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Full text of "José de la Luz y Caballero: Estudio crítico"

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HAHVARD COLLEGE LIBRARY 

CUBAN COLLECTION 

BOUGHT FROM THE FCM> 
KIK A 

PRÜFESSORSHIP OF 
latín AMERICAN HISTOR^ 
r AND ECONOMICS 

FROM THE LIBRAHY OF 

JOSÉ AUGUSTO ESCOTO 

OF MATANZAS, CUBA 


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^STAQLECpieNTa 'JÍpQGB ipic'ci, p'JÍEl 



ffilEUlDZICUraO 



ESTUDIO CRITICO 



POR 



MANUEL SANGUILY. 



MABANA- 
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO, O'REILLY NÚMERO 9. 

ifton 






HARVARD COLLEGE LIBRaKv 

MAY 3 1917 

LATIN-AMERICAN 

PROFtSSORSHiP FüND. 
Hecoto Oollection 



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PI\^ÓLOGO 



Este trabajo es el mismo que se publicó la 
primera vez en el número de la Revista Cuba- 
na correspondiente al 30 de Junio de 1885. He 
creido deber retocarlo y ampliarlo, modifican- 
do de camino algunas apreciaciones, evitando 
en lo posible la «^.on fusión de que adolecían al- 
gunos párrafos, é intentando una exposición, 
siquiera resulte desmedrada, de las ideas filo- 
sóficas de José de la Luz Caballero, según en- 
tiendo que eran ellas, á juzgar por artículos 
suyos que he tenido que buscar en colecciones 
de periódicos viejos los cuales solo se conser- 
van yá en la Biblioteca de la Sociedad Econó- 
mica de la Habana; pero como su fragmenta- 
ria Impugnación a Gousir^ es n^ás asequible^ 



— 4 - 

he cuidado de citar ese trabajo con preferencia 
á aquellos otros impresos que son menos fáci- 
les de consultar. 

No he pretendido al trazar este bosquejo ni 
siquiera escribir una biografía de José de la 
Luz Caballero. Movióme á intentarlo, única- 
mente, el deseo de estudiarle para conocerlo 
cuanto más íntimamente me fuera posible, y 
lo publiqué en su primera forma, por el mismo 
motivo porque lo reimprimo ahora refundido 
ya que no mejorado: para que los que no le co- 
nocieron puedan formarse una idea más ó me- 
nos borrosa, al través de la impresión particu- 
lar mía que les ofrezco, y á fin de que los que 
debieron y pudieron juzgarle en condiciones 
mejores que las mías, suplan lo que me falte y 
enderecen lo que hubiere yo torcido, que así 
seguramente se verá más claro y acaso se le 
pondrá más alto. 

M. S. 

Marzo de 1890. 



JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO. 



JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO 



José de la Luz y Caballero fué un hombre in- 
signe, á quien sus contemporáneos respetaron 
y amaron sinceramente, y cuya memoria se ve- 
nera en la isla de Cuba. Durante su existencia 
apenas hizo ruido; peroá la faz de su pueblo 
vivió siempre en la pureza inalterable de un 
corazón esencial y característicamente bueno. 
En su alma angélica — que así se la ha califica- 
do—no tuvo cabida ningün impulso, ningún 
sentimiento que no fueran generosos y eleva- 
dos, y amó tan apasionadamente ásu patria 
como tuvo á un tiempo caridad para sus seme- 
jantes. Deseando exponer con una frase su 
personalidad en lo que más íntimamente la 
constituía y por lo que, sin duda, tuvo más in- 
flujo en el espíritu de su pueblo, uno de sus 
contemporáneos repitió la sentencia sublime á 
virtud de la cual fué absuelta la pecadora de 
Magdala: dilexit midtum! 



— .8 — 

En el sentir de sus coetáneos era *^el más 
sabio, el más virtuoso, el más bueno entre los 
cubanos" (1). Creyóse, el diade su muerte, 
que le juzgaba con acierto un hombre del pue- 
blo al llamarle en su lamentación por la in- 
mensa pérdida: "el maestro que enseñaba 
todas las ciencias''. Maestro incomparable y 
sabio de instrucción enciclopédica le conside- 
ran, mediante la tradición, las generaciones 
nuevas, y "el educador'^ "el maestro de la 
juventud cubana'' ^^q dice de él constantemen- 
te como el epíteto más adecuado y honorífico, 
como la más justa y evidente antonomasia. 
Otros piensan también que era un patriota sa- 
gaz y tendencioso, que fué el único cubano que, 
por su ardoroso y noble corazón y su inteligen- 
cia superior y perspicua, abrigara un designio 
trascendental con que ocupar toda su existen- 
cia, una misión social, útil, necesaria y gran- 
de, de consecuencias legítimas é indefectibles, 
de resultados futuros pero provechosos, y que 
á ella se consagrara con serena energía y per- 
severancia invencible. Esta, probablemente, 
es la razón más poderosa porque ha sido esti- 
mado, respecto de su época, como la personifi- 
cación del espíritu cubano y que por lo mismo 



(1) De la Filosofía en la Habana Discurso por D José Manuel 
Mestre —Habana i862.— Véase la dedicatoria. 



— 9 — 

los enemigos de su tierra hayan maldecido y 
ultrajado su nombre y su memoria que, en 
cambio, reverencian y bendicen sus paisanos. 
¿Cabe dudar que fuera, positivamente, aquel 
maestro sencillo lo qué quiere ver en él la de- 
voción patriótica de los suyos? Yo no lo sé 
por modo indudable. Es tan complicado el es- 
píritu del hombre y tan vario é insondable el 
corazón humano, que no me arredraría hasta 
afirmar sin vacilación que lo fué, aun cuando 
pienso que debió haberlo sido. ¿Porqué, sin 
embargo, persiste revolando sobre su tumba, 
como ave siniestra, el rencor inextinguible de 
gente que cuando Aiás hubiera él perdonado? 
Muchos años de su vida corrieron en la capital 
de Cuba bajo la mirada de los reyezuelos colo- 
niales, sin que hubiera podido tachársele por 
ellos de que alguna vez siquiera quebrantara 
la ley escrita. Al contrario, apenas espiró en 
humilde estancia, resonó por los ámbitos de su 
parroquia el bronce triste y funéreo de la igle- 
sia, mientras por todo el pais atribulado se ex- 
tendió cual mensagera de dolor la palabra de 
justicia que desde la altura del palacio vireal 
proclamaba solemnemente «los méritos litera- 
rios,» y las virf lides públicas y privadas (1) que 

(i) Decreto de 2íí de Junio de 1862, del Gobernador general don 
Francisco Serrano, disponiendo demostraciones de pésame por el 
fallecimiento de Luz, que calificó un peninsular de «honores casi 
regios» 



— 10 — 

^distinguieron» al hombre cuya muerte enlu- 
taba tantos corazones. La noble actitud del 

Capitán General mereció el reconocimiento y 
los aplausos de los cubanos. Empero «irritó 
alelementoespañoldelalsla.» (1) ParaólJo- 
sé de la Luz Caballero no fué más que «el gran 
perturbador y enenjigo» del dominio español 
en las Antillas (2). Hoy todavía no falta quie- 
nes mantengan en la Península la misma té- 
sis (3). Hoy, como entonces y siempre, se re- 
fieren á sus méritos con desdén, y se burlan de 
sus discípulos por que en su entusiasmo lo han 
comparado á Confucio y á Sócrates (4). Por 
reacción forzosa y legítima, la isla de Cuba 
responde con su veneración apasionada. Si ha 
sido martirizado y escupido, siquiera en postu- 
mo calvario de afrentas, merece la gloria, el 
apoteosis; y que su imagen escarnecida y bea- 
tífica se alce sobre los hombros de sus fariseos 
como un signo de unificación espiritual para 
los cubanos, como un apóstol y como un santo. 
Y si á sus merecimientos personales no hubie- 
se añadido el ansia de libertad, los sueños ríe 



(1) Las Insurrecciones en Cuba^ por D. Justo Zaragoza. Tomo 
II. pag. 98. 

(2) Loe. cit. 

(3) Historia de los Heterodoxos Españoles» por el doctor don 
Marcelino Menendez y Pela yo. T^mo III, pag 715. 

(4) Zaragoza;— Menendez Pelayo: loe. cit.— Francisco N. Villos- 
lada: artículos publicados en Marzo de 1S63 en El Pensamiento 
Español. 



— 11 — 

ventura para su patria, que seguramente se 
albergaron en su espíritu, ¿quién puede mos- 
trar otro hombre que sea, que haya sido mejor 
que él? por que lo cierto es que raras veces se 
aunan y armonizan tantas excelencias como 
constituyeron su individualidad: el saber va- 
riado y extenso, la noble mansedumbre, la ge- 
nerosidad ilimitada, la inflexible rectitud de 
carácter, el corazón piadoso, la alteza de miras, 
el amor inagotable, la fé, la filantropía, el pa- 
triotismo. . . • Así se le vé en su pais, al través 
del recuerdo, y así se le perpetúa y se le ama 
en él, de padres á hijos. Vivos están todavía 
algunos discípulos suyos; son hombres madu- 
ros todos ellos, han corrido por tierras y pue- 
blos estraños, han estado en contacto con otras 
razas, han estudiado y comparado, tienen ex- 
periencia propia, espíritu amplio, y seguro es 
que, aun cuando hayan alcanzado esa terrible 
tranquilidad de ánimo en que se contempla con 
melancólico desasimiento el humano afán, y 
las grandezas, y los dolores, y se envuelven el 
cielo y la tierra con una sola mirada de escep- 
ticismo benévolo é indolente, alguno habrá que 
lo recuerda como algo supremo, algo semejan- 
te á un Dios humano, como un ser superior en 
muchos conceptos á I os demás, imperfectos y pe- 
cadores, que fuera encontrando en su camino. 



— 12 — 

A mí también— no obstante haber estado jun- 
to á él fauando aun era yo demasiado niño, — se 
mé aparece, entre tiernos recuerdos de la in- 
fancia y llenando toda aquella época de mi vida, 
con los resplandores de una magestad risueña 
y paternal. Endeble de cuerpo, sencillo y pul- 
quérrimo en el vestir, en el andar pausado, 
absorto á menudo en hondas reflexiones, mi- 
rando siempre con dulces y hermosos ojos ne- 
gros, el rostro surcado de arrugas, la frente 
alta y luminosa circuida como por un halo ce- 
leste, de indecible melancolía, rodeado conti 
unamente de amigos respetuosos, de jóvenes 
y niños contentos, surge, en el fondo oscuro de 
la colonia, como una dulce aparición, como un 
buen genio tutelar. 

Fué, con efecto, José de la Luz Caballero un 
hombre superior; para sus paisanos un modelo 
de hombres— al menos por muchos conceptos; 
para alguno de ellos, el modelo masa cabado de 
patriotismo «que en lo humano pudiera presen- 
tarse,» Esta creencia generosa y legítima ins- 
piró el único libro serio y completo que hasta 
ahora hayan pubUcado los cubanos sobre la ex- 
celente vida de su esclarecido compatriota. (1) 



(1) Vida de D. José dt^ la Luz y Caballero^ por José I. Rodií- 
guez.— Nueva York.— Imprenta de «El Mundo Nuevo. -La América 
Ilustrada.»— 38 Park Row, «Times» BuildiDg, 1874. 



— i3 — 



I. — LA biografía. 



Cerca de tres años hacía yá de la publicación 

de la Vida de D. José de la Luz y Caballero^ por 
José Ignacio Rodríguez, cuando la leí en New 

York, en un ejemplar que tuvo la amabilidad 
de dedicarme el propio autor, antiguo y queri- 
do profesor mió. Pero, antes de conocer el li- 
bro por mi mismo, habia sufrido la ijifluencia 
del círculo de cubanos entre quienes vivía, los 
que, á su vez, obedecían á multitud de circuns- 
tancias que naturalmente habían de reflejarse 
en sus opiniones todas, relativas á las cosas y los 
hombres de su país. Así es que recorrí el libro, 
si con vivo interés, también con un juicio ya 
formado, y al cerrarlo y ordenar los elementos 
de mi opinión, creia proceder libre y espontá- 
neamente cuando, en realidad, solo repetía lo 
que otros antes que yo más habían sentido que 
pensado. 

Un año más tarde, próximamente, hablando 
del trabajo referido con un discípulo directo 
• del gran educador cubano, le pregunté con 
candor y probablemente con necedad: — ¿por 
qué no escribe usted, para vindicar su memo- 
ria tan maltratada? Su repuesta;— «por que no 
tengo nada que decir y, por lo demás, la bio- 
grafía me parece buena*— hubo de desagradar- 



— 14 — 

me sobre manera; pero devoró en silencio mi 
sorpresa y mi indignación: no podía compi*en- 
der tanta indiferencia, tratándose de lo que yo 
consideraba entonces como la adulteración pe- 
caminosa de una gran figura, del que habiendo 
dejado de contarse entre los hombres, seguía 
siendo, sin embargo, un guía, un símbolo; — 
duca^ signiore e maestro. 

Han pasado ahora trece años y he vuelto á 
leer, varias veces con mucha atención y siem- 
pre con tanto interés como antaño, un libro 
que, al parecer, pocos conocen, pero del que 
casi todos se permiten hablar mal. Es un he- 
cho que maldiciendo tantos de ese esfuerzo li- 
terario, y á la vez patriótico, ninguno, sin em- 
bargo, se ha decidido á escribir la biografía 
que estimen por más exacta, ni hacer otro es- 
fuerzo más valioso y mejor, refutando, siquiera 
sea de paso é indirectamente, los errores que 
hubiere impreso José Ignacio Rodríguez. 

Por decentado después de reposado examen 
de la obra, aquel discípulo que tanta irritación 
me causó, sin saberlo y sin quererlo, se me , 
apareció desde luego como uno de los pocos 
hombres libres de espíritu que por entonces 
tropezaron conmigo en el extranjero, á mi paso 
entre los piios; aunque es de advertirse que 
aquellos tiempos fueron denjasiado i^gitadospst 



— 15 — 

ra que se dejase oiría razón serena por encima 
de las olas en tumulto. 

He meditado sobre la biografía que escribió 
Rodríguez, y, en mejores condiciones de áni- 
mo, desvanecidas las prevenciones do otro 
tiempo, puedo asegurar que, á mi juicio, pocas 
obras se han inspirado en más amor y mayor 
respeto hacia un hombre; aunque es justo el 
reparo de que tal como el eximio cubano apa- 
rece en ella, es muy dudoso que fuese el ejem- 
plo más propio de seguir ó imitar en la ocasión 
escepcional en que se le ofrecía á un pueblo 
arrebatado en un torbellino, en que la acción 
tenía que ser todo, lo mejor y lo único además. 
El mismo escritorio dijo: «cuando los bárbaros 
están á las puertas de la ciudad, preparándose 
para entrar por ellas, ya no es hora de delibe- 
raciones ó consejos» (1). Los bárbaros, para 
Rodríguez, eran los revolucionarios en armas, 
y en verdad esos precisamente necesitaban más 
que de un Evangelio, de un fusil y de una car- 
tuchera; un capitán antes que un maestro; un 
Epaminondas ó un Viriato antes que un Sócra- 
tes ó un Cristo. 

El libro de José Ignacio Rodríguez, por la 
antítesis de su contenido respecto á la época en 
que so dio á la estampa; quizás también por Ja 



(i) op. cit-rpag 305, 



prevención general de que adulteraba la per- 
sonalidad cuya vida intentaba referir y, pro- 
bablemente, por ambas circunstancias reuni- 
das, es el caso que se ha leido poco, ó cuando 
menos que ha sido ineficaz para sustituir la 
imagen que ha trazado, á la concepción que 
el pueblo de Cuba llegó á forjarse, á la idea que 
concibió y ha conservado amorosamente: — 
un hombre ornado con todas las perfecciones 
posibles dentro de la ingénita limitación huma- 
ría? y q^6 fué, además, el primero en prever 
un tiempo glorioso, así como el único capaz de 
haberse consagrado durante el resto de su vida 
á desearlo y prepararlo. Bien puede ser la una 
semblanza tan fiel como la otra; porque José 
de la Luz Caballero fué un hombre puro y fué, 
también, un precursor. No soñó nunca, segu- 
ramente, en perturbar las conciencias prepa- 
rándolas para la acción inmediata y asoladora: 
ansió, por el contrario, iluminarlas en la ver- 
dad y serenarlas en la virtud, pero, al cabo, las 
perturbó, sin embargo: regó por todas partes 
gérmenes sublimes y fecundos de moralidad y 
y de grandeza viril que habrían de desenvol- 
ver-se en las almas y traer lógicamente un de 
sacuerdo profundo entre la realidad y los prin- 
cipios y, luego, una aspiración á la armonía, 
tanto más grande cuanto más cierto y acen- 



— 17 — 

tuado fuese el contraste, y tanto más dolorosa 
cuanto más difícil fuese restablecer el natural y 
legítimo equilibrio. 

La obra de J. I. Rodríguez tiene entre otros 
méritos el de haberse escrito con materiales 
reunidos, merced á no pequeña diligencia, des- 
de una emigración y en circunstancias en que 
era trabajoso y expuesto mantener correspon- 
dencia con la isla de Cuba, donde estaban los 
documentos que se necesitaban . Hay en ella ca- 
pitules enteros, como el XVII, notabilísimos y 
dignos de fijar seriamente la atención. En to- 
das las páginas del volumen se siente palpitar 
el corazón del autor, que es el de un cubano que 
ama la justicia y las glorias legítimas de su 
pueblo natal, y que arde todavía en afecto tier- 
no hacia el hombre grande que retrata, como 
si estuviese bajo el ascendiente real de su per- 
sona; y del conjunto del trabajo se recibe una 
impresión gratísima del educador, del maestro, 
el cual aparece como un fenómeno extraño y 
apenas explicable, pues lo será siempre positi- 
vamente la existencia de un hombre tan bueno, 
tan desinteresado, tan lleno de religiosidad, en 
medio de la sociedad de su tiempo, incrédula, 
irreUgiosa y materializada; y la aparición de un 
pensador tan penetrante y tan sólido, donde casi 
no existía ninguna trqidición (Je esfuerzo me ntal. 



— 18 — 

No quiere esto decir que el libro carezca de 
errores: los tiene, y alguno de más ó menos 
importancia según el punto de vista que se es- 
coja; pero en lo principal, en las líneas genera- 
les, el cuadro es exacto y bastante completo. 

Hace ya algún tiempo que ha visto la luz una 
nueva edición; pero se distingue de la primera 
solamente por algunas notas. 

Bien sea por desidia, bien por indiferencia, 
acaso por que preocupaciones gravísimas han 
ido cayendo sobre el corazón de los cubanos, 
como menuda, pero continua lluvia de invier- 
no, el caso es que lo único realmente no- 
table, por la seriedad del esfuerzo, la ordena- 
ción literaria y la soltura del estilo donoso y 
abundante, que se ha producido hasta el presen- 
te sobre José de la Luz Caballero es el interesan- 
te hbro de José I. Rodríguez. Si «el maestro de 
la juventud cubana» no fué tal como él lo pre- 
senta, la culpa de que no aparezca en su ver- 
dadero modo de ser, en su personalidad real 
y efectiva, seria sin duda de los que no han di- 
cho una sola palabra|después; sancionando con 
su silencio lo que estimaron una impostura, de 
que si nó fautores, fueron los cómplices por su 
neghgencia, por su abandono y, quizás, por su 
cobardía. 

José I. Rodríguez conoció á José de la Luz 



— 19 — 

Caballero, íuó algún tiempo profesor de física 
en su colegio, y la posteridad, por consiguien- 
te, aceptará las afirmaciones impresas de su 
libro cuando no quede ni la sospecha de que 
produjo desagrado y aún indignación que, no 
porque fueran más ó menos generales, dejaron 
de mantenerse absolutamente inéditos. 

II. — su JUVENTUD. 

La vida entera de José de la Luz Caballero (1 ) 
es un ejemplo más de cómo cada hombre es un 
compuesto, algo complejo y resultante de cau- 
sas varias y diversas, un producto de la raza, 
del compücado movimiento del pasado, y de 
las circunstancias pecuhares que lo envuelven 
y afectan desde que surge á la existencia. Na- 
die, por consecuencia, puede desligarse de su 
ser propio, ni de sus antecedentes, ni del medio 
y el momento en que viene al mundo. El clima, 
la historia, las ideas dominantes, la configura- 
ción y extructura del suelo, mil causas ó rela- 
ciones, morales y físicas, — evidenciando la ar- 
monía íntima de la realidad, — se combinan por 
ignoradas maneras y producen esa manifesta- 
tación singular de la vida que llamamos <el 
hombro, por lo que cada individuo sobre un 



(1) José Cipriano de U Luz y Caballero.— NaciO en la Habana, 
^\ 11 ae Jaüo de iW).— Hodrí^uez. Oo. cít.-rj>á;^ %, 



— 20 — 

fondo suyo atesora y combina otros infinitos 
elementos, presentes y pasados, para devol- 
verlos ó reflejarlos en la expresión sustantiva 
de su particular persona. Así, el diamante y 
el pedazo de hulla, que calientan ó brillan, no 
son más que una transformación, que una com- 
binación maravillosa de tierra, de vegetal y de 
sol. Así, también, el alemán que medita hoy 
—al lado de su jarra de cerveza y fumando su 
pipa— sobre los grandes problemas del univer- 
so, — en el fondo de un aposento moderno, — no 
hace más en sustancia que reproducir, — un 
tanto modificadas, naturalmente, — las mismas 
ideas que otro medio muy diferente habia fija- 
do con energía en el cerebro de aquellos aryas 
que se despedían de la vieja Bactriana, ento- 
nando los primeros himnos védicos. 

José de la Luz Ggiballero vino á la existencia 
con un cerebro modelado por largos siglos de 
religión y metafísica. Fué el intermediario de 
su elaboración esa raza sensible y exaltada del 
Mediodía, capaz de grande heroísmo y de ar- 
diente devoción, la raza de los formidables fia- 
natismos y de los más tiernos creyentes. El me- 
dio cósmico en que se desenvolviera fué este 
clima tropical, este sol devorador, este cielo 
encendido de Cuba, á cuyo influjo la fantasía 
se tiñe de. los matices del iris, se enardece el 



— 21 — 

corazón, predisponiendo el espíritu para los 
devaneos, el misticismo, y el cuerpo pronto de- 
cae, desgastando sus resortes, ó invalidando el 
entendimiento para los esfuerzos continuados 
de honda y sostenida meditación. 

Su natural,-^como si dijera, su esencia,— se 
determinaba por el predominio casi absorvente 
de la sensibilidad: el sentimiento, delicado, to- 
rrencial, desbordante á veces, siempre inex- 
hausto (1). Sus beneficios brotarán del cora- 
zón; sus achaques provendrán de sus nervios. 
Habrá en él un dualismo, la inteligencia sobe- 
rana y el sentimiento excesivo, que acaso no 
podrá armonizar jamás. Estas circunstancias 
generales, junto con su primera educación, 
pueden explicar aproximadamente su carácter 
y toda su vida. 

Robusto y fuerte de constitución, al punto de 
sobresaUr en algunos ejercicios corporales, 
gozó de salud y vigor hasta los cuarenta años, 
poco más ó menos. Desde entonces, y por cau- 
sa de sucesos importantes, y de su sedentaria 
consagración al estudio, sus potencias físicas 
fueron decayendo, no sin que forzosamente se 
resintiera su inteligencia, y tomaran rumbos 
diferentes sus meditaciones y sus ideas. Los 

(1) ....«estuvo sngeto siempre & nobles y apasionados arran- 
ques.»— AjTunte^ para la Historia de las Letras ^ y de la Inttruc- 
ción pública de la isla de Cuba, por Antonio Bacbiller y Morales* 
—Tomo in, p. 242. 



— 22 — 

sufrimientos, la naturaleza de su enfermedad, 
un golpe rudo que descargó la muerte en su ho- 
gar, desde entonces sin alegría, le acabaron 
muy pronto, á extremo que cuando sólo tenía 
cincuenta años, parecía haber alcanzado los 
últimos límites de la ancianidad. Siempre afee, 
tado, achacoso, naturales fueron el abatimien- 
to corporal, la apatía, la imposibilidad de todo 
grande esfuerzo. De ahí que no hubiera podi- 
^ do nunca escribir una obra de extensas propor- 
ciones. El período más floreciente de su vida 
física, fué también, como era lógico, el de su 
mayor lozanía de intehgencia y en el cual, por 
eso mismo, pudo producir sus frutos mejores y 
más sanos. 

El momento de su aparición debió también 
imprimir una huella en su carácter. La is- 
la de Cuba, entonces, era sólo una factoría en 
el trayecto de la Metrópoli al Continente ameri- 
cano. En ambos hemisferios de la nación pesaba 
sobre los pueblos el cetro de D. Fernando VII. 
De vez en cuando y mientras era de hierro pa- 
ra la Península, abría aquí, cual mágica vara, 
fuentes de riqueza y prosperidad. Si bien iban 
surgiendo pueblos en lo interior y por las cos- 
tas, la vida de la isla, débil y descuidada, se 
concentraba en la capital, que medio siglo de 
contiendas con el extrangero y de depredado- 



— 23 — 

nes de piratas, habían-convertido en una enor- 
me fortaleza. Las únicas importantes ocupa- 
ciones que se ofrecían en general á sus mora- 
dores, eran el comercio y el foro, la milicia y el 
sacerdocio. España entonces, para la inmensa 
mayoría de los cubanos, era la Madre Patria. 
Por causa, unas veces del atrevido bucanero 
y, otras, del inglés ó del francés, habíase visto 
al hijo de Cuba identificado con el de España en 
los mismos peligros y los mismos intereses. 
Sin perder su carácter local, el cubano estaba 
siempre resuelto á la defensa de la bandera 
metropolitana que más de una vez sirvió de su- 
dario de guerra á los que, aquí ó en otras par- 
tes, por ella combatieron con denuedo. Por 
espacio de un cuarto de siglo, mientras España 
se desmembraba á pedazos, Cuba mereció real- 
mente el dictado de «Siempre fiel.» Sus hijos, 
como los de Aragón, por ejemplo, eran simple- 
mente provincianos de España, españoles de 
ultramar. Esto duró, con más ó menos pro 
piedad, hasta el año de 1837, que inicia una 
nueva era en la historia de la mayor de las An- 
tillas. Respiróse, pues, durante todo ese tiem- 
po, en una atmósfera de mutua confianza, de 
igualdad política, al menos en la práctica, de 
paz moral. 

¡base desenvolviendo el alma de José de la 



— 24 - 

Luz Caballero bajo esas .benignas influencias. 
Formóse al calor de un Estado más ó menos 
protector, pero no resuelta ó hipócritamente 
enemigo todavía, y á la sombra benefactora de 
la Iglesia. D. José Agustín Caballero, tio ma- 
terno y primer maestro de José de la Luz 
era sarcedote; D. Antonio de la Luz, su padre, 
uno de los jefes de la milicia. La santa mujer 
que fué su madre (1), matrona severa, aun- 
que dulce, era también muy sumisa á la Igle- 
sia Católica. Crióle con amor entrañable y de 
ella recibió, como primeras impresiones, de 
esas precisamente que se graban para siem- 
pre en el espíritu, ejemplo vivo y constante de 
virtud y santidad. 

Comenzó sus estudios en el Convento de San 
Francisco, donde fué su maestro de filosofía 
otro sacerdote. Fray Luis Gonzaga Valdés. En 
la Universidad, entonces Real y Pontificia, si- 
guió un curso de <texto aristotélico», y estudió 
leyes en el Seminario de San Carlos. Así llegó 
á los veinte años, en que se graduó de Bachi- 
ller en leyes, siéndolo ya de filosofia, y no sin 
haber estudiado los sagrados cánones y la teo- 
logía, bajo la dirección del Padre Caballero. 

Inclinado al claustro desde temprano, educa- 
do en un medio perfectamente religioso, pensó 



(1) Doña Manuela Caballero. 



^ 



— á5 — 

hacerse firaile de laOnícnd^i^ v%u Kmuoííü^Hn \^ 
en este propósito, desenvolvió í^u nwtut^^l^^rt 
humilde y sencilla, llegando á In oxliH^inítlrid d^ 
someterse á mortiflcacionos oorpomdr^N. WpÚp- 
re su ilustrado biógrafo (1) quo «nuiolmN vm»iiN 
en su primera juventud oxponínNo A \m ñ'\m 
vientos del Norte» para ondiirGC/or hh m^vpay 
dominar su organismo, do i^íiioj uwiUi n\m i^^- 
gun se cuenta Sócrates, con qul^n m l« lítt 
comparado en otras conm nin (sxmiííwí ^ pf^nf 
tampoco con demasiada yjol^m/y'ía, f/m ífíiítií oh 
jeto andaba descalzo m h má.^ (^wío fpú íw- 
Tierno. Resciríó \nego h^^^^^rm d^í(0 y ttf/^ 
ordenado de meoore^; p^n> ^^rt ^í ^\ir^^1m^/f 

Tígüs^, f»ft ^ eábo miñ^rrj^ m ^M^ m ^ ^^ 

fesBÜQ» agí Bw t^Sáéítm^ (^ te m^t^i/^yv 44 lí^ ^ 
ftfeuaiié£ fiJiÜí^ ^diu>^ te te^í^ví^ tefiíVí*, 
15» íñmiínii' g#sr í*mn^<^^ ¿''^ 7 4tv te :4/^^h*;;^ 






^ 



-26- 

bien, tras varias fluctuaciones, ahorcó los há- 
bitos, ya su carácter estaba definitivamente fi- 
jado. Naturaleza afectiva, de imaginación des- 
colorida por el ascetismo y la falta de paisaje 
en aquella juventud encerrada en el convento 
ó en el seminario y entregada á áspera vida y 
rigurosas meditaciones de iglesia, la exalta- 
ción de su raza y el sol de su patria habían de 
inflamar su sangre, más no para la poesía, ni 
para el arte, ni menos para la acción enérgica 
y decidida á que no le impulsaba su natural 
manso y pacífico, sino para el amor evangélico 
á sus semejantes y para las obras de bien y ca- 
ridad. Aquel medio, esa educación eclesiásti- 
ca, los hábitos de religión, la erudición clásica, 
el comercio constante con Aristóteles, Melchor 
Gano y los Padres de la Iglesia, el latin como 
vehículo universal, la disciplina del claustro, 
el aire beatífico que nutria sus pulmones en la 
casa paterna y en la escuela, la devoción y la 
austeridad de su madre, aquel tiempo pro- 
saico, sin el movimiento y la flexibilidad más 
amable de hoy, y que parecía por lo mismo 
convidar á las naturalezas apacibles al retiro 
y á la meditación tranquila, — todo eso junto 
imprimió en su corazón y en su inteligencia un 
sello inalterable,— fué el molde en que tomó 
forma permanente su personalidad singular. 



Sobrevendrán cosas nuevas v ruidosas, recibirá 
otras impresiones diferentes, aparecerá más 
de una vez modificado; pero todo ello será pa- 
sajero, y accidental; contracciones más ó me- 
nos livianas que al caer de nuevo dejarán ver 
siempre firme y siempre el mismo, el granito 
inmutable de la base. El raudal de sus senti- 
mientos le hará fácil, elocuente y aun fogoso 
orador; pero conociendo á fondo su lengua, 
aprendida en los mejores maestros, en ese Cer- 
vantes, sobre todo, que para él era una pana- 
cea, jamás será un escritor, un artista de lapa- 
labra el que por natural inclinación solo estaba 
llamado á ser artista de caracteres v ambicio- 
naba el noble privilegio de ser creador de 
hombres para su patria. El silogismo esterili- 
zador será, aunque sin demasiada crudeza y 
templado por su facundia, la forma común de 
su expresión clara, diluida y sin gusto. Guan- 
do quiera exponer, su método será escolástico: 
en vez de la lección metódica y seguida, opta- 
rá por la árida exégesis, por el penoso comen- 
tario. Su manera escolar y su fantasía atrofia- 
da le impedirán ser un verdadero escritor, á 
j)esar de su gran talento, de su saber sóliílo y 
de su real profundidad. 

Examínense sus producciones y quedará con- 
firmado lo que acabo de expresar. Kl discurso 



— 28 — 

en elogio del gran orador Escobedo (1) es el 
reflejo de su condición, amorosa, ardiente, ex- 
pansiva, sentimental. Está cundido de interjec- 
ciones: los signos ortográficos más usados, usa- 
dos con profusión extraordinaria, son el de ad- 
miración y el de interrogación. Sus discursos, y 
ese discurso, son expresión fiel y cabal de gran 
sensibilidad, de sensibilidad excitada; respiran 
el candor de su alma, la ternura menos conte- 
nida, en párrafos hermosos, redondos, solem- 
nes, como párrafos de Jovellanos. Pero resulta 
inferior su forma cuando escribe, por carecer 
del donaire y la gracia, de la soltura y ese no 
se qué inefable que de las pcoducciones del que 
emplea la pluma como instrumento, lo mismo 
que del que emplea el sonido musical, ó el bu- 
ril, ó el pincel— hace las obras de arte. 

Parece que en sus mejores tiempos de pro- 
ducción, hacia este mismo efecto en los que 
pudieron conocerle. Un viajero español que 
vino por entonces á la isla decia lo siguiente: 
«El Sr. D. José de la Luz Caballero es el litera- 
«to de más prestigio en la Habana; pero creo 
«yo que le conviene más el nombre de sabio 
«que el de literato. Sus escritos suelen sor pro- 
fundos; pero demasiado escolásticos. Al tra- 
svés de sus vastos conocimientos, especialmen- 



(1) Rodríguez.— Op. cit.-pags. 107 & il8. 



— 29 — 

4cte filosóficos, se trasluce un mal gusto de 
^dicciórij que quita parte de valor ai conjunto. 
«Algunos artículos de filosofia insertos en el 
<íi Diario de la Habana revelan un profundo sa- 
«ber; pero la controversia es de aula, y la 
«personalidad del impugnado, un medio de de- 
«fensa poco lógico (1). Nos parece que el señor 
«de la Luz es demasiado buen maestro para 
ser grande escritora (2). 

He expuesto, como quien dice, los cimientos 
de aquella personalidad, y no creo fuera de 
propósito preguntar: ¿esas células cerebrales 
que por tanto tiempo y sobre una apropiada 
conformación étnica almacenaron aquellas pri- 
meras impresiones, serán capaces de recibir y 
conservar otras nuevas que modifiquen radi- 
calmente el estado subjetivo que ha llegado á 
producirse? Esto que me parece imposible, de- 
be tenerse presente para poderexplicar un fenó- 
meno curioso de reversión al pasado en el espí- 
ritu de José de la Luz Caballero, y que justifica 
por qué, andando el tiempo, por el año de 50, 
próximamente, un distinguido extranjero que 



(1) Con efecto, trató duramente a Cousin, por más que no des- 
conocía sus grandes méritos. A los eclécticos !• s llama «mengua- 
dos»,«novelistas8», «superficiales». «delirantes» A sus afirmaciones, 
ya hipocresías literarias»; ya «artimaü-is despreciables», ya «pero- 
irruí iadas», etc. I/>s ecléticos eran & sus ojos *ptut cleros de la 
ciencia: sus escritos de impugnación muestran el predominio del 
sentimiento. Al pensar, pensaba y sentía á un tiempo. 

(2) Viajes de D. Jacinto de Salas w Quiroga.— Isla de Cuba.— 
J'om » I— Midrid.— Boir etlitor— Impresor y iibr^ro Calle de Ca- 
rretas, nüm. 8.— iSiO.-rpáys. i80 y 187, 



— 30 — 

conversó con el en la Habana, tradujo la impre- 
sión que le había causado, diciendo en breve y 
atinado resumen: es un benedictino^» (1). 

Se encontró al nacer formado yá el sistema 
de lo que llama Taine <las representaciones,» 
(2) en el individuo. En ól ese «sistema» era la 
concepción general del mundo que se denomina 
«catolicismo». Los primeros veinte años de su 
vida fueron empleados en afirmarlo y gravar- 
lo profundamente en su espíritu, concurriendo 
todos Los elementos internos y exteriores á ese 
único fin, en la más estrecha y perfecta armo- 
nía, es decir, con fuerza incontrastable : su pro- 
pia casa, sus maestros, el aspecto mismo y el 
carácter de su ciudad natal, las fuentes de su 
cultura, la lengua de sus estudios. Toda la apli- 
cación de su actividad mental, en otras condi- 
ciones, por causas de sus viajes y de nuevas 
lecturas, es decir, bajo las ulteriores influen- 
cias, habrán de tender por fuerza á destruirlo 
en todo ó en parte, probablemente sin lograr 
otro resultado que modificaciones más ó me- 
nos profundas ó más ó menos instables. En el 
fondo de su ser siempre vivirá el religioso es- 
píritu incubado en el regazo de una piadosa 
mujer y modelado en el seno de una iglesia 

(1) Rodríguez. Op. cit. pag. 12. 
^ (2) H. Taine.— «Histoi re de la LitteralureAnarlaise», 1877, tom^ 
l.Mntroduction, pag. xrx. ** 9_ , ? , vm^ 



- 31 - 

dogmática. Debió sentir, en consecuencia, agi- 
tación y sacudidas durante su estudiosa ma- 
durez. El fraile, el sacerdote, serán más mun- 
danos, se convertirán en el educador seglar; 
pero por aquel cerebro habrán pasado varias 
concepciones del universo y de la vida, y por 
aquel corazón habrán pasado también las tem- 
pestades de la fé conmovida, la angustia pa- 
tética de la verdad que se abandona á pedazos, 
la tristeza de la verdad que se impone brutal- 
mente sobre las ruinas de viejas y consoladoras 
creencias. ¿Qué queda al cabo en ese campo 
asolado por la electricidad de las ideas? En él, 
de seguro, había un pensador, un filósofo; pe- 
ro, acaso, no pudo dejar nunca de haber tam- 
bién un teólogo, un creyente. El predominio 
de uno de entrambos aspectos será provocado 
por un factor importantísimo, — su salud, su 
fortaleza física. 

Con las condiciones propias y las excepcio- 
nales facultades de su individualidad, es fácil 
comprender que será un patriota ardiente sin 
ser jamás un revolucionario; que nadie le igua- 
lará como maestro (1), ni tampoco le superará 
nadie como hombre. Pero será invariablemen- 
te el hombre de sus circunstancias, el produc- 
to combinado de ellas y de la la educación que 

(i) ... «el Sr Luz no tiene rival en el magisterio.» D2 la, Filo- 
sofia en la Habancf,^ por D, José Manuel Mestr^.-^p. 51. 



— 32 — 

había recibido, la resultante del sesgo inicial de 
su espíritu, del medio en que fué formándose, 
del momento en que alcanzó su desarrollo com- 
pleto: fruto extraño y magnífico de un periodo 
de tránsito, en que sobre un fondo antiguo vi- 
nieron sucesivamente á injertarse elementos 
más modernos. Provinciano ó colono de Espa- 
ña, al principio conforme y tranquilo; después, 
como los demás, desposeído y rebajado de su 
primitiva condición, y aleccionado por los acon- 
tecimientos ulteriores, sin el antiguo sosiego y 
descuidada despreocupación, más sin las nue- 
vas impaciencias; — sin la fé ortodoxa y ex- 
tricta de la primera juventud y, en la edad pro- 
vecta, con un sistema de filosofía mezclado de 
elementos extraños, porque siempre abrigó 
una creencia religiosa más ó menos recrude- 
cida y exaltada al compás de su debilidad cor- 
poral,— era, en resumen, un pensador de ge- 
nial y sorprendente penetración, acercándose 
á ocasiones á los linderos más avanzados de 
la filosofía, al punto de parecer un moderno, 
un colega y coetáneo de Spencer ó de Wundt; 
pero comunmente amalgamado con el religio- 
so primitivo; algo así como un hombre de la 
primera mitad del siglo XIX vaciado en un 
hombre de los últimos dias de la Edad Media; 
uno de aquellos sabios del Renaciniieijto que 



— 33 — 

parecían llevar dentix) ilo sí iKvs íUiuí\vH ri- 
vales, pues que eran a la vo/ oxptM*huoulatlo-- 
res y creventes, observadores v nu»lÍooMi--v 
cuyo constante esfuerzo so onoanunalm A oblo- 
ner la conciliación de los oxlronioH, la ootnpn* 
netración de elementos opuosioH, laariuonía 
de la razón y de la fe, de la (íronncúa ,v dn la 
ciencia (1). 

