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I
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JUANA EYRE
DRAMA EN 4 ACTOS T UN PRÓLOGO
ARREGLADO Á LA ESCENA ESPAÑOLA,
POR
§, J» P»
BAECELONA.
ADMINISTRACIÓN. li LIBRERÍA. ' .
Bonda d»l Norte núm. 118. if) Plaia del Teatro núm. 1.
1869.
%-a.., ^f<^q. (ifx
%, BrJétA^'Cr/
La propiedad de esla obra pertenece, en cuanto á los derechos de
representación, á D. Migael Gasset, y para los de impresión y edición
á D. Salvador llanero.
Los corresponsales de los seffores Gallón é Hidalgo son los encarga-
dos del cobro de los derechos de representación y venta de ejemplares.
PERSONAJES.
LORD ROCH ESTER.
JUANA EYRE.
MISTRISSARAHOLLISTER.
SIR GUILLERMO SMITH.
EL CAPITÁN ENRIQUE HARDINC.
HERMINIA CLARENS.
KSABEL, AYA.
MISTRISCURA.
RICARDO, 17 AÑOS.
; EL DOCTOR BLACKORST.
ADELA, 8 AÑOS.
JORGE, CRIADO.
PATRICIO, C1IIAD0.
PRÓLOGO.
Un salón ricamente amueblado. En el fondo una biblioteca coronada
de bustos. A la derecha en primer termino una gran ventana d«
ancho alféizar con una cortina de damasco encarnado. A la iz-
quierda una chimenea y encima de osta el retrato de un hombre
de unos cuarenta afios de edad: junto á la chimenea un sofá, y
al otro lado de esta una mesa y un sillón. Puerta en el fondo y la-
terales.
ESCENA PRIMERA.
JUANA. (Sola, entrando por la puerta de la derecha. Está
pálida, el cabello en largos bucles le cae hasta los
hombros. Lleva un sencillo vestido de algodón oscu--
ro, delantal negro y un pañuelito blanco al cuello.
Tiene 16 años. Asoma con precaución y dice desde
el dintel de la puerta,) ¡Nadie!... puedo entrar sin
cnidado... No me han de impedir qne cumpla un
sagrado deber. (Atraviesa lentamente la escena y se
dirige á la chimenea. Al llegar delantadeí retrato^
lo contempla con ternura y junta las manos.) ¿Me
ves, amado tio Arturo? Si, tú me miras y me son-
ríes cuando debieras llorar. ¡Todos andan diciendo
que soy mala, viciosa, ingrata!... ;0h! ¿por qué
me dejaste tan pronto, tio Arturo? Tú me amabas
y ellos me aborrecen. Ayer, sin ir mas lejos,
a^er, dia de Navidad, todos se entregaron al regó-
Cijo de la fiesta^ sus corazones nadaban en la ale-
gna y eu la felicidad, sin pensar en ti, protector
miol (Cayendo de rodillas.) Hoy es aniversario de
tu nacimiento, y sin embargo, lo han olvidado,
olvidando también que de ti han recibido todo
= 6 =
caaDto poseen, todo ese oro que constituye su or-
§alIo: tú sigues enriqueciéndoles desde el fondo
el sepulcro, y ellos te han olvidado completamen-
te!... ) Solo la pobre huérfana guarda en su co-
razón el recuerdo de una fecha bendecida por mu-
chos titulosl... Mas ¡ay de mi! ella no puede ofre- '
certe mas que lágrimas... es lo único que no han
podido quitarle! ¡Acéptalas, bienhechor mió, pues
son hijas del amor y de la ternura que te tengo,
ya que no ignoras que te quiero como un padre 1
ESCENA 11.
JUANA, ISABEL.
ISABEL. {Saliendo por la derecha y viendo á Juana,) ¡Oh!
¡Dios mió! no me engañé... Juana, ¿qué haces
aqui? ¿Has olvidado que te está prohibido entrar
en este salón? ¿qué haces aquí?
JUANA. [Que se ha levantado al entrar Isabel, mirándola
con ojos huraños.) Hoy es el aniversario del naci-
miento de mi tio Arturo y he venido á felicitarla-
Los otros olvidan; pero Juana se acuerda.
ISABEL. No siempre hemos de pensar en los muertos, Jua-
na. Hace ya cinco años que murió vuestro tio.
JUANA. (Con amargura.) ¡Cinco años! mucho tiempo es...
Si, porque hace mucho tiempo que yo era feliz;
porque mi tio vivía y yo no pensaba que los bue-
nos pudiesen morir y que los huérfanos llegaran
á ser tan desgraciados como yo lo soy.
ISABEL. Sin embargo, tus padres no existian ya.
JUANA. Es verdad; pero el cariño de mi tio me hacia ol-
/Vidar que estaba sola en el mundo... Cuando me
estrechaba contra su corazón, dejaba de ser huér-
fana! (Con efusión.) ¡Ahí protector mío, ¿cómo no
vienes á buscarme y á arrancarme de las manos
de esos malvados que me atormentan? ¡IMÍi segun-
do padre, óyeme! ¡yo te lo suplico!...
ISABEL. (Con inquietud.) ¡Juana! ¡Juana! mira que vuelve
á darte ese frenesí producido por la calentura de
que fuiste atacada el año pasado.
JUANA. {Con asombro y recelo:) ¿Tú tan buena conmigo^
Isabel? ¿Por qué no me maltratas como .antes?...
¿Por qué no me echas JDdignada* lejos de aqui?
Mistris Sara, sin embarco, te ha encargado repe-
tidas veces que así lo hicieras.
ISABEL. Porque hoy ya no eres una nina.
JUANA. (Ohl no es eso lo que te detiene^ Isabel... si no te
atreves á hacerlo, es porque temes matarme vién-
dome tan debilitada por lo mucho que me han he-
cho padecer. Por eso te compadeces, Isabel, de la
niña maldita como me llaman ellos.
rsABEL. Me juzgas mal, Juana. Solo me mueve el deseo
de que mistris no se irrite contra ti mas de lo que
lo está ya... y además, lo confieso, creo que debo
compadecerte por cuanto tu salud... {Se detiene y
escucha.) Vamonos de aqui, Juana, vamonos... si
llegaran á encontrarte en este sitio...
itiANA. {Con altivez,) No quiero marcharme.
ISABEL. Juana... (/n«t>f?e9uío.) sé buena; no me aflijas mas.
JUANA. {Echándose vivamente en sus brazos.) Isabel^ no me
riñas... yo no soy tan mala como dicen; ¡pero pa-
dezco tantol... Mira, si deseas que te quiera, no
me eches de aqui, dame este gusto... quiero cele-
brar también la fiesta de Navidad, y ¿sabes de qué
modo? leyendo un poquito. Hace mucho tiempo
que ni siquiera he visto un libro, pues Herminia
me ha proscrito de todas las habitaciones de la
casa... Vamos, Isabel, á tu vez sé también gene-
rosa, permíteme leer y me harás muy feliz.
ISABEL. {Vacilando.) Bien quisiera; pero si llegaran á
verle...
JUANA. {Corriendo rápidamente á la biblioteca.) Nada te-
mas... {Tomando un libro.) ¡La Historia de Ingla-
ietTdil... {Volviendo muy alegre al proscenio.) ¡X^o
ves, Isabel? mi mano no se equivocó. Bien sabia
yo dónde estaba... (Acerca una silla á la ventana y
sube á sentarse en el alféizar.) Ahora, voy á ocul-
tarme detrás de esta cortina, y á pesar de la esca-
sa luz del invierno, veré io bastante al través de
los cristales. ¿Consientes^ verdad^ Isabel? ¡Ahí
¡qué buena eres!
ISABEL. Vamos, cúmplase tu voluntad. Dentro de una ho-
ra volveré por tí... ya conoces á mistris Sara.
JUANA. Pierde cuidado, no me moveré.
ISABEL. (Ap.) Ríñame cuanto auiera la señora, no tengo
valor para quitar á esa desgraciada la única dicna
== 8 =
que está en mí mano procurarle. (Se dispone á «o-
nr par la derecha.)
ESÍGENÁ IIL
JUAIYA, ISABEL, RICARDO {que entra por el foro^ vestido
elegantemente),
RICARDO. {Bruscamente.) ¿Eres tú, Isabel?... ¿qué bácias
aquí?... Quédate.
ISABEL. {Turbada.) Me es imposible, seQorito.
RICARDO. (En tono de imperio.) Te digo que te quedes: ne-
cesito hablarte. Mi tio Enrique, que acaba de lle-
gar de España, y mamá se han engolfado en la
conversación mas fastidiosa... Por no oirles, me
he refugiado aqai.
ISABEL. Señorito Ricardo...
RICARDO. ¿Creerás que mi hermana Herminia se ba enco-
lerizado ahora mismo porque me he reido de su
nuevo traje?
ISABEL. Habéis hecho mal en reiros, permitid que os lo
diga. La señorita Herminia tiene mas edad que
vos, y por consiguiente debéis respetarla.
RICARDO. {Echándose en el sofáj alargando las piernas y
hundiendo las manos en los holsilltís.) ¿Que la res-
pete?... yo no debo respeto á nadie. Cuando llegue
a la mayor edad y me encuentre poseedor de toda
mi fortuna, seré el único amo en esta casa, y el
3ue hoy no me obedezca, se arrepentirá mas tar-
e. Que no se te olvide, Isabel.
ISABEL. Largo me lo fiáis, señorito. Mientras vuestra ma-
dre exista, ella será aquí la única que mande... y
por lo que ahora hace, mistris Sara no piensa en
dejar el mundo*
RICARDO. {Brincando desde su asiento.) Calla y harás bien,
Siorque no estoy de buen humor. {Con aire som-
rio.) ¡Lástima que no haya encontrado á Juana al
paso!...
ISABEL. Verdaderamente es lástima , pues os hubierais
complacido en atormentarla. No sé cómo no os
avergüenza lo que estáis diciendo: ¿no os basta el
, haber maltratado el otro dia á la pobre Juana sio
razón alguna? {Ap.) Como no la descubra...
RICARDO. No, porque la detesto. Caros me ha de pagar los
arañazos y mordiscos que me dio.
ISABEL. La desdichada no podia defenderse de otro modo
de los martillazos que vos le dabais.
RICARDO. No debia defenderse cuando yo la corregía. Soy
el jefe de la casa y ella no es mas que una men-
diga.
ISABEL. Tenéis empedernido el corazón, señorito Ricardo^
y ruego á Dios que os conceda mejores sentimien-
tos, (ía un paso para retirarse,)
RICARDO. (Deteniéndole con el gesto y señalándole la corti-
na,) Isabel, ¿qué es lo que hay detrás de esa cor-
tina? mira como se mueve.
ISABEL. [Temblando,) Os engañan los ojos^ señorito.
RICARDO. [Dirigiéndose á la ventana,) ¿Crees que estoy cie-
go?... Repito que hay alguien. [Aparta la cortina
y descubre á Juana con una risa sarcástica,) ¡Aht
jahl Juana, con que eres tú... Lo había adivi-
nado. ¿Qué haces aquí?
ISABEL, (ip.) Ríen lo temia yo.
[Juana está sentada junto á la ventana^ con los pies apo-
yados en las sillas y tiene un libro en la mano. Tiem-
bla de pies á cabeza y fija en Ricardo los ojos ame-r-
nCiZadores,)
RICARDO. [Retrocediendo como intimidado.) ¿Por qué ma mi-
ras así?... Responde de una vez. ¿Qué haces?
¿vienes á espiar? Responde ó... [Levantando el lá-
tigo y amenazándola,)
JUANA. ¡No me toques^ Ricardo!... Hace un mes que te
mordí... ahora...
RICARDO. [Como burlándose,) ¿A.hora, qué?
JUANA. [Salta de la ventaua yvaá ponerse delante de Ricar-
do con aire resuelto,) Te mataría.
ISABEL. [Interponiéndose.) Juana, no harás tal.
JUANA. No, si no me maltrata.
ISABEL. [Temblando y tratando jde llevarse á Juana,) Ven,
Juana.
JUANA. [Sin cesar de mirar á Ricardo.) No, que se vaya él
antes.
= 10 =
ESCENA IV.
Dichos.— MISTRIS SARA, EL CAPITÁN ENRIQUE HAR-
DING^ entrando por el foro,
SARA. (Mujer de unos ÍOaños^ altiva^ de facciones duras,
vestida espléndidamente, Viemo á Juana.) ¿Juana
aquí? (A Isabel,)
RICARDO. Mamá, Juana se ha escondido misteriosamente
detrás de aquella cortina, y cuando la he descu-
bierto, me ha amenazado con matarme si me
acercaba á ella.
SARA. {Reprimiéndose,) ¡Amenazas!... (A Juana,) ¿Qué
hacías en este aposento?
JUANA. (A quien desde la entrada de mistris Sara ha sobre-
cogido un temblor convulsivo, y permanece con los
ojos cldiados en tierra. En voz baja.) Leia, tia
Sara.
ISABEL. Sí, señora... y yo...
SARA. (A Isabel con el gesto,) Relírate. {Isabel se retira pre-
cipitadamente por la derecha, A Juana con severi-
dad.) ¿No te está prohibido subir al primer piso?
JUANA. Tia, la habitación aue me habéis destinado, es
fría y oscura, y entre aquí durante la ausencia de
9 Herminia, porque este salón es abrigado y alegre.
ENRIQUE. {Sacudiendo la cabeza, a media voz,) Sara^ deja
en paz á esa niña...
SARA. {Lanzando á Enrique una mirada terrible, y luego
dirigiéndose á Juana,) Podías pedirme un libro y
dispensarte de ser tan desobediente.
JUANA. {Mirando fijamente á su tia,) Es que no solo he
venido á leer...
SARA. ¿A qué otra cosa pues?
JUANA. {Con aire de triunfo,) Para saludar á mi tio {Señala
el retrato,) con motivo de ser hoy su cumpleaños.
SARA. {Mordiéndose los labios, Ap,) ¡víbora!
ENRIQUE. {Mirando á mistris Sara con sorpresa.) Tiene ra-
zón Juana. Hoy es, en efecto^ el segundia día de
Navidad... ¿Será posible que tan pronto le hayáis
olvidado todos en esta casa?
SARA. No es extraño aue Juana le tenga tan presente: ¿
Ja culpable indulgencia de mi difunto esposo debe
la audacia y la arrogancia que han necho de
ella el ángel malo de nuestra familia. (A JfMina
=- 11 =
con dwreza,) ¿No le he prohibido que te rices el
pelo? ¿Has olvidado que Herminia no puede su-
frirlo? Semejante peinado sienta biep á las jóve-
nes de opulentas familias destinadas á mandar un
dia; pero no á las que como tú solo han nacido
para servir... Responde, ¿por qué te has peinado
de ese modo?
JUANA. (Pasa maquinalmente las manos por los bucles de sus
cabellos y los deja caer lentamente,) Mmi, natural-
mente se me ^one asi el cabello... Os juro, tia
Sara, que no tengo yo la culpa de que se me cai-
ga en bucles.
ENRIQUE. ¡Pobre niña! tiene razón.
SARA. (Irritada.)iEs cierto que has amenazado de muerte
á Ricardo?
JUANA. Sí; porque levantó su látigo para pegarme.
SARA. Pues te mando que le pidas perdón. [Juana baja
los ojos pero sin moverse,) ¿Te niegas á hacerlo?
JUANA. (Fríamente. )Síj porque yo soy quien debe perdo-
nar y no él. ¿Acaso Ricardo no me trata siempre de
mendiga? ¿No me echa en cara todos los dias el
panqué como en esta casa? Lo repito, señora, yo
soy quien debe perdonar y no pedir perdón.
SARA. ¿Lo oyes, Enrique?.. ¿Lo oyes? (A Juana,) Retí-
rate. (Juana inclina la cabeza y se dispone á salir,)
Cuando yo mande llamarte, volverás á ver este
aposento, pero será por la ultima vez. (Juana la
mira con asombro,) Retírate ya. (Juana se va lenta-
mente por la derecha ,)
RICARDO. Corro á contar esta escena á Herminia... (Ap, y
alegre,) Se va á volver loca de contento. (Sale cor-
riendo por el foro,)
ESCENA V.
MISTRIS SARA, ENRIQUE.
SARA. (Estallando,) Ya has visto y oido á esa víbora que
hemos avivado en nuestro seno... ¿Comprendes
ahora la aversión que esa muchacha me ha inspi-
rado y lo que he padecido desde que envenenó mi
casa con su presencia? Dios mediante^ pronto ha-
bré puesto fin á ese tormento.
ENRIQUE. He vivido durante mucho tiempo lejos de aquí
.
= 12 =
para poder juzgar la situación; pero estoy con-
vencido de una cosa^ y es que la posición de esa
huérfana á tu lado es falsa y sobre todo triste. Su
irascibilidad, lo salvaje de su carácter, es sin du-
da alguna resultado de una educación defectuosa,
pues esa infeliz está dotada de una rara energía
y de una dignidad natural... Gomo quiera que
sea, me cuesta trabajo explicarme el odio que le
tienes, porque tú la odias, Sara.
SARA. ¡Sí; la detesto! Es posible que la haya educado
mal, es posible que no haya querido educarla
bien, como quieras; pero lo cierto es que esa cria-
tura ha crecido entre nosotros como la cicuta
en la pradera; ha maleado á mis hijos, les ha mal-
tratado, ha interrumpido mi reposo. No perdoné
medios para hacerla tratable, obediente; todos
fueron inútiles: es incorregible... nos aborrece y
afronta mi voluntad... Si, fuerza es que parta:
solo de este modo renacerá la paz en mi casa.
