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EL TEATRO
COLECCIÓN DE OBRAS DRAMÁTICAS Y ÚRICAS.
JACINTO
ZARZUELA
EN UN ACTO Y EN PROSA
ORIGINAL DE
DON LIBERTO BERZOSA
MÚSICA DE
DON FEDERICO REPARAZ.
SEGUNDA EDICIÓN.
MADRID.
FLORENCIO FISCOWICH, EDITOR.
(Sucesor de Hijos de A. Gullón.)
PEZ, 40.— OFICINAS: POZAS,— 2-2/
iP8d.
JACINTO
ZARZUELA EN UN ACTO Y EN PROSA
ORIGINAL DE
DON LIBERTO BERZOSA
MÚSICA DE
DON FEDERICO REPARAZ.
Estrenada con grande aplauso en el Teati-o del CIRCO el día 25 de Mayo
de 1861.
SEGUNDA EDICÍÓN.
MADRID.
IMPRENTA. DE JOSÉ RODRÍGUEZ.
Atocha, 100, principal.
1889.
PERSONAJES. ACTORES.
EMILIA, marquesa del Clavel Srta. Ramírez.
ROSA, su doncella Srta. Irarra.
LUIS, coronel, Marqués del Clavel... Sr. Soler.
PEDRO, su asistente Sr. Crescj.
Esta obra es propiedad de Doña María Loieto Gullón de Fiscowich,
y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España
y sus posesiones de Ultimar, ni en les países con ios cuales haja cele-
brados ó se celebien en adelante tratados internacionales de propiedad
literaria.
La propietaria se reserva el derecho de traducción.
Les comisionados de la Galería Lírico-Dramática, titulada El Teatro,
de D. FLORENCIO FISCOWICH, son los encargades exclusivamente
de conceder ó negar el permiso de representación y del cobio de los
derechos de propiedad.
Queda hecho el depósito que marca la ley.
LA SEÑORITA DOÑA AMALIA RAMÍREZ.
Al dedicarle á V. esta obra, no hacemos mas que
cumplir con un deber que nos impone la gratitud.
Agobiada la empresa por sus muchos compromisos,
no era posible su representación, si no la hubiera V. aco-
gido tan generosamente salvando cuantos inconvenientes
se presentaban para ponerla en escena.
El éxito que ha obtenido se debe exclusivamente á
V. y á los artistas que desempeñaron sus respectivos pa-
peles con tanto acierto como maestría, superando nues-
tros deseos.
i Suplicamos á V. admita como prenda de reconoci-
miento este pobre ensayo, que si bien por su escaso mé-
rito no es de importancia ninguna, sirve para darle una
prueba del verdadero afecto que la profesan sus
ÍUifcoteó.
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in 2010 with funding from
University of North Carolina at Chapel Hill
http://www.archive.org/details/jacintozarzuelaeOOrepa
ACTO ÚNICO.
Sala elegantemente amueblada, un piano á la Izquierda, á la derecha un
•velador; dos puertas á la izquierda y una á la derocha. Al foro otra,
que figuiadar al jardín.
ESCENA PRIMERA.
Aparece la etcena sola: á los últimos compases do la música, entran por
el foro LUIS y PEDRO observándolo todo con el mayor cuidado.
Luis. Esta es la quinta, y éste debe ser el pabellón. ¡Cómo
me palpita el corazón al pensar que aquí se encuentra
mi mujer! Sin embargo, no puedo desechar una espe-
cie de temor. Si fuera fea...
Pedro. ¡Sería una broma un poco pesa! ¿Pero no le ha dicho
á usía la baronesa que es muy bonita?
Luis. Más no obstante, el cariño hacia su sobrina la mar-
quesa, puede cegarla hasta el punto de no dejarla ver
sus defectos.
Pedro. Pues ya no hay remedio: tiene usía que tomarla tal
como sea.
Luis. Eso lo veremos.
— 6 —
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro,
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Lms.
¿Pues qué, mi coronel, piensa usía pedir á la reina
que le cambie la mujer?
No por cierto, pero puedo hacer otra cosa.
¿Cuál?
Escúchame, Pedro. Ya sabes que este enlace se veri-
ficó por razones de familia y conveniencias sociales.
Yo era entonces un chiquillo y accedí á cuanto qui-
sieron. Emilia, que se estaba educando en un conven-
to, me entregó su mano sin violencia, pues ignoraba
absolutamente qué significaba aquello, y el compro-
miso á que se ligaba. Ya ves, apenas contaría cinco
años.
¡Valiente mujer!
Yo tuve que partir de España con mi familia al día
siguiente dal casamiento; de modo, que ni el más mí-
nimo recuerdo puedo conservar de mi esposa, ni de
los rasgos de su fisonomía. Diez años he estado por
Europa naciendo la guerra, y ni siquiera he pensado
un momento en que no era dueño de la libertad que
disfrutaba.
Dígalo si no...
Pero hace tres meses recibí una carta de mi tía la
baronesa, en la que me noticiaba, que Emilia acababa
de salir del convento, é instalarse en esta quinta, y
que al cabo de diez años de ausencia era ya tiempo de
que viniese á reunirme con mi esposa, la que deseaba
conocer á su marido. Aquella carta me hizo pensar
seriamente y tomar una resolución.
La de embarcarnos inmediatamente para venir en su
busca.
Justamente. Pero tengo dos ideas.
Veamos cuáles.
Si mi esposa es una de esas mujeres que tanto pulu-
lan por el mundo y que se llaman feas, monto á ca-
ballo, y no paro hasta China.
¡Bravo!
La segunda, inspeccionar qué clase de vida lleva; si
— 7 —
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro .
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro,
Luis.
se acuerda de mí y siente mi auseucia. Para ello, he
pedido á mi tía una recomendación, y bajo el nombre
de Enrique Alvaroz vengo en clase de compañero de
armas de su marido. ¿Qué te parece?
Mu bien. ¿Conque si es fea, nos largamos? j
Al escape.
Dios quiera...
¿Qué?
Que sea un prodigio de hermosura.
La quinta es muy bella, á lo meaos lo que hemos po-
dido ver. El jardín delicioso. La vida campestre me
electriza: ya verás qué buenos ratos pasamos aquí. La
caza, la pesca, los bailes, porque los domingos estará
abierto mi jardín para esos sencillos aldeanos de este
pueblecillo. ¡Calla! un piano: el complemento de la
dicha. [Qué felicidad me espera con todos estos goces,
y una mujer que tenga. .