III.— UN INFORMK Y í;N TKXTO, 



1 



Innecesario, y muy candado, %f\rUí n^n\M( 
en sus viajes por losEstado» TTn}do<t y KiíV(f¡ffu 
de 1828 á 1831 • Rio^ viajf^, y )(i^ ^(ii^ hty/f H- 
rios años despueíí, eírtiivíoronf fiUímfifU^ d^. 
aTentaras Bterarias (2), íhit^tífA ^áVa ??a r^^> 
lacíonó con hombn^ ^mment^A^ ^a, h^yy í^/.n 
coasiáenñm como v^(^Tt\^(\(^rpf<^ c-Al^.hririíitci^^^ ^ v 
faé úempK mAn rpie un 7í^j(^6 ^^nrl /*><?/*>, rvrt 
estiiífiaiiteobserT^ador/mtMíí^íihlA, í^]>mv<Mb?^- 
do 7 m.Ti7 intrépido. A.^mtíí') 4 ^.nrHA<í pnhlí^Ar, 
oyó en sus ^tolr^ ¿ Cnv>,r / ^í Vfií^l)4]<^,^: ^o 
ínfonnd con ^n ^castumhr^^dA ^*^Ja / '^ax) y^- 



"♦AlilosA^ (ipItiMH cfiniwpnA i'<*Híf}A<írv ,»f<>Mr> /r> e^« f*nr*fi'í^w 

lili ObfWTTttfeOPtn mnV^Mlor- -rt l>>>rttioM^ »-, "•>/'Jil'rt-.- ♦f>«/-.i^,' 



— 34 — 

triólicas miras del estado y circunstancias de 
las escuelas americanas ó inglesas; visitó las 
minas de plata de Silesia; escudriñó en las rui- 
nas de Herculano y de Pompeya; subió más 
allá de los últimos descansos donde se detenían 
los más animosos, en las montañas de Escocia 
y bajó hasta mil pies en el cráter del Vesubio. 
Mores huminum multorum vidit et urbes. 

Antes de su vuelta á Cuba hizo imprimir su 
traducción con notas del Viaje por Egipto y 
Siria^ de Volney. De regreso en la Habana 
unió sus esfuerzos al de los que en la Sociedad 
Patriótica se empeñaban en ilustrar y fomentar 
el bien del pais, creando escuelas y mejorando 
las que ya existían (1). Por ese mismo tiempo ha- 
bía aparecido, bajo los auspicios de aquella cor- 
poración, un periódico notable, la Revista Bi- 
mestice Cubana^ que poco después de su funda- 
ción dirigió José Antonio Saco. En ella, en el 
Diario de la Habana y en las Memorias de la 
Sociedad publicó José de la Luz Caballero artícu- 
los varios y algunos informes (2). Notóse en la 
capital un movimiento intelectual hasta allí des 
conocido, al que Luz contribuyó en proporción 
muy considerable. Dirigió particularmente su 
atención á cuanto se relacionaba con la ense- 
ñanza y aprovechando aquellas favorables cir- 

( 



(1) Bachiller, op cit-ps. 245 y 2ii, 
(?) Rodríguez.— Op. cit. p. 4S 



— 35 — 

cunstancias, proyectó fundar un colegio con el 
nombre de El Atenro (1), 

Desde que llegó á su pais, con el caudal de sus 
nuevos estudios y variadas observaciones, ha- 
l)ía sentidovivísimo deseo de aplicar las mejoras 
que conociera examinando prolijamente la ins- 
trucción pública en los Estados Unidos y en 
la Gran Bretaña, y de introducir en la ense- 
ñanza primaria las reformas que Várela inau- 
guró en los altos estudios. En presencia de la 
profunda y universal desmoralización de la isla 
crevó encontrar un medio eficaz de combatir 
los males públicos, en la educación de la niñez 
y en la cultura del pueblo, y así, arrastrado por 
su natural vocación y su patriotismo inteli- 
gente y generoso, desde aquel momento se pro- 
puso, en unión de sus colegas de la Sociedad, 
formada por un 'grupo de varones desinteresa- 
dos, sacudir el marasmo de las espíritus y le- 
vantar el abatido nivel moral. 

Creía que la vida era algo serio y que el 
triunfo y la felicidad dependen del carácter, de 
la virtud y de la vi^rdad: vio por dó quiera os- 
curidad y miserias: la abyección social engen- 
drada por la esclavitud; la despreocupación 
brutal, respecto á los mejores intereses huma- 
nos, los intereses morales, desconocidos ó bur- 



lo Ibideiu.— P. 63.— Bjchiller, op.— cit p. ííi;i 



— 36 — 

latios en el hartazgo do riquezas iVicil ó inícua- 
iiiente amontonadas, y — como consecuencias 
letales — los vicios revolcándose en su fondo si- 
niestro de vergüenzas y miserias. <lIomhres 
más bien que académicos — exclamaba en su 
angustia — 6^^ la necesidad de ¡a época^y^ y con 
tan noble inspiración de la verdad, escribió el 
iamoso hvforme sobre el Instituto Cubano^ que 
denota la influencia que ejerció sobre su espíri- 
tu el manejo continuo de las obras del que consi- 
deraba <cun hombre de Plutarco» y llamaba 
nuestro inmortal Jovellanos. 

El Instituto debía ser una es|)ecie de Escue- 
la General de Artes y Oficios y una Escuela 
Normal. Su múltiple misión íiabia de consistir j 

en «abrir nuevas carreras á la juventud de 
«nuestra patria condenada á consagrarse ex- 
«clusivamentealforo, ala medicina, ó ala hol- 
«ganza; difundir los conocimientos químicos 
«para [)erfeccionar la elaboracií'm de nuestros 
«frutos y aprovechar nuestras ventajas natu- 
«rales; facilitar la adquisición de luces para to- 
«da empresa que descanse en las nociones de 
«las ciencias físicas y matemáticas; abrigaren 
«nuestro propio seno, sin necesidad de mendi- 
«gar al extragero, hombres capaces no solo de 
«concebir sino de egecutar grandes planes aun 
«en sus últimos pormenores; mejorar algunas 



— 37 - 

^profesiones de las existentes ppoporcionándo- 
'•cles otros datos de que lian menester para pro- 
'•cgresar; fertilizar el vasto campo de la educa- 
'«ción, ofreciéndole más idóneos cultivadores; 
«contribuir al adelantamiento de lasarles libo- 
erales y mecánicas entre nosotros» (1). Es 
decir, formar maestros y hacer hombres, co- 
mo la manera más prudente y viable de dar 
satisfacción á los reclamos imperiosos deL tiem- 
po. El proyecto de José de la Luz Caballero no 
llegó, por supuesto, á realizarse, que tal acon- 
tecía casi siempre en la isla; pero se le díó la 
dirección de un colegio, el de Carraguao, cuyo 
nombre era ^Son Cristóbal, donde estableció 
y regenteó cursos de filosofía, desde [H-Vi (2) y 
fundó una clase con el nombre d^- Comj/^jj^i- 
Clon (3). 

Tanto allí como en algunas clases partícula- 
res, aplicó á la enseñanza de los niños el //í/í//>- 
do expUcatiro; mientras comunmente se pr^c- 
ticaba el mi'trio '> bnc^asteri^no «4 , 



0í «Ef^ tíbxü^ dátíLA Ó^ ^xs^y/kijfx^^jíi^ í'¿^ Í>.j»'t4>4* y *^^^i4» 



— S8- 

Era su vocación tan decidida que desde el 
año 1831, apenas llegó de Europa, visitólas 
escuelas de la capital y asistió á sus exámenes 
públicos con interés que fuera pueril sino hu- 
biera sido tan notablemente inspirado en pro- 
pósitos de reformas provechosas y urgente- 
mente reclamadas por las circunstancias. Por 
tal manera de inquirir la condición de la ense- 
ñanza pudo convencerse del lastimoso estado 
de la instrucción, déla faltado precaucioné 
idoneidad en los profesores, de los extragos de 
la rutina y, sobre todo, del funesto abuso de la 
memoria (1). Se enseñaba entonces por todos 
lados como se enseña hoy en las ínfimas escue- 
las de barrio. Su propósito más vivo, como era 
de esperarse, fué combatir ese sistema, que 
consistía precisamente en no tener ninguno. En 
lo sucesivo procuró siempre hacer comprender 
que el magisterio no era un oficio, ni siquiera 
una profesión; sino un apostolado (2), un sacer- 
docio (3). Así se comprende la complacencia 
con que, más tarde, leyó en un libro america- 
no (4) y la comunicó al púdico, la expresión 

(1) Bachiller, Op cit. p. 243. 

(2) «Espinoso apostolado es la enseñanza que no hay apóstol 
sin sentir <a fuerza de la verdad y el impulso de propaf^arla.» Esta 
proposición suya sirvió de tesis á un discurso leído en su nombre 
por uno de sus discípulos, me parece que fué Jesús Benigno Gal- 
ve/. 

(3) . «Dios la formó para maestro de sus compatriotas, y esa 
niisióa DO era renunciable porque la traía impresa en el corazón 
que era todo amor para los suyos v {generosidad para los demAs.» 
— Ha( hiller.— id.— p. 245. 

(i) su autor, Baynard R. Hall. 



^ —39 — 

cié su propio y particular altísimo concepto de 
la enseñanza, la creencia sincera de que — co- 
mo el poeta, como el músico, como el pintor— 
el maestro es también un artista y, acaso, el 
más divino de los artistas; porque, como él lo 
pensaba, «si Miguel Ángel crea el Moisés, si 
Shakespeare crea el Hamlet, el maestro crea 
un hombrea (i)- . ♦ 

No me decido á creer que la obra que escri- 
bió por aquel tiempo, con el título de « Texto de 
Lectura graduada 'para ejercitar el método 
explicativo ^-i^ (2) fuese en realidad útil y ade- 
cuada á su objeto. Es un tomito de 104 páginas, 
del que apenas por rareza se conserva algún 
ejemplar. Mézclanse en él, sin gran concierto, 
admoniciones y consejos, diálogos infantiles, 
versos generalmente malos, y fórmulas cono- 
cidas, con relaciones de historia bíblica que pa- 
recen páginas arrancadas á la obrita del abad 
Fleury. Ese ensayo debe no obstante j uzgarse 
más por su intención que por su valor real; 



(1) «Es idea que he visto apuntada en un libro americano, y a 
poco que meditéis sobre ella, convendréis conmigo en que tiene 
mucho de verdadera »— Estas son frases de un discurso que hizo y 
leyó, en su nombre, E. Piñeyro, en 1860 ó 1861. Las cito á la me- 
moria, y así no respondo de la exactitud de todas las palabras. 

«Hasta aquí —dice en otro luffar aquella oración— liemos visto 
confundirse ambas profesiones (el artista y el educador;) pero si 
damos un paso más adelante, veremos elevarse la primera (el edu- 
cador) sobre la segunda, quantum, lenta, solent ínter viOutma cu • 
pressi.yp 

(i) Texto de Lectura graduada para ejercitar el método expli- 
cativo. Libro 1."— Habana. Imprenta del Gobierno por S. M.— 1833. 
Yo poseo uno, en buen estado. 



— 40 — 

acaso siendo su ilustre y sapientísimo autor el 
maestro que lo usara, los resultados debían ser 
muy halagüeños (1); pero en manos menos fuer- 
tes y expertas que las suyas no debía producir 
los mismos frutos. Escrito para poner en prác- 
tica el método explicativo, no me ha sido dable 
comprender la elección y distribución de las 
materias que encierra, ni mucho menos có- 
mo mediante el podria con éxito aplicarse aquel; 
pues que á cada paso s^e tropieza con expresio- 
nes como las siguientes: — «Dios manda salir 
el sol, y le manda ponerse.» — «El es quien 
hace caer la lluvia y el rocío para mojar el 
suelo, y á su arbitrio se pone seco». — ^Hora 
manda al árbol que se vista de hojas, y dentro 
de poco mandará á las hojlas que se marchiten, 
que caigan, y que el árbol se quede desnudo». 
—«El hizo al pobre lo mismo que al rico.» — «El 
os dio vida, y aumento, y casa donde vivir»— 
«Todos los que se mueven sobre la tierra, son 
suyosi> .-^En él viven y se mueveny> (2). To- 
das estas frases en que hay una mezcla extraña 
de teismo y panteísmo, y que harían embara- 
zosa y acaso imposible la explicación, sorpren- 



(1) Con ese método, y la acción poderosa que ejerció en Ca- 
rraguao, levantó a grande altura aquel famo«o colegio fundado 
por un peninsular ilustrado y enérgico, D. Antonio Casas y Re- 
inoii. Kl prospecto del establecimiento, citado anteriormente, pu- 
diera luber sido redactado bajo la inspiración de Luz. En algunos 
Pfisujes hay ideas suyas; pero generalmente no est& escrito en es- 
tilo que haga sospechar que fuese Luz e| autor. 

(•¿) Texto pagmas 10 y 11. | 



— 41 — 

den en un pensador que tanto recomendó des- 
de temprano el estudio de las ciencias natura- 
les, (1) que tanta importancia dio luego al de 
la física y que llegó á ser un preconizador apa- 
sionado de la observación y de la experien- 
cia (2). 

Pero es más de admirar aún la recomenda- 
ción siguiente, dirigida á los niños: «Así que 
podáis leer el Catecismo debéis hacerlo, y ha- 
cerlo muy amenudo^ (3). Tres renglones más 
abajo, añade: «Ni basta leer, si no traíais de 
comprender lo que leis, y de conservarlo en la 
memoria» (4). Hay que recordar que para él 
«el método explicativo se reduce á hacer dis- 
cunv'r á los alumnos sobre cuanto leen, expli- 
cándoles pa/aJra por palabra según vá siendo 
necesario paraba i7iteligencia del discurso» (5). 
Me asalta ahora un recuerdo oportuno. Yo era 
sustituto, en el Colegio del Salvador, allá por 
1865, de la primera clase de Religión, en que 
se enseñaba la doctrina Cristiana por el Cate- 
cismo de Ripalda. Un dia me avisaron para 
dar clase, porque el profesor estaba enfermo. 



(1) Rodríguez. Op. cit pftginas 75 y 76- 

(2) Obtuvo líceDcia del Gobernador Capitán General D. Maria- 
no Ricafort para fundar un colegrio. «y la pidió por separado para 
una cátedra de química en l.*de Enero de 1833.y>—á\ce Bachiller, 
op. cit. pag. 243.— Es docir, el mismo ano on que píiblicó el Texto 
ile lyecttira. 

<3) Texto, pag, 31. 

(4) Id. nag. 31, 

(5) Rodríguez üp. cit pág. 59. 



— 42"— 

Correspondía, como materia, un repaso gene- 
ral: hice colocar sobre la mesa todos los libros 
que los niños teman en las manos y lance la 
primer pregunta al que tenía más cerca de mí: 
¿quién es Dios?— La respuesta fué instantánea: 
«La Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espí- 
ritu Santo: tres personas distintas y un solo 
Dios verdaderoy>. Por mi parte, volvía pre- 
guntarle al que había contestado si compren- 
día lo que acababa de decir, y, naturalmente, 
me replicó que nó, y así mismo manifestaron 
todos los alumnos. Me encontraba, pues, en 
un verdadero aprieto para ejercitar el método 
explicativo. Es verdad que el mismo Pico de 
la Mirándola, que se sentía capaz de contestar 
satisfactoriamente á tantas dificultades, se hu- 
biera hallado tan perplejo como yó, en esa in- 
tricada cuestión de historia eclesiástica. Tomé 
entonces el partido mejor, que fué dar á enten- 
der, guardando en lo posible la buena forma, 
que toda aquella fraseología era sencillamente 
un monstruoso disparate. Más fué lo peor del 
caso que me vi, por la lógica de las cosas, como 
forzado á decir lo que debía entenderse por esa 
palabra de «Dios». No merezco la calificación 
de inmodesto si declaro que mi explicación no 
fué del todo mala, pues que manifesté, sin 
ahondar demasiado, cosa que, por otra parto. 



— 43 — 

ffle hubiera sido imposible, que Dios era una 
concepción humana, una idea, que pueblos, ra- 
zas, hombres— según sus condiciones, natura- 
leza, carácter 3^ otras mil circunstancias, — se 
forjaban de muy diferente manera. Agregué 
algo más, también de mi cosecha, y resultó 
({ue, separado de tan grato entretenimiento no 
más que por un tabique de madera poco eleva- 
do, el Director del Colegio pudo enterarse del 
empleo que yo hacía del método explicativo, y 
desde aquel momento dejé de ser el sustituto 
de la clase de Religión. 

Lo cierto es que cuando se inculca á la niñez 
una sínte^s, una concepcicin total del universo, 
es muy difícil luego modificarla, sin peligros y 
sin desgarramientos; y rara vez, si alguna, se 
logra estirparla de raiz. El Catecismo es una 
fllosofia, toda la filosofía cristiana, mezcla hí- 
brida de multitud de sectas y sistemas, en que 
hay ideas, como esa idea capital de Dios, que 
resultan de su misma definición, ininteligibles; 
una síntesis verdaderamente absurda, que al 
formar la base de la educación divide más ade- 
lante en dos porciones la vida mental, perdién- 
dose un tiempo precioso y grande esfuerzo, 
durante la segunda mitad en ir refutando y des- 
truyendo la primera sin conseguirlo completa- 
mente, sino por excepción; por cuyo motivo. 



— 44 — 

y el mismo José de la Luz Caballero es un 
egemplo convincente, se convierte el hombre 
en una dualidad lastimosa, y la existencia en 
algo como la tela de Penélope, al fin de la cual 
se apodera del ánimo las más de las veces el 
estéril excepticismo, la triste indiferencia; ó 
cae en la siniestra congoja que puso Goethe en 
el alma, vaga y perennemente atormentada, 
de Fausto. 

Pero, á los 33 años, edad en que redactó el 
texto de lectura, José de la Luz Caballero era, 
en el fondo y bajo el punto de vista de sus 
creencias sustanciales, el clérigo de veinte 
años; aquel mismo hijo de San Francisco que 
proyectaba renunciar al mundo y encerrarse 
por siempre en una celda. 

IV.— EL MORALISTA. 

Un hombre tan sensible como José de la Luz 
Caballero, no podía ser indiferente al bello se- 
xo; al contrario, alguna de las resoluciones 
más graves de su vida debiéronse, según refie- 
ren amigos suyos, á influencias femeninas (1). 
Por el año de 33 contrajo matrimonio con una 
hija del célebre Dr. D. Tomás Romay. Enton- 
ces Luz Caballero era uno de los elegantes de 

(1) «En una de esas rápidas determinaciones, inexplicables pa- 
ra sus amigos algunas veces, se propuso viajar por los principa- 
les paises del mundo». . Bachiller, op. cit.— p. ¿4:¿, 



— is- 
la Habana. Sus hábitos de cscru[)iilosa y estre- 
mada limpieza fueron los únicos que conservó 
hasta su muerte, de su vida de joven presumi- 
do y de moda. El año de 34 le nació su única 
hija María Luisa, el encanto de su existencia, 
y cuya pérdida decidió un aspecto nuevo de su 
inteligencia. 

En 1837 el régimen político de Cuba cambió 
radicalmente. Las Cortes Constituyentes de la 
Monarquía hicieron la innovación desastrosa 
que un escritor llamó «inmortal injuria» (i). 
La España de los Sancho y los Arguelles esta- 
bleció en la isla, en forma realmente revolu- 
cionaria, un nuevo sistema, cuyo Código fueron 
la Real orden de 25 de Abril de aquel mismo 
año y la de 28 de Mayo de 1825. — Cuba, desde 
entonces, «quedó sometida sin defensa al sable 
de los Capitanes Generales» (2). 

Luz abandonó la enseñanza y se recibió de 
abogado en Puerto Príncipe (3). Pero el foro 
estaba demasiado corrompido, por lo que «su al- 
ma de armiño» no pudo resistir la pesada atmós- 
fera y renunció precipitadamente al ejercicio 
(le abogado apenas lo inició» (4). 



(1) España y Cuba. Opúsculo impreso en Ginebra' en 1S76, pA- 
gina 5, y cuyo autor fué D. José S. Jorrin. 

(2) Frase de un articulo de Antonio Zambrana, de 1S71. 

(3) Rodríguez. Op. clt. pftg. 91. 

(4) Morales Lémus y la Revolución de Cuba Estudio Hiato r i' 
co por Enrique Hiñeyro.—New-York. 1871. -rPág^. 13.-^Bf^cliUler'— 
op cit. p. íi^-^Rodriíjuez;.— op. cit. p, 9^ 



— 46 — 

Consagrado de nuevo al magisterio, dio cla- 
ses particulares en su casa y, gobernando el 
habanero D. Joaquin de Ezpeleta, sucesor de 
Tacón, obtuvo— en 7 de Setiembre del año 
1838— licencia para fundar una cátedra de Fi- 
losofía, que se instaló en el convento de San 
Francisco (1). 

Gozaba ya de alto concepto en la Habana co- 
mo maestro de filosofía. En 1834 había funda- 
do, gracias á las gestiones de D. Francisc 
Arango y Parreño, cubano prominente que ^ 
la sazón desempeñaba el cargo de Comisari 
Regio de Instrucción Pública (2), una cátedr 
de Filosofía «con validez académica», en el co- 
legio de San Cristóbal, de que era director. Ba_— 
chiller y Morales aseguraba que la aparición 
de su Elenco señaló «una época en el movi- 
miento fílosófíco del pais» (3), y así mismo lo 
declaró otro profesor, D. Manuel González deJ 
Valle (4). Por estos motivos su clase del Con- 
vento^ que desempeño próximamente cinco 
años (5), fué bastante concurrida. El profesor 
sentia y comunicaba el entusiasmo de tal ma- 
nera que hubo lecciones que duraron hasta 
cuatro horas sin interrupción ni descanso. A 



(1) Rodríguez.— Op. cit.. i)ág¡nas Oo y y?. 

{2) RodriRuez.— op cit — p. 77. 

(3> Bachiller.— Op. cit — pasrs. 220 v 22 U 

(4) Piarlo de la Habana, Sét 7. i 83*). 

(5) Rodríguez.— Op. cit.— p. ÜT. 



J 



— 47 - 

menudo se valía él do libros, ya recientes, 
ya antiguos, para leer trozos do ellos y co- 
mentarlos en seguida. Encerraba comunmente 
la materia de sus esplicaciones en forma con- 
rlensada, en proposiciones escritas, de- las cua- 
les algunas tenían por fuerza que resultar va- 
gas, ó confusas y hasta insignificantes, y cuya 
agrupación ó conjunto, más ó menos ordenado 
^ metódico, componía el Elenco del curso, el 
cuestionario fundamental conforme al cual ha- 
l)ían de ser examinados sus discípulos. Por 
aquella misma época estudiábanse, ó leíanse 
á lo menos si bien en círculo reducido, obras 
filosóficas; más no precisamente de origen alo- 
man en su mayor parte, como se ha creido. 
Contrariamente á lo escrito por el eminente li- 
terato, Dr. D. Marcelino Menendez y Pelayo 
(1), no asomaba ninguna afición, fácilmente 
apreciable, á la filosofia de Alemania, á no ser 
por el intermediario de Victor Gousin, muy en 
boga por entonces. Directamente se consulta- 
ban obras en latín y libros franceses. Quizás 
fuera José de la Luz Caballero el único que cul- 
tivase con cariño y devoción la literatura filo- 
sófica de Europa y la no muy acreditada toda- 
vía de los Estados Unidos. Si hubo pensadores 
de tanta valía como él y aun como el Padre Ruiz 



(1) Historia de los lleterodo xos Españoles, lomo 3 ° p. 71 



a. 



— 48 — 

puede afirmarse que no dejaron muestras para 
tenerlos por tales en justicia. Aún se vivía ge- 
neralmente de mendrugos de Aristóteles y de 
Santo Tomás, ó de la mesa de Descartes: un 
año después de instalado el curso de Luz, 
publicó D. José Zacarías González del Valle,^ en 
la ImprentaLiteraria, sus Breves explicaciones- 
con motivo de algunos lugares de Aristóteles 
con el objeto de suplir de alguna manera la 
carencia de texto (1) para la cátedra déla 
Universidad, de que se encargara interinamen 
te, y la que todavía se llamaba de Texto Aris- 
totélico (2). Las circunstancias por tanto fa- 
vorecían la propagación de cualquier doctrina 
nueva sobre todo si aparecía ostentando gra- 
vedad científica, carácter conciliador, respecto 
de lo presente y brillante forma como fue el 
caso del Eclecticismo. No es pecar de ligereza 
el que se afirme que la cultura filosófica no pa- 
saba más allá de las escuelas analítica por una 
parte, y por la otra de la escuela ecléctica y de 
la espiritualista. Tal era, además, la tradición 
más conservada, desde los tiempos de Várela, 
como se evidenció por la polémica relativa á la 
Moral en que debatieron, con auxiliares de me- 
nor importancia, de un lado el l)r. D, Manuel 



(1) J. M. Mestre.— op. cit. p. 13ü y 144. 

i2) ídem.— p. 143"— éapbiller,— op.cit. p. '4'M) 



— 49 — 

González del Valle, y del otro el Presbítero 
Ldo. D. Francisco Ruiz, quienes reclamaron la 
tercería de José de la Luz Caballero, su deci- 
sión, reconocida y acatada de antemano. En 
unos exámenes de laclase de Psicología y Mo- 
ral del Colegio Cubano de Conocimientos úti- 
les j la noche del 22 de Julio de l&JO, sostuvo 
el profesor, D. Manuel González del Valle, la 
proposición siguiente: «Ponemos-la virtud en 
el sacrificio del placer al deber contra la opi- 
nión de Helvecio> (1). El Presbi tero D. Fran- 
cisco Ruiz que habia sido invitado á aquellos 
ejercicios, hubo de sorprenderse de oirle á Va- 
lle la afirmación de que Helvecio sostenía «que 
desde el punto y hora que el vicio hace feliz al 
hombre debia este amar el vicio> (2). Parece 
que en tales actos era costumbre el que hicie- 
ran observaciones, si lo tenian á bien, los indi- 
viduos déla concurrencia, y el Presbítero hizo 
las que le ocurrieron, exponiendo sus dudas 
acerca de la autenticidad del aserto, resiiocto 
á Helvecio, sustentado por Valle. Este le ofre- 
ció «poner en publico el pasage citado, > para 
que quedase satisfecho de que Helvecio era su 
autor (3), y en tal pro{>ósíto le enderezó ó Puiíz 
una carta de dos párrafos, pfiblíc^^ida en b sec- 



(1> Diario de U Habaifa. <^^ ti ^ ís*ri»*rfífNf*: 'I/: W'/' 
(Z) Diario, 31 Julio l<?.i. 



— 50 — 
ción de Comwiicados délDidiVio do la Habana, 
del 30 de Julio, en que trascribía textualmente 
en francés las expresiones controvertidas; pe- 
ro tomándolas de la obra Sistema de la Natu- 
leza^ que el Dr. Valle le atribula á Helvecio. 
Naturalmente el instruido sacerdote señaló la 
confusión de adjudicar á aquel filósofo una 
obra que ya para todo el mundo había sido es- 
crita por el Barón d' Holbach. En la misma 
comunicación (1), combatió el Pbro. Ruiz las 
ideas de su colega, para sostener, por su cuen- 
ta, que no eran incompatibles, ni menos con- 
tradictorios, el deber y la utilidad, si bien pre- 
viniendo que no entendía él la utilidad como 
creia Valle que la habían entendido Hobbes y 
Helvecio; puesto que la tomaba «en el mismo 
sentido» en qu<B Sócrates, Cicerón, Hume, 
Bentham, el morahsta Droz y el jurisconsulto 
Conté. En suma, Ruiz sostenía, y creia haber 
demostrado, «que el principio de la utilidad 
no solamente debe aplicarse á las ciencias po- 
h'ticas y económicas, y á cuanto tenga relación 
con los goces y necesidades del hombre, sino 
también á la moral propiamente dicha,» y que 
la justicia «constituye la suprema utilidad.» 
Replicó Valle (2), manifestando que aunque 



(1) Diario, 3 Agosto 1839. 

(2) Diario, 17 Agosto 1839. 



— 51 — 

las palabras que originaron la polémica no fue- 
sen de Helvecio, á este podian atribuirse sin re- 
paro por ser de la misma época que Holbach, te- 
xier con este frecuentes comunicaciones y perte- 
xiocer á la misma escuela, por cuyas razones, 
poco legítimas, por cierto, añadía: la cuestión 
bibliográfica y erudita «es ^nnioenqne sobreseo 
de buen grado.» Ruiz exponía dudas respecto á 
la ley del rf^J^r y preguntaba <adondese encuen 
trai^ y acornó se manifiestan^ ^ negando en todo 
oaso que sus determinaciones fuesen absolutas^ 
'Jiecesarias é infalibles^ y no viendo en las dis- 
tinciones de lo bueno y lo malo más que^juicios 
<lel entendimiento, nunca dictados de la con- 
ciencia. A aquella interrogación de Ruiz — 
¿dónde se encuentra y cómo se manifiesta la ley 
del deber? — respondió Valle que «damoscon su 
^(.revelación sublime al punto que asoma una 
úntención en la conciencia; y que la hallamos 
«también al mirar un hecho de nuestros seme- 
«jantes, comenzado y cumplido con entera U 
<í.bertad; puesto que jamás nos abandona el 
«oráculo augusto de la razón; y cada y cuan- 
«do se ofrece, nos impone con autoridad divi- 
«na la obediencia á lo justo, sin quitarle á la 
«voluntad el poder de seguir ó nó la voz éter- 
«na del deber que la intima»; y por lo que ha- 
ce á la ley del deber, bien clara se aparece^ se- 



^ '' 



— 52 — 

gun ól, en los rcinordimientos, ó en el regalo 
purísimo de una conciencia inmaculada. » 
Desde luego este modo verboso de pensar se 
deriva del error de considerar al hombre adul- 
to y civilizado, al arya moderno, yadesenvuel- 
tOj como el tipo del hombre, como el hombre 
único, y de fundar la ciencia en las observa- 
ciones individuales hechas sobre él exclusiva- 
mente. Por supuesto, razones de la naturaleza 
de las aducidas no habían de convencer á nadie, 
por lo que no es extraño que continuara la polé- 
mica: Ruiz publicó otro artículo (1) y Valle no se 
dio tampoco por vencido. En su contestación (2) 
aludió con grande reverencia á José de la Luz 
Caballero. El párrafo 8.** de su escrito dice así: 
«... antes que yó^ un estimable patricio dio en 
«prendas de su amor acendrado á la Moral y 
«para aviso á la juventud que vá al colegio de 
«Garraguao por buena educación, aquel Elen 
<kco de i835^ que fue para los inteligentes la 
<í.aurora de un nuevo adelantamiento filosófi' 
«co en el pais^ y un consuelo en la ausencia 
«del ilustre sabio y ejemplar sacerdote que nos 
«inició en los conocimientos de Bacón^ Des- 
«caries y Newton. Oigamos entre las delicias 
«de la gratitud que nos acompañan en estos 



(1) Diario de 30 de Agosto de 1839. (El articulo tiene la f^cUa 
de 22 del mismo mes). 

(2) Diario, Setiembre 7. 1839, 



— 53 — 

«momentos las bien meditadas proposiciones 
4cdel moralista del colegio de Garraguao.» Las 
incluye á continuación, como sigue: 

«141. — Los partidarios del principio de uti- 
«lidad han confundido el hecho con el derecho, 
«sustituyendo una sátira del vicio á un análisis 
«de nuestros principios naturales.» 

«142. — La veracidad iUmitada que se obser- 
«va en la infancia no puede ser el resultado de 
«la experiencia. ¿Cómo podrá explicarse este 
«fenómeno por el principio de la utilidad? — > 

«143. — La moral del interés nos abre un 
«abismo de males: he aquí sus consecuencias 
forzosas: 1.^ el olvido de nuestos derechos: S."" 
«la pretensión de contentar al hombre solo con 
«goces físicos: S."" la degradación del carácter 
«nacional.» 

«144.— Aunque se ha dicho con mucha ver- 
«dad que los picaros son unos hábiles calcula- 
«dores, de ahí no se infiere que los buenos no 
«sean más que unos hábiles especuladores.» 

Seguidamente hace mérito Valle de la pro- 
posición 148 del mismo Elenco, la que define la 
virtud... «la obediencia al deber-» ^ y añade: 
«Al que puso entre nosotros tan claras y tras- 
parentes las tendencias perniciosas del sistema 
utilitario, á él la palma y á mi la ocasión de que 
se reconozca que es suya.» Y terminaba con 



— 54 — 

las siguientes cláusulas: «En fin, á la luz de 
esta discusión ¿qué está V. viendo ahora? — El 
principio de utilidad á los pies de la ley del 
deber.» — 

Correspondiendo al respetuoso llamamiento, 
publicó Luz Caballero en la sección do Comu- 
nicados del Diario de la Marina, el 13 de Se- 
tiembre (1839), una carta fechada el 11 del 
propio mes, y dirigida al Sr. D. Manuel Gonzá- 
lez del Valle. En el mismo Diario y sección, 
Yió la luz el 16 de Setiembre la respuesta pen- 
diente del Padre Ruíz, con fecha del 13, es de- 
cir, el mismo dia que apareció el comunicado 
de Luz Caballero. Sin conocerlo por tanto, 
decia á Valle el Pbro. Ruiz: «El ilustre patricio 
<íi quien V. alude, honra y prez de nuestro 
«suelo ^ y á quien tanto debe su patria por más 
«de un título^ no me dispensaría la generosa y 
«cordial amistad con que me honra si llegase 
«á entender que yo por un momento titubeaba en 
«manifestar con franqueza una idea que creye. 
«se verdadera y provechosa al hombre, por 
«miramientos y consideraciones humanas. In- 
«flnitas pruebas nos ha dado del generoso tem- 
«ple de su alma como de su profunda y variada 
«instrucción en los ramos del verdadero saber, 
«utilizados eminentemente por su acendrado 
«amor á la patria. Por fortuna no discrepa 



— 55 — 

mos en nuestras opiniones ciuxl V. se a r en- 
tura á proclamar. Como no presumo tanto 
de mis fuerzas intelectuales, tengo un sincero 
deseo de descubrir la verdad, ó de libertarme 
de cualquier error en que pueda haber incu- 
rrido, más de una vez en nuestros amigables 
-^coloquios hemos entrado en discusión sobre 
-«la materia, no con el tono de quien desea ven* 
-«cer, sino con la • candorosa sencillez del que 
«busca la verdad para ilustrar su mente. Actr 
€S0 antes que este artículo vea la lu^ pública 
<tenga Y. su desefigaño con la manifestación 
«del genuino sentido que deba dársele á las 
«proposiciones de su antiguo elenco de filoso- 
«fia.> Luz Caballero, sin embargo, creyó que 
no habia desacuerdo sustancial entre ambos 
contendientes: «Valle y Ruiz— decia — no di- 
fieren en cuanto á la norma para juzgar las ac- 
ciones» «¿En qué consiste, pues, la di- 
vergencia?» agregaba. Entendia que el primer 
grado déla cuestión estribaba en la proposición 
de que todos habian de rendirse á la ley del de- 
ber, y que el segundo, en su explicación. ¿«Por 
qué?»-^su respuesta era la siguiente: «por que 
así lo pide el orden.» El orden para él signifi- 
caba: «las leyes de la naturaleza y del hombre, 
en que se cifra la armenia del universo y de la 
humanidad,» que se encaminan «á asegurar el 



-56- 

bien general, ó llámese utilidad de la ¿spécie 
hasta con detrimento del individiio;> por lo 
que quien infringe el urden «falta precisamen- 
te á su deber ^1^ pues que «ataca el bien ó ven- 
tajas de la comunidad.» A continuación ex. 
plicaba Luz el sentido de las proposiciones de 
su elenco que habia transcrito Valle, insistien- 
do en que la naturaleza «se ha ocupado más de 
la especie que de los individuos,» que su plan 
«es que todo ceda á la titilidad del mayor nvr 
mero y hasta con detrimento de la utilidad in- 
dividual.» En su concepto ^no es otro ni puede 
ser otro el sistema de la sociedad.^ De ahí sa. 
ca en consecuencia que «la teoría del deber 
pende forzosamente del conocimiento que ten- 
gamos de las leyes de nuestra naturaleza,» y 
que «solo así puede explicarse la diversa mora, 
lidad de los pueblos según su diferente grado 
de civilización, no menos que su uniformidad 
en ciertos principios fundamentales de las ac- 
ciones, que descansan en hechos ó impresio- 
nes comunes á toda la humanidad^ aun en ei 
estado más bravio ó inculto.» Ya desde en- 
tonces puede notarse el carácter sensualista de 
sus doctrinas, pues que resistía á fundar 
aquella uniformidad en ideas ó principios inna- 
tos, declarando que «5o?o nuestras facultades^ 
()\\\o]ov los pórmenes de nuestras facultades 



— 57 — 

flácíeron con nosotros» y que esto bastaba para 

^conseguir todos los fines de la moral. > «Si 

^los hombres — proseguía — nos hemos de uni- 

^íormar precisamente respecto de ciertas má- 

^^irnas fundamentales, asi físicas como mora- 

^l^s en virtud de nuestra misma constitución 

^ $fii qué viene suponer qne tenemos ideas pre- 

^^ocistentes'i ¿No se nos ha dado la luz de la 

^^azón para formarlas sobre los materiales 

^suministrados por los sentidos? » «Tan 

'^cierto es que los principios de moralidad pen- 
"^den de las ideas adquiridas que sin salir de 
^nuestro propio suelo, educados bajo la misma 
^religión y costumbres, hallamos hombres, y 
«nó de los interesados sino de los más despren- 
«didos y aun timoratos, que tienen por buenas 
«ó indiferentes, aquellas mismas acciones que 
^V. y yó tenemos por pecaminosas y detesta- 

«bles » ^Por esta razón cuando queremos 

que cambien las acciones de los hombres^ nos 
empeñamos en cambiar sus ideas;y> porque 
«todo es armónico en este mundo» y así <(^los 
sentimientos producen ideas j las idea^ pro- 
ducen sentÍ7nientoSj que son los padres inme- 
diatos de las acciones» (1). Esto no obstan- 
te, pensaba que el principio de la utilidad bien 



(1) Estas proposiciones tienen grande analogía con la doctrina 
ulterior de las ideas- fuerzas^ del original y profundo escritor 
francés Mr. Alfred Fouillée. 



— 58 — 

entendida no es el que siempre gobierna á los 
hombres, sino el que debe gobernarlos^ aser- 
to que cree una prueba de la afirmación conte- 
nida en su proposición número 141 de que se 
liabia confundido el hecho con el derecho; v 
combatía «con ahinco» la doctrina del interés- 
el individual desde luego, porque mas adelajite 
se refiere á «esa fatal escuela del egoísmo» á 
cuyos partidarios designó «repetidamente» con 
el epíteto de «materialistas de la politíca^> y 
declara que «la divisa de su corazón» es <la 
teoria del sacrificio y la abnegación en obse- 
quio del procomunal . » ( 1 ) Reconoce también 
la existencia de hombres buenos «por su pro- 
pia naturaleza» que «jamás calculan para obrar 
el bien, porque no pueden menos de hacerlo,» 
y la de otros que «aunque prevean los males 
que les acarrean ciertos actos, prefieren la uti- 
Hdad agena a la propia, por ser aquella la ma- 
yor para la sociedad,» entendiendo que tal pre- 
ferencia «no es más que otro nombre para de- 
cir justicia» y que, en consecuencia, «habiendo 
una gran diferencia entre lo íitil^ tomado en 
general, y lojvsto^ no media ninguna entre ¡o 
más útil y lo jiisto.^ « Útil — continúa — es un 
ferrocarril; pero 7nás útil es la justicia. La 



(1) Repitió luego en un aíorisnio: «La doctrina del sacri/lcio 
es la madre de lo poco que soúqos. Dígalo el Gólgota.» —Rodrí- 
guez — Op. cit. — p. 169. 



— 59 — 

alabra útil se aplica á cuanto puede aprove- 
Tiarse asi en lo físico como en lo moral, y por 
I ^D mismo contraida ya á la moral no puede de- 
ir relación sino ala bondad ó malicia de las 
cciones.» Le parece que «si en vez de la pa- 
1 ^bra utilidad se hubiesen valido algunos mo- 
^"•alistas de la expresión procomunal^ ó bien 
^jeneral^ mucho altercado inútil se hubiera 
^ahorrado en la materia que nos ocupa; > porque 
<3ree evidente que «la naturaleza misma nos 
fuerza á probar el deber en el crisol de la ven-- 
taja general;y> de ahí que pregunte: «¿Cómo 
puedo yo saber lo que es deber si ignoro lo que 
piden los casos y las cosas? ¿No es esta exigen- 
cia de las circunstancias en lo que se cifra el 
orden y concierto &Q\m\máo moral?» «¡Qué! — 
exclama — ¿por ventura la humana naturaleza 
no tiene leyes como toda la naturaleza? Luego 
la ley del deber lejos de oponerse al principio 
de la mayor utilidad encuentra en este su más 
firme apoyo;» de donde resulta que «la una es 
el preceptor y «el otro es la teoría. ^í^ 

Creía conciliar á los dos adversarios: «en 
resolución, — dijo— los artículos de Ruiz son el 
comentario legítimo de la doctrina de Valle;» y 
acaso porque o}3servára que los ánimos habían- 
se poco á poco enconado desee') que terminara la 
contienda: «creo que debe cesar toda discusión, 



— 60 — 

una vez determinado el sentido de las palabras, 
y deslindadas las consecuencias del principio 
del interés, y del principio del bien general;» 
por más que insinuaba que no eran sus explica- 
ciones favorables al punto de vista del Dr. Valle, 
del cual discrepaba por completo en asuntos 
fundamentales. Mas como las divergencias de 
doctrinas, ni las diferencias de ideas desapare- 
con un laudo, como las contiendas ocasionadas 
por los intereses ó por la conducta, ni tampoco 
se aplaca la discordia en la esfera del pensa- 
miento con el veredicto que se funda en refle- 
xiones más ó menos sólidas, aunque donde ni se 
penetra en la raiz misma del problema, ni se 
agota en lo posible una materia, examinán- 
dola cuidadosamente por todas sus fases, — su- 
cedió lo que era natural, que no hubo concilia- 
ción y — lo que es curioso — que cada uno de los 
interesados creyó que el arbitro había fallado á 
su favor (i). El Padre Ruiz por su parte llegó 
hasta declarar que tenía la convicción «de que 
todo el contenido» del artículo de Luz se hallaba 
«en tanta armonía» con las ideas expresadas 
en los suyos que no dudaba «cubrirse con la 
honra de adoptarlo y defenderlo como propio.» 



