde cuya empinada cima se , 
domina un panorama encantador, nna mi^nifica vista que deleita 
los sentidos y embelesa el alma; en lontananza aparece la ciudad 
como vasta colmena, pues sus más grandiosos edificios se ven del 
tamizo de casas de muñecas; el mar, tranquilo y brillante, parece 
nn espejo con marco de verdnra, formado por inmensas plantacio- 
nes de nogales moscados, sagús, claveros y gamberos (1), que la 
brisa agita dulcemente, bañándose en su aromas que esparce gene- 
rosa por el espacio. 

Invitado por V. Uinistro espaüol á nn almuerzo, qne en la 
(1) TtrrajapMca. 



jvGoo'^lc 



cumbre de efu DLoatK&a dsM pai» olwciuiiir á vaiú;» cckiaul^ «f- 
fcrapjeroa, la ofidalidad de la Vencedora, y «1 personal de m Ift^- 
cion, amaneda apenas el domingo 7 de Noviembre , couido u» 
reunimos to^os, auBtrion y comensaloB, ea. Sa^ie» aqtuvtv; aquí 
esperaban U» paltuiquines, á inmediatomante parUmofi. La orilla 
izquierda del camino eBtá goamecida de casas chinas, predoBaa vi- 
viendas, cajo aspecto Qztierior es de lo máa bello y miaterioao i^ue 
la imaginación puede concebir: edificadas enbra un bo8C[ae y la val- 
sada, una blanca muralla las circuye, sirviwdo de valla 6, su pe- 
qu^o jardin; una verja, siempre abierta, pennite el acceso <le lp9 
oarruajes hasta el reatibiil<3, qne aolo tieoe dos gnidAs; una empale' 
ra lateral cond4iQ9 fd piso principal, «Q}i^t«pte m nn g7W eglm 
T6fiAagíi)Mf, «vya p^e^ de fondo A^e »9}fr» m>* larga «ni^jft 4« 
de pequeñAf liatátatñpoea; &99t« i 69» pu«t« bay v» ORnwrin m 
fi^BD* ^ r9ton4* M!rsBtíil*d(» y c^ vj^tis^ fí ]% ealjp; gg. e^ BÜffi' 
dor alternan loa vidrios blancos 904 Igg ^ e9J,9f , 4§ JS^^W^ 4IM 
las dwoM idnnw, B9ct»das 9 d9 rodJllAi «Q^lf ^ diván, vfttt oúi 
tex vi«t»s, cuanto en ^ jardiq y en la ^9 pfis». ¥U« iteiffiá* 4M 
so|m» ^1 vestíbulo cuMN«ttp pí* niifi bóvad» oW^^Bg» y ^ retwád*» 
bord^ Bp^tenida por dos políuqqa^ ^beltfu 7 lijeras, ent^RHH^iita 
como un ^oakp indio; la calle de árboles qu^ áe^ \b. veija 9(w- 
dufte al vestíbulo, es d$ f^ena muy biso (^ison^fla > «ontoa^t^od^ 
su blancum con el color verde oscuro del ra^QQJP y lo» vivos nuii- 
oes de las ñpres que e8gifí.tí>an loa cna(koe, laA pI^tabMod&S > Iqí e%- 
uaa¿illos y las maceta d^ jardin, donde bay adAm^a pab9ll<UUW 
aislados para- huéspedes, servidumbre y otr^ depcnd^apíes. 

- Coiret^amente alineadas, dora4<W F^ el sol HB^ie^ie m^ t^fboa 
de bfwtbií fS da hoja^ dp pa^m^a, y sm blaji^Bji^ p^íced^ pon y9f^«>- 
nas d^fttkdidaíi por persianas ve^d^, estas ma^sio^^ p4r«Qeja en- 
cuatadas: diriase que m. su reoin^ gvardoa fA secreto , ei múterio 
de ima existencia Miz; mas 9sta íIhbíoji, ^ofno toda^, se ^eayaii^^ 
al «oqtaet? da U &ia roaJ^dad. V^, pin enibAi;g^, ef^icé, y «$Y3jMr 
puedo que «n aos «^a^eias mna i^ia la« t^ut t^i^e. iiM dulce pe- 
aumbrftf un ere^áscolo fuii^d^, psa s^jijx»en;idil4 que ^t^ft 
aniMi Iw poetw, loi »niiw«radpa y, W g!«Pe^> Mw IÍA» fsfaeot» 
excesivamente nerviosas. Las hijas del Celesta JíQ^efift , SffQft^f 
• muy lifl^wm; btwisn íwaíbiw 1» soinbEa, quizí ppr «g4»*i*#ría, 
acaso por pudor. 



jvGoo'^lc 



Frofoúon de Untemaa pendientes de la techumbre, el indUpen- 
sable altar de Confucio en un testero, y divanes' de alcanfor ó de 
sáudakt, cubiertos de estera de palmas, fina como el raso, tal es 
el mobiliario del estrado donde la mujer china paaa bu vida , recli- 
nada, tomando lé, abanicándose ó meditando, absorbas en la con- 
templación de sus zapatos de punta retorcida, gne oscilan suspen- 
didos del pulgar de sua pies desnudos. Su vestido es casi tan lijero 
como el calzado: cónaisté en un ancho paubnlon de seda ó lienzo 
azul, que solo llega á media pierna; una tánica blanca, más ó me- 
nos abrochada «obre el pecho, y un gran peine de carey siy'etando 
el cab^o echado hacia arriba, y tan reluciente, merced al aceite de 
coco, que más bien parece una paata negra adherida al cráneo, que 
una cablera dé mujer. 

La ñ-ente de las chinas ea desmeauradamñite ancbn. y de color 
Jí! aljoiar como su cuerpo todo; los ojos negros y brillantes, pero 
hendidos oblicuamente; la nariz aplastada; la boca purpurma y 
guarnecida de dientes menudos y blancos como perlas; el óvalo del 
rostro perfe(^, el cuello redondo, alto el seno, pero escaso; son bas- 
tante bien formadaa, de pequeña estatura, generalmente, y es bu 
c&tis tan tupido que no se ven las venas, ni sospechare puede c|Ue 
la sangre corra por los cuerpos de marfil bruMdo; de modo que, 
siendo algunas artísticamente bella,?, gustan, pero no caiítiyau; su 
fisonomía impasible, su mirada inexpresiva, sin un destello de in- 
teligencia ni de sentimiento, les da una apariencia insensible, y, 
en efecto, lo son con loa europeos que no les parecen hombres, sino 
Bimplemente varones bárbaros y deformes porque son blancos y 
tienen los ojos en linea horizontal. Jamás se la^ ve pajear; salen 
poco á la calle, y hacen sus visitas en palanquines, cuyas ventanas 
cierran espesas celosías sin resorte, á fin de que no se puedan abrir, 
pues los chinos son muy suspicaces y celosos, como todos los orien- 
tales. ¡Inocentes! pierden su tiempo, según demc^tré más ade- 



Al cabo de dos horas de camino, nos apeamos, quedaron los 
carruajes en un Iresco valle, y subiendo una pendiente, llegamos á 
la iglesia de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, sencillo mo-- 
ntimento que alegra aquellas soledades con la vibrante voz de sus 
campañas. Oímos misa cantada, y con este motivo escuché un coro 
chinesco, formado por nn centenar de niños, mujeres y hombree 



g,:,r.::b,G00'^lc 



que con aceato nasal recibaban las (U-ácíonea en ktin, aotnitando 
en ciertas cadenms los cánticos sagrados á la inÚBica cbina, inftr- 
mánica, monátona, receta infitlíble contra el insomnio. Despnw vi- 
sitamos al P. Perier, cura de la parroquia, que bondadosamente 
nos recibió en bu humilde morada, pequeña ermita colgada en una 
altura, como nido de águilas, escondida entre espesos bosques de 
bambúa, ntalaya que domina eae vasto territoriOiy desde la cual se 
ve la iglesia, grata perspectiva para un pastor do almas, como lo 
es para el justo la perspectiva de la vida eterna, cuando en sus 
^tüsis va en lontananza la mansión de los áogeles, el tármino de 
8U azarosa peregrinación por este mundo terreno. Quedámonos en él 
durante el tiempo que Dios se digne dejamoB, y guiados por el Pa- 

■ dre Perier, vamos á trepar hasta la cúspide del Eukit-Tima, ascfti 
sion que no es fáól ni agradable, puea hay que subir unaa tras otras 
ásperas pendientes girando en derredor de la montaña, elevada y 
de cónica fonna, por los senderos que la planta humana ha trazado 
en el trascurso de los siglos. 

£1 sol, que tanto madruga en estas latitudes, abrasaba con! sus 
rayos la tierra; rendido de fe.fciga y jadeante, lamentaba el etrar en 
que habia incurrido levantándome á hora tan matinal, prometíame 
no reincidir, cuando, felizmente, llegué á la cima con dos de los 
más activos y vigorosos oficiales de la Vencedtyi'a, Eramos los pri- 
meros, y juntos compadecimos la suerte de los criados chinos encar- 
gados de llevar las provisiones desde el valle donde quedaron los 
palanquines; desnudos, cubiertos solamente con sus sombreros do 

, roten y doblegados bajo la pesadumbre de dos enormes fardos que 
pendían de las cuerdas atadas á los extremos de cada bamba, pare- 
cía que la férrea caña se incruatabe en sus hombros y el calor iba Á 
fimdír sus carnes amarillas; pero también llegaron sin novedad. En 
el más alto pico de la montana hay un kiosko de ñipa, cuyo techo 
sostienen seis troncos de palmeras, está abierta por todos lados y 
amueblado con canapé de ráten y bambú; en el centro una gran 
mesa ovalada, en los testeros dos pequeñas para él servicio y un 
enoiTne aparador indican que este sitio es el elegido por los ingle- 
ses para sus banquetes campestres. Un pabellón oaouro, también 
de ñipa, sirve de bodega provisional, conservando frescOB loa rinoB 
entre montones de húmeda arena; más lejos otro donde se instala 
la eoeina. Los'cciadoa chinos del P. Feri» y los tagalos repoderos 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



de la Vencedora, (otilaTon posesión de todo esto y empezaron & 
funcionar, 

Estábftinos acampados; mas era tal nuestro cansando, que en 
vez de admirar el vaato risaeño pahorama que so desarrolla desde 
Bukit-Tima, cada cual buscaba un lugar sombrío donde tenderse, 
diván, piedra ó tapiz de mullido cásped. Hasta que terminó el al- 
muerzo, cuando ya no Balfcaban con estrepito los tapones de las 
botellas de Champagne, cuando se perdió en el espacio el último eco 
de los brindis, no pensamos en que era digna de fijar nuestra aten- • 
cion aquella naturaleza espléndida, exuberante, lujurioga. 

El espectáculo es bello, imponente, admirable: á. 1.500 metros 
sobre el nivel del mar, se ve este liquido elemento, inmóvil, ter^o, 
brillante como inmensa lámin^i de plata sobre cuya superficie se 
deslizan más bien que bogan los barcos, pareciendo que no andan 
sinj que patinan con so cortante tajamar, y entre el mar y los bos- 
ques, la ciudad cercada de agua ó de verdura, parece unfc isla si- 
tuada en medio de dos mares, Uno verde y azul el otro. La lujosa 
vegetación que adorna loa campos; lOB arroyos que en espumosa 
cascada caen de la altura al valle, serpenteando á través de selvas 
y pradosjlos capricbosos juegos á qne se entregan la luz y la som- 
bra, escondiéndose aquella y apareciendo ésta una vez en el centro 
do profilnda gruta, otra sobre la movible cúpula de esas búvediis 
que forman los árboles, cuyas ramas se enlazan; allí en la espesura 
de un c^averal fecundado por el agua de una acequia que lame 
sus plantas, agnf en la impenetrable maleza donde se juntan el 
bambú, el junco, la espadatla y otras mil plantas rastreras, trepa 
doras, etc. Estos varios accidentes producen los más raros fenóme- 
nos ópticos, y entre ellos, e^as siluetas vaporosas y temidas como 
el paso de las ninfas y de los faunos con que la tantasia griega, tan 
rica en bellas imágenes, pobló el seno inextríaible de los'bosquea ' 
y el lecbo misterioso de los rios. 

Cuanto más so mira, se descubren nuevas bellezas, y el alma 
fascinada, abstraída, se concentra, se recoje para escuchar esos mil 
■ ruidos misóeriosos que suenan en la soledad de los campos, y cuyo 
conjunto forma ese rumor espontáneo que parece brotar de todos 
los átomos terrestres y se llama respiración de la naturaleza. Km- 
pero todo acaba, todo es finito en el mundo físico, asi el dolor como 
la alegria, y al hombre le parece más efímera la existencia de todo 



44611A 



aquello que es bello, verdadero ó bueno, al menos tal fiíé la impre- 
sión qne su&f en el momento que hube de abandonar mi observato- 
rio para volver á la calzada y encajonarme en im palanquín. 

Cerca ya el sol de su ocaso, los mismos sitios, alares y ricos, 
de color por la mañana, revisten á, esa hora un tinte sombrío y me- 
lanci51ico bajo el imperio de las sombras que gradualmente se con- 
densan anunciando la noche. Aquella vegetación impenetrable, 
tupida, carga la atmósfera de miasmas y de vapores, marcando 
con vigor los contomos de una naturaleza potente, dominadora, 

■ que se recoge y reconcentra sus fueraaa todas para que el astro del 
siguiente dia la encuentre más lozana y brillante que hoy, impri- 
me al paisaje un carácter eminentemente solemne y triste, carácter 
que, (Jpspues de todo, es el suyo propio, un sello especial j distin- 
to del de la vegetación americana, no menos grandiosa. Los bos- 
ques de las Indias no son como las selvas' vírgenes de América ni 
como los jardines de Siria, que forman el oasis de DamaaCo, ni si- 
quiera como las moradas cumbres del Líbano: en estos parajes todo 
es armonía dulce y atractiva; parece qua las brisas murmuran ce- 
lestes cánbicos, aves canoras llenan el espacio de notas argentinas 
y sentimentales, se siente uno en la plenitud de su poder, con todo 
el vigor de sus verdes años,- todas las magni£cencias de la crea- 
ción son para recreo del hombre: mas en aquellos no canta por 
la noche el ruiseñor, sino que atruena los ámbitos el rugido del ti- 
gre, pronto á devorar bu presa, que blinda á su modo después de 
un sangriento festín de carne humana, palpitante aun, ó celebran- 
do la orgía tremenda de sus amores felinos. 

Rioa y montañas, valles y cañadas, el Ganges y el Hiraalaya, 
las plantaciones de té y de opio, todo, hasta los menores acciden- 

- tes del terreno es en el Indostan colosal, terrible ó raro: hay aguas 
amarillas y hojas encarnadas; de modo que, ante una natiu'ajeza 
tan soberbia é imponente, el hombre se siente humillado; en vez 
de rey de la creación, parece destinado á ser espectador mudo y 
estático de tantos prodigios, de tna^avillas tantas; sin saber por 
qué cae en profunda melancolía, sentimiento que aparentemente . 
nada justifica, mas que domina su espíritu, no obstante los esfuer- 
zos que hace para desteiTarlo. 



jvGoo'^lc 



VI 

Eiubarcadu en la Vencedínxi, salf de Singapoor el día li de 
Noviembre, haciendo rumbo héaáB, el N. E.; pronto perdimos de 
visba esa isla y entramos en pleno mar de China, tayas olas son 
cortos é inc|uiebas hasba el punto que veteranos marinos se marean; 
mas era bueno el tiempo, y al segundo dia divisamoa ei monte Cffir, 
antiguo Queraoneso de Oro, donde las flotas de Salomón cargaban 
de ese precioso metal; situado en la península malaya, han soste- 
nido algbnoB autores que está en el confín do la Arabia, cerca de 
Saba; pero sabiéndose que laa naves enviadaa por ei rey Sabio in- 
vertían tres a&.03 en cada viaje redondo, segnn la Sp.cra Blbliaj re- 
sulta que el monte debia hallarse mucho más lejos, y, por consi- 
guiente, que ea el mismo Ofir; pasamos luego á, la vista de Pulo- 
Cóndor, isla de los reptiles, cuya inhospitalaria bahía frecuentan 
solamente los buques que van á los puertos del Celeste Imperio 
por el estrecho de Sonda. Tanto esta isla como otra más pequeña, 
llamada Culáo-Cong-Nong, pertenecen á, la Francia, en virtud del 
tratado concluido el año 1861 entre la Beina de España, el Empe- 
rador de los franceses y el Key de Amnam, resultado de la con- 
quista de Cochinchina, gloriosamente realizada por el cuerpo espe- 
dicionario liispano-francés, 

Pulo-Condor había ya sido cedida en principio á los fi-ancesea 
en 1789 por un tratado que el obispo de Adran celebra, á nombre 
de Luis XVI, con Gialon, soberano del territorio annamiba; la 
gran revolución, y las guetras continentales y marítimas, en la 
época del primer imperio, distrajeron bastante á loa franceses que 
no llegaron á poaesionarse; y cuando eato se verificó (1861) encon- 
traron varios soldados del destacamento ocjipante monedas con. la 
efigie de Carlos I de España y V de Alemania, scuñadas en 1521; 
prueba evidente de que los españoles habían dominado esa tierra 
poco poblada, no muy fértil, sin más industria que la pesca. Fran- 
cia ha establecido un hospital y un presidio, conservando la posi- 
ción por raaionea extratégicas. 

No era la vez primera que navegaba en buques de la real arma- 
da, y así no me sorprendió el fisco, el orden reinante en todas sus 
dependencias, la severa disciplina de marineros, soldados y maqni- 



jvGoo'^lc 



nietas, ni la exquisita cortesia de sus bravos oficial»; pero, mis an- 
teriores eacuraionea fueron corta^y no permanecí abordo de ningún 
bai'co de guerra tantos diaa como dobia eaíar en Ld Vencedora, 
corbata de hélice, máquina de 160 caballos, 130 hombres 7 3 coli- 
uaa, dos del calibre de 68 j una rayada de 12 centímetros. Hizo la 
«ampaña del Océano Pacífico, distinguiéndose el 2 de Mayo de 1866, 
feeha inolvidable,, avanzando hasta cerca de la playa del Callao 
favorecida por su poco calado, y en medio de una terrible graniza- 
da de proyectiles de 500 librae, dlsparadoB por mostruosos cañones 
Amatrong, clavó certei» eua jnorbíferas balas en las foruifícacionea 
peruanas; yo senbia un orgullo patriótico contemplando la<gr^n co- 
lisa de bronce, cuya negra boca, muda entonces; truena con fulmi- 
nante etocuencia en loa combates. ' , 

Marinero» y soldados de infantería de marina eran tagalos casi 
tpdoe; sus lampiños roatroe bronceados, sua centellantes ojos y au 
acento <niollo no disminuyen su marcial apostura; hablan un espa- 
ñol nada castizo, en verdad; pero, masque BumiaosydiBciplinadoB 
son fanáticos adictos á España, teniendo tan omnímoda confianza en 
pos oficíales, que ajitea qne retroceder un solo paso auciirobirian to- 
díJS. Por mar y por tierra siguen ?pn (üega fé al caatila (1) que los 
mwda, daspreoiaiido ^1 fuego y el hierro, las aspereaaa dat camino y 
IpB rigores del cUma. De tal manera los electrizó el temerario valor 
de loa compañeros de Magallanes, cuyo noble ^ejnplo han seguido 
«cmstaat^manbe los soldadoe peninsulares en laa guerras que con 
&ecu»icia eipangfiuitan las e^ias del archipiél^o filipino, guer- 
ras suscitadas, ora por pimtas chinos, orappr demasías y utropeUos 
de loe moros joloa nos: un ejército de indios cuenta segura la victo- 
ria, aunque pelee contra ñierzas superioree eg número, siempre 
que loa acaudille un jefe español. 

Id. ra^ tagala no*e8 Ingrata, gomo la espúrea de los fiübuate- 
FOB cubanos. España la halló en estado salvaje; elln la ha iniciado 
en !<» mist^riof de la civilizaron, y, pródiga como t^icáonalmen- 
t« lo ha aido oon bodas sus colonias, abrió á sus individuos los oy>B 
& la <üvina luz de la religión de JeauDriata, enseñóles su lengua, 
sus costumbres, y supo infiltraj* en aquellas dormidas alina« su es- 
pinta belic^eo y conquistador, ^loa pagan pon usujra »a deuda 



'(l) Cutéimo, «n UngUAifl tagalo. 



giirosb/GoOt^lC 



m 

íje^ljítad ea. respeto, csxiílo j smcera adhe^on á la metrópoli, 
FíKOQocieDdo qoe ú son hoy el pueblp mh ioaupuido, cultQ, labor 
00^ y di^o áei exbramo Orieute, ^o deben, á la. imcU.t¿vaj proí^ec- 
ciíjn f i)^aeiM!Ü de España- Raro es el indio que no sabe leer y ea- 
9tibir em laa islas FüipinaB, y, siendo cierto que la moralidad de un 
pueblo etiá en rajaon directa de bu ilustración, resulta que son hon- 
FOdos, may reügiosoi, limpios y aun pulcros en bodoi los deUiUea 
de lii vida, eacepjUando, por supueal^o, á los igorrotes montaraces 
c^ue le resisten á vivir en poblado. 

La autoridad no es para ellos una institución política destinada 
í realizar ua fín social, es mucbo mas que esto: es un Dios y el 
eastÜa e^ bu profeta. 

En estos climas loe marineros usan uniforme blanco, consisten 
te en pantalón y blusa con cuello azul muy ancbo, corbata negra, 
como la cinta que rodea la gorra, y una íaca al cinto; hay entre 
ellos algunos pcioiosulares más fornidos é inteligentes que lo» taga- 
los; pero estos procuran, imitarlos, copiando sus bruscos movimien- 
tos, y haata la ruda expresión de sus caras de lobos marinos, Ia 
inianteria de marina viste uniforme azul, diferenciindoae única^ 
mente de los batallones que sirven en España, en la tela, pues estos 
IJioyan prendas de paño y aquellos de lienzo; tipos curiosos y dig- 
nos dg estudio se encuentran ¿ bordo de un buque de guerra, pero 
ninguno ÍAnt>0 como á. contramaestre: estos oñcialee de mar son 
notables por la torba mirada y el gesto airado que caracteriza su 
gs9iiomia. Frontos siempre á caatigar la menor falta, á las terribles 
amenazas que entre juramentos tan pintorescos, como imposibles 
de tra^cribirj profiere su boca, siguen casi siempre las vías de hecho, 
y sin embargo, fuera de los actos del servicio, son unos buenos 
sujetos; aiablee y (ícaupasivos, no tienen nada suyo y con la misma 
gwwroúdad reparten su bolsa que una tanda de palos, lo primero 
espontáneamente, y lo segundo en cumplimiento de su deber que 
les obliga Á pareoer cruces «orno Polifemo, aunque en el fondo 
sean tmos infelices. La cuestión es que la mariuerfa ande en un pié, 
cpmo Yulgumiente se dice. 

Y eso que ahora no empuñan la tradicional caña de Indias, 
sabiamente prescrita por las j'eales ordenanzas en un articulo que 
dice asi; 

"En las ia^iaa urgentes y un poco vivas, se aUymrá á la gente 



[),qm7¡obvGoX"><^IC 



con algunos cañazos. i' ¡Singular manera de alegrar!... yo, i^io- 
rante, creía que na cañazo dolía y diígnstaba, al máioa este efecto 
me cansaron algunos que, niño, recibí en la escuela; verdad que 
el pasante, ejecutor de laa altas obras, no sacudía con caña de In- 
dias, y quizá esta madera tenga, la virtud de alegrar, matena sobre 
la cual no tengo una opinión bien definida; más pre&ero dui^ar á 
convencerme con los argumentos de un contramaestre, cuya l<í^ca 
encuentro inferior á la de Kant, aunque sea más contundente. 

Para terminar el ligero examen comparativo de las razas indoa- 
tánica, malaya y tagala, recordaré la opinión que Napoleón I tenia 
de las tropas cipayas; el capitán del siglo soñó la conquista de las 
Indias como ultime supremo medio de arruinar el poder de Ingla- 
terra, su mortal enemiga y eterna de la Francia; comprendiendo 
las grandes dificultades que ofrecía la realización de tamaña em- 
presa, trazaba planes y allegaba elementos capaces de contrarestar 
á loa que habían de oponérsele. Pues bien, en todos sus cálculos, 
prescindió de los cipayoa, diciendo á Berthier que se los citaba: ese 
ejército no se combate con ñisiles y cañones, sino á latigazos se. les 
hecba al fondo del Ganges. Los chinos y los annamítas han probado 
en retáentes campañas, lo que valen como soldados enfrente de fran- 
cesea, ingleses y españoles. De siameses, birmanes y malayos, no 
hay que ocuparse en estudiarlos como militares; luego si Kspaña 
ha conseguido máa que la Inglaterra en la India y la Holanda en 
Java, haciendo'del tagalo un buen. soldado, instruido, disciplinado 
é intrépido, capaz de competir con el europeo, según se- vio en la 
es:pedicion de Cocbinchina, si es la (mica nadon occidental que ha 
realizado este prodigifJ, demostrado está que su sistema coloniíú ea, 
en esa parte, superior á los demás. 

El Gobierno español no guarnece las islas Filipinas con un ejét^ 
cito peninsular; solo envía la plana mayor de los cuerpos cuyos 
soldados son todos indígenas, y pueden ascender hasta el empleo de 
capitán; ninguno de ellos fué jam^ dealeid ni cobarde. No hay 
', efecto sin causa, y la fundamental es el espíritu eminentemente 
religioso que anima á loa indios tagalos, su ejemplar devoción ím- 
pírada por los frailes dominicos, recoletos y franciscanos, cb1os<» 
propagandistas, obreros incansables en su tarea de difundir, no so- 
lamente la moral evangélica, sino toda clase de conocimientos üÚ- 
les; ék ellos se debe el floreciente estado en que se halla la instruc- 



g,:,r.::b,G00'^lc 



aoa ^úbüea oatttdm las poblaciones del archipíAfigo, y el so acción 
filerR'Bamndada por Una administnnáotí actáva 'é iatdligento, esa 
colonia seria la mejor de nuestras provincias iilíiramaníias. 

Al amanooer del dia 19 fondeamos delanlie del cabo de San Jai - 
me para tomar un piloto que guiase el barco & trávéí de las peli- 
grosas con-ientea del Donai, rio de Saigon. Vi una cadena-dé mon- 
tañas no muy altas, pero cnyaa cimas covonaun tuíbanbe de vapo- 
rosaa nubes qxttí sombrean los bosc|ue8, sus faldaa y los praios de . 
«ns valles; al Sur, en la cumbre de un pico elevado de 137 metros 
sobre eí nivel del mar, se levanta una torre de ocho metros de al- 
bura: ea el faro de San Jaime, que, encendido, ilumina las aguas 
«n una extensión de 30 milla», tiene luz de primera clase y lo de- 
fienden loa cañonea de un fuerte guarnecido por una compañía 
ñitnceea de infantería de Mariis, cuyo capitán gobierna la plaza, 
' que es importante, porque es la ánica entrada que tiene la embo- 
cadura del Donai. 

También vi algunas lorchas annamitaa ancladas cerca de . la 
^aya: son pequeñas embarcaciones de tres palos'y velas triangu=- 
lares, cuyo entrepuente cubre un toldo de bambú y hojas de pal- 
mera: es más propio de una tartana que de un barco; en enie tin- 
glado se guarecen los pasajeros, á falta de cámara; los obwiques dé 
roten y la forma de ballena que aféela le^ dan un aspecto raro, ea- 
trajalarib, Eicentuado más y más con la eñgie de ese monstruo ma- 
rino pintado en su popa, no de cuerpo entero, sino eníiusto, ea 
decir, las aletas y la cabeza üon grandes ojos y una boca descomu- 
nal, abierta desmesuradamente, hasta el punto de emeñar sus san- 
grientas fauces. Esta pintura es simbólica, y representa unasnpers- 
ticion que tienen los cochinchinoa, creyendo quu ese cetáceo vela 
por ellos otlaAdo navegan, y los salva en sus naufragios, llevándo- 
los sobre sus gigantescos lomos á la orilla del mar, donde los de- 
posita sanos y salvos. La verdad es que son todos excdentes- nada- 
doras; si naufragan 6 caen al agna haciendo una íaena, sal-tan como 
peces entre las olas, y vuelven á bordo, yi:omo la nave'tiene for- 
ma de ballena, la ilusión es completa. 

Una hermosa fragata, la Venus, estaba fbndeatla en la bahía 
de los cóCOtAos, contribuyendo í animar elcuadfo que yo, embe- 
lesado, contemplaba: inmensa playa que extiende sus arenas desde 
el cabo de San Jaime hasta el ñierte Qau-Vay, autigiía castillo 



g,:,7.::b, Google 



qmy ipifottaat)», eegiu^ Iqb {i«tvr»le(i del p^, y «btuiáonado dosle 
1a dotoinacioa frtuioew «p fptvfl ín»B)ñi«Bs; eabre estos eKfemioi dri 
anfiteatro que I4 bahía fp»^ 114 ve multitud d? arbolas ti0taJ:dea, 
como el de{ aceite, el d^ p^n, el coeotwp, la palmera y otros no 
méQ09 prefüceos; mas lo que paubivó esbraordiuamiaento mi ateur- 
cion, filé un m agni fi co bosque de nenufaroa, asf llamado á eauea d9 
JuiUarae en un pantano donde crecen las fiores sagradas del loíua (1). 
Vt^^iataaiou potmbe y rica como la de loa campos indios, no es tan 
lojosa como ésta ni guata tanto, porque es demasado uniforme, y 
la uniformidad es m<mótona, pues la armcMiía resulta' de una seño 
de eontruit^ artísticamente combinados y dn annonta qO existe, no 
S6 realza el ideal de la verdadera beUeea; por eso los campos de 
Oocliindliina no «on mas que bonitos paisajes, lindae acuarelas re- 
presentando bosques enanos, ríos amarillos, verdes prados y areaas 
doradas sobre el fondo de un eieJ.0 dj^í&no, pufo como una bóveda 
de trasparente záfiro, mas no tiene la grandiosidad qu3 impone, 
Iqs bruscos aciádentes, el salvaje aji{»ecto de la naturalec» en las 
Ipdias, cuyas pN^ipectivas seducen y bnmillan al bombre que atór 
nito las contempla. 

A 11 millas del cabo de San Jaiioe bay un pueUo llamado Oan- 
gin, depósito de mercancía que sort» ^ los barcos de v€la qve ne 
spben iMuita Saimón ; es residencia 4^ nniobos m»^»deres indígeT 
oae y .fiónos bastante ricos, pues ademán de su trá£ix> explotfm al- 
gnoas pesquerfa« cuyos producto^ son codiátulos eji el TcHiquin y 
m Iw ciudades del Sur de China. Tonquinews eran las lorehae an- 
tes deftcritas, y chinos los júneos que ihabian en la tada cargando 
pe3Gado. Sioa tMi puros estos aires y í^n tem^dado su clima, que 
los convalesientea de los hospitArlea ¡de Raigón, se rsate'ldecwi pa- 
sando una temporada en GMi-gin. Desde «1 vapor vi ^ un vídle 
gran número de tumbas que no guardan restos humanos, «no ea- 
dávereí de ballenas y de delfines, arrojado^ alU por el «uur en .días 
t«n^>98tU080s, y sepultad») d<evotamaQjbe pojc Iob habjtaatefi , ansio- 
sos de aplacar loa manee de esas víctimas, paia que les sea proveía 
la diosa de los abismos submarinoa, el gran cetáceo que ocupa en la 
mÍÍologi$. china lel mismo lugar qi^e Nepti^o tijvo ea la griega. 
Es ital $11 &nfiíbismo, que Im «winos próxiiooa ácrntArcaroe vas á 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



omx «a u#a pftgo<U <ei-igj4a en Wtv de le. htUvs» bfioe algnoo» ví- 
alos, j y» «w arTuiqaf^, ^iwti que «u '^4»ii ^oteob^j^ lee coiloe- 
da. mur 4rw^uila y vioiBitp favorable. jOb, inmginatáiat pervwtidA 
la 4e «n puebl» que rinda Mto A las balleaaa oMio ü ^mu dio 
da«, que loscr^e alfenaa, lüataa ó iMceidaa; |lia perdido la nocioD 
de lo bello! 

Dcepuea de uiía larga n»v«gaeioQ msribim», dutaate I» eual lia- 
bia cruzado isa aguas del Uedit^ráneo, el maír Kojo, el golfo de 
Bengala, -el Ocáaao Isdico y m» paxbe del mar de Obina, yo desea- 
ba «iti&r en el rio d<«idfi W olas ío^coai pero uo sacuden loa bu- 
ques; donde no es 'preciso ensaocbar la base de eusteiibatiioo j ba* 
cer mil confcoreioaes para andar ain perder el equilibrio; doade po^ 
dñft obs^rar trququilameri^ . aín babvr de preoeuparme de ibi 
indivíáuo. Así o! con alegría las voues del oomandajaie y dfflS^ 
oficiales de la Vencedora^ que mandaban levar: iz^onfle los boijee, 
Be pxmó el aparco entre el eetruendú de loa gñiá» de la gente, el 
penetrante silbido del pito de los eooiramaestres y el peohinardel cfr 
besbrante recc^i^uio las anclas, todo lo cual foni^ un conjxmt« ton 
^animado, ta.E'palpitaiite, tan lleao de vida, que hahiÁ poeae esco* 
nae tan activAs y llanas de colorido oomo la que ofrece un buque 
«>n los moipentos de zarpar. A las nueve y media, aprovacbando ]a 
mfuf» crecente, dejfibatii«e U babíc- de loe etKoi^eros pera £ip¿rar &a 
el Donai, ancburoso rio, euyoa tribiítiario* brazos, cet^tw y deri- 
vaeicwes soa tatitos, que es neoeeario llevsj' á bordo un bu^n pV^f- 
tico para no*^derse en el dédalo de sus corri^^s, pees aeootwa 
eon frecuencia, qus al lle^ur á a icios esptujíosoa y redondos cooió la- 
gos ó pla:3as flavialeví, el agua fi^ua i-emolinos, se enturbia y de 
su seno Arrancan otroa t'im derivados ó vicien á engroaarjo ntwvos 
afluentes, y "hay que conocer la via<[ue eonduee é. Saigon. 

SqAado á popa, dominaba yo ambas riberas con sus bosques 
de mangles tan vsatos qfie se piprdtai de vista en el boriaonte, sus 
airodts pdJmeroe acuiticas; su cielo resplaadeoionte y un sol ruti- 
Ic.rúe QuycH rayos abrasan, cual ai la fragna de Vulcaoo estuvieíra 
encendida, en. el e^iaclo y Febo presidiese Á la ñindioion de los ' 
ñauados. TjtaoUm auna mitas, sampanes malayos, j\mwB chUios t«> 
puledbí por pescadores ó eomereiantes de oabotaje, de esw que tra- 
fican entre la ba^ y 1» alfca CoeWnchina, el Toaquin y «I Cambod- 
ge se eocueotran al paso, eiguieodo la costa, sin nunoa> avientdimrs* 



jvGoO'^lc 



en medio del Donai, ni mácLos ea alta mar, no- por temor & axu 
ondas, sino á los piratas chinos gne infestan estos mares: El junco 
es mayor que ¡la loroha , tiene mucha manga y ^ta la cuhre un 
toldo de madera pintado á listas encamadas y amarillas; bu proa 
figura la cabeza de un dragón de flamíjeríw cgoa; y la popa ost^ita 
su retorcida cola. Viéndoloa deslizarse lentamente sobre el bruñido 
espejo del agua, se cieeria eran monstruos marinos que flotan, á no 
ser por su velamen gne indica son navios; mas ni la lentitud de sn 
marcha ni la falta de o:,ra8 condiciones maiineras les han hecho 
sucumbir en la competencia que aoatienen con las lanch&s de vapor; 
los annamitas prefieren el juuco por tradición y porque no es in- 
vención europea. Y, se comprende esta preferencia, dada la índole 
apática é indiferente de ese pueblo: él, como todos los de su raza, 
ignora el valor del tiempo, lo asusta toda innovación, y la rechaza 
porque no tien«i la menor aspiración de bienestar ni de progreso. 

Daba la una cuando divisaibOB el fue rte del Sur, centinela avan- 
zado de Saigon, que sirve también de prisión militar; luego od am- 
bas orillas buques de vela anclados en una ensenada que llaman 
puerto comercial; después Thu-Thien, pueblo cuyos habitantes son 
todos católicos indígenas, aquellos que, temiendo la furia del go- 
bierno vencido, sigaieron al ejército hispano-francés cuando éste 
cvacuií la plaza de Turana, No lejos de Thu-Thien está la aldea del 
Obispo, caserío así denominado por ser residencia de Monseñor Lefe- 
vre, et reverendo prelado de Saigon, que los prefiere á su palacio 
episcopal, reconocido á la generosa hospitalidad que'debió á sus 
fieles habitantes cuando errante, fugitivo, huyendo de la saña de 
los budistas &uatizados, se retiró á esa aldea. El asesinato de varios 
misioneros espafioles y franceses, las sangrientas hecatombes en que 
perecieron centenares de católicos indígenas, ñié la causa determi- 
nante do aquella guerra que costó al emperador Thn-Duc la baja 
Coehinchina, hoy. colonit^ francesa, A las dos de la tarde entrába- 
mos en el puerto militar, é instantes despnea nuestra corbeta daba 
fondo en medio de una escuadra ftíiníeBa, cuyos buques eran pon- 
tones casi'todos; navios en los reinados de Luis XIV, Luis XV y 
Luis Xyi, junto á otros' nuevos y perfectamente armados. 

Inmediatamente vino á bordo un ayudante del gobernador ge" 
neral, encargado de felicitar al ministro de España, en nombre de 
su jefe. Oumplidtt BU misión, se retiró el joven teniente d« nftvío. 



)vGoo<^lc 



eeñoT Behic, y faé recibido el cónBui español, veoecable luici&rio de 
blanca barba, liberal dúceañisba, progresista coosecuente, que á 
pesar de decir kiI<imetro por kilogramo, habia aido preiádeabe del 
comité de su partido, en Ceuta. Vino la noche, y bu sombra dio Büa- 
yores proporcioses & la ciudad gtie, vista de dia, desde el rio no 
parece tan grande, lo cual consiste en la multitud de lu6es que bri- 
llan en el hotel Wang-Tai, en el casino militar, en el mercantil y 
en otros grandes edificios que hay á lo largo del muelle Napoleón; 
tAnto atas como las linterana de los juncos, sajnpanes y lorchas 
amigadas á entrambas orillas del Donai, proyecl^n su resplandor 
sobre las aguas y acercan aparentemente las casas hasta la ribera. 
Una lorcha constituye la. ánica fortuna de machas iamilias aiir 
namitas: el marido rema á proa y la mujer í popa, y cada uno' 
con su remo; en la cámara formada por el toldo, se colocan los. 
paseantes 6 los viajeros que la alquilan pdr horas ó por una sola 
carrera, como un coche de plaza; cuando anochece vuelven á, la-floi- 
tante casa paterna los niños que han pasado el dia jugando en la 
playa; su madre sirve luia cena infecta, guisada allí mi^mo, y des- 
pués la iamilia se acuesta sobre las est^a». de junco, en cama re- 
donda, cuyo dosel- es el toldo. Mirados füttanente y con luz, repug- 
nan estos detalles; pero la noche los cubre eon su manto y el con- 
junto, despojado de esa prosaica realidad,- reviste un «arácter lan- 
tástico. Al m^os ese efecto me causó el examen del nocturno 
panorama, visto desde el puente de la Vencedmxi; yo contemplaba 
exta^iado aquella relucieute superficie del rio, cortada aquí y ftUá 
por negras siluetas de navios; en sus márgenes solo descubiia som- 
- bras vagarosas, oscilantes, el espeso follage de los árboles f^tados 
por la brisa; y escuchando el silencio, sólo percibía el canto de 
algún marinero desvelado, ó el remar de uri bote de guerra, expe- 
dido en comisión del servicio, hendiendo las cAbm raudo como uno 
de esos jigantescos caimanes, cuya potente cola produce fosfores- 
centes destellos, luminosa estela que indica su camino al pescador 
que lo acecha. 

Salte' á tierra con varios oficiales para oír 1& B«9:enata que to- 
caba en el muelle la m(lsica de un regimiento de infantería de Ma' 
riña. Lejos de la pátña, separados por miles de I^uas del mnndo 
civilizado, las armonías de Verdi y de Ueyerbeér, las m^odías de 
B^Uini y de Donizetti, hasta ha calavereicas traviesas notaa de 



)vGoo<^lc 



»♦ 

OfTembsch, pi-twhicea es el alma hoadá y trúte impreáon, eTooan- 
do el recuerdo de las otroaoabttncias j 1m pertonaf que tum rodea' 
ban cuMiiio en Europa laa esouchamos; la fantasfa m puebla de 
imágenea queridas, ciiyaa b^uee sombras oree el deseo ver vagar 
sa el oscnro fo&do de Ifts alamedas. La ooncurreiMáa se componia 
can esolu^vam^ite de niilitareB; damas pocas, mas no falbaba al- 
guna que mueXlemente reclinada en un oeato tirado por dos poneya, 
de blanco vestida y con florea en la cabeza, aspiraba con delicia al 
mismo que sa ramillete de magnolias, los meloiüoaos acordes de 1* 
OTqaeata. íReeotdaba ella tómbien algnn episodio de su vidaí Qui- 
zá porque suspiraba, y ftcaso los suspiros que agitaban bu albo 
terapestuoito setlo irían deítinados á una tepon nauy distante. A 
las once en puato, cnal si la lÜbima oampanada del reloj foeis un 
golpe de batuta, oa41arOn los inatraineaitOB, edipsáaronse los mútñ- 
(»3, las luces se 8Sti»gmBton, todo qued<5 en silencio, y noaatiroa 
ToltimoB lí bopdo. 

A las ocho de la macona BÍguient« fiíimo» i TÍútar ai oont^ar- 
almiranbe Ohíer, gobenador intM'ino; un ayudante nos recibió m 
el peristilo del palacio gabematuental, vasta conairuocion de ñipa 
y de bambú, y nos condujo al salón dondle esperaba su jefe, de cu- 
yos lábíóü tuvimos el gusto de oir gmndea elogios tributados á las 
tropas espASelaa que tan poderosamente coadyuvaron & la eonqws^ 
ta de Ooohinchitia. El veterano maríno babló con viril elocuencia; 
pero articulaba leiltai^nfee y oon voz temblorosa; luego aupe qoe 
los terribles calotee y la inapetencia determinada por ellos le ha- 
biou producido una anemia que por momentos le debilitaba y po- 
nía enpelágt-o BU existencia. Esta enfermedad es común en euboa 
países, así como las insolacionee, las fiebres malignas y las hepati- 
tis. Ellas diezman la población europea. 

De regreso á bordo, encontrá á nuestro cónsul, acontpf^ado de 
otro caballero, que me presenté, diciendo: el Sr, Oomu, socio <te la 
casa Renard, ¡«straña asociación de nombres esoabrosoí! tal risa 
me inspiraron, que í duras penaa la pude contener. 

Invitados per el gobernador á visitar los alrededores de Saigon, 
fdí éon eí ministro y un ayudante de aqn^ en carretela abie/ta, 
tirada por dos caballos árabe» que guiaba un cosherd tfigalo Vestí' 
do de blanco, figniendo la carretera de Chole», dejamos á niie«tra 
ia^uiord» ^ rio y á la dere^ia besqtles espésiéimoa, ótyo litaiUié tii& 



jvGoO'^lc 



se vwa; v»dea piados con empftlinidBíi de bamba, haeitw muy 
bien cultÍTadu, ptastacione» do boflgu, los pUtenori d» Bi&<áuU 
hojas, altos coeoteros y aoflnftDu de dorado frabo, bordan el ca- 
mino y embellecen los o&mpoa erusMloe por mil trCeqoiás que, al 
feeüni^ la táerra, refrescan el ambiente de este magnffieo p&ñaje. 
Entre el follaje de loB copadof árboles se ven caMs de mpa, Bitiiüfl 
ocultas, en la espesara, y alguna gae obra tumba moniuneaW, don- 
de yacen loe mortales restos de algún peíaonaje anncuniia. 

Habríamos andado anos ocho kilómetí-os, cuando el oamu^e se 
detuvo ante una gran puerta qae en breve nos faé franqueada: 1* 
puerta no era de ningún edificio, sino de una cerca que rodea el 
inmenso terreno destinado á remonta d^ caballos por el Ch>fáerno 
francés, en bu deseo de mejorar la rana indígena, raquítica é mútil 
para él servicio militar. Caballos áidbee y yeguas ausbralianM 
forman el núcleo de nn «etabledmiento naoiente, cuyw potVenir e« 
seguro, ¿juzgar por loa productos que tuve ocasión áé ver. I*s po- 
tros resultantes del (Tommiento de eeae dos raitas reuAoa 6. las no- 
blee condictonea del caballo árabe la corpulencia del de Australia. 
También habia cabfdlos filipinos, casta oriunda de Üspaña, y al- 
gunos japoneses, negros, de peludos extremos y monstruosa cabe- 
za: nunca he visto euadr&pedo más feo y m^nos parecido al oaba- 
lio; mas dicen que es muy fuerte y útil pam la attilleria rodada, 
dificil de trasportar en un -paía donde no hay muías ni aanos. 

Itfis ealles princípaleB de Soigon son las de Isabttl 11, Napoleón, 
Catinat y Palanca; todas son, como en Oeilan y en %ngapoor, nti- ' 
zadas de arena con dos filas de árboles que dan sombra & sos casa» 
de ñipa á de madera la mayor parte solo tiemen un piso, y la más 
elevada tiene dos,' con su imprescindible baranda de bambú á de 
roben, alumbrada por linternas chinas y ñn más muebles que algu- 
nos sillones de junco. Lee oficiales de marina snelen vivir á bordo 
de sos buques, surtos en el rio; los de inftinteria, ingoiierds y ar- 
tillería, en pabellones agrupados tres á tres 6 cuatro á cuatro, den- 
tro dá un recinto atrincherado; y los soldados en ouartdieSt úniM» 
obras de fábrica que, juntamente con la Administmeion de Cor-' 
reos, la Direociou del Tesoro y el tñbunal de Comwüo, habitm 
edificado loe franceses. 

La guarnición asciende á lO.OOÓ hombres, ouya mayor paüeM 
distribaye «a Im dsstaeasadQtoa coiTMpowlúiBtieB á lad jkús ■pii/iiu' 



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118 

ctSB- en que está díyidlda la' baja Couliinohiiia. Los fiíneionajíos ci- ' 
vilee y algunos comerciantes 'franceaes, ingleses y alemanes, comple- 
tan la población europea de esba naüente colonia que se'irll traa- 
formando lentamente, pues obia coaa no permiten el clima y la 
inerte resistencia de loa indígenas á boda innovación: la iniciativa 
francesa, tan activa ó vehemente, se estrella contra elcaráctei' im- 
pasible del annamita que, indiferente mira los cafés, las fondas, lou 
salones de peluc[uería, los bazares de (quincalla, y lus tiendas de 
modistaa; ni eii^üieca sonrie al aspecto de una pizpireta costurera 
de Paría ó de lUta de esas alienas, reclamos vivientes, que se llama 
daanes de compUñr. 

Eatas' instituciones y esos establecimientos, incluso el de un ^a- 
tro, en cuyo edifícacion se ti^bajaba con febril actividad, imprimen 
á Saigon el sello, la especial fiscHiomfa de una ciudad galaica: sabido 
ea qañ el iremcé», lo primero que funda «i sus colonias es un teatro; 
el inglés un almacén y el español una iglesia; pero, á fuer de im- 
parcial, declarar debo que también hsji organizado un Jardín Ba- 
támco en una vasta estension de terreno, no cercado aún. 

Allí se agrapiui en bien trazados coadros, las plantas más raras, 
útUea 6 hermosas que embellecen loa campos de la In<üa y de la 
China, juntamente con algunos ejemplares de especies exóücas que 
se trata de aclimatar: el cocotero, la bonga, el bambú, la ñipa, el 
roten, la palmera abanico, el mangle y otros árboles, arbuíd^os. 
plantas acuáticas ó trepadoras de que es ton pródiga eeta tierra 
feraz, cuya rica savia nutre é impulsa vigorosamente á la gran Sa.- 
mitia vegetal) nacen, viven y se desarrolla al calor de un sol que 
los acaricia en el seno de esa madre amorosa; ellos, cual si fiíeran 
vastagos de un mismo tronco, se buscan con afau, propendiendo á 
abracarse, como al ñn lo consiguen enlazando bus ramas. Cuando 
un capricho de los vientos deposita en la grieta del tronco de un 
árbol s^nilla de oti-a plai^, allí germina, echa raíces, brota y po- 
tente orece, vístieitdo lujosamente de hojas su -frondoso ramaje, 
ocasionando la inkusion de estos parásitos vegetales, &u«Ímenoa 
muy curiosos y dignos de estudio; castaüos de indias, jazmines do- 
bles, tulipanes de colores varios, lucen sus galas junto á loa árbo- 
■ les de pan, aceite y pimienta, rivalizando la espléndida flora de la 
Iodo ClÚEía con los prodigios del arte europeo, 

:Ii& zoología está diguam«aite representada en este museo inci- 



g,:,7.::b,G00'^lc 



píente por cisoes, ¿nades y patoa, nadando en lagos artáficialeB; 
gallinas y galloB de diversas razas, entre las cuales pTedomind, 
n^uralmente, la cochinchina; faisanes dorados y pavos reales en- 
cerrados en grandes canastillos ó jaulas de bambú y alambres. Estas 
dos últimas clases de aves son tan cOmnnes aquí como la primera, 
y no alcanzan el alto precio y la misma estimación que »i Europa; 
mas en todas sfln manjares esquiaitos, y yo soapeclio, que la divina 
previsión creó la trufa espresamente para ellos. La sección de cua- 
drúpedos es más completa que la de volátiles: búfalos, ciervas, ca- 
rabaos, osos y gatos monteses, alojados en departamentos con ver- 
jas de hierro, son los ejemplares más nameroaos; pero los máa no- 
tablea es una pareja de tigres, animal tan conocido, que mía lectores 
, todos lo habrán visto muchas veces en los circoa y casas de fieras, 
mas difícilmente tan grandes, arrogantes y bien pintados; el macho, 
en particular, tiene la alzada de una jaca, la piel del lomo listada 
de negro y blanco, como el armiño la panza, en an enorme achatada 
cabeza centellean dos ojos feroces que, según la hiz cambia, parecen 
carbunclos; topacios ó esmeraldas, y b^o su erizado bigote blanco, 
enseña anos dientes largos y agudos, cuyo marñl destaca sobre el 
fondo sangriento de sus encías; aquel pecho anchuroso, aquéllos 
nervudos brazos, aquellas terribles garras que se complace en mos- 
trar desperezándose, se imponen y el espectador se felicita de verlo 
enjaulado. La hembra ea más pequeña, y aunque su úidole no es mé- 
no8 feroz, no inspira tanto terror como bu amado esposo: ambos se 
estremecen y tiemblan de miedo cuando oyen los pasos del chino 
que los cuida. Es éste un hombre bajo de estatura, pero fornido y 
de un mirar terrible que fascina. 

El tigre abunda en los bosques de CochinchinaH>culto en la 
maleza, vigila, cae sobre su presa inopinadamente y la devora: 
¡ay! del labrador á quien el crepúsculo vespertino sorprende en su 
camino; ¡ay! del mensajero extraviado; ¡ay! del cazador perdido en ■ 
medio de aquellas vastas soledades; todos mueren desgarrados. Por 
centenares se cuentan cada año, las víctimas de esa fiera, ham- 
brienta y sañuda, pues, annque el gobierno &ances premia genero- 
samente á todo individuo que presenta una piel de tigre, los anna- 
mitas le profesan tal respeto, que al nombrarle no dicen cab (1), 



(1) Tigre, eit lengoA nmamito. 



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aino Moraeñcr Gah; hasta se piivao del ejercicio de caaa,, qae tran- 
C|ailam«ite vive ai loa montes, segura de la impnmdad; aal, solo 
algun temenuio suele arriesgaise, y la raza felina se reprodttce 
7 propaga amenazando enfieñorearse del pafs. 

En el centro del jardín hay una casa, caya fachada padácipa 
de la arqnitectnra china y de la eoropea; nn gigantesco cenador le 
da sombra y la refresca nna furade con snrtidorte, que vierten un 
agua cristalina, pero m^ sana, como todas las q^ue se beben en esta 
tierra, donde el sol y el agua son los mayores enemigos del hom- 
bre. De buen grado hubiera permanecido más tiempo en este ame- 
no sitío; queda perderme en soa laberintos, deseaba aspirar mayor 
cantidad del oxigeno contenido en su atmtSsfera embalsamada; pero 
habia de vestirme para asistir á un banc^uetc que en nuestro obse- 
quio daba el gobernador, y volví &. bordo. 

A las síqfie y media entraban en el palacio del Qobíemo la Ie> 
gadon española y los oficiales de la Tencettorajestos de uniforme, • 
noaotros de frac, pues aunque la comida era oficial, nuestra misión 
aUf no tenia este carácter. 

£1 almirante Ohier nos recibió en un pabellón chinesco amue- 
blado con divanes de raso carmesí , un gran velador de laca roja, 
cuya redonda tabla soportaba nna carga de antiguas porcelanas 
chinas y japonesas, alternando con bandejas llenas de cigarros fili- 
pinos; bajo un rico dosel, los retratos de Napoleón III y de su bella 
esposa ; y en el centro , una fuente rodeada de macetas refrescaba ■ 
con sua cuatro surtidores el ambiente, perfamado.|)or aromáticas 
flores. Linternas de pintados vidrios alumbraban eeti estancia y el 
anchuroso salón contiguo, donde contá más de ciento, pendi^tw de 
la techumbre artesonada, en lineas paralelas. 

No tardamos en pasar al comedor, y cada cual oeupii su pnesto 
alrededor de la mesa, suntuosamente preparada para cincuenta cu- 
biertos, y servida por criadoa tagalos de librea blanca^ chinos con 
pachantas azules, colores vivos que contrastaban con el oscuro del 
uniforme de algunos maiineros: todos obedecian las mudas Órdenea 
de un mayordomo francés, cuyo aire importante le daba las apa- 
rienciits de alto peisonage, Eata diversidad de tragos y de tipos 
ofrece un conjunto ori^nal, pintoresco, anárquico, muy propio del 
coemopolitismo de las colonias. El almirante luda sobre bu gran 
uniforme la banda de la orden de Nosrodom, rer^ del Cambodge, te- 



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115 
uieodo í BU derecha «I miuiatro de España , ;^ á au izquierda al 
obispo da Saigon ; en frente ^taba el general Faron , cuyos ladoa 
flanqueábamos el segundo jefe del apostadero y vuestro humilde 
servidor, ijue , afectando contemplar tres enormes pankaa suave- 
mente agitadas por invisiblee chinos , todo lo observaba y en su 
mente lo anotaba para referirlo un-dia al lector que tenga la santa 
paciencia de leerme. 