Juana, hermano mió, es el vivo retrato de su ma-
dre...
ENRIQUE. De su madre con quien simpatizabas muy poco,
si no me engaña la memoria.
SARA. Asi es y no me faltaban motivos... Ella cubrió de
vergüenza nuestro nombre casándose con un mi-
serable que murió después ae haber dilapidado
ignominiosamente su fortuna. Tú no sabes, Enri-
que, los tormentos que padeci desde la noche en
que vino á pedimos asilo^ y en que el débil, el'
por demás sensible Arturo, la recibió con los bra-
zos abiertos. Me fué preciso soportar su odiosa
presencia, cuidarla como á una hermana, y aguar-
dar á que la muerte me Jibrara de ella. Murió al fin
y crei que estaba agotado el cáliz de amargura...
me engafié... me faltaba apurar las heces. (Habia
confiado su hija á mi esposol Arturo era severo y
tenaz, y no me atrevi á manifestarle cuánto abor-
recía á aquella criatura aue poseia toda su afec-
ción, toda su ternura... laolatraba á Juana^ sentá-
bala en sus rodillas, jugaba con los rizos de su
cabello y se complacia oyéndola balbucear, du-
rante horas enteras. La preferia á sus propios hi-
1'os, pues en cierta ocasión en que los tres esta-
)an enfermos, Arturo permaneció noche y día
= 13 =
junto é la cama de Jaana... Solo tuvo ojos para
contemplar el peligro qile corría, solo tavo oídos
para sus quejas, y abandonó á Ricardo y á Her-
minia á mis cuidados y al destino. Y yo, madre,
tuve que devorar en silencio mí dolor! Finalmen-
te, me hizo jurar que no abandonaría nunca á su
amada Juana y que la educaría como á uno de mis
hijosl ¡Como á ano de mis hijos á esa mendigal
Enrique, ya no pueJo con semejante carga. Dema-
siado he hecho ya por esa ingrata para que mi
conciencia esté tranquila. ¿No he hecho con ella
oficios de madre durante catorce años? ¿No he
apurado todos los medios para volverla sumisa y
obediente? ¿Y qué. he conseguido? nNadaüEsto,
hermano mío, no puede continuar mas tiempo.
ENRIQUE. ¿Pero cuál es tu proyecto con respecto á luana?
SARA. Mandarla al establecimiento de Lowood. £1 direc-
tor, que llegó ayer, está de acuerdo conmigo y se
la llevará hoy mismo.
ENRiQUE.A ro engañarme,el establecimiento deLowood es
una casa de huérfanos, una especie de escuela de
caridad en una comarca insalubre á 80 millas de
aquí.
SARA. Una casa de huérfanos, sí... Por lo que hace á la
comarca no la conozco; pero sé que en aquel asilo
se instruye severa y cristianamente á las jóvenes,
y se las acostumbra al trabajo y á la sumisión.
Pagaré anticipadamente su pensión de cuatro años,
y Juana completará su educación en el estable-
cimiento. AI salir de allí, podrá buscar una plaza
de criada ó de maestra, según haya empleado mas
ó menos bien el tiempo. Creo que de este modo
habré cumplido el deber que me impuso la vo-
luntad de mi esposo.
ENRIQUE. Tardía es la resolución, Sara, y me parece que
obrando así, no cumples la promesa que hiciste á
tu marido. De seguro que no quiso que su hija
adoptiva fuese relegada á una casa de Beneficen-
cia.
SARA. Por cierto que no. {Con amargura,) El primer co-
legio de Londres le habría parecido modesto para
Juana, y á tenor tiempo para testar, sin duda la
habría favorecido mas que á sus hijos. Por lo de-
más {Volviéndose vivamente á Ettnque.)y si, como
3
i
= 14 =
parece, do apruebas mi conducta) depende ¿e ti
encargarte de esa amable criatura; te la entregaré
de todo corazón.
INBiQuc. Ya sabes que mi fortuna no me permite asegurar
la suerte de esa desdichada.
SARA. Entonces déjame obrar á mi. Todo el mundo sabe
lo que he hecho por esa extraña, y creo que me-
rezco los elogios que me tributan.
ENRIQUE. Yo te felicito por ello, si no te dice otra cosa la
conciencia. {Sara va á contestarle,)
ESCENA VI.
Dichos.— ISABEL, EL DOCTOR BLACKHORST, á poco
JUANA.
ISABEL. [Entrando por el fondo.) Señora, el señor doctor
Blankhorst os ruega...
SARA. Llega á tiempo... Llama á Juana.
ISABEL. Voy, señora, {Va á la puerta del fondo, la abre y se
retira por la derecha después de la entrada del doc-
tor.)
DOCTOR. (En traje parecido al de un eclesiástico: tiene 50
años, duro y frió el semblante, y es muy reveren--
doso.) Os habéis dignado, señora...
SARA. {Afectando dulzura y dignidad,) Bien venido seáis,
mi respetable doctor. ( Va á sentarse en el sofá y le
indica el sillón.) Os aguardaba con impaciencia.
DOCTOR. Sois buena por demás, señora. {Se sienta y saluda
á Enrique,)
SARA. Lo repito con impaciencia, pues veo en vos el ins-
trumento que el Señor ha escogido para volver al
camino de salvación las almas extraviadas.
DOCTOR. Bendeciré á Dios, señora, si me ayuda á volver al
redil la joven oveja que á pesar de vuestros bene-
ficios, según me indican vuestras cartas, se ha se-
parado del buen camino.
SARA. Os debia esa triste verdad, doctor, para que po-
dáis trabajar con gusto. {Entra Juana y se detiene
en el dintel. Sara la ve y la dice.) Acércate...
{Juana se adelanta con sorpresa é inquietud») Pa-
ra completar la reseña que con respecto á Jua-
na Eyre llevo hecha, os diré, doctor, que he ob-
' servado para con ella la conducta que el cielo nos
= 15 =
manda observemos para con los fenérfanos. Desde
la edad de dos afios Juana vive en mi caaa, la he
tratado como á mis hijos^ la he educado como á
ellos, pero la semilla de mí bondad ha caído en un
terreno árido. [Exhcdánéo un suspiro hipómk»4
Esta niña no tíebe corazón, es ingrata, mentirosa
é hipócrita... Me he vsdido de todos los recursos
para corre^'r su carácter indómito. . . mis esfuerzo»
ban sido infructuosos, y su felicidad futura me
obliga á confiarla á manos mas severas que la»
mias.
DOCTOR.Es horroroso lo que me estáis contando, señora;
pero tranquilizaos: he corregido mas de una natu-
raleza rebelde, y con la ayuda de Dios mejorará
esta.
%Mk, Juana Eyre, hé aquí el hombre venerable á quien
desde este momento confio tu suerte. Dentro de
algunos dias entrarás en el asilo de Lowood donde
permanecerás cuatro años.
JUANA. {Con un arranque de alegría.) ¿Es cierto lo que aca-
bo de oír? Dejaré esta casa?
SAftA. Si.
iUANA. ¿Iré á la escuela?
DOCTOR. Si, Juana... á una escuela donde los malos corazo-
nes aprenden á temer y á adorar al Todopoderoso.
JUANA. (Con dignidad.) Mi buen tio Arturo se encargó ya
de enseñarme eso, señor... Reconozco y amo á
Dios que en su solicitud por los desgraciados me
envía lejos de aquí. {Vivamente.) ¿Conaue podré es-
tudiar en vuestra casa, caballero? lOn! gracias...
Me agrada mucho el estudio; soy muy aplicada y
quiero saber todo, todo cuanto pueda hacerme li-
bre é independiente.
DOCTOR. En este caso, señorita, empezareis por aprender
la humildad, pues es lo primero que se exige en
un asilo de huérfanos como el de Lowood.
JUAiiA. ¿Un asilo de huérfanos? ¿Me mandáis á un asilo de
huérfanos, señora*^
ínrique. Si, pobre Juana. {Enternecido y en voz baja.)
JUANA. ¿Lo ojes, bienhechor mió? {Levantando la cabeza
y dirigiéndose al retrato.) Tu hija adoptiva, tu Jua-
na á quien tanto amabas, es arrojada de esta casal
Un asilo de huérfanos va á ser su refugio!... Bien
está. En (odas partes viviré al amparo de tu foi^
= u =
rada, sombra querida... Ya no seré mala, como
me llaman aquí, pues si el odio continúa persi-
guiéndome , será el de lo^ extraños y no el de los
que se llaman parientes miosl
ENRIQUE. (Ap.)iQué noble altivez! ^
DOCTOR. ¡Dios eterno! ¡quélen^aje! (Juntando las manos.)
Habéis sido demasiado indulgente, señora, no me
lo habéis dicho todo. (Se levanta y se dispone á re-
tirarse,)
JUANA. (Muy conmovida va á impedir resueltamente el pasó
al doctor: sus o¡os echan fuego , tiémblanle los la-
bios; pero sus movimientos son tranquilos.) No, caba-
llero, Mistris Sara no os lo ha dicho todo; por eso
quiero que lo oigáis de mi boca.... vais a cono-
cerme antes de que os siga, antes de que deje para
siempre esta casa! Mistris Sara os na dicho que
soy ingrata, y esto es una impostura!... mi cora-
zón no olvida nunca un benencio,. la mas ligera
muestra de bondad queda grabada en mi alma
agradecida. (Al doctor.) Mistris Sara os ha dicho
que soy mentirosa... os ha dicho que soy hipó-
crita... también en esto me calumnia. Si yo pu-
diese mentir, os diria: Mistris Sara ha siao,una
madre para la pobre huérfana; si fuese hipócrita,
Úoraria delante de esa mujer , me lamentaria de
3ue me echara de su casa ; pero lejos de eso, os
igo en presencia suya que la detesto con todas
las fuerzas de mí vida por los tormentos que me
ha hecho padecer desde que empecé á pensar y
á sentir.
ÍEn el colmo de Ic^ sorpresa y del horror.) ¡Misera-
)le! ¿Cómo te atreves á hablar así?
JUANA. (Con dolor y con voz ahogada por el llanto.) Me
atrevo, mistris Sara, me atrevo, porque he dicho
la verdad. ¿ Creísteis que me faltaban fuerzas y
energía? os equivocasteis. El miedo me tuvo para-
lizada ; pero no puedo ya con el peso de vuestra
crueldad y lo arrojo lejos de mi. Si soy mala, lo
debo á vos, que habéis ulcerado mi alma á fuerza
de tratarme con crueldad; pero lo que no habéis
podido hacer de mí , gracias al cielo, es una per-
jura como vos. (Extiende el brazo hacia mistris
Sara.)
CNRiQUEvBL DOCTOR. ¡Desgraciada! (Lanzándose hacia
Juana.)
SARA.
= 17 =
SARA. {No pudiendo contenerse,) {Jaana!
JUANA. (Fuera de sL) Si, una perjura, porque en su lecho
de muerte jurasteis á vuestro esposo tratarme
como á hija^ amarme con el cariño de una ma-
dre, y habéis apurado contra mí vuestro rencor...
Me habéis desterrado de los aposentos habitados
por vos y vuestros hijos; no habéis querido dariíie
maestros, para que fuese una ignorante... y no sa-
tisfecha con esto, queréis encerrarme en una casa
de mendicidad. Así habéis cumplido vuestro ju-
ramento, {Con exaltación y señalando el retrato.)
lAh! si le encontráis en el otro mundo y os pre-
gunta: ¿qué hicjste de la hija de tu hermana? Res-
pondedle: cometí un sacrilegio; me burlé de mi
juramento; atormenté sin razón á la pobre huér-
fana y la eché de mí casa como una ladrona y una
infamel Respondedie esto , si tenéis valor. {Pausa
durante la cual todos los personajes permanecen mu-
dos de estupor.) ¡Ahora, caballero, ya me conoceisl
Me habría muerto á no poder decir, una vez á lo
menos^ lo que guardaba en mi corazón despeda-
zado... Ahora, llevaos á Juana Eyre, y ved si po-
déis reparar los estragos que han causado en ella
la crueldad y el odio de esa mujer.
SARA. ¡Ah!... iQué vergüenzalll
{Mira con altivez á mtstris Sara y se retira lenta-
mente por el fondo. Esta cae temblando en el sofá,
. encendida de ira y vergüenza^ y oculta la cabeza
entre las manos. Él doctor Blacknorst y Enriijue se
lanzan en su socorro,)
ACTO PRIMERO.
tn salón adornado con colgaduras oscuras al gusto del siglo itiii y
amueblado según el estilo de la misma época. Tres puertas en el
fondo: la del centro es la de entrada principal: la de la izauierda
conduce al aposento de Rochester, j la de la derecha á la binliote-
ca. En primer termino á la izquierda una ventana; á la derecha una
chimenea con candelabros de plata, cuyas bujías están encendidas,
y Tasos preciosos. En la chimenea arde un buen fuego. Junto á esta
un confluente y un velador: á la. izquierda otro velador y dos sillo-
nes. En el fondo á la izquierda de la puerta del centro una mesa
con servicio de té.
ESCENA PRIMERA.
MISTRIS CLARA, JORGE.
JORGE. ¡Eal Todo está corriente: (Yendo y viniendo,) me
Sarece que milord quedará contento, sí es q^ae se
igna venir aquí á tomar el té.
CLARA. [Ocupada en arreglar la mesa del té.) ¿Y por qué no
ha de venir?
JORGE. iCáspital Está hecho una furia, y se ha encerrado
en su aposento sin saludar á nadie... ni aun á vos,
mistris Ciara, que sois su parienta.
CLARA. (Sentándose en el sillón de la izquierda.) Está en
su casa, y puede hacer lo aue mejor le parezca.
JORGE. Ya se ve que sí. ¿Pero por aue diablos lord Roches-
ter se nos descuelga aquí de sopetón sin decíroste
ni moste?
CLARA. Tal es su costumbre desde que volvió de las In-
dias. Pero ¿qué mala yerba habéis pisado que es-
tais hoy tan gruSon?
JORGE, filen lo sabéis vos, mistris Clararen otro tiempo ,
CLARA.
« 19 ==
mi mujer, la buena Lucia lo era todo para vos; la
queríais, os ocupabais de ella... pero desde que
esa señorita, esa orguUosa Juana entró en esta
casa, hemos sido relegados al segundo término.
Vos y Lucía sois un par de locos. ¿Acaso la venida
de Juana no ha sido una felicidad para la casa de
miiord? ¿No nos ha librado de las diabluras de esa
graciosa niña que lord Rochester trajo de Francia?
En tres meses lia dominado á esa criatura que na-
die hasta entonces se habia atrevido ni siquiera á
reprender. La señorita Juana es amable y compla-
ciente; nunca manifiesta la menor curiosidad, y no
es poco, Jorge; de modo que cada dia estoy mas
contenta de que. Dios nos la haya traido.
JORGE. Por todos los santos, mistris Clara, no hay razón
para que os pongáis tan enfadada. (Con soma.) Dios
quiera que la señorita Juana guste tanto á miiord
como á vos; de lo contrario, su señoría no tarda-
rá en dejarnos de nuevo.
CLARA. Me lisonjeo que la tratará como merece, y si se
empeña en despedirla, será preciso que miiord
mande educar á su francesita en otra parte, pues
estoy resuelta á no admitir otra aya en el cas-
tillo.
JORGE. Y haréis perfectamente. (Con intención,) Pero per-
donadme la curiosidad. ¿Sabéis cómo y por qué
lord Rochester recogió á esa niña? ¿Os ha dicho á
quién pertenece?
CLARA. (Con sequedad,) No... nada sé.
(Se oye un campanillazo,)
Miiord ha llamado.
(Temblando,) Un campanillazo no mas... (Se levan-
ta,) Llama al ayuda de cámara... (Suena otra vex
la campanilla,) no, á vos... Aprisa, Jorge. (Jorge
se retira vivamente por la puerta izquierda,) Se me
antoja que Jorge tiene razón... Es muy probable
que miiord no salga esta noche de su cuarto... No
obstante, si le diera el capricho de ver á la nueva
aya... ¡Dios mió! y Juana que no ha vuelto aun...
Mia es la culpa... (Con inquietud,) yo no debia
aceptar la oferta que me hizo de ir en persona á
echar la carta al correo de Hay-Lane... (Paseán-
dose agitada,) La noche se nos viene encima y la po-
bre tiene que andar dos horas para estar de vuel-
J0R6E.
CLARA.
= 20 =
ta. . . {Se asoma á la ventana: su inquietud aumenta.)
Quiera Dios no le haya sucedido alguna desgra-
cia...
ESCENA II.
Dicha y JUANA.
(Esta lleva un vestido negro de cuerpo alto y cerrado: un
. cuello y vuelos de manga de fino encaje manco: el pei-
nado sencillo pero con gusto: su rostro si bien pálido in-
dica cierto bienestar interior,)
•
JUANA. (Entrando por la puerta del centro,) Os andaba
buscando, mistris Clara.
CLARA. (Volviéndose de repente.) ¿Sois vos*? jAh! gracias al
cielo... Ya me teníais con cuidado.
JUANA. ¡Qué buena sois I...
CLARA. £1 amo ha llegado durante vuestra ausencia.