Los ojos vizcos; la nariz de á cuarta; el talle de col-
chón, y no hay más que pedir.
Calla, demonio; no me arrebates mis bellas ilusiones.
¡Yo!
Pero nadie parece. Hemos llegadj hasta este pabellón
sin encontrar alma viviente.
Por los pueblos hay muy pocos ladrones. ¡Qué desgra-
cia que se nos haya muerto Leonina!
¡Es verdad! ¡lástima de perra!
Después de llevar siete años de servicio en el ejército
y haberse quedado coja de resultas de un ba'aso, ahora
que podía haber tomao el retiro, se ha muerto.
Ya tendremos aquí otra, y también un par de galgos.
Pero aquella estaba ya conocía, y eramos casi her-
manos.
¡Tunante!
¡Ella y yo, mi coronel! ¡Probé Leonina!
¡Calla! Me parece que suena gente.
Sí, una mosa barí. »
¿Será mi mujer?
_ 8 —
Pedro. Me paese que no. Tiene el aire de una doncella.
ESCENA 11.
LUIS, PEDRO y HOSA, por la puerta segunda de la izquierda.
Rosa. ¡Ah! ¡Dos forasteros!
Pedro. Perdone osté, hermosa niña. ¿No vive en esta vivienda
la marquesa del Clavel?
Rosa. Sí, señor.
Luis. ¿Tendrá usted la bondad de anunciarla que un amigo
de su esposo desea ponerse á sus pies?
Rosa. Ahora está en el tocador. No puede tardar en concluir.
¿Pero es usted por casualidad el recomendado de la
señora baronesa?
Luis. El mismo.
Pedro. ¡Qué penetración tiene esta chica!
Rosa. Mi señora ha mandado preparar esa habitación, por si
quería usted quedarse aquí por algunos días. Pero
creo que le esperaba á usted ayer.
Luis. Debía haber sido así en efecto; pero ciertas ocupa-
ciones...
Pedro. (¡Femeninas!)
Luis. Me han impedido ponerme á sus pies tan pronto como
hubiera deseado.
Rosa. Pues voy corriendo á anunciárselo á la señora. ¡Qué
contenta se va á poner! Al momento saldrá, (vasa por
la puerta primera de la izquierda.)
ESCENA III.
LUIS y PEDRO.
Luis. Ya vuelve otra vez á latir mi corazón; va á venir: ¿qué
te parece?
Pedro. Guapa.
LUIS. ¿Mi mujer? (Volviendo la cora.)
Pedro. ¿Dónde está? (id.)
- 9 —
Luis. ¿Qué diablos estás diciendo?
Pedro. Si yo hablaba de la doncella.
Luis. Pues yo de mi mujer.
Pedro. Estoy, mi coronel, porque nos debemos quedar.
Luis. ¿Cómo has variado tan pronto de opinión?
Pedro. Esa chica es capaz de hacer que uno se meta ermi-
taño por verla.
Luis. ¿Te gusta?
Pedro. Con el permiso de mi coronel, diré que sí.
Luis. ¡Chist! ¡Siento pasos!
Pedro. Y el roce de un vestido de seda.
Luis. Estoy temblando.
Pedro. Ánimo, mi coronel; por fea que sea, cunea será tanto
como las negras de América, y sin embargo...
Luis. ¡Calla!
Pedro. ¡Ya están aquí!
ESCENA IV.
LUIS, PEDRO, EMILIA y ROSA.
Luis. (¡Ah! ¡Qué hermosa!)
Pedro. (Se ganó la plaza.)
Emilia. Caballero...
Luis. Señora...
Emilia. (¡Es muy guapo!) Perdone usted que le haya hecho
esperar.
Luis. ¡Oh! Señora, yo soy el que debo pedirla mil perdones...
por... (¡Es divina!)
Rosa. (¿Qué le parece á usted?) (Bajo á Emilia.)
Emilia. (¡Muy bien!) (id. á Rosa.)
Pedro. (Se ha quedado lelo.) Coronel. (Bajo á Luis.)
Luis. (¡Vete!) (id. á él.)
Pedro. (Pero...) (id.)
Luis. (¡Fuera, mastuerzo!) (id.)
Emilia. (¡Sal!) (Á Rosa.)
PEDRO. (BllSqiiemOS la COCina.) (Vase con Rosa por la puerta segun-
da de la izquierda.)
— 40 —
ESCENA V.
EMLIA y LUIS.
Emilia. ¿No toma usted asiento?
Luis. Coa su permiso. Creo que habrá usted recibido una
carta de su tía la baronesa, anunciándole mi visita.
Emilia. Sí, señor; en ella me dice que viene usted en nombre
de mi esposo.
Luís. Hemos sido compañeros de armas, y me ha encar-
gado...
Emilia. ¿Y por qué no viene él?
Luis. ¡Oh! Porque ignoraba que tenía en usted un tesoro de
gracias y perfecciones, porque creía que...
Emilia. No; mas bien, porque la vida militar le agrada: sé que
se divierte cuanto puede, mientras yo estoy aquí de-
sesperada, sin consuelo.
Luis. Si él hubiera podido sospechar...
Emilia. No merece que se lo defienda.
Luis. Sin embargo...
Emilia. Mire usted, yo le quería mucho.
Luis. ¿De veras?
Emilia. Desde pequeñita me habían enseñado á quererle y res-
petarle; pero lo que es ahora...
Luis. ¡Ahora qué!...
Emilia. Conozco que le quiero bien poco: mejor dicho, nada; y
sentiría que viniera á mi lado, por más que esta vida
solitaria me fastidie.
Luis. (¡Qué escucho!) Sin embargo, á su lado disfrutaría us-
ted de muchos placeres desconocidos; bailes, teatros,
paseos; el lujo y la magnificencia de la corte.
Emilia. Todo eso me cansa y hastía; por lo mismo he venido
á vivir á esta deliciosa quinta, Y si le he de hablar á
usted con franqueza, desde que sé que mi marido está
distraído, he buscado un entretenimiento.
Luís. Cómo, señora... ¡Un entretenimiento!
— 11 —
Emilia,
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
Luis.
Emilia.
¡Cbist! Pero no lo diga usted á nadie: si lo supiera la
baronesa me lo afearía.