No haré el mewt de la comida , entre otras razones , porque se 
extravió el que impreso en caracteres de oro hallé sobre mi serville- 
ta, porque no tengo la fantasía gastronómica ni la erudición culi- 
naria del ilustre barón Brisae, y mi memoria ingrata no recuerda 
más sino que filé exquisita, y que el asado consistía en un pavo 
real, cuyo augusto titulo no impidió fiíera trufado irreverentemen- 
te y con delectación comido; únicamente el cocinero rindió un tri- 
buto de consideración á su alta gerarquia social , dejando intacta y 
abierta en forma de abanico su esplendorosa ftola : de esta manera 
qiñso honrar loa manes de utia víctima egregia entre las aves. Sia 
ti-ansit gloria mundi. 

A. los pílstres, cuando el Campagne /rapj)^' hervía dorado y es- 
pumante en copas de muselina, el almirante Ohier se levantó para 
brindar, ó hizo en su breve discurso una revista retrospectiva de la 
campaña de las tropas franco-españolas en Cochinchina; record;^ los 
míU notables hechos de armas , y con noble franqueza puso de re- 
lieve la eñcacia del concurso de España en aquella guerra; concur- 
so dedflivo y sin el cnal Francia hubiera tardado años, consumido 
tesoros y sacrificado milla^res de soldados hasta realizar la conquis- 
ta del territorio que tenia el honor de gobernar ; el ministro espa- 
ñol contestó brindando por la duración de la alianza entre las dos 
naciones, frase de rigor en semejantes circunstancias, mas que á mi 
me sonó á ironía, diplomática, recordando cuan costosa ha sido á mi 
país esa alianza, más aparente que real, y nunca sincera por parte 
de Francia, cuya vecindad nos perjudica. Sus Gobiernos, es cierto, 
hacen protestas de amistad á nuestros embajadores, mientras los ha- 
bitantes de los departamentos fronterizos atizan el fuego de nues- 
tras intestinas discordias para enriquecerse. £1 pacto de familia, 
las &lace8 promesas del primer Napoleón , la intervención del año 
1823; su actitud dudosa cuando estalló la, primera insurrección car- 
lista, y sa conducta dorante la segunda, han sido igoalmente &ta- 



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lea & Eapafia: Dios la ha castigado con un Sedan con la Commime, 
y con una répáblica; hoy su influencia política en el mundo es nu- 
la, y su vanidad humillada expía laa faltas pasadas. 

Despaes del cafóhuborecepcion; los salones se llenaron de fun- 
cionarios civiles y militares, pero ausencia completa, eclipse total 
de señoras, con cuyo motivo nos retiramos á laa once de la noche, 
dando gracias al anfitnoa por su espléndida hospitalidad. 

A la mañana siguiente, muy temprano , salí en palanquín con 
Tarioe oficiales de la corbeta, deseosos, como yo, de conocer el bar- 
rio chino, Cholen, emporio comercial de Coehinohina, que, no oba- 
tante bu competencia con Saigon, se sostiene próspera y Sorecieute 
como antes de la domioacloQ ñrancesa, que la deacapiballzó, gracias 
al genio mercantil, carácter perseverante é infatigable actividad de 
los hijos del Celeste Imperio, monopolizadorea de casi todo el co- 
mercio en estas regiones. En tan grata compañía recorrí sna mer- 
cados, H08 almacenes, sus fábricas de salazón, donde se adoban cai- 
manes, BUS canales atestados de lorchas y Juncos, y sa lamosa pa- 
goda. 

El calor nos fundía, pues aunque la distancia no ee larga ni el ca- 
mino difícil, este paseo adquiere las proporciones de una excursión 
á causa del clima, cayos rigored no permiten que se camínQ, se tra^ 
baje ni se viva maa que muy pocas horas al día, desde Iflfi seis has- 
ta las diez de la mañana y de trea á cinco de la tarde; en ^e inter- 
valo las casas, las tiendas, las oficinas, todo está cerrado, desiertas 
las calles j diríase que eran localidades despobladas, pQ^ eua habi- 
tantes , aet indígenas como europeos , se guarecen en sus viviendas 
respectivas, ó buscan la sombra de la manigua, huyendo de loa ar- 
dores de un sol fulminante que amenaza derretir las rocas y secar 
los rios. Durante esas angustiosas horas nadie puede snírir el ooa- 
tacto del más ligero vestido, la esiatenda se interrumpe , duermen 
los sentidos, la inteligencia se paraliza, y el ser humano más am- 
bicioso limita sus aspiraciones á un baño ñio y una naranjada: en 
una palabra, es necesuio, indispensable, organizar aqui la vida de 
tal manera, que en seis horas se haga todo aquello que en Europa 
absorbe el día entero y parte de la noche. Poroso madrugue, pre- 
firiendo modestamente los tenues destellos morados y azules de la 
tímida aurora, á loa resplandores de oroy defuego que F^w ^par- 
ce generoso sobre esta tierra. 



g,:,7.::b,G00'^lc 



No hallfuido en parte a^;tuta la menor obra de arte antiguo ni 
moderno, sBandonamoi las tíandaí, cuyo eortido cooBÚbe euarticu- 
loa de uso comuD, tanto en mobiliario como en telas , y nos dirigi- 
mos á la gran pagoda, monumento notable, no por lo grandioso. 
Bino por el primor de Bas detalles, Btt eetilo especial y lo raro de iu 
estructura. 

Se entra por un atrio rectangular, cercado con verja de hierro, 
en el fondo- del cual hay una gran puerta de bronce alambrada por 
tres &role8, dorado el central y pintados de rojo y verde los late- 
rales; la comisa, la portada y las aristaa del tejado catán adorna- 
das con emblemas y atributos de porcelana, relativos al culto de 
Buda; igual es el decorado de las puertas laterales. Dentro ya, se 
ven claustros sombríos circuyendo la gran nave del templo, en cu- 
yo altar mayor hay, además de la mesa, un hornillo para sacrificar 
victimas; el retablo, los bajo-relieves, todo allí es un confuso tropel 
de leones , tigres y dragones que airados aé revuelven y parecen 
amenazar al visitante con sus flam^eros provocantes ojos. Como es- 
tas igleeias carecen de torre, el gong (1) y la campana esculpida 
hasta el asa donde figuran dos fieras peleando, penden cada uno de 
una trípode labrada toscamente, y que contrasta con el delicado es- 
malte de las figuras alegóricas; profusión de linternas chinas cuel- 
gan, no del techo, sino de alambres tendidos entre Ia& paredes de la 
nave, iluminando la colosal estatua de Buda sentado en su trono, 
bajo un dosel que más bien es nn carnario con flecos y cortinas, ó 
una tienda de campa&a; enfrente está el coro, con sillería de ébano 
tallada. Aquí se sientan los brahminos. La postura de Buda es típi- 
ca: su mano izquierda se apoya en la rodilla, y el índice de la dies- 
tra en el pecho, como diciendo: "A mí, ¿quéí — ¿Quién me tose con 
eeta panza de "ballenato, esta cara albuminada y el troncho de estos 
bigotes de kalmuko?'' — Sin embargo, previendo el caso de que un 
simple mortal se permitiese semejante demasía, defienden el altar 
dos guardias armados de punta en blanco, cuyo aspecto es tan ter- 
rible con aquellas caras feroces y aquellas brillantes alabardas, que 
bí en vez de ser de madera fueran de carne y hueso, pondrian mie- 
do en el corazón de un ÍSd <S de un Bayardo. Buda tiene á su espo 
Ba en otro alfer colocado á su derecha , y en el opuesto lado están 

(1) S!«p«de de tambor oblongo. 



[),q,í;7-.obvGoo<^lc 



nu hijos sgrupadoa dentro d« una esfera de cristal ; al moabtaxaos 
esta sacra familia el cbicuelo annamita que nos servia de ciceroTie, 
exclamó: ¡voila, Mra.! Mr. Bvda, Madame Buda, et lea enfants de, 
Mr. y de Madame £i«ía.— Quedamos eijterados. 

Inmediata á ta pagoda hay una bonzerfa, cuyos estrechos claus- 
tros, hoy desiertos, repercuten el eco de nuestros pasos; atraveean- 
do el atrio, se ve un baño, pequeño eBtanc[ue abifirto bajo una sala 
de negra madera sostenida por pilotes, donde loa bonzos se desnu- 
daban y vastian; liiego, en el fondo , es^ el peristilo , columnata 
que sostiene tres arcos y da acceso por seis puertas de laca, maquea- 
das cada una con un chino de oro cubierto de ricas vestiduras ta- 
lares: la pelliza que ostentan es tan inveroaímil en país tan cálido, 
como la luenga barba que adorna sus rostros, pues no la poseen ya 
ni aun los príncipes de raza imperial; la tenian, sf, los mongoles y 
los tártaros conquistadores de la China; mas el clima y el cruza- 
miento con la casta indígena han borrado ese varonil atributo del 
semblante de sus sucesores, los cuales solo revelan su noble origen 
en unos cuantos dispersos cabellos que brotan de su labio superior 
y de BUS jnejillas. Esto no obsta para que, cuando se retratan , sus 
efigies luzcan barbas pobladas y sedosas. 

La verja del atrio es de porcelana verde, así como las celosías de 
las ventanas, los frisos y las comisas ; solamente aquí alternan los 
colores según representan avea, culebras, dragones, basiliscos, fru- 
tas ü otros excesos. Las celdas están vacíss y desnudas, excepto al- 
gunas habitadas por gallinas, patos ó cochinillos blancos destinados 
aj sacrificio, primero, y luego al regalado paladar del sacrificador 
brahniina, sacristán ó acólito. En el refectorio me llamó la aten- 
ción una fuente, cuyo vaso tenia un magnífico bajo-relieve repre- 
sentando el esqueleto de un tigre devorado por varios dragonea. 

Otras excursiones hice durante los siete dias que permanecí en 
esa marmita que se llama Saigon, acompañado casi piempre de mi- 
litares ó de frailes franceses, pertenecientes ^tos á las Misiones ex- 
tranjeras encargadas de difundir la luz del Evangelio en los reinos 
de Annam y del Cambodge, como los dominicos españolee la pro- 
pagan en el Tonquin; hombres llenos de abnegación, abandonan su 
patria y rwiuncian á los goces que proporciona una refinada civi- 
lización, buscando en remotos países semi-salvajes el martirio su- 
frido por fray Diego Alvarez, de la Orden de Santo Domingo, pri- 



[í.qm.óobvGoO'^lc 



tner apóstol de la verdEtáera religión m Cocbinchina , impíamente 
sacrificado el año 1574; rioierou luego los jeauitas, y aun después 
de Hu estennínio hubo misioneros españoles y franceses, dignos con- 
tinuadores de esa obra de redención y de progreso ; algunos pere- 
cieron en la demanda, y Tos demás se refugiaron en Macao á la 
sombra de la bandera portuguesa. 

El dia 2i de Diciembre recibimos orden de preparamoB para 
marchar á Turana, capital del reino de Annam y residencia habi- 
tual del monarca. Con este motivo se mandó llamar & Fetxus 
Truong-Vink-Ky, intérprete annami^, que lo fué del general Pa- 
lanca durante la guerra y acompañó con el mismo titulo S. loa em- 
bajadores del emperador Tu-Duc en Madrid, cuando fueron envia- 
dos para rati£(%r los trabaos de paz y amistad con España y 
Francia. Católico ferviente y muy aiÜcto á nuestra nación, Fetrus 
es un polígloto, y en su país goza fama de sabio; á bordo de la Ven- 
cedora 86 presentó vistiendo negro trage talar: alto, escuálido, cu- 
tis amarillento y labios sutiles como la astucia, su poco ¿anco ros- 
tro no previene favorablemente. Invitado á comer por el ministro, 
aceptó 'con su séquito de criados, según los usos orientales, y en 
justa correspondencia nos ofreció al siguiente dia otro banquete en 
su domicilio: yu no asistí porque supe casualmente la lista de los 
manjares que se servirían, y me declaré indispuesto. Hé aquí el 
menu: 

Sopa. — Nido de golondrinas. 

Frito, — Langostinos rebozados. 

Entradas.— Culebra en salsa smtaiii.a,.—Entrecoüe de caimán. 

Asado. — Cochinillo á la laca con ratones á la broche. 

L^umbres. — Hormigas rojas tostadas. — Arroz blanco. 

Entremés.— Helado de pina. 

Postres. — Mangustanes, bananas, mandarinas verdes. 

9in comentarios, el lector comprende mi abstención y el gozo 
con que escuché la orden de levar, pronunciada por el comandante 
de nuestra corbeta, al amanecer del 27: aalia de Saigon, esa hir- 
viente grasienta cacerola donde se cjecen hombres, é iba á Turana; 
ya me contemplaba encerrado en una torrecilla do madera, izada 
sobre el lomo de un elefante, entrando triunfalmente en la ciudad 
sagrada de los annamítas; pero el hombre propone y Dios dispone. 

No bien habíamos traspuesto el Donad con nua verdes orillas, 



g,:,7.::b,G00'^lc 



J30 
bordadas de árboles tan firondosoB «orno enanos, on caya« Tamas 
danzan y corren frenéticos millares de monos , cual ai fjuisieran 
emtdar la velocidad del vapor, cuando el monzón de N. E, empezó 
á soplar de frente. El buque cabezeaba ainüéndose combatido por 
la proaj andaba tres millas por hora, y una travesía de cuatro dias 
amenazaba durar ocho; asi, penosamente , navegamos dos cUas , y 
en la noche del cuarto se rompe la máquina cerca del cabo Padran, 
que íbamos á doblar. Conflicto; se reúnen los oficiales y acuerdan 
volver á Saigon; [horrible perspeeÜva!... yo hubiera preferido 
naufragar aquí, como naufragó el inmortal autor de Las Luisia- 
das: Camoeua no se ahogó, fortuna que luego hubo de pesarle. A 
mí también me ha pesado. 

La Vencedora se puso á la vela y viró hacia el cabo de San 
Jaime, en cuyas aguas dimos fondo al anochecer del dia 30; inme- 
diatamente se telegraüa al contraalmirante Ohier, y con el alba 
del 1.° de Enero de 1870 Uegó el King-Cha/n, aviso de vapor en- 
cargado de remolcamos. Veinte dias moi-tales tardó en componer la 
máquina el arsenal de Saigon; el 21 partieron mis compañeros para 
Siam, el gaia de loa elefantes blancos, y yo me qued^solo aperan- 
do un barco que me condujese á Hong-Kong, renunciando con pena 
visitar la Birmanka y el Saoa paiaes inexplorados, territorios sal- 
vajes donde aun imperan el fanladismo y la idolatría. Ya Saos es 
un Estado tributario de Siam y en sus montaSas, casi como en el 
norte de Annan, reside la ra^a. aborígena, representada por los vien- 
tres negros, denominación que se les aplica porque de ese color se 
pintan el abdomen. - '' 

vn 

Otro paquebot de las Mensajerías Francesas, el Dona{, me llevó 
en cinco dias á Hong-Kong, ciudad que no faene de chino más que 
el nombre y algunos miles de habitantes: su estructura, sus usos y 
gran pajte de bus pobladores, todo en ella es inglés ; y no siendo 
mi objeto conocer upa colonia más, sino la verdadera China, ori- 
ginal y auténtica, me trasbordé inmediatamente á un atea/mer que 
estaba pronto á subir el rio hasta Cantón, donde seis horas después 
me hallé instalado eu una fonda francesa, cuya escaler^ mojan las 
aguas como en Venecáa, pero en su puerta no ertacionan góndolas 



jvGoO'^lc 



121 
oi ciHTozas, sino botes europeoa y aampanes conducidos por chinos 
de larga trenza. 

Fuera de I03 almacenea de abanicos, sederías, lacas y objebos do 
marfil que todo el mundo conoce, CJanton no encierra nada más no- 
table que 8U8 jardines flotantes, buc[ueB cubiertos de florea, amarra- 
dos Á la orilla del rio, reflejan en el agua loa millares de luces que 
por la noche quieren rivalizar con el firmamento; mi exaltada ima- 
ginación balña soñado estos barcos-ramilletes eomo grandes mace- 
tas de preciosas maderas incrustadas de nácar, envueltas en vaporo- 
la nube de seda y encajes, bajo cuyos paballones se ocultaba una 
tripulación femenina, compuesta de chinan de negros ojos, pies me- 
nudos, manos suaves é insinuante sonrisa, estatuas de marfl anti- 
guo representando en lánguidas inílolentes posturas la voluptuosi- 
dad oriental. Mas ¡ay! cruel desencanto: son burbosas y fétidas la» 
aguas del rio; los barcos floridos no bajan ni suben su corrien-te¡ 
fije» como pontones, no oí el confuso grato rumor de ardientes be- 
sos, mezclados con el dulce chocar de los remos con el agua, per- 
dido como un suspiro entre los acordes de la música que inunda el 
espacio de arftionfa. 

Sin emiwirgo, una vez intentada la aventura, no quise rouroee- 
der; al fin era curioso el eapecbáculo que ofrecían esos bajeles for- 
mados en lincas paralelas y unidos por puentes de tablas, á manera 
de flotante pequeña ciudad de recreo: sus ventanas, cuyos lüidrioa 
azules, amarillos ó encamados dan paso á torrentes de" luz; sus puer- 
tas abiertas de_ par en par sobre la proa estravagantemeute adorna- 
da con goimaldas de flores, linternas de vistosos colorea y arañas 
de cristal, todo forma un conjunto &ntástico y de gánero tan cbi- 
uesco, que trepé por la escala del primero que hube á mano, y ba- 
jando tres gradas me bailé en Uno de los dos salones que hay en 
cada uno de ellos, separados entre sí por otras dos gradas , sin la 
menor mampara ni cortina. Así, mientra» absorbía una taza de tiié, 
pude contemplar á mi sabor un grupo de venerables y obesos chi-* 
nos que comían en torno á la misma mesa, servidos por doncellas 
de catorce á quince años, muy bonitas, aunque demasiado pintadas 
para su edad. ¡Tan jóvenes, y ya tan desgraciadas! 

Estas kuTieang (1) visten con el^ancia, adornan su negra re- - 

O) JóvMiea. 



)vGoo<^lc 



ladéate cabellera con floree natorales, y en bub muñecas lacee bra- 
zaletes de oro macizo ó de verde jaspe; sus ojos son briUantFes, finas 
sas manos y aoa pi& dinünutos , lo cual tipn© más mérito , porque 
no tdendo mujeres de casta privilegiada, no han sufrido desde niñas 
la tortora del .zapato de plomo. Carlosaa , á fuer de hembras , me 
miraban á hurtadillas, y después se reian tapándose la cara con los 
abanicos; entre tanto, los chinos devoraban como lobos y bebían. 
como esponjas, afectando no haber notado mi entrada; á loa postres 
se aienten sofocados , é impádicamente se despojan de su túnica y 
' me revelan misterios que maldita la gajia, que tenia de penetrar: 
vientres prominentes, espaldas de gañan y brazos sin músculoa. 
Luego, estos desvergonzados vendedores de arroz, de gemjibre, de 
opio ó de nidos de golondrinas , hacen una señal , y , en el acto , « 
acercan las doncellas y los abanican ; ellos reciben la fresca brisa 
artificial, serios, magestuosos, y con una expresión de ingenuidad 
y beatitud tal, que desarmó mi cólera; poco á poco se animan aque- 
llos sacos de carne, aumentan sus libaciones, y juegan con sus ser- 
vidoras, apostando á quién absorberá más copas de vino caliente. 
¡C'en etcát trop! — Yo me levanté para salir ¡ mas el banquete ha 
concluido; comensales y servidoras entran en la primera sala, me 
rodean y me detienen haciendo mil ceremonias; vuelvo á ocupar mi 
butaca con respaldo de mármol, se lúrve tbe y circulan pipas de 
agua; un chino muy cortés alarga la que estaba fumando y la po- 
ne entre mis dientes, fineza-que hube de aceptar, rendando men- 
talmente , por no faltar á las conveniencias sociales. ■ 

Tina joven canta coplas, tapándose el rostro con su abanico, 
y es escuchada con atención, solo interrumpida por el crujido d© 
pepitas de sandia tostadas que los chinos mastican después de 
comer. 

Este ejercicio 6B, según ellos, muy favorable á la digestión; 
más tazas de thé , más pipas y más canciones, cuyo tono chillón y 
monótono me hubiera adormecido sí no me atacara los nervios, su- 
frí durante largo rato ; pero como anunciaran que se iba á fumar 
opio, me retiré, saludando á la concurrencia con arreglo á la eti- 
queta del país: i' ¡Salud, nobles mandarines!"— Y me fué contesta- 
do: I' ifingtien huella laoyé;" qa.e3Ígmñ.csL: i'hasta mañana, gran- 
de y viejo señor." Yo tenia entonces veintiocho años, im carácter 
impaciente y propenso al fostidio , que todavía me dura ; por todo 



jvGoO'^lc 



lo cual pensaba no volver al dia aiguiente ni en los Buceoivos hasta 
la contnunacion de mi existencia. 

Esta impresión se refl^aba, sin duda, en mi semblante contraí- 
do por' mi desdeñoso gesto, porque el dueño del li^el me dijo, 
acompañándome obsequiosamente: 

— Espero que no será esta vuestra lUtima visita; yo os invito á 
repetirla, pues si hoy no vais contento, puedo ofreceros algo mejor 
otra vez, siempre y cuaudo me aviséis con la necesaria antelación, 

— ¡Qué queréis decir? — repuse, 

—Nada, señor, — contestó guiñando un ojo y con maligno acen- 
to, — mi intención es in^carle, que si le place alquilarme el barco 
con objeto de cenar con alguna bella kuneang , está á vuestra dis- 
posición, mediante doscientos pesos, luna bagatela! la ilumina>cion, 
las dores, y un servicio de veinticuatro platos, cocinaanglo-franco- 
china. 

^íPara qué tantos platos, no siendo mas que dos comensales? 

— ¡Error, caballero! Yo cuento con las amigas que no podría 
m^OB de invitar la beldad elegida por vos ; cuento además con 
amigos vuestros, y también con el the que es costumbre ofrecer & 
los visitantes. 

— ¡Cómo! ¿Cualquiera podria entrar sin mi permiso? 

— Todos aquellos que oa hicieran el honor de venir, ta laoyé;\a, ■ 
etiqueta china lo ezije. 

DeGÍ<Udamente, los chinos no tienen idea de lo que es un gabi- 
nete particular; sin embargo , disimulando mi contrariedad , pre- 
gunté: _ 

— íQué medio habria de emplear para coosegiiir que una de esas 
bellas señoritas cenase en mi compañía? 

— Si no fuerais entranjero, era fácil tarea; pero ¡mil diablos! un 
-bárbaro con barba y pelo rizado, Jamás! ¡imposible! Ella perde- 
ría su reputación, aunque Qstubiese muy á la moda. Ahora, si qui- 
sierais afeitaros la cabeza, sustituir esa melena con una trenza pos- 
biza, untar con azafrán el rostro y laa manos , disfrazai'os de chino 
y aprender algunas palabras de nuestra lengua, yo conozco una 
muy linda que tal vez aceptarla. 

— [Abrenuncio! — grité, y volviendo la espalda salté en mi ca- 
noa y me ful á dormir. 

Al dia siguiente, deseando tomar revancha de esta derrota, hi- 



g,:,7.::b,G00'^lc 



131 

ce propósito de visitar un jardin de th^, deMo la^o tiempo acari- 
ciado, imaginando mi mente soñadora que iba 6. ver flores deseo- 
nocidas, árboles de singtdar esbmctura, entre cuyo espeso follaje se 
levantaiian rocas artificiales, semejantes á las que disimulaban las 
grutas del jardin de Anuida, si hemos de creer al Taaso ; senderos 
de dorada arena en la orilla de trasparentes lagos ; aéreos pabello • 
nes, calados como encajes, y pintados de colores várioB; un paraí- 
so, un edén habitado por jóvenes chinas vestidas de seda rosa 6 
azul, cogiendo con sus afilados dedos la flor del nenufiu-o. 

Fui por la tarde, y en efecto, encontré que los pabellones exis- 
ten aún, pero axrulDatlos; las agiros, diáfanas giüzá bajo la dinas- 
tía de los Meng, verdosas y turbias; ni una flor, ni un arbusto. . . 
Solamente aquí y allí troncos de árboles muertos, como derruidas 
tumbas en medio de un cementerio abandonado; y, en vez de .chi- 
nas ideales, una corte de los Milagros, un verdadero aquelarre. 
Con resignado paso atravesé este recinto, queriendo consolarme de 
un nuevo desencanto con el color local, el sello particular, el carác- 
ter, el tinte eminentemente original que tíene como remembranza 
del fiíatuoso pasado y vera efigie de la decadencia que mata por 
conaimcion al gran Imperio del Medio. 

Machos cabríos, cameros y otros comupetos, salvados del ma- 
tadero por sensibles budistas, erraban librea y contentos entre la 
lüultitud con esa tranquilidad, esa eatls&ccion, esa dichosa calma 
que da la confianza de haber asegurado una existencia pacifíca; 
otras reses dormían en un rincón, sirviendo de almohada á men- 
digos andrajosos; más allá algunosde estos cazaban sus insectos ÍBi- 
miliaroB, con grave infracción de la doctrina de Buda. Un saca- 
muelas coloca sobre una mesa sus' ínu^cos de agua odontálgíca y 
sus instrumentoa, ofreciendo en un cartel, escrito en caracteres chi- 
nos, extraer huesos sin dolor del... que los saca; allí un moceton 
escuálido y feo, recita con voz tenante romances populares anto un 
anditorio de viejas y campesinos; un freidor ambulante pregona 
su mercancía á los hambrientos que se la compran y la devoran con 
avidez; un tragador de sables luce la amplitud de sus fiíuces blin- 
dadas; pasa un bonzo vendiendo santas imágenes, el droguero ex- 
hibe sos tarros de ungüentos sobre la concha de una gran tortuga 
exornada con el esqueleto de un orangután envuelto, á guisa de 
capa, en su propia piel curtida, y eacoltado por una numerosa fa- 



JyGOO'^IC 



12S 
milia de monos pec[ueño8, desollados también j coair«idos aún por 
el aapT^no gesto de la agonía. Finalmente, 6, lo lejos se oye gri- 
tar: "¡Linterna mágica! ¡Tcki Kuai] utchi Kiuii\l lExtraordina- 
rio! ¡eatraordinario! — Me aceiqoé y ví á 'través de los cristales 
de esa linterna una expoúdon en Dublin, pintada por un .norte- - 
americano, un paisaja ruso representando nna ciudad, cuyas ave- 
nidas, cubiertas de nieve, pueblan bombres amarillos y de lateas 
trenzas. {Inocente pintorl íQnián duda que era cbino? 

Mi desilusión fií^ Completa; pero lo qas más me contristaba era 
la &ia impasibilidad de los chinos ante tanta decadencia; pneblo 
extraño, ni aic^uiera se apercibe del estrago. Que los pab^ones del 
jardin estén arruinados, sus aguas corrompidas, las rocas leprosas, 
. descortezados sus últimos árboles, no importa; ellos siguen concur- 
riendo lo mismo qu» sus abuelos concui^ian hace cien años, en los 
bellos dias de laa Torrea de porcelana y de los Kioskoa con campa- 
nillas; como ellos fliman en pipa, sorben su tbé y con sus jaulas de 
hueso en la mano organizan conciertos de pájaros canoros. 

Y es que los habitantes del Celeste Imperio, indif^entee á todo 
progreso y fieles por pereza á sus tradiciones más rancias, son en 
esto, comoenlo demás, stares que andan como unaonámbulo deliran- 
do. Mira en su derredor y no ve las cosas como ellas son, sino como 
han sido, como sus antiguos libros se las pintan; hé aquí por quó 
tratan de engañar á los europeos, y á fin de ocultamoB bu verda- 
dera situación, no nos admiten en su hogar ni siquiera en su inti- 
midad. Creo quo este retraimiento obedece más á patriótica vani- 
dad que á verdadero horror hacia los diablos del Occéano, los de- 
monios de cabellos rojos, cómenos llaman; y asi se explica el cú- 
mulo de ideas vagas, extravagantes é inexactas que en Buropa se 
tiene de la China, donde no se escribe hace mucho tiempo; única- 
mente se copia, y Oomo los libros traducidos son antigaos, resulta 
que no conocemos ese .país más que por sus poemas, por sus ro- 
mances, por sus leyendas, incurriendo e¡n. error tan supino como 
cualquiera que estudiase á la España de boy en Salustio 6 en Tá- 
(áto, en 1b£ Cróidcaa godas ó en Pero Lope de Ayala. 

iPuede acudirse á los periódicos? No, porque la gaceta de Pekin 
(Tehing-Pao) solo contiene actos ofiriales: nombramimtos de maq- 
darines, el titulo concedido al diúa de un rio, el arco de triunfo 
acordado por el emperador & nna viuda virtuosa, lo cual pru«^ 



jvGoO'^lc 



que alli también 1a especie es muj rara. T no menciono alganos 
diarios recientemente fundados en Hong-Kong y en Shang-Hai, 
porque aba cuando se impiimen en lengua china , sus redactores 
son europeos y carecen enteramente de estilo y de aabor local! 

Empero existe un género de literatura, géaero modestoj casi 
ignoto, sin autor conocido, mirado con desden en altas regiones, 
por loB letrados y mandarines, que, sin haberlo estudiado, lo ta- 
chan de vulgar, y ni aun se dignan censurarlo; razón por la cual 
no estfk sometido á ninguna ley ni reglamento; sai, libre de todo 
yugo, se ha propagado hasta los confines del imperio, que si bien 
no remonta su vuelo como el águila , imita á la golondrina , cuyas 
alas, rastreando, surcan mares y tierras; es la canción anónima, el 
canto popular, el primer vagido de toda civilización naciente, qos 
los ecos repiten á trav^ de siglos y generaciones, y también el úl- 
timo goce de loa pueblos decrépitos. Ellos, cotno el hombre en el 
ocaso de su vida, se deleitan evocando los gratos recuerdos de la 
edad lozana, sus ilusiones, sus amores, los sueños que su menta 
acañciara y desvanetñó el furioso vendabal de les pasiones... ¡No- 
bles aspiraciones del almal ¡brillantes ¡espejismos de la imagina- 
ción! ¡por qué no sois más que una quimera? 

No tema el lector que me lance á los espacios éticos; no he ol- 
vidado que estamos en China, y prosigo describiendo al Chino mo- 
derno, guiado por la Inz d-j osas canciones populares,' luz que en 
vano se bascaría en el estudio de obras más literarias, modelos de 
pureza y gallardía de estilo, como las poesías de la dinastía de loa 
Tang, esmeradamente traducida-s por el marqués d' Hervij Saint- 
Doaia, y otras obras de distinguidos chinólogos. Nada más vulgar 
que los proverbios, y, sin embargo, se ha admitido universalmente 
como axioma que ellos son" la sabiduría-de las naciones. 

Justamente, bajo la bóveda de la puerta del jardín de thé, es- 
taba un viejo mercader de libretos, romances y cancioneros, insta- 
lando au catálogo en medio de otros vendedores de láminas, abani- 
cos, juguetes, peces dorados y pájaros, Nadatanvariado,abígarrado 
y curioso como su mostrador: un tratado de astronomía, un libro de 
botánica, otro de sericultura y una obra de medicina interna (1), 

(1) En Otiíiut U faoultod de medíaina bo dirids en dM, interna y eiteru; ds m»- 
do querte llamado por uaberido.cuMU Haga; pero temeroso de oCaader iaaoole- 
fit, M gotidiri bien de extraer la bala 6 el acero oaueante. 



jvGoo'^lc 



altemabaiD con dramas, comedias y novelas uibignaa é incom- 
pletas; una Biblia en chino, impToaa á eoaba.de alguna mimon pro- 
teabvite, junbo Á las obras de Confucio; almaniu^ues indicadores 
de los dias faosbos y nefastos, é Mmnos í Caan in Fiiaa, la virgen 
china, remeltos con dibujos para bordaj; y muestraB de letra cursi- 
va; un método para aervirae de la máquina contador, y la guia del 
perfecto negociante, se ocultaban bajo un al&beto ad vmvm igno- 
rantes, á cuyo fin tenia pintado al lado de cada palabra el objeto 
que esta representa. 

Examinando este iotum revototum, fijó mi atención una mano 
dibujada con tintasobre nnacnbierta encamada: era un libro de qui- 
romancia, compendiode todo lo referenteá enfermedades, objetos ro- 
bados 6 perdidos, ambiciones y sueños, escrito en forma de intero- 
gatorio. A todas las pr^^taa respondía; mas de una manera tan 
ambigua, tan vaga, tan enigmática, que sus oráculos resultaban 
como los de nuestros sonámbulos y gitanas que dicen la buenaven- 
tura. Ejemplo. 

— iDobo hacer fortuna! 

— Tu suerte la enconbB.rás al Sud-Eate. 

— íMis gusanos de seda prosp^-arán? 

— Ofrece flores á Buda. 

— ¿Dónde se oculta el ladrón que me robó? 

— Eq un bosque de bambas... etc., etc. 
De on tomo de charadas, citaré la siguiente: 
"Joven, soy verde; viejo, soy amarillo; fuerte, me pongo blan- 
do; si acompañt á un amigo mucho tiempo, él desea dejarme; joven 
se me estima, y viejo se me rechaza , lo cual signiflca un par de 
chinelas de paja; mas yo creo que es aplicable también á las edades 
del hombro én relación con la mujer, n 

El cancionero popular no se somete á las r^Ias de una correcta 
versificación, ni escoge, como lj>s literatos, caracteres poéticos; es- 
cribe en el lenguaje xisual, y hasta en dialectos provinciales, po-' 
niendo asi al alcance de todos sus inspiraciones y aun poesías muy 
antiguas que imita y trasforma; sin embargo, conserva las imáge^ 
nes empleadas por los grandes maestros y las obligadas compara- 
ciones: la unión de los f^nis: simboliza siempre un matrimonio, el 
in iang (pato mandarín con su hembra) la fidelidad , pues irresis- 
tiblemente propende á buscar sus temaa en lo que la vida chinn 



[),qm7-.obvGoO<^lc 



tiene de más íatimo. As!, el cuadro de las cancioneB es poco \aria' 
do; la musa que generalmente las inspra es la nfUioraleza , y can- 
tan á invierno, la primavera, él estfóyel otoflo en versos descrípü- 
voB á los cuales une nn monólogo de la heroína ó dd héroe que ex- 
presa sus sentimientos melajicólicos ó alegres. 

Otras veces son las cinco veladas dé la noche, lós doce mesee del 
año ó las doce lunas, y cuando Mtan divisiones natnrales, el can- 
cionero las crea artificiales. Un amante se despide de su amada; 
¡no hay cuidado! ella lo acompañará hasta la puerta en diez estro- ' 
&s. Y en que los chinos,, pueblo metcSdico y clasificador, gustan de 
cuadros bien acabados, que no salgan de la pauta conocida, «icer 
raudo en estrechas casillas la fuibasia más exuberante. 

Pero, si el cuadro es casi siempre uniforme, nada es tan variado 
como sus argumentos. 

^El viento de oro arrebata las amarillentas hojas del árbol 
utung; la flor del fankuem aromática, la flor del haitang es roja. 

'>{Quie'n, pues, esta noche, á la tercera velada, tocaba el laúd? 
Quien quiera que ^era, jya! no participa de mi dolor. 

"Á. la primera volada, una joven boDza entra en 4a pagoda con 
au rosario en la mano. . . 

;'A la primera velada, una hermosa doncella se revuelve sobre 
su almohada sin poder dormir; lá emoción lá. hace temblar... 

"A la primera velada, la luna ilumina el lecho; ¡ay! ¡por qué los 
hombres fiíman ópioí.^. ¡Fumar opio, horrible desgracia!. ..i< 

I>e buen grado citarla más coplas, pero me abstengo á causa de 
au color subido, que ruborizaría las mejillas de mis bellas lectoras; 
si trascribo en mala prosa los siguientes versos, es porque su fondo 
es altamente moral: 

'iNo insultes á unanciano; la familia del insultador no pros- 
pera, i- 

"No escuches los discursos de la almohada ; conviene ser algo 
sordo en la cama para ser feliz en &milia.i) 

"No mates pájaros en primavera; los hijuelos esperan á su ma- 
dre en el nido, n 

"Eepara los templen, no pegues á los, níElos, no tires el arroz, 
ni el thé; dalo mas bien á, loa pobres, u 

El mismo librero ambulante vende canciones patrióticas , ro- 
mances históricos y obras útiles para la enseñanza, como Tien chía 



^yGooc^lc 



i 



ti minff, nombres qae tiene la tierra bajo el cíelo, ó sea descripción 
geográfica de la China, y San cA« leo ma ioon , loa treinta y aeit 
puertos, donde se aprende que hay hermosas doücellaa en Kiañg 
Sou y majeres ligeras en todos loa países, qn© el az6car viene de 1» 
lala de Formosa, y loa mejores jamones de Qui (provincia de TcTie 
^ian); qne las ostras superiores son da ífing jw , y el vino mía 
exquisito de CAfOíiS^inyu; excelentes los nabos'críados ala orilla 
del Gran lago , y muy lindas las bonzaa del Tong Ting. 

Todo esto dicho en verso é intercalado de poéticos detalles i. fin 
de amenizar la lectura de cosas tan áridas, porque en Ohina la 
poesía se sobrepone á todo; cada chino querría tener en su pequeño 
jardín un universo en miniatura: árboles enanos, minásculas flo- 
restas, montañas altas como escaños, mares y lagos que un paja.ro 
86 bebe: además, el autor tíaa y abusa de la naturaleza, presentán- 
dola bajo todos sus aspectos con la refinada malicia, propia de los 
chinos, á fin de velar con cortinajes de verdura ,y flores lai temas 



Tan somero análisis de estas canciones no es suficiente parade- 
finir el chino ni juzgar de sn carácter, sn Índole especial, desús de- 
£3cto3 y de sus cualidades; pero es un elemento indispensable para 
bien conocerlo, y guiados por la inducción, deducir qne es un tipí>, 
un carácter complejo á causa de loa contrastes que ofrece. Excép- 
tico en religión, observa, si no práctica ' las antiguas doctrinas, y 
saele revelarse, tomando parte en los motines para quemar iglesias 
católicas 6 probeitantes; de un lado se ve un bonzo grosero, igno- 
i-ante, sin ideal,. brutalmente entregado á sus apetitos, y del otro 
aparecen oti^ escondidos en el seno de ásperas montañas, como 
anacoretas, cuya vida contemplativa y ascéiiica es ejemplo de pie- 
dad y abnegación. 

El chino no se ocupa de política; la deja al cuidado del Celeste 
Emperador con su séquito de mandarínes, cuyos actos critica, sin 
embargo acerTamcntc, culpándoles hasta de ciertas calamidades 
naturales de que ellos no son responsables; dócil, ae somete al pago 
de los tributos exigidos por el Gobierno; mas, si se cree vejado, mar- 
cha á Pekin, aunque sea caminando « pié, y pide jusíicia al mismo 
Soberano en último recurso. 

Vicioso, coiTompido, es, no obstante, buen hijo, buen espoao y 
buen padre, rinde culto á su hogar doméstico, qne considera como 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



130 
-un santuario, e inculca en sus hijos míxímas morales y religiosas. 
Frecniente mente, loa inandariaea venden sus sentencias, pero á 
veces juzgan como Salomón; contratando, ol comerciante roba 
cuanto puede, sin vargüenaa ni remordimiento; mas, cuando ha 
ceirado un trato, lo cumple exactamente, auu^ae-solo sea verbal; 
el chino es dulce y á la par cruel hasta el extremo; humilde, lison- 
jero cuando nec^ta, jam^ prescinda del sentimiento de su digni- 
dad personal: tímido ante las amenazas, cobarde bajo los golpeis, - 
esemismo hombre se eleva sobre el cadalso, mira de frente, á su 
vei-dugo y muere altivo con el sereno valor de un gladiador roma- 
no. A. su pesar, la China se va traaformando al contaclw de Eu- 
ropa y de América; lentamente, eso sí, porque su amor propio de 
pueblo antiguo le liace i-eservado, y acepta nuestras invenciones 
en armas y en m£Íquinas, por conveniencia, sin manifestar mngiiü 
entusiasmo, quizá sin darse cuenta de esa trasformacion que sigue su 
curso y lo seguirá hasta ver el aaei'osanto edificio de la China legen- 
daria, derrumbado y reducido á polvo como sus antiguas pagodas. 

vni. 

SUongr-IZai. 

No temando ya nada que ver en Cantón, donde, como en toda 
la China meridional, se respira un ambiente mefítico, resolví mar- 
Qh¡ir á la ciudad cercana de Nanking, la de lastorres de porcelana, 
el baluarte de los imperiales contra Taepinjs (1), la puerta del 
' Yang-Tze-Kiang, riquísima comarca, en fin, áShang-Hai. 

Llegué, después de siete días de navegación, subiendo la^s ama- 
rillas aguas del río Azul, sin que me ocurriera suceso digno de 
contarse hasta desembarcar y alojarme en Aator-Hoose, la fonda 
menos infecta de la localidad, cuyo aspecto es semejante á cuanto 
habla visto en el Celeste Imperio. Tan solo varía la población, muy 
diferente de los chinos del Sur: allí eran pálidos, cobrizos, flacos y 
ligeramente vestidos de algodón, mientras aquí' aparecen sonrosa- 
dos como muñecos y gordos como Eudas; envueltos en cuatro ó 
cinco pellizas superpuestas y forradas de piel de carnero, cada uno 
de esos hombres exhala más olor á chotuno que un gran rebaño, lo 
cual se comprende: llevan.media docena de chalecos sin mangas, y 
encima una hopalanda larga hasta las rodillas; esto bajo las pelli- 

(1) Itel>£ld8i. 



t,7c=byG00'^IC 



zaB,-4e naodo, que mii p&reoeBibrdoads lana qn« iiérea tiiunflÁoe. 

QuIho el'Eizar ocmdiiolrme tSx mi pñmera. ^c^iTHoa por 1««íq' 
dftd ál iMirrio de las' fondas ctiinftfl , d« «trf a ooojjia be-Yilreiádo ;&> 
nn& Ermertra á mis leetores, y creo a&rá bastante; pero-í ef me chooó;' 
la confusa aglomeración de CBfitaa , deade Ib más migar faaata liu 
mete encopetadade loa n^ociantea. milloDCuríos, comiendo enatesa» 
contiguas mabjareiEi 'snntnosos^ ó repngnatitea. A la' deret^,* rtü twi 
tonrant para gente Tica; hay mái de tresoienbos cdmensalea. Mnte- 
dot coatro Á coatro alrededor de pegueñaa [.loeaás adornada» txtn 
8<R%depaipel*y'SBninja8in«n4teTÍnas;'mo20« hiesi vtMAAat l«a lAt-' 
vea, cléremonioB^unente, compotas verdes y gHrbi'aosqa que ana ptli* 
toa de marfil trasladan de loa platee de «tñstid tallcído al autroi abier- 
to et^e Bns:vaiitae y risueñas mandibiUae. ' ' 

A la izquierda, en calle paralela á ésta, oomeáoree para la clase 
media: no baj aguí palanquines blasonados esperando Asna d«e- 
ños; esoefiez de flores j-de frntaa, pero ruido, mucho nudo', raido 
infernal;' jon ruido chino! comparable solo á la músiea de Wagner. 

Más l^OB fie encuentra la puerta de Montauban , é inmediaba 
una-larga oalle, cujo aspecto esbremeoQ la' naturaleza más linfáti- 
ca: comen aquf los pobres de infím» clase, urna especie de mendigo» 
que apenas tienen lorroa humana.'^lasi desnudos, sufi<«) el ^ua;,eí 
viento y la nieve, conservando, no obstante, su carácter bullñi^ 
bo, alegre; alaría que. raya en frenesí, guando ven venir há(»a ^ea 
otra turba de andraJOBoa hambñentos, tmyendo un perro muerto,' 
hinchado, putre&cbo y desollado, niáva extraidodel foso, lleno da 
sacia» aguas, que ciroutnla las marallaa almenadas, def^isa y lími- 
te de Shang~Hai. Esos desgraciados cambian entre si mil ceremo- 
nias' antea de ocupar loe taboretes y devorar aobre úno^ maderos, 
que quieren ser mesas, vaioa, culebras, canesy otras infeoraones poi 
el ^estilo. 

La cortesía, cuando se tinajera ó se uaa fuera de lugar, es una 
fal^ miserable, una asquerosa mistificación , y en China la llevan 
hasba rm estreno que, pasatidolos limites de lo natural, de lo dof 
Mdo, de lo verosímil, de lo cómico y aun de lo ridíealo, toca tn'd 
absurtlo. Abandonando este barrio, semejante á vasta cóíána A hor- 
no jigaatesco de dos kilómetro», tomé C(m mi guia por una «sfevecha 
calle; gueim v«t! d« coaducár al eamjpo,"Como ya desefibajnM HiM 
caer en ibmttiuk cloaca, «d medio delaiálsitniíclMedBcowüaiidefe*^ 



)vGóo<^lc 



m 

. Esboa, al ménoa, no eran cefeEdooioiioa ^ lívidos cazadores, per- 
uguiau eocanúzadameobe í una uui» do inMctos de doa, coairo, 
ocho, diez, ciento y mil ^otaa, bichoa con trompa y cola que salta- 
ban á bandadas sobre eojí harapos; en cuanto un rayo de sol ca- 
lienta ettos escuadrones, picantes, rampanbet y speabosos , origen y 
conMCueocia de la lepra y de la ^ele&ulbitis , loa mendigos l<» co- 
gen oon aus gárrulas uñas, entre sus di«itw los machacan y se, 
loa tragiMi. Yo creía ser presa de horrible pesadilla ; paredame in- 
veKMtmU, impoñble, y, sin embargo, m« una triste realidad: en 
TUBO eché^á corrw, huyendo de la asciueroaft baesnolj ella me per- 
siguió en el espacio de más de un kilómetro, dorante el cual no ces^ 
de oir gritos (rivuifuitee, como en un halall, y el rechinar áñ dien- 
tes crispados por la gula, lo mismo que otro pecado capital crisiva 
los del mico. Dante, en sus poéticos delirios, no imaginó infierno 
semejante para sus ángeles caldos. 

De regreso á la fonda> psaé deltuite del ¥amsn, tesidencia del 
Tao-Tti/'^, autoridad local. Frente á esta mansión se halla la cárcel, 
veoindad prescrita por los usos del extremo Oriente, .donde el po- 
- der DO significa fuerza social, encarnación del pueblo en el Estado, 
sino .terror, caetigos, tormentos y suplicios varios. Septado ese prin- 
cipio, es natural que el alojamiQDto de un alcalde se halle cerca de 
la prisión encargada á su custodia. ¡Qué contráete el de ambos edi- 
6cíob!... Las paredes de la cárcel, negras y de aspecto sombrío, 
chocan con los barnizados techos, los pórticos de mármol cincha- ' 
do y las caladas molduras que adornan el palacio gubernem^ital, 
cuyos lujosos balcones insultan á las ventanas de los calabozos, de- 
fendidas solamente por reja^ de bambú, sin más cristales ni made- 
ras; ahí la lluvia, la nieve y d viento, azotan el rostro de loa infe- 
lices presos. Nueva caballeriza de Augias, la escoba que ha de bar- 
rerla todavía no' está mandada fabricar; y en ese antro sú.cio y o^ 
euro esperan los reos su sentencia, ignorando si serán tostados, 
aserrados por secciones desde los pi^ subiendo hasta el cuello, sus- 
pendidos cabeza abajo dentro de un pozo, á desollados lentamente 
con una navaja de afeitar, oon la circunstancia agravante de untar 
con vitriolo las corbiduraa hechas en la piel. 

I^bdito del Celeste emperador! jHermosa, epvidiable posición 
toeialI-^Nu quiero á los chinos; mas, por humanidad,, yo les daña 
U wtancha, votando para «líos, y solo paradlos, uj3&,ConBtitu- 



g,:,r.::b,G00'^lc 



eioD democrática coq sub deredios iadivídiiales y todo. Esi jiuMalo 
súbitamente emaacijiado, oacursceria la fama de lo6 itu^ndiarios <fe 
lUon, de Asdrábal, de Atila, de Q^nserico, de loa caudillos de U 
Corwmune de París y de sus itmtadOrea en Alcoy y en Qutageoa; 
pero allí seria, realmente, justicia 80CÍal. 

Shang-Hai es, por su importtmcia con^ población y centco co- 
mercial, la tercera ciudad del imperio; capital de una de las dien y 
ocho provincias en que este se divide, sigue on categoría i. Sat~ 
oheuy áHotchou. Sus diez mil negociantes comercian con el ex- 
ÍJ«:DJero, y en su gran merendó se hallan todos los géneros de im- 
portacioB y exportación, lo cual le imprime cierto oaríícter cosmo- 
polita, pudiéndose afirmar que es* la ciudad más europea de toda la 
China, puesMacao, alfín, esuna colonia portuguesa, y Hong-Kong, 
cómo su nombre lo indica (1), no es más que un inmenso ajmaoén 
donde se vende tbe en magnífícos palacios. 

Candelabros de gas iluminan ^ua callee, formadas pOT Casas 
construidas á la europea, aisladas, con venbanaa en lae cuatro ÍA-, 
chadas, pi^jvistaade chimeae^s, baSos, jardines y de todo el con- 
fort imaginable; y en sus paseos, bastante inferiores, ^ vea damas 
extranjeras al lado de mar maridos; costumbre ' que choca con la« 
del país dónde la mujer solo tiene una existencia interior, no sale 
más que para ir á las pagodas, y eso en silla de mano ij en carreta, 
según habita el Sud 6 el Norte del imperio. Loa diablillos, oomo 
los dúnos llunan á los niños europeos, juegan, corrcu en bus v^o- 
cipedos, gritan, discuten y se pegan, con asombro del vecindario 
indígena, que á ellos y á nosotros, los diablos éxtraigeros, nos com r 
para, yeindo en carruaje, con TchvrKo-leany, terrible caudillo, 
gran táctico de la dinastía de loa Han. 

Shaog-Hai tinie además de europeo su organización municipal . 
y mercantil, habtéKdose instalado después de la invasión anglo-íran' 
ceaa.en 1860iinayuntamiento,antribunalcivil, otrodecotoercioy 
un cuerpo dé aduaneros mixto de chinos y aúbditos de las dos na- 
ciones in\uiBoraa. Empero, todo ese progreso, todos eaos expleudo- 
res son de fecha reciente; datan de la destrucción, por Jps rebeldes, 
de Sufehou; la Oápua china, de la cual deeia un proverbio: i'Gn lo 
alto ^ Pafako, abajo 3utchou,<i — De ella cuentan las crónicas: bajoi 



(I) fions. villa; Koig, c 



b/Goot^lc 



el cielo Imy aña fciart» rifea; tia é'iKlaiíg-wtn.t^nbc^oií Vi eaplgn- 
(fidol bajo el déío sé encHentrííh poca« ciutiadée comcf esta, — L&a 
{wrsoaas'iluBtradEÚ y elegantes BOn el vulgo de dos habitantes; íio 
obtienen los grados literarios, eiino dospnes de sutieBÍvos exámenes; 
sus diez mil vendedores se amontonan como nnbes en Nan-kcio. — ■ 
Los podnotoa de la moBteña y del mar llenan aiis caÜea; den mil 
junciís a^ardan bu cargamento de aTroz; en la adiHaia;de Tien^lin^ 
lo8 iuietiles forman eapeao bosqne; á la puerta del Oeste están las 
tién^ de perlas, diamantee, joyas de plata y de oro; lós- montís 
de piedad se cuentan por centeaare», así eo la ciudad como en 
BOB alrededores: "los bateleros se reúnen en la pagoda de F«ai« 
miiW; la vida es fácil para todo d mundo; d exterior de las tien- 
da» Miaagnfficb; sus escaparates sonde cristal y madera tallada; 
sos dependiente parecen hijos de mandarines, visten tm v^ano' li- 
geras pellizas, seda y tafetán, pasan las noches plácidamente eñ 
conciertos, tocando la guitarra y cantando; el movimiento comer- 
cial están enorüie que las linterna* atden en los almaeeiica baata 
media noche'; ' en las tiendas dé tbé se bebe el fomóso de tehi^rb píen; 
son innumerables las tabernas y hay confiterías "de todas olaséa... 
Eh los bsrrios de Tícít Jung pang y -de TíA^inan las ifiOjerés riva- 
lizan en belleza, en el manejo de la Santa y de la guitarra... 'La» 
cüaíjro ertacioües son á cual más^íiinenas; en Yuñ iti an se vende el 
perñtme Tan'&v£Í, etc., etc.; etc... ir ' . 

* Pero, una noche, nOché ne&^ta del afto' 1860, á la primwá ve- 
lada, cuando la luna irradiaba más brillante, Sutchon es bomad» 
por l(ift iebeldís; ¡eraBl tercer dia de ía euart-a lunal (1) la pobla- 
eioii huye ante el peligro, lloran loé' hombres, y las mujeres son 
' violadas al grito de ¡Wang ié! (2^.— Aquí fué Troya: á lá¡»gund» 
talada, la luna ilumina él salón de recepciones; los Tobpings de 
laicos cabeUos'aon feroces como tigres, y conpeíversó cbraaon con- 
mimaroft la hecatombe más terrible que 'han' Visto Itó sí^ob; en 
qüínieiitoa años, no había 'Soplado t&n vibteíito hüt*¿to de sablea 
agitados can' furibunda saña; estaba óscslto' que todo «1 nrwndo 
debiá perecer. ' 

■Á la tercera velada, loa pocos Habitantes de Siibchoü giie logrA- 
TÓn salváif'Hil vida,''8e refUgíEiroíi éñ SÜang-Hai, puwto nueVo, doh- 

(1) 3deMayo. <. 