JUANA. (Con emoción.) ¿Lord Rochesler? ¿Y por qué no me
lo dijisteis esta mañaaa?
CLARA. Porque ignoraba que hubiese de llegar: milord ha
caído aquí como una bomba, como suele hacerlo.
JUANA. Decididamente hoy ha de ser dia de aconteci-
mientos.
CLARA. ¿Porqué lo decís?
JUANA. (Sonnéndose.) Porque me ha sucedido una aven-
tura singular. Voy á contárosla. Cansada del largo
camino que acababa de andar, me senté en un
banco de piedra^ desde el cual me complacía en
contemplar el magnífico óuadro de ipvierno que
presentaba el campo, y decía para mis adentros
que lord Rochester debía ser muy rico, por cuan-
to le pertenece toda la comarca que desde mi
asiento veía, cuando oí el precipitado trote de un
caballo que subia la cuesta. A poco un monstruoso
perro de Terranova vino á dar vueltas en lomo
mio^ mirándome con tamaños ojos... Asustada, de-
jé el banco, traté de huir; pero á los dos pasos
me encontré'enfrente de un caballero. Su caballo
al verme se encabrita y arroja de la silla al gi-
nete.
CLARA, ¡Gran Dios!
= 41 =
JUANA. Oigo de repente un grito aguijio, seguido de bu
terrible juramento^ y Ineso después una voz pro-
fonda, sonora me interpela irritada: «Si no sois un
espirito maligno y no os da miedo mi caballo,
alargadme la mano.» Yo temblaba como una azo-
gada, pero qoise echarla de valiente y consegol
sacar ai desconocido de entre los pies del caballo
Soe estaba tendido también. En cnanto el caba-
ero se vio foera de peligro, apoderóse de las
riendas del animal, y exclamo: «Arriba, Herur^
arriba.»
CLARA, ¿llamaba Meror á bu caballo?
JUANA. Si; y Meror obedeció, poes haciendo un esfuerzo
violento, se puso de pié. Lo primero que hizo su
dueño, fqé administrarle un latigazo tan rigoroso,
que el animal se levantó de manos... «Mas mere-
ces todavía,» dijo con la mayor serenidad. «¿Por
oué me has derribado?»
CLARA. (Temblando.) ¿Y luego?
JUANA. El sombrio caballero quiso montar de nuevo, pero
tenia lastimado un pié, y al parecer padecía mu-
cho. Pregúntele si podia serle útil y... cosa mas
original... al oir pregunta tan sencilla, me lanzó
una mirada que me dejó transida de frió. En se-
guida me dijo: Permitidme que me apoye en vues-
tro hombro, débil caüa, si no teméis que os rom-
pa con mi peso. Me sonreí y me acerqué á él; lue-
go apoyó en mi brazo una mano aue parecia de
filomo por lo pesada, y en menos ae un segundo
e vi 00 nuevo acomodado en la silla. Era muy
natural que me diera las gracias, ¿no es verdad?...
yo á lo menos lo creía asi; pues al contrario... el
misterioso caballero partió como el viento por en
medio del campo sm decir esta boca es mia. Y
aquí tenéis la aventura. (Risueña,)
CLARA. . [Pobre Juana! ¿Sabéis quién era el caballero? ¡El
mismo lord Rochester!
jyANA. iLord Rochester. . . á caballol
CLARA. Si... es una de sus muchas extravagancias... Sue-
le dejar el earruaje en al^un pueblo inmediato, y
nunca sabemos cuándo ni de dónde llega... Como
su caida no tenga funestos resultados... Ahora me
explico por qué milord se ha retirado inmediata-
mente á su cuarto.
= «í «
JUANA. {Sonriéndose.) Como quiera que sea, lord Roches^-
ter es muy poco amable.
CLARA. Nunca os he hablado de mílord porque me disgus-
ta la charla^ pero ya.es hora de que os haga aJga-
oas revelaciones. Oídme. AJ morir su padre, lord
Rochester, en su calidad de segundón, quedó po^
bre, al paso que su hermano mayor se encontró al
frente de una fortuna inmensa. Pocos meses
después^ nuestro amo partió para las Indias occi-
dentales, en donde vivia casi olvidado, cuando
murió también su hermano. Lord Rochester here-
dó los bienes de este, y regresó á Europa. Gomo
ha pasado muchos años en tierra extranjera y la
Jamaica no es un modelo de civilización, miJord
se volvió asi... algo brusco... antojadizo; pero por
lo demás es todo un caballero, y en cuanto á bue-
nos sentimientos... Por otra parte, su carácter es
hijo también de otras circunstancias bien tristes
por cierto.
JUANA. Continuad.
CLARA. Miiord casó hará quince años en la Jamaica con
una criolla nacida de madre embrutecida por los
licores. Al tratar de ese casamiento, todos se guar-
daron de manifestarle que el vicio de la madre ve-
nia trasmitiéndose^ desde hacia tres generacio-
nes, de padres á hijos, degenerando en locura con
los años. A poco de verificado su enlace con Car-
lota Mason^ el desdichado echó de ver el furor he-
reditario de su esposa y resolvió separarse de ella
para siempre. Los licores habían turbado ya la ra-
zón de lady Carlota, y la pesadumbre de verse
abandonada por su /marido, lo inútil de sus esfuer-
zos por corregir un vicio que en ella se había
convertido en necesidad, la volvieron loca furiosa.
Encerrada durante algunos años, en sus momentos
lúcidos no cesó de escribir á miiord amenazándole
con el odio de los suyos, hasta que al fin murió
en la mayor desesperación. Ahora que os he hecho
esta confianza os daré un consejo, y es que* na ha-
bléis nunca á su señoría de su esposa Carlota Ma-
són. Os lo aconsejo por vuestro bien.
JUANA. Mil gracias^ señora... no lo olvidaré.
= 23 =
ESCENA IIL
Dichas. — JORGE.
J0R6E. {Entrando por la puerta de la izquierda.) Su seño-
ría tomará el té en este. salen.
CLARA. ¿Quién está con milord?
JORGE. Adela y el doctor Sunley que su seSoria ha man-
dado llamar. Lord Rochester ha caido de caballo.
CLARA. (Mirando á Juana con aire significativo,) ¿T padece
mucho?
J0R6E. Lo ignoro: como punca se queja... A propósito,
milord desea ver á la nueva aya.
CLARA. ¿En seguida?
JORGE. No, señora; durante el té.
ESCENA IV.
MISTRIS CLARA, JUANA.
CLARA. [Arreglando los muebles.) No será grave la dolencia
cuando milord deja su cuarto. La voz de la seño-
rita Adela. {Se oye la voz de un niño.)
JUANA. ¡Cómo! ¿no la han acostado todavía?
CLARA. Guando milord está en el castillo, nadie puede de-
cidirla á que se acueste antes que su señoría. ¡Ahí
creo que se acerca... {Interrumpiéndose,) Si, sus
pasos son. . . corro por el té. {Se retira por la puer-
ta del centro.)
JUANA. No sé porqué, pero estoy conmovida. Poco ha fal-
tado para que mi primer encuentro con milord le
fuese funesto... Seguramente que no espera ha-
llarme aqui.
ESCENA V,
DiCHA.^ROCH ESTER, ADELA, detrás JORGE luego MISTRtS
CLARA.
ADELA. (Viendo á Juana.) Mm, Rochester, aqui está mi
buena amiga Juana.
JIOCH ESTER. (Es hombre de 40 años; su rostro indica fuer-
za, su frente gravedad^ pelo y barba espesos y ne-
« 24 =
gros, aiao rizados. Lleva un ropón de terciopelo
encima del traje de la épocfl^ y en la cabeza un gor-
ro de teráoveío: ¿u expresión es resuelta é impenosa.
Al entrar lleva de la mano á Adela, anda cabizbajo
Íno ve á Juana. A Adela en tono imperativo.) Está
ien, Adela, está bien... Luego... i Jorge! {Atrc^
viesa la escena cojeando ligeramente.)
JORGE. [Vivamente.) ¡Milord! :
II00ME$TER. Acércalo mas al faego... (Señalando el confia-
denle.) En este viejo nido de buhos nada preserva
del frío... ni ropones, ni fuego... [Semwrdeel la,-^
bio y dobla involuntariamente las piernas.) ¡Maldi-
ción! ¡Jorge! dame el brazo.
J0A6E. [Acudiendo.] ¡Milord!
[Milord apoyado en Jorge se dirige al confidente.)
ROCHESTER. Bien... retírate.
JORGE. Llegó vuestro turno. [Al retirarse^ á Juana por lo
bajo.) Que os vaya bien. iSe retira por la puerta
del centro: Rochester queda abismado en sus refle-
xiones.)
ADELA. ¿Estás enfadado conmigo? (Arrodillada delante de
Rochester y acariciándole las manos.)
ROCMESTER. [Con Sequedad.) ^0.
ÜDELA. ¿Me has traído algo?
ROCHESTER. [En cl mismo tono.) Tal vez.
ADf LA. ¿Tal vez, dices?
R9CHESTER. Si... como lo merezcas.
ADELA. Te digo que lo merezco. [Levantándose y dando
palmadas.)
ROCHESTER. Yercmos.
ADELA. ¿No es verdad, señorita? [Corriendo á Juana.)
[Juana le pone la boca sobre los labios y le dice al-
gunas palabras al oido. — Entra mistris Clara y
deja la tetera sobre la mesa,)
ROCHESTER. [Dcspues de dirigir una mirada oblicua á Jua-
na.) Buenas noehesi, prima.
CLARA. Dios os guarde, lord Rochester. (Cpninterés.) ¿O»
ha acontecido algo desagradable?
ROCHESTER. Gomo siempre... Guando venia, una mujer...
ó mas bien una bruja, ha asustado á Merur.
JUANA. ¡Gracias.por el favor! (Aparte y sonrUndose.)
CLARA. No habrá sido su intento,.. [Confusa y mirando 4
Juana.)
ROCHESTER. [Reprimiendo su dolor.) ¡T qué importal No
= Í5 =
por eso ba dejado de ser caasa del accidente.
El té.
ADELA. Aguarda, aguarda, Rochester... eso me corres-
ponde á mi... voy á darte la taza mas bonita.
[Carre hacia Clara.)
CLARA. NOy Adela, no... Todo lo echarías á rodar... eres
muy atolondrada. Señorita Juana, á vos os toca.
[Juana coloca una taza en un plato de plata y se lo
presenta á Rochester con toda sencillez.)
JUANA. Dignaos, milord...
ROCHESTER. Sobre la mesa. (Con tono seco: Juana obedece.
Rochester levanta la cabeza y la mira.) Por vida del
diablol es la bruja. ¿Sois la que he encontrado
esta tarde en la carretera?
JUANA. La misma, milord... Al contar mi aventura á mis-
tris Clara, he sabido á quién habia tenido el honor
t dé hablar.
ROCHESTER. ¿Y cómo sabía ella?...
JUANA. £1 nombre del caballo le ha dado ¿ conocer el del
ginete.
■ecHESTER. ¡Encuentro mas singulari ¿Qué haciais allí?
JUANA. Volvia del correo de Hay-Lane, milord.
ROCHESTER. (Mirándola atentamente.) Supongo que no ha-
bréis embrujado el té como lo hicisteis con mi
caballo.
JUANA. [Con humildad.) Creo, milord, aue vuestra caida
debe atribuirse á Merur^ al cual mi presencia ha
' asustado, y no á un poder oculto...
ROCHESTER. [Con sorprcsa). \Ah\ ¡M Sentaos. Acercaos...
mas... [Juana obedece.) Asi. [Á Clara.) A ver, otra
taza para esta joven.
JUANA. Mil gracias, milord.
ROCHESTER. [Alegremente.) Veo que me estáis examinando
detenidamente. ¿Os parezco buen mo2o?
JUANA. No, milord.
ROCHESTER. Muy bíeu.Nohay mas; tenéis un no sé qué...
¿Sois la nueva aya?
JUANA. Si, milord.
ROCHESTER. ¿Qué haccis de pié, prima? [A Clara.) Acer-
caos. [Clara se sienta al otro lado de la mesa.)
ARELA. Pero, Rochester, ¿qué me has traído? Veamos*.*
habla.
ROCHESTER. ¿Es acrecdora á algún premio? [A Juana «e-
camente,)
== 26 =
JUANA Si, milord.
ROCHESTER. Bien está. Anda, dile á Patricio que te dé la
cajita. (Á Adela.)
ADELA. ¡Oh! gracias, gracias... (Reflexionando.) Pero...
ROCHESTER. ¿Pero qué?
ADELA. ¿Has pensado en tni amiga Juana? ¿Le traes tam-
bién un regalo?
ROCHESTER. No lo sé. {Observando' á Juana con descon-
fianza.)
ADELA. Si te has olvidado, partiré con ella lo de la cajita.
^Quieres, Rochester? ¿Y tú, Juana? {Esta daun beso
á Adela que se va corriendo por la puerta izquierda.)
ESCENA VI.
Dichos, menos ADELA.
ROCHESTER. ¿Contabais con un regalo, señorita?... ¿Os
gustan los regalos?
JUANA. Lo ignoro, milord, por cuanto nunca los he reci-
bido; pero generalmente son considerados como
agradables.
ROCHESTER. Os prc^unlo vuestra opinión.
JUANA. Necesito reflexionar antes de responder á una pre-
gunta que no tengo por sencilla... Hay regalos y
regalos.
ROCHESTER. Sois monos natural que vuestra discipula... á
los cinco minutos de haberme visto, ya me pidió
algo. Hay mas estudio en vuestro modo de pro-
ceder.
JUANA. Es' que ten^o menos derechos que ella con respec-
to á vos. ¿Con qué titulo?...
ROCHESTER. {Impaciente.) Esa es modestia calculada. He
examinado á vuestra discipula, y creo que os ha-
brá dado mucho que hacer. En poco tiempo ha
hecho ránidos progresos.
JUANA. {ínclinánaose.) Ese elogio es el regalo mas grato
para mi. Cualquier otro venido de vos tendría
ahora poco valor á mis ojos.
CLARAk {Aparte.) Eso se llama haolar bien.
ROCHESTER. {Mira á Juana con cierto interés: toma la taza
y bebe.) ¡Hum! ¿Cómo os llamáis? {Con mas aten-
ción.)
JUANA. He llamo Juana Eyre, milord.
= 27 =
R0CHE8TER. ¿De dónde vinisteis?
JUANA. Del asilo de Lowood.
ROCHESTER. jDc Lowood! [Con aire]de compasión,) ¿Y ha-
béis vivido allí mucho tiempo?
JUANA. Ocho años, milord.
ROCHESTER. ¡Ocho años!... Al régimen de aquel estable-
cimiento debéis sin duda esa palidez... ¿Sabéis que
en el camino os tomé por un espectro? ¿Y qué ha-
béis hecho durante ese tiempo en Lowood?
JUANA. Pasé los cuatro primeros instruyéndome... y lue-
go^ como dejaron de pagar mi pensión, vime obli-
gada á solicitar, y obtuve un empleo de profesora.
ROCHESTER. (Con compastou éironia,) ¿Y cómo fué que vi-
nisteis aquí?
JUANA. Leí en un periódico que en vuestro castillo desesk
ban encontrar una aya... las condiciones eran ven-
tajosas... y como deseaba conquistar mi libertad,
me sentí con fuerzas para cumplir honrosamente
mi deber, y mandé mis certificados á mistris Cla-
ra que en seguida me hizo venir.
CLARA. Y es lo mejor que he hecho en mi vida.
ROCHESTER. (Sin c€sar de observar á Juana,) Quién sabe. .
CLARA. ¿Qué queréis decir, milord?
ROCHESTER.Nada, nada, Clara. (A Juana») Huérfana seréis
. sin duda, toda vez que os educasteis en Lowood.
JUANA. No he conocido á mis padres.
ROCHESTER. Pero tendréis familia, hermanos, hermanas.
JUANA. No, milord.
ROCHESTER. TÍOS, parientes...
JUANA. Tenia... un excelente tio... murió. No tengo na-
die.
ROCHESTER. ¿Nadie?... (Insistiendo,)
JUANA. Varias veces me han hablado de un hermano de
mi padre que residía en América y á quien nunca
he visto. Estoy sola en el mundo^ milord.
ROCHESTER. (Con una sonrisa sarcástica.) ^ola, perox no
sin apoyo, á lo que parece.
JUANA. (Con sorpresa,) No os comprendo.
ROCHESTER. (Poniéndole la mano' en la frente,) Quiero de-
cir que tenéis aquí algunas tropas auxiliares...
Pero vamos á ver... ¿Cuál es vuestro nombre, se*
fiorita?
JUANA. Eyre... me llamo Juana Eyre.
ROCHESTER. Es vcrdad, se me habia olvidado. ¿Y qué ha-
« Í8 =
^bies aprendido en Lowood? ¿Sabéis música?
JUANA. Un poco.
iiOCHE«TER. ¿Un poco... Todas las colegialas dicen lo mis-
roo... Un poco... esto es... casi nada.
JUANA. Tenéis razón, mílord.
ROCHESTER. ¿Son Yucstros los dibujos que Adela me ha
enseSado ahora poco?
JUANA. Si, milord.
ROCHESTER. ¿Quién os los ha corregido?
JUANA. (Vivamente.) Nadie.
ROCMESTER. {Coñ trotUa,) ¡Ah! bien... orgullo herido...
¿Tenéis otros dibujos?
JUANA. Si, milord; mi álbum contiene algunos.