Y con razón, porque...
Si no es más que un capricho.
¡Un capricho! (Dios mío, ¿qué es esto?)
Ya se lo enseñaré á usted.
¿Á mí?
Pero me tendrá usted que dar palabra de no decírselo
á nadie.
(¡Hay mayor insolencia!)
Pero hablemos de mi marido. ¿Usted cree que no ven-
drá por ahora?
(Probemos.) No por cierto. Tardará mucho... quizá
toda la vida.
¡Ay qué gusto!
¡Voto al demonio!
¿Qué tiene us'ed?
Nada, señora. Pues como iba diciendo, no vendrá...
porque...
¿Por qué?...
¡Porque ha muerto!
¡Pobrecillo! ¿Y dónde?
En la guerra.
¡Cuánto lo siento!
(¡Se conoce! ¡Por vida!)
¿Se encontró usted acaso á su lado?
Entre mis brazos espiró, después de haberme dicho
sus últimas palabras para que se las repitiera á su
esposa.
¿Y cuáles son?
«Muero sobre el campo de batalla, pero con honor.
»Díle á Emilia que conserve mi apellido sin mancha,
»tal como yo se lo lego al morir.»
¿Creerá usted que casi casi me dan ganas de llorar?
¿Para qué?... Si se murió, buen provecho. (¡Estoy
dado á Satanás!)
¡Tiene usted razón! Un marido que abandona á su mu-
— d2 —
jer por espacio da diez años, como él lo ha hecho con-
migo, no merece... Mis no obstante, para probar que
soy mejor que él, no me casaré hasta pasado el luto.
Luis. ¡Señora!... (¡Esta mujer, vá á hacer que yo cometa
una barbaridad!)
Emilia. Me parece que obro bien.
Luis. Yo lo creo, señora... Pues digo, un año, no es nada...
á menos que se pase más dulcemente con el dichoso
entretenimiento.
Emilia. Él será mi único consuelo en la desesperación que
estoy sumida.
Luis. ¡Oh, mucho!
Emilia. ¿Y piensa usted permanecer aquí algunos días?
Luís. No sé... mis negocios...
Emilia. Por lo menos hasta el domingo... hoy es jueves...
Luis. Veremos.
Emilia. Aquí no faltan algunas distraciones. Verá usted qué
buenos ratos pasamos.
Luis. Sí, ¿eh? (¡Prudencia!)
Emilia. ¿Le agrada á usted la música?
Luis. Es mi sola pasión.
Emilia. ¿De veras? ¡Cuánto me alegro! Á ver, á ver, aquí tengo
algunas piezas que podremos cantar á dúo. ¿Vamos?
Luis. Pero, señora, después de la triste nueva que he teni-
do el sentimiento de anunciarla.
Emilia. Es verdad. Pero aquí no nos ve nadie, y además usted
irá divulgando por tocias partes, que al recibir tan
triste nueva, mi desesperación ha sido tan grande,
que he estado á punto de morir.
Luis. Descuide usted. (¡Qué deliciosa entrevista!)
Emilia. Á ver si le gusta á usted este dúo. (lo da un papel.)
LUIS. ¡Muy bonito, muy bonito! (Estrujándolo.)
Emilia. Cuidado, que le rompe usted.
Luis. Perdoae usted... una distración...
Emilia. ¿Empezamos? (Se sienta ai piano.)
Luis. Cuando usted euste.
— 4o —
MÚSICA.
DÚO.
Yo te adoro .„ mía
nina
por tu encanto seductor.
y no puedo ya tu amor
ni un instante desechar.
Tú eres mi vida, mi cielo,
mi luz, mi norte y encanto,
y te quiero tanto, tanto
como el pecho puede amar.
prenda ,
Ay, .. mía,
J nina
sé tu claro lucero
de mi alegría.
Ten compasión,
que por tí pena y llora
mi corazón.
HABLADO.
Emilia. ¿Qué tal?
Luis. ¡Divina! (¡Es un áugel y un demonio!)
Emilia. (Já, já... ¡Está aturdido!)
ESCENA VI.
DICHOS, ROSA y PEDRO por la segunda puerta de la izquierda.
Rosa. Señora, el almuerzo está servido.
Emilia, Pues, señor don... ¿cómo es su gracia di usted?
Luis. Enrique Álvarez, señora.
Emilia. Pues señor don Enrique Álvarez, pasemos al comedor,
— 14 ~
y le suplico que no me hable de cosas tristes que me
quiten el apetito.
Luis. Descuide usted, señora. (¡Ah! Pedro, sonsaca, averi-
gua y Observa, Observa... (Bajoá él y doprisa.)
Emilia. ¿Vamos?
Luis. Estoy á las órdenes de usted.
ESCENA VIL
ROSA y PEDRO.
Pedro. (Averigua, sonsaca, observa, aquí hay gato enserrao,
procuremos cumplir con la consigna. Oiga osté, niña;
¿á onde se vasté con paso tan precipitao?
Rosa. A ver si mandan algo los señores.
Pedro. Aguarde osté un poco, y deje que platiquemos los dos
un rato.
Rosa. ¿Y qué tenemos que platicar nosotros?
Pedro. Despasito, arma mia, y no sea tan súpita de genio.
Rosa. Vamos, ¿qué me quiere usted?
Pedro. jVárgame Cristo, y qué cosas le iría yo asté!...
Rosa. Pues ya puede usté empezar.
Pedro. ¿Sí? Pues allá voy.
MÚSICA.
DÚO.
Pedro.
Por esos ojos
tan retrecheros,
sepasté, prendra
que ^o me muero.
Por ese talle,
por esa cara,
é la milicia
yo esertara.
Rosa.
— lo —
¿Tan de repente
le entró el amor?
Pedro.
Rosa.
Pedro.
Todo de gorpe
sale mejó. "
Los militares
van muy deprisa
y no les coge
la vicaría.
Los militares,
sepasté, niña,
que los domingos
oven la misa.
Rosa.
Pedro.
Yo no soy plaza
que ha de entregarse
á aquel que el cura
no se lo mande.
Ya que la plasa
no ha de entregarse,
yo diré ar cura
que se lo mande.
Pues al ver de una serrana
la yrasia y sarandeo
cuando sale de mañana,
¡ay Jesús! me tiembla e cuerpo.
Y si me enseña la liga,
¡ay faitiga!