&¡ Jefe de iMiebeldea, 



jvGoo'^lc 



de ffi tropelentraron confandídn licdi y pobrbrj''lQiiB'palftiiúdRSi:;< 
A la cufirba velada, la luna, ilumina el desíerito aibrije -Sutehoá 
íes indeoí'blel'i^Áa'tos allí sesraifeUs, 6ódo «il»ba>'bara¿ói,'3í útí di- 
nero' eoej ¿into se 'teiiiuipriiaoires.it ' ' i ' ' ^i ', 

Según esta leyenda, Iadestraidafiiudkii«ts unaeepeaie-deJan- 
ja en tieiTS firme; más ao «iioede a«f en Bu auceáora; la tí^ éa. muy 
cam, GMnO'Qo-todtygran cerafcro meroantilj frecóe&tadoiperextnik-^ 
jeros q-ae acAo ioeÓBti gozjir'dbnuibé la» breves inslMintM'de!líl)eriad 
que Boa liflgociofl le» d^fan. Por eso^iSbSng-Hoi'eziaien'cafós', «xt^ 
veceoíSB,' -un casino, teatropy otxm Ingureade reoreo. " ■ <- ■:'■:■ •■ 

Etim&ji'del oro atrae á loslo^Teñcsy'y^bré'tKHio.'á lastu^ií 
relias qne «omienzah siendo criado») asoiendeti'á Bcfiorf» Imsts ^anta 
punto y acaban Dioa «abe cómo, póix|«e luívitfegalanto es «fkiieifi 
como t^doé losplaceres terrenos, porgne al pecado sigúé rbáaiií^é- 
no3 tarde la expiación. Vletíinas de su afiáon al lujo .it^Bcui penan 
li de ífo Iti^ttlitíva eoque1>erf4, lascviadftbénBhaDg^Hú'Bi vistUí, se 
adomab y-se pefffuman lo mistné que sae aaia8,<dífet^ióláad<>sefl«/ 
lámante dd'éMÚ en ism enorme) pies; tnáSj'detio deciriihÓQnindO'JÍ 
ia verdMl, gae oon bonitas; iri-etñstiUes esa* pecadoraA, bituioas .5^ 
Honrosuiar,' óon4u alto mofto atodo^ con hilo de oro y 8n.'(«aUeU«i«i 
sembrada de alfileres de plata mato, como lá flordel jftitinin:,.y.-iab 
gran flecha dorada, atTareeándola; ellas naan brazhlette trenabdos 
de plata ó áe oro de ómoo maticesr negras y pobladas dejas; ojo» 
ihtíy 6iEÍ>re6i*o3 y una boca quo patécé eeíuiAe d« airfily!gwih»e¿-i 
do de gtaflOH de arroz humed9CÍ<i$ por«l nkold'matmél, :«ii:¿^leiakt 
sna hechizos. !■..-■.!■ ■ -..■ -•'■■.. .•■^-•■■.:'\ j:-.,-. ■■ i:vi 

Viéndolas pasarCoasn pañu<^»'de nipis en Vk uataxi, (luKesto 
de ricos ttnillosí los tefideros selevaatan tbdnioTidcBjiexdaaoáiíiSoii 
iseducbora criatura!... Es la impresión que auisaii miríaidria* pe» 
detHís; mas'íBQ rostro, aunque bello, bienetuND'eapreBioA de üoquArJ 
terfa estudiada, de nrtffioial ditlzuraj de' unafribldad tan tAsÁíé. 
que hiela lá sailgre enlíá venas deim hombre obseríadorl : : -¡^ 

'Así líeg¿m;ááAí*peÍTn«TO(l),''iíe dirigen áífdvéB'de las'calleb 
europea» y, en imanto hallan unaíwüíga, Bésfeñta» ábonidrtáieieti 
Li ekuéta^M&kae, vocablo aogio-«hind, -gde sirve de'iihieB|ca si 



H) !'aetteadHorte,íaJii»kdéUoM«ib(iii.'/ 



)vGoo<^lc 



cafó úüfai elegantode la cindad..., oolmiiran papitos de8Utd{a:t<Mti&- 
d&a y, maaticándalas, cambítm bus oonfidencias. 

Por cuñosídctd, tomé staieato en una meas cnroaAa' ¿ olira, ocu- 
pada por dos de esRs beldades, y mí guia me tradujo el sigaiente 
troA) de su conversación &mLli&r: 

» ]HermanA mía! jya-! creen que yo gano mi arroz acompañando 
ádoa niñas; pero, mi verdadero talento ea el amor. — Hermana lya! 
i un palmito como él tuyo ae ofrece un porvenir de diez t^os. — 
Slabrebanto, sirvo «n una biieiLft casa cuyo rágimen es exoelente; la. 
señora rae quiere y yo doy duU órdenes que ella á la vieja criada; 
solo tengo un* qneja: la mamá vigila mucho & bu hijo mayor. — Va- 
monos; temo que mi esposo vuelva y no me halle en eaa&.-r-Hasta 
la vifita fmañana en la ihéeria Tui tchmg. ■.-,,. 

Quedé edificado... job repugnante mateñaliamo! [Oh, chinas; 
seréis quizd hembras, peóv no sois mujeres! ' ' 

Ahora bien, por su índole especial,. ¿merece semejante^oatema 
la mujer (ihina? {No tiene acaso, lo mismo que todas las. bijas, de 
Eva el génnen del bien y del malí — Sí 6 no; poária. contestar « 
priori; masen vez de sentar temerariamente una afinaacion, pxe- 
6ero demostrarsu exactitud dando iv c<mocer la condición social y 
el rango quff ocupa en la familia esa mujer. - 

Ámiqne la Qhina siempre haya vivido aislada de las otras, na- 
ciones, sabemos de ella lo baatuite para conocer que La mujer es 
considerada allí, y en todo el Oliente, como un ser muy inferior 
t¿ hombre; idea resultante de la poligamia^ de la clausura y de la 
ignorancia. Por eso, no obstante aer femenina la mitad cuando me- 
nos 'de la población chinesca, nadaiS pocO'influye en la vida civil, 
politicay religiosa' del Celeste, Imperio, educada com4> eetá -para 
una existencia, sedent^a, retirada y sumisa, sin más «ulkuxa inte- 
lectual que la necesaria para saber dirigir una casa, criar gusanos 
de seda, tejer y bordar, permitiéndoles solamente la música, pero 
nada de literatura fi otras artes; ni aun á leer les enseñan, fundán- 
dose en qufl hay libros- malos, SÜee esposa ó mujer principal, está 
sujeta al poder arbitrario del «uurido; mi^er .segunda, B<»nQtida á 
Un caprichosas exigencias de la primera, 'Gomct luadre, gosa, ai, de 
algunas prerrogativas debidas al amor filial, esa religión por ezce- 
lencia'de los chinos: ella, entonces, se ve rodeada del respeto, ve- 
neración y cuidados de sus hijt^/.sú? que ^unca su au^on^'*'} 'ao* 



g,:,7.::b,G00'^lc 



tan omolmúila como U 4»í padre. Unioameate la viuda tie^^ Aerñ- 
chw excepcionales,: pudiendo .admioistirajr ¡aa fortona, educar á a^i^ 
hijos como quiera, vender y comprar bienes á, condición de perma- 
necer fiel á. SQ mariido; una yeguada boda la colocaría de nuevo ha^o, 
el yvgo, En fin, la mujer china no túene la menor participación . 
directo en el coito Teligioao, estando relegadas al más completo 
índifereatismo, pues bí la introducción del budismo ha llevado alr 
gunas á las reuniones y ceremonias ascéticas, ocií^an, en ellas un 

puesto Bubaltento. , , 

Las qufi.lu^o abrazaron ^1 cristianismo, no. liBji sentido in- 
flamada tu alma por ese . ardieiite celo propagandista que tant(^ 
contribuyó & los rápidos progresos y eterna duración dp esa .do<^ 
trina en Europa, Jo cual se explica; ignorando la noción del infí-. 
nito,. ana china Cristiana no busca en el seno de esta religión la 
salvación de su alma, sino un rayo de esperaazaque brille en m^dip 
el caos de sus tribulaciones; una manraa, de ser feliz en este mi:ti>do, 
sin e«tar bien persoadida de que haya obro mejor. 

El espíritu estacionario de los chinos mántaene la suerte de la^ 
mujer y del hombre, poco más ó menos lo mismo que era hace, 
3.000 años, pudi^ndo pilcársele todavía Las palabras de Kmesto 
Legoavé, refiriéndose á las mujeres en la antigüediid: "heridas, no 
solamente en su cuerpo 9Ía.o en su alma, en su inteligencia, en su 
. digoidsdí desheredadas del derecho de obrar y de vivir, se han 
vi^tp condenjidt)8, durantes una larga serte de siglos á desempeñar 
como subalternas los sagrados papeles de hijas, de esposas y de ma^ 
dree^, ¿condenadas por quién? Por sua naturales protectores. Sf, eran 
sus padres. los que las desheredaban, sua maridos los que las opri- 
mian, sm hermanos, los que las despojaban; sus miamos hijos lo» 
que las gobernaban, n 

Semejante. estadp de«OBa? ifiqdificarse no puede más,que en vir- 
tud y como consecuiencia de utias, relaciones íntimas y frecuentes 
entre chinos y europeos; cuando aquellos venj^n á iniciarse en nues- 
tcafl ideas, come, se han iniciado en nuestro comercio; cuando de 
cerca hayan, visto y ¿preciado los beneficios de una legislación que 
concede igual protección á ambos sexos. Entonces reconocerán que 
la muj^r, co^jito más instruidí^^ más digna y tiene mayor acúitnd 
par» llenarla misión sublime que le ineumbe dentro de 1^ mmilia, 
ctfy^, dicha ea un.gTf&A ejemplo de moralidad social. , 



Dlqmz-.übvGoO'^lc 



' Y ^ insiste Be &ceMateí&rá^illMiieiaiie/¿oniovenáficai»a'Bus>>. 
leiti l&i'gWmdeB 'bvolbdotiea que dimblati U'íki «^lúpueblot,' 
siendo innegable 'qne la ■China se (líSrf'oíiBftttiuy Jíi'pwar auyo, ' 
ciertakiiénte, -pero cedlendb "á la Wttad de' los ínflesibleB pióncrpios - 
e'a qué está' básAtift la eternA ley d6l progi>MO hiimatiOr'lb> marcha 
leñU^y majéétiúósb de la civilización, aétn^ refÜlgetit» qbe, despnes 
de largo eclip8e_f vnelve sua tayt» hílciB el CJeleftt» ilmpiaao-, cuyos' 
i^íil>laaoé fiófi^ciñteB qniere iluminar. 

Si ui no fuese, el chino no haria instruir su ejército á la euro- 
pea; no ^ndá^iisL atáenales como Ids de Fotehon, Shaag'Hai,yDiiing- 
ting, dirigidos desde sii cónatrUCüion pt» magnos 'é íngehisros 
ti^nce^es; no !Fiab'riá comprado £ ihUcha'costa buqties bHndadós que 
ahora trabadecOnsbrliir él mismo; pero, nótedebieá, a^ptandonnee- 
bra^ reformas, que la nécesid^ de los tíiempos lé impone, no pres^^ 
ciüde "dó au cat'ácter' nacional, coüio lo prueban el hedió de no ves- 
tir' sus 'soldados á nuestra usanza y el alarde de colocar' «n la proa 
de b^dos sus barcos de gtterra d dragón imperial. Otros síntomas: 
ei negociante habla iügléa 6 ñrancés, segUn con qUien'<kltltrata;do- 
m&tic(?s y empleados dejan Su tradicional pipa dff'cobi-e^r ei á" 
garro dé Manila; las chinas galantes, y áün muy respetables ioa- 
drés de familia, pajean en cairuajé dákiiilbiertó; y hasta los mismos 
cstuáíanlíes, los elegidos de Cóiifucid^los futuros cüStOdÍDá de 1¿« 
docitrinaA y de la^ tradiciones, han abandonado «1 uitiguo juneb y 
van en bu^ue'déi vapor á examinctTse' eh Pekiri¿ ó en Wankittg, las 
dos' capitales de laChinJi. ■ . ■ ■ ..: . 

' ' El telégrafo, esa máquina diabólica, se uéá hoy'por Í6i óhinos 
qué desean informarse del curso de lá seda en IJyCfa ó enLfJndres, 
y del opio en Calcuta 6 en Bombay,' no eét^i^o lejantf el Óih en 
i^ite, & despocho de su respeto hacia las cenizas dé etía Uiuertós es- 
cen^éúteg, "lalocólnotorapasé'pói' cíina dé lób lliniuneíM&!' tátau- 
Io8 que cubren sus ñaniiráa. Y esto, mal qüb^ peAe al ittantiiíiii 
opuesto sistemáticamente & toda, reforma que tienda 'Seivüiztó' 
la china, ^1 comprenda que, ' éntqn'cés ése pueblo,' dítalnado por sU 
influénciay por su codicia explotado, se emancípate; éiiliil^itáxtdose 
(¡n nuevas ideas, exigirá mftyor intervención en loa ksüliteB públi- 
cos, una sevep vigilancia de' la condutífiá ofidál cbilérvtóa*¿yr los 
gestores de la fortuna del^ Estado.' ^ ■■■'■'■'-•••■ ■ ' -r-}- -.\ ' ■ 

Esa privilegiada' clase mlráde i-eójB Á iwtíó funcionario ejclren- 



jvGoO'^lc 



Jero ^iw airré fal gobierno chino, ^ se feltciba mand** b^S^u^ m d«s- 
pidey i'egreaa á mi patria con «já, forbunft. En bii coábemio, «eriait 
capaces de acordar á cada uno un hobm dá pmponl oaiégúrfai; tiyaj 
es taWel Poderotes, tenacea y aetubos cUplomáüooa, bomo soa lo» 
mandarines, máa íáeii lea áeria cegav el gran rio Yang Taejfyie dé* 
t.CT«r la civilimdcira ooníe^ qae 1». hecho irrilpcion eii Ohinii por 
los poferbOB abiertos al comercio, cMno otras tantas brechas. 

El chino, negoáanie anbe todo^VA-all! donde le llámB' sa ihi»^ 
res, poderoso móvil á que aiempre obedece; dím vfeode sus thA, sur 
laca^ r ana aédaa, y elm^'oscnro labrador sabe que iKespoitaeion. 
aumenta el valor de sus fiíiitos; el cantona üidüstriosó y arantu- 
rero, que acudía & loa pner£ds francc» coó 'suy pródipoa art&i&cos 
de sándalo y demai^,.eBahora.tambis¿ sastre, as:paiero, 'fotóghi* 
fo, y hasta Télojero.- Asi bn CáotMi, comprended mejor qué «i nin- 
^na ciudad china, que ñu las ' europeos no'habñan prosperado' 
tau^, y, como ttoupetas de la fama, difíiudm y&jt doqaier la íded. 
de que BOmoB necesarios, índispeusabled; que sñn nosohroa ya no- 
pueden vivir. ' ' ' 

^Además, el cTiino reepeUi los hechos consumados y, una Vez in- 
troducida, mal 8U graio, uoa innovación,' no quiere renunciar í 
ella; muchas han atravesado la gran muralla durante los áltimói' 
veintáíánco afibs; el movlmiento^está ioioiado y la? tJhina deserta-' 
da á cañonazos de'SU'Sütfió letal,' áe frota loa ojos oyendo d infiwJ 
nal estrato del vapor.'de Ite ruedas y de las hélices; maa nó tar- 
dará enabririoá del toido; ^ entonce ¡ay délo» raandarrnesl ^ 

'Empero, mientras' llega esa día la condición de í» majeraigue 
siendo como es desde que el emperador í'a-'lii (1), instituyó dma^ 
trimonio, pues antea los hombrea Bolo ¿obocÍbií & bus madrea, igno- 
i-ando qui^nee eran sos padres. Kung-tseu ó Gonñicíoj el moralista 
filósofo, tanto y tan juntamente Venerado por los chinos, encarécatí 
la importancia deesa institución, diciendo én Su ftpándíoé^al I-Kingí 
libro fiagrado: nUniraoen mátriinottio' ea «1 gran objeáv<( ded' cielo 
y déla tierra; si el cielo V la tierra no se uñieran, los aéresno nal- 
cerinji &' la'vida. La unión conyugal Os el principio y eí fin d»l 
hombre. lí-^CÍónfúciA teiitá razón: él irtatrimonio es él fin'dM hom^ 
bref qué' aéCtóii'j^ él JiriilftiptO de «ü'aUúeéor Intimo. ■' '■'" 

(1) Primer soberanü couooidd.' 



jvGoo'^lc 



- .En lu lajea y 'eostraubreí sobre el cuamieato bliiao roulta el 
etpfTÍtu poútÍTo y ceremoniuso A^ ese pueblo iañ apegado & sus 
UBOB líradicioimlea cide ^el ^smo 'culto de Buda no ba podido alte- 
rarlos esencialmente, no obatuite ser de origen indio; aegun él, un 
genio, Yu-Iíao, une de antemano las parejas con im cordón de áéda, 
y nada puede impedir esta uáion . Semejante predeBUnación no sue- 
le aer de buen agüero ni garantía de felicidad en Cbinn, donde hay 
muchos matrimonios que itolo d« nombre conocen eae mito llamado 
paz conyugal; y de Europa no hablopor creerlo ocioeo: mia lecto- 
res eaben qne abundan oóhyugeB resentidos porgue el laeo no Iw 
extranguliS individualinente antes de unirlos. 

El libro XIII del Tc^u-U (1) habla de un faocionario encar- 
gado de los matrimonioa (Mei-ohi); sn deber consiste en obligar al 
hombre & caaarse á los treinta aQos y la mujer á, los veinte. Cuando 
la primavwa viste de verde el ram^e de los árboles, ecunaJta^ de 
flores jardines y predoa, é inspira auavea gorgeos alas aves canoras, 
ese funcionario coavooa á los jóvenes jwlteros de ambos sexos y, en 
nombre de la ley, los invita i. obaervw los seia ritos del matrimo- 
nio. íNo ee cierto que wra sabio el le^slador que ^6 la estaciou de 
ItM amores para someter al' oroinoso yugo CMñcea altaneras! — Sá- 
Ihoí (dé, sí, pero también traidor, porgue abj^aba del trastorno ce- 
rriwal ocasionado por la sangre hirviente en esa estación para sacri- 
ficarvíctúnaa humanas en aras del dios Himeneo. 

': Sin embargo, son pocas las bodas gue asi se hacen, pues gene- 
ralmente se deciden por las&milias delospontrayentep, cuyo gusto 
•e oráisulta menos que el, inter^ 6. conveniencia d& sus padres.' G) 
consáotimiento de éstos es indispensable; y el de loa novios secun- 
dario, por no dedr inútil. Así sale ello; de todos modos, yo eren 
gaési en:Espaifia fuera (tbligatoño.el.cnaaiiie,, muchos hombres ilus- 
trados, oonocedoresdelmund^éindependienteBde cu-ácter, emigm^ 
nan pasándose al moro 6 al turco. 

Dé esta edncacion restringida y suspicaz,,. no era licito esperar 
•buenos multados; y, en efecto, la ánica mujer notable por su itas- 
tmocion que figura en la historia china ee Pa^n-Hoei^Pan, nacida 
cm el siglo primero de,ntieat^ era (años 89 á 106). T^yo dos her- 
manos, uno de los cuales, Pan-Ku, faé «cronista del imperio; murió 

(1) CMíjio miakDtigiio de lu oortumbres ohinu. 



b/Goot^lc 



joven y ella hubo de contíauar sui obra, pam- heredó aqoel c^^, 
juntamente con loa de profesora de hiá¿oria, de pootáa, y de-.elo- 
cuencia, deseinpetiándolos todoa^ con lucimiento, .grstiiw á su- ta^ 
lento natural y & haber recibido una educacitm tan .superior cemo 
sus hermanos. 

Su libro, titulado iran-C%w,e&lA cróníoadelosdoce emparadojes.. 
de la dánastfa da Han; y adema» dio á luz obro, divitUdo en ñ«te 
capítulos, «obr© los deberá» de la mujer. Decia en este:i.Ocapaoio»- 
el último fango. Nos están destinadas loa más humildes fuseio- 
nee... Aolfiguameate, cuando nacía una niña, nadie eai tres días b» 
diguaba óouparse de ella, dejándola en ú. suelo, tendida sobre al- 
tanos tntf»» viejos, Á loa pi^ de la cama de su madre, y haM» el 
Leivüer dia no ae^upezaba á cuidar de enintobs^.M 

Triste cuadro cuya exactifcud confirma d dd-King, libro «a 
grado, ^ uno de sus capítulos, que dice así: t>nace una hija y .se la 
deposita en el suelo, envuelta en toscos pañales; Cerca de ella se 
coloca lya teja (1), No hay en ella el bien ni el mal; ea apren-. 
dtendo á hacer vino y á ^^sar la comida, no debe saber más. >i 

Pan-Hoei-Pan hizo resaltar más y más la inferioridad de bu 
sexo, presei^ando el contraste que ofirecia el nacimiento de un va- 
rón: >ral V;8rle, todos manifíestan su alegría y>^i> ctunbio, si nier% 
hembra, aCectarian un desden que no sienten para eignifioar la in- 
ferior condición de este aér respe<:to del otro. i> ><£b^ desden, afiada, 
es embolo del desprecio que le espera durante su vida, á m¿nos qoe 
por Bu« bellas cualidades y la práctica de las virtudes propias de su 
sexo obligue á las gentes que con ella vivan, á honrarla con su es- 
tiuaacion;ii y continúa: ¡¡basta, dicen, que una niña sea dócil á loa 
consejos que recibe en la casa paterna, y siga la conducta prescrita 
por ellos. » Y lúeh; yo sostengo que eso no es bastante; padre y ma- 
dre no tienen ojos sino pun sua hijoa; á ^ps todos los Quidadoil, 
todo su carifio, todos los maestros, y apenas si un instante se dedi- 
can á laa tujas. 

•ijFor qyié. rehusar á atas lo. que se prodiga á aqu^losT jAcaso 
unas y otros no tienen pasicoies qm domar, deberes que cumplir, 
reglfts de decencia y decoro que aprender? — >Parece que todo se lig» 



(1) Bmblmu dal talar, Nr>o odok «ntoiMt mbbb ptn», U t«ji^ ■iimifiM ^ mU 

' i 1m inaleDMiiouu ddl oíalo; y «1 Udrillo, que tuteé p&^ aet' piwtiw¡iU- 



)vG'oo<^lc 



143 

para cóneuirúJ á U. im[fqrfiMxáon de uu «exo qiie, ya por su natu- 
raleza-, es deanaBÍado ¡mpoifecto><: (1). 

Razón tenia la ilustre poetisa cayaa palabraa copíinna la his- 
txrátde sa pais, que regiati&maus paginas, es cierto, algunas em- 
peratrices, madrea ó viudas, gue mezclándose en los aaimtos pftbli- 
oofl, han demosivado un espíritu poliUco j adÉoÍBisbraüvo -capaz de 
realkar la importancia de su sexo. Desgraciadamente, Biqguna de 
ellas scOalá aa ruñado poi: alguna medida favorable í. la ooadlcion 
general de la müjér. Al coiib«rio; las mía célebres se dtabil^aieroii 
por- su ambidonl su crueldad, sú libertina, en fin, por actos 
opuestos á la nauon de pasy conoordia c[ue débiaetperare«de ^las. 
Xa emperatriz Sv^n^OA-í, priinera mi^er de quídn hateen men- 
ción los anales chinos,. Aaredid por loa años de 26U2ant«B de la era 
cristiana^ enca^adapor su esposo Hoaog-^i, de eEsajainar los gu- 
sanos de seda, y ver qné partido podía aacturse de su trata^ hizo 
reunir una ^tai cantidad de esos insectos , loa cuidó ella inísma, y 
habiendo eucomtrado la mejor manera de alimentarlos , ^ilar su 
seda y con ella hacer telas, se dignó bor<^ en algunas pieaas florea 
y pájaros. (2) 

■ El Chir-K'mg ^ogia la ejeiúplar virtud de Kiang-Yuen, esposa 
del «aperador Ti-ko, á quien se atnbuye la introducción de la po- 
ligamia en CSiina (2,4rf)0 años aute^ de J.-C).' — Kiai^-Yuen, dice, 
no poed* üer sospechosa de haber faltado á su deber; impetrando la 
^ptecoion da Chang-tf, s^or del cielo, logró» concebirá Hen-Tsi.' 
iQnereis saber cómo? Hny Benitamente : viuda ya-, rogaba inoe- 
santemente a Oíang-iil que la librase de una vergozosa esterilidad, 
y á fuerza de votos y oza^ones,derto dia, haciendo un sacii- 
ñtio, sintió una ^noción tan extraordinarm que hubo de cc»n- 
prendsr estaban oolmados sus deseos. En efecto, á los diez meeee 
dio á luz á Hcfn-Tsi sÁn dolores- ni- espaspras.— Sin Mtibargo, en 
aquellos remotos tiempos habla ya gentes ipcródulaa, que de todo 
dudaban, y no fidtó quien atribuyera á intervención humaos, ese 
milagro (üvino; súpolo la inocente princesa y eOnfoBdió.á los ca- 
lunmiadorea, ezponiendo su bifit en un lugar deoierto, solo frecurai- 
t*do por reba&j3s de vacas y de carneros. Al nulo lo halüuron 'snos 
padres que, compasivos, lo recogieron y Cíiidftron de su educa- 

' (}y'7'-lang,<»p.*.';odAS,*' "■■"'■' ' '" "■ " '■ 

(3) Owuu,H.Q. ¿«UClli. . 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



14a 

cion. — Oreció,"fiiá agricultor notí^ble, hfzoae rico, tuvo ocamoa de 
conocer al empei-ador Yao, su hermano, á guien reveló ©1 secreto 
(íe su nacimieubo, y siempre veneró la memoria de la madre que le 
liabia abandonado. Era un principe magnánimo. 

Lector, ¿estás convencidoí íCrees, de buena fe, en el milagro? 
— Puea yo tampoco. 

Luego, basba el siglo xii, no ae conocieron más mujeres ilustres. 
En ll*?, reinando Sus-Cheu-Sin, vinoá au corte la bella Ta-Ki, 
hija de un príncipe rebelde que la envió para' solicitar su gracia 
del emperador. Inteligente y disimnlada, esta joven dominó pron- 
to el ánimo del sobenmo, cuya debilidad toleraba todos sus capri- 
chos y, entre ellos, uno muy costoso al pueblo esquümado á fuerza 
de exacciones: en el delirio de su opulencia, hizo edificar una torre 
de mármol, púsole el nombre de Lu-Tai, torre de los cieryos, é ilu- 
minándola con profusión de linternas, se encerró en aquel faro con 
gi-an número de jóvwies de ambos sexos. Allí estuvo seis meses 
entregada á toda clase de desórdenes; la orgia trascendió al palacio 
imperial y esta mansión sagrada donde antes nadie osaba entrar, 
fué teatro de escaudalosaa bacanales. 

Ken-Hen, primer nünistro, queriendo poner coto á ta^to des- 
orden, buscó una joven modesta, de nobles seatimiwitos y adornada 
de todos los encantos del alma y del cuerpo; la puso en frente de 
Ta^Ki con objeto de destruir su ftinesta influencia.- Su belleza se- 
dujo al emperador; mas, como se resistiera á entrar en aquel foco 
de corrupción, la &vorita y su regio amante, irritadas, le. hicieron 
auesinar. El cuerpo cocido y hecho ti'ozos, ñié enviado & su padre, 
que también sufrió la muerte; y no es esta la única crueldad que 
hay que reprochar á eaa pareja de caníbales: un día, deseando sa- 
ber cómo se forman los hijos en el seno materno, hicieron venir 
muchas mujeres en cinta de varios meses y, á su presencia, les fud 
nbierírO el vientre. 

Como la sombra al cuerpo, al crimen signe el castigo; subleva- 
d'js los pueblos, aclamaron caudillo á Wu-Wang, un piíncipe feu- 
datario; Cheu-Sin. abandonado, perdido, no tenia fuerzas que opo- 
nerle y corrió á encerrarse en su palacio de Lu-Tai; vistióse con 
{{ran esmero, ciñó su diadema, se puso sns más preciosas joyas, hizo 
incendiar el palacio y murió como Sai-danápalo. — Ta-Ki osópresen- 
taree al vencedor escotada y vistosamente ataviada; esperando 



)vGoo<^lc 



•ed(KÍrI«; más A, más isdigoado por soa crímenea, que tentado por 
ava giftciaa, la mandó ejecutar. 

La iiiTaúon do los tárbaroa en China foá motivada por las nm- 
jeres. Corria el sétimo siglo, leínaba Hosi-Tiang y el principado 
de Tsín estaba regido por Hung-Kong, intrépido gaerrero que en 
una de sus incarBÍonea en la Tartana había secoeBtmdo dos prince- 
sag Á quienes hizo sus concabinas; pronto lo dominaron, é indncido 
por ellas, declaró heredero de au principado 6. uno da ma hijos, lo 
coai dio á loe tártaros preteato para intervenir en el pafe chino, y 
conquistarlo andando el tiempo. 

El año 238, antee de nuestra era, T4in-chi-Hoang-Ti, el feroz 
emperador qoe destruyó los antiguos libros, heredó el cetro; auma- 
dre, viuda, joven todavía y hetmosa, concibió una violenta pasión 
por IJen-Sin, piindpe de la familia reinante, el cual tenia un cria- 
do, Lao-Ngai, que la sensible viuda imaginó hacer pasar por eunu- 
co, & fin de tomarlo & su servicio y utilizarlo como tercero en sus 
amores; pero también se enamoró de él y tuvo dos hijos, cuyo naci- 
miento supo ocultar cuidadosamente. Al cabo de siete años se des- 
corrió el velo que encubría el misterio; ¡gran t»ror! S. M. chin» 
manda prender & T^ao-Ngai , éstff se salva, huyendo y, habiéndose 
apoderado del sello del príncipe, su amo, levantó tropqa y & su ca- 
beza osó atacar al mismo emperador; batido y prisionero en la pri- 
'mora batalla, él y sus hijos fueron inmolados, mí como algunos 
mandarines letrados que intercedieron contra siPrégia cómplice, In 
cual solo fué confinada en su palacio durante algún tiempo. (1) 

No citaré mtís ejemplos de hechos semejantes, que se repiten 
machos en el curso de la historia, efecto de una ley inflexible, pro- 
hiUendo á las emperatrices viudas contraer segundas nupcias, ley 
qu© las colocaba en la dura alternativa de someterse á rigorosa aba- 
tíoencta ó lanzarse i un desenfreno que sus cortesanos facilitaban, 
ya por adulación, ya por otros móviles guiados. jQnó había de su- 
ceder?... lo que siempre sucede cuando el hombre, en su soberbia, 
intenta dentar laa eternas ioflexiUes r^las á que plugo á la natnia- 
leza sujetarnos. 

Hubo, pues, emperatrices, reinas y princesas disolutas: mas 
también casos de fidelidad extricta, guardada por ilustres viudas í 
la memoria de sus ee^csos. 



(L) Hiatoríit de U Cliína, t. It, pá^. 375 S siguienteB. 



giiroíb/GoOt^lC 



145 
En 806, el príncipe Tdiu hüo aalbrt, í. Si-Ki», nnijer de ote» 
««or desposeído por aquel de soa Eitadn y muerto en nmi1»t>ll>. 
Confinada en un pala«io, se enamoró de ella un general ijuf, por 
acereane más, tomí una casa inmediata y, sabiendo que su Dold- 
nea era filarmónica, no hacia míte que tocar y cantar para ser oído 
por ella; cierto día entonó nn himno guerrero, justamente la músi- 
ca predilecta del difunto. Rompió í Uorar la hermosa, «clamando 
entre soUozos; ¡oh Tae-yuen! mejor haría» si Tenga«« i mi espojo 
que dándome conciertos. Loco de amor, el general corre, conspira, 
levanta un cuerpo de ti-opas, ataca á los enemigos de \k bella viuda, 
y ee vencido. En balde suspiró toda Su vida. 

Ejemplo de amor flUal: un gobernador concusionario habia sido 
condenado ¿ la pena de mntilAcion; su hija única se echó á los piós 
del emperador, y le dijo; "Señor; el crimen cometido por mi padre 
merece la muerte; vos, concedióndole la vida, trocáis un suplicio 
instantáneo en otro continuo; yo soy una parte de su ser; si él re- 
sulta culpable yo también, y os ruego que k pena caiga sobre mi, 
ordenad que me mutUen en su lugar.,,— El soberano, conmovido 
por este raago de abnegación, indultó al condenado y suprimió esa 
pona, enstituyéidola por otraí pecuniarias, golpes de bambú y 
otras, según la gravedad del delito. 

Otro rasgo humanitario que honre el corazón de la mujer: el 
aao 86, antee de J. C, reinaba Hiao-ti, y presidia el tribunal cri- 
minal un magistrado síbio é íntegro, llamado Táun-pu-y. Cada 
vez que saUa del palacio de Justicia, su madre le preguntaba sobre 
la» aentoucío» que había pronunciado, y cuando anunciaba la ab- 
solución de un reo ó U. libertad de un preso, le hacia eitromos ca- 
naojosi mas si alguno habia sido condenado á muerte, su tristeza 
era tal, que se privaba de alimento. 

Como ejemplos de modestia y de serenidad, »on dignos los nom- 
bres de Fong-cM y de Pan-Tsíei; era ésta una de las mujeres del 
emperador TcUng-ti; y encontiándola g. M. un día en al jardín 
real, U, invitó á sentar»! á su kdo en el carro que montaba.— Elk 
se excusó diciendo; „En nuestros cuadros antiguos figuran los em- 
peradores rodeados de síbios; al contrario, aquellos por cuya culpa 
se perdieron las dmastfa» de Hia, Ohang y Tchen, aparecen en me- 
dio de mujeres que los tienen «umidos en una vida muelle y volup- 
tuosa, descuidando ha atenciones del gobierno. Si yo subiese 4 



,.-.I3,: 6, GOOl^lC 



yuiQBbro carro, quizá danajnoB á los pintoras actuajes im asaiibo c[ue 
perjudicarla á V", M. en los futuros siglos." — El emperador y k. 
emperatriz la felicitaron y dieron gracias por su buen consejo. 

En cuanto á Fong-chi, una tarde (1) paseaba con el emperador 
Han-ngal-ü y otras mujeres suyas por la casa de fieras, cuando un 
oso se escapa y viene derecho & él; ella salta y se coloca delante 
del MÚmal, gue, bocinado por esta enérgica actitud, ae retira. 
Como el emperador la felicitara por au intrepidez, ella le dijo: i-yo 
no soy más que una mujer; mi vida nada importa á, la dicha del 
Estado, pero vuestros diaa son preciosos, y yo me debía sacrificar 
por salvarlos." — Semejante prueba de adhesión, hizo que luego 
fuese distiuguida entre las demás mujeres, preferencia que excitó 
los celos de la princesa Fu-chi, quien, intrigando para perdei-lu eu 
el ánimo del emperador, dio lugar á que Fong-chi, desesperada, se 
suicidase. ¡Ella que tuvo el valor de arrosti'ar la furia de uu oso, 
le &iltó para combatir los ardides de una lival. — Siempre la misma 
falta de lógica en el carácter de la mujer. 

Jja China ha tenido también sus Juanas de Arco, heroínas que 
se han sacriücado por la defensa de au pais. Fué la primera Tching- 
tse, n&tural del Tong-King, cuyo pais intentó librar de la tiranía 
de un gobernador despótico y esquilmador; ella y su hermana Tohiu- 
Eult consiguieron, ocultando su aexo, atraer á su partido muchos 
reinos feudatarios que deseaban recobrar su independencia. Hecho 
esto, reunió su hueste en un punto dado, y al presentarse á tomar 
el miuido, causó asombro ver que era una mujer; sin emijargo, pro- 
nunciando una arenga elocuente y dicha con viril entonación, hubo 
de convencerlas, y codas la siguieron sin. vacilar. 

Marchó al encuentro de loa imperiales, y, acometiendo valero- 
samente, les ganó una batalla, tomóles 65 villas, y, concluida la 
campaña, fué proclamada reina de Kiao-Tchi; mas el emperador 
envió contra ella un numeroso ejercito á las órdenes del general 
Ma-yuen. Buda contienda se libró entre ambos bandos; era esper- 
to el caudillo chino y aguerridas sua tropas; pero Tchiny-tsi se ba- 
tía desesperadamente: veiasela intrépida, serena , blandiendo el sa^ 
ble, animar & sus soldados... Todo en vano; al declinar el dx& fla- 



U) Aflo«,«ntMd*J,C. 



jvGoo'^lc 



147 
qnéaron aJgttaoa cuerpos auxiliares; ella fuá arrebatada en bu fií^, 
y pereció «on las armas en la mano. (1) 

El año 306, estaba sitiada la villa de Ning-Tchea: muerto bu 
gobernador en un asalto, la goamicion empezaba á desmoralizarse, 
cuando acude la hija de aquól, reúne los oficiales, los exhorta á de- 
fenderse vigorosamente, y les promete levantar el sitio, rechazan- 
do al enemigo. No contenta con hablar, se puso al frente de las 
tropas, hizo una salida, derrotó & ios sitiadores y libertó la ciudad. 

A fines del siglo iv, los tártaros asediaban á Siang-yang, ciudad 
casi desguarnecida y ausente su gobernador; pei-o la madre de éste, 
Han-chí, arma las mujeres, se pone á su cabeza y las conduce Á las 
murallas; desde aguí sostuvo un año el sitio, y si la plaza al fin se 
rindió, filé por traición. El vencedor, príncipe JFu-pí, se mostró tan 
generoso como valiente la defensora , que fné por él recibida con 
todo honor, ofi-eciendo á su padre altos cargos que fiíeron rehusa- 
dos; además hizo morir á loa traidores que de noche le firanquearon 
las puertsA de la plaza. * 

La invasión de los tártaros dio lugar 6. muchos rasgos heroicos, 
entre otros al üguiente: no pudiendo él gobernador de Tchi-tchen 
defenderse, declaró á su mujer que no soportarla la vista de los ene- 
migos entrando en la ciudad, y, acto seguido, se mató. Ella, que 
participaba del mismo sentimiento, siguió su ejemplo, prefiriendo 
morir á inclinarse bajo el yugo extranjero. 

También en Leac-Fi, siendo gobernador Tchao-Pao , aconteció 
(año 177) que los tártaros, en una de sua incursiones, prendieron á 
8u madre; el hijo corre á salvarla, y encuentra al enemigo en un 
campo fijrtificado, envia un emisario pidiendo le entreguen la pri- 
aionera, y la contestación fué colocada sobre una trinchera, ame- 
nazando con matarla en cuanto se iniciase un movimiento ofensivo. 
Perplejo estaba Tchao-Pao; pero bu madre, mujer valerosa, le man- 
da atíic&r, diciéndole no fiíese débil, porque así fidtaria á los nobles 
a^itimi^tí^oa que ella le Uabia inculcado. El, entonces, dio orden 
de cargar y lo hizo con tal brío que puso en fiíga al enemigo; pero, 
sobre el campo de batalla encentró el cuerpo de bu madre asesinada 
por los bárbaros. 

Creb haber demostrado con ejemplos vivos, porque la historia 



(1) GrOMM.— l>oflcript¡on déla Ohiae,T.m,p4i[. 327.^ 



)vGoo<^lc 



148 
68 el bisunto, la imagen de la imnorbaJidad, foU^rafia. moral del 
gáiero humano, que la mujer china tJene, como todas, cualidades 
p<«itÍTaa y u^aÜvae; es el mismo aér angelical y diabólico que se- 
duce al hombre y lo tiraniza, que alternativamente le hace feliz y 
desgradado; que amándolo, lo martiriza ó lo deleita, aegan su hu- 
mor; que tan pronto eleva au alma á sublimes r^ones como la 
Bume en hondos abigmoa; capaz de heroicos Bacñficlos y de mal- 
dades inim^nabies; humilde y altanera, tímida y valiente. En 
ocasiones franca hasta el abandono, y en otras disimulada, falaz 
y astuta, oculta au intención, mientras con fina perspicacia adivi- 
na nuestro más recóndito pensamiento; á veces generpsa y venga- 
tiva, implacable á veces. Varia, mudable como los vientos, sus 
sentimientos caminan como la luz descompuesta en el prisma, y 
cual sus rayos, se tiñe de diversos colores; resultando de todo esto 
que la mujer e» en las cinco partea de este mimdo sublimar la de- 
licia del hombre y su tormento. 

IX 

Vista ya la ciudad, quisa conocer sus alrededores y, al efecto, 
una nciañana me encaminé á Zi-Ka'Wai, pequeña colonia fundada 
por los Jesuítas á once kilómetros de Shang-Hai. Atravesando ima 
llanura arenosa, lisa y monda, cortada por algunos canales cena- 
gosos, sin agua dnianbe la marea baja, el vasto horizonte no se in- 
terrumpe sino por las siluetas de algunos lugares cuyas casas son 
de barro y juncos amarillos. A derecha é izquierda del saidei-o que 
fi^uia, solo se ven centenares de féretros diseminados por los cam- 
pos, como canastillos de flores ó grupos de árboles en nn parque 
ingl^. 

Tal es la manera de enterrar en la China Septentrional , donde 
no hay cementmos; y, aed, en un campo de trigo están cuatro lar- 
gas cajas de madera esculpida, cual si sus difuntos habitantes juga- 
ran á las cuatro esquinas; aquí, en medio de una huerta, pirámides 
de ataúdes; allí, otros, colocados en nú sirven de bancos bajo un 
kioako de verdura situado en un jardín fecundado con las emana- 
dones de cuerpos muertos. ¡Singular manera de entender el respeto 
debido á los antepasados!... esponerlos á que sobre sus tumbas sal- 
ten jugando los niño* reunidos ea un boaquedllo perfumado con Iw 



[jfqm7o=bvGoO'^lc 



149 

emanaciones del opio j de la ceboUa, d^ js-zmm y de la suegra. 

IKete ingrato eepectáculo duró tanto como nuestro camino y con- 
tinúa más allá, exteodiéndoae por iameuaoa terrenos; de modo gue 
las r^exíones Buscitadas neoeaariameate por la idea de la muerte, 
alH re^eeentada por tantas imj^^w, aliuyenfcaron mi buen humor 
que vino í entriabecer más y más un vientio impregnado de miaa- 
nifla deletéreos y mal aanos. Lue^o supe que esos sepulcros trashu- 
mantes deben acumularse sobre la superficie del suelo , mientras 
reine en China la misma dinastía; entretanto ¡desgraciado el que 
profitnar osara, tocándolas siquiera, una de esas nroas cinerarias, 
prodigios de carpintería, iluminados un tiempo y hoy apolillados y 
enmohecidos. Empero, estalla una revolución, derriba una dinastía 
imperial y otra la sustituye; entonces es lícito hacer y se hace , se- 
gún cuenta la historia, tabla rasa de esos &ágilee monumentos; más, 
t^igase en cuenta que esos cataclismoB políticos son m^oa frecuen- 
tes que en Europa; fabuloso parece, pero es cierto: las raau reinan 
en esta tierra de promisión tres y cuatro siglos; de modo que la po: 
bla(üon difunta cohabita mucho tiempo con la viva. 

Ese culto por la descentralización de las tumbas es el último y 
casi invencible, obstáculo qiie se opone á la construcción de tel^a- 
foB y ferro-oarriles en China. La casa Reynolds, de Sang-Hai, ^ba.- 
bleció una Hnef^ telegráfica desde esta ciudad á Wo-Sung, un tra^ 
yecto de pocas kilómetros, para anunciar la entrada en el rio de 
los buques^ correos y de oomercio, esperados siempre con ansiedad. 
.Y bien, al cabo de algunos diaa, «1 hilo estaba cortado por más 
de seiscientoj sitios, notándose que las cortaduras se habian hecho 
en puntos donde su sombra proyectada por el sol naciente^ se mar- 
caba en los fá:«tro3 escaJonados en la Uannra, tan numerosos como 
las espigas del trigo en tiempo de la siega. 

Otra vez, en Marzo de 1871, el tel^rafo submarino tendido en- 
tre Shang-Haá y Hong-Kong, que, uniendo el norte de la China 
con las Indiaj!|, le pone en Ciimunicacion con el reato del mundo, 
estaba á punto de terminarse: solo foltaba fijar en tierra la extre- 
midad norte del cable; pero se opuso el gobierno chino, y ftió pre- 
ciso instalar la oficina telegráfica sobre un barco anclado en medio 
del rio. Después de esto, ¡qué ingeniero se atreve & plantar los ja- 
lones de una vía forrea!— Sin embargo, yo espero que en término 
breve la utilidad vencerá á la superstición; es cuestión de que los 



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chinea se convenzan de los millones de duros que ganarían adoptan- 
do las reformas de los bárbaros, para ijne no solamenbe expropien 
la necesaria parte de su inmensa necrópolis, sino que ellos miamos 
se apresuren á bairer el polvo de sos abuelos (1>. 

En la China meridional es obro el sistema de eaberramientos; 
allí hay cementerios situados, generalmente, en ona pradera som- 
breada por árboles de melancólico ramaje, como el sauce y ©1 des- 
mayo. Las tumbas revisten forma tumular , y en su base se apoya 
perpendicularmente una Upida esculpida con el nombre del difun- 
to y la fecha de su muerte , figurando el sepulcro una herradura, 
cuycra extremos se extienden & manera de bancos donde el espirita 
del muerto pueda descansar. Loa chinos, en su obstinado materia- 
lismo, creen que el alma no se separa del cuerpo. 

Esta creencia lee mueve á preparar con mucha antelación su se- 
pultura, que cuidan esmeradamente, como el vecino de una ciudad 
edifica en sus cercanias una casa de recreo para un dia retirarse á 
ella, huyendo el mundanal ruido ; y por la misma razón se que- 
man en entierros y funerales pequeños redondeles de papel dorado 
ó plateado, imitando monedas, á fin de que á difunto no carezca de 
dinero; por eso también colocan los pailentee dentro de cada tum- 
ba un plato de arroz y loa palillos neoesanos para comer; por eso 
cada aniversario de un muerto se le renuevan las provisiones; por 
eso, en fin, la idea de morir no aterra al chino, que considera la 
muerte como un simple cambio de domicilio. Mirada así, la pers- 
pectiva de nuestro fin pierde su carácter lúgubre, y se comprende- 
que, hijos cariñosos, amantes esposas y amigos leales obsequien con 
un lujoso ataúd al objeto de sus simpatías estando bueno y sano; es 
como entre nosotros regalar un coche. 

Y hé ahí por qué se visten de blanco, en señal de luto, por qije 
la másica toca alegres sonatas acompañando fúnebres convoyes. 
Todo eeto lo explica la filosofía de Confucio ; pero no se me al- 
canza el objeto y significación dol banqviete mortuorio que la fami- 
lia del finado da á sus amigos cuando vuelven del cementerio. En- 
horabuena que pira ellos solo se trate de un viaje eterno, de una 
ausencia perpetua; jes cosa de celebrar la partida de un ser queri- 
doí— Sin embargo, justo ee reconocer que esta absurda costumbre 



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no es peculiar y exctuaíva de toa chinos; antiguamente existia en 
Suropa, todavía le observa en Palestina, y en algunas comarcas d« 
España se practica cuando mnere un niño, cuya entrada en la re- 
gión de loa ángeles suele festejarse con música, baile y otros rego- 
cijos. Llegamos & Zi-Ka-Wai: los Reverendos Padrea, vestidos á la 
china y fumando la larga pipa indígena, nos reciben con afable cor- 
tesía, y, bajo su conducía, visité las escuelas donde hay tres clases 
de discipulos. La primera consta de más de cuatrocientos niños, mis 
ó máios curados de la sama, la lepra y otras miserias; aon expósi- 
tos recogidos moribundos en las cercanías , comprendidos bajo la 
denominación general de huérfanos, por más que tengan padre y 
madre. Es en la China costumbre tan inveterada como cruel abaa- 
dooai- los hijos á la orilla de los rios ó al borde de los caminos, ex- 
puestos á morir de hambre ó de frió. La causa de esta impía reso- 
lución se ha explicado por la exuberancia de población, muchos de 
cuyos individuos carecen de trabt^o y de recursos para mantener su 
familia, miseria que da también lugar á infenticidios sin cdento, y 
á que loa padres rendan ó alquilen sus hijas de doce á veinte años 
para servir de concubinas á libertinos indígenas y extranjeros, cri- 
monee todos á cuial más horrendos que impánemente se han come- 
tido durante una larga aérie de s^Iob. 

Al fin, mal tan grave llamó la atención del Gobierno que re- 
mediarlo quiso, dictando severas leyes; pero toda» han sido impo- 
tentes para evitar ese atentado contra la humanidad, y vista su in- 
eficacia, ae fundaron en Pe-king y en otras capitales unos asilos lla- 
mados /íi/-^itj/-ía.7i3 (templos de recien nacidos). ^El Estado sos- 
tiene estos benéficos eatablecimientrá, cuya institución ha disminui- 
do poco el número de infanticidios y de exposiciones. La mayor 
parte de loa asilados son del sexo femenino ; varones ae depositan 
rara vez. En 1848 el juez criminal de la provincia de Knang-Tung 
(Cantón) espidió el siguiente edicto: 

"He sabido que hay la abominable costumbre de abandonar las 
niñas. En ciertos casos, consiste en que la &inilia es pobre y sub- 
venir no puede á la manutención de esas infelices criaturas; y otras 
veces sucede que los padrea desean ün varón, temen que la lactan- 
cia y demás cuidados que la reciennacida requiere de su madre 
retarde una segunda progenitura, y esta bija es abandonada. 

"La existencia de establecimientos para expósitos del sexo fe- 



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menino so lia sido btubauta á deabruir esta rapiignuite práctica 
qoB es un ultraje á la moral y á la civilización, que lOmpe la ar- 
monía del délo... Los insectos, loa peces, los pájaros, las fieras 
conservan sus vastagos; ¿cómo podeb sacriñcar sores foroiadoa con 
vuestra sangre? — Loe hijos, sea cualquiera su sexo, nacen de orden 
del cielo, y sí «a nace una hembra teaeis el deber de educarla, por 
más que no valga tanto como un varón. Si la mabais, ¿cómo esperar 
más hijos? ¿cómo no teméis laa consecuencias de vuesdira indigna 
conducta, y sobre todo el rigor de la justicia celeste?. . . Os arrepes- 
tiréis después de la vida, demasiado tarde. — Si abandonfús á vues- 
tras hijas, en cuanto se averigüe, seréis castigados con arreglo & las 
leyes porque sois desnaturalizados, y el asesinato de vuestras hi- 
jas es un crimen imperdonable, n 

La ley contra el infanticidio impone á los culpables la pena, de 
de 60 golpes de bumbfi y un año de deatierro (1) , mientras el hecho 
de casarse un hyo durante el luto de su padre se castiga con 100. Y 
es que el espíritu de la ley pospone el amor paternal al cariño filial, 
reanltando de lo poco severamente que está penado el abandono de 
las hijas la falta de escrúpulo de sus padres, tranquilos además y 
confiados en la obligación que tiene la administración pública 
de acoger y alimentar á todo niño huérfano 6 abandonado, natural 
del país y sin parientes ni conocidos que le amparen. Estos, ú 
exuten, se guacdwi bien de darse á conocer, y la autoridad lo ha de 
recoger so pena de recibir 60 palos con un bambú, responsabilidad 
que los funcionarios eluden cerrando los ojos sobre los in&nticidios. 
La poca estimación que la mujer alcanza en China incita á los 
padres no solo & vender sus hijas, aegun ya he dicho, lo cual es 
frecuente, pues aun cuando esbe comercio es clandestino, ee tolera, 
sino que también da lugar á sustitución de hijos. Sucede muchas 
veces que al venir al mundo uoa niña, su padre soborna á la parte- 
ra para que la cambie por un niño comprado á alguna desgraciada; 
esto se llama, en el figurado estilo peculiar de los chinos, trocar 
un dragón por nn fóoix. Esa sustitución la castiga el Código penal 
(3.' p. S. 78) con 100 golpes de bambú. 

Esta deplorable distindon 'entre el nacimiento de un hijo y de 
una hija produce rivalidades en d seno del hogar doméstico, ene- 



(1) Divia-ioCAine.— T.l.'pJ«.272. 



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153 
mistándose con bal mofávo las tnajereB de un mismo marido, to COÚ 
suficita escenas borra^(x»as y hasta crímenes. En el drama intitu- 
lado Un heredero en Ja vejez, la esposa de im anciano no tenis mas 
que una bija j, temiendo diese á luz un hijo cierta concubina que 
estaba en cinta, conspiró contra ella, de acuerdo con su hija y con 
su yerno; concúrbados loa trea, esperan el instante del alumbra^ 
miento, se verifica este, nace un niño, y él y su madre fueron se- 
cuestrados durante tres años, en cuyo traacurBo la mujer principal 
no tuvo otro. Entonces, ella niiama libertó á los cautivos, no por 
caridad ni arrepentimiento, sino considerando que, muerto bu es- 
poso sin hered,ero varón, nadie sacrifícaria á la memoria de ambos, 
pues solo im hijo titne derecho á sacrificar *n hoqur de padre y 
madre. 

Hecba esta necesaria digresión, volveremos, ai place á mis lec- 
tores, al Colegio de los Jesuítas, cuyo sistema de enseñanza es tan 
ingenioso como eñcaz. Los alumnos, á su entrada, sufren un examen 
físico, que consiste en frotarles el cuerpo con piedra pómez, y, una 
vez pimficado el individuo, se procede á cultivar su espíritu, ha- 
biendo al efecto clases de lectura, escritura y doctrina cristiana, 
que alternan con los talleres de carpintería y zapatería, de tejer y 
de imprimir. Unos y otras están sabiamente dii'igidos, con un or- 
den, una actividad y una limpieza admirables de tal modo, que 
esos chicos de cinco años entran en estado salvaje y salen á loa 
veinte manufocturadoa y manufactureros. ¡Hermosa, humanitaria 
y civilizadora es la obra de loa Padres, digoos sucesorea de San Ig- 
nacio de Loyola! 

Esto por lo que hace la escuela elemental y de artes y oficios; 
rasa aun hay otra superior, situada trescientos metros más allá, 
donde pasan los coléales sobresalientes y ae dedican al estudio de 
las bellas letras, chinas, por supuesto. Es curioso, aunque atrona- 
dor , oirlos cantar á grito pelado , en coro , su lección para 
aprenderla de memoria; el silencio está prohibido, y im Reverendo 
Padre preside con serena calma y sin quedarse sordo, eaft descon- 
cierto de vocea infantiles, premiando al que más chilla y castigan- 
do al perezoso que no se desgaaita; viéndolos cual declaman, 
abriendo una boca descomunal, diríaae que el testo de las senten- 
cias debe grabarse en su magin en razón directa del cubo de las 
formidables vibraciones con qué llenan la sala. Inquiriendo la oau - 



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15* 

sa y utilidad de eae estrépito, me contestaron que era el único me- 
dio de evitar cjue los estudiantes chinos se durmieran. 

Dicha claae superior consta de unos doscientos jóvenes bien ves- 
tidos, de grave continente y escogidas maneras: son los retóricos, 
futuros letrados, predestinados algunos al mandarinato, y, en su 
mayoría pertenecen á familias de esa alta gerarguia, á la nobleza 
de Shang-Hai, que pagan generosamente la educación de sus hijos. 
De' aguf salen graduados de tiachilleres, licenciados y doctores, con 
aptitud para elevarse de botón en botón á las más albas unciones 
del Imperio del Medio. Cuánta voluntad, cuánta paciencia, qué 
inmensa grandeza de alma habrán tenido esos Padres para apren- 
der y ser maestros de una lengua como la china, que además de la 
dificultad de pintar bus caracteres sinalagmáticos, ofrece las de su 
g¿nio especial, y un estilo, un género de literatura lleno de retrná- 
canos, sutilezas é idiotismOB que hacen su poesía, su historia y sus 
leyendas tan aburridas y narcotizadoras como las rancias senten- 
cias y la difusa exposición de las teorías de Confucio. Todo lo han 
hecho, lo han sacrificado todo á su ardiente fe, é. su celo en propa- 
gar la verdadera doctrina y alumbrar con la divina luz del Evan- 
gelio el universo mundo , abriéndole los infinitos horizontes que 
solo la religión cristiana ofrece al alma humana. Algo han conse- 
guido en el pueblo y con incansable perseverancia trabajan ahora 
para introducir, poco á poco, un elemento moral y católico en las 
altas esferas oficiales, donde no es imposible legalmenbe el acceso 
de los cristianos, que llegar pueden á la dignidad de mandarin; 
mas este cargo impone la obligación de entregarse á ciertas prác- 
ticas idólatras y asistir á ceremonias odiosas á una conciencia rec- 
ta é ilustrada. Es de esperar que, cuando esos jóvenes asráendan al 
poder, su influencia se haga sentir en Iwneficio del cristianismo y 
de la civilización moderna; por lo menos, será Hcito creerlos inca- 
paces de llamar bárbaros á los mismos que los educaron é instru- 
yeron. 