ROCHESTER. Id por él... {Juana se levanta.) Digo... os rue-
go que (Dominándole.) vayáis por él. (Juana se di-
rige hacia el fondo,) Aguardad... Si el álbum no
contiene mas que copias^ dejadle.
JUANA. (Volviéndose,) Solo contiene originales. (Se retira
por la puerta de la derecha.)
ROCHESTER. Tontuela como esa... (Siguiéndola con los ojos.)
Ya á traerme algunos pintarrajos.
CLARA. (Casi enfadada.) No lo creo, milord. Cuando Jua-
na dice: quiero hacer eso, podéis estar seguro de
que puede hacerlo.
ROCHESTER. Eso cs... asi... cou Yucstras lisonjas la ha-
bréis echado á perder. Su modestia tiene traza de
ser aparente y no mas, pues en tni presencia ha
manifestado una seguridad que en pocas personas
he observado.
CLARA. Lo que puedo deciros, milord, es que no habéis
de hallar otra aya igual, si despedís á Juana.
ROCHESTER. (Con sequedad.) ¿T quién os habla de despe-
dirla? (Juana vuelve á entrar con un álbum que de-
ja enctma de la mesa delante de Rochester.) untaos.
(Abre el álbum y le ojea.) Aguadas... ¿Pintáis?
JUANA. Si, milord... Para expresar pensamientos me sirvo
del lápiz, pero me valgo de los colores para dar
cuerpo á los sentimientos.
HOCHESTER. (Asombrado.) ¡Preciosos asuntos á fe mid!
¡Qué imaginación tan sombrial ¡Qué sorprendentes
concepcíonesl El mar tempestuoso, mástiles rotos,
cadáveres flotando... ¡Y qué color... qué movi-
miento en todo! ¿Dónde diablos halláis los mode-
los, señorita?
= 29 =
JUMA. Efi mi eabeza, milord.
ROCHESTER. ¿Y Sabríais hallar en ella otros parecidos?
JUANA. Parecidos y tal vez mejores. {Rochester sigue eúca--
minando el albuniy se quita lentamente el gorro y lo
deja encima de la mesa mirando al soslayo á Juana,)
ROCHESTER. ¡Dibujos OQuy curiosos para una colegiala!...
En cuanto á las concepciones, no hay duda^ son
de otro mundo. (Levantando de repente la cabeza y
cerrando bruscamente el álbum . ) ; Basta ya ! . . . Esas
niñadas acabarian por dormirme... ¿Qué hora es?
(Volviendo á abrir el álbum.)
CLARA. Las nueve.
ROCHESTER. (De mal humor.) Las nueve y Adela no se ha
acostado todavía... ¿Qué es eso, señorita Juana?
¿Pretendéis por ventura introducir nuevas cos-
tumbres en mi casa? (Se levanta^ da algunos pasos^
se detiene y se muerde los labios J} ¡Infierno! ¡maldi-
ta pierna!... (Cambiando repentinamente de tono.)
Conservaré durante mucho tiempo el recuerdo do
vuestro horrible sombrero de castor, señorita Jua-
na. Buenas noches. (Se relira por la puerta de la
izquierda andando penosamente y con el álbum debajo
del brazo, Juana se ha levantado al mismo tiempo
Íue él y le observa tranquilamente siguiéndole con
)8 ojos cuando se retira,)
CLARA. (Con ansiedad.) ¿Qué mosca le ha picado? iT yo
que ereia que habíais ganado la partida!
JUANA. Se me figura que oo la he perdido.
CLARA. ¿Os parece?
JUANA. En cuanto se haya acostumbrado á It bruja espan*
tosa )r á su horrible sombrero de castor, consegui-
ré, SI no me engaño, vivir en pazcón él. La entre-
vista con miterd me hizo olvidar el cansancio, y
siento ahora que tengo necesidad de reposo.
GLAfiA. Ya os sigo. Voy á mandar á Jorge que apague las
luces. (Áp.) (Ño hay mas... tiene rason milord...
si no es bruja, poco le faifa.)
JUANA. Buenas noches, mistris Clara.
CLiíaA. Buenas nocbes, Juana. (Se retíñrdnporhfmviííid
centro eehanda cada una por s^i lado.)
ACTO SEGUNDO.
La decoración del acto primero.
ESCENA PRIMERA.
JUARA sohy de pié junto á la ventana y mirando hacia el
exterior.
iQué hermosa está la naturaleza! iGómo renace
todo á las primeras brisas de la primavera! La vio-
leta se abre camino por entre el musgo que la pro-
"^- tegia contra la nieve... ensayan los pajarillos sus
agradables cantos... y yo renazco también ala
vida... Despojados de sus hojas estaban los árbo-^
les cuando llegué aquí, después de ocho aSos de
encierro en el asilo de la caridad. Hoy brilla el so!
y me encuentro en un castillo espléndido, rodeada
de atenciones y respeto. Bórranse lentamente de
mi espíritu los recuerdos de la niñez... inunda mi
corazón una alegría desconocida, indefinible que
milord trata de adivinar. {Pausa.) ¡Milordl... ¿por
. . qué pienso en él? ¿Cómo no me causa á mí miedo
alguno ese hombre que hace temblar á cuantos le
rodean?
éURA. (Dentro.) Aprisa, Lucia, aprisa... Que enciendan
fuego en los aposentos de los forasteros... ¿estáis?
JUANA. Los aposentos de los forasteros... ¿Qué significa?...
= 81 —
>
ESCENA n.
DiCHA.-^ MtSTRIS CLARA, PATRICIO.
CLARA. (Entrando precipitadamente.) ¡Jorgel ¡Jorge!,,.
¿Dónde se habrá metido? ¿Dentro de una hora, Pa-
tricio?
PATRICIO. Ni mas ni menos, mistris... Milord estará aquí
dentro de algunos minutos. Los demás le siguen
en carruaje.
CLARA. ¡Se ba visto cosa iguall... ¡Llegar asi... sin avi-
sar siquieral [Viendo á Juana.) ¡Ahí Juana, os an-
daba buscando... Ea, id á vestiros... poneos^
veinte y cinco alfileres... en vuestro cuarto halla-
reis una caja de cartón que... [Sorpresa de Juana.)
Nada de sorpresa, amiguita, y sobre todo, daos
prisa... no hay que perder tiempo... ya habéis
oido que van á llegar cuanto antes.
JUANA. ¿Quién, señora? ¿Por qué he de ir á vestirme?
CLARA. Leed y veréis... [Entregándole un billete abierto.)
¿Pero y Jorge? ¡habrá marmota I... ¡Jorgel ¿Estáis
sordo? [Se retira por la puerta de la izquierda.)
PATRICIO. Ya á enfermar, ni mas ni menos.
JUANA. ((Una hora después de la llegada de Patricio, es-
Dtaré en el castillo con algunos huéspedes... Mis-
))tris Clara dispondrá aposentos para dos damas y
y>\m caballero. El vestido de raso color de rosa
)).que mando en la caja de cartón es para el aya á
x>quien encargo que prepare el té. Deseo que se
^presente á mis amigos convenientemente vestida.
)>Rochester.» (Aparte y como despechada.}\E\ aya...
como si yo no tuviese nombre! [Á Patrtcio.)
Es decir, que tenemos que recibir á unas damas.
PATRICIO. ¡Yhermosasá fe mia!... ((?on malicia.) Digo...
la joven... en cuanto á la vieja... Francamente, si
no fuese lady no me gustaría.
JUANA. Con que la joven...
PATRICIO. A mi me pareció bellísima, y lo mismo parece
á muchos.
CLARA. (Entrando.) Gracias á Dios, ya queda arreglado
todo. ¿Pero qué veo? ¿Qué estáis haciendo, Juana?
¿Tan poca es vuestra curiosidad por ver el vestido
que milord?...
— as =
JUANA. (Fríamente.) Muy poca... toda vez que no pienso
ponérmelo.
CLARA. ¿Es posible? Guando su señoría lo ha hecho venir
expresamente de Londres... ¿no es cierto^ Pa-
tricio?
PATRICIO. Ni mas ni menos: y ha sido cortado según ia
medida de la doncella de lady Glarens que tiene á
corta diferencia el mismo taUe que la señorita
Juana.'
JUANA. ¿Quién es esa lady Clarens?
CLARA. Una joven viuda, bonita, pero pobre, que vive á
pocas leguas de aquí, y cuyo esposo era intimo
amigo de milord.
JUANA. Su visita será probablemente preludio de casa-
miento.
CLARA. Es mas que probable.
JUANA. {Dios miol
CLARA. Patricio, bajad á las caballerizas y que nada falte.
(Patricio se retira por la puerta del centro.) Vamos,
Juana... no desairéis á milord... El vestido...
JUANA. Os lo repito, señora... no me lo pondré.
CLARA. Gomo gustéis, señorita... Vuestra será la culpa si
milord se enfada... Pero aquí está ya.
ESCENA IIL
Dichas.— ROCH ESTER.
ROCH ESTER. (Entrando vinamente en traje de montar y con
el látigo en la mano,) ¡Jorge! ¡Patricio!... ¡Rayos
y centellas!... ¿por dónde andan esos truhanes?
(Viendo á Juana y moderándose,) Perdonad, seño-
rita; no os habia visto.
JUANA. Dios os guarde, milord.
ROCH ESTER. Prima, ¿se han cumplido mis órdenes?
CLARA. 41 pié de la letra... y voy á ver...
flOCHESTER. Sí, id y que nada faite. (Clara se retira, Juor-
na da un paso para seguirla,) ¿Huís de mi, señO;^
rita? '
JUANA. Nada de eso, milord. (Deteniéndose,)
ROCH ESTER. Vco que no os habéis puesto el vestido nuevo.
JUANA. No, milord. Agradezco la atención, pero no puedo
aceptar semejante regalo.
ROCH ESTER. ¿Y por qué no?
= 33 =
MAMA. Poraoe es demasiado rico para una joven de mi
condición. (SonriénioH.) Además, el color de rosa
no me sienta bien... Hay semblantes que no pue-r
den soportar colores vivos.
ÉOCHESTER. (Rudamente.) (Esa es una disculpa, señorita!
iüAilA. Milord...
fldCHESTEB. La altivez es lo que os aconseja que no acep-
téis mi regalo... os conozco demasiado. Vuestra
sencillez oculta un orgullo desmedido... [Movi-
miento de Juana,)
JUANA. (Suplicante,) {Milord!...
R0CHE8TER. |Nada de réplicas!... Sí, os subleváis interior-
mente contra mis modales imperiosos, brutalesl
lo sé.*. (Moderándose,) Qué queréis, señorita... soy
mas digno de lástima que culpable. Dolorosos su-
cesos han influido en mi carácter... y... ¿Pero qué
tenéis, que me miráis asi? ¿En qué estáis pensanao?
JUANA. Me preguntaba á mi misma sí hay muchos amos
que se tomen el trabajo de indagar si sus modales
disgustan á sus servidores.
ROCH ESTER. Y os respondíais negativamente... quedando
sorprendida. Pues bien, ya que no sabéis distin-
guir entre un criado y vos, voy á trocar en asom-
bro vuestra sorpresa. Escuchadme. Si be venido
al galope para llegar con una hora de anticipación
á los huéspedes á quienes aguardo, fué para de-
ciros que me lamento de no naber sido mas fran-
co con vos, desde el día en que os conoci, si bien
vuestra glacial reserva ha sido causa de mi frial-
dad. Señorita Juana, va para seis meses aue os ha-
béis hecho cargo de la educación de Adela, ¿y aun
ignoráis qué lazos existen entre esa niña y yo?
JUANA. Pregunta es esa, milord, que nunca me be diri-
gido.
ROCHESTER. (Mirándola fijamente,) No disimuléis... Ha-
bláis muy poco para que no penséis mucho...
¿Habéis creído que Adela es mi hija?
JUANA. No, milord... Pero suponiendo que lo fuera^ no
debéis darme cuenta de eso.
ROCHESTER. Pues yo quiero hacerlo y nadie» tiene el de-
recho de oponerse á mi voluntad.
JUANA. ¡Gomó gustéis, milord 1
ROCHESTER. Hacc uucvc años que en medio de la tormen-
ta que agitaba á la Francia, arrastrado por la
= 34 =.
■
edad y por un deseo irresistible de emocíoiie»,
s conoci en París á una mujer á quien creí digna
I de mi afecto, y que no tardó en hacerme.arrepen-
tir de mi error. Adela es la única prenda que de
aquellas relaciones hé conservado , y no porque
crea que tiene derechos á mi ternura, en vista de
» los falsos juramentos de su , madre, síqo porqme
' tuve piedad de esa débil , é inocente criatura^
abandonada por una mujer sin entrafias, arran-
2ué á Adela del fango de Paris, para transportarla
I torreno sano y sólido de un jardin inglés. Ve-
> remos si la tierna planta se aprovechara de ello.
Ahora, señorita, ¿os dignaréis dedicar vuestros
I cuidados á esa niíla?
JUANA. ¡Con mucho gusto, milord! Adela no es responsa-
ble de vuestras faltas ni de las de su madre. Ya la
quería yo entrañablemente; pero ahora que sé que
es huérfana, la consideraré como á una hermana
y m3 consagraré á ella con maypr celo si cabe.
Os doy gracias por vueslia franqueza y por esa
muestra de confianza, milord. Yo también soy
huérfana y esta es una garantía de la promesa que
acabo de haceros. Yo la amaré doblemente, pues-
to que nadie la ama, y no la dejaré nunca. A me-
nos que me despidáis. (Se interrumpe y observa á
Rochester,)
ROCH ESTER. Sois extremadamente buena y no olvidaré
vuestra promesa. ¿Me juráis ahora no dejar esta
casa sino coando se os despida?
JUANA. Os lo joro.
ROCNESTER. [Alargándole la mauo.) ¿ Me permitiréis que
os estreche la mano?
JUANA. (Presentándosela,) Yo soy en ello la honrada.
ROCHESTER. (i?e«(in(¿o/a /a mano.) I Gracias, JuAua! ¡Cuida-
do, Rochesterü (ip. Reprendiéndose.) Si no tratas
de corregir tus impulsos, es muy posible que cai-
gas en tus propias redes. (Óyese rodar un carrua^
je: va anocneciendo.) Ya está aquí... No quiei'O que
sepan que he llegado antes que ellos. (Toca la
campanilla,) ; Clara I {Clara! (Áfistris Clara entiba
por el fondo.) Salid al encuentro de mis huéspedes
y acompañadles al salón; pero no les digáis qiie
he llegado ya.
0iA«A. Voy corriendo. [Se retira por el fondo,)
— S5 =
ROCHESTER. (Cotí dureza á Juana,] Señorita, recibid á los
convidados y aguardad con ellos mi llegada. {Se
diriae hacia la puerta de la derecha, luego se detiene
y dice con dulzura.) Perdonadme, Jaana... no soy
dueño de mí mismo... ¿Os dignareis recibir á esos
forasteros? ¿Me haréis este obsequio?
JUANA. Con mucho gusto.
ROCHESTER. Sois muy amable.
JUANA. ¡Favor que me dispensáis, milordl
ROCHESTER. |Es interesante esta muchacha I Vamos, Ro-
chester, no empieces por hacer el cadete si no
quieres concluir por volverte loco. (Vase,)
JUANA. (Siguiéndole con la vista.) ¡Hombre mas singular!!
iqué mezcla de aspereza y bondad! Difícilmente
me recobro de mi asombro... ¿A qué lo que me
ha manifestado con respeto á Adela? Nunca le vi
tan amable como hoy. ¡Con qué entusiasmo me
estrechó la mano!... ¡Qué brillo tan extraño en
sus ojos! ¿Por qué?...
ESCENA IV.
Dicha.— MISTRIS SARA, SlR GUILLERMO, HERMINIA,
MISTRIS CLARA, JORGE.
{Jorge abre las puertas del centro llevando dos candelabros
con bujías encendidas que deja encima de una mesa en
el proscenio,) ^
CLARA. (Desde el fondo.) Dignaos descansar un momento
en esle salón. Los aposentos no están arreglados
todavía.
SARA. (Que ha entrado del brazo de sir Guillermo y se
sienta en el sofá,) Glracias, caballero.
(Juana luego que ha visto entrar á mistris Sara se
ha retirado paso á paso hasta el fondo de la escena
llena de asombro y llevándose la mano al corazón,)
JUANA. ¡Cielos! ¡Mi tia! (Aparte,)
HERMINIA. (A Clara,) ¿No ha llegado todavía lord Roches-
ter? Creíamos que se nos babia adelantado. . .
CLARA. (Confusa.) Milord no puede tardar, señora. (A una
seña de Clara, Jorge se retira,)
GUILLERMO. (Con aire burlón.) Extrafieza como ella... de-
jarnos de repentel Confieso que me sorprendió la
conducta de su señoría.
1
= 3< =
HERMINIA. {Con desden á GutUerme.) Lord Rodhestares
hombre muy superior para que se detenga en esas
puerilidades, sir Guillermo... No se parece á vos.
euiLLERMO. Estoy muy lejos de creer que poseo las dotes
de tan cumplido caballero, prima mia«
HERMINIA. Os hacéis justicia, Guillermo. {Echándose en m
sillón á la derecha,)
GUILLERMO. [Graciasl
HERMINIA. (A Clara.) Señora, procurad que podamos reli*
ramos cuanto antes. Nos caemos de cansancio.