Diera por una mira,
na...
Que si es verdad que la quiero,
¡salero!
Y ya que por ella muero
si logro marido ser,
~ 46 -
cuando la llegue á coger...
¡Ay faitiga!... Na... ¡Salero!
HABLADO.
Rosa. ¿Acabó usted ya?
Pedro. ¿Y no se ablanda ese pechito?
Rosa. Es muy duro y se necesita raucbo tiempo para qu? se
ablande.
Pedro. ¡Arma mía! Jasta er juisio final estaría yo aguardando.
Rosa. Además, usted se va con su amo dentro de unos
días y...
Pedro. Yo... Quiá... deserto; me queo con la señora, manque
sea de. cochero.
Rosa. Si hiciera usted eso...
Pedro. ¡Uy! ¡Salero!
Rosa. Pero cuidado que no prometo nada hasta que vea las
obras.
Pedro. Cayusté, que de aquí voy ar sielo canonisao. Ya ve-
rasté, hoy mismo hablaré con la seña marquesa...
¿Qué tal caraiter tiene?
Rosa. ¡Delicioso! Es una mujer, como hay pocas; ¡tan dulce!
¡tan amable!... nos trata á todos con una familiaridad;
no parece que somos sus criados.
Pedro. Jeso es bueno.
Rosa. Ya lo verá usted, Pedro: pasa la vida aquí sola cui-
dando sus flores y sus pájaros, ó jugando con Jacinto.
Pedro. (¿Quién será este on Jasinto?)
Rosa. Hará cuatro meses que vivimos aquí, y no ha venido á
verla más que el señorito Kernando.
Pedro. (¡Otro!)
Rosa. Pero ese no estuvo más que doce días; como es tan
tronera, se cansó de vivir con ella, y se volvió á la
corte.
Pedro. Conque vivía con eya...
Rosa. ¡Ya se vé!... Y qué carácter más alegre tenía; cala
vez que me encontraba, me daba un abrazo.
— 17 —
Pedro. ¡Pues me gusta!
Rosa. Y á la señora, también.
Pedro. (¡Caracoles!) ¿Conque la abrazaba?
Rosa. ¿Y qué tiene de particular? ¿No son hijos de una mis-
ma madre?
Pedro. ¡Cabal!... Y Adán, nuestro padre. (¡Esta chica pro-
mete! ¡Probé coronel!)
Rosa. ban juntos á paseo, á caza, se internaban en el
bosque.
Pedro. Por el bosque.,. (¡Esto es muy grave!)
Rosa. Nos prometió que pronto volvería y ya han pasado dos
meses, y nada. Pero suénala campanilla. Adiós, Pedro.
Pedro. Pero escucha...
Rosa. No puedo, que me llaman. (v»se por la seg-unda puerta de
la izquierda.)
Pedro. Adiós, pedazo de gloria. Pus señó, buenas cosas acabo
de saber... el señor on Jasinto y er señorito Fernando
que la abrazaba y... magrado... ¿y qué bago yo ahora?
¡Qué! Decirlo todo al coronel, montaremos en los ca-
ballos, y á escape. Y lo siento por esa chica; es muy
guapa, me gusta y... pero el coronel es antes que
too... le iré que la seuá marquesa es... ¿Quién viene?
¡él! San José haga que no me pregunte. ¡Y qué serio!...
cuarquiera diría que conoce toa su desgracia.
ESCENA VIII.
PEDRO y LUÍS.
Luis. ¡Bah! ¿eres tú, Pedro?
Pedro. Sí, yo, mi coronel.
Luis. Tenía deseos de hablarte.
Pedro. (Ya pareció aquello.)
Luis. Tú me quieres Has sido mi üel compañero en los
campos de batalla, y no te soy indiferente.
Pedro. Por usía me dejaría hacer cuartos.
Luis. Ya lo sé; y me has dado más de una prueba, salván-
dome la vida en ciertas ocasiones.
— 18 —
Pedro.
Llis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Luis.
Pedro.
Dejemos eso, Coronel. Me paese que esa cara esti-
que sé yo cómo.
Sí, es verdad. Me sucede una cosa, que solo confío á
tu prudencia y cariño, porque necesito un corazón
donde pueda desahogar el mío.
Ya escucho.
Mi mujer...
¡Qué!
¡No es mujer!
¿Qué ise osté, mi coronel?
Es un demonio con el corazón de hiena. Sabe, que no
me ama, que se olvida de todo... que ha recibido la
noticia de mi muerte con la mayor indiferencia, casi
con alegría... y por último, que ha tenido la avilantez
de confesarme á mí .. á un desconocido, al cual veía
por primera vez, que tenía... que tenía un entreteni-
miento.
¿Y qué más?
¿Te parece poco?... publicar de esa manera... ¡Oh!
Esto es espantoso!
¿Y no ha dicho na mas?
¡Pues qué!... ¿hay algo más todavía?
Yo... no oigo...
Pero, tú sabes algo... habla, yo te lo mando... pron-
to... di cuanto hayas descubierto.
Ahí la doncella ha contao...
¡Qué!
Que hace dos meses estuvo aquí un joven, que se
llama don Fernando, el cual vivía... y comía... y
cazaba...
Sigue... sigue...
Y aun creo que sí se abrazaban y...
¡Se abrazaban!... ¡Oh!
Sí ella estaba cariñosa, y él se cansó de estar en esta
casa y se volvió á Madrid.
¡Sería ese el entretenimiento de que me hablaba!
(Pus la niña, se entretiene mu dulcemente.)
- i9 —
Luis. ¿Y ese hombre ea dónde está ahora? ¿Quién es? Tú
debes saberlo... te lo habrán dicho... ¡responde!
Pedro. Yo no he tenido tiempo para preguntar tanto, porque
como me nombró á on Jacinto...
Luis. ¿Y ese quién es?
Pedro. ¿Ese?... oo Jacinto. No me han dicho más .. pero sé
que la seña Marquesa juega coa él...
Luis. Juega... á... qué... di...
Pedro. Á... ¡no lo sé! pero juega.
Luis. ¡Otro nuevo amante! ¡Esa conducta es infame! Con-
que es decir que mi mujer es...
Pedro. Cudiao, mi coronel, no echarlo tó á rodar.
Luis. Necesito castigar á los criminales, y á ella; á ella so-
bre todo. Vete á la posada, tráete las maletas, y mis
armas.