Sobrp estas esperanzas, sobre el desarrollo del comercio, de la 
industria y de la agricultura y acerca del porvenir político de las 
naciones europeas en China, el dia en que tan vaato, feraz y labo- 
rioso país concurra con el poderoso refrterzo de sus cuatrotontos 
millones de habitantes á la obra del progreso universal, versó mi 
larga conversadon con los Reverendos Padres, cuya erudición, ea- 



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pfritu práctico y elevación de miras tuve ocaeion de admirar una 
vez más. 

También raadimos un tributo de conaíderacioa á los caudillos 
extranjeros que con su esfuerzo y genio organizadijr coadyuvaron 
poderosamente á la obra de pacificar el Celeste Imperio, desgarra- 
do, devastado y ensangrentado por aquellas bandas rebeldes cuyo 
Bolo nombre erizaría loa cabellos si no se raparan la cabeza. E« 
coaaaveriguada que lo8 Toepings, fingiendo hacer la guerra á la di- 
nasMa de Tsing , que felizmente reina, para sustituirla por la de 
W^ang, eran instromentoa de la empresa más colosal de devastación 
y de rapiña que se ha organizado después de Atila; la farsa era tan 
completa que, sin ser cristianos, combatían en nombre de Jesucristo, 
aclamándolo con tanto aplomo , que hubo sodedades protestantes 
bastante candidas para darles ayuda y protección: con la etiqueta 
de "Bibliasri enviaban á loi rebeldes cajas de rewolvers, y otras 
veces hacían el milagro de convertir un cargamento de paraguas en 
carabinas rayadas, sin contar el número no despreciable de 
aventureros bárbaros pasados á sus filas donde saqueando hacían 
grandes fortunas. 

Así, pues, la China, en 1861, se encontraba con que ajustada 
una paz onerosa con Francia é Inglaterra, aun habis de someter á 
los rebeldes, enemigo formidable apoyado por parte del país y con- 
tando con auxilios del extranjero, empresa difícil para el Gobierno 
de una nación bien organizada é impc«ible para el de un Estado 
sumido en la más completa anarquía. Enfconcea se formaron cuer- 
pos francos anglo-galo-chinos , mandados por oficiales europeos, 
medida aconsejada ó, más bien, impuesta por los diplomáticos acre- 
ditados en Pe-king. 

La plana mayor, formada por esos oficiales, era una mezcla de 
elementos heterogéneos, un conjunto abigarrado: los habia pundo- 
norosos y valientes, aventureros y bandidos. De entre ellos uno, 
"Ward, uayankée cuya fama era fatal; ella, con sus cien trompetea 
pregonaba que faé compañero de Walker en las famosas campañas 
de Nicaragua y'de Méjico, que, lu^;o, recorrió el mundo desempe- 
ñando todos los malos oficios. Sea como quiera, él entró al servicio 
chino y, en tan críticas circunstancias, reunió un cuerpo de dnco 
mil indígenas y algunos centenares de extríinjeroa, la escoria de 
bodas las naciones. 



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1S6 

Vestido á la usanza del pais y C8«ado con una chioa, ba- 
tiéndose como un león, pronto ae hizo muy popular , populariited 
bien merecida^ porque en una. campaña, de siete meses dio y ganó 
venticinco batalj^, apoderóse de Sing-Po, echando á loa rebeldes 
muy lejos de Sang-Hai. Subiendo al asalto de una trinchera, cierto 
dia cayó mortalmente herido de ua balazo: sa valor indomable hi- 
zo olvidar la parte primera de su borrascosa existencia, el hombre 
que con su ejemplo inflamó la linfa de los chinos quienes, en honor 
de la verdad, no son cobardes, pues si alguna vez corren es por es- 
píritu de imitación, siguiendo el movimiento de sus mandarines. 
Ward, con entero carácter, supo encarar en el círculo de su deber 
á sus oficiales, haciendo honrada una colecíjvidád cuyos individuos 
eran racimos de horca ¡Ward, el guerrero salvador de dos provin- 
cias, probó que safcía morir cuando no podía vencer! 

Otro aventurero, Burgevíne, le sustituye, pero no le reemplaza; 
derrotado en su primOT encuentro, los mandarines no se lo perdo- 
nan, dejando pagar las tropas, aaí como el sueldo de bu comandan- 
te que á poco íaé separado en castigo de haber abofeteado á los ban- 
queros Za-Kee y Compañía, porque ee negaron & descontarle unas 
letras. — Reclama personalmente en Pe-king, no es atendido por el 
Gobierno y se pasa al campo enemigo; su fin fué desastroso: hecho 
prisionero en una batalla, librada cerca de Emuy, lo encerraronen 
una jaula de bambú para ser trasladado al interior. Torpeza 6 ma^ 
la intención, pasando un rio la Jaula cayó al agua y é\ se ahogó. 

Inmediatamente, un hombre, tan bravo como digno, ofreció su 
espada íí la catua imperial, no, como otros, aspirando á hacer for- 
tuna sino Á cumplir un deber que no le incumbía y él se impuso. 
Tales son el carácter y la capacidad de Gordon que, como por en- 
canto, restablece la disciplina muy relajada de las tropas y convier- 
te aquella banda de merodeadores en un ejército aguerrido y caai 
regular. 

Desde que tomó el mando supremo, loi movimientos aventura- 
dos fueron maniobras estrat^icaa y, habiéndose apoderado de todas 
las ciudades desoladas por loa rebeldos, avanza hacia el interior 
formando la vanguardia de un ejército chino de lOO.ODO hombres 
que le seguía á cierta prudente dbbancia sin batirse jamás. Pues- 
to á la cabeza de sus soldados, riñó treinta y siete batallas , en las 
cuales £a.é úempre victorioso, 4 hirió da muerte si enemigo social. 



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1&7 
esa bidra de mUlones de cabezas ^ue amenazaba disolver en un Omr 
de sangre el Imperio del Medio. 

A punto ya de terminar su marcha triunfal de tres meaes, un 
incidente ii^previsto le detuvo. Habiendo hecho 23,000 prisione- 
ros en Sut-Choa, los con£nó en nua provincia lejana, y solo guardó 
como rehenes cincuenta de sua jefes superiores, cLue fueron pérfida- 
mente BÉesinadoe por <irden del mandarín Li-Fu-Tai, general en 
jefe del gran ejército imperial, abusando de la ausencia de Qordon, 
que había ido á practicar un reconocimiento en la provincia de 
Che-kiang. 

En cuanto tuvo noticia de eate crimen, abandonó el campamen- 
to, no queriendo manchar su honor apareciendo complicado en tan 
escandalosa violación de la íé jurada y del derecho de gentes. Re- 
cibe emisarios del sublimo Emperador, y no loa escucha; todo el 
mundo üende sus brazos bada él, llamándole su salvador, y cedien- 
do au generoso corazón á voto tan unánime y suplicante, volvió & 
tomar el mandoque conservó hasta 1861. Entonces, después de ha- 
ber pacificado la Shina, r^reeó á Inglaterra rehusando ocho millo- 
nes ofrecidos por el Soberano cuya causa habia defendido, con tanto 
desprendimiento como luego rehusó los honores de que au Keina le 
quiso colmar. La conciencia pdblica, universal, se ha encargado de 
premiar con respetuosos aplausos lii abnegación de este militar que, 
habiendo conducido á la victoria numerosos ejércitos, ingresa mo- 
destamente en su regimiento de ingenieros, y contíntia sirviendo 
como teniente coronel... ¿Quién sabe si brillará de nuevo su espada 
cuando la Europa comprenda que la única política, la diplomacia 
más e&cáz con los chinos son los cañonazos? 

Altamente satisfecho de mi visita, me despedí con sentimiento 
de loa Padres, saludándolos con un sincero 'ihaata la vi8ta,ii que 
mi adverso destino ha convertido en eterno adiós. 

Yolv! á Shang-Hai, y supe con alegría que los hielos que inter- 
ceptaban el paso del Pe-Thi-Li y del Pei-Ho se derretían, rompien- 
do su clausura anual de cuatro meses, de Noviembre á Marzo; hice 
mis preparativos de viaje, y el 7 de este mea me embarqué á bordo 
del Pct'Li-Kao, ündo barco de construcción americana, largo y afi- 
lado, máquina de treiscientos caballos y porte de ochodentaa tone- 
ladas; la cámara de oficiales y nuestros camarotes están sobra el 
puente, reinando en ellas una perfecta claridad y ana dulce tem- 



[),qm7-.obvGoO<^'lc 



perabura, merced á un calorífero hidráulico que la eleva conbrares* 
tando el viento norte que a^ta el mar y nos hace surcar Us olas 
con verti^nosa rapidez. 

Corriendo millas 7 millas navegtunOB cerca de un^ costa de- 
sierta, pelada, salvaje, gue contraatA con elriaueño aspecto de Kin- 
Toan, Chao-Wei-Chan, Chun-Tong y To-Ching-Caiou, lugares cuya 
vista deleita la mirada tanto como sua enfánicos nombres recreau 
el oído. Yo contemplaba las onda?, eae velo que, entre sus líquidos 
pliegues, oculta el mundo submarino , elevando luego mi» ojos al 
cielo, ese otro abismo ei^i^reo que con su inmensidad nos revelaría 
la idea del infinito si el alma no estuviera ya iniciada; yo me fijaba 
en las rocas abruptas de la playa lejana; yo miraba dentro de mí 
mismo: isabeis por qué?..'. Pomo ver la masa de viajeros con quie- 
nes me había cabido en suerte navegar. ¡Qué tipos! Era su estruc- , 
tura tan extraordinai'ia, tan raras sus fisonomías, sus vestidos tan 
extravagantes que, conociendo, como ya conocía , la China meri- 
dional y parte de la septeutríonal, no había visto gentes de eaa ca- 
tadura. 

lA quien preguntar!.. . el ymikée no es comunicativo, y toda la 
tripulación, oficiales y marineros era de los Estados -Unidos; la es- 
cuálida figura y gesto desabrido que caracteriza á algunos misione- 
ros protestantes no me incitaba, y además; ¿cómo hablar á un in- 
gléssin estarle presentado! — Podía, si, haber satísfechomi curiosidad 
cualquiera de los respetables negociantes chinosque á bordo venían; 
y digo respetables. Juchándolos por su grave continente, suavizado 
por una sonrisa protectora, noble, aristocrática, por sus- ricas pe- 
llizas de marta ¿belína y sus enormes vientres, urna donde reside, 
según los chinos, el seaiümíento , la dignidad, el talento, como si 
dijéramos, laa más nobles facultades del alma; perú no hablo su 
lengua. 

Por fortuna, sobrevino el conde Mejéau, mi compañero de viaje 
desde Marsella á Sadgou, cuya presencia me sorprendió agradable- 
mente porque no le vi embarcar. En su calidad de cónsul general 
de Francia en Shang-Hai, iba á Pe-king con objeto de visitar la 
legación de su país en esa corte, y .por él supe que los tipos que 
tanto me chocaban eran tártaros manchus, raza que se disángue 
por su rostro anguloso, su barba de Ealmuko, sus ropones y gorrui 
de pelo que les dan la apariencia de osos bípedos. 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



Deptbrbíeiido amigablemeabe con un hombre ^ue, no obstante 
su avanzada edad, conservaba el chispeante buen humor propio de 
la juventud, corta % me hizo la travesía hasta Tche-Tu, donde 
echamos el ancla ol día 9, dos después de nuestra partida. 'Un 
sampan nos llevó al puerto que contenia centenares de juncos ali- 
neados, y cuya estructura recuerda las embarcaciones de la Edad 
Media; el pueblo es chico y está habitado por cinco ó seis mil carga- 
dores de ambos sexos y de toda? edades que chillan mocho' ;^ traba- 
jan poco, cargando ó descargando pequeños fardos de opio destina- 
do á envenenará los viciosos fumadores' del interior. Las carretas en 
que se conduce esta mercancía, vuelven cargadas de alubias y otros 
fiinnác303 para surtir loa innumerables puertos de la costa mevi- 
diooal, tráfico que ocupa una gran escuadra de juncos. 

Los estados hechos en la aduana de The-Tu, arrojan, por te'r- 
mino medio cada año: 

Importaciones :.... 45.000.000 de pesetas. 

Exportaciones 18.000.000. 

Movimiento del puerto. 196 buques, midiendo 350. 600 toneladas. 
Ingresos de la aduana... 2.500.000 pesetas. 

Zarpamos, y al siguiente dia nuestro buque se balanceaba en 
el golfo de Pe-TM-Li, pronto á atravesar la barra del Pei-Ho, cu- 
yo paso es difícil á causa de los bancos de arena que lo cierran casi 
á. üor de agua; baste déeir que en la marea alta su fondo es de 
once pitísyel Pa-li-kao cala trece. Grave situación; poro la tripula- 
ción es experta y temerario su joven capitán, el cual, impasible nos 
decia: i'nada hay que temer, eso es barro y lo cortaremos como se 
corta un pastel; n en esto nos sentimos lanzados á todo vapor, cual 
si el buque fuese un toro embistiendo, 6 un caballo encabritándose 
para saltar una valla jVano intento! cuatro veces fuimos rechazados 
coD pérdida; mas felizmente, á la quinta los marineros promuupie- 
ron en victoriosos hun'as: habiamos pasado la barra y nuestra tra- 
vesía de cuatrocientas leguas tocaba á su fin. 

Favorecidos por un fresco viento, subíamos el Pei-Ho, cuyo 
corso es brusco y sinuoso, bus riberas desoladas y tristes, un de- 
sierto de movediza arena que el huracán subleva en furiosos torbe- 
llinos, y cuando se desvanecen, aparece la interminable serie de 
tumbas que cubre la llanura en toda su estension: el pajizo color 
de- esos conos de tierra hace más sombrío y tétrico un paisaje f&ne- 



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160 
bre y monótono, monotonia aolo interrumpida por algtmu nalinaa 
escalonadaa; de modo c|ue la peispectíva no o&ece más gue polvo, 
sal y cenizas. Esto dura dos eternas horas, divisándose luego co- 
maroas menos áridas, camxK» y bosques, hombree y carretas: Ko- 
Ku, Tong-Ku, Chieng-Ohia y otras aldeas situadas á lo lai^o del 
uamino de Pe-Tang desfilan ante nuestros ojos que contemplan aus 
chozas de barro y hojas, á cuyas puertas se asoman algunas mujeres 
con hopalandas moradas, y muchos juncos desarmados esperando 
en tien-a que el rio se deshiele para navegar. 

Otros, flotantes ya sobre las aguas, cmbj.razaban nuestro paso 
con BU lenta marcha y au sistema de ir formados en filaa de á 
diez, ocupando todo el álveo de un rio tan angosto como éste; el 
Pa-li-kao avanzaba silbando, y, asustadas las tripulaciones de esas 
embarcaciones primitivas, chillaban en vez de maniobrar para no 
ser pasadas por ojo, eibociones que, juntamente con las proporcio- 
nadas por los recodos, vueltas y revueltas que hay en el tal Pei-Ho, 
hacen su tránsito muy divertido: tan pronto la corriente nos echa 
contra una orilla y la hélice se enreda entre las yerbas y el lodo, 
como es necesario enviar á tierra una canoa con seis hombres para 
atar al árbol más sólido un cable que nos ayude á girar sin irnos á 
pique doblando un ángulo demasiado agudo. Semejantes faenas dan 
lugar á mil incidentes; suele suceder que el árbol, arrancado de 
cuajo, se venga con nosotros; y también acontece que el bauprés, 
demasiado curioso, cometa la indiscreción de meterse por el balcón 
ó por la pared de una casa situada cerca de la orilla; mas nada de 
esto nos ocurrió, y antes de anochecer estábamos en el muelle de 
Tien-Tsin, población que recorrí al despuntar el día 11 de Marzo, 
sin ver nada extraordinario ni curioso: ánicamente cierta limpieza 
y un orden relativo en los almacenes y otícinas de aduanas, vesti- 
gios de la ocupación francesa que duró dos años (1858 ú 1860). 

La pagoda de Haj-Huang-Tzeu es un conjunto de pequeños 
templos, cuyas ventanas de papel y oblongos techos les dan un as- 
pecto nada grandioso. Aquí se tirmó la paz entre los soberanos de 
China, Inglaterra y Francia, tratado provisional concluido en 
1858 , hecho por el cual se conceptuó pro&nado el santuario que 
hoy es un granero atestado de sacos de tr^ y de ratones que irre- 
verentes corren sobre el polvo qne^ cubre la mesa en que se decidió 
el destino del Celeste Imperio, 



jvGoO'^lc 



Xa ñtoacíon de 'Beii-Tsin es envidiable: paerbo hl tnCU cereano 
á la capital del impeño, sos oomunioacloiios coa el gran canal ion 
^/(ñlea, y camo esa vía es la arteria de cuadro prorinciaa del inte- 
rior, reaulta un marcado proviaio abandantamanie y muy odücut- 
rido; 8Ín embargo, no hij más que seis grandas casas de comercio, 
honga, todas chinas, y ellas monopolizan los negocios más impor- 
tante^. Su población asciende á cuatirocienjas mil almas, y los re- 
sidentes extranjeros no llegan á ciento, ingleses la mayor patine, 
algunos alemanes, americanos del Norte á holandeses, tal cual 
&ancé3, y, por sopuesto, ni an español. 

Según los estados oficiales, la adoana rinde, por término me- 
dio, cada año: 

(Algodones...'..... 35.000.000 pesetas. 

, Importaciones. . I Opio * 44-000.000 ■' 

(Lanas 7.209.01)0 " 

Total 86.200.000 

Ezporbaciones 19.000.000 pesetas. 

Movimiento del puerto: 600 buques midiendo 500.620 toneladas. 

A las tres de la tarde salí para Pe-King en una caravana com- 
puesta de cinco carretas chinas, tiradas cada una por do3 muías. 
Son estos vehículos muy ligeros; pero su estructura es d3 lo más 
raro gue imaginarse puede : sobre un eje montado en doj toscas 
raedos se levan^ un toldo de tela azul formando caja tan estrecha, 
baja y corta, que no es posible -acostarse, ni ir dentado ni de piá: 
milagrosamente di con un saco de salvado, encima del cual me 
acurruqué cuftl si fuera un almohadón de míelles. El auriga se co- 
loca en el entronc^ne de la vara ízquierla, desid d:)nde anea sus 
bestias, cuando no salta, en tierra, las aguija y maUrata sin pie- 
dad; la muía delantera solo obedece ¿ la vo¿;- y enganchada como 
está del mismo eje. c«^c^ de la rueia iajuierda, tira siempre de un 
lado, trota oblicuamente, y decirse puede que nuestra suerte de- 
pende de sus caprichosos ^ros. i Misterioso destino el del hombre. . . 
sometido siempre á la influencia de seres ó cosas tan raras! 

Asi caminamos por una mal llamada carretera cuyo trazado es 
tal, que en los sitios más estrechos tiene dos metros de anchura, 



L5,qmzo=bvGoO'^lc 



mientras en loa grondee llanoa se esbiende hasta cincaoita ó sesen- 
ta; solo hay uniformidad en las iiabea de polvo que ciegan al via- 
jero y en el infinito número de cantos, ladrillos, tejas y piza,rra8 
que lo sacuden y lo trituran dentro del carruaje, el cual salta, se 
tambalea, amenaisando volcar á cada paso. En los más diñciles, se 
esmeran nuestros mayorales en arrear el ganado, que galopa vio- 
leatamente y levanta enormes toirbeUinos; el ya. turbio horizonte 
se oscurece del todo, uno ignora por donde va, y solo siente los 
golpea que recibe al chocar su cuerpo contra las tablas áei. vehículo. 

La primera hora es insoportable; mas luego, cuando se está 
medio ahogado y bien molido, viei^e la resignación. A las nueve 
de la noche nos apeamos en Yang-8un, punto donde debíamos per- 
noctar, contusos, empolvados y hambrientos; el conde Méjean y yo 
reíamos al referir cada uno sus impresiones, sus caidas y los carde- 
nales que manchaban sus miembros doloridos; esto después de ha- 
bernos lavado con el agua helada, literalm^be, que nos fiíé servida 
en una hostería digna por su especial carácter de ser deacritu. 

Figúrese el lector una de aquellas ventas que la pluma sin rival 
del ilustre manco de Lepanbo describe con tanta verdad como bri- 
llante colorido en su obra inmortal El ingenioBO hidalgo D. Qui- 
jote de la Mancha, ó tsien una de las posadas en que se hospedó Gil 
Blas cte Sanbillana, imagine después un antro más infecto, d^tar- 
talado é inhabitable que cudquiera de esas mansiones, y se formará 
idea del tugurio, de 14 verdadera corte de los milagros donde por 
mal de mis pecados hube de dormir una noche. 

En la fachada, un cobertizo servia de cochera á una docena de 
carretas probas de mandarínes videros, cerca de ellas una piara 
de muías reüncha gozosa revolcándose en el polvo, más l^os los 
zagales y mozos de la primera cai'avana disputan con los nuestros, 
. vociferando las inteijeccionea y las blasfemias propias de la jerga 
usual de la gente de cuadra e^ todos las paiara del globo, que tam- 
bién la lengua china m rica en voces intraducibies. 

Una gran choza, construida con palos y hoj^ secas, ae levanta 
en el fondo del patio, es el cuerpo principal del edificio; aqui están 
los dormitorios provistos de un plano inclinado de tablas, sobre las 
cuales se coloca el petate (1) que sirve de colchón, de sábana y de 



(I) EBt«r» blaoM dsjunog 6 topii de Un». 



gii^.-b/GoOt^lC 



colcha, como en las perreras el lecho de los canes. Tal íaé la alcoba 
qne noa cupo en snerte al conde, á su intérprete y á vuestro servi- 
dor; mala era, j peor la cama, pero, asi y todo, nos acostamos con 
ánimo deliberado de dormir profundamente hasta el amanecer. 

Uorfeo nos ñié propicio, gracias al cansancio que nos rendia y 
á los vapores del aguardiente que habia acentuado el ihé, tomado 
después de nurátra pobre cena, consistente en un montón de arroz, 
cocido en la misma marmita de loa muleteros; pero habíamos con- 
tado sin la huéspeda, es decir, dn los huéspedes. 

Eran estos una colección de insectos domésticos, tan variada 
como numerosa; bu aguijón clavándose en nuestra epidermis nos 
despertó é hizo que nos levantáramos;- pero la conversación amena 
y chispeante de mi compañero de viaje abrevió una velada pasada 
cruzando en todas direcciones la estancia. 

Decia el conde Méjean: 
— Tendría curiosidad de leer las notas qae ha tomado "Vd. en su 
carnet desde nuestra salida de Tien-Tsin; yo declaro que nada h© 
■visto, - 

— Yo tampoco, querido conde: las polvorientas trombas velaban 
el paisaje, j no sé si es accidentado, 6 llano, pintoresco ó monóto- 
no, frondoso ó árido como una estepa. 

^Eso me consuela; yo lamentaba la cortedad de vista natural 
& mi edad, mas según Td., nada he perdida. 

Departiendo sobre asuntos varios, trascuriieron cinco horas, y 
al dar las cuatro y media oimos sonar los cascabelee de la carava- 
na de mandarines que partia. Treinta minutos deepues los segufa- 
moa, escoltados por cuatro tártaros á caballo y un mandarín de 
botón cristalino que el gobernador de Tien-Tsin habia tenido la 
atención de enviamos para custodiar nuestras diplomáticas perso- 
nas y facUitar nuestro acceso en la Ciudad Celeste. Cada vez que 
llegábamos á un pueblo, el funcionario imperial colocaba sobre sus 
narices un par de enormes gafas montadas en tosca madera y de 
cinco centimetr<ffl de diámetro, moda tradicional en los letrados, 
que sin ese atributo no pasarían por sabios á los ojos del vulgo. 

A medio dia hicimos alto en Ho-Chi-Wuy; durante el almuer- ' 
zo, contemplamos un espectáculo canoso: un fotógrafo inglés, co- 
misionado por una revista Uustrada de Londres, se preparaba á 
reproducir ol pais^e, nuestra caravana y, sobre ^o, nuestro man- 



)vGoo<^lc 



áucisi. Viendo plantar el pacífico instrutneubo, la pobladon. en masa 
echó á correr j se dispersó por aquellos campos, coal si huyera del 
diablo, que para loa chini» cosa diabólica es toda innovación, mu- 
cbo más si la introducimos los bárbaros; únicamente permanecie- 
ron á nuestro lado los muleteros y los hoya, j eso por respeto Á la 
autoridad que nos acompañaba. 

La noche del 12 la pasamos en Tchiung-Tia-Llaw; levantados 
con el alba seguimos caminando, anhelando llegar á Fe-king, la 
ciudad misteriosa qu© en sueños ví eai mi infancia y de cuyo en- 
cantado recinto estaba ya cerca, faltando aolo algunas horas pai-a 
entrar en él, ver las maravillas que contiene y descansar de un 
viajé no litigante por los 174 kilómetros de distancia que separan 
de Tien-Tsin la capital del imperio, sino por la carreta, el polvo y 
las posadas. 

A la una de la tarde atravesábamos el magnífico puente de Pa- 
Li-Kao, celebre porque en él se libró la decisiva batalla que abrió 
á los aliados las puertas de Fe-king. Ese monumento, las altas mu- 
rallas almenadas cuya imponente circunferencia forma el perímetro 
de la gran ciadad y un grandioso pórtico abierto en ella como des- 
mesurada boca de colosal serpiente, es lo más notable que verse 
puede en el Celeste Imperio: su conjunto recuerda los muros gigan- 
tes de Babilonia, los formidables parapetos de Nínive, prodigioa 
del arte antiguo, maravillas de civilizaciones que murieron y vi- 
ven sin embargo en la memoria universal, merced á la Historia 
Sagrada cuyas descripciones, cuyas imágenes inician en los miete- 
rioB de aquellas remotas edades al género humano, que de genera- 
ción en generación se los trasmite como una piadosa tradición como _ 
ejemplos que estimulen al hombre á seguir perdurablemente la sen- 
da infinita de la perfectividad si nunca creer que libará & la meta, 
convencido de que toda« las obras humMias son perecederas, que 
está condenado al tormento de Sísifo, 

Los pueblos que otra cosa imaj^en, son castigados como el 
chino: elevado á la cumbre en ciencias y en filosofa, en l^íslacion 
y en literatura, en artes y oficios; viendo cultivado su espíritu, 
floreciente su comercio, próspera su indtistria, convertidos sus cam- 
pos enjardines y sus ciudades en museos, se detuvo, pensando que 
no había un más allá, entregóse á la pereza y, al despertar de un 
letárgico sueíio de mucho» siglos, se enoueid»«. en tal atraso, en t^ 



jvGoO'^lc 



ISK 

a>l»Qdoiio, en bal deaórlea bus aeoatos todos, tan inferior como na- 
oioQ y como raza á laa civilizadas que para iguararae á ellas y po- 
nerse al nivel de la moderoa época, ha de edacarae á la europea 
desde loa radtmeatos. Por eso loa cMnos empiezan á copiarnos, 
imitando como monos á loa bárbaros antípodas. 
X 

Su muralla de granito, cuyos sillares alternan con gruesos la- 
drillos, está, coronada por un torreón que atrevido ae lanza al ea^- 
pa£Ío luciendo su techiitnbre de cinco pisos, cubierta de tejas ver- 
des y au3 troneras por donde asoman su mortífera boca enormes 
cañones (1), todo lo cual combinado con loa tamborea, las almenas 
y loa fuertes avanzados le da un aspecto marcial, imponente. 

Entramos por una profunda bóveda, abierta á sus pies, codeán- 
donos con inmensa multitud de mongoles, tártaros y chinos de & 
piéy de á caballo, conduciendo convoyes de carretas acules, recuas 
de mnlos negros ó caravanas de camellos blancos. 

Pasadas' las primeras barreras, S. la fastuosa decoración de la 
puerta sucede otra desolada é inculta, una vasta estenaion de terre- 
nos baldíos sembrados aquí y allí de chozas cuyo miserable aspecto 
contrista el corazón. Los camellos siguen en este arrabal de la ciu- 
dad celeste senderos tortuosos cual si marcharan por el deserto; * 
isA carretas vuelcan á cada paso y se estrellan en un pavimento en- 
tre cuyas losas, de un metro cuadrado, hay frecuentemente interva^ 
los de dos pies de profundidad, causa ocasional de innumerables 
fracturas, de sacudidas y sobresaltos sin cuento ni medida. 

Esta es la ciudad china, separada de la tártara por otra mura- 
lla alta de cincuenta y cinco pies y ancha de cuarenta; sus pórticos 
sombríos, sus bastiones y aua almenas revisten un aspecto magestuo- 
80, babilónico como la anterior; su puerta principal, llainada de 
Tchien-Meng está defendida por un anfiteatro sin gradas , cuyos 
muros forman una media luna; de modo que, después de pagar la 
primera verja, nos hallamos encerrados en una especie de jaula de 
fieras dominada por torreones de barnizados techos. Anduvimos al- 
gunos cientos de metros antes de llegar á la bóveda de salida y, 
atravesándola, nuestro mandarín guía nos invita á subir á la cima 
de la muralla para contemplar el panorama de Fe-king en toda su 



(1) )0h deoepoioat Son da maden, aogaií dMpuM ftverígUí. 



)vGoo<^lc 



Dicho y hecho: rápidos trepamos y nuestros ojos vieron á un 
lado la úudad china cayo perímetro forma an trapecio geométrico 
donde hay barrios populosos y mercados, bosques y templos, gran- 
dioso conjunto que parece enclavado en murallas coronadas por laa - 
cincuenta pandas á las cuales ya me he referido; (anco moaumen- 
tales puertas que dan acceso sobre el campo, ion Como desemboca- 
duras de rios, grandes respiraderos, sangrías abiertas en las arte- 
rias de la población que fluye y refluye en opuestas direcciones , 
cual si dod mares tendieran á reunirse cuando la marea sube. Al 
otro lado la ciudad tártara se desarrolla en un vasto espacio cua- 
drado que corta el horizonte con sus anatas de piedra, pues también 
la cercan antiguas murallas, vetustas, gigantescas, sin contar diez 
puertas fortificadas 4 innumerables castillos destacados; aquJ están 
los cuartales, loa parques, las grandes vías estratégicas, se respira 
UD ambiente guerrero y todo, basta loa menores detalles, lleva im- 
preso el sello de la raza conquistadora. 

En realidad, ese rednto mural encierra tres ciudades concéntri- 
cas, separadas entre si por otros moros interiores , y me fundo en 
que la chinasedivideendos>: la imperial con sus palacios de manda- 
rines, cada uno de los cuales consta de cien kioskos superpuestos, y 
otra en el centro, la ciudad misteriosa, velada & los profanos, don- 
de penetrar no puede un simple moi-tal, la residencia del Empera- 
dor con sus millares de techos amarillos, relucientes, y su Me-chan, 
iimonte de carbón ó délos «Uezmil attosn el sancta aanctormn del 
Celeste Imperio. La vista es magnifica: aquellas murallas descri- 
biendo una curva de cuarenta y cinco kilómetros y encima de las 
cuales pueden marchar de urente cuatro carruajes; los esmaltados 
techos de los palacios mandarines lucen su color verde claro, abri- 
llantado por loa rayos dd sol; las azuladas c&pulas de los templos, 
los puentes marmóreos y barrios enteros, cuyas casas son todas de 
azulejos, se destacan aobre un plano arenoso, desigual y sacio. ¡Lás- 
tima que el estuche no corresponda á la joya! 

Si así fuera, el anonadamiento del hombre ante las maravillas 
de Pe-king seria completo; esas pagodas heráldicas, esas construc- 
ciones secularea, esas fabricas monumentales lo empequeñecen! 

La población que á sus piéa ae agita parece un enjambre de 
hormigaa extraviadas en inmenso dédalo, y, sin embargo , la mano 
del hombre ha realizado esos prodigios. Son la obra de una nación 



jvGoO'^lc 



Iflfí 

guerrera é iudustrioBa, obra gigantesca, coloaal que admira ó impre- 
BÍ<ma de tal modo que el alma se remonta y', brasportándúse & laa 
antiguos edades, cree ver á través del criatal de lo3 siglos poderosos 
ejércitos chinos coronando estos moros, diaparar con horriaono es- 
truendo su arcilleria; los orgullosos mongoles con sus arcos de vis- 
tosos colores y sus murtiferoa dardos sabiendo al asalto de la mo- 
derna Ninive; 7 las gonibras de Genghia-Jany Rublai-Jan cernerse 
entre las nubes del polvo de la batalla. • 

Despue» de las emociones experimentadas en un iriaje tan lar- 
go, accidcaitado y pintoresco, la curiosidad debia estar saciada; 
pues, .no obetuite, me asombró la ciudad do Pe-king. Parecíame 
imposible haber llegado á ella, y eso que es tan triste su aspecto, 
au fisonomía, hasta el carácter de sus habitantes, que el corazón se 
angustia y sobrecoge; lo que más i^xtr^a es verse uno mismo cir- 
culando en medio de una multitud curiosa y asombrada á su vez 
mirando á un extranjero, un hombre de Occidente, un diablo, en 
la capital de un imperio cerrado como un santuario hasta que la 
civilización hubo de violarlo usando y abusando de la flierza, y 
aun de la crueldad. 

He dicho que la vista de Pe-king impresiona, y es cierto, pero 
la impresión es penosa. Todas las grandes ciudades de la antigüe- 
dad hají caído con gloria sin dejar más huella material qoe'sus dis- 
persas ruinas, mudos testimonios de la catástrofe: Ninive desapare- 
ció enfj% las arenas del deúerto, Babilonia es una montaña de es- 
combros, T<ábas, Ménfiis, Sidon, Tiro, Cartago, Atenas, Sagunto, 
Numancift y Koma conservan ruinas que recuerdan su pasada 
grandeza: Pe-king nada tiene, se desmorona, á si nuama se roe, no 
no se da cuenta de su decadencia, es un cadáver que, por dias, se 
va convirtiendo en ceniza. 

Mi acalorada mente la vestía con au antiguo ropaje, adornábala 
con sus más preciadas j^oyas y, evocando au explendgr perdido, la 
veía como hace mil años, cruzada por canales de límpidas aguas, 
guarnecidas sus murallas de verdaderos cañones, nuevos sus hoy 
grieteados bastiones, brillantes los harnizadoa techos cónicos de sus 
pagodas; las calles bien barridas, Uaias de inmensa concurrencia 
lujosamente ataviada, rebosando gontento; en fin, todo fresco, vivo, 
animado, cual estaba cuaodo era una maravilla del extramo Oriente. 

Hoy, ¡qué diferencia!... sus calles, ahondadas por el paso de las 



.[),qm7oobvGoO'^lc 



108 

la, son bamnoos de hasta veinte piás; las «itügnas aleanba- 
rillas ravoniAias forman una escalera giganb^ca para aaHr al es- 
trecho sendero que sosbiene las casas en ambos lados del precipicio 
«I OQ70 fondo existen capas de ana tierra fétida, residuos de in- 
mundicias seculares que envenenan el aire con sub emanadones; 
secos están canales y fosos^ rotos 6 inútiles los puent«e de rosado 
m&rmol, yertos, secos, agostados, los qne faeron jardines son un 
desierto; junto á bellos arcos de triunfo, se alzan las choEas de mi> 
aerables vendedores, erizadas de perchas con aouxMÜoa de papel ijue 
el viento sacado. Y esto no se ve ni en un bariio ni en dos, ea 
todos runa ana horrorosa uniformidad, pudiendo decir, sin &Itax 
& la verdad, que Fe-king no es ciudaj por su aspecto, tmo más 
Uen un campamento tártaro combatido por el aimoun en medio 
del desierto, que tal parece el aire que sopla, no por su violencia, 
ñno por las nubes de polvo acre y sofocante que enturbian la at- 
mósfera. 

Abora bien, una ciudad en que nada ae repara y en la cual e&t& 
prohibido demoler, bajo las más sevwas penas, se dis,grega lenta- 
men:» y pronto será un montón de arena, poi'que esa incesante 
descomposición causa la muerte con laás eficacia qne las más atro- 
ces convulsiones; una población -resiste un incendio devorador, un 
terremoto, un asal!», í todo sobrevive menos al abandono. Pe-king 
no eSLS^iirá dentro de un siglo, pasados tres se le descubrirá como 
á Fompejaj y su eolar aparecerá envuelco en el sudario de su mis- 
ma prosapia, como diría Mariano Fernandez. 

No me extenderé describiendo las puertas de la QranFureaa, 
de la Oi'nn Vicaria Virtuosa, ni loa templos del Oinio de los 
Vientos, del Cielo, de la Agricultura, del Oinio, del Kayo, y del 
Espejo brillante del Kspiribu, monumeutos que todos se parecen, 
como es na:>ural, perteneciendo todos al mismo orden arquitectó- 
nico; además se han reproducido tanto en biombos de laca so» 
kioskoB, sus campanarios, sus balconee, sus relieves y sus pórticos; 
que ocioso me parece hacerlo. En el de la Agricultura se conserva 
el arado y la azada de oro, sagrados instrumentos de labor con los 
cuales abre cada año el emperador un surco en la tierra, invocando 
la bendición de Buda para las simientes y las cosechas, ceremonia 
que se veriñca revisüendo S. M. I. Celeste un traje de campo, ama- 
rillo canario; su soml^ro rural, ancho, de un metro y del mismo 



jvGoo'^lc 



1«9 
eoler teñido se etutíla en el templo; en un» capilla de aporceluiaáo 
techo, eAbre Billas camles de mármol roea, preoioaoB trenzaddb de 
cordoDea de cristal verde y enfrente de comisas de madera tallada, 
que airven de pedestal 6, Tina serie de alimaüas, dragones, perras, 
basiliscos y otros excesos de fina porcelana, esbán loa vasos de alam- 
bre, especie de tostadores donde el emperador quema semestral- 
niente las sentencias de raaerbe ñimadas por su augusta mano ^i 
ese plazo. El íu^o todo lo purifica. 

También visité el Observatorio Astronómico, fundado hace 
doscientos setenta y seis míos por el P. Verbiest, de'la Compañía 
de Jesús. Este magnifico eetablecitniento se halla situado en la mu- 
ralla, cerca de Tung-Chi-Meng, y sus gigantescos instrumentos de 
bronce son de una precisión admirable ; baste decir que montados 
desde la indicada fecha sobre loa miamos alados &ntíístJcos drago- 
nea que aún loa sopórtaif* expuestos i. la intemperie y sin dejar de 
fdnetonar, no han sufrido el menor desperfecto. El más notable de 
estos aparatos es una esfera celeste, cuyo diámetro es de ocho pies, 
y en su lugar respectivo tiene colocadas las estrellas conocidas en 
1650 y visibles á la latitud de Pe-king, 39" 54»'- N. 

Por mzones idénticas á las que antee expuse, haré gracia á mis 
lectorea de la descripción del estanque de upeces encamados.n don- 
de no hay agua ni pocea; del templo de la Luna, <»euro como boca 
de lobo, vamoa'al decir; del de los Lamas, convento con celdas 
páia mil bonzos de amarillo vestidos, cuya misión es cantar con 
voz cavernosa y monótono acento; y del de Confiício, que al visi- 
tante no ofrece más curiosidades que un depósito de aereolitos en 
derredor de una máquina de rezar, especie de cilindro ^atorio 
lleno de papeles sagrados, multiplicador de oraciones que arreza 
dajido vueltas en vez de salmodiar, evitando esta fiítiga á loa pul- 
mones de loa fervorosos sacerdotea eonsagi'ados & ese culto. Des- 
pués de esto, lo ánlco digno de especial mención ea una campana 
de bronce primorosamente labrada, la más grande que en el mun- 
do se ha suspeiidido; alta de veinticinco pies, pesa noventa mil 
libras: mayor es la de Moscow, más imposible ha sido elevarla y 
en el suelo yace su inerte masa. 

Seguramente, al lector le pasará leyéndome lo que á mí me pa- 
saba visitando y analizando lais magnificencias chinas: no hay pa- 
goda, fortaleza ó palacio, escultura, pintura^ música ó poeafa, que 



g,:,r.::b,G00'^lc 



170 
hdble al alma; el culto miBmQ es en China cnestion de buen gusto, 
de respeto homauo y de mera corteeía; bus ceremonias son minu- 
ciosaBj puerUeSj nada tienen de grande ni menos de augusto, como 
BU arquitectura carece del impon^ite solemne carácter de la gótica, 
cuyas sombrías bóvedas inspiran meditación y recogimiento, cuyas 
agudaa cúpulas suben, rompiendo el e^tacio, hasta las nubes y ele- 
van nuestro eepiritu al cielo. El materialismo que reepira el arte 
chino en todas sus manifestaciones, revela cuan bajo está el nivel 
de las ideiw de ese pueblo rutinario, muelle y voluptuoso, los es- 
trechos limita de su horizonte intelectual que solo le permite dia- 
curnr en el círculo de sus necesidades y de sos placeres: los chinos 
pintan y escalpen dr^ones, serpientes, tigres y otros monstruos, 
porque les üenen miedo, inspirados por su instinto de conserva- 
ción; febrican ricas porcelanas, muebles preciosos de laca y de mar- 
fil para ademo y comodidad de sus morailas, en las cuales desplie- 
gan todo BU fausto; ipobre , numen! [vulgaridad supina!... iDóade 
está el idealí Cuando falta no brotan genios y, si alguno surge, no 
puede remontaran vuelo, se ah(^ en esa atmósfera y corta sus 
alas el medio social en que vive; yo así me explico cómo hasta aliora 
no ha nacido entre ellos un Herrera, un Alonao Cano, un Velaz- 
quez, un Calderón ni un Meyerbeer. 

He dic^o que el chino acumula su busto y lo reparte dentro de 
su hogar, abandonando la parte exterior, y lo probaré con argu- 
mentos suministrados por las fachadas de sus casas. La celebre, la 
misteriosa ciudad prohibida, tapizada, según es fama, de esteras de 
piaba, BOBtemda por columnas de oro,' recamada de finas perlas, y 
cuyas paredes están esmaltadas, ofrece un aspecto misero, abyecto: 
vista, como solo es licito verla & los simples mortales, desde la 
tapia que larodea, parece tosco estuche, vulgaF^ indigno de encerrar 
en su seno ñquÍBÍmajoya, la mansión sacrosanta dd Hijo del Cielo. 

Si tal es la ornamentación externa de la regia morada, ¿cómo 
serán las demás? 

Otro ñí; las calles son angostas y por ellas se anda casi siempre 
junto á las paredes; el extranjero es objeto de una infantil curiosi- 
dad en los barrios populares , mientras que en los habitados por 
nobles y militares pasan á uuestro.lado estos autócratas sin mirar- 
nos, con alta «ara y fruncido el ce&o, afectando una indiferenda 
muy semejante al despreüo. Alg mos de ellos se di^an ir á pió; 



jvGoo'^lc 



mas la mayoría monta carretaa atortanadaa, pulidas, blasonadas, 
reluci^iteB, de esbmctura ígaiü á, aquella en c|ue por mal de mis 
pecadoi me metí en Tiea-Tain y molió mis huesos hasba Fe-king, 
con una sola modificaáon, por cierto, muy cui'iosa: el rango, ó lia- 
blando enchino, el botón del maudaarin cuyo es el camuye, se co- 
noce en la colocación de laa ruedas del veMculo; según es,, botón 
rojo, azul ó blanco, las traseras, situadas en loa dos extremos del 
eje, retroceden aleándose del centro de gravedad. Un príncipe laa 
retira más qne nadie de su sitio natural y, como el coche no tiene 
muelles, ae restablece el equilibrio prolongando la limonera; resul- 
tando un fdei-te cabeceo que agrava la situación del inforí;unado 
mulo de varas. El mejor sistema de viajar en China sin sufrir con- 
tusiones seguras y probables fracturas, es el palanquín; las ondula- 
ciones del bamba que llevan cada uno de los portadores sobre su 
hombro mecen suavemente al trasportado; mas ¡ay! de los cuatro 
millones de habitantes que la capital cuenta, solo ¿ una casta pri- 
vilegiada, la de principes y ministros, autoriza la ley para usar ese 
cómodo mediode locomoción. I 

En los barrios poblad<» por la clase' media y por el comercio, 
se trueca' lo cómico en pintoresco y horrible, alternativamente. La 
calle circular, sobre todo, tiene un carácter, un color oriental tan 
pronunciado, rana en ella tanta animación, que contrasta con el 
resto de la ciudad: carretas y palanquines, muías' y camelos, coolis, 
negociantes y militares, se cruzan, se entrechocan, se conñmden en 
revuelto ma/remagnvm; unos examinan las mercancías, otros las 
ajustan, regateando en un asalto de fórmulas cortesee, y aquellos 
cargan con los íardos; es tan compacta la multitud, que siendo 
grande este mercado, se anda lenta y difícilmente entre aua dos ñlas 
de tiendas cuyas muestras color eecDrlata penden de oblicuas per- 
chas, {inunciando los géneros en inscripciones doradas. El chino 
Üem^ la pasión del anuncio y abusa hasba el pnnbo de que, para 
ti-escientos almacenes, hay millares de rótulos, pues cada articulo 
se anuncia independientem^Lte de los demás. 

A mayor abundamiento, centeniuiea de chicos juegan cual si es- 
tuvieran solos, corren frenéticos y, á veces, un pelotón de ellos cae 
á los pies del transeúnte que por k> menos se tambalea con el cho- 
que; cuando no con estos, se tropieza con ancianos, esos ni&os gran - 
des de la China, que muy formalmente se mezclan en el tumulto 



g,:,7.::b,G00'^lc 



112 
llevaodo con orvallo la eaerda de ana iamensa cometa laiUiada por 
ellos en los terrenos baldíos prj^moa & laa murallas. Tan por lo 
8^0 toman los chinoa osa divaraion, gae en ella se revela bu gánío 
artfetíco: eonstniir comebas de seis 6 aiete mebrosj repreaentando y» 
nn dragón alado ja un águila rapante, iluminarla de manera ^ue 
parSECa un ser viviente, equilibrarla «eon sumo cuidado para que 
msgestnosa, serena, ae remonte y permanezca fija en el espacio co- 
mo una estrella situada casi verticalmente aobre la cabeza del que 
le da cuerda, lo consideran asunto grave, importante, trascen- 
dental. 

Y, ai de aquf no pasaran, del mal el menos; pero no, la cometa 
tiene como apéndice multitud de instrumentos musicales, caai mi- 
croscápicoa, que imitan el canto del p&jwro y la voz del hombre ar- 
mando un ruido infernal. Lucir ese prodigio de eatática ante una 
turba admirada hasta el ^tasts, asustarla con el galope del caballo 
montado por el tenedor de la cuerda, que sujeta esos areolitoa sin 
cola, es un goce infinito, un placer anblime, un delirio jiara unos 
hombres cnya arcilla se amasa con thé y arroz, cuya decrepitud 
imtidpa el abuso del opio y otro vicio que no nombraré, limitán- 
dome á invocar el fiíego celeate que abrasó la Penbápolia. 

El chino eatan filarmónico que saca armonías hasta de las palo- 
mas, lo cual yosupe casualmente. Unode mis colegas, cazador como 
Nemrod, mató un dia entre otras avea un pichón; de vuelta del 
campo entra en mi cuarto y con aire triunfal vacia su morral é, mis 
pies, sóbrela alfombra y, acto seguido, se tiende cuan largo es en 
uii diván, cansado, jadeante; le felicité por su buena suerte y <^o 
certero, contestóme negligentemente que solia matar más, y luego 
nnesbra conversación, ^ranio sobre asuntos varios, recayó en las 
mujeres, que es hablar de la mar y sus arenas. Lo mismo acontece 
siempre en toda reunión de hombres: empieza debatiendo elevadas 
cneebiones científicas, literarias, filosóficas ó políticas, y concluye 
por we eterno capítulo cuya primera página escribió Adam, haa 
continuado todas las generaciones sucesivas y, no obstante, el mis- 
terio subsiste, nadie lo ha penetrado, sabios é ignorantes, dioses 
mayores y menores, todos somos igoales ante la 'suprema ley del 
amor, que ciegoa nos entróla al albitrio de la niujer, adoraMe esfin- 
je, delicioso fruto del árbol prohibido, esenda del bien y del mal, 
manjar tan esquisito como caro. 



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na 

Súbito dtÜMB TÍ[»acionea, nobaa cadenoioaas y acmorae, inundan 
el Aore de anoonla, rcmoatándoso k la región celeste, acarician mi 
oido; calla para escuchar, mí compañero hizo lo propio, y ambos, cc«i 
la vista fija j atento el oido, buscamos el origen de esa música; pero 
en vano, nuestros boya dominan profundamente en. la antesala del 
Kiosco, aislado en medio de un jardin, que me servia de morada, 
aialamiento que excluye toda idea de vecindad: jqui^i tocaba? [C|iiién 
era el misterioso artista' que eetremecia las máa delicadas fibras de 
nuestro corazón con los sonidos de su arpaí — Agotado el discurso, 
convinimos en que soñábamos despiertos 6 que el grato ruido era 
e&cto de nuesb^ mismo atolondramiento; mas, al recoger la- caza , 
tirada en el suelo; sintió mi amigo vibrar en su mano un iiuttru- 
mento y, registrando las piezas muertas,-'halli5 ou arpa etílica, ta- 
maña como una burbuja de jabón, admirablemmte trabajada, ocul • 
ta bajo la cola de la paloma. 

Reden llegados al pab, esto nos pareció una &ntasia extrava- 
gaidie del carácter chino, un capricho de esos niños de blanca cabe- 
llera que acabo de describir; luego supe era ima medida ben^ca, 
salvadora, que libra las palomas de las garras del buitre, volátil tiui 
antifilarmónica como rapaz , que á bandadas las persigue y ahu- 
yenta el trémolo estridente ó el quejambroso acento resonante, se- 
gan la rapidez de las aladas músicas. 

En el gran mercado de la calle circular se venden también pri- 
morosos objetos i^ arte, esmaltes, pieles de marta y de zorra azul, 
muebles de laca roja, colosales jarrones de porcelana y de bronce: 
sobre todo pequeños elefimtea esmaltados de blanco llevando á gui- 
sa de silla torrecillas de oro; pero i, exorbitante precio, más caros 
que en Far^ y en Londres, las bolsas modestas no permit«n satia- 
&cer el capricho de un marfil, una laca ó un encasillado antiguos, 
más, en fin, bu aspecto recrea la vista en compensación de lo que el 
ol&to sufre, sentido que debia suprimirse en Fe-king porque... 
leómo decirloí... Sin embargo, callando Mtariaá mi deber de cro- 
nista. Según BoGcacio. 

Tatto sipuo diré ■ 
ma bisoffna sapere 
é eome á gwindo. 

Ahora bien; la ocasión de hablar de los olores de Pe-king es 
esta, y he de arrostrar loa peligros de la Bttuadoo. que me crea su 



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174 . 

fiLdole uanBeabaiida, pidiendo al cielo laces ptus encontrar una for- 
ma adecuada, tolerable al menos, de decir cuáles y cómo son. Su 
infección depende de la costumbre, tradicional en los diinos, de 
regar lu calles con las ^iias más aúcias de sus casas, y resalta que 
la atmósfera se impregna de amoniaco, ácido cuyos gasee acres y 
mal SIDOS, evaporándose, envenenan el aire reepirable. Lo peor del 
caso es qne secan delante de las puertas unas tortas largan, oblon- 
gas, negruzcas, hechas de arcilla j de otro ingrediente iimombra- 
ble, cortadas en forma romboidal, como el carboa de pieda; ese 
c(»nbuBtible barato, pero fétido, arde en sus' cocina». Ni una palo- 
bramas. 

En la gran metrópoli no hay fondas europeas; existen, sí, en Ja 
ciudad china, resíauranfe abiertos al consumo de los indígenas, y 
en la ciudad tártara mesones como el de Yang-Sun, donde pasé una 
noche toledana con el conde M^ean; asi es, c[ue el viajero ocáden- 
tal ha de alojarse en las legaciones extranjeras. Rusia, Inglaterra, 
Francia, Alemania y los Estados-Unidos poseen magníficos pala- 
cios, residencias dignas de sus representantes, con generosa hospi 
balidad abiertas á los representados, explendidez q^ue da prestido 
y no es cara, porque estando prohibido á los europeos residir en Pe- 
King los raroB visitantes nO hacen más que pasar. 

España no tiene ni una choza, y bu legación se hospeda en Fa- 
Kwo-Fu, palacio de Francia, viviendo de prestado en nn país don- 
de debia ocupar bl rango consiguiente á la importancia de ma rela- 
ciones políticas y comerciales establecidas por la proximidad de las 
islas Filipinas. Abandono que no se comprende y suscita la sospe- 
cha de que nuestros gobernantes hap perdido mucho tíetnpo hace 
la noción de nuestra política exterior, haciendo mal entendidas 
economías en el servicio diplomático, sin tener en cuenta que cuan- 
do una nadon es menos poderosa é influyente, más debe esmerarse 
en la elección de sus agentes y en dotaxlos de suficientes medios 
.para que no hagan ridículo papel entre sos colegas ni, sobre todo, 
ante el gobierno cerca del cual están acreditados. 

Es indudable que la carrera diplomática requiere especiales co- 
nocimientos y distinguidas cualidades de carácter en los ftinciona- 
rios que á ella se dedioan; pero es también esencial la cuestión de 
forma, de elegancia, de confort y ha^ta de lujo. Los negocios más 
arduos suelen resolverse á los postres de un gran banquete: la hu- 



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■nanídiul es ton ñaca., gue usa buena digOBlion predispone tí siu in- 
divídaos á la benevolencia; paes bien, un enviado español, por máa 
uxbraordiaaño y plenipotenciario que sea, no puede dar ni un al- 
muerzo (í la fourchette, porque no Üene vajilla de plata, blasonada 
con las armas de su pafa, carece de numerosa, inteligente y atenta 
servidumbre, y á veces habita una modesta casa, cuando no en la 
fonda, por la sencilla razón de que está mal retribuido; esas cifras 
de seis, die^, quince y veinte mil duros que asustan por su enormi- 
dad á nuestros diputados rurales; habituados á no vit^ar y á sus- 
tentarse con el prosaico garbanzo, son insuficientes cuando hay que 
alternar con ministros ó embajadores cuyo sueldo varía entre trein- 
ta y sesenta mil duros, aparte la casa propia del Estado, los car- 
riuges, el mobiliario y otros accesorios, fausto de que podrían pres- 
cindir las grandes potencias, las cuales tienen siempre razón aun- 
que las represente un ganapán, porque son fuertes y au beaoiti 
apoyan sus reclamaciones justas é injustas con buques de guerra, 
siempre dispuestos á ir donde necesarios sean, cosa que tampoco 
pasa en España, cuya numerosa escuadra no sabemos para lo que 
sirve ¡ahí si, guarda las costas, y, sin embargo, se hace contraban - 
do, y, si alguna vez hace presa, acontecer suele que se la arre- 
bate un barco extranjero en aguas jurisdicdonaleB. — ¡Es Un pro- 
digio! 

Empero, dejemos Is marina entr^ada á su dolee /amiente, 
para seguir enumerando las malaventuranzas de los diplomáticos, 
españolea 6. quienes no cuadra en todas sus partes la definición que 
de la clase, en general, hizo el príncipe de Bismarck entrado entró 
en la carrera como primer secretario, encargado de negocios de 
Prusia en Francfort, son, decía en carta conñdencial, unos señores 
muy bien educados , correctamente vestidos, sometidos al r^^en 
de las grandes cruces y de las trufas (1). 

f... lástima grande 

•que no sea verdad tan belleza.' 