(1) «Victoria, pues, por la ley del deber» decía Valle en el 

Diario, el 22 Set. 1839.— «Bien veo que se destruye aquella ilusión 
que V. se habla formado do que las explicaciones del 6r. Luz incli- 
naban la balanza d su favor»— docia Ruiz en el mismo papel, el ¿8 
de Setiembre. 



— 61 — 

Xa carta de Luz al Di\ Valle, á más de indi- 
caí? sus ideas morales, determina su manera de 
pensar, esto es, la naturaleza de su entendi- 
i^iento. Aquel escrito fué redactado, segurá- 
is ente, al correr de la pluma, y esta circuns- 
t^xicia es bastante para prevenir ó estorbar los 
J^xcios definitivos que, en cualquier sentido, lo 
to \iien por base ó fundamento. Ni era ól un 
i^^^tafísico, ni aceptaba la Metafísica. Gomo 
^^^oralista seguia, pues, la escuela inductiva j 
^cuereándose unas veces á las ideas de Stuart 
M^ill, otras veces á las de Bentham; pero sin 
T^ue por aquel escrito suyo, único sobre la ma- 
teria que hasta ahora le conocemos, sea posible 
^ongeturar si alcanzaba en la concepción de su 
doctrina ética la penetración analítica que en la 
Suya muestra el segundo de aquellos filósofos, ó 
la potencia de síntesis que el primero; ya que es 
fácil notar por él que conserva siempre un resto 
antigno, un dejo de su primera educación cris- 
tiana y escolástica, el ascetismo religioso que no 
Se espanta ante el sacrificio y el hábito mental 
de vivificar las palabras. Por otra parte, Ben- 
tham tenia su tarifa, su aritmética moral para 
hacer el cálculo de lo útil; pero ¿qué és, cómo 
^e determina, y quién determina el principio 
c3e la moral que Luz denomina «la utilidad del 
^Tiayor numero^-» y que llama otras veces, con 



— 62 — 

mayor indeterminación, €el bien general ,> 6 
«la utilidad bien entendiday^'í 

V.— POLÉxMIGA SOBRE EL ECLECTICISMO. 

No fueron únicamente Valle y Ruiz quienes 
contendieron sobre la moral del debe)* y de la 
lítüidad. En el Noticioso y Lucero se publi- 
caron desde Setiembre á Diciembre de 1839 
varios artículos, más ó menos insulsos y bre- 
ves (1), entre ellos uno firmado por «un dis- 
cípulo de Gousin» (2). Durante aquellos meses 
mostnj en Cuba, cierta tendencia á generali- 
zarse, el eclecticismo de Victor Gousin, aun 
cuando en ella habia asomado con anteriori- 
dad, y por ese motivo contra él arreció José do 
la Luz y Caballero en la cátedra de San Fran- 
cisco (3) los golpes que desde el año anterior 
descargaba en los periódicos contra adversa- 
rios de sus ideas filosóficas. Si bien el Pbro. 



(1) —Comunicado de «Otro», en el Noticioso y Lucero de 5 de 
Set. 1839. 

—Carta de «Otro» al Sr. D Francisco Ruiz. Id. 23 de Set,— Kste 
«Otro)»— á lo (lue entiendo— era D. José Zacarías González del Valle. 

-Comunicado de «El Experimentalista»— (seis párrafos)— Id. 2 
Oct.— 

—Comunicado «De lo verdadero v lo falso,» por «Un suscriptor» 
—{i párrafos)— Id., 11 de Diciembre 1S39. 

(2) — «Un voto en la cuet-tión y conflicto del principio del de- 
ber con el de la utilidad.»— Id. 7 de Octubre (seis párrafos).— 

—En el mismo mes (día 6) publicóse un articulo contra los cou • 
sinianos, y en defensa del utilitarismo, Ürmado «Aurelio » 

(3) Declaróse también partidario de Cousin, «con íntima con- 
vicción», un profesor írancés que entonces residía ep(}4 Habana, 
Mr. Alejandro Brusa.— Diario (Ja 1^ IJabana, 27, Octubre^ 18^39. 



— 63 — 

Ruiz seguía sus mismas aguas (1), Luz Caba- 
llero combatió sólo contra sus adversarios en 
aquella famosa polémica (2); mejor dicho, con- 
tra un adversario único; pues aunque el año 
40, y mientras Luz impugnaba las doctrinas 
cousinianas en el Convento, explicaba en la Uni- 
versidad D. Manuel González del Valle, con- 
formándose en sus lecciones al escritor francés, 
los ramos que entonces y hoy todavia se desig- 
nan con la palabra Filosofía (3), no me consta 
que rompiese este ninguna lanza en el nuevo 
palenque; á menos que fuera de su pluma algu- 
no de los articulejos que he mencionado y que 
Luz no se dignó contestar, ni habia para qué. 
El único á quien honró combatiéndolo especial 
y directamente fué á un joven doctor de veinte 
años, el catedrático interino de Texto Aristoté- 
lico^ D. José Zacarías González del Valle, her- 

(1> El Sr. Rodríguez (op. cit.— 1 ' edición— ps 97 y 98) afirma 
que el t*bro. Ldo D. Francisco Ruiz íiié uno de los que combatieron 
contra Luz. Asi, y por eso locrei yo también, y asi lo rep«»ti en este 
estudio cuando apareció en la «Revista Cubana» (año I —Tomo I.— 
Niim. 6,30 Junio 1885.— p. 542). Pero no íiió tal A lo menos no heen- 
contrado, en los periódicos del tiempo, un solo articulo que pueda 
atribuirse ft aquél pensador tan serio, y— por otra parte— ya he- 
mos visto por algunas ideas de Ruiz, que es m&s de presumir que 
no anduvieren en desacuerdo, en cuanto k lo fundamental. 

(2) Galcagno (Diccionario biogr&ñco) dice que D Juan Fran- 
cisco Fimes.— p. 292.— intervino en la polémica; pero en la página 
anterior refiere que el año 39 fué á Cuba, con un cargo. También 
afirma que tomaron parte León y Mora y Bachiller. Este i'iltimo, 
según he oido, escribió alguno que otro folletin. Del otro, ni de 
Funes hé encontrado nada* 

(3) Ese mismo año publicó un Elenco contra Cousín y su es- 
cuela (Rolriguez.— op. cit.— ps. Iü3 y 104); en 4.*- 25 paginas (Ba- 
chiller.— op. cit— p. 234); y D. Manuel González del Valle, imprimió 
en la «oficina de Boloña* un cuaderno en 4% de 35 págs. titulado: 

Aftlculú^ p^jf^^Uaa'ios soOt*^ Psicología, segiia la Doctrina de Cou- 



— 64 — 

mano de D. Manuel; aunque, en puridad, com- 
batiendo á Valle, el contrario era el mismo 
Victor Gousin; porque su discípulo habanero 
publicó solamente dos artículos, nó muy exten- 
sos; el primero, en que designaba la doctrina 
discutida con el dictado de ^sistema de la cpo- 
cüj^ se reduela á «traducir algunos párrafos de 
la Advertencia que Victor Gousin ha puesto á 
la cabeza de la tercera edición de sus Frag- 
mentos filosóficos j hecha el año próximo pasa- 
do en Paris» (1); mientras el segundo era una 
defensa del electicismo, bastante corta y muy 
desmayada (2). 

El mayor elogio de Luz Caballero, asi como 
la demostración de su perspicuo patriotismo y 
de la profundidad de sus miras, se desprende 
del hecho mismo de haber luchado en la isla de 
Cuba contra las perniciosas tendencias de aque- 
lla doctrina cousiniana, así en el orden de las 
ideascomo en el orden social y político (3). El 
electicismo carecía de un principio superior, y 

(1) El Noticioso y Lucero^ 16 Setiembre, 1839, artículo titula- 
do «Filosofia,» y íirmado Julio 

(2) Articulo de Julio, con el membrete de Eclecticismo^ en el 
Diario de la Habana^ 14. Octubre, 1839. 

Desde unos meses antes hablan tenido ambos m&s de una dis- 
cusión relativa al cousinianismo. Debo k la generosidad de mi 
amigo el distinguido escritor y diligente bibliófilo Dr. D. Vidal 
Morales y Morales, el original de una carta eácrita por el Dr. don 
José Zacarías González de. Val'e. La inserto como apéndice, ya 
que indica los comienzos de la polémica sobre Cottsin; pero fué 
impresa por primera vez y publicada en la Revista de Cuba. 

(3) Decia Luz que la causa de la fundación del Eclecticismo, 
su idea^madre fué justificar el presente, «Negocio de política 
con capa de íllosoíia, nada m£is.>H-Hey. de Gubat^^tomo O *— p. 1^4; 
nota.— 



— es- 
buscando la conciliación de agenas ideas, re- 
ducíase á la postre á un híbrido sistema perso- 
nal que Luz justamente calificó de /a?5o é im^ 
posible, y del cual pensaba que <desde que 
existe la ñlosofla» no hubo nunca «cidea mas 
quimérica» (!)• A este motivo fundamental, so 
agregaban, en el ánimo de Luz otros df> gi*an 
iraportí^ucia que le impulsaron á una enérgica 
y briosa oposición, en el periódico y en la cáte- 
dra; porque la doctrina nueva estorbaba los pr'o- 
gresos del espíritu humano, acerrándole las 
puertas del porvenir»; porque bajo el nombre 
de conciliación pretendia propagar errores 
4cque yahabia enterrado la ciencia; >» y emplea- 
ba «arma$ de todas clases contra los que esta- 
ban en posesión de la verdad apellidándoles 
ateos y materialistas^ psiveí espantar á la ju- 
ventud del campo de la legítima investiga- 
ción;» porque tales doctrinas *se sustentaban 
por hombres del mayor prestigio y elocuencia, 
y á la cabeza de los primeros estudios;» y híj- 
bre todo, porque €se aspiraba cxtíi ol más vehe- 
mente ahinco á hacer tota co/u///eía rerjolución 
en las ideas, para sercir de hase á uno. recO" 
loción en la política* (Z). IMíhíU* \H\T} m en»^- 
ñoreó de los espíritus en Francia (*\ ospírílua- 

(1) Vi6 prOAto y eou elMridaó: t-.o i^.l ^jah UmIMft 4uiio n¡- 
moaimtík twttinríi. ea toda la d«fctrjri4( d<r tyjohiu, hit y mm:hhy 

í?) Artlewo«A Tallo», 'tím r.rm»,f—^/ÍJit río j^' íju \i$i,hfm '¡t^. O *'X ikv^. 



u 



— 66 — 

lismo con Royer-Gollard, Maine de Birán y 
Víctor Gousin. Aquella escuela, mezcla de 
Descartes, Leibnitz y la llamada filosofía esco- 
cesa, tomó por base la psicología y fundó la 
psicología en la observación directa de la con- 
ciencia individual. Esto solo ya evidencia que, 
concentrando la atención en el mundo interior 
y exagerando y aun equivocando el valor del 
sentido íntimo, su autoridady testimonio, había 
de descuidar la verdadera experiencia, es decir, 
sustituir la ciencia con la lucubración, las in- 
vestigaciones positivas con la fantasia y la hi- 
pótesis. — ^El jefe de aquella dirección de los 
espíritus, y luego de una nueva escuela, fué 
un hombre de grandes méritos, el ilustre Víc- 
tor Gousin, profesor muy elocuente, .escritor 
elegante y clásico, consejero de Estado, aca- 
démico, par de Francia, y en 1840 Ministro 
de Instrucción pública en el gabinete presidido' 
porMr. Thiers. 'En los primeros años de su 
enseñanza pública era un maestro entusiasta, 
algo como un apóstol de las ideas liberales. 
Después no fué sino un político pendiente siem- 
pre del gobierno establecido, y — como dice 
Julio Simón en un libro calificado de <ingenio- 
sa y maligna biografía, ó más bien sátira bio- 
gráfica» (1),— «el magistrado» de la filosofía 

(1) Menendez y Pelayo: «Historfn d^ las Ideas Estéticas en f^^ 
pañd», ton^o IV, vol. 11, p. 150. 



— 67 — 

( 1 ); pero por sus aptitudes y su influencia pudo 
prestar y prestó servicios muy considerables 
y de diversa índole á su patria, agitando los es- 
píritus, investigando en los archivos, espar- 
ciendo doctrinas antiguas y modernas, popu- 
larizando la historia de la fllosofia, despertando 
la curiosidad en esas materias y el gusto por 
el estudio de las obras originales de los gran- 
des pensadores, algunas de las cuales tradujo 
y editó. Por tales y tantos títulos y principal- 
mente por sus trabajos literarios y sus esfuer- 
zos en pro déla enseñanza, le enaltecía con 
respeto sincero y grande admiración, Josó 
de la Luz Caballero; mas también por aquellas 
mismas circunstancias que realzaban el crédi- 
to y prestigio del ilustre profesor francés te- 
mia y se alarmaba ante los progresos que en 
Cuba iban haciendo sus doctrinas. Gousin, que 
venia del sensualismo y de los escoceses, de 
Laromiguiere y de Reid, recibió bien tempra- 
no la influencia de los alemanes, de Schélling, 
de Hégel, de Jacobi, á quienes conoció perso- 
nalmente, y antes que de ellos de las obras de 
Kant, que estudió á medias y, como dice J. Si- 
món, <en el latin bárbaro de Born». Sus es- 
tudios de los sistemas, sus trabajos de erudi- 
ción, su poder maravilloso de asimilación y la 



(1) Victior Cqitsin^ por Julio Simón — Ppris, 1887 —p, 70. 



— 68- 

tendencia sintética de su espíritu le facilitaron 
el camino y los elementos que necesitaba para 
formular una nueva filosofía, con que supeditar 
y sustituir, según lo pretendía á todos los deniás 
sistemas. Esa filosofía, sin embargo, resultó 
por vicio de método, sobre todo, una construc- 
ción vana, aunque no desprovista de ingenio- 
sidad y de apariencias seductoras; pero sus 
materiales fueron tomados aquí y allá, entre 
los antiguos y entre los modernos, en la escue* 
la escocesa, en las alemanas, en Maine de Bi- 
ran, en Descartes, en Proclo, en Platón, en los 
orientales. Su mismo nombre ~ Electicis- 
mo — hubieran podido reclamarlo por suyo 
Leibnitzy, con anterioridad, los alejandrinos. 
Tenia por norma una tesis mentirosa, que to- 
dos los sistemas son verdaderos en lo que afir- 
man y falsos en lo que niegan; y por guia el 
sentido coman (1), lo que equivale á no tener 

ninguno, á echar á andar sin norte ni propósi- 
to, es decir, á merced de lo arbitrario y lo ca- 
prichoso. Su idea capital era la impersonali- 
dad déla razón, principio con el cual creia 
haber realizado la concordancia de la ontologia 
y la psicología, del ser y del pensamiento, y re- 
suelto las mayores dificultades que se ofrecen 



(1) «El sentido común es nuestro punto de partida legitimo y 
la regla constante é ioviolable de la ciencia.)»~2>i£ Vtai^ du 
¡5eau á dii ffien, por M. Vicíor Cou^ín —París, 1865.— p. 435. 



— 69 — 

á la especulación. Su método, aun protestan- 
do lo contrario, se reducia á algo semejante al 
sincretismo de la escuela de Alejandría, á tcun 
^eclecticismo ihjstrodo que, juzgando con 
«equidad y aun benevolencia todas las escue- 
«las, toma de ellas lo que tienen de verdadero 
«y se desentiende de lo que tienen de falso» 
(1); pero sin determinar cómo y de qué manc- 
ipa se reconoce la verdad que las hace vivir y 
se descubre el error que ocasionó su descrédi- 
to. Fundado en el análisis del pensamiento; 
por lo mismo que había sido educado en la es- 
cuela de Reid; que derivaba del psicologismo 
de Descartes, y que se encontraba frente al 
criticismo kantiano y el escepticismo inglés, la 
teorip del origen de nuestras ideas y de su al- 
cance y su valor debia ser y fué, para desespe- 
ración de su discípulo Jouftroy, su caballo de 
batalla^ llevándole como por la mano á comba- 
tir el sensualismo, y particularmente á Locke, 
que entonces era en Francia «una potencia» (2) 
y á quien tenía él por <el verdadero represen- 
tante, el más original y á la vez el más templa- 
do de la escuela empírica» (3); y para lograr su 
aspiración de juntar á las percepciones los con- 
ceptos, al lado de la sensación que nos suminis- 



(1) Cousin.— op. cit.— p. 10. 

(2) J. Simón, op. cit.— p. 46 
13) Cousln.— op cit — p. 440 



— 70 — 

tra la percepción de las cosas, la razón que nos 
suministra las ideas absolutas. Inspirándose 
en algunas ideas hegelianas sostuvo la teoría 
de los grandes hombres, el movimiento fatal 
en que el éxito es la última ratio^ la santifloa- 
ción de los principios que, encarnándose en los 
pueblos escogidos, se realizan por la acción de 
los genios providenciales; teoria desastrosa que 
en definitiva viene á ser la glorificación del 
acaso, del crimen mismo^ la inanidad de la ra- 
zón y del derecho, la supresión de la justicia, la 
infalibilidad inapelable de la fuerza. Julio Si^* 
món que le celebra y respeta como moralista, 
añade, sin embargo: «No le repruebo más que 
una cosa, que es bien grave, y es lo que él pro- 
pio llamaba la absolución del éxito, teoría que se 
relaciona <}on la de los hombres necesarios» (1). 
Por eso, si fué bien acogida la nueva filosofia 
de Cousin en algunas partes— en Pádua, por 
Poli; en Ñapóles, por Galluppi; en España, por 
D. Tomás García Luna,-— también, por sus ten 
dencias inmorales en el orden político, por su 
absurda pretensión de armonizar lo inconcilia- 
ble, y por su falta de criterio y de verdadero 
método, debía encontrar y encontró muy pode- 
rosos adversarios en el extranjero, como Ros- 
mini, como Schelling, como Hámilton, y én la 



(1) J. Simón, op. cit.—p (K). 



— 71 — 

misma Francia le salieronal frente, aunque des. 
de puntos de vista muy distintos, la escuela ca- 
tólica y el célebre humanitario y ex-sansimo- 
niano Fierre Leroux. Alarmado el patriotismo 
generoso de Luz y contrariadas sus ideas capi- 
tales, por el Eclecticismo, su corazón y su enten- 
dimiento por un lado, y por el otro su deber co- 
mo maestro de la juventud (1), decidieron la 
vigorosa resistencia que opuso á que se aclima- 
taran en su pais tan falsas como funestas doctri- 
nas (2). La filosofía ecléctica aplicada ala política 
es lo que se ha llamado el doctrinarismo . Loque 
hizo Gousin en la esfera del pensamiento espe- 
culativo lo realizó el ilustre Guizot en la política 
" y en la historia (3). El uno fué el complemento 
del otro. En el fondo de las lecciones del histo- 
riador late la tesis del filósofo, de que «la histo- 
ria es el gobierno visible de Dios; por lo que, 
en consecuencia, todo está donde debe^ y si to- 
do resulta en su lugar propio, lodo está bien 
puesto^ pues todo conduce al fin señalado por 
un poder benéfico.» Semejante optimismo de- 
termina una profunda contradicción entre la 
doctrina moral del escritor franc/iK y su filo»o- 



(1) «Esta era mi primera ohlÍj^aci6n fy:upf»ñfiff nn» rJiUtári» d^ 
Filosofía.»— Advertencia á la línpufgüiiU'ÁOü k C/m*in — li#rvUU fUt' 
baña. Tomo 5.— p 271. 

(2) LameatM^ase qae por caosa d/;l mtfüágUmU-.nUf ft ía auUri' 
dad literaria oo babUra ««ftp«ra»zas 6^, tmUhUtt'Jrryí^cUrMtfsf nna 
escuela, Terdaderao^nU, en nuentro uuttUí » \ñ, p, srTVi, 

(3) La Fílo40fla (U la HiMU/ria <n Frangía, ptrr hffh^^ tñíf$l 
— Irmd. francesa.— f^nj.^tír7«5—pt. t^yié^» 



— 72 — 

fia de la historia; pero resultaba ser, en cambio 
ima garantía, una satisfacción para los interel 
ses actuales, para la organización actual de la 
sociedad de su tiempo (1). Entonces la isla de 
(iuba estaba regida por la autoridad arbitraria 
y omnipotente de los capitanes generales, y vi- 
vía y se sustentaba de la esclavitud v de la 
trata. Ser manejados los blancos con un sable, 
ser manejados los negros, con un látigo, vivir 
todos sin el derecho de la queja siquiera y ali- 
mentarse el país con los saltos y latrocinios de 
los piratas que vaciaban sobre nosotros conti- 
nuamente barcadas <le infelices salvajes ó bár- 
baros de África, todo eso constituía, conforme 
á los eclécticos, el régimen mejor, el gobierno 
divino, la necesidad benéfica impuesta por la 
providencia. Si al día siguiente una revolución 
hubiera raido de la tierra cubana tamaños ho- 
rrores y absurdos, la revolución estaba en su 
lugar, venia á su hora, era buena y providen- 
cial, conforme á doctrina tan acomodaticia co- 
mo el doctrinar ismo, ó eclecticismo histórico y 
político. Poro ¡ah! en Cuba, como en otras par- 
tes, un cambio feliz de tal naturaleza y tamaña 
importancia, era por entonces un delirio: la 



(1) «.. todo preocupado y absorbido con la mezquindad de lo 
presente» . . . dice Luz, de V. Gousin — Jítff). de Cuba. t. 6.'— p. 274. 
— Leroux impugnaba en el mismo sentido á Gousin: op. cit.— p.89. 
—En algún otro lugar de la Impugnación, llama Luz & los ecléc- 
ticos: «adoradores de lo presente.)» 



— 73 - 

justicia, la razón, la conveniencia misma de la 
sociedad encontraban cerradas todas las ave- 
nidas. De aquí el legítimo y noble recelo de 
Luz. Ni su perspicacia ni su sentimiento le en- 
gañaron. Greia que «hubo un plan, una inten- 
ción profunda, tme arriére pensée^ en la pro- 
mulgación do esta nueva doctrina, ó nueva 
máquina para trabajar á la gente del siglo XIX 
y sobre todo, á la gente francesa.» (1) Decia, 
con ése motivo, que no era vano amor propio , 
lo que ponia en su mano la pluma; sino im sen- 
timiento de nwy otro linaje. ¿Cuál? Debió ser 
su patriotismo, miras patrióticas más altas y 
más puras que las de quienes mantenían en 
Cuba tantas iniquidades, y que las de quienes 
las toleraban y consentían. Esta es también la 
interpretación que expone su biógrafo (2). Sin 
embargo, en cuanto escribió en lo sucesivo no 
volvió Luz Caballero á aludir á las tendencias 
políticas de la escuela de Gousin, á su filosofía 
de la historia. Combatió el eclecticismo única- 
mente en el terreno de la psicologia, se contra- 
jo entonces y después con más ó menos opor- 
tunas digresiones á la cuestión relativa al origen 
de las ideas. Añade su distinguido biógrafo (3) 
que se le hicieron acusaciones en el curso de la 



(1) Diario de la Habana, Oct 3 de 1839< 

(2) Rodrigue».— op. cit— p. 98.^ 

(3) Id.— p. 99.— 



— .74 — 

polémica y que «se llegó hasta á dar á la cues- 
tión un giro político, apuntándose con más ó 
menos desembozo que habia peligro para las 
instituciones existentes» en las doctrinas de 
Luz; lo que dio motivo á su determinación de 
colgar la pluma. Por mí sé decir que no he 
tropezado con esos asertos en los periódicos 
más importantes de aquella época, si es que se 
expresaron por escrito (1). Durante aquel año 
de 39, en Noviembre y Diciembre, vieronlaluz 
en el Noticioso y Lucero dos artículos con el 
membrete de Loche ^ y firmados por las inicia, 
les V, C— Tres dias después publicó el Diario 
de la Habana (2), en la sección de Comunica- 
dos, un breve aviso, bajo el epígrafe: Filoso- 
fia. — Para bellum, y suscrito El Justiciero^ 
que probablemente era el mismo Luz, para ad. 
vertir á los jóvenes que los artículos de las ini- 
ciales eran traducidos de Víctor Gousin, y no 
originales de alguno de «los espiritualistas 
habaneros,> á quienes recomienda que en vez 
de combatir con armas prestadas, estudien y 
mediten, previniéndoles de camino que volve- 
ría á su encuentro tan luego como se desocu- 
pase de la cuestión del dia. Este asunto inme- 



(i) Parece, que hubo de aludirse al materialismo en algún 
escrito anónimo circulado en 1838 contra sus tendencias filosóficas, 
a poco de abrir su clase en el Convento; pero entiendo que fué 
con cierta vaguedad, é indirectamente. 

(2) 11 Diciembre 1839 .^Tiene la fecha del 8 del mismo mes. 



— 75 — 

díato ó del dia^ era el remate del ferrocarril de 
Güines, que absorbió la atención de Luz todo 
el mes de Diciembre de aquel año de 1839, y 
en el cual intervinieron con multitud de artícu- 
los en pro y encentra, varias personas, tales 
como Fernández Herrera, Serrano, Pardo Pi- 
mentel. Tranquilino Sandaliode Noda y El Lu- 
gar eño. Galcagno tiene razón en llamar agria 
polémica la que se sostuvo en la Habana con 
aquel motivo, y en afirmar que por ella le so- 
brevinieron á Luz «serios sinsabores. > Su ma- 
nera de argüir fué demasiado dura quizás, y 
por ello estuvo á punto detener disgustos per- 
sonales. La misma viveza, la misma sinceridad 
y el mismo calor mostró en sus artículos de fl- 
losofia, que en aquellos relativos al interés pú- 
blico momentáneo. La circunstancia de haber 
escrito, en oposición al Eclecticismo, cartas 
polémicas, primeramente, y comentarios des- 
pués, lo coloca en una situación desventajosa, 
desde el punto de vista literario, sobretodo da- 
dos su facilidad y su carácter;— porque éste le 
hacia buscar sólo la verdad, descuidando la ex- 
presión y el aliño, y aquella le tentaba á hacer 
inmediata y rápidamente, de un dia para otro, 
sus trabajos, coadyuvando así dos cuaUda- 
des superiores á producir como resultante la 
inferioridad. Además, por tal manera, las 



-té — 

obras — cartas ó comentarios— habían de ser 
naturalmente deficientes. Compárese, si nó^ con 
Leroux, que no está conceptuado como un es- 
critor superior ni como un pensador considera- 
ble, y se notará- la diferencia de resultados que 
determina la diferencia en el procedimiento. 
Leroux es metódico, más cuidadoso de la.for. 
uia, elocuente á veces; escribe un artículo que 
reimpreso se convierte en libro, bastante aca- 
bado (i), que investiga la naturaleza del Eclec- 
ticismo, su origen, «las variaciones sucesivas» 
de Gousin; el político, el psicólogo, el metafisi 
co, y su filosofía bajo todos sus aspectos, desen. 
trañando confusiones, errores, equivocacio- 
nes;... cuando se le haleidose conoce á un 
tiempo el sistema combatido, su medio históri. 
eo, sus causas determinantes, sus tendencias, 
su abigarrada estructura, el mérito y el valor 
que le imparte el implacable y enconado adver- 
sario. Leyendo las cartas de Luz se persuade 
el ánimo de sus arraigadas convicciones, de su 
sencilla y candorosa naturaleza, de su sinceri 
dad, del apasionamiento intenso y fogoso, que á 
veces, en medio de la independencia de juicio, 
denuncia los ardores del sectario; se vé cómo 
acelérala al contrario, como le rebate paso á 
paso y punto por punto, ciñéndose demasia- 



(1) Réfutation de rficlectisme, par Fierre Leroux, Paris 1335 . 



— 77 - 

do, es decir, exclusivaoaentel, á la forma y 
límites del trabajo que impugna, por lo que 
pierde en desembarazo y gracia; conoce pron- 
to su opinión particular sobre el electicis- 
mo, el horror y el desdén que alternativa- 
mente le inspira; pero do penetra en el 
fondo y la raiz de la materia, no percibe bien 
qué sea y cómo sea el sistema abominado, ni 
cuáles son los canales por donde vinieron tan- 
tos aluviones á encharcarse en ciénaga pestífe- 
ra, tantos residuos á concortarse en indigesta 
amalgama, como tampoco cuales habían de ser 
las consecuencias funestas que enjendrára, 
tanto en el orden científico como en el moral y 
en el político. No obtante tuvieron algunos 
puntos de analogía el adversario francés y el 
cubano: ambos en varias objeciones están en 
completo acuerdo, y es indudable que si Luz 
no había visto el libro de Leroux, impreso el 
mismo año de su polémica, conocía el mismo 
trabajoensu forma primitiva, que fué unartícu- 
lo de la Enciclopedia Nueca (1). Sus aprecia- 
ciones sobre la psicología (2) eran sustan- 
cialmente idénticas, y muy semejantes también 
sus opiniones sobre la religión y la ciencia, so- 
bre el cristianismo, sobre el valor filosófico de 



(i) Op. cit.— Préface.— 
(2) Id. pt. 120y i21. 



— 78 — 

San Pablo (1). Ambos son. adversarios apasio- 
nados; pero el uno es más escritor que el otro; 
aunque se inspira en la defensa de su propia 
doctrina, y nó en el interés más elevado de su 
patria. Aquella polémica produjo en Cuba el 
bien de animar los estudios, el deseo de cono- 
cer las obras originales (2), y es honroso para 
Luz el confirmar el acierto de sus juicios con 
la concordancia de la crítica contemporánea 
nuestra. Paul Janet, para no citar más más 
que uno, considera como la mejor obra de Gou- 
sin, en cuanto á controversia filosófica, eü Exa- 
men de Loche; pero reconoce que adolece 
de debilidad en la argumentación y que deja 
mucho que desear en extensión, rigor y clari- 
dad (3). Apreciación semejante se desprende 
de la trunca Impugnación al examen de Cou- 
sin sobre el Ensayo del Entendimiento hu-- 
mano de Locke^ publicado por Luz, bajo el 
pseudónimo de Filolezes (4), hace medio si- 
glo, y de cuyo escrito no se imprimieron más 
que 144 páginas en dos cuadernos. Terminada 
la polémica, interrumpida la impugnación, 



(1) Id.— p. 50 y Préface X — «Rovista Cubana».— Tomo 6 • pági- 
nas 281 y 287— y 41, 44 y 45' 

(2) Rodríguez.— op. cit — ps. 101 y 102. 

(3) Revue Politique et Littéraire, núm 11.— 14 de Marzo 1885. 
—La doctrina de Víctor Gousin; el espíritu ecléctico; por Paut Ja- 
net, del instituto. 

(4) Revista de Cuba.— Tomo 6 " ps. 274 ▼ 338. ^n este y el si- 
guiente tomo, passim, 



— 79 — 

tampoco se dieron á la estampa otros trabajos 
que había anunciado, de ellos uno acerca del ce- 
rebro y otros dos sdbre Maine de Biran y sobre 
Teodoro Jouffroy, los únicos filósofos franceses 
de aquel tiempo que apreciaba de veras (1). 
Desde luego causa de estos contratiempos fue- 
ron sus achaques, que ya empezaban á inuti- 
lizarle para las graves ocupaciones en se que- 
requiere por igual la salud del cuerpo y del es- 
píritu. 

Pero recogiendo y concertando lo mejor po- 
sible aquellos fragmentos— los artículos del 
Diario j algunos Elencos y las entregas de la 
Impugnación^ — puede intentarse esquiciar su 
personalidad de filósofo, al menos respecto de 
aquella época, en cuanto á su carácter general, 
bajo aquel aspecto, y especialmente desde el 
punto de vista de sus opiniones en psicologia. 



(1) A Damirón le juzgaba nada más que «escritor elegante Y 
metódico» con referencia & su Ensayo sobre la Hist. de la Filoso- 
fia en »1 siglo XIX. 

De Lerminier dice que «es una pluma fácil y elegante; pero no 
inspira respeto ni coavicción. En algunas de sus obras más afa- 
madas es un estudiante que dá cuenta de los libros que trae entre 
manos.» 

A Franh lo tiene por «brocbista» y «poco diestro.» 

Kl Dr. Eduardo Garriere, es para él, un medi^uito que no 
ba hecho más que resúmenes de sesiones de academias «y ladrar, 
pero no morder á Broussais. ..» 

Th. Jouffroy es «harina de otro costal»., «el único hombre de 
prc> con que cuenta la escuela, después de su meritísimo fundador 
y digo después^ en tiemjx), porque en derecho es primero » Reco- 
noce que es versado en ciencias naturales, que «sabe y sabe decir» 
. . La escuela misma, según dijo, «trabaja libros para dar cuenta 
de otros libros, dejando cerrado el gran libro.» 

No pinta (Taprés nature^ investigando; sino por retratos vie- 
jos, esto es, la erudición «que yo no desprecio, sino que w&q ^n su 
tien^po y lugar.»— D/arig de Iq Habana, 29 Qct- 1839- 



— 80 — 

VI. — EL FILÓSOFO. 

Durante sus viajes por Europa había visita- 
(Io'IjUz Caballero al Reino Unido, al que siem- 
pre conservó simpatía y admiración (1) y por 
lo que estudió con verdadero entusiasmo los 
autores eminentes de la literatura inglesa. Has- 
ta entonces predominan en él las influencias 
de Cuba; pero luego, quizás como consecuen- 
cia de las impresiones y lecturas nuevas, otros 
elementos actúan sobre su ánimo para modifi- 
carlo, para modificar al menos su pensamiento. 
Comparando al autor del Jejoto de Lectura con 
el de la Impugnación^ á primera vista parecen 
dos hombres diferentes: el uno no es más 
que un creyente, el otro es un pensador supe- 
rior. Difícil, sin embargo, es fijar lo que en 
1840, es decir, cuando habia llegado al desen- 
volvimiento cabal de su inteligencia, conserva- 
ba específicamente de la antigua educación en- 
tre las nuevasadquisiciones desu mente, ni cuá- 
les fueran precisa é indubitablemente los libros, 
que determinaran, en momentos sucesivos, 
todos y cada uno de los trámites por que había 
pasado su evolución mental. Pero es indispu- 



(1) lijcia en 1846: «Francia se ocupa de la Europa, los Estados 
I 'nidos de dmbas Araérlras; la Rusia, de Europa y del Asia; Ingla- 
terra, del mundo. Las demás, espectadoras, ó ai sumo, actores 
(le comparsa.» Entonces veia él los empeños de Inglaterra por 
abolir la esclavitud del negro é impedir la trata de África. 



— 81 — 

table que en la polémica sobre el eclecticismo 
sustentó una doctrina filosófica y que ésta, 
en general, se inspiraba en autores ingleses 
y particularmente en el insigne renovador 
John Lockc, uno de los escritores que más in- 
fluencia han ejercido en el pensamiento mo- 
derno. 

Sólo en tres ocasiones ha visto la capital de 
Cuba la predicación de alguna doctrina de filo- 
sofía: hace unos diez años, cuando el Sr. don 
Enrique José Varona, hombre de vigorosa in- 
teligencia ó instrucción sólida, preparaba los 
espíritus para recibir la gran síntesis contem- 
poránea de ITerbert Spencer, en conferencias^ 
publicadas luego entres libros, que son lo me- 
jor en el ramo que se ha producido en nuestros 
dias dentro de los dominios de la lengua espa- 
ñola; en el primer cuarto del siglo, cuando Vá- 
rela— de quien dijo el mismo Luz, en hipérbo- 
le incomprensible, que fué «el primero que nos 
enseñó á pensar» , explicaba doctrinas cartesia- 
nas y empíricas, y posteriormente, cuando Luz 
Caballero con el apasionamiento de su natural 
afectivo y vehemente, combatía el eclecticismo 
de Víctor Gousin y exponía é inculcaba el sen- 
sualismo crítico, una manera de jpí?5//íi^mno que 
por momentos parece un tanto idealista ó semi- 
kantiano, Durante aquella agitación especula- 



— 82 — 

ti va, es evidente que fué Luz un contendiente 
muy superior á sus adversarios y que, en lo fun- 
damental de sus ideas, estuvo en acuerdo cabal 
con las de Locke; pues, aunque él mismo apun- 
tara algunas especies para consignar como de 
soslayo que entre sus opiniones y las del celebre 
maestro existían divergencias, no las decla- 
ró allí taxativamente y es de presumir que fue- 
ran de pormenor, si bien tampoco se reconoce, 
y con sobrada razón, discípulo suyo, sino suce- 
sor y continuador en su escuela. Se le acusó, 
según cuenta su biógrafo, de sensualista j y se 
desfiguraron y desconocieronsus intenciqneSj 
llegándose hasta darle á la cuestión un giro po- 
lítico (í ). ¿Cómo nó, si en todo ello había una 
intención política? ¿No dice el mismo autori- 
zado escritor que le parecía á Luz «que las con- 
<secuencias prácticas que semejante sistema 
«filosóflco había de producir, tendrían que ser 
€nQOQ^diVmíiQXíie perniciosas para el progreso 
€politico del mundo, y muy en especial de la 
<isla de Cuba, donde con la existencia de la 
^esclavitud, y con instituciones políticas tan 
^excesivamente ultra-conservadoras y reac- 
<cionarias, la acción enervante del eclecticis- 
^mo, como sistema, hahia de ser sentida con 
^más fuerza^-ff por lo que «ni rehusó la discu- 
tí) Rodríguez.— op. cit. p 99. 



— 83 -- 

sión, ni dejó de manifestar sin embozo cuán- 
ta era la repugnancia que senlia por la nueva 
doctrina»? (1). No debían ser.esos, \\ov consi- 
g'uiente, los motivos verdaderos que le deter- 
minaran á colgar la pluma, que en cuanto á la 
acusación de sensualista, ni podia sorprender- 
le, ni debía inquietarle, ni en realidad era una 
acusación. El mismo se calificó de tal, y rles- 
plegó á todos los vientos la bandera del sensua- 
lismo . (2). Protestó, sí, que de la pro[>osición 
fundamental del sensualismo no se deducia por 
fuerza el materialismo (3); pero ni á él le 
llamaron terminante y directamente, [K)r es- 
crito al menos, materialista, ni el serlo traía 
aparejado ningún peligro en aquel momento 
del mundo y de la sociedad cubana, materiali- 
zada á su vez hasta el tuétano. Ya quedaba 
muy lejos la edad lastimosa en que un Vanini 
ardía en la hoguera [>or el crimen de filosofar 
á su guisa. Tampoco [lodía tomarse como un 
riesgo ni menos como disfavor, el mote de sen- 
sualista, ó empírico, como también sedecia. 
No poco habíase escrito en la Península esfia- 
ñola en ese sentido, sin perjuicio de nadie, aca- 
so porque, como lo asegiira Menendez Pelayo, 
las doctrina.s, que él moteja de «groserías em- 

<1> Id. V' »' 



— 84 — 

píricas» y compara auna lepra, ^cfueron la úni- 
ca filosofla de nuestros literatos y hombres 
políticos en los primeros treinta años del siglo 
XIX» (1). Luz Caballero no se engañaba á esto 
respecto, y así reconoció que suelen apelar los 
sofistas <aal gastado resorte de pintar de mate- 
rialistas á los verdaderos investigadores, ó al 

menos de temibles sus doctrinas» (2) 

A pesar de la fama de filósofo que alcanzó en- 
tre los cubanos, es casi seguro que se descono- 
cen en su propio pais los títulos, esto es, las 
ideas, las doctrinas, que le aseguraron y le 
conservan todavia tan grande como merecida 
reputación. Su biógrafo, escritor de talento, 
instruido y muy laborioso, hizo un esfuerzo 
por exponerlas, pero redujo su tarea á forjar 
algunas interpretaciones violentas y á zurcir 
cierto número de aforismos; por cuyo motivo 
pudo manifestar D. Marcelino Menendez y Pe- 
layo que con haber escrito acerca de ól unas 
cuatrocientas páginas (327), no suministra sin 
embargo «datos suficientes para juzgar si fué 

[)anteista (como generalmente se cree) ó filóso- 
fo ortodoxo, como él se proclamaba» (3). El 

(1) Heterodoxos— t. 3.*— p. 244. 

(2) «Revista Cubana, tomo 6.' (<S79)— p. 277.— Lo que si parece 
cierto es que se le atacaba por razón de sus doctrinas, en cuanto 
éstas entrañaban la contradicción del estado social y político del 
pais; al estremo de circular la especie de que debería suprimirse 
su cátedra por inconveniente; pero esta enemiga no te manifestó 
ostensible ni directamente por escrito. 

(3) Heterodoxos, tomo 3."— p. 716. 