Pedro. Pero, coronel...
Luis. AdioS, Pedro. (Vase por la puerta del foro do la izquierda.)
Pedro. ¡Pus estamos bien! Andar más de mil leguas para en-
contrarnos con esto... Vaya una alhaja que es la niña;
con esa cariya é Pascua que paese que en su vida ha
roto un plato y... Vamos á la posada.
ESCENA IX.
PEDRO y EMILIA.
Emilia. (Aquí está.) ¡Heng!
Pedro. ¡Quién!... (¡La coronela!)
Emilia. Hola, Pedro...
Pedro. Señora...
Emilia. Tengo que hablar contigo.
Pedro. ¿Conmigo?
Emilia. Sí.
Pedro. (¡Qué querrá!)
Emilia. Don Enrique me ha dicho que tú eras el asistente de
mi esposo.
Pedro.' Es verdad.
— 20 —
Emilia. Sé tu comportamiento con él, en todas las ocasiones;
que le salvaste la vida varias veces, y que él te quería
como si fueras su hermano.
Pedro. ¡Eso ha dicho! (¡Probesiyo!)
Emilia. Sí por cierto, y yo debo á mi vez darte las gracias por
esa conducta... ven, siéntate.
Pedro. ¡Yo! al lado de usía.
Emilia. Yo lo quiero.
Pedro. Entonces... (se sienta en el sofá.)
Emilia. Supongo que tú tendrás que decirme algo.
Pedro, ¡Yo!
Emilia. ¡Sí! Vamos, ¿qué te parezco?
Pedro. Mu bien. (¿Qué diablos significa esto?)
Emilia. ¿Hubiera yo podido hacer la felicidad de don Luis?
¿Hubiera yo coronado sus deseos?
Pedro. Pus ya lo creo. . . Con esa cara tan bonila, y esos ojos.. .
que... (¡Cudiao, Pedro, que te resbalas!)
Emilia. Pero ya ves, estoy viuda, y tengo que buscarme otro
marido.
Pedro. ¿Otro? (¡Pus no tiene poca prisa!)
Emilia. Es necesario, la soledad me mata.
Pedro. ¿Y on Jacinto?
Emilia. Jacinto, no sirve más que para un entretenimiento...
Ya ves... Una mujer como yo, no puede estar sola. Jo-
ven, rica, necesita tener á su lado un hombre que la
adore, que se interese por ella, que la haga mns dulce
la vida!
Pedro. Es verdad .. (¡Qué bien se explica!)
Emilia. Y he pensado buscármelo yo misma. Ya he tenido un
marido por la voluntad de mis padres, y ahora es muy
justo que lo tonga por la mía.
Pedro. (¡Esto se va enredando!)
Emilia. Estaba dudosa en la elección, pero ya está hecha; sí,
ya le tengo escogido.
Pedro. (¡Jesucristo y qué mira!)
Emilia. Mira, Pedro, necesito de tí.
Pedro. De m;... (¡Uy, qué bonita!)
— 21 —
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pkdro.
Em;lia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
E>¡ILIA.
Perro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Emilia.
Pedro.
Pero antes, debo hacer por tí algo.
¿Cómo?
¿Tú tendrás que pedirme alguna cosa?
¡Yo! (¡Qué mona!)
Vamos, habla.
(¡Mi coronel, vengaste pronto, que avanza el enemigo!)
Decías ..
(¡Que ojos más saragaleros!... ¡Pus no me está bailan-
do er cuerpo!)
Te estoy esperando.
(Me espera. Ná, me paso al enemigo con bagajes y
too...j
Empieza...
(Allá voy... ¡Probé coronel!) ¿Con qué usía quiere que
yo empiece?
Sí.
¿Y por dónde?
Por donde quieras.
(¡Veasté un hombre comprometió!)"
Vamos, veo que será necesario que yo dé prin-
cipio...
Sí, eso es mejor... principie usía.
Rosa me lo ha contado todo...
¿Eh?
Y por mí no hay inconveniente.
¡Ah! es de Rosa de quien me hablaba usía.
¿Pues de quién había de ser?...
¡Bah! Eso es otra cosa.
¿Qué te habías figurado?
Yo... ná... (¡Qué lástima!)
Pues bien, consiento en vuestro casamiento y os haré
un buen regalo. Pero me has de hacer tú ahora un
favor.
Diga usía.
Díme... pero con verdad... Qué cualidades tiene don
Enrique, qué defectos. . todo quiero saberlo...
Sus cualidades, ya las debe haber conosío usía: es más
22
bueno, que er pan; generoso, como ninguno; valiente,
como er primero.
Emilia. Mucho me agrada. Y dime... supongo, que habrá te-
nido algunos compromisos...
Pedro. Ya lo creo.
Emilia. ¿De veras?
Pedro. Hará un año, y al dar una carga con su regimiento, se
vio en uno, que de milagro escapó con pellejo.
Emilia. No me refiero á esos, sino á relaciones amorosas.
Pedro. ¡Pst!
Emilia. ¿Sí, eh? (¡Ah, infame!) Me figuro que ha sido algún
tanto calavera.
Pedro. Poco: siempre ha estao estudiando ó dando sablazos.
Emilia. ¿Y vivía siempre solo?
Pedro. Con el asistente y Leonina.
Emilia. ¡Leonina! (¡Una mujer, traidor!)
Pedro. ¡Probecilla, cómo le quería!
Emilia. ¿Y él, á ella?
Pedro. Por supuesto. Lo que es eso, toos la queríamos, era
tan mansa y liel, la alhaja del regimiento.
Emilia. Le acompañaría á todas partes.
Pedro. ¡Toma! ¡ya lo creo! Cuando estábamos en campaña
dormía en la tienda con el coronel.
Emilia. Con él... (¡Qué escándalo!)
Pedro Hacía progresos .. se ponía derecha y con un palo á
guisa de fusil imitaba ar sentinela.
Emilia. ¿Y cuánto tiempo ha estado en su compañía?
Pedro. Siete años.
Emilia. Y dices que él la quería...
Pedro. Con delirio. Facilito era que nadie la hubiera tocao, sin
exponerse á que el coronel le hubiera roto las costiyas.
Emilia. (Segúa eso, él la adoraba...)
Pedro. En la última acción que estuvimos se queó coja de un
balaso.