CLARA. Voy á complaceros, seSora. Reemplazadme entre
tanto, junto á esas damas. {Bajo á Juana,)
ESCENA Y.
JUANA, MISTRtS SARA, HERMINIA, GUILLERMO.
SARA. ¡Qué calor el de este salón! (Como si se sintiera
inquieta se lleva la mano al corazón y respira con
dificultad,)
HERMINIA. Ciertamente., Pero ¿á quién se le antoja vestirse
como en pleno invierno estando en primavera?
SARA. Será una reacción... Al Uesar tenia frió.
HERMINIA. Tienes razón, mamá... (Quitándose el sombrero
y dejándolo á un lado.) £1 calor es insoportable.
cuiLLERMO. [Bajo é inclinándose hacia Herminia.) No es el
calor, sino la conciencia lo que os está atormen-
tando.
HERMINIA. (Aiáuí<ti«.) ¡La conciencia!... ija! ija! ¡jal
6UILLERM0. Esa risa nada tiene de sincera... Hace algún
tiempo que os merecía alguna deferencia... dá-
baiBme esperanzas; pero desde aue ese sombrío
Creso 08 dirigió no.sé qué cumplimiento, me re-
chazáis con desden... Y sin embargo no amáis á
ese hombre.
HERMiNiA. iQuién sabe!
GUILLERMO. Estoy couvencido de ello,.. Además, ¿sabéis
de qué se acusa á lord Rochester? /; ; I
HERMINIA. No q^iciro saberlo. ;
6UILLERM0. (if .) Ya procuraté yo que lo sepa$. Y ¿ i^
mia que no habré venido en vana á esta casa.
SARA. ¡Diosmio! {.Qué malestar 1 ^
HERMINIA. (Mirándola sorprendida y UvanUndosecon frial-
dad,) ¿Qué úenee^'t
==. .r? =
SARA. Me ha sobrecogido esa opresión^ essí ainsfediarf m-
expKcabte qoe roe presagia siempre imaf desgracia.
HEwmm\ft, {Encoffiéndúse de hombros:) Aprensiones.
SARA. (Levantándole.) Digo, Hertíainia, que eff la attoó'¿-
, íera de este saíow hay af^o cpie nos es hostil.
HERMINIA. Manaá... ¿Qué supersticiones son esast
SARA. (Agitada.) Llama... ane me détí algo que respirar.
iiiiANA. {Qm se ka acercada lentamente.) Aqáí está éste po-
milo, misiris.
9AIIA. (Uetrocediendó con horror:) jCíelosf
HERMiNij^. {Qué veoí
SA«A. (Bajo y tomándola de la tmmo.) ; Juana E'yre! (iífo-
vimiento de Herminia.)
iUAMAi. ¿Os sentís mejor?
SAR^. (Habla con Herminia.) Sí, si... gracias.
miitLEiiiiro. (0tt« todo lo haobservaé)^ a Juana.) ¿Conocéis
á esas damas, sefiorita?
JUArMAf. (Fríamente.) No señor... las ved hoy por vesí pri-
mera.
6ÜILLCRM0. (Ap.) ¿Qué nuevo misterio es esef (Mto á Jua-
na.) ¿Podré saber á quién tengo el honor de ha-
blar?
JUAiu. A' Juana Eyre, aya de la señorita Adda.
MEMHiNiA. (Recobrando la serenidad y con risa d^íMÓsa.)
lAh! lel aya!
SARA. (Ap.) (Fatalidad?
ESCENA VI.
Dichos.— LORD ROCH ESTER.
ROCHESTER. Perdonadme si he sido el último en llegar al
castíUo cuando hubiera debido* ser el primero>parl
seeibiros.*. Bieti venidos seais^y eon^iderad cdmo
vuestra' mi/ mopadai (^Toé>s se wíelinan.ySe me fi-
gura*^, lady flienninia^ (pie una>nube oscut^e vues-
tro semblantea. . Quiera Bidls que no mé ameHátte
áitti.
HERHiNiA. Nadd de eso, milord: texho, si, por b' reputa-
ción dd ibi9tre Menir, cuando se sepa enelconf^
dado^ que haWendo safido ai mismo tiempo que
nosotros de mr quinta, nuestros jacos han dejado
. aAráfiraltoabáUa» ísm yüo^áe Im* treíí réittos.'
ROCHESTER. Dignaos no acusar á Merur:..
6
H38 =
HERMINIA. ¡Gómol Confesáis...
ROCH ESTER. GoDfieso que engolfado en mil pensamientos,
he obligado á mi caballo á andar el camino al paso.
JUANA. (Ijp.) ¿Uué está diciendo?
HERMINIA. (Con coquetería.) ¿Es una justificación, milord?
ROCHESTER. Si OS cíipais aceptarla, milady.
HERMINIA. (Tendiéndole la mano.) La acepto.
ROCHESTER. (Besándole la mano,) Sois tan hermosa cuando
sois buena...
6UILLERM0. A mi me lo parece siempre. Permitidme, mi-
lord, que os reitere mi agradecimiento por la in-
vitación que acabáis de hacerme. La fama de vues-
tro castillo ha llegado hasta mi... soberbio es
cuanto hasta ahora ne visto, y tendré el mayor
gusto en visitar detenidamente todas sus depen-
dencias. Se me figura que me están reservadas
aquí muchas sorpresas.
ROCHESTER. Ya OS he dicho, sir Guillermo, que estáis en
vuestra casa.
SARA. (Que durante esta escena ha estado muy impaciente.)
Una pregunta, milord. (Por «/uaná. )¿Desde cuándo
sirve en vuestra casa esa joven? Creia que la seno-
rita Elena seguia educando á vuestra protegida.
ROCHESTER. flace cinco meses que fué reemplazada por la
señorita Juana.
HERMINIA. ¿Y qué le er.seña á Adela?
ROCHESTER. (Con cierta sorpresa.) Idiomas, dibujo, música.
lOh! jla señorita Juana no es una aya adocena-
da; pinta admirablemente!
JUANA. ¡Milord!
HERMINIA. Líbreme Dios de dudarlo... lo decís con tanto
calor...
GUILLERMO. ¿Qué diablos tienen hoy mis primas?
SARA. (A Juana.) Decidme, señorita... (Interrumpiéndose.)
Es singular... be olvidado vuestro nombre...
¿dónde habéis aprendido tantas cosas?
JUANA. En el asilo de Lowood, señora.
HERMINIA. Siempre habíamos oido decir que allí se ense-
ñaba con preferencia la religión y la humildad.
JUANA. Yes cierto, milady: podéis estar persuadida que
aprendí en Lowood todo cuanto enseñan sus pro-
fesores... y viviré eternamente agradecida á los
que me pusieron en el caso de aprovecharme de
sus lecciones.
» 39 »
R0CHE8TER. Pqco carífio 08 teDÍan los que os encerraron
en una casa de beneficencia.
JUANA. Muy poco, por no decir que me detestaban, mi-
lord; pero yo bendigo esa conducta que á vos os
parece tan indigna: porque á ello debo ser hu-
milde y modesta.
SARA, (ip.) iMiserable!
HERMINIA. Maravíllame que la señorita Juana pinte tan ad-
mirablemente como pretendéis, milord. {Amenos
zándole con el dedo,) Vamos, confesad que habéis
andado bastante ligero en semejante juicio.
ROCHESTER. (Con altivez,) Yo no acostumbro adular... y
voy á probároslo. [Se dirige hacia su cuarto,)
SARA. No os incomodéis de esa manera para hacer el elo-
gio de vuestra criada. (Con ironía.)
ROCHESTER. {Con sevcndad,) El talento debe admirarse
donde se encuentra, señora. (Vase,)
SARA. ¡Insolente! (Ap.)
ESCENA VII.
Dichos, menos ROCHESTER.
HERMINIA. [Bajo á su madre,) Cuidado, mamá... Guillermo
nos está observando... (Alto.) ¿Primo, os habéis
vuelto mudo? Hace media hora que no habéis di-
cho esta boca es mía.
GUILLERMO. Hablais tan bien, Herminia, que fuera delito
interrumpiros... Además, estaba reflexionando...
SARA. [Dominando su emoción,) Se me figura, Guillermo^
que estáis preocupado.
GUILLERMO. No creais tal.
HERMINIA. Ya sé yo qué reflexiones son las suyas.
GUILLERMO. Puedc que os engañéis, hermosa prima... Pe-
ro olvidamos á la señorita Juana.
JUANA. No os molestéis por mi, caballero... imitad á esas
damas.
ROCHESTER. [Entrando, Trae el álbum de Juana,) Dignaos,
lady Herminia, hojear este álbum, y veréis como
os aeja sorprendida la discípula de Lowood.
JUANA. [Involuntariamente,) Milord...
ROCHESTER. [Con Severidad y Juana baja los cjos,) ¿Y qué?
HERMINIA. Dejemos para mañana el examen de esas obras
== to «
jxiaestras.,. Mamá está indrapuesda y yo resdícb
de cansaDcio.
ROCH ESTER. [Cerrando vivamente el álbum y dejándole eobre
una mesa,) ¿Cómo do me lo dijisteis aotes?
SARA. La edad, ipilord... y por otra parte lo largo del
viaje...
ROCH ESTER. Yuestros deseos son órdepesparamir
GM,uiL^|Bii9. (i Jmna.) Habreisobservwo, sefioriUi, que
por mi parle do he tratado de humillaros.
jjuAi^A. Gracias por tanta bondad, caballero...
GUILLERMO. {Ofredendo el brazo á M. Sara,) ¿Aceptareis
mi brazo?
SARA. Si, Guillermo... (Ap. y tomando la manteleta,) (O
ella ó yo: ambas y á un tiempo, no podemos vivir
en esta casa.) Señorita Juana... (Tomando el brazo
de Guillermo y saludando á Juana irónicamente,)
JUANA. (Inclinándose:) Señora...
GUILLERMO. ¿Os volveré á ver, milord?
ROCH ESTER. Sí, y para abreviar el fastidio de una larga
velada, nos servirán el ponche en vuestro aposen-
to. ¿Os dignareis darme hospitalidad?
GUILLERMO. Yo soré el honrado, milord.
(Mistrxs Sara y Guillermo vanse por la puerta del
centro.)
R0CHE6TER. Sin que atendáis á mis derechos de señor feu-
dal, ¿podré esperar, Herminia?... (Le ofrece el
brazo,)
HERMINIA. Acepto por hoy, toda vez que me conviene un
guia en este palacio encantado... veremos mañana
si se os ha de perdonar.
ROCHESTER. ¿En qué he podido disgustaros?
HERMINIA. (Con intención.) Mañana os lo diré.
ROCHESTER. Juaua, podéis retiraros.
(Vase con fferminia por la puerta del centro.)
ESCENA YIII.
JUANA, sola.
JUANA. ¡Al fin respiro! ¡Oh! ¡creí que iba á rompérseme
el pecho!... ¡Mistris Sara y Herminia aqui! ¿Qué
fatalidad las trae á este castillo? iDios mío! ¿qué
nuevos tormentos me reserváis? Sin duda al verme
«dichosa, queréis poner á prueba á la pobre huér-
» 41 »
fanal iCúmpbise vuestra voluntad!... {Viéndolos
dibujos,) iMi álbum! Lady Cláreos, eu vano ha-
béis aplazado para mañana el examen de este li-
. bro: des(»«es ael desden que os he merecido no
debéis verle. (Tbma el almm y se dispone áYeti-
rarse cuando entra lord Roches ter,)
ESCENA IX.
JUANA, iORD ROCHESTEA.
ROCHESTER. ¿Todavia aquí, Juana? Os mandé que os re-
tirarais... ¿por qué no me habéis obedecido?
JUANA. [Tímidamente.) Gomo no tenia sueüío.
ROCHESTER. Bucoa... disculpa... decid mas bien que tra-
tabais de observar pis acciones.
JUANA. (Vivamente, luego con dignidad.) Caballero... te-
neis algo mas que mandarme?
ROCHESTER. {Con ira,) íNo!
JUANA. {Buenas noches, milord!
(Juana se indina en silencio y da algunos pasos para
retirarse: Rochester la sigue.)
ROCHESTER. Buenas noches. (Reparando en el a/ium. 1 Jua-
na, ¿es el álbum el libro que lleváis bajo el brazo?
JUANA. (Deteniéndose,) Si, milord.
R0CHESTE3. ¿Y os lo llcvais?
JUANA. Si.
ROCHESTER. ¿Por qué? ¿No queréis dejármelo?
JUANA. A vos, si; pero no á los otros. No quiero que Her-
minia^ que lady Clarens lo vean.
ROCHESTER. Mc parccc que esas damas os inspiran pocas
simpatías.
JUANA. Lo confieso.
ROCHESTER. (Qué significa...) Vamos, Juana, de volvedme
esos dibujos... son tan preciosos, q'ie me holgaré
de que no sea yo solo quien lo diga.
JUANA. (EesiMiéndose.) Milord...
ROCHESTER. (Con mucha dulzura.) Os lo suplico.
JUANA. Una súplica, milord... (Sorprendida y dándole el
álbum.) ■
ROCHESTER. Os parecc extraordinario... lo es en efecto.
Mi manera de hablar cautiva poco.
JUANA. No lo cree asi lady Clarens.
ROCHESTER. (De mal humor.) Lady Clarens... Lady Clarens
«= 4Í »
68 una coqaeta con mas orgullo que corazón.
JUANA. (Invokntariamenie.) iGiertol {muy cierto!
ROCHESTER. (Vivamente.) ¿Cómo lo sabéis? ¿Quién os lo ba
dicbo?... (Silencio ds Juana.) Vamos, responded.
iUANA. Milord... yo... no... (Procurando reparar su lige-
reza,)
ROCHESTER. Acabemos.
JUANA. La he observado detenidamente y he formado ese
juicio de su carácter.
ROCHESTER. (Ikspues dc un momento de silencio.) Toda vez
que sois tan excelente fisonomista, debéis cono-
cerme á fondo... Vamos á ver: ¿qué concepto os
merezco yo?
JUANA. Semejante pregunta...
ROCHESTER. Exigc uua respuesta.
JUANA. Pues bien, milord, me merecéis el mejor con-
cepto...
ROCHESTER. ¡Ya me esperaba yo esa lisonjal
JUANA. Vuestra interrupción ba dado á mis palabras la
apariencia de lisonja.
ROCHESTER. Proscguid pucs: crei que habiáis concluido.
JUANA. Pesadumbres que no trato de averiguar han amar-
gado vuestro corazón causando en él una herida
profunda, y se me figura que cada una de vues-
tras palabras se escapa de la boca de la herida mas
bien que de vuestros labios... A veces, os aban-
donáis á vos mismo, para encontrar el remedio á
tanto mal; pero el recelo de encontrar la muerte
donde pensasteis hallar el alivio, os hace ver un
peligro á cada paso y un enemigo en cada hom-
bre. Teméis nuevos desengaños y la desconfianza
vela incesantemente en vuestro espíritu: ella pien-
sa por vos, ella habla por vos, ella os dirige, ella
os gobierna.
ROCHESTER. {Que ha oido atentamente á Juana como no que-
riendo que se le conozca del todo.) ¡Y tiene razón!
si la permito estar mas tiempo á mi lado con-
cluirá por adivinar hasta lo que pienso. Podéis re-
tiraros, Juana. (Da un paso para retirarse.)
JUANA. (Se dispone á salir.) Dios os guarde, milord.
ROCHESTER. (Gritando.) ¡Cómo! ¿Y os marcháis asi?...
JUANA. Me habéis dicho que podia retirarme...
ROCHESTER. Pcro uo sin despediros de mi; sin dirigirme
algunas palabras de nuena amistad de..,
= 43 =
JUANA. {Timidamente.) iMílord!
ROCHESTER. {Tomándola ambas manos y tiernamente, \S\idi-
na, ¿qué encanto tenéis en vuestros ojos cpie no
paedo resistir á sas miradas? Se habla de simpa-
tías naturales... de genios protectores... Fábulas,
si, pero que en el fondo no dejan de ser verdade-
ras. Al veros por primera vez sentí que ejerceríais
una gran influencia en mi vida y no me engañé.
{Animándose masy mas,) Juana, de vos depende
qiie vuelvan á renacer en mi corazón la paz y la
alegría. {Con ternura,)
JUANA. Milord, permitidme que me retire... No puedo...
no me es permitido escucharos mas.
ROCHESTER. Teucis razón, soy un insensato, pero no me
dejéis así... dírígidme una mirada^ una palabra
de consuelo!.. ¡Soy tan desgraciado, Juana!!!
¡vuestra mano!
JUANA. Ved que se acercan...
(Roehester la suelta vivamente las manos,)
ROCHESTER. ¿Quiéu?...
CLARA. {Entrando,) Milord^ sir Guillermo os está espe-
rando.
ROCHESTER. {Áp,) ¡Importuno! I Yoy al instante. Juaua, uua
palabra...
JUANA. Sir Guillermo os espera. (Indicándole que s$ mar-
che,)
ROCHESTER. ¡Llévclo cl diablol... {Vase con ira.)
CLARA. ¿Qué mala yerba ha pisado milord? ¿Sabéis qué
tiene, señorita Juana?
JUANA. Que juega con cartas falsas y ha perdido la par-
tida.
CLARA. ¿Pues qué?...