— 85 — 

Sr. Rodríguez escribió su libro fuera de Cuba 
y no pudo leer al prepararlo, ó no conocía, los 
escritos de Luz esparcidos y sepultados en los 
periódicos habaneros desde 1838 á 1839, ni 
las entregas de la Impugnación^ que conside- 
raba «curiosidades literarias» (1); mientras 
que indistintamente juntó y se empeñó en con- 
cordar aforismos, notas y pensamientos suel- 
tos, que pertenecen á varias épocas y proba- 
blemente fueron en su mayor parte trazados a 
vuela pluma ó como indicaciones marginales 
en los libros que leia Luz Caballero; ó que con- 
signó en elencos para clases que dependían de 
institutos docentes del Estado. Lástima grande 
es que José de la Luz Caballero no hubiera con- 
cluido siquiera la Impugnación^ porque allí 
de seguro habría quedado, aun cuando fuera 
más ó menos toscamente, su doctrina com- 
pleta, su filosofía propia. Lo que de aquel tra- 
bajo nos resta autoriza para creerlo así y la- 
mentar de paso tan desgraciado accidente. 
Porque es indudable que él tenia doctrinas que 
miraba como propias, y tanto, que en algunos 
lugares de aquella obra emplea alusivamente 
la frase «mis doctrinas.» y en la Advertencia 
con que la precedió, anunciaba para más ade- 
lante «pi'esentar al público una obra propia^ 

(1) Rodríguez — Op. clt — p. 100. 



— 86 — 

mente sintéttca^ en que «escogiendo su campo, 
sus armas y sus fuerzas» pudiera dar á la com- 
posición más unidad, nervio y laconismo» que 
el «fatigoso camino» que había escogido para 
refutar y desacreditar la pseudo-fllosofia cou- 
siniana (1). Este fué su generoso erro.r. In- 
capaz de sentir el vano prurito de gloria perso- 
nal hizo entonces no más que lo que creyó con 
veniente y provechoso parala juventud, sin 
ignorar las dificultades, sacrificando sus per- 
sonales ventajas y su mayor comodidad. Esco- 
gió las lecciones del Curso de Gousin relativas 
á Locke y se propuso anotarlas, no con la mira 
de «ilustrar meramente su texto,» sino muy 
particularmente de impugnarle con toda la efi- 
cacia que estuviese á su alcance (2), sabiendo 
que necesitaría de paciencia quien le acompa- 
ñara por entre aquellas «espinas y malezas» 
(3). Estalla persuadido de que se empeñaba en 
«una tarea verdaderamente enojosa» para ól 
y aun, en algunos conceptos, perjudicial; pero 
creia deber purgar el suelo antes de edificar co- 
sa alguna y para eso juzgaba necesaria una em- 
presa que se le representaba, respecto a Cuba, 
como una «obra cartesiana» (A). La Revista 



(1) Rev. de Cuba, I, 0. — p, 269 

Ci) Id. p. 208 

{M Id. p. 268. 

(4) Id. p 271. 



— 87 — 

de Cuba (1) reprodujo, salvándolas así de irre- 
mediable olvido, las dos entregas de la Impug- 
nación, que se reducen á treinta y siete notas, 
en poco más de un centenar de páginas, á la 
lección 16.* del Curso de 1829, por la que em- 
pezó con motivo de ser la primera de Gousin 
acerca del ^Ensayo sobre el Entendimiento 
humanóla deLocke. Intentabarevisar y comen- 
tar todo el Examen; porque, en su concepto, 
era aquélla la obra del profesor francés á que 
daban más precio sus mismos partidarios, y 
además, «la única psicología propiamente di- 
cha» que hubiera publicado, al punto de haberse 
traducido en los Estados Unidos bajo el título 
de «Elementos de Psicología por Mr. Gou- 
sin» (2). 

José de la Luz Caballero— por lo que revelan 
las publicaciones suyas conocidas hasta hoy— 
corresponde, como filósofo, á lo que pudié- 
ramos llamar el tipo de transición. Contem- 
plado en una faz de su espíritu parece un 
hombre del pasado: contemplado por otra, pa- 
rece un contenporáneo nuestro, que marcha á 
la vanguardia, camino del porvenir. En su 
tiempo las ciencias naturales, la física y la quí- 
mica hablan tomado mucho vuelo. El espíritu 



(1) En los tomos 6.' y 7.* 

(2) Rev. de Cuba, t. 6.' p. 273. 



-88- 

humano quería reconstruir nuevamente entre 
los escombros espaVcidos do quiera por el siglo 
XVIIL Imponíase la necesidad de nueva sínte- 
sis, pero sin tener aun á mano los elementos su- 
ficientes. Se habia desvariado mucho sobre el 
mundo y sobre todo, desde Pitásroras y Platón, 
bajo el nombre de la filosofla. Se había anali- 
zado también y se analizaba con paciencia el 
mismo espíritu humano, desde Descartes. liOs 
sistemas constructivos y arbitrarios de los Ma- 
Uebranche y los Spinoza no satisfacían á la 
razón. Sentíase que cada vez era más robusta 
la misteriosa corriente que descendía como de 
su íuentcí lejana, de las sabias indicaciones del 
«instaurador» de la ciencia. Tanto pensar 
inútilmente había impuesto la necesidad de me- 
dir la fuerza y el alcance del pensamiento mis- 
mo. Si el árbol se conoce por sus frutos, y si 
la inteligencia entregada á si propia solo había 
producido errores y quimeras ¿no seria acaso 
impotente para conocer el universo? ¿ó acaso 
no habria tropezado siempre con el error y la 
ilusión por haber torcido el camino? En conse- 
cuencia, inicióse la época do estudiar el instru- 
mento para apreciar rectamente su valor y sus 
límites; ó de aplicarlo en condiciones más efi- 
caces. Aquel primer propósito fué el origen de 
la filosofía crítica, que va de Locke á Kant, ca- 



si directamente. De los resultados, las conclu- 
siones de esa gran escuela, y del ejemplo de las 
ciencias de la naturaleza, cuyo método cosecha 
ba tantos y tan magníficos frutos, nació lafiloso- 
lia contemporánea. Sí el hombre no tiene en sí 
mismo la verdad ni el medio de llegar á ella por 
si solo, si tiene que buscarla á un tiempo en 61 
y fuera de él, la psicología no puede ser el fun- 
damento único de la ciencia. Si consultando la 
naturaleza, de determinada manera, se obtie- 
ne' siempre positivo provecho y acrece sin ce- 
sar el caudal de nuestro saber, y si somos una 
parte del mundo en el cual estamos sumidos, el 
únifco medio de conocerse v de conocer debe 
ser el empleo cuidadoso del iiiótodo de las cien- 
cias naturales. Cousin buscaba la verdad en el 
espíritu humano y en los sistemas filosóficos, 
en la historia del pensamiento y en la psicolo- 
gía; es decir, en las lucubraciones individuales 
y en el intelecto del hombre moderno, civiliza- 
do y adulto; pero este es un hombre especial, y 
los fundadores de sistemas fueron también 
hombres especiales. Por esa via, en consecuen- 
cia, no podía alcanzarse lo que llamamos la 
verdad ni constituirse la síntesis total de los 
conocimientos parciales, ó lo que equivale, la 
filosofía científica. Investigar la naturaleza 
humana consultando pacientemente todos sus 



— 90 — 

estados y manifestaciones— en el niño , en el 
enfermo, durante el sueño, la enfermedad y la 
locura,— empleando siempre el método experi- 
mental j era lo que juzgaba Luz Caballero más 
acertado f provechoso. Estudiar directamente 
la naturaleza y el hombre, el universo y la hu- 
manidad, ni más ni menos que como lo hace 
en su esfera un físico, por medio de la observar 
Clon y la eccperiencia^ era en resumen lo que, 
siguiendo preceptor baconianos, recomendaba 
aquel cubano eminente, desde 1838; porque, á 
su juicio, conocer la historia de la filosofía, si 
como todo estudio es conveniente y desde lue- 
go útil en algún sentido, al cabo no es sabec si- 
no lo que otros pensaron, es leer liljros, esto es, 
—encerrarse en la esfera de la erudición, que no 
es la de la naturaleza. Registrando papeles y 
revolviendo archivos se aprende indudable- 
mente; pero no se adelanta gran cosa en nues- 
tro anhelo y necesidad de descifrar y someter 
el mundo al humano imperio; y en cambio se 
convierte la atención al pasado, distrayénd^a 
del presente y el porvenir, se la empeña en des- 
cubrir el pensamiento ageno, habituando proba- 
blemente á descuidar el propio y debiUtar su ini- 
ciativa, y á desconfiar de sus naturales fuerzas. 
En estos puntos de vista se colocó para refutar 
el Eclecticismo, desenvolviendo las anteriores 



— 91 — 

proposiciones, que lo acreditan, sobre todo si 
se tienen en cuenta su pais y su tiempo, de 
pensador genial y profundo (í). Puede afir- 
marse, sin temor de exagerar, que es, por este 
aspecto, un moderno, un miembro ilustre, aun- 
que ignorado fuera de Cuba, de la familia de 
los sabios europeos que. viniendo de Bacon y de 
Locke, y pasando por Hume y Kant, han ido á 
parar, bajo formas diversas, al positivismo 
más ó menos idealista ó fenomenista. Los via- 
ges que hizo por algunos paises de Europa, par- 
ticularmente por Inglaterra, con la única mira 
de curar sus achaques y de ensanchar sus co- 
nocimientos, le colocaron en el teatro mismo 
donde se iba realizando la gran evolución que 
convertía el pensamiento á la ciencia positiva 
y á la negación ó al escepticismo en lo que res- 
pecta á la antigua metafísica. Como observa 
con exactitud el Sr. Varona (2), Luz ese en- 
contró con el mismo caudal trasmitido de ex- 
periencias é ideas, que los sabios innovadores 
del viejo continente.» Por estas circuntancias 
pudo emanciparse por algún tiempo y en gran 
parte del misticismo, del supematuralismo de 
sus años de infancia y que lo mismo en Cuba que 
en Europa estaba como imbíbito en el aire que 

(1) Barique José Varoru-— í>>nr«r«;n''Li ÜUn^tíU^ñ — i^rímtru 
{2) Id — p ti. 



— 92 — 

se respiraba en las escuelas. Guando no pare- 
ce posible que hubiera leído los voluminosos to- 
mos de Augusto Gomte, hizo respecto áia flloso- 
íia en Cuba, papel semejante al que este mate- 
mático desempeñó en esfera mayor; era yá, por 
muchas ideas y por las tendencias y el espíritu 
(le su enseñanza, un verdadero positivista. An«« 
tes que Stuart Mili, recomendaba él el método 
inductivo, que seguramente aprendió en Bacon 
y en el estudio de las ciencias. Ignorando, pro- 
bablemente, los trabajos de Glande Bernard, si 
os que éstos no fueran posteriores, se empeña- 
])a en acreditar con preferencia y sorprenden- 
te ahinco, el método experimental. En tanto 
que nadie se ocupaba en el mundo fllosóflco do 
la psicología, relegada á un lugar muy secun- 
dario por el mismo Augusto Gomte, ó conside- 
rada sólo como análisis del intelecto por el mé- 
todo casi exclusivo de la observación personal 
(') interna, él pretendía que debia estudiarse co- 
mo parte dependiente de la fisiología, señalán- 
dole además los caminos que son precisamente 
los que han seguido sus cultivadores actuales. 
Varona se asombra y entristece, legítimamen- 
te, al |)ensar que por «la perspicacia de su in- 
genio, aguzada en el estudio constante de las 
obras más elevadas del humano saber, y el po- 
deroso vuelo de su discurso fué LuzCa- 



— 93 — 

ballero en esto ángulo remoto del mundo civi- 
lizado, un verdadero precursor de doctrinas que 
hoy se predican con aplauso en los centros de la 
cultura humana.» (1), y reconoce que «dotado 
do una prodigiosa facultad de sistematización, 
se dio clara cuenta del rumbo que tomaba la in- 
dagación filosófica, y señaló de antemano mu- 
chas de sus más importantes conclusiones» (2). 
Por eso se expHca que, sin conocer las obras 
de Herbert Spencer, sostuviera en la Habana 
desde 1839 nuestra incapacidad de conocer la 
causa primera ó de Dios, lo absurdo de preten- 
der penetrar en el/^ou/>^í?^^o, la imposibilidad, 
dados los medios do que disponía la ciencia, de 
resolver sobre la naturaleza del alma, y que 
creyera necesario y íitil atenerse ímicamcnto 
á la investigación y descubrimiento do las 
causas segundas. En perfecto acuerdo con 
Hámilton, á quien admiraba muy de veras > 
proclamó terminantemente que lo absoluto 
no existe para el espíritu humano, lo que se in- 
fiere asimismo de su noción un si es no es kan- 
tiana de la experiencia y que más adelante he 
de exponer. Creía que el mundo era una unidad, 
en que todo se toca y abraza, como tangentes 
y secantes (3); un como organismo, en que al 



(1) Id.— p. Si. 

(2) Id.— p. 22. 

(3) Rev. de Cuba.— t. 0."— 3;v.í. 



— 94 — 

igual de lo que sucede en el hombre, <má8 bien 
que armonía existe enlace y dependencia; di- 
ferencia y siibor dinación, que nó contrapost" 
ción de objetos ni especies, como que «no hay un 
reino vegetal contrapuesto á un reino animal, 
sino subordinado y enlazado con ól por gra-- 
doSj^ov escalones bastante perceptibles» (1). 
Por lo mismo que tenia por impenetrables á 
nuestros limitados medios de conocer, cuan- 
to surgia en los horizontes de la conciencias ba- 
jo el punto de vista de lo que dicen la esenciaj 
todo le parecía maravilloso. Veía revelarse 
en la materia fenómenos que ño puede dar de 
sí y por sí la materia, por lo que distinguía de 
ella, y en ella reconocía, fuerzas acttuintes 
ó enérgiaSj que no hay que confundir con las 
virtualidades 6 potencias de Leibnitz, que par- 
ticularmente propuguó como entidades me- 
tafísicas (2). Encontraba indiscernibles y pas- 
mosos la sensibiUdad, el movimento y sobre 
todo la vida (3), que se representaba como 
«una causa general manifiesta en innúmeros 
efectos particulares> (4), «una /w^r>ja que pro- 
duce en el hombre todos los fenómenos vitales» 
y «que aparece actuando diversamente, según 
los órganos donde se nos presenta y los fines 

(1) Id. tomo. 7."— p. 3(> 

(2) Id. t. 6.* 550. 

(3) Id. t 6.- 423. 

(4) Id. t. ?.• 460. 



— 95 — 

que desempeña» (1). Alguna diíérencia pon- 
dría él entre lo vital y lo inerte, entre lo 
que llamaba fuerza, como la vida, v. g., que 
calificaba de espiritual^ y lo que designaba por 
el nombre de materia; pero no he alcanzado á 
reconocerla. Tenia al liombre por una unidad 
resultante del cuerpo y de aquella energía á 
que comunmente apellida también alma; pero 
soldados ambos por tan íntima manera, que se- 
ria difícil no ya separarlos, sino distinguirlos en 
su superior unificación. Más adelante quedará 
algo más aclarado su concepto del alma, que 
no ponia por cima del cuerpo; ya que para él, 
como para Hipócrates, en la naturaleza <no hay 
primero, ni postrero (2). Posible es que el es- 
tudio de aquel antiguo y algunas ideas de la 
escuela de Montpelier, así como las explicacio- 
nes de Gall, por más que no siempre estuviese 
de acuerdo con la frenología, que, aun cuando 
en boga en aquella época, tenia por estudio to- 
davía en mantillas, influyera en su modo de 
pensar ó cuando menos en su terminología. 
Cada hombre, cuando más, acumula el saber (le 
su tiempo, y no puede pasar do ahí; por lo que 
razona con el bagaje de noticias hasta él alma- 
cenado y expresa comunmente sus ideas; por 
medio de la nomenclatura ó el tecnicismo al 



(1) Id t. 7.* 44. 

(2) Id.— t. 6.' p. 333. 



— 96 — 

uso. Muchas de las que Luz profesaba están 
expuestas en una lengua llana y hasta familiar 
que desdice á ocasiones do la gravedad de la 
filosofía, pero tal ¿diró impropiedad,? es hija de 
su gusto, depende de su elección desacertada, 
de preferencias ingratas; no así de su entendi- 
miento tan claro y potente. (3tras veces podría 
dudarse si el abrigó principios ó conceptos que 
están ahora de moda y parecen recientes ó de 
novísima creación, solo porque corren con 
nombres insólitos y hasta bárbaros; ó porque 
forman parte de doctrinas más ó monos sabia- 
mente coordinadas; y que sin embargo estu- 
vieron sin denominación propia en su discurso, 
vivieron en ól como pensamiento, aunque no 
resonaran como palabras; pues, como dice H. 
Spencer, «existe una tendencia poderosa á atri- 
buir cualquier doctrina á los que las han expues- 
to últimamente y con ¡cierto brillo, tendencia 
que produce impresiones falsas aun en los es- 
píritus más ilustrados» (1). He creido necesa- 
rias estas prevenciones para que pueda juzgarse 
ct)n acierto, al travos de las indicaciones que 
siguen, acerca de las ideas de Luz en psicología, 

las cuales son la clave v el fundamento de sus 

t/ 

doctrinas. 



(1) Clasificación tic las Ciencias, porHerbert Spencer,— trad. 
franc. de F. Hétjiord -ia7«.-p. 108. 



— 97 — 

VII. — EL PSICÓLOGO. 

El hombre, en concepto de Luz Caballero, no 
es más que un organismo sometido á la acción 
de las fuerzas de la naturaleza, y producido á 
su vez por una fuerza que lo vivifica. Ma- 
nifiéstanse en el propiedades maravillosas, ta- 
les como la sensibilidad y el entendimiento. 
Colocado en medio del mundo, afectado ince- 
santemente por él, necesita conocerlo y cono- 
cerse. De qué manera?— La primera noción, 
la noción de sí, de su individualidad, de su exis- 
tencia, nace de una distinción. Se siente y 
siente cuanto no es él. La ciencia toda no es 
más que eso: una relación^ y una comparación; 
€un cotejos: «todo comparado: todo compara- 
tivo: anatomía comparada, fisiología compara- 
da, historia comparada: en el cotejo^ en las 
relaciones de semejanza y desemejanza^ ahí 
está toda la ciencia humana-» (1). La verdad 
no es, pues, algo que está en nosotros ó fuera 
de nosotros; es una resultante, una relación, 
entre el sujeto y el objeto y consiste en su con- 
gruencia (2). Los instrumentos de la ciencia 
son nuestras facultades ó propiedades sensiti- 
vas é intelectuales. Su punto de partida es la 
sensación. «El entendimiento del hombre antes 



(1) «Rev. de Cuba,» tomo 6% p. 427. 

l¿) nDiario (Je la Habana,» Oct. 29- 183^. 



— 98 — 

de las impresiones de los sentidos está como 
unsiuna tabla rasa, in quanihü est depictum^^ 
sin que esto para Luz implicara la pretensión 
de «privar al espíritu de su actividad natural;» 
quería únicamente significar que ésta se ejerce 
por el influjo de los sentidos. «Ideas sin senti- 
dos — decía — prolem sine matre creatam; ideas 
sin entendimiento — prolem sine patre crea- 
tam (1). «Sin objeto, sin entendimiento y sin 
sensación— añadía— no hay idea.» Esta cues- 
tión del origen de las ideas, al cabo no tenía 
para él sino valor histórico. En su tiempo vol- 
vió á tenerlo bajo el aspecto científico, por ha- 
ber revivido Gousin las ideas platónicas «bajo 
ol estandarte del Eclecticismo.» El platonismo 
afirmando la inneidad de las ideas motivó la 
reacción aristotéhca, como el cartesianismo 
por igual razón ocasionó la corrección de Loc- 
ke. El ejemplo de la tabla rasa por otra parte, no 
es en su pensamiento más que un símil, si bien 
^exactísimo;» y por eso mismo sostuvo que el 
principio aristotélico— iV^*A^7 est in intellectics 
quodprius non fuerit in sensus— no necesita, 
ha de la aclaración de Leibnitz — nise intellec- 
tus ¿p^^?, «cuando no como quiera está suben- 
tendido sino expresado en el axioma de Aris- 
tóteles,» por lo que «no es falso» lo que ^firi»0 

jl) Loe. ciU 



— 99 — 

el filósofo alemán, «pero sí redundante» (i). La 
conciencia, que no es más que sentimiento^ 
sentir, no se demuestra; es indemostrable. La 
sensación es por tal manera el postulado de la 
ciencia (2). En la experiencia está supuesta, 
implícita la realidad del mundo exterior, pues 
que es ella <un compuesto cuyos elementos son 
los objetos, los órganos y el entendimiento^^ 
de donde infiere que toda experiencia es <m- 
tema en principios» (3), lo que desde luego se- 
meja un concepto kantiano, sobretodo si se 
recuerda que las ideas se constituyen, según 
liUz, por el consorcio de los objetos, el enten- 
dimiento y la sensación; pero esa proposición 
suya no parece identificar la razón con la expe- 
riencia, la inteligencia con la realidad; deter- 
mina por lo contrario un procedimiento más 
claro, más juicioso, acaso más acertado que el 
que siguió la llamada filosofía de lo absoluto. 
Si estas indicaciones convienen al caso, vendre- 
mos á cuenta de que quizás es este el único 
punto por donde pudiera colegirse, como se ha 
pretendido, que en él infiuyeran determinadas 
doctrinas alemanas; sobre todo si los que así 
creen se limitan á sospecharlo de las de Kant, 
mas nó de las de sus sucesores; del criticismo (}g 



(t) Loe. cít. 

(«) «J^evista de Cuba,» lomo 7, p. 51 

i3) h&S'. ci^ '^ • 



— 100 — 

aquél, no del ontologismo de éstos. El espíritu, 
, conforme pensaba Luz, parto de lo exterior y á 
ól vuelve. Comienza con la intuición, observa, 
experimenta, induce, y prueba su acierto ó co- 
rrige sus errores por la deducción ó el silogis- 
mo, pero repitiendo sus observaciones. Su 
punto de partida, pues, se confunde con su pun- 
to de arribada: la experiencia. Si la verdad es 
una, pues que siempre consiste en la relación 
de congruencia entre el sujeto y el objeto, 
entre la idea y <^la realidad de las €osa^> (1), 
uno también es el método para buscarla: el mé- 
todo experimental^ cuyo procedimiento es 
analílico y sintético, consiste en el análisis 
y la síntesis. Siendo como es la naturaleza 
muy compleja, «es menester rodearla para 
vencerla: si nos empeñamos directamente 
queriendo adivinar en vez de observar y se nos 
escapa,... y si queremos limitamos ala simple 
observación sin todos los cotejos y confrontas 
imaginables, nunca llegaremos á penetrar cier- 
tas leyes que siempre se presentan complicadas 
con otras muchas: ella misma nos está dicien- 
do: ^divide ^et impera. i^ En <\di ciencia del 
hombre jy> donde <las leyes que en los fenómenos 
aparecen)^ .... son demasiado complicadas, «es 
menester buscar medios de abstracción^ de 



(1) Ideo, t. 7, p. 3S. 



— 101 — 

paración, que es conditio sine qua non de nues- 
tro débil entendimiento: para sintetizar bien, 
primero analizara (1). ¿Podemos, empero, ana- 
lizar nuestra conciencia, nuestro espíritu? ¿Exis- 
te propiamente la observación interna? ¿Es 
pop ventura la conciencia criterio de verdad? 
¿Tenemos en nosotros eso que Schélling llama- 
ba intuición intelectual^ que es como «la re- 
velación divina» en nuestra alma, la intuición 
simple y directa do lo absoluto, ó sea la identi- 
dad de los contrarios, trasunto del éxtasis ale- 
jandrino; eso que el Kraussismo denomina, 
por modo análogo, intuición de la razón, co- 
mo órgano de las cosas suprasensibles , á la 
manera que los sentidos son órganos de las co- 
sas sensibles? Según sea la respuesta que se 
de á estas preguntas, así se tomará uno ú otro 
rumbo, y así también se llegará á consecuen- 
cías que pueden ser diametral mente opuestas. 
La afirmativa funda en Ja psicología la ontolo. 
gía. La negativa destruye la ontología y pre- 
para la ciencia. Lo primero es al cabo la rf/a- 
/¿c/¿ca, la edificación del universo por la lógi- 
ca, la construcción puramente ideal del mundo, 
la confusión de la ciencia y de la metafísica, 
y el imperio soberano y fantástico del razona- 
miento: era toda la Edad Media filosófica y es- 



U) Id.— t. 6' p. 429. 



— 102 — 

toril y es una herencia, el virus hereditario del 
pensamiento. Lo segundo es la investigación, 
el descubrimiento, el esfuerzo lento y sosteni- 
do que escudriña la realidad, consultándola 
constantemente, que desdeña las entidades por 
los hechos, que coordina y no inventa, que se 
desentiende de la ontología y va produciendo 
la ciencia: es por lo mismo el porvenir, y tam- 
bién la higiene de la inteligencia. Luz Caba- 
llero tomó por este rumbo. Forzosamente de- 
bía combatir á Victor Gousin, que enderezó 
sus pasos por el otro, creyendo así encontrar 
toda y la "verdadera filosofía. Se jactaba el 
elocuente discípulo de los alemanes, de haber 
descubierto la clasificación exacta de las facul- 
tades humanas, á las que señalaba su respec- 
tivo círculo de acción, en la entidad una y tri- 
na del espíritu. La primera, y condición de 
las otras, es la voluntad, ó «actividad vo- 
luntaria» . La segunda y esencialmente pasiva 
es la sensibilidad; la tercera — <la facultad de 
conocer, á que designa diversamente: <el enten- 
dimiento, la inteligencia, la razón, el nombre 
importa pocoy> (i). Esta facultad tiene el en- 
cargo de ^concebir verdades de órdenes di" 
/erentesj y entre otras, verdades universaHes y 
necesariasy^ que suponen en la razón, adscri- 

(1) Du Vraié^ (tu Beav cf- (íu Bíen^ par Victor Gousin. — -Pi- 
ris— 18d5— p. 32, 



— 103 - 

tos (attachés) á su ejercicio, principios énté^ 
ramente distintos de las impresiones de los 
sentidos y de las resoluciones de la voluntad» 
(1). Pero es «lo propio de estos principios el que 
retlexionando cada uno de nosotros reconoce 
que <^los posee pero que no es su autora . «Los 
concebimos y los aplicárnosla; mas «nó loscons- 
tituimos» (2); ni derivan «de la sensación va- 
riable, limitada, in^apa^ de producir y autori- 
zar nada universal y necesario» (3). La con- 
ciencia «noloscrea;> «hace parecer /í^^^w^í^^;» 
queda por tanto obligada á ser im testigo (4), 
una especie de espejo para la razón, para que 
la razón vea en ella y por ella las verdades ab- 
solutas (5). Gousin llega á la consecuencia, 
que cree también necesaria, de que «la verdad 
esta en mí y no es mía», y que «así como la 
sensibilidad me pone en relación con el mundo 
físico, así otra facultad me pone en comunica- 
ción con verdades qu^ 7io dependen ni del 
mmido ni de mí. v esta facultad es la razón» 
(6). Tal clasificación de las operaciones menta, 
les, por lo que afirma Gousin en una nota (7), 
donde la declara envanecido ^notre oiwrage^> 
se adoptaba generalmente y constituía en aquel 

(i) Loe. cit, 

Ki) Op. eit p. 30. 

(3) Op- cit p. 30 V 31 

(4) Op. Cit p. 'á'¿! 

(5) i»e cit. 

(6) op eit ps. 31 7 '¿t. 

(7) Op. cit p. 2». 



ir:. 



— 104 — 

tiempo <le fondde la psychologie> ^ la que á 
su vez era el fundamento de la metafísica. LUz 
Caballero impugnó con penetración y algún 
detenimiento todas y cada una de las anterio- 
res proposiciones de Cousin. A la trinidad 
cousiniana del espíritu, opuso su unidad: á su 
libertad esencial, opuso su dependencia orgá- 
nica: á la diversidad de medios de conocer el 
medio único de la experiencia: á la distinción 
facultativa déla sensación, la voluntad y la 
razón, la gradación de las manifestaciones di-' 
ferentes de un organismo, cuya cualidad fun. 
damental es la sensibilidad: á la autoridad de 
la conciencia impuesta dogmáticamente, la fa- 
libilidad y la limitación de la conciencia, pro- 
badas por los hechos. En vez de ver en la 
conciencia sólo un testigo, notaba que ei'a ella 
conjuntamente o£tor y parte (1). En vez de 
considerar la conciencia como una facultad 
veía en ella «un fenómeno concomitante» res- 
pecto á los demás fenómenos mentales (2) y 
aún, que en algunos de estos dejaba de serlo, ve- 
riflcándese entonces actos y operaciones en su 
ausencia más completa. La conciencia, en el 
orden humano, venía á ser para él como una 
base, como un antecedente preciso para cier- 



(1) Rev. de Cuba— tomo 6— p. 334. 

(2) Id.— p. 522. 



— 105 — 

tas íunciones; pero nó la causa del raciocinio, 
ni una facultad especial para raciocinar^ sino 
^motivo, antecedente, condicióm^ (1): <El he- 
cho de conciencia analizado no es más que el 
liecho de sentir. Todo cuanto pueda avanzar- 
se en la materia es afirmar que la conciencia 
acompaña á los demás fenómenos intelectuales» 
(2). Al examinar el hecho de conciencia, Gou- 
sin, imitando en cierto modo la tricotomía hege- 
liana, descubre en él una especie de trinidad: 
la sensibilidad, el entendimiento y la voluntad, 
que identifica con la actividad. Observa Luz 
á este respecto que «pone al intento sus ejem- 
plos>, y que <en todos ellos lo que se descubre 
es que el hecho de conciencia siempre acompa- 
ña ó sirve de base á los demás hechos intelec- 
tuales sin variar de naturaleza, ni siquiera 
modificarse»; pero que Gousin no analiza^ 
porque no puede analizarse el hecho de con-^ 
ciencia; ... lo que hace es analizar el hecho de 
conocimientoy^ (3). Considerado el hecho de 
conciencia psicológicamente nada hay que de- 
cir sobre el, observa Luz, «que no esté reducido 
á la simple enunciación de un acto, que ni aun 
enunciarse debe por ser un verdadero posttUa- 
do de la ciencia» (A). Al modo como «una mis- 
il) Id.— p- 53.'). 

(2) Id,— p 337, 

(3) Id.— ps. 337 y 3'i8. 

(4) Id.— p. 422. 



— 106 — 

ma causa produce efectos variadísimos y aun 
contrapuestos en la apariencia, según sus gra- 
dos de energía, mientras otras veces se diver- 
sifican los efectos diversificándose los instru- 
mentos de que se vale la misma causa general, 
viniendo á ser estos instrumentos como causas 
secundarias respecto de la primaria general», 
así nuestras funciones físicas y psíquicas y la 
conciencia misma no son más que manifesta- 
ciones, los efectos por donde se revela la catísa 
general á que llama Luz la vida; pero cada 
una de aquellas funciones «está desempeñada 
por un órgano que constituye á la función mis- 
ma diversa y enlazada con las demás» (1). Pen- 
saba que «todas las analogías nos llevan á su- 
poner, á creer por una irresistible inducción^ 
que funciones diferentes se verifican por me- 
dios ü órganos diferentes,» que es tan inven- 
cible «la tendencia de la ciencia á la localiza-' 
ción^y^ cuanto que se observa que hasta el 
desempeño de una sola función se compone de 
los desempeños particulares de otras que le es- 
tán como subordinadas, ó que son componen- 
tes de la función principal;» pero localizada 
cada función inferior, al punto que se ve- 
rifica por cada parte del órgano destinado á ese 
efecto: «de suerte que el mismo órgano es 



(1) Id.-p. -UÍ3. 



— 107 — 

menester considerarlo como un conjunto de ór- 
ganos»: la función de la visión— por ejemplo 
— <no puede verificarse sin que vayan previa- 
mente realizándose una serie de funciones sub- 
ordinadas por cada parte del complicadísimo 
órgano del ojo, de este verdadero conjunto de 
órganos, á cada una de cuyas partes está con- 
signada una función peculiar»;.-, pero efec- 
tuado el funcionamiento todo hasta que esló ya 
«pintada la imagen,» «no se verifica sin em- 
bargo la visión j si está paralítico el nervio óp- 
tico: luego (dos consecuencias forzosas)—!.* 
esta gran función compuesta, ó que lleva por an- 
tecedentes tantas otras funciones menores, está 
rigurosamente localizada^ reducida á ser de- 
sempeñada por este punto del organismo; —2.* 
cada una de dichas funciones menores compo- 
nentes está asimismo desempeñada por cada 
parte de órgano que le corresponde, estricta- 
mente localizadas (1). Creía que «en todas 
estas funciones menores hay una fuerza, su 
puesto que los órganos por sí solos no las ve- 
rifican; y todavía, aun los mismos fenómenos 
puramente físicos que tienen lugar hasta en 
un ojo muerto, no pueden efectuarse sin que 
medien ciertas fuerzas»; luego, llegaba á la 
inferencia de que se necesitan condiciones de- 



(1) Id.-ps. 423 y 42i- 



— i08 — 

terminadas para que las fuerzas, «aun siendo las 
mismas, se manifiesten produciendo determina- 
dos fenómenos, y no otros» (1). Y lo que según 
Lu^ ocurre en el caso de la visión, también g}e 
realiza en los demás fenómenos de la vida y, por 
tanto*, en los de orden psíquico: «diferentes fun- 
ciones, de todo punto diversas, pues órganos 
diversos,» esta era su míZwmcí^ (2). Por algu- 
nos aspectos podría sospecharse de las indicacio- 
nes precedentes que Luz nos hacía entrar en 
plena frenología; pero no es así. De la hipó- 
tesis de Gall no aceptaba sino lo qde juzgó como 
«la gran inducción que sirve de base ó pun^ 
to de partida á su sistema frenológico"^ (3). 
Para prevenir toda confusión, puso una nota en 
este mismo punto del fragmento que tengo á la 
vista, la cual es como sigue: «No se crea sin em- 
bargo que sustentamos todas las ideas de Gall en 
cuerpo y alma, pero la base de su inducción nos 
parece inexpugnable.-^ Esta afirmación tiene 
visos de verdadera, como, según los razona- 
mientos que expuso, debe ser asimismo legíti- 
ma la creencia que abrigaba ya que en nuestros 
dias se confirma más y más. Dice G. Sergi, sa- 
bio profesor de Antropología en la Universidad 
de Roma, que á su juicio parece ser la localiza- 



(t; Id. p. 424. 
(2) Loe. Cit. 
13) 



Rcv. de Cuba, t. 6 •— p. 548. 



— 109 — 

<3ión cerebral una concepción fácil y aun natural 
(se entiende, por supuesto, al presente) «porque 
no se puede suponer que el cerebro en masa 
realice de una vez todas esas funciones ó que 
deba ser excitado por entero con motivo (|e una 
sola función> (1). ¿Pues que otra considera- 
ción palpita en el discurso penetrante de Luz? 
Hoy mismo abundan las hipótesis y no falta 
(jfuien piense que no se ha obtenido de los inge- 
niosos y pacientes trabajos délos experimenta- 
dores «ningún resultado positivo y cierto» (2); 
pero es innegable que la teoría de las localiza- 
ciones cerebrales gana terreno en la opinión de 
los sabios: todavía, á pesar de las objeciqnes 
que se han alegado, casi nadie duda de la loca- 
lización del lenguaje; muy al contrario, y las 
observaciones de Richet, lejos de infirmarla, 
confirman la general acquiescencia: «creo — 
dice aquel insigne fisiólogo— que la localizacicm 
del lenguaje en la base de la 3."" frontal es un 
hecho establecido muy sólidamente y de un mo- 
do muy suficiente» (3). 

Luz Caballero, que era, no «profano aficio- 
nado como él escribía con modestia suma (4), 
sino muy versado lo mismo en la física que en 



(1) La P^ychologie P/ii/*ío?Oí'íí?t^.— Paris.— 1888.— p. i3í. 

(2) Id —p. 132. 

(3) Id.— p. 133. 

14) Rev. de Cuba, tomo 6.*— p. 423. 



— lió- 
la fisiología (i), afirmaba, en consecuencia, 
que cno puede verificarse fenómeno ninguno 
intelectual, ó mejor dicho, do la vida de reía-- 
Clones j sin un cerebro competentemente orga- 
nizado (2). Difiriendo de los eclécticos ó espi- 
ritualistas, entendía respecto á la conciencia, 
el entendimiento y los demás fenómenos psíqui- 
cos, que «á esas funciones corresponden cier- 
tos órganos;y^ que «todas las operaciones» doi 
espíritu «son distintos modos de sentir, desem- 
peñados por diversos instrumentos y siempre 
por el mismo agente» (3). 

El fundamento y el punto de partida de su 
doctrina son los mismos que en la de Locke, á 
que él denominaba la filoso fia de la experien- 
cia (4). Entendía que «la escuela de Locke cie- 
rra las puertas á toda tentativa ontológica; 
pero las abre de par en par á todo medio legi-- 
timo de investigación (5). Se contaba entre 
«los sucesores y verdaderos contintmdores de 
Locke», y en corroboración decía seguidamen- 
te: «Así es como por sus pasos contados hemos 
«venido á considerar á la psicología, ó ideólo- 
éngía, llámeseles según se quiera (6), como un 
«capítulo de la Antropología, ó ciencia del 

(1) Rodriguez.-M>p. cit — p, 223. 

i2) a«»v. de Cab»,-»-t. ;$."— p 545. 

(3) Rev. de Cuba.-^t. ,9 ''— P- 540 . 

<4) Id.~t. 7.*— p. 47(J. 

j(5) Id.— t. ?.•— p. 477. 

ia) Id,-t. 6 °-p. 33«: 



— 111 — 

^hombre propiamente tal; pues pai^a obtener 
"^la síntesis á que siempre aspira el entendí- 
'demiento humano, se hace forzoso ver los fe- 
'«nómenos en todo el enlace y armonía que po- 
^damos alcanzar; lo que no se consigue sino 
«estudiando y proñmdizando las acciones que 
«pasan en el hombre, que es un compuesto in- 
€divisible de materia y espíritu (1); y sólo la 
€ fisiología puede gloriarse de haber contenv- 
apiado las cosas bajo su verdadero punto de 
"avista (2); así, pues, la ciencia de la vida inclu- 
«ye dentro de su jurisdicción las importantes 
^apariciones que se suceden en el cerebro^ par- 
óte principalísima del mismo hombre: grave, 
«importante, dilatado es el capítulo de la cien- 
«cia que se ocupa en anotar las leyes del enten- 
«dimiento; empero, esas circunstancias no le 
«eximen de ser un capítulo, una parte, mva 
^dependencia inmediata del gran tratado de 
€la vida: este estudio es el que iloslrándonos 
«sobre los verdaderos resortes de los fenóme- 
«nos, será de más directa y eficaz aplicación á 
<fa morai^ revelándonos así la misma, rnutu- 
^raleza lo que sea doMe practicar y evitar d 



ii) Entena por «•piriiu O ai«kJu— los íesOtDe^M^e de ia vida r 
la íueixa «us los p«x>luce. &er <le €uin Ie. 6 ' t 7 ' pas9iMu <L» 
cau«a^áo£ efectos qu^ WarmmoBidcsbs »Kev deGoln — t. 7.*—^. Si. 

\^) «La fLsiologia es el fundaae&to de toda SiáGolofbu y F<^ 
co&«miieate úe toda ^loso^a racs^oftaj y MoraJ » TL de Ciíl>a.^l. €.* 
p. 33L— 



— 112 — 

€las fuerzas de la humanidad* (1); por eso 
líos meramente psicólogos* no eran — en su 
opinión — los verdaderos sabios, sino Xo^ípsicó- 
logos-fisiologistas.» El investigador de estos 
fenómenos para estar en lo cierto tenia que vol- 
verse fisiólogo. «En este terreno, pues, — 
afirmaba con la resolución y la clarividencia de 
un profeta-^^^tó forzosamente la actualidad 
y el porvenir de la ciencia (2). Pero para que 
la psicología, como las domas ciencias morales 
y así también las políticas, pudieran realizar 
los mismos adelantos que las físico-naturales, 
indispensable era para Luz Caballero que adop. 
tasen el mismo método; porque, así como la 
verdad es una, uno solo es el método para en- 
contrarla: «La ciencia^ como la naturaleza^ 
^no e^ más que una: dividimos para entender. 
«No pudiendo el hombre comprender cuando 
«declara la naturaleza simultáneamente mu- 
«clias de sus leyes, es forzoso que amoldemos 
«artificialmente ciertos casos, ó aprovechemos 
«los que se nos presentan, en donde veamos 
«aislado un fenómeno, obligándola, por decirlo 
«así, á dar una sencilla repuesta á una sencilla 
«pregunta» (3). La ciencia, por consiguiente, 
está en razón de la experiencia: «para saber, 



(1) Rev de Cuba.— t. 7 '-ps. 411 y 478. 

(2) Id.-p. 



540 
(3) Loc.cit. 