Emilia. ¿Iba con él al fuego?
Pedro. La primerita; bailando de contenta... y hasta que él
volvía á la tienda, Leonina á su lado.
— 23 —
Emilia, (jlnfame! Conque tenía una querida mientras que yo...
¡Ah! ¡me vengaré!)
Pedro. Pus como iba diciendo, era...
Emilia. ¡Déjame!
Pedro. Yo...
Emilia. He dicho que ta vayas.
Pedro. Usía perdone. (¡Esta señora está loca!)
Emilia. ¿Te vas?
Pedro. Á galope. (¡Voy por las maletas: probé coronel!)
ESCENA X.
EMILIA.
¡Qué infamia! ¡qué picardía! Esto no se puede sufrir...
mi marido corriendo el mundo, divirtiéndose... y yo
mientras, esperándole soñando con su amor.,. Y hoy
cuando le he visto, apenas he podido dominar mi emo-
ción... Casi había completado mis deseos... quizá le
amaba, pero ya, le aborrezco, le desprecio... ¡Dios
mío! ¡qué desgiaciada soy!...
MUSSCA.
ARIA.
Ayer tan solo vivía
en una ilusión soñada,
hoy la miro desgarrada
por la triste realidad.
Aspiraba con encanto
un perfume seductor...
Era el aura del amor
en mi triste soledad.
Esa esperanza,
en lontananza
vino á alumbrar
_ u —
mi porvenir.
¡Hermosa y pura
fué mi ventura,
mas hoy la muerte
me deja aquí!
Rosa.
Emilia.
Rosa.
Emilia.
Rosa.
Emilia.
Rosa.
Emilia.
Rosa.
Emilia.
Rosa.
Emilia.
Rosa.
ESCENA XI.
EMILIA y RUSA con una carta.
HABLADO.
¡Señora!
¡Ah! Rosa, ven aquí. ¿No sabes lo que me sucedo?
¡Qué! ¿Se ha descubierto ya?
No se trata de eso.
Pues entonces ¿qué ha sucedido?
¡Que mi marido es un infid! Un- traidor; que no se ha
acordado nunca de mí; y lo que es más espantoso, que
ha tenido á su lado por espacio de siete años á una
mujer llamada Leonina.
¿Será verdad?
Su mismo asistente me lo ha dicho; y no es eso lo
peor, sino que él la ama, que quizá ahora mismo es-
tará pensando en ella.
¡Está hueno el lancel
Yo que hace tres días, cuando recibí la carta de mi
t¡a la baronesa anunciándome los designios de mi es-
poso y su próxima llegada no podía dominar mi ale-
gría, é inocentemente decidí hacerle rabiar un poco-
para que fuíwa después mayor su felicidad. ¡Y ahora!
¡Pero yo me vengaré! Le he de hacer sufrir horrible-
mente, y cuando él me ame, cuando me suplique de
rodillas, entonces yo le diré que le detesto.
Aquí viene.
Me alegro. (Luis aparece al foro y escucha.)
¡Ah! Señora, se me había olvidado darle á usted esta
carta que han traído.
— 25 —
Emilia. Es de Fernando; déjame.
ESCENA Xil.
EMILIA y LUIS.
Luis. (¡Una carta! ¡y de Fernando! ¡Ahora veremos!) Se-
ñora...
Emilia. Caballero...
Luis. Perdone usted si la distraigo de su grata ocupación.
Emilia. Es igual
Luis. Acabo de recorrer el jardín. Á fé mía que es delicioso.
Emilia. ¿Le agrada á usted?
Luis. Mucho.
Emilia. Es lástima que no pueda usted disfrutar de él por algún
tiempo.
Luis. ¿Por qué, señora?
Emilia. ¿No me ha dicho usted en la mesa que sus ocupaciones
no le permitirían permanecer aquí más que un día...
ó dos?
Luis. Ciertamente. (Me echa. Es claro, la estorbo.)
Emilio. Pero yo espero que volverá usted á verme al cabo de
tres ó cuatro años.
Luis. (Cuatro años.) Es probable que no me sea posible
volver.
Emilia. Lo siento.
Luis. (¡Esa frialdad me desespera, y sin embargo, la amo
como un necio!)
Emilia. Con su permiso, (se pono á leer.)
Luis. (Otra vez, la carta de su amante: ya no hay paciencia.
Señora. (Gritando.)
Emilia. Caballero.
Luis. Noto que la interesa mucho ese papel.
Emilia. No es extraño. Como que es de la persona que más
amo en este mundo.
Luis. (¡Y me lo dice á mí, á su marido! ¡Voto al infierno!)
Déme usted esa carta, señora, démela usted.
— 26 —
Emilia. ¿Qué está usted diciendo?
Luis. Necesito ese papel que la ha escrito á usted un hom-
bre, abusando de su candor.
Emilia. ¡Caballero! Este hombre me escribe porque puede ha-
cerlo; porque tiene derecho para ello.
Luis. ¿Qué tiene derecho?
Emilia. Si, señor.
Luis. Lo veremos. Déme usted esa carta.
Emilia. ¿Olvida usted, caballero, que está en mi casa y que
aquí nadie da órdenes más que yo?
Luis. Puedo pedirle á usted cuentas de sus acciones.
Emilia. ¿Usted, por qué?
Luis. ¡Porque... ya es imposible callar por mas tiempo! Yo
soy don Luis de Mendoza, su esposo de usted!
Emilia. Está usted equivocado,
Llis. ¿Cómo?
Emilia. Don Luis ha muerto. Soy viuda, libre, dueña, en fio,
de mi albedno.
Luis. ¡Señora!
Emilia. Usted es un compañero de armas de mi esposo, encar-
gado de repetirme sus últimas palabras. Lo ha hecho
usted, y le doy infinitas gracias por baber cumplido tan
sagrado encargo
Luis. ¡Esto es borrible! ¿Sabe usted, señora, lo que está di-
ciendo en este momento?
Emilia. Usted se llama Enrique Alvarez, y tengo tan buen con-
cepto de su persona y sentimientos, que me desagra-
daría esa transformación.
Luis. ¿Por qué, señora?
Emilia. Aunque separada de mi esposo, le conozco lo bastante
y estoy perfectamente informada de él. Sé que es un
libertino que no reconoce freno de ninguna especie. Un
hombre que se ha lanzado á la vida desordenada; que
acostumbrado á la existencia militar, sólo encuentra
goces en ella; que ha seducido á infiriitas mujeres, lle-
gando su descaro hasta el extremo de llevarlas á cam-
paña.