Lo cierto es que el diplomático español posee las cualidades 
atribuidas á todos por el gran^cauciller alemán, eutre ellas la pa- 
^on dé las bandas, que le gusta lucir; pero, en cuanto á las trufas, 
solo usa, y quizá abusa de ellas el rico; si no lo es, las come úiü- 

(I) Dcua: C%afl<3«jji«r<, por JolÍAn KUozko. . 



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oamente en lo* baac|iietie8 oStñales. Aderaáa ha do Mr may actnto 
para adiviniu- secretos de Estado qae niagua confidente le revela, 
pues cuestan caros, y solo en casos muy extraordinarios se libran 
fúndoa á un embatador con ese objeto, lo cual justifica mi frase de 
las economias mal entendidas, respecto al local de las legacionee; 
esta última, aobre todo, ea despilaro en vez de economía, y lo de- 
mostraré: el gobierno asigna á cada jefe de misión diez mil reales 
mensuales para casa y gastos de instalación; este es un. gasto per- 
manente, mientras un edificio y un mobiliario propios del Estado 
seria tan útil, más decoroso y más bai*ato, p'orqne del millón anual 
que ahora se gasta prÓ2Ímameate en material para todas laa lega- 
ciones, nada queda, y si cada año ae comprase una casa, el capital 
estaba en pié. 

En Constanünopla tenemos un palacio de verano con magnífico 
jardín, regalado por el sultán Selim á fines del último siglo, siendo 
embajador de España el margue de Almenara; mas, qué digo, 
palacio, tenemos sus ruinas, inhabitables ya, por no haberse repa- 
rado á tiempo. {No seria posible reedificarlo? — Pues posible y has- 
ta fJSdl es adquirir otro ea Fe-Kiu^ bu coste no pasaría de 30.000 
duros, cantidad no exorbitante para ej tesoro de Manila, capital de 
las islas cuyo tráfico con la China es causa únjca casí de que ten- 
gamos allí una legación y varios consulados, pues asociante pe- 
ninsular no hay ninguno en el Celeste Imperio. Eso aumentaría la 
oonsiderfuáon de nuestro representante y su influencia sería igual á 
la que fuercen loe de las demás potencias, enviando frecuentemente 
í los puertos chinos guerreros buques de alto bordo que se pudren 
en Cavite por no consumir carbón; otra economía mal entendida: 
por ahorrar un millón el comercio, pierde quinientos, y las adua- 
nas recaudan menos. 

De buena gana desarrollaría las ideas que someramente acabo 
de exponer; mas sé pierdo mí tiempo y á Pe-King me vuelvo. La 
TÍda diplomática en esa corte no se parece nada á la ceremoniosa 
y reservada que impone en las demás la lucha de influencias; aqui ' 
nos tratamos con una confian^ fraternal, liija de la necesidad de 
sobrellevar con paciencia este destierro, concordia que no se opone 
al severo cumplimiento de nuestros deberes oficiales, porque en 
China nuestra misión es idéntica: difundir los principios civiliza^ 
dores de Is^ razas latina y sajona é imponerlos, ú menester faere, 



jvGoo'^lc 



vn 

por medios pacifico* & U, nnimtamte ra^. de cob|e;.coiijEbrinw to- 
dos en el fia, hay giiB di&rencias de apretóacion j de «ucema, exis- 
tiendo dos corrientefi, uoa rusa y otra an^o-&anceaa, difeieocias 
hábilntente ezpLdtadas por h» Eitodos-XJtúdoa que luchan con v^i- 
tf^a; su minislaro, ÍÍ. Budúigaine, habla el chino y cuenta c(»i la 
cooperad.ou indirecta, no meaos eficaz por eao, de altoe funciona- 
ñoH amerioanoB al sorricío del emperadoi*: mu eabo no embaraza 
la acción de sus colegas, el objetivo es di mismo y con tenacidad se 
pemigne; 

En 1&70, el honJwe.máa influyente era M. Bob^bo Hall, ins- 
pector general 4e aduanas; Hombre de genio, á su iniciativa se debe 
la organizatáon de esos establecimientos montados á.Ia europea, ser- 
vidos por earopeos á cual más probos, actíyos é inteligentes, qyip 
hacen núlagros: ovando estaban administrados por los chinos , el 
Tesoco páhlioo solo percibía algunos cientos de duros, las nueve 
d^mas partes de los exorbitantes derechos do importación y ex- 
porbaáon iban al saco de lo» mandarines locales. — ¿Si estarían por 
allf el ma^hamadorde Plálaga, )o9 administradores mandados pro- 
cesar por el Sr. I), José Garcia Barzanallana, y , qjgunos vistas es- 
travÍBB^os que el Sr. Gancio Villa^iil conoció en la isla de Cuba? — 
El caso es.qoe el gobierno chino recauda, gracias á la reforma, de 
sesenta & ochenta nuilones de pesetas anuales, en los trece puertos 
abiertos al comArcío europeo; ingresos á Cjuiyo lado son bagatelas 
los sueldos de los empleados c|Qe cobran diez mil pesetas para apren- 
der la lengtta china el primer año, qtdnee mil el abundo y teice- 
or, y teiote ó veinticinco los doe^siguientes , pudiendo ascender á 
sah-^Mmisarios de uno de los trece puertos, con cuarenta y cincaen- 
ba mil, y hasta comisaños efectivos con setenta y claco mil. Casi 
uiia posióoQ aoaal envidiable, si caí Güna huUera miserea y uno 
tuvienevocaeiott de aduanero. 

ShangrHai, Yu-Chao, Kun-Kiang ,' Cantón, Tui-uan, Tum- 
Sué, Chin-Kiang, Swa-Tao, Ning-Po, Chi-Fu, Emuy, Hun-Kao, 
Tieai-TsÍQ y Kin-Chuang, son los puerto^ abiertos al comercio eu- 
ropeo; en ellos entran cada año sobre 16.000 buques, cuya medida 
alcanza siete li ocho millones de toneladas. Calculando por qain- 
(|U«úo8, los i'Ggiatros de las trece aduanas arrojan estos datos: 
Importaciones anuales,. 60O.OÚ0.O0O peaetas. 
ExpottjKáon^B, éao.386.000 pesetas. 



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I7B 
Der^^áMM toiXaáadiM, 70.4<8lOOO p OMt M. 
A grandes nugDs octtuid^rado el ocHneido ocm Esn^ y la In- 
dia, figura en laa itnportaoioDu: 

Opio por 6.000.000 kiltfgramo», valor 500.117.100 pentas. 
OdIobUs, 7.500.000 pieau, TiaorS4i6.SOO.UO pesabas. 
Bu lu ezportacionei figuran: 

El tM por 78.408.135 küágruBoa, valor, 213.500.106 peMtas. 
Para Ii^laterra, 148.101.586 pewtns. 

1a seda por 2.460.921 kilogramos, valor, 15S.542.290'peaetas. 
Asombra la cifra de pfezaa de algodón, mas no e« oxagsrada, 
porque millonee de chinos vúten esa telA &bricada en Maochester, 
complifnado la profecía hecha por el plcmpoboteiaño ingl^que fir- 
mó el tratado de Nan-King en 1842, cuando anoiudó á sai compa- 
triotaa la apertura de an mercado tfui grande, gua todas las fabri- 
cas del Laucfuhire ílo baatariau para vsstir ñus de sos provincias. 
También te Importan de treecientot á coatrocieiiíos mSlonc» de 
^njas europeas, novedeiüíos de fósforos alemanes j millarM de 
et^aa de múúca suizas cada año; ea camino la China ezpocta drogas 
meiUcinales, como el ruibarbo y la^semilla do flor de 15a, por valor 
de un xoillon de pesetas, precio indígena, aumentado Iue^ por los 
finrmacéiiticos c[ne nos laa revenden diez veces nuU caros. 

Iio único que embrolla un tonto los negocLOa oomeiciales en 
China es el cambio, infinitamente variable á causa de lo complicado 
de an EÓstema monetorio. Fúndase este en el piincipio del peso de 
los metales; la unidad es el lia/ng ú onza china de plata, llamada 
por los europeos iael, orryBa subdivisionee, con arreglo al úteuui 
dedmal, son tesiem, fen, U ó tma, amdorin y che^eea wagaa los 
extranjeros; este último valor so ropresenttr por una pieza de cobre 
que es la sola moneda efectiva y diculante en los mercados cliinoi: 
los demás valores mencionadoa no tienen expreaioH material) no 
hay piezas acufiadas con hub nombres; aon pura y simplemente 
unos signe» convencionales que denotan cierta cantádad de lingotes 
de plata, cuya ley también varia, úendo la más btya de 10 por 100 
de cobre por 90 de plata. 

!E!1 tael pesa 37-122 gramos, y equivale á 27 reales y mete cuar- 
tos de nuestra moneda antigua, tomando como base el cambio ordi- 
nacrio de 72 tael por 100 duros; de modo que la plata es líoáa laeoí 
ana mercanda que un signo legal de v^(»Í'SB -precio oseÍla« nece- 



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BMÍ <y n Qnliig)«egBalM.oÍTcyi¡tii^i^^ 

gpIÑei^ U) adnptfk en po^ 4e pont^ribucicinee ü p6roB dem!h9^ 
vaLuáadoló en 1.000 ehapeoaa, en las traiuac(^o;ie8 particnlares Be 
compnt^ por 1.680 á 1.700. 

I^ fohoffetxf es da fpnn^ redonda, diámetro de. unos tres cuartos 
de pt^j^ada, con agujero en el centro pai^ ensartarla en una tomi- 
sta fí brac^ai^é grsaiet^ con QbroB ciento; su {teso 4.157 gramos. 
Iileva «1 el anverso dos oaract^ea chinos, indicando aa yi^or l^al 
y áainbos lados el nombre del emperador en escñturanuindchu; ea 
el cevcgno ciiatro caracbá'^ ^ue dicen: -imoneda comente del 
Tnag-^Iii.(iaomb¡re del emperador). ri Debe.serde puro cobre; maa 
la adftl^eran poezcl^ndola con hierro, plomo, arena y obras mate- 
riw.extiiagaa.qae nose coniabe, moneda n^ás vil. 

Bidaia?rain^te,al valor atñbuido por el gobierno al tael, 720 
chapecas ec^níyalfl^Di ^ >W duro; maa, despreciada ..como eatá la 
-tntmed^de cobre, el mejicano vale de 1.100 á 1.200 chapecas. 
Hay, ima^afta 4b nxoneda en cad^ capital de pi-oyincia y se acnña 
de ói!d«n^ saperior con los mpld^,qne envía la administración cen- 
tral, depand^cia fítil y ^t<^ indi^enstible en to^ nación biep 
org^owf&d^ pero ocasionada á.grandles ábraos citaiido e^ nación 
mb& r^da por iu;i gobierno tiránico: así, en China, dorante el pe- 
núltimo reinado se acuñó monet^ id^tiqa & la anterior, excepto 
-aa pespK %iie es. doble, en todas las fiíbricas imperiales, sobro todo 
«ni lafi' del Norte, y por un simple decrefK} gubemM]^e.nt4J aede ha 
dado nn val<» dWnlo del. qaeagneUa tiene jmiseiia! El cobre se 
fti)ai9o|^iiente ea el comerdo al por m^on las grandw tomsaccio- 
-n^.peihaQen siempre con plata, ma gne nunca intervenga el oro, 
-Bagan 10:qq8 yo he visto y Aprendido. 

Sl.valor déla moneda sabe ó baja cuando litigan los vapore?- 
eoneoe, según las notíciaa j|ue traen de Europa y de 1^ Indjaa: á, 
mi llegada é .Shang/Hai , el íoeí valia siete pesetas; algunos días 
dq^puea 9íril(ií ,un tfu^iíe i^iglós y lo. eleyó ■ hapta 35 .céntimos mis, 
lo(}aald4^1tt^-,á ^ aglotagea: giranse letras, ae lw»n compras 
de los g^^ros más. solicitados, se renden atiu'^oB de gue hay tai- 
nos 4emaitda y ae,reMi^Q port^tqsoB aegficios. Es.cae^ionde ye- 
locidcdi yt ccimprendiéndolo así, dos g^sudeft caws de comercio qq 
. ^iang.>H»i ^ncar^^on á Q^at^w cb]^. soberbias nav^, popo csnco 
yffl^i^ ffl ^uii ^ , .^techas ospi^WJfieBJie para an^, m^s |^epc|}a 



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que loe correos y anláciparse á ellos vwnté 6 treinta^ horas desde 
Hong-Eong, coaa íácü no lleraado más cargamento qoe túia carta 
para nn agente de cambios. 

Bate, Babieado el secrebo, acomete & mansalva empresas airiea- 
gadaí!, temerarias, aparentemente, y que en el fondo son tan se^- 
raa como las paesbas de un jugador de ventaja: compra thÓ á cua- 
rei^ duro» el c|aintal, porque le consta qu6 al dia. ñgaieiibe Bubirá 
á cincuenta, vende el opio cuando calcula qna la caja bt^ará de 
cuatro mil peaetaa á tres mil quinientaa, y de esa manera, vacian- 
do au almacén, atestado de ciertos güeros para Uenarlos de otros, 
ganan sus capitales un interés enorme. Oon decir que Kna de eaas 
casas pagó la construcción de su barco, dos millonea de pesetas, con 
las ganancias de m primer viaje, basta, me parece," para juzgM' de 
Ift importancia de ese tranco rápido, eléctrico, desleal; pero d co- 
merdo se parece á la política en que no tieno entrañas. 

No ae crea por lo dicho que la CJhína es una mina de oro; ape- 
nas lo es de cobre, y muchos temen no sea sino de plomo, andán- 
dose en que el thó ha perdido un 6 por 100, y el algodón por ela- 
borar no encuentra compradores; yo no abrigo ese temor , el paía 
tiene inmensos recursos naturales y está por explotar; conveügo, 
tí, en que hoy ofrece estrecho campo al genio especulador; pero, 
mañana, cuando el gobierno chino conozca sus verdaderos intereses 
y permita la explotación de las minas de carbón que hay en el Fe- 
Tchi-Lí y en la isla de Formota, todo el comercio prosperaría ad- ■ 
quiriendo gran desarrollo merced & tan poderoso auxiliar. El car- 
bón es el al& y el ómega. de la indosbria, ahora se importa de In- 
glaterra á precios &buloso8, hasta diez y siebe y veinte duros t<Hie- 
lada, lo cuíd encarece enormemente 1<» fletes, y en cierto modo, im- 
posibilita el establecimiento de fabricas cuyos artefactos ae muevan 
- por el vapor. Empero, semejante edbuadion, jes, puede ser, se concibe 
quesea durable?— ■¡No! ¡mil veceenot... el impulso estádado, y sáann 
existe en la aduana de Fe-king un gasómetro, alimentado con car- 
bón de Cardiff, hallándose tan cerca, quince á veinte kilómetros, 
las minas del Fe-Tchi-Iá, si un gobierno testarudo, inepto 6 egoísta 
prefiere gastar locamente á comentir que se utilicen esos ricos filo- 
nm ¡ay! de él: un país que respira, aunque no sea más que por bo- 
canadas, los miasmajü viviflcantea de la civilización, un país que sien - 
te 1& influencia europea, unido como está á nuestro continente por 



jvGoO'^lc 



181, 
an ca^le elenco, un país que admite el teI^p:afo y 1a y^ fórrea, 
ha entrado, aJ fia, aiinriue timidajuente, en la senda del progreso, 
cayos ineluctables leyes ae cumplen á despecho de lá tradición y de 
laa malas artes empleadas por loa interesados en detener au m^ea- 
tuosa marcha. 

Dijo Arqoímedes: nd^me un punto de apoyo y con mi palan- 
ca moverá el mundo á mi arbitrio, n — Pues bien, yo que no soy sft/- 
-túo, ni siquiera geómetra, digo y sostengo que el punto de apoyo y 
la p&lanca'del mundo moral, son el vapor y la electricidad, des 
fluidos, impalpables como la idea, y como la idea expansivos. Ella 
cunde y se propaga á trav& de los etéreos espacios de eae mundo 
moral, como ellos trasmiten noticias ó trasportan mercancías exó- 
tJcas de una comarca & otra muy jemota, venciendo los obstáculos 
material^ del mundo fiúco; solamente la idea es antorcha reful- 
gente, divina luz, reina del universo, espíritu animador del género 
hmnano, y loa fluidos son, como todo lo que es materia natural ó 
artificial, creada 6 increada, sus humildes aúbditfta, auxiliares muy ■ 
útiles ciertameate: un principio justo, una máxima fecunda en bie- ' 
nee para la humanidad tiene, protegida por ellos, fuerza incontras- 
table, la flierza de la razón y de 1& justicia, aiite cuyo imperio ceden 
ó sucumben todas Iss intransigenciaa, todas las intolerancias, sean 
poiiticas, económicas 6 religiosas, que todas soii irracionales por- 
que son hijas del fanatismo y no hay nada más irracional, ciego y ' 
, absurdo que ese sentamiento perturbador de todas nuestras facul- 
tades mentales, inclusa la concieiicia- 

Oti-o detalle, verdadera calamidad del comercio chino, es la ins- 
titución de los compradores, que sirven de intermediarios entro el 
negociante europeo y el productor ó corredor indina. Imposible 
tratar directamente con ^tos; esa honoi^able corporadon, necesaria 
en fiempofe anteñoros á la admisión de los extranjeros aJ tráfico con 
el Celeste Imperio, se sostiene hoy sin razón ni pretexto que la jus- 
tifique y aumenta los gastos de cada transacción en un dos ó tres 
por ciento; suelen loa tales compradores entenderse con el produc- 
tor ó el tratante chino, cuya proverbial tenacidad triunfii de la 
imptuñencia ób nueetro carácter, irritado por las rivalidades dema- 
siado £ieouentea entre loa comerciantes europeos, poseídos de vio- 
lenta fiebre en este Eldorado de la especulación. 

El mal se curará cuando esos laboriosos mercaderes se deddsn 



LíiqmzoübvGoO^IC 



& aprender la lengoA del país, imitaiido á los empleados ea adott- 
ñas; no hay otro medio. Entr^anto, inglesee y uoite-atíieticanoif 
son aqní, como en todas partee, los reyes del comercio; la Qrau Breta- 
ña, envía muchas y variadas meicam^as que, realizadas en cnainto 
deeembeican, JhcUitaa el nomerturio preciso para adeiitirir géneros 
ii^igenas expor(a,bIefl, razón por la cual Londres signe siendo el 
depósito general de articnloa importados del extremo Oriente. 

Iios norte-americanos, por su parte, han cubierto la costa de 
boques may superiores, sin dada alguna, á los ingleses, teniendo 
adwnás la ventaja de que sos ñver ioata (1), vapores de dos mil to- 
neladas y con varios pisos, suben el rio Tang-Tze-Eíang, llevan- 
do de Shang-Hflá & Haing-Kao, ei decir, al fonde de la China, sos 
cargamentos, mientras los otros los echan á tierra, donde, en car- 
retas, se trasportan al punto de su destino, llegando, natoralmeiite, 
más tarde y no en tan buen estado, lo cual, unido á la presencia 
de una escuadra más hermosa y fuerte que ninguna de las que cru- 
zan estos mares, da gran preponderancia al pabellón azul estrella- 
do de plata. Resumiendo, el comercio eebá monopolizado por e&as 
dos grandes potencias marítimss y por las Indias; Francia impor- 
ta ideas por medio de sos misioneros; Espafia no esporta ni ímpoi^ 
ta nada: sus propios vinos van de láverpool 6 de Marsella y se 
venden con etiquetas de Sherry 6 de B&rdeantx. 
XI 
'El Xeatiw Obino. 

Qas lea Atheoieni etalent na peablo áiinkble! 
Qae leoT esprit m' enclumte, et qne leura fiotkms ' 

Me font simet le vrai sooa lea traits de Ik fable. 
Ia plHR b'^B, ¿ men gri, de Ism iimiitiau 
Pat oelle du théntre, ou l'on Uatit tsvÍTre 
Les lieroa da riem tamps, lears maeoTs, lenn psakioni. 
VoDS TOJOS aiúoard'hai tontea lea natioiu ^ 
Conaacrer oet exemple, et aheroher i. le eoItA 
Le ttéatie inatruit mieoz qae ne fait nncrot livre. 
MalheoT anx eapriti faui doat laaotterigueiit 
Condamne par mi noai les jeui de Metpomdae. 
Quand le del eut fonué ceUe engesnoe inhúmame. 
La natnre oublia de lui donner un oOear, 

^ (VoLTAlas.) 

El antor dedara que la primera lectura de estos venot le sumió 

en profunda meditación. jOómo, se preguntaba, yo caresoo de «na 

viscera tan indispensable que sin ella la sangre no árcala? — No, 



(1) BsroMflnvialea. 



)vGoó<^lc 



Wr 

noevpoi^U*, 3ro üvUo (¿rvolar Iftiaia himcnAa, úpi^etnoeía y, ni 
como Dewartea. d\jo: pienso, lu^po eáabo; paedo áficir jo: TÍtQv 
luego tengo oomzon y ooarazoa Heoaible, boda ves qaa ha ■mtídct: al 
méiioa sesenta grandes paaioneB, un conbar loa efineroa oa^chos. 

Sin atabwrgo, ol teatro nada,iaQ eojuiU^ ao me parece escuela 
de costoBibrof , aino el reflajo de la# da la sqded&d en cada ^loca^ 
adem^B ¡^06 horcigíal el teatro, pea ser teatEQ, no me divierte; ai- 
gana TOE río, pero Donea lloirú; j el caso ee.^oe tampoco soy inhu- 
nuuio.'. 70 he hecho el l)iea ^ue he podido, religiosamente cumplo 
mis debwei, conatáen^emeate 6 nodje he dA&ado, íenbínoes?... En- 
teoces, respondió ua eco, el eco de qna vo^ pura y argeutinai, 1^ 
TOK de una vu^er superior, como en el mundo hay poqap, sucede 
gne Yoltaire tiwie raEoa y- tá tamlñen; él hablaba para el valgo 
dfriqi vaotiütíeB, eoos gentes que goaaa y sufren en nn espectáculo, 
idantii&s&Bdose con los persomyes escénicos; esas personas que kib- 
len cMi ^i ft'*!' ! el argamento de inverosímp- cuando presenta una 
situación tu> qosamí y que ellas nunca han visto, oído ni leido; qbos 
individuos aae ae extasían oontemplando un bosque de cartón, una 
cascada da <aÍB(al ó un firmamento de percalina, puyas estrellas 
aoQ. de Telvuñeute lata; esa r^taa especial que cree divertirse viendo 
cada dia una funden teatral, aunque ^ea la misma siempre. 

Sediiigia también & ese medio social popp ilustrado que, real- 
mMibe, ^^rende en el teatro historia, literatura, costnmbres y hasta , 
maneras; tampooo negarás que los ejemplos de virtud proniada y 
de vicios castigadoe> así como la evocación de heroicos personajes 
con BUS Boble».rasgoa y la expoúcion de ideas elevadaay gmerosas,^ 
sean tílálee á moltUud de espectadores, enseñándoles tpi^yinitu^ mo- 
rales y filosóficas. — Es exacto, no lo niego. 

Vm, prosiguió, nn hombre instruido, de recta concárauda, quf 
ha vii^ado mucho y quizá haya vivido más no se halla en ese 
cseo, por artista y literato que sea; loa espectáculos públicos, 
necesotiamente bollicipsos, armonizar no pueden con la Índole de 
nn hombre pensador cuya tendencia es á reconcentrarse. Luego 
iqué fiístuosa esplendida decoración, qué exótico paisaje, qué extra- 
vagantes trajes, qué costumbres raras asombrarán á quien ha visto 
la bahia de Ñápeles, el Bosforo, Stambol con sus mezquitas, sojí 
KcsoBÍB (1), sus yaUe (2) y aua harenes, iluminado todo por el sol 



<i) 

&t Ohh da oampo «difioidaa t oñllsB 4el Bosforo. 



)vGoo<^lc 



de Onmte, el mar tttqo y la cabanta del Niitgar», los d«8Íert<M de 
Afinca y las pompas de la rica Te^etaoíon india, los OManos 
Indico 7 Padlfioo y las nevadas cambras del Chitaboraao; el Hima- 
laya y el Lfbanot ' 

Y, respecto de alimentos, dirá lo misino: la penosa que co- 
noce ei teatro griego y de memoria sabe las d^ca« obras de km 
grandes autores nacionajes y extranjeros, OaJderon, Lope de Vega, 
Morete y Tirso de Molina; Sohiller y Qréthe, ^kaapeme, Racine, 
Moliere y Comeille, de nada se sorprende y tíene dereabo á -excla- 
mar: pvihü novwm, m¡b míe! — En cnaato al moderno teatro, reco- 
nocen los más eminentes críticos c|ue está en plena decadencia; bay 
todavía en España poetas Ifricos'y dramáticos: la potente mtisa, eí 
estro vigoroso, él talento creador de Echegaray prodama docnen- 
temente su existencia; pero actores, en el rigoroso tecnicirano de la 
p^lun, ^rmane pnede qtie no teBemos mnguno en España, lo 
cual no quiere decir ^ue niegue la capacidad, d relativo mérito de 
las medianías qne ilustran nuestro teatro en esta época bu& y des- 
concertada; á mi entender, eso conaíate en que el genio español, al- 
tivo y serio, no se presta, como el carácter &anc^, al bistricmismo. 
Aun trasciende, aunqne may dlümulada, en nneetroe caraetáres la 
antigua proverbial gravedad castellana.' 

Finalmente, un hombre que ha sido actor ó testigo de (antoe 
dramas y comedias vivas, no se preocupa apenas de las íarsas tea- 
trales; frecuenta, sf, los coliseos, por seguir el' curso' 'de las Ideas 
predominantes ó en boga; conmuévele sólo y fija su atención una 
de eeas situaciones fuertes, de gran colorido, esiiraias de alto relieve 
que interesan y cautivan el ánimo durante un momento; mas cm- 
fieso, que yo, pobre mujer ignorante de todo lo qué no sea amar & 
Dios sobre todas las cosas y al prójimo (noá las prójimas) como á 
mí misma, sentir las agenas desdichas tanto como las propias y 
.consolarlas, si puedo, hasta con mis lágrimas, compadeaco cual tú 
y tengo en poco á esas naturalezas que, inmóviles en su asiento, 
gemelos en ristre, sin pestañear siquiera, miran' atentos los hedios 
y gestos del justor declamante, sin perder el menor detalle He 
dicho. 

Gracias, angelical criatuia; tu disertación amena y erudita. Cu- 
yo mérito realza más su brevedad, me ha dado la fiíerra ■ moral que 
me &ltaba para acometer la empresa de describir el Teatro. Ohino. 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



IflS: 

Dos {HÜMÍpalea hay sa Fd-Eiag, á aaber: el Yea-Chlen-Taag 
y al TarCSia-Lan-rli, en ellos se represeotan l«a obras más ielw^^aa 7 
stu localidades bod may disputadas; yo no pensaba ir & nin^no, 
povgtie había aostido & varias ftmcictikea teatrales «u Cantón y en 
Shan^Hai y me &stidiá ed todas, no obotatiiie C[ae allí los residen- . 
bes eoivpeoB han libentJizado oon su ejemplo las costumbres; aaí e^ 
C[ue á peaar de loa ñbos c[ue escomulgan, oomo ai dijéramos, & toda 
tni^er bastante osada para dedicarse á 1a carreafa, escénica,, hay acr 
trices cuyo mérito artístico no ja^;ar¿, etpowr cause. Abandcmando 
BU critica á ios letrados indigenati, me concretaré á decir qae son 
bellas, basta cierto punto, bellezas tnongÓlioas, divinidades, según 
la eefiética efaina, nada avaras de sus encantos y lujoaajnente ata^ 
viadas oon vesüdos de seda aaul celeste, rosa 6 blanca; la &ente ce ~ 
ñida con diademas de oro y de cristal, preciotodades que brillan 
también aa sus collares y pendientes, refractando la Uasui; de laa 
linternas que- alumbran el dng-aong. 

A. mayor abundamiento, concurren elegantes damas ligiamen- 
te vestidas 6 envueltas en ñoas pellizas, segnn la eataoion, adorna- 
da su cabeaá con flores naturales é indfd^itemente apoyadas en dos 
servidores gn& llevan sn pipa y sa abanico, am^ de algunos co- 
mestibles. Laudalde previsión, porque & veces dura la función seis 
ü. ocho hor«ui, y es ^rato á los chinos cenar en un entreacto: para 
ellos, uiúi chuleta de perro cebado ó una rata rellena devorada oyenr 
do versos sentimentales y declamadoa. con pasión, ea más sabrosa, 
gusta más que servida á la me«a. 

En Pe-King la« mujeres no representan ni van al teatro; seme- 
jante escandaloso atentado solo se ccHisumaenlas ciudades mercan- 
tiles, abiertas al eomwtáo europeo; la, ausencia del elemento feme- 
nil quita, naturalmente, gran parte de su brillo al espectáculo, 
aunque suplirlo se procure oon profusión de laees y el estrépito de 
una oiqneeta de gongs, violines, trwnpetas de vidrio, flautas de 
-bambú, las castañuelas y tA. tamboril. La annonto resultante de esa ' 
combinación de instrumentos cuyo sonido tembloroso en unos, des- 
garrador en otros, melodioso en algonos.y discordes en todos, figú,- 
resela el curioso lector. 

Esto dicbo, paso á referir como un dia, á la una de su tarde, me 
encaminé al teatro, acompasado por un sabio letrado, ya viejo, de- 
dicado á enseñar el idioma mandarino á jóvenes de lenguas envia- 



t,7c=bvGoO<^lc 



1« 

dMeon em otjeto por vwiu tuuoMM. Bl me h»büi ttntedo di- 
ciátidMoe en franew, pm: HOpoerto, qae ▼aria pieua veidaderas y 
Tefdaderos actores. 

Libados á una eallejoota infecte, oomo todat Ub vim púbUcaa 
de P»-King, me tapé los oídos para evitar ia ezploñoa de mi eor»- 
bro, aturdido por el infernal ertrápito de la ooiuabida orgoeite; to- 
mamoa añento ante una ^eñta oolocada en ana gaJeria de madera 
qae rodea el gran laltm eDadrangolar, y & loa poooa minutos eatoive 
á ponto de escapar: mil ntSrviíw, deraaaiado inaoepbible«, ae crii^- 
ban á loe redobles del gong, qae me estremecían oonvnlñvamente, 
amenazando romperme el tlmpa&o. Vacilé j, al fin, me ^nedé por 
decoro nacional é individual; intréjúdo anfrí la endemoniada &n- 
farria y, terminada qne íaé, abeorbí nna taza de tiié ún azácar, ser- 
TÍda por criados qae recorrm las filas ofreciendo ese calmante, nne- 
oes de Tien-Tain y pipas de sandía tostadas, manjar que hacia las 
delicias de mi acompaüante, cuyas noUes mandíbulas no se dahuí 
ponto de reposo. 

A &lta de mujeres, la juventud elegante, y en particular lo» 
aspirantes á actores, hacen la corte á los peraonages de más cuenta 
que asisten á la ftmoion, «Creciendo de mesa en mesa ana pipa de 
a^^ 6 un vaso de vino de Ghao-Ohvií, bien caliente, á lioni;adoB co- 
merciantes. Su vestido de oi5mio(H es may airoso; el ancho pantalón 
encamado, laa amiles mangas flotantes y las dos plumas de pavo 
real qoe como entenas se balancean á nao y oteo lado de su gorra 
de oro, les dan un aspecto de escarabajos esmaltados de vivos co- 
loree. . 

Levántase el telón, profondo silencio, ae va á cantar un drama 
histórico: Ih-Tohin-l^^, el Ramo de Oro Batido, m decir, prince- 
sa imperial apaleada. 

Entra en escena un tropel de eonucos gritando con atiplada vos: 
ii! ¡il [i!... enseguida aparece el Emperador envuelto en rica bata 
bordada de pedrería, y con suave acento canta. 

"Muéstrase el cuervo de oro en d Oriei^, 
Y ya el conejo blanco ha descendido 
Del lado allá, por Occidente^ 
Ia campana del sol resplandeciente 
Tees veces ha lanzado su- sonldo.n 



)vGoo<^lc 



Lo coaI, en vulgar lenguaje, úgnífíca que lia salido el sol, qvu 
la luna se ha pueabo y que el Emperador sale de búa habibacio* 
nes (1). Lnego S. M. reñere, cantando siempre, las turboleiidas que 
han ocurrido en su reinado:' 

El amante de La/n-Kitei 
Mi amada, Aji-Lu-cHan, soberbio 
Alni de la rebelión 
El estandule sangriento, 
Del ancho rio amañUo 
AI occidental extremo. 
LcMi'Kuei filé presa en Mocao; 
Por su alma pido al cáelo^ 
Pues, en la tumba quizá 
Yerto yacerá bu cuerpo, 
t íQoi^ me devolvió mi tf ono? 
Kuode»-In ccki sos esfUeraoB. 
iSongrienta guerral... 
Hoy i(^ dichoso, pues veo 
Zja tierra tranquila, el rio 
Umpido, el mar sereno 
Y descender el Fong-hoai^ (2) 
Tendiendo raudo su vuelo. 

TJna de las preooupacionee chinas cooaiate en creer que cuando 
es Tirtaoao un aoberano, la reina de las aves deja su solio de nubee 
para b^ar á la tierra; caso más estraño y raro que el íe Sisebuto, 
puesto que solo se ha verificado una vez, reinan.Io el c^ebre Em- 
perador Eang-Shi, si no miente la tradición; y, si fuera verax, he- 
cha estaba la cdtíca de las monarcas chines; veinte dioastfas y 
nada masque uno virtuoso! — Afortunadamente, pasa el tiempo de 
\oB oráculos y la historia do la China registra en sus uialeB, si no 
muchos, algunos prfucipee dignos de reinfir. 

Surge la Emperatriz exclamando: 



(1) La etiq^sts «otigiu prwaribis tiM otiápttiiádaa ooiutdff U OelwbB Emperador 
Be Unatiba del leoh». 

(2) Afoik ■ 



)vGoo<^lc 



Dejo al lol én el exacto, 
Para hollar cea r^gia planta 
Este dorado palacio 
Que hÁ cien úgloa se levantA. 
Tradaocion: Vengo de mi cowrbo & la sala del trono para ver al 
Emperador. 

£1 Emperador.— íQoé tenéis qoe pedirme? 
La Emperatriz. — Vuestro rípido corcel (léase jotuo) ha osado, 
no Bá por qué motivo, golpear brutalmente & nuestra hija. 
Esta es introdacida, y cauta: * 

Ketengo mis lágrimas, 
Ujs aoUoKOB ahogo 
Fara explicarlo todo 
A mi augusto padre. 
El Ehpesadob. De mi hija veo el llanto. 

Hecha pedazos su cotona r. 

Contemplo, y roto su manto. 
¿Es posible, remonona. 
Que hayas reñido con tu espoHoT 
. La princesa. — Escuchadme atentamente: vuestro yerno ha vio- 
lado todos loa ritos; habiendo entrado amache ea paUciu ¿brio per- 
dido, me echó en cara que su padre y él habiají vencido á los re- 
beldes, restituyéndoos el trono. Yo guardé silencio y, entonces, fa- 
rioso me arremeti<5, propasándose hasta el extremo de pegar al ra- 
mo do oro; entre sos invectivas, recuerdo lade ¡joven que ignora lo 
que es rubor! loca que prefiere los vestidos viejos & los nuevos. Y, 
por áltimo, quiso que yo, hoja del ramo de oro, me bumillasQ ha- 
dendo el Kotou (1) ante mi suegra. 

Adelántase la Emperatriz y con voz sumisa y humilde continen- 
te canta: 

Yo, concabina, el asunto 
Le diré al Emperador, 
Sí es que se digna escuchar 
Hi respetuosa voz. 
Sepa, pues, que nuestro yerno 
Ni tiene buen corazón 



(I) Frutton««ioii qae ooiuUte en iooia U tíwn ooo U frente MpiiiM veoea. 



)vGoo<^lc 



Ni compreadÓT le fbddndo 

Ia inchilgeiuña y «1 amor 

Qiie, entre mujer y maridó, 

Debe Ugue & los dos. - 

Solo pccgae Bneetea hija , 

A- BU megra no le dio 

Al llegar m cumpleaños 

Dulce fetiübaeioit, 

Eq sa bmtal aubria^ez 

Con dnrem te pegó. 
El Empebadob (contesta:) Á. la Emperatriz ordeno 

No se ocnpe de este oaao; 

Y tu, hija Biia, ten ealna, 

Enjuga tu triste llanto. 

Yo proreer^ en justicia, 

Si tu eépoao te*ha zurrado. ' 

San más, la hija y la madre 

Ambaa vuelvan á bus cuartos. 
La PbíNCEsa. (etüiendo): ¡Ahí lo gue solo calmar 

Pudiera mi justo en&do 

Es que os digneÍB mandar 

Ai punto decapitarlolt 
El Ehpkiadob. lOfal carácter vengativol..(í«^o grita con voz bo- 

liaaUe.) 

Eunucos, traer ob mando 

AI muy noble Kvadse-In 

Mi primogáiito hermano. (1) ' 
Euodze-In croza la antecámara llevando at^do á bu hijo, que 
silencioBO eaca(^ los improperios vociferados por el autor de sus 
días. Ejemplo; 

EsclaviUo, lo que haa hecho 

Ea propio de un insensato. 

E]l Emperador te amaba 

Como á su hija. Mengúalo, 

iQuién te movió 6, emborracharte 
Y darla después de palos? 



)v Gócele 



«90 
Pronto tsaabert. dAn 

Bodiur. lAyl aoy 01117 e 
' Y mifl veatidoa strán 
£q Toja saiif^ ImSíkIm. 

El huo. Esos pnrfiílidoB mut¡aioa. 

Padre mió, son en vano: 
Escuchad, .por íin suunento ' 
Con at^cion mi xelato. 
Hija es dal Emperadtn', 
Mas ee mi mujer al caba. 
Feaetnre' ea. esta sala 
Y hnmildemenbe postrado' 
. Ante fil monaroa, daré 
Ezplicacjúnn del caso. 
Presente aili c<^ mi padre, 
No habré de ser •desollado. 

El fadbs. (ocmtomdo.) Juicioeas wa tta ?wdad 
Esaa^palabras, y- ciHUido 
El Emperador, él mismo, 
Te interrogue sobreel caw, 
Responde qne la «nbiiagoez 
De que estabas dontinado 
Te impidió ver lo qne haciu 
A BU hija maltratando. 
A ver al Eaqterador 
Ven con tn padre; vea, vanos. 

El ElCPSULlKffl. (al padre.) A tí te^b» mi reiao^ 
Pues ta solo me lo has dado. 
Yo soy un Emperador, 
Tú un mandarín, sin ^nbargo , 
Deltmte de mí no quiero 
Contemplarte arrodillado. 
Al punto un tdlloa de oro 
Traed, eunucos esclavos. 
Pues van el Emperador 
Con el mandafin, entrambos 
A ocuparse diligentes 
De los negocios de Estado. 



)vGoo<^lc 



SL vao. Hit «Mtledtafti^wdittu 

Ms -hienn y mo hwBn daAo. 
Bl EüPKaAIKMl. DecddiBe, t^iá^ eo el hiyo 

De msndaarin atDAmdp 

Ttw de la psertaí 'SgspoaáB 

Tá, pñou^i^bo hanoano, 
SIl pasbs. Eg'ixá hijo iíWai 

Que eaotrntríudMeboizadu) 

Sin mo^vo ni ruea 

A TtuBtra hija ha pegado. 

VMXt, que redba el joato 

Dnjo cíutÁgo, le traigo 

Para qne le áeo^ten 

Por m delito. ^ 

St ExpSBAIxm. Deapaoie 

Pnee vaa demasiado allA, 

Tú, primog^íto hermaiio. 

Una machaciha ea mi hija, 

Kvo-aÁ a un mochach*. 

Dioe un re&nn que por -mucho 

Que un mwTidftrin faere<iái]íú, 
' El gobierno de sa caea 

Le ea nmy difleil, mny ardua. 

En mi opinión Kuo-cñ 

No debe ser caitigado. 

Ennueos, romped al punto 

Sug doTOa eatiechoB la^oe; 

Cambiad Biupreadas de lato 

Por prendas de ooitenno 

El padre.— Doy graciaa al Emperador. (Sntraéí hijoy esepUo» 
ti stuxao de otro modo que »u eapoaa). 

— Mi mujer no c|uiao proBteman^ ante mi padre el día de sa 
cumpleaños, alendo aaf que iuíb hetmanos ineron ánalndarlo oca 



Emperador. — Bien, mi yerno tiene respeto filial. 
Y no sólo se abstiene de castigarlo, sino que premia sus aerri- 
cioH al Estado, dándole una tánica roja con dragones bordados, una 



g,:,7.::b,G00'^lc 



placa conmranoraboría de mi brtn»B»Q^¡f,dwitioa4ü & colgu«e.eti an 
■ala de recepción, «üadiaido . Twa eiyada^ eoa 1* ' cual podiia deca- 
pitar & un Teo antes . dé ^ne en BentenqU se poi^eUv» al ftUo 
de S. M. I. — En esto com^aroce la .oUr^ada esposa, qoe o^e de 
labios de «a egregio padre esta filijñca: 

—-No aalodando hninilda á voeidiro aoegro, habéis faltado al 
Emperador, & loa pañenbw y al Inuido. Os á^.vn. exqniaito vifiX} 
qoe o&ecereis em pmeba do «rrepantámimiento & vceatro sosgro, 
yendo voe miama á ea palacio.-»OB prohibo toItot aquí ña previo 
aviao mió. (Váae la victima.) 

Emperador (aparte). — fvo-oi merecía im castigo, ímas podÍA 
yo dejar viuda & mi hijal — Por'eso he sido nugnánimo y en vez 
de castigarlo le hice regalos, recordando el itilor que tanto él co- 
mo sa padre mootraron en la defensa de mi gran dinastía. 

Ln^^ viene un drama bélioo: cohortes de figarautea cov ban- 
deras de colores varios, según el partído que d^aaden, pasan y re- 
pasan á travái de la escena. P^cipias, armados de punta en blui- 
co, calaindo grandes botas de terciopelo, el pecho cnbierto de bm- 
fiida coiaai dorada, vasto «arc&x. Á la espalda, nu arsenal en el cin- 
t9 y pintada la cara de negro y rojo , resoplan como poseídos de 
violenta cólera, mútaam»ite se insultan y en singular combate pe- 
lean con la lanza ó con la maca de armas. 

Sátóto, cuando más reñida parece la batalla y los combati^itai 
saltan por encima de la cabera- de sus advérsanos , cual ú fueran 
tigres ó acróbatas, se detienen para beber ana taza de thé, servida 
por un mozo, ataviado á la moderna, y d encuito se rompió para 
mi, mas do púa los chinos, que oyendo el penetrante grito lanza- 
do por un guerrero, cuya voz imita el canto del gallo, se animan, 
esclamando ¡hao! ¡hao! (1) signos de aprobacitm arrancados á sa 
liii£Uáca natoraloza sacudida al fín por los saltos , el brillo de las 
armas y el flotar de las bandwoUa. Es la ovación nuqror que acto- 
res chinos pueden obtener de tm páblico inacceeible al coitusianno, 
reservado, apático, &io, egtásta, cuyos nervios no exista, ó ^ler- 
vados están por el opio, el arroz, tos licores alcohólicos y otros 
:cea0B. 

Un chino, sentado joato & mí, me interpela, dicimdo: iHao pu 



jvGoO'^lc 



h4w?—iEtbA biea ó^u^? Contéstele incliiuuulomLcabeaHtyibAtieado 
paJmaa, locnal hubo de«itú&Oeele,.á jan^^ por laisaorisa'^edt-^ 
lató .su boca de oreja í oreja, y a^ui hablando coñ-mi í^io lebmdo 
acompañante. 

Por S. aupe la rasca de que It» papeles todos fisan desempeña- 
dos por hombres. Estos altemaban con laa mujeres an;tiguam«ite; 
mas, habiendo un soberano de la dinastía de Tung , el emperador 
Tchien, tomado & una aubriz por concubina, se' prohilñó al bello 
sexo pisar las tablas. ¡Gran iniquidad! 

Los actores son locuaces, desenvueltos, no carecen de iAéríto; 
pero exageran tanto sus gestos y maneras que la escena más isÁfp.- 
ca la-convierten m cómica. Por ^emplo: ¿un guerrero quiere mon- 
tar á caballo!... Bá magestnosamente algunos pasos, levanta sn de- 
recha pierna, y con ella describe una curva, como poniendo pié en 
el estribo. El público ha comprendido. 

Si el supuesto ^ete azota, con su látigo el aire, ya se sabe qae 
el caballo s^e al galope. 

Un maodarin caldo de la gracia de sn soberano, por el leve 
delito de «imoQÍa, oculta su desesperación en el fondo de un bos- . 
que. Sigúele su madre llevando un lienzo que figura una roca, 
entona su pl^;aña y coloca la roca en un rincón. El hijo, por 8\) 
parte, ha resuelto suicidarse í la china vengándose á la par in- 
cendiando la selva; empuña resinosa tea, la «tciende é indica asi 
que arden los árboles. 

., Blaude la tea, tizna su rostro con el humo, chilla su madre 
viéndole abrir la boca, laorder la llama y caer, ee sobreentiende, 
abrasado. 

Como se ve, los chinos no tienen noción del decorado ni del 
aparato ^scénico. La función terminó con la pieza eu on acto, El 
Bramleie, cnyoq personajes son: 
Shen, viuda de Sun. 
Suií-YU'Tchiao, su hija. 
FvrPang, joven elegante. 
Una vieja, tercera, 

L» jóven^iTriste de mi! Bordando mato el tiempo; con una 
manga enjugo niia lágrimas arrancadas por la pena que me abnuna; 
levanto la celosía y melancólicainente contemplo las Aeres delm^: 
zanillo; no me atuevo á peinazme «erca. dé la yentAD^, mi triste . 



t,zc=bvGoO<^lc 



Biierts'lAmanto 'yme^MrreiHio yo mismo; ^iSaí ^s^o el de la 
májw^ballB.T-Mo Hamo Son- Yu-Tchíao, mtteirtí» mi paÜte, el ha^ 
b«! de m viuda, mi m&dre, ee módico. Tengo diez y ocho afloa y aun 
carezco de marido. — Entregada á la devoción, mi madre se arroii- 
Uad^ante de Boda mañataa y tarde, ' olvidando loa quehaceres de 
la casa mieoí^aa gnema perfames en su altar; de suerte' que no veo 
nacer el dia de mi felicidad. 

La madre. — Quien e[aiera huir de los cuidados del mundo des- 
ache toda preocupación vulgar. 

La inja, — Mattiíí inámo estáis en pié tan tetnpranof ícüal ea el 
motivo? 

L» madre. — He sabido la llegada de un bonzo peregrino, llama- 
do Ban^ng, gue predica en la pagoda Putusa^ y madrugué para 
da la efxiplicaofon de lOs sagrados libros. ' 

La hija. — Ese bonzo no es al cabo más que una cabeza calva: 
madre, ninguna ventaja reportarás de su trato. 

La madre. — ¡Cómo! Eres tú de las que calumnian á los bonzosí 
eitái cfmdenada y en el infierno su&ii^ crueles suplicios. Ahora 
voy á salir; tá no te qnedes holgando, toma una aguja, y á bordar: 
no creo sea bastante la madrugada para purificarme. Espérame, 
volverá al medio dia y prepararé nuestra comida. (Vase). 

La hija {'inv/rm/ura<ibdó}.—Se levanta antes de amanecer, se atra- 
ca de arroz y thé y ala calle afianza, jquém££drasta!~Yo, entre- 
t*nbo, ignoro cuál será mi porvenir, esto me desconsuela, suspiro 
y lloro...- Atención/ «n instante, ¿por qué no he de distraerme xrn 
rato!... Abriré la puerta y la dejo entornada. (Mira há«ia fuera, 
sin cesar de quejarse). — ¡Oh! verme aislada dentro del cuarto inte- 
TÍot, ¡sola ine siento, meacueato sola!... Hecha un mar de lágrimas 
rpiú^o de la suerte de la infeliz que nace hermosa; pero ^conviene 
áunadoncella como yo asomarse á la puerta? — No... Siu embar- 
go, un momento es leve falta... Creo no pasará nada extraordi- 
nario. 

El jóv^n (pasa tarareando). — Nada me diatrae, pasear sin objeto 
es fostidioso [ah! pasemos delante de la casa de la &milia Suti: veo 
una sedhóbora Criatuta, bella Cómo TihóAighá, la divina beldad que 
moi'a en la Luna; rOsbro delicado, tierno, suavecual un suspiro, tan 
Kdl de marchitar como uha fior... ¡ay! á su vista he perdido la 
Cíltna y hasta rf 'sebtído toIQUií.— Mas, n© hay duda, es ta hija de 



jvGoO'^lc 



)• VHid& Shnii SOI mcantiM fiñcoa »□ los primenM d« todo á itn- 
peño y jw>j J''u-}Mn{7, eaiado ooa ella seria feliz, qniaíera hablarla, 
maa no oso, los libos prohiben i una danoella oonveraar cob on jo- 
ven ¡qué dwgradal — (Alaxvndo la vot). 

Aonqoe seamos vecinos, no tengo derecho í ialtar á ka eonva- 
nimóas, oo quino violar una ley sooial. hóamí», nada de ooouin 
tongo con ella; soy hijo de &milía, tengo el oigallo de mi olaae y 
cKpCHieTme no debo á la riaa de los vecinoB; bacilo y mi corazón 
arde. íDeadeOaré la ocasión que hoy se mebríndal... No, voy á fin- 
gir la 'perdida de nu objeto: es baen medio de ll^ar al mattimonio. 
— Fennitádme os interrogue, señorita: ¿vive aqui la mamá Sv/ni 
La doncella. — Si... 

El joven. — Otra pregunta, ai os place: {está esa se&ora en casa? 
La doncella.— -Mi madre ha salido. 

£1 joven. — [Ah^entonoea es Yd. la señorita iSu». Tengo el ho- 
nor de saludaros. . , . •■ 

La doncella.— Os saludo, y, á mi vez, pregunto: len&l es vues- 
tro nombre? ^cuáles vuestros ricos spellidos? {Para qu¿ asunto de- 
naii saber si mi madre se halla en casa? 

El joven. — Mi nombre es Fu, mi apellido Pang, y mi mote 
Ttm-tehoMg; vivo en la calle deen&ente. He sabido que ciiaia lúen 
los gallos, y quisiera comprar nn par. 

La doñeóla. — En efecto, tenemos gallos; pero, ansant» mi ma- 
dre, es difícil que yo loa vemla. 

.El joven. — Señorita, si vuestra noble madre no está es casa, 
los compraré en otra parte. 

Xa dorcella. — Como gustéis, señor. 

El joven. — Me tomo la libertad de retirarme. (Afartt). Me 
quito el brazalete, será el r^^o de novio, lo escondo m la manga 
y al saludar lo dejo caer. SI elía lo recoje hay nueve probalálidar 
des contra ana de que la boda se haga. Ahora rogaré á mi madre 
busque una tercera persona para arreglar el negocio. 

La doncella. — Al partir sonreía, me ha saludado é iidieooional- 
mente dejó caer aa Inrasatete de ámbar. tPor^oé no nos casariamosl 
únitando í lo» parejas de Ibiades mandarines que se arrullan entiB 
los nenáfaroe. De ese modo yo tendría apoyo hasta el &i de mi 
«ódai. 

Una vi^ maguera /jue la ha visto refíp^er Ia;<)^.— Erob 4ob 



)vQoO'^lc 



196 

piÁi^tlos «s sonreiui, anuente es ea pasión, solo &Ua nn li»re«ro 
ptu» ásreglar la boda. La oo^da «nardeoe mi viljo euerpo, mi idw. 
m oobrar cate cwretaje, jcpiiát podría díspat&nnelo? Yo wy madve 
de Leu^piao, el camicero que renda carne de ceido; me llamo Hu- 
ehe, la. mreidora de volunbadeB. Hace un miimte tí ai Miior Fu en 
compa&iá de la señorita Shen; raírákena» con inteoBÍdsd, y él le 
d^ aiguna prenda. Ese calavera «onoce It&ea la galaeteria; pero yo 
•oy maeafara en ese M-te, y el corretaje de este negocio no ae me ea- 
capari, (Bie á, carcajadas). 

jAbl '|ah!... moderémonos; el ioatanbé ee crítico y peligroso 
para ini, coyas rt^sas mejillas van á estallar si oonünáo riendo. 
Ese jovenzaelo no es torpe,y sabe realizar sus fines, maa no me en- 
.gañuán: he sido joven y hatáa lo mismo, ¡ah! ¡ah! ¡ah! 

La doncella.— Esta pnlseía de ámbar btilla & la luz de la lám- 
para, y mirándola, snapiro, llpro y mii lágriiífaa se deslizan como 
perlas. 

La terbera (acercáadow). — Señorita, yo te lo traeré, y Á dia- 
(a«aioa hablareis iesto ie conviene á V.í 

La doncella. — Señora, somos pobres, no tengo prenda qae en- 
viarle. 

La teroera.— A ctunbio del brazalete enviadle unas chinelas 
bordadas (1). 

La doncella:— Mamá, 4>anque estén btvdadas por mis manos, 
íse las puedo enviarl 

La tercera. T—Per&ctamente 

La doncella. — íCuántos pares? 

Ija tercera. — Un solo par. 

Ia doDcella-T-Lo voy 6, sacar. 

Lia teioera (iotaá/^Aolo.) — 'D^itro de tr«6.diaa os tneré la con.-' 



ÍA doncella.— Tomad el puesto de honor, me . arrodillaré á 
vuestrod pies. 

Ia tercera. — ^Es inúül, es in6til. 

La doncella. — Mamá, V. sola conoce esta aventura. Nada di- 
guB aut$s de teouur el thé ui despue» de beber vino. jMi suerte. es 
ten mala! 
— ^Niña me quedé sin padre y mi madre es devota en demasía. 



(l) SiiOhlD»'«nBdüii«lad«niiijereB la prenda de amor mil Mtiitiadá. 



jvGoo'^lc 



m 

TeQgo diez .)!..ocho.^oa y ai^u yivo confinada en el.caarto íat^~ ■ 
rior.(l). El ^.que V. piedlo iiraiga ^¿.una bueuA aowpn, yo os 
deberé bfuatA giatibud como tí 1a madre que me ^^ á luz.— Excuso 
decir pi ^«eeo esa boda; auog^fl no, eoa, mía que mujer segunda, 7Í- 
virá contrita y moriré con lo» ojos cerrados. ,. 

' La tercera. — Esta vi^'a sabe calentar lo que eatá firio. 
T-Señorita iSuTC, tranquilizaos, seguid bordando en vuestro, 
cuarto y tened cerrada la p,iiQrba de la c^e hasta el feliz momento. 
Facientña por tres dias. 

La doncella.— Tengo el honor de acompañaros. 

. lia tercera. — No me acompañéis muy lejos. Yo os traeré una 
boena nueva trascuvrido ese plazo. 

La donpella. — ¡Cuánto oe incomodo!— MU, diez mil veces supli- 
op que seáis prudente y guardéis el secretQ. 

La tercera. — Con una ó dos veces basta; no necesitáis repetír- 
melo más. 

La doncella. — Voy é. dar cuerda á la lámpai-a y esperaré el 
Fénix. 

La tercera. — Eso corre de mi cuenta, yo me encargo de hacer 
entrar la mariposa en er jardín. 