— lia — 

Lien ó maU es íorzoso r\*í^^r^rM*ir^oAh í HO o\^ 
jmnienta poco, se sabo \\(>vi) y \\\\\\\ h\^ \\\ 
porimenta mucho, se sabo inuoboy blon* (1), 

El método que rocomontla bu, oonit) o| iIhÍmm 
propio de la investigación, os iú intinotii^n, MI 
saber, ó la ciencia, consisto on «V(M*lrt mm\ m 
ol todo y en las partos;» partt nntOMH prMMJísíu 
descomponer y luego compones ó mí[i\mi' 
el análisis y la sínte«Í8 (2). AmWmt' m ní^- 
traer y separar: pero ^(mnumUnmiUi nn w fií^ 
tinguen la observacíí>n y \h '(Uf'pffrimmlaf'ióit^ff 
pues aquella <m íiu$tatim imí oí/jM^^ aUi hm^i 

<de la naáMMT^eim íjamj ^¡^Amí^u ^'/)m^ *mS^^/j64ám 

«uno ó mkm> 'kmsfm^mm^ ^fm ^ p^é^amá^^ ^'^^ 






— 114 — 

«traemos el aire^ para graduar lo que en el 
«retardo de la caída de los cuerpos influye su 
«resistencia, y así 'distinguimos por esta sepa, 
«ración no solamente lo que se debe á la mis- 
«ma densidad, sino á la figura del cuerpo des- 
«cendente. En una palabra, la oxperimenta- 
<(ción es una especie de abstracción reolizada 
«en las cosas; es dividir materialmente para 
«conocer el objeto en su totalidad^ para saber 
«todo lo que hay, y cómo está en el» • . . «para 
«encontrar la verdad; porque como decia Pla- 
ntón:— ¿no es encontrar la verdad el hallar lo 
que á cada cosa pertenece?)^ (1). 

Sostenía Luz que á todas las ciencias pue- 
de y debe aplicarse el mismo y único mé- 
todo, — el método inductivo, que consideraba 
tan racional como experimental^ y tan ex-- 
perimeníal como racional (2). «La ra^ón 
misma— decia— formó la física como forma 
cualquier otro sistema de conochniento; y la 
experiencia forma el derecho así como crea la 
química) eso sí — añade — no todos los experi- 
mentos, ni observaciones se hacen con máqui- 
nas y cacharros; pero es menester siempre 
instituir experimentos y observaciones^ y es^ 
tos siempre se practican con los sentidos eo)" 
temos é internosy> (1). Aunque algunas cíen- 



(1) Rev. de Cuba— t G.— p. 4-37. 

(2) Id. p. 546, 



— 115 — 

cías por su objeto mismo no so prestan á la ex- 
perimentación, «sino tienen que restringirse 
dentro de los límites de la observación ^^^ apro- 
vechan los experimentos hechos en otras cien- 
cias, — como p. e. la astronomia respecto dé la 
física: «lo mismo sucede en las ciencias mora-' 
les^ porque también son conocimientos ad- 
quiridos por observación^ con la particularidad 
que á veces se necesitan años y aun siglos para 
recoger las observaciones ó llegar al resultado 
(le la experiencia: en este sentido — agrega 
I^uz— he dicho en otra ocasión que la Legisla- 
ción es más experimental o^(^ la misma Física. 
Así acontece con las ciencias médicas y muy 
señaladamente con la Fisiología, en la cual se 
halla el grande inconveniente de no poder en- 
tablar experimentos sin destruir el objeto ma- 
terial de la misma ciencia». Infería de aquí 
(Xue en algunos casos era imposible la experi- 
mentación, al menos por les medios conocidos^ 
por cuyo motivo «tenemos que esperar á que 
el tiempo nos vaya presentando las observa- 
aciones, > circunstancia en que veia «una de las 
causas de la lentitud de! progreso en ciertos 
ramos interesantes, á pesar del ahinco de los 
investigadores» (2). 

Por las mismas razones expuestas afirmaba 

(1) Loe. cit. 

(2) Kev. de Cuba t. 6 p i28. 



— 116 — 

que «ni aun puede graduar el que introduce 
un nuevo instrumento, ó una nueva senda de 
observación en l^ts ciencias, hasta donde irán 
á parar los descubrimientos que con el se ha- 
gan.» De ahí que respecto de laFisiologia ven- 
ga a veces <muy oportunamente la patología 
á suplir la falta en que labora aquella, con los 
hechos nuevos y contrapuestos que ella le ofre- 
ce;» pareciéndole que «la patología estaba como 
«encargada de practicarle á su compañera la 
«flsiologia los experimentos de que tiene nece- 
«sidad;> «ya que estudiando al hombre enfermo, 
«no solo le conocemos como tal, sino que le pe- 
«netramos mejor como sano. . . porque lasenfer- 
«medades sustrayendo unas causas, y poniendo 
«ó exacerbando otras en nuestro organismo^ 
«hacen desaparecer ciertos fenómenos y provo- 
«can otros que dan luz sobre los que antes, en la 
«salud, ó no entendíamos absolutamente, ó en- 
«tendíamos muy mal: aquí está, pues, revelado 
«rigurosamente el secreto de la experimenta- 
«ción: que nos aisla y simpUflca los efectos, que 
«los detiene^ por decirlo así, para que tengamos 
«tiempo de observarlos con aquella separación, 
«y podamos de esta manera sorprenderla cau- 
«sa, que hasta entonces se escapaba por no ha- 
«ber modo de aislar y detener los efectos» (1). 



(1) Loe. cit. 



— Hl^ 

Con fundamento, pues, pretendía Luz que os 
la ciencia del hombre sano la que á un tiempo 
se estudia á la cabecera del enfermo, como que 
tampoco es la psicología privativa de los sor- 
do-mudos la que se estudia en los fenómenos 
especiales que presentan estos, «sino la ciencia 
del entendimiento de los hombres completos, 
ilustrada por los hechos de los hombres faltos.» 

Convencido de la propiedad de estas reflexio- 
nes, proclama que vale más un experimento 
que todos los raciocinios (1), y ya desde el 
año 1839 escribía en los diarios de la Habana 
hasta setenta columnas demostrando cual es 
el verdadero método é inculcando con insisten- 
cia las ventajas de su aplicación. Recomenda- 
mos que se estudiara primeramente la física, 
con las matemáticas, la química, y luego las 
ciencias naturales. Conocidos estos ramos de- 
bía emprenderse el estudio de la Antropologia^ 
que «tiene por preliminar la fisiologiay^^áela 
cual la psicologia «no viene á ser propiamente 
más que una sección» considerándola por tal 
motiYO como imsi ciencidL positiva (2). La an- 
tropología «es la introducción obligada de la Ló- 
gica, de la Moral, de la Legislación, déla Eco- 
nomía pública; en una palabra, de la Filosofía 



(1) Rev. de Cuba.— t. 6.°— p. 530. 

(2) Rev. lie Cuba, t, 7.'— p» 51. 



GstríctaiTiente dicha, ó sea, las ciencias moí^á-' 
les» (1). A todas estas ciencias ha de aplicar- 
se precisamente el mismo método, el método 
experimental— la observación y la inducción. 
Declaraba impotente, estéril y perjudicial el 
llamado psicológico: «la conciencia — decía — 
[)ara constituir la ciencia aun de los mismos 
fenómenos internos. . . tiene que venir á dar for- 
zosamente con la piedra de toque, con la im- 
prescindible experiencia exterior^ sin cuyo 
sólido cimiento in vanum laboraverant qui 
aedificant eann (2). Prevenia contra el empleo 
del método matemático, advirtiendo cómo han 
sobrevenido gravísimos perjuicios por el error 
(le aplicar «las doctrinas generales de la can 
tidad, de unas teoriasque descansan en un su- 
puesto, en que se prescinde de la existencia, 
como sucede en las matemáticas, á las existen- 
cias reales de las cosas; » por que «el matemá- 
tico no tiene que demostrar qué es^ sino qué de- 
be ser:y> su ciencia es de pura demostracicki y 
no como aquellas otras «en que se trata de de- 
mostrar existencias;» y que por esta razón no 
pueden limitarse al razonamiento y los sirpios. 
«Así— observaba — por este camino se han per- 
dido los metafísicos con sus principios á priorij 



(1) Id. 1. () - 4'JI. 

(2) Id. p. :U4. 



óuando rigurosamente no lo son ni aun tog 
mismos que emplean los matemáticos^ como 
es facilísimo convencerse, pues como decia 
Aristóteles (Phys. 11-2. y Met. p. 213)— «por 
considerar la cantidad aparte, no pueden ellos 
hacer que subsista aparte, ni convertir una 
distinción lógica en una separación real, y su 
abstracción no pasa nunca do abstracción.* 
Reconocía Luz que este principio echaba abajo 
«toda metafísica en el sentido que se ha dado 
d esta palabra j i^wes entendiéndola como las 
tíltimas consecuencias á que llegamos especu- 
lando sobre las mismas observaciones á que 
nos provoca la naturaleza entonces formará 

* 

una parte real y efectiva de los conocimiím- 
tos humanos^ — meta-^fisica, es decir después 
de la física^ ciencia á que arribamos en virtud 
del estudio mismo- de la grande obra del uni- 
verso» (1). Mas adelante se verá con mayor 
precisión el correcto y sorprendente concepto 
que tuvo de la Metafísica, y que acaso un mh'u) 
de hoy— un Littré, un Tindall, un Du-Uoin- 
Reymond — no desdeñarla ; y no debo parocfir 
inoportuno el señalar desdo luego ol bocho díí 
que es actualmente moneda corríonüi ííuirn 
filósofos ingleses de primei' órdí^n Iíj opiniíni 
acerca de las ideas matíímíiti^íJH siislíínl/id/i 



(1) R. de Cul>a —lomo '<"— p 4//. 



— 120 — 

por Luz desde el año de 1840, y no tomada pre- 
cisamente de Locke, sino— como se ha visto — 
inspirada por Aristóteles, como también que 
desde antes de aquella fecha sostenía las ven- 
tajas de un orden gerárquico de las ciencias, 
algo análogo á la clasificación comtista, aun- 
que probablemente fué debida al estudio de las 
obras de Verulamio. 

Únicamente procediendo con paciencia y em- 
pleando el método experimental, se constituye 
la ciencia, la verdadera ciencia, la que descu- 
bre, no la que inventa. Después de ella, por 
ella y fundándose en ella ha de venirla Meta- 
física; pero jqué entendía Luz i)or Metafísica? 
«La Metafísica propiamente (decia) se reduce 
«á aquellas consideraciones especulativas, ó 
«parte trascendental á que nos conduce el mis- 
«mo estudio del universo. Si cambian núes-- 
€tras ideas acerca del mundo y sus fenóme- 
<f^noíí^ por virtud de los nuevos descubriraien- 
«tos, cambian igualmente nuestras ideas 
^acerca de la causa primera y de todas las 
^cuestiones ontológicas.-í^ «Este modo de ver, 
«apunta Luz, no se escapó al grande Aristótc- 
«les, quien á cada paso hace entrar á la física 
«en la judisdiccion de la metafísica, y al con- 
«trario:— son estos ramos tan relacionados y 
«dopondiontcs, que pueden y deben conside- 



— 121 — 

<rarse como una sola y misma ciencia, siendo 
«la primera quien presenta los hechos^ y la se- 
«gunda la teoría de esos mismos hec?iosy> (l). 
Es evidente, según se vé, que consideraba la 
metafísica como una teoría general del univer- 
so, como la filosofía de las ciencias, á que de- 
signaba también por «la filosofía de la expe- 
riencia», ó «ía física del universo'» (2). Para 
alcanzarla, puesto que es en sí misma un resul- 
tado y una conclusión suprema, es necesario ir 
despacio, y resignarse á un como agnosticis-^ 
mo^ á confesar á veces la propia ignorancia, a 
decir ante ciertas cosas: «yo de eso no só na- 
da*, para evitar el error, la contraflicción y la 
paradoja» (3). 

Su concepto de la psicología y su propio mr'í- 
todo le llevaron como por la mano á negar lo 
absoheto como entidad y existencia, y la Onto- 
logia como ciencia. El hombre no puede cono- 
cer las esencias:y\di Ontologia, ó trata del ntlr 
en general, <> «del Ente por excelencia»: 8i de 
lo primero, queda reducida á la ])V(}\)(mr\f)\\ ^'x- 
guiente ú otra que equivalga: *todo ente (!X in- 
te, ó todas la 3 cosas se parecen en una r.imx^ 
en la existencia, dado que el nníco punto de 
clasificacií'm para todos los sore« en la i*\\%\(*>U' 



(H Rev. litó Cuba.— t. T.' j». 

Kt) Id —p. 3-ii. 

fi) Id. pa UiO y '.íl 



- 122 - 

cía)>. Y, entonces, se pregunta Luz: ¿se le ocu- 
rrirá á nadie que esté en su razón, rationis 
compos^ formar una ciencia del ser, ó de los 
seres, como ser?; nó — responde; — «por que ese 
punto de clasificación nada enseña», ni nada 
dice tampoco. «Si para conocer, pues, los se-- 
^res — continúa— tengo que entrar eü el estu- 
«dio de cada uno, y de cada aspecto bajo el cual 
«pueda ser mirado el mismo ente, ó la clase á 
«que pertenezca, claro está que el conocimien- 
€to de los seres será el objeto de otras tantas 
«ciencias especiales, de todas las ciencias hu- 
«manas; en una palabra. Dios, el mundo y el 
«hombre. Luego por este lado no puede cons- 
«tituirse la Ontología. Veamos ahora si pue- 
«de fabricarse por otro , que es el segundo 
«miembro de la alternativa propuesta. Si la 
«Ontología versa acerca del Ente por ex- 
«celencia, entonces, abandonando sus pre- 
«tensiones al ente en común, so convierte 
«en la Teología natural^ ó ciencia de Dios, 
«hasta donde alcancen las luces de la razón; 
«pero aún viniéndose á refugiar en este asilo 
«la mal parada Ontologia, no puede hallar ri- 
«gurosamente cabida; porque, en primer lugar, 
«á Dios no le podemos concebir sin atributos ó 
«proi)iedades, como no puede menos de succ- 
«der al enlondlmionlo humano respecto de 



- 123 -- 

€Cumio existe; de suerte que la ciencia q\íé 
«tengamos de Dios, cualquiera que sea, más ó 
«menos limitada, forzosamente ha de recaer 
<sobre sus atributos, v entonces ni aun la cien- 
«cia de Dios lo es en cuanto ente ó ser mera- 
<mente tal; luego no es en rigor ciencia ontoló- 
«gica. Tal es, en efecto, la propensión, la ley 
«del alma humana, que todo hombre se figiu^ 
«ó concibe al Ser Supremo, según los datos ó 
«modelos que le ofrece la misma naturaleza á 
«su propio entendimiento, fingiéndoselo muv 
«corporal el hombre salvaje, y muy espiritual 
«el civilizado, cada cual á imagen y semejan^ 
€^a de sus concepcionesi^ (1). En otro lugar 
afirma que «conforme son nuestros conoci- 
mientos de la naturaleza, así es nuestra idea de 
Dios, sujeta siempre á la naturaleza» (2). 
Pensaba que Dios no se conoce por intui-- 
ción (3), sino que es una inducción del es- 
píritu del hombre; que la experiencia es «el 
único medio de llegar á Dios>; que su idea 
por tanto no es innata^ sino adventicia; por- 
que <no hay rigurosamente absoluto para la 
comepcióH humanáis (4); por lo contrario, 
declaraba, de conformidad con Hamilton, que, 



(1) Kev. de Cuba.— tx>mo 7.'— j*s. 330 y 3:íT 

Kt) ]d ioujo. ü.*— p 331 

(3) hiüTíO de Ja Haiiáiía, tv <X-t. 1^3^. 

14) Rtv. de Cui»a luiüo 6 '—p 'áii. 



_ 124 — 

al igual de lo infinito, lo absoluto es inconcehi- 
hlCy ó «cuando más, es el término de las reía- 
Clones (1). ^ 

Sustancia, accidente, tiempo, espacio, ma- 
teria, son, en concepto de I.uz, ideas «forzosa- 
mente ligadas ala relación». Las ideas que 
parecen menos relativas, son en realidad las 
menos absolutas, á su juicio; porque «seme- 
jantes ideas son creaciones de nuestro enten- 
dimiento inspiradas por las impresiones y apli- 
cadas á todos los casos de semejanza que le 
ocurren» (2). 

Creía que en el intelecto no hay más que 
^sensaciones ó signos que las representan y 
las suplen» y que la ciencia humana no puede 
ofrecer más (3); cuyas proposiciones son el sub- 
stratum del libro deTaine sohvela Inteligencia^ 
y de la escuela idealista inglesa. Por lo mismo 
aseguraba con profundidad y acierto, que 
«siempre venimos á parar á este resultado» 
y que ante él se invalida «todo otro sistema 
qne no ses. é[ sensualismo» j respecto del cual 
concluía, lógicamente, que «no es ya un siste- 
ma, sino la historia fiel y ordenada de los he^ 
chos» (1). 



(1) Diario de la Habana, 20 Oct. 183U. 

(2J ídem Ídem idem. 

('.S) Ídem ídem idem. 

(4) Ídem idem ideju. 



— 125 — 

De allí que sostuviera «que basta la idea de 
Dios es para nosotros relativa^^ pues que <aun 
<íuando Dios sea un ente absoluto, esto es, in- 
dependiente de los demás seres, su idea no es 
para nuestro entendimiento inds que una pura 
relación; por ser esta «la condición sine qua 
non de todo cuanto entra en el espíritu del 
hombre» (I). 

La inteligencia por idéntica razón, tampoco 
concibe la nada ni la ilimitación: «la nada sólo 
significa algo como un signo negativo» de 
cuanto se quiere excluir. El espacio es análo- 
go al tiempo y al número. Este es la repetición 
de la unidad, y aquél «es propiamente el nú- 
mero de la extensión, ó el resultado de la mul- 
tiplicación de la extensión por sí misma; por lo 
que hay espacio limitado é ilimitado: limitado^ 
que veo y toco\ ilimitado^ que concibo^ por el 
que he visto y tocado». El tiempo es €un orden 
de sucesiones») como el espacio es <un orden 
de coexistencia» (2). Como «en la naturaleza 
«de las cosas no está meramente la ocasión^ 
«sino hasta el molde ó tipo de nuestras concep- 

«ciones si el hombre no hubiera visto por 

«lo menos dos cuerpos separados, no habría 
«llegado á la consideración de espacio^ esto es, 
^extensión sin materia resistente', ánohabér- 



(1) Loe. cit. 
12) Id. 



— 126 — 

«sele presentado cuerpos mayores y menores 
«que el suyo, no tendría en el catálogo de su 
«lengua, las voces r/rande y pequeño: á no si- 
«tuarse él entre varios objetos, no existirían pa- 
<va su concepción ni el medio, ni los lados, ni 
«los exiremos: así también la idea de tiempo 
«sugerida por los objetos, en que se incluyen 
«nuestros pensamientos, lleva el sello de la del 
<kmovimiento\ pues no es un concepto formado 
«por el espíritu a priori, ó aparecido en él do 
«repente, sino resultado de los movimientos 
«que dentro y fuera han pasado para nos-- 
«otrosí (1). Explicó con claridad suma el valor 
relativo de los conceptos de necesidad y do 
continyencia (2). De igual modo, sostuvo, re- 
batiendo la concepción leibnitziana de las mó- 
nadas, que no hay nada que en sí mismo sea 
simple, ni nada que sea compuesto, esto es, 
sustancias simples ó compuestas; porque «la 
«idea de sustancia metafísicamente no es más 
«que una, aplicalile á cuantos casos se pre- 
«senten, como que consiste en una abstrae- 
«ción formada por nuestro entendimientos: 
«sustancia es una relación con accidentes; en 
«cualquier objeto donde notamos que desapa- 
«recen unos fenómenos permaneciendo otros. 



(1) Re V. Cuba.— tomo 7/— p. 467. 

(2) Id. p. 464. 



— 127 — 
«encontramos la sussiaüda: por oso damo.s 
«este nombre á todos los cuerpos, consulorAn- 
<doloscorao unas unidades ó conjuntos, quo ao 
€se distinguen unos de otros: do la misma ma- 
«ñera no hay mas que un titn)ipo^ cuya ahstrao- 
«ción, como la formamos en todos los lonc^nu^ 
«nos, no hacemos mas quo repetirla ou los 
«diversos casos, sin variar on lo mAs levo hi 
«naturaleza del concepto: así, es la misma idoa 
«de tiempo la que formo viendo andar el reloj, 
«ó sintiendo por mi memoria el espacáo entro 
«mis pensamientos, ó cualcjuiera otro suí^eso 
«de la especie que fuere, ni m/is ni menos, 
«como es el mismo número cuando calculo so- 
«bre 100 hombres, ó sobre líM) libros; pues no 
«recae el cálculo sino sobre los cimlos 6 enti- 
«dad de razón que constituye el número ó 
<ciíanto de las cosas» (1 ). í^ara qUíC las pala- 
bras correlativas-sim/de y compuesto^ ten;;*an 
sentido, ó «signifiquen una realidad, es forzoso 
«se tomen en concreto. Así, cuando en quími- 
«ca, V. g., decimos que liay sustancias sim))les 
«y compuestas, todo el mundo sabe lo (^ue ha 
«de entender; llamando los químicos al oro 
«simple, respecto al airr^ por (yiíiuplo, d causa 
«de no haberse jiodido aún rtisolvci' aijuella 
«sustancia en oti*os eleuKíuti.s, \ óslü sí; no 



(1) Rev. dtí Cuba, l.Juo / , püg ion. 



— 128 — 

<ol)stanto ser la primera mu(*.ho más couipurs- 
«ia que la segunda bajo el resi)ecto {\Q\^masa. 
«Del mismo modo, en aritmética denominare- 
«mos al ocho número compuesto relatiyamentc 
«á la imidad, que en tal caso será simple^ y 
«comi)arada después con sus^^ar^^.v, resultará 
«compuesta: luego todo es simple y todo es 
«compuesto, ó lo que es lo mismo, nada hay 
«simple, ni compuesto, por sí ó absolutamente; 
«sino que la simplicidad y la composición cons- 
«tituyen la misma idea correlativa que aplica- 
«mos á diferentes objetos, según la urgencia 
«de nuestras pensamientos. Así trasportamos 
«la relación que i)or primera vez sugirió cierto 
«objeto al entendimiento (porque éste siempre 
«trabaja sobre los materiales que le ofrecen las 
«impresiones internas ó externas) á objetos de 
«la mus diversa naturaleza, porque los halla- 
«mos colocados bajo la misma ó análoga rela- 
«ción, y aun nos valemos hasta del mismo 
«signo» (1). 

Insiste en el examen de las abstracciones 
porque «gran número de los errores de los 
hombres, y señaladamente de los melafísicos, 
consiste en la aplicación de ideas de un orden á 
objetos de otro» (2), y porque aqueja á los idea- 
listas una como «manía do personificar los 

(1) Loe. cit. 

{'i) Rev. de Cuba, tomo 7% pág. Ai. 



— 129 — 

fenómenos convirtiendo las abstracciones en 
realidades^ ó sea danüo una realidad entifiva 
alo que sólo tiene una realidad feno)nenah\ 
así — añade — existo yo; pero no como cansa^ 
sino como efecto^ y «tan cierto es que oí yó no 
pasa de la esfera do mero fenómeno, cuanto 
que aparece y desaparece en infinitos casos» (1) 
— comeen la embriaguez, en el sueño, en ni so- 
nambulismo y por consecuencia do algunas 
enfermedades; por otra parte ocurren multitud 
de «fenómenos internos, no cor[)oraleH, sino 
muy dol orden mental, como son muchos díj la 
memoria, sin que la conciencia pueda cert/iíicar 
acerca de ellos, y que sin embarí.;o se nos dan 
á conocer i>or sus efectos, ó como quien dice, 
sin saber de qué manera» (^); «otr;js veces (>or 
fuerza del hábito^ que tiene la virtud de encu- 
brir las ofieraciones, se escapan íj la cjmcuituÚH 
innumerables anfecedenfes^ que e^/iri ínílU' 
yendo cada uno por su parU.* c-n I;j elahorací^;íi 
del pensamiento (3); en decír^ í/nqj^^de feriA- 
menos denominado?{ hoy í/enéríc^iríienlUj //r/^- 
conciencia é im:ow:íeíi/:iji; (K^r ^ihfuih infiere 
Luz «que la conciencia [0hrá f'/pííHÍíUúr \h <;í^rfi' 
cia aun de los mmuff^ íhu^puihíu/^ itú/^iu/^ O %hH 






— 130 — 

la psicología propiamente dicha» , tiene que acu- 
dir por fuerza á la expeHencia externa (1). 

Concluía de sus razonamientos á «la imposi- 
bilidad de construir una ciencia ontológica 
aparte y propiamente tal, pues no hay ciencia 
ninguna en lo humano, sin exceptuar á las 
matemáticas^ que no descanse primitivamente 
en los fenómenos, y por consecuencia en la 
sensación, sin que sea dado al hombre penetrar 
jamás las esencias ó causas primer as-i^ (2). 
El humano espíritu no puede penetrar los ar- 
canos^ que su existencia misma y «la naturale- 
za divina» son para él inaccesibles^ reducién- 
dose la ciencia toda, ^cuando llega á tanto^ 
al conocimiento de las causas segundas^ ó para 
hablar con más exactitud, al reconocimiento 
de que hay tales ó cuales causas segundas, sin 
penetrar todavía su naturaleza, ó siendo pro- 
piamente para nosotros su naturaleza lo que 
de ellas conocemos». «¿Pero quién osará avan- 
zar que tal es toda la naturaleza^ y la intima 
naturaleza de las cosas?» (3). Aun suponiendo 
que con el andar del tiempo pudiera el hombre 
€calar el misterio que envuelve al mundo y á 
su hacedor^» — ¿podríamos llegar á ese resulta- 
do — pregunta Luz— por los medios que propo- 

(1) «Revista. de Cuba», tomo 7', pág. 344. 

(2) «Revista de Cuba», tomo 7% p. 336. ^ 

(3) «Revista de Cuba», toniQ 7% p3ig. 342. 



— 131 — 

nen los metafísicos, por virtud de observacio- 
nes psicológicas? Mas bien— dice- llegaríamos 
á alzar un canto de ese denso é inmenso velo, 
por el camino de la geología, de la fisiología, 
y de todas las ciencias de observación estre- 
chamente coligadas al intento»; «pero — 

añade interrumpiéndose — ¿quién no vé que es- 
tamos suponiendo lo que jamás existirá?» . . . ( 1 ). 

Estaba convencido, sin embargo, de que á 
Dios sólo se le podía encontrar en el mundo. 
El empeño, — en su sentir, — erróneo deCousin 
y del piicologismo idealista cifrábase en deri- 
var de la razón la idea de Dios; «porque no^ 
estando en la concienciáis, y ofreciendo ésta, 
según el escritor francés, el reflejo exacto de 
los fenómenos, clara está la necesidad de ape- 
lar á otra fuente para encontrarla, y esa fuen- 
te no puede ser más que la razón en tal caso; .... 
pero no advierten los que así piensan, decía 
Luz, que de esta manera ^destruyen la idea de 
Dios, que no puede aparecer en el alma hu- 
mana sino en el intermedio del mundo exte- 
rior: de forma que ese Dios derivado pura- 
mente de la razón es un ser absolutamente 
hipotético:!^ (2). 

Si como aseveraba también Luz (3) «el cono- 

(1) Loe cit. 

(2) «Revista de Cuba», tomo T, pág. 336. 

(3) «Revista de Cuba», tomo 7% pág. 37. 



ji. 



— 132 — 

cimiento verdaderamente ha de ser un reflejo^ 
una representación déla realidad^y en el co- — 
nocimiento, es decir, en la razón ó intelecto, eii- 
la conciencia, deberíamos sentir reflejado (> 
representado á Dios, como está en la realidad, 
ó— según él dice— el mundo exterior ^ y esto 
precisamente no sucede así. «El que niegue 
la aparición de la idea do Dios en el examen 
del universo», sostiene él que «niega la existen- 
cia del Ente Supremos, pues que «en los fenó- 
menos están las únicas pruebas racionales que 
de tan importante verdad pueden suministrar- 
^ se» (1). Un filósofo ha dicho que éste de la 
existencia de Dios «es el problema supremo de 
la filosofía». Con efecto, en vano se han adu- 
cido numerosos argwnentos ^ara. demostrar 
lo que parece indemostrable. Cousin preten- 
día que «Dios no es absolutamente incompren- 
sible», y aun — del mismo modo que Luz— 
imaginábaselo reflejado en el universo «como 
la causa en el efecto». Luz por su lado con- 
densó su creencia en dos proposiciones: que 
«las ciencias son rios que nos llevan al mar in- 
sondable de la Divinidad», y que «al siglo pre- 
sente no se le puede llevar al santuario de la 
religión sino por el vestíbulo de la ciencia» (2). 



(1) «Revista de Cuba», toino 7% pág. 336. 

(2) Jd. id. jd. 7% W. 345. 



— 133 — 

^^Msin por el suyo repetía también con el Psal 
^^sta, que los cielos narran la gloria, de Dios, 
y^ 5iflrmaba que <í^en la naturaleza y en el alma 
^^"a donde debe buscársele y donde se le puede 
^ticontrar» (1). Y sin embargo, Luz quiere 
^Undar la teodicea en la física, mientras el 
-Otro, que piensa á la postre lo mismo que él, se 
imagina que es la psicología su base más fir- 
me (2). Porque ambos seguían el impulso de 
creencias confundidas con su propio ser, obe- 
decían á sus antecedentes y á su idiosincracia, 
y creyendo pensar sentían, supliendo el va- 
cío de la observación con los errores ó las ilu- 
siones del espíritu, por donde vinieron á ar- 
monizarse al cabo por el sentimiento y la 
imaginación, los que eran adversarios en el 
punto de partida. Adoptaba Luz la refutación 
kantiana de la llamada prueba ontológica, ó d 
priori, de la existencia de Dios, y siguiendo 
también al filósofo de Koenisberg creía en el 
valor y en la eficacia de la prueba por las cau- 
sas finales^ á que se ha \\2im^([o prueba físico- 
teológica (3). Comprendía que á la observación 
cousiniana ó espiritualista de que Dios se reve- 
la en la conciencia, podía replicar el descreído 
que «en la suya no se ha revelado; pero juz- 



(1) Gousin.— Op, cit. 

(2) «Revista de Cuba»» lomo 7% pégs. 440 y 460. 

(3) Id. id. id. 7% pftg. 456. 



— 134 — 

gal)a irrecusable é irrefragable la invocación 
«del orden, concierto y armonía del universo 
y de todos los seres que lo pueblan», y que ellos 
muestran €el plan y providencia de esta má- 
quina admirables (1). Juzgaba armonizable 
la ciencia con la religión. Imaginábase que 
por la ciencia se va á la religión. Tenía por 
tan cierto que «la teología natural no forma 
«un ramo aparte de los conocimientos huma- 
«nos, cuanto todo el que se proponga dar una 
«demostración filosófica de la existencia y atri- 
«butos divinos tiene que entrar forzosamente 
«en el «ampo de las ciencias naturales>. ¿Qué 
«otra cosa es — continúa — la renombrada Tea- 
elogia Natural del Dr. Paley, sino una serie no 
«interrumpida de demostracciones tomadas de 
«la física, química, fisiología é historia natural? 
«¿Qué otra cosa son todos esos famosos tratados 
«conocidos en Inglaterra bajo el nombre de 
^Bridgewater^ destinados á excitar los senti- 
«mientos religiosos en los pechos del pueblo 
«enteró?» Declara que «tan luego como se sale 
«de este terreno^ no se hace más que forjar 
^novelas físicas 6 metafísicassohre la natura- 
«leza de Dios, cuya esencia no es dado al hom- 
<íibre comprendería (2). Empero, dar una de- 



(1) «Revista de Cuba», tomo 7% p&g. 468. 

(2) Id. id. id. 7%pág. 344. 



— 135 - 

^^Ostración filosófica de la existencia de Dios y 
^ Sus atributos^ siquiera sea por medio de las 
^^^ncias naturales ¿no es forjar una novela 
''^^ica ó naturalista? Si — como él sostuvo — 
^^lo por la experiencia se conocen las existen- 
cias ¿no es evidente que en el universo jamás 
^e han mostrado otras existencias al humano 
espíritu, que las del orden vegetal y el animal? 
V en definitiva, cuando inferimos del orden, 
Concierto y armonía universales la existencia 
de un Ser Supremo ¿no reducimos la demos- 
tración física á una mera demostración ontoló- 
gica? ¿no queda siempre referido el problema , 
á lo que Luz de acuerdo con Kant aceptaba co- 
mo posibilidad lógica de donde no se debe 
Q»oxiQ¡[\x\v k\dL posibilidad real? (1). Él creía, 
por otra parte, que todos los hombres <por 
grandes que sean> , son deudores á su siglo y 
á sus circunstancias; pero que están distinta- 
mente dotados, reconociendo en ellos hasta lo 
que llama especialidades^ por lo que negaba — 
contra Helvecio— «la omnipotencia de la edu-- 
cación>^ la cual «pende de un principio, la 
organización ó constitución individual, que á 
veces no puede aquella vencer, yá veces des- 
graciadamente ni aun modificar» (2). Lógi- 



(1) «Revista de Cuba», tomo 7'. p&gs. 348 y 349. 

(2) Id. id id. 7", p&g. 40. 



— 136 — 

camente, pues, reconoció que no todos los 
hombres llegan aislada ó individualmente has- 
ta el concepto de Dios; aunque estaba seguro 
de que «como ocurra á uno siquiera más capaz 
que los otros, ya se difunde y vincula aquélla 
en la comunidad» (1), de donde pudiera cole- 
girse que la religiosidad es en su sentir un pro- 
ducto social y que la idea do un Ser Supremo, 
un como resultado de la elaboración mental, 
el fruto del desenvolvimiento del espíritu, ó 
como decía Hcgel — «el movimiento por el cual 
el espíritu se eleva del mundo á Dios». 

La religiosidad era el sentimiento más pro- 
fundo de su alma, y un sentimiento exuberan- 
te. El objeto más sencillo ponía en conmoción 
aquel organismo tan sensible, tan presto á res- 
ponder á su propia sugestión, creyendo res- 
ponder á la sugestión del mundo.. «El estudio 
«contemplativo de la naturaleza— en su con- 
«cepto — es un germen continuo de la más su- 
«blime y edificante religión: un planeta, un 
«meteoro, un objeto terrestre^ una flor, son á 
«la vez templo é imagen que provocan al culto 
«más puro y acendrado;..... admirando y 
^adorando al Eterno que. . . . derramó tanta 
«belleza y donosura, por grados sublimándose 
^la contemplación^ he venido por grados á 



(1) «Revista de Cuba», lomo T, pftg. 41. 



— 137 — 

^inundarme en los más religiosos sentimien^ 
<f>tos que pueden agitar á un pecho humano: 
«la veneración, la gratitud, el amor,— el amor 
«infinito: aquí está toda la religión. Kn efecto 
<he dicho para mí: el que creó tantas maravi- 
«llas, ha querido no sólo que yo disfrute do 
«ellas y las admire, sino que me eleve hasta él, 
«puesto que me hace sentir tan vivamente su 
«poder, su sabiduría, su misericordia, y rae 
€aniegaen un torrente de afectos^ quo no pu- 
«diendo contenerse dentro del pocho, fian de 
«ir forzosamente á derramarse sobre aquellos 
«de mis hermanos rjue no hayan experiraenr 
€tado en tal grado esta necesidad de adorar. 
«Así una flor es rai altar, y ese altar rae ins" 
tapiro, himnos que n/) está en el poder de rai 
^voluntad, no entonar. Aquí es (loti<Ui mkn 
^entreveo la profundidad de ente plan de la 
€Causa de las c^mi^s^. ¿Pop que, f^ara qué m-e 
«has inspirado tales y la n ardíenteís ^niímleñ^ 
«tos? ¿Xo le lias propuesU) nn ña Ínsor(/la/y(^^ 
«cuando á cada ¡f^w, en cada ohj-eto^ m<i le-- 
«vantas á mí, humild^:; u;ní^no^ te.sfei la ^^Jtura 
«de lu fr<^ri<j.^p (i). 

Afrmaitói qu^:í <bo X^.n^mm una ídeü^ ujia 
í;??4^€7^ real y ^rfectjvs d^¿ la Wvjnidad, cgmo 



íi) 4^*'viBtH di* Guliti/, loiiJt/'? . j^^í^ -ií y 4' 



— 138 — 

la tenemos de nnei planta ó de un homhreí^ (1); 
«que sentimos á Dios en todas partes; le ve- 
mos, le tocamos, le admiramos en los fenóme- 
nos del mundo exterior; le sentimos, le expe-- 
rimentamoSy le adoramos en el fondo de 
nuestros pechos; pero nuestro entendimiento 
no puede alcanzar apercibirle y penetrar su 
naturaleza-^] que era perder «un tiempo pre- 
cioso en hablar de lo que no entendernos^^ (2); 
combatía á los que ^construían á Dios á ima- 
gen y semejanza suya» (3); y sin embargo, se 
ha visto la frecuencia y la plenitud con que es- 
taba en él el sentimiento de Dios; cómo la reli- 
giosidad era una de las manifestaciones carac- 
terísticas y principales de su personalidad, una 
forma de su espíritu, modelado desde la más 
tierna infancia por la piedad y ascetismo do- 
mésticos en concordancia con el seminario sa- 
cerdotal; y cómo, en fin, una especie de antro- 
pomorfismo ideal interrumpe la serena claridad 
de su pensamiento, poniéndole delante á su 
Dios, que le aparece humano y magnífico, co- 
mo en una página de la Biblia. Había vivido 
muchos años viendo á su madre siempre dul- 
cemente sometida á sus devotas prácticas y 
en una perpetua contemplación de Dios. La 



(1) «Revista de Cuba», tomo 7% p&g. 335. 

(2) Id. id. id. 7% p&g. 345. 

(3) Id. id* id. 7M)ag8. 341 y 347. 



— 139 — 

^^^Qsia lo infiltraba conjuntamente en su es- 
^^^itu, y lo prodigaba sin cesar ante sus ojos. 
T^^sde el alba hasta la noche estaba allí, afee- 
^^tido sus sentidos, envuelto en luces eternas y 
^^ eterno incienso, perfumado y halagado, en 
^1 vaho de la mirra, de las preces continuas, 
^ las notas resonantes y gemidoras del ()r- 
^ano; pintado en el cielo raso, esculpido en el 
^ícho, adorado en el altar, majestuoso siem- 
pre, en mármol, en madera, en bronce, y re- 
lumbrante por el oro y la plata de sus vestidos 
de finísima lama. Dios fué así para él una vi- 
sión permanente. Su ánima flotaba incesan- 
temente en una como atmósfera de misticismo. 
Pronto veremos cómo aquella fuerza se desen- 
vuelve, se exterioriza más. Guando sea sola- 
mente un enfermo, ya apenas si se muestra 
en él el filósofo. Será entonces lo que fué al 
principio, lo que era virtualmente aún durante 
su profesorado, un ser religioso, un cristiano, 
un hombre modelado segím el Evangeho. 

Uno de los mejores trozos de la Impugnación 
es toda la nota 33; pero especialmente los pá- 
rrafos 5^ y 6^ en que amplía sus ideas sobre 
el carácter y el procedimiento de las matemá- 
ticas, y sobre la abstracción y el lenguaje (1), 
donde sostiene que el juicio es una operación 

(1) *<Rev¡8^a de Guba^», pdgs. 346 y 353. 



— 140 — 

mental que «descansa regularmente en una 
síntesis^ en que se ve el espíritu obligado á 
comparar una sensación con otra sensación, ó 
en su lugar una sensación con un recuerdo, 
por el ministerio de la memoria, suplente de 
las impresiones» (1), pensamiento que bajo 
otra forma desde 1835 aparece en la proposi- 
ción siguiente de uno de sus elencos: — «el jui- 
cio es anterior en todo rigor á la idea y como 
la base de todas las operaciodes mentales», y 
que Varona con grande enaltecimiento equipa- 
ra á otro de G. Wundt, que considera como la 
base de lo que en Alemania y ya en todas par- 
tes designan por psicología^ fisiológica (2). 

Combatió la metafísica, aun mejor, la onto- 
logía, lo mismo en Platón, que en Leibnitz, lo 
mismo en Gousín y Maine de Biran que en 
Kant; aun cuando reconocía á la vez que nada 
es más lícito ni está más en el orden que «bus- 
car la causa y el origen de los fenómenos»; si 
bien entonces «toda ciencia rigurosamente tal 
tiene su parte de ontología, porque siendo el 
saber— como decía el Estagirita, conocer por 
las causas, — toda ciencia apenas toma cuenta 
de ciertos efectos, cuando ya está empeñada en 
la indagación de las causas»; pero advierte 



(1) «Revista de Cuba», pág. 352. 

(2) Varona— op. cit, pág. %i. 



— 141^ 

que «no está ahí la fuente del mal, pues que 
existe una diferencia característica entre los 
iiíietafísicos ontólogos y los verdaderos inves- 
tigadores:— los primeros dando por sentada la 
posibilidad del conocimiento íntimo délas cau- 
sas, ó sea de las llamadas ^5^^6?m5 de las cosas, 
se entran por el campo de la hipótesis, supo- 
"niendo en vez de demostrar; . . . mientras que 
los segundos aun en sus conjeturas, persuadi- 
dos de que la ciencia humana á lo sumo llega á 
comprobar la ecoistencia^ no la naturaleza de 
una causa, jamás abandonan el firme terreno 
de la observación» (1). 