JUANA. Que ya no le causa tanto horror la bruja. {Vase,)
CLARA. ¡Diosmiol ¡lo oue saben estas niñaslll ¡Jesús,
JesisIIl {Se marcha santiguándose,)
=^ 44
ACTO TKRCfRO.
Saüon que abre á ud jardín. Puertas en el fondo y llaterales.
ESCENA PRIMEBA.
MI3TIIIS SARA, HERMINIA.
SARA. (Irónicamente,) Por fin vamos á verla hoy. Lord
Roehester acaba de aniiDciarme que la señorita
Juana nots honrará con su presencia en el des-
ayaQ9... mocho deseo hallarme á solas con ella.
HCBMiNiA. ¿Y para qué, mamá? Déjala que siga educando
á Mela hasta el dia^ próximo, lo espero, en que
tendremos el derecho de echarla del castillo.
SARA. Confias demasiado, Herminia, y en tu aturdi-
miento no ves lo que aqui está pasando. Te digo
que Juana nos ha de traer la desgracia.
H'ERii»iii4A. (Con sonrisa' de incredulidad.) ¡La desgracia!
SARA. Escucha. Al otro dia de nuestro primer encuentro,
hace ya ocho diés, Juana cayó enferma después
de un acontecimiento que nadie ha podido expli-
car, pero en el que sin duda debió de representar
un importante papel, si hemos de dar crédito á
Guillermo que ha sabido granjearse la confianza
de Jorge. Durante esos ocho dias Ibrd Rocheslet
se nos ha presentado con* una frialdad que tu amor
propio nO' quiere ver. La mitad de esos dias los Ha
pasado al lado de Juana, por mas que diga que ha
estado retirado efa su gabinete.
HERMINIA. ¿Cómo sabes tú eso?
SAfiA'. Ptür Jorge. Ahora bien, un hombre como RocMestet
aue se ocupa bastar este punta de una simple cria-
a no puede hacerlo únicamente por un sentimiento
de benevolencia. El calor con que habla de la
grandeza de carácter de esa joven, la reserya que
con respecto á ti manifiesta... Su retraimiento que
raya en melancolía, todo me hace suponer que tie-
nes una rival en esa miserable que la fatabdad ha
puesto en nuestro camino.
HERMINIA. (Desdeñosamente.) (Juana Eyre mi rival!... ¡Esa
reclusa de Lowood! Vamos, mamá, me injurias.
== 45 =
SARA. Tengo experiencia, hija mia, y raras veces me en-
gaña... Juana se acuerda del pasado y quiere
vengarse de nosotros.
HERMINIA. ¿De cuándo acá dudas del poder de Herminia?
Cuando me plazca, Rochester estará a mis pies.
SARA. Sin embargo, déjame ver á Juana, la sondearé yo
misma, y con el imperio que sobre ella he conser-
vado lograré que deje para siempre el castillo.
HERMINIA. Corriente: ocúpate de Juana mientras rodeo yo
á Rochester de tantas seducciones, que aunque
esté locamente enamorado de mi prima, será pre-
ciso que me ame á mi.
SARA. ¡Silencio!... aquí están.
ESCENA IL
Dichas.— ROCHESTER, JUANA, ADELA, luego GUILLEN.
ROCHESTER.(^n¿ra jDor la derecha dando el brazo á Juana que
lleva de la mano á Adela.) Señoras, os presento á
la pobre enferma, restablecida,aunque no del todo,
de su dolencia.
JUANA. (Dejando el brazo de Rochester y saluda á Sara y
Herminia,) Gracias, milord.
SARA. Muy satisfecha debe de estar la señorita Juana del
interés que por ella se toma su amo... pocas ayas
son tratadas con tanto miramiento.
ROCHESTER. £s quo la señorita Juana se distingue muy
mucho de las ayas vulgares.
HERMINIA. (Bajo á Rochester,) Damas conozco yo que se
dieran por muy dichosas con semejantes atencio-
nes.
ADELA. (Vivamente á Herminia.) También vos habréis te-
nido sin duda un aya tan buena como la señorita
Juana, pues sois muy hermosa y muy amable. ¿Se-
ré yo como vos, lady Herminia?
HERMINIA. (Apartando á Adela con la mano.) Mira, niña,
que me echas á perder el vestido. (A Rochester.)
¡Qué error el mió! Rochester. Siempre habia creido
c[ue no os gustaban los niños.
ROCHESTER. (Extendiendo la mano hacia Adela que ha que^
dado desconcertada y se acercc. á éL) Error fué en
efecto.
HERMINIA. ¿A dónde habéis ido por esta niña?
1
= 46 =
ROCHESTER. (Á Mela^ con dulzura,) Anda con la sefiorita
Juana. [Adela se echa llorando en los brazos de Jua-
na,) [A Herminia.) Es ana huérfana que he reco-
gido. [Mira con interés á Juana que está ocupada en
consolar á Adela,)
GUILLERMO. [Entrando por el fondo.) Buenos dias. Dispen-
sadme si he lardado: mi curiosidad me ha hecho
subir á la torre del Norte cuya admirable arqui-
tectura no me cansaba de admirar. En mi deseo
de ver además sus disposiciones interiores, me he
extraviado en un dédalo de corredores, y sin que-
rer, me he encontrado en el parque. Parque mag-
nifico, milord.
HERMINIA. En efecto; es imposible imaginar paseo m'as en-
cantador. En verano debe ser un verdadero pa-
raíso. Esos árboles majestuosos, ese vasto estan-
que y el antiguo pabellón con sus torrecillas, es
lo mas pintoresco que he visto. De modo que los
ocho dias que llevamos de estancia en vuestro cas-
tillo han pasado como un sueno.
ROCHESTER. Mc álegro, lady Herminia, de que tan corto
os haya parecido el tiempo.
GUILLERMO. ¿Y cómo uo, SÍ audamos de sorpresa en sor-
presa?
SARA. ¿Y qué proyecto es el vuestro para hoy, milord?
ROCHESTER. Habriu querido acompañaros á la antigua aba-
día edificada por Enrique VIII, pero por desgracia
negocios urgentes me obligan a rogar á sir Gui-
llermo que se digne reemplazarme... Conoce ya
el camino, y...
HERMINIA. ¡Vaya un guia!
GUILLERMO. Gracias, primita.
HERMINIA. No lo hc dicho por desairaros, primo; pero lord
Rochester hubiera podido contamos las tradiciones
de la abadía que no dejarán de ser interesantes,
para mi á lo menos, pues confieso que me inspira
un profundo respeto esa gran figura histórica de
Enrique VIH.
JUANA. ¿Tanto os gustan los tiranos, lady Clarens?
GUILLERMO. La muertc del tal rey la tiene inconsolable;
mil veces la he oído decir que hubiera sido capaz
• de casarse con él.
HERMINIA. Fué un sobcrauo muy galante.
JUANA. Es cierto, pero hizo morir á cuantas mujeres amó.
« 47 ==
GUILLERMO. Qoíen bien ama bien castiga.
HERMINIA. Fuerte es en historia la señorita Jaana.
JUANA. Se aprenden muchas cosas en el asilo de Lowood^
milady.
HERMINIA. (Reprimiéndose.) Asi parece.
GUILLERMO. [Como Saliendo en defensa de Berminia,) La se-
iliorita* Juana hace bien en no amar á los tiranos,
varones ó hembras. Por des^r^cia la especie no ha
desiaparecido todavia. Hombres hay ann que se
complacen en atormentar á las mujeres. ¿Sois de
mi opinión, lord Rochester? . -
ROCH ESTER. Singular me parece la pregunta, sir Gui-
llermo.
GUILLERMO. Tal no debe pareceros siendo dirigida á un
hombre que como vos, ha viajado mucho, que
necesariamente habrá estudiado á fondo el cora-
zón humano y visto cosas muy extraordinarias.
ROCHESTER. Mucho CU efecto he visto, caballero, y la ex-
periencia me ha demostrado que no conviene juz-
gar con ligereaa lo que no3 parece extraño.
HERMINIA. Mi primo lo ve todo muy negro... las ideas de
Guillermo llevan siempre luto, y además va cons-
tantemente á caza de sucesos maravillosos.
GUILLERMO. Gusto de descubrir misterios: es una afición
como otra cualquiera.
HERMINIA. [Riéndose.) ¿Y qué misterios esperáis descubrir
aquí?
GUILLERMO. ¿Quiéu sabc? no hay castillo antiguo que no
encierre alguno.
ROCHESTER. {A Juana.) ¿Os sentis mejor, señorita?
JUANA. Si, milord; gracias.
GUILLERMO. {Que entretanto ha recogido un pañuelo que
estaba en el sofá y lo presenta á Herminia.) Vuestro
pañuelo, hermosa prima... ¿Consentís en que pro-
siga aquí mi papel de caballero? {Le ofrece el brazo.)
HERMINIA. (Con altivez.) ¿Mi caballero?
GUILLERMO. [A media VOZ.) \?víes qixél ¿seguís aun en la
manía de casaros con Rochester?
HERMINIA. [A media voz.) ¿Quién puede impedirlo?
GUILLERMO. {A media voz,) Tal vez yo.
HERMINIA. {Encogiéndose de hombros.) [A sir Guillermo.)
¡Presuntuoso! (A Rochester.) Ya que, segun*decis,
no podéis acompañarnos á la abadía, os dignareis
á lo menos guiarnos hasta el camino.
= 48 =
ROCH ESTER. {Posaudo al lado de Herminia.) Con mucho
gusto^ milady.
SARA. (^ajoáJuana.) Quedaos, Juana, teugo que ha-
blaros.
JUANA. (Estremeciéndose.) ¿A mi, tía?
ROCHESTER. [Aparte con asombro.) (¡Su tial)
SARA. (Bajo á Juana.) Si.
JUANA. (Bajo á Sara.) Estoy á vuestras órdenes.
SARA. Bien.
ROCHESTER. Guaudo queráis, mistris Sara.
SARA. Dispensadme, milord. Esta mañana no seguiré á
mi hija en su excursión... necesito descansar. La
señorita Juana se dignará hacerme compañía, como
no dispongáis lo contrario.
ROCHESTER. Hasta luego pues. (Ap.) (;Su tia!) (Alto ofre-
ciendo el brazo á Herminia.) Milady...
(Sale por el fondo con Herminia y GmllermOy mistris
Sara la sigue hasta la puerta.)
ESCENA III.
JUANA, MISTRIS SARA.
JUANA. (Ap. ¿Qué querrá decirme? mé parece que toco
el momento supremo.)
SARA. Juana, ya estamos frente á frente; mírame sin
hipocresía; no trates de engañarme, porque seria
inútil; siempre nos hemos aJborrecido y nos abor-
recemos aun. El disimulo fuera cosa indigna que
nos haría despreciables á nuestros propios ojos.
JUANA. No os comprendo, señora.
SARA. {Por tí he sido criminal, Juana, por ti he carga-
do mi cojciencia de atroces remordimientos!
JUANA. ¿Por mi, tia?
SARA. Sí, por tu causa he faltado al sagrado juramento
que hice á mi esposo en m lecho de muerte. Im-
Sulsada por mi odio, te he despreciado, maltrata-
y hasta arrojado de mi casa para encerrarte en
un asilo de mendicidad, cuando le habia prometido
velar por tí y quererte como á hija; pero bien
castigada estoy por ello. La orgu llosa mistris Sara
HoUistes, la opulenta viuda de tu tío, se ve hoy
reducida á la mayor miseria.
JUANA. ¿Pobre vos? No es posible.
= 49 =
SARA. Si, pobre... puedes creerme... Mi caadat entero
ha sido derrochado por mi hijo Ricardo; he ven-
dido mis propiedades de Gateshead para alimentar
sus vicios, y últimamente me he visto precisada á
despojar á su hermana de lo que legítimamente la
pertenecia para librarle de la deshonra.
JUANA. iMiserable!
SARA. No le insultes delante de su madre. {Calmándose
Íwco á poco,} Vivia en Londres, amaba el lujo y
os placeres, pediame oro; le queria demasiado
para resistir á sus súplicas, y lo atropello todo por
salvarle.
JUANA. ¡Desgraciada!
SAiA. Pero todo puede remediarse aun. Un medio les
. resta de salvación á la viuda y á los hijos de tu
bienhechor.
JUANA. ¿Y ese medio?...
SARA. De ti depende.
JUANA. iHabladl No hay sacrificio á que no esté dispuesta
por la memoria de mi buen tio; de mi segundo
padre.
SARA. Pues bien, Herminia cuenta con la fortuna de
lord Rochester.
JUANA. ¿Y qué!
SARA. Que es necesario que inmediatamente abandones
esta casa.
JUANA. Abandonarla, ¿y por qué, señora?
SARA. Porque lord Rochester te ama.
JUANA. ¿A mi? ¿Quién ha podido deciros?...
SARA. Tu misma turbación, Juana. ¿Deseas que telo re-
pita para verme mas humillada, para gozarte en
tu triunfo?
JUANA. jCómo me calumniáis suponiéndoma tan per-
versa! Ignoro si lord Rochester me ama, os
lo juro, y en prueba de ello y por la gratitud
3ue debo á mí buen tío, haré cuanto exijáis
e mí. ¡Ayl ¿es preciso que seáis también vos
quien me arroje de aquí después de los ocho
años que he pasado en Lowood en la escasez y
la miseria? ¿Es preciso que despidáis de nuevo á
la pobre huérfana sin recursos, sin asilo? Cruel-
dad excesiva es esta, confesadlo, señora.
SARA. ¿Sin recursos, dices? U engañas; si quieres, aun
puedes ser mas rica que nosotros.
= 50 —
JUANA. ¿Qué decis?
SARA. Óyeme. Durante tu encierro en Lowood, una
carta veniéa de Madera nos anunció que el her-
mano de tu padre habia reunido una gran fortuna
y que deseaba instituirte su legataria universal,
si inas á reunirte con él.
JUAKA. ¡Dios mió! ¿Y por qué no me mandasteis esta
carta?
SARA. Porque no podia soportar la idea de verte en la
opulencia cuando la miseria invadia mi casa; por-
que me hablas robado el cariño de mi esposo;
porque te aborrecía mas que nunqa: hé aquí por
qué no te comuniqué aquella carta, origen para
mí de nuevos remordimientos que vinieron á asal-
tarme y á hacerme mas desgraciada.
JUANA. ¿Tanto os he ofendido, señora?
SARA. ¿Y tú me lo preguntas?
JUANA. Yo era entonces muy niña, no sabia lo que hacia,
y además, vos .me tratabais cruelmente: pero he
aprendido á perdonar: el estudio y la religión han
abierto mi entendimiento, y estoy dispuesta á ol-
vidarlo todo, sí os dignáis volverme una amistad
que nunca hubierais debido retirarme.
SARA. Cuenta con ella, si dejas esta casa para siempre.
JUANA. ¿Pero y si milord no^me ama?
SARA. ¿Será preciso que le diga que la conducta de Ró-
chester para con mi hija ha cambiado completa-
mente desde hace ocho dias? ¿Tienes hechizado á
ese hombre?
JUANA. (Con^ altivez.) ¡Basta ya!
HERMINIA. (Dentro.) ¡Mamá! ¡Mamá! (Sara se dirige al
encuentro de Herminia que entra ñor el fondo.)
ESCENA IV.
Dichas.— HERMINIA, luego el CAPITÁN ENRIQUE en traje
de viaje.
t
HERMINIA. Mamá, desde el terraplén donde nos dejó lord ^
RochesLer á mí y á Guillermo he visto bajar del
caballo á mi lio... (Entra Enrique,) 3éle aquí ya.
SARA. ¡Enrique! ¿Qué te atrae aquí? Nuevas desgracias
sin duda.
ENRIQUE. [Viendo á Juana.) ¡Sara! Pero no estamos solos.
= 51 =
SARA. (Sin contestar á esta pregunta.) ¿Vienes de la quin-
ta de mi hijo? ¿traes noticias de Ricardo?
HERMINIA. ¿De mi hermano?
ENRIQUE. Suyas, no; pero ya no puedo ocultarte lo que
está pasando; tal vez podamos salvarle todavía.
JUANA y HERMINIA. ¿Salvarle?
ENRIQUE. Ricardo se ha fugado después de haber falsifi-
cado una letra de 1060 libras que es preciso pagar
cuanto antes si queremos evitar á nuestro nombre
una mancha indeleble.
SARA. {Desdichada I! [Sara cae desmayada en brazos de
Juana (/ue la sostiene.)
JUANA. [Corriendo en socorro de su madre.) ¡Dios miol per-
dió el sentido. [Enrique ayuda á Juana y á Her-
minia á sentar en el sofá á M. Sara.)
JUANA. [Frotándole manos y frente.) Tia Sara, volved en
vos... oidme. [Herminia rechaza á Juana y hace
respirar un pomo á su madre.)
ENRIQUE. [Bajo á Juana.) La infeliz no lo sabe todo. Ri-
cardo se ha suicidado.
JUANA. iDiosde misericordial
ENRIQUE. Dios de justicia, debierais decir, Juana, pues
castiga la crueldad con que os trataron.
SARA. [Volviendo en si.) ¡Ah!
JUANA. [Arrodillándose á los pies de M. Sara y tomándole
las manos.) ; Pobre tia I
SARA. [Llorando.) [Te compadeces de mi, Juana 1 ¡Ahí
tú eres mejor que yo. (Ricardo! jhijo mió! Yo te
amé demasiado, fui débil y Dios me castiga en tí.