La doncella. — ¡Perfecúo! una liada mariposa entrará en mi 
jardín. 

La tercera. — Me retiro^ ■ . . . . . . r 

La doncella. — Yo no os he atendido bastante. 

La tercera, — Gracias. 

La doncella, — Mamá, volved, os lo suplico. 

La tercera. — íQae hay señorita? — {Esta le habla al mdo.) ¡ahí 
si, ya sé, ya sé. (replica la vieja). 

La doncella. — Pero... yo no 03 he obsequiado cual cotissponde. 

La tercera.— Yo soy quien os he molestado. 

La doncella. — ¡Mamá! 

La tercera. — ¡Ay! {sonríe). 

Xa doncella. — Nada, yo no os he atendido bastante. 
{Cae el telón). 

Otra» dos piezas ^ del gtínero shing-shi, escenas de la vida po- 
pular representadas con demasiado realismo, especie de zarzuelas 



(1) iU tfniw olúiM no h>bt(k up oaute «stffíor IwfH Qis f* Óau. 



jvGoo'^lc 



198 

bn&a cayo» chutes de subido color, agravados a6n ^r el gertd y 
la ación de los adorea, piataa lu Ücenciosaa costumbres chinaa, 
razón por la cual ms abstengo de tradudrlaa, resprtando el pa- 
dor de mis castas lectonu y además la moral nnivorsal, gne nó es 
grano de anís. 

Tales Boa la índole y tendenoas del especb&ciüo qué hace la 
delicia de los chinos, incansadles aaditores caya pacúenda llega al 
extremo de aguantar ñmcionei qne doran tres meses, segon cuenta 
William Milne, virtud de g^uo carezco y, si la tu viora,' emplearía 
en obras más meritorias; pero el linfitioo temperamento, el mate- 
liaUsmo, el espirita i-uünario, inerte de esa raza ae aabiaface con 
el golpe de vista deslumbrador, fantásUco, como ya he dicho, y 
cuando no duerme, goza contemplando los fastuosos extravagante* 
trajee de los cómicos, cuyo sexo también le es indiferente por- 
que... if. 



Ijm «ooledad oliiu«. 



Al lector le habrá chocado la intervención tan inopinada cómo 
fácilmente admitida por una joven soltera, sin licencia ni pr¿vio 
conocimiento, de una vieja zurcidora de voluntades en la amorosa 
intriga que constitliye el sencillo argumento del Braaalete, come- 
dia iradncida por mí con el único fin de iniciar al p¿bUco espa- 
ñol en los misterios de la sociedad china, cuya organización se ñin- 
da, como todaa, en la familia. Cdmo esta se crea y on qué medida 
coadyuvan é, su formación las terceras, es esencial pÉira conocer esa 
sociedad. 

"El vil oficio de la tercería, gráficamente definido y calificado 
por Cervantes con un dictado que ha hecho suyo la real Academia 
de la Lengua, á pesar de lo coal yo no lo escribo porque ti mo- 
derno gusto lo há prtMcHto como voz deidioDesta, cn^ uéo solo M 



)vGoo<^lc 



m 

tolera eq lengu^e íaQiiljar, evmla.C^úna hooro^.jirofQ^W W^o-^ 
nocida por la le^ ^ue asijjpa en ^ ^r^tm g&ránmico ■ S,lf» íacUvÍ-^ 
doaa que 1» ejercen un Ivig^ itupediaU) al del ]ilei<hi, fu^ciojuxío 
mc^liado de loe maj^imonii;)», b^^uii tjt^ñáa dígito. Q.) "oiu^ teixwa, 
dice ©1 Chi-^ing^ ¿cániq 6ií.coutr»r esposa?" y tieoe lu^to •!» atr. 
maa heráL^ica^: eu yo dram^ d^t i^ov^nn aiglo ^ ^umta» era, atm 
de ellas apa,repe eqn un llajnadpi; en; la jnan?, embleiít^ ;d9 l>% W-' 
ñpn c[ue cqnsisbe £91 ir d^ cafa ei) casa par^ estajileper j^fifiioiie* 
entre do3 familias, , , '.^ . .... ,:,.-,.■,, 

Así se comprende qne loa prelimii^ares de nna boqaitWJWB^ J 
la unión de loa cónyugoai se decida sin 1"e ellos hayan, tenidp oca- 
BÍon de veree: la ley n» iní>ervieae hasta después de la cereputnia de 
los (^posorio^ para legalizar el contrato; si entre qaa cer^onU. y 
la consumación d.el ni^í.ritnDmo el padre déla novi^ piromet^ su - 
m^o á ptro^f^ cond^ado ¿setenta golpea de bamblt 6 ¿ una-nujlr 
ta proporcionada, pana igual $ la^ en ^vb incurre el c|ue acepta e|w 
promesa Bt^iendo el compromiso cc(ntríiido*p6r la futura. En este 
oseo, losregalps hechos son confiscados por el gobierno y la joven 
d^posada. ae entr^^ á su primer noyio, á turnos que Me se retire; 
entonoeü re^bi^ sus regalos y deja ^ su futura en libertad de o&^- 
cersn mano al segundo. 

Cuando la familia del novio rehusa el cumpH^úento (Jel ,c$t)iT, 
trato y hace presentes á otra familia, el fiu^r de ese delito e^. cas- 
tigado como los anteriores, el joven cumple oaq^dose con su pri' 
mera.iiovia y dejando ala segunda las arras que le hubiera dai^., 
Otra obligación imprescindible, digna por cierto de una civilización 
más adelantada que la china, es declarar previamente las enfwme-. 
dades ó imperfecciones físicas ocultas de loa contrayentes, ejemj¿o 
de lealtad que avergonzar debe á las naciones europeas, donde la 
monogamia hace raáa necesaria esa declaración, y, l(ijos de s^ujr 
tan loable costumbre, hombres y mujeres, suegras y cnñ^jijas disi- 
mulan ú ocultan á porñalos defectos íntimos de los futuros cónyu- 
ge; defectos que luego son motivo 6 pretexta de infidelidades, de 
rupturas y de escándalos sin cuento. 

Corramos un velo sobre las imperfecciones físicas, que es mate- 
ña (Pilcada, propensa á un realizo repu¿;nante á.mi delicada or- 



(1) fitgíwttO. P'^nifoMtfúuto. 



)vGoo<^lc 



3M 
ganizañoQ y demtudado al alcaace de todos para, sin mconTeniea- 
te, renoitcíar á bmtar ac[af ana cuestión más propiA de oti médico 
higÍMnistiá c[ue de tía viajero sendUo aarrador de sa odisea; mas 
también eziateo imperfeccionea morales, defectos de edacacioa ó * 
natÍTos inatintofl, cansas de infeliddad para machos matiimoaíos. 
Pocoa hay bien avenidos, pues si en sa inmeoaa mayoría viven 
juntos los c<5n3niges, es sacrificándose 6, Iba conveniencias socialeí, 
temiendti al qué dirán, por decoro, en inter^ de los hijos y por 
otraa razones que fiíera prolijo enumerar. 

Apenas habrá mujer que no se lamente consa madre, consu her- 
mana 6 coa sa íntima amiga, por lo m^nos, de la conducta 6 del ca- 
rácter de su esposo; y, vicevecaa, el más benévolo de estos dice ácual- 
quiera qae le anuncia se va á casar: "mírelo Vd. bien, y, después 
de pensarlo, qaédeae soltero. Cuidado que á mf no me ts mal, mi 
mujer es un ángel, y soy tan feliz como permite^el estado soi-cií- 
Kmt perfecto; más, créame Td., no se case.n 

Yo en esta &ase leo un poema de dolores, de esos dolores 
constantes y sin tregua que esmaltan el ciiadro del hog^ domésti- 
co, cuya mitoli5^ca paz encomian más que nadie los moralistas 
con sotana, los clérigos, esa respetable clase de celibatatios por vo- 
cación y por deber; el marido qae así habla tiene & cree tener 
iltia esposa honrada y no osa quejarse, temiendo incurrir en la« 
iras del Minotauro. Ahora bien, esa cualidad tan preciosa cémo 
rara {es bastante á labrarla feliddad conyugslí... No, en verdad; 
condición necesaria, esencial, sítm qua non no es suficiente porque 
eutre esas privU^iadaa criaturas hay templares que imaginan ser 
todo lícito menos el pecado mortal, aimplificocioa del eatecisrtio fer- 
ial para muchos maridos qae al casarse creyeron unirse á ua%.ma.- 
j6r y se encuentran ligados á una harpía qae grita, araña, pellizca, 
amarga la existencia de cuantos seres la rodean, es caprichosa, d&- 
pota, pfoVocatJva é inviolable, en el sentido ad vapuUndam,, por- 
que lleva &ldas. ¡Oaso grave! Verse un hombre civil sometido á 
la ordenanza militar sin apelación ¿á quién recurre si no tiene ua 
jefe superior que le haga justiciat No hay más remedio que morir 
6 resignarse. 

Sucede tamMen que un hombte sociable, espiritual, espansivo, 
sensible, viéndose solo en el mundo, se casa por vivir acompimado 
y tener quien le de conversación; topa con una mu'er negada, sin 



g,:,r.::b,G00'^lc 



iostruccipa, <Sgae tooiéridola y discarñeiulo es prppensa al 8iie:(l.o, 
duerme después ded aJmaerzo, de la comida, ea el teatro, en iO(4^: 
dad, hasta en la calle \qaé chasco!... Sa iufeUz esposo reniega de 
Espronceda cuando dijo: 

"Habla con bu mujer el que se casa, 
Y yo con laA paredes de' mi casa, n 

Hablar boIo es onamanfo, casarse obra manta; 8<^ttmente nqn»- 
lia se cura y esta equivale & ser condenado á. cadena perp^ua. 

LoB ciiinos, auncjue polígamos, no están libres de estos azarea, 
como se Terfí en el presente capítolo. Ia poligamia es tTM^donaJ 
en China y, para moderar los desórdenes á ella inheTeotes, se la re- 
gularizó concediendo á. las segundas mujeres un especie de legiti- 
midad; todo chino ha podido y puede tener muchas esposae, reser- 
vando loa derechos y prem^fatívas de la principal (1); esta es la 
cansa'á que se i^ribuye la inmensa población del Celeste Imp>erio, 
opinión con la cual no estoy coufonne si la pluralidad de la* mo- 
jetes favoreciera el aumento de población, el Asia y el África rebo- 
sarían habitantes y no habría tan vastos desiertos; la cnesbion e» ' 
compleja y; á mi juicio, la resuelve la laboriosidad china, su in- 
dustria, la gran división de la propiedad inmueble y su invtintivo' 
horror & la giwrra. 

Los letrados justifican la poligamia con la autoridad de Confu- 
ciOj quien, consultando sobre esto asunto, respondió: >icuando el 
vestido que uno lleva es viejo, osado, inservible, puede tomarse 
otro.ii— El no admitía la poligamia sino en caso de esterilidad; 
pero nt sanción úrvió de preteato al abuso; los Emperadores da- 
ban ejemplo, los ricos los imitaron satisfaciendo sus caprichos, In^ 
ley r^lwneutó un vicio que no podia oorrepr, y hoy snbsistíe y sé 
perpetúa porque la población femenina excede á la masculina:: su 
esuberaclcm está demostrada por el considerare número de niñaa 
expósitos que anuf^mente se recogen. 

Si el marido no compra precñsamenbe á su mujer lo parece, púes| 
ningún padre da su bija en matrimojiio sin percibir antes tina siima 
que varia según la fortuna del esposo y el rango del suegro. Una 



(I) La pena seSklada por et C6diga tí qw toma doi mi^oreí principales, «b Í» 
oíbk golpw de bambú. 



g,:,7.::b,G00'^lc 



pitrte mkima ds éte soma ee invierte en adorno» y veatidoB pon 
la novia cuya dote es ella misma, 

ÍA aceptación de loa regalos de boda significa el coosentimien- 
bo da las partes contratantes. 

Las casas ñcas se iluminan interiormente tas tres noches que 
preceden á la ceremonia nupcial, m^nos en señal de alegría que de 
tristeza: el casandento de un Mjo se considera como imagen de la 
muerte del padre, á causa del vacio que bu ausencia dejará m so fa- 
milia. Por su part% la noria recibe loe reg&loa de sus parientes y 
luBf^ vienen sos heimanM y amigas & llorar con ella, no sin r&aon, 
porque M «««rea di momento de entr^arse á mercad de un dosco- 
Doeido y de nuevos parientes. 

£1 día solemne, el esposo, ñcamuite restidor bb dirige í casa 
de aa novia, entra, se inclina delante de ana suegros y demás intb- 
viduos de la familia con quien vá á emparentar; la joven deapoaada 
hace igual ceremonia, se mete en un palanquín adornado con plu-. 
mas de Ti, especie de pelicano, y se encamina á la mansión de su 
fiíbaro, eeccátada por una música y multitud de perscmages de am- 
bos sesos que llevan efeetoa suyos ó linternas ^cendidas, aunque 
sea en pleno dia, oso tradidonal, reminiscencia de la época en que 
las bodaa«e celeliraban de noche. 

Así suele ser presentada la novia á su futuro, sin que antA». M 
hayan eimocido personalmente. ' 

£l, tembloroso, impadente, se acerca, toma la llave del pidan- 
qoin herméticamente cwrado, lo abre, mira y si no le ««Lviene la 
devudve á sus padres, renunciando á los regaos que haya hecho; si 
le guata, üende su mano pura ayudarla á baJKr } juntos entran ea 
una sala, saludan al Tm, aeñoi del ci^o, y pasan al comedor, don- 
de se EÓrve el banquete nupdal. Antea de aentArse, ella se urrodilja 
cuatro veces ante su marido, en señal de sumisión; ^, á sn vez, 
hiM» una proatemacion, únicamente pw: coi-tesía; arfiíboB se sientan á 
la mesa y comen solos, mientras los parieotes reunidos en dcw selaa 
próxima*, tma para hombres y otra para mujeresi devoran, beben, 
se embrii^n, brindando á la felicidad y larga descendencia de loa 
reden eaeados. 

Durante la comida les traen doa copas llen^ de vino; cada uno 
bebe un trago y el reet<f se vierce mezclándolo on una sda cuyo 
contenido absorben por mitad; lu^^ aparecen do^ jóvenes doñee- • 



jvGoO'^lc 



lias qae ofreoen á la nava, xm ptv ds ametim á ánades, símbolo 
da unión conyugal. Como es natural, la^remonia reviste más ó 
ménoB sol^nnidad según la clase & que pertenecen los contrayentes; 
as!, cuando se traba de un alto dignatario, el futuro va en silla de 
manos j con gran séquito de ginetes al domioilio de sn novia, la 
coloca en un pelanciuin y la traslada á su casa, en cuya puerta es 
recibida en brazos de mujeres que la suspenden un instante sobre 
una terrina de carbdn; pasa lue^ Á nna graa sala, obsequia í los 
concurrentes con orepa, nuez de betel, acto seguido entra en la cá- 
mara nupcial, y allí au dueño le arranca el velo que la cubre en- 
teramente. Encima de una. mesa están las copas de vino, beben la 
de la alianza, retirase el concui'so y quedan solos los esposos... 

Al dia siguiente visitan 4 sus parientes y re«áben á sus amigos, 
fiesta que suele durar un mea entero, trascurrido el cual la recien 
casada vuelve á la casa paterna; en ella permanece cuatro ó cinco 
semanas, según quiera el marido, trabajando, ñrvíendo, portán- 
dose, ení fin, lo mismo que ú fuese soltera. Su oíadre no cesa de, 
repetirle durante ese tiempo la lección que le dio el dia de láboda: . 
"no te bpongas á la voluntad de tu esposo la sumisión y la (^>e- 
diencia deben ser las reglas de to conducta; bal ea la. ley de la mu- 
jer casada. II 

Esta tradicional bosbumbre tiene por objeto renovar el c&ri&o 
que unir debe ¿ hija y madre; aquella, especialmente, ee consuela 
del nuevo yugo que se ha impuesto. En efecto, la mujer principal 
no hace m^ que cambiar de servidumbre, pasiuido de manos de sua 
padittsá las de su marido: ella depende de su^ sueros y ni siquie- 
ra tiene asiento á la mesa de su esposo é hijos; si en persona no les 
sirve, debe lUri^r el servicio y no comer sino después que ellos. 
íQu^ diferencia entre esta condidon y la privilegiada de la maür 
frnnilioB de loe romanos, ennobledda por au santa húsími tanta 
como la china está vilipuidiada! * 
- Sin embargo, los poetM dúoos ii&a ciuitado el matarimomo con 
(o; en el Cki-Kitig m lee esta oaacion: 

i'Las nubes que baña el sol 
Brillan menos que las mozas -, 

Que á las puertas de la villa , ; 

Se oabeotas frescas y hermosas. 
Más mi pecho no enamoran 



)vGoo<^lc 



304 
Sus gneiaa dealombnHiQru. 
Smunlla <í Ift veabidura 

Y el adorno de mi oapOB», 

Y BU cariño me basta 

Y de ventura me colma. 



Laa flores reden abiertu 
BñUan máaos que las moms * 
Que i las puertas de la villa 
Se oatentan frescas, hermosas. 
Yo aiii mirarlas la<i veo 
Por mis qae son seductoras; 
Pobres son las vestiduras 
Y atavíos de mi esposa , 
Ptíto 8U dulce virtud 
Mis amantes votos colma, n ' 

Y el poeta Lin-Tohi dijoásu mujer: "vivimoe bajo el mismo te- 
cho, compañera querida de mt vida; nos sepultarán en la misma 
tumba ;^ nuestras ceniísae confundidaB eteroizarín nuestra tuiion. Tu 
quisiste' participar de mi índig^icia y ayudadme con tu trabado 
iqné no debo yo hacer para ilustrar nuestros nombres y premiar 
con gloría tu buen ejemplo, tus beneficios? Mi respeto, mi tíemo 
carifio te lo han dicho diariamente, n (1) En fin , todos los libros 
chinos elogian el matrimonio, representándolo como el lazo, la ba- 
se, el fundamento de la sociedad. Él, e^^un ellas, fijé origen del gé- 
nero humano y la hermosa aspiración de una fraternidad universal 
qne la convierta en una sola familia, es solo on remedo de tan dul- 
ce lazo. 

Lin~Tchi comienza aef el articulo del matómonio, aegun el an- 
tiguo libro Í'a-y-chi:'"Ái principio del mundo no existían mas que 
Nia^ua y su hermano (2), ambos habitaban en la montaüa Kiterv- 
Vwn (aquí colocan los Tao-ase elVara^ terrenal), la superficie de la 
tierra estaba desierta, no había hombres ni pueblos; era convenien- 
te qae se casaran, pero temian iáJtar á las leyes del pudor. Un día 
el hermano dijoáiTíu-ua: «Mira, puesto que el cielo nos hizo para 
vivir juntos como marido y mujer, hagámosle un sacrificio... Casé- 



(1) Mmuniu de los miiiimnaa ea Pt-Cing. 'Como 14. 
m En 7 Adán. > . 



)vGdb<^lc 



motioa, si no el género' 'hnina,no pereceí^ cob noso¿rc« y aaSib po- 
blará la tierra. <i — ¡Qué dato para la tdstoña de la institución ma- 
tiimonianl! Desde su or%en filé considerada como un aacrrGcio. 

Todaa eaaa ceremonias se hacen en obseguio de la mujer princi- 
pal, elegida por los padres del marido con ayuda de la tercera cu' 
ya iniciativa tiene límites impuestos por la ley que ha debido cor- 
regir los abasos de esos agentes cuyas supercherías no tienen núme- 
ro. Aaf, la sustitución de una mujer por obra se castiga cOn Ochen- 
ta golpes de bambü y la anulación del matrimonio; la de un novio 
por otro se pena más severamente; sin embargo, si la novia, des- 
pués de conocido, aegun la Biblia, lo .acepta y quiere, puede ser 
válido el matrimonio. Cuando el pretendiente roba su desposada 
antes de casarse con ella, su&e cincuenta golpes de bambú y si ella 
36 niega á vivir con su marido el autor 6 autora de la boda es con 
denado á la nÜ6ma pena: la iey exime de toda responsabilidad á la 
novia cuya voluntad no se habla consultado; no obstante, graves 
han de ser loa motivos para que la justicia los extime impedimen- 
tos dirimentes. 

Tampoco es lícita la unión entre parientes haata el cuarto gra^ 
do: loa contraventores, ijue no faltan, sufren la pena de 1.000 gol- 
pes de bambú, que eqnivale & una sentencia de muerte para el in- 
feliz cuyos medios no alcancen & pagar la multa correspondiente. 
Todos eeos matrimonios se anulan y los r^;alos de boda confiscados 
en provecho del Estado. El que se casa con la viuda de un parien- 
te da máice del ([uinto grado, es también castigado, aun^e eü me- 
nor escala; siendo inferior todavía en un grado la impuesta á los 
que toman como mujeres secundarías ó inferiores á las que lo han 
sido de sus parientes. Esta ley fué dictada para detoentralizar he 
influencias del parentesco, cansa de tantas concusionea en la admi- 
nistración pública. 

Al mismo fln tiende el legislador al prohibir á todo funcionar 
no civil 6 militar casarse con la hija de un habitante d^ paia so- 
metido á 8U jurisdicción, so pena de ochenta palca. De igual man^a, 
un magistrado que se casa con una mujer cuyo padre debe compa- 
recer en juicio ante su tribunal es castigado Con cien palos; idén- 
tica pena sufre el 'corredor ó agenté de esa boda. Y aún niá» seve- 
rametite sé consiiiéra el rapto que se persigue como' «n orfanen ca- 
pital: él reo convencido de haber robado la hija 6 Id e»posa de un 



g,:,7.::b,G00'^lc 



hombre libre, aunque se» eo& baea fio, esto .w, paia caacuw coa 
•lia, ea coadeuado &la estrangulación, lo cual probaris, sí proba- 
do nfi estaviera, fA lamentable atraso de la China. 

Y, por si lo dicho no basba, añadiré otro dato: el empleado 
público, un hijo ó nieto suyo que ae enlaza con una cantante, bai- 
larina ó actriz, incurre en la pena de sesenta paloaj bu matiimooio 
es nulo j la mujer se devuelve & sus padrea, cc»i óxioo. de obli- 
garla & abandonar aa profesión. Otras leyes consideran et matri- 
monio entre bonzos y bonzaa, ó entre ykcerdotes de Bnda j mujeres 
de la secta de los Tao-ssé, como incesto 6 adulterio, prueba de que 
el indiferentismo religioso no impide & loa legisladores ebinos aan- 
oionar la observancia de las prescripciones establecidas en cada 
culto. 

Tales son las reglas concernientes á los preliminares y consu- 
mación del matrimonio. EsAmiuemos' ahora las respectivas condi- 
ciones de la mujer principal y de las segundas. 

Llámanse estas Tdei, mujercitas, y se adcjuieren fócilmonte; 
basta pagar una «urna más ó menos importante á sos ^(kes y 
comprometerse por escrito & tratarlas bien. Iguales entre si, están 
sometidas í la esposa principal y los hijos dependen de ella más 
qae de sus madres; sin embargo, ai cumple (úncuenta años sin te- 
ner hijo varón, hereda el primogénito nacido de mujer segunda, 
cuya posición se eleva hasta igualar, casi, á la de la mujer prin- 
cipal. 

Según el Li-Ki, cuyos preceptos rigen esta materia, laa coneu- 
l»naa Aieroa, en su or%en simplea «queridas y frecuentemente ex- 
truijeras 6 criminales vencUdas por la justicia gne ninguna for- 
malidad esigia para entregarlas á un hombre. "Toda concubina 
menor de cincuenta años, dice ese libro, debe servir la. mesa á sn 
marido algunos días: antes se baña, hace m J^ocado, calza sus bota- 
nas y se adonia con sus agujas de cabeza; pero, aunq^ne sea muy 
amada, no puede aspirar á vestir ni comer tan. bien como la espo- 
sa. Ausenta ésta, no debe ocupar su puesto durante la noche. 
£n fia, la concubina no tiene autoridad alguna en el hogar domés- 
tico, vi átin fKOitarse puede en presencia de la legitóma esposa y 
K^ hablado , hijos lleva luto par muerte del marido, así como 
bunpoea éite prfisi49 las exequias de un hijo habido ep osa con- 



jvGoO'^lc 



207 

Empcvo, si 9s* triste bii. coadicicm nada de «ividiable tieaf la 
de la mi^tjer principal sometida, como eetá, ¿ severa reclusión, 
paos, aunq^ne el cbíno posee timbas mujeres como permite su for- 
tuna, ea celpao y no la deja salir de casa sino en ailla de manos ó 
en carreta cerrada para YÍ3Ítar amigas ó parieutas: dejarse ver 
en la calle ec[uivale. para ella á cometer adulterio y da & su ma- 
rido derecho para venderla, si prueba que quiso llamar la atención^ 
hacia BU persona. Suelen vivir encerradas en habitaciones separa- 
das, independí entes j á cubierto de cualquier mirada indiscreta y 
sin. más ventana ni puerta que una muy estrecha para que salga y 
entre el palanquín. 

Esta Qxisbeacia bislada, desprovista de todo goce exterior, mu- 
guna compensación tiene en su interior. Las mujeres de un hombre 
rico no comen juntas; cada una es servida en su cuarto, donde pa- 
san la vida bebiendo Üié, fumando y obsequiando á las raras perso- 
nas que el marido les presenta; secuestro, celos, falta de expansión, 
todo contribuye & agriar su carácter; la principal se venga mal- 
tratando á las inferiores, á sus criadas, á todo ser que le está so- 
metido, abasando algunas veces hasta tal punto que hay necesidad 
de separarlas, y señalar un domicilio & cada una. 

Exagerando el receloso espíritu de sus compatriotas, un letrado 
chino, por acepción muy afecto al trato con los europeos, me refi- 
rió el aigoiente episodio que excede á lo más extraordinario que se 
cuanta de ios turcos: habiendo enfermado umb dama china, su es- 
poso hizo avisar á un mádíco, quien anta todo quiso pulsarla; el 
marido «itonces ató á la muñeca de su cara mitad una hebra de 
seda, (¡aya punta entregó al doctor. Linda manera de contar las 
pulsaciones. 1 1 . 

Los maridos tienen el derecho de pegar á sus mujeres p*ocn- 
rando no herirlas, pues seria castigado y en caso de mué rte su&iria 
la pena de e^itranguladon, si la vícUma es mujer principal; mas 
ai fuera inferior, la pena también lo es en un grado, conmutándose 
la capital en cien palos ó tres años de extrañamiento (1). Tampoco 
puede maltratarla estando en cinta de tres meses, so pena de 
ochenta palos, ni rebajar, su rango sustituyendo una mujer secun- 
daria á la principal, Á monos que ésta haya údo d^adsidaj pa 
caso contrario se lé darán noventa palos. 

(1) Cddi{p> penal, wodon 924. 



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Ltir degradación no está al árbibrip del' marido,' aiao dé una ley 
que pievé y señala bbdoa loa casos en que hí logaf á proauncísrla. 
Loa casos son loe sigoientea; 1." esterilidad, 2.* impudicia', 3." felta 
de respeto á sus padres, i." maledicencia, 5." inclioacion al robo, 
6,° carácter celoso, 7." enfermedad crónica. Resulta, pues, qne ai 
la méate del lejgislador fue' no entregar la mujer á diacredon del 
marido, ha estado lejos de consegnirlo dictando ana ley tan casuista 
y susceptible de interpi'etarse eegun convenga; ella, en Buma, viene 
á autorizar al esposo para repudiar á la mujer cuando ycoxao quie- 
ra, alegando cualquier ptet^o de los mil que puedea encontrarse 
en dicha. ley. 

En cambio, la mujer principal que pega á su manido es casti- 
^da con cien palca y si lo hiere la pena sube tres grados; en am- 
bos caaos procede el divorcio y, cuando adquiere una enfermedad 
incurable de resultas de las caricias un tanto bruscas de su esposa, 
ésta ea estrangulada; fú él muere, á ella la decapitan ó su&e el 
suplicio de loa cucbñlce; auplicio horrendo porser lento y doloroso, 
que los chinos prefieren, sin embargo, & la decapitación conaiderada 
por ellos como degradante. En tanto estiman su cabeza, que no 
conciben ignominia mayor que ser enterrados sin ella y el páblico 
lá vea expuesta en una jaula hasta bu completa momi&cacion. 

La necesidad de esas leyes penales ea evidente; el amor es ciego 
e interesado el cálculo, ambos perturban el entendimiento más cla- 
ro; así se explica que uaamnjer delicada, nerviosa, susceptible como 
la sensitiva, ehtregiie su mauo y haga arbitro de su destino á un 
honitbre tosco, soez, incapaz decomprenderla, cuya brutalidad laha- 
ce infeliz. Acontece bamlñenquenn poeta, ser fantástico, sensible, 
de caballeresca ideas se case enamorado con una de esas hermosuras 
estatuadas qué asombran y cautivan, eaconbrándoae luego, muerta 
la ilusión primera, unido á una mujer vanidosa, engreída eon sus 
encantos ñsicoa, de carácter violento hasta la ferocidad, sin educa- 
cion^moi-al ni más religión que el culto de si misma, creyendo que 
tiadoae la debe y ella inacUe sumisión, cariño ni respeto. El desgra- 
nado se halla expuesto á ser un dia ¿ obro asesino 6 asesinado y, 
en tan dura altematiVB., luchando au honor de caballero con el ins- 
tinto de conservacioíi, se suicida 6 se separa dé su mujer antes 
que maltratarla de obra. - 

Esta especie de seres, con formas de miyei* é' instintos vai-oni- 



jvGoO'^lc 



ao9 

les, coa bríos y mod&les de afirgaoto de conu&iroa,^ nacaa bembras 
por difitraccioD ó exbravttj[aacia de la aatoraleza, y el deatíao de 
bía unirlas con domadores de fieras á picadores de caballos bravios. 
— Si esto ocurre en la culta y civiliEada Eoropa, donde la majer 
e3.tá más ó menos educada jqaé sncederia en Cbioa li sos malos ins- 
tintos no eatuvieían enfireoados por el temor á la juaticia y la es- 
clavitud ©n que viven) 

Aun asf suelen desmandarse altando á sus esposos en todos 
sentidos: la prueba ea que el Código prevé y castiga no solo los 
casos de sevicia, sino los de adulterio que, una vez probado, 
da lugar al divorció; la ley es tan inexorable, que ai el marido no 
despide á bu mujer adúltera, lo coudeaan á ochenta palos y cuando 
es cómplice de ese delito, sufren ambos la misma pena. 

Un marido que sorprende infraganti á una de sus mujeres, sea 
principal ó infarior, puede matarla y también al seductor sin incur- 
rir en ninguna responsabilidad. Los ohinoa.soa tan escrupulosos en 
esta materia, que la simple correspondencia con una mujer soltera 
-la castigan con ocbenta palos y con ciento si es más íntima; pena 
igual imponen por una tentativa de rapto y cuando se consuma ó 
por otro medio se comete "el delito de violación, su autor es estran- ., 
guiado; en fin, el acreedor que acepta como garantía del pago de su 
crédito mía mujer, le dan den palos y si abusa de ella lo ahoi-can. 

Resulta, pues, ¿ue es peligroso hacer el amor en China; sin em- 
bargo, el hombre apasionado ea temerario y la mujer tan astuta 
que, aliados ambos, se dan trazas para eludir la ley dando á la na- 
turaleza lo que es suyo; Cupido gana mucho y el diablo no pierde 
nada. 

¡Que valor!... Esponerse á ser, cuando menos, repudiada; situa- 
ción horrible, la peor en que hallarse puede una mujer: abandona- 
da; despreóada por todos, au triste suerte ha inspirado elegías, en- 
tre los cuales creo dignas de citarse á las siguientes que contiene el 
Chi-Kinug. .i. 

i'El ingrato me d^a en lo más ñierbe de la borrasca; pequeño 
arroyo fertiliza vastísimos campos; ellos, presurosos, le abren su 
seno y yo soy desdeñosamente rechazada ¡oh lágrimas, abrumador 
pesar ¡ob ingrato que de suspiros me cuestas! , jQuién pudiera 
atraertefii • 

Y en otro lugar: "Bomejantes á dos nub^que se unieron en las 

14 



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alturas del espftcio ¿tereo y la tempestad más violenta no paede se - 
parar, estábamos ligados tino £ otro por un eterno himeneo, nuestros 
corazones debían fundirse en uno; on momento de cólera, un gesto 
de disgusto babiera sido un crimen; sin embargo, como el que ar- 
ranca las bojas de una plañía dejando sus rafees, tú me echas de ta 
casa cual sí yo, infiel & mi honor y á mi virtud, no fuera ya ta es- 
posa y pndiera dejir de serlo, ir — Estas lamentaciones prñeban que 
en época mny remota el mando podía repudiar & su majer, como y 
cuando quisiera. 

Debiendo la esposa ser fiel á su marido, aun después de muerto, 
la viuda que no viste de luto incurre en la pena de sesenta palos y 
un año de extra&ami^ito; sí se lo quita an^ del plazo legal y se 
entrega á la mátdca ú otras diversiones, es castigada con ochenta 
palos; de modo que está condenada á vivir del recuerdo de un hom- 
bre que tal vez había detestado. Para contra£r segundas nupcias 
neceáta el permiso de sus más próximos parientes, sin cayo requi- 
sito seria pers^uida como adúltera. 

Vi hombre viudo de su mujer principal está relevado de la 
obligación de elegir otra en una familia igual á la suya, pudiendo 
elevar á ese rango á cualquiera de las segundas; pero siempre es 
mal mirado; un comentador del libro de las recompenms j de los 
matigoa cuenta que un alto foncionaño del Bstado enviudó y &xé 
tal su saitímiento por la pérdida de sn muy amada eqiosa, que es- 
tuvo á punto de volverse loco de desesperación ¡el Emperador mis- 
mo trataba de coiwolarlo! y lo consiguió tan completamente, que á 
poco tiempo tomó otra mujer.' Entonces, S. M. I., Thien-chnn, se 
poso furioso y lo destituyó después de mandarlo apalear, excla- 
mando: "Puesto que ese hombre ha mostrado tan poca adhesión & 
BU dífimta esposa ¿cráno me ha de inspirar conlianza?» H¿ aquí un 
soberano que merecía bien de las mujeres; pero es el áaico ejemplo 
que registra la historia de lA China. 

La viuda de alta clase que se casa otra vez, tampoco es bien con- 
^derada; mas ese estado, honorable y venerado por la nobleza, no 
lo pueden conservar las viudas nacidas en clases inferiores: todas 
se casan, unas por gusto, otras por necesidad y algunas á instan- 
cias de sus propios parientes ó de los del dt&nto, que especulan 
con ellas recibiendo gratíflcaciones de sus pretendientes. Estas mn- 
jeres no están secuestradas como las de hombres ricos; pero su suer- 



jvGoO'^lc 



211 
te no «0 por nr> mc^or; dadicadA á rodos trabí^, excluida de la 
herencia de sn padre y de an marido, moMios ellos qiieda pobre y 
desamparada, lo cual da logar Á nomerosog goicidios de infelices 
viudas qoe se ahorcan ó ae tiran á un pozo. 

% en las anéigoasK edades Goafdcio y sa discípolo Mengucio 
consagrarcm con la aoboridad de su palabra la Bumision de la mu- 
jer, el libro ya citado de reeompenaas j oaeUgoa, Código moral de 
los ZUo, redactado en nuestra, era y comentado por los budistas, se 
expresa en el nüsmo sentido. Un comentador se ijneja de C|ae en 
sn tiempo loa marido» no saben gobernar sos casas, son guiados por 
sna mujeres y las dejan gritar mandando & bus criados; injoria gra- 
ve, la mayor a&euba que puede hacerse Á un chino (1) ¡desdicha- 
dosl no quieren que el mondo sepa que están domiíAdoa por sus 
mujeres, prefiriendo tener fama de maltratarían: sabed qne lo mis- 
mo pasa en todo el globo. 

Como correctivo, aüade el miamo comentador qne una mujer 
alejada do sus padres y hermanos no tiene más consuelo ni otro 
apoyo en su vida que el esposo que le han dado: i'^cómo, dice, se 
puede tener on corazón bastaJite duro para no vivir coa ella en 
buena rnteligeniáa? Si su cara es fea, pmsad que vuestra unión c<m 
dlla estaba' decr^Ada por el cielo desde hace siglos. . . si no trae ana 
gran dote, pensad que el destino no ha querido qne tuvi&eia una 
esposa rica. II — Convengamos en que la índole de semejantes razo- 
nes no es ^-opia para inspirar el amor conyugal. 

Por último, segon otro 'comentador, ol marido es la providen- 
cia de la mujei- porque á su costa vive; si á se extravia, ^la debe 
amonestarle dulcemente; si él es duro é inhumano, ,ella debe ser 
paci^ite y resignaba. "Cuando una persona nace con cuerpo de mu- 
jer, an infortunio es consecuencia de loa ci^nenes por eüt» cometi- 
dos en BU vida pasada; si los agrava &ltando al respeto á su mari- 
do, ae expone á seguir después de muerta una desgraciada carrera 
que consiste en convertirse en bestia de carga ó. condenarse y sufrir 
los torm^tos eternos. 

Asi, pues, los budistas hdn escedido álos moralistas chinos, cu- 
ya opinión ^:a ya des&vorable í las mujeres, fulmútando contra 
ellss el anatema religioso. 



(1) P Bws,mjv<i>tnoCMno. 



g,:,7.::b,G00'^lc 



212 
Kmpno, «Mo faafará caitn nÜB leelons alguno qne m pragnn- 
te. íCAno pmde pecu- U Biiqs dim>, ndma, eadaya, vigilad» 
ai/eatBtatmba fOK n esposo 7 los pariraites deértet... E« mny mt- 
cillo, coa estos miamos: cnñados, prÚBoa, aobrinaa; ocmí algnn po- 
dsroBo manduin que iinpire d marido tm terror saJndaUe 6 ecnt 
un bmuso, ánicoB wóna laatmales, vamoa al deór, que paietnn en 
su domicilio. Em enantoilos europeos, hay pooos «1 el Celeste ba- 
perio, de esos pocoa á ningono es licito frecuentar la aodedad iM- 
na, y, aimqae los admitieraii, no sacanan paiüdo, por más bellos, 
osados á irreaiatiblea que faenu : ellas no gnataa de nasotoos, no 
nos estíman; en ana palabra, si Marte, Antinoo, d Apolo de Bel- 
vedere, I>on Jiuui Tenorio, lAnzun, el dngaede Rieheliea,*LoTe- 
lacey el conde de Orsay comparecáeían á sn presencia, losto m a ria n 
por otros tantos Esopos. El único bárbaro eztatnjero que ha pasa- 
do los ombraies de hogar chino^ al monos goe yo sq», es el señor 
Lemabe, int^reto de la legación de Francia, el co^, gracias í sa 
larga estancia en Pe-King, sn perfecto conocñnúento de la lengoa 
china, aa eaqoisito tacto, nna profnnda ciencia y un gasto partica- 
lar ha consegoido trionfár del rigorismo de las coatombres, del 
misterio m qoe los chinos envnelvea m vida interior, intímando 
con los más encopetados personajes de la alba sociedad indfgema. 
En enfuto anochece, se viste de caballero odestiaf', co» Bn trena» 
poBtü»,.Bas babii(diaa y demía atavíos chinescos; visita variaa casas 
doruite la noche qne pasa rápida y alegre hablando en oorrecto 
iditRna mandarin de las intrigas políticas, chismes de la sociedad 
elegwite y otras moindencias. 

En efecto, de noche loe abones de esa sociedad est&n ani- 
mados, concnrñdoe, brillantes cnanto poeden serlo nnas rennio- 
nes d<mde &lta el primeo y eoenciiJ adorno, las dumu cayos ofos 
alumbran más que lacemas de cristal de Vraeda con tm millón de 
me<dieroB de gas, tí imán qne más atrae, la flor más aroináláca y 
• ñca «1 cdoree, el vmeno mía dalce y mortífero qne el hombre 
bebe con delectación y, sabiendo qne mata, no cambiarla oor el 
néctar de los lUoeee. 

Qnizá, al «npezar este periodo, debí esoeptnar de la regla ge- - 
neral qne sentaba respecto de la impenetrtJñlidad de las casas du- 
nas pam todo el qne no lo sea, á los miñonwos; si eottmoes me 
absttive de hacer esa eecepci<Hi, fae por qne tave en ciienta qne ellos. 



jvGoO'^lc 



obrando con bu prudeacia y aabiduria habituales, comenzaron di- 
fundiendo la luz del Evun^io entre las gentes del pueblo, como 
míÍB acceaibles á au propaganda; yo trababa de la sociedad ni¿8 eleva- 
da, r^oa donde, desgraciadamente, no han hecho todavía prosélitos. 

Por lo demás, yo rindo eí debido horneare á los grandes ser- 
vicios que preatan á la religión cristiana y á la civilización en el 
extremo Oriente; sns Memorias han contribuido eficazmente, en 
primer término, al concidmienbo que hoy tiene la Eoropa del Im- 
perio del Medio; ellos tomaron la iniciativa en la cruzada empren- 
dida para r^;euerarlo, combatiendo los errores de Confticio, de 
Lama y de Buda, cuya moral fué un progreso en su ^empo, mas 
cuyo« principios fundamentemos no resis,ten al análisis y como el. 
humo se desvanecen comparándolos con las máximas que sirven 
de base á la religicm de Jesucristo, única verdadera; eUoe son, 
me complazco en reconocerlo, unos héroes que, al embarcarse en di- 
rección á tierras remotas é inhospitalarias, hacen el sacrificio de 
sil vida [sublime abnegación! Centenares de ellos- h&n sufrido d. 
martirio caya palma era toda su ambición; ella les abre las puertas 
del cielo y les aaegura la dicha eterna; el «aciiñcio de esos dignos 
sucesores de los Apóstoles no ha sido estéril; la humamdad recono- 
cida, recordará siempre que ellos, salvando la barrera que circuía 
la China manteniéndola durante machos siglos úslada, sin cofiíuni- 
cactOQ con el resto del mundo, realizaron un milagro: darla á co- 
nocer, hacer trasparante la gran muralla que poco á poco se ha 
desmoronado, cual si la fe qué los animaba fuera, en vez de luz 
rutilante, llama voraz ó huracán de irresistible fiíria. 

Abierta una brecha, por ella entró el vivificante soplo de la 
civilización moderna que, yo lo espero, se implantará enesopais ca- 
si agonizante; pero con elementos bastantes para, una vez vuelto en 
sí del lebai^o en que sus mandarines lo tenían sumido, retenerse y 
demostrar al universo asombrado de su resurrección, que el gigamte 
amarillo, cuya muerte se creía próxima, viéndole esbenuado y sin 
aliento, vive é inspirándoao en el espíritu del siglo seguirá resuel- 
tamente marchando por la senda del progreso hasta eclipsar un 
dia á los bárbaros de Occidente, que le han revelado los prodigios 
que la libertad y el orden, bien ponderados, realizan por su misma 
virtud cuando los gobiernos dejan hacer. 



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tT»o« -y ooatnmbrwB ol&insa. 

la. tuituial suspicacia de los chinos, su carácter reservado y &a 
existencia rebraida son legítima consecuencia del satánico oi^ullo 
^ue les hace considerarse como el pueblo más culto, sálúo y va- 
liente del orbe; de su fanatismo religioso y, en gtan parte, de sn 
espíritu de iftiitacion: un pueblo que cree á su soberano descendien- 
te del fuego é hijo del sol, debe copiar serrilmente sus hechos y 
gestos. Ahora bien, el emperador vive rodeado de on misterio tal, 
que cuando sale de sn palacio los soldados tártaros ^^corren pre- 
viamente las calles ahuyentando á los transeúntes y S. M. no pasa 
hasta qne están desiertas. ¡Ay del que otara á deelimree á lo largo 
de las paredes 6 esconderse detrás de una columna para verlo! seria 
condenado á muerte I 

Es nn 3¿r casi invisible, pues ni aun los representantes de las 
natñones extranjeras, acreditados en Pe-king, tienen derecho á con- 
templar la imperial figura; son recibidos, sí, en audiencia solemne, 
dos veces: cnando ll^;an y cuando se van; mas el emperador oye y 
contesta sus discursos de preeeutacioa ó de despedida d^rás de una 
cortina que divide en dos el salón del trono; así las cartas creden- 
ciales, como las recredencíales se entregan al ministro de Estado, 
que con numeroso séquito de altos dignatarios palaciegos le acom- 
paña hasta su silla de manos y queda terminada la ceremonia. 

La etiqueta interior de palacio es muy rígida y complicada, 
Bohre todo en la parte ^femenina; el primer rango lo ocupa la em- 
peratriz madre, cuyas habitaciones están separadas de las del em- 
perador por algunos patíos; s^im los ritos, cade cinco días debe 
ser visitada por bu hijo seguido de toda la corte, principes, man- 
darines, escolta, música, etc., etc., se hace anunciar por un eunu- 
co, ella lo recibe en el salón de su trono y se sienta después de leer 
una solicitud que un mandarín le presenta de rodillas rogándole, 
en nombre del emperador, que acepte sus homenajes; estos conis- 
ten en nueve proatemaciouee, el mandarín se arrodilla de nuevo y 
entrega otra solicitud á la emperatriz suplicándole se retire, tocan 



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albemafeÍTamembe varUs veces la múaioa del emperador y la de su 
madre, caal ai sostuvieran un. diálogo, hasta cjue la augusta señora 
entra en lu gabinete renervado; eatrsiees el mandarín se prosterna, 
dice al soberano c^ue la ceremonia ha concluido y todos se retiran 
con el mismo ceremoiiiai que observaron é. su venida. 

La primera mujer- del emperador goza también de algunas 
prerogativae: dirige la casa, manda á los Bérvidorea que deben 
obedecerla en todo aquello que no esté prohibido por su mando; 
o&ece el the' á las visitas; la ceremonia de su eoronadon es tan 
solemne, lenta y minuciosa, cómo todas las chinas; hago é, mis 
lectores gracia de los detalles que omito, temiendo abusar de su 
paciencia: es preciso ser nimio y linfático como un chino para per- 
der el tiempo en esas menudencias. Todo se reduce á mucho apa^ 
rato , mucha música y muchas prostema^áones de los cortesanos, 
una vez leído el edicto que eleva á una favorita al rango de empe- 
ratriz , rango que no la releva del cumplimiento de los deberes 
atribuidos ^i China á tMa muju; así, pues, no solamente hila, 
oose y borda como una simple mortal, sino que cría gusanos de 
seda y en primavera inaugura las faenas agrícolas dirigiendo la 
siembra del arroz, escogieudo semillas de plantas tardías y otras 
labora campestres, cuyos fi-utos ofrece al emperador ó á los espíri- 
tus, noble homenaje rendido á la agricultura, muy estimada siempi-e 
por los chinM. 

A ntiguamenté ejercía cierta jurisdicción, en su calidad de pre- 
sidenta nata que era, aegaa dice el Li-King, de seia tribunales 
encai'gadoB de juzgar los procesos suscitados por desaveaiencias ma- 
trimoniales en todo el Imperio y diseñar á las mujeres á obedecer. 
Baos tribunales fueron suprimidos por inútiles, organizóse luego el 
petsonal femenino de la corte cuando los tártaros dominaron la 
China, sin prescindir enteramente del antiguo modelo y conseí*- 
vando al emperador el derecho de tener, además de la emperatriz, . 
su primera legítima esposa, dos Kvr-ym ó reinas con numerosa 
servidumbre; estas son las mujeres de segunda clase; la tercera se 
compone de seia Pinna ó princesas cuyo séquito es más reducido. 
A eetaa tres pue^e S. M. agr^ai- y, en efecto agrega, cien concu- 
binaa (niu-yu) encargadae del servicio nocturno, en el sitio donde 
el emperador descansa á duerme. 

Seguro estoy de que mis bellas led>oras enctusntran excavo. 



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U6 
«■candalqso é inmoml el námero de á.raáx> noeve nuyeo'efl MÍgnaiio 
al soberano del Celeste Impeiio; j terabien sospecbo qae taeá. todos 
mía lectoree envidian la roerte de ese £eUz nuirt&l. Pnee aepaoi 
unas y otros que los tártaros dieron un gran ej^nplo de loodeavoion 
redncioido la cantidad y la calidad de mnjer£« adscribas al serrallo 
impeñal en tirapos anteriores; entonces habia una emperatriz, 
tres reinas, noeve princea&s, treinta y úebe Chi-fu,, ochenta Ya-tñ, 
j un número ilimitado de concabinas, «n coid»r las soridoraa de 
todas ellas, snjetas igualmente Á la caprichosa voluntad de S. M. I. 
ÍMt Pinna vestían de seda amaiilla, inügnia de su catearía de 
segunda (dase; las Chi-fade blanco, como mi^eres de tercera, j las 
concabinae de negro. 

Ou^nicH' varoa consttuite, aunque fuese turco, se hubi«% con- 
tentado coa mi gineceo tan bien lurtido ^o es ciertoí... Sn em- 
bargo, no todos loe soberanos chinos han tenido bastante y lle- 
vaban otras muchas á sos palacios. En el sagnndo siglo antes 
de J C, reinaba, la dinastia de Han, cuyos indivídaoa pretendian 
que todas las doñeólas bonitas del imperio eran snyas de derecho; 
uno de ellos, Siun~tt, escogiií en un solo dia seis mil sin salir de 
Nan-King, y su antecesor Wu-ti tnvo á la vez catorce mil re- 
clutadas en virtud de una ley que disponía lo «i^uiente: "Cada 
año, en la cuarta luna, se presentaráa í los oficiales del emp^ra^ 
dor todas laa doncellas de la capital y sus cercanías que hayan 
cumplidottrece años y no pasen de di^ y ocho, á fin de elegir en- 
tre ellas las más dignas de entrar en el gineceo imperial, ir 

Puro lajo, porque el emperador rara vez iba á escojer ana con- 
cubina en aqoel depósito de hermosas jóvenes cuya niayor paxto 
ee despedía sin babe^ visto & su dueño. Las oonsecaencias de volup- 
tuosidad tan desen&anada eran el hastío de esas desgraciada: 
vi^doae alejadas del mundo exterior diverbian ails óéioe urdiendo 
intrigas, suscitando rivalldadeB que, agitándose .eu el serrallo, lo 
convertían en un foco de corrupción y de turbulencias, caya in- 
ñuencia se dejaba sentir desasti-oaamente en los negocios pábUcos; 
sangL'ientaa luchas, revoluciones terñblee se han &a^fuado m am 
recinto; grabes consecnenúas, sin dada, pero no tan graves como 
lo habieron sido «1 otro pueblo que tuviera cabal nocioa de sn 
dignidad. ' 

En efecto, abasos de esa caantia, un despotismo tan crudo y 



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deseando, ima laadvia Aaa feroz, goe púa »BxáatM no repea»b» ea 
arrancar á los padres sus Iiijaa, al hccmano la hentuma, al imurnte 
aii amada, ea más cruel, más horrible, más inhuBiaBO, más inso- 
portable qae todaa laa demaeiaB cometidas en Eoropa «n los ¿iwn- 
poa fendalea. Aquellos señorea de horca j cuchillo, de vidas y ha- 
ci«ids8, de pendón y caldera, nunca fiíeron stores de hooraa; so- 
lían usar y aun abusar en algunos países^ en Francia sobre todo, 
del derecho de pernada, derecho tan inicuo como abaurdo, costam- * 
bre indigna de profiínar, tomando ese nombre augusto, la grande, 
la sublime, la humanUaria y civilizadora idea c[ue expresui sus 
tres sílabas; aberracioa de una época semi- bárbara que, iofomándo- 
la, reconocía la barragania y la adornaba con cioturon de oro que 
andando el ti^npo soliii trocarse por el velo de desposada, ofreci- 
do por alguu pechero enamorado ó ambicioso sin escr&puloa, que 
daba su nombre & la muiceba de un alto y poderoso caballero para 
obtener su gracia. Pero estos vei^nzoeos hechos no eran frecuen- 
tes; la mayoría de' los nobles no se dignaba mirar á las villanas: 
quizá no las creian mujeres, como la dama romana que afirmaba 
no eran hombres los esclavos. 

Por lo dicho, no se crea que yo trato siquiera de atenuar la 
enormidad de esos actos: sostengo únicamente que, cu^uier pue- 
blo que no fuera el chino, se habría sublevado en masa, como un 
solo hombre, contra iM levas de vírgenes, ordenadas cual se orde- 
na una requisa de caballos, medida justifi(^a, al fin, por las nece- 
sidades de la guerra, miwiixaA aquellas no reconocían más causa 
que un capricho del monarca. Es la última injuria, el xefco más 
audaz que un soberano lanzar puede i su pueblo, Qué l»e almace- 
nan asi millares de doncellas para regalo de un libertino coronado, 
ai algún dia tiene ese antojo? Semejante atentado no se ocurrió 
nunca á los tiranos de Siracusa, ni á los dictadores de Grecia, QÍ á 
los Césares de Roma, ni siquiera á un aátrapa de Pema ó á un Sul- 
tán de Turquía: gloria tan triste, reservada estaba á los emperado- 
res chinos de una dinastía que perdió el trono, si, mas no á impíd- 
aos de la ira popular, sino del rencor de los magnates celosos y har- 
tos de sufrir que sus esposas fueran elidas entre las huéspedasdel 
srarallo, por las mujeres principales del Emperador, á quienes ia' 
cumbia su nombramiento. La mujer de un ministro, gobernador y, 
en general, dotado mandarín graduado se conwderaba por eetehe- 



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218 
hocho dama de honor de la Emperatriz; de consi^íeate quedaba 
úempre á disposicioii de bu soberano. 

Cual si no bastara eaa igaominia, la instítudon de los eunucos, 
fundada casi al mismo tiempo que los ginecec», vino i, colmar ln 
medida del sufrimiento. Sos funciones, determinadas por el Tehen- 
Li, eran las silentes: "Los euuueos están encargados de diri^r 
las mujeres del interior ó concubinas imperiales y las exteriores 
afectas al servicio de palacio reservado; ayudan á ios empleados 
dependientes de las mujeres de tercer grado en toda ceremouia; im - 
piden que salgan sin licencia las concubinas, y acompañan á las 
mujeres del -interior en las visitas de p^ame (1).if 

Todo faé bien mientras se limitaron á cumplir su misión; pero 
cuando, tentados poi'la ambición, la codicia y demás vicios que ia- 
vorecia sit situación escepcional quisieron salirse de su humil- 
deesfera, se acabó la paz y no habi a intriga política en que ellos 
no ínBnyeran. Funesto influjo que inspiró al autor del I-Kirig es- 
tas palabras: "Mientras haya en la corte tanta mujer y tanto eu- 
nuco, seremos desgraciada, ¡r 

El emperador Ho-ti fué, según parece, el primero que mejoró 
la conditñon de los eunucos confiriéndoles los más elevados cargos 
del Estado; su Inesperada fortuna llenó de orgullo á esoss^res de- 
gradados y seguros de la impunidad, no hubo cohecho, ii^usticia, 
crueldad que dejaran de cometer, concitando sus iuiquidades la ira 
popular, manífaitada eQ asonadas y motines caü diarios. Tanta 
codicia, tanta saña, asombran á primera vista; ún embargo, el 
desarrollo de los mal<M instintos se explica {Relímente:, el hombre 
artificialmente desnaturalizado, & quien ana propios sem^antes 
privan de ciertos goces, no puede menos de aborrecerlos; su heñ 
do corazón siente un vacío, el vacio que deja la ausencia del amor, 
volcánica pasión que, al extinguirse, trasmite su calor á otras pa- 
siones voraces, como la ambición, la sed de riquezas, el rencor y 
la ferocidad, en virtud de la eterna ley de las compensaciones que 
rige tanto el mundo moral como el fisico. 