Después, y en otro de sus mejores párrafos 
(2), hace observaciones para mostrar las ven- 
tajas de la experimentación y de la observación 
paciento, las cuales vienen á ser verdaderas 
prescripciones de higiene intelectual; pues 
quería impedir que se adivinara gratuitamente 
y que se corriera al acaso, ó bajo la inspiración 
de ciego dogmatismo; por cuya razón reco- 
mendaba que ^Q conjeturase, cuando no fuera 
posible demostrar; pero á condición de seña- 
lar «en uno y otro caso los datos que han ser- 
vido de escalones para remontarse el entendi- 
miento», «quedando así satisfecho éste por 



(1) «Revista de Cuba», tomo 7', pág. 346. 

(2) Id. id. id. 1\ pág. 347, 



— 142 — 

desaparecer de esta manera hasta la somhr 
del milagro ó del misterio^ ó convenciéndono 
íntimamente de que para nuestra débil inteli — 
gencia todo es milagro y misterio en la crea — 
ción del Universo» (1). 

Me he empeñado, como ha podido notarse^ 
por ofrecer más ó menos ordenadamente las 
ideas capitales del razonamiento filosófico d(3 
Luz Caballero y los aspectos mentales que era 
ellas pudieran traducirse, procurando, por* 
regla general, que fuese él mismo quien habla- 
ra. Leyendo sus escritos adquiérese la per— 
suación de que desde muy temprano se habituó 
al trato y comercio con los grandes filósofos, y 
muy principalmente con los que determinaron 
y constituyeron el gran movimiento científico 
. moderno, iniciado en Bácon, impulsado por 
Descartes, por Nówton, por Galileo, y que en 
su época había alcanzado notable desarrollo; por 
loque se explican, si bien fué de todos modos 
caso extraordinario, las grandes iluminaciones 
que aparecen en su discurso, tales como el 
método inductivo, los fundamentos déla psico- 
logía-fisiológica, la aplicación déla patología 
á los estudios psíquicos y su oposición conven- 
cida y enérgica á las pretensiones de la ontolo- 
gía, como obstabulos al progreso de la verda- 



(1) Loe. cit. 



— 143 — 

dera ciencia. Partiendo de la misma base que 
Locke evitó, sin embargo, el mayor peligro de 
su escuela, condenada por su error de confi- 
narse dentro de los límites de la psicología á la 
esterilidad y á la impotencia; y será siempre 
en el sabio cubano mérito insigne, el haber 
abandonado tan estrecha vía para entrar re- 
sueltamente por el ampHo sendero que señala- 
ron Bacon y Descartes, predicando las ventajas 
de la recta aplicación de la inteligencia al em- 
pleo del método experimental, en todos los 
órdenes de la investigación, cuando apenas si 
por aquella época llegaba á su país la noticia 
siquiera de que asi se enseñase en parte algu- 
na de Europa; sino que mas bien todavía reso- 
naba la palabra de Aristóteles y de Santo 
Tomás, ó algún acento casi imperceptible de 
Verulamio, entre el lejano rumor de los ale- 
manes y el canto de sirena del ecléctico Gousin. 
La tradición refiere que, posteriormente ala 
polémica, mostró vivísimas aficiones por la 
filosofía alemana, y uno de sus discípulos- 
Antonio Ángulo y Heredia— declaró en público, 
que «profesaba especial predilección por ese 
sistema déla divina consoladora armonía crea- 
da por el inmortal espíritu de Krause> (1). 
En parte alguna he podido ver confirmado ese 



(1) En el Ateneo de Madrid 



— 144 - 

aserto, pues si no es dudoso que siguiera á 
Kant en algunos puntos de vista, le combatió 
en otros; y si pudo simpatizar con Shelling (1), 
á quien mucho leía, terminantemente declaró 
que no iba con él (2); siendo imposible el acep- 
tar que una inteligencia tan clara como la de 
Luz, pudiese sentir algo más que repugnancia 
por una doctrina verbosa y esencialmente lógi- 
ca y discursiva como la de Krause, empañada 
y obscurecida además en él y singularmente 
en sus discípulos españoles, por un vocabulario 
bárbaro é ininteligible. 

Kn una nota de Luz, de 1804, se lee esta fra- 
se, que confirma mi presunción, refiriéndose 
nada menos que al más claro, importante é 
inñuyente de los sectarios de Krause. «Qué 
enredado y enredante está Ahrens en toda la 
lección 7^ sobre fisionomía y frenología. Asi 
no es extraño que la juventud y aun los hom- 
bres faltos de criterio y de hondos conocimien- 
tos, no sepan d qué carta quedársela (3). 

Lo que sí es muy cierto es que José do la Luz 
y Caballero era apasionado por las cosas y la 
lengua de Alemania; pero, almenes, por la 



(1) Rodríguez.— Op. clt , pág 234. 

(2) Ocioso es recordar que no pertenezco el la escuela de 
Shelling: «Diario de la Habana», Octubre 29 de 1839. 

(3) Esa lección 7' es del «Curso de Psicología» y trata «De Jas 
facultades del espíritu y de su acción». 



— 145 — 

época de la polémica con los Valle, fué de 
opinión que no debían introducirse en Cuha 
los sistemas alemanes (i): dando sin embargo 
de barato que tuviera alguna predilección por 
cualquiera de ellos, entonces tan en boga, 
coincide precisamente ese aspecto de su inteli- 
gencia, que sería en orden descendente respec- 
to á su anterior y vigorosa expresión, con el 
quebranto de su salud, con el empobrecimiento 
de su naturaleza física; pues sólo así podría 
explicarse que el enérgico impugnador de la 
ontología, cuando gozaba de robustez corporal, 
llegase á sentirse atraído por la metafísica 
alemana, es decir, por las construcciones, si 
realmente soberbias y atrevidas, más falsas y 
delirantes que puede levantar el pensamiento 
humano cuando se desentiende de la observa- 
ción y de la experiencia. Suponiendo cierta 
aquella etapa, ya veremos entonces, dando un 
paso más, cómo su espíritu habrá recorrido la 
curva ideal de su evolución. 

En opinión del erudito Bachiller y Morales, 
«Luz íuó un filósofo eclectico> (2). El distin- 
guido profesor Dr. José Manuel Mestre «para 
caracterizar su doctrina, si no temiera incurrir 
en el defecto de exclusivismo que tan á menudo 



(1) Rodríguez.— Op. cit., pftg 104. 

(2) Rodríguez— op. cit., pftg, 228. 



lu 



— 146 - 

traen las clasificaciones, diría que su fondo y 
su esencia pueden expresarse con esta palabra: 
armonías (1). Rodríguez afirma que «la 
filosofía del Sr. Luz era eminentemente cris- 
tiana y práctica» (2). Pero de todo su libro 
se deduce que José de la Luz Caballero era 
católico (3). Luz era eléctico, sí, pero como 
él decía, á la manera de Bacon, y «en el sentido 
de escogedory> (4). Si así no fuera y, si como 
Leroux creía, todo pensador ha tenido un siste- 
ma y sólo Potamon de Alejandría y Justo Lipsio 
han sido eclécticos sistemáticos (5) — ¿cuál es, 
entonces, según sus amigos y sus discípulos la 
filosofía de Luz? Decir que era «la armonía>, 
no fija, ni explica mucho: casi todos l.os sistemas 
buscan la armonía y todas las síntesis la impli- 
can. Afirmar que qvr ecléctico no es tampoco 
aclarar el punto: todo sistema tiene mucho ó 
poco de los sistemas anteriores, por ley de 
herencia y de continuidad. Pero es arbitrario 
declarar «católico» á Luzé inexacto que se 
confesase al morir (6). Que fuera cristiano 
no puede ponerse en duda. La sociedad mo- 
derna es esencialmente cristiana; aunque sería 



(1) Rodríguez.— Op. clt., pág 221. 

(2) Id., pSig. 230. 

(3) Id., págs. 245 y 246. 

(4) «Diario de la Habana», Oct. 1839. 

(5) Refutation, pftgs. í'i y 50. 

(6) Rodríguez —Op. cit., pftg. 946. 



— 147 — 

inuy difícil fijar en qué consiste el cristianismo 
c3e cada cual. 

Luz era, en resumen, durante la plenitud de 
su edad madura, un gran pensador y, al mis- 
mo tiempo, un sor profunda y esencialmente 
sifectivo. Más tarde no fué más que un enfer- 
mo. Hombre impresionable, recorrió su cami- 
no no siempre en línea recta, sino curva: cató- 
lico en su juventud, ascendió á la más científica 
reflexión filosófica, fue un filósofo correcto de 
la observación y de la experiencia, y en ese 
momento de su trayectoria mental aparece 
sensualista crítico. En cuanto cambió de me- 
dio, abandonó sus guías eclesiásticos. Cuando 
tuvo salud, en lo más maduro de su existen- 
cia, fué adherente convencido de la gran escue- 
la que reconoce por fundador á Locke. Más tar- 
de, decaen sus fuerzas físicas, y entonces cabe 
que admirara y aún que siguiera — lo que no me 
consta— la metafísica alemana. Enfermará más 
aún, se abatirá más, irá consumiéndose y, en tal 
doloroso momento físico, asomará un estado 
moral correspondiente y aparecerá el místico. 

VIII. — MR. DAVID TURNBULL. 

Un grave conflicto ocurrido en i 842 entre la 
Sociedad Económica y el Capitán General, 
agravando los males que ya le aquejaban desde 



— 148 — 

1836, decidieron á Luz Caballero á buscar en 
Europa la salud. Mr. David Turnbull, miembro 
de la Sociedad, y enemigo intransigente de la 
trata de esclavos, había sido borrado de la lista 
de los socios, por sorpresa y en ausencia de 
Luz, que era Presidente de aquel Cuerpo y se 
encontraba enfermo á la sazón. 

Mr. Turnbull ejercía en la Habana los cargos 
de Cónsul de S. M. B. y Superintendente de afri 
canos libertos, este último creado á virtud de 
los tratados que celebraron los gobiernos de Es- 
paña é Inglaterra, en los años de 1817 y 1835 
con la mira de abolir efectiva y realmente el 
tráfico de esclavos africanos. El agente inglés 
cumplía su encargo con tesón, estaba siempre 
alerta y asediaba con sus reclamaciones al Ca- 
pitán General, que lo era entonces D. Jeróni- 
mo Valdés. Las intrigas de los armadores de 
expediciones piráticas y gran número de ha- 
cendados que protegían la trata de negros, to- 
dos los cuales veían con despecho y saña la 
vigilancia y firmeza de Turnbull, y las maqui- 
naciones de los americanos, cuyo gobierno 
mantenía al representante del de Madrid en 
Washington, en constante alarma respecto ala 
política de la Gran Bretaña, que suponían inte- 
resada en arruinar la agricultura de Cuba, aun 
cuando tuviera que valerse del horrible re- 



— 149 — 

curso de agitar la" población esclava de los 
campos hasta lanzarla á una conflagración uni- 
versal, llegaron á crear espesa atmósfera de 
inquietud que la imaginación extraviada de 
unos y la habilidosa codicia de otros forjaban 
preñada de calamidades tan espantosas como 
las que ocurrieron anteriormente en el Guari- 
co y anunciaron al mundo la catástrofe de San- 
to Domingo. 

El Cónsul inglés era un estorbo demasiado 
grande para tantos hombres interesados en que 
continuase el tráfico de esclavos y fuesen letra 
muerta los tratados con Inglaterra; por eso se 
comprende que terminara el general Valdés el 
despacho en que participaba al gobierno de la 
Metrópoli la insubordinación, por otra parte re- 
primida con facihdad, de unos cuantos negros 
trabajadores, empleados en construir en la 
capital el palacio de Aldama, y por más que 
estaba persuadido «de que este hecho era en- 
teramente aislado, expresando «la urgente 
necesidad» de lanzar de la isla al Cónsul britá- 
nico (1). Turnbull era, pues, objeto del odio en 
aquella infeliz sociedad, y pesadilla del general 
Valdés, á extremo de exclamar un dia de 1842 la 
primera autoridad de la isla, en presencia de 



(1) Memoria histórieo-politica de la isla de Cuba, redactada 
de orden del señor Ministro de Ultramar, por José Ahumada y 
Centurión.— Habana, 1874, pAg. 217. 



— 150 — 

algunas personas de su corte: «¡Quien me qui- 
tara de encima á este hombre!» El deseo de 
agradar al sátrapa fué el origen de la preten- 
sión de excluirle inmediatamente que fué rele- 
vado, de la Sociedad Económica, que le contaba 
desde 1838 en el número de sus socios corres- 
ponsales (1). Comunmente componían las 
sesiones habituales de la Sociedad Económica 
muy corto número de asistentes; á veces no 
pasaban de ocho; pero la ordinaria de 28 de 
Mayo de 1842 fué bastante concurrida, pues 
que contó bajo la presidencia del Censor don 
Manuel Martínez Serrano hasta veintidós so- 
cios. Después de enterarse aquella reunión 
de varios asuntos de su incumbencia y de re- 
solver sobre otros, vio á uno de los concurren- 
tes formular inopinadamente la proposición de 
que «se recogiese el título de socio correspon- 
sal que concedió la Sociedad á Mr. David Turn- 
bull por haberse hecho indigno de pertenecer 
á la Corporación por las perversas doctrinas 
que defiende en una obra en que dijo se apoya- 
ba algunas veces en las doctrinas de la Real 
Sociedad», Otro socio sustentó «con un dete- 



(1) En Junta General de 18 Diciembre, 1838, fueron nombrados: 
socios de mérito: D. Felipe Poey, y D. Gonzalo Alfonso; 

)» numerarios: I). Pedro A. Auber, y «D, Santiago Capetillo y 

Nocedal, del Consejo de S. M.»; 
» corresponsales: D. Domingo Staucli y Jordán, de Barcelona, 

y MiMr. Tumbull, ilustrado viajero inglésyt. 



_ 151 _ ' 

nido discurso la moción, fundándose, según 
dijo, en razones políticas, y queS.S. estimaba 
de conveniencia públicas; cuatro señores más 
usaron de la palabra. «Se opusieron á la mo- 
ción», el señor Censor Presidente, los amigos 
Cárdena, Dr. Miranda, Poey (D. Felipe) y el 
Secretario, D. Antonio Bachiller y Morales. 
«Dijese por el Sr. Poey que para la separación 
de un socio debía proponerse por la junta pre- 
paratoria, á que agregaron el señor Censor y 
el Secretario que debían ser citados los señores 
que admitieron á Mr. TurnbuU para que cons- 
tasen en las actas los motivos de la variación». 
A pesar de estas justas indicaciones reglamen- 
tarias hubo quien considerase «urgente y ex- 
traordinario el caso y que no debía aplazarse, 
sino en el acto procederse á la separación» , 
pidiendo que así se declarase. Se puso enton- 
ces á votación la proposición siguiente que otro 

individuo formuló: «Si la Sociedad puede re- 
tirar el título de socio á cualquiera de los in- 
dividuos que lo tuviesen, sin necesidad de ob- 
servar los trámites que previene el Reglamento 
para derogar ó alterar los acuerdos de las 
juntas ordinarias». Al oiría se ausentaron 
cuatro de los concurrentes. Protestó el Se- 
cretario contra la votación, y quisieron los 
señores Cárdena, Poey y Valdés Miranda que 



— 152 — 

constase su oposición. Pero en escrutinio «ex- 
creto fué aprobada por mayoría. Entonces el 
mismo socio que iniciara el debate pidió que 
se votase la siguiente proposición: <Se separa 
al Sr. TurnbuU de la Sociedad y se le recoge el 
título de Corresponsal» . A pesar Je nuevas 

protestas del Censor, de Poey, Cárdena, Valdés 
Miranda y Bachiller, «se verificó no obstante, 
resultando viciado el escrutinio por un voto 
más del número de los asistentes^ y aunque 
era insignificante la minoría á favor del señor 
Turnbull, se procedió á nuevo escrutinio, r^- 
sultando separado dicho señor por Jos mismos 
trece votoSj contra cinco que le fueron favo- 
rables» . 

En la misma acta de la Sociedad Económica 
que he extractado hay una nota en que se dice 
que habiéndose leído ésta en la junta de 22 de 
Junio, el mismo señor que propuso la separación 
del Cónsul, pidió que á las razones que diera 
para fundar aquel deseo se agregase: «y que 
era un contrasentido que se contase en el nu- 
mero de amigos del país uno que era su ene- 
migo» . Se había alegado por única razón para 
expulsar á Turnbull, que éste se había hecho 
indigno .... por las perversas doctrinas que 
defiende en una obra en que, según se le atri- 
buye, dijo que se apoyaba en las que la misma 



— 153 — 

Sociedad sustentaba. El libro de referencia 
es el que publicara dos años antes (1840) en 
Londres, con el título: Travels in the West. — 
Cuba; with notices of Porto-Rico and the 
Slave Tradey y en que no solamente se mues- 
tra tal como era él,— abolicionista convencido 
y ardoroso, — sino que declara estar persuadi- 
do de que los mejores entre los propietarios 
cubanos deseaban con la misma devoción de 
un Clarkson ó un Willberforce «la inmediata, 
total, é inmutable abolición del tráfico de es- 
clavos» (1). De ellos por lo visto sólo hubo 
cinco en la sesión del 28 de Mayo; pero en la 
de 22 de Junio ya se congregaron veintisiete 
que, si no eran abolicionistas ó adversarios de 
la trata, mantuvieron al menos los fueros de la 
justicia. Si el libro tenía ya dos años de pu- 
blicado ¿por qué durante todo ese tiempo no 
ocurrió la idea de castigar al autor por las doc^ 
trinas qué allí defendía y se esperó á que cre- 
yese el Capitán General de urgente necesidad, 
y en consecuencia se efectuase, la salida de 
Cuba de aquél distinguido abolicionista? 

Al punto mismo que se enteró del caso Luz 
Caballero, escribió rápidamente y remitió á la 
Junta preparatoria de la Sociedad Económica, 
una protesta contra lo actuado, vibrante y 



(í) P&g. 176. 



— 154 — 

magnífica de entereza y de indignación. Por 
acuerdo de aquélla fué presentada en la sesión 
de 22 de Junio, y leída por el Secretario. Cómo 
es un documento poco conocido, que se refiere 
á un incidente ruidoso de nuestra historia y 
que tanto honra á su generoso autor, he creído 
deber insertarlo íntegro á continuación:— 
«Alejado de la ciudad en fuerza de mis males, 
«ha venido á sorprenderme en mi retiro la no- 
«ticia do un hecho que ha sacudido mi espíritu 
«en términos de hacerme quebrantar el pro- 
«pósito que había formado de aislarme comple- 
«tamente de todo bullicio, y esquivar toda 
«emoción, porque sólo así conservo alguna 
«esperanza de fortificar los restos de mi que- 
«brantada salud. He sabido que en la última 
«sesión del Cuerpo Económico, uno de sus indi- 
«viduos propuso recoger el título de Socio Co- 
«rresponsal al Sr. TurnbuU, á la sazón Cónsul 
«saliente de S. M. B. en esa ciudad, y que así 
«quedó acordado, contra la oposición de algu- 
«nos otros señores concurrentes que consigna- 
«ron expresamente en el acta su negativa. No 
«sé cuál haya sido mayor, si la sorpresa ó la 
«pena que me ha causado semejante suceso; y 
«aun cuando tuviese que agotar la poca íorta- 
«leza que me queda, creería yo faltar á un 
«deber sagrado, si no procurase atajar el mal, 



— 155 • 

^dirigiéndome á la Sociedad con un sentiinien- 

«to que puedo llamar paternal, pues solo esa 

*Palalwra explica el cariño que toda mi vida he 

^íí^^iiifestado á esa Corporación, porque he 

*^^i^to áempre identificado con su esplendor, 

*^1 esplendor y la prosperidad de mi patria. 

*-^o se piense que voy á hablar en pro ni en 

^^^ontra de las opiniones del Sr. Tumbull: no 

^^tuiero tampoco ocuparme de su persona, ni 

^^*^ordar su calidad de extranjero, que en un 

'^pueblo ilustrado debiera darle derecho á más 

'^generosa cortesanía: yo sólo veo un hombre 

^á quien acaba de hacérsele una injusticia, y á 

^quien defendería aun cuando fiidra mi mayor 

^enemigo; para lo cual me basta considerar 

tel hecho con relación al Re^'lamfinto qtjfj Um 

fá la mano debiera haberse tenido. (U)X\t(íVu\h 

*al artículo 72 del que nos ri^^'f^, Uuwmíumúo. Iíi 

«Junta preparatoria tiene la f^rultíiddíjpropo- 

«poner la exclusión del mdio ({(je \)<)V m^ rufilfiM 

«costumbres deshonre o\ Cu^ü-fx); no h^ xiir/i- 

«dido así en el caso prfiMí^ntí!, cuyo>* (»roirioví- 

«dores pueden aspirar -k l;i \.vuU*. (\\A\\íU'\nu iU\ 

«serlos primeroH, á lo um'.xío'a i\\\r. yo sr.pH, íjiim 

«hayan propuesto <íI hfx'.liorno dr. inio íln m\^ 

«compañeros, á ([mnu ííII/>s propiosi \\í\\í\í\\\ \\n 

«mado á su seno, hollíifido pMi'íi ronsf^fuirln ni 

«Estatuto de la mlMfrJi 0>rporMrioh iiMíi)»rr;UM* 



— 156 — 

«den conservar inmaculada. Y no parece sino 
«que alguna funesta prevención los ofuscaba, 
«pues no contentos con arrogarse las prerroga- 
«tivas de la Junta preparatoria, se decidió el 
«lanzamiento que se proponía, á pesar de la 
«disención de varios socios, siendo así que para 
«poder acordarlo era indispensable lo dispuesto 
«en el artículo 68. Yo no creo que haya quien 
«sostenga ese acuerdo, diciendo que antes de 
«celebrarlo se anuló el artículo que lo impedía, 
«porque ¿quién se atreverá á pretender que en 
«una junta ordinaria compuesta de un corto 
«número de individuos, reside la facultad de 
«invalidar el Reglamento discutido por toda la 
«Corporación, y sancionado por el Supremo 
«Gobierno?— La pretensión sería demasiado 
«peregrina; y así es que ni siquiera he querido 
«llamar la atención hacia la ilegalidad cometi- 
«da, para que tampoco pueda ninguno imagi- 
«narse que me valgo de otras armas que las 
«del convencimiento y la justicia. Lo dicho 
«bastaría para decidir que ha sido de ningún 
«valor el acuerdo de la junta anterior, aun 
«cuando para colmo de su nulidad no hubiese 
«otras razones de tal peso, que sobran ellas 
«solas para avergonzarnos, si por desgracia se 
«llevase á cabo lo que se ha intentado. — En 
«primer lugar ¿cuál sería el fruto de esa medi- 



— 157 — 

^úskl — ^M^igua para la Sociedad, que ha espe- 

<rado á tomaría á que el individuo en quien 

«recae, dejase de ocupar un destino influyente, . 

«lo que arguye <5obardía indisculpable; porque 

«siendo la Sociedad Económica la Corporación 

«que menos hostil debiera mostrarse, como 

«que su misión es puramente pacífica, será sin 

^embargóla única de las nuestras que arroja 

^una piedra al que ha considerado enemigo 

«caído, y eso, no toda la Sociedad, sino una 

«mezquina fracción de sus individuos, aunquo 

«el deshonor refluirá sobre to^Jos. A<lemáM 

«¿se ha creído por ventura que su exclii9$ión 

«hará alguna mella en el ánimo de Mr. i^irn- 

«buU?— ¿Se persuadirá él de que o»o «oii«rdo 

«es la expresión, de la voluntad do U}fh ol (AUtr^ 

«po Patriótico, cuando sefia el (tm^nm núrrioro 

«de los que lo han excluido, y rfíf'JUính h ojíi- 

«nión que no hace muclio huúWp ol íímmn 

tCuerpo con el míhríUH qij'Mlí/> h\ iUAmvíUf 

caoerca de los €íFm%mifm fu^^^hí'wUi^ wm UívUí-- 

«térra? íSeavenron^arí f^f^^ít^p fUt UnS^^r fmí-^ 

<bido ese ás^r^ pf/r ^\m^r uU^Mt f\iU' ^íí 

«nacióvi sMtíeae; íth^hz4H mmp\h ^íUtrn^- 

«Xó, pordarto: j^m^ ^'/m^i^íi^^t^V^ ffí n^íhof 

«Tumboll sná» Winli¡^í'¡r^]^h ^^m h f^tm ^-/tm hS m 

cha teiifléo^^ ife i^^rs^sií* <%i^i^, i^t v? f'jfii^¥íéMH Mt 



— 158 — 

«el descrédito de !a Sociedad Económica que á 
«su pesar cscucliará el himno de befa que sin 
«remedio entonarán los periódicos europeos, 
«Otra consideración, quizás más poderosa que 
«todas, debiera liaber arredrado á los promo- 
«torcs de tan aciaí^^a ocurrencia. Desde que 
«se fundó la Real Sociedad Económica hasta 
«el día, han sido varias las oscilaciones políti- 
«cas, en que necesariamente han tomado parte 
«algunos de sus miembros. Por todas ellas 
«hemos pasado sin embargo incólumes, sin 
«que ni una sola voz se haya alzado contra 
«nadie, porque allí no hemos ido á formar 
«banderías, sino una hermandad, sin otro ob- 
«jeto que la prosperidad del país. ¿Y seremos 
«nosotros los que empecemos la obra de pros- 
«cripción? ¿Se dará principio en nuestros días 
«á convertir el tranquilo recinto de la Sociedad 
«de amigos^ en convención inquisitorial, donde 
«ninguno este seguro de no padecer semejan- 
«tes vejaciones, precursoras tal vez de otras 
«más funestas? ¿Cómo, si es amigo de su país, 
«no le tembló el corazón, ni se le heló la pala- 
«bra en los labios, al que eso propuso, al ver 
«en profecía el acompañamiento de malos f utu- 
«ros, que sobre el baldón de ahora, había de 

«traernos su malhadado pensamiento?— La in- 
«quietud que me causa el imaginar que pudiera 



— 159 — 

«caer sobre la Sociedad tan feo borrón, me 
«hace lamentar doblemente mis males, que no 
«me permiten asistir en persona á disputar 
«con razones palmo á palmo el terreno á los 
«que sostengan la medida propuesta; aunque 
«me consuela la idea de que pocos habían de 
«ser mis contrarios, porque no puedo persua- 
«dirme á que sea crecido el número de los que 
«deseen el deshonor de la Sociedad. Confío 
«por lo menos en que mis razones serán bas- 
«tantos para hacer ver á los que no hayan 
«meditado con la debida detención, que lo que 
«so ha pretendido es injusto, ilegal y atentato- 
«rio á la dignidad del Cuerpo Patriótico, que se 
«apresurará sin duda á remediar el daño; pero 
«si contra mis esperanzas se llevase á caí)0, 
«sírvase V. S. hacer constar á la f>)rporación 
«que protesto solemnemente contra tamaña 
«injusticia, pues cuando aun todos sin excep- 
«ción quisiesen mancharse con ella, y para 
«salvarme vo s^ilo fuera menester extrañarme 
«de su seno, lo haría sin titubear, aimque mu- 
«cho padeciese mí corazón, por no wntríbuír 
«ni en lo más remoto, á lo que tanto reprueba 
«mí conciencia >. 

Seguidamente «dijo el Secretario que la llan- 
ta prep>aratoria proponía en conserruencia que 
se destroyese el p^nU-.ñor acuerdo f)Or las ra- 



— 160 — 

zones expuestas». El adversario de Turnbull 
preguntó «si la junta aprobaba la totalidad del 
proyecto». Contestóle el Secretario «que la 
junta estimaba como reglamentaria la cuestión , 
y no descendería á otro terreno por más es- 
fuerzos que se hiciesen por desviarla de su pro- 
pósito», y fué sometida á la concurrencia la 
proposición siguiente: «I^a Junta preparatoria 

propone la nulidad del acuerdo contra el señor 
Turnbull por no haberse cumplido los artículos 
6S y 72 del Estatuto» . «Declarada esta sufi- 
cientemente discutida» protestó uno de los so- 
cios de la camarilla formada contra el ex-cónsul, 
y su jefe declaró que «votaba que no debía 
votar»; no obstante tomóse en consideración 

lo propuesto por la preparatoria, instando cin- 
co individuos, siendo de advertir que cuando 
preguntó el señor Presidente si se considera- 
ba lo propuesto por aquella Junta, hubo quien 
entre aquellos cinco socios se opusiera «mani- 
festando que la Sociedad no tenía facultades 
para declarar nulo ninguno de sus actos; quo 
el acuerdo de la junta anterior se hallaba san- 
cionado en el orden que previenen los Estatu- 
tos, y que si algún individuo se considerase 
agraviado, ó con derecho á reclamar, debería 
ocurrir á la autoridad superior del Eoocmo. se- 
ñor Presidente^ en quien únicamente residían 



— 161 — 

aquellas facultades^ que si se diera el pésimo 
ejemplo de que un Cuerpo Económico cual es 
la Sociedad de Amigos del País, anulase sus 
mismos actos, nada de cuanto se hiciera ten- 
dría subsistencia, porque un partido invalida- 
ría hoy bajo cualquier pretexto, lo que otro 
hubiera acordado ayer, cuya alternativa, si en 
efecto se dejara á merced de los pai^tidos, des- 
truiría sus respectivos acuerdos mutuamente, 
sería monstruosa y origen de' graves males; 
que por eso se oponía á toda discusión sobre la 
materia, y exigía que el señor* Presidente pro- 
hibiera se le diese entrada, haciendo así uso 
de una de sus principales atribuciones; y por 
último que si á pesar de tan poderosas razones 
se sometiese el punto á votación, protestaba la 
nulidad de cuanto se hiciera con propósito fir- 
me de ocurrir á ¡a autoridad competente en 
busca déla enmienda». Preciso era que la 
conciencia de los cubanos estuviese embotada 
al extremo de tomar en serio pretensas razones 
poderosas para defender el sofisma y viles in- 
tereses, y que sustancialmente eran las mismas 
aducidas por Luz Caballero en pro de la ley del 
Cuerpo y de su honra; pero así fué: hubo ar- 
gumentos de una y otra parte, girando la dis- 
cusión sobre el Reglamento, en unos con razón, 
pn otrps con malicia; y rehuyendo todos el 

n 



— 162 — 

examen del mayor de los sofismas — ^las ideas 
del Cónsul inglés. Nadie preguntó ¿por qué 
era éste, enemigo del país como se pretendía?; 
nadie se atrevió á mirar de frente el asunto, y 
se dio así el escándalo de que los servidores del 
gobierno y de los que pisoteaban las leyes y 
comprometían por el suyo personal los verda- 
deros, los más altos intereses de la sociedad 
cubana, hicieran gala de rectitud y de patriotis- 
mo cuando solo patentizaron su cinismo y ma- 
la íé. 

El Secretario «manifestó que la preparatoria 
no pedía la nulidad como podía hacerlo en un 
asunto contencioso; que se usaba de la pala- 
bra nulidad en su acepción gramatical, y que 
era indudable que el acuerdo anterior era nulo 
como atentatorio al Reglamento; que la Socie- 
dad podía destruirlo, pues estaba en el uso de 
sus facultades no sólo alterar éstos con los re- 
quisitos del artículo 68, que se habían guardado, 
sino que aun podía alterar su ley orgánica re- 
formando y corrigiendo los artículos del Esta- 
tuto, que es una ley sancionada por el Soberano; 
que para evitar esta reclamación se habían 
citado con expresión particular á los señores 
que concurrieron al anterior acuerdo, siendo 
de extrañar que tan celosos se mostrasen de 
fórmulas aquellos mismos que habían pisotea- 



— 163 — 

do la ley vigente, según se demostraba por el 
Sr. Luz; que las reflexiones que se hacían so- 
bre la instabilidad de los acuerdos no perjudi- 
caban al acuerdo que se celebrase, y sí eran de 
mucha fuerza respecto de la intentada separa- 
ción, como que demostraban los inconvenien- 
tes de olvidar la ley». 

«Dióronse otras muchas razones bajo diver- 
sos aspectos, principalmente por los señores 
Martínez Senano, Castro y Poey, habiendo el 
último amigo insistido en que se declarase que 
se votara la proposición tal como se había es- 
crito, y demostrado que cuantas razones se 
aducían por los contrarios se reducían á soste- 
ner un hecho no mas que por que había existi- 
do, y que no podían negar que infringieron el 
Estatuto; que esto era para el disculparse con 
una culpable acción siempre fea, y más en in- 
dividuos tan respetables como eran hombres 
que desempeñaban cargos públicos y debían 
dar el ejemplo de su respeto á las leyes!» Me- 
diaron aún otras observaciones, y ya el adver- 
sario deTurnbull, reducido á su última trin- 
chera «manifestó que la declaratoria de nulidad 
no podía hacerse por la junta, sino en todo ca-- 
sopor el Exorno. Señor Presidente Goherna-- 
dor y Capitán General^ á quien debería 
ocurrir el que se creyese agraviado con aquel 



— 164 — 

acuerdo. Pidió por consiguiente que el señor 
Presidente declarase no haher Jugará votación 
en el particular, protestando do lo contrario 
hacer reclamaciones donde y como creyese 
oportuno, para que só pretexto de declarar una 
nulidad que no existía no se incidiese en otra 
que sería en todos sentidos vergonzosa. Aña- 
dió que la separación de Mr. Turnbull era un 
hecho consumado, que la llamada nulidad sería 
nuevamente una admisión como socio, admi- 
sión que no podía hacerse ahora, porque los 
Estatutos señalan la época y medios de nom- 
brar los socios, y que, aun cuando se creyese 
violado el artículo 72 con la separación indica- 
da, mayor violación se haría con la nulidad 
que se intenta al artículo 68 que exige la con- 
currencia de todos los que asistieron al acuerdo 
que se quiera alterar; y por último que seria tan 
escandaloso como indebido que al que ha pre^ 
dicado una especie de cruzada contra esta 
islay ha dado pasos que indican desconfianza 
y enemistad se le inscribiese en la lista de ami- 
gos del país».— Contra quien, con el hecho 
mismo de sus continuas reclamaciones, había 
Mr. Turnbull mostrado desconfianza, muy 
fundada por cierto, de que cerraba los ojos y 
hacía de este modo posible y efectiva la viola- 

o\ón (Je los tratados internacionales concertados 



— 165 - 

para reprimir di) veras la trata, no era el país, 
sino el Gobernador y Capitán General, Seme- 
jante aseveración constituía, pues, al adversa- 
rio del Cónsul en defensor del individuo que 
tan mal ejemplo ofrecía á aquella sociedad, 
permitiendo que á mansalva se burlase la ley, 
y que tanto daño infería al interés supremo de 
la isla, cifrado entonces en que se redujese, en 
beneficio del porvenir, su creciente población 
esclava y en que se evitase por la buena fé y la 
lealtad todo motivo de reclamaciones y de 
agravios que podían fácilmente comprometer 
la integridad territorial y la honra de la nación 
que representaba en América aquella superior 
autoridad de Cuba. 

¿Cómo no hubo allí, entre tantos patricios 
ilustrados, quien hiciera la observación de que 
el Capitán General no merecía la defensa que 
acababa de oirse, cuando había consentido la 
enemistad de Turnbull al país y tolerado cerca 
de dos años la especie de cruzada que había 
emprendido; y que él mismo, el amigo del 
país, probaba con su trasnochada solicitud pa- 
triótica, ó que no la sentía realmente, ya que 
para expresarla esperó el relevo del Cónsul, es 
decir, cuando ya no podía hacer daño ni aun 
predicar su especie de cruzada^ ó que en ver- 
dad ni era Turnbull enemigo de la isla de Cuba, 



— 166 — 

ni predicó cruzada de ninguna especie, sino 
que fué un lionrado, enérgico y resuelto em- 
pleado de su Gobierno, que tenía conciencia de 
sus deberes y voluntad para cumplirlos entre 
tanta gente codiciosa, desleal é inhumana? 
• Y tan cierto es que, antes que culpable, fué 
Mr. Turnbull un funcionario digno, correcto 
en su conducta y muy valeroso, que estas mis- 
mas cualidades suyas le pusieron pronto á mer- 
ced de sus enemigos, y sin embargo salió de 
sus garras ileso. Créese que el general Val- 
dés perseguía la trata y que en este concepto 
mereció la estimación de los mismos ingleses; 
pero en ese supuesto, mortificado por las recla- 
maciones del Cónsul, asediado por las intrigas 
(le los negreros, inquieto ante los constantes y 
pavorosos anuncios de siniestras conspiracio- 
nes que se preparaban en la sombra, llegó á 
sospechar de las intenciones de Turnbull. Un 
inmenso partido estaba interesado en anular 
la vigilante constancia y la firmeza del único 
hombre que se oponía á sus designios. Forja- 
ron y echaron á volar la especie de que Turn- 
bull maquinaba sublevar los negros y conver- 
tir en cenizas la isla. De ahí que Valdés pidiera 
su remoción. Casualmente y como para jus- 
tificar los temores cada vez más graves, ocurrió 
la insubordinación de las dotaciones de dos in- 



— 167 — 

genios situados en los partidos de Macurijes y 
Lagunillas, casi al tiempo mismo que Mr. Turn- 
buU desembarcaba en Gibara, procedente de 
Nassau y provisto del pasaporte que le despa- 
chara el Vicecónsul español de las Bahamas. 
En la alarma consiguiente fué preso apenas 
pisó la tierra. Tan grande era la inquietud 
del país en aquellas circunstancias, y tan cínica 
ó tan torpe la malicia, que se intentó atribuir á 
causas políticas un temblor de tierra acaecido 
por el mes de Mayo en Santiago de Cuba. 
Turnbull había venido desde Nassau con el 
único objeto de rastrear á unos negros ingleses 
que los contrabandistas habían asaltado, redu- 
cido á esclavitud é internado en aquella parte 
de la isla de Cuba. Circuló, sin embargo, el 
rumor de que le impulsaban miras terribles, el 
eterno propósito de sublevar los negros. La 
ocasión no podía ser mejor. Si el ex-Gónsul 
había sido en realidfid un enemigo público de 
la tranquilidad del país, y si ahora volvía os- 
tensiblemente á ella para turbarla y destruirlo 
todo, ¿para qué se habían escrito las leyes es- 
pañolas, para qué existían tribunales, consejos 
de guerra expeditivos, ni para qué se pagaba y 
guardaba cuidadosamente en la Habana á un 
robusto verdugo? Ello es que «ya en la capi- 
tal, no se encontraron medios para castigarle^ 



— 168 — 

y sólo fué expulsado de allí y de la isla, sin más 
represión que estar unas horas detenido en el 
cuartel de la Fuerza, con ^ra/^ sentimiento del 
General Valdés, que dispuesto estaba á hacer 
en Siqnél abolicionista un ejemplar castigo». 
Se alega que no pudo adoptar tan sana medida 
por presentarse el animoso britano «escudado 
con el pasaporte que de la poca cordura del 
Vicecónsul de España en Nassau había obte- 
nido». El pasaporte otorgado por el funcio- 
nario español, declaraba que TurnbuU era 
«ciudadano inglés con la comisión de proteger 
los africanos liberados, que habían sido lleva- 
dos de Nassau al puerto de Gibaran . Esta 
cláusula parece afirmar un hecho; parece 
asentir que se había cometido un crimen con- 
tra el derecho civil de personas libres y contra 
la ley inglesa. Mr. TurnbuU, en virtud de su 
encargo, perseguía los saltos de piratas impe- 
nitentes; el Capitán General y las autoridades 
españolas, faltando á sus deberes y á las leyes 
vigentes, los amparaban. El gobierno de Ma- 
drid reprendió duramente al Vicecónsul, y 
como si TurnbuU hubiera sido un malhechor, . 
«preguntó algunos meses después al Capitán 
( teñera], qué ftmcionarios merecían recompen- 
sa por hrberse distinguido en la prisión de 
Air. TurnbuU*, el cual vino á la isla solo, en 



— 169 — 

un balandro tripulado por tres ó cuatro negros! 
Al mismo tiempo el General Valdés que no pu- 
do castigar ejemplarmente á TurnbuU, y tuvo 
que dejarle en libertad, «recibió plácemes del 
gobierno progresista, por tan acertado píx)- 
ceder» (1). 

La sesión de la Sociedad Económica se cele- 
braba antes de todos estos sucesos. Ni ahora 
ni entonces resultaba contra Mr. TunibuU nin- 
gún motivo de legítima acusación. Los que 
pretendían su extrañamiento de la Sociedad 
favorecían, pues, las pasiones del Capitán Ge- 
neral y la conveniencia de los explotadores del 
l^aís; sus opositores, con la circunspecta pero 
hábil y decorosa actitud que asumieron y su- 
pieron mantener, representábanla honra del 
Cuerpo á que pertenecían, la justicia y la con- 
veniencia del país. Prolongóse la discusión 
en que tales y tan opuestos sentimientos ó in- 
tereses vinieron á chocar embozadamente, y 
en definitiva púsose á nominal votación «la 
propuesta de la preparatoria». Verificado el 
escrutinio, proclamó el Secretario su resulta- 
do, quedando «aprobada la propuesta de la 
preparatoria por veintiséis votos contra doce, 
é insubsistente el anterior acuerdo». Rl socio 



(1) Las Insurrecciones en Cuba, por D. Jusío Zaragoza. To- 
pao I,, píigs. 516 y 777. 