— 27 —
Luis. ¡Yo!
Emilia. ¡Sé, por último, que nunca lia dedicado un recuerdo á
su infeliz esposa, que le amaba, que esperaba su vuelta
con impaciencia, devorando en sdencio sus lágrimas al
saber su conducta. Que hoy se alegra de encontrarse
viuda, porque si hubiera venido á su lado fingiéndose
un amigo para espiarla, era la última ofeasa que podía
hacerle, á la que ella contestaría con el desprecio!
¡Beso á usted la mano, caballero!
ESCENA XLI.
LUIS, á poco PEDRO con maleta y pistolas.
Luis. ¡Voto á cien legiones de demonios! ¡Pues esta es bue-
na! ahora salimos conque yo soy el culpado... ella la
inocente. Vengo loco de amor en su busca; la encuen-
tro en esta quinta, oigo hablar de un Jacinto, de un
Fernando, y según se ve, no tengo derecho de que-
jarme... ¡Rayos y truenos!
Pedro. ¿Descargó la tormenta?
Luis. Pedro, ven acá; mi mujer reniega de mí; rompe todos
los compromisos, se declara independiente.
Pedro. ¿Como Italia?
Luis. ¿Qué opinas de todo esto?
Pedro. Yo qué sé... pero la seña marquesa me parece un
poco ancha da conciencia.
Luís. ¡Oh! Pero no crea que esto lo voy á dejar así... no por
cierto... Entre los dos hay un abismo... La separación,
y en cuanto á esos rivales, los mataré.
Pedro. Pero, coronel...
Luis. Espérame aquí. Voy á escribir una carta á su tía la ba-
ronesa, para que venga por ella, y enseguida partire-
mos... Es preciso.
ESCENA XiV.
PEDRO y EMILIA.
Pedro. ¡Buen cipizap-3 se va á armar. Está visto que la seña
— 28 —
marquesa es una pájara, que ya!
Emilia. (¡No está!) ¿Cómo no ha venido á echarse á mis pies?
¡Ingrato!)
Pedro. (¡Hola! otra vez po aquí. Pus lo que es ahora no me
engaña como antes.)
Emilia. ¿Y tu amo, Pedro?
Pedro. Ha dio á escribir una carta.
Emilia. Y tú ¿qué haces ahí con eso?
Pedro. Son las maletas.
Emilia. Pues llévalas al cuarto que está destinado á don Luis.
Pedro. No hay para qué.
Emilia. ¿Por qué razón?
Pedro. Porque nos vamos.
Emilia. ¿Os vais? ¿Adonde?
Pedro. Tanto no sé, pero creo que es muy lejos.
Emilia. ¿Más por qué es esa partida?
Pedro. ¿Qué quiere usía? El coronel está desesperao, y creo
que intenta que le lleven los demonios cuanto antes.
Emilia. ¡Pero Dios mío! ¿Qué le sucede?
Pedro. Er probé sufre mucho.
Emilia. ¿Por mí?
Pedro. Pus es claro. La quiere á usía más que á las ninas de
sus ojos, y como usía...
Emilia. Pues bien, Pedro, yo le perdono, todo lo olvido. Que
no se vaya.
Pedro. ¿Usía le perdona?
Emilia. Sí, corre, clíselo...
Pedro. ¡Yo!... ¡Pa que me eslome de un trancaso!
Emilia. ¿Pero por qué?
Pedro. Porque mi señó sabe que usía quiere mucho á on
Jasinto.
Emilia. ¿Y qué importa?
Pedro. ¡Ah! ¡vamos, ná!
Emilia. Él también le querrá con el tiempo.
Pedro. ¡Él!... ¡í'acilito es eso! Si lo piya, lo estreya.
Emilia. Eso es una inhumanidad que yo no consentiré.
Pedro. Cudiao, seña marquesa, con lo que hace.
— 29 —
Emilia. ¡Matarle!... Pobreciüo... ¡híwe poco me estaba abra-
zando con un cariño!...
Pedro. ¡Sopla! Si lo oye el coronel...
Emilia. ¡Yo le defenderé contra todos!
ESCENA XV.
DICHOS y LUIS.
Luis. Así: pocas frases y sentidas.
Emilia. Luis.
Luis. ¿Qué quiere usted, señora?
Emilia. Por Pedro acabo de saber los motivos que tienes de
enojo contra mí.
Luís. Pedro...
Pedro. Mi coronel...
Emilia. No le riñas; yo le he obligado á que me lo diga... Per-
dón y olvidemos lo pasado.
Luis. Hay cosas que no se pueden olvidar.
Emilia. Pero siendo tan naturales...
Luis. Señora...
Pedro. (¡Atiza')
Emilia. ¡Pero Luis!
Luis. ¿Cómo tiene usted atrevimiento de rogar por él de-
lante de mí?
Emilia. ¿Y por qué no, si le quiero tanto?
Luis. Marquesa ..
Pedro. (¡Ya escampa!)
Emilia. Si le hubieras visto esta mañana con qué cariño me
besaba...
Pedro. (¡Agua va!)
Luis. ¡Rayos y centellas! Esa osadía es espantosa, y sufrirá
usted las consecuencias de ello.
Emilia. ¡Luis, por Dios!
Luis. ¿Dónde está? Pronto... ¡Hable usted!
Emilia. ¡Aunque me mates no lo diré!
Luis. Señora...
Emilia. ¡Y á pesar tuyo, le salvaré!
— 30 —
Luis, ¡Infame!
Pedro. ¡Mi coronel!
ESCENA XVL
DICHOS, y ROSA
Rosa. ¡Señora! ¡Señora!
Luis. ¿Qué hay?
Emilia. ¿Qué sucede?
Rosa. ¡Jacinto no quiere almorzar, creo que está malo!'
Luis. ¡Cielos!
Emilia. ¡Ah!
Pedro. (¡Pues señó, ya se arregló!)
Luis. ¿En dónde está?
Rosa. En...
Emilia. ¡Calla, por Dios!
Luis. ¡Habla, ó no respondo de mí! (cogiéndola.)
Rosa. Que me hace usted daño.
Emilia. ¡Luis!
Luís. ¡Habla!