[Levantándose vivamente.) Enrique, leo en tus ojos
una nueva desgracia, no me ocultes nada, un do-
lor secreto me dice que mi hijo^ mi Ricardo ha
muerto!
ENRIQUE. No, Sara.
HERMINIA. Mamá, te queda todavía una hija.
JUANA. Sí, si, es preciso que os conservéis para ella, la
felicidad puede sonreiros todavía. Si para ello es
necesario que yo me sacrifique, partiré sin tar-
danza.
ENRIQUE. ¿Qué significa esto?
SARA. Ya lo sabrás después. Oye, Juana, tu tio Vive to-
davía y te está aguardando: vé á reunir te con él^
vé á ser rica, y perdona á los que la desgracia
deja anonadados.
= 5Í =
JUANA. Vuelve bien por mal, ba dicho el Señor... Mañana
habré dejado este caslillo; mañana me habré des-
pedido de esta casa donde he pasado los primeros
días dichosos de mi vida. Ahora, dignaos darme
vuestra bendición. (Va á arrodillarse.)
SARA. (A Juana.yío no puedo bendecirte, Juana, porque
la bendición de un odio mal apagado sena una
blasfemia. Pero ya que partes para que Herminia
sea dichosa, dejaré de maldecirte y haré votos por
tu felicidad. Es cuanto puedo hacer.
ENRIQUE. ¡Pobre jóvenl ¡cuánto debe sufrirl
SARA. Dios solo es justo... él decidirá entre nosotros.
(A Herminia y á Enrique,) Seguidme: necesito
descansar. Conviene que lord Rochester ignore
completamente lo que acaba de pasar aqui.
[Hace un ademan de despedida á Juana y se retira
sostenida por Herminia y Enrique,)
ESCENA V.
JUANA, luego ROCHESTER.
JUANA, {Odio, siempre odio!... Tenia razón, su carácter
no ha cambiado ; pero Dios ha castigado á la ma-
dre hiriéndola en su mas cara afección. Esa mu-
jer sin entrañas para la huérfana, hallaba en su
alma una ciega ternura por un hijo perverso y or-
gulloso que la ha reducido á la desesperación.
(Rochester aparece en el umbral de la puerta de la
derecha,) iQué cambio en nuestras posiciones! La
que un dia me maltratara , la que me echó de su
casa, hoy se ve obligada á implorarme , á supli-
carme que parta!... ¡Partir!... cuando acabo de
saber que Rochester me ama. Guando yo también
le amo. ¡No importa! Dios me inspira... el sacri-
ficio será completo. Me costará tal vez el reposo,
la alegría de toda mi vida ; pero no se dirá que
Juana Eyre haya retrocedido delante de una buena
acción. Partiré.
ROCHESTER. (Adelantándose lentamente y con paso grave.)
No, Juana, tú no partirás.
JUANA. (Con sorpresa.) |Cielos! milord.
ROCHESTER. Sí, yo soy; yo que todo lo he oido. Ángel de
pureza, perdóname. Acabo de saber que la mujer
=^ 58 =
cuyo nombre me ocultaste al referirme tus desgra-
cias, es mistris Sara. No alcanzo á explicarme to-
davía el odio de esa mujer horrible; pero lo que
sé, Juana , es que eres la mejor y mas noble de
todas las mujeres y que te amo.
JUANA. ¡Milord...
ROCHESTER. Ya uo soy el amo que manda^ sino el amunte
rse. iiiolina deknte de la muier á quien ama y
]uien es amado, ftorqae tú lo has dicho, Jua-
na, tú me amas. Bendita sea la indiscreción que
me ha dado á c^n^oér un sentimiento que tú nun-
ca habrias revelado. Yo dudaba, Juana, yo no me
atrevia á dar crédito á la voz intima que me de-
cia: eres amado, y por esto rodeaba de atenciones
á lady Herminia , único medio para descjbrir el
interior de tu pecho. La prueba produjo efecto...
Ahora ya no dudo y te d^y las gracias.
JUANA. (Muy conmovida.) Mentiría, milord, si os ocult^a
la alegría qua iiMinda mi corazón en este instante:
mentiría i Dios que sdb3 cuántas veces be rogado
por vos durante mis largas horas de insomnio;
pero be empanado mí palabra y no puedo faltar á
ella. Yo parto. Casaos con lady Herminia, os con-
viene mas que yo^ pues sobre ser hermosa» tiene
talento ó instrucción, será el adorno de vuestra
casa, y os deberá él reposo de su madre.
ROCHESTER. ¿Y crees que te dejaré partir viendo huir con-
tigo la alegría de mi hogar? No, Juana, tu gene-
rosa conducta te engrandece mas y mas á mis ojos.
Tú debes Quedarte para servir de madre á Adela;
á la pobre huérfana á quien educarás á imagen tu-
ya, de qyjen harás up mujer buena y digna y aue
te deberá su felicidaa: me lo bas jurado y mm»
cuoiplirlo.
a^ANA. jJÜfiiordl...
ROCHESTER. ¿£s {)osibIe quc quieras abandonar sin pena
este castillo dejando en él tu primero y 4jÁ(^
amor?
JUANA. No habléis así, milord: no podría resistir á vues-
tras dulces palabras y olvioaria mi promesa.
Rnc)1EST£fi^ ¿Y qué me importa á mi tu promesa, cuando
jle ba ^ioQ arrancada por la fuerza? Tu deber y tu
corm>P te maiidan permanecer en esta casa, y no
debes salir de ella por seguir un impulso de ge-
8
= 54 =
nerosidad hacia aquellos que han sido tus mas
crueles enemigos. Podrás desoir mis súplicas, pe-
ro tu sacrificio seria inútil, pues te juro que lady
Herminia nunca será mi esposa. {Transicton en to-
no solemne,) Juana Eyre, respondedme la verdad.
¿Me amáis?
JUANA. {Con resolución,) Si.
ROCHESTER. (Abrazándola.) Pues ya es indisoluble el lazo
que une nuestros corazones.
ESCENA VI.
Dichos. — MISTRIS SARA, entrando por el fondo seguida de
HERMINIA, EL CAPITÁN ENRIQUE, GUILLERMO j/ MIS-
TRIS CLARA.
SARA. (Deteniéndose.) (Qué veo!
JUANA. (Ap.) (iGielosI ¡mi tia!)
ROCHESTER. (Ap. irritado.) (¡Mistris Sara!)
SARA. Perdonad si soy importuna, milord; peío mi her-
mano Enrique que acaba de llegar y debe nartir
inmediatamente, no ha querido dejar el castillo sin
ofreceros sus respetos.
ENRIQUE. Dignaos perdonarme si me presento en traje de
viaje.
ROCHESTER. (Le da la mano,) Sir Enrique...
SARA. ¿Se estaba despidiendo de vos la señorita Juana?
ROCHESTER. ¿Qué quercis decir?
SARA. Gomo me dijo hace poco que iba á dejar el casti-
llo, venia á proponerla para compañero de viaje á
/ mi hermano.
ENRIQUE. Tendré el mayor gusto en serlo.
JUANA. Gracias, caballero; mas... (Confusa.)
ROCHESTER. (Interrumpiéndola.) Su proyecto ha sufrido al-
guna variación, señora. Juana ya no piensa en
partir.
HERMINIA. (Con asombro.) iQué escucho!
GUILLERMO. (Ap.) (¿Qué uuevo enredo es ese?)
SARA. Es que...
ROCHESTER. Es quc uo compreudcis lo que sucede. Con-
tando con vuestro triunfo, os deciais: Juana par-
tirá y entonces... Todo lo he oido, señora, y Dios
mediante, van á auedar frustrados vuestros desig-
nios. (Cogiendo ta mano de Juana.) Mistris Sara
t
» 5S »
Hollíster, milady Herminia Clarens, sir Guillermo,
sir Enríqoe, os presento mi futura esposa lady Ro-
chester.
TODOS. ¡Su esposal (En el cohno de la sorpresa,)
ROCH ESTER. Sí, la quo mí corazón ha escogido.
CLARA. |0h! ¡miloi'dl [Lanzándose hacia Rochester,) Dios híi
guiado vuestro corazón. [Estrecha vivamente las
manos de Juana.)
SARA. ¡Es imposiblel [Con ira.) Juana Eyre, decid que es
imposiole, ó de lo contrario... [Con cólera.)
ROCHESTER. ¡Nada tenéis que temer, milady! Sois aquí se-
ñen y soberana.
SARA. iMiserable? [Amenazando á Juana,)
ENRIQUE. Tranquilízate, Sara. [Procurando calmarla,)
HERMINIA. ¡Qué ultraje! [Con furor: rápidamente á Guiller-
mo.) Guillermo, ¿no me dijiste que podías impedir
cualquiei* matrimonio contraído por lord Rochester?
6UILLERIIII0. Sí.
HERMINIA, Véngame, pues, y seré tuya. [ídem,)
GUILLERMO. Gracias. [Estrechándola tamaño muy contento,)
Para que podáis casaros [A Rochester.), es preciso
que seáis viudo.
JUANA. ¡Cómo!
SARA y ENRIQUE. ¿Qué está diciendo?
GUILLERMO. Digo que la esposa de lord Rochester vive to-
davía. [Movimiento general,)
ROCHESTER. [Adelantándose con mucha serenidad.) Antes que
me expliquéis esas palabras, debo preguntaros
quién sois.
GUILLERMO. Soy GuíUermo Bri^gs, hermano del abogado
de Londres, pariente de lady Rochester; y tengo
el derecho de deciros, pues parece que lo habéis
olvidado, que vuestra esposa existe, reconocida
por la ley, sino por vos.
ROCHESTER. Mí esposa Carlota Masón murió hace un afio
en la Jamaica, victima de una terrible dolencia.
GUILLERMO. Os cngañaís^ milord.
ROCHESTER. ¿Cómo sabois vos que existe? ¿Qué pruebas
tenéis?... v
GUILLERMO. Su hermano Roberto ({ue acaba de llegar á
Londres os las presentará juntamente con vuestra
esposa.
JUANA y CLARA. ¡Gran Dios!
ROCHESTER. ¡Es imposible!
= tl6 ^
euiLLcmio. Cansado Eoberto Hiboq de guardar m sa ca-
sa á la pobre looa abandonada p^ von^ oa la trae
Sara que la cuidéis en vuestro castillo^ se^un de-
er de todo buen «árido. Tal vez boy mstm les
veáis entrar por vuestras puerla^.
RQCHEnER. iUaldícionl ¡Cuando esperaba olvidar lo pafla*-
dO) se levanta de nuevo á mía ajos con todo su
horror!
SARA. Nos marchamos, milord^ porque no n$s es deco^
rosó permanecer un momento mas en vuestra casa.
Adiós, lady JaLochester^ (i Juam ttm um mvftim
de odio.) gózate ahora en e| triunfo y sé feliz con
el esposo de Carlota Masón. (F«<ep«r 4l/pnda po»
Enrique,}
JUANA. (Dios miol (Llorando.) (Qué nuevos dolores me te*
niais reservados! (Mistris Clara procura como--
larla.)
ROCH ESTER. Id cou vuestra victoria, enviados del 4eiV9BÍ^«
JUANA. ¡Quisiera morirl
ROCHE$TER. ¡Juaua!
JUANA. jAtrás!
ROCHESTER. ¡También vos me rechazaisi
JUANA. Tal es mi deber, milord. Yo os amaba» os amo to-^
davia por desgracia, y este amor que creia destín
nado a hacerme olvidar los horrores del pasadía,
será de hoy mas la desesperación de mi vida. Adiós,
milord. (Da un paso para retíra/rse,)
CLARA. (Juana! (deteniéndola,)
ROCHESTER. ¡Os vais por fin! ¡Me abandonáis en mi deses-
peración!
JUANA. {Es preciso, milord! Si permaneciera un momento
mas en vuestra casa, creerían que ^ra vuestra
manceba y mi honor es antes que todo. No me de-
tengáis, milord. El qielo os guarde y derrame so-
bre vos todas sus bendiciones* [Va^e seiguidade
mistris Clara.)
ROCHESTER. Maldición sobre ti, sir Roberto Mason^ aue Im
venido á. destruir mi felicidad y á arrojar el ángel
bueno de esta casa. Cuando entres en ella, ya no
encentrarás sino un cadáver.
81
ACTO CUARTO.
» 1^»
El coarto de Rochester. Puerta en el fondo y laterales: ventana á la
isqutefda. Sillones» mefia y aaa oil^liotect.
ESCENA PBIMBRA.
ROCHLSTEK soh^ sentado á la derecha en un eofá^ triste y
mediMtindo.
Cuaodo el hombre ha padecido como yo durante
muchos afioSy cuando su sueño ha sido turbado
ríf la presencia de un espectro unido fatalmente
su destino^ el suicidio no debe inspirar horror
al moralista ni al filósofo. (Oyese elrtiido lejano de
la tempestad.) La tempestad ruge, y otra mas ne-
gra y terrible estalla dentro de mi corazón... Ojalá
cayera el rayo en este castillo maldito sepultan-*
dome entre sus ruinas I Muchas veces he invocado
la muerte, pero sorda á mis instancias, quiere
precisarme á que la obligue á venir. Veinte veces
lia temblado en mi mano el arma fatal, y una fuer-
za invencible ha detenido mi brazo, pero hoy nada
me hará retroceder. (Se dirige á la mesa- y toma
convulsivamente un papeL) Hé aqui mi última vo-
luntad. Adela que esta en Londres partirá mi for-
tuna con Clara y Juana... si es que Juana vive to-
davía. Ellas me compadecerán y rogarán por mí,
pues me han amado. En cuanto á mi esposa..,
¿qué d€d>o hacer por ella? No contenta con haber
envenenado mi juventud, ha atravesado los mares
en mi busca; mi casa es hoy la suya y ha venido
á convertir mi tranqiMlo hogar en la morada del
demonio. A su nomore sublevase mi alma^ cubre
mis ojos un velo de sangre, y... Pero no, que vi-
va; yo soy quien ha de morir. (Toca la campanitta
y luego se pasea agitado.)
» ss »
ESCENA U.
ROCHESTER, MISTRIS CLARA.
ROCH ESTER. Clara, que nadie venga hoy á interrunpirme:
necesito estar solo.
CLARA. Pero milord, ¿y los médicos?
ROCH ESTER. ¿Qué quieren de mi esos hombres? ¿Qué pue-
den contra padecimientos morales?... Toda la cien-
cia humana es impotente contra el mal que me
devora.
CLARA. Dicen, milord, que en vuestra situación un inci-
dente inesperado puede cambiar la faz de las cosas.
ROCH ESTER. ¿Qué incidente? ¿Qué quieres decir? La espe-
ranza y la felicidad habian entrado en mi corazón
ulcerado... Juana había reanimado la llama pronta
á apagarse; pero la ingrata me abandonó sin pie-
daa... Clara, vos lo sabéis; ya no hay esperanza.
CLARA. ¿Y si Juana volviese?
ROGHESTER. (Vivamente.) ¿Si Juana volviese? Clara, tú me
ocultas algún secreto... ¿Juana va á volver? Ha-
bla, habla.
CLARA. Yo lo ignoro, milord; pero un presentimiento...
ROGHESTER. |ün presentimiento! [Encogiéndose de hombros,)
CLARA. lOh! milord. En nuestras montafias de Escocia
creemos en los presentimientos y raras veces nos
engañan. Mi ángel custodio me ha dicho al oido:
Espera, espera para tu amo. Creedme, milord, no
desaniméis; tened confianza en el Todopoderoso.
ROGHESTER. Gracias, Clara, por vuestra solicitud, pero no
puedo participar de vuestra ilusión. Juana no vol-
verá; es altiva y virtuosa. La perdí para siempre.
ESCENA III.
DiGHOS.— PATRICIO, luego MISTRIS SARA, ^ EL CAPITÁN
ENRIQUE.
PATRICIO. Milord^ dos personas desconocidas que acaban
.de llegar, desean hablaros.
ROGHESTER. (Bajo,) ¿Si vendrán de parte de Juana? (Alto
,á Patricio: este se va por el fondo.) Que entren.
= 59 =
(Clara trata de retirarse,) Quedaos, Clara. Si es
preciso que os retiréis, yo os lo diré.
CLARA. ¿Y si vienen los médicos?
ROCH ESTER. No quiero verlos; me irritan con sus consejos.
Pero los recien llegados tardan va mucho. (Mistris
Sara y Enrique entran por el fondo: Rochester les
conoce,) iQue veol iMistris Saral
SARA. (Envejecida por la pesadumbre,) Sí, milorá.
CLARA. (Áp,) (¿A. qué vendrá?)
ROCHESTER. (Á Clara,) lAsidebia realizarse tu presenti-
miento! (Á mistris Sara con indignación creciente.)
¿Yenis á insultar mi dolor, señora? ¿Qué queréis?
Hablad ya. No os basta haber sembrado la tristeza
en esta casa, que os es preciso renovar mis tor-
mentos con vuestra presencia? Yos, la inspirada
eternamente {)or el genio del mal^ ¿qué nuevos do-
lores me traéis?