— no- 
que capitaneara la exigua sección que acusaba 
á Turnbull, «reiteró su protesta pidiendo cons- 
tancia del acta y copia de la exposición del se- 
ñor Luz, para los efectos que pudieran conve- 
nirle». Así se acordó, y así terminó por 
entonces aquel ruidoso é interesante incidente. 
Poco después, siendo O'DonnelI Capitán Gene- 
ral de Cuba, removiéronse las cenizas calientes 
todavía, y brotó la llama. Algunos socios fue- 
ron encausados por las opiniones que habían 
emitido evacuando consulta del mismo Gobier- 
no, como miembros de la Sociedad Económica. 
José de la Luz, por su noble conducta en aquel 
episodio, fué sometido á juicio. Con un gesto 
del dépota quedó Turnbull excluido del número 
délos socios. En una sesión que celebraban 
en Palacio y presidía O'DonnelI, preguntó éste 
al respetable Dr. Tomás Romay, suegro de 
Luz:— <¿Es Mr. Turnbull todavía socio corres- 
ponsal?» Romay explicó las circunstancias de 
aquel caso y al pretender O'DonnelI su separa- 
ción le manifestó que no podía precederse sino 
por los trámites señalados. «Pues hágalo Vd. 
en el acto— repuso O'DonnelI— ó mando pegar- 
le cuatro tiros» . 

Felipe Poey, glorioso testigo de aquellos su- 
cesos, que por fortuna vive todavía, compara- 
ba silenciosamente el cambio brusco que sufHa 



— 171 — 

el país al pasar del mando de Valdés al de aquel 
soldado violento, duro y soberliio. Durante la 
discusión sustentada el año 1842 en el seno de 
la Sociedad Económica para expulsar á Turn- 
buU ó mantenerle su carácter de socio corres- 
ponsal, hubo Poey de decir que la isla de Cuba 
no sería feliz hasta que en ella no fuesen libres 
todos los hombres. En la sosión anterior ha- 
bía manifestado que aunque no conocía perso- 
nalmente á TurnbuU, simpatizaba con sus ideas 
abolicionistas. Oyó que una voz á su espalda 
le decía: <Eso puede costarle á Vd. caro». 
Recapacitando luego Poey, y en el temor natu- 
ral de que pudiesen llegar torcidamente sus 
declaraciones á oído del General Valdés, solici- 
tó de éste una entrevista por mediación de uno 
de sus ayudantes, enlazado con nuestro natu- 
ralista por sus aficiones de coleccionador. En- 
trado Poey en la estancia del General, éste 
hizo que se sentara, mientras por su parte per- 
manecía de pié. «Seguramente— dijo — le trae 
á Vd. aquí un asunto de carácter político; pues 
si fuesen á juzgar á los hombres por sus ideas 
políticas, á mí me hubieran ahorcado tres ve- 
ces» . Poey, tranquilo ya, creyó sin embargo 

deber balbucear alguna explicación pero 

Valdés le cortó rápidamente la palabra, pre- 
guntándole: «¿por qué no abre Vd. al fin el 



— 172 — 

Museo?»— «Porque falta dinero, General» — 
fué la respuesta— Y ¿cuánto? — ^Trescientos pe- 
sos — «Pues, vaya Vd. cuando guste— le dijo 
Valdés — á ver á D. Joaquín Gómez, á quién 
enseguida daré la orden de que ponga á dispo- 
sición de Vd. mil pesos». 

Con O'Donnell la isla de Cuba entraba en un 
período de sombrío despotismo. Luz estaba 
ya fuera del país, atendiendo en un retiro de 
Francia ásu salud quebrantada; los sucesos 
relativos á Mr. Turnbull le hicieron aparecer 
como abolicionista sincero y acrecieron su fa. 
ma de varón íntegro y justo; pero estas mismas 
circunstancias habrían de comprometerle muy 
pronto. I jas maquinaciones de esclavistas y 
negreros, juntamente con las intrigas ameri. 
canas estaban á punto de dar su más amargo 
fruto. Tanto se había hablado de conspira- 
ciones y levantamientos de esclavos, que la vi- 
sión al fin se realizó. El pueblo alucinado creyó 
un instante, y en el universal deslumbramiento 
de aquella quimera ensangrentada, la ambición 
y la codicia pretendieron explotar el terror de 
los unos y la imbecilidad de los otros. 

IX.— MISTICISMO 

Corrió por la isla el pavoroso anuncio de la 



— 173 — 

proximidad del desastre: se había descubierto 
en Matanzas una vasta conspiración de negros. 
Su plan era aniquilar en sangre á los blancos 
y apoderarse de la tierra cubierta de escombros 
y cadáveres. Se decía también que los blancos 
ayudaban, alentaban y dirigían la obra incon- 
cebible de su ruina y exterminio. Creyóse, 
sin embargo, el absurdo. En medio del páni- 
co había desaparecido la razón. Se prendía 
al blanco lo mismo que al negro, al menestral 
y al hacendado, al pobre y al rico, y todos tem- 
blaban, mientras muchos se ocultaban ó huían 
despavoridos. 

Los fiscales fueron lanzados como hambrien- 
ta jauría en todas direcciones. Alguien — 
(quién? — apenas se sabe) — había revelado que 
los negros traaiaban en la tiniebla de sus tu- 
gurios un alzamiento. Debía ser terrible. Nada 
más se sabía; pero era bastante. Existía la 
conspiración, preciso era encontrar los delin- 
cuentes. ¿Dónde estaban, quiénes eran? Los 
ministros de la lev entraron en las haciendas, 
pusieron boca-abajo á los negros desnudos y 
arremetieron contra ellos á latigazos. Querían 
que confesasen; si había entre todos clloá una 
trama, todos lo sabían; preciso era, pues, que 
declararan, y declararon con efecto lo que se 
Jes sugirió y lo que se quiso. Los (jue no fg.^ 



— 174 — 

Uecían de dolor, mentían extenuados ó agoni- 
zantes. Muchos blancos fueron de esta mane- 
ra complicados precisamente en la que llamaba 
la Comisión Militar: causa de conspiración de la 
gente de color contra los blancos. Husmeáron- 
se antecedentes, hozóse entre los pápelos ar-. 
chivados en la Secretaría del Gobierno: cuan- 
tos hubieron de señalarse en algím sentido, 
fueron emplazados ó presos. El infortunado 
Plácido, en vísperas de morir, recordaba que 
eran públicos los principios de igualdad de 
Luz Caballero, <y tanto méiS peligrososy^ cuan- 
to que eran sostenidos por «un hombre quie á 
su talento excepcional reúne un fondo de co- 
nocimientos extraordinario». Un negro lla- 
mado Miguel Flores le acusó más terminante- 
mente; pero andando el tiempo negó haber 
prestado todas las declaraciones que se le im- 
putaban, recayendo la sospecha de falsificación 
en el perverso fiscal D. Pedro Salazar, conde- 
nado al fin á presidio. Mientras tanto, Luz 
Caballero fue citado y emplazado. El edicto 
llegó á París para advertirle los peligros que 
podía correr. En el acto tomó su resolución. 
Ni súplicas, ni exhortaciones, ni ninguna pru- 
dente observación de sus amigos, ni las cartas 
de su familia tuvieron eficacia para contenerle 
ó aplazar su viaje á la isla. El terror domina- 



— 175 — 

loa en Cuba, la arbitrariedad v la violencia se 
l:iabíaii enseñoreado del país sobrecogido y es- 
pantado. Sonaba la hora fatídica en que debía 
expiarse el crimen de ser abolicionista en me- 
dio de los traficantes de esclavos. Luz, sin 
embargo, no vaciló, y espontánea ó inmediata- 
mente se personó en la Habana. Su escudo 
era su inocencia. Si el negro conspiraba con- 
tra el blanco, ningún blanco debía consentir la 
imputación de complicidad. Si se quería arra- 
sar la isla y ahuyentar de ella la civilización, 
ningún cubano debía sufrir que se sospechase 
siquiera de su patriotismo y de su humanidad. 
Y si en el fondo de tantas iniquidades no existía 
más que un espantoso error ó una horrible 
patraña, todos debían comparecer para que 
pudiera desvanecerse el uno ó desenmascarar- 
se la otra. Estos, seguramente, fueron los 
móviles que decidieron la conducta de Luz Ca- 
ballero. 

Llegó enfermo á la Habana en Agosto de 
1844. Estaba encama cuando se le notificó 
el día 24 la orden del Capitán General de ser 
trasladado preso al castillo de la Cabana, que 
por lo mismo fue imposible cumplir y se dispu- 
so un reconocimiento facultativo, nombrándo- 
se al efecto á los doctores D. Francisco Alonso 
y Fernández, D. José Lletor Castro-Verde y 



-^ 176 — 

D. Agustín Encinoso de Abreu; pero como eti 
su informe del 28 no dieron opinión acerca de 
si podía trasladarse á una prisión á Luz Caba- 
llero, fueron requeridos para que cterminan- 
tementc» lo hicieran y en tal virtud declararon 
con fecha 31 de aquel mes de Agosto, que la 
traslación á una fortaleza podía resultar funes- 
ta á Luz Caballero, En tal concepto, y por 
fianza que prestó D. Pedro Romay, quedó pre- 
so en su propia casa. Allí se presentaron muy 
pronto el Fiscal D. Pedro Salazar y el Secreta- 
rio I). José Fernández Cota, para tomarle su 
instructiva (1). Hasta un año después, próxi- 
mamente, (10 Junio 1845), no se le tomólo que 
llamaban entonces «confesión con cargos» (2). 
En 18 de Setiembre los Fiscales D. Antonio La- 
ra y I). Antonio Llorens, evacuando el trámite 
de su conclusión, declararon infundadas las 
imputaciones que se le hicieron á Luz. Cele- 
bróse al cabo el ('onsejo de guerra; pero Luz 
no se defendió. Había nombrado defensor á 
I). Andrés Alaría Foxá, teniente do la segunda 
compañía de voluntarios de Mérito, y éste, en 
cumplimiento de su encargo, presentó al Con- 
sejo en 15 de Octubre, siguiendo instrucciones 
de su representado, un escrito con las palabr^i^ 



Bi^ 



(1) Véase eu .el Apéndice, 
{'¿) Véa^e /jn e/ Apéndice, 



— 177 — 

siguientes: «D. José de la Luz Caballero libra 
su defensa en el mérito de los autos, y en la 
j ustificación del Tribunal» (1). Gomo tenía que 
suceder, fué absuelto por sentencia de 8 de No- 
viembre, que aprobó en 19 del mismo mes el 
Capitán General, D. Leopoldo O'Donnell. Allí 
terminó tras dos años de inquietudes é iniqui- 
dades lo que sólo era, — como decía Luz de los 
cargos que se le hicieron — una «barabúnda do 
sugestiones, imposturas y contradicciones». 

La decisión y firmeza que había desplegado 
en ocasión tan crítica, fueron un ejemplo salu- 
dable y reanimador para los encausados injus- 
tamente y para el país en general. Subi(') do 
punto su prestigio, pero amenguó su salud va- 
cilante: quedó tan quebrantado que ya no re- 
cobrará el vigor su periclitante organismo: irá 
— por el contrario — decayendo cada vez más, 
y al frisar en los cincuenta años, del hombre 
robusto no quedará apenas nada: su aspecto 
será el del viejo ermitaño de Ribera: flaco, 
demacrado, débil; pero en su rostro austero y 
dulce á un tiempo, reverberará la frente espa- 
ciosa con el resplandor do su excitado pensa- 
miento, y dos ojos de esplénílida hermosura 
velarán con la dulzura del amor la intensidad 
de la mirada. 



li) Véase en el Apéndice. 

12 



— 178 — 

Desde París su excitación nerviosa era gran- 
de, su debilidad excesiva. Todo le hacía daño: 
las láminas de un libro le imposibilitaban, al 
desagradarlo, para leerlo en ningún tiempo (1). 
Tenía repugnancia, sin explicárselo, de hacer 
ciertas cosas, como, por ejemplo, «atravesar 
de un lado á otro la plaza de Vendóme» (2). La 
dispepsia era el mal que lo iba consumiendo. 
«Estaba siempre atormentado por una grande 
susceptibilidad nerviosa» . Dormia poco, á ve- 
ces dos horas, cuando más, cuatro. ' Apenas 
leía ni libros, ni periódicos. Los módicos que 
lo examinaron con motivo de su prisión, infor- 
maron que estaba hipocondriaco y que tenia 
debilidad cerebral. Un cuerpo enfermo, con- 
sunto casi, y un cerebro sobrexcitado y empo- 
. hrecido constituyen precisamente las condicio- 
nes propias de los místieos. Cualquier golpe 
i*udo, arrancándole la última fuerza, convir- 
tióndole la vida en un destierro, hará reapare- 
cer el ardoroso creyente y lo pondrá en comu- 
nicación directa con Dios. Ese golpe, por 
desgracia, no tardará en caer sobre el con el 
estrago de un rayo. 

Al cabo de cuatro años de inútil reposo, quiso 
trabajar de nuevo por su país, y el 27 de Mar- 

(1) Rodríguez, Op. cll„ i)ág. 137. 
(•>) » » » pAff. 130. 



— 179 — 

zo de 1848 vio fundarse el colegio de <E1 Salva- 
dor». Allí estuvo dos años largos, partiendo 
el tiempo entre su deber más grato y sus afec- 
ciones más puras, es decir, entre su colegio y 
su familia. Pero en 1850 el cólei*a cerró el co- 
legio y desoló su casa. Su hija fue una de las 
víctimas, y j'a el noble y amoroso anciano 
quedará por siempre doblado. Será una tum- 
ba abierta esperando la hora de cerrarse eter- 
namente. Buscará en lo adelante aturdirse 
en su deber, y no tendrá más hijos que sus 
alumnos, ni más esperanza que la misericordia 
divina. 

He podido leer un fragmento de un cuaderno 
suyo que cuenta sesenta y ocho páginas ma- 
nuscritas (1). Es una especie de Diario que 
empieza el dia 9 de Agosto de 1850 y sólo llega 
al 29 de Setiembre del mismo año, con el ex- 
presivo título de Lágrimas. En efecto, son 
gritos, lamentos y sollozos arrancados por la 
muerte de su hija, niña de 16 años, dotada do 
grandes cualidades do corazón y do inteli- 
gencia (2). 

Háse dicho con razón que <el estilo es el 
hombro; y ninguna prueba mejor que aque- 
llas páginas, pues en ellas con ser pocas y ha- 



(1) Las triízó con lápiz. 

yZ) Falleció el 20 de Julio de 185Q, 



— 180 — 

ber sido borrajeadas de prisa, con el úni ; 
objeto de vaciar el dolor, de descargar el esp^^ 
ritu del peso de su absorvente desventura, est> 
todo el gran cubano: escasa imaginación, flueif ^ 
cia de palabras, preocupación de ser exacto^ 
manera escolástica, mucho latín, exuberancia 
de ternura, pesar desbordante, reminiscisncias 
de iglesia, y sobre todo e^ padre anonadado y 
el místico. «Dudas y dudas por do quiera. 
^.Dónde están esas evidencias?» es el grito que 
brota de su lacerado pecho. 

Corazón sensible y agradecido, consigna los 
nombres de los que van á verle,* de los que 
comparten su pena, de los que lloran con él. 
Alma austera, no falta en tanto á sus deberes, 
y aun apunta que para él «primero es la obli- 
gación que la devoción». Está abrumado: es- 
cribe á todas horas, en todo momento en que 
pude consignar algo en el Diario, que es una 
conversación de ultra-tumba con su hija muer- 
ta y una invocación incesante á Dios. Todo 
lo vé oscuro y triste: «El día es una mancha 
negra sin fin para mi alma; la noche, lo misnK» 
que el día. Dios mío! Dios mío! ayúdame á 
llevar la cruz que descargaste sobre el más flaco 
de los mortales». «Deusin adjutorium meum 
intende». — «Domine ad adjuvandumrae fes^ 
tina» . 



— 181 — 

Y, sin embargo, no hace más que pedir que 
^^an para él sólo todos los sufrimientos. «Siem- 
t^t*e pido á Dios descargue todos los males sobre 
^í, sobre mí no mási^ . 

En ese estado de debilidad física y de abati- 
miento moral surge el hombre primitivo: «Dios 
oyó mis preces j y mejor las tuyas, hija de mis 
entrañas, pues tú no cesarás de hacerlas por 
quien más las necesita, y á quien más querías, 
por tu madre asolada y amantísima» . <Yo no 
hago más que acudir con mis balidos á las lla- 
madas del Pastor, de aquel Pastor que dá la 
vida por sus ovejas» 

El misticismo llega á ser en esa situación mo- 
ral, la única verdad, la mejor filosofía: «Cada 
vez más firme en mi axtiguo tou, que los mís- 
ticos han sido los únicos que se formaron ideas 
exactas de la humanidad. In hac lacrymanjm 
valle > — «gementes et flentes», probación^ 
tránsito para mejor vida, no hay filosofía más 
profunda: es la expresión de la Divinidad so- 
bre la humanídad>. 

El tráfago de la vida práctica, las necesífia- 
des de su profesión, el amor á sus alumnos, los 
sucesos públicos, el tiempo, sobre todo, apaci- 
guarán poco á poco su dolor; pero el místico 
más ó menos templado, viTÍrá en él basta el 
último día. El mundo, á sus ojos siempre hú- 



— 182 — 

medos, no tendrá más que dos polos de atrac- 
ción; en el cielo, Dios; en la tierra, el deber. 
Su vida, en lo adelante, será amarga, y puede 
compendiarse en dos palabras: austeridad y 
religión. 

VII. — EL CtoLEGIO DE cEL SALVADOR» 

El Colegio venciendo grandes obstáculos rea- 
nudó sus tareas, y allí vivió él casi siempre. 
Recuerdo como si fuera ayer, que yó, de diez 
años de edad, solía ir, á eso de las cuatro de la 
mañana, en busca de algún diccionario de bi- 
blioteca. Empezaba á despertar apenas el 
establecimiento, y sólo una parte iluminaban 
los mecheros de gas; mientras yacía la otra en 
la penumbra indecisa de la madrugada. Por 
las galerías desiertas, más de una ocasión la 
moribunda luna, al derramar su luz argentada 
y fantástica al través del platanal y las blancas 
columnas, me permitió ver á lo lejos al noble 
anciano, descubierta la cabeza , paseando len- 
tamente á la vista del claro cielo, y de vez en 
cuando mientras me acercaba á él llegaron á 
mi oído frases de los salmos del Profeta, esca- 
pados de sus labios que murmuraban oraciones. 
( na hora después, todos los alumnos, de pié 
en la espaciosa sala, seguían en alta voz al 



— 183 — 

dulce maestro que entonaba el hermoso rezo 
de cada mañana, para dar gracias á Dios por 
la tranquilidad de su sueño y pedirle que los 
lavara más y más para que fueran «más blan- 
cos que la nieve» . 

Durante algún tiempo los sábados de cada 
semana fueron días consagrados á las pláticas. 
Todos los bancos de las clases y cuantos asien- 
tos podían haberse, se colocaban con orden y 
simetría al rededor de una silla de madera 
pintada de negro, que quedaba en el centro. 
A.la una de la tarde, alumnos y profesores, y 
á menudo personas extrañas al establecimien- 
to, ocupaban aquel lugar con ansiedad y con- 
tento. Poco después, y en medio del más 
completo silencio, el maestro se acercaba des- 
pacio, recogido en grave meditación y trayen- 
do en la mano algún volumen: comunmente, 
uno en cuarto mayor, de pasta holandesa oscu- 
ra, muy sobrecargado de marcas: eran las 
epístolas de su amigo, el grande y admirable 
San Pablo. Sentábase apenas al borde de la 
silla, así leía un trozo del libro y comenzaba su 
plática, que era siempre un comentario lleno 
de unción de las palabras del texto. Muy pe- 
queño era yo cuando, confundido entre mis 
compañeros, asistía también á aquellas confe- 
rencias que seguramente no podía entender; 



— 184 — 

pero de las que he conservado la impresión 
general, la imagen palpitante, el cuadro vivo 
y animado: un hermoso grupo apostólico, mul- 
titud de niños y de hombres, de pié unos, sen- 
tados muchos, fija la mirada, absortos, silen- 
ciosos, y en medio de todos, el anciano como 
un padre entre sus hijos, como el patriarca 
entre la tribu, con ademán inspirado, brillan- 
tísimos los negros ojos, y su palabra robusta 
extendiéndose vibrante por las desiertas ga- 
lerías. 

Algunas veces liablaba en aquellas pláticas 
de algún discípulo arrebatado por la muerte: 
otras del profesor, «del malogrado Fímes»— 
por ejemplo. San Mateo reemplazaba á oca- 
siones á San Pablo.— Pero también solía serle 
imposible á José de la Luz Caballero aquel no- 
ble ejercicio. Sólo veinte y seis días después 
de perder á su hija pudo recomenzarlo. En el 
intermedio, lo más que se sintió capaz de hacer 
fué entregar á José María Zayas, para que los 
leyera á su nombre, los cuatro renglones si- 
guientes: «La religión es lo más que enternece 
mi pecho, y así no puedo dirigiros la palabra 
estando todavía la herida tan reciente, hijos 
míos. ¡Qué nombre para un padre que lo fué!» 
Y, sin embargo, «siendo un árbol viejo, pero 
no carcomido», se sentía— á pesar de sus en- 



— 185 — 

fermedades y pesares— «mientras más vÍ€tÍ0| 
más espartano» . 

Hablaba también y entóneos á nimioroso 
público, la última noche de los exámenes go- 
nerales del Colegio, en el mes de Diciembre de 
cada año; pero siempre sobre algún asimlo de 
educación, y— por desgracia— muy amcnudo. 
su acento era triste, por más que dijera: «no 
vengo á quejarme de los males con que liich« 
aqm' la educación, pues suelen convertirle Ia« 
quejas en vanas declamaciones)^ . K«a costum- 
bre no duró mucho. Desde que ima (m((trm^ 
dad en la lengua le impidió cumplir lo qiui M 
llamaba su «deuda de palabra» o/m (d públíw, 
quedó establecida laprácticíi (Uí que (tu nn uoííí' 
bre lo hicieran sus dis<;ípuU/K, VA prímoro qii/e 
llamó para sustituirle fu/^ AnUmío Anírulo y 
Heredia: al año nv/nmiUt^ Ui^trou ^it^(v^ íi. 
Gálvez y Enrique S'wtyro d). So ípWuíhí'^. 
jamás la última 6^t ^^^ím^ u</áí.^^ j/>r ^mufH'^t 
memorables- ^fh qa^ h j/r^r ^Ut iijíft^ir WAo ^^/^ 
discurso» w/^hV^. j^/> djíy^íj^u^'/ít ^í^'///í/U/^p^ 



'jí, ImH^W:^ CHr iy\, HlU»Sf"J^ i(iKV»(^f'^ lS4«ál-.yi.* *t4 í^^u» «-/4JUMr4iKr 



— 186 — 

impaciente el público por oirle> le condujo á la 
sala una comisión de amigos, cuando casi no 
podía sostenerse. No sé realmente lo que en- 
tonces dijo, ni creo que lo haya sabido nunca; 
más estoy oyendo todavía — como quien dice — ■ 
las salvas estrepitosas de aplausos, la conmo- 
ción del concurso, el júbilo de todas las fisono- 
mías: le veo á él también, de pié, vacilante, 
pero luminoso de inspiración, echada hacia 
atrás la cabeza, levantadas entrambas manos 
á lo alto, en la majestuosa actitud de un profeta 
bíblico; y ahora mismo resuena en mi oído y 
vivirá por siempre en mi corazón, la soberbia 
frase final, que es un EvangeUo entero, que 
era sin duda la condenación más terminante 
de la afrentosa realidad, de aquel modo de ser, 
— de la colonia y de la esclavitud: ^Antes qui- 
,s7>ra, no digo yó que se desplomaran las ins- 
tituciones de los hombres — reyes y empera^ 
doreSj — los astros mismos del firmamento, 
í/ue ver caer del pecho humano el sentimiento 
de la justicia j ese sol del mundo morah. — ^El 
siglo actual, seguramente, no ha oído palabras 
mejores, ni más hermosas, ni más elocuentes; 
palabras que parecen sonar como campanas 
echadas á vuelo, anunciando fragorosas un 
nuevo Apocalipsis; y si desde entonces no so 

■ 

han desmoronado las viejas murallas de la cíu- 



— 187 — 

dad maldita, es porque sus cimientos enterra- 
dos en la podredumbre están demasiado hon- 
dos; acaso porque muchos para no oir el 
estrépito de aquella trompeta se cubrieron la 
cabeza con el manto; quizás también, porque 
así estaba escrito! 

Basta imaginarse aquella predicación anual, 
elocuente y digniflcadora, que recogía conmo- 
vida la sociedad culta; aquellas fulgurantes 
pláticas; la propaganda convencida y ardiente 
de principios morales, puros, grandes, evan- 
gelizadores, y será fácil comprenderla influen- 
cia sorda, casi sin ruido, pero profunda, de 
aquel hombre superior, la majestad permanen- 
te y sencilla de su actitud, y el culto sincero y 
merecido que se le tributaba. El país entero 
supo, al fin, que había en él un hombre real- 
mente grande, que era á un tiempo realmente 
íntegro, y enorgullecido no hubo quien no as- 
pirase al honor de que sus hijos pudieran lla- 
marse discípulos de aquel maestro. El colegio 
prosperó, de ese modo, y aUí estuvo su centro 
de acción más duradero, más considerable y 
más fecundo. De aquel colegio no podría yo 
hablar sin apasionamiento: — alma mater de 
mi espíritu, fué también mi casa y mi familia. 
Mas, si bien es cierto que tan excelente insti- 
tución era lo más completo de ese género que 



— 188 — 

ha habido nunca en la isla de Cuba y que allí se 
estudiaba y se aprendía mucho, así como se 
templaba realmente el carácter— lo que me fi- 
í?uro que es hacer de ella el elogio supremo, — 
no puedo, sin embargo, dejar de reconocer 
que tenía influencia en el desenvolvimiento in- 
lelectual, á pesar de su plan de enseñanza, y 
que, en el desenvolvimiento moral, no siempre, 
en todas las esferas, obedecía á las tendencias 
de su fundador. Intervenía en ello un factor 
muy poderoso, que era el espíritu del país. Él 
interpretaba las máximas y aforismos, las pa- 
labras y los discursos, y así lógicamente los 
enderezaba por un rumbo diferente. Los ni- 
ños y los jóvenes de toda la isla— de Gamagüey, 
de las Villas, de Oriente, de Güines, de Matan- 
zas, — venían á educarse allí y allí vivían: traían 
sin saberlo, de los cuatro puntos del horizonte, 
aspiraciones generosas y enérgicas, y animados 
de ese espíritu deducían las consecuencias aná- 
logas que en sí misma contenía en potencia, la 
enseñanza moral, viril y elevada, de José de la 
Luz Caballero. 

1 Jna comunicación franca y constante entre 
alumnos y profesores y cierto sentimiento de 
amorosa fraternidad que los hgaba á todos, 
bajo la mirada santificadora del maestro, hacían 
del Colegio una como atmósfera libre, donde se 



— 189 — 

cambiaban todas las ideas; una inmensa colme- 
na en que el trabajo era insensible, provechoso 
y saludable. Esta era por tal manera una agita- 
ción suave y permanente que por fuerza tenía 
que ser fecunda. Pero José de la Luz Caballero 
sólo desempeñó clases los primeros años de su 
dirección. Después las inspeccionaba todas, pe- 
ro no dio personalmente ninguna, aun antes de 
trasladarse el colegio en 1859 al barrio del Ce- 
rro; así es que, bajo el punto de vista científico, 
apenas si tuvo él alguna inñuencia en los últimos 
años de su vida. Sometido el colegio, por otra 
parte, al plan de estudios que lo hacía depender 
primero de la Universidad, y luego del Instituto 
oficial de Segunda Enseñanza, no inculcaba 
ninguna doctrina, ni en ciencias, ni en filoso- 
fía. Al contrario, era de lamentarse el error 
funesto de la falta de unidad, de la existencia 
de contradicciones esenciales. En el fondo, en 
la base, el Padre Ripalda y el Abad Fleury po- 
nían la primera piedra. En la cúspide, repar- 
tíanse la labor, en proporciones desiguales, 
Kant, Tiberghien, Bálmes y, alguna vez, el 
P. Perrone, el alma del Concilio Vaticano. Si 
alguna doctrina se infiltraba en los ánimos, era 
el espirituahsmo francés, por medio del tomo 
escrito en colaboración por Amadeo Jacques, 
Emilio Saisset y Julio Simón, El espíritu lite- 




— 190 — 

rario, que el fundador tan justamente habí 
combatido, predominaba, sin embargo, sob 
el espíritu científico. I^ química, al cabo, es 
taba reducida á un conocimiento descriptiv 
de manual; la Historia Natural al árido cua 
derno de Delafosse val indigesto compendio d 
Galdo. No así la física, que enseñó corto ticm 
po el Dr. Francisco Zayas, que luego hicieron 
estudiar, en épocas distintas, bajo su aspecto 

matemático, Ciirlos Sánchez Benítez y Joaquín 

García Lebrcdo. La astronomía se cursaba 

I)or el texto de Smith , 6 por las nociones d 
Verdejo ó de Palacios. Las clases de matemáti- 
cas eran numerosas y parecían las preferidas^ 
como hace años sucedía en los Gimnasios dfe 
Alemania . Lebredo • desempeñaba con extra— 
ordinario éxito las superiores, y á ese resp^sctoí 
me es grato añadir que oyéndole un día una de 
sus explicaciones do Geometría Analítica no 
pude monos de confesarle que por primera vez 
había comprendido por qué se decía que las 
matemáticas eran sublimes. Mientras el ¡lus- 
trado Vice-Director enseñaba á descifrar del 
griego el celebrado discurso pro-corona de Dé- 
móstenes y á desentrañar las burlas de Lucia- 
no en los Diálogos de los Muertos, en clases 
que antes había regenteado con singular com- 
petencia Claudio Vermay;— ó daba ¿i conocer 




— 191 — 

^^tiüdo profundo de la «Crítica de la Razón 
^^^^^>; — ó lograba que los niños hiciesen con 
^ pasmosa rapidez de Mangiaraele ó de Sola 
^^íciles cálculos mentales; — Jesús Benigno 
^^\vez explicaba las reglas y los órdenes de 
^^*quitectura; Joaquín Barnet la geografía po- 
*^t\ca ó nociones de anatomía v flsiologfía: José 
Manuel Ponce daba clases en que la lengua de 
^odos era el inglés, que enseñaban Ambrosio 
-Aparicio, ó J. C. Zenea, ó Garlos Plisset; mien- 
tras Adolfo G. Duplessis enseñaba el francos; 
otros profesores ei latín y la instrucción ele- 
mental, como Honorato del Castillo, Gabriel Pi- 
chardo, Antenor Lescano; y un polaco de tenaz 
misticismo y estupenda memoria— José Pod- 
bielski— mezclaba sus devaneos sobre Diosy sus 
reminiscencias del filósofo Trentowsky con la 
expresión más exacta de la estadística geográ- 
fica de toda la tierra. Las clases de historia 
universal y de literatura— en los mismos luga- 
res en que las había explicado Luís Felipe Man- 
tilla y en que explicó después otras asignaturas 
ol ilustre Luís Ayestarán,— eran las delicias de 
los alumnos porque las desempeñaba Enrique 
Piñeyro, favorecido por la naturaleza con el 
privilegio del gusto y la gracia seductora de la 
dicción. 
No obstante, si es verdad que había nn espí- 



— 192 - 

ritu, particular y propio del colegio, algo como 
el alma vaga y flotante de la colectividad, no 
puede del mismo modo afirmarse que hubiese 
nn sistema general, ni pudiese haberlo; por lo 
que no es sorprendente que, con tan magnífi- 
cos elementos, se enseñasen cosas absurdas, se 
mantuviesen cosas viejas y ya olvidadas, y se 
descuidasen las novedades fecundas. De este 
modo se explica también que con un profesor 
tan comi)etente en historia que sabía escribí i*^ 
para una Revista estudio profundo sobre Roma 
en que seguíala criticado Niebhury deMomm- 
sem, nunca hubiésemos dudado los alumnos* 
de las relaciones de Tito-Livio sobre los oríge- 
nes del Pueblo-Rey. En estética, verbi-gratia. 
la clase, por exigencias de la Universidad, se- 
guía «á (lioberti, que es un pobre filósofo»^ 
mientras el profesor se inclinaba entonces «á 
Hegel, que es un profeta» (1). Tengo muy 
presente que en 1868, ya pasado mi bachillera- 
to, fué cuando, por primera vez, oí mentar á 
Darwin en una conversación particular con el 
hombre ilustrado que era entonces Director 
del colegio; y eso que iban corridos nueve 
anos desde que empezó á conmover el mundo 



(1) Palabras de Piñeyro, en una íamosa polémica 90l)r9 las 
artes con el Dr. D. Uamón Zambrana« en 1865 1866. 



— 193 — 



c\ 



o 



tífico Ja obra capital del naturalista ingles 
Te «El Origen de las Especies> . 

unque, bien pensado, es preciso convenir 
^ue no podía ser otra cosa. El colegio no 
independiente, y pesaba más sobre el que 
re cualquiera otra institución local, vigi- 
'r"^'^ ^e prevención y sañuda suspicacia. liO que 
^ ^ nspiraba, sobro todo, era amor á la ciencia, 
^ ^aber (1); mientras sembraba en los ánimos 



1 



£>- 



"^^ ^^menes sanos de moralidad y de nobleza vi- 
(2); Jo cual era, en verdad, alcanzar dema- 



i-V\ 



^ ^^.do y alcanzar lo mejor. 

1]1 colegio era también, en más reducida es- 
\^ra, una especie de centro de caridad para los 
^^digentes. Desde 1865, poco más ó menos, y 
^lurante algún tiempo, su Director D. José M. 
V,ayas, estableció una escuela dominical, con 
RUS mismos profesores, para enseñar á los 
niños y á los jóvenes pobres del barrio. Él 
mismo, por esa época, dio un curso, también 
dominical, de filosofía, explicándola histórica- 
mente, y en él puso á contribución los trabajos 



(1) «En el colegio no podréis bacer estudios fundamentales. .» 
Discurso de E. Piñeyro. 1865. 

(2) «Tratamos, pues, de que comprendan nuestros alumnos 
que cada hombre lleva consigo cuanto necesita para recorrer el 
espacio de su vida. . .» 

«Más & la [severidad con sus propias acciones, debe agregarse 
el espíritu de amor y de moderación para cqh sus semejantes».— 
Pe uiíi Discurso d^ J. U. Zayas,— i8^5. 



— 194 — 

más recientes y las últimas noticias de las re- 
vistas extranjeras. 

En realidad, el espíritu del colegio había sido 
y siguió siendo el espíritu mismo del país; y por 
eso, cuando en medio del aparente y universal 
reposo se sintió temblar el suelo, al sonar angus- 
tiosamente una hora solemne de prueba, aque- 
Ha santa casa se quedó vacía. El frío y el silen- 
cio se hospedaron en las tétricas naves, y al fin, 
ausente el sacerdote, rotas las aras y apagados 
los cirios, quedó por siempre abandonado. 

Hoy— velando su interior á la mirada del 
caminante, —es el refugio que la piedad de al- 
gunos vecinos ha conservado para algunas ni- 
ñas pobres, como si quisiese advertirse por tal 
manera que aquella casa solo puede destinarse 
ya á objetos nobles y santos. Porque — en 
efecto, — allí hirvió todo un mundo, grande de 
luz y de belleza; allí se realizó una hermandad 
sincera y fecunda; allí hubo religión, ideal y 
patria; en medio al mercantilismo de nuestro 
siglo, á la materialidad de la vida colonial, 
parecía haberse trasladado allí un pedazo de 
la risueña Galilea del siglo primero; allí el en- 
tusiasmo encendió corazones, para el bien y 
para el sacrificio; allí la fó reclutó soldados pa- 
ra la lucha y mártires para el cadalso : alh se 
encerraba, como en preciosa redoma, el per- 



— 195 — 

fume de virtud y de purísimos anhelos qui^ 
pudieron desprenderse de una sociedad can- 
grenada. En el seno de la colectividad, mina- 
da por el vicio, irritada por la iiyusticia, enco- 
nada por el odio, aquella casa era un oásln 
apacible de esperanza, de fé y de ventura mo- 
ral. Pero era más todavía: era un templo con- 
sagrado á cuanto digno,' noble y elevado «e 
ofrece al respeto y al amor de la humanidad. 

Y aquel hombre grande que lo ftjndara, lo- 
gró sin proponérselo como un fln calctilado, 
formar en tomo suyo un ambiente tibio de pa;^, 
de confianza y de pureza que penetraba y do- 
minaba las almas con la fuerza rmnm tUt nm 
religión espiritual. Su íiecreto wmínüó m ím- 
cerse amar, y ese precíí^afíi/^nUí f<i/í \HmWtu ^i 
grande, el único se^^reto á^i Cr4«í/;. 

La última vez que le natrón mnfAumf^^^ \í/4 
á acabar. De?cría^ &h wíí í/r35tz</^; 4r///W/ 4^^^^ 
hay muchas eD eJ ^y^fm^i^yo ¡^ , l>^ «^^ ^;*//a- 
panilla que e^^liíi yss^^ U 4J : ^^m ^ u4 kfr-- 
gua». Ouíbo prÁ'^Afr ^ V>^/? y yM^^'4 

BozM- pcrou^ ;/í?.n íj^^^aí^ íf'>^:^ y4^^j^<; *>*^ ^- 
ctpdkA. ^ifí ii://t, ^5#tíJiv.; <//íi^/ ^íí <íy/ *.W ' ^MÁÍ 
ahitósa».. } m: </^>;í/^#. ^5; >^ ^^ ^ vtíu>/^ 



— 196 — 

tud y el aiiior que se habían asociado on el es- 
píritu de un hombre superior, todo eso tan su- 
bhme y tan vano, estuvo extendido hasta el 
siguiente día, sobre un catre revestido de paños 
negros, en la rígida y repelente consagración 
(le la muerte. En la tarde del 23, hubo una 
muestra espontánea e imponente de duelo pú- 
blico. El dolor del país fue unánime, y era cier— 
tamente muy legítimo. El cubano más grand^^ 
de su tiempo, y el mejor que haya nacido, fué 
llevado en imiversal consternación á un nich 
del camposanto. Los que conducían en liom 
bros su cadáver, escoltaban la escoria sagrad 
de un milagro: un hombre íntegro, justo, sanó- 
te, — todo amor, caridad y ciencia, — que ha 



bía brotado y vivido, como la flor divina de utí 
estercolero, en la podredumbre de una facta — 
ría de esclavos! 

Próximo el momento supremo de lo que él 
llamaba un tránsito^ algunos hombres senci- 
llos que le atendían en su triste enfermedad, 
comisionaron á uno de sus deudos (1) para 
proponerle la confesión religiosa. Tímidamen- 
te se acercó al agonizante anciano, y le comu- 
nicó el piadoso voto. Sonrióse con infinita 
compasión el angélico moribundo, y bañando 
á su interlocutor confuso en la lumbre de ine- 



j 



(1) D. JoséJMaria Romay. 