Rosa. ¡En el sofá!... ¡Echado!
LUIS. ¡Infame! (Corre á coger las pistolas.)
EMILIA. ¡Ay mi Jacinto! (Huye por la puerta primera do la izquierda
y cierra.)
Pedro. ¡Coronel!
Rosa. ¡Señor!
Luis. ¡Ha cerrado! ¡No importa! ¡Yo abriré!
Pedro. ¡Buen lío has armado!
Rosa. ¿Yo?
Luís. ¡Ah! ¡Ya cede!
Pedro. ¡Pero, coronel!
Luís. ¡Dejadme! ¡No escaparán de mi venganza! (vase por !a
puerta primera de la izquierda.)
Rosa. ¿Pero qué es esto?
Pedro. ¡Ná! Toca á desuello.
— 31
ESCENA XVÍÍ.
PEDRO, ROSA, EMÍLIA, JACINTO y LUIS.
Em;lu. ¡Toma! ¡Pedro, sálvale!
Pedro. ¿Pero qué es jesto?
Emilia. ¡Chits! ¡Calla!
Luis. ¿Dónde está?...
Emilia. ¡Perdón! ¡lerdón! (De rodillas las dos mujeres.)
Luis. ¡Nunca!
Emilia. ¡Dios mío!
Rosa. ¡Señor!
Luís. Yo le encontraré.
Pedro. ¡Mi coronel! Aquí está on Jasinto.) (Piesenta el mon»
agarrado por el cuello, por cima de las mujeres que suplican á
don Luis.)
Emilia. ¡Ah!
Luis. ¡Un mono!
Pedro. Según paese.
Emilia. ¡No le mates, Luis!
Luis. ¿Este es Jacinto?
Emilia. ¡El mismo!
Luis. ¡Ah!
Emilia. ¿Qué es eso?
Luis.; ¡Nada, esposa mía! He estado loco, no sé lo que he
dicho.
Pedro. Er demonio del avechucho, y qué susto nos ha dado.
Rosa. ¿Pero á qué ha venido esto?
Luis. ¿Y Fernando?
Pedro. ¿Es otro mono?
Emilia. Es mi hermano, oficial de ingenieros.
Luís. ¡Tu hermano! He sido un infame, he dudado de tí.
Perdóname.
Emilia. ¡Sí! todo lo olvido. Hasta tus amores con Leonina.
Luis. ¿Con Leonina?
Pedro. ¡Ah! ¡La perra! ¡Ya se murió!
s<a
Emilia. Era tal vez...
Luis. Sí, querida. Ambos hemos sido injustos; olvido á lo
pasado y seamos felices.
Emilia. ¡Oh! sí, sí.
MÚSICA.
Luis. Pues ya que tu inocencia
se muestra como el sol,
yo te ofrezco, vida mía,
mi cariño abrasador.
Pedro. Si nos hemos de casar,
díme pronto, vive Dios,
si á otro mono tú también
entregaste el corazón.
Emilia. Olvidemos lo pasado,
y en sueño seductor,
te daré con mi ventura
mi cariño abrasador.
Rosa. Pues si ya te tengo á tí,
no preguntes más, por Dios,
que tú soio serás dueño
de mi amante corazón.
FIN DE LA ZARZUELA.
Habiendo examinado esta zarzuela, no hallo inconve-
niente en que su representación sea autorizada, á condi-
ción de que se indique desde los principios en el diálogo
lo que baste para poner al público en vía de comprender
que la conducta ae la protagonista no es pecaminosa.
Madrid 29 de Abril de 1861.
El Censor de Teatros,
Antonio Febbe¡i del Rio.
Está hecha la aclaración que pide la censura.
AUMENTO AL CATÁLOGO DE i.° DE JUNIO DE 1888.
COMEDIAS Y DRAMAS.
TÍTULOS. ACTOS. AUTORES.
Propiedad
que
corresponde.
Heridos y contosos 1 Sres. Larra y Gullón
Leonor I de Aragón 1 Pedro Navarro.
Olas de sangre 1
Por un sombrero 1
Clown 5
El molino del Carmen 5
Lo sublime en lo vulgar 5
Mar y cielo 5
Teresa 5
Todo.
Manuel Izquierdo
J. Guijarro y F. Olona...
José Fola
José Fola
José Ecb<?garay
E. Gaspar y A. Guimara..
José Fola
ZARZUELAS.
¡Aquello!
Certamen nacional
Despacho parroquial
El golpe de gracia ... -
En la plaza de Oriente
Epílogo
La cruz blanca
La verdad desnuda
Pepa, Pepe y Pepín
Perder la pista
Plan de estudios
Por Espafla
Quedarse ioalbis
Timos conyugales
El rey reina 2
Nanón «. 2
Una broma en Carnaval 2
Sustos y enredos 5
Tomás Gómez
Perrin y Palacio*
Tomás Calamita
Seüá, Hurtado y Caballero
Cuevas
Rojas, Ruiz v San losé ...
ferrin y Palacios
Arniches y Cantó
Rafael M. Liern
Luis Larra
Calixto Navarro
Varas, Rojas y San José. .
Rafael Taboada
Luis Arnedo
M. E. Tormo y ¡M. Nieto . .
Olona, Ferrer y G. l'aboada
Casademunt y Strauss, .. .
Juan García Cátala
M.
L.
1v2M.
L. y lr2 M.
L.
L.jM.
L.
L.
L.
L.
Iy2l.
L.yM
M.
M.
L.yM.
L. y 1|2M
L.yM.
M.
ARCHIVO Y C0P1STERIA MUSICAL
PARA GRANDE Y PEQUEÑA ORQUESTA
PROPIEDAD DE
FLORENCIO F1SC0WICH, EDITOR.
Habiendo adquirido de un gran número de nuestrros me-
jores Maestros Compositores, la propiedad del derecho de
reproducir los papeles de orquesta necesarios á la represen-
tación y ejecución de sus obras musicales, hay un completo
surtido de instrumentales que se detallan en Catálogo sepa-
rado, á disposición de las Empresas.
PUNTOS DE VENTA.
En casa de los corresponsales y principales librerías de Es-
paña y Extranjero.
Pueden también hacerse los pedidos de ejemplares direc
tamente al EDITOR, acompañando su importe en sellos de
franqueo ó libranzas, sin cuyo requisito no serán servidos.
-