Así como los cuerpos sólidos buscan su centro de gravedad, los 
líquidos BU nivel y los fluidos espacio donde evaporarse, tendiendo 
•todos á encontrar su equilibrio, las humanas pasiones obedecen á 

(1) GroMM.— i)e la Chhte.—X. o., 20-29, 



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eata ley y cuando una Mta, ótrsa crecen á ana expeasae. De r^Xn 
manera icSmo explicar los caminos qae se verifictuí en la natura^ . 
leza del hombre, los apetitos qne aientie y lai disbintsA aficiones qae 
tiene durante au vida?— Niño, en inocentes juegos cifra so dicfaa; 
joven, 9« ventura es amar, ser amado, estudia, viaja, discute, lu- 
cha, espera y cree, imaginando ¡oh inexperto! que, cual otro judío 
errante, su vertiginosa carrera no concluirá janiáa; luego, la edad 
provecta, modera sus ímpebni, ama con menos fuego, se aleja del 
numdo á medida que va env^éoiendo y' acaba por entregarse á la 
gula, ser comodón, devoto, porque ha conocido la vanidad de Vos 
goces terrenos y eleva su alma al cielo cujas esperanzas no Miga- 
ñan como las mundalbalea. Feliz, se asombra él mismo de recono- 
cer que lo es en medio de ima paz, de una calma no alterada por 
dulces emociones, ni por violentas tempestades. 

■ Mas, volviendo á los eunucos, au creciente poder alarmaba, y 
era tan odioso á loa letrados que se concertaron para orntar las 
alas á esas aves de mal agüero, volviéndolas & colocar en su primi- 
tiva subalterna posición. GUos que lo saben, jóntanae en secreto 
conciliábulo y acuerdan actuar á los letrados de quera derrocar 
la autoridad imperial; Llng-ti, que ocupaba entontes el trono, era 
un príncipe débil y vicioso; como tal, adío tenia fiíeraa para hacer 
da&o, atendió más & los ministros de sua liviandades queá unaclase 
tan ilustrada é importante y, god sus plenos poderes, loa eunuoos hi- 
cieron ejecuta á 800 letrados, ejecución que aceleró la caída de la 
dinastía de Han. 

Bajo sus sucesores reinó el mismo amable desorden; la prueba 
es que Ou, señor de Nan-Kin, nno de los r^es feudatarios del Im- 
peño, tenia en su serrallo cinco mil cómicas y bailarinas. Tein- 
Wan-ti se apoderó'de aua Estados el año 281 de nuestra era; tan 
fácil victoria persuadió á este emperador de que no tenia más ene- 
migos que combatir y, colgando sus armas, ae entregó al ocio, pa- 
dre de todos los victos; entre otros caprichos á cual más costMoa, 
tuvo dos muy raros: uno, mandar hacer un mRgniflco carro tirado 
por carnerea y en él se mostraba al público, rodeado de mujeres 
que se dispntaban sus íavores; otro, organizar un regimiento de 
amazonas lujosa y elegantemente unifoimadas, con fogosos cabar 
líos y una música, cuyas individuas tocaban toda clase de instru- 
mentos que yo, piadosamente pensando, creo serian todos sin ex- 



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e^oioa aroMiiúooB, aaitque «1 fiezbo chino &o lo Hfslaxa. Sea como 
quiwa, «a tcopa haeia el aeivioio degtiiu-diiu de corpa* ¡titulo sm- 
iÁnóaaool ¿Ña habñs údp mía propio el <kt escuadrón desbrucbor 
del coi^? 

NaturalmeUbte, los prínclpeB feadabaríos, la añebocracia de la 
sangre y la dd dinero aeguian el ejemplo que daban el emperador 
ysuo<irt9¡ así, cada cual tenia la «aya ó por lo menos aa aerrallo, si 
no tan numeroso, coa la misma escala jerárquica é igual rigurosa 
etiqueta. La corrupción, pues, TÍniendo de arriba á bajo, traacemdvS, 
como no podía mdnoa de suceder á todas ks clases sociales; ne obs- 
tante la protecta que de>muy antiguo venían haciendo los hombres 
juieioBOfi. Uno de ellos, Kuang-yu, que florí*i'5 en el remado de 
YnM^;-ti (1), prfiuúpe disoluto, cuyas licenciosas costumbr«i die- 
ron lugar á que estallaran grandes desoldóles en su corte, escaa- 
daliaado se atrevió & dirigir al Empwador la siguiente admonición. 

«Señor: Antigoamente los Emperadores solo tenian nueve mu- 
jecfls; 6, medida que su número se aumentaba, la sociedad se per- 
vertí^; y hoy, sabedlo, ea frecuente ver salir del palacio de la Em- 
peratriz mesas bien pulimentadas sobre las cuEvLes brillan ricas vi- 
gilias de oro y plata, regidos que hace á unos y á otros; pero casi 
siempre ¿.^ente indigna. Si Wu-ti inauguró la era de la disipacioo 
y del desMifreno, Uenando su palacio de cuantas beldades podian 
hallar sos agüites en todo el imperio y llegó á reunir millares de 
coucubLoui, unas eíectivas, otras, la mayor parte, hanorarias, su 
sucesor, Yueng-ü ¡vuestro homónimo, señor! (2), ftié aun más 
allá ^ageraodo sus excesos, haciendo alardes de una lubricidad 
presentada bajo formas Um seductoras, que la emulación de bus sdb- 
ditOB consiatia en cuál de ellos tendría más mujeres; ^tas se lamen- 
taban de su in&uqta suerte y los ecos repetian sus imprecaciones... 
'iCreedme, la pluralidad de mujeres no aumenta la prole; elegíd 
una veintena entre las más virtuosas y el resto podéis despedilio 
y que vaya oa paz á Inucar mandos. i> 

Con asombro de las gentes, el monarca no tomó á mal estos 
constes é hizo economías suprimiendo gran parte de su séquito y 
reduciendo los gastos suntuarios que agotabac el Erario páblico. 



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dando mal ejemplo ti poeblo ciiyat eotilui^rea oorrompia ti lojo 
desenfr^iado de la corte; daró esa cdatíneBcia tanto como la rida 
de Ynes^, poes em herederos imitaron d liberláiiage y la pro- 
digalidad de sos progenitores fomentando la corrupcáon qué, nn 
mommto contenida, inpetó dorante mantos de loe i^los: Todavía 
en el cnarto de nnestra era presenciaba la corte escenae como nna 
qne brevemente voy á_ describir, 

una noche de oi^, d Emperador Tan-Hiao-wa-ti se permitiií 
embromar Á la princesa Tchang-fñ «Uciéodole gae, próxima í cum- 
plir treinta aftos, debía pensaren retiratse del mundo, 00* pompa, 
y vanidades; ella sintió proñindamente herido su amor propio" 
mas ae contuvo y continuó rioido y llenando repetidas veces de 
vino la r^a copa. Tantas libacionee embriagaron é. S. M. I. cnya 
angosta persona cayó al suelo, CQmo «na masa inerte, lo mismo 
que cae la de nn simple mortal en semejante caso; la princesa se 
arroja sobre á, lo ahoga y al dar cuenta de sa muerte la atribuyó 
á báquibos excesos. — ¡Cruel vBOffttia. de una broma de mal gnstol 
Ella prueba que la cogueterfs es de todos los tiempos y de todos 
loa pa¿es: nnnca un. ninguno han tolerado las mujeres gne les ha- 
blen de BU edad. 

La impunidad de ese regicidio fomentó, sin duda, el espíritu 
vengativo de algunas mujeres, puesto que en d siglo V consumaron 
iguales y aun más graves atentados, llegando una princesa á matar 
á sn hijo. Yeiunos como: To-par-hong, príncipe soberano de Hei, go- 
bernaba sus Estados con tal rectitud y serena imparcialidad, que la 
1^ castigaba al deliouente por alta que fuera su categoría; dos cor- 
tesanos suyos, Li-tu y Xá-g, á quienes dútioguia en CTtremo por 
ser protegidos de su madre, Fong-chi, fueron condenados á muerta 
como malversadores y la sentencia se ejecutó. No habiendo podido 
salvarlos, Fong-chi juró que loa vengarla y loa vengó envenenando 
á su propio hijo. Beinaba ^toncea el Emperador I¿-cu-y«. ' 

Reinando Wu-tien la China meridional, el año 526, se atóalo 
por otro raégo de audacia femenil: la princesa Hu-chi ascendió & 
emperatiz de Wei, imo de los Estados que formaron el Celeste Im- 
perio cuando este realizó su unidad; mujer de talento y de inven- 
tiva, pronto se apoderó del golñemo y, para consagrar sn usurpa- 
ción, quiso sacrificar ella misma & Tien enlngardel príncipe Yumi- 
hin que era muy joven, fund^dose en que la emperatria Ho-chi, 



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de la dinwítrift do Han, fasbia saci^oado á sus abneLos, ausque eate 
hoaOT era privatúgo de los hombres. Semejaote osadía Sué niuver- 
aalmente censurada; mas el pueblo, como úempie, ae limitó á mur- 
murar, 

Ha}ñendo muvlndo edifiooG tem^oe en honor de Bada, ¿ cuya 
secta se declaní adictA, coucitó la oposición de loa altos fonciona- 
rioi que profisaban la doctrina de Confucio ; esRcerbados además 
porque no Bolamente habla empleado en esas f&bricas dinero del 
Tesoro pájblico, sino que osó arbitrar recursos reduciendo el sueldo 
de los mandarines. La iDdignacion era natural, aunque no deúnte- 
resada; ella, ún hacer caso de lafi conspiracionea que urdían para 
i^^arla de su hijo, se burlaba délos antiguos usos afectando en sus 
vestidos y tocado una desenroltura y ligereza tal , que Üsgó al pun- 
to de salir de palacio descótada, sin velo , d^&adose ver de todos. 
¡Qué tfflneridad! CSerto dia, Yuen-chon, uno de sus ministráis osó 
decirle: i'Leemoe en LirKing, que una mujer cuyo marido ha 
muerto debe conúderarse como Wt^^^ difbnta, no llevar joyas de 
oro, perlas ni diamantes; sois la madre del emperador, tenéis casi 
ciuurenba años, adornándoos como lo hacéis íespurais que la poste- 
ridad os dte como un ejemplo digno de serimitadoín 

Dadas las costumbres chinas y ei absoluto poder de sus monar- 
cas, no se sabe qué admirar más, si ese lenguaje ó su impunidad; 
«in »nbago, Hu-chi no escuchó esos prudentes conaejoa y siguien- 
do exclusivamente los de su desordenada ambicltm, dio lugar á que 
se altérasela pública tranquilidad con motines, escritos subversi- 
vos y otros excesos. Su hyo, ya mayor de edad, hubo de empuñar 
las riendas del gobierno; mas por poco tiempo, la terrible Hu-chi 
conspiró contra él y auxiliada por una cohorte de Éavoritos, no 
monos que ella despechados, puso fin á sus di&s con un veneno que 
dejó vacante el trono; ella lo ocupó muchos años y en 528 designó 
como sucesor á su sobrino Yuen-chao, niño de cinco años ; haciái- 
dose nombrar regente, cai^ de que no tardó en ser desposeída por 
les magnates «pnjnrados contra su odiosa pffl'sona: abandonsKia por 
sui hechants, se encerrd en un convento, cortifae' los cabeEos de- 
clarando que renunciaba al mundo y se hacia bonza. Los vencedo- 
res, temiendo un posible arrepentimiento, se apoderaron de ella y 
pereció ahogada en un rio. 

Los chinos suiren resignados nn gobierno cualquiera, por des- 



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pótiflo 7 e8C|iiilmiul<» qae B6&, mienbraa dan; pero ea uyeado, es- 
talla iu comprimido rencor é implacable ao da ouartri .&■ niogujLo 
de los agentea de un poder aborrecido. 

Si la es-peñeiaxaB, ea madre de la ciencia, una vea demostrado 
que el número exceairo de mujeres j de ^inucoa' caiuaba 1<» dei- 
óMenes con que la corte escandalizaba deade la capiW bftata el úl- 
timo confín del imperio, conocida la causa del mai, sü remetüo era 
patente. 

Aaí, el emperador Tui-teong, inauguró su reinado en 626, 
licenciando 3.000 mujeres del palacio: todas fueron devueltaa 6. bui 
padres, luego ^x>clamó emperatriz á au única mujer Tcbíuig-sou- 
chi, princesa versada en A estudio de loa wxtiguo3 libros y cuya 
conducta probó c[ue era digna de tan alta dignidad. 

Lc^oB de envMLeCCTse coa ella, redujo ¿í iausto de sos vestidoa, , 
disminuyó su sóc|uito y jamás quiso mezclarse en los negocios del 
Gobierno, ciey^o]oe fiíera i^ las atribodones de la mi^er; un 
día que su esposo la interrogaba sobré ese asunto, le contestó con 
este proyerbio: i'Coaadp la gallina canta al amanecer, anunda una 
desgracia inminente parala casa.» — Dedicada ¿ la educación de sus 
hijos, tuvo al disgusto de que el príncipe heredero abrazara la doc-- 
trina de los Tao-sse, (11 con tal ardor que en cierta ocasión, bailán- 
dose su madre enferma, le propaso una amnistía y levantar el dea- 
tierro á esos sectarios, para obtener del cielo su restablecimiento: 
ella le dijo: "El Chang-ti (Sár Supremo) es arbitro de la vida y 
de la muerte, loe hombree nada pueden; la misión de los prlncip,^ 
ea otorgar gradas y beneficios, mas do todos los criminaleB merecen 
perdón. La religión de los Tao-ase y de los Ibo-chang está llena de 
imposturas; el emperador la ha recl^^ado siempre y hay que respe- 
tar su voluntad. II 

Sintólndose morir, encargó al emperador. que no gastase dinero 
para erigirle una tumba moDumentaJ. "Quiero,— dijo, — ser enter- 
i-ada coma ^b(£ta; 1^, dicha de los hombres no consiste en la mag- 
nifencia de sus sepulcros, sino eu las virtudes que hayan practica- 
do durante bu vida, y sirvan de ^emplo á la posteridad...; alejad 
los adoladQres y huid de todo aquel cuya virtud sea sospechosa...; 
disminuid ea. lo posible las contribudones, y dejaos de esos viajee y 



(1) 



g,:,7.::b,G00'^lc 



caeeiÍM que octmonuí inuensot gM608 cuy» petadmntere agobia á 
loaposbloB... — ]3ibia> m&xlinM qua revean um digna diüclpiüa 
de Confíiciol No fiíeron las ánicas; paes ademím át^á escrito nnlibro 
consagrad» á m pro^tia inatn«xáon: la historia de las mujeres gue 
habíAn reinado, Ooñ un análiña de sus cualidades y r^exiones so- 
bré m coochict». 

Muerto Tai-tsang en 649, totias las priueesaa jóvenes y ri^as 
de BU corte se retiraron á un convento badista para acabar alU sn 
existeocáa; maa, cual si la fama quisiera r,ealzar por el contraste 
las virtudes de caá mujer extraordinaria, él reinado sigoi^ite ñi^ 
tan borrascoso y icoundo ea crímenes, cokno traiiC[aÍlo y ejemplar 
liabia sido d del difimto monarca. 

Kao-tsnng, qne le sucedió, era un imbécil, úa iniciativa ni 
^opia voluntad; enamorado de una ooncabina de sa padre, la prin- 
cesa Wa-heu, iné íncoused^ite iistnimco^ de sus crímenes, guisa 
los más atroces que registra la historia del mando. Desde luego ae 
propuso sustitair á la emperatriz y buscaba una ocasión para per- 
derla; no tardó en presentarse, habiendo dado á luz una niña, e«n 
cuyo motivo fué Tintada por su inocente ñval, ahogó á la hija de 
sus entrañas 7 sapo eonrencer al emperador de gue aquella la 
había matado al^;ando, oomo wa cierto, que nadie taás habia en- 
trado en su coarto; la e^oea principal fué d^radada, y Wu-ben 
ocupó BU lugar con el título de Thíwi-heu, Reina Celeste. 

Su primer acto de autoridad fué encerrar á la emperabiz caida 
y á una de laa peinas, la más bella; d emperador, que todavía las 
amaba, no dejó de visitadlas en su fisión; ella que lo aupo, las man- 
dó ahogar en mi baño de vino, ntntiluido antee bub cuerpos. Lue- 
go hizo dedarar príntñpe heredero á su hijo X/thong, con perjnicio 
de Li-Tchong que lo era por derecho de primogenitura, y para ma- 
yor 8^;ucidad, ñieron aseainadoe los parientes más próximos de su 
marido cuya imbecilidad toleró, además, que loe de su cruel con- 
sorte sucedieran á aquellos en su alta dignidad; de esta manera 
asaltó el poder supremo. 

La historia dice que gobernó bien, con tanta habilidad como 
energía, inapirando un terror tal, gue dbrante muchoa ajJos goza- 
ron los pueblos de una paz octaviana. T se compt^ide: at menor 
conato de resistencia á sus medidas, eran ejecutados los funciona- 
rios albos ó bajos, se confiscaban sus Menee, mujeres é hijoa redu- 



[),qm7-.obvGoO'^lc 



reduciendo Á éstos á la condición de esclavos. Lt» príncipes Ü- 
Tchong y Ij-hieu, rástagoa del emperador habidos eñ otra mujer, 
snctunlñeron también & sus golpe» con obras otnchad personas que, 
por serles adictas también les estorbaban, todo á. ciencia y pacien- 
cia de su ci^;o estúpido marido, sobre el cual ejerció siempre tal 
ascendiente, que al morir encarga á su hijo Tcbung-tsung no hi- 
ciese nada sin consultarla. 

Lejosde someterse S. esa especie de tutela, el nuevo monarca qui- 
so reinar y gobernar; declaró emperatñz á su esposa &Toñta, con- 
firiendo al mismo tiranpo al padre de ésta una de laa más altas dig- 
nidades del imperio; pero Wa-hea no era capaz de ceder sin luchar: 
en su calidad de emperatriz madre, reunió & los grandes que obe- 
dientes pronunciaron él destronamiento de su hijo, la elevación al 
trono del principe Li-tsn con su mujer, Lin-cbi, cuyo hijo Li- 
tching seria el priniñpe heredero; asf logró e^uir mandando. 

Destituidos por ella, los príncipes de la &milia imperial se su- 
blevaron después de publicar un manifiesto relatando los crímenes 
cometidos por la usurpadora; vano intento, fueron vencidos y muer- 
tos todos con BUS cómplices. Igual suerte cupo á cuantos eran sospe- 
chosos de simpatizar con su cansa. 

Desde entonces, ebria de orgullo, osó bollar las tradiciones re- 
vistiendo los ornamentos imperiales, hacer sacrificiosy recibir á los 
grandes en el salón de los antepasados, con tanto aparato como el 
de la antigua dinastía de Tcheu, cuyo fiíusto ea proverbial en Chi- 
na; BU locura 11^6 al extremo de boiTar del litu'o de oro los nom- 
bres de los hijos varones de la legitima dinastía, y declarar que en 
adelante la familia imperial se llame Wu y no Li. 

La máxima jurídica, universalmente admitida, máe vale absol- 
ver á cien crvminales que condenar d un inocente, la jnverbia ella 
diciendo: "Antes que dejar impune un delito de rebelión, pre- 
fiero hacer morir cien inocente3:<i su corarasn, inaccesible á nin-. 
gun sentimiento noble, no reparaba en medios con tal de llegar 
al fin. 

Áal, queriendo saber el concepto que merecia 6, los ñmcionaríos 
páblicos, los aiitorizó para hablar libremente en sus informes sobre , 
asuntos de gobierno y administración; albinos candidos cayeron 
en la red é hicieron representaciones en fiívor del cautivo empera- 
dor. Ni'uno escapó á su vengauza. 



)vGoó<^lc 



SolÍ!l eaberarse de loa memnriales que le echabtuí qnejándose de 
vajám^ies probados evidentemente y la impía lo8 condenaba á 
muerte por delatores; un día en (jiia recibió mil instancias, murie- 
ron S50 de sus autores. Se conoce que no leyó más, Estaa heca- 
tombes eran aplandida^ por aus aduladores como actos de impar- 
cialidad, arrastrándose la vil lisonja hasta dedicarle un libro escri- 
to por los sacerdotes de Ho-cbang, pretendiendo demostrar que 
descendía de Buda j, como'tal, era legitima sucesora de la dinastía 
de Yiing en el trono imperial. Ella, haciendo que lo creía, hizo 
erigir trapíos á Fo (Buda) y repartió millones de ejemplares de 
esa obra en las provincias. 

Se comprende que, aguatados d9 hu ferocidad, no hubiera nadie 
capaz de an-ostrar las iras de tan odioso poder y así reinó triun- 
fante largos años, siempre absoluta y cruel siempre basta que la 
vejez, que todo lo quebranta, abatió su altivez advirtiéndole que 
debia nombrar un sucesor, nombramiento aconsejado además ince- 
santemente' por sus dos sobrinos, & cual máa ambiciosos. Ella vaci- 
laba entre ambos; pero Ti-gÍn-Kíei, si' primer ministro, inclinó su 
ánimo en favor de uno de los bijos del último emperador; y gracias 
á su elocuencia, fué designado Tchung-Tsung, el mismo que hatüa 
áesfcronado, á condición de que adoptase el nombre- de Wn, renun- 
ciando al de sus antepasados. 

Digno hijo de su madre, pasó por todo haciendo reaervaa men- 
tales, según luego d^nostró asesinando á sus dos competidores los 
sobiinos de la emperatriz madre, que, rendida por este golpe deci- 
sivo, no tuvo más remedio que entregar-el podei- á Tchung-tsung 
y encerrarse en su palacio, donde murió, no sin pasar antes por la 
amargura de ver al nuevo soberano devolver á su dinastía el nom- 
bre de Tang y restablecer los antiguos usos proscritos por ella. La 
China respiro libremente-., parecíale imposible no verse ya bajo el 
yugo más duro é insoportable que registraban ' los fesfcos de su his- 
toria, desde Fu-hi hasta ontonces, y daba gracias al cielo por haber 
terminado la sangrienti carrera de esa mujer extraordinaria, paa- 
mo de sus contemporáneos y de la posteiidad. 

Un misionero,, el R. P. Amiot, resume su existencia en estos 
términos: •iWu-Heu acometió y supo realizar las empresas más 
extraordinarias, más opuestas á jas costumbres y al espíritu de la 
nación Ella usurpó el derechn esclusivoque tien^i los Emperado- 



D.qm.oobvGoO'^lc 



res de sacrificar aoLenmemeate. al GliMig-ti; ella tuvo salones partl- 
cularea para honrar- páblicamente la memoria de sus anbepaaados; 
ella GOncedia grados académicos, taato á los estiidiaatea ijite profe- 
saban ladoctjina de Lao-TsBo, como á lo3 que se ésamijiaban so- 
bre loa libros sagrados (King);-e]\a, se arrogó- tíutiloB que nadie ha- 
bía osado tomar hasta entonces; hizo todo eso impunemente, á cien- 
cia y pacifflicia de los celosos guardianes de los antiguos litoa, que . 
se callaron; haaba la temible corporación de letrados que otras ve- 
cea había añ-onbado loa ñirores de Thsin-chi-hoang-tí, con sus aere- 
ras é insistentes representaciones, se inclinó humilde ante ella y 
apenas osó vengarse con algunas sátiras de los insultos que les di- 
ri^a. Ella sola hizo más víctimaíque todos los Emperadores &mo- 
soa por gu crueldad. Ella devastó la casa imperial por medio del 
destierro, la prisión y la muerte; ella causó horribles heridas á to- 
do el Imperio y los míseros restos de la &milía imperial, asi como 
todos los mutilados cuerpos del Estado, rivalizaron en servirla con 
un celo que apenas se concibe. Los príncipes defendieron sus Inte- 
i-esea; los ' tribunales, no solo Tapetaron sus órdenes, sino que las 
cumplían cdn rigor.» 

No íaé eais. la última emperatriz que, abusando de la debilidad 
de su esposo, se incautó del poden alguna gobernó bien, mas todaa 
cometieron demasías que no refiei-o poi-que ninguna rayó á la altu- 
ra de Wu-heu; comparadas con ella, la más fastuosa, la más sober- 
bia, k más disoluta resultaría un alma de Dios, una infeliz, casi 
una mujer honrada. 

La historia dice de Wei-chi, la esposa de Tchung-tsung y nuera 
de Wu-heu, se entregó á los desórdenes má* vergonzosos y que con 
ella acabó el reinado de las mujeres en China. ¡Qloria al siglo oc- 
tavo! (1). 

' En el lai^o intervalo que media desde este sjglo al xil, no ocur- 
rió más que un suceso digno de mención; el conato de restablecer 
ese funesto dominio por los eunucos no resignados á la pérdida de 
BU influencia. Muerto el Emperador Ma-tsnng, quisieron elevar al 
trqno á su - viuda; pero ella rehusó diciendo; uno quiero resucitar 
los tiempos de ]& Emperatriz Wu-Heu; mi familia nunca se ha se- 
parado del camino de lo Justo y entiende que la misión de las mu- 

(1) <¡ÍT«ñar.~HÍ4t(>ire <U la Chiae.—t. 6. 



[),qm7-.obvGoO<^lc 



aas 

jere« no es gobernar el Estado; mi nieto tiene minúbros, retiraos. i< 
Esta princeaa era digna de reinai'. 

En el año 1045, reinando el Emperador Qin-tsung, principe dé- 
bil é incapaz de mantener el orden en sos Estados, ni aun siquiera 
en sa propia casa, ocurrió'un incidente que la historia cita como 
inuaibado. La Emperatriz Euo-clii estaba cel<»a de dos reinas con- 
cubinas, favoritas de suespcüo, las cuales, prevalidas de su favor, 
solian faltar al rrapeto; ella en cambio las renia é insultaba que- 
jábanse estas de su violencia Í su amo y señor que, irresoluto, no 
sabia á. quién dar la razón. 

Un dia, estándose lamentando con él una de ellas, aparece 
súbitamente la Emperatriz, dá un bofetón & su riv^, levanta la 
mano para secundar, interpónese el Emperador y recibe en bu au- 
gusta faz el golpe; desacabo, escándalo, alevosía. La culpable es 
degradada, presa é incomunicada en un palacio. Igual suerte cupo 
á la concubina. 

Muerto su esposo, Kuo-chi volvió á figurar como r^^te, por 
que su nieto Tche-tsung , heredero del trono , sólo contaba diez 
años de edad, y gobernó tan sabia, justa y prudentemente, que sus 
sábdit<M, reconociendo su mérito, la comparaban cdn Yao y con 
Ohun, los soberanos más grandes de la China; pero, á su muerte, 
acaecida en 1093,el joven monarca aún no era mayor, y no-su- 
po contrarestar las intrigas délos ambiciosos, á ouyaii interesa- 
das instancias habia cedido para tomar la suprema dirección del 
imperio; entregado á merced de un eunuco i'apáz, bien pronto no 
quedó más que el recuerdo de la obra de la regente. 

El palacio era un burdd donde se olvidaban las i-^las de la 
etiqueta y ha^ta de la decencia. Lieu-tsíei-yu, una de las mujeres 
del emperador, osó un dia sentarse delante de la emperatriz, Mong- 
ebi, en su propia tiabibaciort, mienbras estaban en pi¿ todas las de- 
más mujeres; la concurrencia indignada mirábala atónita; pero 
ella, sin asu^rse, se hizo traer una silla igual á la de la empera- 
triz. 

I« corte, ofendida por esa insolencia, juró vengarse y otro dia 
que las mujeres ee hallaban reunidas en una sala esperando á la 
emperatriz madre, al entrar ésta todas se levantaron, inclusa la es- 
posa del emperador, y cuando se despidió, cada una ocupó sii sitio; 
excepto Lieu-teiei-yn, cuya silla hablan retirado y cayó de espal- 



)v Gócele 



das al suelo, saludada por una carcajada tan general como espon- 
í-ánea. 

Como dice muy bien el erudito autor de La, Femme en Chine , 
Luía Augusto Martin, estudiando la historia deesa país, ae conven- 
ce ano de qué la influencia buena 6 mala de la mujer en el gobierno 
ha sido coD»ecuencra del escaso talento j la inmoralidad de principes, 
cuya mayor parte fueron nulos ó malvados, incapaces de asegurar á, 
sus pueblos una paz duradera que les permitiera desarrollar los in- 
mensos recursos de tan vasto imperio. Y se comprende: cuando 
ninguna ley protegía al piieblo contra laa violencias ó la incuria, 
del poder, laa mujeres y los eunucos que lo ejercían eran dueños 
de vidas y haciendas. 

La muerte de Kuang-tsung, último emperador de la décima 
nonadinastfa, cambia la fea de las cosas. Invadido el teiTitorio 
chino por los tártaros, pueblo joven, guerrero, conquistador, sus 
conquistas fueron tan ríípidas como el galope veloz de. sus corceles 
y, aiuque algunas plazas se defendieron heroicamente, su gobierno 
sustituyii al de los soberanos indigenas, 

XtV 
ReaeAa Histtfi-ica, 

Una vez en el poder, los conquistadores, lejos de abusar de su 
victoria, hicieron una políti'Qa'juiGiosa, pmiente, atractiiva, respe- 
bando las leyes, usos y costumbres del país, contribuyendo no poco 
á calmar el temor de los conquistados la «onducta de las princesas 
tártaras. Hukilachi, esposa de Hupilaí-Jan, primer emperador 
tártaro -mongol de la China, se afligió tanto al ver cautivo al últi- 
mo sobei'ano chino de la dinastía do Sung, que no quiso tomar 
parte en las fiestns triun&Ies. Como alguien le reprochara bu abs- 
tención, dijo:* 'I Yo sé que desde los tiempos más remotos hasta 
nuestros diaa, ninguna fe,milia i-eal ha dui-ado mil años iguién 
puede asegurar que mis hijos y yo no sufriremos la suerte de ese 
príncipeíir Q-ra vez, invitada por Hupilaf-Jan á elegir loque más 
le agradara entre los tesoros de la femilla destronada, expuestos en 
un gran salqii del palacio imperial, se negó diciendo: i'Los Sung 
lian venido acumulando sus riquezas pam ellos y sus descendien- 
tes; si hoy son nuestraa, es porque ellos no las pudieron defender. 
jCórao he de atreverme yo á tomar una parte? n 



jvGoO'^lc 



Evideattimeabe Huk'tlachi era mujer superior, tan snpei-ior, 
que u&cida en Tartana en una época aemi-bárbara cuando las na- 
ciones más civiliza.das apenas reconocían otro derecho que el de con- 
quista, ella pensaba, sentía y obraba cual ai tuviera nociones de de- 
recho público y privado. Diriase que bu mente, iluminada por los 
destellos de nn alma justa, presentía que sus ideas serian luego 
admitidas por la ciencia jurídica como principios y consagradas por 
la ley como deberes. 

Tenia un corazón tan sensible, que con sua consuelos endulz<i 
el cautiverio de la emperatriz regente del postrer vastago de los 
Simg, colmándola de atenciones y procurando la libertad de am- 
bos; pero murió antes que el éxito hubiera coronado sus laudables 



Yo, en esta iludti-e princesa, más grande por sua virtudes que 
por su cuna, veo el g¿aio del pueblo á que pertenecía; pueblo nue- 
vo, joven, henchido de generosas ¡'Teas; la encamación de su carác" 
ter rudo, batallador, pero leal y fi-anco; ella, con su desinterés, re- 
presenta la sobriedad adquirida viviendo en sus heladas estepas, el 
instinto lie lo vsrdadero, que es la justicia, y de lo bueTio, que es 
la caridad; sontos númenes inspiradores del hombre primitivo que 
ignora ó apenas presiente la noción de lo bello, sublime sentimien- 
to, luz del alma cuando se comprende bien y su infínito horizonte 
no ae limita, como sucede en las naciones caducas, al grosero pla- 
cer que proporcionan loa goces ihateriales. 

No es esto decir que la dominación tártai-a redimió las culpas 
todas del Celeste Imperio; mas puso coto & muchos abusos; y si por 
de pronto no pudo corregirlos todos, consiste en que en la vida de 
los pueblos son siglos los instantes. 

Tan lenta como es su decadencia, su regeneración es paulatina, 
difícil, obra, en gran parte, del tiempo, cuyo curso no puede dete- 
ner ni adelantar el humano esfuerzo. Nada se verifica, nada ae 
realiza en el mundo moral ni en el físico sin la cooperación de ese 
agente activo, incesante, vario y constante á la par; eterno cola- 
borador del hombre y de los elementos, éí fecundiza la tierra que 
se cubre de verdui-a 6 se despoja de sus galas, según las estaciones, 
. icómo, pues, necesitándolo la madre Naturaleza, coya vida es tam- 
bién perdurable, no lo han de necesitar sus hijos, nosotros, míaeros 
mortales? 



jvGoO'^lc 



Hupilai-Jan fuá también uü príncipe magnániuio, digno de la 
esposa que habia perdido y de su ilustre abuelo Grengis-Jan, el &r 

moso conquiatador, logrando con su buena administración, su ex- 
quisito tacto y un espíritu equitativo, humanitario, generosoj. tan- 
to máa apreciable cuanto que es virtud rara en Oriente, donde loe 
personaje^ encargados de gobernai* se burlan de la Tida de sus aiíb- 
ditoa y á torrentes vierten su sangre con una indiferencia no alte- 
rada por el menor remordimiento. Secundado por su generalisimo 
y minifitro Pe-Yen, imbuido en las propias ideaa y sentimiMitos, 
consolidó su dominación, reduciendo loa chinos á la obediencia, 
más por su generosidad que por les triunfos obtwiidos en el campo 
de batalla. 

Acabada la conquista, su primer cuidado fué repoblar laa ciu- 
dades y los campos devastiidos por la guerra, lo cual consiguió en- 
cargando esta midon á dos filósofos chinos, Hin-Heng y Ten-Mó, 
que merecian la confianza de sus compatriotas. En efecto, al llama- 
miento de esos personajes respondieron los habitantes, emigrados ó 
fugitivos, volviendo á sus casas, seguros de recobrar la perdida se- 
guridad, garantida ahora por las leyes del vencedor y pOr los en- 
cargados de ejecutarlas. 

Para m£Ís halagar á* sus nuevos siibditos, Hupilai-Jan se rodeó 
de chinos á quienes confió la mayot parte de los destinos públicos, 
cuidando no obstante de que las autoridades superiores, como go- 
bernadores, de provincia y comandantes en "-jefe de las tropas, fue- 
ran tártaros; el mismo se hizo popuLir adoptando el traje, la'len- ■ 
gua y las costumbres del país conquistado; luego fundó un colegís 
donde por ■su ói^den se matricularon los mongoles adolescentes de 
i&a iamiliag más distinguidas, con objeto de educarlos á la. china. 
Su director, Hin-Heng, no contento con liacerles aprender á ha- 
blar, leer y escribir en chino, aprovechaba las horas de recreo para 
enseñarles los divej-soa modos de sentarse , levantarse , permanecer 
en pié, autiar, pararse, saludar y ¡hasta á comer! lea enaeíl''ba. — 
Esw dice la historia, tostualmente, añadiendo, como por vía. de es- 
cusa, que todo era necesario para borrar las huellas de su nativa 
barbarie, y poder servir de modelos en la corte del emperador. 

Este, cómo todos los tártaros, profesaba el lamaísmo y lo intro- 
dujo en China; sabido m que esa religión se funda en la de Buda, 
con ligeras diferencias; por consiguiente sus sectarios son, puede . 



)vGoo^lc 



decirse, una espacie de reformistaa ó protestantes del budiamo. M 
gran Lama, pontífice de esa secta, reside en el Thib^. 

La febril actividad de HapUai-Jan á todo atendía y & todo al- 
canzaba.; así durante su reinado no Botamente ñorecieron las cien- 
cias y las artes, merced al impulso que A lea daba atrayendo á sus 
Estados los, mis ilustres síbíoa y los-obreros más hábiles, honrando 
á aguelloa en su corte y premiando generosamente á éstos, sino que 
realizó grandei conquistas. Sus dominios ae eabeniUan desde «1 Tar- 
Kestan, las dos Tartanas y el Thibet hasta la China y el Peg& in- 
clusives, los reinos de Siam y de Aanam, la Corea y el Ton-King 
eran tñbnbarios snyos; en ñn, su política influía decisivamente en 
los conatos del rey de Persia y hasta en MoBCOwia; pero cuando 
intentó invadir el Japón fué rechazado con grandes pérdidas: 1» ín- 
men^ flota que conducía on ejército de 100.000 hombres logró , sí, 
desembarcarlos en tierra japonesa; mas Rieron dorrobádos completa-- 
menbe y solo un corto número de soldados se salvaron de la muerte 
ó de la esclavitud. 

Sin embargo, un revés, por grande que sea, menoscabar no pue- 
de la gloria del monarca insigne cuyo genio creador levantó la ciu- 
dad de Pe-King en el solar de Tai-Tu, viUa situada en medio de la 
vasta estéril llanura donde aún se asienta la capital del Celeste Im- 
perio, como Alejandro habia fundido á Alejandría sobre la peque- 
ña Racobis. El afto 1267 puso la primera piedra, y & los tres esta- 
ban terminada» las obras. A au iniciativa se debió también la aper- 
tura del gran canal, destinado en su or^en á fertilizar los alrede- 
dores de Fe-King; mas como desemboca en el mar del Sur, tiene 
300 leguas de curso á través de vastas comarcas que riega con sus 
aguas y enriquece con la navegación fluvial, siendo por lo tanto 
tina arteria que da vida al comercio interior del país, ^gantesca 
obra cuya realización basta por sí sola p^ra inmortalizar el nom- 
bre de un Soberano. 

Y si á esto se añade que ese príncipe, nacido bárbaro, era va- 
liente, activo, laborioso, político profundo, amigo de las letras, 
magnánimo y magnifico, bien se !e pueden perdonar los desastres 
inevitables en toda guerra de conquista. 

— El mayor reproche, dice Saurigny en su Historia de la China, 
que hacerse puede á Hupilai-Jan, es el de haber sido débil con los 
sacerdotes de X^ma; por complaeerlos persiguió á su^ correligiona- 



g,:,7.::b,G00'^lc 



rioa adicto» á la sActa del Tao, no iolamente en bus peraonas u^o 
en aus olwaa; él mandó quemar todos los libros, excepto ano, por 
cierto el más antiguo: el Tao-Ti-King 6 Libro de la vqí^ji sujyrema 
y de la virtud. ' 

Marco-Polo, el célebie viajero veneciano que permaneció diez 
y ochos años en ea corte, nos ha dejado un retrato 6. la ploma. Hólo 
aquí: El señor de los señores, Habila.i-Jan, es de mediana estatura, 
bien proporcionado, la cara blanca y encamada como la roso, una 
nariz correcta; tiene cuatro mujeres legitimas ó emperatrices, cada 
una de las cuales tiene á su servicio 300 jóvenes bellas eabre las 
bellas, é igualmente dispuestas á complacer al monarca en todos 
sus caprichos; hay además, como reserva, cierto número de donce- 
llas tártaras gue comparten el tálamo imperial cuando á3U seüor 
place 

No estaba mal servido el Jan, pero... no quiero hacer más co- 
mentarios, que conozco me be extendido mucho, quizá demasiado 
hablando de este feliz soberano; mas he creido deber hacerlo, con- 
siderMido que su reinado forma época en la historia de la China, 
cuya grandeza y prosperidad llegó á su colmo. 

Muerto el año 1295, sucedióle su nieto Timur, apellidado 
Tchtng-Sung, y ae mostró digno de su antecesor, pues si no fué 
como éí grande, nuigniflco, conquistador y reformista, hizo notorios 
beneficios á sus pueblos, mandando abrir una información en cada 
provincia con objeto de conocer su situación y distribuir socorros 
& todos los que no pudieran trabajar por falta de recursos ó por 
hallarse impedidos de reBultaa de heridas ó enfermedades. Erigió 
en Pe-King un soberbio templo á Confiício, actiO que le granjeó la 
adhesión de los chiflos, lisonjeados por este homenaje rendido á 
su apóstol. 

Todo ei mundo creia que el advenimiento de los tártaros al po- 
der supremo inauguraba una era de felicid9d y bienandanza; mas 
desgraciadamente no fué asi. Apenas trt^curridoa ochenta años, la 
dinastía de los mongola ompe^ á degenerar: su ruina era cuestión 
de tiempo, pero inevitable, cierta. El ejemplo dado por monarcas 
voluptuosos, suscitó en la córúe las mismas intrigas amorosas y 
políticas, comedian bufes, tenebrosos dramas y sangrientas trage- 
dias que se hablan ^presentado reinando las dinastías chinas. 

Eñ 1333 heredó el cetro Chutig -Ti, príncipe más artista y literato 



g,:,r.::b,G00'^lc 



3» 

qne guerrero y polilico; los grandes, coaocieado aa carácber, se 
aprovecharon para declararse independientes de derecho como ya 
lo eran casi de hecho. Al efecto, fomentaron el espíriUi de rebelión , 
alargado pero no extingaidOj de los chiDOd ganosos de sacudir 
el yugo de sus vencedores; aunque les ^taba prohibido usai- armas, 
ellos estaban úempre dispuestos á sublevarse. En tan grave situa- 
ción, el emperador, en vez de atender exdusivaiaente al gobierno 
de sus pueblos, sólo pensaba en divertirse; y cuando los correos le 
uiUQciaban cada día la sublevación de una provincia, la toma 
de una ciudad 6 el saqueo de otra por loa piratas, no hacia caso é 
inventaba otra diversión. 

Chuog-Ti era muy dado á coleccionar muebles y toda especie 
de curioaida lea, deleitáudoae contemplándolas 6 admirando las 
piruetas que en sus danzas hacian los espíritus celestes, represen- 
tiidos por diez y seis muchachas á eual más bella y Á cual más las- 
civa. De eate emperador si podria decirse con más justicia que de 
nuestro Bey Sál»o. 

>iMientras observa el movimiento al cielo 
Cada paso un desbarro era en el suelo, n 

En uno de sus p^acios tenia un reloj colosal y de tan compli- 
cado mecanismo que asombraba á las gentes. Véase cómo lo descri- 
be el P. Goubil en su Historia de la dinastía de los mongoles: "sa 
caja era un gian armario sobre el cual habia una homaüoa llama- 
da (le los tres eáhios, y en medio la esfera cuya aguja sostenía una 
doncella; á cada hora marcada por la aguja brotaba una columna 
de agua y aparecían dos ángeles, uno de los oualea tenia en la ma- 
no una campanilla y el otro un plato de cobi-e. Cuando anochecía, 
esas dos figuras tocaban las veladas chinas, siguiendo el movimien- 
to de la aguja, secundado también por mueblas águilas y leones del 
mismo metal situadas á ambos lados del armario; al ^b^y ai Oes- 
te se veian loa docesignos del zodiaco precedidos por las estatuas de seis 
antiguos inmortales que al medio dia y á media noche pasaban 
maictuutdo de dos en dos un puente llamado Santo, entraban en la 
hornacina de los tres sabios y volvían á su siüo." 

Este reloj, mu^vllla del arte que habia marcado las horas de 
placer de Chong-Ii mai-có también la de su calda el año 1357. 
Vencido por Tcha-Yuan-Tchang, bonzoque había, roto su cla'Usura 



jvGoO'^lc 



296 
para ser caudülD de los insurrectoa, vióse obligado í hmt de Fe- 
King y se refugió en Tartaria. Siempre sucede así: un poder no 
fondado en el derecho sino en la ñierza de las armaa, vivedel pres- 
tigio de los hombres que lo ejeroetij si eato^ son eminentes; mas 
cuando degeneran y de intrépidos guerreros ó celosos administra- 
doi:es se convierten en sibaritas, muelles y afeminadoa, sucumbe 
necesariamente al impulso de otros hombres dotados de las míamas 
cualidades á que debió su triunfo. 

La exaltación de Tchu alpoderfiíe muybienrecibidaporloachi- 
noH habituados á cambiar de señores, con tanto más motero cuanto 
c|ue el nuevo emperador habia mostrado durante la guerra espe- 
úales dotes de mando; así pues, se hizo coronar bajo el nombre de 
Huag-Wu, aunque en la sala de Antepasados figura con el de Ming- 
Tai-Tsu, lo cUal significa gran abuelo ó fiíndador de la dinastía 
Ming, que reinó casi trescientos años (desde 1368 á 1644).— Este 
monarca advenedizo no sólo íaé un gran reformador, wno hombre 
despreocupado, humano y liberal pata su época, como lo prueba la 
contestación que dio á cierto doctor. 

Habiéndole éste ofrecido la receta de un brevaje que le haría 
inmortal; pero á él y á nadie más, pues el filtro no obraba con 
tanta eficacia en los simples mortales, le respondió: "entonces no 
puedo aceptar vuestra obra, que de nada me serviría, porque yo 
solo quiero la dicha psra compartirla con mis pueblos. Andad y 
dedicaos á.alguna más átil ocupación; el Verdadero secreto de la 
inmortalidad ea practicar la virtud, hacer bien á los hombres y 
cumplir todos sus deberes, secreto que está al alcance de todo- el 
mundo; yo trataré de usarlo. n 

Durante un largo reinado de treinta y un años, su conducta se 
ajustó siempre á estas máximna, y no solamente pacificó su vasto 
imperio, ainoque le devolviósii antiguo esplendor; sin embargo, los 
tartarí» no cesaban de hacer incursiones por la frontera, devastán- 
dola tanto cuando vencían, como cuando eran derrotados. Estu- 
diando la historia de todas las naciones se observa un singular fe- 
" nómeno; rara vez el sucesor de uno de esos grandes monarcas, cu- 
ya tama ilumina como un faro la oscura noche de los tiempos, he- 
reda con el cetro sus virtudes. — En Roma un Tiberio sucede á un 
Augusto; en Francia al rey Sol, que dio nombre á su siglo, suce- 
den las bacanales de la ]Kegencia, precursoras de las hecatombes 



)vGoo<^lc 



de 1793; en España el grande, el temido Felipe II tavo uaa des- 
cendencia que nos hizo descender del supremo rango á que ¿1 y sn 
angosto padre Carlos V nos elevaron; en Turqnía el sucesor de So- 
liman el Hagnffíco faéSelim el Borracho. 

La China no podía ser una excepción á esta regla general y, 
en efecto, ninguno de los sucesores de Hun-Wu correspondió dig- 
namente áau origen; además de la lucha secular con los tártaros, 
hubo en su tiempo guerras civiles, rivalidades entre los príncipes 
de la familia reinante, aeeánatos; Intrigas abajo y arriba y, como 
consecuencia natural, un desorden adminiatrativo, una anarquía 
que, agotando el esfuerzo y loe recursos del pueblo, lo entregií 
nttevamente á merced del tártaro, su enemigo tradicional. — Hoai- 
Tsung, dltimo emperador de la dinastía Ming, murió, es decir, se 
auiúd<5 ahorcándose de un árbol, después de haber matado á su 
hija para que no cayera en poder del enemigo, dueño ya de la ca- 
pital y que tenia cercado el píilacio. Sus últimas palabras fueron: 
"Puesto que muere el Estado, el príncipe debe morir tambien.n 

La emperatriz, el primer ministro y algunos eunucos imitaron 
BU ejemplo; los hijos y demás parientes del soberano fueron deca- 
pitados por arden del vencedor lá-Taeu-Tchung, y asi desapareció 
en un mar de sangre ana dinastía que habla reinado 27G años, re- 
partidos entre 16 empelleres. 

Este desastre fué fatal para los Jesuítas; uno de ellos pereció, y 
las iglesias que hablan levantado eh la ciudad do Kai Fung-Fu 
fueron incendiadas. La Compañía de Jesús se había introducido en 
China á principios del siglo xvil, reinando Chiu-Taung II. La obra 
por ellos realizada en pocos años á fuerza de celo y perseverancia, 
quedó destruida', mas no quebrantada su voluntad, que hace pro- 
digios do quier ponen la planta. 

No hay que atribuir á los tártiaros estos horrores; Li-Tseu era 
chino y caudillo el más afortunado de todos cuantos desgarraban 
con BUS contiendas las entrañas de su patria disputándose el impe- 
rio. Como nada hay violento que sea permanente, el criminal ase- 
sino y aleve usni'pador, gozó poco tiempo de su triunfo; en medio ' 
de aquella sociedad perturbada vivía un hombre puro, leal y va- 
liente; el general U-San-Huei, que no le quiso reconocer por sobe- 
rano, y se alió con Tsung-Te, rey de Tartaria; mas viéndose per- 
seguido por fuerzas superioi-es, hubo de refiígiarse ©n una ciudad, 



lÍ,qit?.= bvG00'^IC 



397 

á la que paao sitio li-Tseu; éabe, para obligarle á readií^, llevó- 
sele al ^ié de las murallas al padre de general, amenazando corta- 
rle la cabeza en caso conkaiio, lo cual tuvo efecto, porqne el va- 
leroso anciano exhoi-tó á au bijo á no ceder, y murió víctima de 
su heroísmo. 

En esto Uegai-on loa tártaros y pusieron en faga, al ejército si- 
tiador, que corrij hasta Pe-King, tras de cuyos muros guiso resis- 
tir, mas pronto conocieron la vanidad do su intento, y al verse 
perdido, Li-Tsen saqueó é incendió el palado impeiial, disfrazóse 
y fuó á buscar asilo en la provincia de Cben-Si. — jQuó fin tuvo 
este bandido coronado por el azarí — Se ignora; pero es de creer 
que la Providencia, siempre justa, le depararla nno tan desastroso 
como infame había sido su vida. 

Asi las cosas, los tártaros ae apresui-aron & conquistar las pro- 
vincias meridionales y la de Fu-Kien, únicas que le falbalian para 
enseñorarse del imperio chino, lo cual no les costó gran trabajo; 
pues si bien esta provincia babia proclamado soberano á un prin- 
cipe de la familia Ming, y aquellas á un bastardo de la misma, 
date cayó en su poder y murió estrangulado y el otro pereció tam- 
bién trágicamente; sin embargo, la fortuna pnreció un instante 
volver la espalda al tárl^ro. El prúicipe Lu levantó el estandarte 
de la salvación nacional, sagrada enseña que en breve le atrajo 
numerosa hueste, & cuyo frente rechaaá al enemigo; mas entonces 
surge otro nuevo competidor, llamado Than-U; los dos rivales sos- 
tienen BUS derechos con manifiestos y con las armas, lucha que re- 
dundó en beneficio de los tár-tiuros, como bien se comprende, recor- 
dando la antigua sabia máxima: divide y vencerás. 

Tsung-Té, pues, restableció en China la dominación tártara; 
no obstante el tesón, con que se defendieron sus habitantes, teme- 
roBOB de verse obligados á afeitarse la cabeza, tiránica medida, 
cuya ejecución creó á los dominadores más enemigos que todos los 
excesos cometidos' duiunte la guerra de conquista. Esta se ha coq- 
solidado, gracias á otras medidas tan conciliadoras como llenas de 
previsión, dictadas 'por su inmediato sucesor Qbun-Tchi, y e&tric- 
tameute aplicadas hasta ahora por sos descendientes. 

Él supo hacera© amar de sus nuevos subditos, respetando y 
adoptando las leyes, usos y costumbres vigencts; mas al conservar 
los seis tribunales supremos, cuya fundación se hncia remontar & 



)vGoo<^lc 



cuatro mil a&oa, fijó sa residencia en Pe-King y dispuso fueran 
presididos por on mag^rado tártaro. Él do licenció tas tropns chi- 
iins. mas puso Á Bu fíente jefes tártoroa; lo mismo hizo con los 
empleos civiles: todos, ó la mayor parte, continuaron siendo des- 
empeñados por cíiinos, pero cuidó de mermar su autoridad otor- 
gándoles en cambio grandes honores. 

Desde entonces, las hijas del emporador se casan generalmente 
con príncipes tártaros ó con distinguidos personajes de esa misma 
raza; hasta las concubinas se reclutau entre las más hermosas don- 
cellas tártaras. Esta s^aradon de castas ha conservado la superio- 
ridad de la vencedora sobre la vencida; poro alimenta el odio que 
todo pueblo oprimido siente hacía su opr^or, odio que fermenta 
en los pechos chinos y cuya explosión solo evita, su i-eapeto al Go- 
bierno constituido, á sus ritos y á eus tradiciones. 

En el reinado de Cbun-Tchi, de 1648 á 1662, llegó á su apogeo 
la inñuencia de los misioneros católicos; eee monarca pio^e^a á 
los sabios y, naturalmente, hubo de fijarse en ellos distinguiéndo- 
los sobremanera, especialmente al padre Schaal, de la OompaCia 
de Jesús, que fué nombrado diroctor de la escuela de ciencias ma- 
temáticas. Así, los dogmas del cristianismo se propagaron con rapi- 
dez en muchas provincias, aumentando considerablemente el nú- 
mero de adeptos á esa santa doctrina. 

Chun-Tchi hubiei-a sido un gran soberano, si el amor con sus 
delirios po hubiera perturbado su ra^on. Ciegamente enamorado 
de una bella joven tártara, esposa de,un oficial, hizo que éste se le 
presentara, y en cuanto le tuvo delante, sin más razón, le pegó 
una bofetada; era ]ioinbi-o de honor y, afectado por semejante 
inmerecida airenta, muiió de pesadumbre. En seguida el empera- 
dor se cesó con la viuda, de quien tubo un hijo que al venir al 
mundo espiró al mismo tiempo que su madre. 

Desesperado el n^onarca, qubo atentar á su vida y, pora miti- 
gar su inmenso dolor, le hizo miígníficos funerales: sus cenizas se 
encerraron en una urna de platta, que fiíé depositada en un sober- 
bio mausoleo, sobredi cual mandó se sacrificaran treinta hombres, 
creyendo aplacar asi los naanes de¡ su amada. Luego se afeitó la ca- 
beza y quiso abdicar para retiraree á un convento de bouzos, cosa 
no consentida por los grandes del Imperio, convocados al efecto; 
mas él se Í38capó y anduvo errante como un loco, vestido de bonzo. 



■cKvGoO'^lc 



de convanto en convento; totacurrido aigan tiempo, velvió. á ocu - 
par el trono, accediendo á Iss reiteradas in«banc»aB da ana minia- 
tros; pero la agitación del alma había desti-nido el cuerpo; 6, como 
se dice, la hoja había roto la vaina; ello es gue bajó al sepulcro en 
edad temprana, ánbes de curaplir cinco lustros, legando la coi'ooa 
á. su hijo Jan-Hi, niño de nueve años; mas tan precoz, que á los - 
treco ae emancipó de sus tutores, y sin su licencia se hizo cargo del 
gobierno, 

Discípulo de los Jasuibas y, en particular, del P. Verbiest, 
nombrado por él director deí observatorio astronómico, adquirió 
una vasta instrucción cuyos finitos recogió su pueblo. A él debe, 
en efecto, el mapa, el catastro y rf censo de la potación, aparte 
de otras obras literarias, como el Tiíng-Kian-Kang-Myf, la compi- 
lación histónca más antigua de China, que hizo traducir en idioma 
tártaro, y dos diccionarios, uno de la lengua china y. otro chino- 
mastchá; en fin, tan bravo como inteligente, dominó con gratule 
energía á sua enemigos interiores y exteriores. 