ENRIQUE. La cólera os ciega, milord. Ninguna dañada in-
tención trae á mi hermana á vuestra casa. Dignaos
escucharme. Ricardo^ el hijo de mi hermana se ha
suicidado... Herminia dejó la Inglaterra abando-
nando á sir Guillermo, quien ha muerto en un
naufragio. Quebrantada por él dolor y lleno el co-
razón de arrepentimiento, mi pobre hermana ha
Juerido, antes de morir, cumplir un deber sagra-
para con Juana obteniecdo su perdón, viniendo
á anunciarle que su tio ha muerto legándole toda
su fortuna. (Dwranteesta relación Clara hace señas
á Enrique para que no prosiga,)
ROCHESTER. ¿No sabeís, pues, que Juana no está aqui? que
dejó este castillo hace un año, el mismo dia que
vos, sin recursos, sin protección, y que quizás há
muerto de hambre y de frío?
SARA. (Arrojando un grito.) ¡Muerta I no puede ser, no
puede ser. ¡Dios no lo habrá permitido!
ROCHESTER.* (Se oye ruido de pasos precipitados y la risa
estridente de la loca,) Habláis de Dios, señora, ha-
bláis de Dios... iiy permite que ese monstruo vi-
val ¿Oís esa carcajada? Asi se rie lady Rochester...
mi mujer, la loca furiosa que... (Redobla el ruido
de j^asos,) Habrá roto sus cadenas.. ^ ¡se ha esca-
paao de la torre! (Sate por la puerta de la izguier^
da precipitadamente y en extremo agitado,)
ESCENA IV.
MfSTRIS SARA, ENRrQOE, MtSTRIS CLARA.
{La tempe$tad va aeercéadoée.)
CLARA. {lÁ&randa.) iMi pobre amo! Acabará por perder la
razón.
filtRiQVE. ¿Vive todavía esa desgraciada?... ¿Pero decidme,
mistris Clara, ¿por qué me haciais sefias?
CLAiiA. Para qae no siguierais hablando de luana. Su
ausencia ocasionó ia enfermedad que le consume.
SAaA. ¿Pero no es verdad que no ha muerto?
eiARA. No, mistris. Hace algunos días, cuando desespera-
ÍNi ya de saber noticias suyas, una feliz casuali-
dad me descubrió su retiro. La escribí, v supe
todas sus desgracias; entre otras, la de haoer te-
nido una lai^a y penosa enfermedad que la privó
de ir á reunirse con su tío en Madera, eorforme
lé habíais dicho. En la actualidad vive en un pue-
Mocito á och^ta millas de aqui con la familia de
uH joven llamado Saint*John,un joven que compa-
decido de las desgracias de Juana, se ha enamora-
do de ella: pretende hacerla su esposa, y llevársela
alas ludias.
tütilQUE. ¿¥ milord sabe esto?
CURA. La sefioríta Juana me ha prohibido que le revele
el punto de su residencia.
SARA» ¿Le habéis dicho que los médicos opinan que un
suceso extraordinario , por ejemplo, su vuelta
al «astillo salvaría á lord Rochester?
CLARA. Si, y su última carta me hacia presentir que den-
ttH) de poco no experimentaría los temores <jiie
abrigaba de encontrarse con milord, cuya pasión
la había horrorizado hasta entonces. Estos áUímas
fradabras estaban subrayadas y no he podido com-
prender el sentido misterioso que al panecer ocul-
tan*
<«mQ«»E. Fitos bien, oíd, rosiSana saldremos para Witeross,
y haremos vialer toda jiuesbra influencia para que
luana vuelva cuaato antes^.
SARA. Si, Enrique: iremos á ver á Juana. (Pobre niSal
He perdonará los tormentos que mí odio insensato
«= «1 =
le ha becbo sufrir? {Oyejse la mz de Roohester.)
CLARA. {Asustada: aefíalando á M. Sara y á Enrique la
puerta de la derecha.) ¡Ah! Que milord qo os vea
ahora. £q su actual estado de agitación... En-
trad aquí, entrad. (La tempestad r^obla, M. Sa/ra
y Enrique se retiran per la puerta de la derecha;
mistris Clara por la del fondo.)
ESCENA V.
IQRD R0CHE8TER, soh entrando estasperado por la puerta
de la iMquierda^ á poco JUANA y CLARA.
ROOHESTER. ¡Qué horrorl La loca había roto su cadena.
He tratado de volverla á la torre, pero mis esfuer-
910$ han sido impotentes. ¡Vuelva ella por si sola!
¡Oh! ¡suplicio liorrible! Ser el esposo de ese mons-
truo, ¡estar condenado i vivir siempre con esa
furia! ¡Oh! no quiero... no puedo... primero mo-
rir. (Aire un cofon de la biblioteca y saca una pt>-
tola,) Dios me perdonará. (Acerca la pistola á su
sien y $e dispone á disparar cuando suena tm trueno
espantoso. La conmocum eléctrica le hace bajar el
krasso y h pistola cae al suelo diaparándose. En el
tmnento de la deíemeion M, Clara y Juana entran
asustadas.)
4HANA. iD^teneos, milord! (Corriendo á él y arrancándole
la pistola.) {Esta arma!... ¿Qumak mataros?
aoGMESTlR. ¿Por qué has venido á detener mi brazo?
JUANA. ^Por qué Dios os manda que viváis, porque es un
erimen el que ibais á ecmsumar, milord!
aPCHESTCR, , ¡Cielos! ¿Qué veo?*., {¡¡luana!!! ¡Mi ángel
bueno á quien lloraba perdido para siempre y que
se meapareoe en el momento que mas desespe-
raba!
JUANA. ¡Gracias, Dios de bondad, que me habéis condu-
cido á tiempo de evilar un crímepf
R0CHEST6R. ¿Será un sueQo lo que pasa por mi? ¡ffa...
no... es la realidad! Juana, ¿ogel del cielo, ¿es
cierto que estás á mi Mefí déjame verte, contem-
filarte con en^briaguei. Mi corazón rebosa de ce-
estialalbgria... Ublame, oiga yo tu tierna y me-
lodiosa voz... sus dulces acentos derraman un
bálsamo de consuelo en mi pecho afligido.
9
= 6Í =
JUANA. ¡Calmaos, milord! Juana no puede escuchar vues-
tras amorosas palabras sin ofender á Dios! Sabia
que erais desgraciado y viene á daros el consuelo.
La hermana de la caridad viene á prodigar sus
cuidados al desgraciado que sufre. No veáis en
Juana mas que el instrumento de la misericordia
divina.
R0CHE8TER. ¿Qué qucrcis decir? ¿Qué significan esas som-
brías palabras?, v. [Me hacéis temblar 1... ¡Juana,
por piedad compadeceos de mil...
JUANA. Milordj escuchadme bien. Toda palabra de amor
fuera impia. Yo no me pertenezco. ¡Juana Eyre
en otro tiempo es hoy mistris Saint-John!
ROCH ESTER. ¿GÓmO?...
JUANA. Estoy casada.
ROCHESTER. (Cayendo anonadado en el nilón.) ¡Cielos!
CLARA. (Ap, á Juana,) ¿Qué habéis hecho?
JUANA. (Ap. á Clara.) Mi deber.
ROCHESTER. [Volviendo en si.) ¡Juana Eyre casadal La mu-
^ jer por quien hubiera sacrificado mi existencia,
mi lortuna, mi dicha... (Arrebatado por un mo-
mentó de delirio dirigiéndose á Juana.) ¿Y te atre-
ves á venir á este castillo para insultarme, para
decirme que perteneces á otro?... ¡Ahí ¡¡¡Desgra-
ciada!!! (Se lanza áella y Juana cae de rodillas.)
CLARA. (Interponiéndose.) ¡Qué hacéis, milordl (Rochester se
contiene, cubriéndose con las manos el rostro. Clara
levanta á Juana y la sienta en el sillón. Pausa. Ro^
chester anegado en lágrimas se arrodilla á los pies
de Ju(\na y la besa la mano.
ROCHESTER. ¡Perdóname, Juana, perdóname, ángel de can-
dor y de pureza! ¡Te amaba tántol... ¡lono vivia
sino por ti! y sin embargo... ¡Ah! ¿por qué sepa-
raste de mi mano el arma fatal? (Cae en el sillón.)
JUANA. ¡Porque Dios en su misericordia infinita guió
aquí mis pasos para ser vuestro ángel salvador!
ROCHESTER. ¡Cúmplase SU voluntad!
CLARA. Ved cuánto sufre. ¡Tened compasión de él!
JUANA. ¡Callad! ((h/ese gra/a ruido dC'VOces dentro y carcaj-
jadas nerviosas que son interrumpidas por tas voces
de los criados. Voces dentro.) ¡Socorro! ¡socorro!
JUANA. ¿Qué significan esas voces? ¿Ese ruido?...
=- 63 =
ESCENA VI.
Dichos.— MISTRIS SARA, ENRIQUE, y á poco PATRICIO
por la derecha.
SARA. ¿Qué sucede, milord? (lAiqfui Juana!)
ROCHESTER. (Volviendo en si.) ¿Quién?... Dejadme, de-
jadme.
PATRICIO. ¡Milord, milord!
ROCHESTER. ¿Qué me quieres?
PATRICIO. Acudid pronto. La pobre demente, después de
haber roto sus cadenas, se ha apoderado de una
antorcha encendida y ha pegado fuego á la torre del
Norte.
ROCHESTER. |Ya me olvidaba! iSiempre la loca para turbar
mi sosiego! Ea, lord Rochesler, tu noble dama es-
tá en peligro, tu digna esposa te llama. iCorre á
exponer tu vida por salvarla! Vé en busca de la
muerte v el cielo haga que la encuentres en medio
de esa llama. (Va á marcharse,)
JUANA. (ínter jnmiéndose.) iDeteneos, milord!
CLARA. ¡Querido amo!
ROCHESTER. Dejadme. Apartaos, dejad que se cumpla mi
destino. (Vase,)
SARA. (Dirigiéndose á Juana y queriendo arrodillarse.)
I Juana I
JUANA. (Impidiéndoselo.) ¿Qué hacéis, señora?
SARA. Humillarme á tus plantas, pedirte perdón de lo
mucho que te he ofendido; no me rechaces, Jua-
na, déjame que abrace tus rodillas, mira mi arre-
pentimiento y perdóname.
JUANA. Nunca he dado cabida al odio en mi pecho. (Se
abrazan.)
SARA. Dios te recompensará, Juana; eres buena y gene-
rosa; él premiará tu virtud. (Voces dentro.)
CLARA. (En la ventana.) mDios mioÜ!
JUANA. ¿Qué sucede, Clara?
CLARA. Milord que corre al abismo, persigue á la pobre
loca en lo alto de la torre...
JUANA. (Corre á la ventana.) ¡Cíelos!... va á precipitar-
se... ella huye blandiendo la antorcha incendia-
ria... ¡Milord, deteneos; sí dais un paso mas sois
perdido! No me oye... Rochester... ¡Gran Dios!
= %i ^
el cornisaminto se ha desprendido, el handimien-
to es inevitable... Quiere detener á su esposa, ella
se resiste... se arroja sobre él... uiA^bll! niYa es
tardelll {Un grito desgarrador. UntHomento despm
del grito se oye un gran m/do como el aue produce
el hundimiento de una parte de edificio, el resplandor
sigue aumenéando. Juana toe desmayada, todos se
precipitan á socorrerla.)
ENRIQUE. Sara, mistris Clara, socorred á esta infeliz, yo
corro á informarme.
SAR/k. Si, Enrique, no te detengas por si puedes evitar
una desgracia. {Vase sir Enriqwe.) Juana, bija mia,
vuelve en til
JUANA. (Consigo misma,) {Muerto! (muertol
SARA. iNe es posible! Dios no lo habrá permitido.
JUANA. Yo misma he visto á esa terrible mujer en su ac-
ceso de locura arrojarse sobre milord... lanzar una
horrorosa carcajada y precipitarse con él en las
ruinas del castillo.
SARA. ¡Ah! iqué horror!
JUANA. ¿T permitís que exista. Dios santo? ¿Y no lanzáis
desde vuestra esfera un rayo que me convierta en
cenizas?
KOCHESTER. {Dentro,) Por aquí, amigos, por aquí.
JUANA. iAhI...'|esa voz!...
ROCHESTER. (Dentro.) ¿Patricio, Clara?
JUANA. ¡Él es! lÉl es! ¡Perdóname^ Dios mío! En mi dolor
he blasfemado, he dudado de tu misericordia. (De
rodillas,)
ESCENA Vin.
Dichos.— ROCHESTER, /ué^o ENftKlUE.
R0CME8TER. Acudíd todos, socorrodla si aun es tiempo...
(Sale á la última palabra,)
JUANA. (Corriendo á él,) \M\lord\
ROCHESTER. [Juaua!
JUANA. ¡Salvado!
ROCHESTER. ¡Sí, Dios ha obrado un milagro! jEl ángel bue-
no ha rogado por mi! Toda la parte del castillo ha
venido al suelo devorado por las llamas arrastran-
do consigo á lady Rochester; yo iba á sucumbir de
la misma manera cuando Patricio y los demás cria-
= 65 =
dos me afrtaincaron entre sus brazos del precipicio.
1.0 que ahora importa es socorrer si aun es tiempo
á la infeliz. Juana.:. Clara... acudid todos...
JUANA, CLAflA, SARA. {Vm á Salir,) Sí, si, coriramós.
ENRIQUE. {Saliendo,) |Deteneos!
mcHErrcR. tCótto!
cNRfOuE. tLadyAochesterteeiiste!
ROCHESTER. {Aterrado.) ¡Muerta!
€iifii(iu&. Los cortos momentos que há sobrevivido á $u
horrible calda no ha hecho mas que invocar á Dios
y suplicar que la perdonéis.
ROCHESTER. ScSor, VOS me concedisteis poder, fuerza, ri-
queza, y yo desconocí todos estos dones de vuestra
inefable bondad: boy vuestra cólera ha herido al^
soberbio, vuestra terrible 'mano descargó sobre mí
el peso de sus iras; inclino la cabeza y os bendigo.
{Yendo á Juana,) Juana... {Ella hace un movimien-
to,) Nada temáis. Gracias á vos entrevi una dicha
inesperada, un paraíso en este mundo. Dios no lo
ha querido. Os na vuelto á mi, me ha hecho libre,
cuando ya nojpodiais pertenecerme. Cúmplase su
voluntad! {A Ólara,) Y tá, tú la única que me has
amado á pesar de mis defectos, permíteme que te
pida una última prueba de afecto. Este castillo y
sus dependencias te pertenecen. {Movimiento de
Clara.) No puedes, no debes negarte á aceptarlos.
Desde hoy me sería imposible vivir en este castillo:
mí razón no podría luchar con el recuerdo de los
dolores qué en él he sentido, con el recuerdo de
la felicidad que creí haber encontrado. Parto, de-
jo la Inglaterra^ y cuando haya dejado de existir...
JUANA. {Sobresaltada,) ¿Qué decís, milord?
ROCHESTER. Tranquilízaos; no atentaré á mis días; espera-
ré mejores tiempos. Recomiendo á Adela, vuestra
discipula, á la amistad de mi parienta Clara, y os
rue^oque veléis por ella, Juana... permitidme que
os llame asi por ultima vez. Sed dichosa, y adiós
para siempre. {Da un paso para retirarse y encuen-
tra á M. Clara arrodillada en el umbralde la puerta.)
CLARA. {Juntando las manos.) {Oh! amo mío, no partáis, y
perdonad á vuestra fiel criada que no quiere ocul-
tar el secreto que guarda su corazón. Juana que
temia vuestro amor, Juana que en su sublime vir-
tud ha acudido á una estratagema para presentarse
^ %i ^
sin peligro en vuestra casa, Juana no es casada,
Joana es libre.
ROCHESTER. (Cofi ansiedad.) ¡Líbrel ¡libre! En nombre del
cielo, Juana, decidme que es cierto. (M. Clara se
levanta.)
JUANA. (Bajando los ojos.) Si, milord; tenia miedo de voe»
lo tenía de mi misma, y mistris Saint-Jobn prote-
gía á Juana Eyre.
ROCHESTER. (Con exaitadon.) ¡Oh santa jóvení Juana, la
dicha va á volverme loco.
JUANA. {Silencio, mílordl nuestra felicidad en éste momen-
to seria un sacrilegio. La que llevó vuestro nom-
bre acaba de parecer delante de Dios. Reguemos
por su reposo. {Jtiana se arrodilla y cruza las mo-
noSj los demás la imitan.)
ROCHESTER. (Extendiendo las manos sobre la cabeza de Jua-
na.) Dios la perdonará, pues ruega por ella uno de
sus ángeles.
FIN
Salvador Mañero, Editor.
Ronda del Norte número 1S8, Barcelona.
CURSO DE DECLAMACIÓN ó ARTE DRAMÁTICO. Aprohif]
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tre los Arcados de Roma, f ercera edición notablemente mejo^.1
rada, 20 rs.
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de D. Víctor Balaguer, cuarta edición, 8 rs.
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tor Balaguer, 8 rs.
LOS FUEROS DE LA UNION, drama en cuatro actos y
verso, original de D. Gerónimo Borao, 8 rs.
LA INDEPENDENCIA DE ÑAPÓLES ó EL PIRATA LEVAÍÍá
TINO: drama en cuatro actos y un prólogo, escrito en vei
por D. B. LI. 8 rs.
LA MAS ILUSTRE NOBLEZA, drama en tres actos y en ver-'J
80 original de Fernando Garrido, 2 rs. t
DON JOAN DE SERRALLONGA, drama encuatre actes y ttii:?j
prólech, original de D. Víctor Balaguer. Barcelona 4 rs. fuera 5» í
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This book should be retiimed to
the Library on or before the last date
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