— 197 — 

í'able mirada, exclamó conmovido y humilde: 
^Siempre, durante toda mi vida,— hijo mió, 
—he estado bien con Dios». ¡Estas palabras, 

-sencillas v admirables, son el resumen exacto 
j cabal de toda su existencia! Mas pudiera 
ífiadirse que del mismo modo estuvo siempre 
bien con los hombres. Fué santo; pero fué 
también patriota. Pensó mucho, intensamen- 
te, en Dios, y se le acercó cuanto fué dable al 
barro divinizarse. Amó así mismo á los hom- 
bres; amó, sobre todo, á su patria, que solo pu- 
do ofrecerle campos de fatiga y afanes y horas 
mortales de incertidumbre, de congoja y de 
vergüenza. Ella, precisamente por eso, le ne- 
cesitaba más que Dios. Próximo á consagrar- 
se á la vida eclesiástica, descendió del altar, 
para ocupar la cátedra, para enseñar, para 
bregar por sus hermanos. Quiso ilustrar su 
mente, santificar su espíritu, dignificar su vi- 
da. En la mísera abyección del colonato se 
atrevió á aspirar, para sus conterráneos, á una 
patria engrandecida y á un porvenir más dig- 
no y más feliz. Abrió el sendero de la verdad 
científica y despertó el entusiasmo por ella. Su 
sabiduría, sus doctrinas, su enseñanza, fueron 
una novedad en su tiempo; por ellas es en Cu- 
ba, en el orden intelectual, un renovador, algo 
—por ejemplo— como fué Deslía rio» para la Fran- 



— 198 — 

cia. Identificó la filosofía con la patria, la verdad 
con la justicia; combatido por ellas, vio confun- 
dido su nombre con cuanto significaba el bien y 
progreso de la comunidad. Sus paisanos le lla- 
maron «el filósofo» para decir también con 
una sola palabra «el patriota»; esto es, lo más 
grande y mejor; y eso explica cómo un hom- 
bre humilde y pacífico pudo ser y fué, al cabo, 
la personificación de los sentimientos más va- 
rios, y que por tal razón lo juzgase suyo lo 
mismo el patriota moderado que el revolucio- 
nario. Él no fué, empero, y en la acepción co- 
mún del término, hombre de acción. Su tiem- 
po no consentía tampoco mucho más de lo que 
se hizo, que fué por otra parte pobre y estéril 
en definitiva. La esclavitud había envenenado 
el país y los cubanos mejores desconfiaban de 
sus fuerzas, veían su población escasa envuel- 
ta por una piara de esclavos y doblada hasta 
el suelo por la mano de hierro de sus señores. 
No disputó por eso quizás, el dominio de la 
tierra al César; pero se empeñó en arrebatarle 
el dominio de las almas. Y mientras el uno 
inconscientemente enfiaquecía ó nublaba las 
conciencias, el otro las iluminaba y enaltecía. 
Esa fué su excelsa misión, y en ella al menos 
pretendió ser un verdadero artista. Afanóse 
por crear hombres vivos, como otros crean 



— 199 — 

*^ombres de mármol inerte; por crear liom- 
^fes y ciudadanos, allí donde la naturaleza, 
^a historia y la política parecían confabular- 
le siniestramente para que no hubiera más 
que siervos y tiranos. Enfermo desde tem- 
prano, luchó sin embargo cuanto pudo, y al 
fin se rindió extenuado. Dejó á su patria 
el ejemplo de su vida, una vida sin man* 
cilla, el prodigio de haber vivido siempre en- 
tre tentaciones, entre bajezas y miserias, sin 
contaminarse nunca. — En su modesta esfe- 
ra y desde el rincón de su colegio realizó un 
tipo admirable de hombre. Existió perpetua- 
mente inmaculado, y soñó constantemente con 
la felicidad y la gloria de su patria. Él la buscó 
por senderos apacibles. Otros después la busca- 
ron también, pero entre abismosy tempestades. 
La patria fué para todos, para él y para ellos, al- 
go semejante á esas ciudades maravillosa» que 
el mirage ofrece como una realidad consoladora 
al sediento peregrino, el cual las sigue, encan- 
tado, jadeante, creyendo cada momento alcan- 
zarlas en su constante y siempre burlado afón, 
hasta que cae al fin, cansado, exhausto, no de- 
sengañado todavía, viéndolas sin cesar en 8U 
fentasía calenturienta, en tanto que á 8U» pié» 
arde y se extiende como océano sin ribera», el 
yermo desierto de arenal 



APÉNDICES. 



I 



CABTADE JOSÍ ZACIllilllS GONZÁLEZ DEL VALLE 



ANSELMO SUAREZ Y ROMERO. 



Setiembre 15 de 1838. 

Suarez querido: 

Dias hace que no sé si vives o si mueres. 
¿Qué diantres te ha sucedido? ¿Ya acabaste de 
leer á Balzac? 

Ayer asistí á la apertura de la clase de Filo- 
sofía que en el convento de San Francisco da el 
por tantos títulos apreciado D. José de la Luz. 
Pronunció un discurso largo como de hora i 
media para descubrir su plan de estudio, hoi 
que tan reñidas disputas trabaj an á los parti- 
darios de las diversas escuelas filosóficas. Fué 



— 204 — 

su blanco esclusivo la de Gousin que él reputa 
como un esplritualismo embozado. Hazte 
cuenta que habrá unos quince dias nos encon- 
tramos el Sr. Luz i yo en la Universidad i es- 
tuvimos hablando largamente, cada uno en 
defensa de sus opiniones filosóficas sin conve- 
nir en muchos puntos; i que al oir yo repetirle 
desde lo alto de su cátedra i en medio de su 
concurrencia numerosa los mismos argumen- 
tos reforzados por algunos mas, ó mas bien, 
desenvueltos lójicamente; por débil i mezqui- 
no que al lado de una reputación como la suya 
me considerase, no podia contener mi deseo de 
vindicar á Gousin, tanto mas cuanto que de to- 
dos los asistentes estoi seguro que yo solo era 
el cousinista. Así fué quft cometí la importuni- 
dad de acercármele cuando bajó de la cátedra, 
i de decirle sin reparar en lo cansado que esta- 
ba que habia sido en alguna parte injusto con 
(Jousin, que este tachaba con razón al Conde 
de Verulamio de sensualista, porque dice que 
cuando la intelijencia humana obra sobro la 
materia hace cosa de provecho, i cuando sobre 
sí misma i sus misterios, teje como la arana 
mui sutiles telas, pero mui inútiles i frivolas. 
— Sicitt arañe a texens telar u dice Bacon. A 
lo cual me contestó el señor de Luz en estos 
términos : pues hien^ Valle, (luite Y, eso de la 



— 205-- 
ara^>a / rea V. si lo demás de Bacán no es es- 
célente. Bije enUinces que Bacon quiso en Fi- 
losofía una reforma ab imis fundamenlis i que 
oso era despreciar la historia. En fln, media- 
ron algunas cortas esplicaciones i viéndolo can- 
sado por estremo i que los demás lo llamaban^ 

vo también lo invitó á retirarse i cedí. Nada 
más liubo; sin embargo varios me atribuyeron 
siniestras intenciones, otros importunidad, i 
yo quiero que tu sepas el cuento por si acaso te 
hallas por ahí con quien lo haya sabido mal i 
rectifiques, si se ofrece i nada mas, la opinión. 
Por la tarde estuve en el Real Golejio Gubgi- 
no para oir el discurso de apertura de su clase 
(le Filosofía que pronunció Manuel. Asistió 
1). José de la Luz, i no bien me discirnió al con- 
cluir, vino á donde yo estaba i me abrazó con 
cariño diciendo jocosamente: «á este es á quien 
yo quiero convertir»; con cuyo motivo se re- 
novó la disputa i quedamos conformes, recono- 
ciendo ól los estravios de Bacon que yo le 
apuntaba, i venerando yo por mi parte el jenio 
de Bacon i sus eminentes servicios por las lu- 
minosas observaciones que me hizo el señor de 
Luz con aquella profundidad i tino de conven- 
cimiento que lo distinguen. 

Por el Diario sabrás ya de esa iweva publi- 



— 206 — 

cación titulada <El Plantel,» que dirijen Eche- 
varría i Palma. Mui pronto debe repartirse el 
primer número, en el cual sale mi última no- 
velita titulada Carmen i Adela que apenas 
cuenta de vida una semana. 

Nada me has dicho de nuevo sobre mis ob- 
servaciones acerca de la novela Petrona i Ro- 
salía. Yo la juzgo descarnada, desprovista de 
arreos novelescos, de tiempo, de acción, de 
buen artificio en suma; pero interesante, fiel, 
trascendente i necesaria para morijear i recti- 
ficar nuestras costumbres. 

Tuyo afmo., 

José Z. G. del Valle. 



II 



«INSTRUenVA DEL ABOGAD} 

DON JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO». 

Preguntado, si sabe ó presume cuál sea la 
causa de hallarse guardando arresto en la ac- 
tualidad : 

«Contestó, que por habérsele intimado la or- 
den de prisión del Excmo. Sr. Capitán Gene- 
ral, por conducto del Sr. Sargento Mayor de 
la Plaza, por complicidad que le resultaba en 
la causa de conspiración de negros en esta 
Isla.> 

Preguntado si en esta capital ú otro punto 
había conocido y tratado á Mr. David TumbuU, 
cónsul que fue de S. M. B. en esta isla, espre- 
sando en tal caso qué relaciones tuvo con él y 
cuando fué la última ocasión que le vio; 



— 208 — 

«Contestó, que habrá cosa de cinco años le 
fué presentado en calidad de viagero instruido 
en una corta mansión (jue hizo en esta isla, an- 
tes de ser Cónsul y aun de haber publicado su 
obra sobre este país; habiendo tenido con ól to- 
das las atenciones que se tienen con un extran- 
jero en talos casos. Volvi(') después Turnbull á 
la isla en calidad de cónsul, y entonces fué éste 
á visitar al declarante, quien le pag<) la visita, 
y aquí concluyó todo: que las ocupaciones por 
un lado y los males que bien pronto empezaron 
A abrumarle por otro (hace cerca de cuatro 
años) le hicieron desaparecer completamente 
de la escena del mundo. » 

Preguntado si podía determinar cuántas oca- 
siones y en que fechas visitó á Turnbull después 
que tomó posesión de su consulado : 

«Contestó, que sólo la vez á que se ha con- 
traído en su anterior respuesta, fué cuando 
únicamente estuvo en su casa, no teniendo pre- 
sente la fecha, aunque es fácil averiguarla 
[)orque fué recién llegado aquel funcionario á 
esta capital en calidad de cónsul. > 

Preguntado en qué sociedad y por quién fué 
presentado la primera ocasión á Turnbull : 

«Contestó, que en casa del Dr. Madden, mé- 
dico de profesión é individuo de la Gomipióii 
Mixta, amigo suyo. » 



— 209 — 

Preguntado si recordaba los motivos sobre 
que giró la conversación : 

€ Contestó, que la conversación fué miscelá- 
nea, como suele ser en toda mesa, recordando 
que se habló mucho, entre otras cosas científi- 
cas, de Meteorología, señalando las diferencias 
entre los fenómenos tropicales y los de los cli- 
mas europeos, habiendo hablado todos indis- 
tintamente sobre la materia. > 

Preguntado quiénes eran las demás perso- 
nas presentes : 

<Contest('>, que formaban parte de la sociedad 
la familia del citado Madden y otros extranje- 
ros del comercio, cuyos nombres no recuerda, 
hallándose también varias señoras extranjeras, 
entre ellas la esposa del referido Madden. > 

Preguntado dónde vivía entonces Mr. Turn- 
bull: 

«Contestó, que en la Calzada de San Luis 
Gonzaga, donde es público y notorio que vivió 
dicho sujeto. » 

Preguntado si fué sólo á aquella visita : 

«Contestó, que fué sólo y le encontró acom- 
pañado de su esposa, la cual le hizo el cumpli- 
do, por hallarse él á la sazón en las piezas inte- 
riores y sin que durante aquel acto compare- 
ciese otra persona, y^ 

u 



— 210 — 

'^i'cguntado so])ro los particulares de la con- 
versación : 

«dontestó, que la visita fué breve y versó la 
conversaci()n sobre particulares indiferentes y 
usuales en semejantes casos. > 

Preguntado si tuvo relaciones de amistad 
con el Secretario de Turnbull : 

« Contestó, que jamás. » 

Preguntado «si por casualidad» habhi algu- 
na ocasión con Mr. Turnbull respecto al pro- 
yecto de emancipación absoluta de la esclavitud 
en esta Isla: 

«Contestó, que nunca». 

Preguntado si sabe ó ha llegado á presumir 
que Turnbull hubiese tratado de promover es- 
pecies que tuviesen por objeto excitar la escla- 
vitud para que obtuviese su absoluta emanci- 
pación: 

«Contestó, que ha oído decir lo que general- 
mente se ha contado sobre el porticular> . 

Preguntado si recuerda haber visitado ó 
frecuentado alguna Sociedad cerca del Conven^ 
to de Paula, á la que concurriese una que otm 
vez Mr. Turnbull: 

«Contestó, que es la primera noticia que tie^ 
ne de semejante Sociedad.» 

Preguntado si no tiene presente haber con- 
currido nuevamente á la casa de Mr. Tuní- 



— 211 — 

bull en la ópoca del gobierno del Excelentísi- 
mo Sr. D. Jerónimo Valdós, y en tal concepto 
si lo verificó acompañado de un joven inglés, 
expresando asimismo el objeto: 

«Contestó, que nunca, ni solo, ni acompa- 
ñado durante el tiempo á que se contrae la 
l)regunta.)> 

Preguntado si tam|)oco tiene presente haber 
lieclio alguna entrega de dinero á Mr. Turn- 
bull y con qué objeto: 

«Contestó, que jamás en su vida ni á mister 
Turnbull ni á nadie de este mundo ha entrega- 
do cantidades de dinero. » 

Preguntado si tiene presente haber confo-* 
renciado con alguna persona acerca de la po- 
sisión ventajosa en que se halla el castillo 
Número 4 : 

« Contestó, que jamás ha hablado de casti- 
llos. » 

Preguntado si ha conocido en esta capital al 
pardo extranjero llamado Luis Gigaut: 

«Contestó, que en estos días, á su regreso de 
Francia, es la primera vez que lo ha oído nom- 
brar. > 

Preguntado si durante el gobierno del Ex- 
celentísimo Sr. D. Jerónimo Valdés ha llevado 
relaciones íntimas de amistad con el Doctor 
D. Santiago Bombalier, Ldo. D, Manuel Mar- 



— 212 - 

tíne¿ Serrano, D. Domingo del Monte, D.Juan 
de Dios Corona y demás individuos que se 
nombran en esta actuación, que para la debi- 
da inteligencia del declarante se le indican por 
el Fiscal : 

«Contesto, que conoce al Dr. Bombalier, que 
por muchos años ha llevado relaciones de amis- 
tad con los Ldos. Manuel Martínez Serrano y 
D. Domingo del Monte, y que respecto á las de- 
más personas indicadas, unas conoce y otras 
nó, sin contraerse á épocas determinadas; pero 
de seguro no ha estado en contacto con ellas 
durante el gobierno del Sr. Valdés. » 

Preguntado si con anterioridad habló el de- 
clarante con el Ldo. D. Domingo Delmonte y 
demás individuos que se le han indicado, sobre 
particulares relativos al proyecto de eipanci- 
pación absoluta de la esclavitud en esta Isla : 

«Contestó, que nunca. > 

Preguntado si ha llegado á su conocimiento 
que algunas personas notables del país hayan 
influido de acuerdo con Mr. David TumbuU 
para que se llevase á efecto el referido plan de 
emancipación, y en qué términos: 

«Contestó, que jamás.» 

Preguntado si La llegado á su noticia que 
ciertas perdonas mezcladas ep el iiidipado pro-» 



— 213 — 

yecto hayan influido fuera del país para su rea» 
lización: 

«Contestó, que jamás. > 
Preguntado si tampoco haya podido com- 
prender el objeto y fin que hayan tenido cier- 
tos movimientos que se advirtieron en las fin- 
cas del campo á fines del año próximo anterior 
y principios del aetual : 

«Contestó, que hallándose en Europa ala sa- 
zón no puede determinar el objeto y fin de ta- 
les movimientos : allí llegaron las primeras no- 
ticias como alzamientos parciales de algunas 
fincas, y por consiguiente de todos fueron call- 
eados como las demás sublevaciones negreras 
que de cuando en cuando han estallado en la 
Isla; después fué cuando los periódicos comen- 
zaron á hablar de una conspiración más gene- 
ral con ramificaciones en varios puntos de la 
Isla, que se decía descubierta por el Gobierno. )> 
Preguntado si no tiene algún dato para pre- 
sumir que en esos movimientos hayan influido 
poderosamente ciertas personas interesadas 
por sus fines y principios, ansiosas acaso de 
obtener por semejantes medios, innovaciones 
respecto al sistema de gobierno que rige en es- 
ta Isla : 

«Contestó, que ni tiene, ni cree que puedan 
existir semejantes datos* » 



— 214 — 

• Preguntado en qué fecha se ausentó el de- 
clarante de esta capital y á que punto se diri- 
gió, es decir, la última vez que lo verificó : 

«Contestó, que el veinte y nueve de Mayo de 
mil ochocientos cuarenta y tres partió de la 
Habana para New- York, donde se embarcó al 
cabo de quince días para Havre de Gracia, á cu- 
yo punto llegó el veinte de Julio y por fin á Pa- 
rís el veinte y cuatro del mismo; habiendo resi- 
dido constantemente en esa Capital hasta su re- 
greso en quince de Agosto próximo pasado> . 

Preguntado si puede manifestar el objeto de 
ese viage: 

«Contestó, que su objeto es de pública noto- 
riedad y aconsejado además por facultativos do 
nota: el restablecimiento de su salud, como 
consta al mismo gobierno de la Isla> . 

Preguntado con qué personas de esta Capital 
ó de otros puntos de la Isla ha llevado corres- 
pondencia durante su ausencia: 

«Contestó, que con ninguna, por su casi ini- 
l)Osibilidad de escribir sin grave detrimento de 
su salud, como consta a la Isla entera; no ha- 
biendo escrito más que algunas esquelas á su 
consorte, que más bien pueden llamarse partes 
de salud; lo qne pueden certificar igualmente 
(Uiantos le vieron en París y sobre todo loa pri- 
meros módicos de dicha capital». 



— 215 — 

Preguntado si durante su asiento en París 
tuvo alguna entrevista con elLdo. D. Domingo 
Delmonte: 

«Contestó, que lo veía familiar y frecuente- 
mente (pues no ha tenido motivos para lo con- 
trario) como sucede entre amigos y paisanos» . 

Preguntado si en alguna de sus con ver sacio, 
nes el Ldo. D. Domingo Delmont-e le hablo so- 
bre Mr. David TurnbuU y de los proyectos que 
este tenía entre manos para que se llevase á 
efecto la emancipación de la esclavitud en esta 
Isla: 

«Contestó, que nunca». 

Preguntado si absolutamente recuerda ha- 
ber tratado de esos particulares con ninguna 
persona: 

«Contestó, que con nadie». 

Preguntado si no tiene presente haber oído 
decir que tanto D. Domingo Delmonte como 
otras personas hayan trabajado eficazmente de 
acuerdo con Mr. TurnbuU para que se llevase 
á cabo la expresada emancipación: 

«Contestó, que ha oído hablar generalmente 
y hasta con indignación sobre el particular co- 
mo una imputación que se le hacía en esta 
causa; teniéndola todos por una solemne im- 
postura» . 

Preguntado si el declarante juzga lilire de 



— 216-^ 

responsabilidad al Sr. Delmonte en la presente 
causa y qué fundamento tiene para ello: 

«Contestó, que la pregunta no está bien hi- 
lada y por tanto se abstiene de contestarIa> . 

El Fiscal manifestó al declarante que su ob- 
jeto al hacerle la anterior preguntase contraía 
á que consignase su opinión respecto á los sen- 
timientos del * Sr. Delmonte en la cuestión de 
emancipación y que al mismo tiempo expresase 
si le consideraba capaz de haber influido en los 
acontecimientos que á fines del año anterior se 
advirtieron en la jurisdicción do Matanzas y 
Cárdenas; pues habiendo llevado estrechas re- 
laciones con dicho sujeto muy bien pudiera 
emitir su opinión sobre el particular: 

«Contestó, que en primer lugar que la prue- 
ba de que la anterior pregunta no estaba bien 
concebida, y que ni aún expresaba bien la idea 
del Sr. Fiscal, es la explanación que acaba de 
dar, como será fácil demostrarlo en otra opor- 
tunidad, no haciéndolo ahora por evitar proli- 
jidad: y contrayéndose á la pregunta, responde, 
que siempre le ha oído hablar en sentido con- 
trario ala emancipación; considerándole in- 
capaz no ya de influir, pero ni aun de concebir 
la idea de semejantes acontecimientos, piíes en 
todas sus relaciones con el Ldo. D. Domingo 
Delmonte le ha encontrado siempre amante de. 



— 217 — 

cidido del país, y como tal se honra con su 
amistad el exponente. > 

Preguntado si ha llegado á concebir la idea 
de que el Cónsul que fué de S. M. B. en esta Is- 
la, Mr. David Turnbull, haya maquinado pa- 
ra la alteración del orden en la misma, pro- 
pendiendo con entusiasmo al alzamiento de la 
esclavitud; expresando á la vez el fundamento 
que haya tenido para ello . 

«Contestó, que así lo oyó decir cuando le pu- 
sieron preso, hallándose á la sazón enfermo el 
declarante fuera de la ciudad. > 

Preguntado si llegó á su conocimiento que 
durante la época del Excmo. Sr. D. Gerónimo 
Valdés, varios miembros de la Sociedad Eco- 
nómica del país, escandalizados de la conducta 
observada por Mr. Turnbull hubiesen hecho 
una moción pidiendo que su nombre se borra- 
se de aquella Corporación respetable, consi- 
derando que era una anomalía que éntrelos 
Amigos del País fuese contado como socio co- 
rresponsal el que bajo todos aspectos procura- 
ba destruirlo : 

« Contestó, que es menester distinguir épo- 
cas, pues la moción se hizo mucho tiempo an- 
tes de haber sido preso Turnbull y cuando es- 
taba poco antes en el pleno ejercicio de sus 
funciones consulares, y como tal en correspon. 



— 218 — 

dencia y deaiás relaciones con el Gobierno de 
la Isla: y contrayéndose á la cuestión misma 
en el seno de la Sociedad, se refiere el decla- 
rante en todas sus partes al oficio que como di- 
rector de dicha Gorporaciíin pasó en aquellas 
circunstancias. » 

Preguntado si dicha moción se hizo antes ó 
después de haber sido preso Mr. Turnbull : 

«Contestó, que queda contestado en su ante- 
rior respuesta. » 

Preguntado si era director de la Sociedad 
Económica cuando aconteció la prisión de 
Mr. Turnbull y qué temperamento tomó aquel 
cuerpo respetable en vista de dicha circuntan- 
cia: 

«Contestó, que cree era director en aquella 
época, pues lo fué desde fines de mil ochocien- 
tos cuarenta y dos; y que ignora que la Socie- 
dad tomase medida alguna con motivo de la 
referida circunstancia. > 

lYcguntado de qué sentido fué el declarante 
con respecto á la moción á que aluden las an- 
Loriores contestaciones: 

«llespondió, que su referido oficio no deja 
(jue desear en la materia. » 

Preguntado si real y efectivamente el decla- 
rante ignoraba en la época de la moción, que 
Mi*. Turnbull so hacíu remarcable por su 



-219- 

exaltación en orden á la cuestión de emanci- 
pación: 

«Contestó, que había oído hablar muclio de 
sus reclamaciones reiteradas como órgano del 
Gobierno Británico para la cesación de la tra- 
ta, y de algunos pasos que daba en desempeño 
de su ministerio en calidad de Super-Intendente 
de los emancipados (pues reunía ambos car- 
gos ) admitido como tal por el Gobierno Supre- 
mo y por el de esta Isla. » 

Preguntado si llegó á comprender el objeto 
que tuvo Mr. David TurnbuU para desembar- 
car furtivamente en las playas de esta Isla, y 
por cuya razón se le redujo á prisión: 

«Gontes'tó, que ignora el motivo porque lo 
luciera furtivamente. » 

Preguntado si tampoco pudo comprender el 
fln político que se propusiese Mr. TurnbuU 
para introducirse de aquella suerte en esta Isla: 

«Contestó, que nada le consta en cuanto al 
fln político; y que lo único que oyó decir gene- 
ralmente en aquella época fué que había veni- 
do á reclamar cierto número de negros de no 
sabe qué colonia extrangera que se hallaban 
como esclavos en uno ó vjtrios ingenios de la 
Vuelta-Arriba, en desempeño de sus funciones 
(le Super-Intendente de emancipados afri- 
canos. > 



— 220 — 

Preguntado si le consta ó ha oído decir que 
durante el tiempo en que ejerció Mr. TumbuU 
el destino de Cónsul, se hubiesen introducido 
en esta Isla por su disposición, armas y otros 
pertrechos de guerra, y con qué fin: 

«Contestó, que es la primera noticia que tie- 
ne sobre el particular. > 

Preguntado si ha oído decir que algunas 
personas ha3'an contribuido con dinero ó de 
otra suerte para que se proporcionasen dichas 
armas. 

«Contest(), que tampoco le consta, y ni aun 
lo creería, si se le contara, do hijos del país.» 

Preguntado si no infiere que en este país 
existe un j)arti(lo que bajo todos aspectos ha 
tratado, de acuerdo con Mr. David Turnbull, 
de levantar la esclavitud para obtener, á la 
sombra de las dificultades que necesariamente 
habría de encontrar el rTobiorno, innovacio- 
nes en política : 

< Contestó, que cree que ni existe, ni puede 
existir, comprometiéndose á llevar la eviden- 
cia sobre la materia hasta los ánimos más pre- 
venidos. > 

Preguntado si con el actual Cónsul de S. M. B. 
ha llevado relaciones íntimas de amistad el de- 
clarante, ó de otra suerte : 

<Gontest(), que ni de vista le conoce. ¿ 



— 221 — 

Preguntado si ha oído decir ó le consta que 
este funcionario esté identificado con las ideas 
de Mr. Turnbull tocante al proyecto de eraan- 
ci pación. 

<( Contestó, que nada sabe sobre el parti- 
cular. » 

Preguntado si ha conocido en esta capital á 
D. Francisco Senmanat, y qué clases de rela- 
ciones ha llevado con él : 

«Contestó, que le ha conocido de vista, y 
hace tantos años, que ni recuerda á punto fijo 
la última vez que lo vio. » 

Preguntado si ha oído decir el objeto que 
tuvo este individuo para venir á este país á fi- 
nes del año próxirao anterior: 

«Contestó, que ni lo sabe, ni puede graduar- 
lo, porque se hallaba á la sazón á dos mil le- 
guas de distancia. > 

Preguntado si el declarante ha tenido parte 
en algún proyecto de conspiración que haya 
tenido por objeto la emancipación absoluta de 
la esclavitud en esta Isla, expresando en tal 
caso el fln político que le animaba al efecto : 

«Contestó, que el declarante en lo que ha 
tomado y tomará siempre parte es y será en 
restañar y cicatrizar las heridas que otras ma- 
nos han inferido á su patria, por cuya ventu- 
ra derramará hasta su última gota de sangre,)i 



— 222 — 

Preguntado quiénes son en su concepto los 
que lian inferido esas lieridas á su patria y de 
que medios se han valido: 

«Contestó, que no es esta la oportunidad de 
manifestarlo, por ser necesario entrar en un 
análisis circunstanciado que corresponde á 
otro lugar. > 

1 Peguntado si sospecha que algunas perso- 
nas llevadas de espíritu de animadversión ha- 
cia el declarante, le hayan perjudicado en la 
l^resente causa directa ó indirectamente : 

«(Contestó, que así debe creerlo al ver lo quo 
se practica con la inocencia. > 

Preguntado si el declarante ha llevado rela- 
ciones de amistad con algunos jefes de la Re- 
píibhca de Méjico y Costa-firme que hayan es- 
tado en esta capital : 

« Contestó, que jamás. > 

Preguntado si ha llevado relaciones de amis- 
tad con D. Félix María Tanco, y en tal caso si 
se ha reunido con él, íi otra persona del mismo 
apellido, en alguna Sociedad, en esta capital, ó 
fuera de ella : 

«Contestó, que han sido pocas sus relaciones 
con D. Félix Tanco; pues este señor casi siem- 
pre ha residido en Matanzas donde era Admi- 
nistrador de Correos, conociéndonos amibos de 
nombre, y habiendo hecho una visita al decía* 



— 223-^ 

rante en esta ciudad cuando se hallaba enfer- 
mo á su regreso de los Estados Unidos. » 

Preguntado si el declarante conoció al pardo 
( xabriel de la Concepción Valdés (a) Plácido, é 
igualmente por algún motivo al moreno Miguel 
b'lores: 

«Contestó, que á ningimo de los dos ha co- 
nocido nunca.» 

Preguntado si ha oído decir que los antedi- 
clios Plácido y Flores hayan sido emisarios de 
Mr. Turnbull y de ciertas Sociedades estableci- 
das en esta Capital para que se llevase á efecto 
el plan de emancipación: 

«Contestó, que lo primero lo ignora, vio se- 
gundo lo ignora y lo duda sobremanera.» 

Preguntado si tampoco ha oído decir que una 
de esas Sociedades tuviese asiento en casa de 
D. José Ayala, la cual era compuesta de perso- 
nas blancas y de color: 

«Contestó, que mal puede saber las circuns- 
tancias el que ignora la existencia.» 

«En este estado dispuso el señor Fiscal la 
suspensión del acto para continuarlo cuando 
fuere necesario en el curso del procedimiento; 
se le leyó al abogado declarante, expresó estar 
conforme, advirtiendo únicamente que en vista 
del tenor de ciertas preguntas que se le hacen 
en el presente interrogatorio, se vé forzado á 



— 224 — 

establecer como establece la más solemne pro- 
testa para que obre sus efectos cuanto ha lugar 
en derecho, llegado el caso de manifestar las 
irregularidades á que se contrae; y para la de- 
bida constancia lo firmó con dicho señor, de 
que certifico» Firman este interrogato- 
rio (de 26 Setiembre de 1844) efectuado en la 
casa-habitación de Luz Caballero, el procesa- 
do, el Fiscal «Pedro Salazar», y el Secretario 
«José Fernández Gota.» 



^-« 



111 



''CONFESIÓN DE D. JOSÉ OE U LUZ T CABALLERO*' 



«Preguntado, habióndc' '> leído la declaración 
instructiva que tiene ministrada en esta causa 
y obra á fojas mil trescientos veinte, si es la 
misma que prestó; si se aflrma ó ratifica en su 
contenido, si tiene algo que añadir ó quitar, si 
la firma y rúbrica con que está autorizada es 
de su puño y letra, y quiere se le tenga en par- 
to de esta su confesión;— Dyo, que cuanto se 
le ha leído es lo mismo que tiene declarado, 
que se afirma y ratifica nuevamente en su con- 
tenido, sin tener que añadir, ni quitar, reco- 
nociendo por suya la firma que la valorizaiy. 
por lo tanto quiere se le tenga por parte de esta 
su confesión, y responde.> 

4^Se le hace cargo de la complicidad que apa- 



— 226 — 

rece de autos contra el confesante en el pro- 
yecto fraguado por Mr. David TurnbuU, ex- 
Cónsul de S. M. B. en esta isla, por el que trató 
de llevar á cabo la emancipación de la esclavi- 
tud;— Di/o, que á toda esa barabúnda de su- 
gestiones, imposturas y contradicciones que se 
vierte en la declaración del moreno Miguel 
Flores (que acaba de leérsele al confesante) dá 
por único descargo, se le responda: cuándo? ^ 
y respondo 

«Preguntado, si con el* descargo que ha dado 
se considera negar el que se le ha hecho, — D/- 
jo y que sí, y respondo 

€ReconvenidOj cómo niega el cargo que se 
le hace, cuando ha visto sus acusaciones por la 
lectura que se le ha dado de ellas, de la decla- 
ración de Miguel Flores, á fojas doscientas se- 
tenta y ocho, y lo expuesto por el pardo Gabriel 
de la Concepción Valdés, á fojas ochocientas 
catorce; hechos que mirados con su instructi- 
va á la vista (que se le ha leído) tienen alguna 
concordancia, pues tiene dicho visitaba en Pa- 
rís á D. Domingo Delmonte, cuyas opiniones 
están patentes, pues por ellas fué expatriado ó 
expulsado de la isla; y en esta capital á mister 
TurnbuU, y aunque esto no sea suficiente, dá 
la casualidad que este señor, tanto en la época 
de su Consulado, cuanto antes y después, ha 



— 227 — 

demostrado daramente y á la faz de todos sus 
ideas de emancipación, llamándola atención 
en estas circunstancias el oficio que certificado 
obra á fojas seiscientas sesenta y siete, el cual 
es producción del confesante; reprochando ó 
rebatiendo la idea de algunos socios, en la de 
Amigos del País; que viendo y considerando no 
era compatible estuviese Turnbull asociado con 
ellos, cuando maquinaba contra él, pidieron su 
expulsión: en cuya virtud se le amonesta sea 
franco y explícito manifestando cuanto sepa 
sobre el particular;— ZW/o, que en el mismo 
cargo va casi envuelto su descargo; y, contra- 
yéndose á los particulares que abraza, respon- 
de: 1.**, que una cosa es visitar á un amigo y 
compatriota, y otra conspirar contra el país ; 
2.'', que en lo que han estado patentes para el 
confesante las opiniones de D. Domingo Del- 
monte, es en su oposición á la trata de negros, 
mas nunca á la emancipación de la esclavitud: 
3.**, respecto á las visitas del confesante á Mis- 
ter Turnbull, se refiere á-lo que tiene declara- 
do: 4.**, en el oficio se trataba de hacer cum- 
plir el reglamento de la Sociedad; y en todo 
caso la admisión ó expulsión de Mr, Turnbull, 
era materia opinable, y por ningún motivo de- 
cidida en pro ó en contra puede constituir un 
Xíargo: 5,^ y ifUimOy respee|;o á Jft mención 



— 228 — 

(por cierto honorífica) que del confesante hace 
Plácido en la exposición que se le ha leído, na- 
da tiene que decir sino que jamás ha estado en 
semejante finca; no contestando á la califica- 
ción que se hace de sus pobres conocimientos, 

porque ni le pertenece, ni es cargo, y res- 
ponde, » 
< Preguntado, si está convencido que el 

conspirar es delito, y que la ley le castiga á es 
ta clase de delincuente con todo rigor; — Djjo, 
que lo está; que no tiene más que decir; que lo 
espuesto es la verdad á cargo de su juramen- 
to, en que se afirmó y ratificó, leída que le fue 
esta su confesión, firmando con los señores Fis- 
cales, de que doy íe. > 

Este acto se efectuó el 10 de Junio de 1845; 
y los firmantes, á más de Luz, fueron los fisca- 
les 1). Antonio Lara y D. Antonio Llorens, y el 
secretario D. José Fernández Gota. 



IV. 



«DEFENSA DE DON JOSÉ DE LA LÜZ:» 

«Señores Presidente y Vocales:» 

«Don Andrés María de Foxá, Teniente de la 
2.* compañía de Voluntarios de Mérito, y de- 
fensor nombrado por el Ldo. D. José de la Luz 
Caballero, cumpliendo su encargo, tiene el ho- 
nor de exponer á VSS. que : 

«Don José de la Luz y Caballero libra su de- 
fensa en el mérito de los autos, y en la justifi- 
cación del Tribunal. > — Habana 15 de Octubre 
de 1845. — Andrés María de Foxá. » 



V. 



LOS LIBROS Y PAPELES DE LUZ CABALLERO, 

José de la Luz Caballero dejó al morir una 
biblioteca que se componía, á ojo de buen cu- 
bero, de unos 4.500 á 5.000 volúmenes. Por 
la cláusula 11* de su testamento la donaba «á 
la Biblioteca pública establecida en la Real So- 
ciedad Económica de la Habana; > pero otorgan- 
do al colegio de El Salvador el derecho de se- 
parar «un estante de las obras que escogiere.» 
Ya en el año 1865 la biblioteca que, en el mismo 
gabinete de siempre, existía en el colegio, ape- 
nas si contaba dos mil volúmenes, incluyendo 
en ella un estante de cerca de un metro de an- 
cho, por dos aproximadamente de largo, que 
contenía los libros de Juan Clemente Zenea. Esa 
reducción de los que quedaron en el establecí- 



— 232 — 

miento al morir su dueño, debióse sin duda, á 
que hubiera ya tomado la Real Sociedad los 
que le fueron legados. Ignoro el destino ulte- 
rior de los volúmenes que había en el colegio 
cuando éste fué cerrado en 1869 ó 1870. 

En aquel mismo departamento, ó gabinete- 
librería, donde espiró Luz Caballero, vi por el 
año 1866, colocada en el suelo, á la izquierda, 
junto al estante que allí había (la mitad ó un 
tercio del cual estaba ocupado por los libros de 
texto para las clases del instituto), una caja de 
madera toscamente labrada, y por esta cir- 
cunstancia, su color y dimensiones, muy seme- 
jante á una caja de azúccar, (y por tal ^ tenía 
yo). Era corriente en el colegio la creencia de 
que encerraba — como allí decíamos: «los pa- 
peles de D. Pepo Aquel mismo año, ó el si- 
guiente, tuve en mis manos, estando en la bi- 
blioteca, un cuaderno que revisé, y — notando 
que era de Luz Caballero — leí todo (en la par- 
te legible). No sé cómo andaba por ahí, ni có- 
mo llegó á ponerse según lo vi con profunda 
pena. Era un manuscrito, grueso, ancho, en 
octavo mayor, destruida, en diagonal, su mitad 
inferior derecha, por la humedad y la polilla. 
Parecióme una cartera de viajes, donde se 
anotaron con tinta, por el mismo Luz, las impre- 
siones y los recuerdos de su primer viaje á 



— 233;— 

Europa. Tengo muy presente — corao si hu- 
biera sido ayer mismo — que allí había una pá- 
gina donde refería su encuentro^ me parece 
que en Berlín, y pudiera añadir— aunqtíe sin 
afirmarlo— que en el Museo, con el Barón de 
Humboldt; y otra en que hablando del sermón 
de un orador sagrado que acababa de oir, ma- 
nifestaba que solo en los labios de las mugeres 
le había sonado con tanta gracia la lengua ale- 
mana como en los de aquel elocuente sacer- 
dote. , . 

Durante la última quincena del mes de Di- 
ciembre de 1868 empezó D* José María Zayas 
á copiar en limpio, papeles de Luz Caballero; 
pero no adelantó mucho su buen deseo; al me- 
nos solo sé que llenaría algunas páginas dé níx 
cuaderno en octavo, con pensamientos, aforis- 
mos, notas que había puesto Luz al margen de 
algún libro, al ir leyéndolo, — como El Protes- 
tantismo comparado con el Catolicismo^ por 
D. Jaime Bálníes,- y acaso el fragmentario é 
íntimo Diario que escribió cuando la muerte 
de su hija, y que suspendió muy pronto, á lo 
que entiendo. Un día de aquella misma quin- 
cena pregunté al Sr. Zayas, platicando ambos 
sobre los papeles de Luz, si publicados éstos le^ 
darían al querido autor la misma considera- 
ción como filósofo de que, por ejemplo, disfini- 



— 234 — 

taba el norte-americano Emerson. No puedo 
explicar hoy por qué se me ocurrió entonces 
aquella comparación; pero sí recuerdo distin- 
tamente que completé mi pregunta poniendo á 
Emerson por término de aquélla, y que el se- 
ñor Zayas, al punto de separarnos, me contes- 
tó risueñamente : < quizás^ por ahí^ por ahí. » 
Encargados por Luz, en la cláusula 16* de 
su testamento, para que recogieran «todos sus 
papeles, manuscritos é impresos, > con el ob- 
jeto de publicar los que consideraran que pu- 
diesen ser útiles, y haciéndoles la indicación 
de « servirse para este encargo de las noticias 
que poseen D. José Bruzon (hijo) y D. Jesús 
Benigno Galvez, » fueron los Sres. D. José Ma- 
ría Zayas y D. Antonio Bachiller y Morales. 
Estos dos cubanos prominentes desgraciada- 
mente fallecieron sin realizar los votos del tes- 
tador, pero acaso uno de los herederos de don 
José María Zayas, su hijo D. Alfredo, letrado 
joven y ya distinguido, así como aficionado á 
las curiosidades de nuestra historia y nuestra 
Hteratura, y quien hace poco más ó menos dos 
meses utilizó en un artículo interesante docu- 
mentos inéditos relativos á Luz, querrá cum- 
plirlos, llevando á buen término la tarea enco- 
mendada á su padre. Pueda él hacerlo con 
eficacia y, según es de esperarse, con luci- 



— 235- 

miento. Para auxiliarle TÍven todavía, por 
fortuna, los Sres. Bruzon y Galvez, los cuales 
seguramente^estarán siempre dispuestos á con- 
tribuir con sus luces, en obsequio á la re- 
comendación que ÍDdirectamente les hiciera 
aquel compatriota iniqgne que tanto cariño á 
ambos profesara, y cuya memoria int^*esa á 
todos conseryar con lustre que jamás pueda 
empañarse. 



FE DE ERRATAS 



LAS MAS IMPOSTANTES SON LAS QUE SIOUZN 







Pág. 


LINEA 


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7' 


8 


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12 


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Nota 2* 


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Nota 1' 


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» 2' 


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93 


12 


100 


14 


110 


24 


117 


15 y 16 , 


146 


7' ' 


182 


11 


184 


23 


184 


28 




conocerio 

epiteto 

el modelo masa oabado 
las conciencias prapa-i 

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epíteto 

el modelo mfts acal)ado 
las conciencias, prepa- 
rándolas 
carácter 

su expresión, clara, 
su método 

Sroveer de máquinas 
A la falla de preparación 
al público 
y áibulas conocidas 
palabra Dios, 
á lo menos, si bien 
de origen 
nueva, sobre todo 

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las escuelas analíticas 
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Artículo de Tulio 
en que se requiere 
causa primera ó Dios 
analítico 
llámesele 
Recomendaba 
ecléctico 

diccionario de su biblio- 
teca 
et lo que más enternece 
se sentía— á despecbo de 







Prólogo 3 

José do la Luz y Caballero 7 

Apéndices 201 

Carta de José Zacarías González del Va- 
llo á Anselmo Suarez y Romero 203 

Instructiva del abogado D. José de la Luz 

y Caballero 207 

Confesión de D. José de la Luz y Caba- 

ballcro 225 

Defensa de D. José de la Luz . 229 

Los libros y papeles de Luz Caballero. . . 231 

Fe de erratas 237 



«71 




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