Cazador cual Nemrod, á loe sesenta y nueve años de edad ae 
enti-egaba á ese su ejertücio fevorito con el mismo entusiasmo que 
en su juventud, hasta que la&biga rindió sn poderosa naturaleza cer- 
rándole loa ojos el 20 de Noviembre de 1722. Su testamento es tan 
curioso é instructivo que sucumbo á la tentación' de extractarlo 
bravemeate. 

"Yo, Emperador, me dediqué al estudio desde mi más tierna 
ín&Qcia y he adquirido^algnftoa conocimientos en las ciencias anti- 
guas y modernas. Cuando era joven, mi brazo poc^a tender un ar- 
ce de qTÚDCe fuerzas y lanzar flechas de trece palmos de longitud; 
DO ha habido guerra en que yo no apareciei-a al frente de mis ejér- 
eitoa; durante mi vida, nadie por orden mia ha muerto sin razón. 
— Yo he Sofocado rebeliones, he limpiado el Norte de Cha-mó y 
todas las empresas se han realizado decide sa origen hasta ail fin por 
mi ptopia iniciativa y loa recuraos de mi ingenio. Nunca he gasta- 
do los te^oroe del imperio sino en cosas útiles , como atestiguar 
puede el tribunal de tnentas: ese dinero es la sangi'e del pueblo, 
consideración que me ha hecho emplearlo solamente en la eubsia- 
tencia de las tropas, y el aocorro de las víctimas del hambre ó de la 
peste, — En mifl viajes de inspección por laa provindas jamiás con- 
sentí que las casas partícularea donde me alojaba hicieran garios 



)vGoo<^lc 



a« 

snntuarioa, prohibimdo hasta qne tuis habitatñones se tapizaran de 
sed»; y el gasto en cada parada era de once Á veinte mil onzas de 
plata. II 

Si Jan-Hi estaba , y podía estar satisfecho de sn administra- 
ción, no lo est&ba láéDos de sa persona, si hemos de juzgar por lo 
' qne dice otro p&rrafo del testamento. "Segon el Cho-King, Infeli- 
cidad consiste en cinco ventajas: nna larga vida, riqne^, trangui- 
ydad. amoi á la virtud j un fin dichoso, n — Pues bien, continua: 
"láv edad qae ahora tengo, prueba que he vivido mucho; en cuan- 
to á, riquezas, he poseído todo lo qne cercan los cuatro mares; co- 
mo padre, me veo reproducido en dentó cincuenta hijos y nietos 
varones (ha hend>ras deben ser mis numerosas); dejo el imperio en 
paz -y contAito; de modo que mi felicidad puede Uamaise grande, i. 

Grande era, ciertamente, pero mayor fiíe la detracta de los 
cristíauos después de Bu moeite. Yui^-Tch^, sucesor de ese mo- 
nartA ilustrado y tolerante, l^os de continuar prote^endo 6. los 
misioneros católicos, los persiguiíS con sa&a; confinados primero en 
Cantón y deeterrados de esta andad en 1732, se embarcaron pam 
Macao, abandonando mal su agrado ^quinientos neófitos chinos qne 
la autoridad no dgó partir, y muchos de los caales fiíeron presos 6 
apaleados; en un solo distrito se demolieron 18 iglesias, salvándo- 
se úmcamente de la proscripción los Jesuítas que estaban en la 
corte, privilegio debido á su habilidad y vasta instrucción, pues 
de otro modo do se concibe se otorgara á loa misioneros que liabian 
hecho más proe^itos, no obstante la ^pugnancia de los chinos á 
reunir en el templo ambos sexos. 

Este es el mayor obstáculo que aún hoy se opone á la propa- 
paganda del catolicismo en China; semejante noion les choca más 
qne nuestros dogmas, declarados no contrarios & la moral de Confu- 
cío por una Asamblea de príncipes y de altos dignatarios, cnya 
sentencia casó otra, dictada por el tribunal de loe ritos, C(mtraria 
á la ley de Jesucristo. Este mismo tribunal declaró, año después, 
en 1692, que la doctrina asi señalada por los mifáoneroe, cuyos 
servicios reconocia, no era mala ni capaz de inducir al pueblo & su- 
blevarse. 

Realmente, las razones determinantes de la oposición hecha por 
el Gobierno diino á la propaganda cristiana, son poUtícas y, ^i 
praeba de ello, véase cómo coatestó d- empwador & la soliútud de 



)vGoo<^lc 



»l 

loa JQBiiitas en ptá de loa desterrados: "iQuó diríais vosotros ¿ yo 
envíaao tí Europa una misioa de bwizosí... En tiempo de vuestro 
cofirade Ricci éraas pocos, no fceoi&ifl iglesi&e ni disdpnlf», j hasta 
el reinado de mi padre no habéis progresado con asombrosa rapi- 
dez... mas, ai engañástais á mi antecesor, no esperéis engañarme 
como £ éí. Qaeieis bautizar & todos los chinos; vuestra ley lo man- 
da, ya lo sé; pero entonces tqué seria de nosotros si estallase una 
revolución? Vuestros prosélitos solo oirían vuestra voz; el imperio 
nada tiene hoy que temer; pero ai un dia viniesen millares de na- 
vios europeos, su caida seria inevitable. 

La expulsión de los miaionerca- coincidió con un terremoto que 
destruyó parte de la ciudad de Pe-King, entre cuyas ruinas pere- 
cieron 100.000 habitantes; aunque los libres pensadores me tachen 
de saperstádoso, haré notar el fenómeno de que siempre la perse- 
cución d^ cristianismo en China ha coincidido con iguales ó seme - 
janboe calamidades públicas, cual si la Providenáa, irritada por 
esos deamanes, los castigará de esta manera. 

lil rdnado de este príncipe no se señaló por ningún otro acon- 
tecimiento polftico: más s{ por algunas medidas administrativas, 
entre entre las cuales merece particular mención una concerniente 
á la agricultura protegida en mayor ó menor escala por todos los 
poderes que se hau sucedido en China; protección ineficaz, toda 
vez que no ha impedido al hambre desolar de tiempo en tiempo 
unasú otras provincias. Sea como quiera, un rescripto imperial 
expedido el aSo 17S2, ordena que el labrador, cuya honrada con- 
ducta y asiduo trabajo lo dialángan entre loa demás, sea nombrado 
mandarín de octava clase, título que le autoriza 4, llevar túnica, 
ser recibido por el gobernador de la provincia y tomar con él una 
taza de thó; loa manea de estos notables agricultores serán honra- 
dos con grandes funerales y su nombrey títulos inscritos en el salón 
de los antepasados. 

Además, Tung-Tchin publicó varias obras, no se sabe si suyas 
ó agentiB, entre otras un tratado de moral titulado Loa diez pre- 
ceptos, en el cual enseñaba á sus BÚbditos cómo debian conducirse, 
scgnn au rango y posición social. Muerto en 1735, le sucedió su 
hijo, que al ocupar el trono tomó el sobrenombre de Kien-Lung 
(grande por él mismo). 

Era demente, instruido, celoao administrador, y la historia 



)vGooí^lc 



lo cUa como imo de los más graodea monarcss que lian iloatrado 
la dioaabía do los Mantchúa; sin embargo, dej6 á laa autoridades 
chinas pers^^r & los cristianos, y él mismo ratifica la Beatencia 
de mu^te pronmiciada contra cinco dominicos espaüjles, que elu- 
diendo el decreto de expqlaion vivian ocultos en la provincia de 
Fu-Eian; crueldad inusitada en guien consentía vivieran. otros mi- 
sioneros en su. misma capital; maa que le granjeó laa úmpatías de 
BUS &nático3 vasallos, ya inclinados S. ooncedárselaa por la apwtn- 
ra de an canal derivado del rio Amarillo (Hoang-Ho), para evitar 
se desbordara é inundase los campos. Este rio y el Kian son loa 
más caudalosos del mundo, excepto el Missiasipi y las Amazonas. 

Kíen Lung reinó sesenta años, y á los ochenta y siete de edad 
abdicó, encerrándose, nuevo Dlocleciano, en un palacio rodeado de 
jardines, donde murió el 7 de Febrero de 1799. No habiendo teni- 
do el honor de conocerlo, me abstengo de emitir un juicio propio, 
y traslado á mis lectores el emitido por Abel Remnsat en sus Noio- 
veavso Mekmgea asmtiqíus. 

Poseía, dice, nncarácter firme, mucha penetración, rara acti- 
vidad y una gran rectitud; amaba á sus pueblos como un sobera- 
no chino debe amarlos; es decir, que los gobei-naba severamente 
dando la pa^ y la abundancia á sus subditos. Seis veces, durante 
su reinado, vkitó las provincias de Mediodía, y siempre para dar 
órdenes útiles; haciendo construir diques á orillas del mar, ó casti- 
gando malversaciones de los grandes, conquienes se mostraba infle- 
xibles. Moderó el curso del Hoang-Ho y del Kian; cinco veces ce- 
lebró el aniversario de su madre ó del suyo perdonando las contri- 
buciones que se pagan en metálico, y tres las prestaciones pei'so- 
nnles. 

También protegía y cultivaba éí mismo las ciencia* y las artes: 
Lacia buenos versos, y compuso un poema sobre Mukden, antigua 
capital de los tártaros-mantchús, obra notable por la profundidad 
de Ifis ideas y la gracia de los conceptos, que traducida por el pa- 
dre Amiot, llamó la atención en Kiiropa, valiendo á su regio autor 
una amabilísima carta de Volfcaire. Siguiendo la tradición de sus 
. antepasados, cada año iba á cazar más allá de la gr^muralla; en- 
tonces prescindía del fausto y de las comodidades inherentes al 
lujo imperial; comía sobriamente y se alojaba en uua tienda.de 
campaña, como sus abuelos. Solamente, en vez de perros, llevaba - 



jvGoO'^lc 



10:900 hoDftlür^ qm levaababcm la ctatL éa laa v8Ataa ll*aiitás de 
laTartarift. 

Ea uuft de éabui ezóonioíiee hizo el elo^o del ihé, la esgniaita 
bebida grata & loa ohiuoa y envidia de los enropeos. 

. He aquí sa receta para hacerlo: colóqaeae sobré faeeo lento 
un a^akaio de tres piéisj e>xyo recipiente revele en sn color bth lar- 
gos servicios, Hálese de a¿aa limada de nieve fundida, y cuando 
se eleve Á la teOiperatiua ^ne baáta para blanquear el peacadó 6 
dnxojecer el carrejo, se vierte en ana Éaza de tierradé Tué, don- 
de habrá hi^as de un th^ selecto; déjesela reposar hasta ^ue los 
vaporea densos al prindpio se vayan disipando y no salga sino 
una ligerft niebla sobre la sup^de. Entoucea aspirando lenta- 
mente eae delidoso licor, se consigue alejar los cinco motivos de 
in(|QÍelad que suelen asaltamos; se pnede gastar, se puede senfár, 
mas no «s poóble defintl- la dtiloe tranquilidad que debemos & una 
bebida as! ^púada. 

De esta manera se hace el thé en China y , en verdad, tiene un 
aroma, un sabor qUe nunca se consigue en Europa, aun usando el 
bhd mandiurin, es decir, thé virgen; de tnodo c^ue esa receta basta- 
ría á injaortalizar el nombre de Kien Luog aunque fuera su único 
sérvicúo, pues no se concibe ntto mayor que hacer á tan poca cos- 
ta, feliz al genero humano. 

Ninguno ' de sos sucesores, desde el inmediato Kia-King, que 
i-ein6 veinticuatro años, hasta Tung-Chi, peniUtimo soberano del 
Celeste Imperio, merece especial mención. Ese principe nació en 
1854 y en 1862 saceditS á su padre, Hieg-ñmg; mascasi no harei- 
nado porque durante' su ihfancia gobernaba como regente un tío 
. suyo, el principe Kong, y cuando iba & gobernar mui-ió el año de 
1874 pccoa diaadespuesdo contraer matrimonio, quizá de sus resultas . 
Slra un joven que prometía, si hemos de juzgar por el sigiden- 
te ii^enioso ráago. Habiendo recibido una carta autc^afa del Em- 
perador Mapoleen HI, invitándole, no solamente á visitar la Ex- 
posidon abierta el 1." de Mayo de 1867> sino á concurrir enviando 
productos de la industria china que fígurañan dignamente en la 
sección del Extremo Oriente, contestó B. M. Celeste: «gracias mil, 
sois muy bondadoso; pero como vuestros generales se llevaron lo 
má» precioso que habla en el Paiacie de Verano, Vos mismo lo po- 
deÍB.esponer.11 



g,:,7.::b,G00'^lc 



A. (u itaecte^ subíj ni tra»o Kaang^lAi; éaronado^ lií pute- 
ro de 1875. 

Para oebc&dtr eé6a hrevtí reMña, eitanf. lo» nombres áalas vein- 
tidós dinastías <jnA liAn reinado dn CSún»; piefloindi«»lo d» los 
ti«iB{>Q»&iluloBbs-7a4eaiándoiaéertñotatnBota á lahíitcMñat eaya 
»idí(« ñ Jtaim fiel 7 reridicaiáente los ho^es, dejaedA Al» le^ 
yvid^ 1m ixkdksonw q^ (odés'loi p«K4>k» ti«D«i. 

Im Bfuáone», 16 mbnio 9110 cisito» liombree, tunen «Mi vuá' 
dad fundida en la antigüedad de ni oi'^en y pora eaiÓHfboer esta 
pi-ebeoBÍoaai «nlaain-Ia.^bsla oon la historia; -|K>r «bO aügimos «ato- 
red chnu» hacen remontar BluanRiw 6 nomtíba. j añíoal $&a9aa- 
t«a db nuestra era, suposicaon que Ib eriüoa no -paoá»- adn^, Cío- 
mo jamás ba admitido lá tnibologia griega, ñn dejar de Toetmooor 
tjpB los principales hechos de osa ojtooa. tienen im fm^uti^toreBl:, 
mas ioiímo. discemir l*r vwáiA entre las iüvraicifMes de la «diea»- 
te imaginación helénícaT — Guantas tentativas hun^^weho Iob sabios 
han sido in&aotuosae. 

' Si esto fluaeda en Gvdoia, cuna, fuente, or^n do la civiliza^ 
clon europea íqaé mñ-ada,' por p«vpicii2 que 81», podrá ewodiiftax' 
cMi fruto lea anales d^ extremo Oriente, cuyo orl^n se pierde en 
la oaejira nocbo de los tiempost — Así, lo» historiadorM todos de- 
signan á Fn-Hi como el primer soberano dd imperio del Uedio, 
90. el año 3x68 aotes de la venida de J. C— Qdneralmentsse cree 
qoe los clnnoa llamaban así á su territorio, creyendo que ocupaba 
tA MntfO de la tóeiTa^ mas ce un error. 

EJ nombre d« reind del Medio viene de q«e en la époea de 
Conñwio (600 años antes de Jesucristo) la Cftúna astaba dividida en 
miochos reinos, y el más poderoso y acatado por todos cono Boberar 
no Ocupaba el centro áti imperio. Por lo demás, es cono«údo bi^o 
divéraos nombres: los gsógrvioa romanos, primeros que sospecha- 
ron la exieteoacia de ^ país, le llamaban iSmai, pak de lasada, 
poiqttt algunos ricos vestian esa preciosa t^a iraspoiiada hasta 
Occidente por las caravanas; para los ^bes es Chim; según loenar- 
tnrales' de Ut. Indiía Tokma, y los europeos de la Edad Media Uaim- 
rónle Ckiitai¡/a, nombre que le pOso Marco Polo . 

A Fu-Hi sucedió Ctin-Nirog (labrador ^víno) que supo mos- 
trai-se digno de su sucesor: ¿1 invento ^ arado y reveló iaX gu^o 
el secreto de estraer la sal de las aguas marinas; > 



b/Goot^lc 



el pa^ la medioisa |K>r haber «^TÍaido la virtud cunUára de cier- 
ba« pUatAS. S&Ihio matemáiüeo, ^uíad medir eí globo terpíqaeo, y el 
res«Jtado de sus tfabajoa parece aproxintane bacante &■ los obte- 
nidos por ,loB moigicaae «fitr&tomoB; maa &l¿a saber fd el íí chmo 
ea igiuU en Talar á nvestro grados»— La hüWia guarda silencio so- 
bra los herederos. deChia-Nung, el últiinodeioscualesfiíéctestroaa-- 
do poF Ho&Dg-Ti, pjdaoipe soberado de Ho-Kao, ano de los Esta- 
dos feudatarios euya coafederácioii formaba el in^eíaí»; elegido em- 
perador por soa colegas, vartij la divíaion. territorial, ordensndo se 
demaFcasan diex p»>vÍQcia8 (cechon) , dividida oada una en diee de- 
partanneQtos (tee), j estos á s« tm en diee disbiibos (tu) cixnpr^i' 
díttido cadlk imo die*; pueblos; de susrte qae, puede detárse, se ade- 
lantó tres mÜ áílce al Occidente ea el estahleoimieiito del si^enaa 
métñcOideiñmai. Tambieii w l&atrU^uye la íu'Teaieion de las navea, 
porque eoá^á'd modo de aliueoer loa troncos dé los abóles y con 
verfárLos en canoafi, el deacubñmiento de loa priaoipit^ de la arit- 
mética y ia geometría, nnar^orma d^ caleodo'^i 1^ oonsbruceioB 
deowxos y>deidgniiBsarmaB. En bu remado empi«8a, realneote, 
la historia eUna, gue, siendo asi, ee remonta i 2687 años antes de 
la era oristjana. : Dio esta primera diiiasUa cuatro aeberaiioB,Yao el 
último de ellos, mnrúí 2Sq9 años antes de J€«u%isto, d^aado el 
trono ¿jÓTffliYarCütnin, pobre labrador, cuya irreprodiable (xnvluc- 
ba recompensó dándole en matrimonio bus dos hijas y desheredando 
á w hijo, «OnsideTado por éí indigno de reinar. 

Chün justificó su elevación mejorando los servicios públicos y 
la cMkdicion de ana sábditt;»; administrador hábil y ecdoso, organi- 
zó loa miniftarim del imperio,' fijaiúio su número y sus t^rilmc»»- 
n«e; un presidente del Consejo, con el título de inaHgador de bus 
colegas; tui&ÍJktroB de agxieultnrtf (Hearto.); de instrueíaoa pública 
(Ss»4hB); de juetidia (&e); obnm pábiicaa (Kung-kui^); propiedad 
dea del Estado <Yo); de cereíaooías y litos (Tcbi-tsung) ; de múíá- 
ca (Tian-yo); de la censura pública (Na-yan) (1),— Al morir (2i2í)8 ! 
añosLánbesde Jeeocristo) dejó el eefaro á au minürtiro Yu, desoán- 
dieabede Hoang-ti, célebre por haber sustituido la monarqníaelec-' 
távaoon la hereditaria, qwtaado & liifs grandes el derecho denom-* 
bíftr eoberaao. • , - • 



)vGoo<^lc 



Tu aólo remé dúzaños y toé reemplazado por su hijo Ki, cuyos 
suceaores rúnaroa haata el año 1766 es ^ue Kie, úUíeoo vastago 
de los Hia, fué destronado, por Gluaig, andador da la segunda di- 
nastía que ocupó el trono 554 años, ii«ndo deaposeido por Wu- 
Wang, príncipe de Tdieu cuyo nombre. Ueva la tercera dinastía, 
que debía ser la cuarta porgue entre esM dos hubo un int^ralo do- 
rante el cual rean6 la de Yu, fundada por nn Ohang rebelde, llaman 
do f ao-keng, que usurpó d trono al legitimo soberano; nuia' éiba. 
no figura ea la cronologia. 

La. dinastía de loa Tchea reinó desde 1123 ¿ 1048 antes de Je- 
sucristo y fué sukituída por un rey de Tsin, el joven Telún, que 
tuvo la gloria de edificar la Gran Muralla, gigantesca obra destá^ 
nada á contener las incursiones de loa tártaros que, 6. favor de la 
anarquía reinante en ^imperio chino, deevastahan sos- provincias 
cómo y cuando querían. Los sucesores de Tchin-Haimig-Ti (sobe- 
rano absolutcK que gobierna él mismo) ruñaron hasta el año 306 
¿utes de, Jesucristo, cayendo esta dinastía, como las anteriores, á 
causa de la in<»pacidad de sus individuos, cuyas culpea pagaáem- ■ 
pre el último, aunque sea' inocente, según una leyineloctsble que 
se observa en todo el curso de la historia universal; desde el im- 
perio romano hasiX el de los godos, desde el de los Oapétot hasta 
el de los Borbones en Francia y desde el imperio lüzantino hiuba 
el de los Osmanliee. ü 

La dinastía de Han, entronizada^l aüo 202 antes de Jesucristo, 
Bubústió hasta el 220 de nuestra era. Lien-Fang, su fundador, 
soldado de fortuna, conquistó el cetro imperial coalapuufiadeau 
espada; cetro que, andando el tiempo, pasó do maniss dé Hoang- 
Ti á las de Thaao-Fé, soberano de Wei, una de los cuatro reinos en 
que se había ^vidido el impeño, réinaido IIiang-Ti'(li90 & 220.) 
. Laquiutadinastía sólo tuvo ÚJÚíoyíetagoa, el últímo de los cuales, 
Hen-Tí, £ié destronado eñ 263 por Seng-Chaoj ujio de bob genera- 
les sublevado contra él, 

' £1 audaz guerrero, vencedor de los Wei, no se hizo coronar y 
ejerció el poder «apierno sin el título de emperador, como Angosto 
quiflo Btx señor del mondo euu paiecerLo; maa su hijo tomó-el nom- 
bre de Wu-Tí (emperador guerrero), dictado que supo merecer cob- 
quisbaodo el reino de Oa, en 281; sucedióle Noei-Ti, príncipe dé- - 
bil que entregó el poder á sus ministros pflxa gozar trai^ailamaibe 



)vGoo<^lc 



de las delicias del serrallo (291). — Lo mismo hicieron sua descen- 
dienteSj libando el desorden al extremo ^b que en -el espacio de 
treinta y doa años hubo cinco emperadores; ei año 429 se extinguió 
la dinastía de Tien, seataen el orden cronológico, por abdicación de 
Kung-Tí, en favor de Lien-Yu, hombre de gran mérito, que 
desde simple soldado había ascendido á. la más alta gerarguia mi- 
litar. Todo induce 6, creer que el desdichado príncipe abdicó por 
temor de morir como su hermano Ngau-Ti, estrangulado por or- 
den de láen-Yu. Éste desempeñaba las funciones de primer mi- 
DÍstro y abusando de ellas consiguió fundar la dinastía de Sung, 
que reinó hasta el año 4-79, y cuyoa anales debieron escribirse con 
sangre: en efecto, él hizo asesinar al mismo á quien debia la co- 
rona; BU hijo Chao -Tí pereció & mano» de otro primer ministro; 
Wen-Tí, que le sucet^ó, fué muerto por su primogóníto, el cual su- 
frió la pena del Talion, muriendo degollado por uno de sus herma- 
nos, Wu-Tí, hábil político, pero hombre sin entrañas; sus auce- 
soi-es heredaron bu crueldad y no sus cualidades; Fu-Tl, cometió 
varias muertes y la suya ñié también desastrosa; Ming-Ti II man- 
dó d^ollar á todos sus sobrinos para evitar que un dia le disputa- 
ran el trono; su hijo Tchu-Tu ftió igualmente feroz y más vicioso; 
embriagándose diariamente, fadlitó á su primer ministro, Sia-Tao- 
Tchieng, la ocasión de- quitarle la vida (476) y dar ei cetro S. 
Ohun-Ti, noveno y último vastago de loa Sung, sacrificado tm año 
dMpnes. 

Entonces el usurpador subió al trono, manchado con la sangi'e 
de sus dos soberanos, tomando el nombre de Kao-Ti (emperador 
elevado); mas la muerte le arr6batócuatroañ03d6Spue3(483^ol fruto 
de sus crímenes; sucedióle su hijo Wu-Ti, luego su hermano 
Maing-Ti que imitándole, mató los otros dos hijos pai-a reinar 
tranquilamente; por último el hijo de éste, hombre vicioso y débil 
filé destronado por Síao-I-Ven, principe de láang. Así acabó la di- 
nastía de Thaí, octava de la serie, el año 502. 

~ Los Liang reinaron hasta el año 55Q ; pero tanto Siao-I-Ven, 
como BUS hijos Kian-Wen y Yaan-Ti murieron asesinados, ascen- 
diendo al trono la décima dinastía de los Tchiu, que solo dio . 
cinco emperadores, siendo el último destronado por nn principe de 
Sui , gran general, á cuyo esfuerzo se debe la unión del imperio 
del Mediodía al del Norte, separados hacia muchos años, y qué 



.[),qm7-.obvGóO<^lc 



2áS 

desde eabonceB (580) forman uno solo. Naturalmenbe , el vmcedor 
ooupiS el trong, y al coronarae ae hizo llamar Wen-Ti (aobttano le- 
trado); aunque poco insbroidoj protegía las letras y gustabarodasr- 
se de sábioa; merced & bu colaboración pudo revisar la» leyes vi- 
gentes, der<^ando algunas, reformando otras y promulgar un 
nuevo Código, cuyas diaposicionea cortaron muchosabusoa; mas en 
el cual trasciende y se revela ese espíritu retrógado que informa la 
inteligencia de los legisladores cMnoa. 

Una ley impooia á los hijos la obligación de ejercer la, miama 
profesión ú oficio que sus padres, «icadenando así los talentos, for- 
zando ó extraviando la vocación de los jóvenes ^ue instintivamente 
se inclinan hacia la carrera más propia de su aptitud. De esta 
manera laa naciones se inmovilizan y se hace imposible todo pro- 
greao. Wen-Ti fué aseúnado por su hijo Yan-Ti (605), q^ue murió 
á manos de Li-Yuan; tuvo este usorpador dos herederos, y el se- 
gundo se vio reducido á beber una copa envenenada; era budista, 
y al llevar á sus labios el íá4»l brevaje, rogó 6. Buda no le hiciese 
renacer emperador. Estingiüda la undécima dinastía el a&o 617) 
. subió al trono la de Thang. 

- Kao-Tsu, soberano de este prinápado, ciñó la diadema despuaa 
de vencer á sus rivales descendientes de Sui, que hablan sumido 
el imperio en la más espantosa anarquía ; clemente dQspaeA de la 
victoria, amnistió á los vencidos , disminuyó los impuestos, aoa- 
quistando de esta suerte la adhesión y el cariño de las masu; ¿t, 
además, hizo cerrar los conventos de bonzos, no violentamente, 
sino obligándiáea á casarse; medio de propaganda sem^anteal usa- 
do en España pora cons^nir la abjuraáon de algunos sacerdotes 
malavenidos coa el celibato. ¡Imbéciles! no han tenido en cuenta 
que Jesucristo , que instituyó el matrimonio, y San Fablo , redac- 
tor de la epístola, muñei'on adberos. Sea como <[ui«a, lo que per- 
dió la religión de Buda íaá ganado por la de Con£ticio, y este era 
el objeto del monarca. 

Sucedióle su hijo I¿-Chi-Miu, famoso guerrero cuyo bélico ar- 
. dor Qo le hizo olvidar las ciencias qnc estudió con provecho ro- 
deánilose de sabios y de literatos á quienes booroba y protegía; «sí 
fundaba gimnasios militares y Universidades; reorganizaba el ojtt> 
cito y redactaba códigos civiles ó criminales; construía ousrtelM. 
para los soldados y graneros- de arroz para socorrer, á lea deivididoi. 



jvGoo^lc 



en ¿pocftB de hambre 6 de epidemisa.Tr-Tai-Tsms, qw «sí ^ Uf-^ 
maba este emperador, desde su corooacioa verificad» el «Bp S36 de 
nuestra era, velaba coa taabo celo por la proapOTÍdí«l de bhí subdi- 
tos como por la educación de sus hijoa, base, aegna de^ia, de la fur 
6ura prosperidad naíjional; cierto dia que embarcado paseaba coi^ 
au familia, dijo & los niños: nveis el agua que sofibiene nuestra QaV9 
y nos puede sumeisír; no olvidéis que el pueblo se asem^a á fff^ 
agua 7 el emperador á ésta, barca, n 

Sintiéndose morir, hizo llamar al príncipe heredero para darle • 
los siguientes sabios coas^os; no dejéis nunca pai'a maaana la coorr 
Cesión de una gracia y diferid siempre ua casÜgp; reinad ^bre vos ' 
minno y reinareis sin trabajo en el corazón de vii^atroa «íbáitos, 
porque el ejemplo vale masque bodas las palabras. II 

Tai-Tsong muriá el año 6^9i tuvo di^ tuncesores y su dÍAuíl^a 
se extingo en 909, habiendo reinado cerca de trea siglos, 

Entre esa fecJia y advemmiento de la dinastía de Sung, verifi- 
cado en 960, r^najron sucesiva, alternativamente ó á la pao* algu> 
ñas veces, que este punto no se ha dilucidado bastante, varios áest' 
cendientes de los Liang, los Taing, Tein, loa Han y loa Tdi«u, cur 
y os reinados serian muy breves porque otra cosa no permite u# qs - 
paeiod^cincuentay nueve ailOB,. y porque además la historia, des- 
deñando sus anales^ solo les dedica una fraae: la$ 0>noo peqyi^ña» 



La de Sung, fué, pues, la décima nona y aunque reinó mía - 
tiempo que ninguna otra, desde 960 h^^ta 1279, su enJoica no re- 
gistra eeos rasges de genio, esos grande^ episodios dignos de ijiar' 
rarse; y como el lector congce ya las tres dinaflbiaa q<ie le sucedie- 
ron, y comple^ «1 nújneco veintidós, queda terminíida esta le*- 
seña. 

XT .',.■■ 

Jjoa ^z-findea «üeonclones. 

La multitud es igual en todaa partes, t¿em ios mismos iustin 
los feroces, implacables, y un sangriento espectáculo que conmo- 
vería í fiada individuo en paitioular, lo conliemplá impasible y 
hiwta goaom ub^i grao aglom^M^on de gestas, cual ü uéae í otow 



)vGoo<^lc 



■e tmsnitiemí la á6m de cmaldad qae en mayor 6 ^enor giado 
encierra toda alma humana. 

Así el pueblo de Pe-King acode presoroBo y en masa ee renne 
en tomo á loe cadalsos qne, todos los años, el dia 11 de Diciem- 
bre, se levantan bajo la bóveda de Tchong-Tchen-Men, pnerfca la 
mía accidental de las que hay para fecüitar el tránmto entre la 
cindad cbina y la tártara. El inmenso recinto, limitado por una 
cnerda deatinada á. impedir el paso á los curiosos, está desde muy 
tem^vno invadido por bandas de mendigos fomélicos y semi-des- 
nndo», acnrmcadoB contra la pared en compañía de perros vaga- 
bundos, cuyo contacto desarrolla un calor que les nie^ el pálido 
sol invernal, esperando así horas y horas sin fijarse siquiera en los 
mandarines organizadorea de la ainieatra ceremonia qne pasan y 
repasan, montados sobre briosos corceles cuyos cascos salpican de 
barro la frente de eaoe desgraciados. 

Numerosos agentes de poltda, armados de sendos látigos, ea- 
cnden con toda la fuerza que da la conciencia del cumplimiento 
de un deber á loi espectadores bastante osados para extralimitar- 
se saltando la valla, saludable advertencia que hace gnardar la dis- 
tancia. 

Mi carácter diplomático me permitió franquear esa barrera y 
segmr con algnnos colegas una calle traaversal, mercado de verdu- 
ras todos los dias y esta vez teatro de las ejecuciones; eeta calle 
ocupada, literalmente, en toda su longitud por funcionarios dd 
ministerio de los suplicios, cubiertos consu sombrero de fieltro con 
galones rojos, pareda' un rio de sangre; la turba de esbirros nos 
d^ó pasar, gracias á las rosetas multicolores que adornalmn el 
ojal de nuestras levitas, y vimos unos carteles pegados en la facha- 
da de una choza de estera, improvisada vivienda, último tdber- 
gne de loe reos que aUf esperan mientras se prepara el suplicio. 

Esos carteles eicpresan la condición y el crimen del sentenciado, 
á como nuestros degos cantan, pregonando sus romances: 

Su nombre, su apellido 
Y el delito que ha cometido. 

íPor qaé algunos nombres estaban dentro de circuios encu^ 
nadost %Jn letrado complaciente noe dice que esas lineas las ha tra- 



jvGoo'^lc 



aa 

zadoel múmo «mperador con un pincel mojado en cannin, & tien- - 
bas, oerradoB lo8 ojos par» no ver la lústa &tal de sentonciadoe , y 
murmnraado estas palabras tradícÍOTialeB: "No aoj yo quien mata 
estos criminaleB, aino elloa que luui querido ser TÍcümas de su 
perverijídad. i> Aquellos cuyo nombre roden la ctrciinf«:encia, debe» 
perecer á manos del verdugo; los demás eaoapan por esta vez al 
Bnplicio. 

Eito aabido, los (ales círculoa me parederon fiel trasanho, 
exacta imá;;en del sangriento cuello de un decapitado yios miré 
con horror. £1 mismo letrado nos «unlia de lejos los ejecutores de 
las altas obras de jUstída^ aJiadiendo qñe nadie los trataba; no 
obstante ser hombres pacíficos y de bTirauts costumbres, pues desde 
tjmipo inmemorial no se han viabo -verdugos peradencieroo, ni se 
tiene nolácia de ningan homiCitÜo cometido por ellos... fnaradel ' 
ejertáoio de sus fimcioaes. Para colmo de desolación, estaban cer- 
radas todas las tiendas; no habia una; sola mujer, sea dicho en ho- 
nor de sn sexo; y aunque los t^adt» estuyieran Henos áe ouriosos, 
ávidoB do faertu emociones, su ^esencia no* colmaba A vaofo can- 
sado por el total eclipse déla alegría que es el sol dol alma. - 

Focos momentos después de las nueve, un sordo lejano murmu- 
llo que por iosbanbes crecia in intensidad, animciá la llegada de 
\siñ carrebas portadoras de los reos; a^éanse ¿Istoa en medio de la 
la multitud que ha corrido á eu encuentro, abatidos, extraviados 
loa ojos, píUidoB como la muerte, 6. pesar del agoardieid» con que 
los había obsequiado an rico tabernero para reanimar su valor; 
atadas las manos sobre la cintura, y á lá espalda un cartón pen- 
diente del cuello, dicieado el nombre de cada uno y su delito. Solo 
dos musulmanes hacían alarde de cdímpíca serenidad) oaotando con 
vo^i sonora versículos del Koran; sus brillantes ojos lanchan chia-i 
pas y su calenturiento folgor era lo únioo que revelaba la agitación.' 
de su espíritu; mas, asi y todo, su noble actitud contrastaba con el . 
terror que parecía dmainar á los demás. 

Veinticinco eran los reos condenados á la última pena; mis 
sólo trece la sufriián, dependo ser ahorcados seis, decaipítados otros 
sñs y mutilada ima mujer que habia asesinado á su esposo oon 
ayuda del amante. ¡HorriUe sn^oiol... El verdugo le cortará los 
párpados^ deeoU^rála fi-entoj ouya ^d echará Bol»e loa c^os; luego 
corta la naríZj'las'megillaB, loa cecándaJoa de marfil, pues en Chin 



)vGoo<^lc 




TutSUoáe» ao áiri» queaonde nieve, 7 ftlHucMci saa evnai. J4» 
otros reos cnyoa mmlires ao ha locado el pinoel «aistoi á 1% 
ejecución eapenodo eb vez; de eonte qae esta to^ntia prck^ga *a 
ag<Hiíft 7 no momentoe, sino tmo, do» ó trea tños, darejkte loa coa^ 
las lignea flgnrimdo en U lista de condenados: mu. gota de carmia 
puede llevarlos al oadalao. 

. La imperial clemencia no comunica á esos infelices la pniroga 
emcedida por el ñoa & sa existencia, y eUoe lo aabeu coaado ae lea 
rnaada entrar ea la misma carreta qoe loo Hoyó id meroado de le- 
gumbtes, ooBveEtido en matadero. Oiiaado son indultados, oe les 
coB&ta en el Ili, la más remota comarca deiimperio. 

AvaDnoido algniwiB pasoebácta la iscjuierda vi otan faanaeade 
estorM, abiaria i les coatrovientoe, donde sentados en hsneoe fa- 
matna trAngoilameote aos pipas '»wifl«>r'"pp j teici<»iatioi subal- 
ternos dd. núniateño de saf^ioios, esperando U^^ase ei edioto Ua' 
pertal oooteoieodo la relactm de I03 rsoí senteDciadoB & muerto ó 
indultsdos; máa allá, bajo im oobeotiao, iiabia sobre tosca mesa d.D- 
co grandes cachilloa, de hoja reotangolar, coya «tapañsdara r^re* 
eentabacabens de mónstmofl, talladas en nudeía; aa peso es e&or- 
me poignelsa hojas eiUúi rellenas de mercosio, «on muy antiguos 
é inspiran tal veueraáoo, qoeeltnás encopetado mandwrinee^tfOTf 
tema Bomiso ante eUos toando los v¿, asa eaoaaa del vwdi^o . 
á fuera. Cerca de .caos inflitnunenioB de maerte arde on homo des- 
tinado ¿ osl«itaT d agua donde ae mojan par& tma^larióe 7 q^uítar- 
lee las niaaíjias de sangre qoe firtf^fían su brillo ihcrrüale sen- 
cillee! 

Sdbko un fiterte dsmor conmueve 7 af[ita la ms^ de espeota- 
dcwes que n^ten oomo un «co el grito ¡Tú&e ilailo! ni edi«ÍK> ha 
llegado. Lo ttae un rnaadarin á caballo, deetro de una «aja en- 
vuelta eu seda amarilla; d^ su eact^ta de Uncen» á ctnia itisbaa- 
da, seises, entca en labamaca, d^oaita-el docmeto sblve ana 
mesa colocada enmedio de la barráea 7 wn^miBuji^ despees 00^ 
□ÚMiza Ia ejeouíóon. 

'Xief^novee em^jadopcw dos aTudútíés oú^hos. eiabdUea dfi 
lunariUo enero leoueváan los qae asan en. los matadsoes loe aooaoé 
eBoai^adoe de saorifioar las reaes dostinadae al onuum» páblieo, 
le obiigau á ^votenurse ante el edioto iii^>art«.i^ jieraBoan el car- 
bd que pende de su on^o, dcsnúdaido basta la cii^ta y iuege lo 



^yGoot^lc— 



Bdiia de bnüefl «¿n d nsgro peMiloitA faloj^ dfr UMlIepon atar 
ccw bramuito n la^ treiua ¿ la muíi; auáraaaa al i!«rdnigo, bn* 
2oe dtntHdos y cnokillo sn maoo,. da^ un tajo 7 la cad>eza rueda por 
el stulo inundado de eat^fi», asi cobui Iob bran» 7 el mandü dei 
verdugo. — A vecea se contiene la hemorragia apliomdff al tronco 
una galleta que, empapada en sangre homana, constituye nno de 
los eapedficoa mas usados por la formacia china. 

Con una serenidad que eetremece, d verdugo entrega el sangriento 
cuchillo & un ayudante, coge peo* la trttftza la cabeza y, chorreando 
sangre, la enseña á loe grandes mandarines, gritando, mientroa res- 
petBoso seinclihsaiiieel decreto inperial, <\Chat> fchi too<\ )cayóla 
«i^MBiI... btego, grave, altivo, solconne, vuelve oan nMnrado paso 
y la túa junto al tronco, ^tre tanto, los ayudantes han llevado 
otra vietiio» qxu, previas las núsmar cevemauias, socumba como 
la anteidoT y Ibh EÓgnientee. 

Ninguno hizo resistencia ni profirió una palabra : levantado el 
cwááUo caía la cabeea sin ha(»r nn grato, ñu que la menor convul- 
áea altara el cuerpo... Solamente había más sat^pie en los hoyos, 
y el-p^iao mandil del T«di^ estaba negro. Yo me quena ir, pero 
retenido por mis compaAeros, hube de ver ahorcar Á uno; horiíble 
espectáóulo, cruel snpUcio, que los chino» prefienn , liii' «nbar- 
go, á la decapitaeion, temerosos de vivir ráicabezaenel otromsndo. 

¿rrodillado el paciente y metida la cabma entre los pi& del 
verdugo, rodeado su cuello cera un cordel, el verdugo y wa ayudante 
aprietan el lazo gradual, métódáoamente ; cuando la cara del reo 
comienza á ennegrecer, lo cual pmeba que eatíí cast asfixiado, aco- 
jan an instante para dejar paso al último suspiro del moribundo. 
Es ua favor oonoetUdo al alma, que si no, quedarla, según ans ri- 
tos, encerrada eternamente dmbro del cadáver ; hecho estío, vuelven 
& apretar la «u«rda hasta producir la muerte. 

Al aD»obeo«:, el verdugo echa- los cadáveres en el Van-ym- 
Kimg-, fosa de dle» mil hombree^ después de incautarse de sus ro- 
pas eiiteriores é interioi<es, que de derecho le corresponden ; más hw 
cabeau de los decapitados quedui expuestas en jaulas de' mimbre, 
colocadas' sobre postes, hasta que el so! y el wre las conviertan en 
calav«as, según tuve ocasión de ver al siguiente dia pasando por 
el inw«ado, dond^ se habían echado álgmHtB'eBpuertMde arena 
para, borrar laa huellas de la sangre vertida. 



)vGoo<^lc 



iQaé difemicú!... Á.j&! ckUIsob j hoy piieatos de legumbres; 
igaál ooncomnci», pero otra fiion(»niA ; veodedorea j parro^nia- 
noB lleaabui él espació que la Tfapcns ocapaban reos, veardogos, 
K4dadoB y polizonbea ; en fin, el contfarte de los elementos do vida. 
con los iiuteamei^os de muerte. 

XVI 
XiK Oran Muralla. 

Desde el principio de mi viaje á China acaridaba la idea de 
veat esa montunental fortiñcacioa, cuyas monstruosas proporáones 
son dignas de la arquitectura cicliípea ; esa titánica obn qne su- 
giere la sospecha de qae la mitología íaé algo más qne un sueño 
de la ardiente imaginación griega ; pero el hom1»e propone y Dios 
dispone. 

Deddidú el viaje, no largo, en verdad, paes solo es de tres jol^ 
nadas, nna causa superior á nü voluntad y á la de algunos cole- 
gas, poseídos del mismo deseo, con quienes me habia concertado, 
impidieron que se verifícase. — ¿Cuál ñié la causa? 

La rason de Estado, lo cual parece una paradoja y no es sino 
mucha verdad ; mas como todas las verdades no son axiomáticas, 
ésta neceúta demostración. 

Al tomar la venia de nuestros je&s, án cuyo permiso no de- 
bíamos ausentarnos, lo negaron, fundándose ea lo sucedido al du- 
que de FanthieVre y su comitiva,- que fiíéron salteados en Nang< 
Kao, aldea situada cerca de la Oran Muralla, donde, v(d viendo 
de su excursiou, hablan pernoctado: una turba de chinos y 
tártaros sublevados contra ,ell<», después de robarles hasta las 
carretas, loe maltrataron de obra y de palabra, debiendo su sal- 
vación á la íiiga, y eso que iban bajo la custodia de ^ui o&cial in- 
glés, Mister Mac-clatchie, comisionado al efecto por el Enviado 
de S. M. Británica, Sir Sutherford Alcock. Naturalmente, un prin- 
cipe de la familia de Orleans no habia de recurrir al representfmte 
de Napoleón III para obtener justicia, 'y el lance no tuvo conse- 
cuenciaB; pero un atentado sem^ante contra nosotros, úgnificaria, 
no solo una violación del derecho de gentes, sino de las inmunida- 
des diplomáticas. 



D.qmz-.übvGoO'^lc 



Ahora hien, no piíclieado el Gobierno chÍDO garanUr nnwlini 
seguridad individua], era mejor no esponerse á suscitu: una gra- 
TÍsima cuestión internacional. Esta contrariedad redunda en be- 
neficio de mi^ lectores que, en vez de mi pálida descripción, ten- 
drán la de un viajero nances, Mr. Buisaonet, hombre tan andas 
como instruido, cuyo espíritu aventurero le ha impulsado á ir va- 
rias veces dtaáe Pe-King á París por la Siberia y el rioAmor; ¡fe- 
liz mortal, se ha bañado caí esas aguas] 

CSerbo dia, en un banquete, le oí disertar sobre sus viajes coa 
una naturalidad y una modestia que hadan más interesante m 
relato; pintaba eaa ruta curiosa y erizada de peligros, senci- 
llamente, cual si fuera un viaje de recreo, cautivando de tal sueite 
el ánimo del anditorio, gue sus palabi-as se grabaron en mi me- 
moria. 

Saliendo de Fe-King, decia, á coi-ta distancia se divisan las es- 
carpadas áridas crestas de las montañas de- Mongoüa, cuando 
grandes polvorientas trombas que en espirales se elevan ai cielo, 
no oscurecen el horizonte; por las gargantas de esas sierras salen 
6 entran largas caravanas de camellos, precedidas por una recua de 
potros salvagesj cazados al lazo en las estepas, y seguidas por na- 
merosoB rebaños de cameros cuya ancha cola y largo vellón reve- 
lan su raza aaiática. Yo los he visto iguales en Siria. 

Estos animales se venden en el mercado de Pe-King, así como 
las pieles, drogas medicinales, perfumes ñn refínar y otros gé- 
neros. 

Nada más imponente, que esas caravanas en medio del deúerto; 
el aire altivo de los mongoles, la severidad de sus fátíonea, bu tez 
cobriza, sus largas túnicas de rojo cuero; sus Inmensos gorros de 
pelo con raros adornos de coral, todo contribuye á darles un as- 
pecto austero: izados entre las dos gibas de su camello, parecen 
antiguas esfinges evocadas por algún mago, que tal es el tipo de su 
jefe, venerable anciano, de luenga barba giis, armado hasta los 
dientes y caballero en un dromedario de cuyo cuello pende un es- 
quilón de bronce, que sirve de guión como el antiguo cencerro de 
nuestras r^uas de mulos. Tchang-Pin-Tchao, misera aldea que, 
sin embargo, llaman los chinos plaza fuerte, marca la primera 
etapa; all! se pernocta, aunque no se duerma. 

La segunda es más interosante: 1(» primeros rayos del sol ilu- 



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SBS 

miiuva cinco mageeinoBoa pórticos, cada nno de los cuales tieae 800 
mebroa'de Inz; elloi dan entrada al panteón imperial, in^^rüffico 
anfiteatro rodeado de montaSaJí gne cierran el arenoso ralle donde 
9n6re espesos boaqaee de arbolea de eterna verdura, eatfín aepulba- 
doB los trece loberanos de la dinaatfa Ming. Trece gigantescas tum- 
bas, formando semicírctdo, dictante la primera una legua de la en- 
trada del valle; el camino qae i ellas conduce lo indican al principio 
columnas aladas de blanco mármol, luego dos filas de animales es- 
culpidos en granito: elefimtes, camellos, hipopótamos, leones, 
dragones alados, monolitos de colosal tamafio; j despnea laa esbá- 
tuaa 'de doce emperadores, armados de pnnta en blanco y tres veces 
miis grandes gue el oiígind. 

lQraa(Uoso espectáculo! Contemplándolo el ánimo se con- 
trista 7 se abisma en profundas reflexiones polítíco-fil<»i)<5ficas; 
comparando esos monumentos, símbolo de la grandeza de un pue- 
blo, con su actual decadenóa; recordando que ha*» dos s\gl<@ la 
China rewJizaba estos -prodigios, j qne hoy sus habitantes pasan su 
vida jngandsyfumando opio, ae t¿ patentemente cuan efímeras 
son las pompas y vanidades humanas. 

Al fin de la avenida estÁn las tambas, verdaderos templos de 
mármol rosa y blanco, cuyají anchas naves sostienen columnas de 
madera, hechas de un solo tronco de árbol, variando su diámetro 
entre 1 ■ 50 y 1 ■ 75, — Comisaa primorosamente esculpidas, gran- 
des vasos de pórfido y escultura» de teck los adornan; el conjunto 
no es, ciei-tamente, armónico, rnaa la pureza de las líneas impríuii^ 
un carácter tan severo, tan clásico que compensa aquella Mta; 
reina además en esas estancias una lágabre oscuridad, un silencio 
tan profundo, que solo es interrumpido por el sordo ruido de los 
gongs cuyas melancólicas vibraciones estremecen la bóveda é inspi- 
ran recogiuúento á los mismos bonzos, guardianes de esos teny. 
píos. "^ ' ■' 

Nang-Kao, último punto de etapa, dista 3i kilómetros ,„ 
Oran Muralla; el único camino que á ella conduce es el lechó t 
torrente abierto por las aguas entre dos montañas cortad^' 
pico; los caball<n andan sobre un teri'eno pedregoso, ciiiu^ '.'-. 
sobre cieno ó hielo; mas es tan bella,' tan grandiosa la pcrspecbiv» 
que desde el fondo de esta garganta sombría y abrupta ae descubre, 
que contemplándola todo se olvida. Avanzando por el valle, In^ 



jvGoo'^lc 



vertíenfceB que lo í'ormaá aparecen en aobwbio pan«rfania y tony 
luego aeré el primer coritwifErerte de la giran mu^rálla: es im oar- ' 
don de muros almenados y con t(»Tes de tréidioien treoho,' Ituizado 
atrevidaOieatie sobre' la cingleta principal dé moatañas cuyo» pt-' 
eos y c|iiebradura8 3^ae á^t^aT^B do los' escdLIos y sinuosidades de 
la stenn, escalando rooae ÍDa^eesibles, bálaarbes natñraleB donde 
ea difídl Buiñr, tóntíí pata átaflaílea, como' pW» d^endbcloB/ ■ ■,' ' 

De lejos, ese contrafuerte parece una eoloefd serpiente de pie- 
dra, y Sido vietldo tea ^gantesca obra 80' escusa, porque se eocn- 
proDde, la jactanda china; 6in embargo, edto río esfiadA/ooniparajlo'! 
con lo que ágas: saliendo de una encrucijada, vAiteán' lóntananaa 
dos kioskos dt, {¡olor esoai-táta plantados, coma uiáOs de^ J^uila, ou' 
la cimp. de dos rocas negrUs y empinadas^ forraandoel póttócode ¡ 
un aaevio paso qne conduce á lasegiinda, pavaleU: obra'sdrisde:' 
uiuIrcQ, torieones y oti-a.*fortificacioneBGÍ«16péaa; incodmensarábleá'' 
uigoalmenteeri^dassobré'cnmbi'es, cúyás crestas rompen laan»*; ■ 
besycayas siliietáa, próyeéb^dose sabré el' fondo dell^oádro, lo 
entcmm produciendo e! cóntraate Üélá lo^ bou la »onibi%'. Aquí el - 
viajwo no ve más que band^da^' dé patóSBAli^ijesJ'que WufttadoE' 
vuelan encima de sug cabei^; su gi-a^dd es el ánioo' rmdb"que 
turba «t' solemne, toagestuoso, imponente 0Ílenci6Ídelaiia4ini;»l^a;' < 
ni uo solo aérbumano hay en'muoiía^ leguas'áiIa'KfioqdB, & me- 
. noflque peseun correo gabinete ruso ó íi^i^con^la 'eatafttadei: 
I Pe-Eing á Londres ó á San PétetsbuiígOí ..: ■ -—í^ 

í Riuiáé Ii^tatciTasoD'las' úniíiaf nodovuea qu« -üB) cbnlüaiobti- 
con la China por tierra, habiendo estableado el servido posfcalídB.'í 
j cata maiíera: nn óhino de larga trenza veeüdó dammil j'óabaltóro 
- oQ um' anula, lleva la balija hasta la Qraii. Muniilláí aqñi nn mon^ ' 
fc ;5f. yeitido-da rojo enero, 'lo eflperay se encargado elUiooiidácién-^i 
" ;,il,'iPPt&lá:primeraestacion de'víaiférrea riLsaí '■ i ■■« -.■.¡■¡^ 

vloóütado en ult camello atraviesa los incultas eabeiws.dei'T^rní 
,l»i4^ en tiñueo se deslio sobre las i)lciTe»4eíStb«ri4, j^^»b.^- 
" de ningún oso blanco, lobD-terVali^ otiiQi'nuífciatíutt'íel*^' 
¡ ;'e abundan en esas tierras glaciales, llega felizmente á su 

Partiendo de Nang-Kao al ajofifl^cer, se llega á las doce al bas- 
tión que eepai'a la Mongolia de la China; eabe üene algunas bre- 
:haa en su baae y en las ventanas; pero la gi-an mui'alla, tercera y 



^yGoot^lc 



^ 



última paralela, ijue deade allí se Meva £ iaconmsaBurftble altura 
''dominando á lo lejos los Biontes quo ie dsEivan de la pñncip^ cor- 
dillera sobre cuya» cimaa-Be asientA, está intacta, lo BÚamo en «i 
graniüca ban, que en la pacte superior heolia de ladrillos; torres 
cuadradas ae lovantaiL & iutwvalos, comojfklonea deesta inmensa obra 
que cuenta mía de dos mil años de exÍ3ben<ña, puesto que se hizo en 
tiempos de Hoaog-^i, primer soberano de la quinta cUnastfa, 200 
añoé áot^ de nuestra era. 

Vi^odola, apenas se aoooibe cómo el humano esfuerzo reaU^ar 
pudo tan grao prodigio: una muralla alta de siete metros, larga 
de tres mil kilólaetroa y de ua espesor que permite corran sobre ella 
dnoo ginetes de frráite. Verdad es, que durante dlea a&os trabaja- 
ron «n esa obra, extraoi-dioaiia millones de Iwmbrefi, gran parte 
de loa cuales sucumbieron á la íatiga 6 despeñados desde úiaccesi- 
bles alturas al abismo. Parece un sueña ¡y es que en aqveUa rentott^ 
épooa valia tan poco la vida humana! — Desde lo alto se descabron 
la Tartaria, de frente; á la derecha el Fe-Tcbi-Li, donde pteetra 
hasta mil metros sobre el nÍTal del mar; el Thibet á la úsquieidai 
y dabrás las ferióles llanuras de la China mea:idi<»ial; de suerte que 
allí todoee grande, por do quier se tienda la mirada la magnificen- 
cia del paisaje accidentado y sin límites está en relaáon cüm las 
fantáatícas proporciones de la Oran Muralla; su enorme masa, su 
inmensa extensión impresionan el ácimo más a^eno, por ma* que 
en BUS troneras no haya cañtM^iV^Drsiles en 'sus aspiUm'áB, ni ns 
solo soldado en sos parapetos jwjtf nadie pimsa »i atacaí- ni «l de- 
fendí. 

Si posible íbera i-eHexionar entre tantas grandesas, si pudien. 
evitarse el éxtasis ante paisaje tan vasto y plntiwesco, se ctanpT*"- 
deria la perfecta inutilidad de mta fortaleza maraTiUesa, af , p6k 
que no retardó ni un día las ínvasionea y conquósta final de la XStí. 
na por loa tártaros. Solo sirve para marcai-«an.ei mar de Okhob: 
di limite Norte de ese imperio, como lo marcan el Oocéano al Jnr 
y al Bste, y laa montabas del Turkestaa al Oeste. 



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